Colécdón Luis Lujan Muñoz
Universidad Francisco Marroquín
www.ufm.edu - Guatemala
Cíi ^xccícntíMnia c)cnot licenciada
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índice del tomo i
Páginas
Capítulo
I
Capítulo
II
Capítulo
III
Capítulo
IV
Capítulo
V
Capítulo
VI
Capítulo
VII
Capítulo
VIII
Capitulo
IX
Capítulo
X
Capítulo
XI
Capítulo
XII
Capítulo XIII
Capítulo :
XIV
Capítulo
XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Introducción
Biblioo^rafía Histórica de la América Ibera
Biología y Geología
Tiempos Prehistóricos de Centro América
Etnología 3' Etnografía de Centro América
Orografía e Hidrografía de Centro América
Antropología, Fauna y Flora, Meteorología
Sismología Centro Americana
Arqueología Centro Americana
Quichés, Cakchiqueles \' Tzutugiles
El rapto de las Princesas
Lingüística Centro Americana
La Medicina, Pestes, Brujos y Hechiceros
Religión, Sacerdotes, Templos y Sacrificios
Mitología Centro Americana
Gobiernos Precolombinos .'
Ciencias, Artes, Leyes, Usos y Costumbres de los Abo-
íígenes de Centro América .
Civilización e Indumentaria de los Aborígenes de Centro
América
La Profecía de la Cpnquista ^
397
433
449
*
LA AMERICA CENTRAL
ANTE LA HISTORIA
POR
ANTONIO BATRES JAUREGUI
Individuo de la Facultad de Derecho de Guatemala, Abogado Honorario del
Brasil, Miembro de la Facultad de Filosofía y Letras de Chile, Correspondiente de la
Real Acaderíiia Española, de la Matritense de Jurisprudencia y Legislación, de la
Sociedad de Historia Diplomática de París, de la Sociedad de Derecho (>)mparado de
Francia, de la Sociedad Literaria Hispano-Americana de New York, del Instituto
Smithoniano de Washington, Miembro del Ateneo de México, Individuo de la Unión
Ibero Americana, Correspondiente del Instituto Arqueológico y Geográfico Pernam-
bucano, Miembro del Instituto Americano de Derecho Internacional, Individuo de la
Gran Asociación del Mundo Latino, Miembro Honorario de la Asociación Suiza, de
la Prensa Internacional de Ginebra, Individuo de la Universidad Hispanoamericana
de Nueva York y de la Sociedad de Geografía de los Estados Unidos, Miembro de la
Asociación de Derecho Internacional de Londres, Socio Fundador de la Sociedad de
Derecho Internacional Americana, Correspondiente de la Sociedad de Abogados de
Ginebra, Socio honorario de la "Societá Internazionale degl' Intellettuali" de Roma,
Miembro Correspondiente de la Asociación de Abogados de Lisboa, Condecorado con
la Real Orden de la Corona de Prusia y por Venezuela con el Busto de Bolívar.
TOMO I
GUA-TEIMALA, CEINXRO AMERICA
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IMPRENTA DE MARROQUIN HERMANOS
"casa COLORADA"
6* AVEN I DA SUR, NO. 2 3.-G U ATE MALA.
LA AMERICA CENTRAL
TIEMPOS PRECOLOMBINOS
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(f LA PROPIEDAD DE ESTA OBRA ES DEL AUTOR. Y \\
\\^ QUEDA ASEGURADA CONFORME A LA LEY. jj
LA AMERICA CENTRAL
ANTE LA HISTORIA
INTRODUCCIÓN
La vida de un país, a semejanza de la del hombre — dice Becker — parece
como que se extienden con la memoria de las cosas que fueron, y a medida que
es más viva y completa su imagen, resulta más perceptible esa existencia del
espíritu. La historia, identificándonos con todos los tiempos, dilata el breve
suspiro que en este mundo nos toca en suerte, y nos presenta la patria como
el ara santa en que debe arder el fuego de nuestro corazón.
La historia de la humanidad es un capítulo de la de los seres vivientes, de
tal modo que, en el desenvolvimiento universal, el pasado no puede juzgarse
por las conquistas del presente, por las últimas transformaciones del progreso,
sino a la luz de las ideas que la fórmula evolutiva ha venido esparciendo al
través de los siglos. El tiempo va arrojando al sepulcro las generaciones
como el segador arroja al surco las espigas. Sobrevive el espíritu de la espe-
cie que fecunda esa constante renovación del mundo psicológico, alentado
por el amor universal, por el hálito divino, cuyos rayos penetran desde los
cielos hasta los corazones, e iluminan desde las estrellas hasta las almas. La
existencia del hombre es un relámpago entre dos noches eternas. La historia
es el sol de la humanidad.
El principio, la esencia y el fin de las cosas creadas, escapan a la certidum-
bre científica, a las especulaciones terrestres, al criterio de nuestra limitada
experiencia, que apenas lanza el vuelo por esas regiones, tropieza con idesci-
frables enigmas. La ciencia no alcanza a explicar con certeza la formación
del universo, la íntima naturaleza de una flor, la vida de ultratumba ; la ciencia
más bien evoca ideas, que resuelve problemas, de modo que nuestro globo se
habrá probablemente unido en el espacio a los viejos mundos ya enfriados,
antes de que la esfinge eterna haya respondido una sola pregunta. La ciencia
penetra sin timón ni brújula en esa clase de cuestiones, y es como el geógrafo
nubio que se aventura en un mar tenebroso para explorar los misterios, (i)
Sombras flotantes del tiempo y del espacio, nosotros pertenecemos al univer-
so, a esa formidable creación, en el seno de la cual no somos sino átomos ; pero
átomos que piensan. La idea brota del ser que refleja en su cerebro a Dios.
El espíritu humano, a pesar de la rica variedad de sus múltiples concepciones,
pasa mil veces por las mismas faces, recorre elipses muchísimo más extensas
(1) La Civilización de los Árabes—Gustavo Levon— Página VI de la Introducción.
— 6 —
que las que recorren en el espacio vacío los cometas de inmensurables caudas ;
se lanza por las esferas infinitas de lo desconocido, progresa, cae y retrocfede,
semejante al niño bullicioso que corre por el vergel, transita siempre el mismo
camino, y al fin se duerme, para despertar presto con nueva vida, auroras es-
pléndidas, y frescas ilusiones. La civilización se envuelve, de tiempo en tiem-
po, entre las nieblas de las épocas críticas, para salir de ellas más brillante,
vivaz y progresiva, no de otro modo que la oruga se encierra en los velos de la
crisálida, antes de tender al aire sus matizados colores. El hombre no sólo se
mueve en el espacio, sino también en el tiempo, resumiendo la naturaleza y la
vida universal, en mudanzas, renovaciones y épocas, al través de la historia,
que está muy lejos, por cierto, de guardar regularidad matemática, y de ser
como la geometría de los actos humanos. No hay sistema ideológico que
pueda abarcar la universalidad de la vida, que se nos presenta como un baño
de purificación, cuyo ingrediente principal es el dolor. (2)
La fábula toca los lindes de las primeras historias, y los mitos se ciernen
como pájaros de luz en la alborada de las sociedades primitivas. No es ex-
traño, pues, que se esfumen en la remotidad prehistórica los pasos iniciales,
los gérmenes del desenvolvimiento de los antiguos pobladores del istmo centro-
americano. Dícese que Votan y los tultecas imprimieron su tosca cultura a
diversos lugares de estas bellísimas regiones, a donde afluyó gran población
desde el siglo VII hasta el XIII de nuestra era. Los quichés y cakchiqueles
alcanzaron un relativo desarrollo, que los ponía al nivel de los i)UcblQS más
adelantados del Perú y de México. Aquellos aborígenes de Guatemala pelea-
ron desesperadamente contra los conquistadores españoles, y al caer vecidos
por la fuerza del destino, muchos de ellos huyeron hasta el norte a guarecerse
en lo recóndito de las montañas, mientras los otros quedaron subyugados, en
pueblos conservadores atávicos de su tipo primitivo, guardando sus tradicio-
nes, aferrándose a sus antiguas costumbres y hablando los idiomas de sus
antepasados.
La naturaleza peculiar y. agreste del país, dice Bancroft, lo grandioso de
la estupenda escena de sus volcanes; los bosques inmensos, hasta hoy poco
explorados ; la resistencia heroica de sus pobladores por conservarse inde-
pendientes ; su natural fiero y rudo ; lo extraño de sus mitos y supersticiones,
hacen de esta privilegiada porción del continente, el punto propio para llevar
a término los estudios más trascendentales acerca de los indios del Nuevo
Mundo. La América del Centro ha venido sufriendo transformaciones geoló-
gicas importantítimas ; cataclismos horrendos, portentosos cambios, hasta el
punto de que gran parte de su suelo estuvo sumergido en el mar, para alzarse
después con vida tropical en tiempos primitivos, poblado de monstruos colo-
sales, cuyos restos se hallan a las veces entre profundas capas de mesozoicos
terrenos.
(2) Schopeiihauor— El Mundo como voluntad y como representación— Tomo Til p. 424.
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Inteligentes viajeros e historiógrafos, como Brasseur de Bourbourg, Brin-
ton, Buschmann, Balwin, Marham, Berendt, Mosle y otros varios, dieron a
conocer en Europa y en los Estados Unidos de América, la antigua civilización
de nuestros pueblos, que en los últimos tiempos ha despertado sumo interés
entre las sociedades sabias, congresos científicos y museos de los Estados
Unidos, Francia, Italia, Alemania, Austria, Bélgica y otras naciones. Apenas
tenía cinco años de establecida la Sociedad de Geografía de París, cuando
ofreció un premio de una medalla de oro, al que tratase mejor de las antigüe-
dades de Centro-América, de las ruinas del Quiche, Peten, Mixco y Copan ; y
hasta ahora no se ha popularizado la historia de la evolución de estos países
del Itsmo, su orografía, biología, etnografía, pobladores primitivos, cultura,
costumbres, artes, religión, lengua y gobiernos, a pesar de que las naciones
civilizadas tuvieron riquezas, caracteres distintivos, hechos heroicos, culto
propio, mitología interesante, grandes ciudades^ y desarrollo autóctono; todo
lo cual les da, en la historia humana, un prominente lugar en época remotísima,
cuando estaban al nivel de los pueblos notables de Asia y de Europa. Muchos
años antes de la conquista española había decaído aquel próspero estado, que
acabó de extinguirse con el tremendo choque de otra raza diversa, venida a
estas regiones a dar suelta al espíritu bélico, a la fe ciega, al orgullo nativo, a
la ambición y a la gloria, que reflejaban sobra los aventureros de allende el
mar siete siglos de heroicas hazañas, como nunca se vieran en la tierra. Era
en aquel momento histórico, de los Reyes Católicos y de Carlos V, el sol
esplendoroso para España ; y las sombras salpicadas de sangre, llenas de
gemidos de dolor, de ayes de destrucción, de la más estupenda desdicha,
cayeron sobre la raza aborigen de América, cubriendo un pasado que hubo de
elevarse a gran altura; dejando un presente más negro que la adversidad y
más amargo que la desgracia ; un futuro de aniquilamiento, de agonía constan-
te, de esclavitud, de miseria y de ruina ; y una historia, en fin, que según la
gráfica expresión de Montalvo, haría llorar al rpundo si hubiera pluma que la
pudiese escribir. En la América de las selvas, antes que la cruzara el carro
nivelador de la civiHzación latina, importada por la conquista, habían ido
pasando, a la sombra de su palmas, y al arrullo de las auras tropicales, en este
istmo privilegiado, imperios antiquísimos, numerosas gentes, que dejaron
huellas tan interesantes como para preocupar la atención de sabios, asociacio-
nes y congresos.
> Eruditos americanistas opinan que los indios quichés y cakchiqueles ha-
bían llegado a obtener una civilización autóctona, sin tomar nada de los chinos,
japoneses, israelitas, celtas, germanos, ni escandinavos, como lo demuestra,
con abundancia de doctrina, el historiógrafo Baldwin, en la "Ancient Amé-
rica", quien reconoce, a la vez, que la tragedia que en el Viejo Continente tuvo
por desenlace, la caída del imperio romano, se repitió en América, y los hunos,
alanos, vándalos y godos, de aquende el océano, consiguieron destruir un»
cultura que, por entonces, pudo haber competido con la de Egipto y Babilonia.
Los que sembraron de maravillas el Palemke, los que construyeron grandes
ciudades por el Usumacinta, los que dejaron portentosas ruinas por Copan,
los que en Santa Lucía Cotzumalguapa, tuvieron suntuosos monumentos, los
que en fin, esparcieron en Santa Cruz Quiche huellas admirables de antiguo
brillo y esplendor, no eran salvajes miserables, como ya se ha convencido de
ello nuestra civilización orgullosa.
Lejos de haber espíritu continental, ni hegemonía, prevalecieron entre los
aborígenes profundos odios, con tendencias a la destrucción y al exterminio.
El elemento europeo fué un medio de que usó la Providencia para que se
efectuase, valiéndose de los mismos pobladores, la sujeción sucesiva de la
tierra americana. La conquista española, en el Nuevo Mundo, estaba prepa-
rada de antemano por los acontecimientos históricos. Se revelaron* en aquol
heroico esfuerzo de los valientes iberos, no sólo la audacia y el aliento sobo-
rano de una raza aguerrida, sino la superioridad moral y el aguijón del interés,
dando vuelo a las energías individuales y a las pasiones desencadenadas. Solís,
Prescott, Riva Palacio, y los demás escritores que narran aquella apocalíptica
lucha, más titánica que las de los dioses mitológicos y más trascendental que
las de Alejandro, César y Napoleón, para el mundo entero, hacen resaltar
virtudes sublimes y horribles vicios, luz y sombras, "en el soberbio cuadro del
siglo de León X ; siglo de luchas religiosas, políticas, sociales y científicas, que
formaron la geografía del mundo y que hicieron surgir a Carlos V y a Felipe
II, a Lutero ya San Ignacio de Loyola, a Rafael y a. Miguel Ángel, a Copér-
nico y a Erasmo, a Cárdano y a Machiavelo, a Rabelais y al Tasso, a Cervantes
y a Shakespeare. Eran los conquistadores de carácter de acero, de inquebran-
table fe, de designios providenciales, de intolerancia absoluta, de valor temera-
rio, de crueldad suma, de fuerza física y moral a toda prueba. Aquellos
. hombres, como dice un escritor americano, estaban fuera de la humanidad
que conocemos y comprendemos, y formaban, por las cualidades de su es])í-
ritu, como una especie distinta de los que fueron antes y de los que han sido
después". Eran almas forjadas para las tempestades, como los alciones y las
águilas marinas.
Tras la escena sangrienta de la conquista, van desfilando, en torbellino
siniestro, los férreos capitanes en sus fogosos corceles ; los humanitarios
frailes con misticismo medioeval ; las monjas fanáticas, de conciencias neuró-
ticas y formas histéricas ; los golillistas, que venían a espigar en campo rico ;
los mitrados con jurisdicción amplísima; San Francisco, en continuas luchas
teológicas y temporales con Santo Domingo ; los piratas británicos incen-
diando y robando en las riberas marítimas ; los encomenderos exprimiendo a
los caciques; los contrabandistas, rasgango a diario el círculo de hierro de un
comercio restrictivo ; y, en último término, espesa muchedumbre de indios, en
la cual abría a cada paso terribles claros la muerte, constreñida aquella raza
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a trabajos superiores a sus fuerzas y fustigada sin piedad por opresores, ar-
diendo ella en ira y alimentando en secreto deseos de venganza, al contemplar
sus ídolos destruidos, sus vírgenes sirviendo de pasto a la concupiscencia de
los recién venidos, todo cuanto constituía su orgullo y formaba el pedestal de
su gloria hecho pedazos, por los ferrados cascos de los bridones extranjeros.
Vino para ellos la desesperanza, la tisis del alma.
No se crea, sin embargo, que pretendemos denostar acerbamente aque-
lla interesantísima fase de la evolución social. El dolor es gaje de la huma-
nidad. Todas las transformaciones, todos los cambios, han producido lluvia
de lágrimas, regueros de sangre, aves de amargura. Nace la vida del seno de
la muerte, y brota la civilización ahí en donde el exterminio, las convulsiones
y el 'crimen, removieron hasta las heces los caducos sedimentos de pueblos
desventurados. El tiempo forma lentamente esa larva que, al calor de la na-
turaleza, hace surgir en la historia nuevas naciones, que entran de lleno en el
cauce del progreso ; pero, para pasar del seno de nuestras madres al seno de
nuestras tumbas, siempre hay un mar de dolores. En la metamorfosis social,
como en la orgánica, todo vive de lo que perece.
Los ínclitos capitanes que conquistaron el Nuevo Mundo, no tuvieron
ninguna recompensa por sus bélicos prodigios. Hernán Cortés, Pizarro y
Alvarado, recogieron sólo desazones e ingratitudes en su turbulenta carrera.
Después de sus días, encargóse la fama de inmortalizar sus nombres, sin que
los monarcas hispanos se curasen de satisfacer la deuda de gratitud que les
debían por el regalo de un Mundo. ¡Qué mucho, si Cristóbal Colón apenas
tuvo un puñado de tierra para sus restos mortales !
A raíz de la conquista, hubo de comenzar el odio que fermentaba entre
criollos y chapetones. Eran los unos descendientes de los conquistadores de
la tierra, mientras que los otros venían de la Península, cargados de ínfulas
por lo común, pero sin ningún afecto, para ejercer el mando sobre pueblos que
les eran desconocidos. El sistema obedecía al propósito de que se perpetuase
en América el predominio español, porque temían que radicando la autoridad
en ios naturales de este suelo, surgiese la idea de la emancipación, que cabal-
mente se fué incubando en los nativos, al verse pospuestos a los advenedizos.
No sólo tenían los altos cargos políticos los peninsulares, sino que el comer-
cio, la agricultura, la industria, y hasta la ilustración, sufrían cortapisas en
contra de los americanos y en beneficio de los españoles europeos. Se prohi-
bieron ciertas fábricas que podían hacer competencia a las de España. Se
tomó empeño en el aislamiento de América del resto del mundo, hasta que
aquella compresión hubo de estallar, primero en Nicaragua, con la célebre
sublevación de los Contreras y después en el Perú y en México.
Al través de las ideas que prevalecían en los siglos XVI, XVII y XVIIÍ,
no era posible que las colonias españolas dejasen de reflejar el atraso y la
decadencia que la Península comenzó a sufrir a raíz precisamente de la con-
quista de América. Había renovado España, en la época moderna, la expan-
sión latina de los tiempos de Augusto. Carlos V y Felipe II contemplaron
todavía el apogeo de la raza ibérica. Después vino en descenso aquel porten-"
toso poderío, que los errores políticos, los absurdos económicos, las preocupa-
ciones sociales, los abusos regios y la holganza popular, destruyeron por com-
pleto. Antes soberbia y ahora desmedrada, tuvo la heroica nación española
que soportar las debilidades y vacilaciones de Carlos IV y de Fernando VIL
Las leyes biológicas son inexorables así para los individuos comt) para las
naciones.
La atonía, la intolerancia,' la falta de trabajo, arruinaron a España y se
transmitieron a sus colonias, que heredaron la centralización, las algaradas y
el viciado espíritu peninsular, con sus naturales derrumbamientos, sin que al
decir todo eso, se pueda desconocer el pasmoso trabajo administrativo, jurí-
dico, religioso y político, desplegado por los monarcas de Castilla, a efecto
de perpetuar su mando en la porción más bella y más grande del Nuevo
Mundo. El conjunto de aquella legislación merece un estudio serio, mien-
tras que la famosa obra de don Juan de Solórzano y Pereira, intitulada "Po-
lítica Indiana", es- monumento de erudición, doctrinas, disposiciones y reglas,
para el régimen de los países hispano-americanos. Es el Derecho público,
civil y eclesiástico, de aquellos tiempos.
El río de oro y plata que del Perú y de México corría para España, se
filtraba mucho antes de llegar a la Península, a causa de los malos métodos de
recaudación, y después aquellos caudales ingentes ni aliviaban las aflicciones
de la monarquía, ni hacían más que pasar por las cajas reales, para seguir su
curso e ir a parar a otras naciones, que eran las aprovechadas; las. enemigas
cabalmente de la misma España, de aquel pueblo guerrero, navegante y poeta,
que fatigó a la fama con la historia de sus hechos estupendos.
Los conquistadores, que no retrocedían ante ninguna violación de los
principios de justicia y de humanidad, en sus luchas contra los naturales de
las Indias, ni en el avasallamiento de esta raza, para obligarla a los más abru-
madores trabajos, y que además, en sus relaciones con los mismos españoles,
demostraban de ordinario los peores instintos, se sentían poseídos de la más
ardiente devoción religiosa. Era que durante siete siglos, que duró la guerra
de los cristianos con los moros, y que concluyó justamente cuando Colón se
aprestaba a descubrir el Nuevo Mundo, se había convertido la cruz en enseña
de lucha a sangre y fuego. El cristianismo lo imponían por la fuerza, a estilo
musulmán, con procedimientos bizantinos. No fueron, por cierto — ni dada la
condición y estado de los indios, podían haber sido — la predicación, ni la fe,
sino el miedo y la violencia, los móviles que obligaron a los aborígenes a
abandonar su torpe fetichismo. Ni la exaltación fanática del oriental, ni la
profunda concepción teológica del latino, eran rasgos tistintivos del carácter
de la raza indiana, esencialmente supersticiosa. Si los romanos del tiempo de
Marco Aurelio, tenían al Dios de los cristianos, entre sus antiguos lares y
penates, al lado de Minerva y Venus ¡ qué mucho, que se vieran las cruces y
las imágenes de los santos en los mismos adoratorios de Gucumatz y al lado
sus ídolos. Así como Mahoma y Omar impusieron las formas del islamismo
a los pueblos que vencieron, también la conquista de América impuso los ritos
cristianos a los indios, y les obligó a abandonar sus ídolos y los sacrificios de
víctimas humanas, aprovechando muchas veces los aborígenes las sombras
de la noche para volver a sus prácticas primitivas.
Tal fué el contraste entre los dos cultos, que a pesar de los horrores de la
conquista, y de las supersticiones, que había mezclado la Edad Media a la
pura enseñanza de Jesús, en mucho mitigó el cristianismo el yugo cesáreo de
la dominación española. La Iglesia no sólo acogió desde un principio a los
indígenas, sino que atenta a las tradiciones de su historia, cumplió la misión
de colocarse entre vencedores y vencidos, como único poder suficientemente
idóneo y fuerte para hacer surgir un orden social nuevo sobre las ruinas de la
conquista. La Iglesia, como en el atronador hundimiento del mundo romano,
en los siglos IV y V, moderó las iras triunfantes y enjugó las lágrimas de
los sojuzgados. A la hora solemne de la independencia estuvieron los curas al
lado de los criollos, como que a esa clase pertenecían, mientras que los obis-
pos y altas dignidades veían cifrada su suerte en el régimen tradicional espa-
ñol. Fueron las órdenes religiosas el escudo que al indio protegía contra las
aberraciones, la codicia, la altivez y la fuerza de los conquistadores, que se
pusieron muchas veces en pugna con los frailes, porque eran obstáculo a sus
inhumanos procedimientos.
El cuadro de la Colonia ofrece obscuros tintes al par que luminosos res-
plandores, entre cuyos destellos aparece el filántropo Las Casas, como proto-
tipo de consuelo para aquellos infelices indios, cuya racionalidad se negaba
por juristas sin conciencia y enconmenderos sin corazón, que creían que el
interés y el fanatismo debían sobreponerse al biológico instinto de la exis-
tencia de los conquistados. Fué menester que un Romano Pontífice decla-
rase que eran racionales. Las Leyes de Indias revelan los buenos propósitos
de los monarcas castellanos, superiores de todo en todo a la rudeza de los
tiempos, siquiera fuese su mira perpetuar lo más posible el regio poderío en
América, mientras que la explotación, el violento proceder de los conquista-
dores y los manejos interesados de los encomenderos, eludían la eficacia de
las benévolas disposiciones españolas. Cuando los señores del Consejo de
Indias consultaron al trémulo y enfermizo don Carlos II, la real cédula en que
se ordenaba a los gobernantes de estos países el exacto cumplimiento de las
disposiciones encaminadas a respetar la libertad de los naturales y darles
humano trato, escribió el Hechizado monarca estas nobles líneas : "Quiero
que deis satisfacción a mí y al mundo del modo de tratar a esos mis vasallos,
y de no hacerlo, con que en respuesta de esta carta vea yo excusados mis
reales designios, me daré por deservido, y serán impuestos exemplares cas-
tigos, a los que hubieren excedido en esta parte ; y aseguróos que, aunque no
lo remediéis, lo tengo de remediar, y mandaros hacer cargo por las más leves
omisiones en ésto, por ser contra Dios y contra mí, y en total ruina y destruc-
ción de esos reinos, cuyos naturales estimo, y quiero que sean tratados como
lo merecen vasallos que tanto sirven a la monarquía y tanto la han engrande-
cido e ilustrado."
Los reyes de España, dando oídos a su interés, vieron a los indios como a
subditos, porque así engrandecían sus dominios, mientras que los conquista-
dores, cediendo también a su interés, y creyendo tener derecho de sacar utili-
dad de todos los sufrimientos y peligros a que se habían expuesto, no podían
dejar de explotar a los conquistados, ya que el fin de enriquecerse los había
traído a la vida aventurera, con tantos riesgos y privaciones acometida. Siem-
pre el interés será el principal móvil de las acciones humanas. No fueron, por
cierto, la filantropía y la caridad las que inspiranxi a Cortés y a Alvarado.
Las bulas de Alejandro VI, de 3 y 4 de mayo de 1493, en que los españoles
pretendieron fundar la conquista, reconocida entonces por legítima en el mun-
do entero, reposaban en el principio absurdo, pero dominante en aquella época,
de que los paganos e infieles no poseían legítimamente sus tierras, ni sus bie-
nes, y que los cristianos tenían derecho de quitárselos (3) motivo por el que
los conquistadores creían verdaderamente que era grato a los ojos de Dios
apoderarse de los indios mismos. En todas las épocas significó la conquista
ominosa servidumbre. El choque de una civilización avanzada con otra
rudimentaria, hace sucumbir la raza débil. Los cambios o crisis de los i)uc-
blos se efectúan entre ayes de dolor, quedando apenas, en los supremos ins-
tantes de sus desfallecimientos, vagos perfiles de su idiosincrasia y tristes
memorias de sus aspiraciones. No fué en modo alguno deliberada la proscrip-
ción de los aborígenes : se produjo por numerosas causas de la época, religio-
sas, políticas, sociales, económicas e históricas, como se hace la malla infran-
queable de bejucos, fibras y ramaje en el fondo de las selvas.
La autoridad de los emperadores de Roma fué por lo general el tip<j de
los gobernantes de América. La divinización del trono, el simbolismo pre-
toriano, la ignorancia — entonces general en el mundo — de los principios que
vivifican y fecundan a los pueblos, la canonización de los privilegios fiscales,
de las iglesias y de los menores, la teocracia absorvente, y la complicadísima
armazón administrativa y judicial, que trituraba al laberintoso derecho, al
pasar por tanta rueda y al encontrarse comprimido por tan variados resortes,
a tal punto que la justicia solía envejecer a fuerza de trámites y la administra-
ción se dificultaba entre aquella balumba de triquiñuelas y formularios del
Utroque Jure, de la Política Indiana, de la Curia Filípica, y de tantos códigos
CS) J. W. Draper. Histoii-p du déveloprwment intelectuelle de 1' Europe. Paris. 1 «69, tome 39 p. 90.
w
— 13 —
como prevalecían, desde el Fuero Juzgo hasta la Novísima Recopilación y las
Leyes de Toro; todo eso, unido a otras causas de la época, fueron la ruina de
España y de sus colonias.
La mezquindad goliUesca cundió en América con el prurito casuístico de
expedientarlo todo y embrollar lo más sencillo, de tal suerte, que el elemento
oficial letrado y el eclesiástico, masticaban cuanto caía en las curias, y venían
resultando los asuntos cual mariposas sobadas que hubiesen perdido el polvi-
llo de su alas, luengos años después de ser crisálidas.
El primer siglo.de la dominación española fué esencialmente militar. Du-
rante la conquista y en el belicoso reinado de Carlos V y de su hijo Felipe II,
era guerrero el carácter de los tiempos. Después hubo de echar raíces la
dominación pacífica del clero y de las audiencias reales, pudiendo decirse que
sobrevino la centuria — 1 598-1713 — teocrático-civil de la colonia. Por último,
empieza en el siglo XVIII, nueva vida para la América española, saliendo
hasta cierto punto del aislamiento en que la había tenido la dinastía austríaca,
y aspirando algunos efímeros efluvios de libertad, durante el reinado de
Carlos III.
El sistema colonial tuvo que reflejar, durante su mayor lapso, el carácter
de la monarquía de Carlos V y de Felipe II ; resentirse de restrictivo, como lo
aconsejaban los erróneos sistemas económicos de aquellos tiempos; ostentar
tinte teocrático, como lo requería la manera de ser religiosa de entonces ; ser
reverente hasta el fanatismo por la sacra real majestad, puesto que el rey re-
presentaba la autoridad divina sobre la tierra. Pero, no por eso, de>ó de haber
una inmensa labor administrativa, que produjo desarrollo en las esferas socia-
les y vino formando la nueva sociedad américo-hispana actual. Claro es que
no se aspiraba — ni era dable aspirar entonces — al progreso como hoy se en-
tiende, porque fueron otras las tendencias de la época. Querían los reyes que,
según una expresión en boga, fuesen sus magistrados muy recoletos. Ni los
afectos, ni los negocios, eran permitidos a los altos funcionarios, quienes ni
podían casarse, ni cultivar amistades, ni ejercer comercio alguno en el terri-
torio de su mando. Esa incomunicación de los jefes con sus subordinados
no llegó a dar benéficas consecuencias. Ni las quejas elevadas al soberano,
ni las apelaciones al Supremo Consejo de las Indias, ni los juicios de residen-
cia, ni las penas severas, ni el santo temor de Dios, eran bastantes a remediar
los abusos, que por cierto no fueron tan frecuentes, en los tiempos de antaño,
como muchos creen.
El demonio hacía entonces importantísimo papel ; hasta el punto de que
no hay códigos, historias, tradiciones, ni consejas, en que no aparezca mez-
clado el rey de los avernos (4). Parecía que en Europa y América hubiese
(4) En la curiosa obra antigua "Ruiz Montoya en Indias'' se dedican los capítulos XVII y XVIII
a referir los lances de una linda doncella endemoniada, que dejó de ser enamora iza a fuerza de
exorcismos. ¡La credulidad y la ignorancia forjaban absurdos!
— 14 —
entrado una epidemia demoniaca en aquellos viejos tiempos, que daban g^ran
trabajo a los exortistas para andar sacando a satanás de los nerviosos cuerpos
de los infelices poseídos. La inquisición quemaba a muchos, y los médicos,
teólogos y legistas, creían a pie juntillas en brujos y hechizos. Los indios
americanos eran muy dados también a las artes diabólicas, explotando la cre-
dulidad y el fanatismo hasta para sus tentativas levantiscas.
En aquellos obscuros tiempos reinó en todo el mundo la superstición de
las artes mágicas. Se creía en encantamientos, brujerías, maleficios, exor-
cismos, nigromancias, adivinaciones, augurios, presagios, oráculos y otras mil
patrañas (5).
Fué la época de fanatismo, preocupaciones y férrea dominación. Los
españoles serían crueles; pero no les iban en zaga los italianos, franceses, in-
gleses, turcos, y cuantos vivieron en aquellos siglos. César Borgia, Luis XI,
Eduardo IV, y todos los monarcas de tan rudo ciclo, no se mostraron más
humanos que don Pedro el Justiciero. A Vanini le arrancaron, como a otros
muchos, la lengua con unas tenazas, en Francia ; a Bruno lo echaron a una
hoguera, en Roma; en Inglaterra martirizaron, entre innumerables inocentes,
a Tomás Moro y quemaron a Juana de Arco y a Juan Huss. Calvino hizo
morir inicuamente a Miguel Servet, llenando de sangre el orbe. Mahomct
II, al cuestionar con el artista veneciano. Gentil Bellini, sobre el tamaño del
cuello, en la célebre pintura de san Juan Bautista degollado, llamó a uno de
sus servidores, y cortándole de un tajo la cabeza con su cimitarra, exclamó:
¡ahí está f ¿no decía yo que el pescuezo que pintasteis estaba demasiado
largo? En las costumbres, en las leyes, en la religión, en todo, prevale-
cía la crueldad. El hombre era nada, el individualismo no se reconocía y
dudóse hasta de la racionalidad del indio. No hay que olvidar, pues, que el
mundo entero — no solamente España — atravesó aquella época, que si fué
sombría, se mostró tan grande, como que sirvió de génesis a la transformación
de la historia, que completó el planeta e hizo viable la libertad. En pleno
siglo XX ¿cómo han procedido los alemanes, ingleses, rusos, franceses, y hasta
los norte-americanos? Si el padre Las Casas escribió con sangre los horrores
de la conquista española, la civilización consigna con vergüenza, las abomi-
naciones ejecutadas actualmente en Europa, Asia, África y Filipinas.
La organización de los virreinatos y de las capitanías generales de la Amé-
rica española se basó precisamente en la preexistente manera de ser y de go-
bernarse que los indios tenían. Ora formaron comunismos teocráticos, no ya
en favor del régulo, sino en pro del fraile o del encomendero ; ora el socialismo
gubernativo se explotaba por medio de los mismos señores principales indios,
en beneficio del conquistador o del cura ; ora la plebe indiana, cual rebaño de
carneros, era dominada primero por sus caciques, luego por los gobernadores,
(5) Whlte, Hlstoire de la lutte entre la Science et la Theologle, chap XV, v&g. 336.
— 15 —
en seguida por los Magistrados de las Audiencias, presidentes y virreyes,
mientras allá en España, dictaban leyes los monarcas iberos, con todo el apara-
to del Consejo de las Indias.
Los dominios de S. M. tenían aproximadamente cuatrocientos treinta mil
leguas de superficie y catorce millones de subditos, según el censo de i799-
Ese extensísimo y despoblado territorio no cultivaba relaciones con el resto
del mundo ; casi permanecía aislado del antiguo, por el sistema prohibitivo.
Así y todo, demuestra la historia que los ayuntamientos tuvieron indepen-
dencia e importancia, representando con integridad y decoro los intereses co-
munales. Cada cabildo, dice Quesada, era la tradición local del amor de la
niñez, de la juventud y de la edad madura, que surgía al tañido de la campana
de la aldea madre. Por lo común, ni los virreyes, ni los capitanes generales,
cuyo poder tenía correctivo y limitación por el de la Real Audiencia, traspasa-
ban sus facultades. Las raras y ruidosas contraversias jurisdiccionales, así
como los ecándalos, que alguna vez, produjo el peculado, pruebas son de que
ni la arbitrariedad, ni menos el bárbaro pillaje de los caudales públicos, ha-
bían constituido sistema canallocrático.
La historia de la época colonial no será una brillante narración de grandes
convulsiones y de principios deslumbradores ; pero constituye el génesis de un
período de crecimiento, interrumpido a las veces por una invasión pirática,
por una reyerta entre ambas potestades, por alguna divergencia entre las ór-
denes religiosas, por la recepción de un presidente, por un acto doctoral, por la
ejecución de un reo, o en fin, por la plausible nueva del nacimiento de un vas-
tago de la familia regia de España. Época tranquila, que sirvió de larva para
la formación de un gran pueblo, que después de aquellas fases lentas de evo-
lución poderosa, apareció en el mundo como resultado de la conquista española
en la parte más bella del nuevo continente. Sufren lamentable error los que
ven en todo, durante la colonia, atraso y absolutismo. Echando una mirada
sobre las artes retrospectivas, las labores mecánicas, la agricultura, las cien-
cias, y el desarrollo común, se encontrará en esta historia que los edificios que
había en la antigua capital del reino de Guatemala y los que aquí en la nueva se
levantaron, revelan gran mérito arquitectónico ; en pintura, los cuadros de
San Francisco, Santo Domingo, el Calvario y muchos más que mencionaremos,
son de indiscutibles, grandes maestros; en música, hubo familias de filarmóni-
cos notables; en astronomía, en historia natural, en poesía descriptiva, deja-
ron luminosa estela los fastos antiguos ; el añil, el cacao, el bálsamo, la gana-
dería, produjeron riquezas considerables ; en punto a fábricas géneros y teji-
dos, no se han hecho después ni superiores, ni de tan diversas calidades. Po-
drá descubrirse, sin apasionamiento, ni obsecación, que aquella época, más
censurada que bien comprendida, tuvo para Guatemala, en medio de sus gran-
des defectos, y del vicio de los tiempos, mucho digno de perpetua memoria y
merecedor de particular encomio, siempre con el tinte patriarcal , saturado del
— 16 —
misticismo de la sociedad española antigua. Los sentimientos, las costum-
bres, las ideas de un pueblo, son como gigantescas estalagmitas formadas por
la serie lenta, pero constante, de no pocos errores políticos, religiosos y econó-
micos, que trascienden siempre en las transformaciones de las sociedades. El
veredicto de la filosofía debe fundarse en los resultados generales, sin salir del
ambiente de aquellos tiempos, ni prescindir de las instituciones que informa-
ban la cultura de la época.
El reino de Guatemala tenía sesenta y cuatro mil leguas cuadradas, con
una población, en su mayor parte de indígenas, que apenas llegó a ser de un
millón de habitantes. La propiedad se hallaba estancada en pocas manos.
Las tierras de los indios eran precarias, poseídas a censo o a título de comuni-
dad, y de tal suerte cultivadas, que sólo les producían para el pago del tributo,
para su rústico alimento, para su tosco vestido y para sus cofradías y cajas de
comunidades. Los repartimientos, el cargar sobre sus espaldas, a guisa de
bestias, los artículos del tráfico, la composición de los caminos, la construc-
ción de edificios, y en fin, todo lo que era servicio, penoso, estaba reservado a
los infelices aborígenes, cuyo número llegó, a principios del siglo XIX, a seis-
cientos mil cuatrocientos sesenta y seis. Los pardos y algunos negros, ascen-
dían a trescientos trece mil treinta y cuatro, y formaban una casta menos útil
por su innata flojera y abandono, al decir del informe que el Real Consulado de
Comercio envió a las Cortes de España, en 1810. La tercera clase, de los blan-
cos, ascendía a unos cuarenta mil, entre agricultores, mercaderes, empleados,
eclesiásticos, etc. Algunos de los hacendados poseían miles de caballerías de.
terreno inculto, dedicado a la crianza de ganado, y los otros, tenían obrajes de
añil, que era artículo de importancia y valor. El ganado vacuno producíase
sobre todo en haciendas o estancias remotas de las provincias, y se traía a
repastar en praderas o potreros, para abastecer de carne la capital, formándose
así un tráfico, entre cierto orden de personas, que ni correspondía a la agricul-
tura, ni al comercio decididamente, como se explica en la Real Cédula de Erec-
ción del Real Consulado de Comercio. El azúcar, la rapadura, el algodón, el
trigo y algunos artículos más, eran sólo de tráfico interior, sin poder exten-
derse a la exportación, a causa de las inmensas distancias, falta de caminos y
dificultades para embarcarlos. Pocos fueron, en los últimos tiempos, los agri-
cultores ricos, dado que, la mayor parte reconocía sobre sus propiedades ca-
pellanías, hipotecas y otros gravámenes, al par de sus valores. Apenas hubo
unas treinta casas de comercio, que directamente recibían de Cádiz, por el
golfo de Honduras, géneros europeos, por valor, en todo el gran reino de Gua-
temala, de un millón de pesos, para realizar esas mercaderías en tiendas y al-
macenes. Los retornos los efectuaban en añil, cuando los ingleses no oponían
obstáculos a la navegación o la langosta no menoscababa las cosechas. Los
conventos de frailes eran ricos y la existencia monótonamente triste, bien que
— 17 —
la sencillez en las costumbres y los hábitos de moralidad y buena fe, hacían
poco frecuentes los delitos, dando tinte patriarcal a la vida de nuestros abue-
los, exenta del egoísmo, de las preocupaciones materiales, de la avidez de los
goces que se compran, de la fiebre de las ambiciones sórdidas, de la postración
abyecta ante el becerro de oro y de la adulación afanosa de hurgar términos
encomiásticos para recojer algún mendrugo del presupuesto. En aquellos
tiempos no se aumentaban las necesidades ficticias del lujo corruptor; los celos
de las fortunas y de los rangos no roían los corazones, ni se sujetaba todo a la
ley del cálculo, ni se medían las horas de la vida por el resultado de las ganan-
cias. La astucia, la intriga, el dolo y la violencia, no se habían infiltrado por
todas las capas sociales. Se vivía más despacio y con menos zozobras y amar-
guras. La vida se dejaba sentir como el sueño de una reposada digestión.
En esta historia hemos procurado bosquejar las costumbres de antaño,
trasladando al lector a aquellos tiempos en que la Muy Noble Ciudad de los
Caballeros de Guatemala era la segunda capital de América, la metrópoli que
llevaba el nombre de Santiago, de aquel Cid teológico, que en alas de sen-
timientos medioevales, vino a protejer a los españoles de la conquista, como
había protegido en Toledo, Córdoba, Castilla y Calatañazor, a los defensores
de la cruz. El Señor Santiago fué el que hizo que Valencia se desciñera sus
grillos de sultana, para rendirse y entregarse voluptuosa y rica al invicto Cam-
peador ; y en su blanco corcel, espada en mano, el apóstol de Compostela, puso
la cristiana enseña sobre la Alhambra, para que luciese ahí, como brilla en la
vía láctea el Camino que lleva el nombre del más semita de los discípulos del
Salvador del Mundo. El Señor Santiago, al dilatarse la tierra y venir aquende
el mar, la civilización greco-romana, acudió a protejer a don Pedro el Conquis-
tador, dejó su nombre a la Iglesia Metropolitana de Guatemala, y hasta el indio
vencido, al grito del apóstol, venera temeroso al santo caballero. ¡ Tanto pue-
de la credulidad entre los hombres !
Hemos analizado, en el tomo segundo de la presente obra, las causas que
determinaron la emancipación política de la metrópoli, poniendo término al
gobierno colonial, que quedará juzgado sin intemperancias, ni componendas,
y no por cierto espigando aquí y ahí algún episodio, algún suceso, entre ba-
lumba atrofiada de confusas causas y géneros diversos, como quien más se
aventura al acaso de lo que encuentra, sin consagrarse al completo y filosófico
resumen de lo que a cada ramo social y administrativo incumbe. Resultará,
cuando todo se haya dicho, heroísmo, codicia, fe, fanatismo, abnegación, cruel-
dad, prodigiosa labor administrativa, errores económicos, memorables leyes,
fuerza de creación y germen de las florecientes nacionalidades hispano-ameri-
canas — que el descubrimiento y conquista de América fué el hecho más tras-
cendental y portentoso en la historia de la humanidad.
Cuando se realizó la epopeya de la independencia política, no había en
estos países américo-hispanos más que dos ciudades dignas de atención ; Mé-
— i8 —
xico y Lima, porque la Antigua Guatemala, que llegó a ser la segunda de las
metrópolis, ya estaba arruinada por el terremoto. Don Antonio José de Irri-
sarri iba más lejos, decía que, "por entonces, no había más que una sola ciudad.
México, dado que Lima no presentaba todavía el aspecto de gran capital. A
mí no me dio otra idea esta ciudad, agregaba el ilustre guatemalteco, sino de
un lugarón mal edificado, de triste apariencia, aunque en el interior de las casas
se ostentase lujo de mal gusto, que nada contribuía a la comodidad, y en ab-
surdo maridaje con todas las demás cosas. Allí se notaba la falta de lo más
útil entre la sobra de oro, plata y aromas. Las capitales que yo visité en aquel
tiempo, desde México hasta Buenos Aires, estaban lejos de corresponder a lo
que era de esperarse de su antigüedad y de la fama de riqueza de tales regiones.
La metrópoli de Chile, el país más fértil de la América del Sur, era una ciudad
de mala fábrica, de pésimos empedrados, con sus viviendas mal amobladas, y
en donde un puente de calicanto, un tajamar a la orilla del río, una casa de
moneda, sin concluirse, y unos cuartuchos en medio de la plaza, eran las úni-
cas obras que parecían emprendidas por hombres civilizados. Las artes y los
oficijos se hallaban ahí en estado más deplorable que en los más tristes pueblos
de Guatemala. El que ahora vea a Santiago y sus alrededores (1845) con sus
hermosas quintas a la inglesa ; el que halle en sus cafés y posadas la limpieza
de Europa ; el que visite aquellas tiendas y almacenes tan bien surtidos y en
donde se tienen las mercaderías extranjeras a tan corto precio ; el que observe
el exquisito gusto con que están las casa provistas, y los cómodos y lucidos
carruajes, qua ya son obras de los fabricantes del mismo país, haría muy mal en
creer que aquello se había producido en más de treinta años. No, el Chile de
hoy (1845) no es el Chile del año de 10, ni el del año de 20 del siglo XIX., Este
Chile con su gran agricultura, con su extenso comercio, con sus nuevas artes,
con sus modernas industrias, con su viril genio, con su creciente prosperidad,
civilización y riqueza, es la obra exclusiva del trato con los ingleses, franceses
y con todos los extranjeros que han introducido ahí su gusto, usos y costum-
bres. Valparaíso, que ha dado a Chile todo el ser que tiene, no es una ciudad,
ni un puerto chileno, sino porque está»en el territorio de aquella república ; es
una población de cosmopolitas, de negociantes de todo el mundo, que han he-
cho de un miserable lugar, que era aquél, en tiempo de los españoles, una ciu-
dad importantísima, de donde se ha comunicado a todo el país la cultura y la
riqueza. Los chilenos han tenido el buen juicio de dejarse conducir por los
ejemplos de los que podían ilustrarlos, y son sin disputa alguna, así como los
argentinos, los americanos españoles que han sacado las ventajas que todos
debimos propornernos en nuestra emancipación de España. Ellos serán con
el tiempo los que vean sus países más florecientes, por que el impulso está ya
dado, y sean cuales fuesen los acontecimientos, que sobrevengan, las semillas
esparcidas en aquellas tierras fecundas y bien dispuestas, germinarán por sí
mismas y han de dar opimos frutos. Allí los hombres, cansados muy pronto
— 19 —
de perder el tiempo empleándolo en cuestiones políticas, que no son entre nos-
otros sino cuestiones de hombres o de personas, han conocido que el interés
social no radica sino en la prosperidad de todos los individuos, y que esa pros-
peridad no es obra de las teorías que dividen en facciones opuestas, sino de la
práctica de aquellos principios que todos reconocen como indisputables."
La profecía que hizo, hace cerca de un siglo, el insigne Irisarri, a quien se
debe en gran parte la independencia de siete repúblicas de este continente, hubo
de realizarse ; Chile ha venido con paso seguro hasta la cúspide de su destino
Los tres mil maestros de escuela que educan y enseñan hoy a trescientos mil
niños, son los apóstoles de la buena nueva, en aquella larga faja de tierra, que
exporta múltiples productos por valor de doscientos millones de pesos oro, sin
contar con todo lo que sale de sus talleres y fundiciones, en que se fabrican
máquinas, puentes, rieles, locomotoras, calderas y cuanto para buques y ferro-
carriles necesita aquel país y varios otros de Sud América, a donde, en compe-
tencia con Europa y con los Estados Unidos, van los vapores chilenos a expen-
der el sobrante de su próvida riqueza.
¿Qué eran las Provincias del Río de la Plata durante el gobierno español?
¿Qué fué el extensísimo virreinato del Perú? ¿Qué se hizo todo el oro de
aquellas minas? Jamás pudo presumirse, en los tiempos del gobierno metro-
politano, que cien años bastarían, o mejor dicho cincuenta de libertad y de or-
den— después de la caída de Rosas — para que la Argentina exportara riquezas
por valor de más de trescientos millones de dólares cada año ; para que pa-
cieran en sus pampas treinta millones de reses vacunas y doscientos millones
de carneros ; para que en sus fecundos valles creciesen lozanas las espigas, que
rinden más de cuatro millones de toneladas de trigo ; para que la gentil Buenos
Aires prospere y se engalane a diario, hasta ser ya en la tierra la segunda ciu-
dad de la raza latina.
Lo que Tiié verdaderamente lamentable, causa y origen de nuestras anti-
guas luchas, consistió en que la intolerancia, la indolencia, el espíritu autorita-
rio, los exclusivismos y odios de partido, predominaran en política. Nosotros
entramos en la lucha de la independencia con principios muy diversos y edu-
cación diametralmente opuesta a la educación y a los principios que tuvieron
los americanos del Norte. Fué nuestro modelo la revolución francesa, con sus
hechos sangrientos e intolerantes procederes. Nos parecían superiores Marat
y Robespiérre a Washington y a Jeflferson. Los pueblos que no evolucionan,
ni están preparados a transiciones políticas, se anarquizan .
España y sus antiguas colonias tuvieron que padecer larga y penosa do-
lencia— según la gráfica expresión de Núñez de Arce — y han sufrido una en-
fermedad letárgica que aniquila insensiblemente, como esos árboles de la In-
dia, bajo cuya sombra el viajero inadvertido busca descanso, se duerme y no
despierta.
En toda la América latina se levantó, después de la guerra de independen-
cia, el huracán revolucionario. Aquel desbarajuste anárquico no era peculiar
a la América Central, en donde no había unidad geográfica, ni menos política.
La desmembración se extendía desde las pampas argentinas, desde las riberas
del río de la Plata, hasta las feraces campiñas de México. En toda la América
española cundió el vértigo del fraccionamiento, a raíz de la autonomía ; porque
desgraciadamente predominó el espíritu militar. No teniendo ya poder ex-
tranjero a quien combatir, combatían unos de los nuevos estados con los otros.
El vigor de pueblos nacientes e ignorantes, deslumhrados por teorías nuevas ;
el fermentar de intereses opuestos entre razas heterogénaas ; los funestos can-
cros de la teocracia y del militarismo ; la extensión vastísima y poco poblada
de los territorios de las nacionalidades recién creadas ; lo pausado, tardío y dé-
bil de los resortes administrativos en gobiernos que se apellidaban republica-
nos; y los inveterados odios de las provincias a las capitales ¿qué habían do
dar por resultados, sino la división y el caos, el desorden, 1^ anarquía y las
dictaduras tiránicas? Chile hubo de salvarse por su posición geográfica, entre
el mar y la cordillera. Durante aquella conflagración, estuvo exenta de ella la
tierra de los araucanos, como el arca salvada del diluvio permaneció a flote
hasta sentarse en la cima de un monte. Chile no cayó en dictaduras militares,
porque tuvo el buen sentido, como dice Alberdi, de darse una constitución mo-
nárquica en el fondo y republicana en la forma, anudando a la tradición de la
vida pasada la cadena de la vida moderna, sin proceder per saltum. lui la
América española los partidos políticos no luchaban en el campo de la discu-
sión, en el terreno legal, sino destrozándo.se los unos a los otros y manteniendo
vivos la alarma y los odios. Con razón exclamaba Macaulay que el resultado
de las violentas animosidades de los partidos ha sido siempre la indiferencia
por el bien general ; que ahí, en donde las pasiones políticas están enardecidas,
sus adeptos se interesan no por la masa toda del país, sino por la parte de él en
la cual militan, siendo a sus ojos los demás como extranjeros, p^r que enenii
gos, más dignos de exterminio que piratas, a quienes no debe darse cuartel. El
odio más profundo e inveterado que puede inspirarles un pueblo extraño, es
amistad, si se compara con el que sienten por esos enemigos domésticos, con
los cuales viven encerrados en un corto espacio, con quienes han establecido
comercio de insultos, y de los que sólo aguardan el día que triunfen, trata-
mientos peores aún que los que pudiera imponerles un conquistador venido de
luengas tierras."
Las autocracias, que en algunos países de hispano-américa han obstacu-
lisado la evolución necesaria a los pueblos y su desarrollo espontáneo y armó-
nico, han producido a las veces el estallido revolucionario, por falta de válvulas
de escape que dieran salida a eso vapores sociales, mucho más vigorosos que
los gases comprimidos. En México desencadenóse la guerra intestina en cuan-
to se rompieron las compuertas que la mano férrea del general Díaz había
levantado por décadas. La levadura, timasada por años, tenía al fin que fer-
— 21 —
mentar. Cuando hay cancros sociales, como los que hubo en Francia desde
Luis XIV, hasta que la revolución hundió las caducas bases de instituciones
muertasf surgen gasiones que espantan, pero que en sus titánicas luchas, pu-
rifican la atmósfera popular, cual la tempestad las regiones celestes. Renacen
instituciones, aparecen nuevos derroteros económicos, vigorizan el cuerpo so-
cial y continúan las asociaciones jóvenes purificadas y pujantes.
La evolución y la herencia son factores del progreso. Las modifkacio-
nes fisiológicas y psíquicas se hacen orgánicas e imprimen otras nuevas a las
generaciones siguientes. Las causas se suceden ; pero, como dice Aristóteles,
todo propende a la unidad, a la causa de las causas (6).
Refiriéndonos a América, se presenta el hecho notable de la diversa suerte
que han venido corriendo los países conquistados por la raza ibera, en compa-
ración de los colonizados por raza sajona. En los Estados Unidos fueron los
mismos desceií(iientes de los emigrados de Inglaterra, fueron individuos de
la misma sangre, los que proclamaron la indepencia, que para ellos vino a cons-
tituir verdaderamente la emancipación política de uno de los hijos legítimos ya
nubil. En la América española, al decir de Riva Palacio, la independencia la
conquistaba un pueblo nuevo sobre la haz de la tierra, una raza nacida del cru-
zamiento de los españoles con los indios, que llevaba, en sus caracteres físicos
y morales, el coeficiente de los opuestos que había recibido de' sus progenitores.
Rebeca sintió en su seno la lucha de dos gemelos, que debía dar a luz como
anuncio de la lucha entre dos pueblos, que de aquellos hijos debían descender ;
la raza hispano-americana lleva en su idiosincrasia el sello del combate que
entre sí libraron, por tanto tiempo las dos estirpes que*contribuyeron a formar-
la. La desconfianza, el disimulo, la pasividad, la indolencia y el fondo de tris-
teza de la raza vencida, por una parte, y por la otra, el heroico esfuerzo, la arro-
gancia autori^ria, el idealismo, de la raza vencedora, presentan el abyecto su-
frimiento, unas veces, y el espíritu levantisco, en ocasiones, como rasgos atávi-
cos de la fisonomía de los pueblos ibero-americanos. Siguiendo las leyes de
la vida, las razas se enlazan con las razas, de donde resulta fuerza de creci-
miento y fecudidad social ; pero es fenómeno histórico, que la raza transmi-
grante sobrepuja a la raza nativa. En América está pronunciado el fallo de
destrucción sobre el elemento indígena puro, que en ese inmenso océano de
muerte, dejará flotando apenas unas cuantas palabras de sus antiguos idiomas,
que sobrenadarán en el tiempo, como van entre las olas los restos de un nau-
fragio; y ocultos por los bosques monumentos curiosos, que cual mudos testi-
gos, recordarán al viajero las reHquías de civilizaciones muertas.
Para explicar la diferencia que ha habido entre la suerte de los Estados
Unidos y la de las repúblicas hispano-amcricanas, basta echar una ojeada sobre
la historia de ambos países. La soberanía individual que prevalece en la Gran
— 22 —
República, el culto al trabajo, la instrucción primaria admirablemente popula-
rizada, desde un principio, la expansión de las energías de cada uno, sin trabas
ni obstáculos, el sentido práctico en ejercicio, la descentralización (5ficial, la
libertad sajona que ilumina y no incendia, el espíritu cristiano, tolerante y ci-
vilizador, que caracteriza a aquellos cien millones de hombres, han formado la
primera fuerza económica del globo, la confederación más respetable y podero-
sa del Nuevo Mundo.
No puede negarse que la posición geográfica ha sido además una circuns-
tancia favorabilísima para el progreso de los Estados Unidos ; progreso cuyo
factor principal ha sido la inmigración europea, puesto que sin población, o con
territorios poco poblados, no se puede alcanzar el rango de gran nación. Ni la
raza inglesa, ni las instituciones coloniales, fueron las úr^iAe causas de aquel
fenómeno que asombra, y que sin embargo, es perfetfamente natural y
lógico (7).
No son sólo los gérmenes de las instituciones heredadas de los españoles
los que han impedido en la América latina que estos países hayan desarrollado
al nivel de la gran república del Norte, sino la falta de población. Desde que
el cauce inmigratorio se ha abierto hacia la Argentina, el Brasil y Chile, surgió
ahí también nueva vida.
Hoy que los' lugares cálicos se sanean perfectamente, y que con el canal
interoceánico se ha de dar inmenso impulso a la América del Centro, afluirán,
de los Estados Unidos misiflos y de Europa, los excedentes de población, que
luchan por hallar vida ; porque no los ahogue el capital, cuyas fauces ham-
brientas devoran, casi áfn retribución, los cansados músculos del infeliz obre-
ro. El proletariado del Viejo Mundo, el industrialismo, buscarán elementos
de existencia en tierras fecundas. Si fatigada Europa, después de la caída de
Napoleón el Grande, afluyó a la América del Norte, presa de ty-ror, acudirá,
al cesar la conflagración armada, a nuestras playas en pos de desarrollo, tran-
quilidad y trabajo remunerativo. Todo problema resuelto, i)lantea mi nuevo
problema.
En el lugar que corresponde de esta historia, trataremos con alguna ex-
tensión, tales materias, que ahora apenas esbozamos ; hemos de probar que
nuestra raza tiene las energías latentes de toda grande originalidad no ejerci-
tada, y que una vez lanzadas a la actividad esas energías, la ponen en aptitud
de hacer todo lo que en la civilización y en el progreso han realizado y realizan
las razas más veteranas.Entre las ruinas de otras eda,des, al pie de los muros
de los antiguos templos, a la sombra que aún proyectan los edificios destruidos
de las poblaciones que los españoles dejaron, evócanse recuerdos que, cual fur-
tivo rayo de sol, iluminan las memorias muertas. Nuestra historia es nuestra
vida pasada. Es la vida de nuestros padres ; es el complemento de nuestra
(7) El Visconde de Ougnella, en su libro "As Expioióea."
— 23 —
propio existencia ; es el arca que guarda los fastos de todo lo grande y caro
que nos ha precedido en el tiempo. Como entre los átomos de la materia, ex-
clama Hchegaray, encuéntranse fuerzas atractivas y repulsivas, existen entre
los hombres atracciones y repulsiones poderosas. Una de las poderosas atrac-
ciones es el idioma : hombres que dicen de la misma manera Madre, Patria y
Amor, siempre serán hermanos.
La zona fecunda, del admirable istmo Centro-americano, ha de alcanzar
■muy presto, todo el desarrollo a que está llamada, merced a suposición y
recursos. Se aproxima una época nueva para esta tierra, con la unión de am-
bos océanos, por medio del canal. Ha de llegar a ser emporio de riqueza el
suelo en que crecen las palmas, se erizan los cactus, mecen sus cabelleras los
pinos, ostentan rubíes los cafetos, yérguense orgullosas las azucaradas cañas,
y semejan los maizales blondos escuadrones de verdes alfanjes ; en donde las
gasas argentadas de caprichosas nubes cubren amorosas las cabezas calvas de
los airados volcanes ; en donde las ardientes regiones tropicales, las tibias mese-
tas, los frescos valles y las frías crestas de los montes, ofrecen todos los climas,
con variados frutos ; en donde la naturaleza deja oir desde las salmodias del ro-
mance morisco, desde la algarada del flamenco cantar, hasta la tristeza psiánica,
la nota repetida, de la marimba indiana ; desde el rumor del río hasta -e! retum-
bar de la cascada ; en donde el tipo andaluz de la mujer más^ella, forma con-
traste con el bronceado color de la india pura, sin vencer, en IdÍNiorales juegos,
a la cuarterona de ojos de almendra, marfilino color, talle de mimbre y corazón
apasionado. El momento histórico que levante a la América sobre el orbe
entero, no está lejano. Al partir la civilización el istmo, se ha ensanchado el
tráfico ; pero más aún se ensanchará el pan-americanismo. La influencia de la
Gran República es incontrastable ; pero también la virilidad de la América lati-
na es de pueblos jóvenes, que tienen un comercio anual de 2,810.000,000 de
dólares.
El Mundo de Colón está dividido en dos hemisferios, que encierran el fu-
turo de la humanidad. No se han de realizar las profecías de Demolins, cuan-
do dice : "¡ En el Norte, el porvenir que se levanta : en el Sur, el pasado que
desaparece ! — Nó ; es también el porvenir, que encontrará nubiles a las repú-
blicas iberas, que ocupan la mayor parte del territorio de América. No hay
tal inferioridad de la raza latina respecto de la sajona, ni hoy puede nadie pro-
clamar la pretendida teoría de razas superiores. La América española está en
condiciones de suma vitalidad, y bien puede afirmarse, con el publicista Acosta,
que, así como hace falta que un hemisferio se contraponga a otro hemisferio,
para asegurar el equihbrio material del astfo, la humanidad terrestre necesita
del espíritu latino, inspirado, poderoso y grande, contrapuesto al materialismo
sajón, para establecer el equilibrio moral, en el juego infinito de la historia (8).
(8) Estudios jurídicos y sociales. Pájíina 286.
p
I bibliografía histórica de la
I AMERICA IBERA
La literatura histórica américo-hispana es rica, interesante y poco conoci-
da, en su conjunto, a causa de no existir el tranco que debiera entre todas las
repúblicas de origen ibero, especialmente en materia de libros antiguos y mo-
dernos.
Han quedado obras originales de los indios, como los Códex, que se en-
cuentran en bibliotecas extranjeras, el Popol-Vuj, algunos memoriales, y otros
documentos salvados de la destrucción inclemente de los fastos de América.
La Historia de las Indias Occidentales, empezó, se puede decir, para los
europeos del siglo XVI, con el descubrimiento hecho por Cristóbal Colón,
quien obtuvo noticias de los pueblos de estas apartadas regiones, sus habitan-
tes, productos y riquezas, que tanto sorprendieron al Viejo Mundo. Nada de
lucubraciones antropológicas y etnográficas : todos eran cronistas, deseosos de
saber el mayor número de hechos para formar sumarios, apuntamientos y
relaciones históricas, pero sin cuidarse de otra cosa que de narrar las porten-
tosas hazañas de los heroicos hispanos, la grandeza de los imperios descubier-
tos aquende el océano y las crueles batallas que reñían, para apoderarse de sus
hieráticas ciudades.
De la época precoiombiana no había para que ocuparse. Se estudiaba el
presente, sin volver la vista al pasado. Importaba poco lo que hubieran sido
aquellos seres cuya racionalidad poníase en duda. Sus teogonias eran simples
abominaciones. El fanatismo y la codicia, hijos del tiempo, produjeron vér-
tigo cuyas siniestras luces iluminaban una hecatombe horrorosa, sin permitir
contemplar, junto con los esplendores de la nueva tierra, la interesantísima
historia de las naciones conquistadas.
Tras del árido campo de la crónica, vino la región serena de la teoría so-
cial, de la historia filosófica, del proceso científico, dando importancia a la serie
de civilizaciones anteriores, a la. cultura de los grandes imperios y notables
ciudades de esta gran parte del mundo.
Hubo de resultar que los monumentos de arte indígena contaban antigüe-
dad mucho mayor que la reconocida al mundo por la Biblia. Los jeroglíficos
americanos acusaban dinastías y hechos anteriores en miles de años a los de
Siria, Egipto y demás pueblfti asiáticos. Los progresos de la geología y de la
etnografía a la par de los rumbos positivistas de la evolución contemporánea,
han dado interés marcadísimo al desenvolvimiento de la historia americana,
desde los tiempos primitivos, llegando a hacerse estudios profundos hasta de
la antropología de los pueblos del hemisferio occidental. Las sociedades cien-
— 26— •
tíficas se ocupan, con particular interés de cuanto se relaciona con las razas
antigüedad, costumbres, teogonias, leyes y cultura de los oborígenes america-
nos. Sus tribus, clanes, familias, idiomas, artes, industrias, religión y estética ;
todo esto forma parte del programa del Congreso Científico que se celebrará
en Washington a fines del presente año.
Una vez que hemos explicado las faces que ha venido teniendo la historia
indígena, comenzaremos consignando los textos colombinos.
Las Cartas del Almirante Colón a los Reyes, lo mismo que las que escribió
el famoso descubridor a su hijo y a particulares ; el extracto hecho por Fr. Bar-
tolomé de las Casas del Diario de Negociaciones; el libro llamado de las Pro-
fecías, y los numerosísimos documentos que existen en el Archivo de Indias,
que hemos tenido ocasión de admirar, forman el primer arsenal de la historia
del descubrimiento. La Colección de Documentos inéditos, comenzada por
Torres de Mendoza y seguida por la Academia de la Historia, contiene ya más
de cincuenta volúmenes. El libro de Don Fernando Colón sobre la vida y he-
chos de su padre el Almirante don Cristóbal Colón, fué calificado por Was-
hington Irving de piedra angular de la historia del Nuevo Mundo, y aunque
ha sido muy impugnada la autenticidad de esa obra, quedó establecida después
de las publicaciones favorables de Fabié, Fernández Duro y Jiménez Espada.
La Historia de las Indias, de Fr. Bartolomé de las Casas tiene no sólo va-
lor histórico, sino la importancia de ser debida a la pluma del Apóstol de Amé-
rica. Antonio Fernández de Oviedo, nombrado cronista del emperador en
1526, comenzó a escribir su Historia General y Natural de las Indias, de la cual
publicó la Academia de la Historia una edición lujosa, en 185 1, y que había
visto la luz por primera vez en 1535, con gran boga y el honor de dos traduc-
ciones. Como el autor fué testigo de cuanto refiere, su narración es por de-
más curiosa e interesante. En la Biblioteca Nacional hemos podido consultar
los cuatro gruesos volúmenes del ejemplar de esa importante obra, que perte-
neció al doctor don Mariano Padilla, uno de los guatemaltecos que más traba-
jaron por nuestra literatura histórica, llegando a formar numerosa colección
de libros y documentos que pasaron a dicha BibHoteca, en donde muchas vces
los hemos registrado.
La historia oficial de América corría mala suerte cuando Felipe II nombró
cronista, en 1596, a Antonio de Herrera, quien en su Historia General del Nue-
vo Mundo, diseñó un cuadro muy completo, remontándose en clásicas formas
hasta los mejores maestros de la antigüedad.
Hay una obra sumamente interesante para la historia y la geografía ame-
ricanas, que se intitula Diccionario geográfico-h«tórico de las Indias Occiden-
ales, compuesto de cinco gruesos volúmenes. Su autor es el coronel don An-
tonio de Alcedo, quien (en su dedicatoria a Carlos IV) dice que es hijo de los
países que describe ; y en efecto, han descubierto los críticos, que Alcedo era
nativo de Quito, en donde vino al mundo, por el año 1735. El primer tomo de
— 27 —
ese diccionario fue impreso en 1786 y el quinto en 1789. Fué labor de mucho
estudio, trabajo constante y esquisito espíritu de investigación. Hay prolijas
noticias geográficas, agrupadas con seiscientas reseñas históricas. Datos cu-
riosos de zoología, botánica, mineralogía, orografía e hidrografía, que natural-
mente se recienten del atraso en que tales ramos se encontraban. Su estilo es
sobrio, seco, pobre, pero claro, y no deja la obra de contener errores debidos
a las fuentes en que tomó sus noticias y al ambiente de la época. Carlos III
que había suprimido los trámites, informaciones, licencias y trabas para la pu-
blicación de libros, y el sucesor de aquel liberal monarca, el débil Carlos IV,
prohibieron la circulación del Diccionario, y con mayor empeño su exportación
al extranjero, inducidos por temores de despertar la codicia de las naciones ex-
tranjeras, particularmente la de Inglaterra. Así y todo, un empleado de adua-
na, Mr. Thompson lo tradujo al inglés, ampliándolo mucho con trabajos que
los jesuitas expulsos de América habían dado a luz en Italia. Molina, y Cla-
vijero publicaron importantes historias de Chile y de México, Depons y el
barón de Humboldt daban a la estampa sus viajes por las regiones equinoccia-
les de América, y otra multitud de escritores, de inferior mérito, imprimían
libros reducidos a uno o más pueblos de estas zonas. Por esa circunstancia,
vale más la obra de Alcedo en la versión inglesa que en el original, que tiene,
por cierto no pocos errores de conceptos, por no saber bien el español. Thom-
son toma la palabra ministro en la acepción qUe le dan los ingleses de pastor
k o misionero, y creyó que uno de esos clérigos le había dado las noticias a Al-
Ícedo, cuando fué un ministro de gobierno. Este geógrafo americano murió
en 1812, a la edad de setenta y siete años.
Terminada la conquista en la América española, y cuando se trató de
poner los primeros cimientos de la sociedad que iba a formarse, pensaron los
religioso y los misioneros en aprender los idiomas aborígenes y en redactar
vocabularios y gramáticas, en escribir las memorias del país, bien que destru-
yendo muchas veces, por exagerado celo, preciosos tesoros, que no podían
apreciar. En Nueva España, el P. Bernardino Sahagún dejó su interesante
Historia General, describiendo las cosas de la tierra ; Fr. Toribio de Benavente,
su inapreciable Historia de las Indias ; Pedro Mártir de Anglería sus Décadas,
y Molina, Olmos, Zepeda, Fernández, y otros varios religiosos, sus preciosos
escritos, que hasta el día se consultan. Algunos naturales de la tierra también
escribieron, bajo la dirección de aquellos sacerdotes, crónicas y memorias in-
teresantes, que dio a luz el señor Vigil, en la Bibliteca Histórica, con introduc-
ción erudita de don Manuel Orosco y Berra.
Deben citarse los conquistadores, como Cortés y Díaz del Castillo; los
misioneros, como José de Acosta, Diego Duran, García de Palacio, Alonso de
Zurita, y los demás que escribieron, evangelizaron y esparcieron el perfume
de la religión cristiana, y regaron la semilla de la cultura nueva. En los últi-
mos años del siglo XVI y en los comienzos del XVII vinieron otros escritores
— 28 —
entendidos, como Fr. Jerónimo de Mendieta, autor de la Historia Eclesiástica
Indiana, Fr. Juan de Torquemada que escribí <) la Monarquía Indiana, el P.
Acosta, que formó una Historia Natural y Moral de los Indios, Fr. Diego Du-
ran, que por el año 1581 redactaba una Historia (tt^los Indios de Nueva España
e Islas Adyacentes, Fr. Agustín Farfán, autor de un Tratado de Medicina. En
pleno siglo XVII, Enrico Martínez escribió el Repertorio de los Tiempos, y
muchos religiosos publicaron diversas crónicas, saturadas de gongorisnios y
piadosas leyendes. Al tratar de los historiadores de cada república his])an()-
americana mencionaremos a los principales de la época colonial.
Después de Herrera y Oviedo que escribieron, por decirlo así, obras ofi-
ciales,.no volvió a emprenderse otra, hasta que Carlos III comisionó a don Juan
B. Muñoz para que escribiera la Historia del Nuevo Mundo. Sólo un exce-
lente volumen dejó el notable cronista, a (juien la muerte sorprendió cuando
acababa de darlo a luz. La Colección de Documentos formada por don Martín
Fernández Navarrete, contiene datos y noticias copi(jsos sobre las Indias Oc-
cidentales.
El Dr. Diego Andrés Rocha, catalán erudito, que llegó a ser Oidor en la
Ciudad de los Reyes (como llamaban a Lima) publicó una obra muy curiosa
y llena de citas, con el titulo de "Tratado único y singular del origen de los
Indios del Perú, México, Santa Fe y Chile", en el año 1681, en Lima. Impren-
ta de Manuel de los Olivos. En los dos volúmenes de que consta, se desarrolla
la teoría que los primeros pobladores de América vinieron de los judios, de las
diez tribus desterradas por Salmanasar, siendo curioso que, entre otros argu-
mentos, dice que Indio se escribe lo mismo que ludio, poniendo la n para arri-
ba. Agrega: "que de los prodigios que Dios hizo con los israelitas están
llenas las historias, como con estos mexicanos, y por aquí se reconoce ser de
una estirpe, y añade lo que dice el P. Fr. Gregorio García, en el libro 3 del Ori-
gen de los Indios, cap. 3, cap. 5, que en la jornada de los mexicanos cuando
vinieron de tan lejas tierras, el ídolo que los venía gobernando, hacía que del
cielo lloviese pan y saliese agua de los pedernales y otras maravillas que Dios
permitía, imitando el demonio, con permiso de Dios, lo que había hecho en el
desierto con el pueblo isrraelítico, todo lo cual prueba este autor con lo que
escriben el P. Acosta y Fr. Agustín Dávila." (p. 35 t. I.) t
A pesar de las aberraciones y fantasías de su tiempo y de muchos errores,
es esa obra muy notable y digna de consultarse. Sostiene la teoría de la Atlán-
tida y en algo se adelantó a la época en que fué formada.
Existen muchísimos libros históricos, escritos, después que cesó la ruda
batalla de la conquista y vino la época pacífica de la colonia. De los principa-
les haremos mención, al citar los que conciernen a cada uno de los países que
formaron la América ibera.
AMERICA CENTRAL
Para escribir la historia primitiva del istmo centro-americano, dice Bald-
win (9) poco queda de los fastos aborígenes, que desde el último tercio del
siglo XIX, han producido mucho interés entre los sabios de Europa y Estados
:' Unidos. En un principio, los frailes dominicos y franciscanos, con miras que
^' les parecieron religiosas, trataron de destruir los recuerdos históricos que
■^' oponerse pudieran al cristianismo. Se escaparon, sin embargo, algunos ma-
nuscritos, como el Popol-Vuh, al cual dedicaremos un capítulo especial, por
ser la Biblia Quiche, el libro de los dignatarios o sacerdotes. Lo descubrió,
cuando ya había pasado el espíritu de destrucción de las antiguas tradiciones,
el P. Fr. Francisco Ximénez, cronista dominico en Guatemala, y a la sazón
cura párroco de Santo Tomás Chichicastenango. El fraile dominicano lo tra-
dujo al español, y lo insertó, junto con el texto original, al fin de la Gramática
Quiche, que escribió para uso de las misiones. Esta preciosa obra se encon-
traba en la Colección de Documentos Históricos del Museo Nacional de la So-
ciedad Económica. El abate Brasseur de Bourbourg publicó en París el Po-
pol-Vuh, en quiche y francés, con mucho aparato de erudición y algunas crea-
ciones de su fantasía. Antes, en 1856, se había impreso en Viena, conforme
la traducción de Ximénez, en español, y también en alemán, por el doctor
Scherzer, de modo muy incorrecto. Siempre es preferible a las otras, la copia
y traducción de Ximénez, por su exactitud y sencillez.
La publicación del Popol-Vuh — que es la única teogonia y fuente mitoló-
gica de la Antigua América — hizo cambiar del todo el curso de los estudios
históricos del istmo centro-americano, poniendo en claro muchas de las noticias
transmitidas por Fuentes y Guzmán, hasta el punto de que la Recordación
Florida fuera calificada de libro de caballerías, por el cronista Ximénez. El --
emiente filólogo y orientalista Max Müller califica de tesoro inapreciable la K^
Biblia Quiche. "
También los kakchiqueles tuvieron un famoso libro, que guarda mucho de
sus tradiciones, reyes y linajes, escrito en 1582, por el cacique don Francisco
Hernández Arana Xahilá, y completado por otro indio principal, don Francisco
Díaz Xebuta Quch. Este manuscrito, con noventa y ocho fojas, redactado en
kakchiquel, existía en la Biblioteca de los Franciscanos, en donde lo encontró
el anticuario don Juan Gavarrete, en el año 1844. El arzobispo García Peláez
lo dio en préstamo al abate Brasseur de Bourbourg, en 1855, quien compren-
diendo el valor de aquel tesoro, no tuvo escrúpulo en apropiárselo y publicarlo
en francés. Quedó, por fortuna, una copia, en español, sacada por don Juan
(9) Anclent America.
— so —
Gavarrete, en el primer tomo de la Colección Histórica del Museo Nacional,
que acabamos de citar, y se imprimió en el folletín del periódico de ese insti-
tuto, en el año 1876. Ese importante documento contiene la historia de la
familia real del Xahilá y del reino Kakchiquel desde el año 1380. Este céle-
bre Memorial fué comprado, después de la muerte del abate, por Alfonso
Pinart. Más tarde, Mr. Brinton dio a luz, en inglés, tales .fastos, con el texto
original, y una interesante introducción (10).
Otro de los historiales indígenas de Guatemala que el mismo abate se
llevó de la Biblioteca de la Universidad, y que había pertenecido a los libros
de los frailes franciscanos, fué el que se conoce con el nombre de Títulos de los
antiguos nuestros antepasados, los que ganaron estas tierras de Otzoyá, antes
que viniera la fe de Jesucristo entre ellos, en el año 1300. Esos Títulos de la
casa de Ixcuín Niharb, señora del territorio de Totonicapán, se presentaron al
Juzgado Privativo de Tierras, en 1752, con motivo de un litigio, y entonces se
mandó hacer una traducción exacta, que debe de existir en el archivo de aquel
pueblo. Después pasó el original a formar parte de la biblioteca de los fran-
ciscanos, y muchos años más tarde, se trasladó a la Biblioteca de la Universi-
dad. También quedó una copia de aquellos Títulos, de letra del mismo don
Juan Gavarrete, en la citada Colección Histórica de la Sociedad Económica, y
fué impresa en su periódico. De los documentos que no dejó ni rastro el céle-
bre abate y que también sustrajo de nuestros archivos, pueden mencionarse los
Títulos de los Caciques de Sacapulas y los de Quezaltenango y Momostenan-
go, que ese historiógrafo cita al hablar de las "Naciones Civilizadas de México
y de la América Central", obra que le valió mucho crédito y que publicó en
francés. Los Títulos de los Señores de Totonicapán los sustrajo en copia el
propio Brasseur de Bourbourg. porque no i)udo .sacar el original del Archivo de
dicho pueblo, en donde quedó, escrito en el año 1554, en treinta y una fojas,
traducido al castellano, en 1834, por el cura indígena de Sacapulas, don José
Dionisio Chonay. El americanista Alfonso Pinart publicólos, en francés.
Contienen las emigraciones de los quichés y parte de su historia, hasta la con-
quista española. Estos documentos interesantes, que encierran tanto valor
histórico y pecuniario, debieran custodiarse cuidadosamente, en un archivo
adecuado, para que no se pierdan. El Acta original de nuestra Independencia
figura en el British Museum de Londres; uno de los tomos del manuscrito ori-
ginal de la Verídica Historia, de Díaz del Castillo, ya no existe en la Municipa-
lidad, y sería muy larga la nómina que pudiéramos hacer de irreponibles do-
cumentos históricos que se han llevado de Guatemala!
Fuentes y Guzmán atribuye a los indios nobles don Juan Torres y don Juan
Macario, descendientes del rey Chiguavicolut, unos manuscritos desconocidos
hoy y referentes a la historia de la raza indígena.
(10) Brinton's Library of alx)riginal american Uterature, VI.
— 3t —
En nuestra Biblioteca Nacional de Guatemala puede consultarse la curiosa
reproducción del famoso Codex de Dresden, que es un manuscrito Maya, ad-
quirido por el Museo de Dresden, en 1739, de una persona desconocida en
Viena. La tira en que está pintado tiene 3,5m. por o,29m. y está doblada en
39 hojas. . La reproducción fué hecha fielmente en Leipzig, el año 1880, por
cuenta del Gobierno de Sajonia y su editor es Forstemann.
Este Codex es también calendario. En su página 24 se encuentran unos
numerales en 5 líneas (de abajo a arriba) y tres filas. La primera de tres lí-
■l nesa, dice:
6 X 460 =2,160
2x 20= 40
1 = O
El O envuelto en una línea indica que la su-
ma debe substraerse de la otra suma que
está a su lado.
La tercera:
1.396,000
64,800
5,760
0
0
lo mismo
lo mismo
9 X 360=3,240
16 X 20= 360
0x1= 0
La se^nda fila da:
9 x 20 X 20 X 360
9 X 20 X 360
20x360
O X 20
O X 1
El total de la segunda menos el de la primera es el de la tercera : 1.364,360,
y esta suma da el número de días en que la fecha abajo de la segunda fila i
ahau 18 cayab dista de la fecha abajo de la primera fila 5 ahau 8 cumku (Fors-
temann, Seler).
El Codex Mendocino deriva su nombre del de don Antonio Mendoza, pri-
mer virey de México, quien lo mandó hacer para enviarlo a Carlos V. Está
pintado en papel europeo con todo el carácter de los antiguos geroglíficos.
Parece haber sido hecho por historiógrafos antiguos mexicanos. En 1549 fué
enviado en la flota que zarpó de Veracruz ; pero un corsario francés apresó el
navio que llevaba el Codex y las pinturas fueron a parar a Andrés Thevet geó-
grafo del rey de Francia. Dicho Codex contiene los anales del señoría de Mé-
xico, los tributos y costumbres de los antiguos mexicanos.
Conócense también el Códex Remense, que existe en la Biblioteca Nacional
de París, y se refiere a historia asteca ; el Codex Vaticano, que se conserva en
la Biblioteca Vaticana, bajo el número 3,738, y tiene una interesante parte cos-
mogónica. Hemos tenido ocasión de estudiarlo, y de escuchar la explicación
del Director de aquella gran Biblioteca, acerca de la creación de la luna, los
cuatro soles y las leyendas de Quetzalcoatl, ya como lucero del alba, ora como
estrella de la tarde. Contiene cuarenta láminas calendáricas. Es muy com-
pleto y puede considerarse como fuente de la historia primitiva.
El Códex Aubín fué de Boturini, y es una historia de los mexicanos, parte
en figura y parte en lengua náhuatl.
/^
— 32—
El Codex Borgiano se tiene por la más hermosa e interesante pintura de la
antigua México, y ese documento existe en la Propaganda Fide de Roma. Hay
otros codex de menor importancia, y sólo mencionaremos el que lleva el nom-
bre de Pérez, existente en el Peabody Museum, y acerca del cual escribió el
profesor Mr. W. Gates, un curioso estudio titulado Comentary upon the maya-
tzendal Pérez Codex.
Los principales codex son el Mendocino, el Troano, el de Dresde y el de
París, como originales pictóricos.
Ocupándonos ya de los cronistas españoles, se debe colocar en primer tér-
mino a Bernal Díaz del Castillo, el soldado historiador, cuya biografía y des-
cendencia aparecen en el cuerpo de la presente obra, en capítulo aparte, es el
más apreciable, ingenuo y verídico de cuantos cronistas figuran en nuestros
anales. No tenía muchos años, cuando en 1514 salió de Castilla y se embarcó con
el gobernador nombrado para Tierra Firme, Pedro Arias de Ávila. Ya viejo
Bernal escribió (11) "La verdadera historia de los sucesos de la conquista de
la Nueva España y del reino de Guatemala, por el capitán don Bernal Díaz del
Castillo, uno de sus conquistadores." Esta obra, aunque desaliñada, es can-
dorosa, exacta y muy interesante. La edición española, impresa por el P.
Remón, en 1632 dista mucho de ser conforme con el original manuscrito, que
se guardaba en la Municipalidad de Guatemala. Parece que uno de los tomos
ha desaparecido, lo cual sería una pérdida irreparable. En la Biblioteca Na-
cional hay una copia, de letra de don Domingo Castillo, autenticada por el
ministro de Instrucción Pública doh Delfino Sánchez ; pero es claro que no
tiene la misma importancia que el original manuscrito por el mismo historia-
dor. A muchas lenguas ha sido traducida esa célebre obra, que don Benito
Cano reimprimió, en el año 1809, la obra de Díaz del Castillo, en cuatro volú-
menes dozavo, y en 1861 la publicó don Enrique de Vedia, con muchas erratas,
en el tomo veintiséis de la Biblioteca de Autores Españoles. Se ha discutido
si son dos las ediciones publicadas por Remón. Hay sobre ello un folleto del
general Mitre y en la Biblioteca Americana, del doctor don José Toribio Medi-
na, aparece que en realidad es una sola edición, con agregaciones posteriores.
En México se imprimió la obra de Bernal en 1854, 1870 y 1891, con hartas in-
correcciones. En París apareció otra edición, en 1837, y antes fué traducida
al inglés por Mauricio Eatinge, en 1880 y por Luckart, en 1844. Existen dos
ediciones alemanas y una húngara. Algunas francesas, como la de Jourdanet,
que lleva un interesante prólogo de don José M. de Heredia, en el cual se des-
cribe, con admirable sencillez y talento, la sed de oro y maravillosas aventuras
de la España del Siglo XVL Hoy, la edición monumental, la única hecha
según el códice autógrafo, que existió completo en la Municipalidad de Guate-
mala, es la que, en 1904, dio a luz, en México, don Genaro García. Mucho más
(11) Tuvo por objetx) demostrar las inexactitudes en que había Incurrido Gomara.
— 33 —
diremos acerca de Bernal Díaz del Castillo y sobre el carácter y mérito de su
peregrina obra, en el capítulo dedicado especialmente a este interesante objeto.
La Nueva Relación, que contiene los viajes de Tomás Gaga, es obra curio-
sa, cuyos datos, aunque no todos aceptables, ofrecen utilidad. Dícese que ese
historiador era fraile irlandés, que desertó en Acapulco de la Misión enviada a
Filipinas, fugándose a Nicaragua y después a Guatemala. Otros aseguran que
era de origen noble, hermano del gobernador de Oxford, en tiempos de Car-
los I. No falta quienes digan que nunca fué sacerdote, ni fraile dominico,
sino que, cual Martín Garatusa en México, hubo de fingir tales estados aquí en
Guatemala. Por la relación de sus viajes nótase que era instruido y vivaracho,
aunque no muy piadoso, sino interesado en sacar dineros a los indios. Escri-
bió, por el año 1625, y se han hecho varias ediciones de sus Viajes, apareciendo
la primera en 165 1. La que hemos consultado es de la casa Rosa y Bouret,
de París, año 1838. El tener por fabulosas las noticias referidas por el P. Gage,
se debe menos a sus exageraciones e intransigencias, que al odio del clero con-
tra aquel inglés, a quien miraban como apóstata, y hasta se supuso ser espía
alentador de empresas piráticas, según puede verse en un artículo, impreso en
la "Gaceta de Guatemala", correspondiente al 15 de mayo de 1797. Lo pro-
bable es que el Padre Fr. Tomás Gage haya sido una buena pieza.
La primera crónica de Guatemala es la de Remesal, quien extractó de los
archivos curiosos datos, en estilo confuso referidos, con parcialidad en favor
de Las Casas y los indios, y con encomio para los dominicos, a cuya orden
pertenecía el autor. Nuestro primer cronista llegó a Guatemala en 1613, co-
menzó su libro en 161 5 y lo concluyó el 29 de septiembre de 1617, conteniendo
la obra 715 páginas, fué impresa en Madrid, el año 1619, y está dedicada al con-
de de la Gomera, Presidente General de Goathemala.
Existió una copia del original de esa historia en el Archivo de la Federa-
ción, y se encuentra impresa, siendo raros los ejemplares que quedan. Cita-
remos, en la presente obra, el que estudiamos en la Biblioteca Nacional. La
"Historia de la Provincia de S. Vicente de Chiapa y Guatemala" como se deno-
mina esa crónica, es la piedra angular de nuestra historia. Es un libro audaz,
apasionado, si se quiere, pero muy importante.
Ochenta y siete años después de Remesal escribió Fr. Francisco Vásquez
su Crónica, para que no careciera la Orden Franciscana de un apologista.
Continuó la historia de la Iglesia hasta fines del siglo XVII, y trazó cuadros de
la vida social de antaño, 'a las veces con subidos colores y no mucha impar-
cialidad. Muestra aversión a los indios y defiende a todo trance a sus opre-
sores. La "Chrónica de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Goa-
temala", que así reza la portada, está dividida en dos tomos, el primero con 771
páginas, y el segundo con 894, impresos en San Francisco de la Antigua Gua-
temala, en edición de a folio.
La Crónica de la Santa Provincia de Chiapa y Guatemala, del dominico
— 34 —
Fr.. Francisco Ximénez, es de las que más deben consultarse, por su erudición,
aunque naturalmente no se halla exenta de los defectos de las antiguas
crónicas, y no existen sino los libros 3? y 5^". Ese célebre historiador vino de
Andalucía a Guatemala, cuando era niño, en los buenos tiempos del presidente
Barrios Leal, y se dedicó a las ciencias eclesiásticas, habiendo aprendido, ade-
más, con perfección el kakchiquel, el quiche y el tzutugil, hasta el punto de
escribir una buena gramática de esas lenguas. La obra que contiene las Ad-
vertencias e impugnaciones a la Crónica de Vásquez, es apasionada, pero en-
cierra datos importantes. Dicen que Ximénez escribió una Historia Natural
del Reyno de Guatemala, libro que ha desaparecido. Durante muchos años
estuvo también oculta la Crónica de ese ilustrado dominico, hasta que se en-
contró, el año 1824, en la biblioteca de Santo Domingo, aquí en la capital de
Guatemala. La "Historia de S. Vicente Chiapa y Guatemala", existía en la
Biblioteca Nacional de Guatemala, en edición impresa, perteneciente a Santo
Domingo, y en copia de letra de don Juan Gavarrete, procedente de la Socie-
dad Económica. Es obra esa, de Ximénez, de mucha importancia y debiera
reimprimirse, antes que se pierda la parte que existe.
El célebre proceso que se instruyó al Adelantado Don Pedro, el Conquis-
tador, es una fuente histórica importante, a la cual aludiremos en el capítulo
de la presente obra dedicado al famoso Tonathiú, Mijo del Sol.
La Recordación Florida de Fuentes y Guzmán, rebisnieto de Bernal Díaz
del Castillo, es obra escrita a fines de ese mismo siglo, en rimbombante estilo,
con algunas inexactitudes, pero con copia de interesantes datos. Este ma-
nuscrito se perdió, y don Agustín Cojiga, como yerno del autor, hubo de pro-
mover en cabildo de 28 de noviembre de 1721, que se buscase con empeño
dicha obra; y en acta de 21 de octubre de 1722 se dio razón de haber parecido.
Con posterioridad volvió a perderse, y mediante requerimiento público, ofre-
ciéndose gratificación al que lo presentara, fué gratuitamente devuelto, el año
1839. Mr. H. Ternaux Compans dio un resumen del manuscrito de Fuentes
y Guzmán, diciendo tenerlo en su biblioteca. Don Justo Saragoza publicó, en
Madrid, el año 1882, en dos tomos, la primera parte de esa importante historia,
sin saber que existía la segunda, en una copia manuscrita, que forma grueso
volumen, e hizo sacar, con ilustraciones de acuarelas pintadas por Letona, el
inteligente e ilustrado doctor don Mariano Padilla. Huelga decir que debiera
imprimirse este tomo, para que quedase publicada toda la obra, de la cual
sacaron tantos datos Juarros y García Peláez, en sus respectivos trabajos.
Fr. Agustín Cano escribió mucho sobre Guatemala, y sus datos y hasta sus
palabras se han aprovechado por los cronistas sucesivos, lo mismo que las
obras de Gomara, Oviedo y Las Casas. Los progresos de la Iglesia están
trazados por los autores antedichos y por Motolinia, Mendieta, Torquemada,
Fernández y el cronista de los obispos, Raymundo Leal, que escribió la nota-
ble obra "Ecclesiae Guatemaleasis Monumenta collegit, digelsit, consignavit
I
— 35 —
adque in lucem edidit, Fr. Raymundus Leal, Ordinis Predicatorum." — Villa
Gutierre Soto Mayor, con su Historia de la Conquista del Itza, y López Cogo-
lludo, con la Historia de Yucatán (Madrid, 1668) dejaron curiosos datos, dig-
nos de ser aprovechados.
La Isagoge es crónica dominicana, de autor desconocido, con extrava-
gantes teorías acerca d^el origen de los indios, y algunos datos sobre otras
materias. Fué impresa, de orden del presidente de Guatemala, general José
M. Reyna Barrios, con motivo del centenario de Colón.
Todos los cronicones que los frailes escribían, sobre sucesos de sus pro-
vincias y conventos, revelan claramente el espíritu de los conquistados que
hablan a la fas de sus conquistadores. Los reyes kakchiqueles ofrecieron vo-
luntariamente obediencia a Carlos V (que los privaba de su independencia)
Kicab era un rey obstinado El Eterno fué quien quiso reducir a los Tzen-
dales (que sustenían sus derechos) al camino de la verdad, por la buena in-
dustria y gloriosos trabajos del M. L D. Toribio Casio, presidente de la R.
Audiencia
Ofrece harto interés la obra intitulada Apuntamientos de la Historia de
Guatemala, por don José Sánchez de León, manuscrito inédito del año 1724,
que original conservamos, como joya bibliográfica guatemalteca, y que ten-
dremos oportunidad de utilizar en algunos pasajes de nuestra labor.
Sabido es que el espíritu de la época en que los cronistas escribieron sa-
turó sus páginas de fanatismo religioso, que a cada poco encontraba un mila-
gro, intervención diabólica, fazañas de Santiago, o algo sobrenatural o porten-
toso. En sus investigaciones daban aquellos escritores mucha más importan-
cia a un pasaje bíblico, comentado por los santos padres, que a cualquier mo-
numento, geroglífico o tradición indígena. Se les podría perdonar el candor
de ir encontrando las enseñanzas cristianas de santo Tomás, en las mitológicas
creaciones de Quezalcoatl, las diez tribus perdidas de Israel entre los fundado-
res de la raza primitiva americana, el diluvio de Noé y la confusión babeliánica,
en una pintura azteca de un hombre nadando y un pájaro hablándole desde un
árbol, con tal de que siempre hubieran dejado prevalecer el sentido correcto
de la tradición y los mitos de la historia de los aborígenes, que llevan de ordi-
nario la peor parte, como que los cronistas hablaban a los conquistadores.
No pretendemos censurar a los historiógrafos dignos de veneración. Nos
dolemos de la época, como lamenta el crítico que en los fastos griegos o roma-
nos intervengan los dioses del Olimpo. Los conquistadores, los cronistas ofi-
ciales que de España venían ; los frailes que transmitieron los fastos nacionales,
amparando a los aborígenes y regando, con mano próvida, la semilla de la ci-
vilización latina ; todos esos hombres, del siglo XVI y XVII, no podían salir
del ambiente en que nacieron. Deben ser juzgado a la luz de la cultura, de
las creencias y preocupaciones de entonces. Así los consideraremos, en el
curso de nuestra labor, que tiene que ser imparcial a fuer de histórica.
• -36-
Por lo demás, cumple apuntar en justicia, y para que quede por- siempre
consignado en los recuerdos nacionales, que fué la Sociedad Económica de
Amigos de Guatemala, la corporación patriótica que más se afanó en compilar
los esparcidos documentos de nuestra literatura histórica, no sólo publicando
en su ilustrado periódico — cuya colección completa conservamos con cariño —
muchos artículos y folletines interesantes, sino llegando a formar una valiosí-
sima Colección de documentos Históricos, compuesta de manuscritos origina-
les y de copias de la mayor importancia, crónicas antiguas, memorias de los
capitanes generales, facsímiles, cartas, retratos y documentos rarísimos. Fué
director de la Sección Etnográfica, desde el año 1865, el modesto sabio don
Juan Gavarrete, paciente coleccionador, que regaló a esa biblioteca muchas
obras que ahí podían consultarse.
Durante ocho años, que servimos patrióticamente la Secretaría de la So-
ciedad Económica, nos dedicamos a estudiar aquella rica colección y a extrac-
tar apuntaciones que mucho nos han servido para el presente libro. Traduji-
mos del inglés para el semanal de la misma Sociedad, la obra de Balwin, inti-
tulada "La Antigua América", la del doctor Berendt sobre la Civilización de
los aborígenes de Centro- América y la de Bancroft, Razas primitivas de los
Estados del Pacífico.
Recordamos, entre las obras que formaban la Colección Histórica de la
Sociedad Económica, fuera de las ya citadas, las siguientes : las de Brasseur de
Bourbourg, que como socio honorario, las había regalado, las de G. Brinton,
las de Squier, las de Baily, de Humboldt, de Stephens, de Charrencey, de Fer-
naux-Copans, del doctor Berendt, de León de Rosny ; la Colección de Docu-
mentos de Pacheco y Cárdenas ; las Cartas de Cortés a Carlos V • las Cartas,
al Rey d» ^^n ^^""'•^ r^kn.\r^ Ar. roc^^nia gobrp ^1 HpgmhrimJpntn rlpl Piiprto
de Santo Tomás : las Memorias Secretas de Jorge Juan; las exploraciones de
Pontelli en Centro-América; la Historia del Nuevo Mundo, por don Juan B.
Muñoz ; la Relación de don Luis Navarjn sobrft fl rtinn f^-r-^ñtfmnh ; la
Relación de don Antonio Porta, sobre las costas del Norte de Guatemala ; los
Varones Ilustres de Pizarro y Orellana ; el Teatro Eclesiástico de las Indias,
de González Dávila ; los Documentos Inéditos, del Archivo de í^l^ia>; por ]*a^
checo, Cárdenas y Torres de Mendoza • el Memorial de Indias, de Díaz de la
Calle ; el Proceso de Alvarado (1529) ; la Colección, de Roque Barcia ; las obras
de Fr. Bartolomé de Las Casas ; la Crónica de Ximénez ; el Informe de García
del Palacio, al Rey, en 1576; la Relación de los estragos y ruinas de la ciudad
de Santiago de Guatemala en 1717, por el Lie. Arana; el Informe de Fr. Agus-
tín Cano sobre la entrada que por la Verapaz se hizo al Peten, en 1625 ;Jos^
Títulos de la Casa Txcnin Nih;^r|^^ ^^^yp rl^ ntyaya-^l^ntnni^nppmj varias
copias de Codex antiguos, en colores ; y mucho más, que de memoria no es po-
sible recordar.
Todas esas obras, y las otras que figuraban en un catálogo impreso, de
— 37 —
la Sección Etnográfica del Museo Nacional, las entregó, por inventario, el que
estas líneas escribe, a don José Milla y Vidaurre, de orden superior, para que
redactara la Historia de la América Central, por comisión que recibió del pre-
sidente, general don J. Rufino Barrios, así como los manuscritos y crónicas que
se han citado con anterioridad. En cuatro baúles, llevó todos los libros el
señor Milla, a su hacienda de Quesada ; y hoy, una parte de esos documentos,
se encuentra en la Biblioteca Nacional, el resto se ha perdido.
Habría sido justo que en el prólogo de su Historia, hubiera expresado
aquel notable escritor, de dónde había obtenido, ya coleccionados, los materia-
les que le sirvieron para su labor literaria. Un recuerdo, a la memoria de don
Juan Gavarrete estimárase tributo siquiera tardío a sus grandes servicios. La
Colección de Documentos Históricos debióse a muchos años de inteligente y
patriótica constancia, a un estudio concienzudo, acompañado del trabajo de
obtener antigüedades raras, como las que contenía el espléndido achivo de
Payés, con todos los tomos de la Gaceta de Guatemala, desde los tiempos colo-
niales hasta el año 1854, y las colecciones de treinta y un periódicos centro-
americanos.
No pudo tener a la vista don José Milla las importantísimas obras de
Bancroft, el historiador norte-americano, que por medio de una asociación,
reunió cuatro millones de dollars, para formar el gran arsenal, la riquísima
colección de libros y papeles, que conocimos en S. Francisco de California, y
que le sirvió para escribir en inglés, por medio de varios especialistas, la
Historia de los Estados del Pacífico y de la América Central. Asume parti-
cular interés cuanto se refiere a The Natives Races, y los tres tomos relativos
a History oí Central America, publicados en 1883.
El señor Milla rio le daba interés a la historia antigua de los aborígenes
de esta parte del mundo. Apenas escribió una Noticia sucinta sobre los indios
del istmo. Hoy, en todas partes, se atribuye más importancia a la biología
centro-americana, a la arqueología, a la lingüística, a la etnografía, a la mitolo-
gía y a las costumbres, artes, ciencias y cultura de los aborígenes de Centro-
América, que la importancia que tiene la historia colonial, sin que por eso deje
de ofrecer un cuadro interesante en sus múltiples aspectos.
La obra monumental que lleva el nombre de Biología Centrali-Americana
es lo más grandioso que se ha publicado en Europa acerca de estos países Os-
berto Salvin estuvo, en tres ocasiones, viajando por Guatemala, acompañado
de Ducane .Godman, y recogieron toda clase de datos, animales y plantas, para
su historia, que con los demás ricos elementos que hay en los museos de Euro-
pa, dio por resultado la zoología, la botánica y la arqueología referente a estos
países. Comenzó a publicarse la obra en Londres, en 1879, y hoy cuenta 46
tomos. La fauna, la flora y las ruinas de esta región se exhiben perfecta y
lujosamente, en la Biología de Centro-América. La Arqueología débese al
sabio profesor Maudslay, con un apéndice de Godman, "Las inscripciones ar-
-38-
caicas mayas." Esta obra nos ha servido, en varios capítulos de "América
Central ante la Historia", así como hemos tenido oportunidad de consultar
muchos libros publicados en los Estados Unidos, acerca de la etnografía, ar-
queología, idiomas e idiosincrasia de los aborígenes del istmo ; sobre todo,
utilizado las de Daniel A. Brintón, el sabio profesor de la Academia de Cien-
cias de Filadelfia ; las de Bancroft, las de Squier ; las de Berendt, y otras que
oportunamente citaremos. Los libros de Sapper, que recorrió a pie nuestro
territorio, haciendo estudios minuciosos de arqueología, etnogrfía, ciencias
naturales, geografía y cartografía, y perfiles detallando la estructura de Gua-
temala, los hemos tenido a la vista, para nuestra labor.
Para profundizar en el estudio del arte monumental precolombino de estas
regiones pueden consultarse las obras siguientes: Brasseur de Bourbourg,
Le Manuscrit Troano — París, 1870; Daniel (i. Brinton, A Primer of Maya
Hieroglyfs — Boston, 1894; Prehistoric Archeology, Antropology and Etnolo-
gy; Harrison Alien, Transact of Am. Philos, Soc. 1878. Este autor estableció
las analogías entre las letras conservadas por Landa y los signos del Codex de
Dresden y Troano, creando así una especie de filología ; Diego de Landa,
Relación de las cosas de Yucatán, París 1867. En 1549 llegó este Misionero a
Yucatán, aprendió la lengua maya a la perfección, prácticamente con los indios,
y estudió la gramática del P. Villapando, la cual aumentó y corrigió ; H, de
Charrencey, Etudes de Paleographie americainc, París, 1883; Cyrus Thomas,
A Study of the manuscript Troano, Washington, 1882 — The Maya Year,
Washington, 1894; León de Rosny. Essay de DéchiíTremcnt de 1* écriture hie-
ratique de 1' Amérique Céntrale, París, 1876. Este célebre autor descubrió los
signos por los puntos cardinales, la dirección en que deben leerse los geroglífi-
cos, y estudió las variantes en los códices ; Saville M. H., A Comparativc study
of Graven Glyphs of Copan and Quiriguá, New York, 1894; J. Baily escribió
una interesante relación de los' Estados de Centro- América, su naturaleza,
recursos, población y notable capacidad para inmigrantes y capitalistas.
Sclater y Salvin, "Sobre la ornitología de Centro-América", describieron 382
especies, 8 de ellas dadas a luz por primera vez.
Tampoco pudo, tener a la vista el distinguido escritor guatemalteco, don
José Milla, las muchas obras sudamericanas y mexicanas, que a seguida cita-
remos, y que forman la literatura histórica de las repúblicas de origen ibero ;
ni se había publicado aún la Bibliografía de la Imprenta en Guatemala, en los
siglos XVII y XVIII, por el chileno Juan Enrique O' Ryan, impresa en San-
tiago, en 1897 ; ni menos había salido a luz la gran obra del bibliófilo José Tori-
bio Medina, La Imprenta en Guatemala; ni se pensaba en publicar el interesan-
de trabajo de Hamy, Mission Scientifique aux Mexique et dans 1' Amérique
Céntrale.
Ahí quedan, en antiguos periódicos, como la "Sociedad Económica", que se
daba a la estampa en 1869 y 1870, algunos artículos sobre antigüedades indi-
— 39 —
genas. "La Semana", de iS^g y tR/^^ rA]^^iene selecto material histórico,
como las Noticias curiosas cronológicas de.estas Indias, desct€ 1492 hasta i^f^f^
'inumeros 44 a .S3 del tomo D : La Traslación de la capital al valle de la Hermi-
ta (n. 54 a 62) ; Razón puntual de los sucesos más notables y de los estragos y
daños que ha sufrido la ciudad de Guatemala, desde su fundación en Ciudad
Vieja o Almolonga (n. 70 y 71 ); La Ciudad de Guatemala, después de los terre-
motos de 1773 (n. 72, 73 y 74) ; Voto del Maestro de campo don Agustín de Es-
trada contra la traslación de la ciudad (n. 75 y 76) ; Voto sobre el mismo asun-
to, del P. don Pedro Martínez de Molina (n. 72) ; Descripción de la ciudad y
reino de Guatemala, por el P. Fr. Felipe Cadena (n. 78 a 85) ; Pensamiento del
Presidente de Guatemala, don José Arango y Río, sobre acuñación de moneda
de vellón o caldería (n. 86 y 87) ; Relación de los Obispos y principales aconte-
cimientos, desde 1534 hasta 1736 (n. 92 a 94). En "La Revista" publicó algu-
nos artículos interesantes, en el año 1846, el guatemalteco don Manuel Mon-
túfar, acerca de los kakchiqueles.
Por lo que respecta al origen de los indios, su antigua civilización y cos-
tumbres, se han publicado obras extranjeras de mucho mérito, como las intitu-
ladas Prichard's Reserches — Fontaine's how the world was peopled — Willson,
Prehistorical Man — Foster, Prehistorical races — Lyell's ant. of man — Tilor's,
Anahuac — Baldwin, Ancient America.
La "Historia de los Atlantes" es un bosquejo curioso, que citamos varias
veces, acerca de los primitivos tiempos de la etnografía de estas regiones,
¡lustrado con cuatro mapas de la configuración del mundo, en varios períodos ;
obra escrita en inglés, por W. Scott Elliot, y traducida al castellano, en Madrid,
1897. De esta obra extractó el célebre francés Luis Jacolliot muchos de los
datos que aparecen en su libro "Histoire des Viérges : Les peuples et les con-
tinents disparus."
"Isis sin velo" se llaman los dos tomos de la escritora rusa Elena Petrona
Blavatsky, en los cuales hemos hallado algo interesante acerca de la teogonia
de los quichés, sus mitos, ruinas y tradiciones. Barcelona, litografía de José
Casamajó, 1901.
El Congreso de Americanistas, en Madrid, no sólo ha publicado impor-
tantes obras, sino que en las Actas de sus sesiones ha incluido documentos y
libros raros. Tenemos a la vista los dos volúmenes, en cuarto, con láminas y
magníficos mapas en colores, que contienen la "Gramática, cathezismo y con-
fessionario de la lengua chibcha, 1620", y la obra de Uribe, titulada la "Lengua
de los Darienes."
El Cuarto Congreso Científico Panamericano, celebrado en Chile, en 1909,
en sus veinte volúmenes, contiene conclusiones y estudios interesantísimos so-
bre antropología, etnografía, antropología, historia, seismología, y otros ramos
que se relacionan con los tópicos de algunos de nuestros capítulos, en los cuales
se citan esas obras y los nombres de sus autores.
— 40 —
En el año 1892, publicóse en Barcelona, la obra intitulada "América", por
Rodolfo Cronau, en una elegante edición de Montaner, con bonitos grabados,
como para libros más comerciales que científicos. El tema del tercer volumen
de la obra "La Nación Americana", escrita por el profesor E. G. Bourne, gran
autoridad en historia, y muy reputado en las universidades de Estados Unidos,
es "España en América", o sea un estudio concienzudo de la colonia española,
sin prejuicios, ni ciertas vulgaridades, que a fuerza de repetidas, se han tornado
convencionalismoss
En la Gran Biblioteca del Congreso, en Washington, leímos la obra origi-
nal, en el manuscrito antiguo, de Fr. Bartolomé de Las Casas, intitulado
"Historia de las Indias". Al tener en las manos aquellas venerabilísimas hojas,
con las ideas altruistas, filantrópicas, piadosas, del Apóstol de estas tierras, sién-
tese conmoción extraña, como si nuestra alrha se confundiera con el gran espí-
ritu del defensor de una raza, con el carácter heroico del que arrostró las iras
de los verdugos de los indios, del que luchó magnánimo por enjugar sus
lágrimas. No pudimos menos de tomar el lápiz y copiar estas palabras de
la portada : "Esta historia dejo yo, Fr. Bartolomé de Las Casas, Obispo que
fué de Chiapas, en confianza a este Convento de San Gregorio, rogando y pi-
diendo por caridad, al Padre Rector y Consiliarios de él, que por tiempo fue-
ren, que a ningún seglar la den, para que dentro del mismo Colegio, ni menos
fuera, la lea, por tiempo de cuarenta años, desde este de setenta que entrará,
comenzados a contar, sobre lo cual les encargo la conciencia, y pasados aque-
llos cuarenta años, por si vieran que conviene para el bien de los indios y de
España, la pueden mandar imprimir, para gloria de Dios y manifestación de la
verdad principalmente; y no parece convenir que todos los colegiales la lean,
sino los más prudentes, porque no se publique antes de tiempo, porque no hay
para qué, ni ha de aprovechar. Fecho por noviembre de 1559. Deo Gratias. —
El Obispo, Fr. Bartolomé de Las Casas". ¡ Cuánto se interesaba el filántropo
religioso dominicano porque, después de su muerte, produjera humanitarias
consecuencias el fruto de su alentado espíritu y corazón magnánimo ! Dicho
memorable libro se encuentra impreso en la "Colección de Documentos Inédi-
tos para la Historia de España", por José Sancho Rayón.
De todo en todo es interesante la obra publicada en Madrid, por el Jefe
del Archivo de Indias, don Pedro Torres Lanzas, intitulada "Relación Descrip-
tiva de los mapas, planos, de la Audiencia y Capitanía General de Guatemala".
Contiene la nómina y reseña de doscientos ochenta y un mapas, y muchos gra-
bados curiosos, relativos a estas tierras, castillos, curatos, casa de Moneda,
iglesias, palacios, conventos, caminos, ríos, etc. Es una síntesis de la cartogra-
fía de la América Central, durante el gobierno de España, y una prueba más
de la formalidad y cuidado con que entonces se procedía.
El "Compendio de la Historia de la Ciudad de Guatemala" escrito por el
bachiller don Domingo Juarros, incompleto en algunos ramos, comprende gran
— 41 —
copia de noticias acerca de los primeros pobladores de estas tierras, soDre la
conquista de los españoles, establecimiento de ciudades, nóminas de alcaldes,
obispos y rectores de la Universidad, datos biográficos de guatemaltecos nota-
bles, etc. En mucha parte siguió a Fuentes y Guzmán, cayendo en pocos
errores. El estilo es sencillo y el fondo se resiente de recargo de noticias re-
ligiosas. Aquella historia se imprimió, por primera vez en Guatemala, por
el año 1808, siendo la imprenta tan pobre y perezosa que empleó seis años para
dar a luz seis cuadernos que comprende esa edición. En 1857 publicó una
mayor don Luciano Luna ; existe otra en inglés. El mérito principal del tra-
bajo del P. Juarros consiste en que es la primera obra de valor geográfico refe-
rente a estas regiones, y la que ha servido de base a la cartografía posterior al
siglo XVIIL En 1826 publicó Arrowsmith un mapa de Centro-América si-
guiendo a Juarros. El Atlas Guatemalteco, de 1832, levantado por Rivera Maes-
tre, adopta también, en sus ocho cartas, los datos de aquella obra, como lo hizo
igualmente Mr. Brué, en el mapa francés, dedicado a la Academia de Ciencias.
El sabio religioso Goicoechéa, censor que fué de la Historia escrita por Juarros,
la elogia, "por haber acopiado las más singulares noticias pertenecientes a todo
este reino (de Guatemala) su extensión, provincias y pueblos, corregimientos,
y alcaldías mayores". El eruditísimo don Miguel de Larreynaga aseguró que
"Juarros escribió con gran concepto de verdad y formalidad". El ejemplar
de esta buena Historia, que desapareció de la Biblioteca Nacional, era del
doctor don Mariano Padilla, quien lo anotó con apuntaciones útiles, mapas,
fetratos, vistas, etc.
En la misma imprenta de don Luciano Luna salió a luz, en 1856, el "Libro
de Actas del Ayuntamiento de la Ciudad de Santiago de Guatemala, compren-
diendo los seis primeros años, desde la fundación de la misma chidad, hasta
1524". "La Colección de documentos antiguos", que contiene los privilegios
de la Ciudad de Guatemala, su escudo de armas, memorias y relaciones munici-
pales, de 1537 a 1782, y algunas cartas de Alvarado y del obispó Marroquín, es
un tomo curioso e interesante, que también fué impreso en aquella tipografía.
El ilustrísimo don Francisco de Paula García Peláez escribió "Memorias
para la historia del antiguo reino de Guatemala", que salieron a luz en la me-
morable imprenta de Luna, que contribuyó a popularizar los fastos centro-
americanos.
Los dos tomos de la "Historia de la América Central" que escribió el litera-
to don José Milla y Vidaurre, son, como fruto de la correcta pluma de tan
notable escritor, dignos de elogio, por la sencilla relación de los hechos y por
lo atildado del lenguaje, aunque a la verdad economiza apreciaciones y juicios,
sin preocuparse de que el alma del arte — según la admirable expresión de
Quinet — es el presentimiento de venideras formas superiores, que j^acen en el
fondo de las cosas actuales. Los datos que abraza sobre los aborígenes, no
forman sino una "Noticia histórica de las naciones que habitaban la América
— 42 —
Central a la venida de los españoles", por cierto muy incompleta y no exenta
de errores, siendo así que en los Estados Unidos y en Europa atribuyen más
importancia a la historia antigua de los indios de Centro-América que a la del
régimen español, como lo hace notar el erudito historiador, general Riva Pala-
cio, en el prólogo que escribió para "Los aborígenes de América", obra curiosa
de don Rafael Delorme Salto.
El académico don Agustín Gómez Carrillo continuó, por comisión oficial,
el trabajo del señor Milla, y los dos tomos publicados tienen el mérito de con-
tener buen acopio de datos de los archivos nacionales. El lenguaje de la obra
es del todo castizo ; pero adolece la narración cronológica de importantes y fre-
cuentes omisiones.
Debe mencionarse en estos opuntamientos bibliográficos "La Historia de
Nicaragua", escrita por el doctor don Tomás Ayón, y dada a luz, en 1889.
Contiene interesantes noticias desde los más remotos tiempos hasta 1852,
Acaso tenga la obra más mérito artístico que filosófico. En Honduras, el P.
Vallejo ha recogido los fastos de esa república y el Dr. Eduardo Martínez Ló-
pez, en 1907, publicó en Tegucigalpa, la Historia de Centro-América, que es
muy recomendable. El Dr. don Alberto Membreño, erudito americanista, ha
hecho interesantes publicaciones. En El Salvador, el doctor Reyes se encargó
de historiar a su patria. Cuando ya teníamos escritos los dos tomos primeros
de "La América Central ante la Historia", que debieron haberse publicado cua-
tro años hace, y que se han venido demorando a causa de varios y repentinos
viajes del autor, en diversas misiones oficiales ; ha aparecido el notable libro
Historia Antigua y de la Conquista de El Salvador, fruto de la fecunda pluma
de nuestro distinguido amigo el doctor don Santiago Ignacio Barberena, cuyos
múltiples y profundos conocimientos hanle conquistado merecida fama. Es
erudita y filosófica su labor, a la altura de la ciencia moderna. Honra al país
y honra al historiador. Don Francisco Castañeda, literato salvadoreño, ha
escrito interesantes folletos y buenos artículos sobre historia antigua centro-
americana. En Costa-Rica, don Felipe Molina, don León Fernández, don
Manuel M. de Peralta, don Francisco M. Iglesias, Montero Barrantes, el señor
Thiel, don ^.icardo Fernández Guardia, don Cleto González Víquez, don Ma-
nuel J. Jiménez, don Manuel Arguello, don Juan F. Fernández y algunos otros
escritores, han publicado obras verdaderamente importantes. Muy n(jtablcs
son "La Geografía Histórica y los Derechos Territoriales de la República de
Costa-Rica, por don Manuel M. de Peralta", es obra meritísima, publicada en
París, en 1900. "Costa-Rica, Nicaragua y Panamá, su historia y sus límites en
el siglo XVI", dada a la estampa en 1883, contiene muchos documentos de los
Archivos de Indias, de Sevilla y de Simancas. "Límites Históricos entre Ni-
caragua y Honduras" es el título de una colección de documentos formada por
el inteligente escritor don José D. Gámez, para defender los derechos de su
— 43 —
patria. También publicó una "Historia de Nicaragua", y colección de docu-
mentos interesantes para la literatura centro-americana.
Al final del hermoso libro "Costa-Rica en el siglo XIX", se encuentra una
interesante "Bibliografía de obras publicadas en el extranjero" acerca de esa
próspera república.
El doctor Ramón A. Salazar dio a luz un volumen sobre el "Desenvolvi-
miento Intelectual en Guatemala" y varios artículos, de mérito, acerca de di-
versos puntos antiguos. El literato don Agustín Meneos escribió bastante
sobre esa materia, con erudición y buen talento. Se publicaron en varios pe-
riódicos las producciones de este notable escritor.
Muchas de las obras mencionadas, y la rica Colección de Documentos
Históricos, que durante largos años y con gran prolijidad, formó el abogado
e ingeniero don Cayetano Batres Diez del Castillo, padre del autor de la pre-
sente obra, han sido consultadas para redactarla.
Cuando demos a luz el tercer volumen, que se refiere a la época de la vida
independiente de la América Central, apuntaremos las notas bibliográficas
relativas a ese lapso, puesto que la literatura histórica de tal período es entera-
mente diversa de la que abraza Guatemala India, y de la que abarca Guatema-
la, Provincia de España.
Al narrar los hechos por medio de colecciones metódicas, procuraremos
hacer el proceso de la "América Central ante la Historia". Las monografías
llevan en mira exhibir aquella época primitiva indígena con sus creencias y
espíritu ; pintar con apropiado color la epopeya y hecatombe de la conquista,
y hacer el juicio del régimen colonial y de los personajes que vinieron de
España, como los egipcios juzgaban en el Panteón, con síntesis y símbolos,
que revelasen la psicología de cada época, a la par de los rasgos salientes de
los hombres notables. Tarea difícil, que debe tener sombras, vacíos y erro-
res. En todo caso, recordaremos las palabras del célebre Vasco Núñez de
Balboa : "Llega home fasta donde puede, y non fasta donde quiere".
j Lástima que algunos agentes norte-americanos, se hayan llevado y con-
tinúen llevándose, a precio de oro, libros antiguos, pinturas y objetos de arte,
que venden más caros en los Estados Unidos !
cartografía
Para poner término a este capítulo, y como complemento necesario, dare-
mos una noticia, siquiera sea ligera, de la Cartografía Nacional. Lo referente
a la parte antigua, se halla en la obra, que ya describimos, del Director del
Archivo de Indias, y que contiene todos los mapas que se formaron acerca de
la América del Centro, en tiempos coloniales.
Los mapas modernos, con condiciones científicas, son los siguientes:
— 44 —
I) Las Cartas Geográficas que el doctor don Mariano Gálvez mandó le-
vantar por Rivera Maestre, de los Departamentos que, el año de 1832, com-
prendía el Estado de Guatemala.
II) El rñapa de Sonnenstern, del año 1859. El autor era un ingeniero
alemán, que al llegar a Guatemala había hecho algo de bueno en el ramo car-
tográfico, bajo la protección del filibustero Walker, en Nicaragua. Con excep-
ción de las Costas y algunos pocos puntos en el interior, cuyas determinantes
astronómicas eran conocidas entonces, no es este mapa más que un "croquis".
III) El segundo mapa fué hecho por Au, otro ingeniero alemán, en el
año de 1876. Su autor había medido muchos terrenos en varias partes del
país, y hecho algunas pocas triangulaciones. Las fronteras son casi todas
malas, y el error en la del noroeste llega hasta medio grado.
IV) El mapa de Juan Gavarrete, ciudadano meritísimo de Guatemala,
en varios ramos científicos, es del año 1880, y utiliza naturalmente los datos de
sus predecesores. Tiene un apéndice pequeño, con la distribución de los idio-
mas según el doctor Berent, quien proporcionó también algo del material
cartográfico.
V) El mapa de Baily es como todas las producciones de este autor (tra-
ductor p. e. de la Historia de Domingo Juarros) nada más que una versión al
inglés de los mapas anteriores.
VI) Stoll hizo su mapa pequeño y bien dibujado, sin pretenciones de
traer datos nuevos.
VII) Paschke se aprovechó para su mapa de algunas remedidas de las
costas, por buques de guerra extrangeros y de los estudios para los ferroca-
rriles de la República. Fuera de estas partes, adolece su trabajo de muchos
errores.
VII) El mapa de Bianconi, simultáneo al anterior, contiene esas mismas
cosas buenas y errores, y trae de nuevo solamente unas noticias interesantes
sobre los cultivos principales en diferentes partes de Guatemala.
IX) Miles Rock era jefe de la Comisión de Límites que arregló la fron-
tera con México, y de la cual formaban parte entre otros don Claudio Urrutia
y don E. Rockstroh. Su mapa, publicado en 1895, naturalmente sobresale en
la parte que comprende esta frontera.
X) El Dr. Sapper midió muchas alturas, hizo triangulaciones, siquiera
de los cerros importantes a los vecinos, e introdujo en esta red los detalles
averiguados en sus marchas a pié, en las cuales se servía de un pedómetro o
contaba sus pasos. Hizo muchos mapas con detalles orográficos, hidrográfi-
cos, geológicos, respecto de la vegetación y los cultivos, y la repartición de
idiomas indios, del origen de los nombres de ciudades y pueblos, etc. Debe a
todos estos trabajos serios y verídicos, una parte de los cuales ejecutó con
ayuda del Gobierno de Guatemala, la cátedra de geografía en la Universidad
de Tübingen (Alemania).
— 45 —
XI) Hace poco (1902) apareció en Washington, un mapa editado por
la Ofícina de las Repúblicas Americanas, y dibujado por M. Hendges, notable
por contener las publicaciones magníficas de la Comisión de estudios para el
Ferrocarril Intercontinental y por el uso concienzudo de todas las obras carto-
gráficas anteriores.
XII) Las mismas ventajas en grado mayor presenta el mapa de Claudio
Urrutia, El autor, comisionado por el Gobierno, no ha prescindido de ningún
dato por insignificante que sea y ha logrado traer a su alcance todas las noticias
geográficas, tan dispersas, sobre Guatemala. La escala de su mapa forma un
progreso notable, es de i por 100,000, mientras que los anteriores no pasan de
I por 400,000.
El Mapa en Relieve de la República de Guatemala llama la atención de
cuantos lo contemplan, porque exhibe toda la topografía, con minuciosos deta-
lles y pone de manifiesto y en conjunto nuestro suelo, con los colores apropia-
dos, los distintos terrenos y la magnificencia de las cordilleras, volcanes, ríos,
lagos, caminos, vías férreas ; todo en una escala suficiente para el estudio ob-
jetivo del extenso territorio de Guatemala. Esta grande obra fué hecha por
iniciativa, orden y apoyo del Presidente Señor Estrada Cabrera, y dirigida
por el Coronel Ingeniero don Francisco Vela.
MÉXICO
Ya hemos apuntado los historiadores antiguos de Nueva España, en los
siglos XVI y XVII. En. el siglo XVIII débese mencionar a Veytia, León,
Gama y Andrés Cavo, que dejaron obras históricas, siendo de este último la
que se intitula "Los Tres siglos de México". El famoso Beristain formó, con
perseverancia, la "Biblioteca Hispano-Americana Septentrional", que mencio-
na los escritores mexicanos y muchos guatemaltecos. En el siglo XIX, figu-
ran, en primer término, Alamán (1714-1852) que dio a luz sus "Disertaciones
sobre la Historia de la República Mexicana" y sus "Historia de México". Gar-
cía Icazbalceta, Orozco y Berra, Chavero, Fernando Ramírez, Manuel Carpió
y otros distinguidos escritores, han dejado brillantes producciones históricas.
Antes de pasar adelante, es preciso consignar el nombre de don Antonio
de Solís, afamado poeta lírico, el mejor escritor de su tiempo, que aunque ca-
recía de suficiente erudición histórica, empleó veintitrés años en escribir la
Historia de la Conquista de México, imitando a Tito Livio. Esa célebre obra,
publicada en i'684, fué traducida a muchas lenguas extrangeras. Pasan de
veinte las ediciones españolas. La que conservamos en nuestra biblioteca,
fué pubHcada en Madrid, por don Antonio de Sancha, en 1783, con magníficos
grabados en dos tomos, en cuarto. El estilo, las imágenes, la disposición del
plan, son del todo académicos ; pero Barcia, Clavígero, Robertson y Prescott,
que son concienzudos jueces, le han censurado algo del fondo histórico, y la
^46-
chocante fraseología pulida, en boca de indios rudos. Son muy recomendables
las obras de Pimentel "Lenguas indígenas de México" y "Memoria sobre la
raza indígena".
México al través de los Siglos es la más suntuosa y artísticamente ilus-
trada de todas las historias de la América hispana. Contiene en sus cinco
grandes y hermosos tomos, impresos en Barcelona, bajo la dirección del nota-
ble escritor Riva Palacio, todo lo que se relaciona con la vida de aquel país,
tan rico en recuerdos nacionales. Es obra monumental.
El insigne poeta y excelente amigo nuestro, el narrador de las epopeyas
de su patria, Juan de Dios Peza, describió, con pluma de diamante, La Refor-
ma, la Intervención Francesa, El Imperio, El Triunfo de la República, y mu-
chos otros episodios de la historia heroica de México. Conservamos los libros
suyos, con que nos obsequió ese amenísimo literato, y que son joyas de valía.
Recordaremos siempre la memoria prodigiosa, el sabroso decir, el chiste gen-
til, la imaginación florida, el talento clarísimo del vate mexicano.
El distinguido diplomático don Victoriano Salado Álvarez tiene obras de
mérito, entre otras, De Santa Ana a la Reforma, La Intervención, el Imperio,
Un Supremo Mexicano, en el siglo XVIII, El Papel de Juárez en la defensa de
Puebla, en la campaña del 63. Don Francisco Sosa ha escrito El Episcopado
Mexicano, Los contemporáneos, Biografías de mexicanos distinguidos. Nom-
bres de los reyes de México, y Efemérides históricas y biográficas. Jesús
Galindo Villa, publicó Iturbide, Cosas antiguas de México, La toma de Mé-
xico por los conquistadores españoles y Bibliografía mexicana del siglo XVII.
Don Genaro García ha publicado unos cuarenta volúmenes, entre ellos el tra-
bajo notable "Carácter de la conquista española en América" y "Documentos
Inéditos para la historia de México". El Presbítero Agustín Rivera dejó li-
bros excelentes. Luis González Obregón tiene el precioso tomo "Los Precur-
sores de la Independencia Mexicana en el siglo XVI".
Para cerrar con broche de oro esta enumeración, que no puede ser tan
completa como desearíamos, vaya de último, aunque es de lo primero, "México,
su evolución", fecunda labor de expertas plumas, bajo el plan de Justo Sierra.
Altas consideraciones filosóficas, que arrojan luz en la serie de los tiempos, en
el desarrollo de los fenómenos sociales, avaloran esa obra moderna, que ha me-
recido justos elogios.
ECUADOR
Los trabajos históricos que han sobresalido son los del P. Velasco y los
que se deben a las plumas académicas del doctor don Pedro Fermín Cevallos
y dereruditísimo obispo don Federico González Suárez. La historia del Ecua-
dor escrita por el laborioso Cevallos, publicada en 1879, adolece de algunos
vacíos, a vueltas de muy interesantes datos, presentados en correcto lenguaje
I
— 47 —
y estilo adecuado. La que dio a luz en Quito, en 1890, en cinco volúmenes de
elegante impresión, el ilustrísimo señor González Suárez, está escrita con ver-
dad, color y gran copia de doctrina. Es una de las mejores historias de Amé-
rica. No embarga al sabio prelado el respetable carácter de sacerdote, para
hablar claro, en asuntos que otros clérigos, menos ilustrados, tratan de obscu-
recer y hasta de sincerar ; franqueza que le ha vahdo no pocos sinsabores. Esta
importante historia se dio a luz en Quito, en cinco volúmenes, en cuarto, en el
año 1890. Es muy interesante también la obra de don Antonio Flores, que
lleva el titulo de "Ayer, Hoy y Mañana", con primorosos cuadros históricos.
VENEZUELA
Citaremos en primer término a Oviedo y Bañes, cuyos escritos rarisimos
reimprimió el notable americanista, don Cesáreo Fernández Duro. "La Co-
iección de documentos históricos", publicada por Mendoza, Yanes y Guzmán,
en los últimos años de la Gran Colombia, no tiene todavia orden cronológico
siquiera. La hermosa Compilación del sacerdote y general José Félix Blanco,
comprende una época más antigua, con interesantes documentos y notas ilus-
trativas. Es un rico archivo ordenado.
Larrazabal, ameno, erudito y elegante, como escritor, hizo de su Historia
un himno. Mas bien que constituir tribunal para juzgar al Libertador prefirió
sumergirse entre los resplandores del astro.
La Autobiografía del General Paez es la historia de una interesante vida,
que se enlaza con los principales acontecimientos de una época, pero no la
historia de la época misma.
El general O' Leari, en sus Memorias, se limita al brillante período que
Bolívar llena con sus grandes hechos. La documentación es incompleta, ya
que como lamenta el autor, perdiéronse los documentos más importantes ; y
falta también algo, sobre varios puntos, que será depurado por la posteridad.
La obra de don Ramón Azpurúa, intitulada Hombres notables de Hispano-
América, es incompleta, dispareja, tomada aquí y allá de rasgos necrológi-
cos de distintos escritores, de biografías de circunstancias, inspiradas por la
emulación, a las veces noble, pero nunca imparcial de los partidos en lucha.
Venezuela Heroica, como su título lo indica, es una faz de la gloriosa his-
toria militar, en los tiempos de la guerra magna. Comienza con la Victoria,
en 1814, y termina con Carabobo, en 1821. Es una oda brillante saturada de
entusiasmo y patriotismo.
Esas obras comprenden el ciclo de los combates, como inicio, y como final,
la desmembración de la Colombia tonante y vencedora. Forman la apoteosis
venezolana, digna de sus héroes y de la reputación literaria de aquel país.
Don José Gil y Fortoul publicó en Berlín, en 1907, su interesante Histo-
ria Constitucional de Venezuela, en dos grandes tomos, que tuvo la dignación
-48-
de enviarnos con galante dedicatoria. Es un trabajo a conciencia, de mucha
labor y mérito.
La que bien lleva el nombre de Historia de Venezuela, es la de Baralt y
Díaz ; pero esta magnífica producción, no obstante el alto y reposado criterio
que en ella brilla, embellecido por lo clásico de la forma, no pudo llevar el sello
de la libertad moral, indispensable en el historiógrafo para decir verdad com-
pleta e impartir justicia a secas. Baste recordar que las inmoderadas exigen-
cias hechas a su providad de escritor costaron a Baralt la eterna ausencia del
nativo suelo. De otra parte, esa obra, tan digna de elogio, no llega sino
hasta 1830. La sección que alcanza a 1835 es un "breve bosquejo", simple es-
bozo, que no ha recibido pintura de primera mano.
Los trabajos de Juan Vicente González tienen carácter más general, con
cuadros completos, narraciones y biografías, talladas en estilo vigoroso y cierto
tono dogmático, que llega a ser el dejo de los batalladores.
El Coronel José de Austria publicó su Bosquejo de la Historia Militar de
Venezuela, en 1855, obra concebida "en un lugar solitario, en los hermosos
campos de Aragua, a las márgenes del lago que los fecundiza". Actor en mu-
chos hechos que narra, tiene colorido y brillo.
Laá Memorias de la Revolución de Venezuela, escritas por el famoso poeta
Heredia, con una preciosa introducción del primero de los críticos cubanos,
Enrique Piñeyro, es una joya valiosísima. Así como los Anales del Dr. Rojas
Paúl figuran dignamente entre las producciones de este género, relativas a las
demás repúblicas del Nuevo Mundo.
Origen de los habitantes precolombinos del Continente Americano es obra
moderna, y muy interesante, de A. Briceño Valero. La Historia contemporá-
nea de Venezuela, por Francisco González Guimán, es de mucho mérito. La
Historia de Venezuela, por Eduardo Gaicano, escritor erudito, prosista fácil y
poeta inspirado, es un libro digno de la fama de su autor. Muchos y justos
elogios alcanzó la que lleva igual título, debida a la pluma de José M. Muñoz
de Cáceres. La Evolución Social, precioso trabajo de Fombona, y las obras de
Berger, Landaeta Rosal, Duarte, Level, Alvarado, y otros varios muy notables,
forman honrosa legión. La Historia Contemporánea de Venezuela, por Fran-
cisco González Guimán, si no es lo más completo, es lo más extenso que se ha
publicado. Contiene diez volúmenes, impresos en la oficina de "El Cojo",
Caracas, 191 1.
BOLIVIA
Las obras principales de la historia de Bolivia son "Archivo Boliviano",
París, 1851, un volumen en cuarto, por Ballivián Rojas. Estudios históricos,
Santiago, 1874, un volumen, en cuarto, por Soto Mayor Valdés. Compendio
de la Historia de Bolivia y Cochabamba, 1888, un volumen, en cuarto, por J.
— 49 —
Blanco. Ensayo sobre la Historia de Bolivia, Sucre, 1861, un volumen en
cuarto, por J. M. Cortés. Apuntes para la Historia de Bolivia, Tacnat, 1873,
anónimo, un volumen en cuarto.
El libro que escribió el cíiileno Soto Mayor Valdés, intitulado Estudio
Histórico de Bolivia, revela imparcial y sereno criterio, en páginas de colorido
y claridad sincera, en las cuales se destacan las figuras políticas y militares de
aquel país. El prólogo de esa obra contiene muchas observaciones acerca del
caudillaje y la canallocracia, aplicables a varias naciones américo-hispanas.
La más conocida de las historias de Bolivia es la que escribió Camacho, y tam-
bién muy recomendable la de Urquidi.
URUGUAY
Entre otros de reputación, conócense a los señores Víctor Arceguirre,
autor de la Historia del Uruguay, impresa en Montevideo, en 1892, y don Isi-
doro de María, que en ese mismo tiempo dio a luz las Páginas Históricas de la
República. La Historia de la dominación española en el Uruguay, escrita por
Bauza, ofrece interés y contiene curiosos datos. Daniel Granada publicó la
Reseña de las supersticiones en el Uruguay ; José Salgado, la "Historia del
Uruguay" y los "Cabildos Coloniales". Isidoro de María tiene buenas obras
referentes a los fastos de su patria ; Orestes Araujo dio a luz la "Historia com-
pendiada del Uruguay" y "Gobernantes del Uruguay".
PARAGUAY
El deán Funes descuella, con su "Historia del Paraguay", y sobresale tam-
bién Lozano, que escribió la "Historia de la Compañía de Jesús en el Para-
guay"; Centurió dejó bellas y nacionales páginas en la "Historia de la Guerra
del Paraguay contra el Brasil, Uruguay y la Argentina". Demersai y Thomp-
son son también historiadores de nota. El año 1802, publicó en Madrid, la
viuda de Ibarra, la "Historia de los cuadrúpedos y de las aves del Paraguay y
Río de la Plata", por don Félix de Azara, autor también del libro postumo y
raro, que se intitula "Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata",
que dio a luz Sánchez, en 1847. Blas Garay escribió "La Revolución de la In-
dependencia del Paraguay" ; y Juan Silvano Godoy, las "Monografías His-
tóricas".
COLOMBIA
El país de la América hispana, que sobresale por sus notables escritores,
abunda naturalmente en historiógrafos distinguidos. La Historia, que escri-
bió Groot y la gran Colección de O' Leary, son de gran importancia ; y se debe
citar en primer término la "Historia de Colombia", por Restrepo. La que pu-
— 50 —
blicó con el mismo título Benedetti es muy popular y conocida. "Las Memo-
rias de los Virreyes de la Nueva Granada", se imprimieron en Nueva York,
por García y García, el año 1883, con un interesante prólogo del Licenciado
don Ignacio Gómez, literato guatemalteco. "Los Recuerdos Históricos", que
publicó M. A. López, en 1889, en Bogotá, deben mencionarse como obra inte-
resante. José M. de Quijano es autor de una "Historia de Colombia". Antt)-
nio B. Cuervo, por comisión gubernativa, formó la gran "Colección de Docu-
mentos inéditos, sobre la geografía e historia de Colombia". Henao y Arruble,
dieron a la estampa, poco tiempo hace, la "Historia de Colombia". L. Cerdo
hi?o su "Estudio Histórico, Etnográfico y Arqueológico de los Chibchas".
Varios otros de los que, como Pérez Triana, manejan a maravilla el castellano,
han dejado obras clásicas históricas.
Debe citarse un libro raro, interesantísimo, publicado en Caracas, en
1846, y escrito por el célebre guatemalteco, don Antonio José de Irisarri, que se
intitula "Historia del asesinato cometido en la persona del Gran Mariscal de
Ayacucho". Contiene un prólogo brillantísimo describiendo la suerte lamen-
table de las repúblicas independientes, revolucionadas por las pasiones po-
líticas.
CHILE
Cuenta Chile con una larga serie de hi.storiadores, desde el P. jesuíta
Alonso de Ovalle y al célebre Rosales, que escribieron a principios del siglo
XVII, y una centuria después el P. Olivares, hasta el naturalista francés
Claudio Gay, que doscientos años más tarde, redactaba la "Historia Física y
Política de Chile", que aunque no encierra mucha importancia histórica, con-
tiene algunos curiosos datos, aprovechados después por chilenos eruditos.
El más notable es don Diego Barros Arana, cuya "Historia General de Chile",
en 16 tomos, constiuye un monumento de gloria para su autor. Don Benja-
mín Vicuña, Solar, Errázurris, Anumátegui y otros escritores de nombre, han
producido obras históricas de mérito, sobresaliendo en la filosofía de ese ramo
el sabio profesor don Valentín Letelier, por el nuevo rumbo que señala a la
ciencia de los sucesos humanos, en la "Evolución de la Historia". No podemos
mencionar las muchas monografías y folletos historiales publicados en la culta
tierra de los araucanos ; pero sí podemos afirmar qeu es una de las repúblicas
que mejor ha sabido compilar y exhibir las memorias de sus pasa,dos tiempos.
PERÚ
Es tan rica la bibliografía histórica del Perú, que no es dable en estos
apuntes concretos, hacer mención del carácter y del mérito de cada una de las
obras, que sólo mencionaremos.
ÉPOCA PREINCAICA
M Middendorf , El Perú ; Reiss y Stubel, Necrópolis de Ancón ; Stubel y Uple,
p Trahuanaco; Max. Uple, Pachacamac; Squier, Viaje por el Perú; Orbigny,
'■^ Viaje por el Perú; Castelnau, Viaje por Perú y Bolivia; Wiener, Perou et Bo-
livia ; Ma. Uhle, Trabajos publicados en la Revista Histórica de Lima ; Unanue,
I Estudios de Historia Americana ; Patrón, El Dios de La Lluvia, Estudios sobre
;> lenguas americanas (en la Revista Histórica y en el Ateneo del Perú) ; Vicente
• Fidel López, Les races aryennes (sostiene que el quichua es sánscrito) ; en el
Boletín de la Sociedad de Americanistas de Washington, en 1913, un número
dedicado todo a las antiguas metrópolis preincaicas, descubiertas hace poco,
en las quebradas del Urubamba, por la misión arqueológica norte-americana;
Doctor Pablo Patrón, El Aimará (opina que viene del asirio); Carlos A. Ro-
mero, Pobladores primitivos del Valle de Lima. Pablo Patrón escribió El
Perú Primitivo v Escritura Americana.
b
ÉPOCA INCAICA
Todos los autores citados anteriormente, tratan en sus obras de asuntos
referentes también a esta época ; pero en especial deben mencionarse, en pri-
mer término, a Cieza de León, que escribió "El Señorío de los Incas", obra
interesante impresa por Ximénez de la Espada, advirtiéndose que en el mismo
tomo se encuentra el fragmento importantísimo de Juan de Betanzos, que es
la epopeya incaica traducida literalmente. El mismo Sieza de León escribió
la Crónica del Perú, que se encuentra en la colección Rivadeneira y en la Nue-
va, que dirige Serrano y Sainz. — Lie. Polo de Ondegardo, se halla en los Do-
cumentos para la Historia de España, de Mendoza. — Sarmentó de Cambra,
Historia de los Incas, con prólogo y notas, por Retschmann, traducida al in-
glés por Markham, 1907. — Huaman Poma de Ayala, Historia publicada por el
mismo Retschmann, bibliotecario de Gotinga, en Hanover. — Montesinos, pu-
blicado por Ximénez de la Espada ; esta obra curiosa pertenece más bien a la
época preincaica, pero a continuación de sus Memorias Historiales, inserta un
extracto útilísimo de las Informaciones del Virrey Toledo, sobre los Incas. —
Agustín de Zarate, Historia del Perú, que tiene varias ediciones, desde el siglo
XVI, hasta la que aparece en la Colección de Rivadeneyra. — Informaciones del
Gobernador Vaca de Castro, Madrid, 1892, por Giménez de la Espada. — Acosta,
Historia Natural de América, siglo XV; sigue en todo a Ondegardo. — P. Ber-
nabé Cobo Historia del Nuevo Mundo, Sevilla, 1892. — P. Oliva, Historia del
Perú. — Giménez de la Espada, Tres Relaciones Históricas del Perú, Madrid,
1879, con un prólogo muy importante sobre las historias y crónicas inéditas
acerca del Perú preincaico. — Padre Las Casas, Antiguas Gentes del Perú, es
un fragmento publicado de su gran Historia, y en esta parte sigue un manus-
— 52 —
crito de Cristóbal de Molina, publicado en España a fines del siglo XIX. —
Román y Zamora en sus "Repúblicas del Mundo", contiene largos capítulos,
referentes al Perú, tomados de Ondegardo. — Cabello Balboa, Miguel, escribió
en la Nueva Granada, a principios del siglo XVII, una Micelánea, cjue está
traducida al francés, por Ternaux Copans. — Dávalos y P'igueroa. Miscelánea
Histórica, escrita y publicada en Lima, a principios del siglo XV'Il. — Fr. Je-
rónimo de Ore, Símbolo Católico Indiano. — Garcilaso de la Vega, Comentarios
Reales, siglo XVII.— P. Velasco, Historia de Quito, Siglo XVIII.— Cristóbal
de Molina, Ritos e Idolatrías de los Incas, publicado en inglés por Markham. —
Prescott, Conquista del Perú, una de las obras mejores y más conocidas. —
Fschudi y Rivero, Antigüedades Peruanas y Contribución al Estudio del Perú
Antiguo. — Clemente Markham, "Cusco and Lima", y un "Compendio de la
Historia del Perú". — Lorent, Historia del Perú Antiguo, Civilización Peruana
indígena, Lima 1897. — Trezier, Voyage. — Jorge Juan y A. de Ulloa. Viaje,
Noticias Secretas. — Valle editó la Galería de los Virreyes del Perú.
INDEPENDENCIA Y REPÚBLICA
Memorias de Cochrane, Memorias de Miller, Memorias de O' Leary. —
Todas las brillantes Historias de San Martín y Bolívar. — M. T. Paz Soldán,
Historia del Perú Independiente, dos tomos, el primero en dos volúmenes. —
M. F. Paz Soldán, La Confederación Perú-Boliviana. — M. F. Paz Soldán. La
Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia. — F. Manátegui, Apuntaciones de la
Historia de Paz Soldán. — Juan Gualberto Valdivia, Las Revoluciones de Are-
quipa.— T. Caivano, Guerra del Pacífico. — Bulnez González, Guerra del Pací-
fico.— Alberto Gutiérrez, La Guerra del Pacífico, (crítica a Bulnes). — Dr. Ne-
mesio Vargas, Historia del Perú Independiente. (Varios tomos, en publica-
ción). El Manual de Mendiburo, o sea el Diccionario Histórico del Perú, im-
preso en Lima, en ocho volúmenes, en el año 1880. Esta obra es de alta im-
portancia. La Descripción del Perú, escrita por Tadeo Haenke, que es un
manuscrito de 1778, encontrado en el British Museum de Londres, constituye
una obra de mérito, que citaremos en varios pasajes de nuestra labor. Perte-
nece el importante manuscrito a la época incaica.
Debemos muchos de estos datos a nuestros distinguidos amigos Ricardo
Palma y J. de la Riva Agüero, que tiene un brillante libro "La Historia en el
Perú".
ARGENTINA
La república Argentina, que es de la zona del Sur la que con más rapidez
avanza, gracias a la inmigración europea, tiene historiadores antiguos y mo-
dernos de mucho renombre. Citaremos a Núñez Cabeza de Vaca, que escribió
el libro intitulado Naufragios, a Barco Centenera, autor de La Conquista del
— 53 —
Río de la Plata, a Manuel Ricardo Trielles, por su Revista de Archivos y Bi-
bliotecas, a Madero, que escribió la Historia del Puerto de Buenos Aires, ba-
sada en documentos inéditos, al eruditísimo Medina, "Juan Díaz de Solís" y la
Bibliografía del Río de la Plata. Este escritor chileno, es el mejor bibliófilo.
Aunque la Historia Argentina, que escribió Domínguez, es obra de mérito,
tiénelo mucho mayor la que dio a luz el notable literato don Vicente Fidel
López, en 1883 : Las Memorias Postumas del general José M. Paz son el texto
bíblico del historiador argentino. Ese procer soportó con entereza el infortu-
nio. Las Memorias llevan por lema el símbolo de la libertad. La edición que
tenemos es la de 1892, La Plata, imprenta "La Discusión". Tres grandes
tomos.
El célebre general Mitre, que fué digno presidente de la república, figura
como escritor de merecida fama, conquistada sobre todo por su magnífica obra,
que lleva el nombre glorioso de San Martín, y por la Historia de Belgrado, que
es acaso la más interesante de aquel literato. Los tres volúmenes que contie-
ne la epopeya del émulo de Bolívar y la narración de los sucesos gloriosos de
la guerra de independencia de las naciones del Plata constituyen un verdadero
monumento levantado a una de las más puras glorias americanas. Son tam-
bién del general Mitre las obras "Comprobaciones Históricas", "Episodios de
la Independencia Argentina", y otras. La Historia de Rosas y su época, por
Saldías, dada a la estampa en París, en 1881, abraza el período de aquella tre-
menda dictadura. "La Historia Argentina", desde 1492 hasta 1862, que escri-
bió Fregeiro, y que impresa en Buenos Aires, vio la luz en 1891^ goza de repu-
tación merecida. El doctor don Vicente G. Quesada, con cuya amistad nos
honramos, escribió mucho sobre historia y límites de la república Argentina,
no sólo en la importante Revista de Buenos Aires, sino en varios tomos volu-
minosos, y queda inédita, hasta ahora "La sociedad hispano-americana bajo la
dominación española", que tuvimos ocasión de apreciar manuscrita por el
autor, en Washington, y que sobre ser concienzudo y erudito estudio de aque-
lla época tan calumniada como mal comprendida, de la evolución de estos paí-
ses, que de ahí traen la cultura greco-latina, forma una colección de monogra-
fías, que arroja plena luz acerca de estas regiones, que España conquistó y
hubo de darles cuanto tenía, cuando era la nación más grande, civilizada y po-
derosa del mundo. Don Ernesto Quesada, digno hijo del escritor que acaba-
mos de mencionar, hizo un estudio que lleva por título "La época de Rosas, su
verdadero carácter histórico", interesante producción, en un tomo en cuarto,
con 392 páginas, impreso en Buenos Aires, en 1897, y una curiosa Historia
Diplomática.
Por último, la Colección de obras y documentos relativos a la historia an-
tigua y moderna del Río de la Plata, formada por Angelis, cuya antigua edición
se agotó, motivo por el cual se está reimprimiendo en Buenos Aires, es un
arsenal riquísimo de los fastos de aquella hermosa tierra. La Paleontología
— 54 —
Argentina debe estudios notables a Darwin, Orbigni, Braward, Burmeister, ji-
los hermanos Ameghino. La Sinopsis geológico-paleotológica del Museo Na-
cional, publicada en 1898, merece mencionarse, así como la Paleontología Ar-
gentina, de Rojas Acosta, impresa en 1904. Es importante también "La Amé-
rica Precolombina", de Mariano Soler.
BRASIL
Durante mi residencia en Río Janeiro, pude hacer un estudio de las prin-
cipales obras históricas de aquella próvida tierra. El representante nato, di-
gamos, dé la historia brasilera, es Adolfo Varnhagen, visconde de Porto Segu-
ro. Este escritor dejó una importante obra sobre la formación, desarrollo c
independencia de su patria. Fué gran erudito, y como tal, publicó muchas
valiosas monografías. Quizó ser también historiador, y escribió la Historia
General del Brasil, libro notable, por el espíritu de investigación que revela,
por la erudición que demuestra ; pero, con todo, libro deficiente, por falta de
crítica, por ausescia de intuiciones teóricas, y por la aspereza del estilo.
El viejo Alexandro de Mello Moraes dejó las obras siguientes, Brasil
histórico, la Independencia do Brasil, Chrónica General, Historia do Brasil,
todas importantes repositorios del ])asado ; pero reunidos documentos y me-
morias, las más de las veces, sin análisis, sin filiación de los hechos, en fin, sin
que se manifieste el criterio filos>ófico del historiador y compilador. Elxcep-
túase, sin embargo, el libro A independencia, escrito contra el emperador Pe-
dro I y los hermanos Andrada, proceres de la independencia brasilera.
Como este autor, han florecido otros, que se han ocupado en los anales,
biografías, narraciones históricas y coreografía. Tales fueron, Francisco
Lisboa, Borges de Fonseca, el consejero Pereira da Silva, el general Abreu
Lima, Joaquín Noberto ; el canónigo Fernández Pincheiro, Morcira de Aze-
vedo y J. de Lacerda Mattoso Maia.
El famoso diplomático Barón do Río Branco, a (juien tuve la honra de
tratar, fué uno de los espíritus más esclarecidos y mejor preparados en asuntos
históricos de su país. Publicó varias obras, habiendo tenido la gentileza de
obsequiarme con algunas de ellas, cuando estuve en el Brasil, como plenipo-
tenciarios de Guatemala.
Tiene merecido renombre, por sus grandes conocimientos y por la perfec-
ción con que enseña la historia brasileña, en el Gimnasio Nacional, el profesor
Capistrano de Abreu, cuya orientación científica y conocimientos literarios son
sobresalientes. Para concluir, citaremos la obra History of Brazil, by Robert
Sauther, y la gran Revista del Instituto Histórico y Geográfico, que tiene gran
reputación.
Joao Ribeyro, notable pensador, ha escrito la Historia do Brazil, Rocha
— 55 —
Pombo dejó otra Historia do Brazil y la Historia da América; Eduardo Prado
dio a luz, pocos años hace, la Historia do Brazil.
CUBA
Tan rica como es la perla de las Antillas en producciones literarias, que
tanta fama le han conquistado, cuenta también con libros importantísimos que
guardan los fastos nacionales. Guiteras dejó una interesante Historia, cuyos
cuatro primeros capítulos dedicó a la descripción de los antiguos aborígenes,
atendiéndose a los datos del cronista Herrera. El señor Pezuel apenas consa-
gra algunos párrafos a ese asunto ; Bachiller y Morales procuró ir más lejos,
escribiendo el precioso libro, que se intitula Cuba Primitiva, con tal erudición,
que a veces abruma al lector. De otro género es la Antropología des Antillas,
de Cornillac. Juan Ignacio de Armas publicó la Fábula de los Caribes, y el
distinguido literato Sanguily dio, con ese motivo, a la prensa, importantes ar-
tículos. Fernando Valdés y Aguirre escribió mucho sobre la historia primiti-
va de Cuba. Bachiller y Morales presentó al 4° Congreso de Americanistas un
interesante estudio sobre la Historia de la Isla, y es muy erudito su libro que
lleva por título Antigüedades Americanas, Habana, 1845. El señor Rodríguez
Ferrer dejó un obra muy bien escrita "Naturaleza y civilización de la grandiosa
isla de Cuba", que contiene importantes datos arqueológicos. El ilustrado
cubano José M. de la Torre escribió acerca de "Los Pueblos y costumbres de
los indios de la isla de Cuba". Hay mucho sobre los fastos de la isla, en la
"Historia de Santo Domingo"' escrita por don Antonio del Monte y Tejada.
La "Historia de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar
océano", escrita por Antonio de Herrera, contiene interesantes datos, en sus
cuatro décadas, desde 1492 hasta 1531, Madrid, 1830. En las obras del liber-
tador José Martí, que dio a luz Quesada, hay mucho bueno y referente a la
historia cubana, en la cual figurará eternamente aquel mártir sublime, a quien
tanto amé, y recuerdo siempre con amistosa veneración.
Al terminar este capítulo, es preciso advertir que la bibliografía centro-
americana, que ha sido su principal objeto, puede estimarse bastante completa,
a la vez que la de las demás repúblicas se ha hecho, sin tal pretensión. Es más
bien un ligero juicio acerca de las obras de historia, que el autor de la presente
conoce. No se extrañe, pues, que haya omisiones y vacíos en materia tan com-
pleja, siendo así que no existe una bibliografía impresa que contenga lo que
se ha publicado sobre toda la América Ibera.
LA AMERICA CENTRAL ANTE LA HISTORIA
PRIMERA PARTE
ÉPOCA PRECOLOMBINA
CAPITULO I
biología y geología
SUMARIO
Formación de la Tierra. — Aspecto primero. — Nebulosa. — Sol. — Estrella
roja. — Astro sombrío. — Estados diversos. — Período siluriano. — Cuatro épocas. —
Desenvolvimiento de la vida. — El Hombre. — Primera conversación de la Natura-
leza con Dios. — Génesis de Centro-América. — Levantamiento de montañas en
nuestro suelo. — Las tierras tropicales, — Expresiones de Humboldt. — Los An-
des. — La América Central himdida en el mar. — Período mioceno. — Sumersión
de Continentes en épocas prehistóricas. — En el período terciario se verificó un
cataclismo horrendo. — Centro-América cambia de aspecto y superficie. — La muer-
te alimenta sin cesar la vida. — Cómo se figuraban la Tierra los antiguos. — La
América Central quedó sin correspondencia rítmica con la respectiva de los otros
Continentes. — Se pierde la imaginación al enunciar las edades geológicas. — Nues-
tro planeta continúa siempre en actividad. — Centro-América en el período tercia-
rio. — Notable desarrollo de los animales tropicales en Centro-América. — Interés
que presenta la configuración de la América del Centro. — Los Andes, el Archipié-
lago y la América del Sur y del Norte. — Nuestros altísimos volcanes. — Fauna
paleontológica. — Interesante colección de fósiles de Guatemala. — Geología del
Norte, por Chiquimula. — De dónde viene el nombre de la América. — Cataclismos
sufridos por la América Central. — Las variaciones de vida y de clima en Centro-
América. — Efectos del levantéuniento de nuestras montañas. — El movimiento en-
gendra fluidos vitídes.
Leve fragmento del sol lanzado por el espacio, fué en un principio la tierra
irradiando calor y luciendo propia luz, hasta que la fría mano del tiempo, al
cabo de millones de siglos, apagó su corteza, formó las aguas y concentró el
fuego al centro del planeta, dejando henchido el aire de nubes acuáticas y elec-
-58-
tricidades tonantes, que desprendían siniestros relámpagos y tormentosa lum-
bre (i). Miles de años después brotaron heléchos desmesurados, lianas es-
pesísimas, árboles colosales, miríadas de insectos, vampiros enormes ; cocodri-
los de porte increíble, castañeteando inmensas mandíbulas, entre lagos infec-
tos ; el gigantesco megaterio irguiendo la cabeza, entre las corolas de flores
grandísimas ; y la girafa estirando su luengo cuello para coger la exuberante
gramínea, que arrancaba el megalonix de encorvadas uñas ; el elasmosaurio,
elefante palmípedo, surcador de las aguas, eleva su pescuezo serpentino ter-
minado en flecha. Los ornitorencos, reptiles con alas, resistían la ardiente
atmósfera en que nacieron, mientras en los ríos pantanosos y en las deseca-
ciones súbitas, vejetaban los zoófitos, sin conciencia de vida, y los marsupiales
de gigantesco volumen iban arrullando, en sus onerosas bolsas, la prole fecun-
da ; el clyptodón arrastraba su pintada concha, cual si fuese un castillo ; el
sivaterio rompía los bosques con estrindente ruido ; el colosal maamut iba
aplastando florestas ; las aguas eran diluvios ; las grietas terrestres, cabernas
profundas ; y todo tenía la grandeza del cataclismo con lo sublime del génesis.
De edad en edad, de ciclo en ciclo, al través de millones de años, fué trans-
formándose la tierra, con el despojo de cada mar. Carbonífero, Triásico, Liá-
sico. Jurásico, Cretáceo, Numulítico ; por enfriamiento, inundaciones, rocas
azoicas, sin rastros de vida orgánica ; terrenos biológicos, fosilíferos, vejetales
petrificados, crudas nieves, témpanos de hielo inundando hasta los trópicos,
conchas tribólitas arrastradas por los siglos, en abismos de océanos desapare-
cidos, volcanes soberbios, y en fin, cabernas, collados, serranías y llanuras,
impropicios ya para los monstruos primitivos. Hay maravillosa lógica en el
mundo físico, como en el mundo intelectual. Quien tuviese el secreto de esa
lógico, tendría la clave de la tierra y de los cielos. Los planetas muertos para
la vida termo-exaltada, resucitan a las temperaturas frescas, y en nuevas for-
mas germinan y viven. Es infinito el ciclo de las existencias que se transfor-
man. La perfecta armonía del Univei^b excluye la casualidad.
"Diríase que nuestro globo ha venido, por mesurado gradual esfuerzo, de
series indispensables a su desarrollo, pasando de astro candente a tierra fría,
para disponerse y aparejarse de suerte que se hallase todo concertado y dispues-
a recibir la visita del humano espíritu, como la desposada o prometida para
boda próxima, que se viste sus mejores galas, a fin de solemnizar el día más
feliz y decisivo de su vida, en que el amante la lleve consigo al hogar nuevo, en
to a recibir la visita del humano espíritu, como la desposada o prometida para
apercibida no sólo a perpetuar su existencia y su nombre, sino a recordarle
siempre las dulces horas de tranquilidad y ventura".
Fué el hombre último término de la resultante dinámica universal ; de las
fuerzas de la naturaleza, después de haberse helado casi todo el globo, de
(1) Consignamos la teoría del fuego central, sin desconocer que no faltan sabios, como Hopkins.
Sartorius, Reclus y otros, que no la aceptan.
— 59 —
invadido las aguas muchos territorios, en cuenta la mayor parte de lo que exis-
tía entonces de la América del Centro. Cuando brotaron los volcanes, cuando
hubo ambiente para los mamíferos, cuando el calor renació en valles y collados,
cuando vino la época postglacial, apareció la especie humana, transformándose
todo, y produciendo el ser, que mejor se adapta a diversos climas, que progresa
y que se eleva a Dios por el pensamiento y la palabra (i).
El observador del espacio habría podido ver nuestro planeta, al través de
' las edades, brillar al principio en el estado de pálida nebulosa, resplandecer, en
seguida, con propia lumbre, volverse estrella roja, astro sombrío, planeta va-
riable a las fluctuaciones de los reflejos, y perder insensiblemente su luz y su
calor, para llegar al estado en el cual observamos a Júpiter. Ya la tierra se
movía sobre sí misma y en torno del sol, cuando la temperatura primitiva des-
cendió, cuando se condensaron los vapores atmosféricos, cuando el mar pudo
extenderse sobre el globo, entre el fragor del rayo y el estampido del trueno,
y cuando en las tibias y fecundas aguas, las primeras plantas, los animales
ante-diluvianos se formaron. Durante la época primordial no había sino in-
vertebrados flotando sobre las olas. En el período siluriano se dejan ver peces
cartilaginosos. Muchísimo más tarde, en la época primaria, comienzan los
groseros anfibios y los grandes reptiles, con los pesados y perezosos crustáceos.
Surgen islas del seno de los mares, y por vez primera se ostenta la vejetación.
Durante millares de años fueron mudos y sordos los habitantes de la tierra.
El grito, el canto, no comenzaron hasta la edad secundaria. Durante millones
de siglos no tuvieron sexo ni los animles, ni las plantas. Poco a poco se des-
envolvió la vida; el reptil se fué formando, el ala hizo volar al pájaro. Viene
la edad terciaria, y nacen las grandes especies animales, sin que el hombre
hubiera aparecido aún. Llega más tarde la plenitud de la vida, y brilla al fin,
el espíritu humano sobre la tierra. ¡ En la historia del planeta, fué el hombre
la primera conversación de la Naturaleza con Dios! (2)
El rudimento, el génesis, de Guatemala sería — dando crédito a sabios geó-
logos— una isla de cadenas graníticas, salientes del fondo de los mares, aisla-
das entonces del resto del suelo de la América Central, y compuestas de mi-
caesquistos y esquistos cambrienos, lo que haría remontar esta tierra a incal-
culable antigüedad, apenas concebible en la serie de los tiempos geológicos (3).
Ahí se contemplan esas montañas de los alrededores de Zacapa, del Carri-
zal y de la serie abrupta que va con dirección al otro lado de la cadena, como
buscando los pórfidos traquíticos en los mamelones de granito y de gneis de la
base del volcán de Atitlán, casi al oeste, 22? sur, y 22? norte, correspondiendo
sensiblemente a uno de los grandes círculos más importantes del cuadro pen-
(1) Según cálculo del profesor Helmhollz, sólo para enfriarse la tierra a modo de contener seres vivos
debieron de transcurir 350 millones de años, y otro tanto para due fuera adauiriendo más perfectas formas.
(2) Flammarion— "Le monde avant la ci-eatíiSn de Thomme. Pa»re 23.
(3) Voyage Geolóffique dans les Repúbli<iues de Guatemala et du Salvador. Pag^. 251.
— oc-
tagonal de Elie de Beaumont. El segundo levantamiento bien pronunciado,
del cual Dollfus y Montserrat encontraron rastros en Guatemala, fué el de gran
cantidad pórfiro-tráctica, que vino a dar a esta porción del istmo su bellísimo
relieve orográfico y sus rasgos físicos actuales, cuando menos por el lado que
cae a las playas del Atlántico. Desde las altas cumbres de Totonicapán hasta
Esquipulas y Alotepeque, pasando por los valles de la capital, está netamente
marcado el rumbo de aquel fenómeno geológico, posterior a la formación de los
terrenos jurásicos y anterior a la de los cuaternarios. El tercer levantamien-
to fué el de gigantescas montañas, aisladas, con cúspides de fuego y formi-
dables entrañas en combustión, que al cambiar el trazado de la línea del mar,
por los vacíos y movimientos cataclísmicos que produjeron, acarrearon pro-
fundas transformaciones en el curso de los ríos, quedando lagos, como los de
Atitlán y Amatitlán, y nivelándose valles y llanuras, análogas a las de la
meseta de Guatemala, que contienen inmensas materias volcánicas, producién-
dose colinas, ondulaciones, grietas y mil fenómenos más, que por el lado de
El Salvador son harto notables, en esa especie de espinazo gigantesco que el
eje volcánico figura al través de este suelo, y que acaso se completaría en los
comienzos de la época cuaternaria, ya que se encuentran por el extenso y bellí-
simo valle de la capital de Guatemala, osamentas de grandes mamíferos, de per-
didas especies animales, que se refieren a aquellas edades geológicas, y qtie
pudieron vivir sobre el suelo formado por deyecciones volcánicas.
Creen algunos sabios que, por el tiempo del gran levantamiento volcánico,
nació, como hemos dicho, la humana especie, sobre nuestro planeta, y que
cuando los montes primeros se erguían, la raza autóctona vino apareciendo.
Al fin de la evolución que solevantó las montañas, dice Edgar Quinet (i) me
encuentro con un ser que se alza sobre sus pies y pisa las alturas, que mira al
cielo y marcha sin encorvarse. Es el hombre, que representa la edad del mun-
do en su medio día, cuando la tierra le dijo: "Levántate y anda!. , . . Enton-
ces las orquidáceas que lucen sobre los árboles de la América Central, comen-
zaron a mecerse con peculiares formas, como inquietas mariposas, o cual ara-
ñas brillantes del jardín, con sus largas y endebles patas ; ya semejando afili-
granado escudo heráldico ; ora la cabeza de una quimera chinesca o la ávida
boca de un animal fabuloso.
Por el período terciario se efectuó un cataclismo tremendo, cambio por-
tentoso, el más trascendental de los conocidos en los anales geológicos del
mundo. Desapareció el calor en muchas regiones, y grandes aludes de nieve
se desbordaron de los polos, amortajando casi toda la tierra, hasta el paralelo
35 o 40, con un paño helado de muchos metros de profundidad. Las aguas
oceánicas cubrieron los más altos montes, y la mayor parte de la América
Central estuvo dentro del mar, como se revela aún por su estructura. Ahí
(1) La Creación.— Tomo II, página 299.
— 61 —
están esos grandes hundimientos, diversos subsuelos, barrancas inmensas, le-
chos de lagos grandísimos y rastros apocalípticos del cataclismo subliAie. En
la estrata de esa edad se hallan los rastros primeros del hombre sobre el globo.
La teoría desu aparecimiento inmediatamente después del período postglacial,
cuenta con el apoyo de los más eminentes geólogos, como George K. C. Ger-
land, Ernesto Heckel y otros muchos renombrados (i).
Las tierras del Centro de América cambiaron de aspecto y de superficie ;
muchos especies de seres ya no pudieron vivir ; pero después de cubierto el
globo por aquel albo sudario, que parecía sepultarlo en una muerte glacial ;
después de la lucha de las aguas, ante el arco iris de un sol cansado de alum-
brar caóticas transformaciones, y entre los estremecimientos de toda creación,
apareció el hombre sobre la tierra, como el ser más perfecto, como la imagen
del Autor de todo lo creado.
Los antiguos organismos sirven, por transformación, para que nazcan
otros nuevos ; y los corales, las madréporas, y otros muchos animalillos mari-
nos, son constructores de modernas hiladas semejantes a las de los antiguos
períodos geológicos. Diríase que por atavismo, acostumbráronse a modelar
en pequeño, lo que fuerzas caóticas hicieron en la perpetuidad de la existencia.
La muerte alimenta sin cesar la vida.
Ante los conocimientos modernos, parecen mitológicos los apotegmas
antiguos. Pensaban los bracmanes que era la Tierra inmenso loto abierto
sobre la superficie del agua. Los talmudistas y sirios creían ser el suelo una
masa inmóvil, apoyada en colosales columnas de piedra, perdidas en el caos.
Algunos pueblos aborígenes de América decían que, como castigo de un cri-
men nefando, la diosa Bochicha había condenado al gigante Chibchacum a
sostener sobre sus espaldas la Tierra, como un inmenso cajete verde sombrea-
do por otro cajete azul. Los terremotos resultaban movimientos impacientes
de este Atlas del Nuevo Mundo, a quien Kabrakán hacía padecer convulsivos
estertores (2).
Al desembarcar, por primera vez, en tierras tropicales, dice Humboldt (3)
nos sorprende agradablemente reconocer en las rocas que nos rodean, los mis-
mos esquistos inclinados, los mismos basaltos formando columnas cubiertas
de amigdaloides seculares, que poco antes habíamos dejado en Europa; pero
esas masas pétreas se encuentran en los trópicos cubiertas con una vejetación
de traza nueva, de fisonomía sorprendente, de colosales formas, pertenecientes
a una flora maravillosa, exótica, llena de grandeza y de indefinibles escantos.
La América Central es un singular broche, que quedó después de romperse
en mil pedazos el continente, que aquí era análogo al asiático ; pero que vino a
hallarse después sin correspondencia rítmica, como tienen generalmente los
(1) Historia de la Creación de los seres, según las leyes naturale«i. Tomo I.
(2) Eliseo Reclus— Nuestro l'laneta— Cap. III p. 69.
(3) El Cosmos.
— 62 —
contornos de todas las tierras que hay sobre el planeta, y que presentan arcos
de círculos más o menos grandesy perfectos. Los lagos de Nicaragua deno-
tan la depresión más grande de América. El tercer círculo señalado por
Reynaud, de una inclinación de 15 o 20 grados sobre el polo, pasa por el istmo
centro-americano, y atraviesa en el mundo antiguo casi todos los grandes
desiertos, que estaban llenos de agua durante los últimos períodos terrestres.
Esa serie de perdidos mares, en donde al presente se hallan las arenosas y cá-
lidas llanuras de Sahara, Egipto, Arabia, Persia y el Cobi o Chamo, está domi-
nada al norte por diversas cordilleras, el Atlas, el Tauro, el Cáucaso ; como el
Pacífico y el Mediterráneo, las aguas desaparecidas tenían al norte una mura-
lla de tierras elevadas. No es un ciego capricho de la naturaleza esa trinchera
de volcanes, que parece estuviesen conteniendo, en nuestro territorio, las furias
de las olas del mar del Sur. Esun círculo de fuego, como dirían Ritter y Buch.
Se pierde la imaginación, al calcular, o mejor dicho al sólo enunciar, las
adades geológicas que han transcurrido para que Centro-América tenga la for-
ma y el estado en que hoy se encuentra (i). En los tiempos más antiguos,
durante los períodos de transición silúrica y devoniana, y hacia las primeras
formaciones secundarias, por acá apenas había una isla estéril, precisamente,
según presumen los geólogos, en el sitio que ocupa la mayor parte de Guate-
mala. Después, en los períodos siguientes, unióse esta isla a otras más gran-
de, que por Yucatán y Honduras ya existían ; pero dejando lagos y golfos pro-
fundos. Finalmente, cuando se alzaron los Andes, últimos que nacieron, en
la época del levantamiento de las montañas, formaba Centro-América parte del
gran continente, que después se destruyó, según ya lo hemos insinuado y lo
explicaremos extensamente.
Nuestro planeta continúa siempre en actividad ; brotan en el día volcanes,
a la vista medrosa del espectador, como sucedió en el lago de Ilopango. Las
fuerzas interiores y los fluidos terrestres ocasionan fenómenos trascendentales
y a las veces terribles. Parece cierto que la América del Sur estuvo separada
del resto del Continente americano y unida con el Centro, como lo comprueba
la fauna de estas regiones, en la que se nota admirable minoría de las especies
de mamíferos norte-americanos, y gran preponderancia de formas sud-ameri-
canas, en México y la América Central.
"Como durante el período terciario, tuvieron lugar — según explica el doc-
tor A. V. Frantzius — terribles alzamientos y hundimientos, y sobre todo, du-
rante el período mioceno, descendieron algunas partes de Centro-América
dentro del mar, hasta el punto de que sólo las cimas de las montañas más altas,
aparecían sobre la superficie, en formas de islas separadas unas de otras (2) ;
así es probable también que durante la época de mayor alzamiento, el angosto
(1) Bioloíría Centrali-Americana, de Salvin y Godman.
(2) El Doctor Sapper, aue hizo un estudio geológico de Guatemala opina que la América Ontral
estuvo cuatro veces sumergida entre las aguas del océano. Lo mismo sostiene Basseur de Bourlx)urg
-63-
istmo se levantara tanto sobre el océano, que aparecieran las planicies extendi-
das al pie de las montañas y quedaran fuera del agua, lo cual favoreciera la
emigración de los mamíferos para el norte, mucho más que la estrecha faja de
costa que por ambos lados ciñe la faja de montañas del istmo. El notable
desarrollo de los animales tropicales en México y Centro-América y su gran
identidad con las especies sud-americanas, indican que tal era el estado ante-
rior, y que las masas de tierras bajas se agregaron inmediatamente a la estre-
cha faja de tierra actual" (i). Bastaría una simple depresión de treinta me-
tros para que el Pacífico y el mar de las Antillas unieran sus aguas entre los
dos continentes americanos (2).
La configuración de Centro-América presenta el mayor interés. Geoló-
gicamente considerado es este hermosísimo istmo el resto que dejaron las con-
vulsiones ante-diluvianas, después de sumergir la Atlántida en el fondo del mar.
A primera .vista se nota que las dimensiones y la estructura del suelo centro-
americano no guardan proporción con las inmensas masas de esos agigantados
hemisferios, que parecen unidos por el estrecho que, en medio de ambos
mares, liga a la América del Norte con la América del Sur. Ahí está la esca-
vación profunda, en que sobre las verdes aguas del mar antiguo de los caribes,
brotan millares de islas cual astillas regadas por tremendo cataclismo. Desde
el cabo de Hornos hasta el mar Polar tiene el Continente Americano 4,900
kilómetros de largo, mientras que la anchura de la América del Norte es de
5,200 y la del Sur de 4,000 ¿ qué son esas cantidades comparadas con la longi-
tud y latitud de los Continentes? El Istmo, dadas sus actuales dimensiones,
no corresponde para servir de base a ese titán de los Andes, que se distingue
de los demás colosales sistemas de montañas por las bifurcaciones inuameria-
bles de la cordillera, con picos altísimos, crestas de 8,000 metros, masas de
pórfido y de traquita, a las orillas del Pacífico, con bocas de fuego y cimas de
hielos eternos, cual plutónico cinto. Ese gigante se rehace, se alza más, des-
pués de franquear la estrecha lengua de tierra centro-americana, que parece
oponerse a su trayecto. Como colérico del dique, deja altísimas pirámides, en
su rastro; volcanes numerosos, atalayas de su paso (3).
Esa estructura de los Andes y el archipiélago hecho pedazos, revelan, se-
gún geólogos modernos, una antiquísima alianza material. Unid las Gran-
des Antillas entre sí, y con la península de Yucatán, levantad a flor de agua las
tierras que el mar devoró un día en un su furia, juntad después las Bahamas
a la Florida, y habréis reconstruido un Continente, simétrico respecto a los
otros dos, con su cordillera y su Mediterráneo; aquel mundo, que las tradicio-
nes de nuestros aborígenes evocan al través de millares de siglos. El Archi-
piélago, con sus islas volcánicas, esparcidas por el mar de las Antillas, es resto
(1) Mamíferos de Ckwta Rica.
(2) Elíseo Reclus.-Nuestro Planeta.
(3) Stoppan.v—Cui-so de Geología.
-64-
de un viejísimo Continente unido a las dos Américas. Ese oasis fué testigo
mudo de una gran catástrofe, en el que el fuego de Vulcano apareció levantando
y hundiendo la tierra, que después Neptuno azotaría, sumergiéndola de nuevo,
para establecer en ella el imperio de sus creaciones madre-poricas. El Códex
Chimalpopoca dice que, en un titilar de la estrella matutina, estalló el mundo,
y se sumergió la región más rica del globo.
Nuestros altísimos volcanes, ese encaje caprichoso que corta el horizonte
con curbas amplísimas, sería la salvación de esta tira de tierra, en el cataclismo
que hundió los restos perdidos de primitivas capas geológicas. La afinidad
y la atracción, en su juego eterno, forman y destruyen Centinentes. La cor-
dillera Andina dio a Centro-América dos descensos desiguales, como si el
Pacífico hubiera avanzado más en su irrupción, dejando una estrecha banda,
que apenas alcanza treinta leguas en su mayor anchura, mientras que tiene
más de ochenta la pendiente del Atlántico. Está comprobado, por eminentes
geólogos, como el P. Lanza, de la Compañía de Jesús, que los dos focos ígneos,
o sean husos, como el les llama, se encuentran uno bajo la América Central y
otro bajo el Japón.
La meseta amplísima y singularmente bella, en que hoy se encuentra la
capital de Guatemala, no es más que una parte alta, circunscrita por algunas
montañas poco elevadas, de una llanura vasta, que atraviesa la América Cen-
tral, en su región media, en un desenvolvimiento de más de cien leguas, al
decir de los geólogos Dollfus y Montserrat, autores de una obra notable sobre
nuestro país, que presenta rasgos muy interesantes. El valle magnífico de
Comayagua, padece que deseslabona la cadena de los Andes, para dar paso a
una vía la más natural entre ambos mares. El lago de Nicaragua, con no-
venta millas de largo, por cuarenta de ancho, es una elipse color de cielo, entre
cuyas límpidas aguas se alza el Momotombo, volcán en erupción, y una isla
cuajada de palmas, orquídeas y frutas tropicales. Es uno de los panoramas
más bellos del mundo.
Desde muchos puntos de vista, es admirable Centro-América, cuyo suelo
ofrece la clave para penetrar en cuestiones obscurísimas de orígenes y génesis,
de cataclismos y veneros de vida (14). El historiador descubre aquí en el
Istmo, sobre todo por el lado de Yucatán y Honduras, el núcleo del célebre
pueblo civilizado de los mayas, progenitores de los quichés, que tuvieron gran
cultura ; el hombre industrioso halla en esta afortunada tierra la mansión per-
petua de la primavera; el naturalista rastrea los pasos iniciales de seculares
edades ; el poeta, en fin, admira en nuestros llanos de esmeralda, a Ceres y a
Flora regocijándose con fruición gratísima, como se regocijarían los pobla-
dores primeros del paraíso terrenal. Ahí están los bajo-relieves de las ruinas
(1) Dr. A .' Bergeat-Geoloírfa de Guatemalí
-65-
de Palemke, rastros de que el budismo, según demuestra Charnay, se predicó
en tiempos remotos por estas regiones (i).
La fauna paleontológica del extremo setentrional de América es idéntica
a la del Antiguo Continente, de donde deducen algunos escritores que, en
épocas remotas, en edades geológicas anteriores a la actual, estuvo América
uida con Asia y con Europa (2). Un fenómeno tan extraordinario como el
levantamiento de la cordillera de los Andes, debe de haber producido profun-
dos cambios en nuestro planeta. Se rompería el antiguo equilibrio entre los
dos océanos, causándose asombrosas perturbaciones y acaso hundiendo para
siempre la misteriosa Atlántida, suelo propicio y rico, de que nos hablan las
tradiciones chimalpopocas, los sabios egipcios y los fastos helénicos (3).
Tenían los Padres Jesuitas, en el Colegio Tridentino de esta ciudad de
Guatemala, una interesante colección de fósiles, recogidos por las márgenes
de la laguna de Izabal, que demostraban el carácter jurásico de aquellos yaci-
mientos, al decir no sólo del P. Cornette, que era especialista en estas obscuras
materias, sino de los geólogos franceses Dollfus y Montserrat, que hicieron
de ellos un detenido examen (4). Aquellos restos eran tan antiguos como
los encontrados por Ameghino en la república Argentina y los famosos del
Brasil.
Ese mismo sabio jesuita llevó a cabo un estudio geológico muy interesan-
te, desde las márgenes del gran río Motagua : "En Zacapa, dice, se encuentra
un valle basto y bastante profundo que se abre paso entre una soberbia roca
de granito, prolongándose tanto hacia el Este como hacia el Oeste.
El camino sigue el valle del río de Zacapa hasta Chiquimula (379 metros) :
el fondo del valle es muy inclinado y los granitos hacen lugar a las rocas sedi-
mentarias. Cerca de Chiquimula, pasando al pie del monte Chatún, (656 me-
tros) cuya cima se compone de asperón y al rededor de la ciudad de Chiquimu-
la, se encuentra una gran cantidad de guijarros incrustados en calcáreo azul
en el lecho del río y en las barrancas de los torrentes.
Después de Chiquimula, el camino lleva por algún tiempo la dirección del
Este para llegar al río de Copan y seguir con él hasta la ciudad del mismo
nombre. Se entra entonces a una región formada únicamente por rocas sedi-
mentarias más o menos ocultas por depósitos superficiales, pero visibles muy
distintamente cuando el terreno es más irregular. Deben existir varias cade-
nas de composición casi idéntica: las principales serían : 1° la que se encuen-
tra al Sur de San Juan la Ermita, cuyo punto culminante es el monte Ticanlú
(773 metros) y al pie del cual se encuentran manantiales ferruginosos: 2" la
que pasa por Jocotán y Comatán y limita al Sur el río de Copan : en fin la que
(1) Las ciudades Antiguas del Nuevo Mundo, cap. 14.
(2) Reclus— Descripción de los fenómenos de la vida en el Globo -Capítulo II.
(3) Burmeister— Historia de la creación— Cap. 15.
(4) Voyasre geolóírlMue, pag. 277.
— 66 —
al Norte limita este último río y cuya cima más elevada es el monte Tipicay
(632 metros). En cuanto a la constitución geológica, todo nos hace creer que
las capas inferiores están formadas por esquistos arcillosos, mientras que las
superiores, están constituidas por asperón. Cerca de San Juan la Ermita
(515 metro) existen esquistos arcillosos atravesados por bandas de calcáreo
silíceo, lo cual prueban las muestras de la colección de Guatemala. En el río
de Jocotán (332 metros), estos mismos esquistos arcillosos se encuentran
atravesados por vetas metaüfetas, las que se ven también en el río Camotán.
Los asperones, por el contrario, existen en la cadena de colinas de Jocotán, en
el paso del Obraje, sobre el río Copan (419 metros) en donde contiene bandas
de sílice piromáquico jaspeado. — Encuéntranse aún en Llano Grande (795 me-
tros) y parecen continuarse en las llanuras de Honduras, y varias aserciones de
M. Squieres (The States of Central América) lo confirman. En Copan mismo
(550 metros) en donde existen ruinas célebres, el suelo está cubierto de depó-
sitos superficiales, muy abundantes a veces, formados por capas vizcosas, de
tobas y piedra pómez blanca : la llanura que se extiende hacia el Sur, presenta
la misma composición hasta la cadena de montañas de los. Horcones (1,108
metros) en donde los asperones son de nuevo visibles; pero las ondulaciones
siguientes están formadas tan sólo por aluviones recientes.
En las cimas que dominan al Este la ciudad de Esquipulas, (910 metros)
una de las más importantes del Departamento, se llega a la cadena de monta-
ñas que constituye la línea de separación de las dos vertientes de esta región,
de la de Guatemala. Esta cadena de montañas está formada de pórfidos que
aparecen por primera vez en el desfiladero de los Apantes (1,100 metros) en
donde son de color negro y parcialmente descompuestos en la sobrefaz. Estos
pórfidos se extienden de una manera aún más completa en los alrededores de
Alotepeque (1,384 metros) en donde constituyen todas las rocas aparentes:
dichos pórfidos son verdosos y aparecen muy distintamente en la elevación
conocida bajo el nombre de Derrumbadero, punto en donde alcanzan una alti-
tud de 1,636 metros.- En estos pórfidos existen varias vetas metalíferas que
están explotadas, principalmente en las minas de San Pantaleón y de San
Carlos, en los alrededores de Alotepeque : estas vetas contienen sobre todo,
galena muy argentífera accidentalmente mezclada, según se cree, con minera-
les de zinc, de hierro y de antimonio. La cadena de montañas que se extiende
al Este de Alotepeque hasta más allá de Jutiapa, cerca de la laguna de Ayarza,
debe probablemente componerse de rocas sdimentarias y metamorfósicas.
Cerca de Alotepeque se encuentran esquistos arcillosos los cuals existen tam-
bién al Norte de Jutiapa.
Estas capas, relativamente muy recientes, están sostenidas por una eleva-
ción de micasquistos los cuales son muy visibles cerca de Jutiapa, estando cu-
biertos por las deyecciones volcánicas de Monterico y de Ipala, perdiéndose
en esguida en la base de las montañas de Alotepeque.
-67-
Al Sudeste de Alotepeque, el suelo está cubierto en todas partes por capas
más o menos gruesas de deyecciones volcánicas, arenas, rocas escorificadas o
arcillas que proceden de una serie de volcanes todos completamente apagados
y alineados según una dirección Sur 4" Oeste, sensiblemente perpendicular a
la dirección volcánica principal de El Salvador y de Guatemala. La presencia
en este lugar de esta serie de volcanes s muy interesante y merece ser estu-
diada con el mayor cuidado: por desgracia, las otras del Presbítero Cornette
contienen datos muy poco explícitos, pero sin embargo, suficientes para expli-
car la naturaleza de las cimas en cuestión, pues las palabras volcán, cráter,
lava, están repetidas muy amenudo, lo que indica un estudio serio y minucio-
so de los hechos.
Los volcanes de Ipala (1,661 metros) y de Monterico, están rodeados de
lavas más o menos porosas, y reemplazadas poco a poco en la dirección del
Sur, por varios sedimentos volcánicos, tobas, piedra pómez y arenas que al-
canzan una extensión considerable cerca de Agua Blanca (810 metros). In-
mensos torrentes de lavas cubiertas de arcillas en muchos puntos llegan hasta
los pueblos de Santa Catarina (708 metros) y de Suchitán (1,252 metros);
estos torrentes bajan del volcán de Santa Catarina, cuyo cráter gigantesco,
está rodeado de lavas desmenuzadas y de rocas escorificadas. Estas mismas
lavas, mezcladas de arcillas y cenizas, llegan también en el sentido opuesto,
hasta la aldea de Achuapa (964 metros). Más al Sur se extiende una llanura
cuyo suelo se compone de elementos arenosos que contienen piedras de grani-
to, lo que parece demostrar la presencia de esta última roca en las montañas
que se encuentran al Noroeste. A poca distancia se encuentran dos cráteres
volcánicos extinguidos y muy poco elevados : el de Cuma y Amayo.
Un poco más lejos, se atraviesa el río de Paz (961 metros) que en este
punto es un simple riachuelo, pero que en la parte más baja de su curso, es un
río importante y forma la frontera entre las Repúblicas de Guatemala y El
Salvador. Se atraviesa después una llanura cubierta de depósitos superficia-
les y por una cuesta larga de más de 400 metros, se llega a la aldea de Aza-
cualpa (1349 metros); esta' cuesta se abre paso entre los conglomerados por-
fidíricos.
La gran cuesta de El Voladero, que baja del Oratorio a los Esclavos y
que encuentra al camino de la Unión a Guatemala, presenta la misma com-
posición".
Dícese que por aquellos terrenos antiquísimos hubo razas de hombres muy
corpulentos en las primitivas épocas, cuando los animales ante-diluvianos de-
jaron por ahí restos de huesos que después se han encontrado, y que muchas
veces vimos en el Museo de la Sociedad Económica. Los cataclismos, emi-
graciones y cambios desfavorables, hiecieron degenerar aquella raza, que al fin
se estancó como las orientales.
Lo que sí puede afirmarse, como seguro, es que el Continente Americano
— 68 —
no tuvo ni la misma forma, ni los mismos nombres. Los normandos que lo
visitron en el siglo décimo (i) llamábanle Markland, tierra "de Árboles, como
significa precisamente el nombre de la región guatemalteca que los aborígenes
denominaron QUICHE, muchos árboles. "Es muy probable, dice el profesor
Wilder, que el Estado de la América Central, en el que encontramos el nombre
AMERIC, significando como el Merú indio, Gran Montaña, dio su nombre al
Continente. No sería remoto que el nombre América estuviese íntimamente
relacionado con Merú, el monte sagrado que está en el centro de los siete con-
tinentes, según la tradición india. He aquí las razones que pueden aducirse,
y que cuentan hoy con autoridades científicas que las apoyan. Nosotros sólo
las consignamos a título de información curiosa, i? — Améric, Amérrica o
América, es el nombre que en Nicaragua se da al país elevado que forma una
cadena de montañas entre Juigalpa y en la Libertad, en la provincia de Chon-
tales, que por uno de sus lados penetra en el territorio de los indios Carcas, y
por el otro, en la región de los Ramos. Ic o Icque es terminativo que denota
grandeza, como cacique, etc., el nombre "América Provincia" apareció, por vez
primera, en un mapa publicado en Basiléa, en 1522. Todavía en aquel tiempo
se creía que dicha región formaba parte de la India. Aquel año Nicaragua fué
conquistada por Gil González de Avila. 2? — El nombre de Vespuzio no era
Américo sino Albérico, como lo demuestra perfectamente Wilder, y se reco-
noce hoy en el mundo científicamente. Vespuzio hubiera dado su apellido y
no su nornbre de pila a un Continente."
Tal dice ese escritor erudito ; pero la verdad es que en los escritos del siglo
XVI, en que se contaban los descubrimientos recientes, parecían desconocer el
nombre del descubridor del Nuevo Mundo o le asignaban puesto secundario y
modesto entre los audaces exploradores (2). En 1507, un geógrafo de Saint-
Dié, en Lorena, escribía estas palabras : "Ahora que aquellas regiones han
sido más extensamente examinadas, y que ha sido descubierta una cuarta par-
te del globo, por Américo Vespucio, no sé que habría para negarle, en honra
de su descubridor Américo, hombre de ingenio sagaz, el nombre de Ameriqen,
esto es Tierra de Américo, o mejor América, ya que tanto la Europa como el
Asia llevan nombre de mugeres".
Muchas publicaciones autorizaron tal error y su número fué tan grande,
que no es extraño, según el más notable de los historiadores del siglo de los
descubrimientos (3) que la proposición de dar el nombre de América fuese
aceptada y divulgada inmediatamente como acertadísima.
Si en la serie de los tiempos la forma de la América Central no fué la
misma ; sí quedó cual estrecho istmo, después de ser la región que se unía con
la Atlántida ; si hoy es, en el Continente, lo que la Suiza en Europa ; y si será
(1) Historia Vinladiae Antluuae. .
(2) La primera biografía y el primer ijiósrrafo de Cristóbal Colón, por Dleiro Barros Arana.
(3) Sophus Ruge. Historia de la época de los documentos geográficos.
-69-
mañana el emporio del mundo ¡ qué mucho que los nombres cambien en el
decurso de los siglos! (i).
En el curioso libro de William Scott-Elliot, traducido del inglés al caste-
llano y publicado en Madrid (Tipografía de Palacios) con el título de "Bos-
quejo Geográfico Histórico y Etnográfico de los Atlantis", se asegura que hubo
cuatro grandes cataclismos, que trastornaron el planeta que habitamos. El
primero acaeció en la edad miocena, hace como ochocientos mil años ; después
sucedió otra catástrofe, hará cosa de dos mil años ; y la tercera ocurrió hará
ochenta mil años. La isla Poseidon, de que hablan los historiógrafos griegos,
desapareció en el último hundimiento, nueve mil quinientos setenta y cuatro
años antes de la era cristiana.
La América del Centro, según uno de los mapas que contiene aquella obra,
vino desmembrándose en el segundo cataclismo, y perdiendo cada vez más
terreno, hasta quedar como una tira de tierra uniendo dos grandes hemisfe-
rios. El esquema etnológico y etnográfico permanece tan obscuro como esas
formaciones y hundimientos que el mar tenebroso ha causado en millones de
siglos. Con razón dice Neumayer, en su "Historia de la Tierra", que la ima-
ginación de tal suerte se pierde, que sucede lo mismo que acontece al que, des-
de una inconmensurable altura, mira el fondo del abismo y pretente distin-
guir los pequeños objetos que en él se hallan. . . .
Lo que aparece geológicamente cierto es que el suelo americano no tuvo,
allá en épocas remotísimas, la misma estructura, las condiciones de vida que
tiene hoy. Los enormes mamíferos, los gigantescos paquidermos, los colosa-
les desdentados y prosbocídeos que vivían en esta parte del mundo, y cuyos
huesos esparcidos quedan bajo profundas capas de terrenos antiquísimos, ya
no pudieron vivir al crecer las cordjlleras ; cambió el clima, variaron las esta-
ciones y hasta los alimentos que los sustentaban dejaron de encontrarse a su
alcance. En nuestros bosques hubo dinosaurios colosales, grandes pájaros
fisórmides y fororácos, monstruos bípedos de alas cortas y gruesas, garras de
águila y pico condórico, vampiros enormes y reptiles horrorosos.
Las aguas del mar no se aumentan ; pero la corteza terrestre se levanta o
se deprime. El período glacial debió de haber producido modificaciones pro-
fundas en la superficie de nuestro planeta. En la edad del levantamiento de
las montañas, perderíase el equilibrio de las aguas, inundaríanse muchas re-
giones, quedarían enjutas otras, y una portentosa transformación ha de haber
sufrido la tierra, cuyo movimiento engendra fluidos vitales, que el sol hace
germinar y que el soplo de Dios anima, en múltiple fauna y maravillosa
flora (2).
(1) Los Que deseen consultar la mejor obra acerca de las naaterlas esbozadas en este capítulo, podrán
estudiar la "Biología Cenlrali Americana, impresa en Londres, por Salvin y Godman, comenzada a editaren 1879.
— Merece citai"se también la Uber Qebirgoban und Boden da norollichen MiHelamerika, del doctor Sapper, con tres
cartas geológicas importantes, y 25 perfiles— Cotlia. Justus Perthes.— 1899.
(2) Burmeister— Historia de la CreacicSn— Capítulo V.
•■W^
CAPITULO II.
TIEMPOS PREHISTÓRICOS DE CENTRO-AMÉRICA
SUMARIO
En el lugar que ocupa el mar de las Antillas se cree que hubo bellísimas tie-
rras. — Sabios escritores opinan que la primera civilización que apareció en el mundo
fué la americana. — Lo que dice Balwin, — Solón y el Atlantis perdido. — Las obras
de Brasseur de Bourbourg. — Las opiniones de Catlin y de Escott Elliot. — El
Codex Chimalpopoca. — Plutarco refiere la pérdida de la Atlántida. — Tradiciones
antiquísimas. — Aplicaciones de la teoría del gran cataclismo que parecen avanza-
das. — Américci, India, Egipto. — Los sondeos del mar, la fauna, la flora, la seme-
janza de lenguaje y tipo etnográfico, la analogía de arquitectura, las creencias, las
leyendas, los manuscritos antiguos, el testimonio de los filósifos, todo está demos-
trando los cataclismos americanos. — Épocas en que se verificaron los cuatro más
terribles. — Opiniones de Quatrefages, Le Plongeon y Bancroft. — Conferencia
dada por el profesor Retzius. — Lo que dicen los historiadores Hamy y Chavero. —
En América la edad de hierro se sustituyó por la de cobre. — Tímibién por el Pací-
fico, creen algunos que estaban unidas América, Asia y Europa. — Los otomíes y los
nahoas. — La etnografía, geología, paleontología y tradiciones de América, así lo de-
muestran. — Importantes descubrimientos del Dr. Schliemann sobre la Atlántida. —
Lo que aparece en la obra "Isis sin velo", escrita por una dama rusa. — La vara
mágica de Quetzalcoatl es la varilla de zafiro de Moisés. — Similitud de las formas
del culto, en los nombres de utensilios mágicos, en refinamiento y cultura, entre los
maya-quichés y los egipcios. — El profesor Jowet impugna la teoría de la Atlántida,
en el TIMOEUS. — Refutación del sabio Bunsen. — Egipto se remonta hasta el
quinto milenario, antes de Cristo. — Opiniones de Murray. — Cataclismos y civili-
zación de Centro-América. — Importancia del Istmo. — Los volcanes de Guatemala.
— Los vértices de los husos esféricos en que está cortado el casco de la tierra, con-
curren bajo el suelo de la América del Centro y el de las islas de la Sonda. — Razas
primitivas de indios americanos. — Arte primitivo. — Semejanza del arte maya-
quiché con el caldeo. — El alma del bosque.
En donde el mar de las Antillas se extiende como un retazo de cielo, hubo
en la época de la juventud del mundo, una zona fértil, poblada, rica, con pra-
deras de claro verdor, bosques de paradisiacos árboles, ríos y cascadas, que
infundían vida a esa edénica tierra, a menudo trémula, y más cerca ahí, que en
el antiguo mundo, del estado primordial del caos. Todo anunciaba ciclópeas
fuerzas orgánicas en movimiento. Los grandes animales se guarecían en las
profundidades de la selva, los geckos añosos y las salamandras avigarradas,
— 72 —
inmóviles, parecían aspirar con fruición el aire candente; las aves se oculta-
ban en el follaje, y el confuso rumor de los insectos era como la respiración
tranquila de aquel gigante dormido, que al despertar y desperezarse, se abismó
en las aguas del océano, cuando trémula titilaba la estrella matutina, y el cre-
púsculo anunció a la luz del sol que un Continente había desaparecido, en
pavoroso instante, cayendo en el mar los hombres primitivos, como cae al peso
del pescador, la barca que barre la ola y cubren para siempre las espumas.
Los maretazos de las desencadenadas aguas, con movimientos de mons-
truo, y las espumas cabriolando en el dorso de las olas colosales, bramaban, con
el solemne lenguaje de las tempestades, al cambiar la policromía del océano,
espejo del padre de la luz, que cual lápida inmensa de cristal cubrió en lúgu-
bres instantes, la sumirgida Atlántida, sepultada en el protoplasma amorfo de
los mares, en el silente fondo de las aguas muertas, engendradoras de vida.
La acción de las edades, que los siglos arrojan sobre todo lo que existe, deja
ver ahí en donde hubo un mundo, las islas esparcidas cual astillas flotantes de
la tremenda catástrofe.
La teoría de esa Atlántida perdida, es una de tantas hipótesis, que nos-
otros exponemos, sin desconocer que hay respetabilísimos autores que no la
aceptan ; pero de la cual no debemos precindir al enumerar las opiniones que
la ciencia ha venido formulando.
En efecto, algunos sabios que han estudiado mucho las antigüedades, tra-
diciones y cambios geológicos de la América Central, hasta creen que la prime-
ra civilización que apareció en el mundo, fué por estas regiones o tuvo muy
inmediata atingencia con ellas. Sostienen que la raza humana primeramente
entró en una vida civilizada en América, que por sus rasgos orográficos es el
Continente más antiguo, siquiera se le llame Nuevo Mundo. Creen que mu-
chos siglos ha, la parte más rica y culta, se sumergió bajo las aguas del Atlán-
tico (i). Hubo, dicen, una terrible convulsión de la naturaleza, y apelan para
probarla, a recuerdos existentes de tal catástrofe, que se consignaron en anti-
guos libros de Guatemala, así como en algunos de Egipto, que hicieron conce-
bir a Solón la idea del Atlantis perdido. Según esta creencia, el continente
Americano se extendía, como indicamos en el capítulo anterior, por Yucatán,
Cuba y las Antillas, muy hacia el Este y Nordeste, con rumbo a Europa y
África, cubriendo todo el espacio que ocupan el mar Caribe, el Golfo Mexicano
y las aguas que circundan aquellas islas. Esta porción abismada era el Atlan-
tis o la Atlántida, de que hablan los anales egipcios, relatados por Platón. Ahí,
dicen, fué el asiento de la cultura más remota, que se renovó después del gran
cataclismo, perpetuándose en la región en donde quedan aún misteriosos res-
tos de antiquísimas hieráticas ciudades.
Los que deseen conocer mejor los fundamentos de esta doctrina, (jue no
(1) Baldwin— The Ancient America.
— 7Z —
es dable explanar, en una obra como la presente, pueden ocurrir a las "Cuatro
Cartas", a las "Fuentes de la Historia Primitiva de México", de Brasseur de
Bourbourg, al libro de Jorge Catlin, intitulado "Las Rocas levantadas y su-
mergidas de América", publicado en Londres, a fines de 1870, y a la curiosa his-
toria de los Atlantis, de W. Escott-I^lliott.
No hay duda, dice el autor de "La Antigua América", de que los restos de
Copan, Mitla y el Palemke, son monumentos que demuestran el grado de
desarrollo a que llegó la raza humana, en primitivas épocas, exceptuando so-
lamente las de completo barbarismo, y pastoril sencillez (i). Esa teoría de
la famosa Atlántida, sumergida en las aguas del mar, excita la imaginación y
hace que se la considere como suceso maravilloso ; pero, por lo mismo, no se
la debe negar profundo estudio y atento análisis.
Cierto es que en el Códex Chimalpopoca, y en otros libros antiguos de
Guatemala, se guardó la tradición del gran cataclismo, que todavía se recor-
daba cuando los españoles vinieron a estos países, y aún se evoca en algunas
fiestas, como la de Izcalli, que fué instituida con el objeto de conservar la
memoria de la horrorosa destrucción de tierras y naciones ; solemnidad en la
cual "los príncipes y pueblos se humillaban ante los dioses, y les pedían que
no volviesen a permitir tales calamidades".
De lo que el Códex Borgia, el Manuscrito de Dresde, el Manuscrito Troano
descubren en imágenes y geroglíficos, el Códex Chimalpopoca da la letra : con-
tiene en lengua nahualtl la historia del mundo, compuesta por el sabio Hue-
man, es decir por la mano potente de Dios en la gran Biblia de la Naturaleza;
en una palabra, es el libro divino, el Teo-amoxtli (2).
En la Vida de Solón, por Plutarco, se dice que mientras estaba en Egipto,
conferenció con los sacerdotes de Psenophis, Soucuis, Heliópolis y Sais, quie-
nes le refirieron la historia de Atlantis, del modo siguiente : "Nuestros libros
dicen que los atenienses destruyeron un ejército que vino a través del mar
Atlántico, e insolentemente invadió Europa y Asia ; porque ese mar no era
entonces navegable, allende el estrecho, donde colocan las Columnas de Hér-
cules, había una isla, más grande que el x\sia menor y Livia juntas. De aque-
lla isla se podía pasar fácilmente a las otras islas, y de éstas al Continente, que
está en derredor del mar de adentro. El mar, en este lado del estrecho (el
Mediterráneo) del cual hablamos, se parece a una bahía, con una angosta en-
trada ; pero hay un verdadero océano muy grande, que lo rodea un vasto Con-
tinente. En las islas de Atlantis, reinaban tres reyes, con grande y maravi-
lloso poder. Tenían bajo su dominio todo el Atlantis, muchas otras islas y una
gran parte del Contiente. En un tiempo, su jurisdicción se extendía hasta
Libia y Europa, llegando a tocar Tyrrhenia ; y uniendo todas sus fuerzas, in-
tentaron destruir nuestros países de un solo golpe ; pero su derrota puso tér-
(1) La Antigua América.— Página ÍX).
'2) Brasseur de Bourbourg— Quati-e Lettres. Pag 24.
— 74 —
mino a la invasión y dio entera indeibendencia a los países que están a este lado
de las Columnas de Hércules. Después, en un día y una noche fatal, sobre-
vinieron fuertísimos terremotos e inundaciones, que tragaron al pueblo guerre-
ro. Atlántis desapareció bajo las aguas del mar, y ese mar se hizo inaccesible,
dejando de ser navegable por la gran cantidad de lodo que dejaron en él las
tierras e islas que se sumergieron en sus aguas.
Esta inmersión tuvo lugar muchos siglos antes que Atenas fuese reputada
ciudad griega, y se refiriere a tiempos extremadamente remotos. La fiesta
conocida con el nombre de Pequeña Panatenéa, que según las divisas simbóli-
cas que en ella se usaban, recordaba aquel triunfo obtenido contra los Atlantes,
se dice que fué instituida por Eriotonio el mítico, en los tiempos primitivos,
hasta donde alcanzaron las tradiciones atenienses. Solón tenía conocimiento
de los Atlántis, antes de ir a Egipto ; pero allá, por primera vez, oyó hablar de
su isla y de la desaparición de ella, en un terrible cataclismo. Sin embargo,
otros escritores antiguos mencionan el Atlántis. Un extracto conservado en
Próclo, tomado de una obra ya perdida, y que lo cita Boekh, en su comentario
sobre Platón, habla de seis islas situadas sobre el mar exterior, más allá de las
Columnas de Hércules, y dice que era bien sabido que, en una de esas islas, los
habitantes conservaban de sus antepasados el recuerdo del Atlántis, isla extre-
madamente grande, que por mucho tiempo tuvo dominio sobre todas las islas
del océano Atlántico".
Brasseur de Bourbourg sostiene que tales tradiciones, que existen en am-
bos lados del Atlántico, se refieren a un mismo suceso. La Isla de Atlántis,
más grande que Libia y que el Asia Menor juntas, era, según su opinión, el
gran Continente Americano. Estas tradiciones, pues, tan semejantes, tienen
indudablemente una significación histórica. Las varias referencias que hacen
los antiguos escritores griegos a los Atlantes, a (¡uienes colocan en la extremi-
dad de Europa y África, en el océano que tiene su nombre, pueden razonable-
mente ser considerados como vagos y pálidos recuerdos de una historia rela-
cionada con la isla de que se habla en los anales de Egipto. En apoyo de esta
interpretación de^J^ antiguas tradiciones, presenta el siguiente argumento
filológico: Las parabras Atlas y Atlántico, no tienen una etimología satisfac-
toria en los idiomas de Europa. No srm griegas, ni i)crtenecen a ninguno de
los idiomas conocidos del Antiguo Mundo; pero eri la lengua náhuatl enct)n-
tramos inmediatamente la a radical, atl que significa agua, guerra y parte supe-
rior de la cabeza (Molina, Vocabulario de Is lenguas castellana y mexicana).
De esa palabra se derivan muchas otras, tales como atlán, que significa a la
orilla o junto al agua, de la cual se forma el nombre atlántico. Tenemos tam-
bién la voz atlaza, combatir o estar en agonía, y significa también salir precipi-
tadamente del agua, formándose el pretérito atlaza. Una ciudad llamada
Atlán, existía cuando este. Continente fué descubierto por Colón, y se dejaba
I
I
— 75 —
*■
W ver en la entrada del golfo de Uraba, en el Darién, con un buen puerto. Hoy
"^ está reducida a un pequeño pueblo que llaman Acia".
En tercer lugar, aduce opiniones expresadas en pro de.su teoría, para de-
mostrar que los hombres científicos, que han estudiado la cuestión, creen que
había antes una gran parte de tierra que se extendía en el Atlántico, de la ma-
nera que se ha dicho. El primer escritor que cita, es Moreau de Saint-Mery,
autor de la "Descripción topográfica y política de la parte española de la isla
de Santo Dimingo", publicada en 1796, y es cornos igue : — Hay algunos que, al
examinar el mapa de América, no se concretan a pensar, con el Plinio francés,
que las innumerables islas situadas entre la embocadura del Orinoco y el canal
de Bahamas (islas que cpmprenden..varios promontorios, que no se ven en las
mareas altas o cuando el mar está muy agitado) deben considerarse como
cimas de las elevadísimas montañas, cuyas bases y flancos están sumergidos en
^^1 el agua, sino que avanzando más, suponen que dichas islas son las crestas ele-
vadas de la cadena de montañas, que ocupaban una parte del contienente cuya
sumersión produjo el golfo de México. Mas para sostener esta teoría, debe
agregarse que otra gran porción de la superficie de tierra que unía las islas de
este archipiélago con el Continente, desde Yucatán hasta la boca del Orinoco,
fué sumergida de igual manera, lo mismo que la superlcie que las ponía en con-
tacto con la península de la Florida y otras tierras, que deben haber formado
la parte Setentrional ; porque no podemos imaginar que estas montañas, cuyas
cimas aparecen sobre el nivel del agua, estuviesen en la línea donde termina-
ba el Continente".
. Cita también otra autoridad, de la que no se puede sospechar, dice, y es
M. Carlos Martins, que escribió en "La Revista de Ambos Mundos", del 1° de
marzo, lo siguiente : "Ahora, pues, la hidrografía, la geología y la botánica,
están de acuerdo en enseñarnos que Las Azores, las Canarias y la isla de Ma-
dera, son restos de un gran Continente, que antiguamente unía Europa con
Norte-América". Pudo citar otros autores, que se expresan de la misma ma-
nera, y aún tenía a su favor, como haber explanado el argumento filológico,
apelando a nombres muy conocidos aquí en Guatemala, como Atitlán, Amati-
tlán, Cuxcatlán, etc., que están junto al agua. La más moderna y avanzada
escuela de especulaciones geológicas no excluye el "catastrofismo", y por tanto,
no niega la posibilidad de cambios tan grandes y repentinos.
La antigüedad de la raza humana es muchísimo mayor de lo que general-
mente creen aquellos que, para hacer sus cálculos, se sujetan a observar el
sistema cronológico de la Edad Media. La arqueología y la ciencia lingüística,
por no hablar aquí de la geología, dan por cierto que el período que tarsncurrió
entre el principio de la raza humana y el nacimiento de Jesucristo, se podría
calcular con más aproximación, si los siglos que se enumeran en las cronologías
rabínicas, se contaran como milenarios (i).
(1) L'Evolution blologique et humaine por F. Sacco.
-76-
En 191 1 encontró Mr. Dubalen, conservador de los museos de Mont-de-
Marsan, cerca de Dax en la gruta de Riviére, una cara humana grabada en un.
fragmento de hueso. En esta gruta que se remonta al período paleolíthico,
a las épocas aurionaceanas, se han hallado también instrumentos y utensilios
de silex, hueso y marfil. La Sociedad Prehistórica Francesa ha comenzado
el estudio de esos descubrimientos, que se refiere a objetos que tienen miles de
miles de años.
En California, en las riberas del Mississipi, en Nebraska, en México y
Centro-América, se han encontrado, en ocasiones diversas, fósiles, utensilios y
grabados que demuestran la existencia del hombre prehistórico, en remotísi-
mas edades (i). Esa confusa congerie de artefactos y últiles, fragmentos y
esqueletos de animales ya desaparecidos, prueba que, como opina Haeckel (2)
han transcurrido centenares de miles de años desde que se inició la raza hu-
mana sobre la tierra.
Los datos aportados por los sondeos del mar, la distribución de la fauna
y de la flora, la semejanza de lenguaje y tipo etnográfico, la analogía de la
el diluvio, el testimonio de antiguos filósofos, y en fin, los manuscritos ameri-
arquitectura, creencias y ritos sagrados, las tradiciones arcaicas sobre
canos primitivos, son fuentes de criterio para considerar — como opinión cien-
tífica— la teoría de la Atlántida. Autores concienzudos afirman que hubo cua-
tro cataclismos principales : uno, hace ochocientos mil años, otro menos im-
portante, hará cosa de dos mil años, el tercero ocurrido hace ochenta mil años,
que fué muy grande, y destriiyó todo lo que quedaba del Continente Atlante,
menos la famosa isla Poseidón, que ocupaba gran parte del golfo actual mexi-
cano, y que a su vez se sumergió, en la cuarta y última catástrofe, 9,564 años
antes de la era cristiana.
Dícese que la Atlántida fué ocupada por razas rojas, amarillas y negras, lo
cual coincide con las investigaciones de Le Plongeon, Quatrefages, Bancroft y
otros etnólogos, que han demostrado que las poblaciones obscuras, de tipo
africano existían, aún en tiempos no muy remotos, en América, antes de la con-
quista. El Popol-Vuh refiere que hombres negros y blancos, juntamente vi-
vían en esta tierra fehz, muy en paz, hablando la misma lengua". Vagamente
se ven desfilar ante la historia hombres de diversas razas en el Centro de
América.
El profesor Retzius dio una interesante conferencia, que se registra en su
Smithonian Report, poniendo de manifiesto que los primitivos dolicocéfalos de
América, están íntimamente relacionados con los guanches de las islas Cana-
rias y con la población de la costa africana del Atlántico, población a la cual
Latham designa con el nombre de egipcio-atlante. La misma forma de cráneo
se encuentra en las islas Canarias y en la población de la costa africana, que
(1) Cronau . América, 1. 1 p. 39.
(2) Historia de la Creación, tomo VIII.
en las islas caribes, junto a la costa americana. El color de la piel es en ambas
.poblaciones rojizo obscuro. En la obra de Winchell "Pre-adamites" se aducen
argumentos para explicar que la variedad de matices de las razas americanas,
rojo, blanco, cobrizo, aceitunado, negro, cinamomo, bronceado, castaño y ama-
rillo, proviene de los colores y mezclas de las razas originales del Continente
Atlante. Ignacio Donelly ha reunido muchísimos datos sobre este asunto, en
su eruditísimo libro, que lleva el nombre de Atlantis.
Cuando hace miles de siglos, se hallaba la tierra en vía de crecimiento,
separada por un brazo de mar, de su tronco el Continente Atlante, sobrevino
acaso tan estupendo cataclismo, que en lo geológi^CL etnográfico y físico, hubo
de dar a todo nuevos aspectos y formas. Los hurraimientos, las elevaciones,
los diluvios, las tempestades, los terremotos y las pestes, ^ansiguientes a aque-
lla ciclópea formación de volcanes, continentes e islas niretras, quedando per-
didas dentro de los abismos del mar, fecundas y civilizadas tierras, con pobla-
ciones diversas y numerosísimas, se remontan a una fecha tan inmensamente
lejana de nosotros, que nos cuesta trabajo hasta imaginarla.
Historiadores modernos hay, como Mr. Hamy y el mexicano Chavero, que
aducen los trabajos recientes de los paleontologistas y de los geólogos, pro-
bando un Atlántida terciaria. Las conchas, dicen, los insectos, y toda la fauna,
lo mismo que la flora terciarias, de las dos riberas del Atlántico, son idénticas.
¡ Coincidencia extraña ! De aquellas orillas debieron partir, miles de siglos
más tarde, las carabelas del genovés inmortal, que ligó de nuevo los perdidos
Continentes, uniendo razas, ideas y aspiraciones.
^Ijt^ller de la existencia está por donde quiera^ Las flores, los insectos,
todos los seres vivos, que encuentran el mismo suelo, y la misma temperatura
se hallan bien, están en su patria (i). Las plantas son archivos del pasado,
los insectos, las aves, los mamíferos, mementos vivos, que evocan la historia de
las revoluciones, sepultadas bajo los mares primitivos. Aquellas conchas que
quedaron apartadas de las conchas de este lado del mar, cuando se hundió la
Atláwtida, siempre fueron hermanas. Aquellas plantas que se encuentran en
los dos confines del Viejo y del Nuevo Mundo, pasaron, sin duda, de un hemis-
ferio al otro. Hay que reconstruir, en nuestra mente, el territorio perdido,
que les sirvió de camino. Así, de generación en generación, las flores, y los
animales han cruzado los océanos, sobre los lomos de las cordilleras, antes de
que el cataclismo las sumergiese en los senos de las aguas. Hay que convenir
con C. Ritter en que el nordeste de América, por sus condiciones naturales —
como el sistema de los vientos, las corrientes marinas y el clima — tuvo en todo
tiempo más íntima afinidad telúrica con Europa que con la América meridional.
Juntos estaban los Continentes, en la época de la piedra pulida, según mu-
chos etnólogos creen. Nuestros indios labi:aban admirablemente la oxidiana,
el cristal de roca y la esmeralda, sin ayuda del acero ; pero en la edad de hierro.
(1) El Mundo antes de la creación del hombre. Figniier y Zimmermann.
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ya el apocalíptico hundimiento había puesto las aguas entre ambos mundos,
toda vez que aquí en América no se conoció ese metal, a pesar de que abunda-
ba por muchas partes, y que entre los nahoas se levanta un volcán, en Durango,
que todavía existe, con tanto hierro como para abastecer al mundo entero. En
América la edad de hierro se sustituyó por la de cobre (i).
Ni sólo por el Atlántico, presumen muchos escritores que estaba unido el
Nuevo con el Antiguo Mundo, sino que también del lado del Pacífico, se jun-
taban el país de Gales, la Cafrería, la Australia y la Nueva Zelanda, que ha
quedado con su hombre trácico ; pero que, por algún tiempo, continuó unida
a nuestro Continente, desde la Patagonia hasta el Perú. Por atra parte, agre-
ga el autor de "México al través de los Siglos", las tierras debieron estar uni-
das hacia el Norte, de la Nueva Guinea a la Nueva Caledonia, a las islas Mar-
quesas, a California y a las praderas de Nebrasca, que tenían hombres de la
misma raza.
La civilización de los otomíes apenas si merece tal dictado, para aquellos
primitivos hombres que vivían en las cavernas, sin dioses, ni leyes, sin más
ritos que los funerarios, abortos medrosos del afligido corazón.
Los otomíes y los nahuas se extendían por el Norte, y los mayas por el
Sur de México, habiéndose esparcido por el istmo centro-americano la civili-
zación maya-quiché. Las tradiciones bíblicas no podían alcanzar a la pérdida
de la Atlántida, como que habían nacido en remota región. Lo que en el an-
tiguo Testamento se dice, es que Noé tenía seiscientos años cuando el diluvio
universal, y entró con sus tres hijos casados en el arca. En el antiguo imperio
babilónico se halla la misma tradición, sólo que el hombre salvado se llamaba
Xisuthros. En la doctrina de Somoastro, que vivió trescientos años antes (|uc
Moisés, aparece el castigo del diluvio. Los indios dicen que Manú (que en
sánscrito significaba hombre) que representa al pueblo arya, y para ellos a la
humanidad, sobrevivió al diluvio, y se fué al país de los bienaventurados, que
se cree fuera la Eachemira. En el Bramana figura la historia del pez que cre-
ció e inundó las aguas, salvando a Manú. Los Lituanos recordaban ft)s gi-
gantes, que eran el agua y el viento, que el dios Pramzimas había mandado
para castigar sus iniquidades. Los griegos tenían su leyenda diluviana. To-
dos los pueblos del Asia hablaban de la lluvia de los cuarenta días y cuarenta
noches, con variantes de accidentes y aditamentos heroicos. En Guatemala
y en Nicaragua tuvieron los primitivos aborígenes tradición del diluvio, según
enseña Bancroft (2). Pero la edad cosmogónica en nuestros Continentes, se
produce por la invasión de los mares sobre la tierra, por el lago de las olas de
los atlantes, por el Atonathiu de los nahoas ; y es por lo mismo," un aconteci-
miento distinto del diluvio (3).
ll] Figuier.— La tierra antes del diluvio.
12] Tomo V. p. 13.
[31 México a travez de los Sigrlos. tomo I. p. 84.
— 79 —
La hipótesis de la Atlántida es aceptable a juzgar por la geología, paleon-
tología y etnografía del Continente ; y existen algunos, como Brasseur de
Bourbourg, Le Plongeon y Chavero, que opinan haber sido aquí la cuna de la
humanidad y de la civilización universal. Ni Jaltan anticuarios que sostienen
que Guatemala y Hqp'^"^^'^ '^^ «^nmexgieron enteramente con el cataclismo, y
I volvieron después a salir ajflote del líq.ujdo elemento^
ETdístinguido americahista francés, Paul Gaííarel escribió una obra que
lleva por título "Etude sur les rapports de 1' Amérique et de V ancien Continent,
avant C. Colomb", en la que demuestra que por la Atlántida perdida, tuvieron
mtimo contacto, en época remota, el Nuevo Mundo y el Antiguo. En 1874,
Mr. Roisel dio a luz, en París, un gran volumen, en octavo, sobre los Atlantes,
"Eludes antéhistoriques. Les Atlantes", en que se muestran profundamente
convencidos, por la geología y por la tradición, de haber existido un gran Con-
tinente, que se abismó entre las olas de los mares, por virtud de la evolución
de las fuerzas.
La prueba más reciente de la existencia de la Atlántida se debe al sabio
profesor Heinrich Schliemann, cuyo nombre es conocido en todo el mundo
ilustrado, por las célebres investigaciones que hizo en la antigua ciudad de
Troya y los notables descubrimientos arqueológicos que llevó a cabo. Entre
ellos el más trascendental fué el hallazgo de un gran jarro de bronce, que con-
tenía medallas, monedas, piezas de barro y objetos de hueso fósil. Tanto el
jarro, como varios de esos objetos estaban grabados con una inscripción en
geroglíficos fenicios, que decían : "Del rey Chronos de Atlantis". El propio
sabio, diez años más tarde, descubrió en el Louvre, en una colección deobje^
tos excabados en Centro-América, piezas de barro de la misma forma y mate-l
ría exactamente, y utensilios de hueso fósil, que reproducían los encontrados»
en el bronce que se halló en el Tesoro de Priamo. Los vasos de Centro- Amé-
rica eran incuestionablemente de la misma mano de obra que los descubiertos
en Troya, sin inscripción fenicia. Unos y otros objetos fueron sometidos a
análisis químico y resultan ser del mismo barro, que por cierto no era ni de
Fenicia, ni de la América del Centro. Los utensilios de metal contenían una
combinación de platino, aluminio y cobre, combinación nunca encontrada en
otra parte. El doctor Schliemann halló también un papyrus, en el Museo de
San Petersburgo, escrito en el reino de Faraón de la Segunda Dinastía, conte-
niendo un detalle de cómo aquel rey mandó una expedición al Occidente en
busca de trazos de la tierra Atlante "de donde 3,350 años antes los antepasados
de los egipcios llegaron, trayendo consigo la sabiduría de su tierra nativa".
La expedición, segn el papyrus, regresó a los cinco años, sin haber encontrado
ni gente, ni objetos que dieran señales de la perdida tierra. Otra prueba obtu-
vo el doctor Schliemann, según asegura, en sus investigaciones en la Puerta del
León en Creta. La inscripción encontrada ahí conmemoraba cómo los egi])-
cois descendían del hijo de Taaut o Thoth, hijo de un sacerdote dé Atlantis.
— So-
que se había enamorado de la hija del rey Chronos, y después de huirse y de
mucho vagar, había llegado a Egipto. Decíase que él había construido el
templo de Sais, en donde enseñó la sabiduría de su propio país.
En una obra interesante del octogaiario profesor Edward IIull, intitulada
"The Suboceanic Physiography of the North Atlantic Ocean", se encuentran
pruebas de la existencia de la Atlántida. Demuestra que las Azores son picos
de un Continente sumergido en el período de Plelstoceno. El profesor Zerfiíi
observa, en su "Historical Development of Art", que las pirámides, templos y
I palacios de las antiguas ruinas de Guatemala están en íntima relación con las
de Egipto. A ese respecto, es oportuno apuntar que en poder del presbítero
don Luis Montenegro y Flores existen dos jarrones de finísimo barro, encon-
trados en un pueblo de nuestros indios, jarrones que son de forma completa-
mente egipcia y pueden verse en esta capital.
La verdad es que la imaginación se pierde en esos remotísimos tiempos, y
no se alcanza ni a concebir cuan distantes están de nosotros, como si fuera un
mar sin orillas o un abismo que no tiene fondo (i). Es curioso observar, en
cuanto al origen del hombre, que primero, se le juzgaba en Asia, en la Lemu-
ria; después se quiso hacerlo venir de África (2) y no faltan sabios que sos-
tienen haber sido América la cuna de la humanidad. Todo lo cual prueba que,
en esos puntos, no alcanza la inteligencia humana conclusiones ciertas. Mu-
chas teorías, no pocas suposiciones, y absurdas hipótesis, se han hecho también
acerca del origen de los americanos, según se ha podido ver en el capítulo an-
terior.
Ha habido empedernidos escudriñadores empeñados en probar que en esto
Continente estuvieron los fenicios, los egipcios, los griegos y hasta los cartagi-
neses fugitivos. Voluminosas obras, como la de Jorge Jones, se han escrito,
queriendo demostrar que los israelitas visitaron estas tierras americanas, y que
la tribu perdida se convirtió en pieles rojas. Existen libros que aseguran ha-
ber predicado Santo Tomás el Evangelio en nuestras latitudes ; y que los mor-
mones anduvieron solazándose por las altiplanicies de nuestro rico suelo.- Los
monophyletes y los polyphyletes, han caído en aberraciones ridiculas, hasta
creer que debe de haber sido un país tropical el primeramente poblado, ya que
el orangután, el chimpancé y el gorila, parientes próximos del hombre, viven
contentos en esas calurosas tierras!. . . .
No hay que olvidar que la similitud de ciertas ideas, la semejanza de al-
gflnas costumbres, la identidad de varios ritos, o la comunidad de cualquiera
tradición, demuestran lo propenso del hombre a producir lo mismo, en iguales
condiciones de cultura, en análogo grado de civilización. Las inmigraciones,
visitas, invasiones, y mucho de lo que varios historiadores traen a cuento, para
(1) l^i^itol•ia (le la Tierra.— Neumaypr.
(2) Rrlnton, Serpi. Folkmar. Iveane.
— 8i —
acabar de obscurecer este asunto, harto discutido y bastante incierto, ofrecen
ancho campo de investigación. La naturaleza jamás procede por saltos, y han
sido el tiempo y los elementos diversos, los agentes del desarrollo de la obra de
Dios en nuestro planeta.
Que hubo un vasto Continente que se abismó en el océano, dejando asti-
llas esparcidas, o muchas islas regadas al través de la mar de zargazo, pudiera
ser cierto ; pero que en ese mundo perdido entre las olas tropicales, fuese donde
primero existió el hombre, como piensan Adrew Murray (i) y otros escrito-
res que hemgs citado, es ciertamente hasta hoy un misterio. Ese primogénito
del naufragio de un mundo, ese abismo oceánico que oculta los primeros
orígenes de la vida de la humanidad, esa cuna que es una sima, ese universo
que sosobra en el fondo de las aguas, como una barca bajo el peso del primer
hombre, presenta una idea sublime. . . . ¿pero, es verdadera? No se responde
a un misterio con otro misterio mayor (2).
Lo que sí es aceptable, y la geología lo pregona, y la paleontología lo hace
presumir, es que hubo cataclismos ante-diluvianos en América, que dejaron
sepultados los huesos de enormes paquidermos, cuya existencia había menester
un extenso Continente, proporcionado a su desarrollo vital. Cuando los gran-
des hemisferios terrestres estuvieron unidos, los colosos del mundo animal
transmigraban ; pero al romperse el planeta en pedazos, fueron pereciendo los
gigantes vertebrados, porque ya no disfrutaron del ambiente en que habían
nacido. Por los huesos fósiles, por el tamaño de las tumbas, por las dimen-
siones de ciertos ídolos, y por otras varias causas, no sería del todo inverosímil
como ya lo hemos dicho, que hubiese habido por acá algunos hombres de talla
gigantesca (3).
"Corrugación ingente de la tierra, en su fase inicial, presenta el istmo
como el dorso encrespado de un gato, que acaba de levantarse del tibio res-
coldo del hogar, y se frunce y enarca al contacto con el aire frío, o que bufa
en presencia de un perro, cuyo sereno continente le crispa los nervios".
Nudo gordiano de los Andes, que, como si estas moles temieran el des-
equilibrio de ambos océanos, se inclinan al Pacífico, robándole de siglo en si-
glo, de día en día y de momento en momento, un pedacito de sus cristalinos
dominios, y dejando expuestas a la voracidad del Atlántico las tierras bajas
del Norte y del Este".
Así quedó después del gran cataclismo la América Central, formando la
garganta más portentosa que existe en la tierra. Geológicamente, es la arista
volcánica que contuvo el horrendo hundimiento, que sepultó un gran mundo
en el mar ; históricamente, se considera hoy, como el país misterioso que guar-
da más elementos de la primitiva cultura humana ; geográficamente, es el lazo
(1) The Geoííraphical distrlbution of mammals, 75 page, London.
(2) Quinet, La. Creación, T. I. Page 323. Madrid 1871.
(H) Campe— Historia de América. Tomo I. Administración de la España Moílerna.
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de unión entre los dos hemisferios colombinos, y llegará a convertirse en cen-
tro del comercio del mundo. En su superficie de 164,000 millas cuadradas,
cabrían cien millones de hombres, sin desesperar en la lucha por la vida. Las
costas, que se extienden más de trescientas leguas, denotan por su configura-
ción, que el istmo quedó como el eje del mundo, que fué sumergido repentina-
mente en el océano.
Los vértices de los husos esféricos en que está cortado el casco de la tierra,
concurren bajo el suelo de la América del Centro y el de las islas de la Sonda,
y forman puntos de contacto de grandes potencias ígneas, que ca\isaron la ex-
plosflSn de la Atlántida, dejando un istmo salpicado de volcanes, en el cual
corre sobre estrecha base la Cordillera, con tantos ramales, que el mapa de
relieve semeja un papel estrujado por gigantesca mano, puesto entre las aguas
de los grandes océanos, para ligar los hemisferios. El taller plutónico deshizo-
un mundo, cuya descarnada espina dorsal bien dcia ver Ins rastros del ca-
taclismo.
¡Al titilar la estrella matutina, cuando las sonil>ras de la iukIic comenza-
ban a descorrer su negro manto, en un instante, desequilibróse la costra sólida
de nuestro planeta, y se abismó con una gran parte de la Atlántida, la Ciudad
de las Puertas de Oro, que asentada en la costa oriental del Continente, a los
15? del Ecuador, al Norte, tenía jardines, lagos, edificios suntuosos, barcos
raros, hermosas mujeres, sistema monetario, profundos conocimientos aritmé-
ticos y astronómicos, y un modo de ser político casi comunista, con castas su-
periores y suficientes riquezas! (i).
En la Historia de la Creación, del célebre Burmeister (capítulo XV) se
pinta con colorido adecuado el levantamiento de las montañas, en aquella edad
remotísima, en que la cordillera de los Andes ai)arec¡ó j)ara contener las aguas
del mar, que se había tragado, después de la época glacial, otros Continentes
muy poblados. La geología estratigráfica explica la formación de esas cordi-
lleras volcánicas, .que se solevantaron como los Alpes, los Pirineos, el Tauro,
el Himalaya y la soberbia cadena de los Andes, espina dorsal del Continente
Americano (2).
Esas cumbres, esos picos centro-americanos, tienen su historia, su origen,
su grandeza, su decadencia, hasta su biografía. Ahí, donde hoy se alzan nues-
tros volcanes, hubo mares desconocidos, sin nombre, que iban depositando
lentamente en sus cauces, sin que lo supiera el resto del universo, denso manto
de capas sedimentarias, que merced a la evolución ocasionada por la mano
fría de la eternidad, hizo que, en una de esas primitivas auroras, se alzase.
(1) Bosauejo Geográfico, histórico y etnofirráflco de la configuración del mundo, en varios períodos,
por Scott-Elliot, página 57.
(2) Sobre la teoría de la Atlántida, véanse, además de los autores citados, los siifuientes; Irvlng's
Columbas, vol. I p. 24, 38, vol. IIT. p. 410, 512-Sanson d' Abavllle, L'Amériuue, p. l, 3.— Larrálnzar, Dicta-
men, p. 8, 25— Bradford's, Acer. Antiu. p. 216, 22-M'Culloh's, Researches en América, v> 36, 32— Fontaine's
How tlie world was peopled, 256.— Smit's, Human Specles, p, 83.
como a aspirar la luz. esa legión de montañas, cuyas serenas cabezas relativa-
mente jóvenes, dominaban los viejos pliegues de aquel inmenso ropaje, que
dejaron caer desde sus hombros ; pero sus frentes granitoidales, proseguían
alzándose hasta las nubes, como si buscaran otras alturas, nuevas regiones,
vida astral. Fueron plutónicos héroes que, para luchar con libertad, dejaron
a sus pies el regio manto y se irguieron hasta el cielo !
i Sacratísimos volcanes, que en el horizonte de mi ciudad natal, he contem-
plado desde que era niño, al pensar en vuestra historia, me confundo, creyén-
dome más pequeño que la mata de silvestres flores, que vive descuidada entre
las profundas grietas de vuestros añosos valles ! ^
En estos últimos tiempos se ha hecho muy general entre los americanistas
la teoría que atribuye carácter autóctono a los americanos. Las modernas in-
vestigaciones científicas garantizan dicha opinión. Bradford, Catlin y otros
más recientes escritores creen que el hombre, "Como las plantas, los demás
animales, y todos los seres mundanos, hizo su aparición sobre la tierra, cuando
nuestro planeta hubo alcanzado las condiciones necesarias, propicias y deter-
minantes para la existencia de ese ser, y su adaptación. El doctor Morton
sostiene que la estructura física, del cráneo más que todo, excluye a las ramas
de la raza caucásica de haber poblado el Nuevo Mundo (i).
Las evoluciones, metamorfosis y cataclismos, más que en ninguna región
del planeta, se han realizado en el Nuevo Mundo, y muy especialmente en el
corazón del Continente, en la América Central, que ofrece la clave para inves-
tigar las cuestiones de orígenes, y* penetrar de lleno en la biología de estas
comarcas, que arroja luz sobre los pobladores autóctonos, la perdida Atlántida,
la lingüística indiana y el arte monumental más antiguo y adelantado de los
primitivos tiempos de América.
Historiadores modernos creen (2) que la raza indígena, juzgada confor-
me a los principios de la escuela evolucionista, es indudable que está en un
período de cierta perfección y progreso corporal, aun cuando la civilización
y cultura que alcanzaba al verificarse la conquista fueran inferiores a las de
las naciones de Europa. La raza indígena de estos países tiene caracteres que
conserva todavía puros. En cuanto a las dentaduras de los indios, tenemos
que apuntar que hay varios escritores que no están de acuerdo con lo enseñado
por Chavero. Lo que sí se ha observado en la raza pura indígena, es que al
primer cruzamiento pierde ciertos caracteres distintivos ; y está probado que
las razas muy perfeccionadas degeneran rápidamente sin una selección muy
cuidadosa (3).
El aliento sólo de la conquista fué un soplo de muerte para los indios ;
(1) Granea Americana, p. 260— Los cráneos de Sambiquieiros hallados en el Brazil, en San Pablo y en
las cavernas calcái-eas de Minas Geraes, de la época pleistocena, y los cráneos anüquísimos de las costas
centroamericanas, hay notable analofrfa— Kicardo Krone— Notas prehist<5ricas.
(2) México a través de los siglos. Tomo II. p. 472. Riva Palacio.
(3) Darwing— La déscendance de Thomme. Cap. 21.
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pero desde el primer día de ominosa servidumbre, comenzó a brotar una nueva
prole mezclada, que pronto fué numerosa, y que lleva en sus atavismos los
caracteres de sus antecesores, que le sirvieron de elementos para su forma-
ción. ¡ Por la justicia, decía el libertador José Martí, no se asimiló el español
la raza conquistada, sino por el sexo ineludible de la india, progenitora de la
raza mestiza; (i). Al caer vencidos los reyes indianos regalaron las prince-
sas a sus conquistadores, para que tuvieran mujeres de la tierra. Así inicióse
la raza americo-hispana.
Los tiempos ante-históricos de Centro-América se pierden entre las bru-
mas ele miles de años, hasta los cuajes no llegaron los fastos humanos ; por lo
que es oportuno recordar las palabras de Herbert Spencer : — "El hombre de
ciencia sincero — dice este gran filósofo — contento con seguir a donde quiera
que la evidencia le guíe, más profundamente se convence, a cada nueva investi-
gación que hace, de que el universo es un problema insondable. Si persiguiendo
hacia atrás la evolución de las cosas, se permite concebir la hipótesis de que la
materia toda existió desde el principio en una forma difusa, encontrará casi
imposible el concebir cómo pudo ésto suceder ; y así mismo si él se aventura
en el porvenir, no podrá asignar límite a la gran sucesión de fenómenos que
siempre se desarrollarán ante sus ojos ; y si dentro de sí propio mira, se aperci-
be de que los dos extremos del hilo del conocimiento interior están fuera de
su alcance ; él verá tan sólo que el conocimiento absoluto es imposible ; él
sabrá únicamente, que debajo de todos las cosas se esconde un misterio que
parece impenetrable".
Así y todo, al través de las sombras, la ciencia escudriña y penetra en las
épocas más remotas, descubriendo las etapas sucesivas que nuestra vieja hu-
manidad ha venido salvando laboriosamente. Se comienza a levantar el es-
peso velo bajo el cual duermen los primitivos pobladores de estas comarcas
centro-americanas, y a resucitar las edades desvanecidas en el corazón de
América. La arqueología prehistórica, nacida en el siglo XIX, nos ha reve-
lado las obras de la industria de los americanos en época remotísima anterior
a las pirámides de Egipto.
Así como los libros llamados natak de los brahmanes inflamaron el entu-
siasmo de los románticos teutones, para profundizar en los misterios del genio
indio, su lengua, sus artes y sus ciencias ; el Popel- Vuh de los quichés, popula-
rizado por un abate francés y analizado por un orientalista sapientísimo,
difundió en las naciones cultas gran curiosidad histórica, que se ha exhibido
en producciones soberbias acerca de nuestros aborígenes, sus imperios, razas,
idiomas, teogonia, tradiciones legendarias, conquista y porvenir. Pueblos
autóctonos, cuyos orígenes se confunden con la apariencia de la humana especie
en el planeta, dotados por la naturaleza de bellísimas y fecundas zonas ; teo-
cracias, un día poderosísima?, que llegaron a tener soberbio arte monumen-
(1) Nuestra América-La Sociedad hispanoamericana. Fat'. 264— Habana. 1900.
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tal (i) como el de Persia y Egipto, y que a semejanza de estos imperios,
fueron castigados con guerras, devastaciones, despotismos y luchas que pre-
pararon aquí la conquista del indio por el hombre pálido, el dolor y el exter-
minio de las naciones indígenas del Nuevo Mundo.
Esa raza lleva remembranzas de otras razas con las cuales estuvo en con-
tacto, pues como se sabe, el Brazil se había unido al Continente africano, en
época relativamente reciente, de donde emigrarían, antes de la formación del
Atlántico septentrional, numerosos individuos que se esparcieron por estas
tierras. Hoy se conoce definitivamente, por la analogía de la fauna marina,
que en el ciclo tortoniense existía aún una línea de costas, o por lo menos una
cadena de islas, entre las Antillas y el Mediterráneo, por donde emigrarían los
moluscos (2).
El período post-glacial abarca veinticinco mil años, el cuaternario o gla-
cial unos seiscientos mil años, y el pliocene un millón de años. La raza ame-
ricana, tal como la conocemos, opinan muchos que es producto de la época
post-glacial (3). Ese juicio prevaleció en el 4° Congreso Científico celebrado
en Chile, y entre las sabias conclusiones que aparecen, a la página 153 del volu-
men XIV, de "Ciencias Naturales, Antropológicas y Etnológicas", se establece
una triste profesía. Dícese : "Que a causa de haberse entremezclado con
otras razas, la americana, y de no haberse podido conformar a nuevas condi-
ciones, los aborígenes pronto desaparecerán ; que América será ocupada por un
pueblo cosmopolita de raza y capacidades superiores, por la grandeza de sus
hazañas".
La raza americana pura, dice el célebre antropologista Samuel G. Morton,
es esencialmente diferente y separada de todas las otras. Sus caracteres or-
gánicos siempre persistieron, al través de sus ramificaciones sin fin de tribus
y pueblos (4).
Allá en la época post-glacial, cuando el indio vivía en las márgenes de
caudalosos ríos o en las mesetas de abruptos montes, fabricaba hachas de
sílex, lanzas de pedernal y harpones para la pesca. En las grutas arcaicas- o
en viviendas cubiertas de ramajes, llevaba existencia primitiva, y en sus horas
de descanso pulía en hueso, y al realismo puro, toscas figuras de animales, con
sobriedad y asomos de arte. Sucesivamente, y en épocas menos remotas, se
ven aparecer, esculturas, pinturas, grecas, geroglíficos, bajo-relieves y obras
estéticas verdaderamente plásticas. Revélase primero el culto a la naturaleza
y particularmente a los animales, después el de los ídolos, y más tarde el de
sus héroes y benefactores. La religión ha sido siempre la inspiradora del arte.
Dícese que 4,000 años antes de Cristo, cuando los dólmenes druidas servían
de tumbas fastuosas, ya tenían nuestros indios sus mounds o montículos que
(1) lliil. Univ. por GuillenaioOdck'en. tomo II prefacio.
(2) Preliistoria Americana, uor Alfi-edoEscu.ti Orrejío, D. 107.
(3) Cómo se pobló América, por W. H. llolmes, p. 143.
(4) Ajo ijKiuiry iuto the distiuctive characler oí Uio original race of America
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aún se ven en los alrededores de esta Capital de Guatemala. En tiempos de
la piedra pulida y de la grandeza de ciudades hieráticas, el arte centro-ameri-
cano presenta, atrevimiento rústico y belleza de líneas y contornos, siempre
con la primitiva grandiosidad del suelo en que nació y del estado agreste en
que se hallaba el aborigen de estas bellísimas comarcas. Fué el indio indus-
trial por necesidad y llegó a ser artista por gusto. El arte es fenómeno social.
En la edad de bronce se fabricaron vasos, jarrones, brazaletes, collares y ador-
nos. La ornamentación lineal, formada por los llamados dientes de lobo,
triángulos, zig-zags, rectángulos, zonas punteadas, círculos concéntricos y
mil combinaciones a veces muy ingeniosas, muestran el instinto decorativo de
aquellos retriotos tiempos (i).
El arte centro-americano indígena, como el caldeo, el de la India y el de
los Faraones, respondían a la idea de la duración. Los mounds o tumbas de los
quichés, cakchiqueles y tzutuhiles, los monolitos, las columnas de Copan, los
bajo-relieves de Santa Lucía Cotzumalguapa, desafían al poder destructor del
tiempo. El arte de los valles del Tigris y del Eufrates tiene mucha analogía
con el que se exhibe aún, entre el boscaje de las riberas del Usumacinta y del
Polochic. El arte caldeo, de tipos, musculados, recios, protuberantes, como
piezas de una armadura, se destacan en las piedras pulidas de esas ruinas
hieráticas, que copiaron del natural, con verdad y rudeza, por modo realista,
casi burdo, pero persiguiendo el vigor físico y el placer de la fuerza. bruta.
Lá lengua, la religión y el arte, las tres características potenciales de un pue-
blo, tienen analogías entre el imperio caldeo y los reinos mayas y quichés.
Los templos caldeos, en forma de pirámides escalonadas, con una capilla
en la cúspide, en donde se guardaba la figura de un dios, o sea el tipo tradicio-
nal de la torre de Babel, efecto del orgullo de Nabucodonosor, seiscientos años
antes de Jesucristo, son menos antiguos que los adoratorios de los indios
arcaicos de estas comarcas del norte de Centro-América, que levantaban, en
la misma forma, theocallis y túmulos, como los nahoas, mecas, toltecas, mayas
y quichés. Quedan aún los monumentos de Mayapán, las piramidales gra-
derías, las bóvedas triangulares, el arco de trébol, los estucados soberbios que.
en la región Quiche del Usumacinta, se divisan todavía, entre animales sal-
vajes y .vegetación paradisíaca. En las poéticas márgenes de ese río, que es el
Nilo de América, se aspiran las brisas que dieron vida a una primitiva raza,
sus despojos dispersos desaparecieron entre ruinas hieráticas y añosas selvas,
cuya alma vegetal animó las células ancestrales de sus primitivos pobladores,
que ahí dejaron sus cuerpos rígidos, en la época trascendente del mundo
morfológico. (2). Las flores sienten, se marchitan y mueren. En el bosque
palpita la vida, existe sensibilidad, hay alma !
(1) Hist. general de las artes plásticas, uor Rafael Domenech, página 13— Madrid. 1011.
(2) Los biologistas tienden a demostrar la existencia de un principio de fuer/a anímica en la
orsranización vegetal "Por los senderoí de la Biología". "El Alma oegetal," por Car1x>nell.
CAPITULO III
etnología y etnografía de CENTRO-AMÉRICA
SUMARIO
En Centro-América pueden existir razas puras. — No hay razas superiores,
ni inferiores. — Diversas clasificaciones de razas. — Desde remotísimos tiempos
había en América varias razas. — Se cree que las primitivas eran autóctonas. — Los
aborígenes se hallaban en distinta edad del mundo respecto de ios conquistadores,
— En el siglo XVI Centro-América había decaído. — La raza vencedora se confun-
dió y mezcló con la vencida. — Doña Leonor Alvarado Xicotenga es el símbolo de
la raza nueva. — Tradiciones de la raza quiche. — Principales tribus. — La ciudad
de Tula. — En Guatemala se desarrollaron dos civilizaciones principales, la raza-
quiché y la nahoa. — Por dónde se exparcieron. — Los indígenas de Centro-Amé-
rica eran de distinta raza de los del norte. — Estado de los antiguos pobladores de la
América Central. — La raza negra existe en América desde época remotísima. — Los
JURAS o ZAMBOS de Honduras descienden de negros. — Separación de los cak-
chiqueles de la rama quiche. — Los itzaes, petenes, lacémdones, chaqués, mopémes,
Choles, chinamitas, coboxes, uchines, ojoyes, tirampíes y otras tribus. — Los mames
pocomanes, los quichés y los cakchiqueles. — Lugares que ocupaban. — Cultura que
tenían. — Los niquiranes o cholutecas. — Territorio cakchiquel. — Los tzutuhiles.
— Los ítzas. — El Adelantado del Gobierno del PRÓSPERO. — La conquista de
Choles y lacandones. — Grandes fracasos. — Pueblos antiquísirros. — Los pipiles.
— Diviones etnológicas hechas por autores notables respecto a los indios de Centro-
América. — Etnografía de las poblaciones que componen la república de El Salva-
dor. — Vestigios de las poblaciones precolombinas de Nicaragua. — Etnografía
Centro-Americana.. — Aborígenes de Honduras y Costa-Rica. — Pueblos que encon-
traron los españoles, en el istmo, en el siglo XVI. — Guatemala nunca fué feudata-
ria de México.
Es curioso el fenómeno de que en donde pueden existir hoy, hasta cierto
to punto, razas puras, es en estos países, que como Guatemala, tienen incrus-
tados pueblos de aborigénes, que permanecen sin mezcla con los que llaman
ladinos.
No hay razas absolutamente superiores, ni inferiores (i). La superio-
ridad de una raza es relativa al momento histórico en que se la considera, y
resulta de un conjunto de factores, de un cúmulo de circunstancias, de las cua-
les tal vez las étnicas son las menos importantes. Los castellanos estaban en
su apogeo cuando vinieron a conquistar a los indios de América, que lastimo-
(1) Colajanni -Razas superiores e inferiores.— Pagina 9.
— 88 —
sámente habían decaído. Todas las naciones han aportado su contingente a
la civilización, teniendo horas de dolor y momentos de angustia. La raza
humana no debe considerarse sino como una especie, en el sentido biológico.
Los procesos de adaptación, de variación, de cruce, de aclimatación, de di-
ferenciación, son los grandes factores que explican la historia moderna de los
pueblos y de los individuos (i).
Algunos han clasificado las razas, por su origen, en caucásica, mongólica,
africana y americana ; o por el color, de la piel, blanca, negra, amarilla bron-
ceada; o por las dimensiones del cráneo, braquicéfalos, mesaticéfalos, dolico-
céfalos ; o por la forma de los cabellos, lisos, crespos, lanudos ; o por el lengua-
je, aglutinante, flexional ; o por la estatura, etc. El antropólogo de más fama,
Kaene, establece cuatro grui)os de base geográfica : Homo etiopicus, mongó-
licus, americanus, caucásicus.
En América había, desde tiempos antiquísimos, razas diversas, como la
bronceada, la roja, la amarilla y la negra, lo cual no quiere decir que las razas
autóctonas no fueran primordiales. Opinan muchos que, en su origen, fué
una sola la raza de este Continente (2) y no faltan otros que sostienen haber
sido varias (3). En todo caso, hoy prevalece la tesis de ser autóctona la raza
americana. Que hubo inmigraciones, anteriores al descubrimiento de Colón,
es un hecho reconocido, y que en tiempos remotos vinieron a este Continente
diversas gentes, que se mezclaron con los primitivos pobladores u originarios
de estas tierras. Los estudios craneométricos lejos de contribuir a esclarecer
estas cuestiones de raza, más bien la han embrollado. Las lenguas son segura
pauta para dilucidar la etnología en sus orígenes, como opinan Berendt,
Bancroft y Brinton. Pueblos que tienen iguales caracteres anatómicos, pre-
sentan mentalidad diferente, según explica Reclus. Las condiciones psíquicas
de los aborígenes de Centro-América cambiaron a medida- que hubo variacio-
nes en el ambiente social, como los hebreos, que según las circunstancias y
leyes a que estuvieron sometidos, fueron — no singular sino colectivamente —
pastores o industriales, guerreros o pacíficos, artistas o científicos, poderosos
o pobres, proletarios o banqueros (4).
El abismo que separaba el pensamiento del indio americano del alma in-
clemente del conquistador ibero, era inmenso. El espíritu de una y otra raza
se encontraba en diversas edades del mundo. La precisión y fijeza de contor-
nos del pensamiento de este último diferían notablemente de las formas fugi-
tivas y ondulantes del primero. Mientras que los pueblos de la América Cen-
tral se hallaban decaídos y revueltos, pobres y llenos de enfermedades e infor-
tunios, la raza ibera llegaba a la cúspide de su poderío y al zenit de su gloria.
(1) Folkmar.
(2) Humbeldt.
(3) Merton, Rodi-íguez Peixoto .v Lacerda Jr.
(4) Cattaneo, Lombroso, Castelli— Respecto a las razas americanas, véase a Prichard' Reserches,
vol. I. p. 268- Braf ord's Amer. Ant. p. lí>— fmith's Human Siiecies.
Los caracteres atávicos de los descendientes de Votan se habían venido debi-
litando, bajo la influencias de la molicie y estancamiento de las cotumbres y
por las guerras bárbaras que arrasaron pueblos enteros. La constitución
mental de los aborigénes de Centro-América había descendido, lejos de ir en
acrecimiento. La psicología de una y otra raza, la conquistadora y la vencida,
explica la hecatombe de los hijos de América.
La fusión, esa mezcla que se necesita en la química histórica, como diría
Pelletán, hizo que la raza vencedora tuviera que confundirse con la conquis-
tada. La alegre primavera, desconocida en el Edén del Asia, esparció sobre el
lecho nupcial de estas antiguas razas, la ardiente verbena que exhala el aroma
del deseo y el espino virginal que flota sobre el arbusto como el alba dudosa
de la luna sobre el agua dormida del estanque. El suquinay y las flores de la
cruz sirvieron de lecho a las dos razas enemigas, y brotó la Américo-Hispana.
Las estirpes asiáticas, después de mezclarse en torbellinos de conquistas y
peregrinar sobre charcos de sangre, vinieron, en el siglo XVI, a las regiones
del Centro de la América, a sacar de esta naturaleza próvida, nueva vida, nueva
embriogenia, nueva prole, que bebiera el aroma del sol. Hubo de prevalecer
el singenismo, como ineludible enlace de las gentes y la atracción de los as-
tros. Don Pedro de Alvarado y la noble Xicotenga dieron el ejemplo. , La
hermosa doña Leonor, fruto de tales amores, es el símbolo de la raza nueva, en
estas regiones centro-americanas.
Siempre fué un mito la raíz de los aborígenes de estos países, que creían
proceder del afortunado Coxco^ry^dé^sirmujer Xochiquetzal, escapados de las
aguas, en una gran canoa de ciprés, cuando en la edad de agua se hundió la
tierra. Una palolña enseñó diversas lenguas a los descendientes del Noé ame-
ricano^ La biblia quiche, por lo visto, tiene también sus remiscencias, al arca
X-aLdibivicL ^
La tradición guarda memorias de un país antiguo, en el lejano oriente.
Vivíase al principio una vida poco civilizada, sin pagar tributos, hablando el
idioma común, adorando no a imágenes grabadas, sino al sol naciente y a la
estrella del alba, precursora de la luz. Eran las principales tribus de Tepeu,
Ploman, Cohah,_Quenech y^\hau, según explica detalladamente el abate
Basseur de Bourbourg (i) Tula el nombre de aquel país, del cual venían de
tiempo^rTtiempo algííHos peregrinos al lado nordeste de las costas americanas,
y después al Anáhuac y a Centro-América. Cada nación tuvo su héroe le-
gendario o mitológico, como Quetzalcoatl, en Cholula, Votan en Chiapas,
Wixepecocha en Oajaca, Zamná en Yucatán, Viracocha en el Perú, Payetome
en el Brasil, Bochica en Colombia, y Gucumatz en Guatemala. Las teocra-
cias de Votan y de Zamná se esparcieron por el Centro de América.
También se ha discutido mucho acerca de la ciudad de Tula o Tullan, sin
saberse a punto fijo en dónde estuvo, y hasta hay historiadores que sostienen
(1) Historia de las Naciones civilizadas de México y de la América Central -Tomo 1. páff. 105-100.
— 90 —
no haber existido tal pueblo, sino que Tullan significaba la organización sep-_
tenaria que había tenido la raza nahoa (i).
En el territorio de Guatemala se desarrollaron dos civilizaciones princi-
pales ; la maya quiche, en las costas del Atlántico, y la nahoa en las del Pací-
fico, comprendiendo ima gran área geográfica, que aún guarda ruinas y tra-
diciones, lenguas, costumbres y ritos, reveladores de sus primeros habitantes.
A la familia maya pertenecen las siguientes tribus : huastecas, al norte de \'e-
racruz ; mayas, de Yucatán y del Peten ; chontales de Tabasco ; tzendales de
Chiapas ; tzotziles de San Cristóbal de Chiapas ; quekchícs de la Alta Vcrapaz ;
pocomanes, al rededor de la capital de Guatemala ; chortíes de Jocotán ; quichés
de los Departamentos de Quezaltcnango, Santa Cruz. Retalhuleu, vSuchite-
péquez ; tzutuhiles, del sur del lago de Atitlán ; ixiles, de Nebaj y Cajú! ; ma-
mes de los Departamentos de San Marcos y Huehuetenango. El grupo de
las naciones mayas comprende dieciséis secciones o tribus, que describió el
sabio doctor Berendt (2).
El hecho de que los mayas poseyeran una gran línea de costa, hace con-
cebir la idea de que fueran una nación marina, y así lo confirman las narracio-
nes de los primeros descubridores que encontraron en las playas del mar las'
canoas con que hacían sus espediciones. En las ruinas de Chichén-ltzá vénse
pinturas de embarcaciones, y como lo ha hecho notor Valentini, los sitios
o lugares que ocupan los más importantes edificios o ruinas de poblaciones I
están inmediatos a bahías o golfos, lo cual indica que aquellos pueblos man-
tenían relaciones con otros distantes.
La raza maya-quiché, que se hallaba por estos países, desde remotas eda-
des, ha sido considerada autóctona, y se sabe que ocupaba el sur de México,
la costa norte de Guatemala y otros puntos, tres mil años antes de Jesucristo,
siendo muchísimo más antigua.
En la parte occidental de la Verapaz, y más todavía hacía el sudoeste,
encontramos ese interesantisimo grupo maya-quiché. Comprende las tres que,
llaman lenguas metropolitanas de Guatemala: quiche, cakchíquel y tzutnhil,l/'^\_
y la lengua ixil, muy semejante a la quiche legítima.
Los aborígenes de Centro-América, como los de México, eran de distinta
raza y civilización que los salvajes del Norte. La fauna del Continente, desde
la frontera mexicana hacia el sur, es muy diferente de la del Norte, hacia el
mar Ártico. Esos indios fueron los terrapleneros o constructores de mounds,
o -sean montículos artificiales. Según opina el autor de "La Antigua Améri-
ca (3) llevaron su influencia y algo de su cultura, hasta las riberas del Mis-
sissipi, en dondé'se han encontrado ñTuchas de aquellas construcciones, muy
interesantes para arrojar luz en estudios etnológicos.
(1) La Atlantlda y la última Tule, por Buelna.
(2) Discui-so pronunciado ante la Sociedad Geográfica Americana, el 10 de julio de 1876.
(3) Raldwin. pa^e 35.
— 91 —
Los antiquísimos indios del istmo centro-americano estuvieron sufriendo,
en su nebulosa historia, cambios políticos y revoluciones, causadas por la in-
fluencia y predominio ya de un pueblo, ora de otro, en el decurso de las edades.
Representaban, pues, al tiempo de la conquista, la influencia de varias razas, lo
oneroso de un pretérito de inmensa extensión y horribles sacrificios y calamida-
des. El alma saturada de dolor, al través de decaimiento, odios y luchas
cruentas.
En la época posterciaria, en medio de una fauna colosal, ya había indígenas
en estas tierras. El hombre negro existió por acá en remotísimos tiempos, -
com(||Se prueba por cabecitas y máscaras encontradas en Teothihuacán y por /
el ídore^e Huoyapán de tipo etiópico, que aparece dibujado en el primer tomo /
de "México a través de los siglos" ; pero la demostración patente de la teoría
— dice el autor de esa obra — de la antigua existencia de la raza negra, en nues-
tro continente, es que aún se hallan sus restos en él, y de otros nos hablan los
cronistas primitivos. Se esparcieron los negros por las costas, cuando el gran
enfriamiento, producido por los cataclismos. ,
Los_jarras o zambos de Honduras descienden de negros y se remontan a ,
una antiquísima edad. Por las lenguas se viene en conocimiento de lo autóc-
tono de la raza maya-quiché, anterior, según algunos creen a la China. Se
han encontrado ídolos de tipo chino marcadísimo, en algunos puntos de México
y de Centro-América. Muchos historiadores hablan de un pueblo pre-tolteca
cuinametzín (gigantes perversos: etzín gigantes, y quinan, malvados) pero
todo eso se pierde en la obscuridad de los tiempos (i). Aquí en Guatemala
hemos visto dos mascaritas antiquísimas con facciones japonesas.
Han querido notables americanistas, como Brinton, Stoll y Chavero, ex-
plicar la separación dejos cakchiqueles de la rama maya-quiché; y aseguran, v ,¿
por cálculo, que acaecería hace más de dos mil años. Con razón dijo Hum-
boldt que esta era la tierra de los misterios y que entramos en una remotidad
que ni se concibe, ni se explica.
Sábese, por tradición, que la cultura tolteca no sólo invadió el territorio
primitivo de los quichés, sino que se introdujo al que ocuparon en la época
histórica, a la región de Iximché y a la ciudad de Gumarcaah, conocidas des-
pués por Cuauhtemalan o Guatemala y por Utatlán. Dícese que Nimaquiché,
de la familia real tolteca, obedeciendo al mandato de sus dioses, abandonó
Tolán, y peregrinó hasta dar con el bellísimo lago de Atitlán, por donde se
estableciera el nuevo reino quiche. Nima llegó, con tres hermanos, entre los
cuales dividió el país. El famoso Axopil, hijo suyo, fué jefe de los quichés,
cakchiqueles y tzutuhiles, como explicaremos en otro capítulo.
"Cuando amaneció la aurora, brilló la luz y titilaron las estrellas," es
decir, cuando se introdujo la religión y la cultura — según las bíblicas frases
(1) (^n pueblo de giganta debe entenderse que será de hombres un podo más altos (jue la talla común:
pero uo de verdaderos srlerantes.
— 92 —
del Popol-Vuh — se multiplicaron las generaciones de los patriarcas Kalani-
Quitzé, Balam-Acab, Mahucutahé, Iquibalam. por la tierra prometida.
Entre la peninsula maya y la región quiche se hallaban los itzaes, petenes,
lacandones, cheaques, mopanes, Choles, chinamitas, caboxes, uchines, ojoyes,
tirampíes, y otras tribus.
En el siglo XVI, cuando los españoles vinieron al istmo de Centro-Amé-
rica, encontraron varios reinos y pueblos numerosos, con razas y territorios
diversos.
^ — Los mames (tartamudos) se hallaban en Guatemala al noroeste, y en una
parte _de^Hondiiras ; los pocomanes al sudoeste de Guatemala, los quietes en
el interior y los cakchiqueles en el sur. HF
Ocupaban los mames el actual departamento de lluchuetenango, parte de
Quezaltenango, San Marcos y la provincia de Soconuzco, lugares en que la
lengua man o pocomán es vernácula, siendo dig^o de notarse, que en parajes
distantes de dichos centros tamjjiién se habla aquel idioma, como en Amati-
tlán, Mixco y Petapa, Mita, Jalapa, Xilotepeque y Chalcliuapa (i). Los
mames se dividían en familias poderosas, cuya historia describió Brasseur de
Bourbourg, en la introducción del Popol-Vuh.
Asegura {|ue habitaron en Soconuzco desde tiempos remotos, siendo un
pueblo autóctono. Los olmecas que vinieron de México, los redujeron a la
servidumbre, y una fracción de los vencidos emigró para Guatemala, como lo
explican Orozco y Berra, en su interesante geografía (página i68). Aún se
encuentran restos de los mames en el departamento de Totonicapán y en la
frontera de Chiapas. En remotos tiempos aquella raza había sido la domina-
dora en la mayor parte del territorio de Guatemala, y su capital era la plaza
fuerte de Zakuléu, o sea Tierra Blanca, cuyos restos todavía se contemplan
cerca de la ciudad de Huehuetenango. Aún existen ruinas de Zakuléu lo
mismo que de Chalchitán y Chaculá, que denotan la cultura de aquellos indios.
Los pocomanes o poconchís vivieron en la región de la Verapaz, en territo-
rio de Guatemala. Una parte de las trece tribus de Tecpán, cuya capital era la
gran ciudad de Ninpocom, se tenía por Señora de la Verapaz y de las provin-
cias situadas al Sur del rio Motagua hasta Palín. Toda la margen izquierda
del Chixoy (Lacandón o Alto Usumacinta) desde Cobán hasta el x'\o antes
dicho, las montañas y valles de Gagcoh (San Cristóbal), Tactic, Rabinal,
Urrán, una parte del actual departamento de Sacatepé^uez, de Guatemala y
de Chiquimula, hasta el pie de los volcanes de Agua y|le Fuego, llegaron a ser
presa de aquellos aguerridos indios poconchíes, cuya lengua, así como el
quekchí, aún se habla por la Verapaz. Aquí en el valle de la Ermita, en el de
Las Vacas, en el llano de la Culebra, en Pínula, en Petapa y en otros alrededo-
res de esta ciudad de Guatemala, se habla generalmente el poconchí, que ape-
nas queda rezagado en uno que otro descendiente de aqullos pocomanes.
(1 ) Pimentel— Cuadro de Lenguas Indígenas— Tomo I. pág. 81.
— 93 —
Los quichés, habitaban en sus mejores tiempos, la parte central de lo que
hoy es república de Guatemala, no sólo en el departamento que lleva ese nom-
bre del Quiche, sino por Totonicapán, Atitlán, parte de Quezaltenango, Suchi-
tepéquez y Rabinal, en donde se habla aquella interesantísima lengua (i). Te-
nían los Cuchumatanes algo de Chiapas y Soconuzco, el reino de Hueytlato y
los señoríos manes y pocomanes.
Se impregnó la civilización de los quichés, en remota fecha, de la de los
toltecas, pues la cultura y la manera de vivir de los primeros, tienen rasgos de
las costvimbres y adelantos nahoas. Los maya-quichés llegaron a un sor-
prendente grado de relativa civilización ; pero desgraciadamente, después de
la caída del soberbio imperio, el pueblo se dividió, durante el curso de algunos
siglos, por guerras intestinas y luchas de partido, en pequeños estados, desva-
neciéndose la gloria de su antigua grandeza. En los restos dispersos, imbu-
yeron los nahoas su cultura, reteniendo los dialectos de la lengua original. En
Nicaragua y en El Salvador "hubo pueblos de pura sangre azteca. Los ni-
quirans o cholutecas se encontraban entre el lago y el mar Pacífico. "Los
quichés de~Guatemala, dice éT~obispo historiador, González Suárez, llegan al
golfo de Jambelí, ganan la costa de Máchala, se internan en la provincia del
Azuay, y buscando un punto pacífico para la vida, se sitúan en los valles
de temperamento abrigado, en la meseta interandina, con el hombre de
cañaris" (2). . .^^
El territorio de los cakchiqueles se componía de los que hpy son depar-
tamentos de Chimaltenango, Sacatepéquez y Solóla, habiendo t^lhnbién algunas
.tribus por Patulul, Cotzumalguapa y otras partes del lado del Pacífico, que
eran neófitos de los Padres Dominicos.
Los tzutuhiles se encontraban en Atitlán y en San Antonio Suchitepéquez,
con una capital que se tenía por inexpugnable, cerca de aquel lindísimo lago
de Atitlán. Los lacandones, itzas, manches y choles, ocupaban la región que
se extiende entre Yucatán y Guatemala. Eran tribus indómitas, harto difícil
de ser traídas a las costumbres semi-civilizadas. Fué el dominico Juan de Es-
querra, quien acompañado por otros frailes de su orden, llegó a penetrar a las
tierras de los manches, e indujo a muchos de ellos a seguir el cristianismo.
Pero a poco se fundaron algunas villas o lugares, hasta que en 1626, los la-
candones hicieron una atrevida irrupción, avanzando más acá de Copan.
Fueron muchos los muertos y no pocos los prisioneros. Más tarde, los itzas
asesinaron como a trescientos de los cristianos. Al ver los manches que no
obtenían protección de los españoles, huyeron a buscar otra vez sus rudas
costumbres y recónditos albergues.
Los franciscanos querían catequizar a los itzas, que eran los más potentes
y agresivos. Protegidos por el terreno montañoso y escarpado, encontraban
'D Squier. Nouvelles Anuales des voyages.
(2) Introdución al Atlas Aniueológico Ecuatoriano, pátr. 20.
— 94 —
en la región del lago del Peten, seguridad e independencia. Al principio
acogían cordialmente a algunos misioneros, pero después se enfurecieron y
colgaron las cabezas de los religiosos de las ramas de los árboles, para que sir-
viesen de escarmiento. La trágica y espantosa muerte de Mirones y de sus
acompañantes, sacrificados en el ara del altar idolátrico de aquellos bárbaros,
puso pavor en el ánimo esforzado de los frailes y conquistadores.
Sin embargo, las reales cédulas que a menudo venían encareciendo la
sujeción de aquel territorio, hizo que no faltaran individuos que quisieran aven-
turarse a la conquista. El encomendero de Mita, Diego Ordóñez de Vera y
Villaquirán, oficial de milicias y hombre de pelo en pecho, se comprometió a
tan difícil empresa. En 1639 fué aceptada su oferta por el Consejó de las
Indias, se le confirió el título de Adelantado del Gobierno del Próspero, nom-
bre con que se bautizó tan aguerrida comarca. Precedió, sin embargo, la cruz
a la espada, y en 1646, dos franciscanos, Hermenegildo Infante y Simón de
Villasís, fueron de Campeche a Usumacinta, con su arriesgada misión, sufrien-
do muchos trabajos. Llegó al fin el Adelantado a Usumacinta, penetró más
al interior, hasta que falto de provisiones, abandonado de muchos, viendo
quemado por los indios el pueblo que había establecido, flaco de cuerpo y
conturbado de ánimo, fué a morir a Petenecte. El Próspero no correspondió
al augurio de su buen nombre, que más propio hubiera sido llamarle el Des-
graciado.
Pasaron ;Biuchos años sin volver a la empresa, pues los dominicos que
fueron a catequizar a los Choles, allá en 1677, apenas alcanzaron éxito. Cada
vez se empeñaba el gobierno de España en la reducción de aquellos bárbaros
y de los lacandones e itzas. Cuando el obispo de las Navas anunció su deseo
de visitar Vcrapaz, el Presidente Guzmán ofreció todo su apoyo para aquella
empresa. Ayudaron los mercenarios y los dominicos, poniéndose a la cabeza
de la expedición don Melchor de Meneos, Corregidor de Huehuetenango, quien
con pocos soldados se internó en el río de Tabasco, haciendo huir a algunos
indios lacandones. Siendo ya casi intransitable el camino, retrocedieron sin
alcanzar cosa alguna.
Una vez más el Consejo de Indias, con fecha 24 de Noviembre de 1692,
transmitió órdenes apremiantes, en que el rey prevenía arrostrar la conquista
de Choles y lacandones. Hasta el año 1695 no pudo el presidente Barrios Leal
emprender él mismo la expedición, y llegó a Santa Cruz del Próspero sin no-
vedad alguna ; pero más adelante se le presentó una naturaleza primitiva, eíeji-
berante, emponzoñada de miasmas, llena de precipicios, ríos, montes y des-
peñaderos, sin chozas, ni ranchos,, ni un ser humano siquiera. Con muchos
trabajos fundó el fuerte de Dolores, cuyo nombre recordaba hartos sufrimien-
tos. Cerca de ese castillo quedaban al Sur de los choles, al Oeste y Norte los
itzas, y al Oeste los lacandones. El presidente Barrios regresó a Guatemala,
a causa de las lluvias, que por aquella región son copiosas, dejando en dicho
— 95 —
lugar treinta soldados y algunos frailes. Cuando después se preparaba Barrios
Leal a otra expedición, le sorprendió la muerte.
Jacobo de Alzayaga, Regidor de Guatemala, emprendió, en 1696, la con-
quista de semejantes bárbaros, teniendo la mala suerte de perderse, con los
suyos en la enmarañada selva y tortuosos ríos. Un movimiento simultáneo,
procedente de Guatemala, con don Melchor de Meneos, al frente, y apoyado
por el gobernador de Yucatán, dio siempre funestos resultados. Los itzas
fueron conquistados en 1697, y. hubo desde entonces en el Peten resguardo
militar, que llegó a convertirse en un presidio. En 1759 ya había en el distrito
del Peten, siete aldeas, fuera del lugar principal o cabecera. Todo aquello es
primitivo y paradisiaco.
Los lacandones aún permanecen libres del Gobierno, en hordas nómades
y en número reducido. Nunca se realizaron, pues, los deseos de conquista que
con tantos bríos exhibía el capitán general don Sebastián Alvarez Rosíca de
Caldas, respecto al Lancandón ; deseos que manifestó al rey don Carlos II,
en carta de 30 de Enero de 1667, y que corre impresa por Ibarra.
Como esos pueblos, había otros antiquísimos, que Brasseur de Bourbourg
describe en número considerable y trata de fijarles localidades en el territorio
Centro-Americano. El que quiera profundizar esta materia, puede leer la
interesante introducción del Popol-Vuh y "Las Naciones Civilizadas de Mé-
xico y de Centro-América". Pero todavía es más serio y filosófico el estudio
que hizo nuestro distinguido amigo, el sabio doctor Berendet, quien estuvo en
Guatemala, y pudo establecer, fundándose en las lenguas y dialectos indíge-
nas, las ramas etnográficas del suelo Centro Americano.
Los pueblos de la América Central forman, para Quatrefages, una sola
familia, la guatemalteca, resultado de cruzamientos múltiples entre negros,
indios y españoles. Hombres de pequeña talla y fuertemente constituidos ;
. de piel bronceada, cabellos negros y lisos, cabeza corta, frente baja, cara ancha,
ojos pequeños, oscuros, horizontales; nariz recta, boca mediana, labios fuertes,
barba redonda.
Deniker divide a los indios de México y de la América Central, desde el
punto de vista etnográfico, en dos grandes grupos : los seríanos aztecas que
viven en el Norte de México, y los centro-americanos, habitantes del México
meridional y los Estados situados más al Sur hasta la República de Costa-Rica.
Los primeros, bajo el aspecto lingüístico, se aproxiinan a los chochones, y
en sus costumbres a los verdaderos indios "Pueblos" de los Estados Unidos,
pero ofrecen diferencias en el orden físico : los sonorios se acercan a los norte-
americanos de la vertiente atlántica, en tanto que los pueblos del grupo azteca
patentizan la infusión de una gran cantidad de sangre centro-americana.
Constituyen el grupo principal de los sonorianos los pimas y sus congéneres
los pápajos ; viven en los pueblos o "casas grandes" y subsisten gracias a sus
esfuerzos en la estéril tierra del valle de Gila ; son hombres hermosos im. 71 de
-96-
talla, ágiles, cabeza algo alargada, nariz prominente. Sus vecinos, dice Deni-
ker, los yaquis y los mayos, reunidos en la categoría lingüítica Cahita (unos
20,000 individuos) tienen el mismo tipo' que los pimas y se conservan bastante
puros, al contrario de los ópatas y tarahumares de Chihuahua y de Sonora.
Los aztecas o nahuas, son nombre colectivo de muchos pueblos y tribus que
ocuparon antiguamente la vertiente pacífica desde el J^ío Fuerte (26'' de latitud
Norte) hasta los confines de Guatemala, exceptuando el istmo de Tehuantepec,
pero extendiéndose sus colonias hasta Guatemala y San Salvador. Sobre la
vertiente del Atlántico las tribus nahuas habitaban los alrededores de México,
y constituyeron, probablemente dos o tres centurias antes de la" llegada de los
españoles, tres Estados confederados: Tcscuco, Tlacopán y Tleuochtillán.
Actualmente los aztecas, en número de 150,000 próximamente, encuéntransc
extendidos sobre toda la costa mexicana desde el Sur de Sinaloa hasta 'Pepic,
Jalisco, Michoacán y el Oeste. Muy pacíficos, sedentarios, con un barniz de
civilización, ellos son católicos de nombre, animistas llenos de superstición en
el fondo. En muchas villas aztecas todavía se habla la antigua lengua nahua."
El profesor L. Biart ha escrito extensamente sobre la historia y costumbres de
los aztecas (París, 1885).
Al lado de los aztecas se designan con el nombre de "mexicanos ])r()])ia-
mente dichos" a otros tres grupos étnicos : el otomí, los tarascos y los talonacs
de la provincia de Veracruz, antes muy civilizados y que se parecen físicamente
al grupo lingüístico maya. El otomí nos da el ejemplo particular de pueblo
americano hablando una lengua monosilábica ; de talla debajo de la media,
braquicéfalos en general con tendencia a la mesocefalia (llamy, Brinton).
Los tarascos, no mezclados, viven, según Lumholtz, en número de 200,000 en
las montañas de Michoacán : otros han sido absorbidos en la población mestiza.
El otro gran grupo etnográfico de los indios de México y de la América
Central, siguiendo en esto a Deniker, ya hemos dicho que lo forman los centro-
americanos; y están subdividos por el mismo notable antropólogo en tres
grupos geográficos : los indios del Sur de México, los maya y los istmianos.
Entre los primeros están los zapotecas de Oaxaca, descendientes de un pueblo
que alcanzó en época remota el mismo grado de la civilización azteca ; están
también los mixtecas de Oaxaca y Guerrero, de talla pequeña, braquicéfalos, y
los zoques, mixes y chapanecas, para no citar otros. La antigua civilización
maya era semejante a la de México; los "mayas propiamente dichos de Yuca-
tán" contienen como principales tribus: los tchontales de México, los mopans,
de Guatemala septentrional ; los quichés más al Sur, el único puebUj indi(j (|uc
j)osee vma literatura escrita indígena ; los pocomanes, los chorti y los huaste-
cas. "A pesar de las diferencias lingüísticas, todos los guatemaltecos o indios
de Guatemala se asemejan desde el punto de vista físico : son pequeños, re
chonchos, de pómulos salientes, nariz prominente, con frecuencia convexa; y
algunas de sus costumbres, como la geofagia, son comunes a todas estas pobla
— 97 —
cíones". El profesor Deniker reúne bajo el nombre de "los istmianos" a los
pueblos indígenas de la América Central distribuidos por Guatemala y el istmo
de Panamá, cuyos idiomas no están comprendidos en ninguna de las catego-
rías de las lenguas americanas (lencas, matagolpes, guatusos, oulona, moscos,
rama).
Algunos autores creen que, en cuanto a la América, la agrupación de los
pueblos tiene mejor base en los caracteres lingüísticos que aquella que pueda
suministrarles los étnicos y somatológicós ; opinando asimismo que esos ca-
racteres lingüísticos son fundamentos más sólidos para definir las razas del
nuevo continente. Para Brinton existe un lazo común entre todas las lenguas
americanas ; pero, discurriendo ampliamente sobre este punto, lingüistas de la
talla de Müller y Adam piensan de distinto modo, que la similitud entre las
lenguas americanas no autorizan a aceptar que todas ellas han procedido de
una sola fuente. Atribuye, por otra parte, Powell, mayor importancia a la se-
mejanza del vocabulario que a la de las formas gramaticales ; y llega a estable-
cer esta conclusión : "las tribues de la América del Norte no hablan precisa-
mente dialectos relacionados entre sí y nacidos de una sola lengua original :
hablan, por el contrario, muchas lenguas pertenecientes a familias diversas,
que no parecen tener un origen común". Estima Brinton en 150 o 160 el
número de las familias lingüísticas conocidas en toda la América, lo que parece
ser un cálculo exacto; en efecto, sólo para la parte del Norte de México enu-
mera Powell 59 familias lingüísticas."
Los pipiles (muchachos, en lengua azteca) descendían de los mexicanos.
Dícese que Ahuizotl, octavo emperador de México, allá por los años de 1486,
deseoso de extender- su poderío, y no satisfecho con el territorio que sus ma-
yores le habían dejado, decidió apoderarse del reino de los quichés y de otras
tribus que poblaban el istmo centro-americano. Vanos fueron los ardides de
la guerra, ni alcanzaron buen éxito los agasajos, presentes y embajadas, para
que se realizasen las aspiraciones de Ahuizotl, quien entonces se valió de una
extratagema que harto demuestra su astucia. Envió secretamente como
veinte mil indios, llamados pipiles, para que simulando ser mercaderes, fuesen
poco a poco introduciéndose en aquellas ciudades y en las tierras pobladas por
quichés, cakchiqueles, tzendales, kelkes y zapotecas, a fin de sojuzgarlos en
una oportunidad, teniendo parciales en quienes apoyarse ; pero fueron sor-
prendidos en su intento, que ya no vio realizado el ambcioso emperador mexi-
cano,- ni ninguno de sus sucesores. Los pipiles vinieron, pues, como traidores
y se encontraron en tierras bañadas por el mar del Sur, desde Escuintla hasta
Cuscatlán (El Salvador) en donde se extendieron mucho y progresaron bas-
tante. Turbulentos o indómitos, no soportaron la tiranía de su cacique Cua-
humichín, a quien el pueblo dio muerte violenta en su propio palacio, ocupado
a seguida por el débil y manso Tutecotzimit, que organizó el gobierno y pudo
hacer que sus vasallos progresaran. El cacicazgo pipil, nunca fué monar-
-98-
quía, por más que Juarros erróneamente haya asegurado que tuvieron, poco
tiempo antes de la venida de los españoles, un monarca o rey, lo cierto es que
a lo más llegaría, como algunos creen, a constituir un señorío, ligado con la
casta sacerdotal, que a su vez reconoció la autoridad del gran sacerdote, quien
se dejaba ver en las ceremonias solemnes, revestido de una especie de casulla
\, azul, con gran mitra adornada de vistosos plumajes, y llevando un báculo,
recamado de oro y plata. Algunos dudan que los primeros . pipiles hayan
venido en tiempo de Ahuizotl, puesto que las ruinas de Cotzumalguapa y otras
demuestran muchísimos años de residencia.
"La comarca más occidental de lo que hoy constituye el territorio de El
Salvador es la de los Izalcos situada entre el río Paz o Aguachapa y Gueymoco.
En esta comarca existe el lugar llamado Zenzontlatl que en lengua mejicana
significa "cuatrocientos ojos de agua" palabra que ha sido transformada en la
de Sonsonate. Zenzontlatl hace alusión a los innumerables ojos de agua que
forman el Río Grande, a cuyas orillas se hallaban situada la población.
En la costa de los Izalcos, existió y existe aún el puerto de Acazutla, lla-
mado actualmente Acajutla. De la población de I zaleo, poco después de la
conquista, salieron cuatro familias a establecerse a un punto inmediato a Son-
sonate y fundaron un pueblo cuyo nombre fué Nahuizalquio o los cuatro Izalco,
porque en idioma mejicano "nahui" significa cuatro. Inmediato a Sonsonate
se hallan el pueblo de Quetzal-Cuat-itán, compuesto de tres palabras ; quetzal,
culebra y debajo. Con el tiempo este nombre se convirtió en Salcoatitán.
Pueblo bien situado era el de Güeciapam, que en lengua mejicana quiere
decir Río Grande, llamado así, indudablemente, por su cercanía al río de Paz o
Pazaco, conocido también con el nombre de Ahuachapán. En la época pre-
sente se ha cambiado el nombre primitivo por el de Ahuachapán, hoy ciudad
de mucho progreso y cabecera de departamento. Digna de mencionarse es lá
numerosa población de Siguatehuacán, nombre que en lengua azteca quiere
decir "joven bajada de los cerros", hoy "Santa Ana", situada al pié del volcán
del mismo nombre y población de mucha importancia.
Hacia la parte occidental de Siguatehuacán se hallaba la alquería de Chal-
chuapa que en náhuatl significa "moneda indígena oculta". La antigua pobla-
ción ha desaparecido, la que actualmente existe está a una milla distante de la
anterior.
De nombre indígena y de antigua época es la población de Coatepeque,
llamada antiguamente Cuatepeque o Cerro de Culebra. A este pueblo siguen
los dos Texistipeque, Augue y Ostria, habiendo variedad de opiniones sobre si
estos dos últimos existieron de la conquista.
El nombre primitivo del antiguo pueblo de Gujutla era Shushuta (|ue en
lengua indígena quiere decir "río de jutes" por estar situada la población
a inmediaciones del río de este nombre.
A tres leguas' al Sudeste de Güeciapán existe el pueblo de Apaneca llama-
I
— 99 —
do en lengua Azteca Aponegeeat, que sij^nifica Río de Viento, pues por su
elevada situación se halla expuesto a un viento demasiado fuerte.
Caminando del Este hacia el interior del territorio, se llega a la población
de Cuscatlán, hallándose situada en la parte intermedia las poblaciones de
Cuisnaguat llamada antiguamente Cuis-Nahuit o sea el lugar de los Cuatro
Espinos y otros cuyos nombres no se ha podido conservar. Cuscatlán revela
su primitiva civilización por los muchos utensilios de barro de diversas for-
mas que se encuentran en sus excavaciones.
Pocos datos existen acerca de las demás poblaciones primitivas de la Re-
pública ; pero si es lo cierto que las principales divisiones establecidas eran :
Zenzonatl, Cuscatlán y Chaparrastique ; que estas comarcas estaban muy po-
bladas al tiempo de la conquista, según lo afirmó el mismo conquistador Pedro
de Alvarado. Entre esas poblaciones hay algunas que merecen mencionarse
especialmente como Nejapa, llamada antiguamente Nixppa, arruinada con mo-
tivo de la erupción del volcán de San Salvador. El lugar donde estuvo situada
la primitiva población es llamada en la actualidad Potrero de San Lorenzo, en
la jurisdicción de Quezalteipeque, población también primitiva. Hoy se cono-
ce con el nombre de Nejapa un bonito caserío situado al Occidente y a poca
distancia de Apopa.
Poblaciones enteramente extintas son Zacualpa y Guija en el actual de-
partamento de San Aana. La primera estaba situada en una isla grande que
está en medio de la laguna, y ia segunda en el mismo lugar en que está la
laguna del mismo nombre. En las márgenes de ésta se ven varios antiguos
edificios y aún en el fondo han observado los pescadores en la estación seca,
algunos capiteles de columnas. Se han hallado además en el lecho de la
laguna, piedras de moler, vasijas de barro de todas clases y formas. Hace
mucho tiempo que un pescador sacó una pieza de plata y en 1848 un indígena
de los alrededores encontró dentro de un promontorio de lava que el agua
había dejado descubierto, varias obras de plata labrada en figuras esféricas
que pesaron una arroba. Se notan en diferentes puntos de la comarca cimien-
tos de edificios antiguos, lo que prueba el estado de adelanto en que se hallaban
las poblaciones primitivas".
Los quichés y cakchiqueles trataron de someter a su dominación a los
pipiles, quienes pidieron auxilio a don Pedro de Alvarado, sin sospechar que el
Hijo del Sol (Tonatiuh) sería para con ellos más tirano que el primero de sus
caciques, el infortunado Cuahumichín.
Los chorotegas, los xicaques, los poyas, toukas, caribes, zambos y otras
tribus aún más salvajes, que ocupaban lo que es hoy territorio de Honduras,
tenían costumbres bárbaras, sacrificios horrendos y carácter refractario a la
cultura cristiana.
Ha quedado de los españoles el decir, de uno belitre y salvaje, que parece
xicaque. Cuando se desea expresar que es muy bolonio o estúpido, se le llama
chontal.
\>
L
— ICXD —
Mr. Dsiré Pector escribió una memoria interesante, con el título de "In-
dication aproximative de vástigas laissé per les populations précolombiennes
du Nicaragua", en la que refiere la tradicional aventura del viejo cacique Xu-
chiltepecs, que separó sus huestes chapanecas de los pipiles de Cuzcatlán, para
llevarlas por Nicaragua y por Honduras, e investiga hasta donde es dable, y
apoyado en Bancroft, Brinton, Berendt, Bovallius, Squier y algunos cronistas
antiguos, los rastros de las varias tribus y naciones que poblaron en un prin-.
cipio el extenso territorio de Nicaragua. Acompaña a aquella obrita un mapa
etnográfico, en el cual se ve que los mosquitos, chontales, lamas, maribios,
matiares, nagrandanes, niquiranes, imavites, melchoras, mangues, dirías, cho-
rotegas, nahuas,^ etc., habitaban aquel bellísimo territorio en donde se deprime
la cadena andina y hay lagos más lindos que los de Suiza.
Los chorotegas se multijílicaron cabalmente por las orillas del gran lago
de Nicaragua y i>or el Nequepío, sobre el golfo de Fonseca, mientras que por
el rumbo de Managua vivían los maribios y matiares, y entre Masaya y Nicoya
las colonias nahuas, que difundieron por aquellas regiones la cultura que de
tiempo inmemorial las distinguía.
Los nahuas estaban esparcidos por el istmo de Rivas, entre el lago de
Nicaragua y el Pacífico, y hablaban el mexicano o náhuatl ; y es curioso obser-
var que llegaron hasta el extremo oriental de- Costa-Rica. Entre aquel lago
y el golfo de Nicoya, se hallaba la misteriosa nación de los corobicíes, progeni-
tores de los guatusos. En las márgenes meridionales del río San Juan estaban
los votos, hasta el valle de Sarapiquí, y al Este de dicho valle, se asentó la
importante provincia güetar de Suerre, siguiendo después por lo demás de
Costa-Rica, los tanacas, viceitas, cabeceres, terrabes, chichimecas, changüenes,
doraces, guaymies y otras tribus que formaban propiamente el territorio de
Gütares (tierra grande) cuyo mejor lugar era el Guarco, en donde los españo-
les establecieron, en 1563, la capital de Costa-Rica. Los grupos se extendian
sobre las playas del Pacífico, entre los ríos Pirris y Grande de Terraba, hasta
mediados del siglo XVIII, en que acabaron por las pestes y malos tratamientos
que sufrieron. Los cotos ocupaban la parte superior del valle del río Terra-
ba, y acabaron también, dejando a los borucas, sus descendientes, que se ex-
tendían hasta los llanos de Chiriquí.
Cuando llegaron los españoles a aquella región, los principales pueblos
eran los nahuas (aztecas), nahues (chorotegas), gütares, viceitas, terrabas,
changüenes, guaymies, guepos, cotos y borucas, que pasaban de cien mil, en
el año 1564, y de los cuales poquísimos quedan en el día (i).
Los nahuas vinieron del Norte y desembarcaron en Nicaragua, por el año
1440, según los cálculos del P. Motolinia, de acuerdo con lo que los mexicanos
le dijeron, como puede verse en los "Documentos de Icazbalceta", tomo I.
Pág. 10.
(1 ) Etnolofna Centro-Americana. ix)r Peralta -Intrtxlurirín.
Los nahuas o aztecas llegaron por Nicaragua y Costa-Rica, cincuenta años
después que los chorotegas, a mediados del siglo XV, según asegura el obispo
Thiel, en su interesante obra "Revista de Costa-Rica en el siglo XIX". Muy
numerosos en el istmo de Rivas, sólo tenían en Bagaces y en Talamanca pe-
queñas colonias. Estos indios llevaron ahí la semilla del cacao.
Los chorotegas cultivaban el maíz, algodón, frijoles, zapotes, nísperos y
otras frutas. También sembraban tabaco y a veces lo fumaban. Con púr-
pura de caracol y brasil teñían sus vestidos y hacían primorosas obras de alfa-
rería, según cuenta Oviedo, quien llevó a Santo Domingo algunas muestras de
loza que se pudieran dar a un príncipe por su lindeza. Se adornaban con per-
las recogidas en Nicoya y tenían hermosas mujeres (i).
Cuándo y por qué los floridos valles del Usumacinta hayan sido abando-
nados por los mayas, así como las ricas márgenes del río Motagua, no se sabe
a punto cierto. Se presume que las pestes, el hambre, las guerras civiles, las
invaciones extrañas, en lejanos tiempos, destruyeron los focos aquéllos de
gran cultura (2).
El distinguido americanista don Manuel M. de Peralta escribió un "En-
sayo sobre la distribución geográfica de los aborígenes de Costa-Rica", del cual
aparece que, a la época de la conquista de los españoles, ocupaban aquel terri-
torio los chorotegas o mangues, los nahuas o mexicanos, en poco número, los
corobicís, los güetares, cabecares, viceitas, terrabas, changüenes, doraces,
guaymies, borucas, cotos y quepos. Los más antiguos eran los corobicís.
Por la carta geográfica que aquel notable historiógrafo formó, se compren-
de bien la distribución que tenían los aborígenes de Costa-Rica en el siglo XVL
Al llegar, en 1522, el conquistador Gil González de Avila, había cuatro grupos
distintos: el nicoyano, el de la isla Zapatera, el güetar y el bugaba (3). Los
borucas vivían por las tierras cercanas a Panamá. Los nahuas eran unos
cuantos cientos, que se hallaban por Bagaces y en el valle Duy. Los vitares y
vicetas en las planicies del centro (4).
Nunca los reinos y tribus que se hallaban en la América Central fueron
feudatarios de México, como algún autor ha pretendido. El imperio Azteca
se extendía hasta el grado 14, no incluyendo nada de Guatemala (5).
Dice el Isagoge Histórico: "Al tiempo de la Conquista aún no habían
sujetado los mexicanos las provincias que median para llegar a Goathemala.
Su último emperador Montezuma salió en persona a sujetar la provincia Te-
huantepeque, y no pudo conseguirlo, porque la defendió el señor Tutepeque,
y así no tenían los mexicanos el paso para Goathemala por las costas del mar
del Sur Tampoco habían sujetado la Provincia de Chiapas, con que no
(1) Historia de las Indias, lib. XLII cap. XI.
(2) A Glimse at Guatemala, pág. 243.
[3] Monografía del obisix» Thiel.
[4] Fernández Guardia— Cartilla Histórica.
[5] Historia de Conau2.sta de Mé.xico, por Prescott.
tenían por donde introducir sus armas y exércitos en el Reyno de Goathemala,
ni por las costas del Sur, ni por las del Norte, ni por medio de la tierra".
Cuando los españoles vinieron a estas tierras del Centro de América en-
contraron pueblos de diversas razas, distintas costumbres, varios idiomas y
aspiraciones opuestas. Era aquella masa heterogénea, multiforme, híbrida,
con espíritu anárquico, sin hegemonía alguna. Se hallaba en guerras y lu-
chas, con odios ancestrales y tendencias disolventes. • Decaída la notable civi-
lización pretérita de algunas tribus, había sonado para su raza la hora que el
destino le marcara de agonía y servidumbre. Hay en los hombres, en los pue-
blos y hsta en las castas, momentos terribles de horrenda desventura. La
conquista se hallaba preparada por los misteriosos senderos de la evolución
social.
Los indios de la América del Centro se dividen en muchas tribus, diferen-
ciándose unas de otras, a pesar de lo que dicen escritores extranjeros que no
las conocen, por la estructura corporal, por la lengua y por las costumbres.
Verdad es que siempre se advierte entre ellos ciertos caracteres comunes inne-
gables. Nuestros indios tienen, por lo gneral, los unos color cobrizo, y otros
aceitunado, son membrudos, musculosos, de cabellos negros, ásperos, lisos, y
de corte prismático, de barba rala, pómulos salientes ; pero no agudos, orejas
grandes, labios gruesos, frente baja, ojos rasgados, algunos con el ángulo ex-
terno un poco levantado hacia las cienes, negros las más de las veces y de vista
penetrante, y en la boca una expresión particular de dulzura, desdeñosa, que
contrasta con su aspecto serio y tristemente sombrío. Constituyen una raza
sufrida, sana, bien formada, pero participan, con las demás razas americanas,
de falta de flexibilidad en la organización física, lo cual hace que su paso de un
país cálido a un frío y vice versa les sea mucho más perjudicial que a los
europeos, acostumbrados a la transición de las estaciones, que no dejan sentirse
en los países tropicales, en donde las costas son muy ardientes, las altiplanicies
agradables y los picos de las cordilleras muy nevados, siempre lo mismo, sin
alteración alguna. Serio, pacífico y melancólico, el indio agrega no sé qué
de misterioso a sus más insignificantes acciones. Jamás trasluce a su impa-
sible rostro las pasiones que puedan dominarle, a pesar de lo cual a veces llega
a ser terrible. Modesto por costumbre, diestro, suspicaz, sumiso especial-
mente a los sacerdotes, es, al propio tiempo, indolente, tardo, supersticioso y
crédulo (i). En indio americano es un producto del suelo americano (2;.
Chavero opina que nuestros aborígenes son de raza más pura que la europea,
y se funda en la carencia que tienen de pelo en todo el cuerpo, menos en la
cabeza, en las pestañas, en las cejas, muy ralas por cierto, y en la poca barba,
más rala todavía, y además en la circunstancia de no tener la muela del juicio,
y mostrar molares en vez de colmillos (3). Empero, ni una, ni otra razón
[1] La Tierra y el Hombre, por Federico de Hellwald, pág^ina HS.
[2] "L'Homne Americain". porSimoniu.
[31 México a través de los Siglos, tomo 11.
— IOS —
prueban la imagniada superioridad de dicha raza. Algunos creen que la ca-
rencia de vello y barba más bien implica falta de virilidad, lo cual tampoco nos
parece ser cierto, porque los indios procrían hijos sanos, fuertes y en gran
número ; ni es posible afirmar que la correlación entre el mono y el hombre,
torne más fino al que carece de vello, sin que, por lo demás, se verdad que al-
gunos aborígenes mexicanos no tengan caninos. Si otros carecen de las
muelas del juicio, faltan a la vez en individuos de varias razas. La barba y los
apéndices capilares en ciertas partes del cuerpo son tenidos en muchos pueblos,
como complemento de belleza, y entre los israelitas se apreciaban fanáticamen-
te, como consta en la Biblia. En varias de esas apreciaciones, juzgamos que
hay parcialidad o exageración, algunas veces a favor, y muchas, en contra de
los indios.
A los conquistadores españoles repugnaba encontrar a las mujeres des-
provistas del monte de Venus, como lo asegura el ingenuo Bernal Díaz, quien
cuenta que algunas de las indias sabían muy bien adecuarse pelucas en el pubis,
a fin de no desagradar a sus dueños.
Tornando a hablar de los antiguos indios de estas tierras, es preciso decir
que varios reinos, muchos señoríos y no pocos cacicazgos, con más de seis mi-
llones dje pobladores, encontraron los españoles en el istmo centro-americano ;
núcleo en remoto tiempo, de grandes ciudades, cuya civilización admira a los
que han hecho estudio especial de los países cultos de la antigua América.
Brasseur de Bourbourg, Maudsley, Bancroft, Brinton, Berendt, Baldwin
y otros historiógrafos, que han escrito obras especiales sobre esta materia,
reconocen que la civilización de los imperios istmeños era superior a la de
México y a la del Perú, muchos siglos antes de la llegada de los españoles al
Nuevo Mundo.
La posición geográfica de la garganta de tierra, que une las dos grandes
porciones del continente americano, hará que en lo futuro sea el centro del
comercio. Aquí en donde las ruinas de Copan, Palemke, Tical y Piedras Ne-
gras, no nos dicen cuándo fué abandonada esa región ; en donde las esculturas
y geroglíficos de Chichén-itzá revelan muertas civilizaciones ; aquí por donde
Cortés y Bernal Díaz portentosamente atravesaron la parte que había sido más
poblada, en los primitivos tiempos de Centro-América, sin presumir que las
orillas de aquellas corrientes y las faldas de los agrestes cerros, hubiesen sido
asiento de razas varias e interesante cultura ; aquí, decimos, poderosos pueblos,
formarán grandes riquezas. ¡ La Historia se repite ! ¡ Que el melancólico
quetzal, desolado por la destrucción de los hijos de Votan, no vea otra vez las
praderas del Peten, las márgenes del Polóchic y del Usumacinta, pobladas por
extrañas gentes !
Sicut nubes, quasi aves, velut umbra.
CAPITULO IV
orografía E hidrografía de la AMERICA
I
CENTRAL
SUMARIO
Montes mitológicos. — Montañas sagradas. — Desde la época cuaternaria
buscó el hombre los lugares altos. — Ruinas de razas prehistóricas, en breñas abrup-
tas. — Centro-América, el país volcánico por excelencia. — El que guarda más ele-
mentos de la primitiva cultura humana. — Forma que tiene la Am.érica Central. —
Valle de Guatemala. — Sorprendente sistema hidrográfico. — Formaciones vejetales.
— Clasificación de los terrenos. — Panoramas sublimes de estos países. — Divisio-
nes orgánicas del suelo centro-americano. — Descensos de la cordillera. — Extrema
fertilidad. — Descripción de los bosques del Norte. — El valle de Zacapa. — Muro
gigantesco de volcanes. — Peculiaridades zoológicas de esa zona. — Divisoria con-
tinental. — El Cerro Padre. — La erupción del Cosigüina. — El Infierno de Masaya.
Memorable descenso de unos frailes en busca de oro. — Sistema de montañas de
Guatemala. — Observaciones generales. — Coincide el levantamiento de las mon-
tañas con la aparición del hombre en la tierra. — Momento sublime. — Poesía de la
creación humana. — El Cerro de Oro. — El volcán de Agua. — El volcán de Acate-
nango. — El volcán de Atitlán. — El de Tajumulco. — Los barrancos. — El volcán
de Ipala. — El volcán de Pacaya. — Teorías acerca del fuego de los volcanes. —
Otros volcanes de Guatemalau — Ausoles de Aguachapán. — Volcán de San Salva-
dor. — Descripción geológica de El Salvador, por el doctor David J. Guzmán. —
Cadena volcánica de El Salvador. — EL 1,EMPA, río que debiera llamarse EL
UNIONISTA. — El Polochic y otros ríos. — Sistema hidrográfico de la vertiente
del Pacífico. — El lago de Atitlán. — El lago azufrado. — Territorio del Peten. —
Volcanes de Costa-Rica. — Montañas y ríos de Honduras. — Viaje Geológico a la
América Central, por Dolffus y Motserrat. — El Istmo de Centro-América. — La
unión de ambos océanos.
Las multitudes que sonreían al cruzar el pórtico de Atenas, cuando, ebrias
de gozo iban a las fiestas de las Panateneas, en la falda de la montaña sagrada,
se esforzaban por llegar a la cumbre, en donde la sabiduría serena y luminosa,
dispensaba sus dones a los que la grande Egida cubriera con su divina sombra.
Moisés, el oráculo del pueblo más culto de la antigüedad, subió a un monte
para recibir, entre relámpagos y truenos, las tablas de la Ley, que harían de la
raza semítica la escogida, por entonces, en el mundo. El Arca salvada del
diluvio, posóse sobre el Ararat, cuando la paloma mensajera vino con el ramo
de oliva en el pico, y el arco iris dejó ver en el firmamento sus franjas de coló-
— io6 —
res, según la tradición bíblica. Desde la época cuaternaria, habitó el hombre
las faldas de las montañas (i) dirigiendo sus pasos a los lugares más altos, ya
que el rey de la creación no podía haber nacido en la playa llana del mar jurá-
sico, o en la pampa silenciosa, hecha para los reptiles, ni menos en las impe-
netrables malezas de las selvas, por donde los simios se deslizaban en encor-
vada actitud. La mirada del hombre busca siempre lo alto, va en pos del
cielo. Él vino al mundo cuando los picos de los Alpes fueron surgiendo de los
primitivos mares, hasta subir entre las nubes y mostrar sus calvas frentes,
como añoso testimonio de miles de siglos de generación lenta, que preparaba
en la tierra, el momento en que aparecería la humana especie ; en que el hombre
podría andar recto, sin arquearse, ni rastrear, en mesetas emergidas del fondo
de las aguas, en un paraíso propicio a su creación, en donde hallaría elementos
de subsistencia, y cómo luchar por la vida con los colosales cuadrumanos y los
ponzoñosos reptiles ; en donde estaría lejos, muy lejos del mono, que represen-
ta la edad eocena, saltando entre los bejucos y suspendiéndose de los enmara-
ñados troncos de los seculares árboles.
El mono ha permanecido en la misma situación en que nació ; el hombre
ha progresado, hasta el punto de que hoy puede decir, mediante la geología
moderna, cómo se formaron esos grandiosos picos cjue llevan perpetua nieve en
sus cabezas, y hasta dibujar la forma prehistórica de tales colosos, y la escultu-
ra de las cordilleras, que son como el eje de los Continentes, la espina dorsal de
un paquidermo i)ctrificado, en millones de años. La ciencia moderna explica
la formación de las montañas, los recortes primitivos de los valles, la historia
de los Continentes, y hasta las hondas arrugas de aquellos gigantes, mudos
testigos de la creación del hombre, esfinges que quizo Dios poner cual perenne
memento de la aparición de nuestra especie en este planeta, cuyas transfor-
maciones no son leyendas, ni misterio's.
Los primitivos pobladores de México, los aborígenes del Perú, los que con
Votan ocuparon gran parte de Centro-América, los indios ancestrales, cuya
civilización se pierde en la noche de los tiempos, buscaban siempre las altas
planicies, al pie de las montañas, a orillas de los lagos, que en hudidos cráteres
se formaron después de grandes cataclismos (2).
Aquellas razas pre-históricas han dejado ruinas preciosísimas, hasta en
alturas que pasan, a las veces, de cuatro mil metros, en valles, mesetas y peñas
abruptas, colgadas, puede decirse, entre las fragosidades de cerros casi verti-
cales, como para ponerse a cubierto de las irrupciones frecuentes de sus
enemigos.
Las pirámides azules, que no nos cansamos de admirar en el horizonte de
Guatemala ; esos inmensos y robustos brazos del planeta, que hacen de Centro-
[1] Congreso Internacional de Antropología. 1897, página 1S5.
[2] Chaveroy Piment<>l, Razas primitivas: Francisco P. Moreno, Revista del Museo de la Plata, t. I.:
Brasseur de Bour)x>urg, Xatlons Civilices du México et de l'AmériQue Céntrale, Morgan, Ilouses and house
Ufe of the Americans aixjrigenes, Wasiiington. 1881. vol. III.
— lO/ —
América el país volcánico por excelencia, tienen su remotísima historia de
mudanzas ciclópeas, de ruinas, civilizaciones muertas, ayes de dolor, de los-
pasos del tiempo, en fin, que va triturando cuanto encuentra, y crea cuanto se
transforma. La tierra es un ser organizado y viviente. La América, es el
mayor laboratorio que tiene el planeta. El trabajo químico que se efectúa
incesantemente debajo de sus altas montañas, se hace evidente a los pobladores
de estas tierras, por los numerosos volcanes, solfataras y vertientes cálidas,
así como por el levantamiento del suelo, por movimientos tremantes impercep-
tiblas, pero de repente causando fuertes terremotos y conmonciones violentas.
Esos bellísimos volcanes que se yerguen en nuestro horizonte, son la prodi-
giosa epopeya geológica del mundo. Son murallas puestas por Dios para
proteger a los pueblos débiles.
La Eternidad, que se desmorona, 'que se hunde, que surge y que se osten-
ta, ora ebria de cataclismos, ora lozana y apacible, cual si quisiera mostrarse
en la época de risueña libertad, fué dejando por ahí esos nuestros volcanes,
decapitados los unos por criminal erupción, que trajo ruina y lágrimas, entre
lava de nueva vida ; mutilados los otros, por el furor de los elementos, que los
dejara como sublimes y colosales Belvederes, que así rotos aún revelan la
serenidad de sus formas artísticas ; formando todos una especie de corona
ducal, cuyas inmensas curvas son paralelas con el serpenteo del mar, que en sus
costas arenosas llévales encajes de espumas y rumores de vida. En remotí-
sima fecha, un primer levantamiento se efectuó, al O. 22. S. E. 22, N. siendo
la causa de la formación de la cordillera central, con sus granitos y sus gneis,
habiéndose formado después los depósitos sedimentarios, de gredas triásicas
y fragmentos jurásicos, que se notan en el litoral de Centro-América.
Al titilar la estrella matutina, se hundió una vez para siempre el gran
Continente que, por el seno mexicano, por las Antillas, por la mar de zargazo,
unía al mundo antiguo con el mundo nuevo, y este Nuevo Mundo, vino resul-
tando ser el más viejo de todos, sin que falten sabios (i) que sostienen, como
ya lo hemos dicho, haber sido aquí, en la América Central, el origen de la más
remota civilización.
Ello es lo cierto que, cuando la Atlántida se sumergió, en las aguas del
mar, vino quedando el istmo Centro-Americano cual arista volcánica que con-
tuvo el horrendo cataclismo ; como el país misterioso que guarda más elemen-
tos de la primitiva cultura humana (2) como la tierra prometida, que, con sus
150 mil millas cuadradas, de fertilidad asombrosa, de producciones variadísi-
mas, espera la inmigración de tantos millones que luchan amargamente por vi-
vir, y que buscan el caos, en la destruccibn, en la dinamita, el rayo divino de la
[1] Baldwin. La Antigua América: Jorge Catlin, Las Rcx-as levantadas y suniertrldas de América:
QHinet. La Creación.
[2] Banci-oft. Histor.v of Central América.
— io8 —
resultante de masas populares sin suficiente tierra, sin ninguna fe, ni un áto-
• mo de conciencia ; porque la conciencia y la fe no' se concillan con el hambre.
La serpiente del capital, con sus áureas escamas, ahoga en Europa a las masas
desheredadas que no encuentran remunerativo trabajo, y que acuden a Amé-
rica en busca de expansión y aire nuevo.
Alejandro de Humboldt abrigó la equivocada idea de que debían consi-
derarse las montañas de la América Central como continuación de las cordi-
lleras de la meridional. Pero hoy se sabe que "Panamá forma la reciente
clausura de una laguna llena de agua entre los dos Continentes americanos,
motivo por el que no pudo existir la correlación entre sus sistemas de monta-
ñas. La América Central tiene, por el contrario, un sistema de extensas mese-
tas o altiplanicies atravesadas por tierras alpestres cine terminan, en sus bor-
des, en los altos picos volcánicos (i ).
Mediante el canal de Panamá, va a traii.-.-.. ....licc el mudo de ser de la
América Central. Esa cordillera que atraviesa nuestro suelo, tendrá en sus
feraces declives, miles de hombres que puedan explotar este montañoso país,
tan poco conocido como escasamente estudiado. El descenso que de los Andes
va hacia el Pacífico, consiste en una banda estrecha, cuya mayor anchura no
pasa de treinta leguas. El flanco que va para el Atlántico cuenta con mayor
extensión, en un desenvolvimiento ochenta legras, desde la cadena
principal hasta las playas del mar.
En ambos lados de esa inmensa cordillera .se nota bien que, después del
levantamiento pórfiro-traquítico, siguió desde fa época eocena hasta el período
actual, el fenómeno volcánico, ligado a la formación de las moles gigantescas,
durante los depósitos eocenos, miocenos, pliocenos, y cuaternarios ; habiendo
entre ellos alternativas de depósitos marinos, lacustres y fluviales. El periodo
cuaternario está simbolisado, en Centro-América, por numerosas cantidades
de piedra pómez, de lava, arcillas amarillas y fósiles de grandes animales
ante-diluvianos, que caracterizan esa época, sobre todo al lado del Atlántico,
de manera bastante clara.
El declive hacia el Pacifico se compone de mesetas muy fértiles y curio-
sas, desde el punto de vista de su formación (2). La espléndida llanura en
que se encuentra Guatemala, la ciudad capital de la República, es un valle
hermosísimo, circunscrito por azulosa cerranía y velado por los volcanes de
Agua, de Fuego y de Pacaya, hacia el Sudoeste; grandioso conjunto de mon-
tañas piramidales, que semeja un círculo de almenas aéreas, formadas de so-
berbios picos. Ese risueño valle tiene analogía con el del Thibet, en sus poé-
ticos contornos, mientras que el recorte que en el cielo forman los altos cerros
del Oriente, recuerda el variado horizonte del místico recodo de Lourdes, en
los bajos Pirineos. Esos volcane.s de Guatemala forman una curba paralela
[1] La Tierra y el Hombre, por Fed. HeUwald Tomo I. p. 114.
[2J La Carta Geológica, formada por Sapper, deja ver la variada f
^rmnr\6u
— 109 —
i;-
:' .con la línea que describen las aguas del Pacífico, al chocar con fuerte reventa-
:. zón, en las arenosas playas de esos lugares casi desiertos. Aquella llanura de ^
Guatemala, continúa desenvolviéndose en la América Central, por su región
media, en un trayecto como de cien leguas, más o menos ancho, a medida que
la cadena de los Andes se aleja del mar.
El istmo Centro-Americano, con sus espléndidos lagos, múltiples volcanes,
montañoso suelo y agreste territorio, constituye, al través del tiempo, el más
variado teatro de revoluciones geológicas, étnicas y políticas; de cataclismos
pre-históricos ; de misterios indescifrables. La altiplanicie está bañada por
ríos que corren hacia el mar, por los profundos cañones, que existen entre los
volcanes. Tacana y Tajumulco se hallan a más de trece mil pies sobre el
nivel del mar.
En el ensanche de la cordillera y en los estribos de los montes divergen-
tes, hay también risueños valles de ricas aguas regados, y de vegetación ma-
ravillosa. En el declive hacia el océano Atlántico, y partiendo de estas mese-
tas intermedias, se ven desdoblarse, entre las secundarias ramas de la cadena
andina, llanuras de verdes prados, y bosques de preciosas maderas, que des-
cienden al golfo de México, al mar de Honduras y al de las Antillas. La
caoba, el cedro, el palo de tinte, el cocotero, otras palmeras bellísimas, y mil
árboles más, se entrelazan por aquellas soledades. En las. ricas costas se for-
man las musáceas, entre las cuales el bananero luce sus largas, brillantes y
verdes hojas, que semejan lábaros de raso ; el paradisíaco platanal, cuyos reto-
ños se apiñan al prolífico tronco, como los hijos se reclinan en el materno
regazo. Hay terrenos primitivos, por Zacapa y Chiquimula, de formación
porfirítica, cubiertos de arena roja antigua, que cubren huesos de mastodontes
y otros animales ante-diluvianos, en depósitos lacustres, que guardan conchas
y caracoles terrestres. Existen canteras de mármoles, mica y otros minerales
riquísimos, de plata, oro, plomo y hierro.
El suelo de Guatemala ostenta la Cordillera Arcaica, que se distingue de
la andina. La primera, más prominente, se extiende desde el valle del río
Motagua, hasta el Peten, penetrando por Esquipulas y Alotepeque. Los
Andes entran por la aldea de Niquihúil, en la frontera mexicana, y siguen por
Tacana, San Lorenzo, Bobos y Totonicapán. Pasan por el Oeste de Patzicía,
Chimaltenango, y la parte meridional de la ciudad de Guatemala. De ahí van
por Esquipulas hasta penetrar en Honduras.
Los estudios modernos de los distinguidos geólogos von Seebach y
Bergeat han demostrado que la Cordillera Arcaica, en la zona meridional de la
República, formada de rocas eruptivas, no es parte de los Andes, sino de pos-
terior formación, independiente del axis montañoso.
La topografía del Peten y de la Alta Verapaz es especial ; revela que aque-
lla riquísima región estuvo muchísimo tiempo bajo las aguas del mar (i).
[1] El doctor SaDper sostiene que varias veces estuvo sumergida en el fondo del mar.
Los muchos conos de denudación, las cuencas, las pequeñas elevaciones, los
valles paradisíacos, el escaso declive, las praderas exuberantes en las márgenes
de los ríos, muchos de ellos subterráneos, y los rasgos geológicos peculiares ;
todo indica que en esa misteriosa comarca hubo profundas transformaciones.
La mano del tiempo ha impreso indelebles toques en tan interesante territorio,
que se vio poblado de antiquísimas tribuís, que ahí dejaron curiosas ruinas.
El extenso y rico territorio del Peten es un verdadero paraíso, que cuando se
encuentre poblado convertiráse en uno de los centros más notables del mundo.
La hidrografía Centro-Americana es sorprendente. El Motagua, el Po-
lochíc, el Sarstoon y el Usumacinta, (hijo de muchas aguas) en Guatemala.
El Camelecón, el Ulúa, el de los Leones, el Romano, el Tinto y el Patuca, en
Honduras. El Coco y el Segovia, comunes a ésta república y a Nicaragua.
Los inmensos lagos de esa tierra, que merced a ellos, llegará a ser el emporio
del mundo, y que tiene ríos como el San Juan, el Grande y el Mico ; y Costa-
Rica, con el San Carlos y el Sarapiquí. Uno de los pasmosos portentos de
Centro-América es la bahía de Fonseca, en el Pacífico, formando pintorescos
golfos en las costas de Honduras, Nicaragua y El Salvador, con hermosura
increíble, con apacibilidad encantadora, y con un porvenir suntuoso. Diríase
que el erguido volcán de Cosigüina, que al entrar a aquellas tranquilas aguas,
se divisa a la derecha, columbrará en época no remota, llena de buques de todas
las naciones, la bahía Centro-Americana, más grande, más linda que la de Río
Janeiro, más abrigada que la de Nueva York y la de la Habana. El nombre
del primer presidente del Consejo de Indias, del taciturno Fonseca, se hizo
inmortal, por habérsele dado a la bahía más cxten.sa del Nuevo Mundo.
Los ríos que desembocan en el océano Pacífico van muy limitados en su
corriente, y deberían tener un descenso más ráp¡do,*'cuanto que su desenvolvi-
miento es rñenor que el de los que desembocan en el Atlántico, pero no es así ;
porque el plan de las fuentes de este curso de agua es mucho menos alto que el
de los ríos del otro lado. Hay, pues, menor desproporción en el descenso de
unos y otros relativamente. El río Usumacinta fué para nuestra civilización
indígena, lo que el Nilo para los egipcios, ya que en sus extensas riberas debía
desarrollarse, haciendo prodigios de producción, el desbordamiento periódico
de sus aguas. Por los montes del Peten nace aquel rio, llevando derrames y
filtraciones de la laguna de Panajachel y de los Islotes, para ir a lamer humil-
demente las ruinas del Palemke.
La disposición particular de los valles trasversales contribuye mucho a
hacer los desaguaderos en el mar Pacífico, difíciles para la navegación, ya que
independientemente de las escarpadas bargas, contra las que viene la corriente
a chocar a menudo, lo cual impide un hallage regular, tiene además el incon-
veniente de que arrastra en gran cantidad, terrenos desbordables de suyo, que
las aguas llevan sin esfuerzo. He ahí por que las desembocaduras se encuen-
tran tan atascadas.
Los cauces de los ríos que van a morír al Atlántico, nacen en la cordillera,
en los puntos más elevados, y siguen las direcciones de las cadenas de monta-
ñas que les sirven de ribazos, según lo explican científicamente, los señores
Dolííus y Montserrat, en la obra magistral que en francés escribieron sobre
la América del Centro.
En el golfo Dulce desemboca el río de Izabal, cuyas márgenes vestidas
de bosques vírgenes tropicales, forman, separándose entre sí, el lago del mismo
nombre, encajonado entre magníficas montañas cubiertas de espesura. En
la selva primitiva del río hermosísimo resuena el canto de las aves que se posan
en los corpulentos árboles, el sonoro rugir del tigre americano, los gritos dedos
monos que se columpian en los bejucos oscilantes y el silbar de la serpiente
que sorprende un nido de guacamayas. Los más bellos pájaros de vistoso
plumaje animan la selva y las pintadas mariposas van acariciando las silves-
tres florecillas. Hay peces cantores o siluros, que en Livíngston, san Juan de
Nicaragua y otros lugares bajos del mar, producen sonidos intensos, armonio-
sos, y con marcada cadencia (i).
Las mesetas de la cordillera y las del descenso hacia el Pacífico, se forman
de terrenos volcánicos, así como los espacios que entre las montañas median.
Esta formación se reconoce fácilmente en las enormes grietas que se encuen
tran en todas las llanuras, desde el grado 14? hasta el 16?, de latitud, que son
los que limitan la cordillera y el Pacífico. Los volcanes del interior de Cen-
tro-América pertenecen a una época mucho más remota que la de los volcanes
de la cordillera de la costa. Aquellos deben de haber formado una cadena de
volcanes activos, que después han venido estando extinguidos por eras.
La meseta de Guatemala la Nueva, o sea de la capital de la república,
encuéntrase a unos mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar ; un poco
más alta que la de la antigua mctrópoH. Ambas se componen de terrenos
volcánicos. La Gran cantidad de volcanes que existen en la cordillera de
Guatemala, deja suponer que, por modo súbito, se levantó ese terreno de con-
textura uniforme. Sabios geólogos presumen que el trastorno a que este país
debió de estar expuesto, durante su formación, es la causa de que, por lo
general, sólo se encuentran minas metálicas en las montañas primitivas, sobre
todo en Honduras, abundante en tantas riquezas de ese género. En Guate-
mala existen placeres de oro en el Motagua y yacimientos en Izabal. Hay en
varios lugares ricas minas de plata, cobre, plomo y estaño. Los kaolines,
espatos y mikas constituyen gran ricjueza.
Ciertos parajes de Guatemala llenan las condiciones para que en ellas
haya minerales. En los lugares volcánicos es muy difícil que las vetas se
conserven. Por los Cüchumatanes, en Huehuetenango, el Quiche y la Baja
Verapaz, existen buenas minas. Por San Juan Sacatepéquez, hay depósitos
'1] Dumeril. iiaíuralisla ictiólogo. "La Soo. Católica"— Los peces cantores.
calcáreos y ricos mármoles. En la región del lago de Ayaraza se ven el calcá-
reo y el mika-esquisto con vetas de cobre y plata.
Desde la barranca de Villalobos, de cien metros de profundidad, y en cuyo
fondo corre un río que desemboca en la laguna de Amatitlán, dando vuelta por
la llanura de Petapa, puede observarse un interesante corte de los materiales
de que está compuesto el valle de Guatemala. En el fondo se notan vesti-
gios de conglomeraciones, cantos rodados y pórfidos ; luego, a dos metros de
altura, capas alternativas de cenizas amarillas y violáceas. El resto es de
pomas blancas del tamaño de una nuez, mostrando las estratificaciones suce-
sivas, que esas capas se encuentran a las veces separadas unas de otras y
únicamente aplastadas por la compresión, mientras que otras se hallan reuni
das por una pasta amarilla, que forma una masa compacta.
Se debe al doctor Sappcr un estudio científico sobre la vejetación de Gua-
temala, y manera de su formación, atendiendo a la variedad geográfica de
plantas características, que teniendo un modo parecido de vivir y desarrollando
análogamente, sus órganos biológicos, constituyen verdaderas sociedades, de
interesante flora, que pueden dividirse así : I. — Bosques húmedos de las tie-
rras calientes y templadas, caracterizados por bejucos y especies epifí ticas,
como los heléchos, aroideas, orquídeas, etc., que cubren la mayor parte de la
zona septentrional y la falda meridional de la cordillera del Sur.
II, — Sabanas mezcladas con bosques húmedos, formados por yerbas altas
y algunas veces por arbustos que ocupan las planicies situadas al pie de las
cordilleras, cubriendo una mn^iderable extensión de la costa que baña el
Pacífico.
III. — Bosques húmedos de tierra fría, formados por coniferas, alisos y ro-
bledales, en los que abundan los musgos y se cobijan algunas vaccíneas, hasta
una altura de 3,cSoo metros.
IV. — Sabanas de tierra fría, caracterizada por la ausencia de árboles, cual
sucede en los volcanes de Tacana, Tajumulco y en los Cuchumatanes.
V. — Robledales y Pinares. Forman las variedades de estas clases de ve-
jetación una zona en que se marca notablemente la estación de seca, circuns-
crita a las tierras templadas y frías, y bajando rara vez a la tierra caliente.
VI. — Sabanas y chaparrales, situados en clima seco, y en donde abundan
grandes cácteas, la sequedad es extrema. Forman este grupo las planicies
del Motagua, Salamá y algunas sabanas de menor extensión del Departamento
del Peten. El doctor Sapper incluye en ejlos los pajales situados en la depre-
sión de Cahabón, en la Alta Verapaz.-
El territorio de El Salvador es volcánico y montañoso, fértil y con buenas
minas de hierro. El de Honduras es extenso, rico en metales y prados, de
1 formación primitiva, en mucha parte, con selvas vírgenes y exuberante vege-
\ tación. Nicaragua tiene los grandes lagos, y parece que la cadena de los
Andes deprimióse en ese punto, como para dar paso al canal que debe unir
I
ambos mares. En esos lagos se puede lavar perfectamente la escuadra de
los Estados Unidos, por muchisimo que con el tiempo crezca. No hay otra
punto en el cual se pudiera hacer esta operación tan necesaria para esa escua-
dra. El mapa de Costa-Rica muestra en el centro y en el Sudoeste del país
quebradas profundas y montes altísimos, mientras que el resto es de vallen
fértiles, hoyas propicias a la siembra del café, costas en fin, apropiadas al
cultivo del bananero.
i Ni en los lagos y montañas de Suiza podrá el artista admirar la pureza de
contornos, la serenidad del paisaje, lo poético del horizonte, del lago de Ati-
tlán, que con el volcán de ese nombre, y los pueblos de chozas indias, que se
divisan en las márgenes de las azuladas aguas, forman un cuadro indescrip-
tible, arrobador, único en su género.
£n toda la América Central hay panoramas sublimes, deliciosos y encan-
tadores. Los volcanes que arrojan lava, como pirámides colosales de este
suelo plutónico ; las montañas empinadas, agrestes, de flancos casi perpendi-
culares, de simas obscuras, apenas perceptibles por la cinta argentada del
manso río, que en el fondo serpentea ; las mesetas extensas, circuidas por
cerros remotos, cuyas caprichosas crestas circunscriben el cielo arrebolado,
cual encaje musulmán o recorte arabesco, en raso reluciente de turquí. Las
llanuras de la costa no tiene lo silencioso de la pampa, ni lo estéril del páramo ;
por el contrario, exhiben árboles soberbios de copas altísimas, av^ canoras de
jilumas abigarradas, palmas que susurran al compás de las ondas del mar,
como para contener el ímpetu altanero de las olas, que se pierden entre las
conchas pintadas de las cálidas orillas. Los bosques edénicos, en donde la
malla de bejucos, troncos, arbustos, brotes y colosales hojas, apenas dejan
paso al ciervo, a la puma, al jabalí y a atantos otros cuadrúpedos, que en esas
soledades viven ; las ceibas, los cocoteros, el cedro, el volador y los incontá
;,t>les árboles, que sirven de nido a los guacamayos y a los pavos, forman un
conjunto que sólo en las trópicos puede admirarse. El misterioso quetzal,
ave sagrada, que lleva por cauda alfanjes de esmeralda, es peculiar de nuestro
suelo.
Los musgos que tapisan la región fría de los Altos, y visten, junto con los
liqúenes, los troncos de los árboles, los ai bustos y piedras; los heléchos y li-
copodios, que, como delicados y finos encajes, son el ornamento artístico de la
flora; las gramíneas, con que se nutre la mayor parte de los animales, hasta
algunos insectos ; las primorosas bromelíaceas y las orquídeas, que viven al
abrigo, del sol bajo la tamisada luz crepuscular de las selvas, y son el mejor
ornato de los bosques ; las palmeras, las piperáceas, aristoloquias, rubiáceas y
solanáceas, cuyas virtudes curativas estarán siempre sobre toda ponderación ;
la riquísima familia de las leguminosas, que encierran gran variedad de ma-
deras y productos para la industria; las apocíneas, de jugos generalmente
tóxicos ; las gecianáceas, lábidas y verbenas, de preciosos resultados en la
— 114 —
medicina doméstica ; las aromáticas miriácias ; las abundantísimas y variadas
melastomáceas ; las inflexibles cactáceas ; las rosáceas ; las urticeas y terebin-
táceas, de que están llenos nuestros bosques, y suminitran cauchos, reciñas e
incienso ; y entre la multitud de bejucos y cables vivientes, sobresalen por su
número y belleza, las pacifloráceas, que existen en todas las temperaturas ; las
sapotáceas, cuyos frutos son tan delicados y cuya reciña produce la guta-
percha.
Las tierras que forman las vertientes de las montañas y lugares altos son
de temperatura agradable, y se goza en ellas de perpetua primavera, mientras
que en la boca-costa, o sea la zona intermedia entre la parte baja, limítrofe al
mar, y las cumbres de las cerranías y altos valles, se ven grandes plantaciones
de café, caña de azúcar cereales y sabrosas frutas. Los campos y los huertos
se embalsaman con el perfume de silvestres flores, mientras que los ganados
se apacientan en lozanos pastos de verdura. El terreno de la América Central
manifiesta dos divisiones orgánicas, que tienen calidades agrícolas dependien-
tes de sus constituciones geognósticas. El descenso de la cordillera, en el
mar del Sur, y las mesetas superiores, comprendidas en el desarrollo de la
cadena central, constituyen tierras volcánicas. El declive opuesto, y todos
esos grandes llanos que, de lo alto de la cadena central, se prolongan en direc-
ción del océano Atlántico, forman un terreno compuesto de detritus, de rocas
superiores f de tierras sobrepuestas en estas rocas ; son efecto de transporte
o aluvión, o muchos de carácter primitivo. Estas dos especies de terrenos
ofrecen una fertilidad extrema, y aunque de naturaleza diferente, presentan
grande analogía en las producciones vegetales ; porque esta diferencia de clases
existe sólo en la base de formación, mientras que la suijerficie es en todas la
misma. Las mesetas de base volcánica fueron más antiguamente cultivadas ;
en esa parte se aglomeró la población blanca, no sólo en la América Central,
sino también en la América Meridional. Como el descenso hacia el mar Pa-
cífico fué el primeramente ocupado, la cultura dirigida por manos de los euro-
peos, es allí más inteligente, más variada ; y aunque hace tres siglos que no se
deja de explotar esa tierra, con un trabajo siempre renovado, está todavía
virgen, puesto que no es necesario recurrir a medios artificiales para activar la
producción.
E!n el descenso atlántico la fertilidad aún es más notable, porque el humus
tiene gran espesura, tanto en los bosques como en las sabanas desiertas. En
los bosques hay una acumulación continua de vegetales en estado de descom-
posición ; los mismos árboles caen de vejez, aumentando la masa del terreno.
La potencia de esta tierra vejetal parece haber producido un efecto extraordi
nario en el modo con que crecen los árboles ; muy pocos se encuentran cuyas
raíces estén introducidas en el terreno, sino que la facilidad que éstos tienen
para hallar su jugo vital en la superficie del suelo, los dispone a dirigirse hori
zontalmente en todos sentidos ; los árboles más grandes están apoyados más
bien en la superficie del terreno, que plantados en su profundidad. Esta dis-
posición contribuye a hacer difícil el tránsito en el interior de los bosques, pues
una multitud de raíces de toda especies de árboles que se enlazan unas con
otras, oponen un obstáculo continuo.
Por lo demás, sin entrar en un examen de la disposición particular del
suelo, su extrema fertilidad se manifiesta a la vista de manera evidente, por
el prodigioso desarrollo de una vejetación muy variada. La grandeza de los
árboles, la belleza del follaje, el número infinito de especies ; forman uno de
esos espectáculos que admiran a los europeos que pisan por primera vez la
tierra espléndida de los países Centro-Americanos. Jamás olvidaremos la
impresión que en nuestro ánimo dejaron los bosques del Norte, la vez primera
que nos encontramos en aquellos lugares primitivos. El cielo guedejado de
mechones de oro, parecía una real capa leonada, en que se iba envolviendo el
sol. El ámbar brillante ponía sus toques vespertinos en las crestas de los mon-
tes obscuros, con sombras de laca y vermellón. Las anchas hojas de los ba-
nanos se movían perezosas, como si quisieran descansar del abaniqueo diario,
mientras que los postreros destellos de la luz moribunda, temblaban cual abe-
jas zumbadoras en él parasol agreste de los cocoteros y de las palmas del
bosque virgen. Era el dombo del cielo un horno ardiendo, en que se disol-
vían desde el azul pálido hasta el múrice subido, que despide el astro rey en los
trópicos, cuando pasa a iluminar a nuestros antípodas del Celeste Imperio. El
bosque virgen comenzaba a obscurecerse, entre los rumores de las hojas, el
zumbido de los insectos y las pisadas cautelosas del jaguar y de los jabalíes.
Las tranquilas ondas del Motagua hacían repercutir ese eco melancólico que
va produciendo el manso río, antes de encauzarse entre profundas barrancas.
El ferrocarril dejó oír repentinamente el silbido sugestivo de la locomotora,
y después apareció en el firmamento la luna majestuosa, como hostia pura que
se elevaba de aquellas sombras arcaicas a la mansión de los cielos.
Ahí, por aquellas montañas, traginaba en remota época el indio quiche,
dejando sus ciudades, geroglíficos y ruinas, hoy revestidas de triste jaramago.
Por esas soledades huyeron espavoridos los tzutuhiles, al oír el trueno del
cañón, el relampagueo del látigo del encomendero, y la voz de exterminio del
hombre pálido venido del otro mundo. El suspiro del esclavo, en alas del
alicio, aún vaga por tan melancólicos contornos, entre el estridente graznido
de la lechuzay el áspero rechinar del aleteo del murciélago. Los pinos son
harpas que pulsa el viento entre el follaje. El brabío quetzal luce sus plumas
áureas y el sol esplendoroso le regala su átomos de luz. Varias selvas mile-
narias se han sucedido en campo fértilísimo. El hombre dejó aquella zona,
el río rumoroso no ha cesado de correr, y el tiempo mudo prosigue su obra^C
como esperando que grandes ciudades reaparescan por aquellas costas silen-
ciosas. Es el grandioso epílogo de las luchas per sécula.
El golfo mexicano, la perla de las Antillas, las risueñas márgenes de l.>
— ii6 —
Florida, las ondas mismas del mar, que van rodando a morir en sus costas ; en
fin, el destino, manifiesto, harán que los bosques del Norte sean emporio de
riqueza y de codiciados terrenos para la humanidad, que vive estrecha en otras
latitudes, sin alimento y sin aire. Los que han llegado tarde al banquete de la
existencia, encontrarán ahí abierta la mano de Dios, derramando elementos
para la lucha por la vida.
Dejemos aparte fantaseos y aspiraciones patrióticas, para continuar la des-
cripción del istmo de Centro-América. La costa se extiende generalmente de
nordeste a sudoeste, y van los terrenos elevándose gradualmente hacia el
interior, por, una extensión varia, como de veinte a treinta millas, planas por lo
regular, hasta que los estribos de las montañas, que de un lado al otro del país
se levantan, hacen que el suelo se torne en quebrado y lleno de barrancos. El
muro gigantesco de volcanes, que paralelo a la línea de las aguas del mar s'
dilata, a partir de la frontera mexicana, comprende los conos de Tacana, Taju-
mulco, Lacandón, Siete Orejas, Santa María, Cerro Quemado, Zunil, Sant(
Tomás, San Pedro, Atitlán, San Lucas, Acatenango, Fuego, Agua, Pacaya,
Tecuamburro, Concepción y Moyuta. Detrás de esta línea, hay una altipla-
nicie, limitada al otro lado por la divisoria continental, y cortada a las veces
por los estribos que unen los volcanes con la divisoria continental, y por los
profundos valles, que en las faldas de los montes aparecen.
La divisoria continental empieza en el volcán de Tacana, y tomando en
forma de semi-círculo hacia el Este y el Norte, se vuelve a levantar en el vol-
cán de Tajumulco. Al Este de la ciudad de Guatemala, la divisoria tuerce con
rumbo hacia el Nordeste, buscando las montañas de Honduras. El Salvador
tiene, en los límites del Pacífico, una costa que forma curva convexa hacia el
Sur, comenzando i)ür llanuras de unas diez millas de ancho, desde el río Paz
hasta más allá de Acajutla. luego la quebrada e irregular costa del Bálsamo, a
seguida las llanuras del río Lempa, hasta de veinte millas de ancho y cincuenta
de largo, y por último la montuosa costa cerca de la base de las colinas de
Jucuarán y Conchuagua. Más adentro de los llanos y promontorios de las
orillas del mar, paralela a ésta y no muy al interior, se encuentra la cordillera
de la costa, que corre a lo largo de toda la república; cordillera compuesta de
muchos volcanes, que en sus bases dan curso a ríos caudalosos, como formando
ángulos rectos. Lamatepec, o sea el Cerro Padre, como le llaman los indios,
es el más elevado de aquellos picos.
Por referirse a los volcanes de Nicaragua, vamos a publicar un manus-
crito inédito, en el que don Justo Herrera describe la memorable erupción del
volcán de Cosigüina, consignando el autor sus impresiones, en los mismos
momentos en que acaecían tan terribles sucesos. — "Era el 20 de Enero de 1835,
dice aquel testigo presencial, cuando a la seis de la mañana, se vio levantarse
sobre el mar una luminosa columna de admirable forma, colores y reflejos
Ignorando su origen, subimos a la torre de la parroquia, desde donde se nota-
— 117 —
ba claramente que servía de base el volcán de Cosigüina a aquellas llamaradas.
Del lado del Oriente, dilatándose sobre Nacaome y Guascorán, venía formán-
dose anchísima manga, de densidad asombrosa, compuesta de muchas espirales
que, la regularidad de sus figuras, la variedad de sus matices, los perfiles y re-
mates caprichosos, que asomaban por sus extremidades iluminándose todo
repentinamente por súbitos meteoros, producían un espectáculo sorprendente,
de insólita y pavorosa sublimidad. De repente la columna que al cielo se ele-
vaba, tornóse oblicua, y fué cubriendo todo el firmamento. A las nueve de la
mañana no se vieron ya los rayos del sol ; y en seguida, los retumbos y los
truenos, anunciaron el cercano cataclismo. Serían las once, cuando comenzó
a caer arena y ceniza blanquísima, advirtiéndose que cada vez tornábanse más
lúgubres las sombras, al punto de que a las tres de la tarde, se redujo la luz
a la muy tenue que produce la aurora. Aumentó la lluvia de más negro polvo,
temblando a las veces la tierra, sentíase frío y viento ; vinieron por completo
las sombras de la noche, entre las cuales dejábanse ver los destellos y chispazos
de una rojiza claridad, a las veces velada por grandes nubarrones. A las tres
de la mañana del día 21, hubo un temblor de tierra bastante fuerte, y no pudo
percibirse la luz del sol hasta las once, en que el cielo gris hacía que el disco
del astro rey no ofendiese la vista, sino que cual moribumdo bólido, hiciera el
postrer esfuerzo para despedirse de la tierra. Aumentaba poco a poco la
obscuridad, hasta que en pleno día, hubo que valerse de luces artificiales. Al
entrar. la noche, después de una lluvia fuerte, remojada por finísimo polvo, que
duró, más de una hora, sopló el viento y hubo de crecer la nube de ceniza, que
no dejaba el más leve resquicio sin invadirlo. Amaneció el jueves 22, con
medrosa claridad de una mañana opaca, que perdió sus amarillentos colores a
las 9 a. m., cuando el huracán, los remolinos de arena, los truenos, los rayos,
los retumbos y el temblar del suelo, pusieron pavor en los más esforzados co-
razones. Rezóse una misa de rogación, y en seguida, se reunió la Municipa-
lidad con el Jefe Político y algunos vecinos, a fin de proveer medios para pro-
porcionar subsistencias al vecindario, que por cierto, eran harto escasas. En-
tre las once y las doce, que salimos del Cabildo, disminuyó la obscuridad,
quedando una plomiza lumbre que duró hasta obscurecerse enteramente. Du-
rante la noche calmó la tormenta, experimentándose alguna calma, como si
los airados elementos quisieran tomar fuerzas para sublevarse contra las leyes
ordinarias de la naturaleza. El viernes ¡ ah ! como a la una de la tarde, sintióse
el terremoto ; se reunió el vecindario en la plaza mayor, en donde, desde esos
instantes hasta la fecha, se están haciendo perennnes y públicas plegarias.
Esto ha sido la más análoga escena al día del Juicio Final. A uno de los por-
tales llevaron las imágenes del templo. Apenas se había colocado la de la
Virgen Santísima, cuando se oyó un retumbo sordo, siniestro, amenazador,
que duró como seis horas. Llovió copiosa arena, en tanta cantidad e impelida
por viento tan fuerte, que hería el rostro y azotaba el cuerpo. Se inundaron
— lis-
ios campos, cubriéronse las pasturas, perdiéronse los caminos, aterráronse las
casas, hundiéronse los techos, a consecuencia de aquel diluvio de ceniza vol-
cánica. El trueno, el relámpago, las electricidades constantemente en choque,
el suelo trémulo, obscuro el sol, en tinieblas horribles el cielo, siniestras las
llamas y claridades de aquel averno rabioso, acongojada la tierra, con estam-
pidos atronadores, y convulsiones epilépticas, se perdía la esperanza y ya no
era dable ni exclamar ¡ Santo Dios ! ¡ Santo Fuerte ! ¡ Santo Inmortal ! Los
animales, por instinto, bajaban de los montes a refugiarse con los hombres.
Los tigres, las serpientes, los jabalíes, habían perdido su fiereza ; los ciervos,
los coyotes, las aves monteses, buscaban auxilio, agua y alimento. Con pavor
religioso los humanos, no hay voto que no hayan dejado de hacer, arrasados los
ojos de lágrimas y palpitando el corazón de angustia. Vanas eran las fuerzas
físicas y morales para resistir al cataclismo, que duró más de dieciocho horas,
y que nunca olvidaremos.
El sábado 24, se vio de nuevo la luz ; cesaron los truenos, los retumbos, los
terremotos, la arena, el polvo y el viento. El domingo 26, apareció tibio el sol,
para alumbrar tanta ruina, después del pavoroso caos. El lunes siguiente,
despidieron las nubes copiosa lluvia, y el martes, ya no hubo ningún fenómeno
que mencionar. Pero no se ha contemplado^ la luz del día en todo su esplen-
dor, hasta la presente fecha. — "Justo Herrera". — En Choluteca, a 28 de Enero
de 1835".
La arena y ceniza de la erupción del Cosigüina llegó hasta Ciudad Real de
Chiapas, Jamaica, Colombia y otras lejanas tierras, y cubrió una superficie de
cincuenta leguas a la redonda. El 28 de marzo de 1808, había hecho otra ex-
plosión, más no tan terrible como la que se acaba de describir. En ésta arrojó
1,750 billones de metros cúbicos. El mar quedó cubierto de una capa de ceni-
zas y de escorias. La verdura de los campos tornóse plomiza y las fieras sa-
lían de sus guaridas para buscar amparo en las ciudades. Huyó el sol ante la
furia del volcán que hoy guarda sereno la tumba de Jerez, apóstol de la Patria
Centro-Americana, en Nicaragua.
El volcán de Masaya, que le llaman Santiago, se encuentra también en esa
república, y semeja un coloso que se sumerje, visto a la distancia, entre las
azuladas aguas de una bellísima laguna. Parecía adormitado, desde principios
del siglo XVIII, en que hizo fuerte erupción, dejando una corriente de lava,
análoga a la que seiscientos años antes había producido. Sobre ella, lo mismo
que en sus faldas, crecía frondosa vejetación. Nadie hubo de presumir que al
despertar el gigante, extremeciese la tierra, como ha sucedido, arruinando la
preciosa ciudad de Masaya.
Aquel volcán llamó mucho la atención de los conquistadores, porque con-
tenía metales en ebullición. La cumbre está toda abierta, en un perfecto
círculo, cuya circunferencia ha sido medida, en 3,750 pies ; todo el borde, al
rededor, está como cortado perpendicularmente, a la espantosa profundidad de
— 119 —
i,200 pies, formando abajo una plaza llana como si hubiera sido hecha por arte
humano. Casi en el centro de esta área hay un pozo también redondo ; su
diámetro es de 210 pies, y su profundidad hasta la superficie, de lo que contiene
está calculado en 180 pies. La figura de la plaza y pozo es exactamente como
un sombrero grande, con la copa hacia abajo. En el fondo de este pozo estaba
el metal derretido, siempre hirviendo y moviéndose con mucha intensidad.
Cada cinco minutos se levantaba una ola como una torre, y luego se deshacía,
causando un inmenso ruido, semejante a las olas de un mar enfurecido, salpi-
cando las chispas de aquel metal contra las paredes, cuatro o seis varas en
alto, y apagándose en cuanto se adhería a ellas. Esto se veía desde el borde,
tan claramente como si uno estuviese inmediato, porque hallándose la pared
casi cortada a plomo, se puede con facilidad ver el fondo, con sólo acercarse
a la apertura del cráter.
No hay ejemplo, decían los cronistas, según los indios naturales de ahí, de
que haya hecho jamás mudanza, salvo que aquel metal se inflama cuando llue-
ve, como la fragua encendida del herrero, cuando le echan agua, subiendo
algunas veces hasta el borde, y volviendo a bajar luego.
"Yo vi esta boca del infierno, exclamaba fray Toribio, en agosto de 1544,
al tiempo que había subido aquel metal hasta la línea del pozo, y aún había
vertido un poquito encima, y luego tornó bajando, y entonces era muy de ver
aquel espantosísimo fuego. Yo le vi de día y de noche ; pero de noche tenía
más que ver, porque estaba tan claro como de día. Dormí una noche junto
a la boca, y siempre que despertaba, me paraba a mirarlo, pareciéndome cada
vez cosa más nueva y más espantosa".
"Lo que de todo esto resulta más admirable es que no habiendo en aquel
volcán llama ninguna, sino dicho metal, o lo que sea, en estado de fusión y de
color de hierro encendido, y tan hondo ; el resplandor que de él sale se sube a
las nubes, por línea recta, luce hasta treinta leguas, mar adentro, como si fuera
una llama ardiendo. Para gozar bien de su vista y apreciar su claridad, con-
viene subir y dormir una noche junto a la boca, como lo hice yo, en un pueblo
de indios, llamado Nindirí, porque la claridad del sol ofusca la del volcán.
Está este volcán cinco leguas distante de la mar del Sur, y vese su claridad
veinticinco leguas mar adentro".
Este volcán es célebre en las crónicas Centro-Americanas, porque los es-
pañoles creyeron que lo que adentro contenía, semejando metal fundido, era
oro puro. ¡ Qué estanque tan rico hubiera sido ! Para sacar el codiciado
líquido, echaron una gran caldera, que se derritió en el acto.
En las Memorias sobre la América Meridional, de don José Ensebio Llano
Zapata, se decía, en el año 1761 : " — Con todo, hay más que probables funda-
mentos de que sea oro la materia que continuamente se liquida^ en aquella
fragua ; y para ahorrarnos de razones físicas, pondré a la letra el hecho siguien-
te, que lo acredita y afirma así Pinelo, en una nota marginal de su Historia :
"Lo que se halla en los libros reales del Supremo Consejo de las Indias, es que
en el año 1551, se estipuló con el bachiller Juan Álvarez, clérig^o, el descubrir
los secretos de este volcán, y saber si en él había algún metal. Después se
estipuló lo mismo con Juan Sánchez Portero, vecino de Huehuetenango, a 28
de septiembre de 1557. Éste fué y entró por la boca del volcán un cebadero
de una pieza de artillería, pendiente de una g-ruesa cadena de fierro ; pero en
tocando la materia que abajo ardía, todo se derritió, y en el remate que quedó
asido a la cadena, que fué poco, salieron pegados algunas granos de oro. Se
hizo nueva capitulación con el licenciado Ortiz, Alcalde Mayor de Nicaragua,
a 14 de agosto de 1560, de que no se sabe el efecto. El año de 1586, un Benito
de Morales inventó ciertos instrumentos, y con ellos volvió a las Indias Juan
Sánchez Portero, y aunque prosiguió en su intento, no lo consiguió, porque el
fuego desbarata cuanto toca en su actividad".
En los primeros tiempos de la conquista, el famoso Fernández de Oviedo
subió (1529) al cráter del Masaya, cuyas descripciones ya antes se habían
remitido a Carlos V, y las hemos leído en el Archivo de Indias, en el que se
encuentran también diseños del Río San Juan de Nicaragua, del Desagüe del
Gran Lago y de terrenos adyacentes a Granada.
A pié juntillas creía ese cronista en la leyenda que le refirió el cacique de
Landeri, de estar viviendo dentro del volcán una bruja horrible, parecida al
diablo, que i)or las noches salía a celebrar sus monéxicos con los indios nobles,
que deseaban saber el porvenir, quienes le sacrificaban niños y jóvenes, arro-
jándolos dentro de aquel antro horroroso. Después de la llegada de los caste-
llanos rara vez salía la sibila a conferenciar con los caciques.
El 16 de marzo de 1772 hizo el volcán una tremenda erupción. De Mana-
gua a Masaya nótase un extenso surco de lava, que llaman "la piedra quemada".
Quedó casi extinguido el coloso diabólico, el Monte que arde, como le llamaban
los chorotegas a toda la comarca, que tal quiere decir Masaya, en esa lengua
arcaica. En el idioma vulgar decíanle Pbpogatepeque, sierra que hierve.
"Uno de los caracteres orográficos de la República de Guatemala, es el de
hallarse atravesada por altas serranías, montañas y volcanes, que al propio
tiempo de dar a sus campos un aspecto majestuoso y agradable, contribuye
mucho a su fertilidad y lozanía. ¿Quién al contemplar nuestros volcanes, o
al gozar en una de esas bellas mañanas de primavera de la salida del sol, o bien
del crepúsculo vespertino en que nuestras montañas son bañadas por la in-
comparable hermosura de los rayos del astro-rey, no bendice al Omnipotente
por sus obras? Por eso dice, con tanta elegancia, el notable escritor Bolet
Peraza que "un país sin montañas es una tierra incompleta : que los montes
son los monumentos de la Naturaleza ; la pujante escultura del Creador". Y
continúa así, "El sol no baja a los valles a dar su beso matinal a los lirios, hasta
que no ha tendido su áureo manto sobre las cumbres y calentado con ardiente
cariño los delicados arbustos, y las hierbas humildes que allá abrazadas de las
nubes han pasado una noche inclemente. Los humeantes vapores de la tierra,
el cotidiano bostezo de los ríos y lagunas se van por la tardecita a posarse en
las altas cimas, en viaje para el cielo. De allí desciende la blanca brisa li-
bando el aroma de las flores que le brindan sus dormidos cálices ; y por la noche
se sube la luna sobre los lomos de la tierra a darse ínfulas de sol y a avergonzar
desde allí a las pretenciosas lucesitas de las ciudades que la economía muni-
cipal apaga luego, para evitarlas el desaire. Son las montañas como engarces
rotos de la tierra con el cielo. Son como los robustos brazos del planeta, que
se elevan a saludar a los otros orbes. Son murallas fabricadas por Dios para
proteger a los pueblos débiles. El extranjero codicioso las detesta : los tiranos
quisieran suprimirlas. Son el refugio de la libertad.
Un país sin montañas parece un desierto prolongado, aunque contenga
poblaciones numerosas y activas. La monotonía de las planicies hastía la
contemplación y gasta la pupila. El Océano mismo, cuando quiere parecer
terriblemente hermoso levanta sus montañas. La tempestad lo transforma en
sublime. Las teogonias todas han colocado sus divinidades sobre lo alto.
La poesía tiene su templo en empinado y sacro monte, y sube la imaginación
de los poetas a buscar su cima, siguiendo el vuelo de las águilas".
i Oh ! y con cuánta propiedad podemos los guatemaltecos decir a nuestros
volcanes lo que el mismo ilustre escritor dice a "El Ávila" Monte de Venezue-
la, su patria !
"Vosotros visteis a vuestros pies una raza inocente vegetar por siglos en
ventura y libertad salvajes.
"Vosotros visteis al conquistador valeroso y fiero degollar sus tribus y en-
clavar su pendón en el valle virgen.
"Vosotros oísteis el gemir del colono y repetísteis el eco jubiloso del he-
roísmo independiente ; presenciasteis el extrago de las batallas, el extrago de
los cataclismos : y en vuestros senos resonaron las dianas de la libertad de
nuestra patria!"
Las montañas de Guatemala pertenecen, según se ha dicho, unas al siste-
ma conocido con el nombre de Cordillera de los Andes, que se extiende por
toda^ la América desde el círculo polar ártico hasta la extremidad sur del Con-
tinente, y otras, al sistema arcaico.
Las montañas de Guatemala alcanzan su mayor elevación en los Altos.
La altura media de la cordillera es de 7,000 pies.
La cadena principal atraviesa a Guatemala de N. O. a S. E. a una distan-
cia que varía de 12 a 20 leguas del Océano Pacífico, descendiendo muy rápida-
mente hacia la costa sur, donde sólo envía ramales de pequeña extensión, que
regularmente terminan por un volcán. Hacia el N. O. froma vastas y frías
mesetas, que constituyendo los Altos de Guatemala, llegan a su mayor altura en
la Sierra Madre o Cuchumatanes, del departamento de Huehuetenango. En
estas tierras frías la temperatura rigurosa no permite la rica vegetación de
— 122 —
las costas ; pero se dan los frutos propios de la zona templada. En el S. E.
disminuye notablemente la altura de la cordillera y la extensión de sus me-
setas, por lo que las partes montañosas de los departamentos de Guatemala,
Jalapa y Jutiapa pertenecen a las tierras templadas. La transición entre
ambas zonas está formada por los departamentos de Solóla, Chimltenango y
Sacatepequez.
De la cordillera principal se desprenden varios ramales hacia el E. forman-
do extensos valles, por donde corren los ríos más caudalosos de Guatemala.
Las principales son : la Sierra de las Minas, la de Santa Cruz, la de Chama y
la del Merendón.
— La Sierra de las Minas es el ramal más importante : atraviesa los de-
partamentos de la Baja Verapaz, Zacapa e Izabal, recibe en este último el
nombre de Sierra o Montaña del Mico y termina cerca del golfo de Amatique.
La Sierra de las Minas está limitada al Norte por el valle del río Polochic, y el
lago de Izabal y al Sur por el río Motagua. En su parte occidental encierra
los cálidos y muy áridos llanos de Salamá y Rabinal, culminando al Sur de
Salamá en la cumbre de Chuacuz. La Sierra de las Minas, formada princi-
palmente por rocas plutónicas metamorfósicas, contiene en su parte O. varias
minas de alguna importancia, de donde recibió su nombre.
— La Sierra de Santa Cruz se eleva al N. de la de las Minas, de la cual está
separada por el valle del río Polochic. Formando varias mesetas, ocupa el
espacio comprendido entre este río y su afluente principal el río Cahabón, y se
extiende más allá de este último río hasta el golfo de Amatique. En esta
parte está limitado al S. por el lago de Izabal y el río Dulce y al N. por el río
Sarstún.
— Le Sierra de Chama se encuentra entre los ríos Cahabón y Sarstún al
S. y el de la Pasión al N. terminando en los Montes Cockscomb, del territorio
de Belice. Esta Sierra, lo mismo que la de Santa Cruz, son montañas de cal,
caracterizadas por numerosas cuevas, por donde corren muchos ríos sub-
terráneos.
— La Sierra o Montaña del Merendón forma en su mayor extensión el
límite entre Guatemala y Honduras. Se separa de la cordillera en el departa-
mento de Chiquimula y recibe nombres diferentes: Montaña de Copan, en la
parte S. O., Montaña del Espíritu Santo, en la parte media y Montaña de Grita
o Gallinero, en el extremo N. Ya en la costa misma se denomina Montaña de
Omoa, donde se eleva a la imponente altura de 7 u 8,000 pies. La Montaña
del Merendón separa el valle del río Motagua en Guatemala, del valle del río
Chamelecón en Honduras, y es notable por sus lavaderos de oro en uno de sus
valles transversales en el departamento de Izabal".
En Guatemala hay cinco volcanes grandísimos, el de Atitlán, el de Paca-
ya, el de Agua, el de Fuego y el de Acatenango. ¡ Qué panorama tan soberbio !
No se encuentra en el mundo perspectiva más linda, más extensa, más serena.
— 123 —
que la que se percibe desde el Cerro del Carmen, en una de esas tardes estiva-
les, cuando al caer del sol, entre celajes de púrpura, dora aún la cresta de los
montes, y se delinean, con purísimos cortes, las inmensas pirámides, que sirven
de dosel al astro rey, que tristemente deja aquel cielo de opalinos matices, -en
cuyas leonadas nubes desaparecen, por último, las sombras dantescas de los
étnicos colosos. Ni la soberbia ensenada de Ñapóles, con las erupciones del
Vesubio, ni los recortes caprichosos de las montañas suizas, ni las nevadas
crestas de los Alpes, nada puede compararse a la impresión estética de gran-
deza que recibe el alma, ante la perspectiva espléndida que nuestro valle, nues-
tra cordillera y nuestros volcanes, forman en armonioso conjunto, en ese
cuadro de luz y sombras vespertinas, cuando el día muere y los" titanes olímpi-
cos se envuelven en el manto de la noche, y parece que otean a los océanos y
sirven de atalayas a nuestras costas.
Tétrico, 'arenoso, sin follaje, se yergue a cuatro mil metros de altura, el
volcán de Fuego, que así se llamó porque siempre estaba en actividad. En
1526, 1581, 1717 y 1773 hizo tremendas erupciones. En 1857 y 1858, vimos
salir de aquel cráter llamaradas inmensas, de unos seiscientos metros de eleva-,
ción, y un río de lava ardiendo, que descendía sobre los costados del soberbio
monte. Una arena sutil, plomiza, llegó hasta esta ciudad, formando capa de
unas dos pulgadas de espesor, en ocbenta leguas de circuito. Las fumarolas
y los azúfrales abundan en los flancos de aquel sombrío coloso.
El volcán de Pacaya se alza a 2,620 metros, y no tiene figura cónica, sino
como una sierra, destrozado por sí mismo. En 1565 reventó con gran estré-
pito. El 18 de febrero de 165 1, hizo tremenda erupción, acompañada de rui-
dos subterráneos y fuertes terremotos; erupción que vino repitiéndose en
1664, 1668 (agosto), 1671 (julio) y 1677. Después de un reposo largo, sobre-
vino otra terrible erupción, el 11 de julio de 1775, y atrojó tanto combustible
ardiendo, que aquí, en la ciudad de Guatemala, podía leerse una carta, a las
diez de la noche, al resplandor de las llamas de aquella colosal hoguera. Cau-
só los temblores de tierra del año 1830, que tanto asustaron a las gentes, sobre
todo, a los pobladores de Amatitlán, que se encuentra en su falda. Ese volcán
y el de Agua, cuando se levantaron del suelo, impidieron el curso de los ríos,
como el de Villalobos, que antes iba directamente al Pacífico, por un valle
transversal a la cadena principal, formando así el lago de Amatitlán, que en
un principio debió ser muchísimo más grande, a juzgar por las trazas que dejó,
hasta cerca de Palín, y por la naturaleza de aquellos terrenos. Después, poco
a poco, rompieron las aguas la barrera que aquellos dos gigantes les presen-
taron, y venciendo los contrafuertes, del Pacaya, se precipitó el río Michatoya,
por estrecha garganta, que con el transcurso de los siglos, se abre más y más,
hasta que desaparezca el bellísimo lago. Ni sería remoto que el pintoresco
pueblo de Amatitlán se hudiera de repente, por estar asentado en terreno del
todo hueco (Dolft'us y Montserrat). Las rocas que constituyen esas monta-
— 124 —
ñas son de pórfido traquítico cubierto por depósito de lápilos y de negfruscas
arenas.
Este interesante volcán, que ofrece al estudio un conjunto de todos los
terrenos ígneos, ha sido descrito por un jesuíta sabio, con datos que recogió
en 1856. Tales noticias y las de otros viajeros, nos ponen en el caso de dar a
los lectores una descripción bastante extensa. Para proceder con mayor cla-
ridad, debemos distinguir lo que incuestionablemente es volcán de lo que de-
berá o no llamarse tal, según sea la teoría que al fin triunfe sobre el origen de
los montes, que no han sido producidos por erupciones lávicas.
Esta segunda parte comprende las montañas más antiguas, compuestas,
en general de pórfido o de traquitos o de una y otra cosa, cuyo origen debe
explicarse de muy diverso modo. Algunos las han creído resultado de inmen-
sas erupciones, de una actividad mucho mayor que la de los más formidables
volcanes que existen al presente, y distinguen en ellas dos épocas bien diver-
sas, una más antigua, que había sacado a luz los pórfidos de diversas especies,
otra menos remota, a la cual se deberían los traquitos. Conforme a esta teo-
ría, el Pacaya había tenido tres dilatados períodos de actividad, de los cuales
los dos primeros habían producido la masa principal de los montes que rodean
el lago. Otros, y son los más, creen que los montes de esta naturaleza se
formaron por levantamiento, es decir, que al impulso de una fuerza interior,
grandes partes de la costra sólida que cubre a nuestro globo se levantaron en
masa, formando cadenas enteras de montañas. Sería demasiado largo exponer
los principales fundamentos de estas y otras opiniones ; sólo diremos que en
todas ellas es preciso admitir de alguna manera la intervención del fuego que
ha dejado a veces profundas huellas en las rocas de pórfido y traquito.
Una vez que nadie niega la acción de la fuerza volcánica, describiremos
primero lo que debe su propia masa a las mismas erupciones y consideraremos
después algunas otras manifestaciones de la acción interior, que se ha abierto
pasos a través de las rocas preexistentes. La primera parte, abraza principal-
mente el medio cono, de cosa de cinco millas geográficas de diámetro, que se
eleva desde las llanuras de la costa, apoyándose por el Norte sobre la que de-
bería ser la pendiente meridional que cierra la laguna y el valle de Amatitlán,
hasta desprenderse de ellos y rematar en ese pico azuloso que divisamos desde
Guatemala. La punta, sin embargo, no termina con regularidad el cono ;
existe otro más pequeño, denominado el volcancito, pegado a la cima más oc-
cidental de los cerros, y cuya pendiente, formada toda de productos volcánicos
negros y rojos, viene a unirse con la occidental del pico mayor para continuar
en una sola hasta la llanura.
Uno y otro, cono se elevan en medio de una inmensa taza circular, cuya
orla meridional ha sido enteramente destruida y la setentrional que aún se
conserva, forma esa línea recta al parecer, que desde el cono mayor vemos
partir hacia el Occidente. Esta taza es indudablemente un cráter antiquísimo
— 125 —
de más de dos millas geográficas de diámetro, y cuya profundidad debió de
ser muy considerable, pues en la parte del Oeste, en donde la han cubierto
menos las faldas de los conos posteriores, una piedra gastaba 9 segundos en
caer desde el borde, lo que supone una profundidad de más de 300 metros.
Así este cráter como el cuerpo del cono a cjue pertenece, están formados
de capas negruzcas bastante delesnables, algunas de las cuales más duras
aunque siempre porosas, son probablemente de anfigena. La considerable
diferencia que se ve entre estos productos y los que deben atribuirse a los
cráteres posteriores, demuestra la existencia de dos épocas de erupción com-
])letamente distintas, haciendo inadmisible para el presente caso la explicación
que el insigne geólogo M. de Buch dá de los cinos o tazas circulares, a veces
del todo cerradas que con frecuencia rodean los conos de erupción. De Buch
ve en estos cinos, que dominan cráteres de levantamiento, el resultado de un
primer esfuerzo de la naturaleza para establecer un volcán, esfuerzo que sólo
ha logrado levantar las masas resistentes sin llegar a romperlas. A veces
este esfuerzo no ha sido secundado, produciéndose esos valles circulares que
en la geografía física han recibido especialmente el nombre de circos. A veces
en medio de esta taza, se ha abierto un cráter de erupción y se ha formado un
cono volcánico como en el pico de Tenerife ; pero aún en este caso el ciño con-
serva un cráter que le distingue de los cráteres de erupción. Como se ve, no
puede explicarse de esta manera la existencia de la gran taza del Pacaya, en
la que es preciso reconocer un verdadero volcán, ya se diga que el borde sub-
siste;ite es el del antiguo cráter, ya se crea que perteneció a un cono más ele-
vado y hueco, que se habrá hundido sobre sí mismo, a la manera del Cahuai-
zazo. Este volcán, que antiguamente competía en altura con el Chimborazo
su vecino, se hundió de repente, en la noche del 29 de junio de 1669, causando
su ruina la de las provincias inmediatas, en que las habitaciones se desploma-
ron al impulso de un violento terremoto.
Hacia el extremo S. E. del vasto cráter del Pacaya, en un sitio invadido
por la vejetación hasta el punto de formar un bosque de pinos, se halla una
boca conocida con el nombre del hoyo: sima irregular abierta entre lavas
afigénicas, hasta una profundidad no medida en esta avertura, va chocando
sucesivamente contra sus paredes, produciendo un ruido cada vez más remiso,
sin que sea posible distinguir el momento en que llega al fondo.
Hemos indicado ya que dentro de este cráter jigantesco se elevan dos
conos volcánicos, que le han llenado en parte. Estos aparecieron sin duda
largos años después de la extinción de aquél, y pertenecen a un período de
erupción que difiere evidentemente de los primeros en la naturaleza de sus
productos, y quizás no menos en el grado de actividad. Aunque el estudio
geológico no demuestra aún cual de los dos sea más antiguo, podemos conje-
turar que lo es más el pequeño, pues la historia no habla de él, y la robusta
vejetación que cubre sus bordes da testimonio irrecusable de tan dilatada traii
— T26 —
fjiiilidad. Ese cráter tiene unos cien metros de diámetro, sus paraderos verti-
cales alcanzan a una notable profundidad, y en su fondo existe, según el testi-
monio de los montañeces, un abismo insondable.
El cono más alto, el que vemos desde Guatemala hacia el S. E. del ante-
rior, está formado de una masa que parece ser como una sola pieza de puro-
lana negra, porosa y sin cristales, cubierta de escorias y de arena, sin consis-
tencia en algunos puntos, que por lo mismo sería de tránsito bien difícil y aún
peligroso. El ascenso sin embargo, aunque difícil es seguro, a causa de la
superficie inmóvil de la masa o masas principales que asoman de trecho en
trecho, a más de que en muchos puntos la arena trasformada en parte por "los
agentes atmosféricos, se ha aglutinado y admitido alguna vejetación, cuyas
raíces hacen el piso estable. Esta vejetación es aún muy débil, y exceptuando
los pinos raquíticos, no se ven sino algunas gramineas y orquídeas que rara
vez alcanzan a cubrir un espacio continuo tan grande como el cuerpo de un
hombre. El cráter que ofrece la forma de un cono invertido, tendrá unos 8o
metros de diámetro y una profundidad de 25. Presenta en el exterior cinco
profundas hendiduras y cuatro en el interior, por las cuales se escapa en abun-
dancia vapor de agua ligeramente acompañado de ácido sulfúrico y algo más
de ácido carbónico a una temperatura variable según el aire que se mezcla,
sin llegar nunca a 82?.
En nuestra última a.scensión, decía el P. Cornette, las nubes que por mo-
mentos nos envolvieron favorecían la condensación de los vapores, y así se
les miraba desprenderse sin conducto aparente, de muchos puntos, en donde
en otras circunstancias no hacen notar su presencia sino por el calor que comu-
nican al suelo. Estos vapores activando la descomposición de las rocas en
arcilla y elevando la temperatura, favorecen la vejetación que en la parte del
Sur y el Este es sin comparación más abundante que en las paredes exteriores.
El estudio de ese cráter ha movido a algún viajero a creer que por nume-
rosos íiños el Pacaya no fué sino una grandiosa fuente termal, invocando
en apoyo de su opinión, los derrumbes acumulados hacia la parte nor-
deste, y los bordes derruidos de esta orla, lo que se explica fácilmente por la
acción de las aguas que derramarían en aquella dirección. Según ésto, las
últimas erupciones, no fueron sino un aumento excesivo de las aguas en ebu-
llición, cuyos vapores formaban solos las columnas de humo de que habla la
historia, mientras que las lavas arrojadas hacia la parte del Sur, no serían otra
cosa que derrumbes en la orla meridional del cráter antiguo, orla que ha des-
aparecido y que pudo despeñarse perdiendo su equilibrio por la acción corro-
siva de las aguas. Este modo de ver las cosas, nos. agradaría mucho si la his-
toria y la tradición reciente de la erupción de 1775110 nos hablasen sino de que
hubo piedras caídas ; pero no es posible negar que se vieron también llamas y
piedras encendidas, que no se explican por sólo una fuente termal.
Por lo demás, las lavas que en distintos trechos cubren la pendiente del
— 127 —
Sur, más bien que salidas por el cráter reciente, parecen deberse ya a erupcio-
nes remotísimas que las depositaron en el lugar que ocupan, y a derrumbes
sucesivos de la orla que no existe del antiguo cráter. En efecto, aunque en
distinto estado, lo que muestra la sucesión, tienen todas la misma naturaleza
primordial, la propia de la parte conservada de ese antigua cráter, y muy dis-
tinta de la que forma el nuevo.
De estos escombros diseminados por muchas leguas, unos están ya cubier-
tos de una capa vejetal bastante profunda y ondulante, vestida de gramineas
y algunos grandes pinos ; otros menos cargados de verdura, sólo a los pinos
permiten echar raíces en sus entrañas ; otros en fin, que parecen caídos más
recientemente y forman un terreno negro, polvoriento y escabroso, en el que
sólo algunos liqúenes pueden tener vida. Estos despojos de diversas edades
se han distribuido como los dedos de la mano al wS. O. del volcán ; y los últimos,
negros y ásperos, yacen sobre los precedentes o en medio de ellos imitando
una pata de águila. En los terrenos no cubiertos por esos derrumbes, se en-
cuentra una arena purolánicafina y negra, formando diversas capas de varia-
dos tintes que atestiguan lluvias volcánicas de distintas épocas y que trasfor-
madas en muchas partes bajo el influjo de los agentes atmosféricos, han dado
origen a vma tierra de admirable fertilidad.
La historia ha conservado el recuerdo de terribles erupciones, según he-
mos dicho, en 1565, 1651, 1664, 1668, 1671, 1677 y 1775. Aquí aparece que el
Pacaya después de la primera erupción conocida, entró en período de calma,
se reanimó más tarde desplegando una grande energía desde mediados del
siglo XVII, permaneció en una formidable actividad por lo menos hasta el fin
de dicha centuria, como lo atestigua Fuentes. Después se calmó de nuevo,
pues no es natural suponer que Juarros, que vivió en la segunda mitad del
siglo XVIII, y que tanto trabajó para su historia, no hubiera hallado en la
tradición reciente la noticia de erupción alguna verificada desde principios de
dicho siglo hasta la de 11 de julio de 1775 que presenció. Esta merece ahora
atención para indicar un problema aun no resuelto. A pesar de ser la erup-
ción más reciente, no se sabe aún el punto en que se verificó. Es indudable
que no tuvo lugar en el cráter que corona el cono más elevado : innumerables
testigos de vista lo dijeron a sus nietos que todavía viven y lo repiten unánime-
mente, confirmando con esto el testimonio de Juarros. Parecerá que con la
misma facilidad con que creemos a los habitantes de Amatitlán, de San Vicen-
te y de Calderas, cuando sobre la palabra de sus abuelos que lo vieron, nos
aseguran que la erupción fué de aquel pico, les debemos creer cuando nos dicen
que fué del cono más pequeño o volcancito de que antes hemos dado noticia :
pero las circunstancias son en realidad bien diferentes. Ya la situación de
este cono no parece ser la que indica Juarros, cuando dice que la erupción se
efectuó en el sitio en que el volcán se divide en tres puntas y además el examen
del terreno hace conocer que los testigos, aunque muchos quizás, no han visto
— las-
en realidad el punto donde brotaban el fueg^o y el humo. En efecto, el volcan-
cito indicado por ellos no es visible desde los lugares habitados de la montaña
o de la holla de Amatitlán, ni tampoco hubo quien durante el furor del volcán
se acercase a él, siendo así que apenas hace treinta años que el primer monta-
ñés, muchacho entonces de i6 años, se atrevió a poner los pies en la temida
cumbre. Ahora bien, la robusta vejetación que hemos indicado, sobre los bor-
des del cono menor no. da lugar a creer que aquél haya sido el punto preciso de
una erupción tan reciente y por otra parte tan activa como la de 1775. Es pues-
muy probable que alguna que otra boca lateral se abrió para dar paso al fuego
y al humo, ocultándose luego bajo las piedras desplomadas de la región supe-
rior; quizás un examen más detenido descubrirá aun sus vestigios. Es muy
de notar, para cuando se estudie más minuciosamente la historia de esta erup-
ción, que los montañeces suelen a veces advertir, como cosa de menor impor-
tancia, que la arena que entonces se esparció por muchas leguas sí fué debida
a la boca del pico más elevado, de lo cual no se halla indicación alguna.
Á cosa de legua y media del volcán se encuentra la aldea de Calderas, en
un pintoresco circo elíptico completamente cercado de colinas, y a la orilla una
laguna casi circular, que no es otra cosa que un cráter completamente extin-
guido, llenado por las aguas que en tiempo de lluvias bajan por las faldas de
la montaña, o infiltrándose en ellas forman fuentes temporales que brotan den-
tro de la laguna, como lo atestigua el crecimiento que se ve hacia el fin de
la estación lluviosa y al principio de la siguiente. La pureza de estas aguas
excluye la idea de que bajo de ellas se disimula algún desprendimiento vol-
cánico. A falta de dimensiones tomadas por nosotros mismos, dice el P.
jesuíta, pues la estrechez del tiempo no nos lo permitió, daremos las que uno
de los habitantes había recibido de no sé que agrimensor, según el cual, y si
reducimos las cuerdas a metros, la laguna tendría de largo 7S0 metros sobre
700 de anchura, sin que hasta hoy se haya hallado su fondo.
Contigua a la laguna se encuentra otra depresión circular, de diámetro
algo menor, y cuyo fondo se halla suficientemente levantado para no retener
las aguas de las lluvias. Aunque cubierta de vegetación conserva claramente
los caracteres de su cráter y aun de su borde meridional se escapan vapores
de agua y ácido carbónico, ligeramente cargado de ácido sulfuroso, a la tem-
peratura de 60?.
Un poco al oeste de estos antiguos cráteres, y en medio de un terreno
cultivado, se halla un hoyo irregular de unos cuatro metros de largo, uno en su
mayor anchura y tres o cuatro de profundidad, que evidentemente jamás ha
sido boca de erupción. Algunos años atrás, los habitantes entraban impune-
mente en él y le usaron para esconder cosillas de mediano valor, cuando temie-
ron perderlas en épocas de revueltas. Si no fueron despojados de ellas por
los soldados ni por los bandidos, no por eso dejaban de perderlas, pues la na-
turaleza se encargó de impedirles su recobro, condenando a muerte a todo el
— 129 —
que se atreviese a penetrar en aquel recinto. En efecto, un muchacho que
bajó perdió al instante el uso de los sentidos y cayó como muerto : no obstante,
sacado prontamente, por medio de algunas cuerdas, al aire libre, se recobró
poco a poco. Nadie más se atrevió a entrar en aquel temeroso recinto que ha
continuado mostrándose mortífero, quitando la vida a las aves que se acerca-
caban a sus bordes.
Bien indicada estaba ya la presencia del ácido carbónico. Este gas se
desprende con frecuencia en los terrenos volcánicos, y siendo más pesado que
el aire queda fácilmente detenido en los lugares en que no se desalojan las
corrientes del viento, como sucede fácilmente en las cavernas. El animal que
sin percibir la presencia de un gas que carece de color y olor penetra allí, se
encuentra en una atmósfera privada de aire, y faltándole este elemento esencial
de la respiración, muere asfixiado. No son raras las grutas más o menos llenas
de este cuerpo, por lo que, se ha dicho que es una imprudencia adelan-
tarse sin algunas precauciones en las cavernas en que pase algún tiempo que
no haya penetrado nadie ; pero entre todas, se ha hecho célebre la conocida
con el nombre de Gruta del Perro cerca del Puzzolo en Ñapóles. Cosas extra-
ordinarias se han dicho de ella, más reduciéndonos a la verdad, es una gruta
en que el ácido carbónico ocupa una capa de cuatro a seis decímetros de espe-
sor, y sobre ésta penetra libremente el aire atmosférico. El hombre que entre
allí tendrá los pies sumergidos en ácido carbónico y la cabeza en el aire ; nada
le embarazará la respiración y no experimentará daño alguno : más un perro
quedará completamente sumergido en aquel gas, caerá por no poder respirar
y morirá en breve tiempo si se dejase allí. Esta gruta ha sido cerrada con
llave para explotar la curiosidad de los viajeros que quieran visitarla.
Qusimos, dice el P. jesuíta, reconocer la caverna u hoyo de Calderas, y
asegurarnos de que estaba lleno de ácido carbónico. Nuestro guía que se pres-
taba con notable empeño a todos nuestros deseos, nos condujo al temido sitio,
no sin avisar antes al dueño de la milpa c^ue lo circulaba, quien quiso también
acompañarnos, conduciendo el fuego que debía contribuir a nuestros experi-
mentos.— ¿Y no hay modo de bajar poco a poco? preguntamos nosotros —
Jesús, señor: si allí se muere la gente — y nos volvieron a contar la referida
historia. Llegamos al hoyo oculto por la maleza, prueba indudable de que
hacía tiempo de que nadie se acercaba a él, pero los golpes del machete le des-
cubrieron en un instante. Hicimos prender llama de un pino recinoso, y como
decimos comúnmente, en un ocote, que sujetamos al extremo de una caña, la
que cuidamos fuese capaz de llegar lo más cerca del fondo que posible fuese.
Inútil precaución : la llama no llegó una sola vez al borde de la sima, apagán-
dose siempre a cosa de un decímetro sobre el suelo, porcj[ue allí ya no tenía
aire para mantenerse. Acabábamos de repetir este experimento por la tercera
vez, cuando se hizo sentir un fuerte temblor acompañado de un formidable
retumbo. El gas contenido en la caverna debió de reforzar el retumbo, que
— I30 —
es el más intenso que hemos oído. — De ahí salió, señor, de ahi salió, deciatl des-
pavoridos nuestros guías aterrados a nuestro entender, no por el simple hecho
de haber sentido un temblor y un estruendo, sino por la circimstanoia sigular
de creerlo causado por aquel hoyo formidable. Afortunadamente los vecinos
de Calderas, no son de aquellos semi-salvajes que tanto abundan, que al ver la
coincidencia de nuestros experimentos con el movimiento de la montaña, no
sólo nos habrían creído sin desairar los autores del fenómeno que por el mo-
mento presenciaban y de su repetición por seis veces a lo menos en aquella
tarde, y por muchas más en los siguientes días, sino que aún nos habrían atri-
buido los que se habían hecho sentir anteriormente.
Continuando en la dirección de la so.spechada grieta volcánica, el cerro que
sostiene el valle de Calderas forma una cuchilla que va disminuyendo rápida-
mente de altura hasta perderse en las faldas meridionales de las colinas conti-
guas a la laguna de Amatitlán, dando así lugar a un recinto cerrado en que las
aguas no hallan salida y se recojen formando la laguna de Pan(|uejechó. En
la pendiente que limita esta laguna hacia el N. y el E. se halla una serie de
pequeñas bocas conocidas con el nombre de Humitos, y este es el lugar en que
hemos visto desprenderse los vapores con más actividad y más cargados de
ácido sulfuroso. La temperatura es varia en las distintas bocas, habiendo lle-
gado el termómetro a marcar 8o" en el vapor, en el lugar más abrigado del día
y 91" cuando se le introdujo en la tierra para librarle de la influencia del am-
biente. La acción continua de los vapores ha descompuesto fuertemente el
gran banco de feldespato en que brotan, y en algunos puntos ha despositado
ligeras capas amarillas de azufre sobre otras verdes de silicato de hierro, dan-
do interesante aspecto a tan curioso sitio.
Varias otras bocas de humo pudimos reconocer mucho menos importantes
consideradas aisladamente, pero de grande significación tomadas en su con-
junto. Son además en gran número los lugares de esta faja de tierra que pre-
sentan los msimos caracteres que los que sufren la actual influencia de los va-
pores, demostrando con ésto haberse hallado en las mismas circunstancias,
aunque ya algunos años de quietud han aecado y endurecido, en los unos, cier-
tas masas que, en los otros, se presentan aun húmedas y blandas. Los grados
de sequedad y de dureza están a veces suficientemente marcados para poder
determinar el orden en que han ido cesando las emanaciones de los gases.
En la propia dirección se encuentra, a orillas de la laguna de Amatitlán,
la fuente termal más notable de todos aquellos alrededores ; y en la que ha-
llamos una temperatura de 79", es decir 11" más que en la más caliente de las
otras ; y aun acaso la temperatura de 31"?, de que gozan las aguas del Bebedero,
que bajo el propio rumbo brotan en la margen opuesta del lago, deberá atri-
buirse al mismo foco de calor, a pesar de que el examen de los terrenos y la
ausencia de los cloruros alcánicos en esta fuente, hacen ver que sus aguas han
atravesado lechos de otra naturaleza. Otras caldas diseminadas desde Belén,
— 131 —
en el extremo oriental del lago, hasta los límites meridionales del valle de
Amatitlán, no quedan comprendidas en el mismo rumbo que hemos notado
hasta aquí en los fenómenos que deben referirse a una misma fuente de calor;
mas no por eso dejan de depender de ella, pues su posición, que casi univer-
salmente es a la raíz de la montaña, hace ver sin duda alguna que las venas de
agua han atravesado, antes de aparecer, terrenos vivamente recalentados por
el fuego interior del Pacaya. Es de notar que cuantos manantiales conocemos
en las faldas de la montaña, incluso el de los Puraznos, que se aproxima mucho
a la faja de las manifestaciones volcánicas, dan una agua fresca y pura, que no
habiendo podido pasar por terrenos de elevada temperatura, demuestra que
estos en su mayor parte no ocupan sino el corazón del volcán, de donde se
desprenden algunas venas, comprendidas próximamente en un plano dirigido
hacia el N. N. E. También en Belén, casi al borde de la laguna y muy cerca
de las aguas termales, brota la fuente del Niño, que con su pureza y frescura
hace ver que el lecho de que aquellas toman su calor y sales alcalinas debe
hallarse algún tanto remoto" (i).
El volcán de Atitlán, testigo de tantos hechos históricos, podría, si se con-
virtiese en mitológico Vulcano, contar mucho en aquel lago majestuoso, que
presenta la vista más encantadora del mundo, sin excluir los panoramas de
Suiza, de Ñapóles y de Venecia. ¡ Ah, Titán! soberbio y erguido, que escon-
des tus plantas entre las aguas rumorosas, y dejas ver tu suntuosa cúspide,
allá entre las nubes de un cielo transparente ; — tus rugidos tremendos pusieron
pavor en tan bellos contornos, por los años 1828, 1833 y 1852! Mucho tiempo
antes de eso, cuando las aguas del Xequijel, se tiñeron con la sangre del infe-
liz indígena, al cumplirse la profecía de la conquista, temblaba a las veces la
tierra, se enfurecía el lago, manchábase la luna de matices rojos, descendían
fatídicas las sombras de la noche, sobre la cumbre del Atitlán, y en tan pavoro-
sos instantes, se escuchaban, siniestros, estridentes, el graznido del tucurú y
el lamento de la luchuza eran' los manes de Sinacán y de Sequechul,
víctimas de Tonathiu, que en demanda de justicia para su raza, bajaban a su
nativo suelo, en alas de la tempestad. De ahí trajo origen la danza popular
indiana, llamada Del Volcán, en recuerdo de la hecatomlbe horrenda de los hi-
jos de esta tierra.
La parte setentrional del lago de Atitlán está rodeada de altísimas rocas,
que apenas dejan accesible la ribera, mientras que por la costa del Sur, se ele-
van varios volcanes más, que a lo lejos se descubren. Destácanse, en los con-
tornos, los ranchos pajizos, las blancas chozas, de San Pedro, de Santa Cata-
rina y de San Antonio, colocado este simpático pueblo, como nido de águilas
en abrupto anfiteatro, completamente inabordable, en la parte del lago, y cir-
cuido de negruzcas rocas, que dejó ahí el gran cataclismo, aún recordado por
(1) El Volcán de Pacaya— Estudio del P. Connet
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los aborígenes de aquellos sublimes sitios. Las aguas del estupendo lago se
cnncnentran a 1,558 metros sobre el nivel del Pacífico, y alcanzan una pro-
fundidad grandísima, sin que se le conozca desagüe, a pesar de que recibe
constantemente los afluentes del Panajachel y del Iboy. Acaso se filtran las
aguas formando riachuelos hacia el sur (i). Al pié del volcán de Atitlán se
divisa el Cerro de Oro, de misteriosa forma y de indianas tradiciones. Dícese
que era templo idolátrico, en el cual buscaron los tzutuhiles refugio contra los
destructores de sus dioses, último amparo a su derrota, asilados en aquella
mansión impenetrable. Cerraron misteriosamente su entrada, revelando el
secreto a un viejo sacerdote indio, el cual lo fué transmitiendo de generación
en generación a uno solo, entre los más nobles y adictos a su teogonia. Esos
dioses aconsejaron a los aborígenes que se sometieran ; pero sin perder la es-
peranza de salvarse, porque ellos mismos que quedaban allí cautivos, rompe-
rían las ocultas salidas de aquel templo y entonces serían redimidos de la
servidumbre. Quedaron enterrados en el Cerro de Oro los ídolos y las joyas.
Los tzutuhiles callan y esperan.
Por aquellos bellísimos lugares, hay parajes de rústicas delicias, en los
cuales se palpan los encantos de la poesía de Virgilio y de Landivar. Lomas,
valles, praderas alfombradas, fuentecillas saltadoras, frescas, cristalinas ; reba-
ños, pastores, majadas, flautas campestres, diversidad de tonos en los colores
del suelo, y por toldo el más puro celeste, sereno y transparente. Juega el
aura con las hojas trémulas de los arbustos, como acaricia el amor los labios
de una virgen. No lejos del soberbio valle, está la Roca de Tccúm, sitio real
de los reyes de Utatlán. Las lianas colgantes con soberbias flores forman
espesas enramadas y lo vivido del verde horizonte hace contraste con el azul
del cielo.
A unos quince quilómetros de Atitlán contémplase el volcán de San Pedro,
que tiene 2,500 metros de altura ; pero, como descansa sobre un valle (jue se
alza a 1,560 metros sobre el nivel del mar, resulta de grandísima elevación.
Nunca se supo que estuviera en actividad. No alcanza la historia a describir
las mocedades de ese viejo de blanca cabellera, que aún se viste de muy lujoso
ropaje. Espesas florestas cubren sus flancos y podría decirse» con aquella
sublime concisión de Pepe Batres :
"¡ Su historia ninguna, su límite el mar !"
El espectáculo que desde lo alto del volcán de Pacaya se desarrolla, ante
los ojos del viajero, es uno de los más imponentes que pueden contemplarse.
De una sola mirada se abraza el cuadro que forma la gran mole del volcán de
Fuego, destacándose en el primer plano las líneas armoniosas del volcán de
(1) El lago tiene 12 millas de largo por 6 de ancho, y fué en remotísimos tiemixw un Inmensí»
cráter de volcán destruido.
— 133 —
Agiia, cuya gentil, esbelta cima, se ostenta en los aires. La belleza de este
panorama, se debe en mucho a un pequeño desvío, que sin afectar la regulari-
dad del sistema volcánico considerado en conjunto, coloca al volcán de Agua
a uno o dos quilómetros al Norte de la dirección general, pudiéndose así espa-
ciar la vista a una distancia muy considerable. Desde la cúspide del altísimo
monte se contemplan vegas y cañadas inaccesibles, cubiertas de flores y fes-
tones, de cuyas ennegrecidas grietas parecen salir los sordos lamentos de las
razas primitivas que defendieron su paradisíaco suelo.
El célebre volcán de Agua, considerado aisladamente, es uno de los más
notables de la América Central, aunque mucho ant€s de la conquista española
ya estaba apagado. La armonía de sus forms, lo bien cortado de la pirámide,
lo nítido del azuloso color, todo hace de aquella estupenda mole, que aislada
se alza sobre 3,753 metros, con una base de muchos centenares de quilómetros,
uno de los espectáculos más grandiosos de la naturaleza. Exuberante vejeta-
ción lo cubre, con una serie de zonas bien marcadas, introduciendo en el paisaje
elegante variedad de matices. En la base, entre llanos de esmeralda, balan-
céanse las espigas del maíz, la caña de azúcar, las festonadas hojas del banano
y los floridos cafetos ; a seguida, las florestas de variadas esencias ; y más allá
diseminados bosques de pinos seculares.
Ese erguido volcán dio muerte a muchos de los pobladores de sus faldas,
en la ruina de la Ciudad Vieja. Era llamado Hunaphú, o sea Ramillete de
Flores, por los primitivos indios, aunque hay motivos para suponer que en
remota época, fueron sus erupciones de violencia extrema, a juzgar por la
inmensa cantidad de pómez blancas, cenizas amarillentas, lápilos negros y vio-
láceas arenas, que rodean el pie de aquella histórica montaña. No hay en los
alrrededores trazas de corrientes de lava ; acaso las erupciones de este volcán
hayan sido caracterizadas por la expulsión de abundantes deyecciones cineri-
formes, En el cráter oval hay grandes piedras pórfidas, con varias inscrip-
ciones. Don Matías Mazariegos dejó ahí su nombre en 1683 y el general
Zavala, en 1860.
"Después de haber descrito el inquieto Volcán de Fuego, decía el notable
viajero Mr. Dussaussay, injusticia sería el no decir algunas palabras de su
pacífico vecino, el Volcán de Agua (i).
Si el uno es célebre por su escarpado y difícil asiento, el otro es notable
por su fácil y segura subida. El Volcán de Fuego está coronado de rocas agu-
das, destituidas de vegetación que presentan un aspecto espantoso ; el Volcán
de Agua que como una pirámide en medio de la llanura, se eFeva solitario en lo
alto del firmamento y tiene la forma de un cono truncado, aún en su misma
cumbre está cubierto de una verde paja, cuya elevación llega a más de una
vara. El piso del Volcán de Agua es firme hasta el mismo cráter, mientras
que el terreno de Fuego, amontonado en desorden, se compone de guijo y otras
(1) Impresiones de viaje — El Volcán de Affua— Por Eufirenio Dussaussay.
— 134 —
sustancias sueltas, rodeado de lava y cuerpos medio vitrificados que han ido
aumentando por las repetidas erupciones causadas por el fueg:o subterráneo.
El Volcán de Agua es a tal punto manso que ha sabido conquistarse hasta las
simpatías del bello sexo ; el de Fuego es un cerro en nada dispuesto a dejarse
domar, razón por la cual las visitas que recibe son muy contadas.
El camino qué de la Antigua lleva al pueblo de Santa María de Jesús, por
donde se sube al Volcán, es en extremó pintoresco y el viajero que lo recorre
se siente poseído de una inacostumbrada alegría. La tierra está cubierta con
espeso manto de verdor, los árboles cargados de hojas y por doquiera las
flores, abriendo sus senos olorosos, hacen ostentación de su hermosura y exha-
lan los efluvios más agradables al olfato.
A mano izquierda se divisan los alegres barrios de Santa Ana, San Cris-
tóbal y Santa Catarina, mientras que a la derecha se deja la bonita aldea de
San Gaspar. El pueblo de San Jun por el cual se pasa, es célebre, por haber
fundado ahí, antes de la inundación del ii de septiembre de 1541, su palacio el
obispo de la Diócesis, palacio que en la actualidad sirve de casa parroquial al
cura del lugar.
Al salir de San Juan, se principia a subir la larga cuesta de Santa María
que conduce al pueblo del mismo nombre, situado en las faldas del VoUán (U-
Agua y como dos leguas distantes de la Antigua.
El indio de Santa María de Jesús difiere totalmente del de Aif)t(.iKin5^n) :
éste parece estar siempre dominado por el terror que le inspira la proximidad
del volcán de Fuego ; aquél, que se siente resguardado de los furores de este
volcán por su rival, el volcán de Agua, es de genio alegre y tiene el semblante
risueño. Como se ha dicho anteriormente, en todo el pueblo de Alotenango
no se encuentra más que un solo indígena que quiera acompañar a los raros
turistas bastante atrevidos para emprender la ascensión del volcán de Fuego ;
no sucede lo misrno en Santa María, cuyos habitantes suben todo el verano al
volcán de Agua a traer hielo ; así es que a los pocos minutos de haber yo en-
trado al pueblo un batallón de indios, informados de mis planes y atraídos por
la perspectiva de su pingüe salario, vino a ofrecerme sus servicios. Tres de
ellos captaron mi confianza y merecieron la distinción de servirme de mozos.
En la mayor parte de las montañas el tiempo con su fuerza lenta, pero des-
tructora, causa por sus lados depresiones y escavaciones a proporción de la
cantidad de agua que en sucesivas cascadas se precipita desde la cumbre : la
senda que se toma al dejar el pueblo de Santa María serpentea una zanja for-
mada del modo que acabo de explicar.
Numerosas milpas esparcidas en las faldas, hacen el paisaje sumamente
placentero, y al llegar al punto denominado Orilla de la Montaña se apodera
de los sentidos un sentimiento de deleite al descubrir la exuberante vegetación
que majestuosamente se exhibe por todas partes. El ramoso roble ensancha
— T35 —
su circunferencia e innumerables árboles, afirmados en sus robustos troncos,
con sus hojas forman una bóveda impenetrable a los rayos del sol.
Los meses de enero y febrero son los más a propósito para subir a los
volcanes, por estar entonces la atmósfera más despejada que en los demás
meses del año. En mi expedición a los volcanes he podido observar que en el
mes de noviembre el tiempo, que por la mañana está casi siempre sereno, a
medio día varía notablemente. En ambos volcanes me asaltó un temporal muy
fuerte ; pero el que tuve que sufrir en el de Agua fué mucho más violento. A
eso de las nueve de la mañana, todo el volcán se cubrió de una niebla tan densa
que no se podía distinguir a diez pasos de distancia. Felizmente llegué antes
del temporal a la orilla de la montaña y pude descubrir al Este, Amatitlán con
los risueños campos que lo rodean y al Noroeste, la Antigua con sus de-
pendencias.
Al concluir la montaña, las laderas están cubiertas con pinos muy viejos
en medio de los cuales crece una paja muy fina y elevada que desde allí se
encuentra, como he dicho antes, hasta la cúspide del volcán. Un poco antes
de llegar a ésta, se ven a mano derecha unas rocas muy grandes, sin arena ni
vegetación alguna.
La cima del volcán de Agua está formada por cinco picos de diferentes
tamaños, y por el menos elevado de todos bajamos a la plazoleta cerrada que
existe en el lugar del cráter y tiene más o menos la forma de un círculo, cuyo
diámetro en la parte más larga mide ochenta metros. En dicha plazoleta se
encuentran muchas piedras desprendidas de la peña y en que pude leer gra-
bados los nombres de mis predecesores, entre ellos los de algunas señoritas.
En una ancha piedra blanca, con el machete de que iba provisto, esculpí el mío.
El frío era intenso (a las doce y media del día el termómetro centígrado mar-
caba 6° bajo cero) que se me helaban las manos.
Me adhiero a la opinión de varios historiadores, antiguos y modernos, que
refieren que la catástrofe que destruyó, el ii de septiembre de 1541, la capital
del reino de Guatemala, fué ocasionada por la rotura del cráter del volcán de
Agua que estaba lleno de este líquido (i). La prueba de ello es que la parte
menos elevada de la cúspide y donde infaliblemente tuvo lugar la rotura, mira
al pueblo de Ciudad Vieja, desde el cual se ve muy bien el barranco que formó
el agua al descolgarse de aquella altura.
Seis horas y media había empleado en la subida; tres gasté en la bajada.
El número de pasos que di al descender, fué, el de 22,354. Concluiré diciendo
que, como muchos viajeros que se dedican al estudio de los volcanes, he ob-
servado que el lado oriental de las montañas que corren de Sur a Norte es
siempre comparativamente más bajo que el opuesto, bajando con suavidad
(1) Mr. Dussaussay difiere, por loaue se ve, de la opinión del ilustrado naturalista, ami<;o nuestro,
don Juan Rodríguez Luna, quien, en un interesante estudio afirma que no fué esa la causa de la inundaolón.
— 136 —
a llanuras grandes ; mientras que el lado occidental es alto, escabroso y
quebrado", (i)
El volcán de Tacana, el de Tajumulco, el Cerro Quemado, el de Santa
María, el de Mita y el de Chingo, forman en la república de Guatemala, una
serie de respiradores, cue bien indican el plutónico trabajo de las entrañas de
esta tierra. Fumerolas, solfataras, aguas termales y restos de erupciones, hay
por todos esos lugares, en que la mano de Dios quiso dejar las huellas de ca-
taclismos remotos.
Llegamos ya al grupo de los volcanes de Quezaltenango, que presenta.
desde muchísimos puntos de vista, un interés grandísimo. El Cerro Quemado
y el volcán de Santa María son los que primero se destacan. Este último, de
una regularidad admirable, había permanecido en tal quietud, que el vulgo lo
creía apagado, contemplándole a unos 3,500 metros de altura, que tendrá de
elevación absoluta. Pero, un día ¡luctuosa fecha aquélla, que no quisiera
recordar! se aglomeraron materias ígneas en el panal dantesco, furibundo, que
debe de haber en las profundidades del terreno, y debido a las condiciones
meteorológicas y seísmicas que en extensísima zona se experimentaron, sobre-
vino la catástrofe del 18 de abril en que tembló gran parte de Centro- América,
hasta las orillas del Atlántico, causando estragos hasta en la Martinica. Una
plomiza sabana de arena cubrió Is ricas comarcas. Ni una ave cruzaba veloz
por desolación tan funesta. El cráter colosal, elíptico, de Este a Oeste, que
mide mil metros de longitud, con seis oquedades espantosas, y una amarrilla
llanura do azufre, exhalando vapores de deslumbrante blancura, tal fué el
espectáculo aterrador, que en aquellos bellísimos lugares, dejó la furia indes-
criptible del volcán. El nombre quiche del volcán "Santa María" es K' a'
kxanul, vomitador de fuego, píjrque desde remotísimos tiempos hacía erupcio-
nes tremendas.
No es sin natural espanto, que el viajero ve presentarse a su vista, a la
entrada de la ciudad de Quezaltenango, un derruido cerro, del que se despren-
de deforme cresta, obscura de tolor rojizo, implantada sobre altas mesetas de
amenazantes picachos, que parecen también irse desmoronando. En la falda
de las colinas, en que se asienta el imponente cerro, reposa tranquila la ciudad,
como olvidada de sus recientes sobresaltos. Hállase el monte al sudoeste de
la ondulada planicie de esa bella población, y su nombre es del mi.smo género
que el de otros varios interesantes volcanes de nuestra tierra, pues si el torren- *
te de agua que inundó, en 1541, la Ciudad Vieja, hizo llamar volcán de Agua
al más lindo de los conos de la cadena Centro- Americana ; y al otro enfrentado
pico se reservó el título de volcán de Fuego, porque, contrastando con la im-
pasibilidad de su compañero, levanta ufano su penacho de humo, y de cuando
en cuando da señales de su interior candescencia ; una razón análoga ha dado
(1) Eugenio Dessaussay.
— 137 —
el poco poético, aunque muy significativo epíteto de Quemado, al terrible
cerro, que en 1755 se consumió o se quemó, con espantosa violencia, perdién-
dose la cúspide, hasta quedar decapitado el coloso y con los flancos ardidos,
como si fuesen los restos de un incendio voraz y no el de una erupción ordina-
ria. Por muchísimos años el gladiador soberbio exhibióse ahí con sus formas
altaneras, hasta que el fuego de sus entrañas, en convulsión violenta, derribó
su frente, ardiendo sus miembros inertes ya, y esparcidos en confusión horren-
da, mientras que su vecino, el volcán de Santa María, conservaba una actitud
reservada, quieta en la apariencia, e hipócritamente traidora.
El Cerro Quemado tiene importancia especial, demostrada por distingui-
dos geólogos, que han estudiado nuestro territorio, y vale bien la pena de que
le dediquemos siquiera pocas líneas. El gran valle de Quezaltenango se le-
vanta formando una serie de colinas, en unos puntos bruscamente, como en el
Baúl, en otros, con una inclinación más lenta, como en la Pedrera, y en fin,
insensiblemente hacia el estendido llano del Pinar, que a lo último, cuando pasa
encajonado entre los dos volcanes, llega a la altura de estos contrafuertes. La
masa, como se nota en la Pedrera, es de preciosa roca, empleada en la cons-
trucción de los edificios de la ciudad. Esa piedra, de origen eruptivo, y aun de
una posterior sobredestrucción, es una pasta feldespática, blanca, transparente,
a las veces amarillosa, llena de cavidades que le dan aspecto de pómez, pero
más dura y vitrificada, llena de anfíbolas negras, algunas no bien definidas,
y todas caprichosamente salpicadas. Debe de haber sido roca porfírica, ma-
leable por fuerte erupción y con modificaciones en su materia mineralógica, al
mismo tiempo que llena de burbujas gaseosas, que le dieron la estructura
celular, desigual cristalización, resistencia suficiente y aumento de volumen,
que explica su ligereza. Vetas hay más cristalinas, con brillo original, como
si hubiera sido una masa de vidrio que elevada a fuerte temperatura, se hubie-
se enfriado repentinamente. Vense conglomeraciones de pómez, como solda-
das por una materia fundida, a trozos más cristalinos, o que en su seno tienen
ingeridas pequeñas masas harto vidriosas y lucientes.
Aquellas ondulantes colinas son las que forman la base en que reposa el
Cerro Quemado, y en ellas son dignas de notarse los hervideros que se descu-
bren, sin más rastro de cráter o erupción volcánica. Están al paso, en la vere-
da que conduce a la cima del cerro, en una garganta formada por la insensible
altura de la Pradera, y otra, que es la propia base del volcán. Uno de los hervi-
deros es caverna del mismo volcán, escavada como a cuatro metros de profun-
didad, de cuyas paredes se desprende gran cantidad de vapor de agua con algo
de gas carbónico y sulfuroso. El otro hervidero es mucho más singular, pues
entre prominencias de la roca descubierta, se exhalan vapores de igual natura-
leza, y aun se hacen pocitos de agua, de treinta grados de temperatura, cuando
el ambiente apenas tiene unos seis grados.
Refiere la tradición, que antes de ser decapitado el cerro, en 1785, cuando
-138-
se quemó todo el monte, tenía otra meseta sobrepuesta, coronada de espeso y
hermoso bosque de encinos, cuyos restos todavía se descubren. Ya había
habido otra erupción más antigua, que dejó algunas fumerolas- muy calientes
en la cumbre, por lo que los indios le llamaban Xetuj, o sea debajo del horno.
La parte sudeste siempre fué cortada, yendo a caer sobre el río Sámala.
Pero en el año de 1813 llegó el momento de hacer una verdadera explosión,
y las inclinadas líneas del monte, aparecieron convexas ; toda la masa se elevó
con violencia, y hubo de abrirse cual granada, en muchas partes, arrojando
del centro lluvia copiosa de piedras y después un rio de fuego. Los guijarros
llegaron a grandísima distancia, en el llano del Pinar y en todo el occidente de
la ciudad, que se extremecía al considerarse sepultada debajo de las grandes
masas que volaban, como si fuesen arenas, o consumida por la candente lava,
que comenzó a correr en dirección de la consternada Xelajú. Sacaron de la
iglesia a la Virgen del Rosario, hubo rogativas con clamores piadosos y gritos
acongojados ; la ciudad hizo voto de celebrar una solemne fiesta anual, como
hasta el día de hoy se cumple, si lograba librarse de tan tremendo azote. Oyó
el Cielo sus voces, pues las piedras que alcanzaron un radio mucho más lejano
que la ciudad, no cayeron en su recinto, ni causó daño la lava, que a poco sus-
pendió sus curso, y siguió por el rumbo de Almolonga, sin salir, sin embargo
de las mesetas. Tal es la piadosa tradición ; pero parece lo cierto que el volcán
estalló como una bomba, quedando con el espantoso aspecto de hundimiento
y. ruina con que hoy se deja ver. Más imponentemente bello es, sin duda,
cualquiera de esos otros volcanes que, como el de Agua, destacan su geométri-
ca figura con regularidad portentosa ; pero el Cero Quemado ofrece mucho más
interés, siendo los restos de horrible devastación. No hay en él regulares
curvas, ni depósitos de íapilli, ni de erupciones cineriformes : es un cerro irre-
gular, que presenta en sus humeantes ruinas, más que ningún otro de Centro-
América, los estragos de la acción volcánica, sin rastro siquiera de un cráter
adventicio sobre el primer hundimiento.
Fuera de ésto, tiene otros rasgos distintivos, considerado como parte de
una cadena de extensión larguísima. En la serie de conos montañosos de
Guatemala, que es una verdadera especialidad geológica eruptiva como lo
reconocen los sabios europeos y americanos, existe en cada grupo un sistema
particular, formado de volcanes extinguidos, o tal vez de antiguos cráteres, al
lado de otros en actividad. La dirección media es de E. 30". S. a O. 30? N., de
modo que mientras más avanza a los departamentos de Los Altos, más se acer-
ca, y llega a tocar la línea más elevada de la sierra principal, o cordillera de
los Andes Guatemaltecos. De aquí proviene que los volcanes del valle de la
Antigua Guatemala tengan forma tan esbelta, sus faldas bajen tan suavemente
hacia el Sur, hasta perderse en un llano de trescientos metros sobre el nivel
del mar, y hacia el Norte no se interrumpan sino en las mesetas interiores, de
mil quinientíxs metros de elevación. Pero el vf^lcán de Santa María parece
— 139 —
encarnado en altísimos picos ; al Norte roto bruscamente, en las más elevadas
mesas de la república, y al Sur, llegándose a confundir con los sinuosos contra-
fuertes de la cadena de montañas. El Cerro Quemado, más que ningún otro,
a pesar de ser muy superior al cono más alto del Pacaya, y tener una elevación
absoluta como de tres mil cien metros, es apenas una eminencia de setecientos
sesenta, relativamente al plano de Quezaltenango. Por esta razón los grupos
volcánicos de Los Altos no pueden ser tan completamente definidos, como los
de las regiones menos elevadas. Porque de una parte, el levantamiento debido
a la acción volcánica, se concibe de suyo más regular en una superficie llana,
o ligeramente inclinada ; mientras que en las inmensas masas pórfido-traquí-
ticas de las cimas de la sierra es más fácil una ruptura violenta e informe, como
en el Cerro Quemado. De otra parte, en las formas externas es más difícil su
reconocimiento, pues entre tantos picachos más o menos sueltos y cónicos, al
paso que el vulgo quiere ver en todos un volcán, los sabios se recelan de los
más, y no llegan a afirmarlo, hasta tener noticia cierta de algún antigua o re-
ciente erupción. ¿Quién hubiera dicho que el Santa María no era un volcán
aislado, sino que había un grupo a su alrededor, y el Cerro Quemado era su
parte principal? La masa de éste, aun en el interior, era la misma que la de las
rocas en que está sentado ; en su forma, más que compañero del vecino, como
extinguido, parecía un contrafuerte insignificante ; ni en sus alrededores se
encontraban cenizas o lavas que pudiera él tribuirse como suyas. Tiene, sin
embargo, en su situación, los distintivos de un sistema derivado, análogo a
los demás de su especie en Guatemala ; aunque difiere de ellos en lo que mira
a la actividad respectiva, de la cual hace pocos años que acaba de dar muestras
harto lamentables.
Los volcanes adventicios, o sea que están fuera de la línea principal o zona
eruptiva, se hallan poco más o menos en dirección perpendicular a ella, esto es,
en una línea O-S-O. a E. N. E., a la manera que en las grietas de la tierra sue-
len abrirse muchas perpendiculares nuevas a través de la principal. Tan mar-
cada es semejante derivación en Guatemala que suele conservarse aún en los
conos terminales de un mismo volcán. Así, dejando otros muchos ejemplos,
esta es la línea de los dos que se desprenden de la gran masa del volcán de
Atitlán; bastante marcada se halla en los dos pequeños conos, en los cráteres
y f umarolas del Pacaya ; y aún se reconocen en los cráteres del volcán de Fue-
go los rastros de la actividad comprendida en un plano de la propia dirección.
El Cerro Quemado está puntualmente en dicha línea perpendicular, ocupando
casi con exactitud matemática el N. N. E. de la cúspide del Santa María, mien-
tras que su masas se unen en la garganta o portillo, célebre por haber servido
a don Pedro de Alvarado para entrar al llano del Pinar. Unidas aquí las fal-
das, el cono del Santa María conserva algún espacio más su curvas líneas, y el
otro cerro confundiéndose con las rocas de la Cordillera, casi violentamente
hacia el Zimil ; siguen después igualmente aisladas por el río que se llama Sa-
— I40 —
mala, y hacen peligrosa y escarpada la cuesta de Santa María, y más lejos la
bajada a los Pocitos, y el paso del puente de Sámala, opuesto al Patio de Bolas.
Fijemos ahora la atención en el grupo entero, comprendido y definido por
el curso de las aguas del que se va llamando río de OHntepeque, Zunil y Sá-
mala. Así considerado, cierra casi por completo el gran valle, que viniendo
de Totonicapán, ondula declinando de 2,500 a 2,350 metros de elevación sobre
el nivel del mar ; le sirve de contrafuerte hacia el Sur, hasta dar en los llanos de
la costa, hacia Cuyotenango y Rctalhuleu. Si la acción eruptiva hubiera ex-
tendido algún tanto más su área, cuando elevó este grupo, habría con facilidad
llegado a tocar con la cresta que va de Totonicapán a Zunil, y quién sabe si
entonces no hubiéramos tenido un lago de la especie de los de Amatitlán y
Atitlán, Un pequeño resquicio quedó libre para dar paso a las aguas
que bajan en la dirección de Salcajá y a las del rio que pasa por Olintepeque,
y aún las de este último se han visto obligadas a recorrer u narco muy forzado
a efecto de encontrar salida. Ese mismo punto es a donde únicamente pueden
confluir los torrentes que, durante la estación lluviosa, desciende de los plie-
gues de los volcanes, de las cumbres del Chuipache y de las montañitas que
miran a Quezaltenango.
Los picos del Siete Orejas no son otros tantos volcancitos, como pudiera
suponerse. Es admirable el orden de las fuentes termales, marcadamente
alcalino-cloruradas, de especie análoga en su composición química a las que
brotan en el Cubo, Medina y San Lorenzo, en terrenos volcánicos de la Anti-
gua Guatemala y a las de San Miguel en la República de El Salvador. Ro-
dean aquellas fuentes la maza del levantamiento, pues al Oriente y a lo largo
del río Zunil están los famosos hervideros de este nombre, y hacia el mismo
lado, un poco más al Norte, brotan las más famosas aguas termales de Almo-
longa, con temperatura de 45" y 50? centígrados. Dando la vuelta por el Nor-
te, están las llamadas vulgarmente Sanmcquená, nombre corrompido del ori-
ginal indígena Tzak-meken-ha, agua blanca caliente, o sea agua tibia. Por
ese mismo rumbo se hallan las de Batán, a cuyos calientes hervideros, desde
antiquísima poca, iban los indios a labar sus lanas, por cierto bien tegidas.
Completando el arco hacia el Oriente, se vendría a i)arar en las vertientes ter-
males que nacen en las faldas de la cadenita del Siete Orejas".
El volcán de Tajumulco se eleva a 2,860 metros sobre el nivel del mar.
Tiene dos picos simétricos, el de la Concepción y el del Azufre. Este último es
un verdadero cráter, que ha conservado las huellas de erupciones de otras
épocas. Los indios hacen la pepena (recolección) de mucha cantidad de azu-
fre, y ya han perecido varios de esos aborígenes que se aventuran a cavar en
aquel deleznable conjunto de materias adventicias. Este volcán se encuentra
apagado. Desde la cumbre se descubre al sudeste, una perspectiva de conos
destrozados, de cerros rotos, de cordillera plutónica, qus forma complicadísimo
laberinto y que revela una catástrofe apocalíptica. Las cimas de varios vol-
— 141 —
canes se perfilan atrevidas, siniestras, cual mementos de convulsiones horri-
bles. Lo dantesco de ese panorama, por aquel rumbo, contrasta con las pers-
pectivas que por los demás se perciben, de valles deliciosos, rios plateados y el
mar lejano y extendido como una tira de cielo. Al Sudeste del Tajumulco
vénse tétricos, enhiestos, amenazadores, los picos de Zunil, Santa María, los
de Atitlán, y más lejos, casi confundidos con los celajes del horizonte, los vér-
tices del grupo de volcanes de la Antigua Guatemala.
Todo el territorio de la América Central ha sido teatro desde los tiempos
jurásicos, de tremendas convulsiones, que han trastornado repetidas veces su
configuración, ora hundiéndose a grandes abismos, ora surgiendo a considera-
bles alturas sobre las aguas, al tiempo que sus sistemas de montañas se edifi-
caban en transformaciones sucesivas, apenas terminadas, que justifican su
gran sismicidad general (i). El sistema orográfico de Guatemala ha llamado
la atención de los hombres de ciencia, y acaso dará la clave para resolver pro-
blemas que, hasta hoy, apenas están planteados, ya que no hay duda de que los
sismos de la Martinica y de otros muchos lejanos puntos, tienen relación con
los fenómenos producidos en varios grupos de nuestros volcanes, así como las
manchas del sol y los fluidos terrestres ejercen influencia directa en los terre-
motos. La nutación del planeta, la declinatoria de su eje, contribuye a los
cataclismos.
"En la cordillera que se dirige hacia el Nordeste de la repúbHca de Gua-
temala, se encuentran varios volcanes independientes de todo sistema y cuya
dirección general es casi rectilínea.
Este grupo de volcanes, son unos casi contiguos a la cadena principal ; y
otros, forman cuerpo con la cordillera, pero ninguno de todos los de esa extensa
línea, llama tanto la atención como el volcán de Ipala.
Está situado al sur del pueblo del mismo nombre, a seis leguas de Chi-
quimula, en una extensa llanura ; tiene la forma cónica regular, cuyo vértice
truncado se eleva aisladamente en el plano del valle, en medio del cual ha
surgido a 3,600 metros de altura sobre el nivel del mar. Todo su cráter se
encuentra coronado por un lago de forma circular que mide tres millas de cir-
cunferencia ; el agua de este pintoresco lago es cristalina y potable, y no con-
tiene ninguna clase de peces. Hacia el rumbo O. tiene un desagüe natural,
que los vecinos aprovechan para el riego de sus terrenos, y el cual han barre-
nado para aumentar el derrame del lago. Este hermoso cono-volcánico está
vestido desde sus faldas hasta su vértice de verdura y su posición aislada en
medio del valle, sorprende, desde luego, al más indiferente viajero.
Se puede emprender el ascenso de éste gran pico volcánico con toda como-
didad, pues se llega montado a caballo hasta el cráter. Al estar en aquella
inmensa altura ; lo primero que se admira es el lago enteramente circular, a
(1) Cuarto Conerreso Científico Pan Americano. Ciencias Físicas. Volumen V. pájf. 198 año 1910.
— 142 —
tres varas de profundidad solamente del vértice. Dirigiendo la vista hacia el
Sur se encuentra el pintoresco volcán de Monterico, y en la misma el volcán de
Suchitán, y en línea recta. De N, N. E. a S. S. E. se divisan los volcanes de
Culma y Amayo, del departamento de Jutiapa. Colocado uno sobre el cráter
del volcán las brisas del lago refrescan la mente ; y la imaginación se dilata
contemplando uno de los panoramas más sorprendentes de nuestro suelo.
La profundidad del lago de Ipala, es difícil averiguarla ; personas conoce-
doras del lugar informan que en la orilla de la playa, que apenas tiene dos
metros de longitud, se introduce una cuerda de 600 varas y no se encuentra
fondo.
Este volcán en otra época hizo una fuerte erupción ; lo demuestra gran
cantidad de lava volcánica que hay diseminada en la superficie de la llanura,
pero no tenemos datos sobre la cronología de las erupciones, ni la tradición, ni
el examen de los terrenos eruptivos dan indicios, y faltando éstos, no se puede
establecer la antigüedad relativa de cada uno de nuestros volcanes.
La única observación general que se puede hacer, es que todas las grandes
erupciones han tenido lugar en una época contemporánea del alzamiento del
valle. En efecto sus deyecciones, lavas o cenizas no presentan vestigios de
vegetales quemados y cuando los ha'y, son yerbas y arbustos de menor tama-
ño. Las capas eruptivas, en las cuales se encuentran trazas de vegetales, son
muy raras y comprenden a los volcanes que estaban todavía en actividad hace
tres siglos, o que despertaron después de esa época.
Lo que llama más la atención respecto al volcán de Ipala, es su situación
como queda dicho, en una planicie y a una altura sobre el nivel del mar con-
siderable, y probado como está que el agua que contiene no es llovida, ni en
ninguna de las estaciones se le nota diferencia de nivel. Aquí encontramos un
campo vasto, abierto a la hipótesis y la discusión.
Podría suceder muy bien que este lago fuese alimentada, pur todas las
vertientes de las colinas más altas de la cordillera Occidental del Atlántico; y
que estas aguas acumuladas en altura mayor, buscando un punto más bajo,
hayan encontrado como recinto el volcán de Ipala para depositarse".
Presúmese también que la época del aparecimiento de los volcanes fué
la de la creación de la humanidad ; momento solemne en la serie incontable de
los siglos. Cuando contemplo esas mejestuosas pirámides que se alzan sobre
nuestro horizonte, me parece asistir a la arquitectura del suelo donde nací.
Veo que por los tiempos del levantamiento de las montañas, apareció el hom-
bre, que representa una nueva edad del universo, la luz del mundo en su medio
día (i). Los volcanes, con llamas colosales y truenos de génesis, anunciaron
la aparición de nuestra especie. Aquellas cumbres fueron los templos de la
mente, templaque mentís, teniendo cada cual su oculta biografía. Mientras
(1) La Creación, por Ed?ar Qulnet, tomo I. pátdna
— 143 —
más buscamos a la humanidad, más retrocede de nosotros. Los seres vivien-
tes guardan una sola genealogía (i). Edad de hierro, de bronce, de piedra,
más allá épocas geológicas : remotísimos umbrales tras de los que va la Eter-
nidad, con huellas de lo infinito, reflejando la estela que sólo Dios puede dejar,
y que apenas se vislumbra (2).
La naturaleza toda se sonreía, con su más poética sonrisa, al aparecer el
rey de la creación. Momento augusto de plenitud fué aquél, en que se meció
la cuna de la humanidad. Hora de fiesta y regocijo, en que las flores y las
aves saludaron al recién venido. El sol le envió el más vivificante de sus rayos
y las estrellas hicieron que su sueño fuese dulce y reparador. El universo no
es más que la unidad en la diversidad de los fenómenos ; la armonía entre to-
das las cosas creadas, por un soplo de vida (3).
¡ Harto diverso era el aspecto del mundo cuando no existía la humanidad !
En donde hay palacios, jardines y ciudades, eran bosques impenetrables, flores-
tas salvajes, silenciosos ríos en solitarias riberas. En vez de la vida inteligen-
te, prevalecía la exuberancia de la materia. Ni se cultivó la tierra, ni se estu-
dió el cielo. No existía el amor, no hubo sonrisas, ni los rayos del sol ilumi-
naron una lágrima. La generosidad, la benevolencia, la filantropía, no per-
fumaban la vida. El mastodonte aplastaba las razas, el sivaterio rompía loa
ramajes y el clyptodón iba arrastrando su pintada concha colosal, como hongo
enorme de caprichosa figura.
¡ Faltaba la resultante de todas las fuerzas terrestres, la inteligencia servi-
da por órganos, el elemento del progreso, el rey de la creación, el hombre hecho
a imagen y semejanza de Dios !
Empero, deseo no apartarme del objeto de esta monografía. Si los volca-
nes fueron testigos del nacimiento del hombre, y si estos altos montes de
nuestra patria, guardan memorias de sucesivas mudanzas, séame permitido
evocar un recuerdo, por justicia y por deber, de un sabio que hizo profundos
estudios de los volcanes ; quiero repetir, con veneración, el nombre ilustre de
Miguel Larreynaga, que escribió un libro científico, erudito, con nuevas teo-
rías, que sí hoy la ciencia ha venido esclareciendo, es porque todo en el mundo
obedece a la ley del progreso. La "Memoria sobre el fuego de los volcanes,"
de aquel ilustre centro-americano, revela estudio profundo en ciencias físicas,
y da a conocer la perspicacia y el talento de aquel hombre célebre en los anales
de la patria. En ese libro dice : "que el volcán de Quezaltenango, aunque
despreciable en su figura y tamaño, oculta muy malas intenciones," profecía
que desgraciadamente salió cierta, como resultaron verdaderas, en lo político,
las que hace más de ochenta años, hicieron el mismo Larreynaga e Irisarri.
(1) Haekel. Historia de la Creación, pág-ina 231.
(2) La creation de l'homme. Flammarion. pág-ina 822.— Merveilles de la Nature, de Brehm.
Creation de Thomme et les premieres ages de l'humanité, por M. de Cleuzlou.
(3) Federico de Hellwald. La Tierra y el Hombre, p-ifrina 141. tomo I.
— 144 —
Desde los tiempos de Platón se quiso inquirir cuál sería la causa del fuego
de los volcanes, y entre las teorías varias y muy modernas, pocas son las que
hayan presentado en su tiempo, la claridad y sencillez de la que formuló el
sabio centro-americano don Miguel Larreynaga, quien encontró eco favorable
en Europa, bien que posteriormente, los adelantos hechos sobre fluidos terres-
tres y cosmogonía en general, han quitado la novedad, el brillo y hasta el
aspecto de certidumbre que pudo tener en el siglo pasado la teoría de aquel
hombre de letras, que tanto apreciaba su libro, sobre el fuego volcánico, que
mandó poner un ejemplar en caja de plomo, para guardarlo en su féretro, al
lado de sus cenizas. ¡ Bien haya la memoria del eruditísimo literato que hizo
grabar en su sepulcro, aquellos versos latinos:
"Nasccntcs morimur, finisquc ab origine pendct,
Ipsaque vita sua semina mortis habet".
No hay en el mundo, en ninguna región, un baluarte de volcanes tan ex-
tenso, tan regular y tan vigoroso, como el que se ostenta, a las orillas del Pací-
fico, en la costa de Guatemala ; y aquí es donde mejor se demuestra la teoría
de que la vulcanicidad, o sea la reacción de un planeta contra su corteza, no es
un fenómeno aislado, como antes se creía, sino que obedece a la geognosia
general, que produce el efecto de formar rocas nuevas modificando las existen-
tes. La ciencia moderna explica, al mismo tiempo, la formación de nuestro
hemisferio, la sumersión espantosa de la Atlántida, y el crecimiento de esos
altos picos, que, como testigos mudos de nuestra historia, ven hundirse las
generaciones que sucumben, para dar paso a las generaciones que nacen.
Cada conmoción de esas cadenas de montañas, cuya antigüedad relativa pode-
mos determinar, forma una época en la serie de acontecimientos geológicos de
nuestra tierra, maravillosa, por cierto, como dice Bancroft, desde cualquier
punto de vista que se la considere. Es el sol el centro de donde dependen los
fenómenos terrestres y la vida de nuestro planeta. Si por doquiera que los
rayos del astro rey hacen abrirse un botón o brotar un capullo, hay para el
alma sentimientos de simpática ternura, aquí, en donde la vida tropical presta
colores y armonías a cuanto nos rodea, tenemos ante nuestros ojos el espec-
táculo más sublime.
Los conocimientos astronómicos comenzaron, pocos años hace, a vulga-
rizarse y a tener aplicaciones prácticas en todas las esferas : se creía accidenta-
les los fenómenos de nuestro planeta, se consignaba la experiencia, se anotaba
el hecho, sin fijarse en las causas y sin presumir que todo lo extraordinario
que contemplamos, desde las mareas descendientes del mar Rojo que tanto
admiraron los antiguos, como las erupciones de los volcanes, están sujetas en
general a reglas matemáticas dictadas por el movimiento de la tierra y por el
influjo y atracción de los demás astros. Sabido es que la tierra además de su
— US —
|i>doble movimiento* de rotación y traslación, oscila sobre su eje, inclinándose
algo más o menos hacia el plano de la elíptica : este tercer movimiento se llama
de nutación y se produce por la atracción inmediata del sol y de la luna, com-
pletándose en el espacio de diez y nueve años menos algunos meses : el camino
que la tierra recorre o más bien la elíptica se inclina cuarenta y cinco segundos
cada siglo hasta dos grados y cuarenta minutos que es la inclinación máxima,
volviendo progresivamente a su primitiva altura en que corta al Ecuador en
Í' un ángulo de 23?, 27', 56" 12'" : en veinte mil años realiza ese movimiento hasta
ocupar exactamente el mismo plano : sin contar otras oscilaciones y sacudidas,
esos dos movimientos dan por resultado cambios interiores en las capas terres-
tres y en el fuego central: siendo el movimiento causado por la nutación del
eje de la tierra, más pronunciado, y realizándose con más brevedad, se distin-
guen inmediatamente sus efectos llegándose a hacer aplicaciones a la agricul-
tura aun por personas poco peritas en conocimientos astronómicos. Próxi-
mamente cada diez y nueve años, la tierra se encuentra en las mismas condi-
ciones y si conviniera averiguar con exactitud nuestra posición, bastaría estu-
diar cuál era la del plano de la elíptica respecto al año que comparamos, pero
siendo tan tenue y prescindiendo de su importancia e influjo, hallaremos pró-
ximamente igualdad de diez y nueve años, en que el eje habrá vuelto a la misma
inclinación ; de aquí que sea tan fácíL deducir cosas que a primera vista parecen
imposibles de preveer. Los agricultores más instruidos aprovechan las expe-
riencias para dirigirse en sus faenas.
Se ha observado que las más grandes erupciones de los volcanes, tienen
lugar en la alternativa indicada, o sea cada diez y nueve años con leves dife-
rencias de tiempo. La. teoría del fuego central, está admitida como hipótesis
comprobada por los volcanes ; los volcanes son válvulas de seguridad. La
corteza de la tierra se halla colocada entre dos capas fluidas ; la exterior, el
aire atmosférico ; la interior, la zona incandescente o pirosfera. Ésta envuelve
el fuego central teniendo comprimidas las vibraciones luminosas y caloríferas
que existen como principio de elasticidad absoluta (i). En la pirosfera se
mantienen en actividad las vibraciones, formando el estado normal de movili-
dad de las moléculas de esta zona sobre la cual descansa la cubierta sólida,
cuyo espesor aumenta constantemente por la condensación de la pirosfera, que
se dilata en proporción, reemplazando las capas fluidas que se solidifican. El
movimiento de rotación de la tierra produce un choque continuo de la zona
incandescente contra las cap^s interiores de la tierra, plegándose y arrugán-
dose las capas recientemente solidificadas, y en vía de solidificación. La piros-
fera retardar su movimiento en relación al fuego núcleo central, lo cual da por
resultado corrientes del Ecuador a los polos y de los polos al Ecuador. En
estos choques y corrientes se pueden abrir hendiduras en la corteza de la tie-
( 1 ) A la teoría del fue^o central se hacen objeciones que pueden verse en la obra de Elíseo Uoohls
NUESTRO PLANETA." pásrina 25.
— 146 —
rra por donde se marche el líquido ígneo interior ; el movimiento retrógrado del
núcleo central se modifica por las perturbaciones del exterior o por la nutación
del eje de la tierra, por la mayor o menor inclinación de la elíptica y otras que
determinan sacudidas interiores más violentas que de ordinario en que se dis-
locan y rompen fácilmente las cubiertas, sobre todo, en las partes donde están
resentidas por erupciones anteriores. Entonces el fluido ígneo atravesando
la capa terrestre, según su cantidad y por consiguiente su fuerza, levanta
montañas y puede empujar los mares hacia las llanuras cambiando la geografía
del planeta. Es una hipótesis bastante racional, que el Continente americano
se formó a consecuencia de una de estas convulsiones interiores, debida a un
influjo más poderoso que la nutación del eje terrestre, quizás a la inclinación
extrema de la elíptica en coincidencia con el movimiento de nutación. El ex-
tenderse los Andes en todo el Continente, su formación volcánica y las pro-
piedades uniformes de toda la cordillera, dan motivo a suponer que también es
obra de un solo accidente: todas las grandes montañas del globo han nacido
de igual manera, según opinión unánime de los geólogos. Los mares se ven
continuamente asaltados por el fuego: en el archipiélago oceánico existen en
la actualidad muchas islas más que hace cien años. Aunque a primera vista
parezcan que sean más antiguos los terrenos en que casi han desparecido o
desaparecieron completamente los volcanes, los geólogos con mucha copia de
datos y por el examen de las capas de tierra aeguran que el suelo de América
es más antiguo que casi todo el antiguo Continente, no obstante su naturaleza
volcánica y las muchas bocas de fuego que permanecen abiertas. Entre las
bellas hipótesis que hemos leído acerca del porvenir inmediato de la tierra, no
hay ninguna que nos dé idea del aumento de los continentes en relación al
aumento de población. Es indudable que existirá una armonía superior entre
todas las cosas aunque el progreso de los acontecimientos actuales no alcance
a vislumbrarla. Se nota, aun en los tiempos históricos, alguna variedad en la
altura de los mares. En las del Pacífico al Sur de América, en algunos puntos
la costa se va retirando en más proporción que la entrada en el Norte de Euro-
pa, sin que este fenómeno corresponda al natural descenso de las aguas por
consolidación y evaporación. En los grandes descubrimientos que los ingleses
y alemanes hacen de las antigüedades orientales, se encuentran ya bastantes
datos que nos dan a conocer que no pasaron ignorados en a(|uellos remotos
pueblos ciertos accidentes que creemos estudiarlos por primera vez. No falta
quien asegura que la deificación al fuego o al agua, en todos los países primiti-
vos para la historia, emanaba, del conocimiento de esa lucha del fuego con el
agua, a los cuales respectivamente se atribuía el principio del mundo, según
que las ideas filosóficas se dirigieran a lo metafísico o a lo material.
"Ya que hemos hablado de eminencias, por contraposición vamos a hablar
de profundidades.
— 147 —
Son muy apreciadas las ascenciones a las montañas y a los volcanes ; los
relatos referentes a ellas se leen con el mayor interés y los viajeros curiosos,
los amantes de la naturaleza cifran su mayor gloria en la ascención al pico de
Tenerife; al Chimliorazo o al Cotopaxi ; pero no sucede otro tanto con los
descensos, pues nadie hace mérito de las exploraciones de los barrancos : es que
descender o bajar significa también mengua; subir, ascender es medrar, en-
cumbrarse, así es que la persona que ha hecho alguna ascención en su vida,
experimenta cierto orgullo, y hasta ahora nadie se ha enorgullecido por haber
bajado a un barranco, por más profundo que sea. Sin embargo, la exploración
de esas grandes grietas o quebradas que son tan numerosas cerca de las cor-
dilleras y que abundan en Centro-América, es de gran interés científico y no
ofrece menos peligros para el naturalista que la ascención a los volcanes. Los
barrancos presentan al geólogo y al botánico, numerosos materiales de estudio
y les reservan muchos descubrimientos, muchas sorpresas. Es considerable
la superficie de terreno inculto, improductivo, representado por esas hondo-
nadas que causan vértigo cuando se miran de cerca. Muchas veces, con algún
trabajo y con inteligencia, una parte de ese terreno pudiera ser aprovechado
para la agricultura ; varios barrancos pueden considerarse como precipicios de
valles, algunos están agrandándose cada día más a nuestra vista, como los de
Patzún. Su origen geológico es análogo al de los valles ; unos se han formado
por hundimientos, otros por desgarramiento, separación brusca o erosión.
Los primeros, son debidos a los temblores de tierra, a grandes oscilaciones que
han movido el suelo. Los barrancos de desgarramiento han nacido de la repen-
tina rotura de dos o más capas de terrenos producida por un terremoto, como
el barranco en el fondo del cual existe Chinautla. Las capas se corresponden,
y se siguen los dos paredones separados, como es fácil observarlo en el antigvio
camino de ese pueblo, tan luego como se deja la llanura para empezar la ba-
jada. Los barrancos de separación pueden ser formados por la pérdida o ale-
jamiento de una capa de terreno que estaba antes sobrepuesta en otras capas.
Las aguas torrenciales o diluvianas han producido este fenómeno. Los ba-
rrancos de erosión presentan este último fenómeno de un modo claro; sacan
su origen del efecto destructivo de las aguas, que han descubierto las capas
inferiores del suelo llevándose las capas superiores. Tal es probablemente el
origen del callejón de Guastatoya, en el camino del Golfo. Los callejones, son
barrancos por donde pasa el camino en las regiones montañosas y muy que-
bradas, como se dice vulgarmente. En la Baja Verapaz, entre San Cristóbal
y Salamá, se penetra en un desfiladero muy pintoresco, llamado Camino de la
Campana, donde se observa perfectamente la separación de los cerros que ha
dado lugar a su formación.
En los barrancos que existen al rededor de Guatemala hemos encontrado
un número de plantas de clima mucho más caliente que el de la capital ; si-
guiendo el riachuelo de la Barranca (por el Incienso), hemos llegado a los
— 148 —
baños del Zapote, salvando con mucho trabajo saltos elevadísimos y encon-
trando una multitud de plantas análogas a las de la costa. Hemos visto pun-
tos aparentes para el cultivo de pinas y flores de invernadero. Hay cerca de
Guatemala, barrancos que se pueden aprovechar como invernaderos para el
cultivo de legumbres y frutas. El examen de las rocas presenta gran interés.
Ahí se encuentran muchas de esas viñas silvestres que demuestran producirse
muy bien en esos lugares las viñas ingeridas.
La profundidad de ciertos barrancos es un gran obstáculo para el descenso
y es preciso buscar guías o prácticos inteligentes para emprenderlo.
Cuando un barranco se halla al borde de un camino angosto, no deja de
ser un peligro para el que va montado. Hace algunos años, un oficial del
ejército, Mariano Montealegre, se escapó milagrosamente de un terrible acci-
dente que debió haberle costado la vida. Iba caminando por el departamento
del Quiche, montado en una buena muía, pero espantadiza. Se encontraba
en un camino estrecho a la orilla de un barranco de más de 150 metros de pro-
fundidad, cuando de repente salió del monte un indio dando voces. La muía
asustada dio un brinco hacia el barranco llevándose al jinete en su vertiginosa
caída. Por una fortuna sin igual, Montealegre pudo asirse de una pequeña
encina que había crecido en una de las hendiduras del paredón y pudo agarrar-
se sólidamente mientras el pobre animal rodó hasta el fondo del precipicio.
A las seis horas, cuando nuestro oficial no contaba con ningún medio de sal-
vación e iba perdiendo las fuerzas, llegaron unos doce indígenas a quienes el
indio primero había contado el terrible percance del cual era la involuntaria
causa. Por medio de fuertes lazos, después de mil dificultades, pudieron sacar
a Montealegre de su crítica posición y lo llevaron cargado hacia un caserío,
donde le prodigaron toda clase de cuidados. Esto nos decía después Monte-
alegre, se llama salir del barranco. Por fortuna, se cuentan pocos accidentes
análogos a pesar del gran número de precipicios que existen a la orilla de los
caminos de herradura y de carruajes.
Ya que hemos hecho mención del "Camino de la Campana," vamos a refe-
rir una conseja tradicional de la Verapaz, y de la que trae su nombre dicho
camino. "El Cacique de Chamelco, bautizado por el Padre Las Casas, con el
nombre de Juan, hizo un viaje a la Península Española a conocer al rey, que a
la sazón lo era Carlos V de Alemania y I de España. Este monarca después
de haberle concedido a Juan Matalbach el tratamiento de don, le regaló dos
campanas grandes y sonoras, para su pueblo, las cuales fueron conducidas de
una manera milagrosa, para Chamelco, en donde debían estar el Viernes Santo
en la noche, para que los repiques de la gloria, el -día siguiente, pudieran darse
con ella. Ya sea que los espíritus celestes que llevaban a cabo la empresa,
fueran contrariados por los malignos, o que se entretuvieran en conmemorar el
cruento drama del Gólgota, el hecho es que el viernes santo las campanas
estaban todavía a siete leguas de Chamelco. En tan grande apuro, dejaron
- 149 -
una de ellas y caminaron con la otra, que es la misma que hasta Cobán y más
lejos hace oír su sonora voz.
La campana que no pudo llegar a su destino, está colgada según leyenda,
en una cueva que el viajero ve desde la margen del caudaloso río de "Chisiy,"
como a cien metros o más de altura, en el centro de una inmensa peña cortada
a tajo, i Cuál se sobrecoje el alma del caminante al contemplar esa tremenda
mole: parece que se desploma y que uno queda sepultado bajo de ella!
Todos los años el viernes santo, a las tres de la tarde, diz que suena la
campana con lúgubre tañido Y no faltan medrosos indios que además
aseguran muy formales que por las noches ven aparecer al Cacique don Juan,
por aquellas soledades".
Siguiendo la narración de la orografía Centro-Americana, vamos a tratar
de lo concerniente al suelo de la República de El Salvador, interesante por
todo extremo.
Uno de los trabajos más curiosos del movimiento étnico, que ha trans-
formado la superficie del istmo, son los Ausoles de Aguachapán, respiraderos
magníficos, dignos de estudio muy detenido; los nacimientos volcánicos en
Ilop^ngo, semejantes a un pebetero colosal que sale de la superficie de las
ondas de aquella hermosísima laguna ; el volcán de Santa Ana, de 6,600 pies
de altura, activísima ampolla terrestre, que en el año 1770, comenzó a levan-
tarse, y que después ha hecho cundir el miedo por aquellas ciudades y alque- ■
rías; el volcán de San Vicente, con el valle a sus pies de Jiboa o Tepetitán,
pintoresco como pocos y bello sin igual ; el volcán de San Miguel y el de Con-
chagua, forman también aquel regimiento de gigantes desoladores, que a las
veces han causado muchos daños a los habitantes de esas fértiles comarcas.
El primero de quien se tiene noticia de haber bajado a la laguna que forma
el cráter del volcán de San Salvador (i) fué el comerciante don Marcos Idí-
goras, el domingo 23 de marzo de 1843, y escribió una curiosa descripción,
nada científica, pero muy natural y verídica, de aquel hermoso espectáculo, que
pudo contemplar después de muchos peligros. La ascención al volcán de San
Salvador, puede leerse en "La Revista de la Sociedad Económica," de 14 de
enero de 1847, tomo 1°, N- 7. El barón Bülow dice que aquel espectáculo es
tan imponente y único, que el contemplarlo vale la pena del viaje a Centro-
América. Ya Palacios, en su Relación a Felipe II, habla de esa maravilla. El
doctor don David J. Guzmán escribió lo que sigue: "Las rocas porosas y
duras, según las investigaciones minuciosas de Mr. Plat, de formación feldes-
pática, con cristales de mica y fragmentos piroxémicos variados, han surgido
por una grieta inmensa de dirección paralela a la costa del Pacífico, levantando
las formaciones anteriores y constituyendo esa especie de grandiosa columna
vertebral sobre la que se apoyan nuestras costas y la innumerable serie de coli-
(1) Dice Squier que el Vessuvio, desde su Vjase, puede caber fácilmente dentro del cráter del volcán
de San Salvador.
— 150 —
ñas, montes, vallados y altiplanicies que forman el interior de la zona salva-
doreña. La orientación de esa barrera volcánica, que en gran parte es la
misma de Centro-América, es : E. 20". S. 20? N. y su estructura mineralógica
es igual en todas partes, siendo a veces anterior o posterior a la erupción
traquítica. La más importante por sus aplicaciones, es la roca caliza, que con
frecuencia se encuentra en diversos puntos del país, como en Metapán, Sen-
suntepeque, Chalatenango, Cuscatlán y muy abundante en los alrededores de
San Salvador, Esta cíase de roca se halla transformada a veces, en mármol,
más o menos duro, cristalizado, como el mármol sacarino de Chalatenango ;
otras veces, combinada con la magnesia, bajo la forma llamada dofomitisada.
En otros lugares el calizo se encuentra revestido de sus caracteres primitivos
de roca de sedimentos y suele contener fósiles que permiten establecer la edad
relativa de la formación. Por lo general, no aparece fuera de la línea de los
volcanes que lo han despedazado y cubierto con sus deyecciones, bajo las cua-
les es seguro encontrar capas calizas cubiertas por lavas volcánicas y terrenos
de transformación.
Es frecuente encontrar también, con el traquito, los esquistos o mica-es-
quistos de estructura laminar, que se observan en esas elevadas rocas, talladas
a pico, tan frecuentes en los sistemas secundarios que se separan jle la cadena
volcánica. El pórfido colorado, de pasta vítrea-feldespática, con cristales de
Icuarzo, se ve a menudo al lado del traquito, coin<> <nr.í!e en San Atit<>nii> Apa-
'neca, en el volcán de San Salvador.
Hace años que el célebre barón de Humbt)i(it m/o las mismas onscrvaciu-
nes en Colombia, Perú y México, y llamó a estos pórfidos metalúrgicos, porque
siempre acompañan a las vetas de plata, plomo y antimonio.
En muchos lugares, los terrenos que cubren las primeras capas, son los
humíferos, colocados encima de otras capas de lavas volcánicas y cenizas mez-
cladas con piedra pómez, cascajo y puzolana, que forman mantos más o menos
espesos, como sucede en los terrenos sobre los que están construidas las ciuda-
des de San Vicente, San Salvador, Santa Tecla, Chalchuapa, Santa Ana, Que-
zaltepeque y otros lugares, y en Santa Ana y Chalchuapa todavía se observan
grandes aglomeraciones de lava a flor de tierra, en diversos puntos, probable-
mente lanzados por el Amatepeque. Estos terrenos humíferos, mezclados a
las cenizas y escorias volcánicas, son las que forman esas fértiles zonas de las
llanuras de San Vicente, Zacatecoluca, üsulután, Santiago María (altiplani-
cies) faldas del volcán de San Salvador, del lado de Quezaltepeque, donde
están ubicadas valiosas fincas de café ; y sobre todo» esa fértil y extensa faja
que abraza toda la cordillera de Santa Ana hasta sus confines con el departa-
mento de Ahuachapán. El origen y fertilidad de estos terrenos, procede, pues,
de la descomposición de esas rocas eruptivas a través de larguísimos períodos
de acciones químicas constantes que se ejercen por las fuerzas naturales en
acción perenne. Por una parte, la acción de la temperatura y del agua se une-
^fer-^rcr
151 —
a la acción de la atmósfera y de la vegetación, transformándose incesante-
mente, para activar la metamorfosis aluvial, que es la que da a los terrenos esa
feracidad tan grande, característica de todas las zonas del trópico.
Las capas gipsosas son más abundantes en los departamentos de San
Salvador,- Chalatenango, Cabanas, San Vicente, San Miguel, Cuscatlán y Santa
Ana. Existen cerca de Metapán abundantes minas de cal, yeso y cuarzo, y
en varios puntos de la república, como Ilobasco y San Juan Lempa, depósitos
considerables de lignitas.
Según Fernández, las rocas predominantes en la constitución de los te-
rrenos de El Salvador serían las siguientes : el granito, los pórfidos, principal-
mente el tablar, la esquista y la pizarra arcillosa, las rocas silíceas, (pedernal,
l)iedra chispa) el asperón o arenusca (talpetate) de consistencia en general
blanda y de colores variados, los calcáreos, carbonatos y sulfatos ; y más que
todas las otras, las rocas traquíticas, basálticas y de lavas, encontrándose las
dos primeras especies casi exclusivamente en las inmediaciones de los volcanes
apagados, desde tiempo inmemorial, y las últimas cerca de los que están en
actividad o que hace poco han entrado en receso. Otras rocas presentan for-
maciones de feldespato, magnesia, hierro, hierro magnético, plomo, plata y
otros compuestos metálicos no definidos. Podemos, pues, establecer, en tesis
general, que los basaltos son el prototipo de los terrenos de El Salvador, y han
debido constituirse en un período de larga duración. Según el geólogo ame-
ricano, Mr. Dutton, no hay referencia entre lo que duran las rocas eruptivas y
su composición y estructura.
La cadena volcánica de El Salvador comienza al Sudoeste de Guatemala
y va morir en un volcán ya extinguido o de cuya erupción no se conserva
memoria, el volcán de Conchagua. Aquella cadena comprende los picos
siguientes :
— 152 —
Esa admirable combinación de volcanes imprime carácter especial a la
topografía de El Salvador, cuya parte más elevada es la que da al golfo de
Fonseca y se corta en tremendos acantilados de rojizo aspecto y a las veces
de humeante calor, que contrasta» suavemente, con el verde monótono del golfo.
Entre Acajutla y la Libertad se encuentra la rica Costa del Bálsamo, llamada
así por el Myros permun, que en maravillosa abundancia, se ostenta exuberan-
te, rompiendo la monotonía de una tira extensísima, arenosa y tostada que
baten con furia las olas del Pacífico.
Las montañas de El Salvador vienen a formar la rama meridional de una
bifurcación que desde Guatemala se acentúa, hasta formar su mayor apertura
a esa latitud. Los orígenes ígneos del suelo se muestran por todas partes en
estratos de arcillas ferruginosas y sulfurantes, dejando inmunes ricos valles,
repletos de residuos orgánicos, cenizas en descomposición y materias que for-
man una vegetación lujuriosa.
Brotan muchas fuentes termales sobre conos pequeños, que parecen re-
medo microscópico de los altos picos que llegan casi a 2,000 metros, y que son
masas de pórfidos revestidos de arcillas. El P. Gage llamaba "Bocas del In-
fierno" a la región del Izalco, en que son incontables las fumarolas y ausoles
humeantes. La grieta diabólica va de Aguachapán hacia el N. E. profusa en
charcas de apestoso cieno, removido por el furor de orgánicos gases.
Aún se nota, a primera vista, que la antigua Cuscatlán, como los indígenas
llamaban a aquella región, sufrió cataclismos horrorosos. Hasta el día se ven
fenómenos ígneos terribles y ante el espectador se va elevando el volcán de
entre las aguas de un lago, y acuden los sabios a contemplar fenómenos, fre-
cuentes en épocas muy remotas y cuyos restos ahí quedan para atestiguar lo
que sufrió el istmo centro-americano en arcaicos días de ciclópeos desastres.
"El Lempa es el río principal de la república de El Salvador, nace en Gua-
temala, riega parte de Honduras y penetra al Noroeste de Chalatenango. Es
un río unionista, que vive enseñando cómo el hilo material de las aguas salva
las fronteras, para que en su ejemplo se aprenda qué fácil le sería al hilo divino
de la fraternidad, sobreponerse a los accidentes de la política rcírioiial v en-
sanchar la geografía física y experimental de los pueblos.
"Cuando como ahora nos engolfamos en el estudio de las giaii(R/.íi>. de
todo género que encierra la privilegiada región central de nuestro Continente,
no podemos evitar que tan deleitosa tarea deje en el ánimo una nota melancó-
lica, que no es de desaliento, pero si de pena, al pensar que más sabia es la
naturaleza que prudente el hombre, y que allí, puso la creación perfectamente
delineada, maravillosamente combinados sus diversos elementos de existencia,
admirablemente asentados sus territorios entre dos océanos, dándose las ma-
nos con los otros dos trozos de la América, la planta geográfica de una entidad
política, y que aun corren los días y aun corren los años, sin que los hijos de
— 153 —
esta reg-ión hermosa se resuelvan a poner en práctica lo que el destino les está
dictando para su futuro engrandecimiento y equilibrio del Continente."
"El Polochic es uno de los más caudalosos ríos, entre los que zurean nues-
tro suelo, y tal vez el más importante de todos por ser navegable en una gran
extensión de su trayecto, y por estar colocado entre la Alta y Baja Verapaz,
que tienen un suelo tan fértil y tan rico en producciones agrícolas, para cuya
exportación ofrece el río cómodo y fácil camino; estas ventajas dan al Polochic
una importancia suma.
Nace ese caudaloso río en las alturas de Tactic, bonita población como de
2,000 habitantes, en su mayor parte indígenas, situada en la jurisdicción de la
Alta Verapaz. No es en su origen sino una humilde quebrada, seca durante
los calores de la primavera, y que ni está marcada en los mapas de la Repú-
blica, los cuales hacen nacer este río en las inmediaciones de Tamahú, lugar a
donde llega después de atravesar una garganta de algunas leguas, entre las
cercanías de Rancha y de Chance, por un cauce desigual y pedregoso y un
clima bastante frío.
De Tamahú en adelante tiene un caudal de aguas mayor e invariable en
todas las estaciones ; su lecho es siempre pedregoso y bastante inclinado ; sus
márgenes están cubiertas de una vegetación escasa, compuesta en su mayor
parte de arbustos y algunos encinos; su curso, aunque es demasiado tortuoso,
sigue una dirección de Poniente a Oriente, hasta el lugar llamado Tucurú,
población de indígenas, como de 800 habitantes, situada a cinco leguas de
Tamahú. En las inmediaciones de esta población recibe las aguas del río de
Tucurú, tributario suyo, y cambia de dirección hacia el Norte por entre espe-
sos y dilatados cañales, que sin más trabajo que quemarlos en la estación opor-
tuna, se convertirían en magníficos pastos ; continúa con dirección hacia el
Norte hasta recibir un segundo tributario que se le agrega en los alrededores
de la ranchería llamada Chamequín, donde recobra su dirección primitiva de
Oeste a Este, y se desliza al pie de una serranía, por entre juncos y cañas,
alternando con pequeñas arboledas cubiertas de magníficos parásitos, pasando
por las rancherías de la Hamaca, Matacní y la Tinta. — Este caserío, antiguo
ingenio de añil, está hoy convertido en población por los indígenas de Alta
Verapaz, que huyendo del trabajo y malos tratamientos a que los sujetan los
agricultores, han abandonado sus hogares. En las orillas de esta población
se une al río Sinajá, y sus aguas, aumentadas con él, corren por un cauce poco
pedregoso y orlado por una vegetación más rica y frondosa entre la que co-
mienzan a notarse algunas pequeñas palmeras, y que va presentándose más
rica y variada a medida que se acerca a su embocadura.
Cuatro leguas más abajo de la Tinta se encuentra Telemán, población de
indígenas anterior a la conquista ; allí las aguas del Polochic, en aumento pro-
gresivo a causa de recibir los ríos de Pueblo Viejo y Tinajas, son ya navega-
bles para pequeñas embarcaciones durante la estación lluviosa ; pero, aunque
— 154 —
el cauce arenoso y la suave corriente favorecen la navegación, los muchos ba-
jíos que hacen varar las canoas dificultan el tránsito, por lo que se ha abando-
nado la navegación de esta parte del río, y sólo desde Panzós, pueden circular
sin dificultades las lanchas que sirven para recorrerlo.
Panzós, considerado como puerto interior, es una aldea como de 1,500 a
2,000 habitantes, que primitivamente eran indígenas en su totalidad ; pero que
por su actual importancia se ha atraído la inmigración de los puebos de Vera-
paz, Chiquimula, Jalapa y poblaciones fronterizas de la República de Hondu-
ras. De manera que los actuales pobladores son en su mayor parte ladinos,
que por sus distintas procedencias le imprimen un carácter especial, lo que
unido a la inmediación del río en cuyas márgenes se encuentran siempre vara-
das numerosas canoas y aún algunas pequeñas barcas y lanchas, le da el
aspecto de un pequeño puerto.
Panzós está situado a unas 100 varas de la orilla del río; sus dos o tres
calles son rectas y están formadas por bonitas casas cubiertas de hojas de
palmera y algunas de teja. Hay en el puerto dos casas de consignación que
se encargan de exportar el café de la Alta Verapaz y de la introducción de las
mercaderías que necesita el mismo Departamento.
Desde Panzós hasta las bocas del Polochic, en una extensión de más de
veinte leguas, el río es navegable en todas las estaciones por su suave corriente,
por la profundidad de sus aguas y su arenoso lecho ; su cauce es parejo y corre
por entre anchas y fértiles vegas, por donde se extienden sus aguas crecidas
oor las abundantes lluvias de verano; de manera que su corriente, bastante
^uave, se encuentra muy poco aumentada aun durante los más recios tempora-
les. La navegación se hace en canoas de una sola pieza y que fabrican los
habitantes del lugar ahuecando el tronco de un cedro o de algún otro árbol de
madera elástica y de poco peso. Estas canoas, bastante largas y angostas,
tienen el fondo enteramente plano, lo que, si favorece su marcha por los bajíos,
las hace muy lentas, especialmente si se trata de remontar corrientes, a la que
presentan una superficie plana, nada a propósito para cortar las aguas ; y por
tanto, aunque bajan bien el río ayudadas por la corriente, son muy impropias
para subirle : estas imperfectas canoas están provistas de pequeños remos de
un metro de largo, bastante angostos y que no se apoyan en la orilla de la
canoa, sino que se manejan a fuerza de puños ; un medio de impulsión como
este es otra causa que dificulta y retarda la navegación. Aunque, como llevo
dicho, el medio general de transporte son estas primitivas embarcaciones, hay
también algunas lanchas bien construidas, y dos pequeñas barcas chatas con
sus palos para emplear las velas, pertenecientes a las casas de consignación
que hay en Panzós (i).
( 1 ) Hoy, además de dichas embarcaciones, bay un vapor que hace sus viajes semanales regular-
mente desde Panzós a Lívingston, y vice versa.
— 155 —
La sección navegable del río es también la más bella, pues sigue su tor-
tuoso camino por entre una magnífica y variada vegetación, propia solo de
nuestro privilegiado suelo americano en sus regiones intertropicales. Desde
los más corpulentos árboles hasta los más pequeños musgos, crecen en las her-
mosas vegas del Polochic. Allí se admiran los cedros y caobas en toda su
magnitud , los cocoteros y manacas, elegantes y útiles palmeras, los esbeltos y
elevados voladores, el quiebra-hacha, de fibras tan duras y resistentes, que su
madera se conoce con el nombre de palo de hierro, los bambúes y los tarros e
infinidad de otros árboles siempre verdes y frondosos en la eterna primavera
de que disfrutan, enlazados y cubiertos de infinidad de plantas trepadoras y
parásitas, cuyas flores de los más brillantes y variados colores, esmaltan los
diversos matices de sus verdes hojas.
Entre esas plantas abundan la aromática vainilla, el cacao, la zarzaparilla
y otras muchas útiles y productivas que crecen silvestres y ofrecen sus frutos
al primero que quiera tomarlos. Esta rica y exuberante vegetación presenta
un variado cuadro a la vista del viajero, que abandonado a la suave corriente
del río, sigue su curso. Multitud de aves de diversas especies revolotean
sobre las copas de los árboles y las playas del río, entre las que se admiran
numerosas garzas y patos silvestres, de todos tamaños y colores, y tanta varie-
dad de pájaros, que la colección de sus familias bastaría para poblar un museo.
Aunque dirigiéndose siempre hacia Occidente el río sigue un curso tan
tortuoso y son tan numerosas y continuadas sus vueltas que, el que por pri-
mera vez viaja por él, no tarda en perder el Norte y en ignorar la dirección en
que camina : aun es difícil calcular las distancias que los naturales miden por
vueltas y no por leguas, lo que da una idea bastante inexacta del camino que
aun resta por recorrer. Los habitantes del lugar no caminan más que por el
río, así es que se procuran una canoa con el mismo afán que ponen nuestros
otros campesinos en proveerse de un caballo ; casi no hay familia que no tenga
su canoa más o menos grande e imperfecta ; en ellas viajan y transportan sus
víveres y mercaderías, y no es raro encontrar una familia entera hasta con sus
perros y muebles que se traslada en una o dos canoas buscando un lugar a
propósito para asentar su domicilio.
Como una legua abajo de Panzós, en el lugar llamado Los Encuentros de
Cahabón, se reúne al Polochic el río llamado también de Cahabón, que por las
muchas arenas que arrastra en sus crecidas, ha formado numerosos bancos que
hacen el paso difícil y aun peligroso, si los barqueros no conocen los canales
que dan el fondo necesario para el paso de la embarcación. El Cahabón casi
duplica las aguas del Polochic, que desde Los Encuentros en adelante tiene
una anchura de cuarenta a cincuenta metros y más, y un fondo en sus partes
más profundas de una o dos brazas ; sus aguas son tan cristalinas que permi-
ten ver su fondo, y perfectamente potables, aunque no muy frescas, pues por
la anchura del río están la mayor parte del día expuestas a un sol abrazador,
-156-
que aumenta mucho la temperatura ya bastante elevada por lo bajo del lugar,
así es, que casi es imposible caminar en canoas descubiertas, como lo hacen los
habitantes del lugar, que sólo cuando condwcen pasajeros cubren sus embarca-
ciones con unos toldos que llaman carrozas.
Seis leguas abajo de Los Encuentros de Cahabón se une al Polochic el
río Sarco, que en unión de los numerosos riachuelos que en toda su carrera se
le agregan, aumenta sus aguas y su anchura. Un poco más abajo, y sobre la
misma orilla en que desemboca el río Sarco, se encuentra la única habitación
que hay desde Panzós hasta el lago de Izabal, y que se llama "El Laga.rto,"
lugar en que no habitan sino dos familias cuyo jefe es un cazador de tigres
famoso en toda la comarca. Desde el Lagarto en adelante continúa el Polo-
chic su majestuoso curso sin encontrar una sola población en sus frondosas
orillas hasta el lago de Izabal en donde desemboca dividiéndose en seis ramas
que forman un delta, y allí se presentan algunas dificultades para el paso
de las embarcaciones, porque el fondo no es igual en todos los canales, ni en
uno mismo en distintas fechas; pues alternativamente se inclina la corriente
a cada una de las seis bocas que forman el delta.
La travesía de Panzós al lago puede hacerse, con una lancha bien tripu-
lada, en diez o doce horas; pero remontando la corriente para ir del lago a
Panzós se necesitan de treinta y seis «r cuarenta horas, tiempo en que los reme-
ros no pueden descansar sino atracando a las orillas para no perder, arrastra-
dos por el río, el espacio adelantado : en la estación lluviosa la travesía es aun
más dilatada, pues los árboles que arrastran las crecientes y qtiednn en el
lecho del río, retardan la marcha de las embarcaciones
Las dilatadas y magníficas vegas del Polochic, despoblailas y baldias eii
toda su extensión, están cubiertas de una selva virgen en la que abundan
maderas preciosas y de construcción que por estar situadas en las orillas del
río, sería muy fácil su exportación ; su suelo es quizás el más fértil de Centro-
América, circunstancia que presagia a esa importante sección de nuestra
República un brillante porvenir.
En medio de la escena brillante de nuestro variado suelo, quedaron ahí
nuestros volcanes, cual plutónicOs pebeteros del gran fracaso de la edad mio-
cena, y forman hoy un sistema especial orográfico, único en su género, mara-
villoso en su conjunto, que contemplado desde el mar, presenta en lontananza
azulosas pirámides, encendidas algunas de ellas y arrrojando al cielo ígnea
lava, que ilumina el espacio con sublimidad aterradora (i).
El lago de Atitlán, de siete leguas de circunferencia, forma uno de los
panoramas más bellos del milndo. La parte Septentrional está rodeada de al-
tísimas rampas que apenas dejan acercarse a la ribera, mientras que por la
costa del Sur, se elevan varios volcanes, de entre los que surge el Atitlán,
(1) Vup dos Cordilléres et monuments des peuples indlgénes de l'Amérifiue. Paris.
— 157 —
proyectando su gigantesca sombra en las límpidas aguas del lago transparente,
cuyas frondosas orillas vense pobladas por diversos indios, industriosos, so-
brios, alegres, que en estrechos cayucos, se entran navegando en las tranquilas
ondas. Destácanse en los contornos comarcanos, los ranchos pajizos, las
blancas chozas de San Pedro, Santa Catarina, Ixtahuacán y San Antonio, sus-
pendido este simpático pueblo, como un nido de águilas, en un abrupto anfi-
teatro, completamente inabordable en la parte del lago, y circuido de rocas
negruzcas inexpugnables, que ahí dejó el gran cataclismo, aún recordado por
los aborígenes de aquellos sublimes sitios.
Las colosales montañas, los volcanes diversos, los valles profundos, las
llanuras inmensas, las requemadas rocas, los picos altísimos, nevados por los
vientos del Norte, y las cálidas arenas que tuesta el sol de los trópicos, dan a
todos esos lugares, la variedad y magnificencia de tierras vírgenes que aun no
han revelado todos sus secretos.
Es por todo extremo curioso observar que las aguas del lago de Atitlán se
mantienen a 558 metros sobre el nivel del Pacífico, teniendo una profundidad
que no se ha podido averiguar, y sin que se le conozca desagüe, a pesar de que
recibe las grandes corrientes de los ríos Iboy y Panajachel. Se cree que laí.
aguas filtran por diversos puntos del suelo y de las rocas que le sirven de lecho,
yendo a formar riachuelos hacia el sur, algunos kilómetros más abajo.
Nuestro amigo, el inteligente ingeniero don Alejandro Prieto, escribió un
interesante artículo sobre el "Lago Azufrado". Dice así : "Una cordillera
muy irregular de montañas, destrozada a cada paso por numerosos ríos, caña-
das y precipicios insondables, se extiende desde la línea fronteriza de Soconus-
co, por la parte de México, hasta las márgenes de la laguna de Guija, situada
en las fronteras de El Salvador, atravesando en este trayecto todos los depar-
tamentos del Sur Oeste de la República de Guatemala y prolongando por este
rumbo sus contrafuertes en declives más o menos violentos, hacia las fértiles
playas del Océano Pacífico.
Esta cordillera traza en la carta geográfica de la República algunas líneas
sinuosas, en cuyas curvaturas más irregulares se ven colocadas de trecho en
trecho las cumbres gigantescas de muchos volcanes.
En los departamentos del Este^ del Norte de Guatemala sería difícil de-
terminar .con alguna precisión la línea seguida por la formación de las cordille-
ras, pues que el viajero que haya recorrido estos últimos departamentos, recor-
dará el desorden en que se encuentran colocados ; desorden que hace suponer
que algunos siglos antes de su firmeza y estabilidad actuales formaron una
inmensa combinación de materias arrojadas al espacio por la acción plutónica
de los volcanes. Esto es tanto más probable cuanto que se encuentran en las
partes más elevadas de las montañas, así como en los valles que en corto nú-
mero forman conos truncados más o menos regulares, en cuya base superior
están aún abiertos en el fondo de los cráteres gran número de respiraderos,
-158-
por donde se escapan al espacio los gases producidos por un fuego interior
que aun no se encuentra del todo extinguido.
En el camino que se transita en la actualidad entre San Juan Utapa y
Chiquimulilla se atraviesa el terreno esencialmente volcánico en que se en-
cuentran situados los altos riscos del cerro de Tecuamburro. En esta comarca
existe un gran número de esos respiraderos a que acabo de referirme, los que
ofrecen salida hasta la superficie del terreno al calor y gases que se originan
de un fuego subterráneo, no muy profundo en aquellos lugares, y difícilmente
sofocado por la gravitación que forman en conjunto lo? cimientos de granito
de las montañas circunvecinas.
Una prueba de lo que acabu de decir es el Lago A/.u irado, en cuya ribera
oriental se encuentran algunos orificios, de los cuales se elevan columnas de
aire de una temperatura tan elevada que no puede soportarse alcontacto de la
mano ; encuéntranse también algunos pozos llenos de un lodo ligeramente
teñido de amarillo por la gran cantidad de azufre que contiene, el cuál está en
constante ebullición. No pude conocer el grado de calor de este lodo cuando
visité el Lago Azufrado, por falta de un ai)arato competente, pues un ter-
mómetro, cuya subdivisión alcanzaba a 70" centígrados, hubiera estallado con
sólo permanecer sumergido en él durante dos minutos ; tal era la rapidez con
que se verificaba la dilatación del mercurio en el tubo de cristal que lo contenía.
En los primeros de estos orificios noté que las pequeñas columnas de aire
caliente que por ellas se escapan, arrastran constantemente en su salida una
gran cantidad de menudo polvo de azufre, que se adhiere a las protuberancias
y huecos de las rocas que forman las paredes de aquellas chimeneas naturales.
Por la orilla Occidental del Lago se encuentra otro número mayor de
respiraderos, aunque éstos en su totalidad no merecen ya tal nombre, por estar
al presente obstruidos y completamente fríos ; la única cosa que en ellos de-
muestra haber sido de la misma naturaleza que los de la margen oriental, son
los restos de azufre que se encuentran en los "intersticios de las rocas cjuc los
rodean.
Esta clase de respiraderos se encuentran también a uno y otro lado del
camino desde la cumbre de la cuesta de Ixpaco hasta la subida a la pequeña
aldea llamada Tempisque, algunos de los cuales están situados tan inmediatos
al camino, que el olor nauseabundo que despiden no puede soportarse por largo
tiempo, y avisan al viajero la presencia, en el aire que respira, de gases sulfu-
rosos y corrompidos.
Se cuenta por los vecinos de esta comarca que existe uno de estos orificios
llamado el Pozo de la Muerte, del que se escapa una columna de aire envene-
nado por no se sabe qué gases subterráneos, que produce la muerte de un modo
instantáneo a todos los animales, tanto cuadrúpedos y reptiles que se acercan
a él, como a las aves que en su vuelo lleguen a pasar por encima del orificio que
la despide. Esto me hizo suponer la existencia en el sitio de que se me hablaba
— 159 —
de algún fenómeno semejante a los que tienen lugar en el llamado Valle del
Veneno o de la Muerte, en Java, o en la gruta de Cannas en las inmediaciones
de Ñapóles, en donde la abundancia del gas ácido carbónico que se exhala de
los respiraderos, produce la asfixia al que penetra en tales parajes y permane-
ce en ellos por largo tiempo.
Cuando se me dieron tales informes respecto del Pozo de la Muerte, quise
conocer personalmente tan peligroso sitio y busqué al efecto entre los vecinos
de Tecuamburro un guía conocedor de aquellas montañas. Fui conducido en-
tonces a un lago muy inmediato a la aldea de Tempisque, que no dista de ella
sino un kilómetro a lo sumo, y al pié de un elevado barranco, de los muchos
que forman los destrozados contrafuertes del cerro de Tecuamburro, se encuen-
tra un espacio de forma elíptica, de trecientos metros de circunferencia, en
donde el color amarillento del terreno, el olor azufrado que satura la atmósfera,
las moléculas de azufre que se encuentran con restos de escorias volcánicas ;
todo hace suponer que ahí existió un gran respiradero sulfuroso de la misma
naturaleza de los que se encuentran en el borde Oriental del Lago Azufrado.
Tal es el sitio que se me señaló como el pozo llamado de la Muerte por los.
habitantes de aquella comarca y del cual se me habían dado los informes que
dejo indicados. Muy pronto pude convencerme entonces de la exageración de
tan siniestros rumores, pues que en la actualidad todo ser viviente puede per-
manecer en las inmediaciones del Pozo de la Muerte sin abrigar el menor
temor de ser -víctima de alguna influencia mortífera, extraña y desconocida.
Al examinar más detenidamente el Pozo de la Muerte, pude conocer que
ha sido obstruido por los considerables derrumbamientos que han tenido lugar
en el barranco a cuyo pié se encuentra colocado ; pues este barranco, elevándose
a una altura de cuarenta metros aproximadamente, tiene aun en el día grandes
moles peñascosas que parecen estar suspendidas en el espacio por un verda-
dero milagro de equilibrio ; pero que sin duda se precipitarán al más ligero
estremecimiento que sufra el terreno en los continuos temblores que lo con-
mueven. El Pozo de la Muerte es al presente menos temible por sus exhala-
ciones que los pequeños pozos del Lago Azufrado. No obstante, es indudable
que el mal clima que se atribuye a la comarca que se extiende de San Juan de
Utapa a las alturas de Tecuamburro, es debido a las influencias que ejercen en
el sistema fisiológico de todo ser viviente los gases pestilentes y venenosos que
se desprenden de los citados respiraderos. Una prueba de ésto es la de que
los labradores que bajan a los valles de las montañas en las primeras horas de
la mañana a emprender sus tareas agrícolas, caen atacados a los muy pocos
días de fiebres miasmáticas de las que muy rara vez escapan con vida. La
dolorosa experiencia que han adquirido de esta verdad los ha hecho prescindir
al presente el trabajar en el bosque en las primeras horas del día, teniendo que
esperar que las ligeras neblinas que por lo común cubren las partes bajas del
— i6o —
terreno al amanecer, hayan desaparecido para comenzar sus tarcas sin el
pelijfro de la enfermedad.
La explicación científica que puede darse a este hecho es la de que los
gases que se despiden de los respiraderos y ciénegas azufradas se extienden en
las capas bajas de la atmósfera, ocupando el fondo de los valles, debido a la
frialdad de la temperatura que se nota durante la noche ; y estos gases que son
los que producen el envenenamiento de la sangre, se elevan a las altas regiones
de la atmósfera, cuando el Sol ascendiendo sobre el horizonte los volatiliza por
medio del calor.
Sin embargo de ésto, el clima de que se goza en "Pueblo Nuevo" y en las
alturas de Uzumasate, en donde está situada la finca de "Padilla," es un clima
bastante saludable, pues desde luego se comprende que las causas que acabo
de mencionar y que hacen malsana la parte baja de aquellas montañas, no
existen en las alturas.
En los terernos que se extienden al Sureste de Pueblo Nuevo se encuen-
tran extensiones de bastante consideración, suficientemente planas y muy
propias para cultivar café ; su altura sobre el nivel del mar es de 3,800 pies y
las plantaciones que en pequeña escala se han hecho, demuestran las grandes
ventajas del terreno para esta clase de cultivos.
Mucho deben contribuir indudablemente al exuberante desarrollo de la ve-
getación en aquellos lugares, esos mismos gases deletéreos que son un veneno
para los seres animados, puesto que las plantas se desarrollan en mucho por
la influencia del ácido carbónico que figura entre los componentes del aire y
este gas debe abundar sin duda en unos sitios en donde existen abiertos en la
superficie misma del terreno respiraderos de antiguos volcanes.
El lago Azufrado, además de estos respiraderos, ofrece otros fenómenos
muy dignos de notarse, los cuales consisten en los movimientos contrarios que
experimentan sus aguas, pues aunque a primera vista parecen dormidas, a poco
que se les examina se nota en ellas la existencia de corrientes indudablemente
determinadas por esfuerzos subterráneos, unas repulsivas y otras absorbentes,
imposible de ser conocidas en su origen y combinaciones interiores.
Pocas palabras bastarán para dar una idea de las condiciones en que este
lago se encuentra colocado y de las corrientes, tanto exteriores como subte-
rráneas, que en él concluyen o en él se originan. Su forma es aproximada-
mente circular, teniendo un diámetro de cuatrocientos metros a lo sumo, el
terreno que le rodea es un bordo también circular que se eleva a quince metros
sobre el nivel del agua y está formado por las paredes interiores de un cráter,
en el fondo del cual se descubre el lago como un extenso charco de azufre
batido, pues sus aguas, lejos de ser transparentes como las del lago de Ayarza,
están teñidas de un color amarillo paja muy pronunciado, debido a la gran
cantidad de azufre que contienen. Son dos las corrientes que se ramifican
exteriormente con estas aguas, la una consiste en un pequeño arroyo que no
— i6i —
arrastra más de dos metros cúbicos por minuto, el cual baja serpenteando por
la parte del Suroeste ; y la otra tan insignificante como la anterior, originán-
dose en el mismo lago por la parte del Este, atraviesa las pendientes del terreno
y va a perderse en el arroyo de Ixpaco. Nada notable presenta esta entrada
y salida de dos arroyuelos en un lago como del que me ocupo, pues desde luego
puede suponerse que el último arrastra en su salida igual volumen de agua al
que condvice al lago el primero, pero sí llaman la atención del observador los
borbotones que conmueven la superficie del lago por su parte oriental, en un
espacio circular de lo metros de diámetro, con cuyos borbotones aparecen una
infinidad de globulitos formados por gases sulfurosos, los cuales al estallar en
la superficie forman el ligero vapor que constantemente se eleva de aquel sitio.
Para conocer la naturaleza de tales movimientos, hice arrojar un pequeño
trozo de madera en el lugar en que aparecen y observé que este, era ligera-
mente impulsado fuera del círculo en donde se notan los borbotones. Esta
circunstancia no me dejó ya duda de que en aquel sitio existe una vertiente
considerable que haría muy pronto resbalar las paredes del cráter o convertiría
el pequeño arroyo que en él se origina en un impetuoso torrente, si no existiese
en el mismo fondo de este lago un hoyo absorvente por el cual desaparece la
inmensa cantidad de agua que arroja la vertiente de que acabo de ocuparme.
La temperatura que tienen las aguas del Lago Azufrado es de seis grados
centígrados sobre cero, observándose con sorpresa que a dos metros de distan-
cia de la orilla de un lago tan frío, se encuentren pozos de un lodo hirviente y
orificios por los cuales se escapan las columnas de aire caliente que dejo men-
cionadas al principio de estos apuntes.
Para terminar, diré que al percibir bajo un solo golpe de vista las lomas
poco inclinadas que se extienden entre las alturas de Tecuamburro y las de
Uzumasate, en medio de las cuales está colocado el lago azufrado, fácil es con-
cebir la idea de que existió en aquel sitio en época ya muy remota un volcán
gigantesco, que después de haber conmovido profundamente los cimientos
de aquellas montañas, arrojando al espacio inmensas cantidades de materias
de toda naturaleza, combinadas en una confusión completa, se hundió sobre sí
mismo, viniendo a ocupar su cráter, así como las rocas y arenas que formaron
exteriormente su cono superior, el mismo sitio en que hoy se encuentra el lago ;
dejando en pie por sus contornos elevados aun a grande altura, los riscos que al
presente son conocidos con el nombre de Cerro de Tecuamburro, y que enton-
ces fueron los contrafuertes laterales en que apoyara el volcán su gigantesca
mole".
Por una especie de antítesis, el territorio del Peten presenta una área de
16,400 millas cuadradas, casi planas, a una altura de 500 ó 1,500 pies sobre el
nivel del mar. Su sistema de montañas es el de la Sierra de Chama, con algu-
nos ramales en la parte central, que producen una temperatura templada.
Suelo de promisión y de maravillas, tiene apenas unos diez mil pobladores, en
— 102 —
estado asaz primitivo. El río Usumacinta, el de la Pasión y el Chixoy corren
por aquel paraíso, lleno de seculares árboles y de riquezas ocultas.
Cuando uno considera que ahí, al norte del Peten, en Yucatán, ha habido
por muchos años y existe hoy el monopolio del henequén, que produce anual-
mente más de dieciocho millones de dólares, se admira de que no se haya hecho
en aquella próvida tierra gran industria con las plantas textiles. La caoba,
cedro, chico zapote, granadillo, naba, tobillo, guayacán, caracolillo y muchas
otras maderas, constituyen gran riqueza, sin contar con el chicle, los productos
colorantes y medicinales. Las pasturas en llanos fértiles, podrían contener
millones de ganados. Lo que falta es poblar aquel edén.
La parte septentrional del país, más allá del río de la Pasión, es bastante
desconocida, y ahí queda la hermosa laguna del Peten, de 9 leguas de largo y
cinco de ancho, dividida en dos partes, por una península, en donde hay varias
islas, siendo la principal la que contiene la ciudad de Flores, en donde existió,
hasta fines del siglo dieciséis la capital de los ¡tzaes. Este lindo lago no tiene
desagüe visible, y hacia su margen meridional existen varias grutas y cavernas,
la mayor de las cuales es la de Jobitzinaj, célebre por las muchas estalactitas
y estalacmitas, dándole un aspecto raro y brillante.
"En la selva virgen del río de Izabal, resuenan, particularmente de noche,
el grito de las aves que se posan en los corpulentos árboles, el sonoro rugido
del jaguar americano, los aullidos de los monos que se columpian en los be-
jucos oscilantes y el silbido de la serpiente que sorprende un nido de guacama-
yas. De día recrea la vista el verde brillo del agua que cae por una cascada
peñascosa, cubierta en su parte superior por el bosque tropical y adornada por
doquiera de plantas variadísimas. Las más bellas aves de vistoso plumaje
animan las selvas y los campos, y las pintadas mariposas van posándose de flor
en flor. Pero el sol vibra su abrasadores rayos, por lo cual el viajero se retira
hacia el fuerte de San Felipe, que desde el tiempo de la Conquista se ostenta
lúgubre, sin que sus sombríos muros hayan sido escalados más que por las
plantas trepadoras. Las verdaderas delicias de los indios que viven en tales
soledades, son sus hijos sobremanera hermosos, en su desnudez, y particular-
mente por sus ojos de gacela", (i)
Los geólogos franceses Dollfus y Montserrat, que varias veces hemos
citado ya, aseguran que la orografía de Guatemala es peculiar y asombrosa,
debiéndose a ella el carácter especial que este rico suelo presenta. El curso
de las aguas, en el valle de Guatemala, en donde se encuentra la capital, es
curioso, pues van unas al mar Atlántico y otras al mar Pacífico, debido a la
configuración del terreno.
La cadena volcánica de Costa-Rica comienza con el pico cónico del esbelto
Turrialba, que se levanta en una continua pendiente, desde los llanos de Santa
(1) La Tierra y el Hombre, poi Federico de Hellwald. tomo I. pátrina
— i63 —
Clara, hasta alcanzar 10,965 pies de alto sobre el nivel mar. Su cráter oblongo
contiene fuerte corriente de vapores sulfurosos, mezclados con arena. En 1869
hizo fuerte erupción ese volcán, que no queda lejos del Irazú, unos 360 pies más
alto, y mucho mejor conocido a causa de la facilidad con que desde Cartago
se puede subir a caballo. Ese volcán tiene tres cráteres extinguidos y más
abajo solfataras, en la pendiente nordeste, y vertientes de aguas de tempera-
turas varias. Sus erupciones históricas tuvieron lugar en 1723, 1726, 1821,
1822, 1844 y 1847. Esta última causó fuertes temblores de tierra, sentidos
desde Rivas, en Nicaragua, hasta Panamá. Es famoso el volcán Poás, no sólo
por lo pintoresco, sino por el lago de agua caliente de su cráter, que arroja
una columna de vapor líquido como de mil pies de altura. El profesor Fid.
Tristán hizo un curioso estudio de esos fenómenos. El Poás tiene 8,895 pies
de alto y es popular por sus bellezas naturales y fácil ascenso. Poco tiempo
hace que causó tremendos terremotos. La cordillera volcánica de Costa-Rica
termina cerca áe\ extremo sudoeste del lago de Nicaragua con el monte Orosí,
cantado por los poetas. El Tenorio y el Miravalles sirven a los capitanes de
los buques costeros del Pacífico, para determinar el golfo de Nicoya y el puerto
de Punta-Arenas. La actividad volcánica llega a su máximun en el extremo
oriental de la cadena, y la sección del país, entre Turrialba y Poás — llamada
valle central — es la más expuesta a terremotos y a. la vez la más poblada. La
erupción del Poás, en enero de 1910, causó algunos temblores de tierra, hasta
producir las dos lamentables catástrofes de la infortunada Costa-Rica, acaeci-
das en ese año. El pico Blanco, el Chiriquí, el Monte Herradura, Los Votos,
Barba, Rincón de la Vieja, Chirripó y Rovalo, son otros tantos volcanes de
aquella fecunda zona (i).
La cordillera atraviesa la república de Honduras de Noreste a Sudeste.
Las principales montañas se conocen con el nombre del Merendón, Celaque,
Opalaca, Puca, Opatoro, Cerro de Hule, de la Paz, Comayagua, Sulaco, Yoro,
Olancho y San Marcos. Los ríos son grandiosos, soberbios, como el Chamele-
cón, el Ulúa, el Lean, el Romano, el Tinto, el Patuca, el Segovia, el Negro, el
Choluteca, el Nacaome y el Goascorán, que arrastra arenas de oro en su co-
rriente. Hay valles lindísimos, extensos, exuberantes, praderas de perennal
verdor, en las que pacen ganados que constituyen una verdadera riqueza.
Honduras, país de primitiva formación, tiene muy ricas minas y un territorio
tan extenso como para contener sobradamente millones de pobladores.
Para enlazar las dos grandes porciones continentales del Nuevo Mundo,
plugo al cielo extender un puente, con luminarias de volcanes eruptivos ; con
lagos, que parecen mares ; con ríos que se hinchan atléticos y se desbordan puf
barrancos, llanuras y paradisíacas comarcas, en donde existen toda clase de
riquezas naturales. La América Central en punto a geológicos cataclismos
(1) Costa Rica.— Vulcan's Smlthy, by H. Pittier.
-i64-
y formaciones ciclópeas, es la parte maravillosa del planeta. ¡ Quiera el des-
tino que este istmo, que forma el corazón de nuestro continente, no vuelva a
sufrir uno de esos horrorosos cataclismos ; que las desniveladas aguas de los
océanos, las inauditas masas combustibles, las peculiares condiciones sísmicas,
el sistema orográfico, y lo relativamente angosto de su costra terrestre, no den
lugar a que esta bellísima tira de tierra, que ha venido variando tanto en su
configuración, se convierta en otra Atlántida ! ¡ Quiera el cielo que, al cortar
atrevida la mano del hombre, el istmo de Panamá, no se realicen los temores
de Felipe II, que prohibió hasta hablar de tamaña empresa, bajo severas penas ;
"porque era asaz peligroso para estos países, echar abajo las cadenas de montes
que Dios elevó para dividir los dos océanos, que podían tragarse la estrcchn
faja de tierra en la América Central" !
Nó: enhiestos volcanes en la región hermosa de mi nativa tierra, que
engarzáis el corazón del Nuevo Mundo con el cielo; vosotros visteis crecer y
multiplicarse' al aborigen, en libertad y fruición salvajes ; presenciasteis al
férreo conquistador abriendo claros de muerte entre la turba vencida ; temblas-
teis de coraje al contacto de los ríos de sangre indiana ; escuchasteis los himnos
de la libertad ; y habréis de contemplar el lábaro de azul y blanco sobre vues-
tras cimas, en gloriosos días de bonanza para la Patria, como serán los que se
aproximan del "Centenario de la Independencia Centro-Americana!"
CAPITULO V
ANTROPOLOGIA-FAUNA Y FLORA-METEOROLOGIA
SUMARIO
I
El vértigo de lo infinito nos oculta la tierra y el cielo. — Teorías diversas
acerca de la formación inicial de los seres humanos. — Monogenistas, poligenistas,
transformistas. — Razones alegadas por los partidarios del transformismo, que está
''n boga. — Argumentos étnicos en oro del monogenismo. — No es dable precisar la
fecha en oue apareció la humanidad, ni el lugar. — Asecúrase que existía ya en la
época terciaria. — Los restos humanos más antiguos. — Fósiles descubiertos en Cen-
tro-América. — Tobas petrificadas, procedentes de Nicaragua, con pasadas de hom-
bres. — Puede presumirse que en la América del Centro existió la especie humana
desde primitivos tiempos. — Diversas opiniones sobre el origen de los indios ame-
ricanos. — Lo que dicen notables autoridades. — La última palabra del Dr. Herdlicka.
— Razas autóctonas. — Invasión y mezcla de otras razas. — Historia de Ixtlixochitl.
— El diluvio en Centro-América. — Tradiciones. — Quedaron los hombres como
peces, "tlacamichín". — Lo que dice el Códex Troano. — Confirmación, por los estu-
dios geológicos. — Flora y Fauna ante-diluvianas. — Peculiaridades en la América
Central. — Vegetales del período mioceno. — Lo que predomina en la vegetación de
nuestras tierras. — Arboles, plantas y flores. — Diferencias de la Fauna y Flora de
los Continentes actuales. — Meteorología de Centro-América. — El valle de la capi-
tal de Guatemala es el pimto céntrico de las observaciones meteorológicas. — Se-
quías, calores extraordinarios. — Lluvias excesivas. — Cambios atmosféricos. —
Temperatura. — La boca-costa. — Singuléu: variedad de frutos en lugares próximos.
El vértigo de lo infinito nos oculta la tierra y el cielo, quedándonos perdi-
dos en un punto, como el eterno Erebo. Definitivamente son irresolubles las
cuestiones iniciales, que se esfuman en la nebulosa del geólogo, en los átomos
del físico, en la causa primera del místico, o en las sinuosidades del transfor-
mismo. El origen del hombre se pierde en la noche de nuestra ignorancia
Solamente teorías alcanza la ciencia cuando pretende profundizar el principio,
esencia y fin de las cosas creadas. Opiniones diversas existen acerca de la
formación inicial de los seres humanos.
Dicen los monogenistas que de un solo tronco, Adán y Eva, viene la hu-
manidad entera, como la Biblia lo enseña, y lo sostienen respetables etnólogos,
entre otros Latham y Prichard. Los poligenistas, a su vez, opinan haber ha-
bido diversas creaciones de hombres, según las respectivas razas, al decir de
Morton, Agassiz, Glidden y otros muchos. Por último, Lamark, Darwin y
Haeckel, seguidos de gran número de escritores, se fundan en la evolución, de
modo que las especies actuales son desenvolvimiento de otra forma preexis-
tente, de inferior naturaleza. Esta hipótesis es la que hoy se halla en boga.
Las obras modernas de Morton, Broca, Lethan, Tylor, Lubbec y ^1 español
— i66 —
Vilanova, son magistrales sobre esos puntos antropológicos y etnográficos.
La "Antropología y Etnografía" de Daniel G. Brinton, que hemos estudiado
detenidamente, es digna de la fama de tan sabio autor.
"Haeckel, el ilustre profesor que desde la Universidad de Jena conmovió
al mundo científico, publicando su Morfología General de los Organismos, que
imprimió nuevo curso a la ciencia de la vida, mostrando derroteros hasta en-
tonces poco conocidos y menos frecuentados, fué el brillante campeón que en
Cambridge enarboló la enseña del progreso científico.
Nutrida de ciencia contemporánea, llena de principios que radican en las
más elevadas concepciones de los conocimientos modernos, tal es la comunica-
ción que ante el Congreso de Cambridge presentó el renombrado biologista.
Difícilmente habría habido momento más oportuno, pues como lo hace ver el
eminente escritor, tratábase de dejar de una vez establecida una de las más
importantes verdades de la ciencia, uno de los más interesantes problemas, el
que para el ilustre Huxley constituye "la cuestión suprema," la que no se puede
resolver sino por medio de la zoología científica en su más lata acepción.
Para demostrar estas verdades y dejar sentados los principios fundamenta-
les de la cuestión, por manera tan clara y evidente que en lo sucesivo no permi-
tan formular argumentos que produzcan vacilaciones, ni interpretaciones torci-
das que puedan dar origen a doctrinas especulativas que obscurezcan el horizon-
te diáfano de la ciencia futura, el ilustre profesor de Jena, después de examinar
con elevado criterio la historia del transformismo y la estrecha relación que
entre los trabajos de Lamark, Goethe, Wallacc y Darwin existen, pasa a expo-
ner los datos suministrados por la Anatomía, la Filosofía y la Psicología com-
paradas, estudiando a continuación lo que la Paleozología suministra, consa-
grando especial atención a los capítulos referentes a la dentadura de los prima-
tos, a la serie de los vertebrados, en las diversas épocas geológicas y a las va-
liosísimas consecuencias que del estudio de la Embriología se obtienen acerca
de los tipos ancestrales, que podríamos llamar los abuelos de los actuales
vertebrados.
Después de un detenido estudio de las clasificaciones que han sido pro-
puestas para la división de los Primatos v Simios, concluye por aceptar la de
Hartmann, que divide el orden en Primarii, Simioe y Prosimioe, por ser esta la
clasificación que resulta ajustada a los conocimientos más recientes, puesto
que posteriormente fué corroborada por el importante descubrimiento del ])ro-
fesor Selenka, que en 1890 dejó demostrado que la placenta del hombre está
conformada lo mismo que la de los antropoides y no como la de los símidos
y lemúridos, o sean prosimios.
Apóyase además en la que él llama, la ley o fórmula del pithecómetro de
Huxley, llegando por ella a la deducción siguiente : las diferencias morfológicas
entre el hombre y los antropoides son menos importantes que las que separan
a estos últimos de los demás catarrhinos.
— 167 —
Aplicada esta misma ley a la philogenia del hombre, nos lleva por vía
directa a las siguientes conclusiones : Primera : los primatos forman un grupo
natural monofilético en que está incluido el hombre, y descienden de una for-
ma ancestral común que hipotéticamente llamaremos archiprimos ; segunda :
de los dos subórdenes de primatos, los prosimios son los más antiguos, de ellos
proceden los simios ; tercera : de estos últimos los monos orientales (catarrhi-
nos) forman otro grupo monophilético, siendo su tipo ancestral el archipithe-
cus. Los monos occid.entales o del Nuevo Mundo (Latirrhinos) son una rama
colateral ; cuarta : el hombre proviene de una serie de catarrhinos extinguida,
sus abuelos más inmediatos corresponden a un grupo de monos sin cola y con
cinco vértebras sacras (antropóides).
Si en el campo de la Anatomía y de la Embriogenia, la Ley de Huxley se
confirma, en el de la Fisiología comparada sucede lo mismo, iguales son las
funciones que se verifican en los organismos de todos los primatos e iguales
las condiciones en que tienen lugar los actos primordiales de la vida, así orgá-
nica como de relación.
Solo dos fenómenos que en Biología no son considerados como funda-
mentales, parecían establecer diferencias de alguna importancia y a ellos se
habían acogido los contrarios del transformismo, como a la tabla flotante del
naufragio : la estación vertical era el uno, y respecto de esto los zoologistas
modernos nos enseñan que esta posición, que se creía singular privilegio del
hombre, la poseen aunque en menor grado el gorila, el chimpancé, el orang y,
sobre todo, el gibon.
La otra, el lenguaje, constituía un argumento que para darle valor se
necesitaría desentenderse de la constante lección que el libro de la Naturaleza
nos está dando, al mostrarnos cómo se desarrolla esa función cerebral en el
niño, cómo se va formando y por qué graduaciones y fases tiene que atravesar
antes de constutuirse en los pueblos salvajes, muchos de los cuales poseen
medios de comunicarse entre sí menos completos, menos perfectos que los que
emplean multitud de animales de otros órdenes menos elevados de la escala
zoológica.
Esto trae a nuestra mente el recuerdo de algunos salvajes de la Micronesia,
generalmente antropófagos, que carecen de lenguaje, y cuyo grito gutural
inarticulado resulta inferior al rugido del león, que se manifiesta en modula-
ciones distintas cuando quiere expresar dolor, ira, alegría, etc.
En cuanto a las funciones intelectuales del cerebro, que en un tiempo
fueron el reducto inexpugnable de los defensores de las viejas ideas, los traba-
jos de Huxley, de Haeckel, los estudios practicados sobre localización de las
funciones cerebrales por Gratiolet, Luys, Mineret, Duval, Bernard y otros en
Francia, y por Paul Eleschig en Lepzig, han venido a despejar en mucho el
ciclo de la ciencia.
— i6S —
Sin embargo, Haeckel trata este asunto bajo todos sus aspectos, hasta
dejar demostrado con Augusto Forel, que la facultad psíquica más esencial, la
conciencia, ha encontrado los órganos elementales que la determinan en las
células ganglionares del cerebro principal, es decir, en el centro occípito-
temporal.
Determinados ya y establecidos los principios científicos de carácter ge-
neral que deben servir de base a la investigación, dedica su labor, al pithecon-
thropus erectus, cuyo fósil descubierto en Java en 1894, por Eugenio Dubois,
vino a confirmar lo que treinta años antes concibió él y lo publicó en su Morfo-
logía General; demostrando además que este ser debió vivir a fines de la época
terciaria, correspondiendo al estadio número veintiuno de la serie en la que el
hombre ocupa el número veintidós, es decir, que en la jerarquía zoológica
resulta el abuelo más inmediato del soberbio Rey de la Creación.
El eslabón que faltaba, el missing link de los ingleses, el argumento Aqui-
les de los contrarios a la doctrina de la evolución, el anillo perdido cuya ausen-
cia dejaba interrumpida la cadena de los seres, se encontró al fin, no ya repre-
sentado por fragmentos óseos más o menos fosilizados, sino completo y tal
como los paleo-zoologistas lo habían reconstruido, como el espíritu superior
de Haeckel lo había concebido.
Las razas humanas pithecoides, (|ue pudiéramos decir fueron señaladas por
Ilartmann, representan los tipos más inferiores de hombres, y su presencia en
nuestro planeta ha debido desde hace mucho tiempo despertar en nosotros la
idea de una diversidad de especies dentro del género Homo, así lo entiende el
sabio profesor de Jena y con él Draper y otros. Si un inglés y un hotentote
fueran en vez de dos hombres, dos pájaros, no habría ornitologista capaz de
considerarlos de la misma especie.
Los Dravidos, los Akas y otras razas inferiores, están demostrando palma-
riamente la existencia de una gradación en el género que la va aproximando
a especies de una inferior jerarquía orgánica que parecían preparadas para
conectar con un eslabón perdido y completar la cadena de los seres.
Aun en el ciclo de las llamadas razas superiores, ¿cuál es la tendencia de
todos los atavismos, las regresiones, las degeneraciones? La degradación de
la especie, la tendencia hacia la reproducción de formas ancestrales, la repro-
ducción de caracteres de especies anteriores que la evolución había ido perfec-
cionando y que según los datos de la Embriogenia parecen obedecer a deten-
ciones del desarrollo".
Así se expresan los partidarios de la teoría transformista ; pero con todo,
no faltan razones étnicas en pro del monogenismo, que con gran lucidez explica
Glumplowicz (i) ni es tampoco hacedero esclarecer, de tal suerte, ese linaje
de cuestiones, que se haga luz meridiana, ni cabe evidencia matemática tra-
(1) Lucha de Razas
— 169 —
tándose de tan abstnisas materias. Todo lo cual no significa, en manera al-
guna, que la ciencia no progrese, sino que, en el campo de las teorías, hay, en
los distintos bandos, sabios profundos y pensadores respetables.
Burmeister, entre otros, se pronuncia en favor del poligenismo y Goethe,
a quien se atribuye el don de adivinar en el terreno filosófico, dice que, pródiga
la naturaleza en todo, es más conforme con su espíritu el pensar que, cuando
la tierra hubo llegado a su madurez, se encauzaron las aguas, verdearon los
terrenos, y comenzó la época de la creación humana, merced al poder de Dios,
por donde la raza fuera viable, quizá en las alturas.
No se puede precisar, según Flammarión, la fecha en que apareció la hu-
manidad, ya que no fué súbita, sino gradualmente formada. Faltan datos para
asegurar en qué país acaeció ; pero buenas razones existen para presumir que
la humanidad primitiva, con rudimentos de lenguaje, en estado de asociación,
sabiendo hacer utensilios de piedra y dibujar sobre hueso, etc., data de más
de cien mil años (i).
La cuestión relativa a la existencia del hombre en la época cuaternaria,
(y aun en la terciaria, según algunos) es decir, en dos de las que los geólogos
llaman ante-diluvianas, y para las cuales quiere Lubbock el nombre de prehis-
tóricas, está hoy resuelta de un modo claro, puesto que ya no son sólo los
huesos descubiertos por exploradores como Dowell y Lyoll, en terrenos del
Mississipi, que tienen de formación más de quinientos siglos ; ni el esqueleto
entero que encontró Riviére ; se han hallado, en las famosas cuevas de Aurig-
nac, hojas de marfil de mammuth, con varios grabados rudos, y en otras par-
tes, han aparecido cuernos de renos esculpidos con cabezas de elefantes, y
trastos de barro, con representaciones de aves, peces y cuadrúpedos de razas
ya extinguidas (2). Y aquí en América, en el Brasil, en Buenos Aires, en
México y en nuestras repúblicas del Centro, se han sacado fósiles y utensilios
de hombres primitivos. Se han descubierto restos humanos junto con los
animales prehistóricos.
En la Bad Land, de Norte-América, visitada prolijamente, en los últimos
años, han encontrado los paleontólogos tesoros que enriquecen la ciencia,
dejándose ver marcadamente las capas geológicas que conservaban los restos
de animales y plantas ante-diluvianas. Los restos humanos más antiguos,
según Souza Brito, son los de Arrecifes y Fontezuelas, de la Argentina. En
el Soumidero, del Brasil, se descubrió el célebre esqueleto troglodita, de La-
guna Santa, perteneciente a la época paliolítica, coetáneo del megatherium.
Opina el sabio brasilero, que acabamos de citar, que todo esto prueba que
el -hombre existió en América muchos siglos antes que en el Antiguo Mundo ;
pero a la verdad, nada puede afirmarse con certeza sobre tan remotos sucesos.
(1) Le Monde avant la creation de THomme.
(2) En algunos museos de Europa hemos visto riquezas interesantes en fósiles y utensilios humanos,
encontrados por Mr. Gaudry, cerca de .\tenas, y alirunos llevados de Centro América, por otras personas.
— T70 —
Lo que nosotros nos inclinamos a creer es que hubo diversas creaciones de
hombres, en distintos puntos del globo, como nacen plantas y flores, en muchos
apartados lugares, merced a los elementos idénticos, en la tierra, clima, fluidos
y demás fuerzas vitales.
En varios lugares de Centro-América se han descubierto fósiles antiquí-
simos de animales ante-diluvianos, junto con cráneos humanos primitivos y
molares paleántropos, que existían en el Museo de la Sociedad Económica y en
la Colección del Colegio de los Jesuítas, en esta capital de Guatemala. Datan
aquellos fósiles de miles de años, confirmando el cataclismo diluviano, merced
a deshielos polares y a la existencia indudable de lures enormes en Europa y
en el Nuevo Mundo. Excepción hecha de las tierras tropicales, cubría el hielo
toda la América del Norte y la del Sur, y aun algo de la del Centro. Trans-
migraron entonces para este istmo, muchas especies, como el megaterío, el
mastodonte, el glyptodontc y otros colosos que para siempre desaparecieron
del ])laneta, dejando rastros ante-diluvianos de diversos elementos de vida, que
se ])ierden en la serie de los tiempos, inescrutables como el mar sin orillas, la
obscuridad sin destellos, la eternidad sin límites.
En el Departamento de Usulután, República de El Salvador, han encontra-
do yacimientos, en la jurisdicción de Estanzuela, de notables fósiles ante-
diluvianos, que demuestran la existencia del mastodonte, por entonces, en los
mismos lugares que los seres humanos de grandes dimensiones. En el Museo
Nacional de esa República existen osamentas de colosales mamíferos, petrifi-
cadas, descubiertas jjor el río de los Frailes, junto con sacros calcáreos, rótu-
las, mandíbulas y otros huesos inmensos. En San Vicente, por las barrancas
de Sisimico, han hallado también curiosos restos de animales primitivíis, oti
terrenos que dejan huellas del transcurso de miles de siglos.
El número de mamíferos de Centro-América siempre ha sido muy grande,
lo mismo que su variada flora. El ingenioso mapa de Griesebach demuestra
cómo se encuentran reunidos diversos distritos vegetales, con caracteres parti-
culares de vegetación, opuestos a los de igual carácter en la flora de las vastas
planicies del Viejo Mundo (i). En Honduras y en Nicaragua, hanse encon-
trado importantísimos fósiles muchos de los cuales existen en Rerlín y no
jiocos en el Instituto Smithoniano de Washington.
A guisa de curiosidad antropológica, se puede mencionar las tcjbas de lava
solidificada, descubiertas hace algunos años, cerca de Managua, y exhibidas en
la Exposición de París, de 1889, como muestras de rastros humanos, que se
habían conservado bajo cinco metros de capas estratificadas, hacía miles de
años. En ese mismo certamen figuraron grandes osamentas humanas, un
fémur, tibias, costillas, cubitos, y sobre todo, dos cráneos notabilísimos, ha-
(1) Dr. A. V. Praiitzius= Mamíferos de Ckwta Klca— Uljsf rvat ioii^s uv Zoolotrif et d'Aiialfmie compareo
faites dans l'Océan AtlanHque, dans Tinterleur du Nouveu Continent. et dans la Mer du Sud— Vol. 1 1.
— Tri-
llados en Metapa, de Nicaragua, en una caverna tallada en roca, que se elevaba
del suelo, a pico, como veinte metros. En noviembre de 1888, fué explorada
aquella gruta, por el eminente profesor español don Antonio Salaverri y Mr.
Crawford, geólogo norte-americano. Los cráneos, en cuestión, se remontaban
a épocas primitivas, mostrando ser de hombres adultos, de tamaño gigantesco.
Uno de ellos se distinguía por deformación rara del occipital, rectamente
aplastado, y por la asimetría de sus parietales, semejante a los más antiguos de
Aléxico y del Brasil, según las descripciones dadas por M. Hamy, en su Antro-
pologie Mexicaine. Se cree que aquellas dos calaveras eran de indios man-
gues, raza autóctona de Nicaragua (i).
En las faldas del volcán Irazú, de Costa-Rica, existen sepulturas indí-
genas antiguas, de los guetares, cuyos huesos y piedras pulidas se han encon-
trado en varias ocasiones, como lo explica el obispo Thiel en sus estudios.
Los chorotegas de Nicoya dejaron, en aquellas bellísimas orillas, al par de sus
restos mortuorios, curiosos vasos y otros utensilios de arcillas finísimas, que
sabían trabajar (2).
Puede, pues, asegurarse que en Centro-América se remonta la existencia
humana a millones de siglos, a épocas tan remotas como las que evocan los
fósilesdel Brasil, Buenos Aires y México. Sin llegar al extremo de creer, coii
algunos escritores, que por estas comarcas estuvo el Paraíso Terrenal, sí puede
asegurarse que en la América del Centro hubo hombres, en los períodos anti-
quísimos del mundo, desde que apareció sobre la tierra el rey de la creación.
Otra de las cuestiones muy debatidas, y hasta embrolladas por teorías,
suposiciones y fantaseos, es la del origen del hombre americano. La primera
obra que se escribió acerca de ese punto, es harto curiosa, no por su valor
científico, escaso sin duda, sino porque publicada en Lima, en 1681, revela el
colmo del apego al terruño, que tenía el autor de ese libro, don Andrés de la
Rocha, bibliófilo incansable, que trató de probar que los indios americanos
traían su origen de los primitivos habitantes de España, en primer lugar, y en
segundo, de los israelitas y tártaros. Todavía afirma más el bueno del doctor
Rocha ; y es que todo lo laudable que los habitantes de este Continente Ame-
ricano conservaban, al tiempo de la conquista, lo habían heredado de los anti-
guos hispanos, que fueron sus ascendientes. Los más alentados y robustos
sólo tenían sangre ibera, sin mezcla hebraica, ni tártara. Aquellos españoles
emigrados, desde hace muchos siglos, para venir a estas regiones, pusieron
— según lo procura demostrar el célebre visionario — muchos nombres de sitios
y lugares de las afitiguas poblaciones de la España primitiva, a los lugares y
sitios que, cabo de miles de años, conquistaron los aventureros españoles
Ello es lo cierto que, en el exceso de su españolismo, al querer hacer a los-
(1) CoUections EtnlioírraDhiaues et Archeoloííidueb du Nicaiag-ua. par Desii-é Pect*r.— Parfs-Eriiest
Leroux. editeur.-1890.
(2) Etnoloírfa Centro Americana.
— 172 —
indios de la frasca de sus conquistadores, olvidó el señor don Diego que, al
principio, hasta dudaron los castellanos que fuesen racionales los originarios
de América, y después acabaron casi con ellos, siquiera la destrucción haya
sido efecto de causas diversas, que no implican deliverado propósito, ni menos
arguyen en los conquistadores, ni en los gobiernos metropolitanos, otra cosa
que la fiereza de costumbres de la época.
Pero volviendo a tratar del origen de los indios, cumple exponer ligera-
mente las diversas hipótesis sostenidas por célebres anticuarios, que no se
hallan de acuerdo sobre si la raza americana primitiva fué una sola, como opi-
na Humboldt, o son varias, según Orbigny, Charnay, Kate y otros autores
notables. Nosotros nos inclinamos a creer que, en su origen, fueron razas
autóctonas, que al través del tiempo se modificaron por cruzamiento con
otras, como japoneses, egipcios, etc., venidos a este continente, por inmigra-
ciones y casos fortuitos. Así como en México, se creé que la raza otomí, la
maya-quiché y la nahoa (como inmigrante), fueron las más antiguas; aquí en
Centro-América hubo razas, descendientes de éstas, según explicaremos en
otro capítulo.
Respecto al origen de los indios americanos, supónese, sobre todo por
autores antiguos, que la dirección de los vientos y las de las corrientes marinas
pudieron traer pobladores involuntarios del Asia a la América Meridional por
el Pacífico, y del África a las costas del Brasil, por el Atlántico. Otros creen
que el estrecho de Bhering se heló o fué antes un istmo. No faltan quienes
aseguran que la América, bajo el nombre de Fou Sang, fué conocida en la
China desde el siglo V. Salta a la vista la facilidad de hacer un viaje de Asia
a América, pasando por las islas Curile y Aleutias, para arnvar a Alaska.
Partiendo de la Kamtchatka, que desde tiempos remotos era conocida de los
chinos, hasta el punto de que éstos la dominaban, puede emprenderse durante
la mayor parte del año, sin riesgo alguno, en canoa o en lancha, el viaje a que
nos referimos, sin perder de vista la tierra más que en trechos muy cortos.
Desde Alaska, a lo largo de la costa americana, hacia el sur, el viaje es todavía
más fácil. Una travesía como esa resulta sin importancia, si se la compara con
las peregrinacioesn que solían emprender los sacerdotes budistas, sobre todo
los que iban, por tierra, desde China a la India o viceversa. Al llegar a una
isla, en el paso de Asia a América, parece natural que entonces, como la hacen
ahora los indígenas, hablaran al misionero budista de otra isla que había más
allá, a no muy larga distancia, y el misionero recorriéndolas una tras otra,
llegase al fin a encontrarse en el Continente Americano; pero queda un pro-
blema todavía, ¿cómo llegaron los animales a América? No es de suponer
que sacerdotes y transmigrantes trajeran bestias feroces y reptiles venenosos.
Más bien, la flora y la fauna americana, indican que los continentes estuvie-
ron unidos.
— 173 —
No, dicen otros escritores o filósofos, fueron los fenicios, comerciantes,
que vinieron a estas tierras, mientras qué no faltan algunos que sostienen que
las diez tribus perdidas de Israel llegaron a América, y que el mismo Santo
Tomás, en persona, vino a predicar el Evangelio. Acosta, que estuvo estu-
diando durante nueve años el enigma de los primeros habitantes de América,
acabó por dar a luz una obra, en el Perú, con la nueva de que este Continente
era el Ofir de Salomón. Muchos abogan por un origen asiático para, los pri-
mitivos pobladores de estas regiones americanas, y deducen de las lenguas, de
los objetos que se han encontrado, de las inscripciones y de otras muchas cosas,
que es sangre japonesa o china la que circula por las venas de nuestros aborí-
genes. Por el contrario, no faltan quienes aseguren que son los chinos des-
cendientes de los indios americanos, que fueron más antiguos, según sostiene
Chavero, en el primer tomo de "México a través de los Siglos'.
Que hubo inmigraciones varias a América es hecho comprobado, así como
lo es también, el de que destruyeron la antigua civilización y mezclaron mucho
de su sangre y de sus costumbres con las razas autóctonas (i). Parece tam-
bién demostrado, que el budismo se predicó en el Nuevo Mundo, como se
deduce de algunas prácticas religiosas, varias tradiciones, y estatuas y bajo-
relieves de las ruinas de Palenque (2). En la Memoria sobre el carácter asiá-
tico-búdico de algunos rasgos arquitectónicos de tales ruinas, demuestra el
sabio doctor Eichthal, con copia de doctrina, la tesis precedente, aceptada en
1864, por la Academia de Inscripciones y Bellas Letras.
Humboldt creía que era una la raza americana, diferente de las otras razas
humanas, y esta opinión la sostiene también un moderno antropologista, que
ha hecho especial estudio de la craneología y establece que no sólo el hombre
(con excepción de los esquimales) sino la flora y la fauna, son esencialmente
indígenas. Blumenbach clasifica diferentes especies de americanos. El Dr.
Prichard considera la raza primordial del Nuevo Continente tan pura y refi-
nada como las mejores del Viejo Mundo. Bory de St. Vincent distribuye a
los americanos en cinco especies, incluyendo a los esquimales. Schoolcraft
hace cuatro grupos. "El Dr. Hrdlicka, encargado de la sección de Antropo-
logía Física en el Museo Nacional, establecido en Washington, es considerado
como la primera autoridad de los Estados Unidos en esta materia. Ha hecho
exploraciones en muchos países del hemisferio meridional, así como del sep-
tentrional, y sus conclusiones se basan en muchos años de estudios e investiga-
ciones personales.
Primeramente hace un breve bosquejo de las teorías más o menos fantás-
ticas que de tiempo en tiempo han prevalecido acerca del origen de los indios
americanos, tanto del continente septentrional como del meridional. Descar-
(1) Francis A. Alien— Las tres ancianne Amérique.— 1875.
(2) Bancroft—Xatlve Races. Vol. II.— Pafire22.
— 174 —
tando tales teorías y concretándose a la hipótesis racional del sisflo XIX. en-
contramos que la mayor parte de tos antropólogos modernos, tales como
Humboldt, Brereood, Bell, Swinton, Jcfferson, Latham, Quatrcfagcs y Peschel,
se inclinan a creer que todos los indígenas americanos, con excepción de los
esquimales, eran de una misma raza y descendientes de inmigrantes del nor-
deste de Asia, y, sobre todo, de los tártaros o mongoles.
Según el Dr. Hrdlicka, los escritores más recientes — con una sola y nota-
ble excepción — están enteramente de acuerdo en cuanto a que este país fué
poblado mediante la inmigración y multiplicación local de sus habitantes : pero
la localidad, índole y época de la inmigración son cuestiones que aún están
sobre el tapete. Algunos autores se inclinan a creer que el origen procede
exclusivamente del nordeste de Asia ; otros, como Ten, Kate y Rivet, por ejem-
plo, demuestran cierta tendencia a seguir la teoría de Quatrefages, que cree
que por lo menos algunas partes de la población indígena americana desciende
de los polinesios ; Brinton sostenía que en la antigüedad vinieron desde Europa
ppr una garganta de tierra ; Kollmann, fundando su creencia en algunos peque-
ños cráneos, dice que una raza de enanos precedió al indio en América. El
Dr. Hrdlicka dice lo que sigue tocante a la excepción a que se ha aludido :
"El Sr. Ameghino, paleontólogo sudamericano, en estos 30 últimos años y,
sobre todo, desde el principio de este siglo, ha formado una notable hipótesis
relativa al origen de la población indígena americana, la cual merece un capítu-
lo aparte. Según esta hipótesis — brevemente descrita — el hombre, no sólo la
raza americana, sino el hombre o sea la humanidad, tuvo su origen en Sud-
América ; que el hombre primitivo llegó a diferenciarse en el continente me-
ridional hasta convertirse en un número de especies, la mayoría de las cuales
andando el tiempo se extinguieron ; que de Sud-América sus antepasados emi-
graron por antiguas conexiones terrestres a África, y desde allí poblaron, a la
manera de Homo ater, las partes más extensas del continente africano y la
Oceanía ; que una raza se multiplicó y esparció por Sud-América y en alguna
época, durante la segunda mitad del período plioceno, emigró a Norte-América,
y que de allí el hombre se trasladó al Asia y a Europa, donde creó los Homo
mongolicus y Homo caucásicas".
No hay para qué decir que el Dr. Hrdlicka no está de acuerdo con el emi-
nente hombre de ciencia sud-americano. En cuanto a los esquimales, el sabio
doctor explica que generalmente han sido considerados independientemente del
indio, siendo así que algunos sostienen que precedieron a este último y otros
que le siguieron. Por lo general, se han relacionado con los asiáticos del nor-
deste, pero también hay quienes crean que existe una íntima relación original
entre los esquimales y los lapones, y aun entre los esquimales y los europeos
paleolíticos.
Habiendo enumerado así algunas de las opiniones más o menos probables
que se han expuesto acerca de la identidad étnica y del lugar de origen del
— 175 —
indio americano, el Dr. Hrdlicka sostiene que es lógico que la próxina palabra
(ju.e se diga sobre estos problemas se refiera especialmente a la ant~opología
física, que trata de las que, consideradas en conjunto, son las partes menos
mutables del hombre, es decir, su cuerpo y esqueleto. En la actualidad se ha
adelantado tanto en los estudios e investigaciones que se han hecho sobre la
somatología de los indios, que por lo menos pueden hacerse algunas importan-
tes deducciones generales acerca de ellos, y, según el autor de dicho artículo,
las que pueden citarse con alguna posibilidad son las siguientes.
"i° No existe prueba alguna aceptable ni ninguna probabilidad de que el
hombre tuviera su origen en este continente ; 2°, el hombre no llegó a Amé-
rica hasta después de haber alcanzado un desarrollo superior al del último
hombre del período cuaternario en Europa, y después de haber sufrido una
avanzada y completa diferenciación en el tronco y aun de raza y tribu ; y
X', por más que el hombre desde que comenzó la población del continente
americano ha sufrido numerosas modificaciones sub-étnicas secundarias, loca-
les y de estructura, estas modificaciones aun no pueden considerarse estableci-
das terminantemente, puesto que en ningún detalle importante han borrado
los antiguos tipos y subtipos del pueblo".
"Además, podemos asegurar," continúa diciendo el Dr. Hrdlicka, "que,
a pesar de las varias modificaciones físicas secundarias que se acaban de citar,
los indígenas americanos, exceptuando los esquimales de más lejano parentes-
co, en todo el Hemisferio Occidental ofrecen numerosos e importantes rasgos
comunes, merced a los cuales se distinguen claramente como ramas de un
tronco de la humanidad". Estos rasgos son los siguientes :
"j" El color de la tez. El color del indio varía, según las localidades,
desde el blanco amarillento obscuro hasta el chocolate, pero el color que pre-
valece más es el moreno.
2" Por regla general, el cabello del indio es negro, un tanto áspero y
lacio ; poca barba, sobre todo en los lados de la cara, y nunca larga. El cuerpo
está desprovisto de vellos, excepto en los sobacos y el pubis, y aun en estas
partes suelen ser escasos.
3° Por lo general, el indio está exento de todo olor característico. Su
corazón late lentamente, y su mentalidad es muy semejante en todas partes.
El tamaño de la cabeza y de la cavidad cerebral es proporcionado en todos los
individuos, siendo por término medio algo menor que en el hombre y la mujer
blancos de idéntica estatura.
4" Por regla general los ojos son de color pardo obscuro, conjuntiva
amarillenta y sucia en los adultos, y los cortes del ojo indican la tendencia, más
o menos notable en diferentes tribus, a un leve sesgo hacia arriba.
5? El puente de la nariz aparece bien desarrollado, y la nariz misma, así
como la cavidad nasal en el cráneo (salvo algunas excepciones individuales v
— 176 —
de localidades), tienen proporciones mesorínicas relativas. Por regla general
la región malar es prominente".
Se citan y describen detalladamente otros rasgos físicos que son comunes
entre todos los indígenas americanos, demostrándose claramente la uni3ad
fundamental de los indios. En contestación a la pregunta que surge natural-
mente, a saber: "¿A cuál de los diferentes pueblos del globo se asemeja más el
indio, tal como en el presente estudio se ha descrito?" el articulista dice lo
que sigue :
"A pesar del conocimiento imperfecto que tenemos de la materia, la pre-
gunta puede contestarse de una manera bastante terminante. Hay un gran
tronco o rama humana que comprende pueblos que varían desde el color blanco
amarillento hasta el moreno obscuro, con el cabello negro y lacio, escasa barba,
cuerpo sin vellos, ojos morenos y a menudo más o menos sesgados, nariz
generalmente mesorínica, un prognatismo alveolar medio, y otros rasgos
esenciales bastante semejantes al indígena americano. Y este tronco — que
comprende varios subtipos — habita la mitad oriental del continente asiático y
una gran parte de Polinesia".
Según opina el Dr. Hrdlicka, desde el punto de vista físico y antropológico,
todo parece indicar que el origen del indio americano debe buscarse entre los
pueblos de tez morena amarillenta, que ya se han mencionado. No existen en
el globo dos grandes ramas de la humanidad que demuestren tener relaciones
físicas fundamentales más íntimas.
Sin embargo, cuando tratamos de atribuir el origen del indio a una rama
determinada del pueblo de tez morena amarillenta, el Dr. Hrdlicka reconoce
que surgen muchas dificultades. Por ejemplo, encontramos que el indio está
tan íntimamente relacionado con algunos de los pueblos malayos, como con
una parte de los tibetanos o con algunos de los asiáticos del nordeste. No
cabe duda que esto explica la hipótesis que atribuye el origen de los indios
americanos en parte, a los tártaros, y en parte a los polinesios.
Acerca de esta hipótesis el Dr. Hrdlicka dice lo que sigue :
"Todo cuanto puede decirse en esta ocasión es que las circunstancias
indican, de una manera muy convincente, un advenimiento, no precisamente
una emigración, después del período glacial, ya por tierra, sobre el hielo, por
agua o por ambos medios, de partidas relativamente pequeñas procedentes del
nordeste del Asia, desbordamiento de los pueblos del apartado oriente de aque-
lla época, y la población de América por la multiplicación local del hombre,
importado, como queda dicho, y las llegadas de otros que se repitieron proba-
blemente cerca del período histórico.
En cuanto a las emigraciones de polinesios dentro del Pacífico, hasta don-
de puede determinarse con certeza, todas fueron relativamente recientes, pues-
to que se efectuaron cuando América sin duda tenía ya una gran población y
había desarrollado varias ramas de razas indígenas. Sin embargo, es probable
— 177 —
que después de haberse esparcido por las islas, algunas pequeñas partidas de
polinesios llegaran accidentalmente a América. Si asi sucedió, pueden haber
modificado en algunos detalles la raza indígena, pero como son, desde el punto
de vista físico, semejantes al pueblo que los recibió, se amalgamarían fácilmen-
te con el indio, y su progenie o linaje no podría distinguirse. De idéntica
manera algunos pequeños gjupos de blancos pueden acaso haber llegado al
continente por el este. Ellos, a su vez, pueden haber introducido algunas
modificaciones en las razas, pero necesariamente hubieran tenido que com-
ponerse sólo de hombres y de pequeñas partidas que — con el transcurso del
tiempo — se habrían mezclado completamente con el indio.
Por tanto, se llega a las siguientes conclusiones : Los indígenas ameri-
canos representan principalmente una sola rama o raza, homotipo. Esta rama
es idéntica a la de las razas moreno-amarillas de Asia y Polinesia ; y la emigra-
ción principal de los americanos se ha efectuado gradualmente y por la ruta
del noroeste, a principios de un período reciente, cuando ya el hombre había
llegado a un grado relativamente alto de desarrollo físico y de múltiples dife-
renciaciones secundarias. Es muy probable que la inmigración fuera un des-
bordamiento a manera de goteo prolongado, debido, tal vez, a una congestión
o necesidad, y al deseo de buscar lugares más propicios para la caza y la pesca
en una dirección en que hasta entonces no ofrecía ninguna resistencia por parte
del hombre. A ésta sucedió la multiplicación, propagación y las varias dife-
renciaciones menores del pueblo en el nuevo y vasto continente que ofrecía un
medio ambiente variadísimo, la rápida diferenciación de idiomas debido al
aislamiento, y a otras condiciones naturales y al desarrollo — sobre la base de lo
que se había trasportado — de ramas americanas más o menos locales. Tam-
bién es probable que. durante los 2,000 últimos años a la costa occidental de
América, en más de una ocasión, llegaran pequeñas partidas de polinesios, y
que a la costa oriental llegaran de una manera semejante pequeños grupos de
hombres blancos, y que éstos hayan podido ejercer cierta influencia en las
ramas de americanos, pero tales acrecimientos no modificaron en ninguna
parte, hasta donde hemos podido averiguar, la población indígena", (i)
La tradición, las ruinas, los códices, las lenguas, todo denota gran antigüe-
dad en las naciones de América. Las peculiaridades físicas y morales se han
ido formando, al cabo de muchos siglos, por efecto de leyes naturales, debidas
al clima, a la manera de vivir, y a todos los demás elementos que constituyen
las leyes de la existencia. La impresión general de los conquistadores, de que
aquella raza subyugada era una sola, y que bastaba ver un mdio para conocer-
los todos, fué debida a la diferencia, que desde luego notaron, entre los pobla-
dores del Nuevo Mundo y las razas que los españoles conocían (2).
(1) Boletín de la Unión Panamericana— Julio 1915.
(2) Bancroft.— Natlve Races. Vol. I, vág. 22.
-178-
Las huellas de los pies de los aborígenes aun quedan, después de cien mil
años, grabadas en tobas volcánicas, que se guardan como reliquias geológicas
y etnográficas, en los museos de Europa. En Leipzig se conserva un bloque
conteniendo las pisadas bien impresas de algunos de los primitivos indios de
Nicaragua. Esa piedra fué encontrada entre pajiza arena, cubierta por cator-
ce capas perfectamente distintas. Los geólogos han atribuido a tal polvo
conchífero, cubierto por la toba amarillenta, los millares de años que existen
entre la época correspondiente al intermedio del período plioceno y el eoceno.
Mezclados con los pedruzcos de la séptima capa, se encontraron huesos de
mastodonte. Esa importantísima toba nicaragüense se halló en el antiguo
volcán de Tizcapa, en cuyas faldas también se descubrieron otras arcillas año-
sas, petrificadas, con rastros de coyotes, que anduvieron, quien sabe cuántos
siglos hace, por aquellas ásperas comarcas (i).
Entre tantas opiniones y teorías acerca del origen de los indios, lo que
parece más natural deducir, es que las razas primitivas de América son autóc-
tonas, y después se mezclaron con otras, que hicieron invasiones o por acaso
llegaron, en épocas remotísimas. Dicen que una rama de éstas nació por
Yucatán y otra por el Brasil. Parece que los caraibes, de las costas del mar
caribe, se exparcieron mucho por el Continente. El maya penetró en Centro-
América, se extendió a las islas, y siguiendo por la costa del Golfo, llegó hasta
el natches del valle del Mississipi, en el corazón de los Estados Unidos. La
verdad es que el árbol de la vida esconde sus raíces entre el limo del tiempo,
y las ramas fecundas se ocultan por la niebla de millones de años.
En la época de la conquista, o poco después, escribió una historia Ixtlixo-
chitl, descendiente inmediato de Moctezuma, y en ella atribuye a la población
de América catorce mil años de antigüedad, antes de la era cristiana, y des-
cribe el grado de civilización a que habían llegado los toltecas, así como la
opulencia de sus ciudades, cuyas ruinas aún existen. El manuscrito de esa
curiosa historia se halla en el Escorial, y hace mención de ella Clavígero, en
el catálago que trae al principio de su obra. Pero hoy, merced a los estudios
etnográficos y geológicos, se presume que los Atlantes hace un millón de
años que estaban en su apogeo, antes de la gran catástrofe que varió la super-
ficie de la tierra.
Cuando el hombre nació a la vida del mundo fué acaso tan antiguo en el
viejo como en el nuevo Continente, puesto que hay pruebas hoy de su exis-
tencia posterciaria en México y Centro-América, el Perú, la Argentina, el Bra-
sil y los Estados Unidos. Era raza monosilábica la que vivía en las cavernas
de América, alimentándose de la caza, en lucha con el mastodonte y otros
grandísimos animales, que para siempre desaparecieron. También en Asia y
Europa vivían los hombres vida primitiva, cuando de la Atlántida partieron
(1) América— Historia de su descubrimiento, por Cronau— P. 34— tomo II.
— 179 —
invasiones hacia aquel hemisferio y hacia el sur de nuestras tierras. Tres mil
años antes de nuestra era — según parecen indicarlo los geroglíficos de los soles
nahoas — tuvo lugar el cataclismo que separó los continentes, y que unía estas
tierras americanas con las que habitaban los españoles, que después de cuaren-
ta y cinco siglos, habían de venir a conquistar a los toltecas, cakchiqueles y a
los demás pobladores de estas antiquísimas comarcas, separadas por el espacio
y por el tiempo, desde el gran cataclismo del Atenatiuh, que unos quieren que
haya sido el diluvio, y otros, como Chavero, interpretan que fué el hundimien-
to de una gran parte del orbe, tal vez la más civilizada, la Atlántida, puente
enorme que ligaba los mundos.
Según los testimonios de Gomara, Acosta, Herrera, Pimentel y otros mu-
chos eruditos, no cabe dudar que nuestros indios conservaban la tradición del
diluvio, que acabó con la mayor parte de los seres vivientes. Hoy la ciencia
prueba, con claridad, que aquella tremenda y grandísima inundación de que
nos hablan los antiguos pueblos, fué harto general, bien que no comprensiva
de todo el planeta, ni resultado de un cataclismo súbito y único, sino de fenó-
menos cósmicos que produjeron en la tierra transformaciones colosales, y de
grandes deshielos de los polos. La geología pone de manifiesto lo que se re-
laciona con la gran catástrofe diluviana, que afectó a los aborígenes de Amé-
rica que quedaron convertidos en tlacamichín (personas peces) que fueron
adorados por los dioses. Sólo se salvaron siete, en unas cuevas, al decir de
una tradición; bien que otros creen que solamente un par, o sea una mujer
y un varón, escaparon sobre un ahuehuete (i). En la India, Caldea, Babi-
lonia, Media, Grecia, Escandinavia y China, así como entre los judíos y celtas,
se conserva la tradición del diluvio. Los mexicanos, los mayas, los quichés,
los habitantes de Honduras, y muchas tribus del Norte, conservan memoria
del gran cataclismo que hizo caer los cielos e inundarse la tierra, según las
gráficas palabras de un antiguo cronista.
El Manuscrito Troano, existente en el Museo Británico, y que tradujo
Le Plongeon, dice : "En el año 6 kan, en el undécimo Muluc, del mes Zac,
hubo terribles terremotos, que siguieron sin interrupción hasta el tercio Chuén,
el país de los montículos de lodo de la tierra de Mu, pereció : elevada, por dos
veces, durante la noche desapareció, sacudidas las profundidades por fuerzas
volcánicas. Faltando a éstas la salida, hundían y elevaban la tierra en dife-
rentes sitios. Al fin cedió la superficie, y diez comarcas hechas pedazos, fue-
ron esparcidas. Incapaces de resistir la fuerza de las convulsiones, se hun-
dieron con sus sesenta y cuatro millones de habitantes, 8060 años antes de que
este libro fuera escrito".
Los estudios geológicos llevados a cabo en la península de Yucatán, por
el profesor Angelo Heilprin (2) y las investigaciones hechas por la Academia
(1) México al través de los Sifirlos, tomo 1. páoriiia
(2) Geoloífical Researches In Yucatán.
— i8o —
de Ciencias Naturales de Filadelfia, en 1891, que dieron por resultado intere-
santísimas conferencias o discursos, que tuvimos ocasión de oír, vinieron a
confirmar lo que aquel intersante manuscrito indígena dejó consignado, mu-
chísimos siglos antes.
Geológicamente aparece que el suelo americano no tuvo, allá en épocas
remotísimas, la misma estructura, las condiciones de vida que tiene hoy. Los
enormes tnamíferos, los gigantescos paquidermos, los colosales desdentados y
prosbocídeos que vivían en esta parte del mundo, y cuyos huesos esparcidos
quedan bajo profundas capas de terrenos antiquísimos, ya no pudieron vivir al
crecer las cordilleras ; cambió el clima, variaron las estaciones y hasta los
alimentos que los sustentaban dejaron de encontrarse a su alcance. Las
aguas del mar no se aumentan ; pero la corteza terrestre se levanta o se de-
prime. El período glacial debió de haber producido profundas modificaciones
en la superficie de nuestro planeta. En la edad del levantamiento de las mon-
tañas, perderíase el equilibrio de las aguas, inundaríanse muchas regiones,
quedarían enjutas otras, y "una portentosa transformación sufriría la tierra,
cuyo movimiento engendra fluidos vitales, que el sol hace germinar, y que el
soplo de Dios anima, en múltiple fauna y en maravillosa flora (i).
La flora y la fauna, las conchas y los insectos han venido a comprobar, fuera
de mayores datos, la unión antiquísima del Mundo Viejo y del Mundo Nuevo.
Más aún, se tiene hoy por cierto que entre la raza de los indios otomíes y la raza
de los chinos hay similitud completa. El historiador Chavero demuestra que
los tipos, la lengua, los grupos, la teogonia y hasta las costumbres, establecen
ser idéntica la raza amarilla china con la de los antiquísimos aborígenes de
estas regiones ; y aun cree que de aquí, de América, salieron los primeros po-
bladores del Celeste Imperio, coincidiendo con la idea del abate ^asseur de
Bourbourg, de que el origen de la humanidad, el Paraíso Terrenal, digamos,
estuvo en lo que hoy se llama Nuevo Mundo. Probado, cual está por la cien-
cia, que aquí existió el hombre posterciario, resulta ciertamente más moderno
el chino, cuya tradición lo presenta como una colonia que llegó a pueblos extra-
ños, después de larga emigración de regiones del Oriente, es decir, de América,
en donde la lengua natural era monosilábica, y de la que hubo de formarse el
idioma chino, siendo el otomí de carácter más primitivo. No hay duda de que
la lengua es de gran valor para explicar las relaciones etnográficas.
La flora y la fauna antiguas, ante-diluvianas, según los estudios modernos,
difieren esencialmente de la fauna y la flora de la época geológica actual.
Aquellas eran las de un gran Continente ; estas corresponden a la neo-tropical,
que abraza una parte de México, hasta Panamá, con ciertas peculiaridades en
el istmo centro-americano, "Existen en Guatemala, dice el notable naturalista
don Juan Rodríguez Luna, especies de animales que le son enteramente pro-
co Burmetster— Historia de la Creación— Capítulo V.
— i8t —
pías, siendo algunas de ellas muy notables. Entre éstas y las comunes con
las de otras partes de la región zoológica a que pertenece, varias hay que sólo
se encuentran o habitan en ciertos y determinados lugares, ya sean en las ma-
yores alturas, en los terrenos templados del interior o en las costas. Esto se
explica por la diferencia de climas o por la escasez de individuos representantes
de las especies. Pero también en otras, numerosas en individuos, se observa
que solamente se ven o del lado del Pacífico o del lado del Atlántico. Los
Cucuyos (Pyrophorus) género de que hay cinco o seis especies, todos viven
en esa parte del país últimamente mencionada ; lo mismo sucede con respecto
a otros insectos, arácnidos, moluscos, reptiles, aves y mamíferos ; y viceversa :
varios se conocen sólo del lado del Océano Pacífico. Aun en especies del mis-
mo género se nota eso mismo; por ejemplo: las Chachas (género Ortalida) de
que hay dos, la una es del Norte y la otra del Sur, (Ortalida vetulia y Ortalida
leucogastra) ; los dos grandes passalus, insectos, (Proculus Gorii y Proculus
Mnizechi) el primero vive en la Verapaz y el segundo en la costa de Quezalte-
nango o Cuca. Este es un hecho curioso e inexplicable, porque, siendo cortas
las distancias y estando dotados algunos de esos seres de poderosos medios de
locomoción, podrían transportarse de uno a otro lado".
En nuestra vegetación predomina la exuberancia arborescente leñosa.
Más de quinientas hectáreas hay, en Guatemala, de -bosques riquísimos, con
seiscientas noventa especies de finas maderas. Más de ochenta clases de plan-
tas textiles, setenta oleaginosas, cuarenta forrajeras, treinta tintóreas, treinta
y ocho frutales, y más de ochocientas medicinales. El. suelo se encuentra
tapizado de liqúenes y heléchos, mientras que el viento, lleno de perfumes,
columpia lianas y mueve raras orquídeas, gemelas de los pájaros que esmaltan
el boscaje.
Por lo demás, ha preocupado mucho a los biólogos y botánicos la diferen-
cia, por una parte, de la fauna y flora de los Continentes actuales, y de otro
lado, las especies idénticas o similares de animales y plantas de uno y otro
lado del Océano. Los restos fósiles del camello se encuentran en la India, en
África, en la América del Sur y en Kansas; mas es hipótesis de las natura-
listas que todas las especies vivas son de una sola parte del globo, desde la
cual como centro se han esparcido por las demás. ¿Cómo, pues, podría expli-
carse la situación de tales restos fósiles, sin la existencia de intercambio te-
rrestre en una remota edad? Recientes descubrimientos hacen creer que el
caballo tuvo su origen en el hemisferio occidental, en donde solamente se han
encontrado restos fósiles entre las diferentes formas intermedias precursoras
del actual cuadrúpedo ; por lo que sería difícil explicar la presencia de ese
animal en Europa, sin que hubiera habido comunicaciones terrestres, y una
vez que consta que en Asia y en Europa existía el caballo en estado salvaje.
Ya había ahí ganado vacuno domesticado en la edad de piedra, procedente del
• —I 82^
búfalo de América, según Darwin, y aun quedaban en las Cavernas del Norte
de América restos del león de los desiertos africanos y de la Europa antigua.
En América existen muchísimas especies de vegetales del período mioce-
no de Europa, que se encuentran sobre todo en yacimientos fósiles de Suiza,
siendo lo más particular que mientras se halla dicha flora esparcida con profu-
sión en los estados Orientales, se echan de menos muchas especies de las cos-
tas del Pacífico ; porque seguramente entraron por el lado del Atlántico a nues-
tro Continente.
Y el plátano, lábaro de nuestras exuberantes tierras, que da sombra, fruto
riquísimo, alimento sano, humedad al suelo y alegría a las comarcas, ¿cómo
pudo llegar a América desde Asia y África? Los cereales que, como el trigo,
cultivó el hombre desde remotísima fecha, vinieron probablemente con emi-
graciones anteriores a la pérdida de la sumergida Atlántida. Es de creerse
que en América ya existían varias especies de plátano, antes de la conquista.
La meteorología de Centro-América se afecta por la configuración del
istmo, pues así como el curso de las aguas se altera según la naturaleza y va-
riedad del lecho sobre que corren, también las variaciones del océano atmosfé-
rico se modifican en las capas inmediatas a la tierra, por la naturaleza y forma
de los países y localidades. ¡ Cuántas veces, en efecto, vemos que un río cau-
daloso corre manso y lento hacia su superficie, mientras que en el fondo se
arremolina y se acelera, contra lo que generalmente sucede ya en el aire, ya en
el interior del cauce ! Y no es menos frecuente observar pocos grados de calor
en la superficie de las tranquilas aguas de los lagos, y a alguna ])rofundidad
fuertes agitaciones, -corrientes y elevadas temperaturas. Esto puede notarse
palpablemente en la laguna de Amatitlán, cuyas aguas tienen temperaturas
muy diferentes, no sólo en diversos puntos de la superficie, sino^también a
varias profundidades. Lo mismo, pues, se manifiesta en la atmósfera, según
la situación, la manera de ser y la naturaleza de los terrenos: circunstancias
que particularizando las leyes generales de las variaciones atmosféricas, cons-
tituyen el clima de un país.
El hermoso valle de Guatemala tiene una importancia particular consi-
derado como punto céntrico de observación de los fenómenos meteorológicos,
ya generales, ya parciales o de la climatología de Centro-América. "La esta-
ción de la capital es curiosa desde muchos puntos de vista: a semejante altura
la marcha general de los vientos es muy diferente de la que se observa en lu-
gares poco elevados al E. y al O. en la misma latitud", (i)
Y en verdad, situada la ciudad de Guatemala a poca distancia de los dos
océanos, y sobre la parte culminante del valle que ocupa, por ella circulan con
regularidad y muy libremente las corrientes de los vientos alíseos. Las acci-
dentales, más inmediatas a su suelo, se encarrilan con no menos regularidad en-
(1) Anuario de la Sixñedad Metoorolcítrioa de Franfla. tomo 99
-i83-
tre las cadenas montañosas, que casi paralelas entre sí cubren su horizonte del
E. S. E. hacia el O. N. O., circunstancias que naturalmente influyen en los
demás fenómenos meteorológicos. La variedad tan grande de climas que se
encuentra en la extensión relativamente reducida de Centro-América, de pun-
tos poco distantes entre sí, ofrece gran comodidad para el estudio de las leyes
meteorológicas, no solamente de la climatología, sino aun de la marcha general
de los fenómenos atmosféricos, mediante estaciones bien distribuidas en todo
el territorio.
La temperatura de la capital de Guatemala es templada, con los caracteres
bien marcados de las regiones intertropicales. En 1797, hubo en toda la
América Central una sequía extremada, que ocasionó enfermedades y hambre,
acarreando del Sur una inmensa nube de langosta (chapulín). El año 1802 no
fué menos fatal, y se repitieron los mismos desastres. En 1803 comenzaron
las lluvias por marzo, terminaron en julio, siguiendo una sequedad horrible.
En 1826 los grandes calores causaron a Guatemala enormes pérdidas. En
1861 hubo persistentes lluvias (temporales) que produjeron inundaciones. En
1864, corrieron extraordinarios vientos del Norte, soplaron en enero y febrero.
En 1869 la desastrosa inundación de Quezaltenango. Después de tres años
poco lluviosos, vino la plaga del chapulín (langosta), hasta que con la fuerte
estación de aguas que ahora (191 5) hemos tenido, tiende a desaparecer. ^ Han
cambiado algo las estaciones, notándose a veces calor en noviembre y diciem-
bre, y frío en febrero y en marzo, cosa antes inusitada. La temperatura es
por lo regular de 8° mínima, máxima, 28*?, media, 18? Por rareza el 24 de
diciembre de 1856 bajó a 4?, y hasta 3° el 29 de enero de 1863 ; pero estos son
enfriamientos extraordinarios, producidos por golpes de vientos norestales.
En los lugares bajos de la boca costa, como le llaman, el clima es más
cálido y siempre sano, a las orillas del mar es muy ardiente. En las serranías
y cúspides de los montes hace frío y cae nieve, algunas veces. Esta variedad
de temperatura ofrece en la fauna y en la flora, muchísimas singularidades,
pudiéndose recoger a pocas distancias, frutos de zonas diversas.
CAPITULO VI
sismología centro-americana
SUMARIO
Kabrakán, dios del terremoto, entre los quichés. — Araña-pez se consideraba
en el Japón la causa de los temblores de tierra. — Un topo era en la India. — Un
gran cerdo en Célebes. — La ciencia moderna ha adelantado mucho en sismología.
— Teorías actuales. — Estaciones sismográficas. — Terremotos horrendos en Cen-
tro-América. — Lo que dice Bemal Díaz del Castillo de los temblores de tierra. —
Relación del cronista Vásquez respecto a los sucesos del año 1541. — Ruina de 1565.
— Llegada del obispo Villalpando, — Movimientos sísmicos del año 1575. — Erup-
ción del volcán de Fuego en 1581. — Aumenta, al siguiente año, la furia del volcán. ■^—
Durante los sesenta años sucesivos continúan los terremotos. — Disminuyen en la
primera mitad del siglo XVII. — En 1651 se destruyó de nuevo la capital del reino
de Guatemala. — Calamidades acaecidas en 1663 y 1666. — El terremoto llamado de
la Santísima Trinidad. — Temblores de tierra en 1773. — Ruina de la Antigua Guate-
mala. — Varias descripciones del luctuoso suceso. — Movimientos de tierra poste-
riores. — Temblores de tierra en 1830. — Erupción del volcán Santa María. — Rui-
na de Quezaltenango, en 1902. — Nómina de las erupciones volcánicas. — Principa-
les terremotos en Centro-América. — Ruinas que han causado. — Estudio del P. jesuí-
ta Lizarzaburu. — Datos del Observatorio meteorológico. — Efemérides sísmicas y
volcánicas de El Salvador. — Tiembla en 1856 toda la costa del mar Caribe. — Tem-
blores de tierra en Nicaragua, Honduras y Costa-Rica, — Obra del capitán Mon-
tessus de Ballore, sobre sismología centro-americana. — Opinión muy autorizada
del sabio jesuíta Gutiérrez Lanza, sobre el istmo de la América Central. — Lo resuel-
to por el Congreso Panamericano, celebrado en Chile. — Volumen 59, ciencias Físicas.
En los tiempos prehistóricos experimentaron los indios americanos cata-
clismos horrendos, debidos a la furia del dios del terremoto, Kabrakán, que
según creían, era el ser misterioso que trepidaba la tierra, y de repente destruía
los pueblos, echando abajo hasta los árboles corpulentos, y las chozas pajizas
de los infelices aborígenes. En el Japón se imaginaban que la causa de los
terremotos era una araña inmensa, que luego se convirtió en pez. Al nordeste
de Tokio hay una enorme roca que dicen descansa sobre la cabeza del monstruo
y la tiene sujeta, pero el resto del imperio sufre los temblores causados por la
cola y cuerpo del fabuloso animal. En la India creen que es un topo inmenso ;
en la Arabia un elefante ; y en las Célebes un gran cerdo, que carga en su lomo
el globo del mundo. En América el monstruo subterráneo era una tortuga,
y por eso vemos, en muchas de las ruinas, la forma de ese anfibio, con inscrip-
ciones que acaso sean fechas históricas de las furias de Kabrakán, en sus epi-
lépticas convulsiones, o en sus espasm.os de solaz. Todos los pueblos anti-
guos creían que dentro de la misma tierra estaba el agente de los terremotos,
aunque suponiendo mitológicos animales.
— i<S6 —
La ciencia moderna, en cercanos tiempos, apeló para explicar los terremo-
tos, a influencias de los astros, de la electricidad atmosférica, de las causas
crónicas enumeradas por Alexis Perrey, en su teoría de las mareas de los
períodos máximos de las manchas solares, de los torbellinos atmosféricos y de
otros varios fenómenos. Más estas causas han pasado de moda y pertenecen
a la historia. El problema busca hoy el agente sísmico, dentro de la tierra
misma, en el interior de su masa, según la teoría reciente, que desenvuelve el
jesuíta Mariano Gutiérrez Lanza, en su preciosa obra, premiada en el cuarto
Congreso Científico de Chile (i).
En todos los tiempos, dice ese sabio, ha habido terremotos, y de ellos se
ha ocupado el hombre, desde el principio de la vida humana ; pero cuanto com-
prenden los archivos sismológicos, que nos han dejado escritores antiguos, se
reduce a repetidas crónicas de los efectos sensibles de los temblores de tierra.
En el último tercio del siglo pasado, una nueva aurora empezó a asomar en el
horizonte de la historia. Tres puntos culminantes hicieron su aparición irra-
diando luz. Fué el primero el Japón, país de tifones, volcanes y terremotos.
En el año 1903, hubo mil trescientos cuarenta y nueve temblores terrestres.
A raíz de la restauración japonesa de 1868, el gobierno llevó profesores euro-
peos, los cuales al punto fijaron su atención en la irritabilidad de aquel suelo
inseguro. Milne, Gray, Ewing, Verbeck, Wagner Chaplin, West, Knot y
otros, son dignos de figurar entre los fundadores del nuevo edificio científico.
En 1880 fundóse la Sociedad Sismológica del Japón, que ha dado gran impulso
a los estudios sísmicos. En Tokio se creó una cátedra universitaria, única en
el mundo. Finalmente, ct>mo resultado del terremoto de octubre de 1891, que
causó siete mil muertos, diecisiete mil heridos y veinte mil edificios arruinados,
se estableció, por decreto imperial, el "Comité de Investigación de los Terre-
motos," con varias secciones científicas y muy bien dotado. Casi al mismo
tiempo, nació en Italia la organización de los estudios sísmicos, con marcada
tendencia a considerarlos desde el punto de vista de erupciones volcánicas (2).
Existe la "Sociedad Sismológica Italiana". Inglaterra cuenta con cuarenta
Observatorios esparcidos por toda la tierra, provistos de sismógrafos fotográ-
ficos de Milne. Se ha llegado a demostrar la conexión íntima entre los gran-
des temblores y las rupturas de equilibrio de la costra sólida de la tierra ; y el
de todo punto inesperado, de que cada año hay como un centenar de terremo-
tos, bastante fuertes para estremecer toda la masa del planeta, desde el punto
de origen hasta los antípodas. En Norte-América hay varias estaciones, y
una en Panamá, México, Brasil, Ecuador, Argentina, Perú, Martinica y Tri-
nidad. £n la Habana existe la Estación Sísmica del Colegio de Belén, con dos
buenos sismógrafos.
(1) Puntos de vista sobre los terremotos.
(2) Tramblements de terre, par L. de Lon^raive.
-i87-
Sólo por vía de digresión, hemos apuntado, por interesantes y curiosas,
las precedentes noticias; pero debemos concretarnos a la parte histórica de
los terremotos en la América Central, siquiera sea ligeramente, de acuerdo
con la índole de la presente obra.
Cuenta Oviedo que apenas llegaron los españoles a este suelo centro-
americano supieron, por la tradición indígena, que el año 1469 había habido
un gran terremoto. Refiere Bernal Díaz del Castillo que, al pasar con unos
soldados, de Panchoy para Chimaltenango, experimentaron tan fuerte y largo
terremoto, que tuvieron que apearse de los caballos y acostarse a lo largo para
no caer a cada paso. "Acuerdóme, dice, que cuando veníamos por un repecho
abajo, comenzó a temblar la tierra de tal manera, que muchos soldados pos-
tráronse en el suelo, porque duró gran rato el temblor".
Por el año 1541 — refiere el cronista Fr. Francisco Vásquez — (i) que no
habiendo pasado ni catorce años de la fundación de la capital del reino de
Guatemala, en las faldas del volcán de Agua (Ciudad Vieja) se empezaron a
sufrir grandes huracanes, tempestades y copiosas lluvias, desde el 8 de sep-
tiembre, que continuaron hasta las dos de la mañana del día 11, que fué do-
mingo aquel año. Entonces se sintieron terribles terremotos, y sobrevino la
inundación que produjo la catástrofe que arruinó la recién construida ciudad
quedando muerta doña Beatriz de la Cueva y muchas otras personas.
Por los meses de agosto y septiembre del año 1565, fueron los temblores
de tierra tan fuertes y continuados, como general el terror y estrago que
causaron en la capital del reino y en varias de las poblaciones principales, hasta
el punto de que se creía peligroso continuar viviendo en las ciudades. En
Almolonga se hicieron tantas grietas en la tierra, que volvióse cenagosa gran
parte de aquel bello lugar. En San Juan de Comalapan — al decir de un testigo
presencial — hubo una ruina completa. Estos sucesos desastrosos se verifica-
ron casi al tiempo de llegar a la capital el obispo don Bernardino de Villalpan-
do, durante la gobernación del licenciado don Francisco Briseño.
Desde aquella fecha continuaron los temblores de tierra, sin que un solo
año transcurriese exento de fuertes movimientos terráqueos ; pero los más
notables fueron los que se experimentaron en 1575, y que hicieron caer muchos
edificios y causaron la muerte de no pocas personas, desde la provincia de
Chiapa hasta la de Nicaragua. El día último de noviembre hubo trepidación
tan fuerte, hacia la media noche, que duró cerca de tres horas, hasta arruinarse
la ciudad capital, y poniendo pavor en todos los pobladores, que querían aban-
donarla.
El 26 de diciembre de 1581, fué tal la furia del volcán de Fuego y tanta la
ceniza que, como a las once de la mañana, cayó sobre la desgraciada ciudad,
que ya no se veía absolutamente, y fué preciso comer con mortecina luz de
(1) Tomo I. capítulo 79. folios?.
— i88 —
velas, que una y otra vez se apagaban, según dice Remesal, habiendo ratos en
que no se veían los unos a los otros, y discurrían muchos que era llegado el día
del juicio final, en medio de los gritos de espanto y de los ayes de dolor que
por doquiera se oían. Hubo rogativas, procesiones y disciplinas, sin faltar
algunos que a gritos iban confesando sus pecados, para añadir escándalo a tan
penosa situación. Agrega el cronista que muchos abandonaron sus casas y
huyeron por los montes, siendo lastimoso que personas de delicado sexo fuesen
a vagar en los campos, sin parar mientes por dónde iban, ni premeditar en las
fatales resultas de muertes, enfermedades y otras desdichas.
No pasaron muchos días sin otro aciago suceso. El 14 de enero de 1582,
fué tal la erupción del volcán, que se veían los torrentes de lava, como un gran
río de fuego, y los peñascos ardiendo que al cielo arrojaba, con furia aterradora.
Por seis meses, dice aquel escritor, que continuó en actividad el volcán, ponien-
do en constante peligro a los habitantes de la capital y de las alquerías más
cercanas.
Desde el 16 de enero de 1585, hasta el 5 de diciembre de 1586, no transcu-
rrieron ocho días sin fuertes temblores de tierra, siendo el más espantoso de
todos, el que causó verdadera ruina en la ciudad capital, el día 23 de ese mes
aciago. En muchos puntos abrióse la tierra, las oquedades parecían llegar al
abismo, los edificios se desplomaron, los cerros se cayeron, sin que se pudiesen
salvar ni los que huían de la ciudad, ni los que se asilaban bajo los arcos de las
puertas o umbrales de las ventanas, en donde anteriormente habían librado
sus vidas".
Tan repetidos y continuados se dejaron sentir los terremotos, desde el
año 1575, hasta el de 1590, como lamentables fueron las ruinas de los edificios,
las muertes de los vecinos y las pérdidas de las haciendas. Tan amilanados
quedaron, en los sesenta años siguientes, los pobladores de la infortunada
capital, que no se atrevieron a edificar ninguna iglesia, ni casa de consideración,
porque mientras más consistentes eran las fábricas, menos seguridad lograban.
Suspendiéronse tan espantosos sucesos durante la primera mitad del siglo
XVII, o acaso los cronistas se cansaron de seguir anotándolos (i). En 1651
volvióse a destruir la capital, a impulso de un gran terremoto. Así lo dijo el
Ayuntamiento al Presidente de la Real Audiencia, por el añ(j 171 7, añadiendo
los capitulares que habían cesado los temblores de tierra, mediante la inter-
vención de la Virgen del Rosario, a cuya milagrosa imagen juró la ciudad por
su patrona, instituyéndose entonces la fiesta que llamaron de "las horas".
Asegura el mismo cronista Vásquez que, desde que tuvo uso de razón, no
había advertido terremotos semejantes a los de 1663 y 1666, los cuales proba-
blemente no causarían ruina considerable, por hallarse recién construida la
ciudad y asolados sus edificios.
(1) RAZÓN PUNTUAL de los daños une ha padecido la ciudad de Guatemala : escribidla Don .Juan
González Bustillo.
-i89-
Los terremotos del año 1765, día de la Santísima Trinidad, y 1757, cele-
bración de San Francisco, no causaron tantos daños a la ciudad capital, pero
perjudicaron a Chiquimula, Suchitepéquez y San Salvador. Por fin, los tem-
blores de tierra de 1773, comenzaron a fines de mayo y continuaron con mucha
fuerza, siendo memorable el de la víspera de la entrada del Presidente don
Martín de Mayorga, Brigadier de los Reales ÍEjércitos.
Ya este personaje, el Arzobispo, el Obispo de Comayagua y los Oidores,
dormían en ranchos pajizos. Muchos particulares tenían también viviendas
especiales para soportar los temblores de tierra, cuando sobrevino el de 29 de
julio de aquel año 1773, a las tres y media de la tarde, como para servir de
aviso a los desolados vecinos de la M. N. y L. Ciudad de Santiago de los Caba-
lleros de Guatemala. Diez minutos después acaeció el terremoto que hubo de
arruinar bastante aquella ciudad infortunada (i).
El 13 de diciembre del mismo año hubo otro sacudimiento muy fuert? en
aquella localidad, seguido de otros movimientos sísmicos que pusieron pavor
en el ánimo de los habitantes todos de aquellas comarcas. Ni faltaron re-
tumbos y temblores de tierra en el año siguiente.
Pero lo que la tradición relata, por lo que aseguraron testigos presenciales,
y aun por la apariencia que tenía la Antigua Guatemala, dedúcese (Juárros,
Tomo II) que los informes de los ingenieros, autoridades y cabildantes fueron
harto exajerados. Cita ese historiador dos folletos escritos en México, en
1574, para patentizar ejemplos de tremendas hipérboles respecto a la catás-
trofe. Yo he leído la mayor parte de las relaciones y documentos sobre dicho
punto, y es fuera de duda que, por una parte el miedo, el pánico que prevalecía
en los ánimos, hacía que cundiese la exajeración, y de otro lado, .el interés que
las autoridades civiles y los demás notables vecinos tenían en dejar aquella
ciudad, fueron parte a que se pintase con colores muy subidos lo que de suyo
se prestaba a presentarse más desastroso y terrible. En "La Breve Descrip-
ción," escrita por el P. Cadena, página 40, se dice que vieron muchos abrirse el
volcán de Agua, desde la base hasta la cúspide, en dos mitades, a impulso del
terremoto, y que con los movimientos sucesivos se volvió a pegar. En la
"Historia de América" por Rusell (T. i. P. 390) se asegura que en la ruina de
la Antigua Guatemala se perdieron como quince millones de pesos que habían
en las Cajas Reales y fallecieron cuarenta mil personas, cuando no pasaron de
doscientas. En la "Historia y Geografía," de Flint, resulta que el terremoto
de Santa Marta fué en 1779 — es decir, seis años más tarde — y que murieron
ocho mil familias, a causa de que el mar se levantó muchísimo sobre su nivel
ordinario, un volcán arrojó agua hirviendo, y otro, ríos de lava ¡Así se
escribe la historia !
(1) Escamilla.— Noticias curiosas.
— 190 —
Lo cierto es que los eclesiásticos que no querían la traslación de la ciudad
a otro lugar atenuaron los perjuicios, mientras que los apasionados por cambiar
la localidad, los exageraron bastante. En esos casos, la imaginación exaltada,
y lo terrible del suceso, conducen a pintar con más vivos colores, lo
que de suyo es terrible y lastimoso, dándole asi mayor ensanche y magnitud.
La descripción del P. Cadenas, prominente sacerdote, testigo presencial y
hombre de letras, merece crédito — salvo en algunas vulgaridades, como la de
la apertura del volcán, de que hemos hablado. — Esa descripción, en estilo
gongórico, se publicó un año después del suceso, con autorización oficial. En
1858 se reimprimió en la tipografía de Luna. Escamilla, en su manuscrito,
que lleva ])()r título: "Sucesión Chronológica de los Presidentes que han
gobernado este Reyno de Goathemala, Obispos que ha tenido, y noticias curio-
sas de estas Indias," contiene muchos datos acerca de la ruina y traslación de
la Antigua capital de Guatemala, asunto al cual se dedicará un capítulo com-
pleto, en el tomo II de la presente' obra.
El doctor Morritz Wagner, en sus "Recuerdos de Centro-América," hace
notar un fenómeno que caracteriza a todos los grandes terremotos habidos en
estos países. Es la repetición de sacudidas a intervalos bastante regulares (i ).
Ninguno de esos terribles terremotos agotó su furia con una o pocas convul-
siones. La tierra tembló antes, como si se preparara, con fuerzas ciclópeas
subterráneas, la devastación horrenda. Plegadas y replegadas las cai)as te-
rrestres, semeja la orografía Centro-Americana, un papel arrugado por mano
gigante y de hierro, que se hubiera complacido en amasar, estrujando entre
sus dedos el istmo, y triturando sus huesos de jaspe y de granito. Esa mano
plutónica no es otra que la fuerza misteriosa, inconmesurable, terrible de Ka-
brakán, decían los indios, cuando temblaba la tierra.
De los temblores de tierra del año 1830, que tanto afligieron a estas co-
marcas, así como de los que se experimentaron en 1852 y 1854, del que tuvo
lugar en la noche de la octava de la celebración de la Virgen de Guadalupe, de
1863, y de los terribles sucesos sísmicos, que destruyeron Quezaltenango, San
Marcos y varios otros pueblos de Los Altos, en el año 1902, en el mes de febre-
ro, así como de la tremenda catástrofe de Cartago en Costa-Rica, en 1910,
cumple hablar detenidamente en el tercero y último tomo de la presente obra.
No obstante, es oportuno dejar consignada aquí la descripción que hicieron
unos ingenieros alemanes, de cómo quedaron aquellos lugares de Los Altos,
después de la erupción del volcán Santa María. Hela aquí :
"El pueblo de El Palmar fué inundado por el río Nimá el siete de noviem-
bre, de tal manera que se llevó la parte que quedaba arriba de la plaza y una
fracción de la parte baja, esto es, más de la mitad del pueblo, dejando el río
(1) La frecuencia cronológica de los temblores americanos, fué uno de los temas aue se dilucidaron
en el "CJongreso Argentino Internacional Americano" de Julio de 1910.
— 191 —
como huella de su paso una capa de dos a cuatro metros de lodo en el lugar
donde antes estuvieron las casas, y cavó su cauce veinte a treinta metros más,
teniendo nosotros que quitarnos los vestidos para pasarlo. Lo mismo nos
sucedió al regreso ; pero ya el alcalde 3°, con los únicos veinte indios que han
quedado en el lugar, había colocado dos palos en el mismo punto en que hubo
el puente que conducía a la Sabina.
En la finca "Enriqueta," mejor dicho, en los vestigios que quedan de ella,
vimos los últimos seres vivos : eran unos perros abandonados. Las ramas de
los cafetos que todavía sobresalen de las cenizas en esa finca, comenzaban a
brotar. ¡ Oh rica savia la de esta tierra americana ! En la loma que se ve
hacia la derecha, en la finca que se llamó "La Florida," y cerca de la Cuachera,
vimos los primeros respiraderos volcánicos.
Llegamos a la Cuachera, a las 11 a. m., bajamos al baño y allí tomamos
el almuerzo. El agua conserva los mismos elementos químicos que tenía antes
de la erupción, y es la única potable que se encuentra en el camino desde El
Palmar. A las 12 continuamos nuestra marcha ascendente, atravesando el
lugar donde estuvo el hermoso Hotel de la Sabina, y llegamos a la orilla del
gran barranco por donde antes se llegaba a los famosos baños medicinales. Ni
uno se ve de los enormes árboles que antes del fenómeno formaban una selva
en el abismo.
En el fondo se ven dos zanjas gigantescas y paralelas, la más cercana for-
mada por el agua del baño de la fuente Sabina, y la otra por el río Tambor,
juntándose un poco más abajo, por la misma reunión de las corrientes. Por
medio de largos cables y lazos llegamos al lecho de la primera zanja, temiendo
quedar sepultados bajo aquellas incalculables masas de arena de escasa cohe-
sión, que podían escurrirse sobre nosotros como un alud en las nevadas cum-
bres de Suiza. Nuestro empeño era ver cómo había quedado en realidad la
renombrada fuente, y llegamos a ella remontando el lecho de la zanja como
unos 150 metros. Del tanque sólo se ve un pedacito de pared, que da paso al
agiia y está lleno de arena. Las tres fuentes existen todavía ; su altura es
menor y la primera dista de la tercera un metro, arrojando la misma clase de
agua y con la misma temperatura que antes. Sólo la del centro, que está unos
30 centímetros más alta que las otras dos, ha cambiado de modo notable. Su
agua es fuertemente hedionda, contiene mucho ácido sulfhídrico ; su tempera-
tura es muy alta, parece que estuviera en ebullición y no se puede tomar.
El baño queda en el fondo de altísimas paredes de ceniza y arena casi ver-
ticales, que alcanzan una elevación de 15 a 20 metros, formando un semi-
círculo que marca el principio de la primera zanja de que hablé antes. Salimos
de las fuentes con mucho trabajo, haciendo gradas en aquellas altas paredes,
y desde arriba, en frente de los baños, tomamos de éstos una vista fotográfica.
De aquí nos encaminamos a los manantiales de agua de San Antonio, que
se ven bajar del peñasco ; bajamos al río Tambor y subimos por el otro lado a
— 192 —
las fuentes, que se encuentran en el mismo sitio y se conservan inalterables.
La casita de los baños y la sólida y empinada gradería que conducía a San An-
tonio, fueron arrasadas por las grandes avenidas que causan los continuos
aguaceros. El camino de herradura para subir a San Antonio ya no existe, y á
lo largo de la orilla del río no se ve más que una roca cortada a tajo. Del lugar
donde estuvieron los baños de San Antonio salimos con más diñcultad que de
la Sabina, porque era roca pura la que escalábamos. Cuando pudimos llegar
arriba nos detuvo la boca de una gran zanja; nos consideramos impotentes
para subir por ella y tuvimos que seguir su curso como 300 metros para lograr
subir a la izquierda. Por fin llegamos a una loma de los terrenos de San An-
tonio. De los grandes edificios de esta finca no se hallan ni vestigios, ni se
puede determinar con seguridad el punto en que se encontraban. El riachuelo
que corría entre los edificios y la orilla del barranco del Tambor, formó en las
enormes masas de arena y ceniza un barranco formidable, difícil de atravesar.
Del barranco atrás de San Antonio salen grandes cantidades de vapor de agua,
y hacia la loma, entre este barranco y el riachuelo, se ve toda una serie .de res-
piraderos. Lo propio se observa en las colinas que suben hacia las montañas
y que se cuentan por centenares. Desde aquí el más frío observador se con-
mueve por el aspecto que presenta la naturaleza. Ayer asombraba la feracidad
de estas regiones, su riqueza, sus bellos paisajes ; hoy impresiona profunda-
mente el ánimo más indiferente la tristeza de estos paisajes, el ondulante
desierto de arena, de donde apenas sobresale dos o tres metros el árbol gigan-
tesco que hace poco se ostentaba gallardo en las faldas de la cordillera. Todo
está muerto y ni un ave cruza veloz por encima de esos campos de desolación.
Eran las dos de la tarde y se aproximaba el diluvio diario que cae en la
región a consecuencia de la condensación de los vapores que arroja el volcán
por la mañana. En un momento armamos nuestra tienda de campaña en un
lugar abrigado de los vientos ; pero el aguacero es tan fuerte que nos mojamos
como si estuviéramos en campo raso. Por fortuna sólo duró un cuarto de
hora, y como habíamos hecho provisión de leña, nos secamos al calor de una
fogata, que mantuvimos toda la noche. Casi no dormimos una hora : lo im-
pedía el viento que soplaba impetuosamente, los retumbos del volcán que te-
níamos a legua y media, el frío que nos entumecía los huesos y el horrible es-
truendo que ocasionaba el Tambor con las grandes avenidas que lanzaba sobre
la costa. Como a las nueve de la noche hubo un fuerte temblor, los derrumbes
del cono del volcán eran frecuentes y espesas masas de vapores salían cons-
tantemente del cráter.
Por fin amaneció, y nos preparamos para la parte más difícil de nuestra
expedición, como que en ella podíamos dejar hasta la vida. En nuestra com-
pañía llevábamos dos frazadas, algo para almorzar y la resolución de ver aque-
lla boca del infierno.
— 193 —
Vjsto desde nuestra tienda, el camino para llegar al cráter nos conducía
a lo largo de cuatro grandes lomas aparentemente unidas por sus bases. Como
a una milla de distancia de la tienda, toda vegetación ha desaparecido. La
subida era muy difícil por lo fuerte de la pendiente y lo resbaladizo del lodo
que formó el aguacero de la noche anterior. Llegados a la cumbre de la pri-
mera loftia, notamos que nos separaba de la segunda un espacio como de media
legua, con declive sobre el cauce del Tambor y surcado por innumerables
zanjas. Era forzoso atravesarlas todas, las pequeñas saltándolas, las grandes,
— con profundidades de 30 metros, — por medio de cables, lazos y gradas. El
paso de esas zanjas fué la parte más penosa de nuestro viaje. La segunda y
tercera loma eran más pendientes que la primera y ya no pudimos dar veinte
pasos sin descansar a tomar aliento. Al escalar la tercera loma retrocedimos
bruscamente ante un peligro inminente : nos envolvieron fuertes vapores asfi-
xiantes, como de gas del alumbrado y sulfurosos, y creímos imposible llegar al
cráter aquella mañana; pero el viento cambió pronto, llevándose los vapores
hacia las montañas, y volvimos a emprender la marcha. De aquí no quiso
pasar un mecánico del país, que se nos había agregado, y nos encaminamos por
último hacia la derecha del cráter para evitar las nocivas emanaciones gaseo-
sas. Ya no era tan penosa la ascensión, porque la capa de arenas no está for-
mada, como más abajo, por arena fina y ceniza resbaladiza, sino por otros más
gruesos mezclados con piedras. Por aquí pudimos admirar la fuerza eruptiva
del volcán, pues como a 200 metros del cráter había una hilera de enormes
piedras volcánicas, que sobresalían aun de la arena 2 y 4 metros. Yo calculo
en muchas toneladas el peso de la parte visible de estas rocas.
A las 10 de la mañana precisamente llegamos al borde del abismo. Yo no
puedo explicar la emoción que aquello nos causó. Nos detuvimos callados,
temiendo dirigir la vista adelante, atrás, a todos lados. Estábamos en pre-
sencia de un cráter colosal. Su boca es elíptica, con su eje mayor del Este al
Oeste, teniendo más o menos 1,000 metros de longitud. Su profundidad será
de 200 a 250 metros y el diámetro mayor del fondo no tendrá de 500 a 600
metros. Seis aberturas de diferentes tamaños hay en el fondo, y de ellas se
ven cinco hacia las orillas, que despiden continuamente grandes nubes de vapor
de agua. La mayor está hacia el Este, tiene como 30 metros de diámetro y
su forma es redonda. Detrás de esta boca, extendiéndose hasta la pared
posterior y aumentando de diámetro, se ve un llano amarillo, como de azufre,
que exhala continuamente vapores de blancura deslumbrante. La abertura
que sigue a la izquierda, y la segunda en tamaño, de forma oval, lanza nubes
de vapor, piedras y arena a quince o veinte metros de altura. La pared poste-
rior del cráter, poco menos que vertical, ya casi llega a la cima del Santa María,
teniendo de 1,500 a 1,800 metros de altura. De la parte más alta se despren-
den constantemente trozos grarfdes de rocas, produciendo al caer ruidos pare-
— 194 —
cidos al trueno, los cuales podrían tomarse por erupciones. Los derrumbes
han formado en la pared mencionada un cono de escombros de unos 150 metros
de altura.
En el propio cono y a media altura se encuentra la sexta salida de nubes
de vapor.
La altura del cráter sobre el nivel del mar es de 2,000 a 2,500 metros. Per-
manecimos una hora en los bordes del cráter y tomamos dos vistas del abismo.
Todo ese tiempo respiramos un aire débilmente cargado de azufre. A las 11
a. m., emprendimos el regreso y llegamos a nuestra tienda a las 12 y 15. A las
5 y 30 P- m-» a San Felipe, habiendo visto cuanto hay que ver en cuestión de
cráteres, de avenidas de derrumbes, de retumbos, de vapores, de abismos y de
diluvios, de truenos y temblores de tierra. — (f.) Enrique Siegcrist".
El nombre quiche del volcán Santa María es K' a' kxanul, vomitador de
fuego, y sábese por los Anales Kakchiqueles (\ue hizo cTupcií»n(>s tríMiu-iuias.
ERUPCIONES VOLCÁNICAS Y TERREMOTOS EN
CENTRO-AMÉRICA:
Siglo XVI 6 erupciones
,, XVII II
„ XVIII 17
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,, 1770-1772 Formación Izalco
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Erupción del volcán Masaya
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Nicaragua.
,, 1785
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„ 1798
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,. 1799
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Guatemala.
,, 1803
, „ Izalco
Salvador.
,, 1821
, „ Masaya
Nicaragua.
,, 1829
,, „ Fuego
Guatemala.
.. 1835
,, „ Cosigüina
Nicaragua.
,, 1844
,, „ San Miguel
Salvador.
„ 1847
,, „ Masaya
Nicaragua.
„ 1850
,, „ Telica
Nicaragua.
.. 1855
,, „ Tacana
Guatemala.
,, 1855
,, „ Fuego
Guatemala.
„ 1856
,, „ Fuego
Guatemala.
,, 1857
Fuego
Guatemala.
„ 1858
,, „ Masaya
Nicaragua.
,, 1869
Izalco
Salvador.
,, 1870
,, „ Izalco
Salvador.
,, 1880
,, „ Ilopango
Salvador.
,, 1880
,, „ Fuego
Guatemala.
„ 1883
,, „ Ometepe
Nicaragua.
,, 1902
Octubre
Santa María
Guatemala.
,, 1911
Agost
0
Poas
Costa-Rica.
PRINCIPALES TERREMOTOS
1541 Septiembre, 11. Destrucción de la primera capital (Ciudad Vieja).
1575 Mayo, 23. Gran daño en la Antigua Guatemala y destrucción de
San Salvador.
1576 y yy Junio. Gran daño en la Antigua Guatemala.
— 196 —
1586 Diciembre, 23. Destrucción de la Antigua Guatemala.
165 1 Febrero, 18. Gran daño en la Antiíjfua Guatemala.
1689 Febrero, 12. Gran daño en la Antigua Guatemala.
1717 Septiembre, 29. Destrucción de la Antigua Guatemala.
175 1 Marzo, 4. Gran daño en la Antigua Guatemala.
1765 Abril, 18. Destrucción de varias ciudades de El Salvador.
1765 Mayo, 20. Destrucción de varios pueblos, en la provincia de Chi-
quimula,
1773 Julio, 29. Destrucción de la Antigua Guatemala (Santa Marta).
1774 Julio, 27. Destrucción de los pueblos de la Costa del Bálsamo.
Salvador.
1798 Febrero, 15. Gran estrago en San Salvador y pueblos de Cuscatlán.
1822 Mayo, 7. Gran estrago en Cartago, Matina y San José de Costa-
Rica.
1839 Marzo, 22. Gran estrago en El Salvador.
1841 Septiembre, 2, Destrucción de Cartago. — Costa-Rica.
1847 Junio. Gran daño en la Costa del Bálsamo. — Salvador.
1852 Mayo, 16. Mucbo estrago por Guatemala y Los Altos.
1854 Abril, 16. Ruina de San Salvador.
1857 Noviembre, 6. Gran estrago en Cojutepeque. — Salvador.
1859 Agosto, 25. Ruina de La Unión. — Salvador.
1859 Diciembre, 8. Estrago en Amatitlán y Escuintla. — Guatemala.
1862 Diciembre, 19. Gran daño en Escuintla, Amatitlán, Guatemala y
Tecpán.
1870 Junio, 12. Destrucción de Chiquimulilla, y estragos en Cuilapa.
1870 Junio, 13. Estragos por Jutiapa, Santa Rosa y Guatemala.
1873 Marzo, 4. Destrucción de San Salvador y pueblos vecinos.
1874 Septiembre, 3. Destrucción de Patzicia y estragos por Chimal-
tenango.
1878 Diciembre, 5. Estragos por Usulután. — Salvador.
1879 Diciembre, 21 y 31. Destrucción de varios pueblos en contorno del
lago de Ilopango. — Salvador.
1902 Febrero, 18. Ruina de Quezaltenango, San Marcos y otras pobla-
ciones de Los Altos.
1910 Destrucción de Cartago en Costa-Rica.
191 1 Agosto. Estragos en las cercanías del Poas, en Costa-Rica.
1913 Enero. Destrucción de Cuilapa. — Guatemala.
El P. Lizarzaburu, Jesuita muy inteligente en astronomía y ciencias físi-
cas, escribió un folleto interesante sobre "Los temblores sentidos en Guate-
mala, en Diciembre de 1862 y Enero de 1863," que contiene datos curiosos
sobre fenómenos seísmicos.
— 197 —
En la "Revista del Observatorio Meteorológico," del año 1883, corres-
pondiente al mes de abril, hay un catálogo muy completo y explicado de los
temblores en Centro-América, desde. 1469, en que, según Oviedo y una tradi-
ción indígena, tembló todo el istmo. En 1522 hizo erupción el volcán de Ma-
saya, ocasionando fuertes sacudimientos de tierra. Bernal Díaz del Castillo
asegura que en el reino de Guatemala, sintiéronse terremotos tan fuertes, en el
año 1539, que no podían los hombres tenerse en pie (Tomo I., Historia Ver-
dadera de la Conquista de Nueva España, edición hecha según el Códice Autó-
grafo, publicada por Genaro García. — México, oficina tipográfica del Ministerio
de Fomento. — 1904).
EFEMÉRIDES SEÍSMICAS Y VOLCÁNICAS DE EL SALVADOR
1521 Erupción del Lamatepec o volcán de Santa Ana (Herrera).
1522 Erupción del Cosigüina y del Conchagua.
1524 Grande actividad del volcán de Santa Ana.
1538 Destrucción de San Salvador, cuya sede es transferida a la Bermuda.
1556 Temblores numerosos y muy fuertes en San Salvador.
1570 Erupción del Santa Ana, que algunos refieren haber sido en 1580.
1576 Ruina de San Salvador, el segundo día de la Pascua del Espíritu
Santo, que destruyó casi toda la población.
1 593- 1 594 Ruina de San Salvador, que fué completa.
1625 Grandes temblores en San Salvador.
1659 Ruina de San Salvador.
■; 1699 Grande erupción del volcán de San Miguel. Los temblores, dice
Jiménez que fueron fuertísimos y pavorosos los retumbos, (libr.
V, cap. H).
1770 Aparición del Izalco, 23 de febrero.
1774 Se arruinan Huizúcar, Panchimalco y otros pueblos vecinos.
1787 Erupción muy terrible del volcán san Miguel.
1798 El 2 de febrero se arruinó San Salvador.
1802 El volcán Izalco hace gran erupción.
1805 a 1807 El mismo volcán Izalco arroja grandes lavas y cenizas.
181 1 Hace erupción el San Miguel.
1814 Grandes temblores en San Salvador.
181 5 Ruina en San Salvador,
1819 Erupción del San Miguel.
1830 Fuertes temblores en San Salvador.
1835 Erupción del San Miguel.
1839 El 22 de marzo hubo un terremoto violentísimo que causó no pocas
pérdidas.
-198-
1839 Del I" al 10 de octubre se sintieron fuertísimos movimientos de
tierra.
1844 El 23 de julio hizo tremenda erupción el San Miguel.
1853 El 9 de febrero se sintió un terremoto extensísimo que alcanzó hasta
Guatemala y Trujillo.
1854 Ruina de San Salvador. El 16 de abril, a las dos de la mañana, dio
en tierra con toda la ciudad. Hasta el 18 se contaron 120 temblores..
1854 Mayo. Un fuerte temblor que destruyó algunas casas en San Sal-
vador.
1854 Junio, 18. Terremoto en San Miguel. Grande hundimiento de ro-
cas traquíticas y basálticas, cerca de Estanzuelas.
1854 Octubre, 7. Fuerte temblor de tierra en San Salvador, y sobre todo
en Cojutepeque y San Vicente.
1856 Del 14 al 30 de agosto. Fuertes temblores en I zaleo. El 16 de
agosto se rompió el cráter del lado de Santa Ana, produciendo un
grande hundimiento del cnnn, que perdió entonces una bncna parte
de su altura.
1856 Fuertes temblores en San Salvador y Cojutepeque.
1857 Temblores en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, (irán actividad
del San Miguel y del Masaya.
1859 Del 25 de agosto al 3 de septiembre, hubo una serie de temblores en
La Unión.
1880 Enero, 22. Fuertes movimientos seísmicos en La Unión. Gotera y
San Miguel.
1880 Marzo. Pequeña erupción de piedras y cenizas lan/.adas \n,r el vol-
cán de Santa Ana.
1881 Del 16 al 22 de abril, se sintieron en San Salvador temblores de tre-
pidación de alguna intensidad.
1881 Noviembre. Sacudimiento de 30 segundos, bastante fuerte en San
Salvador.
1881 Diciembre, 26. Horribles retumbos y temblor muy fuerte en San
Salvador.
1882 Agosto, 2. Muy fuerte temblor de tierra en San Salvador.
1882 Octubre, 22. Ocho oscilaciones grandes en San Salvador.
1882 Noviembre, 10. Otras oscilaciones bastante fuertes.
1884 Marzo, 27. Fuerte temblor de oscilación en San Salvador.
1884 Junio, 3. Largo temblor en San Salvador.
1884 Junio, 10. En Santa Tecla se experimentó un fuerte movimiento
de tierra.
1884 Julio, 12. En San Salvador y en Santa Tecla se sintió otro temblor.
1884 En agosto, octubre y diciembre, tembló en dichas ciudades.
1884 Tres fuertes temblores en San Vicente.
I
— 199 —
1884 Diciembre, 8. En Santa Ana y Sonsonate hubo grandes temblores.
Del 5 al 14 de agosto de 1856, sufrió toda la costa del mar Caribe una gran
conmoción. En Trujillo no dejó de temblar la tierra por mucho tiempo.
En Tegucigalpa y en otros pueblos de Hibueras han causado los volcanes
no poco sobresalto a los moradores de aquellas tierras, produciendo fuertes
sacudimientos, que algunas veces ocasionaron lamentables ruinas, como la de
Comayagua, ocurrida el 14 de octubre de 1774; aunque no de la magnitud de
la que sufrió León de Nicaragua en aquella primitiva ciudad, que quedó des-
truida en su mayor parte. En Costa-Rica no han faltado los temblores de
tierra, siendo funestamente memorables los de 1638, que hicieron caer algunos
edificios, quedando maltrechos casi todos. A la filantropía del gobernador
don Gregorio Sandoval, debióse la restauración de aquella ciudad, ya que de
sus fondos particulares gastó en refaccionar los edificios públicos y en socorrer
a algunas personas damnificadas. El 7 de mayo de 1822 hubo un terremoto
que causó graves daños en Cartago, Matina y San José. En 184 1 el 2 de sep-
tiembre, se arruinó Cartago, y en 1851 sufrieron San José, Heredia y Alajuela.
El 29 de diciembre de 1888 cayeron varias casas de la Capital, se incendió la
Farmacia Francesa, y quedaron dañados muchos edificios. En Alajuela pe-
recieron varias personas, y el temblor de tierra fué horrible ; pero más aún en
Tambor, lugar que cambió de topografía, pereciendo don Rafael Castro y dos
de sus hijos. Una ola inmensa de tierra arrebató de ese lugar a la esposa y a
una niña de aquel desgraciado, llevándolas a distancia del sitio en donde que-
daban los otros sepultados. El 13 de abril de 1910 sintiéronse fuertes movi-
mientos sísmicos, que produjeron graves daños en las propiedades, sin desgra-
cias personales. El 4 de mayo de 1910 se arruinó Cartago totalmente, murien-
do más de 500 personas. Este desastre ha sido el más terrible de los causados
en Centro-América, por los terremotos.
El lunes 28 de agosto de 191 1 hizo erupción el volcán Poas, y hubo terre-
motos tan fuertes que destruyeron las casas de madera de los alrededores, se
abrió la tierra en enormes grietas y los pobladores de las alquerías, que salieron
a los campos, se veían arrojados de un lugar a otro. El lector que desee ampliar
los datos anteriores, puede ocurrir en consulta, a la obra reciente del doctor
don Cleto Víquez, que no he podido consultar respecto a Costa-Rica, y a la
del Capitán Montessus de Ballore, que formó una compilación completa de los"
anales seismológicos de Centro-América. Hoy se han hecho estudios intere-
santes acerca de las causas de los temblores de tierra, del vulcanismo del pla-
neta y de los círculos de conmoción, que abrazan los terremotos ; pero tales
materias son ajenas a la índole histórica de la presente obra.
No se puede poner en duda que existe relación entre los terremotos y
otros fenómenos físicos. Los que han estudiado la corteza terrestre y la re-
gión sub-oceánica, apuntan que la América Central es uno de los puntos más
débiles de dicha corteza, bajo la cual coinciden dos arcos (i) o vértices de los
husos esféricos en que está cortado el casco de la tierra, concomitantes con
las islas de la Sonda y de las Antillas. Centro-América es una arista salvada
de grandes cataclismos, de destrucciones horrendas.
Los temblores de tierra actuales no son más que ecos debilitados de es-
pantosos trastornos telúricos en remotísimos tiempos. La serie de revolu-
ciones de que ha sido teatro el Centro de América desde la época jurásica, ha
trastornado repetidas veces su configuración, ora hundiéndose a inmensos
abismos, ora surgiendo a grandes alturas sobre las aguas, al tiempo que sus
sistemas de montañas se edificaban, se degradaban y volvían a nacer alterna-
tivamente. En épocas precretáceas el mar de las Antillas era un golfo del
Pacífico. De la región de Honduras se destacaba una gran península. Cuba
encontróse unida a la América Central, en época relativamente reciente.
Resumiendo — dice el sabio jesuíta Mariano Gutiérrez Lanza — la historia
de las múltiples y profundas revoluciones estructurales de este mundo Centro-
americano, he aquí la serie probable de los acontecimientos. En los tiempos
primitivos, cadenas de base granítica y eruptiva en dirección del geosinclinal
mediterráneo. Una larga zona de tierra se extendía desde Honduras, y Cuba
formaba parte de un grandísimo territorio, que además del actual, abrazaba la
isla de Pinos y las Bahamas. La Florida no existía. Al fin del período cre-
táceo empieza el período que está para terminar. En la época oligocena una
acción enérgica dio origen al empuje orogénico de grandes plegamientos, a
que las Antillas y Centro-América deben sus principales rasgos estructurales.
El nacimiento de estas cadenas corresponde a la surrección de los Pirineos.
Por desgracia, la enfermedad hi.stérica y convulsiva de nuestro suelo parece
incurable, y así a las vicisitudes referidas, se han sucedido nuevos y no inte-
rrumpidos trastornos que han continuado hasta nuestros días, y con ellas la
gran propensión a violentas conmociones sísmicas y terribles erupciones vol-
cánicas (2).
Las capas geológicas de la tierra se sobreponen unas a otras y contienen
las páginas de los azares telúricos. Cada hoja de ese infolio inmenso lleva
escrita la historia de siglos incontables ; la vida del planeta que habitamos.
(1) Sismolocrfa. Goiurreso Científico Internacional Americano. Buenos Aires.— 1910.
<2) Pantos de vista sobre los terremotos, por M. Gntiérrez Lanza, 1er. Con«Teso Pan Americano.
Santiaaro de Chile. Volumen V<? Ciencias Físicas.
CAPITULO VII
arqueología centro-americana
SUMARIO
La arqueología de Centro-América ofrece el mayor interés. — Soberbia obra de
Goodman y Maudslay. — Destrucciones hechas por los mismos indios y después por
los españoles. — Cronistas aborígenes. — La Sección Etnográfica del Museo Nacio-
nal de la Sociedad Económica. — Benemérito anticuario guatemalteco, don Juan
Gavarrete. — Los célebres monumentos de Cotzumalguapa. — Descripción de sus
ruinas, por primera vez publicada. — Grande importancia que tienen. — Bowditch
calcula los siglos que cuentan de existencia nuestras ciudades prehistóricas. — An-
tigua opulencia de Santa Lucía Cotzumalguapa. — Obrajes magníficos y estancias
soberbias. — Decadencia y ruina. — El arzobispo Larraz describe ese pueblo y otros
comarcanos. — Ricas haciendas de esa zona. — Varias poblaciones desaparecidas. —
Ruinas de Piedras Negras. — El Peten. — Copan, en Honduras. — El Templo. — El
Circo Máximo. — Las Pirámides. — El Sacrificatorio. — Los Geroglíficos. — Ruinas
de Kiriguá. — Descripción de Schcrzer. — El Circo. — Las Cabezas humanas. — La
gran Tortuga. — Monumentos de Palemke. — Restos de Sinaca-Mecalo. — Ruinas
del Carrisal. — Ruinas de Mixco y de Petapa. — Lo que queda de Patinamit. — Des-
cripción de aquel sitio. — La bella Xelahú. — Poblaciones primitivas que hubo en el
valle donde está situada la capital de Guatemala. — Río subterráneo. — Ruinas de
Tical. — Monumentos de Menché. — La ciudad de Lorillard. — Antigüedades en la
América Central, descritas por don Cesáreo Fernández Duro. — Ruinas de la repú-
blica de El Salvador. — Antigüedades curiosas de Costa-Rica. — Arqueología de Ni-
caragua. — "La Antigua América," obra escrita en inglés y traducida al castellano,
por don Antonio Batres Jáuregui. — Las ruinas de Nackeun. — Comparación de las
ruinas de Atenas, Herculano, Pompeya y Roma con las de la América Central. —
Estas son hieráticas reminiscencias de civilizaciones muertas.
La arqueología imparte un aire de realidad al estudio del pasado. Los
despojos monumentales rememoran vivamente la prístina condición de las
sociedades muertas. Epitafios elocuentes de otros siglos y de otros hombres,
son síntesis de su historia ; fragmentos que sirven para reconstruir los pueblos
más remotos. Las célebres ruinas de la América Central casi todas yacen
apartadas de los actuales centros de población, entre las lúgubres sombras de
florestas vírgenes.
El arte monumental indígena de Guatemala ofrece el mayor interés a los
sabios y a las sociedades europeas y americanas. En los museos de Berlín,
Londres, París, Nueva York, Washington y Roma, hemos visto fragmentos
de las portentosas ruinas prehistóricas de Centro-América, reveladoras al tra-
vés de los siglos, de la civilización peculiar que tuvieron las naciones antiquí-
simas, desde Yucatán y nuestras costas Atlánticas, hasta muchos puntos de
este istmo, centro de la cultura del mundo, en remotas edades, y que acaso lo
— 202 —
será en venideros tiempos (i). Sin apelar a la suposición de los que afirman
que aquí estuvo el pueblo más civilizado del continente antiguo, del cual era
colonia el Egipto, y que lo componían los carios, quienes formaron la cuna de la
antigüedad, es preciso reconocer la cultura remota'de Palemke, Copan, Kiri-
guá, Tihuanuco, Piedras Negras, Tical, Chichén ítzá, y demás restos de mo-
numentos indígenas, que servirán de objeto al presente capítulo, a fin de dar
una idea general de ellos, remitiendo al lector que desee jírofiindizar la mate-
ria, a los libros extensos que existen.
En la monumental y soberbia obra de Goodman y Maudslay "Biología
y Arqueología Centrali-Amcricana," publicada en Londres, en 1<S97, se descri-
ben esas interesantes ruinas, centros de pueblos perdidos, cuya vida dejó ape-
nas rastros, que la tradición, la lingüística, la arqueología y la historia, se
empeñan en descifrar.
Los mismos indios, durante el periodo de U)s tuitecas, y por invasiones
posteriores, destruyeron no sólo ciudades hieráticas y monumentos antiquísi-
mos, sino los fastos, las tradiciones, y cuanto pudiera mantener la historia de
los vencidos. Los aztecas, después, y los españoles, por último, trataron de
borrar hasta el recuerdo de aquellas civilizaciones que hoy investiga la ciencia
moderna (2).
"Debe sal)erse — dice Las Casas— que en todos estos países, entre las di-
versas profesiones que tenían personas competentes, existió la de cronistas o
historiadores, que conocieron el origen de estos reinos y de todo cuanto se
relacionaba con la religión y con sus dioses, lo mismo que con los fundadores
de las ciudades o villas. Consignaban en sus crónicas las historias de los
reyes, la manera como eran elegidos y quiénes habían sido sus sucesores ; la
de sus trabajos, acciones y guerras, y la de los hechos más memorables. Ha-
blaban de los héroes y hombres benéficos. Sabían quiénes fueron los prime-
ros pobladores del país, sus costumbres, triunfos y derrotas. En efecto, estu-
diaban todo lo concerniente a la cronología, y eran capaces de informar lo
interesante del pasado. Estos crohistas tenían también que calcular los meses
y años, y aun su modo de escribir no era como el nuestro. Empleaban símbo-
los y caracteres, por medio de los cuales lo entendían todo ; y guardaban gran-
des libros compuestos de manera tan ingeniosa y con tal arte, que las letras
que de nosotros aprendieron, no les servían de mucho para llenar su objeto.
Nuestros sacerdotes han visto algunos de esos libros, y yo mismo los he tenido
en mis manos, aunque muchos fueron quemados por instigación de los misio-
neros que temían que sirviesen de impedimento a la obra de la conversión".
(1) Va hemos hablado del porvenir de Centro- América; y respecto a su aniueolo^ía existe un
interesante cuadro de honor formado por el l)r. Hermán Prowe.
(2) Itzcoatl destruyó muchos de los manuscritos aulisruos— ' La Anticua América," de Baldwln.
explica cuánto se destruyó.
— 203 —
Todos estos imperios, desde la más remota antigüedad, habían venido ex-
perimentando cambios y revoluciones causados por el predominio o influencia
ya de un pueblo ya del otro, en el curso de su larga historia. Por último, la
conquista española casi acabó con los indios y destruyó sus monumentos y la
mayor parte de sus tradiciones ; por lo cual es mucho más difícil para los anti-
cuarios penetrar en el laberinto del pasado. Sin la arqueología monumental
fuera imposible probar el grado de progreso de los antiguos pobladores de la
América del Centro.
Los grandes y espesos bosques de la parte Norte de Guatemala y Meri-
dional de Yucatán que penetraron como vastos ramales en el interior de estas
regiones, cubriendo una área inmensa, guardan todavía los despojos de grandes
ciudades, mediando entre uno y otro grupo de ruinas una vasta región casi
desierta. Es que casi todo lo que queda son fragmentos de hieráticos edifi-
cios, centros de poblaciones rurales, esparcidas por fértiles zonas, que apenas
si han dejado huellas como las que se ven al Suroeste de la capital de Guate-
mala, en sus cercanos contornos, que fueron ocupados en la época de los te-
rrapleneros, por numerosa gente (i).
¡ Entre las malezas que cubren las ruinas, y los seculares árboles nacidos
en las grietas de sus muros, apenas pueden calcularse los siglos que tienen de
existencia ! ¡ Lástima que no sólo la mano del tiempo haya destruido mucho
de aquellos célebres monumentos, sino que también para los museos de Euro-
pa y los Estados Unidos, se llevaran curiosos americanistas, fragmentos ori-
ginales y piezas enteras de tan interesantes construcciones! (2)
Con los mejores datos que suministran los anticuarios nacionales y extran-
jeros, que han estudiado nuestras ruinas, vamos a describirlas, comenzando
por las de Santa Lucía Cbtzumalguapa, que han llamado mucho de atención
en los últimos tiempos, hasta el punto de que sociedades sabias y museos ricos
han mandado especialistas a sacar facsímiles y dibujos. Ese arte ciclópeo
tiene mucho del etrusco y del caldeo.
Al más benemérito y modesto de nuestros anticuarios, al inolvidable gua-
temalteco don Juan Gavarrete, que tanto trabajó gratuitamente, como Encar-
gado de la Sección Etnográfica del Museo Nacional (3) se debe la descripción
inédita de las ruinas de Cotzumalguapa, que vamos a dar a luz, advirtiendo
antes que en dicha sección figuraban obras impresas, manuscritos raros, co-
pias importantes, autos originales, títulos de poblaciones de indios, vocabula-
rios de lenguas aborígenes, en una palabra, la mejor colección para formar la
historia de Centro-América.
(1) A Glimpáe at Guatemala,— Maudslay.
(2) Bouditch escribió, en 1901. un folleto, calculando la edad de las ruinas: ¿Kanohé-Tenamll, entre
los años 3768-3940. 'Piedras U^egras, 3770-3880. Selbal, >000 y 4020. Paknke, 3709-3860. Klrigad,3SSQ-3Xe.
Copan, entre 3730 y 3930. Antes de la era Cristiana.
(3) En otra parte hemos hablado de h)s trabajos de don Juan Gavarrete, acreedor al reconocimiento
nacional.
— 204 —
Estudiamos muchos de aquellos valiosos manuscritos e impresos curiosos,
durante ocho años que servimos patrióticamente la Secretaría de la Sociedad
Económica del Amigo del País. Todos los documentos de que se hace mérito,
y de cuyo índice conservamos copia, fueron estregados a don José Milla, de
orden del Gobierno, para que escribiera la historia de Centro-América, y de-
volviese a seguida aquellos tesoros. En varios baúles llevó el notable literato
la Sección Etnográfica completa. Eran más de ciento cincuenta libros y mu-
chísimos papeles y copias de importancia, que caminaron a la hacienda "Que-
sada," en donde por entonces residía el distinguido escritor, que nos dejó los
dos tomos primeros de la historia patria. No todos los documentos de la So-
ciedad Económica figuran hoy en la Biblioteca Pública, ni en el prólogo de
aquella obra se hizo siquiera mención de don Juan Gavarrete, ni tampoco se
aludió al arsenal que, de ese patriótico instituto, había recibido el señor Milla,
ya que lo que más cuesta es reunir metódicamente los materiales dispersos,
que solamente en muchos años de constancia podían obtenerse.
De esa Sección Etnográfica sacamos una copia, en el año 1869, del inte-
resante estudio referente a las antigüedades de Cotzumalguapa, que podríamos
extractar para esta historia, pero preferimos que figure íntegro, por el mérito
que tiene. Dice así : "El descubrimiento de los antiguos restos de Cotzumal-
guapa, se debe a uno de los principales vecinos de Santa Lucía, llamado Pedro
de Anda, quien al preparar un terreno que se halla al Nordeste de la población
y dentro de los límites de su eiido, a pocas varas de profundidad, dio con un
depósito de piedras de todas dimensiones cubiertas de bajos relieves muy bien
trabajados, que indicaban ser restos de un gran edificio cuyo origen se remon-
ta a una época muy anterior a la conquista de estos países. Hecho el hallazgo
se puso en noticia del corregidor del departamento, capitán don Miguel Urru-
tia Jáuregui, y este funcionario visitó el lugar de las ruinas, mandó continuar
la excavación, donde tomó la medida de las piedras descubiertas e hizo dibujar
algunos de sus emblemas, remitiendo los diseños al Ministerio de lo Interior,
el año 1865.
Desde aquella época las ruinas de Santa Lucía han llamado grandemente
la atención de cuantas personas las han visto. La excavación tiene más de
veinticinco varas de largo, sobre diez o doce de ancho, y en este pequeño espa-
cio, situado en medio de un espeso bosque y formando un lecho de tierra vege-
tal, se encuentran hacinadas las piezas descubiertas, que casi todas revisten
la forma de obeliscos, monolitos de tres metros de longitud, uno de anchura
y otro de profundidad. En sus caras aparecen bajo-relieves, que representan
guerreros armados, sacerdotes en el acto de sacrificar, personajes adorando a
las divinidades, y todas estas figuras mezcladas de geroglíficos que el tiempo
ha vuelto imperceptibles. Una cabeza de serpiente, un bajo-relieve que osten-
ta a un guerrero subiendo una escala, y una gran taza de piedra, que proba-
blemente era sacrificatorio, se trasladaron a la casa del descubridor.
— 205 —
En la finca llamada "Pantaleón" existe una interesantísima cantidad de
cabezas y de piedras esculpidas. En el Museo de Etnografía de Berlín se ven
algunas de las ruinas de Santa Lucía, siendo la más notable y apreciada la que
forma un bajo-relieve que tiene un pontífice sacrificador con la amenazadora
cuchilla de oxidiana (chaye) en la mano. El Director de dicho Museo don
Adolfo Bastían, describió, en 1885, las hermosísimas piedras de aquellas ruinas.
Se sabe que a mediados del siglo IX de la era cristiana, y con motivo de
la destrucción del imperio de los toltecas, en México, emigraron muchos de
esos pueblos civilizados. Uno de ellos fué el de los cholutecas, que abando-
nando la comarca de Cholula, vino a ocupar las costas del Sur de Guatemala,
desde Soconusco hasta la provincia de Choluteca, que de ellos recibió su nom-
bre, y éstos fueron los que fundaron los señoríos de Escuintepeque, Guazaca-
pán, Cuzcatlán, etc., bajo la denominación de pipiles.
Las tribus quichés y cakchiqueles, que en el siglo IX se apoderaron de los
países del interior de lo que es hoy república de Guatemala, deseosos de poseer
terrenos en clima cálido y disfrutar de sus ricos productos, bajaron a las costas
y arrojaron de ellas a los pipiles, apoderándose los mames de Soconusco, los
quichés de Suchitepéquez y los cakchiqueles de la parte que ocupa Cotzumal-
guapa, quedando estos últimos divididos de los pipiles por el río Achínate, que
quiere decir en mexicano río de los achies o cakchiqueles". (i)
En los informes del Instituto Smithoniano se han dado descripciones de
la colección de restos aborígenes de que venimos hablando. Se ha admirado
mucho una inmensa losa de roca basáltica colocada en el suelo y cubierta de
curiosísimos bajo-reheves de tipo egipcio bien marcado. En otra lápida ver-
tical se ostenta un gran monarca que da audiencia a un macegual, que tiene
aspecto de humilde suplicante. Al Oeste del río Nahualate, por la hacienda
de Las Ánimas y en la villa de San José el ídolo, se han encontrado muchas
cabezas talladas en piedra, menos finas que las que están en la finca denomi-
nada Pantaleón. En la aldea india de San Sebastián, cerca de Retalhuleu, hay
un buen número de piedras grandes que dejan ver figuras humanas y columnas
de seis pies de alto, por dos de diámetro, que marcan acaso algún cementerio
o templo aborigen de remotísimas edades. En la finca Margaritas (Campa-
nías) en el camino de la costa Cuca, hay también varias lápidas talladas y
algunas con inscripciones viejísimas.
En la soberbia obra del sabio Maudslay, Biología y Arqueología Centrali-
Americana, publicada en Londres, en 1897, se describen todos esos interesantes
restos antiquísimos de la civilización de esas comarcas, que fueron centros
a) El notaVjle colombiano don Pastor Ospina, que tuvo un colefrio en la Antljaia Guatemala, estudlil
las ruinas de Santa Lucía, y se formó idea de que eran anteriores a las emiírracione.s de los pueblos del
Anahuac. Existió, dice, en la América Central un pueblo anterior a los tiempos liist<5i-icos, muy civilizado
y ixxlei-oso. Fué seguramente marítimo en las costas del Atlántico, en donde dejó monumentos ?randioso3-
Las bellas artes habían alcanzado gran perfección. Ese pueblo trasmont<5 acaso la cordillera y fundó la
ciudad de CoUumalguapa.
— 2o6 —
de perdidos pueblos, cuya historia dejó apenas rastros, no todos bien compren-
didos ; pero que revela a la par de antigüedad, remota cultura harto digna de
atención.
Como los restos de las ruinas que acabamos de describir no son los únicos
que en aquellos lugares se encuentran, no sería improcedente congetura la
que se hiciera suponiendo que la gran ciudad a que pertenecieron hubiese sido
fundada por los cholutecas, y destruida dos siglos después, por los cakchique-
les, al apoderarse violentamente de esa comarca. Sea como fuere, la importan-
cia que tuvo ésta en tiempos antiguos, sus riquezas artísticas y agrícolas, han
dejado en diversos lugares señales indelebles de su opulencia, no sólo en las
épocas anteriores a la conquista, sino en la que siguió a ese grande aconte-
cimiento (l).
Al tiempo de la venida de los españoles, siendo ellos aliados de los cak-
chiqueles, la costa de Cotzumalguapa entró a su dominio sin violencia alguna,
y los padres franciscanos que catequizaron esta nación fijando su residencia
en la corte de Ixinché, o sea Tecpán Guatemala, bajaron también a esta corte
y pusieron su asiento en los dos principales pueblos que ahí florecieron por
entonces, Cotzumalguapa y Alotepeque, o como hoy le llaman Aloteca. Die-
ron al primero, la advocación de Santiago, y al segundo, la de San Juan, vién-
dose aún los restos de sus magníficas iglesias, perdidas en los bosques. Tras
de los misioneros llegaron los colonos a fundar en tan fértiles lugares sus es-
tancias y obrajes, de los cuales ya se hace mención en papeles del siglo XVI,
como que de ahí salía una gran cantidad del índigo o añil, que, con el cacao,
constituía gran riqueza.
Por aquel tiempo figuraban los pueblos siguientes : Santa Lucía, forma-
do por los de Santiago Cotzumalguapa, y que fué en su origen una estancia
de los pueblos de este último, San Cristóbal Cotzumalguapa, donde hubo una
guardianía de Franciscanos, Santo Domingo Tzotzicán, Sinacamecáyo o Xi-
nagameco, que también fué estancia del pueblo de San Juan Aloteca. San
Andrés Ichanutzumá o Chuchu, en las faldas del volcán de Fuego, Santa Ca-
tarina Tziquinalá, cercano al hermoso peñón que lleva su nombre, San Miguel
Tehuantepeque, algunas leguas al Sur de Santa Lucía, San Francisco Ichan-
huehuey, notable por ser el más próximo a las ruinas de que tratamos, y a las
cuales parece hacer alusión su nombre, que traducido del cakchiquel quiere
decir junto a los viejos.
Desde los primeros años de la conquista española, hubo ahí obrajes de
añil muy renombrados y estancias o haciendas de ganados, como los de don
García de Aguilar y de la Cueva, que dio origen al actual pueblo que se llamó
(1) Pueblos toltecas muy adelantados fundaron, por tan ricas comarcas, varias ciudades de im[K>r.
tancia. En la finca llamada Pantaleón existe una interesante cantidad de cabezas humanas, de enorme
tamaño talladas en piedra, uue son retratos de reyes y guerreros- Los ojos de altrunas estatuas aparecen
sacados de sus órbitas y suspendidos sobre las mejillas.
I
— 207 —
"Don García," y que últimamente le han dado el nombre de La Democracia, el
de Gaspar Arias, fundado en 1589, y que se le concedió en premio de los servi-
cios que prestó, defendiendo las costas del Sur de las incursiones del pirata
Drake, el de García de Escobar, el de Francisco de Aylón, titulado en 1592 y
otros más antiguos, de los cuales apenas queda memoria.
Vino en seguida, una época desastrosa para aquella costa. Las estorsio-
nes de los estancieros, las epidemias causadas por la gran elaboración del añil,
los terremotos, la corrupción de costumbres llevada a esos pantanosos lugares
por la multitud de aventureros que iban entonces a buscar fortuna, la embria-
guez casi general de los indígenas y otros motivos que ignoramos, fueron diez-
mando la población, haciendo decaer la agricultura y reduciendo tan fértiles
comarcas a bosques incultos, que encierran en su seno ostensibles señales de
antigua prosperidad. En 1599 desapareció el pueblo de Tehuantepeque, reu-
niéndose a Santa Lucía sus últimos vecinos. Poco después tuvieron la misma
suerte los de San Andrés Ichanutzumá y Asunción las Casillas, agregándose
al de Tzikin-alá ; una epidemia de fiebres extinguió el de San Cristóbal, que,
a solicitud del cura de Santa Lucía, don Sebastián Lambur, fué agregado a
este último en 1772, y en 1778 se dictó la misma providencia respecto del de
Siquinalá, que apenas contaba cinco o seis familias. Los obrajes tuvieron
mala suerte, con motivo de la escasez de trabajadores y de la considerable baja
del precio del añil, a consecuencia de la conquista de la India Oriental, por los
ingleses, que hasta entonces habían sido los principales consumidores del que
producía la América.
Quedó, pues, Cotzumalguapa, a fines del siglo XVIII, en un estado de
miseria y de tristeza lamentable. La falta de gente permitió a la vegetación
tropical cubrir las ruinas de sus pueblos y haciendas. La riqueza desapareció,
los caminos se perdieron, y las fieras llegaron a amenazar seriamente la exis-
tencia de los pocos habitantes que quedaron en el pueblo de Santa Lucía, único
que sobrevivió a tantas calamidades. El ilustrísimo arzobispo Larraz, después
de describir, en los apuntamientos que hizo en su visita, el lamentable estado
de esa comarca, en lo moral y en lo material, da noticia de las alquerías anti-
guas, cuyas ruinas aún se contemplaban.
Hoy el camino de hierro que atraviesa aquella fértil campiña, sembrada de
cafetos, caña de azúcar, cacao, pasturas, hortalizas, árboles frutales y otros
artículos da vida a magníficas haciendas, como Pantaleón, el Baúl, Camantu-
lúl, Aguná, Chata, San José, San Sebastián y muchas más.
Piedras Negras llaman a unas ruinas descubiertas por Teobert Maler, en
el Departamento del Peten, en las frondosas márgenes del Usumacinta, como
catorce leguas más allá de Tenocique, demostrando la existencia, hará unos
3,800 años, de una gran ciudad que tenía adelantada cultura. Un monolito de
esas ruinas muestra gran importancia, y se encuentra descrito por los famosos
— 208 —
americanistas Maudslay, Bouditch y Foerstemann, que han sabido descifrar
algunos de los geroglíficos referentes al calendario comprensivo de una época
de 136,664 días.
Las ruinas que han quedado de Copan, en Honduras, cerca de la línea
divisoria con Guatemala, son de las seis más famosas de América y las más
antiguas de todas. Copan revela el arte indígena en toda su grandeza. Desde
que el Oidor D. Diego García del Palacio, de la Real Audiencia de Guatemala,
hizo una circunstanciada relación de ellas a Felipe II, en 1576, se tuvo idea de
tales' monumentos indios, que no vio Cortés, aunque pasó muy cerca de ese
sitio. El americano Mr. John Stephens, en su obra titulada Incidcnts of travcl
in Central América (Vol. I. P. 95-160) y el abate francés Brasseur de Bour-
bourg, en su Histoire des Nations Civisees du Méxique et de 1' Amérique Cén-
trale, hicieron detenido examen de los restos de aquel lugar de Copan, que
demuestran haber existido ahí un gran pueblo. Los sabios alemanes Meye y
Schmid, han hecho recientes publicaciones, intituladas Las Estatuas de Copan.
Los dibujos de Catherwood son bellísimos.
Para dar idea de aquellas ruinas, ya que su estudio especial está hecho en
esas grandes obras extranjeras, con varios volúmenes y muchas láminas,
baste decir que se extienden por el espacio de dos millas los restos que aun
quedan de aquellos hieráticos sitios. El Templo, tiene 624 píes de Norte a
Sur, por 809 de Este a Oeste. Calculan que entrarían en su construcción más
de veinte y seis millones de pies cúbicos de piedra tallada con esmero. Hay
una grandísima escalera que tendría como ciento cincuenta pies de altura, y
que a semejanza del templo de Tyro, se hallaba en las márgenes de un río con
bóvedas debajo. Por los años 1700 todavía se conservaba entero el Circo
Máximo de Copan. Era una plazuela de figura circular; rodeada de pirámides
de piezas muy bien canteadas, como de siete varas de alto. Veíase al pie de
estas pirámides, unas figuras humanas de tamaño natural, perfectamente cin-
celadas, y con los colores que las esmaltaron. Lo más singular del caso es que
los trajes son a usanza castellana. En el medio de la gran plaza se halla el
sacrificados Por ahí vese una portada de piedra, cuyas columnas representan
a un hombre, vistiendo también a estilo español, con calza, cuello escarolado,
espada, capa y gorra. Entrando al través de ese arcado se admiran dos her-
mosas pirámides, de gran altura, y de cuyas cúspides pende una hamaca, en la
cual están tendidas dos figuras humanas, de uno y otro sexo, vestidas a usanza
indígena. Todo parece ser una sola pieza, y la hamaca se mece con ün suave
empuje. Al pie de un cerro está la cueva de la Tibulca, con columnas perfec-
tas a estilo gótico, de hermosas bases, zócalos, capiteles y coronas. Aunque
de todo ello deduce Juarros que hubo comunicación primitivamente entre los
pobladores de América y los del Antiguo Mundo, es más probable que los
trajes castelanos y las columnas góticas hayan sido labrados después de la
conquista, siquiera las otras ruinas se remonten a tiempos mucho más antiguos.
— 209 —
La familia maya puso en esos monumentos escultóricos el sello de una civi-
lización que lentamente llegó a su apogeo, durante miles de años. Por los ge-
roglíficos que se han descifrado consta que la erección de un monolito, de un
altar, de una pirámide, tiene un año o un siglo de diferencia respecto de los
anteriores. Mementos de heroicos episodios, de sagradas festividades, de
calendáricas fechas, fueron poco a poco formando la más grandiosa muestra
de arte delicado y prolijo, en ruda piedra de esperón, que con facilidad estalla
al golpe del cincel. Los mismos indios, con motivo de la llegada de los bar-
budos pálidos, tallarían las figuras que algo tienen de europeos. Ahí debe de
haber recuerdos de muchas invasiones y desventuras ; pero a buen seguro
que ninguna tuvo como la del hombre ibero, para los aborígenes tan funestas
consecuencias. Opinan sabios anticuarios que Copan, ya en gran decadencia,
estaba todavía poblada en el siglo XVL Cortés, Alvarado y Bernal Díaz nos
hablan de ciudades habitadas por los indios; pero los hieráticos centros de
poblaciones esparcidas, quedaron desiertos o poco frecuentados, desde que el
conquistador persiguió a muerte las creencias y ritos de los aborígenes.
Los mayas recibieron su cultura de los aztecas y la refinaron y aquilataron
envolviéndola en un simbolismo esotérico y oriental. Los que más han con-
tribuido a revelar la civilización maya son Landa, Cogolludo, Pío Pérez, Good-
man, Maudslay, el capitán Maler, Chavero y el Museo Peabody.
Volviendo a describir las soberbias ruinas de Copan, haremos observar
que además del templo o circo, hay tres grandes pirámides separadas, la pri-
mera de treinta pies de alto, y las otras más bajas. Los ebeliscos, las esta-
tuas, los cimacios y los ídolos son de un trabajo exquisito. El altar o sacrifica-
torio del templo lo forma una sola piedra finísima de seis pies cuadrados y
cuatro de alto, sobrepuesta en otras piedras glabulares. En los laterales de
aquellas piedras se ven i6 figuras humanas perfectamente bien talladas, mien-
tras que en la parte superior hay 36 cuadros con geroglíficos interesantísimos.
Mr. Stephens asegura que muchas de las estatuas y bajo-relieves son iguales
a los más célebres y finos de Egipto. Los geroglíficos están sin descifrarse,
pues no tienen relación con los aztecas. Más bien se parecen a los del palacio
de Palenque en el Código de Dresden y en el manuscrito Troano. Presume
Brasseur de Bourbourg que aquellos geroglíficos cuentan las aventuras de
Topiltzin Acxitl, rey tolteca, que vino de Anahuac a fundar en Honduras el
imperio de Tlapallán, a fines del siglo undécimo; pero merece más crédito
J. T. Goodman, quien demuestra que los datos inscritos en Copan, abrazan una
épocas nada más, durante la cual esos lugares florecieron : 4 ahau: 13 yax, prin-
cipio del 15. katun del 9 ciclo, del 54 gran ciclo.
Dos grandes ceibas, cuyos troncos tienen más de ocho pies de diámetro, y
cuyas raíces miden más de cincuenta de largo, se levantan en la cima de una
de las más elevadas pirámides. Entre las malezas que cubren las ruinas y los
seculares árboles nacidos en las grietas de sus muros, no puede descubirse
cuántos siglos tienen de existencia. Copan parece ser una de las más antiguas
ciudades de América, j Lástima que no sólo la mano del tiempo haya destrui-
do muchos de aquellos célebres monumentos, sino que también para museos
de los Estados Unidos y de Europa, se hayan llevado curiosos americanistas,
fragmentos y piezas enteras de tan vicios edificios! Aunque no faltan mo-
dernos anticuarios que presumen no ser tan antigua Copan, como se cree, todo
aquello revela la acción lenta, corrosiva, inevitable de los años. Los árboles
de raíces colosales han hendido las piedras, los huracanes, las lluvias, el calor,
los animales salvajes, todo ha contribuido a esparcir fragmentos enormes, mo-
nolitos soberbios, lápidas con inscripciones misteriosas, y un ambiente de leja-
nísima cultura, de hierático acantonamiento, en una ciudad eminentemente
religiosa, con muros de ocre y poblada de creyentes que en esculturas de alto
relieve dejaron memorias confusas, artísticamente originales. Los indígenas
de por ahí dicen que sus antepasados fueron convertidos en piedras, a causa de
sus maldades. La trompa de un elefante que está en un monolito, hace presu-
mir que todo aquello lleva antigüedad y sombras. El elefante existe fósil en
Améñcsí. Hace miles de años que dejó de vivir (i), lo mismo que el mam-
muth y otros ante-diluvianos. Copan es la más alta expresión del arte pre-
colombino. Las stelas y los altares se hallan diseminados, como atalayas de
aquel grandioso centro .sacerdotal de muchos pueblos. Las pirámides con más
de cuarenta metros de altura, son diversas de las de Egipto. Las de Copan
no fueron tumbas, servían de viviendas y tenían adoratorios. Aquellas ruinas
son religiosos escombros que guardan las plegarias, las aspiraciones tosca-
mente místicas, de miles de seres humanos que se perdieron en el turbión de
los tiempos. Son concepciones simbólicas y raras.
Cuentan las crónicas que Copan Calel, el gran cacique, revelóse en toda
aquella comarca contra don Pedro de Alvarado, que tuvo que habérselas
con más de treinta mil indios : que mandó a Hernando de Chávez a combatir,
acaeciendo grandes bajas por ambos lados. Conquistada Chiquimula, se sos-
tuvieron los copanes, con gran valor y persistencia ; pero al fin sucumbieron
al rudo golpe del destino. ¿ Estaría el lugar de las ruinas de Copan poblado
aún en tiempo de la llegada de los españoles? Lo más creíble es que la ciudad
sagrada estuviese ya desierta y que hubiera algunos pueblos esparcidos por
aquellos valles y cañales. La gran ciudad floreció por unos dos siglos.
Por razón de la peculiar naturaleza del país, grandiosidad de su monta-
ñoso panorama, existencia de remotísimas trazas humanas, la lucha desespera-
da de sus aborígenes por la independencia, sus extrañas y supersticiosas tra-
diciones, Guatemala ha sido, dice el historiador Bancroft, una tierra de miste-
rio, sobre todo para aquellos que se consagran a las especulaciones anticuarias.
La residencia en Rabinal del Abate Brasseur de Bourbourg, que se hizo nom-
(1) Cronan.— Amé lea.— Tomo I, páidna 57.
brar Cura Párroco de aquel pueblo, le sugirió muchas de sus ideas sobre la
América, que han llamado la atención en Europa, a pesar de que algunos
achacan a aquel sabio más imaginación que seso analítico. Los estudios del
Abate francés, no obstante eso, han arrojado mucha luz sobre el pasado de
estos países, bien que las ruinas que por varios lugares se encuentran espar-
cidas, prueban la cultura quiche y cakchiquel, e indirectamente la de los azte-
cas en el Anahuac ; pero no permiten llegar a la América remotísima, aun es-
condida entre vagos misterios : L' Ancienne Amérique. El aborigen de estas
comarcas existió desde hace más de cien mil años.
En Guatemala, en el departamento de Izabal, dentro del valle del río Mo-
tagua, a unas cincuenta millas de las ruinas de Copan, se encuentran los restos
de Kiriguá, descritos científicamente por Mr. Scherzer, que con los dueños de
aquel lugar, señores Payés, las visitó para, dar después a conocer al mundo
aquellas célebres antigüedades. En el contorno de un circo muy extenso,
todavía se ven las gradas estrechas que sirven para descender y contemplar
en el centro una gran piedra redonda llena de geroglíficos y de inscripciones.
Dos cabezas humanas, talladas en piedra negra, con dimensiones colosales,
parecen sostener esa lápida, llena ya de musgo y jaramago. Vense aún escul-
turas como la de un indio sentado, llevando una diadema. La gran tortuga,
tallada en una misma pieza de granito, llama la tención del viajero. Siete
columnas cuadrangulares muy altas, y doce monolitos colocados sin orden
ni simetría, y un ídolo en forma de lagarto, vense entre la grama y el follaje
de aquel interesante lugar, que sin duda fue, como algunos creen, centro fa-
moso de antiquísima ciudad indiana, cuyos fastos perecieron para siempre.
Menos ricas y complicadas en dibujos las ruinas de Kiriguá que las de Copan,
dejan ver que se refieren a una época más remota, a un tiempo mucho más
próximo a las fases primitivas de estos países. La mano del tiempo destruye
cada vez más aquellos restos antiquísimos de una gran ciudad indiana. Hoy,
entre enhiestos pinares y tupido follaje, apenas se descubren aquí y allá los
doce monolitos y las columnas, un ídolo que tiene en la mano derecha un niño,
un altísimo obelisco inclinado notablemente sobre un árbol viejo, nichos de
pirámides dode anidan serpientes, lápidas de sacrificios tras las que tienen
sus moradas los jaguares, una piedra enorme en forma de clyptodón, con gero-
glíficos y preciosos grabados, que describe detalladamente Maudslay. Todo
ello es vago recuerdo de una civilización muerta sobre cuyos escombros cre-
cen selvas umbrías, como para ocultar al viajero las huellas que en tan húmedo
sitio, a ocho leguas de Izabal, dejó el famoso pueblo Kiriguá.
"Las ruinas del mismo nombre existen a tres leguas de dicha aldea, en la
orilla izquierda del majestuoso Motagua y a media legua de este río que lleva
a la Bahía de Honduras la corriente de sus aguas, después de haber recibido
en su curso multitud de tributarios. Magníficas selvas, de una variedad infi-
nita de maderas, vírgenes todavía, bañan sus sombras en sus rápidas ondas.
— 212 —
El camino que de la aldea de Kiriguá conduce a las ruinas, es el mismo
de Izabal, hasta el punto denominado "Paraje Galán," desde donde se sigue
una senda conocida sólo de unos que otros cazadores y de los guías que acom-
pañan a los rarísimos viajeros que a considerables intervalos de tiempo, atrae
la curiosidad o el amor a la arqueología. Pasado un hermoso pinar, se entra
en la montaña donde la vegetación es verdaderamente asombrosa. Cedros de
una dimensión colosal, ramosas caobas, nances, matasanos, zapotes, jocotes,
dragos, cacaos, cauchos, palmas e infinidad de otros árboles con sus innumera-
bles y variadas hojas, forman una bóveda impenetrable a los rayos del ardiente
sol, proporcionando .sombra a millares de plantas medicinales que produce el
fértil suelo, y desplegando un admirable conjunto de los productos vegetales,
particulares a los trópicos. De cuando en cuando encuentra el viajero una
champa, especie de choza de palma que improvisan los cazadores sorprendidos
por la tempestad.
Al llegar a las ruinas se encuentra una laguneta que los supersticiosos
indígenas han bautizado con el nombre de "laguna de los ídolos". Lo primero
que llama la atención al entrar, es una montaña artificial, formada de una
infinidad de piedrecitas, entre las cuales se hallan pedazos de mármol blanco
extremadamente fino. Es indudable que todos estos fragmentos fueron traí-
dos del río Motagua, distante una media legua.
Algunos historiadores pretenden que Kiriguá fué una ciudad considerable
que destruyeron los Aztecas, cuando prosperaba el Anahuac. Realmente el
lugar que ocupó es de los más encantadores, y a primera vista se nota que un
sitio tan favorecido por la naturaleza, no pudo menos de atraer al hombre.
Hoy es la morada de multitud de cuadrúpedos y pájaros de todas clases que
han tomado posesión de lo que por tantos siglos les despojó el hombre, y de
donde éste, también despojado, tuvo que huir para siempre, abandonando sus
monumentos que quedan como indeleble recuerdo de su presencia.
Al pie de la muralla artificial, que queda al N., existen tres columnas cua-
driláteras, en una estensión de 6o varas, siendo la última la más elevada, pues
tiene i8 pies de altura. En cada una de estas columnas que hasta el presente
conservan su posición original, una cara humana ocupa el centro más o menos
del lado que mira al S., siendo de advertir que en la última se encuentra otra
cara humana igual en el lado opuesto, es decir, el que mira al N. En todos los
obeliscos referidos, sobre todo en los dos primeros, la cara está aplastada
arriba, el labio inferior grueso y saliente, el superior corto y más delgado que
el otro, la nariz chata, la frente deprimida, los ojos sumamente grandes y sa-
lientes, el arco superficial en extremo pronunciado. La boca, perfectamente
horizontal, está muy abierta y la cara tiene algo como barba y bigotes. Enci-
ma y al rededor de la cabeza, se ve un extraño ornamento que por su origina-
lidad es imposible describir. Los lados que miran al O. y al E. en los tres
obeliscos, y también el que mira al N. en los dos primeros, contienen gerogli-
— 213 —
fieos grabados en pequeños cuadros y rectángulos que contienen los nombres,
títulos y quizás también la historia de los seres representados en el obelisco.
Entre dichos geroglíficos se observan cascos como usaban los romanos, hoces,
árboles, animales, etc.
El uso de las figuras emblemáticas parece haber sido práctica común de
todas las naciones incultas, siendo como el primer grado hacia la instrucción.
Los caracteres de los geroglíficos de Kiriguá son sumamente curiosos, consis-
tiendo en representación de objetos animados e inanimados, cada uno de los
cuales se conoce que expresa una idea particular. Como los egipcios, los
pobladores de Kiriguá no sólo parecen haber adorado un gran número de dioses
ideales, concebidos en su fantasía, sino también haber tributado culto a un
gran número de fieras y bestias, como el tigre, el lagarto, el sapo, la tortuga,
etc., y en esto también parecen haber creído en la metempsícosis.
Siguiendo, al S. y a una cuadra del primer obelisco mencionado, se en-
cuentra el más alto de los seis que existen en las ruinas. Su elevación es de
26 pies, su ancho de cinco y su grueso de cuatro. Tiene la extraordinaria
inclinación de doce pies y medio de la perpendicular. Descansa solamente por
el lado del Norte y su posición se debe principalmente a la fuerte argamasa de
que está compuesto. La singularidad de la inclinación de este obelisco es
sorprendente, cuando se mira a su pie. Un árbol elevadísimo, conocido de los
indígenas con el nombre de celillón y sobre el cual se apoya la columna, parece
detenerla. La inclinación fué causada por el hundimiento gradual del terreno
por un lado, pues examinándose con escrupulosidad los demás obeliscos, se
observa inmediatamente que todos están un poco inclinados de su perpendicu-
lar, porque no está igualmente sólido el terreno sobre que se echaron los ci-
mientos. Se comprende que para que pueda la columna mantenerse en esta
posición, es preciso que esté la base al menos a ocho pies de profundidad.
Varios historiadores han pretendido que la inclinación del obelisco de
Kiriguá es mayor que la de la celebrada torre de Pisa. Comparando la incli-
nación de ésta, que es de algo más de quince pies y medio, se ve que la torrre
de Pisa lleva todavía al obelisco de Kiriguá ventaja de dos pies y medio.
La escultura del obelisco inclinado de Kiriguá es mucho más curiosa y
elegante que la de los demás, y se ve, a primera vista, que el artista se esmeró
en darle la mayor suntuosidad posible, lo que parece revelar la importancia del
personaje representado.
Las facciones de la cara de éste no son tan irregulares como las anteriores :
la frente no es tan deprimida ; la nariz, que tiene un pie de largo, es mucho
más afilada ; las fosas nasales están bien marcadas, los labios menos salientes.
La boca con una anchura de ocho pulgadas, presenta la singularidad de tener
el lado izquierdo mucho más ancho que el derecho. Las orejas, que son cua-
dradas, llevan aritos que se parecen a las charreteras, adornando una elegante
hoz el arito de la oreja izquierda. Encima de la cara del ídolo, se ve otra cara
— 214 —
humana de pequeño tamaño y sobre el pecho del mismo se distingue una cria-
tura cuyo pie izquierdo está apoyado en el dedo pulgar de la mano derecha de
aquel. El lado S. presenta las mismas figuras que el N., mientras que los lados
O. y E. contienen cada uno cuarenta cuadrados, dispuestos de dos en dos y
con geroglíficos.
Continuando siempre al S. se encuentra el quinto obelisco, ya caído en el
suelo. Según la aseveración del guía (jue me acompañó, la caída tuvo lugar
de tres años a esta parte, lo que prueba que pudo la columna resistir la fuerza
destructora de muchos siglos y que la menor firmeza del terreno por el lado S.
la hizo al fin caer hacia el N. La cara tiene una forma muy distinta de las
otras. Las orejas, en lugar de ser cuadradas, son redondas, formadas de tres
círculos concéntricos. Tiene i8 pies de altura, cuatro de ancho y tres de
grueso.
Al E. y a dos cuadras del obelisco caído, se encuentra el sexto que casi
iguala en altura al inclinado. En el lado N. la cara, que mide dos pies de largo
sobre uno y medio de ancho, no tiene nariz y apenas se distingue la boca ; las
orejas que son cuadradas, están sin aritos. Solare el pecho del ídolo y recos-
tada diagonalmente, se ve una criatura apoyando la parte posterior del cuerpo
en la extremidad anterior del pulgar de la mano derecha. El escultor de este
obelisco parece haber sido el mismo del que está inclinado, pues con muy poca
diferencia los caracteres de ambos son iguales. El lado S. es semejante al
opuesto, con la diferencia de que las facciones de la cara están mejor definidas
y las orejas tienen aritos. Los lados E. y O, contienen cada uno 34 rectángu-
los dispuestos de dos en dos y con geroglíficos : en la ])arte superior están gra-
badas unas hermosas hojas de conté, parecidas a unas que se ven adheridas a
un elevado y cercano zapote.
Como el terreno está muy poco elevado sobre el nivel del río, y por lo
mismo expuesto en tiempo de crecientes a fuertes inundaciones, no cabe duda
de que de 40 años a esta parte hayan sido varios monumentos minados y echa-
dos por tierra, quedando hoy cubiertos de frondosa vegetación (jue impide su
descubrimiento. Esto explica la gran divergencia que existe entré las rela-
ciones de los viajeros que han descrito estas ruinas, conocidas sólo de.sde 1840.
Entre éstos, algunos hacen subir a 12 el número de obeliscos, mientras que
Baily, en su obra intitulada "Centro-América," páginas 65-66, refiere que las
columnas cuadriláteras por él encontradas no son más que siete.
Los ídolos de Kuíriguá no tienen altares como los de Copan ; pero en el
recinto formado por los seis obeliscos referidos, existen dos enormes piedras
que, según toda probabilidda, sirvieron de tales. La primera, que es un círculo
imperfecto de doce pies de diámetro, se encuentra a poca distancia del primer
obelisco y mira al S. La parte de adelante, más elevada que la opuesta, está
I)intada de un color rojo que luego desaparece con el cuchillo. Arriba se nota
una cara de animal parecido al tigre, y debajo se ve una cara humana con su
respectivo ornamento. La parte de atrás se compone de una hermosa faja,
formada de seis cuadrados con figuras emblemáticas. La base está formada
por pequeños círculos y la parte superior tiene en medio una especie de
asiento, al rededor del cual se observan unos canales que descienden al suelo.
Todo, pues, hace suponer que esta piedra sirvió de altar de sacrificios.
La segunda piedra que se encuentra entre el 4? y el 5? obelisco y al E. de
éstos, es de forma larga y oval ; tiene seis pies de altura y 25 de circunferencia.
La superficie está cubierta de figuras esculpidas en medio relieve, que por una
razón inexplicable han resistido más que las de los otros monumentos a los
amaños de los siglos. Una de estas figuras representa una mujer sentada,
sin piernas ni manos, pero con los brazos tendidos hacia el suelo. La frente
es angosta, hundida en la parte superior y saliente en la inferior. En la parte
S. de esta piedra, se divisa una cara de tortuga. Los ojos de ésta tienen
un pie de largo sobre otro tanto de ancho y la parte superior está elegantemen-
te adornada con figuras emblemáticas, representando multitud de plantas y
frutas, de las que abundan en la montaña.
Al pie de la hermosa pirámide que se eleva al S. de las ruinas, cubiertas
de moho y enteramente tapadas por la vegetación, hay otras dos piedras no
menos curiosas que las anteriores. La primera se parece a una piedra de mo-
lino, de cuatro pies de diámetro y dos de grueso, y está formada de un material
mucho más duro que los demás monumentos. Una cabeza de tigre cubre
casi completamente una parte del disco, mientras que el resto de la superficie
está cubierta de numerosos geroglíficos, apareciendo también algunos de estos
símbolos en la frente del animal.
La segunda piedra es también un monolito de 16 pies de largo y cinco y
cuarto de ancho, faltándole la parte superior. Lástima es por cierto que haya
sufrido tanto, este monumento, los estragos del tiempo, pues por las caras pe-
queñas humanas que, adornadas con varios ornamentos y en medio de extra-
ños geroglíficos, aparecen en algunas partes, se conocen los esfuerzos que
prestó el fanatismo a su autor.
La altura perpendicular de la pirámide de Kiriguá es de 28 pies y su base
es un cuadrado irregular que por los fangos que se habían formado por la lluvia
y las arboledas de que está rodeada, no me fue posible medir. El ápice no
termina en punta, sino en dos plataformas. Dicha pirámide está construida
de piedra arenisca, cortada en pedazos oblongos y regulares, y por las convul-
siones del globo se halla en un estado completo de ruina, presentando solamen-
te un montón confuso de informes fragmentos. Debajo de la construcción
superior existe una montaña de piedras sin pegamento, y los escalones que sos-
tienen los lados de aquella no tiene más que ocho o nueve pies de alto y siete
u ocho pulgadas de ancho, siendo muy pocos los que han podido desafiar los
elementos. ¿ Cuál fue el intento propuesto en la fábrica de esta pila de materia-
les? Está envuelto en el más profundo misterio, y es de suponer que no fue más
— 2l6 —
que monumento del capricho de un potentado. Kfectivamente, en la pirámide no
se observa abertura ni seña de abertura que denote la existencia de un subte-
rráneo en la montaña ; tampoco se encuentran en la superficie ídolos ni piedras
esculpidas, y las mismas piedras tajadas que componen la pirámide son lisas.
Lo único que se nota en la primera plataforma, son unos escondrijos o nichos
de forma casi circular y casi de 2 pies de diámetro, compuestos de piedras de
río enyesadas y su])erpuestas perpendicularmente, en buen estado de conserva-
ción. Ningún historiador ni viajero ha podido hasta el presente descorrer el
velo que oculta el objeto de estos nichos, y es probable que por falta de tradi-
ción, a consecuencia de haber el último de los antiguos pobladores de Kiriguá
llevádose a la tumba el impenetrable .secreto, queden frustradas todas las in-
vestigaciones que se hagan sobre el particular.
En resumen, los monumentos de que se componen las ruinas de Kiriguá
son : 7 columnas cuadriláteras de 11 a 26 pies de altura y 3 a 5 en la base ; una
piedra de forma circular imperefcta de 12 pies de diámetro, otra de forma oval
de 6 pies de altura y 35 de circunferencia ; una redonda de tres pies de diámetro
y dos de grueso y por último un fragmento de 16 pies de largo y 5 y cuarto de
ancho. Tnd?t< e«tas reliquias son monolitos fonnados do nnn piedra arenisca
molida.
Los monumentos de Kiriguá, aunque de un taniaim ni.iyor que los de
Copan, son más pobres en escultura y se encuentran más deteriorados que
éstos: dos razones que prueban que son de una fecha mucho más antigua.
Tanto el trabajo como la disposición revelan un estado bárbaro de arte, con
idea muy remota de belleza, siendo más digna de admiración la paciencia c
industria de los obreros que sus ideas y habilidades". ( i )
Las ruinas de Palcnke, en la provincia de Ciudad Real de Chiapa, que
formaba parte del reino de Guatemala, son de las más notables del mundo,
dadas a conocer por el Alcalde Mayor de dicho pueblo, don Antonio Calderón,
en el interesante informe dirigido al Consejo de Indiac el 15 de diciembre de
1784, con dibujos hechos a pluma, primeras imágenes de los restos suntuosos
de aquella gran ciudad, destruida hacía más de tres mil años, quedando ahí
muestras preciosas de su magnificencia. El 13 de junio de I7«S5, envió el Ca-
l)itán General de (luatemala a España, el "Mapa del territorio donde están las
ruinas, y el diseño de casas, plano y corte de las mismas," de una gran pobla-
ción en el sitio llamado del Palemke, en la provincia de Ciudad Real de Chia-
pa," todo hecho por el ingeniero don Antonio Bernarconi. Además existen en
el Archivo de Indias los dibujos de las figuras y adornos, el plano del palacio
y muy curiosas descripciones. Desde entonces comenzaron a hacer gran ruido
en el mundo aquellas ruinas, llamadas la Tebas americana.
(1) Eugenio Dassaussay.— Estas ruinas de Klrijruá tienen Inscripciones que revelan una fecha de
tres mil años antes de la era cristiana, al decir del profesor Marshall H. Savllle. del líepartamento de
Antroix)lo(da de la Universidad de Colombia.
— 217 —
La floresta que circunda los restos de la ciudad antiquísima, dice Mauds-
lay (i ) es la más enmarañada y espesa de todas las que vio en Centro-América.
Juzga que lo que llaman palacio, era más bien un conjunto de edificios destina-
dos a prácticas religiosas. Por la minuciosa descripción que hace de los estu-
cos, relieves, columnas, adornos, etc., cubiertos de vegetación, sufriendo por
siglos las aguas torrenciales, nótase que hubo ahí un gran centro de cultura
Los mismos españoles, acaso para buscar tesoros, destruyeron mucho de lo
que el tiempo había respetado. Antonio del Río dice : "Me convencí de que
para formarse alguna idea de los primeros pobladores y de su antigüedad
relacionada con su establecimiento en dicho sitio, era absolutamente indispen-
sable, hacer algunas excavaciones. Hice cuantas pude, des uerte que no que-
dó ventana, ni puerta, ni tabique, que no echará al suelo, ni corredor, ni cuarto,
ni salón, ni torre, ni patio, que no excavase, por lo menos en dos o tres varas
de profundidad". Por comisión del capitán general de Guatemala se estudia-
ron, por primera vez, las ruinas del Palemke o sean de Culhuacán.
Existen muy buenas descripciones de esas ruinas, hechas en el presente
siglo, por Dupaix, Weldeck. Stephens, y Catherwood, Morelet, Charnay, H.
Holmes y otros, que han ilustrado sus magníficas obras con preciosos graba-
dos. Todos aquellos edificios se tallaban con piedras de obsidiana y cloro-
melanit, de tal suerte, que comparando éstos con los de la edad de piedra en
Europa, resultan más adelantados los americanos.
En los bosques solitarios de Palemke se arrastra el crótalo llamado por los
indios naoayaca, destilando por su colmillos el veneno que mata instantánea-
mente al que recibe su feroz mordida. Dentro de las galerías subterráneas
del Palacio Sacerdotal, rebullen millares de tarántulas de grandes proporcio-
nes y aterciopelada piel, e innumerables vampiros en eterno movimiento
revolotean en diversas direcciones. Estos extraños habitantes del subterrá-
neo obscuro, alcanza a veces proporciones exageradas ; la articulación de cada
ala está armada de una uña tan punzante y cortante como la que lleva en sus
garras el tigre, y al volar ese murciélago, produce un zumbido siniestro, ronco
y estridente que parece anuncio de la muerte. El grito del zaraguato, el picó-
tazo del carpintero en los añosos árboles, el cacareo de la chachalaca y el bra-
mido de las fieras, forman un coro diurno y nocturno, capaz de impresionar
a las mismas brujas. La soledad de la montaña y el silencio que reina en aque-
llos apartados sitios, adormecen el espíritu y hacen olvidar por completo la
lucha que incesantemente se sostiene en los centros civilizados contra nuestro
enemigo: el hombre". (2)
(1) A glimpse at Guatemala, page 224.
(2) Las Ruinas de Palemke.— Leopoldo Batres, Inspector General de Monumentos Araueolófiricos.
México.
— 2l8 —
Palcmke era lugfar sagrado al que concurrían los magnates de los pueblos
toltequios, con ofrendas a los dioses. Ahí no se ven adornos bélicos.
Caminando hacia la costa, pocas millas al Sur de Comapa, muy cerca
del río Paz, descubrió el canónigo don J- Antonio Urrutia Jáuregui, cuando
fue cura de Jutiapa, un lugar llamado Cinaca Mecayo (o sea lazo con nudos)
rodeado de una muralla, cuyos restos aquí y ahí esparcidos, dejan ver por
donde se extendía un gran pueblo. Los fragmentos de edificios, trazos de ca-
lles, y algunos subterráneos, explican que hubo en aquel sitio una ciudad de
importancia. VA templo del Sol se halla talladf) en una abrupta roca, que
hacia el Oriente se muestra, con piedras que llevan la imagen de aquel astro
y la figura de la luna, cubierta de barniz rojo visible todavía. Geroglíficos y
tipos de relieve adornan varias partes del templo. No lejos de él descúbrese
otro gran monumento, en una losa fina, que deja ver excavadas, entre otras
figuras, las de un árbol frondoso y un cráneo pelado, emblemas de la vida y
de la muerte, al decir del Padre Urrutia, que publicó en "La Gaceta" un artícu-
lo interesante sobre aquellas ruinas, y escribió una carta a Mr. Squier, que éste
publicó en su obra "Central America," página 342, Un subterráneo que ter-
mina en una cámara, con varias estatuas, un tigre esculpido en una roca, y los
fragmeiltos de viejas esculturas hacen interesantes aquellas antigüedades, de
las cuales hizo traer algunos fragmentos, al Museo Nacional el inteligente
señor Urrutia, cuando fue Director de la Sociedad Económica, en 1870.
El sabio etnógrafo francés Mr. León Rosny, hace mención de un intere-
sante monumento centro-americano, que no podemos dejar de describir aquí.
Dice: "El texto geróglífico revelado por el doctor Leemans, es tanto más
precioso ])ara nuestros estudios, como que lo juzgo el primero en su género,
comunicado a los arqueólogos. Ignoro que haya sido presentado en ninguna
colección pública o privada, un objeto cualquiera sobre el que figure una
inscripción con caracteres katúnicos. En cuanto a los monumentos de la re-
giíTn ístmica americana, dibujados o descritos por los viajeros, se distinguen
casi todos por sus jiroporciones gigantescas.
El movimiento consiste en una placa de jaspe verde ovoide alargada, de
215 milímetros de altura, por 80 de ancho y 6 de espesor. Por una singular
disposición de su talla, su superficie no es enteramente plana ; presenta, sobre
todo, al reverso, una depresión hacia el centro, cuyo trazado está perfecta-
mente de perfil. Esta placa ha sido descubierta a una gran profundidad, al
construirse un canal-dependiente del río Graciosa, cerca de San Felipe, sobre
las fronteras de Belize y la república de Guatemala, por M. S. A. von Braam,
ingeniero holandés al servicio de la "Guatemala Company". La placa forma
parte hoy de la preciosa colección de antigüedades americanas pertenecientes
a Mr. Jonkhleer J. H. Baud, de Arnheim.
Al lado derecho, representa un personaje de pie, cuya actitud en general
recuerda la de las más bellas estatuas del arte yucateco, sobre todo la de una
— 219 —
imagen de hombre en forma de obelisco, originaria de Copan (Honduras), re-
producida, según Catherwood, en el "Ensayo sobre desciframiento de la escri-
tura hierática de la América Central". Muchas figuritas, siguiendo el uso
frecuente encontrado en las esculturas mayas, están entrelazadas en los orna-
mentos que componen el vestido del personaje principal. Estas figuritas se
hallan no stSlo sobre su cabeza, sino sobre el pecho, la espalda y la cintura.
En esta cintura aparece el ornamento, en forma de cruz, llamada de San
Andrés, que existe igualmente en la cintura de otros personajes representados
en los monumentos de Palemke. Una letra katúnica, que se encuentra en los
textos hieráticos y que Brasseur identifica, sin justificar su aserción, con el
signo del día ezanab, nos muestra esa misma figura, muy común en las pinturas
y esculturas yucatecas. El calzado del personaje, visto sobre la tablilla que
describimos, es casi idéntico al que llevan los individuos que figuran sobre a'-
gunos de los monumentos de Copan y Palenke. Dicho calzado, de una sim-
ple suela, sujetada por correas al pie, (caite) era análogo al calceus patricius de
los senadores romanos, con la diferencia de que la cinta yucateca estaba deteni-
da por otra correa a modo de hebilla. Hoy todavia llevan los indios de Guate-
mala, y de otras partes, esas sandalias que llaman caites.
Pero lo que es más notable en la representación grabada que examinamos,
es la presencia de un hombrecillo hollado a los pies del gran personaje. Es
esa particularidad la que establece semejanza entre esta representación y la que
conocemos de los monumentos esculpidos en Palemke, Copan, Uxmal y toda
la zona de la región ístmica. Sobre la parte central del adoratorio, casa núme-
ro 3, en Palemke, los dos grandes personajes laterales están erectos sobre las
espaldas de hombres pequeños. El de la izquierda parece servir solamente
de tarima para levantar al sacerdote hacia la parte superior del santuario ; pero
el de la derecha, semeja aplastar una víctima bajo sus pies.
Debo señalar igualmente la presencia, bajo las narices del personaje p^n-
cipal. de una especie de ornamento que, como el tentetl que llevaban en los
labios los antiguos mexicanos, se abserva en las cinturas didácticas del Ana-
huac, sobre todo, en las representaciones del dios Tezcatlipoca.
En la hacienda del Carrizal, unas veinte millas al Norte de Guatemala,
se encuentran grandes restos ciclópeos de piedras hacinadas, sin ningún ci-
miento, y formando grandes muros, que recuerdan los que en el Perú edifi-
caron los Incas y que hoy causan admiración a los europeos.
En el antiguo Mixco, en Xilotepeque, se notan aún fortificaciones y túne-
les con curiosas entradas, siendo una de ellas vm pórtico dórico de mezcla fina,
como de tres pies cuadrados. Vense algunas escalinatas movedizas sobre tie-
rra insegura, que nadie se atreve a bajar. Grandes huesos humanos se han
encontrado por aquellos lugares, en donde los hay también de animales ante-
diluvianos.
220
Por Pctapa y el Rosario quedan testimonios de que un .s^ran puclilo tenía
su asiento en aquellos parajes. En la parte Oeste del volcán llamado de Fuego,
se encuentran acueductos y pirámides. Aquí en las cercanías de la capital, en
el lugar conocido con el nombre de Laguna de los Tiestos, que hoy forma parte
de la finca Miraflores, propiedad del que estas líneas escribe, se encuentran a
cada paso fragmentos antiquísimos de barro, ídolos de piedra, y como a tres
varas de profundidad, hay esqueletos humanos, cuyos huesos se deshacen ya al
tocarlos. Los Mounds o cerritos que hay por ahí, revelan la existencia de un
antiquísimo pueblo del cual hablaremos adelante.
Las ruinas de Patinamit, capital de los cakchiqueles, en Tccpán Guate-
mala, denotan, según Brasseur de Bourbourg, un origen pre-tolteca. Los
españoles destruyeron aquella rica ciudad. Hallábase situada en un paraje
elevado, circuido de profunda barranca que le servía de foso cortado a tajo
y con una profundidad de ciento cincuenta varas, contando la ciudad solamente
dos entradas muy estrechas, cerradas con puertas de piedra. La planicie de
la eminencia tenía una superficie como de tres millas cuadradas, toda con un
pavimento de betún negro sólido y con una vara de espesor. En las orillas
del terreno se descubrían las ruinas de un enorme edificio cuadrado, con cien
varas por lado, cuyos muros eran de piedra fina y bien canteada. Frente a
esos muros hubo una gran plaza, y a un lado se encuentran vestigios de un
sutuoso palacio. Por ahí quedan cimientos de muchas casas. El adorato-
rio tenía una gran piedra finísima, (jue el ilustrísimo obispo Marroquín mandó
cortar a escuadra y la consagró para ara del altar mayor de Tccpán Gutema-
la. El autor de la "Recordación Florida," asegura haber ido en persona a
estudiar esas ruinas, y las describe prolijamente.
Juarros incurre en una confusión, al segurar que Patinamit y Tecpán
Guatemala eran ciudades distintas, cuando a la verdad fueron una sola. Don
Pe^ro de Alvarado fundó en ese lugar la primera villa, con municipalidad
española, como consta del "Manuscrito Cakchiquel, de Arana Xahilá," y del
proceso de don Pedro de Alvarado.
Volviendo a hablar de las antiguas ruinas, cumple decir que Santa Cruz
del Quiche, en otro tiempo la opulenta Utatlán, Corte de los quichés, era la más
suntuosa ciudad que los españoles encontraron en el istmo centro-americano.
Dice Fuentes y Guzmán que se encontraba circuida por un gran foso, que
sólo dejaba dos estrechas entradas para la ciudad, y éstas se podían defender
por el castillo del Resguardo, que era inexpugnable. El palacio de los reyes
quichés competía en grandeza con el de Moctezuma en México, si damos cré-
dito al historiador Torquemada. Aun se conservan ruinas de ese grandioso
edificio, que apenas revelan le poderío de aquella corte (i).
(1) Demuestra Mausdlay prolijamente, por la medida y estudio que hizo de esas ruinas, 'lue la des
cripclón de Fuentes y Guzmán y la de .Tuarros, son exajeradas.— A srlimpse at Guatemala, page 69.
p
221 —
"¿Conduciría al gran Nima-Quiché el acaso a este sitio? ¿Fijaría, no más
que inducido por su cielo delicioso y lo bello de sus contornos, en él su resi-
dencia aquel célebre conquistador de Centro- América? ¿Habría abarcado ya
al primer golpe de vista la importancia de la posición extratégica que ocuparía
estableciéndose en tal lugar, o ido sólo paulatinamente explorando las venta-
jas naturales, que más tarde le ayudaran a efectuar sus planes ambiciosos? O
en fin, tomando en el largo curso de su expedición, informes en dónde fijar
mejor un trono seguro y hereditario para su ilustre estirpe, y teniendo que
escoger, ¿ habráse decidido en favor de este llano alto, porque lanza aguas hacia
todos los rumbos del viento, y bajo la figura favorita de su raza, le presentaba
su solio puesto sobre el ombligo del mundo? Sería atrevimiento contestar de
punto fjo a cualquiera de estas preguntas. Pero como ellas deben surgir invo-
luntariamente en la imaginación de cada viajero, que en vista de unas memora-
bles ruinas se entrega a la especulación de penetrar en los secretos motivos
que agitaron la menté del fundador, conforme a ciertos datos de que dispone,
podríase aceptar lo Verosímil tanto de una como de la otra idea. Hé aquí, en
dónde más nos abandona la tradición. Los anales de los tultecas modernos,
bien que con toda su sencillez cronológica, a veces no carecen de ciertos giros
poéticos e incidentes narrados con énfasis dramática, jamás realzan sus relatos
con la claridad del colorido local, y menos han tentado introducirnos por vía
de abstractas contemplaciones en el íntimo laboratorio del alma de sus héroes,
y discurrir sobre los medios y recursos, sobre la causa y el probable éxito de
sus designios conquistadores. Mas lo que es cierto, y la experiencia nos lo
enseña, es que las obras grandes jamás han sido ejecutadas sin grandes prepa-
rativos, y sólo las empresas dirigidas a objetos claros y fijos encierran en sí las
garantías de solidez y duración.
Si algún día se lograse descubrir la clave de los jeroglíficos americanos,
¿qué resultado pudiera sacarse de su lectura? Dudamos que nos den cuanta
de su cuna primitiva, de sus emigraciones al través de continentes y océanos.
Estemos seguros de no hallar consignado más que largas filas de nombres pro-
pios de reyes o capitanes vencidos o vencedores, de objetos o guarismos de tri-
buto dado o pagadero. Quedarían talvez tan mudos y enigmáticos estos sig-
nos, como lo habrían sido los de los egipcios, si ellos no hubiesen encontrado
un comentario rico en la historiografía simultánea de los hebreos, griegos y
latinos. Esta clase de monumentos debe su erección a la oportunidad del
niomento, glorifican la esclavitud de alguna tribu indígena ; una alianza o bata-
lla ganada a un emnol, es historia meramente americana, comprensible, en
aquella época, sólo por el gremio instruido de los sacerdotes, pero perdida para
nuestra inteligencia por falta de un texto razonado u otros documentos con-
temporáneos, los cuales, a la par de ser legibles, debieran además tratar de los
mismos argumentos.
No hay que soñar, pues, con la reconstrucción de la historia tulteca. pero
conviene limpiar lo poco que de ella conocemos, de ciertas fabulosas exagera-
ciones, dando luz a varios indicios de su alta cultura, que hasta ahora han que-
dado harto inadvertidos. Ante la exclusiva atención dada por los arqueólo-
gos a los suntuosos monumentos, parece haberse entibiado el deseo de saber
cuál era su sistema político, la recaudación y el empleo de los tributos, su divi-
sión territorial, su servicio de armas, su táctica ofensiva y defensiva. Ya di-
mos una muestra de su acierto político en escoger el jefe fundador del gran
imperio del Quiche, para su capital, el punto más estratégico que brinda todo
el país ; y si examinamos el tino con que supieron sacar de lo escabroso de este
llano alto todas las ventajas imaginables para fortificarse en él y hacerlo inac-
cesible, se confirmará nuestra suposición, de que el saber y la inteligencia
práctica desaquella estirpe ha sido muy superior a lo que vulgarmente se le
atribuye.
Está cruzado el llano, en dirección de E. a O., por un profundísimo barran-
co en donde se divisan las ruinas del alcázar, délos sacrificatorios y derñás
edificios ; se dilata dicho barranco a la anchura de unas 8oó varas, poco más o
menos. Su margen norte corre en línea casi recta y no interrumpida, dejando
caer su paredón, tajado a pico, hacia unas profundidades que hacen horrorizar
al que se les aproxima. La margen sur, se halla al contrario, partida en varias
y estrechas sinuosidades, formando, pues, otras tantas lengüetas y promonto-
rios, todos con dirección hacia un punto céntrico, que parece un islote, el cual
desde el fondo de aquel abismo anchuroso se eleva, y cuya superficie queda a
la flor de lo demás del llano, midiendo su irregular área unas diez manzanas
de tierra plana. Hé aquí, en este peñón, el sitio tan aislado como dominante
de los reyes del Quiche ! La ti-adición lo puebla con todas las maravillas que
suelen acompañar la memoria y el aspecto lamentable de la majestad caída,
hoy día imperceptible ya, porque lo que de ella no ha arruinado el tiempo,
lo ha ido destruyendo e invirtiendo en construcción de sus humildes chozas la
mano del hombre. Abstengámonos de la descripción de lo que propiamente
ya no existe, y fijémonos en lo que visiblemente ha sobrevivido, que es la ani-
mada disposición tomada en asegurarse contra cualquier acceso del enemigo.
Sólo por un lado parece haber existido una comunicación del peñón con la
tierra firme del llano. Es la que, tomando el camino desde el convento de
Santa Cruz, nos permite trepar cómodamente a las ruinas por una suave cuesta,
en forma de hamaca, y que a manera de puente cruza el brazo meridional del
barranco. Sin embargo, harto visible es la condición variada de este paso
respecto a lo que fue en tiempo de la conquista. Entonces se hacía la comuni-
cación sobre una calzada estrecha, desfiladero sin duda artificial, y cuidadosa-
mente mantenido, el cual hoy día caído y derribado, representa el relleno de la
indicada cuesta. Esta calzada la rnencionan los anales de los indígenas, fué
por la que Pedro de Alvarado entró al sitio real de Tecún Umán pero que aban-
donó, porque temiendo una traición, no confiaba ya en aquella milagrosa suer-
te que pocos años antes le había favorecido en la noche triste, en que con
Hernán Cortés tuvo que retirarse por la calzada de los lugares de Tenochtitlán.
Si así se juzgaron enteramente cubiertos los quichés de un asalto empren-
dido por el lado del Sur, todavía les restaba usar iguales precauciones contra
cualquiera que les amenazase venir desde el Oeste, en donde una de las lengüe-
tas del barranco avanza hacia el sitio central del peñón con muy poco intervalo.
Es ingenioso el modo, y digno de fijarse en él cualquier moderno ingeniero ; con
ello se salvaron del apuro de que el enemigo pudiera plantear un bastión en
este punto e inquietar con sus ballestas y proyectiles el cercano peñón. Inter-
ceptaron el camino que conduce a la punta, flanqueando con cuatro torres,
colocadas de dos en dos a sus lados y a reguladas distancias para ayudarse
mutuamente, un verdadero cuadrilátero, por cuyo medio debía arrojarse* el
embestidor, antes de expugnar la indicada parte y tomar allá su posición si-
tiadora. Una zona de ciénegas iba rodeando este sistema de fuertes estacados,
y es muy probable que también este recurso, si no les fué sugerido por la mis-
ma naturaleza, fuera también un arte ideado por ellos. Al excavar la parte
de las ciénegas, la utilizaron para construir la base del fortín, al quebrar el
talpetate, el material sólido para sus murallas, y mientras este cinturón de
hondos estanques les proporcionaba todas las seguridades de un foso, a la vez
les suministraba en la vecindad el agua potable, de por sí ya muy rara en
el llano, y sólo asequible acarreándola desde el profundo cauce del barranco.
De los cuatro fortines no ha quedado conocible sino uno solo, que domina
el Resguardo; los demás no han llamado la atención de los visitadores, por
estar más lejos y casi allanados ya. De los estanques también existe todavía
uno bastante grande y lleno de agua, mientras que los demás se han ido cegan-
do, y sólo en la estación de lluvias evocarán la memoria de su antigua existen-
cia y del objeto a que servían.
Preocupados por semejantes averiguaciones, omitimos reconstruir ideal-
mente en su estado primitivo los montes de ruinas descritas con bastante exac-
titud por el señor Stephens. Fuentes en su recopilación florida, Torqucmada
en su Monarquía indiana, y el coronel Elgueta, darán al que gustare, material
para formarse una idea del boato que cuatrocientos años hace, todavía reinaba
en los alcázares del llano del Quiche".— (FeHpe Valentini).
En el centro quiche, por Chiapa y Guatemala, además del Palemke, había
otras ciudades importantes, como Acala, Zotzlem, Balum-Canan (Comitán),
Alanchén , Zaculeu, (Huehuetenango), laxbité (Ocotzingo), Concoh (San
Cristóbal) y Gumarcaah (Utatlán). El nombre primitivo de Huehuetenango
era Chinabajul, y después Zaculeu.
Desde antes de la conquista era Xelahuh (Quezaltenango) una de las más
grandes- y poderosas ciudades, con buenas fortificaciones a juzgar por los res-
tos que quedan en Parrasquín y Olintepeque. Don Pedro de Alvarado dominó
— 224 —
aquella comarca la víspera de la fiesta de Pentecostés del año 1524, y fundó
ahí, con la advocación del Espíritu Santo, la ciudad actual llamada Quezaltc-
nango. Cumple en este capítulo hacer justicia a la solicitud de los monarcas
españoles, q.ue no sólo ordenaban el estudio de las ruinas antiguas, sino que
mandaban compilar y analizar las diversas relaciones que se les enviaban,
como sucedió con la que mandó formar el capitán general de Guatemala, don
José de Estachería, al arquitecto real don Antonio Bernasconi el 27 de ene-
ro de 17H5, acerca de las ruinas del Palemke. Es sobremanera intere-
sante el libro intitulado "Recherches sur les ruines de Palemke, et sur les ori-
gines de la civilisation du Méxique et de 1' Amérique Céntrale, par Mr. 1* Abbé
Brasseur de Bourbourg, París — Arthur Bertrand, cditeur". ( i )
El 15 de diciembre de 1784 emitió don José Antonio Calderón, con dibujos
de' Antonio Bernasconi, extensos informes acerca de las ruinas de Palemke,
que aún se conservan inéditos en el Archivo de Indias.
Lástima que, desde que se suprimió la Sociedad ICconómica de Amigos
del País, no se preste aquí atención a la etnografía de Guatemala. En las
toscas arcillas, amoldadas por la ruda mano del indio, cuando el conquistador
no sospechaba siquiera la existencia del sentimiento del arte, en la región
ignorada de un lejano Continente, se revelan, sin duda, los titulos irrecusables
de la fraternidad de la generación viviente con las generaciones del pasado.
Esos elementos de la vida antig^ia son alxiliares poderosísimos para la cien-
cia que analiza y compara, y la. imaginación que trata de reconstruir y reedifi-
car. Reflejan una civilización obscura, envuelta en el misterio de los siglos y
dada a conocer por el estudio de sabios anticuarios extranjeros. VA historia-
dor Bancroft escribió en inglés la obra monumental sobre las "Razas Primiti-
vas de los Estados del Pacífico," que extractada y traducida por mí, publicóse,
como folletín, de la "Sociedad Económica," en julio de i<S78, conteniendo ])re-
ciosos datos sobre antigüedades centro-americanas.
Tan poca ha sido la afición a estudios arqueológicos entre nosotros, que
nunca se ha tratado de averiguar qué remoto ])ueblo ocuparía la parte más
plana y hermosa del extenso valle en que hoy está situada la capital de ( iuatc-
mala (2). Por los llanos del Incienso, en la antigua laguna de los Tiestos,
que hoy forma jjarte de Miraflores, finca del que escribe estas líneas, hay mu-
chos montículos (mounds), que eran viviendas y túmulos mortuorios de caci-
ques o maceguales. Existió ahí, miles hará de años, una gran población, cuyos
restos fósiles aún se encuentran al cavar la tierra para hacer plantaciones. Se
hallan, a poca profundidad, vasos, esculturas de barro cocido, fragmentos de
utensilios, ídolos pétreos, lanzas de oxidiana y otras antigüedades interesantes.
En la puerta de la quinta de Arévalo hay dos grandes figuras idolátricas. Ahí
(1) En tiempo de la Colonia se hicieron diliujos a pluma de las Ruinas d: Palemke. un Mapa ¿Tel territorio
donde estaban, un Dixño de las casas. T(xk> inédito, se truarda en el Archivo de Indias. Estante N<? 100.
(2) En la rica obra "A glimpse at Cuakmala." ^e hace relación de ese pueblo antiauísimo.
— 225 —
en el interior existe una gran lápida, con geroglíficos e inscripciones, que acaso
denotan dinastías o la conmemoración de grandes batallas. En lo que antes
se llamaba el llano de la Culebra, por donde corre el caño del agua y se ven
los Arcos, estaban muchos de esos cerritos artificiales o teocalli que los es-
pañoles aprovecharon para no tener tanto gasto en la construcción de arcos de
calicanto sobre que descansa el magnífico acueducto. "Adquirió y conserva
esta llanura el nombre de "La Culebra," por razón de que extendiéndose la
longitud de la tierra y despejada llanura por más de dos leguas muy igual y
rasa, corre por medio de ella y se dilata, desde el principio al fin, una lomilla,
cuya figura es tortuosa a la manera de una culebra que camina, y dicen que es
obra de los indios antiguos. Tiene mucha apariencia de verdad esta tradición,
porque se ve estar compuesta y fabricada a modo de los cues antiguos, de ma-
teriales de piedra y barro ; siendo esta obra claro y manifiesto testimonio que
afirma y prueba cjue en aquel ameno y maravilloso contorno hubo pueblos de
gran gentío, porque sin mucho número de gastadores, obra tan dilatada y pro-
lija no pudiera intentarse, ni menos conseguirse". — ("Recordación Florida,"
T. 11. P. 55)-
Refiere el mismo Fuentes y Guzmán que, según tradición corriente, se
sabe, de antiguo, que por esos sitios se desliza un río, de no pequeño caudal,
oculto bajo la llanura, y que en un paraje de este hermoso llano, entre la Casa
Blanca y el Monte de los Zorros, se descubre algo debajo de una gran losa que
llaman laja, con que los antiguos indios lo dejaron tapado y encubierto. Este
propio río es el que se manifiesta en lo profundo y hondo del fértil valle de
Petapa, en el Ingenio de don Tomás de Arrivillaga y Coronado, cuya fuente
que brota maravillosa y perenne, es conocida con el nombre de Ojo de Agua
de Arrivillaga. (Fuentes y Guzmán, T. II. P, 54).
Muchas veces he visto, por las Charcas, lo que llaman la Piedra Parada, que
debe de ser señal antigua de los indios, pues por aquellos lugares pasa el rio
subterráneo, como es voz general, y se deja oír la corriente en el silencio de la
noche, aplicando el oído al suelo. Además, en pleno verano, cuando la tierra
está por ahí reseca y sin ninguna yerba, nótase una faja de verdor, que corre
a lo largo, con ancha cinta de grama, producida por la evaporación del agua.
Por los estudios que he hecho, por la naturaleza del terreno sobrepuesto
en aquellas localidades ; por el aspecto de los utensilios que he podido recoger,
y, en fin, porque muchos de los huesos se reducen a polvo casi, con el aire, con-
servándose las más veces sólo las dentaduras blanquísimas, con una muela
más de las que tiene la raza blanca, he presumido que el gran pueblo que por
aquí habitaba, era en mucho anterior a la llegada de cakchiqueles y quichés,
a virtud de las invasiones que los obligaron a venir. Miles de años llevan tales
restos de estar en esos terrenos, como a dos varas de profundidad, sufriendo
el aluvión, que cada vez más los sepulta, hasta que venga de repente la trompe-
226 —
ta del Juicio de la Ciencia, y haga que resuciten y comparezcan a rendir cuenta
de cuándo vivieron y qué papel hicieron sobre la tierra (i).
Ha sido tal la incuria, que nadie — salvo algunos extranjeros, sabios los
menos y especuladores los más — han recorrido algunos puntos, no todos, de
esa inmensa faja tropical de terrenos cundidos de bosques riquísimos, que se
extienden desde Yucatán sobre Guatemala y Honduras, del lado Atlántico.
Selva misteriosa, que cubre los despojos de grandes y ricas poblaciones indí-
genas, desaparecidas muchos años antes de la conquista española.
En la época de la piedra pulida se introdujo el túmulo, en forma de cerro
artificial, de Asia a África y Europa. Los túmulos se encuentran a millares
desde las islas británicas hasta Dinamarca, y en las costas del Atlántico a las
montañas del Ural ; se ven muchísimos por las fronteras rusas y llanuras de
Siberia, hay no pocos por las orillas del Mississipi y por Ohio, hasta los gran-
des lagos, extendiéndose la región de los munds, que ha sido muy estudiada
durante los últimos años. Por México son abundantes, y aquí en Guatemala
se encuentran en varias partes, siendo muy notables los que hemos descrito,
que se hallan al sudoeste de la capital y por las llanuras del Sur. En esa época
de la piedra pulida, vinieron precisamente los inmigrantes que constituyeron
la civilización maya-quiché. La postura del cadáver en cuclillas, el enterra-
miento de utensilios, su estructura, el material de que están hechos, todo es
igual, en aquel remoto tiempo, por Asia, África, Europa y América.
La habitación sobre terraplenes, la piedra monolítica mortuoria, que lla-
man mcnhir, cromelch, caracterizan también aquella época, de la cual tenemos
ahí los restos, en esas bellísimas llanuras de los alrededores de la ciudad de
Guatemala, en donde hubo gran población, unos mil años antes de nuestra era.
Las pirámides que después se construyeron, los monolitos soberbios de
Copan y Kiriguá, demuestran desarrollo portentoso. Don Modesto Méndez,
guatemalteco distinguido, descubrió en el mes de febrero de 1848, las ruinas
de Tical, en el Peten, y publicó una descripción interesante de esa antiquísima
ciudad, en los números de "La Gaceta," correspondientes al 16 de marzo y 12
de abril del mismo año. Hizo sacar dibujos de los palacios y estatuas que
encontró. Después han venido extranjeros a estudiar las interesantísimas
ruinas, han escrito obras y se han llevado mucho de valor, merced a la incuria
con que hemos visto cuanto se refiere a nuestra antigua historia. Aquellas
figuras colosales y misteriosas son mudos recuerdos, y las calaveras grotescas
como que se ríen de la ignorancia de los que las contemplan.
Alfred Percival Maudslay descubrió varias ruinas en Guatemala, como
las de Ixkun, en el valle del río Cahabón, que dan idea de un extenso pueblo
conquistado por los mayas, a juzgar por los grandiosos monolitos con ciertas
(1) Mausdlay estudió esa localidad, levantó el plano que copiamos y demuestra la existencia de un
pueblo muy antisruo.
— 227 —
inscripciones y geroglíficos. La más interesante descripción que conocemor
de las ruinas de Chichén Itzá, la hemos encontrado en el capítulo XXI, página
193, de la rica obra intitulada "A glimpse at Guatemala," escrita por el mismo
autor, y publicada en Londres, en el año 1899, con. mapas, planos, fotograbados,
retratos y otras ilustraciones bellísimas en riquísimo papel de lino.
En aquellas ruinas sobresale después de miles de años, entre pinos
seculares, la Casa de las Monjas, de 165 pies de largo, 89 de ancho y 35 de alto,
edificada de piedra, con cuarenta y nueve gradas anchísimas que conducen al
término del grandioso edificio que arriba se muestra, con ocho cuartos cuyos
muros tienen rastros de pinturas y relieves. Hacia el ala del Este, se mira la
iglesia, grotesco conjunto de máscaras con prominentes hocicos y afiligranados
adornos. El Caracol, La Casa Colorada y el Castillo, son muy notables por su
sólida y elegante construcción. Este último, está en la cúspide de un alto
montículo al cual se sube por noventa y ocho gradas. El más interesante mo-
numento del Chichén es el gran Patio de la Pelota, circundado de muros para-
lelos, de 2'¡2 pies de longitud y 2^ de altura, con salidas en los extremos. Ven-
se ahí restos de grandes piedras labradas, y las ruinas de otros edificios profu-
samente adornados. Los indios jugaban al tlachtli o trinquete que describe
Herrera, hablando de los Méxicos, y que con un hermoso cromo, figura en
"México al través de los siglos," (T. i. P. 344). Por superstición plantaban
fuera del tlachtli, palmas silvestres y árboles de brillantes colores para que
dieran sombra a los ídolos que estaban en las almenas. Jugaban con pelotas
de hule que permanecían por horas enteras en el aire, sin dejarlas caer al
suelo, sino siempre arrojándolas para arriba con las asentaderas o las rodillas,
y no con las manos, al decir de Duran, aunque a la verdad, sería eso en ciertos
casos, pues las manoplas, llamadas chacualli, denotan que también empleaban
las manos.
Las pinturas murales representando una batalla en Chichén Itzá, que aun
cubren las paredes del Patio de la Pelota, son notables, a pesar de mutiladas
por la mano del tiempo. Aunque aquella antiquísima población no se puede
comparar, en lo pintoresco, con otras de las arruinadas ciudades de Guatemala
y Tabasco — dice Maudslay — , lo espacioso del horizonte interrumpido sola-
mente aquí y allá por un cerrito artificial o templo ceniciento, sugiere la idea
del libre acceso de una población grande, que el estrecho valle de Copan o las
aterradas colinas de Palemke. En 1528 ya no estaba tan poblada, pues de otra
suerte, no hubiera podido Montejo habérselas por dos años, sólo con una fuerza
de cuatrocientos hombres.
C(^parando las ruinas de Chichén con las de Copan y Kiriguá, nótase en
las primeras lo grandioso de los edificios, el libre uso de las columnas, la ausen-
cia de esculpidas stelas, la rareza de geroglíficos, y lo más importante de todo,
el hecho de que cada hombre se muestra como un guerrero con rodela y lanza
en ristre. Los pacíficos primitivos pobladores de las márgenes del Usumacin-
— 228 —
ta y del Motaj^ua fueron quizás llevados por la fuerza de la guerra, a las menos
hospitalarias llanuras de Yucatán, en donde habiendo aprendido el arte de las
armas, restablecieron su poder y su grandeza. Después soportaron nefastos
tiempos, feudos inhumanos, invasiones nahuas y otras desventuras que produ-
jeron la destrucción y abandono de grandes ciudades como Chichén, Itzá y
Mayapán (i).
El plano y las explicaciones de las ruinas de Palemke, que Maudslay
presenta, en su magnífica obra, dan idea de la grandiosidad de aquella antigua
y célebre i>oblación, cuyos restos soberbios han sido descritos magistralmente
por Dupaix, Waldeck, Stephens, Catherwood, Morelet y Charnay.
Las ruinas de Chalchitán merecen mencionarse, como que revelan la exis-
tencia de un pueblo anterior a la era cristiana, de majestuosas e imponentes
construcciones. El lugar de las esmeraldas significa Chalchitán, porque en-
contraron ahí muchas de esas piedras, primorosamente labradas, lo cual da a
entender que sus pobladores las usaban con predilección y que tenían una rica
mina de ellas.
Las ruinas de Tikal y Menché, descritas por aquel arqueólogo, denotan
tener gran riqueza en monumentos e inscripciones de piedra ; pero hay ahí
preciosos fragmentos del arte maya esculpidos o en relieves de madera, que
demuestran la cultura de los antiguos pobladores de las exuberantes orillas del
río Usumacinta. Mr. Charnay hizo la pintura más exacta de las "Antiguas
Ciudades del Nuevo Mundo," en el libro que lleva ese título; y en París hemos
visto los modelos en yeso de la colección de dicho profesor, que se exhibe en el
Museo del Trocadero.
Mucho han llamado la atención recientemente, como antes lo hemos insi-
nuado, las ruinas de Piedras Negras, que Maler ha dado a conocer y í|uc de-
muestran, como lo prueban también los interesantes despojos de Sustanquiqui,
que por la fértilísima región del Fetén había en remotos tiempos muchas po-
blaciones indígenas que desaparecieron dejando monumentos importantes para
la historia. En el Museo Nacional de Guatemala hemos visto y estudiado los
facsímiles de las ruinas de Sustanquiqui, que contienen geroglíficos mayas, re-
cordando las hazañas de guerreros que figuran lievando en la mano la fecha
de sus triunfos alrededor del cuerpo la historia de sus hazañas. En este
Museo guatemalteco hay ídolos interesantes y piezas arqueológicas de mérito.
Por desgracia en los museos extranjeros existe lo principal de nuestro país,
llevado por anticuarios y negociantes, que han vendido a precio de oro las
piedras talladas de los aborígenes de e.ste suelo, que alcanzaron, en épocas
lejanas, una civilización interesante. El sistema geroglífico de las ruinas de
(1) Henry Mercer, The Caoes of Yucatán.— 18ÍÍ5.
— 229 —
Yucatán, Guatemala y Honduras es el Antiguo Maya. Foerstemann encontró
en su "Descifración de los Manuscritos" un cálculo que ascendía a la suma de
12.299,040.
"Los monumentos indígenas no se estudian generalmente por los guate-
maltecos, y triste es decir que muchos de ellos ignoran la existencia de esas
ruinas que son la admiración de los viajeros, y que prueban el estado de cul-
♦^ura bastante adelantado a que habían llegado estos pueblos, antes del descu-
brimiento de América.
La ciudad de Lorillard situada en el Lacandón, en donde se han encontra-
do restos de una cultura antiquísima, ha sido poco visitada, no obstante lo
suntuoso de sus monumentos y lo maravilloso de sus bajo-relieves que son los
más hermosos que puede ofrecer América, según M. Désiré Charnay.
Los ídolos que se han encontrado en Lorillard son admirables, las vasijas
son bien hechas, los monumentos son espaciosos, de estilo tolteca, y muy pare-
cidos a los de Comalcalco, Palemke, Chichén, etc. ; lo que hace que se pueda
decir con seguridad,, que los toltecas se extendieron por Méjico y por parte
de la América Central.
El escritor antes citado, haciendo la descripción de uno de los ídolos, dice :
"El ídolo tiene la cabeza separada del tronco y yace revuelta entre escombros;
la figura está enteramente mutilada. Este ídolo es único en su clase y muy
hermoso ; nunca había encontrado otro parecido ni en las ciudades de Tabasco,
ni en las yucatecas. Representa un personaje sentado con las piernas cruza-
das a la usanza turca, y las manos puestas sobre las rodillas. Su actitud es dig-
na, llena de calma y serenidad ; parece un Budha. Tiene la cara mutilada y en la
cabeza lleva enorme tocado de hechura por demás extraña, representando una
diadema y medallones entre un adorno de grandes plumas. En estas plumas
esculpidas vemos la misma factura y el mismo estilo que en las que ya vimos
en las columnas de Tula y de Chichén-Itzá. El busto, admirablemente pro-
porcionado, lleva en los hombros y en el pecho una especie de rica esclavina
adornada de perlas y de tres medallones parecidos a las grandes condecoracio-
nes romanas ; en la parte inferior del cuerpo se ve la misma clase de adornos,
aunque de menos relieve, y termina en un medallón mucho mayor que los otros
y en un maxtli franjeado".
Ya hemos descrito las ruinas que hay en Peten, Cobán y Kiriguá ; algunas
han desaparecido completamente y es de sentirse que entre éstas se tengan
que contar la de Flores, o sea la antigua Tayasal, que resistió tan valerosa-
mente a los españoles, y de la que se sabe que tenía veintiún templos. "El
gran templo, dice Sotomayor, era todo él de piedra con su bóveda ojival ; su
forma era cuadrada con un hermoso pretil de piedras muy bien labradas ; cada
fachada tenía veinte varas de lado y era muy alto".
Por lo prolijo de los datos, sobre, todo acerca del interés que desde el
tiempo de la Colonia han inspirado las Antigüedades en la América Central,
— 230 ^
vamos a copiar en seguida lo que con ese titulo, escribió el notable historiador
don Cesáreo Fernández Duro, en el Boletín de la Sociedad Geográfica de
Madrid". Dice así : Durante la excursión que hice a Sevilla en la pasada
primavera, debí a la amistad del Dr. D. Sebastián Marimón, el conocimiento
de un viajero afortunado en la exploración y estudio de las huellas que en
América Central han- dejado pueblos desconocidos, con vestigios colosales de
una civilización sorprendente, despertador continuo de la curiosidad y miste-
rioso enigma, cuya adivinanza mortifica el ingenio de los entendidos.
El Sr. Alfredo P. Maudslay — este es su nombre — no llevaba al salir de
Londres otra idea ni propósito, que pasar el invierno lejos del rigor de una
temperatura que no convenia por entonces a su salud, mas como tampoco la
ociosidad se conciliara con su espíritu activo, dando suelta al deseo natural de
conocer el país elegido en la expedición, recorrió los territorios de Honduras y
Guatemala, ocupando el caudal de sus conocimientos, tanto en la observación
de la naturaleza, como en la de las obras de portentosa fábrica que dan testi-
monio de labor humana.
No le dio la estación extrema del año 1881 espacio bastante para el examen,
ni al repetirlo en el invierno siguiente, ha quedado satisfecho el afán que de
ordinario crece en cuantos miran a su sabor las bizarras edificaciones de los
Mayas; queriendo llevar en la tercera campaña preparación más amplia que
en las otras, asociado con el Dr. Marimón, que también por mucho tiempo ha
registrado la región guatemalteca, consultaba asiduamente el archivo de In-
dias, sabiendo que allí han de encontrarse datos preciosos de la época de la
conquista de los españoles y de la disposición en que hallaron aquellas tierras.
Con esos datos ; con ayuda de un mapa en grande escala que traza, rectifi-
cando errores de los existentes; con el itinerario seguido por Hernán Cortés
desde la ciudad de Méjico al golfo de Honduras o de Hibueras, que estudia
prolijamente, se proponía marchar de nuevo a Yucatán, Campeche, Verapaz,
Tabasco, Guatemala y Honduras, reservando en tanto las observaciones reco-
gidas al cuidado de la ratificación. Los planos parciales, dibujos, fotografías,
calcos, vaciados y objetos originales recogidos ya, que han examinado en Lon-
dres algunos aficionados de antiguallas, cautivaron la atención general, pidien-
do reseña que el Sr. Maudslay hizo ligeramente ante la Sociedad Geográfi-
ca (i); más ni ella basta a dar idea aproximada de los referidos objetos, ni
menos de las ciudades de que proceden, siglo tras siglo abandonadas y ocultas
entre la vegetación tropical, como el nido de un pájaro muerto. La explica-
ción precisa e ilustrada compondrá a su tiempo un libro interesante ; entre
tanto, la galantería del Sr. Maudslay me consiente adicionar noticias que limi-
(1) Explorations in Guatemala and Examinations oj the newlydiscovered India Ruins of Quiriguá,
Tikal and the Usumacinta.—^y \. P. Maudslay.— Procedirurs of the Royal Geoprauhlcal .Soclety, London.
Aprfl. 1883.
— 231 —
taré a los descubrimientos recientes, sin mencionar cosa relativa a los viajes
ni a pueblos o monumentos de antes vistos (i).
Estimulado por las vagas referencias y esbozos imperfectos de Mr. Cather-
wod, único de los modernos exploradores que llegó a la vista de Kiriguá por
los años de 1840, en las dos veces fué a registrarlo Maudslay, sabiendo hallarse
no lejos del camino que conduce desde Izabal, en el golfo Dulce, a las riberas
del río Motagua. La empresa no es tan sencilla como a primera vista parece :
hay allí que penetrar a través de una selva continua y espesa, abriendo con el
hacha y el machete el camino que se pisa, dirigiéndola por la brújula como en
las soledades del mar, o en la galería del minero; llevando numeroso convoy
con el mantenimiento de los trabajadores, tiendas, ropas, instrumentos y herra-
mientas, y se avanza con lentitud, incomodidad y costo. Así y todo, puede
pasarse al lado de objetos voluminosos sin distinguirlos, porque los arbustos
de toda especie, las plantas trepadoras y las parásitas de tal manera envuelven,
cubren y desfiguran las líneas o términos, no ya de una piedra suelta, de cual-
quier edificio, que la visual se pierde en la masa de verdura. Así se explica,
que como en nuestro viejo Continente descubren de vez en cuando la casualidad
y el arado monedas o sepulturas de remotas edades, en el Continente nuevo,
donde todo es grande, la casualidad y el hacha tropiezan con ciudades enteras
no menos añejas.
Una ciudad monumental es realmente la de Kiriguá, encontrada por el
Sr. Maudslay después de desmontar una extensión considerable de terreno, sin
certeza de haberla visto toda. Cortada después la maleza, limpiando por últi-
mo, con rascadores de hierro y cepillos de musgo, llegó al término deseado de
armar la cámara fotográfica y proceder al vaciado de relieves. Lo conocido es
2 un rectángulo de 2 250 x i 080 pies ingleses, en cuyo espacio hay varios monte-
cilios artificiales de forma piramidal, revestidos de piedra de sillería, con gra-
derías o escaleras, edificación común y ordinaria en todas las grandes poblacio-
nes de la región, y aun de la que se llamó Nueva España o Méjico, donde se
designaban por Cues o Mules. Pero en los de Kiriguá no queda siquiera
vestigio de haber existido en la cúspide, las fábricas que se ven todavía en las
pirámides de otras ruinas, en Tabasco, Yucatán y Chiapa ; si en éstas hubo
también adoratorios o aras de sacrificios, han desaparecido totalmente. Lo
que se encuentra en la proximidad de las pirámides mayores, es indicación de
dos espacios rectangulares, a manera de plazas, formados por obeliscos de
natural aspecto y delicadísimo trabajo. Algo de común tienen con los de
Copan, de tiempo atrás conocidos ; la forma, los geroglíficos, el dibujo, el por-
menor de la ornamentación y aun la colocación de traje de las figuras, acusan
cierta relación que no cabe desconocer ; mas hay eií la ejecución notable dife-
(1) La olii-a monumental de Goodman ,v Maudslay. la citamos al principio de este capítulo, la admi-
rable "/y/o/ot'ia/ /ír^/mV^^/a Centran Americana." Nota del autor.
— 232 —
rencia que inclina a considerar a los monumentos de Kiriguá como modelo de
los de la ciudad de Honduras, más acabados, de más alto relieve, de mayor
corrección en las líneas y posterior trabajo por consiguiente.
De dos especies son los monumentos ahora encontrados ; obeliscos mono-
litos esculpidos con figuras humanas, adornos caprichosos y geroglíficos, y
piedras bajas y anchas en que se han figurado animales monstruosos o reptiles :
acercándose en la forma general a la de la tortuga. Los primeros tienen base
cuadrangular, de 3 a 6 pies de lado, y de 15 a 30 de altura sobre el suelo, en que
se halla enterrada una parte de cinco o seis más para mantenerse en la posi-
ción vertical. Algunos la han perdido, y están más o menos inclinados ; otros
han caído ya forzados por Jas raíces o los troncos de árboles inmediatos.
Las caras principales de los obeliscos presentan un personaje de frente ;
solo en dos se puso de perfil. Esculpidas las cabezas en alto relieve, están
tocadas con profusión de plumas y cintas ; las orejas grandes y anchas, hora-
dadas, atravesándolas ricos y voluminosos adornos. En el cuerpo y vestiduras
no es tan saliente el relieve, aunque prolijo el trabajo del artista en labor ca-
prichosa, entrando por mucho en el adorno cabecitas humanas, las más de
grotesca apariencia, distribuidas en los sitios de mayor resalte, como en los
hombros, rodillas y talones de las sandalias. Algunas de esas figuras que dan
motivo o ser al obelisco, muestran en la mano una especie de cetro, mas por lo
común llevan levantados ambos brazos en actitud de coger con las manos
el cuello del vestido. Los pies, en todos casos, con las puntas hacia los lados,
unidos los talones, única postura que por lo visto concebían los artífices, por
más que no sea natural.
Se observa uniformidad en la forma del vestido, cambiando sólo los dibu-
jos de su adorno y los de las mascarillas o cabecitas, tan repetidas, que hacen
pensar se destinaran al objeto del adorno personal las muchas que se han
hallado sueltas por toda la América Central, así de barro cocido, como de obsi-
diana, jade y piedras más finas.
Es también de notar, que todos los obeliscos de una de las plazas, repre-
sentan reyes, guerreros o personajes de significación, masculinos ; mientras
los de la otra son sin excepción de mujeres, con trajes mucho más ricos 'en
adorno. En unos y otros llenan las caras laterales geroglíficos en cuadrículas
muy bien esculpidas, conteniendo cada una de ellas dos o más cabezas de hom-
bres o pájaros, piernas o brazos enlazados en disposición convencional y al
parecer simbólica. Probablemente en la significación narran las excelencias
de la figura principal del obelisco.
Los monumentos de la segunda especie, que bien pudieran ser aras o alta-
res, están formados con piedras enormes cuyo peso no bajará de 18 a 20 tone-
ladas, midiendo unos 14 pies de longitud y poco menos de altura. Por su pro-
pio peso se encuentran medio enterrados y acaso haya bajo la tierra algunos
I
— 233 —
otros que no se descubren. La tortuga, armadillo o monstruo representado en
ellos, tiene de ordinario una cabeza humana dentro de la boca, y es entre todos
más de notar el ejemplar que ostenta en la cola una mujer riquisimamente
vestida, sentada al estilo oriental, con las piernas cruzadas y mostrando en la
mano, a modo de cetro, una figurilla semejante al juguete o Juan de las viñas,
cuyos miembros se mueven por medio de un hilo. La superficie de estas
piedras está completamente labrada con dibujos caprichosos de imposible des-
cripción, y en algunos sitios hay también geroglíficos.
Resulta, pues, de las investigaciones, que hay en Kiriguá objetos sin equi-
valencia ni semejanza con los de otras ciudades arruinadas que se suponen obra
de la civilización maya, y que merecen por tanto, privilegiada atención de los
que estudian las antigüedades americanas. En cambio allí, como en todas esas
otras ciudades, no se encuentra vestigio de las viviendas de la inmensa pobla-
ción que contribuyó, sin duda, a la fábrica de los pasmosos monumentos, vi-
niendo la ausencia a fortalecer la opinión de que, aparte de los Cues o adorato-
rios, de los templos, edificios sagrados o públicos, el pueblo, en su gran masa,
residía en albergues de material ligero como la madera, barro y paja u hoja-
rasca, que fácilmente ha desaparecido.
¿ Será realmente el Sr. Maudslay el primer europeo que ha hollado la plaza
de la ciudad de Kiriguá? ¿Permaneció ignorada y oculta a los ojos de los
compañeros de Cortés, de Montejo y de Alvarado? No hay hasta ahora datos
seguros para averiguarlo. Sabiendo el viajero inglés que el conquistador de
Nueva España, al pasar por el río Dulce, estando muy necesitado de provi-
siones, dividió sus fuerzas y en radio extenso corrió todo aquel territorio con
el afán de procurárselas, dudó en un principio si el pueblo de Chacujal que
menciona la carta quinta dirigida por Hernán Cortés al emperador, sería este
mismo; más no ajustándose la concisa indicación que hace a las más salientes
circunstancias actuales, presumió que más bien corresponde el sitio visitado
por el caudillo extremeño a las ruinas del pueblo viejo en que hoy se descu-
bren cimientos y otros vestigios de construcción, aunque no monumentos.
• La lectura de la referida carta quinta, ofrece, sin embargo, materia lata
a la reflexión, primero por el nombre del pueblo, que en los códices existentes
varía de Chacujal a Chaantel, Chuantel y Chuhantel, después por consignar
fueron los indios naturales los que le dieron noticia de haber cerca iin pueblo
grande muy antiguo y muy bastecido y últimamente por la sorpresa que mani-
fiesta le causó hallarse en las calles por donde salió a una gran plaza donde
tenían sus mezquitas y oratorios a la forma y manera de Culua y que puso ésto
más espanto (a los soldados) del que antes traían. Estuvieron en la plaza
gran rato recogidos en una gran sala, y no sintiendo rumor de gente, enviaron
algunos que corrieran las calles. Luego que fué de día se buscó todo el pueblo,
— 234 —
que era muy bien trazado y las casas muy juntas y muy buenas y hallaron in-
mensa cantidad de bastimentos (i ).
Por aquellas inmediaciones del golfo Dulce habían estado antes Cristóbal
de Olid, Francisco de las Casas y Gil González Dávila y se mantenían aún en
parte sus tropas, así que, una de dos: o conocían por necesidad la existencia de
una ciudad tan poblada como indica haber sido la de las ruinas de Kiriguá, y en
tal caso lo hubieran dicho, o ya por entonces sólo ruinas quedaban de ella,
como acontecía en Palenque, por cuyas cercanías pasó también Hernán Cortés,
con pintura o mapa que los indios le habían facilitado para noticia de la mar-
cha, y de los centros en que había de proveerse.
Las exploraciones que Maudslay hizo después en Copan, en la región de
los volcanes y en la de Verapaz no excitan en tanto grado el interés, por la re-
petición con que otros viajeros las han visitado y descrito anteriormente ; omi-
to, por tanto, la comunicación de sus observaciones y memorias, saltando a las
que le ha sugerido la ciudad de Tikal, situada al nordeste del lago del Peten, a
unas i8 millas de distancia y no lejos de los términos de Guatemala y Yucatán,
pues si bien fué vista, hace años, por M. Bernoulli que recogió los trozos de
madera esculpida conservados ahora en los museos de Suiza y Westminter, el
objeto especial de sus investigaciones no prestó fijeza a las curiosidades ar-
queológicas.
Maudslay se proporcionó braceros en las poblaciones del lago, y por los
procedimientos explicados, abrió camino y desmontó la extensión suficiente
para dejar al descubierto la edificación, cuyo plano trazó ante todo. Las casas
de esta ciudad silenciosa son de piedra revocada, midiendo el grueso ordinario
de las paredes unos tres pies. Es difícil formar juicio del remate y corona-
miento exterior, porque de las cornisas, de la techumbre, de cualquier parte
saliente donde haya caído una semilla, han salido árboles corpulentos forman-
do un bosque en cada construcción y destruyéndola la fuerza de las raíces que
han penetrado por los intersticios. En el interior tienen las paredes altura de 7
a 8 pies, avanzando sucesivamente las hiladas de piedra, hasta llegar a unirse
arriba formando ángulo. Esa construcción no consiente, naturalmente, mucha
separación en las paredes, no obstante el macizo y carga superior con que se ha
procurado darlas solidez, así que los aposentos mayores no tienen más de cinco
o seis pies de anchura y más parecen pasadizos que otra cosa por haber tratado
de compensar con la longitud la estrechura. Las puertas exteriores están inva-
riablemente construidas a escuadra, con la particularidad de ser los dinteles de
madera durísima de zapote, escuadrados los troncos necesarios y unidos perfec-
tamente. En el interior hay vigas de la misma madera con el doble objeto, al
parecer, de prestar solidez al edificio y de colgar las hamacas. Algunas casas
se conservan en buen estado, al punto de ser habitables, pero en la mayor
(1) Carias v relaciones de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, colegidas i ilustradas por' D. Pascual
Gayangos, de Paiífs, 1866.
parte se han consumido los dinteles dichos y la gravedad ha consumado la
ruina, formando montones de sillares.
Sobresalen cinco templos edificados sobre pirámides revestidas de sillería,
no en todas de superficie plana. La base de una de éstas es de 184 pies ingle-
ses de frente, por 168 de lado y la altura de 112. El templo, arriba, tiene
41x28 de base y 50 de altura. Las paredes son de extraordinario grueso, tienen
nichos en los lados, estrechando gradualmente por arriba. En el interior hay
dos o tres corredores paralelos, como se ha dicho de las casas, comunicando
unos con otros a favor de puertas anchas con los dinteles de madera, primoro-
samente esculpidos en la superficie visible. La altura de las salas es mayor en
los templos que en las casas.
No se descubre en estos edificios ídolo, ni objeto alguno a que haya podido
darse culto ; solamente en la plaza que forman los dos principales, se ven algu-
nas piedras verticales como las que suelen ponerse en los cementerios, parte
de ellas toscamente esculpidas con figuras de perfil ; otras con las figuras mol-
deadas en cemento muy duro.En la mism.a plaza hay aras o altares circulares
parecidos a los de Copan, estando por punto general muy deteriorados.
Uno de los problemas que Maudslay no ha podido resolver es, el de los
medios que una población tan numerosa como parece haber sido la de Tikal,
empleaba en el surtido de agua. En las inmediaciones no existe y las escava-
ciones que verificó buscando pozos, no dieron otro resultado que el de hallar
unas cámaras subterráneas, muy reducidas, al parecer silos.
Estando en Guatemala supo nuestro viajero por el Sr. Rockstroh, caballe-
ro alemán, director del Instituto Nacional, haber otra ciudad inexplorada que
muy a la ligera había visto en sus excursiones. Situada en un recodo del río
Usumacinta, precisamente en lugar en que los violentos raudales impiden la
navegación y donde vienen a coincidir los límites de Tabasco, Chiapa, Peten y
Huehuetenango, pasada la Sierra Madre, se encuentra apartada de todo trán-
sito, aunque próxima al pueblo de Tenosique y a las famosas ruinas de Palen-
que. Llamaban al referido lugar Menché o ciudad del Usumacinta, contando
maravillas de los monumentos.
Maudslay se dirigió en su busca desde Tikal tomando canoas en el rio de
la Pasión, por el cual, aguas abajo, pasando la boca del Salinas y más adelante
del Lacandón y Ococingo, por la del Cerro entró en el Usumacinta, llegando
sin accidente al punto buscado.
Empiezan los edificios de Menché en un ribazo que se alza naturalmente
como 60 pies sobre el nivel del río, siguiendo en mesetas o terrazas artificiales
sucesivas hasta una altura de más de 120. Cada una de estas mesetas tiene
muro de sillería y escalinata de acceso. Hay casas en buen estado de conser-
vación ; otras ruinosas o del todo arruinadas, porque en los pueblos antes des-
critos, la vegetación lo ha invadido todo, viéndose sobre cornisas que acaso
— 236 —
tienen medio pie, árboles de i y 2 de diámetro. Por esta causa no cabe asegu-
rar que toda la ciudad se haya examinado o contenido en el plano de Maudslay,
ni que sea, como parece hasta ahora, menor que Tikal.
En dos conceptos se diferencian los edificios de las dos poblaciones ; pri-
■ mero, en que en lugar de los largos pasadizos paralelos de aquellos, las de
Menché forman entrantes y salientes en ángulo recto, dando lugar a fuertes
macizos que ayudan a sostener con mayor solidez la techumbre, y segundo en
que los dinteles de las puertas son de piedra, esculpida también como los de
madera, y con no menos primor.
La casa en que se aposentó el viajero tenia 73 pies de fachada y solo 17 de
fondo, con tres puertas en el frente : a 2 pies por encima de ellas corre una corni-
sa ; arranca el segundo cuerpo de 1 1 pies, y sobre segunda cornisa se alza una
construcción suplementaria o de adorno que asemeja celosía. La altura total
del edificio es de unos 45 pies.
Hubo de estar revocada la fachada en otro tiempo y pintada de varios co-
lores : en el segundo cuerpo hay una serie de retángulos huecos donde sin duda
se colocaron esculturas: se advierte que el constructor puso otros adornos,
quedando vestigios de tres grandes figuras y ocho más pequeñas, moldeadas
en argamasa y pintadas. Esta ornamentación era emejante en las otras casas
y bien se alcanza la hermosura de su perspectiva desde el río en la época en
que lucieran los vivos colores sobre el blanco de los terrados.
En la parte central de esta casa, cuya vista fotográfica conserva el Sr.
Maudslay y reprodujo la Sociedad Geográfica de Londres en grabado, hay
un ídolo de piedra de doble altura de la natural, cuya figura, bastante bien
esculpida, se halla sentada, con las piernas cruzadas y las manos sobre las ro-
dillas: La cabeza, cubierta con grotesco mascarón a manera de yelmo y gran-
des plumajes, yace por el suelo desprendida del cuerpo, y hay a su lado restos
del dosel o cubierta monumental, adornada de labores de estuco pintado, entre
fragmentos de cerámica.
Uno de los edificios se diferencia en el nivel distinto de las habitaciones,
a las que se comunica por escalones ; algunos tienen tapiado el ingreso, siendo
posible sean cámaras sepulcrales, mas no dio el tiempo lugar de averiguarlo.
Como en Tikal, se encuentran aras circulares esculpidas, deterioradas por
la intemperie, y piedras verticales, las más caídas y rotas. En todas las casas
se hallaron vasos de barro cocido ordinario, llenos de materia resinosa quema-
da. Al rededor del ídolo había muchos, dando a entender por el distinto color
y frescura del barro en varios, que han sido colocados sucesivamente por las
tribus de lacandones que viven en las orillas del Usumacinta, como ofrendas
de una reverencia que ha heredado de sus antepasados.
Esta vez consiguió el Sr. Maudslay enriquecer la colección de fotografías
y vaciados con originales de interés grandísimo, entre ellos uno de los dinteles
de piedra esculpida procedente de edificio arruinado, cuya piedra serrada y
— 237 —
reducida al tamaño del relieve, con mil trabajos. sacó de la ciudad abandonada
y ha traído a Londres con admiración de los entendidos. Acerca de su signi-
ficación nada ha dicho; reservado por naturaleza, prudente y sobrio de apre-
ciaciones, deja al criterio de los anticuarios la estimación del mérito de los artí-
fices y en enigma del significado. Sólo dos afirmaciones se permite, con el
fundamento del examen comparado ; una «es que la ciudad de Menché o del
Usumacinta, cuenta más remota fecha que la de Tikal ; la otra, que los edificios
de piedra que subsisten, estaban allí como en otras partes, destinados a una
clase privilegiada o a ceremonias públicas, y en modo alguno habitados por el
común del pueblo que puso mano en los terraplenes, revestimientos, pirámides,
esculturas, y otros tan hermosos adornos.
No trataré, por mi parte, de suplir las reservas del expedicionario, mas
para los que no han visto las referidas colecciones, haré somera descripción de
lo que me parecen los dos más notables dibujos de los dinteles. En el que ha
trasportado íntegro, se vé a la izquierda un personaje en pie; la frente aplas-
tada, tocado con abundantes plumajes, entre los que sobresale un mascarón
monstruoso ; las orejas atravesadas de grandes y complicados adornos ; collar
de bolas gruesas ; el cuerpo desnudo, si bien lleva por los hombros una pieza
tejida de rico dibujo, con fleco ; cinturón también rico del que pende el machtly
o zaragüelle ; ligas adornadas con borlas pendientes ; calzado semejante a la
sandalia, labrada por detrás hasta el tobillo y sujeta al dedo grueso por una
cinta que viene a formar lazo en el empeine ; en las muñecas adorno parecido
al de las ligas con sendas calaveras en la parte superior. Con ambas manos
sostiene y presenta una asta larga que remata en penacho como de hojas o
plumas ; detrás y arriba de esta figura, geroglíficos en cuadrículas.
í A los pies del personaje hay una mesita pequeña o cojín, y al lado de éste,
de rodillas, dando frente a aquel, otra figura de frente aplastada también, de to-
cado muy rico con plumas y otros adornos prolijos que se extienden a las ore-
jas: traje talar riquísimo, cuya labor consiste en rombos, y debajo de cada
uno una cruz perfecta de brazos iguales ; manto largo sol)re los hombros, de la
misma tela y dibujo, pero con orla y fleco distinto; collar y brazaletes grandes
con perlas o piedras, y sobre el pecho un medallón con curiosa carátula. Este
personaje, que a mi juicio representa un sacerdote postrado ante el ídolo, está
en actitud de pasar a través de la lengua, que previamente se ha horadado,
una cuerda gruesa en que de trecho en trecho hay espinas apareadas para que
el sacrificio sea más doloroso.
Sabido es por nuestros antiguos cronistas, que así en el territorio de
Nueva España como en otros de América Central, hasta las riberas del Apu-
re, Meta y Orinoco, era común la costumbre de mortificarse ante los ídolos
los encargados de su culto, pasando espinas de maguey a través de los miem-
bros más delicados.
-238-
En otro de los relieves se ven frente a frente un hombre y un niño con el
machtly, collar y tocado de plumas del ídolo anterior ; en medio, arriba y aba-
jo, geroglíficos ; presentan uno al otro sendas cruces, perfectamente delineadas ;
los brazos horizontales de éstas terminan en rosetones, teniendo uno igual en
el centro ; el brazo superior remata en adorno coronado de palmas o plumas ;
del inferior (los cuatro son de igual* longitud), penden fajas o cintas. La figu-
ra de la derecha o mayor, de cuyo tocado más profuso y cumplido sale, al
parecer, una serpiente, a más de la dicha cruz que presenta con el brazo dere-
cho extendido, tiene otra igual en la mano izquierda, si bien ésta, con el brazo,
se halla en postura natural pegada al cuerpo.
Un tercer .dintel representa gran serpiente simbólica, de cuya boca
sale la figura de un idolo tocado como los anteriores y que lleva cetro en la
mano. A los pies un sacerdote con traje talar y adornos como el anteriormen-
te descrito, de rodillas también, hace ofrenda de objeto que no se distingue.
Los dos primeros provocarán probablemente de nuevo el tema tan deba-
tido de la Cruz en que varios americanistas distinguidos han visto el símbolo
de la lluvia o de la fecundidad de la tierra (i), porque por tal lo tuvieron los
indios con posterioridad a la llegada de los españoles : mas hasta qué punto
puede llevarse el razonamiento a los tiempos primitivos después del reciente
descubrimiento, cosa es que habrá de dilucidarse, y oportuno parece con este
motivo recordar lo que el P. López Cogolludo escribió, después de dar por
cierta la profecía de Chilan Balan, gran sacerdote de Tixcacayom Canich, en
Maní.
"Dice Herrera, dando razón, como los segundos españoles que con Juan
de Grijalva aportaron a Yucatán, hallaron así acá en Tierra firme como en
Cozumel algunas cruces, que la ocasión de esto fué, que habiendo el adelantado
Montejo comenzado la conquista de esta tierra y recibídole pacíficamente al-
gunas provincias, en especial la de Tutul Xiu, cuya cabeza era el pueblo de
Maní, catorce leguas de donde ahora está la ciudad de Mérida, se entendió que
pocos años antes (|ue llegasen los castellanos, un indio, principal sacerdote lla-
mado Chilan Cambal, tenido entre ellos por gran profeta, dijo (jue dentro de
breve vendría de hacia donde nace el sol, gente barbada y blanca (|uc llevaría
levantada la señal de la Cruz
"Los más escritores de las historias de estos reinos refieren haber hallado
los primeros españoles que descubrieron a Yucatán en esta tierra cruces acerca
de la cual han sido también diversos los pareceres
(1) Entre los estudios acerca del particular, pueden vers4': Anhéolorie Americaine. Drchtjfrement
des écriturfs calculiforme ou Mnvas. Ix bas relief de la Croix de Faíenke et le Manuscrit Troano, par M.
le Conté de Charencey. Alencon. 1879. 8* mv^y.—Les demiersvesliges du Christiarttsme préché du X9 au
XI V^ siicle dans le Markland et la Grande Irlande. Le\ Forte-Croix de la Gasfiéste et de /" Acadié, par M. E.
Beauvals. París. 1877, 8' may Les traditions relatives a [ homme blanc et au signe de la Croix en Amirique
á r ¿poque precolombienne, par M . l'Abbé Schmltz. y las discusiones que constan en la.s actas de los Coníresos
de Americanistas de Lu.\embunro. Bruselas y Copenhagxie.
—239 —
"El Dr. D. Pedro Sánchez de Aguilar en su informe contra los indios idó-
latras de esta tierra, expone que el origen de decirse que se hallaron cruces en
Yucatán, se ocasionó de que cuando D. Hernando Cortés halló a Jerónimo de
Aguilar en la isla de Cozumel, puso alli una Cruz que mandó adorar, la cual
después, el año 1604, gobernando esta tierra D. Diego Fernández de Velasco,
envió al marqués del Valle, nieto de D. Hernando Cortés. De esta Cruz, dice,
tomó motivo un sacerdote de ídolos, llamado Chilan Cambal, de hacer una
poseía en su lengua, que he leído muchas veces, en que dijo que la gente
nueva que había de conquistarlos, veneraba la Cruz, con los cuales habían de
emparentar. Esto mismo refiere Antonio de Herrera, y como el adelantado
Montejo, a cuyo cargo fué la conquista de esta provincia, tardó más de diez
años en volver a ella, pensaron los nuestros que estos indios pusieron esta Cruz
y tuvieron por profecía la poesía de Chilan Cambal, y esta es la verdad, la cual
averigüé por saber la lengua de ello y por la coftiimicación de los indios viejos,
primeros neófitos que alcancé, los cuales iban a su romería al templo de
Cozumel".
El P. Cogolludo discute esta opinión sensata con otras citas de Bernal
Díaz, Fr. Bartolomé de las Casas, Remesal, Torquemada, que vieron no una
cruz, sino varias, afirmándolo antes Gomara tratando de Cozumel con estas
palabras :
"Que junto a un templo con torre cuadrada, donde tenían (los indios) uti
ídolo muy celebrado, al pie de ella había un cercado de piedra, en medio del
cual había una Cruz de cal, tan alta como diez palmos, a la cual tenían y adora-
ban por Dios de la lluvia, porque cuando no llovía y había falta de agua, iban
a ella en procesión, y muy devotos, ofrecíanle codornices sacrificadas para
aplacarle la ira y enojo que con ellos tenía o mostraba tener, con la sangre de
aquella simple avecica. Quemaban también cierta resina a manera de incienso,
y rociábanla con agua. Tras ésto tenían por cierto que luego llovía "
■El Dr. Illescas escribe también en su Pontifical que los yucatecos tenían un
Dios a manera de Cruz que llamaban el Dios de la lluvia, y Pedro Mártir de
Anglería, "que los habitadores de aquella isla, por tradición de sus mayores
decían, que por estas tierras había antiguamente pasado un varón más resplan-
deciente que el sol, el cual había padecido en una Cruz, y que por esta causa
siempre les fué venerable su memoria e imagen de la Cruz."
Bien pudiera vislumbrarse alguna luz en lugar y tiempo diferentes, por el
párrafo que todavía extracto de la Historia de la Florida del Inca (i).
Tres días había que el ejército de Hernando de Soto, (año 1540), estaba
alojado en el pueblo llamado Casquín, cuando ef Curaca, acompañado de toda
la nobleza de su tierra se puso ante el Gobernador y le dijo : "Como nos haces
"ventaja en el esfuerzo y en las armas, así creemos que nos la haces en tener
(1) Lib. IV cap. VI..
240 —
"mejor Dios que nosotros. Estos que aquí ves, y yo con todos ellos, te supli-
"camos tengas por bien de pedir a tu Dios que nos llueva, que nuestros sem-
"brados tienen mucha necesidad de agua". El General respondió, que aunque
pecadores todos los de su ejército y él, suplicarla a Dios les hiciese merced
como padre de misericordia. Luego, en presencia del Cacique, mandó al
maestro Francisco Ginovés, gran ofícial de carpintería y fábrica de navios, que
de un pino, el más alto y grueso que en toda la comarca se hallase, hiciese una
Cruz.
"Tal fué el que por aviso de los mismos indios se cortó, que después de
labrado y redondeado a más ganar, como dicen los carpinteros, no lo podían
levantar del suelo cien hombres. El maestro hizo la Cruz en toda perfección
en cuenta de cinco y tres (i), sin quitar nada al árbol de su altor: salió hermo-
sísima por ser tan alta. Pusiéronla en un cerro alto hecho a mano, que estaba
sobre la barranca del rio y servía a los indios de atalaya, y sobrepujaba en altura
a otros cerrillos que por allí había. Acabada la obra, que gastaron en ella dos
días, y puesta la Cruz, se ordenó. el día siguiente una solemne procesión, en
que fué el general y los capitanes, y la gente de más cuenta, y quedó a la mira
un escuadrón armado de los infantes y caballos que para guarda y seguridad
del ejército era menester.
"El cacique fué al lado del gobernador, y muchos de sus indios nobles
fueron entremetidos entre los españoles. Delante del general de por sí, aparte
en un coro, iban los sacerdotes, clérigos y frailes cantando las Letanías, y los
soldados respondían. De esta manera fueron un buen trecho más de mil hom-
bres entre fieles e infieles, hasta que llegaron donde la Cruz estaba, y delante
de ella hincaron todos la rodilla, y habiéndose dicho dos o tres oraciones, se
levantaron, y de dos en dos fueron: primero los sacerdotes, y con los hinojos
en tierra adoraron la Cruz y la besaron. En pos de los eclesiásticos fué el go-
bernador y el cacique, con el fin que nadie se lo dijese, e hizo todo lo que vio
hacer al general, y besó la Cruz ; tras ellos fueron los demás españoles e indios,
los cuales hicieron lo mismo que los cristianos hacían.
"De la otra parte del rio había quince o veinte mil ánimas de ambos sexos
y de todas las edades, las cuales estaban con los brazos abiertos y las manos
altas, mirando lo que hacían los cristianos, y de cuando en cuando alzaban los
ojos al cielo, haciendo ademanes con manos y rostro como pedían a Dios oyese
a los cristianos su demanda. Otras veces levantaban un alarido bajo y sordo,
como de gente lastimada, y a los niños mandaban que llorasen, y ellos hacían
lo mismo. Toda esta solemnidad y ostentaciones hubo de la una parte y otra
del rio al adorar la Cruz, y se -volvieron con la misma orden de procesión que
habían llevado, y los sacerdotes iban cantando el Tc-Deum laudamus hasta el
fin del cántico, con que se concluyó la solemnidad de aquel día.
Es regla ele los carpinteros de riljera para lalirar la arlK)ladura de las naves.
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"Dios, nuestro Señor, por su misericordia quiso mostrar a aquellos gentiles
cómo oye a los suyos que de veras lo llaman, que luego la noche siguiente, de
media noche adelante empezó a llover muy bien, y duró el agua otros dos dias,
de que los indios quedaron muy alegres y contentos".
Hernando de Soto no hizo en esta ocasión más que repetir las rogativas
que en semejantes casos acostumbran los pueblos católicos ; rogativas con
igual aparato verificadas en Nueva España, Perú, Yucatán, Tierrafirme, en
todas las regiones del Nuevo Mundo en que los -españoles entraban, según
consta en las crónicas de las órdenes religiosas, y no es maravilla que en la
inteligencia escasa de los indios se grabara la idea de ser el Dios de las aguas
aquel símbolo con que las aguas se imploraban.
Esta no pasa, sin embargo, de conjetura mía, y dejándola aparte, he de
consignar lo que otro moderno viajero francés, simultáneamente con Mauds-
lay ha visto y contado de las ruinas de Yucatán y regiones contiguas.
M. Desiré Charnay es del número de los que hablan todavía de la igno-
rancia, fanatismo, crueldad y sed de oro de los conquistadores españoles (i);
apreciaciones un tanto anticuadas, que por sí solas indican el prejuicio con que
iba a reconocer los lugares del nuevo Continente. Habiendo residido algún
tiempo en México, fué encargado de reunir objetos con destino a los Museos
de Francia, misión de que dio conocimiento al público en artículos dirigidos
a la revista de viajes Le Tour du Monde el año de 1880. Como el rico ameri-
cano Mr. Lorillard, de Nueva York, le hiciera ofrecimiento de ayuda de costa
para el viaje, a cambio de fotografías y objetos, corriendo con la doble comi-
sión por el distrito de Tula, de allí a Tabasco y a Palenque, logró no pocos
vasos curiosos, tomó vistas y sacó calcos y moldes de cartón que han enrique-
cido las colecciones del Trocadero. En la relación de estos viajes (2), aunque
no desplega la gala de imaginación reservada a los posteriores, hay mucho que
admirar respecto a la buena estrella con que da cumplida explicación de lo que
no vieron los predecesores (3), y no poco que discurrir acerca de sus opiniones,
entre éstas, la de que, "la conquista, ayudada del cristianismo, no ha hecho
cosa que embrutecer más y más a los pobres indios mejicanos". (4)
En el segundo viaje que emprendió con más preparación, y que ha tenido
por lo mismo mayor publicidad (5), le esperaba una contrariedad enojosa:
remontando el Usumacinta desde las aguas de Campeche, con intención de
examinar cierta ciudad ignorada, detenido impensadamente en Tenosique,
(1) Isnial crilíTio muy extendido en Francia, prevalece en la obra i-eciento titulada; De í Origín des
Indiens du Xouveau Monde ei de leur civilization, par M. Dabry de Tiérsan, Faris, iaS3,
(2) Mes decouvertes au Mexique ei dans I' Amérique du Centre, par M D¿úri Charnay, chargi d" une
mission scientifiqíie du Ministire de V Instruction pvhlique.-Le Tour du Monde. Paris^ 1880. uá»r. 273
y sisruientes. Lo-; S es. Montaner y Simón, editores de Barcelona, lo han traducido en la Biblioteca Universal
con el título de Mis descubrimientos en Méjico y América Centrat, por M . Desiré Charnay. 1884.
(3) /.c Tovrdu Monde, 1880, páff, 326.
(4i Le Tour Monde 1880, pág. 278.
(3) Vollage au Yucatán et au País des Lacandons, par M. Déslré Charnay. Compterendu de ¡a Societi
de Geo£;raphie de Paris, 1882, pííg. 259, y L^ Tourdu Monde, Enero y Febrero do 1884.
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supo con sorpresa (etonnante surpris) que alguien se le había adelantado, y
en el momento mismo se encontraba entre los monumentos. La impresión
que sintió no es de las que se pintan, y así es bueno dejar que lo haga por sí
mismo al llegar a la meta :
"Paso remontando el río, veo venir a mi encuentro un joven rubio, alto,
que a primera vista reconozco por inglés y caballero ; nos estrechamos la
mano, y viéndome un tanto estupefacto, como s[ adivinara el pensamiento
me dice :
"No abriguéis inquietud por mi presencia, la casualidad me ha traído antes
a estas ruinas como hubiera podido traerme después ; nada tenéis que temer ;
mero aficionado, que viajo por placer, no he de rivalizar con vos, que sois un
sabio. La ciudad os pertenece, bautizadla, exploradla, tomad fotografías,
calcos, cuanto gustéis; estáis en vuestra casa. Yo no tengo propósito de
escribir ni publicar nada, de modo que si os conviene, no hagáis siquiera men-
ción de mi persona y guardad la conquista para vos solo. Ahora permitidme
serviros de guía " ( i )
M. Charnay no se hizo de rogar; como testimonio de reconocimiento al
generoso norte-americano que sufragaba los gastos, bautizó desde entonces
en sus escritos, las ruinas, con el nombre de Lorillard City, aunque no debía
ignorar que la comisión española de Dupaix y Castañeda, la visitó por los
años de 1805 a 1807, y no ignoraba que la reconoció también hacia 1872 el jefe
político de Tenosique Sr. Suárez ; después un agrimensor llamado Balay, que
bosquejó el plano; más adelante el director del Instituto Nacional de Guatema-
la, Sr. Rockstroh y por fin Mr. Maudslay, que este era el caballero inglés cuya
acogida reseña, sin que ninguno de ellos se creyera con derecho de subrogar
el nombre indígena con otro de capricho. Acaso se conformarían con el pare-
cer de uno de los escritores españoles de los descubrimientos, así expresado:
"Digo con Berosio, a quien sigue Fabio Pictor, y de la misma opinión es
Estrabon, que el poner nombres a las provincias, tierras y ciudades que de
nuevo se hallan y fundan, es sólo de los grandes príncipes en cuyo nombre se
conquistan, o de los capitanes principales que las conquistan en nombre de los
príncipes, y no lo pueden hacer sin nota de atrevimiento y culpa digna de cas-
tigo, otros ningunos, pues esto sólo se hace para perpetuar sus nombres
"Aprieta admirablemente esta razón el divino San Juan Crisóstomo y
otros eminentes doctores, diciendo que poner y quitar nombres a las cosas de-
nota señorío sobre ellas". (2)
Ello es, i)or lo que puedo entender de los escritos, que el azar juntó en la
selva americana, bajo la obra arquitectónica de ignorados artífices, dos tipos
del más señalado contraste; grave, reservado, conciso, reflexivo el uno ; afluen-
(1) Loe. clt. DáK. 84
(2) Fr. Pedro Simón. Noticias historiales de las conanLstas de Tierrattrme. Cuenca. 102»5.
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te, expeditivo y seguro de la propia suficiencia el otro ; y así, mientras aquel
anota con desconfianza lo que va observando, éste, sin duda ni vacilación, deci-
de la significación de los símbolos, los procedimientos de la fabricación, el obje-
to a que cada cosa se destina, en relación amenizada con peripecias y aventuras
personales y descripciones variadas, a fin de que pongan al alcance de todos, los
pormenores de la vida salvaje, rompiendo la monotonía de los itinerarios se-
rios, sin perjuicio de la afirmación "que los datos para cualquiera insigfini-
cantes, le permiten reconstruir las ciudades, señalar sus orígenes y sentar una
teoría general que desvanezca la oscuridad en que estaban envueltas", (i)
Funda tal teoría en la serie de observaciones y referencias que ha hecho
por sí mismo o tomado a los historiadores de Indias, llegando a deducir que
por lo general se concede a los monumentos de América una antigüedad ridi-
cula, cuando en realidad son modernos, relativamente, pues de otro modo no
se mantuvieran en pie edificios cuyos dinteles son de madera. No ; esos edifi-
cios, templos, pirámides y obeliscos, se hallaban en perfecto estado ; las ciu-
dades habitadas y florecientes a la llegada de los españoles, que todo lo des-
truyeron, deteniendo en su camino una civilización pujante ; Landa, Veitia,
Clavijero, Bernal Díaz lo acreditan en sus relaciones. Waldeck concedió
irreflexivamente a esas construcciones una antigüedad de dos mil años (2).
Larrainzar (3) sin ir tan lejos, contando los círculos concéntricos de los
árboles que crecían sobre las ruinas, calculó haber transcurrido mil setecientos
años después de su nacimiento, y del abandono, por cosiguiente, de las pobla-
ciones ; cálculo erróneo, pues haciendo experiencias en las especies arbóreas
desarrolladas en el intervalo de las dos expediciones que ha hecho a Tabasco,
él, M. Charnay, ha descubierto que por aquellas regiones cada círculo de los
concéntricos del tronco, corresponden a una lunación, y no a un año, por lo
que los árboles tenidos por Larrainzar en tantas veces seculares, no pasan de
doscientos años.
Prodigiosa, en efecto, debe ser la vegetación en aquellos lugares: M.
Charnay, prevenido contra "las exageraciones propias de la raza española"
pudo observar que los sombreros reverdecen en la cabeza, siendo necesario
desmontarlos diariamente (4). De este modo confirmada su teoría, fruto
maduro de las penalidades ; resultado de repetida exploración en parajes que
no habían despertado la atención, pues los españoles, ni se ocupaban de mo-
numentos, ni hicieron otra cosa que autos de fe, a imitación de Zumárraga y
(1) Loe. cit. páír. 82.
(2) En cuanto a la antigüedad de las ruinas, hay aliruiias. como hemos dicho en esta obra, que 8e
remontan a miles de años. De suerte riue. en ese punto, estamos con Waldec y los otros autores que deja-
mos citados, y no con la opinión de don Cesáreo" Fernández Duro. Los Ciiarencey, Thoma.s y Uoodman han
podido comprender los cálculos indios petrificados hace slsrlos. Nota del autor A. H. .1.
(.S) Efectivamente D. Manuel Larrainzar es deesa opinión en la ol)ra<iueha titulado Estudios sobro
la historia de América, sus ruinas y antigüedades comparadas con lo mds notable que se conoce del otre
Continente en los tiempos mas remotos y sobre el origen de sus habitantes. México, 1875-78, cuatro tomos 4V
con láminas,
(4) ídem. pásr. 330.
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Landa, destruyendo los códices en que podían estudiarse, queda manifiesta la
importancia y utilidad de sus investigaciones divulgadas en uno y otro Con-
tinente (i).
Si el Sr. Charnay hubiera citado con menos generalidad las autoridades
españolas que dice haber tenido a la vista, fuera mayor el servicio que presta
a la arqueología americana ; mas en tal caso ^Igo hubiera tenido que modificar
el razonamiento, toda vez que no faltan algunas en probanza de no haber pasa-
do sin noticia los monumentos.
Esa teoría del Sr. Charnay fué desarrollada, años ha, por M. Stephens con
los mismos argumentos, aunque con mayor penetración presentados ; pues que
cita la obra, lo tendrá sabido.No ha dejado tampoco de ocurrirse a otros inves-
tigadores, de que haré brevísimo resumen ; mas antes, porque el lector conozca
el estilo y genialidad del viajero francés, trascribo estos párrafos suyos :
"Mucho se han exagerado, dice (2), los sucesos de la conquista de Méxi-
co, que ofrecen abundante materia a la crítica. La fama es a veces injusta >
las hazañas de Garnier en Tonkin, tan brillantes como las de Cortés, se olvida-
rán acaso, mientras se conservan eternamente las del dichoso español".
Cuentan nuestros historiadores cómo allá por los años de 1595, un oscuro
mareante llamado Blas Ruiz de Hernán González, acometió por autoridad
propia la sujeción de Camboja, Siam, Champa, Tonquin y Laos, con un ejér-
cito de ciento veinte españoles y una escuadra de tres pancos, dio batallas,
tomó las capitales, cambió a su antojo las dinastías y fué verdadero dueño del
país, aunque contrariado por las autoridades de las islas Filipinas que, ni le
auxiliaron, ni llegaron a comprender la importancia de aquellos países, descri-
tos y patrióticamente ofrecidos por él.
En nada se rebaja con esto la gloria de M. Garnier, a quien la historia hará
justicia, mas tiénese por cierto que no todos los días parecen por el mundo los
Hernán Cortés, tan desdeñados en la opinión singular de M. Charnay y tan
mal tratados en su lenguaje.
"Aquí, exclama, llegando a la provincia de Acalán, aquí, en medio del bos-
que, como avergonzado de sí mismo y a pretexto de conjuración hizo Cortés
sacrificar a Guatimozín, que llevaba consigo, después de haberle sometido
inútilmente a tormento para arrancarle el secreto de su tesoros : aquí sacrificó
al héroe de veinte años de que se hubieran envanecido las naciones más orgu-
llosas. Con razón tengo a Cortés por un miserable : los altos hechos de los
españoles jamás compensarán a mis ojos los crímenes inútiles y las bárbaras
torpezas con que se mancharon antes y después de la conquista. Pero la his-
toria tiene retribuciones peculiares, y México, que no ha elevado un solo busto
(1) The Ruins of Central América. The probable age and origin of the monumenis oj México and
Central América, hy LJéñré Charnay, The North American Revirw. New York, October, 1881.
(2) Le Tour du Monde, 1S84.
I
— 245 —
al conquistador, erige monumento magnífico al sublime vencido, al heroico
defensor de la independencia azteca, a su último emperador, Guatimozín".
Basta por ahora del asunto: M. Charnay anuncia (por conducto de un
reportar del periódico Le Voltaire), que las obras que hasta ahora ha dado a
I luz componen únicamente el esqueleto de un libro que está vistiendo y engala-
nando para instrucción de los americanistas.
En la rápida ojeada retrospectiva a que me he comprometido aparece, dicho
está, que ya Hernán Cortés en medio de su cuidado y ocupaciones de la guerra
y la política, prestó a los monumentos dando cuenta de su magnificencia y en-
viando descripciones juntamente con la recámara del emperador Moctezu-
ma, objetos de arte o industria, joyas, amuletos, ídolos, pinturas, pluma-
jes y vestidos (i), en no pequeña parte llevado, a Francia por corsarios, que
supieron apoderarse también de las colecciones monumentales y artísticas
formadas en el Perú por el Virrey Mendoza. ¿ Qué han hecho de esos tesoros
los franceses, que uno y otro día censuran nuestra incuria? ¿Qué fué de las
custodias, vasos sagrados, joyas de toda especie y antiguallas, saqueadas en las
costas americanas del Atlántico y el Pacífico por los Drake, Cavendish, Haw-
kins y tantos más? ¿En qué museo se guardan?
Muchas de las relaciones descriptivas formadas en el siglo XV^I, obede-
ciendo la orden circular y formularia de Felipe II, tratan de las antigüedades
de América Central. Tiempo vendrá en que estas relaciones ya en publica-
ción (2), lleguen a la parte regional de que aquí se trata; en tanto véase como
nada escapaba a la observación de los conquistadores.
Una de las relaciones de la gobernación de Yucatán, de autor anónimo dice
entre otras cosas (3):
"En esta provincia de Yucatán, en el término de los repartimientos de
la ciudad de Mérida, de nueve años a esta parte, a ocho leguas de la provincia
de Maní, se descubrieron unos edificios antiquísimos, y tanto que no hay me-
moria de indios por viejos que sean que tengan de ellos noticia ni lo haya oído
a sus pasados, y son los edificios más de treinta casas de piedra y azutea la-
brados a hierro y no del todo arruinados, y se halló en ellos pintada la rueda
de Santa Catarina. Es cosa de grande admiración, porque se cree que la gente
que estos edificios hicieron, eran de razón y xpitianos, y algunos curiosos dicen
que fueron cartagineses, que poblaron muchas partes".
La relación descriptiva de la provincia de Guatemala, costumbres de los
indios y otras cosas notables que escribió en 1576 el licenciado Palacio es más
(1) Consérvase en el archivo de Indias el inventario de todos esos oi>jOtos (lue llevaban, a oaríro de
Alonso de Avila .v Antonio de Quiñones, fechado en Cu.vuacan a 19 de Mayo de 1522.
(2) Se ha publicado el tí)mo primero de las delaciones Geográficas del Peni y está en prensa el sesriuido.
(3) Inédita en el Archivo de Indias de Sevilla, Indlfei-ente peneral. Descripción de ciudades. Est. 441,
Caj. r. Les?. 7.
— 246 —
conocida por haberse publicado suelta y traducido a todas las lenguas euro-
peas con infinitos comentarios (i). Tratando de las ruinas de Copan cuenta:
"He procurado con el cuidado posible saber por la memoria derivada de
los antiguos, qué gente vivió allí, e que saben e oyeron de sus antepasados.
No he hallado libres de sus antigüedades, ni creo que en todo este distrito hay
más que uno que yo tengo. Dicen que antiguamente había venido allí y fecho
aquellos edificios un gran señor de la provincia de Yucatán y que al cabo de
algunos años se volvió solo y lo dejó despoblado. Esto parece que de las pa-
trañas que cuentan es la más cierta, porque por la memoria dicha parece que
antiguamente gente de Yucatán conquistó y sujetó las provincias de Ayajal,
Lacandón, Vcrapaz y la tierra de Chiquimula, y esta de Copan. Así la lengua
Apay que aquí hablan corre y se extiende en Yucatán y las provincias dichas,
y ansimismo parece que el arte de los dichos edificios, es como la que hallaron
en otras partes los españoles que primeramente descubrieron la de Yucatán y
Tabasco, donde hubo figuras de obispos, hombres armados y cruces, y pues en
ninguna otra parte se ha hallado tal, sino es en los lugares dichos, parece que
se puede creer que fueron de una nación los que hicieron uno y otro".
Otra relación de la villa de Valladolid escrita por el cabildo en abril de
1579 y dada a la estampa por el Sr. D. Sebastián Marimón (2) describe los
Cues o pirámides, los ídolos que en ellos reverenciaban los indios, los Zenotes,
y cuanto de rareza existía al tiempo de la conquista, distinguiéndolo de lo ante-
rior a ella.
Por este tiempo giró una visita al territorio el padre Comi.sario general de
la Nueva España, Fr. Alonso Ponce, con dos religiosos acompañantes que es-
cribieron relación del viaje y fundaron apreciaciones nada distantes de las que
al presente se nos ofrecen por novedad. Véase en i)rueba este extracto de
algunas de ellas (3).
En el primer viaje, por tierra salieron de México en dirección de Guate-
mala, anotando entre las ocurrencias la llegada a un pueblo pequeño llamado
Teculután y por otro nombre los Cues, porque junto a él hay muchos de éstos
"que son unos cerros hechos a mano para los sacrificios de los ídolos," de Gua-
temala fueron a Yucatán, Nicaragua, Honduras, Costa-Rica y Chiapa, haciendo
especiales referencias de los pueblos de Izcumtenango, Acatenango, Iztapá,
Acandon, e Isla del lago Fetén donde los indios Acandones tenían sus casas,
con un peñol y sacrificaban gente.
En segundo viaje, llegando por mar a Yucatán, tratan de Campeche, Río
Lagartos, Valladolid, Ichmul, Chicheniza, Xepequez, Iltmal, Mérida, Calkini,
,(1) Hállase también en el Archivo de Indias y en Copia en la Colección Muñoz de la Real Academia
de la Historia: se publicó en la Colee, dt docum. inéd. del Archivo de ¡nd., tomo IV, pair. 5.
(2) En el tomo segundo de Actas del Congreso de Amerkanistas de Madrid, Madrid 1883, pag. 157 y
slsrulentes.
(3) Se ha publicado el viaje en la Colección de doc. inéd para la Hist. de Esp. tomo 57 y 58 y se titula:
Relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al P. Fr. Alonso Ponce en las pro^ñncias de la
Nueva España, siendú Comisario general de aquellas partes. Escrita pot dos religiosos sus compañeros. Años 1584-Htí.
— 247 —
Tixchel, Uxmal,- Tikax y Mayapan, con esta misma ortografía, y he aquí lo que
se les ofrece de Uxmal, notando que aun por encima de sus antiquísimos edifi-
cios, sobre las cornisas y remates había árboles grandes.
"Aquellas bóvedas (de las casas), no son en redondo ni a media naranja,
ni como otras que se hacen en España, sino ahusadas, como se suelen hacer
las campanas de las chimeneas cuando se hacen en medio de un aposento antes
que se comience el cañón, porque por una parte y por la otra de lo ancho se van
poco a poco recogiendo y enangostando hasta quedar por lo alto apartada la
una pared de la otra como dos pies : después echan una cintilla que sale cuatro
o cinco dedos de cada parte, y sobre estas atraviesan unas losas o lajas por lo
llano, con que se cierra la bóveda, de manera que no hay en ella clave sino
que con el peso grande de piedras y argamasa cjue echan encima y que tienen
a los lados, se cierra y queda fija y fuerte".
Tales son las bóvedas ojivales de M. Charnay (i).
"Los umbrales altos de todas las puertas eran de madera de chico zapote,
que es muy fuerte y casi incorruptible, lo cual se echaba de ver en que los más
de ellos estaban enteros y sanos, con ser puestos allí de tiempo inmemorial,
según dicho de los indios viejos".
También parece dedicado el párrafo al autor de las teorías.
"Los umbrales de los lados (jambas) eran de piedra labrada de grano
maravilloso".
Prosiguen los religiosos viajeros dando cuenta de pinturas de varios colo-
res, sierpes, escudos, calaveras esculpidas, estatuas de piedra con mazas o
bastones en las manos, figuras desnudas con sus masteles "que son los zara-
güelles antiguos de toda la nueva España, a manera de bragueros," los mules
con escalinatas, ya deshechas, y acabando la reseña ponen :
"No saben los indios con certidumbre quién edificó aquellos edificios, ni
cuándo se edificaron, aunque algunos de ellos se esfuerzan a querer declararlo,
trayendo para ello imaginaciones fabulosas y sueños ; pero nada de esto cuadra
ni satisface. La verdad es que ellos se llaman el día de hoy de Uxmal, y un
indio viejo, ladino y bien entendido certificó al P. Comisario que, según decían
sus antepasados, había noticia que hacía más de nuevecientos años que se
habían edificado.
"Muy vistosos y fuertes debieron ser en su tiempo y mucho deste se en-
tiende que trabajaron para hacerlos, con no poca gente, y está claro que los
habitaron y que por allí a la redonda hubo gran poblazón, como al presente lo
muestran los vestigios y señales de muchos edificios que se ven desde lejos, a
los cuales no fué el P. Comisario porque estaba muy cerrado y espeso el mon-
te, y no hubo lugar de abrirlo y limpiarlo para ir allá. Agora no sirven los
unos y los otros sino de casas y nidos de murciélagos y golondrinas y otras aves,
(1) Le tour dii Monde,
-24S-
[de cuyo estiércol están llenos, y con un olor más penoso que deleitable. No
hay por allí pozo ninguno ; traen el agua para beber los milperos de aquella co-
marca, de unas lagunillas de agua llovediza que hay por aquel territorio ; pué-
dese sospechar que por falta de agua se despoblaron aquellos edificios, aunque
otros dicen que no, sino que los moradores se pasaron a otra tierra, dejando
ciegos los pozos que por allí había", (i )
Todas las crónicas e historias de la conquista, ya generales, ya particula-
res, tratan en alguna manera de los monumentos encontrados y de su i)robable
origen, fueran los cronistas soldados, como Bernal Díaz del Castillo, clérigos
o frailes como el obispo de Chiapa, Bartolomé de las Casas (2) o el de Yuca-
tán Fr. Diego de Landa (3).
Fr. Jacinto Garrido, de la orden de Santo Domingo, natural de Huete,
redactó en 1838 un manuscrito en latín describiendo la visita que hizo por
Yucatán y Guatemala, y el resultado de algunas excavaciones en que se halla-
ron vasos de barro con huesos y varias lancetas y cuchillitos de piedra.
Aumentaron los datos Fuentes (4), Remcsal (5), Ximenes (6), (íage (7),
López Cogolludo (8), Juarros (9), Carrillo (10). obras recomendables, como
lo es, por distinto concepto, la de Várela y Ulloa (i i ), y la de Villa Gutierre,
(1) CoUc.dtdocum. infd., tomoXVIll. ptf«. 435 « 461.
(2) Apologética historia.
(3) KeiacióH lie las cosas dt YutatAn. ManuHcrlto en la Real Academia de la Historia, publicado en
Parfs por M. Hrass«'ur do llourlx)unr.
Posteiiormpilte ha salido a luz: Ensayo sobrt la interpritaciÓH dt la escritura hitrdtica dt la América Central
por Mr I.eón d< Kotny. Traducción anotad.i y precedida de un prólogo pi^r D. Juan de Piot de la Kaday Delgado, y
seguida de dos apimiices; uno el manuicttto completo de Piego de Landa, cuidtdosamente copiado del único original que se
conoci y que se conserva en la Real Academia de la Historia: y otro el manutcrito fig'irativo con palahras aztecas escritna
con caracteres espaHoles el año i^2Ó, que se conserva en ti Muuo dt A rtUltrta dt Madrid, atura por vtt primera puhlicadi »
con la reproilucctón htliogrdjica del mismo. Madrid. Imp. (lo Tollo, 1S84.
De l<w (Torotrlíflcos nia.va4 tratan, adornan, .Studies in Ctntril Amtrican Hiíturt-Writing, hv Edward S-
Holdon. l'lt Maya Hitroglypks. First annual Report o/ tht Bureau o/ Etnknology to tkt Sicrttary o/tkd Smithsonian
iHstitutioM. hy V. W. Powoll. director. Washln»rt«n. 1881.
A Study o/ tkt manuscrit Troano, by C. Thotnas. Waühinirton. 1882.
(4) Historia dt Guatemala o recordación florida, escrita tn el siglo XVII por ti ctpiídn Antonio dt Fuentes y
CuzmHn. que publica por ves primtra, con notas t ilustracionfs, D. J usto Zaragata, Madrid; Lula Navarro, editor.
1882-1883: dos tomos, 4'^
(5) Historia tic la prarvincia lU San yictutt dt Ckiapay Guatemala dt la orden dt Santo Domingo, por Fr. Antonio
de Remesal. Madrid. 1«1« folio.
(«) El U. P. Francisco Xlmenoz, cura doctrinero del pueblo do Santo Tomás Chulla, escribid una
Historia de la l'rofincia tlr i kiapa, C|ue ha (lUf'dado inédita. .V otra obra titulada ¡.as historias del origen de lot
indios de esta provincia de (¡uatemaia, traducido de lengua quické al castellano, publicado por la primera vez y aumentado
cjn una introducción y anotacijnts por el Dr. C. Schercer. Viona. 1557. en 8V
(7) El P. Tomás Ga»r«>. natural de Irlanda, cura del pueblo de Pallnha. en Guatemala, publica un
libro con el título de A. Survey of tkt Spanisk H'ts-Indits, being a journal jjoo miles on tkt Continent o/ America.
London, 1702.
(8) Los tres siglos de la domintuión esf>añola en Yucatán, o sea kistoria dt esta provincia dtsde la conquista kasta la
intUpendtncia. Escribióla ti R. P. Fr. Diego Cogolludo, provincial que fué dt la ordtn franciscana, y la continúa un
yucateco. Tomo I. en Campeche, 1842; tomo II, en .Mérida, 1845.
(9) Compendio dt la kistoria de la ciudad de Guatemala, escrito por el backilltr D. Domingo / narros . Guatemala,
1809-1818.
(10) Historia antigua dt Yucatán, por D. Cresencio Carrillo y Ancona, canónigo de la Catedral dt Mérida dt
Yucatán, etc., segunda edición. Mérida de Yucatán, 1883.
(11) Reflexiones imparcialts sobrt la kumanidad dt los tspañoUs tn las indias contra tos prtttndidos filósofos y
poUticos, para ilustrar las historias dt M. AI. Raynal y Robtrtson, por D. Ftdro Vartla y Ulloa, oficial de la Stcrttaría
dt Marina. Madrid. 17S2.
— 249 —
descriptiva de la sumisión de la isla de Peten, donde Hernán Cortés dejó heri-
do su caballo, recomendándolo a los indios, y muy sentidos de su muerte, des-
pués de haberle obsequiado con gallinas asadas y otros platos menos apetito-
sos, erigiéronle estatua, que vino a ser ídolo muy reverenciado (i).
El Presidente de la Audiencia de Guatemala y Capitán general D. José
Estachería, tuvo noticias por el Provincial de Dominicos Fr. Tomás Luis de
Roca y un cura de la provincia de Chiapa, que en la jurisdicción de esa pro-
vincia, a cosa de tres leguas del pueblo de Palenque, se habían descubierto las
ruinas de una gran ciudad, y por lo que esto podría contribuir a ilustrar la
historia y las antigüedades, con fecha 28 de noviembre de 1784 mandó a D. José
Antonio Calderón, teniente de Alcalde mayor de dicho pueblo, que hacía treinta
y tres años servía, que reconociendo prolijamente las ruinas y tomando cuantas
noticias pudiera adquirir de los naturales informase muy al pormenor.
Hízolo este funcionario en 15 de diciembre del mismo año, describiendo a
su manera los edificios, esculturas y objetos más notables, acompañando cinco
dibujos muy toscos, con advertencia de haber tenido que desmontar la maleza
y abrir veredas, hasta dar con las construcciones que estaban completamente
ocultas. Opinaba que la ciudad debía estar abandonada de tres a cuatro siglos
atrás, pues encima de las casas había árboles de cuatro a cinco varas de grueso.
Creía también que la población tuvo extensión muy considerable, alcanzando
acaso su dominio hasta el río Usumacinta, pero los naturales no sabían dar
razón alguna.
Con este informe ordenó el referido Capitán General en 2"] de enero de
1875 que el arquitecto de Reales obras de la ciudad de Guatemala D. Antonio
(1) Historia de la conquista de la provincia de Itza, reducción y progresos de la del Lacandón y otras
naciones de la mediación del reino de Guatemala, a las provincias de Yucatán, por Juan de Villagutterre
Sotomayor. primera parte. Madrid, 1701, folio.
De esta misma provincia liay relación anterior, manuscrita e inédita en la Academia de la Historia,
colección Muñoz, tomo LXXXITI folio 301. Se titula Relación de ciertas entradas a la laguna Ahiza,por
Fr. Agustín Cano, de la orden de predicadores, año i8gs. El Sr. Jiménez de la Espada cita como todavía
juéditas las siguientes relaciones (a) :
Atitlán, Guatemala, anónima, 1579 a 1582.
Chiapa, por el licenciado Palacio.
Gwa/íWííz/a. ix)r el mismo, 1576.
Guatemala, por Francisco Castellanos, 1530.
Honduras e Higueras, por el obispo Crist<5i)al de Pedraza, 1541.
Honduras c Higueras, por el licenciado Bracamonte.
Mirida, anónimo. 1610.
Vera-Paz, por Fr. Francisco, prior de Viana, Fr. Lucas Gallego y Fr. Guillen Cadena, 1540 a 1574.
Vera-Paz, anónima. 1579 a 1582.
Vera-Paz y Zacatula, anónima, idem.
Yucatán, anónima.
Yucatán, anónima.
(a) Relación geográfica de Indias. Introducción. Podrá aumentarse mucho enumerando lascarlas y
otros papeles manuscritos del archivo de Indias oue se expusieron al Congreso de Americanistas de Madrid,
juntamente con los objetos antiguos, procedentes de Santa Cruz Quiche, Paleiuiue, Uxmal, Guatemala. San
José. Cozumel y otros puntos: mas no parece necesario ix)r constar en el libn) especial que s«> publicó ix)r
entonces, titulado Lista de los objetos que comprende la exposición americanista. Madrid. 1S81.— Entre los
libros extranjeros figuró la obra de M. Viollet-le-l)uc. Cites el ruines americaines de Mitla, Palenque, Izamall
Chichén-Itzá, Uxmal. París. 18t3. 4? mayor; acompañada de 49 fotografías, tomadas iK)r M. Deslré Charday.
He visto además citadas la de D. Eligió Ancona. Historia de Yucatán desde la ¿poca más remota hasta nuestros
días. Mérida, 1878-1880. cuatro tomos i9— Historia del cielo y de la tierra, por Ramón de Ordóñezy Aguilar,
presbítero domiciliado de Ciudad-Real de Chiapa, residente en Guatemala, y Memorias para la kistotia del
antiguo reino de Guatemala, por el señor obispo Garci.i Fcláez. Guatemala, Í851.
— 250 —
Bernasconi hiciese nuevo reconocimiento de la ciudad arruinada con arrej^lo a
una instrucción de diez y siete capítulos que dictó y mandaba :
Que se procurasen datos del origen, antigüedad y gentes de la región ;
industria, comercio y otros medios de subsistencia ; porque fue desamparada
la ciudad ; su entidad y magnificencia ; tiempo y orden de su arquitectura.
Que se examinaran los calzados, vestidos y adornos de las estatuas ; lápi-
das, inscripciones, escudos, caracteres, símbolos, copiando, dibujando y aun
trayendo a la capital lo más importante.
Que se investigara si había en las construcciones indicios de manufacturas,
fundición o moneda.
Si por los contornos aparecían caminos sólidos.
La constitución de los cerros inmediatos.
Si se hallaban objetos de hierro, armas o cosa que denotara sitio, sorpresa
o asalto de enemigos.
Que se tomaran dimensiones de los principales edificios.
Que no se escusaran excavaciones ni otros medios para formar acertado
juicio.
Que se llevara la investigación al exterior para ver si hubo murillas, fosos
o trincheras.
Que se levantara plano circunstanciado de la ciudad.
Que se tomaran dibujos de estatuas, escudos, etc., etc.
Informó Bernasconi en 13 de junio de 1785 acompañando planos que com-
prendían extensión de seis leguas cuadradas ; perspectivas, fachadas, figuras,
adornos, y dijo no hallar semejanza ni equivalencia entre la arquitectura
Palenque y los órdenes que le eran conocidos, antiguos y modernos, aunque
las bóvedas estaban cerradas a lo gótico. Las construcciones eran de gran
solidez, pues había sobre ellas árboles muy corpulentos. Una parte del río
Melchor que corre por allí, estaba cubierto con alcantarilla y sobre él había
dos puentes, el uno de arco triangular, cerrado como las bóvedas del palacio.
En las inmediaciones no observó señal alguna volcánica ni otra que denotara
violenta destrucción, pareciendo lo más verosímil que allí la produjo el abando-
no de los habitantes, probablemente indios a juzgar por las figuras de las esta-
tuas, modo de fabricar en las eminencias y falta de orden o sistema en las calles
y cuadras.
Remitió el Capitán General los informes y planos a la corte, y de orden del
Rey los pasó el ministro marqués de la Sonora al examen del cronista de Indias
D. Juan Bautista Muñoz en i? de marzo de 1786, que hallándolos de grande
interés y conformes con las relaciones que los conquistadores hicieron de otras
ciudades en Yucatán y Guatemala, pidió se ampliasen las exploraciones, lo cual
se ordenó por el ministro citado en 15 del mismo mes y año.
Fué comisionado al efecto el Capitán de artillería D. Antonio del Río, que
marchó desde Guatemala con útiles y operarios a desmontar el bosque, y exa-
minando el terreno en una extensión de 24 millas volvió a levantar plano de las
ruinas y redactó memoria descriptiva, ilustrada con dibujos, dirigiéndola al
Capitán General. Por orden del mismo amplió el informe el doctor D. Pablo
Félix Cabrera entendiendo juicios no muy sóHdos respecto al origen y antigüe-
dad de las ruinas, pero añadiendo estimables noticias de otros vestigios de ar-
quitectura remota vistos y examinados de tiempo en tiempo ; entre ellos las
ruinas subsistentes a veinte leguas de Mérida, entre los curatos de Mona y
Tícul ; las inmediatas a la cividad de Nocacab, que conservaban edificios en
buen estado en el sitio llamado por los naturales Oxmutal, con hermosa decora-
ción y figuras de estuco o argamasa muy semejantes a las de Palenque; de
otras ruinas ocho leguas al norte de la misma ciudad ; de otras en las cercanías
del río Lagartos, en la ciudad de Maní ; en el camino de Mérida a Bacalar ; en
Mayapán y en el camino de Mixco a Guatemala, en todas las cuales se habían
visto pirámides con gradería de piedra, estatuas de piedra o modelados de ar-
gamasa y desenterrado vasos de barro con otros varios objetos.
La memoria original se remitió a esta corte quedando copia en el archivo
de Guatemala, guardada hasta que un aficionado inglés la adquirió, después de
la emancipación de las colonias. Llevada a Londres se publicó, traducida al
inglés, despertando en gran manera la atención, sobre todo las láminas, que se
grabaron con esmero (i).
Otras expediciones dedicadas a las antigüedades de Nueva España, espe-
cialmente a las de Palenque, se emprendieron por Real orden, de 1805 a 1807,
siendo comisionado como jefe el capitán de dragones mejicanos D. Guillermo
Dupaix, acompañándole el ingeniero D. José Castañeda y D. Juan Castelló.
El reconocimiento se extendió hasta Ocosingo, mas los trabajos sufrieron la
misma suerte que los de la exploración anterior, durmiendo en el archivo de
México, de donde llegó a sacarlos M. Baradere en 1828. Publicados en París
en 1834 y 1835 con notas y comentarios de M. Alejandro Lenoir y otros cola-
boradores, componiendo cuatro tomos en folio, fueron disputados por los eru-
ditos al precio de 800 francos ejemplar (2).
Lord Kingsborough incluyó en parte los trabajos de Dupaix en su obra
monumental (3) y en el tiempo del desconocimiento, The Literary Gazette de
Londres en 183 1, y el Boletín de la Sociedad Geográfica de París en 1836, pu-
blicaron descripciones de los monumentos acordando la prioridad del registro
(1) La portada reza: Description of the Kuins of an Ancient Citv discovered near Palenque, in the
kingdom of Guatemala, in Spanisn America; traslaied from the ori^nal manuscript Report of Captain Don
Antonio ael Rio, follawed by Teatro Crítico Americano, or the Hístory of Americans by Doctor Paul Félix
Cabrera, of the City of New Guatemala. London, Published by Henry Bertnoud, 1822. En 4? con láminas.
(2) Recueil des Antiquttés mexicaines. París, 1834-1835.
(3) Antiquitis of México Comprising fac-simtles of Ancient mexican paintings and kieroglyphics, etc.,
together with the Monuments of New ¿fain of M. Dupaix. London 1831, tomo VII.
— 2-,2 —
al coronel Galindo que los había visitado, haciéndolo casi al mismo tiempo la
prensa guatemalteca (1834) de la memoria redactada por D. Miguel Rivera y
Maestre, como resultado de la excursión que de orden del Gobierno hizo a las
ruinas de Utatlán o Quiche.
Mas tarde fué a registrar todo el territorio por cuenta y razón de una
Sociedad mejicana Mr. Federico Waldeck, que se fijó en Uxmal principal-
mente (i), siguiendo el barón Fridrichsshal y un entusiasta norte-americano,
que de no pasar la vida entre los cues mayas, de buen grado hubiera trasladado
íntegros a Broadvvay siquiera los obeliscos y las estatuas, que llegó a comprar,
si bien hubo de satisfacerse al fin con ejemplares de los dinteles de madera
esculpida y una inmensa colección de dibujos.
Aunque la guerra civil desolaba por entonces a iJuatciuala, a íavor de la
investidura diplomática de Encargado de negocios de los Estados Unidos, halló
acogida y respeto de los beligerantes ; recorrió el territorio trazando itinerarios
arqueológicos y alcanzó a examinar hasta cuarenta y cuatro ciudades o pobla-
ciones en ruina, de fundación remota, en dos épocas y viajes distintos. Como
fruto del primero dio a la estampa* dos volúmenes de de.scripción y comenta-
rios (2); como resultado del segundo publicó otros dos (3) y aun produjeron
dos más del Secretario y acompañante suyo M. Catherwood, habilísimo dibu-
jante (4) constituyendo en conjunto la obra más extensa y apropiada que hasta
ahora existe de la arqueología maya.
Los monumentos examinados y descritos, en el orden que allí se conside-
ran, son : Copan, Kiriguá, Tecpán Guatemala o Patinamit, Quiche, Cobán,
Huehuetenango, Ocosingo, Palemke, Mérida, Uxmal, Mayapán, Semusacal,
Sija, Maxcanú, Opocheque, Ticul, Nohpat, Nohcacab, Xcoch, Kabah, Zayi o
Salli, Chack, Sannacté, Sabachshé. Labná Kewich, Sacbey, Xampón, Hiobo-
witz, Kuepak, Zekilna, Chunhuhú, Bolonchén, Labphak, Zibilnocac, Iturbide,
Peten, Macoba, Mankeesh, Akil, Yakatzib, Maní, Chinchen-Itzá, Coba, Isla de
Cozumel, Tulmú, Isla de Mujeres, Silán, Izamal y Akc.
Mr. Stephens hizo estudio comparativo y razonado de estos monumentos
y los de Grecia, Roma, Egipto y Siria, para decir que los americanos no tienen
nada de común con ninguno de los otros, por más que a primera vista aparez-
can rasgos o elementos de alguna semejanza con cualquiera de los otros: es
más, entre los rñismos monumentos americanos los hay sin relación ni seme-
janza de unos con otros, acusando edades o arte distinto. Aunque sea noto-
(1) Era Mr. Waldeck dibujante y litrttrrafo. Su obra se Utula Vuyage au Yucatán, y tengo idea de
aue pulillcd otra en Lontires, por los años de 40 ó 41.
(2) Incidenis of travel in Central America. Chiapas and Yucatán, by Jhon I.. Stephens author of" Inci-
oftravel tn Esyft, Arabia Petra: and the Holv Land. Xew York. 1841. Dos tomos 4? con láminas.
dínts of travel tn l'-gypt, Arabia
t Yucatán fiy John I.. Stephens, etc. Xew Yo
obra hecha en Yucatán por
(3) Inciden ts of frai'cls in Yucatán l>y John I.. Stehhens, etc. Xew York, 1H43. Dos tomos 4*? con
-He visto anunciada en alguna parte una versión española de esta o\ ' '
D. Justo Sierra.
(4) Nambíes in Yucatán, New YorU. 1813. Views of ancient monuments at Central America, f>v M.
Catherwood. New York. 1844.
— osa-
rio que los mayas sabían fundir y templar el cobre y el bronce, no se concibe
cómo esculpieron las maderas de zapote, duras y sonoras como metal, sin ins-
trumentos de acero, observación que han hecho los españoles desde la época
de la conquista. Por último, estima que las construcciones, tan originales y
específicas como las plantas de aquel suelo, no cuentan la antigüedad remota
que se les supone, antes bien son obra de la raza que ocupaba el país al tiempo
de la invasión de los españoles ; o de progenitores no muy lejanos, así por la
conservación de las ruinas en país en que la vegetación es más destructora que
cualquiera otro agente, ayudada de los aguaceros, como por las vigas o dinteles
de madera cuya duración es contada, aunque no ignore que en Egipto han
aparecido maderas de más de tres mil años de edad, en perfecto estado de con-
servación, pero ni estaban a la intemperie, ni es igual el clima.
Cree positivamente, contra lo que dicen los cronistas españoles, que varias
de las ciudades, especialmente Uxmal, estaban habitadas en el momento de la
conquista, influido, a mi parecer, por la opinión respetable de su compatriota^
Mr. Robertson, que así lo dijo (i) si bien en época en que los estudios america-
nistas se hallaban atrasados.
Es de reparar que ni Mr. Stephens, ni otro ninguno de los viajeros ante-
riores o sucesivos, con haber experimentado que no hay agua potable en Pa-
lenque, en Uxmal, en Tikal ni en otras de las ciudades arruinadas, no hayan
parado mientes en la posibilidad indicada por los frailes compañeros del P.
Alonso Ponce, de que por algún fenómeno geológico se secaran los manantia-
les y se vieran obligadas aquellas poblaciones numerosas a buscar en otra parte
el elemento indispensable a la vida, abandonando los oratorios, templos y otros
edificios que en un principio las había congregado.
De todos modos, si no exenta de errores y preocupaciones, la obra de Mr.
Stephens ha de estar necesariamente en las manos de todo el que quiera estu-
diar la arqueología maya, en la parte histórica extendida por otro americano
con la recopilación de crónicas indígenas, como la del cacique Nakuk Pech,
testigo de la invasión española (2).
Con posterioridad se ha escrito mucho ya por viajeros, ya por arqueólogos
que han discutido o comentado los trabajos anteriores y es difícil conocer las
monografías y artículos escritos en las Revistas de Europa y América. Entre
los primeros, el Dr. C. Schercer trató ya de Kiriguá (3), M. Arthur Morelet,
dotado de recto criterio, redactó una obra amena e instructiva (4), prefiriendo
como naturalista las bellezas de la flora y la fauna a las realizadas por el hom-
(1) History of A merica.
(2) The Maya ChronicUs. The Original Text of the Pre-Columbian Analt of Yucatán, voitk transtation
and notes by Daniel G. Brinton, M. D., Philadelphia, 1882. En 8"? 279 páirs.
(3) Se hallan sus tral)ajos en las Transacciones histórico-filosójicas de la Academia imperial de Viena,
aSo 1855, tomo XVI, pág. 237.
(4) Vovage dans r Amérique Céntrale, I' Ule de Cuba et le Yucatán par Arthur Morelet. París, 1857.
Dos tomos 4^
— 254 —
bre; entre los otros se citan Arthur Help, The Spanish Conquest in America;
Viollet-le-Duc, Cites et ruines americaines ; Squier, Travels in Central Ameri-
ca y Huber Howe Bancroft, que en sus historias de América ha recocido nu-
merosa colección de documentos, muchos de ellos inéditos españoles (i).
Los literatos mejicanos Icazbalceta, Ramírez, Bustamante, Orozco y Berra,
Larrainzar, con otros, han dado estimable contingente de noticias y aprecia-
ciones, aumentando las fuentes antiguas de los historiadores españoles Saha-
gún, Acosta, Duran, Lorenzana, Torquemada, Núñe^ de la Vega, López Go-
mara, Bernal Díaz, Oviedo, Motolinia, Herrera, Solís, Las Casas, García, Men-
dieta, más los que escapan a mi memoria y conocimiento.
También en los Congresos de Americanistas se ha tratado, y no podia ser
menos de los monumentos de Guatemala y Yucatán, presentando en el de Nacy
de i<S75 Mr. Francis A. Alien, de Londres, una memoria titulada La trés-
ancienne Amérique (2). y haciéndolo en el de Loxenburgo de 1877 el berlinés
Mr. C. Schocbel de otra nombrada Un Chapitre d' Archéologie Américaine (3),
en que dio cuenta del viaje por Guatemala de su ccmipatriota Mr. Bastían, y
de los descubrimientos hechos en Santa Lucía (4), el año 1876. No se ha sig-
nificado en estos concursos una opinión decidida acerca de la antigüedad de
las edificaciones, problema difícil y acaso insoluble, como ya en 1841 decía el
barón Fridichssal ; pero se recordaron las de Viollet-le-Duc, Bancroft, Lenoir,
Catlin, Cabrera. Dupaix, Waldeck, que pueden dividirse en dos escuelas ; la de
los que estiman a los monumentos de Guatemala y Yucatán como obra de un
período, comprendido entre los siglos I y VH de la Era Cristiana, y las de los
que los juzgan testimonio de la civilización tulteca sin concederles más fechas
que setecientos a ochocientos años; descartando los que se singularizan por
opiniones extremas, y bien llevan a tiempos ante-diluvianos la arquitectura, o
bien la traen a la época de la invasión de los españoles.
No prevalece, por tanto, la teoría de M. Desiré Charnay ; teoría que en rea-
lidad pertenece, como dije, a Mr. Robertson en iniciación, y a Mr. John L.
Stephens en desarrollo. Charnay no ha hecho otra cosa que seguir con fideli-
dad la obra del último hasta hacerse solidario de sus errores. El descubri-
miento del anillo, del juego de pelota y aun el del picote (quiso decir picota),
pertenecen a Stephens; no deja, sin embargo, de haber en las relaciones del
viajero francés teorías originales que no podrán disputársele.
1) Lleva publicados Mr. Bancroft desde 1875-1883. quince voliímenes de su Importan^' obra: los cinco
■os se titulan The ¿Walive Naces of tfu Pacific States of North America; otroa cinco Central America ;
estantes México. Tocios están Impresos en San Francisco de California por Bancroft. etc.
(1)
primeros
y los restantes .
(2) CompteKendu de Nancy. lomo II. pág. 138.
(3) Compte-Rendu de Luxembourg, tomo II. páir. 303.
(4) En el Conírreso de Americanistas de Madrid, año 1881. se presenUS una memoria de Mr. Bastían,
titulada Die '/.eichen-Fielsen Columbiens. En el CoiK-nhajíue otra. Seinsculpturen ans Guatemala, Berlín. 1882.
y más reciente es la del doctor .lulius Schmidt Ote Steinbildwerke Compte-Rendu du Congr¿\ internattonal
des Amiricanistes, ¡;e. sesión. Copenhatrue. 1884.
Die Steinbildwerke von Copan, und Quirigvá aut genommen von Hetnntch Meye historisch erlantert dun
beschriehen von Dr. Julius Schmidt, A. Asher und C. Berlín. 1883, folio.
— 255 —
>iscurriendo las razones que pudieron imponerse en la fábrica de templos
o adoratorios sobre pirámides artificiales, piensa que no debían ser otras que el
deseo de respirar aire más puro y la precaución contra los insectos.
Las últimas noticias que han llegado a Europa de arqueología yucateca,
proceden de otro investigador entusiasta que ha más de diez años, desde el de
1874, se ha instalado entre las ruinas con su mujer, y dedica la vida a las exca-
vaciones y registros. Se halla al presente en Chichén-Itzá, desde donde ha
comunicado a una revista de Nueva York los descubrimientos realizados a
costa de perseverancia y privaciones, y consisten, ante todo, en el estudio que
le permite conocer los nombres de los personajes que simbolizados en estatua,
y lo que es más importante, descifrar en parte las inscripciones y geroglíficos.
El nuevo Champolion americano, doctor Le Plogeon, asegura que en uno
de los edificios de Uxmal ha logrado leer la noticia de haberse introducido en
Yucatán la costumbre de aplastar los cráneos a los niños por el pueblo que ha
mil quinientos años invadió el país, destruyó a Chichén-Itzá y se posesionó
de toda la región, en la práctica ha perforado una de las pirámides, hallando
estar formada con materiales de hecho, entre ellas la estatua de un mono;
182 trozos de pilares, pintados de rojo o azul ; 12 cabezas esculpidas de ser-
piente, de cerámica ; una urna cineraria que contiene al parecer, huesos de
animal ; piezas de jade, alguna esculpida ; una bola de cristal blanco, puntas
de flechas e instrumentos de obsidiana, etc. Ha visto el gimnasio de Chichén
con los anillos del juego de pelota que describe Herrera; pinturas murales
representando batallas en que ciertos guerreros, vestidos de azul vencen a
otros adornados de amarillo, con otras muchas cosas que el curioso lector ha-
llará descritas e ilustradas, juntamente con el retrato del viajero y de su
esposa Mad. Alice Le Plogeon en la dicha revista.
Parécele que los dinteles de madera de zapote fueron labrados con instru-
mentos más fuertes que los de piedra o cobre, y cubiertos con barniz especial,
que los preserva de los efectos de la intemperie, acabando las observaciones
con la de haber retrocedido los indios lacandones, a la edad de piedra y a la
idolatría", (i)
Es interesante la clasificación que Sapper hizo de las ruinas quichés,
ler. Tipo. — Estilo de Verapaz. Con poca mezcla, las construcciones peque-
ñas, orientadas. 2"^ Tipo. Estilo de tribus de las montañas. — Aglomeraciones
densas, varios edificios en forma de H. Estilo tzendal. (Subtipo) a) Cons-
trucciones sin orientación, piedras unidas sin mezcla. (Subtipo) b) Estilo
mame. — Construcciones inorientadas, uso de mezcla para unir las piedras.
(Subtipo) c) Estilo quiche. — Orientación perfecta y empleo de la mezcla.
3er. Tipo. Estilo de los pueblos de las llanuras. — Paredes hechas de piedra
(1) Antigüedades en América Central, por Cesáreo Fernández Duro; publicación del Boletín de la
Sociedad Geogíáflca de Madrid.
— 256 —
pegadas con mezcla. Construcciones orientales, piezas interiores. 4'.' Tipo.
Estilo maya. — Pirámides de pendiente rápida, muy elevadas. Dinteles de
madera de zapote. Subtipo, a) , Estilo del Peten. — Habitaciones muy uni-
das, abundancia de terrazal. Fortificaciones. Empleo de la mezcla. Casas
muy decoradas, b).. Estilo del Sur de Yucatán. — Habitaciones espaciosas,
grandes muros de piedra, bien labrada, c) Estilo del Norte de Yucatán. —
Habitaciones separadas. Los muros de piedra llenos de esculturas. 5" 'rijH).
Estilo Chol. — Los dinteles de las puertas están hechos de piedra canteada. La
ornamentación de almohadillado, es de estuco, con láminas de bajo-relieves
y geroglíficos. 6" Estilo Chortí. — Muy abundantes pirámides, muchas terra-
zas. En Copan hay una pirámide de pendiente abrupta".
Pasando a hablar de las antigüedades que hay en la provincia de San Vi-
cente, hoy territorio de la república de El Salvador— dice Bancroft — a pocas
millas al Sur de la ciudad del mismo nombre, se encuentran los más notables
edificios arruinados, que cubren un espacio casi de dos millas cuadradas, al
pie del volcán de Opico. Ahí se ven grandes galerías, terraplenes, torres cir-
lares, edificios caídos, subterráneos prolongados, y otras obras de piedra muy
fina, como unas figuras labradas de relieve, con ocho pies de largo por cuatro
de ancho. En el llano de Jiboa, al Oeste de San Vicente, se ven muchos túmu-
los de gran tamaño, como los hay también en las inmediaciones de Sonsonate.
Don Francisco Guevara Cruz describió Las ruinas de las Mataras, que
contienen una gran cueva, un puente, los restos de una ciudad o ])ueblo, que
se llama Texutla, cuando la conquista de los españoles.
En la actual república de Honduras quedan, además de las famosas ruinas
de Copan, que ya hemos descrito, otros rastros de antiguos pueblos así en las
inmediaciones de Comayagua, como en las laderas de los barrancos. En los
Mounds o cerritos, que se han excavado, aparecieron objetos de barro, como
jarras, cabezas, sartenes, ollas, tinajas, etc. Los más notables son de piedra
fina, en forma de picheles, vasos y jarrones. En Tambla se encontró un esque-
leto fósil de mastodonte. Por ahí quedan las ruinas de Calamuya, en forma
de terraplenes de j^iedra labrada, túmulos con fragmentos de barro y algunos
rubterránecs. Según Mr. Squier, es muy notable un vaso que tiene la figura
de i.n hombre volando, muy parecido a los de México.
Al Sur de Comayagua, en región de Goascorán, se nota un eran anfiteatro
con gradería y hermosas figuras, que han sido destruidas para utilizar la pie-
dra. Lo que se sabe de la arqueología americana está contenido en muchas
obras, que sería prolijo citar, bastando hacer mención especial de la que escri-
bió Baldwin, intitulada la Antigua América, que es un manual muy interesante
y completo de esa materia ; pero para profundizar en la biología y arqueología
centro-americana, deben estudiarse las mejores obras que existen y que son
modernas, como la que se ha citado varias veces en el presente libro, publicada
— 257 —
en Londres, por los sabios Goodman y Maudslay. En Nueva York se hacen
hoy estudios concienzudos y proHjos acerca de nuestras ruinas.
En la república de Costa-Rica tienen, en el Museo Nacional, interesantes
muestras de antigüedades del país. Dícese que el P. Acuña, anticuario entu-
siasta de aquella tierra, descubrió cerca de Cartago un camino antiguo que
servía para comunicar dicho lugar con el puerto de Matina, que se hallaba en
ramificación con varios puntos de la costa del Atlántico. Algunos objetos
raros que ahí se encontraron fueron llevados al Instituto Smithoniano de Was-
hington. Aquel sacerdote habla también de túmulos que se encontraron en
las llanuras de Terralva, que según pudo averiguar, era centro de un populoso
imperio.
Los doctores Wagner y Scherzer, que viajaron mucho en aquellas regio-
nes, por los años 1853 y 1854, encontraron principalmente en el valle de Tu-
rrialva, restos de plantaciones de cacao y palmeras, que indican haber tenido
los aborígenes cierto sistema de labranza muy adelantado. Las hachas de
los primitivos indios, halladas ahí, se parecen mucho a las que usaban en las
antiguas minas del Lago Superior, en los Estados Unidos. En Cabo Blanco,
dice don Felipe Molina, que se encontraron muchos objetos antiguos. Squier
habla de cinco vasijas de barro, que se descubrieron en unos sepulcros y de
una hacha de cuarzo verde, que le pareció una de las obras más perfectas que
se han desenterrado en Centro-América.
Por el cabo de Gracias a Dios, descubrió el mismo arqueólogo americano,
varios túmulos y objetos curiosos ; pero merecen más atención los teocalis de
Ometepec y las ruinas de los templos de Chontales, En las faldas del Momo-
tombo, cuyo descenso forma una bahía en el lago, dícese que hubo una gran
ciudad indígena, cuyas ruinas, según Brasseur de Bourbourg, aún se ven bajo
del agua. En algunos sepulcros hánse descubierto lanzas y otros objetos his-
tóricos. En Zapatero se halló, una celta de cristal de roca, otra de granito y
otra de basalto, consideradas todas por Mr. Boile como muy antiguas y raras
en América. En Brito, en Rivas y en otros puntos de Nicaragua, se han des-
enterrado ídolos de piedra y de barro, así como estatuas de tamaño natural,
representando guerreros, figuras de soles y lunas, monstruos y animales raros.
En la isla Momotombito había un grupo de estatuas que formaban un cuadro,
según explica detalladamente Bancroft, habiéndose llevado algunas al Smitho-
nian Institution de los Estados Unidos.
Algo de misterioso, dice egte historiador que presentan las ruinas y obje-
tos antiguos de Nicaragua, bien que no pueden ofrecer el mismo interés que
las de otras regiones, como Guatemala, en donde la civilización indiana era más
antigua y arraigada. El Dr. J. F. Brandsford escribió una obra importante en
Washington, el año 1881, con el título de Archeological Researches in Nicara-
gua. Las más bellas muestras de las ruinas y objetos de arte de este país se
-258-
hallan en el Museo Peabody, en el Instituto Smithoniano y en el Museo Real
de Suecia en Stokolmo.
En la mayor parte de las estatuas encontradas en la isla Zapatera se ven
los órganos de la generación mas grandes que los naturales, circunstancia que
corrobora la idea de Squier, de que en el culto religioso había mucho de fálico
y de principios recíprocos. Enormes priapos se han llevado también de aque-
llas ruinas para los museos extranjeros. En la isla de Ometepe (Ometepetl,
dos montañas) se han encontrado preciosos specimens de antigüedades raras,
que desde el año 1849 fweron popularizadas por el referido Squier, quien regaló
al Instituto Smithoniano una máscara de cobre, un ídolo de piedra, un animal
acostado en forma de tigre, etc. ("Nicaragua". T. 11. P. 87).
El Dr, Brandsford llevó al Museo Nacional de Washington más de ocho-
cientas muestras de la riqueza arqueológica de Nicaragua, que yo tuve ocasión
de estudiar ahí, recordando ahora, entre otros objetos curiosos, una urna fune-
raria muy análoga a las que se han encontrado por Huehuetenango de Guate-
mala. El profesor Boballius, sabio alemán, encontró, en 1882, antigüedades
nicaragüenses que describe en dos obras muy eruditas. Todo eso revela una
civilización anterior a la que los nahoas introdujeron por aquellas bellísimas
regiones. En Nijai)a se encuentran esculturas en las rocas y muy peregrinas
pinturas, como la Serpiente con Plumas : Gucumatz.
Las ruinas de Palemke, Chichén-Itzá, Uxmal, Yaxchilán, que están en
México ; Piedras Negras, Cedral, Tikay y Kiriguá, en Guatemala ; y Copan en
Honduras, son antiquísimos restos de una gran cultura indígena, anterior a los
toltecas, y por consiguiente, precedente a la era cristiana. El bosque que
cubre las talladas piedras, los fantásticos ídolos, que era lo único que de tan
grandes edificios quedaba en tiempo de Moctezuma, confirman que tales restos
son de una ancianidad asombrosa (i).
Las ruinas de Nackeún muestran cuatro templos mayas, que revelan un
antiquísimo imperio, cuyos despojos han permanecido por siglos entre la vege-
tación lujuriante del Peten, que es en América el Egipto de este Continente,
y cuya riqueza aún no se conoce bien todavía. Ahí van a renacer populosas
ciudades, después que el silencio del bosque impenetrable, abandone aquellas
sombras. Esas ruinas de Nackeún, las descubrió el conde de Périgny, hace
pocos años, pues aunque se sabía su existencia por algunos chicleros de Benque
Viejo, fué ese anticuario francés, quien las describió. Antes estuvo cerca de
ellas Teoberto Maler, sin llegar a visitarlas, y presupuso su situación en el in-
teresante mapa que hizo de aquellos solitarios contornos.
La cerámica centro-americana ha llamado mucho la atención en Europa y
en Estados Unidos. Los vasos, ánforas; y otros objetos de indiscutible im-
portancia, tienen mucho valor. Los quichés, como los incas, fabricaban unos
(1) Antisnia América, por Baldwin, escrita en insrlés y trachieida al castellano pí>r Atonio Katres. I.
para "La Sociedad Económica," año 1876.
— 259 —
jarros fúnebres, llamados iiorones, que- producían plañideros lamentos y ecos
tristísimos. Lo esbelto de los contornos y puro de las líneas da a las obras
de los quichés mucho realce, entre lo tosco de las de los otros indios.
j Cuánto tiempo y trabajo costaría a los primitivos aborígenes adquirir la
profunda cultura, que se revela en las ruinas de sus monumentos. Ellos con-
servan rastros científicos, épocas y ciclos marcados, aspiraciones vagas, memo-
rias remotísimas, en una palabra, el espíritu de una raza! Después quedó
todo destruido, en silencio, en selvático abandono. Hoy, los Goodman, los
Thomas, los Charencey, los Périgny, los sabios arqueólogos, historiógrafos y
anticuarios, interrogan a aquellas esfinges, que les responden al través de las
edades. El alma de las razas autóctonas aún permanece dormida.
Cuando se contemplan los despojos de la sabia Atenas y de la poderosa
Roma, entre grandiosos circos,- esbeltas columnatas y soberbios arcos, cómo
que se respira una atmósfera de melancolía, saturada de veneración, al recor-
dar los memorables hechos, que han convertido todo aquello en una especie
de santuario restaurado ; cuando se transitan las estrechas calles de Herculano
y de Pompeya, se descvibre entre los amarillentos escombros y los viejos mu-
ros, que ostentan todavía pinturas e inscripciones, las huellas horrendas del
cataclismo súbito, de la erupción espantosa del Vesubio ; pero cuando recorre
el anticuario los restos de las primitivas ciudades de Centro-América, se deja
ver, al trasluz de los corpulentos árboles, por entre los animales salvajes y el
musgo plomizo, la acción inclemente de los siglos, que apenas ha respetado el
geroglífico en la piedra, cómo para que no perezca la memoria de civilizacio-
nes muertas, cuyos hieráticos signos permanecen en su mayor parte indesci-
frables, cual la misteriosa esfinge de impasibilidad aterradora. Al rozar el
ala del tiempo aquellas viejas inscripciones, dejó un recuerdo cristalizado como
las gotas de rocío que la noche deja sobre el cáliz de las marchitas flores, a
manera de temblorosas lágrimas. La eternidad hallaría, por esos agrestes con-
tornos solitarios, en donde reposar un instante de su infatigable curso. Acaso
la cuna del hombre se haya mecido en tan remotas soledades. Por ahí llegó
al cénit el sol del progreso antiquísimo, y fué el astro descendiendo hasta
producir sólo sombras. Diríase que los bejucos que hoy se retuercen por entre
las carcomidas ruinas, las verdes hojas que esmaltan los monolitos rotos y
la hiedra silvestre que corona los ídolos fantásticos, son halagos de la natura-
leza tropical, que acaricia aun aquellas remotas necrópolis, como si lucharan
pertinaces con el tiempo, cuya mano destructora hace siglos que se posa sobre
las venerables reliquias de esas paradisíacas comarcas. En los cataclismos
de este suelo, poblado de volcanes, escucharíase como preludio de muerte, la
respiración prolongada, ardiente, intensa, inextinguible, de aquellos gigantes,
que en un momento de embriaguez diabólica, harían estallar millones de
fraguas subterráneas, donde retumbaban los ciclópeos golpes sobre invisibles
yunques.
— 26o —
Los istmos, aristas entre dos colosales masas de tierra, al fin perecen.
Resisten menos a los grandes cambios étnicos. La vida viene de los Continen-
tes. Las islas, astillas esparcidas sobre el mar, después de geológica catás-
trofe, no se prestan al principio de la creación. Las conchas, los insectos, las
libélulas, los infusorios, son el origen de nuestras soberbias montañas. Para
Dios no hay grande, ni pequeño, pasado, presente, ni futuro. La Potencia
Creadora siempre existió y nunca dejará de existir ; todo es uno. Por eso,
cuando nos inclinamos a los abismos que se han tragado las primitivas nacio-
nes civilizadas de Centro-América, no podemos dejar de sentir el vapor d^
sangre y lágrimas elevado desde su seno a la eternidad, y ver en la destruc-
ción irremisible que ha desvanecido hasta sus cenizas, dejando tristes ruinas,
en donde ni los fuegos fatuos brillan, un destino siniestro, que acabará con las
pocas alquerías que quedan de los antiguos dueños de estas hermosaá^omar-
cas, cuyos altares derruidos, palacios apenas perceptibles, geroglíficos agn no
comprendidos y mudas esfinges, desaparecerán por completo, al través del
tiempo, ahí, en donde otra civilización tiene que surgir en pos de la exuberante
tierra y de su envidiable situación geográfica.
Esas ruinas antiquísimas son hieráticas reminiscencias de pueblos des-
aparecidos, sobre las que se extiende el silencio de las tumbas. Los siglos han
desfilado por aquellas soledades, y queda solo la quietud de las selvas, la me-
moria de generaciones muertas, el gesto borroso de edades esfumadas. El
geroglífico no descifrado aún, conserva la historia confusa de imperios y ciu-
dades que tuvieron cultura remota. Los monumentos sagrados revelan la
aspiración al culto, el anhelo por una vida mejor. Los bajo-relieves de un
templo en ruinas nos deja conocer muchas veces el pensamiento de los anti-
guos indios. Las formas fugitivas y ondulantes de aquellas teocráticas agru-
paciones quedaron grabadas en las piedras de los desi)ojos sagrados. La masa
nebulosa de líneas indecisas responde a la inmovilidad de pueblos que deja-
ron, en geroglíficos, el secreto de sus misterios, entre lo más enmarañado de
tropicales bosques, merced al odio del inclemente conquistador y a la negli-
gencia punible de los que ven indiferentes, desmoronarse aquellos monumentos
de civilizaciones remotísimas (i).
. ^
(1) Historia (le la Aniírlca antecolooiMna.- Francisco Pi y Manfall.
CAPITULO VIII
QUICHES, CAKCHIQUELES, TZUTUGILES
SUMARIO
Territorio y límites de los primitivos quichés. — Principales cindad-s de la re-
gión auirhé. — Su arquitectura. — Nombres de animales que caracterizaban a ciertas
agrupaciones indígenas. — Zoolatría primitiva. — Guerras sangrientas. — Pestes
asoladoras. — Cronología de los reyes de Guatemala. — La casta guerrera. — Tanub,
fundador del Quiche. — Utatlán. — Los cakchiqueles. — Xotemal. — Reyes quichés
y cakchiqueles. — Los Tzutugiles. — Guerras y sublevaciones. — Don Pedro de Al-
varado supo explotar las sublevaciones y disturbios. — La desunión perdió a los
indios. — La civilización celta no vino a informar la cultura auiché, como algunos
piensan. — De cuándo data el reino QUICHE GUATEMALTECO. — Guerras en-
tre quichés y cakchiqueles. — Cronología de los reyes del Quiche. — Plano de Pati-
namit. — Nimá-quiché. — Tradiciones quichés. — Palemke fué la ciudad sagrada de
los quichés. — La transmigración tolter?. — Se rebate a Chavero. — Cultura autóc-
tona de los quichés. — Anales de los cakchioueles. — Manuscrito de Xihalá, — Me-
morial de Tecpán Atitlán. — Obra de Brinton. — Notas de don Juan Gavarrete a la
historia de Guatemala, de Sánchez de León. — Familias que ascendían al trono cak-
chiquel. — Como hacían el comercio. — Importancia que tenía. — Fisonomía his-
tórica. — Patinamit o Tecpán Guahutemalán. — Plano de esa capital.
Traspasando el Usumacinta, por la montañosa península maya, se hallaba
de este lado del soberbio río, la nación Quiche que comprendía una extensa
faja, desde Xoconochco (Soconusco) en el Pacífico, Chiapas y Tabasco, hasta
una gran parte de Guatemala. Al poniente de la tierra maya extendióse la
quiche, dividida por las aguas de aquel caudaloso río; al norte tuvo por límite
dicha región, las ondas del golfo mexicano, al sur el océano, y al poniente el
istmo llamado Dani-Gui-Bedji (monte de tigres) que los mexicanos convirtie-
ron en Tehuantepec. Llegaba hasta las ruinas de Mitla y Xibalba (lugar de
los muertos).
En Soconusco había una gran ciudad de los mam (antepasados) en donde
estaba la mujer, con tapianes, cuidando el tesoro de Votan ; en donde se conser-
vaban los tapires, sagradas memorias de la antigua religión ; en donde la lengua
era más arcaica ; en donde se refugiaron los más audaces de la raza quiche,
huyendo de las invasiones nahoas, y buscando abrigo entre el mar y las mon-
tañas. Aquella tierra del cacao llegó a tener gran riqueza.
En el centro de la región quiche se hallaba Nachán, ciudad defendida por
la fortaleza Chapa-Nanduimé, nombre del cual los méxica hicieron Chiapa y
los españoles Chiapas. Comitán, Huehuetenanco (hoy Huehuetenango) Yax-
202 —
bité (Ocotcinco) Iximché, con la ciudad importantísima de Cumarcaah, nom-
brada más tarde Utatlán, (lugar abundante de bambú) pertenecieron después
a la nación quiche. La frontera era Túmbala, que separal)a la tierra quiche
de la maya y de la de los lacandones, el país de los tucurub o tecolotes (buhos).
^^^...-^ Los cakchifjueles se llamaban el pueblo del zok, (murciélago), los quelcnes
0^C^ (papagayos), los balam (tigres), los gch (venados) y había otras agrupaciones
(/ con nombres de animales. La zorra, el coyote y el jabalí formaban la primi
tiva zoolatría de los quichés ; así la tierra, el lago y el mar representaban las
fuerzas de la naturaleza. Decían que la tierra era una jicara verde y el cielo
un cajete azul (Ximénez) mientras que el Huracán, el dios airado, destruía sus
chozas y hacía naufragar sus cayucos. Kl trueno era la voz del Huracán y el
rayo su saeta. Cabracán, la divinidad del terremoto, y a la tierra la llamaban
Chiracán, cráter largo, ora porque lo consume todo, ora porque las moutañas
del Quiche forman extensa cadena con incontables cráteres, que frecuentemen-
te sacudían el suelo y hacían temblar las aguas. Aquel culto era grandios
como la región tropical en que existia, como las ciudades que los quichés k-
yantaron en el transcurso de los siglos, mediante una casta guerrera y teo-
crática.
Era Cabracán el más temido de los dioses, porque en aquella zona de crá-
teres volcánicos, de convulsiones seísmicas, de cataclismos tremendos eran
frecuentes los desastres causados por los terremotos, que ponían pavor en el
ánimo de los aborígenes, y que en posteriores tiempos han arruinado riquísi-
mas ciudades.
La cosmogonía quiche se confunde'con los nombres de los animales, en la
creencia los indios, de que cada uno de ellos estaba íntimamente ligado con un
bruto, al cual se hallaba adscrito. Votan decía : "Yo soy culebra".
Es curioso remontarse con la mente a aquellos tiempos, en que los pue-
blos autóctonos de la región quiche disfrutaban de una cultura original, cuyas
ruinas antiquísimas demuestran que tuvieron artes adelantadas, edificios con
pirámides, como las de Quigola, templos como los de las riberas del Usuma-
cinta, arcos de triangulares bóvedas, como los de Potonchán, y corredores con
arquería simétrica, cual los de los egipcios. El estuco de sus muros, los mo-
nolitos de sus columnas, los bajo-relieves, las figuras fantásticas, las estatuas,
las piedras talladas, los geroglíficos y demás monumentos que las fantasías
acaloradas de Waldeck y de Bourbourg harto exajeraron, se estiman en justi-
cia por anticuarios sensatos, como Stephens y Bancroft, que describen detalla-
damente la gran civilización de los antiguos quichés.
La tradición y la leyenda indianas cuentan de un antiquísimo país, en el
lejano oriente, del cual vinieron en remotos tiempos los quichés. No se paga-
ban gabelas en aquella tierra, ni se adoraban ídolos de piedra o barro. Oraba
el hombre al ver la luz del sol naciente y se prosternaba para despedir al astro
rey con el vespertino crepúsculo. Entonces vivían las tribus de los Tepén,
— 263 —
Olomán. Cohah, Qnenech y Ahaii. Guiadas por valientes jefes llegaron a
Tula, al sur del Anahuac y Centro-América. Así apareció Quezalcoatl en
Cholula, Votan en Chiapas, Wixepecocha en Oajaca, Zamná y Cukulcán, con
sus diecinueve discípulos en Yucatán y Gucumatz en Guatemala. La cultura
tolteca llegó a la región de Iximché y a la ciudad de Gumarcaah, conocidas más
tarde por Cuahutemalán o Guatemala y por Utatlán.
Refiere la tradición que Nimaquiché, por orden de sus dioses, abandonó
Tóllan y llegó al fin al pintoresco lago de Atitlán. Axopil, hijo de aquel pa-
/ triarca, fué jefe de los quichés, cakchiqueles y tzutuhiles, el primer monarca
i/^ • dejGnatemnla Todo ésto pasó mil años después de Cristo (i). La Ciudad
de la Luz (Tóllan o Tonatlán) fue la cuna de donde salieron los civilizadores
dejas torras centro-americanas (2). Había en Utatlán muchos, grandes y
maravillosos templos de sus dioses, y algunos edificios públicos, según la
"Relación de Pedro de Alvarado. (Biblioteca de Autores Españoles, To-
mo XXII).
Por más que sostengan algunos que la civilización celta vino a informar la
cultura maya-quiché, lo cierto es que aquella no llegó a nuestro Continente.
Si hubo entre esos indios costumbres que parecen escitas, como el uso del
calzón, de la mitra y de algunos utensilios, también existieron prácticas que
recuerdan a los egipcios, y voces y signos caldeos, pero eso no basta para pro-
bar, ni aún para colegir, que la cultura quiche fuera asiática. Difirió de la
nahoa : en sus ritos funerarios, en sus ideas teogónicas, en muchos de sus há-
Ibitos y en no poco de sus artes. El Usumacinta, en estas regiones, es el Nilo
entre los egipcios, sin que aquellos hayan traído por acá la cultura faraónica.
Antes que hubiera pirámides y esfinges, hubo túmulos, monolitos, inscripcio-
nes y otras muchas cosas, que ahí quedan en antiquísimas ruinas, como para
atestiguar civilizaciones propias.
La América Central ante la Historia se pierde en lo más remoto de las
edades prehistóricas. Sin que el budismo haya tenido que inspirar nada a
Votan, ni a sus sucesores. La tradición, la mitología, si se quiere, presenta a
ese Patriarca y a Zamná fundiendo razas y levantando pueblos, que en un prin-
cipio, apenas tendrían chozas, gobernados teocráticamente, divididos por modo
rudo en Kuses primitivos, y llevando agreste vida, sin templos, ni palacios, ni
mounds, sino con gran espíritu bélico, fiereza nativa y porvenir expansivo.
Las columnatas, los salones, las pirámides, los castillos, los túmulos, las puer-
tas, los arcos y la gran cultura ulterior, fueron progresiva obra de muchos
siglos. En el VI de nuestra era alcanzó gran auge y explendor.
"Todo el sensualismo de los reinos antiguos de Asia, el lujo oriental, la vida
sibarita, encuéntranse en la historia del famoso pueblo quiche, cuyos nobles
usaban brillante indumentaria, ricos tapices, mullidos lechos, además de vis-
(1) Xlménez. Popol Vuh.
(2) The Maya Cronlelcs. Ilrinton.
204 —
tosas plumas, ataviadas esteras para ricos festines, abanicos finísimos, sillones
cómodos, caprichosos muebles, alhajas valiosas, oro y plata labrados, estucos,
esculturas y pinturas raras. Guerreros de relucientes penachos, sacerdotes de
mitras colosales, mujeres ornadas de flores y con vestidos abigarrados, aros
en los muslos, pulseras en los brazos, elegante faldellín atado con ancha faja,
collares de perlas y pulidas esmeraldas, sin que les faltara el característico
nassén. "En los ritos, suntuosas ceremonias, en los templos deslumbrante
majestad, sacerdotes con trajes riquísimos, fastuosas procesiones, acompaña-
das de sonoros instrumentos músicos y de bailes fantásticos. Un pueblo albo-
rozado, llenando las anchas calles de una ciudad que podía compararse con
Menfis o con Tebas. Y ese cuadro no es una ficción,* es el resultado preciso
que en nuestros cálculos nos dan cifras conocidas e indiscutibles, los monumen-
tos que aún están en pie para atestiguarlo". ("México a través de los siglos,"
T. i.P. 217).
Todos los descendientes de la familia tolteca tenían muciios rasgos de
avanzada cultura. Aún se les observa con interés, admirándolos muchas ve-
ces, como ha sucedido al que escribe las presentes líneas. Ellos son de estatu-
ra regular, color bronceado, ojos negros rasgados, pómulos salientes, labios
gruesos, dientes finísimos y blancos, nariz aguileña, cabellos lisos y sumamente
negros, frente deprimida, sonrisa expresiva, que contrasta con lo severo y
melancólico del resto superior de la cara. De admirable fuerza estática, de
gran paciencia, de nervudos músculos acerados, de carácter apático; pero ven-
gativo y cruel, cuando sale del modo monótono de vida material a que se halla
reducido.
Se asegura que en el siglo XI, dejaron estos aborígenes su jirimer territo-
rio, quedando en abandono Palemke, Copan, Kiriguá y otras ciudades anti(|ui-
simas, muy adelantadas para su época. ¿Cuál fué el motivo de esa inmigra-
ción? ¿Por qué vinieron por las regiones de Guatemala? Hemos creído en-
contrar la clave de ese problema, dice don Alfredo Chavero, en un párrafo (1<
la crónica de Remesal. Refiere el historiador dominicano que vinieron a Ni
caragua, en tiempos muy antiguos, unas gentes, que se quedaron en el lugar
que ocupó Chiapa-Nanduimé, y poblaron un peñón áspero, a orillas- de un río
grande. Este solo hecho bastaba para probar la invasión, y para que buscá-
semos algunos datos en la lingüística comparada, siquiera fuese en tradiciones
aisladas.
La lingüística comparada nos presenta en el istmo, el punto avanzado de
una invasión detenida por los zapoteca, a los huabes, que algunos han llamado
también huazontecos. La tradición conservaba perfectamente el recuerdo de
que los huabes eran extraños que llegaron al territorio centro-americano de
la parte del sur, por guerras que de su primitivo país los despojaron. Habien-
do encontrado en Dani-Gui-Bedjé a los Mixes los arrojaron a las montañas.
Los Mixes y los Zeques, que se extendieron a derecha e izquierda del istmi.
la costa
eTIstmo, íh^
quedase X
igiase en \J
-265-
y que por lo tanto, eran los restos del pueblo expelido por los huabes, son de
familia mixteco-zapoteca. Los huabes permanecieron independientes, por
muy largos años, hasta que los méxica conquistaron Tehuantepec, en tiempo
de Moctezuma, y quedaron sujetos a este monarca, aunque poco después ocu-
paron la región los reyes mixteca y zapoteca, que después se unieron.
Pues bien, el huabe tiene gran analogía con el nagradán de Nicaragua, y
lo mismo sucede con el chapaneco; a su vez, por los estudios de Mr. Brinton,
sabemos con certeza, que el chapaneco o mangue de Chiapas es hermano del
mangue de Nicaragua, y éste lo es del aimará del Perú. Ya ahora nos expli-
camos perfectamente la tradición conservada por Remesal, y la emigración de
los quichés. Por guerras y conmociones que hubo hacia el Perú y que alcan-
zaron a Nicaragua, los habitantes de esta región, siguiendo al parecer la costa
oriental, penetraron en los valles del Usumacinta y continuaron hasta
en donde fueron detenidos por los zapoteca; de donde resultó que
destruida la a-ñeja civilización palencana, que el pueblo antiguo se refugi
la costa de Zakloh-Pakab y que los quichés bajaran a Iximché, a fundar un
nuevo reino. Viene a ser confirmación de esto, que lo mismo se encuentran
chontales~al sur de Nicaragua que en las costas del Potonchán y Xicalango,
lugares en que el chontal significa extranjero. Ya hemos dicho que probable-
mente tuvo lugar esta invasión a fines del siglo XI.
Data, pues, de esa época eljreino quiche-guatemalteco, jque no tuvo, por
cierto todo el auge que alcango la región antiguado primitiva quiche. Los
nicaraguanos en su invasión por la costa oriental, barrieron la antigua cultura
de Kiriguá, Copan y Palemke, que en su camino encontraron ; pero ellos a su
vez sufrieron las invasiones meca y nahoa, como se comprende por hallarse
el idioma náhuatl, en Nicaragua, poco adulterado, y no tanto como debiera
haberlo sido, en mérito de la distancia a que se llevó y después del transcurso
de los siglos. La mitología, los ritos, el calendario, los trajes y las costumbres
de algunas tribus de Nicaragua, se asemejan a los méxica.
"Los primeros y principales caciques kichés, fueron Xebec y Nehaib que
trajeron más de cien pueblos para venir a Otzoyá (Totonicapán) que era de
indios mames. Mas tarde hubo otra conquista del reyezuelo Kicab, nieto de
aquellos caciques, quien venía coronado con esplendentes joyas, lleno de perlas
y esmeraldas, con oro y plata en todo su cuerpo. Entró por Excamul (volcán
junto al pueblo de Santa María de Jesús) mató al principal llamado Chunca-
kyoc, despojóle de sus riquezas y atormentó cruelmente a todos los naturalesJ
Uniéronseles trece cabezas de calpules, trayendo mucha gente y pasaron a con-
quistar a los indios de la costa que'^eran achíes, por el sitio de Ixetulul (hoy i
Patulul). Viendo los demás pobladores de Mazatenango, Cuyotenango, Za-.
potitlán, Samayaque, Sambó, etc., el poder de aquellos caciques, vinieron al
pueblo de Xetulul, en una loma, en donde habían hecho alto, y les trajeron mu-
cho cacao, y llegaron a darles paz y le cedieron dos ríos, Zamalá y Ucús. Des-
— 266 —
pues le ofrecieron de presente otros dos ríos, el Nil y el Xab, que producían
gran cantidad de pescado, camarón, tortugas, higuanas y otras muchas cosas
que les sacaban para el cacique don Kicab". ( i )
Fué el reino extenso de Goathemala — dice Fuentes y Guzmán — fundado
por el valor de cuatro generosos mancebos, hermanos por su sangre, de la es-
tirpe de los toltccas, lá más ilustre de cuantas por estas regiones se esparcieron.
Uno de esos hermanos fundó el señorío de Quelenco y las poderosas agrupa-
ciones de Chiapa, con señalamiento de términos y confines. El otro hermano
estableció la rica provincia de la Verapaz, llegando su dominio a los últimos
lindes del Golfo Dulce, por la parte del norte. El tercero de ellos fué el proi^fe-
nitor de los Mames y de los Pocamanes, y el cuarto hermano dio principio y
nombre a los Quichés, Cakchiqueles y Tzutugiles. Estas tres naciones crecie-
ron mucho y llegaron a subyugar a las otras.
La ambición fué motivo de cruentas guerras, entre aquellos poderosos
reinos, habiendo llegado Acxopil a hacerse temer y a vencer como rey absoluto,
hasta la edad de ciento diez años, cuando abrumado ya con el peso de la vida,
entregó a su hijo Xotemal la parte cakchiquel, que es Goathemala, y a su hijo
Acxicuat la que pertenecia al Tzutuhil, Aquel viejo monarca quedóse con lo
más poderoso y rico de Utatlán, disponiendo que a su muerte lo heredase
Xotemal.
Kumarcaah o Utatlán fue la gran capital del reino quiche, con doscientos
mil habitantes, un famoso Alcázar, cuyas ruinas aún se contemplan, habién
dolas destruido casi los mismos que han aprovechado la piedra en particulan
construcciones. En Xol-habah, que hoy llaman Joyabá, y significa entre la.
piedras, so ven restos de antiguos edificios. El adoratorio de Zak-Kubá-ha era
la casa blanca del sacrificio, en una ciudad hierática, que en ciertas éjKKas era
visitada i)or las romerías. En varios otros lugares quedan vestigios de la gran-
deza de los quichés.
El Isagoge Histórico asegura que: "Dominaban los reyes del Quiche 1.
mayor y mejor parte de este reino de Goathemala, en más de doscientas legua
por las costas del mar del Sur, y en todas las tierras altas que le corresponden :
pero no habían extendido su dominación por las costas del mar del Norte, ni
a las montañas vecinas, como Zoques, Chiapas, Tezulutlán, que agora se dice
de Verapaz ; ni se extendía a las provincias de Comayagua y Nicaragua, y las
demás que tenían sus régulos o caciques independientes de los reyes del
. Quiche".
Después de muchas luchas entre aquellas naciones, superó el reino quiche,
llegando a tener por feudataria y aliada a la monarquía cakchiquel. A principios
del siglo XV, según cálculo de Brasseur de Bourbourg, estalló una guerra
(1) Títulos de los antiguos nuestros antepasados, los que ganaron estas tierras de Otzoys
(lue viniera la fé de .lesucristo entre de ellos, el ano 1300. Páginas 475.
— 267 —
cruenta entre quichés y cakchiqueles, habiendo éstos tenido la mejor parte y
llegado a ocupar un rango entre los pueblos libres, si asi pudieran haberse
llamado las hordas humanas de aquellas bellísimas comarcas. El Manuscrito
Cakchiquel dice : "Desde que la aurora comenzó a aparecer en el horizonte
y a iluminar las cumbres de las montañas, empezaron a oírse los gritos de gue-
rra y el ruido de los instrumentos bélicos ; las banderas se desplegaron, reso-
naron los tambores y caracoles, y en medio de este confuso estruendo, se vio
descender a los quichés, cuyas largas filas se movían con una velocidad asom-
brosa, bajando en todas direcciones de la montaña. Sin embargo los quichés
fueron rompidos y la confusión se introdujo en sus filas. La mayor parte de su
ejército murió sin pelear, y su mortandaz fué tan grande que no se pudo cal-
cular. Entre los prisioneros quedaron los reyes Tepepul e Itzayul, que se
encontraron con su dios Tohil ; el Galel-Achí, el Ahpop-Achí, el abuelo y el hijo
del guarda joyas, el cincelador, el tesorero, el secretario y un sinnúmero de
plebeyos, todos fueron muertos." En Cuauthemalán surgió el poderío de los
cakchiqueles al ganar la batalla, y allí nació también el espíritu de conquista
que esos orgullosos indios quisieron poner en acción contra todos los habitan-
tes de los lugares limítrofes. Había llegado a su apogeo el reino cakchiquel,
ejerciendo influencia decisiva en todo el istmo de Centro-América, cuando los
españoles vinieron a conquistarla.
Desde que se formó la monarquía quiche, hasta el siglo XVI, en que se
apoderaron de^llajlosconquistadores españoles, luéjjca yjjoderosa. Los azte-
cas del norte y los quiches del sur, eran los puebloimás notables de estas regio-
nes, con los cuales tuvieron que combatir los castellanos. El Popol-Vuh sumi-
nistra preciosos datos acerca del famoso reino quiche, que figura dignamente
entre las naciones civilizadas de América, según la describe el abate francés,
Brasseur de Bourbourg, que es el escritor más acucioso acerca de estas mate-
rias, así como Briton es, sin duda, el más digno de crédito. La tiranía de Qui-
cab I y sus inauditas iniquidades ; las guerras de los cakchiqueles con sus veci-
nos ; y la naturaleza de aquellos pueblos, están detalladamente narradas por
Bancroft, en el tomo V de su obra. No puede dudarse que durante el período
final de la historia primitiva de esos memorables reinos existentes en Guatema-
la, de quichés, cakchiqueles y tzutuhiles, tuvieron alguna influencia en su modo
de ser los negociantes mexicanos, que constantemente visitaban las poblaciones
de la corte, en numerosas carabanas que vinieron a ser los señores propiamente
de Soconusco. Cree el escritor norte-americano que, a no haber venido los
españoles, hubieran sido conquistados los reinos de Guatemala por los azteca".
(Pág, 600 T. V). Dícese que Moctezuma envió una embajada a los cakchique-
les pero que al llegar a Utatlán fué despedida, pasaron a Iximché en donde
tuvo alguna recepción y al llegar a Atitlán fué rechazada a flechazos. Supó-
nese que dicha embajada venía a averiguar qué noticias había, de haber des-
embarcado los extranjeros pálidos en estas tierras.
-268 —
En 1 5 14 ya se había encendido la guerra entre quichés y cakchiqueles,
cuando sobrevino a estos últimos tal escasez de provisiones y sufrieron tantas
enfermedades, que quedó arrasada la comarca. En ese nefasto año, el fuego
destruyó a Iximché. En 15 19 se suspendieron las hostilidades, a causa de ha-
be desembarcado en Veracruz los hombres blancos. Refieren los cronistas
que una gran bola de fuego apareció en el cielo, tras el sol poniente, desde que
se supo la aparición de los extranjeros pálidos en el suelo americano. La fa-
mosa piedra negra del templo de Cahbahá fué encontrada partida en dos partes,
cuando los sacerdotes acudieron a consultarla acerca de la extraña emergencia
del desembarque de los guerreros barbudos. En 1520 invadió el cólera mor-
bus a los pobres cakchiqueles, y después, la peste hacía que cayeran en pedazos
sus carnes descompuestas. La viruela desoló más tarde a ese pueblo, haciendo
morir a dos de sus monarcas. Los de Utatlán abrieron de nuevo las hostili-
dades, y los cakchiqueles hambrientos, débiles y afligidos, cometieron el tre-
mendo pecado contra su raza de mandar pedir auxilio a los invasores españo-
les ; alianza que colmó de indignación a los otros pueblos, que se arrojaron con-
tra los de Iximché ; pero sin ningún éxito, porque justamente entonces apare-
ció don Pedro de Al varado, el famoso conquistador de estas regiones. Muchas
veces se ha visto en la hi.storia que de tal suerte ciega la pasión política — de
todas las pasiones la más airada — que son capaces los hombres de echarse en
manos de extranjeros, siquiera pierdan la autonomía, cayendo en la esclavitud
y buscando la muerte.
Vamos a explicar detalladamente la cronología de los reyes del Quiche,
derivada de los tultecas.
Nimá-Quiché (Quiche el grande) trajo a los tultecas del imperio de Méxi-
co al reino de Guatemala, por orden de un oráculo. Después de algunos años
de peregrinación, y muerto en ella ese caudillo, llegó aquel pueblo errante a las
bellísimas orillas del lago de Atitlán, y fijándose ahí, dieron al nuevo reino el
nombre de Kiché. Con el rey Nimá-Quiché venían tres hermanos suyos, entre
los cuales se dividieron los señoríos de los Quelenes o Chiapanecos, el de Tesu-
lután, hoy Verapaz, y el de los Pocomanes, o sea parte de Quezaltenango y
todo Soconusco. Muerto aquel rey antes de llegar al término de su viaje, o
sea la tierra de promisión, fué su hijo Kiché-Acxopil, el primero que reinó en
Utatlán, y es el fundador de la monarquía quiche. De ésta se originaron más
tarde la cakchiquel y la tzutuhil, a virtud de la división hecha por el mismo
Acxopil, quedándose él con una parte, y dando otras dos a sus hijos Jiutcmal
y Acxiquat. Hubo, como se ha dicho ya, sangrientas guerras entre los herma-
nos, promovidas, las principales, por el rapto de dos princesas, episodio román-
tico que en capítulo aparte narraremos.
Las tradiciones quichés ofrecen grande interés histórico, conservan re-
cuerdos vagos de un pasado muy lejano, lleno de emigraciones, guerras, dinas-
tías y disturbios, semejantes a las hazañas que recordaban los griegos, con
u
— 269 —
satisfacción, de los tiempos heroicos y a aquellas que llenaban de orgullo a los
romanos del ciclo de Catón. La raza quiche, muy adelantada en época remo-
tísima, tuvo que venir hacia el sur, debido a las invasiones de otros pueblos,
que semejan lo que pasó en el antiguo mundo, a la caída del imperio romano.
De este lado del mar también se presenció la misma escena de bárbaras mul-
titudes arrasando los monumentos de la cultura de muchas generaciones.
Cómo que los grandes cataclismos sociales repercuten en toda la humanidad.
Diríase que así como en el mundo físico hay fenómenos genéricos, en el orden
sociológico existe resonancia producida por las grandes convulsiones. En la
unidad universal acontece lo que en las cuerdas de un instrumento acústico :
herida una nota, se transmiten las ondas sonoras al través del pentagrama todo.
Los mayas tuvieron gran civilización en su época prehistórica, acaso su-
l)erior a la de los pueblos asiáticos de la antigüedad. Pasando de la península
maya al otro lado del río Usumacinta, como se ha dicho, se encontraba la re-
gión quiche, que quiere decir muchos árboles. El quiche conservó unión es-
trecha con el maya, no siendo aquél inferior a éste en su cultura que se deno- ^
nominó maya-quiché. Los restos de antiquísimas ciudades ocupan todavía ¡
algunas de las márgenes del Usumacinta, y ahí prosiguió por muchos años el
gobierno teocrático, sostenido por la casta guerrera.
En la tradicción cakchiquel, se cuenta que Chay-Abah nombre que sig-
nifica pedernal negro u obsidiana, es la obra de su fundador, y él es quien sos-
tiene a su creador, con lo cual se da idea clara de la casta guerrera, y se percibe,
en seguida, la semejanza entre el Humpictok maya y el Chay-Abah quiche.
En el Popol-Vuh se salvaron muchas de las tradiciones quichés.
Parece que Tanub. fundador de la real familia de Tula y del Quiche, _fuc
el primer rey de los tultecas, y le sucedieron Capichoc, Caleb-Ahs Ahus, Ahpop!
y Nimá-Quiché, que como se ha insinuado ya, vino a Guatemala, ahuyentando
a los pobladores de estas regiones y dominando al cabo al país. Nimá-Quiché
quedóse con el territorio de los quichés, cakchiqueles y tzutugiles ; los demás
los repartió entre dos hermanos, según queda explicado anteriormente (i).
A la muerte de Axopil, añadió Xotem'al la herencia del reino de su padre j
a los dominios que antes poseía, quedando entonces la primitiva monarquía
dividida en dos, la de los quichés y cakchiqueles, y la de los Tzutugiles.
Fueron reyes de quichés y cakchiqueles :
L — Axopil, verdadero fundador del reino Quiche.
IL — Xotemal.
in. — Humahpú.
IV. — Balam-Quiché.
V. — Balam-Acam.
VL — Mancotah.
(1) Memorial fio Toopiíii Atitláii.
— 270 —
VIL— Iqui-Balam.
VIII.— Kicab I.
IX. — Cabub-Raxechein.
X.— Kicab II.
XI. — Iximché.
XII.— Kicab III.
. XIII.— Kicab IV.
XIV. — Kicab Tanub ; era tan poderoso que el emperador de U)s Méxica,
Moctezuma II que mantenía con Quicab buenas relaciones, le envió emisarios
al ser aprisionado por Cortés, pidiéndole auxilio para obtener su libertad. El
rey quiche se apresuró a reunir un numeroso ejército destinado a ocujiar el
Anahuac ; pero le sorprendió la muerte, casi al mismo tiempo que Moctezuma
sucumbía.
XV. — Tecum-Umán, que defendió valientemente sus dominios contra don
Pedro de Alvarado, hasta que aquel monarca murió en una batalla, y enton-
ces el conquistador español designó para que le sucediera, al primogénito de
Tecum.
XVI. — Chignaviucelut ; fue ahorcado poco después de subir al trono, por
haber tenido sospechas don Pedro de la lealtad de aquel monarca.
XVII. — Sequechul, último vastago de la dinastía de Jiutemal ; reinó dos
años, o mejor dicho, estuvo por ese lapso sometido a los caprichos del invasor.
En 1520, se sublevó Sequechul, y habiendo sido capturado, quedó prisionero,
como el rey Sinacam, hasta 1540, año en que Alvarado los llevó consigo, al
disponer la armada, para el descubrimiento en el mar del sur. Desde entonces
ya no quedó memoria de ellos.
El Señorío de los tuzutugiles fue gobernado :
I. — Por Axicuat, que tenía dominio sobre los territorios de Atitlán y
Sulchitcpequez.
II. — Por Zutugil Ebpop.
III. — Por Rumal-Ahaus.
IV. — Por Chichiatulu.
V. — Por Mani-Lahu.
Al fin fueron los tzutuhiles absorvidos por los reinos contra ellos coliga-
dos. Don Pedro de Alvarado supo explotar con astucia la división que-antes
de la conquista, había en los pobladores de esta tierra, empapada en la sangre
de los aborígenes, que se odiaban los unos a los otros, sin que hubiese habido
hegemonía que salvara del caos y de la muerte a aquellos pueblos infelices,
destinados a sucumbir, a pesar de su número y de su avanzada civilización,
muy inferior por cierto a la de los conquistadores (i).
(1) Ximénez, Historia de los reyes del Quiche.
En los últimos tiempos históricos vino confinándose desde Chiapas y
Soconusco, hasta Guatemala, la lengua quiche, por virtud de las varias inva-
siones nahoas, y especialmente la méxica, de tal suerte, que el núcleo quiche
de las márgenes del Usumacinta, fue retirándose siempre hacia el sur.
La ciudad sagrada de los quichés fue Palemke, metrópoli de aquella vasta
y culta región, que tuvo a Votan por fundador de un gran pueblp. Ahí se
reconcentró la civilización entre los nobles o principales, que eran los que
conocían las ciencias y vivían en auge y comodidad. En Palemke hubo, en
remotísimos tiempos, gran adelanto, edificios magníficos, artes útiles y cono-
cimientos sorprendentes. El nombre de esa gran ciudad fue primero Nachán ;
pero al mezclarse la civilización nahoa con la quiche, denominaron Palemke,
ciudad de los sacerdotes, a la ciudad sagrada. Se cree que en el siglo V de la
era cristiana acaeció esa mezcla o refundición, que dio otra faz a la vida de
aquellos pueblos. Fueron Votan y Zamná, los que, de este lado del sur,
introdujeron la faz nueva, viniendo el primero, hasta Totonicapán, o sea paraje
de alimentos, por haberlos ahí tan abundantes que podían auxiliar a sus veci-
nos, en calamitosas circunstancias. El segundo, Zamná, en la península maya,
en Copan, en Kiriguá, derramó la semilla de pueblos bastante civilizados.
La civilización de México y la de las naciones de Centro-América, al sentir
de Tylor, eran originalmente independientes ; pero tuvieron gran contacto, mo-
dificándose reciprocamente (Anahuac, página 191). "Toda esta tierra con
esLa otra tenían una misma manera de religión y ritos, y si en algo dife-
renciaba, era en muy poco. Lo mismo fue de las provincias de Guathimala,
Nicaragua y Hnduras" (i). Entre los densos y sombríos bosques de Guate-
mala, Yucatán y Honduras, en los que constituye geográficamente el istmo
centro-americano, se han encontrado ruinas de antiquísimas ciudades, harto
superiores en extensión, grardeza y magnificencia a las del territorio azteca;
ciudades abandonadas o poco conocidas al tiempo de la conquista. La simi-
litud de los geroglíficos de estas ruinas con las de México, al propia tiempo que
las tradiciones de varios de los más notables países, demuestra que allá en
tiempos muy remotos, se hallaron México y Centro-América ocupados por
pueblos bastante cultos y vnidos en costumbres y artes, si no por la sangre y
las lenguas, ccmo lo demuectra la universalidad de una familia de idiomas o
dialectos, extendida entre todas aquellas naciones civilizadas de la antigua
América.
La arquitectura quic'hé, la manera de formar los grandes edificios, difiere
en mucho de la de los pueblos de ciclos más antiguos. No sabiéndose con
regiiridad, la época de la dispersión de los nahoas y la de su emigraciones, la
historia primitiva de Centro- América pierde el hilo necrológico, para llegar a
un período cercano a la conquista española.
(1) Toniuemada. Monaniuía Indiana. Tomo II, págr. 54.
— 272 —
La historia de Guatemala, pues, desde Votan hasta los siglos próximos
a la venida de los conquistadores, es una laguna en donde apenas se perciben
de vez en cuando tenues rayos de luz. Los orígenes de los primeros poblado-
res de la América Central, los orígenes de los habitantes todos de este conti-
nente, ha sido motivo de profundos estudios y no pocas teorías, que quedan
expuestas en uno de los capítulos de la presente obra. A seguida, vienen las
tradiciones que se pierden en remotas sombras, entre mitos y vagas memo-
rias de los pueblos emigrantes, de tribus extranjeras, que llegaron a este suelo y
contribuyeron a formar los imperios quiche y cakchiquel. Tomando la dis-
persión de los Toltecas desde Anahuac, en el siglo XI, como hecho bien defini-
do, muchos escritores han identificado las naciones guatemaltecas — exceptuan-
do tal vez a los mames, que los consideran descendientes de los primeros aborí-
genes— con los emigrados toltecas, que se exparcieron hacia acá, rumbo sur,
a fundar unas naciones.
Sin embargo, en honor a la verdad histórica y salvo el respeto que merece
el señor Chavero, hay que recibir con algún escepticismo esa transmigración
tolteca, como base de los imperios quichés y cakchiqueles, ya que ni en las
tradiciones de éstos, ni en los anales de la raza existen rastros de tal origen.
La emigración tolteca se fija en el siglo XI de la era cristiana, y la fundación
de aquellas nacionalidades es mucho más remota. Acaso hay más probabili-
dad en suponer que los imperios guatemaltecos se transformaron por los
mayas del Palemke, y por otros pueblos contemporáneos, aunque nótanse
diferencias características entre los despojos de las ruinas de unos y otros,
acaso por la influencia que elementos extranjeros, como los nahoas, vinieron
a introducir en el idioma, en la religión y en las costumbres.
Por Nicaragua, y probablemente por El Salvador, hubo pueblos de pura
raza azteca. A los primeros llamánlos algunos cronistas niquirans, nicara-
guans o cholutccas, y ocupaban la costa entre el lago de Nicaragua y el océano,
con las islas del lago. Sus instituciones políticas y religiosas, sus hábitos, su
manera de vivir, todo era análogo a lo de los aztecas de Anahuac, y existen en
los museos preciosas reliquias a ese respecto, en forma de ídolos, sepulturas,
momias, etc., menos restos arquitectónicos. Las tribus nahoas de El Salva-
dor, la Antigua Cuscatlán, se conocieron con el nombre de Pipiles, y su cultura
no es tan notable como la de los quichés y la de los cakchiqueles. Nahuas o
Nahoas, dice Sahagun (i) son los que hablan claro la lengua mexicana, des-
cendientes de los tultecas, que lo sabían todo, nahual (en inglés Know all).
Eran los nobles, admirables, maravillosos, extraí)rdinarios (2).
Quichés significa, como ya se ha dicho, muchos árboles; toltecas, quiere
decir maestría en artes mecánicas. Unos y otros tuvieron sus familias nobles de
alta alcurnia. La primera y más ilustre de los^uichés fué la casa de Cawek,
(1) Hlst. Gen. T. III. Libro X. vág. U*.
(2) Brasseur de Bouríx)ursr. Hlst. de.s NaUons CivilLsées. tomo I. pájr. 101.
— 273 —
la segunda, la de Nihaib y la tercera, la de Ahau Quiche. D¿
_MlíaíLJLQ5u£Oiitífices^lo& sacerdotes y demás dignatarios que
pueblo que vivía en cierta esclavitud, inherente a todas las m
craticas de la antigüedad.
La nación quiche es admirable, porque lleva, al través de los siglos, una
cultura acaso autóctona en su origen, y después modificada por la influencia
maya y nahoa ; porque los hijos de aquel heroico pueblo pelearon hasta el ex-
terminio, a fin de defender su suelo : porque constituyen el único núcleo huma-
no de América que dejó su teogonia escrita ; porque las ruinas de sus grandes
ciudades, templos, palacios e ídolos, han admirado al mundo moderno ; porque,
en fin, su idioma perfecto, aglutinante, conciso, capaz de expresar todos los
sentimientos del ánimo y los afectos del corazón, es en la historia de estas
regiones, lo que el griego de Feríeles, fue en la historia de la cultura europea.
Sin ánimo de magnificar — dice Bancroft — (i) la civilización del Nuevo
Mundo, ni de deprimir la del Viejo Continente, no cabe poner en duda, que
durante los diez siglos de sombras medioevales, la diferencia entre ambas ci-
vilizaciones fue menos de lo que muchos imaginan. En ambos lados del obs-
curo mar yacía la humanidad sumergida en profunda ignorancia, cuyos rasgos
característicos de una y otra parte es infructuoso analizar. En cuanto a los
tiempos remotísimos, han demostrado Baldwin, Brasseur de Bourbourg, Brin-
ton, Maudslay y otros historiadores, oue el desarrollo indiano de las naciones
aborígenes de la América Central, podía competir con el de los pueblos más
adelantados del Asia ; y hasta se enuncia la teoría, harto fantástica, a nuestro
entender, de que en este istmo, por el lado de Yucatán, en la perdida Atlántida,
tuvo lugar el paraíso terrenal, habiéndose esparcido de ahí todo el género
humano. . . .
Existe un manuscrito de 48 fojas, que dejaron los indios nobles Xahilá,
Xebuktakeh y Tzumpan, manuscrito del cual hemos hablado detf^nidamente
en otro capítulo. En ese "Memorial de Tecpán Atitlán," como lo llama Bras-
seur de Bourbourg, o en "Los Anales Cakchiqueles," según lo denomina Brin-
ton, aparece la posición etnológica de aquel pueblo, su cultura, la descripción
de su capital, la computación del tiempo, los nombres de las familias principa-
les, las divisiones de las tribus, los títulos, las castas, las nociones religiosas,
su reyes, las guerras, los oficios que tenían, la agricultura, las armas, etc., etc.
Sólo en la historia muy antigua se llamó Tecpán Atitlán, la corte de los reyes,
que después se denominó Tzolohá o Tzoloyá (agua de saúco). Hoy es Solóla.
En la introducción que el sabio americano Brinton puso al libro en que
dio a luz traducida dicha obra, con el texto cakchiquel y el texto inglés, habla
en términos encomiásticos del adelanto que aquellos aborígenes alcanzaron en
materia de arquitectura, pintura, tejidos y escritura." Tenían, dice, una lite-
(1) Tomo 1 1 , Dág. 97.
— 274 —
ratura, más remota que su historia y calendario, que consistía en cantos o
poemas, llamadas Bix, Son amigos de hacer coloquios y decir coplas en sus
bailes (i). El poder estaba dividido en dos familias, los Zotzils y los Xahils,
que alternativamente, en períodos distintos, subían al trono. La afirmación
de don Juan Gavarrete, de que una de estas familias vivía en Solóla y la otra
en Iximché, está basada en una equivocación, al decir del mismo Brinton.
quien así lo demuestra, apoyado en los Anales Cakchiqueles (2).
En la época prehispánica se dedicaron muchos indios al comercio, for-
mando clase especial que viajaba en caravanas, conocía y formaba los caminos,
era entendida en lenguas varias, servía en las embajadas, trazaba mapas y
planos, se familiarizaba con las costumbres y ritos diversos, andaba muchísimo
a pie, llevaba las producciones de un lugar a otro, esparcía la cultura de lejanos
pueblos, y servía para el espionaje e información de los monarcas y señores.
Los comerciantes de estas zonas emprendían largos viajes, hasta el país de los
méxica y trocaban mantas, artículos de barro, adornos de metal, piedras la
bradas, perfumes, flores y plumas, por cacao, grana, algodón, maíz y otro-
artículos. Todo el movimiento se hacía en los tianquistli, o ferias que cada
cinco días se celebraban. El comercio abría camino entonces para ocupar una
posición entre las clases altas de sacerdotes y guerreros. Una corriente (U
cambios existió entre las zonas elevadas y las bajas, como resultado de clima-
diversos y producciones distintas. Hubo ideales y hubo lágrimas. Sobrr
los humanos dolores pasaron luengos años, unos tras otros, como un gran rio
silencioso y continuo.
En parte alguna consigue la vida el carácter de volcánica erupción que
tiene en la América Central, donde la forma de la naturaleza multiplica lo.s
objetos revistiéndolos de colores y matices con átomos de luces tropicales.
Entre montañas y barrancos, como fortalezas aisladas de los hombres, estuve»
la histórica Patinamit, que servía de defensa al famoso Sinacam, al tiempo de
la conquista. Dejó la capital cakchiquel interesantes vestigios de antigua-
construcciones. El Adoratorio, cual nido abrupto de águila, se hallaba en
una península tendida sobre el abismo de profundas simas. Un túnel largui-
simo, que alcanza hasta Pochuta servía de subterráneo camino a los guerrero?
y sacerdotes. Esa hermosa ciudad, llamada también Tecpángoatemala, tenia
suntuoso palacio rodeado de jardines en un sitio bellísimo, cultivado de maiza
les, y después de la dominación hispana, lleno de espigas de trigo, en derredor
de ruinas que conmemoran la caída del reino cakchiquel. Los pintados pórti-
cos, las ojivas desmesuradas, los mosaicos prolijos y engrecados, las torres que
vuelan a las alturas, las fieras en jaulas y las aves de pintados colores, en patios
(1) Vocabulario de la Leiuma Cakchiquel.— M. S. sab too» ''Pomí»." Toma* Coto.
(S) En las interesantes notas Que nuestro erudito oompatriotA, doo Joan Oararrete. dejó oansiffnada«
cuando publictS la "//tí/oriiiif Gmmtrmmlm,' por Sáncfaex y León, es en donde explicó lo relatlro alasd"-
ramas de la familia real de los cakchiqueles. El libro de Brinton lleT» por título "Ttt Ammmh »f th
cmkckitmUr con 234 padrinas. Phiiadelphia, 18».
y vcro^eles ; todo desapareció. Entre los ladrillos rosados y los manantiales de
purísimas aguas, j-a no se mira la melancólica garza, ídolo de jaspe, que parece
presentir, en su tristeza, la hecatombe del gran pueblo que tanto veneró a
Axopil cuando en palanquines de oro le llevaba, circuido de plumas de quetzal,
entre vítores y cantares, por aquellas calles, en donde ardían en fiestas solem-
nizadas por los gerárquicos círculos de sacerdotes, nobles y guerreros, los
indios todos, que un día nefasto vieron rodar las lágrimas del anciano monarca,
cuyas hijas fueron robadas como Urvasia por lama, llenando de desolación la
tierra. Cuando se contempla el sitio en donde se erguía Patinamit, y se re-
cuerda la historia de una raza indiana que tuvo siglos de explendor y días de
infortunio, vemos que en el corazón de los pueblos se levantan de repente nie-
blas, lo mismo que produce el viajero polvaredas en la tierra. ¡ El poderoso
reino cakchiquel se hundió en tristísima abyección ! La que veneraban los
indios como ciudad regia, como estrella fija^ desvanecióse cual leve mariposa
que se esfuma en el espacio. . . . Allí se recibió de paz al conquistador, descas-
tándose una raza, y después Tonathiú arrancó furiosamente a los reyes Belché-
Kat y Cahí-Imox los aros de oro que en las narices llevaban, haciendo derramar
lágrimas de dolor a los monarcas y amenazándolos con quemarlos vivos, si no
le traían más oro y jo3as. Acabó el poderío cakchiquel y apenas queda la
memoria de su legendaria capital. Una furibunda invasión, de los sangrientos
nicaraguas, barrió en el siglo X probablemente la cultura de Kiriguá, Copan,
Palemke y demás hieráticas ciudades. A su vez, los meca y los nahoa ven-
garon los manes de aquellos desventurados aborígenes.
Pero vino la tarde, llegó la noche, cundió la tormenta, y quichés, cakchi-
queles y tzutuhiles vieron sumida su raza en la más cruel servidumbre.
¥
CAPITULO IX
EL RAPTO DE LAS PRINCESAS
SUMARIO
Así como la guerra de Troya fue causada por el rapto de Elena, la guerra
entre cakchiqueles y quichés fue resultado del robo de las princesas. — Estado de
ambos reinos centro-americanos. — Balam-Acán. — La pricesa Exilispúa. — La
bella Ixcunsoncil. — Condición de la mujer entre los indios. — Los monarcas no
permitían ver a sus esposas. — El rey de Atitlán Subtugilebpop. — El rapto de las
princesas. — Consecuencias lamentables. — Selvática pasión de aquellos nobles. —
Sesenta mil combatientes reúne el de Atitlán. — Lucha tremenda, — Triunfan los
quichés. — Muere Bídam-Acán. — Perecen más de catorce mil combatientes. —
Continúa la lucha hasta la venida de don Pedro de Alvarado. — Se aprovecha el Con
quistador del estado de guerra de estos pueblos. — Tradición del TUCURÚ.
Así como la guerra de Troya fue causada por el robo de Elena, que había
cautivado a París con sus gracias, encendióse aquí en Centro-América, antes de
la conquista, una lucha de exterminio, debida al rapto de las princesas. Este
episodio romántico tuvo mucha trascendencia en los poderosos reinos de los
cakchiqueles y quichés. Prevalecía la paz entre los primitivos pobladores del
istmo. Divisábanse en las márgenes del pintoresco lago de Atitlán las alegres
hijas de Axepil, que cual bulliciosas guacamayas salían de sus nidos, para
ir a refrescarse en las tranquilas ondas. Recorre el rey en andas de oro, entre
heléchos y orquídeas, vestido de plumas de quetzal, sus ricos y sosegados
dominios. Al son de agreste música cantan los humildes vasallos sus melan-
cólicos areitos; las hojas de la tuna se cubren de vivida grana; osténtanse
llanuras sembradas de maizales, que semejan escuadrones de verdes alfanjes
y penachos rubios. La felicidad campestre de aquellas comarcas no se inte-
rrumpe, ni por la enfermedad asoladora, ni por el hambre inclemente. El
amarillo luto no cubre a los maceguales, ni corre la sangre de los plebeyos
para defender el reino. Se multiplica la indiana familia con rapidez ascen-
dente, por poligamia autorizada. Todo es dicha y tranquilidad en la corte
del quiche. La gentil Utatlán se mece entre sueños de ventura. Así canta
a la aurora el incauto zenzontle, sin presentir que el cazador acecha su existen-
cia, oculto en el boscaje.
Era rey de la próspera monarquía Balam-Acán, de estirpe noble, de cora-
zón sencillo, de leales propósitos, y padre ya anciano de dos bellas princesas,
que por su rara hermosura formaban el orgullo de aquella poderosa corte.
-2-8-
La mayor, Exilispúa, era la más inteligrente y graciosa, mientras que la menor
Ixcunsocil, la superaba en voluptuosidad, al decir del manuscrito cakchiquel
que relata los acontecimientos que vamos reseñando.
No tenía la mujer, entre los aborígenes de América, el aprecio que le
diera la civilización cristiana, ni se tributaba a la honra femenina el homenaje
medioeval de la Europa romancesca, pero así y todo, eran las clases elevadas
celosas de su decoro y muy intransigentes con las concupiscencias de los po-
bladores de otras alquerías o reinos. El monarca, a estilo chinesco, no permi-
tía a sus mujeres, ni a sus hijas el ver cara a cara a los extranjeros. La familia
del soberano vivía con recato, y penaba de la vida quien se atreviera a seducir
una hembra de alcurnia real, ya que en la casta plebeya era dado a cualquiera,
sin riesgo ni infamia, satisfacer sus naturales apetitos.
Pudo el rey de Atitlán, Subtugilebpop, por su alteza y juventud, haberse
casado sin escándalo con la infanta quiche, parienta suya, y así no hubiera
comprometido la tranquilidad de toda la comarca, puesto que ella lo quería ;
pero hubo recelos y malas pasiones, que hicieron que el monarca Balam-Acán,
"usase de mucha y grande majestad," al decir del cronista que refiere la presen-
te historia, y acabase por negar la mano de la enamorada princesa.
Sucedió, pues:, que prevalecido el de Atitlán de la confianza del Quiche,
en noche obscura y ayudado de varios de sus cortesanos, robóse a la infanta,
en unión de su hermana la princesa, que quería .ser de Igoacat, valido y
pariente del rey enamorado.
Volaron a las risueñas márgenes del lago de Atitlán las dos torcaces in-
dias, con sus galantes raptores, sin preocuparse del sentimiento y rabia del
anciano padre, de prosapia de reyes y de orgullo salvaje.
Fue imi)onderable la turbación en el palacio luego que se echaron de menos
las dos Prognes fugitivas, que cual la de la fábula, se habían convertido en
golondrinas. Olvidado Balam-Acán de su mansedumbre, atormentó a muchos
de sus vasallos. Desde ese instante sólo hubo lágrimas en los ojos de aquellas
gentes, espinas en las flores de aquella zona, sufrimientos en el corazón de aquel
pueblo, sangre esmaltando las fértiles orillas del lago de Atitlán, de cuyas lím-
pidas aguas surgían, en las tristes horas de la noche, lúgubres lamentos, espec-
tros fosforescentes. Entre tanto, las jóvenes princesas causa de tamaño
desastre, se curaban poco de la ruina de sus vasallos. Eran ellas, en tnn
dichosos momentos, con sus apasionados amantes, como la flor y el polen, la
avecilla en celo con su enardecido compañero, la onda en el ribazo, la hiedra
en el tronco. Al transparentarse en la faz de nubiles princesas la selvática
pasión que de su regio palacio las arrancara, hacíalas suspirar con dulzura
agitando sus turgentes pechos, como los tropicales efluvios agitan las flores del
granado. Aquellos labios húmedos y entreabiertos» anhelando un beso ar-
diente ; los entornados párpados, tras cuyas pestañas negrísimas se traslucía
el deseo ; los marfilinos dientes, cual trémulas hileras de perlas orientales ; el
— 2/9 —
ebúrneo cuello, el cabello destrenzado, sacudiéndose en desorden al nervioso
movimiento de la cabeza provocadora, de la frente pálida ; todo era un conjunto
bañado de luz amorosa, de esencia de vida, de paradisiaca salacidad, en aque-
llas indianas garzas que volaron de su nido ; en aquellas Psíquis americanas,
abrasadas por el amor.
El rey Subtugilebpop hubo de reunir setenta mil combatientes, mandados
l)or loacap, su general, y cómplice en el robo de las infantas, para afrontar las
iras del padre de las seductoras hembras. La lucha fue larga y desesperada,
hasta que vencieron los quichés, y cayó muerto, de las andas de oro, el re_
Ralam-Acán.
Asegura don Juan Macario (Cide Hamete Benengeli de esta verídica his-
toria) que murieron más de catorce mil combatientes; que se enardeció la
tierra, tomando parte en la pelea el rey de Cuahutemaila, el de Tesulutlán y los
Mames y Pipiles ; que continuó la lucha hasta la venida de don Pedro de Al-
varado, quien se aprovechó para la conquista, de la división en que estos pue-
l)los se encontraban. El Quiche y el Tzutuhil sucumbieron al fin, junto con
los demás reyezuelos de tan hermosa región.
Las princesas robadas, o mejor dicho, las concupiscibles prófugas, dis-
frutaron de mejor suerte, pues la una se sentó en el trono de Atitlán, y la otra
se casó con el valido de aquella corte. Cumplieron ambas sus deseos, disfru-^
taron de su amor, y según cuenta la tradición, jamás se arrepintieron de haber
abandonado el palacio del viejo Balam-Acán.
¿Quién había de presumir que la pasión de las nobles indias, que encendió
la guerra en estas regiones, hiciera más tarde que Sinacam, rey de los cakchi-
queles, llamara en son de paz a los conquistadores castellanos, creyendo recu-
perar, por medio de ellos, las grandes posesiones de que le despojaron sus
hermanos?
El rapto de las princesas del Quiche hizo correr a torrentes la sangre de
los aborígenes de Centro-América, y de tal suerte los dividió, que pudo To-
natiú, el hijo del Sol, conquistarlos y reducirlos a triste servidumbre.
Es fama que, de las profundidades del poético lago, surge a las veces, en
noches tenebrosas, el entristecido espíritu de Balam-Acán y va a posarse en
forma de misterioso buho, o tucurú, sobre la cima del volcán de Atitlán, como
para contemplar, en medio de las sombras, el resultado nefando de la liviandad
de sus hijas.
CAPITULO X
LINGÜÍSTICA CENTRO -AMERICANA
SUMARIO
La palabra y la aspiración que tiene el hombre de dirigirse a un Ser Supremo,
son cualidades que lo distinguen de los demás animales. — Las lenguas no fueron
inventadas. — Hoy se conocen las bases físicas del lenguaje. — En el siglo último
se alcanzaron progresos grandísimos en la filología. — Los elementos esenciales de
la palabra humana existen en todas las lenguas. — Una de las cosas sorprendentes
que hallaron los esnañoles en América fue el gran número de idiomas. — Cuales son
los principales de Centro-América. — Excelencia del quiche. — Esta lengua ha ofre-
cido a los sabios harto que admirar. — El Doctor Berendt escribió mucho sobre la
geografía lingüística de Centro-América. — Algunos sostienen aue los caldeos tenían
gran número de voces mayas. — El maya y el chorotega son las lenguas más anti-
guas de América, que se conocen. — Fr. Francisco Ximénez escribe "El Tesoro de
las lenguas quiche, cakchiauel y tzutugil." — Alfabeto quiche. — Características gra-
maticales. — Regularidad y concisión del quiche. — Gramáticas de Ximénez y Bras-
seur. — La gramática de Flores. — La obra de Wagner y Scherzer. — Las de Thiel,
Ferraz y Fernández. — El que más ha desentrañado el espíritu del maya y del quiche
es Brinton. — Lugares en que se hablan las principales lenguas indígenas de Centro-
América. — Artes y vocabularios que escribieron los frailes. — El quekchí. — Su
estructura, partes de la oración y peculiaridades. — Diversas etimologías que dan al
nombre GUATEMALA. — Etimologías de varios nombres geográficos de Guate-
mala. — Aún se encuentran muchos vocablos m.exicanos por estas regiones. — Razón
de este fenómeno. — Sergi ahonda mucho en la lingüística americana. — Algunos
curas han sabido bien las lenguas de los indios. — Lecciones de lengua cakchiquel.
— Clasificación de las lenguas centro-americanas de los antiguos aborígenes. — Uti-
lidad de una cátedra de lenguas indígenas. — Influencia de estas lenguas en el caste-
llano que se habla en las repúblicas hispano-americanas.
La cualidad primaria, que revela supremacía del hombre sobre los demás
animales, es el uso de la palabra. El lenguaje o sea la expresión del pensa-
miento, es el reflejo del espíritu general de la humanidad. También tiene el
hombre otra facultad que le distingue de los irracionales, y es la de hacer
abstracciones, de elevar su corazón, de dirigir su espíritu hacia un Ser Supre-
mo, o Causa Omnipotente. El bruto agreste, para escapar de la tempestad,
corre a su cueva, mientras que el indio salvaje, despavorido de terror, reflexio-
na y ora. El hombre menos culto percibe una mano tras el relámpago, escu-
cha una voz que se extiende imponente por el espacio cuando retumba el
trueno. El más avisado de los animales no tiene para ellos ojos ni oídos.
El lenguaje es símbolo del pensamiento, la mitología lo es del alma. El
uno forma la manifestación 'primera que separa lo ideal de lo material, la otra
— 282 —
constituye la más noble aspiración del espíritu que distingue lo inmortal de lo
perecedero. El lenguaje es el pensamiento encarnado. La mitología, es es-
píritu en su más elevada aspiración (i).
Existen en el cerebro humano centros del habla, que se encuentran per-
fectamente circunscritos y determinados como operadores del lenguaje o de
la palabra articulada. Se conocen hoy las bases físicas de esa facultad admi-
rable que distingue al hombre de los demás animales. Desde que Aubertin
planteó el problema, en 1861, ante la Sociedad Antropológica de París, hasta
que Broca demostró mucho después, que en la parte posterior, a los dos puntos
de la tercera convolución frontal, está el órgano del lenguaje, se han hecho
progresos admirables. En el año de 1909 publicó un americano del norte (2)
una preciosa obra que contiene lo último que se ha escrito hasta hoy, sobre
los misteriosos centros de la palabra humana. Wernicke y Kussmaul seña-
laron la existencia de dos centros sensitivos de la palabra. En 1881, Exner
determinó otro centro, el gráfico; y el Doctor Max. González Olaechea, de
Lima, presentó al 4" Congreso Científico celebrado en Santiago de Chile el 25
de diciembre de 1908, una memoria bajo el rubro "El centro gráfico-cerebral es
independiente de los otros centros del lenguaje."
Las lenguas no fueron inventadas ; el habla emana de la totalidad del es-
píritu humano, y es tan esencial al hombre como la razón (Herder). No
faltan sin embargo filólogos que sostienen que es de invención humana
Schleicher cree que la palabra no es más que simple organismo de las gesti-
culaciones vocales ; Gould Brown juzga que el lenguaje es en parte natural
y en parte artificial : Adam Smit y Degald Steward conceden al hombre la
facultad de la creación y el desarrollo del idioma, como invento artificial.
Platón decía que era un don de los dioses otorgado a los hombres. Otra doc-
trina, llamada por su más entusiasta sostenedor, Mr. Wedgwood, onomato-
peya, y por el profesor Max Müller bow-wow, explica el origen del lenguaje
por los esfuerzos del hombre para imitar los gritos de la naturaleza. Así, del
perro aprendieron los primeros hombres a decir bow-wow; del viento, de los
pájaros, de los otros animales, aprendieron a llamarlos, imitando el ruido que
producían. Los aborígenes de Guatemala dan el nombre de chumpipe al pavo,
porque cuando baila hace chum-pí-pí. Los idiomas de los indios tienen ono-
matopeyas admirables.
En tantos siglos los animales no han refinado su lenguaje, y los leones
rujen, y los ruiseñores gorgean ahora como antes; ni lanzarán nunca los seres
de esta especie más que ininteligibles gritos, y aunque se les enseñe a hablar
no transmitirán la palabra a sus pequeñuelos. En las lenguas indígenas de
Centro-América se nota perfectamente que la naturaleza del suelo y el clima.
(1) Bancroft. Mits and lantruajres. volumen III. pág. 3.
(2) Human Speech. its phlsical basls. by X. C. Macnamara. wlth 44 llustraUons.-New York.-D.
Appleton and Company.— 1909.
-283-
influyen sobre el idioma. Hay sonidos que predominan mucho en el quiche
y son propios de los países montañosos. Su forma y su expresión breves,
convienen a una raza vigorosa y a un clima frío. Es la lengua de un pueblo
de viva mentalidad.
¿Quién puede decir lo que es la voz de los niños? Es el gorjeo del rui-
señor, el murmullo de la golondrina, el pío del pollo, el maullido del gato ; notas
de flauta, susurros y gorgoritos infinitamente suaves, gritos y ruidos que des-
garran los oídos, trinos de soprano, estruendo de voces varoniles, desentonos
de tenor engolado : todos los sonidos que salen de una jaula de cien pájaros
y de una orquesta de cien instrumentos (i).
Las lenguas son formas vivas organizadas, ha dicho Quinet. En la pri-
mavera se realiza la maravilla del lenguaje, a impulsos del amor; cantan los
pájaros, y en sus dulces notas se envían sus anhelos ; los soles y las tierras se
aman, se sostienen, se comunican y se atraen ; la palmera desde lejos pide el
efluvio de su compañero diluido en los aires ; los planetas reciben de sus lunas
melancólicos besos. Desde las mariposas que revolotean en torno de las
flores, hasta las carniceras águilas que tienden sus alas sobre las nubes, todos
los seres, los delicados y los fuertes, tienen signos naturales para manifestar
ciertas y determinadas expresiones, en la serie cromática de sus materiales
necesidades. Sólo el hombre usa el lenguaje articulado, que revela ideas
abstractas, que se sublima hasta subir a Dios. Ese lenguaje, ha podido la
inteligencia humana guardarlo, aún después de la muerte del que emitió las
palabras, que quedan en su cilindro, cual permanecen impresas en la memoria
aquellas emociones que hicieron huella en el alma y sellaron por siempre el
corazón. Subid en las escalas de la vida y veréis que el amor se difunde por
doquiera. La aptitud glosigénica de los hombres es imitación de los sonidos
naturales. El amor, ese calor benéfico que inunda los espacios como verda-
dero éter espiritual, a cuyo impulso y lumbre sentimos todos el precio de la
vida, y pugnamos por perpetuarla y difundirla en tiempos sin término y gene-
raciones sin fin ; el amor hace palpitar al capullo, murmurar al río, cantar al
pájaro y orar al hombre. La naturaleza habla con Dios. El suspiro, la queja,
el llanto, llevan en germen la palabra y la oración.
Pero volviendo a la filología, cabe consignar que el siglo último alcanzó
progresos grandísimos. La similitud del sánscrito, griego y latín, teutónico,
céltico, iránico e índico, hizo reunirías en la familia aria. Al mismo tiempo
fue causa de que la lengua antigua de los judíos, el arábigo y el aramaico, que
constituyen la familia semítica, resultaran del todo diferentes del ariano en su
radical estructura. Las lenguas indo-europeas eran del mismo tronco. Los
idiomas todos no se derivan del hebreo, como los santos padres decían. La
lingüística ha podido penetrar en la Bactrania, antes que las inmigraciones
(1) Amlcis.-Piíírinas sueltas.
-284-
que irradiaron al Irán y a la India, esparciesen la cultura de la raza aria, la
primera en artes, la principal en las letras, la más meritoria en las conquistas
de la civilización y en los adelantos del mundo. Los trabajos iniciados por
Grimm, las investigaciones de Bopp, Pott y Benffey, han sido continuadas en
los tiempos modernos, por Schleicher, Kuhn, Curtins, Renán, Littré, Breal,
Max Müller, Eastwick, Graziadio Ascoli, y otros profesores que han puesto de
relieve, con materiales datos, la clasificación morfológica de los idiomas. Si
Edisson guardó la voz humana en el fonógrafo, como se encierra un pájaro
en una jaula, la filología moderna ha ido a exhumar el hilo misterioso que
engarzaba todos los idiomas, al través de las ruinas, entre el oleaje de las vici-
situdes humanas, en los abismos del tiempo. Horacio, el lírico romano, com-
paró las lenguas de los pueblos con las hojas de los árboles, las cuales brotan,
reverdecen, lozanean hermosas, se marchitan, se secan, y al caer muertas. en tie-
rra, las esparce el vendabal ; el árbol, empero, torna a vestirse de otras nuevas,
que renacen a su tierrípo. Sólo en los accidentes difieren los idiomas ; los elemen-
tos esenciales del lenguaje humano existen en todos ellos, como prueba de la
identidad del alma racional en todos los hombres y de las bases físicas del
lenguaje. En el mundo nada hay que no evolucione. Al principio fueron
monosilábicos los idiomas, como el annamita, el chino, el tibetán, el japonés,
el otomí de América. Después resultaron otras lenguas aglutinantes u holo-
frásticas, como muchas indígenas del Nuevo Mundo y el tártaro. Más tarde,
aparecieron los idiomas de inflexión (i ).
Hoy ya no se discute la teoría de lenguas artificiales, hechas mediante
directa convención. ¿Cuál era entonces la lengua anterior? Puede haber
palabras aceptadas por convenio; pero jamás hubo convenciones para aceptar
palabras. Los hombres siempre han hablado ; no hay memoria de un pueblo
mudo. El lenguaje es atributo de la sociedad. El germen del idioma
— cpie es hecesario al hombre colectivamente — fuéle otorgado por su Forma-
dor. Después las mayorías habladoras han dictado sin quererlo, las leyes de
cada idioma.
Con razón ha dicho un notable escritor francés, que si las palabras se
mirasen bien, veríamos en ellas la historia de una raza y de una^ nación, su
verdadera historia, no la que revelan las guerras, los tratados de paz y los actos
de gobierno, como tampoco la apariencia exterior y el énfasis de los siglos, sino
la vida real y profunda, el íntimo ensueño del existir más auténtico y esencial
que cualquier otro linaje de amplias y grandiosas manifestaciones. Así pudo
el sabio doctor Berendt reconstruir la geografía étnica de Centro-América, por
medio de la clasificación y distribución de las lenguas ; y por el estudio del
;i) Life and Grouth of lanyuaee.— Whitney.
-285-
quiche, llegó Brinton hasta dilucidar el concepto psicológico que del amor
tuvieron nuestros indios más civilizados, y redactó una obra interesante sobre
los escritores y producciones de la América precolombina (i).
Las lenguas americanas antiguas ofrecen, desde rnuchos puntos de vista,
gran interés. Se han hecho estudios de ellas en los últimos años, que arrojan
luz sobre cuestiones de alta trascendencia. Por lo que concierne a las lenguas
que los españoles hallaron en el istmo de Centro-América vamos a dar una idea
general, y a explicar someramente la formación y origen de la más perfecta de
ellas que es el quiche; el más admirable de los idiomas antiguos del Nuevo
Mundo, hasta el punto de que por algunos se considera como Volapuk ame-
ricano (2).
Una de las cosas sorprendentes que encontraron los españoles en América
fue el número tan crecido de idiomas. Las investigaciones de los pocos filólo-
gos que han hecho estudios profundos, han venido a demostrar los hechos
siguientes: 1" — Que hay relación entre todas las lenguas del Norte, del Sur
y del Centro de América ; pero que tienen peculiaridades características que las
distinguen del habla de las demás razas del mundo. En ninguna otra parte de
la tierra se encuentran idiomas tan persistentes y con caracteres tan análogos,
esparcidos por tan vastas regiones y entre diversas razas. 2? — Que los dialec-
tos tienden a desaparecer entre los mismos indios, así como tiende toda la raza
aborigen a perecer, en el transcurso de los siglos, o a confundirse con otras.
3° — Que, como lo nota Whitney, tienen tales idiomas elementos caracterís-
ticos indestructibles, de tal suerte, que mientras subsistan, ninguna circuns-
tancia de tiempo ni de lugar podrá borrar.
Una de esas cosas características es la frecuencia de palabras larguísimas.
Hasta el otomí, única lengua que propiamente se puede llamar monosilábica
en América, consistiendo en su mayor parte en etymos de una sílaba, contiene
algunas voces extensas. La frecuencia de términos largos, el método de su
construcción y la facilidad con que están elaborados, constituyen un rasgo sa-
liente de la fisonomía de tales lenguas, en medio de sistema de unidad que pre-
valece en todas ellas. El aborigen de América expresa con una sola voz, acom-
pañada tal vez de un gesto o flexión, lo que un europeo hubiera dicho en una'
larga frase. Aglomera el indio el mayor número de ideas en. la menor cantidad
posible de palabras. Esta regla es universal, y así vienen a ser aquellas len-
guas, como dice Humboldt, "diferentes substancias en análogas formas." La
peculiaridad lingüística de expresar con la misma palabra, no sólo lo que mo-
difica o se refiere al mismo acto o sujeto, sino ambos, el sujeto y la acción,
concentrando así en una singular palabra una compleja idea o varios pensa-
mientos entre los que hay notable conexión, les da a las lenguas de los indios
(1) Aborisrinal American authors and their productlons, ospeclally those In Uie nativo lan»rua»ros.
(2) ^lelansrcs de Fhilolotrle et de Faléodrapliie amerlralne.— Leroux, 1883. París,
Pliiladelpliia. 188:i.-tS pagres.
— 286 —
americanos cierto carácter, que Duponceau llama polisintético, Wilhelm y
Humboldt aglutinante, Lieber holofrástico, y otros denominan incorporativo.
Como ejemplo, citaremos la palabra azteca valor de correo o sello postal, ama-
tlacuilolitquitcatlaxtlahuilli, que literalmente quiere decir "pago por llevar un
papel en el cual está escrito algo." Otra peculiaridad bastante comvín en las
lenguas indígenas de estos paises, consiste en la reduplicación o repetición de
una misma sílaba para significar el plural ; el uso del frecuentativo y del dual :
la aplicación del género a la tercera persona del verbo ; la conversión directa de
substantivos y adjetivos en verbos; genérica di'ítinrión proveniente de la dife-
rencia de seres animados e inanimados (i).
La lingüística americana ha ofrecido a los sabios una fuente inagotable de
discusiones y estudios profundos. Más de seiscientos idiomas puros, bien for-
mados, encontraron los conquistadores españoles en el Nuevo Mundo (2) que
era la parte menos poblada del globo, y que sin embargo tenía un grupo más
considerable de lenguas, hasta formar veintiséis razas lingüísticas diferentes,
según enseña el más erudito de los filólogos modernos, el célebre Max
Müller (3).
El abate Brasseur de Bourbourg. que es el que más ha escrito sobre la
lengua maya-quiché, sostuvo que tenía muchas analogías con los idiomas arios
europeos. Cuando el mexicano P. Náiera demostró que el otomí (otomitl)
conservaba estrecho parentesco con el chino, muchos sostuvieron que del Asia
habían venido los primeros pobladores americanos; pero después han tomado
rumbo contrario las ideas. Se considera que la filología es la base de la etno-
grafía, y el doctor Berendt, sabio norte-americano, con el cual tuvimos amis-
tad, escribió mucho, como ya indicamos, acerca de la geografía lingüística de
Centro-América, y de las diversas teorías de orígenes y de predecesores.
Morton, Maury, Ludwing y cuantos han tratado de las lenguas de estos países
del Nuevo Mundo antes de la conquista, encuentran conexiones indiscutibles
entre todos los pueblos del Continente. El erudito Pimentel, demostró perfec-
tamente (4) que estos idiomas son autóctonos. El señor Chavero, en la
lujosa obra "México al través de los siglos" (5) sostiene que la analogía que
existe entre el chino y el otomí, hace sacar por consecuencia que los chinos
proceden de los primitivos otomíes, con cuyos tipos coinciden. "Probada,
dice, la existencia entre nosotros del hombre posterciario, aparece más moder-
no el chino, y por lo mismo, es más lógico decir que éste salió de aquí. El
pueblo monosilábico ocupa en la antigüedad todo nuestro continente : los chi-
nos ocupan primitivamente una pequeñísima parte del Viejo Mundo, y es
natural deducir que lo menor salió de lo mayor. Las tradiciones de los chinos
(1) Ethnofirraphy and Philolotry of América.— Central América.— Keane, 1878.
(2) The Llterature of american Lanfiruajres. by Hermann E. Ludwlif.— London. En la coleccldn
Polldlómlca Mexicana, se contiene la oración dominical en 52 Idiomas. 1860.
(3) Collected Works.— Lonjrmans Green and Cpmpany. London. 1899. La Sclencle du Lan«ra(re.
(4) FUoloírfa Mexicana, México, Tlp. de Epsteln. 1875.— Disertaciones y escritos varios.
(5) Tomo I. pátr. 70.
-287-
nos los presentan, en un principio, como una colonia que se establece en medio
de pueblos extraños, lo que acredita que llegaba de otros lugares ; y como el
monosilabismo no pertenecía a los pueblos existentes entonces en el mundo
a que llegaban, hay que creer que lo llevaban del mundo en que era la lengua
natural. Los chinos pugnaron por extenderse y se extendieron a su occidente :
luego iban de un lugar que estaba al oriente de ellos, es decir, de nuestro
Continente."
El americanista Augusto Le Plongeon (i) en su interesante obra "Queen
Móo and the Egyptian Sphinx (2) dice que "no cabe duda de que los aca-
dianos o caldeos tenían en su lengua muchas voces mayas. Tomemos, por
ejemplo, las últimas palabras, según San Mateo y San Marcos, que Jesucristo
pronunció en la cruz, cuando le acercaron una esponja mojada en posea (bre-
vaje que llevaban los soldados romanos, en sus espediciones, compuesto de
vinagre, agua y miel): Eli, Eli, lamah sabachthani."
Nada extraño es que los que estaban ahí no las entendieran, cuando hasta
hoy los traductores del Evangelio, no saben el significado de tales voces, y
creen que dijo : "¡ Dios mío. Dios mío, por qué me habéis abandonado !" Esto
no era propio del Hombre Dios, ni siquiera de un creyente. Hele, Hele, lamah
zabac ta ni (maya) quiere decir, "ahora ya me desmayo: las sombras cubren
mi rostro," o según las palabras de San Juan : "todo se ha consumado." (3)
"Los caldeos creían que una mujer había reinado sobre todos los mons-
truos del mar y de la tierra, su nombre era Thlalath, que los griegos traduje-
ron Thlalassa, palabra con la cual denominan al mar mismo ; en maya Thallac,
denota una cosa sin fondo, como creían que era el mar. La influencia de los
caldeos se hizo en Roma muy general, por la adivinación y artes ocultas (4).
Cuando los exorcistas sacaban al espíritu maligno, decían: ¡ Hilka, Hilka!
¡Besha, besha!, que en maya, tal como se habla por miles de gentes en Yuca-
tán, quiere decir: ¡Fuera, fuera, espíritu malo, espíritu malo! (5)
J. Collin de Plancy, en su "Dictionnaire Infernal," bajo el título de pala-
bras máíficas, enseña aue la mordedura de un perro rabioso, podía curarse
usando la frase "Hax, pax, max, (la x se pronuncia como sh inglesa) que el
autor ignoraba que quería decir atribuyéndola a superstición ; pues bien, en
maya significa : ligadura, música y pimienta, porque los indios ataban con una
cuerda el miembro mordido, como para evitar la circulación, y empleaban la
música para calmar los nervios, agregando al paciente una untura de myrtus
pimenta y poción de huaco o de ajo.
(1) Ese autor conocía bien la lengua maya, por haber vivido catorce años en Yucatán: pero su obra se
recomienda más por sus preciosos grraíjados, que por el texto a veces apasionado.
(2) Páff. 38, edición de Nueva York.-18íW
«) San .luán, cap. XTX ver. 30.
(4) Cicero, de Natura Deorun.
(5) Senomant y Chevaüer.— Ancient llistory of tlie East, vol. 1. piítr. 448.
— 288 —
En la teogonia antigua del Indostán se hallaba el dios Assur, en maya
Axul, quiere decir a xul — tu fin — ¡azul, el color del cielo, del firmamento !"
Agrega Le Plongeon que los antiguos mayas se extendieron por las már-
genes del Nilo, escogieron la Nubia, a la cual llamaron Maiú, en las tierras del
sol poniente, y dominaron despuéss Mayach (i6) a la región sumergida de la
cual procedían. Sigue aquel americanista, paso a paso, la peregrinación de
los mayas, desde los hogares de Centro-América hacia las regiones del Oeste,
al través del desierto de Siria, hasta Egipto, de donde se esparció la cultura
greco-latina, que miles de años después trajeron los españoles a este hemis-
ferio, que llamaron Nuevo Mundo, siendo así que era el más viejo, acaso la
cuna de la humanidad. El Manuscrito Troano así lo demuestra, y Brasseur
de Bourbourg, al hablar de "Las Naciones Civilizadas de México y Centro-
América," explica largamente los orígenes y transformaciones de los mayas.
En la lengua de éstos y en la de los quichés, el thla griego es todavía thlán,
como Atitlán, Amatitlán, lugar de agua. El léxico quiche contiene la mayor
parte de las raíces que han servido de clave a Mr. Fray para demostrar el ori-
gen annamita de muchísimas lenguas. Acaso en un principio el quiche y el
annamita fueron una sola lengua. Jesucristo, como la mayor parte de los
habitantes de Palestina, hablaban por aquel tiempo dos idiomas, el dialecto
nativo, aramaico, procedente del caldaico, y el griego que por uso inmemorial
se había naturalizado en el país. Al hablar el Nazareno con el Centurión ro-
mano, y al contestar a sus acusadores ante Pilatos, Jesús habló en griego. AI
discurrir con sus discípulos, en Judea y en Galilea, habló en aramaico, el idio-
ma que todos ellos usaban y comprendían.
Don Francisco Fernández y González, en la interesante conferencia que
dio en el Ateneo de Madrid, con motivo del centenario de Colón, hizo muchas
comparaciones entre el griego moderno y la lengua quiche, juzgando análogos
ambos idiomas. En la lingüística, en la etnografía, en la geología, y en otras
ciencias, hay pruebas palmarias de que el continente americano es antiquísimo
y que sus primitivos pobladores se remontan a la antigüedad más remota. El
maya, del cual se deriva el quiche, tiene al decir del abate Basseur, una sen-
cillez y regularidad maravillosas. Los dialectos que se hablan cerca de Yuca-
tán y Belice son los más semejantes al maya.
¿Será realmente América la cuna del género humano? No podríamos
nosotros decir si aquellos autores están en lo cierto cuando opinan que los
chinos salieron de los otomíes. Por más que el Nuevo Mundo sea muy viejo,
es harto difícil remontarse a los orígenes de las cosas ; porque, como decía
Quatrefages "acerca de ello nada sabemos." En los últimos tiempos, se han
descubierto monumentos de los asirios y babilonios, que dejan comprender
que eran asiáticos los primeros pueblos, según, opinan generalmente todos los
(1) Heroíloto. Historia. Libro 1 1.
historiadores ; pero como la tierra sufrió grandes transformaciones geológicas,
no es dable saber a punto cierto cuál sería la cuna de la humanidad, ni si en
la perdida Atlántida estaría el principio del género humano. La Lemuria con-
tinente hoy sumergido, según Heakel, el norte del Asia, quedaba frente a
Yucatán.
Lo que sí está averiguado, y fuera de duda, es que la lengua maya y la de
los chorotegas son las más antiguas de América, y que de ellas se desprendie-
ron después de muchos siglos otros dialectos, como son los siguientes : totonac,
chipanec, tloque, zotzil, zeldalquelén, verbetlateca, mam, achie, guatemaltec,
cuettac, hirichota, poconchí, caechicolchí, tlacacebastla, apay, plotón, taulepa,
ulúa, quiche, cakchiquel, tzutugil, chortí, alaguilac, caichi, ixil, zoque, coxoh,
chañabalchol, uzpantec, aguacatec, kecchi y maya adulterado. Los idiomas de
la costa occidental de África provienen del annamita, tan parecida al maya (i).
Como consecuencia de la cultura de un gran pueblo, brotó del maya el
idioma quiche, que hace en la historia de estas regiones americanas, el papel
que hizo el griego, en la cultura de las sociedades antiguas del otro hemisferio.
En los últimos tiempos históricos vino confinándose desde Chiapas y
Soconusco hasta Guatemala, esa preciosa lengua, por virtud de las varias in-
vasiones nahoas, y especialmente la méxica ; de tal suerte, que el núcleo quiche
de las márgenes del Usumacinta, que es el Nilo de América, retirábase siem-
pre hacia el Sur, y dejó un pueblo civilizado, que en medio de los bosques pa-
radisiacos (quiche, muchos árboles) tuvo peculiar cultura, innumerables rique-
zas, curiosa teogonia, artes y costumbres raras. Su idioma, sobre todo, llamó
desde un principio la atención de los religiosos, que como sabedores de la gra-
mática y del latin, podian conocer las perfecciones de las lenguas nuevas para
ellos, no obstante que las preocupaciones hacian mirar con malos ojos cuanto
revelaba alguna cultura en la raza indiana. De lo mismo que los cronistas y
curas han escrito, dedúcese que siempre veia la generalidad, a través del fana-
tismo, cuanto se relacionaba con los infelices conquistados. El Padre
Fr. Francisco Ximénez escribió "El Tesoro de las lenguas Quiche, cakchiquel
y Tzutugil," y en esa curiosísima obra, dice que la lengua quiche "causa admi-
miración a quien bien la considere, por su método tan regular, pues jugando
todo el alfabeto, desde la a hasta la z, va formando vocablos monosílabos, ya
con una, ya con dos, ya con ninguna consonante, que es maravilla el ver tal
orden, y que si alguna lengua se puede decir que es formada por el Autor So-
brenatural, es ésta, y no por el demonio, como algunos han dicho por ser ene-
migo de todo orden."
Ciertamente que no fue por ésto por lo que muchos declararon que el
cjuiché era lengua del diablo, sino porque desde los primeros días de la con-
(1) Charrenoey.— Chrestomathic de la lantrue Maya anlUnio.- l'arls, 1875.
2ijO —
quista se atribuyó a los indios que judaizaban, como que parecía que hacían
uso en sus lenguas de voces hebreas, y hasta hubo quien en su ingnorancia
dijera que algunos de estos dialectos aborígenes eran hebreo corrompido (i).
No pocos frailes, que sólo tenían nociones de la lengua de los judíos y un co-
nocimiento superficial de algunos idiomas de los pobres indios, a quienes se les
miraba con desprecio, creían firmemente que el quiche y el hebreo eran
hermanos.
Las letras usadas en la lengua quiche fuera de algunos sonidos cpie no
pueden representarse por eJ alfabeto común, son : a, b, c, e, h, i, k, 1. m, n, o, p,
q, r, t, u, V, X, y, z, tz, tch.
El género se expresa anteponiendo al nombre la voz ixok o sea mujer,
V. g. coh, león, ixokcoh, leona : mun, esclavo, ixokmun, esclava. El sonido ish
expresado por la letra x, denota desprecio, inferioridad, y se usa para significar
el femenino de las cosas haladles. U, en quiche y Ru en cakchiquel, son pro-
nombres posesivos o dan a entender posesión por parte del nombre que sigue.
Las partículas re y ri se usan a veces con igual propósito : — U chuc ahpop, la
madre del príncipe : qui quoxtum tinamit, las murallas de la ciudad. Antes de
las vocales a, o, u, se cambia en c: y antes de e, i, se cambia en q. El adjetivo
va antes del substantivo, como en inglés ; zaki ha, blanca casa. El substantivo
se forma del adjetivo, agregando la sílaba al, el, il, ol, ul, nim, grande : nimal, el
más grande : zak, blanco : zakil, la blancura ; utz, bueno ; utzil, lo más bueno.
Esos mismos sustantivos pueden tornarse en adjetivos otra vez, añadiéndoles
la partícula ah, nimalah mak, ran, pecado ; utzilah achí, buen hombre. Por el
mismo procedimiento todos los sustantiví)s, i)ueden convertirse en adjetivos,
agregándoles una de las partirnlas alah, elah, ilah, olah, etc.. ahau, rey a señor;
ahaualah, real.
Para significar el comparativo, se emplea el participio i)asaílo del verbo
iqou (sobrepasar) que es iqouinac, y otras veces la palabra yalacuhinak, de
yalacuh, exceder. Por ejemplo, nim, grande, iqouinak chi nim u hebeliquiil,
el sobrepasa lo grande ; Iqouinakchi nim u hebeliquiil ka xotahau Gapoh María
chiqui vi conohel ixokib, quiere decir literalmente : "Sobrepasa en gran belle-
za Nuestra Señora la Virgen María a toda otra mujer." El superlativo se ex-
presa por la sílaba maih, muy grande o mucho ; nim, grande o grandemente ;
tih, xoo, qui, mucho, todos los cuales se colocan antes de la palabra y seguida
de la sílaba chi ; maih chi tinamit, muy gran ciudad ; xoo gatan, muy gran
calor : tih nima ha, muy gran casa. El adverbio lavólo o lolo se usa también
con el mismo objeto: lavólo o lolo cou chabana, tómalo fuerte.
(1) Sobron.— Las leiisruas americanas.
Los nombres de colores se duplican para expresar el superlativo como
rax rax, muy verde, zak zak, muy blanco. Las sílabas reverenciales son lal y
la: lal nu cahau, vuestra excelencia es mi padre: in alcual la, yo soy el hijo de
vuestra excelencia.
PRONOMBRES
Yo o mi
tú
El
Yo mismo
tu mismo
El mismo
Nosotros
Ustedes, vosotros
Ellos
Nosotros mismos
Vosotros mismos
Ellos mismos
m, nu nuv
at, a
are, ri, r
xavi in
xavit at
xavi are
oh
yx
e, he
xavi hoh
xavi yx
xavi e. he
Cuando comienza un nombre con consonante, se usan, en singular, nu, a,
u, y, ka, y, qui,.en plural.
Mi esclavo
Tu esclavo
Su esclavo (de él)
Nuestros esclavos
Sus esclavos (de ellos)
nu mun
a mun
u mun
ka munib
oui munib
Quién ?
Quién soy yo?
Quién eres tú?
¿Quién es éste?
naki, achinak, apachinak.
apa-in-chinak . ,
apa-at-chinak
apachinak-ri
Yo soy
Tú eres
El es
Nosotros
Vosotros
Ellos son
somos
sois
m ux
at ux
are ux
oh ux
yx ux
he ux
— 292 —
Hemos querido poner estos pocos ejemplos para dar una idea de la regu-
laridad y concisión del quiche ; pero en una monografía sobre lenguas indíge-
nas no cabe extendernos más, remitiendo al que desee tener cabal concepto de
ella, a las gramáticas del gran quicheista Ximénez, Brasseur y el P. Flores,
bien que todas tienen el defecto de haber tenido por norma, para sus clasifica-
ciones y formas, la gramática latina de Nebrija, como le ha sucedido a la Real
Academia Española, con respecto a la lengua castellana, que siendo romance,
todavía tiene mucha más atingencia con la lengua del Lacio, que no con el qui-
che, ni el cakchiquel, cuya analogíy remota pudiera ser con el annamita, el
hebreo, el caldeo y el cuskera (Grammaire de la langue Quichée. Brasseur de
Bourbourg).
El tzutugil y el cakchiquel tienen más relación entre ellos, que el cakchi-
quel y el quiche, bien que conservan bastante analogía.
El cakchiquel ha sido objeto de estudios muy importantes, como los de
Fr. Esteban Torresano, el P. Flores y últimamente el doctor Otto StoU, que
vivió durante muchos años en Guatemala. La raza de esos indios muestra su
superioridad en muchas cosas, por la energía de sus expresiones y la belleza de
su lengua. Mr. Brinton escribió una gramática de ella, y publicó en cakchiquel
y en inglés, "Los Anales de los cakchiqueles," o sea el "Memorial de Tecpán
Atitlán."
Juzga Lubbock (i) que el punto de mayor interés en el lenguaje es el de
numeración. Los quichés tenían un sistema ingeniosísimo. Al paso que el
nuestro íleva por base el 10, del número de los dedos de la mano del hombre,
aquellos indios contaban todos los. dedos, incluyendo los de los pies, es decir
que tomaban 20, y contaban por veintes. Expresaban con puntos los números
hasta 4, y si se repetía este número empleaban rayitas horizontales, así :
i^ significa 13. — Los números .sobrepuestos indicaban múltiples de 20. Por
ejemplo, se escribe 149, por un 7 colocado sobre un 9 7777 y entonces la cantidad
se desenvolvería así: .7 x 20 = 140 -f- 9.
Eran los signos :
i 2 '2 4 5 6 7 8 910TTT213nT5TG
y así sucesivamente. Conocían el o cero. Compárese este método con el de
los números romanos, y se verá que los mayas y los quichés estaban más ade-
lantados, cuyo sistema, al decir de Pinochet, era más natural, claro y sencillo
que el arábigo, que nosotros usamos (2).
(1) Los orígenes de la civilización, cap. IX, uág. 376.
(2) Trábalo del 4? Conjíreso Científico de Chile val. XI, páj?, 183
— 293 —
Volviendo a tratar de las lenguas de Centro-América, diremos que en
Honduras se conocen muchos dialectos, y el Caribe de las costas de la bahía y
de las islas cercanas, resulta ser el mismo que se usa en las Islas Occidentales.
Kl doctor Berendt es quien mejor clasificó los grupos de esos idiomas, criti-
cando lo que acerca de ellos había escrito Squier. Desde el cabo de Honduras
hasta el río San Juan, y en las islas que se extienden hasta el río Negro, se usa
el Mosquito. Por el río Patuca, el Towka y en el río Seco, el dialecto de este
nombre. Cerca de Nicaragua el Valiente y el Rama. En el interior el Querrá
y Woolwa. El Zambo y otros dialectos ■^ambién se usan por muchos indios.
La principal de todas esas lenguas es el chorotega. El Populuca es un idioma
muy enredado y primitivo.
Sobre las lenguas de Nicaragua se ha publicado bastante. Fuera del
azteca, las principales son el coribici, el chorotega, el chontal y el orotiña, al
decir de Oviedo, Gomara, Boyle y otros historiadores.
En Costa-Rica se conocen vocabularios de las lenguas de los guatusos,
blancos, valientes, talamancas, etc. En la obra de Wagner y Scherzer sobre
Costa-Rica (página 562) en las del obispo Thiel, en las de Peralta, y en las
interesantes publicaciones que han hecho los señores Ferraz y Fernández,
pueden encontrar mucho, sobre idiomas indígenas de estos pueblos, los aficio-
nados a la filología americana. Los "Apuntes lexicográficos de las lenguas y
dialectos de los indios de Costa-Rica" del señor Thiel, son muy interesantes.
Por lo demás, lo que falta por hacer en las lenguas indígenas de América
es la indagación filosófica y lirhgüística de la manera particular de pensar de los
indios, ya que las razas piensan en conformidad con la lengua que hablan. No
hay una manera absoluta de pensar, sino que cada idioma tienesu mentalidad,
su psicología, su modo especial de unir las ideas y formar los juicios. El que
más ha desentrañado el espíritu de las lenguas quiche, cakchiquel y maya, es
Brinton, no poniéndolas en el lecho mortífero de Procusto, en el molde de la
gramática latina, sino en medio de los bosques del Usumacinta y al través de
la historia de aquella raza distinguida y antigua. Entre nosotros el Coronel
Elgueta es especialista en esta materia tan interesante.
Si la lingüística se considera hoy como uno de los principales ramos de la
etnología, no es menos cierto que la cuestión vital, al decir del sabio Humboldt.
que dedicó la última parte de su vida al estudio sociológico de las lenguas, es
qué influencia tiene o ha tenido el habla de una nación en su capacidad inte-
lectual, moral y económica ; es decir, en su idiosincrasia, en sus fases históricas,
en sus progresos y en sus caídas, ya que la lengua, como los pensamientos y
sentimientos de un país, vienen de sus antecesores, y las palabras y el genio
del idioma constituyen sellos formados por herencia también. Las palabras
son reflejos de la mente y ecos del corazón. Si Cuvier pudo reconstruir los
animales antediluvianos por huesos disgregados, hoy la ciencia halla el alma
— 294 —
de los pueblos en sus lenguas mismas. Por el hilo de oro que engarza las
perlas del pensamiento, reconoce el artista el valor y mérito que tenían (i).
Los conquistadores y aun los eruditos de aquella época tan garande como
ruda, no paraban mientes en todo eso; ni qué habían de detenerse a conside-
rar si las lenguas americanas llevaban en su índole, estructura y sonidos, el
meollo, el espíritu de pueblos que habían sido poderosos y muy notables,
cuando lo que aquellos férreos soldados hispanos pensaban era que los indios
carecían de razón. Bastante hizo el licenciado don Diego García del Palacio,
en 1576, al dirigir al rey de España una carta, en la que encomiaba los siguien-
tes idiomas, que por estas tierras se conocían : el mame, achí, chinautec, huta-
tec y chirichota, en Suchiltepequez y Guatemala ; en Jutiapa, Salamá y Baja
Verapaz, el pipil ; en la Alta Verapaz el poconchi y el cakchicolchi ; en Chiqui-
mula el tlacacebasta y el apay ; en Chiquimulilla y Jalapa el xinca : en la comar-
ca de San Miguel el potón, taulepa y ulúa ; en San Salvador el pipil, y en Nica-
ragua el nahualtl, el chorotega, el corobici, el chontal, el guetar. el orotiña, etc.
Muchas de esas lenguas han desaparecido, como el alaguilac, que se ha-
blaba en el pueblo de San Cristóbal Acasaguastlán, departamento de Zacapa ;
el popoluca, que .se usaba en Moyuta y Conguaco, de Jutiapa ; el pipil de Es-
cuintla, y el chol que fué idioma de una nación poderosa que vivía al Sur del
Peten, y cuyos restos se ven en el Palemke.
Preciso es reconocer que hubo laudable empeño de parte de los religiosos
españoles en escribir gramáticas, vocabularios y doctrinas cristianas, en len-
guas indígenas de América. El Padre Fr. Ildefonso Flores escribió el "Arte
de la lengua Metropolitana del reyno Cakchiquel," en 1753. El dominicf)
Marcos Martínez escribió la "Gramática Quiche"; el mercedario Castelú, la
de los lacandones ; el franciscano Rodríguez, un "Arte y Vocabulario Cakchi-
quel" ; Fr. Esteban Torresano otra obra análoga ; Francisco Porras, el "Diccio-
nario quiche, cakchiquel y tzutugil" ; Fr. Juan Torres dejó un "diccionario de
varias lenguas"; el Padre Cadenas, los "Vocabularios cakchiquel, quiche y
poconchi" ; el ilustrísimo Fr. Tomás de Cárdenas redactó un "Arte de la lengua
Cakchi" ; y el inolvidable obispo señor Marroquín, escribió e hizo imprimir una
"Doctrina Cristiana," que tiene, sobre el mérito lingüístico e histórico, el de ser
obra de aquel santo varón que enfervorizó los primeros años de la colonia.
Es muy interesante aunque poco extenso, el vocabulario en veintiuna
lenguas del reino de Goathemala, mandado formar a fines del siglo XVIII, por
el rey don Carlos III, y que se imprimió en Costa-Rica, por los señores Guardia
y Ferraz, en 1892.
Es digno de recordarse que el P. Fr. Pedro de Betanzos fué el primero que
mandó imprimir a México, en aquella imprenta mendocina, el Catecismo de la
Doctrina Cristiana en lengua guatemalteca. Este fué, pues, el primer libro
tiuli CiiUrl. vol. TT. Grazladio-.T Ascoll.
— 295 —
que se dio a la estampa en el idioma de estas tierras. Después salió impreso
también en México, el del señor Marroquín, con el título siguiente: "Doctri-
na Cristiana en lengua guatemalteca (cakchiquel) con parecer de las Religiones
del señor santo Domingo y san Francisco : Fr. Juan de Torres y Fr. Pedro de
Betanzos" 1553. *En el año 1724 se reimprimió en Guatemala, por el Br. Anto-
nio Velásco. En el año 1786 se publicó en la Nueva Guatemala, en la imprenta
de don Mariano Bracamonte, llamada de las Benditas Ánimas, un "Tratado de
la vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo," en lengua cakchiquel. En
1762, imprimió don Sebastián de Arévalo, en la Antigua Guatemala, una Doc-
trina Cristiana, en cakchiquel. El licenciado, don Ramón G. Saravia, publicó,
hace algún tiempo, un vocabulario quekchí, que tiene la ventaja de estar en
forma gramatical, y que debía haber sido acogido con más interés y alguna
recompensa.
La tribu quekchí, que es antiquísima, contribuyó a la cultura de los mayas
y a la elaboración de su calendario. Los famosos héroes de la mitología
quiche, Hunahpú y Xbalanqué, representantes del sol y de la luna, salieron de
Carchaj, importante pueblo quekchí, del departamento de la Alta Verapaz, en
'a República de Guatemala. La lengua que ahí se habla es muy interesante,
filosófica y expresiva. Dice el mismo señor Saravia "que el artículo determi-
nante li correspondiente al español el, es en plural eb li. Las declinaciones se
hacen como en castellano por preposiciones. Así, del genitivo re, de ; del dati-
vo reech, para ; del acusativo aj, á ; y del ablativo riquin, con ; re, de ; cagnac,
desde ; sa, en ; isch ban, pogui, sin ; issbeen, sobre ; y chirisch, tras.
El artículo indeterminado un, es jun. Su plural junchol. El artículo no
denota género, en quekchí ; pero como va con el nombre que sí denota género,
se comprende bien si es masculino o femenino. En cambio, como el nombre
no tiene número, lo expresa por medio del artículo, con lo que se vé que ambas
partes de la oración se prestan servicios mutuos. Ejemplo: el hombre, li-
guínc; los hombres eb-liguinc. La muier, li-isch; las mujeres, eb-li-ische.
Los nombres propios tienen abreviaturas, como Mar, por María ; Manu,
por Manuel; Cantel, por Candelaria; Tir, por Mártir, etc. En esta parte,
creemos que el señor Saravia debía haber advertido que esto de los nombres
propios, no es más que castellano corrompido, como que en el verdadero quek-
chí, no existen tales nombres propios cristianos.
Hay nombres primitivos, v. g. gua, pan : Derivados, caxlanguá, pan es-
pañol. Simples : chabil, bueno : cachin-chabil, buenito. Colectivos : tenamit,
Pueblo. Partitivos : jach, mitad. Proporcionales, caguá, duplo. Aumentati-
vos : nimblá, gran guiñe, hombre. Digiinutivos : china, pequeño, guiñe, hom-
bre. Los adjetivos tampoco tienen distinta terminación genérica, y el plural
lo forman por el artículo. Ejemplos : us, bueno ; maus malo.
En la conjugación con auxiliares, casi nunca varia la palabra matriz. Así
raoc, amar, suena raoc en casi todos los tiempos, aunque en ésto suele haber
— 296 —
irregularidades. Tanto por su estructura como por su gramática es digna de
estudiarse esta lengua quekchí.
Conservo en mi colección un testamento kekchí, escrito en el siglo XVI,
encontrado en Carcha, y remitido en copia por Mr. Sapper al^Museo de Berlín.
Contiene ese precioso documento antiguo muchas palabras que ya los mismos
indios no entienden bien hoy, acaso por haber caído en desuso. El testamento
es la última voluntad de una viuda moribunda, que deja un sitio o solar sem-
brado de chiles, un poco de ropa, una piedra de moler maíz, unas cuantas fa-
negas de ese grano y algunos otros objetos. La mayor parte se lega para
pagar misas en sufragio del alma de la testadora. La fecha del testamento es
el 3 de diciembre de 1583. Se encuentra traducido al inglés con nuichas
observaciones, por Roberto Burkitt, y publicado en la "American Anthro-
pologíst. (i)
Varias lenguas van desapareciendo, como la pupuluca, que se habló en
varios pueblos de El Salvador, y que apenas queda en Yu])iltepeque, y como
la sinca, que es congénere de aquella y derivada de un idioma distinto de los
otros aborígenes de Guatemala (2).
Pasando a tratar de las etimologías, no están de acuerdo los autores acerca
de la (|ue corresponda al nombre de nuestra patria, Guatemala. Remseal
piensa que en lengua india significa "donde se echa la madera." ¡''ncntcs y
Guzmán afirma (|ue trac su origen de la voz mexicana Coctemalan, palo de
leche, hule. J narros opina (jue viene de Quahutcmali, palo podrido. Ximéncz
dijo (jue se derivaba de Cuahutimal, fuente de betún amarillo. Garcia Peláez
pensaba que se traía de Guatezmaha, (¡ue en tzendal significa cerro que arroja
agua. Bancroft, Milla y otros, sostienen que la etimología es Quahutemalan,
nombre del pueblo Iximché, al cual llegaron primeramente don Pedro de Alva-
rado y sus compañeros, en son de paz, habiéndose fundado el 25 de julio de
1524, la primera capital del reino de Goathemala, con el nombre de Cibdad de
Santiago de los Caballeros; después se extendió a todo el país el nombre de la
capital. Meneos Franco escribió que podía atribuirse a Xotemal o Jiutemal o
Xitemal, nombre del primer rey cakchiquel, lo cual Juarros ya lo había consig-
nado en el tomo I, página J"] de su obra. Elgueta sostiene que la palabra Gua-
temala, se formó de la'tlascalteca Quahuthimalán, compuesta de quahutli,
águila, y del verbo ma, malli, mallán, que significa cautivar, cautivo, <í sea
águila cautiva. Esta denominación recibieron los cakchiqueles, porque sus
reyes usaban sobre su corona un geroglífico compuesto de una águila pequeña,
de vistoso plumaje y en actitud de estar cautiva. Lo cierto es que los cakchi-
queles se llamaban cuahutemalas ; pero no se sabe de dónde les vino ese nom-
bre, ni de dónde procedió el de Jiutemal o Xotemal, su rey, aunque caben su-
(1) Vol. 7? N? 2 Apr. .lune, 1905.
(2) Dr. Euslor^io Calderón. Ensayo llnjrfiístlco, sobre el Pupuluca.
— 297 —
posiciones o conjeturas más o menos aceptables, como adelante se verá. Puede
presumirse que en la palabra Cuauhtemalan, después sucesivamente, Quauh-
temala, Goathimala, Goathemala, Guatemala, como ha venido escribiéndose,
en el transcurso del tiempo, entra sin duda la palabra quauht, árbol, como en
guapinol, guayaba, guachipilín, guayacán, guarumo, guanacaste, etc., que son
árboles conocidos.
Es curioso observar que el nombre de Buddha era Guatema, que significa
salvado del agua, así como quiere decir lo mismo Moisés. Prevalece antiquí-
sima tradición, confirmada por el Codex Cimalpopoca, de que al titilar la estre-
lla matutina, en un nefasto instante, se hundió el gran Continente civilizado de
los mayas primitivos, y quedaron sumergidas también por mucho tiempo, gran
parte de las tierras del istmo de Centro- América, que volvieron después enjutas
al haz del mundo ; Guatemala, lugar cautivo del agua, la llamarían entonces, y
de ahí vendrían los nombres de sus reyes Xotemal o Jiutemal, y el feudo de
Chutimala. Hay mucha analogía entre los principios religiosos de las maya-
quichés y la filosofía isotérica de los budhas ; la lengua maya, como lo hemos
dicho ya, tiene las riiismas raíces del annamíta, del caldeo y la elegante estruc-
tura y concisión del siríaco. El hinduismo fué formado de los principios y
tradiciones de aquellos pueblos americanos, que tuvieron admirable cultura,
anterior a la asiática, según algunos opinan (i).
En la "Literatura de las lenguas aborígenes americanas," que escribió, en
inglés, H. E. Ludwing, publicada en Londres, en 1858, se explican ampliamen-
te las conexiones de los idiomas asiáticos con los del Nuevo Mundo. Brasseur
de Bourbourg comparó también nuestras lenguas indígenas con las del Mundo
Antiguo, encontrando analogías. Las lenguas aborígenes americanas pueden
entrar en el grupo de las arias, aunque para mí son anteriores a las otras, como
opinan Chavero y varios historiadores.
Los nombres castellanizados Mames, Atitanes, Guatemalas, son proceden-
tes de los idiomas que hablan la mayor parte de los pueblos que hoy forman la
república de Guatemala. Eran las tres grandes divisiones del reino quiche,
dadas en feudo a los hijos del poderoso cacique. La primera al mayor, la se-
gunda a la mujer, hija o hermana y la tercera al menor. Esto se infiere de la
significación de las palabras mama viejo ; atitá viejas ; y chutimala o chutimala,
muchacho pequeño, infante o nacido después del primogénito. Acaso Xotemal
se llamó así por ser el más joven de los hijos de Acxopil ; y de Xotemal se de-
nominaría Cuahutemálan la ciudad de Iximché. De ahí pudo venir Gohate-
mala, como antes se escribía, resultando que significaba muchachos, en su
origen. Esta opinión aunque sostenida por el erudito anticuario, don Juan
(1) Filosofía esotérica de la Tndia, por el Hrahmacharfn Chatterjrl. versión castellana con notas
aclaratorias, por el l)r. .losé Plana y Dorca.
— 298 —
Gavarrete, no pasa de ser una hipótesis más ingeniosa que filológica. No hay
duda que nuestro apreciable compatriota Elgueta es el más autorizado en
estas cuestiones.
Los aztecas que vinieron de auxiliares de los españoles, fueron traducien-
do los nombres de los pueblos que encontraban, o poniéndoles otros en su idio-
ma. Asi a Chelahup (ch es sonido como en francés) llamáronle Quetzalte-
nago. La sílaba final co vuelta por corrupción y suavidad go, signihca en,
tenán, lugar, y quetzali, pájaros, o por antonomasia el quetzal. "Lugar en que
hay quetzales." Inmediata a Quezaltenango estaba la ciudad quiche llamada
Chui-mequen-a, que los aztecas tradujeron Totonil-co-apán, agua caliente.
Hoy le llaman Totonicapán. Totonil es caliente, co es en, apán agua.
Huehuetenango — el co, (después se pronunció Go) quiere decir en; hue-
hue, en azteca, significa viejo — lugar de los viejos. Así tradujeron los auxilia-
res de don Pedro de Alvarado la palabra mames, ])ues mama, en (|uichc y cak-
chiquel quiere decir viejo.
Al Este tenía a Cuimekená, pueblo perteneciente al feudo de Chutimala, y
el primero era Tzololá, que se compone de dos palabras saúco y agua, o como
quieren otros, de zololli-la, lugar de cosas antiguas. Del departamento de So-
lóla, como hoy se escribe, fué parte, en la primera división legal, que tuvo el
Estado de Guatemala, Suchitepéquez, corrupción de las palabras aztecas
suchil-aepes, monte florido, cuya capital o cabecera, como por acá le llaman, es
Mazatenango, en el lugar de los venados. Cuyotenango, en el lugar de los
coyotes. Retalhuleu, lugar de tierra o mojón, en cakchiquel, que debió de ser
chak-chi-shel, que quiere decir el hermano menor, y ésto conviene con el Chiu-
timala o Chatimalá que mandaba el reino, cuya capital era Iximché, palo de
maíz, de que no hicieron caso los aztecas, y llamaron Tecpán-Chiutemala, pa-
lacios de i)iedra de Chiutimala. Joyabá, era una hermosa i)oblación Xol abah
entre las piedras. Nahualá, quiere decir la magia, la ciencia.
En Chak-chi-shel está la metonimia que en los idiomas europeos se comete,
tomando la palabra lengua, por idioma; porque chi quiere decir boca, y mien-
tras unos toman una parte como el principal instrumento de la palabra, los
otros toman el todo. Por eso se halla el chi en la denominación de otros idio-
mas, como el poconchí, quekchí, chinauteco, chirechota, etc. El shel es una
terminación parecida a las que tenemos en español, como en línea, linaje, len-
gua, lenguaje.
El hecho de que se encuentren todavía muchísimos vocablos mexicanos
por Guatemala, el Salvador, Honduras y Nicaragua, confirma la idea histórica
de que los aztecas que vinieron con el conquistador Alvarado, dejaron muchfj
nombres que, con pocas excepciones, aún se conservan ; siendo además de
notar que los nahoas, como se ha dicho atrás, habían extendido su raza por la
mayor parte del istmo centro-americano, hasta más allá de los lindísimos lagos
de Nicaragua. La cremación y las urnas cinerarias, introducidas por esa
— 299 —
invasión, son semejantes desde Huchuetenango hasta la isla de Ometepeqnc.
En todo el istmo centro-americano quedan restos de aquella histórica invasión :
y no faltan pueblos, como el de Santa Inés Petapa, en Guatemala, que se
precian de ser descendientes de los tlascaltecas, que trajo don Pedro de
Alvarado (i).
Por todos estos lugares se conoció el maíz desde antes de la conquista,
como que en algunas partes era silvestre, y en México, Guatemala, el Perú,
las Antillas, etc., formaba y aún forma la base de la alimentación de los in-
dios (2). La palabra maíz se deriva del maya mayz, y en el Popol-Vuh se dice
que de maíz fué hecho el hombre. En Guatemala se llama helóte al maíz
tierno y chilote a los tallos de que se desprende el grano, palabras derivadas
del mexicano xilotl. La mayor parte de los nombres de lugares de ríos, plan-
tas, árboles, etc., se derivan del azteca. Tecpán, palacio real ; Pochuta, abun-
dancia de ceibas ; Amatitlán, entre los amates ; Escuintla, abundancia de pe-
rros ; Mixtán, junto a los leones ; Chiquimula, lugar de jilgueros ; Sinacantán,
abundancia de murciélagos ; Atitlán, ontre el agua ; Cuyotenango, lugar de co-
yotes ; Teculután, lugar de buhos ; Usumatlán, lugar de monos ; jA.casaguastlán,
lugar de la grama ; Jocotán, lugar de frutales ; Alzatate, lugar de las garzas ;
Jutiapa, en el agua de los caracoles ; Mita, abundancia de flechas ; Michatoya,
río del pescado ; Usumacinta, abundancia de monitos ; Motocinta, abundancia
de ardillitas ; Suchitán, entre las flores ; Tectictlán, entre las piedras ; Ixguatán,
lugar de las palmeras ; Yepocapa, en el agua dormida ; Sacapulas, abundancia
de sacate. Estos no son sino unos pocos ejemplos de las muchas pala-
bras aztecas que quedaron por estas tierras, al pasar Alvarado con los indios
mexicanos. Citamos esas por ser nombres de lugares conocidos de Guatemala,
i Fenómeno curioso ! En busca de riquezas, instigados por la codicia,
venían los conquistadores españoles, esparciendo, sin sentirlo, los gérmenes de
un lenguaje nuevo, y subyugados por el espíritu religioso dejaban aquí y ahí,
un lugar, un pueblo, un río, una flor, un pájaro, con nombres castellanos de
santos o de objetos análogos a los que contemplaban. Tras aquellos heroicos
soldados, llegaron también a la conquista de Guatemala millares de aztecas, en
ayuda de los que allá por México los habían vencido. Ellos a su vez iban
dejando, con la luctuosa hecatombe de sus hermanos, muchísimas voces que
han alcanzado larga vida. Las lenguas primitivas de estas comarcas sufrían
una mezcla ruda, así como el hebreo de los antiguos judíos, cuando aprendieron
el caldeo de Babilonia y Nínive.
No pocos filólogos extranjeros y varios centro-americanos han dado a
conocer al mundo algunas lenguas y dialectos indígenas, haciendo de ellos
merecidos encomios, como les tributan, en sus magistrales obras, Berendt,
(1) Recordación Florida, tomo II, vág. 230.
(2) Aseguran algunos historiadores que «/ »»<?/«, Zea, fué oritrinario de Guatemala. Rrinton. Annals
of Cakchiíinels.
— 300 —
Gallatín, Buschmaun, Weitz y el doctor StoU. Bien valía la pena de impartir
interés a recolectar noticias de los varios idiomas gfuatemaltecos, a reunir las
obras que sobre ellos se han escrito, a fundar una clase de quiche o cakchiquel ;
en una palabra, a conservar el tesoro de tantas lenguas interesantes, como son
las on.Grinarias de estas tierras, muchas de ellas vivas todavía, aunque menos-
preciadas por la isfnorancia y el orgullo torpe y ridículo de aquellos que miran
con desdén lo que se refiere a los antiguos pobladores de la América pre-
colombina.
Con la invasión de los bárbaros del Norte en Europa acabó el latín de ser
idioma vulgar ; pero cada lengua mqerta resuena como un eco prolongado.
Todavía se hablan por tribus de indios en Guatemala, el quiche, el cakchiquel,
el tzutugil, el kekchí, el poconchí, etc.. y todos estos idiomas esmaltados de
palabras castellanas, a su vez dan al español que nosotros hablamos, no sólo
muchísimas voces, sino también ciertos acentos que continúan vibrando en la
pronunciación local. Como la nota de un instrumento provoca, despierta,
engendra notas concordantes, armónicas, en otro instrumento del todo diferen-
te, así una lengua antigua hace resonar cuerdas congéneres en la lengua que
la reemplaza. El lenguaje humano, dice Edgard Quinet, es un teclado en que
cada raza hiere una nota, y ésta tiene sus ecos, sus atavismos y sus resurrec-
ciones (i). De ahí proceden los distintos dejos o cantos con que se habla, en
Centro-América y en México, la lengua castellana.
Tan curiosa como la etnografía es la lingüística de este istmo, no sólo
por la multitud de idiomas y dialectos, sino porque de su estudio se deduce que
existió un gran pueblo ramificado, de cultura notable, de gran esparcimiento, y
después subdividióse de tal suerte que, a mérito de invasiones distintas y razas
diversas, hasta hubo de perderse la memoria de su existencia. Convienen los
historiadores en que de la rama maya-quiché. resultaron casi todos los pueblos
civilizados aborígenes de la América Central (2) pero, como explica el doctor
Berendt, que es el que más profundiza esta materia, hay otras ramas de oríge-
nes distintos y lenguas diversas. Es curiosa la obra de don Francisco Gon-
zález y Fernández, que lleva por título "Los lenguajes hablados por los indí-
genas del Norte y Centro de América." Madrid, 1893 ; pero no cabe dudar que
el ilustre profesor de arqueología y de lingüística americana, Mr. Brinton, en
obras recientemente publicadas, es el que más erudición ha aportado al cúmulo
bibHográfico que a los idiomas se refiere. El doctor Stoll ha dado a luz inte-
resantes producciones sobre las lenguas de Guatemala.
En el. Congreso de Orientalistas, que se celebró en Roma, en 1899, se
reunieron inteligencias de notables personalidades, y se coleccionaron impor-
tantes libros, habiendo sido el más notable de los trabajos el del profesor
(1) La Creación Tomo II, uág. 171.
(2) Bowditch. Mayan Nomenclature. Cambiidíre. 1906.
f> • — 301 —
G. Sergi, sobre Antropología Americana, con el cual tuvo la bondad de obse-
quiarnos. Hoy se estudian en Europa y en los Estados Unidos todas las cues-
tiones relativas a los idiomas antiguos de nuestros indios, y se prodigan gran-
des elogios al quiche, que se conserva puro entre numerosas agrupaciones de
aborígenes, aún no mezcladas con los españoles y los mestizos, sino que usan
el idioma de sus mejores siglos de explendor, lo cual no sucede con la generali-
dad de los indios mexicanos incásicos, que emplean idiomas en decadencia, de
agrupaciones antráxticas e híbridas, apenas bastantes a revelar sus lenguas
primitivas, tan degeneradas como su sangre y tan corrompidas como su rudo
modo de vivir (i).
La lingüística es hoy la base principal de la etnografía, el hilo misterioso
que conduce, al través de las edades, para penetrar en el laberinto del pasado,
encontrándose siempre el mismo fondo de construcción gramatical, con las
variaciones consiguientes a pueblos primitivos o a naciones adelantadas. Todo
reconoce unidad admirable, por más que retrocedamos hasta donde la historia
alcanza, y comparemos edades, pueblos y lenguas. La humanidad, sea cual-
quiera su origen, se hizo en el mismo molde y ha venido desenvolviéndose al
soplo del mismo espíritu. El lenguaje se formó del genio de cada raza.
Entre los curas párracos de los pueblos de indios no han faltado algimos
que supieron muy bien las lenguas respectivas. El P. Hernández, que durante
muchos años sirvió la vicaría de Santa Catarina Ixtahuacán, fué casi adorado
por aquel pueblo rico y de pura raza. En una ocasión que la Curia Eclesiásti-
ca suspendió al sacerdote, venían de ese pueblo centenares de feligreses suyos
a reclamarlo. Acudieron al capitán general don Rafael Carrera, a la sazón
presidente de la república, como pudieron acudir a Felipe H, en uso del pa-
tronato real, los que en tiempos coloniales se querellaban de los diocesanos.
Se negó el arzobispo, señor García Peláez, a levantar la censura al P. Hernán-
dez, a pesar de las observaciones del general Carrera, que veía la necesidad de
mandar al cura a Santa Catarina, para tranquilizar a más de veinte mil indios.
Llegó a tal punto la dificultad, que el famoso presidente dijo: "que
los nudos gordianos los cortaba él con la espada: que el P. Hernández
volvería al curato aunque fuera suspenso." Entonces el arzobispo tuvo que
ceder ; pero mandando otro sacerdote para que administrara la parroquia. Los
indios contentísimos, ni oían la misa, ni se confesaban, ni ponían los pies en la
iglesia, a pesar de las exortaciones del P. Hernández, para que reconocieran al
nuevo cura. En vista de eso el arzobispo García Peláez vióse obligado a reti-
rar a éste, levantando la suspensión al primero, quien por mucho tiempo, hasta
su muerte, no hubo de abandonar a sus queridos catarinos.
En esa época de la suspensión del P. Hernández, se propuso enseñar cak-
chiquel al abogado e ingeniero don Cayetano Batres del Castillo, padre del
(1) Brlnton.-Charactoii.sticsof Amorifíinlantruaíros.
— 302 —
autor de la presente obra, y para facilitarle el aprendizaje, escribió un precioso
vocabulario, que inédito he conservado, como homenaje a la memoria de un
sacerdote que supo captarse el amor del pueblo más importante de indios de la
república de Guatemala, y en recuerdo del ser a quien más amé en el mundo.
Cabe conmemorar aquí a don Felipe Silva, quien escribió un diccionario
kiché y cakchiquel, lenguas que sabia bien y que de viva voz habia aprendido.
El doctor Eustorgio Calderón, de Mazatenango, publicó en 1890 un vocabulario
yupe, idioma que casi está desapareciendo, de Yupiltepeque y Chiquimulilla. El
coronel don Manuel G. Elgueta, de Totonicapán, no sólo exploró las ruinas de
Chalchitán, sino que conociendo a fondo el quiche, ha escrito varias obras como
las que se intitulan "Un pueblo de los Altos," "Etimologías Nacionales" y muy
interesantes artículos. El doctor don Santiago Ignacio Barberena dio a luz
la obra "Nahuatlismos y Kicheismos," y ha enriquecido además la literatura
aborigen con otras producciones valiosas.
Para concluir el presente capítulo, diremos que las lenguas de las naciones
civilizadas antiguas de Centro-América, se pueden clasificar, por lo general,
como de la familia maya-quiché, demostrando todas aún, la simplicidad y regu-
laridad del idioma primitivo, que muchos han comparado al caldeo, al hebreo y
aún al griego. El quiche puro, que todavía se habla en varios pueblos y lugares
de Guatemala, es una lengua tan perfecta, filosófica y admirable, que bien
revela el grado de cultura que habían alcanzado, miles de años antes de la
venida de los españoles, los aborígenes de este privilegiado suelo (i).
Los idiomas indígenas de Centro-América, hoy tan apreciados en Europa
y Estados Unidos, tienen intérpretes como Eduardo Seler, en sus estudios
lingüísticos y arqueológicos, en gran parte referentes a Guatemala ; como Otto
Stoll, que escribió buenos libros sobre arqueología, etnografía y grupo Pokom-
chí ; como el doctor Berendt, que estableció la geografía de los idiomas indios
de nuestro suelo; como el norte-americano Brinton y los guatemaltecos cuyn^
nombres hemos citado anteriormente (2).
Hace años había en la Universidad de Guatemala una clase de lenguas
indígenas. Hoy, que tanto interés se presta en el mundo sabio a esos idiomas,
ninguna atención se les da entre nosotros. Vendrá un día en que tales lenguas
mostrarán históricamente la existencia de pueblos destinados a desaparecer.
Lo que nunca desaparecerá es la influencia de los idiomas indígenas de estas
tierras en el castellano que hablamos, salpicado de voces aborígenes, y más que
(1) Brasseur de Bourburp. M. S. Troano. tomo II. x>ág. 3. 4 y 5.— Duns Guathemala páíf. 265.— Temaus-
CJoDans, In Nouvelles annalesdes voyajres, tomo XCVII, o&g. 32. -Squier. vol. CLIII. páir- 178.— Bancroft.
MlthsandLaníniaees. vol. III, pajf. 75S.
(2) En la pran librería de Karl W. Hicsepmanii, en Leipzisr. hemos visto la mejor colección de libros
en venta sobre llntrüística americana. Su catálogo abraza 378 obras. Todas ellas y algunas más se pueden
leer en la monumental "I.ihrary ofthe Congress," que es hoy una de las más grande» instituciones que hay
en Washington, y que ya contiene mucho sobre Centro América.
— 303 ~
todo, con el acento especial que en cada región existe, y que lleva las notas
de la lengua de cada zona (i). Así como.no existen pueblos de raza absoluta-
mente pura y única, tampoco existen lenguas que no hayan recibido la influen-
cia de sus vecinos. Si en el castellano sobrevive el recuerdo de que hace mil
doscientos años los árabes llevaron a España elementos de cultura nueva, en la
América hispana, se encuentra el español lleno de voces indígenas y de regio-
nalismos pintorescos y curiosos. Las lenguas son como las plantas, que
reflejan el terreno en que se hallan, y el pensamiento se tiñe del color de los
idiomas, como decía Voltaire.
(1) Rodolfo Lens.— Los elementas indios del castellano en Chile,— Santiago, 1810. En la obra que
publicamos con el título de "Vicios del Lenguaje y Provincialismos de Guatemala," se hace notar la parte
india o el elemento aborigen en el castellano que hablamos.
I
CAPITULO XI
LA MEDICINA, PESTES, BRUJOS Y HECHICEROS
SUMARIO
I
La medicina estaba reservada a los sacerdotes, — Daban muerte a los que creían
que ya no sanaban. — Médicos entre los quichés, cakchiqueles y tzutugiles, — Baños
medicinales. — Conocimientos médicos guardados en el "cyperus papyrus. — Dioses
de la Medicina, tutelares de los aborígenes. — Importantes remedios que conocían
los indios. — Plantas americanas. — El bálsamo, la jalapa, zarza-parrilla, coca gua-
yacán, achiote, quina, guarumo, camacarlata, capitaneja, jilipliegue, monecillo, cuaja
tinta, huis chichicaste, floripundia, hule, piciete, ischté, isiquequi, xique, alonquén,
telonquén, amché, yerba del cáncer, cacao, canutillo, celidonia, cedrón, tamarindo,
teopatli, yupactli, aguacate, chilmecat, chicalote, zarzuela, hipericón, marrubio, hier-
ba del pastor, lengua de serpiente, limoncillo, lechuguilla, paixte, chamico, cebadilla,
chulbalán, doradilla, hierba mora, culantrillo, fumaria, espino real, cuxtipactli, toron-
jillo, hinojillo, zumaque, yerba lechosa, yerba de la golondrina, izquizuchil, cacalot-
suchil, tapat, cempoalzuchil, matalisti, tocoyolo, mandragora, zacatón, verdolaga,
caparrosa, mangle, rojo, etc. — Obras notables que tratan de la botánica de estos
países. — Pestes asoladoras que hubo por estas regiones. — La sífilis, su origen y
cuestiones que se han suscitado acerca de si hubo esta enfermedad en América. —
Los agoreros y brujos. — La profecía de la conquista. — Gran papel que el demonio
hacía en aquellas tiempos. — Boticas y jardines botánicos de los quichés. — Sepul-
turas que daban los indios a sus reyes y nobles. — La cremación. — Los quichés se
abstuvieron de ayuntarse para no dar esclavos a los españoles. — Hambres y terri-
bles epidemias. — El naguédismo. — Los maleficios. — El Padre Gage vio, según
dice, indios que se convertían en leones, tigres, águilas, perros, etc. — La magia es
tan antigua como el mundo. — Introducción a la mitología por la historia natural. —
Los indios prestaban crédito a los sueños. — Las ciencias ocultas.
En ciertos pueblos de América, la medicina estaba reservada a los sacerdo-
tes, que conocían muchas enfermedades y no pocas yerbas y remedios para
curarlas, según explica Oviedo en la "Historia General y Natural de las In-
dias" (i). Varias razas, como la de los meca, no fueron partidarias de aplicar
remedios, sino de una higiene primitiva. Cuando la dolencia era grave y no
sanaba sola, reunían a los parientes del enfermo, y previo consejo de ellos, lo
mataban para que no penase, atravesándolo con una flecha. A los viejos invá-
lidos, dice Sahagún, que también les daban muerte, a fin de ahorrarles las
penas de la senectud ; en todo lo cual no hacían estos pobladores del Nuevo
Mundo mas que lo mismo que hicieron los pueblos antiguos de Asia y Europa.
Entre los quichés, cakchiqueles y tzutugiles sí hubo médicos, que de pa-
dres a hijos transmitíanse sus conocimientos. Algo practicaban de cirugía, y
(1) Tomo TTT, víg. 12(5.
— 3o6 —
a lo que parece, tuvieron un sistema de anestesia, procurada con la coca y con
sustancias análogas a las que empleaban los egipcios. Los baños medicinales
eran muy usados, sobre todo el del temaxcalli, que hoy llaman temaxcal, y que
es un fuerte baño de vapor. Lo raro era que no creían saludable que se ba-
ñase el hombre solo, sino con la mujer, pues de otro modo, tenían la supersti-
tición de que el baño se tornaba en fuente de enfermedad y desgracia. Los
primeros maestros de medicina, en la naci<Sn quiche, fueron Xmucane y Xpi-
yacoc, tenidos por semidioses.
Así como los sacerdotes egipcios tuvieron, desde la más remota antigüe-
dad, conocimientos médicos, que recopilaron en un tratado — cuyo facsímile
hemos podido admirar — escrito en cyperus papyrus, en la Biblioteca de Astor,
en Nueva York, los nahoas, mayas, quichés, y demás naciones civilizadas de
América, usaron en remotos tiempos ciertos secretos, prácticas y supersticio-
nes, que apenas han quedado en la tradición y en las antiguas historias.
"Procuremos penetrar en la época precolombina, interrogando en lo posi-
ble los monumentos primitivos, y comparando con los datos que ellos nos pro-
porcionen, los procedimientos que actualmente están en boga, aquí o allí, en el
seno de la población nativa. Esto nos llevará a comprobar una vez más la
obstinación con que muchos indígenas se acantonan en las prácticas heredita-
rias. Veremos, además, cuan rica es la materia médica indiana todavía poco
conocida en Europa, y cómo supieron hacerla provechosa.
Este estudio, tan largo tiempo omitido, y ahora apenas comenzado por los
americanistas, no adelanta sin dificultades. Para llegar a formarse una idea,
aun superficial, de los antiguos métodos curativos, sería menester abrirse paso
a través de una tupida maleza de mitos, ceremonias religiosas y supersticiones.
Hay aquí un mundo de extravagantes incoherencias, y que sin embargo domina
la atención : él revive a nuestros ojos una de las fa.ses notables de lo que se
llama la civilización precortesiana ; además, aun en medio de raras costumbres
legadas por los antepasados y constantemente mantenidas, se perciben ya los
esfuerzos de una raza que aspira a un conocimiento más práctico y más racio-
nal del arte de curar (i).
Por lo demás, se sabe que varios pueblos americanos tenían medios muy
simples para combatir la enfermedad. ¿La afección parecía grave? Al ins-
tantes la familia trasladaba al paciente al punto más elevado de alguna monta-
ña vecina, depositaba junto al enfermo alimentos y un vaso lleno de agua,
abandonándolo después hasta que moría o se curaba, sin permitir que nadie se
le aproximara. Según sus creencias, el agua era el remedio por excelencia,
porque curaba el cuerpo lavando las manchas del alma (2). Después de tres
(1) En las obras de Gosolludo, Landa y Llzana se samlnistran curiosos datos sobi-e la medicina y la
botánica indígenas.
(2) TORQUEMADA, Monarquía Indiana, libro XIII, capítulo 3.S. pp. 490 sqq. Cfr. ibfd.. c. 21, pácr. 451.
Fray Diego DürAn. Historia de las Indias de Nueva España e tslas de Tierra firme, capítulo 97. edlt. Méxlcí;,
1880, tomo TT.páer. 211.
I
— 307 —
o cuatro días de seria indisposición, los teochichimecas hundían una flecha en
la garganta del enfermo. Ellos mataban de igual modo a sus ancianos, para
no ver prolongarse sus padecimientos, y los enterraban con demostraciones de
júbilo, con cantos y bailes que duraban hasta tres días (i).
La mayor parte de las tribus meca permanecieron extrañas al movimiento
médico iniciado en Tollan, y fue muy tarde cuando los mismos aztecas reco-
gieron este arte con otros restos de la civilización tolteca. Bien visto, ellos lo
recibieron mezclado con prácticas religiosas que no tardaron en multiplicar.
He aquí una bastante notable. Desde que el caso se volvía amenazante, el
médico decía al enfermo: "Tú has cometido algún pecado," y se lo repetía
hasta que lograba la confesión de una falta que podía ser ya muy antigua.
Ksto constituía a los ojos de todos, el principal tratamiento: para salvar el
cuerpo era preciso, desde luego, purificar el alma (2). ¿No se diría un recuer-
do del Eclesiástico (3) en los consejos que da a los enfermos? La idea tan
profunda y tan justa que inspiraba estos consejos, se vuelve a encontrar, desfi-
gurada, entre otras razas americanas, al igual que en las creencias del antiguo
mundo. Entre tantos textos bien conocidos, no queremos recordar sino la
fórmula del conjuro, descubierta en la biblioteca de Assurbanipal (4) ; ella es-
tablece una relación entre el pecado y la enfermedad :
Atrás espíritu malo ; retírate de este hombre.
Aun cuando seas el pecado de su padre,
O el pecado de su madre,
O el pecado de su hermano mayor,
'":' O el pecado de un desconocido,
5 ¡Atrás!
^ Es sabido que antes de la conquista había en América una especie de con-
fesión curiosa. Aunque muy diferente de la de los cristianos, ella explica, en
parte, sin embargo, la increíble prontitud con que los indios recibieron de los
primeros misioneros el sacramento de la penitencia (5).
(1) Sahagum, Historia de las cosas de Nueva España, 11b. X. capítulo 29, tomo III. pá?. 119.— Entre los
payos (Coahuila) no se dejaba, al infeliz, tiempo para expirar. Cuando el fin era Inminente se le llevaba
vivo a la sepultura para que entregara su alma sin testigos; para estos pobres supersticiosos, el que veía
morir a alguno debía sucumbir poco después (Andrés P¿rez be Ribas. Historia de los Triumphosde nuestra
santa fee).\\\). XI, capítulo 9, pág. 684. Alegke, Historia de la Compaflia de Jesús en Nueva España, tomo I
pág. 371. Entre otras tribus, para salvar al padre o a la madre gravemente enfermos, se daba muerte al
más ioven de los niños como víctima expiatoria (Okozoot Berra, Geografía de las lenguas y carta ethnogri-
fica de México, pág. 305).
(2) Mendieta. Historia el. indiana, libro III, capítulo 41, pág. 281. La misma aserción, en términos
casi idénticos, se vuelve a encontraren Las historias de los indios de esta provincia de Guatemala, traducidas
déla lengua quiche al castellano por el R. P. Franoisco Ximénez, edit. Scherzer, Vlenne, 1857, páff. 192.
Cfr. Sahagün. libro V, capítulo 7, tomo II, pág. 64. Ioazbaloeta, op. clt., pág. 160.
(3) XXXVIII 10 s QQ. Ab omni delicio inunda cor tuum et da locum medico.
(4) Yvl.Kkvi,^ta. Assyrien und Babylonien nach den tieuesten Entdec J(^ungen,Z^eáit.,\9«b,y&V' 16}: 5e
edit., 1899, pág. 174. Otros leen "maldición," en vez de "pecado" (Maspero, Histoire ancienne des peuples de
l'orient classique Egypte et Chaldée, Paris. 1895, pág. 781 s a). En todo caso hay numerosos textos cuyo
sentido no admite duda alguna.
(5) Véanse a este propósito curiosos detalles en Mendieta, op. clt. pág. 282. Sahaoün. libro I, c. 12;
t. T. Dp. 11-16. DüR.ÍN. op. cit. t. II. p. 198.
— 3o8 —
Una de las divinidades tutelares de la medicina era Tocitzin o Toci (nues-
tra abuela), llamada igualmente Teteo innan, Tlalli iyollo, (i) Youalticitl, Te-
mazacalteci. La representaban algunas veces bajo la forma de una mujer
anciana, de rostro blanco en lo alto, y negro desde la nariz (2). Su festividad,
que caía en el mes de ochpaniztli (3), se señalaba inmolando una mujer llama-
da Toci, como la diosa, y ornada de Iqs mismos atributos. Después de varios
días de festejos, en los cuales las titici (4), es decir, las mujeres médicas y las
parteras, divididas en dos grupos, simulaban un combate, se cortaba la cabeza
a la Toci, la desollaban, y un joven cubierto con la piel ensangrentada iba al
templo a arrancar el corazón de cuatro víctimas humanas (5). En el mes
ueitecuilhuitl, (6) las tatici sacrificaban todavía una joven a la Diosa Xilonen.
Después de adornarla con flores y obligarla a largos bailes, la entregaban a
los victimarios. El corazón era ofrecido al sol, la sangre servía i)ara ungir el
umbral del templo y los ídolos (7).
Los médicos eran particularmente devotos de Tzapotla teñan, "la madre
de Tzapotlan": ellos le atribuían el descubrimiento de la resina medicamentosa
oxitl (trementina).
Otro de sus protectores Ixtlilton (8), acogía en su templo a los niños en-
fermos. Estos, cuando les era posible, debían bailar delante del ídolo, o al
menos beber una agua santa conservada en el santuario (9).
¿ No hay en ello semejanza con las sociedades primitivas del antiguo mun-
do? Entre los más civilizados, la medicina se ejercía en los templos y era el
patrimonio exclusivo de la casta sacerdotal. Los hombres que se consagraban
al alivio de las enfermedades pasaban a la categoría de los dioses y obtenían
altares.
(1) Cfr. el frairmento manoflciito de U biblioteca nacional de México, publicado por M. Toazbaixjeta.
Bibliografia mexicana, páu. 309 y 312. Teteo innan quiere decir la madre de los dlose» (teotl, dios: plural,
teico); Tlalli iyollo, ol corazón de la tierra; Youaltiatl, médico de la noche: Tematcaltect . la abuela de loa
baños de vapor.
(2) Icazbalcota. Blblioírraffa mexicana, P. 309.
(3) Tkzozojíoo. Crónica mexicana, edlt. Vljrll, México. 1878. pá«r. 505 y .'iOH. Cfr. Códice Hamires. Ilild..
pá» 28 8 <i<l. Bajo el nombre de Tlacolleotl, esta divinidad hacía un irrari papel en el panteón Indígena.
Las formas diversas (jue ella reviste en las pinturas, especialmente en las del trrupo Bf)riria. han sido Inter-
pretadas por M. E. Seler, Codex Vaticanus nr. 3773. (Codex Vaticanut B) heraus^egeben auf Koííen Setner
Excellent des Hertogs von Ijtubat — erlaiiterí von Dr. Eduard Seler, Berlín. 190¿, pátrs. 101. 102. 173. etc..
Codex Horgia t. I. Berlín. 1904, páirs. 152. 165, 230, 276. Cfr. Das Tonalamatl der Aubtn, schen Sammlune,
Berlín. 1900. págs. 92, 98, 95, 100.
(4) Acerca del mes ochpaniztli y los otros, Cfr. E. de Jonobe. l^ calendrier mexicain. Essai de
synthese et de coordination, París, 1906. pásr. 27 s qq., páir. 12. y la plancha lie de la reproducción cromotíplca.
(5) Forma plural de tlcltl, médico.
(6) SahagÚn, llb. I, c. 8, llb. II, c. 11 y 30. t. I. páps. 6. 65. 148 s. q.
DürAn. Historia de las indias de Nuera España — Calendario antlmio. c. 3, t. II. pájr. 287.
(7)
(8)
I t)aiie y
los jueiros. es muy fácil de reconocíT en varias de nuestras anticnias pIrUvrafías. entre otras, en ei Codex
Fején'dry Mayer, edit. Loubat. f. 24 Véase el comentario de M. Seler. pátr. 127. Cfr. todavía el Codex
Magliabecchiano, edit. Loubat. Roma 1004. f. Tti V. /.v/////í;« significa "ei o"*- tiene ia cara neerra. netrrito."
Recordemos, de paso, que los mexicanos eml)adurnaban sus ídolos con olli, ulli, resina ))rnna o de Cí)lor
plomo nejrrusco (caucho) y (iue sus sacerdotes se pintaban de nejrro. "tanto que parecían negrrw muy
relucientes. (Agosta. Historie naturelle et morale des Indes, llb. V, c. 5. fol. 243). ;,.<erá este un nuevo
pormenor que apre<rar a los recuerdos de una inmlirración negra cuyas huellas parecen encontrarse en
varios puntos de México?
(9) SahagÚn. lib. I. c. 16. t. I. pájr. 24. Clavioero. Stona antica del Messico. Cesena. 1780. III). VI.
8 7. páír. 21.
— 309 —
Los primeros analistas mexicanos nos han dejado a este respecto indica-
ciones vagas y asaz defectuosas ; pero todo induce a creer que entre los nahuas,
como en Egipto y Babilonia, el arte de devolver la salud se contenia parcial-
mente en cierto número de preceptos que cada generación de sacerdotes legaba
a la generación siguiente. Los tratados que se conservaron en el templo de
Imhotep, en Menfis, suministraban numerosas recetas aun a los médicos ex-
tranjeros (i). Que los teocalli han guardado, de manera análoga compilacio-
nes medicamentarias, es una conjetura cuyo valor sólo se hará apreciar por el
estudio más completo de los monumentos jeroglíficos.
Esta ha sido sugerida, entre otros, por este pasaje de Sahagun : "Los
sacerdotes (de Tlacolteotl) eran detentadores de libros, en los cuales se veían
el destino de los recién nacidos, las brujerías, los augurios y las tradiciones
que el pasado había trasmitido (2)." ¿ Entre esas tradiciones seculares, no ten-
drían su lugar las de la terapéutica, tan íntimamente unidas a las artes ocultas?
Desde ahora, nos parece que se desprende un hecho del estudio compara-
tivo de las razas americanas. A medida que nos aproximamos a sus orígenes,
se muestran más claramente ciertas analogías con las concepciones médicas del
mundo antiguo. Entre los toltecas, por ejemplo, según el testimonio de los
antepasados, la medicina era un arte sagrado que formaba parte del ministerio
sacerdotal, y eso desde antes de la fundación de Tollan. En California, donde
encontramos especies de kjoekkenmoddings de nahuas primitivos, y en donde
verosímilmente corrió el período lacustre o semilacustre de la raza (3), los
hechiceros acumulaban las funciones de sacerdotes y médicos. Salvatierra,
al menos, creía ésto respecto de algunos grupos aborígenes de su tiempo ; y si
ello era así, la terca persistencia de los indios en sus usos tradicionales, no me-
nos que las condiciones especiales de las tribus californianas, nos harían referir
esta costumbre a una antigüedad mayor. Sin embargo, no nos atreveríamos
a ver familias sacerdotales en diversas clases de magos-curanderos de la Baja
California : los niparaja o tuparan de Pericués, los dicuinocho de Guaicures, los
guama de Cochimis (4).
Los que se decían médicos-hechiceros, que encontraremos a cada instante,
"eran como ministros de los ídolos, los principales mediadores entre ellos y el
(1) Gabien.— Cf r. Maspebo, Histoire ancienne des peuples de l'Orient, 3» edlt., pásr. 81.
(2) Llb. I, c. 12, 1. 1, páer. 11. Cfr. abajo, c. IV.
(3) Chavebo, México a través de los siglos, t. I, pág, 116, 117 Cfr.
(4) Cfr Clavigero. Historia de la antigua o baja California. \\\\ T, « 25. piísr. 30 sq., Mé.xico. 1852-
En su relación acerca de la California, el P. Baeprert. uno de los misioneros antijruos. pone en escena a los
hechiceros-médicos y sus juglerías, semejantes a las nue practicaban sus cofrades del Anahuac: poro no
admite que estos magos fueran también considerados como sacerdotes {Nachnchten vonder Amertkantsehen
Habinsel Californien, Mannheim. 1773, traducida libremente por Charles Rau en Articleson antAro/><>logtcal
subjects contributed to the annual reports of the Smithsontan Insttiutton. W ashington. 1882. piígs. 28, 32). Tocan-
te a los hechiceros huichols. médicos a la vez .v, en ciertas circunstancias, directores del culto religioso,
véase a León Diguet, La Sierra de Nayarit ct ses indlgenes e.xtracto de NouveU anhtves des Missions
scienii fiques, t. TX. París. 1899, pág.58 sq.
— 3IO —
pueblo (i)." El papel de los encantadores "parecía en cierto modo el de sa-
cerdotes de los falsos dioses." (2)
Después de la invasión de la península maya por emigrantes originarios del
norte, la raza del sur, tenía, según parece, dividido su sacerdocio en cuatro
clases : profetas, guardianes de los ritos, sacrificadores y médicos ; estos últimos
aliviaban a los enfermos por medio de medicamentos vegetales y con el empleo
de suertes." (3)
Los aborígenes de Guatemala conocían muchos remedios. De algunos
haremos perfunctoria mención, sin pretender escribir un tratado científico
sobre el particular, sino algunas noticias adecuadas a la índole de esta obrí
El bálsamo (miroxillón sonsonatense) impropiamente llamado del Perú, que
se recoge en la costa del Sur, principalmente entre Acajutla y el río Comalapa,
se usaba mucho por los aborígenes, que lo vendían a los españoles, recién
pasada la conquista, a doscientos cuarenta pesos una botija perulera. La raíz
del mechoacán que denominan jalapa, la empleaban ya los indios como purgan-
te. El ruibarbo se conoció desde remotos tiempos, como un específico contra
la bilis. En 1535, se introdujo en la materia médica la zarzaparrilla (meca-
pactli) que los indios habían empleado hacía miles de años contra las bubas.
La coca, dice Garcilaso de la Vega, que también la usaban los incas para curar
úlceras venéreas. El guayacáti, el achiote, la quina y otros muchos medica-
mentos, fueron de América a Europa. Ni eran pocas las plantas que los aborí-
genes de Centro-América empleaban para sanar ciertas dolencias. Puede afir-
marse que la farmacopea recibió un beneficio muy grande con los remedios
americanos. Enumeraremos algunos de los más conocidos, comprendiendo
que muchos formarían un tratado digno de ser escrito por inteligentes botáni-
cos. La infusión de la hoja de guarumo blanco para la tos, asma y desarreglos
del corazón, es, según sabios naturalistas, la digital americana, sin los incon-
venientes conocidos de la digital europea. La cama-carlata o calzoncillo, lo
empleaban para curar los catarros y hasta las piedras en la vejiga. Es una
passiflora, con propiedades diuréticas caracterizadas, que los indios tuvieron
como panacea, empleándola, sobre todo, para la tapasen de la orina, como
llaman al mal de piedra. La capitaneja la usaban para lavados sobre tumores
cancerosos. El jilipliegue, para irritaciones del estómago y curar la inflama-
ción de las encías. El monecillo, para inflamaciones intestinales. La cuaja-
tinta, para males del hígado. El huís, para fomentos que alivian los golpes.
La raíz del chichicaste (ortiga) para hacer una infusión y curar el mal de estó-
mago. La flor de muerto, para curar dolor de muelas.
(1) Pérez de Rivas, op. clt. VIII, c. 3, Dájr. 474.
(2) Hld., lib. I. ce. 5 y 11. v&ks. 18 y 33. Cfr. llb. III, ce. 21 y 23. vágs. 191, líV. í Alegue, op. cit.
píír. 45ft).
CO La medicina y la botánica de los antitruos indios, por A. Gerste H. I.
— 311 —
Borrachero llaman los españoles al árbol que después se denominó en el
Perú floripondio, de donde lo llevó a México, con el muelle y otras plantas
raras, el virrey Mendoza. Los muiscas lo tenían por árbol sagrado y emplea-
ban sus hojas y flores como antiespasmódicas (i). En Guatemala se "conocen
las hermosas campánulas blancas de aquel arbusto con el nombre de flori-
pundias.
El Ulli o hule, como le decimos a la goma elástica, lo mezclaban los qui-
chés con el chocolate, según refiere Torquemada, por considerar aquella sus-
tancia alimenticia y estimulante.
"Hay, decía Herrera (2) infinitos géneros de cortezas, raíces, hojas de
árboles y gomas, para muchas enfermedades, con que los indios curaban en su
gentilidad, con soplos e invenciones del demonio." En otra parte, el mismo
autor habla del "piciete, por común nombre tabaco, que quita, dice, dolores de
frío e hinchazones, y tomado en humo es provechoso como desinfectante y para
las reumas, asma y tos. Le traen, en polvo, en la boca los indios y los negros
para no sentir el trabajo" (3). Fumaban de dos modos el tabaco, arrollando
las hojas o desmenuzado y metido en cañutos, mezclado con yerbas olorosas.
En el Norte del istmo, sobre todo en la parte que los españoles llamaron
Verapaz, existen muchas plantas medicinales, que los indios conocían, desde
tiempos remotos, como el istché, árbol de lindo follaje y sumamente cáustico,
el isiquequi, que al acercárselo a las narices, causa una inmediata hemorragia,
el xique, planta que crece cerca de la anterior, y que produce el efecto contra-
rio, es decir, de suspender y quitar las hemorragias de las narices, al aspirarla ;
el alonquén, semejante en su estructura a las partes pudendas de la mujer, es
antídoto contra la esterilidad, según dicen, mientras que el telenquén la produ-
ce, y se parece a los órganos viriles de la reproducción. El amché, árbol del
diablo, palo de la muerte, es arbusto de blancas flores, que conocieron los ma-
yas, los kechís y poconchís, y que aún contemplan con temor los aborígenes,
quienes se persignaban y hacían la señal de la cruz, al ver uno de esos árboles.
Basta que una gota de su jugo toque la piel, para que se hinche el cuerpo y
muera el individuo. La yerba del cáncer, aseguran vulgarmente que cura esta
terrible enfermedad. Conocen también, vegetales que dicen servir para sanar
la locura y fortalecer el cerebro ; otras plantas para curar las enfermedades de
la matriz, los males de estómago, las inflamaciones de la vista, etc. Además
tienen muchos venenos vegetales activísimos, y algunos de ellos que matan a la
larga, sin dejar huella.
El intendente de León de Nicaragua, remitió a la Sociedad Económica de
Amigos de Guatemala, el año 1815, curiosos datos sobre una planta que llaman
(1) Plantas Americanas, Dor W. Sandlno Gi-oot.
(2) Histeria General de las Indias. Década TV, 11b. 10. cap. 14.
(3) DécadaTIT, lil). 7. cap. TU.
— 312 —
en Yucatán chuch y en la América Central mozotillo (verbena Lampazo) y que
desde el tiempo anterior a la Conquista se empleaba para curar las fístulas,
lavando unas tres veces al día la parte enferma con el cocimiento tibio de la
planta, y poniendo también el polvo de ella en la boca de la fístula, aunque no
es tan necesario, según aparece en el número 8° del "Periódico de la Sociedad
Económica de Guatemala" del 15 de agosto de 181 5,
1^1 alcotán es antipalúdico, cura las mordeduras de las serpientes, corta los
ataques de colerina, y se preconiza para sanar el cáncer del estómago y la dis-
pepsia. El cedrón, tónico, febrífugo, sirve también para curar la mordida de
las culebras, sucedáneo de la quina y alexítero. La Lobelia Obalifolia, emé-
tico fuerte que acelera los movimientos respiratorios, y cuyo alcaloide, la lobe-
lina, sirve contra el asma. El hipomane mancinella, árbol notabilísimo de la
Guadalupe, se ha preparado en extracto para reemplazar al Rux Toxicodcn-
drum, en el tratamiento de la lepra, que los indios sabían curar.
Los indios quekchís usan mucho el ycvolay, el sacvolay, el cuxba, el rax-
bulay y el lachual para curar las mordeduras o piquetes de animales venenosos,
y el pumpunjuche para sanar los riñones.
El chupac (securidaca polygala) es un arbusto bastante común en nues-
tras tierras, que los moradores de Tesulutlán usaban, antes de la conquista,
para limpiar el cuero cabelludo y abrillantar el pelo. Los dominicos curaban
con las hojas la tina y otras enfermedades.
El ixbut es una herbácea, muy conocida por los indígenas del Peten, que
los mayas empleaban desde remotos tiempos, para hacer bajar la leche de las
mujeres. Hoy se reconoce que es el más eficaz de los remedios lactágogos.
Hay una planta que los aborígenes llamaban tumpatbanoc, y es una euforbia
emética, c|ue según dicen, empleaban como remedio para curar el alcoholismo.
El ipacín, en infusión, sana la tos y sirve para curar hinchazones y golpes, po-
niendo emplastos de las hojas.
Los indios usaban la raíz del mangle para sanar males de la sangre, y hasta
la lepra. Empleaban también ese remedio para fiebres intermitentes y hemorra-
gias. Habían observado que donde hay manglares disminuyen las enfermeda-
des de la sangre y las fiebres. En fin, el tabaco, la coca, el cacao y numerosas
reciñas y gomas, además de incontables plantas medicinales de América, enri-
quecieron notablemente la antigua terapéutica del viejo mundo.
"El Mangle-Rojo es originario del Continente Americano, y debió llamar
especial atención de sus primeros habitantes y conquistadores ; ya por su
porte, ora por su abundancia, ya por su manera de vegetar, o bien por algunas
particularidades que presenta a los ojos del que lo observa, usa o aplica.
El famoso Capitán, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, generalmen-
te reconocido como el primer cronista de las Indias, que visitó nuestro Conti-
nente allá por el año de 1512, poco tiempo después de su conquista, lo menciona
I
— 313 —
en su "Historia Natural y General de las Indias," libro 9, capítulo 5, publicado
en Sevilla en el año de 1535, diciendo: "Mangle es un árbol de los mejores
que en estas tierras hay y es común en estas islas (alude a la de Cuba) e tierra
firme," mención que justifica la hipótesis de su nombre vulgar y de su ameri-
canismo, según la opinión de varios autores. El ilustre naturalista Carlos
Linneo, se ocupó del Mangle-Rojo, en su inmortal obra "Hortus Uplanticus,"
que vio la luz en 1731, colocándole junto con los demás de su género, entre las
plantas Fanerógamas, o sea la primera de las dos grandes secciones en que di-
vidió todas las plantas conocidas. Fué también Linneo, el que colocó el Man-
gle-Rojo, en la Hoctandria Monoginia de su obra, porque su flor tiene ocho
estambres y un solo pistilo.
Cuando se trató de establecer el método natural, el célebre botánico fran-
cés, Antonio Lorenzo Jussieu, se ocupó también del Mangle-Rojo, en su inmor-
tal obra "Genera Plantarum Secundum Ordines Naturales Disposita," publi-
cada a mediados del siglo décimo séptimo, colocándolo con las demás plantas
del género Rhizophora, en la familia de las Caprifoliáceas."
Los indios curaban a los asmáticos, haciéndoles tomar goma de conacaxte
e infusión de las orejitas que tiene el árbol. Personas respetables aseguran
haber sanado de la tuberculosis con ese remedio. Esto se entiende, después de
la Conquista, pues antes no se conoció la tisis. ¿ Por qué no aplican los facul-
tativos esa goma y ensayan sus resultados?
Interesantes obras se han escrito sobre la flora de América, y algunas acer-
ca de las propiedades terapéuticas de sus productos vegetales. Felipe II se
empeñó mucho en que se diesen a conocer al Consejo de Indias estos países.
En cédula de 23 de septiembre de 1580, mandó que se hiciese un estudio de
todo lo más interesante de Goathemala. Vino por estas regiones el doctor
Hernández, Médico Real, y después de un detenido estudio, escribió la notable
obra que lleva por título "Nova Plantarum," cuyo manuscrito, en 21 libros de
texto y once de láminas, hemos podido admirar en la Biblioteca del Escorial,
habiéndose publicado impresas en México y en Roma, dos ediciones compen-
diadas. Sahagún describe también largamente la flora médica de estos luga-
res, en el Libro X de su "Historia General," Tomo III. Existe una obra cu-
riosa, y en extremo rara, impresa en Sevilla, el año 1569, escrita por el doctor
Monardes, que trata de las plantas medicinales que encontró en México y en
Centro-América. Respecto de las regiones del Río de la Plata debe citarse el
libro intitulado "Plantae Diaforicae Florae Argentinae," por J. Hieronimus.
Por los años de 1720, vivía en una de las casas de la Parroquia de los Re-
medios, en la Antigua Guatemala, el célebre Blas Pineda de Polanco, que cul-
tivaba un ameno huerto, y que dedicó toda su vida al estudio de nuestra
flora y fauna, dejando escritos cincuenta y cuatro volúmenes, sobre la historia
natural guatemalteca y peculiaridades de la raza aborigen. Murió ese notable
— 314 —
botánico a los noventa y siete años de una constante labor, y fué tal la incuria
de los tiempos, que se perdió su obra, según explica Fuentes y Guzmán, quien
la había conocido, y dice que su autor era descendiente de don Gaspar de Po-
lanco. uno de los conquistadores que, con don Pedro de Alvarado, vinieron a
Guatemala. Entre los nombres de los escritores guatemaltecos figuraba, en
una de las famosas pinturas decorativas, del templete de la Jura de Fernan-
do VII, el nombre de nuestro antiguo naturalista. El turbión de los tiempos
fué a sepultar muchas de las producciones científicas y literarias de nuestros
mayores a las estigias aguas del olvido. Es tanta la aberración de algunos, que
llegan a creer que antaño todo era ignorancia, obscuridad y sombras.
Hay una obra que contiene los nombres de muchas yerbas medicinales de
estas tierras, intitulada el "Médico Criollo," por el doctor F. Bayón, y el que
quiera profundizar en la botánica indígena, puede hacerlo estudiando el célebre
libro del doctor Troncoso. En las Crónicas antiguas de los países de América
y en la "Historia General de las Indias," existen muchas noticias interesantí-
simas sobre las virtudes medicinales de las plantas americanas.
Don Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán encomia el canutillo, que en
realidad es de admirable efecto, pues aplicado en polvo cierra la úlcera más
rebelde (i) y usado en emplasto, de la hoja y del bejuco molido, sana los gra-
nos cancroides y las llagas. Dicho autor de "La Recordación Florida" men-
ciona además el yapactli, medicina del corazón : el aguacate, el chilmecat, el
chicalote, la zarzuela, el hipericón, el marrubio, la hierba del pastor, la lengua
de serpiente, el limoncillo, la lechuguilla, el paixte, el chamico, la cebadilla, el
chulbalán, la doradilla, la hierba mora, el culantrillo, la fumaria, el espino real,
el cuzticpactli, el toronjil, el hinojillo, la contra-yerba, la yerba lechosa, la yerba
de la golondrina, el izquisuchil, el cacalotzuchil, el tapat, el cempo alzpchil, el
matalisti, el tocoyolo, la mandragora, el limoncillo, el zumaque, el sacatón, la
verdolaga, la caparrosa, etc. (2)
Los indios quichés operaban las cataratas, refrescaban la vista con estiér-
col de lagarto, o con la decocción de una planta que los españoles apreciaron
mucho, dándole el nombre de celidonia; para curar las enfermedades cutáneas
usaban limaduras de cobre, la infusión de guayacán, agua de achiote, carne de
ciertas lagartijas, agua de tamarindo y otras drogas ; purgantes y diuréticos
famosos muy en boga ; bálsamos, anestésicos, aceites y cataplasmas ; almen-
dras, como el cedrón, para las mordeduras de las serpientes, etc. Acosta en-
seña que las cenizas de insectos venenosos, mezcladas con la composición del
teopatli, amortiguaban las carnes, pareciendo efecto de sanidad y de virtud
divina (3).
(1) Recordación Florida, t. I. páe. 328.
(2) Recordación Florida, pásrs. 328. 348. tomo I.
(3) Historia ('e las Indias, vág. .370.
I
— 3T5~
Las plantas americanas tenían denominaciones indígenas, muchas de ellas
conservadas hasta ahora, y no pocas transformadas por los españoles. Los
nombres aborígenes son expresivos de alguna cualidad de la planta o de sus
rasgos físicos o propiedades terapéuticas. La goma elástica se llamaba por
acá ulli (i ). Los indios de Quito le decían cauchiú, y de ahí viene que en Cen-
tro-América se denomine hule, y en la América del Sur caucho a aquella goma,
que los naturales de estas tierras empleaban en su medicina herbolaria.
Tenían nuestros indios nomenclatura botánica en términos compuestos
que indicaban el género y la especie y hasta la cualidad del árbol o de la plan-
ta. Las radicales daban a entender la idea dominante, y la terminación esta-
blecía la diferencia. Por ejemplo tollín (tule) ixtollín, tule para las oftalmías,
de ixtli ojo. Ayotli, quilitl, zapotl, suministran una larga serie de derivados.
La nomenclatura ofrece un aire de semejanza con la moderna. Era natural-
mente bastante imperfecta; pero, según enseña el sabio jesuíta Gerste, supera-
ba a la de Europa, en aquella época, dado que hasta el siglo XVII no se deter-
minó con precisión el límite de los géneros, en el Antiguo Continente.
Abundan hoy en las diversas repúblicas hispano-americanas nombres dis-
tintos para la misma planta, lo cual acarrea dificultades y embarazos, no
faltando ocasiones en que dase la misma nomenclatura a frutos o productos
diversos. Hay además nombres de algunas especies europeas aplicadas a otras
americanas.
Como regla general puede establecerse que en las regiones intertropicales
no existen las plantas de Europa, a no ser como introducidas.
Los indios de Guatemala usaban las aguas medicinales, que conocían per-
fectamente, y así cuentan los historiadores que cerca del pueblo de Atitlán, que
todavía existe, se encuentra una fuente de aguas agrias, con la cual tomándola,
curaban el mal de piedra y las hinchazones de garganta o bocios, que vulgar-
mente llaman güegüechos. La misma virtud atribuían a las magníficas aguas
del Cubo, Ciudad Vieja y otros alrededores de la Antigua Guatemala.
La elefantiasis era común, sobre todo entre los indios moscos y otras
tribus de Nicaragua y Costa-Rica. Decían que la curaban con encantamientos
y mordeduras de ciertas culebras muy venenosas, tomando aguas de plantas
especiales y carne de ciertas lagartijas.
Había en estas regiones pestes desoladoras, como la que despobló Guate-
mala en 1521, que según presumen algunos, sería el cólera morbus, acompaña-
do de una terrible afección en la sangre. Asegura Ximénez que la sífilis se
había extendido muchísimo, sobre todo entre los nobles o grandes. Ello su-
cedió que en 1522, más de veinte reyezuelos murieron de aquella enfermedad,
que comenzó primero en Iximché (Tecpán Guatemala) y se propagó por otras
partes.
(1) Toi-quemada, Monarquía Indiana, páff. 14, cap. 43.
— 3^6 —
Poco tiempo después, cundió la peste de viruela, o sea la gran lepra, como
los indios la llamaban, hueizahuatl, introducida a nuestro Continente por un
negro esclavo de Panfilo de Narváez, que vino plagado de tales viruelas. El
tifo, el sarampión, y otras enfermedades traídas por los españoles, hacían
grandísimos estragos entre los indios, por lo mismo que su naturaleza estaba
apta para recibirlas y no había acumulado los elementos para resistirlas. Cru-
zadas después las razas, y aún permaneciendo i)ura en muchos pueblos, ya: las
pestes no producen tantísimo daño, por la resistencia de los más aptos para
salvarse de ellas, transmitida por herencia a sus descendientes. El abuso de
licores espirituosos produjo también grandes males entre los indios y no poca
enfermedad y degeneración. El aguardiente de Castilla, que después se ha
fabricado en estas tierras, ha sido un veneno, una fuente de males sin cuento.
Las enfermedades que resistían los europeos, hicieron entre los indios
estragos espantosos. La tisis, al desarrollarse en América, en el seno de una
raza que no la había padecido, revistió formas asoladoras. El atraso de los
estudios de patología general, en los primeros siglos de la colonización america-
na, nos impide saber hasta que punto la tuberculosis, importada por los euro-
peos, pudo diezmar a los indios americanos, tan afines de los habitantes de la
Polinesia. El ilustre patólogo italiano Tomassio Crudeli afirma que la tisis
era enfermedad ignorada entre los indígenas de América, suponiendo que les
fué transmitida por medio de las vacas que los españoles trajeron. Las fiebres
eruptivas, el sarampión, que entre la raza blanca es de favorable pronóstico,
producía entre los indios desastrosos efectos. La viruela, decía el padre N.uix,
fué funesta en sumo grado, pues cuando este contagio se cierne sobre un pue-
blo, derrama la desolación y la ruina.
Así como los animales fieros reducidos a la domesticidad apenas procrean,
los pueblos independientes sometidos al dominio de otros pueblos opresores,
sienten decrecer su vida renuncian al poder genésico, prefieren no engendrar
hijos, se enferman de desesperanza. Miran obscura la vida, como dice Qua-
trefages, en su hermoso libro L* espéce humaine.
No se puede negar que el gobierno español hizo lo que pudo para dismi-
nuir la gran lepra, como llamaban los aborígenes a la viruela. Una real cédula
dispuso que una comisión de personas entendidas viniese a Guatemala, trayen-
do algunos niños vacunados, para propagar el fluido de brazo a brazo, en 1793.
Produjo mucha exitación de ánimos. No podían comprender cómo una úlcera
pudiera evitar otras. El Muy Noble y Leal Ayuntamiento trabajó mucho. Se
escribió en "La Gaceta," se distribuyeron instrucciones y se promulgaron ban-
dos. El P. don Juan J. González de Batres dio dinero y puso, en el frente del
estanque de San Sebastián, un busto de Jenner. En Costa-Rica se hizo la pri-
mera vacunación en Cartago, en febrero de 1805, con fluido remitido desde
Guatemala en vidrios. Don JManuel del Sol, licenciado en cirugía, fué en co-
— 317 —
misión del Capitán General, en abril de 1806, y estuvo dos años propagando la
vacuna. En 1816 hacia estragos en Nicaragua la peste de viruela, por lo que
de Costa-Rica mandaron fluido vacuno ; pero la gente y los curanderos creían
mejores las sangrías, lavativas, purgativos y vomitivos. La Ciencia de Hipó-
crates no andaba por allá muy adelantada.
Sabido es que en el siglo XVI devastó la sífilis Roma y muchas otras ciu-
dades de Europa. Algunos supusieron que era llevada de América tan fatal
enfermedad, mientras que no faltaron personas que opinaran que había sido
importada al Nuevo Mundo por los conquistadores. La verdad parece ser que
tan fatal azote, es común al género humano desde remotísimos tiempos (i). El
sabio don Andrés Bello, cuya acuciosidad era admirable, recogió, en la Biblio-
teca Real de Londres, muchos datos y numerosas citas, que se encuentran en el
tomo VI de las obras del insigne literato venezolano, en las páginas XXXVII
y siguientes, para vindicar a América de haber sido origen del mal venéreo.
Jerónimo Fracastor, médico del Papa Paulo III, escribió un poema "Syphilis,
sive de morvo gállico," divulgando haber sido llevado de América el mal fran-
cés, como otros lo llamaban. Los españoles americanos se sintieron muy agra-
viados después, con las aseveraciones de Astruc y Robertson, que divulgaron
más la suposición de Fracastor, y sobre todo, las muy despreciativas de Paw.
Esto dio lugar a que el ex-jesuita mexicano Francisco Saverio Clavígero, pu-
blicase, en 1780, una eruditísima disertación, que se intitula "Origen del mal
venéreo." Quien quiera estudiar este punto histórico, hallará en ella los más
])rolijos datos. Bancroft dice que el mal venéreo existió en Europa antes del
siglo XVI, y que también en América fué común en algunas de sus formas,
dicha enfermedad, antes de la conquista (2). En América, antes de la con-
quista, se conoció la lejjra arábiga. El primer español muerto del mal de
Lázaro en este Continente, fué Jiménez de Quesada fundador de Bogotá.
Nuestros indios tenían adelanto en artes, y hasta guardaban sus señales
astronómicas y sus secretos médicos, en cuadernos de papel, hechos de corteza
del amatl (3). Remesal encomia mucho la habilidad de los aborígenes de
Guatemala como herbolarios y curanderos, refiriendo casos admirables de cu-
raciones muy difíciles (4). El cronista Herrera, al tratar de Honduras, refiere
que en aquellas tierras se encuentran plantas prodigiosas por sus propiedades
medicinales. Los quichés tenían libros en los cuales habían consignado sus
observaciones sobre ciencias naturales (Bourbourg, Hit. Nat. Civ. Tomo III,
Pág. 637).
(1) Dr. Mariano Fadilla.-Ensa.vohistóricosohrp la oiifermedafl veníi-ea.
C) -En estas Indias pocos, mu.v ixicos cliristianos han escapado i\o este trabajoso mal de hulioes
cuando han tenido participación carnal con los naturales: píjnine a la verdad es plata de esta 'l;V-«;« V "J«J'
frecuente Oviedo Historia (ieneral. tomo T, p!Í«r..m-).-Ilnml)oldt. Esay. Pol. tomo I. piStf . u». Hourl«>ur»r.
Historia Natural Civ. tomo I, me. 182.- Bancroft. vol. H. pa»?. MH.
(3) Bernal Díaz del Castillo. Tomo 1. pásr- 207.
(4) Liltro V. capítulo 10.
-3iS-
Supersticiosa como era la raza indígfena, creía en agoreros y brujos, entes
malignos y hechicerías. Todo pueblo primitivo, dice Michelet, (i) es esen-
cialmente crédulo. El hombre caza y combate ; la mujer se ingenia, imagina,
crea sueños y dioses. Es vidente y supersticiosa ; tiene dos alas infinitas, las
alas del deseo y las de la soñadora fantasía. Para contar mejor el tiempo ob-
serva el cielo, mas no por eso está menos ligado a la tierra su corazón. Con
los ojos puestos en las amorosas flores, flor ella también, hace con las flores
conocimiento personal y como mujer les pide virtud para curar a los que ama.
El único médico del pueblo, por miles de años fué la hechicera. Si no acerta-
ba a curar se la decía bruja, y otras cosas peores ; pero generalmente, por un
respeto mezclado de temor, llamábanla buena mujer, bella dama (bella donna)
el mismo nombre que se daba a las hadas. Cuando Paracelso, en Basiléa,
quemó en 1527, toda la medicina, declaró que no sabía nada sino lo que le ha-
bían enseñado las hechiceras. Los indios conocían el hipnotismo, la transmi-
sión del pensamiento y muchos otros fenómenos, que atribuían a brujerías.
Aquí en América, antes de la venida de los españoles, tenían los aborígenes
mucha fe en sus adivinas y brujas. Los conquistadores, por su parte, acaba-
ban de dejar a las hechiceras en los parajes más desiertos y aislados, en los
edificios viejos, entre las ruinas, huyendo de las llamas de la Santa Inquisición ;
de suerte que eran tan fanáticos los unos como los otros. Todavía tienen los
indios sus brujas y adivinadoras (2).
Aún se conserva en muchos pueblos la tradición de haberse aparecido,
doscientos años antes de la conquista, una mujer blanca, muy sabia en el arte-
de la adivinación, llamada la Comiza-hual (tigre que vuela). Cuentan que rei-
nando, en el Quiche, Quicab, llegaba un noble cakchiquel a dar tilaridos, por la
noche, a la mansión del monarca. Como era gran hechicero, no podían capturar-
k), hasta que lo aprehendió un encantador quiche, con no poco trabajo. Lo sacri
ficaron cruelmente: y antes dijo: "Sabed que ha de venir un tiempo en {|ii(
sufriréis grandes calamidades, y hasta este mama caixon (viejo agrio) sucum-
birá. Los edificios serán madrigueras de lechuzas y gatos de monte, y des-
aparecerá la grandeza de esta corte." En recuerdo de la profecía de la conquis-
ta— como se llamó el augurio del hechicero cakchiquel — conservaban los in-
dios, hasta en tiempo de Ximénez, un baile solemne, llamado Quiche Vinak.
Los aborígenes y aun los españoles de la conquista, temían mucho a los
brujos y hechiceros, hasta el punto de que pasma la credulidad de todos los
cronistas que relatan artificios maravillosos, como convertir a las gentes en
leones, tigres, culebras y otras sabandijas. Cuentan prolijos detalles, dando
fe casi todos de haber presenciado algún caso ! ¡ Tanto puede la credulidad y
la ignorancia! Las Casas, Cogolludo, Gomara, Gage, Remesal y Vásquez.
(1) La Bruja. |já*r. 1* Introducción'
(2) Ciurolliulo. Historia imjr. 183 -4-
3T9
re
fieren metamorfosis y otras artes ocultas. A muchos azotaron y a no pocos
quemaron por cuenta de los hechizados. Los Padres españoles, dice con gra-
cia Bancroft, (i) creían en los dioses de los indios tan firmemente como ellos;
la única diferencia parece haber sido que los primeros los conceptuaban de-
monios y los segundos divinidades. Cuando los aborígenes de Costa-Rica
vieron a los españoles escribiendo sobre un papel con tinta negra, se alarma-
ron, en la creencia de que era asunto de maleficio, mientras que los castellanos
al mirar que los indios les echaban humo de copal, con gritos y gestos, juzga-
ron que era eso arte del diablo.
En aquellos tiempos, en que el demonio hacía gran papel en el mundo
— hasta el punto de que no hay casi una sola página en las antiguas crónicas
sin que se hable de la influencia del espíritu maligno — atribuían los españoles
las brujerías de los indios al poder de satanás. Así como en España se creía
en la Misa Negra, pensaban los conquistadores que los piachas o adivinos de
Centro-América, que sabían evocar espíritus, hipnotizar, predecir el futuro, y
ver a distancias largas, tenían pacto con el diablo. Oviedo, en su interesante
"Historia Natural y General de las Indias," (2) dice: "Le llaman Tequina,
que quiere decir lo mesmo que maestro, por manera que al que es maestro de
las responsiones e inteligencias con el diablo, llámanle tequina en aquel arte,
porque aqueste tal es el que administra sus idolatrías e ceremonias e sacrifi-
cios, y el que hablaba con el demonio." — "Tenían o había entre estas gentes
unos sacerdotes que llamaban en su lengua piachas, muy expertos en la mági-
ca, tanto que se revestía en ellos el diablo, y hablaba por su boca muchas false-
dades, con que los tenía cautivos" (3). Fueron los piachas los fakires de estas
tierras.
Varios historiadores refieren que muchos indios tenían libidinosas costum-
bres, o mejor dicho, hábitos indecentes. El mismo Oviedo habla de "ciertos
malos hechiceros, que secan e matan de día en día, hasta que se enflaquecen
tanto, que se les pueden contar los huesos. Estos chupadores, como les nom-
bran los chrisptianos, son criados o naborías del tuyra, y que él se los manda
assi hacer, y el tuyra es, como está dicho, el diablo." (4)
Mendieta refiere que nuetros indios (5) "lanzaban por el suelo unos corde-
les, como llaveros, y si quedaban revueltos, era señal de muerte, mientras que
si alguno o algunos caían extendidos, teníase por señal de vida, diciéndose que
ya el enfermo comenzaba a extender los pies y las manos."
(1) Native Races, vol. uásr. 798.
(2) Tomo III, pásr. 127.
(3) Las Casas. Historia A |M)l()tr¿'lica. capítulo 245.
(4) Historia General, tomo 1. páer. ir>!>.
(.->) Historia Eolesiásiica pátr. 40.
— 320 —
Las Casas, en "La Historia Apologética," tiene un capítulo (141) en el
cual se refiere a la medicina y supersticiones de los aborígenes, y dice : "que
en las principales ciudades había hospitales dotados de rentas y vasallos, en
donde se resabian y curan los enfermos pobres."
Clavígero hace una descripción pintoresca del temascalli (i) y cuenta
que ese baño de vapor era un gran remedio, muy usado entre los indios, y ade-
más un elemento higiénico de limpieza y de refrescarse, que empleaban hasta
los sanos. Todavía usan nuestros indios el baño temascal.
Acostumbrados a sus sangrientos sacrificios y a morir en las guerras, veían
como los japoneses, acercarse impávidos la muerte, sin pensar mucho en lo que
dejaban, ni menos en la vida futura, para cuyo viaje poníanles, en los sepul-
cros, y aún les ponen, el bastimento suficiente y algunas alhajas si eran ricos ;
a las mujeres su piedra de moler, y sus armas a los hombres. Por caridad,
los teochichimecas y otras tribus, mataban a los enfermos incurables que s*i-
frían dolores agudos.
Hernán Cortés, Herrera y Díaz del Castillo, aseguran que los mexicanos
y quichés tenían boticas y jardines botánicos: "Hay la calle de herbolarios,
donde se ven todas las raíces y yerbas medicinales que en la tierra se encuen-
tran. Hay casas donde se venden las medicinas hechas, así potables como
emplastos, ungüentos, etc." Poseían libros en los cuales minuciosamente
consignaban sus remedios (2).
Los indios de Guatemala sepultaban con gran solemnidad los cadáveres
de los reyes y de los nobles. Cuando estaba moribundo el cacique, cubrían
los principales ídolos con máscaras o con velos, y al expirar el enfermo quita-
ban tales adefesios, y se apoderaban del cuerpo muerto ciertos hombres y mu-
jeres pertenecientes a la casta de los sacerdotes. Embalsamaban el cadáver,
a estilo tolteca, y el sumo sacerdote vertía agua sobre la cabeza del difunto,
diciendo : "Esta es el agua que usaste en el mundo." A seguida, ponían una
tinaja llena del mismo líquido, en las espaldas del cadáver, y exclamaban :
"Esta es el agua para el viaje que vas a emprender." Había de pasar el
muerto, en su transmigración, en medio de dos vcjlcanes que se erguían el uno
frente al otro, después debía ir por el camino angosto, guardado por la gran
culebra ; en seguida, por el arenal del lagarto, (xochitonal) ; por último, por
la vereda de los vientos, tan fuertes que se llevaban las ceibas y las rocas. Con
la sangre de una especie de perrito .colorado, que para el caso se mataba, mo-
jaban unos algodones que ponían al cadáver en el cuello. El animalucho re-
presentaba a Charón, quien conducía al muerto por la obscura laguna Chicuna-
huapán. Clavígero dice "que el perro era para que lo guiase a donde debía ir.
Ponían idolitos, trastos de metal o de barro, y otros utensilios para el difunto.
(1) Historia Aiitiiaia. tomoIT, pácr n4.
(2) Brassseurde Kour»)ouor. Hist. desNat. Civil, tomo III. váe. 037
— 321 —
que tendido en una especie de pavés, era llevado al lugar de la sepultura, por
príncipes, cortesanos y una guardia de honor, que hacía grandes demostracio-
nes de pesadumbre. Inmolaban al indio que tenía en su guarda los ídolos
del rey. si éste era el muerto, tañendo tristes pitos y atambores," al decir de
Acosta en la "Historia de las Indias." Atrás de la comitiva, venían los envia-
dos de pueblos extranjeros, los grandes y los nobles. Después de muchas
ceremonias, sepultaban el cadáver en la hendedura de una gran roca, bajo
algún cerro artificial (mound) o en algún otro lugar apropiado para el caso,
"aderezando, los cadáveres, dice Bernal Díaz del Castillo, de las mejores plu-
mas, joyas e ídolos, y poniéndoles un escudo en la mano izquierda y un venablo
en la derecha."
La cremación la usaban en varios pueblos, y conservaban las cenizas
coyio reliquias (Brasseur de Bourbourg). Los que nacían en los últimos cinco
días desdichados del año, eran reservados para obsequios reales. Cuando una
mujer moría de parto, la acompañaban todos sus parientes y amigos, a efecto
de evitar que los extraaos arrebatasen los restos mortales, creyéndolos presa-
gio de buena fortuna o amuleto contra las desgracias (i). En Nicaragua, al
fallecer un gran señor, quemaban su cadáver y ponían en una urna las cenizas ;
que a su vez se esparcían frente al palacio del difunto, según lo afirma Ovie-
do (2). En Guatemala se teñían las viudas el cuerpo de amarillo, en señal de
duelo, por lo que las llamaban malcam, y cuando expiraba un niño de pecho,
había la madre de repartir su leche entre otros niños, durante cuatro días, para
que el espíritu del infante muerto no padeciese (3).
Gomara, en la "Historia de las Indias," (4) describe a los aborígenes de
Guatemala, como guerreros infatigables, valerosos y muy sufridos. Algunos
^de ellos se abstuvieron, durante los primeros años de la conquista, de yacer
•^con sus hembras, a fin de no procrear hijos que fuesen esclavos de los blan-
cos (5). Cuando una raza se destruye por otra, cuando el sufrimiento llega
a su colmo, la vida instintivamente deja de reproducirse, ante la horrenda
hecatombe de exterminio y de muerte. El eco de dolor, que, cual prolongado
' suspiro, atraviesa los siglos de aniquilamiento y servidumbre de la raza abori-
gen de este suelo, es como el tremendo grito de Job, que responde a la destruc-
ción de un mundo. El choque de una civilización más avanzada con otra dis-
tinta, produce un cataclismo semejante al que resulta del choque de dos astros
que se encuentran en su carrera. El salvaje lanzado a la civilización se con-
sume entre agonías horribles. Edgard Quinet ha dicho : ¿ No os habéis en-
contrado nunca en un mundo hostil, extranjero, donde tenéis que ocultar todo
(1) Torauemada, Monarquía Indiana,
(i) Historia General t«mo IV, pátr. 48.
(3) Landa.-lielaci(5n.— .liméne/. Historia de Guatemala. \mg. 214.
(4) Folio 2(iS.
C)) Herrera Historia (ieneral. TV^rada III. libro 4'.\ eapflulo Tf.
— 322 —
lo que sentís, callar todo lo que pensáis, olvidar vuestra naturaleza, vuestros
recuerdos, vuestros padres, hasta vuestra leyenda?.... ¿No sabéis cómo el
aire se torna pesado, cómo falta la respiración, cómo es odiosa la vida? (i)
El indio vio de repente ocupado su suelo por el hombre pálido. El rayo y
el trueno hacían que éste llevase la muerte y el exterminio por pueblos enteros.
El que quedaba vivo era quemado a las veces a fuego lento, para que descu-
briese los tesoros. Las mujeres robadas, los ídolos rotos, la vida tornada en
persecución horrenda. Cada español era más temible (|ue una divinidad aira-
da. La fuerza, el tormento, la explotación, el exterminio, la saña horrible, la
crueldad más estupenda, llenaron de llanto y muerte el Nuevo Mundo. Los
ingleses cazaban como bestias a los indios ; los españoles los condenaron a una
agonía lenta, a pesar de las leyes humanitarias de los monarcas de Castilla.
Todo ello era inevitable, desde que no es posible que luchen dos civilizaciones
diversas sin que la una perezca violentamente. Edad de piedra, de bronce, de
hierro, o de plata ; la transición de una a otra no puede efectuarse sin dolor.
Hay para cada pueblo, ctmio en la vida de cada hombr^, una crisis, una muda,
en el tránsito de la infancia a la adolescencia, a la juventud, a la edad madura.
Muchos perecen en él. Las naciones polinesias fueron como un collar sus-
pendido de isla en isla por todo el piélago de conchas. El collar se desató, y
las perlas se perdieron. Los pueblos de América, numerosísimos, y extendi-
dos, se hallaban en la región del oro, las esmeraldas y los ópalos. La raza
conquistadora invadió su suelo, y quizo que los i)rimitivos dueños pasasen rá-
pidamente de la edad de piedra a la edad de plata ; de la idolatría al cristianis-
mo; de la vida pastoral a los cabildos autónomos: de la moneda de cacao y
plumas a los doblones y a los pesos de oro ; de la poligamia patriarcal al ma-
trimonio; del canibalismo a la comunión mística del Nazareno. . . . Más aún.
la codicia, el espíritu atávico de siete siglos de sangrientas luchas, el orgullo
de la nacionalidad, que representaba la supremacía del poder mundial en aquel
tiempo, el carácter de aventuras y fuerza que prevalecía entonces, y todas las
demás circunstancias inherentes a la conqui.sta, dieron por resultado un gesto
de infernal dolor, un lamento sui)remo, un gemido estridente de la raza primi-
tiva que se hundía en el abismo; la pasividad de unos cuantf»s pueblos anacró-
nicos que vejetan aún, siempre sufriendo. En una i)alabra, el soi)l() de muerte,
al través del tiempo, dejando rezagos destinados a i)erecer en el turbión de los
siglos, para que al fin sólo queden vocablos de lenguas muertas, que los erudi-
tos, los sabios, tomarán como guías para reconstruir la historia, la cultura, la
manera de vivir de las razas desventuradas del mundo. . . . ¡Con razón se abs-
tenían muchos de los indios de ayuntarse con sus mujeres, para no dejar hijos
que sufriesen su mísera suerte! El botín era el sueño del conquistador, como
cantaba el gran Lope : "no los mueve cristiandad, sino el oro y la codicia."
(1> La Crearión tomo T. irÁg. 338.
— 323 —
El nagualismo, especie de zoolatría, consistió en la práctica de los indios
que se consagraban a algún animal, bajo cuya forma creían que una divinidad
protectora los amparaba. Sacaban el horóscopo de la sangre de un niño recién
nacido, en la primera ablución que le hacían ; iban al monte, sacrificaban un
conejo o una ave, y después creían percibir en sueños su nagual, es decir la
forma del bruto que debía ser como su ángel de guarda (i).
Los mayas, los quichés y otros indios conocieron el hipnotismo, la suges-
tión y demás ciencias ocultas que los sacerdotes estudiaban, y que atribuían a
brujerías y hechizos. En todos los pueblos antiguos achacábase a causas dia-
bólicas lo que hoy está demostrado ser efecto de fenómenos naturales y de
fuerzas ignoradas que se procura descubrir. Las crónicas todas de los con-
quistadores españoles refieren portentosos hechos, que la incredulidad tuvo
por fábulas, y después se ha visto que en mucho son resultados del hipnotis-
mo, ocultismo, magnetismo, transmisión del pensamiento, muertes aparentes,
suspensión de la sensibilidad, vista a la distancia, etc. Todo lo del "Mundo
de lo Desconocido" lo resolvían y lo explicaban por medio del diablo.
Aun después de la conquista, se creyó que había indios brujos, zahoríes
(zajorines) y agoreros. Refiere el padre Fr. Tomás Gage, que en Pínula vio
él mismo a una mujer llamada Matea Carrillo y a un Gómez que hechizaban
con malas artes. Vio además de esos, a un tal López que se volvía tigre, león
y perro (2). Por más tornadizos que algunos sean al sol que se levanta, ya era
mucho eso de convertirse en bestias. El listo espía inglés, el célebre Fr. To-
más, sí se había convertido, por estas tierras, en religioso de Nuestro Padre
Santo Domingo, sin serlo en realidad, según algunos creen, y vino a sacar
buenos dineros a los infelices indios de Pínula y de Petapa.
Los franciscanos contaban que Balan Quiche era llamado el portentoso,
porque había sido un gran brujo (3).
Los hechiceros eran los que sabían sanar, con plantas, las enfermedades,
entendían de reducir una lujación, sangrar con obxidiana o chaye, extirpar
tumores, embalsamar cadáveres, curar según dicen, el más venéreo y aún la
lepra y el cáncer, empleando para estas últimas enfermedades, el comer carne
de cierta lagartija, como aparece en la "Memoria del Protomédico de Guate-
mala, doctor don José Flores," impresa en México, en 1782. También usaban
el veneno de las vívoras y algunos remedios vegetales.
Todavía tienen muchos secretos los indios, que no dan a conocer a los
ladinos, y que no figuran en la terapéutica. Por lo común los tuertos, cojos,
gibosos o de cara infernal, eran y son los brujos. Estos embaucadores hacen
uso de venenos para operar maleficios ; emplean arañas que ponen a correr en
mantas, después de quitarles una pata, o bien se sirven de zapos y culebras.
(1) Herrera. Historia de las Indias.
(2) En el capítulo XXI de los "Viajes del P. Gasrc," se habla de osos Gómez y CarrlllasQue era
errandes hechiceros.
(3) Tsaeroge hist<5nca. páf;. 348.
— 324 —
Hacen muñecos de trapo remedando al que quieren perjudicar, y lo pican con
afileres, resultándole el daño al hombre de carne y hueso. Otros usan pelo
de muerto, dientes de difunto, figurillas especiales de piedra y otras cosas
raras, para engañar a los incautos. El graznido de la lechuza, el aullido del
coyote, el revoloteo de la mariposa negra, el encontrar en el camino una cule-
bra o un lagarto, augurios eran de grandes calamidades. Todavía duran en
las tribus de indios muchas de esas preocupaciones (i). ¡Algunos creen que
hay gallos viejos que ponen un huevo y nace de él un basilisco!. . . .
El hechicero es el hombre excepcional que mantiene relaciones personales
e íntimas con los espíritus, que está poseído por ellos, que es el médico para
las enfermedades, encantador de amuletos, denunciante de culpables, adivino,
sacerdote, sabio y profeta de las tribus primitivas (2). La hechicera enseñó en
el trono de Oriente las virtudes de las plantas y los viajes de las estrellas ; en
la trípode de Delfos, iluminada por el dios de la luz, daba sus oráculos al mun-
do ; en Roma fue la sibila que en sus libros guardaba las profecías ; aquí en
América, cual otra Circe o Medéa, tuvo su varita de virtud, y por guía a su
hermana la naturaleza.
Si aún entre gente civilizada prevalece la idea de que hay adivinos y nigro-
mantes, cómo no la habían de tener los antiguos pobladores de Centro-Amé-
rica. Nada tiene de raro que los aborígenes del Nuevo Mundo creyesen en
todo eso, y que tímidos y supersticiosos, continúen dando ascenso a semejan-
tes sortilegios y adivinaciones, cuando en aquellos tiempos de la conquista era
opinión general la de existir encantamentos y hechicerías. El Papa Inocencio
VIII encomendó a los inquisidores la persecución de los nigromantes, y Spren-
ger escribió su famoso "Martillo de los Brujos," tremendo libro que chorrea
sangre, que habla del comercio carnal con los demonios, de íncubos y súcubos,
de otras ridiculas abominaciones, que serían simplemente risibles, si no hubie-
ran dado motivo a tantos autos de fe, que hicieron morir a muchos desgracia-
dos. El ergotismo medioeval fué causa de la muerte de cinco mil en Tréveris,
quinientos en Genova, en sólo tres meses (15 13), ochocientos en Wurtzburgo,
casi en una hornada ; mil quinientos en Bamberga ; y hasta el mismo Fernan-
do II, el devoto, el cruel emperador de la guerra de treinta años, tuvo que vigi-
lar de cerca a aquellos santos inquisidores, que tenían al parecer la buena
intensión de purificar en el fuego a todos los vasallos (3). El concilio de
París, de 829, declaró: "Que existen ciertas gentes que bajo la influencia y
sugestiones del diablo, debilitan de tal manera, por medio de filtros y filacte-
rías, la inteligencia de los hombres, que los vuelven estúpidos e insensibles a
los males que les hacen sufrir. Débeseles castigar, tanto más cuanto que tie-
nen la audacia de ponerse públicamente al servicio del demonio." En tiempo
(1) Las Casas.-Historia Apolocrética. capítulo nO.
(2) Albert Revllle.- Hlstolre des Rellsrlons des peuples non civilices.
(3) .1. Mlchelet.— La Bruja.— Introducción.
--325 —
de la Colonia se instruyeron muchas causas por sortilegios y hechicerías. En
la provincia de Cartago o Costa-Rica se siguió un curioso proceso criminal
contra María Francisca Portuguesa y Petronila Quesada, por encantamientos
y amoríos, por medio de un muñeco negro, con alfileres, para ligar a los
hombres (i).
La verdad es que siempre ha habido preocupaciones, y que los maravillo-
sos resultados de causas naturales, se han hecho depender, por la ignorancia,
de pactos con el diablo. Hoy hay todavía quienes atribuyen los efectos del
hipnotismo, magnetismo y lo que llaman espiritismo, a malas artes diabólicas.
Existe un curioso libro escrito, en tal sentido, por un jesuíta. Nuestros indios
eran dados a creer en sueños, como todos los pueblos antiguos, lo cual nada
tiene de raro, si se considera que Josué, Faraón, y otros muchos, tuvieron pro-
féticos sueños, y hasta el mismo San Antonio no pudo escapar a visiones que
refieren los místicos. Sin creer, como el sabio naturalista Debay (2) que
])uede verse en sueños lo futuro, sí conceptuamos natural que los pueblos pri-
mitivos den gran importancia, sobre todo a los sueños fatídicos, como el de
Calpurnia, mujer de César. Sea lo que fuere de esa consciente actividad men-
tal, mientras dormimos, la verdad la resumió en pocos renglones, Shakespeare,
cuando exclamó :
De lo que se hacen los sueños
Somos hechos los mortales,
Y nuestra vida se acaba
En el postrer sueño eterno !
La magia y la credulidad son tan antiguas como el hombre, y las encon-
tramos en todas las razas y en todos los países. Cautiva lo portentoso, y la
superstición esparció por el mundo las más raras maravillas, muchos siglos
antes de que el archi-druida verificara sus curaciones sorprendentes, y tremo-
lando la rama de muérdago, arrancase con su hoz dorada el verde ramaje del
añoso roble. Los misteriosos ritos de las sacerdotisas Voilers y Valas, son
muy anteriores a aquella época. Los símbolos de todas las mitologías, tienen
bastante realidad científica, desde los mayas, quichés, caldeos, egipcios y
siríacos, hasta llegar a los modernos conocimientos físicos, según lo demuestra
el sabio Schweigger, en su famosa obra "Introducción a la Mitología por la
Historia Natural." Los indios maya-quichés revelan en su teogonia que ha-
cían algo más que creer, y que en todas las épocas, bien sean idolátricas, ora
materialistas, la naturaleza humana es parecida a la naturaleza universal, en
su horror al vacío. Al través de brumas, de errores, de vicios y de sangre,
(1) Arqueología criminal americana, 225 pásrlnas, por Anastasio Alfai-oíJonziíle/.
(2) Los misterios del sueño y del maírnetlsmo.
-326-
ilumina siempre a los pueblos "el sol espiritual central." el dios de los antiguos
y de los modernos profetas, que trazó, con un rayo de poder infinito, la armo-
nía genésica sobre la faz del cosmos (i).
En los fríos y mudos labios de los ídolos, en los geroglíficos de las ruinas
soberbias de la América Central, quedan sellados innumerables secretos de ci-
vilizaciones muertas : queda el desdeñoso gesto de una raza. Dícese que
Votan era gran mago, y refiérense maravillas de Quezaltcoatl, cuya misteriosa
vara acaso tenía más virtud que la de Moisés, si hemos de dar crédito a Bras-
seur de Bourbourg y a Mousseau, que se empeñaron tanto en demostrar la
identidad de los cananitas con nuestros aborígenes maya-quichés.... ambos
pueblos maldecidos, descendientes de Can. Los magos caldeos y asirlos
tuvieron a su jefe Nargal, y el más temible hechicero quiche fué Nagal, ambos
nombres derivados del dios asirio, y ambos con poderes de un dcmón servidor,
con el cual ellos se identificaban por completo ; el demonio asirio y caldeo
estaba en sus templos en forma de animal sagrado ; el demonio de los indios
quichés y mexicanos se encontraba en el monte, en el lago, o dentro de la pro-
pia casa, bajo la forma de animal doméstico (2). Los caldeos y los mayas
tuvieron ritos, i)reocupaciones y hasta palabras análogas.
Eran harto supersticiosos los quichés y prestaban crédito a los sueños,,
atribuían calamidades al canto de ciertos pájaros y se hallaban versados en la
magia y en la quiromancia (3) tanto como los caldeos, siriacos, egipcios y
demás pueblos antiguos. Al igual de aquellas gentes, no sólo conocían el
curso de los astros, sino que, con ardiente imaginación, pensaban que las es-
trellas, flores de la noche, estaban ligadas con el destino de los hombres, y que
en sus misteriosos giros y centellantes titilaciones descendían sus efluvios, que
dejaban marcada en la inmensidad la suerte de los mortales. Por antítesis,
en la tierra se descubría' el oróscopo por mujeres lóbregas, envueltas en manto
de tinieblas, con ojos fosforescentes, facciones angulosas, manos descarnadas
y fauces hundidas. Eran las brujas, que sabían leer en el cielo los misterios de
nuestro planeta y que recurrían al alma de la noche, la argentada luna, para
arrancar de sus faces los augurios fastos o nefastos.
El historiador Buckle considera, y con razón, que la influencia de la natu-
raleza física que circunda a un i)ueblo, influye naturalmente sobre su mitología
y superstición. En donde el terremoto, la tempestad y el huracán arrasan ciu-
dades y hacen perecer víctimas innumerables, se excitan los sentimientos y las
preocupaciones crecen. Con razón, pues, tenían nuestros indios esas divini-
dades airadas en su teogonia. Cada año, siete doncellas se arrojaban vivas,
en Nicaragua, entre el hirviente cráter del volcán de Managua, jjara tenerlo
propicio.
(1) I sis sin velo, páir. 01.
(2) Bras.seur de Bourboursr.— .Méxiinu-. imirinas ."«.'> y r>r4.
(3) Ximéiiez. nist. Ind. Guat.. ixísr. 101.
— Z'zi —
La esplendorosa floresta, los lindísimos valles, lag^os y montes de esta
paradisíaca tierra, tornaban las imag-inacios en busca de agoreros, y los hacían
creer que en cierto animal estaba su suerte vinculada, que había medios de in-
terrogar al porvenir, de causar males por mágicas artes, y que las hechiceras
tenían ]ioder extraordinario.
En Guatemala, (piemaron a muchos hechiceros los españoles conquistado-
res. Aún después de pasados los años de la conquista, siguieron las autorida-
des coloniales persiguiendo cruelmente a los brujos, que eran torturados sin
])iedad. Mientras que en la propia España quemaban herejes y brujas, aquí
también se conducía a la hoguera a infelices sindicados de pacto con el diablo.
Los extractos de Llórente, de Lamothe-Langon, la historia de la Inquisición
de Lima, los anales de la de México, los expedientes que quedan en los archivos
de la Real Audiencia de Guatemala, tienen una sequedad sombría, despiden
el acre olor del sambenito ; sólo muerte es lo que se encuentra en cada página.
La tortura previa rasgaba carnes, machacaba huesos y desesperaba almas. La
impasibilidad de los verdugos era más fría que una daga toledana.
Después de tanta 'crueldad, de tanta abominación, aún quedan por todas
partes las brujas y hechiceras, no bajo el dolmen de algún sepulcro druida o en
el bosque de los espinos, sino en medio de las ciudades, explotando la creduli-
dad de las gentes. Aquí en Guatemala, no faltan adivinos, brujos, hechiceros,
(jue saben hacer el mal con bebistrajos sucios y venenosos. Las ciencias ocul-
tas, los misterios, cuanto se relaciona con seres fantásticos, embarga la imagi-
nación del indio, llenándole de miedo y haciéndole cometer crímenes sin cuento.
El vulgo confirma gran parte de tales supersticiones, y por eso, se alude a ellas,
en cantos populares, como la copla tan común, que dice :
La lechuza canta,
y el indio muere :
ello será mentira,
pero sucede !
— 328-
LISTA DE ALGUNAS PLANTAS MEDICINALES
DE LA AMERICA CENTRAL
Acedera
Achicoria
Achiote
Agrá
Aguacate
Ajenjo
Ajo
Albahaca
Alonquén
Alcotán
Amapola
Amché
Anisillo
Añono
Apasote
Aromo
Artemisa
Azahar de monte
Alacrán
Agárico blanco
Agárico negro
Azafrán
Aloe
A-conito
Amica
Albarrana
Asta de ciervo
Aceituna
Azucena
Adormidera
Avellana
Anacahuita
Alerojo
Albahaca de anis
Almendro
Balsamito
Bálsamo de Tolú
Bálsamo del Perú
Barbasco
Bodoque
Borraja
Betivir
Bálsamo del Bra-
sil
Belladona
Beleño
Bijaroo
Berro
Bijuana
Bálsamo negro
Bicho
Conchalaeua
Caottaneia
Canela
Cañafístola
Calzoncillo
Camacarlata
Café
Conacaxte
Chupac
Chicalote
Caña agria
Caña fístula
Capitán eta
Carao
Carbonrillo
Cardosanto
amarillo
Cardosanto
blanco
Carvalla
Cedrón
Cerraja
China
ChipUín
Chirraca
Cola de alacrán
Contra-yerba
Copal
Copalchí
Copey
Coralillo
Cucuhneca
Culantrillo
Chicasquil
Culantro coyote
Cardón
Cordoncillo
Caraña
Coloquintida
Cebada
Copaiba
de
Cerillo
Cedril
Cedrón
Coco
Cativo
Coyol
Capsico
Cornezuelo
centeno
Contra-veneno
Chan
Cuasia
Cuasquite
Capitana
Chile de perro
Camibar
Cominillo
Cristalino
Caucho
Calabazas
Chiquite
Chiquizá
Cebadilla
Doradilla
F.ncino blanco
Encino colo-
rado
Estoraque
Fruta de agrá
Floripundia
Guácharo
Grana
Guaitil
Tiquilite
Jaboncillo
Jagua
Mangle
Mercolina
Moral
Mozotillo
Moran
Nacascolote
Nancite
Nance
Ojo de buey
Pepino
Purrúa
^unpun juche
Pavel
Pino
Palo amarillo
Quina
Ratoncillo
Sanguinaria
Sangre de drago
Sanjuanillo
Saca-tinta
Cuaja-tinta
Targua colo-
rado
Tintor
Tucuico
Uña de gato
Ubita
Canutillo
Chichicaste
Corrimiento
Coroso
Clevellina
Cuerno de cier-
vo
Cero
Coquillo
Chasmol
Doradilla
Duerme muela
Dijital
Dormilona
Dragón
Eneldo
Escoba blanca
Escoba de cas-
tilla
Escoba negra
Escoba de San
Pedro
Escobilla
Escorsoneda
Estoraque
Espinillo
Estramonio
Francesa
Frailecillo
Floripundia
Frijolillo
Golondrina
Guaco
Guapinol
Guarumo
Guizaro
Güitite
Guiz
Garrapatilla
Guayaca
Gique
Guaria
Granada
Güis-coyol
Guacuco
Grama morada
Gavilana
Higuerilla blan-
ca
Higuerilla colo-
rada
Higuero
Hinojo
Huís
Hoja del baso
Hoja de Estre-
lla
Hoja del mila-
gro
Hoja de poro
Hoja sen
Hoja del aire
Hoja drl guaco
Hojas del co-
razón
Hombre grande
Hule
Hongos
Helécho macho
Heléchos
Helotillo
Huitirrc
Istché
Iciquequí
— 329 —
Ipecacuana
Itabo
Izpasín
Javilla
Jengfibre
Jeñocuabe
Juanislama
Jalapa
Jaral
Jinete
Jocote
Lechilla
Lengua de cier-
vo
Lengua de vaca
Llantén
Linaza
Liquidambar
Limoncillo
Limón
Lirio del valle
Lechuga
Lagarto
Lombriccra
Leche de vaca
Mcdva
Manzanilla
Marañón
Matasano
Mechocán
Mejovana
Morera
Mozote de ca-
ballo
Mostaza
Maná
Menta
Mastuerzo
María
Mora
Melisa
Maíz negro
Ojo de venado
Ruibarbo
Rudilla
Raspa guacal
Rosa
Rosa de castilla
Rosa té
Rabo de puerco
Raicesilla
Ruibarbo pan-
zón
Salvia
Sagú
San Antonio
San Diego
San Carlos
Sanco
Sensitiva
Sontol
Suelda con
suelda
Simaruda
Sanguinaria
Sierra del gallo
Saragundi
Slémprevia
Sotacaballo
Savila
Sandal
Semicontra
Sana-luego
Sangre amarilla
Talcacao
Tamarindo
Tapate
Tuete
Toro
Tragacanto
Té
Té de limón
Targúa
Tucila
Tacaco
Tuna
Tiquilote
Trementina
Uña de gato
Urtica
Valeriana
Vainilla
Verbena
Vermut o
sent
Viborana
ab-
Varilla negra
Violeta
Vainilla negra
Quequexque
Sebo vegetal
Yerba-tinta
Yuquilla
Yerba-mora
Yerba del cán-
cer
Yazú
Yerba-cacao
Yerba-culebra
Yerba del pesar
Yerba-santa
Yerba-té
Yerba-tora
Yerba del viejo
Yerba-chau
Yerba-escudilla
Zacate de limón
Zacate de olor
Zarzaparrilla
Zorrillo
CAPITULO XIT
RELIGIÓN, SACERDOTES, TEMPLOS Y SACRIFICIOS
SUMARIO
Era el miedo la base de la religión indiana. — Adoraba el indio a la naturaleza
en sus fuerzas ocultas. — Los dioses cakchiqueles y quichés eran bi-personales. —
Había tribus antropófagas. — La religión de los indios carece de tendencias filosófi-
cas. — El enigma del mal. — Las razas vernáculas de América progresaron notable-
mente. — La mayor parte de las religiones antiguas fueron religiones astronómicas.
— La ciudad de Nachán. — Dioses de los quichés. — La persona de cada indio esta-
ba, según creían, vinculada a un animal. — Reverenciaban las ceibas y otros
árboles frondosos. — Tradición del diluvio. — Mitología comparada. — Escritores
que han profundizado en el estudio de la mitología centro-americana. — Ceremonia
del bautismo. — Los religiosos españoles veían en todas las prácticas indias la in-
fluencia del demonio. — La diosa de la salacidad. — La confesión de los pecados. —
Oraciones para la guerra, la peste, los terremotos, etc. — La cruz fué común entre
los indios. — Leyenda de la venida, a estas tierras, de Santo Tomás. — La diosa de
la generación. — Suplicio de la cruz. — Geroglíficos cruciformes. — Templo de la
Cruz. — La circuncisión. — Costumbres religiosas. — El ayuno. — El culto a Falo.
— XIBALBA, el lugar de los muertos. — Adoración del sol. — La trinidad india. —
Pontífices y sacerdotes. — Templos, sacrificatorios y ritos. — Las castas. — Los
teocalíes. — El Tectí o Papa. — Templos, sacrificatorios y ritos. — Las castas. — Los
en Utatlán. — El fuego sagrado, que conservaban los choles y manches de la Vera-
paz, en el Escurruchán. — La cueva de Lanquín. — Sacrificios públicos y privados.
— La cuaresma que tenían los indios de Guatemala. — Cómo se vestía el pontífice.
— Costumbres horripilantes. — Los lacandones adoran al sol. — Los poconchíes
creen en la transmigración. — El sacrificio de la caza. — La obra más antigua que
trata de la reHgión de los indios de Guatemala es la del cronista agustino Román y
Zamora, escrita en 1573. — La clase indígena continúa siendo idólatra. — La cultura
precolombina en América distaba mucho de ser la que se necesita para la religión de
Cristo. — La evolución religiosa se impone y no procede PER SALTUM. — El cris-
tianismo apostólico tiene su raíz en las doctrinas vedas. — El transformismo religioso.
Era el miedo la base de la reHgión del indio ; su plegaria, un lamento
arrancado por la fuerza. Cuando oía ruido insólito en la selva, o el relámpago
iluminaba el cielo y el rayo destrozaba su choza, o la peste asolaba la comarca,
o la sequía esterilizaba el campo, o temblaba la tierra, o lo atacaban las fieras
del bosque, corría a aplacar a Gucumatz.con ofrendas y conjuros. Los aborí-
genes menos rudos de Centro-América tenían idea incorpórea de la divinidad,
pero como los semitas, con atributos de ira, venganza, desolación, infortunio,
que demandaban cruentos sacrificios. Los dioses eran el huracán, el trueno,
la tormenta, los elementos todos, cuanto tuviese apariencia de poder. Los ído-
los, que representaban a los dioses, tenían figuras deformes, horribles, repug-
nantes. Ni el sentimiento piadoso, ni la mansedumbre, ni el espíritu estético.
— }^^^—
dieron tinte a aquel politeísmo, que aunque rudo, asume mucho interés, porque
siendo la teogonia quiche, como la nahoa, esencialmente astronómica, las di-
versas representaciones de sus deidades nos enseñan muchos de sus conoci-
mientos cosmogónicos y religiosos, así como las causas de sus grandes sucesos
históricos y los motivos de su esplendor y decadencia. Las conquistas de los
pueblos fueron conquistas de la religión, y la huella de los ídolos mismos era
huella también del triunfo de las razas.
Adoraba el indio a la naturaleza en sus fuerzas ocultas, en sus poderes
misteriosos, en sus cósmicas transformaciones, como si aspirara muchas veces
a penetrar en las entrañas de la tierra, imaginaria residencia de aquellas tene-
brosas potestades, con gigantescos hipogeos. Los indios nahoas, quichés,
cakchiqueles y pipiles, eran bi-personales. Habían observado aquellas gentes
que en la naturaleza todo se reproduce por un par; y de ahí. dice C'lavígero.
sugirióseles el dualismo divino.
No faltaban algunas tribus bárbaras que devoraban los cuerpos palpitantes
de los prisioneros y de las victimas sacrificadas. Sabido es que los chichimecas
que acompañaron a Rodrigo de Contreras, en la conquista, en 1540, cuando éste
era gobernador de Nicaragua, bajaron por el Desaguadero, desbarataron la
colonia de Juan Sánchez de Badajoz, en el valle de Cuaza (Talamanca) y se
comieron co^avidez salvaje a los que capturaron.
Lo mismo en el Popol-Vuh, que en el Veda y en el Zend-Avesta, todo es
árido, todo es frío, no hay sentimiento. Kn ninguna parte sorprendemos un
anhelo, un suspiro, una sonrisa : en ninguna i)arte entrevemos la dicha de l.i
humanidad. Kn e.se inmenso desierto, no hay más (|ue un oasis y es el pueblo
judío. Moisés y el Nuevo Testamento sobresalen, como sobresale la i)alma en
la llanura. La religión de los indios carecía de tendencias filosóficas. Era
una creación abrupta del temor. Creían que la divinidad airada se aplacaba
con sangre. Kn los pueblos primitivos ha sido la religión una doctrina social,
que revela el rudimentario estado de sus costumbres. La idea religiosa vive
en el tiempo y se desarrolla en la historia. En la inmensa calle de amargura
que la humanidad ha venido recorriendo, entre las acerbas congojas de todí)s
los días, la estrella de la esperanza a veces ha ocultado sus fulgores. Así y
todo, la religión es un hecho mundial (|uc vive y se mueve con poder no negado
por el juicio sereno ; hecho trascendente, de gran influencia en el mundo.
Los primeros templos índicos, en donde surgieron de las espumas del
Ganges y de las reverberaciones del Himalaya, los dioses de nuestra raza,
aparecen como los lejanos astros de suave luz que evocan ideas eternas. La
religión de los caldeos, el sabeísmo, tuvo también entre los aborígenes de
América, la tendencia de adorar a los astros, lo más alto lejano y misteriost».
Así como los mongoles, los indios de este Continente, tributaron homenaje a
la creencia religiosa de hechiceros que dominaban la naturaleza ; de magos con
fórmulas cabalísticas ; de brujos que hacían males ocultos ; de ídolos, de feti-
— 333 —
ches, dotados de todos los poderes de la magia. Hay tanta diferencia entre la
religión de la naturaleza en los pueblos primitivos, y la religión mágica, en que
parece espiritualizarse la naturaleza misma, como entre esta religión y la de
los pueblos chinos y maya-quichés, con cierto carácter espiritual, signo de cul-
tura, albores de nuevos horizontes. Siempre el panteísmo ; pero al nivel de los
arios, progenitores del politeísmo helénico, que elevaron a la cima la trinidad
misteriosa, y en la base pusieron legiones de divinidades que representan fuer-
zas de la naturaleza. El enigma del mal, que es como un geroglífico escrito en
los sepulcros de los Faraones, en las tumbas de Votan y Zamá, formaba
parte de la teología quiche, según adelante explicaremos. Reconoce, en cierto
modo, el bautismo, la confesión, la comunión y otras prácticas curiosas. Ado|>-
taron la circuncisión, el ayuno, la penitencia y algunas fases del movimiento
de la idea religiosa, que más tarde el pueblo bíblico, el griego, el romano y el
alejandrino, amplísimamente refundirían en el cristianismo, síntesis de la filo-
sofía y esencia de la cultura de antiquísimas nacionalidades.
En alas del terror coloca el hombre primitivo, en sus pagodas y sacrificato-
rios, a la escamada serpiente, al leopardo ebrio de sangre, al buho sombrío, al
pájaro agreste de doradas plumas, como queriendo con esa zoolatría, repre-
sentar las misteriosas fuerzas de la naturaleza y las virtudes mágicas de por-
tentosos fenómenos. Depúrase la idea, y torna el tiempo los fiches y los
ídolos en símbolos espirituales y en concepciones metafísicas, quedando al
través de los siglos, las ruinas de aquellos templos, como esqueletos del alma
de la humanidad, que se ensancha, sube, y llevada por la esperanza, toca al fin
las puertas del empíreo.
Las razas vernáculas de América progresaron notablemente, en algunas
regiones ; de tal suerte, que los nahoas, los mayas y los quichés, pudieron, en
medio de la esplendorosa naturaleza que los rodeaba, ponerse al nivel de los
antiguos pueblos del Asia. Muchos años antes de la conquista, tuvieron nues-
tros indios interesante fas en la historia de la humanidad. Los movimientos
místicos han sido la resultante de condiciones etnológicas, sociales y hasta
geográficas.
La mayor parte de las religiones antiguas fueron astronómicas. En ellas
brilla el sol como el primero de todos los cuerpos celestes, cual centro de la
vida. La doctrina de Zoroastro, la de Votan, la del Popol-Vuh, era esencial-
mente sabeísta, tributaba culto a la luz. Cuando el mago de Asiría o el sacer-
dote quiche escrutaban los cielos, para leer en las estrellas los secretos del
universo, se estremecían de dicha al despuntar el sol, el padre de los dioses, el
corazón del mundo (i). La religión solar pasó, en transformaciones varias, a
la religión helénica. En medio de los dogmas semíticos brilla la luz. El Ver-
il) En la plegraria nuiché: "Cha ya tah K" etal Ka tzlhol chl ve. Danos nuestra «rufa y nuestra
lumln-pra en el camino.- Popol Vuh, vág. 240.-Las//<vart'tíí aparecen con el nombre de A/oís, conjunto de
¡íuerrerosdue comochispas se volvieron estrellas.
— 334 —
bo es luz de la luz, según el evangelio de San Juan. La Virgen de la Luz lleva
un cestillo de corazones y saca de los obscuros abismos a las ánimas precitas.
En el solsticio de verano es la Natividad santa del Bautista, y en el solsticio de
invierno cae la Natividad más santa todavía del Salvador del Mundo. La
proyección infinita de las cosas, es la omnipresencia del universo al través de
la luz que recorre las vías del espacio. San Juan dijo que Jesucristo era la luz
que vino a este mundo, para iluminar a todos los hombres. Zacarías, al ver al
Bautista, fruto milagroso de su vejez, saludó al que había nacido para preparar
las sendas a otro llegado de lo alto, a fin de alumbrar a los que yacen en las
tinieblas y en las sombras de la muerte y enderezar nuestros pasos por el cami-
no de la paz. Simeón, en su cántico, le llamó luz que había de iluminar a los
gentiles ; y por fin, el mismo Nazareno dijo de sí : "Yo soy el camino, la ver-
dad y la vida ; yo sol la luz del mundo, y el que me sigue no anda en tinieblas."
Todas las religiones ensalzan la luz. La luz es germen de lo que se mueve y
crece ; es destello divino.
Para el hombre primitivo, como para el pájaro, volver a ver la luz es re-
nacer a la vida. El éxtasis de la luz se pierde en los abismos del infinito. El
indio autóctono tenía himnos para los primeros momentos aurórales en que
se desatan los cantos de las aves. Los gorgeos de las razas humanas siempre
saludaron lo^ rayos matutinos, la sonrisa de la vida, la promesa de ventura
plácida, la llegada del dios que ahuyentando las tinieblas del cielo y de la tie-
rra, entra en el corazón del hombre, pone en él la claridad y disipa el mal.
"Volviendo a la nación quiche, dice Chavero, desarrollaba y recibía gran
incremento su civilización, teniendo i)<)r centro la ciudad sagrada de Nachán.
Ningún sitio podía encontrarse mejor para una metrópoli suntuosa. Desde
sus alturas, coronadas de templos y palacios de asombrosa magnificencia, abra-
zaba la vista una inmensa llanura, perdiéndose en una serie no interrumpida
de bosques y lomerías. El rey sacerdote, desde lo alto de su torre, dominaba
la ciudad, en un vasto horizonte, y podía descubrir los movimientos de cual-
quier enemigo y los progresos de la prosperidad pública (|ue en su derredor
tomaba vuelo. La gran metrójjoli v los campos circunvecinos se veían llenas
de vida; en ellos resonaba ese gran murmullo de los pueblos que es el aliento
de la humanidad. Oíanse entusiastas cantares que acompañaban las tumul-
tuosas danzas en los palacios. Aquellas escalinatas se cubrían de guerreros
adornados de oro y hermosísimas plumas, al par que de mujeres lujosamente
ataviadas, con collares riquísimos, tocados fantásticos y sartas de perlas y es-
meraldas. Y el pueblo asistía solamente a contemplar la pompa del .sacrificio,
que celebraba en lo alto del templo el sumo sacerdote, al sonido estrindente d-
caracoles y vocinas que llenaban de estrépito el aire, acompañados de las cánli
gas de toda esa ciudad.
Había un dios invisible e incorpóreo, Hunab Ku. El dios de la vida It-
zamaná, era el Sol naciente. Gucumatz, serpiente con plumas, era el dios héroe,
— 335 —
instituyó las leyes, formó el calendario, creó todo lo que era cultura v proj^rcso,
como el Sol Poniente, que deja calor, crecimiento y renovación : Pueblos de la
luna, Amek ri ik, llamaban al Continente, desde antes que viniera el hombre
l)álido.
Los ([uichés tenían adenicás tres dioses animales, la zorra, el coyote y el
jabalí. Sobre ellos estaba el Espíritu del Cielo, Vgux-Cho que dio nacimiento
al Huracán, que siornifica el más grande de los dioses; su nombre ha pasado a
las lenguas modernas de Europa, para expresar el mcás fuerte de los vientos.
Cabracán era el dios del terremoto, que derrumbaba chozas, árboles y montes.
Chiracán, la diosa tierra (quiere decir boca grande, cráter largo, que todo lo
traga).
Creían los indios de Centro-América, dice el P. Gage, que sus personas y
su vida entera estaban vinculadas a la de cierto animal, que si sufría, ellos
también penaban ; y si moría, ellos igualmente dejaban de existir. Decían que
tales animales eran sus espíritus familiares (i).
En medio de la zoolatría, de la idolatría, y de las ridiculas supersticiones
de los quichés, vino tiempo en que llegaron a reconocer la existencia de una
causa primera, invisible y todo poderosa, llamada Theotl, por los nahoas, Vira-
cocha i)or los peruanos, y Cabahuil por los quichés. Así como el sabio Daniel
G. Brinton escudriñó el concepto que del amor tuvieron los aborígenes de este
Continente, examinando las voces del sentimiento, del cariño y de la pasión,
en las lenguas que aquellos usaban, es dable llegar a deducir, por ese proceso
filológico, que entre los quichés y los cakchiqueles, se creyó que había una
divinidad principal, aunque siempre consistente con el bi-personalismo, que
en su teogonia prevaleció. El dualismo no era incompatible con la unidad
monoteísta de la causa primera, como la existencia de las tres personas de la
Trinidad, de los católicos, no se opone a que sea un solo Dios. El espiritualis-
mo dio origen a las divinidades mayores del quiche. Los primeros religiosos
que a los indios doctrinaban, tenían escrúpulo de valerse de la palabra Theotl
o Cabahuil para designar la divinidad. Más tarde, comprendieron que no ha-
bía en ello nada de impiedad, ni menos de pecaminoso, bien que no siempre se
prestaban aquellas lenguas a significar los misterios del cristianismo. Así fué
que los trductores cometían un desatino al aplicar a la Virgen la v<iz Gapoh,
doncella, que significa sed de corromperse; porque los quichés, como los pue-
blos antiguos de muchos puntos del Asia, no estimaron la virginidad, sino que.
según la costumbre, la integridad corporal, se prestaba al deseo de perderla.
La virgen dejaría de serlo pronto. Era la grávida merecedora de considera-
ción, porque ofrecía ventajas al pueblo, dando hijos a la comunidad. Al nacer
una niña la desvirgaba la madre, por precepto religioso.
lomo II. i>;ítr ItM.
Muchos indios reverenciaban, las corpulentas ceibas, de altísimo tronco y
copado ramaje. Como que los árboles grandes que buscan el cielo, hacen
nacer en el alma una aspiración hacia lo divino, hacia el poder creador, quo
produce aquellos hermosísimos gigantes del bosque, que durante siglos resis-
ten los airados elementos (i). La fuerza creadora de la naturaleza, que se
muestra con tanta evidencia en el acto misterioso de la generación ha parecido
a todos los pueblos una cosa divina, que han venerado en formas diversas, más
o menos groseras. Lo mismo en el Indostán, que en Grecia, en Roma y en
América, el lingam o el phallus se adoraba. Se rendía culto hasta a las rocas,
cuando tenían algún parecido con los órganos sexuales (2). Todo lo que
denotaba vida merecía homenaje y hasta adoración ; no se conformaban con la
muerte.
En medio de su rudeza, presentían después de la existencia terrenal, otra
vida ulterior ; se preparaban para un viaje, no para un aniquilamiento, ni para
desaparecer en la nada, que no existe. Más allá del sepulcro, siempre se ha
anhelado un mundo mejor. Creencia es ésta de todos los tiempos. (|ue jamás
se arrancará del corazón del hombre (3).
Contemporáneo el indio de la primitiva y gigantesca fauna (|ue apareció
en América, han sido siempre los árboles sus mejores amigos. Grandiosos los
aborígenes de nuestro suelo, en sus concepciones respecto a la divinidad, tenían
de templos las grutas, los lagos, las cascadas o las agrias cumbres de los mon-
tes, como si prefiriesen las obras de la naturaleza a las obras de sus manos, o
quizá porque en esos parajes había cierta poesía religiosa muy compatible con
la solemnidad de sus ritos. Aún después de haber edificado adoratorios y
lugares especiales para los sacrificios y las plegarias, siempre acudían a los
montes y sitios campestres a tributar culto a sus ídolos. En la finca Miraflo-
rcs, perteneciente al que escribe estas líneas, se encuentra, a dos millas de la
capital de Guatemala, un gran edificio en ruinas, que fué adoratorio de los
primitivos indios (4).
Algunas razas de Centro-América, entre ellas la de los quichés, así como
'a de los mayas, tenían tradición del diluvio y tributaban culto a las guacama-
yas. Esta tradición tan generalizada que llegó hasta los cañarís del Ecuador,
pudo haber sido reminiscencia de la catástrofe del diluvio que refiere el Géne-
sis hebraico, o vago recuerdo de algún cataclismo geológico (5). A pesar de
los argumentos del sabio Schoevel sobre la universalidad del diluvio, la ciencia
ha opuesto múltiples objeciones a esa inundación general. Los terrenos que la
geología reconoce por diluvianos, que llevan escombros oceánicos en sus remo-
(1) Maury.-LaTlerray el Hombre.
(2) Andrés Lefébre.-La Reliíflón. pá^. r.í.-París. 1892.
(3) La Creación, por M. Ed«rar Qulnet.-Tomo II, pág. 145
(4) A GHmpse at Guatemala,
(5) Nardalllac, La América prehistórica, capítulo 9.
— ^37 —
vidos senos, preceden con mucho a las apariciones históricas del hombre. Xo
hay en las zonas conocidas con el nombre de diluviales ninguno de aquellos
restos humanos que aparecen tan abundantes en los terrenos cuaternarios. El
gran Cuvier, a pesar de su empeño de unir la tradición hebraica con el conte-
nido de la ciencia, ])roclamaba un diluvio en Asia ; pero del cual se había pre-
servado el África. ?Ioy se cree que hubo diluvios parciales, a causa de sacudi-
mientos terrestres, ascenso del gran lecho de los mares, descenso de las costas,
desnivel entre las cantidades inmensas de hielo aglomeradas en los polos pre-
cesión de los equinoccios, inclinaciones del eje de la tierra, y hasta oscilación
(le su eje de gravedad. No ha habido diluvio universal, después de haber
aparecido el hombre por los terrenos cuaternarios. A los diluvios parciales,
])ues. se refieren las tradiciones de los viejos pueblos, desde los soles nahoas
hasta la familia de Noé. El escritor más antiguo que narra un diluvio seme-
jante al bíblico es el caldeo Beroso. Diecisiete siglos antes de la era cristiana
ya los escribas caldeo-asirios. en Babilonio y Nínive habían esparcido la tradi-
ción diluviana, cuando Abraham acababa de plantar sus tiendas en las tierras
del Hebrón y Moisés distaba mucho de venir al mundo. Los iranios o persas
conservaban memoria de aquella catástrofe, y en Grecia fué popular la tradi-
ción de Tesalia. Desde la cima del Parnaso, salvados Deucalión y Pirra, des-
cienden^arrojando piedras para que broten hombres, después que Júpiter ahoga
al género humano. El Edda escandinavo supone la tierra sumergida en la
sangre de un gigante. En Egipto se evocaba el castigo del agua que cubrió
hasta los montes más altos. En América las tribus diversas guardaban re-
cuerdos diluviales, además de memorias terribles de sumersiones de pueblos
enteros en las aguas oceánicas. El solitario mar se ha revolcado, bramador y
rabioso, por muchos puntos de la tierra. Continentes enteros desaparecieron.
Los cristales polares han invadido la mayor parte del planeta hasta los trópi-
cos. Los Andes se formaron entre los estremecimientos epilépticos del Nuevo
Mundo. Las ondas del Seno Mexicano, después de tragarse impasibles las
naciones más civilizadas de la tierra, sonríen tranquilas, como las mitológicas
sirenas, o ruedan embravecidas cuando el ciclón azota las aguas antillanas.
Lo grosero y hasta brutal de las prácticas religiosas de algunas tribus de
indios, dan la medida de su modo de ser y de vivir. La mitología comparada
demuestra que la humanidad ha venido uniformemente y por pasos muy lentos,
hacia el desarrollo religioso. Lo mismo en el mundo antiguo que en el suelo
americano, la evolución hubo de seguir iguales huellas. La analogía de ideas
religiosas, la comunidad de ritos, la semejanza de principios, el i)arecimiento en
las costumbres, no imi)lican unidad, ni tradición, ni solidaridad. Lajriencia
social ha i)n)1)a(l(), por modo irrefutable, que semejantes coincidencias son^
simplemente fruto de análogo grado de cultura (i ). Así como el árbol tierno
(¡iinrd íl«< líiüllo.
-338-
sólo da hojas, y el sasonado flores y reciñas, la humanidad produce madurez
y cultura. La religión es la medida del adelanto de un pueblo. Cuando los
judíos tuvieron a Moisés fueron grandes y salieron del cautiverio. Cuando
Roma era la señora del orbe, y Augusto había cerrado las puertas del templo
de Jano, para transformar el criterio moral y levantar al hombre a un nivel que
jamás había alcanzado en los antiguos tiempos, aparece el Salvador del Mundo.
La historia de la inspiración cristiana (fídes qua creditor) y la historia de la
concepción religiosa, anterior a la mitología y al dogma (fides quae creditor)
demuestran que la religión es un organismo, que se desarrolla y eleva al com-
pás de la civilización de los pueblos, formándola y enriqueciéndola como la
savia enriquece la vida de las plantas.
Recorriendo la historia de los mitos indianos, que ha sido profundizada
por Brinton, Brasseur de Bourbourg, MüUer, Kingsborough, Jarris y otros
anticuarios, aparece que la circuncisión, el bautismo, la cruz, la confesión de
los pecados, y algunas otras prácticas que, alteradas y reformadas, subsisten
hoy, se conocieron entre los indios de México y otros de Centro-América, El
dios relacionado con el nacimiento y purificación de los niños se denominaba
Chalchihuites, nombre que por extensión se daba a las piedrecitas pulidas que
ponían en forma de soguia a los infantes y a sus madres. El cuarzo verde, la
esmeraldas y otras piedras finas, servían para tales adornos (i). Hoy la pala-
bra chalchihuites se usa en Guatemala para designar baratijas, trastes de poco
valor, objetos inútiles. En el lago de Coatepeque había en las márgenes de
Coatán, un ídolo grande representando aquella divinidad bautismal (Squier).
Los indios creían, como otros pueblos antiguos, que ciertas piedras eran de
buen agüero.
La ceremonia del bautismo comenzaba por poner en la mano izquierda del
niño un escudo pequeño, y en la derecha un arco de flechas, simulado de paixte
y semillas de amaranto, acompañado de arreo de guerra y de una ollita con
maíz y frijoles (2). Al salir el sol rociaba la partera la cara de la criatura
con agua fresca, colocándole la cabeza hacia el Poniente, y exclamando : "Oh,
águila, oh tigre, oh hombre valeroso, has venido al mundo enviado pfir tu padre
y madre, el gran Señor y la gran Señora ; fuiste creado y engendrado en tu
casa, que es el lugar de los dioses supremos, que están encima de los nueve
cielos. Eres un don de Gucumatz, que está en todas partes. Ahora júntate
con tu madre, la diosa de las aguas Chalchihuiticue." En seguida la misma
partera humedecía los labios al infante y levantándolo en alto, lo ofrendaba a
los dioses ; después rociábale unas gotas de agua, y decía : "¡ Recibe el agua
pura que limpia y purifica, que removerá de tu corazón toda mancha !" Al
bañarle, por último ligeramente la cabeza, exclamaba : "¡ Oh hijo mío, toma
(1) Palacio. Carta, páj?. 1 10.
(2) Bancroft.twollustratioiisoiibaptlsmo.vol.nl pátr. 371
— 339 —
esta agua del Señor del mundo, que es tu vida, que da vigor y que refrezca.
Ojalá que esta agua celeste, azul, penetre entre tu cuerpo y ahí viva; quiera el
cielo que destruya en tí todos los elementos adversos y malos, que te fueron
dados desde el principio del mundo. En tu mano, diosa de las aguas, está toda
la humanidad porque eres nuestra madre."
Torquemada, en la Monarquía Indiana, Sahagún y otros religiosos, en vez
de encontrar en todo eso los gérmenes de la religión cristiana, veían el poder
del diablo y la influencia del infierno (i). Este último cronista da una des-
cripción detallada de Tlazolteotl, diosa de la salacidad, que ayudaba a cometer
los pecados ; pero que tenía el poder de perdonarlos. "El sacerdote buscaba en
el libro divino, tonalamatl, para adivinar los pecados del que traía leña y copal
para encender el fuego. Si el pecador era noble iba el sacerdote a confesarlo
a su casa, y con palabras de oración le perdonaba sus culpas, bajo juramento
de no volver a repetirlas. Usaban una ceremonia en esta tierra, hombres y
mujeres, niños y niñas, que cuando entraban en algún lugar en que había
imágenes de los ídolos, una o muchas veces, luego tocaban con el dedo la tierra,
y después lo besaban, (como hasta el día hacen los griegos sismáticos para
santiguarse). A esto llamaban nuestros indios comer tierra, haciéndolo en
reverencia de sus dioses, y todos los que salían de sus casas, aunque no saliesen
del pueblo, y volviendo a su casa hacían lo mismo, y por los caminos cuando
pasaban por algún Cú u oratorio, hacían igual cosa, y en lugar de juramento
hacían esto mismo, y para afirmar que decían verdad usaban tal ceremonia, y
la demandaban los que se querían satisfacer de que no mentía el que hablaba.
Luego lo creían como bajo juramento (2). El sacerdote imponía al confesante
una penitencia de maseración y ayunos ; pero la confesión no se hacía más que
una vez en la vida y por lo común en la vejez. Así dice Kingsborough : "De
esto, bien se arguye que aunque habían hecho muchos pecados en tiempo de
su juventud, no se confesaban de ellos hasta la vejez, por no se obligar a cesar
de pecar antes de la ancianidad, por la opinión que tenían de que el que tornaba
a reincidir, no tenía remedio" (3). Prescot observa que en la confesión auri-
cular, en el secreto consiguiente impuesto al sacerdote, en la absolución y en la
penitencia del confesante, había mucha similitud entre aquella práctica religio-
sa de los antiguos indios y el sacramento de la penitencia (4). La confesión
de los indios tenía la peculiaridad de que hecha en los postreros años de la
vida, no sólo borraba la culpa espiritual o religiosa, sino que alcanzaba indulto
de la pena social o jurídica (5). "Si topaban algún tigre, gritaban luego sus
pecados, para librarse así de aquella peligrosa fiera." "Repúblicas de Indias,**
T. I. Pág. 208.— Román.
(1) Tomo II. vÁg. 37.
(2) Clavljrero. Historia AnUtrua tomo II, váa. 2.5.
(3) México antitruo, vol. VÍT v&«- «
(4) Móxico antk'uo, vol. I. v&g. «2.
(5) Herrera, Historia (íeiieral, tomo I. década II, liltiixV cairftiilo 15.— Ropillillca de Indias |M>r Romiin
Zamora pítr 20?,
— 340 —
Nuestros indios tenían oraciones para los tiempos de guerra, para las
pestes, para las calamidades públicas, para alcanzar buenas cosechas, y en fin,
para todo aquello que más de cerca necesitaban. De los mayas tomaron los
quichés el símbolo de la cruz, como uno de sus emblemas de adoración. Había
cruces en Palenke. Copan, Nicaragua, Quiche y otros lugares de Centro-
América, (i)
El significado que se le atribuia a aquel signo era el de fertilidad o gciu
ración. Una pieza de madera atada horizontalmente a otra vertical, indicaba
la altura de las salidas de madre del Nilo. Si la corriente alcanzaba esa señal,
la cosecha sería pingue ; pero de lo contrario, sobrevendría el hambre. De ahí
provino que en Egipto se revenciara la cruz cual signo de vida, y se temiese a
la vez cual imagen de decaimiento y de muerte. En otros pueblos, por diver-
sas razones, se hallaba relacionada con ritos fálicos, o bien con el gran fertili-
zador, el sol, fuente de la existencia. La cruz entre los chinos significa con-
cepción.
Tuvo, pues, buen criterio Godofredo, Higgins (2) cuando dijo: "Pocas
causas han sido tan poderosas para producir errores en la historia antigua,
como la idea ligeramente tomada por los cristianos de todos los tiempos, sobre
que cada monumento de la antigüedad marcado con una cruz, o con algunos
de los símbolos que ellos concibieron, como monogramas del nombre de Jesu-
cristo, eran de origen cristiano. La cruz fué tan común en Egipto y en I.i
India, como lo es en Europa y en América.
No pocas conjeturas se hicieron, desde un principio, cuando los españoles,
con asombro, encontraron la imagen de la cruz, entre los edificios de los indios,
como emblema religioso. Unos dijeron que los mismos castellanos arrojados
por una tempestad en Yucatán, antes de que Córdova descubriese esa tierra,
habían introducido la cruz ; pero en las ruinas antiquísimas ya se encontraba, y
era también usada en Centro-América, lo cual traía por tierra aquella hipótesis.
Los naturales indígenas de estas comarcas tuvieron una tradición que daba a
entender que los españoles, un poco antes de la conquista, habían sido los in-
troductores de la cruz. Entre los muchos profetas que aparecieron por enton-
ces, hubo uno que predijo la venida de un pueblo extraño, por el lado del sol
naciente, que traería una fe monoteística, con la cruz por enseña. Les previno
aceptar la nueva religión y erigir una cruz como testimonio de su profecía (3).
Brinton juzga que se puede referir a la vuelta de Zamná o Kuckculcán, señor
del alba y de los cuatro vientos, adorado en Cozumel bajo la señal de la
cruz (4). Algunos de los crédulos cronistas y no pocos de los frailes, hicieron
popular la leyenda de que un joven muy hermoso había pasado por el país,
(1) Mniler, Reliíflones Americanas, pág. 298-
(2) Druidas Célticos, pág. 126.
(3) Historia de Remesal pácr. 245.
(4) Myths, vág. 1888.
— 341 —
dejandü la cruz como memento, antes de la conquista, y que tal personaje era
nada menos que Santo Tomás. Las Casas dice que los indios aseguraban tener
la cruz cual religioso símbolo, porque había muerto en ella un hombre más
resplandeciente que el sol (i). La opinión de que fuera introducida por pri-
mitivos cristianos, o paganos del antiguo mundo, se desvanece por la circuns-
tancia de que habrían dejado entonces otros rastros más prácticos de su cultu-
ra. El símbolo de la cruz, según se expresa Bancroft, es de suyo tan sencillo,
y sugestivo de tantas ideas, que parece razonable pensar que los aborígenes lo
introdujeron sin necesidad de que otros lo hubieran traído de remotas tie-
rras (2). En todo caso, como la cruz estaba reconocida cual emblema rehgio-
so e instrumento de castigo, mucho antes de la era cristiana, es innecesario
buscar teorías para explicar la existencia en América de ese signo, en relación
con el cristianismo.
Los españoles estaban en un error al pensar que sólo ellos, que desde los
tiempos de la reconquista habían multiplicado tanto las cruces, eran los únicos
que las usaban en concepto de símbolo religioso. Cuando vinieron a América,
no podían comprender que los indios ya conociesen lo que los pueblos más re-
motos de Asia tuvieron desde tiempo inmemorial.
Las fiestas de la Maya o del Pirulito se pierden en las brumas del politeís-
mo greco-romano. Un curioso manuscrito "Los Días Geniales," de Rodrigo
Caro, trata extensamente de esa solemnidad, que Santa Elena sustituyó con
la fiesta de la Cruz. Hornacinas vaciadas en el muro, pequeños triunfos o
altares hechos en los ángulos, caracterizaban estas cruces, en las calles y pla-
zas, desde que se generalizó entre los cristianos de España esa fiesta popular,
que aquí en América se introdujo, y aún se conserva el día cuatro de mayo,
muy celebrada por los albañiles.
En la zona quiche había ídolos alegóricos, como los que se refieren a la
computación del tiempo y a la reproducción humana, que se consideraba gran
beneficio de los dioses, y anhelada por los que se casaban, hasta el punto de
que la mujer estéril ocurría al curandero, quien le prevenía separarse por cua-
renta días del marido, tomar el agua de ciertas yerbas, como el alonquén, co-
mer mucho maíz y beber miel silvestre, no probar la sal y hacer algunos sacri-
ficios a la diosa de la generación (3).
El suplicio quiche, que ilustra con un grabado de Nachán, la obra "México
al través de los Siglos" (Tomo L Pág. 229) representa un infeliz indio crucifi-
cado, con abrazaderas en pies y manos. Dice Chavero que de ese ídolo no
(1) Historia Apolofjética. capítulo 123. Pedro Miírtlr. dec. IV. libro l*^
(2) MlthstomoTIIpáír. 469
(3) Román. Repúblicas de Indias, tomo I, vAg. 21.S.
— 342 —
queda más que el modelo en que se hacían las figuras, por lo que opina que era
un dios cuya efigie se reverenciaba mucho. En los geroglíficos se encuentran
cruces de San Andrés, cruces griegas y cruces teutónicas.
Escritores tan eruditos como el mismo Chavero dan a conocer detallada-
mente el simbolismo de los geroglíficos cruciformes del Códice Vaticano y del
Códice de Viena, sin necesidad de recurrir a citas de teogonias orientales. Di-
cen que la cruz que tengan los nahoas, mayas y quichés, era la representación
pleonástica de la vida, de la reproducción y del alimento ; lo que explica que los
toltecas llamaran a la cruz tonacaquaouitl, que quiere decir árbol del sustento
o de la vida. El poder generador se presentó con la cruz del 1-in-gam, y
desde el Asia, atravesando el África, allá en los remotísimos tiempos en que
comienza la historia del hombre, vino una raza anterior a la arya y al descu-
brimiento del hierro, y llegó a América (o según otros quieren, fué de aquí
para el viejo mundo) denominósele draviana o semítica; ello es lo cierto que
tenía un dios que se llamaba Indra, según afirma Duncker. Era el sol, que en
el Perú fué Inta y por nuestras regiones K-in o Ch-in (sienijire la raíz in). Los
nahoas tenían al sol por creador, fundador, alimentador. La cruz significó
los rayos fecundantes de la vida, que forman las estaciones, productoras de
las cosechas. Los cuatro puntos cardinales, los cuatro años, los cuatro días
principales, los cuatro períodos cronológicos, y el mismo sol como causa de la
vida (i). Herrera, en su "Historia General, década H," habla de varias cru-
ces encontradas en adoratorios, consagrados al dios de las lluvias. Lo mismo
afirma Cogolludo y Gomara. La cruz, pues, fué, en el principio del mundo, la
imagen de la vida, en las teogonias de los primitivos pueblos representaba el
sol, el agua fecundante caída del cielo. En la plenitud de los tiempos, la cruz
fué el árbol de la redención, que con los brazos abiertos vino a cubrir al mun-
do, a ofrecer la bienaventuranza.
La religión es un organismo que, con el hombre, ha tomado desarrollo y
simboliza el grado de cultura. Es un árbol místico cuyas raíces están en el
paraíso y cuyas ramas no dejarán de cubrir a la humanidad hasta que des-
aparezca.
Para concluir con la historia de la cruz, es preciso mencionar aquí el famo-
sísimo templo que se encontró en Palenke, cuyas ruinas aún se estudian por
los anticuarios. Era el Templo de la Cruz un edificio quiche construido sobre
una pirámide, de gradas de mampostería, de 134 pies de altura, teniendo el
templo 50 pies por 31, con pilastras que sostenían un techo con relieves de
estuco, plantas y flores, adornando una gran cabeza y dos cuerpos bastante
perfectos. En seguida, una construcción extraña de dos pisos coronaba el
México a través de los Siglos, tomo I. páe. 281.-Fi(ruier. L' liomme aprés la mort.
— 343 —
edificio, con calados y ornamentos de relieve. Por dentro había molduras de
estuco, grandes paredes llenas de geroglí fieos, personajes con mitras, y con
estrellas por orejas, llevando al sol en el pecho.
En la puerta del altar existían bajos-relieves lindísimos, de sacerdotes, uno
con la máscara sagrada representando a Votan, y el otro, con una culebra cas-
cabel y una ave extraña, acaso simbolizando otra poderosa divinidad relacio-
nada con el sol. Los tableros con un perfecto dibujo de la cruz, están aún en
Palenke y han sido estudiados por el Instituto Smithoniano y por sabios como
Charnay, Dupaix, Waldeck, Stephens, Rau y otros profesores eminentes. El
tercer tablero lo hemos visto en Washington, en donde tuvimos ocasión de
admirarlo.
En fin, la cruz de Cozumel, que algunos han tomado por indígena, era
enteramente de carácter cristiano, y de forma y estilo del siglo XV, al punto
que no deja duda de haber sido los mismos españoles los que la pusieron en
aquel lugar indígena, lo cual hizo después afirmar a muchos fanáticos que el
cristianismo se había conocido antes de la conquista castellana en el Nuevo
Mundo. Quiroga cierra su magnifico estudio (i ) sobre "La Cruz en América"
demostrando que era símbolo de la lluvia.
La circuncisión que acostumbraban los indios mayas, quichés, cakchique-
les y de otras tribus, no sólo ha sorprendido a muchos historiadores, sino que
ha dado margen a que algunos deduzcan de ahí que los aborígenes americanos
descendieron de los judíos ; pero a la verdad, los chinos, los egipcios, los etio-
pes, y todos los países moamedanos, han practicado y practican la circucisión,.
que entre nuestros indios no obedecía a la simbólica renuncia de carnales goces,
como creyó Brinton (2) ya que en ese punto eran terriblemente desmoralizados
aquellos indios, sino más bien a un principio de higiene y de limpieza, que dio
origen, en las naciones de Asia y de Europa, a esa costumbre rodeada después
de carácter religioso.
Fr. Jerónimo Román, que es quien más datos recogió acerca de las cos-
tumbres religiosas de los indios, dice: (3) "Tenían por ley circuncidarse, y ansí
a los veintiocho días llevaban los padres al niño o niña al templo y lo entrega-
ban al mayor sacerdote y a los demás, y tendían sobre una piedra, que servía
de ésto, a la criatura, y con un cuchillo de piedra circuncidaban al niño. A las
niñas también, en lugar de circuncisión, les hacían cierta ceremonia, y era que
el gran sacerdote corrompía a la niña con sus propios dedos y mandaba a la
madre que llegada a los seis años, ella mesma con sus dedos renovase el roni-
(1) Adán Quiroga.— 'La Cruz en América. "-Buenos Aires. HX)1. Dájr. 254.
(2) Brinton. M.vtlis. vát:. 147.
(3) Repúlilicas de Indias. Idolatría .v (iol)ienio. tomo I. i)á»r. 1 IT.
— 344 —
pimiento." No estimaban en nada la virginidad, sino que por el contrario,
trataban de destruirla desde un principio (i).
Acostumbraban una especie de comunión, que consistía en sacrificar un
niño, sacarle el corazón, y con la sangre mezclada de ulli (caucho) y cierta
semilla de los huertos sagrados, hacían una confección llamada yoliagmtla-
qualoz (manjar del alma) que reputaban sacratísimo. Cada seis meses lo
debían tomar los hombres mayores de veinticinco años y las mujeres mayores
de dieciséis. En el décimo quinto mes se fabricaba una estatua de masa de
maíz cocido, representando al dios Huitzilopochtli, y se hacía pedazos para
darla a comer al pueblo. La ceremonia se denominaba teoqualo, o sea dios es
comido. En otras ocasiones hacían bollos o tortillas de semillas de amaranto
y miel, llamados pan sagrado, que se distribuía sobre hojas de maguey. Men-
dieta dice que el tabaco lo comían en conmemoración de Chihuacuatl. Tor-
quemada, Sahagún y otros cronistas antiguos refieren todo eso, que Kings-
borougt trata de explicar menudamente (2).
Agrega Bancroft (3) que el ayuno lo acostumbraban tanto para perdón
como por penitencia de sus pecados, y con el fin de prepararse "a las grandes
festividades. El ayuno ordinario era de abstinencia de carne, y consistía en ha-
cer una sola comida por la noche. En el año divino se componía el ayuno de los
ochenta días, y aún duraba más el de los sacerdotes. Los Grandes Ministros
o supremos Pontífices iban a los montes por varios meses y se mantenían con
yerbas y un poco de maíz crudo, haciendo penitencia y sacándose sangre de
varios puntos del cuerpo, hasta de los órganos genitales (4).
Cundió en Honduras la creencia entre los aborígenes, de que una bellísi-
ma mujer blanca, llamada Comizahual, o tigre que vuela, era especie de hada
o bruja que, descendida del cielo, había venido a Cerquin, que hoy se llama
Gracias, a difundir la civilización. Decían que a pesar de haber permanecido
virgen, había tenido tres hijos, que Torquemada afirmaba que habían sido her-
manos de aquella divinidad (5) entre los cuales distribuyó su reino. Después
subió a lo más alto de su palacio, y en ascención gloriosa, acompañada de
relámpagos y truenos, se fué a reunir con los dioses (6). Inmediatamente un
lindísimo pájaro se vio volar y desaparecer. Era el melancólico quetzal de
áureo plumaje, que para no presenciar la hecatombe indiana, se refugió en los
bosques solitarios.
(1) En ciertas rejones se hace la toilette de las nlfias. de tal manera mlnnciosa. que hasta las huellas
del himen os diflcll encontrar. En las Indias Inglesas sucede otro tanto. Entre ciertos Indios del Brasil no
exlstí-n vfrtrenes. porque hacen lo mismo fine los alKírfjrenes de Guatemala. Los neocaleílonlos aDreclan en
tan poco la fnígll memhrana. que hay perforadores dto/icto, que pa«rándoles. desfloran tres días antes de la
boda a la novia— /?/«(/« sur la nature humana, Metchnlcoff.
(2) Mex. ant. vol. V. pág. 1.T3.
(3) Mlths and Lan(rua«res. vol. III. págr. 440.
(4) Sahajaín. Historia General, tomo T, pátr. 275.
(5) Monarquía Indiana, tomo I. pásr. 336.
(6) Herrera. Historia General década IV libro 8. capítulo 1 V.
- 345
Los lacandones adoraban y aún adoran directamente al sol, sin interposi-
ción de ídolos. La tribu nahoa de los pipiles también rendía homenaje al astro
rey y acostumbraba sacrificarle un venado. El centro de la adoración princi-
pal era Mictlán, cerca del lago líuixca, en donde hoy está la aldea de Santa
María Mita, fundada, según la tradición, por un anciano que brotó del lago, en
compañía de una gentil doncella, ambos con vestidos de blanco y celeste, lle-
vando el viejo una mitra en la cabeza. Asegura Bourbourg que la época a que
tal leyenda se refiere, es la de la emigración tolteca y la del establecimiento de
los reinos guatemaltecos (i). Es absurda la idea de que los pipiles se estable-
cieron en parte de Guatemala, Cuscatlán y Costa del Bálsamo, por primera vez
en tiempo del rey mexicano Ahuitzotl, puesto que es imposible que las ciudades
fundadas por los elementos pipiles, y el prodigioso adelanto en escultura y
estatuaria, como se nota en las ruinas de Cotzumalguapa, se hubieran des-
arrollado en unos treinta años, desde aquel célebre rey hasta la venida de los
españoles.
"Abandonando el desierto que hoy se llama El alto de Totonicapam, em-
pieza el viajero a descender rápidamente por escarpadas rocas, atravesando
sombríos y pintorescos bosques, sorprendido a cada paso por el aspecto im-
ponente de enormes pedregones y profundas simas, y embebecido por instan-
tes al percibir el manso murmurio de un límpido arroyuelo, o al descubrir entre
el ramaja los hilos argentinos de una blanquísima cascada. En la profundidad
de aquellas grietas o barrancos, en una hoya que pudo muy bien suponerse
inaccesible, está situado un pueblo célebre entre los de Guatemala, porque
representa aún en el día, talvez con más exactitud que otro cualquiera, las
tradiciones características de las antiguas y degeneradas razas que poseyeron
este territorio. He aquí lo que hemos sabido de su origen.
Muerto Tecum-Humán a manos del conquistador don Pedro de Alvarado
y subyugada definitivamente la nación, la capital del reino del Kiché debía su-
frir la primera los vejámenes que oprimen al vencido. Gran parte de la po-
blación, que era inmensa, buscó entonces salvarse en la fuga, pidiendo abrigo
y seguridad a las montañas. Los Yxtahuacanes, porción de Kichées emigra-
dos, caminando al sudoeste dieron al cabo de doce leguas en el paraje que he-
mos descrito, cuyo fondo cortado por horribles fosos hechos pr la naturaleza,
y erizado de riscos y peñoles, eligieron por su habitación, guareciéndose cual
miserables rejjtiles en las aberturas y grietas de los montes. Así logaron los
Ixtahuacanes sustraerse al yugo de los conquistadores ; pero no pudieron por
dicha suya quedar largo tiempo inadvertidos al celo heroico de los misioneros,
que por montes y por breñas iban a caza de indios para reducirlos a vida polí-
tica y cristiana. Pronto se vio levantada en el fondo mismo de aquellos ba-
i)!Ítr. SI. lomo II.
— 346
V
Trancos una pequeña iglesia, que sirviese, como en todas partes, de centro, y el
pueblo agrupado en rededor fué bautizado (no sabemos por qué circunstancia)
con el nombre de Santa Catarina Mártir.
La situación topográfica de Santa Catarina colocaba a los Ixtahuacanes
en un verdadero aislamiento, aun después de introducida la religión cristiana ;
por manera que solos, robustecidos con la aspereza del lugar, dedicados exclu-
sivamente a la agricultura, fieles a sus matrimonios, que contraen casi en la
infancia, se multiplicaron y permanecieron en un estado verdaderamente inde-
pendiente, pasando así con su genio, costumbres primitivas, y hasta sus prác-
ticas supersticiosas, al través de los siglos y de los acontecimientos. Podemos
pues afirmar con bastante confianza, que conocer a los Ixtahuacanes es habí i
conocido en mucha parte la nación Kiché. Desgraciadamente es poco lo que
podemos alcanzar en este género de investigaciones. Ante todo, teniendo que
practivar la religión cristiana, ellos han debido acudir al sigilo más profundo
para salvar sus ritos idolátricos, cuyos secretos guardan con religioso esmero
sus Ajitz o sacerdotes del sol. Al efecto, emplearon con astucia la simulación
de las ceremonias cristianas, mezclando impíamente los nombres consagrados
en el culto cristiano con los de sus torpes númenes, y logrando de esta suerte
engañar por mucho tiempo a los menos versados en su idioma. Por otra par-
te, la natural suspicacia de estos pueblos aumentada con el encono eterno que
profesan a la raza extranjera ; aquella estrema desconfianza que preside a sus
relaciones con la gente ladina, expresada trivial pero muy exactamente con el
dicho tan común entre los mismos indígenas: "Aparte vos, aparte yo," des-
confianza de la que no llegan a eximir completamente ni sicjuiera a los minis-
tros de la religión, por más homenaje que les rindan ; además de esto, la rudeza,
la desidia, y la falta absoluta de escritura, fueron siempre poderosas causas que
dificultaron la adquisición de datos etnográficos, tan necesarios para formar
la historia de nuestras antigüedades.
Los Ixtahuacajififtscreveron siempre en la inmortalidad, pero de un mo(l<.
enteramente material. Adoran dos principios soberanos, bueno y malo, igual-
mente poderosos, entre quienes reparten el gobierno del mundo: aquel habita
en las alturas, éste posee el imperio de la tierra. El bueno está representado
por el astro que preside al día, padre de la paz y fecundador del universo: en
su idioma se le llama Eij (de donde Ajcij, o ajitz). El malo, Huyub, dueño
de todas las riquezas del mundo, no difiere en su representación de la figura
humana, pero con facciones horribles, las más espantosas que alcanza a dibujar
la aterrada fantasía. Huyub es un genio omnipotente para favorecer con los
bienes de la tierra a sus adoradores, no menos que para dañar a los que rehusan
prestarle adoración. Existen en su teogonia otros genios o dioses subalternos,
que vienen a formar la corte de los dos principios soberanos, asociándose al
rango de los dioses las almas de sus Ajitz y de sus célebres antepasados.
p
— 347 —
Esta sola noción de sus divinidades basta para comprender la división en
buenos y malos de los dias consagrados a su culto, o sea de los días que supo-
nen caer bajo su influjo y patrocinio, que son todos los del año ; lo que nos da
ocasión de añadir alguna cosa a lo ya dicho por personas competentes sobre el
famoso Calendario de la nación Kiché. El Calendario, resume o simboliza
todo el sistema religioso-político de los Ixtahuacanes. Por él no tanto se
miden los tiempos para el arreglo histórico de los sucesos, cuanto se aprecian
las suertes de los hombres, ligadas fatídicamente al día que les tocó nacer. De
aquí nace la suprema importancia individual del acertado cómputo de los días
y sus signos, como que va en ello la felicidad o ruina de sus intereses ; y de ahí
por consiguiente se derivan las consideraciones sociales de que gozan en aque-
llos pueblos los Ajitz, consagrados esencialmente al estudio de su cronología.
Tanto más que los Ixtahuacanes, o carecieron siempre de todo signo para ex-
presar sus ideas, o no tuvieron fnás que quipos o figuras, como el resto de los
pueblos americanos, como los antiguos chinos, egipcios, etc., siendo en cual-
quiera de estas dos hipótesis, sus sacerdotes los oráculos supremos de sus
tradiciones.
Nótese bien ese principio que acabamos de sentar: el Calendario de los
indios no tiene otro objeto principal sino el de fijar la suerte que toca a cada
hombre. De ahí procede el que los signos se cuentan simultáneamente, sin
quep ueda señalarse ni el principio ni el fin. Expliquémonos. Supongamos
que nuestros lectores conocen ya los veinte signos y sus nombres : Noj, Tihax,
Cauok, etc. Pues bien : los sacerdotes del sol tienen dos maneras de contar el
año: i^ dando a cada signo un solo día, de suerte que al cabo de 365 días los
cinco primeros signos se repiten 19 veces, y solo 17 los quince restantes, toman-
do por punto de partida para empezar el cómputo, la gran fiesta gentílica que
acostumbran a celebrar a mediados de la primavera. El año de 1854 dicha fies-
ta tuvo higar el i? de mayo. La 2? manera de contar consiste en dar a cada
signo un mes de 20 días, de tal suerte que, sin interrumpir la serie ordinaria de
los signos, se vayan contando los días de cada uno, hasta completar su año
todos sucesivamente. De esta manera los cinco primeros signos tendrán su
año de 19 meses, y de 18 los restantes. Sobre esta base pueden formarse tablas
para cada año que indiquen con exactitud la correspondencia de nuestros meses
y días con los del calendario indígena, bastando al efecto conocer qué signo
debe tomarse por punto de partida. Sabemos, por ejemplo, que el año de 1854
el 1° de mayo correspondía al signo Noj entre los Ixtahuacanes : pues bien,
según el primer modo de contar, Noj sería también el 21 de mayo, el 10 y 30 de
junio, el 20 de julio, el 9 de agosto, etc., etc. ; según el otro sistema de llevar el
cómputo, el 20 de mayo de aquel año sería el 20 de Noj, el i? de Ahmac, el 2? de
Tziquin, el 3? de Ix el 19 de Tihax. Solo por medio de estas tablas puede
un párroco indagar a punto fijo los días en que esos pueblos, que aun conser-
van muy fresca la idea de sus supersticiones, han de concurrir a la iglesia para
celebrar allí sus ritos idolátricos. Y tan puntualmente llevan sus brujos la
cuenta de los días de su calendario, que mientras los domingos y fiestas solem-
nes de nuestra religión no es raro ver el templo hecho un desierto, en los día-
clásicos de su almanaque que se ven afluir a todas horas los adoradores, m
quema en profusión el incienso o estoraque, se cantan responsos, se llena do
velas el pavimento, etc., bajo cuyas apariencias de piedad cristiana, cncubrcií.
como hemos dicho, las ceremonias de su gentilismo.
Sus días excelentísimos son Ajmac, Tziquin y Kanit. En este se pide ludo
lo que es sustento para el hombre :*en Tzicjuin se reúnen los desposados en una
misma habitación, precedidos de muchas oracicmes y votos por su felicidad : en
Ajmac se ofrecen mil oblaciones al genio de la salud. Fuera de esto son días
buenos Aj, Ix, Ec, Noj y Quicj. En ellos se i)rincipian y consuman los contra-
tos, y se pide a los genios de los montes el aumento de los animales domésti-
cos, rogándoles principalmente que contengan a las bestias carnívoras para
que no destruyan sus rebaños. Noj y Tihax tienen la especialidad de estar
consagrados al alma humana, por lo que en ellos se pide buen entendimientu
l)ara sí y para sus hijos. Entre U)S días malos sobresale el Toj : ¡infeliz del
que viene al mundo bajo la influencia de este signo! sentirá de lleno la presión
de los genios infernales. En Imux ocurren los Ajitz a pedir al dios del viento
toda suerte de mal para sus enemigos. Otro tanto practican en los cinco días
siguientes. En Tzi y en Btz el objeto de las peticiones es la miseria y toda
clase de enfermedades, pero con especialidad la gota i)ara paralizar a sus
contrarios.
No queremos omitir una advertencia final. Nosotros hemos sentaflo que
el mes de los Ixtahuacanes cí>nsta de tantos días como signos, y que la suma
de 18 meses más los 5 días sobrantes, forma su año de 365 como el nuestro. Al
afirmarlo nos hemos apoyado en el dicho de personas, que ya por el conoci-
miento perfecto de la lengua kiché, ya por el largo trato c(m aquellas gentes,
han merecido toda nuestra confianza en la materia. Añadamos ahora que tal
es precisamente la opinión de los mejores cronistas que escribieron de cosas
de las Indias. Herrera, hablando de los Mejicanos, Dec. 3? L. 2^ cap. 18 dice:
"Dividían el año en diez y ocho meses, y daban veinte días a cada mes, con que
hacían trescientos y sesenta días; y los cinco restantes no los daban a mes
ninguno, sino que los llamaban días baldíos, los cuales ocupaban en visitar
unos a otros, etc." Añade que los indios de Yucatán y Honduras tenían una
distribución de tiempos semejante, cuyo cuidado y arreglo estaba a cargo de
los ancianos, por cuya tradicional enseñanza estas cosas se han siempre conser-
vado muy enteras. Asegura otro tanto de los habitantes de Nicaragua ; y vol-
viendo a tratar en la Dec. 4" de las costumbres de Honduras, repite que : "con-
taban su año repartido en 18 meses, y ponían 20 días al mes, aunque no conta-
■f
— 349 —
ban sino por noches." Por otra parte (ibid. i. 8? c. 8?), nos asegura que los
indios de Guatemala usaban en su gentilidad, de los ritos y costumbres de los
chontales de Honduras, sus vecinos. Solis está del todo conforme con Herre-
ra. Finalmente García (Orig. de los Ind. i. 4?), comparando largamente las
costumbres de los aborígenes americanos con las de los pueblos antiguos, es-
cribe: "La división del año, que tenían los mejicanos, los de Yucatán y otras
naciones de Indios, es otra singularidad conforme con los egipcios, porque
aquellas naciones partían el año en 18 meses ; cada uno con 20 días, que son
360, dejando 5 fuera de él, a los cuales Uaniaban Baldíos, como refieren Tor-
quemada y otros. Los egipcios, aunque tenían el año de 12 meses, estos solo
tenían 360 días, dejando los mismo 5 días fuera del año. ... y Herbelot asegura
que practican lo mismo los árabes y persianos."
Entre nuestros indios se conoció, como hemos dicho, el culto a Priapo o
Falo, de los primitivos asiáticos, aunque no con esos nombres. Membra con-
juncta in coitu era el siglo de la vida, y de la reproducción. En las ruinas de
Copan se han encontrado rastros notables de fáHca idolatría. Un gentil-hom-
bre que vino con Cortés, por estas tierras, escribió : "adorano il membro che
portano gli huomini fra le gambe." En la isla Zapatero se han descubierto
ídolos cuyo rasgo característico era la magnitud del órgano viril ; ni tiene eso
nada de extraño, porque entre los antiguos aborígenes, como en todos los pue-
blos primitivos, dábase ai poder genésico suma imporntancia, hasta el punto
de que el que más hijos y mujeres tenía, se consideraba privilegiado de los
dioses. El homenaje a la vida toma rumbos diversos, según la cultura de los
pueblos.
Creían los indios, y siguen creyendo, en espectros y aparecidos, como se
comprueba con la leyenda del lago de Ilopango, en donde vagaban, en tempes-
tuosas noches, los espíritus, deslizándose por las tranquilas aguas, para salir a
obtener sangre pura de inocentes niños, que reclamaban los dioses ofen-
didos (i).
La ley de causalidad (karma) exige principios contrarios, ya que no es
posible crear fuerza alguna sin que haya resistencia, sin un punto de apoyo, ni
que exista luz sin sombra, ni bien sin mal. La fuerza positiva hará precisa la
negativa. En todas las religiones hay Dios y hay Diablo. El Demón, Titán,
Tifón, Satán, Mefistófeles y demás genios maléficos, presiden el averno, el
infierno, el lugar de los reprobos (2) el centro del dolor, el nido del mal, en
donde se deja atrás toda esperanza, en donde no se ama. Xibalba era entre los
indios quichés el lugar del cual venía la muerte y a donde iban los que sallan
de la tierra. El alma hacía viajes después de abandonar el cuerpo y tomaba
(1) Bancroft, tomo III, Mlths and LaníruaKM.
(2) übl nullo est ordo, sempeniue af?terna ponfuclo.
— 350 —
una especie de existencia astral, según la llaman los teosofistas, en la que iba
peregrinando por otros mundos. Como de las dos electricidades opuestas sur-
ge la chispa, de las desafinidades de los átomos la creación química, de las
atracciones y repulsiones la armonia de los astros, de la división de los sexos
la i)erpetuidad de las especies, así también de la muerte nace la vida, en esa
universal palpitación, en que por obra y milagro de amor, todo se transforma y
nada perece. Edipo, es decir el dolor eterno, pasa por el mundo apoyado en
la dulce Antígona.
Los aborígenes civilizados de Centro-América reconocían la ley de causa-
lidad, las dos fuerzas universales y contrarias que predominan en el universo.
En todas las religiones estuvieron simbolizadas. Osiris (Dios) y Tifón (la
serpiente) en Egipto; Ormuzd (Dios y Arimán (el demonio) en Caldea; el
Logos y el Adversario, entre los gnósticos ; Dios y el Diablo, entre los cristia-
nos ; Jakín y Boaz, las dos columnas del templo de Salomón, entre los masones.
Entre nuestros indios quichés existía la idea de que Thcotl o Cavahuil (Dios)
mandaba a Xibalba (infierno) a los que salían de la tierra, y debían purificarse.
Los poconchíes creen en cl cielo, taxaj, y en el averno, pan-kak. I"! tuyra era
el diablo.
Nuestros indios, como tíxios los pueblos y casi todos los hombres, incu-
rrían en el error de tomar la vida terrestre como tipjLde la vida universal, y de
crear dioses a imagen del hombre. Todo lo que podemos conocer en la tierra,
no será más que una parte infinitesimal de la inmensa realidad que existe en
las creaciones del infinito. Hay una fuerza invisible, imponderable, que mue-
ve los mundos y que los une en una red de .sensibilidad externa. Hay un fluido
vital que se esparce por todas partes. Hay un Espíritu que hace solidarios a
los soles y une las almas. No hay molécula en reposo, ni existe un astro que
pueda volver al sitio que ha ocupado. El universo' forma una Unidad Suprema.
Los atlantes que tuvieron una civilización acaso superior a la de los demás
pueblos de aquellas remotísimas edades, dejaron sus tradiciones a los mayas
y a los quichés, que adoraban al sol, y en las ruinas de esos pueblos quedan los
dioses análogos a los de los japoneses. Después tomaron los indios civilizados
de Centro-América como arquetipo la imagen del hombre, lo cual pudiera con-
siderarse como una reversión al culto remoahal de Manú.
La parte monstruosa de la religión quiche era debida a la rudeza de los
tiempos ; pero al través de aquella teogonia, que vino lentamente formándose
ai desarrollarse la cultura aborigen, se encuentran pruebas de que, lo mismo
entonces que en nuestros días, la vida religiosa de los pueblos abarca diversas
fases de creencias y cultos, informadas por esa aspiración necesaria, instintiva,
de adorar al autor de la vida. El proceso de la evolución religiosa de nuestros
indios, allá en épocas de mayor esplendor, deja ver lo mismo que demuestran
los ritos y la teología de los asiáticos y de los primeros países europeos. La
— 351 —
idea de la trinidad inda, caldea y ofita, la purificación por el agua, el perdón de
las culpas, el sacrificio para aplacar a la divinidad, la cruz como símbolo, la mi-
tra, la tiara, las iniciaciones, los ayunos, y muchas otras cosas de los indios
quichés, comprueban que todas las religiones del mundo, tienen semejanzas
desde la cosmogonía de Zoroastro, las cuatro verdades de Budha, las enseñan-
zas de Votan, los diez mandamientos de Moisés, hasta el autruismo divino de
[esús, la purificación de las emociones, la expansión de la inteligencia, la pure-
ra del amor, la armonía celeste de su doctrina espiritual y consoladora.
Los rebaños y los niños se apiñaban a Shri-Krishna, que los atraía con la
música de su flauta, y las multitudes le seguían por lo seductor de su palabra
religiosa ; la elocuencia sencilla, convincente de Budha, la verdad de sus pre-
ceptos arrastraban en pos del sabio de la India a los que tenían ansia de dicha
y sed de saber ; las tradiciones civilizadoras de Votan ; la aureola de Moisés, su
arrogante fuerza de convicción, llevaban a los semitas a la tierra prometida ;
pero el Mártir del Gólgota, amparando al débil, sacando a la mujer de oprobio-
sa servidumbre, predicando la pobreza y la humildad, y fundando su doctrina
en el amor al prójimo, trastornó el mundo antiguo, estableció la igualdad, la
fraternidad y la libertad bien entendidas, y selló con su sangre inmaculada, la
Verdad perdurable en la tierra. ¡ El que lo desee que beba libremente del agua
de la vida !. . . . ¡ Entre los quichés la cruz simbolizó los rayos que la fecundan !
j La cruz representaba al rol en la teogonia de los países primitivos ! ¡ La cruz
fué vida, fué luz, fué verdad !
Hubo entre nuestros indios una casta de sacerdotes que ejercía grande
influencia por medio de los oráculos, y se respetaban como inmunes o sagrados.
El Pontífice Máximo llevaba túnica blanca de algodón, y encima una especie
de dalmática, con figuras simbólicas, mitra en la cabeza, sandalias en los pies,
tegidas de oro de colores, y al cinto cuchillo de jalde. Nadie osaba verle el
rostro, seguros de que al hacerlo perderían la vida en el acto. Los sacerdotes
máximos de Tohil y Gucumatz, pertenecieron a la real casa de Cawek, y te-
nían el cuarto y quinto rango respectivamente entre los grandes del imperio ;
Ahan-Avilix, el supremo sacerdote de la casa de Ahan Quiche ; y los dos sumos
pontífices del templo de Khaba, en Utatlán, eran de la casa Zakik, y cada uno
tenía asignada una provincia para su mantenimiento. Los sacerdotes de Tohil
debían ser muy castos y continentes, sin que jamás pudieran comer carne.
Desde muchachos los castraban, acostumbrándolos a macerarse el cuerpo,
como fakires. Cuando moría el alto sacerdote, era embalsamado y se sepulta-
ba en una cripta, bajo el palacio. Tanto respeto tenían a los pontifices. que si
alguien era osado de tocarlos, se juzgaba que caería muerto sin remedio.
En los principios de las sociedades los sacerdotes máximos han sido los
reyes en gobiernos teocráticos, como los de Votan, Zamná, Kukulcán, y los
demás semimíticos fundadores de la civilización maya. En Guatemala los
~ 352 —
pontífices que presidían los temólos en que se tributaba culto a la trinidad
quiche de Tohil, Awilix y Gucumatz, eran todos príncipes de tres familias rea-
les, con títulos que se registran en las cronologías de la nobleza quiche, como
puede verse en el Popol-Vuh. Dícese que uno de los más poderosos reyes
creó dos títulos sacerdotales de la famlia de Zakik.
El P. Xim'énez asegura que en la Verapaz el pontífice, próximo al monarca
en poder, era electo por el puebio, entre los de cierto linaje nobilísimo. En
Chiquimula existía Mictlán, centro religioso y de grandes romerías, regido
por un herarca, hereditario que llevaba el título de Teoti, auxiliado por
un cabildo de eclesiásticos o consejo de cinco, era el que gobernaba a los otros
sacerdotes (i).
La idea de castas estaba tan arraigada entre los quichés, que al pueblo le
llama siempre el Popol-Vuh, hormigas, ratas, micos, etc. Los que no eran
^para las guerras cultivaban las tierras, (milpaa.) de los señores y sacerdotes,
pAgandn gorin renso (2)-
Las naciones civilizadas que vivieron por Chiapas, Guatemala, Yucatán y
Honduras, han dejado ocultas entre los tupidos bosques, antiquísimas ruinas de
templos, sacrificatorios, etc., que son superiores en extensión y magnificencia
a cuantos encontraron los españoles en el territorio azteca y aun en las vivien-
das particulares, según lo hemos indicado ya, apoyados en el testimbnio de Las
Casas (3). Cuenta Oviedo que los indios de Guatemala tenían un aposento
para adorar a los dioses lares, a los cuales ofrecían sacrificios y quemaban in-
cienso, copal y otras reciñas (4).
En Nicaragua eran generalmente de madera los templos y tenían en frente
un cerro piramidal (Maud) construido al efecto de talpetate, en cuya cima se
hacían los sacrificios ante el pueblo (5).
En Guatemala vio Cortés varios templos como los de México (6) y el que
más le llamó la atención fué el de Tohil, en Utatlán, que era un edificio cónico,
con gradería al frente, de numerosas divisiones, y en la cúspide una plataforma
grandísima, que servía de base a una capilla, edificada de rica piedra, y con
techo de maderas preciosas, el interior y el exterior de las paredes estucados, y
sobre un trono de oro enriquecido con preciosas piedras, se hallaba sentada la
intagen del ídolo. La descripción que hace Brasseur de Bourbourg de este
templo célebre, ofrece mucho interés y deja ver hasta que punto era grandiosa
su arquitectura y esmerada su construcción (7).
(1) Xlménez, Historia Indiana, pásr' 200.
(2) Palacio. Cart«.
(3) Historia Apolotrética. capítulo 124.
(4) Historia General de las Indias.
(5) Pedro Mart.vr. década VI.
(6) Cartas de Cortés al Emperador Carlos V. lyág. 448.
(7) Hlst. de Nat. Civ de México et de Ciuatemala. tomo II. pá>r .">"?.
p
— 353 —
La pirámide constituía la base de la arquitectura de la América Central,
manifestándose sobre todo en las construcciones religiosas, al contrario de lo
que sucede al presente, que donde menos se emplea es en los palacios. Los
teocallies o templos tenían forma de altares, de elevadísima altura, y eran gene-
ralmente pirámides cuadriláteras, orientadas con toda precisión hacia los cua-
tro puntos cardinales, y en cuya cúspide perfectamente plana, se encontraban
amenudo emplazadas otras construcciones religiosas, que surgían sobre senci-
llos planos inclinados o bien sobre grandes mesetas en forma de terrazas. A la
plataforma superior daban acceso, por uno o varios lados, unas escaleras an-
chas, sumamente pendientes, y que en algunos casos subían en zig-zags de una
a otra meseta. En derredor de los teocalies se hallaban las viviendas de los
sacerdotes, así como otros departamentos necesarios para el culto de sus
dioses (i).
Los indios pipiles de San Salvador, dice Palacios, en su "Relación a Feli-
,pe 11/' tenían un papa, que llamaban Tectí, el cual vestía larga ropa azul y os-
tentaba en la cabeza diadema y a veces mitra, labrada de varios colores, y en
los cabos de ella manojos de plumas muy buenas, de unos pájaros que hay en
esta tierra llamados quetzales. Llevaba el pontífice un báculo en la mano, a
manera de obispo. El Tehua Matlini, era el vicario hechicero, letrado en sus
libros y artes, sabedor en pronósticos y agüeros. Adoraban al sol cuando salía,
y tenían dos ídolos principales, el de Quezalcoatl y el de Itzequelle. Hacían
dos sacrificios ordinarios, el de principios de invierno y el de comienzos de
verano.
Mucho se ha censurado a los indios americanos porque acostumbraban los
sacrificios en su religión ; pero a la verdad, es preciso recordar que en la base
de todas leas teogonias se encuentra el sacrificio. Entre los mismos hebreos,
Abraham tuvo levantada la cuchilla contra su hijo Isaac, para darle muerte,
que se evitó por la voz de Jehová, y hubo de sacrificarse en su lugar, un cordero,
que estaba enredado entre las zarzas como recordando al que se inmoló antes
de la creación de los mundos, de que habla el Apocalipsis. En la India halla-
mos el sacrificio del caballo. En los egipcios es la destrucción de Osiris, muti-
lado por Tifón, la serpiente infernal. Baco muere a manos del Titán, el de-
monio. Siempre y en todas partes precede el sacrificio divino a la creación,
de donde tomaron los pueblos antiguos la idea de ofrecer a sus dioses holo-
caustos, que si repugnan a la luz de la cultura actual, no fueron, por cierto,
exclusivos de la gente indiana de América, sino comunes a las antiguas reli-
giones. En el cristianismo aparece Jesús ofreciéndose en holocausto a su
(1) véase "América," ixirli. C ron a u. tomo I. i)ií>r, W. En la onullta Introducción que psoribló el
abate Brasseur de Bourbourtr para su ol)ra "Po|)ol Vuh." o el "LihnjSairí-ado y los mitos de la antitrufledad
americana." liay mucho que ilustra la materiade este capítulo.
-354 —
Padre, que está en los cielos; y quedó el simbólico sacrificio de la misa, en con-
memoración de la muerte del Justo. "Hoc facite in meam conmemorationem."
El transformismo es también ley religiosa.
Cuando los españoles comenzaron a catequizar a los indios, lejos de preo-
cuparse por conocer su religión, la detestaban ciegamente, creyendo que el
demonio era el autor de aquellas creencias, y que andaba siempre metido en los
ritos y ceremonias indianos, siendo causa de que los infelices aborígenes no
abrazasen pronto el cristianismo. Los frailes, por otra parte, dice el abate
Braseur de Bourbourg, tomaban más interés en conocer los usos y costumbres,
que querían desenraizar, que no en comprender el sentido más elevado, que
los nobles y sacerdotes dieron a sus simbolismos y ceremonias (i;.
Hubo una destrucción horrenda, una persecución sin tregua, ni cuartel.
Los ídolos, los templos, los sacerdotes, los altares, los escritos, cuanto se rela-
cionaba con su culto, era pecado horrible, motivo de atroces tormentos, de in-
contables hecatombes.
Todavía en tiempo de Fuentes y Guzmán, ya entrado el siglo diecisiete, se
encontraban, al arar las tierras, enormes ídolos, y muchísimos pequeños al
labrarlas. "Eran, dice, espantosos y descomunales figuras, de tal proporción,
de piedra robusta y dilatada, que de estos ídolos se forma y hace banco a las
vigas y prensas de los ingenios de azúcar, siendo su sólida materia suficiente
a resistir tan poderosos maderos" (2). Este era el destino que se daba a aque-
llas piedras, que hoy se compran harto caras en los museos, y que nuestros
antepasados veían como abortos del demonio. La devastación, la hecatombe,
el anonadamiento se llevó hasta destruir las memorias, las tradiciones, la his-
toria de las razas vernáculas de América. •
Don Vicente Nrciso, que ha vivido muchos años entre los poconchíes,
proporciona curiosos datos acerca de su religión. Vamos a tomar literalmente
los siguientes : "Adoran un Ser Supremo, bajo los atributos de gran creador
e imjnilsador — Kijiv^al, Gran emperador, — Nim-aj-wal, Grandeza, — Nomal, y
Analizador de la existencia universal, Satwal-catxarik.
Tienen también otros dioses menores, como el de los terrenos y caminos,
Ink-kixkam (de los cerros y planes) el del hogar y el del individuo Nawal.
Hay también el Rakun-Ink, hijo del acero, dios de la caza. Además cada zona
tiene su especial divinidad a la que invocan en sus ermitas, que son los lugares
de sus antiguos templos y a la vez cementerios. Reconocen ciertos árboles
como sagrados, siendo el principal la ceiba, a cuyo derredor celebran sus con-
ciliábulos, en lugares apartados. Allí ocurren los brujos a librar a sus pa-
(1) Temaux Copans, Essal sur la Teotronle. In noiivelles annallesde volllatres. vol. «5. páír. .74.
(2) Record a clí'm Florida. Tomo TI, páír. 10
— 355
cientes de los maleficios. También reverencian a los animales, con sus atri-
butos ya favorables, ya adversos, siendo muchos de ellos agoreros de sus
destinos.
Hay dioses que patrocinan sus venganzas y otros que prodigan sólo favo-
res. El bien y el mal, representado a cada paso en su teogonia.
Los dioses burlones, como el Inq-kix-kam, se complacen en atormentar a
ciertos individuos, perdiéndolos en el camino, ocultándoles el objeto que bus-
can en el bosque o conduciéndolos hasta el abismo en que son precipitados,
siéndoles también grato llevarlos con felicidad a su destino.
Los poconchis creen en la transmigración y en otra existencia astral de
penas y castigos. El Xulaj es el alma que no alcanzó misericordia, y vaga por
la tierra causando espantos a su tribu y turbando sus sueños con terribles pesa-
dillas. El Ajyamj es otro espiritu que inquieta a los poconchis, aunque más
malévolo. El Xulaj es un ser digno de lástima y de desprecio, mientras que el
Aj-yajm es más independiente, y sus apariciones son harto funestas. Aque-
llos indios creen en el cielo (taxaj) de los buenos, y en el infierno de los malos
(pan-kak).
La mayor maldad, a juicio de los poconchies es no reverenciar a sus dioses
celebrando sus fiestas dignamente. Por cumplir con ello, pueden sacrificar su
trabajo de un año y hasta comprometer sus bienes.
El robo, la mentira, no tienen una importancia moral, y colocarían estas
culpas en un tercer orden en la escaíla de la gravedad. F^ Nahual^ que es el
dios del individuo, lo proteje cual ángel tutelar en todas las empresas, encar-
nándolo en algún animal, como serpiente, tigre, león, etc. La virtud del Na-
hual se refleja directamente sobré el individuo, haciéndolo feliz, mediocre o
desgraciado. Si el nahual muere, ahi comienzan todas las desgracias para el
protegido, quedando un ser sin base y sin apoyo divino de ninguna especie ; a
quien le concedió riquezas se verá reducido a la miseria, sin honores y lleno de
enfermedades. Por eso respetan ciertas serpientes y algunas fieras, a las que
sólo por necesidad exterminan.
El Buho-Woron es el símbolo de toda superstición, y los poconchies son en
extremo supersticiosos. Frecuentemente ofrecen a sus dioses velas de arra-
yán encendidas — Katoi — flores, maíz, huevos — Xoy — adorno ; queman ante
los índolos pom, que es cierta reciña que se produce en los lugares de la costa.
A la ofrenda ha de acompañar siempre la bebida espirituosa, como que el
estado de embriaguez produce, según ellos dicen, una elevación del espíritu
y favorable ambiente para que los dioses sean propicios. La raíz etimológica
X-oj así lo indica : irse, elevarse, atarantarse.
Tienen tres clases de sacerdotes. El Aj-kij-zahorí, del bien, el Aj-war, del
mal, y el Aj-pom del incensario, de los sucesos pequeños o indiferentes.
-35^>-
El cronista Ximénez describe menudamente el templo de Tbhil, en Uta-
tlán, cerca de Santa Cruz Quiche, como hemos explicado anteriormente. El
templo que los quichés tenían para sus sacrificios era, según Stephens, de una
estructura cuadrangular de piedra, de setenta y seis pies por lado, en la base,
y que se elevaba en forma piramidal, hasta sesenta y seis pies. En tres de sus
lados tenían en medio una hilera de gradas. En las esquinas cuatro estribos,
como para que la piedra corta que los forma, diera más solidez a toda la cons-
truc-zión. En el lado que mira al poniente no tenía escalones, sino que está
liso, cubierto de estuco, ya muy gris por la intemperie ; pero en el que aún se
descubren figuras pintadas de tigres. En la parte superior de la pirámide
estaba la piedra de los sacrificios, el ara sangrienta, que tanto se veneraba, cun
terror fanático.
Los cheles y manches de la Verapaz, dice Bancroft, (i) impresionados
por los rasgos selváticos de aquella paradisiaca naturaleza, veneraban los
montes, y en uno llamado Escurruchán, que se levantaba en el encuentro de
varios ríos, tenían un fuego sagrado perenne, al cual cada transeúnte le echaba
leña, para los sacrificios. Cuenta Remesal (2) que en otro sitio encontraron
los frailes un gran altar de piedra, rodeado de una cerca, en el que q^uemaban
antorchas de cera negra y maderas recino.sas. Ante este altar ofrecían san-
gre de los niismos indios.
Los naturales de la V'érapaz, de carácter independiente, de origen maya,
de aquella montañosa región de Tezulutlán. celebraban sus niisterios en la
famosa Cueva de Lanquín, <|ue es una verdadera maravilla. La entrada se
encuentra a la margen derecha de un hermoso río, cuyas aguas .son cristalinas
y frescas, al cruzar el interior de la gruta, escapándose después por ancha boca,
que las deja salir a borbollones. La cueva de Cacahuamilpa. en México, es una
de las más famosas del mundo; |)ero no tiene la grandiosidad, ni la brillantez
y magnificencia de esta de Lanquín. La c(mii)osio¡ón calcárea de las rocas, al
filtrar el agua de las lluvias, arrastran una saturación densa de carbonato de
cal, que se va de])ositando lentamente en agregaciones sucesivas, con el trans-
curso de los siglos, hasta formar cristalizaciones de pureza maravillosa y de
consistencia notable. Una filtración primera forma la estalactita, y el residuo
líquido que ésta deja caer, llega a producir la estalacmita, en el piso de la gruta
mientras que el excedente acuoso corre a precipitarse en arroyos, que después
forman esos ríos alcalinos, que siempre salen de las cuevas de aquella especie,
como la que se encuentra en la isla de Menorca. La gota de agua, el grano de
sal, los microbios calcáreos, con los zapadores de aquella gruta, que cuenta
miles de siglos de existencia.
(1) Tomo III. píítr. S2.
(2) Uistoiia. i>á»r. r-.v..
f —357-
La entrada de la cueva misteriosa de Lanouin. parece una especie de aba-
nico o concha, de matices plomo y ocre, destacándose ios abruptos peñascos
entre el risueño follaje de las plantas trepadoras. Para llegar al vestíbulo, se
pasa por una cornisa de pocas varas, formada por enorme piedra que sol)resale
del torrente mugidor, que está a los pies, y que al fin permite llegar a la gran
boca obscura e irregular, abierta en varias direcciones, prolongándose hacia
el interior y exhibiendo caprichosas estalagmitas, en un descenso que va a
perderse en vagas curbas, a otro salónde la encantadora cueva, como todayía
la suponen algunos indios de la Verapaz. Llégase al fin a una sobervia bóve-
da, como cuajada de cristales, reverberantes a la luz de las antorchas encen-
didas con que se contempla aquella rotonda, que parece mansión de hadas o
palacio de las Mil y Una Noches. A un lado se da con una galería, en forma
oblonga, que acaba en una cubierta de un solo cristal opaco, terso, gris, que
decora aquel recinto, en donde se cree que iban los aborígenes a celebrar sus
misterios, convirtiéndose en gigantesco hipogeo. Aún se distinguen en aquel
enorme vidrio esta inscripción: "Mendoza, 1573." Parecen orgías de rayos,
cascadas de brillantes, surtidores de chispas, espejismos de sol, las innumera-
bles y fantásticas luces, que se desprenden de las colosales columnatas, al re-
flejo de las teas de ocote, con que se iluminan las diversas secciones de la
Cueva de Lanquín. Oyese el gotear del agua, el rebullir de la cascada, lan-
zando aquí y allá fosforescentes matices, al batir de las rápidas alas del mur-
ciélago, que tiene su guarida entre las endeduras de las rocas ; algún silbido
tétrico de serpientes asiladas por tan rarísimos lugares, y que se asustan de la
importuna visita de seres humanos, que movidos por la curiosidad, contemplan
con asombro aquella cueva dantesca, que constituye una de las más sublimes
maravillas de la tierra. ¿Quién diría que la gota de agua, obrera temblorosa,
asociada al tiempo y al residuo calcario, había de construís aquella mansión de
hadas, aquel laberinto, en el que fácil es, sin usar de precauciones, quedarse
perdido?
Diez leguas al nordeste de Cahabón, cerca de la finca de Chimuy, se en-
cuentra otra famosa cueva en extremo cavernosa, con huellas de tigres, enor-
mes piedras calizas, riachuelos subterráneos que la atraviesan y rasgos de ve-
tustez antediluviana. Mas allá, en medio del camino entre Cahabón y Sinahú,
sobre la ruta que va al Peten, se descubre una enorme gruta, con tradiciones
antiquísimas, mezcladas de consejas diabólicas, que refieren medrosos los
indígenas de aquellas apartadas comarcas, que a la vez creían en Xibalbá, la
residencia subterránea de los poderes nocivos ; del "lugar de donde viene la
muerte y a donde van los muertos," según dice el Popol Vuh (página 70).
En medio de aquella arborescencia tropical, entre el silencio del bosque
virgen, en la región desolada, se reconcentra el espíritu, se confunde la razón
con la naturaleza, y se pregunta, ¿hay algún» época en la historia, hay algún
-358-
\j
lugar habitado en el mundo en cjue el hombre no haya orado? ¿Hay en 1í
tierra polvo alguno donde el hombre, humillado ante Dios, no haya hundidc
la frente? Las teogonias más antiguas prueban, en medio de sus errores }
aberraciones, que la aspiración a la causa primera es característica de la hu
manidad. Dios se revela al hombre en las leyes de la creación y en los instin
tos universales, perpetuos y omnipotentes e infalibles de las especies c|u<
viven. El quejido que exhala el niño recién nacido, por el pecho materno (¡m
no conoce, el cacareo desesjierado del gallo, el susto de los polluelos, el afái
de la gallina, al ver pasar por el suelo la sombra desconocida, pero ominosa
del gavilán que corta el aire ; al oír el grito nuevo, desconocido, del águila qu(
desciende de las nubes, prueban mucho ; pero más prueba el instinto religios(
en el corazón del hombre.
Tenían estos pueblc)sjle Centro-América (los géneros de sacrificios: pú
blicos y particulares. Aquellos lc)s_celebrabaja_cujuaiinidad efítera^^a^^
grandes solemnidades político r-'! "¡"-i s ¡fistos eran costeados por cualq^iie
particular, según su necesidad ti^ Hablaremos de los públicos, úni
eos que podrán interesar al curioso lector. Ofrecíanse ordinarianiVntc en la
gestas periódicas de cada afUh o en casos e^ttmordinnrit);^, c nnmln ;il}riiii:i nci'O.
sidad o acontecimiento lo reciuerian. Kl sacrificio no se celebraba sin hace
previa consulta al Sacerdocif) y al K.stado, juntándose d reyezuelo v los gran
des de la provincia con los principales Teupas. para decidir en sesión plena, 1(
concerniente al día y hora, materia y forma del proyectado sacrificio. ilech<
ésto, o por acuerdo de los n(»tables, o por embustes de los adivinos, supremo
oráculos de la nación, empezaba desde luego la vigilia. Parecerá increíble
pero nada hay en ello que no pueda explicarse por el sui)remo fanatismo qu
ejercía la ignorancia sobre aquellas gentes, (|ue como todos los pueblos antí
quisimos, tenían sacrificios, según se ha indicado anteriormente. Precedía
la solemne fiesta un ayuno rigurosÍRÍmo,' o mejor diremos, un ejercicio d
bárbara penitencia, continuando por espacio de cuarenta, sesenta y aún má
días, según la mayor o menor importancia de la solemnidad (t ). Durante cst
larga y horrible cuarentena, no bastaba ofrecer diariamente sacrificios d
animales, frutas, flores, incienso, etc., era preciso sacrificarse a sí mismo, de
Tramando copiosa sangre de todo su cuerpo, arrancándosela con afilados peder
nales, de los brazos, las piernas, los oíos, las narices y otras partes del cuerpo
y obligando a hacer lo mismo a sus hijuelos. Estos ejercicios se practicaba!
públicamente en el templo, donde era menester pasar orando los días y la
noches. Los sacerdotes y los hombres casados se tiznaban todo el cuerpo, ló
que no lo eran se ungían con una especie de almagre o tierra colorada. Nin
(1) El canftnlo XVTII de 'a cuHon obra anticua Kepúbticat df Indiat. trata de La euareíma gi
tenia la gente de Guatemal*, y 4e si^s ayunos, de los sactificios que hadan de hombres y cómo mataban a sí
padres citando eran viejos.
— 359 —
gún hombre dormía en su casa por esta temporada,, sino en unos portales o <X^
ramadas llamadas calpulesjbechas para el caso en las inmediciones del templo.
Las mujeres sólo con los niños debían permanecer encerradas en sus chozas,
de donde a ratos salían para practicar sus ritos y andar sus estaciones. Quie-
nes gozaban de más libertad en estos días eran los esclavos condenados al
cuchillo. La costumbre exigía dar suelta a aquellos infelices, al comenzar el
tiempo de la penitencia, a efecto de lo que, sin quitarles una argolla que lleva-
ban al cuello, les permitía vagar por el pueblo libremente, introducirse y aún
comer en cualquier casa, en cuenta la del príncipe, sólo con el apremio de no
salir fuera de la población, ni perder de vista a cuatro guardias que les custo-
diaban. Por lo demás, un resto de humanidad hacía que fuesen bien tratados
por entonces aquellos pobres hombres, cuyos descuartizados miembros no
arrancarían un ay de compasión a la supersticiosa muchedumbre. Pero lle-
gaban por fin los últimos siete días de la preparación, y los infelices cautivos
sepultados en una cárcel vecina al templo mismo, veían extinguírseles eterna-
mente la luz de libertad y de vida. Sin duda para suavizarse aquellos días de
horror y de capilla, si acaso no era por efecto de instintos repugnantes, de los
que hallamos sobrados indicios en estas mismas ceremonias, les daban de
comer y de beber en abundancia, hasta el exceso y la embriaguez. Cuando j,
ya no faltaban sino tres días de abstinencia, el pueblo entero se esparcía por
plazas y caminos ; todo se barría y regaba de flores, se cubría con menudas
hojas de pino, se adornaba, en fin, con cuanto podía contribuir al lucimienta :\ A
de la fiesta. Al_ amanecer del postrer día y limpjo,d, local del Teucalli, y bicí^ jjN^
aderesados los braseros, labávanse todos de sus unturas y tiznevS, y se vestían' i
las mantas nuevas y galanas. Adornaban a su modo los altares, figurando
entre los adornos la mazorca o espiga del maíz ; juntaban sus instrumentos
músicos, pitos, conchas de tortugas, tunes, y atabales, y en suma, lo tenían todo
listo para la entrada de la noche. Entonces propiamente empezaba la solem-í
nidad. Los hijos del rey y otros magnates salían del pueblo, en busca de susj
dioses, mientras que los ministros sagrados y el rey mismo se disponían alj
gran recibimiento. Es de saber que en muchas de estas partes. acostumbraban|
guardar los principales ídolos en lugares muy recónditos, como en la espesura'
de los montes o en la profundidad de las cuevas ; ya porque les pareciese que
sus divinidades ganaban en respeto con aquel apartamiento de la vista de los
hombres, en lo que ciertamente no carecían de sentido común, o ya porque los
comprovinciales no se los hurtasen, envidiosos como eran de los pueblos qwí
poseían ídolos mejores. Iban, pues, los jóvenes más notables a sacar a los
ídolos de aquellas honduras y cavernas, y traíanlos sobre sus hombros con
gran procesión y ceremonia, haciendo posas dctrcrho en trecho, para ofrecer-
les incienso y pequeños sacrificios. Al acercarse la comitiva salía el Teutí ai
recibirlos, con gran acompañarniento de Teupijcquis y Teupas, y en el punto
— ,^hO —
del encuentro se hacía, por supuesto, alguna ofrenda y se degollaba alguna
victima. Entonces contiiuialia ia marcha silenciosamente hasta quedar los
Ídolos colocados en el tem])lo. Una señal convenida anunciaba al i)ueblo estar
los dioses en posesión de sus altares. Al aviso sucedian los clamores de jú-
bilo, los gritos de alegría, al tañido atronante de atanibores, los bailes, danzas,
cantos, regocijos, en fin, cuanto podía hacer sensible el tránsito de la peniten-
cia a la disolución. En estas devotas tareas les hallaba el alba <lel gran dia
de las expiaciones. En amaneciendo, volvían a sus casas, no para sui)l¡r el
sueño desperdiciado aquella noche, sino para aderezarse, lavarse y llevar las
ofrendas y víctimas particiilares, <|ue recibían y ofrecían los ministros, mien-
tras que los fieles hacían al numen presente sus necesidades (i). Pasada así
gran parte de la mañana, llegaba la hora del grande y solemne sacrificio. El
pontífice Supremo se revestía de sus bordados ornamentos, que según nues-
tros cronistas, consistían en una capa cuya hechura no saben ellos mismos
describir, una corona o diadema de preciosa labor, conforme a la ri(|ueza de los
pueblos, con su gran penacho de plumas de quetzal, una especie de báculo, y
en fin, otros arreos que le hacían muy autorizado y vistoso. Tan ricas como el
pontifical debían ser las andas sobre (jue colocaban al grande ídolo, para lle-
varlo en procesión al redc<lor del templo, por atpiel espacioso patio (jue deja-
mos descrito. Terminaba la procesión, durante la cual subía de punto el rego-
cijo del público, con las multiplicadas danzas y músicas, paraban al ídolo en su
altar, junto a la piedra fatal, en que iban a ser inmoladas a los dioses las vícti-
mas humanas. Antes de llegar el cruel momento, cantaban, al son de sus
tambores, las hazañas de antepasados guerreros. Mientras duraba el canto,
iba el rey en persona con los otros señores al lugar donde estaban los esclavos,
y sacábanlos uno a uno, llevándolos de los cabellos, hasta ponerlos en manos
del sacerdote carnicero, que armado de navaja y furor, los recibía. Mientras
aquellos fanáticos arrancaban el corazón a las víctimas y los ofrecían a sus
ídolos de oro, que rociaban y untaban con sangre, humeante, haciendo ridicu-
los visajes, propio de un cu!to de idólatras, el pueblo en el colmo de su entu-
siasmo, decía a grandes voces: "Señor, oye nuestras peticiones, recibe nues-
tras plegarias, ayúdanos contra nuestros enemigos, danos holganza y descan-
so." Y para que los dioses no olvidasen tan fácilmente aquellas súplicas, y se
moviesen con más eficacia a despacharlas, dejaban las cabezas de los sacrifica-,
dos clavadas en astas, sobre un altar erigido al efecto. En algunos pueblos, lo
restante de los cuerpos era cocido y se comía en la mesa del rey y de los gran-
des, como vianda santificada y exquisita, teniéndose por mil veces dichoso el
que podía conseguir un bopjido. Entre tanto, el populacho se entreg;aba prq-
(1) Romány Zwnonik.-Repübllcasde Indias, tomo I. uÁg. IW
-36i-
tusamente a sus bailes, con harta disolución y borrachera. Así quedaban bas
tante indemnizados del áspero rigor de la abstinencia, tanto más cuanto que
aquellas pascuas se prolongaban por lo menos durante siete u ocho días (i).
Fuera de las fiestas ruidosas que con tanto aparato celebraba la antigua
nación guatemalteca, tuvieron sus habitantes otras muchas ceremonias relati- ^
vas al culto, como prueba de su ascendrada devoción. Si habían de edificar
una casa, la mitad se consagraba a Chahalhuc (dios de las casas) y su estatua
se colocaba en medio de la fábrica, ofreciéndole incienso. A la entrada y sali-^
da de los pueblos, hubo pequeños oratorios, que se llamaron Mamuz, los cuales:
también había, de trecho en trecho, en todos los caminos. Allí iba el viajero
a repararse del cansancio, para' lo cual se frotaba las piernas en una yerba de
misteriosa virtud, y después era preciso dejar en homenaje los despojos de la
planta bienhechora, para proseguir animoso la jornada. A veces depositábase
al pie del ídolo sagrada ofrenda, consistente en sal, pimientos o parte de la
ca/a. Si habían de 4)asar por la espesura de laberintoso bosque, bajo cuyas
sombras se imaginaban habitadores invisibles ; si llegaban al pie de copado
roble, por cuyas raíces corría deliciosa fuente, si daban en un paraje obscuro
y subterráneo, lóbrega habitación de fieras y avechuchos, reflejo de las mora-
das tenebrosas que frecuentan los genios enemigos de la humanidad ; en fin, si
subían a la cumbre de un cerro o llegaban a la encrucijada de dos sendas, en
todas partes veían un sitio misterioso, que era preciso dejar señalado con san-
gre. ¡ tan inflexible es la ley de lá superstición !
Era curioso el mitote que consagraban al dios de la victoria. Al triunfar
el cacique sobre sus enemigos, dirigía inmediatamente un correo al gran Teutí,
con la noticia del día y hora del suceso. En vista de estos datos, decretaba el
sacerdote a cual de las deidades pertenecía el honor del sacrificio. Si era a
Quetzalcoatl, las fiestas duraban quince días ; si a la diosa Itzqueye, sólo cincoj ,
sacrificándose cada vez un indio de los cautivos en la batalla. Entraban losi
vencedores cantando y bailando, y eíi medio de ellos los prisioneros, no ya
cargados de oprobio, como entre los antiguos triunfadores de Roma y del
Oriente, sino con el honor debido al (pu- se inmolaría a los dioses. Caminaba el
predestinado lleno de plumas y chalchiguites, con sartas de cacao por collares.
Salían los sacerdotes y el pueblo a recibir a los invictos, con músicas y danzas;
los capitanes entregaban a los prisioneros, y en a(|uel punto y hora se disponía! *
el sacrificio. Dirigíase la muchedumbre al gran patio del Teutcalli. y sobre
una mesa de piedra, tendían de espaldas al infeliz que iban a sacrificar. Los i.
cuatro Teupixquis le sujetaban^le_i)ies y manos, y el gran sacerdote adornado t
(1) No t<)d(>s los ÍM(llí)s (le ostas n'írioiie-t comían los ciu»rix»s <lt> los sacriHoados. SahUlo es gue los
chlc-hlme<5asiiue a(u>mi>anaroii a K(xlrl»ro de Contrras. en 1540. al valle de la Cuaza (Talamanca. devoraron
con salvaje crueldad los cueriKJS palpitantes de los prislonenw Ktnolotría centm-amerloana. Introduc-
ción, vág. 26
Las constituciones diocesanas del Obispado de Chiapas. uu»' deji5 el oI)Is|k) N ti ñez a>n tienen datcM
curiososos acerca de la milolotría y ceremonias de los Indios uuloliós. sus sacrificios y tiestas.
— 362 —
de sus más ricas vestiduras, abríale el pecho y le sacaba el corazón con un cu-
chillo de oxidiana. Luego lo arrojaba en alto, exclamando: "¡Toma, oh dios,
el premio de esta victoria !" La misma ceremonia pública y solemnísima se
practicaba en los siguientes días.
También tenían el sacrificio particular para las sementeras, que consistió
en llevar a los ídolos una jicara llena de las mejores semillas. Allí la enterra-
ban y ponían encima un gran brasero, para quemar resinas olorosas, hule y
copal. A esto añadían los ritos ordinarios, como unciones, preces y derrama-
miento de sangre.
Para poner fin a esta reseña de las antiguas supersticiones aborígenes, ha-
blaremos del sacrificio de la caza. La víctima de solemnidad era el venado.
Llevábanlo vivo los devotos cazadores al patio de su templo: allí le daban
muerte, recogiendo la sangre y haciendt> pedazos el hígado, bofes e intestinos.
Apartaban el corazón, cabeza y pies, el resto del animal y la sangre, mandaban
cocerlo separadamente, y entre tanto, danzaban y cantaban los dueños de la
ofrenda. Dos sacerdotes acían la cabeza por las orejas, cuatro de ellos toma-
ban los pies, y un sacristán llevaba en un brasero el corazón, para que ardiese
con hule y cojjal, ante el altar del ídolo. Rl resto del venado servía de festín
a los indios, en aquel mismo sitio, con esperanza ellos de propicia fortuna (i).
Por lo demás, la obra antigua y curiosa, que trata prolijamente de la reli-
gión de los indios de Guatemala, es la que en 1573, escribió el famoso cronista
agustino, fray Jerónimo Román y Zamora, con el título de "Repúblicas de In-
dias," en dos volúmenes, (|uc hemos tenido a la vista, entre otros muchos libros
que dejamos citados, y que prestan autoridad a cuanto en la presente monogra-
fía se refiere (2).
La clase indígena, por atavismo y escasa cultura, es siempre idólatra, luí
un pueblo adoran los pobres indios a un santo, y ha de ser la misma imagen, la
propia escultura; en otro pueblo, honran a otro santo, como al Ser Supremo.
Tata Dios de Esquipulas, mientras más negro y poco estético sea, más impre-
siona a los indios. Para admirar "La Concepción," de Murillo, "La Virgen de
la Silla," de Rafael o "La Madona de San Sixto," es necesario ser místico, pia-
doso, contemplativo y civilizado. I"'l indio gusta de la figura grotesca, del
baile lascivo, de la chicha y de la sensualidad. El politeísmo primitivo, cuanto
seduce los sentidos, lo brutal, lo que infunde pavor, es la base y materia de la
religión del indio. Cuando se aladina, es decir, cuando se civiliza a medias,
piensa más en *su hembra que en su religión. En su escepticismo idiota, su
mujer es su ídolo.
El cristianismo puro, espiritual, altruista, saturado de verdadera libertad,
presupone delicada cultura, que el indio jamás ha tenido. El sentimiento
(1) Brassourde Bourboursr. ciervo blanco.-cerf blanc. Hlst. Nat. Clv. tomo II. pásr. 557.
(2) Herrera. Historia General, década III. Libro 4? Capítulo 7?
-363-
religioso viciado hizo que los antiguos pobladores de América adoraran ídolos,
y que idolátricamente entiendan todavía cuanto a templos, misterios y ritos se
les enseña ; como el sentimiento viciado de la España conquistadora proclamó
santo extirpar herejes y quemar relapsos. Una leyenda cristiana nos asegura
que poco tiempo antes de la venida de Jesús, misteriosa voz se iba esparciendo
por el mar Egeo, que decía : "Ha muerto ei gran Pan." El antiguo dios de la
Naturaleza había acabado. Turbada por tanto tiempo el alma humana iba a
reposar al rin ; pero brotaron más idolatras, se reavivaron odios, se encendie-
ron hogueras, por la fuerza se quizo imponer lo que es obra de la convicción y
el Inca dijo al fraile Valverde, cuando le mostraba un Crucifijo, pretendiendo
que lo adorara, sin comprender lo que significaba : "\ Mi dios esparce luz y
vida desde el cielo, mientras que el vuestro ya murió en suplicio de cruz !" El
indio indiferente, resignado, con el silencio secular del vencido, doblega su
cabeza ante el cura, para sus dineros, sirve en las cofradías, idolatra a una
imagen de madera, sin poder nunca remontarse a los principios de igualdad,
fraternidad y libertad, que Jesucristo preaicó y San Pablo regó por todo el
orbe, tanto mas cuanto que lo que menos ve el indio es la práctica de tales
principios.
Con razón exclama Michelet: "Los dioses se van ; pero no Dios," la cul-
tura moderna tiene que acabar por reconocer que todas las cuestiones depen-
den de la cuestión final. Ei Cristianismo puro, dicen los modernistas, el de los
primeros tiempos, el que hizo temblar a los déspotas y concebir esperanza
de redención a los débiles, el que elevó a la mujer, santificando su piedad y su
amor como ángel del hogar y no cual diosa del harem, es una religión eminen-
:temente civilizadora.
"El cristianismo apostólico tiene su raíz en las doctrinas vedas. La exis-
tencia de Dios, la emanación del alma, el arbitrio libre que implica la respon-
sabilidad, sanción en vida futura, la filantroi)ía con el pobre, los consuelos al
afligido, la rectitud en los intentos, la pureza en los actos, el empeño de buscar
la semilla del bien hasta en los residuos del mal. el apoyo a los débiles y la
resistencia invencible a los tiranos. lama, el demonio, procura el mal y
Vichnú, el creador lucha ])()r el bien, éste toma forma humana en el vientre de
una virgen pura, llamada Deranagny. Vichnú se aparece a la doncella y me-
diante obra divina, sin mancha alguna, por manera espiritual, concibe aquella
virgen y llevada a la hora del parto a im establo, por milagro de Dios, da a luz
a Kricna entre los coros de alabanzas de varios pastores. Nace el redentor y
se salva de la degollación (|ue el déspota Kansas manda hacer de todos los
niños inocentes. Las turbas acuden presurosas a oir al Mesías, al prometido
por los profetas. Y los leprosos (piedan limi)ios y ven los ciegos y andan los
paralíticos y hasta los muertos vuelven a la vida ! Krichna, que tantas relacio-
— 304 —
nes debía tener con el nombre santo de Cristo — como exclama Castelar (i)—
no traía una religión completamente nueva, propalaba y esclarecía las antiguas,
alteradas unas veces por ignorancia y otras veces por malicia del hombre.''
Por eso decía San Agustín que las bases de la religión cristiana han existido
siempre (2).
El transformismo religioso, como el transformismo que se ñuta en el mun-
do físico, tiene raíces que se pierden en el tiempo. El espíritu místico, decía
Stuart Mili, es necesario a la acción^ y a la vida. En las naciones civilizadas
de la América Central, hubo en precolombinos siglos, un desarrollo bien mar-
cado en sus costumbres y prácticas religiosas. Pueblos teocráticos, tenían
mucho de lo que revelan las antiguas sociedades asiáticas. Así y toda, había
una distancia inmensa entre el grado de cultura que presupone el cristianismo
y el modo de ser de nuestros aborígenes.
Las religiones no se imjMjnen por el terror, que forma hipócritas, pero no
creyentes. Las religiones son resultante del progreso de los pueblos ; el mejor
exponentc de su cultura y desarrollo (3). La libertad, la igualdad, la frater-
nidad, son flores del jardín del Evangelio, regadas con sangre de Cristo, en la
tarde trágica de su pasión. La religión que desde Moisés y los profetas había
procurado adquirir forma, quedó libre de sus barreras particularistas y pasó al
mundo pagano en su estado más sublime. Se encontró el ideal de la humani-
dad y sólo faltaba inculcarlo en to<la la humanidad (4). La historia religiosa
del pueblo israelita alcanzó su fin con el cristianismo puro; pero la atroz
codicia, la inclemente saña, del conquistador ibero, distaban infinitamente de
las máximas de Jesús y hasta de los pn>cedimientos musuhnanes. I-^l férreo
soldado castellano hizo aceptar por el terror a los aborígenes de América los
elementos por donde comienza siempre la asimilación de un pueblo: su reli-
gión y su lengua ; pero su religión adulterada, sin encarnarse en las concien-
cias, ni llegar al fondo del espíritu. Su lengua ; pero conservando el indio la
suya propia y adoi)tando la extranjera como el idioma de sus conquistadores.
En el fondo, guardó el desventurado aborigen lo último que se pierde en las
grandes catástrofes : su lengua y su religión, el alma de su raza.
(1) Mnjores c^lobros.— Tomo II. pá<r. 74.
(2> Entn'los in(ll<»s (!•• r«>iitrt)-Am<'Tlra prrvaipcfa la traíliclrtii del hijo de la vlrífeii. hostilizado,
matAdo y r»>sHcita<lc). Cfiim<ilmal. se trajfa una esmeralda, y por rila cimcXhc a (Juetnlcoatl.
(3) Max MnUer.— Oritren y desarn)llode la Kellírtóii.— Historia d»- las Kellíflones.
(4) Historia Universal por Guillermo Oiil<en. tomo III. páif. 521
CAPITULO XIII
mitología centro-americana
SUMARIO
Mitos americanos. — Estudio de los libros sagrados de los vedas, brahamanes,
parsis, budhistas, sutras, jainas, siks, y otros pueblos orientales, habiendo venido los
mitos y formas religiosas de los quichés, a aumentar las tradiciones de la humanidad.
— Los mitos son el reflejo de la naturaleza en que nacieron. — La mitología y la
historia primitiva de la América Central, está en el Popol-Vuh. — Historia de este
curioso manuscrito. — Votan, el Moisés de estas tierras. — Estudio de las religiones.
— Las teogonias simbolizan el grado de civilización de un pueblo. — Etimología del
nombre Popol-Vuh. — Estudio que hizo Max. MüUer de este libro. — Contribución
a la Etnografía de Guatemala, por el doctor StoU. — La región quiche era la más
interesante. — Obra de Augustus Le Plongeon. — Historia de Votan. — Origen de
la civilización de los Votanes. — Quién dio a conocer en Europa el Popol-Vuh. —
Cómo se extrajeron de Guatemala el manuscrito original. — Opinión de Chavero. —
La Zoolatría está ahí unida a las fuerzas de la naturaleza. — Las teogonias se aco-
modan al aspecto de la naturaleza en que nacieron. — Divinidades de la América
Central. — Génesis de la biblia centro-americana. — Destrucción de los primeros
hombres. — La trinidad divina. — La expresión sánscrita DEVA es el THEOS grie-
go, el DEUS latino, el DIOS español, el DIEU francés, el DIO italiano, es d
THEOTL de los indios de estas tierras. — Semejanza entre ciertos términos caba-
lísticos de ambos hemisferios. — Isis sin velo. — El Siphra. — Dzeniouta. — Los
hombres que se revelaron contra el Gran Espíritu. — El pecado original de la Biblia
hebrea se encuentra en todas las teogonias. — Poesía del Génesis judaico» cuando
describe el Paraíso. — El Zend Avesta, el Tripitaka, el Popol-Vuh, la Biblia. — To-
dos los libros sagrados contienen la mística trilogía de la creación angélica, la crea-
ción humana y la creación material. — Los grupos étnicos se reconocen en las di-
versas mitologías. — El relámpago, el trueno, el huracán, eran divinidades airadas.
— Lo más alto y lo más profundo tiene su centro en Dios, unidad de la armonía uni-
versal. — El positivismo es árido y corruptor. — La falta de ideales conduce al caos.
— La religión de Cristo previo las graves cuestiones de los modernos tiempos.
El genio maya de las primitivas razas indianas dejó escritas las leyendas
de la naturaleza agreste, en símbolos y mitos. Las naciones civilizadas que
existían en remotísimos tiempos, por Guatemala, Yucatán y Honduras, es-
parcieron, entre los tupidos bosques, ruinas antiquísimas de templos, sacrifica-
torios, monumentos, palacios y ciudades, superiores en extensi(Sn y magnifi-
cencia a cuantos encontraron los españoles en territorio azteca, segim refiere
el cronista Las Casas (i). Las teogonias revelan a la par de la cultura de los
pueblos, su carácter, sus tendencias y hasta el majestuoso aspecto que los ro-
dea. Las fuerzas cósmicas, j)roductoras y destructoras, eran deidades abo-
rígenes.
(1) Hlst. Apol., vÁg. 134.
-366-
No hace muchos años que se hizo en Europa un estudio atento de los libros
sagrados de los vedas, brahamanes, parsis, sutras, jainas, sikas y otros pueblos
orientales, habiendo contribuido los mitos y formas religiosas de los quichés
— únicos que en América dejaron su Biblia y sus tradiciones sagradas — a au-
mentar el número de los fastos que contienen los pensamientos de la humani-
dad, que el filósofo rastrea, no por cierto según las leyes hegelianas, sino his-
tóricamente, siguiendo las huellas mitológicas, como el indio que va buscando
en la tierra los más leves indicios de una vereda, entre malezas y bejucos, apar-
tando hojas y fijando su atención en un tallo roto, en la más pequeña señal,
para descubrir la presencia del hombre en estos primeros caminos, por los
cuales ha andado errante, en busca de luz y de verdad, si podemos valemos d
las frases del profundo orientalista Max. MüUcr. en su interesante "Ensayo
sobre las religiones."
Ese patrimonio original del alma humana revela que los mitos son reflejo
de la naturaleza en que nacieron, como la fauna y la flora muestran el suelo, el
clima y demás condiciones regionales de las zonas distintas. Las teogonias
arias y semitas se desarrollan en campo fértil, como el dátil y la palma. La
religión de Confusio, la de Lao-Tséo y la de Fo, tienen amarillo tinte, semejan-
do un lago glacial, inmóvil, sin vida. Los pueblos turianos nos dejaron mo-
mias, despojos y lamentos. Los escandinavos, con fantásticas tradiciones y
vagos colores, crearon dioses y héroes c(ue se esfuman entre nebulosos hori-
zontes, perdiéndose al través de las indecisas luces de los polos. La mitolo-
gía griega es sonriente, azul, llena de matices y poéticos contornos, como las
orillas del Adriático, cual las espumas del mar Egeo. Las ideas religio.sas y
los mitos de los maya-quichés revelan esa naturaleza jocunda, primitiva, agres-
te, llena de cataclismos, ruinas y renacimientos, de selvas vírgenes y altísimos
volcanes. Sus leyendas sagradas son como el concierto majestuoso del suco
de los trópicos, cuando al través de las altísimas copas de seculares árboles,
atraviesa la temblorosa luz de los primeros rayos de la aurora. El Cspírifi
del bosque, el alma de la raza, era el Quetzal. El Popol-Vuh era la Biblia
indígena.
La estrella de la tarde apareció en Huatulco sobre las ondas del océano, y
al dejar de despedir Venus sus destellos, un genio maléfico lanzó de lugar en
lugar a Quezalct)atl, que vino hacia el sur, fundando pueblos quichés hasta
desvanecerse como sombra en las regiones ecuatoriales. Las costumbres, las
leyes, la religión y la lengua dejaron un rastro brillador que aún se descubre.
Los manes de los mayas que perecieron en la catástrofe del Atonathiu, en c)
hundimiento de la región antiquísima más civilizada del mundo, recogieron la
sombra del dios de aquella raza y la hicieron brillar, entre los esmeraldinos
rayos déla vespertina estrella. La serpiente con plumas de quetzal infundió
al astro de los amores el fulgor verde y oro que en el éter titila, al mezclarse
— 367—
los postreros esmaltes del sol con las tristes sombras de la noche. En la me-
trópoli sagrada, en el Palenke, encontróse un dintel esculpido de piedra calcá-
rea, en el cual se contempla un personaje, con gran tocado de plumas verdes,
manto bordado a la espalda, adornos en las pantorrillas y sandalias de piel de
tigre en los pies. Arrodillado, ante ellos, vese una figura de rico traje, con el
signo cipactli, o sea la luz, con dos imágenes iguales de la estrella, simboli-
sando sus dos períodos, matutino y vespertino. Este poderosísimo señor, lleva
la cruz de brazos iguales y ángulos rectos, la Cruz de Quetzalcoatl, terminada
en una orla de cruces mayores (i). Nimaquiché, de la familia real tolteca,
obedeciendo a la inspiración de Quetzalcoatl, abandonó Tóllan y peregrinó
hasta descubrir el lago de Atitlán, cerca del cual estableció el nuevo reino qui-
che. Nima llegó con tres hermanos y dividió con ellos el país nuevo. Su hijo
Axopil era el jefe de los quichés, cakchiqueles y tzutuhiles ; se establecieron
en Iximché, y fué el primer monarca que reinó en Guatemala. La invasióü
vino del oriente al occidente, traía el fanatismo ciego y el culto sangriento, de-
jando incendiadas a Palenke, Copan y .Quiriguá. ... La estrella de la tarde,
los áureos rayos de Quetzalcoatl, palidecieron al fulgor siniestro de las llamas
que acabaron con las ciudades sagradas. Tímidos destellos pudo despedir
apenas el lucero de la tarde sobre la naciente Cuahutemalan.
La mitología y la historia primitiva del corazón de la América están en
el Popol-Vuh, libro notabilísimo, escrito en el pueblo de Chichicastenango, por
un indio quiche, que en el siglo XVI quizo consignar en su propia lengua (una
de las más antiguas y filosóficas del mundo) los recuerdos de sus antepasados.
A los cien años de escrito este libro, lo encontró perdido, entre los amarillentos
papeles del curato, el P. Ximénez, quien lo tradujo al castellano, y se conservó
en la biblioteca de los frailes dominicos, hasta el año 1829, en que fueron des-
terrados de Guatemala. Como nadie estimaba por entonces las tradicciones
indígenas, vistas de reojo, desde los ])rimcros tiempos de la conquista, no se
volvió a saber del libro sagrado de los quichés. El doctor Scherzer, en 1854,
descubrió el tesoro, como hubo de llamarle, y sacó una copia del original que
junto con los demás libros de los religiosos, quedó en la biblioteca de la Ponti-
ficia Universidad de San Carlos de Guatemala. En resumen, un alemán popu-
larizó en Europa el Popol-Vuh, y un francés, el abate Braseur de Bourbourg,
se sustrajo el original, (|ue imprimió y traduje^, vendiéndolo sus herederos a la
Biblioteca de Niza, por suma fabulosa. También se llevó ese abate el "Memo-
rial de Tecpán Atitlán."
Confusas y fabulosas, cuales son todas las tradiciones primitivas, presen-
tan las de los quichés a Votan como un civilizador extranjero (|ue vino, jxir el
mar, hasta tierra Yucateca y la Laguna de Términos. Sentó sus reales en la
(1) Charney descubrió el relieve. Véase a Chaven) en el lomo 1, piitf. 414 (le "Méxlcu a través tle Uw
SiRlos."
-368-
florida margen del Usumacinta, el Nilo de América, trayendo los gérmenes de
la cultura y los misterios de la teogonia. Lucha después con las desbordadas
aguas de ese portentoso rio, extendiéndose su pueblo como la raza nueva, y
desplegándose por las paradisiacas comarcas, bajo las órdenes de aquel indiano
Moisés, que puso en práctica saludables mandamientos. Fundó la ciudad de
Nachán (o sea de las culebras) suntuosa metrójioli, desde cuyas alturas, coro-
nadas de templos y palacios, se disfrutaba espléndido panorama (i).
Cuando impera la tolerancia, hállanse en todos los sistemas religiosos no
pocos elementos interesantes, desde que siempre es resi)etable cualquiera as-
piración al Ser Supremo. Lo mismo el papuc, sumido en muda meditación
ante el ídolo, que el quiche arrodillado ante los primeros rayos del sol, asi)iran
a tributar reverencia, a rendir ad(»ración, al Dios de las alturas. No hay más
que una grande unidad, un universo.
Existen filósofos para quienes el cristianismo y todas las otras religiones,
no han sido más que errores que tuvieron su tiempo, cosas del pasado, que
deben ser reemplazadas por una ciencia positiva. El estudio de las teogonjas
no tendrá para esos filósofos sino un interés patológico, sin (|ue nunca sus
corazones puedan animarse al calor de los rayos de luz de la verdad, que brillan
como plácidas estrellas desde la n(K-he del mundo antiguo, y sin embargo, no-
che magnifica, trascendental, origen y germen de todo cuanto existe. De
aquella noche lóbrega surgió la estrella de Betlem. No se nota en la historia
del pensamiento humano uniformidad teórica, sino a la manera del cielo tapi-
zado de luceros con incontables soles ; pero presidiendo a los movimientos de
todos los cuerpos celestes, la mayor armonía, la unidad del conjunto, el espíri-
tu de Dios. La psicología y la astronomía son hermanas, ha dicho F'lam-
marión. Hay estrellas y hay almas. La religión no es producto artificial de
la fantasía humana, sino función natural y necesaria <iel espíritu que se encuen-
tra impulsado hacia el más allá de las fronteras impuestas por la naturaleza (2),
Las teogonias simbolizan el grado de civilización de un pueblo. En el
Veda, en el Zend-Avesta, en el Tripitaka, en el Koran, en los textos religiosos
de la China, en la Biblia judía, en todos los libros sagrados, resalta la cultura
del creyente, se trasluce su manera de ser, se reflejan el estado de su alma y
la psicología de su conciencia. Por eso es interesante estudiar el Popel- Vuh,
el Libro de los Dignatarios de los antiguos quichés, y por eso mismo ha tenido
tanta resonancia en el mundo científico cuanto acerca de él ha escrito el sabio
orientalista Max. MüUer, acaso el más competente en este linaje de labores (3).
Pop, quiere decir en quiche estera (petate) agregándole la partícula ol
resulta los de la estera. Entre los indios, se sentaban en esteras los dignata-
rios, nada más ; así es que ese documento o libro de los sacerdotes, era el que
(1) "México a través de hjs Slirlcjs." tomo I.
(2) Hume. Natural Hlstory of Helitdon.
(3) Max MQller. Las Kelitríones. versión castellana de Uan-ía Mareno.
— 369 —
explicaban al pueblo. En quiche amak es pueblo extendido, mientras que pati-
namit es pueblo cercado, amurallado. Para que literalmente fuera libro del
pueblo, debió llamarse Amak'-Vuh; pero la biblia quiche era más bien docu-
mento de la clase dirigente, o sea Popol-Vuh, tradiciones de una raza (i).
Max. Müller comienza demostrando la autenticidad del Popol-Vuh, expli-
ca las diferencias entre la traducción de Ximénez y la del abate Braseur de
Bourbourg, admira aquella teogonia y las tradiciones que contiene. Hace
comparaciones con libros sagrados de otros pueblos del antiguo mundo, y en
fin, arroja mucha luz sobre todas las materias cosmogónicas y de lenguas pri-
mitivas que él conocía, acaso mejor que nadie. •
Otro alemán ilustrado, que aunque no tenía ni los profundos conocimien-
tos de Müller, ni el espíritu elevado del gran filósofo, ni la observación analí-
tica del célebre filólogo, le superaba en saber prácticamente el quiche, y en
haber vivido entre los indios, e inquirido aquí sus tradiciones, fué el doctor en
medicina, Otto Stoll, quien publicó, en 1884, en Zurich, una preciosa obra inti-
tulada : "Contribución a la Etnografía de Guatemala," en que ha hablado del
Popol-Vuh con mucho interés, porque se refiere — dice — a un pueblo cuya alta
cultura relativa es muy notable, cuya suerte trágica en la conquista, hace
sobre manera interesante la desgraciada dinastía de sus reyes, y por último, a
causa de ser el único reino de América, que dejó documentos escritos de sus
creencias y transformaciones.
En efecto, era la región quiche la más exuberante y llena de misterios. Su
historia tiene el mayor interés, no sólo por lo cruento de la lucha, que por su
autonomía sostuvieron los valientes, desventurados aborígenes, de esa famosa
rama de los mayas, sino porque en cuanto a mitos, teogonia y culto, son los
únicos que dejaron un libro sagrado.
Aunque no faltan anticuarios que consideran a Votan como un mito, y
existe una obra norte-americana que se llama "The Mythe of Votan," lo cierto
es que aquel religioso nombre era el emblema de la teocracia que por muchas
y largas generaciones gobernó a uno de los pueblos civilizados de aquende el
mar, y que tuvo influencia en gran parte de México, Centro-América y algo del
Sur y del Norte del Nuevo Mundo (2). Es curioso observar que en la mitolo-
gía germánica era Wotán el dios de la tempestad, y después, entre los francos,
fué elevado al rango de dios del cielo, y considerado como origen de todo Culto,
del Arte, de la Guerra, de la Poesía y de la Ciencia. En tiempos muy anterio-
(1) Bancroft hl/o un osturtlo oxtonso del Popol-Vuh. y ílloe: "De tfxltts los puohlos americanos. los
aiiichés de Guatemala nfw deianm «I más riro lo^'ndo mltoldírli'o. I-a des<'rl|H"li1n de l«)sorí».'«'nes«iel mundo,
tal como lo trae el libro nackHial de losuuiehí^s. en su ruda extraña elocuenela .v raraorltrlnalldad. es una
de las más preciosas ivll<iHlas del />í«f'í»»/>«/í>rt/'('r/^'<-«. Naiivf Ran%. vol. III. pilp. 4'2.
(2) Escritores cut)anos. como Váidas y Airulrn\ Bachiller y Morales, s«» han esforzado en demostrar
que de la Isla de Cuba vino la civilización de los Votanes: uero aquella cultur» era la de la perdida
Átlántlda.
— 370 —
res a Jesucristo, entre las tribus del norte de Alemania, Holanda y Escandina-
via, era Wotán el dios supremo. Alp^unas dinastías reales de sajones y norue-
gos se creían descendientes de su dios Wotán.
Valdría la pena de hacer un detenido estudio sobre la sugestiva coinciden-
cia de ser Wotán divinidad alemana y Votan divinidad quiche, y hasta funda-
dor de la cultura de estas regiones americanas. ¿Quedarían separados ambos
dioses cuando la Atlántida se sumergió en lo tenebroso de las aguas? ¿Serían
antes la misma divinidad adorada por antiquísimos pueblos?
Dicen unos que 'Votan y Zamná eran pontífices negros, de semblante
etiópico, con el singular signo cuneiforme, como la cabeza de Hueyapán y el
hacha gigantesca. Los ídolos se pintaban de huUi (caucho) y los sacerdotes
se untaban con negro la cara. Quezalcoatl se representaba blanco y barbado.
En la arquitectura de la región quiche había elementos de la raza negra y de la
raza amarilla bien caracterizados, por las descripciones de Violet le Duc. Opi-
nan otros sabios que Votan fué uno de los budhas, que salieron a países leja-
nos a predicar su religión (Humboldt). Los más creen que no hay rastros de
todo eso, puesto que mil años antes de nuestra era, podría haber sido lo más
remoto de tal peregrinación, ya que el budhismo no cuenta más luenga fecha;
de todos modos, posterior al bronce y al hierro, que habrían traído como ele-
mento de cultura. La inmigración votánica es, en muchos siglos, anterior al
budhismo.
Hubo en la teogonia de los indios quichés una diosa que cuidaba de la
prole y del hogar, cual símbolo del porvenir, imagen de la esperanza, germen
de renovación y vida. Prevaleció también el mito de que la piedra de moler
maíz, de preparar el alimento diario, al calor del fuego servía de lumbre a la
familia, gozaba de la influencia de propicios penates, oráculos del presente; y
la lápida del campo patrio, el ara del sacrificio, consagrada a Tohil, a cuyo
derredor descansan las generaciones muertas, que ya no reciben ni el resplan-
dor siniestro de las llamas de los holocaustos, era la imagen del pasado
Esa trinidad augusta del tiempo, lo que fué, lo que es y lo que será, rebosa de
la humana especie, en un horizonte que se pierde en el espacio, y en una eter-
nidad que el alma columbra tras los albores del cielo. La historia, entre tanto,
que principia con la lerenda fabulosa, los dogmas sacros y las estancias hierá-
ticas, para aparecer después con los esmaltes de la filosofía, va tomando nota
de remotísimas edades, en el geroglífico, en la palabra, en el fósil, y nos eleva
de lo contingente a lo universal y nos hace contemporáneos de todas las
épocas.
En la América de las selvas, antes de que la recorriera el carro nivelador
de la civilización importada por la conquista, habían ido pasando, a la sombra
de sus palmas, y al arrullo de las auras tropicales, en este istmo privilegiado.
— 371 —
numerosas gentes, imperios antiquísimos, que dejaron huellas tan interesante^
como para preocupar la atención de sabios, asociaciones y congresos.
Los quichés, asegura Augustus le Plongeon, — en su célebre obra "Queen
Moo and the Egyptian Sphinx," — tenían la misma concepción del caos y del
universo que los hindos ; todo era inmovilidad, silencio y negrura, era la noche ;
sólo el Creador, el Hacedor, el Dominador, la serpiente cubierta de plumas,
los que engendraban, los que creaban, estaban en las aguas, como luz siemi)rc
creciente, rodeados de azul y verde, se llamaron Gucumatz (Popol-Vuh, Lib.
I. Cap. I).
Los quichés se rigieron, como acabamos de decir, por un gobierno teocrá-
tico, siendo los sumos sacerdotes y supremos gobernantes de la descendencia
de los Votan, sostenidos por la casta guerrera, representada por Chay-Abah
(pedernal negro, obsidiana) porque tenían lanzas y cuchillos fabricados de ese
pedernal, o como otros creen, porque era obscuro de color.
Para sacar provecho del Popol-Vuh, según Chavero, hay que distinguir
los tres elementos que lo forman. La parte perfectamente histórica, relativa
al reino quiche ; la alegórica, que contiene las tradiciones de la raza primitiva,
y las nuevas ideas que recibió con las invasiones nahoas. Además, el autor
indígena pudo haber deslizado algo de las confusas creencias que ya alcanzó
a tener con el contacto de los españoles.
La zoolatría está ahí unida a las fuerzas de la naturaleza. La vida como
que palpita por la transformación de elementos preexistentes. El espíritu del
cielo Vgux-Cho, dio nacimiento a otras deidades secundarias. Hurakán era la
más temible de ellas ; y esa palabra, que el diccionario de la Academia Espa-
ñola tiene por caribe, es quiche, es de Guatemala, y desde aquí se esparció a
todas las lenguas modernas de Europa, para expresar el viento que arranca los
árboles y se lleva las casas. Cabracán era el dios del terremoto, que se valía
de los volcanes a efecto de mover el suelo y desolar ciudades y alquerías. La
madre tierra era otra deidad llamada Chiracán, boca grande o cráter largo, ya
porque todo se lo traga y consume, ya porque en el quiche hay unas montañas
con muchos cráteres. El dios de las aguas Ruiatcot, hundía a los ]>uebl(^s bajo
los torrentes desbordados de las altas montañas o bien ordenaba a los dragones
de la atmósfera, a las nubes vagabundas, que se alejaran del firmam^ento para
afligir a comarcas enteras con los horrores de la sequía y del hambre, o bené-
fico, daba vida a las plantas, verdor a la yerba y rumores al manso río.
Bajo estas grandiosas ideas, se desarrollaba la primitiva civilización de
los quichés, que tiene harto que admirar, en sus palacios, pirámides, monu-
mentos, artes y costumbres, como se verá en el capítulo especial que dedicare-
mos a esta región famosa, que ha dejado ruinas sorprendentes y una lengua
superior en mucho a la mayor parte de nuestros idiomas modernos europeos.
í
— 372 —
Si hoy se estudian las teogonias asiáticas, también se presta sing^ular aten-
ción a la biblia quiche, escrita en Guatemala, popularisada por un alemán y sus-
traida por un francés. Confesemos que poco caso hemos hecho de nuestros
tesoros, por siglos abandonados, y por último, puestos muchos de ellos en ma-
nos extranjeras. Hoy mismo, que en Europa y en los Estados unidos, se
presta tan particular atención a nuestras antigüedades, no son muchos los (|U'.
aqui tienen idea de lo que contiene el Popol-Vuh, ni menos como puede con-
tribuir a trascendentales estudios en el mundo sabio.
Todas las teogonias se acomodan al aspecto del mundo en que nacieron,
como la fauna y la flora muestran el suelo, el clima, y demás condiciones regio-
nales de las zonas distintas. No hay ninguna religión nueva ; todas tienen
raices primitivas, elementos universales. En el comercio íntimo con la natu-
raleza, en la encrgia y profundidad de las emociones que de él emanan, es don-
de se encuentran también las primeras aspiraciones al culto, a una santifica-
ción de las fuerzas destructoras o conservadoras del universo. . Poco a poco
se separa el mundo de los hechos materiales y asciende a la región de las ider
y surge el vago presentimientí) de la unidad de las leyes naturales, constantes,
regulares, inmutables. Se presiente una causa de la vida, cuyos intereses ma-
teriales no son solamente los que preocupan la inteligencia, ni satisfacen el
corazón. Vuela el alma al cielo.
Por eso es interesante el estudio de las revoluciones y evoluciones religio-
sas, comenzando por las antiguas teogonias. La mitología y la historia pri-
mitiva de la .América Central están en el Popol-Vuh, que refiere cómo se veri-
ficó la confusión de las lenguas, cuando llegaron a Tulán diversas inmigracio-
nes; hace alusión al diluvio, cuya tradición universal la encontramos entre los
annamitas, los judíos, los babilonios, los thlinkithianos, los nahoas y nuestros
antiguos quichés. La pintura f|uc existe del Atonatiuh, o sol del agua, en que la
diosa tiene en las manos el símbolo de la lluvia, de los truenos y relámpagos, en
que del calli (casa) sale ahogándose un hombre, mientras que una mujer y su
marido se salvan en el tronco de un árbol hueco, de un thuchuetl, que conserva
sus verdes ramas y sobrenada entre las terribles olas, donde sólo ípiedan peces,
representa el diluvio claramente: por más que Chavero sostenga que la catás-
trofe del Atonotiuh, fué el hundimiento de las tierras, casas, ciudades y pueblos
nahoas, el recuerdo de la Atlántida, y no las cataratas diluvianas del cielo;
creemos, con Saghun, y los antiguos cronistas, que aquel importante gcroglífi-
co se refiere al diluvio, que Zoroastro, siglos antes que Moisés, y los brahama-
nes, en sus poemas, relataron. La desaparición de la Atlántida, la conforma-
ción istmeña de Centro-América, es de remotísima fecha, que nada tiene que
ver con los nahoas, que para el anticuario mexicano son, como para Le Plon-
geon, los mayas, origen y fundamento, expansión y grandeza, de la época his-
tórica americana, y aun centro y principio de la humanidad, fundamento de h
— 373 —
cultura universal, panacea de donde brotó todo lo bueno y admirable, paraíso
sin pecado, y sin ángeles con espadas de fuego. . . . Festina lente, decían los
antiguos : Pas trop de zéle, repiten los franceses ; no hay que entusiasmarse
mucho por una raza, hasta el punto de exajerar en extremo.
Las invasiones nahoas que descubre Brasseur de Bourbourg, en el Popol-
Vuh, las reminiscencias cristianas que encuentra Müller, y muchas de las in-
terpretaciones que hacen Brinton y otros americanistas, tienen que resentirse
de los errores que naturalmente ocasiona un libro en lengua poco conocida,
sobre materias metafísicas y en estilo metafórica. Veamos a presentar una
muestra de esa Biblia de los Sacerdotes del Quiche. La descripción de la ma-
nera en que fueron creadas todas las cosas, es en su peregrina elocuencia, ver-
dadera joya del pensamiento aborigen. "Hé aquí la narración de cómo todo
estaba en suspenso, todo en calma y sin rumores, sin moverse, sin cosa alguna :
vacío el cielo. Hé aquí la primera palabra y el primer discurso : aún no había
hombres, animales, pájaros, pescado, cangrejo, palo, piedra, hoya, barranca,
paja, ni monte, sino sólo estaba el espacio. Ni había nada en pie ; sólo el agua
represada ; sólo la mar ya tranquila ; sólo ella al fin sujeta. No se manifestaba
la faz de la tierra. Nada sonaba, ni nada se movía, ni fuerza que hiciera tronar
el cielo. Todo era inmovilidad, silencio y tinieblas en la noche. (Ximénez,
Hist. Ind. Guat. Pág. 5).
Sólo el Creador, el Formador, el Dominador, la Serpiente con Plumas, el
que engendra, el que da el ser, el que da vida a las aguas, como luz que crece
y se esparce, cubierto de verde y azul ; y por consiguiente, su nombre es Gucu-
matz (i). Así existía el firmamento, el corazón del cielo."
Con rústica sublimidad aparece, después brotando la tierra, en vagarosa
forma de neblina, primero, y más tarde con la figura de montes, volcanes y
collados. El ciprés y el pino crecieron. Gucumatz lleno de alegría, exclamó :
¡Bendita sea vuestra venida! ¡Oh, Corazón del Cielo, Hurakán, Trueno!
I Nuestra obra está terminada.
Tras la vegetación, nacieron los animales, en múltiples formas, y el Crea-
dor les dijo : "pronunciad nuestro nombre, reverenciadnos : invocad al Hu-
racán, al Relámpago, al Rayo, al Trueno, al Corazón del Cielo, al Corazón de
la Tierra, al Creador, al Formador. ¡Hablad, saludándonos! — Pero los ani-
males no respondieron : no pudieron hablar. — Mientras no nos adoréis, dijo
entonces el Formador, mientras no pronuncies nuestro nombre, será humilla-
da vuestra carne, seréis muertos y desgarrados por ajenos dientes."
Se consultaron los dioses, y dispusieron formar al hombre. Lo hicieron
de barro ; pero no tenía movimiento, vida, ni fuerza, y se deshizo en el agua.
Se formó después un hombre de madera y una mujer de cibaquc (planta textil)
(1) Brtsaeur de Bourboure.-Hlst. des N»t. Clv. tomo I, páf . 50
— 374 —
pero aunque tenían vida y movimiento, carecían de corazón e inteligencia, no
guardaban memoria de su formador, era su existencia inútil, se habían olvida-
do del Corazón del Cielo, que* airado hizo que les cayera una lluvia de resina
y se obscureció la tierra. El ave Xecotcovach vino a sacarles los ojos, el Ca-
malotz les arrancó las cabezas, el Cotzbalán devoró sus carnes, y el Tecumba-
lán pulverizó sus huesos.
Había un lugar subterráneo que era la guarida de los poderes nocivos, de
los agentes del mal, que de ahí salían a perjudicar a los hombres. Este lugar
se llamaba Xibalba, antro o mansión de los demonios, de la cual venía la muer-
te y a donde iban los difuntos, en el viaje que emprendían al acabar esta vida,
para tomar otra existencia astral.
Después de la destrucción de los primeros seres humanos, se reunió de
nuevo el consejo de los dioses, en la obscuridad de un universo desolado. Por
fin el Creador hizo cuatro hombres perfectos, cuya carne se formó de maíz
amarillo y de maíz blanco. Se llamaron Balam-Quitzé, Balam-Agab, Maha-
cutah, Iqi-Ralam. Su formación fué efecto de un portento de Aquél que es
preeminente, el Creador.
Por el estilo, continúa el Popol-Vuh, el génesis que acabamos de extractar.
A un dios creador junta de manera perpleja otras nuevas divinidades auxilia-
res. ¡Qué mucho debemos censurarlo por ello, cuando hasta los hebreos, el
pueblo más culto antiguo, el elegido de Dios, como Moisés le Hamo, creían que
el Señor había hecho de su propia esencia ángeles y serafines para que lo ado-
raran ! Aunque a nosotros nos parezca hoy estúpida esa embrogenia quiche,
hay que recordar, como dice Brinton, que los pensamientos de la humanidad
primitiva no sólo eran muy diferentes de nuestras ideas, sino muy distintos
también de lo que nosotros pensamos que debieran haber sido.
Es peregrina la creación del sol y de la luna, por los dioses principales,
abuelos de esos astros : y, como la mitología pagana, contiene la teogonia
quiche muchos genios y héroes, dioses y semi-dioses, en los elementos, en los
bosques, en las cuevas, en las montañas y en los lagos. El dios del camino era
Mumah, el de la casa o pénate, Chahalha. Los indios creían que los eclipses
dé sol y luna eran querellas y desaguisados entre esos dos esposos^ cuyas re-
yertas tenían consecuencias funestísimas para la tierra ; y por eso aquellos
aborígenes procuraban, desde aquí, con ruidos, gritos y sacrificios, aplacar el
pleito. Por lo común sacrificaban en esos casos algunos albinos (el pueblo
aún les dice hijos del sol) (Flammarión). Esa costumbre, de armar ruidos y
dar gritos, todavía la conservan los aborígenes, cuando hay eclipse ; y se afli-
gen, diciendo que el sol le está pegando a la luna, que es su mujer.
La trinidad de Guatemala, Ci) reaparece en el carácter de Omeyateite,
Omeyatezigoat y su hijo Ruiatcot, dios de Us lluvi?is, que dispone del trueno y
(1) Mnaanaian«ruaf99,tQS^in.9<Ut-4ira^ B&ncroft,
— 375 —
del rayo. Los quichés, como los mayas, los indostanes y otros antiquísimos
pueblos, tributaron culto entre sus mitos a la cruz. Conocieron el tormento
de la crucifixión, y aún quedan piedras talladas que representan indios sufrien-
do ese tremendo castigo, que es tan antiguo en el mundo. El Génesis ya nos
habla de él, con motivo de la interpretación de los sueños de Egipto. Apuleyo
lo define en aquellas célebres frases : "Patibuli cruciatum cum canes et vultu-
ries intima protahunt viscera." Entre los romanos se había hecho tan frecuen-
te, que Nerón lo impuso a una hermosa esclava con el sólo objeto de contem-
plar las torceduras y crispamientos de sus formas palpitantes. Tan bárbaro
tormento, pues, se ha usado en todas partes.
La Biblia centro-americana, o sea el Popol-Vuh, demuestra que la idea
de la trinidad brahmánica, conciliada con la unidad, o sea con el monoteísmo
semítico, prevalecía entre los quichés. La espiritualidad de Dios, el presenti-
miento de una transformación o metamorfosis después de la muerte, formaban
parte de aquella teogonia tan antigua quizá como la de los mismos asiáticos,
de cuyo suelo han brotado los gérmenes de tantas religiones (i).
Es curioso observar que los quichés, lo mismo que los mayas, deificaron
el grupo de estrellas al cual pertenece la Osa Mayor, cuya posición dio lugar a
mitos de combates, entre dioses, que en el Popol-Vuh se enumeran (2). Los
aborígenes de América volvían los ojos al cielo, y prestaban culto al sol, a la luz,
a la vida. Por la noche veían en el firmamento las luchas y guerras, entre sus
divinidades, que aquí en la tierra han destrozado a la humanidad desde el prin-
cipio del mundo. El swástica, signo simbólico muy frecuente y el más sagrado
P^_l 1.^^. de muchas culturas primitivas, era un enigma para los arqueó-
I I I logos, hasta que Zelia Nuttall demostró que cada gancho imi-
^ 1 taba la forma de la Osa Mayor, en los solsticios y equinoccios
I I I Todos los pueblos tienen solidaridad en los principios de sus
i I I * tradiciones, en el fondo de sus mitos, en su psicología y teodicea.
Los aztecas y los quichés tenían una flor sagrada Xochinacaztli, de color
purpurino, de agradable perfume, y de la forma de una oreja, flor a la cual
atribuían muchas virtudes. Abunda por Coman, y está descrita por Mociño,
Sesséas y Dunal. Es la Cymbopetalum penduliflorum (3).
Ya se preste oído a los gritos de los hechiceros chámanos de la Tartaria, a
las odas de Píndaro o a los cantos religiosos de Paulo Gerhard ; ya se contem-
plen las pagodas de la China, el Partenon de Atenas o la catedral de Milán ; ya
se lean los libros sagrados de los budhistas, de los judíos, o de los que adoran
(1) El Sibú de los aV)oríírenes de Costa Rica era »>1 Gran Espíritu, y había tendencia al monoteísmo.
Dr. Gabb. Tribus indíjrenas.
(2) Zelia Xuttall. Principios fundamantales de clvlll/aeldn. 1001.
(3) La primera relación de esta flor la escriblcS el V. Saha»run. en ISflO. denominándola teunacattli,
oveja satrrada. Francisco Hernández, protomédlco de Felipe TT, envió muestras 4« esa flor, en 1ST0. T-a
descripción y el (rrabado se publicaron en la edición romana de 8v> obr», en 1661.
— 370 —
a Dios en espíritu y en verdad, debe decirse "Homo sum, et humani nihil a me
alienum puto." La historia de la humanidad es como nuestra propia historia.
Cuántas veces, entre melancólicos recuerdos, remontándonos a los serenos
días de nuestra infancia, encontramos en ellos la aclaración de muchos miste-
rios que nos ofrecen nuestros posteriores años. Sobrado interés presentan los
pocos fragmentos que quedan de la infancia de la raza humana. El Veda, que
es el libro en que podemos encontrar los orígenes de nuestra lengua, como arios
que somos, es la ánfora que guarda los ayes y los dolores de nuestros antepasa-
dos, que nada tuvieron que ver con los semitas Abraham y Jacob, sino en aque-
llo que, como el instinto religioso, implica solidaridad humana.
San Agustín decía: "Lo que en la actualidad se llama religión cristiana
existía ya entre los antiguos y no ha faltado jamás al hombre, desde su apari-
ción hasta el tiempo en que encarnó Cristo ; pero, a partir de esta época, la ver-
dadera religión comenzó a llamarse religión cristiana (i). El cristianismo
formó una síntesis, un epílogo, de la historia antigua, y vino a servir de prólo-
go a la historia moderna. De los judíos recogió el espíritu religioso, de los
griegos el sentido filosófico, de los romanos el elemento político. Jerusalén
debía darle su Dios, Alejandría su Verbo, Atenas su Ciencia, Roma su organi-
zación y su derecho. En todo ello se tamizó la teología antiquísima de los
indios, los budas, los brahamanes, los asirios y los babilonios (2). Acrisolado
quedó por el cristianismo lo más sano de las viejas creencias, depuradas de
toda levadura humana, fué el hilo misterioso que había de ligar los gérmenes
de la idiosincrasia que iba a morir, con los futuros ideales de la plenitud de los
tiempos. En esa cristalización se refleja el mundo pagano y el mundo nuevo.
Se tamizó la filosofía, .se purificó la teodicea, brotó la vida.
Ahí está el primitivo Popol-Vuh, y algo, siquiera sea la idea de la trinidad
zoolátrica, siquiera sea la unidad de Dios poderoso, siquiera sea la tardición
del diluvio, siquiera sea el fatalismo de la pena, siquiera sea ese sello de dolor,
que caracteriza las teogonias primeras, ahí se encuentran aunque falta lo
principal, falta todo — : la Esperanza, la Fe y la Caridad de la religión de Cri.s-
to ; de esa panacea que descendió de lo alto para salvar a la mujer y redimirla
de la servidumbre en que estaba postrada; que borró las diferencias de castas
y fundió las cadenas de los esclavos ; que dio a la vida con su influencia moral
un impulso infinito ; que consoló al pobre y al desgraciado, santificando el tra-
bajo y haciendo ver que cada lágrima es una gota de rocío celeste ; que produjo
la libertad, la igualdad y la fraternidad de los hombres todos ; que hizo bien-
aventurados a los que lloran y ofreció el cielo a los que han hambre y sed de
justicia. ¡ Lástima que el fanatismo desnaturalice hasta la religión que perdo
na, que es de amor, de mansedumbre y de unión !
(1) Aorust. I. Ret.
(2) Revolución Relliriofla. Castelar.
— 377^
La palabra sánscrita Deva, es el Theos griego, el Deus latino, el Dios es-
pañol, el Dieu francés, el Dio italiano ; es el Theotl de los indios quichés, el
Teut de los egipcios, el Teuti de los armorianos, el Thios de los cretenses, el
Diu de los celtas y galos, el Déos de los portugueses. Los persas infiltraron
algo en los judíos, éstos a su vez transmitieron mucho a los cristianos y maho-
metanos. Todo es uno. La semejanza grande que existe entre ciertos térmi-
nos cabalísticos de ambos hemisferios ; la leyenda de "Los Hermanos," en la
América Central, que antes de emprender su viaje a Xibalba, planta cada uno
de ellos una caña en el centro de la casa de su abuela, para que ella pueda saber,
según que la caña florezca o se marchite, si ellos viven o han muerto, tiene
analogía con las creencias de otros muchos países. En los Cuentos y tradicio-
nes populares de SacharoflF (Rusia), se encuentra una narración semejante, y
se descubre esta misma creencia en varias otras leyendas muy anteriores al
decubrimiento de América. En la célebre obra "Isis sin velo, clave de los
misterios antiguos y modernos," por H. T. Blavatsky, se habla mucho del
Popol-Vuh, como de un libro admirable, que demuestra existir analogías muy
próximas entre los mitos orientales, rusos y quichés. La tradición del Dragón
y del Sol, algunas veces reemplazado por la luna, ha repercutido ecos en los
lugares más remotos del mundo. Puede muy bien ser como la única religión
heliolátrica universal. Hubo un tiempo en que Asia, Europa, África y Amé-
rica estaban cuajadas de templos que al sol y al dragón se consagraban. Los
hierofantes del Egipto se llamaban hijos del dios serpiente, los druidas de las
regiones celtobritánicas, se daban el nombre de culebras. El Karnak egipcio
es hermano gemelo del Karnac de Bretaña, y era el monte de la serpiente.
Quetzalcoatl, serpiente con plumas, de los mexicanos, fué el Gucumatz de
nuestros indios quichés. Refiere la tradición que este dios fué seducido por
malévolo brujo a beber pulque, y que ebrio y excitado, olvidóse de su castidad
jurada, atraído por la Eva quiche Quetzalpetlatl. Semejante pecado lo obligó
a abandonar la ciudad y a perderse por el Este, donde erigió una hoguera fu-
neral ; se redujo a cenizas y su corazón ascendió a los cielos para convertirse
en el planeta Venus.
Desde la más remota antigüedad prevaleció la idea, en todas las teogonias,
de que el tipo primero del hombre, era puro y dichoso, ajeno a la materialidad
de goces carnales y groseros, siendo su cuerpo semi-etéreo. En el libro más
antiguo que se conoce, escrito en hebreo, con el nombre de "Siphra-Dzeniouta"
se representa al hombre viniendo desde la gloria inefable, en luminoso arco (pie
se obscurece más y más al acercarse a la tierra. Los filósofos herméticos de
todas las épocas, han creído que la materia con el tiempo y por efecto de la
culpa, llegó a ser más densa y áspera que al principio, cuando la primera for-
mación del hombre. Las tradiciones esotéricas más antiguas, también ense-
ñan que antes del Adán bíblico, muchas razas de seres humanos habían vivido
-378-
y habían muerto, cada una de ellas cediendo su lugar a la otra. Platón men-
ciona en Phedrus, una clase de hombres alados. Los pintores del Renaci-
miento diseñaron serafines. Santo Tomás describió sus especies como si los
hubiera visto. Esa creencia en una raza más espiritual, la tenían los indios
quichés, según aparece en el Popol-Vuh, cuando habla de los cuatro primeros
hombres, pertencientes a un género que raciocinaba y hablaba, cuya vista era
ilimitada y que conocía todas las cosas. Los kalmucos y otras tribus de Sibe-
ria describen, en sus leyendas, razas anteriores a la nuestra, que poseían cien-
cia sin límites, y en su audacia amenazaron revelarse contra el Gran Espíritu,
de lo cual provino que, para castigar su presunción y hunwllarlos, encerrólos
en sus cuerpos, limitando sus facultades. El pecado original de la Biblia se
encuentra en todas las teogonias. Con razón dice Max. Müller que, por lejano
que sea el punto hasta el cual hayamos podido seguir la pista del hombre, si-
quiera en el más bajo estrato de la historia, vislumbramos e| don divino de una
sana y pura inteligencia. LI idea de la humana especie, brotando lentamente
de las profundidades de una brutalidad animal, no lisonjea el amor propio (i ).
Es poética la narración del Génesis hebraico, cuando describe el Paraíso.
"Una amarga sombra se interpone entre el cielo siempre claro y la tierra hasta
entonces regocijada y florida. El dolor ¡ ah ! no había arrastrado antes su ca-
bellera de espinas en el edén primero. Astuta serpiente sedujo a Eva, que es
ía personificación de la humanidad ; trocóse la inocencia en mal, la dicha en
desventura, la esperanza en siniestra, transmisible, perenne realidad." Esa
mujer dolorida, llorosa, mal envuelta en el velo de su cabellera, mal ceñida por
las hojas de los vegetales, temblando al azote de los elementos que chasquean
sus látigos de rayos y huracanes sobre aquellas albas seductoras formas, perdi-
da la inocencia tranquila que la hacía creer en la pureza de todas las cosas y la
paz entre todos los seres ; esa Eva que inició el suspiro, la queja, el llanto, el
placer, la maternidad y el amor, es el prototipo de la humana especie. El beso
primero que resonó en el paraíso llevaba promesas y deliquios. La mirada de
pasión, el fluido magnético de dos corazones unísonos, llenan los aires de polen
de vida, mandada por unas plantas a otras plantas en amorosos efluvios. En-
cendiéronse desde los astros hasta los nidos ; el ruiseñor cantó con más dulces
gorgeos, y el árbol llovió flores y las flores pistilos y pétalos aromados, en aquel
espasmo universal." Fiat amor, ct amor facto fuit.
Todo está hecho por el amor, toda luz está animada por el movimiento,
toda idea se desprende del espíritu, todo pensamiento irradia, y todo espíritu
proviene de Dios. Esa gran trilogía, la creación angélica, la creación material
y la creación humana, como Verbo de la Vida, se identifica con las más anti-
guas religiones.
(1) Mitología Comparada, vol. II. vág. 7.
— 379 —
Esa mística trilogía se halla en el Zend-Avesta, en el Popol-Vuh, en la
Biblia, en todas las tradiciones y en todas las historias (i). Hun-Hun-Ahpú,
descendió a los infiernos, o sea a Xibalbá (taltusa del terror) pero resucitado
por sus hijos, subió al cielo, como el sol, que esparce vida (2). Hermano de
aquel dios, fué Vukub-Hun-Ahpú, que se vuelve luna. Los cakchiqueles de-
cían que el sol iba en un carro, tirado por venados o jabalíes, según el tiempo,
y que su eclipse es un pleito con la luna, a la cual le está pegando, por influen-
cia del lucero del alba, Nima ch' umil (3). El corazón de Quetzalcoatl fué
transformado en la estrella Venus. Las Pléyades eran llamadas Motz (cúmu-
lo o conjunto) y se habían constituido por los cuatrocientos muchachos mata-
dos por Zipacna. También llaman los indios, a las Pléyades, Tianquiztly
(mercado), sin duda por el tropel de gente que se reúne, sin orden ni concierto
en los lugares de ventas.
El dios de la borrachera Patecatl, no era como Baco, jovial y lleno de vida,
sino triste, adormecido, terrible degollador, y no se le debía tributar culto sino
en pocas festividades. A los indios les estaba prohibida, como a los mahome-
tanos, la bebida de licores embriagantes. Los pueblos de Santa Catarina Izta-
huacán y Nahualá conservan la observancia de tan buena prescripción.
La culebra era venerada como imagen del ciclo, símbolo de la lluvia ; Quet-
zalcoatl azteca y Gucumatz quiche, eran serpientes con plumas verdes de quet-
zal. La tradición del hijo de una virgen, vejado, muerto, sepultado y resucita-
do, se encuentra en todas las teogonias. Chimalmat se tragó una esmeralda
encantada, y de ahí resultó con Quetzalcoatl en el vientre. La Eoatlicue (ena-
gua de culebra) escondió en su seno una pelota de plumas y resultó grávida
con Huitzilopochtli. La virgen Xquic concibió a dos coaches, por un esputo
de la calavera de Hun-Ahpú, que se volvió sol. Aquellos coaches (gemelos)
que disponían del fuego de los volcanes, emanado del gran astro vivificador.
Los coaches fueron sacrificados bárbaramente y resucitaron Hay tenden-
cia en el espíritu humano, a penetrar en lo infinito. En el destino del hombre
surgen problemas que atormentan invenciblemente el alma. Los mitos, las
teodiceas, las teogonias, los dogmas, siempre han existido y nunca dejarán de
existir. El ateísmo y el positivismo son teorías individuales ; pero nunca he-
chos sociales. Las colectividades son creyentes. Los neuróticos del alma
son muy pocos. La religión, lo mismo que la lengua, son consecuencias del
pensar, anhelos hacia lo desconocido (4) característica humana.
Las concepciones religiosas son aún más vivaces que las lenguas, hasta el
punto de que después de la conquista de una raza sobre otra, quedan en el
(1) Max Müller, Chlps frotn a Germán Workshop.
(2) Popol Vuh, pá(f. 242.
(3) Stoll.— Guatemala, pásr. 275. Año 1880.
(4) Lippert, Religiones, páer. 484.
-38o~
turbión de los tiempos sobrehumanos voces indígenas ; pero todavía persisten
más y se mezclan los elementos mitológicos, las tradiciones místicas, los dog-
mas sacros y las tendencias teogónicas. Por eso, después de la conquista es-
pañola, continuaron los indios ocultamente adorando a sus ídolos y con las
costumbres de sus antepasados. Hoy tienen los aborígenes en secreto creen-
cias, ceremonias prácticas de su antiguo culto, en medio del fervor — más apa-
rente que real, más idolátrico que espiritualista — de la religión cristiana que
parece que profesan.
En las misteriosas mitologías de los pueblos se reconocen los diversos ele-
mentos de grupos étnicos de origen diferente. Vemos leyendas que recuerdan
distintas razas de dioses que desaparecen muchas veces en la mitología griega,
del mismo modo que en la mitología del Norte y en la mitología quiche. En la
amalgama de diversas tribus y numerosos elementos de razas hay necesaria-
mente, como hubo en Roma, amalgama de divinidades (i). Nuestros indios
de Guatemala creen poderos%al Señor Santiago; pero más aún a Gucumatz
representado en un ídolo deforme y tosco.
El Popol-Vuh, como todos los libros sagrados, tributa a la luz culto ado-
rable. Lo que el indio quiche temía no era por cierto el frío, sino las tinieblas.
Todos los cantos que de sus cabanas se levantaban, eran aclamando el día
blanco sobre la noche negra. Los mitos indios como los védicos, son el gor-
geo de las razas humanas, al acercarse lá aurora. £1 sol es la vida, es el padre
del mundo. E\ Espíritu del Cielo era para los quichés el primero de los dioses.
El movimiento era para ellos el hálito del dios formador, la expansión de aquel
Espíritu. La existencia del Dios verdadero, del Hacedor de todo lo creado,
se demuestra cabalmente por el movimiento, como lo enseña un gran teólogo
cristiano.
La fuerza creadora se la imaginaban como luz matutina y benéfica, que
de las tranquilas ondas del mar se iba esparciendo, siempre creciente, risueña,
pura y fecunda ; que teñía el firmamento de celeste y los campos de verde. El
Relámpago, el Trueno, el Huracán, eran divinidades airadas, que conmovían
la tierra. El maíz, la sustancia alimenticia, sirvió al formador para hacer al
hombre. Ruiatcot, dios de las lluvias, hacía germinar el grano, crecer la caña
y sazonar el helóte. Purificaban por el agua al recién nacido, le circuncidaban
por higiene, y le imponían las manos para confirmarlo o vigorizarlo en sus
fuerzas y en sus creencias. Tal embriogenia hace repercutir, en su poética
rudeza, los ecos vagos de una época remotísima, de la transición de la edad de
piedra a la edad de hierro.
Los pájaros hablan en aquella teogonia. Acaso, en un principio, ellos
hayan sido (2) los maestros del hombre; último en el orden cronológico, imi-
taba a los que le precedían. El censonte canta al alba con mejores notas, me-
cí) Llppert. RelUrlones, pásr. 321.
(2) La Creació». tomo II. pá». 107.— Qulnet.
-38i-
lodías y motivos, que ninguna otra de nuestras aves. Así cantó desde hace
millones de siglos. Max. Müller, en la "Ciencia del Lenguaje," enseña que
hay pueblos que tienen lenguas de pájaros (tomo 11).
Es pintoresco el mito del quetzal que veneraba el quiche. Nacieron des-
pués de la catástrofe del agua, en amanecer de ópalo y nácar, unas mariposas
azules, de cuyos despojos brotó más tarde, al acabar de secarse la tierra, el
árbol fuerte de crispadas ramas llamado guayacán, en cuya copa vino a culmi-
nar, en señal de poderío, una ave hermosa, una esmeralda que vuela, un pájaro
de pecho rojo y dorado plumaje, con cauda de alfanjes y cambiantes de iris.
Es el alma del bosque que va a robar sus destellos al sol ; es el errabundo espí-
ritu de Votan que vela por su raza. Los mantos de los indios se tegieron de
esas regias plumas. Las andas de oro de Balán-Acam iban recamadas de colas
de quetzal. Huemac, al ver vacilante su trono, pide a los dioses sus tesoros,
sus piedras verdes y sus plumas del ave sagrada. Fué el símbolo del destino.
Cuando en los llanos de Olintepeque sucumbía Tecum, transformólo Gucu-
matz en un grandísimo quetzal, que con saña fiera estuvo a punto de dar muer-
te a Tonathiú, quien con esfuerzo sobrehumano lo atravesó con su lanza.
La conquista se hizo. Huyó el quetzal a lo más intrincado del boscaje.
Sombrío y mudo de dolor, apartóse por tres siglos de la raza autóctona. Con
la libertad, vino a posarse entre laureles a nuestro patrio escudo! ¡Dejó de
adornar la cabeza de los teules, el yelmo del yoayizque y el manto del tecuhtly
para ser el símbolo de Guatemala ! ¡ Quiera nuestra ventura que Quetzalcoatl
no prediga otra vez el cautiverio de esta tierra sacratísima !
En el desenvolvimiento del culto tributado por los hombres al Creador,
precede el sacrificio a los ritos simbólicos y las fórmulas materiales a las preces.
Después de las tres creaciones humanas, se quedaron rezagados los monos,
según el Popol-Vuh. En la necrópolis de Tebas había un lugar para los monos
predilectos, que eran enterrados en tumbas de piedra. En Yucatán se rendía
culto a los simios, y las figuras de esos animales se encuentran en los templos
mayas (i). En Babilonia, en el Japón, en China, era el mono sagrado uno
de los mitos populares, En el Congo y en la Costa de Marfil, donde viven los
chimpancés, los gorilas y los liliputienses, se tributa adoración a monos de
piedra.
Lo más profundo y lo más alto tiene su centro en Dios, que es la unidad de
la armonía universal, el espíritu de la vida entera, la fuerza de cuanto se mueve,
la inteligencia suprema, el alma del universo, iluminado por su mirar, sostenido
por su aliento, vivido y animado, porque lo vivifican y lo animan fluidos o
efluvios de todas las vibraciones de la naturaleza, del Ser Absoluto, que dio al
éter microvianas esferas, a los orbes las leyes de su atracción y a los hechos las
(1) Jerónimo Román.— República de los Indios Occidentales.
— 382 —
reglas de su providencia. Es la mano invisible que, cual polvo de oro, regó
de estrellas el espacio y despliega el arco iris en el cielo cual símbolo de paz
y de esperanza.
El indio quiche y el cakchiquel profesaban el fatalismo social, la idea de
la decadencia del hombre. Prometeo, Edipo, Catón y Votan, son tipos he-
roicos de las sociedades antiguas, dominadas por el despotismo ; en el mundo
asiático existía la casta, como existo aquí en Centro-América, en remotos
tiempos, antes de la conquista ; en el mundo griego el esclavo ; en el mundo de
la Edad Media el siervo ; en la actualidad el obrero sin trabajo, que llegó tarde
al banquete de la vida ; el servicio militar obligatorio, que convierte al hombre
en máquina, cuyo motor en Europa es el odio, la ambición, el interés o la bru-
talidad de los gobiernos. Aquí, entre los aborígenes, había parias, y prevale-
ció el dogma del estancamiento, de tal modo, que aquellas sociedades privadas
de esperanza, tenían que buscar únicamente en la muerte, lenitivo a sus dolo-
res. Como la Pitonisa en los oráculos griegos, los Pontífices indianos basaban
sus profesías en la auto-sugestión, pues tuvieron esos sacerdotes el poder y la
costumbre, como los fakires, de trasponerse en éxtasis y doble vista. El pro-
feta fué encamación de Quetzalcoatl. Era casto, y para asegurar su pureza,
se le despojaba desde muy joven de la virilidad. Las maravillas que se admi-
ran en la India, éranles familiares a los mayas y quichés. Harto curiosos son
los estudios que hizo el doctor Otto Stoll sobre el hipnotismo de los aborígenes
guatemaltecos, cuyos sacerdotes conocían perfectamente la manera de trans-
mitir el pensamiento, de ver a la distancia, de producir la insensibilidad, y todo
aquello de las ciencias ocultas, que los españoles ignoraban, atribuyendo a
pactos con el diablo lo que no era más que efecto de causas naturales, y que-
mando la Inquisición, como brujos, a los que aplicaban sus conocimientos a
portentosos resultados. El fatalismo de nuestros indios no estaba escrito en
los códices religiosos, pero se hallaba grabado en las almas. El que no siente,
decían los quichés, tristeza en la adversidad, ni en la prosperidad alegría, ni
miedo en el combate, ni temblor ante la muerte, es hombre. Las serpientes
beben el aire y no son débiles, muerden al que las daña. Los móviles humanos
son el miedo, el interés, el hambre y el amor. Los pájaros abandonan el árbol
que perdió sus frutos, las abejas la flor marchita, las garzas la laguna seca,
los cortesanos, al poderoso caído.
Examinando filosóficamente la. teogonia de los pueblos civilizados de la
antigua América istmeña, no podemos menos de comprender que había mucho
de peculiar, de sublime y de salvaje, análogo a la naturaleza de estas comarcas
indianas. Los quichés llegaron a tener entre sus selvas confusa idea de un
dios autor del mundo ; pero veían también en cada elemento una fuerza divi-
na, y simbolizaban en animales y en ídolos sus sentimientos piadosos. Entre
el grado de cultura religiosa de los conquistadores españoles y el de los indios
— 383-
americanos, había, con todo, una distancia inconmensurable. La humanidad
ha atravesado las fases de los errores religiosos y metafísicos, sin encontrar
uniformidad, a manera de esa sucesión de capas terrestres, descubiertas por la
geología, en las que se revelan trabajos lentos y seculares. Por todos lados
aparecen las antiguas formaciones del pensamiento ; y basta excabar un poco
para descubrir que hasta el desierto arenoso, de la tierra en que vivimos, está
por donde quiera superpuesto a la sólida roca de ese granito primordial, indes-
tructible del alma humana, a la fe religiosa. El verdadero espíritu del cristia-
nismo puro nos hará más bien cerrar los ojos sobre muchos puntos que — en el
medio ambiente actual — nos choquen en. las religiones, que al través del tiem-
po y del espacio, puede convertirse en luz esplendorosa ; el tosco anhelo hacia
causas desconocidas. Los aborígenes americanos sacrificaban víctimas hu-
manas. La espada de Abraham suspendida sobre la inocente cabeza de su
hijo Isaac — que para muchos es una prueba de reverente obediencia — y que
de todos modos, demuestra que hasta entre el pueblo judío, el más culto de la
antigüedad, se reconocía el sacrificio como grato a los ojos de Dios, escusará
a nuestros indios de la general aberración que violaba el "no matarás," estable-
cido por Zend Avesta. A estilo asiático, varias veces dábanse la muerte a sí
mismos los quichés, como holocausto a sus divinidades, al monarca, o por
concitar bien a la comunidad. La psicología de aquellos pueblos era muy
distinta de la presente.
Le quitaríais al género humano su idiosincrasia, su carácter superior, su
aspiración más pura, si le quitarais la tendencia a subir a los orígenes, a inqui-
rir las causas, a tributar culto a Dios. Los hombres forman una familia espi-
ritual que se esparce por una órbita mayor que la que alcanza el radio de sus
necesidades materiales. La vida trae la muerte, la sensibilidad el dolor, la
aspiración se resuelve en un suspiro que se pierde en el espacio ; el amor no
se sacia, el alma quiere salir del estrecho recinto del cuerpo, y hay momentos
de tanta dicha, y sobre todo, los hay también de tan amargo infortunio, que
exclamamos, sin sentirlo jAy, Dios!. . . .
"El positivismo descreído, árido y seco, que hoy ofrecen muchos como
agente civilizador, última palabra de toda negación religiosa, ni responde a las
tradiciones históricas, ni siquiera es nuevo en el mundo. Hace muchísimo
tiempo, dice el sabio Max. Müller, que la clase gobernante de China está fami-
liarizada con la metafísica de Spinosa, y en bastísima escala se han aplicado
los principios de Augusto Comte. Hace muchos siglos que se hallan. los nobles
hijos del celeste Imperio en un punto al cual querrían (jue llegásemos nosotros,
algunos de nuestros contemporáneos, con la única diferencia de que el legisla-
dor pagano, que había perdido toda creencia en Dios, se esforzaba en reanudar
los eslabones de la cadena y en enaltecer la ct)ndicit')n moral de sus subditos,
estudiando la política o concibiendo algún plan nuevo para mejorar la organi-
-384-
zación social, mientras que nuestros positivistas, atribuyéndose un papel aná-
logo al de los antiguos positivistas chinos, procuran rechazar un sistema reli-
gioso que ha dado pruebas de ser la más poderosa de las fuerzas civilizadoras,
el campeón constante de los derechos del hombre y de la dignidad de la mujer.
El positivismo querría reemplazar la rehgión cristiana con una fas del paga-
nismo, lleno de falsas promesas, lo cual asimilaría el siglo XX a la edad de oro
de Mencio o de Confusio, o le permitiría, en otros términos, consumar su
libertad religiosa y llegar al fin supremo del progreso, volviendo a la infancia
y cayendo en la imbecilidad moral" (i).
El espíritu cristiano es el espíritu civilizador, que vino a lavar, con la san-
gre del Justo, la conciencia humana, para que resplandeciera en ella con luz
más viva la imagen de Dios, anunciándole ¡glona en las Alturas y paz en la
tierra a los hombres de buena voluntad! Las teogonias asiáticas no acepta-
ban el dogma del progreso. El Popol-Vuh, el libro sagrado de los quichés, es
admirable como documento tradicional de una raza ; pero no hace renacer las
dulzuras del espíritu, no apaga la sed del corazón, no alienta esperanza, no
arroja luz. Es el reflejo de un pueblo inerte, rendido bajo el peso del infortu-
nio. Sus ecos son un perpetuo lamento y su destino fué como el de la antigua
Niobe, llorar el gran dolor que laceró su corazón.
En el brahamanismo, en el quicheísmo, en todas las religiones de pueblos
civilizados antiguos, se viene trasluciendo el monoteísmo, hay una divinidad
superior y más fuerte. El Jehová de los primeros judíos era para ellos un dios
airado más poderoso que los dioses paganos. Para abraham y Jacob fué Dios
único. El árabe propendió al monoteísmo, que si se reflejó en la raza aria, se
convirtió en un instinto de la raza semítica.
La ciencia moderna llama enajenados a esos grandes fundadores de reli-
giones e imperios. Sin embargo, hay que venerarlos, porque encarnan el alma
de una época y el genio de una raza. Miles de generaciones hablan por sus
bocas. Acaso esos creadores de ideales no engendran más que fantasmas ; pero
esos terribles fantasmas nos han hecho tales como somos, y sin ellos ninguna
civilización habría llegado a nacer (2). La tolerancia es necesaria ; y tan malo
es el fanatismo religioso como el fanatismo irreligioso. La falta de religión
patriótica, de religión social, hace que se menosprecie la vida y que el senti-
miento se encarne en las entrañas de una momia, para regocijarse en anárqui-
cas hecatombes, que semejarían las delirantes expansiones del ebrio, si no
(1) Las Religiones. — Max. MQller. Versión castellana de Garría Moreno. Madrid, páir. 124.
(2) Gustavo Levon.— La cirllización de los árabes. Introducción, pá^. IV,
-385-
llevaran la ponzoña de corazones pervertidos y saturados de venganza. La
voz de Cristo repercute, al través de los siglos, aclamando la democracia uni-
versal, que desde el pesebre de Belén viene a posesionarse del palacio de los
Césares.
La religión cristiana previo ya, en sus comienzos, y resolvió los problemas
de latente actualidad, que hoy día preocupan a las naciones más civilizadas del
mundo (i). ¡El fanatismo intolerante desnaturaliza la obra de Jesús, todo
bondad y amor !
(1) El valor social del Evangelio, por el R. P. Garriguet. Casa editorial Calleja. Madrid.
/■
CAPITULO XIV
GOBIERNOS PRECOLOMBINOS
SUMARIO
Monarquía indígena. — Elección de los reyes. — Ceremonia de la coronación. —
Los quichés y demás colectividades eran teocráticos en sus gobiernos. — Señores
principales. — El rey permanecía en el templo por algunos días después de la cora-
nación. — Los magnates y el pueblo iban al palacio a saludar al monarca. — Palacios
de los reyes indígenas. — Las audiencias del rey. — Sólo seis personas tenían facul-
tad de fijar la vista en el rostro del monarca. — Ceremonial con que el rey salía por
las calles. — La etiqueta de la mesa. — Los monarcas asumían el carácter de legis-
ladores, maestros, pontífices y magistrados. — Cómo fué gobernado Xibalba en sus
mejores tiempos. — Historia de la nobleza. — Rangos superiores. — Los Batab. —
Consejo del rey. — Grados de nobleza de los quichés. — Estructura gubernamental.
— Comunismo teocrático. — Calpules. — Trátase de regenerar a los indios, en tiem-
po de Carlos III, en Guatemala. — Concurso que se abrió con el objeto de premiar
la mejor obra que demostrase la utilidad de que los indios se vistiesen a la española.
— Obtiene el premio Fr. Matías Córdoba. — Otro concurso, en 1799, sobre escuelas
de indígenas. — Se suprime la Sociedad Económica de Amigos de Guatemala, por
sus ideas progresistas. — Condición de los indios. — Todo pugna por la vida.
"La monarquía, dice un ingenuo cronista, es la más principal república, y
la que se conserva seguramente con menos revueltas del pueblo ; y así, estos
indios tuvieron la monarquía, etc." Mas, por absoluto que fuese ^1 señorío de
Guaternala, hemos indicado ya, que rnp^p^rf\^ ^n autoridad rpn riprto»^ yarrmps
de opinión, especie de consejeros, encargados así de lo judicial como de lo polí-
tico. Ellos eran también los que recogían las rentas del Estado, siomld do su
_cuenta distribuirlas, entre los gastos de la cosa pública y los de la casa real.
Además de estos supremos consejos, había en cada pueblo otros oidores y
chancillerías, con atribuciones limitadas, no pudiendo resolver en negocios
arduos, reservados al Consejo de los Ancianos. Tales oidores eran castigados
cruelmente cuando caían en falta respecto al desempeño de sus oficinas, a la
vez que su buena inteligencia les merecía los ascensos o la perpetuidad en el
empleo. De esta manera, el magistrado supremo solía haber recorrido todos
los grados de la gerarquía civil (i).
Era el gobierno de estos indios bastante regularizado, para el tiempo y
las costumbres, y guarda armonía con la estructura gubernativa de los anti-
guos pueblos de Asia y de Europa. La centralización, la teocracia, la divina
(1) Repúblicas dé Indias. -Roro¿n y Zamora. Tomo I, pAjr. 207.
-388-
majestad, el absolutismo, la tiranía, la abyección popular, en fin, ese carácter
férreo, brutal y absorvente del monarca, no era por cierto, condición peculiar
de estas regiones, ni siquiera ha logrado borrarse de toda la faz del mundo en
los modernos tiempos.
Es interesante y curioso cómo se procedía a 1^ elección de los revés. So-
bre el sepulcro mismo del monarca difunto se despachaba la convocatoria a
_Jos señores principales del reino, que se hallaban en el caso de asistir a la elec-
ción del nuevo rey. El deber de concurrir a aquellas cámaras debía cumplirse
urgentemente y sin admitir pretextos o excusas infundadas. Los electores
acudían con la prisa posible, bien provistos de dones para el electo. El primer
trabajo de aquella asamblea nacional era fijar los derechos de los candidatos
al trono. Por lo común, recaía la eleccióa,..en.ca«o4e duda^ en el mejor g4i«z_
rrero: "valía eT ciiAC más p^^l«a^ y^»"^ "'n" ^^^mbrff* ^v ytia«-fn" (Herrera). Re-
suelta la cuestión de candidaturas, procedíase a la ceremonia de la coronación.
Desvestían al electo, y asi desnudo lo llevaban al templo principal o teucalli,
todo en gran silencio, sin música, ni ruidos. Llegando a las gradas, era subido
de los brazos, por dos nobles principales, precedido de lo más granado de la
población. En lo alto del templo o sacrificatorio, le aguardaba el sumo sacer-
dote, con los demás teupixquis revestidos de sus mejores ornamentos. Ahí
estaban también preparadas las ricas vestiduras que había de ostentar la real
persona en el acto de la coronación. Desnudo había llegado el monarca, nada
llevaba profano, todo lo recibía de la divinidad. He ahí la teocracia, que fué
el gobierno de los antiguos pueblos. Cuando Moisés, en pie sobre la montaña
del Sinaí, radiante de luz su frente, recogida con la izquierna su luenga barba,
mostraba con la mano derecha al pueblo, las Tablas de la Ley, dirigiéndose a
la muchedumbre esparcida en la llanura, era electo soberano de las conciencias,
con doble poder, en representación de Jeohavá. La soberanía manaba del cielo
y venía a encarnarse en las familias reinantes, pasando por encima de la cabeza .
de los pueblos, que no tenían más que obedecer. David fué el ungido del Señor,
Nabucodonosor había logrado esa especie de hipnotismo divino. ¿Qué mu-
cho, entonces, que los indios de Guatemala, mil af^s hace, desnudos de todo k
humano, llegasen al templo a recibir, por decirlo así, el germen y los atributos
de su autoridad? Si Santo Tomás, Suárez y Belarmino, no vacilar^m en pro-
clamar que toda autoridad viene de Dios: "Non cst potcstas nisi a Deo."
¿Cómo ha de llamar la atención que los maya-quichés fueran teocráticos en su
gobierno y ceremonias? El derecho histórico aún tiene campeones, legitimis-
tas con pelucas blancas y coletas grises, en pleno siglo XX.
Empero, volvamos a ver cómo se coronaban los antiguos reyes de estas
naciones centro-americanas. Los señores principales, los caciques tributarios,
llevaban delante de sí las insignias y armas de sus títulos, en ciertas taDias que
semejaban escudos, y una vez llegados al adoratorio, todos, desde el rey, hasta
el último de los principales, hacían al ídolo cierta reverencia, que consistía en
-389-
incHnarse hasta el suelo y besar la mano con que habían tocado la tierra. En-
tonces comenzaba propiamente la coronación. La primera ceremonia que
ejecutaba el pontífice era ungir al nuevo rey, que según la costumbre de los
indígenas de América, no se limitaba sólo a las manos o la cabeza, sino que se
extendía a todo el cuerpo, que embadurnaban con un negrísimo betún. Des-
pués de ésto, el sacerdote, con un hisopo hecho de ramas de cedro, sauce y
caña, rociaba al monarca, bañándolo cuatro veces en cierta agua que tenían
por bendita, y pronunciando palabras misteriosos. Luego le vestían la púrpu-
ra, que era una manta pintada de calaveras y huesos de muerto, poniéndole
además dos turbantes en la cabeza con las mismas pinturas y de distintos colo-
res, uno negro y el otro azul. En seguida, le adornaban el cuello con unas
largas cintas coloradas, de cuyos extremos pendían cabalísticas insignias ; y a
las espaldas le colgaban una calabacita o tecomate, llena de ciertos polvos de
virtud anti-enfermiza y anti-diabólica. Con aquel rito pretendían libertar al
])ríncipe de las enfermedades, como de los engaños del demonio y de las he-
chicerías de encantadores y brujos. Tenían por seguro aquellos supersticio-
sos indios que si el rey enfermaba en la fiesta llamada Temohuá, no sanaría
jamás. En fin, le ponía el sumo sacerdote una redecilla o bolsita en el brazo,
a manera de manípulo, llena de incienso, a fin de que en el acto fuera a incensar
a los dioses. Hechas estas ceremonias, se sentaba el gran sacerdote, y vuelto
al rey le decía : "Ya veis cómo todos los altos hombres están aquí presentes,
con los más principates para honraros. . . . Vos, como padre de ellos los habéis
de defender, amparar y mantener en justicia, pues tienen puestos los ojos en
su monarca. Vos los habéis de regir y gobernar, teniendo cuidado de que no
falte a los pueblos el alimento, pensando durante la paz en la guerra; y teniendo
grande cuenta de que el sol anda y la tierra da sus frutos." Entonces le ponía
la corona de oro con turquesas, llamada xiuhtzolli. El rey no contestaba a la
arenga, sino con gestos de aprobación y meneos de humildad, Bajaba entonces
la Corte al patio del Teucalli, en donde se procedía a la jura del soberano, y en
el acto de prestarle homenaje era cuando los señores y magnates le ofrecían
sus joyas y presentes.
No era aquel día el destinado a los regocijos de la coronación. El rey
estaba obligado a permanecer en el templo cuarenta y ocho horas más, dando
gracias a los dioses por la adquisición del reino. Tenía que sujetarse a ridicu-
las y penosas ceremonias, ayunando y haciéndose sangrías en diversas partes
del cuerpo, sobre todo en los órganos genitales. A la noche bañábase en una
alberca, construida ahí con ese único objeto. Pasado el período de ejercicios
adoratorios, venían al templo los magnates y el pueblo para conducir al ni.^
narca a su palacio con toda pompa y alborozo, dignos de tan gran solemnidad.
Instalado en su real sitio el nuevo s.Qb^r^.no, tomaba desde ese día las riendas
— 39<^ —
del gobierno. Antes se oradaban al monarca las orólas y ln>; tinrlios para
ponerle aretes, lo cual se tenía por grandeza (i).
A tanta prolijidad en el ceremonial de íá coronaci«Mi, c(>rrcsj)t)n(iia, sin
duda, el tratamiento que se daban estos reyes. Kn amaneciendo, entraban en
palacio multitud de señores principales, e innumerables criados y lacayos, con
el único objeto de hacer la corte al soberano, desde la mañana hasta la noche,
aun sin poder disfrutar de su presencia en todo el día. La ocupación de tales
palaciegos era hacer corrillos en los corredores de la cn<n r<-il De estos escla-
vos principales tenía hasta quinientos Tecum Umán
Algunos historiadores, como Fuentes y Guzmáii. j narros y Brasseur do
Bourbourg, han exajerado la grandiosidad de los palacios de los reyes índigo
ñas. Dígase lo que se quiera, es verosímil que no pasasen de ser más de lo
que fueron las otras fábricas de hieráticos pueblos, de vastas dimensiones, sin
duda, pero siempre toscas y desaliñadas. Sabido es que las famosas ruinas
de que quedaron vestigios, datan de una fecha muy anterior a la época de la
conquista. Sin embargo, no es difícil que en medio de aquella rudeza, se ha-
llasen en las grandes poblaciones algunos edificios de singular curiosidad ^'
admirable trabajo, lo mismo que jardines, fuentes, casas de fieras y otras par
ticularidades de que nos hablan Díaz del Castillo y algunos conquistadores, qw
acompañaron a don Pedro de Alvarado por estos países, y que .se sorprcndir
ron al ver los palacios, sacrificatorios y demás construcciones de los aboríge-
nes, que tenían gran magnificencia.
Era curioso el ceremonial observado en las audiaicias del rey. Nadi
entraba en la real cámara sino rigurosamente descalzóla gala del unifcírní
eran las mantas más viles y groseras, porque en el concepto de esas gentes, 1
decencia consistía en el abatimiento, y asi la mayor honra del rey era el que se
le presentaran más miserables en su presencia, sobre todo, si era elevada la
condición del principal ; práctica ridicula por cierto, como fundada en una mala
aplicación de principios, pero en el fondo filosófica. Por supuesto, los ojos
bajos, la cabeza inclinada, el cuerpo profundamente encorbado, como forman
do el cuadro de la más abyecta reverencia. Sólo seis personas tenían faculta'!
de fijar la vista en el rostro del monarca. Cuando este hablaba era tan qued' >
que apenas parecía mover los labios, y aun este favor no se dispensaba sin.
rarísimas veces, por que las más, se valía de intérpretes, para sus respuestas,
como lo usaron los asirios y otros pueblos antiguos. Entre las naciones pri-
mitivas de este Continente, lo mismo que en Persia, Egipto y los demás pue-
blos de la historia antigua, nótase siempre la tendencia de divinizar al monarca.
y sacarlo del gremio de los humanos. Era natural que la teocracia tendiera a
ello, como la adulación moderna, sobre todo en ciertos paises hispano-ameri-
canos, hace que de los más vulgares y estólidos mandarines, se haga más elo-
(1) Xlménez, Historia de Guatemala, uájf. 196.
— 391 —
gio que de todos los filósofos, sabios y filántropos. Allá en los tiempos de
Khan, Doyoces y Fraortes, prevalecía el principio de la divinidad del rey. Hoy
es el vicio rastrero de quemarlncienso a los pies de los déspotas. Era nece-
sario al esplendor de los monarcas asiáticos y americanos, que así como los
ecíipcios se hacían venerar como dioses, se sustrajeran ellos a las miradas pro-
fanas del pueblo, y que la real palabra, oráculo entre los oráculos, se ecuchara
rarísima vez. "El asiento del rey era notable, porque tenía un dosel de pluma-
riquísimo, y encima otros tres cielos de diversos colores, de manera que re-
presentaba gran majestad" (i).
El rey salía poco de palacio, y cuando se dejaba ver en las calles, se obser-
A aba el siguiente ceremonial. Precedía un macero con tres varas en las ma-
nos, a manera de los antiguos lictores, anunciando la aproximación del monar-
ca. Este era llevado de ordinario en unas andas magníficas, llenas de oro,
piedras finas y plumas vistosas. El suelo aue pisaba debía estar limpio "hasta
de chispas de pajas," como dicen los cronistas. Todos los que formaban el
augusto séquito, así fuesen cerca o leios. debían llevar la vista hacia el suelo,
mientras que del propio modo, y muy inclinada la cintura, tenían que aguardar
los transeúntes que pasase la real procesión.
No era menos notable la etiqueta de la mesa. El comedor del rey era una
sala alfombrada, con finas esteras o petates, de labores primorosas. Delica-
dos manteles de algodón se extendían sobre el pavimento, a oriental usanza, y
el asiento del monarca era un cogín o almohadón de piel de venado, tigre u
otro animal de los aue cazaban en el lugar, bien curtida y de extraordinario
precio. Sólo los seis venerables ancianos que tenían el privilegio de mirarle
a la cara, podían sentarse a su derredor, para acompañarlo a comer a respetuo-
sa distancia. Entraban los pajes cada uno con la vasija o plato de barro, pri-
morosamente labrado. El maestre sala tomaba la vianda, presentábala al rey,
en seguida a los seis ancianos, y después a cien magnates que comían en una
pieza inmediata. Del mismo modo se servía la bebida, en jicaras y cocos, tan
pulidos y labrados, como los que hoy admiramos con retratos, nombres, dibu-
jos y grecas. Los historiadores celebran la ruda magnificencia de los palacios
de los reyes, y ésta era tal que aseguran que en las despensas y botillerías des-
tinadas al servicio del monarca, siempre había puerta franca para cuantos qui-
siesen disfrutar de sus licores y manjares.
En los gloriosos días de la raza maya, cuando Votan y sus sucesores
reinaron sobre poderosos y acaso confederados imperios, en Chiapas, Guate-
mala y Yucatán, el papel de los reyes era en mucho mítico, asumiendo el carác-
ter y poderes de legisladores, maestros, pontífices y magistrados. Xibalba,
en sus mejores tiempos, dice Brasseur de Bourbourg, fué gobernado por trece
(1) Román, Rep. de Indias, tomo I, pág. 296.
— 392 —
reyes y un Consejo de doce ancianos (i). Después de muchos años de pros-
peridad, ese gobierno en Guatemala y Chiapas se tornó débil y corrompido :
pero los imperios cakchiquel y quiche se organizaron y obtuvieron mucha cul
tura y brillo. La corona real que usaban era una faja circular de oro, má
ancha en la frente y en la parte de atrás, ornamentada con finas piedras, }
llevada por los monarcas y principales nobles. Se imponía la pena de muertr
según refiere Ordóñez, al de baja clase que hacía morir una ave cuyas plumas
adornaban al monarca. El palanquín del rey iba también adornado de preciiv
sas plumas, y el gran abanico con que se le hacia aire fresco, era de las más
finas y bellas.
La nobleza de superior rango pertenecía a las familias reales, los Cocomc-
Tutulcs, Xius, Cheles e Itzas. Ahau era el titulo común de los nríncipes. \
Halach Winigu^ü, "Su Altí«;ima Majp^tad," p1 tratatnieptO "^^^ encumbrado.
_La noblczajque no llevaba sangre real, llamada Batab, gobernaba provin
cías, ciudades, alde^s^iem|)rej)aj() las ór.dfijigs^del monarca : "To'closT()s"scño
fes teníiTcueríta con visitar, respetar y alegrar a Üocom, acompañándole y fes-
tejándole y acudiendo a él en los negocios arduos (2).
Los reinos quiche y cakchiquel, que a la venida de los españoles estaban
en lucha, cien años antes se encontraban unidos, con las mismas tradiciones.
En los tiempos de gran prosperidad y gloria para (luatemala, cuando Quicab
desde el trono de Utatlán gobernaba todo el país, el monarca, si hemos de d.i
crédito a la tradición, se esforzó en disminuir el poder de la nobleza, coiifirien
do autoridad militar y alto poderío a los de. más aptitud, aunque tuvieran san
^re plebeya. Se (ymió entonces una nueva clase de duIots, lUimados Achibab.
que se hizo fuerte, ambiciosa xÍ05libQ£dinada. Estos parvenus, como hoy ^
diría, perdieron su influencia, por la disolución del gran imperio en varins c^i
dos, a causa de sus maquinaciones.
"Tenía el rey ciertos varones de gran autoridad y opinión {¡ue eran ojnio
oidores y conocían de todos los pleitos y negocios que sé ofrecían : Jas cabezas
de calpul eran los que desempeñaban tan importantes cargos. Había adem:!-
alguaciles para llamar y convocar al puebjo" (3).
El abate Brasseur de Bourbourg hizo, con vista del Popol-Vuh, la siguici
te relación de los grados de nobleza de los quichés. Tres familias principaU
que tenían un origen común> constituían la ^^*^ ""Me?;Pi "^"delada sobre 1
<K-
antigua imperial de los tnlterns La primera^y "^^^ ilustre era la casa <1
Carwck, los cuales.4)XQpiamente componían la resL\ familia; ]a segunda era la
de Nihaib, y la tercera la de Ahau Quiche. Los oficiales que servían al rey en
la corte, se llamaban Lolmay, Atzihunac, Calel y Ahuchan. Ximénez refiere
que en la Verapaz el sumo sacerdote, prQ^imo £n- poder civil al r.£y. era de
(1) Hlst. do Nat. Clv., tomo I, pásrs. 123. 127, 95 y 7-
(2) Landa, Relación, pág. 40.
(3) Ximénez, Hlst. Ind. Guat. páffs. 196, 197, 201 y 202
4
— 393 —
cierto linaje y lo elegía el pueblo. En la provincia de Chiquimula fué Mictlán
un gran centro religioso, muy visitado por peregrinos de lugares lejanos.
Theotí, el sumo sacerdote, era nombrado por el rey de los pipiles. Nótese,
pues, que aunque la casta sacerdotal tenía también potestad secular, estaba i
bajo el resguardo de la civil (i ). _ Por ley se hallaba ordenado que se guardasej
la limiDÍeza de los linajes, de tal suerte, que si algún cacique o noble, recibía!
mujer plebeya, quedaba reducido a esta condición, que llamaban mazegual.;
Las genealogías nobíHarias las pintaban en geroglíficos o las esculpían en]
¡licdra. Aún quedan en talladas lápidas ilustres nombres autóctonos.
A pesaar de la conquista y del transcurso de los años, existen todavía, en-
tre nosotros, pueblos de indios que conservan sus tradiciones gubernativas y
nobiliarias. En Nahualá, en Santa Catarina, en Santo Tomás Chichicaste-
nango, y en otros grandes centros de aborígenes, acostumbran que el Goberna-
dor y los Alcaldes actúen en los casos comunes ; pero si es extraordinario, lo
someten a la decisión de la Junta de Notables, que sólo se compone de los que
ellos llaman principales, que han servido cargos públicos. Si el negocio es
bastante arduo y puede comprometer los intereses del pueblo, se eleva al Con-
sejo de los Ancianos, cuyo parecer es sagrado, aunque venga a contrariar los
deseos de la generalidad.
En cuanto a la sucesión al trono, ordenaban las leyes que el primogénito
del rey fuese el inmediato sucesor a la corona, y al hijo segundo le daban el
título de electo, porque debía suceder al hermano mayor. Los hijos de éstos
tenían el título de Cíípitán Menor el hijo del segundo, y Capitán Mayor el hijo
<lel primogénito. Cuando el rey moría empuñaba el cetro el inmediato suce-
sor, y el electo pasaba a inmediato ; el Capitán Mayor ascendía al puesto de
electo, el Capitán Menor a Capitán Mayor, y al pariente más cercano a Capitán
Menor. De esta suerte, dice Juarros,.(2) subiendo por grados al Trono, se
conseguía que los reyes siempre fuesen provectos en edad, cargados de expe-
riencia y méritos, así en lo político como en lo militar.
El Consejo Supremo del monarca del Quiche se componía de veinticuatro
grandes, con quienes consultaba el rey para el acierto de los negocios públicos
y militares. Estos Consejeros gozaban de muchos privilegios y honores, y
eran los que llevaban en hombros las andas del emperador, cuando salía de su
palacio ; a la vez, se les castigaba severamente cuando cometían algún delito.
En los principales pueblos del imperio había tenientes que disfrutaban de mu-
cha autoridad y respeto ; pero que no podían conocer en los casos contra los
Ahaus, como llamaban a los nobles o grandes. Cuando el negocio afectaba el
(1) Hist. Ind. Guat., pág. 200.
(2) Compendio de la Historia de Guatemala, Lomo 1 1 . mía. 28.
— 394 —
bien público, intervenían los Cabezas de Calpul, cuyos pareceres se tomaban,
y en siendo el punto de mucha trascendencia, lo resolvía el Consejo de los
Ancianos,
Nótese, pues, que la estructura gubernamental estaba bien meditada, y
correspondía al modo de ser de aquellas antiguas sociedades, en las que el indi-
vidualismo nada significaba ante la generalidad. El pro del pueblo lo conside-
raban cifrado en la salud pública, a estilo de los ronianos. El común, como le
llaman todavía, era la colectividad.
La organización de la sociedad americana antes de la venida de los españo-
les, era en los centros civilizados, un comurnsmo teocrático, que aún se revela
en jns puehlna Hp Ing indins, J<;;>dns visten lo mismo, se casan en llegando a la
PWfíg^^^^r ^ríihojan oin HU^^nrión. la mu^er contribuye como el hombre al sus-
Jento diario ; no hay por lo general ricos ni desvalidos •- cms^^n ^y lap ti(>rr
rí^miin^^*"^ ; ^^^^'•'^^"y*'" *^^»'^ ^ ¡03 gastos públicos. El pueblo, el común,
como ellos llaman, absorve el individualismo. .La sobriedad en el comer, la
inquina a la prostitución, las costumbres patriarcales, hacen que puedan subsis-
tís esas grandes masas humanas, a pesar de la explotación de los ladinos y
hasta de las autoridades. Aunque para alegrarse y romper una monotonía
trabajosa y siempre triste, son dados a la embriaguez, hay pueblos, como Santa
Catarina Ixtagucán, en los cuales no permiten licores, a pesar de que prefieren
pagar la cuota de los estanquillos que les correspondería, pero sin tenerlos. Al
indio que llega ebrio al pueblo, lo curan, y cuando está bueno, le dan veinticinco
azotes, por la primera vez, cincuenta por la segunda, y si aún reincide, lo des-
tierran para siempre del pueblo.
Todavía rernnpren como superiores a los nobles de los calpules^ v aunque
se someten a las autoridades gubernativas, guardan las tradiciones de sus leyes
orgánicas, son aferrados al costumbre, y tienen en su manera de ser mucho de
sus antepasados. Todo es oriental en ellos.
Uno de los efectos que el ambiente progresista de Carlos III produjo en
Guatemala, fué levantar el pensamiento de la regeneración de los indios. En
1797 se abrió un concurso para premiar la mejor obra que demostrara "la utili-
dad de que todos los aborígenes y ladinos vistiesen y calzasen a la esi>añola."
Diez memorias fueron presentadas y discutidas. Obtuvo el premio la del
P. Fr. Matías Córdoba, y el accésit de Fr. Antonio de San José Muro. Tra-
tábase, como se ve, de escogitar los medios de que entrasen de lleno en la vid:i
civil y participasen de sus beneficios los descendientes de los primeros dueños
de esta tierra, y otra numerosa porción de la clase menos acomodada de la se
ciedad. Llevábase en mira la asimilación de grupos heterogéneos y de distin
tas zonas. Buscábase la manera de impulsar el comercio, la industria y las
artes, haciendo que contribuyese a este fin la inmensa mayoría de la población,
— 395 —
que entonces, como ahora, llenaba con poco sus necesidades, bastándose a sí
misma. Comprendióse que ni la violencia, ni siquiera el mandato, debían
intervenir. Buscábanse los medios morales, que no de coacción.
En el Archivo de la Sociedad Económica vimos el legajo que llevaba el
número 2", y en esa carpeta se encontraba un expediente, compuesto de 69
tojas, que revelaba con claridad el sistema político de Carlos IV de España
con respecto de las Colonias de América, en contraposición al del ilustre Car-
los III. En dicho expediente aparece que, por el año 1799, aquella patriótica
asociación abrió otros concursos, no solamente en materias artísticas e indus-
triales, sino también en asuntos económicos de harta trascendencia, ofrecien-
do premios para el que desarrollase tesis o proposiciones como ésta: "A la
(|ue demuestre más fundadamente la utilidad del establecimiento general de
escuelas de primeras letras en los pueblos de los indios ; obstáculos que hasta
aquí lo han impedido y arbitrios para que removidos éstos, puedan lograr los
naturales la conveniente instrucción, recomendada por diferentes reales cé-
dulas." Alude a las de Carlos III.
Hombres como Villaurrutia, Goicoechea, el doctor Flores, el doctor Ra»
vón, Mociño, Longinos, García Redondo, don Luis Pedro de Aguirre, el deán
don Juan José González Batres, y otros beneméritos patriotas, pretendieron
regenerar el país ; pero la respuesta de España fué, en memorable real cédula :
"Que habiendo dado cuenta al rey de la memoria impresa que US. acompaña
a su carta de 3 de junio último, escrita por el socio de mérito fray Antonio
Muro, del orden betlemítico, en la que intenta persuadir la utilidad y medios
de que los indios y ladinos vistan y calcen a la española ; ha resuelto S. M. por
justas causas y consideraciones, que esa Sociedad Económica, de que US. es
Director, cese enteramente en sus juntas, actos y ejercicios. — Dios guarde a
US. muchos años. — San Lorenzo, 2^ de noviembre de 1779. — Joseph Antonio
de Caballero."
Temía España, al terminar el siglo XVIII, que si los pueblos americanos
se ilustraban, rompiesen el tutelaje peninsular, de tal suerte, que la condición
de los indígenas en los albores de la independencia era precaria, miserable y
explotada por el corregidor, el encomendero y el cura.
Es pasmoso que después de una persecución tan tenaz como la que sufrió
la raza aborigen, tratándose de sofocar sus creencias, su modo de ser, su vidr
pública y privada, todo persista aún en esas colectividades que quedan como
anacronismos sociales, con sus añejas formas gubernativas, sus usos, sus len-
guas, y el costumbre, que es fuerza de inercia, protesta viviente, aliento de una
raza, manifestación sencilla de que todo pugna en el universo por la vida.
CAPITULQ XV
CIENCIAS, ARTES, LEYES, USOS Y COSTUMBRES DE
LOS aborígenes de CENTRO-AMÉRICA
La agricultura. — Cultivos y frutos. — Animales domésticos. — Utensilios de
piedra. — Esmaltes y talladuras. — Arquitectura. — Pintura. — Civilización tolteca
transmitida a los quiches. — Civilización de los cakchiqueles. — Astronomía — Ca-
lendario de Vicente Hernández Spina. — El original existe en la Biblioteca Nacio-
nal. — Meses y días. — Cálculos y computo del tiempo. — Escritura y papel. Ge-
roglíficos. — El Código de Dresde. — El Manuscrito Mexicano. — El Código Troa-
no- — Vestidos de los indios. — Alimentos, licores, chocolate, tabaco. — Habitacio-
nes, lechos, temaxcalli. — Vida civilizada de los nobles.-Descubrimiento del cacao.
— Monedas que usaban los indios. — En la Verapaz tenía pena de muerte el que
mataba un quetzal. — El algodón. — Perros mudos. — Cuáles eran las grandes galli-
nas de que habla Díaz del Castillo. — El 8" rey del Quiche dio su nombre al volcán
de Agua, que se llamaba "HUNAHPU." Tradición del célebre monarca. — Giie-
rras sangrientas. — Colecciones de monumentos indígenas. — Adoratorlos y necró-
polis. — Mapas y cartas geográficas. — Gran pueblo de Santa Catarina Ixtlaguacán.
— Su origen, historia, religión y manera de ser. — El calendario quiche. — Los ge-
roglífícos. — Períodos de tiempo. — Industrias y mercados. — Las naciones centro-
americanas no eran nómades. — Semejanza de la familia asiática con la de la Amé-
rica Central. — Poligamia. — Matrimonio, divorcio. — Los jueces, delitos y penas.
— El tormento. — Manera de computar el parentesco. — Impedimentos para casar-
se, — La esclavitud, armas, tributos. — los MAYEGÜES. — Patria potestad. —
Danzas religiosas. — Bailes obcenos. — El Toncontín. — El Oxtum. — El Tim. —
Representaciones teatrales. — Poesía sagrada. — Estudio de Brinton sobre la poesía
aborigen. — La leyenda del maíz. — Juegos públicos. — E)l Volador. — El PatolL
— El Palo. — El Volcán. — Costumbres degradantes. — Relato que hace Bemal
Díaz del Castillo de los vicios de los indios. — Comidas y borracheras. — El tiro de
la mazorca. — Rastros de antiquísima cultura. — La influencia de los quichés y su
idioma llegaron hasta el Ecuador. — Los hijos de la ceiba (mox). — Los gigantes.
— Triste suerte reservada <d indio.
La agricultura constituía la ocupación habitual de les inditas de p«^ta<; f^-
tiles regiones, aunque no pocos se dedicaban al comercie y ajas nunas. , Las
tierras eran de los re}es y nobles, mientras (|ue los ihk cg^ialps o p]ebeyog
, considerábanse como sieryo^ de sus ^cñpjes, según dice el cronista Bernal Díaz
de! Castillo (i~ /
T^^c r<^í^;^;=i^c A^ g^nrinrin innar (como llaiTias, alpacES y vicuña) que exis-
tían por la América del ^"Jl^t^mb'^" ^^^" -^"^ mnmrmí f|iii'Qn nii/lal^a pnri^ f\
caso de hambre que hjnhiVra graneros hj^p surtidos, como deoos^t^ (\e la rr>TTf;^-
nidad. va gil^ Alivian en lina tpnrraria monárqnigy-rnmunista. Sabían las mu-
(1) Folio 164 del original manuscrito de la "Historia V^erdadera," que existe en el Archivo Municipal
de Guatemala.
^^R
-398-
jeres hacer preciosos tegidos de plumas, de algodón y de otras fibras. La al-
farería, construcción de casas, hechura de ídolos, fabricación de armas y traba-
jos públicos, estaban a cargo de unas compañías más o menos niinu-rosas, que
se renovaban según dilataba el trabajo ( i ).
Sabían los indios esmaltar metales y tallar piedras preciosas, como se
pudo ver por las joyas que Hernán Cortés llevó a su segunda mujer, consis-
tentes en ópalos, amatistas, esmeraldas, Carolinas y turquesas. Los conquis-
tadores se admiraron de la gran habilidad de los quichés para labrar y pulir
las joyas de oro y jjlata. Refiere nuestro historiador Hernal (2) "que los pla-
teros de Madrid viendo algunas piezas de adorno y brazaletes de oro con que
se adornaban los reyes indianos y los principales capitanes, confesaron que
eran inimitables en Europa."
Don Pedro de Alvarado envió ricos presentes de joyas de oro, plata y
piedras finas a la Corte de Kspaña (3), Cuenta Herrera "(|ue los aborígenes
hacían muchas cosas como los mejores caldereros del mundo (4), Tenían
enormes vasos cincelados todos de plata u oro, tan grandes que un hombre no
pdiía abrazarlos (5). Entre las obras (|ue más admiró el verídico Díaz del
Castillo, fué una luna de plata, con muchos rayos, y una rueda de oro, el sol,
con resplandores (6) que junto con gcan cantidad de oro y piedras preciosas
mandaron a su Majestad, lo cual fué una de las causas para que Panfilo de
Narváez, celoso de que no le hubiesen participado de aquellas riquezas, se
enemistase con Cortés y con don Pedro de Alvarado.
Había en el Quiche y en las principales poblaciones, una especie de cole-
gios o monasterios, para recluir a las jóvenes nobles, y eran las que mejor
tegían e hilaban. Ahí se educaban esmeradamente, y después salían i)ara
casarse. No conocieron la seda, ni los carneros, sino que tegían con algodón y
con plumas, con pelo de conejo, ardillas y otros animales. Pintaban valiéndo-
se de colores que extraían de plantas, conchas, minerales, palos y flores. La
cochinilla, el añil, el caracolillo tintóreo, recogido este último en las peñas do
la'costa de Sonsonate, les eran muy familiares (7). "Hay mucho algodón c
son las mujeres buenas hilanderas, é hacen gentiles telas dello,'" decía Oviedo
en la Historia General de las Indias, al hablar de Guatemala.
No conocieron el hierro, y se servían de utensilios de piedra dura, de una
lezcla de cobre y de estañí), que templaban tan bien como hoy se templa 1 1
icero. Usaban hachas de cobre jf de ,piedra.-para JalajL_los_ bosq^ueSj x.?L5í^
Idón para voltear la tierra, como refieren Las Casas^ Ximénez j Remesal. No
(1) Torquemada. Mohhi-íhh:! Indiana, tomo 11. pátrina 245.
(2) Folio 69.
(3) Folio 354.
(4) Década 111. lihro.v. caDitiiloP?.
(5) Plmpiitel. memoria sobre la raza indígena, página 56.
(6) Folio 26 original, 354 de la edición de México de Don Genaro García.
(7) Ximénez. Títulos?.
— 399 —
les fué desconocido un arado primitivo, según explica el arzobispo García
Peláez (i). Tuvieron espejos pulidos de obsidiana y labraban perfectamente
la piedra, hasta hacer curiosos grabados.
Los quichés y cakchiqueles tenían escritura y artes más perfectas que las
de los incas del Perú y los aztecas de México. La manera de escribir es la
mejor prueba de la cultura de un pueblo ; y por eso preocupa hoy tanto a los
anticuarios descifrar por completo los geroglíficos mayas de Yucatán, Guate-
mala y Honduras, que el obispo de Mérida, Diego de Landa, reveló al mundo,
y que después el abate Brasseur de Bourbourg popularizó, en 1864. Usaban
nuestros aborígenes, en sus pinturas de caracteres figurativos, simbólicos,
ideológicos y aun fonéticos.
Los geroglíficos de Centro-América no se usaban como fonéticos o pura-
mente alfabéticos. Las inscripciones de Palenque llevan la característica de un
lenguaje escrito, en un estado de desarrollo análogo al de los chinos, que se
leen en columnas de arriba para abajo. Los grupos de los símbolos comienzan
por un gran geroglífico en la esquina de la izquierda, y la primera columna
ocupa doble espacio. Es de notarse también que entre la profusión de caras
de hombres y de animales, todas invariablemente miran hacia la izquierda, lo
cual induce a creer que eran signos de un pueblo acostumbrado a escribir los
mismos caracteres de izquierda a derecha, en papiros o pieles. Los grupos
pictóricos de las estatuas de Copan parecen ser los verdaderos caracteres gero-
glíficos, mientras que las inscripciones de Palenque muestran la escritura hi
rática abreviada (2).
La arquitectura de nuestros indios era sólida, pesada y baja, como para
resistir los temblores de tierra. Las ruinas de Palenque, Chichén Itzá, Uxmal,
Yaxchilán y otras de México ; las de Piedras Negras, Cedral, Tikal, Quiriguá,
Santa Lucía, etc. ; las de Copan, en Honduras, y algunas más de Centro-Amé-
rica, son imperecedero recuerdo de civilizaciones muertas, de la vida histórica
de mayas, choles, quekchíes, poconchíes, kichés, cakchiqueles y pipiles, que es-
culpieron en piedra sus cronologías, hazañas y memorias ; pintaron en libros
y tallaron en madera, dejando en barro cocido preciosos artefactos de muchí-
simo valor, j Lástima que casi todas esas reliquias hayan ido a parar a los
museos extranjeros !
Los tres libros antiguos, escritos por los aborígenes, y que se hallan en
París, Dresde y Madrid, son una muestra de cómo hacían de cortezas de árbo-
les un pergamino o papel, que abrillantaban con una superficie de cal fina,
sobre la que escribían en diferentes colores, con signos ideográficos, marcando
épocas, fijando períodos, en cronología astronómica asombrosa, consignando
campañas, cataclismos, memorables sucesos, dinastías, reglas para sembrar el
maíz, etc., de todo lo cual se ha hecho un estudio profundo, por el célebre
(1) Tomo III, pásrina 52.
(2) Wilson's Pre-Historic Man, pa». 378.
— 400 —
Alfredo Maudslay (2) y el gran explorador Teobert Maler. Los esfuerzos
del profesor Torstemann para interpretar el Códice de Dresden, y los profun-
dos estudios que pacientemente ha hecho son como el hilo de oro que conduce
al través del laberinto de los siglos, para llegar al centro de la cultura maya,
que después de muchísimos años se esparció con los kichés más allá todavía de
la América Central.
Los españoles destruyeron muchos monumentos, libros, mapas, utensilios
y obras de los aborígenes, porque deseaban que abrazasen súbitamente la reli-
gión cristiana y se encarrilaran en la civilización europea, ai)rendiendo a hablar
castilla, como hasta hoy llaman a la lengua español. Los anales cakchiqueles
contienen muchas fechas, siendo curioso observar cómo Goodman, sabio ame-
ricanista, ha podido restablecer el calendario, que difiere del azteca y se aseme-
ja al maya, que seguía el curso del sol, de la luna y de los planetas.
Pedro Mártyr hace una descripción de cómo eran los caracteres que em-
pleaban los indios. De la corteza del amatl fabricaban una especie de papel,
que ya hemos mencionado. Los pobladores de Nicaragua, al tiempo de la
conquista, tenían efemérides escritas, sobre pieles finísimas, pintadas con co-
lores, muy semejantes a las de los nahoas. Aún después de la Conquista gus-
taban los aborígenes de escribir en geroglíficos.
Se conservan todavía varios originales pictóricos mexicanos, que hemos
tenido oportunidad de ver en el hermoso "Museo Nacional de México"; y ade-
más existen el Códice de Dresde, el Troano y el de París, los únicos que han
quedado en lengua maya. Parece que son procedentes de las costas yucate-
cas y guatemaltecas del Norte. Hernán Cortés, en una de sus cartas se refiere
a dos libros, probablemente ol Códice Troano y Cortesiano, en Madrid, peda-
zos de un mismo Códice. El de Dresde es el más perfecto. Se encontró en
una biblioteca de Viena, en 1739, por (joetze, quien lo recibió de su dueño, que
no sabía ni que pudiera ser aquella pintura de signos. Se depositó en la Bi-
blioteca Real, con la mayor estima, como que es de los rarísimos monumentos
que en el mundo quedan de una gran civilización perdida en el turbión de
los tiempos. El Código de París, suscita curiosidad, porque.se cree que tiene
además de cronologías, las fechas fastas, los días desdichados y otras cosas
harto interesantes.. El Codex Troano fué bautizado por Brasseur de Bour-
bour, en 1866, porque lo halló en poder de Juan Tro y Ortolano, quien permitió
una reproducción cromo-litografiada, que está en nuestra Biblioteca Nacional
de Guatemala. Ya de estos Codex hicimos mención en el capítulo de Bi-
bliografía.
Hasta los tiempos presentes, más esfuerzos se han hecho en interpretar
los códices que las inscripciones grabadas. Se cree generalmente que las
primeras tienen carácter hierático y se refieren en su mayor parte a ritos reli-
giosos, memorias sacras, festivales teogónicos, sucesos cronológicos y esta-
(1) Blolocría Centrali Americana London 1900.— Investltraclones en el valle del río Usumacint
— 40I —
blecimiento de la posición solar del año. Tanto los códices como los geroglífi-
cos en piedra y estuco, están llenos de fechas, arreglos calendáricos y compu-
taciones del tiempo. El acucioso Mr. Goodman ha publicado el "Chronclogi-
cal Calendar" y el "Yearly Calendar." El sabio Mausdlay, en su interesante
capítulo "The Hieroglyphic inscriptions," descifra lo que se llama stelas de
Quiriguá y Copan, así como las inscripciones mayas de la ruinas de Piedras
Negras (i).
Los kichés y cakchiqueles tomaron de los mayas los principios astronó-
micos que después desarrollaron, así como lo relativo a las artes, ciencias y
religión. Dice el P. Sahagún que aquellos indios tenían muchos conocimien-
tos en medicina, yerbas útiles y remedios raros ; pero en lo que más se hicieron
notables fué en el estudio de los astros, srendo admirable cuánto habían pro-
fundizado en las ciencias astronómicas.
Sabían contar y hacer operaciones matemáticas. Los unos se fijaban en
los cinco dedos de la mano, y contaban por cincos, o como dicen hasta el día
por manos ; otros tomaron diez dígitos, o sea los dedos de las dos manos, y no
pocos duplicaban esa partida, para contar por veintes. El número trece, lejos
de ser de mal agüero para los indios, tuviéronlo como sagrado, cual motivo de
alegría y signo de dicha. Eran entendidos en levantar planos y mapas, con las
distancias, rumbos, extensiones, ríos, rnontañas, lagos, ciénagas y atolladeros.
Refiere Bernal Díaz del Castillo que los indios de Tabasco mostraron a Cortés
un gran mapa de esa provincia hasta el Peten, y en este lugar otro, desde ahí
hasta Panamá. Estaba pintado el camino para Nito o Golfo Dulce, y Naco,
en Honduras, hasta Nicaragua (2).
Los indios nobles usaban vestidos de algodón, labrados con caprichosos
dibujos de colores y adornados con mantas de plumas y oro. En tiempo de
frío se cubrían con zamarras (que hoy llaman chamarras) carmesíes, hechas
de pieles o plumas finas. Protegíanse las plantas de los pies con caites o zan-
dalias, y se adornaban los cabellos, que eran largos, atándolos con turbantes
y plumas. Las mujeres gastaban camisas, sin mangas, con bordados curiosos
y ricos. De la cintura al tobillo llevaban una especie de refajo o envoltura de
abigarrados colores. Había, como hasta hoy, uniformidad entre ellos en la
manera de vestir de cada pueblo ; pero variando los de distinta localidad o de
diversos señoríos. Tenían diamantes, aual, y el xit, piedra verde muy preciada.
Los reyezuelos o caciques, los grandes y los nobles, se alimentaban con
variedad de viandas, tortas y pasteles, de todos los animales que cazaban.
Hortalizas, frutas, peces, caracoles, tortugas, conchas y otros comestibles, re-
galaban sus comidas y banquetes. Los perros mudos, que en Quezaltenango
(1) En la lujosa obra oue se intitula "A Climpse at Guatfmala," se encuentran preciosos estudiíw
sobre ruinas y geroglíficos. También en el Museo de N. York y en el Instituto Smlthonlano. se han h»»cho
descripciones de nuestras ruinas.
inas 175 hasta 177 del manuscrito original.
— 402 —
criaban, eran buenos para comer, al decir de Bernal Díaz del Castillo, quien
asegura que, en capándolos, crecian y engordaban como marranos. Tenían
los indios colmenas de rica miel de talncte. Tomíiban diversos licores, choco-
late y otros compuestos de cacao. Fumaban y mascaban tabaco, se pintaban
la cara y se embadurnaban el cuerpo con aceites y reciñas. Usábanse sillones
cubiertos de telas ricas, icpalli, y de pieles finísimas, que por lo común eran de
leopardo para los tapetes o alfombras de los pies, y más blandas para los le-
chos, que mullían con plumas de águila. No había camas, en la forma de las
nuestras, dice el mismo cronista, sino lechos de esteras y mantas. Alumbrá-
banse con teas o velas de copalli y sebo vegetal. En vez de vidrios para las
ventanas, empleaban delgadísimas láminas de transparente tccalli.
Las ruinas de Quiriguá, Tikal-, Copan, Palenque, Santa Cruz Quiche, Tec-
pán Guatemala, Santa Lucía y otras de que hemos hablado en el Capítulo IV,
demuestran cuan sólidos eran aquellos palacios, templos y fortificaciones, que
han resistido al tiempo. El arco y la cúpula fueron desconocidos. Aperturas
pentagonales, con bases paralelas, era lo que comúnmente hacían. La decora-
ción resultaba mezclada de especies de mosaicos, estucos, formas grotescas de
seres humanos y de varios animales, sin contar con caprichosas figuras de esti-
los raros. Las stelas geroglíficas servían a la vez de adornos en todos a<|ue-
Uos recintos.
Hacían nuestros indios ricos espejos de margajita, metal huitiitc (|ue
elaboraban con primor, engastando en oro algunas de sus obras, mientras que
no eran raros los escultores (pie labraban ídolos y figuras grotescas, "a manera
de dragones, espantables, tan grandes como becerros, y otras de la mitad hom-
bres y de perros grandes, de mala semejanza" (2). Esmaltaban assi mesmo.
engastaban y labraban esmeraldas, turquesas y otras piedras, y agujereaban
perlas para seguías (3). La loza era tan delicada como la faenza en Italia (3).
Las colecciones riquísimas, que existen en los museos de Washington,
Nueva York y Boston, así como las que se exhiben en Berlín, París, Londres,
y otras capitales de Europa, en materia etnográfica y arqueológica, son rastros
elocuentes de la cultura de nuestros aborígenes. ídolos que evocan el re-
cuerdo religioso de quichés, cakchiqueles y demás pobladores de nuestro suelo ;
representaciones de animales, en barro cocido, que servían para el culto reli-
gioso, y que constituyen muestras de un arte fantástico adelantado; instru-
mentos de música muy originales ; utensilios de piedra para oficios domésti-
cos; vasijas, objetos de menaje, cazuelas, vasos, con representaciones de cabe-
zas humanas y pies que semejan animales, como cocodrilos, monos, tigres,
guacamayas, etc. ; serpientes decorativas, bestias feroces, urnas funerarias,
(1) Berna] Díaz del Castillo. pá«r- 35 del manuscrito original.
(2) Gomara, folio 117.
(3) Herrera. Hist. Gen. década II. libro 79 cap. II.
— 403 —
collares de piedras pulidas, con perlas, ópalos, esmeraldas, objetos de oro y de
plata, trípodes curiosos, telas de plumas y de pieles, cortezas de árboles con
pinturas y geroglíficos, y otras muchas cosas más, que como tesoros se apre-
cian en aquellos museos ; son rastros que dejaron, al desaparecer en su mayor
parte nuestros aborígenes, cuya cultura precolombina se estudia hoy con gran
interés por los anticuarios e historiógrafos.
El sabio Maudslay dice (i), que muchas personas le han preguntado, ¿qué
utilidad se puede obtener empleando tanto trabajo en formar colecciones de
objetos antiguos de los indios americanos, y qué ventaja se logra con la inter-
pretación de inscripciones, que prometen agregar muy poco o nada a nuestro
saber histórico, y que ninguna conexión tienen con el desenvolvimiento de
nuestra civilización? Pefo, a la verdad, que los que semejante pregunta hacen
revelan muy estrechas miras antropológicas e históricas. Si el estudio de la
Egiptología y Asiriología asume interés peculiar, por la relación con nuestras
ideas religiosas, filosóficas y del orden social, y nos vienen de Palestina, Grecia
y Roma, seguramente que abarcan tanta importancia o más los datos de la
arqueología de Centro-América, que revelan la evolución de la inteligencia
humana. Sábese que las civilizaciones del Oriente han ejercido a las veces
influencias decisivas unas sobre otras, hasta el punto de que es difícil rastraer
los hechos hasta sus orígenes : fuera de que la cultura americana, y sobre todo
la de las naciones civilizadas de México y Guatemala, es probable que se haya
originado y desenvuelto en su inicio, ajena a extrañas influencias, ofreciendo
en tal concepto, hechos de harta importancia, que el Este no puede suminis-
trar. No es, por lo' tanto, tan sólo para nosotros los centro-americanos de
gran importancia la antigua historia indígena, que hoy preocupa al mundo
culto, cuyas asociaciones, como la de los Americanistas, celebran congresos
para profundizar en tales esfudios, sino que se considera como una de los
ramos del saber que disfruta, desde el último siglo, de toda la atención que
merece.
Volviendo a hablar de las costumbres de los indios de Guatemala, es el
caso de decir que tenían unos perritos mudos, de los cuales nos hacen mención
los cronistas, y en particular Bernal Díaz del Castillo (2). No sabemos cierta-
mente de dónde dedujo el historiador don José Milla que tales perritos, domes-
ticados por los aborígenes, fueran los tepexcuintles (Coelogenis paca) que
todos conocemos, y que en nada se parecen a los perros. Acaso fuera porcjuc
en los mercados vendían la carne exquisita de aquellos animales, tan buena
para comer, según cuentan los historiadores ; pero esa circunstancia no basta
para presumir que Díaz del Castillo y los demás conquistadores llamaran
perritos a los roedores cuya figura y tamaño daban margen para ello. Los
(1) A Glimpse at Guatemala. -The hieroglyphic Inscrlptlons. pÁe. 271.
(2) Libro 4, cap. 10.— Tomo II, página 199 edición mexicana de Don Genaro García.
— 404— ■
techichi, que ese era el nombre de los tales perros, nada tenían de tepescuintles.
Estos fueron conocidos con ese nombre indígena por el mismo Bernal Díaz
del Castillo, quien cuenta que estando una noche de centinela "vio un marrani-
to de monte, que los indios llaman tepescuintles." El soldado historiador de-
nominaba perrillos y no perros a unos animales, que según él decía eran bue-
nos para comer. Es probable que tales perros pequeños, que no ladraban,
que eran harto buenos para comer, fuesen las cotuzas (dasyprocta punctata).
El verdadero perro era desconocido en América, en donde existían el coyote
y la zorra.
En contra de esa opinión, tenemos la del distinguido zoólogo Fed. Danini
y Palacio que en sus "Estudios Zoológicos de Alejandro de Humboldt" dice :
"Ahora llegamos a otra clase de animales, el único mamífero que según las
tradiciones ha sido demesticado por los mexicanos antiguos, o sea el perro.
Humboldt refiere que sólo el chichi fué criado, y hasta considerado como ani-
mal de matanza. Los españoles, lo han descrito como perro mudo, es decir
que no ladraba. Según se dice, el perro de los incas (cannis ingae. Ischud)
desciende de esta raza, o directamente de la variedad del .Sur. canis lupus occi-
dentalis, Richard. Caso en el cual también el chichi doscicnde del lobo. Esto
no sería imposible, pues el lobo, canis lupus mexicanus, todavía se encuentra
en el norte de la República" (i). En esos puntos nos limitamos a exponer las
opiniones varias.
Las gallinas de que habla el cronista, serían los chumpipes, porque aunque
las chachas, i)()r su tamaño y forma son más semejantes a las gallinas, hay la
circunstancia de (|uc aquel célebre escritor, en varias partes de su obra, nos
dice que "con cuatro o cinco gallinas de aquellas, comieron bien treinta solda-
dos," lo cual induce a presumir que serían de gran tamaño, como los chumpi-
pes o guajolotes, que llamaron la atención al mismo Felipe TI, quien al ver so-
bre su mesa una ave de tan gran tamaño, no quiso comerla, cuando se le pre-
sentó la primera vez, diciendo que semejante animal no podía ser bueno. Por
lo demás, consta que, por acá, no había gallinas de origen asiático, ni de nin-
guna otra procedencia. Los gallos y gallinas que conocemos, fueron traídos,
en su principio, por los mismos conquistadores, quienes decían gallinas de la
tierra a los chumpipes (meleagris gallo ocellata).
En Tesulutlán hicieron presentes a don Pedro de Alvarado "de miel de
colmenas, en hermosos jarrones de barro fino," y todos los cronistas que han
escrito acerca de nuestros indios, aseguran que los magnates tenían gran rega-
lo en sus comidas, opíparamente dispuestas con viandas raras y sabrosas
frutas. La alimentación de la plebe era, como hasta el día, frugal y poco
variada. Maíz, frijol y chile, he ahí la base del sustento del aborigen. El
Isagoge Apologético dice que Cortés en su viaje a las Hibueras por el Peten,
encontró muchos venados mansos, que los cogían fácilmente los soldados.
(1) Damm F. BeltraKe.— Fauna Mexicana.
— 405 —
Los quichés y cakchiqueles, lo mismo que los nohoas y mayas, encendían
fuego por medio de una fricción rápida entre dos piezas de madera seca, por
lo común de achiste. Una vez prendida la llama, tenían pipas o cañutos a
guisa de fuelles, para apresurar la combustión.
En vez de jabón empleaban para usos domésticos, la fruta llamada jabon-
cillo, que es espumosa, el tapaljocotl y la raíz del amolli. Al derredor de los
palacios y adoratorios de Ídolos, estaban las casas de los nobles, donde mora-
ban cuando se reunían en sus fiestas, pues el resto del liempo lo pasaban en las
habitaciones de sus heredades ; tal fué el modo de vivir que los indios tuvieron
en sus tierras y milpas (maizales) según cuenta el P. Fr. Francisco Ximénez.
Había además grandes ciudades hieráticas.
Casi todas las ruinas antiguas demuestran el carácter de necrópolis que
tenían esas ciudades hieráticas, habiendo desaparecido las habitaciones de los
plebeyos, como que eran chozas de poca duración. Cuando vinieron Cortés,
Alvarado y los demás conquistadores, encontraron, según ellos mismos lo
dicen, grandes y hermosos palacios de los indios, con viviendas, salones,
túmulos, escuelas, baños, locales para juegos, plazas, etc.
_La clase noble disfrutaba de rn^^^'HíHadpg pHnrarión y sociedad domés-
tica reglamentada ; pero para la plebe no hubo, como en todas las razs anti-
guas, mas que una existenría ttahajn<!.a lánguida y monótona, aunque sin
pauperismo, ni las demás pvrrprpnría^ de la ri'An'bVarión El socialismo, la
falta de trabajo, el llegar tarde al banquete de la vida, son achaques de la
cultura moderna, cancros horribles, que bien denotan que hay en el fondo de
las sociedades occidentales algo que descompone el cuerpo de la colectividad,
que hace desgraciados a muchos que tienen derecho de vivir, y que se han
levantado contra un orden de cosas que les quita hasta la última esperanza,
ya que el enciclopedismo logró apagar acpiel rayo de luz que tras el sepulcro
quedaba. Nadie se conforma con la pobreza, el dolor, ni las diferencias so-
ciales, sino que todos llevan en mira el mayor goce terrestre, dentro del breve
plazo de una Vida finita. La especie humana tornóse así en una raza de fieras
esparcidas por el globo terráqueo, sin más fin que la satisfacción de apeti-
tos corporales. Vinieron las máquinas a hacer inútiles muchísimos brazos.
Quedó el mundo con ricos sin caridad y con pobres sin conciencia ¡La
caridad se conceptuó casuismo injusto, proclamándose el comunismo! ¡La
conciencia, la moral, preocupaciones de enseñanzas retrógradas y atavismos
fanáticos ! No hay nada malo, se dijo. El humanismo tiene que destruir las
sociedades modernas
Pero ya me figuro que más de un sociólogo, como les llaman ahora, en-
contrará esta digresión sobre impertinente, ocasionada a creer que conceptua-
mos mejor el organismo de los pueblos antiguos indígenas de América que el
de las actuales sociedades. No, mil veces no : aquellos comunismos teocráti-
cos, como el budhismo, estancaban a los hombres, en agrupaciones petrifica-
— 4o6 —
das, inmóviles, cual los ídolos de su teoq^onía medrosa. Hubo civilización en
los méxica, toltecas, mayas, quichés, cakcliiqueles, incas y otras naciones
indianas ; remotísima cultura, que vista desde la cúspide de muchos siglos
transcurridos, causa admiración, como produce estupor la pagoda o el sacri-
ficiatorio, que aún quedan después de tantos millares de años ; pero no cabe ja-
más establecer comparaciones imposibles entre lo que fué 'germen de tiempos
históricos, y lo que hoy — con todo y vicios siempre inherentes a lo humano —
revela que el mundo marcha y que la humanidad no recorre sólo inmensas ór-
bitas, como los cometas, para volver fatigada al mismo punto. En suma, lo
.lamentable es que no se democratice y cunda el cristianismo puro, resplandor
de divina luz, que aún ilumina al mundo, para suavizar las asperezas del
capital en su lucha con el trabajo.
Era vida campestre la del indio, que entre el bosque o a orillas de los ríos,
tenía su choza y trabajaba en las tierras de sus régulos. En las márgenes del
fresco lago o en la ciudad hierática, iba la turba gárrula de las hijas de Kicab
o de Tecum, cual pintadas guacamayas, llevando una existencia tranquila,
contemplaban al rey, en andas de oro. adornado de plumas de quetzal, diri-
giéndose al palacio tapizado de orquídeas y palmeras. Osténtanse las milpas
cual escuadrones de penachos rubit^s y verdes alfanjes, que de siglos atrás
proveen de alimento al aborigen de raza cobriza. Hun^pú, el octavo de los
reyes quichés, descubre los buenos resultados del cacao, que con el maíz y el
frijol, han servido de sostén a los indios de estas comarcas, muchos siglos
hace. Aquel célebre monarca, cuyo nombre dieron al volcán de Agua (Hu-
nahpú, ramillete de flores) estableció el us<í del algodón para vestir a sus
vasallos (i)
Ese fué el rey que introdujo más elementos de cultura entre su pueblo, y
por eso lo veneraban como a un semidiós, siguiendo la costumbre, que tam-
bién tuvieron las naciones del Asia, de adorar históricamente a aquellos (|ue
habían hecho grandes bienes a la humanidad. Era el recuerdo una plegaria
y un símbolo de gratitud, que contra el olvido protestaban. Durante muchos
años el esbelto volcán proclamó, con su nombre, los hechos memorables del
mejor rey de los quichés ; y se ostenta aquella pirámide mucho más hermosa,
infinitamente más grande, que las de Egipto consagradas a los Faraones :
mucho más elocuente que la de Cayo Sexto, en la ciudad eterna. Es fama
que en la cúspide de aquel soberbio monte fué sepultado Hunahpú, y que en
las noches tranquilas, resurgía de su tumba para complacerse en la dicha y
tranquilidad de estos pueblos, adelantados y llenos de ventura. El valle de-
licioso el clima tibio, el ambiente embriagador, el melancólico río haciendo
coro a los censontes y a los guardas, que al caer de la tarde llaman solícitos a
sus compañeras para calentar sus nidos; todo era quietud y bienandanza. . . .
(1) La Isa«xwre.— Ekilcidn impresa por el gobierno de Guatemala. p«r» celebrar el centonarlo de Colón
— 407 —
pero vino un día, en que hasta el sol palideció medroso de alumbrar las esce-
nas de sangre y de exterminio que el hombre blanco causaba a título de con-
quista. Desde que hubo dolores en la tierra, no se conservaba memoria de
una destrucción, de una hecatombe semejante. Fué el grito prolongado,
durante varios siglos, de una raza entera predestinada a sucumbir. Era tanta
la amargura, que el indio ya no quizo folgar con su hembra, para no producir
seres tan infelices Fué tal la agonía, llegó a tanto la matanza y el tormen-
to, que airado Hunahpú, hizo que de su volcán descendiese otro diluvio, que
entre las convulsiones de aquella tierra atónita, trajo la muerte a la capital
naciente del reino de Guatemala. Doña Beatriz, sus damas y muchos de lo^
primeros pobladores de la que hoy llaman Ciudad Vieja, ahí quedaron sepul-
tados a los pies del coloso, que triste y melancólico atestigua, desde lo alto de
su soberbia cumbre, cómo se han ido amalgamando los conquistadores con los
conquistados, desde que el Hijo del Sol se unió con la Xicotenga, para sellar
con un beso de salacidad la mezcla de dos razas que había de producir la
hispano-americana. Todo cambia y todo se transforma, sólo Hunahpú, el
volcán famoso, se alza siempre igual, como un atalaya que impasible ya, ha
venido presenciando los hechos todos de nuestra patria historia. ¡Cuántas
generaciones y cuántas desdichas ha visto pasar Hunahpú con esa soberana
indiferencia de la naturaleza, que vive de la transformación y de la muerte !
Desde que el memorable monarca quiche dejó a su pueblo tantos gérme-
nes de progreso, fué adquiriendo poco a poco gran cultura. Conoció el co-
mercio, tenía sistemas monetarios, era adelantado en las ciencias exactas, sa-
bía escudriñar los misterios de los cielos y los secretos de la tierra. Antes de
la conquista se contaba la riqueza por estas regiones, valiéndose de cacao, oro,
cobre, estaño, y de las plumas y mantas más hermosas ; pero debe advertirse
que dicho cacao no era el de fina calidad, que se usó para el chocolate, desde el
tiempo de aquel octavo monarca, sino el pek, que en quiche, cakchiquel y tzu-
tugil, se refiere a un grano de inferior clase, por los méxica llamado pataxtle.
Las plumas del quetzal, de la guacamaya y de otras aves, se veían con apre-
cio (i). E;i Guatemala, dice el cronista Herrera (2) "hay mucho cacao, (juc
es de gran riqueza y moneda corriente por toda Nueva España y por otras
muchas tierras." Fernández de Oviedo aseguraba (3) "que en Nicaragua
era muy apieciado el cacao, y los señores que alcalzan estos árboles en sus
heredamientos, tiénenlos por muy ricos calachunes o príncipes. Un conejo
valía diez almendras; ocho pomas o nísperos de aquella tierra (zapote) por
cuatro almendras ; un esclavo, cien más o menos. Hay mujeres que dan jKir
(1) En calidad de moneda emplearon el oro nativo en polvo y en srrano. puesto en cafiones trans-
parentes de plumas, tejuelos de robre .v estaño, mantas de altroddn. plunias finas y «rranos de cacao, que
pontaban por xiquipilli, de ocho mil almendras-
(2) Herrera, Década 3, Libro V. cap. XI.
(3) Historia General de las ludias. ton\o 4,? pág. 316.
— 4o8 —
precio sus cuerpos, como entre los cristianos las públicas meretrices, o viven
deso; quien las quiere para su libidinoso uso, les da por una carrera ocho o
diez almendras, como él o ella se conciertan."
"l Y, cosa que puede parecer extraordinaria ! exclama el eruditísimo José
Toribio Medina (i) había aún quienes falsificaban esas monedas, a cuyo in-
tento, las falsas y vanas, las reyenaban con tierra y cerraban el hoyuelo tan
sutilmente que no llegaba a conocerse el engaño, logrando de ese modo pasar
algunas malas entre las buenas."
Torquemada, refiriéndose a la Verapaz, decía : "El que mataba pájaro
de las plumas ricas (quetzal) que se crían en estas provincias, tenía pena de
muerte, por estimarlas en nmohn y n»> hnb<Tl;'< '«n <>tr;! tKtrt»-. y tisar de ollas
como de moneda (2).
En los focos de civilización indiana, en México, en Centro-América y en
el Perú, aunque los aborígenes no alcanzaron, en sus últimos tiempos, una
cultura adulta, comparable con la greco-romana, distaban mucho de la inca-
pacidad con que el interés y el fanatismo quisieron justificar la conquista y
la desolación. La historia, lo que hace la vida de los pueblos, lo que consti-
tuye el alma de las nacionalidades, lo que eslabona las generaciones, fué bo-
rrando como borra la ola el signo escrito sobre la arena, cual arrasa el alud lo
que encuentra en su camino. Quedó en el indio un miserable vencido; lo
demás se eclipsó, por el rudo golpe de proscripción, por la conquista misma.
Supremo desdén arriba; absoluto monopolio en lo de abajo; a pesar de las
protestas de religión, de libertad o de democracia. La raza subyugada del
indio primitivo ha venido pasando, al través de los tiempos, sin alientos, sin
aspiraciones, sin anhelos, sin la memoria siquiera de Hunahpú, esfumada para
siempre. Con razón dijo Montalvo que si su pluma tuviera don de lágrimas
escribiría la historia del indio americano y haría llorar al mundo.
Fueron pueblos notables los que, desde la región tolteca, vinierf)n espar-
ciendo su cultura, en los tiempos históricos, por las márgenes del Usumacinta,
hasta llegar a la zona de Iximché y a la ciudad de X'/umarcáh (conocidas des-
pués con los nombres de Cuauthemálan o Guatemala) y por los valles de
Utatlán. Era todo eso el Egipto americano, como han dicho Charnay y
Waldec, autores cuyas obras ilustradísimas, por el fondo y soberbios graba-
dos, han venido a dar a conocer los portentos del Palenque, Quiriguá, Copan y
demás ciudades antiguas, que como Ocozingo (detrás del verde ramaje) te-
nían toda la cultura que la humanidad pudo alcanzar en aquellos remotos
tiempos. Sabido es que en el siglo XI, a consecuencia de sangrientas guerras.
(1) Monedas usadas por los Indios de América, al tiempo del deacubrimiento.
(í) MonarQuía Indlada.-Tomo II, pág, 579
— 409 —
que desde el Perú vinieron causando estrago, llegaron a Nicaragua, desolando
la costa oriental e internándose por los valles del Usumacinta, incendiando los
mejores pueblos y dejándolos desde entonces en ruinas.
Esos paradisíacos valles, de temperatura cálida, poblados de árboles de
tinisimas maderas, de aves de vistosos plumajes, de una flora exuberante y
rara, fueron el centro de cultura y de riqueza, y serán con el tiempo grandio-
so foco de ciudades opulentas.
Cuando los hispanos conquistadores 'legaron a nuestro territorio, hicie-
ron huir a muchos de los vencidos, por inaccesibles lugares, lo cual explica
l)or qué en las profundidades y grietas y barrancas, entre despeñaderos in-
abordables, se encuentran pueblos célebres, que demuestran las caracterís-
ticas tradiciones de las antiguas razas, dueñas de este territorio.
Muerto Tecum Umán a manos de don Pedro de Alvarado, y vencida la
nación indiana, debía la capital quiche sufrir, la primera, los vejámenes que
oprimen al conquistado. Gran parte de la población buscó entonces como
salvarse en la fuga, pidiendo abrigo y seguridad a las montañas. Los Ixtla-
huacanes, porción de esos aborígenes emigrados, caminando al sudoeste, die-
ron al cabo de doce leguas, en el paraje que hemos descrito, cuyo fondo cor-
tado por horribles fozos, hechos por la naturaleza y erizados de riscos y
peñoles, eligieron para su habitación, guareciéndose cual miserables reptiles,
en las grietas de los montes. Así lograron aquellos indios quichés sustraerse
por algún tiempo al yugo de los hombres pálidos ; pero no pudieron quedar
del todo inadvertidos, porque el celo de los misioneros hizo al fin levantar una
iglesia, y fué bautizado el pueblo con el nombre de Santa Catarina Mártir.
La situación topográfica del lugar colocó a los ixtlahuacanes en verdadero
aislamiento, aún después de introducida la religión cristiana ; por manera que
sólo robustecidos con la aspereza del sitio, dedicados a la agricultura, so-
brios, procreando desde que alcanzan la pubertad, se multiplicaron, perma-
neciendo en independiente, agreste estado, pasando con su genio y primitivas
costumbres, al través de los siglos y de los acontecimientos, y constituyendo
hasta hoy, uno de los principales pueblos indígenas de Guatemala.
Conocer a los ixtlahuacanes es haber conocido a la nación quiche, en sus
últimos días de vida regional independiente, cuando por razones que en otro
lugar explicamos, había perdido en gran parte la cultura de sus antepasados.
Guardan todavía los Ajitz o sacerdotes del sol, sus ritos idolátricos, que én el
fondo constituyen la teogonia que informa su religión, ya que con astucia
hipócrita simulan cristianas ceremonias, mezclando impíamente los nombres
de Jesús, de María y de los santos, con los númenes primitivos, para engañar
así a los que han querido catequizarlos. Por otro lado, la natural suspicacia
de estos pueblos, acrecida con el encono eterno y natural que al ladino profe-
san ; aquella extrema desconfianza, expresada trivial, pero muy exactamente,
con la frase tan común entre los mismos indígenas "aparte vos y aparte yo,"
— 410 —
desconfianza de la cual a nadie eximen, fueron siempre poderosas causas que
dificultaron la adquisición de datos etnográficos, apreciados hoy histórica y
científicamente.
Los ixtlahuacanes creyeron siempre en otra vida futura, pero a guisa ma-
terial, con alimentos de los cuales cuidaban fuesen provistos los muertos.
Adoran dos entes soberanos, a imagen de lo que en la tierra encuentran, bue-
no y malo. Siguen, como los caldeos, egipcios, siriacos y persas, creyendo
que esos dos principios sobrenaturales gobiernan el mundo. El dios bueno
habita en las alturas, el malo en los avernos. Aquel es luz y su rival obscuri-
dad. El astro que fecunda la tierra y preside al día, es Eij, de donde viene
Ajcij o Ajitz. El malo Huyub, dueño de todas las riquezas del mundo, no
difiere de la figura humana en su representación, pero con facciones horri-
bles, las más espantosas que alcanza a forjar la aterradora fantasía. Huyub
es un genio omnipotente para favorecer con los bienes de la tierra a sus adora-
dores. Existen en su teogonia otros dioses subalternos, que vienen a formar
la corte de los dos principales soberanos, asociándose a las divinidades las
almas de los Ajitz y de sus célebres antepasados, que hicieron gran bien a los
naturales. Cuando las desgracias, cual remolinos terribles, se amontonaban
sobre el pueblo, era Huyub (|ue se encontraba colérico.
Esta sola idea de sus deidades, basta para comprender la división en bue-
nos y malos, de los dioses consagrados a su culto, o sea de los días que supo-
nen caer sobre su influjo y j)atroc¡nio, cpie son todos los del año. El famoso
calendario quiche resume o simboliza completamente el sistema religioso-
político de los ixtlahuacanes. Por él, no tanto se miden los tiempos para el
arreglo histórico de los sucesos, cuanto se aprecian las suertes de los hom-
bres, ligadas fatídicamente al día en que les tocó nacer. De aquí proviene
la suprema importancia individual del acertado cómputo de los dias y sus sig-
nos, como que va en ello la felicidad o ruina de sus intereses ; y de ahí, por
consiguiente, se derivan las consideraciones sociales de que gozan en aquellos
pueblos los Ajitz, consagrados esencialmente al estudio de su cronología.
Tanto más que los ixtlahuacanes no tuvieron sino quipos o figuras, como el
resto de los pueblos americanos, y los antiguos chinos, egipcios, siriacos, etc.,
siendo los sacerdotes los oráculos de sus tradiciones. Allá en las edades
indias, Adhina, seducido por una deva llevó para él y su mujer, que eran
dichosos en su morada paradisíaca, los frutos de la mentira, y comieron la
ponzoña treinta días seguidos. Viciados por el mal, se entregaron a la caza.
Cayó herida por ellos, una cierva hermosa y blanca, que con ojos dolientes les
enseñó el final de la vida, el abismo de la muerte. Los símbolos cosmológicos
de los babilonios, de los caldeos, egipcios y ciriacos ; las toscas figuras de las
inscripciones quichés, guardan la leyenda oriental de la Eva semítica, que
legó a la humanidad lágrimas y angustias. La deva de Adhina, la parca de
— 411 —
Prometeo, la culebra caldea, la serpiente Apap entre los egipcios, la Syros
entre los fenicios, la astuta y poderosa del mazdeísmo, y Gucumatz, la sierpe
que se vistió de plumas, entre nuestros primitivos indios de estas comarcas de
Guatemala, son reminiscencias de una esparcida y vieja leyenda religiosa, que
nos hace ver a la mujer prehistórica dominada por maligna serpiente tenta-
dora que hizo caer en el pecado, en la mentira, en la desgracia, a la madre
infeliz del humano linaje. ¡Asi quieren explicar el origen y la causa del do-
lor! Pero la causa, el origen y el objeto del dolor, jamás se explicarán
El mal persigue a las estrellas como a las conciencias. Se marchitan las ro-
sas y padecen las mujeres. Los hijos de éstas nacen predestinados al sufri-
miento ! El sol muéstrase indiferente ; muda la esfinge.
Volviendo a hablar del calendario de nuestros indios, diremos que su
principal objeto, además de conmemorar sucesos trascendentales, era esta-
blecer la suerte de cada hombre. De ahí procede que los signos se cuentan
simultáneamente, sin que pueda señalarse ni el principio ni el fin. Expliqué-
monos. Supongamos que el lector conoce ya los veinte signos y sus nombres,
que en otro lugar de la presente obra se encuentran detallados : Noj, Tihax,
C«uoc, etc. Pues bien, los sacerdotes del sol tienen dos maneras de contar
el año. 1° — Dando a cada signo un solo día, de suerte que al cabo de 365 días,
los cinco primeros signos se repiten 19 veces, y sólo 17 los quince restantes,
tomando por punto de partida, para empezar el cómputo, la gran figura gen-
tílica que acostumbran celebrar en la primavera. El segundo modo de con-
tar, consiste en atribuir a cada signo un mes de veinte días, de tal suerte, que
sin interrumpir la serie ordinaria de los signos, se vayan contando los días de
cada mes, hasta completar su año, todos sucesivamente. De esta manera los
cinco primeros signos tendrán su año de 19 meses y de 18 los restantes. Sobre
esta base se pueden formar tablas para cada año, que indiquen con exactitud
la correspondencia de nuestros meses y días con los del calendario indígena,
bastando al efecto, conocer qué signo debe tomarse por punto de partida.
Tan puntualmente llevan los sacerdotes la cuenta de sus días, que los
indios poco concurren al templo los domingos y fiestas de guardar, según el
rito catóHco, mientras que en las fechas clásicas de su calendario, se ven
afluir a todas horas, llevando incienso y estoraque para quemar, y cubriendo
de velas el pavimento, bajo cuyas apariencias de piedad cristiana, introducen
las ceremonias y deprecaciones de su gentilismo. Sucumbieron a la fuerza
del destino, doblando la cerviz al conquistador; adoptaron por necesidad las
prácticas religiosas de sus vencedores, pero en el fondo del corazón, conser-
van sus tradiciones, porque estas perduran al través de las vicisitudes de los
pueblos, como el alma de las razas.
Sus días excelentísimos son Ajmac, Tziquín y Kanit. En éste se pide
todo lo que es sustento para el hombre. En Tziquín (pájaro) se reúnen los
— 412--
desposados en una misma habitación, precedidos de muchas oraciones y votos
por su fehcidad. En Ajmac, se ofrecen mil oblaciones al genio de la salud.
Fuera de esto, son días buenos Aj, Ix, Eé, Noj y Quiej. En ellos se principian
y consuman los contratos y se pide a los genios de los montes el aumento de
los animales domésticos, rogándoles principalmente que contengan a las bes-
tias carnívoras, para que no destruyan sus rebaños. Noj y Tibax tienen la
especialidad de estar consagrados al alma humana, por lo que en ellos se pide
buen entendimiento para si y para los hijos. Si imploraban a la divinidad por
los bienes del cuerpo, también rogaban por los del espíritu. Entre los días
nefa.stos sobresale el Toj — ¡infeliz del que viene al mundo bajo la influencia de
este signo! Sentirá de lleno la presión de los genios del averno. En Ixmux
ocurren los Ajitz a pedir al dios del viento toda suerte de males para sus ene-
migos. Era el Huracán el que barría con furia diabólica al que encontraba
en su camino. En los cinco días siguientes, lo mismo que en Tzi y en Batz,
demandan miseria y enfermedades para sus contrarios. El perdón de los ene-
migos sólo fué predicado por Jesús.
Todos aquellos sistemas los heredaron nuestros indios de los mayas, cu-
yos conocimientos astronómicos eran notables. Además de la división del
tiempo en años, meses y días, tenían los quichés otro cómputo, que usaban
simultáneamente. Consistía éste efl lunaciones de veintiséis días, subdividi-
das en períodos de trece, según el calendario de Vicente Hernández Espina,
que debe existir en la colección de documentos históricos del doctor don Ma-
riano Padilla, en la Biblioteca Nacional de Guatemala. Usaban el número 13
como sagrado, por motivos supersticiosos, según ya indicamos.
Hoy se admiran Maudslay, Brinton, Bancroft, Orozco y Berra, y otros
que han hecho estudios de los cálculos matemáticos y de los conocimientos
celestes de los toltecas, mayas, quichés y cakchiqueles.
El año quiche, según Basseta, comenzaba el 24 de diciembre de nuestro
calendario. El año cakchiquel tenía principio el 31 de enero, como puede
verse en la "Historia de las Naciones Civilizadas de México y Centro-Amé-
rica," de Brasseur de Bourbourg, de donde capiamos los nombres que siguen,
de los meses, uinal:
QUICHE
I? palabra
2? palabra
3- palabra
Árbol
Petate pintado
Blanco
I.-
-Nabe Tzih
2.-
-V Cab Tzih
3-
-Rox Tzih
4--
-Che
.5--
-Tecpx^pyal
6.-
— Tzibe Pop
7-
-Zak
— 413 —
8.-
-Huno Bix Gih
Primer canto del sol
9-
— Nabe Mam
Primer hombre viejo
lO.-
— U Cab mam
Segundo hombre viejo
II.-
—Nabe Ligin Ga
Primera mano suave
12.-
-U Cab Ligin Ga
Segunda mano suave
13-
-Nabe Pach
Primera generación
14.-
-U Cab Pach
Segunda generación
15-
— Tziquín Gih
Tiempo de pájaros
16.-
— Tzizi Lagan
Coser el estandarte
17-
— Cakam
Tiempo de rojas flores
CAKCHIQUEL
I.-
-Bota
Rollo de petates
2.-
-Qatic
Semilla común
3-
-Ixcal
Retoño
4--
— Pariche
Leña
5--
— Tocaxepual
6.-
— Nabey Tumuzuz
Primer zompopo volador
?•-
— Rucab Tumuzuz
Segundo zompopo volador
S^Cibixic
* Tiempo de humo
9-
— Uchum
Tiempo de la resiembra
10.-
—Nabey Mam
Primer hombre viejo
II.-
— Ru Cab Mam
Segundo hombre viejo
12.-
—Ligin Ka
Mano suave
13.-
14.-
-Üi f.ab TftgiV,.
I5--
-Nabey Pach
Primera generación
16.-
-Ru Cab Pach
Segunda generación
17-
—Tziquín Gih
Tiempo de pájaros
18.-
—Cakam.
Tiempo de rojas flores
En el "Memorial de Tecpán Atitlán" se mencionan los nombres de los
meses cakchiqueles con algunas variantes o diferencias respecto de los nom-
bres anteriores, que copiamos de Brasseur de Bourbourg.
Los nombres de los dias, en los mismos calendarios, son así :
QUICHE Y CAKCHIQUEL
I. — Imox Peje espada
2. — Ig spirit Respiración
— 414 —
3- — Akbal
4.— Kat
5.— Can
6. — Camey
7. — Quieh
8.— Kanel
9. — Toh
10. — Tzy
II.— Batz
12. — Ci or Balam
13— Ah
14. — Iz or Itz
151»— Ttziquín
16. — Ahmak
17. — Noh
18.— Tihax
19. — Caok
20. — Hunahpú
Caos
Lagarto
Culebra
Muerte
Caballo
Conejo
Aguacero
Perro
Mico
Escoba, tigre
Caña
Brujo
Pájaro
Tecolote, buho
Temperatura
Chay, obsidiana
Lluvia
Tirador de cerbatana.
Los geroglíficos han sido objeto de mucha controversia, desde que el cé-
lebre obispo Lauda fué el primero que, aunque equivocadamente, emprendió
la tarea de interpretarh)s, seguida por Brasseur de Bourbour, que en la "Rela-
ción de las cosas de Yucatán," publicó, en 1864, en París, la obra de a(|uel
obispo de Mérida. No escribian fonéticamente, como él creyó.
En lo moderno, el famoso Alfredo P. Maudslay y el explorador Teobert
Maler, gastaron fuertes sumas de dinero, viajaron sin descanso, se expusieron
por mucho tiempo a la intemperie de las montañas primitivas, estudiaron
ruinas, sacaron modelos, y han contribuido en alto grado a la tarea de ilustrar
los geroglíficos, como lo hemos explicado en otros capítulos de la presente
historia.
Según estos célebres anticuarios, los períodos de tiempo resultaban así :
Primero
El día — Kin
Segundo
Los 13 días.
7x 13 — Bacab — 91 días, cuarta parte de 364 días.
20 x 13 — Tonalamatl, 260 días, período muy reverenciado, porque a segui-
da el día volvía a tener la misma posición en la
semana.
28 semanas de 13 días = 364 días, un día menos en el año solar.
— 415 —
Tercero
20 días, uimal o mes.
13 uinales, forman un tonalamatl» 260 días.
- 18 uinales, forman un tun, 360 días, que es el año, que usaron
en sus cálculos y escritos, como se explicó al
hablar de los 18 meses, que era la base de
mayor época
20 tunes = I catdn -= 7,200 días.
39 tunes = 14,040 días, que es número divisible por muchas cifras
importantes.
400 tunes = 20 catunes = ciclo de 144,000 días.
8,000 tunes = 400 catunes = 20 ciclos, de un total de 2.880,000.
Cuarto
365 días del año solar, o sean 28 semanas más i día,
mxa kaba kin, día sin nombre.
8 años solares, 2,920 días, eran cinco años del planeta Venus.
24 años solares, ahau, 8,760 días, eran 15 años de Venus
52 años solares, 18,980 días, después de los cuales un día volvía a tener
la misma posición, tanto en la semana, como en
el uinal o mes, de modo que cada día de estos
18,928 días tenía posición distinta de cualquier
otro de este período.
104 años solares, que son 37,960 días.
312 años solares, que son 113,880 días.
3,744 años solares, que son 1.366,560 días, período que es divisible por
todas las cantidades importantes.
Quinto
I. — El año del planeta Venus, cuyo período observado en conjunción con
el sol, es de 584 días.
6 años de Venus = 290 días = 8 años solares.
Sexto
El año del planeta Mercurio, de 115 días.
Séptimo
El año del planeta Marte, de 780 días.
— 4i6 —
Octavo
Se cree que usaron los meses y años lunares, como ya se ha dicho atrás,
de 29 y 30 días. El período de 1.366,650 figura en el Códex de Dresde, y es
divisible por la semana, por el uinal, por el tonalamatl, por el tun, por el año
solar, por el de Venus, y por 24 y 52 años solares. Este ¡)críodo lo represen-
taban así :
9
9
16
o
o
9 ciclos = 360 tunes, de 360 días = 1 296 000 días.
9 catunes = 180 tunes, de 360 días = 64,800 días.
16 tunes, de 360 días = 5.760 días.
O ouinal = O días.
O kin =0 días.
Total - 3,796 tunes — 1.336,560 días.
Los calendarios que usaban eran de dos clases uno, llamado 4hol, literal-
mente "apreciador de los días" se empleaba para asuntos astrológicos y sagra-
dos, para apreciar el tiempo fasto y nefasto; y el otro calendario mayEih, par.i
fines cronológicos, significaba ''evolución de los días."
En los monumentos mayas juntaban a las cifras unas cabezas grotescas
de aves, que simbolizan ciclo, catún y tun. El uinal era una rana, y el kin la
cabeza de Xbalanké, dios del sol, cuya barba era kin. A veces cxi)resaban
valores numéricos por cabezas de guerreros o dioses, según lo dcmuestrati
Goodman, en sus prolijas investigaciones, y el sabio Seler, siendo una de tan-
tas pruebas los monolitos de Quiriguá.
La fecha más antigua conocida hasta hoy de la cronología americana, se
halló en Guatemala, por el lago de Izabal, en la parte de la desembocadura,
en una piedra finísima verde, que se llevaron al museo de Leyden, y que apa-
rece reproducida por Chavero, en el tomo I? de "México a través de los Si-
glos." Aquella valiosísima piedra contiene 8, 14, 3, i, 12, o sean 3,483 tun y
32 kin. Desde remotísimos tiempos, tuvieron los quichés cierto culto fanático
por el número 13. El tonalamatl, como hemos visto, se componía de 20 veces
13, comenzaba el i? de marzo y tenía relación con la siembra y cosecha del
maíz. Al nacer las rosas, al brotar los retoños, al principio de la primavera,
empezaba el calendario sagrado, la vida religiosa, que cada 13 días se feste-
jaba con alegría. Los sacerdotes interpretaban el horóscopo de cada signo.
y había también lo que pudiera llamarse astrología judiciaria.
— 417 —
El papiro lo hacían de maguey macerado y machacado, separando los
filamentos y la parte carnosa, y extendidos éstos, les mitaban goma, ponién-
dolos en fuerte presión, para barnizar después la superficie con una especie
de cal o yeso fino. El amatl, que era el nombre del papel, se fabricaba tam-
bién de la corteza del árbol que se llama lo mismo amatl, castellanizado amate.
Es admirable cómo taladraban y pulían piedras finas, cual dioritas, ága-
tas, ópalos, heliotropos, cloritas, litomargas, feldespatos y otras varias más,
que usaban como joyas. Las turquesas se destinaron a los dioses, y se les
llamaba, por eso, teoxihuitl. A las esmeraldas decíanles quetzaliztli. Cono-
cían el rubí, tlapalteoxihuitl, al coral tapachtli, y las perlas epiollotli.
Hubo cronistas, que los indios llamaban "pintores de historia," xiuh-
tlacuilo.
Tenían en las grandes ciudades, hospitales y boticas, según cuentan Re-
mesal y Díaz del Castillo. Había médicas para curar a las mujeres, lo cual
nada tiene de raro, pues aún hoy pululan charlatanas, preferidas por algunos
a los doctores.
Los carpinteros, albañiles, plateros, fundidores, canteros, etc., disfrutaban
de posición más holgada, y eran solicitados para trabajos de la Corte. Los
mercaderes, pochteca, eran ricos y viajaban mucho. Hubo mercados como
los de Tlatelolco, en México, a los cuales llegaban negociantes hasta de Guauh-
temala, al decir de Sahagún.
* Cortés, en sus cartas, describe muy bien las mercaderías, tratos y contra-
tos, etc. En una calle había solo caza ; en otra, hierbas y raíces ; más allá,
medicinas, gomas, emplastos ; por el centro, tiendas y barberos, y puestos de
dar comida por paga. Oficiales públicos cuidaban del buen estado de todo y
de la exactitud de las cuentas y medidas. Hubo mercados particulares de
piedras preciosas y jicaras pulidas.
L^as naciones indígenas centro-americanas no fueron nómadas. Cada
familia sedentaria se hallaba establecida en una porci(íii de terreno qucust
fructaba, porque el monarca y los señores eran, como ya se lia dicho, los due-
ños de Jas_tierras. Las tribus o parcialidades respetaban los límites de los
pueblos, según sus plantas o mapas pintados, £n. pieles, con demarcaciones
de ríos, lagos, etc. La falta del hierro, la carencia de algunos áViimales do-
mésticos, como bueyes y caballos, y hasta la misma exuberancia del terreno,
que fácilmente produce frutos espontáneos, hacían bastante rudimentarias
las labores indígenas. Cultivaban, lo mismo que hoy cultivan, maíz, frijol,
chile y varios tubérculos, el plátano y otras frutas.
La familia era semejante a la asiática. A la mujer se la consideraba,
como en todo el mundo antiguo, mero instrumento de placer y de lujo. El
hombre tenía tantas hembras para procrear hijos cuantas podía comprar y
mantener. La poligamia estaba aceptada por las costumbres indígenas, y se
— 4i8 —
prohibió, en la América española, por la ley 2?, título i?, libro 6^ de la Recopi-
lación de Indias, que dispuso se pudieran casar libremente los naturales de
la tierra, con quien quisieran, entre ellos mismos, o con españoles o españolas ;
que no se permitiera a las indias, sin tener edad legítima, pues las hacían
ayuntarse niñas, en ofensa de Dios, daño a la salud e impedimento a la fe-
cundidad ; que los que se casaren con dos mujeres, siendo cristianos, se casti-
guen (ley III); que ningún cacique, ni indio, se case aunque sea infiel, con
más de una mujer; que no pudieran vender a sus hijas para contraer matrimo-
nio ; y otras disposiciones que, si bien son muy recomendables, dada la cultu-
ra cristiana, venían a oponerse tan abiertamente a las costumbres y modo de
vivir de aquella raza, a sus necesidades y tendencias, que la hicieron sufrir en
extremo. El matrimonio cristiano responde a cierto grado de cultura que ni
se improvisa, ni se impone. Cuando por fuerza pasan los pueblos, de
modo repentino, a una atmósfera moral diversa, se asfixian. La naturaleza
no procede a saltos, la evolución es ley de la vida. El cristianismo vino al
mundo en la plenitud de los tiempos de la civilización romana.
Solamente entre los indios nobles se conocía el matrimonio, casándose
cada uno de ellos con una esposa de su propia condición, a la cual llevaban a
su casa y la consideraban mucho; pero siempre pudiendo los maridos tener
otra mujer legítima, según explicaremos adelante. El P. Las Casas describe,
con colorido y detalles, las ceremonias de la boda. La doncella de cajidad
era pedida, en tres días diversos, por los parientes o amigos del novio, llevando
dádivas que si se aceptaban, presuponían consentimiento. A la hora del ma-
trimonio iban en comitiva los parientes y amigos del hombre a traer a la
mujer, con músicas y flores, quemando incienso y otras reciñas y cantando
mitotes alusivos al acto. Este se autorizaba por el jefe de la tribu, atando los
vestidos de un contrayente cort los del otro. Comían tepexcuíntles o xulos,
chumpipes, chanchos, etc. Después de la fiesta, ya solos los novios, prendían
una astilla de ocote. La miraban atentamente, hasta que se extinguía. En-
tonces, en la obscuridad, era consumado el matrimonio. Las llamas simboli
zaban el fuggo de la lascivia, que si no .se modera, acaba por consumir la vida.
En el*Veiuo del quiche toleróse la poligamia : pero sólo dos eran las mu-
jeres legítimas, cuyos hijos se reputaban herederos del padre. Al que moría
sin sucesores lo sepultaban con sus riquezas, para que las fuera a disfrutar a
la otra vida.
Torquemada. en la "Monarquía Indiana." dice que los indios de la Vera-
paz, muchas veces, según el parentesco que usaban, era fuerza que casasen
hermanos con hermanas, y era la razón esta : acostumbraban no casar los de
una tribu o pueblo con las muieres del mismo pueblo, y las buscaban que
fuesen de otro, porque no contaban por de su familia y parentesco los hijos
— 419 —
que nacían en el linaje ajeno. No tenían por pariente a los deudos de la ma-
dre, sino sólo a los del padre, de tal suerte, que se podían casar con las her-
manas por parte de madre" (i).
Los pipiles de El Salvador tenían un árbol pintado, y en él siete ramas,
que significaban siete grados de parentesco. "Dentro de estos grados nadie
se podía casar, y ésto se entendía por línea recta, si no fuese que alguno hubie-
se fecho algún gran suceso de armas. Cualquiera que tenía comercio carnal
con parienta, en los grados susodichos, morían ambos, por ende" (2).
Si hemos de dar crédito al abate Brasseur, todo lo relativo a la boda, en
Guatemala, lo arreglaban los parientes del mancebo, sin que muchas veces lo
supieran los interesados, ni se conocieran hasta el día del enlace. El amor
no se tomaba en cuenta, era cuestión de familias y de prole, como sucede hasta
el día con los reyes y grandes dignatarios. En Nicaragua prevaleció la misma
costumbre, pero, hubo ciertas poblaciones independientes en las que las mu-
chachas escogían a sus novios, cuando estaban los mancebos sentados en
ciertas fiestas, al decir de Gomara, Herrera y Squier.
Andagoya cuenta que en Nicaragua tenía el pontífice el derecho de per-
nada, droit du Seigneur. "La noche antes, había de dormir con la novia un
robusto joven, a quien tenían por papa." A la virginidad no le daban aprecio
alguno, sino que por el contrario, era vista con malos ojos. La prostitución
estaba autorizada. Ni debe extrañarse que entre los indios existiesen tales
costumbres, cuando en la Edad Media, en Europa, el señor eclesiástico y el
señor feudal tenían derecho a las primicias de la novia (3) y aún después de
casada, debía subir al castillo a llevar el manjar de casamiento, como si dijé-
ramos, los dulces de la boda. Aún en nuestros tiempos, en algunos pueblos
de indios, cuando llega un potentado o cualquiera autoridad, llévanle por la
noche una joven de las más frescas, y se la dejan, diciéndole: "toma tu cos-
tumbre." Los cronistas hablan, con la mayor naturalidad, de las doncellas
que los caciques les regalaban, como la que cuenta Bernal que le donó
Moctezuma.
Los jueces se escogían entre los dignata.ios y disfrutaban rangos diver-
sos. Los grandes crímenes que herían los intereses del Estado, *de las altas
clases o del rey, se dejaban al conocimiento del Consejo, presidido por el
monarca. Los subtenientes del rey, o señores de sangre real, que goberna-
ban las provincias, conocían de los casos más importantes, relativos a su terri-
torio, mientras que las cuestiones locales de menor cuantía, eran resueltas por
jueces inferiores de aldeas o cortijos. Según enseña CogoUudo, los magistra-
(1) Tomo II, páer. 419.
(2) Palacio. Carta, pág SC-Squier's Central America v&K- 334.
(3) Lauriére, II. Michelet. Orierlnes du Droit-
— 420 —
dos podían recibir presentes de los litigantes ; y en caso de confiscación de
bienes, era la mitad para el juez que la ordenaba, lo cual tenía lugar sólo en
crímenes muy graves (i). Algo de todo eso queda por la China y otros
pueblos antiguos.
Los castigos más comunes consistían en la esclavitud, la muerte, los azo-
tes y las multas. Dice Villagutierre que la pena del último suplicio se apli-
caba por medio de la horca, del garrote, del fuego y del despeñadero.
Cuando el rey se mostraba cruel y tirano con sus subditos, asegura el
cronista Fuentes, que se reunían con gran cautela los ahguaes o grandes del
reino, y le deponían, eligiendo al inmediato en la sucesión hereditaria, y con-
fiscábanle todos sus bienes ; pero si el que levantaba la conspiración contra el
príncipe no justificaba sus tiranías, se le condenaba a muerte con tormento, se
le secuestraba cuanto tuviera, y se tomaban por esclavos su mujer, sus hijos
y parientes inmediatos, que se vendían a trueque de plumas, cacao y mantas,
en caybal, que era una especie de almoneda.
Si la esposa del rey o de algún noble era infiel, se les condenaba a ella y
a los cómplices a pena de horca, si éstos eran de los principales, pues siendo
plebeyos los despeñaban de una roca. El delito de lesa majestad se castigaba
con pena de muerte, confiscación de bienes y esclavitud para la familia.
El ladrón era condenado a restituir la cosa robada y a pagar otro tanto
de su valor, en plumas o cacao a la cámara del rey, en lo cual se asemeji esta
pena a la establecida por la antigua legislación romana. En caso de reinci-
dencia, se duplicaba la pena, y por tercera vez incurría en la muerte por des-
peñamiento, a no ser que fuera de rico calpul, que entonces se le permitía re-
dimtirse, pagando todos los hurtos y otro tanto al rey. Si no pagaba lo hur-
tado, quedaba como esclavo del ofendido.
En el delito de estupro se imponía al culpable la pena de muerte, y cuandé
sólo había habido conatos, se entregaba el delincuente a la ofendida, como es-
clavo. Era el delito de adulterio de prueba muy privilegiada, de tal suerte
que. para condenar al que se presumía culpable, bastaba la acusación del
marido contra él y encontrarle cualquier prenda de la mujer.
\ Dice Torquemada que cuando enviudaba una, joven debía casarse con el
1 hermano o pariente inmediato de su marido, y los hijois se enlazaban con los
I parientes de la madre, porque ella ya no pertenecía a su calpuL Cuando un
Treo no confesaba se le imponía el tormento, que consistía en suspenderle de
un árbol, atado de los pulgares de los pies, con la cabeza para abajo, y sahu-
mándole con chile quemado, le azotaban al propio tiempo sin piedad.
(1) Bancroft, vol TI. pájr. 656.
— 421 —
Al que delante de la autoridad mentía, le daban de cincuenta a cien azotes,
lo mismo que al que requería de amores a una mujer casada (i). La embria-
guez nunca la consideraban como circunstancia atenuante, sino al contrario,
como otro grave delito.
No debe llamar la atención la severidad y aun barbarismo de las penas
de los indios, una vez que en la legislación antigua de los pueblos de Europa,
n.')tase que el derecho penal reviste aquellos mismos caracteres. Antes del
célebre Beccaría, reformador de la justicia criminal, prevalecieron la pena del
talión, el tormento, y el lujo de crueldad de aquellos castigos que por fortuna
se desterraron en las naciones cultas. El código de Moisés, el Koran y todos
los pueblos orientales e indios reconocieron el talión como principio funda-
mental del derecho de penar, que pertenecía primero al ofendido, ejerciéndose
en el culpable o en su familia. Después se traspasó a la sociedad la facultad
de castigar. En los tiempos primitivos el que no se vengaba quedaba des-
honrado.
Por lo referente al modo de computar el parentesco, dice el informe del
oidor don Diego García al rey de España, "que tenían los indios un árbol pin-
tado, y en él siete ramas, significando siete grados de parentesco. Dentro de
ellos no se podía casar nadie, en línea recta, sino fuera que alguno hubiese
fecho gran triunfo en armas, y había de ser del tercer grado afuera. Por línea
transversa, tenían otro árbol, con cuatro ramas, que significaban hasta el
cuarto ^ado ; en éstos no se podía ninguno casar."
La prisión no se conocía, como pena, por los aborígenes centro-america-
nos. La esclavitud era muy común entre los indios de Guatemala y de otros
lugares del istmo. A los prisioneros de guerra los vendían como siervos.
Los jugadores y las mujeres públicas se enagenaban, con la condición de que,
por cierto tiempo quedasen libres, para gozar del precio de su libertad, y des-
])ués entraban en la servidumbre que no era hereditaria. Los padres de más
(le cuatro hijos, podían vender uno, y con consentimiento del amo, le era dado
cambiarlo por otro de sus hermanos. Los esclavos del hambre eran los po-\\
bres, que en tiempo_de escasez, de granos. <> ])<^r eausa depesíe, o porcualqTmr-í '
ra otra calamidad, se vendían ellos misnids a los ricos o más ac<Mnodnd(ís. Eli
hambre ha sido }- es la ])eor de las esclavitudes.
Las armas que en la guerra usaban, eran la flecha, el dardo, la pisporra,
la honda, las piedras y los palos. Las puntas de las flechas eran de chay o
sea de obsidiana ; algunos llevaban lanzas con agudas picas, o porras erizadas
con puntas de pedernal, de las cuales recordamos haber visto algunas en el
"Museo de la Sociedad Económica de Amigos de Guatemala." El sayo o
armadura de los caciques era de algí?3on tan consistente que las flechas no la
(1) Documentos inéditos del Archivo de Indias, publicados por don León Fernánd«z, tomo 1' pAg- 44.
— 4^2 —
atravesaban, y adornada de oro y plumas vistosas. En la cabeza portaban
cascos con adornos de plumas o pieles, y algunos guerreros se defendían con
iscudos y cueros de tigrillo o de otros animales.
Los quichés, cakchiq^uejes .y tzutugiles soportaban tributos personales, en
favorjJe los reyezuelos y magnates, fuera de las contribuciones que el pueblo
pagaba en mantas, cacao, plumas y otros artículos. Tenían geroglíficps para
llevar la cuenta de lo que debía recaudarse. Los mercaderes y los maestros
de oficios también pagaban ciertas gabelas, en mercancías y artefactos. Los
que servían a los templosde los dioses, no pagaban tributo alguno, así como
también gozaban de exencióiT^os menoresTde^ad, los huérfanos, las viudas,
los lisiados, los mendigos y los mayehues o solariegos, que eran una especie de
'arrendatarios^ coTonos de los grandes señores, y pasaban con la ^jerra romo
adscritos a ella, ni más ni menos que los ganados y bestias. Además, esos
mayehues debían prestar servicio de leña y acarreo de agua para el señor,
(juien pagaba por entero la contribución de la finca o terruño, incluyéndose en
ella lo que a los mozos les tocaba.
En los pueblos principales tenían jueces inferiores que verbalmente des-
pachaban los asuntos controvertidos, y unos doce ancianos, que formaban una
especie de Corte, conocían de las apelaciones, en negocios graves, quedando
al rey la facultad de revocar o anular las sentencias.
.Un mancebo principal podía pedir a una doncella pai.i >.*íí y ^ocrear
hijos, con la condición de casarse con ella al nacer el primero. Se cree que
siendo obligatorio el matrimonio a los veinte años, esa era la edad de la ma-
yoría. Asegura Zurita haber sido raro el divorcio, aunque se hallaba recono-
cido. La patria potestad radicaba en el padre, a quien era permitido darse por
esclavo con su descendencia. Si resultaba malo el hijo, poclía venderlo su
padre, con permiso previo de los jueces.
Los contratos usuales consistían en la compra-venta, mediante el precif»
en plumas, cacao o mantas ; el arrendamiento, la permuta, el préstamo, sin
rédito alguno, pues no conocían la usura, que tanto arruinó a los judíos y
otros pueblos antiguos, hasta el. punto de que Jeús dijo : "Mutum date, nihil
indae sperantes." Era común entre nuestros injmiJ?^ sociedad para la la-
branza de tierras, el cenizo, la donación, la prenda, la scrviduml)re y el
mandato.
Los indios se mostraban muy crueles en la guerra, y no entraban en
campaña, por lo común, sino en grupos pequeños, por terrenos de difícil
acceso, empleando la astucia del cazador y procurando sorpresas, hasta el
punto de que algunos se pintaban el cuerpo de color de hoja seca. Quemaban
las chozas y degollaban sin piedad a los vencidos, que intentaban sal varse de
las llamas, arrancándoles las cabelleras, que llevaban como trofeos,
— 423 —
Entre los aztecas, quichés y cakchiqueles, eran los guerreros de alta al-
curnia, como los sacerdotes. Aquellos nobles, que se dedicaban a la carrera
de las armas, llevaban desde niños rapada la cabeza, sólo con un serpentón
delante llamado mocuespaltia. El joven entraba a cargo de un buen veterano,
y cuando llegaba a capturar un prisionero, con la ayuda de los demás, su
abuelo o padre lo felicitaba así : "El sol y la tierra te han lavado y renovado
el rostro, porque te atreviste a capturar un enemigo, en compañía de otros
compañeros tuyos. De hoy más, tú lo capturarás solo, porque de lo contrario
l)arecerás una mujer." Si tomaba un prisionero se le daba el nombre de tel-
puchtlitaquitlamani, y era presentado al rey, quien le concedía insignias de
lionor. Si capturaba más prisioneros, se le concedía un ascenso militar, con
mando sobre los otros (i).
Los nahoas, los mayas y demás pueblos antiguos y civilizados de estas
regiones, mostráronse cuidadosos respecto a la educación de la juventud. Los
quichés, sucesores de aquella cultura, prestaban también mucha atención en
acostumbrar a los niños a que respetasen a los ancianos, reverenciasen a los
dioses y honrasen padre y madre. Refiere Las Casas, al hablar de esta mate-
ria, que se esmeraban mucho, en que acatasen a los autores de su existencia y
les fuesen obedientes ; que no tuvieran codicia de muchos bienes ; que no adul-
terasen con mujer ajena; que no yaciesen con hembra que no fuese suya; que
no mirasen a "las jóvenes para codiciarlas, diciendo que no traspasasen um-
bral ajeno ; que en caso de andar de noche por el pueblo, llevasen lumbre en
la mano ; que siguiesen su camino derecho, que no bajasen de la senda ; que a
los ciegos no les pusiesen ofendículos para que cayesen ; a los liciados no es-
carnecieran y de los locos no se burlaran, porque todo aquello era malo; que
trabajasen y no estuvieran ociosos ; y para ésto desde niños les enseñaban
cómo habían de hacer las sementeras y cómo beneficiallas y cogellas" (2).
Se entretenían los niños en juegos guerreros y se acostumbraban desde
muy temprano al manejo del arco y de la flecha (3). El padre enseñaba al
hijo y la madre a la hija sus respectivos oficios. "Dormían los muchachos,
en Guatemala, no sólo cuando hacían su ayuno, en los portales, mas aun casi
todo el año, porque no les era permitido tratar ni saber de los negocios de los
casados, ni sabían cuándo debían casarse, hasta el tiempo que les presentaban
las mujeres, porque eran muy sujetos y obedientes a sus padres. Cuando
aquestos mancebos iban a sus casas a ver a sus padres, tenían su cuenta de
que no hablasen éstos cosa que fuese menos honesta" (4).
(1) SahagTÍn. Hist. Gen. T. TI, vág. 329 Llb. 8.
(2) Landa, Relación, pág. 178.
(3) Brasseur de Bourbourír, Hlstolre de Nat. Clve. de Amerique Central tomo II, vtíg. 5«>.
íi) Ximénez. Hist. Ind. Guat pág. 181,
— 424 —
Lo primero que de alguna utilúkid fabricaba el niño con ííhs manos, era
para los diosas a quienes se lo dedicaban (i).
Las escuelas, en Guatemala, reserv.^banlas los indios sólo para los nobles,
y a los plebeyos enseñábanles sus padres el oficio que tenían. A los niños de
las clases altas instruiaselcs en derecho, música, arte de la guerra, astronomía,
astrología, adivinación, profecía, medicina, historia, escritura pictórica, y los
demás ramos del saber, que eran conocidos de los aborígenes. Las jóvenes
aristocráticas se mantenían reclusas, a estilo oriental, y aprendían todo lo
que debía saber una señora maya (2).
Aunque los pipiles de El Salvador no eran de los más civilizados, sí tenían
muchas costumbres aztecas, como que de ellos habían provenido. Herrera
traza rasgos interesantes acerca de los pipiles, de su educación, sacerdocio,
matrimonio, sacrificios, y creencias. Adoraban la salida del sol, como que
es la aurora imagen de la esperanza, principio de la luz, origen de la vida, mo-
mento sublime, en el cual parece que despierta la naturaleza, que huyen las
.sombras y que, entre celajes de ópalo y turquesa, se anuncia el astro rey, que
después resplandece en el cielo, dora las cumbres de los montes, y va reco-
rriendo majestuosamente la bóveda azulada, derramando sus rayos de oro
sobre la faz de la tierra, para fecundarla con amor y esmaltarla de aguas que
bullen, plantas que crecen, animales que viven, y hombres, en <"'" "iw v. n
hacia lo alto, que levantan sus ojos al cielo, aspirando a lo infinii
Los quichés, lo mismo que los mayas, formaban familias por ci matri-
monio, entre la aristocracia, pero tenían, según se dijo ya, al principio de este
capítulo, la costumbre de la bigamia, esto es que a cada hombre era lícito
casarse con dos mujeres n(íbles. Kn la creación de Chay-Abah, se c(#isigna
expresamente que se dieron dos hembras a cada varón. Se cree que la biga-
mia era consecuencia de la idea que profesaban de que el hombre está formado
para tener más de una mujer, ya que de otro modo, durante las periódicas
enfermedades de una, mientras el tiempo del embarazo y del parto, y en
otras varias ocasiones, no sólo carecería de esposa el varón, sino que sería
infecundo el trato que con ella tuviera. En todos los pueblos antiguos, hasta
entre los hebreos, que tanta cultura habían alcanzado y que se denominaban
escogidos del Señor, estuvo la poligamia autorizada, como que era sin duda
un medio de cumplir más presto con el precepto de "crcscitc ct multiplicami-
ni, et replete terram." No es raro, pues, que en el Lacandón, como lo explica
Chavero, exista todavía la poligamia, como institución de aquellos indios, que
tienen siempre dos mujeres legítimas, según puede verse en el tomo i? de
"México a través de los Siglos," en un curioso grabado que representa al jefe
de una familia, con sus dos esposas, teniendo todos mucho del aspecto árabe,
(1) Las Casas. Hlst. Apol. Capítulo 17f>.
(2) Brasseur de BowrbourR. pist- Nat. Clv. tomo II, páe. «1,
— 425 —
Cuando venía al mundo un niño, poníanle en la cabeza, sobre el pelo y al
centro, una cuenta blanca, y pendiente <ft' un hilo colgado de la cintura, una
concha para cubrir las partes pudendas ; utensilios que no se le quitaban hasta
que era nubil. Llamábase la ceremonia nacer de nuevo, y la fiesta emqú,
bajada del dios. En un tablero de estuco de las ruinas de Palenque se encuen-
tra figurada aquella ceremonia religiosa. Y ciertamente que es vida nueva
la de la pubertad, época en que germinan amores e ilusiones, la fuerza que
fecunda, la semilla que reproduce, la sangre que bulle como la savia en las
flores frescas.
En la casta sacerdotal estaba depositado el saber, pues era ella la que
escribía los libros y se encargaba de la enseñanza, formaba la cronología,
arreglaba el calendario, llevaba el ritual de las ceremonias, practicaba el arte
adivinatorio, decía los horóscopos y las profecías, ejercía la medicina, guar-
daba la historia, conocía las antigüedades, la escritura y las matemáticas.
El sumo sacerdote llevaba largos los cabellos, salpicados de sangre de las
víctimas ; túnica blanca de algodón, sandalias lujosas, y un cuchillo de jalde
al cinto. Cuando elevaba oraciones a Gucumatz se ponía una mitra en señal
de autoridad.
La escritura maya-quiché era la más importante, sin parecerse a ninguna
otra conocida, en forma calcuHforme o sea de cuadros pequeños. Algunos la
llaman katuniforme, por la relación que guarda con las piedras cronológicas
llamadas katunes. Muchos sistemas se habían inventado para interpretar sus
geroglíficos, hasta que el obispo Landa publicó una obra curiosa, en la que
explica mucho del calendario y de otros signos ; pero no lo bastante para leer
las escrituras viejas, los códices, las piedras con leyendas y las antiguas his-
torias. El famoso americanista Clarency yRau es el que más ha profundizado
en esa materia, y se ha creído que el alfabeto de Landa fué una falsificación
muy ingeniosa de los misioneros españoles, para ayudar a los indios a apren-
der el catecismo cristiano, por medio de una escritura pictórica, análoga a la
que habían tenido en anteriores tiempos.
Acaso no usaron los quichés alfabeto propiamente, ya que los geroglíficos
en número de mil quinientos, son signos ideográficos, como sucedió con el
chino. En la frontera de Honduras encontróse una piedra esculpida por sus
dos caras, en una de ellas con signos semejantes a los palenkanos, y en la
otra, con la imagen de un dios de gran mitra, con muchos adornos, algunas
cruces de aspas, un ex, sus sandalias y el cetro con llamas ; todo lo cual indica
que representa al astro del día, cual divinidad creadora. Los geroglíficos de
esa piedra, como otros muchos de los quichés, denotan su semejanza con los
primitivos mayas, los de la cruz y del sol, en las ruinas famosas de Palenque.
Entre los quichés, cakchiqueles y tzutugiles formaban las danzas parte
de la ceremonia del culto, y en las que no eran deshonestas participaban los
— 426 —
nobles ; pero por lo común fueron los indios muy dados a bailes grotescos y
libidinosos, que las leyes españolas trataron de extirpar. La danza principal
de los pobladores de Guatemala era el Toncontín. Se reunían por lo menos
cuarenta indios, con trajes blancos, adornados de plumas y llevando un casco
en la cabeza. Para guardar el compás, usaban un instrumento hueco, hecl-
con el tronco de un árbol, suave y reluciente, con dos o tres grandes hendedu-
ras, por arriba, y agujeros en las extremidades, llamado Tepanabad. El mú-
sico golpeaba sobre tal instrumento, con dos palos terminados en bolas de
hule (caucho) o trapo. Además bailan zarabandas y danzas de moros y cris-
tianos, que los españoles les enseñaron, así como farsas de la muerte de San
Juan Bautista, que acompañan con tamborcillos y pitos. Fuentes y Guzmán
refiere que nuestros indios eran muy dados al baile que denominaban el
Oxtún. Hacíanlo al son de cuernos, caracoles y otros instrumentos sonoros,
preparándose con bebidas excitantes. Durante la danza, érales lícito apode-
rarse de las hembras. Los naturales de Alotenango ofrecieron mil pesos de
tributo al capitán general don Martin Carlos de Meneos, a fin de que les diera
licencia de bailar el Oxtún. No se los concedió, sino que les impuso un cas-
tigo de veinticinco azotes a cada uno de los solicitantes.
Entre los indios de Guatemala todavía se conserva el baile histórico que
llaman del Tún (Xahob Tun) y que más bien es un drama tradicional, cuyo
argumento se remonta al siglo XII, al decir del abate Brasseur de Bourbourg,
quien siendo cura de Rabinal, lo vio representar, y llamóle la atención tanto
por el asunto, como por lo vivo de los movimientos y apropiado de la músi-
ca (i). La danza de los huehuechos se hacía imitando unas viejas, con trajes
especiales, como aparece en el documento que publicó Brinton, y que fué en-
contrado en Nicaragua. Era aquello una especie de baile-comedia, que di-
vertía mucho a los aborígenes. En algunas plazas había templo destinado a
las representaciones teatrales, que más eran farsas que otra cosa. F.1 Padre
Acosta refiere algunas de ellas, como la consagrada a Quezalcoatl.
La poesía popular de los indios cakchiqueles y quichés debe de haber gido
inspirada en la naturaleza exuberante del suelo americano. Los cantos nati-
vos se perdieron casi todos con la conquista. La poesía, alborada de la vida,
es el postrer suspiro de la existencia. Sábese que los reyes tenían sus can-
tores y poetas, que componían poemas de sus hazañas y grandezas. Hubo
bardos que hicieron cantares religiosos, en alabanza de sus dioses, y que
guardaban la tradición histórica. Esos vates vivían en los templos, con el
nombre de cuycapicque; y eran, según refieren los cronistas, alambicados,
metafísicos y llenos de sentenciosos adagios. De carácter melancólico, por
lo general, se buscaba en la poesía quiche, más que el ritmo, lo espontáneo del
(1) Hist. des NatioDS Civ. da Mexlaue et de la Ameiique Céntrale .
— 427 —
sentimiento. Notas armoniosas, pero tristes, como el eco de los pueblos orien-
tales, cual la repercusión de un pasado glorioso, pero decaído, como el augurio
de hecatombe sombría,, de esclavitud aterradora.
El profesor Brinton, presidente de la Sociedad de Numismáticos y Anti-
cuarios de Filadelfia, inauguró las sesiones del año 1887, leyendo un extenso
e interesante discurso, intitulado "American Aboriginal Poetry," que es, sin
duda lo más completo que se ha escrito acerca de la literatura de los antiguos
l)obladores de este continente. Cuando hablo, dice, de la poesía de aquellas
tribus, debe entenderse que por esa palabra no significo, como se hace en
nuestros tiempos, una composición en renglones cortos o medidos, llevando
cierta asonancia o consonancia. La rima es invención relativamente mo-
derna. Los poetas españoles, tanto como de la rima, se valen de una asonan-
cia vocálica tan delicada que un oído extranjero apenas alcanza a percibir (i).
En las lenguas indias que yo he examinado, estudiando su poesía, he podido
encontrar un dialecto poético especial, o sea una forma distinta de la expresión
común y natural, una fraseología consagrada a las divinidades, como lo dijo
el noble y antiguo vate Spencer, "Los guías de los dioses." En México y en
la América Central, en medio de aquellas encantadoras escenas de perpetua
primavera, el tono -de la mayor parte de sus cantos es triste y plañidero.
Cuando aparecen satíricos o humorísticos, son amargos y enfermizos, un
Schadenfreude, que bien lejos está de la alegría juguetona y picaresca. El
Dr. Berendt. que empleó dieciocho años en el estudio de las lenguas de
Centro-América, ha llamado la atención a la gran profusión de palabras de
dolor y de tristeza, de sufrimiento y pena comparadas con las voces de con-
tento, alegría y felicidad."
Uno de los géneros de poesía más común entre los aborígenes de Amé-
rica era el profético o vaticinador, como que la poesía en su origen, y en pue-
blos primitivos, se remonta a la leyenda, al mito, a lo divino. El oráculo de
Belfos, las Sibilas del Capitolio, los Videntes Hebreos, usaban de poético
lenguaje. El esfuerzo para descorrer el velo del porvenir es uno de los más
naturales del género humano, y la fe en su posibilidad es universal. En la
antigua América encontramos adivinos, profetas, videntes, poetas y sacerdo-
tes, que lo abarcan todo. Moctezuma, en su primera entrevista con Cortés.
dijo al guerrero hispano que la llegada de un conquistador blanco y barbado
que procedía del Este, había sido predicha por los agoreros y videntes. Pm-
fecías semejantes existieron en el Perú-, en Yucatán y entre los quichés. Mr.
Brinton cita una composición maya, escrita en 1469. que lleva por título "La
profecía de Pech, sacerdote de Chichén-Itzá," en la cual se dice que han sido
cuatro las edades principales del mundo, y que acercándose para ellos el fin de
la última, vendrá un gran señor, ante el cual todos caerán postrados.
(1) Pág. 19 y 22 del "Report oftheproceedings" de dicha sociedad.
—428 —
Tienen los quichés una leyenda acerca del origen del maíz, precioso gra
no, base de su alimentación. El zorro (yac) el chacal (Uttiú) el ])apagall >
(kel) y el cuervo (hoh) guardaban los jardines de Pan Paxil y Pan Cayalá, \
como en ellos brotara el maíz blanco y el maíz amarillo, fueron a avisarles a
los habitantes y a enseñarles el camino. De aquel lugar escogido por la na
turaleza, salió primeramente el grano que sostiene la vida del indio (i ). Mu
chas veces constituía la danza una ritualidad del culto. Según era la fiesta
de los dioses, así se disfrazaban los danzantes de monos, papagallos, tigres u
• otros animales.
Tenían juegos públicos, como el de la pelota y el volador. 'Este era un
palo alto y grueso, levantado en medio de la plaza ; en la parte superior llevaba
una i)ieza cilindrica movible, de la cual salían cuatro largas y fuertes sogas y
pasaban por unos agujeros hechos en un bastidor cuadrado, puesto cerca (k-
la extremidad del madero. Los jugadores trepaban por el palo, muy adorna
dos con flores e instrumentos músicos y bailaban o decían gracias desdi
el bastidor, colocándose uno en la altísima extremidad del madero, y mientras
se deslizaban por las cuerdas, cuatro hombres vestidos de pájaros o monos >
suspendidos de las sogas, daban vueltas por los aires produciendo, con su peso.
la rotación de toda la máquina. Poco a' poco se iban dvsarrollan(k) las cucr
das con los voladores. En un manuscrito que se conserva en la Biblioteca (!(
la Academia de la Historia de Madrid, redactado por Boturini, se describe rl
juego del volador, que tenía significación cronológica: los cuatro voladores
representaban los cuatro símbolos de los años, y con las trece vueltas de cada
uno, formaban los cuatro tlalpilli del ciclo de cincuenta y dos años. Refien
Remesal que uno de los señores de la Nueva Ciudad de los Caballeros de Gua-
temala, envió un buen mapa de ella a España, y además las descripciones di
los bailes y juegos del volador. Del mapa poseemos una copia con la cjuc n(.s
obsequió el Director de dicho archivo. En el poema de Landivar "Rusticatio
Mexicana" se describe, en los lindos versos latinos, el juego de el Volador.
Tenían los indios otro juego semejante al de las damas, en el cual usaban
piedrecitas negras y blancas. Había también el llamado de Patolli, análogf)
al de los dados, y se jugaba con frijoles pintados de puntos, sobre una estera <>
petatl. Gustaban los indios de luchas y carreras, bailaban en zancos, y eran
muy dados a cacerías y ejercicios gimnásticos. Clavígero, Torquemada v
Fuentes hablan del juego del Palo. Respecto de la pelota, es sabido que los
méxica, los quichés y otros aborígenas, la jugaban con frecuencia, habiendo
sitios especiales a propósito para el caso. En Cabildo de 28 de mayo de 1529,
se concedieron en Guatemala unos solares, que se dijo lindaban con la plaza
o alameda de la pelota.
(1) Precisamente en Guatemala, es en donde se da el Euchlcena luxurians, planta silvestre do la cual
el zea maíz es variedad, por cultivo. Brinton, Annais Cakchiquels.
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Por Tecpán Atitlán, por Matagalpa y otros sitios del istmo, había indios
tan hábiles en el tiro de la flecha, que hacían una rueda, y a la voz de mando
arrojaban una mazorca de maíz al aire, y disparaban con tanta prontitud, arte
y tino, que no la dejaban caer hasta que no le quedaba un solo grano.. «
Fuentes y Guzmán describe el juego del Palo, que un indio movía con los
pies, acostándose de espaldas sobre el petatl, y arrojando el madero y bailán-
dolo con gran habilidad suya y diversión del público (i). Otra diversión
popular de los indios de Guaternala era la llamada del Volcán. Simulaban
un monte de yerbas, construido con maderas, y lleno de pericos, guacamayas,
monos, pizotes y hsta algunos tigres. En seguida, hacían simulacros guerre-
ros, alusivos a la batalla de Sinacán y Sequechul, contra don Pedro de Alvara-
do, allá por el año 1526, quien tomó prisioneros a los reyes y redújolos a la
cautividad.
Entre las costumbres de los indios había muchas vergonzosas y degra-
dantes, que nuestro cronista Bernal Díaz del Castillo decribe menudamente,
con su genial ingenuidad, pero en términos tan claros, por no decir sucios, que
el doctor Jourdanet, que tradujo al francés la obra del soldado historiador,
creyó que sólo en latín podía verter el pasaje aludido. La prostitución cundió
mucho entre aquellos pueblos, que tenían costumbres y torpedades acaso
más libidinosas que las de los antiguos asirios y egipcios. Los vicios de Pom-
peya y Herculano, las aberraciones de Sodoma y Gomorra, abundaban en
América (2).
Cuando tomaba posesión el nuevo monarca, entre los quichés, era llevado
en un palanquín, en hombros de los nobles, y después de las ceremonias, había
grandes comidas y borracheras. Sentaban al electo en una estera muy pin-
tada, y luego lo conducían al trono, bajo cuatro canopíes de riquísimas plumas.
"No se diferenciaba el rey de Guatemala o de Utatlán de los otros en el traje,
sino en que él traía horadadas las orejas y las narices, llevando aretes, que se
tenían por grandeza (3).
García, en su obra sobre el origen de los indios, enseña lo que muchos
cronistas repiten, sobre que en Nicaragua no había reyes indios, sino que cada
año elegían los sacerdotes dos capitanes o gobernadores llamados huehues,
hombres viejos.
En lo social y en lo material fué muy notable esta región del Sur, por
donde se explayó la civilización quiche. Podría llamarse el Egipto america-
no. Las pirámides, los templos grandiosos, las bóvedas triangulares, los
arcos formados de pilastras, las aperturas ojivales, los nichos estatuarios, las
(1) Recordación Florida, tomo II. pág. 149.
(2) Historia de la Conauista de Nueva España, capítulo 208.
(3) Xlménez, Hist. Ind. Guat. págs. 196, 197.
— 430 —
paredes de piedra labrada artísticamente, las torres, los puentes, los estucos
soberbios, las primorosas obras de ornamentación, las grecas orientales, los
medallones circulares en granito, las pinturas análogas a las egipcias, los
arquitrabes, las figuras fantásticas, los tableros primorosos; en una palabra,
aquella regularidad y elegante sencillez, que distingue la ornamentación y
arquitectura quiche, de la lujosa complicación de los mayas, que ct)mo hemos
dicho antes, mezclaban confusamente gre<;^, mosaicos y otros adornos, nos
sugiere la idea de que la cultura antigua, distinta de la de México, fuese refi*
nándose hasta llegar a un punto que causa admiración a los anticuarios, que
han hecho profundos estudi<»^ de aquella fase histórica de una raza notabili-
sima, que alcanzó gran pros|Mrridad y grandeza, extendiendo la vida y la civi-
lización desde las márgenes del rio Usumacinta hasta Iximchc. hasta Zakloh-
pakab, en las orillas del mar. y hasta el golfo, en muchísimas ciudades, que
llegaban al istmo, y cuya inílurncia e itlioma |Mrnrtraron hasta el ICcuador,
romo puede verse en la historia escrita |M»r el (»bis|M> Suárez. en extremo in-
csante. El Usumacinta es el Nilo americano.
Muchísimo tiem|K> después de la conquista española. |>er»i.-i >us
costumbres, tradiciones y rito*, sin extraña influencia, un gran pueblo com-
puesto de varias tribus, en el territorio que está enlrc la península maya de
Yucatán y los antiguos quichés. I.os itiaca. pctcnca, lacandones, chaqués,
mopanes. cheles, chinamitas. caboxct. uchines. ojoyca. tirampict, etc., ocupa-
ban aquellas bclli!»uuas comarcas. Kn la región que con los quichés confi-
naba, por el lado de Ainoittón, enctmtrarun los españoles tantos venados man-
sos cuando Cortés hizo viaje a las Ilibueras, que les llamó la atención, hasU
que supieron que los indios no los mataban, por tenerlos como animales
sagrados. Los indígenas de esa región se llamaban maaatccas. lo cual indicn
qtte su dios principal era el venado.
El Peten es fecunda tierra, con planicies {laradisiacas, llamadas a prestar
iiquezas a faenas agricolas. que harán surgir, por aquellos lugares solitarioH.
ciudades populosas. Afienas quetla |M>r ahí memoria de pueblos anti(|uisi
mos, que desaparecieron \tor irru|>ciones de otras tribus, que tam|ioco existen
ya. Acaso no está muy remota la éfM»ca en que el Peten, casi desconocido,
resurja a la vida huiíiana, formándose |>oblaciones modernas.
Los cakchiqueles. como los aztecas y los nuiyas, fueron muy dados a eflifi
car templos, palacios de piedra, pirámides, etc. En lo que hoy vemos, erigid' •
de los antiguos, reconocemos sus máquinas soberbias, decía Fuentes y Guz.
man (Recordación Florida, Lib. II. Cap. I). Don Pedro de Al varado y Bemal
Díaz del Castillo hablan de ellos como de admirables obreros, que levantaron
"esta ciudad bien obrada y fuerte a maravilla.'* (Reí. de P. de AK arado, tn
Bib. de Aut. Españoles, Tomo XXII, Pág. 459)-
— 431 —
Los quichés decían ser ellos hijos de la seiba (mox) como que lo espléndi-
do de aquel árbol, de ancha copa, fino follaje y altura sorprendente, que tarda
siglos en desarrollarse, perdura, se multiplica y se extiende con arrogante
magnificencia y se puede comparar con el pueblo numeroso que se desparramó
por tierras bellas y fértiles, llenando con sus tradiciones el Popol-Vuh, y con
su historia las páginas más hermosas de los fastos centroamericanos, en remo-
tísimos tiempos, antes de que decaerá aquella cultura tan interesante como
la de Egipto y Babilonia.
Los jabalíes, las liebres, los venados, el tepescuintle, los faisanes, las tór-
tolas, y otras muchas aves, servían de alimento a aquellos aborígenes, junto
con peces, mariscos y tortugas hermosísimas, siendo de advertir qu.e sola-
mente la clase noble se regalaba en el comer, quedando la plebe sujeta, por lo
común, al frijul, maíz y chile. El cacao les proporcionaba riquezas y bebidas
muy variadas. El algodón, el maguey y las pieles, servíanles para confeccio-
nar trajes, que bordaban a veces con plumas o hilos de vivos colores. El
henequén dábales material para hacer cordajes o lazos, como vulgarmente
les llaman. El tabaco lo fumaban en torzales y en pipas.
Conservaban los quichés la tradición de un pueblo de gigantes — quina-
metzín, — que acaso fueron los otomíes, dados a la embriaguez y harto crueles.
Sabían extraer el rico licor octli, pulque, del maguey, del que ellos llamaban
metí, de donde viene el nombre de los mecas, que fueron los habitantes de la
región del pulque. Chichiraecas eran todas las tribus, no se sabe si porque
su primer jefe era Chichimecatl, o porque chichi quiere decir perros y mecas
borrachos; es decir perros viciosos.
Aunque generalmente no se acepte la existencia de un pueblo de gigantes,
figuran tanto en las tradiciones y se encuentran sepulcros o nichos tan gran-
des entre las antiguas ruinas, que algunos creen que existieron en remotas
edades. Que ha habido uno que otro hombre muy alto y corpulento, como
Goliat entre los filisteos y Salmerón entre los chapanecos, no puede revocarse
a duda ; pero que sea cierta la tradición del pueblo de gigantes del río Palous-
se (i) y lo que cuenta el obispo García Peláez de las ciudades de los indios
de Centro-.^mérica en que eran tan comunes los gigantes, es un punto que
no está bien dilucidado. No faltan algunos escritores, como Le Plongeon,
que asegura que en Yucatán hubo una ciudad de pigmeos y otra de gigantes,
deduciéndolo de lo poco elevado de los edificios de la Isla que llamaban de
Mujeres, y de lo muy alto de otras viviendas, en la sección del interior de la
península. Ello es lo cierto que los indios del Ecuador y los mayas tuvieron
(1) Bancroft. Native Races, volume III, pág-. 94,
entre sus tradiciones la del pueblo de los gig^antes, (i) y to<lavía tiene Uxmal
la Casa del Enano, tan j»C«!iiíAn V KÍ.-M tnlli.in .ni.^ i.ir..,-.> nuri rni-, .K>
China (2).
Todas esas ruinas Sí)n cnni»» un ni>rn <ic ¡>u(ir;i, un iii>ro roí.», cuyas Unjas
están en la maraña del monte. Ahí quedan las columnas, las estatuas, los ge-
mglificos, la historia de pueblos que construyeron castillos, palacios, templos,
túneles y ciudades, entre |>omes blancas que son acaso las cenizas de las vír-
genes hermosas, que sacrificaban a sus* divinidades, sonriendo y cantando,
como morían |K)r el dios hebreo en el Circo de Roma las doncellas cristianas :
como moría por el dios ep|>cio, coronada de flores y seguida por el pueblo, la
joven m.ís gentil, sacrificada al Nilo. ¿Dónde están los que trabajaron los
bajo-telieves de Santa Lucía? ¿Qué se hicieron a(|Ucllos que en el ralcn<|ue,
en Copan, y en otras hieráticas ciudades dejaron esculpidos los fastos de
su historia? Ixís unos destruyeron a los otros. Kn guerras intestinas se
hallaban cuando vino el hombre pálido y puso desolación en toda la tierra y
lui grito de agonía resonó en las tristes playas de los mares. Hasta la histo-
ria, en la pluma de los vencedores, fué por el fanatismo y el deseo de sincerar
las crueldades, una sangrienta ironía. I^ voz humana del Padre Las Casas,
parecíales la queja despreciable de un loco, y los anhelos de justicia del religio-
so sonaban agriamente en los oídos del encomendero. Mas tarde, oyó el indio
un grito <le independencia, sin comprender U» que pasaba y sin mejorar de
condición. Ahí van los restos del naufragio ; aún luchan por vivir los descen-
dientes puros del quiche, del cakrhif|uel, del quekchí. Tienen las mismas
costumbres que en remotísimos tiempos tuvieron, y el soberbio quetzal, de
larga cauda, que a la luz brilla, con joyas tomasola<las, huyó a los tristes
montes, a los l>osques solitarios, en donde se oculta el cazador, que le persi-
gue enamorado de sus plumas de esmeralda, rubíes y topacios. ¡ Poema som-
brií» y sublinu* cl <|ur presenta la historia amrricati.'i !
(I> M«xl«o«tnirfN<lelaiSUrkM.tnniol. (•
CAPITULO XVI
CIVILIZACIÓN E INDUMENTARIA DE LOS ABORIGÉNES
DE CENTRO-AMÉRICA.
PRINCIPALES PUEBLOS DE GUATEMALA
Desde Yucatán hacia el Centro de América hubo ciudades antiquísimas, supe-
riores a la civilización azteca o mexicana. — No se puede fijar el ciclo del período
original del imperio maya, ni el de su esparcimiento. — Aún no están descifrados
muchos de los documentos que quedan en códices y en piedra. — Admirable pro-
greso descubierto por americanistas, como Baldwin, Charencey, Goodman, Mauds-
lay, Brinton y otros. — Cultura sorprendente de la nación quiche. — Grandes y nu-
merosas ciudades que refiere Díaz del Castillo haber encontrado por estos lugares.
— Ruinas que quedan. — La civilización indígena de América se encontraba en un
atraso de miles de años respecto de los conquistadores. — Descripción de la vida de
los quichés. — Cómo era la capital. — Vestidos que usaban. — Comercio que tenían.
— Príncipes. — Guerreros. — Quienes introdujeron entre ellos las artes. — Oficios
que conocían. — Trajes diferentes de cada pueblo. — La tortilla, el COMAL, los
TAPEXCOS, las bebidas embriagantes. — Han sido y son refractarios a toda in-
novación. — No se separan DEL COSTUMBRE. — Grandes construcciones. —
Ciudades notables. — La Casa de Las Monjas. — La Casa del Enano. — La Man-
sión del Adivino. — Antes que en Babilonia y Nínive hubiese gran adelanto, lo ha-
bía mayor en las costas atlánticas del Norte de Guatemala. — Cómo veían los espa-
ñoles a los indios. — Se perdieron los secretos de sus artes. — El algodón, las pie-
dras preciosas, los vestidos del pontífice, de los principales, y de las capitanas. •—
Exposición que se hizo, aquí en Guatemala, de los tipos, vestidos, instrumentos mú-
sicos, etc., de los indios. — Interesante procesión de ellos, verificada con motivo del
Centenario de Colón. — Estado en que se encuentran los aborígenes. — El pueblo
de Jocotenango. — La histórica seiba. — Transformaciones de ese sitio de la capital.
— El pueblo de Mixco. — Los pueblos principales que quedan en Guatemala con
sólo aborígenes. — Motivos que han causado su disminución. — En la república de
El Salvador son casi todos puros pipiles, pero ALADINADOS en su mayor parte.
— En Honduras y en Nicaragua existen muchos indios. — Suerte reservada a la
raza primitiva de estos países. — Expansión de otras razas, que no tuvieron ni idea-
les, ni fanatismo, sino cálculo frío y amor al MIGHTY DOLLAR.
Las importantes ruinas que, ocultas entre tupidos bosques, se encuentran
todavía por nuestro suelo, demuestran que hubo desde Yucatán, hacia el Cen-
tro de América, ciudades antiquísimas, superiores, como piensa Bancroft, (t)
en grandeza y magnificencia a la civilización azteca o mexicana. Aquellas
viejas ciudades estaban abandonadas, y fueron poco conocidas al tiempo de
(1) Tomo II, páer. 116.
— 434 —
la conquista. Los despojos que quedan demuestran que, en época muy remo-
ta, hubo en todo el país grandes poblaciones, bastante cultas, e íntimamente
unidas en costumbres y hábitos, ya que no por la sangre o el leng^iaje.
No se puede fijar el ciclo original del imperio maya, ni el de su caída o
esparcimiento fragmentario, merced a guerras civiles o luchas extranjeras :
pcH) es dable presumir que de las naciones de este continente era la de mayor
adelanto, desde sus tiemiHis prehistóricos, durante la teocracia de los Zamná,
hasta que apareció la nación quiche, cuya lengua y construcciones arquitec-
tónicas tienen sello peculiar de elegancia y sencillez. Un antiquísimo manus-
crito maya fija la fecha de la aparición de Tutul Xius en la península de
Yucatán, que parece ser 171 años después de la era cristiana; y de ahí deduce
el abate Brasseur de Rourbnurg que esa fué la dispersión nahoa y el estableci-
miento de otros reinos. Yucatán se encontraba ocupado por mciyas en el siglo
XVI, ahora cocomes, tutules. xius, itza» y cheles; pero los quichés de Guate-
mala ya tenían, y habían tenido, cultura autóctona, sin cronología cierta y con
tradiciones vagas, acaso provenientes de los mismos mayas. Deben de haber
sido más notables la civilización y la riqueza antiguas de los primeros quichés
que las que los españoles encontraron, sin dejar de ser estas muy sorpren-
dentes
Los monumentos í|ue quedan en códices y en piedras, no alcanzan sino a
descifrar ciertas cronologías, calendarios o fechas; pero no tradiciones o ideas
históricas, religiosas o filosófica.s, que sólo se desprenden del Popol-Vuh, único
díKTumcnto mitológico, bíblico y genealógico de suma importancia. I^s más
célebres anticuarios hoy, Charencey, (ítMnlman. Baldwin, Maudslay y Brintfm,
han encontrado en las ruinas, altares, monolitos y demás restos de Copan y
Kiriguá, datos astronómicos de una é|)oca durante la cual florecieron aquellos
lugares (i) y íjuc indudablemente superó a la cultura ulterior, que vinieron a
hallar los españoles. F.sos célebres americanistas, han descubierto en la na-
ción quiche admirable pnigre.so. Ahí los dioses del I*opol-Vuh pasan por el
viento echando semillas de pueblos sobre la tierra: hubo ha/añas de gigantes
que domeñaron a las fieras: robos de princesas que hicieron pelear a Ií»s abo-
rígenes hasta la muerte; reyes que mandaron matar a sus hijos |K)r infracto-
res de los preceptos sagrados: oradores que se alzaron llorando, como Xico-
tencal, a rogar a su pueblo que no dejase entrar al español, cual se levantó
Demóstenes a pedir a los griegos que no dejasen entrar a Filf^; y aquel
mismo príncipe indiano quiso al fin, después de la irremediable hecatombe,
entregar sus nobles hijas al c(»n<|uistador, para que, como las Sabinas, origen
de la estirpe de Roma, fuesen ellas las iniciadoras de la raza amtri(o-hisf>ana.
(1 ) liiulutría Centren Americana. Lcmdon, IfW.-The capiUI clty orCachiquel», b|r Daniel O. Brinton
— 435 —
Hubo monarcas grandes, que imitando a Hunahpú, no sólo levantaron pala-
cios, sino que, con alma de padres, hicieron justicia al pueblo quiche. Her-
mosas jóvenes se sacrificaban a los dioses invisibles del cielo, lo mismo que en
Grecia, cuando eran tantos los sacrificios, que no fué necesario hacer altar
para la nueva ceremonia, por que el montón de cenizas de la última quema,
resultaba tan alto que podían tender allí a las víctimas los sacrificadores ; hubo
holocausto de hombres, como el del hebreo Abraham, que estuvo decidido a
matar a su hijo Isaac, para complacer a Jehová ; viéronse sacrificados en masa,
como los ejecutados en la plaza mayor, delante de los obispos y del rey de
España, cuando el Santo Oficio quemaba a los hombres vivos. Los aborí-
genes de América tuvieron superstición e ignorancia, como todas las naciones
antiguas ; pero tiempo hubo en que su cultura fué superior a la de Tebas y
Nínive (i). El fanatismo de los budhas.es el mismo de los mayas. La pro-
lijidad de talladuras y adornos en sus templos denota civilizaciones análogas.
Bernal Díaz del Castillo refiere, con la ingenuidad que le era peculiar, que
cuando llegó con los demás conquistadores a nuestro suelo, encontraron
"numerosísimas y grandes ciudades, al puto que, hablando con don Pedro de
Alvarado decíanle, alegres y satisfechos, que no era el caso de echar de menos
a México, con lo que acababan de descubrir (2).
Las ruinas que hemos descrito de Utatlán, capital del Quiche, de Copan
en Honduras, las interesantísimas de Palenke, las que se hallan en las már-
genes del Motagua. las famosas de Kiriguá, las de Piedras Negras, con sus
altares pirámides y estatuas, los despojos ciclópeos del Carrizal, las fortifica-
ciones de Mixco, los acueductos del Rosario, los restos de Tecpán Guatemala,
los escombros e ídolos de Rabinal, las antigüedades de Cotzumalguapa, la
fábrica admirable del subterráneo de Pochuta, de nueve leguas de largo ; en
suma, todos esos monumentos que el tiempo no ha acabado de destruir, dan
idea de las gentes que poblaron nuestro suelo, antes del descubrimiento de
América (3).
Las naciones civilizadas que hallaron los españoles, no estaban ya, a pesar
de todo, a la altura de los pueblos europeos. Tenían una cultura relativa e
interesante, inferior a la que antes tuvieron, y que se encontraba en un atraso
de miles de años respecto de los conquistadores. Estaban en la edad del bron-
ce, sin llegar a la del hierro. Al hallarse frente a frente ambas civilizaciones,
chocaban entre sí dos edades distintas, dos conciencias populares opuestas,
dos historias que se pierden por rumbos diversos, en la obscuridad de los
tiempos primitivos.
(1) José Martí— La Edad de Oro.— Las Ruinas Indias.— Páff. 106.
(2) Folio 164 del manuscrito original, nue está en la Municipalidad de Guatemala.
(3) Brasseur de Bourbourp, HJst. des Natlons civllisées du Mexlque et del' AmerÍQue Céntrale.
— 436—
Si con mirada atenta contemplamos los utensilios de barro y de piedra,
que usaban los indios y que hoy se encuentran como reliquias en los museos
de Europa y de los Estados Unidos, comprenderemos que prevalecía entre
ellos una cultura antiquísima, dig^na de estudiarse. Si ha habido un comunis-
mo teocrático caracterizado perfectamente, fué en estos p.ueblos, en donde en
la distribución que los indios hacían del calpul, tocaba más extenso terreno
al que tenía más hijos, y en que, parte de las cosechas entraba en los graneros
públicos para socorrer al pueblo en tiempo de escasez ; en donde los hombres
y las mujeres se casaban al alcanzar la pubertad ; todos se vestían del mismo
modo ; todos trabajaban y a nadie le faltó el sustento y la manera de satisfa-
cer las necesidades peculiares de la naturaleza humana. Las mujeres hacían
los oficios domésticos y sabían hilar, mientras que los hombres tegían los
lienzos y urdían las mantas. Aún existen pueblos en Guatemala que son no-
tables por las telas que fabrican. Los macehuales tenían muebles toscos y
poca comodidad en sus viviendas, mientras que los grandes usaban pieles
pintadas, buenos baños, pajareras, peces dorados en vasijas de mármol, joyas
preciosas, espejos de piedra bruñida, plumas vistosas, ídolos de oro y ricos
vestuarios.
El palacio del quiche era espléndido, con vigas talladas en el techo, co-
hminas de pórfido, primorosas escaleras, muros tapizados de grecas, gigantes
de piedra en medio de las puertas, casas de pájaros cantores y de plumaje
brillante, jaulas de fieras, lechos de mullida pluma, despensas y graneros ane-
xos, túneles, arcos y otras mil cosas que llamaban la atención de los españoles.
Había pintores, estatuarios, plateros, arípiitectos, herbolarios, etc. En los
mercados públicos se vendían géneros, frutas, flores, jarros y artículos de
cerámica, plumas, pájaros, hortalizas, granos, y cuanto necesitaba aquella
gente sencilla y feliz. Su comercio era terrestre y reducido al cacao, tejidos
de algodón y plumas, cochinilla, copal, ámbar, oro, plata, cobre, estaño, maíz
y otros cereales, tabaco, achiote, plantas medicinales, pieles y frutas. Aunque
la moneda era imperfecta, servía para sus cambios y permutas. Se valían de
cañones transparentes de plumas llenas de polvo de oro, tejuelos de cobre y
estaño cortados en figura de T, plumas, mantas de algodón y granos de cacao,
(jue se contaban por xiquipilli con ocho mil almendras. Había contratación
libre y tenía alguna importancia. Sabían calcular hasta con cifras altísimas
de muchos millones.
Vestían los nobles ricamente, llevando tilmas o mantas sobre el traje
blanco de algodón, y en la cabeza grandes turbantes de vistosos colores. Dice
Fuentes y Guzmán "que los ahaguanes ostentaban atavíos con relación a los
principales que servían ; porque aunque fué el mismo que ahora llevan los
magnates, de camiseta y álate, siempre era sobre el campo blanco de finísimo
hilo de algodón, labrado de plumería de matizados colores, con que dibujaban
— 437 —
cu las mantas las figuras que querían" (i). Reinaba animación y vida en
aquella histórica ciudad, con avenidas de árboles, buenas calles, y delicioso
clima. Iban y venian los indios, atariados en sus oficios, mientras que las
mujeres, con túnicas cortas y de distintos colores, huípiles y refajos, parecían
huacamayas bulliciosas y alegres. Pasaba un gran señor con largo manto,
adornado de plumas, y su secretario al lado, que le iba desdoblando el libro
lleno de figuras y signos. Detrás de aquel príncipe o persona principal, ve-
nían tres guerreros con cascos de madera, en forma de cabezas de serpiente,
de tigre, de lobo o de leopardo. Unos servidores del monarca se apresuraban,
llevando en rústica jaula de carrizos y cañas, aves de amarillo y negro, de
tinto y rojo, de azul y blanco, de color de oro y con cambiantes de sol. Otros
venían calle arriba, dando voces para que abriesen camino a los embajadores
que salían con el escudo atado al brazo izquierdo y la flecha de punta a la
tierra para pedir cautivos a los pueblos tributarios. O se detenían en medio
de la vía, a ver pasar a la novia, que llevaba el huípil cosido al camisón de su
esposo; o hacían comentarios sobre el entierro del guerrero que acababa de
sepultarse, con rico funeral y tremolando la bandera que decía las batallas que
ganó; y los sirvientes, que llevaban en bandejas de varios metales las cosas
de comer que eran del gusto del héroe muerto. Hubo mucho movimiento,
mucho comercio, en aquella gran ciudad cuyas ruinas nó revelan lo que fué, ni
recuerdan al aborigen la grandeza de sus antepasados. Llamaban rey tron-
chador a una idolátrica figura de la muerte, en forma burda de un esqueleto
tallado en madera, que servía para matar a golpes a los enfermos incurables,
a los ancianos valetudinarios y a los que nacían ir-~«erfectos. Tenían los
indios las mismas costumbres, en este respecto, que lo^ sirios, caldeos, y otros
antiguos pueblos de Asia.
Los toltecas, que dieron su civilización a cakchiqueles y quichés, introdu-
jeron las artes, y por eso toltecatl es lo mismo que maestro en un oficio mecá-
nico. Los artesanos e industriales cuidaban de transmitir su saber a la prole
que tenían. Los tejedores usaban el pelo más fino de liebres y otros animales,
para entretejerlo con el algodón y las plumas, resultando telas finísimas, aná-
logas a las de pura seda de los chinos. Cuenta Bernal Díaz del Castillo que a
Cortés le regalaron ricas sobre-camas, paramentos y tapicerías. Alvarado
llevó a España ropas de hombres y mujeres, de fina hechura y brillantes
colores. Tenían en bordados y adornos, la prolija destreza de las artes
orientales.
Los carpinteros conocieron el torno y trabajaban con primor. Los za-
pateros hacían sandalias o caites (cactli) de cuero y de pita, forrados de algo-
(1) Tomo I, pág.
-438-
dón para los principales, y dorados tales botines en la parte del talón. Las
pieles de los tigres se usaban en los caites finos. Ablandaban los cueros de
los ciervos, y servían para pintar jeroglíficos. Eran hábiles en la industria
de los petates y de las jicaras, xicalli, cpie labraban con jírimor y cuidado.
Hacían utensilios y adornos de m|o, plata, cobre, plomo, estaño y bronce, que
eran los metales conocidos por ellos. Usaron el cristal, la mufla, el soplete,
teniendo además un secreto para volver maleable el oro. Quedan idolillos en
que se ven las líneas de las yemas de los dedos de los fabricantes, como si se
hubieran trabajado en blanda cera. Asentaban el oro con la plata, y a los que
tal hacían llamaban tlatlaliani. Labraban piedras finas, elaboraban collares
y sonajas, amuletos y peíjucños ídolos, calaveras de cristal de roca, cuentas
del chalchihuitl (flourina), sartales de esmeraldas, que denominaban quetza-
liztli. Las ttircjuesas se de.stinaron a los dioses, y j)or eso les decían teoxihuitl.
Conocían el rubí, tlapalteoxihhuitl, y más que todas las piedras preciosas,
tenían ópalos quetzalitzepioUotli. l''l zafiro xiuhmatlalitztli resplandecía en
varias de sus joyas. El mármol aitztli y el tecali lo empleaban en collares y
lá|)i(las. Las conchas, caracoles y perlas epiollotli, así como los corales ta-
pachtli, eran muy apreciados. Sábcst^ (|uc don Pedro de Al varado llevó a
España muchas alhajas quichés y cakchiqueles.
Cada pueblo de indios tuvo, y tienen todavía, trajes diferentes en colores
y bordados, pues en cuanto a hechura poco difieren ; las mujeres llevan una
enagua envuelta, atada ccm una ancha faja en la cintura, y un huipil o cami-
solín bordado de colores, con vistosos dibujos. Todos los de un pueblo se
visten del mismo modo y con iguales colores.
Las camas o tapexcos son tarimas hechas de palos unidos unos a otros y
atados con fibras de maguey. Encima va una estera o un zarape, para evitar
la dureza. Los platos, tazas, etc., son de barro por lo común, aunque los de
los reyes y señores eran de oro y otros metales. En el centro de la choza
pajiza está la piedra de moler el maíz para hacer la tortilla, y cerca se perciben
unos guijarros, con el fuego de la leña para dar calor al comal, o sea un gran
disco de barro, de un centímetro de grueso y unos ochenta de diámetro, en el
que se cuece la masa molida para el alimento diario, en forma de tortita del-
gada con un poco de agua de cal y sal, a efecto de que resulte un nutritivo
condimento. La olla de los frijoles tampoco falta, ya que constituyen, con el
chile, la comida de los indios. Gustan de frutas y cebollas, pero rara vez co-
men carne. Con el cacao hacen diferentes bebidas, y con jocote, tamarindo,
maguey, etc., fabrican aguardientes y chichas, que conocieron desde mucho
antes de la conquista. Han sido y siempre son frugales, aunque bastante
dados a la embriaguez.
Refractarios a innovaciones, viven lo mismo que hace mil años vivían, y
no quieren separarse dcl costumbre, como ellos dicen, a lo cual se debe que en
— 439 —
los pueblos actuales, que los hay numerosos en Guatemala, se puedan estudiar
perfectamente las lenguas, razas, hábitos y cultura de los aborígenes. Aún
quedan rastros de ciclópeos trabajos que ejecutaban, como túneles de pueblo
• a pueblo (i) rios subterráneos, que hacian correr por debajo de llanuras in-
mensas (2) túmulos que se ven todavia, en donde hace más de tres mil años
tuvieron ciudades, de las cuales no quedan sino los piramidales mounds que
se miran con indiferencia, como si no fuesen persistentes restos de pejdidas
razas. Todo se ha acabado con el transcurso del tiempo. Votan mismo dejó
mucho escrito sobre el origen de los indios (3) pero Núñez de la Vega, en
^ 169 1, destruyó en Soconusco valiosos archivos de los naturales de la tierra.
MSg perdieron para siempre, por la impia mano del conquistador, los fastos con-
signados en colores, que guardaban los indios de Nicaragua, sobre pieles y
papiros, que vieron Oviedo y Herrera, y que se entregaron a las llamas, por
atribuírseles diabólicas tendencias y demoniacos propósitos.
Tres mil años antes de nuestra era ya existían en las costas del Atlántico,
aquellas ciudades, como Aké, con sus pilastras ciclópeas ; Chichén con sus
esbeltas columnas ; Uxmal con sus bóvedas, sus palacios pintados, sus con-
ventos históricos, que llaman "La Casa de las Monjas," la Mansión del Adivi-
no, la Culebra que rodea todo un gran edificio de piedra viva, y la Mansión del
Enano, que serneja un juguete chinesco o árabe; Kabah, con arcos de triunfo
más grandes que los de Roma, torres altísimas, portentosos restos de días
gloriosos para aquella raza ; Copan, la de los materiales finísimos, perfección
de líneas, pirámides con calaveras de gigantes, cinocéfalos parecidos a los que
estaban en el obelisco de Luqsor, cabezas de reyes de melancólica expresión,
sandalias egipcias, cocodrilos que recuerdan la zoiatría de los anfibios feroces :
y en fin, aquellos monolitos esculpidos en alto relieve, que dejan ver entre
primorosas combinaciones el retrato de una reina, llevando por tocado la ca-
beza de una serpiente, y lujosa faja en la cintura, de la cual pende el ex o
maxtli, que apenas cubre las esculturales formas nubiles de una mujer griega.
Los geroglíficos calculiformes son rojos, cual si recordaran la sangre de las
batallas que conmemoran. Los sacerdotes con sus cruzadas piernas, a estilo
oriental, llevan mitras riquísimas, brazaletes raros, abrazaderas en los mus-
los, y aire de compungidos egipcios. Los restos de la arquitectura admirable
y escultóricas artes revelan maravilloso adelanto.
Poderosos imperios aquellos, que antes que Babilonia y Ninive, alcanza-
ron en el Norte de nuestras costas la mayor cultura de los pueblos asiáticos,
(1) De Pochuta a Tecpán, cosa de í> legruas.— Recordación Florida, tomo I, pac. 18.
(2) A glymse at Guatemala, Maudslay.
(3) Véase a Ordóne?, aue detalla aauella destrucción.
— 440 —
que si diéramos crédito a Le Plongcon, Brasseur, Nardaillac, Stephens y
otros apasionados anticuarios. la recibieron de los nahoas. raza antiquísima y
autóctona.
Los españoles de la conquista, si eran soldados, veían a los indios como
enemigos, torpes, sanguinarios, irreducibles; si eran frailes, los consideraban
como seres imbuidos en diabólic» costumbres, análogas en algo a los ritos y
ceremonias cristianas, que según decían, fueron restos, que belzcbú guardaba
de la doctrina que Santo Tom.ís babia venido a enseAar a aquellos bárbaros,
descendientes de la tribu i>erdida de Egipto ; si el español era encomendero, no
iban tan lejos, sino que muy de cerca cxprimia al aborigen, sin pensar en tales
pamemas, propias de teólogos y licenciados : si el dominador, o mejor dicht.,
la dominadora era una doña Beatriz, doña Leonor, doña Violante, o alguna de
las doncellas que a buen precio vendía don Pedro, para las casar, como refieren
las crónicas, entonces en cada india veían no una prójima, ni mucho menos,
sino una mala nembra, que folj^aba a \nn veces con el blanco, por torpe*» y
descastados instintos.
Es en verdad lamentable .pu ;..- ...... ,.,.'.i.^dores españoles íU-....,v...í)
los monumentos. c«Klices, escrituras, geroglífícos y esculturas que hubieran
servido para damos una historia completa de nuestros abf»rígcnes. Conoce-
ríamos los m¿to<los que sus astrón«>mos empleaban para determinar el movi-
miento del sol y la extensión del año ; sabríamos cómo sus artífices labrab.in
los crístales y las piedras : cómo modelaban las figuras de oro y plata en una
sola pieza : cómo hacian los adornos de filigrana sin soldarlos : cómo aplicaban
a líis trastos <le barro aquel admirable esmalte de diversos colores, eme des
pues de muchos siglos se conserva tan fresco y brillante ; y cómo tejían sus
magníficos géneros de algfxlón, mezclado con plumas sedosas y piel de cone-
jo. Estas y otras artes de una civilización extinta son en sus procedimientos
simplemente matería de conjeturas.
Tanto en los pueblos de los Altos como en los de la Verapaz tienen can-
ciones indígenas y tradicionales. I^s de aquellos indios son de alegre v fes-
tiva música, mientras que las de éstos, llevan notas trístes, ecos melancólicos,
suspiros lanzados por hondos infortunios. Hav mucha analogía entre la mú-
sica china y la indiana de estas comarcas. Cierta monótona vaguedad, sin
altivos acentos, ni cambios rítmicos. Pueblos estacionarios, revelan en sus
cantares y orquestas el estado de sus costumbres y de su vida. La poesía
y la música transparentan el alma de las sociedades.
De algodón, plumas, oro y piedras preciosas ataviábase el monarca : crm
tilmas de colores cubríanse los príncipales: y el Pontífice, de blanca túnica,
con bordados raros y un cuchillo de jalde. Los demás indios tuvieron los mis-
mos vestidos que hov tienen en los diversos pueblos, a juzgar por las descrip-
ciones de Día/ '^'*' r-.c»:!!^ .. ^orquemada. El indiano huípil, con el refajo
comprimiendo el vientre, a guisa de higiénico corsé ; el tuntún en la cabeza, for-
mando morisco peinado, sobre el cual llevan una limpia servilleta, que hace
recordar a las mujeres caldeas y a las aldeanas milanesas ; la enagua envuelta
en la cintura, hasta la mitad de las piernas, las solteras, y hasta el tobillo las
casadas; un tapado blanco, circuido de erltajes, y el conjunto con algo de
oriental. Las capitanas de las Cofradías usan ropas vistosísimas, grandes
turbantes y bastante lujo. Los vestidos de los hombres principales, como
ellos mismos les llaman, son costosos y raros.
Fué sobremanera interesante y curiosa la exposición que se hizo aquí, en
la capital de Guatemala, de todos los tipos, trajes, utensilios, instrumentos
músicos y enseres de los indios, con motivo del centenario último del descu-
brimiento de América, De los numerosos pueblos antiguos que nos quedan,
vinieron muchísimos a festejar al inmortal descubridor, sin presumir ellos que
el descubrimiento que se celebraba fué el principio de una conquista asoladora
para las primitivas razas de este continente, ¡ Hecho estrafalario, por cierto,
que después de cuatrocientos años, numerosos indios, sin mezcla de la raza
conquistadora, hablando sus antiguas lenguas, tañendo sus primitivos tunes,
harpas y pitos, exhibiendo en pintoresco conjunto la indumentaria aborigen,
se reuniesen a saludar inconscientemente — por orden oficial del Gobierno de
la República — a los manes de Cristóbal Colón, en nombre de las razas y de los
pueblos que eran dueños de estas riquísimas regiones ! ¡ Ironías del destino !
¡ No se sabe a punto fijo dónde reposan las cenizas del inmortal Almirante,
que fué encadenado por premio de su proeza ! El conquistador ibero llenó de
sangre el Nuevo Mundo, El ocupante inglés sólo dejó sombras de muerte,
acabando con las razas que encontrara y ahuyentando a los poquísimos sobre-
vivientes cual bestias nocivas. El régimen colonial de España, permitiendo al
indio casarse con quien le pluguiese, dejó la embriogenia de américo-hispanas
repúblicas, por su idiosincrasia, e híbrida sangre por su entroncamiento. Cua-
tro siglos transcurren ya sin poderío la Madre Patria ; se hace en el mundo
entero la apoteosis del genovés ; y surgen cual de las necrópolis de los tiem-
pos, diversos tipos de las primitivas razas americanas, con sus peculiares
vestidos, con sus músicas melancólicas, con sus idiomas antiquísimos, a rendir
homenaje al descubridor,... ¡Semejante saludo nos pareció más bien una
protesta ! Diríase que del cementerio de remotas épocas, habían resucitado,
en demanda de venganza, las razas sacrificadas,
Pero ya que recordamos aquella interesante procesión, conviene saber de
qué pueblos vinieron, o lo que es lo mismo, se hace preciso reseñar siquiera
ligeramente los principales que quedan en Guatemala,
Comenzaremos por apuntar que la organización de los virreinatos y de las
capitanías generales de la América española, se basó en la preexistente ma-
nera de gobernarse que los indios tenían. Ora formaron comunismos teocrá-
— 442 —
ticos, no ya en favor del régulo, sino en pro del fraile o del encomendero; orm
el socialismo gubernativo de las tribus se explotaba por medio de los mismos
señores princtp«lct indios, en beneficio del conquistador o del cura; ora la
plebe indiana, cual rebaño de cameros, era dominada primero ¡Kir sus caci-
({ues, luego por los gobernadores. éH seguida |)or los magistrados de las Au-
'iicncias, presidentes o virreyes, mientras allá en España daban leyes los
monarcas iberos con todo el aparato del Consejo de Indias. Asi nunca hu-
Iticran los alKirigcneü podido mejorar de condición, n«> obstante los más filan-
trópicos deseos de doña Isabel la Católica y sus sucesores regios.
Después de la indefiendencia de los Kstad«»s hispano-americanos, cibe
asegurar que los indios siguieron lo mismo í|Uc antes, ya de instrumentos
de algún jefe militar afortunado, ya sirviendo de acémilas fiara conducir mer-
caderías o bagaje de guerra, ya explotados por algún zátra|>a de la canalla, de
^««os que el viento revoluci«marii> ha solido convertir en mandarínes de fac-
i«»nes, políticos 'de encrucijada, y promovedores de bcKhinches; — bien que
con el roce que han tenido los alMirigrnn» con los ladinos, muchos de a(|ucllos
salieron de su antigua condición, rn México, Centro América, el Kcuador,
Venezuela. Colombia, el Perú. Paraguay y Boltvta. en d«>nde una parte de la
fioldación civilizada es de raza indiana más o menos pura.
i:i hombre, como el diamante, se pulimenta con el roce. Inmediato a esta
capital de <¡uatcmahi hulMi un pueblo, que alcaniamos a ver cuando niños.
Era el pueblo dr jocotrnangí». que sr extendía al derredor de la altísima ceiba
que hoy se encuentra prr<»idiendo rl jardin "Estrada Cabrera," en la a vertida
de Minerva ; ahí. en donde liabia una |*ct|ueña iglesia y un Camfio Santo, con
modestas lápidas y epitafios disparatada. I'*se áriMil grande dio sombra por
muchos años a unos indios albañiles. en su mayor larte. que trabajaron en
r I linear esta ciudad, y a las mujeres que se dedicatian a servir de nodrízas en
casas de los rko». Hoy la ergui<la ceilm, es|»arce el murmullo de su follaje
entre las flores, extranjeras mucltas de ellas, que deleitan la vista de. la alta
dase social. El pueblo de Jocotenangu desa|>areció para siempre. Aquellos
indios se confundieron con los ladino», y la familia de los Cospines, que era b
principal, tendrá descendientes, |>ero se visten ya a la europea, y ni recuerdan
cuál fué su sitio solaríego. { Ah, si la orgullosa ceiba pudiese contar cuanto a
su vista ha pasado. . . . t { La ley de la evolución hizo de los jocotecos grandes
• •< y de ella misma un árbol arístocrático, que se <»stenta en medio del
El pueblo de Mixco. ese nido de indias aseadas e inteligentes, que son las
que vienen de amas de cría a«las mansiones de los ladinos, que prcidigamente
las pagan, acabará por tener los usos y costumbres de la gente culta, y con
el tiempo llegará a suceder lo que aconteció con el pueblo de Jocotenango.
— 443 —
Si se fija la vista en los indios de la Verapaz, de esa zona tan rica de la
república, que en sus nueve décimas partes está poblada por aborígenes, se
notará que tienen buena índole, y que si en algunos puntos reinan preocupa-
ciones de castas, debe atribuirse a ciertos ladinos que se han establecido en
medio de ellos, dánd(»k's malos ejemplos. "Los naturales de San Juan Cha-
melco, el pueblo más antiguo de la Alta Verapaz, hacen el comercio de loza
inglesa, que van a comi)rar a Izabal, y que llevan a la capital, al Salvador y a
otros puntos remotos, trayendo a su regreso efectos de aquellos lugares. Los
de Rabinal vienen a la capital y a Chiquimulilla, donde se abastecen de sal :
los de Cahabón traen algodón y cacao, que van expendiendo hasta Guatemala :
los sampedranos viajan por la costa E, de Verapaz, donde tienen sus milperías
y sus crianzas de cerdos, cosechan cacao y zarzaparrilla : van a las salinas de
los Nueve Cerros, al Peten, etc. Los tactiqueños, generalmente cargadores,
trafican desde Telemán y Panzós hasta Guatemala y los Altos : los indios de
San Cristóbal y Santa Cruz, venden en toda la república lazos, redes, suyaca-
les, huevos, etc. En fin, los de Cobán son algo más sedentarios ; con todo,
algunos de esos indios son nómades, y muchos de esos pueblos proveen de
brazos a las doscientas fincas de café, que cuentan con tres millones y medio
de árboles.
Poco tiempo después de su establecimiento en la Verapaz, los dominicos,
con el doble objeto de completar la educación religiosa de los indios y. de reu-
nirlos en las ciudades recién formadas, instituyeron cofradías, y he aquí el
origen del gran número de estas asociaciones religiosas.
Ocioso nos parece entrar en pormenores acerca de los gastos y varios
otros compromisos a que están sujetos todos los individuos de una cofradía ;
y son muchos los indígenas que, para evitar se les nombre mayordomos, pre-
fieren abandonar sus casas e internarse en las montañas. Es mayor del que
se piensa el número de los que se han desterrado voluntariamente (i). Hay
también que advertir, que algunos, mayordomos de cofradía, q^|||*no son muy
buenos administradores, por lo menos, tienen a veces que vender sus animales
y hasta su casa, cuando se trata de celebrar la festividad de algún santo.
Hemos dicho que algunos indios son nómades, y esto es tan exacto, que
durante la mayor parte del año, no se encuentran en el pueblo de San Pedro
Carcha (el más numeroso de la Alta Verapaz, que hoy tiene 4,5000 habitan-
tes), sino la décima parte de ellos. Casi todos viven en sus milperías, las
cuales distan hasta treinta leguas de San Pedro. Es bien sabido que los indios
de ese pueblo en la Alta Verapaz y los de Santa Catarina Ixtahuacán en los
Altos, no cesan de pedir tierras, y tratan de invadir constantemente terrenos
(1) El obligar a los indios a trabajos públicos sin retribuirles como era debido, ha sido una de las
causas de aue muchos emigren.
— 444 —
ajenos. En la fiesta titular de Carcha (29 de junio) se puede juzgar del nú-
mero de los sampedranos, porque entonces van a celebrar la fiesta del Patrón,
consumiendo en menos de seis días, dos mil quinientas arrobas de a^íuardiente
flojo, de mal gusto, entregándose a los regocijos semi-religiosos, que se re-
sienten de antiguas costumbres, a zarabandas, bailes, etc. Escogen estos
días para traer de la montaña a los niños, a fin de hacerlos bautizar: el nú-
mero de bautizmos asciende a veces a más de ciento en un sólo día ; y también
traen a los moribundos para que el padre les administre los últimos sacra-
mentos. La disminución de un pueblo que tuvo más de veinte mil almas, y el
haberse dispersado en las montañas, es sin duda un mal grave, que debiera
remediarse por medio de la predicación, de la persuasión, de la instrucción,
del establecimiento de un hospital, y de un asilo para los huérfanos y los im-
pedidos. De esta diseminación resulta evidentemente el relajamiento de las
buenas costumbres, la falta total de instrucción en los niños, y esa timidez casi
salvaje que se nota entre muchos indios, pues en los caminos reales se ve
frecuentemente a las mujeres huir de la vista de un pasajero, esconder sus
niños y ocultarse en el monte, hasta que ha desaparecido el español.
Estos pormenores tienen su significación, y por eso los refiero aquí sin
exagerar nada, y con el verdadero pesar que producen a todo aquel que abriga
simpatías por la desgraciada raza indígena.
Los trabajos públicos emprendidos en una grande escala, de algunos años
acá, en los pueblos de la V'erapaz y el mal sistema de colectar mozos braceros,
por medio de la fuerza, han ahuyentado a muchos indígenas, porque no se les
da salario ninguno. De ahí resulta que cuesta trabajo conseguir peones para
el servicio de las fincas, que muchas veces los pagados anticipadamente, según
la costumbre, por los empresarios de cafetales, están ocupados por la munici-
palidad del lugar, que no concede a las empresas toda la importancia que
tienen, y no prevé que el engrandecimiento de esos pueblos está fundado en
la protección^l|||^ dé a la agricultura.
Uno de los medios que debe contribuir, con el tiempo, a impedir la emi-
gración de los indios a las montañas, consistirá en el cultivo del trigo, que se
da en las partes frías próximas a los pueblos. Este cultivo dará a los terre-
nos un valor más grande, proporcionará a los cultivadores un punto de venta
seguro y lucrativo, y mejorando la alimentación de estos pueblos, introducirá
el bienestar poco a poco entre ellos. Al lado del trigo, se podrán cultivar las
papas, que se dan durante todo el año en la Alta \'^erapaz, y suministran un
alimento sano y nutritivo. El cacahuete, manilla o cacao de la tierra, es otro
cultivo importante, del cual pocas personas se forman una idea exacta. El
cacahuete necesita muy pocos trabajos, y produce más que cualquiera otra
clase de plantas ; las matas secas arrancadas en tiempo de la cosecha, forman
el mejor pasto que se pueda dar a los ganados ; la almendra subterránea que
— 445 —
se saca del suelo como las papas, es un verdadero frijol aceitoso, es decir, un
alimento de primer orden : da un 40 por ciento de un aceite exquisito, tanto
para comer, como para quemar, hacer jabón, etc. El residuo de la prepara-
ción, harto fácil, de este aceite, es el mejor alimento que se pueda dar a los
cerdos y a las aves domésticas. En fin, el cacahuete da su cosecha a los seis
meses, crece en los terrenos más arenosos, en tierra caliente, templada y fría.
En Cobán esta planta prospera de un modo extraordinario.
Hay poblaciones como San Pedro Sacatepéquez, con cinco mil indígenas,
en una ventajosa posición topográfica, a una milla de San Marcos, con buenos
edificios públicos, con muchas fuentes de uso común, con calles rectas y con
floreciente agricultura. Sus pobladores cultivan los cereales y fabrican bellos
cortes de enaguas, huepiles y fajas de hilo y seda. No faltan carpinteros,
sastres, herreros y ladrilleros. Santo Tomás Chichicastenango, a cinco leguas
de Santa Cruz Quiche, tiene veinte mil habitantes indígenas, que cultivan
maíz, trigo y papas, hacen buenos tejidos de algodón, crían ganados y llevan
una vida sobria y laboriosa. En esta ciudad se contemplan ruinas rodeadas
de grandes fosos. Joyabaj con cinco mil pobladores, que pastorean ganados
y siembran granos y frutas. Sacapulas, fundada por Fray Bartolomé de Las
Casas, cuenta con cinco mil habitantes, que elaboran sal, fabrican telas y
siembran caña de azúcar, cacahuate (manillas), yuca, frijol y maíz. Nebaj,
de cinco mil vecinos, que pasan la vida fabricando canastas de caña, objetos de
jarcia, y sembrando cereales. San Miguel Uspantán, que tendrá tres mil
habitantes, cuya industria principal consiste en fabricar sombreros de palma,
esteras (petates), paraguas (suyacales) y escobas. Totonicapam, cabecera
del departamento de este nombre, y ciudad de veintiséis mil habitantes, casi
todos indios, se encuentra al pie de una elevada montaña, con clima benigno.
Allí están todavía los descendientes de los tlascaltecas que trajo don Pedro de
Alvarado, y que tienen buenas fábricas de tejidos y alfarería. Es población
industriosa y rica, a ocho mil setecientos pies sobre el nivel del mar, con casas
buenas, provistas de agua potable. Momostenango, a unas siete leguas
de dicha cabecera, es pueblo importante de agricultores, que emplean variados
cultivos por la diversidad de climas. Los indios momostecos tienen particular
veneración a un retrato de Diego Vicente, aborigen que construyó por su
cuenta la iglesia parroquial. Santa María Chiquimula, con tres mil indígenas,
que son comerciantes y peones agrícolas. San Cristóbal, compuesto de seis
mil almas, con una antiquísima iglesia. Los indios de allí son tejedores, he-
rreros, carpinteros, talabarteros, fabricantes de trastos de barro, marimbas y
cohetes. Siembran trigo, maíz, habas, frijoles, arbejas, duraznos, manzanas,
nueces y ciruelas. Panajachel, a orillas del pintoresco lago de ese nombre,
produce arenas de plata, caparrosa, ocre y tiza. Se cultiva el frijol, el maíz
y ricas legumbres. Esos indios son dados a la pesca y al tejido de telas de
— 446 —
algodón. Tendrá ese precioso pueblo dos mil almas. Santiago Atitlán, con
siete mil habitantes, que siembran cacao, café, maíz, frijol, chile y hortalizas.
La industria se reduce a cuidar ganados y a pescar. Santa Lucía Utatlán, en
donde se hacen jabones, y se cultiva el trigo, el maiz, la linaza, la cebada y la
avena. Nahualá, con veinte mil indígenas, en clima frío, que crían ganado
lanar y siembran maíz y trigo. Los terrenos son (lucbrados, y la iiulustria
consiste en fabricar ropa de lana y curtir cueros. Santa Catarina Ixtahuacán,
a ocho leguas de Solóla, con veinticinco mil habitantes, todos de raza primitiva
americana, se dedican a criar obejas y carneros, a tejer sus ropas y a cultivar
maíz, frijol, trigo y frutas. No admiten ladinos en su pueblo; no consienten
estanquillos de aguardiente ni chicha ; son bravos y crueles cuando se suble-
van, pero respetuosos para con las autoridades y sumisos cuando los tratan
con justicia. Es uno de los pueblos en que mejor se pueden estudiar las cos-
tumbres aborígenes.
Todavía hay en los Altos muchas otms poblaciones indígenas, aunque de
menor importancia, que guardan n'linni.i». ríe 1.i< ti«ini»<>< |>r<-.-..I..n)l.iii..< Se-
ría prolijo el enumerarlas todas.
En los departamentos del centro, existen también juicblos de indios,
como Chinautla, con mil ochocientos habitantes, que se ocui)an en alfarería y
siembras de maíz ; San Antonio La Paz, Ci)n mil, que siembran café y caña de
azúcar; San Pedro las Huertas, a orillas de la capital de (iuatemala, tiene unos
(|UÍnientos habitantes aladinados, que cortan leña y siembran café, pasturas y
hortalizas; San Juan Sacatepéquez, con quince mil pobladores, que labran
madera, fabrican trastos de loza, siembran maíz y frijol, cuidan ganados y
tejen jarcia ; San José Nacahuil, con quinientos habitantes, de los cuales las
mujeres tejen y los hombres cultivan la tierra ; Mixco, a tres leguas y media de
la capital, con ocho mil indios, que son agricultores por lo general, y fabrican
utensilios y juguetes de barro. Las mujeres muelen maíz y hacen tortillas,
ocupándose también de nodrizas en las casas de las personas acomodadas de
la capital. San Raymundo, es otro pueblo de indios que está en el departa-
mento de Guatemala, y tiene unos mil quinientos habitantes, que son agricul-
tores, comerciantes, y algunos de ellos beneficiadores de cerdos ; Palín, del
departamento de Amatitlán, tiene como cuatro mil indios que cultivan frijol
y frutas, y siembran caña de azúcar; San Vicente Pacaya, í|ue tendrá mil
habitantes que trabajan en siembras de café. Allí se encuentra una grandí-
sima piedra tradicional llamada Doña María; flores grandes de madera muy
curiosas y carbón mineral que arde perfectamente ; Dueñas, en el departa-
mento de Sacatepéquez, fué erigido por Alvarado, en el sitio en que había él
dispuesto sembrar una milpa (maizal) para las viudas de los conquistadores.
Está muy cerca de la Antigua ese bonito pueblo, al cual le asignan mil cuatro-
cientos indígenas. Los terrenos producen maíz, frijol, café y cochinilla.
— 447 —
Alotenango, con mil quinientos habitantes, da buenas maderas, zarzaparrilla,
granos y legumbres. Santa María, en las faldas del volcán, cuenta con dos
mil quinientos naturales, que se ocupan en faenas agrícolas, en tejer sus ves-
tidos y en elaborar carbcSn. San Juan del Obispo, fundado por un virtuoso
diocesano, apenas tiene ochocientos pobladores, y produce cochinilla, café,
maiz y frijol. San Antonio, da maíz, café, frijol y garbanzos, y tiene unos mil
indios, que no sólo trabajan la tierra sino que fabrican petates (esteras) y
hacen ceñidores, fajas y huepiles. Santa Catarina, que fué fundado por Igna-
cio Bobadilla, y que hoy cuenta como mil habitantes, cuya industria principal
consiste en tejer cotones y ceñidores. San Andrés, San Lorenzo, Santiago,
Magdalena, Santo Tomás, San Miguelito, San Mateo, San Lucas, Sumpango,
San Bartolomé, Xenacó, Jocotenango, Pastores, son otros tantos pueblos que
rodean la antigua capital del histórico reino de Guatemala, y que a fuerza del
contacto con gente civilizada, se van aladinando poco a poco. En Chimalte-
nango está Tecpán Guatemala, que tendrá, fuera de los ladinos, unos cinco mil
indios, que fabrican telas y crían ganados ; Patzún, con buenas minas y plan-
taciones de café, produce también trigo, maíz y frijol; Comalapa, de unos tres
mil pobladores, da también trigo y cereales, siendo su industria de tejidos de
huepiles y zutes (paños).
En el oriente de la república de Guatemala hay uno que otro pueblo de
indios ; pero ya hoy están casi todos aladinados.
En el Fetén cuéntanse varias poblaciones indígenas y existen los lacan-
dones, que no tienen por cierto la ferocidad que se les atribuye. Son unos
doscientos aborígenes, en la parte del territorio de Guatemala, que se conser-
van independientes sobre las márgenes del Usumacinta. Los indios de Izabal
se encuentran por Cahabón, Chajal y otros puntos.
En la república de El Salvador quedan muy pocos indios, a estilo abori-
gen, ya que siendo aún la mayor parte de la población de pipiles puros o algo
mezclados, se han aladinado, como por acá se dice, para indicar que hablan
castellano, visten como el pueblo común, sirven en las milicias y hasta tienen
los vicios de esa clase social. En tal sentido, casi ya no hay indios en dicha
república.
En Honduras y en Nicaragua todavía quedan muchos que hablan primi-
tivas lenguas y conservan costumbres indígenas. En Costa-Rica hasta el
pueblo bajo es de raza blanca, descendiente de gallegos, salvo unas cuantas
tribus, que en lejanas regiones llevan apartada vida.
— 44'^-
¡El indio! ah, desde el primer día de la conquista fué reputado irracional,
siervo a natura, bestia de carga. Después de tres siglos de opresión, volvióse
suspicaz, taciturno, triste. Está destinado a desaparecer. En el turbión del
progreso, tras de imperialistas avances de razas que no tienen, ni han tenido,
ideales, ni fanatismos, sino cálculo frío, quedarán en obras eruditas y bella-
mente ilustradas, los recuerdos de los indios, del Popol-Vuh, de sus usos y
costumbres pero ellos habrán desaparecido.
CAPITULO XVII
;a profecía de la conquista-ciudades
opulentas-destrucciones impías
El hechicero cakchiquel. — La profecía de la conquista. — Señales en el cielo.
— Guerras entre quichés y cakchiqueles. — Epidemias del año 1522. — Número de
pobladores. — Corte de los mames. — Presunción de los tzutugiles. — Ciudades
opulentas. — Los pipiles de El Sídvador. — Los chontales de Nicaragua. — Los
talamancas de Costa-Rica. — Destrucciones impías. — Salváronse las razas, el tipo
y las lenguas. — El hombre pálido en el templo de Tohil. — Huyó el svuno sacer-
dote. — Se hizo desaparecer el Popol-Vuh. — La raza indiana se salvó, protegida
por la édtura de las montañas. — La historia se conserva, al través de la hecatombe
de los indios. — Los conquistadores serían semi-dioses, si sus ínclitas hazañas no
se hubiesen manchado horriblemente de ferocidad y malas artes. — Carácter de la
raza. — La América Central ante la historia ha sido indígena, española, independien-
te y ojalá que no pase a poderes extraños.
Refiere el historiador Ximénez que un hechicero cakchiquel anunció al
orgulloso rey quiche, Vahxaki-Cam, que pronto vendrían unos hombres páli-
dos, armados de pies a cabeza, a destruir todas las ciudades, convirtiéndolas
en cuevas de lechuzas y de gatos de monte. Ese indio de Tecpán Guautemá-
lan se aproximaba por las noches al sombrío palacio de aquel monarca, a
injuriarle a grandes voces. Decíase que el atrevido denostador era un tu-
nante hechicero, a quien nadie podría capturar; pero al fin, otro brujo se
ofreció a aprehenderlo. Huía el cakchiquel, saltando por los cerros hasta
que el hechicero quiche hubo de atraparlo y lo presentó al rey. Refiere la
crónica que cuando iban a sacrificar a aquel osado zahori hizo antes, en pre-
sencia del monarca y de la corte, la Profecía de la Conquista, en los términos
ya relacionados.
"Ese hecho notable, dice Milla, cuyo recuerdo conservaban los indios
hasta la época en que Ximénez escribió, en un baile llamado Quiche Vinak,
se explica sencillamente, suponiendo que el pretendido hechicero hubiese po-
dido tener alguna noticia de la aparición de los españoles en las islas del golfo
de Honduras y de las creuldades que habían ejecutado con los naturales del
país." No pasa, sin embargo de mera suposición ese modo de entender aquel
suceso. En el mundo de lo desconocido, no son a la verdad tan sencillas las
explicaciones, como lo demuestra Flammarión, en su curiosa obra que lleva
aquel título. En la historia de las sociedades, como en la vida de los indivi-
duos, hay presentimientos que no son tan fáciles de explicarse. En el origen
— 450 —
de los pueblos, y en las épocas de grandes transformaciones, aparecen el mito,
las profecías y los augurios, como fosforescencias vagas entre lo negro do
las tinieblas.
La profecía de la conquista, no sólo existió en el Quiche, sino en México
y en otras partes del continente americano. La Leyenda astronómica de
Quetzalcoatl, que auguró la venida por el oriente de los hombres barbudos
que habrían de conquistar a todos aquellos pueblos, fué repetida también a
Moctezuma por Netzahualpilli, quien anunció la terrible catástrofe, lo cual
produjo los sacrificios en el gran tcocalli, para calmar la ira de los dioses (i).
El aparecimiento de un inmenso cometa, en el año 1516, cosa espantable para
los méxica, acabó de confirmar los agüeros, y de llenar de miedo al monarca
y a los pueblos. El supersticioso Moctezuma, para vengarse del destino
mandó matar a los astrólogos, hechiceros y encantadores, saquear sus casas
y reducir a servidumbre a sus mujeres. Hizo buscar otros adivinos y brujos,
y todos predecían desgracias. El cometa que se miraba en el país entero, hizo
cundir el espanto, manifestado por clamores y gritos. Netzahualpilli se
retiró a su palacio y murió de pavor. Cuéntase que una gran luz piramidal
apareció por el oriente, durante cuarenta noches, semejante por su descripción
a una aurora boreal. Las torres del templo de llutitzilopochtli se quemaron
sin saberse cómo. Por último, y esto es lo más estupendo, según las relacio-
nes recogidas por Torquemada, Clavígero y Bethancourt, una hermana de
Moctezuma que había muerto, resucitó, para traer del otro mundo al monarca
una relación de los invasores que iban a conquistar aquella tierra, habiendo
sido esa mujer la primera que hicieron bautizar los españoles, recogiendo
pruebas del milagroso suceso! (2) ¡Siempre el fanatismo y la fábula!
En medio de las tradiciones y consejas de todos esos acontecimientos,
queda el fondo de verdad, reconocido por los hi.storiadores, de que en los
países conquistados, tenían de antemano conocimiento de la llegada de los
hombres pálidos, que desde remotos tiempos había augurado Quetzalcoatl.
Lo mismo entre los indios de América, que entre los egipcios, hebreos y demás
naci(mes antiguas, hubo profecías mezcladas con leyendas bíblicas y p<írtcn-
tosos sucesos. Cuando los pueblos pasan de una temperatura civil a otra, de
una edad a otra edad, han hec^ oír lamentos singulares de dolor, que anun-
cian la desaparición de un mundo. El tremendo grito de Job responde a una
colosal catástrofe. Cada uno de los i)rofetas hebreos ])ertenece a uno de
esos violentos cambios de estado. Cuando agoniza el hombre, ve entre las
sombras de la eternidad y las penas de la muerte, algo que le hace temblar;
(1) México a través de los Stirlos, tomo I, pásr. 853,
(2) Bancroft, Tomo V, pásr. 472.
— 451 —
mientras que cuando una raza va a sucumbir, viene el presentimiento cargado
de amargura, como la nube que ha de producir el rayo y desatar la tormenta.
Nosotros también hemos visto — dice Edgard Quinet — acabar de extinguirse
la Edad Media, y nuestros oídos están todavía llenos de lamentaciones que
aquel naufragio inspiró a los poetas románticos. Algo se muere, parecían
decir todos ellos, y el lamento crece y redobla de Chateaubriand a Byron y a
Espronceda, hasta que insensibles los corazones, se forja un mundo nuevo.
Entonces deja de comprenderse esa poesía de desolación y llanto. Edad de
piedra, de bronce, de hierro o de plata ; la transición de una a otra no puede
efectuarse sin el dolor que la presiente y la profetiza. Tienen espíritu los
pueblos, viven y mueren, anunciándoles la naturaleza el fin que se acerca, la
transformación que se les aguarda. Hay en la musa de Virgilio la melanco-
lía de una especie que se extingue (i). El presentimiento colectivo se refleja
en los profetas. La adivinación era tenida por los cakchiqueles, sobre todo,
como uno de los atributos de ciertos fakires, o sacerdotes del nahualismo.
Ru pux, ru naval, "su mágico poder, su brujería" era generalmente reconocida,
como lo refiere el manuscrito Xahilá, o los anales de aquel pueblo (2).
Perpetuas guerras habían asolado todas aquellas comarcas. Los qui-
chés y los cakchiqueles se odiaban a muerte y las otras tribus del país encar-
nizadamente se mataban. En el año 15 12 las tropas de Cuahutemálan entra-
ron en el Quiche y devastaron la ciudad, quedando hecatombes horribles".
En 1 51 5, una plaga de langosta (chapulín) asoló los campos cakchiqueles.
Ese terrible azote fué precedido por la aparición de ciertas palomas, que gri-
taban como niños recién nacidos o perritos tristes. En el año 1522 hubo dos
epidemias, referidas por el "Manuscrito Cakchiquel" : una que cpmenzaba con
tos, seguía fiebre y acababa por dar a la orina color de sangre ; y la otra, tenía
todos los síntomas de las bubas.
En la parte Norte de la América Central se encontraban ciudades popu-
losas en los antiguos tiempos indígenas, cuyas ruinas, como las de Sustan-
quiquí, que hoy día apenas se conocen y cuyos restos en el Peten, revelan la
existencia de un centro hierático, al cual concurrían en ciertas épocas los pue-
blos comarcanos. Antes de la conquista española se habían despoblado aque-
llas ciudades que se hallaban al Norte de Guatemala y que fueron víctimas de
horrendas invasiones a sangre y fuego. 1^ indios que aún quedaban des-
pués, fueron perseguidos por los conquistadores castellanos para esclavizar-
los (3). El resto perecía a manos de los filibusteros, que tenían su cuartel
general en la bahía de Honduras, durante los siglos XVH y XVHL Toda-
vía no se encuentran bien descifrados los geroglíficos, como para saber cuál
(1) Quinet. -La Creacidn, tomo T. páíf. .390.— Edición de Madrid, 1871.
(2) Páff. 46. Introductlón.The Annal» of the cakchiquels — Brinton,
ÍJ) Dr. Otto Stoll. páfir. 448.
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fué el último Katún que cada veinte años ponían en Copan, Kiriguá, Sustan-
quiquí y demás ciudades antiquísimas.
Los españoles situaban sus ciudades en el centro y alturas del istmo,
huyendo de los piratas ; alejándose del Norte y buscando lugares de indígenas
civilizados para utilizarlos. Solamente algunos castillos dejaron por aquellas
playas que azotan las aguas antillanas. Los ríos navegables, como el Mota-
gua, el Ulúa, el San Juan, el Segovia, el Siquia, el Patuca, serán, al través del
tiempo, surcados por vapores que traigan y lleven la riqueza. Entre tanto,
el silencio de las necrópolis indias, el mutismo de los ídolos, el enigma del
geroglífico, prevalecen en la soledad salvaje de las selvas.
Parecía que el destino, adverso a estos primitivos pobladores de tan ricas
comarcas, preparaba con mano airada su completa ruina y servidumbre. En
el mundo antiguo se habían realizado los más portentosos sucesos ; en la polí-
tica con Carlos V, Julio II y León X ; en las artes, con Leonardo de Vinci,
Miguel y Rafael; en las letras, con Ariosto, el Tassó, Cervantes y Lope de
Vega; en las ciencias con Mercator, Copérníco y Paré. Eran los albores d
Renacimiento, coronado por el hallazgo de un Mundo Nuevo, cpic había do
transformarse, obedeciendo a, las leyes de la vida.
En medio de aquella ebullición en que la humanidad se encontraba, venía
de allende el mar un espíritu bélico, que produciría hazañas homéricas; una
fe ciega, que causó guerras sangrientas en Alemania y Flandcs : el estableci-
miento de la Inquisición y un fanatismo más negro que el musulmán ; una
saña horrendji, asoladora, que disminuyó en más de la mitad la población
americana : y un desconocimiento completo de las leyes económicas, olvido
de los intereses que encauzan las fuerzas ricas del organismo social. Agri-
cultura científica, industria libre, comercio amplio, ciencia positiva, en una
palabra, cuanto es preciso para construir el bienestar material, sin el cpie es
forzosamente transitorio y efímero el poderío político, no se conocían por en-
tonces. El triunfo de la fe, el brillo de las armas, y para realizar ambos fines,
la concentración absoluta del poder en manos del rey, suprimiendo por com-
pleto toda iniciativa individual v ahogando todo germen de libertad ])olítica y
económica, tales eran por aqufl entonces los principios constitutivos del de-
recho piiblico de los países más adelantados, que no sólo de la legendaria
España.
A pesar de las guerras, la plaga y las pestes, hallábanse estos pueblos de
Guatemala poblados v ricos a la llegada de los españoles. Más de tres millo-
nes de habitantes había entonces. Es hecho reconocido que la monarquía de
Utatlán estaba en el colmo de su grandeza. Extensa de suyo, rica en tierras
y de autóctona cultura, señora ya de muchos pueblos circunvecinos, que ha-
— 453 —
bían sucumbido a la ambición de Kicab-Tanub, quería subyugar a los tzutu-
gile.s y a los mames, para ser la dueña del más bello territorio en el centro del
Nuevo Mundo (i).
La corte de los mames o sea Huehuetenango, era rica y poblada, aunque
la más populosa de todas fué Santa Cruz Quiche, en aquellos tiempos cono-
cida por la Utatlán. Xelahú, que ahora es Quezaltenango, estaba gobernada
por diez capitanes, y tenía más de trescientos mil habitantes. Chemequeñá,
que quiere decir sobre el agua caliente, y hoy Totonicapán, pudo poner en
armas noventa mil combatientes, a disposición de Tecum-Umán. Con razón,
pues, dijo Bernal Díaz del Castillo "que al dejar a México él y sus compañe-
ros, nada habían echado de menos, puesto que las otras ciudades con que
toparon, no cedían a las de Moctezuma en esplendor y riqueza" (2).
Los reinos de Guatemala, Atitlán y el Quiche eran independientes de
México, y no había de allá para acá ningún camino, sino veredas cerradas
muchas veces. Lo que hoy es Guatemala y el Norte de Honduras se encon-
traban en poder de los mames en el Noroeste, y los pocomanes en el Sudoeste,
los quichés en el interior y los cakchiqueles en el Sur.
Los pipiles de El Salvador fueron en su origen una tribu que Ahuizotl,
rey de México, mandó a título de comerciantes, a Guatemala, bajo el mando
de cuatro capitanes y un general. Estos trajeron instrucciones de establecer
en el país aquella gente de baja ralea, con el fin de tener auxiliares para pre-
parar la conquista de las tierras del istmo. Murió sin embargo Ahuizotl, y los
pipiles, que se llamaron así porque hablaban muy mal la lengua azteca, como
si fueran niños, pues esto quiere decir ese mal nombre, se esparcieron por Son-
sonate y El Salvador. Después se atrajeron la malquerencia de quichés y cak-
chiqueles, hasta el extremo de que oprimidos por ellos, estuvieron a punto de
desaparecer. El principal de los señores de los pipiles, llamado Cuaucmichín,
sacrificó a los más notables de aquella comunidad, que acabaron por matar al
cacique, y mucho después fueron gobernados por Tutecotzemit, hombre de
buen corazón y de sentimientos humanos, que logró ser proclamado rey de
los pipiles. En posteriores tiempos los cakchiqueles los vencieron, obligán-
dolos a tener en lo sucesivo alianza con ellos (2).
La leyenda refiere que del lago Huixa brotó un anciano venerable, cu-
bierto por un manto azul, con gran mitra en^ cabeza, y que este viejo mis-
terioso fué seguido por una joven de sin igual hermosura, vestida de blanca
túnica, hasta llegar a la cima de un volcán, desde donde, — bajo la dirección
(1) En 1.514 hu»)o terribles jnierras y hamhre. pifdicclonos siniestras: la piedra nejrra del templo de
Cahbaha i-esult/) hecha pedazos. En 1520 apareció el cólera morbus y la viruela.
(2) Bernal Díaz del Castillo. Cap. 172.-E1 año 182). al hacerse la Independencia, había solamente
seiscientos mil indios en el reino de Guatemala. Informe del R. Consulado.
(3) Juarros. Hlst. De Guat. pápr. 224.
— 454 —
de aquel caudillo — construyeron los pipiles un templo grandioso, que recibió
el nombre de Mictlán, a cuyo derredor pronto hubo de formarse un g^ran
pueblo, cjue fue rej^ido por el mismo mistcrit)sc) personaje f|uo lo hizo pros-
perar (i).
Se parece esta conseja a la de la famosa Comizahual, que erigió templos
en Honduras, civilizó el pais y tuvo tres hijos, sin haber ella conocido varón.
Virgen, concibió por obra de los dioses. ¡Quién dijera que el manto azul y la
túnica blanca llevaban colores que después de siglos tendría nuestra bandera !
Ese pueblo de los pipiles hallábase bastante civilizado, mientras que los
chontales de Nicaragua y alg^mas tribus de Honduras eran salvajes, y no les
iban en zaga los talamancas, guaimies, chorotegas, viceitas, tiribíes, borucas
y otras que ocupaban Costa-Rica, y de las cuales quedan restos. Nicaragua
estaba dividida en provincias, habitadas por naciones distintas por los idiomas,
siendo de notar que una de ellas hablaba el azteca, como ya lo hemos dicho
anteriormente.
A los valientes quichés, que supieron resistir hasta la muerte el empuje
de los invasores españoles, no bastaron ni sus numerosísimos ejércitos, que
ascendain, según dicen, a treinta y dos mil infantes, ni sus ardides y celadas,
ni su bélico ardor, al ver muerto a su rey en el campo de batalla, ni el recuerdo
glorioso de las hazañas de sus progenitores. En vano Quicab Tanub implor«'>
auxilio del iH)deroso Sinacam, rey de Cuahutemalán, í|uien prefirió declararse
amigo de los teules (españoles). El presuntuoso monarca tzutugil contestó
al requerimiento del quiche : "que él solo y sin ayuda, se daría traza de defen-
der sus dominios de mcnbs hambrientos y más numerosos ejércitos que acpiel
de los extranjeros, que marchaba contra Utatlán."
El abate Hrasscur de Bourbourg, en su obra que lleva por titulo "Histoire
des Nations civilisées du Méxique et de 1' Amérique Céntrale," describe de ta-
lladamente la cultura que tenían los imperios de México y de Centro-Amé-
rica en vísperas de la conquista española. Hubo tribus traidoras a su raza,
hubo tal fanatismo y superstición, que hace dudar si Motecuhzoma tenía
perdido el juicio. La conducta de Sinacam, al entregar el reino cakchiqucl al
invasor, por tal de destruir a los tzutugiles, fiándose en las promesas de Alva-
rado, es una prueba más en la historia de la humanidad, de que la traición a
su sangre, a sus tradiciones jW sus creencias, constituye una apoetasía cri-
minal, un descastamiento funesto que engendró sólo delitos, y que condujo a
la servidumbre y a la muerte a pueblos enteros.
Al través de los tiempos, y después de la destrucción terrible que produjo
el choque de la indiana cultura con la avanzada civilización europea, al fragor
(1) La ^poca que los sucosos parecen asimiar a esta leyenda coincide con el perírKlo de la írrande
emifrración tolteca y la fundación de los diversos reinos «iiatemaltecos que fueron su consecuencia.— Bras-
seur. Hlst. tomo TI. nác. 81.
— 455 —
de la conquista, aún quedan vestigios de aquellas ciudades en el Nuevo Mun-
do. Valió más el oro que se recogía que el geroglífico que se arrojaba al
|,fuego. Las tradiciones, los templos, los ídolos, los palacios, eran vistos como
diabólicos emblemas. Las admirables leyendas, tuviéronse por historias de
brujos y endemoniados, mientras que los avarícos y areitos eran, para la raza
conquistadora, cantos insulsos de un pueblo agonizante.
El oro fué causa de muchos crímenes no sólo contra los indios, sino entre
los mismos conquistadores ; el fanatismo fué origen de atrocidades sin cuento
ni medida. Los españoles acompañaron muchas veces sus brillantes proezas
con actos tales de crueldad y de perfidia, que la moral no puede disculpar.
11= La mentira, el perjurio, los suplicios, la ferocidad, la organización de la guerra
civil e^tre los desgraciados a quienes se querían someter, tales fueron, dice
Depons, las armas que emplearon ; pero estos medios, sacaban su eficacia del
valor, de la intrepidez y de la constancia de los conquistadores ; y por eso es
que, si la invasión del Nuevo Mundo hubiese estado fundada en derechos legí-
timos, si los horrores de una cruzada emprendida sin razón y sin justicia
contra pueblos pacíficos, no ofendiesen el sentido recto, si el yugo impuesto
a hombres libres, independientes, cuya ambición y cuyo poder no podían ins-
pirar ningún temor, no fuese un ultraje inferido a la humanidad, si la saña
atroz no hubiera teñido de sangre las caudalosas aguas de los indianos ríos ;
los conquistadores de América merecerían ser colocados en el rango de los
semi-dioses, con más justo título que los héroes de la antigüedad, y sin que
fuese menester que la fábula exajerase los hechos y las virtudes (i).
En los sucesos históricos que han cambiado los*rumbos de la humanidad
y servido de pedestal para ascender en la escala del progreso, hay que ver los
resultados y considerar los designios providenciales. En el choque de la
civilización indiana con la greco-latina, hubo en este continente, donde todo
es grande, el más estupendo cataclismo que han presenciado las edades. Sin
embargo, salváronse, al decir del historiador Chavero, las razas protegidas
por los muros inexpugnables de las montañas, después bajo el hábito de amor
y caridad del misionero, más tarde al amparo de las leyes protectoras de los
monarcas de España ; y con las razas, salváronse el tipo y la lengua, esas dos
cifras preciosas en la ciencia de la humanidad. Los frailes consultaron las
tradicionqp, aprendieron las cantares y las IRngas, se dieron razón de las
viejas costumbres, y mucho trasladaron a crónicas, que en su mayor parte no
han visto la luz hasta hace pocos años. Se salvó nuestra historia antigua,
cuyos hechos y rasgos característicos quedan reseñados en los capítulos que
preceden, y que en resumen presentan la vida y el movimiento de aquellos
(1) Deixins. Voyagre a la térre ferme. chap. 1. Es oportuno recordar tiup la conquista, sobre todo de
infieles, era vista como meritoria.
— 456 —
hombres de cultura original, como eran los quichés ; de indómito orgullo, cual
se mostraron los cakchiqueles ; de costumbres raras, según pinta la histtiria
a los tzutugiles ; y de antiquísima prosapia, como los mames. Si la civilización
de sus progenitores perdió mucho de su brillo, quedaban los gérmenes en
campo fecundo y exuberante ; quedaban la fe y la esperanza. Pero hubo de
sonar la hora nefasta de la desolación y de lar uina, como repercute en el cora-
zón del moribundo el postrer extertor de la existencia. Las razas indígenas de
América sucumbieron al rudo empuje de otra raza venida de allende el mar.
Apareció el hombre pálido en el grandioso templo de Tohil, y cual sacrificador
de todo un continente, extinguió con su aliento de muerte las sagradas lumi-
narias; los ídolos cayeron de sus altares, y para siempre huyó el Suiho Sa-
cerdote, revestido de amarillo luto, llevándose la feiblia de sus recuexdos, el
Popol-Vuh de su creencias. Kabracán hundió la Atlántída, al titilar la es-
trella matutina ; el hombre pálido destruyó en el Nuevo Mundo los pueblos
aborígenes. La profecía de la Conquista se realizó en América.
E R RMT7Í S
Líneas
5
20
29
42
14
32
33
34
35
25
33
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38
34
3
31
29
SO
38
15
27
22
10
27
DICE
extienden
cálicos
señoría
Giiatmalcasis
Belgrado
POR ESTAR TROCADAS-
LAS LINEAS
innuaraeriables
El Isagoge Histórico.
En indio
se verdad
luchuza
las razas
que cabo
la
Sociedad Económica del
Amigo del País
las
El Isagoge Histórico....
mas
con
distinguen
calcario construis.
abraham
español
las
LÉASE
extiende
cálidos
señorío
Guatemalensis
Belgrano
para disponerse y aparejarse de suer-
te que se hallase todo concertado y
dispuesto a recibir la visita del hu-
mano espíritu, como la desposada o
prometida para boda próxima, que
se viste sus mejores galas, a fin de
solemnizar el día más feliz y decisivo
de su vida, en que el amante la lleve
consigo al hogar nuevo, en cu^'os
santuarios hallará el amor con todas
sus delicias y aguardará prole aper-
cibida no solo a perpetuar su exis-
tencia y su nombre, sino recordarle
siempre las dulces horas de tranqui-
lidad y ventura
innumerables
La Isagoge Histórica
El indio
sea verdad
lechuza
las zarzas
que al cabo
lo
Sociedad Económica de Amigos del
País ^.
los W.
La Is^oge Histórica
mal
son
distingue
calcáreo construir.
Abraham
española
los