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Full text of "La América Central ante la Historia"

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Colécdón  Luis  Lujan  Muñoz 

Universidad  Francisco  Marroquín 

www.ufm.edu  -  Guatemala 


Cíi   ^xccícntíMnia  c)cnot   licenciada 

-JJoai    iJIÍanimí  ^áttaáw  ^ametw 

*Jjcncm¿xita  tic  la  «J  attla  u  ut^slÁcntc 

K^onÁtlliicíanai  de  la  «Jlcpíilníca   de   oiiatciuala 

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K  J  V  orne  11  CU V? 


n ionio   ^JJatxc^    ^Jáiitcijiil 


índice  del  tomo  i 


Páginas 


Capítulo 

I 

Capítulo 

II 

Capítulo 

III 

Capítulo 

IV 

Capítulo 

V 

Capítulo 

VI 

Capítulo 

VII 

Capítulo 

VIII 

Capitulo 

IX 

Capítulo 

X 

Capítulo 

XI 

Capítulo 

XII 

Capítulo  XIII 

Capítulo  : 

XIV 

Capítulo 

XV 

Capítulo  XVI 

Capítulo  XVII 

Introducción 

Biblioo^rafía  Histórica  de  la  América  Ibera 

Biología  y  Geología 

Tiempos  Prehistóricos  de  Centro  América 

Etnología  3'  Etnografía  de  Centro  América 

Orografía  e  Hidrografía  de  Centro  América 

Antropología,  Fauna  y  Flora,  Meteorología 

Sismología  Centro  Americana 

Arqueología  Centro  Americana 

Quichés,  Cakchiqueles  \'  Tzutugiles 

El  rapto  de  las  Princesas 

Lingüística   Centro  Americana  

La  Medicina,  Pestes,  Brujos  y  Hechiceros 

Religión,  Sacerdotes,  Templos  y  Sacrificios 

Mitología  Centro  Americana 

Gobiernos  Precolombinos .' 

Ciencias,  Artes,  Leyes,  Usos  y  Costumbres  de  los  Abo- 

íígenes  de  Centro  América . 

Civilización  e  Indumentaria  de  los  Aborígenes  de  Centro 

América 

La  Profecía  de  la  Cpnquista ^ 


397 

433 
449 


* 


LA  AMERICA  CENTRAL 


ANTE  LA  HISTORIA 


POR 


ANTONIO  BATRES  JAUREGUI 


Individuo  de  la  Facultad  de  Derecho  de  Guatemala,  Abogado  Honorario  del 
Brasil,  Miembro  de  la  Facultad  de  Filosofía  y  Letras  de  Chile,  Correspondiente  de  la 
Real  Acaderíiia  Española,  de  la  Matritense  de  Jurisprudencia  y  Legislación,  de  la 
Sociedad  de  Historia  Diplomática  de  París,  de  la  Sociedad  de  Derecho  (>)mparado  de 
Francia,  de  la  Sociedad  Literaria  Hispano-Americana  de  New  York,  del  Instituto 
Smithoniano  de  Washington,  Miembro  del  Ateneo  de  México,  Individuo  de  la  Unión 
Ibero  Americana,  Correspondiente  del  Instituto  Arqueológico  y  Geográfico  Pernam- 
bucano,  Miembro  del  Instituto  Americano  de  Derecho  Internacional,  Individuo  de  la 
Gran  Asociación  del  Mundo  Latino,  Miembro  Honorario  de  la  Asociación  Suiza,  de 
la  Prensa  Internacional  de  Ginebra,  Individuo  de  la  Universidad  Hispanoamericana 
de  Nueva  York  y  de  la  Sociedad  de  Geografía  de  los  Estados  Unidos,  Miembro  de  la 
Asociación  de  Derecho  Internacional  de  Londres,  Socio  Fundador  de  la  Sociedad  de 
Derecho  Internacional  Americana,  Correspondiente  de  la  Sociedad  de  Abogados  de 
Ginebra,  Socio  honorario  de  la  "Societá  Internazionale  degl'  Intellettuali"  de  Roma, 
Miembro  Correspondiente  de  la  Asociación  de  Abogados  de  Lisboa,  Condecorado  con 
la  Real  Orden  de  la  Corona  de  Prusia  y  por  Venezuela  con  el  Busto  de  Bolívar. 


TOMO    I 


GUA-TEIMALA,      CEINXRO     AMERICA 


•>*•  1  9  1  S  •^<- 


IMPRENTA      DE      MARROQUIN       HERMANOS 

"casa      COLORADA" 

6*  AVEN  I  DA   SUR,    NO.   2  3.-G  U  ATE  MALA. 


LA  AMERICA  CENTRAL 


TIEMPOS    PRECOLOMBINOS 


'^í 


(f       LA  PROPIEDAD  DE    ESTA  OBRA  ES  DEL  AUTOR.  Y  \\ 

\\^  QUEDA  ASEGURADA  CONFORME    A  LA  LEY.  jj 


LA   AMERICA  CENTRAL 

ANTE    LA   HISTORIA 


INTRODUCCIÓN 

La  vida  de  un  país,  a  semejanza  de  la  del  hombre — dice  Becker — parece 
como  que  se  extienden  con  la  memoria  de  las  cosas  que  fueron,  y  a  medida  que 
es  más  viva  y  completa  su  imagen,  resulta  más  perceptible  esa  existencia  del 
espíritu.  La  historia,  identificándonos  con  todos  los  tiempos,  dilata  el  breve 
suspiro  que  en  este  mundo  nos  toca  en  suerte,  y  nos  presenta  la  patria  como 
el  ara  santa  en  que  debe  arder  el  fuego  de  nuestro  corazón. 

La  historia  de  la  humanidad  es  un  capítulo  de  la  de  los  seres  vivientes,  de 
tal  modo  que,  en  el  desenvolvimiento  universal,  el  pasado  no  puede  juzgarse 
por  las  conquistas  del  presente,  por  las  últimas  transformaciones  del  progreso, 
sino  a  la  luz  de  las  ideas  que  la  fórmula  evolutiva  ha  venido  esparciendo  al 
través  de  los  siglos.  El  tiempo  va  arrojando  al  sepulcro  las  generaciones 
como  el  segador  arroja  al  surco  las  espigas.  Sobrevive  el  espíritu  de  la  espe- 
cie que  fecunda  esa  constante  renovación  del  mundo  psicológico,  alentado 
por  el  amor  universal,  por  el  hálito  divino,  cuyos  rayos  penetran  desde  los 
cielos  hasta  los  corazones,  e  iluminan  desde  las  estrellas  hasta  las  almas.  La 
existencia  del  hombre  es  un  relámpago  entre  dos  noches  eternas.  La  historia 
es  el  sol  de  la  humanidad. 

El  principio,  la  esencia  y  el  fin  de  las  cosas  creadas,  escapan  a  la  certidum- 
bre científica,  a  las  especulaciones  terrestres,  al  criterio  de  nuestra  limitada 
experiencia,  que  apenas  lanza  el  vuelo  por  esas  regiones,  tropieza  con  idesci- 
frables  enigmas.  La  ciencia  no  alcanza  a  explicar  con  certeza  la  formación 
del  universo,  la  íntima  naturaleza  de  una  flor,  la  vida  de  ultratumba ;  la  ciencia 
más  bien  evoca  ideas,  que  resuelve  problemas,  de  modo  que  nuestro  globo  se 
habrá  probablemente  unido  en  el  espacio  a  los  viejos  mundos  ya  enfriados, 
antes  de  que  la  esfinge  eterna  haya  respondido  una  sola  pregunta.  La  ciencia 
penetra  sin  timón  ni  brújula  en  esa  clase  de  cuestiones,  y  es  como  el  geógrafo 
nubio  que  se  aventura  en  un  mar  tenebroso  para  explorar  los  misterios,  (i) 
Sombras  flotantes  del  tiempo  y  del  espacio,  nosotros  pertenecemos  al  univer- 
so, a  esa  formidable  creación,  en  el  seno  de  la  cual  no  somos  sino  átomos ;  pero 
átomos  que  piensan.  La  idea  brota  del  ser  que  refleja  en  su  cerebro  a  Dios. 
El  espíritu  humano,  a  pesar  de  la  rica  variedad  de  sus  múltiples  concepciones, 
pasa  mil  veces  por  las  mismas  faces,  recorre  elipses  muchísimo  más  extensas 


(1)    La  Civilización  de  los  Árabes—Gustavo  Levon— Página  VI  de  la  Introducción. 


—  6  — 

que  las  que  recorren  en  el  espacio  vacío  los  cometas  de  inmensurables  caudas ; 
se  lanza  por  las  esferas  infinitas  de  lo  desconocido,  progresa,  cae  y  retrocfede, 
semejante  al  niño  bullicioso  que  corre  por  el  vergel,  transita  siempre  el  mismo 
camino,  y  al  fin  se  duerme,  para  despertar  presto  con  nueva  vida,  auroras  es- 
pléndidas, y  frescas  ilusiones.  La  civilización  se  envuelve,  de  tiempo  en  tiem- 
po, entre  las  nieblas  de  las  épocas  críticas,  para  salir  de  ellas  más  brillante, 
vivaz  y  progresiva,  no  de  otro  modo  que  la  oruga  se  encierra  en  los  velos  de  la 
crisálida,  antes  de  tender  al  aire  sus  matizados  colores.  El  hombre  no  sólo  se 
mueve  en  el  espacio,  sino  también  en  el  tiempo,  resumiendo  la  naturaleza  y  la 
vida  universal,  en  mudanzas,  renovaciones  y  épocas,  al  través  de  la  historia, 
que  está  muy  lejos,  por  cierto,  de  guardar  regularidad  matemática,  y  de  ser 
como  la  geometría  de  los  actos  humanos.  No  hay  sistema  ideológico  que 
pueda  abarcar  la  universalidad  de  la  vida,  que  se  nos  presenta  como  un  baño 
de  purificación,  cuyo  ingrediente  principal  es  el  dolor.   (2) 

La  fábula  toca  los  lindes  de  las  primeras  historias,  y  los  mitos  se  ciernen 
como  pájaros  de  luz  en  la  alborada  de  las  sociedades  primitivas.  No  es  ex- 
traño, pues,  que  se  esfumen  en  la  remotidad  prehistórica  los  pasos  iniciales, 
los  gérmenes  del  desenvolvimiento  de  los  antiguos  pobladores  del  istmo  centro- 
americano. Dícese  que  Votan  y  los  tultecas  imprimieron  su  tosca  cultura  a 
diversos  lugares  de  estas  bellísimas  regiones,  a  donde  afluyó  gran  población 
desde  el  siglo  VII  hasta  el  XIII  de  nuestra  era.  Los  quichés  y  cakchiqueles 
alcanzaron  un  relativo  desarrollo,  que  los  ponía  al  nivel  de  los  i)UcblQS  más 
adelantados  del  Perú  y  de  México.  Aquellos  aborígenes  de  Guatemala  pelea- 
ron desesperadamente  contra  los  conquistadores  españoles,  y  al  caer  vecidos 
por  la  fuerza  del  destino,  muchos  de  ellos  huyeron  hasta  el  norte  a  guarecerse 
en  lo  recóndito  de  las  montañas,  mientras  los  otros  quedaron  subyugados,  en 
pueblos  conservadores  atávicos  de  su  tipo  primitivo,  guardando  sus  tradicio- 
nes, aferrándose  a  sus  antiguas  costumbres  y  hablando  los  idiomas  de  sus 
antepasados. 

La  naturaleza  peculiar  y.  agreste  del  país,  dice  Bancroft,  lo  grandioso  de 
la  estupenda  escena  de  sus  volcanes;  los  bosques  inmensos,  hasta  hoy  poco 
explorados ;  la  resistencia  heroica  de  sus  pobladores  por  conservarse  inde- 
pendientes ;  su  natural  fiero  y  rudo ;  lo  extraño  de  sus  mitos  y  supersticiones, 
hacen  de  esta  privilegiada  porción  del  continente,  el  punto  propio  para  llevar 
a  término  los  estudios  más  trascendentales  acerca  de  los  indios  del  Nuevo 
Mundo.  La  América  del  Centro  ha  venido  sufriendo  transformaciones  geoló- 
gicas importantítimas ;  cataclismos  horrendos,  portentosos  cambios,  hasta  el 
punto  de  que  gran  parte  de  su  suelo  estuvo  sumergido  en  el  mar,  para  alzarse 
después  con  vida  tropical  en  tiempos  primitivos,  poblado  de  monstruos  colo- 
sales, cuyos  restos  se  hallan  a  las  veces  entre  profundas  capas  de  mesozoicos 
terrenos. 


(2)    Schopeiihauor— El  Mundo  como  voluntad  y  como  representación— Tomo  Til  p.  424. 


—  7  — 

Inteligentes  viajeros  e  historiógrafos,  como  Brasseur  de  Bourbourg,  Brin- 
ton,  Buschmann,  Balwin,  Marham,  Berendt,  Mosle  y  otros  varios,  dieron  a 
conocer  en  Europa  y  en  los  Estados  Unidos  de  América,  la  antigua  civilización 
de  nuestros  pueblos,  que  en  los  últimos  tiempos  ha  despertado  sumo  interés 
entre  las  sociedades  sabias,  congresos  científicos  y  museos  de  los  Estados 
Unidos,  Francia,  Italia,  Alemania,  Austria,  Bélgica  y  otras  naciones.  Apenas 
tenía  cinco  años  de  establecida  la  Sociedad  de  Geografía  de  París,  cuando 
ofreció  un  premio  de  una  medalla  de  oro,  al  que  tratase  mejor  de  las  antigüe- 
dades de  Centro-América,  de  las  ruinas  del  Quiche,  Peten,  Mixco  y  Copan ;  y 
hasta  ahora  no  se  ha  popularizado  la  historia  de  la  evolución  de  estos  países 
del  Itsmo,  su  orografía,  biología,  etnografía,  pobladores  primitivos,  cultura, 
costumbres,  artes,  religión,  lengua  y  gobiernos,  a  pesar  de  que  las  naciones 
civilizadas  tuvieron  riquezas,  caracteres  distintivos,  hechos  heroicos,  culto 
propio,  mitología  interesante,  grandes  ciudades^  y  desarrollo  autóctono;  todo 
lo  cual  les  da,  en  la  historia  humana,  un  prominente  lugar  en  época  remotísima, 
cuando  estaban  al  nivel  de  los  pueblos  notables  de  Asia  y  de  Europa.  Muchos 
años  antes  de  la  conquista  española  había  decaído  aquel  próspero  estado,  que 
acabó  de  extinguirse  con  el  tremendo  choque  de  otra  raza  diversa,  venida  a 
estas  regiones  a  dar  suelta  al  espíritu  bélico,  a  la  fe  ciega,  al  orgullo  nativo,  a 
la  ambición  y  a  la  gloria,  que  reflejaban  sobra  los  aventureros  de  allende  el 
mar  siete  siglos  de  heroicas  hazañas,  como  nunca  se  vieran  en  la  tierra.  Era 
en  aquel  momento  histórico,  de  los  Reyes  Católicos  y  de  Carlos  V,  el  sol 
esplendoroso  para  España ;  y  las  sombras  salpicadas  de  sangre,  llenas  de 
gemidos  de  dolor,  de  ayes  de  destrucción,  de  la  más  estupenda  desdicha, 
cayeron  sobre  la  raza  aborigen  de  América,  cubriendo  un  pasado  que  hubo  de 
elevarse  a  gran  altura;  dejando  un  presente  más  negro  que  la  adversidad  y 
más  amargo  que  la  desgracia ;  un  futuro  de  aniquilamiento,  de  agonía  constan- 
te, de  esclavitud,  de  miseria  y  de  ruina ;  y  una  historia,  en  fin,  que  según  la 
gráfica  expresión  de  Montalvo,  haría  llorar  al  rpundo  si  hubiera  pluma  que  la 
pudiese  escribir.  En  la  América  de  las  selvas,  antes  que  la  cruzara  el  carro 
nivelador  de  la  civiHzación  latina,  importada  por  la  conquista,  habían  ido 
pasando,  a  la  sombra  de  su  palmas,  y  al  arrullo  de  las  auras  tropicales,  en  este 
istmo  privilegiado,  imperios  antiquísimos,  numerosas  gentes,  que  dejaron 
huellas  tan  interesantes  como  para  preocupar  la  atención  de  sabios,  asociacio- 
nes y  congresos. 

>  Eruditos  americanistas  opinan  que  los  indios  quichés  y  cakchiqueles  ha- 
bían llegado  a  obtener  una  civilización  autóctona,  sin  tomar  nada  de  los  chinos, 
japoneses,  israelitas,  celtas,  germanos,  ni  escandinavos,  como  lo  demuestra, 
con  abundancia  de  doctrina,  el  historiógrafo  Baldwin,  en  la  "Ancient  Amé- 
rica", quien  reconoce,  a  la  vez,  que  la  tragedia  que  en  el  Viejo  Continente  tuvo 
por  desenlace,  la  caída  del  imperio  romano,  se  repitió  en  América,  y  los  hunos, 
alanos,  vándalos  y  godos,  de  aquende  el  océano,  consiguieron  destruir  un» 


cultura  que,  por  entonces,  pudo  haber  competido  con  la  de  Egipto  y  Babilonia. 
Los  que  sembraron  de  maravillas  el  Palemke,  los  que  construyeron  grandes 
ciudades  por  el  Usumacinta,  los  que  dejaron  portentosas  ruinas  por  Copan, 
los  que  en  Santa  Lucía  Cotzumalguapa,  tuvieron  suntuosos  monumentos,  los 
que  en  fin,  esparcieron  en  Santa  Cruz  Quiche  huellas  admirables  de  antiguo 
brillo  y  esplendor,  no  eran  salvajes  miserables,  como  ya  se  ha  convencido  de 
ello  nuestra  civilización  orgullosa. 

Lejos  de  haber  espíritu  continental,  ni  hegemonía,  prevalecieron  entre  los 
aborígenes  profundos  odios,  con  tendencias  a  la  destrucción  y  al  exterminio. 
El  elemento  europeo  fué  un  medio  de  que  usó  la  Providencia  para  que  se 
efectuase,  valiéndose  de  los  mismos  pobladores,  la  sujeción  sucesiva  de  la 
tierra  americana.  La  conquista  española,  en  el  Nuevo  Mundo,  estaba  prepa- 
rada de  antemano  por  los  acontecimientos  históricos.  Se  revelaron*  en  aquol 
heroico  esfuerzo  de  los  valientes  iberos,  no  sólo  la  audacia  y  el  aliento  sobo- 
rano  de  una  raza  aguerrida,  sino  la  superioridad  moral  y  el  aguijón  del  interés, 
dando  vuelo  a  las  energías  individuales  y  a  las  pasiones  desencadenadas.  Solís, 
Prescott,  Riva  Palacio,  y  los  demás  escritores  que  narran  aquella  apocalíptica 
lucha,  más  titánica  que  las  de  los  dioses  mitológicos  y  más  trascendental  que 
las  de  Alejandro,  César  y  Napoleón,  para  el  mundo  entero,  hacen  resaltar 
virtudes  sublimes  y  horribles  vicios,  luz  y  sombras,  "en  el  soberbio  cuadro  del 
siglo  de  León  X ;  siglo  de  luchas  religiosas,  políticas,  sociales  y  científicas,  que 
formaron  la  geografía  del  mundo  y  que  hicieron  surgir  a  Carlos  V  y  a  Felipe 
II,  a  Lutero  ya  San  Ignacio  de  Loyola,  a  Rafael  y  a.  Miguel  Ángel,  a  Copér- 
nico  y  a  Erasmo,  a  Cárdano  y  a  Machiavelo,  a  Rabelais  y  al  Tasso,  a  Cervantes 
y  a  Shakespeare.  Eran  los  conquistadores  de  carácter  de  acero,  de  inquebran- 
table fe,  de  designios  providenciales,  de  intolerancia  absoluta,  de  valor  temera- 
rio, de  crueldad  suma,  de  fuerza  física  y  moral  a  toda  prueba.  Aquellos 
.  hombres,  como  dice  un  escritor  americano,  estaban  fuera  de  la  humanidad 
que  conocemos  y  comprendemos,  y  formaban,  por  las  cualidades  de  su  es])í- 
ritu,  como  una  especie  distinta  de  los  que  fueron  antes  y  de  los  que  han  sido 
después".  Eran  almas  forjadas  para  las  tempestades,  como  los  alciones  y  las 
águilas  marinas. 

Tras  la  escena  sangrienta  de  la  conquista,  van  desfilando,  en  torbellino 
siniestro,  los  férreos  capitanes  en  sus  fogosos  corceles ;  los  humanitarios 
frailes  con  misticismo  medioeval ;  las  monjas  fanáticas,  de  conciencias  neuró- 
ticas y  formas  histéricas ;  los  golillistas,  que  venían  a  espigar  en  campo  rico ; 
los  mitrados  con  jurisdicción  amplísima;  San  Francisco,  en  continuas  luchas 
teológicas  y  temporales  con  Santo  Domingo ;  los  piratas  británicos  incen- 
diando y  robando  en  las  riberas  marítimas ;  los  encomenderos  exprimiendo  a 
los  caciques;  los  contrabandistas,  rasgango  a  diario  el  círculo  de  hierro  de  un 
comercio  restrictivo ;  y,  en  último  término,  espesa  muchedumbre  de  indios,  en 
la  cual  abría  a  cada  paso  terribles  claros  la  muerte,  constreñida  aquella  raza 


—  9  — 

a  trabajos  superiores  a  sus  fuerzas  y  fustigada  sin  piedad  por  opresores,  ar- 
diendo ella  en  ira  y  alimentando  en  secreto  deseos  de  venganza,  al  contemplar 
sus  ídolos  destruidos,  sus  vírgenes  sirviendo  de  pasto  a  la  concupiscencia  de 
los  recién  venidos,  todo  cuanto  constituía  su  orgullo  y  formaba  el  pedestal  de 
su  gloria  hecho  pedazos,  por  los  ferrados  cascos  de  los  bridones  extranjeros. 
Vino  para  ellos  la  desesperanza,  la  tisis  del  alma. 

No  se  crea,  sin  embargo,  que  pretendemos  denostar  acerbamente  aque- 
lla interesantísima  fase  de  la  evolución  social.  El  dolor  es  gaje  de  la  huma- 
nidad. Todas  las  transformaciones,  todos  los  cambios,  han  producido  lluvia 
de  lágrimas,  regueros  de  sangre,  aves  de  amargura.  Nace  la  vida  del  seno  de 
la  muerte,  y  brota  la  civilización  ahí  en  donde  el  exterminio,  las  convulsiones 
y  el 'crimen,  removieron  hasta  las  heces  los  caducos  sedimentos  de  pueblos 
desventurados.  El  tiempo  forma  lentamente  esa  larva  que,  al  calor  de  la  na- 
turaleza, hace  surgir  en  la  historia  nuevas  naciones,  que  entran  de  lleno  en  el 
cauce  del  progreso ;  pero,  para  pasar  del  seno  de  nuestras  madres  al  seno  de 
nuestras  tumbas,  siempre  hay  un  mar  de  dolores.  En  la  metamorfosis  social, 
como  en  la  orgánica,  todo  vive  de  lo  que  perece. 

Los  ínclitos  capitanes  que  conquistaron  el  Nuevo  Mundo,  no  tuvieron 
ninguna  recompensa  por  sus  bélicos  prodigios.  Hernán  Cortés,  Pizarro  y 
Alvarado,  recogieron  sólo  desazones  e  ingratitudes  en  su  turbulenta  carrera. 
Después  de  sus  días,  encargóse  la  fama  de  inmortalizar  sus  nombres,  sin  que 
los  monarcas  hispanos  se  curasen  de  satisfacer  la  deuda  de  gratitud  que  les 
debían  por  el  regalo  de  un  Mundo.  ¡Qué  mucho,  si  Cristóbal  Colón  apenas 
tuvo  un  puñado  de  tierra  para  sus  restos  mortales ! 

A  raíz  de  la  conquista,  hubo  de  comenzar  el  odio  que  fermentaba  entre 
criollos  y  chapetones.  Eran  los  unos  descendientes  de  los  conquistadores  de 
la  tierra,  mientras  que  los  otros  venían  de  la  Península,  cargados  de  ínfulas 
por  lo  común,  pero  sin  ningún  afecto,  para  ejercer  el  mando  sobre  pueblos  que 
les  eran  desconocidos.  El  sistema  obedecía  al  propósito  de  que  se  perpetuase 
en  América  el  predominio  español,  porque  temían  que  radicando  la  autoridad 
en  ios  naturales  de  este  suelo,  surgiese  la  idea  de  la  emancipación,  que  cabal- 
mente se  fué  incubando  en  los  nativos,  al  verse  pospuestos  a  los  advenedizos. 
No  sólo  tenían  los  altos  cargos  políticos  los  peninsulares,  sino  que  el  comer- 
cio, la  agricultura,  la  industria,  y  hasta  la  ilustración,  sufrían  cortapisas  en 
contra  de  los  americanos  y  en  beneficio  de  los  españoles  europeos.  Se  prohi- 
bieron ciertas  fábricas  que  podían  hacer  competencia  a  las  de  España.  Se 
tomó  empeño  en  el  aislamiento  de  América  del  resto  del  mundo,  hasta  que 
aquella  compresión  hubo  de  estallar,  primero  en  Nicaragua,  con  la  célebre 
sublevación  de  los  Contreras  y  después  en  el  Perú  y  en  México. 

Al  través  de  las  ideas  que  prevalecían  en  los  siglos  XVI,  XVII  y  XVIIÍ, 
no  era  posible  que  las  colonias  españolas  dejasen  de  reflejar  el  atraso  y  la 
decadencia  que  la  Península  comenzó  a  sufrir  a  raíz  precisamente  de  la  con- 


quista  de  América.  Había  renovado  España,  en  la  época  moderna,  la  expan- 
sión latina  de  los  tiempos  de  Augusto.  Carlos  V  y  Felipe  II  contemplaron 
todavía  el  apogeo  de  la  raza  ibérica.  Después  vino  en  descenso  aquel  porten-" 
toso  poderío,  que  los  errores  políticos,  los  absurdos  económicos,  las  preocupa- 
ciones sociales,  los  abusos  regios  y  la  holganza  popular,  destruyeron  por  com- 
pleto. Antes  soberbia  y  ahora  desmedrada,  tuvo  la  heroica  nación  española 
que  soportar  las  debilidades  y  vacilaciones  de  Carlos  IV  y  de  Fernando  VIL 
Las  leyes  biológicas  son  inexorables  así  para  los  individuos  comt)  para  las 
naciones. 

La  atonía,  la  intolerancia,'  la  falta  de  trabajo,  arruinaron  a  España  y  se 
transmitieron  a  sus  colonias,  que  heredaron  la  centralización,  las  algaradas  y 
el  viciado  espíritu  peninsular,  con  sus  naturales  derrumbamientos,  sin  que  al 
decir  todo  eso,  se  pueda  desconocer  el  pasmoso  trabajo  administrativo,  jurí- 
dico, religioso  y  político,  desplegado  por  los  monarcas  de  Castilla,  a  efecto 
de  perpetuar  su  mando  en  la  porción  más  bella  y  más  grande  del  Nuevo 
Mundo.  El  conjunto  de  aquella  legislación  merece  un  estudio  serio,  mien- 
tras que  la  famosa  obra  de  don  Juan  de  Solórzano  y  Pereira,  intitulada  "Po- 
lítica Indiana",  es-  monumento  de  erudición,  doctrinas,  disposiciones  y  reglas, 
para  el  régimen  de  los  países  hispano-americanos.  Es  el  Derecho  público, 
civil  y  eclesiástico,  de  aquellos  tiempos. 

El  río  de  oro  y  plata  que  del  Perú  y  de  México  corría  para  España,  se 
filtraba  mucho  antes  de  llegar  a  la  Península,  a  causa  de  los  malos  métodos  de 
recaudación,  y  después  aquellos  caudales  ingentes  ni  aliviaban  las  aflicciones 
de  la  monarquía,  ni  hacían  más  que  pasar  por  las  cajas  reales,  para  seguir  su 
curso  e  ir  a  parar  a  otras  naciones,  que  eran  las  aprovechadas;  las. enemigas 
cabalmente  de  la  misma  España,  de  aquel  pueblo  guerrero,  navegante  y  poeta, 
que  fatigó  a  la  fama  con  la  historia  de  sus  hechos  estupendos. 

Los  conquistadores,  que  no  retrocedían  ante  ninguna  violación  de  los 
principios  de  justicia  y  de  humanidad,  en  sus  luchas  contra  los  naturales  de 
las  Indias,  ni  en  el  avasallamiento  de  esta  raza,  para  obligarla  a  los  más  abru- 
madores trabajos,  y  que  además,  en  sus  relaciones  con  los  mismos  españoles, 
demostraban  de  ordinario  los  peores  instintos,  se  sentían  poseídos  de  la  más 
ardiente  devoción  religiosa.  Era  que  durante  siete  siglos,  que  duró  la  guerra 
de  los  cristianos  con  los  moros,  y  que  concluyó  justamente  cuando  Colón  se 
aprestaba  a  descubrir  el  Nuevo  Mundo,  se  había  convertido  la  cruz  en  enseña 
de  lucha  a  sangre  y  fuego.  El  cristianismo  lo  imponían  por  la  fuerza,  a  estilo 
musulmán,  con  procedimientos  bizantinos.  No  fueron,  por  cierto — ni  dada  la 
condición  y  estado  de  los  indios,  podían  haber  sido — la  predicación,  ni  la  fe, 
sino  el  miedo  y  la  violencia,  los  móviles  que  obligaron  a  los  aborígenes  a 
abandonar  su  torpe  fetichismo.  Ni  la  exaltación  fanática  del  oriental,  ni  la 
profunda  concepción  teológica  del  latino,  eran  rasgos  tistintivos  del  carácter 
de  la  raza  indiana,  esencialmente  supersticiosa.     Si  los  romanos  del  tiempo  de 


Marco  Aurelio,  tenían  al  Dios  de  los  cristianos,  entre  sus  antiguos  lares  y 
penates,  al  lado  de  Minerva  y  Venus  ¡  qué  mucho,  que  se  vieran  las  cruces  y 
las  imágenes  de  los  santos  en  los  mismos  adoratorios  de  Gucumatz  y  al  lado 
sus  ídolos.  Así  como  Mahoma  y  Omar  impusieron  las  formas  del  islamismo 
a  los  pueblos  que  vencieron,  también  la  conquista  de  América  impuso  los  ritos 
cristianos  a  los  indios,  y  les  obligó  a  abandonar  sus  ídolos  y  los  sacrificios  de 
víctimas  humanas,  aprovechando  muchas  veces  los  aborígenes  las  sombras 
de  la  noche  para  volver  a  sus  prácticas  primitivas. 

Tal  fué  el  contraste  entre  los  dos  cultos,  que  a  pesar  de  los  horrores  de  la 
conquista,  y  de  las  supersticiones,  que  había  mezclado  la  Edad  Media  a  la 
pura  enseñanza  de  Jesús,  en  mucho  mitigó  el  cristianismo  el  yugo  cesáreo  de 
la  dominación  española.  La  Iglesia  no  sólo  acogió  desde  un  principio  a  los 
indígenas,  sino  que  atenta  a  las  tradiciones  de  su  historia,  cumplió  la  misión 
de  colocarse  entre  vencedores  y  vencidos,  como  único  poder  suficientemente 
idóneo  y  fuerte  para  hacer  surgir  un  orden  social  nuevo  sobre  las  ruinas  de  la 
conquista.  La  Iglesia,  como  en  el  atronador  hundimiento  del  mundo  romano, 
en  los  siglos  IV  y  V,  moderó  las  iras  triunfantes  y  enjugó  las  lágrimas  de 
los  sojuzgados.  A  la  hora  solemne  de  la  independencia  estuvieron  los  curas  al 
lado  de  los  criollos,  como  que  a  esa  clase  pertenecían,  mientras  que  los  obis- 
pos y  altas  dignidades  veían  cifrada  su  suerte  en  el  régimen  tradicional  espa- 
ñol. Fueron  las  órdenes  religiosas  el  escudo  que  al  indio  protegía  contra  las 
aberraciones,  la  codicia,  la  altivez  y  la  fuerza  de  los  conquistadores,  que  se 
pusieron  muchas  veces  en  pugna  con  los  frailes,  porque  eran  obstáculo  a  sus 
inhumanos  procedimientos. 

El  cuadro  de  la  Colonia  ofrece  obscuros  tintes  al  par  que  luminosos  res- 
plandores, entre  cuyos  destellos  aparece  el  filántropo  Las  Casas,  como  proto- 
tipo de  consuelo  para  aquellos  infelices  indios,  cuya  racionalidad  se  negaba 
por  juristas  sin  conciencia  y  enconmenderos  sin  corazón,  que  creían  que  el 
interés  y  el  fanatismo  debían  sobreponerse  al  biológico  instinto  de  la  exis- 
tencia de  los  conquistados.  Fué  menester  que  un  Romano  Pontífice  decla- 
rase que  eran  racionales.  Las  Leyes  de  Indias  revelan  los  buenos  propósitos 
de  los  monarcas  castellanos,  superiores  de  todo  en  todo  a  la  rudeza  de  los 
tiempos,  siquiera  fuese  su  mira  perpetuar  lo  más  posible  el  regio  poderío  en 
América,  mientras  que  la  explotación,  el  violento  proceder  de  los  conquista- 
dores y  los  manejos  interesados  de  los  encomenderos,  eludían  la  eficacia  de 
las  benévolas  disposiciones  españolas.  Cuando  los  señores  del  Consejo  de 
Indias  consultaron  al  trémulo  y  enfermizo  don  Carlos  II,  la  real  cédula  en  que 
se  ordenaba  a  los  gobernantes  de  estos  países  el  exacto  cumplimiento  de  las 
disposiciones  encaminadas  a  respetar  la  libertad  de  los  naturales  y  darles 
humano  trato,  escribió  el  Hechizado  monarca  estas  nobles  líneas :  "Quiero 
que  deis  satisfacción  a  mí  y  al  mundo  del  modo  de  tratar  a  esos  mis  vasallos, 
y  de  no  hacerlo,  con  que  en  respuesta  de  esta  carta  vea  yo  excusados  mis 


reales  designios,  me  daré  por  deservido,  y  serán  impuestos  exemplares  cas- 
tigos, a  los  que  hubieren  excedido  en  esta  parte ;  y  aseguróos  que,  aunque  no 
lo  remediéis,  lo  tengo  de  remediar,  y  mandaros  hacer  cargo  por  las  más  leves 
omisiones  en  ésto,  por  ser  contra  Dios  y  contra  mí,  y  en  total  ruina  y  destruc- 
ción de  esos  reinos,  cuyos  naturales  estimo,  y  quiero  que  sean  tratados  como 
lo  merecen  vasallos  que  tanto  sirven  a  la  monarquía  y  tanto  la  han  engrande- 
cido e  ilustrado." 

Los  reyes  de  España,  dando  oídos  a  su  interés,  vieron  a  los  indios  como  a 
subditos,  porque  así  engrandecían  sus  dominios,  mientras  que  los  conquista- 
dores, cediendo  también  a  su  interés,  y  creyendo  tener  derecho  de  sacar  utili- 
dad de  todos  los  sufrimientos  y  peligros  a  que  se  habían  expuesto,  no  podían 
dejar  de  explotar  a  los  conquistados,  ya  que  el  fin  de  enriquecerse  los  había 
traído  a  la  vida  aventurera,  con  tantos  riesgos  y  privaciones  acometida.  Siem- 
pre el  interés  será  el  principal  móvil  de  las  acciones  humanas.  No  fueron,  por 
cierto,  la  filantropía  y  la  caridad  las  que  inspiranxi  a  Cortés  y  a  Alvarado. 
Las  bulas  de  Alejandro  VI,  de  3  y  4  de  mayo  de  1493,  en  que  los  españoles 
pretendieron  fundar  la  conquista,  reconocida  entonces  por  legítima  en  el  mun- 
do entero,  reposaban  en  el  principio  absurdo,  pero  dominante  en  aquella  época, 
de  que  los  paganos  e  infieles  no  poseían  legítimamente  sus  tierras,  ni  sus  bie- 
nes, y  que  los  cristianos  tenían  derecho  de  quitárselos  (3)  motivo  por  el  que 
los  conquistadores  creían  verdaderamente  que  era  grato  a  los  ojos  de  Dios 
apoderarse  de  los  indios  mismos.  En  todas  las  épocas  significó  la  conquista 
ominosa  servidumbre.  El  choque  de  una  civilización  avanzada  con  otra 
rudimentaria,  hace  sucumbir  la  raza  débil.  Los  cambios  o  crisis  de  los  i)uc- 
blos  se  efectúan  entre  ayes  de  dolor,  quedando  apenas,  en  los  supremos  ins- 
tantes de  sus  desfallecimientos,  vagos  perfiles  de  su  idiosincrasia  y  tristes 
memorias  de  sus  aspiraciones.  No  fué  en  modo  alguno  deliberada  la  proscrip- 
ción de  los  aborígenes :  se  produjo  por  numerosas  causas  de  la  época,  religio- 
sas, políticas,  sociales,  económicas  e  históricas,  como  se  hace  la  malla  infran- 
queable de  bejucos,  fibras  y  ramaje  en  el  fondo  de  las  selvas. 

La  autoridad  de  los  emperadores  de  Roma  fué  por  lo  general  el  tip<j  de 
los  gobernantes  de  América.  La  divinización  del  trono,  el  simbolismo  pre- 
toriano,  la  ignorancia — entonces  general  en  el  mundo — de  los  principios  que 
vivifican  y  fecundan  a  los  pueblos,  la  canonización  de  los  privilegios  fiscales, 
de  las  iglesias  y  de  los  menores,  la  teocracia  absorvente,  y  la  complicadísima 
armazón  administrativa  y  judicial,  que  trituraba  al  laberintoso  derecho,  al 
pasar  por  tanta  rueda  y  al  encontrarse  comprimido  por  tan  variados  resortes, 
a  tal  punto  que  la  justicia  solía  envejecer  a  fuerza  de  trámites  y  la  administra- 
ción se  dificultaba  entre  aquella  balumba  de  triquiñuelas  y  formularios  del 
Utroque  Jure,  de  la  Política  Indiana,  de  la  Curia  Filípica,  y  de  tantos  códigos 


CS)    J.  W.  Draper.    Histoii-p  du  déveloprwment  intelectuelle  de  1' Europe.  Paris.   1  «69,  tome  39  p.  90. 


w 


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como  prevalecían,  desde  el  Fuero  Juzgo  hasta  la  Novísima  Recopilación  y  las 
Leyes  de  Toro;  todo  eso,  unido  a  otras  causas  de  la  época,  fueron  la  ruina  de 
España  y  de  sus  colonias. 

La  mezquindad  goliUesca  cundió  en  América  con  el  prurito  casuístico  de 
expedientarlo  todo  y  embrollar  lo  más  sencillo,  de  tal  suerte,  que  el  elemento 
oficial  letrado  y  el  eclesiástico,  masticaban  cuanto  caía  en  las  curias,  y  venían 
resultando  los  asuntos  cual  mariposas  sobadas  que  hubiesen  perdido  el  polvi- 
llo de  su  alas,  luengos  años  después  de  ser  crisálidas. 

El  primer  siglo.de  la  dominación  española  fué  esencialmente  militar.  Du- 
rante la  conquista  y  en  el  belicoso  reinado  de  Carlos  V  y  de  su  hijo  Felipe  II, 
era  guerrero  el  carácter  de  los  tiempos.  Después  hubo  de  echar  raíces  la 
dominación  pacífica  del  clero  y  de  las  audiencias  reales,  pudiendo  decirse  que 
sobrevino  la  centuria — 1 598-1713 — teocrático-civil  de  la  colonia.  Por  último, 
empieza  en  el  siglo  XVIII,  nueva  vida  para  la  América  española,  saliendo 
hasta  cierto  punto  del  aislamiento  en  que  la  había  tenido  la  dinastía  austríaca, 
y  aspirando  algunos  efímeros  efluvios  de  libertad,  durante  el  reinado  de 
Carlos  III. 

El  sistema  colonial  tuvo  que  reflejar,  durante  su  mayor  lapso,  el  carácter 
de  la  monarquía  de  Carlos  V  y  de  Felipe  II ;  resentirse  de  restrictivo,  como  lo 
aconsejaban  los  erróneos  sistemas  económicos  de  aquellos  tiempos;  ostentar 
tinte  teocrático,  como  lo  requería  la  manera  de  ser  religiosa  de  entonces ;  ser 
reverente  hasta  el  fanatismo  por  la  sacra  real  majestad,  puesto  que  el  rey  re- 
presentaba la  autoridad  divina  sobre  la  tierra.  Pero,  no  por  eso,  de>ó  de  haber 
una  inmensa  labor  administrativa,  que  produjo  desarrollo  en  las  esferas  socia- 
les y  vino  formando  la  nueva  sociedad  américo-hispana  actual.  Claro  es  que 
no  se  aspiraba — ni  era  dable  aspirar  entonces — al  progreso  como  hoy  se  en- 
tiende, porque  fueron  otras  las  tendencias  de  la  época.  Querían  los  reyes  que, 
según  una  expresión  en  boga,  fuesen  sus  magistrados  muy  recoletos.  Ni  los 
afectos,  ni  los  negocios,  eran  permitidos  a  los  altos  funcionarios,  quienes  ni 
podían  casarse,  ni  cultivar  amistades,  ni  ejercer  comercio  alguno  en  el  terri- 
torio de  su  mando.  Esa  incomunicación  de  los  jefes  con  sus  subordinados 
no  llegó  a  dar  benéficas  consecuencias.  Ni  las  quejas  elevadas  al  soberano, 
ni  las  apelaciones  al  Supremo  Consejo  de  las  Indias,  ni  los  juicios  de  residen- 
cia, ni  las  penas  severas,  ni  el  santo  temor  de  Dios,  eran  bastantes  a  remediar 
los  abusos,  que  por  cierto  no  fueron  tan  frecuentes,  en  los  tiempos  de  antaño, 
como  muchos  creen. 

El  demonio  hacía  entonces  importantísimo  papel ;  hasta  el  punto  de  que 
no  hay  códigos,  historias,  tradiciones,  ni  consejas,  en  que  no  aparezca  mez- 
clado el  rey  de  los  avernos  (4).     Parecía  que  en  Europa  y  América  hubiese 


(4)  En  la  curiosa  obra  antigua  "Ruiz  Montoya  en  Indias''  se  dedican  los  capítulos  XVII  y  XVIII 
a  referir  los  lances  de  una  linda  doncella  endemoniada,  que  dejó  de  ser  enamora  iza  a  fuerza  de 
exorcismos.    ¡La  credulidad  y  la  ignorancia  forjaban  absurdos! 


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entrado  una  epidemia  demoniaca  en  aquellos  viejos  tiempos,  que  daban  g^ran 
trabajo  a  los  exortistas  para  andar  sacando  a  satanás  de  los  nerviosos  cuerpos 
de  los  infelices  poseídos.  La  inquisición  quemaba  a  muchos,  y  los  médicos, 
teólogos  y  legistas,  creían  a  pie  juntillas  en  brujos  y  hechizos.  Los  indios 
americanos  eran  muy  dados  también  a  las  artes  diabólicas,  explotando  la  cre- 
dulidad y  el  fanatismo  hasta  para  sus  tentativas  levantiscas. 

En  aquellos  obscuros  tiempos  reinó  en  todo  el  mundo  la  superstición  de 
las  artes  mágicas.  Se  creía  en  encantamientos,  brujerías,  maleficios,  exor- 
cismos, nigromancias,  adivinaciones,  augurios,  presagios,  oráculos  y  otras  mil 
patrañas  (5). 

Fué  la  época  de  fanatismo,  preocupaciones  y  férrea  dominación.  Los 
españoles  serían  crueles;  pero  no  les  iban  en  zaga  los  italianos,  franceses,  in- 
gleses, turcos,  y  cuantos  vivieron  en  aquellos  siglos.  César  Borgia,  Luis  XI, 
Eduardo  IV,  y  todos  los  monarcas  de  tan  rudo  ciclo,  no  se  mostraron  más 
humanos  que  don  Pedro  el  Justiciero.  A  Vanini  le  arrancaron,  como  a  otros 
muchos,  la  lengua  con  unas  tenazas,  en  Francia ;  a  Bruno  lo  echaron  a  una 
hoguera,  en  Roma;  en  Inglaterra  martirizaron,  entre  innumerables  inocentes, 
a  Tomás  Moro  y  quemaron  a  Juana  de  Arco  y  a  Juan  Huss.  Calvino  hizo 
morir  inicuamente  a  Miguel  Servet,  llenando  de  sangre  el  orbe.  Mahomct 
II,  al  cuestionar  con  el  artista  veneciano.  Gentil  Bellini,  sobre  el  tamaño  del 
cuello,  en  la  célebre  pintura  de  san  Juan  Bautista  degollado,  llamó  a  uno  de 
sus  servidores,  y  cortándole  de  un  tajo  la  cabeza  con  su  cimitarra,  exclamó: 
¡ahí  está f  ¿no  decía  yo  que  el  pescuezo  que  pintasteis  estaba  demasiado 
largo? En  las  costumbres,  en  las  leyes,  en  la  religión,  en  todo,  prevale- 
cía la  crueldad.  El  hombre  era  nada,  el  individualismo  no  se  reconocía  y 
dudóse  hasta  de  la  racionalidad  del  indio.  No  hay  que  olvidar,  pues,  que  el 
mundo  entero — no  solamente  España — atravesó  aquella  época,  que  si  fué 
sombría,  se  mostró  tan  grande,  como  que  sirvió  de  génesis  a  la  transformación 
de  la  historia,  que  completó  el  planeta  e  hizo  viable  la  libertad.  En  pleno 
siglo  XX  ¿cómo  han  procedido  los  alemanes,  ingleses,  rusos,  franceses,  y  hasta 
los  norte-americanos?  Si  el  padre  Las  Casas  escribió  con  sangre  los  horrores 
de  la  conquista  española,  la  civilización  consigna  con  vergüenza,  las  abomi- 
naciones ejecutadas  actualmente  en  Europa,  Asia,  África  y  Filipinas. 

La  organización  de  los  virreinatos  y  de  las  capitanías  generales  de  la  Amé- 
rica española  se  basó  precisamente  en  la  preexistente  manera  de  ser  y  de  go- 
bernarse que  los  indios  tenían.  Ora  formaron  comunismos  teocráticos,  no  ya 
en  favor  del  régulo,  sino  en  pro  del  fraile  o  del  encomendero ;  ora  el  socialismo 
gubernativo  se  explotaba  por  medio  de  los  mismos  señores  principales  indios, 
en  beneficio  del  conquistador  o  del  cura ;  ora  la  plebe  indiana,  cual  rebaño  de 
carneros,  era  dominada  primero  por  sus  caciques,  luego  por  los  gobernadores, 


(5)    Whlte,  Hlstoire  de  la  lutte  entre  la  Science  et  la  Theologle,  chap  XV,  v&g.  336. 


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en  seguida  por  los  Magistrados  de  las  Audiencias,  presidentes  y  virreyes, 
mientras  allá  en  España,  dictaban  leyes  los  monarcas  iberos,  con  todo  el  apara- 
to del  Consejo  de  las  Indias. 

Los  dominios  de  S.  M.  tenían  aproximadamente  cuatrocientos  treinta  mil 
leguas  de  superficie  y  catorce  millones  de  subditos,  según  el  censo  de  i799- 
Ese  extensísimo  y  despoblado  territorio  no  cultivaba  relaciones  con  el  resto 
del  mundo ;  casi  permanecía  aislado  del  antiguo,  por  el  sistema  prohibitivo. 

Así  y  todo,  demuestra  la  historia  que  los  ayuntamientos  tuvieron  indepen- 
dencia e  importancia,  representando  con  integridad  y  decoro  los  intereses  co- 
munales. Cada  cabildo,  dice  Quesada,  era  la  tradición  local  del  amor  de  la 
niñez,  de  la  juventud  y  de  la  edad  madura,  que  surgía  al  tañido  de  la  campana 
de  la  aldea  madre.  Por  lo  común,  ni  los  virreyes,  ni  los  capitanes  generales, 
cuyo  poder  tenía  correctivo  y  limitación  por  el  de  la  Real  Audiencia,  traspasa- 
ban sus  facultades.  Las  raras  y  ruidosas  contraversias  jurisdiccionales,  así 
como  los  ecándalos,  que  alguna  vez,  produjo  el  peculado,  pruebas  son  de  que 
ni  la  arbitrariedad,  ni  menos  el  bárbaro  pillaje  de  los  caudales  públicos,  ha- 
bían constituido  sistema  canallocrático. 

La  historia  de  la  época  colonial  no  será  una  brillante  narración  de  grandes 
convulsiones  y  de  principios  deslumbradores ;  pero  constituye  el  génesis  de  un 
período  de  crecimiento,  interrumpido  a  las  veces  por  una  invasión  pirática, 
por  una  reyerta  entre  ambas  potestades,  por  alguna  divergencia  entre  las  ór- 
denes religiosas,  por  la  recepción  de  un  presidente,  por  un  acto  doctoral,  por  la 
ejecución  de  un  reo,  o  en  fin,  por  la  plausible  nueva  del  nacimiento  de  un  vas- 
tago de  la  familia  regia  de  España.  Época  tranquila,  que  sirvió  de  larva  para 
la  formación  de  un  gran  pueblo,  que  después  de  aquellas  fases  lentas  de  evo- 
lución poderosa,  apareció  en  el  mundo  como  resultado  de  la  conquista  española 
en  la  parte  más  bella  del  nuevo  continente.  Sufren  lamentable  error  los  que 
ven  en  todo,  durante  la  colonia,  atraso  y  absolutismo.  Echando  una  mirada 
sobre  las  artes  retrospectivas,  las  labores  mecánicas,  la  agricultura,  las  cien- 
cias, y  el  desarrollo  común,  se  encontrará  en  esta  historia  que  los  edificios  que 
había  en  la  antigua  capital  del  reino  de  Guatemala  y  los  que  aquí  en  la  nueva  se 
levantaron,  revelan  gran  mérito  arquitectónico ;  en  pintura,  los  cuadros  de 
San  Francisco,  Santo  Domingo,  el  Calvario  y  muchos  más  que  mencionaremos, 
son  de  indiscutibles,  grandes  maestros;  en  música,  hubo  familias  de  filarmóni- 
cos notables;  en  astronomía,  en  historia  natural,  en  poesía  descriptiva,  deja- 
ron luminosa  estela  los  fastos  antiguos ;  el  añil,  el  cacao,  el  bálsamo,  la  gana- 
dería, produjeron  riquezas  considerables ;  en  punto  a  fábricas  géneros  y  teji- 
dos, no  se  han  hecho  después  ni  superiores,  ni  de  tan  diversas  calidades.  Po- 
drá descubrirse,  sin  apasionamiento,  ni  obsecación,  que  aquella  época,  más 
censurada  que  bien  comprendida,  tuvo  para  Guatemala,  en  medio  de  sus  gran- 
des defectos,  y  del  vicio  de  los  tiempos,  mucho  digno  de  perpetua  memoria  y 
merecedor  de  particular  encomio,  siempre  con  el  tinte  patriarcal  , saturado  del 


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misticismo  de  la  sociedad  española  antigua.  Los  sentimientos,  las  costum- 
bres, las  ideas  de  un  pueblo,  son  como  gigantescas  estalagmitas  formadas  por 
la  serie  lenta,  pero  constante,  de  no  pocos  errores  políticos,  religiosos  y  econó- 
micos, que  trascienden  siempre  en  las  transformaciones  de  las  sociedades.  El 
veredicto  de  la  filosofía  debe  fundarse  en  los  resultados  generales,  sin  salir  del 
ambiente  de  aquellos  tiempos,  ni  prescindir  de  las  instituciones  que  informa- 
ban la  cultura  de  la  época. 

El  reino  de  Guatemala  tenía  sesenta  y  cuatro  mil  leguas  cuadradas,  con 
una  población,  en  su  mayor  parte  de  indígenas,  que  apenas  llegó  a  ser  de  un 
millón  de  habitantes.  La  propiedad  se  hallaba  estancada  en  pocas  manos. 
Las  tierras  de  los  indios  eran  precarias,  poseídas  a  censo  o  a  título  de  comuni- 
dad, y  de  tal  suerte  cultivadas,  que  sólo  les  producían  para  el  pago  del  tributo, 
para  su  rústico  alimento,  para  su  tosco  vestido  y  para  sus  cofradías  y  cajas  de 
comunidades.  Los  repartimientos,  el  cargar  sobre  sus  espaldas,  a  guisa  de 
bestias,  los  artículos  del  tráfico,  la  composición  de  los  caminos,  la  construc- 
ción de  edificios,  y  en  fin,  todo  lo  que  era  servicio,  penoso,  estaba  reservado  a 
los  infelices  aborígenes,  cuyo  número  llegó,  a  principios  del  siglo  XIX,  a  seis- 
cientos mil  cuatrocientos  sesenta  y  seis.  Los  pardos  y  algunos  negros,  ascen- 
dían a  trescientos  trece  mil  treinta  y  cuatro,  y  formaban  una  casta  menos  útil 
por  su  innata  flojera  y  abandono,  al  decir  del  informe  que  el  Real  Consulado  de 
Comercio  envió  a  las  Cortes  de  España,  en  1810.  La  tercera  clase,  de  los  blan- 
cos, ascendía  a  unos  cuarenta  mil,  entre  agricultores,  mercaderes,  empleados, 
eclesiásticos,  etc.  Algunos  de  los  hacendados  poseían  miles  de  caballerías  de. 
terreno  inculto,  dedicado  a  la  crianza  de  ganado,  y  los  otros,  tenían  obrajes  de 
añil,  que  era  artículo  de  importancia  y  valor.  El  ganado  vacuno  producíase 
sobre  todo  en  haciendas  o  estancias  remotas  de  las  provincias,  y  se  traía  a 
repastar  en  praderas  o  potreros,  para  abastecer  de  carne  la  capital,  formándose 
así  un  tráfico,  entre  cierto  orden  de  personas,  que  ni  correspondía  a  la  agricul- 
tura, ni  al  comercio  decididamente,  como  se  explica  en  la  Real  Cédula  de  Erec- 
ción del  Real  Consulado  de  Comercio.  El  azúcar,  la  rapadura,  el  algodón,  el 
trigo  y  algunos  artículos  más,  eran  sólo  de  tráfico  interior,  sin  poder  exten- 
derse a  la  exportación,  a  causa  de  las  inmensas  distancias,  falta  de  caminos  y 
dificultades  para  embarcarlos.  Pocos  fueron,  en  los  últimos  tiempos,  los  agri- 
cultores ricos,  dado  que,  la  mayor  parte  reconocía  sobre  sus  propiedades  ca- 
pellanías, hipotecas  y  otros  gravámenes,  al  par  de  sus  valores.  Apenas  hubo 
unas  treinta  casas  de  comercio,  que  directamente  recibían  de  Cádiz,  por  el 
golfo  de  Honduras,  géneros  europeos,  por  valor,  en  todo  el  gran  reino  de  Gua- 
temala, de  un  millón  de  pesos,  para  realizar  esas  mercaderías  en  tiendas  y  al- 
macenes. Los  retornos  los  efectuaban  en  añil,  cuando  los  ingleses  no  oponían 
obstáculos  a  la  navegación  o  la  langosta  no  menoscababa  las  cosechas.  Los 
conventos  de  frailes  eran  ricos  y  la  existencia  monótonamente  triste,  bien  que 


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la  sencillez  en  las  costumbres  y  los  hábitos  de  moralidad  y  buena  fe,  hacían 
poco  frecuentes  los  delitos,  dando  tinte  patriarcal  a  la  vida  de  nuestros  abue- 
los, exenta  del  egoísmo,  de  las  preocupaciones  materiales,  de  la  avidez  de  los 
goces  que  se  compran,  de  la  fiebre  de  las  ambiciones  sórdidas,  de  la  postración 
abyecta  ante  el  becerro  de  oro  y  de  la  adulación  afanosa  de  hurgar  términos 
encomiásticos  para  recojer  algún  mendrugo  del  presupuesto.  En  aquellos 
tiempos  no  se  aumentaban  las  necesidades  ficticias  del  lujo  corruptor;  los  celos 
de  las  fortunas  y  de  los  rangos  no  roían  los  corazones,  ni  se  sujetaba  todo  a  la 
ley  del  cálculo,  ni  se  medían  las  horas  de  la  vida  por  el  resultado  de  las  ganan- 
cias. La  astucia,  la  intriga,  el  dolo  y  la  violencia,  no  se  habían  infiltrado  por 
todas  las  capas  sociales.  Se  vivía  más  despacio  y  con  menos  zozobras  y  amar- 
guras.    La  vida  se  dejaba  sentir  como  el  sueño  de  una  reposada  digestión. 

En  esta  historia  hemos  procurado  bosquejar  las  costumbres  de  antaño, 
trasladando  al  lector  a  aquellos  tiempos  en  que  la  Muy  Noble  Ciudad  de  los 
Caballeros  de  Guatemala  era  la  segunda  capital  de  América,  la  metrópoli  que 
llevaba  el  nombre  de  Santiago,  de  aquel  Cid  teológico,  que  en  alas  de  sen- 
timientos medioevales,  vino  a  protejer  a  los  españoles  de  la  conquista,  como 
había  protegido  en  Toledo,  Córdoba,  Castilla  y  Calatañazor,  a  los  defensores 
de  la  cruz.  El  Señor  Santiago  fué  el  que  hizo  que  Valencia  se  desciñera  sus 
grillos  de  sultana,  para  rendirse  y  entregarse  voluptuosa  y  rica  al  invicto  Cam- 
peador ;  y  en  su  blanco  corcel,  espada  en  mano,  el  apóstol  de  Compostela,  puso 
la  cristiana  enseña  sobre  la  Alhambra,  para  que  luciese  ahí,  como  brilla  en  la 
vía  láctea  el  Camino  que  lleva  el  nombre  del  más  semita  de  los  discípulos  del 
Salvador  del  Mundo.  El  Señor  Santiago,  al  dilatarse  la  tierra  y  venir  aquende 
el  mar, la  civilización  greco-romana,  acudió  a  protejer  a  don  Pedro  el  Conquis- 
tador, dejó  su  nombre  a  la  Iglesia  Metropolitana  de  Guatemala,  y  hasta  el  indio 
vencido,  al  grito  del  apóstol,  venera  temeroso  al  santo  caballero.  ¡  Tanto  pue- 
de la  credulidad  entre  los  hombres ! 

Hemos  analizado,  en  el  tomo  segundo  de  la  presente  obra,  las  causas  que 
determinaron  la  emancipación  política  de  la  metrópoli,  poniendo  término  al 
gobierno  colonial,  que  quedará  juzgado  sin  intemperancias,  ni  componendas, 
y  no  por  cierto  espigando  aquí  y  ahí  algún  episodio,  algún  suceso,  entre  ba- 
lumba atrofiada  de  confusas  causas  y  géneros  diversos,  como  quien  más  se 
aventura  al  acaso  de  lo  que  encuentra,  sin  consagrarse  al  completo  y  filosófico 
resumen  de  lo  que  a  cada  ramo  social  y  administrativo  incumbe.  Resultará, 
cuando  todo  se  haya  dicho,  heroísmo,  codicia,  fe,  fanatismo,  abnegación,  cruel- 
dad, prodigiosa  labor  administrativa,  errores  económicos,  memorables  leyes, 
fuerza  de  creación  y  germen  de  las  florecientes  nacionalidades  hispano-ameri- 
canas — que  el  descubrimiento  y  conquista  de  América  fué  el  hecho  más  tras- 
cendental y  portentoso  en  la  historia  de  la  humanidad. 

Cuando  se  realizó  la  epopeya  de  la  independencia  política,  no  había  en 
estos  países  américo-hispanos  más  que  dos  ciudades  dignas  de  atención ;  Mé- 


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xico  y  Lima,  porque  la  Antigua  Guatemala,  que  llegó  a  ser  la  segunda  de  las 
metrópolis,  ya  estaba  arruinada  por  el  terremoto.  Don  Antonio  José  de  Irri- 
sarri  iba  más  lejos,  decía  que,  "por  entonces,  no  había  más  que  una  sola  ciudad. 
México,  dado  que  Lima  no  presentaba  todavía  el  aspecto  de  gran  capital.  A 
mí  no  me  dio  otra  idea  esta  ciudad,  agregaba  el  ilustre  guatemalteco,  sino  de 
un  lugarón  mal  edificado,  de  triste  apariencia,  aunque  en  el  interior  de  las  casas 
se  ostentase  lujo  de  mal  gusto,  que  nada  contribuía  a  la  comodidad,  y  en  ab- 
surdo maridaje  con  todas  las  demás  cosas.  Allí  se  notaba  la  falta  de  lo  más 
útil  entre  la  sobra  de  oro,  plata  y  aromas.  Las  capitales  que  yo  visité  en  aquel 
tiempo,  desde  México  hasta  Buenos  Aires,  estaban  lejos  de  corresponder  a  lo 
que  era  de  esperarse  de  su  antigüedad  y  de  la  fama  de  riqueza  de  tales  regiones. 
La  metrópoli  de  Chile,  el  país  más  fértil  de  la  América  del  Sur,  era  una  ciudad 
de  mala  fábrica,  de  pésimos  empedrados,  con  sus  viviendas  mal  amobladas,  y 
en  donde  un  puente  de  calicanto,  un  tajamar  a  la  orilla  del  río,  una  casa  de 
moneda,  sin  concluirse,  y  unos  cuartuchos  en  medio  de  la  plaza,  eran  las  úni- 
cas obras  que  parecían  emprendidas  por  hombres  civilizados.  Las  artes  y  los 
oficijos  se  hallaban  ahí  en  estado  más  deplorable  que  en  los  más  tristes  pueblos 
de  Guatemala.  El  que  ahora  vea  a  Santiago  y  sus  alrededores  (1845)  con  sus 
hermosas  quintas  a  la  inglesa ;  el  que  halle  en  sus  cafés  y  posadas  la  limpieza 
de  Europa ;  el  que  visite  aquellas  tiendas  y  almacenes  tan  bien  surtidos  y  en 
donde  se  tienen  las  mercaderías  extranjeras  a  tan  corto  precio ;  el  que  observe 
el  exquisito  gusto  con  que  están  las  casa  provistas,  y  los  cómodos  y  lucidos 
carruajes,  qua  ya  son  obras  de  los  fabricantes  del  mismo  país,  haría  muy  mal  en 
creer  que  aquello  se  había  producido  en  más  de  treinta  años.  No,  el  Chile  de 
hoy  (1845)  no  es  el  Chile  del  año  de  10,  ni  el  del  año  de  20  del  siglo  XIX.,  Este 
Chile  con  su  gran  agricultura,  con  su  extenso  comercio,  con  sus  nuevas  artes, 
con  sus  modernas  industrias,  con  su  viril  genio,  con  su  creciente  prosperidad, 
civilización  y  riqueza,  es  la  obra  exclusiva  del  trato  con  los  ingleses,  franceses 
y  con  todos  los  extranjeros  que  han  introducido  ahí  su  gusto,  usos  y  costum- 
bres. Valparaíso,  que  ha  dado  a  Chile  todo  el  ser  que  tiene,  no  es  una  ciudad, 
ni  un  puerto  chileno,  sino  porque  está»en  el  territorio  de  aquella  república ;  es 
una  población  de  cosmopolitas,  de  negociantes  de  todo  el  mundo,  que  han  he- 
cho de  un  miserable  lugar,  que  era  aquél,  en  tiempo  de  los  españoles,  una  ciu- 
dad importantísima,  de  donde  se  ha  comunicado  a  todo  el  país  la  cultura  y  la 
riqueza.  Los  chilenos  han  tenido  el  buen  juicio  de  dejarse  conducir  por  los 
ejemplos  de  los  que  podían  ilustrarlos,  y  son  sin  disputa  alguna,  así  como  los 
argentinos,  los  americanos  españoles  que  han  sacado  las  ventajas  que  todos 
debimos  propornernos  en  nuestra  emancipación  de  España.  Ellos  serán  con 
el  tiempo  los  que  vean  sus  países  más  florecientes,  por  que  el  impulso  está  ya 
dado,  y  sean  cuales  fuesen  los  acontecimientos,  que  sobrevengan,  las  semillas 
esparcidas  en  aquellas  tierras  fecundas  y  bien  dispuestas,  germinarán  por  sí 
mismas  y  han  de  dar  opimos  frutos.     Allí  los  hombres,  cansados  muy  pronto 


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de  perder  el  tiempo  empleándolo  en  cuestiones  políticas,  que  no  son  entre  nos- 
otros sino  cuestiones  de  hombres  o  de  personas,  han  conocido  que  el  interés 
social  no  radica  sino  en  la  prosperidad  de  todos  los  individuos,  y  que  esa  pros- 
peridad no  es  obra  de  las  teorías  que  dividen  en  facciones  opuestas,  sino  de  la 
práctica  de  aquellos  principios  que  todos  reconocen  como  indisputables." 

La  profecía  que  hizo,  hace  cerca  de  un  siglo,  el  insigne  Irisarri,  a  quien  se 
debe  en  gran  parte  la  independencia  de  siete  repúblicas  de  este  continente,  hubo 
de  realizarse ;  Chile  ha  venido  con  paso  seguro  hasta  la  cúspide  de  su  destino 
Los  tres  mil  maestros  de  escuela  que  educan  y  enseñan  hoy  a  trescientos  mil 
niños,  son  los  apóstoles  de  la  buena  nueva,  en  aquella  larga  faja  de  tierra,  que 
exporta  múltiples  productos  por  valor  de  doscientos  millones  de  pesos  oro,  sin 
contar  con  todo  lo  que  sale  de  sus  talleres  y  fundiciones,  en  que  se  fabrican 
máquinas,  puentes,  rieles,  locomotoras,  calderas  y  cuanto  para  buques  y  ferro- 
carriles necesita  aquel  país  y  varios  otros  de  Sud  América,  a  donde,  en  compe- 
tencia con  Europa  y  con  los  Estados  Unidos,  van  los  vapores  chilenos  a  expen- 
der el  sobrante  de  su  próvida  riqueza. 

¿Qué  eran  las  Provincias  del  Río  de  la  Plata  durante  el  gobierno  español? 
¿Qué  fué  el  extensísimo  virreinato  del  Perú?  ¿Qué  se  hizo  todo  el  oro  de 
aquellas  minas?  Jamás  pudo  presumirse,  en  los  tiempos  del  gobierno  metro- 
politano, que  cien  años  bastarían,  o  mejor  dicho  cincuenta  de  libertad  y  de  or- 
den— después  de  la  caída  de  Rosas — para  que  la  Argentina  exportara  riquezas 
por  valor  de  más  de  trescientos  millones  de  dólares  cada  año ;  para  que  pa- 
cieran en  sus  pampas  treinta  millones  de  reses  vacunas  y  doscientos  millones 
de  carneros ;  para  que  en  sus  fecundos  valles  creciesen  lozanas  las  espigas,  que 
rinden  más  de  cuatro  millones  de  toneladas  de  trigo ;  para  que  la  gentil  Buenos 
Aires  prospere  y  se  engalane  a  diario,  hasta  ser  ya  en  la  tierra  la  segunda  ciu- 
dad de  la  raza  latina. 

Lo  que  Tiié  verdaderamente  lamentable,  causa  y  origen  de  nuestras  anti- 
guas luchas,  consistió  en  que  la  intolerancia,  la  indolencia,  el  espíritu  autorita- 
rio, los  exclusivismos  y  odios  de  partido,  predominaran  en  política.  Nosotros 
entramos  en  la  lucha  de  la  independencia  con  principios  muy  diversos  y  edu- 
cación diametralmente  opuesta  a  la  educación  y  a  los  principios  que  tuvieron 
los  americanos  del  Norte.  Fué  nuestro  modelo  la  revolución  francesa,  con  sus 
hechos  sangrientos  e  intolerantes  procederes.  Nos  parecían  superiores  Marat 
y  Robespiérre  a  Washington  y  a  Jeflferson.  Los  pueblos  que  no  evolucionan, 
ni  están  preparados  a  transiciones  políticas,  se  anarquizan  . 

España  y  sus  antiguas  colonias  tuvieron  que  padecer  larga  y  penosa  do- 
lencia— según  la  gráfica  expresión  de  Núñez  de  Arce — y  han  sufrido  una  en- 
fermedad letárgica  que  aniquila  insensiblemente,  como  esos  árboles  de  la  In- 
dia, bajo  cuya  sombra  el  viajero  inadvertido  busca  descanso,  se  duerme  y  no 
despierta. 

En  toda  la  América  latina  se  levantó,  después  de  la  guerra  de  independen- 


cia,  el  huracán  revolucionario.  Aquel  desbarajuste  anárquico  no  era  peculiar 
a  la  América  Central,  en  donde  no  había  unidad  geográfica,  ni  menos  política. 
La  desmembración  se  extendía  desde  las  pampas  argentinas,  desde  las  riberas 
del  río  de  la  Plata,  hasta  las  feraces  campiñas  de  México.  En  toda  la  América 
española  cundió  el  vértigo  del  fraccionamiento,  a  raíz  de  la  autonomía  ;  porque 
desgraciadamente  predominó  el  espíritu  militar.  No  teniendo  ya  poder  ex- 
tranjero a  quien  combatir,  combatían  unos  de  los  nuevos  estados  con  los  otros. 
El  vigor  de  pueblos  nacientes  e  ignorantes,  deslumhrados  por  teorías  nuevas ; 
el  fermentar  de  intereses  opuestos  entre  razas  heterogénaas ;  los  funestos  can- 
cros de  la  teocracia  y  del  militarismo ;  la  extensión  vastísima  y  poco  poblada 
de  los  territorios  de  las  nacionalidades  recién  creadas ;  lo  pausado,  tardío  y  dé- 
bil de  los  resortes  administrativos  en  gobiernos  que  se  apellidaban  republica- 
nos; y  los  inveterados  odios  de  las  provincias  a  las  capitales  ¿qué  habían  do 
dar  por  resultados,  sino  la  división  y  el  caos,  el  desorden,  1^  anarquía  y  las 
dictaduras  tiránicas?  Chile  hubo  de  salvarse  por  su  posición  geográfica,  entre 
el  mar  y  la  cordillera.  Durante  aquella  conflagración,  estuvo  exenta  de  ella  la 
tierra  de  los  araucanos,  como  el  arca  salvada  del  diluvio  permaneció  a  flote 
hasta  sentarse  en  la  cima  de  un  monte.  Chile  no  cayó  en  dictaduras  militares, 
porque  tuvo  el  buen  sentido,  como  dice  Alberdi,  de  darse  una  constitución  mo- 
nárquica en  el  fondo  y  republicana  en  la  forma,  anudando  a  la  tradición  de  la 
vida  pasada  la  cadena  de  la  vida  moderna,  sin  proceder  per  saltum.  lui  la 
América  española  los  partidos  políticos  no  luchaban  en  el  campo  de  la  discu- 
sión, en  el  terreno  legal,  sino  destrozándo.se  los  unos  a  los  otros  y  manteniendo 
vivos  la  alarma  y  los  odios.  Con  razón  exclamaba  Macaulay  que  el  resultado 
de  las  violentas  animosidades  de  los  partidos  ha  sido  siempre  la  indiferencia 
por  el  bien  general ;  que  ahí,  en  donde  las  pasiones  políticas  están  enardecidas, 
sus  adeptos  se  interesan  no  por  la  masa  toda  del  país,  sino  por  la  parte  de  él  en 
la  cual  militan,  siendo  a  sus  ojos  los  demás  como  extranjeros,  p^r  que  enenii 
gos,  más  dignos  de  exterminio  que  piratas,  a  quienes  no  debe  darse  cuartel.  El 
odio  más  profundo  e  inveterado  que  puede  inspirarles  un  pueblo  extraño,  es 
amistad,  si  se  compara  con  el  que  sienten  por  esos  enemigos  domésticos,  con 
los  cuales  viven  encerrados  en  un  corto  espacio,  con  quienes  han  establecido 
comercio  de  insultos,  y  de  los  que  sólo  aguardan  el  día  que  triunfen,  trata- 
mientos peores  aún  que  los  que  pudiera  imponerles  un  conquistador  venido  de 
luengas  tierras." 

Las  autocracias,  que  en  algunos  países  de  hispano-américa  han  obstacu- 
lisado  la  evolución  necesaria  a  los  pueblos  y  su  desarrollo  espontáneo  y  armó- 
nico, han  producido  a  las  veces  el  estallido  revolucionario,  por  falta  de  válvulas 
de  escape  que  dieran  salida  a  eso  vapores  sociales,  mucho  más  vigorosos  que 
los  gases  comprimidos.  En  México  desencadenóse  la  guerra  intestina  en  cuan- 
to se  rompieron  las  compuertas  que  la  mano  férrea  del  general  Díaz  había 
levantado  por  décadas.     La  levadura,  timasada  por  años,  tenía  al  fin  que  fer- 


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mentar.  Cuando  hay  cancros  sociales,  como  los  que  hubo  en  Francia  desde 
Luis  XIV,  hasta  que  la  revolución  hundió  las  caducas  bases  de  instituciones 
muertasf  surgen  gasiones  que  espantan,  pero  que  en  sus  titánicas  luchas,  pu- 
rifican la  atmósfera  popular,  cual  la  tempestad  las  regiones  celestes.  Renacen 
instituciones,  aparecen  nuevos  derroteros  económicos,  vigorizan  el  cuerpo  so- 
cial y  continúan  las  asociaciones  jóvenes  purificadas  y  pujantes. 

La  evolución  y  la  herencia  son  factores  del  progreso.  Las  modifkacio- 
nes  fisiológicas  y  psíquicas  se  hacen  orgánicas  e  imprimen  otras  nuevas  a  las 
generaciones  siguientes.  Las  causas  se  suceden ;  pero,  como  dice  Aristóteles, 
todo  propende  a  la  unidad,  a  la  causa  de  las  causas  (6). 

Refiriéndonos  a  América,  se  presenta  el  hecho  notable  de  la  diversa  suerte 
que  han  venido  corriendo  los  países  conquistados  por  la  raza  ibera,  en  compa- 
ración de  los  colonizados  por  raza  sajona.  En  los  Estados  Unidos  fueron  los 
mismos  desceií(iientes  de  los  emigrados  de  Inglaterra,  fueron  individuos  de 
la  misma  sangre,  los  que  proclamaron  la  indepencia,  que  para  ellos  vino  a  cons- 
tituir verdaderamente  la  emancipación  política  de  uno  de  los  hijos  legítimos  ya 
nubil.  En  la  América  española,  al  decir  de  Riva  Palacio,  la  independencia  la 
conquistaba  un  pueblo  nuevo  sobre  la  haz  de  la  tierra,  una  raza  nacida  del  cru- 
zamiento de  los  españoles  con  los  indios,  que  llevaba,  en  sus  caracteres  físicos 
y  morales,  el  coeficiente  de  los  opuestos  que  había  recibido  de' sus  progenitores. 
Rebeca  sintió  en  su  seno  la  lucha  de  dos  gemelos,  que  debía  dar  a  luz  como 
anuncio  de  la  lucha  entre  dos  pueblos,  que  de  aquellos  hijos  debían  descender ; 
la  raza  hispano-americana  lleva  en  su  idiosincrasia  el  sello  del  combate  que 
entre  sí  libraron,  por  tanto  tiempo  las  dos  estirpes  que*contribuyeron  a  formar- 
la. La  desconfianza,  el  disimulo,  la  pasividad,  la  indolencia  y  el  fondo  de  tris- 
teza de  la  raza  vencida,  por  una  parte,  y  por  la  otra,  el  heroico  esfuerzo,  la  arro- 
gancia autori^ria,  el  idealismo,  de  la  raza  vencedora,  presentan  el  abyecto  su- 
frimiento, unas  veces,  y  el  espíritu  levantisco,  en  ocasiones,  como  rasgos  atávi- 
cos de  la  fisonomía  de  los  pueblos  ibero-americanos.  Siguiendo  las  leyes  de 
la  vida,  las  razas  se  enlazan  con  las  razas,  de  donde  resulta  fuerza  de  creci- 
miento y  fecudidad  social ;  pero  es  fenómeno  histórico,  que  la  raza  transmi- 
grante sobrepuja  a  la  raza  nativa.  En  América  está  pronunciado  el  fallo  de 
destrucción  sobre  el  elemento  indígena  puro,  que  en  ese  inmenso  océano  de 
muerte,  dejará  flotando  apenas  unas  cuantas  palabras  de  sus  antiguos  idiomas, 
que  sobrenadarán  en  el  tiempo,  como  van  entre  las  olas  los  restos  de  un  nau- 
fragio; y  ocultos  por  los  bosques  monumentos  curiosos,  que  cual  mudos  testi- 
gos, recordarán  al  viajero  las  reHquías  de  civilizaciones  muertas. 

Para  explicar  la  diferencia  que  ha  habido  entre  la  suerte  de  los  Estados 
Unidos  y  la  de  las  repúblicas  hispano-amcricanas,  basta  echar  una  ojeada  sobre 
la  historia  de  ambos  países.     La  soberanía  individual  que  prevalece  en  la  Gran 


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República,  el  culto  al  trabajo,  la  instrucción  primaria  admirablemente  popula- 
rizada, desde  un  principio,  la  expansión  de  las  energías  de  cada  uno,  sin  trabas 
ni  obstáculos,  el  sentido  práctico  en  ejercicio,  la  descentralización  (5ficial,  la 
libertad  sajona  que  ilumina  y  no  incendia,  el  espíritu  cristiano,  tolerante  y  ci- 
vilizador, que  caracteriza  a  aquellos  cien  millones  de  hombres,  han  formado  la 
primera  fuerza  económica  del  globo,  la  confederación  más  respetable  y  podero- 
sa del  Nuevo  Mundo. 

No  puede  negarse  que  la  posición  geográfica  ha  sido  además  una  circuns- 
tancia favorabilísima  para  el  progreso  de  los  Estados  Unidos ;  progreso  cuyo 
factor  principal  ha  sido  la  inmigración  europea,  puesto  que  sin  población,  o  con 
territorios  poco  poblados,  no  se  puede  alcanzar  el  rango  de  gran  nación.  Ni  la 
raza  inglesa,  ni  las  instituciones  coloniales,  fueron  las  úr^iAe  causas  de  aquel 
fenómeno  que  asombra,  y  que  sin  embargo,  es  perfetfamente  natural  y 
lógico  (7). 

No  son  sólo  los  gérmenes  de  las  instituciones  heredadas  de  los  españoles 
los  que  han  impedido  en  la  América  latina  que  estos  países  hayan  desarrollado 
al  nivel  de  la  gran  república  del  Norte,  sino  la  falta  de  población.  Desde  que 
el  cauce  inmigratorio  se  ha  abierto  hacia  la  Argentina,  el  Brasil  y  Chile,  surgió 
ahí  también  nueva  vida. 

Hoy  que  los'  lugares  cálicos  se  sanean  perfectamente,  y  que  con  el  canal 
interoceánico  se  ha  de  dar  inmenso  impulso  a  la  América  del  Centro,  afluirán, 
de  los  Estados  Unidos  misiflos  y  de  Europa,  los  excedentes  de  población,  que 
luchan  por  hallar  vida ;  porque  no  los  ahogue  el  capital,  cuyas  fauces  ham- 
brientas devoran,  casi  áfn  retribución,  los  cansados  músculos  del  infeliz  obre- 
ro. El  proletariado  del  Viejo  Mundo,  el  industrialismo,  buscarán  elementos 
de  existencia  en  tierras  fecundas.  Si  fatigada  Europa,  después  de  la  caída  de 
Napoleón  el  Grande,  afluyó  a  la  América  del  Norte,  presa  de  ty-ror,  acudirá, 
al  cesar  la  conflagración  armada,  a  nuestras  playas  en  pos  de  desarrollo,  tran- 
quilidad y  trabajo  remunerativo.  Todo  problema  resuelto,  i)lantea  mi  nuevo 
problema. 

En  el  lugar  que  corresponde  de  esta  historia,  trataremos  con  alguna  ex- 
tensión, tales  materias,  que  ahora  apenas  esbozamos ;  hemos  de  probar  que 
nuestra  raza  tiene  las  energías  latentes  de  toda  grande  originalidad  no  ejerci- 
tada, y  que  una  vez  lanzadas  a  la  actividad  esas  energías,  la  ponen  en  aptitud 
de  hacer  todo  lo  que  en  la  civilización  y  en  el  progreso  han  realizado  y  realizan 
las  razas  más  veteranas.Entre  las  ruinas  de  otras  eda,des,  al  pie  de  los  muros 
de  los  antiguos  templos,  a  la  sombra  que  aún  proyectan  los  edificios  destruidos 
de  las  poblaciones  que  los  españoles  dejaron,  evócanse  recuerdos  que,  cual  fur- 
tivo rayo  de  sol,  iluminan  las  memorias  muertas.  Nuestra  historia  es  nuestra 
vida  pasada.     Es  la  vida  de  nuestros  padres ;  es  el  complemento  de  nuestra 


(7)    El  Visconde  de  Ougnella,  en  su  libro  "As  Expioióea." 


—  23  — 

propio  existencia ;  es  el  arca  que  guarda  los  fastos  de  todo  lo  grande  y  caro 
que  nos  ha  precedido  en  el  tiempo.  Como  entre  los  átomos  de  la  materia,  ex- 
clama Hchegaray,  encuéntranse  fuerzas  atractivas  y  repulsivas,  existen  entre 
los  hombres  atracciones  y  repulsiones  poderosas.  Una  de  las  poderosas  atrac- 
ciones es  el  idioma :  hombres  que  dicen  de  la  misma  manera  Madre,  Patria  y 
Amor,  siempre  serán  hermanos. 

La  zona  fecunda,  del  admirable  istmo  Centro-americano,  ha  de  alcanzar 
■muy  presto,  todo  el  desarrollo  a  que  está  llamada,  merced  a  suposición  y 
recursos.  Se  aproxima  una  época  nueva  para  esta  tierra,  con  la  unión  de  am- 
bos océanos,  por  medio  del  canal.  Ha  de  llegar  a  ser  emporio  de  riqueza  el 
suelo  en  que  crecen  las  palmas,  se  erizan  los  cactus,  mecen  sus  cabelleras  los 
pinos,  ostentan  rubíes  los  cafetos,  yérguense  orgullosas  las  azucaradas  cañas, 
y  semejan  los  maizales  blondos  escuadrones  de  verdes  alfanjes ;  en  donde  las 
gasas  argentadas  de  caprichosas  nubes  cubren  amorosas  las  cabezas  calvas  de 
los  airados  volcanes  ;  en  donde  las  ardientes  regiones  tropicales,  las  tibias  mese- 
tas, los  frescos  valles  y  las  frías  crestas  de  los  montes,  ofrecen  todos  los  climas, 
con  variados  frutos ;  en  donde  la  naturaleza  deja  oir  desde  las  salmodias  del  ro- 
mance morisco,  desde  la  algarada  del  flamenco  cantar,  hasta  la  tristeza  psiánica, 
la  nota  repetida,  de  la  marimba  indiana  ;  desde  el  rumor  del  río  hasta -e!  retum- 
bar de  la  cascada ;  en  donde  el  tipo  andaluz  de  la  mujer  más^ella,  forma  con- 
traste con  el  bronceado  color  de  la  india  pura,  sin  vencer,  en  IdÍNiorales  juegos, 
a  la  cuarterona  de  ojos  de  almendra,  marfilino  color,  talle  de  mimbre  y  corazón 
apasionado.  El  momento  histórico  que  levante  a  la  América  sobre  el  orbe 
entero,  no  está  lejano.  Al  partir  la  civilización  el  istmo,  se  ha  ensanchado  el 
tráfico ;  pero  más  aún  se  ensanchará  el  pan-americanismo.  La  influencia  de  la 
Gran  República  es  incontrastable ;  pero  también  la  virilidad  de  la  América  lati- 
na es  de  pueblos  jóvenes,  que  tienen  un  comercio  anual  de  2,810.000,000  de 
dólares. 

El  Mundo  de  Colón  está  dividido  en  dos  hemisferios,  que  encierran  el  fu- 
turo de  la  humanidad.  No  se  han  de  realizar  las  profecías  de  Demolins,  cuan- 
do dice :  "¡  En  el  Norte,  el  porvenir  que  se  levanta :  en  el  Sur,  el  pasado  que 
desaparece ! — Nó ;  es  también  el  porvenir,  que  encontrará  nubiles  a  las  repú- 
blicas iberas,  que  ocupan  la  mayor  parte  del  territorio  de  América.  No  hay 
tal  inferioridad  de  la  raza  latina  respecto  de  la  sajona,  ni  hoy  puede  nadie  pro- 
clamar la  pretendida  teoría  de  razas  superiores.  La  América  española  está  en 
condiciones  de  suma  vitalidad,  y  bien  puede  afirmarse,  con  el  publicista  Acosta, 
que,  así  como  hace  falta  que  un  hemisferio  se  contraponga  a  otro  hemisferio, 
para  asegurar  el  equihbrio  material  del  astfo,  la  humanidad  terrestre  necesita 
del  espíritu  latino,  inspirado,  poderoso  y  grande,  contrapuesto  al  materialismo 
sajón,  para  establecer  el  equilibrio  moral,  en  el  juego  infinito  de  la  historia  (8). 


(8)    Estudios  jurídicos  y  sociales.    Pájíina  286. 


p 

I    bibliografía  histórica  de  la 

I  AMERICA  IBERA 


La  literatura  histórica  américo-hispana  es  rica,  interesante  y  poco  conoci- 
da, en  su  conjunto,  a  causa  de  no  existir  el  tranco  que  debiera  entre  todas  las 
repúblicas  de  origen  ibero,  especialmente  en  materia  de  libros  antiguos  y  mo- 
dernos. 

Han  quedado  obras  originales  de  los  indios,  como  los  Códex,  que  se  en- 
cuentran en  bibliotecas  extranjeras,  el  Popol-Vuj,  algunos  memoriales,  y  otros 
documentos  salvados  de  la  destrucción  inclemente  de  los  fastos  de  América. 

La  Historia  de  las  Indias  Occidentales,  empezó,  se  puede  decir,  para  los 
europeos  del  siglo  XVI,  con  el  descubrimiento  hecho  por  Cristóbal  Colón, 
quien  obtuvo  noticias  de  los  pueblos  de  estas  apartadas  regiones,  sus  habitan- 
tes, productos  y  riquezas,  que  tanto  sorprendieron  al  Viejo  Mundo.  Nada  de 
lucubraciones  antropológicas  y  etnográficas :  todos  eran  cronistas,  deseosos  de 
saber  el  mayor  número  de  hechos  para  formar  sumarios,  apuntamientos  y 
relaciones  históricas,  pero  sin  cuidarse  de  otra  cosa  que  de  narrar  las  porten- 
tosas hazañas  de  los  heroicos  hispanos,  la  grandeza  de  los  imperios  descubier- 
tos aquende  el  océano  y  las  crueles  batallas  que  reñían,  para  apoderarse  de  sus 
hieráticas  ciudades. 

De  la  época  precoiombiana  no  había  para  que  ocuparse.  Se  estudiaba  el 
presente,  sin  volver  la  vista  al  pasado.  Importaba  poco  lo  que  hubieran  sido 
aquellos  seres  cuya  racionalidad  poníase  en  duda.  Sus  teogonias  eran  simples 
abominaciones.  El  fanatismo  y  la  codicia,  hijos  del  tiempo,  produjeron  vér- 
tigo cuyas  siniestras  luces  iluminaban  una  hecatombe  horrorosa,  sin  permitir 
contemplar,  junto  con  los  esplendores  de  la  nueva  tierra,  la  interesantísima 
historia  de  las  naciones  conquistadas. 

Tras  del  árido  campo  de  la  crónica,  vino  la  región  serena  de  la  teoría  so- 
cial, de  la  historia  filosófica,  del  proceso  científico,  dando  importancia  a  la  serie 
de  civilizaciones  anteriores,  a  la.  cultura  de  los  grandes  imperios  y  notables 
ciudades  de  esta  gran  parte  del  mundo. 

Hubo  de  resultar  que  los  monumentos  de  arte  indígena  contaban  antigüe- 
dad mucho  mayor  que  la  reconocida  al  mundo  por  la  Biblia.  Los  jeroglíficos 
americanos  acusaban  dinastías  y  hechos  anteriores  en  miles  de  años  a  los  de 
Siria,  Egipto  y  demás  pueblfti  asiáticos.  Los  progresos  de  la  geología  y  de  la 
etnografía  a  la  par  de  los  rumbos  positivistas  de  la  evolución  contemporánea, 
han  dado  interés  marcadísimo  al  desenvolvimiento  de  la  historia  americana, 
desde  los  tiempos  primitivos,  llegando  a  hacerse  estudios  profundos  hasta  de 
la  antropología  de  los  pueblos  del  hemisferio  occidental.     Las  sociedades  cien- 


—  26—       • 

tíficas  se  ocupan,  con  particular  interés  de  cuanto  se  relaciona  con  las  razas 
antigüedad,  costumbres,  teogonias,  leyes  y  cultura  de  los  oborígenes  america- 
nos. Sus  tribus,  clanes,  familias,  idiomas,  artes,  industrias,  religión  y  estética  ; 
todo  esto  forma  parte  del  programa  del  Congreso  Científico  que  se  celebrará 
en  Washington  a  fines  del  presente  año. 

Una  vez  que  hemos  explicado  las  faces  que  ha  venido  teniendo  la  historia 
indígena,  comenzaremos  consignando  los  textos  colombinos. 

Las  Cartas  del  Almirante  Colón  a  los  Reyes,  lo  mismo  que  las  que  escribió 
el  famoso  descubridor  a  su  hijo  y  a  particulares ;  el  extracto  hecho  por  Fr.  Bar- 
tolomé de  las  Casas  del  Diario  de  Negociaciones;  el  libro  llamado  de  las  Pro- 
fecías, y  los  numerosísimos  documentos  que  existen  en  el  Archivo  de  Indias, 
que  hemos  tenido  ocasión  de  admirar,  forman  el  primer  arsenal  de  la  historia 
del  descubrimiento.  La  Colección  de  Documentos  inéditos,  comenzada  por 
Torres  de  Mendoza  y  seguida  por  la  Academia  de  la  Historia,  contiene  ya  más 
de  cincuenta  volúmenes.  El  libro  de  Don  Fernando  Colón  sobre  la  vida  y  he- 
chos de  su  padre  el  Almirante  don  Cristóbal  Colón,  fué  calificado  por  Was- 
hington Irving  de  piedra  angular  de  la  historia  del  Nuevo  Mundo,  y  aunque 
ha  sido  muy  impugnada  la  autenticidad  de  esa  obra,  quedó  establecida  después 
de  las  publicaciones  favorables  de  Fabié,  Fernández  Duro  y  Jiménez  Espada. 

La  Historia  de  las  Indias,  de  Fr.  Bartolomé  de  las  Casas  tiene  no  sólo  va- 
lor histórico,  sino  la  importancia  de  ser  debida  a  la  pluma  del  Apóstol  de  Amé- 
rica. Antonio  Fernández  de  Oviedo,  nombrado  cronista  del  emperador  en 
1526,  comenzó  a  escribir  su  Historia  General  y  Natural  de  las  Indias,  de  la  cual 
publicó  la  Academia  de  la  Historia  una  edición  lujosa,  en  185 1,  y  que  había 
visto  la  luz  por  primera  vez  en  1535,  con  gran  boga  y  el  honor  de  dos  traduc- 
ciones. Como  el  autor  fué  testigo  de  cuanto  refiere,  su  narración  es  por  de- 
más curiosa  e  interesante.  En  la  Biblioteca  Nacional  hemos  podido  consultar 
los  cuatro  gruesos  volúmenes  del  ejemplar  de  esa  importante  obra,  que  perte- 
neció al  doctor  don  Mariano  Padilla,  uno  de  los  guatemaltecos  que  más  traba- 
jaron por  nuestra  literatura  histórica,  llegando  a  formar  numerosa  colección 
de  libros  y  documentos  que  pasaron  a  dicha  BibHoteca,  en  donde  muchas  vces 
los  hemos  registrado. 

La  historia  oficial  de  América  corría  mala  suerte  cuando  Felipe  II  nombró 
cronista,  en  1596,  a  Antonio  de  Herrera,  quien  en  su  Historia  General  del  Nue- 
vo Mundo,  diseñó  un  cuadro  muy  completo,  remontándose  en  clásicas  formas 
hasta  los  mejores  maestros  de  la  antigüedad. 

Hay  una  obra  sumamente  interesante  para  la  historia  y  la  geografía  ame- 
ricanas, que  se  intitula  Diccionario  geográfico-h«tórico  de  las  Indias  Occiden- 
ales,  compuesto  de  cinco  gruesos  volúmenes.  Su  autor  es  el  coronel  don  An- 
tonio de  Alcedo,  quien  (en  su  dedicatoria  a  Carlos  IV)  dice  que  es  hijo  de  los 
países  que  describe ;  y  en  efecto,  han  descubierto  los  críticos,  que  Alcedo  era 
nativo  de  Quito,  en  donde  vino  al  mundo,  por  el  año  1735.     El  primer  tomo  de 


—  27  — 

ese  diccionario  fue  impreso  en  1786  y  el  quinto  en  1789.  Fué  labor  de  mucho 
estudio,  trabajo  constante  y  esquisito  espíritu  de  investigación.  Hay  prolijas 
noticias  geográficas,  agrupadas  con  seiscientas  reseñas  históricas.  Datos  cu- 
riosos de  zoología,  botánica,  mineralogía,  orografía  e  hidrografía,  que  natural- 
mente se  recienten  del  atraso  en  que  tales  ramos  se  encontraban.  Su  estilo  es 
sobrio,  seco,  pobre,  pero  claro,  y  no  deja  la  obra  de  contener  errores  debidos 
a  las  fuentes  en  que  tomó  sus  noticias  y  al  ambiente  de  la  época.  Carlos  III 
que  había  suprimido  los  trámites,  informaciones,  licencias  y  trabas  para  la  pu- 
blicación de  libros,  y  el  sucesor  de  aquel  liberal  monarca,  el  débil  Carlos  IV, 
prohibieron  la  circulación  del  Diccionario,  y  con  mayor  empeño  su  exportación 
al  extranjero,  inducidos  por  temores  de  despertar  la  codicia  de  las  naciones  ex- 
tranjeras, particularmente  la  de  Inglaterra.  Así  y  todo,  un  empleado  de  adua- 
na, Mr.  Thompson  lo  tradujo  al  inglés,  ampliándolo  mucho  con  trabajos  que 
los  jesuitas  expulsos  de  América  habían  dado  a  luz  en  Italia.  Molina,  y  Cla- 
vijero publicaron  importantes  historias  de  Chile  y  de  México,  Depons  y  el 
barón  de  Humboldt  daban  a  la  estampa  sus  viajes  por  las  regiones  equinoccia- 
les de  América,  y  otra  multitud  de  escritores,  de  inferior  mérito,  imprimían 
libros  reducidos  a  uno  o  más  pueblos  de  estas  zonas.  Por  esa  circunstancia, 
vale  más  la  obra  de  Alcedo  en  la  versión  inglesa  que  en  el  original,  que  tiene, 
por  cierto  no  pocos  errores  de  conceptos,  por  no  saber  bien  el  español.  Thom- 
son toma  la  palabra  ministro  en  la  acepción  qUe  le  dan  los  ingleses  de  pastor 
k      o  misionero,  y  creyó  que  uno  de  esos  clérigos  le  había  dado  las  noticias  a  Al- 

Ícedo,  cuando  fué  un  ministro  de  gobierno.  Este  geógrafo  americano  murió 
en  1812,  a  la  edad  de  setenta  y  siete  años. 
Terminada  la  conquista  en  la  América  española,  y  cuando  se  trató  de 
poner  los  primeros  cimientos  de  la  sociedad  que  iba  a  formarse,  pensaron  los 
religioso  y  los  misioneros  en  aprender  los  idiomas  aborígenes  y  en  redactar 
vocabularios  y  gramáticas,  en  escribir  las  memorias  del  país,  bien  que  destru- 
yendo muchas  veces,  por  exagerado  celo,  preciosos  tesoros,  que  no  podían 
apreciar.  En  Nueva  España,  el  P.  Bernardino  Sahagún  dejó  su  interesante 
Historia  General,  describiendo  las  cosas  de  la  tierra ;  Fr.  Toribio  de  Benavente, 
su  inapreciable  Historia  de  las  Indias ;  Pedro  Mártir  de  Anglería  sus  Décadas, 
y  Molina,  Olmos,  Zepeda,  Fernández,  y  otros  varios  religiosos,  sus  preciosos 
escritos,  que  hasta  el  día  se  consultan.  Algunos  naturales  de  la  tierra  también 
escribieron,  bajo  la  dirección  de  aquellos  sacerdotes,  crónicas  y  memorias  in- 
teresantes, que  dio  a  luz  el  señor  Vigil,  en  la  Bibliteca  Histórica,  con  introduc- 
ción erudita  de  don  Manuel  Orosco  y  Berra. 

Deben  citarse  los  conquistadores,  como  Cortés  y  Díaz  del  Castillo;  los 
misioneros,  como  José  de  Acosta,  Diego  Duran,  García  de  Palacio,  Alonso  de 
Zurita,  y  los  demás  que  escribieron,  evangelizaron  y  esparcieron  el  perfume 
de  la  religión  cristiana,  y  regaron  la  semilla  de  la  cultura  nueva.  En  los  últi- 
mos años  del  siglo  XVI  y  en  los  comienzos  del  XVII  vinieron  otros  escritores 


—  28  — 

entendidos,  como  Fr.  Jerónimo  de  Mendieta,  autor  de  la  Historia  Eclesiástica 
Indiana,  Fr.  Juan  de  Torquemada  que  escribí <)  la  Monarquía  Indiana,  el  P. 
Acosta,  que  formó  una  Historia  Natural  y  Moral  de  los  Indios,  Fr.  Diego  Du- 
ran, que  por  el  año  1581  redactaba  una  Historia  (tt^los  Indios  de  Nueva  España 
e  Islas  Adyacentes,  Fr.  Agustín  Farfán,  autor  de  un  Tratado  de  Medicina.  En 
pleno  siglo  XVII,  Enrico  Martínez  escribió  el  Repertorio  de  los  Tiempos,  y 
muchos  religiosos  publicaron  diversas  crónicas,  saturadas  de  gongorisnios  y 
piadosas  leyendes.  Al  tratar  de  los  historiadores  de  cada  república  his])an()- 
americana  mencionaremos  a  los  principales  de  la  época  colonial. 

Después  de  Herrera  y  Oviedo  que  escribieron,  por  decirlo  así,  obras  ofi- 
ciales,.no  volvió  a  emprenderse  otra,  hasta  que  Carlos  III  comisionó  a  don  Juan 
B.  Muñoz  para  que  escribiera  la  Historia  del  Nuevo  Mundo.  Sólo  un  exce- 
lente volumen  dejó  el  notable  cronista,  a  (juien  la  muerte  sorprendió  cuando 
acababa  de  darlo  a  luz.  La  Colección  de  Documentos  formada  por  don  Martín 
Fernández  Navarrete,  contiene  datos  y  noticias  copi(jsos  sobre  las  Indias  Oc- 
cidentales. 

El  Dr.  Diego  Andrés  Rocha,  catalán  erudito,  que  llegó  a  ser  Oidor  en  la 
Ciudad  de  los  Reyes  (como  llamaban  a  Lima)  publicó  una  obra  muy  curiosa 
y  llena  de  citas,  con  el  titulo  de  "Tratado  único  y  singular  del  origen  de  los 
Indios  del  Perú,  México,  Santa  Fe  y  Chile",  en  el  año  1681,  en  Lima.  Impren- 
ta de  Manuel  de  los  Olivos.  En  los  dos  volúmenes  de  que  consta,  se  desarrolla 
la  teoría  que  los  primeros  pobladores  de  América  vinieron  de  los  judios,  de  las 
diez  tribus  desterradas  por  Salmanasar,  siendo  curioso  que,  entre  otros  argu- 
mentos, dice  que  Indio  se  escribe  lo  mismo  que  ludio,  poniendo  la  n  para  arri- 
ba. Agrega:  "que  de  los  prodigios  que  Dios  hizo  con  los  israelitas  están 
llenas  las  historias,  como  con  estos  mexicanos,  y  por  aquí  se  reconoce  ser  de 
una  estirpe,  y  añade  lo  que  dice  el  P.  Fr.  Gregorio  García,  en  el  libro  3  del  Ori- 
gen de  los  Indios,  cap.  3,  cap.  5,  que  en  la  jornada  de  los  mexicanos  cuando 
vinieron  de  tan  lejas  tierras,  el  ídolo  que  los  venía  gobernando,  hacía  que  del 
cielo  lloviese  pan  y  saliese  agua  de  los  pedernales  y  otras  maravillas  que  Dios 
permitía,  imitando  el  demonio,  con  permiso  de  Dios,  lo  que  había  hecho  en  el 
desierto  con  el  pueblo  isrraelítico,  todo  lo  cual  prueba  este  autor  con  lo  que 
escriben  el  P.  Acosta  y  Fr.  Agustín  Dávila."  (p.  35  t.  I.)  t 

A  pesar  de  las  aberraciones  y  fantasías  de  su  tiempo  y  de  muchos  errores, 
es  esa  obra  muy  notable  y  digna  de  consultarse.  Sostiene  la  teoría  de  la  Atlán- 
tida  y  en  algo  se  adelantó  a  la  época  en  que  fué  formada. 

Existen  muchísimos  libros  históricos,  escritos,  después  que  cesó  la  ruda 
batalla  de  la  conquista  y  vino  la  época  pacífica  de  la  colonia.  De  los  principa- 
les haremos  mención,  al  citar  los  que  conciernen  a  cada  uno  de  los  países  que 
formaron  la  América  ibera. 


AMERICA  CENTRAL 


Para  escribir  la  historia  primitiva  del  istmo  centro-americano,  dice  Bald- 
win  (9)  poco  queda  de  los  fastos  aborígenes,  que  desde  el  último  tercio  del 
siglo  XIX,  han  producido  mucho  interés  entre  los  sabios  de  Europa  y  Estados 
:'  Unidos.  En  un  principio,  los  frailes  dominicos  y  franciscanos,  con  miras  que 
^'  les  parecieron  religiosas,  trataron  de  destruir  los  recuerdos  históricos  que 
■^'  oponerse  pudieran  al  cristianismo.  Se  escaparon,  sin  embargo,  algunos  ma- 
nuscritos, como  el  Popol-Vuh,  al  cual  dedicaremos  un  capítulo  especial,  por 
ser  la  Biblia  Quiche,  el  libro  de  los  dignatarios  o  sacerdotes.  Lo  descubrió, 
cuando  ya  había  pasado  el  espíritu  de  destrucción  de  las  antiguas  tradiciones, 
el  P.  Fr.  Francisco  Ximénez,  cronista  dominico  en  Guatemala,  y  a  la  sazón 
cura  párroco  de  Santo  Tomás  Chichicastenango.  El  fraile  dominicano  lo  tra- 
dujo al  español,  y  lo  insertó,  junto  con  el  texto  original,  al  fin  de  la  Gramática 
Quiche,  que  escribió  para  uso  de  las  misiones.  Esta  preciosa  obra  se  encon- 
traba en  la  Colección  de  Documentos  Históricos  del  Museo  Nacional  de  la  So- 
ciedad Económica.  El  abate  Brasseur  de  Bourbourg  publicó  en  París  el  Po- 
pol-Vuh, en  quiche  y  francés,  con  mucho  aparato  de  erudición  y  algunas  crea- 
ciones de  su  fantasía.  Antes,  en  1856,  se  había  impreso  en  Viena,  conforme 
la  traducción  de  Ximénez,  en  español,  y  también  en  alemán,  por  el  doctor 
Scherzer,  de  modo  muy  incorrecto.  Siempre  es  preferible  a  las  otras,  la  copia 
y  traducción  de  Ximénez,  por  su  exactitud  y  sencillez. 

La  publicación  del  Popol-Vuh — que  es  la  única  teogonia  y  fuente  mitoló- 
gica de  la  Antigua  América — hizo  cambiar  del  todo  el  curso  de  los  estudios 
históricos  del  istmo  centro-americano,  poniendo  en  claro  muchas  de  las  noticias 
transmitidas  por  Fuentes  y  Guzmán,  hasta  el  punto  de  que  la  Recordación 
Florida  fuera  calificada  de  libro  de  caballerías,  por  el  cronista  Ximénez.  El  -- 
emiente  filólogo  y  orientalista  Max  Müller  califica  de  tesoro  inapreciable  la  K^ 
Biblia  Quiche.  " 

También  los  kakchiqueles  tuvieron  un  famoso  libro,  que  guarda  mucho  de 
sus  tradiciones,  reyes  y  linajes,  escrito  en  1582,  por  el  cacique  don  Francisco 
Hernández  Arana  Xahilá,  y  completado  por  otro  indio  principal,  don  Francisco 
Díaz  Xebuta  Quch.  Este  manuscrito,  con  noventa  y  ocho  fojas,  redactado  en 
kakchiquel,  existía  en  la  Biblioteca  de  los  Franciscanos,  en  donde  lo  encontró 
el  anticuario  don  Juan  Gavarrete,  en  el  año  1844.  El  arzobispo  García  Peláez 
lo  dio  en  préstamo  al  abate  Brasseur  de  Bourbourg,  en  1855,  quien  compren- 
diendo el  valor  de  aquel  tesoro,  no  tuvo  escrúpulo  en  apropiárselo  y  publicarlo 
en  francés.     Quedó,  por  fortuna,  una  copia,  en  español,  sacada  por  don  Juan 


(9)    Anclent  America. 


—  so  — 

Gavarrete,  en  el  primer  tomo  de  la  Colección  Histórica  del  Museo  Nacional, 
que  acabamos  de  citar,  y  se  imprimió  en  el  folletín  del  periódico  de  ese  insti- 
tuto, en  el  año  1876.  Ese  importante  documento  contiene  la  historia  de  la 
familia  real  del  Xahilá  y  del  reino  Kakchiquel  desde  el  año  1380.  Este  céle- 
bre Memorial  fué  comprado,  después  de  la  muerte  del  abate,  por  Alfonso 
Pinart.  Más  tarde,  Mr.  Brinton  dio  a  luz,  en  inglés,  tales  .fastos,  con  el  texto 
original,  y  una  interesante  introducción  (10). 

Otro  de  los  historiales  indígenas  de  Guatemala  que  el  mismo  abate  se 
llevó  de  la  Biblioteca  de  la  Universidad,  y  que  había  pertenecido  a  los  libros 
de  los  frailes  franciscanos,  fué  el  que  se  conoce  con  el  nombre  de  Títulos  de  los 
antiguos  nuestros  antepasados,  los  que  ganaron  estas  tierras  de  Otzoyá,  antes 
que  viniera  la  fe  de  Jesucristo  entre  ellos,  en  el  año  1300.  Esos  Títulos  de  la 
casa  de  Ixcuín  Niharb,  señora  del  territorio  de  Totonicapán,  se  presentaron  al 
Juzgado  Privativo  de  Tierras,  en  1752,  con  motivo  de  un  litigio,  y  entonces  se 
mandó  hacer  una  traducción  exacta,  que  debe  de  existir  en  el  archivo  de  aquel 
pueblo.  Después  pasó  el  original  a  formar  parte  de  la  biblioteca  de  los  fran- 
ciscanos, y  muchos  años  más  tarde,  se  trasladó  a  la  Biblioteca  de  la  Universi- 
dad. También  quedó  una  copia  de  aquellos  Títulos,  de  letra  del  mismo  don 
Juan  Gavarrete,  en  la  citada  Colección  Histórica  de  la  Sociedad  Económica,  y 
fué  impresa  en  su  periódico.  De  los  documentos  que  no  dejó  ni  rastro  el  céle- 
bre abate  y  que  también  sustrajo  de  nuestros  archivos,  pueden  mencionarse  los 
Títulos  de  los  Caciques  de  Sacapulas  y  los  de  Quezaltenango  y  Momostenan- 
go,  que  ese  historiógrafo  cita  al  hablar  de  las  "Naciones  Civilizadas  de  México 
y  de  la  América  Central",  obra  que  le  valió  mucho  crédito  y  que  publicó  en 
francés.  Los  Títulos  de  los  Señores  de  Totonicapán  los  sustrajo  en  copia  el 
propio  Brasseur  de  Bourbourg.  porque  no  i)udo  .sacar  el  original  del  Archivo  de 
dicho  pueblo,  en  donde  quedó,  escrito  en  el  año  1554,  en  treinta  y  una  fojas, 
traducido  al  castellano,  en  1834,  por  el  cura  indígena  de  Sacapulas,  don  José 
Dionisio  Chonay.  El  americanista  Alfonso  Pinart  publicólos,  en  francés. 
Contienen  las  emigraciones  de  los  quichés  y  parte  de  su  historia,  hasta  la  con- 
quista española.  Estos  documentos  interesantes,  que  encierran  tanto  valor 
histórico  y  pecuniario,  debieran  custodiarse  cuidadosamente,  en  un  archivo 
adecuado,  para  que  no  se  pierdan.  El  Acta  original  de  nuestra  Independencia 
figura  en  el  British  Museum  de  Londres;  uno  de  los  tomos  del  manuscrito  ori- 
ginal de  la  Verídica  Historia,  de  Díaz  del  Castillo,  ya  no  existe  en  la  Municipa- 
lidad, y  sería  muy  larga  la  nómina  que  pudiéramos  hacer  de  irreponibles  do- 
cumentos históricos  que  se  han  llevado  de  Guatemala! 

Fuentes  y  Guzmán  atribuye  a  los  indios  nobles  don  Juan  Torres  y  don  Juan 
Macario,  descendientes  del  rey  Chiguavicolut,  unos  manuscritos  desconocidos 
hoy  y  referentes  a  la  historia  de  la  raza  indígena. 


(10)    Brinton's  Library  of  alx)riginal  american  Uterature,  VI. 


—  3t  — 

En  nuestra  Biblioteca  Nacional  de  Guatemala  puede  consultarse  la  curiosa 
reproducción  del  famoso  Codex  de  Dresden,  que  es  un  manuscrito  Maya,  ad- 
quirido por  el  Museo  de  Dresden,  en  1739,  de  una  persona  desconocida  en 
Viena.  La  tira  en  que  está  pintado  tiene  3,5m.  por  o,29m.  y  está  doblada  en 
39  hojas.  .  La  reproducción  fué  hecha  fielmente  en  Leipzig,  el  año  1880,  por 
cuenta  del  Gobierno  de  Sajonia  y  su  editor  es  Forstemann. 

Este  Codex  es  también  calendario.  En  su  página  24  se  encuentran  unos 
numerales  en  5  líneas  (de  abajo  a  arriba)  y  tres  filas.  La  primera  de  tres  lí- 
■l     nesa,  dice: 


6  X  460  =2,160 
2x  20=  40 
1  =        O 


El  O  envuelto  en  una  línea  indica  que  la  su- 
ma debe  substraerse  de  la  otra  suma  que 
está  a  su  lado. 


La  tercera: 

1.396,000 

64,800 

5,760 

0 

0 

lo  mismo 
lo  mismo 
9  X  360=3,240 
16  X    20=    360 
0x1=        0 

La  se^nda  fila  da: 

9  x  20  X  20  X  360 

9  X  20  X  360 

20x360 

O  X    20 

O  X      1 


El  total  de  la  segunda  menos  el  de  la  primera  es  el  de  la  tercera :  1.364,360, 
y  esta  suma  da  el  número  de  días  en  que  la  fecha  abajo  de  la  segunda  fila  i 
ahau  18  cayab  dista  de  la  fecha  abajo  de  la  primera  fila  5  ahau  8  cumku  (Fors- 
temann, Seler). 

El  Codex  Mendocino  deriva  su  nombre  del  de  don  Antonio  Mendoza,  pri- 
mer virey  de  México,  quien  lo  mandó  hacer  para  enviarlo  a  Carlos  V.  Está 
pintado  en  papel  europeo  con  todo  el  carácter  de  los  antiguos  geroglíficos. 
Parece  haber  sido  hecho  por  historiógrafos  antiguos  mexicanos.  En  1549  fué 
enviado  en  la  flota  que  zarpó  de  Veracruz ;  pero  un  corsario  francés  apresó  el 
navio  que  llevaba  el  Codex  y  las  pinturas  fueron  a  parar  a  Andrés  Thevet  geó- 
grafo del  rey  de  Francia.  Dicho  Codex  contiene  los  anales  del  señoría  de  Mé- 
xico, los  tributos  y  costumbres  de  los  antiguos  mexicanos. 

Conócense  también  el  Códex  Remense,  que  existe  en  la  Biblioteca  Nacional 
de  París,  y  se  refiere  a  historia  asteca ;  el  Codex  Vaticano,  que  se  conserva  en 
la  Biblioteca  Vaticana,  bajo  el  número  3,738,  y  tiene  una  interesante  parte  cos- 
mogónica. Hemos  tenido  ocasión  de  estudiarlo,  y  de  escuchar  la  explicación 
del  Director  de  aquella  gran  Biblioteca,  acerca  de  la  creación  de  la  luna,  los 
cuatro  soles  y  las  leyendas  de  Quetzalcoatl,  ya  como  lucero  del  alba,  ora  como 
estrella  de  la  tarde.  Contiene  cuarenta  láminas  calendáricas.  Es  muy  com- 
pleto y  puede  considerarse  como  fuente  de  la  historia  primitiva. 

El  Códex  Aubín  fué  de  Boturini,  y  es  una  historia  de  los  mexicanos,  parte 
en  figura  y  parte  en  lengua  náhuatl. 


/^ 


—  32— 

El  Codex  Borgiano  se  tiene  por  la  más  hermosa  e  interesante  pintura  de  la 
antigua  México,  y  ese  documento  existe  en  la  Propaganda  Fide  de  Roma.  Hay 
otros  codex  de  menor  importancia,  y  sólo  mencionaremos  el  que  lleva  el  nom- 
bre de  Pérez,  existente  en  el  Peabody  Museum,  y  acerca  del  cual  escribió  el 
profesor  Mr.  W.  Gates,  un  curioso  estudio  titulado  Comentary  upon  the  maya- 
tzendal  Pérez  Codex. 

Los  principales  codex  son  el  Mendocino,  el  Troano,  el  de  Dresde  y  el  de 
París,  como  originales  pictóricos. 

Ocupándonos  ya  de  los  cronistas  españoles,  se  debe  colocar  en  primer  tér- 
mino a  Bernal  Díaz  del  Castillo,  el  soldado  historiador,  cuya  biografía  y  des- 
cendencia aparecen  en  el  cuerpo  de  la  presente  obra,  en  capítulo  aparte,  es  el 
más  apreciable,  ingenuo  y  verídico  de  cuantos  cronistas  figuran  en  nuestros 
anales.  No  tenía  muchos  años,  cuando  en  1514  salió  de  Castilla  y  se  embarcó  con 
el  gobernador  nombrado  para  Tierra  Firme,  Pedro  Arias  de  Ávila.  Ya  viejo 
Bernal  escribió  (11)  "La  verdadera  historia  de  los  sucesos  de  la  conquista  de 
la  Nueva  España  y  del  reino  de  Guatemala,  por  el  capitán  don  Bernal  Díaz  del 
Castillo,  uno  de  sus  conquistadores."  Esta  obra,  aunque  desaliñada,  es  can- 
dorosa, exacta  y  muy  interesante.  La  edición  española,  impresa  por  el  P. 
Remón,  en  1632  dista  mucho  de  ser  conforme  con  el  original  manuscrito,  que 
se  guardaba  en  la  Municipalidad  de  Guatemala.  Parece  que  uno  de  los  tomos 
ha  desaparecido,  lo  cual  sería  una  pérdida  irreparable.  En  la  Biblioteca  Na- 
cional hay  una  copia,  de  letra  de  don  Domingo  Castillo,  autenticada  por  el 
ministro  de  Instrucción  Pública  doh  Delfino  Sánchez ;  pero  es  claro  que  no 
tiene  la  misma  importancia  que  el  original  manuscrito  por  el  mismo  historia- 
dor. A  muchas  lenguas  ha  sido  traducida  esa  célebre  obra,  que  don  Benito 
Cano  reimprimió,  en  el  año  1809,  la  obra  de  Díaz  del  Castillo,  en  cuatro  volú- 
menes dozavo,  y  en  1861  la  publicó  don  Enrique  de  Vedia,  con  muchas  erratas, 
en  el  tomo  veintiséis  de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles.  Se  ha  discutido 
si  son  dos  las  ediciones  publicadas  por  Remón.  Hay  sobre  ello  un  folleto  del 
general  Mitre  y  en  la  Biblioteca  Americana,  del  doctor  don  José  Toribio  Medi- 
na, aparece  que  en  realidad  es  una  sola  edición,  con  agregaciones  posteriores. 
En  México  se  imprimió  la  obra  de  Bernal  en  1854,  1870  y  1891,  con  hartas  in- 
correcciones. En  París  apareció  otra  edición,  en  1837,  y  antes  fué  traducida 
al  inglés  por  Mauricio  Eatinge,  en  1880  y  por  Luckart,  en  1844.  Existen  dos 
ediciones  alemanas  y  una  húngara.  Algunas  francesas,  como  la  de  Jourdanet, 
que  lleva  un  interesante  prólogo  de  don  José  M.  de  Heredia,  en  el  cual  se  des- 
cribe, con  admirable  sencillez  y  talento,  la  sed  de  oro  y  maravillosas  aventuras 
de  la  España  del  Siglo  XVL  Hoy,  la  edición  monumental,  la  única  hecha 
según  el  códice  autógrafo,  que  existió  completo  en  la  Municipalidad  de  Guate- 
mala, es  la  que,  en  1904,  dio  a  luz,  en  México,  don  Genaro  García.     Mucho  más 


(11)    Tuvo  por  objetx)  demostrar  las  inexactitudes  en  que  había  Incurrido  Gomara. 


—  33  — 

diremos  acerca  de  Bernal  Díaz  del  Castillo  y  sobre  el  carácter  y  mérito  de  su 
peregrina  obra,  en  el  capítulo  dedicado  especialmente  a  este  interesante  objeto. 

La  Nueva  Relación,  que  contiene  los  viajes  de  Tomás  Gaga,  es  obra  curio- 
sa, cuyos  datos,  aunque  no  todos  aceptables,  ofrecen  utilidad.  Dícese  que  ese 
historiador  era  fraile  irlandés,  que  desertó  en  Acapulco  de  la  Misión  enviada  a 
Filipinas,  fugándose  a  Nicaragua  y  después  a  Guatemala.  Otros  aseguran  que 
era  de  origen  noble,  hermano  del  gobernador  de  Oxford,  en  tiempos  de  Car- 
los I.  No  falta  quienes  digan  que  nunca  fué  sacerdote,  ni  fraile  dominico, 
sino  que,  cual  Martín  Garatusa  en  México,  hubo  de  fingir  tales  estados  aquí  en 
Guatemala.  Por  la  relación  de  sus  viajes  nótase  que  era  instruido  y  vivaracho, 
aunque  no  muy  piadoso,  sino  interesado  en  sacar  dineros  a  los  indios.  Escri- 
bió, por  el  año  1625,  y  se  han  hecho  varias  ediciones  de  sus  Viajes,  apareciendo 
la  primera  en  165 1.  La  que  hemos  consultado  es  de  la  casa  Rosa  y  Bouret, 
de  París,  año  1838.  El  tener  por  fabulosas  las  noticias  referidas  por  el  P.  Gage, 
se  debe  menos  a  sus  exageraciones  e  intransigencias,  que  al  odio  del  clero  con- 
tra aquel  inglés,  a  quien  miraban  como  apóstata,  y  hasta  se  supuso  ser  espía 
alentador  de  empresas  piráticas,  según  puede  verse  en  un  artículo,  impreso  en 
la  "Gaceta  de  Guatemala",  correspondiente  al  15  de  mayo  de  1797.  Lo  pro- 
bable es  que  el  Padre  Fr.  Tomás  Gage  haya  sido  una  buena  pieza. 

La  primera  crónica  de  Guatemala  es  la  de  Remesal,  quien  extractó  de  los 
archivos  curiosos  datos,  en  estilo  confuso  referidos,  con  parcialidad  en  favor 
de  Las  Casas  y  los  indios,  y  con  encomio  para  los  dominicos,  a  cuya  orden 
pertenecía  el  autor.  Nuestro  primer  cronista  llegó  a  Guatemala  en  1613,  co- 
menzó su  libro  en  161 5  y  lo  concluyó  el  29  de  septiembre  de  1617,  conteniendo 
la  obra  715  páginas,  fué  impresa  en  Madrid,  el  año  1619,  y  está  dedicada  al  con- 
de de  la  Gomera,  Presidente  General  de  Goathemala. 

Existió  una  copia  del  original  de  esa  historia  en  el  Archivo  de  la  Federa- 
ción, y  se  encuentra  impresa,  siendo  raros  los  ejemplares  que  quedan.  Cita- 
remos, en  la  presente  obra,  el  que  estudiamos  en  la  Biblioteca  Nacional.  La 
"Historia  de  la  Provincia  de  S.  Vicente  de  Chiapa  y  Guatemala"  como  se  deno- 
mina esa  crónica,  es  la  piedra  angular  de  nuestra  historia.  Es  un  libro  audaz, 
apasionado,  si  se  quiere,  pero  muy  importante. 

Ochenta  y  siete  años  después  de  Remesal  escribió  Fr.  Francisco  Vásquez 
su  Crónica,  para  que  no  careciera  la  Orden  Franciscana  de  un  apologista. 
Continuó  la  historia  de  la  Iglesia  hasta  fines  del  siglo  XVII,  y  trazó  cuadros  de 
la  vida  social  de  antaño,  'a  las  veces  con  subidos  colores  y  no  mucha  impar- 
cialidad. Muestra  aversión  a  los  indios  y  defiende  a  todo  trance  a  sus  opre- 
sores. La  "Chrónica  de  la  Provincia  del  Santísimo  Nombre  de  Jesús  de  Goa- 
temala",  que  así  reza  la  portada,  está  dividida  en  dos  tomos,  el  primero  con  771 
páginas,  y  el  segundo  con  894,  impresos  en  San  Francisco  de  la  Antigua  Gua- 
temala, en  edición  de  a  folio. 

La  Crónica  de  la  Santa  Provincia  de  Chiapa  y  Guatemala,  del  dominico 


—  34  — 

Fr..  Francisco  Ximénez,  es  de  las  que  más  deben  consultarse,  por  su  erudición, 
aunque  naturalmente  no  se  halla  exenta  de  los  defectos  de  las  antiguas 
crónicas,  y  no  existen  sino  los  libros  3?  y  5^".  Ese  célebre  historiador  vino  de 
Andalucía  a  Guatemala,  cuando  era  niño,  en  los  buenos  tiempos  del  presidente 
Barrios  Leal,  y  se  dedicó  a  las  ciencias  eclesiásticas,  habiendo  aprendido,  ade- 
más, con  perfección  el  kakchiquel,  el  quiche  y  el  tzutugil,  hasta  el  punto  de 
escribir  una  buena  gramática  de  esas  lenguas.  La  obra  que  contiene  las  Ad- 
vertencias e  impugnaciones  a  la  Crónica  de  Vásquez,  es  apasionada,  pero  en- 
cierra datos  importantes.  Dicen  que  Ximénez  escribió  una  Historia  Natural 
del  Reyno  de  Guatemala,  libro  que  ha  desaparecido.  Durante  muchos  años 
estuvo  también  oculta  la  Crónica  de  ese  ilustrado  dominico,  hasta  que  se  en- 
contró, el  año  1824,  en  la  biblioteca  de  Santo  Domingo,  aquí  en  la  capital  de 
Guatemala.  La  "Historia  de  S.  Vicente  Chiapa  y  Guatemala",  existía  en  la 
Biblioteca  Nacional  de  Guatemala,  en  edición  impresa,  perteneciente  a  Santo 
Domingo,  y  en  copia  de  letra  de  don  Juan  Gavarrete,  procedente  de  la  Socie- 
dad Económica.  Es  obra  esa,  de  Ximénez,  de  mucha  importancia  y  debiera 
reimprimirse,  antes  que  se  pierda  la  parte  que  existe. 

El  célebre  proceso  que  se  instruyó  al  Adelantado  Don  Pedro,  el  Conquis- 
tador, es  una  fuente  histórica  importante,  a  la  cual  aludiremos  en  el  capítulo 
de  la  presente  obra  dedicado  al  famoso  Tonathiú,  Mijo  del  Sol. 

La  Recordación  Florida  de  Fuentes  y  Guzmán,  rebisnieto  de  Bernal  Díaz 
del  Castillo,  es  obra  escrita  a  fines  de  ese  mismo  siglo,  en  rimbombante  estilo, 
con  algunas  inexactitudes,  pero  con  copia  de  interesantes  datos.  Este  ma- 
nuscrito se  perdió,  y  don  Agustín  Cojiga,  como  yerno  del  autor,  hubo  de  pro- 
mover en  cabildo  de  28  de  noviembre  de  1721,  que  se  buscase  con  empeño 
dicha  obra;  y  en  acta  de  21  de  octubre  de  1722  se  dio  razón  de  haber  parecido. 
Con  posterioridad  volvió  a  perderse,  y  mediante  requerimiento  público,  ofre- 
ciéndose gratificación  al  que  lo  presentara,  fué  gratuitamente  devuelto,  el  año 
1839.  Mr.  H.  Ternaux  Compans  dio  un  resumen  del  manuscrito  de  Fuentes 
y  Guzmán,  diciendo  tenerlo  en  su  biblioteca.  Don  Justo  Saragoza  publicó,  en 
Madrid,  el  año  1882,  en  dos  tomos,  la  primera  parte  de  esa  importante  historia, 
sin  saber  que  existía  la  segunda,  en  una  copia  manuscrita,  que  forma  grueso 
volumen,  e  hizo  sacar,  con  ilustraciones  de  acuarelas  pintadas  por  Letona,  el 
inteligente  e  ilustrado  doctor  don  Mariano  Padilla.  Huelga  decir  que  debiera 
imprimirse  este  tomo,  para  que  quedase  publicada  toda  la  obra,  de  la  cual 
sacaron  tantos  datos  Juarros  y  García  Peláez,  en  sus  respectivos  trabajos. 

Fr.  Agustín  Cano  escribió  mucho  sobre  Guatemala,  y  sus  datos  y  hasta  sus 
palabras  se  han  aprovechado  por  los  cronistas  sucesivos,  lo  mismo  que  las 
obras  de  Gomara,  Oviedo  y  Las  Casas.  Los  progresos  de  la  Iglesia  están 
trazados  por  los  autores  antedichos  y  por  Motolinia,  Mendieta,  Torquemada, 
Fernández  y  el  cronista  de  los  obispos,  Raymundo  Leal,  que  escribió  la  nota- 
ble obra  "Ecclesiae  Guatemaleasis  Monumenta  collegit,  digelsit,  consignavit 


I 


—  35  — 

adque  in  lucem  edidit,  Fr.  Raymundus  Leal,  Ordinis  Predicatorum."  —  Villa 
Gutierre  Soto  Mayor,  con  su  Historia  de  la  Conquista  del  Itza,  y  López  Cogo- 
lludo,  con  la  Historia  de  Yucatán  (Madrid,  1668)  dejaron  curiosos  datos,  dig- 
nos de  ser  aprovechados. 

La  Isagoge  es  crónica  dominicana,  de  autor  desconocido,  con  extrava- 
gantes teorías  acerca  d^el  origen  de  los  indios,  y  algunos  datos  sobre  otras 
materias.  Fué  impresa,  de  orden  del  presidente  de  Guatemala,  general  José 
M.  Reyna  Barrios,  con  motivo  del  centenario  de  Colón. 

Todos  los  cronicones  que  los  frailes  escribían,  sobre  sucesos  de  sus  pro- 
vincias y  conventos,  revelan  claramente  el  espíritu  de  los  conquistados  que 
hablan  a  la  fas  de  sus  conquistadores.  Los  reyes  kakchiqueles  ofrecieron  vo- 
luntariamente obediencia  a  Carlos  V  (que  los  privaba  de  su  independencia) 

Kicab  era  un  rey  obstinado El  Eterno  fué  quien  quiso  reducir  a  los  Tzen- 

dales  (que  sustenían  sus  derechos)  al  camino  de  la  verdad,  por  la  buena  in- 
dustria y  gloriosos  trabajos  del  M.  L  D.  Toribio  Casio,  presidente  de  la  R. 
Audiencia 

Ofrece  harto  interés  la  obra  intitulada  Apuntamientos  de  la  Historia  de 
Guatemala,  por  don  José  Sánchez  de  León,  manuscrito  inédito  del  año  1724, 
que  original  conservamos,  como  joya  bibliográfica  guatemalteca,  y  que  ten- 
dremos oportunidad  de  utilizar  en  algunos  pasajes  de  nuestra  labor. 

Sabido  es  que  el  espíritu  de  la  época  en  que  los  cronistas  escribieron  sa- 
turó sus  páginas  de  fanatismo  religioso,  que  a  cada  poco  encontraba  un  mila- 
gro, intervención  diabólica,  fazañas  de  Santiago,  o  algo  sobrenatural  o  porten- 
toso. En  sus  investigaciones  daban  aquellos  escritores  mucha  más  importan- 
cia a  un  pasaje  bíblico,  comentado  por  los  santos  padres,  que  a  cualquier  mo- 
numento, geroglífico  o  tradición  indígena.  Se  les  podría  perdonar  el  candor 
de  ir  encontrando  las  enseñanzas  cristianas  de  santo  Tomás,  en  las  mitológicas 
creaciones  de  Quezalcoatl,  las  diez  tribus  perdidas  de  Israel  entre  los  fundado- 
res de  la  raza  primitiva  americana,  el  diluvio  de  Noé  y  la  confusión  babeliánica, 
en  una  pintura  azteca  de  un  hombre  nadando  y  un  pájaro  hablándole  desde  un 
árbol,  con  tal  de  que  siempre  hubieran  dejado  prevalecer  el  sentido  correcto 
de  la  tradición  y  los  mitos  de  la  historia  de  los  aborígenes,  que  llevan  de  ordi- 
nario la  peor  parte,  como  que  los  cronistas  hablaban  a  los  conquistadores. 

No  pretendemos  censurar  a  los  historiógrafos  dignos  de  veneración.  Nos 
dolemos  de  la  época,  como  lamenta  el  crítico  que  en  los  fastos  griegos  o  roma- 
nos intervengan  los  dioses  del  Olimpo.  Los  conquistadores,  los  cronistas  ofi- 
ciales que  de  España  venían  ;  los  frailes  que  transmitieron  los  fastos  nacionales, 
amparando  a  los  aborígenes  y  regando,  con  mano  próvida,  la  semilla  de  la  ci- 
vilización latina ;  todos  esos  hombres,  del  siglo  XVI  y  XVII,  no  podían  salir 
del  ambiente  en  que  nacieron.  Deben  ser  juzgado  a  la  luz  de  la  cultura,  de 
las  creencias  y  preocupaciones  de  entonces.  Así  los  consideraremos,  en  el 
curso  de  nuestra  labor,  que  tiene  que  ser  imparcial  a  fuer  de  histórica. 


•       -36- 

Por  lo  demás,  cumple  apuntar  en  justicia,  y  para  que  quede  por-  siempre 
consignado  en  los  recuerdos  nacionales,  que  fué  la  Sociedad  Económica  de 
Amigos  de  Guatemala,  la  corporación  patriótica  que  más  se  afanó  en  compilar 
los  esparcidos  documentos  de  nuestra  literatura  histórica,  no  sólo  publicando 
en  su  ilustrado  periódico — cuya  colección  completa  conservamos  con  cariño — 
muchos  artículos  y  folletines  interesantes,  sino  llegando  a  formar  una  valiosí- 
sima Colección  de  documentos  Históricos,  compuesta  de  manuscritos  origina- 
les y  de  copias  de  la  mayor  importancia,  crónicas  antiguas,  memorias  de  los 
capitanes  generales,  facsímiles,  cartas,  retratos  y  documentos  rarísimos.  Fué 
director  de  la  Sección  Etnográfica,  desde  el  año  1865,  el  modesto  sabio  don 
Juan  Gavarrete,  paciente  coleccionador,  que  regaló  a  esa  biblioteca  muchas 
obras  que  ahí  podían  consultarse. 

Durante  ocho  años,  que  servimos  patrióticamente  la  Secretaría  de  la  So- 
ciedad Económica,  nos  dedicamos  a  estudiar  aquella  rica  colección  y  a  extrac- 
tar apuntaciones  que  mucho  nos  han  servido  para  el  presente  libro.  Traduji- 
mos del  inglés  para  el  semanal  de  la  misma  Sociedad,  la  obra  de  Balwin,  inti- 
tulada "La  Antigua  América",  la  del  doctor  Berendt  sobre  la  Civilización  de 
los  aborígenes  de  Centro- América  y  la  de  Bancroft,  Razas  primitivas  de  los 
Estados  del  Pacífico. 

Recordamos,  entre  las  obras  que  formaban  la  Colección  Histórica  de  la 
Sociedad  Económica,  fuera  de  las  ya  citadas,  las  siguientes :  las  de  Brasseur  de 
Bourbourg,  que  como  socio  honorario,  las  había  regalado,  las  de  G.  Brinton, 
las  de  Squier,  las  de  Baily,  de  Humboldt,  de  Stephens,  de  Charrencey,  de  Fer- 
naux-Copans,  del  doctor  Berendt,  de  León  de  Rosny ;  la  Colección  de  Docu- 
mentos de  Pacheco  y  Cárdenas ;  las  Cartas  de  Cortés  a  Carlos  V  •  las  Cartas, 

al  Rey  d»  ^^n    ^^""'•^  r^kn.\r^  Ar.  roc^^nia    gobrp  ^1   HpgmhrimJpntn  rlpl    Piiprto 

de  Santo  Tomás :  las  Memorias  Secretas  de  Jorge  Juan;  las  exploraciones  de 
Pontelli  en  Centro-América;  la  Historia  del  Nuevo  Mundo,  por  don  Juan  B. 
Muñoz ;  la  Relación  de  don  Luis  Navarjn  sobrft  fl  rtinn  f^-r-^ñtfmnh  ;  la 
Relación  de  don  Antonio  Porta,  sobre  las  costas  del  Norte  de  Guatemala ;  los 
Varones  Ilustres  de  Pizarro  y  Orellana ;  el  Teatro  Eclesiástico  de  las  Indias, 
de  González  Dávila ;  los  Documentos  Inéditos,  del  Archivo  de  í^l^ia>;  por  ]*a^ 
checo,  Cárdenas  y  Torres  de  Mendoza  •  el  Memorial  de  Indias,  de  Díaz  de  la 
Calle ;  el  Proceso  de  Alvarado  (1529)  ;  la  Colección,  de  Roque  Barcia  ;  las  obras 
de  Fr.  Bartolomé  de  Las  Casas ;  la  Crónica  de  Ximénez ;  el  Informe  de  García 
del  Palacio,  al  Rey,  en  1576;  la  Relación  de  los  estragos  y  ruinas  de  la  ciudad 
de  Santiago  de  Guatemala  en  1717,  por  el  Lie.  Arana;  el  Informe  de  Fr.  Agus- 
tín Cano  sobre  la  entrada  que  por  la  Verapaz  se  hizo  al  Peten,  en  1625  ;Jos^ 
Títulos  de  la  Casa  Txcnin  Nih;^r|^^  ^^^yp  rl^  ntyaya-^l^ntnni^nppmj  varias 
copias  de  Codex  antiguos,  en  colores ;  y  mucho  más,  que  de  memoria  no  es  po- 
sible recordar. 

Todas  esas  obras,  y  las  otras  que  figuraban  en  un  catálogo  impreso,  de 


—  37  — 

la  Sección  Etnográfica  del  Museo  Nacional,  las  entregó,  por  inventario,  el  que 
estas  líneas  escribe,  a  don  José  Milla  y  Vidaurre,  de  orden  superior,  para  que 
redactara  la  Historia  de  la  América  Central,  por  comisión  que  recibió  del  pre- 
sidente, general  don  J.  Rufino  Barrios,  así  como  los  manuscritos  y  crónicas  que 
se  han  citado  con  anterioridad.  En  cuatro  baúles,  llevó  todos  los  libros  el 
señor  Milla,  a  su  hacienda  de  Quesada ;  y  hoy,  una  parte  de  esos  documentos, 
se  encuentra  en  la  Biblioteca  Nacional,  el  resto  se  ha  perdido. 

Habría  sido  justo  que  en  el  prólogo  de  su  Historia,  hubiera  expresado 
aquel  notable  escritor,  de  dónde  había  obtenido,  ya  coleccionados,  los  materia- 
les que  le  sirvieron  para  su  labor  literaria.  Un  recuerdo,  a  la  memoria  de  don 
Juan  Gavarrete  estimárase  tributo  siquiera  tardío  a  sus  grandes  servicios.  La 
Colección  de  Documentos  Históricos  debióse  a  muchos  años  de  inteligente  y 
patriótica  constancia,  a  un  estudio  concienzudo,  acompañado  del  trabajo  de 
obtener  antigüedades  raras,  como  las  que  contenía  el  espléndido  achivo  de 
Payés,  con  todos  los  tomos  de  la  Gaceta  de  Guatemala,  desde  los  tiempos  colo- 
niales hasta  el  año  1854,  y  las  colecciones  de  treinta  y  un  periódicos  centro- 
americanos. 

No  pudo  tener  a  la  vista  don  José  Milla  las  importantísimas  obras  de 
Bancroft,  el  historiador  norte-americano,  que  por  medio  de  una  asociación, 
reunió  cuatro  millones  de  dollars,  para  formar  el  gran  arsenal,  la  riquísima 
colección  de  libros  y  papeles,  que  conocimos  en  S.  Francisco  de  California,  y 
que  le  sirvió  para  escribir  en  inglés,  por  medio  de  varios  especialistas,  la 
Historia  de  los  Estados  del  Pacífico  y  de  la  América  Central.  Asume  parti- 
cular interés  cuanto  se  refiere  a  The  Natives  Races,  y  los  tres  tomos  relativos 
a  History  oí  Central  America,  publicados  en  1883. 

El  señor  Milla  rio  le  daba  interés  a  la  historia  antigua  de  los  aborígenes 
de  esta  parte  del  mundo.  Apenas  escribió  una  Noticia  sucinta  sobre  los  indios 
del  istmo.  Hoy,  en  todas  partes,  se  atribuye  más  importancia  a  la  biología 
centro-americana,  a  la  arqueología,  a  la  lingüística,  a  la  etnografía,  a  la  mitolo- 
gía y  a  las  costumbres,  artes,  ciencias  y  cultura  de  los  aborígenes  de  Centro- 
América,  que  la  importancia  que  tiene  la  historia  colonial,  sin  que  por  eso  deje 
de  ofrecer  un  cuadro  interesante  en  sus  múltiples  aspectos. 

La  obra  monumental  que  lleva  el  nombre  de  Biología  Centrali-Americana 
es  lo  más  grandioso  que  se  ha  publicado  en  Europa  acerca  de  estos  países  Os- 
berto  Salvin  estuvo,  en  tres  ocasiones,  viajando  por  Guatemala,  acompañado 
de  Ducane  .Godman,  y  recogieron  toda  clase  de  datos,  animales  y  plantas,  para 
su  historia,  que  con  los  demás  ricos  elementos  que  hay  en  los  museos  de  Euro- 
pa, dio  por  resultado  la  zoología,  la  botánica  y  la  arqueología  referente  a  estos 
países.  Comenzó  a  publicarse  la  obra  en  Londres,  en  1879,  y  hoy  cuenta  46 
tomos.  La  fauna,  la  flora  y  las  ruinas  de  esta  región  se  exhiben  perfecta  y 
lujosamente,  en  la  Biología  de  Centro-América.  La  Arqueología  débese  al 
sabio  profesor  Maudslay,  con  un  apéndice  de  Godman,  "Las  inscripciones  ar- 


-38- 

caicas  mayas."  Esta  obra  nos  ha  servido,  en  varios  capítulos  de  "América 
Central  ante  la  Historia",  así  como  hemos  tenido  oportunidad  de  consultar 
muchos  libros  publicados  en  los  Estados  Unidos,  acerca  de  la  etnografía,  ar- 
queología, idiomas  e  idiosincrasia  de  los  aborígenes  del  istmo ;  sobre  todo, 
utilizado  las  de  Daniel  A.  Brintón,  el  sabio  profesor  de  la  Academia  de  Cien- 
cias de  Filadelfia ;  las  de  Bancroft,  las  de  Squier ;  las  de  Berendt,  y  otras  que 
oportunamente  citaremos.  Los  libros  de  Sapper,  que  recorrió  a  pie  nuestro 
territorio,  haciendo  estudios  minuciosos  de  arqueología,  etnogrfía,  ciencias 
naturales,  geografía  y  cartografía,  y  perfiles  detallando  la  estructura  de  Gua- 
temala, los  hemos  tenido  a  la  vista,  para  nuestra  labor. 

Para  profundizar  en  el  estudio  del  arte  monumental  precolombino  de  estas 
regiones  pueden  consultarse  las  obras  siguientes:  Brasseur  de  Bourbourg, 
Le  Manuscrit  Troano — París,  1870;  Daniel  (i.  Brinton,  A  Primer  of  Maya 
Hieroglyfs — Boston,  1894;  Prehistoric  Archeology,  Antropology  and  Etnolo- 
gy;  Harrison  Alien,  Transact  of  Am.  Philos,  Soc.  1878.  Este  autor  estableció 
las  analogías  entre  las  letras  conservadas  por  Landa  y  los  signos  del  Codex  de 
Dresden  y  Troano,  creando  así  una  especie  de  filología ;  Diego  de  Landa, 
Relación  de  las  cosas  de  Yucatán,  París  1867.  En  1549  llegó  este  Misionero  a 
Yucatán,  aprendió  la  lengua  maya  a  la  perfección,  prácticamente  con  los  indios, 
y  estudió  la  gramática  del  P.  Villapando,  la  cual  aumentó  y  corrigió ;  H,  de 
Charrencey,  Etudes  de  Paleographie  americainc,  París,  1883;  Cyrus  Thomas, 
A  Study  of  the  manuscript  Troano,  Washington,  1882 — The  Maya  Year, 
Washington,  1894;  León  de  Rosny.  Essay  de  DéchiíTremcnt  de  1*  écriture  hie- 
ratique  de  1'  Amérique  Céntrale,  París,  1876.  Este  célebre  autor  descubrió  los 
signos  por  los  puntos  cardinales,  la  dirección  en  que  deben  leerse  los  geroglífi- 
cos,  y  estudió  las  variantes  en  los  códices ;  Saville  M.  H.,  A  Comparativc  study 
of  Graven  Glyphs  of  Copan  and  Quiriguá,  New  York,  1894;  J.  Baily  escribió 
una  interesante  relación  de  los'  Estados  de  Centro- América,  su  naturaleza, 
recursos,  población  y  notable  capacidad  para  inmigrantes  y  capitalistas. 
Sclater  y  Salvin,  "Sobre  la  ornitología  de  Centro-América",  describieron  382 
especies,  8  de  ellas  dadas  a  luz  por  primera  vez. 

Tampoco  pudo,  tener  a  la  vista  el  distinguido  escritor  guatemalteco,  don 
José  Milla,  las  muchas  obras  sudamericanas  y  mexicanas,  que  a  seguida  cita- 
remos, y  que  forman  la  literatura  histórica  de  las  repúblicas  de  origen  ibero ; 
ni  se  había  publicado  aún  la  Bibliografía  de  la  Imprenta  en  Guatemala,  en  los 
siglos  XVII  y  XVIII,  por  el  chileno  Juan  Enrique  O'  Ryan,  impresa  en  San- 
tiago, en  1897 ;  ni  menos  había  salido  a  luz  la  gran  obra  del  bibliófilo  José  Tori- 
bio  Medina,  La  Imprenta  en  Guatemala;  ni  se  pensaba  en  publicar  el  interesan- 
de  trabajo  de  Hamy,  Mission  Scientifique  aux  Mexique  et  dans  1'  Amérique 
Céntrale. 

Ahí  quedan,  en  antiguos  periódicos,  como  la  "Sociedad  Económica",  que  se 
daba  a  la  estampa  en  1869  y  1870,  algunos  artículos  sobre  antigüedades  indi- 


—  39  — 

genas.  "La  Semana",  de  iS^g  y  tR/^^  rA]^^iene  selecto  material  histórico, 
como  las  Noticias  curiosas  cronológicas  de.estas  Indias,  desct€  1492  hasta  i^f^f^ 
'inumeros  44  a  .S3  del  tomo  D  :  La  Traslación  de  la  capital  al  valle  de  la  Hermi- 
ta  (n.  54  a  62)  ;  Razón  puntual  de  los  sucesos  más  notables  y  de  los  estragos  y 
daños  que  ha  sufrido  la  ciudad  de  Guatemala,  desde  su  fundación  en  Ciudad 
Vieja  o  Almolonga  (n.  70  y  71 );  La  Ciudad  de  Guatemala,  después  de  los  terre- 
motos de  1773  (n.  72,  73  y  74) ;  Voto  del  Maestro  de  campo  don  Agustín  de  Es- 
trada contra  la  traslación  de  la  ciudad  (n.  75  y  76) ;  Voto  sobre  el  mismo  asun- 
to, del  P.  don  Pedro  Martínez  de  Molina  (n.  72) ;  Descripción  de  la  ciudad  y 
reino  de  Guatemala,  por  el  P.  Fr.  Felipe  Cadena  (n.  78  a  85) ;  Pensamiento  del 
Presidente  de  Guatemala,  don  José  Arango  y  Río,  sobre  acuñación  de  moneda 
de  vellón  o  caldería  (n.  86  y  87) ;  Relación  de  los  Obispos  y  principales  aconte- 
cimientos, desde  1534  hasta  1736  (n.  92  a  94).  En  "La  Revista"  publicó  algu- 
nos artículos  interesantes,  en  el  año  1846,  el  guatemalteco  don  Manuel  Mon- 
túfar,  acerca  de  los  kakchiqueles. 

Por  lo  que  respecta  al  origen  de  los  indios,  su  antigua  civilización  y  cos- 
tumbres, se  han  publicado  obras  extranjeras  de  mucho  mérito,  como  las  intitu- 
ladas Prichard's  Reserches — Fontaine's  how  the  world  was  peopled — Willson, 
Prehistorical  Man — Foster,  Prehistorical  races — Lyell's  ant.  of  man — Tilor's, 
Anahuac — Baldwin,  Ancient  America. 

La  "Historia  de  los  Atlantes"  es  un  bosquejo  curioso,  que  citamos  varias 
veces,  acerca  de  los  primitivos  tiempos  de  la  etnografía  de  estas  regiones, 
¡lustrado  con  cuatro  mapas  de  la  configuración  del  mundo,  en  varios  períodos ; 
obra  escrita  en  inglés,  por  W.  Scott  Elliot,  y  traducida  al  castellano,  en  Madrid, 
1897.  De  esta  obra  extractó  el  célebre  francés  Luis  Jacolliot  muchos  de  los 
datos  que  aparecen  en  su  libro  "Histoire  des  Viérges :  Les  peuples  et  les  con- 
tinents  disparus." 

"Isis  sin  velo"  se  llaman  los  dos  tomos  de  la  escritora  rusa  Elena  Petrona 
Blavatsky,  en  los  cuales  hemos  hallado  algo  interesante  acerca  de  la  teogonia 
de  los  quichés,  sus  mitos,  ruinas  y  tradiciones.  Barcelona,  litografía  de  José 
Casamajó,  1901. 

El  Congreso  de  Americanistas,  en  Madrid,  no  sólo  ha  publicado  impor- 
tantes obras,  sino  que  en  las  Actas  de  sus  sesiones  ha  incluido  documentos  y 
libros  raros.  Tenemos  a  la  vista  los  dos  volúmenes,  en  cuarto,  con  láminas  y 
magníficos  mapas  en  colores,  que  contienen  la  "Gramática,  cathezismo  y  con- 
fessionario  de  la  lengua  chibcha,  1620",  y  la  obra  de  Uribe,  titulada  la  "Lengua 
de  los  Darienes." 

El  Cuarto  Congreso  Científico  Panamericano,  celebrado  en  Chile,  en  1909, 
en  sus  veinte  volúmenes,  contiene  conclusiones  y  estudios  interesantísimos  so- 
bre antropología,  etnografía,  antropología,  historia,  seismología,  y  otros  ramos 
que  se  relacionan  con  los  tópicos  de  algunos  de  nuestros  capítulos,  en  los  cuales 
se  citan  esas  obras  y  los  nombres  de  sus  autores. 


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En  el  año  1892,  publicóse  en  Barcelona,  la  obra  intitulada  "América",  por 
Rodolfo  Cronau,  en  una  elegante  edición  de  Montaner,  con  bonitos  grabados, 
como  para  libros  más  comerciales  que  científicos.  El  tema  del  tercer  volumen 
de  la  obra  "La  Nación  Americana",  escrita  por  el  profesor  E.  G.  Bourne,  gran 
autoridad  en  historia,  y  muy  reputado  en  las  universidades  de  Estados  Unidos, 
es  "España  en  América",  o  sea  un  estudio  concienzudo  de  la  colonia  española, 
sin  prejuicios,  ni  ciertas  vulgaridades,  que  a  fuerza  de  repetidas,  se  han  tornado 
convencionalismoss 

En  la  Gran  Biblioteca  del  Congreso,  en  Washington,  leímos  la  obra  origi- 
nal, en  el  manuscrito  antiguo,  de  Fr.  Bartolomé  de  Las  Casas,  intitulado 
"Historia  de  las  Indias".  Al  tener  en  las  manos  aquellas  venerabilísimas  hojas, 
con  las  ideas  altruistas,  filantrópicas,  piadosas,  del  Apóstol  de  estas  tierras,  sién- 
tese conmoción  extraña,  como  si  nuestra  alrha  se  confundiera  con  el  gran  espí- 
ritu del  defensor  de  una  raza,  con  el  carácter  heroico  del  que  arrostró  las  iras 
de  los  verdugos  de  los  indios,  del  que  luchó  magnánimo  por  enjugar  sus 
lágrimas.  No  pudimos  menos  de  tomar  el  lápiz  y  copiar  estas  palabras  de 
la  portada :  "Esta  historia  dejo  yo,  Fr.  Bartolomé  de  Las  Casas,  Obispo  que 
fué  de  Chiapas,  en  confianza  a  este  Convento  de  San  Gregorio,  rogando  y  pi- 
diendo por  caridad,  al  Padre  Rector  y  Consiliarios  de  él,  que  por  tiempo  fue- 
ren, que  a  ningún  seglar  la  den,  para  que  dentro  del  mismo  Colegio,  ni  menos 
fuera,  la  lea,  por  tiempo  de  cuarenta  años,  desde  este  de  setenta  que  entrará, 
comenzados  a  contar,  sobre  lo  cual  les  encargo  la  conciencia,  y  pasados  aque- 
llos cuarenta  años,  por  si  vieran  que  conviene  para  el  bien  de  los  indios  y  de 
España,  la  pueden  mandar  imprimir,  para  gloria  de  Dios  y  manifestación  de  la 
verdad  principalmente;  y  no  parece  convenir  que  todos  los  colegiales  la  lean, 
sino  los  más  prudentes,  porque  no  se  publique  antes  de  tiempo,  porque  no  hay 
para  qué,  ni  ha  de  aprovechar.  Fecho  por  noviembre  de  1559.  Deo  Gratias. — 
El  Obispo,  Fr.  Bartolomé  de  Las  Casas".  ¡  Cuánto  se  interesaba  el  filántropo 
religioso  dominicano  porque,  después  de  su  muerte,  produjera  humanitarias 
consecuencias  el  fruto  de  su  alentado  espíritu  y  corazón  magnánimo !  Dicho 
memorable  libro  se  encuentra  impreso  en  la  "Colección  de  Documentos  Inédi- 
tos para  la  Historia  de  España",  por  José  Sancho  Rayón. 

De  todo  en  todo  es  interesante  la  obra  publicada  en  Madrid,  por  el  Jefe 
del  Archivo  de  Indias,  don  Pedro  Torres  Lanzas,  intitulada  "Relación  Descrip- 
tiva de  los  mapas,  planos,  de  la  Audiencia  y  Capitanía  General  de  Guatemala". 
Contiene  la  nómina  y  reseña  de  doscientos  ochenta  y  un  mapas,  y  muchos  gra- 
bados curiosos,  relativos  a  estas  tierras,  castillos,  curatos,  casa  de  Moneda, 
iglesias,  palacios,  conventos,  caminos,  ríos,  etc.  Es  una  síntesis  de  la  cartogra- 
fía de  la  América  Central,  durante  el  gobierno  de  España,  y  una  prueba  más 
de  la  formalidad  y  cuidado  con  que  entonces  se  procedía. 

El  "Compendio  de  la  Historia  de  la  Ciudad  de  Guatemala"  escrito  por  el 
bachiller  don  Domingo  Juarros,  incompleto  en  algunos  ramos,  comprende  gran 


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copia  de  noticias  acerca  de  los  primeros  pobladores  de  estas  tierras,  soDre  la 
conquista  de  los  españoles,  establecimiento  de  ciudades,  nóminas  de  alcaldes, 
obispos  y  rectores  de  la  Universidad,  datos  biográficos  de  guatemaltecos  nota- 
bles, etc.  En  mucha  parte  siguió  a  Fuentes  y  Guzmán,  cayendo  en  pocos 
errores.  El  estilo  es  sencillo  y  el  fondo  se  resiente  de  recargo  de  noticias  re- 
ligiosas. Aquella  historia  se  imprimió,  por  primera  vez  en  Guatemala,  por 
el  año  1808,  siendo  la  imprenta  tan  pobre  y  perezosa  que  empleó  seis  años  para 
dar  a  luz  seis  cuadernos  que  comprende  esa  edición.  En  1857  publicó  una 
mayor  don  Luciano  Luna ;  existe  otra  en  inglés.  El  mérito  principal  del  tra- 
bajo del  P.  Juarros  consiste  en  que  es  la  primera  obra  de  valor  geográfico  refe- 
rente a  estas  regiones,  y  la  que  ha  servido  de  base  a  la  cartografía  posterior  al 
siglo  XVIIL  En  1826  publicó  Arrowsmith  un  mapa  de  Centro-América  si- 
guiendo a  Juarros.  El  Atlas  Guatemalteco,  de  1832,  levantado  por  Rivera  Maes- 
tre, adopta  también,  en  sus  ocho  cartas,  los  datos  de  aquella  obra,  como  lo  hizo 
igualmente  Mr.  Brué,  en  el  mapa  francés,  dedicado  a  la  Academia  de  Ciencias. 
El  sabio  religioso  Goicoechéa,  censor  que  fué  de  la  Historia  escrita  por  Juarros, 
la  elogia,  "por  haber  acopiado  las  más  singulares  noticias  pertenecientes  a  todo 
este  reino  (de  Guatemala)  su  extensión,  provincias  y  pueblos,  corregimientos, 
y  alcaldías  mayores".  El  eruditísimo  don  Miguel  de  Larreynaga  aseguró  que 
"Juarros  escribió  con  gran  concepto  de  verdad  y  formalidad".  El  ejemplar 
de  esta  buena  Historia,  que  desapareció  de  la  Biblioteca  Nacional,  era  del 
doctor  don  Mariano  Padilla,  quien  lo  anotó  con  apuntaciones  útiles,  mapas, 
fetratos,  vistas,  etc. 

En  la  misma  imprenta  de  don  Luciano  Luna  salió  a  luz,  en  1856,  el  "Libro 
de  Actas  del  Ayuntamiento  de  la  Ciudad  de  Santiago  de  Guatemala,  compren- 
diendo los  seis  primeros  años,  desde  la  fundación  de  la  misma  chidad,  hasta 
1524".  "La  Colección  de  documentos  antiguos",  que  contiene  los  privilegios 
de  la  Ciudad  de  Guatemala,  su  escudo  de  armas,  memorias  y  relaciones  munici- 
pales, de  1537  a  1782,  y  algunas  cartas  de  Alvarado  y  del  obispó  Marroquín,  es 
un  tomo  curioso  e  interesante,  que  también  fué  impreso  en  aquella  tipografía. 

El  ilustrísimo  don  Francisco  de  Paula  García  Peláez  escribió  "Memorias 
para  la  historia  del  antiguo  reino  de  Guatemala",  que  salieron  a  luz  en  la  me- 
morable imprenta  de  Luna,  que  contribuyó  a  popularizar  los  fastos  centro- 
americanos. 

Los  dos  tomos  de  la  "Historia  de  la  América  Central"  que  escribió  el  litera- 
to don  José  Milla  y  Vidaurre,  son,  como  fruto  de  la  correcta  pluma  de  tan 
notable  escritor,  dignos  de  elogio,  por  la  sencilla  relación  de  los  hechos  y  por 
lo  atildado  del  lenguaje,  aunque  a  la  verdad  economiza  apreciaciones  y  juicios, 
sin  preocuparse  de  que  el  alma  del  arte — según  la  admirable  expresión  de 
Quinet — es  el  presentimiento  de  venideras  formas  superiores,  que  j^acen  en  el 
fondo  de  las  cosas  actuales.  Los  datos  que  abraza  sobre  los  aborígenes,  no 
forman  sino  una  "Noticia  histórica  de  las  naciones  que  habitaban  la  América 


—  42  — 

Central  a  la  venida  de  los  españoles",  por  cierto  muy  incompleta  y  no  exenta 
de  errores,  siendo  así  que  en  los  Estados  Unidos  y  en  Europa  atribuyen  más 
importancia  a  la  historia  antigua  de  los  indios  de  Centro-América  que  a  la  del 
régimen  español,  como  lo  hace  notar  el  erudito  historiador,  general  Riva  Pala- 
cio, en  el  prólogo  que  escribió  para  "Los  aborígenes  de  América",  obra  curiosa 
de  don  Rafael  Delorme  Salto. 

El  académico  don  Agustín  Gómez  Carrillo  continuó,  por  comisión  oficial, 
el  trabajo  del  señor  Milla,  y  los  dos  tomos  publicados  tienen  el  mérito  de  con- 
tener buen  acopio  de  datos  de  los  archivos  nacionales.  El  lenguaje  de  la  obra 
es  del  todo  castizo ;  pero  adolece  la  narración  cronológica  de  importantes  y  fre- 
cuentes omisiones. 

Debe  mencionarse  en  estos  opuntamientos  bibliográficos  "La  Historia  de 
Nicaragua",  escrita  por  el  doctor  don  Tomás  Ayón,  y  dada  a  luz,  en  1889. 
Contiene  interesantes  noticias  desde  los  más  remotos  tiempos  hasta  1852, 
Acaso  tenga  la  obra  más  mérito  artístico  que  filosófico.  En  Honduras,  el  P. 
Vallejo  ha  recogido  los  fastos  de  esa  república  y  el  Dr.  Eduardo  Martínez  Ló- 
pez, en  1907,  publicó  en  Tegucigalpa,  la  Historia  de  Centro-América,  que  es 
muy  recomendable.  El  Dr.  don  Alberto  Membreño,  erudito  americanista,  ha 
hecho  interesantes  publicaciones.  En  El  Salvador,  el  doctor  Reyes  se  encargó 
de  historiar  a  su  patria.  Cuando  ya  teníamos  escritos  los  dos  tomos  primeros 
de  "La  América  Central  ante  la  Historia",  que  debieron  haberse  publicado  cua- 
tro años  hace,  y  que  se  han  venido  demorando  a  causa  de  varios  y  repentinos 
viajes  del  autor,  en  diversas  misiones  oficiales ;  ha  aparecido  el  notable  libro 
Historia  Antigua  y  de  la  Conquista  de  El  Salvador,  fruto  de  la  fecunda  pluma 
de  nuestro  distinguido  amigo  el  doctor  don  Santiago  Ignacio  Barberena,  cuyos 
múltiples  y  profundos  conocimientos  hanle  conquistado  merecida  fama.  Es 
erudita  y  filosófica  su  labor,  a  la  altura  de  la  ciencia  moderna.  Honra  al  país 
y  honra  al  historiador.  Don  Francisco  Castañeda,  literato  salvadoreño,  ha 
escrito  interesantes  folletos  y  buenos  artículos  sobre  historia  antigua  centro- 
americana. En  Costa-Rica,  don  Felipe  Molina,  don  León  Fernández,  don 
Manuel  M.  de  Peralta,  don  Francisco  M.  Iglesias,  Montero  Barrantes,  el  señor 
Thiel,  don  ^.icardo  Fernández  Guardia,  don  Cleto  González  Víquez,  don  Ma- 
nuel J.  Jiménez,  don  Manuel  Arguello,  don  Juan  F.  Fernández  y  algunos  otros 
escritores,  han  publicado  obras  verdaderamente  importantes.  Muy  n(jtablcs 
son  "La  Geografía  Histórica  y  los  Derechos  Territoriales  de  la  República  de 
Costa-Rica,  por  don  Manuel  M.  de  Peralta",  es  obra  meritísima,  publicada  en 
París,  en  1900.  "Costa-Rica,  Nicaragua  y  Panamá,  su  historia  y  sus  límites  en 
el  siglo  XVI",  dada  a  la  estampa  en  1883,  contiene  muchos  documentos  de  los 
Archivos  de  Indias,  de  Sevilla  y  de  Simancas.  "Límites  Históricos  entre  Ni- 
caragua y  Honduras"  es  el  título  de  una  colección  de  documentos  formada  por 
el  inteligente  escritor  don  José  D.  Gámez,  para  defender  los  derechos  de  su 


—  43  — 

patria.  También  publicó  una  "Historia  de  Nicaragua",  y  colección  de  docu- 
mentos interesantes  para  la  literatura  centro-americana. 

Al  final  del  hermoso  libro  "Costa-Rica  en  el  siglo  XIX",  se  encuentra  una 
interesante  "Bibliografía  de  obras  publicadas  en  el  extranjero"  acerca  de  esa 
próspera  república. 

El  doctor  Ramón  A.  Salazar  dio  a  luz  un  volumen  sobre  el  "Desenvolvi- 
miento Intelectual  en  Guatemala"  y  varios  artículos,  de  mérito,  acerca  de  di- 
versos puntos  antiguos.  El  literato  don  Agustín  Meneos  escribió  bastante 
sobre  esa  materia,  con  erudición  y  buen  talento.  Se  publicaron  en  varios  pe- 
riódicos las  producciones  de  este  notable  escritor. 

Muchas  de  las  obras  mencionadas,  y  la  rica  Colección  de  Documentos 
Históricos,  que  durante  largos  años  y  con  gran  prolijidad,  formó  el  abogado 
e  ingeniero  don  Cayetano  Batres  Diez  del  Castillo,  padre  del  autor  de  la  pre- 
sente obra,  han  sido  consultadas  para  redactarla. 

Cuando  demos  a  luz  el  tercer  volumen,  que  se  refiere  a  la  época  de  la  vida 
independiente  de  la  América  Central,  apuntaremos  las  notas  bibliográficas 
relativas  a  ese  lapso,  puesto  que  la  literatura  histórica  de  tal  período  es  entera- 
mente diversa  de  la  que  abraza  Guatemala  India,  y  de  la  que  abarca  Guatema- 
la, Provincia  de  España. 

Al  narrar  los  hechos  por  medio  de  colecciones  metódicas,  procuraremos 
hacer  el  proceso  de  la  "América  Central  ante  la  Historia".  Las  monografías 
llevan  en  mira  exhibir  aquella  época  primitiva  indígena  con  sus  creencias  y 
espíritu ;  pintar  con  apropiado  color  la  epopeya  y  hecatombe  de  la  conquista, 
y  hacer  el  juicio  del  régimen  colonial  y  de  los  personajes  que  vinieron  de 
España,  como  los  egipcios  juzgaban  en  el  Panteón,  con  síntesis  y  símbolos, 
que  revelasen  la  psicología  de  cada  época,  a  la  par  de  los  rasgos  salientes  de 
los  hombres  notables.  Tarea  difícil,  que  debe  tener  sombras,  vacíos  y  erro- 
res. En  todo  caso,  recordaremos  las  palabras  del  célebre  Vasco  Núñez  de 
Balboa :     "Llega  home  fasta  donde  puede,  y  non  fasta  donde  quiere". 

j  Lástima  que  algunos  agentes  norte-americanos,  se  hayan  llevado  y  con- 
tinúen llevándose,  a  precio  de  oro,  libros  antiguos,  pinturas  y  objetos  de  arte, 
que  venden  más  caros  en  los  Estados  Unidos ! 


cartografía 


Para  poner  término  a  este  capítulo,  y  como  complemento  necesario,  dare- 
mos una  noticia,  siquiera  sea  ligera,  de  la  Cartografía  Nacional.  Lo  referente 
a  la  parte  antigua,  se  halla  en  la  obra,  que  ya  describimos,  del  Director  del 
Archivo  de  Indias,  y  que  contiene  todos  los  mapas  que  se  formaron  acerca  de 
la  América  del  Centro,  en  tiempos  coloniales. 

Los  mapas  modernos,  con  condiciones  científicas,  son  los  siguientes: 


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I)  Las  Cartas  Geográficas  que  el  doctor  don  Mariano  Gálvez  mandó  le- 
vantar por  Rivera  Maestre,  de  los  Departamentos  que,  el  año  de  1832,  com- 
prendía el  Estado  de  Guatemala. 

II)  El  rñapa  de  Sonnenstern,  del  año  1859.  El  autor  era  un  ingeniero 
alemán,  que  al  llegar  a  Guatemala  había  hecho  algo  de  bueno  en  el  ramo  car- 
tográfico, bajo  la  protección  del  filibustero  Walker,  en  Nicaragua.  Con  excep- 
ción de  las  Costas  y  algunos  pocos  puntos  en  el  interior,  cuyas  determinantes 
astronómicas  eran  conocidas  entonces,  no  es  este  mapa  más  que  un  "croquis". 

III)  El  segundo  mapa  fué  hecho  por  Au,  otro  ingeniero  alemán,  en  el 
año  de  1876.  Su  autor  había  medido  muchos  terrenos  en  varias  partes  del 
país,  y  hecho  algunas  pocas  triangulaciones.  Las  fronteras  son  casi  todas 
malas,  y  el  error  en  la  del  noroeste  llega  hasta  medio  grado. 

IV)  El  mapa  de  Juan  Gavarrete,  ciudadano  meritísimo  de  Guatemala, 
en  varios  ramos  científicos,  es  del  año  1880,  y  utiliza  naturalmente  los  datos  de 
sus  predecesores.  Tiene  un  apéndice  pequeño,  con  la  distribución  de  los  idio- 
mas según  el  doctor  Berent,  quien  proporcionó  también  algo  del  material 
cartográfico. 

V)  El  mapa  de  Baily  es  como  todas  las  producciones  de  este  autor  (tra- 
ductor p.  e.  de  la  Historia  de  Domingo  Juarros)  nada  más  que  una  versión  al 
inglés  de  los  mapas  anteriores. 

VI)  Stoll  hizo  su  mapa  pequeño  y  bien  dibujado,  sin  pretenciones  de 
traer  datos  nuevos. 

VII)  Paschke  se  aprovechó  para  su  mapa  de  algunas  remedidas  de  las 
costas,  por  buques  de  guerra  extrangeros  y  de  los  estudios  para  los  ferroca- 
rriles de  la  República.  Fuera  de  estas  partes,  adolece  su  trabajo  de  muchos 
errores. 

VII)  El  mapa  de  Bianconi,  simultáneo  al  anterior,  contiene  esas  mismas 
cosas  buenas  y  errores,  y  trae  de  nuevo  solamente  unas  noticias  interesantes 
sobre  los  cultivos  principales  en  diferentes  partes  de  Guatemala. 

IX)  Miles  Rock  era  jefe  de  la  Comisión  de  Límites  que  arregló  la  fron- 
tera con  México,  y  de  la  cual  formaban  parte  entre  otros  don  Claudio  Urrutia 
y  don  E.  Rockstroh.  Su  mapa,  publicado  en  1895,  naturalmente  sobresale  en 
la  parte  que  comprende  esta  frontera. 

X)  El  Dr.  Sapper  midió  muchas  alturas,  hizo  triangulaciones,  siquiera 
de  los  cerros  importantes  a  los  vecinos,  e  introdujo  en  esta  red  los  detalles 
averiguados  en  sus  marchas  a  pié,  en  las  cuales  se  servía  de  un  pedómetro  o 
contaba  sus  pasos.  Hizo  muchos  mapas  con  detalles  orográficos,  hidrográfi- 
cos, geológicos,  respecto  de  la  vegetación  y  los  cultivos,  y  la  repartición  de 
idiomas  indios,  del  origen  de  los  nombres  de  ciudades  y  pueblos,  etc.  Debe  a 
todos  estos  trabajos  serios  y  verídicos,  una  parte  de  los  cuales  ejecutó  con 
ayuda  del  Gobierno  de  Guatemala,  la  cátedra  de  geografía  en  la  Universidad 
de  Tübingen  (Alemania). 


—  45  — 

XI)  Hace  poco  (1902)  apareció  en  Washington,  un  mapa  editado  por 
la  Ofícina  de  las  Repúblicas  Americanas,  y  dibujado  por  M.  Hendges,  notable 
por  contener  las  publicaciones  magníficas  de  la  Comisión  de  estudios  para  el 
Ferrocarril  Intercontinental  y  por  el  uso  concienzudo  de  todas  las  obras  carto- 
gráficas anteriores. 

XII)  Las  mismas  ventajas  en  grado  mayor  presenta  el  mapa  de  Claudio 
Urrutia,  El  autor,  comisionado  por  el  Gobierno,  no  ha  prescindido  de  ningún 
dato  por  insignificante  que  sea  y  ha  logrado  traer  a  su  alcance  todas  las  noticias 
geográficas,  tan  dispersas,  sobre  Guatemala.  La  escala  de  su  mapa  forma  un 
progreso  notable,  es  de  i  por  100,000,  mientras  que  los  anteriores  no  pasan  de 
I  por  400,000. 

El  Mapa  en  Relieve  de  la  República  de  Guatemala  llama  la  atención  de 
cuantos  lo  contemplan,  porque  exhibe  toda  la  topografía,  con  minuciosos  deta- 
lles y  pone  de  manifiesto  y  en  conjunto  nuestro  suelo,  con  los  colores  apropia- 
dos, los  distintos  terrenos  y  la  magnificencia  de  las  cordilleras,  volcanes,  ríos, 
lagos,  caminos,  vías  férreas ;  todo  en  una  escala  suficiente  para  el  estudio  ob- 
jetivo del  extenso  territorio  de  Guatemala.  Esta  grande  obra  fué  hecha  por 
iniciativa,  orden  y  apoyo  del  Presidente  Señor  Estrada  Cabrera,  y  dirigida 
por  el  Coronel  Ingeniero  don  Francisco  Vela. 

MÉXICO 

Ya  hemos  apuntado  los  historiadores  antiguos  de  Nueva  España,  en  los 
siglos  XVI  y  XVII.  En.  el  siglo  XVIII  débese  mencionar  a  Veytia,  León, 
Gama  y  Andrés  Cavo,  que  dejaron  obras  históricas,  siendo  de  este  último  la 
que  se  intitula  "Los  Tres  siglos  de  México".  El  famoso  Beristain  formó,  con 
perseverancia,  la  "Biblioteca  Hispano-Americana  Septentrional",  que  mencio- 
na los  escritores  mexicanos  y  muchos  guatemaltecos.  En  el  siglo  XIX,  figu- 
ran, en  primer  término,  Alamán  (1714-1852)  que  dio  a  luz  sus  "Disertaciones 
sobre  la  Historia  de  la  República  Mexicana"  y  sus  "Historia  de  México".  Gar- 
cía Icazbalceta,  Orozco  y  Berra,  Chavero,  Fernando  Ramírez,  Manuel  Carpió 
y  otros  distinguidos  escritores,  han  dejado  brillantes  producciones  históricas. 

Antes  de  pasar  adelante,  es  preciso  consignar  el  nombre  de  don  Antonio 
de  Solís,  afamado  poeta  lírico,  el  mejor  escritor  de  su  tiempo,  que  aunque  ca- 
recía de  suficiente  erudición  histórica,  empleó  veintitrés  años  en  escribir  la 
Historia  de  la  Conquista  de  México,  imitando  a  Tito  Livio.  Esa  célebre  obra, 
publicada  en  i'684,  fué  traducida  a  muchas  lenguas  extrangeras.  Pasan  de 
veinte  las  ediciones  españolas.  La  que  conservamos  en  nuestra  biblioteca, 
fué  pubHcada  en  Madrid,  por  don  Antonio  de  Sancha,  en  1783,  con  magníficos 
grabados  en  dos  tomos,  en  cuarto.  El  estilo,  las  imágenes,  la  disposición  del 
plan,  son  del  todo  académicos ;  pero  Barcia,  Clavígero,  Robertson  y  Prescott, 
que  son  concienzudos  jueces,  le  han  censurado  algo  del  fondo  histórico,  y  la 


^46- 

chocante  fraseología  pulida,  en  boca  de  indios  rudos.  Son  muy  recomendables 
las  obras  de  Pimentel  "Lenguas  indígenas  de  México"  y  "Memoria  sobre  la 
raza  indígena". 

México  al  través  de  los  Siglos  es  la  más  suntuosa  y  artísticamente  ilus- 
trada de  todas  las  historias  de  la  América  hispana.  Contiene  en  sus  cinco 
grandes  y  hermosos  tomos,  impresos  en  Barcelona,  bajo  la  dirección  del  nota- 
ble escritor  Riva  Palacio,  todo  lo  que  se  relaciona  con  la  vida  de  aquel  país, 
tan  rico  en  recuerdos  nacionales.     Es  obra  monumental. 

El  insigne  poeta  y  excelente  amigo  nuestro,  el  narrador  de  las  epopeyas 
de  su  patria,  Juan  de  Dios  Peza,  describió,  con  pluma  de  diamante,  La  Refor- 
ma, la  Intervención  Francesa,  El  Imperio,  El  Triunfo  de  la  República,  y  mu- 
chos otros  episodios  de  la  historia  heroica  de  México.  Conservamos  los  libros 
suyos,  con  que  nos  obsequió  ese  amenísimo  literato,  y  que  son  joyas  de  valía. 
Recordaremos  siempre  la  memoria  prodigiosa,  el  sabroso  decir,  el  chiste  gen- 
til, la  imaginación  florida,  el  talento  clarísimo  del  vate  mexicano. 

El  distinguido  diplomático  don  Victoriano  Salado  Álvarez  tiene  obras  de 
mérito,  entre  otras,  De  Santa  Ana  a  la  Reforma,  La  Intervención,  el  Imperio, 
Un  Supremo  Mexicano,  en  el  siglo  XVIII,  El  Papel  de  Juárez  en  la  defensa  de 
Puebla,  en  la  campaña  del  63.  Don  Francisco  Sosa  ha  escrito  El  Episcopado 
Mexicano,  Los  contemporáneos,  Biografías  de  mexicanos  distinguidos.  Nom- 
bres de  los  reyes  de  México,  y  Efemérides  históricas  y  biográficas.  Jesús 
Galindo  Villa,  publicó  Iturbide,  Cosas  antiguas  de  México,  La  toma  de  Mé- 
xico por  los  conquistadores  españoles  y  Bibliografía  mexicana  del  siglo  XVII. 
Don  Genaro  García  ha  publicado  unos  cuarenta  volúmenes,  entre  ellos  el  tra- 
bajo notable  "Carácter  de  la  conquista  española  en  América"  y  "Documentos 
Inéditos  para  la  historia  de  México".  El  Presbítero  Agustín  Rivera  dejó  li- 
bros excelentes.  Luis  González  Obregón  tiene  el  precioso  tomo  "Los  Precur- 
sores de  la  Independencia  Mexicana  en  el  siglo  XVI". 

Para  cerrar  con  broche  de  oro  esta  enumeración,  que  no  puede  ser  tan 
completa  como  desearíamos,  vaya  de  último,  aunque  es  de  lo  primero,  "México, 
su  evolución",  fecunda  labor  de  expertas  plumas,  bajo  el  plan  de  Justo  Sierra. 
Altas  consideraciones  filosóficas,  que  arrojan  luz  en  la  serie  de  los  tiempos,  en 
el  desarrollo  de  los  fenómenos  sociales,  avaloran  esa  obra  moderna,  que  ha  me- 
recido justos  elogios. 

ECUADOR 

Los  trabajos  históricos  que  han  sobresalido  son  los  del  P.  Velasco  y  los 
que  se  deben  a  las  plumas  académicas  del  doctor  don  Pedro  Fermín  Cevallos 
y  dereruditísimo  obispo  don  Federico  González  Suárez.  La  historia  del  Ecua- 
dor escrita  por  el  laborioso  Cevallos,  publicada  en  1879,  adolece  de  algunos 
vacíos,  a  vueltas  de  muy  interesantes  datos,  presentados  en  correcto  lenguaje 


I 


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y  estilo  adecuado.  La  que  dio  a  luz  en  Quito,  en  1890,  en  cinco  volúmenes  de 
elegante  impresión,  el  ilustrísimo  señor  González  Suárez,  está  escrita  con  ver- 
dad, color  y  gran  copia  de  doctrina.  Es  una  de  las  mejores  historias  de  Amé- 
rica. No  embarga  al  sabio  prelado  el  respetable  carácter  de  sacerdote,  para 
hablar  claro,  en  asuntos  que  otros  clérigos,  menos  ilustrados,  tratan  de  obscu- 
recer y  hasta  de  sincerar  ;  franqueza  que  le  ha  vahdo  no  pocos  sinsabores.  Esta 
importante  historia  se  dio  a  luz  en  Quito,  en  cinco  volúmenes,  en  cuarto,  en  el 
año  1890.  Es  muy  interesante  también  la  obra  de  don  Antonio  Flores,  que 
lleva  el  titulo  de  "Ayer,  Hoy  y  Mañana",  con  primorosos  cuadros  históricos. 

VENEZUELA 

Citaremos  en  primer  término  a  Oviedo  y  Bañes,  cuyos  escritos  rarisimos 
reimprimió  el  notable  americanista,  don  Cesáreo  Fernández  Duro.  "La  Co- 
iección  de  documentos  históricos",  publicada  por  Mendoza,  Yanes  y  Guzmán, 
en  los  últimos  años  de  la  Gran  Colombia,  no  tiene  todavia  orden  cronológico 
siquiera.  La  hermosa  Compilación  del  sacerdote  y  general  José  Félix  Blanco, 
comprende  una  época  más  antigua,  con  interesantes  documentos  y  notas  ilus- 
trativas.    Es  un  rico  archivo  ordenado. 

Larrazabal,  ameno,  erudito  y  elegante,  como  escritor,  hizo  de  su  Historia 
un  himno.  Mas  bien  que  constituir  tribunal  para  juzgar  al  Libertador  prefirió 
sumergirse  entre  los  resplandores  del  astro. 

La  Autobiografía  del  General  Paez  es  la  historia  de  una  interesante  vida, 
que  se  enlaza  con  los  principales  acontecimientos  de  una  época,  pero  no  la 
historia  de  la  época  misma. 

El  general  O'  Leari,  en  sus  Memorias,  se  limita  al  brillante  período  que 
Bolívar  llena  con  sus  grandes  hechos.  La  documentación  es  incompleta,  ya 
que  como  lamenta  el  autor,  perdiéronse  los  documentos  más  importantes ;  y 
falta  también  algo,  sobre  varios  puntos,  que  será  depurado  por  la  posteridad. 

La  obra  de  don  Ramón  Azpurúa,  intitulada  Hombres  notables  de  Hispano- 
América,  es  incompleta,  dispareja,  tomada  aquí  y  allá  de  rasgos  necrológi- 
cos de  distintos  escritores,  de  biografías  de  circunstancias,  inspiradas  por  la 
emulación,  a  las  veces  noble,  pero  nunca  imparcial  de  los  partidos  en  lucha. 

Venezuela  Heroica,  como  su  título  lo  indica,  es  una  faz  de  la  gloriosa  his- 
toria militar,  en  los  tiempos  de  la  guerra  magna.  Comienza  con  la  Victoria, 
en  1814,  y  termina  con  Carabobo,  en  1821.  Es  una  oda  brillante  saturada  de 
entusiasmo  y  patriotismo. 

Esas  obras  comprenden  el  ciclo  de  los  combates,  como  inicio,  y  como  final, 
la  desmembración  de  la  Colombia  tonante  y  vencedora.  Forman  la  apoteosis 
venezolana,  digna  de  sus  héroes  y  de  la  reputación  literaria  de  aquel  país. 

Don  José  Gil  y  Fortoul  publicó  en  Berlín,  en  1907,  su  interesante  Histo- 
ria Constitucional  de  Venezuela,  en  dos  grandes  tomos,  que  tuvo  la  dignación 


-48- 

de  enviarnos  con  galante  dedicatoria.  Es  un  trabajo  a  conciencia,  de  mucha 
labor  y  mérito. 

La  que  bien  lleva  el  nombre  de  Historia  de  Venezuela,  es  la  de  Baralt  y 
Díaz ;  pero  esta  magnífica  producción,  no  obstante  el  alto  y  reposado  criterio 
que  en  ella  brilla,  embellecido  por  lo  clásico  de  la  forma,  no  pudo  llevar  el  sello 
de  la  libertad  moral,  indispensable  en  el  historiógrafo  para  decir  verdad  com- 
pleta e  impartir  justicia  a  secas.  Baste  recordar  que  las  inmoderadas  exigen- 
cias hechas  a  su  providad  de  escritor  costaron  a  Baralt  la  eterna  ausencia  del 
nativo  suelo.  De  otra  parte,  esa  obra,  tan  digna  de  elogio,  no  llega  sino 
hasta  1830.  La  sección  que  alcanza  a  1835  es  un  "breve  bosquejo",  simple  es- 
bozo, que  no  ha  recibido  pintura  de  primera  mano. 

Los  trabajos  de  Juan  Vicente  González  tienen  carácter  más  general,  con 
cuadros  completos,  narraciones  y  biografías,  talladas  en  estilo  vigoroso  y  cierto 
tono  dogmático,  que  llega  a  ser  el  dejo  de  los  batalladores. 

El  Coronel  José  de  Austria  publicó  su  Bosquejo  de  la  Historia  Militar  de 
Venezuela,  en  1855,  obra  concebida  "en  un  lugar  solitario,  en  los  hermosos 
campos  de  Aragua,  a  las  márgenes  del  lago  que  los  fecundiza".  Actor  en  mu- 
chos hechos  que  narra,  tiene  colorido  y  brillo. 

Laá  Memorias  de  la  Revolución  de  Venezuela,  escritas  por  el  famoso  poeta 
Heredia,  con  una  preciosa  introducción  del  primero  de  los  críticos  cubanos, 
Enrique  Piñeyro,  es  una  joya  valiosísima.  Así  como  los  Anales  del  Dr.  Rojas 
Paúl  figuran  dignamente  entre  las  producciones  de  este  género,  relativas  a  las 
demás  repúblicas  del  Nuevo  Mundo. 

Origen  de  los  habitantes  precolombinos  del  Continente  Americano  es  obra 
moderna,  y  muy  interesante,  de  A.  Briceño  Valero.  La  Historia  contemporá- 
nea de  Venezuela,  por  Francisco  González  Guimán,  es  de  mucho  mérito.  La 
Historia  de  Venezuela,  por  Eduardo  Gaicano,  escritor  erudito,  prosista  fácil  y 
poeta  inspirado,  es  un  libro  digno  de  la  fama  de  su  autor.  Muchos  y  justos 
elogios  alcanzó  la  que  lleva  igual  título,  debida  a  la  pluma  de  José  M.  Muñoz 
de  Cáceres.  La  Evolución  Social,  precioso  trabajo  de  Fombona,  y  las  obras  de 
Berger,  Landaeta  Rosal,  Duarte,  Level,  Alvarado,  y  otros  varios  muy  notables, 
forman  honrosa  legión.  La  Historia  Contemporánea  de  Venezuela,  por  Fran- 
cisco González  Guimán,  si  no  es  lo  más  completo,  es  lo  más  extenso  que  se  ha 
publicado.  Contiene  diez  volúmenes,  impresos  en  la  oficina  de  "El  Cojo", 
Caracas,  191 1. 

BOLIVIA 

Las  obras  principales  de  la  historia  de  Bolivia  son  "Archivo  Boliviano", 
París,  1851,  un  volumen  en  cuarto,  por  Ballivián  Rojas.  Estudios  históricos, 
Santiago,  1874,  un  volumen,  en  cuarto,  por  Soto  Mayor  Valdés.  Compendio 
de  la  Historia  de  Bolivia  y  Cochabamba,  1888,  un  volumen,  en  cuarto,  por  J. 


—  49  — 

Blanco.  Ensayo  sobre  la  Historia  de  Bolivia,  Sucre,  1861,  un  volumen  en 
cuarto,  por  J.  M.  Cortés.  Apuntes  para  la  Historia  de  Bolivia,  Tacnat,  1873, 
anónimo,  un  volumen  en  cuarto. 

El  libro  que  escribió  el  cíiileno  Soto  Mayor  Valdés,  intitulado  Estudio 
Histórico  de  Bolivia,  revela  imparcial  y  sereno  criterio,  en  páginas  de  colorido 
y  claridad  sincera,  en  las  cuales  se  destacan  las  figuras  políticas  y  militares  de 
aquel  país.  El  prólogo  de  esa  obra  contiene  muchas  observaciones  acerca  del 
caudillaje  y  la  canallocracia,  aplicables  a  varias  naciones  américo-hispanas. 
La  más  conocida  de  las  historias  de  Bolivia  es  la  que  escribió  Camacho,  y  tam- 
bién muy  recomendable  la  de  Urquidi. 

URUGUAY 

Entre  otros  de  reputación,  conócense  a  los  señores  Víctor  Arceguirre, 
autor  de  la  Historia  del  Uruguay,  impresa  en  Montevideo,  en  1892,  y  don  Isi- 
doro de  María,  que  en  ese  mismo  tiempo  dio  a  luz  las  Páginas  Históricas  de  la 
República.  La  Historia  de  la  dominación  española  en  el  Uruguay,  escrita  por 
Bauza,  ofrece  interés  y  contiene  curiosos  datos.  Daniel  Granada  publicó  la 
Reseña  de  las  supersticiones  en  el  Uruguay ;  José  Salgado,  la  "Historia  del 
Uruguay"  y  los  "Cabildos  Coloniales".  Isidoro  de  María  tiene  buenas  obras 
referentes  a  los  fastos  de  su  patria ;  Orestes  Araujo  dio  a  luz  la  "Historia  com- 
pendiada del  Uruguay"  y  "Gobernantes  del  Uruguay". 

PARAGUAY 

El  deán  Funes  descuella,  con  su  "Historia  del  Paraguay",  y  sobresale  tam- 
bién Lozano,  que  escribió  la  "Historia  de  la  Compañía  de  Jesús  en  el  Para- 
guay"; Centurió  dejó  bellas  y  nacionales  páginas  en  la  "Historia  de  la  Guerra 
del  Paraguay  contra  el  Brasil,  Uruguay  y  la  Argentina".  Demersai  y  Thomp- 
son son  también  historiadores  de  nota.  El  año  1802,  publicó  en  Madrid,  la 
viuda  de  Ibarra,  la  "Historia  de  los  cuadrúpedos  y  de  las  aves  del  Paraguay  y 
Río  de  la  Plata",  por  don  Félix  de  Azara,  autor  también  del  libro  postumo  y 
raro,  que  se  intitula  "Descripción  e  Historia  del  Paraguay  y  Río  de  la  Plata", 
que  dio  a  luz  Sánchez,  en  1847.  Blas  Garay  escribió  "La  Revolución  de  la  In- 
dependencia del  Paraguay" ;  y  Juan  Silvano  Godoy,  las  "Monografías  His- 
tóricas". 

COLOMBIA 

El  país  de  la  América  hispana,  que  sobresale  por  sus  notables  escritores, 
abunda  naturalmente  en  historiógrafos  distinguidos.  La  Historia,  que  escri- 
bió Groot  y  la  gran  Colección  de  O'  Leary,  son  de  gran  importancia ;  y  se  debe 
citar  en  primer  término  la  "Historia  de  Colombia",  por  Restrepo.     La  que  pu- 


—  50  — 

blicó  con  el  mismo  título  Benedetti  es  muy  popular  y  conocida.  "Las  Memo- 
rias de  los  Virreyes  de  la  Nueva  Granada",  se  imprimieron  en  Nueva  York, 
por  García  y  García,  el  año  1883,  con  un  interesante  prólogo  del  Licenciado 
don  Ignacio  Gómez,  literato  guatemalteco.  "Los  Recuerdos  Históricos",  que 
publicó  M.  A.  López,  en  1889,  en  Bogotá,  deben  mencionarse  como  obra  inte- 
resante. José  M.  de  Quijano  es  autor  de  una  "Historia  de  Colombia".  Antt)- 
nio  B.  Cuervo,  por  comisión  gubernativa,  formó  la  gran  "Colección  de  Docu- 
mentos inéditos,  sobre  la  geografía  e  historia  de  Colombia".  Henao  y  Arruble, 
dieron  a  la  estampa,  poco  tiempo  hace,  la  "Historia  de  Colombia".  L.  Cerdo 
hi?o  su  "Estudio  Histórico,  Etnográfico  y  Arqueológico  de  los  Chibchas". 
Varios  otros  de  los  que,  como  Pérez  Triana,  manejan  a  maravilla  el  castellano, 
han  dejado  obras  clásicas  históricas. 

Debe  citarse  un  libro  raro,  interesantísimo,  publicado  en  Caracas,  en 
1846,  y  escrito  por  el  célebre  guatemalteco,  don  Antonio  José  de  Irisarri,  que  se 
intitula  "Historia  del  asesinato  cometido  en  la  persona  del  Gran  Mariscal  de 
Ayacucho".  Contiene  un  prólogo  brillantísimo  describiendo  la  suerte  lamen- 
table de  las  repúblicas  independientes,  revolucionadas  por  las  pasiones  po- 
líticas. 

CHILE 

Cuenta  Chile  con  una  larga  serie  de  hi.storiadores,  desde  el  P.  jesuíta 
Alonso  de  Ovalle  y  al  célebre  Rosales,  que  escribieron  a  principios  del  siglo 
XVII,  y  una  centuria  después  el  P.  Olivares,  hasta  el  naturalista  francés 
Claudio  Gay,  que  doscientos  años  más  tarde,  redactaba  la  "Historia  Física  y 
Política  de  Chile",  que  aunque  no  encierra  mucha  importancia  histórica,  con- 
tiene algunos  curiosos  datos,  aprovechados  después  por  chilenos  eruditos. 
El  más  notable  es  don  Diego  Barros  Arana,  cuya  "Historia  General  de  Chile", 
en  16  tomos,  constiuye  un  monumento  de  gloria  para  su  autor.  Don  Benja- 
mín Vicuña,  Solar,  Errázurris,  Anumátegui  y  otros  escritores  de  nombre,  han 
producido  obras  históricas  de  mérito,  sobresaliendo  en  la  filosofía  de  ese  ramo 
el  sabio  profesor  don  Valentín  Letelier,  por  el  nuevo  rumbo  que  señala  a  la 
ciencia  de  los  sucesos  humanos,  en  la  "Evolución  de  la  Historia".  No  podemos 
mencionar  las  muchas  monografías  y  folletos  historiales  publicados  en  la  culta 
tierra  de  los  araucanos ;  pero  sí  podemos  afirmar  qeu  es  una  de  las  repúblicas 
que  mejor  ha  sabido  compilar  y  exhibir  las  memorias  de  sus  pasa,dos  tiempos. 

PERÚ 

Es  tan  rica  la  bibliografía  histórica  del  Perú,  que  no  es  dable  en  estos 
apuntes  concretos,  hacer  mención  del  carácter  y  del  mérito  de  cada  una  de  las 
obras,  que  sólo  mencionaremos. 


ÉPOCA  PREINCAICA 


M  Middendorf ,  El  Perú ;  Reiss  y  Stubel,  Necrópolis  de  Ancón ;  Stubel  y  Uple, 

p    Trahuanaco;  Max.  Uple,  Pachacamac;  Squier,  Viaje  por  el  Perú;  Orbigny, 
'■^    Viaje  por  el  Perú;  Castelnau,  Viaje  por  Perú  y  Bolivia;  Wiener,  Perou  et  Bo- 
livia ;  Ma.  Uhle,  Trabajos  publicados  en  la  Revista  Histórica  de  Lima ;  Unanue, 
I    Estudios  de  Historia  Americana ;  Patrón,  El  Dios  de  La  Lluvia,  Estudios  sobre 
;>    lenguas  americanas  (en  la  Revista  Histórica  y  en  el  Ateneo  del  Perú) ;  Vicente 
•     Fidel  López,  Les  races  aryennes  (sostiene  que  el  quichua  es  sánscrito)  ;  en  el 
Boletín  de  la  Sociedad  de  Americanistas  de  Washington,  en  1913,  un  número 
dedicado  todo  a  las  antiguas  metrópolis  preincaicas,  descubiertas  hace  poco, 
en  las  quebradas  del  Urubamba,  por  la  misión  arqueológica  norte-americana; 
Doctor  Pablo  Patrón,  El  Aimará  (opina  que  viene  del  asirio);  Carlos  A.  Ro- 
mero, Pobladores  primitivos  del  Valle  de  Lima.     Pablo  Patrón  escribió  El 
Perú  Primitivo  v  Escritura  Americana. 


b 


ÉPOCA  INCAICA 

Todos  los  autores  citados  anteriormente,  tratan  en  sus  obras  de  asuntos 
referentes  también  a  esta  época ;  pero  en  especial  deben  mencionarse,  en  pri- 
mer término,  a  Cieza  de  León,  que  escribió  "El  Señorío  de  los  Incas",  obra 
interesante  impresa  por  Ximénez  de  la  Espada,  advirtiéndose  que  en  el  mismo 
tomo  se  encuentra  el  fragmento  importantísimo  de  Juan  de  Betanzos,  que  es 
la  epopeya  incaica  traducida  literalmente.  El  mismo  Sieza  de  León  escribió 
la  Crónica  del  Perú,  que  se  encuentra  en  la  colección  Rivadeneira  y  en  la  Nue- 
va, que  dirige  Serrano  y  Sainz. — Lie.  Polo  de  Ondegardo,  se  halla  en  los  Do- 
cumentos para  la  Historia  de  España,  de  Mendoza.  —  Sarmentó  de  Cambra, 
Historia  de  los  Incas,  con  prólogo  y  notas,  por  Retschmann,  traducida  al  in- 
glés por  Markham,  1907. — Huaman  Poma  de  Ayala,  Historia  publicada  por  el 
mismo  Retschmann,  bibliotecario  de  Gotinga,  en  Hanover. — Montesinos,  pu- 
blicado por  Ximénez  de  la  Espada ;  esta  obra  curiosa  pertenece  más  bien  a  la 
época  preincaica,  pero  a  continuación  de  sus  Memorias  Historiales,  inserta  un 
extracto  útilísimo  de  las  Informaciones  del  Virrey  Toledo,  sobre  los  Incas. — 
Agustín  de  Zarate,  Historia  del  Perú,  que  tiene  varias  ediciones,  desde  el  siglo 
XVI,  hasta  la  que  aparece  en  la  Colección  de  Rivadeneyra. — Informaciones  del 
Gobernador  Vaca  de  Castro,  Madrid,  1892,  por  Giménez  de  la  Espada. — Acosta, 
Historia  Natural  de  América,  siglo  XV;  sigue  en  todo  a  Ondegardo. — P.  Ber- 
nabé Cobo  Historia  del  Nuevo  Mundo,  Sevilla,  1892. —  P.  Oliva,  Historia  del 
Perú. — Giménez  de  la  Espada,  Tres  Relaciones  Históricas  del  Perú,  Madrid, 
1879,  con  un  prólogo  muy  importante  sobre  las  historias  y  crónicas  inéditas 
acerca  del  Perú  preincaico. — Padre  Las  Casas,  Antiguas  Gentes  del  Perú,  es 
un  fragmento  publicado  de  su  gran  Historia,  y  en  esta  parte  sigue  un  manus- 


—  52  — 

crito  de  Cristóbal  de  Molina,  publicado  en  España  a  fines  del  siglo  XIX. — 
Román  y  Zamora  en  sus  "Repúblicas  del  Mundo",  contiene  largos  capítulos, 
referentes  al  Perú,  tomados  de  Ondegardo. — Cabello  Balboa,  Miguel,  escribió 
en  la  Nueva  Granada,  a  principios  del  siglo  XVII,  una  Micelánea,  cjue  está 
traducida  al  francés,  por  Ternaux  Copans. — Dávalos  y  P'igueroa.  Miscelánea 
Histórica,  escrita  y  publicada  en  Lima,  a  principios  del  siglo  XV'Il. — Fr.  Je- 
rónimo de  Ore,  Símbolo  Católico  Indiano. — Garcilaso  de  la  Vega,  Comentarios 
Reales,  siglo  XVII.— P.  Velasco,  Historia  de  Quito,  Siglo  XVIII.— Cristóbal 
de  Molina,  Ritos  e  Idolatrías  de  los  Incas,  publicado  en  inglés  por  Markham. — 
Prescott,  Conquista  del  Perú,  una  de  las  obras  mejores  y  más  conocidas. — 
Fschudi  y  Rivero,  Antigüedades  Peruanas  y  Contribución  al  Estudio  del  Perú 
Antiguo. — Clemente  Markham,  "Cusco  and  Lima",  y  un  "Compendio  de  la 
Historia  del  Perú". — Lorent,  Historia  del  Perú  Antiguo,  Civilización  Peruana 
indígena,  Lima  1897. — Trezier,  Voyage. — Jorge  Juan  y  A.  de  Ulloa.  Viaje, 
Noticias  Secretas. — Valle  editó  la  Galería  de  los  Virreyes  del  Perú. 

INDEPENDENCIA  Y  REPÚBLICA 

Memorias  de  Cochrane,  Memorias  de  Miller,  Memorias  de  O'  Leary.  — 

Todas  las  brillantes  Historias  de  San  Martín  y  Bolívar. — M.  T.  Paz  Soldán, 
Historia  del  Perú  Independiente,  dos  tomos,  el  primero  en  dos  volúmenes. — 
M.  F.  Paz  Soldán,  La  Confederación  Perú-Boliviana. — M.  F.  Paz  Soldán.  La 
Guerra  de  Chile  contra  el  Perú  y  Bolivia. — F.  Manátegui,  Apuntaciones  de  la 
Historia  de  Paz  Soldán. — Juan  Gualberto  Valdivia,  Las  Revoluciones  de  Are- 
quipa.— T.  Caivano,  Guerra  del  Pacífico. — Bulnez  González,  Guerra  del  Pací- 
fico.— Alberto  Gutiérrez,  La  Guerra  del  Pacífico,  (crítica  a  Bulnes). — Dr.  Ne- 
mesio Vargas,  Historia  del  Perú  Independiente.  (Varios  tomos,  en  publica- 
ción). El  Manual  de  Mendiburo,  o  sea  el  Diccionario  Histórico  del  Perú,  im- 
preso en  Lima,  en  ocho  volúmenes,  en  el  año  1880.  Esta  obra  es  de  alta  im- 
portancia. La  Descripción  del  Perú,  escrita  por  Tadeo  Haenke,  que  es  un 
manuscrito  de  1778,  encontrado  en  el  British  Museum  de  Londres,  constituye 
una  obra  de  mérito,  que  citaremos  en  varios  pasajes  de  nuestra  labor.  Perte- 
nece el  importante  manuscrito  a  la  época  incaica. 

Debemos  muchos  de  estos  datos  a  nuestros  distinguidos  amigos  Ricardo 
Palma  y  J.  de  la  Riva  Agüero,  que  tiene  un  brillante  libro  "La  Historia  en  el 
Perú". 

ARGENTINA 

La  república  Argentina,  que  es  de  la  zona  del  Sur  la  que  con  más  rapidez 
avanza,  gracias  a  la  inmigración  europea,  tiene  historiadores  antiguos  y  mo- 
dernos de  mucho  renombre.  Citaremos  a  Núñez  Cabeza  de  Vaca,  que  escribió 
el  libro  intitulado  Naufragios,  a  Barco  Centenera,  autor  de  La  Conquista  del 


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Río  de  la  Plata,  a  Manuel  Ricardo  Trielles,  por  su  Revista  de  Archivos  y  Bi- 
bliotecas, a  Madero,  que  escribió  la  Historia  del  Puerto  de  Buenos  Aires,  ba- 
sada en  documentos  inéditos,  al  eruditísimo  Medina,  "Juan  Díaz  de  Solís"  y  la 
Bibliografía  del  Río  de  la  Plata.     Este  escritor  chileno,  es  el  mejor  bibliófilo. 

Aunque  la  Historia  Argentina,  que  escribió  Domínguez,  es  obra  de  mérito, 
tiénelo  mucho  mayor  la  que  dio  a  luz  el  notable  literato  don  Vicente  Fidel 
López,  en  1883 :  Las  Memorias  Postumas  del  general  José  M.  Paz  son  el  texto 
bíblico  del  historiador  argentino.  Ese  procer  soportó  con  entereza  el  infortu- 
nio. Las  Memorias  llevan  por  lema  el  símbolo  de  la  libertad.  La  edición  que 
tenemos  es  la  de  1892,  La  Plata,  imprenta  "La  Discusión".  Tres  grandes 
tomos. 

El  célebre  general  Mitre,  que  fué  digno  presidente  de  la  república,  figura 
como  escritor  de  merecida  fama,  conquistada  sobre  todo  por  su  magnífica  obra, 
que  lleva  el  nombre  glorioso  de  San  Martín,  y  por  la  Historia  de  Belgrado,  que 
es  acaso  la  más  interesante  de  aquel  literato.  Los  tres  volúmenes  que  contie- 
ne la  epopeya  del  émulo  de  Bolívar  y  la  narración  de  los  sucesos  gloriosos  de 
la  guerra  de  independencia  de  las  naciones  del  Plata  constituyen  un  verdadero 
monumento  levantado  a  una  de  las  más  puras  glorias  americanas.  Son  tam- 
bién del  general  Mitre  las  obras  "Comprobaciones  Históricas",  "Episodios  de 
la  Independencia  Argentina",  y  otras.  La  Historia  de  Rosas  y  su  época,  por 
Saldías,  dada  a  la  estampa  en  París,  en  1881,  abraza  el  período  de  aquella  tre- 
menda dictadura.  "La  Historia  Argentina",  desde  1492  hasta  1862,  que  escri- 
bió Fregeiro,  y  que  impresa  en  Buenos  Aires,  vio  la  luz  en  1891^  goza  de  repu- 
tación merecida.  El  doctor  don  Vicente  G.  Quesada,  con  cuya  amistad  nos 
honramos,  escribió  mucho  sobre  historia  y  límites  de  la  república  Argentina, 
no  sólo  en  la  importante  Revista  de  Buenos  Aires,  sino  en  varios  tomos  volu- 
minosos, y  queda  inédita,  hasta  ahora  "La  sociedad  hispano-americana  bajo  la 
dominación  española",  que  tuvimos  ocasión  de  apreciar  manuscrita  por  el 
autor,  en  Washington,  y  que  sobre  ser  concienzudo  y  erudito  estudio  de  aque- 
lla época  tan  calumniada  como  mal  comprendida,  de  la  evolución  de  estos  paí- 
ses, que  de  ahí  traen  la  cultura  greco-latina,  forma  una  colección  de  monogra- 
fías, que  arroja  plena  luz  acerca  de  estas  regiones,  que  España  conquistó  y 
hubo  de  darles  cuanto  tenía,  cuando  era  la  nación  más  grande,  civilizada  y  po- 
derosa del  mundo.  Don  Ernesto  Quesada,  digno  hijo  del  escritor  que  acaba- 
mos de  mencionar,  hizo  un  estudio  que  lleva  por  título  "La  época  de  Rosas,  su 
verdadero  carácter  histórico",  interesante  producción,  en  un  tomo  en  cuarto, 
con  392  páginas,  impreso  en  Buenos  Aires,  en  1897,  y  una  curiosa  Historia 
Diplomática. 

Por  último,  la  Colección  de  obras  y  documentos  relativos  a  la  historia  an- 
tigua y  moderna  del  Río  de  la  Plata,  formada  por  Angelis,  cuya  antigua  edición 
se  agotó,  motivo  por  el  cual  se  está  reimprimiendo  en  Buenos  Aires,  es  un 
arsenal  riquísimo  de  los  fastos  de  aquella  hermosa  tierra.     La  Paleontología 


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Argentina  debe  estudios  notables  a  Darwin,  Orbigni,  Braward,  Burmeister,  ji- 
los hermanos  Ameghino.  La  Sinopsis  geológico-paleotológica  del  Museo  Na- 
cional, publicada  en  1898,  merece  mencionarse,  así  como  la  Paleontología  Ar- 
gentina, de  Rojas  Acosta,  impresa  en  1904.  Es  importante  también  "La  Amé- 
rica Precolombina",  de  Mariano  Soler. 

BRASIL 

Durante  mi  residencia  en  Río  Janeiro,  pude  hacer  un  estudio  de  las  prin- 
cipales obras  históricas  de  aquella  próvida  tierra.  El  representante  nato,  di- 
gamos, dé  la  historia  brasilera,  es  Adolfo  Varnhagen,  visconde  de  Porto  Segu- 
ro. Este  escritor  dejó  una  importante  obra  sobre  la  formación,  desarrollo  c 
independencia  de  su  patria.  Fué  gran  erudito,  y  como  tal,  publicó  muchas 
valiosas  monografías.  Quizó  ser  también  historiador,  y  escribió  la  Historia 
General  del  Brasil,  libro  notable,  por  el  espíritu  de  investigación  que  revela, 
por  la  erudición  que  demuestra ;  pero,  con  todo,  libro  deficiente,  por  falta  de 
crítica,  por  ausescia  de  intuiciones  teóricas,  y  por  la  aspereza  del  estilo. 

El  viejo  Alexandro  de  Mello  Moraes  dejó  las  obras  siguientes,  Brasil 
histórico,  la  Independencia  do  Brasil,  Chrónica  General,  Historia  do  Brasil, 
todas  importantes  repositorios  del  ])asado ;  pero  reunidos  documentos  y  me- 
morias, las  más  de  las  veces,  sin  análisis,  sin  filiación  de  los  hechos,  en  fin,  sin 
que  se  manifieste  el  criterio  filos>ófico  del  historiador  y  compilador.  Elxcep- 
túase,  sin  embargo,  el  libro  A  independencia,  escrito  contra  el  emperador  Pe- 
dro I  y  los  hermanos  Andrada,  proceres  de  la  independencia  brasilera. 

Como  este  autor,  han  florecido  otros,  que  se  han  ocupado  en  los  anales, 
biografías,  narraciones  históricas  y  coreografía.  Tales  fueron,  Francisco 
Lisboa,  Borges  de  Fonseca,  el  consejero  Pereira  da  Silva,  el  general  Abreu 
Lima,  Joaquín  Noberto ;  el  canónigo  Fernández  Pincheiro,  Morcira  de  Aze- 
vedo  y  J.  de  Lacerda  Mattoso  Maia. 

El  famoso  diplomático  Barón  do  Río  Branco,  a  (juien  tuve  la  honra  de 
tratar,  fué  uno  de  los  espíritus  más  esclarecidos  y  mejor  preparados  en  asuntos 
históricos  de  su  país.  Publicó  varias  obras,  habiendo  tenido  la  gentileza  de 
obsequiarme  con  algunas  de  ellas,  cuando  estuve  en  el  Brasil,  como  plenipo- 
tenciarios de  Guatemala. 

Tiene  merecido  renombre,  por  sus  grandes  conocimientos  y  por  la  perfec- 
ción con  que  enseña  la  historia  brasileña,  en  el  Gimnasio  Nacional,  el  profesor 
Capistrano  de  Abreu,  cuya  orientación  científica  y  conocimientos  literarios  son 
sobresalientes.  Para  concluir,  citaremos  la  obra  History  of  Brazil,  by  Robert 
Sauther,  y  la  gran  Revista  del  Instituto  Histórico  y  Geográfico,  que  tiene  gran 
reputación. 

Joao  Ribeyro,  notable  pensador,  ha  escrito  la  Historia  do  Brazil,  Rocha 


—  55  — 

Pombo  dejó  otra  Historia  do  Brazil  y  la  Historia  da  América;  Eduardo  Prado 
dio  a  luz,  pocos  años  hace,  la  Historia  do  Brazil. 

CUBA 

Tan  rica  como  es  la  perla  de  las  Antillas  en  producciones  literarias,  que 
tanta  fama  le  han  conquistado,  cuenta  también  con  libros  importantísimos  que 
guardan  los  fastos  nacionales.  Guiteras  dejó  una  interesante  Historia,  cuyos 
cuatro  primeros  capítulos  dedicó  a  la  descripción  de  los  antiguos  aborígenes, 
atendiéndose  a  los  datos  del  cronista  Herrera.  El  señor  Pezuel  apenas  consa- 
gra algunos  párrafos  a  ese  asunto ;  Bachiller  y  Morales  procuró  ir  más  lejos, 
escribiendo  el  precioso  libro,  que  se  intitula  Cuba  Primitiva,  con  tal  erudición, 
que  a  veces  abruma  al  lector.  De  otro  género  es  la  Antropología  des  Antillas, 
de  Cornillac.  Juan  Ignacio  de  Armas  publicó  la  Fábula  de  los  Caribes,  y  el 
distinguido  literato  Sanguily  dio,  con  ese  motivo,  a  la  prensa,  importantes  ar- 
tículos. Fernando  Valdés  y  Aguirre  escribió  mucho  sobre  la  historia  primiti- 
va de  Cuba.  Bachiller  y  Morales  presentó  al  4°  Congreso  de  Americanistas  un 
interesante  estudio  sobre  la  Historia  de  la  Isla,  y  es  muy  erudito  su  libro  que 
lleva  por  título  Antigüedades  Americanas,  Habana,  1845.  El  señor  Rodríguez 
Ferrer  dejó  un  obra  muy  bien  escrita  "Naturaleza  y  civilización  de  la  grandiosa 
isla  de  Cuba",  que  contiene  importantes  datos  arqueológicos.  El  ilustrado 
cubano  José  M.  de  la  Torre  escribió  acerca  de  "Los  Pueblos  y  costumbres  de 
los  indios  de  la  isla  de  Cuba".  Hay  mucho  sobre  los  fastos  de  la  isla,  en  la 
"Historia  de  Santo  Domingo"'  escrita  por  don  Antonio  del  Monte  y  Tejada. 
La  "Historia  de  los  hechos  de  los  castellanos  en  las  islas  y  tierra  firme  del  mar 
océano",  escrita  por  Antonio  de  Herrera,  contiene  interesantes  datos,  en  sus 
cuatro  décadas,  desde  1492  hasta  1531,  Madrid,  1830.  En  las  obras  del  liber- 
tador José  Martí,  que  dio  a  luz  Quesada,  hay  mucho  bueno  y  referente  a  la 
historia  cubana,  en  la  cual  figurará  eternamente  aquel  mártir  sublime,  a  quien 
tanto  amé,  y  recuerdo  siempre  con  amistosa  veneración. 

Al  terminar  este  capítulo,  es  preciso  advertir  que  la  bibliografía  centro- 
americana, que  ha  sido  su  principal  objeto,  puede  estimarse  bastante  completa, 
a  la  vez  que  la  de  las  demás  repúblicas  se  ha  hecho,  sin  tal  pretensión.  Es  más 
bien  un  ligero  juicio  acerca  de  las  obras  de  historia,  que  el  autor  de  la  presente 
conoce.  No  se  extrañe,  pues,  que  haya  omisiones  y  vacíos  en  materia  tan  com- 
pleja, siendo  así  que  no  existe  una  bibliografía  impresa  que  contenga  lo  que 
se  ha  publicado  sobre  toda  la  América  Ibera. 


LA  AMERICA  CENTRAL  ANTE  LA  HISTORIA 


PRIMERA    PARTE 


ÉPOCA    PRECOLOMBINA 


CAPITULO  I 

biología  y  geología 

SUMARIO 

Formación  de  la  Tierra.  —  Aspecto  primero.  —  Nebulosa.  —  Sol.  —  Estrella 
roja.  —  Astro  sombrío.  —  Estados  diversos.  —  Período  siluriano.  —  Cuatro  épocas.  — 
Desenvolvimiento  de  la  vida.  —  El  Hombre.  —  Primera  conversación  de  la  Natura- 
leza con  Dios.  —  Génesis  de  Centro-América.  —  Levantamiento  de  montañas  en 
nuestro  suelo.  —  Las  tierras  tropicales,  —  Expresiones  de  Humboldt.  —  Los  An- 
des. —  La  América  Central  himdida  en  el  mar.  —  Período  mioceno.  —  Sumersión 
de  Continentes  en  épocas  prehistóricas.  —  En  el  período  terciario  se  verificó  un 
cataclismo  horrendo.  —  Centro-América  cambia  de  aspecto  y  superficie.  —  La  muer- 
te alimenta  sin  cesar  la  vida.  —  Cómo  se  figuraban  la  Tierra  los  antiguos.  —  La 
América  Central  quedó  sin  correspondencia  rítmica  con  la  respectiva  de  los  otros 
Continentes.  —  Se  pierde  la  imaginación  al  enunciar  las  edades  geológicas.  —  Nues- 
tro planeta  continúa  siempre  en  actividad.  —  Centro-América  en  el  período  tercia- 
rio. —  Notable  desarrollo  de  los  animales  tropicales  en  Centro-América.  —  Interés 
que  presenta  la  configuración  de  la  América  del  Centro.  —  Los  Andes,  el  Archipié- 
lago y  la  América  del  Sur  y  del  Norte.  —  Nuestros  altísimos  volcanes.  —  Fauna 
paleontológica.  —  Interesante  colección  de  fósiles  de  Guatemala.  —  Geología  del 
Norte,  por  Chiquimula.  —  De  dónde  viene  el  nombre  de  la  América.  —  Cataclismos 
sufridos  por  la  América  Central.  —  Las  variaciones  de  vida  y  de  clima  en  Centro- 
América.  —  Efectos  del  levantéuniento  de  nuestras  montañas.  —  El  movimiento  en- 
gendra fluidos  vitídes. 


Leve  fragmento  del  sol  lanzado  por  el  espacio,  fué  en  un  principio  la  tierra 
irradiando  calor  y  luciendo  propia  luz,  hasta  que  la  fría  mano  del  tiempo,  al 
cabo  de  millones  de  siglos,  apagó  su  corteza,  formó  las  aguas  y  concentró  el 
fuego  al  centro  del  planeta,  dejando  henchido  el  aire  de  nubes  acuáticas  y  elec- 


-58- 

tricidades  tonantes,  que  desprendían  siniestros  relámpagos  y  tormentosa  lum- 
bre (i).  Miles  de  años  después  brotaron  heléchos  desmesurados,  lianas  es- 
pesísimas, árboles  colosales,  miríadas  de  insectos,  vampiros  enormes ;  cocodri- 
los de  porte  increíble,  castañeteando  inmensas  mandíbulas,  entre  lagos  infec- 
tos ;  el  gigantesco  megaterio  irguiendo  la  cabeza,  entre  las  corolas  de  flores 
grandísimas ;  y  la  girafa  estirando  su  luengo  cuello  para  coger  la  exuberante 
gramínea,  que  arrancaba  el  megalonix  de  encorvadas  uñas ;  el  elasmosaurio, 
elefante  palmípedo,  surcador  de  las  aguas,  eleva  su  pescuezo  serpentino  ter- 
minado en  flecha.  Los  ornitorencos,  reptiles  con  alas,  resistían  la  ardiente 
atmósfera  en  que  nacieron,  mientras  en  los  ríos  pantanosos  y  en  las  deseca- 
ciones súbitas,  vejetaban  los  zoófitos,  sin  conciencia  de  vida,  y  los  marsupiales 
de  gigantesco  volumen  iban  arrullando,  en  sus  onerosas  bolsas,  la  prole  fecun- 
da ;  el  clyptodón  arrastraba  su  pintada  concha,  cual  si  fuese  un  castillo ;  el 
sivaterio  rompía  los  bosques  con  estrindente  ruido ;  el  colosal  maamut  iba 
aplastando  florestas ;  las  aguas  eran  diluvios ;  las  grietas  terrestres,  cabernas 
profundas ;  y  todo  tenía  la  grandeza  del  cataclismo  con  lo  sublime  del  génesis. 

De  edad  en  edad,  de  ciclo  en  ciclo,  al  través  de  millones  de  años,  fué  trans- 
formándose la  tierra,  con  el  despojo  de  cada  mar.  Carbonífero,  Triásico,  Liá- 
sico.  Jurásico,  Cretáceo,  Numulítico ;  por  enfriamiento,  inundaciones,  rocas 
azoicas,  sin  rastros  de  vida  orgánica ;  terrenos  biológicos,  fosilíferos,  vejetales 
petrificados,  crudas  nieves,  témpanos  de  hielo  inundando  hasta  los  trópicos, 
conchas  tribólitas  arrastradas  por  los  siglos,  en  abismos  de  océanos  desapare- 
cidos, volcanes  soberbios,  y  en  fin,  cabernas,  collados,  serranías  y  llanuras, 
impropicios  ya  para  los  monstruos  primitivos.  Hay  maravillosa  lógica  en  el 
mundo  físico,  como  en  el  mundo  intelectual.  Quien  tuviese  el  secreto  de  esa 
lógico,  tendría  la  clave  de  la  tierra  y  de  los  cielos.  Los  planetas  muertos  para 
la  vida  termo-exaltada,  resucitan  a  las  temperaturas  frescas,  y  en  nuevas  for- 
mas germinan  y  viven.  Es  infinito  el  ciclo  de  las  existencias  que  se  transfor- 
man.    La  perfecta  armonía  del  Univei^b  excluye  la  casualidad. 

"Diríase  que  nuestro  globo  ha  venido,  por  mesurado  gradual  esfuerzo,  de 
series  indispensables  a  su  desarrollo,  pasando  de  astro  candente  a  tierra  fría, 
para  disponerse  y  aparejarse  de  suerte  que  se  hallase  todo  concertado  y  dispues- 
a  recibir  la  visita  del  humano  espíritu,  como  la  desposada  o  prometida  para 
boda  próxima,  que  se  viste  sus  mejores  galas,  a  fin  de  solemnizar  el  día  más 
feliz  y  decisivo  de  su  vida,  en  que  el  amante  la  lleve  consigo  al  hogar  nuevo,  en 
to  a  recibir  la  visita  del  humano  espíritu,  como  la  desposada  o  prometida  para 
apercibida  no  sólo  a  perpetuar  su  existencia  y  su  nombre,  sino  a  recordarle 
siempre  las  dulces  horas  de  tranquilidad  y  ventura". 

Fué  el  hombre  último  término  de  la  resultante  dinámica  universal ;  de  las 
fuerzas  de  la  naturaleza,  después  de  haberse  helado  casi  todo  el  globo,  de 


(1)    Consignamos  la  teoría  del  fuego  central,  sin  desconocer  que  no  faltan  sabios,  como  Hopkins. 
Sartorius,  Reclus  y  otros,  que  no  la  aceptan. 


—  59  — 

invadido  las  aguas  muchos  territorios,  en  cuenta  la  mayor  parte  de  lo  que  exis- 
tía entonces  de  la  América  del  Centro.  Cuando  brotaron  los  volcanes,  cuando 
hubo  ambiente  para  los  mamíferos,  cuando  el  calor  renació  en  valles  y  collados, 
cuando  vino  la  época  postglacial,  apareció  la  especie  humana,  transformándose 
todo,  y  produciendo  el  ser,  que  mejor  se  adapta  a  diversos  climas,  que  progresa 
y  que  se  eleva  a  Dios  por  el  pensamiento  y  la  palabra  (i). 

El  observador  del  espacio  habría  podido  ver  nuestro  planeta,  al  través  de 
'  las  edades,  brillar  al  principio  en  el  estado  de  pálida  nebulosa,  resplandecer,  en 
seguida,  con  propia  lumbre,  volverse  estrella  roja,  astro  sombrío,  planeta  va- 
riable a  las  fluctuaciones  de  los  reflejos,  y  perder  insensiblemente  su  luz  y  su 
calor,  para  llegar  al  estado  en  el  cual  observamos  a  Júpiter.  Ya  la  tierra  se 
movía  sobre  sí  misma  y  en  torno  del  sol,  cuando  la  temperatura  primitiva  des- 
cendió, cuando  se  condensaron  los  vapores  atmosféricos,  cuando  el  mar  pudo 
extenderse  sobre  el  globo,  entre  el  fragor  del  rayo  y  el  estampido  del  trueno, 
y  cuando  en  las  tibias  y  fecundas  aguas,  las  primeras  plantas,  los  animales 
ante-diluvianos  se  formaron.  Durante  la  época  primordial  no  había  sino  in- 
vertebrados flotando  sobre  las  olas.  En  el  período  siluriano  se  dejan  ver  peces 
cartilaginosos.  Muchísimo  más  tarde,  en  la  época  primaria,  comienzan  los 
groseros  anfibios  y  los  grandes  reptiles,  con  los  pesados  y  perezosos  crustáceos. 
Surgen  islas  del  seno  de  los  mares,  y  por  vez  primera  se  ostenta  la  vejetación. 
Durante  millares  de  años  fueron  mudos  y  sordos  los  habitantes  de  la  tierra. 
El  grito,  el  canto,  no  comenzaron  hasta  la  edad  secundaria.  Durante  millones 
de  siglos  no  tuvieron  sexo  ni  los  animles,  ni  las  plantas.  Poco  a  poco  se  des- 
envolvió la  vida;  el  reptil  se  fué  formando,  el  ala  hizo  volar  al  pájaro.  Viene 
la  edad  terciaria,  y  nacen  las  grandes  especies  animales,  sin  que  el  hombre 
hubiera  aparecido  aún.  Llega  más  tarde  la  plenitud  de  la  vida,  y  brilla  al  fin, 
el  espíritu  humano  sobre  la  tierra.  ¡  En  la  historia  del  planeta,  fué  el  hombre 
la  primera  conversación  de  la  Naturaleza  con  Dios!  (2) 

El  rudimento,  el  génesis,  de  Guatemala  sería — dando  crédito  a  sabios  geó- 
logos— una  isla  de  cadenas  graníticas,  salientes  del  fondo  de  los  mares,  aisla- 
das entonces  del  resto  del  suelo  de  la  América  Central,  y  compuestas  de  mi- 
caesquistos  y  esquistos  cambrienos,  lo  que  haría  remontar  esta  tierra  a  incal- 
culable antigüedad,  apenas  concebible  en  la  serie  de  los  tiempos  geológicos  (3). 

Ahí  se  contemplan  esas  montañas  de  los  alrededores  de  Zacapa,  del  Carri- 
zal y  de  la  serie  abrupta  que  va  con  dirección  al  otro  lado  de  la  cadena,  como 
buscando  los  pórfidos  traquíticos  en  los  mamelones  de  granito  y  de  gneis  de  la 
base  del  volcán  de  Atitlán,  casi  al  oeste,  22?  sur,  y  22?  norte,  correspondiendo 
sensiblemente  a  uno  de  los  grandes  círculos  más  importantes  del  cuadro  pen- 


(1)  Según  cálculo  del  profesor  Helmhollz,  sólo  para  enfriarse  la  tierra  a  modo  de  contener  seres  vivos 
debieron  de  transcurir  350  millones  de  años,  y  otro  tanto  para  due  fuera  adauiriendo  más  perfectas  formas. 

(2)  Flammarion— "Le  monde  avant  la  ci-eatíiSn  de  Thomme.    Pa»re  23. 

(3)  Voyage  Geolóffique  dans  les  Repúbli<iues  de  Guatemala  et  du  Salvador.    Pag^.  251. 


—  oc- 
tagonal de  Elie  de  Beaumont.  El  segundo  levantamiento  bien  pronunciado, 
del  cual  Dollfus  y  Montserrat  encontraron  rastros  en  Guatemala,  fué  el  de  gran 
cantidad  pórfiro-tráctica,  que  vino  a  dar  a  esta  porción  del  istmo  su  bellísimo 
relieve  orográfico  y  sus  rasgos  físicos  actuales,  cuando  menos  por  el  lado  que 
cae  a  las  playas  del  Atlántico.  Desde  las  altas  cumbres  de  Totonicapán  hasta 
Esquipulas  y  Alotepeque,  pasando  por  los  valles  de  la  capital,  está  netamente 
marcado  el  rumbo  de  aquel  fenómeno  geológico,  posterior  a  la  formación  de  los 
terrenos  jurásicos  y  anterior  a  la  de  los  cuaternarios.  El  tercer  levantamien- 
to fué  el  de  gigantescas  montañas,  aisladas,  con  cúspides  de  fuego  y  formi- 
dables entrañas  en  combustión,  que  al  cambiar  el  trazado  de  la  línea  del  mar, 
por  los  vacíos  y  movimientos  cataclísmicos  que  produjeron,  acarrearon  pro- 
fundas transformaciones  en  el  curso  de  los  ríos,  quedando  lagos,  como  los  de 
Atitlán  y  Amatitlán,  y  nivelándose  valles  y  llanuras,  análogas  a  las  de  la 
meseta  de  Guatemala,  que  contienen  inmensas  materias  volcánicas,  producién- 
dose colinas,  ondulaciones,  grietas  y  mil  fenómenos  más,  que  por  el  lado  de 
El  Salvador  son  harto  notables,  en  esa  especie  de  espinazo  gigantesco  que  el 
eje  volcánico  figura  al  través  de  este  suelo,  y  que  acaso  se  completaría  en  los 
comienzos  de  la  época  cuaternaria,  ya  que  se  encuentran  por  el  extenso  y  bellí- 
simo valle  de  la  capital  de  Guatemala,  osamentas  de  grandes  mamíferos,  de  per- 
didas especies  animales,  que  se  refieren  a  aquellas  edades  geológicas,  y  qtie 
pudieron  vivir  sobre  el  suelo  formado  por  deyecciones  volcánicas. 

Creen  algunos  sabios  que,  por  el  tiempo  del  gran  levantamiento  volcánico, 
nació,  como  hemos  dicho,  la  humana  especie,  sobre  nuestro  planeta,  y  que 
cuando  los  montes  primeros  se  erguían,  la  raza  autóctona  vino  apareciendo. 
Al  fin  de  la  evolución  que  solevantó  las  montañas,  dice  Edgar  Quinet  (i)  me 
encuentro  con  un  ser  que  se  alza  sobre  sus  pies  y  pisa  las  alturas,  que  mira  al 
cielo  y  marcha  sin  encorvarse.  Es  el  hombre,  que  representa  la  edad  del  mun- 
do en  su  medio  día,  cuando  la  tierra  le  dijo:  "Levántate  y  anda!. , . .  Enton- 
ces las  orquidáceas  que  lucen  sobre  los  árboles  de  la  América  Central,  comen- 
zaron a  mecerse  con  peculiares  formas,  como  inquietas  mariposas,  o  cual  ara- 
ñas brillantes  del  jardín,  con  sus  largas  y  endebles  patas ;  ya  semejando  afili- 
granado escudo  heráldico ;  ora  la  cabeza  de  una  quimera  chinesca  o  la  ávida 
boca  de  un  animal  fabuloso. 

Por  el  período  terciario  se  efectuó  un  cataclismo  tremendo,  cambio  por- 
tentoso, el  más  trascendental  de  los  conocidos  en  los  anales  geológicos  del 
mundo.  Desapareció  el  calor  en  muchas  regiones,  y  grandes  aludes  de  nieve 
se  desbordaron  de  los  polos,  amortajando  casi  toda  la  tierra,  hasta  el  paralelo 
35  o  40,  con  un  paño  helado  de  muchos  metros  de  profundidad.  Las  aguas 
oceánicas  cubrieron  los  más  altos  montes,  y  la  mayor  parte  de  la  América 
Central  estuvo  dentro  del  mar,  como  se  revela  aún  por  su  estructura.     Ahí 


(1)    La  Creación.— Tomo  II,  página  299. 


—  61  — 

están  esos  grandes  hundimientos,  diversos  subsuelos,  barrancas  inmensas,  le- 
chos de  lagos  grandísimos  y  rastros  apocalípticos  del  cataclismo  subliAie.  En 
la  estrata  de  esa  edad  se  hallan  los  rastros  primeros  del  hombre  sobre  el  globo. 
La  teoría  desu  aparecimiento  inmediatamente  después  del  período  postglacial, 
cuenta  con  el  apoyo  de  los  más  eminentes  geólogos,  como  George  K.  C.  Ger- 
land,  Ernesto  Heckel  y  otros  muchos  renombrados  (i). 

Las  tierras  del  Centro  de  América  cambiaron  de  aspecto  y  de  superficie ; 
muchos  especies  de  seres  ya  no  pudieron  vivir ;  pero  después  de  cubierto  el 
globo  por  aquel  albo  sudario,  que  parecía  sepultarlo  en  una  muerte  glacial ; 
después  de  la  lucha  de  las  aguas,  ante  el  arco  iris  de  un  sol  cansado  de  alum- 
brar caóticas  transformaciones,  y  entre  los  estremecimientos  de  toda  creación, 
apareció  el  hombre  sobre  la  tierra,  como  el  ser  más  perfecto,  como  la  imagen 
del  Autor  de  todo  lo  creado. 

Los  antiguos  organismos  sirven,  por  transformación,  para  que  nazcan 
otros  nuevos ;  y  los  corales,  las  madréporas,  y  otros  muchos  animalillos  mari- 
nos, son  constructores  de  modernas  hiladas  semejantes  a  las  de  los  antiguos 
períodos  geológicos.  Diríase  que  por  atavismo,  acostumbráronse  a  modelar 
en  pequeño,  lo  que  fuerzas  caóticas  hicieron  en  la  perpetuidad  de  la  existencia. 
La  muerte  alimenta  sin  cesar  la  vida. 

Ante  los  conocimientos  modernos,  parecen  mitológicos  los  apotegmas 
antiguos.  Pensaban  los  bracmanes  que  era  la  Tierra  inmenso  loto  abierto 
sobre  la  superficie  del  agua.  Los  talmudistas  y  sirios  creían  ser  el  suelo  una 
masa  inmóvil,  apoyada  en  colosales  columnas  de  piedra,  perdidas  en  el  caos. 
Algunos  pueblos  aborígenes  de  América  decían  que,  como  castigo  de  un  cri- 
men nefando,  la  diosa  Bochicha  había  condenado  al  gigante  Chibchacum  a 
sostener  sobre  sus  espaldas  la  Tierra,  como  un  inmenso  cajete  verde  sombrea- 
do por  otro  cajete  azul.  Los  terremotos  resultaban  movimientos  impacientes 
de  este  Atlas  del  Nuevo  Mundo,  a  quien  Kabrakán  hacía  padecer  convulsivos 
estertores  (2). 

Al  desembarcar,  por  primera  vez,  en  tierras  tropicales,  dice  Humboldt  (3) 
nos  sorprende  agradablemente  reconocer  en  las  rocas  que  nos  rodean,  los  mis- 
mos esquistos  inclinados,  los  mismos  basaltos  formando  columnas  cubiertas 
de  amigdaloides  seculares,  que  poco  antes  habíamos  dejado  en  Europa;  pero 
esas  masas  pétreas  se  encuentran  en  los  trópicos  cubiertas  con  una  vejetación 
de  traza  nueva,  de  fisonomía  sorprendente,  de  colosales  formas,  pertenecientes 
a  una  flora  maravillosa,  exótica,  llena  de  grandeza  y  de  indefinibles  escantos. 

La  América  Central  es  un  singular  broche,  que  quedó  después  de  romperse 
en  mil  pedazos  el  continente,  que  aquí  era  análogo  al  asiático ;  pero  que  vino  a 
hallarse  después  sin  correspondencia  rítmica,  como  tienen  generalmente  los 


(1)  Historia  de  la  Creación  de  los  seres,  según  las  leyes  naturale«i.    Tomo  I. 

(2)  Eliseo  Reclus— Nuestro  l'laneta— Cap.  III  p.  69. 

(3)  El  Cosmos. 


—  62  — 

contornos  de  todas  las  tierras  que  hay  sobre  el  planeta,  y  que  presentan  arcos 
de  círculos  más  o  menos  grandesy  perfectos.  Los  lagos  de  Nicaragua  deno- 
tan la  depresión  más  grande  de  América.  El  tercer  círculo  señalado  por 
Reynaud,  de  una  inclinación  de  15  o  20  grados  sobre  el  polo,  pasa  por  el  istmo 
centro-americano,  y  atraviesa  en  el  mundo  antiguo  casi  todos  los  grandes 
desiertos,  que  estaban  llenos  de  agua  durante  los  últimos  períodos  terrestres. 
Esa  serie  de  perdidos  mares,  en  donde  al  presente  se  hallan  las  arenosas  y  cá- 
lidas llanuras  de  Sahara,  Egipto,  Arabia,  Persia  y  el  Cobi  o  Chamo,  está  domi- 
nada al  norte  por  diversas  cordilleras,  el  Atlas,  el  Tauro,  el  Cáucaso ;  como  el 
Pacífico  y  el  Mediterráneo,  las  aguas  desaparecidas  tenían  al  norte  una  mura- 
lla de  tierras  elevadas.  No  es  un  ciego  capricho  de  la  naturaleza  esa  trinchera 
de  volcanes,  que  parece  estuviesen  conteniendo,  en  nuestro  territorio,  las  furias 
de  las  olas  del  mar  del  Sur.     Esun  círculo  de  fuego,  como  dirían  Ritter  y  Buch. 

Se  pierde  la  imaginación,  al  calcular,  o  mejor  dicho  al  sólo  enunciar,  las 
adades  geológicas  que  han  transcurrido  para  que  Centro-América  tenga  la  for- 
ma y  el  estado  en  que  hoy  se  encuentra  (i).  En  los  tiempos  más  antiguos, 
durante  los  períodos  de  transición  silúrica  y  devoniana,  y  hacia  las  primeras 
formaciones  secundarias,  por  acá  apenas  había  una  isla  estéril,  precisamente, 
según  presumen  los  geólogos,  en  el  sitio  que  ocupa  la  mayor  parte  de  Guate- 
mala. Después,  en  los  períodos  siguientes,  unióse  esta  isla  a  otras  más  gran- 
de, que  por  Yucatán  y  Honduras  ya  existían ;  pero  dejando  lagos  y  golfos  pro- 
fundos. Finalmente,  cuando  se  alzaron  los  Andes,  últimos  que  nacieron,  en 
la  época  del  levantamiento  de  las  montañas,  formaba  Centro-América  parte  del 
gran  continente,  que  después  se  destruyó,  según  ya  lo  hemos  insinuado  y  lo 
explicaremos  extensamente. 

Nuestro  planeta  continúa  siempre  en  actividad ;  brotan  en  el  día  volcanes, 
a  la  vista  medrosa  del  espectador,  como  sucedió  en  el  lago  de  Ilopango.  Las 
fuerzas  interiores  y  los  fluidos  terrestres  ocasionan  fenómenos  trascendentales 
y  a  las  veces  terribles.  Parece  cierto  que  la  América  del  Sur  estuvo  separada 
del  resto  del  Continente  americano  y  unida  con  el  Centro,  como  lo  comprueba 
la  fauna  de  estas  regiones,  en  la  que  se  nota  admirable  minoría  de  las  especies 
de  mamíferos  norte-americanos,  y  gran  preponderancia  de  formas  sud-ameri- 
canas,  en  México  y  la  América  Central. 

"Como  durante  el  período  terciario,  tuvieron  lugar — según  explica  el  doc- 
tor A.  V.  Frantzius — terribles  alzamientos  y  hundimientos,  y  sobre  todo,  du- 
rante el  período  mioceno,  descendieron  algunas  partes  de  Centro-América 
dentro  del  mar,  hasta  el  punto  de  que  sólo  las  cimas  de  las  montañas  más  altas, 
aparecían  sobre  la  superficie,  en  formas  de  islas  separadas  unas  de  otras  (2)  ; 
así  es  probable  también  que  durante  la  época  de  mayor  alzamiento,  el  angosto 


(1)  Bioloíría  Centrali-Americana,  de  Salvin  y  Godman. 

(2)  El  Doctor  Sapper,  aue  hizo  un  estudio  geológico  de  Guatemala  opina  que  la  América  Ontral 
estuvo  cuatro  veces  sumergida  entre  las  aguas  del  océano.    Lo  mismo  sostiene  Basseur  de  Bourlx)urg 


-63- 

istmo  se  levantara  tanto  sobre  el  océano,  que  aparecieran  las  planicies  extendi- 
das al  pie  de  las  montañas  y  quedaran  fuera  del  agua,  lo  cual  favoreciera  la 
emigración  de  los  mamíferos  para  el  norte,  mucho  más  que  la  estrecha  faja  de 
costa  que  por  ambos  lados  ciñe  la  faja  de  montañas  del  istmo.  El  notable 
desarrollo  de  los  animales  tropicales  en  México  y  Centro-América  y  su  gran 
identidad  con  las  especies  sud-americanas,  indican  que  tal  era  el  estado  ante- 
rior, y  que  las  masas  de  tierras  bajas  se  agregaron  inmediatamente  a  la  estre- 
cha faja  de  tierra  actual"  (i).  Bastaría  una  simple  depresión  de  treinta  me- 
tros para  que  el  Pacífico  y  el  mar  de  las  Antillas  unieran  sus  aguas  entre  los 
dos  continentes  americanos  (2). 

La  configuración  de  Centro-América  presenta  el  mayor  interés.  Geoló- 
gicamente considerado  es  este  hermosísimo  istmo  el  resto  que  dejaron  las  con- 
vulsiones ante-diluvianas,  después  de  sumergir  la  Atlántida  en  el  fondo  del  mar. 
A  primera  .vista  se  nota  que  las  dimensiones  y  la  estructura  del  suelo  centro- 
americano no  guardan  proporción  con  las  inmensas  masas  de  esos  agigantados 
hemisferios,  que  parecen  unidos  por  el  estrecho  que,  en  medio  de  ambos 
mares,  liga  a  la  América  del  Norte  con  la  América  del  Sur.  Ahí  está  la  esca- 
vación  profunda,  en  que  sobre  las  verdes  aguas  del  mar  antiguo  de  los  caribes, 
brotan  millares  de  islas  cual  astillas  regadas  por  tremendo  cataclismo.  Desde 
el  cabo  de  Hornos  hasta  el  mar  Polar  tiene  el  Continente  Americano  4,900 
kilómetros  de  largo,  mientras  que  la  anchura  de  la  América  del  Norte  es  de 
5,200  y  la  del  Sur  de  4,000  ¿  qué  son  esas  cantidades  comparadas  con  la  longi- 
tud y  latitud  de  los  Continentes?  El  Istmo,  dadas  sus  actuales  dimensiones, 
no  corresponde  para  servir  de  base  a  ese  titán  de  los  Andes,  que  se  distingue 
de  los  demás  colosales  sistemas  de  montañas  por  las  bifurcaciones  inuameria- 
bles  de  la  cordillera,  con  picos  altísimos,  crestas  de  8,000  metros,  masas  de 
pórfido  y  de  traquita,  a  las  orillas  del  Pacífico,  con  bocas  de  fuego  y  cimas  de 
hielos  eternos,  cual  plutónico  cinto.  Ese  gigante  se  rehace,  se  alza  más,  des- 
pués de  franquear  la  estrecha  lengua  de  tierra  centro-americana,  que  parece 
oponerse  a  su  trayecto.  Como  colérico  del  dique,  deja  altísimas  pirámides,  en 
su  rastro;  volcanes  numerosos,  atalayas  de  su  paso  (3). 

Esa  estructura  de  los  Andes  y  el  archipiélago  hecho  pedazos,  revelan,  se- 
gún geólogos  modernos,  una  antiquísima  alianza  material.  Unid  las  Gran- 
des Antillas  entre  sí,  y  con  la  península  de  Yucatán,  levantad  a  flor  de  agua  las 
tierras  que  el  mar  devoró  un  día  en  un  su  furia,  juntad  después  las  Bahamas 
a  la  Florida,  y  habréis  reconstruido  un  Continente,  simétrico  respecto  a  los 
otros  dos,  con  su  cordillera  y  su  Mediterráneo;  aquel  mundo,  que  las  tradicio- 
nes de  nuestros  aborígenes  evocan  al  través  de  millares  de  siglos.  El  Archi- 
piélago, con  sus  islas  volcánicas,  esparcidas  por  el  mar  de  las  Antillas,  es  resto 


(1)  Mamíferos  de  Ckwta  Rica. 

(2)  Elíseo  Reclus.-Nuestro  Planeta. 

(3)  Stoppan.v—Cui-so  de  Geología. 


-64- 

de  un  viejísimo  Continente  unido  a  las  dos  Américas.  Ese  oasis  fué  testigo 
mudo  de  una  gran  catástrofe,  en  el  que  el  fuego  de  Vulcano  apareció  levantando 
y  hundiendo  la  tierra,  que  después  Neptuno  azotaría,  sumergiéndola  de  nuevo, 
para  establecer  en  ella  el  imperio  de  sus  creaciones  madre-poricas.  El  Códex 
Chimalpopoca  dice  que,  en  un  titilar  de  la  estrella  matutina,  estalló  el  mundo, 
y  se  sumergió  la  región  más  rica  del  globo. 

Nuestros  altísimos  volcanes,  ese  encaje  caprichoso  que  corta  el  horizonte 
con  curbas  amplísimas,  sería  la  salvación  de  esta  tira  de  tierra,  en  el  cataclismo 
que  hundió  los  restos  perdidos  de  primitivas  capas  geológicas.  La  afinidad 
y  la  atracción,  en  su  juego  eterno,  forman  y  destruyen  Centinentes.  La  cor- 
dillera Andina  dio  a  Centro-América  dos  descensos  desiguales,  como  si  el 
Pacífico  hubiera  avanzado  más  en  su  irrupción,  dejando  una  estrecha  banda, 
que  apenas  alcanza  treinta  leguas  en  su  mayor  anchura,  mientras  que  tiene 
más  de  ochenta  la  pendiente  del  Atlántico.  Está  comprobado,  por  eminentes 
geólogos,  como  el  P.  Lanza,  de  la  Compañía  de  Jesús,  que  los  dos  focos  ígneos, 
o  sean  husos,  como  el  les  llama,  se  encuentran  uno  bajo  la  América  Central  y 
otro  bajo  el  Japón. 

La  meseta  amplísima  y  singularmente  bella,  en  que  hoy  se  encuentra  la 
capital  de  Guatemala,  no  es  más  que  una  parte  alta,  circunscrita  por  algunas 
montañas  poco  elevadas,  de  una  llanura  vasta,  que  atraviesa  la  América  Cen- 
tral, en  su  región  media,  en  un  desenvolvimiento  de  más  de  cien  leguas,  al 
decir  de  los  geólogos  Dollfus  y  Montserrat,  autores  de  una  obra  notable  sobre 
nuestro  país,  que  presenta  rasgos  muy  interesantes.  El  valle  magnífico  de 
Comayagua,  padece  que  deseslabona  la  cadena  de  los  Andes,  para  dar  paso  a 
una  vía  la  más  natural  entre  ambos  mares.  El  lago  de  Nicaragua,  con  no- 
venta millas  de  largo,  por  cuarenta  de  ancho,  es  una  elipse  color  de  cielo,  entre 
cuyas  límpidas  aguas  se  alza  el  Momotombo,  volcán  en  erupción,  y  una  isla 
cuajada  de  palmas,  orquídeas  y  frutas  tropicales.  Es  uno  de  los  panoramas 
más  bellos  del  mundo. 

Desde  muchos  puntos  de  vista,  es  admirable  Centro-América,  cuyo  suelo 
ofrece  la  clave  para  penetrar  en  cuestiones  obscurísimas  de  orígenes  y  génesis, 
de  cataclismos  y  veneros  de  vida  (14).  El  historiador  descubre  aquí  en  el 
Istmo,  sobre  todo  por  el  lado  de  Yucatán  y  Honduras,  el  núcleo  del  célebre 
pueblo  civilizado  de  los  mayas,  progenitores  de  los  quichés,  que  tuvieron  gran 
cultura ;  el  hombre  industrioso  halla  en  esta  afortunada  tierra  la  mansión  per- 
petua de  la  primavera;  el  naturalista  rastrea  los  pasos  iniciales  de  seculares 
edades ;  el  poeta,  en  fin,  admira  en  nuestros  llanos  de  esmeralda,  a  Ceres  y  a 
Flora  regocijándose  con  fruición  gratísima,  como  se  regocijarían  los  pobla- 
dores primeros  del  paraíso  terrenal.     Ahí  están  los  bajo-relieves  de  las  ruinas 


(1)    Dr.  A .' Bergeat-Geoloírfa  de  Guatemalí 


-65- 

de  Palemke,  rastros  de  que  el  budismo,  según  demuestra  Charnay,  se  predicó 
en  tiempos  remotos  por  estas  regiones  (i). 

La  fauna  paleontológica  del  extremo  setentrional  de  América  es  idéntica 
a  la  del  Antiguo  Continente,  de  donde  deducen  algunos  escritores  que,  en 
épocas  remotas,  en  edades  geológicas  anteriores  a  la  actual,  estuvo  América 
uida  con  Asia  y  con  Europa  (2).  Un  fenómeno  tan  extraordinario  como  el 
levantamiento  de  la  cordillera  de  los  Andes,  debe  de  haber  producido  profun- 
dos cambios  en  nuestro  planeta.  Se  rompería  el  antiguo  equilibrio  entre  los 
dos  océanos,  causándose  asombrosas  perturbaciones  y  acaso  hundiendo  para 
siempre  la  misteriosa  Atlántida,  suelo  propicio  y  rico,  de  que  nos  hablan  las 
tradiciones  chimalpopocas,  los  sabios  egipcios  y  los  fastos  helénicos  (3). 

Tenían  los  Padres  Jesuitas,  en  el  Colegio  Tridentino  de  esta  ciudad  de 
Guatemala,  una  interesante  colección  de  fósiles,  recogidos  por  las  márgenes 
de  la  laguna  de  Izabal,  que  demostraban  el  carácter  jurásico  de  aquellos  yaci- 
mientos, al  decir  no  sólo  del  P.  Cornette,  que  era  especialista  en  estas  obscuras 
materias,  sino  de  los  geólogos  franceses  Dollfus  y  Montserrat,  que  hicieron 
de  ellos  un  detenido  examen  (4).  Aquellos  restos  eran  tan  antiguos  como 
los  encontrados  por  Ameghino  en  la  república  Argentina  y  los  famosos  del 
Brasil. 

Ese  mismo  sabio  jesuita  llevó  a  cabo  un  estudio  geológico  muy  interesan- 
te, desde  las  márgenes  del  gran  río  Motagua :  "En  Zacapa,  dice,  se  encuentra 
un  valle  basto  y  bastante  profundo  que  se  abre  paso  entre  una  soberbia  roca 
de  granito,  prolongándose  tanto  hacia  el  Este  como  hacia  el  Oeste. 

El  camino  sigue  el  valle  del  río  de  Zacapa  hasta  Chiquimula  (379  metros)  : 
el  fondo  del  valle  es  muy  inclinado  y  los  granitos  hacen  lugar  a  las  rocas  sedi- 
mentarias. Cerca  de  Chiquimula,  pasando  al  pie  del  monte  Chatún,  (656  me- 
tros) cuya  cima  se  compone  de  asperón  y  al  rededor  de  la  ciudad  de  Chiquimu- 
la, se  encuentra  una  gran  cantidad  de  guijarros  incrustados  en  calcáreo  azul 
en  el  lecho  del  río  y  en  las  barrancas  de  los  torrentes. 

Después  de  Chiquimula,  el  camino  lleva  por  algún  tiempo  la  dirección  del 
Este  para  llegar  al  río  de  Copan  y  seguir  con  él  hasta  la  ciudad  del  mismo 
nombre.  Se  entra  entonces  a  una  región  formada  únicamente  por  rocas  sedi- 
mentarias más  o  menos  ocultas  por  depósitos  superficiales,  pero  visibles  muy 
distintamente  cuando  el  terreno  es  más  irregular.  Deben  existir  varias  cade- 
nas de  composición  casi  idéntica:  las  principales  serían :  1°  la  que  se  encuen- 
tra al  Sur  de  San  Juan  la  Ermita,  cuyo  punto  culminante  es  el  monte  Ticanlú 
(773  metros)  y  al  pie  del  cual  se  encuentran  manantiales  ferruginosos:  2"  la 
que  pasa  por  Jocotán  y  Comatán  y  limita  al  Sur  el  río  de  Copan :  en  fin  la  que 


(1)  Las  ciudades  Antiguas  del  Nuevo  Mundo,  cap.  14. 

(2)  Reclus— Descripción  de  los  fenómenos  de  la  vida  en  el  Globo  -Capítulo  II. 

(3)  Burmeister— Historia  de  la  creación— Cap.  15. 

(4)  Voyasre  geolóírlMue,  pag.  277. 


—  66  — 

al  Norte  limita  este  último  río  y  cuya  cima  más  elevada  es  el  monte  Tipicay 
(632  metros).  En  cuanto  a  la  constitución  geológica,  todo  nos  hace  creer  que 
las  capas  inferiores  están  formadas  por  esquistos  arcillosos,  mientras  que  las 
superiores,  están  constituidas  por  asperón.  Cerca  de  San  Juan  la  Ermita 
(515  metro)  existen  esquistos  arcillosos  atravesados  por  bandas  de  calcáreo 
silíceo,  lo  cual  prueban  las  muestras  de  la  colección  de  Guatemala.  En  el  río 
de  Jocotán  (332  metros),  estos  mismos  esquistos  arcillosos  se  encuentran 
atravesados  por  vetas  metaüfetas,  las  que  se  ven  también  en  el  río  Camotán. 
Los  asperones,  por  el  contrario,  existen  en  la  cadena  de  colinas  de  Jocotán,  en 
el  paso  del  Obraje,  sobre  el  río  Copan  (419  metros)  en  donde  contiene  bandas 
de  sílice  piromáquico  jaspeado. — Encuéntranse  aún  en  Llano  Grande  (795  me- 
tros) y  parecen  continuarse  en  las  llanuras  de  Honduras,  y  varias  aserciones  de 
M.  Squieres  (The  States  of  Central  América)  lo  confirman.  En  Copan  mismo 
(550  metros)  en  donde  existen  ruinas  célebres,  el  suelo  está  cubierto  de  depó- 
sitos superficiales,  muy  abundantes  a  veces,  formados  por  capas  vizcosas,  de 
tobas  y  piedra  pómez  blanca :  la  llanura  que  se  extiende  hacia  el  Sur,  presenta 
la  misma  composición  hasta  la  cadena  de  montañas  de  los.  Horcones  (1,108 
metros)  en  donde  los  asperones  son  de  nuevo  visibles;  pero  las  ondulaciones 
siguientes  están  formadas  tan  sólo  por  aluviones  recientes. 

En  las  cimas  que  dominan  al  Este  la  ciudad  de  Esquipulas,  (910  metros) 
una  de  las  más  importantes  del  Departamento,  se  llega  a  la  cadena  de  monta- 
ñas que  constituye  la  línea  de  separación  de  las  dos  vertientes  de  esta  región, 
de  la  de  Guatemala.  Esta  cadena  de  montañas  está  formada  de  pórfidos  que 
aparecen  por  primera  vez  en  el  desfiladero  de  los  Apantes  (1,100  metros)  en 
donde  son  de  color  negro  y  parcialmente  descompuestos  en  la  sobrefaz.  Estos 
pórfidos  se  extienden  de  una  manera  aún  más  completa  en  los  alrededores  de 
Alotepeque  (1,384  metros)  en  donde  constituyen  todas  las  rocas  aparentes: 
dichos  pórfidos  son  verdosos  y  aparecen  muy  distintamente  en  la  elevación 
conocida  bajo  el  nombre  de  Derrumbadero,  punto  en  donde  alcanzan  una  alti- 
tud de  1,636  metros.-  En  estos  pórfidos  existen  varias  vetas  metalíferas  que 
están  explotadas,  principalmente  en  las  minas  de  San  Pantaleón  y  de  San 
Carlos,  en  los  alrededores  de  Alotepeque :  estas  vetas  contienen  sobre  todo, 
galena  muy  argentífera  accidentalmente  mezclada,  según  se  cree,  con  minera- 
les de  zinc,  de  hierro  y  de  antimonio.  La  cadena  de  montañas  que  se  extiende 
al  Este  de  Alotepeque  hasta  más  allá  de  Jutiapa,  cerca  de  la  laguna  de  Ayarza, 
debe  probablemente  componerse  de  rocas  sdimentarias  y  metamorfósicas. 
Cerca  de  Alotepeque  se  encuentran  esquistos  arcillosos  los  cuals  existen  tam- 
bién al  Norte  de  Jutiapa. 

Estas  capas,  relativamente  muy  recientes,  están  sostenidas  por  una  eleva- 
ción de  micasquistos  los  cuales  son  muy  visibles  cerca  de  Jutiapa,  estando  cu- 
biertos por  las  deyecciones  volcánicas  de  Monterico  y  de  Ipala,  perdiéndose 
en  esguida  en  la  base  de  las  montañas  de  Alotepeque. 


-67- 

Al  Sudeste  de  Alotepeque,  el  suelo  está  cubierto  en  todas  partes  por  capas 
más  o  menos  gruesas  de  deyecciones  volcánicas,  arenas,  rocas  escorificadas  o 
arcillas  que  proceden  de  una  serie  de  volcanes  todos  completamente  apagados 
y  alineados  según  una  dirección  Sur  4"  Oeste,  sensiblemente  perpendicular  a 
la  dirección  volcánica  principal  de  El  Salvador  y  de  Guatemala.  La  presencia 
en  este  lugar  de  esta  serie  de  volcanes  s  muy  interesante  y  merece  ser  estu- 
diada con  el  mayor  cuidado:  por  desgracia,  las  otras  del  Presbítero  Cornette 
contienen  datos  muy  poco  explícitos,  pero  sin  embargo,  suficientes  para  expli- 
car la  naturaleza  de  las  cimas  en  cuestión,  pues  las  palabras  volcán,  cráter, 
lava,  están  repetidas  muy  amenudo,  lo  que  indica  un  estudio  serio  y  minucio- 
so de  los  hechos. 

Los  volcanes  de  Ipala  (1,661  metros)  y  de  Monterico,  están  rodeados  de 
lavas  más  o  menos  porosas,  y  reemplazadas  poco  a  poco  en  la  dirección  del 
Sur,  por  varios  sedimentos  volcánicos,  tobas,  piedra  pómez  y  arenas  que  al- 
canzan una  extensión  considerable  cerca  de  Agua  Blanca  (810  metros).  In- 
mensos torrentes  de  lavas  cubiertas  de  arcillas  en  muchos  puntos  llegan  hasta 
los  pueblos  de  Santa  Catarina  (708  metros)  y  de  Suchitán  (1,252  metros); 
estos  torrentes  bajan  del  volcán  de  Santa  Catarina,  cuyo  cráter  gigantesco, 
está  rodeado  de  lavas  desmenuzadas  y  de  rocas  escorificadas.  Estas  mismas 
lavas,  mezcladas  de  arcillas  y  cenizas,  llegan  también  en  el  sentido  opuesto, 
hasta  la  aldea  de  Achuapa  (964  metros).  Más  al  Sur  se  extiende  una  llanura 
cuyo  suelo  se  compone  de  elementos  arenosos  que  contienen  piedras  de  grani- 
to, lo  que  parece  demostrar  la  presencia  de  esta  última  roca  en  las  montañas 
que  se  encuentran  al  Noroeste.  A  poca  distancia  se  encuentran  dos  cráteres 
volcánicos  extinguidos  y  muy  poco  elevados :  el  de  Cuma  y  Amayo. 

Un  poco  más  lejos,  se  atraviesa  el  río  de  Paz  (961  metros)  que  en  este 
punto  es  un  simple  riachuelo,  pero  que  en  la  parte  más  baja  de  su  curso,  es  un 
río  importante  y  forma  la  frontera  entre  las  Repúblicas  de  Guatemala  y  El 
Salvador.  Se  atraviesa  después  una  llanura  cubierta  de  depósitos  superficia- 
les y  por  una  cuesta  larga  de  más  de  400  metros,  se  llega  a  la  aldea  de  Aza- 
cualpa  (1349  metros);  esta' cuesta  se  abre  paso  entre  los  conglomerados  por- 
fidíricos. 

La  gran  cuesta  de  El  Voladero,  que  baja  del  Oratorio  a  los  Esclavos  y 
que  encuentra  al  camino  de  la  Unión  a  Guatemala,  presenta  la  misma  com- 
posición". 

Dícese  que  por  aquellos  terrenos  antiquísimos  hubo  razas  de  hombres  muy 
corpulentos  en  las  primitivas  épocas,  cuando  los  animales  ante-diluvianos  de- 
jaron por  ahí  restos  de  huesos  que  después  se  han  encontrado,  y  que  muchas 
veces  vimos  en  el  Museo  de  la  Sociedad  Económica.  Los  cataclismos,  emi- 
graciones y  cambios  desfavorables,  hiecieron  degenerar  aquella  raza,  que  al  fin 
se  estancó  como  las  orientales. 

Lo  que  sí  puede  afirmarse,  como  seguro,  es  que  el  Continente  Americano 


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no  tuvo  ni  la  misma  forma,  ni  los  mismos  nombres.  Los  normandos  que  lo 
visitron  en  el  siglo  décimo  (i)  llamábanle  Markland,  tierra  "de  Árboles,  como 
significa  precisamente  el  nombre  de  la  región  guatemalteca  que  los  aborígenes 
denominaron  QUICHE,  muchos  árboles.  "Es  muy  probable,  dice  el  profesor 
Wilder,  que  el  Estado  de  la  América  Central,  en  el  que  encontramos  el  nombre 
AMERIC,  significando  como  el  Merú  indio,  Gran  Montaña,  dio  su  nombre  al 
Continente.  No  sería  remoto  que  el  nombre  América  estuviese  íntimamente 
relacionado  con  Merú,  el  monte  sagrado  que  está  en  el  centro  de  los  siete  con- 
tinentes, según  la  tradición  india.  He  aquí  las  razones  que  pueden  aducirse, 
y  que  cuentan  hoy  con  autoridades  científicas  que  las  apoyan.  Nosotros  sólo 
las  consignamos  a  título  de  información  curiosa,  i?  —  Améric,  Amérrica  o 
América,  es  el  nombre  que  en  Nicaragua  se  da  al  país  elevado  que  forma  una 
cadena  de  montañas  entre  Juigalpa  y  en  la  Libertad,  en  la  provincia  de  Chon- 
tales,  que  por  uno  de  sus  lados  penetra  en  el  territorio  de  los  indios  Carcas,  y 
por  el  otro,  en  la  región  de  los  Ramos.  Ic  o  Icque  es  terminativo  que  denota 
grandeza,  como  cacique,  etc.,  el  nombre  "América  Provincia"  apareció,  por  vez 
primera,  en  un  mapa  publicado  en  Basiléa,  en  1522.  Todavía  en  aquel  tiempo 
se  creía  que  dicha  región  formaba  parte  de  la  India.  Aquel  año  Nicaragua  fué 
conquistada  por  Gil  González  de  Avila.  2? — El  nombre  de  Vespuzio  no  era 
Américo  sino  Albérico,  como  lo  demuestra  perfectamente  Wilder,  y  se  reco- 
noce hoy  en  el  mundo  científicamente.  Vespuzio  hubiera  dado  su  apellido  y 
no  su  nornbre  de  pila  a  un  Continente." 

Tal  dice  ese  escritor  erudito ;  pero  la  verdad  es  que  en  los  escritos  del  siglo 
XVI,  en  que  se  contaban  los  descubrimientos  recientes,  parecían  desconocer  el 
nombre  del  descubridor  del  Nuevo  Mundo  o  le  asignaban  puesto  secundario  y 
modesto  entre  los  audaces  exploradores  (2).  En  1507,  un  geógrafo  de  Saint- 
Dié,  en  Lorena,  escribía  estas  palabras :  "Ahora  que  aquellas  regiones  han 
sido  más  extensamente  examinadas,  y  que  ha  sido  descubierta  una  cuarta  par- 
te del  globo,  por  Américo  Vespucio,  no  sé  que  habría  para  negarle,  en  honra 
de  su  descubridor  Américo,  hombre  de  ingenio  sagaz,  el  nombre  de  Ameriqen, 
esto  es  Tierra  de  Américo,  o  mejor  América,  ya  que  tanto  la  Europa  como  el 
Asia  llevan  nombre  de  mugeres". 

Muchas  publicaciones  autorizaron  tal  error  y  su  número  fué  tan  grande, 
que  no  es  extraño,  según  el  más  notable  de  los  historiadores  del  siglo  de  los 
descubrimientos  (3)  que  la  proposición  de  dar  el  nombre  de  América  fuese 
aceptada  y  divulgada  inmediatamente  como  acertadísima. 

Si  en  la  serie  de  los  tiempos  la  forma  de  la  América  Central  no  fué  la 
misma ;  sí  quedó  cual  estrecho  istmo,  después  de  ser  la  región  que  se  unía  con 
la  Atlántida ;  si  hoy  es,  en  el  Continente,  lo  que  la  Suiza  en  Europa ;  y  si  será 


(1)  Historia  Vinladiae  Antluuae.  . 

(2)  La  primera  biografía  y  el  primer  ijiósrrafo  de  Cristóbal  Colón,  por  Dleiro  Barros  Arana. 

(3)  Sophus  Ruge.    Historia  de  la  época  de  los  documentos  geográficos. 


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mañana  el  emporio  del  mundo  ¡  qué  mucho  que  los  nombres  cambien  en  el 
decurso  de  los  siglos!  (i). 

En  el  curioso  libro  de  William  Scott-Elliot,  traducido  del  inglés  al  caste- 
llano y  publicado  en  Madrid  (Tipografía  de  Palacios)  con  el  título  de  "Bos- 
quejo Geográfico  Histórico  y  Etnográfico  de  los  Atlantis",  se  asegura  que  hubo 
cuatro  grandes  cataclismos,  que  trastornaron  el  planeta  que  habitamos.  El 
primero  acaeció  en  la  edad  miocena,  hace  como  ochocientos  mil  años ;  después 
sucedió  otra  catástrofe,  hará  cosa  de  dos  mil  años ;  y  la  tercera  ocurrió  hará 
ochenta  mil  años.  La  isla  Poseidon,  de  que  hablan  los  historiógrafos  griegos, 
desapareció  en  el  último  hundimiento,  nueve  mil  quinientos  setenta  y  cuatro 
años  antes  de  la  era  cristiana. 

La  América  del  Centro,  según  uno  de  los  mapas  que  contiene  aquella  obra, 
vino  desmembrándose  en  el  segundo  cataclismo,  y  perdiendo  cada  vez  más 
terreno,  hasta  quedar  como  una  tira  de  tierra  uniendo  dos  grandes  hemisfe- 
rios. El  esquema  etnológico  y  etnográfico  permanece  tan  obscuro  como  esas 
formaciones  y  hundimientos  que  el  mar  tenebroso  ha  causado  en  millones  de 
siglos.  Con  razón  dice  Neumayer,  en  su  "Historia  de  la  Tierra",  que  la  ima- 
ginación de  tal  suerte  se  pierde,  que  sucede  lo  mismo  que  acontece  al  que,  des- 
de una  inconmensurable  altura,  mira  el  fondo  del  abismo  y  pretente  distin- 
guir los  pequeños  objetos  que  en  él  se  hallan. .  . . 

Lo  que  aparece  geológicamente  cierto  es  que  el  suelo  americano  no  tuvo, 
allá  en  épocas  remotísimas,  la  misma  estructura,  las  condiciones  de  vida  que 
tiene  hoy.  Los  enormes  mamíferos,  los  gigantescos  paquidermos,  los  colosa- 
les desdentados  y  prosbocídeos  que  vivían  en  esta  parte  del  mundo,  y  cuyos 
huesos  esparcidos  quedan  bajo  profundas  capas  de  terrenos  antiquísimos,  ya 
no  pudieron  vivir  al  crecer  las  cordjlleras ;  cambió  el  clima,  variaron  las  esta- 
ciones y  hasta  los  alimentos  que  los  sustentaban  dejaron  de  encontrarse  a  su 
alcance.  En  nuestros  bosques  hubo  dinosaurios  colosales,  grandes  pájaros 
fisórmides  y  fororácos,  monstruos  bípedos  de  alas  cortas  y  gruesas,  garras  de 
águila  y  pico  condórico,  vampiros  enormes  y  reptiles  horrorosos. 

Las  aguas  del  mar  no  se  aumentan ;  pero  la  corteza  terrestre  se  levanta  o 
se  deprime.  El  período  glacial  debió  de  haber  producido  modificaciones  pro- 
fundas en  la  superficie  de  nuestro  planeta.  En  la  edad  del  levantamiento  de 
las  montañas,  perderíase  el  equilibrio  de  las  aguas,  inundaríanse  muchas  re- 
giones, quedarían  enjutas  otras,  y  una  portentosa  transformación  ha  de  haber 
sufrido  la  tierra,  cuyo  movimiento  engendra  fluidos  vitales,  que  el  sol  hace 
germinar  y  que  el  soplo  de  Dios  anima,  en  múltiple  fauna  y  maravillosa 
flora  (2). 


(1)  Los  Que  deseen  consultar  la  mejor  obra  acerca  de  las  naaterlas  esbozadas  en  este  capítulo,  podrán 
estudiar  la  "Biología  Cenlrali  Americana,  impresa  en  Londres,  por  Salvin  y  Godman,  comenzada  a  editaren  1879. 
—  Merece  citai"se  también  la  Uber  Qebirgoban  und  Boden  da  norollichen  MiHelamerika,  del  doctor  Sapper,  con  tres 
cartas  geológicas  importantes,  y  25  perfiles— Cotlia.  Justus  Perthes.— 1899. 

(2)  Burmeister— Historia  de  la  CreacicSn— Capítulo  V. 


•■W^ 


CAPITULO   II. 
TIEMPOS  PREHISTÓRICOS  DE  CENTRO-AMÉRICA 


SUMARIO 

En  el  lugar  que  ocupa  el  mar  de  las  Antillas  se  cree  que  hubo  bellísimas  tie- 
rras. —  Sabios  escritores  opinan  que  la  primera  civilización  que  apareció  en  el  mundo 
fué  la  americana.  —  Lo  que  dice  Balwin,  —  Solón  y  el  Atlantis  perdido.  —  Las  obras 
de  Brasseur  de  Bourbourg.  —  Las  opiniones  de  Catlin  y  de  Escott  Elliot.  —  El 
Codex  Chimalpopoca.  —  Plutarco  refiere  la  pérdida  de  la  Atlántida.  —  Tradiciones 
antiquísimas.  —  Aplicaciones  de  la  teoría  del  gran  cataclismo  que  parecen  avanza- 
das. —  Américci,  India,  Egipto.  —  Los  sondeos  del  mar,  la  fauna,  la  flora,  la  seme- 
janza de  lenguaje  y  tipo  etnográfico,  la  analogía  de  arquitectura,  las  creencias,  las 
leyendas,  los  manuscritos  antiguos,  el  testimonio  de  los  filósifos,  todo  está  demos- 
trando los  cataclismos  americanos.  —  Épocas  en  que  se  verificaron  los  cuatro  más 
terribles.  —  Opiniones  de  Quatrefages,  Le  Plongeon  y  Bancroft.  —  Conferencia 
dada  por  el  profesor  Retzius.  —  Lo  que  dicen  los  historiadores  Hamy  y  Chavero. — 
En  América  la  edad  de  hierro  se  sustituyó  por  la  de  cobre.  —  Tímibién  por  el  Pací- 
fico, creen  algunos  que  estaban  unidas  América,  Asia  y  Europa.  —  Los  otomíes  y  los 
nahoas.  —  La  etnografía,  geología,  paleontología  y  tradiciones  de  América,  así  lo  de- 
muestran. —  Importantes  descubrimientos  del  Dr.  Schliemann  sobre  la  Atlántida.  — 
Lo  que  aparece  en  la  obra  "Isis  sin  velo",  escrita  por  una  dama  rusa.  —  La  vara 
mágica  de  Quetzalcoatl  es  la  varilla  de  zafiro  de  Moisés.  —  Similitud  de  las  formas 
del  culto,  en  los  nombres  de  utensilios  mágicos,  en  refinamiento  y  cultura,  entre  los 
maya-quichés  y  los  egipcios.  —  El  profesor  Jowet  impugna  la  teoría  de  la  Atlántida, 
en  el  TIMOEUS.  —  Refutación  del  sabio  Bunsen.  —  Egipto  se  remonta  hasta  el 
quinto  milenario,  antes  de  Cristo.  —  Opiniones  de  Murray.  —  Cataclismos  y  civili- 
zación de  Centro-América.  —  Importancia  del  Istmo.  —  Los  volcanes  de  Guatemala. 
—  Los  vértices  de  los  husos  esféricos  en  que  está  cortado  el  casco  de  la  tierra,  con- 
curren bajo  el  suelo  de  la  América  del  Centro  y  el  de  las  islas  de  la  Sonda.  —  Razas 
primitivas  de  indios  americanos.  —  Arte  primitivo.  —  Semejanza  del  arte  maya- 
quiché  con  el  caldeo.  —  El  alma  del  bosque. 


En  donde  el  mar  de  las  Antillas  se  extiende  como  un  retazo  de  cielo,  hubo 
en  la  época  de  la  juventud  del  mundo,  una  zona  fértil,  poblada,  rica,  con  pra- 
deras de  claro  verdor,  bosques  de  paradisiacos  árboles,  ríos  y  cascadas,  que 
infundían  vida  a  esa  edénica  tierra,  a  menudo  trémula,  y  más  cerca  ahí,  que  en 
el  antiguo  mundo,  del  estado  primordial  del  caos.  Todo  anunciaba  ciclópeas 
fuerzas  orgánicas  en  movimiento.  Los  grandes  animales  se  guarecían  en  las 
profundidades  de  la  selva,  los  geckos  añosos  y  las  salamandras  avigarradas, 


—  72  — 

inmóviles,  parecían  aspirar  con  fruición  el  aire  candente;  las  aves  se  oculta- 
ban en  el  follaje,  y  el  confuso  rumor  de  los  insectos  era  como  la  respiración 
tranquila  de  aquel  gigante  dormido,  que  al  despertar  y  desperezarse,  se  abismó 
en  las  aguas  del  océano,  cuando  trémula  titilaba  la  estrella  matutina,  y  el  cre- 
púsculo anunció  a  la  luz  del  sol  que  un  Continente  había  desaparecido,  en 
pavoroso  instante,  cayendo  en  el  mar  los  hombres  primitivos,  como  cae  al  peso 
del  pescador,  la  barca  que  barre  la  ola  y  cubren  para  siempre  las  espumas. 

Los  maretazos  de  las  desencadenadas  aguas,  con  movimientos  de  mons- 
truo, y  las  espumas  cabriolando  en  el  dorso  de  las  olas  colosales,  bramaban,  con 
el  solemne  lenguaje  de  las  tempestades,  al  cambiar  la  policromía  del  océano, 
espejo  del  padre  de  la  luz,  que  cual  lápida  inmensa  de  cristal  cubrió  en  lúgu- 
bres instantes,  la  sumirgida  Atlántida,  sepultada  en  el  protoplasma  amorfo  de 
los  mares,  en  el  silente  fondo  de  las  aguas  muertas,  engendradoras  de  vida. 
La  acción  de  las  edades,  que  los  siglos  arrojan  sobre  todo  lo  que  existe,  deja 
ver  ahí  en  donde  hubo  un  mundo,  las  islas  esparcidas  cual  astillas  flotantes  de 
la  tremenda  catástrofe. 

La  teoría  de  esa  Atlántida  perdida,  es  una  de  tantas  hipótesis,  que  nos- 
otros exponemos,  sin  desconocer  que  hay  respetabilísimos  autores  que  no  la 
aceptan ;  pero  de  la  cual  no  debemos  precindir  al  enumerar  las  opiniones  que 
la  ciencia  ha  venido  formulando. 

En  efecto,  algunos  sabios  que  han  estudiado  mucho  las  antigüedades,  tra- 
diciones y  cambios  geológicos  de  la  América  Central,  hasta  creen  que  la  prime- 
ra civilización  que  apareció  en  el  mundo,  fué  por  estas  regiones  o  tuvo  muy 
inmediata  atingencia  con  ellas.  Sostienen  que  la  raza  humana  primeramente 
entró  en  una  vida  civilizada  en  América,  que  por  sus  rasgos  orográficos  es  el 
Continente  más  antiguo,  siquiera  se  le  llame  Nuevo  Mundo.  Creen  que  mu- 
chos siglos  ha,  la  parte  más  rica  y  culta,  se  sumergió  bajo  las  aguas  del  Atlán- 
tico (i).  Hubo,  dicen,  una  terrible  convulsión  de  la  naturaleza,  y  apelan  para 
probarla,  a  recuerdos  existentes  de  tal  catástrofe,  que  se  consignaron  en  anti- 
guos libros  de  Guatemala,  así  como  en  algunos  de  Egipto,  que  hicieron  conce- 
bir a  Solón  la  idea  del  Atlantis  perdido.  Según  esta  creencia,  el  continente 
Americano  se  extendía,  como  indicamos  en  el  capítulo  anterior,  por  Yucatán, 
Cuba  y  las  Antillas,  muy  hacia  el  Este  y  Nordeste,  con  rumbo  a  Europa  y 
África,  cubriendo  todo  el  espacio  que  ocupan  el  mar  Caribe,  el  Golfo  Mexicano 
y  las  aguas  que  circundan  aquellas  islas.  Esta  porción  abismada  era  el  Atlan- 
tis o  la  Atlántida,  de  que  hablan  los  anales  egipcios,  relatados  por  Platón.  Ahí, 
dicen,  fué  el  asiento  de  la  cultura  más  remota,  que  se  renovó  después  del  gran 
cataclismo,  perpetuándose  en  la  región  en  donde  quedan  aún  misteriosos  res- 
tos de  antiquísimas  hieráticas  ciudades. 

Los  que  deseen  conocer  mejor  los  fundamentos  de  esta  doctrina,  (jue  no 


(1)    Baldwin— The  Ancient  America. 


—  7Z  — 

es  dable  explanar,  en  una  obra  como  la  presente,  pueden  ocurrir  a  las  "Cuatro 
Cartas",  a  las  "Fuentes  de  la  Historia  Primitiva  de  México",  de  Brasseur  de 
Bourbourg,  al  libro  de  Jorge  Catlin,  intitulado  "Las  Rocas  levantadas  y  su- 
mergidas de  América",  publicado  en  Londres,  a  fines  de  1870,  y  a  la  curiosa  his- 
toria de  los  Atlantis,  de  W.  Escott-I^lliott. 

No  hay  duda,  dice  el  autor  de  "La  Antigua  América",  de  que  los  restos  de 
Copan,  Mitla  y  el  Palemke,  son  monumentos  que  demuestran  el  grado  de 
desarrollo  a  que  llegó  la  raza  humana,  en  primitivas  épocas,  exceptuando  so- 
lamente las  de  completo  barbarismo,  y  pastoril  sencillez  (i).  Esa  teoría  de 
la  famosa  Atlántida,  sumergida  en  las  aguas  del  mar,  excita  la  imaginación  y 
hace  que  se  la  considere  como  suceso  maravilloso ;  pero,  por  lo  mismo,  no  se 
la  debe  negar  profundo  estudio  y  atento  análisis. 

Cierto  es  que  en  el  Códex  Chimalpopoca,  y  en  otros  libros  antiguos  de 
Guatemala,  se  guardó  la  tradición  del  gran  cataclismo,  que  todavía  se  recor- 
daba cuando  los  españoles  vinieron  a  estos  países,  y  aún  se  evoca  en  algunas 
fiestas,  como  la  de  Izcalli,  que  fué  instituida  con  el  objeto  de  conservar  la 
memoria  de  la  horrorosa  destrucción  de  tierras  y  naciones ;  solemnidad  en  la 
cual  "los  príncipes  y  pueblos  se  humillaban  ante  los  dioses,  y  les  pedían  que 
no  volviesen  a  permitir  tales  calamidades". 

De  lo  que  el  Códex  Borgia,  el  Manuscrito  de  Dresde,  el  Manuscrito  Troano 
descubren  en  imágenes  y  geroglíficos,  el  Códex  Chimalpopoca  da  la  letra :  con- 
tiene en  lengua  nahualtl  la  historia  del  mundo,  compuesta  por  el  sabio  Hue- 
man,  es  decir  por  la  mano  potente  de  Dios  en  la  gran  Biblia  de  la  Naturaleza; 
en  una  palabra,  es  el  libro  divino,  el  Teo-amoxtli  (2). 

En  la  Vida  de  Solón,  por  Plutarco,  se  dice  que  mientras  estaba  en  Egipto, 
conferenció  con  los  sacerdotes  de  Psenophis,  Soucuis,  Heliópolis  y  Sais,  quie- 
nes le  refirieron  la  historia  de  Atlantis,  del  modo  siguiente :  "Nuestros  libros 
dicen  que  los  atenienses  destruyeron  un  ejército  que  vino  a  través  del  mar 
Atlántico,  e  insolentemente  invadió  Europa  y  Asia ;  porque  ese  mar  no  era 
entonces  navegable,  allende  el  estrecho,  donde  colocan  las  Columnas  de  Hér- 
cules, había  una  isla,  más  grande  que  el  x\sia  menor  y  Livia  juntas.  De  aque- 
lla isla  se  podía  pasar  fácilmente  a  las  otras  islas,  y  de  éstas  al  Continente,  que 
está  en  derredor  del  mar  de  adentro.  El  mar,  en  este  lado  del  estrecho  (el 
Mediterráneo)  del  cual  hablamos,  se  parece  a  una  bahía,  con  una  angosta  en- 
trada ;  pero  hay  un  verdadero  océano  muy  grande,  que  lo  rodea  un  vasto  Con- 
tinente. En  las  islas  de  Atlantis,  reinaban  tres  reyes,  con  grande  y  maravi- 
lloso poder.  Tenían  bajo  su  dominio  todo  el  Atlantis,  muchas  otras  islas  y  una 
gran  parte  del  Contiente.  En  un  tiempo,  su  jurisdicción  se  extendía  hasta 
Libia  y  Europa,  llegando  a  tocar  Tyrrhenia ;  y  uniendo  todas  sus  fuerzas,  in- 
tentaron destruir  nuestros  países  de  un  solo  golpe ;  pero  su  derrota  puso  tér- 


(1)    La  Antigua  América.— Página  ÍX). 

'2)    Brasseur  de  Bourbourg— Quati-e  Lettres.    Pag  24. 


—  74  — 

mino  a  la  invasión  y  dio  entera  indeibendencia  a  los  países  que  están  a  este  lado 
de  las  Columnas  de  Hércules.  Después,  en  un  día  y  una  noche  fatal,  sobre- 
vinieron fuertísimos  terremotos  e  inundaciones,  que  tragaron  al  pueblo  guerre- 
ro. Atlántis  desapareció  bajo  las  aguas  del  mar,  y  ese  mar  se  hizo  inaccesible, 
dejando  de  ser  navegable  por  la  gran  cantidad  de  lodo  que  dejaron  en  él  las 
tierras  e  islas  que  se  sumergieron  en  sus  aguas. 

Esta  inmersión  tuvo  lugar  muchos  siglos  antes  que  Atenas  fuese  reputada 
ciudad  griega,  y  se  refiriere  a  tiempos  extremadamente  remotos.  La  fiesta 
conocida  con  el  nombre  de  Pequeña  Panatenéa,  que  según  las  divisas  simbóli- 
cas que  en  ella  se  usaban,  recordaba  aquel  triunfo  obtenido  contra  los  Atlantes, 
se  dice  que  fué  instituida  por  Eriotonio  el  mítico,  en  los  tiempos  primitivos, 
hasta  donde  alcanzaron  las  tradiciones  atenienses.  Solón  tenía  conocimiento 
de  los  Atlántis,  antes  de  ir  a  Egipto ;  pero  allá,  por  primera  vez,  oyó  hablar  de 
su  isla  y  de  la  desaparición  de  ella,  en  un  terrible  cataclismo.  Sin  embargo, 
otros  escritores  antiguos  mencionan  el  Atlántis.  Un  extracto  conservado  en 
Próclo,  tomado  de  una  obra  ya  perdida,  y  que  lo  cita  Boekh,  en  su  comentario 
sobre  Platón,  habla  de  seis  islas  situadas  sobre  el  mar  exterior,  más  allá  de  las 
Columnas  de  Hércules,  y  dice  que  era  bien  sabido  que,  en  una  de  esas  islas,  los 
habitantes  conservaban  de  sus  antepasados  el  recuerdo  del  Atlántis,  isla  extre- 
madamente grande,  que  por  mucho  tiempo  tuvo  dominio  sobre  todas  las  islas 
del  océano  Atlántico". 

Brasseur  de  Bourbourg  sostiene  que  tales  tradiciones,  que  existen  en  am- 
bos lados  del  Atlántico,  se  refieren  a  un  mismo  suceso.  La  Isla  de  Atlántis, 
más  grande  que  Libia  y  que  el  Asia  Menor  juntas,  era,  según  su  opinión,  el 
gran  Continente  Americano.  Estas  tradiciones,  pues,  tan  semejantes,  tienen 
indudablemente  una  significación  histórica.  Las  varias  referencias  que  hacen 
los  antiguos  escritores  griegos  a  los  Atlantes,  a  (¡uienes  colocan  en  la  extremi- 
dad de  Europa  y  África,  en  el  océano  que  tiene  su  nombre,  pueden  razonable- 
mente ser  considerados  como  vagos  y  pálidos  recuerdos  de  una  historia  rela- 
cionada con  la  isla  de  que  se  habla  en  los  anales  de  Egipto.  En  apoyo  de  esta 
interpretación  de^J^  antiguas  tradiciones,  presenta  el  siguiente  argumento 
filológico:  Las  parabras  Atlas  y  Atlántico,  no  tienen  una  etimología  satisfac- 
toria en  los  idiomas  de  Europa.  No  srm  griegas,  ni  i)crtenecen  a  ninguno  de 
los  idiomas  conocidos  del  Antiguo  Mundo;  pero  eri  la  lengua  náhuatl  enct)n- 
tramos  inmediatamente  la  a  radical,  atl  que  significa  agua,  guerra  y  parte  supe- 
rior de  la  cabeza  (Molina,  Vocabulario  de  Is  lenguas  castellana  y  mexicana). 
De  esa  palabra  se  derivan  muchas  otras,  tales  como  atlán,  que  significa  a  la 
orilla  o  junto  al  agua,  de  la  cual  se  forma  el  nombre  atlántico.  Tenemos  tam- 
bién la  voz  atlaza,  combatir  o  estar  en  agonía,  y  significa  también  salir  precipi- 
tadamente del  agua,  formándose  el  pretérito  atlaza.  Una  ciudad  llamada 
Atlán,  existía  cuando  este. Continente  fué  descubierto  por  Colón,  y  se  dejaba 


I 


I 


—  75  — 

*■ 

W  ver  en  la  entrada  del  golfo  de  Uraba,  en  el  Darién,  con  un  buen  puerto.     Hoy 

"^  está  reducida  a  un  pequeño  pueblo  que  llaman  Acia". 

En  tercer  lugar,  aduce  opiniones  expresadas  en  pro  de.su  teoría,  para  de- 
mostrar que  los  hombres  científicos,  que  han  estudiado  la  cuestión,  creen  que 
había  antes  una  gran  parte  de  tierra  que  se  extendía  en  el  Atlántico,  de  la  ma- 
nera que  se  ha  dicho.  El  primer  escritor  que  cita,  es  Moreau  de  Saint-Mery, 
autor  de  la  "Descripción  topográfica  y  política  de  la  parte  española  de  la  isla 
de  Santo  Dimingo",  publicada  en  1796,  y  es  cornos  igue : — Hay  algunos  que,  al 
examinar  el  mapa  de  América,  no  se  concretan  a  pensar,  con  el  Plinio  francés, 
que  las  innumerables  islas  situadas  entre  la  embocadura  del  Orinoco  y  el  canal 
de  Bahamas  (islas  que  cpmprenden..varios  promontorios,  que  no  se  ven  en  las 
mareas  altas  o  cuando  el  mar  está  muy  agitado)  deben  considerarse  como 
cimas  de  las  elevadísimas  montañas,  cuyas  bases  y  flancos  están  sumergidos  en 

^^1  el  agua,  sino  que  avanzando  más,  suponen  que  dichas  islas  son  las  crestas  ele- 
vadas de  la  cadena  de  montañas,  que  ocupaban  una  parte  del  contienente  cuya 
sumersión  produjo  el  golfo  de  México.  Mas  para  sostener  esta  teoría,  debe 
agregarse  que  otra  gran  porción  de  la  superficie  de  tierra  que  unía  las  islas  de 
este  archipiélago  con  el  Continente,  desde  Yucatán  hasta  la  boca  del  Orinoco, 
fué  sumergida  de  igual  manera,  lo  mismo  que  la  superlcie  que  las  ponía  en  con- 
tacto con  la  península  de  la  Florida  y  otras  tierras,  que  deben  haber  formado 
la  parte  Setentrional ;  porque  no  podemos  imaginar  que  estas  montañas,  cuyas 
cimas  aparecen  sobre  el  nivel  del  agua,  estuviesen  en  la  línea  donde  termina- 
ba el  Continente". 

.  Cita  también  otra  autoridad,  de  la  que  no  se  puede  sospechar,  dice,  y  es 
M.  Carlos  Martins,  que  escribió  en  "La  Revista  de  Ambos  Mundos",  del  1°  de 
marzo,  lo  siguiente :  "Ahora,  pues,  la  hidrografía,  la  geología  y  la  botánica, 
están  de  acuerdo  en  enseñarnos  que  Las  Azores,  las  Canarias  y  la  isla  de  Ma- 
dera, son  restos  de  un  gran  Continente,  que  antiguamente  unía  Europa  con 
Norte-América".  Pudo  citar  otros  autores,  que  se  expresan  de  la  misma  ma- 
nera, y  aún  tenía  a  su  favor,  como  haber  explanado  el  argumento  filológico, 
apelando  a  nombres  muy  conocidos  aquí  en  Guatemala,  como  Atitlán,  Amati- 
tlán,  Cuxcatlán,  etc.,  que  están  junto  al  agua.  La  más  moderna  y  avanzada 
escuela  de  especulaciones  geológicas  no  excluye  el  "catastrofismo",  y  por  tanto, 
no  niega  la  posibilidad  de  cambios  tan  grandes  y  repentinos. 

La  antigüedad  de  la  raza  humana  es  muchísimo  mayor  de  lo  que  general- 
mente creen  aquellos  que,  para  hacer  sus  cálculos,  se  sujetan  a  observar  el 
sistema  cronológico  de  la  Edad  Media.  La  arqueología  y  la  ciencia  lingüística, 
por  no  hablar  aquí  de  la  geología,  dan  por  cierto  que  el  período  que  tarsncurrió 
entre  el  principio  de  la  raza  humana  y  el  nacimiento  de  Jesucristo,  se  podría 
calcular  con  más  aproximación,  si  los  siglos  que  se  enumeran  en  las  cronologías 
rabínicas,  se  contaran  como  milenarios  (i). 


(1)    L'Evolution  blologique  et  humaine  por  F.  Sacco. 


-76- 

En  191 1  encontró  Mr.  Dubalen,  conservador  de  los  museos  de  Mont-de- 
Marsan,  cerca  de  Dax  en  la  gruta  de  Riviére,  una  cara  humana  grabada  en  un. 
fragmento  de  hueso.  En  esta  gruta  que  se  remonta  al  período  paleolíthico, 
a  las  épocas  aurionaceanas,  se  han  hallado  también  instrumentos  y  utensilios 
de  silex,  hueso  y  marfil.  La  Sociedad  Prehistórica  Francesa  ha  comenzado 
el  estudio  de  esos  descubrimientos,  que  se  refiere  a  objetos  que  tienen  miles  de 
miles  de  años. 

En  California,  en  las  riberas  del  Mississipi,  en  Nebraska,  en  México  y 
Centro-América,  se  han  encontrado,  en  ocasiones  diversas,  fósiles,  utensilios  y 
grabados  que  demuestran  la  existencia  del  hombre  prehistórico,  en  remotísi- 
mas edades  (i).  Esa  confusa  congerie  de  artefactos  y  últiles,  fragmentos  y 
esqueletos  de  animales  ya  desaparecidos,  prueba  que,  como  opina  Haeckel  (2) 
han  transcurrido  centenares  de  miles  de  años  desde  que  se  inició  la  raza  hu- 
mana sobre  la  tierra. 

Los  datos  aportados  por  los  sondeos  del  mar,  la  distribución  de  la  fauna 
y  de  la  flora,  la  semejanza  de  lenguaje  y  tipo  etnográfico,  la  analogía  de  la 
el  diluvio,  el  testimonio  de  antiguos  filósofos,  y  en  fin,  los  manuscritos  ameri- 
arquitectura,  creencias  y  ritos  sagrados,  las  tradiciones  arcaicas  sobre 
canos  primitivos,  son  fuentes  de  criterio  para  considerar — como  opinión  cien- 
tífica— la  teoría  de  la  Atlántida.  Autores  concienzudos  afirman  que  hubo  cua- 
tro cataclismos  principales :  uno,  hace  ochocientos  mil  años,  otro  menos  im- 
portante, hará  cosa  de  dos  mil  años,  el  tercero  ocurrido  hace  ochenta  mil  años, 
que  fué  muy  grande,  y  destriiyó  todo  lo  que  quedaba  del  Continente  Atlante, 
menos  la  famosa  isla  Poseidón,  que  ocupaba  gran  parte  del  golfo  actual  mexi- 
cano, y  que  a  su  vez  se  sumergió,  en  la  cuarta  y  última  catástrofe,  9,564  años 
antes  de  la  era  cristiana. 

Dícese  que  la  Atlántida  fué  ocupada  por  razas  rojas,  amarillas  y  negras,  lo 
cual  coincide  con  las  investigaciones  de  Le  Plongeon,  Quatrefages,  Bancroft  y 
otros  etnólogos,  que  han  demostrado  que  las  poblaciones  obscuras,  de  tipo 
africano  existían,  aún  en  tiempos  no  muy  remotos,  en  América,  antes  de  la  con- 
quista. El  Popol-Vuh  refiere  que  hombres  negros  y  blancos,  juntamente  vi- 
vían en  esta  tierra  fehz,  muy  en  paz,  hablando  la  misma  lengua".  Vagamente 
se  ven  desfilar  ante  la  historia  hombres  de  diversas  razas  en  el  Centro  de 
América. 

El  profesor  Retzius  dio  una  interesante  conferencia,  que  se  registra  en  su 
Smithonian  Report,  poniendo  de  manifiesto  que  los  primitivos  dolicocéfalos  de 
América,  están  íntimamente  relacionados  con  los  guanches  de  las  islas  Cana- 
rias y  con  la  población  de  la  costa  africana  del  Atlántico,  población  a  la  cual 
Latham  designa  con  el  nombre  de  egipcio-atlante.  La  misma  forma  de  cráneo 
se  encuentra  en  las  islas  Canarias  y  en  la  población  de  la  costa  africana,  que 


(1)  Cronau .    América,  1. 1  p.  39. 

(2)  Historia  de  la  Creación,  tomo  VIII. 


en  las  islas  caribes,  junto  a  la  costa  americana.  El  color  de  la  piel  es  en  ambas 
.poblaciones  rojizo  obscuro.  En  la  obra  de  Winchell  "Pre-adamites"  se  aducen 
argumentos  para  explicar  que  la  variedad  de  matices  de  las  razas  americanas, 
rojo,  blanco,  cobrizo,  aceitunado,  negro,  cinamomo,  bronceado,  castaño  y  ama- 
rillo, proviene  de  los  colores  y  mezclas  de  las  razas  originales  del  Continente 
Atlante.  Ignacio  Donelly  ha  reunido  muchísimos  datos  sobre  este  asunto,  en 
su  eruditísimo  libro,  que  lleva  el  nombre  de  Atlantis. 

Cuando  hace  miles  de  siglos,  se  hallaba  la  tierra  en  vía  de  crecimiento, 
separada  por  un  brazo  de  mar,  de  su  tronco  el  Continente  Atlante,  sobrevino 
acaso  tan  estupendo  cataclismo,  que  en  lo  geológi^CL  etnográfico  y  físico,  hubo 
de  dar  a  todo  nuevos  aspectos  y  formas.  Los  hurraimientos,  las  elevaciones, 
los  diluvios,  las  tempestades,  los  terremotos  y  las  pestes,  ^ansiguientes  a  aque- 
lla ciclópea  formación  de  volcanes,  continentes  e  islas  niretras,  quedando  per- 
didas dentro  de  los  abismos  del  mar,  fecundas  y  civilizadas  tierras,  con  pobla- 
ciones diversas  y  numerosísimas,  se  remontan  a  una  fecha  tan  inmensamente 
lejana  de  nosotros,  que  nos  cuesta  trabajo  hasta  imaginarla. 

Historiadores  modernos  hay,  como  Mr.  Hamy  y  el  mexicano  Chavero,  que 
aducen  los  trabajos  recientes  de  los  paleontologistas  y  de  los  geólogos,  pro- 
bando un  Atlántida  terciaria.  Las  conchas,  dicen,  los  insectos,  y  toda  la  fauna, 
lo  mismo  que  la  flora  terciarias,  de  las  dos  riberas  del  Atlántico,  son  idénticas. 
¡  Coincidencia  extraña !  De  aquellas  orillas  debieron  partir,  miles  de  siglos 
más  tarde,  las  carabelas  del  genovés  inmortal,  que  ligó  de  nuevo  los  perdidos 
Continentes,  uniendo  razas,  ideas  y  aspiraciones. 

^Ijt^ller  de  la  existencia  está  por  donde  quiera^  Las  flores,  los  insectos, 
todos  los  seres  vivos,  que  encuentran  el  mismo  suelo,  y  la  misma  temperatura 
se  hallan  bien,  están  en  su  patria  (i).  Las  plantas  son  archivos  del  pasado, 
los  insectos,  las  aves,  los  mamíferos,  mementos  vivos,  que  evocan  la  historia  de 
las  revoluciones,  sepultadas  bajo  los  mares  primitivos.  Aquellas  conchas  que 
quedaron  apartadas  de  las  conchas  de  este  lado  del  mar,  cuando  se  hundió  la 
Atláwtida,  siempre  fueron  hermanas.  Aquellas  plantas  que  se  encuentran  en 
los  dos  confines  del  Viejo  y  del  Nuevo  Mundo,  pasaron,  sin  duda,  de  un  hemis- 
ferio al  otro.  Hay  que  reconstruir,  en  nuestra  mente,  el  territorio  perdido, 
que  les  sirvió  de  camino.  Así,  de  generación  en  generación,  las  flores,  y  los 
animales  han  cruzado  los  océanos,  sobre  los  lomos  de  las  cordilleras,  antes  de 
que  el  cataclismo  las  sumergiese  en  los  senos  de  las  aguas.  Hay  que  convenir 
con  C.  Ritter  en  que  el  nordeste  de  América,  por  sus  condiciones  naturales — 
como  el  sistema  de  los  vientos,  las  corrientes  marinas  y  el  clima — tuvo  en  todo 
tiempo  más  íntima  afinidad  telúrica  con  Europa  que  con  la  América  meridional. 

Juntos  estaban  los  Continentes,  en  la  época  de  la  piedra  pulida,  según  mu- 
chos etnólogos  creen.  Nuestros  indios  labi:aban  admirablemente  la  oxidiana, 
el  cristal  de  roca  y  la  esmeralda,  sin  ayuda  del  acero ;  pero  en  la  edad  de  hierro. 


(1)    El  Mundo  antes  de  la  creación  del  hombre.    Figniier  y  Zimmermann. 


-78- 

ya  el  apocalíptico  hundimiento  había  puesto  las  aguas  entre  ambos  mundos, 
toda  vez  que  aquí  en  América  no  se  conoció  ese  metal,  a  pesar  de  que  abunda- 
ba por  muchas  partes,  y  que  entre  los  nahoas  se  levanta  un  volcán,  en  Durango, 
que  todavía  existe,  con  tanto  hierro  como  para  abastecer  al  mundo  entero.  En 
América  la  edad  de  hierro  se  sustituyó  por  la  de  cobre  (i). 

Ni  sólo  por  el  Atlántico,  presumen  muchos  escritores  que  estaba  unido  el 
Nuevo  con  el  Antiguo  Mundo,  sino  que  también  del  lado  del  Pacífico,  se  jun- 
taban el  país  de  Gales,  la  Cafrería,  la  Australia  y  la  Nueva  Zelanda,  que  ha 
quedado  con  su  hombre  trácico ;  pero  que,  por  algún  tiempo,  continuó  unida 
a  nuestro  Continente,  desde  la  Patagonia  hasta  el  Perú.  Por  atra  parte,  agre- 
ga el  autor  de  "México  al  través  de  los  Siglos",  las  tierras  debieron  estar  uni- 
das hacia  el  Norte,  de  la  Nueva  Guinea  a  la  Nueva  Caledonia,  a  las  islas  Mar- 
quesas, a  California  y  a  las  praderas  de  Nebrasca,  que  tenían  hombres  de  la 
misma  raza. 

La  civilización  de  los  otomíes  apenas  si  merece  tal  dictado,  para  aquellos 
primitivos  hombres  que  vivían  en  las  cavernas,  sin  dioses,  ni  leyes,  sin  más 
ritos  que  los  funerarios,  abortos  medrosos  del  afligido  corazón. 

Los  otomíes  y  los  nahuas  se  extendían  por  el  Norte,  y  los  mayas  por  el 
Sur  de  México,  habiéndose  esparcido  por  el  istmo  centro-americano  la  civili- 
zación maya-quiché.  Las  tradiciones  bíblicas  no  podían  alcanzar  a  la  pérdida 
de  la  Atlántida,  como  que  habían  nacido  en  remota  región.  Lo  que  en  el  an- 
tiguo Testamento  se  dice,  es  que  Noé  tenía  seiscientos  años  cuando  el  diluvio 
universal,  y  entró  con  sus  tres  hijos  casados  en  el  arca.  En  el  antiguo  imperio 
babilónico  se  halla  la  misma  tradición,  sólo  que  el  hombre  salvado  se  llamaba 
Xisuthros.  En  la  doctrina  de  Somoastro,  que  vivió  trescientos  años  antes  (|uc 
Moisés,  aparece  el  castigo  del  diluvio.  Los  indios  dicen  que  Manú  (que  en 
sánscrito  significaba  hombre)  que  representa  al  pueblo  arya,  y  para  ellos  a  la 
humanidad,  sobrevivió  al  diluvio,  y  se  fué  al  país  de  los  bienaventurados,  que 
se  cree  fuera  la  Eachemira.  En  el  Bramana  figura  la  historia  del  pez  que  cre- 
ció e  inundó  las  aguas,  salvando  a  Manú.  Los  Lituanos  recordaban  ft)s  gi- 
gantes, que  eran  el  agua  y  el  viento,  que  el  dios  Pramzimas  había  mandado 
para  castigar  sus  iniquidades.  Los  griegos  tenían  su  leyenda  diluviana.  To- 
dos los  pueblos  del  Asia  hablaban  de  la  lluvia  de  los  cuarenta  días  y  cuarenta 
noches,  con  variantes  de  accidentes  y  aditamentos  heroicos.  En  Guatemala 
y  en  Nicaragua  tuvieron  los  primitivos  aborígenes  tradición  del  diluvio,  según 
enseña  Bancroft  (2).  Pero  la  edad  cosmogónica  en  nuestros  Continentes,  se 
produce  por  la  invasión  de  los  mares  sobre  la  tierra,  por  el  lago  de  las  olas  de 
los  atlantes,  por  el  Atonathiu  de  los  nahoas ;  y  es  por  lo  mismo,"  un  aconteci- 
miento distinto  del  diluvio  (3). 


ll]    Figuier.— La  tierra  antes  del  diluvio. 

12]    Tomo  V.  p.  13. 

[31    México  a  travez  de  los  Sigrlos.  tomo  I.  p.  84. 


—  79  — 

La  hipótesis  de  la  Atlántida  es  aceptable  a  juzgar  por  la  geología,  paleon- 
tología y  etnografía  del  Continente ;  y  existen  algunos,  como  Brasseur  de 
Bourbourg,  Le  Plongeon  y  Chavero,  que  opinan  haber  sido  aquí  la  cuna  de  la 
humanidad  y  de  la  civilización  universal.  Ni  Jaltan  anticuarios  que  sostienen 
que  Guatemala  y  Hqp'^"^^'^  '^^  «^nmexgieron  enteramente  con  el  cataclismo,  y 
I  volvieron  después  a  salir  ajflote  del  líq.ujdo  elemento^ 

ETdístinguido  americahista  francés,  Paul  Gaííarel  escribió  una  obra  que 
lleva  por  título  "Etude  sur  les  rapports  de  1'  Amérique  et  de  V  ancien  Continent, 
avant  C.  Colomb",  en  la  que  demuestra  que  por  la  Atlántida  perdida,  tuvieron 
mtimo  contacto,  en  época  remota,  el  Nuevo  Mundo  y  el  Antiguo.  En  1874, 
Mr.  Roisel  dio  a  luz,  en  París,  un  gran  volumen,  en  octavo,  sobre  los  Atlantes, 
"Eludes  antéhistoriques.  Les  Atlantes",  en  que  se  muestran  profundamente 
convencidos,  por  la  geología  y  por  la  tradición,  de  haber  existido  un  gran  Con- 
tinente, que  se  abismó  entre  las  olas  de  los  mares,  por  virtud  de  la  evolución 
de  las  fuerzas. 

La  prueba  más  reciente  de  la  existencia  de  la  Atlántida  se  debe  al  sabio 
profesor  Heinrich  Schliemann,  cuyo  nombre  es  conocido  en  todo  el  mundo 
ilustrado,  por  las  célebres  investigaciones  que  hizo  en  la  antigua  ciudad  de 
Troya  y  los  notables  descubrimientos  arqueológicos  que  llevó  a  cabo.  Entre 
ellos  el  más  trascendental  fué  el  hallazgo  de  un  gran  jarro  de  bronce,  que  con- 
tenía medallas,  monedas,  piezas  de  barro  y  objetos  de  hueso  fósil.  Tanto  el 
jarro,  como  varios  de  esos  objetos  estaban  grabados  con  una  inscripción  en 
geroglíficos  fenicios,  que  decían :  "Del  rey  Chronos  de  Atlantis".  El  propio 
sabio,  diez  años  más  tarde,  descubrió  en  el  Louvre,  en  una  colección  deobje^ 
tos  excabados  en  Centro-América,  piezas  de  barro  de  la  misma  forma  y  mate-l 
ría  exactamente,  y  utensilios  de  hueso  fósil,  que  reproducían  los  encontrados» 
en  el  bronce  que  se  halló  en  el  Tesoro  de  Priamo.  Los  vasos  de  Centro- Amé- 
rica eran  incuestionablemente  de  la  misma  mano  de  obra  que  los  descubiertos 
en  Troya,  sin  inscripción  fenicia.  Unos  y  otros  objetos  fueron  sometidos  a 
análisis  químico  y  resultan  ser  del  mismo  barro,  que  por  cierto  no  era  ni  de 
Fenicia,  ni  de  la  América  del  Centro.  Los  utensilios  de  metal  contenían  una 
combinación  de  platino,  aluminio  y  cobre,  combinación  nunca  encontrada  en 
otra  parte.  El  doctor  Schliemann  halló  también  un  papyrus,  en  el  Museo  de 
San  Petersburgo,  escrito  en  el  reino  de  Faraón  de  la  Segunda  Dinastía,  conte- 
niendo un  detalle  de  cómo  aquel  rey  mandó  una  expedición  al  Occidente  en 
busca  de  trazos  de  la  tierra  Atlante  "de  donde  3,350  años  antes  los  antepasados 
de  los  egipcios  llegaron,  trayendo  consigo  la  sabiduría  de  su  tierra  nativa". 
La  expedición,  segn  el  papyrus,  regresó  a  los  cinco  años,  sin  haber  encontrado 
ni  gente,  ni  objetos  que  dieran  señales  de  la  perdida  tierra.  Otra  prueba  obtu- 
vo el  doctor  Schliemann,  según  asegura,  en  sus  investigaciones  en  la  Puerta  del 
León  en  Creta.  La  inscripción  encontrada  ahí  conmemoraba  cómo  los  egi])- 
cois  descendían  del  hijo  de  Taaut  o  Thoth,  hijo  de  un  sacerdote  dé  Atlantis. 


—  So- 
que se  había  enamorado  de  la  hija  del  rey  Chronos,  y  después  de  huirse  y  de 
mucho  vagar,  había  llegado  a  Egipto.     Decíase  que  él  había  construido  el 
templo  de  Sais,  en  donde  enseñó  la  sabiduría  de  su  propio  país. 

En  una  obra  interesante  del  octogaiario  profesor  Edward  IIull,  intitulada 
"The  Suboceanic  Physiography  of  the  North  Atlantic  Ocean",  se  encuentran 
pruebas  de  la  existencia  de  la  Atlántida.  Demuestra  que  las  Azores  son  picos 
de  un  Continente  sumergido  en  el  período  de  Plelstoceno.  El  profesor  Zerfiíi 
observa,  en  su  "Historical  Development  of  Art",  que  las  pirámides,  templos  y 

I  palacios  de  las  antiguas  ruinas  de  Guatemala  están  en  íntima  relación  con  las 
de  Egipto.  A  ese  respecto,  es  oportuno  apuntar  que  en  poder  del  presbítero 
don  Luis  Montenegro  y  Flores  existen  dos  jarrones  de  finísimo  barro,  encon- 
trados en  un  pueblo  de  nuestros  indios,  jarrones  que  son  de  forma  completa- 
mente egipcia  y  pueden  verse  en  esta  capital. 

La  verdad  es  que  la  imaginación  se  pierde  en  esos  remotísimos  tiempos,  y 
no  se  alcanza  ni  a  concebir  cuan  distantes  están  de  nosotros,  como  si  fuera  un 
mar  sin  orillas  o  un  abismo  que  no  tiene  fondo  (i).  Es  curioso  observar,  en 
cuanto  al  origen  del  hombre,  que  primero,  se  le  juzgaba  en  Asia,  en  la  Lemu- 
ria;  después  se  quiso  hacerlo  venir  de  África  (2)  y  no  faltan  sabios  que  sos- 
tienen haber  sido  América  la  cuna  de  la  humanidad.  Todo  lo  cual  prueba  que, 
en  esos  puntos,  no  alcanza  la  inteligencia  humana  conclusiones  ciertas.  Mu- 
chas teorías,  no  pocas  suposiciones,  y  absurdas  hipótesis,  se  han  hecho  también 
acerca  del  origen  de  los  americanos,  según  se  ha  podido  ver  en  el  capítulo  an- 
terior. 

Ha  habido  empedernidos  escudriñadores  empeñados  en  probar  que  en  esto 
Continente  estuvieron  los  fenicios,  los  egipcios,  los  griegos  y  hasta  los  cartagi- 
neses fugitivos.  Voluminosas  obras,  como  la  de  Jorge  Jones,  se  han  escrito, 
queriendo  demostrar  que  los  israelitas  visitaron  estas  tierras  americanas,  y  que 
la  tribu  perdida  se  convirtió  en  pieles  rojas.  Existen  libros  que  aseguran  ha- 
ber predicado  Santo  Tomás  el  Evangelio  en  nuestras  latitudes ;  y  que  los  mor- 
mones  anduvieron  solazándose  por  las  altiplanicies  de  nuestro  rico  suelo.-  Los 
monophyletes  y  los  polyphyletes,  han  caído  en  aberraciones  ridiculas,  hasta 
creer  que  debe  de  haber  sido  un  país  tropical  el  primeramente  poblado,  ya  que 
el  orangután,  el  chimpancé  y  el  gorila,  parientes  próximos  del  hombre,  viven 
contentos  en  esas  calurosas  tierras!. . . . 

No  hay  que  olvidar  que  la  similitud  de  ciertas  ideas,  la  semejanza  de  al- 
gflnas  costumbres,  la  identidad  de  varios  ritos,  o  la  comunidad  de  cualquiera 
tradición,  demuestran  lo  propenso  del  hombre  a  producir  lo  mismo,  en  iguales 
condiciones  de  cultura,  en  análogo  grado  de  civilización.  Las  inmigraciones, 
visitas,  invasiones,  y  mucho  de  lo  que  varios  historiadores  traen  a  cuento,  para 


(1)  l^i^itol•ia  (le  la  Tierra.— Neumaypr. 

(2)  Rrlnton,  Serpi.  Folkmar.  Iveane. 


—  8i  — 

acabar  de  obscurecer  este  asunto,  harto  discutido  y  bastante  incierto,  ofrecen 
ancho  campo  de  investigación.  La  naturaleza  jamás  procede  por  saltos,  y  han 
sido  el  tiempo  y  los  elementos  diversos,  los  agentes  del  desarrollo  de  la  obra  de 
Dios  en  nuestro  planeta. 

Que  hubo  un  vasto  Continente  que  se  abismó  en  el  océano,  dejando  asti- 
llas esparcidas,  o  muchas  islas  regadas  al  través  de  la  mar  de  zargazo,  pudiera 
ser  cierto ;  pero  que  en  ese  mundo  perdido  entre  las  olas  tropicales,  fuese  donde 
primero  existió  el  hombre,  como  piensan  Adrew  Murray  (i)  y  otros  escrito- 
res que  hemgs  citado,  es  ciertamente  hasta  hoy  un  misterio.  Ese  primogénito 
del  naufragio  de  un  mundo,  ese  abismo  oceánico  que  oculta  los  primeros 
orígenes  de  la  vida  de  la  humanidad,  esa  cuna  que  es  una  sima,  ese  universo 
que  sosobra  en  el  fondo  de  las  aguas,  como  una  barca  bajo  el  peso  del  primer 
hombre,  presenta  una  idea  sublime. . . .  ¿pero,  es  verdadera?  No  se  responde 
a  un  misterio  con  otro  misterio  mayor  (2). 

Lo  que  sí  es  aceptable,  y  la  geología  lo  pregona,  y  la  paleontología  lo  hace 
presumir,  es  que  hubo  cataclismos  ante-diluvianos  en  América,  que  dejaron 
sepultados  los  huesos  de  enormes  paquidermos,  cuya  existencia  había  menester 
un  extenso  Continente,  proporcionado  a  su  desarrollo  vital.  Cuando  los  gran- 
des hemisferios  terrestres  estuvieron  unidos,  los  colosos  del  mundo  animal 
transmigraban  ;  pero  al  romperse  el  planeta  en  pedazos,  fueron  pereciendo  los 
gigantes  vertebrados,  porque  ya  no  disfrutaron  del  ambiente  en  que  habían 
nacido.  Por  los  huesos  fósiles,  por  el  tamaño  de  las  tumbas,  por  las  dimen- 
siones de  ciertos  ídolos,  y  por  otras  varias  causas,  no  sería  del  todo  inverosímil 
como  ya  lo  hemos  dicho,  que  hubiese  habido  por  acá  algunos  hombres  de  talla 
gigantesca  (3). 

"Corrugación  ingente  de  la  tierra,  en  su  fase  inicial,  presenta  el  istmo 
como  el  dorso  encrespado  de  un  gato,  que  acaba  de  levantarse  del  tibio  res- 
coldo del  hogar,  y  se  frunce  y  enarca  al  contacto  con  el  aire  frío,  o  que  bufa 
en  presencia  de  un  perro,  cuyo  sereno  continente  le  crispa  los  nervios". 

Nudo  gordiano  de  los  Andes,  que,  como  si  estas  moles  temieran  el  des- 
equilibrio de  ambos  océanos,  se  inclinan  al  Pacífico,  robándole  de  siglo  en  si- 
glo, de  día  en  día  y  de  momento  en  momento,  un  pedacito  de  sus  cristalinos 
dominios,  y  dejando  expuestas  a  la  voracidad  del  Atlántico  las  tierras  bajas 
del  Norte  y  del  Este". 

Así  quedó  después  del  gran  cataclismo  la  América  Central,  formando  la 
garganta  más  portentosa  que  existe  en  la  tierra.  Geológicamente,  es  la  arista 
volcánica  que  contuvo  el  horrendo  hundimiento,  que  sepultó  un  gran  mundo 
en  el  mar ;  históricamente,  se  considera  hoy,  como  el  país  misterioso  que  guar- 
da más  elementos  de  la  primitiva  cultura  humana ;  geográficamente,  es  el  lazo 


(1)  The  Geoííraphical  distrlbution  of  mammals,  75  page,  London. 

(2)  Quinet,  La.  Creación,  T.  I.  Page  323.    Madrid  1871. 

(H)    Campe— Historia  de  América.    Tomo  I.    Administración  de  la  España  Moílerna. 


—  82  — 

de  unión  entre  los  dos  hemisferios  colombinos,  y  llegará  a  convertirse  en  cen- 
tro del  comercio  del  mundo.  En  su  superficie  de  164,000  millas  cuadradas, 
cabrían  cien  millones  de  hombres,  sin  desesperar  en  la  lucha  por  la  vida.  Las 
costas,  que  se  extienden  más  de  trescientas  leguas,  denotan  por  su  configura- 
ción, que  el  istmo  quedó  como  el  eje  del  mundo,  que  fué  sumergido  repentina- 
mente en  el  océano. 

Los  vértices  de  los  husos  esféricos  en  que  está  cortado  el  casco  de  la  tierra, 
concurren  bajo  el  suelo  de  la  América  del  Centro  y  el  de  las  islas  de  la  Sonda, 
y  forman  puntos  de  contacto  de  grandes  potencias  ígneas,  que  ca\isaron  la  ex- 
plosflSn  de  la  Atlántida,  dejando  un  istmo  salpicado  de  volcanes,  en  el  cual 
corre  sobre  estrecha  base  la  Cordillera,  con  tantos  ramales,  que  el  mapa  de 
relieve  semeja  un  papel  estrujado  por  gigantesca  mano,  puesto  entre  las  aguas 
de  los  grandes  océanos,  para  ligar  los  hemisferios.  El  taller  plutónico  deshizo- 
un  mundo,  cuya  descarnada  espina  dorsal  bien  dcia  ver  Ins  rastros  del  ca- 
taclismo. 

¡Al  titilar  la  estrella  matutina,  cuando  las  sonil>ras  de  la  iukIic  comenza- 
ban a  descorrer  su  negro  manto,  en  un  instante,  desequilibróse  la  costra  sólida 
de  nuestro  planeta,  y  se  abismó  con  una  gran  parte  de  la  Atlántida,  la  Ciudad 
de  las  Puertas  de  Oro,  que  asentada  en  la  costa  oriental  del  Continente,  a  los 
15?  del  Ecuador,  al  Norte,  tenía  jardines,  lagos,  edificios  suntuosos,  barcos 
raros,  hermosas  mujeres,  sistema  monetario,  profundos  conocimientos  aritmé- 
ticos y  astronómicos,  y  un  modo  de  ser  político  casi  comunista,  con  castas  su- 
periores y  suficientes  riquezas!  (i). 

En  la  Historia  de  la  Creación,  del  célebre  Burmeister  (capítulo  XV)  se 
pinta  con  colorido  adecuado  el  levantamiento  de  las  montañas,  en  aquella  edad 
remotísima,  en  que  la  cordillera  de  los  Andes  ai)arec¡ó  j)ara  contener  las  aguas 
del  mar,  que  se  había  tragado,  después  de  la  época  glacial,  otros  Continentes 
muy  poblados.  La  geología  estratigráfica  explica  la  formación  de  esas  cordi- 
lleras volcánicas,  .que  se  solevantaron  como  los  Alpes,  los  Pirineos,  el  Tauro, 
el  Himalaya  y  la  soberbia  cadena  de  los  Andes,  espina  dorsal  del  Continente 
Americano  (2). 

Esas  cumbres,  esos  picos  centro-americanos,  tienen  su  historia,  su  origen, 
su  grandeza,  su  decadencia,  hasta  su  biografía.  Ahí,  donde  hoy  se  alzan  nues- 
tros volcanes,  hubo  mares  desconocidos,  sin  nombre,  que  iban  depositando 
lentamente  en  sus  cauces,  sin  que  lo  supiera  el  resto  del  universo,  denso  manto 
de  capas  sedimentarias,  que  merced  a  la  evolución  ocasionada  por  la  mano 
fría  de  la  eternidad,  hizo  que,  en  una  de  esas  primitivas  auroras,  se  alzase. 


(1)  Bosauejo  Geográfico,  histórico  y  etnofirráflco  de  la  configuración  del  mundo,  en  varios  períodos, 
por  Scott-Elliot,  página  57. 

(2)  Sobre  la  teoría  de  la  Atlántida,  véanse,  además  de  los  autores  citados,  los  siifuientes;  Irvlng's 
Columbas,  vol.  I  p.  24,  38,  vol.  IIT.  p.  410,  512-Sanson  d'  Abavllle,  L'Amériuue,  p.  l,  3.— Larrálnzar,  Dicta- 
men,  p.  8,  25— Bradford's,  Acer.  Antiu.  p.  216,  22-M'Culloh's,  Researches  en  América,  v>  36,  32— Fontaine's 
How  tlie  world  was  peopled,  256.— Smit's,  Human  Specles,  p,  83. 


como  a  aspirar  la  luz.  esa  legión  de  montañas,  cuyas  serenas  cabezas  relativa- 
mente jóvenes,  dominaban  los  viejos  pliegues  de  aquel  inmenso  ropaje,  que 
dejaron  caer  desde  sus  hombros ;  pero  sus  frentes  granitoidales,  proseguían 
alzándose  hasta  las  nubes,  como  si  buscaran  otras  alturas,  nuevas  regiones, 
vida  astral.  Fueron  plutónicos  héroes  que,  para  luchar  con  libertad,  dejaron 
a  sus  pies  el  regio  manto  y  se  irguieron  hasta  el  cielo ! 

i  Sacratísimos  volcanes,  que  en  el  horizonte  de  mi  ciudad  natal,  he  contem- 
plado desde  que  era  niño,  al  pensar  en  vuestra  historia,  me  confundo,  creyén- 
dome más  pequeño  que  la  mata  de  silvestres  flores,  que  vive  descuidada  entre 
las  profundas  grietas  de  vuestros  añosos  valles !  ^ 

En  estos  últimos  tiempos  se  ha  hecho  muy  general  entre  los  americanistas 
la  teoría  que  atribuye  carácter  autóctono  a  los  americanos.  Las  modernas  in- 
vestigaciones científicas  garantizan  dicha  opinión.  Bradford,  Catlin  y  otros 
más  recientes  escritores  creen  que  el  hombre,  "Como  las  plantas,  los  demás 
animales,  y  todos  los  seres  mundanos,  hizo  su  aparición  sobre  la  tierra,  cuando 
nuestro  planeta  hubo  alcanzado  las  condiciones  necesarias,  propicias  y  deter- 
minantes para  la  existencia  de  ese  ser,  y  su  adaptación.  El  doctor  Morton 
sostiene  que  la  estructura  física,  del  cráneo  más  que  todo,  excluye  a  las  ramas 
de  la  raza  caucásica  de  haber  poblado  el  Nuevo  Mundo  (i). 

Las  evoluciones,  metamorfosis  y  cataclismos,  más  que  en  ninguna  región 
del  planeta,  se  han  realizado  en  el  Nuevo  Mundo,  y  muy  especialmente  en  el 
corazón  del  Continente,  en  la  América  Central,  que  ofrece  la  clave  para  inves- 
tigar las  cuestiones  de  orígenes,  y*  penetrar  de  lleno  en  la  biología  de  estas 
comarcas,  que  arroja  luz  sobre  los  pobladores  autóctonos,  la  perdida  Atlántida, 
la  lingüística  indiana  y  el  arte  monumental  más  antiguo  y  adelantado  de  los 
primitivos  tiempos  de  América. 

Historiadores  modernos  creen  (2)  que  la  raza  indígena,  juzgada  confor- 
me a  los  principios  de  la  escuela  evolucionista,  es  indudable  que  está  en  un 
período  de  cierta  perfección  y  progreso  corporal,  aun  cuando  la  civilización 
y  cultura  que  alcanzaba  al  verificarse  la  conquista  fueran  inferiores  a  las  de 
las  naciones  de  Europa.  La  raza  indígena  de  estos  países  tiene  caracteres  que 
conserva  todavía  puros.  En  cuanto  a  las  dentaduras  de  los  indios,  tenemos 
que  apuntar  que  hay  varios  escritores  que  no  están  de  acuerdo  con  lo  enseñado 
por  Chavero.  Lo  que  sí  se  ha  observado  en  la  raza  pura  indígena,  es  que  al 
primer  cruzamiento  pierde  ciertos  caracteres  distintivos ;  y  está  probado  que 
las  razas  muy  perfeccionadas  degeneran  rápidamente  sin  una  selección  muy 
cuidadosa  (3). 

El  aliento  sólo  de  la  conquista  fué  un  soplo  de  muerte  para  los  indios ; 


(1)  Granea  Americana,  p.  260— Los  cráneos  de  Sambiquieiros  hallados  en  el  Brazil,  en  San  Pablo  y  en 
las  cavernas  calcái-eas  de  Minas  Geraes,  de  la  época  pleistocena,  y  los  cráneos  anüquísimos  de  las  costas 
centroamericanas,  hay  notable  analofrfa— Kicardo  Krone— Notas  prehist<5ricas. 

(2)  México  a  través  de  los  siglos.    Tomo  II.  p.  472.    Riva  Palacio. 
(3)    Darwing— La  déscendance  de  Thomme.  Cap.  21. 


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pero  desde  el  primer  día  de  ominosa  servidumbre,  comenzó  a  brotar  una  nueva 
prole  mezclada,  que  pronto  fué  numerosa,  y  que  lleva  en  sus  atavismos  los 
caracteres  de  sus  antecesores,  que  le  sirvieron  de  elementos  para  su  forma- 
ción. ¡  Por  la  justicia,  decía  el  libertador  José  Martí,  no  se  asimiló  el  español 
la  raza  conquistada,  sino  por  el  sexo  ineludible  de  la  india,  progenitora  de  la 
raza  mestiza;  (i).  Al  caer  vencidos  los  reyes  indianos  regalaron  las  prince- 
sas a  sus  conquistadores,  para  que  tuvieran  mujeres  de  la  tierra.  Así  inicióse 
la  raza  americo-hispana. 

Los  tiempos  ante-históricos  de  Centro-América  se  pierden  entre  las  bru- 
mas ele  miles  de  años,  hasta  los  cuajes  no  llegaron  los  fastos  humanos ;  por  lo 
que  es  oportuno  recordar  las  palabras  de  Herbert  Spencer : — "El  hombre  de 
ciencia  sincero — dice  este  gran  filósofo — contento  con  seguir  a  donde  quiera 
que  la  evidencia  le  guíe,  más  profundamente  se  convence,  a  cada  nueva  investi- 
gación que  hace,  de  que  el  universo  es  un  problema  insondable.  Si  persiguiendo 
hacia  atrás  la  evolución  de  las  cosas,  se  permite  concebir  la  hipótesis  de  que  la 
materia  toda  existió  desde  el  principio  en  una  forma  difusa,  encontrará  casi 
imposible  el  concebir  cómo  pudo  ésto  suceder ;  y  así  mismo  si  él  se  aventura 
en  el  porvenir,  no  podrá  asignar  límite  a  la  gran  sucesión  de  fenómenos  que 
siempre  se  desarrollarán  ante  sus  ojos ;  y  si  dentro  de  sí  propio  mira,  se  aperci- 
be de  que  los  dos  extremos  del  hilo  del  conocimiento  interior  están  fuera  de 
su  alcance ;  él  verá  tan  sólo  que  el  conocimiento  absoluto  es  imposible ;  él 
sabrá  únicamente,  que  debajo  de  todos  las  cosas  se  esconde  un  misterio  que 
parece  impenetrable". 

Así  y  todo,  al  través  de  las  sombras,  la  ciencia  escudriña  y  penetra  en  las 
épocas  más  remotas,  descubriendo  las  etapas  sucesivas  que  nuestra  vieja  hu- 
manidad ha  venido  salvando  laboriosamente.  Se  comienza  a  levantar  el  es- 
peso velo  bajo  el  cual  duermen  los  primitivos  pobladores  de  estas  comarcas 
centro-americanas,  y  a  resucitar  las  edades  desvanecidas  en  el  corazón  de 
América.  La  arqueología  prehistórica,  nacida  en  el  siglo  XIX,  nos  ha  reve- 
lado las  obras  de  la  industria  de  los  americanos  en  época  remotísima  anterior 
a  las  pirámides  de  Egipto. 

Así  como  los  libros  llamados  natak  de  los  brahmanes  inflamaron  el  entu- 
siasmo de  los  románticos  teutones,  para  profundizar  en  los  misterios  del  genio 
indio,  su  lengua,  sus  artes  y  sus  ciencias ;  el  Popel- Vuh  de  los  quichés,  popula- 
rizado por  un  abate  francés  y  analizado  por  un  orientalista  sapientísimo, 
difundió  en  las  naciones  cultas  gran  curiosidad  histórica,  que  se  ha  exhibido 
en  producciones  soberbias  acerca  de  nuestros  aborígenes,  sus  imperios,  razas, 
idiomas,  teogonia,  tradiciones  legendarias,  conquista  y  porvenir.  Pueblos 
autóctonos,  cuyos  orígenes  se  confunden  con  la  apariencia  de  la  humana  especie 
en  el  planeta,  dotados  por  la  naturaleza  de  bellísimas  y  fecundas  zonas ;  teo- 
cracias, un  día  poderosísima?,  que  llegaron  a  tener  soberbio  arte  monumen- 


(1)    Nuestra  América-La  Sociedad  hispanoamericana.    Fat'.  264— Habana.  1900. 


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tal  (i)  como  el  de  Persia  y  Egipto,  y  que  a  semejanza  de  estos  imperios, 
fueron  castigados  con  guerras,  devastaciones,  despotismos  y  luchas  que  pre- 
pararon aquí  la  conquista  del  indio  por  el  hombre  pálido,  el  dolor  y  el  exter- 
minio de  las  naciones  indígenas  del  Nuevo  Mundo. 

Esa  raza  lleva  remembranzas  de  otras  razas  con  las  cuales  estuvo  en  con- 
tacto, pues  como  se  sabe,  el  Brazil  se  había  unido  al  Continente  africano,  en 
época  relativamente  reciente,  de  donde  emigrarían,  antes  de  la  formación  del 
Atlántico  septentrional,  numerosos  individuos  que  se  esparcieron  por  estas 
tierras.  Hoy  se  conoce  definitivamente,  por  la  analogía  de  la  fauna  marina, 
que  en  el  ciclo  tortoniense  existía  aún  una  línea  de  costas,  o  por  lo  menos  una 
cadena  de  islas,  entre  las  Antillas  y  el  Mediterráneo,  por  donde  emigrarían  los 
moluscos  (2). 

El  período  post-glacial  abarca  veinticinco  mil  años,  el  cuaternario  o  gla- 
cial unos  seiscientos  mil  años,  y  el  pliocene  un  millón  de  años.  La  raza  ame- 
ricana, tal  como  la  conocemos,  opinan  muchos  que  es  producto  de  la  época 
post-glacial  (3).  Ese  juicio  prevaleció  en  el  4°  Congreso  Científico  celebrado 
en  Chile,  y  entre  las  sabias  conclusiones  que  aparecen,  a  la  página  153  del  volu- 
men XIV,  de  "Ciencias  Naturales,  Antropológicas  y  Etnológicas",  se  establece 
una  triste  profesía.  Dícese :  "Que  a  causa  de  haberse  entremezclado  con 
otras  razas,  la  americana,  y  de  no  haberse  podido  conformar  a  nuevas  condi- 
ciones, los  aborígenes  pronto  desaparecerán  ;  que  América  será  ocupada  por  un 
pueblo  cosmopolita  de  raza  y  capacidades  superiores,  por  la  grandeza  de  sus 
hazañas". 

La  raza  americana  pura,  dice  el  célebre  antropologista  Samuel  G.  Morton, 
es  esencialmente  diferente  y  separada  de  todas  las  otras.  Sus  caracteres  or- 
gánicos siempre  persistieron,  al  través  de  sus  ramificaciones  sin  fin  de  tribus 
y  pueblos  (4). 

Allá  en  la  época  post-glacial,  cuando  el  indio  vivía  en  las  márgenes  de 
caudalosos  ríos  o  en  las  mesetas  de  abruptos  montes,  fabricaba  hachas  de 
sílex,  lanzas  de  pedernal  y  harpones  para  la  pesca.  En  las  grutas  arcaicas-  o 
en  viviendas  cubiertas  de  ramajes,  llevaba  existencia  primitiva,  y  en  sus  horas 
de  descanso  pulía  en  hueso,  y  al  realismo  puro,  toscas  figuras  de  animales,  con 
sobriedad  y  asomos  de  arte.  Sucesivamente,  y  en  épocas  menos  remotas,  se 
ven  aparecer,  esculturas,  pinturas,  grecas,  geroglíficos,  bajo-relieves  y  obras 
estéticas  verdaderamente  plásticas.  Revélase  primero  el  culto  a  la  naturaleza 
y  particularmente  a  los  animales,  después  el  de  los  ídolos,  y  más  tarde  el  de 
sus  héroes  y  benefactores.  La  religión  ha  sido  siempre  la  inspiradora  del  arte. 
Dícese  que  4,000  años  antes  de  Cristo,  cuando  los  dólmenes  druidas  servían 
de  tumbas  fastuosas,  ya  tenían  nuestros  indios  sus  mounds  o  montículos  que 


(1)  lliil.  Univ.  por  GuillenaioOdck'en.  tomo  II  prefacio. 

(2)  Preliistoria  Americana,  uor  Alfi-edoEscu.ti  Orrejío,  D.  107. 

(3)  Cómo  se  pobló  América,  por  W.  H.  llolmes,  p.  143. 

(4)  Ajo  ijKiuiry  iuto  the  distiuctive  characler  oí  Uio  original  race  of  America 


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aún  se  ven  en  los  alrededores  de  esta  Capital  de  Guatemala.  En  tiempos  de 
la  piedra  pulida  y  de  la  grandeza  de  ciudades  hieráticas,  el  arte  centro-ameri- 
cano presenta,  atrevimiento  rústico  y  belleza  de  líneas  y  contornos,  siempre 
con  la  primitiva  grandiosidad  del  suelo  en  que  nació  y  del  estado  agreste  en 
que  se  hallaba  el  aborigen  de  estas  bellísimas  comarcas.  Fué  el  indio  indus- 
trial por  necesidad  y  llegó  a  ser  artista  por  gusto.  El  arte  es  fenómeno  social. 
En  la  edad  de  bronce  se  fabricaron  vasos,  jarrones,  brazaletes,  collares  y  ador- 
nos. La  ornamentación  lineal,  formada  por  los  llamados  dientes  de  lobo, 
triángulos,  zig-zags,  rectángulos,  zonas  punteadas,  círculos  concéntricos  y 
mil  combinaciones  a  veces  muy  ingeniosas,  muestran  el  instinto  decorativo  de 
aquellos  retriotos  tiempos  (i). 

El  arte  centro-americano  indígena,  como  el  caldeo,  el  de  la  India  y  el  de 
los  Faraones,  respondían  a  la  idea  de  la  duración.  Los  mounds  o  tumbas  de  los 
quichés,  cakchiqueles  y  tzutuhiles,  los  monolitos,  las  columnas  de  Copan,  los 
bajo-relieves  de  Santa  Lucía  Cotzumalguapa,  desafían  al  poder  destructor  del 
tiempo.  El  arte  de  los  valles  del  Tigris  y  del  Eufrates  tiene  mucha  analogía 
con  el  que  se  exhibe  aún,  entre  el  boscaje  de  las  riberas  del  Usumacinta  y  del 
Polochic.  El  arte  caldeo,  de  tipos,  musculados,  recios,  protuberantes,  como 
piezas  de  una  armadura,  se  destacan  en  las  piedras  pulidas  de  esas  ruinas 
hieráticas,  que  copiaron  del  natural,  con  verdad  y  rudeza,  por  modo  realista, 
casi  burdo,  pero  persiguiendo  el  vigor  físico  y  el  placer  de  la  fuerza. bruta. 
Lá  lengua,  la  religión  y  el  arte,  las  tres  características  potenciales  de  un  pue- 
blo, tienen  analogías  entre  el  imperio  caldeo  y  los  reinos  mayas  y  quichés. 

Los  templos  caldeos,  en  forma  de  pirámides  escalonadas,  con  una  capilla 
en  la  cúspide,  en  donde  se  guardaba  la  figura  de  un  dios,  o  sea  el  tipo  tradicio- 
nal de  la  torre  de  Babel,  efecto  del  orgullo  de  Nabucodonosor,  seiscientos  años 
antes  de  Jesucristo,  son  menos  antiguos  que  los  adoratorios  de  los  indios 
arcaicos  de  estas  comarcas  del  norte  de  Centro-América,  que  levantaban,  en 
la  misma  forma,  theocallis  y  túmulos,  como  los  nahoas,  mecas,  toltecas,  mayas 
y  quichés.  Quedan  aún  los  monumentos  de  Mayapán,  las  piramidales  gra- 
derías, las  bóvedas  triangulares,  el  arco  de  trébol,  los  estucados  soberbios  que. 
en  la  región  Quiche  del  Usumacinta,  se  divisan  todavía,  entre  animales  sal- 
vajes y  .vegetación  paradisíaca.  En  las  poéticas  márgenes  de  ese  río,  que  es  el 
Nilo  de  América,  se  aspiran  las  brisas  que  dieron  vida  a  una  primitiva  raza, 
sus  despojos  dispersos  desaparecieron  entre  ruinas  hieráticas  y  añosas  selvas, 
cuya  alma  vegetal  animó  las  células  ancestrales  de  sus  primitivos  pobladores, 
que  ahí  dejaron  sus  cuerpos  rígidos,  en  la  época  trascendente  del  mundo 
morfológico.  (2).  Las  flores  sienten,  se  marchitan  y  mueren.  En  el  bosque 
palpita  la  vida,  existe  sensibilidad,  hay  alma ! 


(1)  Hist.  general  de  las  artes  plásticas,  uor  Rafael  Domenech,  página  13— Madrid.  1011. 

(2)  Los  biologistas  tienden  a  demostrar  la  existencia   de   un    principio  de  fuer/a  anímica  en  la 
orsranización  vegetal  "Por  los  senderoí  de  la  Biología".  "El  Alma  oegetal,"  por  Car1x>nell. 


CAPITULO  III 
etnología  y  etnografía  de  CENTRO-AMÉRICA 


SUMARIO 

En  Centro-América  pueden  existir  razas  puras.  —  No  hay  razas  superiores, 
ni  inferiores.  —  Diversas  clasificaciones  de  razas.  —  Desde  remotísimos  tiempos 
había  en  América  varias  razas.  —  Se  cree  que  las  primitivas  eran  autóctonas.  —  Los 
aborígenes  se  hallaban  en  distinta  edad  del  mundo  respecto  de  ios  conquistadores, 

—  En  el  siglo  XVI  Centro-América  había  decaído.  —  La  raza  vencedora  se  confun- 
dió y  mezcló  con  la  vencida.  —  Doña  Leonor  Alvarado  Xicotenga  es  el  símbolo  de 
la  raza  nueva.  —  Tradiciones  de  la  raza  quiche.  —  Principales  tribus.  —  La  ciudad 
de  Tula.  —  En  Guatemala  se  desarrollaron  dos  civilizaciones  principales,  la  raza- 
quiché  y  la  nahoa.  —  Por  dónde  se  exparcieron.  —  Los  indígenas  de  Centro-Amé- 
rica eran  de  distinta  raza  de  los  del  norte.  —  Estado  de  los  antiguos  pobladores  de  la 
América  Central.  —  La  raza  negra  existe  en  América  desde  época  remotísima.  —  Los 
JURAS  o  ZAMBOS  de  Honduras  descienden  de  negros.  —  Separación  de  los  cak- 
chiqueles  de  la  rama  quiche.  —  Los  itzaes,  petenes,  lacémdones,  chaqués,  mopémes, 
Choles,  chinamitas,  coboxes,  uchines,  ojoyes,  tirampíes  y  otras  tribus.  —  Los  mames 
pocomanes,  los  quichés  y  los  cakchiqueles.  —  Lugares  que  ocupaban.  —  Cultura  que 
tenían.  —  Los  niquiranes  o  cholutecas.  —  Territorio  cakchiquel.  —  Los  tzutuhiles. 

—  Los  ítzas.  —  El  Adelantado  del  Gobierno  del  PRÓSPERO.  —  La  conquista  de 
Choles  y  lacandones.  —  Grandes  fracasos.  —  Pueblos  antiquísirros.  —  Los  pipiles. 

—  Diviones  etnológicas  hechas  por  autores  notables  respecto  a  los  indios  de  Centro- 
América.  —  Etnografía  de  las  poblaciones  que  componen  la  república  de  El  Salva- 
dor. —  Vestigios  de  las  poblaciones  precolombinas  de  Nicaragua.  —  Etnografía 
Centro-Americana.. —  Aborígenes  de  Honduras  y  Costa-Rica.  —  Pueblos  que  encon- 
traron los  españoles,  en  el  istmo,  en  el  siglo  XVI.  —  Guatemala  nunca  fué  feudata- 
ria de  México. 


Es  curioso  el  fenómeno  de  que  en  donde  pueden  existir  hoy,  hasta  cierto 
to  punto,  razas  puras,  es  en  estos  países,  que  como  Guatemala,  tienen  incrus- 
tados pueblos  de  aborigénes,  que  permanecen  sin  mezcla  con  los  que  llaman 
ladinos. 

No  hay  razas  absolutamente  superiores,  ni  inferiores  (i).  La  superio- 
ridad de  una  raza  es  relativa  al  momento  histórico  en  que  se  la  considera,  y 
resulta  de  un  conjunto  de  factores,  de  un  cúmulo  de  circunstancias,  de  las  cua- 
les tal  vez  las  étnicas  son  las  menos  importantes.  Los  castellanos  estaban  en 
su  apogeo  cuando  vinieron  a  conquistar  a  los  indios  de  América,  que  lastimo- 


(1)    Colajanni -Razas  superiores  e  inferiores.— Pagina  9. 


—  88  — 

sámente  habían  decaído.  Todas  las  naciones  han  aportado  su  contingente  a 
la  civilización,  teniendo  horas  de  dolor  y  momentos  de  angustia.  La  raza 
humana  no  debe  considerarse  sino  como  una  especie,  en  el  sentido  biológico. 
Los  procesos  de  adaptación,  de  variación,  de  cruce,  de  aclimatación,  de  di- 
ferenciación, son  los  grandes  factores  que  explican  la  historia  moderna  de  los 
pueblos  y  de  los  individuos  (i). 

Algunos  han  clasificado  las  razas,  por  su  origen,  en  caucásica,  mongólica, 
africana  y  americana ;  o  por  el  color,  de  la  piel,  blanca,  negra,  amarilla  bron- 
ceada; o  por  las  dimensiones  del  cráneo,  braquicéfalos,  mesaticéfalos,  dolico- 
céfalos ;  o  por  la  forma  de  los  cabellos,  lisos,  crespos,  lanudos  ;  o  por  el  lengua- 
je, aglutinante,  flexional ;  o  por  la  estatura,  etc.  El  antropólogo  de  más  fama, 
Kaene,  establece  cuatro  grui)os  de  base  geográfica :  Homo  etiopicus,  mongó- 
licus,  americanus,  caucásicus. 

En  América  había,  desde  tiempos  antiquísimos,  razas  diversas,  como  la 
bronceada,  la  roja,  la  amarilla  y  la  negra,  lo  cual  no  quiere  decir  que  las  razas 
autóctonas  no  fueran  primordiales.  Opinan  muchos  que,  en  su  origen,  fué 
una  sola  la  raza  de  este  Continente  (2)  y  no  faltan  otros  que  sostienen  haber 
sido  varias  (3).  En  todo  caso,  hoy  prevalece  la  tesis  de  ser  autóctona  la  raza 
americana.  Que  hubo  inmigraciones,  anteriores  al  descubrimiento  de  Colón, 
es  un  hecho  reconocido,  y  que  en  tiempos  remotos  vinieron  a  este  Continente 
diversas  gentes,  que  se  mezclaron  con  los  primitivos  pobladores  u  originarios 
de  estas  tierras.  Los  estudios  craneométricos  lejos  de  contribuir  a  esclarecer 
estas  cuestiones  de  raza,  más  bien  la  han  embrollado.  Las  lenguas  son  segura 
pauta  para  dilucidar  la  etnología  en  sus  orígenes,  como  opinan  Berendt, 
Bancroft  y  Brinton.  Pueblos  que  tienen  iguales  caracteres  anatómicos,  pre- 
sentan mentalidad  diferente,  según  explica  Reclus.  Las  condiciones  psíquicas 
de  los  aborígenes  de  Centro-América  cambiaron  a  medida-  que  hubo  variacio- 
nes  en  el  ambiente  social,  como  los  hebreos,  que  según  las  circunstancias  y 
leyes  a  que  estuvieron  sometidos,  fueron — no  singular  sino  colectivamente — 
pastores  o  industriales,  guerreros  o  pacíficos,  artistas  o  científicos,  poderosos 
o  pobres,  proletarios  o  banqueros  (4). 

El  abismo  que  separaba  el  pensamiento  del  indio  americano  del  alma  in- 
clemente del  conquistador  ibero,  era  inmenso.  El  espíritu  de  una  y  otra  raza 
se  encontraba  en  diversas  edades  del  mundo.  La  precisión  y  fijeza  de  contor- 
nos del  pensamiento  de  este  último  diferían  notablemente  de  las  formas  fugi- 
tivas y  ondulantes  del  primero.  Mientras  que  los  pueblos  de  la  América  Cen- 
tral se  hallaban  decaídos  y  revueltos,  pobres  y  llenos  de  enfermedades  e  infor- 
tunios, la  raza  ibera  llegaba  a  la  cúspide  de  su  poderío  y  al  zenit  de  su  gloria. 


(1)  Folkmar. 

(2)  Humbeldt. 

(3)  Merton,  Rodi-íguez  Peixoto  .v  Lacerda  Jr. 

(4)  Cattaneo,  Lombroso,  Castelli—  Respecto  a  las  razas  americanas,  véase  a  Prichard'  Reserches, 
vol.  I.  p.  268- Braf ord's  Amer.  Ant.  p.  lí>— fmith's  Human  Siiecies. 


Los  caracteres  atávicos  de  los  descendientes  de  Votan  se  habían  venido  debi- 
litando, bajo  la  influencias  de  la  molicie  y  estancamiento  de  las  cotumbres  y 
por  las  guerras  bárbaras  que  arrasaron  pueblos  enteros.  La  constitución 
mental  de  los  aborigénes  de  Centro-América  había  descendido,  lejos  de  ir  en 
acrecimiento.  La  psicología  de  una  y  otra  raza,  la  conquistadora  y  la  vencida, 
explica  la  hecatombe  de  los  hijos  de  América. 

La  fusión,  esa  mezcla  que  se  necesita  en  la  química  histórica,  como  diría 
Pelletán,  hizo  que  la  raza  vencedora  tuviera  que  confundirse  con  la  conquis- 
tada. La  alegre  primavera,  desconocida  en  el  Edén  del  Asia,  esparció  sobre  el 
lecho  nupcial  de  estas  antiguas  razas,  la  ardiente  verbena  que  exhala  el  aroma 
del  deseo  y  el  espino  virginal  que  flota  sobre  el  arbusto  como  el  alba  dudosa 
de  la  luna  sobre  el  agua  dormida  del  estanque.  El  suquinay  y  las  flores  de  la 
cruz  sirvieron  de  lecho  a  las  dos  razas  enemigas,  y  brotó  la  Américo-Hispana. 
Las  estirpes  asiáticas,  después  de  mezclarse  en  torbellinos  de  conquistas  y 
peregrinar  sobre  charcos  de  sangre,  vinieron,  en  el  siglo  XVI,  a  las  regiones 
del  Centro  de  la  América,  a  sacar  de  esta  naturaleza  próvida,  nueva  vida,  nueva 
embriogenia,  nueva  prole,  que  bebiera  el  aroma  del  sol.  Hubo  de  prevalecer 
el  singenismo,  como  ineludible  enlace  de  las  gentes  y  la  atracción  de  los  as- 
tros. Don  Pedro  de  Alvarado  y  la  noble  Xicotenga  dieron  el  ejemplo.  ,  La 
hermosa  doña  Leonor,  fruto  de  tales  amores,  es  el  símbolo  de  la  raza  nueva,  en 
estas  regiones  centro-americanas. 

Siempre  fué  un  mito  la  raíz  de  los  aborígenes  de  estos  países,  que  creían 
proceder  del  afortunado  Coxco^ry^dé^sirmujer  Xochiquetzal,  escapados  de  las 
aguas,  en  una  gran  canoa  de  ciprés,  cuando  en  la  edad  de  agua  se  hundió  la 
tierra.  Una  palolña  enseñó  diversas  lenguas  a  los  descendientes  del  Noé  ame- 
ricano^ La  biblia  quiche,  por  lo  visto,  tiene  también  sus  remiscencias,  al  arca 
X-aLdibivicL ^ 

La  tradición  guarda  memorias  de  un  país  antiguo,  en  el  lejano  oriente. 
Vivíase  al  principio  una  vida  poco  civilizada,  sin  pagar  tributos,  hablando  el 
idioma  común,  adorando  no  a  imágenes  grabadas,  sino  al  sol  naciente  y  a  la 
estrella  del  alba,  precursora  de  la  luz.  Eran  las  principales  tribus  de  Tepeu, 
Ploman,  Cohah,_Quenech  y^\hau,  según  explica  detalladamente  el  abate 
Basseur  de  Bourbourg  (i)  Tula  el  nombre  de  aquel  país,  del  cual  venían  de 
tiempo^rTtiempo  algííHos  peregrinos  al  lado  nordeste  de  las  costas  americanas, 
y  después  al  Anáhuac  y  a  Centro-América.  Cada  nación  tuvo  su  héroe  le- 
gendario o  mitológico,  como  Quetzalcoatl,  en  Cholula,  Votan  en  Chiapas, 
Wixepecocha  en  Oajaca,  Zamná  en  Yucatán,  Viracocha  en  el  Perú,  Payetome 
en  el  Brasil,  Bochica  en  Colombia,  y  Gucumatz  en  Guatemala.  Las  teocra- 
cias de  Votan  y  de  Zamná  se  esparcieron  por  el  Centro  de  América. 

También  se  ha  discutido  mucho  acerca  de  la  ciudad  de  Tula  o  Tullan,  sin 
saberse  a  punto  fijo  en  dónde  estuvo,  y  hasta  hay  historiadores  que  sostienen 


(1)    Historia  de  las  Naciones  civilizadas  de  México  y  de  la  América  Central  -Tomo  1.  páff.  105-100. 


—  90  — 

no  haber  existido  tal  pueblo,  sino  que  Tullan  significaba  la  organización  sep-_ 
tenaria  que  había  tenido  la  raza  nahoa  (i). 

En  el  territorio  de  Guatemala  se  desarrollaron  dos  civilizaciones  princi- 
pales ;  la  maya  quiche,  en  las  costas  del  Atlántico,  y  la  nahoa  en  las  del  Pací- 
fico, comprendiendo  ima  gran  área  geográfica,  que  aún  guarda  ruinas  y  tra- 
diciones, lenguas,  costumbres  y  ritos,  reveladores  de  sus  primeros  habitantes. 
A  la  familia  maya  pertenecen  las  siguientes  tribus :  huastecas,  al  norte  de  \'e- 
racruz  ;  mayas,  de  Yucatán  y  del  Peten  ;  chontales  de  Tabasco ;  tzendales  de 
Chiapas ;  tzotziles  de  San  Cristóbal  de  Chiapas  ;  quekchícs  de  la  Alta  Vcrapaz  ; 
pocomanes,  al  rededor  de  la  capital  de  Guatemala  ;  chortíes  de  Jocotán  ;  quichés 
de  los  Departamentos  de  Quezaltcnango,  Santa  Cruz.  Retalhuleu,  vSuchite- 
péquez  ;  tzutuhiles,  del  sur  del  lago  de  Atitlán  ;  ixiles,  de  Nebaj  y  Cajú!  ;  ma- 
mes de  los  Departamentos  de  San  Marcos  y  Huehuetenango.  El  grupo  de 
las  naciones  mayas  comprende  dieciséis  secciones  o  tribus,  que  describió  el 
sabio  doctor  Berendt  (2). 

El  hecho  de  que  los  mayas  poseyeran  una  gran  línea  de  costa,  hace  con- 
cebir la  idea  de  que  fueran  una  nación  marina,  y  así  lo  confirman  las  narracio- 
nes de  los  primeros  descubridores  que  encontraron  en  las  playas  del  mar  las' 
canoas  con  que  hacían  sus  espediciones.  En  las  ruinas  de  Chichén-ltzá  vénse 
pinturas  de  embarcaciones,  y  como  lo  ha  hecho  notor  Valentini,  los  sitios 
o  lugares  que  ocupan  los  más  importantes  edificios  o  ruinas  de  poblaciones  I 
están  inmediatos  a  bahías  o  golfos,  lo  cual  indica  que  aquellos  pueblos  man- 
tenían relaciones  con  otros  distantes. 

La  raza  maya-quiché,  que  se  hallaba  por  estos  países,  desde  remotas  eda- 
des, ha  sido  considerada  autóctona,  y  se  sabe  que  ocupaba  el  sur  de  México, 
la  costa  norte  de  Guatemala  y  otros  puntos,  tres  mil  años  antes  de  Jesucristo, 
siendo  muchísimo  más  antigua. 

En  la  parte  occidental  de  la  Verapaz,  y  más  todavía  hacía  el  sudoeste, 
encontramos  ese  interesantisimo  grupo  maya-quiché.     Comprende  las  tres  que, 
llaman  lenguas  metropolitanas  de  Guatemala:  quiche,  cakchíquel  y  tzutnhil,l/'^\_ 
y  la  lengua  ixil,  muy  semejante  a  la  quiche  legítima. 

Los  aborígenes  de  Centro-América,  como  los  de  México,  eran  de  distinta 
raza  y  civilización  que  los  salvajes  del  Norte.  La  fauna  del  Continente,  desde 
la  frontera  mexicana  hacia  el  sur,  es  muy  diferente  de  la  del  Norte,  hacia  el 
mar  Ártico.  Esos  indios  fueron  los  terrapleneros  o  constructores  de  mounds, 
o -sean  montículos  artificiales.  Según  opina  el  autor  de  "La  Antigua  Améri- 
ca (3)  llevaron  su  influencia  y  algo  de  su  cultura,  hasta  las  riberas  del  Mis- 
sissipi,  en  dondé'se  han  encontrado  ñTuchas  de  aquellas  construcciones,  muy 
interesantes  para  arrojar  luz  en  estudios  etnológicos. 


(1)  La  Atlantlda  y  la  última  Tule,  por  Buelna. 

(2)  Discui-so  pronunciado  ante  la  Sociedad  Geográfica  Americana,  el  10  de  julio  de  1876. 

(3)  Raldwin.  pa^e  35. 


—  91  — 

Los  antiquísimos  indios  del  istmo  centro-americano  estuvieron  sufriendo, 
en  su  nebulosa  historia,  cambios  políticos  y  revoluciones,  causadas  por  la  in- 
fluencia y  predominio  ya  de  un  pueblo,  ora  de  otro,  en  el  decurso  de  las  edades. 
Representaban,  pues,  al  tiempo  de  la  conquista,  la  influencia  de  varias  razas,  lo 
oneroso  de  un  pretérito  de  inmensa  extensión  y  horribles  sacrificios  y  calamida- 
des. El  alma  saturada  de  dolor,  al  través  de  decaimiento,  odios  y  luchas 
cruentas. 

En  la  época  posterciaria,  en  medio  de  una  fauna  colosal,  ya  había  indígenas 
en  estas  tierras.     El  hombre  negro  existió  por  acá  en  remotísimos  tiempos,     - 

com(||Se  prueba  por  cabecitas  y  máscaras  encontradas  en  Teothihuacán  y  por    / 

el  ídore^e  Huoyapán  de  tipo  etiópico,  que  aparece  dibujado  en  el  primer  tomo  / 
de  "México  a  través  de  los  siglos" ;  pero  la  demostración  patente  de  la  teoría 
— dice  el  autor  de  esa  obra — de  la  antigua  existencia  de  la  raza  negra,  en  nues- 
tro continente,  es  que  aún  se  hallan  sus  restos  en  él,  y  de  otros  nos  hablan  los 
cronistas  primitivos.  Se  esparcieron  los  negros  por  las  costas,  cuando  el  gran 
enfriamiento,  producido  por  los  cataclismos.    , 

Los_jarras  o  zambos  de  Honduras  descienden  de  negros  y  se  remontan  a  , 
una  antiquísima  edad.  Por  las  lenguas  se  viene  en  conocimiento  de  lo  autóc- 
tono de  la  raza  maya-quiché,  anterior,  según  algunos  creen  a  la  China.  Se 
han  encontrado  ídolos  de  tipo  chino  marcadísimo,  en  algunos  puntos  de  México 
y  de  Centro-América.  Muchos  historiadores  hablan  de  un  pueblo  pre-tolteca 
cuinametzín  (gigantes  perversos:  etzín  gigantes,  y  quinan,  malvados)  pero 
todo  eso  se  pierde  en  la  obscuridad  de  los  tiempos  (i).  Aquí  en  Guatemala 
hemos  visto  dos  mascaritas  antiquísimas  con  facciones  japonesas. 

Han  querido  notables  americanistas,  como  Brinton,  Stoll  y  Chavero,  ex- 
plicar  la  separación  dejos  cakchiqueles  de  la  rama  maya-quiché;  y  aseguran,    v  ,¿ 
por  cálculo,  que  acaecería  hace  más  de  dos  mil  años.     Con  razón  dijo  Hum- 
boldt  que  esta  era  la  tierra  de  los  misterios  y  que  entramos  en  una  remotidad 
que  ni  se  concibe,  ni  se  explica. 

Sábese,  por  tradición,  que  la  cultura  tolteca  no  sólo  invadió  el  territorio 
primitivo  de  los  quichés,  sino  que  se  introdujo  al  que  ocuparon  en  la  época 
histórica,  a  la  región  de  Iximché  y  a  la  ciudad  de  Gumarcaah,  conocidas  des- 
pués por  Cuauhtemalan  o  Guatemala  y  por  Utatlán.  Dícese  que  Nimaquiché, 
de  la  familia  real  tolteca,  obedeciendo  al  mandato  de  sus  dioses,  abandonó 
Tolán,  y  peregrinó  hasta  dar  con  el  bellísimo  lago  de  Atitlán,  por  donde  se 
estableciera  el  nuevo  reino  quiche.  Nima  llegó,  con  tres  hermanos,  entre  los 
cuales  dividió  el  país.  El  famoso  Axopil,  hijo  suyo,  fué  jefe  de  los  quichés, 
cakchiqueles  y  tzutuhiles,  como  explicaremos  en  otro  capítulo. 

"Cuando  amaneció  la  aurora,  brilló  la  luz  y  titilaron  las  estrellas,"  es 
decir,  cuando  se  introdujo  la  religión  y  la  cultura — según  las  bíblicas  frases 


(1)    (^n  pueblo  de  giganta  debe  entenderse  que  será  de  hombres  un  podo  más  altos  (jue  la  talla  común: 
pero  uo  de  verdaderos  srlerantes. 


—  92  — 

del  Popol-Vuh — se  multiplicaron  las  generaciones  de  los  patriarcas  Kalani- 
Quitzé,  Balam-Acab,  Mahucutahé,  Iquibalam.  por  la  tierra  prometida. 

Entre  la  peninsula  maya  y  la  región  quiche  se  hallaban  los  itzaes,  petenes, 
lacandones,  cheaques,  mopanes,  Choles,  chinamitas,  caboxes,  uchines,  ojoyes, 
tirampíes,  y  otras  tribus. 

En  el  siglo  XVI,  cuando  los  españoles  vinieron  al  istmo  de  Centro-Amé- 
rica, encontraron  varios  reinos  y  pueblos  numerosos,  con  razas  y  territorios 
diversos. 

^ — Los  mames  (tartamudos)  se  hallaban  en  Guatemala  al  noroeste,  y  en  una 
parte  _de^Hondiiras ;  los  pocomanes  al  sudoeste  de  Guatemala,  los  quietes  en 
el  interior  y  los  cakchiqueles  en  el  sur.  HF 

Ocupaban  los  mames  el  actual  departamento  de  lluchuetenango,  parte  de 
Quezaltenango,  San  Marcos  y  la  provincia  de  Soconuzco,  lugares  en  que  la 
lengua  man  o  pocomán  es  vernácula,  siendo  dig^o  de  notarse,  que  en  parajes 
distantes  de  dichos  centros  tamjjiién  se  habla  aquel  idioma,  como  en  Amati- 
tlán,  Mixco  y  Petapa,  Mita,  Jalapa,  Xilotepeque  y  Chalcliuapa  (i).  Los 
mames  se  dividían  en  familias  poderosas,  cuya  historia  describió  Brasseur  de 
Bourbourg,  en  la  introducción  del  Popol-Vuh. 

Asegura  {|ue  habitaron  en  Soconuzco  desde  tiempos  remotos,  siendo  un 
pueblo  autóctono.  Los  olmecas  que  vinieron  de  México,  los  redujeron  a  la 
servidumbre,  y  una  fracción  de  los  vencidos  emigró  para  Guatemala,  como  lo 
explican  Orozco  y  Berra,  en  su  interesante  geografía  (página  i68).  Aún  se 
encuentran  restos  de  los  mames  en  el  departamento  de  Totonicapán  y  en  la 
frontera  de  Chiapas.  En  remotos  tiempos  aquella  raza  había  sido  la  domina- 
dora en  la  mayor  parte  del  territorio  de  Guatemala,  y  su  capital  era  la  plaza 
fuerte  de  Zakuléu,  o  sea  Tierra  Blanca,  cuyos  restos  todavía  se  contemplan 
cerca  de  la  ciudad  de  Huehuetenango.  Aún  existen  ruinas  de  Zakuléu  lo 
mismo  que  de  Chalchitán  y  Chaculá,  que  denotan  la  cultura  de  aquellos  indios. 

Los  pocomanes  o  poconchís  vivieron  en  la  región  de  la  Verapaz,  en  territo- 
rio de  Guatemala.  Una  parte  de  las  trece  tribus  de  Tecpán,  cuya  capital  era  la 
gran  ciudad  de  Ninpocom,  se  tenía  por  Señora  de  la  Verapaz  y  de  las  provin- 
cias situadas  al  Sur  del  rio  Motagua  hasta  Palín.  Toda  la  margen  izquierda 
del  Chixoy  (Lacandón  o  Alto  Usumacinta)  desde  Cobán  hasta  el  x'\o  antes 
dicho,  las  montañas  y  valles  de  Gagcoh  (San  Cristóbal),  Tactic,  Rabinal, 
Urrán,  una  parte  del  actual  departamento  de  Sacatepé^uez,  de  Guatemala  y 
de  Chiquimula,  hasta  el  pie  de  los  volcanes  de  Agua  y|le  Fuego,  llegaron  a  ser 
presa  de  aquellos  aguerridos  indios  poconchíes,  cuya  lengua,  así  como  el 
quekchí,  aún  se  habla  por  la  Verapaz.  Aquí  en  el  valle  de  la  Ermita,  en  el  de 
Las  Vacas,  en  el  llano  de  la  Culebra,  en  Pínula,  en  Petapa  y  en  otros  alrededo- 
res de  esta  ciudad  de  Guatemala,  se  habla  generalmente  el  poconchí,  que  ape- 
nas queda  rezagado  en  uno  que  otro  descendiente  de  aqullos  pocomanes. 


(1 )    Pimentel— Cuadro  de  Lenguas  Indígenas— Tomo  I.  pág.  81. 


—  93  — 

Los  quichés,  habitaban  en  sus  mejores  tiempos,  la  parte  central  de  lo  que 
hoy  es  república  de  Guatemala,  no  sólo  en  el  departamento  que  lleva  ese  nom- 
bre del  Quiche,  sino  por  Totonicapán,  Atitlán,  parte  de  Quezaltenango,  Suchi- 
tepéquez  y  Rabinal,  en  donde  se  habla  aquella  interesantísima  lengua  (i).  Te- 
nían los  Cuchumatanes  algo  de  Chiapas  y  Soconuzco,  el  reino  de  Hueytlato  y 
los  señoríos  manes  y  pocomanes. 

Se  impregnó  la  civilización  de  los  quichés,  en  remota  fecha,  de  la  de  los 
toltecas,  pues  la  cultura  y  la  manera  de  vivir  de  los  primeros,  tienen  rasgos  de 
las  costvimbres  y  adelantos  nahoas.  Los  maya-quichés  llegaron  a  un  sor- 
prendente grado  de  relativa  civilización ;  pero  desgraciadamente,  después  de 
la  caída  del  soberbio  imperio,  el  pueblo  se  dividió,  durante  el  curso  de  algunos 
siglos,  por  guerras  intestinas  y  luchas  de  partido,  en  pequeños  estados,  desva- 
neciéndose la  gloria  de  su  antigua  grandeza.  En  los  restos  dispersos,  imbu- 
yeron los  nahoas  su  cultura,  reteniendo  los  dialectos  de  la  lengua  original.  En 
Nicaragua  y  en  El  Salvador  "hubo  pueblos  de  pura  sangre  azteca.  Los  ni- 
quirans  o  cholutecas  se  encontraban  entre  el  lago  y  el  mar  Pacífico.  "Los 
quichés  de~Guatemala,  dice  éT~obispo  historiador,  González  Suárez,  llegan  al 
golfo  de  Jambelí,  ganan  la  costa  de  Máchala,  se  internan  en  la  provincia  del 
Azuay,  y  buscando  un  punto  pacífico  para  la  vida,  se  sitúan  en  los  valles 
de  temperamento  abrigado,  en  la  meseta  interandina,  con  el  hombre  de 
cañaris"  (2).  .  .^^ 

El  territorio  de  los  cakchiqueles  se  componía  de  los  que  hpy  son  depar- 
tamentos de  Chimaltenango,  Sacatepéquez  y  Solóla,  habiendo  t^lhnbién  algunas 
.tribus  por  Patulul,  Cotzumalguapa  y  otras  partes  del  lado  del  Pacífico,  que 
eran  neófitos  de  los  Padres  Dominicos. 

Los  tzutuhiles  se  encontraban  en  Atitlán  y  en  San  Antonio  Suchitepéquez, 
con  una  capital  que  se  tenía  por  inexpugnable,  cerca  de  aquel  lindísimo  lago 
de  Atitlán.  Los  lacandones,  itzas,  manches  y  choles,  ocupaban  la  región  que 
se  extiende  entre  Yucatán  y  Guatemala.  Eran  tribus  indómitas,  harto  difícil 
de  ser  traídas  a  las  costumbres  semi-civilizadas.  Fué  el  dominico  Juan  de  Es- 
querra, quien  acompañado  por  otros  frailes  de  su  orden,  llegó  a  penetrar  a  las 
tierras  de  los  manches,  e  indujo  a  muchos  de  ellos  a  seguir  el  cristianismo. 
Pero  a  poco  se  fundaron  algunas  villas  o  lugares,  hasta  que  en  1626,  los  la- 
candones hicieron  una  atrevida  irrupción,  avanzando  más  acá  de  Copan. 
Fueron  muchos  los  muertos  y  no  pocos  los  prisioneros.  Más  tarde,  los  itzas 
asesinaron  como  a  trescientos  de  los  cristianos.  Al  ver  los  manches  que  no 
obtenían  protección  de  los  españoles,  huyeron  a  buscar  otra  vez  sus  rudas 
costumbres  y  recónditos  albergues. 

Los  franciscanos  querían  catequizar  a  los  itzas,  que  eran  los  más  potentes 
y  agresivos.     Protegidos  por  el  terreno  montañoso  y  escarpado,  encontraban 


'D    Squier.  Nouvelles  Anuales  des  voyages. 

(2)    Introdución  al  Atlas  Aniueológico  Ecuatoriano,  pátr.  20. 


—  94  — 

en  la  región  del  lago  del  Peten,  seguridad  e  independencia.  Al  principio 
acogían  cordialmente  a  algunos  misioneros,  pero  después  se  enfurecieron  y 
colgaron  las  cabezas  de  los  religiosos  de  las  ramas  de  los  árboles,  para  que  sir- 
viesen de  escarmiento.  La  trágica  y  espantosa  muerte  de  Mirones  y  de  sus 
acompañantes,  sacrificados  en  el  ara  del  altar  idolátrico  de  aquellos  bárbaros, 
puso  pavor  en  el  ánimo  esforzado  de  los  frailes  y  conquistadores. 

Sin  embargo,  las  reales  cédulas  que  a  menudo  venían  encareciendo  la 
sujeción  de  aquel  territorio,  hizo  que  no  faltaran  individuos  que  quisieran  aven- 
turarse a  la  conquista.  El  encomendero  de  Mita,  Diego  Ordóñez  de  Vera  y 
Villaquirán,  oficial  de  milicias  y  hombre  de  pelo  en  pecho,  se  comprometió  a 
tan  difícil  empresa.  En  1639  fué  aceptada  su  oferta  por  el  Consejó  de  las 
Indias,  se  le  confirió  el  título  de  Adelantado  del  Gobierno  del  Próspero,  nom- 
bre con  que  se  bautizó  tan  aguerrida  comarca.  Precedió,  sin  embargo,  la  cruz 
a  la  espada,  y  en  1646,  dos  franciscanos,  Hermenegildo  Infante  y  Simón  de 
Villasís,  fueron  de  Campeche  a  Usumacinta,  con  su  arriesgada  misión,  sufrien- 
do muchos  trabajos.  Llegó  al  fin  el  Adelantado  a  Usumacinta,  penetró  más 
al  interior,  hasta  que  falto  de  provisiones,  abandonado  de  muchos,  viendo 
quemado  por  los  indios  el  pueblo  que  había  establecido,  flaco  de  cuerpo  y 
conturbado  de  ánimo,  fué  a  morir  a  Petenecte.  El  Próspero  no  correspondió 
al  augurio  de  su  buen  nombre,  que  más  propio  hubiera  sido  llamarle  el  Des- 
graciado. 

Pasaron  ;Biuchos  años  sin  volver  a  la  empresa,  pues  los  dominicos  que 
fueron  a  catequizar  a  los  Choles,  allá  en  1677,  apenas  alcanzaron  éxito.  Cada 
vez  se  empeñaba  el  gobierno  de  España  en  la  reducción  de  aquellos  bárbaros 
y  de  los  lacandones  e  itzas.  Cuando  el  obispo  de  las  Navas  anunció  su  deseo 
de  visitar  Vcrapaz,  el  Presidente  Guzmán  ofreció  todo  su  apoyo  para  aquella 
empresa.  Ayudaron  los  mercenarios  y  los  dominicos,  poniéndose  a  la  cabeza 
de  la  expedición  don  Melchor  de  Meneos,  Corregidor  de  Huehuetenango,  quien 
con  pocos  soldados  se  internó  en  el  río  de  Tabasco,  haciendo  huir  a  algunos 
indios  lacandones.  Siendo  ya  casi  intransitable  el  camino,  retrocedieron  sin 
alcanzar  cosa  alguna. 

Una  vez  más  el  Consejo  de  Indias,  con  fecha  24  de  Noviembre  de  1692, 
transmitió  órdenes  apremiantes,  en  que  el  rey  prevenía  arrostrar  la  conquista 
de  Choles  y  lacandones.  Hasta  el  año  1695  no  pudo  el  presidente  Barrios  Leal 
emprender  él  mismo  la  expedición,  y  llegó  a  Santa  Cruz  del  Próspero  sin  no- 
vedad alguna ;  pero  más  adelante  se  le  presentó  una  naturaleza  primitiva,  eíeji- 
berante,  emponzoñada  de  miasmas,  llena  de  precipicios,  ríos,  montes  y  des- 
peñaderos, sin  chozas,  ni  ranchos,,  ni  un  ser  humano  siquiera.  Con  muchos 
trabajos  fundó  el  fuerte  de  Dolores,  cuyo  nombre  recordaba  hartos  sufrimien- 
tos. Cerca  de  ese  castillo  quedaban  al  Sur  de  los  choles,  al  Oeste  y  Norte  los 
itzas,  y  al  Oeste  los  lacandones.  El  presidente  Barrios  regresó  a  Guatemala, 
a  causa  de  las  lluvias,  que  por  aquella  región  son  copiosas,  dejando  en  dicho 


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lugar  treinta  soldados  y  algunos  frailes.  Cuando  después  se  preparaba  Barrios 
Leal  a  otra  expedición,  le  sorprendió  la  muerte. 

Jacobo  de  Alzayaga,  Regidor  de  Guatemala,  emprendió,  en  1696,  la  con- 
quista de  semejantes  bárbaros,  teniendo  la  mala  suerte  de  perderse,  con  los 
suyos  en  la  enmarañada  selva  y  tortuosos  ríos.  Un  movimiento  simultáneo, 
procedente  de  Guatemala,  con  don  Melchor  de  Meneos,  al  frente,  y  apoyado 
por  el  gobernador  de  Yucatán,  dio  siempre  funestos  resultados.  Los  itzas 
fueron  conquistados  en  1697,  y.  hubo  desde  entonces  en  el  Peten  resguardo 
militar,  que  llegó  a  convertirse  en  un  presidio.  En  1759  ya  había  en  el  distrito 
del  Peten,  siete  aldeas,  fuera  del  lugar  principal  o  cabecera.  Todo  aquello  es 
primitivo  y  paradisiaco. 

Los  lacandones  aún  permanecen  libres  del  Gobierno,  en  hordas  nómades 
y  en  número  reducido.  Nunca  se  realizaron,  pues,  los  deseos  de  conquista  que 
con  tantos  bríos  exhibía  el  capitán  general  don  Sebastián  Alvarez  Rosíca  de 
Caldas,  respecto  al  Lancandón ;  deseos  que  manifestó  al  rey  don  Carlos  II, 
en  carta  de  30  de  Enero  de  1667,  y  que  corre  impresa  por  Ibarra. 

Como  esos  pueblos,  había  otros  antiquísimos,  que  Brasseur  de  Bourbourg 
describe  en  número  considerable  y  trata  de  fijarles  localidades  en  el  territorio 
Centro-Americano.  El  que  quiera  profundizar  esta  materia,  puede  leer  la 
interesante  introducción  del  Popol-Vuh  y  "Las  Naciones  Civilizadas  de  Mé- 
xico y  de  Centro-América".  Pero  todavía  es  más  serio  y  filosófico  el  estudio 
que  hizo  nuestro  distinguido  amigo,  el  sabio  doctor  Berendet,  quien  estuvo  en 
Guatemala,  y  pudo  establecer,  fundándose  en  las  lenguas  y  dialectos  indíge- 
nas, las  ramas  etnográficas  del  suelo  Centro  Americano. 

Los  pueblos  de  la  América  Central  forman,  para  Quatrefages,  una  sola 
familia,  la  guatemalteca,  resultado  de  cruzamientos  múltiples  entre  negros, 
indios  y  españoles.  Hombres  de  pequeña  talla  y  fuertemente  constituidos ; 
.  de  piel  bronceada,  cabellos  negros  y  lisos,  cabeza  corta,  frente  baja,  cara  ancha, 
ojos  pequeños,  oscuros,  horizontales;  nariz  recta,  boca  mediana,  labios  fuertes, 
barba  redonda. 

Deniker  divide  a  los  indios  de  México  y  de  la  América  Central,  desde  el 
punto  de  vista  etnográfico,  en  dos  grandes  grupos :  los  seríanos  aztecas  que 
viven  en  el  Norte  de  México,  y  los  centro-americanos,  habitantes  del  México 
meridional  y  los  Estados  situados  más  al  Sur  hasta  la  República  de  Costa-Rica. 
Los  primeros,  bajo  el  aspecto  lingüístico,  se  aproxiinan  a  los  chochones,  y 
en  sus  costumbres  a  los  verdaderos  indios  "Pueblos"  de  los  Estados  Unidos, 
pero  ofrecen  diferencias  en  el  orden  físico :  los  sonorios  se  acercan  a  los  norte- 
americanos de  la  vertiente  atlántica,  en  tanto  que  los  pueblos  del  grupo  azteca 
patentizan  la  infusión  de  una  gran  cantidad  de  sangre  centro-americana. 
Constituyen  el  grupo  principal  de  los  sonorianos  los  pimas  y  sus  congéneres 
los  pápajos ;  viven  en  los  pueblos  o  "casas  grandes"  y  subsisten  gracias  a  sus 
esfuerzos  en  la  estéril  tierra  del  valle  de  Gila ;  son  hombres  hermosos  im.  71  de 


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talla,  ágiles,  cabeza  algo  alargada,  nariz  prominente.  Sus  vecinos,  dice  Deni- 
ker,  los  yaquis  y  los  mayos,  reunidos  en  la  categoría  lingüítica  Cahita  (unos 
20,000  individuos)  tienen  el  mismo  tipo' que  los  pimas  y  se  conservan  bastante 
puros,  al  contrario  de  los  ópatas  y  tarahumares  de  Chihuahua  y  de  Sonora. 
Los  aztecas  o  nahuas,  son  nombre  colectivo  de  muchos  pueblos  y  tribus  que 
ocuparon  antiguamente  la  vertiente  pacífica  desde  el  J^ío  Fuerte  (26''  de  latitud 
Norte)  hasta  los  confines  de  Guatemala,  exceptuando  el  istmo  de  Tehuantepec, 
pero  extendiéndose  sus  colonias  hasta  Guatemala  y  San  Salvador.  Sobre  la 
vertiente  del  Atlántico  las  tribus  nahuas  habitaban  los  alrededores  de  México, 
y  constituyeron,  probablemente  dos  o  tres  centurias  antes  de  la"  llegada  de  los 
españoles,  tres  Estados  confederados:  Tcscuco,  Tlacopán  y  Tleuochtillán. 
Actualmente  los  aztecas,  en  número  de  150,000  próximamente,  encuéntransc 
extendidos  sobre  toda  la  costa  mexicana  desde  el  Sur  de  Sinaloa  hasta  'Pepic, 
Jalisco,  Michoacán  y  el  Oeste.  Muy  pacíficos,  sedentarios,  con  un  barniz  de 
civilización,  ellos  son  católicos  de  nombre,  animistas  llenos  de  superstición  en 
el  fondo.  En  muchas  villas  aztecas  todavía  se  habla  la  antigua  lengua  nahua." 
El  profesor  L.  Biart  ha  escrito  extensamente  sobre  la  historia  y  costumbres  de 
los  aztecas  (París,  1885). 

Al  lado  de  los  aztecas  se  designan  con  el  nombre  de  "mexicanos  ])r()])ia- 
mente  dichos"  a  otros  tres  grupos  étnicos :  el  otomí,  los  tarascos  y  los  talonacs 
de  la  provincia  de  Veracruz,  antes  muy  civilizados  y  que  se  parecen  físicamente 
al  grupo  lingüístico  maya.  El  otomí  nos  da  el  ejemplo  particular  de  pueblo 
americano  hablando  una  lengua  monosilábica ;  de  talla  debajo  de  la  media, 
braquicéfalos  en  general  con  tendencia  a  la  mesocefalia  (llamy,  Brinton). 
Los  tarascos,  no  mezclados,  viven,  según  Lumholtz,  en  número  de  200,000  en 
las  montañas  de  Michoacán  :  otros  han  sido  absorbidos  en  la  población  mestiza. 

El  otro  gran  grupo  etnográfico  de  los  indios  de  México  y  de  la  América 
Central,  siguiendo  en  esto  a  Deniker,  ya  hemos  dicho  que  lo  forman  los  centro- 
americanos; y  están  subdividos  por  el  mismo  notable  antropólogo  en  tres 
grupos  geográficos :  los  indios  del  Sur  de  México,  los  maya  y  los  istmianos. 
Entre  los  primeros  están  los  zapotecas  de  Oaxaca,  descendientes  de  un  pueblo 
que  alcanzó  en  época  remota  el  mismo  grado  de  la  civilización  azteca ;  están 
también  los  mixtecas  de  Oaxaca  y  Guerrero,  de  talla  pequeña,  braquicéfalos,  y 
los  zoques,  mixes  y  chapanecas,  para  no  citar  otros.  La  antigua  civilización 
maya  era  semejante  a  la  de  México;  los  "mayas  propiamente  dichos  de  Yuca- 
tán" contienen  como  principales  tribus:  los  tchontales  de  México,  los  mopans, 
de  Guatemala  septentrional ;  los  quichés  más  al  Sur,  el  único  puebUj  indi(j  (|uc 
j)osee  vma  literatura  escrita  indígena ;  los  pocomanes,  los  chorti  y  los  huaste- 
cas. "A  pesar  de  las  diferencias  lingüísticas,  todos  los  guatemaltecos  o  indios 
de  Guatemala  se  asemejan  desde  el  punto  de  vista  físico :  son  pequeños,  re 
chonchos,  de  pómulos  salientes,  nariz  prominente,  con  frecuencia  convexa;  y 
algunas  de  sus  costumbres,  como  la  geofagia,  son  comunes  a  todas  estas  pobla 


—  97  — 

cíones".  El  profesor  Deniker  reúne  bajo  el  nombre  de  "los  istmianos"  a  los 
pueblos  indígenas  de  la  América  Central  distribuidos  por  Guatemala  y  el  istmo 
de  Panamá,  cuyos  idiomas  no  están  comprendidos  en  ninguna  de  las  catego- 
rías de  las  lenguas  americanas  (lencas,  matagolpes,  guatusos,  oulona,  moscos, 
rama). 

Algunos  autores  creen  que,  en  cuanto  a  la  América,  la  agrupación  de  los 
pueblos  tiene  mejor  base  en  los  caracteres  lingüísticos  que  aquella  que  pueda 
suministrarles  los  étnicos  y  somatológicós ;  opinando  asimismo  que  esos  ca- 
racteres lingüísticos  son  fundamentos  más  sólidos  para  definir  las  razas  del 
nuevo  continente.  Para  Brinton  existe  un  lazo  común  entre  todas  las  lenguas 
americanas ;  pero,  discurriendo  ampliamente  sobre  este  punto,  lingüistas  de  la 
talla  de  Müller  y  Adam  piensan  de  distinto  modo,  que  la  similitud  entre  las 
lenguas  americanas  no  autorizan  a  aceptar  que  todas  ellas  han  procedido  de 
una  sola  fuente.  Atribuye,  por  otra  parte,  Powell,  mayor  importancia  a  la  se- 
mejanza del  vocabulario  que  a  la  de  las  formas  gramaticales ;  y  llega  a  estable- 
cer esta  conclusión :  "las  tribues  de  la  América  del  Norte  no  hablan  precisa- 
mente dialectos  relacionados  entre  sí  y  nacidos  de  una  sola  lengua  original : 
hablan,  por  el  contrario,  muchas  lenguas  pertenecientes  a  familias  diversas, 
que  no  parecen  tener  un  origen  común".  Estima  Brinton  en  150  o  160  el 
número  de  las  familias  lingüísticas  conocidas  en  toda  la  América,  lo  que  parece 
ser  un  cálculo  exacto;  en  efecto,  sólo  para  la  parte  del  Norte  de  México  enu- 
mera Powell  59  familias  lingüísticas." 

Los  pipiles  (muchachos,  en  lengua  azteca)  descendían  de  los  mexicanos. 
Dícese  que  Ahuizotl,  octavo  emperador  de  México,  allá  por  los  años  de  1486, 
deseoso  de  extender- su  poderío,  y  no  satisfecho  con  el  territorio  que  sus  ma- 
yores le  habían  dejado,  decidió  apoderarse  del  reino  de  los  quichés  y  de  otras 
tribus  que  poblaban  el  istmo  centro-americano.  Vanos  fueron  los  ardides  de 
la  guerra,  ni  alcanzaron  buen  éxito  los  agasajos,  presentes  y  embajadas,  para 
que  se  realizasen  las  aspiraciones  de  Ahuizotl,  quien  entonces  se  valió  de  una 
extratagema  que  harto  demuestra  su  astucia.  Envió  secretamente  como 
veinte  mil  indios,  llamados  pipiles,  para  que  simulando  ser  mercaderes,  fuesen 
poco  a  poco  introduciéndose  en  aquellas  ciudades  y  en  las  tierras  pobladas  por 
quichés,  cakchiqueles,  tzendales,  kelkes  y  zapotecas,  a  fin  de  sojuzgarlos  en 
una  oportunidad,  teniendo  parciales  en  quienes  apoyarse ;  pero  fueron  sor- 
prendidos en  su  intento,  que  ya  no  vio  realizado  el  ambcioso  emperador  mexi- 
cano,- ni  ninguno  de  sus  sucesores.  Los  pipiles  vinieron,  pues,  como  traidores 
y  se  encontraron  en  tierras  bañadas  por  el  mar  del  Sur,  desde  Escuintla  hasta 
Cuscatlán  (El  Salvador)  en  donde  se  extendieron  mucho  y  progresaron  bas- 
tante. Turbulentos  o  indómitos,  no  soportaron  la  tiranía  de  su  cacique  Cua- 
humichín,  a  quien  el  pueblo  dio  muerte  violenta  en  su  propio  palacio,  ocupado 
a  seguida  por  el  débil  y  manso  Tutecotzimit,  que  organizó  el  gobierno  y  pudo 
hacer  que  sus  vasallos  progresaran.     El  cacicazgo  pipil,  nunca  fué  monar- 


-98- 

quía,  por  más  que  Juarros  erróneamente  haya  asegurado  que  tuvieron,  poco 
tiempo  antes  de  la  venida  de  los  españoles,  un  monarca  o  rey,  lo  cierto  es  que 
a  lo  más  llegaría,  como  algunos  creen,  a  constituir  un  señorío,  ligado  con  la 
casta  sacerdotal,  que  a  su  vez  reconoció  la  autoridad  del  gran  sacerdote,  quien 
se  dejaba  ver  en  las  ceremonias  solemnes,  revestido  de  una  especie  de  casulla 
\,  azul,  con  gran  mitra  adornada  de  vistosos  plumajes,  y  llevando  un  báculo, 
recamado  de  oro  y  plata.  Algunos  dudan  que  los  primeros .  pipiles  hayan 
venido  en  tiempo  de  Ahuizotl,  puesto  que  las  ruinas  de  Cotzumalguapa  y  otras 
demuestran  muchísimos  años  de  residencia. 

"La  comarca  más  occidental  de  lo  que  hoy  constituye  el  territorio  de  El 
Salvador  es  la  de  los  Izalcos  situada  entre  el  río  Paz  o  Aguachapa  y  Gueymoco. 
En  esta  comarca  existe  el  lugar  llamado  Zenzontlatl  que  en  lengua  mejicana 
significa  "cuatrocientos  ojos  de  agua"  palabra  que  ha  sido  transformada  en  la 
de  Sonsonate.  Zenzontlatl  hace  alusión  a  los  innumerables  ojos  de  agua  que 
forman  el  Río  Grande,  a  cuyas  orillas  se  hallaban  situada  la  población. 

En  la  costa  de  los  Izalcos,  existió  y  existe  aún  el  puerto  de  Acazutla,  lla- 
mado actualmente  Acajutla.  De  la  población  de  I  zaleo,  poco  después  de  la 
conquista,  salieron  cuatro  familias  a  establecerse  a  un  punto  inmediato  a  Son- 
sonate y  fundaron  un  pueblo  cuyo  nombre  fué  Nahuizalquio  o  los  cuatro  Izalco, 
porque  en  idioma  mejicano  "nahui"  significa  cuatro.  Inmediato  a  Sonsonate 
se  hallan  el  pueblo  de  Quetzal-Cuat-itán,  compuesto  de  tres  palabras ;  quetzal, 
culebra  y  debajo.     Con  el  tiempo  este  nombre  se  convirtió  en  Salcoatitán. 

Pueblo  bien  situado  era  el  de  Güeciapam,  que  en  lengua  mejicana  quiere 
decir  Río  Grande,  llamado  así,  indudablemente,  por  su  cercanía  al  río  de  Paz  o 
Pazaco,  conocido  también  con  el  nombre  de  Ahuachapán.  En  la  época  pre- 
sente se  ha  cambiado  el  nombre  primitivo  por  el  de  Ahuachapán,  hoy  ciudad 
de  mucho  progreso  y  cabecera  de  departamento.  Digna  de  mencionarse  es  lá 
numerosa  población  de  Siguatehuacán,  nombre  que  en  lengua  azteca  quiere 
decir  "joven  bajada  de  los  cerros",  hoy  "Santa  Ana",  situada  al  pié  del  volcán 
del  mismo  nombre  y  población  de  mucha  importancia. 

Hacia  la  parte  occidental  de  Siguatehuacán  se  hallaba  la  alquería  de  Chal- 
chuapa  que  en  náhuatl  significa  "moneda  indígena  oculta".  La  antigua  pobla- 
ción ha  desaparecido,  la  que  actualmente  existe  está  a  una  milla  distante  de  la 
anterior. 

De  nombre  indígena  y  de  antigua  época  es  la  población  de  Coatepeque, 
llamada  antiguamente  Cuatepeque  o  Cerro  de  Culebra.  A  este  pueblo  siguen 
los  dos  Texistipeque,  Augue  y  Ostria,  habiendo  variedad  de  opiniones  sobre  si 
estos  dos  últimos  existieron  de  la  conquista. 

El  nombre  primitivo  del  antiguo  pueblo  de  Gujutla  era  Shushuta  (|ue  en 
lengua  indígena  quiere  decir  "río  de  jutes"  por  estar  situada  la  población 
a  inmediaciones  del  río  de  este  nombre. 

A  tres  leguas' al  Sudeste  de  Güeciapán  existe  el  pueblo  de  Apaneca  llama- 


I 


—  99  — 

do  en  lengua  Azteca  Aponegeeat,  que  sij^nifica  Río  de  Viento,  pues  por  su 
elevada  situación  se  halla  expuesto  a  un  viento  demasiado  fuerte. 

Caminando  del  Este  hacia  el  interior  del  territorio,  se  llega  a  la  población 
de  Cuscatlán,  hallándose  situada  en  la  parte  intermedia  las  poblaciones  de 
Cuisnaguat  llamada  antiguamente  Cuis-Nahuit  o  sea  el  lugar  de  los  Cuatro 
Espinos  y  otros  cuyos  nombres  no  se  ha  podido  conservar.  Cuscatlán  revela 
su  primitiva  civilización  por  los  muchos  utensilios  de  barro  de  diversas  for- 
mas que  se  encuentran  en  sus  excavaciones. 

Pocos  datos  existen  acerca  de  las  demás  poblaciones  primitivas  de  la  Re- 
pública ;  pero  si  es  lo  cierto  que  las  principales  divisiones  establecidas  eran : 
Zenzonatl,  Cuscatlán  y  Chaparrastique ;  que  estas  comarcas  estaban  muy  po- 
bladas al  tiempo  de  la  conquista,  según  lo  afirmó  el  mismo  conquistador  Pedro 
de  Alvarado.  Entre  esas  poblaciones  hay  algunas  que  merecen  mencionarse 
especialmente  como  Nejapa,  llamada  antiguamente  Nixppa,  arruinada  con  mo- 
tivo de  la  erupción  del  volcán  de  San  Salvador.  El  lugar  donde  estuvo  situada 
la  primitiva  población  es  llamada  en  la  actualidad  Potrero  de  San  Lorenzo,  en 
la  jurisdicción  de  Quezalteipeque,  población  también  primitiva.  Hoy  se  cono- 
ce con  el  nombre  de  Nejapa  un  bonito  caserío  situado  al  Occidente  y  a  poca 
distancia  de  Apopa. 

Poblaciones  enteramente  extintas  son  Zacualpa  y  Guija  en  el  actual  de- 
partamento de  San  Aana.  La  primera  estaba  situada  en  una  isla  grande  que 
está  en  medio  de  la  laguna,  y  ia  segunda  en  el  mismo  lugar  en  que  está  la 
laguna  del  mismo  nombre.  En  las  márgenes  de  ésta  se  ven  varios  antiguos 
edificios  y  aún  en  el  fondo  han  observado  los  pescadores  en  la  estación  seca, 
algunos  capiteles  de  columnas.  Se  han  hallado  además  en  el  lecho  de  la 
laguna,  piedras  de  moler,  vasijas  de  barro  de  todas  clases  y  formas.  Hace 
mucho  tiempo  que  un  pescador  sacó  una  pieza  de  plata  y  en  1848  un  indígena 
de  los  alrededores  encontró  dentro  de  un  promontorio  de  lava  que  el  agua 
había  dejado  descubierto,  varias  obras  de  plata  labrada  en  figuras  esféricas 
que  pesaron  una  arroba.  Se  notan  en  diferentes  puntos  de  la  comarca  cimien- 
tos de  edificios  antiguos,  lo  que  prueba  el  estado  de  adelanto  en  que  se  hallaban 
las  poblaciones  primitivas". 

Los  quichés  y  cakchiqueles  trataron  de  someter  a  su  dominación  a  los 
pipiles,  quienes  pidieron  auxilio  a  don  Pedro  de  Alvarado,  sin  sospechar  que  el 
Hijo  del  Sol  (Tonatiuh)  sería  para  con  ellos  más  tirano  que  el  primero  de  sus 
caciques,  el  infortunado  Cuahumichín. 


Los  chorotegas,  los  xicaques,  los  poyas,  toukas,  caribes,  zambos  y  otras 
tribus  aún  más  salvajes,  que  ocupaban  lo  que  es  hoy  territorio  de  Honduras, 
tenían  costumbres  bárbaras,  sacrificios  horrendos  y  carácter  refractario  a  la 
cultura  cristiana. 

Ha  quedado  de  los  españoles  el  decir,  de  uno  belitre  y  salvaje,  que  parece 
xicaque.  Cuando  se  desea  expresar  que  es  muy  bolonio  o  estúpido,  se  le  llama 
chontal. 


\> 


L 


—  ICXD  — 

Mr.  Dsiré  Pector  escribió  una  memoria  interesante,  con  el  título  de  "In- 
dication  aproximative  de  vástigas  laissé  per  les  populations  précolombiennes 
du  Nicaragua",  en  la  que  refiere  la  tradicional  aventura  del  viejo  cacique  Xu- 
chiltepecs,  que  separó  sus  huestes  chapanecas  de  los  pipiles  de  Cuzcatlán,  para 
llevarlas  por  Nicaragua  y  por  Honduras,  e  investiga  hasta  donde  es  dable,  y 
apoyado  en  Bancroft,  Brinton,  Berendt,  Bovallius,  Squier  y  algunos  cronistas 
antiguos,  los  rastros  de  las  varias  tribus  y  naciones  que  poblaron  en  un  prin-. 
cipio  el  extenso  territorio  de  Nicaragua.  Acompaña  a  aquella  obrita  un  mapa 
etnográfico,  en  el  cual  se  ve  que  los  mosquitos,  chontales,  lamas,  maribios, 
matiares,  nagrandanes,  niquiranes,  imavites,  melchoras,  mangues,  dirías,  cho- 
rotegas,  nahuas,^  etc.,  habitaban  aquel  bellísimo  territorio  en  donde  se  deprime 
la  cadena  andina  y  hay  lagos  más  lindos  que  los  de  Suiza. 

Los  chorotegas  se  multijílicaron  cabalmente  por  las  orillas  del  gran  lago 
de  Nicaragua  y  i>or  el  Nequepío,  sobre  el  golfo  de  Fonseca,  mientras  que  por 
el  rumbo  de  Managua  vivían  los  maribios  y  matiares,  y  entre  Masaya  y  Nicoya 
las  colonias  nahuas,  que  difundieron  por  aquellas  regiones  la  cultura  que  de 
tiempo  inmemorial  las  distinguía. 

Los  nahuas  estaban  esparcidos  por  el  istmo  de  Rivas,  entre  el  lago  de 
Nicaragua  y  el  Pacífico,  y  hablaban  el  mexicano  o  náhuatl ;  y  es  curioso  obser- 
var que  llegaron  hasta  el  extremo  oriental  de-  Costa-Rica.  Entre  aquel  lago 
y  el  golfo  de  Nicoya,  se  hallaba  la  misteriosa  nación  de  los  corobicíes,  progeni- 
tores de  los  guatusos.  En  las  márgenes  meridionales  del  río  San  Juan  estaban 
los  votos,  hasta  el  valle  de  Sarapiquí,  y  al  Este  de  dicho  valle,  se  asentó  la 
importante  provincia  güetar  de  Suerre,  siguiendo  después  por  lo  demás  de 
Costa-Rica,  los  tanacas,  viceitas,  cabeceres,  terrabes,  chichimecas,  changüenes, 
doraces,  guaymies  y  otras  tribus  que  formaban  propiamente  el  territorio  de 
Gütares  (tierra  grande)  cuyo  mejor  lugar  era  el  Guarco,  en  donde  los  españo- 
les establecieron,  en  1563,  la  capital  de  Costa-Rica.  Los  grupos  se  extendian 
sobre  las  playas  del  Pacífico,  entre  los  ríos  Pirris  y  Grande  de  Terraba,  hasta 
mediados  del  siglo  XVIII,  en  que  acabaron  por  las  pestes  y  malos  tratamientos 
que  sufrieron.  Los  cotos  ocupaban  la  parte  superior  del  valle  del  río  Terra- 
ba, y  acabaron  también,  dejando  a  los  borucas,  sus  descendientes,  que  se  ex- 
tendían hasta  los  llanos  de  Chiriquí. 

Cuando  llegaron  los  españoles  a  aquella  región,  los  principales  pueblos 
eran  los  nahuas  (aztecas),  nahues  (chorotegas),  gütares,  viceitas,  terrabas, 
changüenes,  guaymies,  guepos,  cotos  y  borucas,  que  pasaban  de  cien  mil,  en 
el  año  1564,  y  de  los  cuales  poquísimos  quedan  en  el  día  (i). 

Los  nahuas  vinieron  del  Norte  y  desembarcaron  en  Nicaragua,  por  el  año 
1440,  según  los  cálculos  del  P.  Motolinia,  de  acuerdo  con  lo  que  los  mexicanos 
le  dijeron,  como  puede  verse  en  los  "Documentos  de  Icazbalceta",  tomo  I. 
Pág.  10. 


(1 )    Etnolofna  Centro-Americana.  ix)r  Peralta  -Intrtxlurirín. 


Los  nahuas  o  aztecas  llegaron  por  Nicaragua  y  Costa-Rica,  cincuenta  años 
después  que  los  chorotegas,  a  mediados  del  siglo  XV,  según  asegura  el  obispo 
Thiel,  en  su  interesante  obra  "Revista  de  Costa-Rica  en  el  siglo  XIX".  Muy 
numerosos  en  el  istmo  de  Rivas,  sólo  tenían  en  Bagaces  y  en  Talamanca  pe- 
queñas colonias.     Estos  indios  llevaron  ahí  la  semilla  del  cacao. 

Los  chorotegas  cultivaban  el  maíz,  algodón,  frijoles,  zapotes,  nísperos  y 
otras  frutas.  También  sembraban  tabaco  y  a  veces  lo  fumaban.  Con  púr- 
pura de  caracol  y  brasil  teñían  sus  vestidos  y  hacían  primorosas  obras  de  alfa- 
rería, según  cuenta  Oviedo,  quien  llevó  a  Santo  Domingo  algunas  muestras  de 
loza  que  se  pudieran  dar  a  un  príncipe  por  su  lindeza.  Se  adornaban  con  per- 
las recogidas  en  Nicoya  y  tenían  hermosas  mujeres  (i). 

Cuándo  y  por  qué  los  floridos  valles  del  Usumacinta  hayan  sido  abando- 
nados por  los  mayas,  así  como  las  ricas  márgenes  del  río  Motagua,  no  se  sabe 
a  punto  cierto.  Se  presume  que  las  pestes,  el  hambre,  las  guerras  civiles,  las 
invaciones  extrañas,  en  lejanos  tiempos,  destruyeron  los  focos  aquéllos  de 
gran  cultura  (2). 

El  distinguido  americanista  don  Manuel  M.  de  Peralta  escribió  un  "En- 
sayo sobre  la  distribución  geográfica  de  los  aborígenes  de  Costa-Rica",  del  cual 
aparece  que,  a  la  época  de  la  conquista  de  los  españoles,  ocupaban  aquel  terri- 
torio los  chorotegas  o  mangues,  los  nahuas  o  mexicanos,  en  poco  número,  los 
corobicís,  los  güetares,  cabecares,  viceitas,  terrabas,  changüenes,  doraces, 
guaymies,  borucas,  cotos  y  quepos.     Los  más  antiguos  eran  los  corobicís. 

Por  la  carta  geográfica  que  aquel  notable  historiógrafo  formó,  se  compren- 
de bien  la  distribución  que  tenían  los  aborígenes  de  Costa-Rica  en  el  siglo  XVL 
Al  llegar,  en  1522,  el  conquistador  Gil  González  de  Avila,  había  cuatro  grupos 
distintos:  el  nicoyano,  el  de  la  isla  Zapatera,  el  güetar  y  el  bugaba  (3).  Los 
borucas  vivían  por  las  tierras  cercanas  a  Panamá.  Los  nahuas  eran  unos 
cuantos  cientos,  que  se  hallaban  por  Bagaces  y  en  el  valle  Duy.  Los  vitares  y 
vicetas  en  las  planicies  del  centro  (4). 

Nunca  los  reinos  y  tribus  que  se  hallaban  en  la  América  Central  fueron 
feudatarios  de  México,  como  algún  autor  ha  pretendido.  El  imperio  Azteca 
se  extendía  hasta  el  grado  14,  no  incluyendo  nada  de  Guatemala  (5). 

Dice  el  Isagoge  Histórico:  "Al  tiempo  de  la  Conquista  aún  no  habían 
sujetado  los  mexicanos  las  provincias  que  median  para  llegar  a  Goathemala. 
Su  último  emperador  Montezuma  salió  en  persona  a  sujetar  la  provincia  Te- 
huantepeque,  y  no  pudo  conseguirlo,  porque  la  defendió  el  señor  Tutepeque, 
y  así  no  tenían  los  mexicanos  el  paso  para  Goathemala  por  las  costas  del  mar 
del  Sur Tampoco  habían  sujetado  la  Provincia  de  Chiapas,  con  que  no 


(1)  Historia  de  las  Indias,  lib.  XLII  cap.  XI. 

(2)  A  Glimse  at  Guatemala,  pág.  243. 
[3]  Monografía  del  obisix»  Thiel. 

[4]  Fernández  Guardia— Cartilla  Histórica. 

[5]  Historia  de  Conau2.sta  de  Mé.xico,  por  Prescott. 


tenían  por  donde  introducir  sus  armas  y  exércitos  en  el  Reyno  de  Goathemala, 
ni  por  las  costas  del  Sur,  ni  por  las  del  Norte,  ni  por  medio  de  la  tierra". 

Cuando  los  españoles  vinieron  a  estas  tierras  del  Centro  de  América  en- 
contraron pueblos  de  diversas  razas,  distintas  costumbres,  varios  idiomas  y 
aspiraciones  opuestas.  Era  aquella  masa  heterogénea,  multiforme,  híbrida, 
con  espíritu  anárquico,  sin  hegemonía  alguna.  Se  hallaba  en  guerras  y  lu- 
chas, con  odios  ancestrales  y  tendencias  disolventes.  •  Decaída  la  notable  civi- 
lización pretérita  de  algunas  tribus,  había  sonado  para  su  raza  la  hora  que  el 
destino  le  marcara  de  agonía  y  servidumbre.  Hay  en  los  hombres,  en  los  pue- 
blos y  hsta  en  las  castas,  momentos  terribles  de  horrenda  desventura.  La 
conquista  se  hallaba  preparada  por  los  misteriosos  senderos  de  la  evolución 
social. 

Los  indios  de  la  América  del  Centro  se  dividen  en  muchas  tribus,  diferen- 
ciándose unas  de  otras,  a  pesar  de  lo  que  dicen  escritores  extranjeros  que  no 
las  conocen,  por  la  estructura  corporal,  por  la  lengua  y  por  las  costumbres. 
Verdad  es  que  siempre  se  advierte  entre  ellos  ciertos  caracteres  comunes  inne- 
gables. Nuestros  indios  tienen,  por  lo  gneral,  los  unos  color  cobrizo,  y  otros 
aceitunado,  son  membrudos,  musculosos,  de  cabellos  negros,  ásperos,  lisos,  y 
de  corte  prismático,  de  barba  rala,  pómulos  salientes ;  pero  no  agudos,  orejas 
grandes,  labios  gruesos,  frente  baja,  ojos  rasgados,  algunos  con  el  ángulo  ex- 
terno un  poco  levantado  hacia  las  cienes,  negros  las  más  de  las  veces  y  de  vista 
penetrante,  y  en  la  boca  una  expresión  particular  de  dulzura,  desdeñosa,  que 
contrasta  con  su  aspecto  serio  y  tristemente  sombrío.  Constituyen  una  raza 
sufrida,  sana,  bien  formada,  pero  participan,  con  las  demás  razas  americanas, 
de  falta  de  flexibilidad  en  la  organización  física,  lo  cual  hace  que  su  paso  de  un 
país  cálido  a  un  frío  y  vice  versa  les  sea  mucho  más  perjudicial  que  a  los 
europeos,  acostumbrados  a  la  transición  de  las  estaciones,  que  no  dejan  sentirse 
en  los  países  tropicales,  en  donde  las  costas  son  muy  ardientes,  las  altiplanicies 
agradables  y  los  picos  de  las  cordilleras  muy  nevados,  siempre  lo  mismo,  sin 
alteración  alguna.  Serio,  pacífico  y  melancólico,  el  indio  agrega  no  sé  qué 
de  misterioso  a  sus  más  insignificantes  acciones.  Jamás  trasluce  a  su  impa- 
sible rostro  las  pasiones  que  puedan  dominarle,  a  pesar  de  lo  cual  a  veces  llega 
a  ser  terrible.  Modesto  por  costumbre,  diestro,  suspicaz,  sumiso  especial- 
mente a  los  sacerdotes,  es,  al  propio  tiempo,  indolente,  tardo,  supersticioso  y 
crédulo  (i).  En  indio  americano  es  un  producto  del  suelo  americano  (2;. 
Chavero  opina  que  nuestros  aborígenes  son  de  raza  más  pura  que  la  europea, 
y  se  funda  en  la  carencia  que  tienen  de  pelo  en  todo  el  cuerpo,  menos  en  la 
cabeza,  en  las  pestañas,  en  las  cejas,  muy  ralas  por  cierto,  y  en  la  poca  barba, 
más  rala  todavía,  y  además  en  la  circunstancia  de  no  tener  la  muela  del  juicio, 
y  mostrar  molares  en  vez  de  colmillos  (3).     Empero,  ni  una,  ni  otra  razón 


[1]    La  Tierra  y  el  Hombre,  por  Federico  de  Hellwald,  pág^ina  HS. 
[2]    "L'Homne  Americain".  porSimoniu. 
[31    México  a  través  de  los  Siglos,  tomo  11. 


—  IOS  — 

prueban  la  imagniada  superioridad  de  dicha  raza.  Algunos  creen  que  la  ca- 
rencia de  vello  y  barba  más  bien  implica  falta  de  virilidad,  lo  cual  tampoco  nos 
parece  ser  cierto,  porque  los  indios  procrían  hijos  sanos,  fuertes  y  en  gran 
número ;  ni  es  posible  afirmar  que  la  correlación  entre  el  mono  y  el  hombre, 
torne  más  fino  al  que  carece  de  vello,  sin  que,  por  lo  demás,  se  verdad  que  al- 
gunos aborígenes  mexicanos  no  tengan  caninos.  Si  otros  carecen  de  las 
muelas  del  juicio,  faltan  a  la  vez  en  individuos  de  varias  razas.  La  barba  y  los 
apéndices  capilares  en  ciertas  partes  del  cuerpo  son  tenidos  en  muchos  pueblos, 
como  complemento  de  belleza,  y  entre  los  israelitas  se  apreciaban  fanáticamen- 
te, como  consta  en  la  Biblia.  En  varias  de  esas  apreciaciones,  juzgamos  que 
hay  parcialidad  o  exageración,  algunas  veces  a  favor,  y  muchas,  en  contra  de 
los  indios. 

A  los  conquistadores  españoles  repugnaba  encontrar  a  las  mujeres  des- 
provistas del  monte  de  Venus,  como  lo  asegura  el  ingenuo  Bernal  Díaz,  quien 
cuenta  que  algunas  de  las  indias  sabían  muy  bien  adecuarse  pelucas  en  el  pubis, 
a  fin  de  no  desagradar  a  sus  dueños. 

Tornando  a  hablar  de  los  antiguos  indios  de  estas  tierras,  es  preciso  decir 
que  varios  reinos,  muchos  señoríos  y  no  pocos  cacicazgos,  con  más  de  seis  mi- 
llones dje  pobladores,  encontraron  los  españoles  en  el  istmo  centro-americano ; 
núcleo  en  remoto  tiempo,  de  grandes  ciudades,  cuya  civilización  admira  a  los 
que  han  hecho  estudio  especial  de  los  países  cultos  de  la  antigua  América. 

Brasseur  de  Bourbourg,  Maudsley,  Bancroft,  Brinton,  Berendt,  Baldwin 
y  otros  historiógrafos,  que  han  escrito  obras  especiales  sobre  esta  materia, 
reconocen  que  la  civilización  de  los  imperios  istmeños  era  superior  a  la  de 
México  y  a  la  del  Perú,  muchos  siglos  antes  de  la  llegada  de  los  españoles  al 
Nuevo  Mundo. 

La  posición  geográfica  de  la  garganta  de  tierra,  que  une  las  dos  grandes 
porciones  del  continente  americano,  hará  que  en  lo  futuro  sea  el  centro  del 
comercio.  Aquí  en  donde  las  ruinas  de  Copan,  Palemke,  Tical  y  Piedras  Ne- 
gras, no  nos  dicen  cuándo  fué  abandonada  esa  región ;  en  donde  las  esculturas 
y  geroglíficos  de  Chichén-itzá  revelan  muertas  civilizaciones ;  aquí  por  donde 
Cortés  y  Bernal  Díaz  portentosamente  atravesaron  la  parte  que  había  sido  más 
poblada,  en  los  primitivos  tiempos  de  Centro-América,  sin  presumir  que  las 
orillas  de  aquellas  corrientes  y  las  faldas  de  los  agrestes  cerros,  hubiesen  sido 
asiento  de  razas  varias  e  interesante  cultura ;  aquí,  decimos,  poderosos  pueblos, 
formarán  grandes  riquezas.  ¡  La  Historia  se  repite !  ¡  Que  el  melancólico 
quetzal,  desolado  por  la  destrucción  de  los  hijos  de  Votan,  no  vea  otra  vez  las 
praderas  del  Peten,  las  márgenes  del  Polóchic  y  del  Usumacinta,  pobladas  por 
extrañas  gentes ! 


Sicut  nubes,  quasi  aves,  velut  umbra. 


CAPITULO   IV 


orografía  E  hidrografía  de  la  AMERICA 


I 


CENTRAL 


SUMARIO 


Montes  mitológicos.  —  Montañas  sagradas.  —  Desde  la  época  cuaternaria 
buscó  el  hombre  los  lugares  altos.  —  Ruinas  de  razas  prehistóricas,  en  breñas  abrup- 
tas. —  Centro-América,  el  país  volcánico  por  excelencia.  —  El  que  guarda  más  ele- 
mentos de  la  primitiva  cultura  humana.  —  Forma  que  tiene  la  Am.érica  Central.  — 
Valle  de  Guatemala.  —  Sorprendente  sistema  hidrográfico.  —  Formaciones  vejetales. 
—  Clasificación  de  los  terrenos.  —  Panoramas  sublimes  de  estos  países.  —  Divisio- 
nes orgánicas  del  suelo  centro-americano.  —  Descensos  de  la  cordillera.  —  Extrema 
fertilidad.  —  Descripción  de  los  bosques  del  Norte.  —  El  valle  de  Zacapa.  —  Muro 
gigantesco  de  volcanes.  —  Peculiaridades  zoológicas  de  esa  zona.  —  Divisoria  con- 
tinental. —  El  Cerro  Padre.  —  La  erupción  del  Cosigüina.  —  El  Infierno  de  Masaya. 
Memorable  descenso  de  unos  frailes  en  busca  de  oro.  —  Sistema  de  montañas  de 
Guatemala.  —  Observaciones  generales.  —  Coincide  el  levantamiento  de  las  mon- 
tañas con  la  aparición  del  hombre  en  la  tierra.  —  Momento  sublime.  —  Poesía  de  la 
creación  humana.  —  El  Cerro  de  Oro.  —  El  volcán  de  Agua.  —  El  volcán  de  Acate- 
nango.  —  El  volcán  de  Atitlán.  —  El  de  Tajumulco.  —  Los  barrancos.  —  El  volcán 
de  Ipala.  —  El  volcán  de  Pacaya.  —  Teorías  acerca  del  fuego  de  los  volcanes.  — 
Otros  volcanes  de  Guatemalau  —  Ausoles  de  Aguachapán.  —  Volcán  de  San  Salva- 
dor. —  Descripción  geológica  de  El  Salvador,  por  el  doctor  David  J.  Guzmán.  — 
Cadena  volcánica  de  El  Salvador.  —  EL  1,EMPA,  río  que  debiera  llamarse  EL 
UNIONISTA.  —  El  Polochic  y  otros  ríos.  —  Sistema  hidrográfico  de  la  vertiente 
del  Pacífico.  —  El  lago  de  Atitlán.  —  El  lago  azufrado.  —  Territorio  del  Peten.  — 
Volcanes  de  Costa-Rica.  —  Montañas  y  ríos  de  Honduras.  —  Viaje  Geológico  a  la 
América  Central,  por  Dolffus  y  Motserrat.  —  El  Istmo  de  Centro-América.  —  La 
unión  de  ambos  océanos. 


Las  multitudes  que  sonreían  al  cruzar  el  pórtico  de  Atenas,  cuando,  ebrias 
de  gozo  iban  a  las  fiestas  de  las  Panateneas,  en  la  falda  de  la  montaña  sagrada, 
se  esforzaban  por  llegar  a  la  cumbre,  en  donde  la  sabiduría  serena  y  luminosa, 
dispensaba  sus  dones  a  los  que  la  grande  Egida  cubriera  con  su  divina  sombra. 
Moisés,  el  oráculo  del  pueblo  más  culto  de  la  antigüedad,  subió  a  un  monte 
para  recibir,  entre  relámpagos  y  truenos,  las  tablas  de  la  Ley,  que  harían  de  la 
raza  semítica  la  escogida,  por  entonces,  en  el  mundo.  El  Arca  salvada  del 
diluvio,  posóse  sobre  el  Ararat,  cuando  la  paloma  mensajera  vino  con  el  ramo 
de  oliva  en  el  pico,  y  el  arco  iris  dejó  ver  en  el  firmamento  sus  franjas  de  coló- 


—  io6  — 

res,  según  la  tradición  bíblica.  Desde  la  época  cuaternaria,  habitó  el  hombre 
las  faldas  de  las  montañas  (i)  dirigiendo  sus  pasos  a  los  lugares  más  altos,  ya 
que  el  rey  de  la  creación  no  podía  haber  nacido  en  la  playa  llana  del  mar  jurá- 
sico, o  en  la  pampa  silenciosa,  hecha  para  los  reptiles,  ni  menos  en  las  impe- 
netrables malezas  de  las  selvas,  por  donde  los  simios  se  deslizaban  en  encor- 
vada actitud.  La  mirada  del  hombre  busca  siempre  lo  alto,  va  en  pos  del 
cielo.  Él  vino  al  mundo  cuando  los  picos  de  los  Alpes  fueron  surgiendo  de  los 
primitivos  mares,  hasta  subir  entre  las  nubes  y  mostrar  sus  calvas  frentes, 
como  añoso  testimonio  de  miles  de  siglos  de  generación  lenta,  que  preparaba 
en  la  tierra,  el  momento  en  que  aparecería  la  humana  especie ;  en  que  el  hombre 
podría  andar  recto,  sin  arquearse,  ni  rastrear,  en  mesetas  emergidas  del  fondo 
de  las  aguas,  en  un  paraíso  propicio  a  su  creación,  en  donde  hallaría  elementos 
de  subsistencia,  y  cómo  luchar  por  la  vida  con  los  colosales  cuadrumanos  y  los 
ponzoñosos  reptiles ;  en  donde  estaría  lejos,  muy  lejos  del  mono,  que  represen- 
ta la  edad  eocena,  saltando  entre  los  bejucos  y  suspendiéndose  de  los  enmara- 
ñados troncos  de  los  seculares  árboles. 

El  mono  ha  permanecido  en  la  misma  situación  en  que  nació ;  el  hombre 
ha  progresado,  hasta  el  punto  de  que  hoy  puede  decir,  mediante  la  geología 
moderna,  cómo  se  formaron  esos  grandiosos  picos  cjue  llevan  perpetua  nieve  en 
sus  cabezas,  y  hasta  dibujar  la  forma  prehistórica  de  tales  colosos,  y  la  escultu- 
ra de  las  cordilleras,  que  son  como  el  eje  de  los  Continentes,  la  espina  dorsal  de 
un  paquidermo  i)ctrificado,  en  millones  de  años.  La  ciencia  moderna  explica 
la  formación  de  las  montañas,  los  recortes  primitivos  de  los  valles,  la  historia 
de  los  Continentes,  y  hasta  las  hondas  arrugas  de  aquellos  gigantes,  mudos 
testigos  de  la  creación  del  hombre,  esfinges  que  quizo  Dios  poner  cual  perenne 
memento  de  la  aparición  de  nuestra  especie  en  este  planeta,  cuyas  transfor- 
maciones no  son  leyendas,  ni  misterio's. 

Los  primitivos  pobladores  de  México,  los  aborígenes  del  Perú,  los  que  con 
Votan  ocuparon  gran  parte  de  Centro-América,  los  indios  ancestrales,  cuya 
civilización  se  pierde  en  la  noche  de  los  tiempos,  buscaban  siempre  las  altas 
planicies,  al  pie  de  las  montañas,  a  orillas  de  los  lagos,  que  en  hudidos  cráteres 
se  formaron  después  de  grandes  cataclismos  (2). 

Aquellas  razas  pre-históricas  han  dejado  ruinas  preciosísimas,  hasta  en 
alturas  que  pasan,  a  las  veces,  de  cuatro  mil  metros,  en  valles,  mesetas  y  peñas 
abruptas,  colgadas,  puede  decirse,  entre  las  fragosidades  de  cerros  casi  verti- 
cales, como  para  ponerse  a  cubierto  de  las  irrupciones  frecuentes  de  sus 
enemigos. 

Las  pirámides  azules,  que  no  nos  cansamos  de  admirar  en  el  horizonte  de 
Guatemala ;  esos  inmensos  y  robustos  brazos  del  planeta,  que  hacen  de  Centro- 


[1]    Congreso  Internacional  de  Antropología.  1897,  página  1S5. 

[2]  Chaveroy  Piment<>l,  Razas  primitivas:  Francisco  P.  Moreno,  Revista  del  Museo  de  la  Plata,  t.  I.: 
Brasseur  de  Bour)x>urg,  Xatlons  Civilices  du  México  et  de  l'AmériQue  Céntrale,  Morgan,  Ilouses  and  house 
Ufe  of  the  Americans  aixjrigenes,  Wasiiington.  1881.  vol.  III. 


—  lO/  — 

América  el  país  volcánico  por  excelencia,  tienen  su  remotísima  historia  de 
mudanzas  ciclópeas,  de  ruinas,  civilizaciones  muertas,  ayes  de  dolor,  de  los- 
pasos  del  tiempo,  en  fin,  que  va  triturando  cuanto  encuentra,  y  crea  cuanto  se 
transforma.  La  tierra  es  un  ser  organizado  y  viviente.  La  América,  es  el 
mayor  laboratorio  que  tiene  el  planeta.  El  trabajo  químico  que  se  efectúa 
incesantemente  debajo  de  sus  altas  montañas,  se  hace  evidente  a  los  pobladores 
de  estas  tierras,  por  los  numerosos  volcanes,  solfataras  y  vertientes  cálidas, 
así  como  por  el  levantamiento  del  suelo,  por  movimientos  tremantes  impercep- 
tiblas,  pero  de  repente  causando  fuertes  terremotos  y  conmonciones  violentas. 
Esos  bellísimos  volcanes  que  se  yerguen  en  nuestro  horizonte,  son  la  prodi- 
giosa epopeya  geológica  del  mundo.  Son  murallas  puestas  por  Dios  para 
proteger  a  los  pueblos  débiles. 

La  Eternidad,  que  se  desmorona,  'que  se  hunde,  que  surge  y  que  se  osten- 
ta, ora  ebria  de  cataclismos,  ora  lozana  y  apacible,  cual  si  quisiera  mostrarse 
en  la  época  de  risueña  libertad,  fué  dejando  por  ahí  esos  nuestros  volcanes, 
decapitados  los  unos  por  criminal  erupción,  que  trajo  ruina  y  lágrimas,  entre 
lava  de  nueva  vida ;  mutilados  los  otros,  por  el  furor  de  los  elementos,  que  los 
dejara  como  sublimes  y  colosales  Belvederes,  que  así  rotos  aún  revelan  la 
serenidad  de  sus  formas  artísticas ;  formando  todos  una  especie  de  corona 
ducal,  cuyas  inmensas  curvas  son  paralelas  con  el  serpenteo  del  mar,  que  en  sus 
costas  arenosas  llévales  encajes  de  espumas  y  rumores  de  vida.  En  remotí- 
sima fecha,  un  primer  levantamiento  se  efectuó,  al  O.  22.  S.  E.  22,  N.  siendo 
la  causa  de  la  formación  de  la  cordillera  central,  con  sus  granitos  y  sus  gneis, 
habiéndose  formado  después  los  depósitos  sedimentarios,  de  gredas  triásicas 
y  fragmentos  jurásicos,  que  se  notan  en  el  litoral  de  Centro-América. 

Al  titilar  la  estrella  matutina,  se  hundió  una  vez  para  siempre  el  gran 
Continente  que,  por  el  seno  mexicano,  por  las  Antillas,  por  la  mar  de  zargazo, 
unía  al  mundo  antiguo  con  el  mundo  nuevo,  y  este  Nuevo  Mundo,  vino  resul- 
tando ser  el  más  viejo  de  todos,  sin  que  falten  sabios  (i)  que  sostienen,  como 
ya  lo  hemos  dicho,  haber  sido  aquí,  en  la  América  Central,  el  origen  de  la  más 
remota  civilización. 

Ello  es  lo  cierto  que,  cuando  la  Atlántida  se  sumergió,  en  las  aguas  del 
mar,  vino  quedando  el  istmo  Centro-Americano  cual  arista  volcánica  que  con- 
tuvo el  horrendo  cataclismo ;  como  el  país  misterioso  que  guarda  más  elemen- 
tos de  la  primitiva  cultura  humana  (2)  como  la  tierra  prometida,  que,  con  sus 
150  mil  millas  cuadradas,  de  fertilidad  asombrosa,  de  producciones  variadísi- 
mas, espera  la  inmigración  de  tantos  millones  que  luchan  amargamente  por  vi- 
vir, y  que  buscan  el  caos,  en  la  destruccibn,  en  la  dinamita,  el  rayo  divino  de  la 


[1]    Baldwin.  La  Antigua  América:  Jorge  Catlin,  Las  Rcx-as  levantadas  y  suniertrldas  de  América: 
QHinet.  La  Creación. 

[2]    Banci-oft.  Histor.v  of  Central  América. 


—  io8  — 

resultante  de  masas  populares  sin  suficiente  tierra,  sin  ninguna  fe,  ni  un  áto- 
•  mo  de  conciencia ;  porque  la  conciencia  y  la  fe  no'  se  concillan  con  el  hambre. 
La  serpiente  del  capital,  con  sus  áureas  escamas,  ahoga  en  Europa  a  las  masas 
desheredadas  que  no  encuentran  remunerativo  trabajo,  y  que  acuden  a  Amé- 
rica en  busca  de  expansión  y  aire  nuevo. 

Alejandro  de  Humboldt  abrigó  la  equivocada  idea  de  que  debían  consi- 
derarse las  montañas  de  la  América  Central  como  continuación  de  las  cordi- 
lleras de  la  meridional.  Pero  hoy  se  sabe  que  "Panamá  forma  la  reciente 
clausura  de  una  laguna  llena  de  agua  entre  los  dos  Continentes  americanos, 
motivo  por  el  que  no  pudo  existir  la  correlación  entre  sus  sistemas  de  monta- 
ñas. La  América  Central  tiene,  por  el  contrario,  un  sistema  de  extensas  mese- 
tas o  altiplanicies  atravesadas  por  tierras  alpestres  cine  terminan,  en  sus  bor- 
des, en  los  altos  picos  volcánicos  (i ). 

Mediante  el  canal  de  Panamá,  va  a  traii.-.-..  ....licc  el  mudo  de  ser  de  la 

América  Central.  Esa  cordillera  que  atraviesa  nuestro  suelo,  tendrá  en  sus 
feraces  declives,  miles  de  hombres  que  puedan  explotar  este  montañoso  país, 
tan  poco  conocido  como  escasamente  estudiado.  El  descenso  que  de  los  Andes 
va  hacia  el  Pacífico,  consiste  en  una  banda  estrecha,  cuya  mayor  anchura  no 
pasa  de  treinta  leguas.  El  flanco  que  va  para  el  Atlántico  cuenta  con  mayor 
extensión,  en  un  desenvolvimiento  ochenta  legras,  desde  la  cadena 

principal  hasta  las  playas  del  mar. 

En  ambos  lados  de  esa  inmensa  cordillera  .se  nota  bien  que,  después  del 
levantamiento  pórfiro-traquítico,  siguió  desde  fa  época  eocena  hasta  el  período 
actual,  el  fenómeno  volcánico,  ligado  a  la  formación  de  las  moles  gigantescas, 
durante  los  depósitos  eocenos,  miocenos,  pliocenos,  y  cuaternarios ;  habiendo 
entre  ellos  alternativas  de  depósitos  marinos,  lacustres  y  fluviales.  El  periodo 
cuaternario  está  simbolisado,  en  Centro-América,  por  numerosas  cantidades 
de  piedra  pómez,  de  lava,  arcillas  amarillas  y  fósiles  de  grandes  animales 
ante-diluvianos,  que  caracterizan  esa  época,  sobre  todo  al  lado  del  Atlántico, 
de  manera  bastante  clara. 

El  declive  hacia  el  Pacifico  se  compone  de  mesetas  muy  fértiles  y  curio- 
sas, desde  el  punto  de  vista  de  su  formación  (2).  La  espléndida  llanura  en 
que  se  encuentra  Guatemala,  la  ciudad  capital  de  la  República,  es  un  valle 
hermosísimo,  circunscrito  por  azulosa  cerranía  y  velado  por  los  volcanes  de 
Agua,  de  Fuego  y  de  Pacaya,  hacia  el  Sudoeste;  grandioso  conjunto  de  mon- 
tañas piramidales,  que  semeja  un  círculo  de  almenas  aéreas,  formadas  de  so- 
berbios picos.  Ese  risueño  valle  tiene  analogía  con  el  del  Thibet,  en  sus  poé- 
ticos contornos,  mientras  que  el  recorte  que  en  el  cielo  forman  los  altos  cerros 
del  Oriente,  recuerda  el  variado  horizonte  del  místico  recodo  de  Lourdes,  en 
los  bajos  Pirineos.     Esos  volcane.s  de  Guatemala  forman  una  curba  paralela 


[1]    La  Tierra  y  el  Hombre,  por  Fed.  HeUwald  Tomo  I.  p.  114. 

[2J    La  Carta  Geológica,  formada  por  Sapper,  deja  ver  la  variada  f 


^rmnr\6u 


—  109  — 

i;- 

:'  .con  la  línea  que  describen  las  aguas  del  Pacífico,  al  chocar  con  fuerte  reventa- 
:.  zón,  en  las  arenosas  playas  de  esos  lugares  casi  desiertos.     Aquella  llanura  de  ^ 
Guatemala,  continúa  desenvolviéndose  en  la  América  Central,  por  su  región 
media,  en  un  trayecto  como  de  cien  leguas,  más  o  menos  ancho,  a  medida  que 
la  cadena  de  los  Andes  se  aleja  del  mar. 

El  istmo  Centro-Americano,  con  sus  espléndidos  lagos,  múltiples  volcanes, 
montañoso  suelo  y  agreste  territorio,  constituye,  al  través  del  tiempo,  el  más 
variado  teatro  de  revoluciones  geológicas,  étnicas  y  políticas;  de  cataclismos 
pre-históricos ;  de  misterios  indescifrables.  La  altiplanicie  está  bañada  por 
ríos  que  corren  hacia  el  mar,  por  los  profundos  cañones,  que  existen  entre  los 
volcanes.  Tacana  y  Tajumulco  se  hallan  a  más  de  trece  mil  pies  sobre  el 
nivel  del  mar. 

En  el  ensanche  de  la  cordillera  y  en  los  estribos  de  los  montes  divergen- 
tes, hay  también  risueños  valles  de  ricas  aguas  regados,  y  de  vegetación  ma- 
ravillosa. En  el  declive  hacia  el  océano  Atlántico,  y  partiendo  de  estas  mese- 
tas intermedias,  se  ven  desdoblarse,  entre  las  secundarias  ramas  de  la  cadena 
andina,  llanuras  de  verdes  prados,  y  bosques  de  preciosas  maderas,  que  des- 
cienden al  golfo  de  México,  al  mar  de  Honduras  y  al  de  las  Antillas.  La 
caoba,  el  cedro,  el  palo  de  tinte,  el  cocotero,  otras  palmeras  bellísimas,  y  mil 
árboles  más,  se  entrelazan  por  aquellas  soledades.  En  las. ricas  costas  se  for- 
man las  musáceas,  entre  las  cuales  el  bananero  luce  sus  largas,  brillantes  y 
verdes  hojas,  que  semejan  lábaros  de  raso ;  el  paradisíaco  platanal,  cuyos  reto- 
ños se  apiñan  al  prolífico  tronco,  como  los  hijos  se  reclinan  en  el  materno 
regazo.  Hay  terrenos  primitivos,  por  Zacapa  y  Chiquimula,  de  formación 
porfirítica,  cubiertos  de  arena  roja  antigua,  que  cubren  huesos  de  mastodontes 
y  otros  animales  ante-diluvianos,  en  depósitos  lacustres,  que  guardan  conchas 
y  caracoles  terrestres.  Existen  canteras  de  mármoles,  mica  y  otros  minerales 
riquísimos,  de  plata,  oro,  plomo  y  hierro. 

El  suelo  de  Guatemala  ostenta  la  Cordillera  Arcaica,  que  se  distingue  de 
la  andina.  La  primera,  más  prominente,  se  extiende  desde  el  valle  del  río 
Motagua,  hasta  el  Peten,  penetrando  por  Esquipulas  y  Alotepeque.  Los 
Andes  entran  por  la  aldea  de  Niquihúil,  en  la  frontera  mexicana,  y  siguen  por 
Tacana,  San  Lorenzo,  Bobos  y  Totonicapán.  Pasan  por  el  Oeste  de  Patzicía, 
Chimaltenango,  y  la  parte  meridional  de  la  ciudad  de  Guatemala.  De  ahí  van 
por  Esquipulas  hasta  penetrar  en  Honduras. 

Los  estudios  modernos  de  los  distinguidos  geólogos  von  Seebach  y 
Bergeat  han  demostrado  que  la  Cordillera  Arcaica,  en  la  zona  meridional  de  la 
República,  formada  de  rocas  eruptivas,  no  es  parte  de  los  Andes,  sino  de  pos- 
terior formación,  independiente  del  axis  montañoso. 

La  topografía  del  Peten  y  de  la  Alta  Verapaz  es  especial ;  revela  que  aque- 
lla riquísima  región  estuvo  muchísimo  tiempo  bajo  las  aguas  del  mar  (i). 

[1]    El  doctor  SaDper  sostiene  que  varias  veces  estuvo  sumergida  en  el  fondo  del  mar. 


Los  muchos  conos  de  denudación,  las  cuencas,  las  pequeñas  elevaciones,  los 
valles  paradisíacos,  el  escaso  declive,  las  praderas  exuberantes  en  las  márgenes 
de  los  ríos,  muchos  de  ellos  subterráneos,  y  los  rasgos  geológicos  peculiares ; 
todo  indica  que  en  esa  misteriosa  comarca  hubo  profundas  transformaciones. 
La  mano  del  tiempo  ha  impreso  indelebles  toques  en  tan  interesante  territorio, 
que  se  vio  poblado  de  antiquísimas  tribuís,  que  ahí  dejaron  curiosas  ruinas. 
El  extenso  y  rico  territorio  del  Peten  es  un  verdadero  paraíso,  que  cuando  se 
encuentre  poblado  convertiráse  en  uno  de  los  centros  más  notables  del  mundo. 

La  hidrografía  Centro-Americana  es  sorprendente.  El  Motagua,  el  Po- 
lochíc,  el  Sarstoon  y  el  Usumacinta,  (hijo  de  muchas  aguas)  en  Guatemala. 
El  Camelecón,  el  Ulúa,  el  de  los  Leones,  el  Romano,  el  Tinto  y  el  Patuca,  en 
Honduras.  El  Coco  y  el  Segovia,  comunes  a  ésta  república  y  a  Nicaragua. 
Los  inmensos  lagos  de  esa  tierra,  que  merced  a  ellos,  llegará  a  ser  el  emporio 
del  mundo,  y  que  tiene  ríos  como  el  San  Juan,  el  Grande  y  el  Mico ;  y  Costa- 
Rica,  con  el  San  Carlos  y  el  Sarapiquí.  Uno  de  los  pasmosos  portentos  de 
Centro-América  es  la  bahía  de  Fonseca,  en  el  Pacífico,  formando  pintorescos 
golfos  en  las  costas  de  Honduras,  Nicaragua  y  El  Salvador,  con  hermosura 
increíble,  con  apacibilidad  encantadora,  y  con  un  porvenir  suntuoso.  Diríase 
que  el  erguido  volcán  de  Cosigüina,  que  al  entrar  a  aquellas  tranquilas  aguas, 
se  divisa  a  la  derecha,  columbrará  en  época  no  remota,  llena  de  buques  de  todas 
las  naciones,  la  bahía  Centro-Americana,  más  grande,  más  linda  que  la  de  Río 
Janeiro,  más  abrigada  que  la  de  Nueva  York  y  la  de  la  Habana.  El  nombre 
del  primer  presidente  del  Consejo  de  Indias,  del  taciturno  Fonseca,  se  hizo 
inmortal,  por  habérsele  dado  a  la  bahía  más  cxten.sa  del  Nuevo  Mundo. 

Los  ríos  que  desembocan  en  el  océano  Pacífico  van  muy  limitados  en  su 
corriente,  y  deberían  tener  un  descenso  más  ráp¡do,*'cuanto  que  su  desenvolvi- 
miento es  rñenor  que  el  de  los  que  desembocan  en  el  Atlántico,  pero  no  es  así ; 
porque  el  plan  de  las  fuentes  de  este  curso  de  agua  es  mucho  menos  alto  que  el 
de  los  ríos  del  otro  lado.  Hay,  pues,  menor  desproporción  en  el  descenso  de 
unos  y  otros  relativamente.  El  río  Usumacinta  fué  para  nuestra  civilización 
indígena,  lo  que  el  Nilo  para  los  egipcios,  ya  que  en  sus  extensas  riberas  debía 
desarrollarse,  haciendo  prodigios  de  producción,  el  desbordamiento  periódico 
de  sus  aguas.  Por  los  montes  del  Peten  nace  aquel  rio,  llevando  derrames  y 
filtraciones  de  la  laguna  de  Panajachel  y  de  los  Islotes,  para  ir  a  lamer  humil- 
demente las  ruinas  del  Palemke. 

La  disposición  particular  de  los  valles  trasversales  contribuye  mucho  a 
hacer  los  desaguaderos  en  el  mar  Pacífico,  difíciles  para  la  navegación,  ya  que 
independientemente  de  las  escarpadas  bargas,  contra  las  que  viene  la  corriente 
a  chocar  a  menudo,  lo  cual  impide  un  hallage  regular,  tiene  además  el  incon- 
veniente de  que  arrastra  en  gran  cantidad,  terrenos  desbordables  de  suyo,  que 
las  aguas  llevan  sin  esfuerzo.  He  ahí  por  que  las  desembocaduras  se  encuen- 
tran tan  atascadas. 


Los  cauces  de  los  ríos  que  van  a  morír  al  Atlántico,  nacen  en  la  cordillera, 
en  los  puntos  más  elevados,  y  siguen  las  direcciones  de  las  cadenas  de  monta- 
ñas que  les  sirven  de  ribazos,  según  lo  explican  científicamente,  los  señores 
Dolííus  y  Montserrat,  en  la  obra  magistral  que  en  francés  escribieron  sobre 
la  América  del  Centro. 

En  el  golfo  Dulce  desemboca  el  río  de  Izabal,  cuyas  márgenes  vestidas 
de  bosques  vírgenes  tropicales,  forman,  separándose  entre  sí,  el  lago  del  mismo 
nombre,  encajonado  entre  magníficas  montañas  cubiertas  de  espesura.  En 
la  selva  primitiva  del  río  hermosísimo  resuena  el  canto  de  las  aves  que  se  posan 
en  los  corpulentos  árboles,  el  sonoro  rugir  del  tigre  americano,  los  gritos  dedos 
monos  que  se  columpian  en  los  bejucos  oscilantes  y  el  silbar  de  la  serpiente 
que  sorprende  un  nido  de  guacamayas.  Los  más  bellos  pájaros  de  vistoso 
plumaje  animan  la  selva  y  las  pintadas  mariposas  van  acariciando  las  silves- 
tres florecillas.  Hay  peces  cantores  o  siluros,  que  en  Livíngston,  san  Juan  de 
Nicaragua  y  otros  lugares  bajos  del  mar,  producen  sonidos  intensos,  armonio- 
sos, y  con  marcada  cadencia  (i). 

Las  mesetas  de  la  cordillera  y  las  del  descenso  hacia  el  Pacífico,  se  forman 
de  terrenos  volcánicos,  así  como  los  espacios  que  entre  las  montañas  median. 
Esta  formación  se  reconoce  fácilmente  en  las  enormes  grietas  que  se  encuen 
tran  en  todas  las  llanuras,  desde  el  grado  14?  hasta  el  16?,  de  latitud,  que  son 
los  que  limitan  la  cordillera  y  el  Pacífico.  Los  volcanes  del  interior  de  Cen- 
tro-América pertenecen  a  una  época  mucho  más  remota  que  la  de  los  volcanes 
de  la  cordillera  de  la  costa.  Aquellos  deben  de  haber  formado  una  cadena  de 
volcanes  activos,  que  después  han  venido  estando  extinguidos  por  eras. 

La  meseta  de  Guatemala  la  Nueva,  o  sea  de  la  capital  de  la  república, 
encuéntrase  a  unos  mil  cuatrocientos  metros  sobre  el  nivel  del  mar ;  un  poco 
más  alta  que  la  de  la  antigua  mctrópoH.  Ambas  se  componen  de  terrenos 
volcánicos.  La  Gran  cantidad  de  volcanes  que  existen  en  la  cordillera  de 
Guatemala,  deja  suponer  que,  por  modo  súbito,  se  levantó  ese  terreno  de  con- 
textura uniforme.  Sabios  geólogos  presumen  que  el  trastorno  a  que  este  país 
debió  de  estar  expuesto,  durante  su  formación,  es  la  causa  de  que,  por  lo 
general,  sólo  se  encuentran  minas  metálicas  en  las  montañas  primitivas,  sobre 
todo  en  Honduras,  abundante  en  tantas  riquezas  de  ese  género.  En  Guate- 
mala existen  placeres  de  oro  en  el  Motagua  y  yacimientos  en  Izabal.  Hay  en 
varios  lugares  ricas  minas  de  plata,  cobre,  plomo  y  estaño.  Los  kaolines, 
espatos  y  mikas  constituyen  gran  ricjueza. 

Ciertos  parajes  de  Guatemala  llenan  las  condiciones  para  que  en  ellas 
haya  minerales.  En  los  lugares  volcánicos  es  muy  difícil  que  las  vetas  se 
conserven.  Por  los  Cüchumatanes,  en  Huehuetenango,  el  Quiche  y  la  Baja 
Verapaz,  existen  buenas  minas.     Por  San  Juan  Sacatepéquez,  hay  depósitos 


'1]    Dumeril.  iiaíuralisla  ictiólogo.   "La  Soo.  Católica"— Los  peces  cantores. 


calcáreos  y  ricos  mármoles.     En  la  región  del  lago  de  Ayaraza  se  ven  el  calcá- 
reo y  el  mika-esquisto  con  vetas  de  cobre  y  plata. 

Desde  la  barranca  de  Villalobos,  de  cien  metros  de  profundidad,  y  en  cuyo 
fondo  corre  un  río  que  desemboca  en  la  laguna  de  Amatitlán,  dando  vuelta  por 
la  llanura  de  Petapa,  puede  observarse  un  interesante  corte  de  los  materiales 
de  que  está  compuesto  el  valle  de  Guatemala.  En  el  fondo  se  notan  vesti- 
gios de  conglomeraciones,  cantos  rodados  y  pórfidos ;  luego,  a  dos  metros  de 
altura,  capas  alternativas  de  cenizas  amarillas  y  violáceas.  El  resto  es  de 
pomas  blancas  del  tamaño  de  una  nuez,  mostrando  las  estratificaciones  suce- 
sivas, que  esas  capas  se  encuentran  a  las  veces  separadas  unas  de  otras  y 
únicamente  aplastadas  por  la  compresión,  mientras  que  otras  se  hallan  reuni 
das  por  una  pasta  amarilla,  que  forma  una  masa  compacta. 

Se  debe  al  doctor  Sappcr  un  estudio  científico  sobre  la  vejetación  de  Gua- 
temala, y  manera  de  su  formación,  atendiendo  a  la  variedad  geográfica  de 
plantas  características,  que  teniendo  un  modo  parecido  de  vivir  y  desarrollando 
análogamente,  sus  órganos  biológicos,  constituyen  verdaderas  sociedades,  de 
interesante  flora,  que  pueden  dividirse  así :  I. — Bosques  húmedos  de  las  tie- 
rras calientes  y  templadas,  caracterizados  por  bejucos  y  especies  epifí ticas, 
como  los  heléchos,  aroideas,  orquídeas,  etc.,  que  cubren  la  mayor  parte  de  la 
zona  septentrional  y  la  falda  meridional  de  la  cordillera  del  Sur. 

II, — Sabanas  mezcladas  con  bosques  húmedos,  formados  por  yerbas  altas 
y  algunas  veces  por  arbustos  que  ocupan  las  planicies  situadas  al  pie  de  las 
cordilleras,  cubriendo  una  mn^iderable  extensión  de  la  costa  que  baña  el 
Pacífico. 

III. — Bosques  húmedos  de  tierra  fría,  formados  por  coniferas,  alisos  y  ro- 
bledales, en  los  que  abundan  los  musgos  y  se  cobijan  algunas  vaccíneas,  hasta 
una  altura  de  3,cSoo  metros. 

IV. — Sabanas  de  tierra  fría,  caracterizada  por  la  ausencia  de  árboles,  cual 
sucede  en  los  volcanes  de  Tacana,  Tajumulco  y  en  los  Cuchumatanes. 

V. — Robledales  y  Pinares.  Forman  las  variedades  de  estas  clases  de  ve- 
jetación una  zona  en  que  se  marca  notablemente  la  estación  de  seca,  circuns- 
crita a  las  tierras  templadas  y  frías,  y  bajando  rara  vez  a  la  tierra  caliente. 

VI. — Sabanas  y  chaparrales,  situados  en  clima  seco,  y  en  donde  abundan 
grandes  cácteas,  la  sequedad  es  extrema.  Forman  este  grupo  las  planicies 
del  Motagua,  Salamá  y  algunas  sabanas  de  menor  extensión  del  Departamento 
del  Peten.  El  doctor  Sapper  incluye  en  ejlos  los  pajales  situados  en  la  depre- 
sión de  Cahabón,  en  la  Alta  Verapaz.- 

El  territorio  de  El  Salvador  es  volcánico  y  montañoso,  fértil  y  con  buenas 

minas  de  hierro.     El  de  Honduras  es  extenso,  rico  en  metales  y  prados,  de 

1  formación  primitiva,  en  mucha  parte,  con  selvas  vírgenes  y  exuberante  vege- 

\  tación.     Nicaragua  tiene  los  grandes  lagos,  y  parece  que  la  cadena  de  los 

Andes  deprimióse  en  ese  punto,  como  para  dar  paso  al  canal  que  debe  unir 


I 


ambos  mares.  En  esos  lagos  se  puede  lavar  perfectamente  la  escuadra  de 
los  Estados  Unidos,  por  muchisimo  que  con  el  tiempo  crezca.  No  hay  otra 
punto  en  el  cual  se  pudiera  hacer  esta  operación  tan  necesaria  para  esa  escua- 
dra. El  mapa  de  Costa-Rica  muestra  en  el  centro  y  en  el  Sudoeste  del  país 
quebradas  profundas  y  montes  altísimos,  mientras  que  el  resto  es  de  vallen 
fértiles,  hoyas  propicias  a  la  siembra  del  café,  costas  en  fin,  apropiadas  al 
cultivo  del  bananero. 

i  Ni  en  los  lagos  y  montañas  de  Suiza  podrá  el  artista  admirar  la  pureza  de 
contornos,  la  serenidad  del  paisaje,  lo  poético  del  horizonte,  del  lago  de  Ati- 
tlán,  que  con  el  volcán  de  ese  nombre,  y  los  pueblos  de  chozas  indias,  que  se 
divisan  en  las  márgenes  de  las  azuladas  aguas,  forman  un  cuadro  indescrip- 
tible, arrobador,  único  en  su  género. 

£n  toda  la  América  Central  hay  panoramas  sublimes,  deliciosos  y  encan- 
tadores. Los  volcanes  que  arrojan  lava,  como  pirámides  colosales  de  este 
suelo  plutónico ;  las  montañas  empinadas,  agrestes,  de  flancos  casi  perpendi- 
culares, de  simas  obscuras,  apenas  perceptibles  por  la  cinta  argentada  del 
manso  río,  que  en  el  fondo  serpentea ;  las  mesetas  extensas,  circuidas  por 
cerros  remotos,  cuyas  caprichosas  crestas  circunscriben  el  cielo  arrebolado, 
cual  encaje  musulmán  o  recorte  arabesco,  en  raso  reluciente  de  turquí.  Las 
llanuras  de  la  costa  no  tiene  lo  silencioso  de  la  pampa,  ni  lo  estéril  del  páramo ; 
por  el  contrario,  exhiben  árboles  soberbios  de  copas  altísimas,  av^  canoras  de 
jilumas  abigarradas,  palmas  que  susurran  al  compás  de  las  ondas  del  mar, 
como  para  contener  el  ímpetu  altanero  de  las  olas,  que  se  pierden  entre  las 
conchas  pintadas  de  las  cálidas  orillas.  Los  bosques  edénicos,  en  donde  la 
malla  de  bejucos,  troncos,  arbustos,  brotes  y  colosales  hojas,  apenas  dejan 
paso  al  ciervo,  a  la  puma,  al  jabalí  y  a  atantos  otros  cuadrúpedos,  que  en  esas 
soledades  viven ;  las  ceibas,  los  cocoteros,  el  cedro,  el  volador  y  los  incontá 
;,t>les  árboles,  que  sirven  de  nido  a  los  guacamayos  y  a  los  pavos,  forman  un 
conjunto  que  sólo  en  las  trópicos  puede  admirarse.  El  misterioso  quetzal, 
ave  sagrada,  que  lleva  por  cauda  alfanjes  de  esmeralda,  es  peculiar  de  nuestro 
suelo. 

Los  musgos  que  tapisan  la  región  fría  de  los  Altos,  y  visten,  junto  con  los 
liqúenes,  los  troncos  de  los  árboles,  los  ai  bustos  y  piedras;  los  heléchos  y  li- 
copodios, que,  como  delicados  y  finos  encajes,  son  el  ornamento  artístico  de  la 
flora;  las  gramíneas,  con  que  se  nutre  la  mayor  parte  de  los  animales,  hasta 
algunos  insectos ;  las  primorosas  bromelíaceas  y  las  orquídeas,  que  viven  al 
abrigo,  del  sol  bajo  la  tamisada  luz  crepuscular  de  las  selvas,  y  son  el  mejor 
ornato  de  los  bosques ;  las  palmeras,  las  piperáceas,  aristoloquias,  rubiáceas  y 
solanáceas,  cuyas  virtudes  curativas  estarán  siempre  sobre  toda  ponderación ; 
la  riquísima  familia  de  las  leguminosas,  que  encierran  gran  variedad  de  ma- 
deras y  productos  para  la  industria;  las  apocíneas,  de  jugos  generalmente 
tóxicos ;  las  gecianáceas,  lábidas  y  verbenas,  de  preciosos  resultados  en  la 


—  114  — 

medicina  doméstica  ;  las  aromáticas  miriácias ;  las  abundantísimas  y  variadas 
melastomáceas ;  las  inflexibles  cactáceas ;  las  rosáceas ;  las  urticeas  y  terebin- 
táceas, de  que  están  llenos  nuestros  bosques,  y  suminitran  cauchos,  reciñas  e 
incienso ;  y  entre  la  multitud  de  bejucos  y  cables  vivientes,  sobresalen  por  su 
número  y  belleza,  las  pacifloráceas,  que  existen  en  todas  las  temperaturas ;  las 
sapotáceas,  cuyos  frutos  son  tan  delicados  y  cuya  reciña  produce  la  guta- 
percha. 

Las  tierras  que  forman  las  vertientes  de  las  montañas  y  lugares  altos  son 
de  temperatura  agradable,  y  se  goza  en  ellas  de  perpetua  primavera,  mientras 
que  en  la  boca-costa,  o  sea  la  zona  intermedia  entre  la  parte  baja,  limítrofe  al 
mar,  y  las  cumbres  de  las  cerranías  y  altos  valles,  se  ven  grandes  plantaciones 
de  café,  caña  de  azúcar  cereales  y  sabrosas  frutas.  Los  campos  y  los  huertos 
se  embalsaman  con  el  perfume  de  silvestres  flores,  mientras  que  los  ganados 
se  apacientan  en  lozanos  pastos  de  verdura.  El  terreno  de  la  América  Central 
manifiesta  dos  divisiones  orgánicas,  que  tienen  calidades  agrícolas  dependien- 
tes de  sus  constituciones  geognósticas.  El  descenso  de  la  cordillera,  en  el 
mar  del  Sur,  y  las  mesetas  superiores,  comprendidas  en  el  desarrollo  de  la 
cadena  central,  constituyen  tierras  volcánicas.  El  declive  opuesto,  y  todos 
esos  grandes  llanos  que,  de  lo  alto  de  la  cadena  central,  se  prolongan  en  direc- 
ción del  océano  Atlántico,  forman  un  terreno  compuesto  de  detritus,  de  rocas 
superiores  f  de  tierras  sobrepuestas  en  estas  rocas ;  son  efecto  de  transporte 
o  aluvión,  o  muchos  de  carácter  primitivo.  Estas  dos  especies  de  terrenos 
ofrecen  una  fertilidad  extrema,  y  aunque  de  naturaleza  diferente,  presentan 
grande  analogía  en  las  producciones  vegetales ;  porque  esta  diferencia  de  clases 
existe  sólo  en  la  base  de  formación,  mientras  que  la  suijerficie  es  en  todas  la 
misma.  Las  mesetas  de  base  volcánica  fueron  más  antiguamente  cultivadas ; 
en  esa  parte  se  aglomeró  la  población  blanca,  no  sólo  en  la  América  Central, 
sino  también  en  la  América  Meridional.  Como  el  descenso  hacia  el  mar  Pa- 
cífico fué  el  primeramente  ocupado,  la  cultura  dirigida  por  manos  de  los  euro- 
peos, es  allí  más  inteligente,  más  variada ;  y  aunque  hace  tres  siglos  que  no  se 
deja  de  explotar  esa  tierra,  con  un  trabajo  siempre  renovado,  está  todavía 
virgen,  puesto  que  no  es  necesario  recurrir  a  medios  artificiales  para  activar  la 
producción. 

E!n  el  descenso  atlántico  la  fertilidad  aún  es  más  notable,  porque  el  humus 
tiene  gran  espesura,  tanto  en  los  bosques  como  en  las  sabanas  desiertas.  En 
los  bosques  hay  una  acumulación  continua  de  vegetales  en  estado  de  descom- 
posición ;  los  mismos  árboles  caen  de  vejez,  aumentando  la  masa  del  terreno. 
La  potencia  de  esta  tierra  vejetal  parece  haber  producido  un  efecto  extraordi 
nario  en  el  modo  con  que  crecen  los  árboles ;  muy  pocos  se  encuentran  cuyas 
raíces  estén  introducidas  en  el  terreno,  sino  que  la  facilidad  que  éstos  tienen 
para  hallar  su  jugo  vital  en  la  superficie  del  suelo,  los  dispone  a  dirigirse  hori 
zontalmente  en  todos  sentidos ;  los  árboles  más  grandes  están  apoyados  más 


bien  en  la  superficie  del  terreno,  que  plantados  en  su  profundidad.  Esta  dis- 
posición contribuye  a  hacer  difícil  el  tránsito  en  el  interior  de  los  bosques,  pues 
una  multitud  de  raíces  de  toda  especies  de  árboles  que  se  enlazan  unas  con 
otras,  oponen  un  obstáculo  continuo. 

Por  lo  demás,  sin  entrar  en  un  examen  de  la  disposición  particular  del 
suelo,  su  extrema  fertilidad  se  manifiesta  a  la  vista  de  manera  evidente,  por 
el  prodigioso  desarrollo  de  una  vejetación  muy  variada.  La  grandeza  de  los 
árboles,  la  belleza  del  follaje,  el  número  infinito  de  especies ;  forman  uno  de 
esos  espectáculos  que  admiran  a  los  europeos  que  pisan  por  primera  vez  la 
tierra  espléndida  de  los  países  Centro-Americanos.  Jamás  olvidaremos  la 
impresión  que  en  nuestro  ánimo  dejaron  los  bosques  del  Norte,  la  vez  primera 
que  nos  encontramos  en  aquellos  lugares  primitivos.  El  cielo  guedejado  de 
mechones  de  oro,  parecía  una  real  capa  leonada,  en  que  se  iba  envolviendo  el 
sol.  El  ámbar  brillante  ponía  sus  toques  vespertinos  en  las  crestas  de  los  mon- 
tes obscuros,  con  sombras  de  laca  y  vermellón.  Las  anchas  hojas  de  los  ba- 
nanos se  movían  perezosas,  como  si  quisieran  descansar  del  abaniqueo  diario, 
mientras  que  los  postreros  destellos  de  la  luz  moribunda,  temblaban  cual  abe- 
jas zumbadoras  en  él  parasol  agreste  de  los  cocoteros  y  de  las  palmas  del 
bosque  virgen.  Era  el  dombo  del  cielo  un  horno  ardiendo,  en  que  se  disol- 
vían desde  el  azul  pálido  hasta  el  múrice  subido,  que  despide  el  astro  rey  en  los 
trópicos,  cuando  pasa  a  iluminar  a  nuestros  antípodas  del  Celeste  Imperio.  El 
bosque  virgen  comenzaba  a  obscurecerse,  entre  los  rumores  de  las  hojas,  el 
zumbido  de  los  insectos  y  las  pisadas  cautelosas  del  jaguar  y  de  los  jabalíes. 
Las  tranquilas  ondas  del  Motagua  hacían  repercutir  ese  eco  melancólico  que 
va  produciendo  el  manso  río,  antes  de  encauzarse  entre  profundas  barrancas. 
El  ferrocarril  dejó  oír  repentinamente  el  silbido  sugestivo  de  la  locomotora, 
y  después  apareció  en  el  firmamento  la  luna  majestuosa,  como  hostia  pura  que 
se  elevaba  de  aquellas  sombras  arcaicas  a  la  mansión  de  los  cielos. 

Ahí,  por  aquellas  montañas,  traginaba  en  remota  época  el  indio  quiche, 
dejando  sus  ciudades,  geroglíficos  y  ruinas,  hoy  revestidas  de  triste  jaramago. 
Por  esas  soledades  huyeron  espavoridos  los  tzutuhiles,  al  oír  el  trueno  del 
cañón,  el  relampagueo  del  látigo  del  encomendero,  y  la  voz  de  exterminio  del 
hombre  pálido  venido  del  otro  mundo.  El  suspiro  del  esclavo,  en  alas  del 
alicio,  aún  vaga  por  tan  melancólicos  contornos,  entre  el  estridente  graznido 
de  la  lechuzay  el  áspero  rechinar  del  aleteo  del  murciélago.  Los  pinos  son 
harpas  que  pulsa  el  viento  entre  el  follaje.  El  brabío  quetzal  luce  sus  plumas 
áureas  y  el  sol  esplendoroso  le  regala  su  átomos  de  luz.  Varias  selvas  mile- 
narias se  han  sucedido  en  campo  fértilísimo.  El  hombre  dejó  aquella  zona, 
el  río  rumoroso  no  ha  cesado  de  correr,  y  el  tiempo  mudo  prosigue  su  obra^C 
como  esperando  que  grandes  ciudades  reaparescan  por  aquellas  costas  silen- 
ciosas.    Es  el  grandioso  epílogo  de  las  luchas  per  sécula. 

El  golfo  mexicano,  la  perla  de  las  Antillas,  las  risueñas  márgenes  de  l.> 


—  ii6  — 

Florida,  las  ondas  mismas  del  mar,  que  van  rodando  a  morir  en  sus  costas ;  en 
fin,  el  destino,  manifiesto,  harán  que  los  bosques  del  Norte  sean  emporio  de 
riqueza  y  de  codiciados  terrenos  para  la  humanidad,  que  vive  estrecha  en  otras 
latitudes,  sin  alimento  y  sin  aire.  Los  que  han  llegado  tarde  al  banquete  de  la 
existencia,  encontrarán  ahí  abierta  la  mano  de  Dios,  derramando  elementos 
para  la  lucha  por  la  vida. 

Dejemos  aparte  fantaseos  y  aspiraciones  patrióticas,  para  continuar  la  des- 
cripción del  istmo  de  Centro-América.  La  costa  se  extiende  generalmente  de 
nordeste  a  sudoeste,  y  van  los  terrenos  elevándose  gradualmente  hacia  el 
interior,  por,  una  extensión  varia,  como  de  veinte  a  treinta  millas,  planas  por  lo 
regular,  hasta  que  los  estribos  de  las  montañas,  que  de  un  lado  al  otro  del  país 
se  levantan,  hacen  que  el  suelo  se  torne  en  quebrado  y  lleno  de  barrancos.  El 
muro  gigantesco  de  volcanes,  que  paralelo  a  la  línea  de  las  aguas  del  mar  s' 
dilata,  a  partir  de  la  frontera  mexicana,  comprende  los  conos  de  Tacana,  Taju- 
mulco,  Lacandón,  Siete  Orejas,  Santa  María,  Cerro  Quemado,  Zunil,  Sant( 
Tomás,  San  Pedro,  Atitlán,  San  Lucas,  Acatenango,  Fuego,  Agua,  Pacaya, 
Tecuamburro,  Concepción  y  Moyuta.  Detrás  de  esta  línea,  hay  una  altipla- 
nicie, limitada  al  otro  lado  por  la  divisoria  continental,  y  cortada  a  las  veces 
por  los  estribos  que  unen  los  volcanes  con  la  divisoria  continental,  y  por  los 
profundos  valles,  que  en  las  faldas  de  los  montes  aparecen. 

La  divisoria  continental  empieza  en  el  volcán  de  Tacana,  y  tomando  en 
forma  de  semi-círculo  hacia  el  Este  y  el  Norte,  se  vuelve  a  levantar  en  el  vol- 
cán de  Tajumulco.  Al  Este  de  la  ciudad  de  Guatemala,  la  divisoria  tuerce  con 
rumbo  hacia  el  Nordeste,  buscando  las  montañas  de  Honduras.  El  Salvador 
tiene,  en  los  límites  del  Pacífico,  una  costa  que  forma  curva  convexa  hacia  el 
Sur,  comenzando  i)ür  llanuras  de  unas  diez  millas  de  ancho,  desde  el  río  Paz 
hasta  más  allá  de  Acajutla.  luego  la  quebrada  e  irregular  costa  del  Bálsamo,  a 
seguida  las  llanuras  del  río  Lempa,  hasta  de  veinte  millas  de  ancho  y  cincuenta 
de  largo,  y  por  último  la  montuosa  costa  cerca  de  la  base  de  las  colinas  de 
Jucuarán  y  Conchuagua.  Más  adentro  de  los  llanos  y  promontorios  de  las 
orillas  del  mar,  paralela  a  ésta  y  no  muy  al  interior,  se  encuentra  la  cordillera 
de  la  costa,  que  corre  a  lo  largo  de  toda  la  república;  cordillera  compuesta  de 
muchos  volcanes,  que  en  sus  bases  dan  curso  a  ríos  caudalosos,  como  formando 
ángulos  rectos.  Lamatepec,  o  sea  el  Cerro  Padre,  como  le  llaman  los  indios, 
es  el  más  elevado  de  aquellos  picos. 

Por  referirse  a  los  volcanes  de  Nicaragua,  vamos  a  publicar  un  manus- 
crito inédito,  en  el  que  don  Justo  Herrera  describe  la  memorable  erupción  del 
volcán  de  Cosigüina,  consignando  el  autor  sus  impresiones,  en  los  mismos 
momentos  en  que  acaecían  tan  terribles  sucesos. — "Era  el  20  de  Enero  de  1835, 
dice  aquel  testigo  presencial,  cuando  a  la  seis  de  la  mañana,  se  vio  levantarse 
sobre  el  mar  una  luminosa  columna  de  admirable  forma,  colores  y  reflejos 
Ignorando  su  origen,  subimos  a  la  torre  de  la  parroquia,  desde  donde  se  nota- 


—  117  — 

ba  claramente  que  servía  de  base  el  volcán  de  Cosigüina  a  aquellas  llamaradas. 
Del  lado  del  Oriente,  dilatándose  sobre  Nacaome  y  Guascorán,  venía  formán- 
dose anchísima  manga,  de  densidad  asombrosa,  compuesta  de  muchas  espirales 
que,  la  regularidad  de  sus  figuras,  la  variedad  de  sus  matices,  los  perfiles  y  re- 
mates caprichosos,  que  asomaban  por  sus  extremidades  iluminándose  todo 
repentinamente  por  súbitos  meteoros,  producían  un  espectáculo  sorprendente, 
de  insólita  y  pavorosa  sublimidad.  De  repente  la  columna  que  al  cielo  se  ele- 
vaba, tornóse  oblicua,  y  fué  cubriendo  todo  el  firmamento.  A  las  nueve  de  la 
mañana  no  se  vieron  ya  los  rayos  del  sol ;  y  en  seguida,  los  retumbos  y  los 
truenos,  anunciaron  el  cercano  cataclismo.  Serían  las  once,  cuando  comenzó 
a  caer  arena  y  ceniza  blanquísima,  advirtiéndose  que  cada  vez  tornábanse  más 
lúgubres  las  sombras,  al  punto  de  que  a  las  tres  de  la  tarde,  se  redujo  la  luz 
a  la  muy  tenue  que  produce  la  aurora.  Aumentó  la  lluvia  de  más  negro  polvo, 
temblando  a  las  veces  la  tierra,  sentíase  frío  y  viento ;  vinieron  por  completo 
las  sombras  de  la  noche,  entre  las  cuales  dejábanse  ver  los  destellos  y  chispazos 
de  una  rojiza  claridad,  a  las  veces  velada  por  grandes  nubarrones.  A  las  tres 
de  la  mañana  del  día  21,  hubo  un  temblor  de  tierra  bastante  fuerte,  y  no  pudo 
percibirse  la  luz  del  sol  hasta  las  once,  en  que  el  cielo  gris  hacía  que  el  disco 
del  astro  rey  no  ofendiese  la  vista,  sino  que  cual  moribumdo  bólido,  hiciera  el 
postrer  esfuerzo  para  despedirse  de  la  tierra.  Aumentaba  poco  a  poco  la 
obscuridad,  hasta  que  en  pleno  día,  hubo  que  valerse  de  luces  artificiales.  Al 
entrar. la  noche,  después  de  una  lluvia  fuerte,  remojada  por  finísimo  polvo,  que 
duró,  más  de  una  hora,  sopló  el  viento  y  hubo  de  crecer  la  nube  de  ceniza,  que 
no  dejaba  el  más  leve  resquicio  sin  invadirlo.  Amaneció  el  jueves  22,  con 
medrosa  claridad  de  una  mañana  opaca,  que  perdió  sus  amarillentos  colores  a 
las  9  a.  m.,  cuando  el  huracán,  los  remolinos  de  arena,  los  truenos,  los  rayos, 
los  retumbos  y  el  temblar  del  suelo,  pusieron  pavor  en  los  más  esforzados  co- 
razones. Rezóse  una  misa  de  rogación,  y  en  seguida,  se  reunió  la  Municipa- 
lidad con  el  Jefe  Político  y  algunos  vecinos,  a  fin  de  proveer  medios  para  pro- 
porcionar subsistencias  al  vecindario,  que  por  cierto,  eran  harto  escasas.  En- 
tre las  once  y  las  doce,  que  salimos  del  Cabildo,  disminuyó  la  obscuridad, 
quedando  una  plomiza  lumbre  que  duró  hasta  obscurecerse  enteramente.  Du- 
rante la  noche  calmó  la  tormenta,  experimentándose  alguna  calma,  como  si 
los  airados  elementos  quisieran  tomar  fuerzas  para  sublevarse  contra  las  leyes 
ordinarias  de  la  naturaleza.  El  viernes  ¡  ah  !  como  a  la  una  de  la  tarde,  sintióse 
el  terremoto ;  se  reunió  el  vecindario  en  la  plaza  mayor,  en  donde,  desde  esos 
instantes  hasta  la  fecha,  se  están  haciendo  perennnes  y  públicas  plegarias. 
Esto  ha  sido  la  más  análoga  escena  al  día  del  Juicio  Final.  A  uno  de  los  por- 
tales llevaron  las  imágenes  del  templo.  Apenas  se  había  colocado  la  de  la 
Virgen  Santísima,  cuando  se  oyó  un  retumbo  sordo,  siniestro,  amenazador, 
que  duró  como  seis  horas.  Llovió  copiosa  arena,  en  tanta  cantidad  e  impelida 
por  viento  tan  fuerte,  que  hería  el  rostro  y  azotaba  el  cuerpo.     Se  inundaron 


—  lis- 
ios campos,  cubriéronse  las  pasturas,  perdiéronse  los  caminos,  aterráronse  las 
casas,  hundiéronse  los  techos,  a  consecuencia  de  aquel  diluvio  de  ceniza  vol- 
cánica. El  trueno,  el  relámpago,  las  electricidades  constantemente  en  choque, 
el  suelo  trémulo,  obscuro  el  sol,  en  tinieblas  horribles  el  cielo,  siniestras  las 
llamas  y  claridades  de  aquel  averno  rabioso,  acongojada  la  tierra,  con  estam- 
pidos atronadores,  y  convulsiones  epilépticas,  se  perdía  la  esperanza  y  ya  no 
era  dable  ni  exclamar  ¡  Santo  Dios !  ¡  Santo  Fuerte !  ¡  Santo  Inmortal !  Los 
animales,  por  instinto,  bajaban  de  los  montes  a  refugiarse  con  los  hombres. 
Los  tigres,  las  serpientes,  los  jabalíes,  habían  perdido  su  fiereza ;  los  ciervos, 
los  coyotes,  las  aves  monteses,  buscaban  auxilio,  agua  y  alimento.  Con  pavor 
religioso  los  humanos,  no  hay  voto  que  no  hayan  dejado  de  hacer,  arrasados  los 
ojos  de  lágrimas  y  palpitando  el  corazón  de  angustia.  Vanas  eran  las  fuerzas 
físicas  y  morales  para  resistir  al  cataclismo,  que  duró  más  de  dieciocho  horas, 
y  que  nunca  olvidaremos. 

El  sábado  24,  se  vio  de  nuevo  la  luz  ;  cesaron  los  truenos,  los  retumbos,  los 
terremotos,  la  arena,  el  polvo  y  el  viento.  El  domingo  26,  apareció  tibio  el  sol, 
para  alumbrar  tanta  ruina,  después  del  pavoroso  caos.  El  lunes  siguiente, 
despidieron  las  nubes  copiosa  lluvia,  y  el  martes,  ya  no  hubo  ningún  fenómeno 
que  mencionar.  Pero  no  se  ha  contemplado^  la  luz  del  día  en  todo  su  esplen- 
dor, hasta  la  presente  fecha. — "Justo  Herrera". — En  Choluteca,  a  28  de  Enero 
de  1835". 

La  arena  y  ceniza  de  la  erupción  del  Cosigüina  llegó  hasta  Ciudad  Real  de 
Chiapas,  Jamaica,  Colombia  y  otras  lejanas  tierras,  y  cubrió  una  superficie  de 
cincuenta  leguas  a  la  redonda.  El  28  de  marzo  de  1808,  había  hecho  otra  ex- 
plosión, más  no  tan  terrible  como  la  que  se  acaba  de  describir.  En  ésta  arrojó 
1,750  billones  de  metros  cúbicos.  El  mar  quedó  cubierto  de  una  capa  de  ceni- 
zas y  de  escorias.  La  verdura  de  los  campos  tornóse  plomiza  y  las  fieras  sa- 
lían de  sus  guaridas  para  buscar  amparo  en  las  ciudades.  Huyó  el  sol  ante  la 
furia  del  volcán  que  hoy  guarda  sereno  la  tumba  de  Jerez,  apóstol  de  la  Patria 
Centro-Americana,  en  Nicaragua. 

El  volcán  de  Masaya,  que  le  llaman  Santiago,  se  encuentra  también  en  esa 
república,  y  semeja  un  coloso  que  se  sumerje,  visto  a  la  distancia,  entre  las 
azuladas  aguas  de  una  bellísima  laguna.  Parecía  adormitado,  desde  principios 
del  siglo  XVIII,  en  que  hizo  fuerte  erupción,  dejando  una  corriente  de  lava, 
análoga  a  la  que  seiscientos  años  antes  había  producido.  Sobre  ella,  lo  mismo 
que  en  sus  faldas,  crecía  frondosa  vejetación.  Nadie  hubo  de  presumir  que  al 
despertar  el  gigante,  extremeciese  la  tierra,  como  ha  sucedido,  arruinando  la 
preciosa  ciudad  de  Masaya. 

Aquel  volcán  llamó  mucho  la  atención  de  los  conquistadores,  porque  con- 
tenía metales  en  ebullición.  La  cumbre  está  toda  abierta,  en  un  perfecto 
círculo,  cuya  circunferencia  ha  sido  medida,  en  3,750  pies ;  todo  el  borde,  al 
rededor,  está  como  cortado  perpendicularmente,  a  la  espantosa  profundidad  de 


—  119  — 

i,200  pies,  formando  abajo  una  plaza  llana  como  si  hubiera  sido  hecha  por  arte 
humano.  Casi  en  el  centro  de  esta  área  hay  un  pozo  también  redondo ;  su 
diámetro  es  de  210  pies,  y  su  profundidad  hasta  la  superficie,  de  lo  que  contiene 
está  calculado  en  180  pies.  La  figura  de  la  plaza  y  pozo  es  exactamente  como 
un  sombrero  grande,  con  la  copa  hacia  abajo.  En  el  fondo  de  este  pozo  estaba 
el  metal  derretido,  siempre  hirviendo  y  moviéndose  con  mucha  intensidad. 
Cada  cinco  minutos  se  levantaba  una  ola  como  una  torre,  y  luego  se  deshacía, 
causando  un  inmenso  ruido,  semejante  a  las  olas  de  un  mar  enfurecido,  salpi- 
cando las  chispas  de  aquel  metal  contra  las  paredes,  cuatro  o  seis  varas  en 
alto,  y  apagándose  en  cuanto  se  adhería  a  ellas.  Esto  se  veía  desde  el  borde, 
tan  claramente  como  si  uno  estuviese  inmediato,  porque  hallándose  la  pared 
casi  cortada  a  plomo,  se  puede  con  facilidad  ver  el  fondo,  con  sólo  acercarse 
a  la  apertura  del  cráter. 

No  hay  ejemplo,  decían  los  cronistas,  según  los  indios  naturales  de  ahí,  de 
que  haya  hecho  jamás  mudanza,  salvo  que  aquel  metal  se  inflama  cuando  llue- 
ve, como  la  fragua  encendida  del  herrero,  cuando  le  echan  agua,  subiendo 
algunas  veces  hasta  el  borde,  y  volviendo  a  bajar  luego. 

"Yo  vi  esta  boca  del  infierno,  exclamaba  fray  Toribio,  en  agosto  de  1544, 
al  tiempo  que  había  subido  aquel  metal  hasta  la  línea  del  pozo,  y  aún  había 
vertido  un  poquito  encima,  y  luego  tornó  bajando,  y  entonces  era  muy  de  ver 
aquel  espantosísimo  fuego.  Yo  le  vi  de  día  y  de  noche ;  pero  de  noche  tenía 
más  que  ver,  porque  estaba  tan  claro  como  de  día.  Dormí  una  noche  junto 
a  la  boca,  y  siempre  que  despertaba,  me  paraba  a  mirarlo,  pareciéndome  cada 
vez  cosa  más  nueva  y  más  espantosa". 

"Lo  que  de  todo  esto  resulta  más  admirable  es  que  no  habiendo  en  aquel 
volcán  llama  ninguna,  sino  dicho  metal,  o  lo  que  sea,  en  estado  de  fusión  y  de 
color  de  hierro  encendido,  y  tan  hondo ;  el  resplandor  que  de  él  sale  se  sube  a 
las  nubes,  por  línea  recta,  luce  hasta  treinta  leguas,  mar  adentro,  como  si  fuera 
una  llama  ardiendo.  Para  gozar  bien  de  su  vista  y  apreciar  su  claridad,  con- 
viene subir  y  dormir  una  noche  junto  a  la  boca,  como  lo  hice  yo,  en  un  pueblo 
de  indios,  llamado  Nindirí,  porque  la  claridad  del  sol  ofusca  la  del  volcán. 
Está  este  volcán  cinco  leguas  distante  de  la  mar  del  Sur,  y  vese  su  claridad 
veinticinco  leguas  mar  adentro". 

Este  volcán  es  célebre  en  las  crónicas  Centro-Americanas,  porque  los  es- 
pañoles creyeron  que  lo  que  adentro  contenía,  semejando  metal  fundido,  era 
oro  puro.  ¡  Qué  estanque  tan  rico  hubiera  sido !  Para  sacar  el  codiciado 
líquido,  echaron  una  gran  caldera,  que  se  derritió  en  el  acto. 

En  las  Memorias  sobre  la  América  Meridional,  de  don  José  Ensebio  Llano 
Zapata,  se  decía,  en  el  año  1761 :  " — Con  todo,  hay  más  que  probables  funda- 
mentos de  que  sea  oro  la  materia  que  continuamente  se  liquida^  en  aquella 
fragua ;  y  para  ahorrarnos  de  razones  físicas,  pondré  a  la  letra  el  hecho  siguien- 
te, que  lo  acredita  y  afirma  así  Pinelo,  en  una  nota  marginal  de  su  Historia : 


"Lo  que  se  halla  en  los  libros  reales  del  Supremo  Consejo  de  las  Indias,  es  que 
en  el  año  1551,  se  estipuló  con  el  bachiller  Juan  Álvarez,  clérig^o,  el  descubrir 
los  secretos  de  este  volcán,  y  saber  si  en  él  había  algún  metal.  Después  se 
estipuló  lo  mismo  con  Juan  Sánchez  Portero,  vecino  de  Huehuetenango,  a  28 
de  septiembre  de  1557.  Éste  fué  y  entró  por  la  boca  del  volcán  un  cebadero 
de  una  pieza  de  artillería,  pendiente  de  una  g-ruesa  cadena  de  fierro ;  pero  en 
tocando  la  materia  que  abajo  ardía,  todo  se  derritió,  y  en  el  remate  que  quedó 
asido  a  la  cadena,  que  fué  poco,  salieron  pegados  algunas  granos  de  oro.  Se 
hizo  nueva  capitulación  con  el  licenciado  Ortiz,  Alcalde  Mayor  de  Nicaragua, 
a  14  de  agosto  de  1560,  de  que  no  se  sabe  el  efecto.  El  año  de  1586,  un  Benito 
de  Morales  inventó  ciertos  instrumentos,  y  con  ellos  volvió  a  las  Indias  Juan 
Sánchez  Portero,  y  aunque  prosiguió  en  su  intento,  no  lo  consiguió,  porque  el 
fuego  desbarata  cuanto  toca  en  su  actividad". 

En  los  primeros  tiempos  de  la  conquista,  el  famoso  Fernández  de  Oviedo 
subió  (1529)  al  cráter  del  Masaya,  cuyas  descripciones  ya  antes  se  habían 
remitido  a  Carlos  V,  y  las  hemos  leído  en  el  Archivo  de  Indias,  en  el  que  se 
encuentran  también  diseños  del  Río  San  Juan  de  Nicaragua,  del  Desagüe  del 
Gran  Lago  y  de  terrenos  adyacentes  a  Granada. 

A  pié  juntillas  creía  ese  cronista  en  la  leyenda  que  le  refirió  el  cacique  de 
Landeri,  de  estar  viviendo  dentro  del  volcán  una  bruja  horrible,  parecida  al 
diablo,  que  i)or  las  noches  salía  a  celebrar  sus  monéxicos  con  los  indios  nobles, 
que  deseaban  saber  el  porvenir,  quienes  le  sacrificaban  niños  y  jóvenes,  arro- 
jándolos dentro  de  aquel  antro  horroroso.  Después  de  la  llegada  de  los  caste- 
llanos rara  vez  salía  la  sibila  a  conferenciar  con  los  caciques. 

El  16  de  marzo  de  1772  hizo  el  volcán  una  tremenda  erupción.  De  Mana- 
gua a  Masaya  nótase  un  extenso  surco  de  lava,  que  llaman  "la  piedra  quemada". 
Quedó  casi  extinguido  el  coloso  diabólico,  el  Monte  que  arde,  como  le  llamaban 
los  chorotegas  a  toda  la  comarca,  que  tal  quiere  decir  Masaya,  en  esa  lengua 
arcaica.     En  el  idioma  vulgar  decíanle  Pbpogatepeque,  sierra  que  hierve. 

"Uno  de  los  caracteres  orográficos  de  la  República  de  Guatemala,  es  el  de 
hallarse  atravesada  por  altas  serranías,  montañas  y  volcanes,  que  al  propio 
tiempo  de  dar  a  sus  campos  un  aspecto  majestuoso  y  agradable,  contribuye 
mucho  a  su  fertilidad  y  lozanía.  ¿Quién  al  contemplar  nuestros  volcanes,  o 
al  gozar  en  una  de  esas  bellas  mañanas  de  primavera  de  la  salida  del  sol,  o  bien 
del  crepúsculo  vespertino  en  que  nuestras  montañas  son  bañadas  por  la  in- 
comparable hermosura  de  los  rayos  del  astro-rey,  no  bendice  al  Omnipotente 
por  sus  obras?  Por  eso  dice,  con  tanta  elegancia,  el  notable  escritor  Bolet 
Peraza  que  "un  país  sin  montañas  es  una  tierra  incompleta :  que  los  montes 
son  los  monumentos  de  la  Naturaleza ;  la  pujante  escultura  del  Creador".  Y 
continúa  así,  "El  sol  no  baja  a  los  valles  a  dar  su  beso  matinal  a  los  lirios,  hasta 
que  no  ha  tendido  su  áureo  manto  sobre  las  cumbres  y  calentado  con  ardiente 
cariño  los  delicados  arbustos,  y  las  hierbas  humildes  que  allá  abrazadas  de  las 


nubes  han  pasado  una  noche  inclemente.  Los  humeantes  vapores  de  la  tierra, 
el  cotidiano  bostezo  de  los  ríos  y  lagunas  se  van  por  la  tardecita  a  posarse  en 
las  altas  cimas,  en  viaje  para  el  cielo.  De  allí  desciende  la  blanca  brisa  li- 
bando el  aroma  de  las  flores  que  le  brindan  sus  dormidos  cálices  ;  y  por  la  noche 
se  sube  la  luna  sobre  los  lomos  de  la  tierra  a  darse  ínfulas  de  sol  y  a  avergonzar 
desde  allí  a  las  pretenciosas  lucesitas  de  las  ciudades  que  la  economía  muni- 
cipal apaga  luego,  para  evitarlas  el  desaire.  Son  las  montañas  como  engarces 
rotos  de  la  tierra  con  el  cielo.  Son  como  los  robustos  brazos  del  planeta,  que 
se  elevan  a  saludar  a  los  otros  orbes.  Son  murallas  fabricadas  por  Dios  para 
proteger  a  los  pueblos  débiles.  El  extranjero  codicioso  las  detesta :  los  tiranos 
quisieran  suprimirlas.     Son  el  refugio  de  la  libertad. 

Un  país  sin  montañas  parece  un  desierto  prolongado,  aunque  contenga 
poblaciones  numerosas  y  activas.  La  monotonía  de  las  planicies  hastía  la 
contemplación  y  gasta  la  pupila.  El  Océano  mismo,  cuando  quiere  parecer 
terriblemente  hermoso  levanta  sus  montañas.  La  tempestad  lo  transforma  en 
sublime.  Las  teogonias  todas  han  colocado  sus  divinidades  sobre  lo  alto. 
La  poesía  tiene  su  templo  en  empinado  y  sacro  monte,  y  sube  la  imaginación 
de  los  poetas  a  buscar  su  cima,  siguiendo  el  vuelo  de  las  águilas". 

i  Oh !  y  con  cuánta  propiedad  podemos  los  guatemaltecos  decir  a  nuestros 
volcanes  lo  que  el  mismo  ilustre  escritor  dice  a  "El  Ávila"  Monte  de  Venezue- 
la, su  patria ! 

"Vosotros  visteis  a  vuestros  pies  una  raza  inocente  vegetar  por  siglos  en 
ventura  y  libertad  salvajes. 

"Vosotros  visteis  al  conquistador  valeroso  y  fiero  degollar  sus  tribus  y  en- 
clavar su  pendón  en  el  valle  virgen. 

"Vosotros  oísteis  el  gemir  del  colono  y  repetísteis  el  eco  jubiloso  del  he- 
roísmo independiente ;  presenciasteis  el  extrago  de  las  batallas,  el  extrago  de 
los  cataclismos :  y  en  vuestros  senos  resonaron  las  dianas  de  la  libertad  de 
nuestra  patria!" 

Las  montañas  de  Guatemala  pertenecen,  según  se  ha  dicho,  unas  al  siste- 
ma conocido  con  el  nombre  de  Cordillera  de  los  Andes,  que  se  extiende  por 
toda^  la  América  desde  el  círculo  polar  ártico  hasta  la  extremidad  sur  del  Con- 
tinente, y  otras,  al  sistema  arcaico. 

Las  montañas  de  Guatemala  alcanzan  su  mayor  elevación  en  los  Altos. 
La  altura  media  de  la  cordillera  es  de  7,000  pies. 

La  cadena  principal  atraviesa  a  Guatemala  de  N.  O.  a  S.  E.  a  una  distan- 
cia que  varía  de  12  a  20  leguas  del  Océano  Pacífico,  descendiendo  muy  rápida- 
mente hacia  la  costa  sur,  donde  sólo  envía  ramales  de  pequeña  extensión,  que 
regularmente  terminan  por  un  volcán.  Hacia  el  N.  O.  froma  vastas  y  frías 
mesetas,  que  constituyendo  los  Altos  de  Guatemala,  llegan  a  su  mayor  altura  en 
la  Sierra  Madre  o  Cuchumatanes,  del  departamento  de  Huehuetenango.  En 
estas  tierras  frías  la  temperatura  rigurosa  no  permite  la  rica  vegetación  de 


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las  costas ;  pero  se  dan  los  frutos  propios  de  la  zona  templada.  En  el  S.  E. 
disminuye  notablemente  la  altura  de  la  cordillera  y  la  extensión  de  sus  me- 
setas, por  lo  que  las  partes  montañosas  de  los  departamentos  de  Guatemala, 
Jalapa  y  Jutiapa  pertenecen  a  las  tierras  templadas.  La  transición  entre 
ambas  zonas  está  formada  por  los  departamentos  de  Solóla,  Chimltenango  y 
Sacatepequez. 

De  la  cordillera  principal  se  desprenden  varios  ramales  hacia  el  E.  forman- 
do extensos  valles,  por  donde  corren  los  ríos  más  caudalosos  de  Guatemala. 
Las  principales  son :  la  Sierra  de  las  Minas,  la  de  Santa  Cruz,  la  de  Chama  y 
la  del  Merendón. 

— La  Sierra  de  las  Minas  es  el  ramal  más  importante :  atraviesa  los  de- 
partamentos de  la  Baja  Verapaz,  Zacapa  e  Izabal,  recibe  en  este  último  el 
nombre  de  Sierra  o  Montaña  del  Mico  y  termina  cerca  del  golfo  de  Amatique. 
La  Sierra  de  las  Minas  está  limitada  al  Norte  por  el  valle  del  río  Polochic,  y  el 
lago  de  Izabal  y  al  Sur  por  el  río  Motagua.  En  su  parte  occidental  encierra 
los  cálidos  y  muy  áridos  llanos  de  Salamá  y  Rabinal,  culminando  al  Sur  de 
Salamá  en  la  cumbre  de  Chuacuz.  La  Sierra  de  las  Minas,  formada  princi- 
palmente por  rocas  plutónicas  metamorfósicas,  contiene  en  su  parte  O.  varias 
minas  de  alguna  importancia,  de  donde  recibió  su  nombre. 

— La  Sierra  de  Santa  Cruz  se  eleva  al  N.  de  la  de  las  Minas,  de  la  cual  está 
separada  por  el  valle  del  río  Polochic.  Formando  varias  mesetas,  ocupa  el 
espacio  comprendido  entre  este  río  y  su  afluente  principal  el  río  Cahabón,  y  se 
extiende  más  allá  de  este  último  río  hasta  el  golfo  de  Amatique.  En  esta 
parte  está  limitado  al  S.  por  el  lago  de  Izabal  y  el  río  Dulce  y  al  N.  por  el  río 
Sarstún. 

— Le  Sierra  de  Chama  se  encuentra  entre  los  ríos  Cahabón  y  Sarstún  al 
S.  y  el  de  la  Pasión  al  N.  terminando  en  los  Montes  Cockscomb,  del  territorio 
de  Belice.  Esta  Sierra,  lo  mismo  que  la  de  Santa  Cruz,  son  montañas  de  cal, 
caracterizadas  por  numerosas  cuevas,  por  donde  corren  muchos  ríos  sub- 
terráneos. 

— La  Sierra  o  Montaña  del  Merendón  forma  en  su  mayor  extensión  el 
límite  entre  Guatemala  y  Honduras.  Se  separa  de  la  cordillera  en  el  departa- 
mento de  Chiquimula  y  recibe  nombres  diferentes:  Montaña  de  Copan,  en  la 
parte  S.  O.,  Montaña  del  Espíritu  Santo,  en  la  parte  media  y  Montaña  de  Grita 
o  Gallinero,  en  el  extremo  N.  Ya  en  la  costa  misma  se  denomina  Montaña  de 
Omoa,  donde  se  eleva  a  la  imponente  altura  de  7  u  8,000  pies.  La  Montaña 
del  Merendón  separa  el  valle  del  río  Motagua  en  Guatemala,  del  valle  del  río 
Chamelecón  en  Honduras,  y  es  notable  por  sus  lavaderos  de  oro  en  uno  de  sus 
valles  transversales  en  el  departamento  de  Izabal". 

En  Guatemala  hay  cinco  volcanes  grandísimos,  el  de  Atitlán,  el  de  Paca- 
ya, el  de  Agua,  el  de  Fuego  y  el  de  Acatenango.  ¡  Qué  panorama  tan  soberbio ! 
No  se  encuentra  en  el  mundo  perspectiva  más  linda,  más  extensa,  más  serena. 


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que  la  que  se  percibe  desde  el  Cerro  del  Carmen,  en  una  de  esas  tardes  estiva- 
les, cuando  al  caer  del  sol,  entre  celajes  de  púrpura,  dora  aún  la  cresta  de  los 
montes,  y  se  delinean,  con  purísimos  cortes,  las  inmensas  pirámides,  que  sirven 
de  dosel  al  astro  rey,  que  tristemente  deja  aquel  cielo  de  opalinos  matices,  -en 
cuyas  leonadas  nubes  desaparecen,  por  último,  las  sombras  dantescas  de  los 
étnicos  colosos.  Ni  la  soberbia  ensenada  de  Ñapóles,  con  las  erupciones  del 
Vesubio,  ni  los  recortes  caprichosos  de  las  montañas  suizas,  ni  las  nevadas 
crestas  de  los  Alpes,  nada  puede  compararse  a  la  impresión  estética  de  gran- 
deza que  recibe  el  alma,  ante  la  perspectiva  espléndida  que  nuestro  valle,  nues- 
tra cordillera  y  nuestros  volcanes,  forman  en  armonioso  conjunto,  en  ese 
cuadro  de  luz  y  sombras  vespertinas,  cuando  el  día  muere  y  los"  titanes  olímpi- 
cos se  envuelven  en  el  manto  de  la  noche,  y  parece  que  otean  a  los  océanos  y 
sirven  de  atalayas  a  nuestras  costas. 

Tétrico,  'arenoso,  sin  follaje,  se  yergue  a  cuatro  mil  metros  de  altura,  el 
volcán  de  Fuego,  que  así  se  llamó  porque  siempre  estaba  en  actividad.  En 
1526,  1581,  1717  y  1773  hizo  tremendas  erupciones.  En  1857  y  1858,  vimos 
salir  de  aquel  cráter  llamaradas  inmensas,  de  unos  seiscientos  metros  de  eleva-, 
ción,  y  un  río  de  lava  ardiendo,  que  descendía  sobre  los  costados  del  soberbio 
monte.  Una  arena  sutil,  plomiza,  llegó  hasta  esta  ciudad,  formando  capa  de 
unas  dos  pulgadas  de  espesor,  en  ocbenta  leguas  de  circuito.  Las  fumarolas 
y  los  azúfrales  abundan  en  los  flancos  de  aquel  sombrío  coloso. 

El  volcán  de  Pacaya  se  alza  a  2,620  metros,  y  no  tiene  figura  cónica,  sino 
como  una  sierra,  destrozado  por  sí  mismo.  En  1565  reventó  con  gran  estré- 
pito. El  18  de  febrero  de  165 1,  hizo  tremenda  erupción,  acompañada  de  rui- 
dos subterráneos  y  fuertes  terremotos;  erupción  que  vino  repitiéndose  en 
1664,  1668  (agosto),  1671  (julio)  y  1677.  Después  de  un  reposo  largo,  sobre- 
vino otra  terrible  erupción,  el  11  de  julio  de  1775,  y  atrojó  tanto  combustible 
ardiendo,  que  aquí,  en  la  ciudad  de  Guatemala,  podía  leerse  una  carta,  a  las 
diez  de  la  noche,  al  resplandor  de  las  llamas  de  aquella  colosal  hoguera.  Cau- 
só los  temblores  de  tierra  del  año  1830,  que  tanto  asustaron  a  las  gentes,  sobre 
todo,  a  los  pobladores  de  Amatitlán,  que  se  encuentra  en  su  falda.  Ese  volcán 
y  el  de  Agua,  cuando  se  levantaron  del  suelo,  impidieron  el  curso  de  los  ríos, 
como  el  de  Villalobos,  que  antes  iba  directamente  al  Pacífico,  por  un  valle 
transversal  a  la  cadena  principal,  formando  así  el  lago  de  Amatitlán,  que  en 
un  principio  debió  ser  muchísimo  más  grande,  a  juzgar  por  las  trazas  que  dejó, 
hasta  cerca  de  Palín,  y  por  la  naturaleza  de  aquellos  terrenos.  Después,  poco 
a  poco,  rompieron  las  aguas  la  barrera  que  aquellos  dos  gigantes  les  presen- 
taron, y  venciendo  los  contrafuertes,  del  Pacaya,  se  precipitó  el  río  Michatoya, 
por  estrecha  garganta,  que  con  el  transcurso  de  los  siglos,  se  abre  más  y  más, 
hasta  que  desaparezca  el  bellísimo  lago.  Ni  sería  remoto  que  el  pintoresco 
pueblo  de  Amatitlán  se  hudiera  de  repente,  por  estar  asentado  en  terreno  del 
todo  hueco  (Dolft'us  y  Montserrat).     Las  rocas  que  constituyen  esas  monta- 


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ñas  son  de  pórfido  traquítico  cubierto  por  depósito  de  lápilos  y  de  negfruscas 
arenas. 

Este  interesante  volcán,  que  ofrece  al  estudio  un  conjunto  de  todos  los 
terrenos  ígneos,  ha  sido  descrito  por  un  jesuíta  sabio,  con  datos  que  recogió 
en  1856.  Tales  noticias  y  las  de  otros  viajeros,  nos  ponen  en  el  caso  de  dar  a 
los  lectores  una  descripción  bastante  extensa.  Para  proceder  con  mayor  cla- 
ridad, debemos  distinguir  lo  que  incuestionablemente  es  volcán  de  lo  que  de- 
berá o  no  llamarse  tal,  según  sea  la  teoría  que  al  fin  triunfe  sobre  el  origen  de 
los  montes,  que  no  han  sido  producidos  por  erupciones  lávicas. 

Esta  segunda  parte  comprende  las  montañas  más  antiguas,  compuestas, 
en  general  de  pórfido  o  de  traquitos  o  de  una  y  otra  cosa,  cuyo  origen  debe 
explicarse  de  muy  diverso  modo.  Algunos  las  han  creído  resultado  de  inmen- 
sas erupciones,  de  una  actividad  mucho  mayor  que  la  de  los  más  formidables 
volcanes  que  existen  al  presente,  y  distinguen  en  ellas  dos  épocas  bien  diver- 
sas, una  más  antigua,  que  había  sacado  a  luz  los  pórfidos  de  diversas  especies, 
otra  menos  remota,  a  la  cual  se  deberían  los  traquitos.  Conforme  a  esta  teo- 
ría, el  Pacaya  había  tenido  tres  dilatados  períodos  de  actividad,  de  los  cuales 
los  dos  primeros  habían  producido  la  masa  principal  de  los  montes  que  rodean 
el  lago.  Otros,  y  son  los  más,  creen  que  los  montes  de  esta  naturaleza  se 
formaron  por  levantamiento,  es  decir,  que  al  impulso  de  una  fuerza  interior, 
grandes  partes  de  la  costra  sólida  que  cubre  a  nuestro  globo  se  levantaron  en 
masa,  formando  cadenas  enteras  de  montañas.  Sería  demasiado  largo  exponer 
los  principales  fundamentos  de  estas  y  otras  opiniones ;  sólo  diremos  que  en 
todas  ellas  es  preciso  admitir  de  alguna  manera  la  intervención  del  fuego  que 
ha  dejado  a  veces  profundas  huellas  en  las  rocas  de  pórfido  y  traquito. 

Una  vez  que  nadie  niega  la  acción  de  la  fuerza  volcánica,  describiremos 
primero  lo  que  debe  su  propia  masa  a  las  mismas  erupciones  y  consideraremos 
después  algunas  otras  manifestaciones  de  la  acción  interior,  que  se  ha  abierto 
pasos  a  través  de  las  rocas  preexistentes.  La  primera  parte,  abraza  principal- 
mente el  medio  cono,  de  cosa  de  cinco  millas  geográficas  de  diámetro,  que  se 
eleva  desde  las  llanuras  de  la  costa,  apoyándose  por  el  Norte  sobre  la  que  de- 
bería ser  la  pendiente  meridional  que  cierra  la  laguna  y  el  valle  de  Amatitlán, 
hasta  desprenderse  de  ellos  y  rematar  en  ese  pico  azuloso  que  divisamos  desde 
Guatemala.  La  punta,  sin  embargo,  no  termina  con  regularidad  el  cono ; 
existe  otro  más  pequeño,  denominado  el  volcancito,  pegado  a  la  cima  más  oc- 
cidental de  los  cerros,  y  cuya  pendiente,  formada  toda  de  productos  volcánicos 
negros  y  rojos,  viene  a  unirse  con  la  occidental  del  pico  mayor  para  continuar 
en  una  sola  hasta  la  llanura. 

Uno  y  otro,  cono  se  elevan  en  medio  de  una  inmensa  taza  circular,  cuya 
orla  meridional  ha  sido  enteramente  destruida  y  la  setentrional  que  aún  se 
conserva,  forma  esa  línea  recta  al  parecer,  que  desde  el  cono  mayor  vemos 
partir  hacia  el  Occidente.     Esta  taza  es  indudablemente  un  cráter  antiquísimo 


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de  más  de  dos  millas  geográficas  de  diámetro,  y  cuya  profundidad  debió  de 
ser  muy  considerable,  pues  en  la  parte  del  Oeste,  en  donde  la  han  cubierto 
menos  las  faldas  de  los  conos  posteriores,  una  piedra  gastaba  9  segundos  en 
caer  desde  el  borde,  lo  que  supone  una  profundidad  de  más  de  300  metros. 

Así  este  cráter  como  el  cuerpo  del  cono  a  cjue  pertenece,  están  formados 
de  capas  negruzcas  bastante  delesnables,  algunas  de  las  cuales  más  duras 
aunque  siempre  porosas,  son  probablemente  de  anfigena.  La  considerable 
diferencia  que  se  ve  entre  estos  productos  y  los  que  deben  atribuirse  a  los 
cráteres  posteriores,  demuestra  la  existencia  de  dos  épocas  de  erupción  com- 
])letamente  distintas,  haciendo  inadmisible  para  el  presente  caso  la  explicación 
que  el  insigne  geólogo  M.  de  Buch  dá  de  los  cinos  o  tazas  circulares,  a  veces 
del  todo  cerradas  que  con  frecuencia  rodean  los  conos  de  erupción.  De  Buch 
ve  en  estos  cinos,  que  dominan  cráteres  de  levantamiento,  el  resultado  de  un 
primer  esfuerzo  de  la  naturaleza  para  establecer  un  volcán,  esfuerzo  que  sólo 
ha  logrado  levantar  las  masas  resistentes  sin  llegar  a  romperlas.  A  veces 
este  esfuerzo  no  ha  sido  secundado,  produciéndose  esos  valles  circulares  que 
en  la  geografía  física  han  recibido  especialmente  el  nombre  de  circos.  A  veces 
en  medio  de  esta  taza,  se  ha  abierto  un  cráter  de  erupción  y  se  ha  formado  un 
cono  volcánico  como  en  el  pico  de  Tenerife ;  pero  aún  en  este  caso  el  ciño  con- 
serva un  cráter  que  le  distingue  de  los  cráteres  de  erupción.  Como  se  ve,  no 
puede  explicarse  de  esta  manera  la  existencia  de  la  gran  taza  del  Pacaya,  en 
la  que  es  preciso  reconocer  un  verdadero  volcán,  ya  se  diga  que  el  borde  sub- 
siste;ite  es  el  del  antiguo  cráter,  ya  se  crea  que  perteneció  a  un  cono  más  ele- 
vado y  hueco,  que  se  habrá  hundido  sobre  sí  mismo,  a  la  manera  del  Cahuai- 
zazo.  Este  volcán,  que  antiguamente  competía  en  altura  con  el  Chimborazo 
su  vecino,  se  hundió  de  repente,  en  la  noche  del  29  de  junio  de  1669,  causando 
su  ruina  la  de  las  provincias  inmediatas,  en  que  las  habitaciones  se  desploma- 
ron al  impulso  de  un  violento  terremoto. 

Hacia  el  extremo  S.  E.  del  vasto  cráter  del  Pacaya,  en  un  sitio  invadido 
por  la  vejetación  hasta  el  punto  de  formar  un  bosque  de  pinos,  se  halla  una 
boca  conocida  con  el  nombre  del  hoyo:  sima  irregular  abierta  entre  lavas 
afigénicas,  hasta  una  profundidad  no  medida  en  esta  avertura,  va  chocando 
sucesivamente  contra  sus  paredes,  produciendo  un  ruido  cada  vez  más  remiso, 
sin  que  sea  posible  distinguir  el  momento  en  que  llega  al  fondo. 

Hemos  indicado  ya  que  dentro  de  este  cráter  jigantesco  se  elevan  dos 
conos  volcánicos,  que  le  han  llenado  en  parte.  Estos  aparecieron  sin  duda 
largos  años  después  de  la  extinción  de  aquél,  y  pertenecen  a  un  período  de 
erupción  que  difiere  evidentemente  de  los  primeros  en  la  naturaleza  de  sus 
productos,  y  quizás  no  menos  en  el  grado  de  actividad.  Aunque  el  estudio 
geológico  no  demuestra  aún  cual  de  los  dos  sea  más  antiguo,  podemos  conje- 
turar que  lo  es  más  el  pequeño,  pues  la  historia  no  habla  de  él,  y  la  robusta 
vejetación  que  cubre  sus  bordes  da  testimonio  irrecusable  de  tan  dilatada  traii 


—  T26  — 

fjiiilidad.  Ese  cráter  tiene  unos  cien  metros  de  diámetro,  sus  paraderos  verti- 
cales alcanzan  a  una  notable  profundidad,  y  en  su  fondo  existe,  según  el  testi- 
monio de  los  montañeces,  un  abismo  insondable. 

El  cono  más  alto,  el  que  vemos  desde  Guatemala  hacia  el  S.  E.  del  ante- 
rior, está  formado  de  una  masa  que  parece  ser  como  una  sola  pieza  de  puro- 
lana  negra,  porosa  y  sin  cristales,  cubierta  de  escorias  y  de  arena,  sin  consis- 
tencia en  algunos  puntos,  que  por  lo  mismo  sería  de  tránsito  bien  difícil  y  aún 
peligroso.  El  ascenso  sin  embargo,  aunque  difícil  es  seguro,  a  causa  de  la 
superficie  inmóvil  de  la  masa  o  masas  principales  que  asoman  de  trecho  en 
trecho,  a  más  de  que  en  muchos  puntos  la  arena  trasformada  en  parte  por  "los 
agentes  atmosféricos,  se  ha  aglutinado  y  admitido  alguna  vejetación,  cuyas 
raíces  hacen  el  piso  estable.  Esta  vejetación  es  aún  muy  débil,  y  exceptuando 
los  pinos  raquíticos,  no  se  ven  sino  algunas  gramineas  y  orquídeas  que  rara 
vez  alcanzan  a  cubrir  un  espacio  continuo  tan  grande  como  el  cuerpo  de  un 
hombre.  El  cráter  que  ofrece  la  forma  de  un  cono  invertido,  tendrá  unos  8o 
metros  de  diámetro  y  una  profundidad  de  25.  Presenta  en  el  exterior  cinco 
profundas  hendiduras  y  cuatro  en  el  interior,  por  las  cuales  se  escapa  en  abun- 
dancia vapor  de  agua  ligeramente  acompañado  de  ácido  sulfúrico  y  algo  más 
de  ácido  carbónico  a  una  temperatura  variable  según  el  aire  que  se  mezcla, 
sin  llegar  nunca  a  82?. 

En  nuestra  última  a.scensión,  decía  el  P.  Cornette,  las  nubes  que  por  mo- 
mentos nos  envolvieron  favorecían  la  condensación  de  los  vapores,  y  así  se 
les  miraba  desprenderse  sin  conducto  aparente,  de  muchos  puntos,  en  donde 
en  otras  circunstancias  no  hacen  notar  su  presencia  sino  por  el  calor  que  comu- 
nican al  suelo.  Estos  vapores  activando  la  descomposición  de  las  rocas  en 
arcilla  y  elevando  la  temperatura,  favorecen  la  vejetación  que  en  la  parte  del 
Sur  y  el  Este  es  sin  comparación  más  abundante  que  en  las  paredes  exteriores. 

El  estudio  de  ese  cráter  ha  movido  a  algún  viajero  a  creer  que  por  nume- 
rosos íiños  el  Pacaya  no  fué  sino  una  grandiosa  fuente  termal,  invocando 
en  apoyo  de  su  opinión,  los  derrumbes  acumulados  hacia  la  parte  nor- 
deste, y  los  bordes  derruidos  de  esta  orla,  lo  que  se  explica  fácilmente  por  la 
acción  de  las  aguas  que  derramarían  en  aquella  dirección.  Según  ésto,  las 
últimas  erupciones,  no  fueron  sino  un  aumento  excesivo  de  las  aguas  en  ebu- 
llición, cuyos  vapores  formaban  solos  las  columnas  de  humo  de  que  habla  la 
historia,  mientras  que  las  lavas  arrojadas  hacia  la  parte  del  Sur,  no  serían  otra 
cosa  que  derrumbes  en  la  orla  meridional  del  cráter  antiguo,  orla  que  ha  des- 
aparecido y  que  pudo  despeñarse  perdiendo  su  equilibrio  por  la  acción  corro- 
siva de  las  aguas.  Este  modo  de  ver  las  cosas,  nos. agradaría  mucho  si  la  his- 
toria y  la  tradición  reciente  de  la  erupción  de  1775110  nos  hablasen  sino  de  que 
hubo  piedras  caídas ;  pero  no  es  posible  negar  que  se  vieron  también  llamas  y 
piedras  encendidas,  que  no  se  explican  por  sólo  una  fuente  termal. 

Por  lo  demás,  las  lavas  que  en  distintos  trechos  cubren  la  pendiente  del 


—  127  — 

Sur,  más  bien  que  salidas  por  el  cráter  reciente,  parecen  deberse  ya  a  erupcio- 
nes remotísimas  que  las  depositaron  en  el  lugar  que  ocupan,  y  a  derrumbes 
sucesivos  de  la  orla  que  no  existe  del  antiguo  cráter.  En  efecto,  aunque  en 
distinto  estado,  lo  que  muestra  la  sucesión,  tienen  todas  la  misma  naturaleza 
primordial,  la  propia  de  la  parte  conservada  de  ese  antigua  cráter,  y  muy  dis- 
tinta de  la  que  forma  el  nuevo. 

De  estos  escombros  diseminados  por  muchas  leguas,  unos  están  ya  cubier- 
tos de  una  capa  vejetal  bastante  profunda  y  ondulante,  vestida  de  gramineas 
y  algunos  grandes  pinos ;  otros  menos  cargados  de  verdura,  sólo  a  los  pinos 
permiten  echar  raíces  en  sus  entrañas ;  otros  en  fin,  que  parecen  caídos  más 
recientemente  y  forman  un  terreno  negro,  polvoriento  y  escabroso,  en  el  que 
sólo  algunos  liqúenes  pueden  tener  vida.  Estos  despojos  de  diversas  edades 
se  han  distribuido  como  los  dedos  de  la  mano  al  wS.  O.  del  volcán  ;  y  los  últimos, 
negros  y  ásperos,  yacen  sobre  los  precedentes  o  en  medio  de  ellos  imitando 
una  pata  de  águila.  En  los  terrenos  no  cubiertos  por  esos  derrumbes,  se  en- 
cuentra una  arena  purolánicafina  y  negra,  formando  diversas  capas  de  varia- 
dos tintes  que  atestiguan  lluvias  volcánicas  de  distintas  épocas  y  que  trasfor- 
madas  en  muchas  partes  bajo  el  influjo  de  los  agentes  atmosféricos,  han  dado 
origen  a  vma  tierra  de  admirable  fertilidad. 

La  historia  ha  conservado  el  recuerdo  de  terribles  erupciones,  según  he- 
mos dicho,  en  1565,  1651,  1664,  1668,  1671,  1677  y  1775.  Aquí  aparece  que  el 
Pacaya  después  de  la  primera  erupción  conocida,  entró  en  período  de  calma, 
se  reanimó  más  tarde  desplegando  una  grande  energía  desde  mediados  del 
siglo  XVII,  permaneció  en  una  formidable  actividad  por  lo  menos  hasta  el  fin 
de  dicha  centuria,  como  lo  atestigua  Fuentes.  Después  se  calmó  de  nuevo, 
pues  no  es  natural  suponer  que  Juarros,  que  vivió  en  la  segunda  mitad  del 
siglo  XVIII,  y  que  tanto  trabajó  para  su  historia,  no  hubiera  hallado  en  la 
tradición  reciente  la  noticia  de  erupción  alguna  verificada  desde  principios  de 
dicho  siglo  hasta  la  de  11  de  julio  de  1775  que  presenció.  Esta  merece  ahora 
atención  para  indicar  un  problema  aun  no  resuelto.  A  pesar  de  ser  la  erup- 
ción más  reciente,  no  se  sabe  aún  el  punto  en  que  se  verificó.  Es  indudable 
que  no  tuvo  lugar  en  el  cráter  que  corona  el  cono  más  elevado :  innumerables 
testigos  de  vista  lo  dijeron  a  sus  nietos  que  todavía  viven  y  lo  repiten  unánime- 
mente, confirmando  con  esto  el  testimonio  de  Juarros.  Parecerá  que  con  la 
misma  facilidad  con  que  creemos  a  los  habitantes  de  Amatitlán,  de  San  Vicen- 
te y  de  Calderas,  cuando  sobre  la  palabra  de  sus  abuelos  que  lo  vieron,  nos 
aseguran  que  la  erupción  fué  de  aquel  pico,  les  debemos  creer  cuando  nos  dicen 
que  fué  del  cono  más  pequeño  o  volcancito  de  que  antes  hemos  dado  noticia : 
pero  las  circunstancias  son  en  realidad  bien  diferentes.  Ya  la  situación  de 
este  cono  no  parece  ser  la  que  indica  Juarros,  cuando  dice  que  la  erupción  se 
efectuó  en  el  sitio  en  que  el  volcán  se  divide  en  tres  puntas  y  además  el  examen 
del  terreno  hace  conocer  que  los  testigos,  aunque  muchos  quizás,  no  han  visto 


—  las- 
en realidad  el  punto  donde  brotaban  el  fueg^o  y  el  humo.  En  efecto,  el  volcan- 
cito indicado  por  ellos  no  es  visible  desde  los  lugares  habitados  de  la  montaña 
o  de  la  holla  de  Amatitlán,  ni  tampoco  hubo  quien  durante  el  furor  del  volcán 
se  acercase  a  él,  siendo  así  que  apenas  hace  treinta  años  que  el  primer  monta- 
ñés, muchacho  entonces  de  i6  años,  se  atrevió  a  poner  los  pies  en  la  temida 
cumbre.  Ahora  bien,  la  robusta  vejetación  que  hemos  indicado,  sobre  los  bor- 
des del  cono  menor  no.  da  lugar  a  creer  que  aquél  haya  sido  el  punto  preciso  de 
una  erupción  tan  reciente  y  por  otra  parte  tan  activa  como  la  de  1775.  Es  pues- 
muy  probable  que  alguna  que  otra  boca  lateral  se  abrió  para  dar  paso  al  fuego 
y  al  humo,  ocultándose  luego  bajo  las  piedras  desplomadas  de  la  región  supe- 
rior; quizás  un  examen  más  detenido  descubrirá  aun  sus  vestigios.  Es  muy 
de  notar,  para  cuando  se  estudie  más  minuciosamente  la  historia  de  esta  erup- 
ción, que  los  montañeces  suelen  a  veces  advertir,  como  cosa  de  menor  impor- 
tancia, que  la  arena  que  entonces  se  esparció  por  muchas  leguas  sí  fué  debida 
a  la  boca  del  pico  más  elevado,  de  lo  cual  no  se  halla  indicación  alguna. 

Á  cosa  de  legua  y  media  del  volcán  se  encuentra  la  aldea  de  Calderas,  en 
un  pintoresco  circo  elíptico  completamente  cercado  de  colinas,  y  a  la  orilla  una 
laguna  casi  circular,  que  no  es  otra  cosa  que  un  cráter  completamente  extin- 
guido, llenado  por  las  aguas  que  en  tiempo  de  lluvias  bajan  por  las  faldas  de 
la  montaña,  o  infiltrándose  en  ellas  forman  fuentes  temporales  que  brotan  den- 
tro de  la  laguna,  como  lo  atestigua  el  crecimiento  que  se  ve  hacia  el  fin  de 
la  estación  lluviosa  y  al  principio  de  la  siguiente.  La  pureza  de  estas  aguas 
excluye  la  idea  de  que  bajo  de  ellas  se  disimula  algún  desprendimiento  vol- 
cánico. A  falta  de  dimensiones  tomadas  por  nosotros  mismos,  dice  el  P. 
jesuíta,  pues  la  estrechez  del  tiempo  no  nos  lo  permitió,  daremos  las  que  uno 
de  los  habitantes  había  recibido  de  no  sé  que  agrimensor,  según  el  cual,  y  si 
reducimos  las  cuerdas  a  metros,  la  laguna  tendría  de  largo  7S0  metros  sobre 
700  de  anchura,  sin  que  hasta  hoy  se  haya  hallado  su  fondo. 

Contigua  a  la  laguna  se  encuentra  otra  depresión  circular,  de  diámetro 
algo  menor,  y  cuyo  fondo  se  halla  suficientemente  levantado  para  no  retener 
las  aguas  de  las  lluvias.  Aunque  cubierta  de  vegetación  conserva  claramente 
los  caracteres  de  su  cráter  y  aun  de  su  borde  meridional  se  escapan  vapores 
de  agua  y  ácido  carbónico,  ligeramente  cargado  de  ácido  sulfuroso,  a  la  tem- 
peratura de  60?. 

Un  poco  al  oeste  de  estos  antiguos  cráteres,  y  en  medio  de  un  terreno 
cultivado,  se  halla  un  hoyo  irregular  de  unos  cuatro  metros  de  largo,  uno  en  su 
mayor  anchura  y  tres  o  cuatro  de  profundidad,  que  evidentemente  jamás  ha 
sido  boca  de  erupción.  Algunos  años  atrás,  los  habitantes  entraban  impune- 
mente en  él  y  le  usaron  para  esconder  cosillas  de  mediano  valor,  cuando  temie- 
ron perderlas  en  épocas  de  revueltas.  Si  no  fueron  despojados  de  ellas  por 
los  soldados  ni  por  los  bandidos,  no  por  eso  dejaban  de  perderlas,  pues  la  na- 
turaleza se  encargó  de  impedirles  su  recobro,  condenando  a  muerte  a  todo  el 


—  129  — 

que  se  atreviese  a  penetrar  en  aquel  recinto.  En  efecto,  un  muchacho  que 
bajó  perdió  al  instante  el  uso  de  los  sentidos  y  cayó  como  muerto :  no  obstante, 
sacado  prontamente,  por  medio  de  algunas  cuerdas,  al  aire  libre,  se  recobró 
poco  a  poco.  Nadie  más  se  atrevió  a  entrar  en  aquel  temeroso  recinto  que  ha 
continuado  mostrándose  mortífero,  quitando  la  vida  a  las  aves  que  se  acerca- 
caban  a  sus  bordes. 

Bien  indicada  estaba  ya  la  presencia  del  ácido  carbónico.  Este  gas  se 
desprende  con  frecuencia  en  los  terrenos  volcánicos,  y  siendo  más  pesado  que 
el  aire  queda  fácilmente  detenido  en  los  lugares  en  que  no  se  desalojan  las 
corrientes  del  viento,  como  sucede  fácilmente  en  las  cavernas.  El  animal  que 
sin  percibir  la  presencia  de  un  gas  que  carece  de  color  y  olor  penetra  allí,  se 
encuentra  en  una  atmósfera  privada  de  aire,  y  faltándole  este  elemento  esencial 
de  la  respiración,  muere  asfixiado.  No  son  raras  las  grutas  más  o  menos  llenas 
de  este  cuerpo,  por  lo  que,  se  ha  dicho  que  es  una  imprudencia  adelan- 
tarse sin  algunas  precauciones  en  las  cavernas  en  que  pase  algún  tiempo  que 
no  haya  penetrado  nadie ;  pero  entre  todas,  se  ha  hecho  célebre  la  conocida 
con  el  nombre  de  Gruta  del  Perro  cerca  del  Puzzolo  en  Ñapóles.  Cosas  extra- 
ordinarias se  han  dicho  de  ella,  más  reduciéndonos  a  la  verdad,  es  una  gruta 
en  que  el  ácido  carbónico  ocupa  una  capa  de  cuatro  a  seis  decímetros  de  espe- 
sor, y  sobre  ésta  penetra  libremente  el  aire  atmosférico.  El  hombre  que  entre 
allí  tendrá  los  pies  sumergidos  en  ácido  carbónico  y  la  cabeza  en  el  aire ;  nada 
le  embarazará  la  respiración  y  no  experimentará  daño  alguno :  más  un  perro 
quedará  completamente  sumergido  en  aquel  gas,  caerá  por  no  poder  respirar 
y  morirá  en  breve  tiempo  si  se  dejase  allí.  Esta  gruta  ha  sido  cerrada  con 
llave  para  explotar  la  curiosidad  de  los  viajeros  que  quieran  visitarla. 

Qusimos,  dice  el  P.  jesuíta,  reconocer  la  caverna  u  hoyo  de  Calderas,  y 
asegurarnos  de  que  estaba  lleno  de  ácido  carbónico.  Nuestro  guía  que  se  pres- 
taba con  notable  empeño  a  todos  nuestros  deseos,  nos  condujo  al  temido  sitio, 
no  sin  avisar  antes  al  dueño  de  la  milpa  c^ue  lo  circulaba,  quien  quiso  también 
acompañarnos,  conduciendo  el  fuego  que  debía  contribuir  a  nuestros  experi- 
mentos.— ¿Y  no  hay  modo  de  bajar  poco  a  poco?  preguntamos  nosotros — 
Jesús,  señor:  si  allí  se  muere  la  gente — y  nos  volvieron  a  contar  la  referida 
historia.  Llegamos  al  hoyo  oculto  por  la  maleza,  prueba  indudable  de  que 
hacía  tiempo  de  que  nadie  se  acercaba  a  él,  pero  los  golpes  del  machete  le  des- 
cubrieron en  un  instante.  Hicimos  prender  llama  de  un  pino  recinoso,  y  como 
decimos  comúnmente,  en  un  ocote,  que  sujetamos  al  extremo  de  una  caña,  la 
que  cuidamos  fuese  capaz  de  llegar  lo  más  cerca  del  fondo  que  posible  fuese. 
Inútil  precaución :  la  llama  no  llegó  una  sola  vez  al  borde  de  la  sima,  apagán- 
dose siempre  a  cosa  de  un  decímetro  sobre  el  suelo,  porcj[ue  allí  ya  no  tenía 
aire  para  mantenerse.  Acabábamos  de  repetir  este  experimento  por  la  tercera 
vez,  cuando  se  hizo  sentir  un  fuerte  temblor  acompañado  de  un  formidable 
retumbo.     El  gas  contenido  en  la  caverna  debió  de  reforzar  el  retumbo,  que 


—  I30  — 

es  el  más  intenso  que  hemos  oído. — De  ahí  salió,  señor,  de  ahi  salió,  deciatl  des- 
pavoridos nuestros  guías  aterrados  a  nuestro  entender,  no  por  el  simple  hecho 
de  haber  sentido  un  temblor  y  un  estruendo,  sino  por  la  circimstanoia  sigular 
de  creerlo  causado  por  aquel  hoyo  formidable.  Afortunadamente  los  vecinos 
de  Calderas,  no  son  de  aquellos  semi-salvajes  que  tanto  abundan,  que  al  ver  la 
coincidencia  de  nuestros  experimentos  con  el  movimiento  de  la  montaña,  no 
sólo  nos  habrían  creído  sin  desairar  los  autores  del  fenómeno  que  por  el  mo- 
mento presenciaban  y  de  su  repetición  por  seis  veces  a  lo  menos  en  aquella 
tarde,  y  por  muchas  más  en  los  siguientes  días,  sino  que  aún  nos  habrían  atri- 
buido los  que  se  habían  hecho  sentir  anteriormente. 

Continuando  en  la  dirección  de  la  so.spechada  grieta  volcánica,  el  cerro  que 
sostiene  el  valle  de  Calderas  forma  una  cuchilla  que  va  disminuyendo  rápida- 
mente de  altura  hasta  perderse  en  las  faldas  meridionales  de  las  colinas  conti- 
guas a  la  laguna  de  Amatitlán,  dando  así  lugar  a  un  recinto  cerrado  en  que  las 
aguas  no  hallan  salida  y  se  recojen  formando  la  laguna  de  Pan(|uejechó.  En 
la  pendiente  que  limita  esta  laguna  hacia  el  N.  y  el  E.  se  halla  una  serie  de 
pequeñas  bocas  conocidas  con  el  nombre  de  Humitos,  y  este  es  el  lugar  en  que 
hemos  visto  desprenderse  los  vapores  con  más  actividad  y  más  cargados  de 
ácido  sulfuroso.  La  temperatura  es  varia  en  las  distintas  bocas,  habiendo  lle- 
gado el  termómetro  a  marcar  8o"  en  el  vapor,  en  el  lugar  más  abrigado  del  día 
y  91"  cuando  se  le  introdujo  en  la  tierra  para  librarle  de  la  influencia  del  am- 
biente. La  acción  continua  de  los  vapores  ha  descompuesto  fuertemente  el 
gran  banco  de  feldespato  en  que  brotan,  y  en  algunos  puntos  ha  despositado 
ligeras  capas  amarillas  de  azufre  sobre  otras  verdes  de  silicato  de  hierro,  dan- 
do interesante  aspecto  a  tan  curioso  sitio. 

Varias  otras  bocas  de  humo  pudimos  reconocer  mucho  menos  importantes 
consideradas  aisladamente,  pero  de  grande  significación  tomadas  en  su  con- 
junto. Son  además  en  gran  número  los  lugares  de  esta  faja  de  tierra  que  pre- 
sentan los  msimos  caracteres  que  los  que  sufren  la  actual  influencia  de  los  va- 
pores, demostrando  con  ésto  haberse  hallado  en  las  mismas  circunstancias, 
aunque  ya  algunos  años  de  quietud  han  aecado  y  endurecido,  en  los  unos,  cier- 
tas masas  que,  en  los  otros,  se  presentan  aun  húmedas  y  blandas.  Los  grados 
de  sequedad  y  de  dureza  están  a  veces  suficientemente  marcados  para  poder 
determinar  el  orden  en  que  han  ido  cesando  las  emanaciones  de  los  gases. 

En  la  propia  dirección  se  encuentra,  a  orillas  de  la  laguna  de  Amatitlán, 
la  fuente  termal  más  notable  de  todos  aquellos  alrededores ;  y  en  la  que  ha- 
llamos una  temperatura  de  79",  es  decir  11"  más  que  en  la  más  caliente  de  las 
otras ;  y  aun  acaso  la  temperatura  de  31"?,  de  que  gozan  las  aguas  del  Bebedero, 
que  bajo  el  propio  rumbo  brotan  en  la  margen  opuesta  del  lago,  deberá  atri- 
buirse al  mismo  foco  de  calor,  a  pesar  de  que  el  examen  de  los  terrenos  y  la 
ausencia  de  los  cloruros  alcánicos  en  esta  fuente,  hacen  ver  que  sus  aguas  han 
atravesado  lechos  de  otra  naturaleza.     Otras  caldas  diseminadas  desde  Belén, 


—  131  — 

en  el  extremo  oriental  del  lago,  hasta  los  límites  meridionales  del  valle  de 
Amatitlán,  no  quedan  comprendidas  en  el  mismo  rumbo  que  hemos  notado 
hasta  aquí  en  los  fenómenos  que  deben  referirse  a  una  misma  fuente  de  calor; 
mas  no  por  eso  dejan  de  depender  de  ella,  pues  su  posición,  que  casi  univer- 
salmente  es  a  la  raíz  de  la  montaña,  hace  ver  sin  duda  alguna  que  las  venas  de 
agua  han  atravesado,  antes  de  aparecer,  terrenos  vivamente  recalentados  por 
el  fuego  interior  del  Pacaya.  Es  de  notar  que  cuantos  manantiales  conocemos 
en  las  faldas  de  la  montaña,  incluso  el  de  los  Puraznos,  que  se  aproxima  mucho 
a  la  faja  de  las  manifestaciones  volcánicas,  dan  una  agua  fresca  y  pura,  que  no 
habiendo  podido  pasar  por  terrenos  de  elevada  temperatura,  demuestra  que 
estos  en  su  mayor  parte  no  ocupan  sino  el  corazón  del  volcán,  de  donde  se 
desprenden  algunas  venas,  comprendidas  próximamente  en  un  plano  dirigido 
hacia  el  N.  N.  E.  También  en  Belén,  casi  al  borde  de  la  laguna  y  muy  cerca 
de  las  aguas  termales,  brota  la  fuente  del  Niño,  que  con  su  pureza  y  frescura 
hace  ver  que  el  lecho  de  que  aquellas  toman  su  calor  y  sales  alcalinas  debe 
hallarse  algún  tanto  remoto"  (i). 

El  volcán  de  Atitlán,  testigo  de  tantos  hechos  históricos,  podría,  si  se  con- 
virtiese en  mitológico  Vulcano,  contar  mucho  en  aquel  lago  majestuoso,  que 
presenta  la  vista  más  encantadora  del  mundo,  sin  excluir  los  panoramas  de 
Suiza,  de  Ñapóles  y  de  Venecia.  ¡  Ah,  Titán!  soberbio  y  erguido,  que  escon- 
des tus  plantas  entre  las  aguas  rumorosas,  y  dejas  ver  tu  suntuosa  cúspide, 
allá  entre  las  nubes  de  un  cielo  transparente ; — tus  rugidos  tremendos  pusieron 
pavor  en  tan  bellos  contornos,  por  los  años  1828,  1833  y  1852!  Mucho  tiempo 
antes  de  eso,  cuando  las  aguas  del  Xequijel,  se  tiñeron  con  la  sangre  del  infe- 
liz indígena,  al  cumplirse  la  profecía  de  la  conquista,  temblaba  a  las  veces  la 
tierra,  se  enfurecía  el  lago,  manchábase  la  luna  de  matices  rojos,  descendían 
fatídicas  las  sombras  de  la  noche,  sobre  la  cumbre  del  Atitlán,  y  en  tan  pavoro- 
sos instantes,  se  escuchaban,  siniestros,  estridentes,  el  graznido  del  tucurú  y 

el  lamento  de  la  luchuza eran'  los  manes  de  Sinacán  y  de  Sequechul, 

víctimas  de  Tonathiu,  que  en  demanda  de  justicia  para  su  raza,  bajaban  a  su 
nativo  suelo,  en  alas  de  la  tempestad.  De  ahí  trajo  origen  la  danza  popular 
indiana,  llamada  Del  Volcán,  en  recuerdo  de  la  hecatomlbe  horrenda  de  los  hi- 
jos de  esta  tierra. 

La  parte  setentrional  del  lago  de  Atitlán  está  rodeada  de  altísimas  rocas, 
que  apenas  dejan  accesible  la  ribera,  mientras  que  por  la  costa  del  Sur,  se  ele- 
van varios  volcanes  más,  que  a  lo  lejos  se  descubren.  Destácanse,  en  los  con- 
tornos, los  ranchos  pajizos,  las  blancas  chozas,  de  San  Pedro,  de  Santa  Cata- 
rina y  de  San  Antonio,  colocado  este  simpático  pueblo,  como  nido  de  águilas 
en  abrupto  anfiteatro,  completamente  inabordable,  en  la  parte  del  lago,  y  cir- 
cuido de  negruzcas  rocas,  que  dejó  ahí  el  gran  cataclismo,  aún  recordado  por 


(1)    El  Volcán  de  Pacaya— Estudio  del  P.  Connet 


—  132  — 

los  aborígenes  de  aquellos  sublimes  sitios.  Las  aguas  del  estupendo  lago  se 
cnncnentran  a  1,558  metros  sobre  el  nivel  del  Pacífico,  y  alcanzan  una  pro- 
fundidad grandísima,  sin  que  se  le  conozca  desagüe,  a  pesar  de  que  recibe 
constantemente  los  afluentes  del  Panajachel  y  del  Iboy.  Acaso  se  filtran  las 
aguas  formando  riachuelos  hacia  el  sur  (i).  Al  pié  del  volcán  de  Atitlán  se 
divisa  el  Cerro  de  Oro,  de  misteriosa  forma  y  de  indianas  tradiciones.  Dícese 
que  era  templo  idolátrico,  en  el  cual  buscaron  los  tzutuhiles  refugio  contra  los 
destructores  de  sus  dioses,  último  amparo  a  su  derrota,  asilados  en  aquella 
mansión  impenetrable.  Cerraron  misteriosamente  su  entrada,  revelando  el 
secreto  a  un  viejo  sacerdote  indio,  el  cual  lo  fué  transmitiendo  de  generación 
en  generación  a  uno  solo,  entre  los  más  nobles  y  adictos  a  su  teogonia.  Esos 
dioses  aconsejaron  a  los  aborígenes  que  se  sometieran  ;  pero  sin  perder  la  es- 
peranza de  salvarse,  porque  ellos  mismos  que  quedaban  allí  cautivos,  rompe- 
rían las  ocultas  salidas  de  aquel  templo  y  entonces  serían  redimidos  de  la 
servidumbre.  Quedaron  enterrados  en  el  Cerro  de  Oro  los  ídolos  y  las  joyas. 
Los  tzutuhiles  callan  y  esperan. 

Por  aquellos  bellísimos  lugares,  hay  parajes  de  rústicas  delicias,  en  los 
cuales  se  palpan  los  encantos  de  la  poesía  de  Virgilio  y  de  Landivar.  Lomas, 
valles,  praderas  alfombradas,  fuentecillas  saltadoras,  frescas,  cristalinas ;  reba- 
ños, pastores,  majadas,  flautas  campestres,  diversidad  de  tonos  en  los  colores 
del  suelo,  y  por  toldo  el  más  puro  celeste,  sereno  y  transparente.  Juega  el 
aura  con  las  hojas  trémulas  de  los  arbustos,  como  acaricia  el  amor  los  labios 
de  una  virgen.  No  lejos  del  soberbio  valle,  está  la  Roca  de  Tccúm,  sitio  real 
de  los  reyes  de  Utatlán.  Las  lianas  colgantes  con  soberbias  flores  forman 
espesas  enramadas  y  lo  vivido  del  verde  horizonte  hace  contraste  con  el  azul 
del  cielo. 

A  unos  quince  quilómetros  de  Atitlán  contémplase  el  volcán  de  San  Pedro, 
que  tiene  2,500  metros  de  altura ;  pero,  como  descansa  sobre  un  valle  (jue  se 
alza  a  1,560  metros  sobre  el  nivel  del  mar,  resulta  de  grandísima  elevación. 
Nunca  se  supo  que  estuviera  en  actividad.  No  alcanza  la  historia  a  describir 
las  mocedades  de  ese  viejo  de  blanca  cabellera,  que  aún  se  viste  de  muy  lujoso 
ropaje.  Espesas  florestas  cubren  sus  flancos  y  podría  decirse»  con  aquella 
sublime  concisión  de  Pepe  Batres : 

"¡  Su  historia  ninguna,  su  límite  el  mar !" 

El  espectáculo  que  desde  lo  alto  del  volcán  de  Pacaya  se  desarrolla,  ante 
los  ojos  del  viajero,  es  uno  de  los  más  imponentes  que  pueden  contemplarse. 
De  una  sola  mirada  se  abraza  el  cuadro  que  forma  la  gran  mole  del  volcán  de 
Fuego,  destacándose  en  el  primer  plano  las  líneas  armoniosas  del  volcán  de 


(1)    El  lago  tiene   12   millas  de   largo   por  6  de  ancho,  y  fué  en  remotísimos  tiemixw  un   Inmensí» 
cráter  de  volcán  destruido. 


—  133  — 

Agiia,  cuya  gentil,  esbelta  cima,  se  ostenta  en  los  aires.  La  belleza  de  este 
panorama,  se  debe  en  mucho  a  un  pequeño  desvío,  que  sin  afectar  la  regulari- 
dad del  sistema  volcánico  considerado  en  conjunto,  coloca  al  volcán  de  Agua 
a  uno  o  dos  quilómetros  al  Norte  de  la  dirección  general,  pudiéndose  así  espa- 
ciar la  vista  a  una  distancia  muy  considerable.  Desde  la  cúspide  del  altísimo 
monte  se  contemplan  vegas  y  cañadas  inaccesibles,  cubiertas  de  flores  y  fes- 
tones, de  cuyas  ennegrecidas  grietas  parecen  salir  los  sordos  lamentos  de  las 
razas  primitivas  que  defendieron  su  paradisíaco  suelo. 

El  célebre  volcán  de  Agua,  considerado  aisladamente,  es  uno  de  los  más 
notables  de  la  América  Central,  aunque  mucho  ant€s  de  la  conquista  española 
ya  estaba  apagado.  La  armonía  de  sus  forms,  lo  bien  cortado  de  la  pirámide, 
lo  nítido  del  azuloso  color,  todo  hace  de  aquella  estupenda  mole,  que  aislada 
se  alza  sobre  3,753  metros,  con  una  base  de  muchos  centenares  de  quilómetros, 
uno  de  los  espectáculos  más  grandiosos  de  la  naturaleza.  Exuberante  vejeta- 
ción  lo  cubre,  con  una  serie  de  zonas  bien  marcadas,  introduciendo  en  el  paisaje 
elegante  variedad  de  matices.  En  la  base,  entre  llanos  de  esmeralda,  balan- 
céanse  las  espigas  del  maíz,  la  caña  de  azúcar,  las  festonadas  hojas  del  banano 
y  los  floridos  cafetos ;  a  seguida,  las  florestas  de  variadas  esencias ;  y  más  allá 
diseminados  bosques  de  pinos  seculares. 

Ese  erguido  volcán  dio  muerte  a  muchos  de  los  pobladores  de  sus  faldas, 
en  la  ruina  de  la  Ciudad  Vieja.  Era  llamado  Hunaphú,  o  sea  Ramillete  de 
Flores,  por  los  primitivos  indios,  aunque  hay  motivos  para  suponer  que  en 
remota  época,  fueron  sus  erupciones  de  violencia  extrema,  a  juzgar  por  la 
inmensa  cantidad  de  pómez  blancas,  cenizas  amarillentas,  lápilos  negros  y  vio- 
láceas arenas,  que  rodean  el  pie  de  aquella  histórica  montaña.  No  hay  en  los 
alrrededores  trazas  de  corrientes  de  lava ;  acaso  las  erupciones  de  este  volcán 
hayan  sido  caracterizadas  por  la  expulsión  de  abundantes  deyecciones  cineri- 
formes,  En  el  cráter  oval  hay  grandes  piedras  pórfidas,  con  varias  inscrip- 
ciones. Don  Matías  Mazariegos  dejó  ahí  su  nombre  en  1683  y  el  general 
Zavala,  en  1860. 

"Después  de  haber  descrito  el  inquieto  Volcán  de  Fuego,  decía  el  notable 
viajero  Mr.  Dussaussay,  injusticia  sería  el  no  decir  algunas  palabras  de  su 
pacífico  vecino,  el  Volcán  de  Agua  (i). 

Si  el  uno  es  célebre  por  su  escarpado  y  difícil  asiento,  el  otro  es  notable 
por  su  fácil  y  segura  subida.  El  Volcán  de  Fuego  está  coronado  de  rocas  agu- 
das, destituidas  de  vegetación  que  presentan  un  aspecto  espantoso ;  el  Volcán 
de  Agua  que  como  una  pirámide  en  medio  de  la  llanura,  se  eFeva  solitario  en  lo 
alto  del  firmamento  y  tiene  la  forma  de  un  cono  truncado,  aún  en  su  misma 
cumbre  está  cubierto  de  una  verde  paja,  cuya  elevación  llega  a  más  de  una 
vara.  El  piso  del  Volcán  de  Agua  es  firme  hasta  el  mismo  cráter,  mientras 
que  el  terreno  de  Fuego,  amontonado  en  desorden,  se  compone  de  guijo  y  otras 


(1)    Impresiones  de  viaje — El  Volcán  de  Affua— Por  Eufirenio  Dussaussay. 


—  134  — 

sustancias  sueltas,  rodeado  de  lava  y  cuerpos  medio  vitrificados  que  han  ido 
aumentando  por  las  repetidas  erupciones  causadas  por  el  fueg:o  subterráneo. 
El  Volcán  de  Agua  es  a  tal  punto  manso  que  ha  sabido  conquistarse  hasta  las 
simpatías  del  bello  sexo ;  el  de  Fuego  es  un  cerro  en  nada  dispuesto  a  dejarse 
domar,  razón  por  la  cual  las  visitas  que  recibe  son  muy  contadas. 

El  camino  qué  de  la  Antigua  lleva  al  pueblo  de  Santa  María  de  Jesús,  por 
donde  se  sube  al  Volcán,  es  en  extremó  pintoresco  y  el  viajero  que  lo  recorre 
se  siente  poseído  de  una  inacostumbrada  alegría.  La  tierra  está  cubierta  con 
espeso  manto  de  verdor,  los  árboles  cargados  de  hojas  y  por  doquiera  las 
flores,  abriendo  sus  senos  olorosos,  hacen  ostentación  de  su  hermosura  y  exha- 
lan los  efluvios  más  agradables  al  olfato. 

A  mano  izquierda  se  divisan  los  alegres  barrios  de  Santa  Ana,  San  Cris- 
tóbal y  Santa  Catarina,  mientras  que  a  la  derecha  se  deja  la  bonita  aldea  de 
San  Gaspar.  El  pueblo  de  San  Jun  por  el  cual  se  pasa,  es  célebre,  por  haber 
fundado  ahí,  antes  de  la  inundación  del  ii  de  septiembre  de  1541,  su  palacio  el 
obispo  de  la  Diócesis,  palacio  que  en  la  actualidad  sirve  de  casa  parroquial  al 
cura  del  lugar. 

Al  salir  de  San  Juan,  se  principia  a  subir  la  larga  cuesta  de  Santa  María 
que  conduce  al  pueblo  del  mismo  nombre,  situado  en  las  faldas  del  VoUán  (U- 
Agua  y  como  dos  leguas  distantes  de  la  Antigua. 

El  indio  de  Santa  María  de  Jesús  difiere  totalmente  del  de  Aif)t(.iKin5^n) : 
éste  parece  estar  siempre  dominado  por  el  terror  que  le  inspira  la  proximidad 
del  volcán  de  Fuego ;  aquél,  que  se  siente  resguardado  de  los  furores  de  este 
volcán  por  su  rival,  el  volcán  de  Agua,  es  de  genio  alegre  y  tiene  el  semblante 
risueño.  Como  se  ha  dicho  anteriormente,  en  todo  el  pueblo  de  Alotenango 
no  se  encuentra  más  que  un  solo  indígena  que  quiera  acompañar  a  los  raros 
turistas  bastante  atrevidos  para  emprender  la  ascensión  del  volcán  de  Fuego ; 
no  sucede  lo  misrno  en  Santa  María,  cuyos  habitantes  suben  todo  el  verano  al 
volcán  de  Agua  a  traer  hielo ;  así  es  que  a  los  pocos  minutos  de  haber  yo  en- 
trado al  pueblo  un  batallón  de  indios,  informados  de  mis  planes  y  atraídos  por 
la  perspectiva  de  su  pingüe  salario,  vino  a  ofrecerme  sus  servicios.  Tres  de 
ellos  captaron  mi  confianza  y  merecieron  la  distinción  de  servirme  de  mozos. 

En  la  mayor  parte  de  las  montañas  el  tiempo  con  su  fuerza  lenta,  pero  des- 
tructora, causa  por  sus  lados  depresiones  y  escavaciones  a  proporción  de  la 
cantidad  de  agua  que  en  sucesivas  cascadas  se  precipita  desde  la  cumbre :  la 
senda  que  se  toma  al  dejar  el  pueblo  de  Santa  María  serpentea  una  zanja  for- 
mada del  modo  que  acabo  de  explicar. 

Numerosas  milpas  esparcidas  en  las  faldas,  hacen  el  paisaje  sumamente 
placentero,  y  al  llegar  al  punto  denominado  Orilla  de  la  Montaña  se  apodera 
de  los  sentidos  un  sentimiento  de  deleite  al  descubrir  la  exuberante  vegetación 
que  majestuosamente  se  exhibe  por  todas  partes.     El  ramoso  roble  ensancha 


—  T35  — 

su  circunferencia  e  innumerables  árboles,  afirmados  en  sus  robustos  troncos, 
con  sus  hojas  forman  una  bóveda  impenetrable  a  los  rayos  del  sol. 

Los  meses  de  enero  y  febrero  son  los  más  a  propósito  para  subir  a  los 
volcanes,  por  estar  entonces  la  atmósfera  más  despejada  que  en  los  demás 
meses  del  año.  En  mi  expedición  a  los  volcanes  he  podido  observar  que  en  el 
mes  de  noviembre  el  tiempo,  que  por  la  mañana  está  casi  siempre  sereno,  a 
medio  día  varía  notablemente.  En  ambos  volcanes  me  asaltó  un  temporal  muy 
fuerte ;  pero  el  que  tuve  que  sufrir  en  el  de  Agua  fué  mucho  más  violento.  A 
eso  de  las  nueve  de  la  mañana,  todo  el  volcán  se  cubrió  de  una  niebla  tan  densa 
que  no  se  podía  distinguir  a  diez  pasos  de  distancia.  Felizmente  llegué  antes 
del  temporal  a  la  orilla  de  la  montaña  y  pude  descubrir  al  Este,  Amatitlán  con 
los  risueños  campos  que  lo  rodean  y  al  Noroeste,  la  Antigua  con  sus  de- 
pendencias. 

Al  concluir  la  montaña,  las  laderas  están  cubiertas  con  pinos  muy  viejos 
en  medio  de  los  cuales  crece  una  paja  muy  fina  y  elevada  que  desde  allí  se 
encuentra,  como  he  dicho  antes,  hasta  la  cúspide  del  volcán.  Un  poco  antes 
de  llegar  a  ésta,  se  ven  a  mano  derecha  unas  rocas  muy  grandes,  sin  arena  ni 
vegetación  alguna. 

La  cima  del  volcán  de  Agua  está  formada  por  cinco  picos  de  diferentes 
tamaños,  y  por  el  menos  elevado  de  todos  bajamos  a  la  plazoleta  cerrada  que 
existe  en  el  lugar  del  cráter  y  tiene  más  o  menos  la  forma  de  un  círculo,  cuyo 
diámetro  en  la  parte  más  larga  mide  ochenta  metros.  En  dicha  plazoleta  se 
encuentran  muchas  piedras  desprendidas  de  la  peña  y  en  que  pude  leer  gra- 
bados los  nombres  de  mis  predecesores,  entre  ellos  los  de  algunas  señoritas. 
En  una  ancha  piedra  blanca,  con  el  machete  de  que  iba  provisto,  esculpí  el  mío. 
El  frío  era  intenso  (a  las  doce  y  media  del  día  el  termómetro  centígrado  mar- 
caba 6°  bajo  cero)  que  se  me  helaban  las  manos. 

Me  adhiero  a  la  opinión  de  varios  historiadores,  antiguos  y  modernos,  que 
refieren  que  la  catástrofe  que  destruyó,  el  ii  de  septiembre  de  1541,  la  capital 
del  reino  de  Guatemala,  fué  ocasionada  por  la  rotura  del  cráter  del  volcán  de 
Agua  que  estaba  lleno  de  este  líquido  (i).  La  prueba  de  ello  es  que  la  parte 
menos  elevada  de  la  cúspide  y  donde  infaliblemente  tuvo  lugar  la  rotura,  mira 
al  pueblo  de  Ciudad  Vieja,  desde  el  cual  se  ve  muy  bien  el  barranco  que  formó 
el  agua  al  descolgarse  de  aquella  altura. 

Seis  horas  y  media  había  empleado  en  la  subida;  tres  gasté  en  la  bajada. 
El  número  de  pasos  que  di  al  descender,  fué,  el  de  22,354.  Concluiré  diciendo 
que,  como  muchos  viajeros  que  se  dedican  al  estudio  de  los  volcanes,  he  ob- 
servado que  el  lado  oriental  de  las  montañas  que  corren  de  Sur  a  Norte  es 
siempre  comparativamente  más  bajo  que  el  opuesto,  bajando  con  suavidad 


(1)    Mr.  Dussaussay  difiere,  por  loaue  se  ve,  de  la  opinión  del  ilustrado  naturalista,  ami<;o  nuestro, 
don  Juan  Rodríguez  Luna,  quien,  en  un  interesante  estudio  afirma  que  no  fué  esa  la  causa  de  la  inundaolón. 


— 136  — 

a   llanuras  grandes ;   mientras   que   el   lado   occidental    es   alto,   escabroso   y 
quebrado",  (i) 

El  volcán  de  Tacana,  el  de  Tajumulco,  el  Cerro  Quemado,  el  de  Santa 
María,  el  de  Mita  y  el  de  Chingo,  forman  en  la  república  de  Guatemala,  una 
serie  de  respiradores,  cue  bien  indican  el  plutónico  trabajo  de  las  entrañas  de 
esta  tierra.  Fumerolas,  solfataras,  aguas  termales  y  restos  de  erupciones,  hay 
por  todos  esos  lugares,  en  que  la  mano  de  Dios  quiso  dejar  las  huellas  de  ca- 
taclismos remotos. 

Llegamos  ya  al  grupo  de  los  volcanes  de  Quezaltenango,  que  presenta. 
desde  muchísimos  puntos  de  vista,  un  interés  grandísimo.  El  Cerro  Quemado 
y  el  volcán  de  Santa  María  son  los  que  primero  se  destacan.  Este  último,  de 
una  regularidad  admirable,  había  permanecido  en  tal  quietud,  que  el  vulgo  lo 
creía  apagado,  contemplándole  a  unos  3,500  metros  de  altura,  que  tendrá  de 
elevación  absoluta.  Pero,  un  día  ¡luctuosa  fecha  aquélla,  que  no  quisiera 
recordar!  se  aglomeraron  materias  ígneas  en  el  panal  dantesco,  furibundo,  que 
debe  de  haber  en  las  profundidades  del  terreno,  y  debido  a  las  condiciones 
meteorológicas  y  seísmicas  que  en  extensísima  zona  se  experimentaron,  sobre- 
vino la  catástrofe  del  18  de  abril  en  que  tembló  gran  parte  de  Centro- América, 
hasta  las  orillas  del  Atlántico,  causando  estragos  hasta  en  la  Martinica.  Una 
plomiza  sabana  de  arena  cubrió  Is  ricas  comarcas.  Ni  una  ave  cruzaba  veloz 
por  desolación  tan  funesta.  El  cráter  colosal,  elíptico,  de  Este  a  Oeste,  que 
mide  mil  metros  de  longitud,  con  seis  oquedades  espantosas,  y  una  amarrilla 
llanura  do  azufre,  exhalando  vapores  de  deslumbrante  blancura,  tal  fué  el 
espectáculo  aterrador,  que  en  aquellos  bellísimos  lugares,  dejó  la  furia  indes- 
criptible del  volcán.  El  nombre  quiche  del  volcán  "Santa  María"  es  K' a' 
kxanul,  vomitador  de  fuego,  píjrque  desde  remotísimos  tiempos  hacía  erupcio- 
nes tremendas. 

No  es  sin  natural  espanto,  que  el  viajero  ve  presentarse  a  su  vista,  a  la 
entrada  de  la  ciudad  de  Quezaltenango,  un  derruido  cerro,  del  que  se  despren- 
de deforme  cresta,  obscura  de  tolor  rojizo,  implantada  sobre  altas  mesetas  de 
amenazantes  picachos,  que  parecen  también  irse  desmoronando.  En  la  falda 
de  las  colinas,  en  que  se  asienta  el  imponente  cerro,  reposa  tranquila  la  ciudad, 
como  olvidada  de  sus  recientes  sobresaltos.  Hállase  el  monte  al  sudoeste  de 
la  ondulada  planicie  de  esa  bella  población,  y  su  nombre  es  del  mi.smo  género 
que  el  de  otros  varios  interesantes  volcanes  de  nuestra  tierra,  pues  si  el  torren-  * 
te  de  agua  que  inundó,  en  1541,  la  Ciudad  Vieja,  hizo  llamar  volcán  de  Agua 
al  más  lindo  de  los  conos  de  la  cadena  Centro- Americana ;  y  al  otro  enfrentado 
pico  se  reservó  el  título  de  volcán  de  Fuego,  porque,  contrastando  con  la  im- 
pasibilidad de  su  compañero,  levanta  ufano  su  penacho  de  humo,  y  de  cuando 
en  cuando  da  señales  de  su  interior  candescencia ;  una  razón  análoga  ha  dado 


(1)    Eugenio  Dessaussay. 


—  137  — 

el  poco  poético,  aunque  muy  significativo  epíteto  de  Quemado,  al  terrible 
cerro,  que  en  1755  se  consumió  o  se  quemó,  con  espantosa  violencia,  perdién- 
dose la  cúspide,  hasta  quedar  decapitado  el  coloso  y  con  los  flancos  ardidos, 
como  si  fuesen  los  restos  de  un  incendio  voraz  y  no  el  de  una  erupción  ordina- 
ria. Por  muchísimos  años  el  gladiador  soberbio  exhibióse  ahí  con  sus  formas 
altaneras,  hasta  que  el  fuego  de  sus  entrañas,  en  convulsión  violenta,  derribó 
su  frente,  ardiendo  sus  miembros  inertes  ya,  y  esparcidos  en  confusión  horren- 
da, mientras  que  su  vecino,  el  volcán  de  Santa  María,  conservaba  una  actitud 
reservada,  quieta  en  la  apariencia,  e  hipócritamente  traidora. 

El  Cerro  Quemado  tiene  importancia  especial,  demostrada  por  distingui- 
dos geólogos,  que  han  estudiado  nuestro  territorio,  y  vale  bien  la  pena  de  que 
le  dediquemos  siquiera  pocas  líneas.  El  gran  valle  de  Quezaltenango  se  le- 
vanta formando  una  serie  de  colinas,  en  unos  puntos  bruscamente,  como  en  el 
Baúl,  en  otros,  con  una  inclinación  más  lenta,  como  en  la  Pedrera,  y  en  fin, 
insensiblemente  hacia  el  estendido  llano  del  Pinar,  que  a  lo  último,  cuando  pasa 
encajonado  entre  los  dos  volcanes,  llega  a  la  altura  de  estos  contrafuertes.  La 
masa,  como  se  nota  en  la  Pedrera,  es  de  preciosa  roca,  empleada  en  la  cons- 
trucción de  los  edificios  de  la  ciudad.  Esa  piedra,  de  origen  eruptivo,  y  aun  de 
una  posterior  sobredestrucción,  es  una  pasta  feldespática,  blanca,  transparente, 
a  las  veces  amarillosa,  llena  de  cavidades  que  le  dan  aspecto  de  pómez,  pero 
más  dura  y  vitrificada,  llena  de  anfíbolas  negras,  algunas  no  bien  definidas, 
y  todas  caprichosamente  salpicadas.  Debe  de  haber  sido  roca  porfírica,  ma- 
leable por  fuerte  erupción  y  con  modificaciones  en  su  materia  mineralógica,  al 
mismo  tiempo  que  llena  de  burbujas  gaseosas,  que  le  dieron  la  estructura 
celular,  desigual  cristalización,  resistencia  suficiente  y  aumento  de  volumen, 
que  explica  su  ligereza.  Vetas  hay  más  cristalinas,  con  brillo  original,  como 
si  hubiera  sido  una  masa  de  vidrio  que  elevada  a  fuerte  temperatura,  se  hubie- 
se enfriado  repentinamente.  Vense  conglomeraciones  de  pómez,  como  solda- 
das por  una  materia  fundida,  a  trozos  más  cristalinos,  o  que  en  su  seno  tienen 
ingeridas  pequeñas  masas  harto  vidriosas  y  lucientes. 

Aquellas  ondulantes  colinas  son  las  que  forman  la  base  en  que  reposa  el 
Cerro  Quemado,  y  en  ellas  son  dignas  de  notarse  los  hervideros  que  se  descu- 
bren, sin  más  rastro  de  cráter  o  erupción  volcánica.  Están  al  paso,  en  la  vere- 
da que  conduce  a  la  cima  del  cerro,  en  una  garganta  formada  por  la  insensible 
altura  de  la  Pradera,  y  otra,  que  es  la  propia  base  del  volcán.  Uno  de  los  hervi- 
deros es  caverna  del  mismo  volcán,  escavada  como  a  cuatro  metros  de  profun- 
didad, de  cuyas  paredes  se  desprende  gran  cantidad  de  vapor  de  agua  con  algo 
de  gas  carbónico  y  sulfuroso.  El  otro  hervidero  es  mucho  más  singular,  pues 
entre  prominencias  de  la  roca  descubierta,  se  exhalan  vapores  de  igual  natura- 
leza, y  aun  se  hacen  pocitos  de  agua,  de  treinta  grados  de  temperatura,  cuando 
el  ambiente  apenas  tiene  unos  seis  grados. 

Refiere  la  tradición,  que  antes  de  ser  decapitado  el  cerro,  en  1785,  cuando 


-138- 

se  quemó  todo  el  monte,  tenía  otra  meseta  sobrepuesta,  coronada  de  espeso  y 
hermoso  bosque  de  encinos,  cuyos  restos  todavía  se  descubren.  Ya  había 
habido  otra  erupción  más  antigua,  que  dejó  algunas  fumerolas-  muy  calientes 
en  la  cumbre,  por  lo  que  los  indios  le  llamaban  Xetuj,  o  sea  debajo  del  horno. 
La  parte  sudeste  siempre  fué  cortada,  yendo  a  caer  sobre  el  río  Sámala. 

Pero  en  el  año  de  1813  llegó  el  momento  de  hacer  una  verdadera  explosión, 
y  las  inclinadas  líneas  del  monte,  aparecieron  convexas ;  toda  la  masa  se  elevó 
con  violencia,  y  hubo  de  abrirse  cual  granada,  en  muchas  partes,  arrojando 
del  centro  lluvia  copiosa  de  piedras  y  después  un  rio  de  fuego.  Los  guijarros 
llegaron  a  grandísima  distancia,  en  el  llano  del  Pinar  y  en  todo  el  occidente  de 
la  ciudad,  que  se  extremecía  al  considerarse  sepultada  debajo  de  las  grandes 
masas  que  volaban,  como  si  fuesen  arenas,  o  consumida  por  la  candente  lava, 
que  comenzó  a  correr  en  dirección  de  la  consternada  Xelajú.  Sacaron  de  la 
iglesia  a  la  Virgen  del  Rosario,  hubo  rogativas  con  clamores  piadosos  y  gritos 
acongojados ;  la  ciudad  hizo  voto  de  celebrar  una  solemne  fiesta  anual,  como 
hasta  el  día  de  hoy  se  cumple,  si  lograba  librarse  de  tan  tremendo  azote.  Oyó 
el  Cielo  sus  voces,  pues  las  piedras  que  alcanzaron  un  radio  mucho  más  lejano 
que  la  ciudad,  no  cayeron  en  su  recinto,  ni  causó  daño  la  lava,  que  a  poco  sus- 
pendió sus  curso,  y  siguió  por  el  rumbo  de  Almolonga,  sin  salir,  sin  embargo 
de  las  mesetas.  Tal  es  la  piadosa  tradición  ;  pero  parece  lo  cierto  que  el  volcán 
estalló  como  una  bomba,  quedando  con  el  espantoso  aspecto  de  hundimiento 
y.  ruina  con  que  hoy  se  deja  ver.  Más  imponentemente  bello  es,  sin  duda, 
cualquiera  de  esos  otros  volcanes  que,  como  el  de  Agua,  destacan  su  geométri- 
ca figura  con  regularidad  portentosa ;  pero  el  Cero  Quemado  ofrece  mucho  más 
interés,  siendo  los  restos  de  horrible  devastación.  No  hay  en  él  regulares 
curvas,  ni  depósitos  de  íapilli,  ni  de  erupciones  cineriformes :  es  un  cerro  irre- 
gular, que  presenta  en  sus  humeantes  ruinas,  más  que  ningún  otro  de  Centro- 
América,  los  estragos  de  la  acción  volcánica,  sin  rastro  siquiera  de  un  cráter 
adventicio  sobre  el  primer  hundimiento. 

Fuera  de  ésto,  tiene  otros  rasgos  distintivos,  considerado  como  parte  de 
una  cadena  de  extensión  larguísima.  En  la  serie  de  conos  montañosos  de 
Guatemala,  que  es  una  verdadera  especialidad  geológica  eruptiva  como  lo 
reconocen  los  sabios  europeos  y  americanos,  existe  en  cada  grupo  un  sistema 
particular,  formado  de  volcanes  extinguidos,  o  tal  vez  de  antiguos  cráteres,  al 
lado  de  otros  en  actividad.  La  dirección  media  es  de  E.  30".  S.  a  O.  30?  N.,  de 
modo  que  mientras  más  avanza  a  los  departamentos  de  Los  Altos,  más  se  acer- 
ca, y  llega  a  tocar  la  línea  más  elevada  de  la  sierra  principal,  o  cordillera  de 
los  Andes  Guatemaltecos.  De  aquí  proviene  que  los  volcanes  del  valle  de  la 
Antigua  Guatemala  tengan  forma  tan  esbelta,  sus  faldas  bajen  tan  suavemente 
hacia  el  Sur,  hasta  perderse  en  un  llano  de  trescientos  metros  sobre  el  nivel 
del  mar,  y  hacia  el  Norte  no  se  interrumpan  sino  en  las  mesetas  interiores,  de 
mil  quinientíxs  metros  de  elevación.     Pero  el  vf^lcán  de  Santa  María  parece 


—  139  — 

encarnado  en  altísimos  picos ;  al  Norte  roto  bruscamente,  en  las  más  elevadas 
mesas  de  la  república,  y  al  Sur,  llegándose  a  confundir  con  los  sinuosos  contra- 
fuertes de  la  cadena  de  montañas.  El  Cerro  Quemado,  más  que  ningún  otro, 
a  pesar  de  ser  muy  superior  al  cono  más  alto  del  Pacaya,  y  tener  una  elevación 
absoluta  como  de  tres  mil  cien  metros,  es  apenas  una  eminencia  de  setecientos 
sesenta,  relativamente  al  plano  de  Quezaltenango.  Por  esta  razón  los  grupos 
volcánicos  de  Los  Altos  no  pueden  ser  tan  completamente  definidos,  como  los 
de  las  regiones  menos  elevadas.  Porque  de  una  parte,  el  levantamiento  debido 
a  la  acción  volcánica,  se  concibe  de  suyo  más  regular  en  una  superficie  llana, 
o  ligeramente  inclinada ;  mientras  que  en  las  inmensas  masas  pórfido-traquí- 
ticas  de  las  cimas  de  la  sierra  es  más  fácil  una  ruptura  violenta  e  informe,  como 
en  el  Cerro  Quemado.  De  otra  parte,  en  las  formas  externas  es  más  difícil  su 
reconocimiento,  pues  entre  tantos  picachos  más  o  menos  sueltos  y  cónicos,  al 
paso  que  el  vulgo  quiere  ver  en  todos  un  volcán,  los  sabios  se  recelan  de  los 
más,  y  no  llegan  a  afirmarlo,  hasta  tener  noticia  cierta  de  algún  antigua  o  re- 
ciente erupción.  ¿Quién  hubiera  dicho  que  el  Santa  María  no  era  un  volcán 
aislado,  sino  que  había  un  grupo  a  su  alrededor,  y  el  Cerro  Quemado  era  su 
parte  principal?  La  masa  de  éste,  aun  en  el  interior,  era  la  misma  que  la  de  las 
rocas  en  que  está  sentado ;  en  su  forma,  más  que  compañero  del  vecino,  como 
extinguido,  parecía  un  contrafuerte  insignificante ;  ni  en  sus  alrededores  se 
encontraban  cenizas  o  lavas  que  pudiera  él  tribuirse  como  suyas.  Tiene,  sin 
embargo,  en  su  situación,  los  distintivos  de  un  sistema  derivado,  análogo  a 
los  demás  de  su  especie  en  Guatemala ;  aunque  difiere  de  ellos  en  lo  que  mira 
a  la  actividad  respectiva,  de  la  cual  hace  pocos  años  que  acaba  de  dar  muestras 
harto  lamentables. 

Los  volcanes  adventicios,  o  sea  que  están  fuera  de  la  línea  principal  o  zona 
eruptiva,  se  hallan  poco  más  o  menos  en  dirección  perpendicular  a  ella,  esto  es, 
en  una  línea  O-S-O.  a  E.  N.  E.,  a  la  manera  que  en  las  grietas  de  la  tierra  sue- 
len abrirse  muchas  perpendiculares  nuevas  a  través  de  la  principal.  Tan  mar- 
cada es  semejante  derivación  en  Guatemala  que  suele  conservarse  aún  en  los 
conos  terminales  de  un  mismo  volcán.  Así,  dejando  otros  muchos  ejemplos, 
esta  es  la  línea  de  los  dos  que  se  desprenden  de  la  gran  masa  del  volcán  de 
Atitlán;  bastante  marcada  se  halla  en  los  dos  pequeños  conos,  en  los  cráteres 
y  f umarolas  del  Pacaya ;  y  aún  se  reconocen  en  los  cráteres  del  volcán  de  Fue- 
go los  rastros  de  la  actividad  comprendida  en  un  plano  de  la  propia  dirección. 
El  Cerro  Quemado  está  puntualmente  en  dicha  línea  perpendicular,  ocupando 
casi  con  exactitud  matemática  el  N.  N.  E.  de  la  cúspide  del  Santa  María,  mien- 
tras que  su  masas  se  unen  en  la  garganta  o  portillo,  célebre  por  haber  servido 
a  don  Pedro  de  Alvarado  para  entrar  al  llano  del  Pinar.  Unidas  aquí  las  fal- 
das, el  cono  del  Santa  María  conserva  algún  espacio  más  su  curvas  líneas,  y  el 
otro  cerro  confundiéndose  con  las  rocas  de  la  Cordillera,  casi  violentamente 
hacia  el  Zimil ;  siguen  después  igualmente  aisladas  por  el  río  que  se  llama  Sa- 


—  I40  — 

mala,  y  hacen  peligrosa  y  escarpada  la  cuesta  de  Santa  María,  y  más  lejos  la 
bajada  a  los  Pocitos,  y  el  paso  del  puente  de  Sámala,  opuesto  al  Patio  de  Bolas. 

Fijemos  ahora  la  atención  en  el  grupo  entero,  comprendido  y  definido  por 
el  curso  de  las  aguas  del  que  se  va  llamando  río  de  OHntepeque,  Zunil  y  Sá- 
mala. Así  considerado,  cierra  casi  por  completo  el  gran  valle,  que  viniendo 
de  Totonicapán,  ondula  declinando  de  2,500  a  2,350  metros  de  elevación  sobre 
el  nivel  del  mar ;  le  sirve  de  contrafuerte  hacia  el  Sur,  hasta  dar  en  los  llanos  de 
la  costa,  hacia  Cuyotenango  y  Rctalhuleu.  Si  la  acción  eruptiva  hubiera  ex- 
tendido algún  tanto  más  su  área,  cuando  elevó  este  grupo,  habría  con  facilidad 
llegado  a  tocar  con  la  cresta  que  va  de  Totonicapán  a  Zunil,  y  quién  sabe  si 
entonces  no  hubiéramos  tenido  un  lago  de  la  especie  de  los  de  Amatitlán  y 
Atitlán,  Un  pequeño  resquicio  quedó  libre  para  dar  paso  a  las  aguas 
que  bajan  en  la  dirección  de  Salcajá  y  a  las  del  rio  que  pasa  por  Olintepeque, 
y  aún  las  de  este  último  se  han  visto  obligadas  a  recorrer  u  narco  muy  forzado 
a  efecto  de  encontrar  salida.  Ese  mismo  punto  es  a  donde  únicamente  pueden 
confluir  los  torrentes  que,  durante  la  estación  lluviosa,  desciende  de  los  plie- 
gues de  los  volcanes,  de  las  cumbres  del  Chuipache  y  de  las  montañitas  que 
miran  a  Quezaltenango. 

Los  picos  del  Siete  Orejas  no  son  otros  tantos  volcancitos,  como  pudiera 
suponerse.  Es  admirable  el  orden  de  las  fuentes  termales,  marcadamente 
alcalino-cloruradas,  de  especie  análoga  en  su  composición  química  a  las  que 
brotan  en  el  Cubo,  Medina  y  San  Lorenzo,  en  terrenos  volcánicos  de  la  Anti- 
gua Guatemala  y  a  las  de  San  Miguel  en  la  República  de  El  Salvador.  Ro- 
dean aquellas  fuentes  la  maza  del  levantamiento,  pues  al  Oriente  y  a  lo  largo 
del  río  Zunil  están  los  famosos  hervideros  de  este  nombre,  y  hacia  el  mismo 
lado,  un  poco  más  al  Norte,  brotan  las  más  famosas  aguas  termales  de  Almo- 
longa,  con  temperatura  de  45"  y  50?  centígrados.  Dando  la  vuelta  por  el  Nor- 
te, están  las  llamadas  vulgarmente  Sanmcquená,  nombre  corrompido  del  ori- 
ginal indígena  Tzak-meken-ha,  agua  blanca  caliente,  o  sea  agua  tibia.  Por 
ese  mismo  rumbo  se  hallan  las  de  Batán,  a  cuyos  calientes  hervideros,  desde 
antiquísima  poca,  iban  los  indios  a  labar  sus  lanas,  por  cierto  bien  tegidas. 
Completando  el  arco  hacia  el  Oriente,  se  vendría  a  i)arar  en  las  vertientes  ter- 
males que  nacen  en  las  faldas  de  la  cadenita  del  Siete  Orejas". 

El  volcán  de  Tajumulco  se  eleva  a  2,860  metros  sobre  el  nivel  del  mar. 
Tiene  dos  picos  simétricos,  el  de  la  Concepción  y  el  del  Azufre.  Este  último  es 
un  verdadero  cráter,  que  ha  conservado  las  huellas  de  erupciones  de  otras 
épocas.  Los  indios  hacen  la  pepena  (recolección)  de  mucha  cantidad  de  azu- 
fre, y  ya  han  perecido  varios  de  esos  aborígenes  que  se  aventuran  a  cavar  en 
aquel  deleznable  conjunto  de  materias  adventicias.  Este  volcán  se  encuentra 
apagado.  Desde  la  cumbre  se  descubre  al  sudeste,  una  perspectiva  de  conos 
destrozados,  de  cerros  rotos,  de  cordillera  plutónica,  qus  forma  complicadísimo 
laberinto  y  que  revela  una  catástrofe  apocalíptica.     Las  cimas  de  varios  vol- 


—  141  — 

canes  se  perfilan  atrevidas,  siniestras,  cual  mementos  de  convulsiones  horri- 
bles. Lo  dantesco  de  ese  panorama,  por  aquel  rumbo,  contrasta  con  las  pers- 
pectivas que  por  los  demás  se  perciben,  de  valles  deliciosos,  rios  plateados  y  el 
mar  lejano  y  extendido  como  una  tira  de  cielo.  Al  Sudeste  del  Tajumulco 
vénse  tétricos,  enhiestos,  amenazadores,  los  picos  de  Zunil,  Santa  María,  los 
de  Atitlán,  y  más  lejos,  casi  confundidos  con  los  celajes  del  horizonte,  los  vér- 
tices del  grupo  de  volcanes  de  la  Antigua  Guatemala. 

Todo  el  territorio  de  la  América  Central  ha  sido  teatro  desde  los  tiempos 
jurásicos,  de  tremendas  convulsiones,  que  han  trastornado  repetidas  veces  su 
configuración,  ora  hundiéndose  a  grandes  abismos,  ora  surgiendo  a  considera- 
bles alturas  sobre  las  aguas,  al  tiempo  que  sus  sistemas  de  montañas  se  edifi- 
caban en  transformaciones  sucesivas,  apenas  terminadas,  que  justifican  su 
gran  sismicidad  general  (i).  El  sistema  orográfico  de  Guatemala  ha  llamado 
la  atención  de  los  hombres  de  ciencia,  y  acaso  dará  la  clave  para  resolver  pro- 
blemas que,  hasta  hoy,  apenas  están  planteados,  ya  que  no  hay  duda  de  que  los 
sismos  de  la  Martinica  y  de  otros  muchos  lejanos  puntos,  tienen  relación  con 
los  fenómenos  producidos  en  varios  grupos  de  nuestros  volcanes,  así  como  las 
manchas  del  sol  y  los  fluidos  terrestres  ejercen  influencia  directa  en  los  terre- 
motos. La  nutación  del  planeta,  la  declinatoria  de  su  eje,  contribuye  a  los 
cataclismos. 

"En  la  cordillera  que  se  dirige  hacia  el  Nordeste  de  la  repúbHca  de  Gua- 
temala, se  encuentran  varios  volcanes  independientes  de  todo  sistema  y  cuya 
dirección  general  es  casi  rectilínea. 

Este  grupo  de  volcanes,  son  unos  casi  contiguos  a  la  cadena  principal ;  y 
otros,  forman  cuerpo  con  la  cordillera,  pero  ninguno  de  todos  los  de  esa  extensa 
línea,  llama  tanto  la  atención  como  el  volcán  de  Ipala. 

Está  situado  al  sur  del  pueblo  del  mismo  nombre,  a  seis  leguas  de  Chi- 
quimula,  en  una  extensa  llanura ;  tiene  la  forma  cónica  regular,  cuyo  vértice 
truncado  se  eleva  aisladamente  en  el  plano  del  valle,  en  medio  del  cual  ha 
surgido  a  3,600  metros  de  altura  sobre  el  nivel  del  mar.  Todo  su  cráter  se 
encuentra  coronado  por  un  lago  de  forma  circular  que  mide  tres  millas  de  cir- 
cunferencia ;  el  agua  de  este  pintoresco  lago  es  cristalina  y  potable,  y  no  con- 
tiene ninguna  clase  de  peces.  Hacia  el  rumbo  O.  tiene  un  desagüe  natural, 
que  los  vecinos  aprovechan  para  el  riego  de  sus  terrenos,  y  el  cual  han  barre- 
nado para  aumentar  el  derrame  del  lago.  Este  hermoso  cono-volcánico  está 
vestido  desde  sus  faldas  hasta  su  vértice  de  verdura  y  su  posición  aislada  en 
medio  del  valle,  sorprende,  desde  luego,  al  más  indiferente  viajero. 

Se  puede  emprender  el  ascenso  de  éste  gran  pico  volcánico  con  toda  como- 
didad, pues  se  llega  montado  a  caballo  hasta  el  cráter.  Al  estar  en  aquella 
inmensa  altura ;  lo  primero  que  se  admira  es  el  lago  enteramente  circular,  a 


(1)    Cuarto  Conerreso  Científico  Pan  Americano.     Ciencias  Físicas.      Volumen  V.  pájf.  198  año  1910. 


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tres  varas  de  profundidad  solamente  del  vértice.  Dirigiendo  la  vista  hacia  el 
Sur  se  encuentra  el  pintoresco  volcán  de  Monterico,  y  en  la  misma  el  volcán  de 
Suchitán,  y  en  línea  recta.  De  N,  N.  E.  a  S.  S.  E.  se  divisan  los  volcanes  de 
Culma  y  Amayo,  del  departamento  de  Jutiapa.  Colocado  uno  sobre  el  cráter 
del  volcán  las  brisas  del  lago  refrescan  la  mente ;  y  la  imaginación  se  dilata 
contemplando  uno  de  los  panoramas  más  sorprendentes  de  nuestro  suelo. 

La  profundidad  del  lago  de  Ipala,  es  difícil  averiguarla ;  personas  conoce- 
doras del  lugar  informan  que  en  la  orilla  de  la  playa,  que  apenas  tiene  dos 
metros  de  longitud,  se  introduce  una  cuerda  de  600  varas  y  no  se  encuentra 
fondo. 

Este  volcán  en  otra  época  hizo  una  fuerte  erupción ;  lo  demuestra  gran 
cantidad  de  lava  volcánica  que  hay  diseminada  en  la  superficie  de  la  llanura, 
pero  no  tenemos  datos  sobre  la  cronología  de  las  erupciones,  ni  la  tradición,  ni 
el  examen  de  los  terrenos  eruptivos  dan  indicios,  y  faltando  éstos,  no  se  puede 
establecer  la  antigüedad  relativa  de  cada  uno  de  nuestros  volcanes. 

La  única  observación  general  que  se  puede  hacer,  es  que  todas  las  grandes 
erupciones  han  tenido  lugar  en  una  época  contemporánea  del  alzamiento  del 
valle.  En  efecto  sus  deyecciones,  lavas  o  cenizas  no  presentan  vestigios  de 
vegetales  quemados  y  cuando  los  ha'y,  son  yerbas  y  arbustos  de  menor  tama- 
ño. Las  capas  eruptivas,  en  las  cuales  se  encuentran  trazas  de  vegetales,  son 
muy  raras  y  comprenden  a  los  volcanes  que  estaban  todavía  en  actividad  hace 
tres  siglos,  o  que  despertaron  después  de  esa  época. 

Lo  que  llama  más  la  atención  respecto  al  volcán  de  Ipala,  es  su  situación 
como  queda  dicho,  en  una  planicie  y  a  una  altura  sobre  el  nivel  del  mar  con- 
siderable, y  probado  como  está  que  el  agua  que  contiene  no  es  llovida,  ni  en 
ninguna  de  las  estaciones  se  le  nota  diferencia  de  nivel.  Aquí  encontramos  un 
campo  vasto,  abierto  a  la  hipótesis  y  la  discusión. 

Podría  suceder  muy  bien  que  este  lago  fuese  alimentada,  pur  todas  las 
vertientes  de  las  colinas  más  altas  de  la  cordillera  Occidental  del  Atlántico;  y 
que  estas  aguas  acumuladas  en  altura  mayor,  buscando  un  punto  más  bajo, 
hayan  encontrado  como  recinto  el  volcán  de  Ipala  para  depositarse". 

Presúmese  también  que  la  época  del  aparecimiento  de  los  volcanes  fué 
la  de  la  creación  de  la  humanidad ;  momento  solemne  en  la  serie  incontable  de 
los  siglos.  Cuando  contemplo  esas  mejestuosas  pirámides  que  se  alzan  sobre 
nuestro  horizonte,  me  parece  asistir  a  la  arquitectura  del  suelo  donde  nací. 
Veo  que  por  los  tiempos  del  levantamiento  de  las  montañas,  apareció  el  hom- 
bre, que  representa  una  nueva  edad  del  universo,  la  luz  del  mundo  en  su  medio 
día  (i).  Los  volcanes,  con  llamas  colosales  y  truenos  de  génesis,  anunciaron 
la  aparición  de  nuestra  especie.  Aquellas  cumbres  fueron  los  templos  de  la 
mente,  templaque  mentís,  teniendo  cada  cual  su  oculta  biografía.     Mientras 


(1)    La  Creación,  por  Ed?ar  Qulnet,  tomo  I.  pátdna 


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más  buscamos  a  la  humanidad,  más  retrocede  de  nosotros.  Los  seres  vivien- 
tes guardan  una  sola  genealogía  (i).  Edad  de  hierro,  de  bronce,  de  piedra, 
más  allá  épocas  geológicas :  remotísimos  umbrales  tras  de  los  que  va  la  Eter- 
nidad, con  huellas  de  lo  infinito,  reflejando  la  estela  que  sólo  Dios  puede  dejar, 
y  que  apenas  se  vislumbra  (2). 

La  naturaleza  toda  se  sonreía,  con  su  más  poética  sonrisa,  al  aparecer  el 
rey  de  la  creación.  Momento  augusto  de  plenitud  fué  aquél,  en  que  se  meció 
la  cuna  de  la  humanidad.  Hora  de  fiesta  y  regocijo,  en  que  las  flores  y  las 
aves  saludaron  al  recién  venido.  El  sol  le  envió  el  más  vivificante  de  sus  rayos 
y  las  estrellas  hicieron  que  su  sueño  fuese  dulce  y  reparador.  El  universo  no 
es  más  que  la  unidad  en  la  diversidad  de  los  fenómenos ;  la  armonía  entre  to- 
das las  cosas  creadas,  por  un  soplo  de  vida  (3). 

¡  Harto  diverso  era  el  aspecto  del  mundo  cuando  no  existía  la  humanidad ! 
En  donde  hay  palacios,  jardines  y  ciudades,  eran  bosques  impenetrables,  flores- 
tas salvajes,  silenciosos  ríos  en  solitarias  riberas.  En  vez  de  la  vida  inteligen- 
te, prevalecía  la  exuberancia  de  la  materia.  Ni  se  cultivó  la  tierra,  ni  se  estu- 
dió el  cielo.  No  existía  el  amor,  no  hubo  sonrisas,  ni  los  rayos  del  sol  ilumi- 
naron una  lágrima.  La  generosidad,  la  benevolencia,  la  filantropía,  no  per- 
fumaban la  vida.  El  mastodonte  aplastaba  las  razas,  el  sivaterio  rompía  loa 
ramajes  y  el  clyptodón  iba  arrastrando  su  pintada  concha  colosal,  como  hongo 
enorme  de  caprichosa  figura. 

¡  Faltaba  la  resultante  de  todas  las  fuerzas  terrestres,  la  inteligencia  servi- 
da por  órganos,  el  elemento  del  progreso,  el  rey  de  la  creación,  el  hombre  hecho 
a  imagen  y  semejanza  de  Dios ! 

Empero,  deseo  no  apartarme  del  objeto  de  esta  monografía.  Si  los  volca- 
nes fueron  testigos  del  nacimiento  del  hombre,  y  si  estos  altos  montes  de 
nuestra  patria,  guardan  memorias  de  sucesivas  mudanzas,  séame  permitido 
evocar  un  recuerdo,  por  justicia  y  por  deber,  de  un  sabio  que  hizo  profundos 
estudios  de  los  volcanes ;  quiero  repetir,  con  veneración,  el  nombre  ilustre  de 
Miguel  Larreynaga,  que  escribió  un  libro  científico,  erudito,  con  nuevas  teo- 
rías, que  sí  hoy  la  ciencia  ha  venido  esclareciendo,  es  porque  todo  en  el  mundo 
obedece  a  la  ley  del  progreso.  La  "Memoria  sobre  el  fuego  de  los  volcanes," 
de  aquel  ilustre  centro-americano,  revela  estudio  profundo  en  ciencias  físicas, 
y  da  a  conocer  la  perspicacia  y  el  talento  de  aquel  hombre  célebre  en  los  anales 
de  la  patria.  En  ese  libro  dice :  "que  el  volcán  de  Quezaltenango,  aunque 
despreciable  en  su  figura  y  tamaño,  oculta  muy  malas  intenciones,"  profecía 
que  desgraciadamente  salió  cierta,  como  resultaron  verdaderas,  en  lo  político, 
las  que  hace  más  de  ochenta  años,  hicieron  el  mismo  Larreynaga  e  Irisarri. 


(1)  Haekel.  Historia  de  la  Creación,  pág-ina  231. 

(2)  La  creation  de  l'homme.  Flammarion.  pág-ina  822.— Merveilles  de  la  Nature,  de  Brehm. 
Creation  de  Thomme  et  les  premieres  ages  de  l'humanité,  por  M.  de  Cleuzlou. 

(3)  Federico  de  Hellwald.  La  Tierra  y  el  Hombre,  p-ifrina  141.  tomo  I. 


—  144  — 

Desde  los  tiempos  de  Platón  se  quiso  inquirir  cuál  sería  la  causa  del  fuego 
de  los  volcanes,  y  entre  las  teorías  varias  y  muy  modernas,  pocas  son  las  que 
hayan  presentado  en  su  tiempo,  la  claridad  y  sencillez  de  la  que  formuló  el 
sabio  centro-americano  don  Miguel  Larreynaga,  quien  encontró  eco  favorable 
en  Europa,  bien  que  posteriormente,  los  adelantos  hechos  sobre  fluidos  terres- 
tres y  cosmogonía  en  general,  han  quitado  la  novedad,  el  brillo  y  hasta  el 
aspecto  de  certidumbre  que  pudo  tener  en  el  siglo  pasado  la  teoría  de  aquel 
hombre  de  letras,  que  tanto  apreciaba  su  libro,  sobre  el  fuego  volcánico,  que 
mandó  poner  un  ejemplar  en  caja  de  plomo,  para  guardarlo  en  su  féretro,  al 
lado  de  sus  cenizas.  ¡  Bien  haya  la  memoria  del  eruditísimo  literato  que  hizo 
grabar  en  su  sepulcro,  aquellos  versos  latinos: 

"Nasccntcs  morimur,  finisquc  ab  origine  pendct, 
Ipsaque  vita  sua  semina  mortis  habet". 

No  hay  en  el  mundo,  en  ninguna  región,  un  baluarte  de  volcanes  tan  ex- 
tenso, tan  regular  y  tan  vigoroso,  como  el  que  se  ostenta,  a  las  orillas  del  Pací- 
fico, en  la  costa  de  Guatemala ;  y  aquí  es  donde  mejor  se  demuestra  la  teoría 
de  que  la  vulcanicidad,  o  sea  la  reacción  de  un  planeta  contra  su  corteza,  no  es 
un  fenómeno  aislado,  como  antes  se  creía,  sino  que  obedece  a  la  geognosia 
general,  que  produce  el  efecto  de  formar  rocas  nuevas  modificando  las  existen- 
tes. La  ciencia  moderna  explica,  al  mismo  tiempo,  la  formación  de  nuestro 
hemisferio,  la  sumersión  espantosa  de  la  Atlántida,  y  el  crecimiento  de  esos 
altos  picos,  que,  como  testigos  mudos  de  nuestra  historia,  ven  hundirse  las 
generaciones  que  sucumben,  para  dar  paso  a  las  generaciones  que  nacen. 
Cada  conmoción  de  esas  cadenas  de  montañas,  cuya  antigüedad  relativa  pode- 
mos determinar,  forma  una  época  en  la  serie  de  acontecimientos  geológicos  de 
nuestra  tierra,  maravillosa,  por  cierto,  como  dice  Bancroft,  desde  cualquier 
punto  de  vista  que  se  la  considere.  Es  el  sol  el  centro  de  donde  dependen  los 
fenómenos  terrestres  y  la  vida  de  nuestro  planeta.  Si  por  doquiera  que  los 
rayos  del  astro  rey  hacen  abrirse  un  botón  o  brotar  un  capullo,  hay  para  el 
alma  sentimientos  de  simpática  ternura,  aquí,  en  donde  la  vida  tropical  presta 
colores  y  armonías  a  cuanto  nos  rodea,  tenemos  ante  nuestros  ojos  el  espec- 
táculo más  sublime. 

Los  conocimientos  astronómicos  comenzaron,  pocos  años  hace,  a  vulga- 
rizarse y  a  tener  aplicaciones  prácticas  en  todas  las  esferas :  se  creía  accidenta- 
les los  fenómenos  de  nuestro  planeta,  se  consignaba  la  experiencia,  se  anotaba 
el  hecho,  sin  fijarse  en  las  causas  y  sin  presumir  que  todo  lo  extraordinario 
que  contemplamos,  desde  las  mareas  descendientes  del  mar  Rojo  que  tanto 
admiraron  los  antiguos,  como  las  erupciones  de  los  volcanes,  están  sujetas  en 
general  a  reglas  matemáticas  dictadas  por  el  movimiento  de  la  tierra  y  por  el 
influjo  y  atracción  de  los  demás  astros.     Sabido  es  que  la  tierra  además  de  su 


—  US  — 

|i>doble  movimiento*  de  rotación  y  traslación,  oscila  sobre  su  eje,  inclinándose 
algo  más  o  menos  hacia  el  plano  de  la  elíptica :  este  tercer  movimiento  se  llama 
de  nutación  y  se  produce  por  la  atracción  inmediata  del  sol  y  de  la  luna,  com- 
pletándose en  el  espacio  de  diez  y  nueve  años  menos  algunos  meses :  el  camino 
que  la  tierra  recorre  o  más  bien  la  elíptica  se  inclina  cuarenta  y  cinco  segundos 
cada  siglo  hasta  dos  grados  y  cuarenta  minutos  que  es  la  inclinación  máxima, 
volviendo  progresivamente  a  su  primitiva  altura  en  que  corta  al  Ecuador  en 

Í'  un  ángulo  de  23?,  27',  56"  12'" :  en  veinte  mil  años  realiza  ese  movimiento  hasta 
ocupar  exactamente  el  mismo  plano :  sin  contar  otras  oscilaciones  y  sacudidas, 
esos  dos  movimientos  dan  por  resultado  cambios  interiores  en  las  capas  terres- 
tres y  en  el  fuego  central:  siendo  el  movimiento  causado  por  la  nutación  del 
eje  de  la  tierra,  más  pronunciado,  y  realizándose  con  más  brevedad,  se  distin- 
guen inmediatamente  sus  efectos  llegándose  a  hacer  aplicaciones  a  la  agricul- 
tura aun  por  personas  poco  peritas  en  conocimientos  astronómicos.  Próxi- 
mamente cada  diez  y  nueve  años,  la  tierra  se  encuentra  en  las  mismas  condi- 
ciones y  si  conviniera  averiguar  con  exactitud  nuestra  posición,  bastaría  estu- 
diar cuál  era  la  del  plano  de  la  elíptica  respecto  al  año  que  comparamos,  pero 
siendo  tan  tenue  y  prescindiendo  de  su  importancia  e  influjo,  hallaremos  pró- 
ximamente igualdad  de  diez  y  nueve  años,  en  que  el  eje  habrá  vuelto  a  la  misma 
inclinación ;  de  aquí  que  sea  tan  fácíL  deducir  cosas  que  a  primera  vista  parecen 
imposibles  de  preveer.  Los  agricultores  más  instruidos  aprovechan  las  expe- 
riencias para  dirigirse  en  sus  faenas. 

Se  ha  observado  que  las  más  grandes  erupciones  de  los  volcanes,  tienen 
lugar  en  la  alternativa  indicada,  o  sea  cada  diez  y  nueve  años  con  leves  dife- 
rencias de  tiempo.  La.  teoría  del  fuego  central,  está  admitida  como  hipótesis 
comprobada  por  los  volcanes ;  los  volcanes  son  válvulas  de  seguridad.  La 
corteza  de  la  tierra  se  halla  colocada  entre  dos  capas  fluidas ;  la  exterior,  el 
aire  atmosférico ;  la  interior,  la  zona  incandescente  o  pirosfera.  Ésta  envuelve 
el  fuego  central  teniendo  comprimidas  las  vibraciones  luminosas  y  caloríferas 
que  existen  como  principio  de  elasticidad  absoluta  (i).  En  la  pirosfera  se 
mantienen  en  actividad  las  vibraciones,  formando  el  estado  normal  de  movili- 
dad de  las  moléculas  de  esta  zona  sobre  la  cual  descansa  la  cubierta  sólida, 
cuyo  espesor  aumenta  constantemente  por  la  condensación  de  la  pirosfera,  que 
se  dilata  en  proporción,  reemplazando  las  capas  fluidas  que  se  solidifican.  El 
movimiento  de  rotación  de  la  tierra  produce  un  choque  continuo  de  la  zona 
incandescente  contra  las  cap^s  interiores  de  la  tierra,  plegándose  y  arrugán- 
dose las  capas  recientemente  solidificadas,  y  en  vía  de  solidificación.  La  piros- 
fera retardar  su  movimiento  en  relación  al  fuego  núcleo  central,  lo  cual  da  por 
resultado  corrientes  del  Ecuador  a  los  polos  y  de  los  polos  al  Ecuador.  En 
estos  choques  y  corrientes  se  pueden  abrir  hendiduras  en  la  corteza  de  la  tie- 


( 1  )    A  la  teoría  del  fue^o  central  se  hacen  objeciones  que  pueden  verse  en  la  obra  de  Elíseo  Uoohls 
NUESTRO  PLANETA."  pásrina  25. 


—  146  — 

rra  por  donde  se  marche  el  líquido  ígneo  interior ;  el  movimiento  retrógrado  del 
núcleo  central  se  modifica  por  las  perturbaciones  del  exterior  o  por  la  nutación 
del  eje  de  la  tierra,  por  la  mayor  o  menor  inclinación  de  la  elíptica  y  otras  que 
determinan  sacudidas  interiores  más  violentas  que  de  ordinario  en  que  se  dis- 
locan y  rompen  fácilmente  las  cubiertas,  sobre  todo,  en  las  partes  donde  están 
resentidas  por  erupciones  anteriores.  Entonces  el  fluido  ígneo  atravesando 
la  capa  terrestre,  según  su  cantidad  y  por  consiguiente  su  fuerza,  levanta 
montañas  y  puede  empujar  los  mares  hacia  las  llanuras  cambiando  la  geografía 
del  planeta.  Es  una  hipótesis  bastante  racional,  que  el  Continente  americano 
se  formó  a  consecuencia  de  una  de  estas  convulsiones  interiores,  debida  a  un 
influjo  más  poderoso  que  la  nutación  del  eje  terrestre,  quizás  a  la  inclinación 
extrema  de  la  elíptica  en  coincidencia  con  el  movimiento  de  nutación.  El  ex- 
tenderse los  Andes  en  todo  el  Continente,  su  formación  volcánica  y  las  pro- 
piedades uniformes  de  toda  la  cordillera,  dan  motivo  a  suponer  que  también  es 
obra  de  un  solo  accidente:  todas  las  grandes  montañas  del  globo  han  nacido 
de  igual  manera,  según  opinión  unánime  de  los  geólogos.  Los  mares  se  ven 
continuamente  asaltados  por  el  fuego:  en  el  archipiélago  oceánico  existen  en 
la  actualidad  muchas  islas  más  que  hace  cien  años.  Aunque  a  primera  vista 
parezcan  que  sean  más  antiguos  los  terrenos  en  que  casi  han  desparecido  o 
desaparecieron  completamente  los  volcanes,  los  geólogos  con  mucha  copia  de 
datos  y  por  el  examen  de  las  capas  de  tierra  aeguran  que  el  suelo  de  América 
es  más  antiguo  que  casi  todo  el  antiguo  Continente,  no  obstante  su  naturaleza 
volcánica  y  las  muchas  bocas  de  fuego  que  permanecen  abiertas.  Entre  las 
bellas  hipótesis  que  hemos  leído  acerca  del  porvenir  inmediato  de  la  tierra,  no 
hay  ninguna  que  nos  dé  idea  del  aumento  de  los  continentes  en  relación  al 
aumento  de  población.  Es  indudable  que  existirá  una  armonía  superior  entre 
todas  las  cosas  aunque  el  progreso  de  los  acontecimientos  actuales  no  alcance 
a  vislumbrarla.  Se  nota,  aun  en  los  tiempos  históricos,  alguna  variedad  en  la 
altura  de  los  mares.  En  las  del  Pacífico  al  Sur  de  América,  en  algunos  puntos 
la  costa  se  va  retirando  en  más  proporción  que  la  entrada  en  el  Norte  de  Euro- 
pa, sin  que  este  fenómeno  corresponda  al  natural  descenso  de  las  aguas  por 
consolidación  y  evaporación.  En  los  grandes  descubrimientos  que  los  ingleses 
y  alemanes  hacen  de  las  antigüedades  orientales,  se  encuentran  ya  bastantes 
datos  que  nos  dan  a  conocer  que  no  pasaron  ignorados  en  a(|uellos  remotos 
pueblos  ciertos  accidentes  que  creemos  estudiarlos  por  primera  vez.  No  falta 
quien  asegura  que  la  deificación  al  fuego  o  al  agua,  en  todos  los  países  primiti- 
vos para  la  historia,  emanaba,  del  conocimiento  de  esa  lucha  del  fuego  con  el 
agua,  a  los  cuales  respectivamente  se  atribuía  el  principio  del  mundo,  según 
que  las  ideas  filosóficas  se  dirigieran  a  lo  metafísico  o  a  lo  material. 

"Ya  que  hemos  hablado  de  eminencias,  por  contraposición  vamos  a  hablar 
de  profundidades. 


—  147  — 

Son  muy  apreciadas  las  ascenciones  a  las  montañas  y  a  los  volcanes ;  los 
relatos  referentes  a  ellas  se  leen  con  el  mayor  interés  y  los  viajeros  curiosos, 
los  amantes  de  la  naturaleza  cifran  su  mayor  gloria  en  la  ascención  al  pico  de 
Tenerife;  al  Chimliorazo  o  al  Cotopaxi ;  pero  no  sucede  otro  tanto  con  los 
descensos,  pues  nadie  hace  mérito  de  las  exploraciones  de  los  barrancos  :  es  que 
descender  o  bajar  significa  también  mengua;  subir,  ascender  es  medrar,  en- 
cumbrarse, así  es  que  la  persona  que  ha  hecho  alguna  ascención  en  su  vida, 
experimenta  cierto  orgullo,  y  hasta  ahora  nadie  se  ha  enorgullecido  por  haber 
bajado  a  un  barranco,  por  más  profundo  que  sea.  Sin  embargo,  la  exploración 
de  esas  grandes  grietas  o  quebradas  que  son  tan  numerosas  cerca  de  las  cor- 
dilleras y  que  abundan  en  Centro-América,  es  de  gran  interés  científico  y  no 
ofrece  menos  peligros  para  el  naturalista  que  la  ascención  a  los  volcanes.  Los 
barrancos  presentan  al  geólogo  y  al  botánico,  numerosos  materiales  de  estudio 
y  les  reservan  muchos  descubrimientos,  muchas  sorpresas.  Es  considerable 
la  superficie  de  terreno  inculto,  improductivo,  representado  por  esas  hondo- 
nadas que  causan  vértigo  cuando  se  miran  de  cerca.  Muchas  veces,  con  algún 
trabajo  y  con  inteligencia,  una  parte  de  ese  terreno  pudiera  ser  aprovechado 
para  la  agricultura ;  varios  barrancos  pueden  considerarse  como  precipicios  de 
valles,  algunos  están  agrandándose  cada  día  más  a  nuestra  vista,  como  los  de 
Patzún.  Su  origen  geológico  es  análogo  al  de  los  valles ;  unos  se  han  formado 
por  hundimientos,  otros  por  desgarramiento,  separación  brusca  o  erosión. 
Los  primeros,  son  debidos  a  los  temblores  de  tierra,  a  grandes  oscilaciones  que 
han  movido  el  suelo.  Los  barrancos  de  desgarramiento  han  nacido  de  la  repen- 
tina rotura  de  dos  o  más  capas  de  terrenos  producida  por  un  terremoto,  como 
el  barranco  en  el  fondo  del  cual  existe  Chinautla.  Las  capas  se  corresponden, 
y  se  siguen  los  dos  paredones  separados,  como  es  fácil  observarlo  en  el  antigvio 
camino  de  ese  pueblo,  tan  luego  como  se  deja  la  llanura  para  empezar  la  ba- 
jada. Los  barrancos  de  separación  pueden  ser  formados  por  la  pérdida  o  ale- 
jamiento de  una  capa  de  terreno  que  estaba  antes  sobrepuesta  en  otras  capas. 
Las  aguas  torrenciales  o  diluvianas  han  producido  este  fenómeno.  Los  ba- 
rrancos de  erosión  presentan  este  último  fenómeno  de  un  modo  claro;  sacan 
su  origen  del  efecto  destructivo  de  las  aguas,  que  han  descubierto  las  capas 
inferiores  del  suelo  llevándose  las  capas  superiores.  Tal  es  probablemente  el 
origen  del  callejón  de  Guastatoya,  en  el  camino  del  Golfo.  Los  callejones,  son 
barrancos  por  donde  pasa  el  camino  en  las  regiones  montañosas  y  muy  que- 
bradas, como  se  dice  vulgarmente.  En  la  Baja  Verapaz,  entre  San  Cristóbal 
y  Salamá,  se  penetra  en  un  desfiladero  muy  pintoresco,  llamado  Camino  de  la 
Campana,  donde  se  observa  perfectamente  la  separación  de  los  cerros  que  ha 
dado  lugar  a  su  formación. 

En  los  barrancos  que  existen  al  rededor  de  Guatemala  hemos  encontrado 
un  número  de  plantas  de  clima  mucho  más  caliente  que  el  de  la  capital ;  si- 
guiendo el  riachuelo  de  la  Barranca  (por  el  Incienso),  hemos  llegado  a  los 


—  148  — 

baños  del  Zapote,  salvando  con  mucho  trabajo  saltos  elevadísimos  y  encon- 
trando una  multitud  de  plantas  análogas  a  las  de  la  costa.  Hemos  visto  pun- 
tos aparentes  para  el  cultivo  de  pinas  y  flores  de  invernadero.  Hay  cerca  de 
Guatemala,  barrancos  que  se  pueden  aprovechar  como  invernaderos  para  el 
cultivo  de  legumbres  y  frutas.  El  examen  de  las  rocas  presenta  gran  interés. 
Ahí  se  encuentran  muchas  de  esas  viñas  silvestres  que  demuestran  producirse 
muy  bien  en  esos  lugares  las  viñas  ingeridas. 

La  profundidad  de  ciertos  barrancos  es  un  gran  obstáculo  para  el  descenso 
y  es  preciso  buscar  guías  o  prácticos  inteligentes  para  emprenderlo. 

Cuando  un  barranco  se  halla  al  borde  de  un  camino  angosto,  no  deja  de 
ser  un  peligro  para  el  que  va  montado.  Hace  algunos  años,  un  oficial  del 
ejército,  Mariano  Montealegre,  se  escapó  milagrosamente  de  un  terrible  acci- 
dente que  debió  haberle  costado  la  vida.  Iba  caminando  por  el  departamento 
del  Quiche,  montado  en  una  buena  muía,  pero  espantadiza.  Se  encontraba 
en  un  camino  estrecho  a  la  orilla  de  un  barranco  de  más  de  150  metros  de  pro- 
fundidad, cuando  de  repente  salió  del  monte  un  indio  dando  voces.  La  muía 
asustada  dio  un  brinco  hacia  el  barranco  llevándose  al  jinete  en  su  vertiginosa 
caída.  Por  una  fortuna  sin  igual,  Montealegre  pudo  asirse  de  una  pequeña 
encina  que  había  crecido  en  una  de  las  hendiduras  del  paredón  y  pudo  agarrar- 
se sólidamente  mientras  el  pobre  animal  rodó  hasta  el  fondo  del  precipicio. 
A  las  seis  horas,  cuando  nuestro  oficial  no  contaba  con  ningún  medio  de  sal- 
vación e  iba  perdiendo  las  fuerzas,  llegaron  unos  doce  indígenas  a  quienes  el 
indio  primero  había  contado  el  terrible  percance  del  cual  era  la  involuntaria 
causa.  Por  medio  de  fuertes  lazos,  después  de  mil  dificultades,  pudieron  sacar 
a  Montealegre  de  su  crítica  posición  y  lo  llevaron  cargado  hacia  un  caserío, 
donde  le  prodigaron  toda  clase  de  cuidados.  Esto  nos  decía  después  Monte- 
alegre,  se  llama  salir  del  barranco.  Por  fortuna,  se  cuentan  pocos  accidentes 
análogos  a  pesar  del  gran  número  de  precipicios  que  existen  a  la  orilla  de  los 
caminos  de  herradura  y  de  carruajes. 

Ya  que  hemos  hecho  mención  del  "Camino  de  la  Campana,"  vamos  a  refe- 
rir una  conseja  tradicional  de  la  Verapaz,  y  de  la  que  trae  su  nombre  dicho 
camino.  "El  Cacique  de  Chamelco,  bautizado  por  el  Padre  Las  Casas,  con  el 
nombre  de  Juan,  hizo  un  viaje  a  la  Península  Española  a  conocer  al  rey,  que  a 
la  sazón  lo  era  Carlos  V  de  Alemania  y  I  de  España.  Este  monarca  después 
de  haberle  concedido  a  Juan  Matalbach  el  tratamiento  de  don,  le  regaló  dos 
campanas  grandes  y  sonoras,  para  su  pueblo,  las  cuales  fueron  conducidas  de 
una  manera  milagrosa,  para  Chamelco,  en  donde  debían  estar  el  Viernes  Santo 
en  la  noche,  para  que  los  repiques  de  la  gloria,  el -día  siguiente,  pudieran  darse 
con  ella.  Ya  sea  que  los  espíritus  celestes  que  llevaban  a  cabo  la  empresa, 
fueran  contrariados  por  los  malignos,  o  que  se  entretuvieran  en  conmemorar  el 
cruento  drama  del  Gólgota,  el  hecho  es  que  el  viernes  santo  las  campanas 
estaban  todavía  a  siete  leguas  de  Chamelco.     En  tan  grande  apuro,  dejaron 


-  149  - 

una  de  ellas  y  caminaron  con  la  otra,  que  es  la  misma  que  hasta  Cobán  y  más 
lejos  hace  oír  su  sonora  voz. 

La  campana  que  no  pudo  llegar  a  su  destino,  está  colgada  según  leyenda, 
en  una  cueva  que  el  viajero  ve  desde  la  margen  del  caudaloso  río  de  "Chisiy," 
como  a  cien  metros  o  más  de  altura,  en  el  centro  de  una  inmensa  peña  cortada 
a  tajo,  i  Cuál  se  sobrecoje  el  alma  del  caminante  al  contemplar  esa  tremenda 
mole:  parece  que  se  desploma  y  que  uno  queda  sepultado  bajo  de  ella! 

Todos  los  años  el  viernes  santo,  a  las  tres  de  la  tarde,  diz  que  suena  la 

campana  con  lúgubre  tañido Y  no  faltan  medrosos  indios  que  además 

aseguran  muy  formales  que  por  las  noches  ven  aparecer  al  Cacique  don  Juan, 
por  aquellas  soledades". 

Siguiendo  la  narración  de  la  orografía  Centro-Americana,  vamos  a  tratar 
de  lo  concerniente  al  suelo  de  la  República  de  El  Salvador,  interesante  por 
todo  extremo. 

Uno  de  los  trabajos  más  curiosos  del  movimiento  étnico,  que  ha  trans- 
formado la  superficie  del  istmo,  son  los  Ausoles  de  Aguachapán,  respiraderos 
magníficos,  dignos  de  estudio  muy  detenido;  los  nacimientos  volcánicos  en 
Ilop^ngo,  semejantes  a  un  pebetero  colosal  que  sale  de  la  superficie  de  las 
ondas  de  aquella  hermosísima  laguna ;  el  volcán  de  Santa  Ana,  de  6,600  pies 
de  altura,  activísima  ampolla  terrestre,  que  en  el  año  1770,  comenzó  a  levan- 
tarse, y  que  después  ha  hecho  cundir  el  miedo  por  aquellas  ciudades  y  alque-  ■ 
rías;  el  volcán  de  San  Vicente,  con  el  valle  a  sus  pies  de  Jiboa  o  Tepetitán, 
pintoresco  como  pocos  y  bello  sin  igual ;  el  volcán  de  San  Miguel  y  el  de  Con- 
chagua, forman  también  aquel  regimiento  de  gigantes  desoladores,  que  a  las 
veces  han  causado  muchos  daños  a  los  habitantes  de  esas  fértiles  comarcas. 

El  primero  de  quien  se  tiene  noticia  de  haber  bajado  a  la  laguna  que  forma 
el  cráter  del  volcán  de  San  Salvador  (i)  fué  el  comerciante  don  Marcos  Idí- 
goras,  el  domingo  23  de  marzo  de  1843,  y  escribió  una  curiosa  descripción, 
nada  científica,  pero  muy  natural  y  verídica,  de  aquel  hermoso  espectáculo,  que 
pudo  contemplar  después  de  muchos  peligros.  La  ascención  al  volcán  de  San 
Salvador,  puede  leerse  en  "La  Revista  de  la  Sociedad  Económica,"  de  14  de 
enero  de  1847,  tomo  1°,  N-  7.  El  barón  Bülow  dice  que  aquel  espectáculo  es 
tan  imponente  y  único,  que  el  contemplarlo  vale  la  pena  del  viaje  a  Centro- 
América.  Ya  Palacios,  en  su  Relación  a  Felipe  II,  habla  de  esa  maravilla.  El 
doctor  don  David  J.  Guzmán  escribió  lo  que  sigue:  "Las  rocas  porosas  y 
duras,  según  las  investigaciones  minuciosas  de  Mr.  Plat,  de  formación  feldes- 
pática,  con  cristales  de  mica  y  fragmentos  piroxémicos  variados,  han  surgido 
por  una  grieta  inmensa  de  dirección  paralela  a  la  costa  del  Pacífico,  levantando 
las  formaciones  anteriores  y  constituyendo  esa  especie  de  grandiosa  columna 
vertebral  sobre  la  que  se  apoyan  nuestras  costas  y  la  innumerable  serie  de  coli- 


(1)    Dice  Squier  que  el  Vessuvio,  desde  su  Vjase,  puede  caber  fácilmente  dentro  del  cráter  del  volcán 
de  San  Salvador. 


—  150  — 

ñas,  montes,  vallados  y  altiplanicies  que  forman  el  interior  de  la  zona  salva- 
doreña. La  orientación  de  esa  barrera  volcánica,  que  en  gran  parte  es  la 
misma  de  Centro-América,  es :  E.  20".  S.  20?  N.  y  su  estructura  mineralógica 
es  igual  en  todas  partes,  siendo  a  veces  anterior  o  posterior  a  la  erupción 
traquítica.  La  más  importante  por  sus  aplicaciones,  es  la  roca  caliza,  que  con 
frecuencia  se  encuentra  en  diversos  puntos  del  país,  como  en  Metapán,  Sen- 
suntepeque,  Chalatenango,  Cuscatlán  y  muy  abundante  en  los  alrededores  de 
San  Salvador,  Esta  cíase  de  roca  se  halla  transformada  a  veces,  en  mármol, 
más  o  menos  duro,  cristalizado,  como  el  mármol  sacarino  de  Chalatenango ; 
otras  veces,  combinada  con  la  magnesia,  bajo  la  forma  llamada  dofomitisada. 
En  otros  lugares  el  calizo  se  encuentra  revestido  de  sus  caracteres  primitivos 
de  roca  de  sedimentos  y  suele  contener  fósiles  que  permiten  establecer  la  edad 
relativa  de  la  formación.  Por  lo  general,  no  aparece  fuera  de  la  línea  de  los 
volcanes  que  lo  han  despedazado  y  cubierto  con  sus  deyecciones,  bajo  las  cua- 
les es  seguro  encontrar  capas  calizas  cubiertas  por  lavas  volcánicas  y  terrenos 
de  transformación. 

Es  frecuente  encontrar  también,  con  el  traquito,  los  esquistos  o  mica-es- 
quistos de  estructura  laminar,  que  se  observan  en  esas  elevadas  rocas,  talladas 
a  pico,  tan  frecuentes  en  los  sistemas  secundarios  que  se  separan  jle  la  cadena 
volcánica.     El  pórfido  colorado,  de  pasta  vítrea-feldespática,  con  cristales  de 

Icuarzo,  se  ve  a  menudo  al  lado  del  traquito,  coin<>  <nr.í!e  en  San  Atit<>nii>  Apa- 

'neca,  en  el  volcán  de  San  Salvador. 

Hace  años  que  el  célebre  barón  de  Humbt)i(it  m/o  las  mismas  onscrvaciu- 
nes  en  Colombia,  Perú  y  México,  y  llamó  a  estos  pórfidos  metalúrgicos,  porque 
siempre  acompañan  a  las  vetas  de  plata,  plomo  y  antimonio. 

En  muchos  lugares,  los  terrenos  que  cubren  las  primeras  capas,  son  los 
humíferos,  colocados  encima  de  otras  capas  de  lavas  volcánicas  y  cenizas  mez- 
cladas con  piedra  pómez,  cascajo  y  puzolana,  que  forman  mantos  más  o  menos 
espesos,  como  sucede  en  los  terrenos  sobre  los  que  están  construidas  las  ciuda- 
des de  San  Vicente,  San  Salvador,  Santa  Tecla,  Chalchuapa,  Santa  Ana,  Que- 
zaltepeque  y  otros  lugares,  y  en  Santa  Ana  y  Chalchuapa  todavía  se  observan 
grandes  aglomeraciones  de  lava  a  flor  de  tierra,  en  diversos  puntos,  probable- 
mente lanzados  por  el  Amatepeque.  Estos  terrenos  humíferos,  mezclados  a 
las  cenizas  y  escorias  volcánicas,  son  las  que  forman  esas  fértiles  zonas  de  las 
llanuras  de  San  Vicente,  Zacatecoluca,  üsulután,  Santiago  María  (altiplani- 
cies) faldas  del  volcán  de  San  Salvador,  del  lado  de  Quezaltepeque,  donde 
están  ubicadas  valiosas  fincas  de  café ;  y  sobre  todo»  esa  fértil  y  extensa  faja 
que  abraza  toda  la  cordillera  de  Santa  Ana  hasta  sus  confines  con  el  departa- 
mento de  Ahuachapán.  El  origen  y  fertilidad  de  estos  terrenos,  procede,  pues, 
de  la  descomposición  de  esas  rocas  eruptivas  a  través  de  larguísimos  períodos 
de  acciones  químicas  constantes  que  se  ejercen  por  las  fuerzas  naturales  en 
acción  perenne.     Por  una  parte,  la  acción  de  la  temperatura  y  del  agua  se  une- 


^fer-^rcr 


151  — 


a  la  acción  de  la  atmósfera  y  de  la  vegetación,  transformándose  incesante- 
mente, para  activar  la  metamorfosis  aluvial,  que  es  la  que  da  a  los  terrenos  esa 
feracidad  tan  grande,  característica  de  todas  las  zonas  del  trópico. 

Las  capas  gipsosas  son  más  abundantes  en  los  departamentos  de  San 
Salvador,- Chalatenango,  Cabanas,  San  Vicente,  San  Miguel,  Cuscatlán  y  Santa 
Ana.  Existen  cerca  de  Metapán  abundantes  minas  de  cal,  yeso  y  cuarzo,  y 
en  varios  puntos  de  la  república,  como  Ilobasco  y  San  Juan  Lempa,  depósitos 
considerables  de  lignitas. 

Según  Fernández,  las  rocas  predominantes  en  la  constitución  de  los  te- 
rrenos de  El  Salvador  serían  las  siguientes :  el  granito,  los  pórfidos,  principal- 
mente el  tablar,  la  esquista  y  la  pizarra  arcillosa,  las  rocas  silíceas,  (pedernal, 
l)iedra  chispa)  el  asperón  o  arenusca  (talpetate)  de  consistencia  en  general 
blanda  y  de  colores  variados,  los  calcáreos,  carbonatos  y  sulfatos ;  y  más  que 
todas  las  otras,  las  rocas  traquíticas,  basálticas  y  de  lavas,  encontrándose  las 
dos  primeras  especies  casi  exclusivamente  en  las  inmediaciones  de  los  volcanes 
apagados,  desde  tiempo  inmemorial,  y  las  últimas  cerca  de  los  que  están  en 
actividad  o  que  hace  poco  han  entrado  en  receso.  Otras  rocas  presentan  for- 
maciones de  feldespato,  magnesia,  hierro,  hierro  magnético,  plomo,  plata  y 
otros  compuestos  metálicos  no  definidos.  Podemos,  pues,  establecer,  en  tesis 
general,  que  los  basaltos  son  el  prototipo  de  los  terrenos  de  El  Salvador,  y  han 
debido  constituirse  en  un  período  de  larga  duración.  Según  el  geólogo  ame- 
ricano, Mr.  Dutton,  no  hay  referencia  entre  lo  que  duran  las  rocas  eruptivas  y 
su  composición  y  estructura. 

La  cadena  volcánica  de  El  Salvador  comienza  al  Sudoeste  de  Guatemala 
y  va  morir  en  un  volcán  ya  extinguido  o  de  cuya  erupción  no  se  conserva 
memoria,  el  volcán  de  Conchagua.  Aquella  cadena  comprende  los  picos 
siguientes : 


—  152  — 

Esa  admirable  combinación  de  volcanes  imprime  carácter  especial  a  la 
topografía  de  El  Salvador,  cuya  parte  más  elevada  es  la  que  da  al  golfo  de 
Fonseca  y  se  corta  en  tremendos  acantilados  de  rojizo  aspecto  y  a  las  veces 
de  humeante  calor,  que  contrasta»  suavemente,  con  el  verde  monótono  del  golfo. 
Entre  Acajutla  y  la  Libertad  se  encuentra  la  rica  Costa  del  Bálsamo,  llamada 
así  por  el  Myros  permun,  que  en  maravillosa  abundancia,  se  ostenta  exuberan- 
te, rompiendo  la  monotonía  de  una  tira  extensísima,  arenosa  y  tostada  que 
baten  con  furia  las  olas  del  Pacífico. 

Las  montañas  de  El  Salvador  vienen  a  formar  la  rama  meridional  de  una 
bifurcación  que  desde  Guatemala  se  acentúa,  hasta  formar  su  mayor  apertura 
a  esa  latitud.  Los  orígenes  ígneos  del  suelo  se  muestran  por  todas  partes  en 
estratos  de  arcillas  ferruginosas  y  sulfurantes,  dejando  inmunes  ricos  valles, 
repletos  de  residuos  orgánicos,  cenizas  en  descomposición  y  materias  que  for- 
man una  vegetación  lujuriosa. 

Brotan  muchas  fuentes  termales  sobre  conos  pequeños,  que  parecen  re- 
medo microscópico  de  los  altos  picos  que  llegan  casi  a  2,000  metros,  y  que  son 
masas  de  pórfidos  revestidos  de  arcillas.  El  P.  Gage  llamaba  "Bocas  del  In- 
fierno" a  la  región  del  Izalco,  en  que  son  incontables  las  fumarolas  y  ausoles 
humeantes.  La  grieta  diabólica  va  de  Aguachapán  hacia  el  N.  E.  profusa  en 
charcas  de  apestoso  cieno,  removido  por  el  furor  de  orgánicos  gases. 

Aún  se  nota,  a  primera  vista,  que  la  antigua  Cuscatlán,  como  los  indígenas 
llamaban  a  aquella  región,  sufrió  cataclismos  horrorosos.  Hasta  el  día  se  ven 
fenómenos  ígneos  terribles  y  ante  el  espectador  se  va  elevando  el  volcán  de 
entre  las  aguas  de  un  lago,  y  acuden  los  sabios  a  contemplar  fenómenos,  fre- 
cuentes en  épocas  muy  remotas  y  cuyos  restos  ahí  quedan  para  atestiguar  lo 
que  sufrió  el  istmo  centro-americano  en  arcaicos  días  de  ciclópeos  desastres. 

"El  Lempa  es  el  río  principal  de  la  república  de  El  Salvador,  nace  en  Gua- 
temala, riega  parte  de  Honduras  y  penetra  al  Noroeste  de  Chalatenango.  Es 
un  río  unionista,  que  vive  enseñando  cómo  el  hilo  material  de  las  aguas  salva 
las  fronteras,  para  que  en  su  ejemplo  se  aprenda  qué  fácil  le  sería  al  hilo  divino 
de  la  fraternidad,  sobreponerse  a  los  accidentes  de  la  política  rcírioiial  v  en- 
sanchar la  geografía  física  y  experimental  de  los  pueblos. 

"Cuando  como  ahora  nos  engolfamos  en  el  estudio  de  las  giaii(R/.íi>.  de 
todo  género  que  encierra  la  privilegiada  región  central  de  nuestro  Continente, 
no  podemos  evitar  que  tan  deleitosa  tarea  deje  en  el  ánimo  una  nota  melancó- 
lica, que  no  es  de  desaliento,  pero  si  de  pena,  al  pensar  que  más  sabia  es  la 
naturaleza  que  prudente  el  hombre,  y  que  allí,  puso  la  creación  perfectamente 
delineada,  maravillosamente  combinados  sus  diversos  elementos  de  existencia, 
admirablemente  asentados  sus  territorios  entre  dos  océanos,  dándose  las  ma- 
nos con  los  otros  dos  trozos  de  la  América,  la  planta  geográfica  de  una  entidad 
política,  y  que  aun  corren  los  días  y  aun  corren  los  años,  sin  que  los  hijos  de 


—  153  — 

esta  reg-ión  hermosa  se  resuelvan  a  poner  en  práctica  lo  que  el  destino  les  está 
dictando  para  su  futuro  engrandecimiento  y  equilibrio  del  Continente." 

"El  Polochic  es  uno  de  los  más  caudalosos  ríos,  entre  los  que  zurean  nues- 
tro suelo,  y  tal  vez  el  más  importante  de  todos  por  ser  navegable  en  una  gran 
extensión  de  su  trayecto,  y  por  estar  colocado  entre  la  Alta  y  Baja  Verapaz, 
que  tienen  un  suelo  tan  fértil  y  tan  rico  en  producciones  agrícolas,  para  cuya 
exportación  ofrece  el  río  cómodo  y  fácil  camino;  estas  ventajas  dan  al  Polochic 
una  importancia  suma. 

Nace  ese  caudaloso  río  en  las  alturas  de  Tactic,  bonita  población  como  de 
2,000  habitantes,  en  su  mayor  parte  indígenas,  situada  en  la  jurisdicción  de  la 
Alta  Verapaz.  No  es  en  su  origen  sino  una  humilde  quebrada,  seca  durante 
los  calores  de  la  primavera,  y  que  ni  está  marcada  en  los  mapas  de  la  Repú- 
blica, los  cuales  hacen  nacer  este  río  en  las  inmediaciones  de  Tamahú,  lugar  a 
donde  llega  después  de  atravesar  una  garganta  de  algunas  leguas,  entre  las 
cercanías  de  Rancha  y  de  Chance,  por  un  cauce  desigual  y  pedregoso  y  un 
clima  bastante  frío. 

De  Tamahú  en  adelante  tiene  un  caudal  de  aguas  mayor  e  invariable  en 
todas  las  estaciones ;  su  lecho  es  siempre  pedregoso  y  bastante  inclinado ;  sus 
márgenes  están  cubiertas  de  una  vegetación  escasa,  compuesta  en  su  mayor 
parte  de  arbustos  y  algunos  encinos;  su  curso,  aunque  es  demasiado  tortuoso, 
sigue  una  dirección  de  Poniente  a  Oriente,  hasta  el  lugar  llamado  Tucurú, 
población  de  indígenas,  como  de  800  habitantes,  situada  a  cinco  leguas  de 
Tamahú.  En  las  inmediaciones  de  esta  población  recibe  las  aguas  del  río  de 
Tucurú,  tributario  suyo,  y  cambia  de  dirección  hacia  el  Norte  por  entre  espe- 
sos y  dilatados  cañales,  que  sin  más  trabajo  que  quemarlos  en  la  estación  opor- 
tuna, se  convertirían  en  magníficos  pastos ;  continúa  con  dirección  hacia  el 
Norte  hasta  recibir  un  segundo  tributario  que  se  le  agrega  en  los  alrededores 
de  la  ranchería  llamada  Chamequín,  donde  recobra  su  dirección  primitiva  de 
Oeste  a  Este,  y  se  desliza  al  pie  de  una  serranía,  por  entre  juncos  y  cañas, 
alternando  con  pequeñas  arboledas  cubiertas  de  magníficos  parásitos,  pasando 
por  las  rancherías  de  la  Hamaca,  Matacní  y  la  Tinta. — Este  caserío,  antiguo 
ingenio  de  añil,  está  hoy  convertido  en  población  por  los  indígenas  de  Alta 
Verapaz,  que  huyendo  del  trabajo  y  malos  tratamientos  a  que  los  sujetan  los 
agricultores,  han  abandonado  sus  hogares.  En  las  orillas  de  esta  población 
se  une  al  río  Sinajá,  y  sus  aguas,  aumentadas  con  él,  corren  por  un  cauce  poco 
pedregoso  y  orlado  por  una  vegetación  más  rica  y  frondosa  entre  la  que  co- 
mienzan a  notarse  algunas  pequeñas  palmeras,  y  que  va  presentándose  más 
rica  y  variada  a  medida  que  se  acerca  a  su  embocadura. 

Cuatro  leguas  más  abajo  de  la  Tinta  se  encuentra  Telemán,  población  de 
indígenas  anterior  a  la  conquista ;  allí  las  aguas  del  Polochic,  en  aumento  pro- 
gresivo a  causa  de  recibir  los  ríos  de  Pueblo  Viejo  y  Tinajas,  son  ya  navega- 
bles para  pequeñas  embarcaciones  durante  la  estación  lluviosa ;  pero,  aunque 


—  154  — 

el  cauce  arenoso  y  la  suave  corriente  favorecen  la  navegación,  los  muchos  ba- 
jíos que  hacen  varar  las  canoas  dificultan  el  tránsito,  por  lo  que  se  ha  abando- 
nado  la  navegación  de  esta  parte  del  río,  y  sólo  desde  Panzós,  pueden  circular 
sin  dificultades  las  lanchas  que  sirven  para  recorrerlo. 

Panzós,  considerado  como  puerto  interior,  es  una  aldea  como  de  1,500  a 
2,000  habitantes,  que  primitivamente  eran  indígenas  en  su  totalidad ;  pero  que 
por  su  actual  importancia  se  ha  atraído  la  inmigración  de  los  puebos  de  Vera- 
paz,  Chiquimula,  Jalapa  y  poblaciones  fronterizas  de  la  República  de  Hondu- 
ras. De  manera  que  los  actuales  pobladores  son  en  su  mayor  parte  ladinos, 
que  por  sus  distintas  procedencias  le  imprimen  un  carácter  especial,  lo  que 
unido  a  la  inmediación  del  río  en  cuyas  márgenes  se  encuentran  siempre  vara- 
das numerosas  canoas  y  aún  algunas  pequeñas  barcas  y  lanchas,  le  da  el 
aspecto  de  un  pequeño  puerto. 

Panzós  está  situado  a  unas  100  varas  de  la  orilla  del  río;  sus  dos  o  tres 
calles  son  rectas  y  están  formadas  por  bonitas  casas  cubiertas  de  hojas  de 
palmera  y  algunas  de  teja.  Hay  en  el  puerto  dos  casas  de  consignación  que 
se  encargan  de  exportar  el  café  de  la  Alta  Verapaz  y  de  la  introducción  de  las 
mercaderías  que  necesita  el  mismo  Departamento. 

Desde  Panzós  hasta  las  bocas  del  Polochic,  en  una  extensión  de  más  de 
veinte  leguas,  el  río  es  navegable  en  todas  las  estaciones  por  su  suave  corriente, 
por  la  profundidad  de  sus  aguas  y  su  arenoso  lecho ;  su  cauce  es  parejo  y  corre 
por  entre  anchas  y  fértiles  vegas,  por  donde  se  extienden  sus  aguas  crecidas 
oor  las  abundantes  lluvias  de  verano;  de  manera  que  su  corriente,  bastante 
^uave,  se  encuentra  muy  poco  aumentada  aun  durante  los  más  recios  tempora- 
les. La  navegación  se  hace  en  canoas  de  una  sola  pieza  y  que  fabrican  los 
habitantes  del  lugar  ahuecando  el  tronco  de  un  cedro  o  de  algún  otro  árbol  de 
madera  elástica  y  de  poco  peso.  Estas  canoas,  bastante  largas  y  angostas, 
tienen  el  fondo  enteramente  plano,  lo  que,  si  favorece  su  marcha  por  los  bajíos, 
las  hace  muy  lentas,  especialmente  si  se  trata  de  remontar  corrientes,  a  la  que 
presentan  una  superficie  plana,  nada  a  propósito  para  cortar  las  aguas ;  y  por 
tanto,  aunque  bajan  bien  el  río  ayudadas  por  la  corriente,  son  muy  impropias 
para  subirle :  estas  imperfectas  canoas  están  provistas  de  pequeños  remos  de 
un  metro  de  largo,  bastante  angostos  y  que  no  se  apoyan  en  la  orilla  de  la 
canoa,  sino  que  se  manejan  a  fuerza  de  puños ;  un  medio  de  impulsión  como 
este  es  otra  causa  que  dificulta  y  retarda  la  navegación.  Aunque,  como  llevo 
dicho,  el  medio  general  de  transporte  son  estas  primitivas  embarcaciones,  hay 
también  algunas  lanchas  bien  construidas,  y  dos  pequeñas  barcas  chatas  con 
sus  palos  para  emplear  las  velas,  pertenecientes  a  las  casas  de  consignación 
que  hay  en  Panzós  (i). 


( 1 )    Hoy,  además  de  dichas  embarcaciones,  bay  un  vapor  que  hace  sus  viajes  semanales  regular- 
mente desde  Panzós  a  Lívingston,  y  vice  versa. 


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La  sección  navegable  del  río  es  también  la  más  bella,  pues  sigue  su  tor- 
tuoso camino  por  entre  una  magnífica  y  variada  vegetación,  propia  solo  de 
nuestro  privilegiado  suelo  americano  en  sus  regiones  intertropicales.  Desde 
los  más  corpulentos  árboles  hasta  los  más  pequeños  musgos,  crecen  en  las  her- 
mosas vegas  del  Polochic.  Allí  se  admiran  los  cedros  y  caobas  en  toda  su 
magnitud  ,  los  cocoteros  y  manacas,  elegantes  y  útiles  palmeras,  los  esbeltos  y 
elevados  voladores,  el  quiebra-hacha,  de  fibras  tan  duras  y  resistentes,  que  su 
madera  se  conoce  con  el  nombre  de  palo  de  hierro,  los  bambúes  y  los  tarros  e 
infinidad  de  otros  árboles  siempre  verdes  y  frondosos  en  la  eterna  primavera 
de  que  disfrutan,  enlazados  y  cubiertos  de  infinidad  de  plantas  trepadoras  y 
parásitas,  cuyas  flores  de  los  más  brillantes  y  variados  colores,  esmaltan  los 
diversos  matices  de  sus  verdes  hojas. 

Entre  esas  plantas  abundan  la  aromática  vainilla,  el  cacao,  la  zarzaparilla 
y  otras  muchas  útiles  y  productivas  que  crecen  silvestres  y  ofrecen  sus  frutos 
al  primero  que  quiera  tomarlos.  Esta  rica  y  exuberante  vegetación  presenta 
un  variado  cuadro  a  la  vista  del  viajero,  que  abandonado  a  la  suave  corriente 
del  río,  sigue  su  curso.  Multitud  de  aves  de  diversas  especies  revolotean 
sobre  las  copas  de  los  árboles  y  las  playas  del  río,  entre  las  que  se  admiran 
numerosas  garzas  y  patos  silvestres,  de  todos  tamaños  y  colores,  y  tanta  varie- 
dad de  pájaros,  que  la  colección  de  sus  familias  bastaría  para  poblar  un  museo. 

Aunque  dirigiéndose  siempre  hacia  Occidente  el  río  sigue  un  curso  tan 
tortuoso  y  son  tan  numerosas  y  continuadas  sus  vueltas  que,  el  que  por  pri- 
mera vez  viaja  por  él,  no  tarda  en  perder  el  Norte  y  en  ignorar  la  dirección  en 
que  camina :  aun  es  difícil  calcular  las  distancias  que  los  naturales  miden  por 
vueltas  y  no  por  leguas,  lo  que  da  una  idea  bastante  inexacta  del  camino  que 
aun  resta  por  recorrer.  Los  habitantes  del  lugar  no  caminan  más  que  por  el 
río,  así  es  que  se  procuran  una  canoa  con  el  mismo  afán  que  ponen  nuestros 
otros  campesinos  en  proveerse  de  un  caballo ;  casi  no  hay  familia  que  no  tenga 
su  canoa  más  o  menos  grande  e  imperfecta ;  en  ellas  viajan  y  transportan  sus 
víveres  y  mercaderías,  y  no  es  raro  encontrar  una  familia  entera  hasta  con  sus 
perros  y  muebles  que  se  traslada  en  una  o  dos  canoas  buscando  un  lugar  a 
propósito  para  asentar  su  domicilio. 

Como  una  legua  abajo  de  Panzós,  en  el  lugar  llamado  Los  Encuentros  de 
Cahabón,  se  reúne  al  Polochic  el  río  llamado  también  de  Cahabón,  que  por  las 
muchas  arenas  que  arrastra  en  sus  crecidas,  ha  formado  numerosos  bancos  que 
hacen  el  paso  difícil  y  aun  peligroso,  si  los  barqueros  no  conocen  los  canales 
que  dan  el  fondo  necesario  para  el  paso  de  la  embarcación.  El  Cahabón  casi 
duplica  las  aguas  del  Polochic,  que  desde  Los  Encuentros  en  adelante  tiene 
una  anchura  de  cuarenta  a  cincuenta  metros  y  más,  y  un  fondo  en  sus  partes 
más  profundas  de  una  o  dos  brazas ;  sus  aguas  son  tan  cristalinas  que  permi- 
ten ver  su  fondo,  y  perfectamente  potables,  aunque  no  muy  frescas,  pues  por 
la  anchura  del  río  están  la  mayor  parte  del  día  expuestas  a  un  sol  abrazador, 


-156- 

que  aumenta  mucho  la  temperatura  ya  bastante  elevada  por  lo  bajo  del  lugar, 
así  es,  que  casi  es  imposible  caminar  en  canoas  descubiertas,  como  lo  hacen  los 
habitantes  del  lugar,  que  sólo  cuando  condwcen  pasajeros  cubren  sus  embarca- 
ciones con  unos  toldos  que  llaman  carrozas. 

Seis  leguas  abajo  de  Los  Encuentros  de  Cahabón  se  une  al  Polochic  el 
río  Sarco,  que  en  unión  de  los  numerosos  riachuelos  que  en  toda  su  carrera  se 
le  agregan,  aumenta  sus  aguas  y  su  anchura.  Un  poco  más  abajo,  y  sobre  la 
misma  orilla  en  que  desemboca  el  río  Sarco,  se  encuentra  la  única  habitación 
que  hay  desde  Panzós  hasta  el  lago  de  Izabal,  y  que  se  llama  "El  Laga.rto," 
lugar  en  que  no  habitan  sino  dos  familias  cuyo  jefe  es  un  cazador  de  tigres 
famoso  en  toda  la  comarca.  Desde  el  Lagarto  en  adelante  continúa  el  Polo- 
chic  su  majestuoso  curso  sin  encontrar  una  sola  población  en  sus  frondosas 
orillas  hasta  el  lago  de  Izabal  en  donde  desemboca  dividiéndose  en  seis  ramas 
que  forman  un  delta,  y  allí  se  presentan  algunas  dificultades  para  el  paso 
de  las  embarcaciones,  porque  el  fondo  no  es  igual  en  todos  los  canales,  ni  en 
uno  mismo  en  distintas  fechas;  pues  alternativamente  se  inclina  la  corriente 
a  cada  una  de  las  seis  bocas  que  forman  el  delta. 

La  travesía  de  Panzós  al  lago  puede  hacerse,  con  una  lancha  bien  tripu- 
lada, en  diez  o  doce  horas;  pero  remontando  la  corriente  para  ir  del  lago  a 
Panzós  se  necesitan  de  treinta  y  seis  «r  cuarenta  horas,  tiempo  en  que  los  reme- 
ros no  pueden  descansar  sino  atracando  a  las  orillas  para  no  perder,  arrastra- 
dos por  el  río,  el  espacio  adelantado :  en  la  estación  lluviosa  la  travesía  es  aun 
más  dilatada,  pues  los  árboles  que  arrastran  las  crecientes  y  qtiednn  en  el 
lecho  del  río,  retardan  la  marcha  de  las  embarcaciones 

Las  dilatadas  y  magníficas  vegas  del  Polochic,  despoblailas  y  baldias  eii 
toda  su  extensión,  están  cubiertas  de  una  selva  virgen  en  la  que  abundan 
maderas  preciosas  y  de  construcción  que  por  estar  situadas  en  las  orillas  del 
río,  sería  muy  fácil  su  exportación  ;  su  suelo  es  quizás  el  más  fértil  de  Centro- 
América,  circunstancia  que  presagia  a  esa  importante  sección  de  nuestra 
República  un  brillante  porvenir. 

En  medio  de  la  escena  brillante  de  nuestro  variado  suelo,  quedaron  ahí 
nuestros  volcanes,  cual  plutónicOs  pebeteros  del  gran  fracaso  de  la  edad  mio- 
cena,  y  forman  hoy  un  sistema  especial  orográfico,  único  en  su  género,  mara- 
villoso en  su  conjunto,  que  contemplado  desde  el  mar,  presenta  en  lontananza 
azulosas  pirámides,  encendidas  algunas  de  ellas  y  arrrojando  al  cielo  ígnea 
lava,  que  ilumina  el  espacio  con  sublimidad  aterradora  (i). 

El  lago  de  Atitlán,  de  siete  leguas  de  circunferencia,  forma  uno  de  los 
panoramas  más  bellos  del  milndo.  La  parte  Septentrional  está  rodeada  de  al- 
tísimas rampas  que  apenas  dejan  acercarse  a  la  ribera,  mientras  que  por  la 
costa  del  Sur,  se  elevan  varios  volcanes,  de  entre  los  que  surge  el  Atitlán, 


(1)    Vup  dos  Cordilléres  et  monuments  des  peuples  indlgénes  de  l'Amérifiue.    Paris. 


—  157  — 

proyectando  su  gigantesca  sombra  en  las  límpidas  aguas  del  lago  transparente, 
cuyas  frondosas  orillas  vense  pobladas  por  diversos  indios,  industriosos,  so- 
brios, alegres,  que  en  estrechos  cayucos,  se  entran  navegando  en  las  tranquilas 
ondas.  Destácanse  en  los  contornos  comarcanos,  los  ranchos  pajizos,  las 
blancas  chozas  de  San  Pedro,  Santa  Catarina,  Ixtahuacán  y  San  Antonio,  sus- 
pendido este  simpático  pueblo,  como  un  nido  de  águilas,  en  un  abrupto  anfi- 
teatro, completamente  inabordable  en  la  parte  del  lago,  y  circuido  de  rocas 
negruzcas  inexpugnables,  que  ahí  dejó  el  gran  cataclismo,  aún  recordado  por 
los  aborígenes  de  aquellos  sublimes  sitios. 

Las  colosales  montañas,  los  volcanes  diversos,  los  valles  profundos,  las 
llanuras  inmensas,  las  requemadas  rocas,  los  picos  altísimos,  nevados  por  los 
vientos  del  Norte,  y  las  cálidas  arenas  que  tuesta  el  sol  de  los  trópicos,  dan  a 
todos  esos  lugares,  la  variedad  y  magnificencia  de  tierras  vírgenes  que  aun  no 
han  revelado  todos  sus  secretos. 

Es  por  todo  extremo  curioso  observar  que  las  aguas  del  lago  de  Atitlán  se 
mantienen  a  558  metros  sobre  el  nivel  del  Pacífico,  teniendo  una  profundidad 
que  no  se  ha  podido  averiguar,  y  sin  que  se  le  conozca  desagüe,  a  pesar  de  que 
recibe  las  grandes  corrientes  de  los  ríos  Iboy  y  Panajachel.  Se  cree  que  laí. 
aguas  filtran  por  diversos  puntos  del  suelo  y  de  las  rocas  que  le  sirven  de  lecho, 
yendo  a  formar  riachuelos  hacia  el  sur,  algunos  kilómetros  más  abajo. 

Nuestro  amigo,  el  inteligente  ingeniero  don  Alejandro  Prieto,  escribió  un 
interesante  artículo  sobre  el  "Lago  Azufrado".  Dice  así :  "Una  cordillera 
muy  irregular  de  montañas,  destrozada  a  cada  paso  por  numerosos  ríos,  caña- 
das y  precipicios  insondables,  se  extiende  desde  la  línea  fronteriza  de  Soconus- 
co, por  la  parte  de  México,  hasta  las  márgenes  de  la  laguna  de  Guija,  situada 
en  las  fronteras  de  El  Salvador,  atravesando  en  este  trayecto  todos  los  depar- 
tamentos del  Sur  Oeste  de  la  República  de  Guatemala  y  prolongando  por  este 
rumbo  sus  contrafuertes  en  declives  más  o  menos  violentos,  hacia  las  fértiles 
playas  del  Océano  Pacífico. 

Esta  cordillera  traza  en  la  carta  geográfica  de  la  República  algunas  líneas 
sinuosas,  en  cuyas  curvaturas  más  irregulares  se  ven  colocadas  de  trecho  en 
trecho  las  cumbres  gigantescas  de  muchos  volcanes. 

En  los  departamentos  del  Este^  del  Norte  de  Guatemala  sería  difícil  de- 
terminar .con  alguna  precisión  la  línea  seguida  por  la  formación  de  las  cordille- 
ras, pues  que  el  viajero  que  haya  recorrido  estos  últimos  departamentos,  recor- 
dará el  desorden  en  que  se  encuentran  colocados ;  desorden  que  hace  suponer 
que  algunos  siglos  antes  de  su  firmeza  y  estabilidad  actuales  formaron  una 
inmensa  combinación  de  materias  arrojadas  al  espacio  por  la  acción  plutónica 
de  los  volcanes.  Esto  es  tanto  más  probable  cuanto  que  se  encuentran  en  las 
partes  más  elevadas  de  las  montañas,  así  como  en  los  valles  que  en  corto  nú- 
mero forman  conos  truncados  más  o  menos  regulares,  en  cuya  base  superior 
están  aún  abiertos  en  el  fondo  de  los  cráteres  gran  número  de  respiraderos, 


-158- 

por  donde  se  escapan  al  espacio  los  gases  producidos  por  un  fuego  interior 
que  aun  no  se  encuentra  del  todo  extinguido. 

En  el  camino  que  se  transita  en  la  actualidad  entre  San  Juan  Utapa  y 
Chiquimulilla  se  atraviesa  el  terreno  esencialmente  volcánico  en  que  se  en- 
cuentran situados  los  altos  riscos  del  cerro  de  Tecuamburro.  En  esta  comarca 
existe  un  gran  número  de  esos  respiraderos  a  que  acabo  de  referirme,  los  que 
ofrecen  salida  hasta  la  superficie  del  terreno  al  calor  y  gases  que  se  originan 
de  un  fuego  subterráneo,  no  muy  profundo  en  aquellos  lugares,  y  difícilmente 
sofocado  por  la  gravitación  que  forman  en  conjunto  lo?  cimientos  de  granito 
de  las  montañas  circunvecinas. 

Una  prueba  de  lo  que  acabu  de  decir  es  el  Lago  A/.u irado,  en  cuya  ribera 
oriental  se  encuentran  algunos  orificios,  de  los  cuales  se  elevan  columnas  de 
aire  de  una  temperatura  tan  elevada  que  no  puede  soportarse  alcontacto  de  la 
mano ;  encuéntranse  también  algunos  pozos  llenos  de  un  lodo  ligeramente 
teñido  de  amarillo  por  la  gran  cantidad  de  azufre  que  contiene,  el  cuál  está  en 
constante  ebullición.  No  pude  conocer  el  grado  de  calor  de  este  lodo  cuando 
visité  el  Lago  Azufrado,  por  falta  de  un  ai)arato  competente,  pues  un  ter- 
mómetro, cuya  subdivisión  alcanzaba  a  70"  centígrados,  hubiera  estallado  con 
sólo  permanecer  sumergido  en  él  durante  dos  minutos ;  tal  era  la  rapidez  con 
que  se  verificaba  la  dilatación  del  mercurio  en  el  tubo  de  cristal  que  lo  contenía. 
En  los  primeros  de  estos  orificios  noté  que  las  pequeñas  columnas  de  aire 
caliente  que  por  ellas  se  escapan,  arrastran  constantemente  en  su  salida  una 
gran  cantidad  de  menudo  polvo  de  azufre,  que  se  adhiere  a  las  protuberancias 
y  huecos  de  las  rocas  que  forman  las  paredes  de  aquellas  chimeneas  naturales. 

Por  la  orilla  Occidental  del  Lago  se  encuentra  otro  número  mayor  de 
respiraderos,  aunque  éstos  en  su  totalidad  no  merecen  ya  tal  nombre,  por  estar 
al  presente  obstruidos  y  completamente  fríos ;  la  única  cosa  que  en  ellos  de- 
muestra haber  sido  de  la  misma  naturaleza  que  los  de  la  margen  oriental,  son 
los  restos  de  azufre  que  se  encuentran  en  los  "intersticios  de  las  rocas  cjuc  los 
rodean. 

Esta  clase  de  respiraderos  se  encuentran  también  a  uno  y  otro  lado  del 
camino  desde  la  cumbre  de  la  cuesta  de  Ixpaco  hasta  la  subida  a  la  pequeña 
aldea  llamada  Tempisque,  algunos  de  los  cuales  están  situados  tan  inmediatos 
al  camino,  que  el  olor  nauseabundo  que  despiden  no  puede  soportarse  por  largo 
tiempo,  y  avisan  al  viajero  la  presencia,  en  el  aire  que  respira,  de  gases  sulfu- 
rosos y  corrompidos. 

Se  cuenta  por  los  vecinos  de  esta  comarca  que  existe  uno  de  estos  orificios 
llamado  el  Pozo  de  la  Muerte,  del  que  se  escapa  una  columna  de  aire  envene- 
nado por  no  se  sabe  qué  gases  subterráneos,  que  produce  la  muerte  de  un  modo 
instantáneo  a  todos  los  animales,  tanto  cuadrúpedos  y  reptiles  que  se  acercan 
a  él,  como  a  las  aves  que  en  su  vuelo  lleguen  a  pasar  por  encima  del  orificio  que 
la  despide.     Esto  me  hizo  suponer  la  existencia  en  el  sitio  de  que  se  me  hablaba 


—  159  — 

de  algún  fenómeno  semejante  a  los  que  tienen  lugar  en  el  llamado  Valle  del 
Veneno  o  de  la  Muerte,  en  Java,  o  en  la  gruta  de  Cannas  en  las  inmediaciones 
de  Ñapóles,  en  donde  la  abundancia  del  gas  ácido  carbónico  que  se  exhala  de 
los  respiraderos,  produce  la  asfixia  al  que  penetra  en  tales  parajes  y  permane- 
ce en  ellos  por  largo  tiempo. 

Cuando  se  me  dieron  tales  informes  respecto  del  Pozo  de  la  Muerte,  quise 
conocer  personalmente  tan  peligroso  sitio  y  busqué  al  efecto  entre  los  vecinos 
de  Tecuamburro  un  guía  conocedor  de  aquellas  montañas.  Fui  conducido  en- 
tonces a  un  lago  muy  inmediato  a  la  aldea  de  Tempisque,  que  no  dista  de  ella 
sino  un  kilómetro  a  lo  sumo,  y  al  pié  de  un  elevado  barranco,  de  los  muchos 
que  forman  los  destrozados  contrafuertes  del  cerro  de  Tecuamburro,  se  encuen- 
tra un  espacio  de  forma  elíptica,  de  trecientos  metros  de  circunferencia,  en 
donde  el  color  amarillento  del  terreno,  el  olor  azufrado  que  satura  la  atmósfera, 
las  moléculas  de  azufre  que  se  encuentran  con  restos  de  escorias  volcánicas ; 
todo  hace  suponer  que  ahí  existió  un  gran  respiradero  sulfuroso  de  la  misma 
naturaleza  de  los  que  se  encuentran  en  el  borde  Oriental  del  Lago  Azufrado. 
Tal  es  el  sitio  que  se  me  señaló  como  el  pozo  llamado  de  la  Muerte  por  los. 
habitantes  de  aquella  comarca  y  del  cual  se  me  habían  dado  los  informes  que 
dejo  indicados.  Muy  pronto  pude  convencerme  entonces  de  la  exageración  de 
tan  siniestros  rumores,  pues  que  en  la  actualidad  todo  ser  viviente  puede  per- 
manecer en  las  inmediaciones  del  Pozo  de  la  Muerte  sin  abrigar  el  menor 
temor  de  ser  -víctima  de  alguna  influencia  mortífera,  extraña  y  desconocida. 

Al  examinar  más  detenidamente  el  Pozo  de  la  Muerte,  pude  conocer  que 
ha  sido  obstruido  por  los  considerables  derrumbamientos  que  han  tenido  lugar 
en  el  barranco  a  cuyo  pié  se  encuentra  colocado ;  pues  este  barranco,  elevándose 
a  una  altura  de  cuarenta  metros  aproximadamente,  tiene  aun  en  el  día  grandes 
moles  peñascosas  que  parecen  estar  suspendidas  en  el  espacio  por  un  verda- 
dero milagro  de  equilibrio ;  pero  que  sin  duda  se  precipitarán  al  más  ligero 
estremecimiento  que  sufra  el  terreno  en  los  continuos  temblores  que  lo  con- 
mueven. El  Pozo  de  la  Muerte  es  al  presente  menos  temible  por  sus  exhala- 
ciones que  los  pequeños  pozos  del  Lago  Azufrado.  No  obstante,  es  indudable 
que  el  mal  clima  que  se  atribuye  a  la  comarca  que  se  extiende  de  San  Juan  de 
Utapa  a  las  alturas  de  Tecuamburro,  es  debido  a  las  influencias  que  ejercen  en 
el  sistema  fisiológico  de  todo  ser  viviente  los  gases  pestilentes  y  venenosos  que 
se  desprenden  de  los  citados  respiraderos.  Una  prueba  de  ésto  es  la  de  que 
los  labradores  que  bajan  a  los  valles  de  las  montañas  en  las  primeras  horas  de 
la  mañana  a  emprender  sus  tareas  agrícolas,  caen  atacados  a  los  muy  pocos 
días  de  fiebres  miasmáticas  de  las  que  muy  rara  vez  escapan  con  vida.  La 
dolorosa  experiencia  que  han  adquirido  de  esta  verdad  los  ha  hecho  prescindir 
al  presente  el  trabajar  en  el  bosque  en  las  primeras  horas  del  día,  teniendo  que 
esperar  que  las  ligeras  neblinas  que  por  lo  común  cubren  las  partes  bajas  del 


—  i6o  — 

terreno  al  amanecer,  hayan  desaparecido  para  comenzar  sus  tarcas  sin  el 
pelijfro  de  la  enfermedad. 

La  explicación  científica  que  puede  darse  a  este  hecho  es  la  de  que  los 
gases  que  se  despiden  de  los  respiraderos  y  ciénegas  azufradas  se  extienden  en 
las  capas  bajas  de  la  atmósfera,  ocupando  el  fondo  de  los  valles,  debido  a  la 
frialdad  de  la  temperatura  que  se  nota  durante  la  noche ;  y  estos  gases  que  son 
los  que  producen  el  envenenamiento  de  la  sangre,  se  elevan  a  las  altas  regiones 
de  la  atmósfera,  cuando  el  Sol  ascendiendo  sobre  el  horizonte  los  volatiliza  por 
medio  del  calor. 

Sin  embargo  de  ésto,  el  clima  de  que  se  goza  en  "Pueblo  Nuevo"  y  en  las 
alturas  de  Uzumasate,  en  donde  está  situada  la  finca  de  "Padilla,"  es  un  clima 
bastante  saludable,  pues  desde  luego  se  comprende  que  las  causas  que  acabo 
de  mencionar  y  que  hacen  malsana  la  parte  baja  de  aquellas  montañas,  no 
existen  en  las  alturas. 

En  los  terernos  que  se  extienden  al  Sureste  de  Pueblo  Nuevo  se  encuen- 
tran extensiones  de  bastante  consideración,  suficientemente  planas  y  muy 
propias  para  cultivar  café ;  su  altura  sobre  el  nivel  del  mar  es  de  3,800  pies  y 
las  plantaciones  que  en  pequeña  escala  se  han  hecho,  demuestran  las  grandes 
ventajas  del  terreno  para  esta  clase  de  cultivos. 

Mucho  deben  contribuir  indudablemente  al  exuberante  desarrollo  de  la  ve- 
getación en  aquellos  lugares,  esos  mismos  gases  deletéreos  que  son  un  veneno 
para  los  seres  animados,  puesto  que  las  plantas  se  desarrollan  en  mucho  por 
la  influencia  del  ácido  carbónico  que  figura  entre  los  componentes  del  aire  y 
este  gas  debe  abundar  sin  duda  en  unos  sitios  en  donde  existen  abiertos  en  la 
superficie  misma  del  terreno  respiraderos  de  antiguos  volcanes. 

El  lago  Azufrado,  además  de  estos  respiraderos,  ofrece  otros  fenómenos 
muy  dignos  de  notarse,  los  cuales  consisten  en  los  movimientos  contrarios  que 
experimentan  sus  aguas,  pues  aunque  a  primera  vista  parecen  dormidas,  a  poco 
que  se  les  examina  se  nota  en  ellas  la  existencia  de  corrientes  indudablemente 
determinadas  por  esfuerzos  subterráneos,  unas  repulsivas  y  otras  absorbentes, 
imposible  de  ser  conocidas  en  su  origen  y  combinaciones  interiores. 

Pocas  palabras  bastarán  para  dar  una  idea  de  las  condiciones  en  que  este 
lago  se  encuentra  colocado  y  de  las  corrientes,  tanto  exteriores  como  subte- 
rráneas, que  en  él  concluyen  o  en  él  se  originan.  Su  forma  es  aproximada- 
mente circular,  teniendo  un  diámetro  de  cuatrocientos  metros  a  lo  sumo,  el 
terreno  que  le  rodea  es  un  bordo  también  circular  que  se  eleva  a  quince  metros 
sobre  el  nivel  del  agua  y  está  formado  por  las  paredes  interiores  de  un  cráter, 
en  el  fondo  del  cual  se  descubre  el  lago  como  un  extenso  charco  de  azufre 
batido,  pues  sus  aguas,  lejos  de  ser  transparentes  como  las  del  lago  de  Ayarza, 
están  teñidas  de  un  color  amarillo  paja  muy  pronunciado,  debido  a  la  gran 
cantidad  de  azufre  que  contienen.  Son  dos  las  corrientes  que  se  ramifican 
exteriormente  con  estas  aguas,  la  una  consiste  en  un  pequeño  arroyo  que  no 


—  i6i  — 

arrastra  más  de  dos  metros  cúbicos  por  minuto,  el  cual  baja  serpenteando  por 
la  parte  del  Suroeste ;  y  la  otra  tan  insignificante  como  la  anterior,  originán- 
dose en  el  mismo  lago  por  la  parte  del  Este,  atraviesa  las  pendientes  del  terreno 
y  va  a  perderse  en  el  arroyo  de  Ixpaco.  Nada  notable  presenta  esta  entrada 
y  salida  de  dos  arroyuelos  en  un  lago  como  del  que  me  ocupo,  pues  desde  luego 
puede  suponerse  que  el  último  arrastra  en  su  salida  igual  volumen  de  agua  al 
que  condvice  al  lago  el  primero,  pero  sí  llaman  la  atención  del  observador  los 
borbotones  que  conmueven  la  superficie  del  lago  por  su  parte  oriental,  en  un 
espacio  circular  de  lo  metros  de  diámetro,  con  cuyos  borbotones  aparecen  una 
infinidad  de  globulitos  formados  por  gases  sulfurosos,  los  cuales  al  estallar  en 
la  superficie  forman  el  ligero  vapor  que  constantemente  se  eleva  de  aquel  sitio. 

Para  conocer  la  naturaleza  de  tales  movimientos,  hice  arrojar  un  pequeño 
trozo  de  madera  en  el  lugar  en  que  aparecen  y  observé  que  este,  era  ligera- 
mente impulsado  fuera  del  círculo  en  donde  se  notan  los  borbotones.  Esta 
circunstancia  no  me  dejó  ya  duda  de  que  en  aquel  sitio  existe  una  vertiente 
considerable  que  haría  muy  pronto  resbalar  las  paredes  del  cráter  o  convertiría 
el  pequeño  arroyo  que  en  él  se  origina  en  un  impetuoso  torrente,  si  no  existiese 
en  el  mismo  fondo  de  este  lago  un  hoyo  absorvente  por  el  cual  desaparece  la 
inmensa  cantidad  de  agua  que  arroja  la  vertiente  de  que  acabo  de  ocuparme. 

La  temperatura  que  tienen  las  aguas  del  Lago  Azufrado  es  de  seis  grados 
centígrados  sobre  cero,  observándose  con  sorpresa  que  a  dos  metros  de  distan- 
cia de  la  orilla  de  un  lago  tan  frío,  se  encuentren  pozos  de  un  lodo  hirviente  y 
orificios  por  los  cuales  se  escapan  las  columnas  de  aire  caliente  que  dejo  men- 
cionadas al  principio  de  estos  apuntes. 

Para  terminar,  diré  que  al  percibir  bajo  un  solo  golpe  de  vista  las  lomas 
poco  inclinadas  que  se  extienden  entre  las  alturas  de  Tecuamburro  y  las  de 
Uzumasate,  en  medio  de  las  cuales  está  colocado  el  lago  azufrado,  fácil  es  con- 
cebir la  idea  de  que  existió  en  aquel  sitio  en  época  ya  muy  remota  un  volcán 
gigantesco,  que  después  de  haber  conmovido  profundamente  los  cimientos 
de  aquellas  montañas,  arrojando  al  espacio  inmensas  cantidades  de  materias 
de  toda  naturaleza,  combinadas  en  una  confusión  completa,  se  hundió  sobre  sí 
mismo,  viniendo  a  ocupar  su  cráter,  así  como  las  rocas  y  arenas  que  formaron 
exteriormente  su  cono  superior,  el  mismo  sitio  en  que  hoy  se  encuentra  el  lago ; 
dejando  en  pie  por  sus  contornos  elevados  aun  a  grande  altura,  los  riscos  que  al 
presente  son  conocidos  con  el  nombre  de  Cerro  de  Tecuamburro,  y  que  enton- 
ces fueron  los  contrafuertes  laterales  en  que  apoyara  el  volcán  su  gigantesca 
mole". 

Por  una  especie  de  antítesis,  el  territorio  del  Peten  presenta  una  área  de 
16,400  millas  cuadradas,  casi  planas,  a  una  altura  de  500  ó  1,500  pies  sobre  el 
nivel  del  mar.  Su  sistema  de  montañas  es  el  de  la  Sierra  de  Chama,  con  algu- 
nos ramales  en  la  parte  central,  que  producen  una  temperatura  templada. 
Suelo  de  promisión  y  de  maravillas,  tiene  apenas  unos  diez  mil  pobladores,  en 


—  102  — 

estado  asaz  primitivo.  El  río  Usumacinta,  el  de  la  Pasión  y  el  Chixoy  corren 
por  aquel  paraíso,  lleno  de  seculares  árboles  y  de  riquezas  ocultas. 

Cuando  uno  considera  que  ahí,  al  norte  del  Peten,  en  Yucatán,  ha  habido 
por  muchos  años  y  existe  hoy  el  monopolio  del  henequén,  que  produce  anual- 
mente más  de  dieciocho  millones  de  dólares,  se  admira  de  que  no  se  haya  hecho 
en  aquella  próvida  tierra  gran  industria  con  las  plantas  textiles.  La  caoba, 
cedro,  chico  zapote,  granadillo,  naba,  tobillo,  guayacán,  caracolillo  y  muchas 
otras  maderas,  constituyen  gran  riqueza,  sin  contar  con  el  chicle,  los  productos 
colorantes  y  medicinales.  Las  pasturas  en  llanos  fértiles,  podrían  contener 
millones  de  ganados.     Lo  que  falta  es  poblar  aquel  edén. 

La  parte  septentrional  del  país,  más  allá  del  río  de  la  Pasión,  es  bastante 
desconocida,  y  ahí  queda  la  hermosa  laguna  del  Peten,  de  9  leguas  de  largo  y 
cinco  de  ancho,  dividida  en  dos  partes,  por  una  península,  en  donde  hay  varias 
islas,  siendo  la  principal  la  que  contiene  la  ciudad  de  Flores,  en  donde  existió, 
hasta  fines  del  siglo  dieciséis  la  capital  de  los  ¡tzaes.  Este  lindo  lago  no  tiene 
desagüe  visible,  y  hacia  su  margen  meridional  existen  varias  grutas  y  cavernas, 
la  mayor  de  las  cuales  es  la  de  Jobitzinaj,  célebre  por  las  muchas  estalactitas 
y  estalacmitas,  dándole  un  aspecto  raro  y  brillante. 

"En  la  selva  virgen  del  río  de  Izabal,  resuenan,  particularmente  de  noche, 
el  grito  de  las  aves  que  se  posan  en  los  corpulentos  árboles,  el  sonoro  rugido 
del  jaguar  americano,  los  aullidos  de  los  monos  que  se  columpian  en  los  be- 
jucos oscilantes  y  el  silbido  de  la  serpiente  que  sorprende  un  nido  de  guacama- 
yas. De  día  recrea  la  vista  el  verde  brillo  del  agua  que  cae  por  una  cascada 
peñascosa,  cubierta  en  su  parte  superior  por  el  bosque  tropical  y  adornada  por 
doquiera  de  plantas  variadísimas.  Las  más  bellas  aves  de  vistoso  plumaje 
animan  las  selvas  y  los  campos,  y  las  pintadas  mariposas  van  posándose  de  flor 
en  flor.  Pero  el  sol  vibra  su  abrasadores  rayos,  por  lo  cual  el  viajero  se  retira 
hacia  el  fuerte  de  San  Felipe,  que  desde  el  tiempo  de  la  Conquista  se  ostenta 
lúgubre,  sin  que  sus  sombríos  muros  hayan  sido  escalados  más  que  por  las 
plantas  trepadoras.  Las  verdaderas  delicias  de  los  indios  que  viven  en  tales 
soledades,  son  sus  hijos  sobremanera  hermosos,  en  su  desnudez,  y  particular- 
mente por  sus  ojos  de  gacela",  (i) 

Los  geólogos  franceses  Dollfus  y  Montserrat,  que  varias  veces  hemos 
citado  ya,  aseguran  que  la  orografía  de  Guatemala  es  peculiar  y  asombrosa, 
debiéndose  a  ella  el  carácter  especial  que  este  rico  suelo  presenta.  El  curso 
de  las  aguas,  en  el  valle  de  Guatemala,  en  donde  se  encuentra  la  capital,  es 
curioso,  pues  van  unas  al  mar  Atlántico  y  otras  al  mar  Pacífico,  debido  a  la 
configuración  del  terreno. 

La  cadena  volcánica  de  Costa-Rica  comienza  con  el  pico  cónico  del  esbelto 
Turrialba,  que  se  levanta  en  una  continua  pendiente,  desde  los  llanos  de  Santa 


(1)    La  Tierra  y  el  Hombre,  poi  Federico  de  Hellwald.  tomo  I.  pátrina 


—  i63  — 

Clara,  hasta  alcanzar  10,965  pies  de  alto  sobre  el  nivel  mar.  Su  cráter  oblongo 
contiene  fuerte  corriente  de  vapores  sulfurosos,  mezclados  con  arena.  En  1869 
hizo  fuerte  erupción  ese  volcán,  que  no  queda  lejos  del  Irazú,  unos  360  pies  más 
alto,  y  mucho  mejor  conocido  a  causa  de  la  facilidad  con  que  desde  Cartago 
se  puede  subir  a  caballo.  Ese  volcán  tiene  tres  cráteres  extinguidos  y  más 
abajo  solfataras,  en  la  pendiente  nordeste,  y  vertientes  de  aguas  de  tempera- 
turas varias.  Sus  erupciones  históricas  tuvieron  lugar  en  1723,  1726,  1821, 
1822,  1844  y  1847.  Esta  última  causó  fuertes  temblores  de  tierra,  sentidos 
desde  Rivas,  en  Nicaragua,  hasta  Panamá.  Es  famoso  el  volcán  Poás,  no  sólo 
por  lo  pintoresco,  sino  por  el  lago  de  agua  caliente  de  su  cráter,  que  arroja 
una  columna  de  vapor  líquido  como  de  mil  pies  de  altura.  El  profesor  Fid. 
Tristán  hizo  un  curioso  estudio  de  esos  fenómenos.  El  Poás  tiene  8,895  pies 
de  alto  y  es  popular  por  sus  bellezas  naturales  y  fácil  ascenso.  Poco  tiempo 
hace  que  causó  tremendos  terremotos.  La  cordillera  volcánica  de  Costa-Rica 
termina  cerca  áe\  extremo  sudoeste  del  lago  de  Nicaragua  con  el  monte  Orosí, 
cantado  por  los  poetas.  El  Tenorio  y  el  Miravalles  sirven  a  los  capitanes  de 
los  buques  costeros  del  Pacífico,  para  determinar  el  golfo  de  Nicoya  y  el  puerto 
de  Punta-Arenas.  La  actividad  volcánica  llega  a  su  máximun  en  el  extremo 
oriental  de  la  cadena,  y  la  sección  del  país,  entre  Turrialba  y  Poás — llamada 
valle  central — es  la  más  expuesta  a  terremotos  y  a.  la  vez  la  más  poblada.  La 
erupción  del  Poás,  en  enero  de  1910,  causó  algunos  temblores  de  tierra,  hasta 
producir  las  dos  lamentables  catástrofes  de  la  infortunada  Costa-Rica,  acaeci- 
das en  ese  año.  El  pico  Blanco,  el  Chiriquí,  el  Monte  Herradura,  Los  Votos, 
Barba,  Rincón  de  la  Vieja,  Chirripó  y  Rovalo,  son  otros  tantos  volcanes  de 
aquella  fecunda  zona  (i). 

La  cordillera  atraviesa  la  república  de  Honduras  de  Noreste  a  Sudeste. 
Las  principales  montañas  se  conocen  con  el  nombre  del  Merendón,  Celaque, 
Opalaca,  Puca,  Opatoro,  Cerro  de  Hule,  de  la  Paz,  Comayagua,  Sulaco,  Yoro, 
Olancho  y  San  Marcos.  Los  ríos  son  grandiosos,  soberbios,  como  el  Chamele- 
cón,  el  Ulúa,  el  Lean,  el  Romano,  el  Tinto,  el  Patuca,  el  Segovia,  el  Negro,  el 
Choluteca,  el  Nacaome  y  el  Goascorán,  que  arrastra  arenas  de  oro  en  su  co- 
rriente. Hay  valles  lindísimos,  extensos,  exuberantes,  praderas  de  perennal 
verdor,  en  las  que  pacen  ganados  que  constituyen  una  verdadera  riqueza. 
Honduras,  país  de  primitiva  formación,  tiene  muy  ricas  minas  y  un  territorio 
tan  extenso  como  para  contener  sobradamente  millones  de  pobladores. 

Para  enlazar  las  dos  grandes  porciones  continentales  del  Nuevo  Mundo, 
plugo  al  cielo  extender  un  puente,  con  luminarias  de  volcanes  eruptivos ;  con 
lagos,  que  parecen  mares ;  con  ríos  que  se  hinchan  atléticos  y  se  desbordan  puf 
barrancos,  llanuras  y  paradisíacas  comarcas,  en  donde  existen  toda  clase  de 
riquezas  naturales.     La  América  Central  en  punto  a  geológicos  cataclismos 


(1)    Costa  Rica.— Vulcan's  Smlthy,  by  H.  Pittier. 


-i64- 

y  formaciones  ciclópeas,  es  la  parte  maravillosa  del  planeta.  ¡  Quiera  el  des- 
tino que  este  istmo,  que  forma  el  corazón  de  nuestro  continente,  no  vuelva  a 
sufrir  uno  de  esos  horrorosos  cataclismos ;  que  las  desniveladas  aguas  de  los 
océanos,  las  inauditas  masas  combustibles,  las  peculiares  condiciones  sísmicas, 
el  sistema  orográfico,  y  lo  relativamente  angosto  de  su  costra  terrestre,  no  den 
lugar  a  que  esta  bellísima  tira  de  tierra,  que  ha  venido  variando  tanto  en  su 
configuración,  se  convierta  en  otra  Atlántida !  ¡  Quiera  el  cielo  que,  al  cortar 
atrevida  la  mano  del  hombre,  el  istmo  de  Panamá,  no  se  realicen  los  temores 
de  Felipe  II,  que  prohibió  hasta  hablar  de  tamaña  empresa,  bajo  severas  penas  ; 
"porque  era  asaz  peligroso  para  estos  países,  echar  abajo  las  cadenas  de  montes 
que  Dios  elevó  para  dividir  los  dos  océanos,  que  podían  tragarse  la  estrcchn 
faja  de  tierra  en  la  América  Central" ! 

Nó:  enhiestos  volcanes  en  la  región  hermosa  de  mi  nativa  tierra,  que 
engarzáis  el  corazón  del  Nuevo  Mundo  con  el  cielo;  vosotros  visteis  crecer  y 
multiplicarse'  al  aborigen,  en  libertad  y  fruición  salvajes ;  presenciasteis  al 
férreo  conquistador  abriendo  claros  de  muerte  entre  la  turba  vencida  ;  temblas- 
teis de  coraje  al  contacto  de  los  ríos  de  sangre  indiana  ;  escuchasteis  los  himnos 
de  la  libertad ;  y  habréis  de  contemplar  el  lábaro  de  azul  y  blanco  sobre  vues- 
tras cimas,  en  gloriosos  días  de  bonanza  para  la  Patria,  como  serán  los  que  se 
aproximan  del  "Centenario  de  la  Independencia  Centro-Americana!" 


CAPITULO   V 
ANTROPOLOGIA-FAUNA  Y  FLORA-METEOROLOGIA 


SUMARIO 


I 


El  vértigo  de  lo  infinito  nos  oculta  la  tierra  y  el  cielo.  —  Teorías  diversas 
acerca  de  la  formación  inicial  de  los  seres  humanos.  —  Monogenistas,  poligenistas, 
transformistas.  —  Razones  alegadas  por  los  partidarios  del  transformismo,  que  está 
''n  boga.  —  Argumentos  étnicos  en  oro  del  monogenismo.  —  No  es  dable  precisar  la 
fecha  en  oue  apareció  la  humanidad,  ni  el  lugar.  —  Asecúrase  que  existía  ya  en  la 
época  terciaria.  —  Los  restos  humanos  más  antiguos.  —  Fósiles  descubiertos  en  Cen- 
tro-América. —  Tobas  petrificadas,  procedentes  de  Nicaragua,  con  pasadas  de  hom- 
bres. —  Puede  presumirse  que  en  la  América  del  Centro  existió  la  especie  humana 
desde  primitivos  tiempos.  —  Diversas  opiniones  sobre  el  origen  de  los  indios  ame- 
ricanos. —  Lo  que  dicen  notables  autoridades. — La  última  palabra  del  Dr.  Herdlicka. 

—  Razas  autóctonas.  —  Invasión  y  mezcla  de  otras  razas.  —  Historia  de  Ixtlixochitl. 

—  El  diluvio  en  Centro-América.  —  Tradiciones.  —  Quedaron  los  hombres  como 
peces,  "tlacamichín".  —  Lo  que  dice  el  Códex  Troano.  —  Confirmación,  por  los  estu- 
dios geológicos.  —  Flora  y  Fauna  ante-diluvianas.  —  Peculiaridades  en  la  América 
Central.  —  Vegetales  del  período  mioceno.  —  Lo  que  predomina  en  la  vegetación  de 
nuestras  tierras.  —  Arboles,  plantas  y  flores.  —  Diferencias  de  la  Fauna  y  Flora  de 
los  Continentes  actuales.  —  Meteorología  de  Centro-América.  —  El  valle  de  la  capi- 
tal de  Guatemala  es  el  pimto  céntrico  de  las  observaciones  meteorológicas.  —  Se- 
quías, calores  extraordinarios.  —  Lluvias  excesivas.  —  Cambios  atmosféricos.  — 
Temperatura.  —  La  boca-costa.  —  Singuléu:  variedad  de  frutos  en  lugares  próximos. 


El  vértigo  de  lo  infinito  nos  oculta  la  tierra  y  el  cielo,  quedándonos  perdi- 
dos en  un  punto,  como  el  eterno  Erebo.  Definitivamente  son  irresolubles  las 
cuestiones  iniciales,  que  se  esfuman  en  la  nebulosa  del  geólogo,  en  los  átomos 
del  físico,  en  la  causa  primera  del  místico,  o  en  las  sinuosidades  del  transfor- 
mismo. El  origen  del  hombre  se  pierde  en  la  noche  de  nuestra  ignorancia 
Solamente  teorías  alcanza  la  ciencia  cuando  pretende  profundizar  el  principio, 
esencia  y  fin  de  las  cosas  creadas.  Opiniones  diversas  existen  acerca  de  la 
formación  inicial  de  los  seres  humanos. 

Dicen  los  monogenistas  que  de  un  solo  tronco,  Adán  y  Eva,  viene  la  hu- 
manidad entera,  como  la  Biblia  lo  enseña,  y  lo  sostienen  respetables  etnólogos, 
entre  otros  Latham  y  Prichard.  Los  poligenistas,  a  su  vez,  opinan  haber  ha- 
bido diversas  creaciones  de  hombres,  según  las  respectivas  razas,  al  decir  de 
Morton,  Agassiz,  Glidden  y  otros  muchos.  Por  último,  Lamark,  Darwin  y 
Haeckel,  seguidos  de  gran  número  de  escritores,  se  fundan  en  la  evolución,  de 
modo  que  las  especies  actuales  son  desenvolvimiento  de  otra  forma  preexis- 
tente, de  inferior  naturaleza.  Esta  hipótesis  es  la  que  hoy  se  halla  en  boga. 
Las  obras  modernas  de  Morton,  Broca,  Lethan,  Tylor,  Lubbec  y  ^1  español 


—  i66  — 

Vilanova,  son  magistrales  sobre  esos  puntos  antropológicos  y  etnográficos. 
La  "Antropología  y  Etnografía"  de  Daniel  G.  Brinton,  que  hemos  estudiado 
detenidamente,  es  digna  de  la  fama  de  tan  sabio  autor. 

"Haeckel,  el  ilustre  profesor  que  desde  la  Universidad  de  Jena  conmovió 
al  mundo  científico,  publicando  su  Morfología  General  de  los  Organismos,  que 
imprimió  nuevo  curso  a  la  ciencia  de  la  vida,  mostrando  derroteros  hasta  en- 
tonces poco  conocidos  y  menos  frecuentados,  fué  el  brillante  campeón  que  en 
Cambridge  enarboló  la  enseña  del  progreso  científico. 

Nutrida  de  ciencia  contemporánea,  llena  de  principios  que  radican  en  las 
más  elevadas  concepciones  de  los  conocimientos  modernos,  tal  es  la  comunica- 
ción que  ante  el  Congreso  de  Cambridge  presentó  el  renombrado  biologista. 
Difícilmente  habría  habido  momento  más  oportuno,  pues  como  lo  hace  ver  el 
eminente  escritor,  tratábase  de  dejar  de  una  vez  establecida  una  de  las  más 
importantes  verdades  de  la  ciencia,  uno  de  los  más  interesantes  problemas,  el 
que  para  el  ilustre  Huxley  constituye  "la  cuestión  suprema,"  la  que  no  se  puede 
resolver  sino  por  medio  de  la  zoología  científica  en  su  más  lata  acepción. 

Para  demostrar  estas  verdades  y  dejar  sentados  los  principios  fundamenta- 
les de  la  cuestión,  por  manera  tan  clara  y  evidente  que  en  lo  sucesivo  no  permi- 
tan formular  argumentos  que  produzcan  vacilaciones,  ni  interpretaciones  torci- 
das que  puedan  dar  origen  a  doctrinas  especulativas  que  obscurezcan  el  horizon- 
te diáfano  de  la  ciencia  futura,  el  ilustre  profesor  de  Jena,  después  de  examinar 
con  elevado  criterio  la  historia  del  transformismo  y  la  estrecha  relación  que 
entre  los  trabajos  de  Lamark,  Goethe,  Wallacc  y  Darwin  existen,  pasa  a  expo- 
ner los  datos  suministrados  por  la  Anatomía,  la  Filosofía  y  la  Psicología  com- 
paradas, estudiando  a  continuación  lo  que  la  Paleozología  suministra,  consa- 
grando especial  atención  a  los  capítulos  referentes  a  la  dentadura  de  los  prima- 
tos,  a  la  serie  de  los  vertebrados,  en  las  diversas  épocas  geológicas  y  a  las  va- 
liosísimas consecuencias  que  del  estudio  de  la  Embriología  se  obtienen  acerca 
de  los  tipos  ancestrales,  que  podríamos  llamar  los  abuelos  de  los  actuales 
vertebrados. 

Después  de  un  detenido  estudio  de  las  clasificaciones  que  han  sido  pro- 
puestas para  la  división  de  los  Primatos  v  Simios,  concluye  por  aceptar  la  de 
Hartmann,  que  divide  el  orden  en  Primarii,  Simioe  y  Prosimioe,  por  ser  esta  la 
clasificación  que  resulta  ajustada  a  los  conocimientos  más  recientes,  puesto 
que  posteriormente  fué  corroborada  por  el  importante  descubrimiento  del  ])ro- 
fesor  Selenka,  que  en  1890  dejó  demostrado  que  la  placenta  del  hombre  está 
conformada  lo  mismo  que  la  de  los  antropoides  y  no  como  la  de  los  símidos 
y  lemúridos,  o  sean  prosimios. 

Apóyase  además  en  la  que  él  llama,  la  ley  o  fórmula  del  pithecómetro  de 
Huxley,  llegando  por  ella  a  la  deducción  siguiente  :  las  diferencias  morfológicas 
entre  el  hombre  y  los  antropoides  son  menos  importantes  que  las  que  separan 
a  estos  últimos  de  los  demás  catarrhinos. 


— 167  — 

Aplicada  esta  misma  ley  a  la  philogenia  del  hombre,  nos  lleva  por  vía 
directa  a  las  siguientes  conclusiones :  Primera  :  los  primatos  forman  un  grupo 
natural  monofilético  en  que  está  incluido  el  hombre,  y  descienden  de  una  for- 
ma ancestral  común  que  hipotéticamente  llamaremos  archiprimos ;  segunda : 
de  los  dos  subórdenes  de  primatos,  los  prosimios  son  los  más  antiguos,  de  ellos 
proceden  los  simios ;  tercera :  de  estos  últimos  los  monos  orientales  (catarrhi- 
nos)  forman  otro  grupo  monophilético,  siendo  su  tipo  ancestral  el  archipithe- 
cus.  Los  monos  occid.entales  o  del  Nuevo  Mundo  (Latirrhinos)  son  una  rama 
colateral ;  cuarta :  el  hombre  proviene  de  una  serie  de  catarrhinos  extinguida, 
sus  abuelos  más  inmediatos  corresponden  a  un  grupo  de  monos  sin  cola  y  con 
cinco  vértebras  sacras  (antropóides). 

Si  en  el  campo  de  la  Anatomía  y  de  la  Embriogenia,  la  Ley  de  Huxley  se 
confirma,  en  el  de  la  Fisiología  comparada  sucede  lo  mismo,  iguales  son  las 
funciones  que  se  verifican  en  los  organismos  de  todos  los  primatos  e  iguales 
las  condiciones  en  que  tienen  lugar  los  actos  primordiales  de  la  vida,  así  orgá- 
nica como  de  relación. 

Solo  dos  fenómenos  que  en  Biología  no  son  considerados  como  funda- 
mentales, parecían  establecer  diferencias  de  alguna  importancia  y  a  ellos  se 
habían  acogido  los  contrarios  del  transformismo,  como  a  la  tabla  flotante  del 
naufragio :  la  estación  vertical  era  el  uno,  y  respecto  de  esto  los  zoologistas 
modernos  nos  enseñan  que  esta  posición,  que  se  creía  singular  privilegio  del 
hombre,  la  poseen  aunque  en  menor  grado  el  gorila,  el  chimpancé,  el  orang  y, 
sobre  todo,  el  gibon. 

La  otra,  el  lenguaje,  constituía  un  argumento  que  para  darle  valor  se 
necesitaría  desentenderse  de  la  constante  lección  que  el  libro  de  la  Naturaleza 
nos  está  dando,  al  mostrarnos  cómo  se  desarrolla  esa  función  cerebral  en  el 
niño,  cómo  se  va  formando  y  por  qué  graduaciones  y  fases  tiene  que  atravesar 
antes  de  constutuirse  en  los  pueblos  salvajes,  muchos  de  los  cuales  poseen 
medios  de  comunicarse  entre  sí  menos  completos,  menos  perfectos  que  los  que 
emplean  multitud  de  animales  de  otros  órdenes  menos  elevados  de  la  escala 
zoológica. 

Esto  trae  a  nuestra  mente  el  recuerdo  de  algunos  salvajes  de  la  Micronesia, 
generalmente  antropófagos,  que  carecen  de  lenguaje,  y  cuyo  grito  gutural 
inarticulado  resulta  inferior  al  rugido  del  león,  que  se  manifiesta  en  modula- 
ciones distintas  cuando  quiere  expresar  dolor,  ira,  alegría,  etc. 

En  cuanto  a  las  funciones  intelectuales  del  cerebro,  que  en  un  tiempo 
fueron  el  reducto  inexpugnable  de  los  defensores  de  las  viejas  ideas,  los  traba- 
jos de  Huxley,  de  Haeckel,  los  estudios  practicados  sobre  localización  de  las 
funciones  cerebrales  por  Gratiolet,  Luys,  Mineret,  Duval,  Bernard  y  otros  en 
Francia,  y  por  Paul  Eleschig  en  Lepzig,  han  venido  a  despejar  en  mucho  el 
ciclo  de  la  ciencia. 


—  i6S  — 

Sin  embargo,  Haeckel  trata  este  asunto  bajo  todos  sus  aspectos,  hasta 
dejar  demostrado  con  Augusto  Forel,  que  la  facultad  psíquica  más  esencial,  la 
conciencia,  ha  encontrado  los  órganos  elementales  que  la  determinan  en  las 
células  ganglionares  del  cerebro  principal,  es  decir,  en  el  centro  occípito- 
temporal. 

Determinados  ya  y  establecidos  los  principios  científicos  de  carácter  ge- 
neral que  deben  servir  de  base  a  la  investigación,  dedica  su  labor,  al  pithecon- 
thropus  erectus,  cuyo  fósil  descubierto  en  Java  en  1894,  por  Eugenio  Dubois, 
vino  a  confirmar  lo  que  treinta  años  antes  concibió  él  y  lo  publicó  en  su  Morfo- 
logía General;  demostrando  además  que  este  ser  debió  vivir  a  fines  de  la  época 
terciaria,  correspondiendo  al  estadio  número  veintiuno  de  la  serie  en  la  que  el 
hombre  ocupa  el  número  veintidós,  es  decir,  que  en  la  jerarquía  zoológica 
resulta  el  abuelo  más  inmediato  del  soberbio  Rey  de  la  Creación. 

El  eslabón  que  faltaba,  el  missing  link  de  los  ingleses,  el  argumento  Aqui- 
les  de  los  contrarios  a  la  doctrina  de  la  evolución,  el  anillo  perdido  cuya  ausen- 
cia dejaba  interrumpida  la  cadena  de  los  seres,  se  encontró  al  fin,  no  ya  repre- 
sentado por  fragmentos  óseos  más  o  menos  fosilizados,  sino  completo  y  tal 
como  los  paleo-zoologistas  lo  habían  reconstruido,  como  el  espíritu  superior 
de  Haeckel  lo  había  concebido. 

Las  razas  humanas  pithecoides,  (|ue  pudiéramos  decir  fueron  señaladas  por 
Ilartmann,  representan  los  tipos  más  inferiores  de  hombres,  y  su  presencia  en 
nuestro  planeta  ha  debido  desde  hace  mucho  tiempo  despertar  en  nosotros  la 
idea  de  una  diversidad  de  especies  dentro  del  género  Homo,  así  lo  entiende  el 
sabio  profesor  de  Jena  y  con  él  Draper  y  otros.  Si  un  inglés  y  un  hotentote 
fueran  en  vez  de  dos  hombres,  dos  pájaros,  no  habría  ornitologista  capaz  de 
considerarlos  de  la  misma  especie. 

Los  Dravidos,  los  Akas  y  otras  razas  inferiores,  están  demostrando  palma- 
riamente la  existencia  de  una  gradación  en  el  género  que  la  va  aproximando 
a  especies  de  una  inferior  jerarquía  orgánica  que  parecían  preparadas  para 
conectar  con  un  eslabón  perdido  y  completar  la  cadena  de  los  seres. 

Aun  en  el  ciclo  de  las  llamadas  razas  superiores,  ¿cuál  es  la  tendencia  de 
todos  los  atavismos,  las  regresiones,  las  degeneraciones?  La  degradación  de 
la  especie,  la  tendencia  hacia  la  reproducción  de  formas  ancestrales,  la  repro- 
ducción de  caracteres  de  especies  anteriores  que  la  evolución  había  ido  perfec- 
cionando y  que  según  los  datos  de  la  Embriogenia  parecen  obedecer  a  deten- 
ciones del  desarrollo". 

Así  se  expresan  los  partidarios  de  la  teoría  transformista ;  pero  con  todo, 
no  faltan  razones  étnicas  en  pro  del  monogenismo,  que  con  gran  lucidez  explica 
Glumplowicz  (i)  ni  es  tampoco  hacedero  esclarecer,  de  tal  suerte,  ese  linaje 
de  cuestiones,  que  se  haga  luz  meridiana,  ni  cabe  evidencia  matemática  tra- 


(1)    Lucha  de  Razas 


— 169  — 

tándose  de  tan  abstnisas  materias.  Todo  lo  cual  no  significa,  en  manera  al- 
guna, que  la  ciencia  no  progrese,  sino  que,  en  el  campo  de  las  teorías,  hay,  en 
los  distintos  bandos,  sabios  profundos  y  pensadores  respetables. 

Burmeister,  entre  otros,  se  pronuncia  en  favor  del  poligenismo  y  Goethe, 
a  quien  se  atribuye  el  don  de  adivinar  en  el  terreno  filosófico,  dice  que,  pródiga 
la  naturaleza  en  todo,  es  más  conforme  con  su  espíritu  el  pensar  que,  cuando 
la  tierra  hubo  llegado  a  su  madurez,  se  encauzaron  las  aguas,  verdearon  los 
terrenos,  y  comenzó  la  época  de  la  creación  humana,  merced  al  poder  de  Dios, 
por  donde  la  raza  fuera  viable,  quizá  en  las  alturas. 

No  se  puede  precisar,  según  Flammarión,  la  fecha  en  que  apareció  la  hu- 
manidad, ya  que  no  fué  súbita,  sino  gradualmente  formada.  Faltan  datos  para 
asegurar  en  qué  país  acaeció ;  pero  buenas  razones  existen  para  presumir  que 
la  humanidad  primitiva,  con  rudimentos  de  lenguaje,  en  estado  de  asociación, 
sabiendo  hacer  utensilios  de  piedra  y  dibujar  sobre  hueso,  etc.,  data  de  más 
de  cien  mil  años  (i). 

La  cuestión  relativa  a  la  existencia  del  hombre  en  la  época  cuaternaria, 
(y  aun  en  la  terciaria,  según  algunos)  es  decir,  en  dos  de  las  que  los  geólogos 
llaman  ante-diluvianas,  y  para  las  cuales  quiere  Lubbock  el  nombre  de  prehis- 
tóricas, está  hoy  resuelta  de  un  modo  claro,  puesto  que  ya  no  son  sólo  los 
huesos  descubiertos  por  exploradores  como  Dowell  y  Lyoll,  en  terrenos  del 
Mississipi,  que  tienen  de  formación  más  de  quinientos  siglos ;  ni  el  esqueleto 
entero  que  encontró  Riviére ;  se  han  hallado,  en  las  famosas  cuevas  de  Aurig- 
nac,  hojas  de  marfil  de  mammuth,  con  varios  grabados  rudos,  y  en  otras  par- 
tes, han  aparecido  cuernos  de  renos  esculpidos  con  cabezas  de  elefantes,  y 
trastos  de  barro,  con  representaciones  de  aves,  peces  y  cuadrúpedos  de  razas 
ya  extinguidas  (2).  Y  aquí  en  América,  en  el  Brasil,  en  Buenos  Aires,  en 
México  y  en  nuestras  repúblicas  del  Centro,  se  han  sacado  fósiles  y  utensilios 
de  hombres  primitivos.  Se  han  descubierto  restos  humanos  junto  con  los 
animales  prehistóricos. 

En  la  Bad  Land,  de  Norte-América,  visitada  prolijamente,  en  los  últimos 
años,  han  encontrado  los  paleontólogos  tesoros  que  enriquecen  la  ciencia, 
dejándose  ver  marcadamente  las  capas  geológicas  que  conservaban  los  restos 
de  animales  y  plantas  ante-diluvianas.  Los  restos  humanos  más  antiguos, 
según  Souza  Brito,  son  los  de  Arrecifes  y  Fontezuelas,  de  la  Argentina.  En 
el  Soumidero,  del  Brasil,  se  descubrió  el  célebre  esqueleto  troglodita,  de  La- 
guna Santa,  perteneciente  a  la  época  paliolítica,  coetáneo  del  megatherium. 

Opina  el  sabio  brasilero,  que  acabamos  de  citar,  que  todo  esto  prueba  que 
el  -hombre  existió  en  América  muchos  siglos  antes  que  en  el  Antiguo  Mundo ; 
pero  a  la  verdad,  nada  puede  afirmarse  con  certeza  sobre  tan  remotos  sucesos. 


(1)  Le  Monde  avant  la  creation  de  THomme. 

(2)  En  algunos  museos  de  Europa  hemos  visto  riquezas  interesantes  en  fósiles  y  utensilios  humanos, 
encontrados  por  Mr.  Gaudry,  cerca  de  .\tenas,  y  alirunos  llevados  de  Centro  América,  por  otras  personas. 


—  T70  — 

Lo  que  nosotros  nos  inclinamos  a  creer  es  que  hubo  diversas  creaciones  de 
hombres,  en  distintos  puntos  del  globo,  como  nacen  plantas  y  flores,  en  muchos 
apartados  lugares,  merced  a  los  elementos  idénticos,  en  la  tierra,  clima,  fluidos 
y  demás  fuerzas  vitales. 

En  varios  lugares  de  Centro-América  se  han  descubierto  fósiles  antiquí- 
simos de  animales  ante-diluvianos,  junto  con  cráneos  humanos  primitivos  y 
molares  paleántropos,  que  existían  en  el  Museo  de  la  Sociedad  Económica  y  en 
la  Colección  del  Colegio  de  los  Jesuítas,  en  esta  capital  de  Guatemala.  Datan 
aquellos  fósiles  de  miles  de  años,  confirmando  el  cataclismo  diluviano,  merced 
a  deshielos  polares  y  a  la  existencia  indudable  de  lures  enormes  en  Europa  y 
en  el  Nuevo  Mundo.  Excepción  hecha  de  las  tierras  tropicales,  cubría  el  hielo 
toda  la  América  del  Norte  y  la  del  Sur,  y  aun  algo  de  la  del  Centro.  Trans- 
migraron entonces  para  este  istmo,  muchas  especies,  como  el  megaterío,  el 
mastodonte,  el  glyptodontc  y  otros  colosos  que  para  siempre  desaparecieron 
del  ])laneta,  dejando  rastros  ante-diluvianos  de  diversos  elementos  de  vida,  que 
se  ])ierden  en  la  serie  de  los  tiempos,  inescrutables  como  el  mar  sin  orillas,  la 
obscuridad  sin  destellos,  la  eternidad  sin  límites. 

En  el  Departamento  de  Usulután,  República  de  El  Salvador,  han  encontra- 
do yacimientos,  en  la  jurisdicción  de  Estanzuela,  de  notables  fósiles  ante- 
diluvianos, que  demuestran  la  existencia  del  mastodonte,  por  entonces,  en  los 
mismos  lugares  que  los  seres  humanos  de  grandes  dimensiones.  En  el  Museo 
Nacional  de  esa  República  existen  osamentas  de  colosales  mamíferos,  petrifi- 
cadas, descubiertas  jjor  el  río  de  los  Frailes,  junto  con  sacros  calcáreos,  rótu- 
las, mandíbulas  y  otros  huesos  inmensos.  En  San  Vicente,  por  las  barrancas 
de  Sisimico,  han  hallado  también  curiosos  restos  de  animales  primitivíis,  oti 
terrenos  que  dejan  huellas  del  transcurso  de  miles  de  siglos. 

El  número  de  mamíferos  de  Centro-América  siempre  ha  sido  muy  grande, 
lo  mismo  que  su  variada  flora.  El  ingenioso  mapa  de  Griesebach  demuestra 
cómo  se  encuentran  reunidos  diversos  distritos  vegetales,  con  caracteres  parti- 
culares de  vegetación,  opuestos  a  los  de  igual  carácter  en  la  flora  de  las  vastas 
planicies  del  Viejo  Mundo  (i).  En  Honduras  y  en  Nicaragua,  hanse  encon- 
trado importantísimos  fósiles  muchos  de  los  cuales  existen  en  Rerlín  y  no 
jiocos  en  el  Instituto  Smithoniano  de  Washington. 

A  guisa  de  curiosidad  antropológica,  se  puede  mencionar  las  tcjbas  de  lava 
solidificada,  descubiertas  hace  algunos  años,  cerca  de  Managua,  y  exhibidas  en 
la  Exposición  de  París,  de  1889,  como  muestras  de  rastros  humanos,  que  se 
habían  conservado  bajo  cinco  metros  de  capas  estratificadas,  hacía  miles  de 
años.  En  ese  mismo  certamen  figuraron  grandes  osamentas  humanas,  un 
fémur,  tibias,  costillas,  cubitos,  y  sobre  todo,  dos  cráneos  notabilísimos,  ha- 


(1)    Dr.  A.  V.  Praiitzius= Mamíferos  de  Ckwta  Klca— Uljsf  rvat  ioii^s  uv  Zoolotrif  et  d'Aiialfmie  compareo 
faites  dans  l'Océan  AtlanHque,  dans  Tinterleur  du  Nouveu  Continent.  et  dans  la  Mer  du  Sud— Vol.  1 1. 


—  Tri- 
llados en  Metapa,  de  Nicaragua,  en  una  caverna  tallada  en  roca,  que  se  elevaba 
del  suelo,  a  pico,  como  veinte  metros.  En  noviembre  de  1888,  fué  explorada 
aquella  gruta,  por  el  eminente  profesor  español  don  Antonio  Salaverri  y  Mr. 
Crawford,  geólogo  norte-americano.  Los  cráneos,  en  cuestión,  se  remontaban 
a  épocas  primitivas,  mostrando  ser  de  hombres  adultos,  de  tamaño  gigantesco. 
Uno  de  ellos  se  distinguía  por  deformación  rara  del  occipital,  rectamente 
aplastado,  y  por  la  asimetría  de  sus  parietales,  semejante  a  los  más  antiguos  de 
Aléxico  y  del  Brasil,  según  las  descripciones  dadas  por  M.  Hamy,  en  su  Antro- 
pologie  Mexicaine.  Se  cree  que  aquellas  dos  calaveras  eran  de  indios  man- 
gues, raza  autóctona  de  Nicaragua  (i). 

En  las  faldas  del  volcán  Irazú,  de  Costa-Rica,  existen  sepulturas  indí- 
genas antiguas,  de  los  guetares,  cuyos  huesos  y  piedras  pulidas  se  han  encon- 
trado en  varias  ocasiones,  como  lo  explica  el  obispo  Thiel  en  sus  estudios. 
Los  chorotegas  de  Nicoya  dejaron,  en  aquellas  bellísimas  orillas,  al  par  de  sus 
restos  mortuorios,  curiosos  vasos  y  otros  utensilios  de  arcillas  finísimas,  que 
sabían  trabajar  (2). 

Puede,  pues,  asegurarse  que  en  Centro-América  se  remonta  la  existencia 
humana  a  millones  de  siglos,  a  épocas  tan  remotas  como  las  que  evocan  los 
fósilesdel  Brasil,  Buenos  Aires  y  México.  Sin  llegar  al  extremo  de  creer,  coii 
algunos  escritores,  que  por  estas  comarcas  estuvo  el  Paraíso  Terrenal,  sí  puede 
asegurarse  que  en  la  América  del  Centro  hubo  hombres,  en  los  períodos  anti- 
quísimos del  mundo,  desde  que  apareció  sobre  la  tierra  el  rey  de  la  creación. 

Otra  de  las  cuestiones  muy  debatidas,  y  hasta  embrolladas  por  teorías, 
suposiciones  y  fantaseos,  es  la  del  origen  del  hombre  americano.  La  primera 
obra  que  se  escribió  acerca  de  ese  punto,  es  harto  curiosa,  no  por  su  valor 
científico,  escaso  sin  duda,  sino  porque  publicada  en  Lima,  en  1681,  revela  el 
colmo  del  apego  al  terruño,  que  tenía  el  autor  de  ese  libro,  don  Andrés  de  la 
Rocha,  bibliófilo  incansable,  que  trató  de  probar  que  los  indios  americanos 
traían  su  origen  de  los  primitivos  habitantes  de  España,  en  primer  lugar,  y  en 
segundo,  de  los  israelitas  y  tártaros.  Todavía  afirma  más  el  bueno  del  doctor 
Rocha ;  y  es  que  todo  lo  laudable  que  los  habitantes  de  este  Continente  Ame- 
ricano conservaban,  al  tiempo  de  la  conquista,  lo  habían  heredado  de  los  anti- 
guos hispanos,  que  fueron  sus  ascendientes.  Los  más  alentados  y  robustos 
sólo  tenían  sangre  ibera,  sin  mezcla  hebraica,  ni  tártara.  Aquellos  españoles 
emigrados,  desde  hace  muchos  siglos,  para  venir  a  estas  regiones,  pusieron 
— según  lo  procura  demostrar  el  célebre  visionario — muchos  nombres  de  sitios 
y  lugares  de  las  afitiguas  poblaciones  de  la  España  primitiva,  a  los  lugares  y 

sitios  que,  cabo  de  miles  de  años,  conquistaron  los  aventureros  españoles 

Ello  es  lo  cierto  que,  en  el  exceso  de  su  españolismo,  al  querer  hacer  a  los- 


(1)  CoUections  EtnlioírraDhiaues  et  Archeoloííidueb  du  Nicaiag-ua.  par  Desii-é  Pect*r.— Parfs-Eriiest 
Leroux.  editeur.-1890. 

(2)  Etnoloírfa  Centro  Americana. 


—  172  — 

indios  de  la  frasca  de  sus  conquistadores,  olvidó  el  señor  don  Diego  que,  al 
principio,  hasta  dudaron  los  castellanos  que  fuesen  racionales  los  originarios 
de  América,  y  después  acabaron  casi  con  ellos,  siquiera  la  destrucción  haya 
sido  efecto  de  causas  diversas,  que  no  implican  deliverado  propósito,  ni  menos 
arguyen  en  los  conquistadores,  ni  en  los  gobiernos  metropolitanos,  otra  cosa 
que  la  fiereza  de  costumbres  de  la  época. 

Pero  volviendo  a  tratar  del  origen  de  los  indios,  cumple  exponer  ligera- 
mente las  diversas  hipótesis  sostenidas  por  célebres  anticuarios,  que  no  se 
hallan  de  acuerdo  sobre  si  la  raza  americana  primitiva  fué  una  sola,  como  opi- 
na Humboldt,  o  son  varias,  según  Orbigny,  Charnay,  Kate  y  otros  autores 
notables.  Nosotros  nos  inclinamos  a  creer  que,  en  su  origen,  fueron  razas 
autóctonas,  que  al  través  del  tiempo  se  modificaron  por  cruzamiento  con 
otras,  como  japoneses,  egipcios,  etc.,  venidos  a  este  continente,  por  inmigra- 
ciones y  casos  fortuitos.  Así  como  en  México,  se  creé  que  la  raza  otomí,  la 
maya-quiché  y  la  nahoa  (como  inmigrante),  fueron  las  más  antiguas;  aquí  en 
Centro-América  hubo  razas,  descendientes  de  éstas,  según  explicaremos  en 
otro  capítulo. 

Respecto  al  origen  de  los  indios  americanos,  supónese,  sobre  todo  por 
autores  antiguos,  que  la  dirección  de  los  vientos  y  las  de  las  corrientes  marinas 
pudieron  traer  pobladores  involuntarios  del  Asia  a  la  América  Meridional  por 
el  Pacífico,  y  del  África  a  las  costas  del  Brasil,  por  el  Atlántico.  Otros  creen 
que  el  estrecho  de  Bhering  se  heló  o  fué  antes  un  istmo.  No  faltan  quienes 
aseguran  que  la  América,  bajo  el  nombre  de  Fou  Sang,  fué  conocida  en  la 
China  desde  el  siglo  V.  Salta  a  la  vista  la  facilidad  de  hacer  un  viaje  de  Asia 
a  América,  pasando  por  las  islas  Curile  y  Aleutias,  para  arnvar  a  Alaska. 
Partiendo  de  la  Kamtchatka,  que  desde  tiempos  remotos  era  conocida  de  los 
chinos,  hasta  el  punto  de  que  éstos  la  dominaban,  puede  emprenderse  durante 
la  mayor  parte  del  año,  sin  riesgo  alguno,  en  canoa  o  en  lancha,  el  viaje  a  que 
nos  referimos,  sin  perder  de  vista  la  tierra  más  que  en  trechos  muy  cortos. 
Desde  Alaska,  a  lo  largo  de  la  costa  americana,  hacia  el  sur,  el  viaje  es  todavía 
más  fácil.  Una  travesía  como  esa  resulta  sin  importancia,  si  se  la  compara  con 
las  peregrinacioesn  que  solían  emprender  los  sacerdotes  budistas,  sobre  todo 
los  que  iban,  por  tierra,  desde  China  a  la  India  o  viceversa.  Al  llegar  a  una 
isla,  en  el  paso  de  Asia  a  América,  parece  natural  que  entonces,  como  la  hacen 
ahora  los  indígenas,  hablaran  al  misionero  budista  de  otra  isla  que  había  más 
allá,  a  no  muy  larga  distancia,  y  el  misionero  recorriéndolas  una  tras  otra, 
llegase  al  fin  a  encontrarse  en  el  Continente  Americano;  pero  queda  un  pro- 
blema todavía,  ¿cómo  llegaron  los  animales  a  América?  No  es  de  suponer 
que  sacerdotes  y  transmigrantes  trajeran  bestias  feroces  y  reptiles  venenosos. 
Más  bien,  la  flora  y  la  fauna  americana,  indican  que  los  continentes  estuvie- 
ron unidos. 


—  173  — 

No,  dicen  otros  escritores  o  filósofos,  fueron  los  fenicios,  comerciantes, 
que  vinieron  a  estas  tierras,  mientras  qué  no  faltan  algunos  que  sostienen  que 
las  diez  tribus  perdidas  de  Israel  llegaron  a  América,  y  que  el  mismo  Santo 
Tomás,  en  persona,  vino  a  predicar  el  Evangelio.  Acosta,  que  estuvo  estu- 
diando durante  nueve  años  el  enigma  de  los  primeros  habitantes  de  América, 
acabó  por  dar  a  luz  una  obra,  en  el  Perú,  con  la  nueva  de  que  este  Continente 
era  el  Ofir  de  Salomón.  Muchos  abogan  por  un  origen  asiático  para,  los  pri- 
mitivos pobladores  de  estas  regiones  americanas,  y  deducen  de  las  lenguas,  de 
los  objetos  que  se  han  encontrado,  de  las  inscripciones  y  de  otras  muchas  cosas, 
que  es  sangre  japonesa  o  china  la  que  circula  por  las  venas  de  nuestros  aborí- 
genes. Por  el  contrario,  no  faltan  quienes  aseguren  que  son  los  chinos  des- 
cendientes de  los  indios  americanos,  que  fueron  más  antiguos,  según  sostiene 
Chavero,  en  el  primer  tomo  de  "México  a  través  de  los  Siglos'. 

Que  hubo  inmigraciones  varias  a  América  es  hecho  comprobado,  así  como 
lo  es  también,  el  de  que  destruyeron  la  antigua  civilización  y  mezclaron  mucho 
de  su  sangre  y  de  sus  costumbres  con  las  razas  autóctonas  (i).  Parece  tam- 
bién demostrado,  que  el  budismo  se  predicó  en  el  Nuevo  Mundo,  como  se 
deduce  de  algunas  prácticas  religiosas,  varias  tradiciones,  y  estatuas  y  bajo- 
relieves  de  las  ruinas  de  Palenque  (2).  En  la  Memoria  sobre  el  carácter  asiá- 
tico-búdico de  algunos  rasgos  arquitectónicos  de  tales  ruinas,  demuestra  el 
sabio  doctor  Eichthal,  con  copia  de  doctrina,  la  tesis  precedente,  aceptada  en 
1864,  por  la  Academia  de  Inscripciones  y  Bellas  Letras. 

Humboldt  creía  que  era  una  la  raza  americana,  diferente  de  las  otras  razas 
humanas,  y  esta  opinión  la  sostiene  también  un  moderno  antropologista,  que 
ha  hecho  especial  estudio  de  la  craneología  y  establece  que  no  sólo  el  hombre 
(con  excepción  de  los  esquimales)  sino  la  flora  y  la  fauna,  son  esencialmente 
indígenas.  Blumenbach  clasifica  diferentes  especies  de  americanos.  El  Dr. 
Prichard  considera  la  raza  primordial  del  Nuevo  Continente  tan  pura  y  refi- 
nada como  las  mejores  del  Viejo  Mundo.  Bory  de  St.  Vincent  distribuye  a 
los  americanos  en  cinco  especies,  incluyendo  a  los  esquimales.  Schoolcraft 
hace  cuatro  grupos.  "El  Dr.  Hrdlicka,  encargado  de  la  sección  de  Antropo- 
logía Física  en  el  Museo  Nacional,  establecido  en  Washington,  es  considerado 
como  la  primera  autoridad  de  los  Estados  Unidos  en  esta  materia.  Ha  hecho 
exploraciones  en  muchos  países  del  hemisferio  meridional,  así  como  del  sep- 
tentrional, y  sus  conclusiones  se  basan  en  muchos  años  de  estudios  e  investiga- 
ciones personales. 

Primeramente  hace  un  breve  bosquejo  de  las  teorías  más  o  menos  fantás- 
ticas que  de  tiempo  en  tiempo  han  prevalecido  acerca  del  origen  de  los  indios 
americanos,  tanto  del  continente  septentrional  como  del  meridional.     Descar- 


(1)  Francis  A.  Alien— Las  tres  ancianne  Amérique.— 1875. 

(2)  Bancroft—Xatlve  Races.    Vol.    II.— Pafire22. 


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tando  tales  teorías  y  concretándose  a  la  hipótesis  racional  del  sisflo  XIX.  en- 
contramos que  la  mayor  parte  de  tos  antropólogos  modernos,  tales  como 
Humboldt,  Brereood,  Bell,  Swinton,  Jcfferson,  Latham,  Quatrcfagcs  y  Peschel, 
se  inclinan  a  creer  que  todos  los  indígenas  americanos,  con  excepción  de  los 
esquimales,  eran  de  una  misma  raza  y  descendientes  de  inmigrantes  del  nor- 
deste de  Asia,  y,  sobre  todo,  de  los  tártaros  o  mongoles. 

Según  el  Dr.  Hrdlicka,  los  escritores  más  recientes — con  una  sola  y  nota- 
ble excepción — están  enteramente  de  acuerdo  en  cuanto  a  que  este  país  fué 
poblado  mediante  la  inmigración  y  multiplicación  local  de  sus  habitantes :  pero 
la  localidad,  índole  y  época  de  la  inmigración  son  cuestiones  que  aún  están 
sobre  el  tapete.  Algunos  autores  se  inclinan  a  creer  que  el  origen  procede 
exclusivamente  del  nordeste  de  Asia  ;  otros,  como  Ten,  Kate  y  Rivet,  por  ejem- 
plo, demuestran  cierta  tendencia  a  seguir  la  teoría  de  Quatrefages,  que  cree 
que  por  lo  menos  algunas  partes  de  la  población  indígena  americana  desciende 
de  los  polinesios ;  Brinton  sostenía  que  en  la  antigüedad  vinieron  desde  Europa 
ppr  una  garganta  de  tierra  ;  Kollmann,  fundando  su  creencia  en  algunos  peque- 
ños cráneos,  dice  que  una  raza  de  enanos  precedió  al  indio  en  América.  El 
Dr.  Hrdlicka  dice  lo  que  sigue  tocante  a  la  excepción  a  que  se  ha  aludido : 

"El  Sr.  Ameghino,  paleontólogo  sudamericano,  en  estos  30  últimos  años  y, 
sobre  todo,  desde  el  principio  de  este  siglo,  ha  formado  una  notable  hipótesis 
relativa  al  origen  de  la  población  indígena  americana,  la  cual  merece  un  capítu- 
lo aparte.  Según  esta  hipótesis — brevemente  descrita — el  hombre,  no  sólo  la 
raza  americana,  sino  el  hombre  o  sea  la  humanidad,  tuvo  su  origen  en  Sud- 
América ;  que  el  hombre  primitivo  llegó  a  diferenciarse  en  el  continente  me- 
ridional hasta  convertirse  en  un  número  de  especies,  la  mayoría  de  las  cuales 
andando  el  tiempo  se  extinguieron  ;  que  de  Sud-América  sus  antepasados  emi- 
graron por  antiguas  conexiones  terrestres  a  África,  y  desde  allí  poblaron,  a  la 
manera  de  Homo  ater,  las  partes  más  extensas  del  continente  africano  y  la 
Oceanía ;  que  una  raza  se  multiplicó  y  esparció  por  Sud-América  y  en  alguna 
época,  durante  la  segunda  mitad  del  período  plioceno,  emigró  a  Norte-América, 
y  que  de  allí  el  hombre  se  trasladó  al  Asia  y  a  Europa,  donde  creó  los  Homo 
mongolicus  y  Homo  caucásicas". 

No  hay  para  qué  decir  que  el  Dr.  Hrdlicka  no  está  de  acuerdo  con  el  emi- 
nente hombre  de  ciencia  sud-americano.  En  cuanto  a  los  esquimales,  el  sabio 
doctor  explica  que  generalmente  han  sido  considerados  independientemente  del 
indio,  siendo  así  que  algunos  sostienen  que  precedieron  a  este  último  y  otros 
que  le  siguieron.  Por  lo  general,  se  han  relacionado  con  los  asiáticos  del  nor- 
deste, pero  también  hay  quienes  crean  que  existe  una  íntima  relación  original 
entre  los  esquimales  y  los  lapones,  y  aun  entre  los  esquimales  y  los  europeos 
paleolíticos. 

Habiendo  enumerado  así  algunas  de  las  opiniones  más  o  menos  probables 
que  se  han  expuesto  acerca  de  la  identidad  étnica  y  del  lugar  de  origen  del 


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indio  americano,  el  Dr.  Hrdlicka  sostiene  que  es  lógico  que  la  próxina  palabra 
(ju.e  se  diga  sobre  estos  problemas  se  refiera  especialmente  a  la  ant~opología 
física,  que  trata  de  las  que,  consideradas  en  conjunto,  son  las  partes  menos 
mutables  del  hombre,  es  decir,  su  cuerpo  y  esqueleto.  En  la  actualidad  se  ha 
adelantado  tanto  en  los  estudios  e  investigaciones  que  se  han  hecho  sobre  la 
somatología  de  los  indios,  que  por  lo  menos  pueden  hacerse  algunas  importan- 
tes deducciones  generales  acerca  de  ellos,  y,  según  el  autor  de  dicho  artículo, 
las  que  pueden  citarse  con  alguna  posibilidad  son  las  siguientes. 

"i°  No  existe  prueba  alguna  aceptable  ni  ninguna  probabilidad  de  que  el 
hombre  tuviera  su  origen  en  este  continente ;  2°,  el  hombre  no  llegó  a  Amé- 
rica hasta  después  de  haber  alcanzado  un  desarrollo  superior  al  del  último 
hombre  del  período  cuaternario  en  Europa,  y  después  de  haber  sufrido  una 
avanzada  y  completa  diferenciación  en  el  tronco  y  aun  de  raza  y  tribu ;  y 
X',  por  más  que  el  hombre  desde  que  comenzó  la  población  del  continente 
americano  ha  sufrido  numerosas  modificaciones  sub-étnicas  secundarias,  loca- 
les y  de  estructura,  estas  modificaciones  aun  no  pueden  considerarse  estableci- 
das terminantemente,  puesto  que  en  ningún  detalle  importante  han  borrado 
los  antiguos  tipos  y  subtipos  del  pueblo". 

"Además,  podemos  asegurar,"  continúa  diciendo  el  Dr.  Hrdlicka,  "que, 
a  pesar  de  las  varias  modificaciones  físicas  secundarias  que  se  acaban  de  citar, 
los  indígenas  americanos,  exceptuando  los  esquimales  de  más  lejano  parentes- 
co, en  todo  el  Hemisferio  Occidental  ofrecen  numerosos  e  importantes  rasgos 
comunes,  merced  a  los  cuales  se  distinguen  claramente  como  ramas  de  un 
tronco  de  la  humanidad".     Estos  rasgos  son  los  siguientes : 

"j"  El  color  de  la  tez.  El  color  del  indio  varía,  según  las  localidades, 
desde  el  blanco  amarillento  obscuro  hasta  el  chocolate,  pero  el  color  que  pre- 
valece más  es  el  moreno. 

2"  Por  regla  general,  el  cabello  del  indio  es  negro,  un  tanto  áspero  y 
lacio ;  poca  barba,  sobre  todo  en  los  lados  de  la  cara,  y  nunca  larga.  El  cuerpo 
está  desprovisto  de  vellos,  excepto  en  los  sobacos  y  el  pubis,  y  aun  en  estas 
partes  suelen  ser  escasos. 

3°  Por  lo  general,  el  indio  está  exento  de  todo  olor  característico.  Su 
corazón  late  lentamente,  y  su  mentalidad  es  muy  semejante  en  todas  partes. 
El  tamaño  de  la  cabeza  y  de  la  cavidad  cerebral  es  proporcionado  en  todos  los 
individuos,  siendo  por  término  medio  algo  menor  que  en  el  hombre  y  la  mujer 
blancos  de  idéntica  estatura. 

4"  Por  regla  general  los  ojos  son  de  color  pardo  obscuro,  conjuntiva 
amarillenta  y  sucia  en  los  adultos,  y  los  cortes  del  ojo  indican  la  tendencia,  más 
o  menos  notable  en  diferentes  tribus,  a  un  leve  sesgo  hacia  arriba. 

5?  El  puente  de  la  nariz  aparece  bien  desarrollado,  y  la  nariz  misma,  así 
como  la  cavidad  nasal  en  el  cráneo  (salvo  algunas  excepciones  individuales  v 


— 176  — 

de  localidades),  tienen  proporciones  mesorínicas  relativas.  Por  regla  general 
la  región  malar  es  prominente". 

Se  citan  y  describen  detalladamente  otros  rasgos  físicos  que  son  comunes 
entre  todos  los  indígenas  americanos,  demostrándose  claramente  la  uni3ad 
fundamental  de  los  indios.  En  contestación  a  la  pregunta  que  surge  natural- 
mente, a  saber:  "¿A  cuál  de  los  diferentes  pueblos  del  globo  se  asemeja  más  el 
indio,  tal  como  en  el  presente  estudio  se  ha  descrito?"  el  articulista  dice  lo 
que  sigue : 

"A  pesar  del  conocimiento  imperfecto  que  tenemos  de  la  materia,  la  pre- 
gunta puede  contestarse  de  una  manera  bastante  terminante.  Hay  un  gran 
tronco  o  rama  humana  que  comprende  pueblos  que  varían  desde  el  color  blanco 
amarillento  hasta  el  moreno  obscuro,  con  el  cabello  negro  y  lacio,  escasa  barba, 
cuerpo  sin  vellos,  ojos  morenos  y  a  menudo  más  o  menos  sesgados,  nariz 
generalmente  mesorínica,  un  prognatismo  alveolar  medio,  y  otros  rasgos 
esenciales  bastante  semejantes  al  indígena  americano.  Y  este  tronco — que 
comprende  varios  subtipos — habita  la  mitad  oriental  del  continente  asiático  y 
una  gran  parte  de  Polinesia". 

Según  opina  el  Dr.  Hrdlicka,  desde  el  punto  de  vista  físico  y  antropológico, 
todo  parece  indicar  que  el  origen  del  indio  americano  debe  buscarse  entre  los 
pueblos  de  tez  morena  amarillenta,  que  ya  se  han  mencionado.  No  existen  en 
el  globo  dos  grandes  ramas  de  la  humanidad  que  demuestren  tener  relaciones 
físicas  fundamentales  más  íntimas. 

Sin  embargo,  cuando  tratamos  de  atribuir  el  origen  del  indio  a  una  rama 
determinada  del  pueblo  de  tez  morena  amarillenta,  el  Dr.  Hrdlicka  reconoce 
que  surgen  muchas  dificultades.  Por  ejemplo,  encontramos  que  el  indio  está 
tan  íntimamente  relacionado  con  algunos  de  los  pueblos  malayos,  como  con 
una  parte  de  los  tibetanos  o  con  algunos  de  los  asiáticos  del  nordeste.  No 
cabe  duda  que  esto  explica  la  hipótesis  que  atribuye  el  origen  de  los  indios 
americanos  en  parte,  a  los  tártaros,  y  en  parte  a  los  polinesios. 

Acerca  de  esta  hipótesis  el  Dr.  Hrdlicka  dice  lo  que  sigue : 

"Todo  cuanto  puede  decirse  en  esta  ocasión  es  que  las  circunstancias 
indican,  de  una  manera  muy  convincente,  un  advenimiento,  no  precisamente 
una  emigración,  después  del  período  glacial,  ya  por  tierra,  sobre  el  hielo,  por 
agua  o  por  ambos  medios,  de  partidas  relativamente  pequeñas  procedentes  del 
nordeste  del  Asia,  desbordamiento  de  los  pueblos  del  apartado  oriente  de  aque- 
lla época,  y  la  población  de  América  por  la  multiplicación  local  del  hombre, 
importado,  como  queda  dicho,  y  las  llegadas  de  otros  que  se  repitieron  proba- 
blemente cerca  del  período  histórico. 

En  cuanto  a  las  emigraciones  de  polinesios  dentro  del  Pacífico,  hasta  don- 
de puede  determinarse  con  certeza,  todas  fueron  relativamente  recientes,  pues- 
to que  se  efectuaron  cuando  América  sin  duda  tenía  ya  una  gran  población  y 
había  desarrollado  varias  ramas  de  razas  indígenas.     Sin  embargo,  es  probable 


—  177  — 

que  después  de  haberse  esparcido  por  las  islas,  algunas  pequeñas  partidas  de 
polinesios  llegaran  accidentalmente  a  América.  Si  asi  sucedió,  pueden  haber 
modificado  en  algunos  detalles  la  raza  indígena,  pero  como  son,  desde  el  punto 
de  vista  físico,  semejantes  al  pueblo  que  los  recibió,  se  amalgamarían  fácilmen- 
te con  el  indio,  y  su  progenie  o  linaje  no  podría  distinguirse.  De  idéntica 
manera  algunos  pequeños  gjupos  de  blancos  pueden  acaso  haber  llegado  al 
continente  por  el  este.  Ellos,  a  su  vez,  pueden  haber  introducido  algunas 
modificaciones  en  las  razas,  pero  necesariamente  hubieran  tenido  que  com- 
ponerse sólo  de  hombres  y  de  pequeñas  partidas  que — con  el  transcurso  del 
tiempo — se  habrían  mezclado  completamente  con  el  indio. 

Por  tanto,  se  llega  a  las  siguientes  conclusiones :  Los  indígenas  ameri- 
canos representan  principalmente  una  sola  rama  o  raza,  homotipo.  Esta  rama 
es  idéntica  a  la  de  las  razas  moreno-amarillas  de  Asia  y  Polinesia ;  y  la  emigra- 
ción principal  de  los  americanos  se  ha  efectuado  gradualmente  y  por  la  ruta 
del  noroeste,  a  principios  de  un  período  reciente,  cuando  ya  el  hombre  había 
llegado  a  un  grado  relativamente  alto  de  desarrollo  físico  y  de  múltiples  dife- 
renciaciones secundarias.  Es  muy  probable  que  la  inmigración  fuera  un  des- 
bordamiento a  manera  de  goteo  prolongado,  debido,  tal  vez,  a  una  congestión 
o  necesidad,  y  al  deseo  de  buscar  lugares  más  propicios  para  la  caza  y  la  pesca 
en  una  dirección  en  que  hasta  entonces  no  ofrecía  ninguna  resistencia  por  parte 
del  hombre.  A  ésta  sucedió  la  multiplicación,  propagación  y  las  varias  dife- 
renciaciones menores  del  pueblo  en  el  nuevo  y  vasto  continente  que  ofrecía  un 
medio  ambiente  variadísimo,  la  rápida  diferenciación  de  idiomas  debido  al 
aislamiento,  y  a  otras  condiciones  naturales  y  al  desarrollo — sobre  la  base  de  lo 
que  se  había  trasportado — de  ramas  americanas  más  o  menos  locales.  Tam- 
bién es  probable  que.  durante  los  2,000  últimos  años  a  la  costa  occidental  de 
América,  en  más  de  una  ocasión,  llegaran  pequeñas  partidas  de  polinesios,  y 
que  a  la  costa  oriental  llegaran  de  una  manera  semejante  pequeños  grupos  de 
hombres  blancos,  y  que  éstos  hayan  podido  ejercer  cierta  influencia  en  las 
ramas  de  americanos,  pero  tales  acrecimientos  no  modificaron  en  ninguna 
parte,  hasta  donde  hemos  podido  averiguar,  la  población  indígena",  (i) 

La  tradición,  las  ruinas,  los  códices,  las  lenguas,  todo  denota  gran  antigüe- 
dad en  las  naciones  de  América.  Las  peculiaridades  físicas  y  morales  se  han 
ido  formando,  al  cabo  de  muchos  siglos,  por  efecto  de  leyes  naturales,  debidas 
al  clima,  a  la  manera  de  vivir,  y  a  todos  los  demás  elementos  que  constituyen 
las  leyes  de  la  existencia.  La  impresión  general  de  los  conquistadores,  de  que 
aquella  raza  subyugada  era  una  sola,  y  que  bastaba  ver  un  mdio  para  conocer- 
los todos,  fué  debida  a  la  diferencia,  que  desde  luego  notaron,  entre  los  pobla- 
dores del  Nuevo  Mundo  y  las  razas  que  los  españoles  conocían  (2). 


(1)  Boletín  de  la  Unión  Panamericana— Julio  1915. 

(2)  Bancroft.—  Natlve  Races.    Vol.  I,  vág.  22. 


-178- 

Las  huellas  de  los  pies  de  los  aborígenes  aun  quedan,  después  de  cien  mil 
años,  grabadas  en  tobas  volcánicas,  que  se  guardan  como  reliquias  geológicas 
y  etnográficas,  en  los  museos  de  Europa.  En  Leipzig  se  conserva  un  bloque 
conteniendo  las  pisadas  bien  impresas  de  algunos  de  los  primitivos  indios  de 
Nicaragua.  Esa  piedra  fué  encontrada  entre  pajiza  arena,  cubierta  por  cator- 
ce capas  perfectamente  distintas.  Los  geólogos  han  atribuido  a  tal  polvo 
conchífero,  cubierto  por  la  toba  amarillenta,  los  millares  de  años  que  existen 
entre  la  época  correspondiente  al  intermedio  del  período  plioceno  y  el  eoceno. 
Mezclados  con  los  pedruzcos  de  la  séptima  capa,  se  encontraron  huesos  de 
mastodonte.  Esa  importantísima  toba  nicaragüense  se  halló  en  el  antiguo 
volcán  de  Tizcapa,  en  cuyas  faldas  también  se  descubrieron  otras  arcillas  año- 
sas, petrificadas,  con  rastros  de  coyotes,  que  anduvieron,  quien  sabe  cuántos 
siglos  hace,  por  aquellas  ásperas  comarcas  (i). 

Entre  tantas  opiniones  y  teorías  acerca  del  origen  de  los  indios,  lo  que 
parece  más  natural  deducir,  es  que  las  razas  primitivas  de  América  son  autóc- 
tonas, y  después  se  mezclaron  con  otras,  que  hicieron  invasiones  o  por  acaso 
llegaron,  en  épocas  remotísimas.  Dicen  que  una  rama  de  éstas  nació  por 
Yucatán  y  otra  por  el  Brasil.  Parece  que  los  caraibes,  de  las  costas  del  mar 
caribe,  se  exparcieron  mucho  por  el  Continente.  El  maya  penetró  en  Centro- 
América,  se  extendió  a  las  islas,  y  siguiendo  por  la  costa  del  Golfo,  llegó  hasta 
el  natches  del  valle  del  Mississipi,  en  el  corazón  de  los  Estados  Unidos.  La 
verdad  es  que  el  árbol  de  la  vida  esconde  sus  raíces  entre  el  limo  del  tiempo, 
y  las  ramas  fecundas  se  ocultan  por  la  niebla  de  millones  de  años. 

En  la  época  de  la  conquista,  o  poco  después,  escribió  una  historia  Ixtlixo- 
chitl,  descendiente  inmediato  de  Moctezuma,  y  en  ella  atribuye  a  la  población 
de  América  catorce  mil  años  de  antigüedad,  antes  de  la  era  cristiana,  y  des- 
cribe el  grado  de  civilización  a  que  habían  llegado  los  toltecas,  así  como  la 
opulencia  de  sus  ciudades,  cuyas  ruinas  aún  existen.  El  manuscrito  de  esa 
curiosa  historia  se  halla  en  el  Escorial,  y  hace  mención  de  ella  Clavígero,  en 
el  catálago  que  trae  al  principio  de  su  obra.  Pero  hoy,  merced  a  los  estudios 
etnográficos  y  geológicos,  se  presume  que  los  Atlantes  hace  un  millón  de 
años  que  estaban  en  su  apogeo,  antes  de  la  gran  catástrofe  que  varió  la  super- 
ficie de  la  tierra. 

Cuando  el  hombre  nació  a  la  vida  del  mundo  fué  acaso  tan  antiguo  en  el 
viejo  como  en  el  nuevo  Continente,  puesto  que  hay  pruebas  hoy  de  su  exis- 
tencia posterciaria  en  México  y  Centro-América,  el  Perú,  la  Argentina,  el  Bra- 
sil y  los  Estados  Unidos.  Era  raza  monosilábica  la  que  vivía  en  las  cavernas 
de  América,  alimentándose  de  la  caza,  en  lucha  con  el  mastodonte  y  otros 
grandísimos  animales,  que  para  siempre  desaparecieron.  También  en  Asia  y 
Europa  vivían  los  hombres  vida  primitiva,  cuando  de  la  Atlántida  partieron 


(1)    América— Historia  de  su  descubrimiento,  por  Cronau— P.  34— tomo  II. 


—  179  — 

invasiones  hacia  aquel  hemisferio  y  hacia  el  sur  de  nuestras  tierras.  Tres  mil 
años  antes  de  nuestra  era — según  parecen  indicarlo  los  geroglíficos  de  los  soles 
nahoas — tuvo  lugar  el  cataclismo  que  separó  los  continentes,  y  que  unía  estas 
tierras  americanas  con  las  que  habitaban  los  españoles,  que  después  de  cuaren- 
ta y  cinco  siglos,  habían  de  venir  a  conquistar  a  los  toltecas,  cakchiqueles  y  a 
los  demás  pobladores  de  estas  antiquísimas  comarcas,  separadas  por  el  espacio 
y  por  el  tiempo,  desde  el  gran  cataclismo  del  Atenatiuh,  que  unos  quieren  que 
haya  sido  el  diluvio,  y  otros,  como  Chavero,  interpretan  que  fué  el  hundimien- 
to de  una  gran  parte  del  orbe,  tal  vez  la  más  civilizada,  la  Atlántida,  puente 
enorme  que  ligaba  los  mundos. 

Según  los  testimonios  de  Gomara,  Acosta,  Herrera,  Pimentel  y  otros  mu- 
chos eruditos,  no  cabe  dudar  que  nuestros  indios  conservaban  la  tradición  del 
diluvio,  que  acabó  con  la  mayor  parte  de  los  seres  vivientes.  Hoy  la  ciencia 
prueba,  con  claridad,  que  aquella  tremenda  y  grandísima  inundación  de  que 
nos  hablan  los  antiguos  pueblos,  fué  harto  general,  bien  que  no  comprensiva 
de  todo  el  planeta,  ni  resultado  de  un  cataclismo  súbito  y  único,  sino  de  fenó- 
menos cósmicos  que  produjeron  en  la  tierra  transformaciones  colosales,  y  de 
grandes  deshielos  de  los  polos.  La  geología  pone  de  manifiesto  lo  que  se  re- 
laciona con  la  gran  catástrofe  diluviana,  que  afectó  a  los  aborígenes  de  Amé- 
rica que  quedaron  convertidos  en  tlacamichín  (personas  peces)  que  fueron 
adorados  por  los  dioses.  Sólo  se  salvaron  siete,  en  unas  cuevas,  al  decir  de 
una  tradición;  bien  que  otros  creen  que  solamente  un  par,  o  sea  una  mujer 
y  un  varón,  escaparon  sobre  un  ahuehuete  (i).  En  la  India,  Caldea,  Babi- 
lonia, Media,  Grecia,  Escandinavia  y  China,  así  como  entre  los  judíos  y  celtas, 
se  conserva  la  tradición  del  diluvio.  Los  mexicanos,  los  mayas,  los  quichés, 
los  habitantes  de  Honduras,  y  muchas  tribus  del  Norte,  conservan  memoria 
del  gran  cataclismo  que  hizo  caer  los  cielos  e  inundarse  la  tierra,  según  las 
gráficas  palabras  de  un  antiguo  cronista. 

El  Manuscrito  Troano,  existente  en  el  Museo  Británico,  y  que  tradujo 
Le  Plongeon,  dice :  "En  el  año  6  kan,  en  el  undécimo  Muluc,  del  mes  Zac, 
hubo  terribles  terremotos,  que  siguieron  sin  interrupción  hasta  el  tercio  Chuén, 
el  país  de  los  montículos  de  lodo  de  la  tierra  de  Mu,  pereció :  elevada,  por  dos 
veces,  durante  la  noche  desapareció,  sacudidas  las  profundidades  por  fuerzas 
volcánicas.  Faltando  a  éstas  la  salida,  hundían  y  elevaban  la  tierra  en  dife- 
rentes sitios.  Al  fin  cedió  la  superficie,  y  diez  comarcas  hechas  pedazos,  fue- 
ron esparcidas.  Incapaces  de  resistir  la  fuerza  de  las  convulsiones,  se  hun- 
dieron con  sus  sesenta  y  cuatro  millones  de  habitantes,  8060  años  antes  de  que 
este  libro  fuera  escrito". 

Los  estudios  geológicos  llevados  a  cabo  en  la  península  de  Yucatán,  por 
el  profesor  Angelo  Heilprin  (2)  y  las  investigaciones  hechas  por  la  Academia 


(1)  México  al  través  de  los  Sifirlos,  tomo  1.  páoriiia 

(2)  Geoloífical  Researches  In  Yucatán. 


—  i8o  — 

de  Ciencias  Naturales  de  Filadelfia,  en  1891,  que  dieron  por  resultado  intere- 
santísimas conferencias  o  discursos,  que  tuvimos  ocasión  de  oír,  vinieron  a 
confirmar  lo  que  aquel  intersante  manuscrito  indígena  dejó  consignado,  mu- 
chísimos siglos  antes. 

Geológicamente  aparece  que  el  suelo  americano  no  tuvo,  allá  en  épocas 
remotísimas,  la  misma  estructura,  las  condiciones  de  vida  que  tiene  hoy.  Los 
enormes  tnamíferos,  los  gigantescos  paquidermos,  los  colosales  desdentados  y 
prosbocídeos  que  vivían  en  esta  parte  del  mundo,  y  cuyos  huesos  esparcidos 
quedan  bajo  profundas  capas  de  terrenos  antiquísimos,  ya  no  pudieron  vivir  al 
crecer  las  cordilleras ;  cambió  el  clima,  variaron  las  estaciones  y  hasta  los 
alimentos  que  los  sustentaban  dejaron  de  encontrarse  a  su  alcance.  Las 
aguas  del  mar  no  se  aumentan  ;  pero  la  corteza  terrestre  se  levanta  o  se  de- 
prime. El  período  glacial  debió  de  haber  producido  profundas  modificaciones 
en  la  superficie  de  nuestro  planeta.  En  la  edad  del  levantamiento  de  las  mon- 
tañas, perderíase  el  equilibrio  de  las  aguas,  inundaríanse  muchas  regiones, 
quedarían  enjutas  otras,  y  "una  portentosa  transformación  sufriría  la  tierra, 
cuyo  movimiento  engendra  fluidos  vitales,  que  el  sol  hace  germinar,  y  que  el 
soplo  de  Dios  anima,  en  múltiple  fauna  y  en  maravillosa  flora  (i). 

La  flora  y  la  fauna,  las  conchas  y  los  insectos  han  venido  a  comprobar,  fuera 
de  mayores  datos,  la  unión  antiquísima  del  Mundo  Viejo  y  del  Mundo  Nuevo. 
Más  aún,  se  tiene  hoy  por  cierto  que  entre  la  raza  de  los  indios  otomíes  y  la  raza 
de  los  chinos  hay  similitud  completa.  El  historiador  Chavero  demuestra  que 
los  tipos,  la  lengua,  los  grupos,  la  teogonia  y  hasta  las  costumbres,  establecen 
ser  idéntica  la  raza  amarilla  china  con  la  de  los  antiquísimos  aborígenes  de 
estas  regiones ;  y  aun  cree  que  de  aquí,  de  América,  salieron  los  primeros  po- 
bladores del  Celeste  Imperio,  coincidiendo  con  la  idea  del  abate  ^asseur  de 
Bourbourg,  de  que  el  origen  de  la  humanidad,  el  Paraíso  Terrenal,  digamos, 
estuvo  en  lo  que  hoy  se  llama  Nuevo  Mundo.  Probado,  cual  está  por  la  cien- 
cia, que  aquí  existió  el  hombre  posterciario,  resulta  ciertamente  más  moderno 
el  chino,  cuya  tradición  lo  presenta  como  una  colonia  que  llegó  a  pueblos  extra- 
ños, después  de  larga  emigración  de  regiones  del  Oriente,  es  decir,  de  América, 
en  donde  la  lengua  natural  era  monosilábica,  y  de  la  que  hubo  de  formarse  el 
idioma  chino,  siendo  el  otomí  de  carácter  más  primitivo.  No  hay  duda  de  que 
la  lengua  es  de  gran  valor  para  explicar  las  relaciones  etnográficas. 

La  flora  y  la  fauna  antiguas,  ante-diluvianas,  según  los  estudios  modernos, 
difieren  esencialmente  de  la  fauna  y  la  flora  de  la  época  geológica  actual. 
Aquellas  eran  las  de  un  gran  Continente ;  estas  corresponden  a  la  neo-tropical, 
que  abraza  una  parte  de  México,  hasta  Panamá,  con  ciertas  peculiaridades  en 
el  istmo  centro-americano,  "Existen  en  Guatemala,  dice  el  notable  naturalista 
don  Juan  Rodríguez  Luna,  especies  de  animales  que  le  son  enteramente  pro- 


co   Burmetster— Historia  de  la  Creación— Capítulo  V. 


—  i8t  — 

pías,  siendo  algunas  de  ellas  muy  notables.  Entre  éstas  y  las  comunes  con 
las  de  otras  partes  de  la  región  zoológica  a  que  pertenece,  varias  hay  que  sólo 
se  encuentran  o  habitan  en  ciertos  y  determinados  lugares,  ya  sean  en  las  ma- 
yores alturas,  en  los  terrenos  templados  del  interior  o  en  las  costas.  Esto  se 
explica  por  la  diferencia  de  climas  o  por  la  escasez  de  individuos  representantes 
de  las  especies.  Pero  también  en  otras,  numerosas  en  individuos,  se  observa 
que  solamente  se  ven  o  del  lado  del  Pacífico  o  del  lado  del  Atlántico.  Los 
Cucuyos  (Pyrophorus)  género  de  que  hay  cinco  o  seis  especies,  todos  viven 
en  esa  parte  del  país  últimamente  mencionada ;  lo  mismo  sucede  con  respecto 
a  otros  insectos,  arácnidos,  moluscos,  reptiles,  aves  y  mamíferos ;  y  viceversa : 
varios  se  conocen  sólo  del  lado  del  Océano  Pacífico.  Aun  en  especies  del  mis- 
mo género  se  nota  eso  mismo;  por  ejemplo:  las  Chachas  (género  Ortalida)  de 
que  hay  dos,  la  una  es  del  Norte  y  la  otra  del  Sur,  (Ortalida  vetulia  y  Ortalida 
leucogastra) ;  los  dos  grandes  passalus,  insectos,  (Proculus  Gorii  y  Proculus 
Mnizechi)  el  primero  vive  en  la  Verapaz  y  el  segundo  en  la  costa  de  Quezalte- 
nango  o  Cuca.  Este  es  un  hecho  curioso  e  inexplicable,  porque,  siendo  cortas 
las  distancias  y  estando  dotados  algunos  de  esos  seres  de  poderosos  medios  de 
locomoción,  podrían  transportarse  de  uno  a  otro  lado". 

En  nuestra  vegetación  predomina  la  exuberancia  arborescente  leñosa. 
Más  de  quinientas  hectáreas  hay,  en  Guatemala,  de -bosques  riquísimos,  con 
seiscientas  noventa  especies  de  finas  maderas.  Más  de  ochenta  clases  de  plan- 
tas textiles,  setenta  oleaginosas,  cuarenta  forrajeras,  treinta  tintóreas,  treinta 
y  ocho  frutales,  y  más  de  ochocientas  medicinales.  El. suelo  se  encuentra 
tapizado  de  liqúenes  y  heléchos,  mientras  que  el  viento,  lleno  de  perfumes, 
columpia  lianas  y  mueve  raras  orquídeas,  gemelas  de  los  pájaros  que  esmaltan 
el  boscaje. 

Por  lo  demás,  ha  preocupado  mucho  a  los  biólogos  y  botánicos  la  diferen- 
cia, por  una  parte,  de  la  fauna  y  flora  de  los  Continentes  actuales,  y  de  otro 
lado,  las  especies  idénticas  o  similares  de  animales  y  plantas  de  uno  y  otro 
lado  del  Océano.  Los  restos  fósiles  del  camello  se  encuentran  en  la  India,  en 
África,  en  la  América  del  Sur  y  en  Kansas;  mas  es  hipótesis  de  las  natura- 
listas que  todas  las  especies  vivas  son  de  una  sola  parte  del  globo,  desde  la 
cual  como  centro  se  han  esparcido  por  las  demás.  ¿Cómo,  pues,  podría  expli- 
carse la  situación  de  tales  restos  fósiles,  sin  la  existencia  de  intercambio  te- 
rrestre en  una  remota  edad?  Recientes  descubrimientos  hacen  creer  que  el 
caballo  tuvo  su  origen  en  el  hemisferio  occidental,  en  donde  solamente  se  han 
encontrado  restos  fósiles  entre  las  diferentes  formas  intermedias  precursoras 
del  actual  cuadrúpedo ;  por  lo  que  sería  difícil  explicar  la  presencia  de  ese 
animal  en  Europa,  sin  que  hubiera  habido  comunicaciones  terrestres,  y  una 
vez  que  consta  que  en  Asia  y  en  Europa  existía  el  caballo  en  estado  salvaje. 
Ya  había  ahí  ganado  vacuno  domesticado  en  la  edad  de  piedra,  procedente  del 


•       —I  82^ 

búfalo  de  América,  según  Darwin,  y  aun  quedaban  en  las  Cavernas  del  Norte 
de  América  restos  del  león  de  los  desiertos  africanos  y  de  la  Europa  antigua. 
En  América  existen  muchísimas  especies  de  vegetales  del  período  mioce- 
no de  Europa,  que  se  encuentran  sobre  todo  en  yacimientos  fósiles  de  Suiza, 
siendo  lo  más  particular  que  mientras  se  halla  dicha  flora  esparcida  con  profu- 
sión en  los  estados  Orientales,  se  echan  de  menos  muchas  especies  de  las  cos- 
tas del  Pacífico ;  porque  seguramente  entraron  por  el  lado  del  Atlántico  a  nues- 
tro Continente. 

Y  el  plátano,  lábaro  de  nuestras  exuberantes  tierras,  que  da  sombra,  fruto 
riquísimo,  alimento  sano,  humedad  al  suelo  y  alegría  a  las  comarcas,  ¿cómo 
pudo  llegar  a  América  desde  Asia  y  África?  Los  cereales  que,  como  el  trigo, 
cultivó  el  hombre  desde  remotísima  fecha,  vinieron  probablemente  con  emi- 
graciones anteriores  a  la  pérdida  de  la  sumergida  Atlántida.  Es  de  creerse 
que  en  América  ya  existían  varias  especies  de  plátano,  antes  de  la  conquista. 

La  meteorología  de  Centro-América  se  afecta  por  la  configuración  del 
istmo,  pues  así  como  el  curso  de  las  aguas  se  altera  según  la  naturaleza  y  va- 
riedad del  lecho  sobre  que  corren,  también  las  variaciones  del  océano  atmosfé- 
rico se  modifican  en  las  capas  inmediatas  a  la  tierra,  por  la  naturaleza  y  forma 
de  los  países  y  localidades.  ¡  Cuántas  veces,  en  efecto,  vemos  que  un  río  cau- 
daloso corre  manso  y  lento  hacia  su  superficie,  mientras  que  en  el  fondo  se 
arremolina  y  se  acelera,  contra  lo  que  generalmente  sucede  ya  en  el  aire,  ya  en 
el  interior  del  cauce !  Y  no  es  menos  frecuente  observar  pocos  grados  de  calor 
en  la  superficie  de  las  tranquilas  aguas  de  los  lagos,  y  a  alguna  ])rofundidad 
fuertes  agitaciones,  -corrientes  y  elevadas  temperaturas.  Esto  puede  notarse 
palpablemente  en  la  laguna  de  Amatitlán,  cuyas  aguas  tienen  temperaturas 
muy  diferentes,  no  sólo  en  diversos  puntos  de  la  superficie,  sino^también  a 
varias  profundidades.  Lo  mismo,  pues,  se  manifiesta  en  la  atmósfera,  según 
la  situación,  la  manera  de  ser  y  la  naturaleza  de  los  terrenos:  circunstancias 
que  particularizando  las  leyes  generales  de  las  variaciones  atmosféricas,  cons- 
tituyen el  clima  de  un  país. 

El  hermoso  valle  de  Guatemala  tiene  una  importancia  particular  consi- 
derado como  punto  céntrico  de  observación  de  los  fenómenos  meteorológicos, 
ya  generales,  ya  parciales  o  de  la  climatología  de  Centro-América.  "La  esta- 
ción de  la  capital  es  curiosa  desde  muchos  puntos  de  vista:  a  semejante  altura 
la  marcha  general  de  los  vientos  es  muy  diferente  de  la  que  se  observa  en  lu- 
gares poco  elevados  al  E.  y  al  O.  en  la  misma  latitud",  (i) 

Y  en  verdad,  situada  la  ciudad  de  Guatemala  a  poca  distancia  de  los  dos 
océanos,  y  sobre  la  parte  culminante  del  valle  que  ocupa,  por  ella  circulan  con 
regularidad  y  muy  libremente  las  corrientes  de  los  vientos  alíseos.  Las  acci- 
dentales, más  inmediatas  a  su  suelo,  se  encarrilan  con  no  menos  regularidad  en- 


(1)    Anuario  de  la  Sixñedad  Metoorolcítrioa  de  Franfla.  tomo  99 


-i83- 

tre  las  cadenas  montañosas,  que  casi  paralelas  entre  sí  cubren  su  horizonte  del 
E.  S.  E.  hacia  el  O.  N.  O.,  circunstancias  que  naturalmente  influyen  en  los 
demás  fenómenos  meteorológicos.  La  variedad  tan  grande  de  climas  que  se 
encuentra  en  la  extensión  relativamente  reducida  de  Centro-América,  de  pun- 
tos poco  distantes  entre  sí,  ofrece  gran  comodidad  para  el  estudio  de  las  leyes 
meteorológicas,  no  solamente  de  la  climatología,  sino  aun  de  la  marcha  general 
de  los  fenómenos  atmosféricos,  mediante  estaciones  bien  distribuidas  en  todo 
el  territorio. 

La  temperatura  de  la  capital  de  Guatemala  es  templada,  con  los  caracteres 
bien  marcados  de  las  regiones  intertropicales.  En  1797,  hubo  en  toda  la 
América  Central  una  sequía  extremada,  que  ocasionó  enfermedades  y  hambre, 
acarreando  del  Sur  una  inmensa  nube  de  langosta  (chapulín).  El  año  1802  no 
fué  menos  fatal,  y  se  repitieron  los  mismos  desastres.  En  1803  comenzaron 
las  lluvias  por  marzo,  terminaron  en  julio,  siguiendo  una  sequedad  horrible. 
En  1826  los  grandes  calores  causaron  a  Guatemala  enormes  pérdidas.  En 
1861  hubo  persistentes  lluvias  (temporales)  que  produjeron  inundaciones.  En 
1864,  corrieron  extraordinarios  vientos  del  Norte,  soplaron  en  enero  y  febrero. 
En  1869  la  desastrosa  inundación  de  Quezaltenango.  Después  de  tres  años 
poco  lluviosos,  vino  la  plaga  del  chapulín  (langosta),  hasta  que  con  la  fuerte 
estación  de  aguas  que  ahora  (191 5)  hemos  tenido,  tiende  a  desaparecer.  ^  Han 
cambiado  algo  las  estaciones,  notándose  a  veces  calor  en  noviembre  y  diciem- 
bre, y  frío  en  febrero  y  en  marzo,  cosa  antes  inusitada.  La  temperatura  es 
por  lo  regular  de  8°  mínima,  máxima,  28*?,  media,  18?  Por  rareza  el  24  de 
diciembre  de  1856  bajó  a  4?,  y  hasta  3°  el  29  de  enero  de  1863 ;  pero  estos  son 
enfriamientos  extraordinarios,  producidos  por  golpes  de  vientos  norestales. 

En  los  lugares  bajos  de  la  boca  costa,  como  le  llaman,  el  clima  es  más 
cálido  y  siempre  sano,  a  las  orillas  del  mar  es  muy  ardiente.  En  las  serranías 
y  cúspides  de  los  montes  hace  frío  y  cae  nieve,  algunas  veces.  Esta  variedad 
de  temperatura  ofrece  en  la  fauna  y  en  la  flora,  muchísimas  singularidades, 
pudiéndose  recoger  a  pocas  distancias,  frutos  de  zonas  diversas. 


CAPITULO  VI 

sismología  centro-americana 


SUMARIO 


Kabrakán,  dios  del  terremoto,  entre  los  quichés.  —  Araña-pez  se  consideraba 
en  el  Japón  la  causa  de  los  temblores  de  tierra.  —  Un  topo  era  en  la  India.  —  Un 
gran  cerdo  en  Célebes.  —  La  ciencia  moderna  ha  adelantado  mucho  en  sismología. 

—  Teorías  actuales.  —  Estaciones  sismográficas.  —  Terremotos  horrendos  en  Cen- 
tro-América. —  Lo  que  dice  Bemal  Díaz  del  Castillo  de  los  temblores  de  tierra.  — 
Relación  del  cronista  Vásquez  respecto  a  los  sucesos  del  año  1541.  —  Ruina  de  1565. 

—  Llegada  del  obispo  Villalpando,  —  Movimientos  sísmicos  del  año  1575.  —  Erup- 
ción del  volcán  de  Fuego  en  1581.  —  Aumenta,  al  siguiente  año,  la  furia  del  volcán.  ■^— 
Durante  los  sesenta  años  sucesivos  continúan  los  terremotos.  —  Disminuyen  en  la 
primera  mitad  del  siglo  XVII.  —  En  1651  se  destruyó  de  nuevo  la  capital  del  reino 
de  Guatemala.  —  Calamidades  acaecidas  en  1663  y  1666.  —  El  terremoto  llamado  de 
la  Santísima  Trinidad.  —  Temblores  de  tierra  en  1773.  —  Ruina  de  la  Antigua  Guate- 
mala. —  Varias  descripciones  del  luctuoso  suceso.  —  Movimientos  de  tierra  poste- 
riores. —  Temblores  de  tierra  en  1830.  —  Erupción  del  volcán  Santa  María.  —  Rui- 
na de  Quezaltenango,  en  1902.  —  Nómina  de  las  erupciones  volcánicas.  —  Principa- 
les terremotos  en  Centro-América. — Ruinas  que  han  causado.  —  Estudio  del  P.  jesuí- 
ta Lizarzaburu.  —  Datos  del  Observatorio  meteorológico.  —  Efemérides  sísmicas  y 
volcánicas  de  El  Salvador.  —  Tiembla  en  1856  toda  la  costa  del  mar  Caribe.  —  Tem- 
blores de  tierra  en  Nicaragua,  Honduras  y  Costa-Rica,  —  Obra  del  capitán  Mon- 
tessus  de  Ballore,  sobre  sismología  centro-americana.  —  Opinión  muy  autorizada 
del  sabio  jesuíta  Gutiérrez  Lanza,  sobre  el  istmo  de  la  América  Central.  —  Lo  resuel- 
to por  el  Congreso  Panamericano,  celebrado  en  Chile. — Volumen  59,  ciencias  Físicas. 


En  los  tiempos  prehistóricos  experimentaron  los  indios  americanos  cata- 
clismos horrendos,  debidos  a  la  furia  del  dios  del  terremoto,  Kabrakán,  que 
según  creían,  era  el  ser  misterioso  que  trepidaba  la  tierra,  y  de  repente  destruía 
los  pueblos,  echando  abajo  hasta  los  árboles  corpulentos,  y  las  chozas  pajizas 
de  los  infelices  aborígenes.  En  el  Japón  se  imaginaban  que  la  causa  de  los 
terremotos  era  una  araña  inmensa,  que  luego  se  convirtió  en  pez.  Al  nordeste 
de  Tokio  hay  una  enorme  roca  que  dicen  descansa  sobre  la  cabeza  del  monstruo 
y  la  tiene  sujeta,  pero  el  resto  del  imperio  sufre  los  temblores  causados  por  la 
cola  y  cuerpo  del  fabuloso  animal.  En  la  India  creen  que  es  un  topo  inmenso ; 
en  la  Arabia  un  elefante ;  y  en  las  Célebes  un  gran  cerdo,  que  carga  en  su  lomo 
el  globo  del  mundo.  En  América  el  monstruo  subterráneo  era  una  tortuga, 
y  por  eso  vemos,  en  muchas  de  las  ruinas,  la  forma  de  ese  anfibio,  con  inscrip- 
ciones que  acaso  sean  fechas  históricas  de  las  furias  de  Kabrakán,  en  sus  epi- 
lépticas convulsiones,  o  en  sus  espasm.os  de  solaz.  Todos  los  pueblos  anti- 
guos creían  que  dentro  de  la  misma  tierra  estaba  el  agente  de  los  terremotos, 
aunque  suponiendo  mitológicos  animales. 


—  i<S6  — 

La  ciencia  moderna,  en  cercanos  tiempos,  apeló  para  explicar  los  terremo- 
tos, a  influencias  de  los  astros,  de  la  electricidad  atmosférica,  de  las  causas 
crónicas  enumeradas  por  Alexis  Perrey,  en  su  teoría  de  las  mareas  de  los 
períodos  máximos  de  las  manchas  solares,  de  los  torbellinos  atmosféricos  y  de 
otros  varios  fenómenos.  Más  estas  causas  han  pasado  de  moda  y  pertenecen 
a  la  historia.  El  problema  busca  hoy  el  agente  sísmico,  dentro  de  la  tierra 
misma,  en  el  interior  de  su  masa,  según  la  teoría  reciente,  que  desenvuelve  el 
jesuíta  Mariano  Gutiérrez  Lanza,  en  su  preciosa  obra,  premiada  en  el  cuarto 
Congreso  Científico  de  Chile  (i). 

En  todos  los  tiempos,  dice  ese  sabio,  ha  habido  terremotos,  y  de  ellos  se 
ha  ocupado  el  hombre,  desde  el  principio  de  la  vida  humana ;  pero  cuanto  com- 
prenden los  archivos  sismológicos,  que  nos  han  dejado  escritores  antiguos,  se 
reduce  a  repetidas  crónicas  de  los  efectos  sensibles  de  los  temblores  de  tierra. 
En  el  último  tercio  del  siglo  pasado,  una  nueva  aurora  empezó  a  asomar  en  el 
horizonte  de  la  historia.  Tres  puntos  culminantes  hicieron  su  aparición  irra- 
diando luz.  Fué  el  primero  el  Japón,  país  de  tifones,  volcanes  y  terremotos. 
En  el  año  1903,  hubo  mil  trescientos  cuarenta  y  nueve  temblores  terrestres. 
A  raíz  de  la  restauración  japonesa  de  1868,  el  gobierno  llevó  profesores  euro- 
peos, los  cuales  al  punto  fijaron  su  atención  en  la  irritabilidad  de  aquel  suelo 
inseguro.  Milne,  Gray,  Ewing,  Verbeck,  Wagner  Chaplin,  West,  Knot  y 
otros,  son  dignos  de  figurar  entre  los  fundadores  del  nuevo  edificio  científico. 
En  1880  fundóse  la  Sociedad  Sismológica  del  Japón,  que  ha  dado  gran  impulso 
a  los  estudios  sísmicos.  En  Tokio  se  creó  una  cátedra  universitaria,  única  en 
el  mundo.  Finalmente,  ct>mo  resultado  del  terremoto  de  octubre  de  1891,  que 
causó  siete  mil  muertos,  diecisiete  mil  heridos  y  veinte  mil  edificios  arruinados, 
se  estableció,  por  decreto  imperial,  el  "Comité  de  Investigación  de  los  Terre- 
motos," con  varias  secciones  científicas  y  muy  bien  dotado.  Casi  al  mismo 
tiempo,  nació  en  Italia  la  organización  de  los  estudios  sísmicos,  con  marcada 
tendencia  a  considerarlos  desde  el  punto  de  vista  de  erupciones  volcánicas  (2). 
Existe  la  "Sociedad  Sismológica  Italiana".  Inglaterra  cuenta  con  cuarenta 
Observatorios  esparcidos  por  toda  la  tierra,  provistos  de  sismógrafos  fotográ- 
ficos de  Milne.  Se  ha  llegado  a  demostrar  la  conexión  íntima  entre  los  gran- 
des temblores  y  las  rupturas  de  equilibrio  de  la  costra  sólida  de  la  tierra ;  y  el 
de  todo  punto  inesperado,  de  que  cada  año  hay  como  un  centenar  de  terremo- 
tos, bastante  fuertes  para  estremecer  toda  la  masa  del  planeta,  desde  el  punto 
de  origen  hasta  los  antípodas.  En  Norte-América  hay  varias  estaciones,  y 
una  en  Panamá,  México,  Brasil,  Ecuador,  Argentina,  Perú,  Martinica  y  Tri- 
nidad. £n  la  Habana  existe  la  Estación  Sísmica  del  Colegio  de  Belén,  con  dos 
buenos  sismógrafos. 


(1)  Puntos  de  vista  sobre  los  terremotos. 

(2)  Tramblements  de  terre,  par  L.  de  Lon^raive. 


-i87- 

Sólo  por  vía  de  digresión,  hemos  apuntado,  por  interesantes  y  curiosas, 
las  precedentes  noticias;  pero  debemos  concretarnos  a  la  parte  histórica  de 
los  terremotos  en  la  América  Central,  siquiera  sea  ligeramente,  de  acuerdo 
con  la  índole  de  la  presente  obra. 

Cuenta  Oviedo  que  apenas  llegaron  los  españoles  a  este  suelo  centro- 
americano supieron,  por  la  tradición  indígena,  que  el  año  1469  había  habido 
un  gran  terremoto.  Refiere  Bernal  Díaz  del  Castillo  que,  al  pasar  con  unos 
soldados,  de  Panchoy  para  Chimaltenango,  experimentaron  tan  fuerte  y  largo 
terremoto,  que  tuvieron  que  apearse  de  los  caballos  y  acostarse  a  lo  largo  para 
no  caer  a  cada  paso.  "Acuerdóme,  dice,  que  cuando  veníamos  por  un  repecho 
abajo,  comenzó  a  temblar  la  tierra  de  tal  manera,  que  muchos  soldados  pos- 
tráronse en  el  suelo,  porque  duró  gran  rato  el  temblor". 

Por  el  año  1541 — refiere  el  cronista  Fr.  Francisco  Vásquez — (i)  que  no 
habiendo  pasado  ni  catorce  años  de  la  fundación  de  la  capital  del  reino  de 
Guatemala,  en  las  faldas  del  volcán  de  Agua  (Ciudad  Vieja)  se  empezaron  a 
sufrir  grandes  huracanes,  tempestades  y  copiosas  lluvias,  desde  el  8  de  sep- 
tiembre, que  continuaron  hasta  las  dos  de  la  mañana  del  día  11,  que  fué  do- 
mingo aquel  año.  Entonces  se  sintieron  terribles  terremotos,  y  sobrevino  la 
inundación  que  produjo  la  catástrofe  que  arruinó  la  recién  construida  ciudad 
quedando  muerta  doña  Beatriz  de  la  Cueva  y  muchas  otras  personas. 

Por  los  meses  de  agosto  y  septiembre  del  año  1565,  fueron  los  temblores 
de  tierra  tan  fuertes  y  continuados,  como  general  el  terror  y  estrago  que 
causaron  en  la  capital  del  reino  y  en  varias  de  las  poblaciones  principales,  hasta 
el  punto  de  que  se  creía  peligroso  continuar  viviendo  en  las  ciudades.  En 
Almolonga  se  hicieron  tantas  grietas  en  la  tierra,  que  volvióse  cenagosa  gran 
parte  de  aquel  bello  lugar.  En  San  Juan  de  Comalapan — al  decir  de  un  testigo 
presencial — hubo  una  ruina  completa.  Estos  sucesos  desastrosos  se  verifica- 
ron casi  al  tiempo  de  llegar  a  la  capital  el  obispo  don  Bernardino  de  Villalpan- 
do,  durante  la  gobernación  del  licenciado  don  Francisco  Briseño. 

Desde  aquella  fecha  continuaron  los  temblores  de  tierra,  sin  que  un  solo 
año  transcurriese  exento  de  fuertes  movimientos  terráqueos ;  pero  los  más 
notables  fueron  los  que  se  experimentaron  en  1575,  y  que  hicieron  caer  muchos 
edificios  y  causaron  la  muerte  de  no  pocas  personas,  desde  la  provincia  de 
Chiapa  hasta  la  de  Nicaragua.  El  día  último  de  noviembre  hubo  trepidación 
tan  fuerte,  hacia  la  media  noche,  que  duró  cerca  de  tres  horas,  hasta  arruinarse 
la  ciudad  capital,  y  poniendo  pavor  en  todos  los  pobladores,  que  querían  aban- 
donarla. 

El  26  de  diciembre  de  1581,  fué  tal  la  furia  del  volcán  de  Fuego  y  tanta  la 
ceniza  que,  como  a  las  once  de  la  mañana,  cayó  sobre  la  desgraciada  ciudad, 
que  ya  no  se  veía  absolutamente,  y  fué  preciso  comer  con  mortecina  luz  de 


(1)    Tomo  I.  capítulo 79.  folios?. 


—  i88  — 

velas,  que  una  y  otra  vez  se  apagaban,  según  dice  Remesal,  habiendo  ratos  en 
que  no  se  veían  los  unos  a  los  otros,  y  discurrían  muchos  que  era  llegado  el  día 
del  juicio  final,  en  medio  de  los  gritos  de  espanto  y  de  los  ayes  de  dolor  que 
por  doquiera  se  oían.  Hubo  rogativas,  procesiones  y  disciplinas,  sin  faltar 
algunos  que  a  gritos  iban  confesando  sus  pecados,  para  añadir  escándalo  a  tan 
penosa  situación.  Agrega  el  cronista  que  muchos  abandonaron  sus  casas  y 
huyeron  por  los  montes,  siendo  lastimoso  que  personas  de  delicado  sexo  fuesen 
a  vagar  en  los  campos,  sin  parar  mientes  por  dónde  iban,  ni  premeditar  en  las 
fatales  resultas  de  muertes,  enfermedades  y  otras  desdichas. 

No  pasaron  muchos  días  sin  otro  aciago  suceso.  El  14  de  enero  de  1582, 
fué  tal  la  erupción  del  volcán,  que  se  veían  los  torrentes  de  lava,  como  un  gran 
río  de  fuego,  y  los  peñascos  ardiendo  que  al  cielo  arrojaba,  con  furia  aterradora. 
Por  seis  meses,  dice  aquel  escritor,  que  continuó  en  actividad  el  volcán,  ponien- 
do en  constante  peligro  a  los  habitantes  de  la  capital  y  de  las  alquerías  más 
cercanas. 

Desde  el  16  de  enero  de  1585,  hasta  el  5  de  diciembre  de  1586,  no  transcu- 
rrieron ocho  días  sin  fuertes  temblores  de  tierra,  siendo  el  más  espantoso  de 
todos,  el  que  causó  verdadera  ruina  en  la  ciudad  capital,  el  día  23  de  ese  mes 
aciago.  En  muchos  puntos  abrióse  la  tierra,  las  oquedades  parecían  llegar  al 
abismo,  los  edificios  se  desplomaron,  los  cerros  se  cayeron,  sin  que  se  pudiesen 
salvar  ni  los  que  huían  de  la  ciudad,  ni  los  que  se  asilaban  bajo  los  arcos  de  las 
puertas  o  umbrales  de  las  ventanas,  en  donde  anteriormente  habían  librado 
sus  vidas". 

Tan  repetidos  y  continuados  se  dejaron  sentir  los  terremotos,  desde  el 
año  1575,  hasta  el  de  1590,  como  lamentables  fueron  las  ruinas  de  los  edificios, 
las  muertes  de  los  vecinos  y  las  pérdidas  de  las  haciendas.  Tan  amilanados 
quedaron,  en  los  sesenta  años  siguientes,  los  pobladores  de  la  infortunada 
capital,  que  no  se  atrevieron  a  edificar  ninguna  iglesia,  ni  casa  de  consideración, 
porque  mientras  más  consistentes  eran  las  fábricas,  menos  seguridad  lograban. 

Suspendiéronse  tan  espantosos  sucesos  durante  la  primera  mitad  del  siglo 
XVII,  o  acaso  los  cronistas  se  cansaron  de  seguir  anotándolos  (i).  En  1651 
volvióse  a  destruir  la  capital,  a  impulso  de  un  gran  terremoto.  Así  lo  dijo  el 
Ayuntamiento  al  Presidente  de  la  Real  Audiencia,  por  el  añ(j  171 7,  añadiendo 
los  capitulares  que  habían  cesado  los  temblores  de  tierra,  mediante  la  inter- 
vención de  la  Virgen  del  Rosario,  a  cuya  milagrosa  imagen  juró  la  ciudad  por 
su  patrona,  instituyéndose  entonces  la  fiesta  que  llamaron  de  "las  horas". 
Asegura  el  mismo  cronista  Vásquez  que,  desde  que  tuvo  uso  de  razón,  no 
había  advertido  terremotos  semejantes  a  los  de  1663  y  1666,  los  cuales  proba- 
blemente no  causarían  ruina  considerable,  por  hallarse  recién  construida  la 
ciudad  y  asolados  sus  edificios. 


(1)    RAZÓN  PUNTUAL  de  los  daños  une  ha  padecido  la  ciudad  de  Guatemala  :  escribidla  Don  .Juan 
González  Bustillo. 


-i89- 

Los  terremotos  del  año  1765,  día  de  la  Santísima  Trinidad,  y  1757,  cele- 
bración de  San  Francisco,  no  causaron  tantos  daños  a  la  ciudad  capital,  pero 
perjudicaron  a  Chiquimula,  Suchitepéquez  y  San  Salvador.  Por  fin,  los  tem- 
blores de  tierra  de  1773,  comenzaron  a  fines  de  mayo  y  continuaron  con  mucha 
fuerza,  siendo  memorable  el  de  la  víspera  de  la  entrada  del  Presidente  don 
Martín  de  Mayorga,  Brigadier  de  los  Reales  ÍEjércitos. 

Ya  este  personaje,  el  Arzobispo,  el  Obispo  de  Comayagua  y  los  Oidores, 
dormían  en  ranchos  pajizos.  Muchos  particulares  tenían  también  viviendas 
especiales  para  soportar  los  temblores  de  tierra,  cuando  sobrevino  el  de  29  de 
julio  de  aquel  año  1773,  a  las  tres  y  media  de  la  tarde,  como  para  servir  de 
aviso  a  los  desolados  vecinos  de  la  M.  N.  y  L.  Ciudad  de  Santiago  de  los  Caba- 
lleros de  Guatemala.  Diez  minutos  después  acaeció  el  terremoto  que  hubo  de 
arruinar  bastante  aquella  ciudad  infortunada  (i). 

El  13  de  diciembre  del  mismo  año  hubo  otro  sacudimiento  muy  fuert?  en 
aquella  localidad,  seguido  de  otros  movimientos  sísmicos  que  pusieron  pavor 
en  el  ánimo  de  los  habitantes  todos  de  aquellas  comarcas.  Ni  faltaron  re- 
tumbos y  temblores  de  tierra  en  el  año  siguiente. 

Pero  lo  que  la  tradición  relata,  por  lo  que  aseguraron  testigos  presenciales, 
y  aun  por  la  apariencia  que  tenía  la  Antigua  Guatemala,  dedúcese  (Juárros, 
Tomo  II)  que  los  informes  de  los  ingenieros,  autoridades  y  cabildantes  fueron 
harto  exajerados.  Cita  ese  historiador  dos  folletos  escritos  en  México,  en 
1574,  para  patentizar  ejemplos  de  tremendas  hipérboles  respecto  a  la  catás- 
trofe. Yo  he  leído  la  mayor  parte  de  las  relaciones  y  documentos  sobre  dicho 
punto,  y  es  fuera  de  duda  que,  por  una  parte  el  miedo,  el  pánico  que  prevalecía 
en  los  ánimos,  hacía  que  cundiese  la  exajeración,  y  de  otro  lado,  .el  interés  que 
las  autoridades  civiles  y  los  demás  notables  vecinos  tenían  en  dejar  aquella 
ciudad,  fueron  parte  a  que  se  pintase  con  colores  muy  subidos  lo  que  de  suyo 
se  prestaba  a  presentarse  más  desastroso  y  terrible.  En  "La  Breve  Descrip- 
ción," escrita  por  el  P.  Cadena,  página  40,  se  dice  que  vieron  muchos  abrirse  el 
volcán  de  Agua,  desde  la  base  hasta  la  cúspide,  en  dos  mitades,  a  impulso  del 
terremoto,  y  que  con  los  movimientos  sucesivos  se  volvió  a  pegar.  En  la 
"Historia  de  América"  por  Rusell  (T.  i.  P.  390)  se  asegura  que  en  la  ruina  de 
la  Antigua  Guatemala  se  perdieron  como  quince  millones  de  pesos  que  habían 
en  las  Cajas  Reales  y  fallecieron  cuarenta  mil  personas,  cuando  no  pasaron  de 
doscientas.  En  la  "Historia  y  Geografía,"  de  Flint,  resulta  que  el  terremoto 
de  Santa  Marta  fué  en  1779 — es  decir,  seis  años  más  tarde — y  que  murieron 
ocho  mil  familias,  a  causa  de  que  el  mar  se  levantó  muchísimo  sobre  su  nivel 

ordinario,  un  volcán  arrojó  agua  hirviendo,  y  otro,  ríos  de  lava ¡Así  se 

escribe  la  historia ! 


(1)    Escamilla.—  Noticias  curiosas. 


— 190  — 

Lo  cierto  es  que  los  eclesiásticos  que  no  querían  la  traslación  de  la  ciudad 
a  otro  lugar  atenuaron  los  perjuicios,  mientras  que  los  apasionados  por  cambiar 
la  localidad,  los  exageraron  bastante.  En  esos  casos,  la  imaginación  exaltada, 
y  lo  terrible  del  suceso,  conducen  a  pintar  con  más  vivos  colores,  lo 
que  de  suyo  es  terrible  y  lastimoso,  dándole  asi  mayor  ensanche  y  magnitud. 
La  descripción  del  P.  Cadenas,  prominente  sacerdote,  testigo  presencial  y 
hombre  de  letras,  merece  crédito — salvo  en  algunas  vulgaridades,  como  la  de 
la  apertura  del  volcán,  de  que  hemos  hablado. — Esa  descripción,  en  estilo 
gongórico,  se  publicó  un  año  después  del  suceso,  con  autorización  oficial.  En 
1858  se  reimprimió  en  la  tipografía  de  Luna.  Escamilla,  en  su  manuscrito, 
que  lleva  ])()r  título:  "Sucesión  Chronológica  de  los  Presidentes  que  han 
gobernado  este  Reyno  de  Goathemala,  Obispos  que  ha  tenido,  y  noticias  curio- 
sas de  estas  Indias,"  contiene  muchos  datos  acerca  de  la  ruina  y  traslación  de 
la  Antigua  capital  de  Guatemala,  asunto  al  cual  se  dedicará  un  capítulo  com- 
pleto, en  el  tomo  II  de  la  presente' obra. 

El  doctor  Morritz  Wagner,  en  sus  "Recuerdos  de  Centro-América,"  hace 
notar  un  fenómeno  que  caracteriza  a  todos  los  grandes  terremotos  habidos  en 
estos  países.  Es  la  repetición  de  sacudidas  a  intervalos  bastante  regulares  (i ). 
Ninguno  de  esos  terribles  terremotos  agotó  su  furia  con  una  o  pocas  convul- 
siones. La  tierra  tembló  antes,  como  si  se  preparara,  con  fuerzas  ciclópeas 
subterráneas,  la  devastación  horrenda.  Plegadas  y  replegadas  las  cai)as  te- 
rrestres, semeja  la  orografía  Centro-Americana,  un  papel  arrugado  por  mano 
gigante  y  de  hierro,  que  se  hubiera  complacido  en  amasar,  estrujando  entre 
sus  dedos  el  istmo,  y  triturando  sus  huesos  de  jaspe  y  de  granito.  Esa  mano 
plutónica  no  es  otra  que  la  fuerza  misteriosa,  inconmesurable,  terrible  de  Ka- 
brakán,  decían  los  indios,  cuando  temblaba  la  tierra. 

De  los  temblores  de  tierra  del  año  1830,  que  tanto  afligieron  a  estas  co- 
marcas, así  como  de  los  que  se  experimentaron  en  1852  y  1854,  del  que  tuvo 
lugar  en  la  noche  de  la  octava  de  la  celebración  de  la  Virgen  de  Guadalupe,  de 
1863,  y  de  los  terribles  sucesos  sísmicos,  que  destruyeron  Quezaltenango,  San 
Marcos  y  varios  otros  pueblos  de  Los  Altos,  en  el  año  1902,  en  el  mes  de  febre- 
ro, así  como  de  la  tremenda  catástrofe  de  Cartago  en  Costa-Rica,  en  1910, 
cumple  hablar  detenidamente  en  el  tercero  y  último  tomo  de  la  presente  obra. 
No  obstante,  es  oportuno  dejar  consignada  aquí  la  descripción  que  hicieron 
unos  ingenieros  alemanes,  de  cómo  quedaron  aquellos  lugares  de  Los  Altos, 
después  de  la  erupción  del  volcán  Santa  María.     Hela  aquí : 

"El  pueblo  de  El  Palmar  fué  inundado  por  el  río  Nimá  el  siete  de  noviem- 
bre, de  tal  manera  que  se  llevó  la  parte  que  quedaba  arriba  de  la  plaza  y  una 
fracción  de  la  parte  baja,  esto  es,  más  de  la  mitad  del  pueblo,  dejando  el  río 


(1)    La  frecuencia  cronológica  de  los  temblores  americanos,  fué  uno  de  los  temas  aue  se  dilucidaron 
en  el  "CJongreso  Argentino  Internacional  Americano"  de  Julio  de  1910. 


—  191  — 

como  huella  de  su  paso  una  capa  de  dos  a  cuatro  metros  de  lodo  en  el  lugar 
donde  antes  estuvieron  las  casas,  y  cavó  su  cauce  veinte  a  treinta  metros  más, 
teniendo  nosotros  que  quitarnos  los  vestidos  para  pasarlo.  Lo  mismo  nos 
sucedió  al  regreso ;  pero  ya  el  alcalde  3°,  con  los  únicos  veinte  indios  que  han 
quedado  en  el  lugar,  había  colocado  dos  palos  en  el  mismo  punto  en  que  hubo 
el  puente  que  conducía  a  la  Sabina. 

En  la  finca  "Enriqueta,"  mejor  dicho,  en  los  vestigios  que  quedan  de  ella, 
vimos  los  últimos  seres  vivos :  eran  unos  perros  abandonados.  Las  ramas  de 
los  cafetos  que  todavía  sobresalen  de  las  cenizas  en  esa  finca,  comenzaban  a 
brotar.  ¡  Oh  rica  savia  la  de  esta  tierra  americana !  En  la  loma  que  se  ve 
hacia  la  derecha,  en  la  finca  que  se  llamó  "La  Florida,"  y  cerca  de  la  Cuachera, 
vimos  los  primeros  respiraderos  volcánicos. 

Llegamos  a  la  Cuachera,  a  las  11  a.  m.,  bajamos  al  baño  y  allí  tomamos 
el  almuerzo.  El  agua  conserva  los  mismos  elementos  químicos  que  tenía  antes 
de  la  erupción,  y  es  la  única  potable  que  se  encuentra  en  el  camino  desde  El 
Palmar.  A  las  12  continuamos  nuestra  marcha  ascendente,  atravesando  el 
lugar  donde  estuvo  el  hermoso  Hotel  de  la  Sabina,  y  llegamos  a  la  orilla  del 
gran  barranco  por  donde  antes  se  llegaba  a  los  famosos  baños  medicinales.  Ni 
uno  se  ve  de  los  enormes  árboles  que  antes  del  fenómeno  formaban  una  selva 
en  el  abismo. 

En  el  fondo  se  ven  dos  zanjas  gigantescas  y  paralelas,  la  más  cercana  for- 
mada por  el  agua  del  baño  de  la  fuente  Sabina,  y  la  otra  por  el  río  Tambor, 
juntándose  un  poco  más  abajo,  por  la  misma  reunión  de  las  corrientes.  Por 
medio  de  largos  cables  y  lazos  llegamos  al  lecho  de  la  primera  zanja,  temiendo 
quedar  sepultados  bajo  aquellas  incalculables  masas  de  arena  de  escasa  cohe- 
sión, que  podían  escurrirse  sobre  nosotros  como  un  alud  en  las  nevadas  cum- 
bres de  Suiza.  Nuestro  empeño  era  ver  cómo  había  quedado  en  realidad  la 
renombrada  fuente,  y  llegamos  a  ella  remontando  el  lecho  de  la  zanja  como 
unos  150  metros.  Del  tanque  sólo  se  ve  un  pedacito  de  pared,  que  da  paso  al 
agiia  y  está  lleno  de  arena.  Las  tres  fuentes  existen  todavía ;  su  altura  es 
menor  y  la  primera  dista  de  la  tercera  un  metro,  arrojando  la  misma  clase  de 
agua  y  con  la  misma  temperatura  que  antes.  Sólo  la  del  centro,  que  está  unos 
30  centímetros  más  alta  que  las  otras  dos,  ha  cambiado  de  modo  notable.  Su 
agua  es  fuertemente  hedionda,  contiene  mucho  ácido  sulfhídrico ;  su  tempera- 
tura es  muy  alta,  parece  que  estuviera  en  ebullición  y  no  se  puede  tomar. 

El  baño  queda  en  el  fondo  de  altísimas  paredes  de  ceniza  y  arena  casi  ver- 
ticales, que  alcanzan  una  elevación  de  15  a  20  metros,  formando  un  semi- 
círculo que  marca  el  principio  de  la  primera  zanja  de  que  hablé  antes.  Salimos 
de  las  fuentes  con  mucho  trabajo,  haciendo  gradas  en  aquellas  altas  paredes, 
y  desde  arriba,  en  frente  de  los  baños,  tomamos  de  éstos  una  vista  fotográfica. 
De  aquí  nos  encaminamos  a  los  manantiales  de  agua  de  San  Antonio,  que 
se  ven  bajar  del  peñasco ;  bajamos  al  río  Tambor  y  subimos  por  el  otro  lado  a 


—  192  — 

las  fuentes,  que  se  encuentran  en  el  mismo  sitio  y  se  conservan  inalterables. 
La  casita  de  los  baños  y  la  sólida  y  empinada  gradería  que  conducía  a  San  An- 
tonio, fueron  arrasadas  por  las  grandes  avenidas  que  causan  los  continuos 
aguaceros.  El  camino  de  herradura  para  subir  a  San  Antonio  ya  no  existe,  y  á 
lo  largo  de  la  orilla  del  río  no  se  ve  más  que  una  roca  cortada  a  tajo.  Del  lugar 
donde  estuvieron  los  baños  de  San  Antonio  salimos  con  más  diñcultad  que  de 
la  Sabina,  porque  era  roca  pura  la  que  escalábamos.  Cuando  pudimos  llegar 
arriba  nos  detuvo  la  boca  de  una  gran  zanja;  nos  consideramos  impotentes 
para  subir  por  ella  y  tuvimos  que  seguir  su  curso  como  300  metros  para  lograr 
subir  a  la  izquierda.  Por  fin  llegamos  a  una  loma  de  los  terrenos  de  San  An- 
tonio. De  los  grandes  edificios  de  esta  finca  no  se  hallan  ni  vestigios,  ni  se 
puede  determinar  con  seguridad  el  punto  en  que  se  encontraban.  El  riachuelo 
que  corría  entre  los  edificios  y  la  orilla  del  barranco  del  Tambor,  formó  en  las 
enormes  masas  de  arena  y  ceniza  un  barranco  formidable,  difícil  de  atravesar. 
Del  barranco  atrás  de  San  Antonio  salen  grandes  cantidades  de  vapor  de  agua, 
y  hacia  la  loma,  entre  este  barranco  y  el  riachuelo,  se  ve  toda  una  serie  .de  res- 
piraderos. Lo  propio  se  observa  en  las  colinas  que  suben  hacia  las  montañas 
y  que  se  cuentan  por  centenares.  Desde  aquí  el  más  frío  observador  se  con- 
mueve por  el  aspecto  que  presenta  la  naturaleza.  Ayer  asombraba  la  feracidad 
de  estas  regiones,  su  riqueza,  sus  bellos  paisajes ;  hoy  impresiona  profunda- 
mente el  ánimo  más  indiferente  la  tristeza  de  estos  paisajes,  el  ondulante 
desierto  de  arena,  de  donde  apenas  sobresale  dos  o  tres  metros  el  árbol  gigan- 
tesco que  hace  poco  se  ostentaba  gallardo  en  las  faldas  de  la  cordillera.  Todo 
está  muerto  y  ni  un  ave  cruza  veloz  por  encima  de  esos  campos  de  desolación. 

Eran  las  dos  de  la  tarde  y  se  aproximaba  el  diluvio  diario  que  cae  en  la 
región  a  consecuencia  de  la  condensación  de  los  vapores  que  arroja  el  volcán 
por  la  mañana.  En  un  momento  armamos  nuestra  tienda  de  campaña  en  un 
lugar  abrigado  de  los  vientos ;  pero  el  aguacero  es  tan  fuerte  que  nos  mojamos 
como  si  estuviéramos  en  campo  raso.  Por  fortuna  sólo  duró  un  cuarto  de 
hora,  y  como  habíamos  hecho  provisión  de  leña,  nos  secamos  al  calor  de  una 
fogata,  que  mantuvimos  toda  la  noche.  Casi  no  dormimos  una  hora :  lo  im- 
pedía el  viento  que  soplaba  impetuosamente,  los  retumbos  del  volcán  que  te- 
níamos a  legua  y  media,  el  frío  que  nos  entumecía  los  huesos  y  el  horrible  es- 
truendo que  ocasionaba  el  Tambor  con  las  grandes  avenidas  que  lanzaba  sobre 
la  costa.  Como  a  las  nueve  de  la  noche  hubo  un  fuerte  temblor,  los  derrumbes 
del  cono  del  volcán  eran  frecuentes  y  espesas  masas  de  vapores  salían  cons- 
tantemente del  cráter. 

Por  fin  amaneció,  y  nos  preparamos  para  la  parte  más  difícil  de  nuestra 
expedición,  como  que  en  ella  podíamos  dejar  hasta  la  vida.  En  nuestra  com- 
pañía llevábamos  dos  frazadas,  algo  para  almorzar  y  la  resolución  de  ver  aque- 
lla boca  del  infierno. 


—  193  — 

Vjsto  desde  nuestra  tienda,  el  camino  para  llegar  al  cráter  nos  conducía 
a  lo  largo  de  cuatro  grandes  lomas  aparentemente  unidas  por  sus  bases.  Como 
a  una  milla  de  distancia  de  la  tienda,  toda  vegetación  ha  desaparecido.  La 
subida  era  muy  difícil  por  lo  fuerte  de  la  pendiente  y  lo  resbaladizo  del  lodo 
que  formó  el  aguacero  de  la  noche  anterior.  Llegados  a  la  cumbre  de  la  pri- 
mera loftia,  notamos  que  nos  separaba  de  la  segunda  un  espacio  como  de  media 
legua,  con  declive  sobre  el  cauce  del  Tambor  y  surcado  por  innumerables 
zanjas.  Era  forzoso  atravesarlas  todas,  las  pequeñas  saltándolas,  las  grandes, 
— con  profundidades  de  30  metros, — por  medio  de  cables,  lazos  y  gradas.  El 
paso  de  esas  zanjas  fué  la  parte  más  penosa  de  nuestro  viaje.  La  segunda  y 
tercera  loma  eran  más  pendientes  que  la  primera  y  ya  no  pudimos  dar  veinte 
pasos  sin  descansar  a  tomar  aliento.  Al  escalar  la  tercera  loma  retrocedimos 
bruscamente  ante  un  peligro  inminente :  nos  envolvieron  fuertes  vapores  asfi- 
xiantes, como  de  gas  del  alumbrado  y  sulfurosos,  y  creímos  imposible  llegar  al 
cráter  aquella  mañana;  pero  el  viento  cambió  pronto,  llevándose  los  vapores 
hacia  las  montañas,  y  volvimos  a  emprender  la  marcha.  De  aquí  no  quiso 
pasar  un  mecánico  del  país,  que  se  nos  había  agregado,  y  nos  encaminamos  por 
último  hacia  la  derecha  del  cráter  para  evitar  las  nocivas  emanaciones  gaseo- 
sas. Ya  no  era  tan  penosa  la  ascensión,  porque  la  capa  de  arenas  no  está  for- 
mada, como  más  abajo,  por  arena  fina  y  ceniza  resbaladiza,  sino  por  otros  más 
gruesos  mezclados  con  piedras.  Por  aquí  pudimos  admirar  la  fuerza  eruptiva 
del  volcán,  pues  como  a  200  metros  del  cráter  había  una  hilera  de  enormes 
piedras  volcánicas,  que  sobresalían  aun  de  la  arena  2  y  4  metros.  Yo  calculo 
en  muchas  toneladas  el  peso  de  la  parte  visible  de  estas  rocas. 

A  las  10  de  la  mañana  precisamente  llegamos  al  borde  del  abismo.  Yo  no 
puedo  explicar  la  emoción  que  aquello  nos  causó.  Nos  detuvimos  callados, 
temiendo  dirigir  la  vista  adelante,  atrás,  a  todos  lados.  Estábamos  en  pre- 
sencia de  un  cráter  colosal.  Su  boca  es  elíptica,  con  su  eje  mayor  del  Este  al 
Oeste,  teniendo  más  o  menos  1,000  metros  de  longitud.  Su  profundidad  será 
de  200  a  250  metros  y  el  diámetro  mayor  del  fondo  no  tendrá  de  500  a  600 
metros.  Seis  aberturas  de  diferentes  tamaños  hay  en  el  fondo,  y  de  ellas  se 
ven  cinco  hacia  las  orillas,  que  despiden  continuamente  grandes  nubes  de  vapor 
de  agua.  La  mayor  está  hacia  el  Este,  tiene  como  30  metros  de  diámetro  y 
su  forma  es  redonda.  Detrás  de  esta  boca,  extendiéndose  hasta  la  pared 
posterior  y  aumentando  de  diámetro,  se  ve  un  llano  amarillo,  como  de  azufre, 
que  exhala  continuamente  vapores  de  blancura  deslumbrante.  La  abertura 
que  sigue  a  la  izquierda,  y  la  segunda  en  tamaño,  de  forma  oval,  lanza  nubes 
de  vapor,  piedras  y  arena  a  quince  o  veinte  metros  de  altura.  La  pared  poste- 
rior del  cráter,  poco  menos  que  vertical,  ya  casi  llega  a  la  cima  del  Santa  María, 
teniendo  de  1,500  a  1,800  metros  de  altura.  De  la  parte  más  alta  se  despren- 
den constantemente  trozos  grarfdes  de  rocas,  produciendo  al  caer  ruidos  pare- 


—  194  — 

cidos  al  trueno,  los  cuales  podrían  tomarse  por  erupciones.  Los  derrumbes 
han  formado  en  la  pared  mencionada  un  cono  de  escombros  de  unos  150  metros 
de  altura. 

En  el  propio  cono  y  a  media  altura  se  encuentra  la  sexta  salida  de  nubes 
de  vapor. 

La  altura  del  cráter  sobre  el  nivel  del  mar  es  de  2,000  a  2,500  metros.  Per- 
manecimos una  hora  en  los  bordes  del  cráter  y  tomamos  dos  vistas  del  abismo. 
Todo  ese  tiempo  respiramos  un  aire  débilmente  cargado  de  azufre.  A  las  11 
a.  m.,  emprendimos  el  regreso  y  llegamos  a  nuestra  tienda  a  las  12  y  15.  A  las 
5  y  30  P-  m-»  a  San  Felipe,  habiendo  visto  cuanto  hay  que  ver  en  cuestión  de 
cráteres,  de  avenidas  de  derrumbes,  de  retumbos,  de  vapores,  de  abismos  y  de 
diluvios,  de  truenos  y  temblores  de  tierra. — (f.)  Enrique  Siegcrist". 

El  nombre  quiche  del  volcán  Santa  María  es  K'  a'  kxanul,  vomitador  de 
fuego,  y  sábese  por  los  Anales  Kakchiqueles  (\ue  hizo  cTupcií»n(>s  tríMiu-iuias. 

ERUPCIONES  VOLCÁNICAS  Y  TERREMOTOS  EN 
CENTRO-AMÉRICA: 

Siglo      XVI 6  erupciones 

,,       XVII II 

„  XVIII 17 

..      XIX ,7 


^ño  1522 

Eruf>rión   í 

el  volc.'m   Masaya 

Nicaragua. 

,,     1526 

Fuego 

(iuatemala^ 

».     1565 

Pacaya 

Guatemala.' 

.,     1581 

Fuego 

Guatemala; 

„     1582 

, ,         „        Fuego 

Guatemala/ 

..     1585- 

586     ,',' 

Fuego 

Guatemala^ 

„     1614 

,,         „        Fuego 

Guatemala, 

„     1623 

Fuego 

Guatemala.  ^ 

,,     1643 

San  Vicente 

Salvador. 

„     1651 

Pacaya 

Guatemala. 

„     1664 

Pacaya 

Guatemala. 

,,     1668 

Pacaya 

Guatemala;. 

,,     1670 

,         „        Masaya 

Nicaragua.- 

„     1671 

Pacaya 

Guatemala.^ 

.,     1677 

,         „        Fuego 

Guatemala, 

,,     1699 

Fuego 

Guatemala. 

..     1705 

,         „        Fuego 

Guatemala. 

,,     1706 

>,           , 

,         „        Fuego     ■ 

Guatemala^ 

r 


195  — 


Ir 


,.    1707 

, 

, 

,         „        Fuego 

Guatemala.-^ 

,,    I7I0 

»> 

Fuego 

Guatemala.' 

,.   I7I7 

,         „        Fuego 

Guatemala. 

„   1723 

Irazú 

Costa-Rica>^ 

,,    1726 

,         „        Irazú 

Costa-Rica. 

,,  1732 

Fuego 

Guatemala. 

M   1737 

,         „        Fuego 

Guatemala. 

..  1764 

,         „        Momotombo 

Nicaragua. 

,,     1770-1772              Formación  Izalco 

Salvador. 

»,     1772 

Erupción  del  volcán   Masaya 

Nicaragua. 

..     1775 

„ 

•,         „        Masaya 

Nicaragua. 

,,     1785 

Cerro  Quemado 

Guatemala. 

„     1798 

Izalco 

Salvador. 

,.     1799 

,         „        Fuego 

Guatemala. 

,,     1803 

,         „        Izalco 

Salvador. 

,,     1821 

,         „        Masaya 

Nicaragua. 

,,     1829 

,,         „        Fuego 

Guatemala. 

..     1835 

,,         „        Cosigüina 

Nicaragua. 

,,     1844 

,,         „        San  Miguel 

Salvador. 

„     1847 

,,         „        Masaya 

Nicaragua. 

„     1850 

,,         „        Telica 

Nicaragua. 

..     1855 

,,         „        Tacana 

Guatemala. 

,,     1855 

,,         „        Fuego 

Guatemala. 

„     1856 

,,         „        Fuego 

Guatemala. 

,,     1857 

Fuego 

Guatemala. 

„     1858 

,,         „        Masaya 

Nicaragua. 

,,     1869 

Izalco 

Salvador. 

,,     1870 

,,         „        Izalco 

Salvador. 

,,     1880 

,,         „        Ilopango 

Salvador. 

,,     1880 

,,         „        Fuego 

Guatemala. 

„     1883 

,,         „        Ometepe 

Nicaragua. 

,,     1902 

Octubre 

Santa  María 

Guatemala. 

,,     1911 

Agost 

0 

Poas 

Costa-Rica. 

PRINCIPALES  TERREMOTOS 


1541  Septiembre,  11.     Destrucción  de  la  primera  capital  (Ciudad  Vieja). 

1575  Mayo,  23.     Gran  daño  en  la  Antigua  Guatemala  y  destrucción  de 

San  Salvador. 

1576  y  yy  Junio.     Gran  daño  en  la  Antigua  Guatemala. 


—  196  — 

1586  Diciembre,  23.     Destrucción  de  la  Antigua  Guatemala. 
165 1   Febrero,  18.     Gran  daño  en  la  Antiíjfua  Guatemala. 
1689  Febrero,  12.     Gran  daño  en  la  Antigua  Guatemala. 
1717  Septiembre,  29.     Destrucción  de  la  Antigua  Guatemala. 
175 1  Marzo,  4.     Gran  daño  en  la  Antigua  Guatemala. 
1765  Abril,  18.     Destrucción  de  varias  ciudades  de  El  Salvador. 
1765  Mayo,  20.     Destrucción  de  varios  pueblos,  en  la  provincia  de  Chi- 
quimula, 

1773  Julio,  29.     Destrucción  de  la  Antigua  Guatemala  (Santa  Marta). 

1774  Julio,   27.     Destrucción   de  los   pueblos  de  la   Costa   del    Bálsamo. 

Salvador. 

1798  Febrero,  15.     Gran  estrago  en  San  Salvador  y  pueblos  de  Cuscatlán. 

1822  Mayo,  7.  Gran  estrago  en  Cartago,  Matina  y  San  José  de  Costa- 
Rica. 

1839  Marzo,  22.     Gran  estrago  en  El  Salvador. 

1841  Septiembre,  2,     Destrucción  de  Cartago. — Costa-Rica. 

1847  Junio.     Gran  daño  en  la  Costa  del  Bálsamo. — Salvador. 

1852  Mayo,  16.     Mucbo  estrago  por  Guatemala  y  Los  Altos. 

1854  Abril,  16.     Ruina  de  San  Salvador. 

1857  Noviembre,  6.     Gran  estrago  en  Cojutepeque. — Salvador. 

1859  Agosto,  25.     Ruina  de  La  Unión. — Salvador. 

1859  Diciembre,  8.     Estrago  en  Amatitlán  y  Escuintla. — Guatemala. 

1862  Diciembre,  19.  Gran  daño  en  Escuintla,  Amatitlán,  Guatemala  y 
Tecpán. 

1870  Junio,  12.     Destrucción  de  Chiquimulilla,  y  estragos  en  Cuilapa. 

1870  Junio,  13.     Estragos  por  Jutiapa,  Santa  Rosa  y  Guatemala. 

1873  Marzo,  4.     Destrucción  de  San  Salvador  y  pueblos  vecinos. 

1874  Septiembre,   3.     Destrucción   de   Patzicia   y   estragos   por   Chimal- 

tenango. 

1878  Diciembre,  5.     Estragos  por  Usulután. — Salvador. 

1879  Diciembre,  21  y  31.     Destrucción  de  varios  pueblos  en  contorno  del 

lago  de  Ilopango. — Salvador. 
1902  Febrero,  18.     Ruina  de  Quezaltenango,  San  Marcos  y  otras  pobla- 
ciones de  Los  Altos. 

1910  Destrucción  de  Cartago  en  Costa-Rica. 

191 1  Agosto.     Estragos  en  las  cercanías  del  Poas,  en  Costa-Rica. 
1913  Enero.     Destrucción  de  Cuilapa. — Guatemala. 

El  P.  Lizarzaburu,  Jesuita  muy  inteligente  en  astronomía  y  ciencias  físi- 
cas, escribió  un  folleto  interesante  sobre  "Los  temblores  sentidos  en  Guate- 
mala, en  Diciembre  de  1862  y  Enero  de  1863,"  que  contiene  datos  curiosos 
sobre  fenómenos  seísmicos. 


—  197  — 

En  la  "Revista  del  Observatorio  Meteorológico,"  del  año  1883,  corres- 
pondiente al  mes  de  abril,  hay  un  catálogo  muy  completo  y  explicado  de  los 
temblores  en  Centro-América,  desde.  1469,  en  que,  según  Oviedo  y  una  tradi- 
ción indígena,  tembló  todo  el  istmo.  En  1522  hizo  erupción  el  volcán  de  Ma- 
saya,  ocasionando  fuertes  sacudimientos  de  tierra.  Bernal  Díaz  del  Castillo 
asegura  que  en  el  reino  de  Guatemala,  sintiéronse  terremotos  tan  fuertes,  en  el 
año  1539,  que  no  podían  los  hombres  tenerse  en  pie  (Tomo  I.,  Historia  Ver- 
dadera de  la  Conquista  de  Nueva  España,  edición  hecha  según  el  Códice  Autó- 
grafo, publicada  por  Genaro  García. — México,  oficina  tipográfica  del  Ministerio 
de  Fomento. — 1904). 

EFEMÉRIDES  SEÍSMICAS  Y  VOLCÁNICAS  DE  EL  SALVADOR 

1521  Erupción  del  Lamatepec  o  volcán  de  Santa  Ana  (Herrera). 

1522  Erupción  del  Cosigüina  y  del  Conchagua. 
1524  Grande  actividad  del  volcán  de  Santa  Ana. 

1538  Destrucción  de  San  Salvador,  cuya  sede  es  transferida  a  la  Bermuda. 
1556  Temblores  numerosos  y  muy  fuertes  en  San  Salvador. 
1570  Erupción  del  Santa  Ana,  que  algunos  refieren  haber  sido  en  1580. 
1576  Ruina  de  San  Salvador,  el  segundo  día  de  la  Pascua  del  Espíritu 

Santo,  que  destruyó  casi  toda  la  población. 
1 593- 1 594  Ruina  de  San  Salvador,  que  fué  completa. 
1625  Grandes  temblores  en  San  Salvador. 
1659  Ruina  de  San  Salvador. 
■;         1699  Grande  erupción  del  volcán  de  San  Miguel.     Los  temblores,  dice 

Jiménez  que  fueron  fuertísimos  y  pavorosos  los  retumbos,     (libr. 

V,  cap.  H). 
1770  Aparición  del  Izalco,  23  de  febrero. 

1774  Se  arruinan  Huizúcar,  Panchimalco  y  otros  pueblos  vecinos. 
1787  Erupción  muy  terrible  del  volcán  san  Miguel. 
1798  El  2  de  febrero  se  arruinó  San  Salvador. 
1802  El  volcán  Izalco  hace  gran  erupción. 

1805  a  1807  El  mismo  volcán  Izalco  arroja  grandes  lavas  y  cenizas. 
181 1  Hace  erupción  el  San  Miguel. 

1814  Grandes  temblores  en  San  Salvador. 

181 5  Ruina  en  San  Salvador, 
1819  Erupción  del  San  Miguel. 

1830  Fuertes  temblores  en  San  Salvador. 
1835  Erupción  del  San  Miguel. 

1839  El  22  de  marzo  hubo  un  terremoto  violentísimo  que  causó  no  pocas 
pérdidas. 


-198- 

1839  Del   I"  al    10  de  octubre  se  sintieron   fuertísimos  movimientos  de 

tierra. 
1844  El  23  de  julio  hizo  tremenda  erupción  el  San  Miguel. 

1853  El  9  de  febrero  se  sintió  un  terremoto  extensísimo  que  alcanzó  hasta 

Guatemala  y  Trujillo. 

1854  Ruina  de  San  Salvador.     El  16  de  abril,  a  las  dos  de  la  mañana,  dio 

en  tierra  con  toda  la  ciudad.     Hasta  el  18  se  contaron  120  temblores.. 

1854  Mayo.  Un  fuerte  temblor  que  destruyó  algunas  casas  en  San  Sal- 
vador. 

1854  Junio,  18.  Terremoto  en  San  Miguel.  Grande  hundimiento  de  ro- 
cas traquíticas  y  basálticas,  cerca  de  Estanzuelas. 

1854  Octubre,  7.  Fuerte  temblor  de  tierra  en  San  Salvador,  y  sobre  todo 
en  Cojutepeque  y  San  Vicente. 

1856  Del  14  al  30  de  agosto.  Fuertes  temblores  en  I  zaleo.  El  16  de 
agosto  se  rompió  el  cráter  del  lado  de  Santa  Ana,  produciendo  un 
grande  hundimiento  del  cnnn,  que  perdió  entonces  una  bncna  parte 
de  su  altura. 

1856  Fuertes  temblores  en  San  Salvador  y  Cojutepeque. 

1857  Temblores  en  Guatemala,  El  Salvador  y  Nicaragua,     (irán  actividad 

del  San  Miguel  y  del  Masaya. 
1859  Del  25  de  agosto  al  3  de  septiembre,  hubo  una  serie  de  temblores  en 

La  Unión. 
1880  Enero,  22.     Fuertes  movimientos  seísmicos  en  La  Unión.  Gotera  y 

San  Miguel. 

1880  Marzo.     Pequeña  erupción  de  piedras  y  cenizas  lan/.adas  \n,r  el  vol- 

cán de  Santa  Ana. 

1881  Del  16  al  22  de  abril,  se  sintieron  en  San  Salvador  temblores  de  tre- 

pidación de  alguna  intensidad. 
1881  Noviembre.     Sacudimiento  de  30  segundos,  bastante  fuerte  en  San 
Salvador. 

1881  Diciembre,  26.     Horribles  retumbos  y  temblor  muy  fuerte  en  San 

Salvador. 

1882  Agosto,  2.     Muy  fuerte  temblor  de  tierra  en  San  Salvador. 
1882  Octubre,  22.    Ocho  oscilaciones  grandes  en  San  Salvador. 
1882  Noviembre,  10.     Otras  oscilaciones  bastante  fuertes. 

1884  Marzo,  27.     Fuerte  temblor  de  oscilación  en  San  Salvador. 

1884  Junio,  3.     Largo  temblor  en  San  Salvador. 

1884  Junio,  10.     En  Santa  Tecla  se  experimentó  un  fuerte  movimiento 

de  tierra. 
1884  Julio,  12.     En  San  Salvador  y  en  Santa  Tecla  se  sintió  otro  temblor. 
1884  En  agosto,  octubre  y  diciembre,  tembló  en  dichas  ciudades. 
1884  Tres  fuertes  temblores  en  San  Vicente. 


I 


—  199  — 

1884  Diciembre,  8.     En  Santa  Ana  y  Sonsonate  hubo  grandes  temblores. 

Del  5  al  14  de  agosto  de  1856,  sufrió  toda  la  costa  del  mar  Caribe  una  gran 
conmoción.     En  Trujillo  no  dejó  de  temblar  la  tierra  por  mucho  tiempo. 

En  Tegucigalpa  y  en  otros  pueblos  de  Hibueras  han  causado  los  volcanes 
no  poco  sobresalto  a  los  moradores  de  aquellas  tierras,  produciendo  fuertes 
sacudimientos,  que  algunas  veces  ocasionaron  lamentables  ruinas,  como  la  de 
Comayagua,  ocurrida  el  14  de  octubre  de  1774;  aunque  no  de  la  magnitud  de 
la  que  sufrió  León  de  Nicaragua  en  aquella  primitiva  ciudad,  que  quedó  des- 
truida en  su  mayor  parte.  En  Costa-Rica  no  han  faltado  los  temblores  de 
tierra,  siendo  funestamente  memorables  los  de  1638,  que  hicieron  caer  algunos 
edificios,  quedando  maltrechos  casi  todos.  A  la  filantropía  del  gobernador 
don  Gregorio  Sandoval,  debióse  la  restauración  de  aquella  ciudad,  ya  que  de 
sus  fondos  particulares  gastó  en  refaccionar  los  edificios  públicos  y  en  socorrer 
a  algunas  personas  damnificadas.  El  7  de  mayo  de  1822  hubo  un  terremoto 
que  causó  graves  daños  en  Cartago,  Matina  y  San  José.  En  184 1  el  2  de  sep- 
tiembre, se  arruinó  Cartago,  y  en  1851  sufrieron  San  José,  Heredia  y  Alajuela. 
El  29  de  diciembre  de  1888  cayeron  varias  casas  de  la  Capital,  se  incendió  la 
Farmacia  Francesa,  y  quedaron  dañados  muchos  edificios.  En  Alajuela  pe- 
recieron varias  personas,  y  el  temblor  de  tierra  fué  horrible ;  pero  más  aún  en 
Tambor,  lugar  que  cambió  de  topografía,  pereciendo  don  Rafael  Castro  y  dos 
de  sus  hijos.  Una  ola  inmensa  de  tierra  arrebató  de  ese  lugar  a  la  esposa  y  a 
una  niña  de  aquel  desgraciado,  llevándolas  a  distancia  del  sitio  en  donde  que- 
daban los  otros  sepultados.  El  13  de  abril  de  1910  sintiéronse  fuertes  movi- 
mientos sísmicos,  que  produjeron  graves  daños  en  las  propiedades,  sin  desgra- 
cias personales.  El  4  de  mayo  de  1910  se  arruinó  Cartago  totalmente,  murien- 
do más  de  500  personas.  Este  desastre  ha  sido  el  más  terrible  de  los  causados 
en  Centro-América,  por  los  terremotos. 

El  lunes  28  de  agosto  de  191 1  hizo  erupción  el  volcán  Poas,  y  hubo  terre- 
motos tan  fuertes  que  destruyeron  las  casas  de  madera  de  los  alrededores,  se 
abrió  la  tierra  en  enormes  grietas  y  los  pobladores  de  las  alquerías,  que  salieron 
a  los  campos,  se  veían  arrojados  de  un  lugar  a  otro.  El  lector  que  desee  ampliar 
los  datos  anteriores,  puede  ocurrir  en  consulta,  a  la  obra  reciente  del  doctor 
don  Cleto  Víquez,  que  no  he  podido  consultar  respecto  a  Costa-Rica,  y  a  la 
del  Capitán  Montessus  de  Ballore,  que  formó  una  compilación  completa  de  los" 
anales  seismológicos  de  Centro-América.  Hoy  se  han  hecho  estudios  intere- 
santes acerca  de  las  causas  de  los  temblores  de  tierra,  del  vulcanismo  del  pla- 
neta y  de  los  círculos  de  conmoción,  que  abrazan  los  terremotos ;  pero  tales 
materias  son  ajenas  a  la  índole  histórica  de  la  presente  obra. 

No  se  puede  poner  en  duda  que  existe  relación  entre  los  terremotos  y 
otros  fenómenos  físicos.  Los  que  han  estudiado  la  corteza  terrestre  y  la  re- 
gión sub-oceánica,  apuntan  que  la  América  Central  es  uno  de  los  puntos  más 


débiles  de  dicha  corteza,  bajo  la  cual  coinciden  dos  arcos  (i)  o  vértices  de  los 
husos  esféricos  en  que  está  cortado  el  casco  de  la  tierra,  concomitantes  con 
las  islas  de  la  Sonda  y  de  las  Antillas.  Centro-América  es  una  arista  salvada 
de  grandes  cataclismos,  de  destrucciones  horrendas. 

Los  temblores  de  tierra  actuales  no  son  más  que  ecos  debilitados  de  es- 
pantosos trastornos  telúricos  en  remotísimos  tiempos.  La  serie  de  revolu- 
ciones de  que  ha  sido  teatro  el  Centro  de  América  desde  la  época  jurásica,  ha 
trastornado  repetidas  veces  su  configuración,  ora  hundiéndose  a  inmensos 
abismos,  ora  surgiendo  a  grandes  alturas  sobre  las  aguas,  al  tiempo  que  sus 
sistemas  de  montañas  se  edificaban,  se  degradaban  y  volvían  a  nacer  alterna- 
tivamente. En  épocas  precretáceas  el  mar  de  las  Antillas  era  un  golfo  del 
Pacífico.  De  la  región  de  Honduras  se  destacaba  una  gran  península.  Cuba 
encontróse  unida  a  la  América  Central,  en  época  relativamente  reciente. 

Resumiendo — dice  el  sabio  jesuíta  Mariano  Gutiérrez  Lanza — la  historia 
de  las  múltiples  y  profundas  revoluciones  estructurales  de  este  mundo  Centro- 
americano, he  aquí  la  serie  probable  de  los  acontecimientos.  En  los  tiempos 
primitivos,  cadenas  de  base  granítica  y  eruptiva  en  dirección  del  geosinclinal 
mediterráneo.  Una  larga  zona  de  tierra  se  extendía  desde  Honduras,  y  Cuba 
formaba  parte  de  un  grandísimo  territorio,  que  además  del  actual,  abrazaba  la 
isla  de  Pinos  y  las  Bahamas.  La  Florida  no  existía.  Al  fin  del  período  cre- 
táceo empieza  el  período  que  está  para  terminar.  En  la  época  oligocena  una 
acción  enérgica  dio  origen  al  empuje  orogénico  de  grandes  plegamientos,  a 
que  las  Antillas  y  Centro-América  deben  sus  principales  rasgos  estructurales. 
El  nacimiento  de  estas  cadenas  corresponde  a  la  surrección  de  los  Pirineos. 
Por  desgracia,  la  enfermedad  hi.stérica  y  convulsiva  de  nuestro  suelo  parece 
incurable,  y  así  a  las  vicisitudes  referidas,  se  han  sucedido  nuevos  y  no  inte- 
rrumpidos trastornos  que  han  continuado  hasta  nuestros  días,  y  con  ellas  la 
gran  propensión  a  violentas  conmociones  sísmicas  y  terribles  erupciones  vol- 
cánicas (2). 

Las  capas  geológicas  de  la  tierra  se  sobreponen  unas  a  otras  y  contienen 
las  páginas  de  los  azares  telúricos.  Cada  hoja  de  ese  infolio  inmenso  lleva 
escrita  la  historia  de  siglos  incontables ;  la  vida  del  planeta  que  habitamos. 


(1)    Sismolocrfa.    Goiurreso  Científico  Internacional  Americano.    Buenos  Aires.— 1910. 
<2)    Pantos  de  vista  sobre  los  terremotos,  por  M.  Gntiérrez  Lanza,  1er.  Con«Teso  Pan  Americano. 
Santiaaro  de  Chile.    Volumen  V<?  Ciencias  Físicas. 


CAPITULO  VII 

arqueología  centro-americana 


SUMARIO 


La  arqueología  de  Centro-América  ofrece  el  mayor  interés. — Soberbia  obra  de 
Goodman  y  Maudslay.  —  Destrucciones  hechas  por  los  mismos  indios  y  después  por 
los  españoles.  —  Cronistas  aborígenes.  —  La  Sección  Etnográfica  del  Museo  Nacio- 
nal de  la  Sociedad  Económica.  —  Benemérito  anticuario  guatemalteco,  don  Juan 
Gavarrete.  —  Los  célebres  monumentos  de  Cotzumalguapa.  —  Descripción  de  sus 
ruinas,  por  primera  vez  publicada.  —  Grande  importancia  que  tienen.  —  Bowditch 
calcula  los  siglos  que  cuentan  de  existencia  nuestras  ciudades  prehistóricas.  —  An- 
tigua opulencia  de  Santa  Lucía  Cotzumalguapa.  —  Obrajes  magníficos  y  estancias 
soberbias.  —  Decadencia  y  ruina.  —  El  arzobispo  Larraz  describe  ese  pueblo  y  otros 
comarcanos.  —  Ricas  haciendas  de  esa  zona.  —  Varias  poblaciones  desaparecidas.  — 
Ruinas  de  Piedras  Negras.  —  El  Peten.  —  Copan,  en  Honduras.  —  El  Templo.  —  El 
Circo  Máximo.  —  Las  Pirámides.  —  El  Sacrificatorio.  —  Los  Geroglíficos.  —  Ruinas 
de  Kiriguá.  —  Descripción  de  Schcrzer.  —  El  Circo.  —  Las  Cabezas  humanas.  —  La 
gran  Tortuga.  —  Monumentos  de  Palemke.  —  Restos  de  Sinaca-Mecalo.  —  Ruinas 
del  Carrisal.  —  Ruinas  de  Mixco  y  de  Petapa.  —  Lo  que  queda  de  Patinamit.  —  Des- 
cripción de  aquel  sitio.  —  La  bella  Xelahú.  —  Poblaciones  primitivas  que  hubo  en  el 
valle  donde  está  situada  la  capital  de  Guatemala.  —  Río  subterráneo.  —  Ruinas  de 
Tical.  —  Monumentos  de  Menché.  —  La  ciudad  de  Lorillard.  —  Antigüedades  en  la 
América  Central,  descritas  por  don  Cesáreo  Fernández  Duro.  —  Ruinas  de  la  repú- 
blica de  El  Salvador.  —  Antigüedades  curiosas  de  Costa-Rica.  —  Arqueología  de  Ni- 
caragua. —  "La  Antigua  América,"  obra  escrita  en  inglés  y  traducida  al  castellano, 
por  don  Antonio  Batres  Jáuregui.  —  Las  ruinas  de  Nackeun.  —  Comparación  de  las 
ruinas  de  Atenas,  Herculano,  Pompeya  y  Roma  con  las  de  la  América  Central.  — 
Estas  son  hieráticas  reminiscencias  de  civilizaciones  muertas. 


La  arqueología  imparte  un  aire  de  realidad  al  estudio  del  pasado.  Los 
despojos  monumentales  rememoran  vivamente  la  prístina  condición  de  las 
sociedades  muertas.  Epitafios  elocuentes  de  otros  siglos  y  de  otros  hombres, 
son  síntesis  de  su  historia ;  fragmentos  que  sirven  para  reconstruir  los  pueblos 
más  remotos.  Las  célebres  ruinas  de  la  América  Central  casi  todas  yacen 
apartadas  de  los  actuales  centros  de  población,  entre  las  lúgubres  sombras  de 
florestas  vírgenes. 

El  arte  monumental  indígena  de  Guatemala  ofrece  el  mayor  interés  a  los 
sabios  y  a  las  sociedades  europeas  y  americanas.  En  los  museos  de  Berlín, 
Londres,  París,  Nueva  York,  Washington  y  Roma,  hemos  visto  fragmentos 
de  las  portentosas  ruinas  prehistóricas  de  Centro-América,  reveladoras  al  tra- 
vés de  los  siglos,  de  la  civilización  peculiar  que  tuvieron  las  naciones  antiquí- 
simas, desde  Yucatán  y  nuestras  costas  Atlánticas,  hasta  muchos  puntos  de 
este  istmo,  centro  de  la  cultura  del  mundo,  en  remotas  edades,  y  que  acaso  lo 


—  202  — 

será  en  venideros  tiempos  (i).  Sin  apelar  a  la  suposición  de  los  que  afirman 
que  aquí  estuvo  el  pueblo  más  civilizado  del  continente  antiguo,  del  cual  era 
colonia  el  Egipto,  y  que  lo  componían  los  carios,  quienes  formaron  la  cuna  de  la 
antigüedad,  es  preciso  reconocer  la  cultura  remota'de  Palemke,  Copan,  Kiri- 
guá,  Tihuanuco,  Piedras  Negras,  Tical,  Chichén  ítzá,  y  demás  restos  de  mo- 
numentos indígenas,  que  servirán  de  objeto  al  presente  capítulo,  a  fin  de  dar 
una  idea  general  de  ellos,  remitiendo  al  lector  que  desee  jírofiindizar  la  mate- 
ria, a  los  libros  extensos  que  existen. 

En  la  monumental  y  soberbia  obra  de  Goodman  y  Maudslay  "Biología 
y  Arqueología  Centrali-Amcricana,"  publicada  en  Londres,  en  1<S97,  se  descri- 
ben esas  interesantes  ruinas,  centros  de  pueblos  perdidos,  cuya  vida  dejó  ape- 
nas rastros,  que  la  tradición,  la  lingüística,  la  arqueología  y  la  historia,  se 
empeñan  en  descifrar. 

Los  mismos  indios,  durante  el  periodo  de  U)s  tuitecas,  y  por  invasiones 
posteriores,  destruyeron  no  sólo  ciudades  hieráticas  y  monumentos  antiquísi- 
mos, sino  los  fastos,  las  tradiciones,  y  cuanto  pudiera  mantener  la  historia  de 
los  vencidos.  Los  aztecas,  después,  y  los  españoles,  por  último,  trataron  de 
borrar  hasta  el  recuerdo  de  aquellas  civilizaciones  que  hoy  investiga  la  ciencia 
moderna  (2). 

"Debe  sal)erse — dice  Las  Casas— que  en  todos  estos  países,  entre  las  di- 
versas profesiones  que  tenían  personas  competentes,  existió  la  de  cronistas  o 
historiadores,  que  conocieron  el  origen  de  estos  reinos  y  de  todo  cuanto  se 
relacionaba  con  la  religión  y  con  sus  dioses,  lo  mismo  que  con  los  fundadores 
de  las  ciudades  o  villas.  Consignaban  en  sus  crónicas  las  historias  de  los 
reyes,  la  manera  como  eran  elegidos  y  quiénes  habían  sido  sus  sucesores ;  la 
de  sus  trabajos,  acciones  y  guerras,  y  la  de  los  hechos  más  memorables.  Ha- 
blaban de  los  héroes  y  hombres  benéficos.  Sabían  quiénes  fueron  los  prime- 
ros pobladores  del  país,  sus  costumbres,  triunfos  y  derrotas.  En  efecto,  estu- 
diaban todo  lo  concerniente  a  la  cronología,  y  eran  capaces  de  informar  lo 
interesante  del  pasado.  Estos  crohistas  tenían  también  que  calcular  los  meses 
y  años,  y  aun  su  modo  de  escribir  no  era  como  el  nuestro.  Empleaban  símbo- 
los y  caracteres,  por  medio  de  los  cuales  lo  entendían  todo ;  y  guardaban  gran- 
des libros  compuestos  de  manera  tan  ingeniosa  y  con  tal  arte,  que  las  letras 
que  de  nosotros  aprendieron,  no  les  servían  de  mucho  para  llenar  su  objeto. 
Nuestros  sacerdotes  han  visto  algunos  de  esos  libros,  y  yo  mismo  los  he  tenido 
en  mis  manos,  aunque  muchos  fueron  quemados  por  instigación  de  los  misio- 
neros que  temían  que  sirviesen  de  impedimento  a  la  obra  de  la  conversión". 


(1)  Va  hemos  hablado  del  porvenir  de  Centro- América;  y  respecto  a  su  aniueolo^ía  existe  un 
interesante  cuadro  de  honor  formado  por  el  l)r.  Hermán  Prowe. 

(2)  Itzcoatl  destruyó    muchos  de  los  manuscritos  aulisruos— '  La  Anticua  América,"  de  Baldwln. 
explica  cuánto  se  destruyó. 


—  203  — 

Todos  estos  imperios,  desde  la  más  remota  antigüedad,  habían  venido  ex- 
perimentando cambios  y  revoluciones  causados  por  el  predominio  o  influencia 
ya  de  un  pueblo  ya  del  otro,  en  el  curso  de  su  larga  historia.  Por  último,  la 
conquista  española  casi  acabó  con  los  indios  y  destruyó  sus  monumentos  y  la 
mayor  parte  de  sus  tradiciones ;  por  lo  cual  es  mucho  más  difícil  para  los  anti- 
cuarios penetrar  en  el  laberinto  del  pasado.  Sin  la  arqueología  monumental 
fuera  imposible  probar  el  grado  de  progreso  de  los  antiguos  pobladores  de  la 
América  del  Centro. 

Los  grandes  y  espesos  bosques  de  la  parte  Norte  de  Guatemala  y  Meri- 
dional de  Yucatán  que  penetraron  como  vastos  ramales  en  el  interior  de  estas 
regiones,  cubriendo  una  área  inmensa,  guardan  todavía  los  despojos  de  grandes 
ciudades,  mediando  entre  uno  y  otro  grupo  de  ruinas  una  vasta  región  casi 
desierta.  Es  que  casi  todo  lo  que  queda  son  fragmentos  de  hieráticos  edifi- 
cios, centros  de  poblaciones  rurales,  esparcidas  por  fértiles  zonas,  que  apenas 
si  han  dejado  huellas  como  las  que  se  ven  al  Suroeste  de  la  capital  de  Guate- 
mala, en  sus  cercanos  contornos,  que  fueron  ocupados  en  la  época  de  los  te- 
rrapleneros,  por  numerosa  gente  (i). 

¡  Entre  las  malezas  que  cubren  las  ruinas,  y  los  seculares  árboles  nacidos 
en  las  grietas  de  sus  muros,  apenas  pueden  calcularse  los  siglos  que  tienen  de 
existencia !  ¡  Lástima  que  no  sólo  la  mano  del  tiempo  haya  destruido  mucho 
de  aquellos  célebres  monumentos,  sino  que  también  para  los  museos  de  Euro- 
pa y  los  Estados  Unidos,  se  llevaran  curiosos  americanistas,  fragmentos  ori- 
ginales y  piezas  enteras  de  tan  interesantes  construcciones!  (2) 

Con  los  mejores  datos  que  suministran  los  anticuarios  nacionales  y  extran- 
jeros, que  han  estudiado  nuestras  ruinas,  vamos  a  describirlas,  comenzando 
por  las  de  Santa  Lucía  Cbtzumalguapa,  que  han  llamado  mucho  de  atención 
en  los  últimos  tiempos,  hasta  el  punto  de  que  sociedades  sabias  y  museos  ricos 
han  mandado  especialistas  a  sacar  facsímiles  y  dibujos.  Ese  arte  ciclópeo 
tiene  mucho  del  etrusco  y  del  caldeo. 

Al  más  benemérito  y  modesto  de  nuestros  anticuarios,  al  inolvidable  gua- 
temalteco don  Juan  Gavarrete,  que  tanto  trabajó  gratuitamente,  como  Encar- 
gado de  la  Sección  Etnográfica  del  Museo  Nacional  (3)  se  debe  la  descripción 
inédita  de  las  ruinas  de  Cotzumalguapa,  que  vamos  a  dar  a  luz,  advirtiendo 
antes  que  en  dicha  sección  figuraban  obras  impresas,  manuscritos  raros,  co- 
pias importantes,  autos  originales,  títulos  de  poblaciones  de  indios,  vocabula- 
rios de  lenguas  aborígenes,  en  una  palabra,  la  mejor  colección  para  formar  la 
historia  de  Centro-América. 


(1)  A  Glimpáe  at  Guatemala,— Maudslay. 

(2)  Bouditch  escribió,  en  1901.  un  folleto,  calculando  la  edad  de  las  ruinas:  ¿Kanohé-Tenamll,  entre 
los  años  3768-3940.  'Piedras  U^egras,  3770-3880.  Selbal,  >000  y  4020.  Paknke,  3709-3860.  Klrigad,3SSQ-3Xe. 
Copan,  entre  3730  y  3930.    Antes  de  la  era  Cristiana. 

(3)  En  otra  parte  hemos  hablado  de  h)s  trabajos  de  don  Juan  Gavarrete,  acreedor  al  reconocimiento 
nacional. 


—  204  — 

Estudiamos  muchos  de  aquellos  valiosos  manuscritos  e  impresos  curiosos, 
durante  ocho  años  que  servimos  patrióticamente  la  Secretaría  de  la  Sociedad 
Económica  del  Amigo  del  País.  Todos  los  documentos  de  que  se  hace  mérito, 
y  de  cuyo  índice  conservamos  copia,  fueron  estregados  a  don  José  Milla,  de 
orden  del  Gobierno,  para  que  escribiera  la  historia  de  Centro-América,  y  de- 
volviese a  seguida  aquellos  tesoros.  En  varios  baúles  llevó  el  notable  literato 
la  Sección  Etnográfica  completa.  Eran  más  de  ciento  cincuenta  libros  y  mu- 
chísimos papeles  y  copias  de  importancia,  que  caminaron  a  la  hacienda  "Que- 
sada,"  en  donde  por  entonces  residía  el  distinguido  escritor,  que  nos  dejó  los 
dos  tomos  primeros  de  la  historia  patria.  No  todos  los  documentos  de  la  So- 
ciedad Económica  figuran  hoy  en  la  Biblioteca  Pública,  ni  en  el  prólogo  de 
aquella  obra  se  hizo  siquiera  mención  de  don  Juan  Gavarrete,  ni  tampoco  se 
aludió  al  arsenal  que,  de  ese  patriótico  instituto,  había  recibido  el  señor  Milla, 
ya  que  lo  que  más  cuesta  es  reunir  metódicamente  los  materiales  dispersos, 
que  solamente  en  muchos  años  de  constancia  podían  obtenerse. 

De  esa  Sección  Etnográfica  sacamos  una  copia,  en  el  año  1869,  del  inte- 
resante estudio  referente  a  las  antigüedades  de  Cotzumalguapa,  que  podríamos 
extractar  para  esta  historia,  pero  preferimos  que  figure  íntegro,  por  el  mérito 
que  tiene.  Dice  así :  "El  descubrimiento  de  los  antiguos  restos  de  Cotzumal- 
guapa,  se  debe  a  uno  de  los  principales  vecinos  de  Santa  Lucía,  llamado  Pedro 
de  Anda,  quien  al  preparar  un  terreno  que  se  halla  al  Nordeste  de  la  población 
y  dentro  de  los  límites  de  su  eiido,  a  pocas  varas  de  profundidad,  dio  con  un 
depósito  de  piedras  de  todas  dimensiones  cubiertas  de  bajos  relieves  muy  bien 
trabajados,  que  indicaban  ser  restos  de  un  gran  edificio  cuyo  origen  se  remon- 
ta a  una  época  muy  anterior  a  la  conquista  de  estos  países.  Hecho  el  hallazgo 
se  puso  en  noticia  del  corregidor  del  departamento,  capitán  don  Miguel  Urru- 
tia  Jáuregui,  y  este  funcionario  visitó  el  lugar  de  las  ruinas,  mandó  continuar 
la  excavación,  donde  tomó  la  medida  de  las  piedras  descubiertas  e  hizo  dibujar 
algunos  de  sus  emblemas,  remitiendo  los  diseños  al  Ministerio  de  lo  Interior, 
el  año  1865. 

Desde  aquella  época  las  ruinas  de  Santa  Lucía  han  llamado  grandemente 
la  atención  de  cuantas  personas  las  han  visto.  La  excavación  tiene  más  de 
veinticinco  varas  de  largo,  sobre  diez  o  doce  de  ancho,  y  en  este  pequeño  espa- 
cio, situado  en  medio  de  un  espeso  bosque  y  formando  un  lecho  de  tierra  vege- 
tal, se  encuentran  hacinadas  las  piezas  descubiertas,  que  casi  todas  revisten 
la  forma  de  obeliscos,  monolitos  de  tres  metros  de  longitud,  uno  de  anchura 
y  otro  de  profundidad.  En  sus  caras  aparecen  bajo-relieves,  que  representan 
guerreros  armados,  sacerdotes  en  el  acto  de  sacrificar,  personajes  adorando  a 
las  divinidades,  y  todas  estas  figuras  mezcladas  de  geroglíficos  que  el  tiempo 
ha  vuelto  imperceptibles.  Una  cabeza  de  serpiente,  un  bajo-relieve  que  osten- 
ta a  un  guerrero  subiendo  una  escala,  y  una  gran  taza  de  piedra,  que  proba- 
blemente era  sacrificatorio,  se  trasladaron  a  la  casa  del  descubridor. 


—  205  — 

En  la  finca  llamada  "Pantaleón"  existe  una  interesantísima  cantidad  de 
cabezas  y  de  piedras  esculpidas.  En  el  Museo  de  Etnografía  de  Berlín  se  ven 
algunas  de  las  ruinas  de  Santa  Lucía,  siendo  la  más  notable  y  apreciada  la  que 
forma  un  bajo-relieve  que  tiene  un  pontífice  sacrificador  con  la  amenazadora 
cuchilla  de  oxidiana  (chaye)  en  la  mano.  El  Director  de  dicho  Museo  don 
Adolfo  Bastían,  describió,  en  1885,  las  hermosísimas  piedras  de  aquellas  ruinas. 

Se  sabe  que  a  mediados  del  siglo  IX  de  la  era  cristiana,  y  con  motivo  de 
la  destrucción  del  imperio  de  los  toltecas,  en  México,  emigraron  muchos  de 
esos  pueblos  civilizados.  Uno  de  ellos  fué  el  de  los  cholutecas,  que  abando- 
nando la  comarca  de  Cholula,  vino  a  ocupar  las  costas  del  Sur  de  Guatemala, 
desde  Soconusco  hasta  la  provincia  de  Choluteca,  que  de  ellos  recibió  su  nom- 
bre, y  éstos  fueron  los  que  fundaron  los  señoríos  de  Escuintepeque,  Guazaca- 
pán,  Cuzcatlán,  etc.,  bajo  la  denominación  de  pipiles. 

Las  tribus  quichés  y  cakchiqueles,  que  en  el  siglo  IX  se  apoderaron  de  los 
países  del  interior  de  lo  que  es  hoy  república  de  Guatemala,  deseosos  de  poseer 
terrenos  en  clima  cálido  y  disfrutar  de  sus  ricos  productos,  bajaron  a  las  costas 
y  arrojaron  de  ellas  a  los  pipiles,  apoderándose  los  mames  de  Soconusco,  los 
quichés  de  Suchitepéquez  y  los  cakchiqueles  de  la  parte  que  ocupa  Cotzumal- 
guapa,  quedando  estos  últimos  divididos  de  los  pipiles  por  el  río  Achínate,  que 
quiere  decir  en  mexicano  río  de  los  achies  o  cakchiqueles".  (i) 

En  los  informes  del  Instituto  Smithoniano  se  han  dado  descripciones  de 
la  colección  de  restos  aborígenes  de  que  venimos  hablando.  Se  ha  admirado 
mucho  una  inmensa  losa  de  roca  basáltica  colocada  en  el  suelo  y  cubierta  de 
curiosísimos  bajo-reheves  de  tipo  egipcio  bien  marcado.  En  otra  lápida  ver- 
tical se  ostenta  un  gran  monarca  que  da  audiencia  a  un  macegual,  que  tiene 
aspecto  de  humilde  suplicante.  Al  Oeste  del  río  Nahualate,  por  la  hacienda 
de  Las  Ánimas  y  en  la  villa  de  San  José  el  ídolo,  se  han  encontrado  muchas 
cabezas  talladas  en  piedra,  menos  finas  que  las  que  están  en  la  finca  denomi- 
nada Pantaleón.  En  la  aldea  india  de  San  Sebastián,  cerca  de  Retalhuleu,  hay 
un  buen  número  de  piedras  grandes  que  dejan  ver  figuras  humanas  y  columnas 
de  seis  pies  de  alto,  por  dos  de  diámetro,  que  marcan  acaso  algún  cementerio 
o  templo  aborigen  de  remotísimas  edades.  En  la  finca  Margaritas  (Campa- 
nías)  en  el  camino  de  la  costa  Cuca,  hay  también  varias  lápidas  talladas  y 
algunas  con  inscripciones  viejísimas. 

En  la  soberbia  obra  del  sabio  Maudslay,  Biología  y  Arqueología  Centrali- 
Americana,  publicada  en  Londres,  en  1897,  se  describen  todos  esos  interesantes 
restos  antiquísimos  de  la  civilización  de  esas  comarcas,  que  fueron  centros 


a)  El  notaVjle  colombiano  don  Pastor  Ospina,  que  tuvo  un  colefrio  en  la  Antljaia  Guatemala,  estudlil 
las  ruinas  de  Santa  Lucía,  y  se  formó  idea  de  que  eran  anteriores  a  las  emiírracione.s  de  los  pueblos  del 
Anahuac.  Existió,  dice,  en  la  América  Central  un  pueblo  anterior  a  los  tiempos  liist<5i-icos,  muy  civilizado 
y  ixxlei-oso.  Fué  seguramente  marítimo  en  las  costas  del  Atlántico,  en  donde  dejó  monumentos  ?randioso3- 
Las  bellas  artes  habían  alcanzado  gran  perfección.    Ese  pueblo  trasmont<5  acaso  la  cordillera  y  fundó  la 

ciudad  de  CoUumalguapa. 


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de  perdidos  pueblos,  cuya  historia  dejó  apenas  rastros,  no  todos  bien  compren- 
didos ;  pero  que  revela  a  la  par  de  antigüedad,  remota  cultura  harto  digna  de 
atención. 

Como  los  restos  de  las  ruinas  que  acabamos  de  describir  no  son  los  únicos 
que  en  aquellos  lugares  se  encuentran,  no  sería  improcedente  congetura  la 
que  se  hiciera  suponiendo  que  la  gran  ciudad  a  que  pertenecieron  hubiese  sido 
fundada  por  los  cholutecas,  y  destruida  dos  siglos  después,  por  los  cakchique- 
les,  al  apoderarse  violentamente  de  esa  comarca.  Sea  como  fuere,  la  importan- 
cia que  tuvo  ésta  en  tiempos  antiguos,  sus  riquezas  artísticas  y  agrícolas,  han 
dejado  en  diversos  lugares  señales  indelebles  de  su  opulencia,  no  sólo  en  las 
épocas  anteriores  a  la  conquista,  sino  en  la  que  siguió  a  ese  grande  aconte- 
cimiento (l). 

Al  tiempo  de  la  venida  de  los  españoles,  siendo  ellos  aliados  de  los  cak- 
chiqueles,  la  costa  de  Cotzumalguapa  entró  a  su  dominio  sin  violencia  alguna, 
y  los  padres  franciscanos  que  catequizaron  esta  nación  fijando  su  residencia 
en  la  corte  de  Ixinché,  o  sea  Tecpán  Guatemala,  bajaron  también  a  esta  corte 
y  pusieron  su  asiento  en  los  dos  principales  pueblos  que  ahí  florecieron  por 
entonces,  Cotzumalguapa  y  Alotepeque,  o  como  hoy  le  llaman  Aloteca.  Die- 
ron al  primero,  la  advocación  de  Santiago,  y  al  segundo,  la  de  San  Juan,  vién- 
dose aún  los  restos  de  sus  magníficas  iglesias,  perdidas  en  los  bosques.  Tras 
de  los  misioneros  llegaron  los  colonos  a  fundar  en  tan  fértiles  lugares  sus  es- 
tancias y  obrajes,  de  los  cuales  ya  se  hace  mención  en  papeles  del  siglo  XVI, 
como  que  de  ahí  salía  una  gran  cantidad  del  índigo  o  añil,  que,  con  el  cacao, 
constituía  gran  riqueza. 

Por  aquel  tiempo  figuraban  los  pueblos  siguientes :  Santa  Lucía,  forma- 
do por  los  de  Santiago  Cotzumalguapa,  y  que  fué  en  su  origen  una  estancia 
de  los  pueblos  de  este  último,  San  Cristóbal  Cotzumalguapa,  donde  hubo  una 
guardianía  de  Franciscanos,  Santo  Domingo  Tzotzicán,  Sinacamecáyo  o  Xi- 
nagameco,  que  también  fué  estancia  del  pueblo  de  San  Juan  Aloteca.  San 
Andrés  Ichanutzumá  o  Chuchu,  en  las  faldas  del  volcán  de  Fuego,  Santa  Ca- 
tarina Tziquinalá,  cercano  al  hermoso  peñón  que  lleva  su  nombre,  San  Miguel 
Tehuantepeque,  algunas  leguas  al  Sur  de  Santa  Lucía,  San  Francisco  Ichan- 
huehuey,  notable  por  ser  el  más  próximo  a  las  ruinas  de  que  tratamos,  y  a  las 
cuales  parece  hacer  alusión  su  nombre,  que  traducido  del  cakchiquel  quiere 
decir  junto  a  los  viejos. 

Desde  los  primeros  años  de  la  conquista  española,  hubo  ahí  obrajes  de 
añil  muy  renombrados  y  estancias  o  haciendas  de  ganados,  como  los  de  don 
García  de  Aguilar  y  de  la  Cueva,  que  dio  origen  al  actual  pueblo  que  se  llamó 


(1)  Pueblos  toltecas  muy  adelantados  fundaron,  por  tan  ricas  comarcas,  varias  ciudades  de  im[K>r. 
tancia.  En  la  finca  llamada  Pantaleón  existe  una  interesante  cantidad  de  cabezas  humanas,  de  enorme 
tamaño  talladas  en  piedra,  uue  son  retratos  de  reyes  y  guerreros-  Los  ojos  de  altrunas  estatuas  aparecen 
sacados  de  sus  órbitas  y  suspendidos  sobre  las  mejillas. 


I 


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"Don  García,"  y  que  últimamente  le  han  dado  el  nombre  de  La  Democracia,  el 
de  Gaspar  Arias,  fundado  en  1589,  y  que  se  le  concedió  en  premio  de  los  servi- 
cios que  prestó,  defendiendo  las  costas  del  Sur  de  las  incursiones  del  pirata 
Drake,  el  de  García  de  Escobar,  el  de  Francisco  de  Aylón,  titulado  en  1592  y 
otros  más  antiguos,  de  los  cuales  apenas  queda  memoria. 

Vino  en  seguida,  una  época  desastrosa  para  aquella  costa.  Las  estorsio- 
nes  de  los  estancieros,  las  epidemias  causadas  por  la  gran  elaboración  del  añil, 
los  terremotos,  la  corrupción  de  costumbres  llevada  a  esos  pantanosos  lugares 
por  la  multitud  de  aventureros  que  iban  entonces  a  buscar  fortuna,  la  embria- 
guez casi  general  de  los  indígenas  y  otros  motivos  que  ignoramos,  fueron  diez- 
mando la  población,  haciendo  decaer  la  agricultura  y  reduciendo  tan  fértiles 
comarcas  a  bosques  incultos,  que  encierran  en  su  seno  ostensibles  señales  de 
antigua  prosperidad.  En  1599  desapareció  el  pueblo  de  Tehuantepeque,  reu- 
niéndose a  Santa  Lucía  sus  últimos  vecinos.  Poco  después  tuvieron  la  misma 
suerte  los  de  San  Andrés  Ichanutzumá  y  Asunción  las  Casillas,  agregándose 
al  de  Tzikin-alá ;  una  epidemia  de  fiebres  extinguió  el  de  San  Cristóbal,  que, 
a  solicitud  del  cura  de  Santa  Lucía,  don  Sebastián  Lambur,  fué  agregado  a 
este  último  en  1772,  y  en  1778  se  dictó  la  misma  providencia  respecto  del  de 
Siquinalá,  que  apenas  contaba  cinco  o  seis  familias.  Los  obrajes  tuvieron 
mala  suerte,  con  motivo  de  la  escasez  de  trabajadores  y  de  la  considerable  baja 
del  precio  del  añil,  a  consecuencia  de  la  conquista  de  la  India  Oriental,  por  los 
ingleses,  que  hasta  entonces  habían  sido  los  principales  consumidores  del  que 
producía  la  América. 

Quedó,  pues,  Cotzumalguapa,  a  fines  del  siglo  XVIII,  en  un  estado  de 
miseria  y  de  tristeza  lamentable.  La  falta  de  gente  permitió  a  la  vegetación 
tropical  cubrir  las  ruinas  de  sus  pueblos  y  haciendas.  La  riqueza  desapareció, 
los  caminos  se  perdieron,  y  las  fieras  llegaron  a  amenazar  seriamente  la  exis- 
tencia de  los  pocos  habitantes  que  quedaron  en  el  pueblo  de  Santa  Lucía,  único 
que  sobrevivió  a  tantas  calamidades.  El  ilustrísimo  arzobispo  Larraz,  después 
de  describir,  en  los  apuntamientos  que  hizo  en  su  visita,  el  lamentable  estado 
de  esa  comarca,  en  lo  moral  y  en  lo  material,  da  noticia  de  las  alquerías  anti- 
guas, cuyas  ruinas  aún  se  contemplaban. 

Hoy  el  camino  de  hierro  que  atraviesa  aquella  fértil  campiña,  sembrada  de 
cafetos,  caña  de  azúcar,  cacao,  pasturas,  hortalizas,  árboles  frutales  y  otros 
artículos  da  vida  a  magníficas  haciendas,  como  Pantaleón,  el  Baúl,  Camantu- 
lúl,  Aguná,  Chata,  San  José,  San  Sebastián  y  muchas  más. 

Piedras  Negras  llaman  a  unas  ruinas  descubiertas  por  Teobert  Maler,  en 
el  Departamento  del  Peten,  en  las  frondosas  márgenes  del  Usumacinta,  como 
catorce  leguas  más  allá  de  Tenocique,  demostrando  la  existencia,  hará  unos 
3,800  años,  de  una  gran  ciudad  que  tenía  adelantada  cultura.  Un  monolito  de 
esas  ruinas  muestra  gran  importancia,  y  se  encuentra  descrito  por  los  famosos 


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americanistas  Maudslay,  Bouditch  y  Foerstemann,  que  han  sabido  descifrar 
algunos  de  los  geroglíficos  referentes  al  calendario  comprensivo  de  una  época 
de  136,664  días. 

Las  ruinas  que  han  quedado  de  Copan,  en  Honduras,  cerca  de  la  línea 
divisoria  con  Guatemala,  son  de  las  seis  más  famosas  de  América  y  las  más 
antiguas  de  todas.  Copan  revela  el  arte  indígena  en  toda  su  grandeza.  Desde 
que  el  Oidor  D.  Diego  García  del  Palacio,  de  la  Real  Audiencia  de  Guatemala, 
hizo  una  circunstanciada  relación  de  ellas  a  Felipe  II,  en  1576,  se  tuvo  idea  de 
tales'  monumentos  indios,  que  no  vio  Cortés,  aunque  pasó  muy  cerca  de  ese 
sitio.  El  americano  Mr.  John  Stephens,  en  su  obra  titulada  Incidcnts  of  travcl 
in  Central  América  (Vol.  I.  P.  95-160)  y  el  abate  francés  Brasseur  de  Bour- 
bourg,  en  su  Histoire  des  Nations  Civisees  du  Méxique  et  de  1'  Amérique  Cén- 
trale, hicieron  detenido  examen  de  los  restos  de  aquel  lugar  de  Copan,  que 
demuestran  haber  existido  ahí  un  gran  pueblo.  Los  sabios  alemanes  Meye  y 
Schmid,  han  hecho  recientes  publicaciones,  intituladas  Las  Estatuas  de  Copan. 
Los  dibujos  de  Catherwood  son  bellísimos. 

Para  dar  idea  de  aquellas  ruinas,  ya  que  su  estudio  especial  está  hecho  en 
esas  grandes  obras  extranjeras,  con  varios  volúmenes  y  muchas  láminas, 
baste  decir  que  se  extienden  por  el  espacio  de  dos  millas  los  restos  que  aun 
quedan  de  aquellos  hieráticos  sitios.  El  Templo,  tiene  624  píes  de  Norte  a 
Sur,  por  809  de  Este  a  Oeste.  Calculan  que  entrarían  en  su  construcción  más 
de  veinte  y  seis  millones  de  pies  cúbicos  de  piedra  tallada  con  esmero.  Hay 
una  grandísima  escalera  que  tendría  como  ciento  cincuenta  pies  de  altura,  y 
que  a  semejanza  del  templo  de  Tyro,  se  hallaba  en  las  márgenes  de  un  río  con 
bóvedas  debajo.  Por  los  años  1700  todavía  se  conservaba  entero  el  Circo 
Máximo  de  Copan.  Era  una  plazuela  de  figura  circular;  rodeada  de  pirámides 
de  piezas  muy  bien  canteadas,  como  de  siete  varas  de  alto.  Veíase  al  pie  de 
estas  pirámides,  unas  figuras  humanas  de  tamaño  natural,  perfectamente  cin- 
celadas, y  con  los  colores  que  las  esmaltaron.  Lo  más  singular  del  caso  es  que 
los  trajes  son  a  usanza  castellana.  En  el  medio  de  la  gran  plaza  se  halla  el 
sacrificados  Por  ahí  vese  una  portada  de  piedra,  cuyas  columnas  representan 
a  un  hombre,  vistiendo  también  a  estilo  español,  con  calza,  cuello  escarolado, 
espada,  capa  y  gorra.  Entrando  al  través  de  ese  arcado  se  admiran  dos  her- 
mosas pirámides,  de  gran  altura,  y  de  cuyas  cúspides  pende  una  hamaca,  en  la 
cual  están  tendidas  dos  figuras  humanas,  de  uno  y  otro  sexo,  vestidas  a  usanza 
indígena.  Todo  parece  ser  una  sola  pieza,  y  la  hamaca  se  mece  con  ün  suave 
empuje.  Al  pie  de  un  cerro  está  la  cueva  de  la  Tibulca,  con  columnas  perfec- 
tas a  estilo  gótico,  de  hermosas  bases,  zócalos,  capiteles  y  coronas.  Aunque 
de  todo  ello  deduce  Juarros  que  hubo  comunicación  primitivamente  entre  los 
pobladores  de  América  y  los  del  Antiguo  Mundo,  es  más  probable  que  los 
trajes  castelanos  y  las  columnas  góticas  hayan  sido  labrados  después  de  la 
conquista,  siquiera  las  otras  ruinas  se  remonten  a  tiempos  mucho  más  antiguos. 


—  209  — 

La  familia  maya  puso  en  esos  monumentos  escultóricos  el  sello  de  una  civi- 
lización que  lentamente  llegó  a  su  apogeo,  durante  miles  de  años.  Por  los  ge- 
roglíficos  que  se  han  descifrado  consta  que  la  erección  de  un  monolito,  de  un 
altar,  de  una  pirámide,  tiene  un  año  o  un  siglo  de  diferencia  respecto  de  los 
anteriores.  Mementos  de  heroicos  episodios,  de  sagradas  festividades,  de 
calendáricas  fechas,  fueron  poco  a  poco  formando  la  más  grandiosa  muestra 
de  arte  delicado  y  prolijo,  en  ruda  piedra  de  esperón,  que  con  facilidad  estalla 
al  golpe  del  cincel.  Los  mismos  indios,  con  motivo  de  la  llegada  de  los  bar- 
budos pálidos,  tallarían  las  figuras  que  algo  tienen  de  europeos.  Ahí  debe  de 
haber  recuerdos  de  muchas  invasiones  y  desventuras ;  pero  a  buen  seguro 
que  ninguna  tuvo  como  la  del  hombre  ibero,  para  los  aborígenes  tan  funestas 
consecuencias.  Opinan  sabios  anticuarios  que  Copan,  ya  en  gran  decadencia, 
estaba  todavía  poblada  en  el  siglo  XVL  Cortés,  Alvarado  y  Bernal  Díaz  nos 
hablan  de  ciudades  habitadas  por  los  indios;  pero  los  hieráticos  centros  de 
poblaciones  esparcidas,  quedaron  desiertos  o  poco  frecuentados,  desde  que  el 
conquistador  persiguió  a  muerte  las  creencias  y  ritos  de  los  aborígenes. 

Los  mayas  recibieron  su  cultura  de  los  aztecas  y  la  refinaron  y  aquilataron 
envolviéndola  en  un  simbolismo  esotérico  y  oriental.  Los  que  más  han  con- 
tribuido a  revelar  la  civilización  maya  son  Landa,  Cogolludo,  Pío  Pérez,  Good- 
man, Maudslay,  el  capitán  Maler,  Chavero  y  el  Museo  Peabody. 

Volviendo  a  describir  las  soberbias  ruinas  de  Copan,  haremos  observar 
que  además  del  templo  o  circo,  hay  tres  grandes  pirámides  separadas,  la  pri- 
mera de  treinta  pies  de  alto,  y  las  otras  más  bajas.  Los  ebeliscos,  las  esta- 
tuas, los  cimacios  y  los  ídolos  son  de  un  trabajo  exquisito.  El  altar  o  sacrifica- 
torio del  templo  lo  forma  una  sola  piedra  finísima  de  seis  pies  cuadrados  y 
cuatro  de  alto,  sobrepuesta  en  otras  piedras  glabulares.  En  los  laterales  de 
aquellas  piedras  se  ven  i6  figuras  humanas  perfectamente  bien  talladas,  mien- 
tras que  en  la  parte  superior  hay  36  cuadros  con  geroglíficos  interesantísimos. 
Mr.  Stephens  asegura  que  muchas  de  las  estatuas  y  bajo-relieves  son  iguales 
a  los  más  célebres  y  finos  de  Egipto.  Los  geroglíficos  están  sin  descifrarse, 
pues  no  tienen  relación  con  los  aztecas.  Más  bien  se  parecen  a  los  del  palacio 
de  Palenque  en  el  Código  de  Dresden  y  en  el  manuscrito  Troano.  Presume 
Brasseur  de  Bourbourg  que  aquellos  geroglíficos  cuentan  las  aventuras  de 
Topiltzin  Acxitl,  rey  tolteca,  que  vino  de  Anahuac  a  fundar  en  Honduras  el 
imperio  de  Tlapallán,  a  fines  del  siglo  undécimo;  pero  merece  más  crédito 
J.  T.  Goodman,  quien  demuestra  que  los  datos  inscritos  en  Copan,  abrazan  una 
épocas  nada  más,  durante  la  cual  esos  lugares  florecieron  :  4  ahau:  13  yax,  prin- 
cipio del  15.  katun  del  9  ciclo,  del  54  gran  ciclo. 

Dos  grandes  ceibas,  cuyos  troncos  tienen  más  de  ocho  pies  de  diámetro,  y 
cuyas  raíces  miden  más  de  cincuenta  de  largo,  se  levantan  en  la  cima  de  una 
de  las  más  elevadas  pirámides.  Entre  las  malezas  que  cubren  las  ruinas  y  los 
seculares  árboles  nacidos  en  las  grietas  de  sus  muros,  no  puede  descubirse 


cuántos  siglos  tienen  de  existencia.  Copan  parece  ser  una  de  las  más  antiguas 
ciudades  de  América,  j  Lástima  que  no  sólo  la  mano  del  tiempo  haya  destrui- 
do muchos  de  aquellos  célebres  monumentos,  sino  que  también  para  museos 
de  los  Estados  Unidos  y  de  Europa,  se  hayan  llevado  curiosos  americanistas, 
fragmentos  y  piezas  enteras  de  tan  vicios  edificios!  Aunque  no  faltan  mo- 
dernos anticuarios  que  presumen  no  ser  tan  antigua  Copan,  como  se  cree,  todo 
aquello  revela  la  acción  lenta,  corrosiva,  inevitable  de  los  años.  Los  árboles 
de  raíces  colosales  han  hendido  las  piedras,  los  huracanes,  las  lluvias,  el  calor, 
los  animales  salvajes,  todo  ha  contribuido  a  esparcir  fragmentos  enormes,  mo- 
nolitos soberbios,  lápidas  con  inscripciones  misteriosas,  y  un  ambiente  de  leja- 
nísima cultura,  de  hierático  acantonamiento,  en  una  ciudad  eminentemente 
religiosa,  con  muros  de  ocre  y  poblada  de  creyentes  que  en  esculturas  de  alto 
relieve  dejaron  memorias  confusas,  artísticamente  originales.  Los  indígenas 
de  por  ahí  dicen  que  sus  antepasados  fueron  convertidos  en  piedras,  a  causa  de 
sus  maldades.  La  trompa  de  un  elefante  que  está  en  un  monolito,  hace  presu- 
mir que  todo  aquello  lleva  antigüedad  y  sombras.  El  elefante  existe  fósil  en 
Améñcsí.  Hace  miles  de  años  que  dejó  de  vivir  (i),  lo  mismo  que  el  mam- 
muth  y  otros  ante-diluvianos.  Copan  es  la  más  alta  expresión  del  arte  pre- 
colombino. Las  stelas  y  los  altares  se  hallan  diseminados,  como  atalayas  de 
aquel  grandioso  centro  .sacerdotal  de  muchos  pueblos.  Las  pirámides  con  más 
de  cuarenta  metros  de  altura,  son  diversas  de  las  de  Egipto.  Las  de  Copan 
no  fueron  tumbas,  servían  de  viviendas  y  tenían  adoratorios.  Aquellas  ruinas 
son  religiosos  escombros  que  guardan  las  plegarias,  las  aspiraciones  tosca- 
mente místicas,  de  miles  de  seres  humanos  que  se  perdieron  en  el  turbión  de 
los  tiempos.     Son  concepciones  simbólicas  y  raras. 

Cuentan  las  crónicas  que  Copan  Calel,  el  gran  cacique,  revelóse  en  toda 
aquella  comarca  contra  don  Pedro  de  Alvarado,  que  tuvo  que  habérselas 
con  más  de  treinta  mil  indios :  que  mandó  a  Hernando  de  Chávez  a  combatir, 
acaeciendo  grandes  bajas  por  ambos  lados.  Conquistada  Chiquimula,  se  sos- 
tuvieron los  copanes,  con  gran  valor  y  persistencia ;  pero  al  fin  sucumbieron 
al  rudo  golpe  del  destino.  ¿  Estaría  el  lugar  de  las  ruinas  de  Copan  poblado 
aún  en  tiempo  de  la  llegada  de  los  españoles?  Lo  más  creíble  es  que  la  ciudad 
sagrada  estuviese  ya  desierta  y  que  hubiera  algunos  pueblos  esparcidos  por 
aquellos  valles  y  cañales.     La  gran  ciudad  floreció  por  unos  dos  siglos. 

Por  razón  de  la  peculiar  naturaleza  del  país,  grandiosidad  de  su  monta- 
ñoso panorama,  existencia  de  remotísimas  trazas  humanas,  la  lucha  desespera- 
da de  sus  aborígenes  por  la  independencia,  sus  extrañas  y  supersticiosas  tra- 
diciones, Guatemala  ha  sido,  dice  el  historiador  Bancroft,  una  tierra  de  miste- 
rio, sobre  todo  para  aquellos  que  se  consagran  a  las  especulaciones  anticuarias. 
La  residencia  en  Rabinal  del  Abate  Brasseur  de  Bourbourg,  que  se  hizo  nom- 


(1)    Cronan.— Amé  lea.— Tomo  I,  páidna  57. 


brar  Cura  Párroco  de  aquel  pueblo,  le  sugirió  muchas  de  sus  ideas  sobre  la 
América,  que  han  llamado  la  atención  en  Europa,  a  pesar  de  que  algunos 
achacan  a  aquel  sabio  más  imaginación  que  seso  analítico.  Los  estudios  del 
Abate  francés,  no  obstante  eso,  han  arrojado  mucha  luz  sobre  el  pasado  de 
estos  países,  bien  que  las  ruinas  que  por  varios  lugares  se  encuentran  espar- 
cidas, prueban  la  cultura  quiche  y  cakchiquel,  e  indirectamente  la  de  los  azte- 
cas en  el  Anahuac ;  pero  no  permiten  llegar  a  la  América  remotísima,  aun  es- 
condida entre  vagos  misterios  :  L'  Ancienne  Amérique.  El  aborigen  de  estas 
comarcas  existió  desde  hace  más  de  cien  mil  años. 

En  Guatemala,  en  el  departamento  de  Izabal,  dentro  del  valle  del  río  Mo- 
tagua,  a  unas  cincuenta  millas  de  las  ruinas  de  Copan,  se  encuentran  los  restos 
de  Kiriguá,  descritos  científicamente  por  Mr.  Scherzer,  que  con  los  dueños  de 
aquel  lugar,  señores  Payés,  las  visitó  para,  dar  después  a  conocer  al  mundo 
aquellas  célebres  antigüedades.  En  el  contorno  de  un  circo  muy  extenso, 
todavía  se  ven  las  gradas  estrechas  que  sirven  para  descender  y  contemplar 
en  el  centro  una  gran  piedra  redonda  llena  de  geroglíficos  y  de  inscripciones. 
Dos  cabezas  humanas,  talladas  en  piedra  negra,  con  dimensiones  colosales, 
parecen  sostener  esa  lápida,  llena  ya  de  musgo  y  jaramago.  Vense  aún  escul- 
turas como  la  de  un  indio  sentado,  llevando  una  diadema.  La  gran  tortuga, 
tallada  en  una  misma  pieza  de  granito,  llama  la  tención  del  viajero.  Siete 
columnas  cuadrangulares  muy  altas,  y  doce  monolitos  colocados  sin  orden 
ni  simetría,  y  un  ídolo  en  forma  de  lagarto,  vense  entre  la  grama  y  el  follaje 
de  aquel  interesante  lugar,  que  sin  duda  fue,  como  algunos  creen,  centro  fa- 
moso de  antiquísima  ciudad  indiana,  cuyos  fastos  perecieron  para  siempre. 
Menos  ricas  y  complicadas  en  dibujos  las  ruinas  de  Kiriguá  que  las  de  Copan, 
dejan  ver  que  se  refieren  a  una  época  más  remota,  a  un  tiempo  mucho  más 
próximo  a  las  fases  primitivas  de  estos  países.  La  mano  del  tiempo  destruye 
cada  vez  más  aquellos  restos  antiquísimos  de  una  gran  ciudad  indiana.  Hoy, 
entre  enhiestos  pinares  y  tupido  follaje,  apenas  se  descubren  aquí  y  allá  los 
doce  monolitos  y  las  columnas,  un  ídolo  que  tiene  en  la  mano  derecha  un  niño, 
un  altísimo  obelisco  inclinado  notablemente  sobre  un  árbol  viejo,  nichos  de 
pirámides  dode  anidan  serpientes,  lápidas  de  sacrificios  tras  las  que  tienen 
sus  moradas  los  jaguares,  una  piedra  enorme  en  forma  de  clyptodón,  con  gero- 
glíficos y  preciosos  grabados,  que  describe  detalladamente  Maudslay.  Todo 
ello  es  vago  recuerdo  de  una  civilización  muerta  sobre  cuyos  escombros  cre- 
cen selvas  umbrías,  como  para  ocultar  al  viajero  las  huellas  que  en  tan  húmedo 
sitio,  a  ocho  leguas  de  Izabal,  dejó  el  famoso  pueblo  Kiriguá. 

"Las  ruinas  del  mismo  nombre  existen  a  tres  leguas  de  dicha  aldea,  en  la 
orilla  izquierda  del  majestuoso  Motagua  y  a  media  legua  de  este  río  que  lleva 
a  la  Bahía  de  Honduras  la  corriente  de  sus  aguas,  después  de  haber  recibido 
en  su  curso  multitud  de  tributarios.  Magníficas  selvas,  de  una  variedad  infi- 
nita de  maderas,  vírgenes  todavía,  bañan  sus  sombras  en  sus  rápidas  ondas. 


—  212  — 

El  camino  que  de  la  aldea  de  Kiriguá  conduce  a  las  ruinas,  es  el  mismo 
de  Izabal,  hasta  el  punto  denominado  "Paraje  Galán,"  desde  donde  se  sigue 
una  senda  conocida  sólo  de  unos  que  otros  cazadores  y  de  los  guías  que  acom- 
pañan a  los  rarísimos  viajeros  que  a  considerables  intervalos  de  tiempo,  atrae 
la  curiosidad  o  el  amor  a  la  arqueología.  Pasado  un  hermoso  pinar,  se  entra 
en  la  montaña  donde  la  vegetación  es  verdaderamente  asombrosa.  Cedros  de 
una  dimensión  colosal,  ramosas  caobas,  nances,  matasanos,  zapotes,  jocotes, 
dragos,  cacaos,  cauchos,  palmas  e  infinidad  de  otros  árboles  con  sus  innumera- 
bles y  variadas  hojas,  forman  una  bóveda  impenetrable  a  los  rayos  del  ardiente 
sol,  proporcionando  .sombra  a  millares  de  plantas  medicinales  que  produce  el 
fértil  suelo,  y  desplegando  un  admirable  conjunto  de  los  productos  vegetales, 
particulares  a  los  trópicos.  De  cuando  en  cuando  encuentra  el  viajero  una 
champa,  especie  de  choza  de  palma  que  improvisan  los  cazadores  sorprendidos 
por  la  tempestad. 

Al  llegar  a  las  ruinas  se  encuentra  una  laguneta  que  los  supersticiosos 
indígenas  han  bautizado  con  el  nombre  de  "laguna  de  los  ídolos".  Lo  primero 
que  llama  la  atención  al  entrar,  es  una  montaña  artificial,  formada  de  una 
infinidad  de  piedrecitas,  entre  las  cuales  se  hallan  pedazos  de  mármol  blanco 
extremadamente  fino.  Es  indudable  que  todos  estos  fragmentos  fueron  traí- 
dos del  río  Motagua,  distante  una  media  legua. 

Algunos  historiadores  pretenden  que  Kiriguá  fué  una  ciudad  considerable 
que  destruyeron  los  Aztecas,  cuando  prosperaba  el  Anahuac.  Realmente  el 
lugar  que  ocupó  es  de  los  más  encantadores,  y  a  primera  vista  se  nota  que  un 
sitio  tan  favorecido  por  la  naturaleza,  no  pudo  menos  de  atraer  al  hombre. 
Hoy  es  la  morada  de  multitud  de  cuadrúpedos  y  pájaros  de  todas  clases  que 
han  tomado  posesión  de  lo  que  por  tantos  siglos  les  despojó  el  hombre,  y  de 
donde  éste,  también  despojado,  tuvo  que  huir  para  siempre,  abandonando  sus 
monumentos  que  quedan  como  indeleble  recuerdo  de  su  presencia. 

Al  pie  de  la  muralla  artificial,  que  queda  al  N.,  existen  tres  columnas  cua- 
driláteras, en  una  estensión  de  6o  varas,  siendo  la  última  la  más  elevada,  pues 
tiene  i8  pies  de  altura.  En  cada  una  de  estas  columnas  que  hasta  el  presente 
conservan  su  posición  original,  una  cara  humana  ocupa  el  centro  más  o  menos 
del  lado  que  mira  al  S.,  siendo  de  advertir  que  en  la  última  se  encuentra  otra 
cara  humana  igual  en  el  lado  opuesto,  es  decir,  el  que  mira  al  N.  En  todos  los 
obeliscos  referidos,  sobre  todo  en  los  dos  primeros,  la  cara  está  aplastada 
arriba,  el  labio  inferior  grueso  y  saliente,  el  superior  corto  y  más  delgado  que 
el  otro,  la  nariz  chata,  la  frente  deprimida,  los  ojos  sumamente  grandes  y  sa- 
lientes, el  arco  superficial  en  extremo  pronunciado.  La  boca,  perfectamente 
horizontal,  está  muy  abierta  y  la  cara  tiene  algo  como  barba  y  bigotes.  Enci- 
ma y  al  rededor  de  la  cabeza,  se  ve  un  extraño  ornamento  que  por  su  origina- 
lidad es  imposible  describir.  Los  lados  que  miran  al  O.  y  al  E.  en  los  tres 
obeliscos,  y  también  el  que  mira  al  N.  en  los  dos  primeros,  contienen  gerogli- 


—  213  — 

fieos  grabados  en  pequeños  cuadros  y  rectángulos  que  contienen  los  nombres, 
títulos  y  quizás  también  la  historia  de  los  seres  representados  en  el  obelisco. 
Entre  dichos  geroglíficos  se  observan  cascos  como  usaban  los  romanos,  hoces, 
árboles,  animales,  etc. 

El  uso  de  las  figuras  emblemáticas  parece  haber  sido  práctica  común  de 
todas  las  naciones  incultas,  siendo  como  el  primer  grado  hacia  la  instrucción. 
Los  caracteres  de  los  geroglíficos  de  Kiriguá  son  sumamente  curiosos,  consis- 
tiendo en  representación  de  objetos  animados  e  inanimados,  cada  uno  de  los 
cuales  se  conoce  que  expresa  una  idea  particular.  Como  los  egipcios,  los 
pobladores  de  Kiriguá  no  sólo  parecen  haber  adorado  un  gran  número  de  dioses 
ideales,  concebidos  en  su  fantasía,  sino  también  haber  tributado  culto  a  un 
gran  número  de  fieras  y  bestias,  como  el  tigre,  el  lagarto,  el  sapo,  la  tortuga, 
etc.,  y  en  esto  también  parecen  haber  creído  en  la  metempsícosis. 

Siguiendo,  al  S.  y  a  una  cuadra  del  primer  obelisco  mencionado,  se  en- 
cuentra el  más  alto  de  los  seis  que  existen  en  las  ruinas.  Su  elevación  es  de 
26  pies,  su  ancho  de  cinco  y  su  grueso  de  cuatro.  Tiene  la  extraordinaria 
inclinación  de  doce  pies  y  medio  de  la  perpendicular.  Descansa  solamente  por 
el  lado  del  Norte  y  su  posición  se  debe  principalmente  a  la  fuerte  argamasa  de 
que  está  compuesto.  La  singularidad  de  la  inclinación  de  este  obelisco  es 
sorprendente,  cuando  se  mira  a  su  pie.  Un  árbol  elevadísimo,  conocido  de  los 
indígenas  con  el  nombre  de  celillón  y  sobre  el  cual  se  apoya  la  columna,  parece 
detenerla.  La  inclinación  fué  causada  por  el  hundimiento  gradual  del  terreno 
por  un  lado,  pues  examinándose  con  escrupulosidad  los  demás  obeliscos,  se 
observa  inmediatamente  que  todos  están  un  poco  inclinados  de  su  perpendicu- 
lar, porque  no  está  igualmente  sólido  el  terreno  sobre  que  se  echaron  los  ci- 
mientos. Se  comprende  que  para  que  pueda  la  columna  mantenerse  en  esta 
posición,  es  preciso  que  esté  la  base  al  menos  a  ocho  pies  de  profundidad. 

Varios  historiadores  han  pretendido  que  la  inclinación  del  obelisco  de 
Kiriguá  es  mayor  que  la  de  la  celebrada  torre  de  Pisa.  Comparando  la  incli- 
nación de  ésta,  que  es  de  algo  más  de  quince  pies  y  medio,  se  ve  que  la  torrre 
de  Pisa  lleva  todavía  al  obelisco  de  Kiriguá  ventaja  de  dos  pies  y  medio. 

La  escultura  del  obelisco  inclinado  de  Kiriguá  es  mucho  más  curiosa  y 
elegante  que  la  de  los  demás,  y  se  ve,  a  primera  vista,  que  el  artista  se  esmeró 
en  darle  la  mayor  suntuosidad  posible,  lo  que  parece  revelar  la  importancia  del 
personaje  representado. 

Las  facciones  de  la  cara  de  éste  no  son  tan  irregulares  como  las  anteriores : 
la  frente  no  es  tan  deprimida ;  la  nariz,  que  tiene  un  pie  de  largo,  es  mucho 
más  afilada ;  las  fosas  nasales  están  bien  marcadas,  los  labios  menos  salientes. 
La  boca  con  una  anchura  de  ocho  pulgadas,  presenta  la  singularidad  de  tener 
el  lado  izquierdo  mucho  más  ancho  que  el  derecho.  Las  orejas,  que  son  cua- 
dradas, llevan  aritos  que  se  parecen  a  las  charreteras,  adornando  una  elegante 
hoz  el  arito  de  la  oreja  izquierda.     Encima  de  la  cara  del  ídolo,  se  ve  otra  cara 


—  214  — 

humana  de  pequeño  tamaño  y  sobre  el  pecho  del  mismo  se  distingue  una  cria- 
tura cuyo  pie  izquierdo  está  apoyado  en  el  dedo  pulgar  de  la  mano  derecha  de 
aquel.  El  lado  S.  presenta  las  mismas  figuras  que  el  N.,  mientras  que  los  lados 
O.  y  E.  contienen  cada  uno  cuarenta  cuadrados,  dispuestos  de  dos  en  dos  y 
con  geroglíficos. 

Continuando  siempre  al  S.  se  encuentra  el  quinto  obelisco,  ya  caído  en  el 
suelo.  Según  la  aseveración  del  guía  (jue  me  acompañó,  la  caída  tuvo  lugar 
de  tres  años  a  esta  parte,  lo  que  prueba  que  pudo  la  columna  resistir  la  fuerza 
destructora  de  muchos  siglos  y  que  la  menor  firmeza  del  terreno  por  el  lado  S. 
la  hizo  al  fin  caer  hacia  el  N.  La  cara  tiene  una  forma  muy  distinta  de  las 
otras.  Las  orejas,  en  lugar  de  ser  cuadradas,  son  redondas,  formadas  de  tres 
círculos  concéntricos.  Tiene  i8  pies  de  altura,  cuatro  de  ancho  y  tres  de 
grueso. 

Al  E.  y  a  dos  cuadras  del  obelisco  caído,  se  encuentra  el  sexto  que  casi 
iguala  en  altura  al  inclinado.  En  el  lado  N.  la  cara,  que  mide  dos  pies  de  largo 
sobre  uno  y  medio  de  ancho,  no  tiene  nariz  y  apenas  se  distingue  la  boca ;  las 
orejas  que  son  cuadradas,  están  sin  aritos.  Solare  el  pecho  del  ídolo  y  recos- 
tada diagonalmente,  se  ve  una  criatura  apoyando  la  parte  posterior  del  cuerpo 
en  la  extremidad  anterior  del  pulgar  de  la  mano  derecha.  El  escultor  de  este 
obelisco  parece  haber  sido  el  mismo  del  que  está  inclinado,  pues  con  muy  poca 
diferencia  los  caracteres  de  ambos  son  iguales.  El  lado  S.  es  semejante  al 
opuesto,  con  la  diferencia  de  que  las  facciones  de  la  cara  están  mejor  definidas 
y  las  orejas  tienen  aritos.  Los  lados  E.  y  O,  contienen  cada  uno  34  rectángu- 
los dispuestos  de  dos  en  dos  y  con  geroglíficos :  en  la  ])arte  superior  están  gra- 
badas unas  hermosas  hojas  de  conté,  parecidas  a  unas  que  se  ven  adheridas  a 
un  elevado  y  cercano  zapote. 

Como  el  terreno  está  muy  poco  elevado  sobre  el  nivel  del  río,  y  por  lo 
mismo  expuesto  en  tiempo  de  crecientes  a  fuertes  inundaciones,  no  cabe  duda 
de  que  de  40  años  a  esta  parte  hayan  sido  varios  monumentos  minados  y  echa- 
dos por  tierra,  quedando  hoy  cubiertos  de  frondosa  vegetación  (jue  impide  su 
descubrimiento.  Esto  explica  la  gran  divergencia  que  existe  entré  las  rela- 
ciones de  los  viajeros  que  han  descrito  estas  ruinas,  conocidas  sólo  de.sde  1840. 
Entre  éstos,  algunos  hacen  subir  a  12  el  número  de  obeliscos,  mientras  que 
Baily,  en  su  obra  intitulada  "Centro-América,"  páginas  65-66,  refiere  que  las 
columnas  cuadriláteras  por  él  encontradas  no  son  más  que  siete. 

Los  ídolos  de  Kuíriguá  no  tienen  altares  como  los  de  Copan  ;  pero  en  el 
recinto  formado  por  los  seis  obeliscos  referidos,  existen  dos  enormes  piedras 
que,  según  toda  probabilidda,  sirvieron  de  tales.  La  primera,  que  es  un  círculo 
imperfecto  de  doce  pies  de  diámetro,  se  encuentra  a  poca  distancia  del  primer 
obelisco  y  mira  al  S.  La  parte  de  adelante,  más  elevada  que  la  opuesta,  está 
I)intada  de  un  color  rojo  que  luego  desaparece  con  el  cuchillo.  Arriba  se  nota 
una  cara  de  animal  parecido  al  tigre,  y  debajo  se  ve  una  cara  humana  con  su 


respectivo  ornamento.  La  parte  de  atrás  se  compone  de  una  hermosa  faja, 
formada  de  seis  cuadrados  con  figuras  emblemáticas.  La  base  está  formada 
por  pequeños  círculos  y  la  parte  superior  tiene  en  medio  una  especie  de 
asiento,  al  rededor  del  cual  se  observan  unos  canales  que  descienden  al  suelo. 
Todo,  pues,  hace  suponer  que  esta  piedra  sirvió  de  altar  de  sacrificios. 

La  segunda  piedra  que  se  encuentra  entre  el  4?  y  el  5?  obelisco  y  al  E.  de 
éstos,  es  de  forma  larga  y  oval ;  tiene  seis  pies  de  altura  y  25  de  circunferencia. 
La  superficie  está  cubierta  de  figuras  esculpidas  en  medio  relieve,  que  por  una 
razón  inexplicable  han  resistido  más  que  las  de  los  otros  monumentos  a  los 
amaños  de  los  siglos.  Una  de  estas  figuras  representa  una  mujer  sentada, 
sin  piernas  ni  manos,  pero  con  los  brazos  tendidos  hacia  el  suelo.  La  frente 
es  angosta,  hundida  en  la  parte  superior  y  saliente  en  la  inferior.  En  la  parte 
S.  de  esta  piedra,  se  divisa  una  cara  de  tortuga.  Los  ojos  de  ésta  tienen 
un  pie  de  largo  sobre  otro  tanto  de  ancho  y  la  parte  superior  está  elegantemen- 
te adornada  con  figuras  emblemáticas,  representando  multitud  de  plantas  y 
frutas,  de  las  que  abundan  en  la  montaña. 

Al  pie  de  la  hermosa  pirámide  que  se  eleva  al  S.  de  las  ruinas,  cubiertas 
de  moho  y  enteramente  tapadas  por  la  vegetación,  hay  otras  dos  piedras  no 
menos  curiosas  que  las  anteriores.  La  primera  se  parece  a  una  piedra  de  mo- 
lino, de  cuatro  pies  de  diámetro  y  dos  de  grueso,  y  está  formada  de  un  material 
mucho  más  duro  que  los  demás  monumentos.  Una  cabeza  de  tigre  cubre 
casi  completamente  una  parte  del  disco,  mientras  que  el  resto  de  la  superficie 
está  cubierta  de  numerosos  geroglíficos,  apareciendo  también  algunos  de  estos 
símbolos  en  la  frente  del  animal. 

La  segunda  piedra  es  también  un  monolito  de  16  pies  de  largo  y  cinco  y 
cuarto  de  ancho,  faltándole  la  parte  superior.  Lástima  es  por  cierto  que  haya 
sufrido  tanto,  este  monumento,  los  estragos  del  tiempo,  pues  por  las  caras  pe- 
queñas humanas  que,  adornadas  con  varios  ornamentos  y  en  medio  de  extra- 
ños geroglíficos,  aparecen  en  algunas  partes,  se  conocen  los  esfuerzos  que 
prestó  el  fanatismo  a  su  autor. 

La  altura  perpendicular  de  la  pirámide  de  Kiriguá  es  de  28  pies  y  su  base 
es  un  cuadrado  irregular  que  por  los  fangos  que  se  habían  formado  por  la  lluvia 
y  las  arboledas  de  que  está  rodeada,  no  me  fue  posible  medir.  El  ápice  no 
termina  en  punta,  sino  en  dos  plataformas.  Dicha  pirámide  está  construida 
de  piedra  arenisca,  cortada  en  pedazos  oblongos  y  regulares,  y  por  las  convul- 
siones del  globo  se  halla  en  un  estado  completo  de  ruina,  presentando  solamen- 
te un  montón  confuso  de  informes  fragmentos.  Debajo  de  la  construcción 
superior  existe  una  montaña  de  piedras  sin  pegamento,  y  los  escalones  que  sos- 
tienen los  lados  de  aquella  no  tiene  más  que  ocho  o  nueve  pies  de  alto  y  siete 
u  ocho  pulgadas  de  ancho,  siendo  muy  pocos  los  que  han  podido  desafiar  los 
elementos.  ¿  Cuál  fue  el  intento  propuesto  en  la  fábrica  de  esta  pila  de  materia- 
les? Está  envuelto  en  el  más  profundo  misterio,  y  es  de  suponer  que  no  fue  más 


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que  monumento  del  capricho  de  un  potentado.  Kfectivamente,  en  la  pirámide  no 
se  observa  abertura  ni  seña  de  abertura  que  denote  la  existencia  de  un  subte- 
rráneo en  la  montaña ;  tampoco  se  encuentran  en  la  superficie  ídolos  ni  piedras 
esculpidas,  y  las  mismas  piedras  tajadas  que  componen  la  pirámide  son  lisas. 
Lo  único  que  se  nota  en  la  primera  plataforma,  son  unos  escondrijos  o  nichos 
de  forma  casi  circular  y  casi  de  2  pies  de  diámetro,  compuestos  de  piedras  de 
río  enyesadas  y  su])erpuestas  perpendicularmente,  en  buen  estado  de  conserva- 
ción. Ningún  historiador  ni  viajero  ha  podido  hasta  el  presente  descorrer  el 
velo  que  oculta  el  objeto  de  estos  nichos,  y  es  probable  que  por  falta  de  tradi- 
ción, a  consecuencia  de  haber  el  último  de  los  antiguos  pobladores  de  Kiriguá 
llevádose  a  la  tumba  el  impenetrable  .secreto,  queden  frustradas  todas  las  in- 
vestigaciones que  se  hagan  sobre  el  particular. 

En  resumen,  los  monumentos  de  que  se  componen  las  ruinas  de  Kiriguá 
son :  7  columnas  cuadriláteras  de  11  a  26  pies  de  altura  y  3  a  5  en  la  base ;  una 
piedra  de  forma  circular  imperefcta  de  12  pies  de  diámetro,  otra  de  forma  oval 
de  6  pies  de  altura  y  35  de  circunferencia  ;  una  redonda  de  tres  pies  de  diámetro 
y  dos  de  grueso  y  por  último  un  fragmento  de  16  pies  de  largo  y  5  y  cuarto  de 
ancho.  Tnd?t<  e«tas  reliquias  son  monolitos  fonnados  do  nnn  piedra  arenisca 
molida. 

Los  monumentos  de  Kiriguá,  aunque  de  un  taniaim  ni.iyor  que  los  de 
Copan,  son  más  pobres  en  escultura  y  se  encuentran  más  deteriorados  que 
éstos:  dos  razones  que  prueban  que  son  de  una  fecha  mucho  más  antigua. 
Tanto  el  trabajo  como  la  disposición  revelan  un  estado  bárbaro  de  arte,  con 
idea  muy  remota  de  belleza,  siendo  más  digna  de  admiración  la  paciencia  c 
industria  de  los  obreros  que  sus  ideas  y  habilidades".  ( i ) 

Las  ruinas  de  Palcnke,  en  la  provincia  de  Ciudad  Real  de  Chiapa,  que 
formaba  parte  del  reino  de  Guatemala,  son  de  las  más  notables  del  mundo, 
dadas  a  conocer  por  el  Alcalde  Mayor  de  dicho  pueblo,  don  Antonio  Calderón, 
en  el  interesante  informe  dirigido  al  Consejo  de  Indiac  el  15  de  diciembre  de 
1784,  con  dibujos  hechos  a  pluma,  primeras  imágenes  de  los  restos  suntuosos 
de  aquella  gran  ciudad,  destruida  hacía  más  de  tres  mil  años,  quedando  ahí 
muestras  preciosas  de  su  magnificencia.  El  13  de  junio  de  I7«S5,  envió  el  Ca- 
l)itán  General  de  (luatemala  a  España,  el  "Mapa  del  territorio  donde  están  las 
ruinas,  y  el  diseño  de  casas,  plano  y  corte  de  las  mismas,"  de  una  gran  pobla- 
ción en  el  sitio  llamado  del  Palemke,  en  la  provincia  de  Ciudad  Real  de  Chia- 
pa," todo  hecho  por  el  ingeniero  don  Antonio  Bernarconi.  Además  existen  en 
el  Archivo  de  Indias  los  dibujos  de  las  figuras  y  adornos,  el  plano  del  palacio 
y  muy  curiosas  descripciones.  Desde  entonces  comenzaron  a  hacer  gran  ruido 
en  el  mundo  aquellas  ruinas,  llamadas  la  Tebas  americana. 


(1)  Eugenio  Dassaussay.— Estas  ruinas  de  Klrijruá  tienen  Inscripciones  que  revelan  una  fecha  de 
tres  mil  años  antes  de  la  era  cristiana,  al  decir  del  profesor  Marshall  H.  Savllle.  del  líepartamento  de 
Antroix)lo(da  de  la  Universidad  de  Colombia. 


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La  floresta  que  circunda  los  restos  de  la  ciudad  antiquísima,  dice  Mauds- 
lay  (i  )  es  la  más  enmarañada  y  espesa  de  todas  las  que  vio  en  Centro-América. 
Juzga  que  lo  que  llaman  palacio,  era  más  bien  un  conjunto  de  edificios  destina- 
dos a  prácticas  religiosas.  Por  la  minuciosa  descripción  que  hace  de  los  estu- 
cos, relieves,  columnas,  adornos,  etc.,  cubiertos  de  vegetación,  sufriendo  por 
siglos  las  aguas  torrenciales,  nótase  que  hubo  ahí  un  gran  centro  de  cultura 
Los  mismos  españoles,  acaso  para  buscar  tesoros,  destruyeron  mucho  de  lo 
que  el  tiempo  había  respetado.  Antonio  del  Río  dice :  "Me  convencí  de  que 
para  formarse  alguna  idea  de  los  primeros  pobladores  y  de  su  antigüedad 
relacionada  con  su  establecimiento  en  dicho  sitio,  era  absolutamente  indispen- 
sable, hacer  algunas  excavaciones.  Hice  cuantas  pude,  des  uerte  que  no  que- 
dó ventana,  ni  puerta,  ni  tabique,  que  no  echará  al  suelo,  ni  corredor,  ni  cuarto, 
ni  salón,  ni  torre,  ni  patio,  que  no  excavase,  por  lo  menos  en  dos  o  tres  varas 
de  profundidad".  Por  comisión  del  capitán  general  de  Guatemala  se  estudia- 
ron, por  primera  vez,  las  ruinas  del  Palemke  o  sean  de  Culhuacán. 

Existen  muy  buenas  descripciones  de  esas  ruinas,  hechas  en  el  presente 
siglo,  por  Dupaix,  Weldeck.  Stephens,  y  Catherwood,  Morelet,  Charnay,  H. 
Holmes  y  otros,  que  han  ilustrado  sus  magníficas  obras  con  preciosos  graba- 
dos. Todos  aquellos  edificios  se  tallaban  con  piedras  de  obsidiana  y  cloro- 
melanit,  de  tal  suerte,  que  comparando  éstos  con  los  de  la  edad  de  piedra  en 
Europa,  resultan  más  adelantados  los  americanos. 

En  los  bosques  solitarios  de  Palemke  se  arrastra  el  crótalo  llamado  por  los 
indios  naoayaca,  destilando  por  su  colmillos  el  veneno  que  mata  instantánea- 
mente al  que  recibe  su  feroz  mordida.  Dentro  de  las  galerías  subterráneas 
del  Palacio  Sacerdotal,  rebullen  millares  de  tarántulas  de  grandes  proporcio- 
nes y  aterciopelada  piel,  e  innumerables  vampiros  en  eterno  movimiento 
revolotean  en  diversas  direcciones.  Estos  extraños  habitantes  del  subterrá- 
neo obscuro,  alcanza  a  veces  proporciones  exageradas ;  la  articulación  de  cada 
ala  está  armada  de  una  uña  tan  punzante  y  cortante  como  la  que  lleva  en  sus 
garras  el  tigre,  y  al  volar  ese  murciélago,  produce  un  zumbido  siniestro,  ronco 
y  estridente  que  parece  anuncio  de  la  muerte.  El  grito  del  zaraguato,  el  picó- 
tazo  del  carpintero  en  los  añosos  árboles,  el  cacareo  de  la  chachalaca  y  el  bra- 
mido de  las  fieras,  forman  un  coro  diurno  y  nocturno,  capaz  de  impresionar 
a  las  mismas  brujas.  La  soledad  de  la  montaña  y  el  silencio  que  reina  en  aque- 
llos apartados  sitios,  adormecen  el  espíritu  y  hacen  olvidar  por  completo  la 
lucha  que  incesantemente  se  sostiene  en  los  centros  civilizados  contra  nuestro 
enemigo:  el  hombre".  (2) 


(1)  A  glimpse  at  Guatemala,  page  224. 

(2)  Las  Ruinas  de  Palemke.— Leopoldo  Batres,  Inspector  General  de  Monumentos  Araueolófiricos. 
México. 


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Palcmke  era  lugfar  sagrado  al  que  concurrían  los  magnates  de  los  pueblos 
toltequios,  con  ofrendas  a  los  dioses.     Ahí  no  se  ven  adornos  bélicos. 

Caminando  hacia  la  costa,  pocas  millas  al  Sur  de  Comapa,  muy  cerca 
del  río  Paz,  descubrió  el  canónigo  don  J-  Antonio  Urrutia  Jáuregui,  cuando 
fue  cura  de  Jutiapa,  un  lugar  llamado  Cinaca  Mecayo  (o  sea  lazo  con  nudos) 
rodeado  de  una  muralla,  cuyos  restos  aquí  y  ahí  esparcidos,  dejan  ver  por 
donde  se  extendía  un  gran  pueblo.  Los  fragmentos  de  edificios,  trazos  de  ca- 
lles, y  algunos  subterráneos,  explican  que  hubo  en  aquel  sitio  una  ciudad  de 
importancia.  VA  templo  del  Sol  se  halla  talladf)  en  una  abrupta  roca,  que 
hacia  el  Oriente  se  muestra,  con  piedras  que  llevan  la  imagen  de  aquel  astro 
y  la  figura  de  la  luna,  cubierta  de  barniz  rojo  visible  todavía.  Geroglíficos  y 
tipos  de  relieve  adornan  varias  partes  del  templo.  No  lejos  de  él  descúbrese 
otro  gran  monumento,  en  una  losa  fina,  que  deja  ver  excavadas,  entre  otras 
figuras,  las  de  un  árbol  frondoso  y  un  cráneo  pelado,  emblemas  de  la  vida  y 
de  la  muerte,  al  decir  del  Padre  Urrutia,  que  publicó  en  "La  Gaceta"  un  artícu- 
lo interesante  sobre  aquellas  ruinas,  y  escribió  una  carta  a  Mr.  Squier,  que  éste 
publicó  en  su  obra  "Central  America,"  página  342,  Un  subterráneo  que  ter- 
mina en  una  cámara,  con  varias  estatuas,  un  tigre  esculpido  en  una  roca,  y  los 
fragmeiltos  de  viejas  esculturas  hacen  interesantes  aquellas  antigüedades,  de 
las  cuales  hizo  traer  algunos  fragmentos,  al  Museo  Nacional  el  inteligente 
señor  Urrutia,  cuando  fue  Director  de  la  Sociedad  Económica,  en  1870. 

El  sabio  etnógrafo  francés  Mr.  León  Rosny,  hace  mención  de  un  intere- 
sante monumento  centro-americano,  que  no  podemos  dejar  de  describir  aquí. 
Dice:  "El  texto  geróglífico  revelado  por  el  doctor  Leemans,  es  tanto  más 
precioso  ])ara  nuestros  estudios,  como  que  lo  juzgo  el  primero  en  su  género, 
comunicado  a  los  arqueólogos.  Ignoro  que  haya  sido  presentado  en  ninguna 
colección  pública  o  privada,  un  objeto  cualquiera  sobre  el  que  figure  una 
inscripción  con  caracteres  katúnicos.  En  cuanto  a  los  monumentos  de  la  re- 
giíTn  ístmica  americana,  dibujados  o  descritos  por  los  viajeros,  se  distinguen 
casi  todos  por  sus  jiroporciones  gigantescas. 

El  movimiento  consiste  en  una  placa  de  jaspe  verde  ovoide  alargada,  de 
215  milímetros  de  altura,  por  80  de  ancho  y  6  de  espesor.  Por  una  singular 
disposición  de  su  talla,  su  superficie  no  es  enteramente  plana ;  presenta,  sobre 
todo,  al  reverso,  una  depresión  hacia  el  centro,  cuyo  trazado  está  perfecta- 
mente de  perfil.  Esta  placa  ha  sido  descubierta  a  una  gran  profundidad,  al 
construirse  un  canal-dependiente  del  río  Graciosa,  cerca  de  San  Felipe,  sobre 
las  fronteras  de  Belize  y  la  república  de  Guatemala,  por  M.  S.  A.  von  Braam, 
ingeniero  holandés  al  servicio  de  la  "Guatemala  Company".  La  placa  forma 
parte  hoy  de  la  preciosa  colección  de  antigüedades  americanas  pertenecientes 
a  Mr.  Jonkhleer  J.  H.  Baud,  de  Arnheim. 

Al  lado  derecho,  representa  un  personaje  de  pie,  cuya  actitud  en  general 
recuerda  la  de  las  más  bellas  estatuas  del  arte  yucateco,  sobre  todo  la  de  una 


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imagen  de  hombre  en  forma  de  obelisco,  originaria  de  Copan  (Honduras),  re- 
producida, según  Catherwood,  en  el  "Ensayo  sobre  desciframiento  de  la  escri- 
tura hierática  de  la  América  Central".  Muchas  figuritas,  siguiendo  el  uso 
frecuente  encontrado  en  las  esculturas  mayas,  están  entrelazadas  en  los  orna- 
mentos que  componen  el  vestido  del  personaje  principal.  Estas  figuritas  se 
hallan  no  stSlo  sobre  su  cabeza,  sino  sobre  el  pecho,  la  espalda  y  la  cintura. 

En  esta  cintura  aparece  el  ornamento,  en  forma  de  cruz,  llamada  de  San 
Andrés,  que  existe  igualmente  en  la  cintura  de  otros  personajes  representados 
en  los  monumentos  de  Palemke.  Una  letra  katúnica,  que  se  encuentra  en  los 
textos  hieráticos  y  que  Brasseur  identifica,  sin  justificar  su  aserción,  con  el 
signo  del  día  ezanab,  nos  muestra  esa  misma  figura,  muy  común  en  las  pinturas 
y  esculturas  yucatecas.  El  calzado  del  personaje,  visto  sobre  la  tablilla  que 
describimos,  es  casi  idéntico  al  que  llevan  los  individuos  que  figuran  sobre  a'- 
gunos  de  los  monumentos  de  Copan  y  Palenke.  Dicho  calzado,  de  una  sim- 
ple suela,  sujetada  por  correas  al  pie,  (caite)  era  análogo  al  calceus  patricius  de 
los  senadores  romanos,  con  la  diferencia  de  que  la  cinta  yucateca  estaba  deteni- 
da por  otra  correa  a  modo  de  hebilla.  Hoy  todavia  llevan  los  indios  de  Guate- 
mala, y  de  otras  partes,  esas  sandalias  que  llaman  caites. 

Pero  lo  que  es  más  notable  en  la  representación  grabada  que  examinamos, 
es  la  presencia  de  un  hombrecillo  hollado  a  los  pies  del  gran  personaje.  Es 
esa  particularidad  la  que  establece  semejanza  entre  esta  representación  y  la  que 
conocemos  de  los  monumentos  esculpidos  en  Palemke,  Copan,  Uxmal  y  toda 
la  zona  de  la  región  ístmica.  Sobre  la  parte  central  del  adoratorio,  casa  núme- 
ro 3,  en  Palemke,  los  dos  grandes  personajes  laterales  están  erectos  sobre  las 
espaldas  de  hombres  pequeños.  El  de  la  izquierda  parece  servir  solamente 
de  tarima  para  levantar  al  sacerdote  hacia  la  parte  superior  del  santuario ;  pero 
el  de  la  derecha,  semeja  aplastar  una  víctima  bajo  sus  pies. 

Debo  señalar  igualmente  la  presencia,  bajo  las  narices  del  personaje  p^n- 
cipal.  de  una  especie  de  ornamento  que,  como  el  tentetl  que  llevaban  en  los 
labios  los  antiguos  mexicanos,  se  abserva  en  las  cinturas  didácticas  del  Ana- 
huac,  sobre  todo,  en  las  representaciones  del  dios  Tezcatlipoca. 

En  la  hacienda  del  Carrizal,  unas  veinte  millas  al  Norte  de  Guatemala, 
se  encuentran  grandes  restos  ciclópeos  de  piedras  hacinadas,  sin  ningún  ci- 
miento, y  formando  grandes  muros,  que  recuerdan  los  que  en  el  Perú  edifi- 
caron los  Incas  y  que  hoy  causan  admiración  a  los  europeos. 

En  el  antiguo  Mixco,  en  Xilotepeque,  se  notan  aún  fortificaciones  y  túne- 
les con  curiosas  entradas,  siendo  una  de  ellas  vm  pórtico  dórico  de  mezcla  fina, 
como  de  tres  pies  cuadrados.  Vense  algunas  escalinatas  movedizas  sobre  tie- 
rra insegura,  que  nadie  se  atreve  a  bajar.  Grandes  huesos  humanos  se  han 
encontrado  por  aquellos  lugares,  en  donde  los  hay  también  de  animales  ante- 
diluvianos. 


220 

Por  Pctapa  y  el  Rosario  quedan  testimonios  de  que  un  .s^ran  puclilo  tenía 
su  asiento  en  aquellos  parajes.  En  la  parte  Oeste  del  volcán  llamado  de  Fuego, 
se  encuentran  acueductos  y  pirámides.  Aquí  en  las  cercanías  de  la  capital,  en 
el  lugar  conocido  con  el  nombre  de  Laguna  de  los  Tiestos,  que  hoy  forma  parte 
de  la  finca  Miraflores,  propiedad  del  que  estas  líneas  escribe,  se  encuentran  a 
cada  paso  fragmentos  antiquísimos  de  barro,  ídolos  de  piedra,  y  como  a  tres 
varas  de  profundidad,  hay  esqueletos  humanos,  cuyos  huesos  se  deshacen  ya  al 
tocarlos.  Los  Mounds  o  cerritos  que  hay  por  ahí,  revelan  la  existencia  de  un 
antiquísimo  pueblo  del  cual  hablaremos  adelante. 

Las  ruinas  de  Patinamit,  capital  de  los  cakchiqueles,  en  Tccpán  Guate- 
mala, denotan,  según  Brasseur  de  Bourbourg,  un  origen  pre-tolteca.  Los 
españoles  destruyeron  aquella  rica  ciudad.  Hallábase  situada  en  un  paraje 
elevado,  circuido  de  profunda  barranca  que  le  servía  de  foso  cortado  a  tajo 
y  con  una  profundidad  de  ciento  cincuenta  varas,  contando  la  ciudad  solamente 
dos  entradas  muy  estrechas,  cerradas  con  puertas  de  piedra.  La  planicie  de 
la  eminencia  tenía  una  superficie  como  de  tres  millas  cuadradas,  toda  con  un 
pavimento  de  betún  negro  sólido  y  con  una  vara  de  espesor.  En  las  orillas 
del  terreno  se  descubrían  las  ruinas  de  un  enorme  edificio  cuadrado,  con  cien 
varas  por  lado,  cuyos  muros  eran  de  piedra  fina  y  bien  canteada.  Frente  a 
esos  muros  hubo  una  gran  plaza,  y  a  un  lado  se  encuentran  vestigios  de  un 
sutuoso  palacio.  Por  ahí  quedan  cimientos  de  muchas  casas.  El  adorato- 
rio  tenía  una  gran  piedra  finísima,  (jue  el  ilustrísimo  obispo  Marroquín  mandó 
cortar  a  escuadra  y  la  consagró  para  ara  del  altar  mayor  de  Tccpán  Gutema- 
la.  El  autor  de  la  "Recordación  Florida,"  asegura  haber  ido  en  persona  a 
estudiar  esas  ruinas,  y  las  describe  prolijamente. 

Juarros  incurre  en  una  confusión,  al  segurar  que  Patinamit  y  Tecpán 
Guatemala  eran  ciudades  distintas,  cuando  a  la  verdad  fueron  una  sola.  Don 
Pe^ro  de  Alvarado  fundó  en  ese  lugar  la  primera  villa,  con  municipalidad 
española,  como  consta  del  "Manuscrito  Cakchiquel,  de  Arana  Xahilá,"  y  del 
proceso  de  don  Pedro  de  Alvarado. 

Volviendo  a  hablar  de  las  antiguas  ruinas,  cumple  decir  que  Santa  Cruz 
del  Quiche,  en  otro  tiempo  la  opulenta  Utatlán,  Corte  de  los  quichés,  era  la  más 
suntuosa  ciudad  que  los  españoles  encontraron  en  el  istmo  centro-americano. 
Dice  Fuentes  y  Guzmán  que  se  encontraba  circuida  por  un  gran  foso,  que 
sólo  dejaba  dos  estrechas  entradas  para  la  ciudad,  y  éstas  se  podían  defender 
por  el  castillo  del  Resguardo,  que  era  inexpugnable.  El  palacio  de  los  reyes 
quichés  competía  en  grandeza  con  el  de  Moctezuma  en  México,  si  damos  cré- 
dito al  historiador  Torquemada.  Aun  se  conservan  ruinas  de  ese  grandioso 
edificio,  que  apenas  revelan  le  poderío  de  aquella  corte  (i). 


(1)    Demuestra  Mausdlay  prolijamente,  por  la  medida  y  estudio  que  hizo  de  esas  ruinas,  'lue  la  des 
cripclón  de  Fuentes  y  Guzmán  y  la  de  .Tuarros,  son  exajeradas.—  A  srlimpse  at  Guatemala,  page  69. 


p 


221  — 


"¿Conduciría  al  gran  Nima-Quiché  el  acaso  a  este  sitio?  ¿Fijaría,  no  más 
que  inducido  por  su  cielo  delicioso  y  lo  bello  de  sus  contornos,  en  él  su  resi- 
dencia aquel  célebre  conquistador  de  Centro- América?  ¿Habría  abarcado  ya 
al  primer  golpe  de  vista  la  importancia  de  la  posición  extratégica  que  ocuparía 
estableciéndose  en  tal  lugar,  o  ido  sólo  paulatinamente  explorando  las  venta- 
jas naturales,  que  más  tarde  le  ayudaran  a  efectuar  sus  planes  ambiciosos?  O 
en  fin,  tomando  en  el  largo  curso  de  su  expedición,  informes  en  dónde  fijar 
mejor  un  trono  seguro  y  hereditario  para  su  ilustre  estirpe,  y  teniendo  que 
escoger,  ¿  habráse  decidido  en  favor  de  este  llano  alto,  porque  lanza  aguas  hacia 
todos  los  rumbos  del  viento,  y  bajo  la  figura  favorita  de  su  raza,  le  presentaba 
su  solio  puesto  sobre  el  ombligo  del  mundo?  Sería  atrevimiento  contestar  de 
punto  fjo  a  cualquiera  de  estas  preguntas.  Pero  como  ellas  deben  surgir  invo- 
luntariamente en  la  imaginación  de  cada  viajero,  que  en  vista  de  unas  memora- 
bles ruinas  se  entrega  a  la  especulación  de  penetrar  en  los  secretos  motivos 
que  agitaron  la  menté  del  fundador,  conforme  a  ciertos  datos  de  que  dispone, 
podríase  aceptar  lo  Verosímil  tanto  de  una  como  de  la  otra  idea.  Hé  aquí,  en 
dónde  más  nos  abandona  la  tradición.  Los  anales  de  los  tultecas  modernos, 
bien  que  con  toda  su  sencillez  cronológica,  a  veces  no  carecen  de  ciertos  giros 
poéticos  e  incidentes  narrados  con  énfasis  dramática,  jamás  realzan  sus  relatos 
con  la  claridad  del  colorido  local,  y  menos  han  tentado  introducirnos  por  vía 
de  abstractas  contemplaciones  en  el  íntimo  laboratorio  del  alma  de  sus  héroes, 
y  discurrir  sobre  los  medios  y  recursos,  sobre  la  causa  y  el  probable  éxito  de 
sus  designios  conquistadores.  Mas  lo  que  es  cierto,  y  la  experiencia  nos  lo 
enseña,  es  que  las  obras  grandes  jamás  han  sido  ejecutadas  sin  grandes  prepa- 
rativos, y  sólo  las  empresas  dirigidas  a  objetos  claros  y  fijos  encierran  en  sí  las 
garantías  de  solidez  y  duración. 

Si  algún  día  se  lograse  descubrir  la  clave  de  los  jeroglíficos  americanos, 
¿qué  resultado  pudiera  sacarse  de  su  lectura?  Dudamos  que  nos  den  cuanta 
de  su  cuna  primitiva,  de  sus  emigraciones  al  través  de  continentes  y  océanos. 
Estemos  seguros  de  no  hallar  consignado  más  que  largas  filas  de  nombres  pro- 
pios de  reyes  o  capitanes  vencidos  o  vencedores,  de  objetos  o  guarismos  de  tri- 
buto dado  o  pagadero.  Quedarían  talvez  tan  mudos  y  enigmáticos  estos  sig- 
nos, como  lo  habrían  sido  los  de  los  egipcios,  si  ellos  no  hubiesen  encontrado 
un  comentario  rico  en  la  historiografía  simultánea  de  los  hebreos,  griegos  y 
latinos.  Esta  clase  de  monumentos  debe  su  erección  a  la  oportunidad  del 
niomento,  glorifican  la  esclavitud  de  alguna  tribu  indígena ;  una  alianza  o  bata- 
lla ganada  a  un  emnol,  es  historia  meramente  americana,  comprensible,  en 
aquella  época,  sólo  por  el  gremio  instruido  de  los  sacerdotes,  pero  perdida  para 
nuestra  inteligencia  por  falta  de  un  texto  razonado  u  otros  documentos  con- 
temporáneos, los  cuales,  a  la  par  de  ser  legibles,  debieran  además  tratar  de  los 
mismos  argumentos. 


No  hay  que  soñar,  pues,  con  la  reconstrucción  de  la  historia  tulteca.  pero 
conviene  limpiar  lo  poco  que  de  ella  conocemos,  de  ciertas  fabulosas  exagera- 
ciones, dando  luz  a  varios  indicios  de  su  alta  cultura,  que  hasta  ahora  han  que- 
dado harto  inadvertidos.  Ante  la  exclusiva  atención  dada  por  los  arqueólo- 
gos a  los  suntuosos  monumentos,  parece  haberse  entibiado  el  deseo  de  saber 
cuál  era  su  sistema  político,  la  recaudación  y  el  empleo  de  los  tributos,  su  divi- 
sión territorial,  su  servicio  de  armas,  su  táctica  ofensiva  y  defensiva.  Ya  di- 
mos una  muestra  de  su  acierto  político  en  escoger  el  jefe  fundador  del  gran 
imperio  del  Quiche,  para  su  capital,  el  punto  más  estratégico  que  brinda  todo 
el  país ;  y  si  examinamos  el  tino  con  que  supieron  sacar  de  lo  escabroso  de  este 
llano  alto  todas  las  ventajas  imaginables  para  fortificarse  en  él  y  hacerlo  inac- 
cesible, se  confirmará  nuestra  suposición,  de  que  el  saber  y  la  inteligencia 
práctica  desaquella  estirpe  ha  sido  muy  superior  a  lo  que  vulgarmente  se  le 
atribuye. 

Está  cruzado  el  llano,  en  dirección  de  E.  a  O.,  por  un  profundísimo  barran- 
co en  donde  se  divisan  las  ruinas  del  alcázar,  délos  sacrificatorios  y  derñás 
edificios ;  se  dilata  dicho  barranco  a  la  anchura  de  unas  8oó  varas,  poco  más  o 
menos.  Su  margen  norte  corre  en  línea  casi  recta  y  no  interrumpida,  dejando 
caer  su  paredón,  tajado  a  pico,  hacia  unas  profundidades  que  hacen  horrorizar 
al  que  se  les  aproxima.  La  margen  sur,  se  halla  al  contrario,  partida  en  varias 
y  estrechas  sinuosidades,  formando,  pues,  otras  tantas  lengüetas  y  promonto- 
rios, todos  con  dirección  hacia  un  punto  céntrico,  que  parece  un  islote,  el  cual 
desde  el  fondo  de  aquel  abismo  anchuroso  se  eleva,  y  cuya  superficie  queda  a 
la  flor  de  lo  demás  del  llano,  midiendo  su  irregular  área  unas  diez  manzanas 
de  tierra  plana.  Hé  aquí,  en  este  peñón,  el  sitio  tan  aislado  como  dominante 
de  los  reyes  del  Quiche !  La  ti-adición  lo  puebla  con  todas  las  maravillas  que 
suelen  acompañar  la  memoria  y  el  aspecto  lamentable  de  la  majestad  caída, 
hoy  día  imperceptible  ya,  porque  lo  que  de  ella  no  ha  arruinado  el  tiempo, 
lo  ha  ido  destruyendo  e  invirtiendo  en  construcción  de  sus  humildes  chozas  la 
mano  del  hombre.  Abstengámonos  de  la  descripción  de  lo  que  propiamente 
ya  no  existe,  y  fijémonos  en  lo  que  visiblemente  ha  sobrevivido,  que  es  la  ani- 
mada disposición  tomada  en  asegurarse  contra  cualquier  acceso  del  enemigo. 

Sólo  por  un  lado  parece  haber  existido  una  comunicación  del  peñón  con  la 
tierra  firme  del  llano.  Es  la  que,  tomando  el  camino  desde  el  convento  de 
Santa  Cruz,  nos  permite  trepar  cómodamente  a  las  ruinas  por  una  suave  cuesta, 
en  forma  de  hamaca,  y  que  a  manera  de  puente  cruza  el  brazo  meridional  del 
barranco.  Sin  embargo,  harto  visible  es  la  condición  variada  de  este  paso 
respecto  a  lo  que  fue  en  tiempo  de  la  conquista.  Entonces  se  hacía  la  comuni- 
cación sobre  una  calzada  estrecha,  desfiladero  sin  duda  artificial,  y  cuidadosa- 
mente mantenido,  el  cual  hoy  día  caído  y  derribado,  representa  el  relleno  de  la 
indicada  cuesta.  Esta  calzada  la  rnencionan  los  anales  de  los  indígenas,  fué 
por  la  que  Pedro  de  Alvarado  entró  al  sitio  real  de  Tecún  Umán  pero  que  aban- 


donó,  porque  temiendo  una  traición,  no  confiaba  ya  en  aquella  milagrosa  suer- 
te que  pocos  años  antes  le  había  favorecido  en  la  noche  triste,  en  que  con 
Hernán  Cortés  tuvo  que  retirarse  por  la  calzada  de  los  lugares  de  Tenochtitlán. 
Si  así  se  juzgaron  enteramente  cubiertos  los  quichés  de  un  asalto  empren- 
dido por  el  lado  del  Sur,  todavía  les  restaba  usar  iguales  precauciones  contra 
cualquiera  que  les  amenazase  venir  desde  el  Oeste,  en  donde  una  de  las  lengüe- 
tas del  barranco  avanza  hacia  el  sitio  central  del  peñón  con  muy  poco  intervalo. 
Es  ingenioso  el  modo,  y  digno  de  fijarse  en  él  cualquier  moderno  ingeniero  ;  con 
ello  se  salvaron  del  apuro  de  que  el  enemigo  pudiera  plantear  un  bastión  en 
este  punto  e  inquietar  con  sus  ballestas  y  proyectiles  el  cercano  peñón.  Inter- 
ceptaron el  camino  que  conduce  a  la  punta,  flanqueando  con  cuatro  torres, 
colocadas  de  dos  en  dos  a  sus  lados  y  a  reguladas  distancias  para  ayudarse 
mutuamente,  un  verdadero  cuadrilátero,  por  cuyo  medio  debía  arrojarse*  el 
embestidor,  antes  de  expugnar  la  indicada  parte  y  tomar  allá  su  posición  si- 
tiadora. Una  zona  de  ciénegas  iba  rodeando  este  sistema  de  fuertes  estacados, 
y  es  muy  probable  que  también  este  recurso,  si  no  les  fué  sugerido  por  la  mis- 
ma naturaleza,  fuera  también  un  arte  ideado  por  ellos.  Al  excavar  la  parte 
de  las  ciénegas,  la  utilizaron  para  construir  la  base  del  fortín,  al  quebrar  el 
talpetate,  el  material  sólido  para  sus  murallas,  y  mientras  este  cinturón  de 
hondos  estanques  les  proporcionaba  todas  las  seguridades  de  un  foso,  a  la  vez 
les  suministraba  en  la  vecindad  el  agua  potable,  de  por  sí  ya  muy  rara  en 
el  llano,  y  sólo  asequible  acarreándola  desde  el  profundo  cauce  del  barranco. 

De  los  cuatro  fortines  no  ha  quedado  conocible  sino  uno  solo,  que  domina 
el  Resguardo;  los  demás  no  han  llamado  la  atención  de  los  visitadores,  por 
estar  más  lejos  y  casi  allanados  ya.  De  los  estanques  también  existe  todavía 
uno  bastante  grande  y  lleno  de  agua,  mientras  que  los  demás  se  han  ido  cegan- 
do, y  sólo  en  la  estación  de  lluvias  evocarán  la  memoria  de  su  antigua  existen- 
cia y  del  objeto  a  que  servían. 

Preocupados  por  semejantes  averiguaciones,  omitimos  reconstruir  ideal- 
mente en  su  estado  primitivo  los  montes  de  ruinas  descritas  con  bastante  exac- 
titud por  el  señor  Stephens.  Fuentes  en  su  recopilación  florida,  Torqucmada 
en  su  Monarquía  indiana,  y  el  coronel  Elgueta,  darán  al  que  gustare,  material 
para  formarse  una  idea  del  boato  que  cuatrocientos  años  hace,  todavía  reinaba 
en  los  alcázares  del  llano  del  Quiche".— (FeHpe  Valentini). 

En  el  centro  quiche,  por  Chiapa  y  Guatemala,  además  del  Palemke,  había 
otras  ciudades  importantes,  como  Acala,  Zotzlem,  Balum-Canan  (Comitán), 
Alanchén ,  Zaculeu,  (Huehuetenango),  laxbité  (Ocotzingo),  Concoh  (San 
Cristóbal)  y  Gumarcaah  (Utatlán).  El  nombre  primitivo  de  Huehuetenango 
era  Chinabajul,  y  después  Zaculeu. 

Desde  antes  de  la  conquista  era  Xelahuh  (Quezaltenango)  una  de  las  más 
grandes-  y  poderosas  ciudades,  con  buenas  fortificaciones  a  juzgar  por  los  res- 
tos que  quedan  en  Parrasquín  y  Olintepeque.     Don  Pedro  de  Alvarado  dominó 


—  224  — 

aquella  comarca  la  víspera  de  la  fiesta  de  Pentecostés  del  año  1524,  y  fundó 
ahí,  con  la  advocación  del  Espíritu  Santo,  la  ciudad  actual  llamada  Quezaltc- 
nango.  Cumple  en  este  capítulo  hacer  justicia  a  la  solicitud  de  los  monarcas 
españoles,  q.ue  no  sólo  ordenaban  el  estudio  de  las  ruinas  antiguas,  sino  que 
mandaban  compilar  y  analizar  las  diversas  relaciones  que  se  les  enviaban, 
como  sucedió  con  la  que  mandó  formar  el  capitán  general  de  Guatemala,  don 
José  de  Estachería,  al  arquitecto  real  don  Antonio  Bernasconi  el  27  de  ene- 
ro de  17H5,  acerca  de  las  ruinas  del  Palemke.  Es  sobremanera  intere- 
sante el  libro  intitulado  "Recherches  sur  les  ruines  de  Palemke,  et  sur  les  ori- 
gines de  la  civilisation  du  Méxique  et  de  1'  Amérique  Céntrale,  par  Mr.  1*  Abbé 
Brasseur  de  Bourbourg,  París — Arthur  Bertrand,  cditeur".  ( i ) 

El  15  de  diciembre  de  1784  emitió  don  José  Antonio  Calderón,  con  dibujos 
de'  Antonio  Bernasconi,  extensos  informes  acerca  de  las  ruinas  de  Palemke, 
que  aún  se  conservan  inéditos  en  el  Archivo  de  Indias. 

Lástima  que,  desde  que  se  suprimió  la  Sociedad  ICconómica  de  Amigos 
del  País,  no  se  preste  aquí  atención  a  la  etnografía  de  Guatemala.  En  las 
toscas  arcillas,  amoldadas  por  la  ruda  mano  del  indio,  cuando  el  conquistador 
no  sospechaba  siquiera  la  existencia  del  sentimiento  del  arte,  en  la  región 
ignorada  de  un  lejano  Continente,  se  revelan,  sin  duda,  los  titulos  irrecusables 
de  la  fraternidad  de  la  generación  viviente  con  las  generaciones  del  pasado. 
Esos  elementos  de  la  vida  antig^ia  son  alxiliares  poderosísimos  para  la  cien- 
cia que  analiza  y  compara,  y  la.  imaginación  que  trata  de  reconstruir  y  reedifi- 
car. Reflejan  una  civilización  obscura,  envuelta  en  el  misterio  de  los  siglos  y 
dada  a  conocer  por  el  estudio  de  sabios  anticuarios  extranjeros.  VA  historia- 
dor Bancroft  escribió  en  inglés  la  obra  monumental  sobre  las  "Razas  Primiti- 
vas de  los  Estados  del  Pacífico,"  que  extractada  y  traducida  por  mí,  publicóse, 
como  folletín,  de  la  "Sociedad  Económica,"  en  julio  de  i<S78,  conteniendo  ])re- 
ciosos  datos  sobre  antigüedades  centro-americanas. 

Tan  poca  ha  sido  la  afición  a  estudios  arqueológicos  entre  nosotros,  que 
nunca  se  ha  tratado  de  averiguar  qué  remoto  ])ueblo  ocuparía  la  parte  más 
plana  y  hermosa  del  extenso  valle  en  que  hoy  está  situada  la  capital  de  ( iuatc- 
mala  (2).  Por  los  llanos  del  Incienso,  en  la  antigua  laguna  de  los  Tiestos, 
que  hoy  forma  jjarte  de  Miraflores,  finca  del  que  escribe  estas  líneas,  hay  mu- 
chos montículos  (mounds),  que  eran  viviendas  y  túmulos  mortuorios  de  caci- 
ques o  maceguales.  Existió  ahí,  miles  hará  de  años,  una  gran  población,  cuyos 
restos  fósiles  aún  se  encuentran  al  cavar  la  tierra  para  hacer  plantaciones.  Se 
hallan,  a  poca  profundidad,  vasos,  esculturas  de  barro  cocido,  fragmentos  de 
utensilios,  ídolos  pétreos,  lanzas  de  oxidiana  y  otras  antigüedades  interesantes. 
En  la  puerta  de  la  quinta  de  Arévalo  hay  dos  grandes  figuras  idolátricas.     Ahí 


(1)  En  tiempo  de  la  Colonia  se  hicieron  diliujos  a  pluma  de  las  Ruinas  d:  Palemke.  un  Mapa  ¿Tel  territorio 
donde  estaban,  un  Dixño  de  las  casas.    T(xk>  inédito,  se  truarda  en  el  Archivo  de  Indias.    Estante  N<?  100. 

(2)  En  la  rica  obra  "A  glimpse  at  Cuakmala." ^e  hace  relación  de  ese  pueblo  antiauísimo. 


—  225  — 

en  el  interior  existe  una  gran  lápida,  con  geroglíficos  e  inscripciones,  que  acaso 
denotan  dinastías  o  la  conmemoración  de  grandes  batallas.  En  lo  que  antes 
se  llamaba  el  llano  de  la  Culebra,  por  donde  corre  el  caño  del  agua  y  se  ven 
los  Arcos,  estaban  muchos  de  esos  cerritos  artificiales  o  teocalli  que  los  es- 
pañoles aprovecharon  para  no  tener  tanto  gasto  en  la  construcción  de  arcos  de 
calicanto  sobre  que  descansa  el  magnífico  acueducto.  "Adquirió  y  conserva 
esta  llanura  el  nombre  de  "La  Culebra,"  por  razón  de  que  extendiéndose  la 
longitud  de  la  tierra  y  despejada  llanura  por  más  de  dos  leguas  muy  igual  y 
rasa,  corre  por  medio  de  ella  y  se  dilata,  desde  el  principio  al  fin,  una  lomilla, 
cuya  figura  es  tortuosa  a  la  manera  de  una  culebra  que  camina,  y  dicen  que  es 
obra  de  los  indios  antiguos.  Tiene  mucha  apariencia  de  verdad  esta  tradición, 
porque  se  ve  estar  compuesta  y  fabricada  a  modo  de  los  cues  antiguos,  de  ma- 
teriales de  piedra  y  barro ;  siendo  esta  obra  claro  y  manifiesto  testimonio  que 
afirma  y  prueba  cjue  en  aquel  ameno  y  maravilloso  contorno  hubo  pueblos  de 
gran  gentío,  porque  sin  mucho  número  de  gastadores,  obra  tan  dilatada  y  pro- 
lija no  pudiera  intentarse,  ni  menos  conseguirse". — ("Recordación  Florida," 
T.  11.  P.  55)- 

Refiere  el  mismo  Fuentes  y  Guzmán  que,  según  tradición  corriente,  se 
sabe,  de  antiguo,  que  por  esos  sitios  se  desliza  un  río,  de  no  pequeño  caudal, 
oculto  bajo  la  llanura,  y  que  en  un  paraje  de  este  hermoso  llano,  entre  la  Casa 
Blanca  y  el  Monte  de  los  Zorros,  se  descubre  algo  debajo  de  una  gran  losa  que 
llaman  laja,  con  que  los  antiguos  indios  lo  dejaron  tapado  y  encubierto.  Este 
propio  río  es  el  que  se  manifiesta  en  lo  profundo  y  hondo  del  fértil  valle  de 
Petapa,  en  el  Ingenio  de  don  Tomás  de  Arrivillaga  y  Coronado,  cuya  fuente 
que  brota  maravillosa  y  perenne,  es  conocida  con  el  nombre  de  Ojo  de  Agua 
de  Arrivillaga.     (Fuentes  y  Guzmán,  T.  II.  P,  54). 

Muchas  veces  he  visto,  por  las  Charcas,  lo  que  llaman  la  Piedra  Parada,  que 
debe  de  ser  señal  antigua  de  los  indios,  pues  por  aquellos  lugares  pasa  el  rio 
subterráneo,  como  es  voz  general,  y  se  deja  oír  la  corriente  en  el  silencio  de  la 
noche,  aplicando  el  oído  al  suelo.  Además,  en  pleno  verano,  cuando  la  tierra 
está  por  ahí  reseca  y  sin  ninguna  yerba,  nótase  una  faja  de  verdor,  que  corre 
a  lo  largo,  con  ancha  cinta  de  grama,  producida  por  la  evaporación  del  agua. 

Por  los  estudios  que  he  hecho,  por  la  naturaleza  del  terreno  sobrepuesto 
en  aquellas  localidades ;  por  el  aspecto  de  los  utensilios  que  he  podido  recoger, 
y,  en  fin,  porque  muchos  de  los  huesos  se  reducen  a  polvo  casi,  con  el  aire,  con- 
servándose las  más  veces  sólo  las  dentaduras  blanquísimas,  con  una  muela 
más  de  las  que  tiene  la  raza  blanca,  he  presumido  que  el  gran  pueblo  que  por 
aquí  habitaba,  era  en  mucho  anterior  a  la  llegada  de  cakchiqueles  y  quichés, 
a  virtud  de  las  invasiones  que  los  obligaron  a  venir.  Miles  de  años  llevan  tales 
restos  de  estar  en  esos  terrenos,  como  a  dos  varas  de  profundidad,  sufriendo 
el  aluvión,  que  cada  vez  más  los  sepulta,  hasta  que  venga  de  repente  la  trompe- 


226  — 

ta  del  Juicio  de  la  Ciencia,  y  haga  que  resuciten  y  comparezcan  a  rendir  cuenta 
de  cuándo  vivieron  y  qué  papel  hicieron  sobre  la  tierra  (i). 

Ha  sido  tal  la  incuria,  que  nadie — salvo  algunos  extranjeros,  sabios  los 
menos  y  especuladores  los  más — han  recorrido  algunos  puntos,  no  todos,  de 
esa  inmensa  faja  tropical  de  terrenos  cundidos  de  bosques  riquísimos,  que  se 
extienden  desde  Yucatán  sobre  Guatemala  y  Honduras,  del  lado  Atlántico. 
Selva  misteriosa,  que  cubre  los  despojos  de  grandes  y  ricas  poblaciones  indí- 
genas, desaparecidas  muchos  años  antes  de  la  conquista  española. 

En  la  época  de  la  piedra  pulida  se  introdujo  el  túmulo,  en  forma  de  cerro 
artificial,  de  Asia  a  África  y  Europa.  Los  túmulos  se  encuentran  a  millares 
desde  las  islas  británicas  hasta  Dinamarca,  y  en  las  costas  del  Atlántico  a  las 
montañas  del  Ural ;  se  ven  muchísimos  por  las  fronteras  rusas  y  llanuras  de 
Siberia,  hay  no  pocos  por  las  orillas  del  Mississipi  y  por  Ohio,  hasta  los  gran- 
des lagos,  extendiéndose  la  región  de  los  munds,  que  ha  sido  muy  estudiada 
durante  los  últimos  años.  Por  México  son  abundantes,  y  aquí  en  Guatemala 
se  encuentran  en  varias  partes,  siendo  muy  notables  los  que  hemos  descrito, 
que  se  hallan  al  sudoeste  de  la  capital  y  por  las  llanuras  del  Sur.  En  esa  época 
de  la  piedra  pulida,  vinieron  precisamente  los  inmigrantes  que  constituyeron 
la  civilización  maya-quiché.  La  postura  del  cadáver  en  cuclillas,  el  enterra- 
miento de  utensilios,  su  estructura,  el  material  de  que  están  hechos,  todo  es 
igual,  en  aquel  remoto  tiempo,  por  Asia,  África,  Europa  y  América. 

La  habitación  sobre  terraplenes,  la  piedra  monolítica  mortuoria,  que  lla- 
man mcnhir,  cromelch,  caracterizan  también  aquella  época,  de  la  cual  tenemos 
ahí  los  restos,  en  esas  bellísimas  llanuras  de  los  alrededores  de  la  ciudad  de 
Guatemala,  en  donde  hubo  gran  población,  unos  mil  años  antes  de  nuestra  era. 

Las  pirámides  que  después  se  construyeron,  los  monolitos  soberbios  de 
Copan  y  Kiriguá,  demuestran  desarrollo  portentoso.  Don  Modesto  Méndez, 
guatemalteco  distinguido,  descubrió  en  el  mes  de  febrero  de  1848,  las  ruinas 
de  Tical,  en  el  Peten,  y  publicó  una  descripción  interesante  de  esa  antiquísima 
ciudad,  en  los  números  de  "La  Gaceta,"  correspondientes  al  16  de  marzo  y  12 
de  abril  del  mismo  año.  Hizo  sacar  dibujos  de  los  palacios  y  estatuas  que 
encontró.  Después  han  venido  extranjeros  a  estudiar  las  interesantísimas 
ruinas,  han  escrito  obras  y  se  han  llevado  mucho  de  valor,  merced  a  la  incuria 
con  que  hemos  visto  cuanto  se  refiere  a  nuestra  antigua  historia.  Aquellas 
figuras  colosales  y  misteriosas  son  mudos  recuerdos,  y  las  calaveras  grotescas 
como  que  se  ríen  de  la  ignorancia  de  los  que  las  contemplan. 

Alfred  Percival  Maudslay  descubrió  varias  ruinas  en  Guatemala,  como 
las  de  Ixkun,  en  el  valle  del  río  Cahabón,  que  dan  idea  de  un  extenso  pueblo 
conquistado  por  los  mayas,  a  juzgar  por  los  grandiosos  monolitos  con  ciertas 


(1)    Mausdlay  estudió  esa  localidad,  levantó  el  plano  que  copiamos  y  demuestra  la  existencia  de  un 
pueblo  muy  antisruo. 


—  227  — 

inscripciones  y  geroglíficos.  La  más  interesante  descripción  que  conocemor 
de  las  ruinas  de  Chichén  Itzá,  la  hemos  encontrado  en  el  capítulo  XXI,  página 
193,  de  la  rica  obra  intitulada  "A  glimpse  at  Guatemala,"  escrita  por  el  mismo 
autor,  y  publicada  en  Londres,  en  el  año  1899,  con. mapas,  planos,  fotograbados, 
retratos  y  otras  ilustraciones  bellísimas  en  riquísimo  papel  de  lino. 

En  aquellas  ruinas  sobresale  después  de  miles  de  años,  entre  pinos 
seculares,  la  Casa  de  las  Monjas,  de  165  pies  de  largo,  89  de  ancho  y  35  de  alto, 
edificada  de  piedra,  con  cuarenta  y  nueve  gradas  anchísimas  que  conducen  al 
término  del  grandioso  edificio  que  arriba  se  muestra,  con  ocho  cuartos  cuyos 
muros  tienen  rastros  de  pinturas  y  relieves.  Hacia  el  ala  del  Este,  se  mira  la 
iglesia,  grotesco  conjunto  de  máscaras  con  prominentes  hocicos  y  afiligranados 
adornos.  El  Caracol,  La  Casa  Colorada  y  el  Castillo,  son  muy  notables  por  su 
sólida  y  elegante  construcción.  Este  último,  está  en  la  cúspide  de  un  alto 
montículo  al  cual  se  sube  por  noventa  y  ocho  gradas.  El  más  interesante  mo- 
numento del  Chichén  es  el  gran  Patio  de  la  Pelota,  circundado  de  muros  para- 
lelos, de  2'¡2  pies  de  longitud  y  2^  de  altura,  con  salidas  en  los  extremos.  Ven- 
se  ahí  restos  de  grandes  piedras  labradas,  y  las  ruinas  de  otros  edificios  profu- 
samente adornados.  Los  indios  jugaban  al  tlachtli  o  trinquete  que  describe 
Herrera,  hablando  de  los  Méxicos,  y  que  con  un  hermoso  cromo,  figura  en 
"México  al  través  de  los  siglos,"  (T.  i.  P.  344).  Por  superstición  plantaban 
fuera  del  tlachtli,  palmas  silvestres  y  árboles  de  brillantes  colores  para  que 
dieran  sombra  a  los  ídolos  que  estaban  en  las  almenas.  Jugaban  con  pelotas 
de  hule  que  permanecían  por  horas  enteras  en  el  aire,  sin  dejarlas  caer  al 
suelo,  sino  siempre  arrojándolas  para  arriba  con  las  asentaderas  o  las  rodillas, 
y  no  con  las  manos,  al  decir  de  Duran,  aunque  a  la  verdad,  sería  eso  en  ciertos 
casos,  pues  las  manoplas,  llamadas  chacualli,  denotan  que  también  empleaban 
las  manos. 

Las  pinturas  murales  representando  una  batalla  en  Chichén  Itzá,  que  aun 
cubren  las  paredes  del  Patio  de  la  Pelota,  son  notables,  a  pesar  de  mutiladas 
por  la  mano  del  tiempo.  Aunque  aquella  antiquísima  población  no  se  puede 
comparar,  en  lo  pintoresco,  con  otras  de  las  arruinadas  ciudades  de  Guatemala 
y  Tabasco — dice  Maudslay — ,  lo  espacioso  del  horizonte  interrumpido  sola- 
mente aquí  y  allá  por  un  cerrito  artificial  o  templo  ceniciento,  sugiere  la  idea 
del  libre  acceso  de  una  población  grande,  que  el  estrecho  valle  de  Copan  o  las 
aterradas  colinas  de  Palemke.  En  1528  ya  no  estaba  tan  poblada,  pues  de  otra 
suerte,  no  hubiera  podido  Montejo  habérselas  por  dos  años,  sólo  con  una  fuerza 
de  cuatrocientos  hombres. 

C(^parando  las  ruinas  de  Chichén  con  las  de  Copan  y  Kiriguá,  nótase  en 
las  primeras  lo  grandioso  de  los  edificios,  el  libre  uso  de  las  columnas,  la  ausen- 
cia de  esculpidas  stelas,  la  rareza  de  geroglíficos,  y  lo  más  importante  de  todo, 
el  hecho  de  que  cada  hombre  se  muestra  como  un  guerrero  con  rodela  y  lanza 
en  ristre.     Los  pacíficos  primitivos  pobladores  de  las  márgenes  del  Usumacin- 


—  228  — 

ta  y  del  Motaj^ua  fueron  quizás  llevados  por  la  fuerza  de  la  guerra,  a  las  menos 
hospitalarias  llanuras  de  Yucatán,  en  donde  habiendo  aprendido  el  arte  de  las 
armas,  restablecieron  su  poder  y  su  grandeza.  Después  soportaron  nefastos 
tiempos,  feudos  inhumanos,  invasiones  nahuas  y  otras  desventuras  que  produ- 
jeron la  destrucción  y  abandono  de  grandes  ciudades  como  Chichén,  Itzá  y 
Mayapán  (i). 

El  plano  y  las  explicaciones  de  las  ruinas  de  Palemke,  que  Maudslay 
presenta,  en  su  magnífica  obra,  dan  idea  de  la  grandiosidad  de  aquella  antigua 
y  célebre  i>oblación,  cuyos  restos  soberbios  han  sido  descritos  magistralmente 
por  Dupaix,  Waldeck,  Stephens,  Catherwood,  Morelet  y  Charnay. 

Las  ruinas  de  Chalchitán  merecen  mencionarse,  como  que  revelan  la  exis- 
tencia de  un  pueblo  anterior  a  la  era  cristiana,  de  majestuosas  e  imponentes 
construcciones.  El  lugar  de  las  esmeraldas  significa  Chalchitán,  porque  en- 
contraron ahí  muchas  de  esas  piedras,  primorosamente  labradas,  lo  cual  da  a 
entender  que  sus  pobladores  las  usaban  con  predilección  y  que  tenían  una  rica 
mina  de  ellas. 

Las  ruinas  de  Tikal  y  Menché,  descritas  por  aquel  arqueólogo,  denotan 
tener  gran  riqueza  en  monumentos  e  inscripciones  de  piedra ;  pero  hay  ahí 
preciosos  fragmentos  del  arte  maya  esculpidos  o  en  relieves  de  madera,  que 
demuestran  la  cultura  de  los  antiguos  pobladores  de  las  exuberantes  orillas  del 
río  Usumacinta.  Mr.  Charnay  hizo  la  pintura  más  exacta  de  las  "Antiguas 
Ciudades  del  Nuevo  Mundo,"  en  el  libro  que  lleva  ese  título;  y  en  París  hemos 
visto  los  modelos  en  yeso  de  la  colección  de  dicho  profesor,  que  se  exhibe  en  el 
Museo  del  Trocadero. 

Mucho  han  llamado  la  atención  recientemente,  como  antes  lo  hemos  insi- 
nuado, las  ruinas  de  Piedras  Negras,  que  Maler  ha  dado  a  conocer  y  í|uc  de- 
muestran, como  lo  prueban  también  los  interesantes  despojos  de  Sustanquiqui, 
que  por  la  fértilísima  región  del  Fetén  había  en  remotos  tiempos  muchas  po- 
blaciones indígenas  que  desaparecieron  dejando  monumentos  importantes  para 
la  historia.  En  el  Museo  Nacional  de  Guatemala  hemos  visto  y  estudiado  los 
facsímiles  de  las  ruinas  de  Sustanquiqui,  que  contienen  geroglíficos  mayas,  re- 
cordando las  hazañas  de  guerreros  que  figuran  lievando  en  la  mano  la  fecha 
de  sus  triunfos  alrededor  del  cuerpo  la  historia  de  sus  hazañas.  En  este 
Museo  guatemalteco  hay  ídolos  interesantes  y  piezas  arqueológicas  de  mérito. 
Por  desgracia  en  los  museos  extranjeros  existe  lo  principal  de  nuestro  país, 
llevado  por  anticuarios  y  negociantes,  que  han  vendido  a  precio  de  oro  las 
piedras  talladas  de  los  aborígenes  de  e.ste  suelo,  que  alcanzaron,  en  épocas 
lejanas,  una  civilización  interesante.     El  sistema  geroglífico  de  las  ruinas  de 


(1)    Henry  Mercer,  The  Caoes  of  Yucatán.—  18ÍÍ5. 


—  229  — 

Yucatán,  Guatemala  y  Honduras  es  el  Antiguo  Maya.  Foerstemann  encontró 
en  su  "Descifración  de  los  Manuscritos"  un  cálculo  que  ascendía  a  la  suma  de 
12.299,040. 

"Los  monumentos  indígenas  no  se  estudian  generalmente  por  los  guate- 
maltecos, y  triste  es  decir  que  muchos  de  ellos  ignoran  la  existencia  de  esas 
ruinas  que  son  la  admiración  de  los  viajeros,  y  que  prueban  el  estado  de  cul- 
♦^ura  bastante  adelantado  a  que  habían  llegado  estos  pueblos,  antes  del  descu- 
brimiento de  América. 

La  ciudad  de  Lorillard  situada  en  el  Lacandón,  en  donde  se  han  encontra- 
do restos  de  una  cultura  antiquísima,  ha  sido  poco  visitada,  no  obstante  lo 
suntuoso  de  sus  monumentos  y  lo  maravilloso  de  sus  bajo-relieves  que  son  los 
más  hermosos  que  puede  ofrecer  América,  según  M.  Désiré  Charnay. 

Los  ídolos  que  se  han  encontrado  en  Lorillard  son  admirables,  las  vasijas 
son  bien  hechas,  los  monumentos  son  espaciosos,  de  estilo  tolteca,  y  muy  pare- 
cidos a  los  de  Comalcalco,  Palemke,  Chichén,  etc. ;  lo  que  hace  que  se  pueda 
decir  con  seguridad,,  que  los  toltecas  se  extendieron  por  Méjico  y  por  parte 
de  la  América  Central. 

El  escritor  antes  citado,  haciendo  la  descripción  de  uno  de  los  ídolos,  dice : 
"El  ídolo  tiene  la  cabeza  separada  del  tronco  y  yace  revuelta  entre  escombros; 
la  figura  está  enteramente  mutilada.  Este  ídolo  es  único  en  su  clase  y  muy 
hermoso ;  nunca  había  encontrado  otro  parecido  ni  en  las  ciudades  de  Tabasco, 
ni  en  las  yucatecas.  Representa  un  personaje  sentado  con  las  piernas  cruza- 
das a  la  usanza  turca,  y  las  manos  puestas  sobre  las  rodillas.  Su  actitud  es  dig- 
na, llena  de  calma  y  serenidad  ;  parece  un  Budha.  Tiene  la  cara  mutilada  y  en  la 
cabeza  lleva  enorme  tocado  de  hechura  por  demás  extraña,  representando  una 
diadema  y  medallones  entre  un  adorno  de  grandes  plumas.  En  estas  plumas 
esculpidas  vemos  la  misma  factura  y  el  mismo  estilo  que  en  las  que  ya  vimos 
en  las  columnas  de  Tula  y  de  Chichén-Itzá.  El  busto,  admirablemente  pro- 
porcionado, lleva  en  los  hombros  y  en  el  pecho  una  especie  de  rica  esclavina 
adornada  de  perlas  y  de  tres  medallones  parecidos  a  las  grandes  condecoracio- 
nes romanas ;  en  la  parte  inferior  del  cuerpo  se  ve  la  misma  clase  de  adornos, 
aunque  de  menos  relieve,  y  termina  en  un  medallón  mucho  mayor  que  los  otros 
y  en  un  maxtli  franjeado". 

Ya  hemos  descrito  las  ruinas  que  hay  en  Peten,  Cobán  y  Kiriguá ;  algunas 
han  desaparecido  completamente  y  es  de  sentirse  que  entre  éstas  se  tengan 
que  contar  la  de  Flores,  o  sea  la  antigua  Tayasal,  que  resistió  tan  valerosa- 
mente a  los  españoles,  y  de  la  que  se  sabe  que  tenía  veintiún  templos.  "El 
gran  templo,  dice  Sotomayor,  era  todo  él  de  piedra  con  su  bóveda  ojival ;  su 
forma  era  cuadrada  con  un  hermoso  pretil  de  piedras  muy  bien  labradas ;  cada 
fachada  tenía  veinte  varas  de  lado  y  era  muy  alto". 

Por  lo  prolijo  de  los  datos,  sobre,  todo  acerca  del  interés  que  desde  el 
tiempo  de  la  Colonia  han  inspirado  las  Antigüedades  en  la  América  Central, 


—  230  ^ 

vamos  a  copiar  en  seguida  lo  que  con  ese  titulo,  escribió  el  notable  historiador 
don  Cesáreo  Fernández  Duro,  en  el  Boletín  de  la  Sociedad  Geográfica  de 
Madrid".  Dice  así :  Durante  la  excursión  que  hice  a  Sevilla  en  la  pasada 
primavera,  debí  a  la  amistad  del  Dr.  D.  Sebastián  Marimón,  el  conocimiento 
de  un  viajero  afortunado  en  la  exploración  y  estudio  de  las  huellas  que  en 
América  Central  han-  dejado  pueblos  desconocidos,  con  vestigios  colosales  de 
una  civilización  sorprendente,  despertador  continuo  de  la  curiosidad  y  miste- 
rioso enigma,  cuya  adivinanza  mortifica  el  ingenio  de  los  entendidos. 

El  Sr.  Alfredo  P.  Maudslay — este  es  su  nombre — no  llevaba  al  salir  de 
Londres  otra  idea  ni  propósito,  que  pasar  el  invierno  lejos  del  rigor  de  una 
temperatura  que  no  convenia  por  entonces  a  su  salud,  mas  como  tampoco  la 
ociosidad  se  conciliara  con  su  espíritu  activo,  dando  suelta  al  deseo  natural  de 
conocer  el  país  elegido  en  la  expedición,  recorrió  los  territorios  de  Honduras  y 
Guatemala,  ocupando  el  caudal  de  sus  conocimientos,  tanto  en  la  observación 
de  la  naturaleza,  como  en  la  de  las  obras  de  portentosa  fábrica  que  dan  testi- 
monio de  labor  humana. 

No  le  dio  la  estación  extrema  del  año  1881  espacio  bastante  para  el  examen, 
ni  al  repetirlo  en  el  invierno  siguiente,  ha  quedado  satisfecho  el  afán  que  de 
ordinario  crece  en  cuantos  miran  a  su  sabor  las  bizarras  edificaciones  de  los 
Mayas;  queriendo  llevar  en  la  tercera  campaña  preparación  más  amplia  que 
en  las  otras,  asociado  con  el  Dr.  Marimón,  que  también  por  mucho  tiempo  ha 
registrado  la  región  guatemalteca,  consultaba  asiduamente  el  archivo  de  In- 
dias, sabiendo  que  allí  han  de  encontrarse  datos  preciosos  de  la  época  de  la 
conquista  de  los  españoles  y  de  la  disposición  en  que  hallaron  aquellas  tierras. 

Con  esos  datos ;  con  ayuda  de  un  mapa  en  grande  escala  que  traza,  rectifi- 
cando errores  de  los  existentes;  con  el  itinerario  seguido  por  Hernán  Cortés 
desde  la  ciudad  de  Méjico  al  golfo  de  Honduras  o  de  Hibueras,  que  estudia 
prolijamente,  se  proponía  marchar  de  nuevo  a  Yucatán,  Campeche,  Verapaz, 
Tabasco,  Guatemala  y  Honduras,  reservando  en  tanto  las  observaciones  reco- 
gidas al  cuidado  de  la  ratificación.  Los  planos  parciales,  dibujos,  fotografías, 
calcos,  vaciados  y  objetos  originales  recogidos  ya,  que  han  examinado  en  Lon- 
dres algunos  aficionados  de  antiguallas,  cautivaron  la  atención  general,  pidien- 
do reseña  que  el  Sr.  Maudslay  hizo  ligeramente  ante  la  Sociedad  Geográfi- 
ca (i);  más  ni  ella  basta  a  dar  idea  aproximada  de  los  referidos  objetos,  ni 
menos  de  las  ciudades  de  que  proceden,  siglo  tras  siglo  abandonadas  y  ocultas 
entre  la  vegetación  tropical,  como  el  nido  de  un  pájaro  muerto.  La  explica- 
ción precisa  e  ilustrada  compondrá  a  su  tiempo  un  libro  interesante ;  entre 
tanto,  la  galantería  del  Sr.  Maudslay  me  consiente  adicionar  noticias  que  limi- 


(1)  Explorations  in  Guatemala  and  Examinations  oj  the  newlydiscovered  India  Ruins  of  Quiriguá, 
Tikal  and  the  Usumacinta.—^y  \.  P.  Maudslay.— Procedirurs  of  the  Royal  Geoprauhlcal  .Soclety,  London. 
Aprfl.  1883. 


—  231  — 

taré  a  los  descubrimientos  recientes,  sin  mencionar  cosa  relativa  a  los  viajes 
ni  a  pueblos  o  monumentos  de  antes  vistos  (i). 

Estimulado  por  las  vagas  referencias  y  esbozos  imperfectos  de  Mr.  Cather- 
wod,  único  de  los  modernos  exploradores  que  llegó  a  la  vista  de  Kiriguá  por 
los  años  de  1840,  en  las  dos  veces  fué  a  registrarlo  Maudslay,  sabiendo  hallarse 
no  lejos  del  camino  que  conduce  desde  Izabal,  en  el  golfo  Dulce,  a  las  riberas 
del  río  Motagua.  La  empresa  no  es  tan  sencilla  como  a  primera  vista  parece : 
hay  allí  que  penetrar  a  través  de  una  selva  continua  y  espesa,  abriendo  con  el 
hacha  y  el  machete  el  camino  que  se  pisa,  dirigiéndola  por  la  brújula  como  en 
las  soledades  del  mar,  o  en  la  galería  del  minero;  llevando  numeroso  convoy 
con  el  mantenimiento  de  los  trabajadores,  tiendas,  ropas,  instrumentos  y  herra- 
mientas, y  se  avanza  con  lentitud,  incomodidad  y  costo.  Así  y  todo,  puede 
pasarse  al  lado  de  objetos  voluminosos  sin  distinguirlos,  porque  los  arbustos 
de  toda  especie,  las  plantas  trepadoras  y  las  parásitas  de  tal  manera  envuelven, 
cubren  y  desfiguran  las  líneas  o  términos,  no  ya  de  una  piedra  suelta,  de  cual- 
quier edificio,  que  la  visual  se  pierde  en  la  masa  de  verdura.  Así  se  explica, 
que  como  en  nuestro  viejo  Continente  descubren  de  vez  en  cuando  la  casualidad 
y  el  arado  monedas  o  sepulturas  de  remotas  edades,  en  el  Continente  nuevo, 
donde  todo  es  grande,  la  casualidad  y  el  hacha  tropiezan  con  ciudades  enteras 
no  menos  añejas. 

Una  ciudad  monumental  es  realmente  la  de  Kiriguá,  encontrada  por  el 
Sr.  Maudslay  después  de  desmontar  una  extensión  considerable  de  terreno,  sin 
certeza  de  haberla  visto  toda.  Cortada  después  la  maleza,  limpiando  por  últi- 
mo, con  rascadores  de  hierro  y  cepillos  de  musgo,  llegó  al  término  deseado  de 
armar  la  cámara  fotográfica  y  proceder  al  vaciado  de  relieves.  Lo  conocido  es 
2  un  rectángulo  de  2  250  x  i  080  pies  ingleses,  en  cuyo  espacio  hay  varios  monte- 
cilios  artificiales  de  forma  piramidal,  revestidos  de  piedra  de  sillería,  con  gra- 
derías o  escaleras,  edificación  común  y  ordinaria  en  todas  las  grandes  poblacio- 
nes de  la  región,  y  aun  de  la  que  se  llamó  Nueva  España  o  Méjico,  donde  se 
designaban  por  Cues  o  Mules.  Pero  en  los  de  Kiriguá  no  queda  siquiera 
vestigio  de  haber  existido  en  la  cúspide,  las  fábricas  que  se  ven  todavía  en  las 
pirámides  de  otras  ruinas,  en  Tabasco,  Yucatán  y  Chiapa ;  si  en  éstas  hubo 
también  adoratorios  o  aras  de  sacrificios,  han  desaparecido  totalmente.  Lo 
que  se  encuentra  en  la  proximidad  de  las  pirámides  mayores,  es  indicación  de 
dos  espacios  rectangulares,  a  manera  de  plazas,  formados  por  obeliscos  de 
natural  aspecto  y  delicadísimo  trabajo.  Algo  de  común  tienen  con  los  de 
Copan,  de  tiempo  atrás  conocidos ;  la  forma,  los  geroglíficos,  el  dibujo,  el  por- 
menor de  la  ornamentación  y  aun  la  colocación  de  traje  de  las  figuras,  acusan 
cierta  relación  que  no  cabe  desconocer ;  mas  hay  eií  la  ejecución  notable  dife- 


(1)    La  olii-a  monumental  de  Goodman  ,v  Maudslay.  la  citamos  al  principio  de  este  capítulo,  la  admi- 
rable "/y/o/ot'ia/ /ír^/mV^^/a  Centran  Americana."    Nota  del  autor. 


—  232  — 

rencia  que  inclina  a  considerar  a  los  monumentos  de  Kiriguá  como  modelo  de 
los  de  la  ciudad  de  Honduras,  más  acabados,  de  más  alto  relieve,  de  mayor 
corrección  en  las  líneas  y  posterior  trabajo  por  consiguiente. 

De  dos  especies  son  los  monumentos  ahora  encontrados ;  obeliscos  mono- 
litos esculpidos  con  figuras  humanas,  adornos  caprichosos  y  geroglíficos,  y 
piedras  bajas  y  anchas  en  que  se  han  figurado  animales  monstruosos  o  reptiles : 
acercándose  en  la  forma  general  a  la  de  la  tortuga.  Los  primeros  tienen  base 
cuadrangular,  de  3  a  6  pies  de  lado,  y  de  15  a  30  de  altura  sobre  el  suelo,  en  que 
se  halla  enterrada  una  parte  de  cinco  o  seis  más  para  mantenerse  en  la  posi- 
ción vertical.  Algunos  la  han  perdido,  y  están  más  o  menos  inclinados ;  otros 
han  caído  ya  forzados  por  Jas  raíces  o  los  troncos  de  árboles  inmediatos. 

Las  caras  principales  de  los  obeliscos  presentan  un  personaje  de  frente ; 
solo  en  dos  se  puso  de  perfil.  Esculpidas  las  cabezas  en  alto  relieve,  están 
tocadas  con  profusión  de  plumas  y  cintas ;  las  orejas  grandes  y  anchas,  hora- 
dadas, atravesándolas  ricos  y  voluminosos  adornos.  En  el  cuerpo  y  vestiduras 
no  es  tan  saliente  el  relieve,  aunque  prolijo  el  trabajo  del  artista  en  labor  ca- 
prichosa, entrando  por  mucho  en  el  adorno  cabecitas  humanas,  las  más  de 
grotesca  apariencia,  distribuidas  en  los  sitios  de  mayor  resalte,  como  en  los 
hombros,  rodillas  y  talones  de  las  sandalias.  Algunas  de  esas  figuras  que  dan 
motivo  o  ser  al  obelisco,  muestran  en  la  mano  una  especie  de  cetro,  mas  por  lo 
común  llevan  levantados  ambos  brazos  en  actitud  de  coger  con  las  manos 
el  cuello  del  vestido.  Los  pies,  en  todos  casos,  con  las  puntas  hacia  los  lados, 
unidos  los  talones,  única  postura  que  por  lo  visto  concebían  los  artífices,  por 
más  que  no  sea  natural. 

Se  observa  uniformidad  en  la  forma  del  vestido,  cambiando  sólo  los  dibu- 
jos de  su  adorno  y  los  de  las  mascarillas  o  cabecitas,  tan  repetidas,  que  hacen 
pensar  se  destinaran  al  objeto  del  adorno  personal  las  muchas  que  se  han 
hallado  sueltas  por  toda  la  América  Central,  así  de  barro  cocido,  como  de  obsi- 
diana, jade  y  piedras  más  finas. 

Es  también  de  notar,  que  todos  los  obeliscos  de  una  de  las  plazas,  repre- 
sentan reyes,  guerreros  o  personajes  de  significación,  masculinos ;  mientras 
los  de  la  otra  son  sin  excepción  de  mujeres,  con  trajes  mucho  más  ricos 'en 
adorno.  En  unos  y  otros  llenan  las  caras  laterales  geroglíficos  en  cuadrículas 
muy  bien  esculpidas,  conteniendo  cada  una  de  ellas  dos  o  más  cabezas  de  hom- 
bres o  pájaros,  piernas  o  brazos  enlazados  en  disposición  convencional  y  al 
parecer  simbólica.  Probablemente  en  la  significación  narran  las  excelencias 
de  la  figura  principal  del  obelisco. 

Los  monumentos  de  la  segunda  especie,  que  bien  pudieran  ser  aras  o  alta- 
res, están  formados  con  piedras  enormes  cuyo  peso  no  bajará  de  18  a  20  tone- 
ladas, midiendo  unos  14  pies  de  longitud  y  poco  menos  de  altura.  Por  su  pro- 
pio peso  se  encuentran  medio  enterrados  y  acaso  haya  bajo  la  tierra  algunos 


I 


—  233  — 

otros  que  no  se  descubren.  La  tortuga,  armadillo  o  monstruo  representado  en 
ellos,  tiene  de  ordinario  una  cabeza  humana  dentro  de  la  boca,  y  es  entre  todos 
más  de  notar  el  ejemplar  que  ostenta  en  la  cola  una  mujer  riquisimamente 
vestida,  sentada  al  estilo  oriental,  con  las  piernas  cruzadas  y  mostrando  en  la 
mano,  a  modo  de  cetro,  una  figurilla  semejante  al  juguete  o  Juan  de  las  viñas, 
cuyos  miembros  se  mueven  por  medio  de  un  hilo.  La  superficie  de  estas 
piedras  está  completamente  labrada  con  dibujos  caprichosos  de  imposible  des- 
cripción, y  en  algunos  sitios  hay  también  geroglíficos. 

Resulta,  pues,  de  las  investigaciones,  que  hay  en  Kiriguá  objetos  sin  equi- 
valencia ni  semejanza  con  los  de  otras  ciudades  arruinadas  que  se  suponen  obra 
de  la  civilización  maya,  y  que  merecen  por  tanto,  privilegiada  atención  de  los 
que  estudian  las  antigüedades  americanas.  En  cambio  allí,  como  en  todas  esas 
otras  ciudades,  no  se  encuentra  vestigio  de  las  viviendas  de  la  inmensa  pobla- 
ción que  contribuyó,  sin  duda,  a  la  fábrica  de  los  pasmosos  monumentos,  vi- 
niendo la  ausencia  a  fortalecer  la  opinión  de  que,  aparte  de  los  Cues  o  adorato- 
rios,  de  los  templos,  edificios  sagrados  o  públicos,  el  pueblo,  en  su  gran  masa, 
residía  en  albergues  de  material  ligero  como  la  madera,  barro  y  paja  u  hoja- 
rasca, que  fácilmente  ha  desaparecido. 

¿  Será  realmente  el  Sr.  Maudslay  el  primer  europeo  que  ha  hollado  la  plaza 
de  la  ciudad  de  Kiriguá?  ¿Permaneció  ignorada  y  oculta  a  los  ojos  de  los 
compañeros  de  Cortés,  de  Montejo  y  de  Alvarado?  No  hay  hasta  ahora  datos 
seguros  para  averiguarlo.  Sabiendo  el  viajero  inglés  que  el  conquistador  de 
Nueva  España,  al  pasar  por  el  río  Dulce,  estando  muy  necesitado  de  provi- 
siones, dividió  sus  fuerzas  y  en  radio  extenso  corrió  todo  aquel  territorio  con 
el  afán  de  procurárselas,  dudó  en  un  principio  si  el  pueblo  de  Chacujal  que 
menciona  la  carta  quinta  dirigida  por  Hernán  Cortés  al  emperador,  sería  este 
mismo;  más  no  ajustándose  la  concisa  indicación  que  hace  a  las  más  salientes 
circunstancias  actuales,  presumió  que  más  bien  corresponde  el  sitio  visitado 
por  el  caudillo  extremeño  a  las  ruinas  del  pueblo  viejo  en  que  hoy  se  descu- 
bren cimientos  y  otros  vestigios  de  construcción,  aunque  no  monumentos. 

•  La  lectura  de  la  referida  carta  quinta,  ofrece,  sin  embargo,  materia  lata 
a  la  reflexión,  primero  por  el  nombre  del  pueblo,  que  en  los  códices  existentes 
varía  de  Chacujal  a  Chaantel,  Chuantel  y  Chuhantel,  después  por  consignar 
fueron  los  indios  naturales  los  que  le  dieron  noticia  de  haber  cerca  iin  pueblo 
grande  muy  antiguo  y  muy  bastecido  y  últimamente  por  la  sorpresa  que  mani- 
fiesta le  causó  hallarse  en  las  calles  por  donde  salió  a  una  gran  plaza  donde 
tenían  sus  mezquitas  y  oratorios  a  la  forma  y  manera  de  Culua  y  que  puso  ésto 
más  espanto  (a  los  soldados)  del  que  antes  traían.  Estuvieron  en  la  plaza 
gran  rato  recogidos  en  una  gran  sala,  y  no  sintiendo  rumor  de  gente,  enviaron 
algunos  que  corrieran  las  calles.     Luego  que  fué  de  día  se  buscó  todo  el  pueblo, 


—  234  — 

que  era  muy  bien  trazado  y  las  casas  muy  juntas  y  muy  buenas  y  hallaron  in- 
mensa cantidad  de  bastimentos  (i  ). 

Por  aquellas  inmediaciones  del  golfo  Dulce  habían  estado  antes  Cristóbal 
de  Olid,  Francisco  de  las  Casas  y  Gil  González  Dávila  y  se  mantenían  aún  en 
parte  sus  tropas,  así  que,  una  de  dos:  o  conocían  por  necesidad  la  existencia  de 
una  ciudad  tan  poblada  como  indica  haber  sido  la  de  las  ruinas  de  Kiriguá,  y  en 
tal  caso  lo  hubieran  dicho,  o  ya  por  entonces  sólo  ruinas  quedaban  de  ella, 
como  acontecía  en  Palenque,  por  cuyas  cercanías  pasó  también  Hernán  Cortés, 
con  pintura  o  mapa  que  los  indios  le  habían  facilitado  para  noticia  de  la  mar- 
cha, y  de  los  centros  en  que  había  de  proveerse. 

Las  exploraciones  que  Maudslay  hizo  después  en  Copan,  en  la  región  de 
los  volcanes  y  en  la  de  Verapaz  no  excitan  en  tanto  grado  el  interés,  por  la  re- 
petición con  que  otros  viajeros  las  han  visitado  y  descrito  anteriormente ;  omi- 
to, por  tanto,  la  comunicación  de  sus  observaciones  y  memorias,  saltando  a  las 
que  le  ha  sugerido  la  ciudad  de  Tikal,  situada  al  nordeste  del  lago  del  Peten,  a 
unas  i8  millas  de  distancia  y  no  lejos  de  los  términos  de  Guatemala  y  Yucatán, 
pues  si  bien  fué  vista,  hace  años,  por  M.  Bernoulli  que  recogió  los  trozos  de 
madera  esculpida  conservados  ahora  en  los  museos  de  Suiza  y  Westminter,  el 
objeto  especial  de  sus  investigaciones  no  prestó  fijeza  a  las  curiosidades  ar- 
queológicas. 

Maudslay  se  proporcionó  braceros  en  las  poblaciones  del  lago,  y  por  los 
procedimientos  explicados,  abrió  camino  y  desmontó  la  extensión  suficiente 
para  dejar  al  descubierto  la  edificación,  cuyo  plano  trazó  ante  todo.  Las  casas 
de  esta  ciudad  silenciosa  son  de  piedra  revocada,  midiendo  el  grueso  ordinario 
de  las  paredes  unos  tres  pies.  Es  difícil  formar  juicio  del  remate  y  corona- 
miento exterior,  porque  de  las  cornisas,  de  la  techumbre,  de  cualquier  parte 
saliente  donde  haya  caído  una  semilla,  han  salido  árboles  corpulentos  forman- 
do un  bosque  en  cada  construcción  y  destruyéndola  la  fuerza  de  las  raíces  que 
han  penetrado  por  los  intersticios.  En  el  interior  tienen  las  paredes  altura  de  7 
a  8  pies,  avanzando  sucesivamente  las  hiladas  de  piedra,  hasta  llegar  a  unirse 
arriba  formando  ángulo.  Esa  construcción  no  consiente,  naturalmente,  mucha 
separación  en  las  paredes,  no  obstante  el  macizo  y  carga  superior  con  que  se  ha 
procurado  darlas  solidez,  así  que  los  aposentos  mayores  no  tienen  más  de  cinco 
o  seis  pies  de  anchura  y  más  parecen  pasadizos  que  otra  cosa  por  haber  tratado 
de  compensar  con  la  longitud  la  estrechura.  Las  puertas  exteriores  están  inva- 
riablemente construidas  a  escuadra,  con  la  particularidad  de  ser  los  dinteles  de 
madera  durísima  de  zapote,  escuadrados  los  troncos  necesarios  y  unidos  perfec- 
tamente. En  el  interior  hay  vigas  de  la  misma  madera  con  el  doble  objeto,  al 
parecer,  de  prestar  solidez  al  edificio  y  de  colgar  las  hamacas.  Algunas  casas 
se  conservan  en  buen  estado,  al  punto  de  ser  habitables,  pero  en  la  mayor 


(1)    Carias  v  relaciones  de  Hernán  Cortés  al  Emperador  Carlos  V,  colegidas  i  ilustradas  por' D.   Pascual 
Gayangos,  de  Paiífs,  1866. 


parte  se  han  consumido  los  dinteles  dichos  y  la  gravedad  ha  consumado  la 
ruina,  formando  montones  de  sillares. 

Sobresalen  cinco  templos  edificados  sobre  pirámides  revestidas  de  sillería, 
no  en  todas  de  superficie  plana.  La  base  de  una  de  éstas  es  de  184  pies  ingle- 
ses de  frente,  por  168  de  lado  y  la  altura  de  112.  El  templo,  arriba,  tiene 
41x28  de  base  y  50  de  altura.  Las  paredes  son  de  extraordinario  grueso,  tienen 
nichos  en  los  lados,  estrechando  gradualmente  por  arriba.  En  el  interior  hay 
dos  o  tres  corredores  paralelos,  como  se  ha  dicho  de  las  casas,  comunicando 
unos  con  otros  a  favor  de  puertas  anchas  con  los  dinteles  de  madera,  primoro- 
samente esculpidos  en  la  superficie  visible.  La  altura  de  las  salas  es  mayor  en 
los  templos  que  en  las  casas. 

No  se  descubre  en  estos  edificios  ídolo,  ni  objeto  alguno  a  que  haya  podido 
darse  culto ;  solamente  en  la  plaza  que  forman  los  dos  principales,  se  ven  algu- 
nas piedras  verticales  como  las  que  suelen  ponerse  en  los  cementerios,  parte 
de  ellas  toscamente  esculpidas  con  figuras  de  perfil ;  otras  con  las  figuras  mol- 
deadas en  cemento  muy  duro.En  la  mism.a  plaza  hay  aras  o  altares  circulares 
parecidos  a  los  de  Copan,  estando  por  punto  general  muy  deteriorados. 

Uno  de  los  problemas  que  Maudslay  no  ha  podido  resolver  es,  el  de  los 
medios  que  una  población  tan  numerosa  como  parece  haber  sido  la  de  Tikal, 
empleaba  en  el  surtido  de  agua.  En  las  inmediaciones  no  existe  y  las  escava- 
ciones  que  verificó  buscando  pozos,  no  dieron  otro  resultado  que  el  de  hallar 
unas  cámaras  subterráneas,  muy  reducidas,  al  parecer  silos. 

Estando  en  Guatemala  supo  nuestro  viajero  por  el  Sr.  Rockstroh,  caballe- 
ro alemán,  director  del  Instituto  Nacional,  haber  otra  ciudad  inexplorada  que 
muy  a  la  ligera  había  visto  en  sus  excursiones.  Situada  en  un  recodo  del  río 
Usumacinta,  precisamente  en  lugar  en  que  los  violentos  raudales  impiden  la 
navegación  y  donde  vienen  a  coincidir  los  límites  de  Tabasco,  Chiapa,  Peten  y 
Huehuetenango,  pasada  la  Sierra  Madre,  se  encuentra  apartada  de  todo  trán- 
sito, aunque  próxima  al  pueblo  de  Tenosique  y  a  las  famosas  ruinas  de  Palen- 
que. Llamaban  al  referido  lugar  Menché  o  ciudad  del  Usumacinta,  contando 
maravillas  de  los  monumentos. 

Maudslay  se  dirigió  en  su  busca  desde  Tikal  tomando  canoas  en  el  rio  de 
la  Pasión,  por  el  cual,  aguas  abajo,  pasando  la  boca  del  Salinas  y  más  adelante 
del  Lacandón  y  Ococingo,  por  la  del  Cerro  entró  en  el  Usumacinta,  llegando 
sin  accidente  al  punto  buscado. 

Empiezan  los  edificios  de  Menché  en  un  ribazo  que  se  alza  naturalmente 
como  60  pies  sobre  el  nivel  del  río,  siguiendo  en  mesetas  o  terrazas  artificiales 
sucesivas  hasta  una  altura  de  más  de  120.  Cada  una  de  estas  mesetas  tiene 
muro  de  sillería  y  escalinata  de  acceso.  Hay  casas  en  buen  estado  de  conser- 
vación ;  otras  ruinosas  o  del  todo  arruinadas,  porque  en  los  pueblos  antes  des- 
critos, la  vegetación  lo  ha  invadido  todo,  viéndose  sobre  cornisas  que  acaso 


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tienen  medio  pie,  árboles  de  i  y  2  de  diámetro.  Por  esta  causa  no  cabe  asegu- 
rar que  toda  la  ciudad  se  haya  examinado  o  contenido  en  el  plano  de  Maudslay, 
ni  que  sea,  como  parece  hasta  ahora,  menor  que  Tikal. 

En  dos  conceptos  se  diferencian  los  edificios  de  las  dos  poblaciones ;  pri- 
■  mero,  en  que  en  lugar  de  los  largos  pasadizos  paralelos  de  aquellos,  las  de 
Menché  forman  entrantes  y  salientes  en  ángulo  recto,  dando  lugar  a  fuertes 
macizos  que  ayudan  a  sostener  con  mayor  solidez  la  techumbre,  y  segundo  en 
que  los  dinteles  de  las  puertas  son  de  piedra,  esculpida  también  como  los  de 
madera,  y  con  no  menos  primor. 

La  casa  en  que  se  aposentó  el  viajero  tenia  73  pies  de  fachada  y  solo  17  de 
fondo,  con  tres  puertas  en  el  frente :  a  2  pies  por  encima  de  ellas  corre  una  corni- 
sa ;  arranca  el  segundo  cuerpo  de  1 1  pies,  y  sobre  segunda  cornisa  se  alza  una 
construcción  suplementaria  o  de  adorno  que  asemeja  celosía.  La  altura  total 
del  edificio  es  de  unos  45  pies. 

Hubo  de  estar  revocada  la  fachada  en  otro  tiempo  y  pintada  de  varios  co- 
lores :  en  el  segundo  cuerpo  hay  una  serie  de  retángulos  huecos  donde  sin  duda 
se  colocaron  esculturas:  se  advierte  que  el  constructor  puso  otros  adornos, 
quedando  vestigios  de  tres  grandes  figuras  y  ocho  más  pequeñas,  moldeadas 
en  argamasa  y  pintadas.  Esta  ornamentación  era  emejante  en  las  otras  casas 
y  bien  se  alcanza  la  hermosura  de  su  perspectiva  desde  el  río  en  la  época  en 
que  lucieran  los  vivos  colores  sobre  el  blanco  de  los  terrados. 

En  la  parte  central  de  esta  casa,  cuya  vista  fotográfica  conserva  el  Sr. 
Maudslay  y  reprodujo  la  Sociedad  Geográfica  de  Londres  en  grabado,  hay 
un  ídolo  de  piedra  de  doble  altura  de  la  natural,  cuya  figura,  bastante  bien 
esculpida,  se  halla  sentada,  con  las  piernas  cruzadas  y  las  manos  sobre  las  ro- 
dillas: La  cabeza,  cubierta  con  grotesco  mascarón  a  manera  de  yelmo  y  gran- 
des plumajes,  yace  por  el  suelo  desprendida  del  cuerpo,  y  hay  a  su  lado  restos 
del  dosel  o  cubierta  monumental,  adornada  de  labores  de  estuco  pintado,  entre 
fragmentos  de  cerámica. 

Uno  de  los  edificios  se  diferencia  en  el  nivel  distinto  de  las  habitaciones, 
a  las  que  se  comunica  por  escalones ;  algunos  tienen  tapiado  el  ingreso,  siendo 
posible  sean  cámaras  sepulcrales,  mas  no  dio  el  tiempo  lugar  de  averiguarlo. 

Como  en  Tikal,  se  encuentran  aras  circulares  esculpidas,  deterioradas  por 
la  intemperie,  y  piedras  verticales,  las  más  caídas  y  rotas.  En  todas  las  casas 
se  hallaron  vasos  de  barro  cocido  ordinario,  llenos  de  materia  resinosa  quema- 
da. Al  rededor  del  ídolo  había  muchos,  dando  a  entender  por  el  distinto  color 
y  frescura  del  barro  en  varios,  que  han  sido  colocados  sucesivamente  por  las 
tribus  de  lacandones  que  viven  en  las  orillas  del  Usumacinta,  como  ofrendas 
de  una  reverencia  que  ha  heredado  de  sus  antepasados. 

Esta  vez  consiguió  el  Sr.  Maudslay  enriquecer  la  colección  de  fotografías 
y  vaciados  con  originales  de  interés  grandísimo,  entre  ellos  uno  de  los  dinteles 
de  piedra  esculpida  procedente  de  edificio  arruinado,  cuya  piedra  serrada  y 


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reducida  al  tamaño  del  relieve,  con  mil  trabajos. sacó  de  la  ciudad  abandonada 
y  ha  traído  a  Londres  con  admiración  de  los  entendidos.  Acerca  de  su  signi- 
ficación nada  ha  dicho;  reservado  por  naturaleza,  prudente  y  sobrio  de  apre- 
ciaciones, deja  al  criterio  de  los  anticuarios  la  estimación  del  mérito  de  los  artí- 
fices y  en  enigma  del  significado.  Sólo  dos  afirmaciones  se  permite,  con  el 
fundamento  del  examen  comparado ;  una  «es  que  la  ciudad  de  Menché  o  del 
Usumacinta,  cuenta  más  remota  fecha  que  la  de  Tikal ;  la  otra,  que  los  edificios 
de  piedra  que  subsisten,  estaban  allí  como  en  otras  partes,  destinados  a  una 
clase  privilegiada  o  a  ceremonias  públicas,  y  en  modo  alguno  habitados  por  el 
común  del  pueblo  que  puso  mano  en  los  terraplenes,  revestimientos,  pirámides, 
esculturas,  y  otros  tan  hermosos  adornos. 

No  trataré,  por  mi  parte,  de  suplir  las  reservas  del  expedicionario,  mas 
para  los  que  no  han  visto  las  referidas  colecciones,  haré  somera  descripción  de 
lo  que  me  parecen  los  dos  más  notables  dibujos  de  los  dinteles.  En  el  que  ha 
trasportado  íntegro,  se  vé  a  la  izquierda  un  personaje  en  pie;  la  frente  aplas- 
tada, tocado  con  abundantes  plumajes,  entre  los  que  sobresale  un  mascarón 
monstruoso ;  las  orejas  atravesadas  de  grandes  y  complicados  adornos ;  collar 
de  bolas  gruesas ;  el  cuerpo  desnudo,  si  bien  lleva  por  los  hombros  una  pieza 
tejida  de  rico  dibujo,  con  fleco ;  cinturón  también  rico  del  que  pende  el  machtly 
o  zaragüelle ;  ligas  adornadas  con  borlas  pendientes ;  calzado  semejante  a  la 
sandalia,  labrada  por  detrás  hasta  el  tobillo  y  sujeta  al  dedo  grueso  por  una 
cinta  que  viene  a  formar  lazo  en  el  empeine ;  en  las  muñecas  adorno  parecido 
al  de  las  ligas  con  sendas  calaveras  en  la  parte  superior.  Con  ambas  manos 
sostiene  y  presenta  una  asta  larga  que  remata  en  penacho  como  de  hojas  o 
plumas ;  detrás  y  arriba  de  esta  figura,  geroglíficos  en  cuadrículas. 
í  A  los  pies  del  personaje  hay  una  mesita  pequeña  o  cojín,  y  al  lado  de  éste, 
de  rodillas,  dando  frente  a  aquel,  otra  figura  de  frente  aplastada  también,  de  to- 
cado muy  rico  con  plumas  y  otros  adornos  prolijos  que  se  extienden  a  las  ore- 
jas:  traje  talar  riquísimo,  cuya  labor  consiste  en  rombos,  y  debajo  de  cada 
uno  una  cruz  perfecta  de  brazos  iguales ;  manto  largo  sol)re  los  hombros,  de  la 
misma  tela  y  dibujo,  pero  con  orla  y  fleco  distinto;  collar  y  brazaletes  grandes 
con  perlas  o  piedras,  y  sobre  el  pecho  un  medallón  con  curiosa  carátula.  Este 
personaje,  que  a  mi  juicio  representa  un  sacerdote  postrado  ante  el  ídolo,  está 
en  actitud  de  pasar  a  través  de  la  lengua,  que  previamente  se  ha  horadado, 
una  cuerda  gruesa  en  que  de  trecho  en  trecho  hay  espinas  apareadas  para  que 
el  sacrificio  sea  más  doloroso. 

Sabido  es  por  nuestros  antiguos  cronistas,  que  así  en  el  territorio  de 
Nueva  España  como  en  otros  de  América  Central,  hasta  las  riberas  del  Apu- 
re, Meta  y  Orinoco,  era  común  la  costumbre  de  mortificarse  ante  los  ídolos 
los  encargados  de  su  culto,  pasando  espinas  de  maguey  a  través  de  los  miem- 
bros más  delicados. 


-238- 

En  otro  de  los  relieves  se  ven  frente  a  frente  un  hombre  y  un  niño  con  el 
machtly,  collar  y  tocado  de  plumas  del  ídolo  anterior ;  en  medio,  arriba  y  aba- 
jo, geroglíficos ;  presentan  uno  al  otro  sendas  cruces,  perfectamente  delineadas  ; 
los  brazos  horizontales  de  éstas  terminan  en  rosetones,  teniendo  uno  igual  en 
el  centro ;  el  brazo  superior  remata  en  adorno  coronado  de  palmas  o  plumas ; 
del  inferior  (los  cuatro  son  de  igual* longitud),  penden  fajas  o  cintas.  La  figu- 
ra de  la  derecha  o  mayor,  de  cuyo  tocado  más  profuso  y  cumplido  sale,  al 
parecer,  una  serpiente,  a  más  de  la  dicha  cruz  que  presenta  con  el  brazo  dere- 
cho extendido,  tiene  otra  igual  en  la  mano  izquierda,  si  bien  ésta,  con  el  brazo, 
se  halla  en  postura  natural  pegada  al  cuerpo. 

Un  tercer  .dintel  representa  gran  serpiente  simbólica,  de  cuya  boca 
sale  la  figura  de  un  idolo  tocado  como  los  anteriores  y  que  lleva  cetro  en  la 
mano.  A  los  pies  un  sacerdote  con  traje  talar  y  adornos  como  el  anteriormen- 
te descrito,  de  rodillas  también,  hace  ofrenda  de  objeto  que  no  se  distingue. 

Los  dos  primeros  provocarán  probablemente  de  nuevo  el  tema  tan  deba- 
tido de  la  Cruz  en  que  varios  americanistas  distinguidos  han  visto  el  símbolo 
de  la  lluvia  o  de  la  fecundidad  de  la  tierra  (i),  porque  por  tal  lo  tuvieron  los 
indios  con  posterioridad  a  la  llegada  de  los  españoles :  mas  hasta  qué  punto 
puede  llevarse  el  razonamiento  a  los  tiempos  primitivos  después  del  reciente 
descubrimiento,  cosa  es  que  habrá  de  dilucidarse,  y  oportuno  parece  con  este 
motivo  recordar  lo  que  el  P.  López  Cogolludo  escribió,  después  de  dar  por 
cierta  la  profecía  de  Chilan  Balan,  gran  sacerdote  de  Tixcacayom  Canich,  en 
Maní. 

"Dice  Herrera,  dando  razón,  como  los  segundos  españoles  que  con  Juan 
de  Grijalva  aportaron  a  Yucatán,  hallaron  así  acá  en  Tierra  firme  como  en 
Cozumel  algunas  cruces,  que  la  ocasión  de  esto  fué,  que  habiendo  el  adelantado 
Montejo  comenzado  la  conquista  de  esta  tierra  y  recibídole  pacíficamente  al- 
gunas provincias,  en  especial  la  de  Tutul  Xiu,  cuya  cabeza  era  el  pueblo  de 
Maní,  catorce  leguas  de  donde  ahora  está  la  ciudad  de  Mérida,  se  entendió  que 
pocos  años  antes  (|ue  llegasen  los  castellanos,  un  indio,  principal  sacerdote  lla- 
mado Chilan  Cambal,  tenido  entre  ellos  por  gran  profeta,  dijo  (jue  dentro  de 
breve  vendría  de  hacia  donde  nace  el  sol,  gente  barbada  y  blanca  (|uc  llevaría 
levantada  la  señal  de  la  Cruz 

"Los  más  escritores  de  las  historias  de  estos  reinos  refieren  haber  hallado 
los  primeros  españoles  que  descubrieron  a  Yucatán  en  esta  tierra  cruces  acerca 
de  la  cual  han  sido  también  diversos  los  pareceres 


(1)  Entre  los  estudios  acerca  del  particular,  pueden  vers4':  Anhéolorie  Americaine.  Drchtjfrement 
des  écriturfs  calculiforme  ou  Mnvas.  Ix  bas  relief  de  la  Croix  de  Faíenke  et  le  Manuscrit  Troano,  par  M. 
le  Conté  de  Charencey.  Alencon.  1879.  8*  mv^y.—Les  demiersvesliges  du  Christiarttsme  préché  du  X9  au 
XI V^  siicle  dans  le  Markland  et  la   Grande  Irlande.    Le\  Forte-Croix  de  la  Gasfiéste  et  de  /"  Acadié,  par  M.  E. 

Beauvals.    París.  1877,  8'  may Les  traditions  relatives  a  [  homme  blanc  et  au  signe  de  la  Croix  en  Amirique 

á  r  ¿poque  precolombienne,  par  M .  l'Abbé  Schmltz.  y  las  discusiones  que  constan  en  la.s  actas  de  los  Coníresos 
de  Americanistas  de  Lu.\embunro.  Bruselas  y  Copenhagxie. 


—239  — 

"El  Dr.  D.  Pedro  Sánchez  de  Aguilar  en  su  informe  contra  los  indios  idó- 
latras de  esta  tierra,  expone  que  el  origen  de  decirse  que  se  hallaron  cruces  en 
Yucatán,  se  ocasionó  de  que  cuando  D.  Hernando  Cortés  halló  a  Jerónimo  de 
Aguilar  en  la  isla  de  Cozumel,  puso  alli  una  Cruz  que  mandó  adorar,  la  cual 
después,  el  año  1604,  gobernando  esta  tierra  D.  Diego  Fernández  de  Velasco, 
envió  al  marqués  del  Valle,  nieto  de  D.  Hernando  Cortés.  De  esta  Cruz,  dice, 
tomó  motivo  un  sacerdote  de  ídolos,  llamado  Chilan  Cambal,  de  hacer  una 
poseía  en  su  lengua,  que  he  leído  muchas  veces,  en  que  dijo  que  la  gente 
nueva  que  había  de  conquistarlos,  veneraba  la  Cruz,  con  los  cuales  habían  de 
emparentar.  Esto  mismo  refiere  Antonio  de  Herrera,  y  como  el  adelantado 
Montejo,  a  cuyo  cargo  fué  la  conquista  de  esta  provincia,  tardó  más  de  diez 
años  en  volver  a  ella,  pensaron  los  nuestros  que  estos  indios  pusieron  esta  Cruz 
y  tuvieron  por  profecía  la  poesía  de  Chilan  Cambal,  y  esta  es  la  verdad,  la  cual 
averigüé  por  saber  la  lengua  de  ello  y  por  la  coftiimicación  de  los  indios  viejos, 
primeros  neófitos  que  alcancé,  los  cuales  iban  a  su  romería  al  templo  de 
Cozumel". 

El  P.  Cogolludo  discute  esta  opinión  sensata  con  otras  citas  de  Bernal 
Díaz,  Fr.  Bartolomé  de  las  Casas,  Remesal,  Torquemada,  que  vieron  no  una 
cruz,  sino  varias,  afirmándolo  antes  Gomara  tratando  de  Cozumel  con  estas 
palabras : 

"Que  junto  a  un  templo  con  torre  cuadrada,  donde  tenían  (los  indios)  uti 
ídolo  muy  celebrado,  al  pie  de  ella  había  un  cercado  de  piedra,  en  medio  del 
cual  había  una  Cruz  de  cal,  tan  alta  como  diez  palmos,  a  la  cual  tenían  y  adora- 
ban por  Dios  de  la  lluvia,  porque  cuando  no  llovía  y  había  falta  de  agua,  iban 
a  ella  en  procesión,  y  muy  devotos,  ofrecíanle  codornices  sacrificadas  para 
aplacarle  la  ira  y  enojo  que  con  ellos  tenía  o  mostraba  tener,  con  la  sangre  de 
aquella  simple  avecica.  Quemaban  también  cierta  resina  a  manera  de  incienso, 
y  rociábanla  con  agua.     Tras  ésto  tenían  por  cierto  que  luego  llovía " 

■El  Dr.  Illescas  escribe  también  en  su  Pontifical  que  los  yucatecos  tenían  un 
Dios  a  manera  de  Cruz  que  llamaban  el  Dios  de  la  lluvia,  y  Pedro  Mártir  de 
Anglería,  "que  los  habitadores  de  aquella  isla,  por  tradición  de  sus  mayores 
decían,  que  por  estas  tierras  había  antiguamente  pasado  un  varón  más  resplan- 
deciente que  el  sol,  el  cual  había  padecido  en  una  Cruz,  y  que  por  esta  causa 
siempre  les  fué  venerable  su  memoria  e  imagen  de  la  Cruz." 

Bien  pudiera  vislumbrarse  alguna  luz  en  lugar  y  tiempo  diferentes,  por  el 
párrafo  que  todavía  extracto  de  la  Historia  de  la  Florida  del  Inca  (i). 

Tres  días  había  que  el  ejército  de  Hernando  de  Soto,  (año  1540),  estaba 
alojado  en  el  pueblo  llamado  Casquín,  cuando  ef  Curaca,  acompañado  de  toda 
la  nobleza  de  su  tierra  se  puso  ante  el  Gobernador  y  le  dijo :  "Como  nos  haces 
"ventaja  en  el  esfuerzo  y  en  las  armas,  así  creemos  que  nos  la  haces  en  tener 


(1)    Lib.  IV  cap.  VI.. 


240  — 

"mejor  Dios  que  nosotros.  Estos  que  aquí  ves,  y  yo  con  todos  ellos,  te  supli- 
"camos  tengas  por  bien  de  pedir  a  tu  Dios  que  nos  llueva,  que  nuestros  sem- 
"brados  tienen  mucha  necesidad  de  agua".  El  General  respondió,  que  aunque 
pecadores  todos  los  de  su  ejército  y  él,  suplicarla  a  Dios  les  hiciese  merced 
como  padre  de  misericordia.  Luego,  en  presencia  del  Cacique,  mandó  al 
maestro  Francisco  Ginovés,  gran  ofícial  de  carpintería  y  fábrica  de  navios,  que 
de  un  pino,  el  más  alto  y  grueso  que  en  toda  la  comarca  se  hallase,  hiciese  una 
Cruz. 

"Tal  fué  el  que  por  aviso  de  los  mismos  indios  se  cortó,  que  después  de 
labrado  y  redondeado  a  más  ganar,  como  dicen  los  carpinteros,  no  lo  podían 
levantar  del  suelo  cien  hombres.  El  maestro  hizo  la  Cruz  en  toda  perfección 
en  cuenta  de  cinco  y  tres  (i),  sin  quitar  nada  al  árbol  de  su  altor:  salió  hermo- 
sísima por  ser  tan  alta.  Pusiéronla  en  un  cerro  alto  hecho  a  mano,  que  estaba 
sobre  la  barranca  del  rio  y  servía  a  los  indios  de  atalaya,  y  sobrepujaba  en  altura 
a  otros  cerrillos  que  por  allí  había.  Acabada  la  obra,  que  gastaron  en  ella  dos 
días,  y  puesta  la  Cruz,  se  ordenó. el  día  siguiente  una  solemne  procesión,  en 
que  fué  el  general  y  los  capitanes,  y  la  gente  de  más  cuenta,  y  quedó  a  la  mira 
un  escuadrón  armado  de  los  infantes  y  caballos  que  para  guarda  y  seguridad 
del  ejército  era  menester. 

"El  cacique  fué  al  lado  del  gobernador,  y  muchos  de  sus  indios  nobles 
fueron  entremetidos  entre  los  españoles.  Delante  del  general  de  por  sí,  aparte 
en  un  coro,  iban  los  sacerdotes,  clérigos  y  frailes  cantando  las  Letanías,  y  los 
soldados  respondían.  De  esta  manera  fueron  un  buen  trecho  más  de  mil  hom- 
bres entre  fieles  e  infieles,  hasta  que  llegaron  donde  la  Cruz  estaba,  y  delante 
de  ella  hincaron  todos  la  rodilla,  y  habiéndose  dicho  dos  o  tres  oraciones,  se 
levantaron,  y  de  dos  en  dos  fueron:  primero  los  sacerdotes,  y  con  los  hinojos 
en  tierra  adoraron  la  Cruz  y  la  besaron.  En  pos  de  los  eclesiásticos  fué  el  go- 
bernador y  el  cacique,  con  el  fin  que  nadie  se  lo  dijese,  e  hizo  todo  lo  que  vio 
hacer  al  general,  y  besó  la  Cruz  ;  tras  ellos  fueron  los  demás  españoles  e  indios, 
los  cuales  hicieron  lo  mismo  que  los  cristianos  hacían. 

"De  la  otra  parte  del  rio  había  quince  o  veinte  mil  ánimas  de  ambos  sexos 
y  de  todas  las  edades,  las  cuales  estaban  con  los  brazos  abiertos  y  las  manos 
altas,  mirando  lo  que  hacían  los  cristianos,  y  de  cuando  en  cuando  alzaban  los 
ojos  al  cielo,  haciendo  ademanes  con  manos  y  rostro  como  pedían  a  Dios  oyese 
a  los  cristianos  su  demanda.  Otras  veces  levantaban  un  alarido  bajo  y  sordo, 
como  de  gente  lastimada,  y  a  los  niños  mandaban  que  llorasen,  y  ellos  hacían 
lo  mismo.  Toda  esta  solemnidad  y  ostentaciones  hubo  de  la  una  parte  y  otra 
del  rio  al  adorar  la  Cruz,  y  se -volvieron  con  la  misma  orden  de  procesión  que 
habían  llevado,  y  los  sacerdotes  iban  cantando  el  Tc-Deum  laudamus  hasta  el 
fin  del  cántico,  con  que  se  concluyó  la  solemnidad  de  aquel  día. 


Es  regla  ele  los  carpinteros  de  riljera  para  lalirar  la  arlK)ladura  de  las  naves. 


—  241  — 

"Dios,  nuestro  Señor,  por  su  misericordia  quiso  mostrar  a  aquellos  gentiles 
cómo  oye  a  los  suyos  que  de  veras  lo  llaman,  que  luego  la  noche  siguiente,  de 
media  noche  adelante  empezó  a  llover  muy  bien,  y  duró  el  agua  otros  dos  dias, 
de  que  los  indios  quedaron  muy  alegres  y  contentos". 

Hernando  de  Soto  no  hizo  en  esta  ocasión  más  que  repetir  las  rogativas 
que  en  semejantes  casos  acostumbran  los  pueblos  católicos ;  rogativas  con 
igual  aparato  verificadas  en  Nueva  España,  Perú,  Yucatán,  Tierrafirme,  en 
todas  las  regiones  del  Nuevo  Mundo  en  que  los  -españoles  entraban,  según 
consta  en  las  crónicas  de  las  órdenes  religiosas,  y  no  es  maravilla  que  en  la 
inteligencia  escasa  de  los  indios  se  grabara  la  idea  de  ser  el  Dios  de  las  aguas 
aquel  símbolo  con  que  las  aguas  se  imploraban. 

Esta  no  pasa,  sin  embargo,  de  conjetura  mía,  y  dejándola  aparte,  he  de 
consignar  lo  que  otro  moderno  viajero  francés,  simultáneamente  con  Mauds- 
lay  ha  visto  y  contado  de  las  ruinas  de  Yucatán  y  regiones  contiguas. 

M.  Desiré  Charnay  es  del  número  de  los  que  hablan  todavía  de  la  igno- 
rancia, fanatismo,  crueldad  y  sed  de  oro  de  los  conquistadores  españoles  (i); 
apreciaciones  un  tanto  anticuadas,  que  por  sí  solas  indican  el  prejuicio  con  que 
iba  a  reconocer  los  lugares  del  nuevo  Continente.  Habiendo  residido  algún 
tiempo  en  México,  fué  encargado  de  reunir  objetos  con  destino  a  los  Museos 
de  Francia,  misión  de  que  dio  conocimiento  al  público  en  artículos  dirigidos 
a  la  revista  de  viajes  Le  Tour  du  Monde  el  año  de  1880.  Como  el  rico  ameri- 
cano Mr.  Lorillard,  de  Nueva  York,  le  hiciera  ofrecimiento  de  ayuda  de  costa 
para  el  viaje,  a  cambio  de  fotografías  y  objetos,  corriendo  con  la  doble  comi- 
sión por  el  distrito  de  Tula,  de  allí  a  Tabasco  y  a  Palenque,  logró  no  pocos 
vasos  curiosos,  tomó  vistas  y  sacó  calcos  y  moldes  de  cartón  que  han  enrique- 
cido las  colecciones  del  Trocadero.  En  la  relación  de  estos  viajes  (2),  aunque 
no  desplega  la  gala  de  imaginación  reservada  a  los  posteriores,  hay  mucho  que 
admirar  respecto  a  la  buena  estrella  con  que  da  cumplida  explicación  de  lo  que 
no  vieron  los  predecesores  (3),  y  no  poco  que  discurrir  acerca  de  sus  opiniones, 
entre  éstas,  la  de  que,  "la  conquista,  ayudada  del  cristianismo,  no  ha  hecho 
cosa  que  embrutecer  más  y  más  a  los  pobres  indios  mejicanos".  (4) 

En  el  segundo  viaje  que  emprendió  con  más  preparación,  y  que  ha  tenido 
por  lo  mismo  mayor  publicidad  (5),  le  esperaba  una  contrariedad  enojosa: 
remontando  el  Usumacinta  desde  las  aguas  de  Campeche,  con  intención  de 
examinar  cierta  ciudad  ignorada,   detenido  impensadamente   en   Tenosique, 


(1)  Isnial  crilíTio  muy  extendido  en  Francia,  prevalece  en  la  obra  i-eciento  titulada;  De  í  Origín  des 
Indiens  du  Xouveau  Monde  ei  de  leur  civilization,  par  M.  Dabry  de  Tiérsan,  Faris,  iaS3, 

(2)  Mes  decouvertes  au  Mexique  ei  dans  I'  Amérique  du  Centre,  par  M  D¿úri  Charnay,  chargi  d"  une 
mission  scientifiqíie  du  Ministire  de  V  Instruction  pvhlique.-Le  Tour  du  Monde.  Paris^  1880.  uá»r.  273 
y  sisruientes.  Lo-;  S  es.  Montaner  y  Simón,  editores  de  Barcelona,  lo  han  traducido  en  la  Biblioteca  Universal 
con  el  título  de  Mis  descubrimientos  en  Méjico  y  América  Centrat,  por  M .  Desiré  Charnay.    1884. 

(3)  /.c  Tovrdu  Monde,  1880,  páff,  326. 
(4i    Le  Tour  Monde  1880,  pág.  278. 

(3)  Vollage  au  Yucatán  et  au  País  des  Lacandons,  par  M.  Déslré  Charnay.  Compterendu  de  ¡a  Societi 
de  Geo£;raphie  de  Paris,  1882,  pííg.  259,  y  L^  Tourdu  Monde,  Enero  y  Febrero  do  1884. 


—  242  — 

supo  con  sorpresa  (etonnante  surpris)  que  alguien  se  le  había  adelantado,  y 
en  el  momento  mismo  se  encontraba  entre  los  monumentos.  La  impresión 
que  sintió  no  es  de  las  que  se  pintan,  y  así  es  bueno  dejar  que  lo  haga  por  sí 
mismo  al  llegar  a  la  meta : 

"Paso  remontando  el  río,  veo  venir  a  mi  encuentro  un  joven  rubio,  alto, 
que  a  primera  vista  reconozco  por  inglés  y  caballero ;  nos  estrechamos  la 
mano,  y  viéndome  un  tanto  estupefacto,  como  s[  adivinara  el  pensamiento 
me  dice : 

"No  abriguéis  inquietud  por  mi  presencia,  la  casualidad  me  ha  traído  antes 
a  estas  ruinas  como  hubiera  podido  traerme  después ;  nada  tenéis  que  temer ; 
mero  aficionado,  que  viajo  por  placer,  no  he  de  rivalizar  con  vos,  que  sois  un 
sabio.  La  ciudad  os  pertenece,  bautizadla,  exploradla,  tomad  fotografías, 
calcos,  cuanto  gustéis;  estáis  en  vuestra  casa.  Yo  no  tengo  propósito  de 
escribir  ni  publicar  nada,  de  modo  que  si  os  conviene,  no  hagáis  siquiera  men- 
ción de  mi  persona  y  guardad  la  conquista  para  vos  solo.  Ahora  permitidme 
serviros  de  guía "  ( i ) 

M.  Charnay  no  se  hizo  de  rogar;  como  testimonio  de  reconocimiento  al 
generoso  norte-americano  que  sufragaba  los  gastos,  bautizó  desde  entonces 
en  sus  escritos,  las  ruinas,  con  el  nombre  de  Lorillard  City,  aunque  no  debía 
ignorar  que  la  comisión  española  de  Dupaix  y  Castañeda,  la  visitó  por  los 
años  de  1805  a  1807,  y  no  ignoraba  que  la  reconoció  también  hacia  1872  el  jefe 
político  de  Tenosique  Sr.  Suárez ;  después  un  agrimensor  llamado  Balay,  que 
bosquejó  el  plano;  más  adelante  el  director  del  Instituto  Nacional  de  Guatema- 
la, Sr.  Rockstroh  y  por  fin  Mr.  Maudslay,  que  este  era  el  caballero  inglés  cuya 
acogida  reseña,  sin  que  ninguno  de  ellos  se  creyera  con  derecho  de  subrogar 
el  nombre  indígena  con  otro  de  capricho.  Acaso  se  conformarían  con  el  pare- 
cer de  uno  de  los  escritores  españoles  de  los  descubrimientos,  así  expresado: 

"Digo  con  Berosio,  a  quien  sigue  Fabio  Pictor,  y  de  la  misma  opinión  es 
Estrabon,  que  el  poner  nombres  a  las  provincias,  tierras  y  ciudades  que  de 
nuevo  se  hallan  y  fundan,  es  sólo  de  los  grandes  príncipes  en  cuyo  nombre  se 
conquistan,  o  de  los  capitanes  principales  que  las  conquistan  en  nombre  de  los 
príncipes,  y  no  lo  pueden  hacer  sin  nota  de  atrevimiento  y  culpa  digna  de  cas- 
tigo, otros  ningunos,  pues  esto  sólo  se  hace  para  perpetuar  sus  nombres 

"Aprieta  admirablemente  esta  razón  el  divino  San  Juan  Crisóstomo  y 
otros  eminentes  doctores,  diciendo  que  poner  y  quitar  nombres  a  las  cosas  de- 
nota señorío  sobre  ellas".  (2) 

Ello  es,  i)or  lo  que  puedo  entender  de  los  escritos,  que  el  azar  juntó  en  la 
selva  americana,  bajo  la  obra  arquitectónica  de  ignorados  artífices,  dos  tipos 
del  más  señalado  contraste;  grave,  reservado,  conciso,  reflexivo  el  uno ;  afluen- 


(1)  Loe.  clt.  DáK.  84 

(2)  Fr.  Pedro  Simón.    Noticias  historiales  de  las  conanLstas  de  Tierrattrme.  Cuenca.  102»5. 


—  243  — 

te,  expeditivo  y  seguro  de  la  propia  suficiencia  el  otro ;  y  así,  mientras  aquel 
anota  con  desconfianza  lo  que  va  observando,  éste,  sin  duda  ni  vacilación,  deci- 
de la  significación  de  los  símbolos,  los  procedimientos  de  la  fabricación,  el  obje- 
to a  que  cada  cosa  se  destina,  en  relación  amenizada  con  peripecias  y  aventuras 
personales  y  descripciones  variadas,  a  fin  de  que  pongan  al  alcance  de  todos,  los 
pormenores  de  la  vida  salvaje,  rompiendo  la  monotonía  de  los  itinerarios  se- 
rios, sin  perjuicio  de  la  afirmación  "que  los  datos  para  cualquiera  insigfini- 
cantes,  le  permiten  reconstruir  las  ciudades,  señalar  sus  orígenes  y  sentar  una 
teoría  general  que  desvanezca  la  oscuridad  en  que  estaban  envueltas",  (i) 

Funda  tal  teoría  en  la  serie  de  observaciones  y  referencias  que  ha  hecho 
por  sí  mismo  o  tomado  a  los  historiadores  de  Indias,  llegando  a  deducir  que 
por  lo  general  se  concede  a  los  monumentos  de  América  una  antigüedad  ridi- 
cula, cuando  en  realidad  son  modernos,  relativamente,  pues  de  otro  modo  no 
se  mantuvieran  en  pie  edificios  cuyos  dinteles  son  de  madera.  No ;  esos  edifi- 
cios, templos,  pirámides  y  obeliscos,  se  hallaban  en  perfecto  estado ;  las  ciu- 
dades habitadas  y  florecientes  a  la  llegada  de  los  españoles,  que  todo  lo  des- 
truyeron, deteniendo  en  su  camino  una  civilización  pujante ;  Landa,  Veitia, 
Clavijero,  Bernal  Díaz  lo  acreditan  en  sus  relaciones.  Waldeck  concedió 
irreflexivamente  a  esas  construcciones  una  antigüedad  de  dos  mil  años  (2). 

Larrainzar  (3)  sin  ir  tan  lejos,  contando  los  círculos  concéntricos  de  los 
árboles  que  crecían  sobre  las  ruinas,  calculó  haber  transcurrido  mil  setecientos 
años  después  de  su  nacimiento,  y  del  abandono,  por  cosiguiente,  de  las  pobla- 
ciones ;  cálculo  erróneo,  pues  haciendo  experiencias  en  las  especies  arbóreas 
desarrolladas  en  el  intervalo  de  las  dos  expediciones  que  ha  hecho  a  Tabasco, 
él,  M.  Charnay,  ha  descubierto  que  por  aquellas  regiones  cada  círculo  de  los 
concéntricos  del  tronco,  corresponden  a  una  lunación,  y  no  a  un  año,  por  lo 
que  los  árboles  tenidos  por  Larrainzar  en  tantas  veces  seculares,  no  pasan  de 
doscientos  años. 

Prodigiosa,  en  efecto,  debe  ser  la  vegetación  en  aquellos  lugares:  M. 
Charnay,  prevenido  contra  "las  exageraciones  propias  de  la  raza  española" 
pudo  observar  que  los  sombreros  reverdecen  en  la  cabeza,  siendo  necesario 
desmontarlos  diariamente  (4).  De  este  modo  confirmada  su  teoría,  fruto 
maduro  de  las  penalidades ;  resultado  de  repetida  exploración  en  parajes  que 
no  habían  despertado  la  atención,  pues  los  españoles,  ni  se  ocupaban  de  mo- 
numentos, ni  hicieron  otra  cosa  que  autos  de  fe,  a  imitación  de  Zumárraga  y 


(1)  Loe.  cit.  páír.  82. 

(2)  En  cuanto  a  la  antigüedad  de  las  ruinas,  hay  aliruiias.  como  hemos  dicho  en  esta  obra,  que  8e 
remontan  a  miles  de  años.  De  suerte  riue.  en  ese  punto,  estamos  con  Waldec  y  los  otros  autores  que  deja- 
mos citados,  y  no  con  la  opinión  de  don  Cesáreo"  Fernández  Duro.  Los  Ciiarencey,  Thoma.s  y  Uoodman  han 
podido  comprender  los  cálculos  indios  petrificados  hace  slsrlos.    Nota  del  autor  A.  H.  .1. 

(.S)  Efectivamente  D.  Manuel  Larrainzar  es  deesa  opinión  en  la  ol)ra<iueha  titulado  Estudios  sobro 
la  historia  de  América,  sus  ruinas  y  antigüedades  comparadas  con  lo  mds  notable  que  se  conoce  del  otre 
Continente  en  los  tiempos  mas  remotos  y  sobre  el  origen  de  sus  habitantes.  México,  1875-78,  cuatro  tomos  4V 
con  láminas, 

(4)    ídem.  pásr.  330. 


—  244  — 

Landa,  destruyendo  los  códices  en  que  podían  estudiarse,  queda  manifiesta  la 
importancia  y  utilidad  de  sus  investigaciones  divulgadas  en  uno  y  otro  Con- 
tinente (i). 

Si  el  Sr.  Charnay  hubiera  citado  con  menos  generalidad  las  autoridades 
españolas  que  dice  haber  tenido  a  la  vista,  fuera  mayor  el  servicio  que  presta 
a  la  arqueología  americana ;  mas  en  tal  caso  ^Igo  hubiera  tenido  que  modificar 
el  razonamiento,  toda  vez  que  no  faltan  algunas  en  probanza  de  no  haber  pasa- 
do sin  noticia  los  monumentos. 

Esa  teoría  del  Sr.  Charnay  fué  desarrollada,  años  ha,  por  M.  Stephens  con 
los  mismos  argumentos,  aunque  con  mayor  penetración  presentados ;  pues  que 
cita  la  obra,  lo  tendrá  sabido.No  ha  dejado  tampoco  de  ocurrirse  a  otros  inves- 
tigadores, de  que  haré  brevísimo  resumen  ;  mas  antes,  porque  el  lector  conozca 
el  estilo  y  genialidad  del  viajero  francés,  trascribo  estos  párrafos  suyos : 

"Mucho  se  han  exagerado,  dice  (2),  los  sucesos  de  la  conquista  de  Méxi- 
co, que  ofrecen  abundante  materia  a  la  crítica.  La  fama  es  a  veces  injusta  > 
las  hazañas  de  Garnier  en  Tonkin,  tan  brillantes  como  las  de  Cortés,  se  olvida- 
rán acaso,  mientras  se  conservan  eternamente  las  del  dichoso  español". 

Cuentan  nuestros  historiadores  cómo  allá  por  los  años  de  1595,  un  oscuro 
mareante  llamado  Blas  Ruiz  de  Hernán  González,  acometió  por  autoridad 
propia  la  sujeción  de  Camboja,  Siam,  Champa,  Tonquin  y  Laos,  con  un  ejér- 
cito de  ciento  veinte  españoles  y  una  escuadra  de  tres  pancos,  dio  batallas, 
tomó  las  capitales,  cambió  a  su  antojo  las  dinastías  y  fué  verdadero  dueño  del 
país,  aunque  contrariado  por  las  autoridades  de  las  islas  Filipinas  que,  ni  le 
auxiliaron,  ni  llegaron  a  comprender  la  importancia  de  aquellos  países,  descri- 
tos y  patrióticamente  ofrecidos  por  él. 

En  nada  se  rebaja  con  esto  la  gloria  de  M.  Garnier,  a  quien  la  historia  hará 
justicia,  mas  tiénese  por  cierto  que  no  todos  los  días  parecen  por  el  mundo  los 
Hernán  Cortés,  tan  desdeñados  en  la  opinión  singular  de  M.  Charnay  y  tan 
mal  tratados  en  su  lenguaje. 

"Aquí,  exclama,  llegando  a  la  provincia  de  Acalán,  aquí,  en  medio  del  bos- 
que, como  avergonzado  de  sí  mismo  y  a  pretexto  de  conjuración  hizo  Cortés 
sacrificar  a  Guatimozín,  que  llevaba  consigo,  después  de  haberle  sometido 
inútilmente  a  tormento  para  arrancarle  el  secreto  de  su  tesoros :  aquí  sacrificó 
al  héroe  de  veinte  años  de  que  se  hubieran  envanecido  las  naciones  más  orgu- 
llosas.  Con  razón  tengo  a  Cortés  por  un  miserable :  los  altos  hechos  de  los 
españoles  jamás  compensarán  a  mis  ojos  los  crímenes  inútiles  y  las  bárbaras 
torpezas  con  que  se  mancharon  antes  y  después  de  la  conquista.  Pero  la  his- 
toria tiene  retribuciones  peculiares,  y  México,  que  no  ha  elevado  un  solo  busto 


(1)  The  Ruins  of  Central  América.     The  probable  age  and  origin  of  the  monumenis  oj  México  and 
Central  América,  hy  LJéñré  Charnay,     The  North  American  Revirw.    New  York,  October,  1881. 

(2)  Le  Tour  du  Monde,  1S84. 


I 


—  245  — 

al  conquistador,  erige  monumento  magnífico  al  sublime  vencido,  al  heroico 
defensor  de  la  independencia  azteca,  a  su  último  emperador,  Guatimozín". 

Basta  por  ahora  del  asunto:  M.  Charnay  anuncia   (por  conducto  de  un 
reportar  del  periódico  Le  Voltaire),  que  las  obras  que  hasta  ahora  ha  dado  a 
I  luz  componen  únicamente  el  esqueleto  de  un  libro  que  está  vistiendo  y  engala- 
nando para  instrucción  de  los  americanistas. 

En  la  rápida  ojeada  retrospectiva  a  que  me  he  comprometido  aparece,  dicho 
está,  que  ya  Hernán  Cortés  en  medio  de  su  cuidado  y  ocupaciones  de  la  guerra 
y  la  política,  prestó  a  los  monumentos  dando  cuenta  de  su  magnificencia  y  en- 
viando descripciones  juntamente  con  la  recámara  del  emperador  Moctezu- 
ma, objetos  de  arte  o  industria,  joyas,  amuletos,  ídolos,  pinturas,  pluma- 
jes y  vestidos  (i),  en  no  pequeña  parte  llevado,  a  Francia  por  corsarios,  que 
supieron  apoderarse  también  de  las  colecciones  monumentales  y  artísticas 
formadas  en  el  Perú  por  el  Virrey  Mendoza.  ¿  Qué  han  hecho  de  esos  tesoros 
los  franceses,  que  uno  y  otro  día  censuran  nuestra  incuria?  ¿Qué  fué  de  las 
custodias,  vasos  sagrados,  joyas  de  toda  especie  y  antiguallas,  saqueadas  en  las 
costas  americanas  del  Atlántico  y  el  Pacífico  por  los  Drake,  Cavendish,  Haw- 
kins  y  tantos  más?     ¿En  qué  museo  se  guardan? 

Muchas  de  las  relaciones  descriptivas  formadas  en  el  siglo  XV^I,  obede- 
ciendo la  orden  circular  y  formularia  de  Felipe  II,  tratan  de  las  antigüedades 
de  América  Central.  Tiempo  vendrá  en  que  estas  relaciones  ya  en  publica- 
ción (2),  lleguen  a  la  parte  regional  de  que  aquí  se  trata;  en  tanto  véase  como 
nada  escapaba  a  la  observación  de  los  conquistadores. 

Una  de  las  relaciones  de  la  gobernación  de  Yucatán,  de  autor  anónimo  dice 
entre  otras  cosas  (3): 

"En  esta  provincia  de  Yucatán,  en  el  término  de  los  repartimientos  de 
la  ciudad  de  Mérida,  de  nueve  años  a  esta  parte,  a  ocho  leguas  de  la  provincia 
de  Maní,  se  descubrieron  unos  edificios  antiquísimos,  y  tanto  que  no  hay  me- 
moria de  indios  por  viejos  que  sean  que  tengan  de  ellos  noticia  ni  lo  haya  oído 
a  sus  pasados,  y  son  los  edificios  más  de  treinta  casas  de  piedra  y  azutea  la- 
brados a  hierro  y  no  del  todo  arruinados,  y  se  halló  en  ellos  pintada  la  rueda 
de  Santa  Catarina.  Es  cosa  de  grande  admiración,  porque  se  cree  que  la  gente 
que  estos  edificios  hicieron,  eran  de  razón  y  xpitianos,  y  algunos  curiosos  dicen 
que  fueron  cartagineses,  que  poblaron  muchas  partes". 

La  relación  descriptiva  de  la  provincia  de  Guatemala,  costumbres  de  los 
indios  y  otras  cosas  notables  que  escribió  en  1576  el  licenciado  Palacio  es  más 


(1)  Consérvase  en  el  archivo  de  Indias  el  inventario  de  todos  esos  oi>jOtos  (lue  llevaban,  a  oaríro  de 
Alonso  de  Avila  .v  Antonio  de  Quiñones,  fechado  en  Cu.vuacan  a  19  de  Mayo  de  1522. 

(2)  Se  ha  publicado  el  tí)mo  primero  de  las  delaciones  Geográficas  del  Peni  y  está  en  prensa  el  sesriuido. 

(3)  Inédita  en  el  Archivo  de  Indias  de  Sevilla,  Indlfei-ente  peneral.  Descripción  de  ciudades.  Est.  441, 
Caj.  r.  Les?.  7. 


—  246  — 

conocida  por  haberse  publicado  suelta  y  traducido  a  todas  las  lenguas  euro- 
peas con  infinitos  comentarios  (i).     Tratando  de  las  ruinas  de  Copan  cuenta: 

"He  procurado  con  el  cuidado  posible  saber  por  la  memoria  derivada  de 
los  antiguos,  qué  gente  vivió  allí,  e  que  saben  e  oyeron  de  sus  antepasados. 
No  he  hallado  libres  de  sus  antigüedades,  ni  creo  que  en  todo  este  distrito  hay 
más  que  uno  que  yo  tengo.  Dicen  que  antiguamente  había  venido  allí  y  fecho 
aquellos  edificios  un  gran  señor  de  la  provincia  de  Yucatán  y  que  al  cabo  de 
algunos  años  se  volvió  solo  y  lo  dejó  despoblado.  Esto  parece  que  de  las  pa- 
trañas que  cuentan  es  la  más  cierta,  porque  por  la  memoria  dicha  parece  que 
antiguamente  gente  de  Yucatán  conquistó  y  sujetó  las  provincias  de  Ayajal, 
Lacandón,  Vcrapaz  y  la  tierra  de  Chiquimula,  y  esta  de  Copan.  Así  la  lengua 
Apay  que  aquí  hablan  corre  y  se  extiende  en  Yucatán  y  las  provincias  dichas, 
y  ansimismo  parece  que  el  arte  de  los  dichos  edificios,  es  como  la  que  hallaron 
en  otras  partes  los  españoles  que  primeramente  descubrieron  la  de  Yucatán  y 
Tabasco,  donde  hubo  figuras  de  obispos,  hombres  armados  y  cruces,  y  pues  en 
ninguna  otra  parte  se  ha  hallado  tal,  sino  es  en  los  lugares  dichos,  parece  que 
se  puede  creer  que  fueron  de  una  nación  los  que  hicieron  uno  y  otro". 

Otra  relación  de  la  villa  de  Valladolid  escrita  por  el  cabildo  en  abril  de 
1579  y  dada  a  la  estampa  por  el  Sr.  D.  Sebastián  Marimón  (2)  describe  los 
Cues  o  pirámides,  los  ídolos  que  en  ellos  reverenciaban  los  indios,  los  Zenotes, 
y  cuanto  de  rareza  existía  al  tiempo  de  la  conquista,  distinguiéndolo  de  lo  ante- 
rior a  ella. 

Por  este  tiempo  giró  una  visita  al  territorio  el  padre  Comi.sario  general  de 
la  Nueva  España,  Fr.  Alonso  Ponce,  con  dos  religiosos  acompañantes  que  es- 
cribieron relación  del  viaje  y  fundaron  apreciaciones  nada  distantes  de  las  que 
al  presente  se  nos  ofrecen  por  novedad.  Véase  en  i)rueba  este  extracto  de 
algunas  de  ellas  (3). 

En  el  primer  viaje,  por  tierra  salieron  de  México  en  dirección  de  Guate- 
mala, anotando  entre  las  ocurrencias  la  llegada  a  un  pueblo  pequeño  llamado 
Teculután  y  por  otro  nombre  los  Cues,  porque  junto  a  él  hay  muchos  de  éstos 
"que  son  unos  cerros  hechos  a  mano  para  los  sacrificios  de  los  ídolos,"  de  Gua- 
temala fueron  a  Yucatán,  Nicaragua,  Honduras,  Costa-Rica  y  Chiapa,  haciendo 
especiales  referencias  de  los  pueblos  de  Izcumtenango,  Acatenango,  Iztapá, 
Acandon,  e  Isla  del  lago  Fetén  donde  los  indios  Acandones  tenían  sus  casas, 
con  un  peñol  y  sacrificaban  gente. 

En  segundo  viaje,  llegando  por  mar  a  Yucatán,  tratan  de  Campeche,  Río 
Lagartos,  Valladolid,  Ichmul,  Chicheniza,  Xepequez,  Iltmal,  Mérida,  Calkini, 


,(1)  Hállase  también  en  el  Archivo  de  Indias  y  en  Copia  en  la  Colección  Muñoz  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia:  se  publicó  en  la  Colee,  dt  docum.  inéd.  del  Archivo  de  ¡nd.,  tomo  IV,  pair.  5. 

(2)  En  el  tomo  segundo  de  Actas  del  Congreso  de  Amerkanistas  de  Madrid,  Madrid  1883,  pag.  157  y 
slsrulentes. 

(3)  Se  ha  publicado  el  viaje  en  la  Colección  de  doc.  inéd  para  la  Hist.  de  Esp.  tomo  57  y  58  y  se  titula: 
Relación  breve  y  verdadera  de  algunas  cosas  de  las  muchas  que  sucedieron  al  P.  Fr.  Alonso  Ponce  en  las  pro^ñncias  de  la 
Nueva  España,  siendú  Comisario  general  de  aquellas  partes.     Escrita  pot  dos  religiosos  sus  compañeros.     Años  1584-Htí. 


—  247  — 

Tixchel,  Uxmal,- Tikax  y  Mayapan,  con  esta  misma  ortografía,  y  he  aquí  lo  que 
se  les  ofrece  de  Uxmal,  notando  que  aun  por  encima  de  sus  antiquísimos  edifi- 
cios, sobre  las  cornisas  y  remates  había  árboles  grandes. 

"Aquellas  bóvedas  (de  las  casas),  no  son  en  redondo  ni  a  media  naranja, 
ni  como  otras  que  se  hacen  en  España,  sino  ahusadas,  como  se  suelen  hacer 
las  campanas  de  las  chimeneas  cuando  se  hacen  en  medio  de  un  aposento  antes 
que  se  comience  el  cañón,  porque  por  una  parte  y  por  la  otra  de  lo  ancho  se  van 
poco  a  poco  recogiendo  y  enangostando  hasta  quedar  por  lo  alto  apartada  la 
una  pared  de  la  otra  como  dos  pies :  después  echan  una  cintilla  que  sale  cuatro 
o  cinco  dedos  de  cada  parte,  y  sobre  estas  atraviesan  unas  losas  o  lajas  por  lo 
llano,  con  que  se  cierra  la  bóveda,  de  manera  que  no  hay  en  ella  clave  sino 
que  con  el  peso  grande  de  piedras  y  argamasa  cjue  echan  encima  y  que  tienen 
a  los  lados,  se  cierra  y  queda  fija  y  fuerte". 

Tales  son  las  bóvedas  ojivales  de  M.  Charnay  (i). 

"Los  umbrales  altos  de  todas  las  puertas  eran  de  madera  de  chico  zapote, 
que  es  muy  fuerte  y  casi  incorruptible,  lo  cual  se  echaba  de  ver  en  que  los  más 
de  ellos  estaban  enteros  y  sanos,  con  ser  puestos  allí  de  tiempo  inmemorial, 
según  dicho  de  los  indios  viejos". 

También  parece  dedicado  el  párrafo  al  autor  de  las  teorías. 

"Los  umbrales  de  los  lados  (jambas)  eran  de  piedra  labrada  de  grano 
maravilloso". 

Prosiguen  los  religiosos  viajeros  dando  cuenta  de  pinturas  de  varios  colo- 
res, sierpes,  escudos,  calaveras  esculpidas,  estatuas  de  piedra  con  mazas  o 
bastones  en  las  manos,  figuras  desnudas  con  sus  masteles  "que  son  los  zara- 
güelles antiguos  de  toda  la  nueva  España,  a  manera  de  bragueros,"  los  mules 
con  escalinatas,  ya  deshechas,  y  acabando  la  reseña  ponen : 

"No  saben  los  indios  con  certidumbre  quién  edificó  aquellos  edificios,  ni 
cuándo  se  edificaron,  aunque  algunos  de  ellos  se  esfuerzan  a  querer  declararlo, 
trayendo  para  ello  imaginaciones  fabulosas  y  sueños ;  pero  nada  de  esto  cuadra 
ni  satisface.  La  verdad  es  que  ellos  se  llaman  el  día  de  hoy  de  Uxmal,  y  un 
indio  viejo,  ladino  y  bien  entendido  certificó  al  P.  Comisario  que,  según  decían 
sus  antepasados,  había  noticia  que  hacía  más  de  nuevecientos  años  que  se 
habían  edificado. 

"Muy  vistosos  y  fuertes  debieron  ser  en  su  tiempo  y  mucho  deste  se  en- 
tiende que  trabajaron  para  hacerlos,  con  no  poca  gente,  y  está  claro  que  los 
habitaron  y  que  por  allí  a  la  redonda  hubo  gran  poblazón,  como  al  presente  lo 
muestran  los  vestigios  y  señales  de  muchos  edificios  que  se  ven  desde  lejos,  a 
los  cuales  no  fué  el  P.  Comisario  porque  estaba  muy  cerrado  y  espeso  el  mon- 
te, y  no  hubo  lugar  de  abrirlo  y  limpiarlo  para  ir  allá.  Agora  no  sirven  los 
unos  y  los  otros  sino  de  casas  y  nidos  de  murciélagos  y  golondrinas  y  otras  aves, 


(1)     Le  tour  dii  Monde, 


-24S- 

[de  cuyo  estiércol  están  llenos,  y  con  un  olor  más  penoso  que  deleitable.  No 
hay  por  allí  pozo  ninguno ;  traen  el  agua  para  beber  los  milperos  de  aquella  co- 
marca, de  unas  lagunillas  de  agua  llovediza  que  hay  por  aquel  territorio ;  pué- 
dese sospechar  que  por  falta  de  agua  se  despoblaron  aquellos  edificios,  aunque 
otros  dicen  que  no,  sino  que  los  moradores  se  pasaron  a  otra  tierra,  dejando 
ciegos  los  pozos  que  por  allí  había",  (i ) 

Todas  las  crónicas  e  historias  de  la  conquista,  ya  generales,  ya  particula- 
res, tratan  en  alguna  manera  de  los  monumentos  encontrados  y  de  su  i)robable 
origen,  fueran  los  cronistas  soldados,  como  Bernal  Díaz  del  Castillo,  clérigos 
o  frailes  como  el  obispo  de  Chiapa,  Bartolomé  de  las  Casas  (2)  o  el  de  Yuca- 
tán Fr.  Diego  de  Landa  (3). 

Fr.  Jacinto  Garrido,  de  la  orden  de  Santo  Domingo,  natural  de  Huete, 
redactó  en  1838  un  manuscrito  en  latín  describiendo  la  visita  que  hizo  por 
Yucatán  y  Guatemala,  y  el  resultado  de  algunas  excavaciones  en  que  se  halla- 
ron vasos  de  barro  con  huesos  y  varias  lancetas  y  cuchillitos  de  piedra. 

Aumentaron  los  datos  Fuentes  (4),  Remcsal  (5),  Ximenes  (6),  (íage  (7), 
López  Cogolludo  (8),  Juarros  (9),  Carrillo  (10).  obras  recomendables,  como 
lo  es,  por  distinto  concepto,  la  de  Várela  y  Ulloa  (i  i ),  y  la  de  Villa  Gutierre, 


(1)  CoUc.dtdocum.  infd.,  tomoXVIll.  ptf«.  435  «  461. 

(2)  Apologética  historia. 

(3)  KeiacióH  lie  las  cosas  dt  YutatAn.  ManuHcrlto  en  la  Real  Academia  de  la  Historia,  publicado  en 
Parfs  por  M.  Hrass«'ur  do  llourlx)unr. 

Posteiiormpilte  ha  salido  a  luz:  Ensayo  sobrt la  interpritaciÓH  dt  la  escritura  hitrdtica  dt  la  América  Central 
por  Mr  I.eón  d<  Kotny.  Traducción  anotad.i  y  precedida  de  un  prólogo  pi^r  D.  Juan  de  Piot  de  la  Kaday  Delgado,  y 
seguida  de  dos  apimiices;  uno  el  manuicttto  completo  de  Piego  de  Landa,  cuidtdosamente  copiado  del  único  original  que  se 
conoci  y  que  se  conserva  en  la  Real  Academia  de  la  Historia:  y  otro  el  manutcrito  fig'irativo  con  palahras  aztecas  escritna 
con  caracteres  espaHoles  el  año  i^2Ó,  que  se  conserva  en  ti  Muuo  dt  A  rtUltrta  dt  Madrid,  atura  por  vtt  primera  puhlicadi » 
con  la  reproilucctón  htliogrdjica  del  mismo.     Madrid.  Imp.  (lo  Tollo,  1S84. 

De  l<w  (Torotrlíflcos  nia.va4  tratan,  adornan,  .Studies  in  Ctntril  Amtrican  Hiíturt-Writing,  hv  Edward  S- 
Holdon.  l'lt  Maya  Hitroglypks.  First  annual  Report  o/ tht  Bureau  o/ Etnknology  to  tkt  Sicrttary  o/tkd  Smithsonian 
iHstitutioM.  hy  V.  W.  Powoll.  director.    Washln»rt«n.  1881. 

A  Study  o/ tkt  manuscrit  Troano,  by  C.  Thotnas.     Waühinirton.  1882. 

(4)  Historia  dt  Guatemala  o  recordación  florida,  escrita  tn  el  siglo  XVII  por  ti  ctpiídn  Antonio  dt  Fuentes  y 
CuzmHn.  que  publica  por  ves  primtra,  con  notas  t  ilustracionfs,  D.  J usto  Zaragata,  Madrid;  Lula  Navarro,  editor. 
1882-1883:  dos  tomos,  4'^ 

(5)  Historia  tic  la  prarvincia  lU  San  yictutt  dt  Ckiapay  Guatemala  dt  la  orden  dt  Santo  Domingo,  por  Fr.  Antonio 
de  Remesal.  Madrid.  1«1«  folio. 

(«)  El  U.  P.  Francisco  Xlmenoz,  cura  doctrinero  del  pueblo  do  Santo  Tomás  Chulla,  escribid  una 
Historia  de  la  l'rofincia  tlr  i  kiapa,  C|ue  ha  (lUf'dado  inédita.  .V  otra  obra  titulada  ¡.as  historias  del  origen  de  lot 
indios  de  esta  provincia  de  (¡uatemaia,  traducido  de  lengua  quické  al  castellano,  publicado  por  la  primera  vez  y  aumentado 
cjn  una  introducción  y  anotacijnts  por  el  Dr.  C.  Schercer.     Viona.  1557.  en  8V 

(7)  El  P.  Tomás  Ga»r«>.  natural  de  Irlanda,  cura  del  pueblo  de  Pallnha.  en  Guatemala,  publica  un 
libro  con  el  título  de  A.  Survey  of  tkt  Spanisk  H'ts-Indits,  being  a  journal  jjoo  miles  on  tkt  Continent  o/ America. 
London,  1702. 

(8)  Los  tres  siglos  de  la  domintuión  esf>añola  en  Yucatán,  o  sea  kistoria  dt  esta  provincia  dtsde  la  conquista  kasta  la 
intUpendtncia.  Escribióla  ti  R.  P.  Fr.  Diego  Cogolludo,  provincial  que  fué  dt  la  ordtn  franciscana,  y  la  continúa  un 
yucateco.    Tomo  I.  en  Campeche,  1842;  tomo  II,  en  .Mérida,  1845. 

(9)  Compendio  dt  la  kistoria  de  la  ciudad  de  Guatemala,  escrito  por  el  backilltr  D.  Domingo  /  narros .  Guatemala, 
1809-1818. 

(10)  Historia  antigua  dt  Yucatán,  por  D.  Cresencio  Carrillo  y  Ancona,  canónigo  de  la  Catedral  dt  Mérida  dt 
Yucatán,  etc.,  segunda  edición.    Mérida  de  Yucatán,  1883. 

(11)  Reflexiones  imparcialts  sobrt  la  kumanidad  dt  los  tspañoUs  tn  las  indias  contra  tos  prtttndidos  filósofos  y 
poUticos,  para  ilustrar  las  historias  dt  M.  AI.  Raynal y  Robtrtson,  por  D.  Ftdro  Vartla  y  Ulloa,  oficial  de  la  Stcrttaría 
dt  Marina.     Madrid.  17S2. 


—  249  — 

descriptiva  de  la  sumisión  de  la  isla  de  Peten,  donde  Hernán  Cortés  dejó  heri- 
do su  caballo,  recomendándolo  a  los  indios,  y  muy  sentidos  de  su  muerte,  des- 
pués de  haberle  obsequiado  con  gallinas  asadas  y  otros  platos  menos  apetito- 
sos, erigiéronle  estatua,  que  vino  a  ser  ídolo  muy  reverenciado  (i). 

El  Presidente  de  la  Audiencia  de  Guatemala  y  Capitán  general  D.  José 
Estachería,  tuvo  noticias  por  el  Provincial  de  Dominicos  Fr.  Tomás  Luis  de 
Roca  y  un  cura  de  la  provincia  de  Chiapa,  que  en  la  jurisdicción  de  esa  pro- 
vincia, a  cosa  de  tres  leguas  del  pueblo  de  Palenque,  se  habían  descubierto  las 
ruinas  de  una  gran  ciudad,  y  por  lo  que  esto  podría  contribuir  a  ilustrar  la 
historia  y  las  antigüedades,  con  fecha  28  de  noviembre  de  1784  mandó  a  D.  José 
Antonio  Calderón,  teniente  de  Alcalde  mayor  de  dicho  pueblo,  que  hacía  treinta 
y  tres  años  servía,  que  reconociendo  prolijamente  las  ruinas  y  tomando  cuantas 
noticias  pudiera  adquirir  de  los  naturales  informase  muy  al  pormenor. 

Hízolo  este  funcionario  en  15  de  diciembre  del  mismo  año,  describiendo  a 
su  manera  los  edificios,  esculturas  y  objetos  más  notables,  acompañando  cinco 
dibujos  muy  toscos,  con  advertencia  de  haber  tenido  que  desmontar  la  maleza 
y  abrir  veredas,  hasta  dar  con  las  construcciones  que  estaban  completamente 
ocultas.  Opinaba  que  la  ciudad  debía  estar  abandonada  de  tres  a  cuatro  siglos 
atrás,  pues  encima  de  las  casas  había  árboles  de  cuatro  a  cinco  varas  de  grueso. 
Creía  también  que  la  población  tuvo  extensión  muy  considerable,  alcanzando 
acaso  su  dominio  hasta  el  río  Usumacinta,  pero  los  naturales  no  sabían  dar 
razón  alguna. 

Con  este  informe  ordenó  el  referido  Capitán  General  en  2"]  de  enero  de 
1875  que  el  arquitecto  de  Reales  obras  de  la  ciudad  de  Guatemala  D.  Antonio 


(1)  Historia  de  la  conquista  de  la  provincia  de  Itza,  reducción  y  progresos  de  la  del  Lacandón  y  otras 
naciones  de  la  mediación  del  reino  de  Guatemala,  a  las  provincias  de  Yucatán,  por  Juan  de  Villagutterre 
Sotomayor.  primera  parte.     Madrid,  1701,  folio. 

De  esta  misma  provincia  liay  relación  anterior,  manuscrita  e  inédita  en  la  Academia  de  la  Historia, 
colección  Muñoz,  tomo  LXXXITI  folio  301.  Se  titula  Relación  de  ciertas  entradas  a  la  laguna  Ahiza,por 
Fr.  Agustín  Cano,  de  la  orden  de  predicadores,  año  i8gs.  El  Sr.  Jiménez  de  la  Espada  cita  como  todavía 
juéditas  las  siguientes  relaciones  (a) : 

Atitlán,  Guatemala,  anónima,  1579  a  1582. 

Chiapa,  por  el  licenciado  Palacio. 

Gwa/íWííz/a.  ix)r  el  mismo,  1576. 

Guatemala,  por  Francisco  Castellanos,  1530. 

Honduras  e  Higueras,  por  el  obispo  Crist<5i)al  de  Pedraza,  1541. 

Honduras  c  Higueras,  por  el  licenciado  Bracamonte. 

Mirida,  anónimo.  1610. 

Vera-Paz,  por  Fr.  Francisco,  prior  de  Viana,  Fr.  Lucas  Gallego  y  Fr.  Guillen  Cadena,  1540  a  1574. 

Vera-Paz,  anónima.  1579  a  1582. 

Vera-Paz  y  Zacatula,  anónima,  idem. 

Yucatán,  anónima. 

Yucatán,  anónima. 

(a)  Relación  geográfica  de  Indias.  Introducción.  Podrá  aumentarse  mucho  enumerando  lascarlas  y 
otros  papeles  manuscritos  del  archivo  de  Indias  oue  se  expusieron  al  Congreso  de  Americanistas  de  Madrid, 
juntamente  con  los  objetos  antiguos,  procedentes  de  Santa  Cruz  Quiche,  Paleiuiue,  Uxmal,  Guatemala.  San 
José.  Cozumel  y  otros  puntos:  mas  no  parece  necesario  ix)r  constar  en  el  libn)  especial  que  s«>  publicó  ix)r 
entonces,  titulado  Lista  de  los  objetos  que  comprende  la  exposición  americanista.  Madrid.  1S81.— Entre  los 
libros  extranjeros  figuró  la  obra  de  M.  Viollet-le-l)uc.  Cites  el  ruines  americaines  de  Mitla,  Palenque,  Izamall 
Chichén-Itzá,  Uxmal.  París.  18t3.  4?  mayor;  acompañada  de  49  fotografías,  tomadas  iK)r  M.  Deslré  Charday. 
He  visto  además  citadas  la  de  D.  Eligió  Ancona.  Historia  de  Yucatán  desde  la  ¿poca  más  remota  hasta  nuestros 
días.  Mérida,  1878-1880.  cuatro  tomos  i9— Historia  del  cielo  y  de  la  tierra,  por  Ramón  de  Ordóñezy  Aguilar, 
presbítero  domiciliado  de  Ciudad-Real  de  Chiapa,  residente  en  Guatemala,  y  Memorias  para  la  kistotia  del 
antiguo  reino  de  Guatemala,  por  el  señor  obispo  Garci.i  Fcláez.    Guatemala,  Í851. 


—  250  — 

Bernasconi  hiciese  nuevo  reconocimiento  de  la  ciudad  arruinada  con  arrej^lo  a 
una  instrucción  de  diez  y  siete  capítulos  que  dictó  y  mandaba : 

Que  se  procurasen  datos  del  origen,  antigüedad  y  gentes  de  la  región  ; 
industria,  comercio  y  otros  medios  de  subsistencia ;  porque  fue  desamparada 
la  ciudad ;  su  entidad  y  magnificencia ;  tiempo  y  orden  de  su  arquitectura. 

Que  se  examinaran  los  calzados,  vestidos  y  adornos  de  las  estatuas ;  lápi- 
das, inscripciones,  escudos,  caracteres,  símbolos,  copiando,  dibujando  y  aun 
trayendo  a  la  capital  lo  más  importante. 

Que  se  investigara  si  había  en  las  construcciones  indicios  de  manufacturas, 
fundición  o  moneda. 

Si  por  los  contornos  aparecían  caminos  sólidos. 

La  constitución  de  los  cerros  inmediatos. 

Si  se  hallaban  objetos  de  hierro,  armas  o  cosa  que  denotara  sitio,  sorpresa 
o  asalto  de  enemigos. 

Que  se  tomaran  dimensiones  de  los  principales  edificios. 

Que  no  se  escusaran  excavaciones  ni  otros  medios  para  formar  acertado 
juicio. 

Que  se  llevara  la  investigación  al  exterior  para  ver  si  hubo  murillas,  fosos 
o  trincheras. 

Que  se  levantara  plano  circunstanciado  de  la  ciudad. 

Que  se  tomaran  dibujos  de  estatuas,  escudos,  etc.,  etc. 

Informó  Bernasconi  en  13  de  junio  de  1785  acompañando  planos  que  com- 
prendían extensión  de  seis  leguas  cuadradas ;  perspectivas,  fachadas,  figuras, 
adornos,  y  dijo  no  hallar  semejanza  ni  equivalencia  entre  la  arquitectura 
Palenque  y  los  órdenes  que  le  eran  conocidos,  antiguos  y  modernos,  aunque 
las  bóvedas  estaban  cerradas  a  lo  gótico.  Las  construcciones  eran  de  gran 
solidez,  pues  había  sobre  ellas  árboles  muy  corpulentos.  Una  parte  del  río 
Melchor  que  corre  por  allí,  estaba  cubierto  con  alcantarilla  y  sobre  él  había 
dos  puentes,  el  uno  de  arco  triangular,  cerrado  como  las  bóvedas  del  palacio. 
En  las  inmediaciones  no  observó  señal  alguna  volcánica  ni  otra  que  denotara 
violenta  destrucción,  pareciendo  lo  más  verosímil  que  allí  la  produjo  el  abando- 
no de  los  habitantes,  probablemente  indios  a  juzgar  por  las  figuras  de  las  esta- 
tuas, modo  de  fabricar  en  las  eminencias  y  falta  de  orden  o  sistema  en  las  calles 
y  cuadras. 

Remitió  el  Capitán  General  los  informes  y  planos  a  la  corte,  y  de  orden  del 
Rey  los  pasó  el  ministro  marqués  de  la  Sonora  al  examen  del  cronista  de  Indias 
D.  Juan  Bautista  Muñoz  en  i?  de  marzo  de  1786,  que  hallándolos  de  grande 
interés  y  conformes  con  las  relaciones  que  los  conquistadores  hicieron  de  otras 
ciudades  en  Yucatán  y  Guatemala,  pidió  se  ampliasen  las  exploraciones,  lo  cual 
se  ordenó  por  el  ministro  citado  en  15  del  mismo  mes  y  año. 


Fué  comisionado  al  efecto  el  Capitán  de  artillería  D.  Antonio  del  Río,  que 
marchó  desde  Guatemala  con  útiles  y  operarios  a  desmontar  el  bosque,  y  exa- 
minando el  terreno  en  una  extensión  de  24  millas  volvió  a  levantar  plano  de  las 
ruinas  y  redactó  memoria  descriptiva,  ilustrada  con  dibujos,  dirigiéndola  al 
Capitán  General.  Por  orden  del  mismo  amplió  el  informe  el  doctor  D.  Pablo 
Félix  Cabrera  entendiendo  juicios  no  muy  sóHdos  respecto  al  origen  y  antigüe- 
dad de  las  ruinas,  pero  añadiendo  estimables  noticias  de  otros  vestigios  de  ar- 
quitectura remota  vistos  y  examinados  de  tiempo  en  tiempo ;  entre  ellos  las 
ruinas  subsistentes  a  veinte  leguas  de  Mérida,  entre  los  curatos  de  Mona  y 
Tícul ;  las  inmediatas  a  la  cividad  de  Nocacab,  que  conservaban  edificios  en 
buen  estado  en  el  sitio  llamado  por  los  naturales  Oxmutal,  con  hermosa  decora- 
ción y  figuras  de  estuco  o  argamasa  muy  semejantes  a  las  de  Palenque;  de 
otras  ruinas  ocho  leguas  al  norte  de  la  misma  ciudad ;  de  otras  en  las  cercanías 
del  río  Lagartos,  en  la  ciudad  de  Maní ;  en  el  camino  de  Mérida  a  Bacalar ;  en 
Mayapán  y  en  el  camino  de  Mixco  a  Guatemala,  en  todas  las  cuales  se  habían 
visto  pirámides  con  gradería  de  piedra,  estatuas  de  piedra  o  modelados  de  ar- 
gamasa y  desenterrado  vasos  de  barro  con  otros  varios  objetos. 

La  memoria  original  se  remitió  a  esta  corte  quedando  copia  en  el  archivo 
de  Guatemala,  guardada  hasta  que  un  aficionado  inglés  la  adquirió,  después  de 
la  emancipación  de  las  colonias.  Llevada  a  Londres  se  publicó,  traducida  al 
inglés,  despertando  en  gran  manera  la  atención,  sobre  todo  las  láminas,  que  se 
grabaron  con  esmero  (i). 

Otras  expediciones  dedicadas  a  las  antigüedades  de  Nueva  España,  espe- 
cialmente a  las  de  Palenque,  se  emprendieron  por  Real  orden,  de  1805  a  1807, 
siendo  comisionado  como  jefe  el  capitán  de  dragones  mejicanos  D.  Guillermo 
Dupaix,  acompañándole  el  ingeniero  D.  José  Castañeda  y  D.  Juan  Castelló. 
El  reconocimiento  se  extendió  hasta  Ocosingo,  mas  los  trabajos  sufrieron  la 
misma  suerte  que  los  de  la  exploración  anterior,  durmiendo  en  el  archivo  de 
México,  de  donde  llegó  a  sacarlos  M.  Baradere  en  1828.  Publicados  en  París 
en  1834  y  1835  con  notas  y  comentarios  de  M.  Alejandro  Lenoir  y  otros  cola- 
boradores, componiendo  cuatro  tomos  en  folio,  fueron  disputados  por  los  eru- 
ditos al  precio  de  800  francos  ejemplar  (2). 

Lord  Kingsborough  incluyó  en  parte  los  trabajos  de  Dupaix  en  su  obra 
monumental  (3)  y  en  el  tiempo  del  desconocimiento,  The  Literary  Gazette  de 
Londres  en  183 1,  y  el  Boletín  de  la  Sociedad  Geográfica  de  París  en  1836,  pu- 
blicaron descripciones  de  los  monumentos  acordando  la  prioridad  del  registro 


(1)  La  portada  reza:  Description  of  the  Kuins  of  an  Ancient  Citv  discovered  near  Palenque,  in  the 
kingdom  of  Guatemala,  in  Spanisn  America;  traslaied  from  the  ori^nal  manuscript  Report  of  Captain  Don 
Antonio  ael  Rio,  follawed  by  Teatro  Crítico  Americano,  or  the  Hístory  of  Americans  by  Doctor  Paul  Félix 
Cabrera,  of  the  City  of  New  Guatemala.    London,  Published  by  Henry  Bertnoud,  1822.    En  4?  con  láminas. 

(2)  Recueil  des  Antiquttés  mexicaines.    París,  1834-1835. 

(3)  Antiquitis  of  México  Comprising  fac-simtles  of  Ancient  mexican  paintings  and  kieroglyphics,  etc., 
together  with  the  Monuments  of  New  ¿fain  of  M.  Dupaix.    London  1831,  tomo  VII. 


—  2-,2  — 

al  coronel  Galindo  que  los  había  visitado,  haciéndolo  casi  al  mismo  tiempo  la 
prensa  guatemalteca  (1834)  de  la  memoria  redactada  por  D.  Miguel  Rivera  y 
Maestre,  como  resultado  de  la  excursión  que  de  orden  del  Gobierno  hizo  a  las 
ruinas  de  Utatlán  o  Quiche. 

Mas  tarde  fué  a  registrar  todo  el  territorio  por  cuenta  y  razón  de  una 
Sociedad  mejicana  Mr.  Federico  Waldeck,  que  se  fijó  en  Uxmal  principal- 
mente (i),  siguiendo  el  barón  Fridrichsshal  y  un  entusiasta  norte-americano, 
que  de  no  pasar  la  vida  entre  los  cues  mayas,  de  buen  grado  hubiera  trasladado 
íntegros  a  Broadvvay  siquiera  los  obeliscos  y  las  estatuas,  que  llegó  a  comprar, 
si  bien  hubo  de  satisfacerse  al  fin  con  ejemplares  de  los  dinteles  de  madera 
esculpida  y  una  inmensa  colección  de  dibujos. 

Aunque  la  guerra  civil  desolaba  por  entonces  a  iJuatciuala,  a  íavor  de  la 
investidura  diplomática  de  Encargado  de  negocios  de  los  Estados  Unidos,  halló 
acogida  y  respeto  de  los  beligerantes ;  recorrió  el  territorio  trazando  itinerarios 
arqueológicos  y  alcanzó  a  examinar  hasta  cuarenta  y  cuatro  ciudades  o  pobla- 
ciones en  ruina,  de  fundación  remota,  en  dos  épocas  y  viajes  distintos.  Como 
fruto  del  primero  dio  a  la  estampa*  dos  volúmenes  de  de.scripción  y  comenta- 
rios (2);  como  resultado  del  segundo  publicó  otros  dos  (3)  y  aun  produjeron 
dos  más  del  Secretario  y  acompañante  suyo  M.  Catherwood,  habilísimo  dibu- 
jante (4)  constituyendo  en  conjunto  la  obra  más  extensa  y  apropiada  que  hasta 
ahora  existe  de  la  arqueología  maya. 

Los  monumentos  examinados  y  descritos,  en  el  orden  que  allí  se  conside- 
ran, son  :  Copan,  Kiriguá,  Tecpán  Guatemala  o  Patinamit,  Quiche,  Cobán, 
Huehuetenango,  Ocosingo,  Palemke,  Mérida,  Uxmal,  Mayapán,  Semusacal, 
Sija,  Maxcanú,  Opocheque,  Ticul,  Nohpat,  Nohcacab,  Xcoch,  Kabah,  Zayi  o 
Salli,  Chack,  Sannacté,  Sabachshé.  Labná  Kewich,  Sacbey,  Xampón,  Hiobo- 
witz,  Kuepak,  Zekilna,  Chunhuhú,  Bolonchén,  Labphak,  Zibilnocac,  Iturbide, 
Peten,  Macoba,  Mankeesh,  Akil,  Yakatzib,  Maní,  Chinchen-Itzá,  Coba,  Isla  de 
Cozumel,  Tulmú,  Isla  de  Mujeres,  Silán,  Izamal  y  Akc. 

Mr.  Stephens  hizo  estudio  comparativo  y  razonado  de  estos  monumentos 
y  los  de  Grecia,  Roma,  Egipto  y  Siria,  para  decir  que  los  americanos  no  tienen 
nada  de  común  con  ninguno  de  los  otros,  por  más  que  a  primera  vista  aparez- 
can rasgos  o  elementos  de  alguna  semejanza  con  cualquiera  de  los  otros:  es 
más,  entre  los  rñismos  monumentos  americanos  los  hay  sin  relación  ni  seme- 
janza de  unos  con  otros,  acusando  edades  o  arte  distinto.     Aunque  sea  noto- 


(1)  Era  Mr.  Waldeck  dibujante  y  litrttrrafo.    Su  obra  se  Utula  Vuyage  au  Yucatán,  y  tengo  idea  de 
aue  pulillcd  otra  en  Lontires,  por  los  años  de  40  ó  41. 

(2)  Incidenis  of  travel  in  Central  America.  Chiapas  and  Yucatán,  by  Jhon  I..  Stephens  author  of" Inci- 
oftravel  tn  Esyft,  Arabia  Petra:  and  the  Holv  Land.    Xew  York.  1841.    Dos  tomos  4?  con  láminas. 


dínts  of  travel  tn  l'-gypt,  Arabia 

t    Yucatán  fiy  John  I..  Stephens,  etc.    Xew  Yo 

obra  hecha  en  Yucatán  por 


(3)    Inciden ts  of  frai'cls  in    Yucatán  l>y  John  I..  Stehhens,  etc.    Xew  York,  1H43.    Dos  tomos  4*?  con 
-He  visto  anunciada  en  alguna  parte  una  versión  española  de  esta  o\      '      ' 


D.  Justo  Sierra. 

(4)    Nambíes  in    Yucatán,  New  YorU.  1813.     Views  of  ancient  monuments  at  Central  America,  f>v  M. 
Catherwood.    New  York.  1844. 


—  osa- 
rio que  los  mayas  sabían  fundir  y  templar  el  cobre  y  el  bronce,  no  se  concibe 
cómo  esculpieron  las  maderas  de  zapote,  duras  y  sonoras  como  metal,  sin  ins- 
trumentos de  acero,  observación  que  han  hecho  los  españoles  desde  la  época 
de  la  conquista.  Por  último,  estima  que  las  construcciones,  tan  originales  y 
específicas  como  las  plantas  de  aquel  suelo,  no  cuentan  la  antigüedad  remota 
que  se  les  supone,  antes  bien  son  obra  de  la  raza  que  ocupaba  el  país  al  tiempo 
de  la  invasión  de  los  españoles ;  o  de  progenitores  no  muy  lejanos,  así  por  la 
conservación  de  las  ruinas  en  país  en  que  la  vegetación  es  más  destructora  que 
cualquiera  otro  agente,  ayudada  de  los  aguaceros,  como  por  las  vigas  o  dinteles 
de  madera  cuya  duración  es  contada,  aunque  no  ignore  que  en  Egipto  han 
aparecido  maderas  de  más  de  tres  mil  años  de  edad,  en  perfecto  estado  de  con- 
servación, pero  ni  estaban  a  la  intemperie,  ni  es  igual  el  clima. 

Cree  positivamente,  contra  lo  que  dicen  los  cronistas  españoles,  que  varias 
de  las  ciudades,  especialmente  Uxmal,  estaban  habitadas  en  el  momento  de  la 
conquista,  influido,  a  mi  parecer,  por  la  opinión  respetable  de  su  compatriota^ 
Mr.  Robertson,  que  así  lo  dijo  (i)  si  bien  en  época  en  que  los  estudios  america- 
nistas se  hallaban  atrasados. 

Es  de  reparar  que  ni  Mr.  Stephens,  ni  otro  ninguno  de  los  viajeros  ante- 
riores o  sucesivos,  con  haber  experimentado  que  no  hay  agua  potable  en  Pa- 
lenque, en  Uxmal,  en  Tikal  ni  en  otras  de  las  ciudades  arruinadas,  no  hayan 
parado  mientes  en  la  posibilidad  indicada  por  los  frailes  compañeros  del  P. 
Alonso  Ponce,  de  que  por  algún  fenómeno  geológico  se  secaran  los  manantia- 
les y  se  vieran  obligadas  aquellas  poblaciones  numerosas  a  buscar  en  otra  parte 
el  elemento  indispensable  a  la  vida,  abandonando  los  oratorios,  templos  y  otros 
edificios  que  en  un  principio  las  había  congregado. 

De  todos  modos,  si  no  exenta  de  errores  y  preocupaciones,  la  obra  de  Mr. 
Stephens  ha  de  estar  necesariamente  en  las  manos  de  todo  el  que  quiera  estu- 
diar la  arqueología  maya,  en  la  parte  histórica  extendida  por  otro  americano 
con  la  recopilación  de  crónicas  indígenas,  como  la  del  cacique  Nakuk  Pech, 
testigo  de  la  invasión  española  (2). 

Con  posterioridad  se  ha  escrito  mucho  ya  por  viajeros,  ya  por  arqueólogos 
que  han  discutido  o  comentado  los  trabajos  anteriores  y  es  difícil  conocer  las 
monografías  y  artículos  escritos  en  las  Revistas  de  Europa  y  América.  Entre 
los  primeros,  el  Dr.  C.  Schercer  trató  ya  de  Kiriguá  (3),  M.  Arthur  Morelet, 
dotado  de  recto  criterio,  redactó  una  obra  amena  e  instructiva  (4),  prefiriendo 
como  naturalista  las  bellezas  de  la  flora  y  la  fauna  a  las  realizadas  por  el  hom- 


(1)  History  of  A  merica. 

(2)  The  Maya  ChronicUs.     The  Original  Text  of  the  Pre-Columbian  Analt  of  Yucatán,  voitk  transtation 
and  notes  by  Daniel  G.  Brinton,  M.  D.,  Philadelphia,  1882.    En  8"?  279  páirs. 

(3)  Se  hallan  sus  tral)ajos  en  las  Transacciones  histórico-filosójicas  de  la  Academia  imperial  de  Viena, 
aSo  1855,  tomo  XVI,  pág.  237. 

(4)  Vovage  dans  r Amérique  Céntrale,  I' Ule  de  Cuba  et  le  Yucatán  par  Arthur  Morelet.    París,  1857. 
Dos  tomos  4^ 


—  254  — 

bre;  entre  los  otros  se  citan  Arthur  Help,  The  Spanish  Conquest  in  America; 
Viollet-le-Duc,  Cites  et  ruines  americaines ;  Squier,  Travels  in  Central  Ameri- 
ca y  Huber  Howe  Bancroft,  que  en  sus  historias  de  América  ha  recocido  nu- 
merosa colección  de  documentos,  muchos  de  ellos  inéditos  españoles  (i). 
Los  literatos  mejicanos  Icazbalceta,  Ramírez,  Bustamante,  Orozco  y  Berra, 
Larrainzar,  con  otros,  han  dado  estimable  contingente  de  noticias  y  aprecia- 
ciones, aumentando  las  fuentes  antiguas  de  los  historiadores  españoles  Saha- 
gún,  Acosta,  Duran,  Lorenzana,  Torquemada,  Núñe^  de  la  Vega,  López  Go- 
mara, Bernal  Díaz,  Oviedo,  Motolinia,  Herrera,  Solís,  Las  Casas,  García,  Men- 
dieta,  más  los  que  escapan  a  mi  memoria  y  conocimiento. 

También  en  los  Congresos  de  Americanistas  se  ha  tratado,  y  no  podia  ser 
menos  de  los  monumentos  de  Guatemala  y  Yucatán,  presentando  en  el  de  Nacy 
de  i<S75  Mr.  Francis  A.  Alien,  de  Londres,  una  memoria  titulada  La  trés- 
ancienne  Amérique  (2).  y  haciéndolo  en  el  de  Loxenburgo  de  1877  el  berlinés 
Mr.  C.  Schocbel  de  otra  nombrada  Un  Chapitre  d'  Archéologie  Américaine  (3), 
en  que  dio  cuenta  del  viaje  por  Guatemala  de  su  ccmipatriota  Mr.  Bastían,  y 
de  los  descubrimientos  hechos  en  Santa  Lucía  (4),  el  año  1876.  No  se  ha  sig- 
nificado en  estos  concursos  una  opinión  decidida  acerca  de  la  antigüedad  de 
las  edificaciones,  problema  difícil  y  acaso  insoluble,  como  ya  en  1841  decía  el 
barón  Fridichssal ;  pero  se  recordaron  las  de  Viollet-le-Duc,  Bancroft,  Lenoir, 
Catlin,  Cabrera.  Dupaix,  Waldeck,  que  pueden  dividirse  en  dos  escuelas ;  la  de 
los  que  estiman  a  los  monumentos  de  Guatemala  y  Yucatán  como  obra  de  un 
período,  comprendido  entre  los  siglos  I  y  VH  de  la  Era  Cristiana,  y  las  de  los 
que  los  juzgan  testimonio  de  la  civilización  tulteca  sin  concederles  más  fechas 
que  setecientos  a  ochocientos  años;  descartando  los  que  se  singularizan  por 
opiniones  extremas,  y  bien  llevan  a  tiempos  ante-diluvianos  la  arquitectura,  o 
bien  la  traen  a  la  época  de  la  invasión  de  los  españoles. 

No  prevalece,  por  tanto,  la  teoría  de  M.  Desiré  Charnay ;  teoría  que  en  rea- 
lidad pertenece,  como  dije,  a  Mr.  Robertson  en  iniciación,  y  a  Mr.  John  L. 
Stephens  en  desarrollo.  Charnay  no  ha  hecho  otra  cosa  que  seguir  con  fideli- 
dad la  obra  del  último  hasta  hacerse  solidario  de  sus  errores.  El  descubri- 
miento del  anillo,  del  juego  de  pelota  y  aun  el  del  picote  (quiso  decir  picota), 
pertenecen  a  Stephens;  no  deja,  sin  embargo,  de  haber  en  las  relaciones  del 
viajero  francés  teorías  originales  que  no  podrán  disputársele. 


1)  Lleva  publicados  Mr.  Bancroft  desde  1875-1883.  quince  voliímenes  de  su  Importan^'  obra:  los  cinco 
■os  se  titulan  The  ¿Walive  Naces  of  tfu  Pacific  States  of  North  America;  otroa  cinco  Central  America ; 
estantes  México.    Tocios  están  Impresos  en  San  Francisco  de  California  por  Bancroft.  etc. 


(1) 
primeros 
y  los  restantes . 

(2)  CompteKendu  de  Nancy.  lomo  II.  pág.  138. 

(3)  Compte-Rendu  de  Luxembourg,  tomo  II.  páir.  303. 

(4)  En  el  Conírreso  de  Americanistas  de  Madrid,  año  1881.  se  presenUS  una  memoria  de  Mr.  Bastían, 
titulada  Die  '/.eichen-Fielsen  Columbiens.  En  el  CoiK-nhajíue  otra.  Seinsculpturen  ans  Guatemala,  Berlín.  1882. 
y  más  reciente  es  la  del  doctor  .lulius  Schmidt  Ote  Steinbildwerke  Compte-Rendu  du  Congr¿\  internattonal 
des  Amiricanistes,  ¡;e.  sesión.    Copenhatrue.  1884. 

Die  Steinbildwerke  von  Copan,  und  Quirigvá  aut genommen  von  Hetnntch  Meye  historisch  erlantert  dun 
beschriehen  von  Dr.  Julius  Schmidt,  A.  Asher  und  C.    Berlín.  1883,  folio. 


—  255  — 

>iscurriendo  las  razones  que  pudieron  imponerse  en  la  fábrica  de  templos 
o  adoratorios  sobre  pirámides  artificiales,  piensa  que  no  debían  ser  otras  que  el 
deseo  de  respirar  aire  más  puro  y  la  precaución  contra  los  insectos. 

Las  últimas  noticias  que  han  llegado  a  Europa  de  arqueología  yucateca, 
proceden  de  otro  investigador  entusiasta  que  ha  más  de  diez  años,  desde  el  de 
1874,  se  ha  instalado  entre  las  ruinas  con  su  mujer,  y  dedica  la  vida  a  las  exca- 
vaciones y  registros.  Se  halla  al  presente  en  Chichén-Itzá,  desde  donde  ha 
comunicado  a  una  revista  de  Nueva  York  los  descubrimientos  realizados  a 
costa  de  perseverancia  y  privaciones,  y  consisten,  ante  todo,  en  el  estudio  que 
le  permite  conocer  los  nombres  de  los  personajes  que  simbolizados  en  estatua, 
y  lo  que  es  más  importante,  descifrar  en  parte  las  inscripciones  y  geroglíficos. 

El  nuevo  Champolion  americano,  doctor  Le  Plogeon,  asegura  que  en  uno 
de  los  edificios  de  Uxmal  ha  logrado  leer  la  noticia  de  haberse  introducido  en 
Yucatán  la  costumbre  de  aplastar  los  cráneos  a  los  niños  por  el  pueblo  que  ha 
mil  quinientos  años  invadió  el  país,  destruyó  a  Chichén-Itzá  y  se  posesionó 
de  toda  la  región,  en  la  práctica  ha  perforado  una  de  las  pirámides,  hallando 
estar  formada  con  materiales  de  hecho,  entre  ellas  la  estatua  de  un  mono; 
182  trozos  de  pilares,  pintados  de  rojo  o  azul ;  12  cabezas  esculpidas  de  ser- 
piente, de  cerámica ;  una  urna  cineraria  que  contiene  al  parecer,  huesos  de 
animal ;  piezas  de  jade,  alguna  esculpida ;  una  bola  de  cristal  blanco,  puntas 
de  flechas  e  instrumentos  de  obsidiana,  etc.  Ha  visto  el  gimnasio  de  Chichén 
con  los  anillos  del  juego  de  pelota  que  describe  Herrera;  pinturas  murales 
representando  batallas  en  que  ciertos  guerreros,  vestidos  de  azul  vencen  a 
otros  adornados  de  amarillo,  con  otras  muchas  cosas  que  el  curioso  lector  ha- 
llará descritas  e  ilustradas,  juntamente  con  el  retrato  del  viajero  y  de  su 
esposa  Mad.  Alice  Le  Plogeon  en  la  dicha  revista. 

Parécele  que  los  dinteles  de  madera  de  zapote  fueron  labrados  con  instru- 
mentos más  fuertes  que  los  de  piedra  o  cobre,  y  cubiertos  con  barniz  especial, 
que  los  preserva  de  los  efectos  de  la  intemperie,  acabando  las  observaciones 
con  la  de  haber  retrocedido  los  indios  lacandones,  a  la  edad  de  piedra  y  a  la 
idolatría",  (i) 

Es  interesante  la  clasificación  que  Sapper  hizo  de  las  ruinas  quichés, 
ler.  Tipo. — Estilo  de  Verapaz.  Con  poca  mezcla,  las  construcciones  peque- 
ñas, orientadas.  2"^  Tipo.  Estilo  de  tribus  de  las  montañas. — Aglomeraciones 
densas,  varios  edificios  en  forma  de  H.  Estilo  tzendal.  (Subtipo)  a)  Cons- 
trucciones sin  orientación,  piedras  unidas  sin  mezcla.  (Subtipo)  b)  Estilo 
mame.  —  Construcciones  inorientadas,  uso  de  mezcla  para  unir  las  piedras. 
(Subtipo)  c)  Estilo  quiche. — Orientación  perfecta  y  empleo  de  la  mezcla. 
3er.  Tipo.  Estilo  de  los  pueblos  de  las  llanuras. — Paredes  hechas  de  piedra 


(1)    Antigüedades  en  América  Central,  por  Cesáreo  Fernández  Duro;  publicación  del  Boletín  de  la 
Sociedad  Geogíáflca  de  Madrid. 


—  256  — 

pegadas  con  mezcla.  Construcciones  orientales,  piezas  interiores.  4'.'  Tipo. 
Estilo  maya. — Pirámides  de  pendiente  rápida,  muy  elevadas.  Dinteles  de 
madera  de  zapote.  Subtipo,  a)  ,  Estilo  del  Peten. — Habitaciones  muy  uni- 
das, abundancia  de  terrazal.  Fortificaciones.  Empleo  de  la  mezcla.  Casas 
muy  decoradas,  b).. Estilo  del  Sur  de  Yucatán. — Habitaciones  espaciosas, 
grandes  muros  de  piedra,  bien  labrada,  c)  Estilo  del  Norte  de  Yucatán. — 
Habitaciones  separadas.  Los  muros  de  piedra  llenos  de  esculturas.  5"  'rijH). 
Estilo  Chol. — Los  dinteles  de  las  puertas  están  hechos  de  piedra  canteada.  La 
ornamentación  de  almohadillado,  es  de  estuco,  con  láminas  de  bajo-relieves 
y  geroglíficos.  6"  Estilo  Chortí. — Muy  abundantes  pirámides,  muchas  terra- 
zas.    En  Copan  hay  una  pirámide  de  pendiente  abrupta". 

Pasando  a  hablar  de  las  antigüedades  que  hay  en  la  provincia  de  San  Vi- 
cente, hoy  territorio  de  la  república  de  El  Salvador— dice  Bancroft — a  pocas 
millas  al  Sur  de  la  ciudad  del  mismo  nombre,  se  encuentran  los  más  notables 
edificios  arruinados,  que  cubren  un  espacio  casi  de  dos  millas  cuadradas,  al 
pie  del  volcán  de  Opico.  Ahí  se  ven  grandes  galerías,  terraplenes,  torres  cir- 
lares,  edificios  caídos,  subterráneos  prolongados,  y  otras  obras  de  piedra  muy 
fina,  como  unas  figuras  labradas  de  relieve,  con  ocho  pies  de  largo  por  cuatro 
de  ancho.  En  el  llano  de  Jiboa,  al  Oeste  de  San  Vicente,  se  ven  muchos  túmu- 
los de  gran  tamaño,  como  los  hay  también  en  las  inmediaciones  de  Sonsonate. 

Don  Francisco  Guevara  Cruz  describió  Las  ruinas  de  las  Mataras,  que 
contienen  una  gran  cueva,  un  puente,  los  restos  de  una  ciudad  o  ])ueblo,  que 
se  llama  Texutla,  cuando  la  conquista  de  los  españoles. 

En  la  actual  república  de  Honduras  quedan,  además  de  las  famosas  ruinas 
de  Copan,  que  ya  hemos  descrito,  otros  rastros  de  antiguos  pueblos  así  en  las 
inmediaciones  de  Comayagua,  como  en  las  laderas  de  los  barrancos.  En  los 
Mounds  o  cerritos,  que  se  han  excavado,  aparecieron  objetos  de  barro,  como 
jarras,  cabezas,  sartenes,  ollas,  tinajas,  etc.  Los  más  notables  son  de  piedra 
fina,  en  forma  de  picheles,  vasos  y  jarrones.  En  Tambla  se  encontró  un  esque- 
leto fósil  de  mastodonte.  Por  ahí  quedan  las  ruinas  de  Calamuya,  en  forma 
de  terraplenes  de  j^iedra  labrada,  túmulos  con  fragmentos  de  barro  y  algunos 
rubterránecs.  Según  Mr.  Squier,  es  muy  notable  un  vaso  que  tiene  la  figura 
de  i.n  hombre  volando,  muy  parecido  a  los  de  México. 

Al  Sur  de  Comayagua,  en  región  de  Goascorán,  se  nota  un  eran  anfiteatro 
con  gradería  y  hermosas  figuras,  que  han  sido  destruidas  para  utilizar  la  pie- 
dra. Lo  que  se  sabe  de  la  arqueología  americana  está  contenido  en  muchas 
obras,  que  sería  prolijo  citar,  bastando  hacer  mención  especial  de  la  que  escri- 
bió Baldwin,  intitulada  la  Antigua  América,  que  es  un  manual  muy  interesante 
y  completo  de  esa  materia ;  pero  para  profundizar  en  la  biología  y  arqueología 
centro-americana,  deben  estudiarse  las  mejores  obras  que  existen  y  que  son 
modernas,  como  la  que  se  ha  citado  varias  veces  en  el  presente  libro,  publicada 


—  257  — 

en  Londres,  por  los  sabios  Goodman  y  Maudslay.  En  Nueva  York  se  hacen 
hoy  estudios  concienzudos  y  proHjos  acerca  de  nuestras  ruinas. 

En  la  república  de  Costa-Rica  tienen,  en  el  Museo  Nacional,  interesantes 
muestras  de  antigüedades  del  país.  Dícese  que  el  P.  Acuña,  anticuario  entu- 
siasta de  aquella  tierra,  descubrió  cerca  de  Cartago  un  camino  antiguo  que 
servía  para  comunicar  dicho  lugar  con  el  puerto  de  Matina,  que  se  hallaba  en 
ramificación  con  varios  puntos  de  la  costa  del  Atlántico.  Algunos  objetos 
raros  que  ahí  se  encontraron  fueron  llevados  al  Instituto  Smithoniano  de  Was- 
hington. Aquel  sacerdote  habla  también  de  túmulos  que  se  encontraron  en 
las  llanuras  de  Terralva,  que  según  pudo  averiguar,  era  centro  de  un  populoso 
imperio. 

Los  doctores  Wagner  y  Scherzer,  que  viajaron  mucho  en  aquellas  regio- 
nes, por  los  años  1853  y  1854,  encontraron  principalmente  en  el  valle  de  Tu- 
rrialva,  restos  de  plantaciones  de  cacao  y  palmeras,  que  indican  haber  tenido 
los  aborígenes  cierto  sistema  de  labranza  muy  adelantado.  Las  hachas  de 
los  primitivos  indios,  halladas  ahí,  se  parecen  mucho  a  las  que  usaban  en  las 
antiguas  minas  del  Lago  Superior,  en  los  Estados  Unidos.  En  Cabo  Blanco, 
dice  don  Felipe  Molina,  que  se  encontraron  muchos  objetos  antiguos.  Squier 
habla  de  cinco  vasijas  de  barro,  que  se  descubrieron  en  unos  sepulcros  y  de 
una  hacha  de  cuarzo  verde,  que  le  pareció  una  de  las  obras  más  perfectas  que 
se  han  desenterrado  en  Centro-América. 

Por  el  cabo  de  Gracias  a  Dios,  descubrió  el  mismo  arqueólogo  americano, 
varios  túmulos  y  objetos  curiosos ;  pero  merecen  más  atención  los  teocalis  de 
Ometepec  y  las  ruinas  de  los  templos  de  Chontales,  En  las  faldas  del  Momo- 
tombo,  cuyo  descenso  forma  una  bahía  en  el  lago,  dícese  que  hubo  una  gran 
ciudad  indígena,  cuyas  ruinas,  según  Brasseur  de  Bourbourg,  aún  se  ven  bajo 
del  agua.  En  algunos  sepulcros  hánse  descubierto  lanzas  y  otros  objetos  his- 
tóricos. En  Zapatero  se  halló,  una  celta  de  cristal  de  roca,  otra  de  granito  y 
otra  de  basalto,  consideradas  todas  por  Mr.  Boile  como  muy  antiguas  y  raras 
en  América.  En  Brito,  en  Rivas  y  en  otros  puntos  de  Nicaragua,  se  han  des- 
enterrado ídolos  de  piedra  y  de  barro,  así  como  estatuas  de  tamaño  natural, 
representando  guerreros,  figuras  de  soles  y  lunas,  monstruos  y  animales  raros. 
En  la  isla  Momotombito  había  un  grupo  de  estatuas  que  formaban  un  cuadro, 
según  explica  detalladamente  Bancroft,  habiéndose  llevado  algunas  al  Smitho- 
nian  Institution  de  los  Estados  Unidos. 

Algo  de  misterioso,  dice  egte  historiador  que  presentan  las  ruinas  y  obje- 
tos antiguos  de  Nicaragua,  bien  que  no  pueden  ofrecer  el  mismo  interés  que 
las  de  otras  regiones,  como  Guatemala,  en  donde  la  civilización  indiana  era  más 
antigua  y  arraigada.  El  Dr.  J.  F.  Brandsford  escribió  una  obra  importante  en 
Washington,  el  año  1881,  con  el  título  de  Archeological  Researches  in  Nicara- 
gua.    Las  más  bellas  muestras  de  las  ruinas  y  objetos  de  arte  de  este  país  se 


-258- 

hallan  en  el  Museo  Peabody,  en  el  Instituto  Smithoniano  y  en  el  Museo  Real 
de  Suecia  en  Stokolmo. 

En  la  mayor  parte  de  las  estatuas  encontradas  en  la  isla  Zapatera  se  ven 
los  órganos  de  la  generación  mas  grandes  que  los  naturales,  circunstancia  que 
corrobora  la  idea  de  Squier,  de  que  en  el  culto  religioso  había  mucho  de  fálico 
y  de  principios  recíprocos.  Enormes  priapos  se  han  llevado  también  de  aque- 
llas ruinas  para  los  museos  extranjeros.  En  la  isla  de  Ometepe  (Ometepetl, 
dos  montañas)  se  han  encontrado  preciosos  specimens  de  antigüedades  raras, 
que  desde  el  año  1849  fweron  popularizadas  por  el  referido  Squier,  quien  regaló 
al  Instituto  Smithoniano  una  máscara  de  cobre,  un  ídolo  de  piedra,  un  animal 
acostado  en  forma  de  tigre,  etc.     ("Nicaragua".     T.  11.  P.  87). 

El  Dr,  Brandsford  llevó  al  Museo  Nacional  de  Washington  más  de  ocho- 
cientas muestras  de  la  riqueza  arqueológica  de  Nicaragua,  que  yo  tuve  ocasión 
de  estudiar  ahí,  recordando  ahora,  entre  otros  objetos  curiosos,  una  urna  fune- 
raria muy  análoga  a  las  que  se  han  encontrado  por  Huehuetenango  de  Guate- 
mala. El  profesor  Boballius,  sabio  alemán,  encontró,  en  1882,  antigüedades 
nicaragüenses  que  describe  en  dos  obras  muy  eruditas.  Todo  eso  revela  una 
civilización  anterior  a  la  que  los  nahoas  introdujeron  por  aquellas  bellísimas 
regiones.  En  Nijai)a  se  encuentran  esculturas  en  las  rocas  y  muy  peregrinas 
pinturas,  como  la  Serpiente  con  Plumas :  Gucumatz. 

Las  ruinas  de  Palemke,  Chichén-Itzá,  Uxmal,  Yaxchilán,  que  están  en 
México ;  Piedras  Negras,  Cedral,  Tikay  y  Kiriguá,  en  Guatemala ;  y  Copan  en 
Honduras,  son  antiquísimos  restos  de  una  gran  cultura  indígena,  anterior  a  los 
toltecas,  y  por  consiguiente,  precedente  a  la  era  cristiana.  El  bosque  que 
cubre  las  talladas  piedras,  los  fantásticos  ídolos,  que  era  lo  único  que  de  tan 
grandes  edificios  quedaba  en  tiempo  de  Moctezuma,  confirman  que  tales  restos 
son  de  una  ancianidad  asombrosa  (i). 

Las  ruinas  de  Nackeún  muestran  cuatro  templos  mayas,  que  revelan  un 
antiquísimo  imperio,  cuyos  despojos  han  permanecido  por  siglos  entre  la  vege- 
tación lujuriante  del  Peten,  que  es  en  América  el  Egipto  de  este  Continente, 
y  cuya  riqueza  aún  no  se  conoce  bien  todavía.  Ahí  van  a  renacer  populosas 
ciudades,  después  que  el  silencio  del  bosque  impenetrable,  abandone  aquellas 
sombras.  Esas  ruinas  de  Nackeún,  las  descubrió  el  conde  de  Périgny,  hace 
pocos  años,  pues  aunque  se  sabía  su  existencia  por  algunos  chicleros  de  Benque 
Viejo,  fué  ese  anticuario  francés,  quien  las  describió.  Antes  estuvo  cerca  de 
ellas  Teoberto  Maler,  sin  llegar  a  visitarlas,  y  presupuso  su  situación  en  el  in- 
teresante mapa  que  hizo  de  aquellos  solitarios  contornos. 

La  cerámica  centro-americana  ha  llamado  mucho  la  atención  en  Europa  y 
en  Estados  Unidos.  Los  vasos,  ánforas;  y  otros  objetos  de  indiscutible  im- 
portancia, tienen  mucho  valor.     Los  quichés,  como  los  incas,  fabricaban  unos 


(1)    Antisnia  América,  por  Baldwin,  escrita  en  insrlés  y  trachieida  al  castellano  pí>r  Atonio  Katres. I. 
para  "La  Sociedad  Económica,"  año  1876. 


—  259  — 

jarros  fúnebres,  llamados  iiorones,  que-  producían  plañideros  lamentos  y  ecos 
tristísimos.  Lo  esbelto  de  los  contornos  y  puro  de  las  líneas  da  a  las  obras 
de  los  quichés  mucho  realce,  entre  lo  tosco  de  las  de  los  otros  indios. 

j  Cuánto  tiempo  y  trabajo  costaría  a  los  primitivos  aborígenes  adquirir  la 
profunda  cultura,  que  se  revela  en  las  ruinas  de  sus  monumentos.  Ellos  con- 
servan rastros  científicos,  épocas  y  ciclos  marcados,  aspiraciones  vagas,  memo- 
rias remotísimas,  en  una  palabra,  el  espíritu  de  una  raza! Después  quedó 

todo  destruido,  en  silencio,  en  selvático  abandono.  Hoy,  los  Goodman,  los 
Thomas,  los  Charencey,  los  Périgny,  los  sabios  arqueólogos,  historiógrafos  y 
anticuarios,  interrogan  a  aquellas  esfinges,  que  les  responden  al  través  de  las 
edades.     El  alma  de  las  razas  autóctonas  aún  permanece  dormida. 

Cuando  se  contemplan  los  despojos  de  la  sabia  Atenas  y  de  la  poderosa 
Roma,  entre  grandiosos  circos,-  esbeltas  columnatas  y  soberbios  arcos,  cómo 
que  se  respira  una  atmósfera  de  melancolía,  saturada  de  veneración,  al  recor- 
dar los  memorables  hechos,  que  han  convertido  todo  aquello  en  una  especie 
de  santuario  restaurado ;  cuando  se  transitan  las  estrechas  calles  de  Herculano 
y  de  Pompeya,  se  descvibre  entre  los  amarillentos  escombros  y  los  viejos  mu- 
ros, que  ostentan  todavía  pinturas  e  inscripciones,  las  huellas  horrendas  del 
cataclismo  súbito,  de  la  erupción  espantosa  del  Vesubio ;  pero  cuando  recorre 
el  anticuario  los  restos  de  las  primitivas  ciudades  de  Centro-América,  se  deja 
ver,  al  trasluz  de  los  corpulentos  árboles,  por  entre  los  animales  salvajes  y  el 
musgo  plomizo,  la  acción  inclemente  de  los  siglos,  que  apenas  ha  respetado  el 
geroglífico  en  la  piedra,  cómo  para  que  no  perezca  la  memoria  de  civilizacio- 
nes muertas,  cuyos  hieráticos  signos  permanecen  en  su  mayor  parte  indesci- 
frables, cual  la  misteriosa  esfinge  de  impasibilidad  aterradora.  Al  rozar  el 
ala  del  tiempo  aquellas  viejas  inscripciones,  dejó  un  recuerdo  cristalizado  como 
las  gotas  de  rocío  que  la  noche  deja  sobre  el  cáliz  de  las  marchitas  flores,  a 
manera  de  temblorosas  lágrimas.  La  eternidad  hallaría,  por  esos  agrestes  con- 
tornos solitarios,  en  donde  reposar  un  instante  de  su  infatigable  curso.  Acaso 
la  cuna  del  hombre  se  haya  mecido  en  tan  remotas  soledades.  Por  ahí  llegó 
al  cénit  el  sol  del  progreso  antiquísimo,  y  fué  el  astro  descendiendo  hasta 
producir  sólo  sombras.  Diríase  que  los  bejucos  que  hoy  se  retuercen  por  entre 
las  carcomidas  ruinas,  las  verdes  hojas  que  esmaltan  los  monolitos  rotos  y 
la  hiedra  silvestre  que  corona  los  ídolos  fantásticos,  son  halagos  de  la  natura- 
leza tropical,  que  acaricia  aun  aquellas  remotas  necrópolis,  como  si  lucharan 
pertinaces  con  el  tiempo,  cuya  mano  destructora  hace  siglos  que  se  posa  sobre 
las  venerables  reliquias  de  esas  paradisíacas  comarcas.  En  los  cataclismos 
de  este  suelo,  poblado  de  volcanes,  escucharíase  como  preludio  de  muerte,  la 
respiración  prolongada,  ardiente,  intensa,  inextinguible,  de  aquellos  gigantes, 
que  en  un  momento  de  embriaguez  diabólica,  harían  estallar  millones  de 
fraguas  subterráneas,  donde  retumbaban  los  ciclópeos  golpes  sobre  invisibles 
yunques. 


—  26o  — 

Los  istmos,  aristas  entre  dos  colosales  masas  de  tierra,  al  fin  perecen. 
Resisten  menos  a  los  grandes  cambios  étnicos.  La  vida  viene  de  los  Continen- 
tes. Las  islas,  astillas  esparcidas  sobre  el  mar,  después  de  geológica  catás- 
trofe, no  se  prestan  al  principio  de  la  creación.  Las  conchas,  los  insectos,  las 
libélulas,  los  infusorios,  son  el  origen  de  nuestras  soberbias  montañas.  Para 
Dios  no  hay  grande,  ni  pequeño,  pasado,  presente,  ni  futuro.  La  Potencia 
Creadora  siempre  existió  y  nunca  dejará  de  existir ;  todo  es  uno.  Por  eso, 
cuando  nos  inclinamos  a  los  abismos  que  se  han  tragado  las  primitivas  nacio- 
nes civilizadas  de  Centro-América,  no  podemos  dejar  de  sentir  el  vapor  d^ 
sangre  y  lágrimas  elevado  desde  su  seno  a  la  eternidad,  y  ver  en  la  destruc- 
ción irremisible  que  ha  desvanecido  hasta  sus  cenizas,  dejando  tristes  ruinas, 
en  donde  ni  los  fuegos  fatuos  brillan,  un  destino  siniestro,  que  acabará  con  las 
pocas  alquerías  que  quedan  de  los  antiguos  dueños  de  estas  hermosaá^omar- 
cas,  cuyos  altares  derruidos,  palacios  apenas  perceptibles,  geroglíficos  agn  no 
comprendidos  y  mudas  esfinges,  desaparecerán  por  completo,  al  través  del 
tiempo,  ahí,  en  donde  otra  civilización  tiene  que  surgir  en  pos  de  la  exuberante 
tierra  y  de  su  envidiable  situación  geográfica. 

Esas  ruinas  antiquísimas  son  hieráticas  reminiscencias  de  pueblos  des- 
aparecidos, sobre  las  que  se  extiende  el  silencio  de  las  tumbas.  Los  siglos  han 
desfilado  por  aquellas  soledades,  y  queda  solo  la  quietud  de  las  selvas,  la  me- 
moria de  generaciones  muertas,  el  gesto  borroso  de  edades  esfumadas.  El 
geroglífico  no  descifrado  aún,  conserva  la  historia  confusa  de  imperios  y  ciu- 
dades que  tuvieron  cultura  remota.  Los  monumentos  sagrados  revelan  la 
aspiración  al  culto,  el  anhelo  por  una  vida  mejor.  Los  bajo-relieves  de  un 
templo  en  ruinas  nos  deja  conocer  muchas  veces  el  pensamiento  de  los  anti- 
guos indios.  Las  formas  fugitivas  y  ondulantes  de  aquellas  teocráticas  agru- 
paciones quedaron  grabadas  en  las  piedras  de  los  desi)ojos  sagrados.  La  masa 
nebulosa  de  líneas  indecisas  responde  a  la  inmovilidad  de  pueblos  que  deja- 
ron, en  geroglíficos,  el  secreto  de  sus  misterios,  entre  lo  más  enmarañado  de 
tropicales  bosques,  merced  al  odio  del  inclemente  conquistador  y  a  la  negli- 
gencia punible  de  los  que  ven  indiferentes,  desmoronarse  aquellos  monumentos 
de  civilizaciones  remotísimas  (i). 

.  ^ 

(1)    Historia  (le  la  Aniírlca  antecolooiMna.-  Francisco  Pi  y  Manfall. 


CAPITULO  VIII 

QUICHES,   CAKCHIQUELES,  TZUTUGILES 


SUMARIO 

Territorio  y  límites  de  los  primitivos  quichés.  —  Principales  cindad-s  de  la  re- 
gión auirhé.  —  Su  arquitectura.  —  Nombres  de  animales  que  caracterizaban  a  ciertas 
agrupaciones  indígenas.  —  Zoolatría  primitiva.  —  Guerras  sangrientas.  —  Pestes 
asoladoras.  —  Cronología  de  los  reyes  de  Guatemala.  —  La  casta  guerrera.  —  Tanub, 
fundador  del  Quiche.  —  Utatlán.  —  Los  cakchiqueles.  —  Xotemal.  —  Reyes  quichés 
y  cakchiqueles.  —  Los  Tzutugiles.  —  Guerras  y  sublevaciones.  —  Don  Pedro  de  Al- 
varado  supo  explotar  las  sublevaciones  y  disturbios.  —  La  desunión  perdió  a  los 
indios.  —  La  civilización  celta  no  vino  a  informar  la  cultura  auiché,  como  algunos 
piensan.  —  De  cuándo  data  el  reino  QUICHE  GUATEMALTECO.  —  Guerras  en- 
tre quichés  y  cakchiqueles.  —  Cronología  de  los  reyes  del  Quiche.  —  Plano  de  Pati- 
namit.  —  Nimá-quiché.  —  Tradiciones  quichés.  —  Palemke  fué  la  ciudad  sagrada  de 
los  quichés.  —  La  transmigración  tolter?.  —  Se  rebate  a  Chavero.  —  Cultura  autóc- 
tona de  los  quichés.  —  Anales  de  los  cakchioueles.  —  Manuscrito  de  Xihalá,  —  Me- 
morial de  Tecpán  Atitlán.  —  Obra  de  Brinton.  —  Notas  de  don  Juan  Gavarrete  a  la 
historia  de  Guatemala,  de  Sánchez  de  León.  —  Familias  que  ascendían  al  trono  cak- 
chiquel.  —  Como  hacían  el  comercio.  —  Importancia  que  tenía.  —  Fisonomía  his- 
tórica. —  Patinamit  o  Tecpán  Guahutemalán.  —  Plano  de  esa  capital. 


Traspasando  el  Usumacinta,  por  la  montañosa  península  maya,  se  hallaba 
de  este  lado  del  soberbio  río,  la  nación  Quiche  que  comprendía  una  extensa 
faja,  desde  Xoconochco  (Soconusco)  en  el  Pacífico,  Chiapas  y  Tabasco,  hasta 
una  gran  parte  de  Guatemala.  Al  poniente  de  la  tierra  maya  extendióse  la 
quiche,  dividida  por  las  aguas  de  aquel  caudaloso  río;  al  norte  tuvo  por  límite 
dicha  región,  las  ondas  del  golfo  mexicano,  al  sur  el  océano,  y  al  poniente  el 
istmo  llamado  Dani-Gui-Bedji  (monte  de  tigres)  que  los  mexicanos  convirtie- 
ron en  Tehuantepec.  Llegaba  hasta  las  ruinas  de  Mitla  y  Xibalba  (lugar  de 
los  muertos). 

En  Soconusco  había  una  gran  ciudad  de  los  mam  (antepasados)  en  donde 
estaba  la  mujer,  con  tapianes,  cuidando  el  tesoro  de  Votan  ;  en  donde  se  conser- 
vaban los  tapires,  sagradas  memorias  de  la  antigua  religión  ;  en  donde  la  lengua 
era  más  arcaica ;  en  donde  se  refugiaron  los  más  audaces  de  la  raza  quiche, 
huyendo  de  las  invasiones  nahoas,  y  buscando  abrigo  entre  el  mar  y  las  mon- 
tañas.    Aquella  tierra  del  cacao  llegó  a  tener  gran  riqueza. 

En  el  centro  de  la  región  quiche  se  hallaba  Nachán,  ciudad  defendida  por 
la  fortaleza  Chapa-Nanduimé,  nombre  del  cual  los  méxica  hicieron  Chiapa  y 
los  españoles  Chiapas.     Comitán,  Huehuetenanco  (hoy  Huehuetenango)  Yax- 


202  — 

bité  (Ocotcinco)  Iximché,  con  la  ciudad  importantísima  de  Cumarcaah,  nom- 
brada más  tarde  Utatlán,  (lugar  abundante  de  bambú)  pertenecieron  después 
a  la  nación  quiche.     La  frontera  era  Túmbala,  que  separal)a  la  tierra  quiche 
de  la  maya  y  de  la  de  los  lacandones,  el  país  de  los  tucurub  o  tecolotes  (buhos). 
^^^...-^  Los  cakchifjueles  se  llamaban  el  pueblo  del  zok,  (murciélago),  los  quelcnes 
0^C^    (papagayos),  los  balam  (tigres),  los  gch  (venados)  y  había  otras  agrupaciones 
(/  con  nombres  de  animales.     La  zorra,  el  coyote  y  el  jabalí  formaban  la  primi 

tiva  zoolatría  de  los  quichés ;  así  la  tierra,  el  lago  y  el  mar  representaban  las 
fuerzas  de  la  naturaleza.  Decían  que  la  tierra  era  una  jicara  verde  y  el  cielo 
un  cajete  azul  (Ximénez)  mientras  que  el  Huracán,  el  dios  airado,  destruía  sus 
chozas  y  hacía  naufragar  sus  cayucos.  Kl  trueno  era  la  voz  del  Huracán  y  el 
rayo  su  saeta.  Cabracán,  la  divinidad  del  terremoto,  y  a  la  tierra  la  llamaban 
Chiracán,  cráter  largo,  ora  porque  lo  consume  todo,  ora  porque  las  moutañas 
del  Quiche  forman  extensa  cadena  con  incontables  cráteres,  que  frecuentemen- 
te sacudían  el  suelo  y  hacían  temblar  las  aguas.  Aquel  culto  era  grandios 
como  la  región  tropical  en  que  existia,  como  las  ciudades  que  los  quichés  k- 
yantaron  en  el  transcurso  de  los  siglos,  mediante  una  casta  guerrera  y  teo- 
crática. 

Era  Cabracán  el  más  temido  de  los  dioses,  porque  en  aquella  zona  de  crá- 
teres volcánicos,  de  convulsiones  seísmicas,  de  cataclismos  tremendos  eran 
frecuentes  los  desastres  causados  por  los  terremotos,  que  ponían  pavor  en  el 
ánimo  de  los  aborígenes,  y  que  en  posteriores  tiempos  han  arruinado  riquísi- 
mas ciudades. 

La  cosmogonía  quiche  se  confunde'con  los  nombres  de  los  animales,  en  la 
creencia  los  indios,  de  que  cada  uno  de  ellos  estaba  íntimamente  ligado  con  un 
bruto,  al  cual  se  hallaba  adscrito.     Votan  decía :     "Yo  soy  culebra". 

Es  curioso  remontarse  con  la  mente  a  aquellos  tiempos,  en  que  los  pue- 
blos autóctonos  de  la  región  quiche  disfrutaban  de  una  cultura  original,  cuyas 
ruinas  antiquísimas  demuestran  que  tuvieron  artes  adelantadas,  edificios  con 
pirámides,  como  las  de  Quigola,  templos  como  los  de  las  riberas  del  Usuma- 
cinta,  arcos  de  triangulares  bóvedas,  como  los  de  Potonchán,  y  corredores  con 
arquería  simétrica,  cual  los  de  los  egipcios.  El  estuco  de  sus  muros,  los  mo- 
nolitos de  sus  columnas,  los  bajo-relieves,  las  figuras  fantásticas,  las  estatuas, 
las  piedras  talladas,  los  geroglíficos  y  demás  monumentos  que  las  fantasías 
acaloradas  de  Waldeck  y  de  Bourbourg  harto  exajeraron,  se  estiman  en  justi- 
cia por  anticuarios  sensatos,  como  Stephens  y  Bancroft,  que  describen  detalla- 
damente la  gran  civilización  de  los  antiguos  quichés. 

La  tradición  y  la  leyenda  indianas  cuentan  de  un  antiquísimo  país,  en  el 
lejano  oriente,  del  cual  vinieron  en  remotos  tiempos  los  quichés.  No  se  paga- 
ban gabelas  en  aquella  tierra,  ni  se  adoraban  ídolos  de  piedra  o  barro.  Oraba 
el  hombre  al  ver  la  luz  del  sol  naciente  y  se  prosternaba  para  despedir  al  astro 
rey  con  el  vespertino  crepúsculo.     Entonces  vivían  las  tribus  de  los  Tepén, 


—  263  — 

Olomán.  Cohah,  Qnenech  y  Ahaii.  Guiadas  por  valientes  jefes  llegaron  a 
Tula,  al  sur  del  Anahuac  y  Centro-América.  Así  apareció  Quezalcoatl  en 
Cholula,  Votan  en  Chiapas,  Wixepecocha  en  Oajaca,  Zamná  y  Cukulcán,  con 
sus  diecinueve  discípulos  en  Yucatán  y  Gucumatz  en  Guatemala.  La  cultura 
tolteca  llegó  a  la  región  de  Iximché  y  a  la  ciudad  de  Gumarcaah,  conocidas  más 
tarde  por  Cuahutemalán  o  Guatemala  y  por  Utatlán. 

Refiere  la  tradición  que  Nimaquiché,  por  orden  de  sus  dioses,  abandonó 
Tóllan  y  llegó  al  fin  al  pintoresco  lago  de  Atitlán.  Axopil,  hijo  de  aquel  pa- 
/  triarca,  fué  jefe  de  los  quichés,  cakchiqueles  y  tzutuhiles,  el  primer  monarca 
i/^  •  dejGnatemnla  Todo  ésto  pasó  mil  años  después  de  Cristo  (i).  La  Ciudad 
de  la  Luz  (Tóllan  o  Tonatlán)  fue  la  cuna  de  donde  salieron  los  civilizadores 
dejas  torras  centro-americanas  (2).  Había  en  Utatlán  muchos,  grandes  y 
maravillosos  templos  de  sus  dioses,  y  algunos  edificios  públicos,  según  la 
"Relación  de  Pedro  de  Alvarado.  (Biblioteca  de  Autores  Españoles,  To- 
mo XXII). 

Por  más  que  sostengan  algunos  que  la  civilización  celta  vino  a  informar  la 
cultura  maya-quiché,  lo  cierto  es  que  aquella  no  llegó  a  nuestro  Continente. 
Si  hubo  entre  esos  indios  costumbres  que  parecen  escitas,  como  el  uso  del 
calzón,  de  la  mitra  y  de  algunos  utensilios,  también  existieron  prácticas  que 
recuerdan  a  los  egipcios,  y  voces  y  signos  caldeos,  pero  eso  no  basta  para  pro- 
bar, ni  aún  para  colegir,  que  la  cultura  quiche  fuera  asiática.  Difirió  de  la 
nahoa :  en  sus  ritos  funerarios,  en  sus  ideas  teogónicas,  en  muchos  de  sus  há- 

Ibitos  y  en  no  poco  de  sus  artes.  El  Usumacinta,  en  estas  regiones,  es  el  Nilo 
entre  los  egipcios,  sin  que  aquellos  hayan  traído  por  acá  la  cultura  faraónica. 
Antes  que  hubiera  pirámides  y  esfinges,  hubo  túmulos,  monolitos,  inscripcio- 
nes y  otras  muchas  cosas,  que  ahí  quedan  en  antiquísimas  ruinas,  como  para 
atestiguar  civilizaciones  propias. 

La  América  Central  ante  la  Historia  se  pierde  en  lo  más  remoto  de  las 
edades  prehistóricas.  Sin  que  el  budismo  haya  tenido  que  inspirar  nada  a 
Votan,  ni  a  sus  sucesores.  La  tradición,  la  mitología,  si  se  quiere,  presenta  a 
ese  Patriarca  y  a  Zamná  fundiendo  razas  y  levantando  pueblos,  que  en  un  prin- 
cipio, apenas  tendrían  chozas,  gobernados  teocráticamente,  divididos  por  modo 
rudo  en  Kuses  primitivos,  y  llevando  agreste  vida,  sin  templos,  ni  palacios,  ni 
mounds,  sino  con  gran  espíritu  bélico,  fiereza  nativa  y  porvenir  expansivo. 
Las  columnatas,  los  salones,  las  pirámides,  los  castillos,  los  túmulos,  las  puer- 
tas, los  arcos  y  la  gran  cultura  ulterior,  fueron  progresiva  obra  de  muchos 
siglos.     En  el  VI  de  nuestra  era  alcanzó  gran  auge  y  explendor. 

"Todo  el  sensualismo  de  los  reinos  antiguos  de  Asia,  el  lujo  oriental,  la  vida 
sibarita,  encuéntranse  en  la  historia  del  famoso  pueblo  quiche,  cuyos  nobles 
usaban  brillante  indumentaria,  ricos  tapices,  mullidos  lechos,  además  de  vis- 


(1)  Xlménez.    Popol  Vuh. 

(2)  The  Maya  Cronlelcs.     Ilrinton. 


204  — 

tosas  plumas,  ataviadas  esteras  para  ricos  festines,  abanicos  finísimos,  sillones 
cómodos,  caprichosos  muebles,  alhajas  valiosas,  oro  y  plata  labrados,  estucos, 
esculturas  y  pinturas  raras.  Guerreros  de  relucientes  penachos,  sacerdotes  de 
mitras  colosales,  mujeres  ornadas  de  flores  y  con  vestidos  abigarrados,  aros 
en  los  muslos,  pulseras  en  los  brazos,  elegante  faldellín  atado  con  ancha  faja, 
collares  de  perlas  y  pulidas  esmeraldas,  sin  que  les  faltara  el  característico 
nassén.  "En  los  ritos,  suntuosas  ceremonias,  en  los  templos  deslumbrante 
majestad,  sacerdotes  con  trajes  riquísimos,  fastuosas  procesiones,  acompaña- 
das de  sonoros  instrumentos  músicos  y  de  bailes  fantásticos.  Un  pueblo  albo- 
rozado, llenando  las  anchas  calles  de  una  ciudad  que  podía  compararse  con 
Menfis  o  con  Tebas.  Y  ese  cuadro  no  es  una  ficción,*  es  el  resultado  preciso 
que  en  nuestros  cálculos  nos  dan  cifras  conocidas  e  indiscutibles,  los  monumen- 
tos que  aún  están  en  pie  para  atestiguarlo".  ("México  a  través  de  los  siglos," 
T.  i.P.  217). 

Todos  los  descendientes  de  la  familia  tolteca  tenían  muciios  rasgos  de 
avanzada  cultura.  Aún  se  les  observa  con  interés,  admirándolos  muchas  ve- 
ces, como  ha  sucedido  al  que  escribe  las  presentes  líneas.  Ellos  son  de  estatu- 
ra regular,  color  bronceado,  ojos  negros  rasgados,  pómulos  salientes,  labios 
gruesos,  dientes  finísimos  y  blancos,  nariz  aguileña,  cabellos  lisos  y  sumamente 
negros,  frente  deprimida,  sonrisa  expresiva,  que  contrasta  con  lo  severo  y 
melancólico  del  resto  superior  de  la  cara.  De  admirable  fuerza  estática,  de 
gran  paciencia,  de  nervudos  músculos  acerados,  de  carácter  apático;  pero  ven- 
gativo y  cruel,  cuando  sale  del  modo  monótono  de  vida  material  a  que  se  halla 
reducido. 

Se  asegura  que  en  el  siglo  XI,  dejaron  estos  aborígenes  su  jirimer  territo- 
rio, quedando  en  abandono  Palemke,  Copan,  Kiriguá  y  otras  ciudades  anti(|ui- 
simas,  muy  adelantadas  para  su  época.  ¿Cuál  fué  el  motivo  de  esa  inmigra- 
ción? ¿Por  qué  vinieron  por  las  regiones  de  Guatemala?  Hemos  creído  en- 
contrar la  clave  de  ese  problema,  dice  don  Alfredo  Chavero,  en  un  párrafo  (1< 
la  crónica  de  Remesal.  Refiere  el  historiador  dominicano  que  vinieron  a  Ni 
caragua,  en  tiempos  muy  antiguos,  unas  gentes,  que  se  quedaron  en  el  lugar 
que  ocupó  Chiapa-Nanduimé,  y  poblaron  un  peñón  áspero,  a  orillas- de  un  río 
grande.  Este  solo  hecho  bastaba  para  probar  la  invasión,  y  para  que  buscá- 
semos algunos  datos  en  la  lingüística  comparada,  siquiera  fuese  en  tradiciones 
aisladas. 

La  lingüística  comparada  nos  presenta  en  el  istmo,  el  punto  avanzado  de 
una  invasión  detenida  por  los  zapoteca,  a  los  huabes,  que  algunos  han  llamado 
también  huazontecos.  La  tradición  conservaba  perfectamente  el  recuerdo  de 
que  los  huabes  eran  extraños  que  llegaron  al  territorio  centro-americano  de 
la  parte  del  sur,  por  guerras  que  de  su  primitivo  país  los  despojaron.  Habien- 
do encontrado  en  Dani-Gui-Bedjé  a  los  Mixes  los  arrojaron  a  las  montañas. 
Los  Mixes  y  los  Zeques,  que  se  extendieron  a  derecha  e  izquierda  del  istmi. 


la  costa 
eTIstmo,  íh^ 

quedase     X 
igiase  en    \J 


-265- 

y  que  por  lo  tanto,  eran  los  restos  del  pueblo  expelido  por  los  huabes,  son  de 
familia  mixteco-zapoteca.  Los  huabes  permanecieron  independientes,  por 
muy  largos  años,  hasta  que  los  méxica  conquistaron  Tehuantepec,  en  tiempo 
de  Moctezuma,  y  quedaron  sujetos  a  este  monarca,  aunque  poco  después  ocu- 
paron la  región  los  reyes  mixteca  y  zapoteca,  que  después  se  unieron. 

Pues  bien,  el  huabe  tiene  gran  analogía  con  el  nagradán  de  Nicaragua,  y 
lo  mismo  sucede  con  el  chapaneco;  a  su  vez,  por  los  estudios  de  Mr.  Brinton, 
sabemos  con  certeza,  que  el  chapaneco  o  mangue  de  Chiapas  es  hermano  del 
mangue  de  Nicaragua,  y  éste  lo  es  del  aimará  del  Perú.  Ya  ahora  nos  expli- 
camos perfectamente  la  tradición  conservada  por  Remesal,  y  la  emigración  de 
los  quichés.  Por  guerras  y  conmociones  que  hubo  hacia  el  Perú  y  que  alcan- 
zaron a  Nicaragua,  los  habitantes  de  esta  región,  siguiendo  al  parecer  la  costa 
oriental,  penetraron  en  los  valles  del  Usumacinta  y  continuaron  hasta 
en  donde  fueron  detenidos  por  los  zapoteca;  de  donde  resultó  que 
destruida  la  a-ñeja  civilización  palencana,  que  el  pueblo  antiguo  se  refugi 
la  costa  de  Zakloh-Pakab  y  que  los  quichés  bajaran  a  Iximché,  a  fundar  un 
nuevo  reino.  Viene  a  ser  confirmación  de  esto,  que  lo  mismo  se  encuentran 
chontales~al  sur  de  Nicaragua  que  en  las  costas  del  Potonchán  y  Xicalango, 
lugares  en  que  el  chontal  significa  extranjero.  Ya  hemos  dicho  que  probable- 
mente tuvo  lugar  esta  invasión  a  fines  del  siglo  XI. 

Data,  pues,  de  esa  época  eljreino  quiche-guatemalteco, jque  no  tuvo,  por 
cierto  todo  el  auge  que  alcango  la  región  antiguado  primitiva  quiche.  Los 
nicaraguanos  en  su  invasión  por  la  costa  oriental,  barrieron  la  antigua  cultura 
de  Kiriguá,  Copan  y  Palemke,  que  en  su  camino  encontraron ;  pero  ellos  a  su 
vez  sufrieron  las  invasiones  meca  y  nahoa,  como  se  comprende  por  hallarse 
el  idioma  náhuatl,  en  Nicaragua,  poco  adulterado,  y  no  tanto  como  debiera 
haberlo  sido,  en  mérito  de  la  distancia  a  que  se  llevó  y  después  del  transcurso 
de  los  siglos.  La  mitología,  los  ritos,  el  calendario,  los  trajes  y  las  costumbres 
de  algunas  tribus  de  Nicaragua,  se  asemejan  a  los  méxica. 

"Los  primeros  y  principales  caciques  kichés,  fueron  Xebec  y  Nehaib  que 
trajeron  más  de  cien  pueblos  para  venir  a  Otzoyá  (Totonicapán)  que  era  de 
indios  mames.  Mas  tarde  hubo  otra  conquista  del  reyezuelo  Kicab,  nieto  de 
aquellos  caciques,  quien  venía  coronado  con  esplendentes  joyas,  lleno  de  perlas 
y  esmeraldas,  con  oro  y  plata  en  todo  su  cuerpo.  Entró  por  Excamul  (volcán 
junto  al  pueblo  de  Santa  María  de  Jesús)  mató  al  principal  llamado  Chunca- 
kyoc,  despojóle  de  sus  riquezas  y  atormentó  cruelmente  a  todos  los  naturalesJ 
Uniéronseles  trece  cabezas  de  calpules,  trayendo  mucha  gente  y  pasaron  a  con- 
quistar  a  los  indios  de  la  costa  que'^eran  achíes,  por  el  sitio  de  Ixetulul  (hoy  i 
Patulul).  Viendo  los  demás  pobladores  de  Mazatenango,  Cuyotenango,  Za-. 
potitlán,  Samayaque,  Sambó,  etc.,  el  poder  de  aquellos  caciques,  vinieron  al 
pueblo  de  Xetulul,  en  una  loma,  en  donde  habían  hecho  alto,  y  les  trajeron  mu- 
cho cacao,  y  llegaron  a  darles  paz  y  le  cedieron  dos  ríos,  Zamalá  y  Ucús.     Des- 


—  266  — 

pues  le  ofrecieron  de  presente  otros  dos  ríos,  el  Nil  y  el  Xab,  que  producían 
gran  cantidad  de  pescado,  camarón,  tortugas,  higuanas  y  otras  muchas  cosas 
que  les  sacaban  para  el  cacique  don  Kicab".  ( i ) 

Fué  el  reino  extenso  de  Goathemala — dice  Fuentes  y  Guzmán — fundado 
por  el  valor  de  cuatro  generosos  mancebos,  hermanos  por  su  sangre,  de  la  es- 
tirpe de  los  toltccas,  lá  más  ilustre  de  cuantas  por  estas  regiones  se  esparcieron. 
Uno  de  esos  hermanos  fundó  el  señorío  de  Quelenco  y  las  poderosas  agrupa- 
ciones de  Chiapa,  con  señalamiento  de  términos  y  confines.  El  otro  hermano 
estableció  la  rica  provincia  de  la  Verapaz,  llegando  su  dominio  a  los  últimos 
lindes  del  Golfo  Dulce,  por  la  parte  del  norte.  El  tercero  de  ellos  fué  el  proi^fe- 
nitor  de  los  Mames  y  de  los  Pocamanes,  y  el  cuarto  hermano  dio  principio  y 
nombre  a  los  Quichés,  Cakchiqueles  y  Tzutugiles.  Estas  tres  naciones  crecie- 
ron mucho  y  llegaron  a  subyugar  a  las  otras. 

La  ambición  fué  motivo  de  cruentas  guerras,  entre  aquellos  poderosos 
reinos,  habiendo  llegado  Acxopil  a  hacerse  temer  y  a  vencer  como  rey  absoluto, 
hasta  la  edad  de  ciento  diez  años,  cuando  abrumado  ya  con  el  peso  de  la  vida, 
entregó  a  su  hijo  Xotemal  la  parte  cakchiquel,  que  es  Goathemala,  y  a  su  hijo 
Acxicuat  la  que  pertenecia  al  Tzutuhil,  Aquel  viejo  monarca  quedóse  con  lo 
más  poderoso  y  rico  de  Utatlán,  disponiendo  que  a  su  muerte  lo  heredase 
Xotemal. 

Kumarcaah  o  Utatlán  fue  la  gran  capital  del  reino  quiche,  con  doscientos 
mil  habitantes,  un  famoso  Alcázar,  cuyas  ruinas  aún  se  contemplan,  habién 
dolas  destruido  casi  los  mismos  que  han  aprovechado  la  piedra  en  particulan 
construcciones.  En  Xol-habah,  que  hoy  llaman  Joyabá,  y  significa  entre  la. 
piedras,  so  ven  restos  de  antiguos  edificios.  El  adoratorio  de  Zak-Kubá-ha  era 
la  casa  blanca  del  sacrificio,  en  una  ciudad  hierática,  que  en  ciertas  éjKKas  era 
visitada  i)or  las  romerías.  En  varios  otros  lugares  quedan  vestigios  de  la  gran- 
deza de  los  quichés. 

El  Isagoge  Histórico  asegura  que:  "Dominaban  los  reyes  del  Quiche  1. 
mayor  y  mejor  parte  de  este  reino  de  Goathemala,  en  más  de  doscientas  legua 
por  las  costas  del  mar  del  Sur,  y  en  todas  las  tierras  altas  que  le  corresponden  : 
pero  no  habían  extendido  su  dominación  por  las  costas  del  mar  del  Norte,  ni 
a  las  montañas  vecinas,  como  Zoques,  Chiapas,  Tezulutlán,  que  agora  se  dice 
de  Verapaz ;  ni  se  extendía  a  las  provincias  de  Comayagua  y  Nicaragua,  y  las 
demás  que  tenían  sus  régulos  o  caciques  independientes  de  los  reyes  del 
.  Quiche". 

Después  de  muchas  luchas  entre  aquellas  naciones,  superó  el  reino  quiche, 
llegando  a  tener  por  feudataria  y  aliada  a  la  monarquía  cakchiquel.  A  principios 
del  siglo  XV,  según  cálculo  de  Brasseur  de  Bourbourg,  estalló  una  guerra 


(1)    Títulos  de  los  antiguos  nuestros  antepasados,  los  que  ganaron  estas  tierras  de  Otzoys 
(lue  viniera  la  fé  de  .lesucristo  entre  de  ellos,  el  ano  1300.    Páginas  475. 


—  267  — 

cruenta  entre  quichés  y  cakchiqueles,  habiendo  éstos  tenido  la  mejor  parte  y 
llegado  a  ocupar  un  rango  entre  los  pueblos  libres,  si  asi  pudieran  haberse 
llamado  las  hordas  humanas  de  aquellas  bellísimas  comarcas.  El  Manuscrito 
Cakchiquel  dice :  "Desde  que  la  aurora  comenzó  a  aparecer  en  el  horizonte 
y  a  iluminar  las  cumbres  de  las  montañas,  empezaron  a  oírse  los  gritos  de  gue- 
rra y  el  ruido  de  los  instrumentos  bélicos ;  las  banderas  se  desplegaron,  reso- 
naron los  tambores  y  caracoles,  y  en  medio  de  este  confuso  estruendo,  se  vio 
descender  a  los  quichés,  cuyas  largas  filas  se  movían  con  una  velocidad  asom- 
brosa, bajando  en  todas  direcciones  de  la  montaña.  Sin  embargo  los  quichés 
fueron  rompidos  y  la  confusión  se  introdujo  en  sus  filas.  La  mayor  parte  de  su 
ejército  murió  sin  pelear,  y  su  mortandaz  fué  tan  grande  que  no  se  pudo  cal- 
cular. Entre  los  prisioneros  quedaron  los  reyes  Tepepul  e  Itzayul,  que  se 
encontraron  con  su  dios  Tohil ;  el  Galel-Achí,  el  Ahpop-Achí,  el  abuelo  y  el  hijo 
del  guarda  joyas,  el  cincelador,  el  tesorero,  el  secretario  y  un  sinnúmero  de 
plebeyos,  todos  fueron  muertos."  En  Cuauthemalán  surgió  el  poderío  de  los 
cakchiqueles  al  ganar  la  batalla,  y  allí  nació  también  el  espíritu  de  conquista 
que  esos  orgullosos  indios  quisieron  poner  en  acción  contra  todos  los  habitan- 
tes de  los  lugares  limítrofes.  Había  llegado  a  su  apogeo  el  reino  cakchiquel, 
ejerciendo  influencia  decisiva  en  todo  el  istmo  de  Centro-América,  cuando  los 
españoles  vinieron  a  conquistarla. 

Desde  que  se  formó  la  monarquía  quiche,  hasta  el  siglo  XVI,  en  que  se 
apoderaron  de^llajlosconquistadores  españoles, luéjjca  yjjoderosa.  Los  azte- 
cas del  norte  y  los  quiches  del  sur,  eran  los  puebloimás  notables  de  estas  regio- 
nes, con  los  cuales  tuvieron  que  combatir  los  castellanos.  El  Popol-Vuh  sumi- 
nistra preciosos  datos  acerca  del  famoso  reino  quiche,  que  figura  dignamente 
entre  las  naciones  civilizadas  de  América,  según  la  describe  el  abate  francés, 
Brasseur  de  Bourbourg,  que  es  el  escritor  más  acucioso  acerca  de  estas  mate- 
rias, así  como  Briton  es,  sin  duda,  el  más  digno  de  crédito.  La  tiranía  de  Qui- 
cab  I  y  sus  inauditas  iniquidades ;  las  guerras  de  los  cakchiqueles  con  sus  veci- 
nos ;  y  la  naturaleza  de  aquellos  pueblos,  están  detalladamente  narradas  por 
Bancroft,  en  el  tomo  V  de  su  obra.  No  puede  dudarse  que  durante  el  período 
final  de  la  historia  primitiva  de  esos  memorables  reinos  existentes  en  Guatema- 
la, de  quichés,  cakchiqueles  y  tzutuhiles,  tuvieron  alguna  influencia  en  su  modo 
de  ser  los  negociantes  mexicanos,  que  constantemente  visitaban  las  poblaciones 
de  la  corte,  en  numerosas  carabanas  que  vinieron  a  ser  los  señores  propiamente 
de  Soconusco.  Cree  el  escritor  norte-americano  que,  a  no  haber  venido  los 
españoles,  hubieran  sido  conquistados  los  reinos  de  Guatemala  por  los  azteca". 
(Pág,  600  T.  V).  Dícese  que  Moctezuma  envió  una  embajada  a  los  cakchique- 
les pero  que  al  llegar  a  Utatlán  fué  despedida,  pasaron  a  Iximché  en  donde 
tuvo  alguna  recepción  y  al  llegar  a  Atitlán  fué  rechazada  a  flechazos.  Supó- 
nese  que  dicha  embajada  venía  a  averiguar  qué  noticias  había,  de  haber  des- 
embarcado los  extranjeros  pálidos  en  estas  tierras. 


-268  — 

En  1 5 14  ya  se  había  encendido  la  guerra  entre  quichés  y  cakchiqueles, 
cuando  sobrevino  a  estos  últimos  tal  escasez  de  provisiones  y  sufrieron  tantas 
enfermedades,  que  quedó  arrasada  la  comarca.  En  ese  nefasto  año,  el  fuego 
destruyó  a  Iximché.  En  15 19  se  suspendieron  las  hostilidades,  a  causa  de  ha- 
be  desembarcado  en  Veracruz  los  hombres  blancos.  Refieren  los  cronistas 
que  una  gran  bola  de  fuego  apareció  en  el  cielo,  tras  el  sol  poniente,  desde  que 
se  supo  la  aparición  de  los  extranjeros  pálidos  en  el  suelo  americano.  La  fa- 
mosa piedra  negra  del  templo  de  Cahbahá  fué  encontrada  partida  en  dos  partes, 
cuando  los  sacerdotes  acudieron  a  consultarla  acerca  de  la  extraña  emergencia 
del  desembarque  de  los  guerreros  barbudos.  En  1520  invadió  el  cólera  mor- 
bus  a  los  pobres  cakchiqueles,  y  después,  la  peste  hacía  que  cayeran  en  pedazos 
sus  carnes  descompuestas.  La  viruela  desoló  más  tarde  a  ese  pueblo,  haciendo 
morir  a  dos  de  sus  monarcas.  Los  de  Utatlán  abrieron  de  nuevo  las  hostili- 
dades, y  los  cakchiqueles  hambrientos,  débiles  y  afligidos,  cometieron  el  tre- 
mendo pecado  contra  su  raza  de  mandar  pedir  auxilio  a  los  invasores  españo- 
les ;  alianza  que  colmó  de  indignación  a  los  otros  pueblos,  que  se  arrojaron  con- 
tra los  de  Iximché ;  pero  sin  ningún  éxito,  porque  justamente  entonces  apare- 
ció don  Pedro  de  Al  varado,  el  famoso  conquistador  de  estas  regiones.  Muchas 
veces  se  ha  visto  en  la  hi.storia  que  de  tal  suerte  ciega  la  pasión  política — de 
todas  las  pasiones  la  más  airada — que  son  capaces  los  hombres  de  echarse  en 
manos  de  extranjeros,  siquiera  pierdan  la  autonomía,  cayendo  en  la  esclavitud 
y  buscando  la  muerte. 

Vamos  a  explicar  detalladamente  la  cronología  de  los  reyes  del  Quiche, 
derivada  de  los  tultecas. 

Nimá-Quiché  (Quiche  el  grande)  trajo  a  los  tultecas  del  imperio  de  Méxi- 
co al  reino  de  Guatemala,  por  orden  de  un  oráculo.  Después  de  algunos  años 
de  peregrinación,  y  muerto  en  ella  ese  caudillo,  llegó  aquel  pueblo  errante  a  las 
bellísimas  orillas  del  lago  de  Atitlán,  y  fijándose  ahí,  dieron  al  nuevo  reino  el 
nombre  de  Kiché.  Con  el  rey  Nimá-Quiché  venían  tres  hermanos  suyos,  entre 
los  cuales  se  dividieron  los  señoríos  de  los  Quelenes  o  Chiapanecos,  el  de  Tesu- 
lután,  hoy  Verapaz,  y  el  de  los  Pocomanes,  o  sea  parte  de  Quezaltenango  y 
todo  Soconusco.  Muerto  aquel  rey  antes  de  llegar  al  término  de  su  viaje,  o 
sea  la  tierra  de  promisión,  fué  su  hijo  Kiché-Acxopil,  el  primero  que  reinó  en 
Utatlán,  y  es  el  fundador  de  la  monarquía  quiche.  De  ésta  se  originaron  más 
tarde  la  cakchiquel  y  la  tzutuhil,  a  virtud  de  la  división  hecha  por  el  mismo 
Acxopil,  quedándose  él  con  una  parte,  y  dando  otras  dos  a  sus  hijos  Jiutcmal 
y  Acxiquat.  Hubo,  como  se  ha  dicho  ya,  sangrientas  guerras  entre  los  herma- 
nos, promovidas,  las  principales,  por  el  rapto  de  dos  princesas,  episodio  román- 
tico que  en  capítulo  aparte  narraremos. 

Las  tradiciones  quichés  ofrecen  grande  interés  histórico,  conservan  re- 
cuerdos vagos  de  un  pasado  muy  lejano,  lleno  de  emigraciones,  guerras,  dinas- 
tías y  disturbios,  semejantes  a  las  hazañas  que  recordaban  los  griegos,  con 


u 


—  269  — 

satisfacción,  de  los  tiempos  heroicos  y  a  aquellas  que  llenaban  de  orgullo  a  los 
romanos  del  ciclo  de  Catón.  La  raza  quiche,  muy  adelantada  en  época  remo- 
tísima, tuvo  que  venir  hacia  el  sur,  debido  a  las  invasiones  de  otros  pueblos, 
que  semejan  lo  que  pasó  en  el  antiguo  mundo,  a  la  caída  del  imperio  romano. 
De  este  lado  del  mar  también  se  presenció  la  misma  escena  de  bárbaras  mul- 
titudes arrasando  los  monumentos  de  la  cultura  de  muchas  generaciones. 
Cómo  que  los  grandes  cataclismos  sociales  repercuten  en  toda  la  humanidad. 
Diríase  que  así  como  en  el  mundo  físico  hay  fenómenos  genéricos,  en  el  orden 
sociológico  existe  resonancia  producida  por  las  grandes  convulsiones.  En  la 
unidad  universal  acontece  lo  que  en  las  cuerdas  de  un  instrumento  acústico : 
herida  una  nota,  se  transmiten  las  ondas  sonoras  al  través  del  pentagrama  todo. 

Los  mayas  tuvieron  gran  civilización  en  su  época  prehistórica,  acaso  su- 
l)erior  a  la  de  los  pueblos  asiáticos  de  la  antigüedad.  Pasando  de  la  península 
maya  al  otro  lado  del  río  Usumacinta,  como  se  ha  dicho,  se  encontraba  la  re- 
gión quiche,  que  quiere  decir  muchos  árboles.  El  quiche  conservó  unión  es- 
trecha con  el  maya,  no  siendo  aquél  inferior  a  éste  en  su  cultura  que  se  deno-  ^ 
nominó  maya-quiché.  Los  restos  de  antiquísimas  ciudades  ocupan  todavía  ¡ 
algunas  de  las  márgenes  del  Usumacinta,  y  ahí  prosiguió  por  muchos  años  el 
gobierno  teocrático,  sostenido  por  la  casta  guerrera. 

En  la  tradicción  cakchiquel,  se  cuenta  que  Chay-Abah  nombre  que  sig- 
nifica pedernal  negro  u  obsidiana,  es  la  obra  de  su  fundador,  y  él  es  quien  sos- 
tiene a  su  creador,  con  lo  cual  se  da  idea  clara  de  la  casta  guerrera,  y  se  percibe, 
en  seguida,  la  semejanza  entre  el  Humpictok  maya  y  el  Chay-Abah  quiche. 
En  el  Popol-Vuh  se  salvaron  muchas  de  las  tradiciones  quichés. 

Parece  que  Tanub.  fundador  de  la  real  familia  de  Tula  y  del  Quiche,  _fuc 
el  primer  rey  de  los  tultecas,  y  le  sucedieron  Capichoc,  Caleb-Ahs  Ahus,  Ahpop! 
y  Nimá-Quiché,  que  como  se  ha  insinuado  ya,  vino  a  Guatemala,  ahuyentando 
a  los  pobladores  de  estas  regiones  y  dominando  al  cabo  al  país.  Nimá-Quiché 
quedóse  con  el  territorio  de  los  quichés,  cakchiqueles  y  tzutugiles ;  los  demás 
los  repartió  entre  dos  hermanos,  según  queda  explicado  anteriormente  (i). 

A  la  muerte  de  Axopil,  añadió  Xotem'al  la  herencia  del  reino  de  su  padre  j 
a  los  dominios  que  antes  poseía,  quedando  entonces  la  primitiva  monarquía 
dividida  en  dos,  la  de  los  quichés  y  cakchiqueles,  y  la  de  los  Tzutugiles. 

Fueron  reyes  de  quichés  y  cakchiqueles : 

L — Axopil,  verdadero  fundador  del  reino  Quiche. 
IL — Xotemal. 
in. — Humahpú. 
IV. — Balam-Quiché. 
V. — Balam-Acam. 
VL — Mancotah. 


(1)     Memorial  fio  Toopiíii  Atitláii. 


—  270  — 

VIL— Iqui-Balam. 
VIII.— Kicab  I. 
IX. — Cabub-Raxechein. 
X.— Kicab  II. 
XI. — Iximché. 
XII.— Kicab  III. 
.     XIII.— Kicab  IV. 

XIV. — Kicab  Tanub ;  era  tan  poderoso  que  el  emperador  de  U)s  Méxica, 
Moctezuma  II  que  mantenía  con  Quicab  buenas  relaciones,  le  envió  emisarios 
al  ser  aprisionado  por  Cortés,  pidiéndole  auxilio  para  obtener  su  libertad.  El 
rey  quiche  se  apresuró  a  reunir  un  numeroso  ejército  destinado  a  ocujiar  el 
Anahuac ;  pero  le  sorprendió  la  muerte,  casi  al  mismo  tiempo  que  Moctezuma 
sucumbía. 

XV. — Tecum-Umán,  que  defendió  valientemente  sus  dominios  contra  don 
Pedro  de  Alvarado,  hasta  que  aquel  monarca  murió  en  una  batalla,  y  enton- 
ces el  conquistador  español  designó  para  que  le  sucediera,  al  primogénito  de 
Tecum. 

XVI. — Chignaviucelut ;  fue  ahorcado  poco  después  de  subir  al  trono,  por 
haber  tenido  sospechas  don  Pedro  de  la  lealtad  de  aquel  monarca. 

XVII. — Sequechul,  último  vastago  de  la  dinastía  de  Jiutemal ;  reinó  dos 
años,  o  mejor  dicho,  estuvo  por  ese  lapso  sometido  a  los  caprichos  del  invasor. 
En  1520,  se  sublevó  Sequechul,  y  habiendo  sido  capturado,  quedó  prisionero, 
como  el  rey  Sinacam,  hasta  1540,  año  en  que  Alvarado  los  llevó  consigo,  al 
disponer  la  armada,  para  el  descubrimiento  en  el  mar  del  sur.  Desde  entonces 
ya  no  quedó  memoria  de  ellos. 

El  Señorío  de  los  tuzutugiles  fue  gobernado : 
I. — Por  Axicuat,  que  tenía  dominio  sobre  los  territorios  de  Atitlán  y 
Sulchitcpequez. 

II. — Por  Zutugil  Ebpop. 
III. — Por  Rumal-Ahaus. 
IV. — Por  Chichiatulu. 
V. — Por  Mani-Lahu. 
Al  fin  fueron  los  tzutuhiles  absorvidos  por  los  reinos  contra  ellos  coliga- 
dos.    Don  Pedro  de  Alvarado  supo  explotar  con  astucia  la  división  que-antes 
de  la  conquista,  había  en  los  pobladores  de  esta  tierra,  empapada  en  la  sangre 
de  los  aborígenes,  que  se  odiaban  los  unos  a  los  otros,  sin  que  hubiese  habido 
hegemonía  que  salvara  del  caos  y  de  la  muerte  a  aquellos  pueblos  infelices, 
destinados  a  sucumbir,  a  pesar  de  su  número  y  de  su  avanzada  civilización, 
muy  inferior  por  cierto  a  la  de  los  conquistadores  (i). 


(1)    Ximénez,  Historia  de  los  reyes  del  Quiche. 


En  los  últimos  tiempos  históricos  vino  confinándose  desde  Chiapas  y 
Soconusco,  hasta  Guatemala,  la  lengua  quiche,  por  virtud  de  las  varias  inva- 
siones nahoas,  y  especialmente  la  méxica,  de  tal  suerte,  que  el  núcleo  quiche 
de  las  márgenes  del  Usumacinta,  fue  retirándose  siempre  hacia  el  sur. 

La  ciudad  sagrada  de  los  quichés  fue  Palemke,  metrópoli  de  aquella  vasta 
y  culta  región,  que  tuvo  a  Votan  por  fundador  de  un  gran  pueblp.  Ahí  se 
reconcentró  la  civilización  entre  los  nobles  o  principales,  que  eran  los  que 
conocían  las  ciencias  y  vivían  en  auge  y  comodidad.  En  Palemke  hubo,  en 
remotísimos  tiempos,  gran  adelanto,  edificios  magníficos,  artes  útiles  y  cono- 
cimientos sorprendentes.  El  nombre  de  esa  gran  ciudad  fue  primero  Nachán ; 
pero  al  mezclarse  la  civilización  nahoa  con  la  quiche,  denominaron  Palemke, 
ciudad  de  los  sacerdotes,  a  la  ciudad  sagrada.  Se  cree  que  en  el  siglo  V  de  la 
era  cristiana  acaeció  esa  mezcla  o  refundición,  que  dio  otra  faz  a  la  vida  de 
aquellos  pueblos.  Fueron  Votan  y  Zamná,  los  que,  de  este  lado  del  sur, 
introdujeron  la  faz  nueva,  viniendo  el  primero,  hasta  Totonicapán,  o  sea  paraje 
de  alimentos,  por  haberlos  ahí  tan  abundantes  que  podían  auxiliar  a  sus  veci- 
nos, en  calamitosas  circunstancias.  El  segundo,  Zamná,  en  la  península  maya, 
en  Copan,  en  Kiriguá,  derramó  la  semilla  de  pueblos  bastante  civilizados. 

La  civilización  de  México  y  la  de  las  naciones  de  Centro-América,  al  sentir 
de  Tylor,  eran  originalmente  independientes  ;  pero  tuvieron  gran  contacto,  mo- 
dificándose reciprocamente  (Anahuac,  página  191).  "Toda  esta  tierra  con 
esLa  otra tenían  una  misma  manera  de  religión  y  ritos,  y  si  en  algo  dife- 
renciaba, era  en  muy  poco.  Lo  mismo  fue  de  las  provincias  de  Guathimala, 
Nicaragua  y  Hnduras"  (i).  Entre  los  densos  y  sombríos  bosques  de  Guate- 
mala, Yucatán  y  Honduras,  en  los  que  constituye  geográficamente  el  istmo 
centro-americano,  se  han  encontrado  ruinas  de  antiquísimas  ciudades,  harto 
superiores  en  extensión,  grardeza  y  magnificencia  a  las  del  territorio  azteca; 
ciudades  abandonadas  o  poco  conocidas  al  tiempo  de  la  conquista.  La  simi- 
litud de  los  geroglíficos  de  estas  ruinas  con  las  de  México,  al  propia  tiempo  que 
las  tradiciones  de  varios  de  los  más  notables  países,  demuestra  que  allá  en 
tiempos  muy  remotos,  se  hallaron  México  y  Centro-América  ocupados  por 
pueblos  bastante  cultos  y  vnidos  en  costumbres  y  artes,  si  no  por  la  sangre  y 
las  lenguas,  ccmo  lo  demuectra  la  universalidad  de  una  familia  de  idiomas  o 
dialectos,  extendida  entre  todas  aquellas  naciones  civilizadas  de  la  antigua 
América. 

La  arquitectura  quic'hé,  la  manera  de  formar  los  grandes  edificios,  difiere 
en  mucho  de  la  de  los  pueblos  de  ciclos  más  antiguos.  No  sabiéndose  con 
regiiridad,  la  época  de  la  dispersión  de  los  nahoas  y  la  de  su  emigraciones,  la 
historia  primitiva  de  Centro- América  pierde  el  hilo  necrológico,  para  llegar  a 
un  período  cercano  a  la  conquista  española. 


(1)    Toniuemada.    Monaniuía  Indiana.    Tomo  II,  págr.  54. 


—  272  — 

La  historia  de  Guatemala,  pues,  desde  Votan  hasta  los  siglos  próximos 
a  la  venida  de  los  conquistadores,  es  una  laguna  en  donde  apenas  se  perciben 
de  vez  en  cuando  tenues  rayos  de  luz.  Los  orígenes  de  los  primeros  poblado- 
res de  la  América  Central,  los  orígenes  de  los  habitantes  todos  de  este  conti- 
nente, ha  sido  motivo  de  profundos  estudios  y  no  pocas  teorías,  que  quedan 
expuestas  en  uno  de  los  capítulos  de  la  presente  obra.  A  seguida,  vienen  las 
tradiciones  que  se  pierden  en  remotas  sombras,  entre  mitos  y  vagas  memo- 
rias de  los  pueblos  emigrantes,  de  tribus  extranjeras,  que  llegaron  a  este  suelo  y 
contribuyeron  a  formar  los  imperios  quiche  y  cakchiquel.  Tomando  la  dis- 
persión de  los  Toltecas  desde  Anahuac,  en  el  siglo  XI,  como  hecho  bien  defini- 
do, muchos  escritores  han  identificado  las  naciones  guatemaltecas — exceptuan- 
do tal  vez  a  los  mames,  que  los  consideran  descendientes  de  los  primeros  aborí- 
genes— con  los  emigrados  toltecas,  que  se  exparcieron  hacia  acá,  rumbo  sur, 
a  fundar  unas  naciones. 

Sin  embargo,  en  honor  a  la  verdad  histórica  y  salvo  el  respeto  que  merece 
el  señor  Chavero,  hay  que  recibir  con  algún  escepticismo  esa  transmigración 
tolteca,  como  base  de  los  imperios  quichés  y  cakchiqueles,  ya  que  ni  en  las 
tradiciones  de  éstos,  ni  en  los  anales  de  la  raza  existen  rastros  de  tal  origen. 
La  emigración  tolteca  se  fija  en  el  siglo  XI  de  la  era  cristiana,  y  la  fundación 
de  aquellas  nacionalidades  es  mucho  más  remota.  Acaso  hay  más  probabili- 
dad en  suponer  que  los  imperios  guatemaltecos  se  transformaron  por  los 
mayas  del  Palemke,  y  por  otros  pueblos  contemporáneos,  aunque  nótanse 
diferencias  características  entre  los  despojos  de  las  ruinas  de  unos  y  otros, 
acaso  por  la  influencia  que  elementos  extranjeros,  como  los  nahoas,  vinieron 
a  introducir  en  el  idioma,  en  la  religión  y  en  las  costumbres. 

Por  Nicaragua,  y  probablemente  por  El  Salvador,  hubo  pueblos  de  pura 
raza  azteca.  A  los  primeros  llamánlos  algunos  cronistas  niquirans,  nicara- 
guans  o  cholutccas,  y  ocupaban  la  costa  entre  el  lago  de  Nicaragua  y  el  océano, 
con  las  islas  del  lago.  Sus  instituciones  políticas  y  religiosas,  sus  hábitos,  su 
manera  de  vivir,  todo  era  análogo  a  lo  de  los  aztecas  de  Anahuac,  y  existen  en 
los  museos  preciosas  reliquias  a  ese  respecto,  en  forma  de  ídolos,  sepulturas, 
momias,  etc.,  menos  restos  arquitectónicos.  Las  tribus  nahoas  de  El  Salva- 
dor, la  Antigua  Cuscatlán,  se  conocieron  con  el  nombre  de  Pipiles,  y  su  cultura 
no  es  tan  notable  como  la  de  los  quichés  y  la  de  los  cakchiqueles.  Nahuas  o 
Nahoas,  dice  Sahagun  (i)  son  los  que  hablan  claro  la  lengua  mexicana,  des- 
cendientes de  los  tultecas,  que  lo  sabían  todo,  nahual  (en  inglés  Know  all). 
Eran  los  nobles,  admirables,  maravillosos,  extraí)rdinarios   (2). 

Quichés  significa,  como  ya  se  ha  dicho,  muchos  árboles;  toltecas,  quiere 
decir  maestría  en  artes  mecánicas.  Unos  y  otros  tuvieron  sus  familias  nobles  de 
alta  alcurnia.     La  primera  y  más  ilustre  de  los^uichés  fué  la  casa  de  Cawek, 


(1)  Hlst.  Gen.  T.  III.    Libro  X.  vág.  U*. 

(2)  Brasseur  de  Bouríx)ursr.    Hlst.  de.s  NaUons  CivilLsées.  tomo  I.  pájr.  101. 


—  273  — 

la  segunda,  la  de  Nihaib  y  la  tercera,  la  de  Ahau  Quiche.     D¿ 
_MlíaíLJLQ5u£Oiitífices^lo&  sacerdotes  y  demás  dignatarios  que 
pueblo  que  vivía  en  cierta  esclavitud,  inherente  a  todas  las  m 
craticas  de  la  antigüedad. 

La  nación  quiche  es  admirable,  porque  lleva,  al  través  de  los  siglos,  una 
cultura  acaso  autóctona  en  su  origen,  y  después  modificada  por  la  influencia 
maya  y  nahoa ;  porque  los  hijos  de  aquel  heroico  pueblo  pelearon  hasta  el  ex- 
terminio, a  fin  de  defender  su  suelo :  porque  constituyen  el  único  núcleo  huma- 
no de  América  que  dejó  su  teogonia  escrita  ;  porque  las  ruinas  de  sus  grandes 
ciudades,  templos,  palacios  e  ídolos,  han  admirado  al  mundo  moderno ;  porque, 
en  fin,  su  idioma  perfecto,  aglutinante,  conciso,  capaz  de  expresar  todos  los 
sentimientos  del  ánimo  y  los  afectos  del  corazón,  es  en  la  historia  de  estas 
regiones,  lo  que  el  griego  de  Feríeles,  fue  en  la  historia  de  la  cultura  europea. 

Sin  ánimo  de  magnificar — dice  Bancroft — (i)  la  civilización  del  Nuevo 
Mundo,  ni  de  deprimir  la  del  Viejo  Continente,  no  cabe  poner  en  duda,  que 
durante  los  diez  siglos  de  sombras  medioevales,  la  diferencia  entre  ambas  ci- 
vilizaciones fue  menos  de  lo  que  muchos  imaginan.  En  ambos  lados  del  obs- 
curo mar  yacía  la  humanidad  sumergida  en  profunda  ignorancia,  cuyos  rasgos 
característicos  de  una  y  otra  parte  es  infructuoso  analizar.  En  cuanto  a  los 
tiempos  remotísimos,  han  demostrado  Baldwin,  Brasseur  de  Bourbourg,  Brin- 
ton,  Maudslay  y  otros  historiadores,  oue  el  desarrollo  indiano  de  las  naciones 
aborígenes  de  la  América  Central,  podía  competir  con  el  de  los  pueblos  más 
adelantados  del  Asia ;  y  hasta  se  enuncia  la  teoría,  harto  fantástica,  a  nuestro 
entender,  de  que  en  este  istmo,  por  el  lado  de  Yucatán,  en  la  perdida  Atlántida, 
tuvo  lugar  el  paraíso  terrenal,  habiéndose  esparcido  de  ahí  todo  el  género 
humano. . . . 

Existe  un  manuscrito  de  48  fojas,  que  dejaron  los  indios  nobles  Xahilá, 
Xebuktakeh  y  Tzumpan,  manuscrito  del  cual  hemos  hablado  detf^nidamente 
en  otro  capítulo.  En  ese  "Memorial  de  Tecpán  Atitlán,"  como  lo  llama  Bras- 
seur de  Bourbourg,  o  en  "Los  Anales  Cakchiqueles,"  según  lo  denomina  Brin- 
ton,  aparece  la  posición  etnológica  de  aquel  pueblo,  su  cultura,  la  descripción 
de  su  capital,  la  computación  del  tiempo,  los  nombres  de  las  familias  principa- 
les, las  divisiones  de  las  tribus,  los  títulos,  las  castas,  las  nociones  religiosas, 
su  reyes,  las  guerras,  los  oficios  que  tenían,  la  agricultura,  las  armas,  etc.,  etc. 
Sólo  en  la  historia  muy  antigua  se  llamó  Tecpán  Atitlán,  la  corte  de  los  reyes, 
que  después  se  denominó  Tzolohá  o  Tzoloyá  (agua  de  saúco).     Hoy  es  Solóla. 

En  la  introducción  que  el  sabio  americano  Brinton  puso  al  libro  en  que 
dio  a  luz  traducida  dicha  obra,  con  el  texto  cakchiquel  y  el  texto  inglés,  habla 
en  términos  encomiásticos  del  adelanto  que  aquellos  aborígenes  alcanzaron  en 
materia  de  arquitectura,  pintura,  tejidos  y  escritura."     Tenían,  dice,  una  lite- 


(1)    Tomo  1 1 ,  Dág.  97. 


—  274  — 

ratura,  más  remota  que  su  historia  y  calendario,  que  consistía  en  cantos  o 
poemas,  llamadas  Bix,  Son  amigos  de  hacer  coloquios  y  decir  coplas  en  sus 
bailes  (i).  El  poder  estaba  dividido  en  dos  familias,  los  Zotzils  y  los  Xahils, 
que  alternativamente,  en  períodos  distintos,  subían  al  trono.  La  afirmación 
de  don  Juan  Gavarrete,  de  que  una  de  estas  familias  vivía  en  Solóla  y  la  otra 
en  Iximché,  está  basada  en  una  equivocación,  al  decir  del  mismo  Brinton. 
quien  así  lo  demuestra,  apoyado  en  los  Anales  Cakchiqueles  (2). 

En  la  época  prehispánica  se  dedicaron  muchos  indios  al  comercio,  for- 
mando clase  especial  que  viajaba  en  caravanas,  conocía  y  formaba  los  caminos, 
era  entendida  en  lenguas  varias,  servía  en  las  embajadas,  trazaba  mapas  y 
planos,  se  familiarizaba  con  las  costumbres  y  ritos  diversos,  andaba  muchísimo 
a  pie,  llevaba  las  producciones  de  un  lugar  a  otro,  esparcía  la  cultura  de  lejanos 
pueblos,  y  servía  para  el  espionaje  e  información  de  los  monarcas  y  señores. 
Los  comerciantes  de  estas  zonas  emprendían  largos  viajes,  hasta  el  país  de  los 
méxica  y  trocaban  mantas,  artículos  de  barro,  adornos  de  metal,  piedras  la 
bradas,  perfumes,  flores  y  plumas,  por  cacao,  grana,  algodón,  maíz  y  otro- 
artículos.  Todo  el  movimiento  se  hacía  en  los  tianquistli,  o  ferias  que  cada 
cinco  días  se  celebraban.  El  comercio  abría  camino  entonces  para  ocupar  una 
posición  entre  las  clases  altas  de  sacerdotes  y  guerreros.  Una  corriente  (U 
cambios  existió  entre  las  zonas  elevadas  y  las  bajas,  como  resultado  de  clima- 
diversos  y  producciones  distintas.  Hubo  ideales  y  hubo  lágrimas.  Sobrr 
los  humanos  dolores  pasaron  luengos  años,  unos  tras  otros,  como  un  gran  rio 
silencioso  y  continuo. 

En  parte  alguna  consigue  la  vida  el  carácter  de  volcánica  erupción  que 
tiene  en  la  América  Central,  donde  la  forma  de  la  naturaleza  multiplica  lo.s 
objetos  revistiéndolos  de  colores  y  matices  con  átomos  de  luces  tropicales. 
Entre  montañas  y  barrancos,  como  fortalezas  aisladas  de  los  hombres,  estuve» 
la  histórica  Patinamit,  que  servía  de  defensa  al  famoso  Sinacam,  al  tiempo  de 
la  conquista.  Dejó  la  capital  cakchiquel  interesantes  vestigios  de  antigua- 
construcciones.  El  Adoratorio,  cual  nido  abrupto  de  águila,  se  hallaba  en 
una  península  tendida  sobre  el  abismo  de  profundas  simas.  Un  túnel  largui- 
simo,  que  alcanza  hasta  Pochuta  servía  de  subterráneo  camino  a  los  guerrero? 
y  sacerdotes.  Esa  hermosa  ciudad,  llamada  también  Tecpángoatemala,  tenia 
suntuoso  palacio  rodeado  de  jardines  en  un  sitio  bellísimo,  cultivado  de  maiza 
les,  y  después  de  la  dominación  hispana,  lleno  de  espigas  de  trigo,  en  derredor 
de  ruinas  que  conmemoran  la  caída  del  reino  cakchiquel.  Los  pintados  pórti- 
cos, las  ojivas  desmesuradas,  los  mosaicos  prolijos  y  engrecados,  las  torres  que 
vuelan  a  las  alturas,  las  fieras  en  jaulas  y  las  aves  de  pintados  colores,  en  patios 


(1)    Vocabulario  de  la  Leiuma  Cakchiquel.— M.  S.  sab  too»  ''Pomí»."  Toma*  Coto. 

(S)  En  las  interesantes  notas  Que  nuestro  erudito  oompatriotA,  doo  Joan  Oararrete.  dejó  oansiffnada« 
cuando  publictS  la  "//tí/oriiiif  Gmmtrmmlm,'  por  Sáncfaex  y  León,  es  en  donde  explicó  lo  relatlro  alasd"- 
ramas  de  la  familia  real  de  los  cakchiqueles.  El  libro  de  Brinton  lleT»  por  título  "Ttt  Ammmh  »f  th 
cmkckitmUr  con  234  padrinas.    Phiiadelphia,  18». 


y  vcro^eles ;  todo  desapareció.  Entre  los  ladrillos  rosados  y  los  manantiales  de 
purísimas  aguas,  j-a  no  se  mira  la  melancólica  garza,  ídolo  de  jaspe,  que  parece 
presentir,  en  su  tristeza,  la  hecatombe  del  gran  pueblo  que  tanto  veneró  a 
Axopil  cuando  en  palanquines  de  oro  le  llevaba,  circuido  de  plumas  de  quetzal, 
entre  vítores  y  cantares,  por  aquellas  calles,  en  donde  ardían  en  fiestas  solem- 
nizadas por  los  gerárquicos  círculos  de  sacerdotes,  nobles  y  guerreros,  los 
indios  todos,  que  un  día  nefasto  vieron  rodar  las  lágrimas  del  anciano  monarca, 
cuyas  hijas  fueron  robadas  como  Urvasia  por  lama,  llenando  de  desolación  la 
tierra.  Cuando  se  contempla  el  sitio  en  donde  se  erguía  Patinamit,  y  se  re- 
cuerda la  historia  de  una  raza  indiana  que  tuvo  siglos  de  explendor  y  días  de 
infortunio,  vemos  que  en  el  corazón  de  los  pueblos  se  levantan  de  repente  nie- 
blas, lo  mismo  que  produce  el  viajero  polvaredas  en  la  tierra.  ¡  El  poderoso 
reino  cakchiquel  se  hundió  en  tristísima  abyección !  La  que  veneraban  los 
indios  como  ciudad  regia,  como  estrella  fija^  desvanecióse  cual  leve  mariposa 
que  se  esfuma  en  el  espacio. . . .  Allí  se  recibió  de  paz  al  conquistador,  descas- 
tándose una  raza,  y  después  Tonathiú  arrancó  furiosamente  a  los  reyes  Belché- 
Kat  y  Cahí-Imox  los  aros  de  oro  que  en  las  narices  llevaban,  haciendo  derramar 
lágrimas  de  dolor  a  los  monarcas  y  amenazándolos  con  quemarlos  vivos,  si  no 
le  traían  más  oro  y  jo3as.  Acabó  el  poderío  cakchiquel  y  apenas  queda  la 
memoria  de  su  legendaria  capital.  Una  furibunda  invasión,  de  los  sangrientos 
nicaraguas,  barrió  en  el  siglo  X  probablemente  la  cultura  de  Kiriguá,  Copan, 
Palemke  y  demás  hieráticas  ciudades.  A  su  vez,  los  meca  y  los  nahoa  ven- 
garon los  manes  de  aquellos  desventurados  aborígenes. 

Pero  vino  la  tarde,  llegó  la  noche,  cundió  la  tormenta,  y  quichés,  cakchi- 
queles  y  tzutuhiles  vieron  sumida  su  raza  en  la  más  cruel  servidumbre. 


¥ 


CAPITULO  IX 

EL  RAPTO  DE  LAS  PRINCESAS 
SUMARIO 

Así  como  la  guerra  de  Troya  fue  causada  por  el  rapto  de  Elena,  la  guerra 
entre  cakchiqueles  y  quichés  fue  resultado  del  robo  de  las  princesas.  —  Estado  de 
ambos  reinos  centro-americanos.  —  Balam-Acán.  —  La  pricesa  Exilispúa.  —  La 
bella  Ixcunsoncil.  —  Condición  de  la  mujer  entre  los  indios.  —  Los  monarcas  no 
permitían  ver  a  sus  esposas.  —  El  rey  de  Atitlán  Subtugilebpop.  —  El  rapto  de  las 
princesas.  —  Consecuencias  lamentables.  —  Selvática  pasión  de  aquellos  nobles.  — 
Sesenta  mil  combatientes  reúne  el  de  Atitlán.  —  Lucha  tremenda,  —  Triunfan  los 
quichés.  —  Muere  Bídam-Acán.  —  Perecen  más  de  catorce  mil  combatientes.  — 
Continúa  la  lucha  hasta  la  venida  de  don  Pedro  de  Alvarado.  —  Se  aprovecha  el  Con 
quistador  del  estado  de  guerra  de  estos  pueblos.  —  Tradición  del  TUCURÚ. 


Así  como  la  guerra  de  Troya  fue  causada  por  el  robo  de  Elena,  que  había 
cautivado  a  París  con  sus  gracias,  encendióse  aquí  en  Centro-América,  antes  de 
la  conquista,  una  lucha  de  exterminio,  debida  al  rapto  de  las  princesas.  Este 
episodio  romántico  tuvo  mucha  trascendencia  en  los  poderosos  reinos  de  los 
cakchiqueles  y  quichés.  Prevalecía  la  paz  entre  los  primitivos  pobladores  del 
istmo.  Divisábanse  en  las  márgenes  del  pintoresco  lago  de  Atitlán  las  alegres 
hijas  de  Axepil,  que  cual  bulliciosas  guacamayas  salían  de  sus  nidos,  para 
ir  a  refrescarse  en  las  tranquilas  ondas.  Recorre  el  rey  en  andas  de  oro,  entre 
heléchos  y  orquídeas,  vestido  de  plumas  de  quetzal,  sus  ricos  y  sosegados 
dominios.  Al  son  de  agreste  música  cantan  los  humildes  vasallos  sus  melan- 
cólicos areitos;  las  hojas  de  la  tuna  se  cubren  de  vivida  grana;  osténtanse 
llanuras  sembradas  de  maizales,  que  semejan  escuadrones  de  verdes  alfanjes 
y  penachos  rubios.  La  felicidad  campestre  de  aquellas  comarcas  no  se  inte- 
rrumpe, ni  por  la  enfermedad  asoladora,  ni  por  el  hambre  inclemente.  El 
amarillo  luto  no  cubre  a  los  maceguales,  ni  corre  la  sangre  de  los  plebeyos 
para  defender  el  reino.  Se  multiplica  la  indiana  familia  con  rapidez  ascen- 
dente, por  poligamia  autorizada.  Todo  es  dicha  y  tranquilidad  en  la  corte 
del  quiche.  La  gentil  Utatlán  se  mece  entre  sueños  de  ventura.  Así  canta 
a  la  aurora  el  incauto  zenzontle,  sin  presentir  que  el  cazador  acecha  su  existen- 
cia, oculto  en  el  boscaje. 

Era  rey  de  la  próspera  monarquía  Balam-Acán,  de  estirpe  noble,  de  cora- 
zón sencillo,  de  leales  propósitos,  y  padre  ya  anciano  de  dos  bellas  princesas, 
que  por  su  rara  hermosura  formaban  el  orgullo  de  aquella  poderosa  corte. 


-2-8- 

La  mayor,  Exilispúa,  era  la  más  inteligrente  y  graciosa,  mientras  que  la  menor 
Ixcunsocil,  la  superaba  en  voluptuosidad,  al  decir  del  manuscrito  cakchiquel 
que  relata  los  acontecimientos  que  vamos  reseñando. 

No  tenía  la  mujer,  entre  los  aborígenes  de  América,  el  aprecio  que  le 
diera  la  civilización  cristiana,  ni  se  tributaba  a  la  honra  femenina  el  homenaje 
medioeval  de  la  Europa  romancesca,  pero  así  y  todo,  eran  las  clases  elevadas 
celosas  de  su  decoro  y  muy  intransigentes  con  las  concupiscencias  de  los  po- 
bladores de  otras  alquerías  o  reinos.  El  monarca,  a  estilo  chinesco,  no  permi- 
tía a  sus  mujeres,  ni  a  sus  hijas  el  ver  cara  a  cara  a  los  extranjeros.  La  familia 
del  soberano  vivía  con  recato,  y  penaba  de  la  vida  quien  se  atreviera  a  seducir 
una  hembra  de  alcurnia  real,  ya  que  en  la  casta  plebeya  era  dado  a  cualquiera, 
sin  riesgo  ni  infamia,  satisfacer  sus  naturales  apetitos. 

Pudo  el  rey  de  Atitlán,  Subtugilebpop,  por  su  alteza  y  juventud,  haberse 
casado  sin  escándalo  con  la  infanta  quiche,  parienta  suya,  y  así  no  hubiera 
comprometido  la  tranquilidad  de  toda  la  comarca,  puesto  que  ella  lo  quería ; 
pero  hubo  recelos  y  malas  pasiones,  que  hicieron  que  el  monarca  Balam-Acán, 
"usase  de  mucha  y  grande  majestad,"  al  decir  del  cronista  que  refiere  la  presen- 
te historia,  y  acabase  por  negar  la  mano  de  la  enamorada  princesa. 

Sucedió,  pues:,  que  prevalecido  el  de  Atitlán  de  la  confianza  del  Quiche, 
en  noche  obscura  y  ayudado  de  varios  de  sus  cortesanos,  robóse  a  la  infanta, 
en  unión  de  su  hermana  la  princesa,  que  quería  .ser  de  Igoacat,  valido  y 
pariente  del  rey  enamorado. 

Volaron  a  las  risueñas  márgenes  del  lago  de  Atitlán  las  dos  torcaces  in- 
dias, con  sus  galantes  raptores,  sin  preocuparse  del  sentimiento  y  rabia  del 
anciano  padre,  de  prosapia  de  reyes  y  de  orgullo  salvaje. 

Fue  imi)onderable  la  turbación  en  el  palacio  luego  que  se  echaron  de  menos 
las  dos  Prognes  fugitivas,  que  cual  la  de  la  fábula,  se  habían  convertido  en 
golondrinas.  Olvidado  Balam-Acán  de  su  mansedumbre,  atormentó  a  muchos 
de  sus  vasallos.  Desde  ese  instante  sólo  hubo  lágrimas  en  los  ojos  de  aquellas 
gentes,  espinas  en  las  flores  de  aquella  zona,  sufrimientos  en  el  corazón  de  aquel 
pueblo,  sangre  esmaltando  las  fértiles  orillas  del  lago  de  Atitlán,  de  cuyas  lím- 
pidas aguas  surgían,  en  las  tristes  horas  de  la  noche,  lúgubres  lamentos,  espec- 
tros fosforescentes.  Entre  tanto,  las  jóvenes  princesas  causa  de  tamaño 
desastre,  se  curaban  poco  de  la  ruina  de  sus  vasallos.  Eran  ellas,  en  tnn 
dichosos  momentos,  con  sus  apasionados  amantes,  como  la  flor  y  el  polen,  la 
avecilla  en  celo  con  su  enardecido  compañero,  la  onda  en  el  ribazo,  la  hiedra 
en  el  tronco.  Al  transparentarse  en  la  faz  de  nubiles  princesas  la  selvática 
pasión  que  de  su  regio  palacio  las  arrancara,  hacíalas  suspirar  con  dulzura 
agitando  sus  turgentes  pechos,  como  los  tropicales  efluvios  agitan  las  flores  del 
granado.  Aquellos  labios  húmedos  y  entreabiertos»  anhelando  un  beso  ar- 
diente ;  los  entornados  párpados,  tras  cuyas  pestañas  negrísimas  se  traslucía 
el  deseo ;  los  marfilinos  dientes,  cual  trémulas  hileras  de  perlas  orientales ;  el 


—  2/9  — 

ebúrneo  cuello,  el  cabello  destrenzado,  sacudiéndose  en  desorden  al  nervioso 
movimiento  de  la  cabeza  provocadora,  de  la  frente  pálida ;  todo  era  un  conjunto 
bañado  de  luz  amorosa,  de  esencia  de  vida,  de  paradisiaca  salacidad,  en  aque- 
llas indianas  garzas  que  volaron  de  su  nido ;  en  aquellas  Psíquis  americanas, 
abrasadas  por  el  amor. 

El  rey  Subtugilebpop  hubo  de  reunir  setenta  mil  combatientes,  mandados 
l)or  loacap,  su  general,  y  cómplice  en  el  robo  de  las  infantas,  para  afrontar  las 
iras  del  padre  de  las  seductoras  hembras.     La  lucha  fue  larga  y  desesperada, 
hasta  que  vencieron  los  quichés,  y  cayó  muerto,  de  las  andas  de  oro,  el  re_ 
Ralam-Acán. 

Asegura  don  Juan  Macario  (Cide  Hamete  Benengeli  de  esta  verídica  his- 
toria) que  murieron  más  de  catorce  mil  combatientes;  que  se  enardeció  la 
tierra,  tomando  parte  en  la  pelea  el  rey  de  Cuahutemaila,  el  de  Tesulutlán  y  los 
Mames  y  Pipiles ;  que  continuó  la  lucha  hasta  la  venida  de  don  Pedro  de  Al- 
varado,  quien  se  aprovechó  para  la  conquista,  de  la  división  en  que  estos  pue- 
l)los  se  encontraban.  El  Quiche  y  el  Tzutuhil  sucumbieron  al  fin,  junto  con 
los  demás  reyezuelos  de  tan  hermosa  región. 

Las  princesas  robadas,  o  mejor  dicho,  las  concupiscibles  prófugas,  dis- 
frutaron de  mejor  suerte,  pues  la  una  se  sentó  en  el  trono  de  Atitlán,  y  la  otra 
se  casó  con  el  valido  de  aquella  corte.     Cumplieron  ambas  sus  deseos,  disfru-^ 
taron  de  su  amor,  y  según  cuenta  la  tradición,  jamás  se  arrepintieron  de  haber 
abandonado  el  palacio  del  viejo  Balam-Acán. 

¿Quién  había  de  presumir  que  la  pasión  de  las  nobles  indias,  que  encendió 
la  guerra  en  estas  regiones,  hiciera  más  tarde  que  Sinacam,  rey  de  los  cakchi- 
queles,  llamara  en  son  de  paz  a  los  conquistadores  castellanos,  creyendo  recu- 
perar, por  medio  de  ellos,  las  grandes  posesiones  de  que  le  despojaron  sus 
hermanos? 

El  rapto  de  las  princesas  del  Quiche  hizo  correr  a  torrentes  la  sangre  de 
los  aborígenes  de  Centro-América,  y  de  tal  suerte  los  dividió,  que  pudo  To- 
natiú,  el  hijo  del  Sol,  conquistarlos  y  reducirlos  a  triste  servidumbre. 

Es  fama  que,  de  las  profundidades  del  poético  lago,  surge  a  las  veces,  en 
noches  tenebrosas,  el  entristecido  espíritu  de  Balam-Acán  y  va  a  posarse  en 
forma  de  misterioso  buho,  o  tucurú,  sobre  la  cima  del  volcán  de  Atitlán,  como 
para  contemplar,  en  medio  de  las  sombras,  el  resultado  nefando  de  la  liviandad 
de  sus  hijas. 


CAPITULO   X 
LINGÜÍSTICA  CENTRO -AMERICANA 


SUMARIO 


La  palabra  y  la  aspiración  que  tiene  el  hombre  de  dirigirse  a  un  Ser  Supremo, 
son  cualidades  que  lo  distinguen  de  los  demás  animales.  —  Las  lenguas  no  fueron 
inventadas.  —  Hoy  se  conocen  las  bases  físicas  del  lenguaje.  —  En  el  siglo  último 
se  alcanzaron  progresos  grandísimos  en  la  filología.  —  Los  elementos  esenciales  de 
la  palabra  humana  existen  en  todas  las  lenguas.  —  Una  de  las  cosas  sorprendentes 
que  hallaron  los  esnañoles  en  América  fue  el  gran  número  de  idiomas.  —  Cuales  son 
los  principales  de  Centro-América.  —  Excelencia  del  quiche.  —  Esta  lengua  ha  ofre- 
cido a  los  sabios  harto  que  admirar.  —  El  Doctor  Berendt  escribió  mucho  sobre  la 
geografía  lingüística  de  Centro-América.  —  Algunos  sostienen  aue  los  caldeos  tenían 
gran  número  de  voces  mayas.  —  El  maya  y  el  chorotega  son  las  lenguas  más  anti- 
guas de  América,  que  se  conocen.  —  Fr.  Francisco  Ximénez  escribe  "El  Tesoro  de 
las  lenguas  quiche,  cakchiauel  y  tzutugil."  —  Alfabeto  quiche.  —  Características  gra- 
maticales. —  Regularidad  y  concisión  del  quiche.  —  Gramáticas  de  Ximénez  y  Bras- 
seur.  —  La  gramática  de  Flores.  —  La  obra  de  Wagner  y  Scherzer.  —  Las  de  Thiel, 
Ferraz  y  Fernández.  —  El  que  más  ha  desentrañado  el  espíritu  del  maya  y  del  quiche 
es  Brinton.  —  Lugares  en  que  se  hablan  las  principales  lenguas  indígenas  de  Centro- 
América.  —  Artes  y  vocabularios  que  escribieron  los  frailes.  —  El  quekchí.  —  Su 
estructura,  partes  de  la  oración  y  peculiaridades.  —  Diversas  etimologías  que  dan  al 
nombre  GUATEMALA.  —  Etimologías  de  varios  nombres  geográficos  de  Guate- 
mala. —  Aún  se  encuentran  muchos  vocablos  m.exicanos  por  estas  regiones.  —  Razón 
de  este  fenómeno.  —  Sergi  ahonda  mucho  en  la  lingüística  americana.  —  Algunos 
curas  han  sabido  bien  las  lenguas  de  los  indios.  —  Lecciones  de  lengua  cakchiquel. 
—  Clasificación  de  las  lenguas  centro-americanas  de  los  antiguos  aborígenes.  —  Uti- 
lidad de  una  cátedra  de  lenguas  indígenas.  —  Influencia  de  estas  lenguas  en  el  caste- 
llano que  se  habla  en  las  repúblicas  hispano-americanas. 


La  cualidad  primaria,  que  revela  supremacía  del  hombre  sobre  los  demás 
animales,  es  el  uso  de  la  palabra.  El  lenguaje  o  sea  la  expresión  del  pensa- 
miento, es  el  reflejo  del  espíritu  general  de  la  humanidad.  También  tiene  el 
hombre  otra  facultad  que  le  distingue  de  los  irracionales,  y  es  la  de  hacer 
abstracciones,  de  elevar  su  corazón,  de  dirigir  su  espíritu  hacia  un  Ser  Supre- 
mo, o  Causa  Omnipotente.  El  bruto  agreste,  para  escapar  de  la  tempestad, 
corre  a  su  cueva,  mientras  que  el  indio  salvaje,  despavorido  de  terror,  reflexio- 
na y  ora.  El  hombre  menos  culto  percibe  una  mano  tras  el  relámpago,  escu- 
cha una  voz  que  se  extiende  imponente  por  el  espacio  cuando  retumba  el 
trueno.     El  más  avisado  de  los  animales  no  tiene  para  ellos  ojos  ni  oídos. 

El  lenguaje  es  símbolo  del  pensamiento,  la  mitología  lo  es  del  alma.  El 
uno  forma  la  manifestación 'primera  que  separa  lo  ideal  de  lo  material,  la  otra 


—  282  — 

constituye  la  más  noble  aspiración  del  espíritu  que  distingue  lo  inmortal  de  lo 
perecedero.  El  lenguaje  es  el  pensamiento  encarnado.  La  mitología,  es  es- 
píritu en  su  más  elevada  aspiración  (i). 

Existen  en  el  cerebro  humano  centros  del  habla,  que  se  encuentran  per- 
fectamente circunscritos  y  determinados  como  operadores  del  lenguaje  o  de 
la  palabra  articulada.  Se  conocen  hoy  las  bases  físicas  de  esa  facultad  admi- 
rable que  distingue  al  hombre  de  los  demás  animales.  Desde  que  Aubertin 
planteó  el  problema,  en  1861,  ante  la  Sociedad  Antropológica  de  París,  hasta 
que  Broca  demostró  mucho  después,  que  en  la  parte  posterior,  a  los  dos  puntos 
de  la  tercera  convolución  frontal,  está  el  órgano  del  lenguaje,  se  han  hecho 
progresos  admirables.  En  el  año  de  1909  publicó  un  americano  del  norte  (2) 
una  preciosa  obra  que  contiene  lo  último  que  se  ha  escrito  hasta  hoy,  sobre 
los  misteriosos  centros  de  la  palabra  humana.  Wernicke  y  Kussmaul  seña- 
laron la  existencia  de  dos  centros  sensitivos  de  la  palabra.  En  1881,  Exner 
determinó  otro  centro,  el  gráfico;  y  el  Doctor  Max.  González  Olaechea,  de 
Lima,  presentó  al  4"  Congreso  Científico  celebrado  en  Santiago  de  Chile  el  25 
de  diciembre  de  1908,  una  memoria  bajo  el  rubro  "El  centro  gráfico-cerebral  es 
independiente  de  los  otros  centros  del  lenguaje." 

Las  lenguas  no  fueron  inventadas ;  el  habla  emana  de  la  totalidad  del  es- 
píritu humano,  y  es  tan  esencial  al  hombre  como  la  razón  (Herder).  No 
faltan  sin  embargo  filólogos  que  sostienen  que  es  de  invención  humana 
Schleicher  cree  que  la  palabra  no  es  más  que  simple  organismo  de  las  gesti- 
culaciones vocales ;  Gould  Brown  juzga  que  el  lenguaje  es  en  parte  natural 
y  en  parte  artificial :  Adam  Smit  y  Degald  Steward  conceden  al  hombre  la 
facultad  de  la  creación  y  el  desarrollo  del  idioma,  como  invento  artificial. 
Platón  decía  que  era  un  don  de  los  dioses  otorgado  a  los  hombres.  Otra  doc- 
trina, llamada  por  su  más  entusiasta  sostenedor,  Mr.  Wedgwood,  onomato- 
peya,  y  por  el  profesor  Max  Müller  bow-wow,  explica  el  origen  del  lenguaje 
por  los  esfuerzos  del  hombre  para  imitar  los  gritos  de  la  naturaleza.  Así,  del 
perro  aprendieron  los  primeros  hombres  a  decir  bow-wow;  del  viento,  de  los 
pájaros,  de  los  otros  animales,  aprendieron  a  llamarlos,  imitando  el  ruido  que 
producían.  Los  aborígenes  de  Guatemala  dan  el  nombre  de  chumpipe  al  pavo, 
porque  cuando  baila  hace  chum-pí-pí.  Los  idiomas  de  los  indios  tienen  ono- 
matopeyas  admirables. 

En  tantos  siglos  los  animales  no  han  refinado  su  lenguaje,  y  los  leones 
rujen,  y  los  ruiseñores  gorgean  ahora  como  antes;  ni  lanzarán  nunca  los  seres 
de  esta  especie  más  que  ininteligibles  gritos,  y  aunque  se  les  enseñe  a  hablar 
no  transmitirán  la  palabra  a  sus  pequeñuelos.  En  las  lenguas  indígenas  de 
Centro-América  se  nota  perfectamente  que  la  naturaleza  del  suelo  y  el  clima. 


(1)  Bancroft.  Mits  and  lantruajres.  volumen  III.  pág.  3. 

(2)  Human  Speech.  its  phlsical  basls.  by  X.  C.    Macnamara.  wlth  44  llustraUons.-New  York.-D. 
Appleton  and  Company.— 1909. 


-283- 

influyen  sobre  el  idioma.  Hay  sonidos  que  predominan  mucho  en  el  quiche 
y  son  propios  de  los  países  montañosos.  Su  forma  y  su  expresión  breves, 
convienen  a  una  raza  vigorosa  y  a  un  clima  frío.  Es  la  lengua  de  un  pueblo 
de  viva  mentalidad. 

¿Quién  puede  decir  lo  que  es  la  voz  de  los  niños?  Es  el  gorjeo  del  rui- 
señor, el  murmullo  de  la  golondrina,  el  pío  del  pollo,  el  maullido  del  gato ;  notas 
de  flauta,  susurros  y  gorgoritos  infinitamente  suaves,  gritos  y  ruidos  que  des- 
garran los  oídos,  trinos  de  soprano,  estruendo  de  voces  varoniles,  desentonos 
de  tenor  engolado :  todos  los  sonidos  que  salen  de  una  jaula  de  cien  pájaros 
y  de  una  orquesta  de  cien  instrumentos  (i). 

Las  lenguas  son  formas  vivas  organizadas,  ha  dicho  Quinet.  En  la  pri- 
mavera se  realiza  la  maravilla  del  lenguaje,  a  impulsos  del  amor;  cantan  los 
pájaros,  y  en  sus  dulces  notas  se  envían  sus  anhelos ;  los  soles  y  las  tierras  se 
aman,  se  sostienen,  se  comunican  y  se  atraen ;  la  palmera  desde  lejos  pide  el 
efluvio  de  su  compañero  diluido  en  los  aires ;  los  planetas  reciben  de  sus  lunas 
melancólicos  besos.  Desde  las  mariposas  que  revolotean  en  torno  de  las 
flores,  hasta  las  carniceras  águilas  que  tienden  sus  alas  sobre  las  nubes,  todos 
los  seres,  los  delicados  y  los  fuertes,  tienen  signos  naturales  para  manifestar 
ciertas  y  determinadas  expresiones,  en  la  serie  cromática  de  sus  materiales 
necesidades.  Sólo  el  hombre  usa  el  lenguaje  articulado,  que  revela  ideas 
abstractas,  que  se  sublima  hasta  subir  a  Dios.  Ese  lenguaje,  ha  podido  la 
inteligencia  humana  guardarlo,  aún  después  de  la  muerte  del  que  emitió  las 
palabras,  que  quedan  en  su  cilindro,  cual  permanecen  impresas  en  la  memoria 
aquellas  emociones  que  hicieron  huella  en  el  alma  y  sellaron  por  siempre  el 
corazón.  Subid  en  las  escalas  de  la  vida  y  veréis  que  el  amor  se  difunde  por 
doquiera.  La  aptitud  glosigénica  de  los  hombres  es  imitación  de  los  sonidos 
naturales.  El  amor,  ese  calor  benéfico  que  inunda  los  espacios  como  verda- 
dero éter  espiritual,  a  cuyo  impulso  y  lumbre  sentimos  todos  el  precio  de  la 
vida,  y  pugnamos  por  perpetuarla  y  difundirla  en  tiempos  sin  término  y  gene- 
raciones sin  fin ;  el  amor  hace  palpitar  al  capullo,  murmurar  al  río,  cantar  al 
pájaro  y  orar  al  hombre.  La  naturaleza  habla  con  Dios.  El  suspiro,  la  queja, 
el  llanto,  llevan  en  germen  la  palabra  y  la  oración. 

Pero  volviendo  a  la  filología,  cabe  consignar  que  el  siglo  último  alcanzó 
progresos  grandísimos.  La  similitud  del  sánscrito,  griego  y  latín,  teutónico, 
céltico,  iránico  e  índico,  hizo  reunirías  en  la  familia  aria.  Al  mismo  tiempo 
fue  causa  de  que  la  lengua  antigua  de  los  judíos,  el  arábigo  y  el  aramaico,  que 
constituyen  la  familia  semítica,  resultaran  del  todo  diferentes  del  ariano  en  su 
radical  estructura.  Las  lenguas  indo-europeas  eran  del  mismo  tronco.  Los 
idiomas  todos  no  se  derivan  del  hebreo,  como  los  santos  padres  decían.  La 
lingüística  ha  podido  penetrar  en  la  Bactrania,  antes  que  las  inmigraciones 


(1)    Amlcis.-Piíírinas  sueltas. 


-284- 

que  irradiaron  al  Irán  y  a  la  India,  esparciesen  la  cultura  de  la  raza  aria,  la 
primera  en  artes,  la  principal  en  las  letras,  la  más  meritoria  en  las  conquistas 
de  la  civilización  y  en  los  adelantos  del  mundo.  Los  trabajos  iniciados  por 
Grimm,  las  investigaciones  de  Bopp,  Pott  y  Benffey,  han  sido  continuadas  en 
los  tiempos  modernos,  por  Schleicher,  Kuhn,  Curtins,  Renán,  Littré,  Breal, 
Max  Müller,  Eastwick,  Graziadio  Ascoli,  y  otros  profesores  que  han  puesto  de 
relieve,  con  materiales  datos,  la  clasificación  morfológica  de  los  idiomas.  Si 
Edisson  guardó  la  voz  humana  en  el  fonógrafo,  como  se  encierra  un  pájaro 
en  una  jaula,  la  filología  moderna  ha  ido  a  exhumar  el  hilo  misterioso  que 
engarzaba  todos  los  idiomas,  al  través  de  las  ruinas,  entre  el  oleaje  de  las  vici- 
situdes humanas,  en  los  abismos  del  tiempo.  Horacio,  el  lírico  romano,  com- 
paró las  lenguas  de  los  pueblos  con  las  hojas  de  los  árboles,  las  cuales  brotan, 
reverdecen,  lozanean  hermosas,  se  marchitan,  se  secan,  y  al  caer  muertas. en  tie- 
rra, las  esparce  el  vendabal ;  el  árbol,  empero,  torna  a  vestirse  de  otras  nuevas, 
que  renacen  a  su  tierrípo.  Sólo  en  los  accidentes  difieren  los  idiomas  ;  los  elemen- 
tos esenciales  del  lenguaje  humano  existen  en  todos  ellos,  como  prueba  de  la 
identidad  del  alma  racional  en  todos  los  hombres  y  de  las  bases  físicas  del 
lenguaje.  En  el  mundo  nada  hay  que  no  evolucione.  Al  principio  fueron 
monosilábicos  los  idiomas,  como  el  annamita,  el  chino,  el  tibetán,  el  japonés, 
el  otomí  de  América.  Después  resultaron  otras  lenguas  aglutinantes  u  holo- 
frásticas,  como  muchas  indígenas  del  Nuevo  Mundo  y  el  tártaro.  Más  tarde, 
aparecieron  los  idiomas  de  inflexión  (i ). 

Hoy  ya  no  se  discute  la  teoría  de  lenguas  artificiales,  hechas  mediante 
directa  convención.  ¿Cuál  era  entonces  la  lengua  anterior?  Puede  haber 
palabras  aceptadas  por  convenio;  pero  jamás  hubo  convenciones  para  aceptar 
palabras.  Los  hombres  siempre  han  hablado ;  no  hay  memoria  de  un  pueblo 
mudo.  El  lenguaje  es  atributo  de  la  sociedad.  El  germen  del  idioma 
— cpie  es  hecesario  al  hombre  colectivamente — fuéle  otorgado  por  su  Forma- 
dor.  Después  las  mayorías  habladoras  han  dictado  sin  quererlo,  las  leyes  de 
cada  idioma. 

Con  razón  ha  dicho  un  notable  escritor  francés,  que  si  las  palabras  se 
mirasen  bien,  veríamos  en  ellas  la  historia  de  una  raza  y  de  una^  nación,  su 
verdadera  historia,  no  la  que  revelan  las  guerras,  los  tratados  de  paz  y  los  actos 
de  gobierno,  como  tampoco  la  apariencia  exterior  y  el  énfasis  de  los  siglos,  sino 
la  vida  real  y  profunda,  el  íntimo  ensueño  del  existir  más  auténtico  y  esencial 
que  cualquier  otro  linaje  de  amplias  y  grandiosas  manifestaciones.  Así  pudo 
el  sabio  doctor  Berendt  reconstruir  la  geografía  étnica  de  Centro-América,  por 
medio  de  la  clasificación  y  distribución  de  las  lenguas ;  y  por  el  estudio  del 


;i)    Life  and  Grouth  of  lanyuaee.— Whitney. 


-285- 

quiche,  llegó  Brinton  hasta  dilucidar  el  concepto  psicológico  que  del  amor 
tuvieron  nuestros  indios  más  civilizados,  y  redactó  una  obra  interesante  sobre 
los  escritores  y  producciones  de  la  América  precolombina  (i). 

Las  lenguas  americanas  antiguas  ofrecen,  desde  rnuchos  puntos  de  vista, 
gran  interés.  Se  han  hecho  estudios  de  ellas  en  los  últimos  años,  que  arrojan 
luz  sobre  cuestiones  de  alta  trascendencia.  Por  lo  que  concierne  a  las  lenguas 
que  los  españoles  hallaron  en  el  istmo  de  Centro-América  vamos  a  dar  una  idea 
general,  y  a  explicar  someramente  la  formación  y  origen  de  la  más  perfecta  de 
ellas  que  es  el  quiche;  el  más  admirable  de  los  idiomas  antiguos  del  Nuevo 
Mundo,  hasta  el  punto  de  que  por  algunos  se  considera  como  Volapuk  ame- 
ricano (2). 

Una  de  las  cosas  sorprendentes  que  encontraron  los  españoles  en  América 
fue  el  número  tan  crecido  de  idiomas.  Las  investigaciones  de  los  pocos  filólo- 
gos que  han  hecho  estudios  profundos,  han  venido  a  demostrar  los  hechos 
siguientes:  1" — Que  hay  relación  entre  todas  las  lenguas  del  Norte,  del  Sur 
y  del  Centro  de  América ;  pero  que  tienen  peculiaridades  características  que  las 
distinguen  del  habla  de  las  demás  razas  del  mundo.  En  ninguna  otra  parte  de 
la  tierra  se  encuentran  idiomas  tan  persistentes  y  con  caracteres  tan  análogos, 
esparcidos  por  tan  vastas  regiones  y  entre  diversas  razas.  2? — Que  los  dialec- 
tos tienden  a  desaparecer  entre  los  mismos  indios,  así  como  tiende  toda  la  raza 
aborigen  a  perecer,  en  el  transcurso  de  los  siglos,  o  a  confundirse  con  otras. 
3° — Que,  como  lo  nota  Whitney,  tienen  tales  idiomas  elementos  caracterís- 
ticos indestructibles,  de  tal  suerte,  que  mientras  subsistan,  ninguna  circuns- 
tancia de  tiempo  ni  de  lugar  podrá  borrar. 

Una  de  esas  cosas  características  es  la  frecuencia  de  palabras  larguísimas. 
Hasta  el  otomí,  única  lengua  que  propiamente  se  puede  llamar  monosilábica 
en  América,  consistiendo  en  su  mayor  parte  en  etymos  de  una  sílaba,  contiene 
algunas  voces  extensas.  La  frecuencia  de  términos  largos,  el  método  de  su 
construcción  y  la  facilidad  con  que  están  elaborados,  constituyen  un  rasgo  sa- 
liente de  la  fisonomía  de  tales  lenguas,  en  medio  de  sistema  de  unidad  que  pre- 
valece en  todas  ellas.  El  aborigen  de  América  expresa  con  una  sola  voz,  acom- 
pañada tal  vez  de  un  gesto  o  flexión,  lo  que  un  europeo  hubiera  dicho  en  una' 
larga  frase.  Aglomera  el  indio  el  mayor  número  de  ideas  en. la  menor  cantidad 
posible  de  palabras.  Esta  regla  es  universal,  y  así  vienen  a  ser  aquellas  len- 
guas, como  dice  Humboldt,  "diferentes  substancias  en  análogas  formas."  La 
peculiaridad  lingüística  de  expresar  con  la  misma  palabra,  no  sólo  lo  que  mo- 
difica o  se  refiere  al  mismo  acto  o  sujeto,  sino  ambos,  el  sujeto  y  la  acción, 
concentrando  así  en  una  singular  palabra  una  compleja  idea  o  varios  pensa- 
mientos entre  los  que  hay  notable  conexión,  les  da  a  las  lenguas  de  los  indios 


(1)  Aborisrinal  American  authors  and  their  productlons,  ospeclally  those  In  Uie  nativo   lan»rua»ros. 

(2)  ^lelansrcs  de  Fhilolotrle  et  de  Faléodrapliie  amerlralne.— Leroux,  1883.  París, 
Pliiladelpliia.  188:i.-tS  pagres. 


—  286  — 

americanos  cierto  carácter,  que  Duponceau  llama  polisintético,  Wilhelm  y 
Humboldt  aglutinante,  Lieber  holofrástico,  y  otros  denominan  incorporativo. 
Como  ejemplo,  citaremos  la  palabra  azteca  valor  de  correo  o  sello  postal,  ama- 
tlacuilolitquitcatlaxtlahuilli,  que  literalmente  quiere  decir  "pago  por  llevar  un 
papel  en  el  cual  está  escrito  algo."  Otra  peculiaridad  bastante  comvín  en  las 
lenguas  indígenas  de  estos  paises,  consiste  en  la  reduplicación  o  repetición  de 
una  misma  sílaba  para  significar  el  plural ;  el  uso  del  frecuentativo  y  del  dual : 
la  aplicación  del  género  a  la  tercera  persona  del  verbo ;  la  conversión  directa  de 
substantivos  y  adjetivos  en  verbos;  genérica  di'ítinrión  proveniente  de  la  dife- 
rencia de  seres  animados  e  inanimados  (i). 

La  lingüística  americana  ha  ofrecido  a  los  sabios  una  fuente  inagotable  de 
discusiones  y  estudios  profundos.  Más  de  seiscientos  idiomas  puros,  bien  for- 
mados, encontraron  los  conquistadores  españoles  en  el  Nuevo  Mundo  (2)  que 
era  la  parte  menos  poblada  del  globo,  y  que  sin  embargo  tenía  un  grupo  más 
considerable  de  lenguas,  hasta  formar  veintiséis  razas  lingüísticas  diferentes, 
según  enseña  el  más  erudito  de  los  filólogos  modernos,  el  célebre  Max 
Müller  (3). 

El  abate  Brasseur  de  Bourbourg.  que  es  el  que  más  ha  escrito  sobre  la 
lengua  maya-quiché,  sostuvo  que  tenía  muchas  analogías  con  los  idiomas  arios 
europeos.  Cuando  el  mexicano  P.  Náiera  demostró  que  el  otomí  (otomitl) 
conservaba  estrecho  parentesco  con  el  chino,  muchos  sostuvieron  que  del  Asia 
habían  venido  los  primeros  pobladores  americanos;  pero  después  han  tomado 
rumbo  contrario  las  ideas.  Se  considera  que  la  filología  es  la  base  de  la  etno- 
grafía, y  el  doctor  Berendt,  sabio  norte-americano,  con  el  cual  tuvimos  amis- 
tad, escribió  mucho,  como  ya  indicamos,  acerca  de  la  geografía  lingüística  de 
Centro-América,  y  de  las  diversas  teorías  de  orígenes  y  de  predecesores. 
Morton,  Maury,  Ludwing  y  cuantos  han  tratado  de  las  lenguas  de  estos  países 
del  Nuevo  Mundo  antes  de  la  conquista,  encuentran  conexiones  indiscutibles 
entre  todos  los  pueblos  del  Continente.  El  erudito  Pimentel,  demostró  perfec- 
tamente (4)  que  estos  idiomas  son  autóctonos.  El  señor  Chavero,  en  la 
lujosa  obra  "México  al  través  de  los  siglos"  (5)  sostiene  que  la  analogía  que 
existe  entre  el  chino  y  el  otomí,  hace  sacar  por  consecuencia  que  los  chinos 
proceden  de  los  primitivos  otomíes,  con  cuyos  tipos  coinciden.  "Probada, 
dice,  la  existencia  entre  nosotros  del  hombre  posterciario,  aparece  más  moder- 
no el  chino,  y  por  lo  mismo,  es  más  lógico  decir  que  éste  salió  de  aquí.  El 
pueblo  monosilábico  ocupa  en  la  antigüedad  todo  nuestro  continente :  los  chi- 
nos ocupan  primitivamente  una  pequeñísima  parte  del  Viejo  Mundo,  y  es 
natural  deducir  que  lo  menor  salió  de  lo  mayor.     Las  tradiciones  de  los  chinos 


(1)  Ethnofirraphy  and  Philolotry  of  América.— Central  América.— Keane,  1878. 

(2)  The  Llterature  of  american  Lanfiruajres.  by  Hermann  E.  Ludwlif.—  London.    En  la  coleccldn 
Polldlómlca  Mexicana,  se  contiene  la  oración  dominical  en  52  Idiomas.  1860. 

(3)  Collected  Works.— Lonjrmans  Green  and  Cpmpany.  London.  1899.    La  Sclencle  du  Lan«ra(re. 

(4)  FUoloírfa  Mexicana,  México,  Tlp.  de  Epsteln.  1875.— Disertaciones  y  escritos  varios. 

(5)  Tomo  I.  pátr.  70. 


-287- 

nos  los  presentan,  en  un  principio,  como  una  colonia  que  se  establece  en  medio 
de  pueblos  extraños,  lo  que  acredita  que  llegaba  de  otros  lugares ;  y  como  el 
monosilabismo  no  pertenecía  a  los  pueblos  existentes  entonces  en  el  mundo 
a  que  llegaban,  hay  que  creer  que  lo  llevaban  del  mundo  en  que  era  la  lengua 
natural.  Los  chinos  pugnaron  por  extenderse  y  se  extendieron  a  su  occidente  : 
luego  iban  de  un  lugar  que  estaba  al  oriente  de  ellos,  es  decir,  de  nuestro 
Continente." 

El  americanista  Augusto  Le  Plongeon  (i)  en  su  interesante  obra  "Queen 
Móo  and  the  Egyptian  Sphinx  (2)  dice  que  "no  cabe  duda  de  que  los  aca- 
dianos  o  caldeos  tenían  en  su  lengua  muchas  voces  mayas.  Tomemos,  por 
ejemplo,  las  últimas  palabras,  según  San  Mateo  y  San  Marcos,  que  Jesucristo 
pronunció  en  la  cruz,  cuando  le  acercaron  una  esponja  mojada  en  posea  (bre- 
vaje  que  llevaban  los  soldados  romanos,  en  sus  espediciones,  compuesto  de 
vinagre,  agua  y  miel):     Eli,  Eli,  lamah  sabachthani." 

Nada  extraño  es  que  los  que  estaban  ahí  no  las  entendieran,  cuando  hasta 
hoy  los  traductores  del  Evangelio,  no  saben  el  significado  de  tales  voces,  y 
creen  que  dijo :  "¡  Dios  mío.  Dios  mío,  por  qué  me  habéis  abandonado !"  Esto 
no  era  propio  del  Hombre  Dios,  ni  siquiera  de  un  creyente.  Hele,  Hele,  lamah 
zabac  ta  ni  (maya)  quiere  decir,  "ahora  ya  me  desmayo:  las  sombras  cubren 
mi  rostro,"  o  según  las  palabras  de  San  Juan  :     "todo  se  ha  consumado."  (3) 

"Los  caldeos  creían  que  una  mujer  había  reinado  sobre  todos  los  mons- 
truos del  mar  y  de  la  tierra,  su  nombre  era  Thlalath,  que  los  griegos  traduje- 
ron Thlalassa,  palabra  con  la  cual  denominan  al  mar  mismo ;  en  maya  Thallac, 
denota  una  cosa  sin  fondo,  como  creían  que  era  el  mar.  La  influencia  de  los 
caldeos  se  hizo  en  Roma  muy  general,  por  la  adivinación  y  artes  ocultas  (4). 
Cuando  los  exorcistas  sacaban  al  espíritu  maligno,  decían:  ¡  Hilka,  Hilka! 
¡Besha,  besha!,  que  en  maya,  tal  como  se  habla  por  miles  de  gentes  en  Yuca- 
tán, quiere  decir:     ¡Fuera,  fuera,  espíritu  malo,  espíritu  malo!  (5) 

J.  Collin  de  Plancy,  en  su  "Dictionnaire  Infernal,"  bajo  el  título  de  pala- 
bras máíficas,  enseña  aue  la  mordedura  de  un  perro  rabioso,  podía  curarse 
usando  la  frase  "Hax,  pax,  max,  (la  x  se  pronuncia  como  sh  inglesa)  que  el 
autor  ignoraba  que  quería  decir  atribuyéndola  a  superstición ;  pues  bien,  en 
maya  significa :  ligadura,  música  y  pimienta,  porque  los  indios  ataban  con  una 
cuerda  el  miembro  mordido,  como  para  evitar  la  circulación,  y  empleaban  la 
música  para  calmar  los  nervios,  agregando  al  paciente  una  untura  de  myrtus 
pimenta  y  poción  de  huaco  o  de  ajo. 


(1)  Ese  autor  conocía  bien  la  lengua  maya,  por  haber  vivido  catorce  años  en  Yucatán:  pero  su  obra  se 
recomienda  más  por  sus  preciosos  grraíjados,  que  por  el  texto  a  veces  apasionado. 

(2)  Páff.  38,  edición  de  Nueva  York.-18íW 
«)     San  .luán,  cap.  XTX  ver.  30. 

(4)  Cicero,  de  Natura  Deorun. 

(5)  Senomant  y  Chevaüer.— Ancient  llistory  of  tlie  East,  vol.  1.  piítr.  448. 


—  288  — 

En  la  teogonia  antigua  del  Indostán  se  hallaba  el  dios  Assur,  en  maya 
Axul,  quiere  decir  a  xul — tu  fin — ¡azul,  el  color  del  cielo,  del  firmamento !" 

Agrega  Le  Plongeon  que  los  antiguos  mayas  se  extendieron  por  las  már- 
genes del  Nilo,  escogieron  la  Nubia,  a  la  cual  llamaron  Maiú,  en  las  tierras  del 
sol  poniente,  y  dominaron  despuéss  Mayach  (i6)  a  la  región  sumergida  de  la 
cual  procedían.  Sigue  aquel  americanista,  paso  a  paso,  la  peregrinación  de 
los  mayas,  desde  los  hogares  de  Centro-América  hacia  las  regiones  del  Oeste, 
al  través  del  desierto  de  Siria,  hasta  Egipto,  de  donde  se  esparció  la  cultura 
greco-latina,  que  miles  de  años  después  trajeron  los  españoles  a  este  hemis- 
ferio, que  llamaron  Nuevo  Mundo,  siendo  así  que  era  el  más  viejo,  acaso  la 
cuna  de  la  humanidad.  El  Manuscrito  Troano  así  lo  demuestra,  y  Brasseur 
de  Bourbourg,  al  hablar  de  "Las  Naciones  Civilizadas  de  México  y  Centro- 
América,"  explica  largamente  los  orígenes  y  transformaciones  de  los  mayas. 
En  la  lengua  de  éstos  y  en  la  de  los  quichés,  el  thla  griego  es  todavía  thlán, 
como  Atitlán,  Amatitlán,  lugar  de  agua.  El  léxico  quiche  contiene  la  mayor 
parte  de  las  raíces  que  han  servido  de  clave  a  Mr.  Fray  para  demostrar  el  ori- 
gen annamita  de  muchísimas  lenguas.  Acaso  en  un  principio  el  quiche  y  el 
annamita  fueron  una  sola  lengua.  Jesucristo,  como  la  mayor  parte  de  los 
habitantes  de  Palestina,  hablaban  por  aquel  tiempo  dos  idiomas,  el  dialecto 
nativo,  aramaico,  procedente  del  caldaico,  y  el  griego  que  por  uso  inmemorial 
se  había  naturalizado  en  el  país.  Al  hablar  el  Nazareno  con  el  Centurión  ro- 
mano, y  al  contestar  a  sus  acusadores  ante  Pilatos,  Jesús  habló  en  griego.  AI 
discurrir  con  sus  discípulos,  en  Judea  y  en  Galilea,  habló  en  aramaico,  el  idio- 
ma que  todos  ellos  usaban  y  comprendían. 

Don  Francisco  Fernández  y  González,  en  la  interesante  conferencia  que 
dio  en  el  Ateneo  de  Madrid,  con  motivo  del  centenario  de  Colón,  hizo  muchas 
comparaciones  entre  el  griego  moderno  y  la  lengua  quiche,  juzgando  análogos 
ambos  idiomas.  En  la  lingüística,  en  la  etnografía,  en  la  geología,  y  en  otras 
ciencias,  hay  pruebas  palmarias  de  que  el  continente  americano  es  antiquísimo 
y  que  sus  primitivos  pobladores  se  remontan  a  la  antigüedad  más  remota.  El 
maya,  del  cual  se  deriva  el  quiche,  tiene  al  decir  del  abate  Basseur,  una  sen- 
cillez y  regularidad  maravillosas.  Los  dialectos  que  se  hablan  cerca  de  Yuca- 
tán y  Belice  son  los  más  semejantes  al  maya. 

¿Será  realmente  América  la  cuna  del  género  humano?  No  podríamos 
nosotros  decir  si  aquellos  autores  están  en  lo  cierto  cuando  opinan  que  los 
chinos  salieron  de  los  otomíes.  Por  más  que  el  Nuevo  Mundo  sea  muy  viejo, 
es  harto  difícil  remontarse  a  los  orígenes  de  las  cosas ;  porque,  como  decía 
Quatrefages  "acerca  de  ello  nada  sabemos."  En  los  últimos  tiempos,  se  han 
descubierto  monumentos  de  los  asirios  y  babilonios,  que  dejan  comprender 
que  eran  asiáticos  los  primeros  pueblos,  según,  opinan  generalmente  todos  los 


(1)    Heroíloto.  Historia.  Libro  1 1. 


historiadores ;  pero  como  la  tierra  sufrió  grandes  transformaciones  geológicas, 
no  es  dable  saber  a  punto  cierto  cuál  sería  la  cuna  de  la  humanidad,  ni  si  en 
la  perdida  Atlántida  estaría  el  principio  del  género  humano.  La  Lemuria  con- 
tinente hoy  sumergido,  según  Heakel,  el  norte  del  Asia,  quedaba  frente  a 
Yucatán. 

Lo  que  sí  está  averiguado,  y  fuera  de  duda,  es  que  la  lengua  maya  y  la  de 
los  chorotegas  son  las  más  antiguas  de  América,  y  que  de  ellas  se  desprendie- 
ron después  de  muchos  siglos  otros  dialectos,  como  son  los  siguientes :  totonac, 
chipanec,  tloque,  zotzil,  zeldalquelén,  verbetlateca,  mam,  achie,  guatemaltec, 
cuettac,  hirichota,  poconchí,  caechicolchí,  tlacacebastla,  apay,  plotón,  taulepa, 
ulúa,  quiche,  cakchiquel,  tzutugil,  chortí,  alaguilac,  caichi,  ixil,  zoque,  coxoh, 
chañabalchol,  uzpantec,  aguacatec,  kecchi  y  maya  adulterado.  Los  idiomas  de 
la  costa  occidental  de  África  provienen  del  annamita,  tan  parecida  al  maya  (i). 

Como  consecuencia  de  la  cultura  de  un  gran  pueblo,  brotó  del  maya  el 
idioma  quiche,  que  hace  en  la  historia  de  estas  regiones  americanas,  el  papel 
que  hizo  el  griego,  en  la  cultura  de  las  sociedades  antiguas  del  otro  hemisferio. 

En  los  últimos  tiempos  históricos  vino  confinándose  desde  Chiapas  y 
Soconusco  hasta  Guatemala,  esa  preciosa  lengua,  por  virtud  de  las  varias  in- 
vasiones nahoas,  y  especialmente  la  méxica ;  de  tal  suerte,  que  el  núcleo  quiche 
de  las  márgenes  del  Usumacinta,  que  es  el  Nilo  de  América,  retirábase  siem- 
pre hacia  el  Sur,  y  dejó  un  pueblo  civilizado,  que  en  medio  de  los  bosques  pa- 
radisiacos (quiche,  muchos  árboles)  tuvo  peculiar  cultura,  innumerables  rique- 
zas, curiosa  teogonia,  artes  y  costumbres  raras.  Su  idioma,  sobre  todo,  llamó 
desde  un  principio  la  atención  de  los  religiosos,  que  como  sabedores  de  la  gra- 
mática y  del  latin,  podian  conocer  las  perfecciones  de  las  lenguas  nuevas  para 
ellos,  no  obstante  que  las  preocupaciones  hacian  mirar  con  malos  ojos  cuanto 
revelaba  alguna  cultura  en  la  raza  indiana.  De  lo  mismo  que  los  cronistas  y 
curas  han  escrito,  dedúcese  que  siempre  veia  la  generalidad,  a  través  del  fana- 
tismo, cuanto  se  relacionaba  con  los  infelices  conquistados.  El  Padre 
Fr.  Francisco  Ximénez  escribió  "El  Tesoro  de  las  lenguas  Quiche,  cakchiquel 
y  Tzutugil,"  y  en  esa  curiosísima  obra,  dice  que  la  lengua  quiche  "causa  admi- 
miración  a  quien  bien  la  considere,  por  su  método  tan  regular,  pues  jugando 
todo  el  alfabeto,  desde  la  a  hasta  la  z,  va  formando  vocablos  monosílabos,  ya 
con  una,  ya  con  dos,  ya  con  ninguna  consonante,  que  es  maravilla  el  ver  tal 
orden,  y  que  si  alguna  lengua  se  puede  decir  que  es  formada  por  el  Autor  So- 
brenatural, es  ésta,  y  no  por  el  demonio,  como  algunos  han  dicho  por  ser  ene- 
migo de  todo  orden." 

Ciertamente  que  no  fue  por  ésto  por  lo  que  muchos  declararon  que  el 
cjuiché  era  lengua  del  diablo,  sino  porque  desde  los  primeros  días  de  la  con- 


(1)    Charrenoey.— Chrestomathic  de  la  lantrue  Maya  anlUnio.-  l'arls,  1875. 


2ijO  — 

quista  se  atribuyó  a  los  indios  que  judaizaban,  como  que  parecía  que  hacían 
uso  en  sus  lenguas  de  voces  hebreas,  y  hasta  hubo  quien  en  su  ingnorancia 
dijera  que  algunos  de  estos  dialectos  aborígenes  eran  hebreo  corrompido  (i). 
No  pocos  frailes,  que  sólo  tenían  nociones  de  la  lengua  de  los  judíos  y  un  co- 
nocimiento superficial  de  algunos  idiomas  de  los  pobres  indios,  a  quienes  se  les 
miraba  con  desprecio,  creían  firmemente  que  el  quiche  y  el  hebreo  eran 
hermanos. 

Las  letras  usadas  en  la  lengua  quiche  fuera  de  algunos  sonidos  cpie  no 
pueden  representarse  por  eJ  alfabeto  común,  son :  a,  b,  c,  e,  h,  i,  k,  1.  m,  n,  o,  p, 
q,  r,  t,  u,  V,  X,  y,  z,  tz,  tch. 

El  género  se  expresa  anteponiendo  al  nombre  la  voz  ixok  o  sea  mujer, 
V.  g.  coh,  león,  ixokcoh,  leona :  mun,  esclavo,  ixokmun,  esclava.  El  sonido  ish 
expresado  por  la  letra  x,  denota  desprecio,  inferioridad,  y  se  usa  para  significar 
el  femenino  de  las  cosas  haladles.  U,  en  quiche  y  Ru  en  cakchiquel,  son  pro- 
nombres posesivos  o  dan  a  entender  posesión  por  parte  del  nombre  que  sigue. 
Las  partículas  re  y  ri  se  usan  a  veces  con  igual  propósito : — U  chuc  ahpop,  la 
madre  del  príncipe :  qui  quoxtum  tinamit,  las  murallas  de  la  ciudad.  Antes  de 
las  vocales  a,  o,  u,  se  cambia  en  c:  y  antes  de  e,  i,  se  cambia  en  q.  El  adjetivo 
va  antes  del  substantivo,  como  en  inglés  ;  zaki  ha,  blanca  casa.  El  substantivo 
se  forma  del  adjetivo,  agregando  la  sílaba  al,  el,  il,  ol,  ul,  nim,  grande  :  nimal,  el 
más  grande :  zak,  blanco :  zakil,  la  blancura ;  utz,  bueno ;  utzil,  lo  más  bueno. 
Esos  mismos  sustantivos  pueden  tornarse  en  adjetivos  otra  vez,  añadiéndoles 
la  partícula  ah,  nimalah  mak,  ran,  pecado ;  utzilah  achí,  buen  hombre.  Por  el 
mismo  procedimiento  todos  los  sustantiví)s,  i)ueden  convertirse  en  adjetivos, 
agregándoles  una  de  las  partirnlas  alah,  elah,  ilah,  olah,  etc..  ahau,  rey  a  señor; 
ahaualah,  real. 

Para  significar  el  comparativo,  se  emplea  el  participio  i)asaílo  del  verbo 
iqou  (sobrepasar)  que  es  iqouinac,  y  otras  veces  la  palabra  yalacuhinak,  de 
yalacuh,  exceder.  Por  ejemplo,  nim,  grande,  iqouinak  chi  nim  u  hebeliquiil, 
el  sobrepasa  lo  grande  ;  Iqouinakchi  nim  u  hebeliquiil  ka  xotahau  Gapoh  María 
chiqui  vi  conohel  ixokib,  quiere  decir  literalmente :  "Sobrepasa  en  gran  belle- 
za Nuestra  Señora  la  Virgen  María  a  toda  otra  mujer."  El  superlativo  se  ex- 
presa por  la  sílaba  maih,  muy  grande  o  mucho ;  nim,  grande  o  grandemente ; 
tih,  xoo,  qui,  mucho,  todos  los  cuales  se  colocan  antes  de  la  palabra  y  seguida 
de  la  sílaba  chi ;  maih  chi  tinamit,  muy  gran  ciudad ;  xoo  gatan,  muy  gran 
calor :  tih  nima  ha,  muy  gran  casa.  El  adverbio  lavólo  o  lolo  se  usa  también 
con  el  mismo  objeto:  lavólo  o  lolo  cou  chabana,  tómalo  fuerte. 


(1)    Sobron.— Las  leiisruas  americanas. 


Los  nombres  de  colores  se  duplican  para  expresar  el  superlativo  como 
rax  rax,  muy  verde,  zak  zak,  muy  blanco.  Las  sílabas  reverenciales  son  lal  y 
la:  lal  nu  cahau,  vuestra  excelencia  es  mi  padre:  in  alcual  la,  yo  soy  el  hijo  de 
vuestra  excelencia. 

PRONOMBRES 


Yo  o  mi 

tú 

El 

Yo  mismo 

tu  mismo 

El  mismo 

Nosotros 

Ustedes,  vosotros 

Ellos 

Nosotros  mismos 

Vosotros  mismos 

Ellos  mismos 


m,  nu  nuv 
at,  a 
are,  ri,  r 
xavi  in 
xavit  at 
xavi  are 
oh 
yx 
e,  he 
xavi  hoh 
xavi  yx 
xavi  e.  he 


Cuando  comienza  un  nombre  con  consonante,  se  usan,  en  singular,  nu,  a, 
u,  y,  ka,  y,  qui,.en  plural. 


Mi  esclavo 

Tu  esclavo 

Su  esclavo  (de  él) 

Nuestros  esclavos 

Sus  esclavos  (de  ellos) 


nu  mun 
a  mun 
u  mun 
ka  munib 
oui  munib 


Quién  ? 

Quién  soy  yo? 

Quién  eres  tú? 

¿Quién  es  éste? 


naki,  achinak,  apachinak. 
apa-in-chinak         .    , 
apa-at-chinak 
apachinak-ri 


Yo  soy 
Tú  eres 
El  es 
Nosotros 
Vosotros 
Ellos  son 


somos 
sois 


m  ux 
at  ux 
are  ux 
oh  ux 
yx  ux 
he  ux 


—  292  — 

Hemos  querido  poner  estos  pocos  ejemplos  para  dar  una  idea  de  la  regu- 
laridad y  concisión  del  quiche ;  pero  en  una  monografía  sobre  lenguas  indíge- 
nas no  cabe  extendernos  más,  remitiendo  al  que  desee  tener  cabal  concepto  de 
ella,  a  las  gramáticas  del  gran  quicheista  Ximénez,  Brasseur  y  el  P.  Flores, 
bien  que  todas  tienen  el  defecto  de  haber  tenido  por  norma,  para  sus  clasifica- 
ciones y  formas,  la  gramática  latina  de  Nebrija,  como  le  ha  sucedido  a  la  Real 
Academia  Española,  con  respecto  a  la  lengua  castellana,  que  siendo  romance, 
todavía  tiene  mucha  más  atingencia  con  la  lengua  del  Lacio,  que  no  con  el  qui- 
che, ni  el  cakchiquel,  cuya  analogíy  remota  pudiera  ser  con  el  annamita,  el 
hebreo,  el  caldeo  y  el  cuskera  (Grammaire  de  la  langue  Quichée.  Brasseur  de 
Bourbourg). 

El  tzutugil  y  el  cakchiquel  tienen  más  relación  entre  ellos,  que  el  cakchi- 
quel y  el  quiche,  bien  que  conservan  bastante  analogía. 

El  cakchiquel  ha  sido  objeto  de  estudios  muy  importantes,  como  los  de 
Fr.  Esteban  Torresano,  el  P.  Flores  y  últimamente  el  doctor  Otto  StoU,  que 
vivió  durante  muchos  años  en  Guatemala.  La  raza  de  esos  indios  muestra  su 
superioridad  en  muchas  cosas,  por  la  energía  de  sus  expresiones  y  la  belleza  de 
su  lengua.  Mr.  Brinton  escribió  una  gramática  de  ella,  y  publicó  en  cakchiquel 
y  en  inglés,  "Los  Anales  de  los  cakchiqueles,"  o  sea  el  "Memorial  de  Tecpán 
Atitlán." 

Juzga  Lubbock  (i)  que  el  punto  de  mayor  interés  en  el  lenguaje  es  el  de 
numeración.  Los  quichés  tenían  un  sistema  ingeniosísimo.  Al  paso  que  el 
nuestro  íleva  por  base  el  10,  del  número  de  los  dedos  de  la  mano  del  hombre, 
aquellos  indios  contaban  todos  los. dedos,  incluyendo  los  de  los  pies,  es  decir 
que  tomaban  20,  y  contaban  por  veintes.  Expresaban  con  puntos  los  números 
hasta  4,  y  si  se  repetía  este  número  empleaban  rayitas  horizontales,  así : 
i^  significa  13.  —  Los  números  .sobrepuestos  indicaban  múltiples  de  20.  Por 
ejemplo,  se  escribe  149,  por  un  7  colocado  sobre  un  9  7777  y  entonces  la  cantidad 
se  desenvolvería  así:  .7  x  20  =  140  -f-  9. 

Eran  los  signos : 

i      2     '2       4       5       6       7       8       910TTT213nT5TG 

y  así  sucesivamente.  Conocían  el  o  cero.  Compárese  este  método  con  el  de 
los  números  romanos,  y  se  verá  que  los  mayas  y  los  quichés  estaban  más  ade- 
lantados, cuyo  sistema,  al  decir  de  Pinochet,  era  más  natural,  claro  y  sencillo 
que  el  arábigo,  que  nosotros  usamos  (2). 


(1)  Los  orígenes  de  la  civilización,  cap.  IX,  uág.  376. 

(2)  Trábalo  del  4?  Conjíreso  Científico  de  Chile  val.  XI,  páj?,  183 


—  293  — 

Volviendo  a  tratar  de  las  lenguas  de  Centro-América,  diremos  que  en 
Honduras  se  conocen  muchos  dialectos,  y  el  Caribe  de  las  costas  de  la  bahía  y 
de  las  islas  cercanas,  resulta  ser  el  mismo  que  se  usa  en  las  Islas  Occidentales. 
Kl  doctor  Berendt  es  quien  mejor  clasificó  los  grupos  de  esos  idiomas,  criti- 
cando lo  que  acerca  de  ellos  había  escrito  Squier.  Desde  el  cabo  de  Honduras 
hasta  el  río  San  Juan,  y  en  las  islas  que  se  extienden  hasta  el  río  Negro,  se  usa 
el  Mosquito.  Por  el  río  Patuca,  el  Towka  y  en  el  río  Seco,  el  dialecto  de  este 
nombre.  Cerca  de  Nicaragua  el  Valiente  y  el  Rama.  En  el  interior  el  Querrá 
y  Woolwa.  El  Zambo  y  otros  dialectos  ■^ambién  se  usan  por  muchos  indios. 
La  principal  de  todas  esas  lenguas  es  el  chorotega.  El  Populuca  es  un  idioma 
muy  enredado  y  primitivo. 

Sobre  las  lenguas  de  Nicaragua  se  ha  publicado  bastante.  Fuera  del 
azteca,  las  principales  son  el  coribici,  el  chorotega,  el  chontal  y  el  orotiña,  al 
decir  de  Oviedo,  Gomara,  Boyle  y  otros  historiadores. 

En  Costa-Rica  se  conocen  vocabularios  de  las  lenguas  de  los  guatusos, 
blancos,  valientes,  talamancas,  etc.  En  la  obra  de  Wagner  y  Scherzer  sobre 
Costa-Rica  (página  562)  en  las  del  obispo  Thiel,  en  las  de  Peralta,  y  en  las 
interesantes  publicaciones  que  han  hecho  los  señores  Ferraz  y  Fernández, 
pueden  encontrar  mucho,  sobre  idiomas  indígenas  de  estos  pueblos,  los  aficio- 
nados a  la  filología  americana.  Los  "Apuntes  lexicográficos  de  las  lenguas  y 
dialectos  de  los  indios  de  Costa-Rica"  del  señor  Thiel,  son  muy  interesantes. 

Por  lo  demás,  lo  que  falta  por  hacer  en  las  lenguas  indígenas  de  América 
es  la  indagación  filosófica  y  lirhgüística  de  la  manera  particular  de  pensar  de  los 
indios,  ya  que  las  razas  piensan  en  conformidad  con  la  lengua  que  hablan.  No 
hay  una  manera  absoluta  de  pensar,  sino  que  cada  idioma  tienesu  mentalidad, 
su  psicología,  su  modo  especial  de  unir  las  ideas  y  formar  los  juicios.  El  que 
más  ha  desentrañado  el  espíritu  de  las  lenguas  quiche,  cakchiquel  y  maya,  es 
Brinton,  no  poniéndolas  en  el  lecho  mortífero  de  Procusto,  en  el  molde  de  la 
gramática  latina,  sino  en  medio  de  los  bosques  del  Usumacinta  y  al  través  de 
la  historia  de  aquella  raza  distinguida  y  antigua.  Entre  nosotros  el  Coronel 
Elgueta  es  especialista  en  esta  materia  tan  interesante. 

Si  la  lingüística  se  considera  hoy  como  uno  de  los  principales  ramos  de  la 
etnología,  no  es  menos  cierto  que  la  cuestión  vital,  al  decir  del  sabio  Humboldt. 
que  dedicó  la  última  parte  de  su  vida  al  estudio  sociológico  de  las  lenguas,  es 
qué  influencia  tiene  o  ha  tenido  el  habla  de  una  nación  en  su  capacidad  inte- 
lectual, moral  y  económica  ;  es  decir,  en  su  idiosincrasia,  en  sus  fases  históricas, 
en  sus  progresos  y  en  sus  caídas,  ya  que  la  lengua,  como  los  pensamientos  y 
sentimientos  de  un  país,  vienen  de  sus  antecesores,  y  las  palabras  y  el  genio 
del  idioma  constituyen  sellos  formados  por  herencia  también.  Las  palabras 
son  reflejos  de  la  mente  y  ecos  del  corazón.  Si  Cuvier  pudo  reconstruir  los 
animales  antediluvianos  por  huesos  disgregados,  hoy  la  ciencia  halla  el  alma 


—  294  — 

de  los  pueblos  en  sus  lenguas  mismas.  Por  el  hilo  de  oro  que  engarza  las 
perlas  del  pensamiento,  reconoce  el  artista  el  valor  y  mérito  que  tenían  (i). 

Los  conquistadores  y  aun  los  eruditos  de  aquella  época  tan  garande  como 
ruda,  no  paraban  mientes  en  todo  eso;  ni  qué  habían  de  detenerse  a  conside- 
rar si  las  lenguas  americanas  llevaban  en  su  índole,  estructura  y  sonidos,  el 
meollo,  el  espíritu  de  pueblos  que  habían  sido  poderosos  y  muy  notables, 
cuando  lo  que  aquellos  férreos  soldados  hispanos  pensaban  era  que  los  indios 
carecían  de  razón.  Bastante  hizo  el  licenciado  don  Diego  García  del  Palacio, 
en  1576,  al  dirigir  al  rey  de  España  una  carta,  en  la  que  encomiaba  los  siguien- 
tes idiomas,  que  por  estas  tierras  se  conocían  :  el  mame,  achí,  chinautec,  huta- 
tec  y  chirichota,  en  Suchiltepequez  y  Guatemala ;  en  Jutiapa,  Salamá  y  Baja 
Verapaz,  el  pipil ;  en  la  Alta  Verapaz  el  poconchi  y  el  cakchicolchi ;  en  Chiqui- 
mula  el  tlacacebasta  y  el  apay  ;  en  Chiquimulilla  y  Jalapa  el  xinca  :  en  la  comar- 
ca de  San  Miguel  el  potón,  taulepa  y  ulúa ;  en  San  Salvador  el  pipil,  y  en  Nica- 
ragua el  nahualtl,  el  chorotega,  el  corobici,  el  chontal,  el  guetar.  el  orotiña,  etc. 

Muchas  de  esas  lenguas  han  desaparecido,  como  el  alaguilac,  que  se  ha- 
blaba en  el  pueblo  de  San  Cristóbal  Acasaguastlán,  departamento  de  Zacapa ; 
el  popoluca,  que  .se  usaba  en  Moyuta  y  Conguaco,  de  Jutiapa ;  el  pipil  de  Es- 
cuintla,  y  el  chol  que  fué  idioma  de  una  nación  poderosa  que  vivía  al  Sur  del 
Peten,  y  cuyos  restos  se  ven  en  el  Palemke. 

Preciso  es  reconocer  que  hubo  laudable  empeño  de  parte  de  los  religiosos 
españoles  en  escribir  gramáticas,  vocabularios  y  doctrinas  cristianas,  en  len- 
guas indígenas  de  América.  El  Padre  Fr.  Ildefonso  Flores  escribió  el  "Arte 
de  la  lengua  Metropolitana  del  reyno  Cakchiquel,"  en  1753.  El  dominicf) 
Marcos  Martínez  escribió  la  "Gramática  Quiche";  el  mercedario  Castelú,  la 
de  los  lacandones ;  el  franciscano  Rodríguez,  un  "Arte  y  Vocabulario  Cakchi- 
quel" ;  Fr.  Esteban  Torresano  otra  obra  análoga  ;  Francisco  Porras,  el  "Diccio- 
nario quiche,  cakchiquel  y  tzutugil" ;  Fr.  Juan  Torres  dejó  un  "diccionario  de 
varias  lenguas";  el  Padre  Cadenas,  los  "Vocabularios  cakchiquel,  quiche  y 
poconchi" ;  el  ilustrísimo  Fr.  Tomás  de  Cárdenas  redactó  un  "Arte  de  la  lengua 
Cakchi" ;  y  el  inolvidable  obispo  señor  Marroquín,  escribió  e  hizo  imprimir  una 
"Doctrina  Cristiana,"  que  tiene,  sobre  el  mérito  lingüístico  e  histórico,  el  de  ser 
obra  de  aquel  santo  varón  que  enfervorizó  los  primeros  años  de  la  colonia. 

Es  muy  interesante  aunque  poco  extenso,  el  vocabulario  en  veintiuna 
lenguas  del  reino  de  Goathemala,  mandado  formar  a  fines  del  siglo  XVIII,  por 
el  rey  don  Carlos  III,  y  que  se  imprimió  en  Costa-Rica,  por  los  señores  Guardia 
y  Ferraz,  en  1892. 

Es  digno  de  recordarse  que  el  P.  Fr.  Pedro  de  Betanzos  fué  el  primero  que 
mandó  imprimir  a  México,  en  aquella  imprenta  mendocina,  el  Catecismo  de  la 
Doctrina  Cristiana  en  lengua  guatemalteca.     Este  fué,  pues,  el  primer  libro 


tiuli  CiiUrl.  vol.  TT.  Grazladio-.T  Ascoll. 


—  295  — 

que  se  dio  a  la  estampa  en  el  idioma  de  estas  tierras.  Después  salió  impreso 
también  en  México,  el  del  señor  Marroquín,  con  el  título  siguiente:  "Doctri- 
na Cristiana  en  lengua  guatemalteca  (cakchiquel)  con  parecer  de  las  Religiones 
del  señor  santo  Domingo  y  san  Francisco :  Fr.  Juan  de  Torres  y  Fr.  Pedro  de 
Betanzos"  1553.  *En  el  año  1724  se  reimprimió  en  Guatemala,  por  el  Br.  Anto- 
nio Velásco.  En  el  año  1786  se  publicó  en  la  Nueva  Guatemala,  en  la  imprenta 
de  don  Mariano  Bracamonte,  llamada  de  las  Benditas  Ánimas,  un  "Tratado  de 
la  vida  y  muerte  de  Nuestro  Señor  Jesucristo,"  en  lengua  cakchiquel.  En 
1762,  imprimió  don  Sebastián  de  Arévalo,  en  la  Antigua  Guatemala,  una  Doc- 
trina Cristiana,  en  cakchiquel.  El  licenciado,  don  Ramón  G.  Saravia,  publicó, 
hace  algún  tiempo,  un  vocabulario  quekchí,  que  tiene  la  ventaja  de  estar  en 
forma  gramatical,  y  que  debía  haber  sido  acogido  con  más  interés  y  alguna 
recompensa. 

La  tribu  quekchí,  que  es  antiquísima,  contribuyó  a  la  cultura  de  los  mayas 
y  a  la  elaboración  de  su  calendario.  Los  famosos  héroes  de  la  mitología 
quiche,  Hunahpú  y  Xbalanqué,  representantes  del  sol  y  de  la  luna,  salieron  de 
Carchaj,  importante  pueblo  quekchí,  del  departamento  de  la  Alta  Verapaz,  en 
'a  República  de  Guatemala.  La  lengua  que  ahí  se  habla  es  muy  interesante, 
filosófica  y  expresiva.  Dice  el  mismo  señor  Saravia  "que  el  artículo  determi- 
nante li  correspondiente  al  español  el,  es  en  plural  eb  li.  Las  declinaciones  se 
hacen  como  en  castellano  por  preposiciones.  Así,  del  genitivo  re,  de ;  del  dati- 
vo reech,  para ;  del  acusativo  aj,  á ;  y  del  ablativo  riquin,  con ;  re,  de ;  cagnac, 
desde ;  sa,  en  ;  isch  ban,  pogui,  sin  ;  issbeen,  sobre ;  y  chirisch,  tras. 

El  artículo  indeterminado  un,  es  jun.  Su  plural  junchol.  El  artículo  no 
denota  género,  en  quekchí ;  pero  como  va  con  el  nombre  que  sí  denota  género, 
se  comprende  bien  si  es  masculino  o  femenino.  En  cambio,  como  el  nombre 
no  tiene  número,  lo  expresa  por  medio  del  artículo,  con  lo  que  se  vé  que  ambas 
partes  de  la  oración  se  prestan  servicios  mutuos.  Ejemplo:  el  hombre,  li- 
guínc;  los  hombres  eb-liguinc.     La  muier,  li-isch;  las  mujeres,  eb-li-ische. 

Los  nombres  propios  tienen  abreviaturas,  como  Mar,  por  María ;  Manu, 
por  Manuel;  Cantel,  por  Candelaria;  Tir,  por  Mártir,  etc.  En  esta  parte, 
creemos  que  el  señor  Saravia  debía  haber  advertido  que  esto  de  los  nombres 
propios,  no  es  más  que  castellano  corrompido,  como  que  en  el  verdadero  quek- 
chí, no  existen  tales  nombres  propios  cristianos. 

Hay  nombres  primitivos,  v.  g.  gua,  pan :  Derivados,  caxlanguá,  pan  es- 
pañol. Simples  :  chabil,  bueno :  cachin-chabil,  buenito.  Colectivos :  tenamit, 
Pueblo.  Partitivos :  jach,  mitad.  Proporcionales,  caguá,  duplo.  Aumentati- 
vos :  nimblá,  gran  guiñe,  hombre.  Digiinutivos :  china,  pequeño,  guiñe,  hom- 
bre. Los  adjetivos  tampoco  tienen  distinta  terminación  genérica,  y  el  plural 
lo  forman  por  el  artículo.     Ejemplos :  us,  bueno ;  maus  malo. 

En  la  conjugación  con  auxiliares,  casi  nunca  varia  la  palabra  matriz.  Así 
raoc,  amar,  suena  raoc  en  casi  todos  los  tiempos,  aunque  en  ésto  suele  haber 


—  296  — 

irregularidades.  Tanto  por  su  estructura  como  por  su  gramática  es  digna  de 
estudiarse  esta  lengua  quekchí. 

Conservo  en  mi  colección  un  testamento  kekchí,  escrito  en  el  siglo  XVI, 
encontrado  en  Carcha,  y  remitido  en  copia  por  Mr.  Sapper  al^Museo  de  Berlín. 
Contiene  ese  precioso  documento  antiguo  muchas  palabras  que  ya  los  mismos 
indios  no  entienden  bien  hoy,  acaso  por  haber  caído  en  desuso.  El  testamento 
es  la  última  voluntad  de  una  viuda  moribunda,  que  deja  un  sitio  o  solar  sem- 
brado de  chiles,  un  poco  de  ropa,  una  piedra  de  moler  maíz,  unas  cuantas  fa- 
negas de  ese  grano  y  algunos  otros  objetos.  La  mayor  parte  se  lega  para 
pagar  misas  en  sufragio  del  alma  de  la  testadora.  La  fecha  del  testamento  es 
el  3  de  diciembre  de  1583.  Se  encuentra  traducido  al  inglés  con  nuichas 
observaciones,  por  Roberto  Burkitt,  y  publicado  en  la  "American  Anthro- 
pologíst.  (i) 

Varias  lenguas  van  desapareciendo,  como  la  pupuluca,  que  se  habló  en 
varios  pueblos  de  El  Salvador,  y  que  apenas  queda  en  Yu])iltepeque,  y  como 
la  sinca,  que  es  congénere  de  aquella  y  derivada  de  un  idioma  distinto  de  los 
otros  aborígenes  de  Guatemala  (2). 

Pasando  a  tratar  de  las  etimologías,  no  están  de  acuerdo  los  autores  acerca 
de  la  (|ue  corresponda  al  nombre  de  nuestra  patria,  Guatemala.  Remseal 
piensa  que  en  lengua  india  significa  "donde  se  echa  la  madera."  ¡''ncntcs  y 
Guzmán  afirma  (|ue  trac  su  origen  de  la  voz  mexicana  Coctemalan,  palo  de 
leche,  hule.  J narros  opina  (jue  viene  de  Quahutcmali,  palo  podrido.  Ximéncz 
dijo  (jue  se  derivaba  de  Cuahutimal,  fuente  de  betún  amarillo.  Garcia  Peláez 
pensaba  que  se  traía  de  Guatezmaha,  (¡ue  en  tzendal  significa  cerro  que  arroja 
agua.  Bancroft,  Milla  y  otros,  sostienen  que  la  etimología  es  Quahutemalan, 
nombre  del  pueblo  Iximché,  al  cual  llegaron  primeramente  don  Pedro  de  Alva- 
rado  y  sus  compañeros,  en  son  de  paz,  habiéndose  fundado  el  25  de  julio  de 
1524,  la  primera  capital  del  reino  de  Goathemala,  con  el  nombre  de  Cibdad  de 
Santiago  de  los  Caballeros;  después  se  extendió  a  todo  el  país  el  nombre  de  la 
capital.  Meneos  Franco  escribió  que  podía  atribuirse  a  Xotemal  o  Jiutemal  o 
Xitemal,  nombre  del  primer  rey  cakchiquel,  lo  cual  Juarros  ya  lo  había  consig- 
nado en  el  tomo  I,  página  J"]  de  su  obra.  Elgueta  sostiene  que  la  palabra  Gua- 
temala, se  formó  de  la'tlascalteca  Quahuthimalán,  compuesta  de  quahutli, 
águila,  y  del  verbo  ma,  malli,  mallán,  que  significa  cautivar,  cautivo,  <í  sea 
águila  cautiva.  Esta  denominación  recibieron  los  cakchiqueles,  porque  sus 
reyes  usaban  sobre  su  corona  un  geroglífico  compuesto  de  una  águila  pequeña, 
de  vistoso  plumaje  y  en  actitud  de  estar  cautiva.  Lo  cierto  es  que  los  cakchi- 
queles se  llamaban  cuahutemalas ;  pero  no  se  sabe  de  dónde  les  vino  ese  nom- 
bre, ni  de  dónde  procedió  el  de  Jiutemal  o  Xotemal,  su  rey,  aunque  caben  su- 


(1)  Vol.  7?  N?  2  Apr.  .lune,  1905. 

(2)  Dr.  Euslor^io  Calderón.    Ensayo  llnjrfiístlco,  sobre  el  Pupuluca. 


—  297  — 

posiciones  o  conjeturas  más  o  menos  aceptables,  como  adelante  se  verá.  Puede 
presumirse  que  en  la  palabra  Cuauhtemalan,  después  sucesivamente,  Quauh- 
temala,  Goathimala,  Goathemala,  Guatemala,  como  ha  venido  escribiéndose, 
en  el  transcurso  del  tiempo,  entra  sin  duda  la  palabra  quauht,  árbol,  como  en 
guapinol,  guayaba,  guachipilín,  guayacán,  guarumo,  guanacaste,  etc.,  que  son 
árboles  conocidos. 

Es  curioso  observar  que  el  nombre  de  Buddha  era  Guatema,  que  significa 
salvado  del  agua,  así  como  quiere  decir  lo  mismo  Moisés.  Prevalece  antiquí- 
sima tradición,  confirmada  por  el  Codex  Cimalpopoca,  de  que  al  titilar  la  estre- 
lla matutina,  en  un  nefasto  instante,  se  hundió  el  gran  Continente  civilizado  de 
los  mayas  primitivos,  y  quedaron  sumergidas  también  por  mucho  tiempo,  gran 
parte  de  las  tierras  del  istmo  de  Centro- América,  que  volvieron  después  enjutas 
al  haz  del  mundo ;  Guatemala,  lugar  cautivo  del  agua,  la  llamarían  entonces,  y 
de  ahí  vendrían  los  nombres  de  sus  reyes  Xotemal  o  Jiutemal,  y  el  feudo  de 
Chutimala.  Hay  mucha  analogía  entre  los  principios  religiosos  de  las  maya- 
quichés  y  la  filosofía  isotérica  de  los  budhas ;  la  lengua  maya,  como  lo  hemos 
dicho  ya,  tiene  las  riiismas  raíces  del  annamíta,  del  caldeo  y  la  elegante  estruc- 
tura y  concisión  del  siríaco.  El  hinduismo  fué  formado  de  los  principios  y 
tradiciones  de  aquellos  pueblos  americanos,  que  tuvieron  admirable  cultura, 
anterior  a  la  asiática,  según  algunos  opinan  (i). 

En  la  "Literatura  de  las  lenguas  aborígenes  americanas,"  que  escribió,  en 
inglés,  H.  E.  Ludwing,  publicada  en  Londres,  en  1858,  se  explican  ampliamen- 
te las  conexiones  de  los  idiomas  asiáticos  con  los  del  Nuevo  Mundo.  Brasseur 
de  Bourbourg  comparó  también  nuestras  lenguas  indígenas  con  las  del  Mundo 
Antiguo,  encontrando  analogías.  Las  lenguas  aborígenes  americanas  pueden 
entrar  en  el  grupo  de  las  arias,  aunque  para  mí  son  anteriores  a  las  otras,  como 
opinan  Chavero  y  varios  historiadores. 

Los  nombres  castellanizados  Mames,  Atitanes,  Guatemalas,  son  proceden- 
tes de  los  idiomas  que  hablan  la  mayor  parte  de  los  pueblos  que  hoy  forman  la 
república  de  Guatemala.  Eran  las  tres  grandes  divisiones  del  reino  quiche, 
dadas  en  feudo  a  los  hijos  del  poderoso  cacique.  La  primera  al  mayor,  la  se- 
gunda a  la  mujer,  hija  o  hermana  y  la  tercera  al  menor.  Esto  se  infiere  de  la 
significación  de  las  palabras  mama  viejo  ;  atitá  viejas  ;  y  chutimala  o  chutimala, 
muchacho  pequeño,  infante  o  nacido  después  del  primogénito.  Acaso  Xotemal 
se  llamó  así  por  ser  el  más  joven  de  los  hijos  de  Acxopil ;  y  de  Xotemal  se  de- 
nominaría Cuahutemálan  la  ciudad  de  Iximché.  De  ahí  pudo  venir  Gohate- 
mala,  como  antes  se  escribía,  resultando  que  significaba  muchachos,  en  su 
origen.     Esta  opinión  aunque  sostenida  por  el  erudito  anticuario,  don  Juan 


(1)    Filosofía  esotérica  de  la  Tndia,   por  el  Hrahmacharfn  Chatterjrl.  versión  castellana  con  notas 
aclaratorias,  por  el  l)r.  .losé  Plana  y  Dorca. 


—  298  — 

Gavarrete,  no  pasa  de  ser  una  hipótesis  más  ingeniosa  que  filológica.  No  hay 
duda  que  nuestro  apreciable  compatriota  Elgueta  es  el  más  autorizado  en 
estas  cuestiones. 

Los  aztecas  que  vinieron  de  auxiliares  de  los  españoles,  fueron  traducien- 
do los  nombres  de  los  pueblos  que  encontraban,  o  poniéndoles  otros  en  su  idio- 
ma. Asi  a  Chelahup  (ch  es  sonido  como  en  francés)  llamáronle  Quetzalte- 
nago.  La  sílaba  final  co  vuelta  por  corrupción  y  suavidad  go,  signihca  en, 
tenán,  lugar,  y  quetzali,  pájaros,  o  por  antonomasia  el  quetzal.  "Lugar  en  que 
hay  quetzales."  Inmediata  a  Quezaltenango  estaba  la  ciudad  quiche  llamada 
Chui-mequen-a,  que  los  aztecas  tradujeron  Totonil-co-apán,  agua  caliente. 
Hoy  le  llaman  Totonicapán.     Totonil  es  caliente,  co  es  en,  apán  agua. 

Huehuetenango — el  co,  (después  se  pronunció  Go)  quiere  decir  en;  hue- 
hue,  en  azteca,  significa  viejo — lugar  de  los  viejos.  Así  tradujeron  los  auxilia- 
res de  don  Pedro  de  Alvarado  la  palabra  mames,  ])ues  mama,  en  (|uichc  y  cak- 
chiquel  quiere  decir  viejo. 

Al  Este  tenía  a  Cuimekená,  pueblo  perteneciente  al  feudo  de  Chutimala,  y 
el  primero  era  Tzololá,  que  se  compone  de  dos  palabras  saúco  y  agua,  o  como 
quieren  otros,  de  zololli-la,  lugar  de  cosas  antiguas.  Del  departamento  de  So- 
lóla, como  hoy  se  escribe,  fué  parte,  en  la  primera  división  legal,  que  tuvo  el 
Estado  de  Guatemala,  Suchitepéquez,  corrupción  de  las  palabras  aztecas 
suchil-aepes,  monte  florido,  cuya  capital  o  cabecera,  como  por  acá  le  llaman,  es 
Mazatenango,  en  el  lugar  de  los  venados.  Cuyotenango,  en  el  lugar  de  los 
coyotes.  Retalhuleu,  lugar  de  tierra  o  mojón,  en  cakchiquel,  que  debió  de  ser 
chak-chi-shel,  que  quiere  decir  el  hermano  menor,  y  ésto  conviene  con  el  Chiu- 
timala  o  Chatimalá  que  mandaba  el  reino,  cuya  capital  era  Iximché,  palo  de 
maíz,  de  que  no  hicieron  caso  los  aztecas,  y  llamaron  Tecpán-Chiutemala,  pa- 
lacios de  i)iedra  de  Chiutimala.  Joyabá,  era  una  hermosa  i)oblación  Xol  abah 
entre  las  piedras.     Nahualá,  quiere  decir  la  magia,  la  ciencia. 

En  Chak-chi-shel  está  la  metonimia  que  en  los  idiomas  europeos  se  comete, 
tomando  la  palabra  lengua,  por  idioma;  porque  chi  quiere  decir  boca,  y  mien- 
tras unos  toman  una  parte  como  el  principal  instrumento  de  la  palabra,  los 
otros  toman  el  todo.  Por  eso  se  halla  el  chi  en  la  denominación  de  otros  idio- 
mas, como  el  poconchí,  quekchí,  chinauteco,  chirechota,  etc.  El  shel  es  una 
terminación  parecida  a  las  que  tenemos  en  español,  como  en  línea,  linaje,  len- 
gua, lenguaje. 

El  hecho  de  que  se  encuentren  todavía  muchísimos  vocablos  mexicanos 
por  Guatemala,  el  Salvador,  Honduras  y  Nicaragua,  confirma  la  idea  histórica 
de  que  los  aztecas  que  vinieron  con  el  conquistador  Alvarado,  dejaron  muchfj 
nombres  que,  con  pocas  excepciones,  aún  se  conservan ;  siendo  además  de 
notar  que  los  nahoas,  como  se  ha  dicho  atrás,  habían  extendido  su  raza  por  la 
mayor  parte  del  istmo  centro-americano,  hasta  más  allá  de  los  lindísimos  lagos 
de  Nicaragua.     La  cremación  y  las  urnas  cinerarias,  introducidas  por  esa 


—  299  — 

invasión,  son  semejantes  desde  Huchuetenango  hasta  la  isla  de  Ometepeqnc. 
En  todo  el  istmo  centro-americano  quedan  restos  de  aquella  histórica  invasión  : 
y  no  faltan  pueblos,  como  el  de  Santa  Inés  Petapa,  en  Guatemala,  que  se 
precian  de  ser  descendientes  de  los  tlascaltecas,  que  trajo  don  Pedro  de 
Alvarado  (i). 

Por  todos  estos  lugares  se  conoció  el  maíz  desde  antes  de  la  conquista, 
como  que  en  algunas  partes  era  silvestre,  y  en  México,  Guatemala,  el  Perú, 
las  Antillas,  etc.,  formaba  y  aún  forma  la  base  de  la  alimentación  de  los  in- 
dios (2).  La  palabra  maíz  se  deriva  del  maya  mayz,  y  en  el  Popol-Vuh  se  dice 
que  de  maíz  fué  hecho  el  hombre.  En  Guatemala  se  llama  helóte  al  maíz 
tierno  y  chilote  a  los  tallos  de  que  se  desprende  el  grano,  palabras  derivadas 
del  mexicano  xilotl.  La  mayor  parte  de  los  nombres  de  lugares  de  ríos,  plan- 
tas, árboles,  etc.,  se  derivan  del  azteca.  Tecpán,  palacio  real ;  Pochuta,  abun- 
dancia de  ceibas ;  Amatitlán,  entre  los  amates ;  Escuintla,  abundancia  de  pe- 
rros ;  Mixtán,  junto  a  los  leones ;  Chiquimula,  lugar  de  jilgueros ;  Sinacantán, 
abundancia  de  murciélagos ;  Atitlán,  ontre  el  agua ;  Cuyotenango,  lugar  de  co- 
yotes ;  Teculután,  lugar  de  buhos  ;  Usumatlán,  lugar  de  monos  ;  jA.casaguastlán, 
lugar  de  la  grama ;  Jocotán,  lugar  de  frutales ;  Alzatate,  lugar  de  las  garzas ; 
Jutiapa,  en  el  agua  de  los  caracoles ;  Mita,  abundancia  de  flechas ;  Michatoya, 
río  del  pescado ;  Usumacinta,  abundancia  de  monitos ;  Motocinta,  abundancia 
de  ardillitas  ;  Suchitán,  entre  las  flores  ;  Tectictlán,  entre  las  piedras  ;  Ixguatán, 
lugar  de  las  palmeras ;  Yepocapa,  en  el  agua  dormida ;  Sacapulas,  abundancia 
de  sacate.  Estos  no  son  sino  unos  pocos  ejemplos  de  las  muchas  pala- 
bras aztecas  que  quedaron  por  estas  tierras,  al  pasar  Alvarado  con  los  indios 
mexicanos.  Citamos  esas  por  ser  nombres  de  lugares  conocidos  de  Guatemala, 
i  Fenómeno  curioso !  En  busca  de  riquezas,  instigados  por  la  codicia, 
venían  los  conquistadores  españoles,  esparciendo,  sin  sentirlo,  los  gérmenes  de 
un  lenguaje  nuevo,  y  subyugados  por  el  espíritu  religioso  dejaban  aquí  y  ahí, 
un  lugar,  un  pueblo,  un  río,  una  flor,  un  pájaro,  con  nombres  castellanos  de 
santos  o  de  objetos  análogos  a  los  que  contemplaban.  Tras  aquellos  heroicos 
soldados,  llegaron  también  a  la  conquista  de  Guatemala  millares  de  aztecas,  en 
ayuda  de  los  que  allá  por  México  los  habían  vencido.  Ellos  a  su  vez  iban 
dejando,  con  la  luctuosa  hecatombe  de  sus  hermanos,  muchísimas  voces  que 
han  alcanzado  larga  vida.  Las  lenguas  primitivas  de  estas  comarcas  sufrían 
una  mezcla  ruda,  así  como  el  hebreo  de  los  antiguos  judíos,  cuando  aprendieron 
el  caldeo  de  Babilonia  y  Nínive. 

No  pocos  filólogos  extranjeros  y  varios  centro-americanos  han  dado  a 
conocer  al  mundo  algunas  lenguas  y  dialectos  indígenas,  haciendo  de  ellos 
merecidos  encomios,  como  les  tributan,  en  sus  magistrales  obras,   Berendt, 


(1)  Recordación  Florida,  tomo  II,  vág.  230. 

(2)  Aseguran  algunos  historiadores  que  «/ »»<?/«,  Zea,  fué  oritrinario de  Guatemala.    Rrinton.    Annals 

of  Cakchiíinels. 


—  300  — 

Gallatín,  Buschmaun,  Weitz  y  el  doctor  StoU.  Bien  valía  la  pena  de  impartir 
interés  a  recolectar  noticias  de  los  varios  idiomas  gfuatemaltecos,  a  reunir  las 
obras  que  sobre  ellos  se  han  escrito,  a  fundar  una  clase  de  quiche  o  cakchiquel ; 
en  una  palabra,  a  conservar  el  tesoro  de  tantas  lenguas  interesantes,  como  son 
las  on.Grinarias  de  estas  tierras,  muchas  de  ellas  vivas  todavía,  aunque  menos- 
preciadas por  la  isfnorancia  y  el  orgullo  torpe  y  ridículo  de  aquellos  que  miran 
con  desdén  lo  que  se  refiere  a  los  antiguos  pobladores  de  la  América  pre- 
colombina. 

Con  la  invasión  de  los  bárbaros  del  Norte  en  Europa  acabó  el  latín  de  ser 
idioma  vulgar ;  pero  cada  lengua  mqerta  resuena  como  un  eco  prolongado. 
Todavía  se  hablan  por  tribus  de  indios  en  Guatemala,  el  quiche,  el  cakchiquel, 
el  tzutugil,  el  kekchí,  el  poconchí,  etc..  y  todos  estos  idiomas  esmaltados  de 
palabras  castellanas,  a  su  vez  dan  al  español  que  nosotros  hablamos,  no  sólo 
muchísimas  voces,  sino  también  ciertos  acentos  que  continúan  vibrando  en  la 
pronunciación  local.  Como  la  nota  de  un  instrumento  provoca,  despierta, 
engendra  notas  concordantes,  armónicas,  en  otro  instrumento  del  todo  diferen- 
te, así  una  lengua  antigua  hace  resonar  cuerdas  congéneres  en  la  lengua  que 
la  reemplaza.  El  lenguaje  humano,  dice  Edgard  Quinet,  es  un  teclado  en  que 
cada  raza  hiere  una  nota,  y  ésta  tiene  sus  ecos,  sus  atavismos  y  sus  resurrec- 
ciones (i).  De  ahí  proceden  los  distintos  dejos  o  cantos  con  que  se  habla,  en 
Centro-América  y  en  México,  la  lengua  castellana. 

Tan  curiosa  como  la  etnografía  es  la  lingüística  de  este  istmo,  no  sólo 
por  la  multitud  de  idiomas  y  dialectos,  sino  porque  de  su  estudio  se  deduce  que 
existió  un  gran  pueblo  ramificado,  de  cultura  notable,  de  gran  esparcimiento,  y 
después  subdividióse  de  tal  suerte  que,  a  mérito  de  invasiones  distintas  y  razas 
diversas,  hasta  hubo  de  perderse  la  memoria  de  su  existencia.  Convienen  los 
historiadores  en  que  de  la  rama  maya-quiché.  resultaron  casi  todos  los  pueblos 
civilizados  aborígenes  de  la  América  Central  (2)  pero,  como  explica  el  doctor 
Berendt,  que  es  el  que  más  profundiza  esta  materia,  hay  otras  ramas  de  oríge- 
nes distintos  y  lenguas  diversas.  Es  curiosa  la  obra  de  don  Francisco  Gon- 
zález y  Fernández,  que  lleva  por  título  "Los  lenguajes  hablados  por  los  indí- 
genas del  Norte  y  Centro  de  América."  Madrid,  1893  ;  pero  no  cabe  dudar  que 
el  ilustre  profesor  de  arqueología  y  de  lingüística  americana,  Mr.  Brinton,  en 
obras  recientemente  publicadas,  es  el  que  más  erudición  ha  aportado  al  cúmulo 
bibHográfico  que  a  los  idiomas  se  refiere.  El  doctor  Stoll  ha  dado  a  luz  inte- 
resantes producciones  sobre  las  lenguas  de  Guatemala. 

En  el. Congreso  de  Orientalistas,  que  se  celebró  en  Roma,  en  1899,  se 
reunieron  inteligencias  de  notables  personalidades,  y  se  coleccionaron  impor- 
tantes libros,  habiendo  sido  el  más  notable  de  los  trabajos  el  del  profesor 


(1)  La  Creación  Tomo  II,  uág.  171. 

(2)  Bowditch.  Mayan  Nomenclature.    Cambiidíre.  1906. 


f>  •  —  301  — 

G.  Sergi,  sobre  Antropología  Americana,  con  el  cual  tuvo  la  bondad  de  obse- 
quiarnos. Hoy  se  estudian  en  Europa  y  en  los  Estados  Unidos  todas  las  cues- 
tiones relativas  a  los  idiomas  antiguos  de  nuestros  indios,  y  se  prodigan  gran- 
des elogios  al  quiche,  que  se  conserva  puro  entre  numerosas  agrupaciones  de 
aborígenes,  aún  no  mezcladas  con  los  españoles  y  los  mestizos,  sino  que  usan 
el  idioma  de  sus  mejores  siglos  de  explendor,  lo  cual  no  sucede  con  la  generali- 
dad de  los  indios  mexicanos  incásicos,  que  emplean  idiomas  en  decadencia,  de 
agrupaciones  antráxticas  e  híbridas,  apenas  bastantes  a  revelar  sus  lenguas 
primitivas,  tan  degeneradas  como  su  sangre  y  tan  corrompidas  como  su  rudo 
modo  de  vivir  (i). 

La  lingüística  es  hoy  la  base  principal  de  la  etnografía,  el  hilo  misterioso 
que  conduce,  al  través  de  las  edades,  para  penetrar  en  el  laberinto  del  pasado, 
encontrándose  siempre  el  mismo  fondo  de  construcción  gramatical,  con  las 
variaciones  consiguientes  a  pueblos  primitivos  o  a  naciones  adelantadas.  Todo 
reconoce  unidad  admirable,  por  más  que  retrocedamos  hasta  donde  la  historia 
alcanza,  y  comparemos  edades,  pueblos  y  lenguas.  La  humanidad,  sea  cual- 
quiera su  origen,  se  hizo  en  el  mismo  molde  y  ha  venido  desenvolviéndose  al 
soplo  del  mismo  espíritu.     El  lenguaje  se  formó  del  genio  de  cada  raza. 

Entre  los  curas  párracos  de  los  pueblos  de  indios  no  han  faltado  algimos 
que  supieron  muy  bien  las  lenguas  respectivas.  El  P.  Hernández,  que  durante 
muchos  años  sirvió  la  vicaría  de  Santa  Catarina  Ixtahuacán,  fué  casi  adorado 
por  aquel  pueblo  rico  y  de  pura  raza.  En  una  ocasión  que  la  Curia  Eclesiásti- 
ca suspendió  al  sacerdote,  venían  de  ese  pueblo  centenares  de  feligreses  suyos 
a  reclamarlo.  Acudieron  al  capitán  general  don  Rafael  Carrera,  a  la  sazón 
presidente  de  la  república,  como  pudieron  acudir  a  Felipe  H,  en  uso  del  pa- 
tronato real,  los  que  en  tiempos  coloniales  se  querellaban  de  los  diocesanos. 
Se  negó  el  arzobispo,  señor  García  Peláez,  a  levantar  la  censura  al  P.  Hernán- 
dez, a  pesar  de  las  observaciones  del  general  Carrera,  que  veía  la  necesidad  de 
mandar  al  cura  a  Santa  Catarina,  para  tranquilizar  a  más  de  veinte  mil  indios. 
Llegó  a  tal  punto  la  dificultad,  que  el  famoso  presidente  dijo:  "que 
los  nudos  gordianos  los  cortaba  él  con  la  espada:  que  el  P.  Hernández 
volvería  al  curato  aunque  fuera  suspenso."  Entonces  el  arzobispo  tuvo  que 
ceder ;  pero  mandando  otro  sacerdote  para  que  administrara  la  parroquia.  Los 
indios  contentísimos,  ni  oían  la  misa,  ni  se  confesaban,  ni  ponían  los  pies  en  la 
iglesia,  a  pesar  de  las  exortaciones  del  P.  Hernández,  para  que  reconocieran  al 
nuevo  cura.  En  vista  de  eso  el  arzobispo  García  Peláez  vióse  obligado  a  reti- 
rar a  éste,  levantando  la  suspensión  al  primero,  quien  por  mucho  tiempo,  hasta 
su  muerte,  no  hubo  de  abandonar  a  sus  queridos  catarinos. 

En  esa  época  de  la  suspensión  del  P.  Hernández,  se  propuso  enseñar  cak- 
chiquel  al  abogado  e  ingeniero  don  Cayetano  Batres  del  Castillo,  padre  del 


(1)    Brlnton.-Charactoii.sticsof  Amorifíinlantruaíros. 


—  302  — 

autor  de  la  presente  obra,  y  para  facilitarle  el  aprendizaje,  escribió  un  precioso 
vocabulario,  que  inédito  he  conservado,  como  homenaje  a  la  memoria  de  un 
sacerdote  que  supo  captarse  el  amor  del  pueblo  más  importante  de  indios  de  la 
república  de  Guatemala,  y  en  recuerdo  del  ser  a  quien  más  amé  en  el  mundo. 

Cabe  conmemorar  aquí  a  don  Felipe  Silva,  quien  escribió  un  diccionario 
kiché  y  cakchiquel,  lenguas  que  sabia  bien  y  que  de  viva  voz  habia  aprendido. 
El  doctor  Eustorgio  Calderón,  de  Mazatenango,  publicó  en  1890  un  vocabulario 
yupe,  idioma  que  casi  está  desapareciendo,  de  Yupiltepeque  y  Chiquimulilla.  El 
coronel  don  Manuel  G.  Elgueta,  de  Totonicapán,  no  sólo  exploró  las  ruinas  de 
Chalchitán,  sino  que  conociendo  a  fondo  el  quiche,  ha  escrito  varias  obras  como 
las  que  se  intitulan  "Un  pueblo  de  los  Altos,"  "Etimologías  Nacionales"  y  muy 
interesantes  artículos.  El  doctor  don  Santiago  Ignacio  Barberena  dio  a  luz 
la  obra  "Nahuatlismos  y  Kicheismos,"  y  ha  enriquecido  además  la  literatura 
aborigen  con  otras  producciones  valiosas. 

Para  concluir  el  presente  capítulo,  diremos  que  las  lenguas  de  las  naciones 
civilizadas  antiguas  de  Centro-América,  se  pueden  clasificar,  por  lo  general, 
como  de  la  familia  maya-quiché,  demostrando  todas  aún,  la  simplicidad  y  regu- 
laridad del  idioma  primitivo,  que  muchos  han  comparado  al  caldeo,  al  hebreo  y 
aún  al  griego.  El  quiche  puro,  que  todavía  se  habla  en  varios  pueblos  y  lugares 
de  Guatemala,  es  una  lengua  tan  perfecta,  filosófica  y  admirable,  que  bien 
revela  el  grado  de  cultura  que  habían  alcanzado,  miles  de  años  antes  de  la 
venida  de  los  españoles,  los  aborígenes  de  este  privilegiado  suelo  (i). 

Los  idiomas  indígenas  de  Centro-América,  hoy  tan  apreciados  en  Europa 
y  Estados  Unidos,  tienen  intérpretes  como  Eduardo  Seler,  en  sus  estudios 
lingüísticos  y  arqueológicos,  en  gran  parte  referentes  a  Guatemala ;  como  Otto 
Stoll,  que  escribió  buenos  libros  sobre  arqueología,  etnografía  y  grupo  Pokom- 
chí ;  como  el  doctor  Berendt,  que  estableció  la  geografía  de  los  idiomas  indios 
de  nuestro  suelo;  como  el  norte-americano  Brinton  y  los  guatemaltecos  cuyn^ 
nombres  hemos  citado  anteriormente  (2). 

Hace  años  había  en  la  Universidad  de  Guatemala  una  clase  de  lenguas 
indígenas.  Hoy,  que  tanto  interés  se  presta  en  el  mundo  sabio  a  esos  idiomas, 
ninguna  atención  se  les  da  entre  nosotros.  Vendrá  un  día  en  que  tales  lenguas 
mostrarán  históricamente  la  existencia  de  pueblos  destinados  a  desaparecer. 
Lo  que  nunca  desaparecerá  es  la  influencia  de  los  idiomas  indígenas  de  estas 
tierras  en  el  castellano  que  hablamos,  salpicado  de  voces  aborígenes,  y  más  que 


(1)  Brasseur  de  Bourburp.  M.  S.  Troano.  tomo  II.  x>ág.  3.  4  y  5.— Duns  Guathemala  páíf.  265.— Temaus- 
CJoDans,  In  Nouvelles  annalesdes  voyajres,  tomo  XCVII,  o&g.  32. -Squier.  vol.  CLIII.  páir-  178.— Bancroft. 
MlthsandLaníniaees.  vol.  III,  pajf.  75S. 

(2)  En  la  pran  librería  de  Karl  W.  Hicsepmanii,  en  Leipzisr.  hemos  visto  la  mejor  colección  de  libros 
en  venta  sobre  llntrüística  americana.  Su  catálogo  abraza  378  obras.  Todas  ellas  y  algunas  más  se  pueden 
leer  en  la  monumental  "I.ihrary  ofthe  Congress,"  que  es  hoy  una  de  las  más  grande»  instituciones  que  hay 
en  Washington,  y  que  ya  contiene  mucho  sobre  Centro  América. 


—  303  ~ 

todo,  con  el  acento  especial  que  en  cada  región  existe,  y  que  lleva  las  notas 
de  la  lengua  de  cada  zona  (i).  Así  como.no  existen  pueblos  de  raza  absoluta- 
mente pura  y  única,  tampoco  existen  lenguas  que  no  hayan  recibido  la  influen- 
cia de  sus  vecinos.  Si  en  el  castellano  sobrevive  el  recuerdo  de  que  hace  mil 
doscientos  años  los  árabes  llevaron  a  España  elementos  de  cultura  nueva,  en  la 
América  hispana,  se  encuentra  el  español  lleno  de  voces  indígenas  y  de  regio- 
nalismos pintorescos  y  curiosos.  Las  lenguas  son  como  las  plantas,  que 
reflejan  el  terreno  en  que  se  hallan,  y  el  pensamiento  se  tiñe  del  color  de  los 
idiomas,  como  decía  Voltaire. 


(1)  Rodolfo  Lens.— Los  elementas  indios  del  castellano  en  Chile,— Santiago,  1810.  En  la  obra  que 
publicamos  con  el  título  de  "Vicios  del  Lenguaje  y  Provincialismos  de  Guatemala,"  se  hace  notar  la  parte 
india  o  el  elemento  aborigen  en  el  castellano  que  hablamos. 


I 


CAPITULO  XI 
LA  MEDICINA,  PESTES,  BRUJOS  Y  HECHICEROS 


SUMARIO 


I 


La  medicina  estaba  reservada  a  los  sacerdotes,  —  Daban  muerte  a  los  que  creían 
que  ya  no  sanaban.  —  Médicos  entre  los  quichés,  cakchiqueles  y  tzutugiles,  —  Baños 
medicinales.  —  Conocimientos  médicos  guardados  en  el  "cyperus  papyrus.  —  Dioses 
de  la  Medicina,  tutelares  de  los  aborígenes.  —  Importantes  remedios  que  conocían 
los  indios.  —  Plantas  americanas.  —  El  bálsamo,  la  jalapa,  zarza-parrilla,  coca  gua- 
yacán,  achiote,  quina,  guarumo,  camacarlata,  capitaneja,  jilipliegue,  monecillo,  cuaja 
tinta,  huis  chichicaste,  floripundia,  hule,  piciete,  ischté,  isiquequi,  xique,  alonquén, 
telonquén,  amché,  yerba  del  cáncer,  cacao,  canutillo,  celidonia,  cedrón,  tamarindo, 
teopatli,  yupactli,  aguacate,  chilmecat,  chicalote,  zarzuela,  hipericón,  marrubio,  hier- 
ba del  pastor,  lengua  de  serpiente,  limoncillo,  lechuguilla,  paixte,  chamico,  cebadilla, 
chulbalán,  doradilla,  hierba  mora,  culantrillo,  fumaria,  espino  real,  cuxtipactli,  toron- 
jillo,  hinojillo,  zumaque,  yerba  lechosa,  yerba  de  la  golondrina,  izquizuchil,  cacalot- 
suchil,  tapat,  cempoalzuchil,  matalisti,  tocoyolo,  mandragora,  zacatón,  verdolaga, 
caparrosa,  mangle,  rojo,  etc.  —  Obras  notables  que  tratan  de  la  botánica  de  estos 
países.  —  Pestes  asoladoras  que  hubo  por  estas  regiones.  —  La  sífilis,  su  origen  y 
cuestiones  que  se  han  suscitado  acerca  de  si  hubo  esta  enfermedad  en  América.  — 
Los  agoreros  y  brujos.  —  La  profecía  de  la  conquista.  —  Gran  papel  que  el  demonio 
hacía  en  aquellas  tiempos.  —  Boticas  y  jardines  botánicos  de  los  quichés.  —  Sepul- 
turas que  daban  los  indios  a  sus  reyes  y  nobles.  —  La  cremación.  —  Los  quichés  se 
abstuvieron  de  ayuntarse  para  no  dar  esclavos  a  los  españoles.  —  Hambres  y  terri- 
bles epidemias.  —  El  naguédismo.  —  Los  maleficios.  —  El  Padre  Gage  vio,  según 
dice,  indios  que  se  convertían  en  leones,  tigres,  águilas,  perros,  etc.  —  La  magia  es 
tan  antigua  como  el  mundo.  —  Introducción  a  la  mitología  por  la  historia  natural.  — 
Los  indios  prestaban  crédito  a  los  sueños.  —  Las  ciencias  ocultas. 


En  ciertos  pueblos  de  América,  la  medicina  estaba  reservada  a  los  sacerdo- 
tes, que  conocían  muchas  enfermedades  y  no  pocas  yerbas  y  remedios  para 
curarlas,  según  explica  Oviedo  en  la  "Historia  General  y  Natural  de  las  In- 
dias" (i).  Varias  razas,  como  la  de  los  meca,  no  fueron  partidarias  de  aplicar 
remedios,  sino  de  una  higiene  primitiva.  Cuando  la  dolencia  era  grave  y  no 
sanaba  sola,  reunían  a  los  parientes  del  enfermo,  y  previo  consejo  de  ellos,  lo 
mataban  para  que  no  penase,  atravesándolo  con  una  flecha.  A  los  viejos  invá- 
lidos, dice  Sahagún,  que  también  les  daban  muerte,  a  fin  de  ahorrarles  las 
penas  de  la  senectud ;  en  todo  lo  cual  no  hacían  estos  pobladores  del  Nuevo 
Mundo  mas  que  lo  mismo  que  hicieron  los  pueblos  antiguos  de  Asia  y  Europa. 

Entre  los  quichés,  cakchiqueles  y  tzutugiles  sí  hubo  médicos,  que  de  pa- 
dres a  hijos  transmitíanse  sus  conocimientos.     Algo  practicaban  de  cirugía,  y 


(1)    Tomo  TTT,  víg.  12(5. 


—  3o6  — 

a  lo  que  parece,  tuvieron  un  sistema  de  anestesia,  procurada  con  la  coca  y  con 
sustancias  análogas  a  las  que  empleaban  los  egipcios.  Los  baños  medicinales 
eran  muy  usados,  sobre  todo  el  del  temaxcalli,  que  hoy  llaman  temaxcal,  y  que 
es  un  fuerte  baño  de  vapor.  Lo  raro  era  que  no  creían  saludable  que  se  ba- 
ñase el  hombre  solo,  sino  con  la  mujer,  pues  de  otro  modo,  tenían  la  supersti- 
tición  de  que  el  baño  se  tornaba  en  fuente  de  enfermedad  y  desgracia.  Los 
primeros  maestros  de  medicina,  en  la  naci<Sn  quiche,  fueron  Xmucane  y  Xpi- 
yacoc,  tenidos  por  semidioses. 

Así  como  los  sacerdotes  egipcios  tuvieron,  desde  la  más  remota  antigüe- 
dad, conocimientos  médicos,  que  recopilaron  en  un  tratado — cuyo  facsímile 
hemos  podido  admirar — escrito  en  cyperus  papyrus,  en  la  Biblioteca  de  Astor, 
en  Nueva  York,  los  nahoas,  mayas,  quichés,  y  demás  naciones  civilizadas  de 
América,  usaron  en  remotos  tiempos  ciertos  secretos,  prácticas  y  supersticio- 
nes, que  apenas  han  quedado  en  la  tradición  y  en  las  antiguas  historias. 

"Procuremos  penetrar  en  la  época  precolombina,  interrogando  en  lo  posi- 
ble los  monumentos  primitivos,  y  comparando  con  los  datos  que  ellos  nos  pro- 
porcionen, los  procedimientos  que  actualmente  están  en  boga,  aquí  o  allí,  en  el 
seno  de  la  población  nativa.  Esto  nos  llevará  a  comprobar  una  vez  más  la 
obstinación  con  que  muchos  indígenas  se  acantonan  en  las  prácticas  heredita- 
rias. Veremos,  además,  cuan  rica  es  la  materia  médica  indiana  todavía  poco 
conocida  en  Europa,  y  cómo  supieron  hacerla  provechosa. 

Este  estudio,  tan  largo  tiempo  omitido,  y  ahora  apenas  comenzado  por  los 
americanistas,  no  adelanta  sin  dificultades.  Para  llegar  a  formarse  una  idea, 
aun  superficial,  de  los  antiguos  métodos  curativos,  sería  menester  abrirse  paso 
a  través  de  una  tupida  maleza  de  mitos,  ceremonias  religiosas  y  supersticiones. 
Hay  aquí  un  mundo  de  extravagantes  incoherencias,  y  que  sin  embargo  domina 
la  atención :  él  revive  a  nuestros  ojos  una  de  las  fa.ses  notables  de  lo  que  se 
llama  la  civilización  precortesiana ;  además,  aun  en  medio  de  raras  costumbres 
legadas  por  los  antepasados  y  constantemente  mantenidas,  se  perciben  ya  los 
esfuerzos  de  una  raza  que  aspira  a  un  conocimiento  más  práctico  y  más  racio- 
nal del  arte  de  curar  (i). 

Por  lo  demás,  se  sabe  que  varios  pueblos  americanos  tenían  medios  muy 
simples  para  combatir  la  enfermedad.  ¿La  afección  parecía  grave?  Al  ins- 
tantes la  familia  trasladaba  al  paciente  al  punto  más  elevado  de  alguna  monta- 
ña vecina,  depositaba  junto  al  enfermo  alimentos  y  un  vaso  lleno  de  agua, 
abandonándolo  después  hasta  que  moría  o  se  curaba,  sin  permitir  que  nadie  se 
le  aproximara.  Según  sus  creencias,  el  agua  era  el  remedio  por  excelencia, 
porque  curaba  el  cuerpo  lavando  las  manchas  del  alma  (2).     Después  de  tres 


(1)  En  las  obras  de  Gosolludo,  Landa  y  Llzana  se  samlnistran  curiosos  datos  sobi-e  la  medicina  y  la 
botánica  indígenas. 

(2)  TORQUEMADA,  Monarquía  Indiana,  libro  XIII,  capítulo  3.S.  pp.  490 sqq.  Cfr.  ibfd..  c.  21,  pácr.  451. 
Fray  Diego  DürAn.  Historia  de  las  Indias  de  Nueva  España  e  tslas  de  Tierra  firme,  capítulo  97.  edlt.  Méxlcí;, 
1880,  tomo  TT.páer.  211. 


I 


—  307  — 

o  cuatro  días  de  seria  indisposición,  los  teochichimecas  hundían  una  flecha  en 
la  garganta  del  enfermo.  Ellos  mataban  de  igual  modo  a  sus  ancianos,  para 
no  ver  prolongarse  sus  padecimientos,  y  los  enterraban  con  demostraciones  de 
júbilo,  con  cantos  y  bailes  que  duraban  hasta  tres  días  (i). 

La  mayor  parte  de  las  tribus  meca  permanecieron  extrañas  al  movimiento 
médico  iniciado  en  Tollan,  y  fue  muy  tarde  cuando  los  mismos  aztecas  reco- 
gieron este  arte  con  otros  restos  de  la  civilización  tolteca.  Bien  visto,  ellos  lo 
recibieron  mezclado  con  prácticas  religiosas  que  no  tardaron  en  multiplicar. 
He  aquí  una  bastante  notable.  Desde  que  el  caso  se  volvía  amenazante,  el 
médico  decía  al  enfermo:  "Tú  has  cometido  algún  pecado,"  y  se  lo  repetía 
hasta  que  lograba  la  confesión  de  una  falta  que  podía  ser  ya  muy  antigua. 
Ksto  constituía  a  los  ojos  de  todos,  el  principal  tratamiento:  para  salvar  el 
cuerpo  era  preciso,  desde  luego,  purificar  el  alma  (2).  ¿No  se  diría  un  recuer- 
do del  Eclesiástico  (3)  en  los  consejos  que  da  a  los  enfermos?  La  idea  tan 
profunda  y  tan  justa  que  inspiraba  estos  consejos,  se  vuelve  a  encontrar,  desfi- 
gurada, entre  otras  razas  americanas,  al  igual  que  en  las  creencias  del  antiguo 
mundo.  Entre  tantos  textos  bien  conocidos,  no  queremos  recordar  sino  la 
fórmula  del  conjuro,  descubierta  en  la  biblioteca  de  Assurbanipal  (4) ;  ella  es- 
tablece una  relación  entre  el  pecado  y  la  enfermedad : 

Atrás  espíritu  malo ;  retírate  de  este  hombre. 

Aun  cuando  seas  el  pecado  de  su  padre, 

O  el  pecado  de  su  madre, 

O  el  pecado  de  su  hermano  mayor, 
'":'  O  el  pecado  de  un  desconocido, 

5  ¡Atrás! 

^  Es  sabido  que  antes  de  la  conquista  había  en  América  una  especie  de  con- 
fesión curiosa.  Aunque  muy  diferente  de  la  de  los  cristianos,  ella  explica,  en 
parte,  sin  embargo,  la  increíble  prontitud  con  que  los  indios  recibieron  de  los 
primeros  misioneros  el  sacramento  de  la  penitencia  (5). 


(1)  Sahagum,  Historia  de  las  cosas  de  Nueva  España,  11b.  X.  capítulo  29,  tomo  III.  pá?.  119.— Entre  los 
payos  (Coahuila)  no  se  dejaba,  al  infeliz,  tiempo  para  expirar.  Cuando  el  fin  era  Inminente  se  le  llevaba 
vivo  a  la  sepultura  para  que  entregara  su  alma  sin  testigos;  para  estos  pobres  supersticiosos,  el  que  veía 
morir  a  alguno  debía  sucumbir  poco  después  (Andrés  P¿rez  be  Ribas.  Historia  de  los  Triumphosde  nuestra 
santa  fee).\\\).  XI,  capítulo  9,  pág.  684.  Alegke,  Historia  de  la  Compaflia  de  Jesús  en  Nueva  España,  tomo  I 
pág.  371.  Entre  otras  tribus,  para  salvar  al  padre  o  a  la  madre  gravemente  enfermos,  se  daba  muerte  al 
más  ioven  de  los  niños  como  víctima  expiatoria  (Okozoot  Berra,  Geografía  de  las  lenguas  y  carta  ethnogri- 
fica  de  México,  pág.  305). 

(2)  Mendieta.  Historia  el.  indiana,  libro  III,  capítulo  41,  pág.  281.  La  misma  aserción,  en  términos 
casi  idénticos,  se  vuelve  a  encontraren  Las  historias  de  los  indios  de  esta  provincia  de  Guatemala,  traducidas 

déla  lengua  quiche  al  castellano por  el  R.  P.  Franoisco  Ximénez,  edit.  Scherzer,  Vlenne,  1857,  páff.  192. 

Cfr.  Sahagün.  libro  V,  capítulo  7,  tomo  II,  pág.  64.    Ioazbaloeta,  op.  clt.,  pág.  160. 

(3)  XXXVIII  10  s  QQ.    Ab  omni  delicio  inunda  cor  tuum et  da  locum  medico. 

(4)  Yvl.Kkvi,^ta.  Assyrien  und  Babylonien  nach  den  tieuesten  Entdec  J(^ungen,Z^eáit.,\9«b,y&V'  16}:  5e 
edit.,  1899,  pág.  174.  Otros  leen  "maldición,"  en  vez  de  "pecado"  (Maspero,  Histoire  ancienne  des peuples  de 
l'orient  classique  Egypte  et  Chaldée,  Paris.  1895,  pág.  781  s  a).  En  todo  caso  hay  numerosos  textos  cuyo 
sentido  no  admite  duda  alguna. 

(5)  Véanse  a  este  propósito  curiosos  detalles  en  Mendieta,  op.  clt.  pág.  282.  Sahaoün.  libro  I,  c.  12; 
t.  T.  Dp.  11-16.    DüR.ÍN.  op.  cit.  t.  II.  p.  198. 


—  3o8  — 

Una  de  las  divinidades  tutelares  de  la  medicina  era  Tocitzin  o  Toci  (nues- 
tra abuela),  llamada  igualmente  Teteo  innan,  Tlalli  iyollo,  (i)  Youalticitl,  Te- 
mazacalteci.  La  representaban  algunas  veces  bajo  la  forma  de  una  mujer 
anciana,  de  rostro  blanco  en  lo  alto,  y  negro  desde  la  nariz  (2).  Su  festividad, 
que  caía  en  el  mes  de  ochpaniztli  (3),  se  señalaba  inmolando  una  mujer  llama- 
da Toci,  como  la  diosa,  y  ornada  de  Iqs  mismos  atributos.  Después  de  varios 
días  de  festejos,  en  los  cuales  las  titici  (4),  es  decir,  las  mujeres  médicas  y  las 
parteras,  divididas  en  dos  grupos,  simulaban  un  combate,  se  cortaba  la  cabeza 
a  la  Toci,  la  desollaban,  y  un  joven  cubierto  con  la  piel  ensangrentada  iba  al 
templo  a  arrancar  el  corazón  de  cuatro  víctimas  humanas  (5).  En  el  mes 
ueitecuilhuitl,  (6)  las  tatici  sacrificaban  todavía  una  joven  a  la  Diosa  Xilonen. 
Después  de  adornarla  con  flores  y  obligarla  a  largos  bailes,  la  entregaban  a 
los  victimarios.  El  corazón  era  ofrecido  al  sol,  la  sangre  servía  i)ara  ungir  el 
umbral  del  templo  y  los  ídolos  (7). 

Los  médicos  eran  particularmente  devotos  de  Tzapotla  teñan,  "la  madre 
de  Tzapotlan":  ellos  le  atribuían  el  descubrimiento  de  la  resina  medicamentosa 
oxitl  (trementina). 

Otro  de  sus  protectores  Ixtlilton  (8),  acogía  en  su  templo  a  los  niños  en- 
fermos. Estos,  cuando  les  era  posible,  debían  bailar  delante  del  ídolo,  o  al 
menos  beber  una  agua  santa  conservada  en  el  santuario  (9). 

¿  No  hay  en  ello  semejanza  con  las  sociedades  primitivas  del  antiguo  mun- 
do? Entre  los  más  civilizados,  la  medicina  se  ejercía  en  los  templos  y  era  el 
patrimonio  exclusivo  de  la  casta  sacerdotal.  Los  hombres  que  se  consagraban 
al  alivio  de  las  enfermedades  pasaban  a  la  categoría  de  los  dioses  y  obtenían 
altares. 


(1)  Cfr.  el  frairmento  manoflciito  de  U  biblioteca  nacional  de  México,  publicado  por  M.  Toazbaixjeta. 
Bibliografia  mexicana,  páu.  309  y  312.  Teteo  innan  quiere  decir  la  madre  de  los  dlose»  (teotl,  dios:  plural, 
teico);  Tlalli  iyollo,  ol  corazón  de  la  tierra;  Youaltiatl,  médico  de  la  noche:  Tematcaltect .  la  abuela  de  loa 
baños  de  vapor. 

(2)  Icazbalcota.    Blblioírraffa  mexicana,  P.  309. 

(3)  Tkzozojíoo.  Crónica  mexicana,  edlt.  Vljrll,  México.  1878.  pá«r.  505 y  .'iOH.  Cfr.  Códice  Hamires.  Ilild.. 
pá»  28  8  <i<l.  Bajo  el  nombre  de  Tlacolleotl,  esta  divinidad  hacía  un  irrari  papel  en  el  panteón  Indígena. 
Las  formas  diversas  (jue  ella  reviste  en  las  pinturas,  especialmente  en  las  del  trrupo  Bf)riria.  han  sido  Inter- 
pretadas por  M.  E.  Seler,  Codex  Vaticanus  nr.  3773.    (Codex  Vaticanut  B)  heraus^egeben  auf  Koííen  Setner 


Excellent  des  Hertogs  von  Ijtubat — erlaiiterí  von  Dr.  Eduard  Seler,  Berlín.  190¿,  pátrs.  101.  102.  173.  etc.. 

Codex  Horgia t.  I.  Berlín.  1904,  páirs.  152.  165,  230,  276.    Cfr.    Das  Tonalamatl der  Aubtn,  schen  Sammlune, 

Berlín.  1900.  págs.  92,  98,  95,  100. 

(4)  Acerca  del  mes  ochpaniztli  y  los  otros,  Cfr.  E.  de  Jonobe.  l^  calendrier  mexicain.    Essai  de 
synthese  et  de  coordination,  París,  1906.  pásr.  27  s  qq.,  páir.  12.  y  la  plancha  lie  de  la  reproducción  cromotíplca. 

(5)  Forma  plural  de  tlcltl,  médico. 

(6)  SahagÚn,  llb.  I,  c.  8,  llb.  II,  c.  11  y  30.  t.  I.  páps.  6.  65.  148  s.  q. 
DürAn.  Historia  de  las  indias  de  Nuera  España — Calendario  antlmio.  c.  3,  t.  II.  pájr.  287. 


(7) 
(8) 


I  t)aiie  y 
los  jueiros.  es  muy  fácil  de  reconocíT  en  varias  de  nuestras  anticnias  pIrUvrafías.  entre  otras,  en  ei  Codex 
Fején'dry  Mayer,  edit.  Loubat.  f.  24  Véase  el  comentario  de  M.  Seler.  pátr.  127.  Cfr.  todavía  el  Codex 
Magliabecchiano,  edit.  Loubat.  Roma  1004.  f.  Tti  V.  /.v/////í;«  significa  "ei  o"*- tiene  ia  cara  neerra.  netrrito." 
Recordemos,  de  paso,  que  los  mexicanos  eml)adurnaban  sus  ídolos  con  olli,  ulli,  resina  ))rnna  o  de  Cí)lor 
plomo  nejrrusco  (caucho)  y  (iue  sus  sacerdotes  se  pintaban  de  nejrro.  "tanto  que  parecían  negrrw  muy 
relucientes.  (Agosta.  Historie  naturelle  et  morale  des  Indes,  llb.  V,  c.  5.  fol.  243).  ;,.<erá  este  un  nuevo 
pormenor  que  apre<rar  a  los  recuerdos  de  una  inmlirración  negra  cuyas  huellas  parecen  encontrarse  en 
varios  puntos  de  México? 

(9)    SahagÚn.  lib.  I.  c.  16.  t.  I.  pájr.  24.    Clavioero.  Stona  antica  del  Messico.  Cesena.  1780.   III).  VI. 
8  7.  páír.  21. 


—  309  — 

Los  primeros  analistas  mexicanos  nos  han  dejado  a  este  respecto  indica- 
ciones vagas  y  asaz  defectuosas  ;  pero  todo  induce  a  creer  que  entre  los  nahuas, 
como  en  Egipto  y  Babilonia,  el  arte  de  devolver  la  salud  se  contenia  parcial- 
mente en  cierto  número  de  preceptos  que  cada  generación  de  sacerdotes  legaba 
a  la  generación  siguiente.  Los  tratados  que  se  conservaron  en  el  templo  de 
Imhotep,  en  Menfis,  suministraban  numerosas  recetas  aun  a  los  médicos  ex- 
tranjeros (i).  Que  los  teocalli  han  guardado,  de  manera  análoga  compilacio- 
nes medicamentarias,  es  una  conjetura  cuyo  valor  sólo  se  hará  apreciar  por  el 
estudio  más  completo  de  los  monumentos  jeroglíficos. 

Esta  ha  sido  sugerida,  entre  otros,  por  este  pasaje  de  Sahagun :  "Los 
sacerdotes  (de  Tlacolteotl)  eran  detentadores  de  libros,  en  los  cuales  se  veían 
el  destino  de  los  recién  nacidos,  las  brujerías,  los  augurios  y  las  tradiciones 
que  el  pasado  había  trasmitido  (2)."  ¿  Entre  esas  tradiciones  seculares,  no  ten- 
drían su  lugar  las  de  la  terapéutica,  tan  íntimamente  unidas  a  las  artes  ocultas? 

Desde  ahora,  nos  parece  que  se  desprende  un  hecho  del  estudio  compara- 
tivo de  las  razas  americanas.  A  medida  que  nos  aproximamos  a  sus  orígenes, 
se  muestran  más  claramente  ciertas  analogías  con  las  concepciones  médicas  del 
mundo  antiguo.  Entre  los  toltecas,  por  ejemplo,  según  el  testimonio  de  los 
antepasados,  la  medicina  era  un  arte  sagrado  que  formaba  parte  del  ministerio 
sacerdotal,  y  eso  desde  antes  de  la  fundación  de  Tollan.  En  California,  donde 
encontramos  especies  de  kjoekkenmoddings  de  nahuas  primitivos,  y  en  donde 
verosímilmente  corrió  el  período  lacustre  o  semilacustre  de  la  raza  (3),  los 
hechiceros  acumulaban  las  funciones  de  sacerdotes  y  médicos.  Salvatierra, 
al  menos,  creía  ésto  respecto  de  algunos  grupos  aborígenes  de  su  tiempo ;  y  si 
ello  era  así,  la  terca  persistencia  de  los  indios  en  sus  usos  tradicionales,  no  me- 
nos que  las  condiciones  especiales  de  las  tribus  californianas,  nos  harían  referir 
esta  costumbre  a  una  antigüedad  mayor.  Sin  embargo,  no  nos  atreveríamos 
a  ver  familias  sacerdotales  en  diversas  clases  de  magos-curanderos  de  la  Baja 
California :  los  niparaja  o  tuparan  de  Pericués,  los  dicuinocho  de  Guaicures,  los 
guama  de  Cochimis  (4). 

Los  que  se  decían  médicos-hechiceros,  que  encontraremos  a  cada  instante, 
"eran  como  ministros  de  los  ídolos,  los  principales  mediadores  entre  ellos  y  el 


(1)  Gabien.— Cf r.  Maspebo,  Histoire  ancienne  des  peuples  de  l'Orient,  3»  edlt.,  pásr.  81. 

(2)  Llb.  I,  c.  12, 1. 1,  páer.  11.  Cfr.  abajo,  c.  IV. 

(3)  Chavebo,  México  a  través  de  los  siglos,  t.  I,  pág,  116,  117  Cfr. 

(4)  Cfr  Clavigero.  Historia  de  la  antigua  o  baja  California.  \\\\  T,  «  25.  piísr.  30  sq.,  Mé.xico.  1852- 
En  su  relación  acerca  de  la  California,  el  P.  Baeprert.  uno  de  los  misioneros  antijruos.  pone  en  escena  a  los 
hechiceros-médicos  y  sus  juglerías,  semejantes  a  las  nue  practicaban  sus  cofrades  del  Anahuac:  poro  no 
admite  que  estos  magos  fueran  también  considerados  como  sacerdotes  {Nachnchten  vonder  Amertkantsehen 
Habinsel  Californien,  Mannheim.  1773,  traducida  libremente  por  Charles  Rau  en  Articleson  antAro/><>logtcal 
subjects  contributed  to  the  annual  reports of  the  Smithsontan  Insttiutton.  W  ashington.  1882.  piígs.  28,  32).  Tocan- 
te a  los  hechiceros  huichols.  médicos  a  la  vez  .v,  en  ciertas  circunstancias,  directores  del  culto  religioso, 
véase  a  León  Diguet,  La  Sierra  de  Nayarit  ct  ses  indlgenes  e.xtracto  de  NouveU  anhtves  des  Missions 
scienii fiques,  t.  TX.  París.  1899,  pág.58  sq. 


—  3IO  — 

pueblo  (i)."     El  papel  de  los  encantadores  "parecía  en  cierto  modo  el  de  sa- 
cerdotes de  los  falsos  dioses."  (2) 

Después  de  la  invasión  de  la  península  maya  por  emigrantes  originarios  del 
norte,  la  raza  del  sur,  tenía,  según  parece,  dividido  su  sacerdocio  en  cuatro 
clases :  profetas,  guardianes  de  los  ritos,  sacrificadores  y  médicos  ;  estos  últimos 
aliviaban  a  los  enfermos  por  medio  de  medicamentos  vegetales  y  con  el  empleo 
de  suertes."  (3) 

Los  aborígenes  de  Guatemala  conocían  muchos  remedios.  De  algunos 
haremos  perfunctoria  mención,  sin  pretender  escribir  un  tratado  científico 
sobre  el  particular,  sino  algunas  noticias  adecuadas  a  la  índole  de  esta  obrí 
El  bálsamo  (miroxillón  sonsonatense)  impropiamente  llamado  del  Perú,  que 
se  recoge  en  la  costa  del  Sur,  principalmente  entre  Acajutla  y  el  río  Comalapa, 
se  usaba  mucho  por  los  aborígenes,  que  lo  vendían  a  los  españoles,  recién 
pasada  la  conquista,  a  doscientos  cuarenta  pesos  una  botija  perulera.  La  raíz 
del  mechoacán  que  denominan  jalapa,  la  empleaban  ya  los  indios  como  purgan- 
te. El  ruibarbo  se  conoció  desde  remotos  tiempos,  como  un  específico  contra 
la  bilis.  En  1535,  se  introdujo  en  la  materia  médica  la  zarzaparrilla  (meca- 
pactli)  que  los  indios  habían  empleado  hacía  miles  de  años  contra  las  bubas. 
La  coca,  dice  Garcilaso  de  la  Vega,  que  también  la  usaban  los  incas  para  curar 
úlceras  venéreas.  El  guayacáti,  el  achiote,  la  quina  y  otros  muchos  medica- 
mentos, fueron  de  América  a  Europa.  Ni  eran  pocas  las  plantas  que  los  aborí- 
genes de  Centro-América  empleaban  para  sanar  ciertas  dolencias.  Puede  afir- 
marse que  la  farmacopea  recibió  un  beneficio  muy  grande  con  los  remedios 
americanos.  Enumeraremos  algunos  de  los  más  conocidos,  comprendiendo 
que  muchos  formarían  un  tratado  digno  de  ser  escrito  por  inteligentes  botáni- 
cos. La  infusión  de  la  hoja  de  guarumo  blanco  para  la  tos,  asma  y  desarreglos 
del  corazón,  es,  según  sabios  naturalistas,  la  digital  americana,  sin  los  incon- 
venientes conocidos  de  la  digital  europea.  La  cama-carlata  o  calzoncillo,  lo 
empleaban  para  curar  los  catarros  y  hasta  las  piedras  en  la  vejiga.  Es  una 
passiflora,  con  propiedades  diuréticas  caracterizadas,  que  los  indios  tuvieron 
como  panacea,  empleándola,  sobre  todo,  para  la  tapasen  de  la  orina,  como 
llaman  al  mal  de  piedra.  La  capitaneja  la  usaban  para  lavados  sobre  tumores 
cancerosos.  El  jilipliegue,  para  irritaciones  del  estómago  y  curar  la  inflama- 
ción de  las  encías.  El  monecillo,  para  inflamaciones  intestinales.  La  cuaja- 
tinta,  para  males  del  hígado.  El  huís,  para  fomentos  que  alivian  los  golpes. 
La  raíz  del  chichicaste  (ortiga)  para  hacer  una  infusión  y  curar  el  mal  de  estó- 
mago.    La  flor  de  muerto,  para  curar  dolor  de  muelas. 


(1)  Pérez  de  Rivas,  op.  clt.  VIII,  c.  3,  Dájr.  474. 

(2)  Hld.,  lib.  I.  ce.  5  y  11.  v&ks.  18  y  33.    Cfr.  llb.  III,  ce.  21  y  23.  vágs.  191,  líV.    í Alegue,  op.  cit. 
píír.  45ft). 

CO    La  medicina  y  la  botánica  de  los  antitruos  indios,  por  A.  Gerste  H.  I. 


—  311  — 

Borrachero  llaman  los  españoles  al  árbol  que  después  se  denominó  en  el 
Perú  floripondio,  de  donde  lo  llevó  a  México,  con  el  muelle  y  otras  plantas 
raras,  el  virrey  Mendoza.  Los  muiscas  lo  tenían  por  árbol  sagrado  y  emplea- 
ban sus  hojas  y  flores  como  antiespasmódicas  (i).  En  Guatemala  se  "conocen 
las  hermosas  campánulas  blancas  de  aquel  arbusto  con  el  nombre  de  flori- 
pundias. 

El  Ulli  o  hule,  como  le  decimos  a  la  goma  elástica,  lo  mezclaban  los  qui- 
chés con  el  chocolate,  según  refiere  Torquemada,  por  considerar  aquella  sus- 
tancia alimenticia  y  estimulante. 

"Hay,  decía  Herrera  (2)  infinitos  géneros  de  cortezas,  raíces,  hojas  de 
árboles  y  gomas,  para  muchas  enfermedades,  con  que  los  indios  curaban  en  su 
gentilidad,  con  soplos  e  invenciones  del  demonio."  En  otra  parte,  el  mismo 
autor  habla  del  "piciete,  por  común  nombre  tabaco,  que  quita,  dice,  dolores  de 
frío  e  hinchazones,  y  tomado  en  humo  es  provechoso  como  desinfectante  y  para 
las  reumas,  asma  y  tos.  Le  traen,  en  polvo,  en  la  boca  los  indios  y  los  negros 
para  no  sentir  el  trabajo"  (3).  Fumaban  de  dos  modos  el  tabaco,  arrollando 
las  hojas  o  desmenuzado  y  metido  en  cañutos,  mezclado  con  yerbas  olorosas. 

En  el  Norte  del  istmo,  sobre  todo  en  la  parte  que  los  españoles  llamaron 
Verapaz,  existen  muchas  plantas  medicinales,  que  los  indios  conocían,  desde 
tiempos  remotos,  como  el  istché,  árbol  de  lindo  follaje  y  sumamente  cáustico, 
el  isiquequi,  que  al  acercárselo  a  las  narices,  causa  una  inmediata  hemorragia, 
el  xique,  planta  que  crece  cerca  de  la  anterior,  y  que  produce  el  efecto  contra- 
rio, es  decir,  de  suspender  y  quitar  las  hemorragias  de  las  narices,  al  aspirarla ; 
el  alonquén,  semejante  en  su  estructura  a  las  partes  pudendas  de  la  mujer,  es 
antídoto  contra  la  esterilidad,  según  dicen,  mientras  que  el  telenquén  la  produ- 
ce, y  se  parece  a  los  órganos  viriles  de  la  reproducción.  El  amché,  árbol  del 
diablo,  palo  de  la  muerte,  es  arbusto  de  blancas  flores,  que  conocieron  los  ma- 
yas, los  kechís  y  poconchís,  y  que  aún  contemplan  con  temor  los  aborígenes, 
quienes  se  persignaban  y  hacían  la  señal  de  la  cruz,  al  ver  uno  de  esos  árboles. 
Basta  que  una  gota  de  su  jugo  toque  la  piel,  para  que  se  hinche  el  cuerpo  y 
muera  el  individuo.  La  yerba  del  cáncer,  aseguran  vulgarmente  que  cura  esta 
terrible  enfermedad.  Conocen  también,  vegetales  que  dicen  servir  para  sanar 
la  locura  y  fortalecer  el  cerebro ;  otras  plantas  para  curar  las  enfermedades  de 
la  matriz,  los  males  de  estómago,  las  inflamaciones  de  la  vista,  etc.  Además 
tienen  muchos  venenos  vegetales  activísimos,  y  algunos  de  ellos  que  matan  a  la 
larga,  sin  dejar  huella. 

El  intendente  de  León  de  Nicaragua,  remitió  a  la  Sociedad  Económica  de 
Amigos  de  Guatemala,  el  año  1815,  curiosos  datos  sobre  una  planta  que  llaman 


(1)  Plantas  Americanas,  Dor  W.  Sandlno  Gi-oot. 

(2)  Histeria  General  de  las  Indias.  Década  TV,  11b.  10.  cap.  14. 

(3)  DécadaTIT,  lil).  7.  cap.  TU. 


—  312  — 

en  Yucatán  chuch  y  en  la  América  Central  mozotillo  (verbena  Lampazo)  y  que 
desde  el  tiempo  anterior  a  la  Conquista  se  empleaba  para  curar  las  fístulas, 
lavando  unas  tres  veces  al  día  la  parte  enferma  con  el  cocimiento  tibio  de  la 
planta,  y  poniendo  también  el  polvo  de  ella  en  la  boca  de  la  fístula,  aunque  no 
es  tan  necesario,  según  aparece  en  el  número  8°  del  "Periódico  de  la  Sociedad 
Económica  de  Guatemala"  del  15  de  agosto  de  181 5, 

1^1  alcotán  es  antipalúdico,  cura  las  mordeduras  de  las  serpientes,  corta  los 
ataques  de  colerina,  y  se  preconiza  para  sanar  el  cáncer  del  estómago  y  la  dis- 
pepsia. El  cedrón,  tónico,  febrífugo,  sirve  también  para  curar  la  mordida  de 
las  culebras,  sucedáneo  de  la  quina  y  alexítero.  La  Lobelia  Obalifolia,  emé- 
tico fuerte  que  acelera  los  movimientos  respiratorios,  y  cuyo  alcaloide,  la  lobe- 
lina,  sirve  contra  el  asma.  El  hipomane  mancinella,  árbol  notabilísimo  de  la 
Guadalupe,  se  ha  preparado  en  extracto  para  reemplazar  al  Rux  Toxicodcn- 
drum,  en  el  tratamiento  de  la  lepra,  que  los  indios  sabían  curar. 

Los  indios  quekchís  usan  mucho  el  ycvolay,  el  sacvolay,  el  cuxba,  el  rax- 
bulay  y  el  lachual  para  curar  las  mordeduras  o  piquetes  de  animales  venenosos, 
y  el  pumpunjuche  para  sanar  los  riñones. 

El  chupac  (securidaca  polygala)  es  un  arbusto  bastante  común  en  nues- 
tras tierras,  que  los  moradores  de  Tesulutlán  usaban,  antes  de  la  conquista, 
para  limpiar  el  cuero  cabelludo  y  abrillantar  el  pelo.  Los  dominicos  curaban 
con  las  hojas  la  tina  y  otras  enfermedades. 

El  ixbut  es  una  herbácea,  muy  conocida  por  los  indígenas  del  Peten,  que 
los  mayas  empleaban  desde  remotos  tiempos,  para  hacer  bajar  la  leche  de  las 
mujeres.  Hoy  se  reconoce  que  es  el  más  eficaz  de  los  remedios  lactágogos. 
Hay  una  planta  que  los  aborígenes  llamaban  tumpatbanoc,  y  es  una  euforbia 
emética,  c|ue  según  dicen,  empleaban  como  remedio  para  curar  el  alcoholismo. 
El  ipacín,  en  infusión,  sana  la  tos  y  sirve  para  curar  hinchazones  y  golpes,  po- 
niendo emplastos  de  las  hojas. 

Los  indios  usaban  la  raíz  del  mangle  para  sanar  males  de  la  sangre,  y  hasta 
la  lepra.  Empleaban  también  ese  remedio  para  fiebres  intermitentes  y  hemorra- 
gias. Habían  observado  que  donde  hay  manglares  disminuyen  las  enfermeda- 
des de  la  sangre  y  las  fiebres.  En  fin,  el  tabaco,  la  coca,  el  cacao  y  numerosas 
reciñas  y  gomas,  además  de  incontables  plantas  medicinales  de  América,  enri- 
quecieron notablemente  la  antigua  terapéutica  del  viejo  mundo. 

"El  Mangle-Rojo  es  originario  del  Continente  Americano,  y  debió  llamar 
especial  atención  de  sus  primeros  habitantes  y  conquistadores ;  ya  por  su 
porte,  ora  por  su  abundancia,  ya  por  su  manera  de  vegetar,  o  bien  por  algunas 
particularidades  que  presenta  a  los  ojos  del  que  lo  observa,  usa  o  aplica. 

El  famoso  Capitán,  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  y  Valdez,  generalmen- 
te reconocido  como  el  primer  cronista  de  las  Indias,  que  visitó  nuestro  Conti- 
nente allá  por  el  año  de  1512,  poco  tiempo  después  de  su  conquista,  lo  menciona 


I 


—  313  — 

en  su  "Historia  Natural  y  General  de  las  Indias,"  libro  9,  capítulo  5,  publicado 
en  Sevilla  en  el  año  de  1535,  diciendo:  "Mangle  es  un  árbol  de  los  mejores 
que  en  estas  tierras  hay  y  es  común  en  estas  islas  (alude  a  la  de  Cuba)  e  tierra 
firme,"  mención  que  justifica  la  hipótesis  de  su  nombre  vulgar  y  de  su  ameri- 
canismo, según  la  opinión  de  varios  autores.  El  ilustre  naturalista  Carlos 
Linneo,  se  ocupó  del  Mangle-Rojo,  en  su  inmortal  obra  "Hortus  Uplanticus," 
que  vio  la  luz  en  1731,  colocándole  junto  con  los  demás  de  su  género,  entre  las 
plantas  Fanerógamas,  o  sea  la  primera  de  las  dos  grandes  secciones  en  que  di- 
vidió todas  las  plantas  conocidas.  Fué  también  Linneo,  el  que  colocó  el  Man- 
gle-Rojo, en  la  Hoctandria  Monoginia  de  su  obra,  porque  su  flor  tiene  ocho 
estambres  y  un  solo  pistilo. 

Cuando  se  trató  de  establecer  el  método  natural,  el  célebre  botánico  fran- 
cés, Antonio  Lorenzo  Jussieu,  se  ocupó  también  del  Mangle-Rojo,  en  su  inmor- 
tal obra  "Genera  Plantarum  Secundum  Ordines  Naturales  Disposita,"  publi- 
cada a  mediados  del  siglo  décimo  séptimo,  colocándolo  con  las  demás  plantas 
del  género  Rhizophora,  en  la  familia  de  las  Caprifoliáceas." 

Los  indios  curaban  a  los  asmáticos,  haciéndoles  tomar  goma  de  conacaxte 
e  infusión  de  las  orejitas  que  tiene  el  árbol.  Personas  respetables  aseguran 
haber  sanado  de  la  tuberculosis  con  ese  remedio.  Esto  se  entiende,  después  de 
la  Conquista,  pues  antes  no  se  conoció  la  tisis.  ¿  Por  qué  no  aplican  los  facul- 
tativos esa  goma  y  ensayan  sus  resultados? 

Interesantes  obras  se  han  escrito  sobre  la  flora  de  América,  y  algunas  acer- 
ca de  las  propiedades  terapéuticas  de  sus  productos  vegetales.  Felipe  II  se 
empeñó  mucho  en  que  se  diesen  a  conocer  al  Consejo  de  Indias  estos  países. 
En  cédula  de  23  de  septiembre  de  1580,  mandó  que  se  hiciese  un  estudio  de 
todo  lo  más  interesante  de  Goathemala.  Vino  por  estas  regiones  el  doctor 
Hernández,  Médico  Real,  y  después  de  un  detenido  estudio,  escribió  la  notable 
obra  que  lleva  por  título  "Nova  Plantarum,"  cuyo  manuscrito,  en  21  libros  de 
texto  y  once  de  láminas,  hemos  podido  admirar  en  la  Biblioteca  del  Escorial, 
habiéndose  publicado  impresas  en  México  y  en  Roma,  dos  ediciones  compen- 
diadas. Sahagún  describe  también  largamente  la  flora  médica  de  estos  luga- 
res, en  el  Libro  X  de  su  "Historia  General,"  Tomo  III.  Existe  una  obra  cu- 
riosa, y  en  extremo  rara,  impresa  en  Sevilla,  el  año  1569,  escrita  por  el  doctor 
Monardes,  que  trata  de  las  plantas  medicinales  que  encontró  en  México  y  en 
Centro-América.  Respecto  de  las  regiones  del  Río  de  la  Plata  debe  citarse  el 
libro  intitulado  "Plantae  Diaforicae  Florae  Argentinae,"  por  J.  Hieronimus. 

Por  los  años  de  1720,  vivía  en  una  de  las  casas  de  la  Parroquia  de  los  Re- 
medios, en  la  Antigua  Guatemala,  el  célebre  Blas  Pineda  de  Polanco,  que  cul- 
tivaba un  ameno  huerto,  y  que  dedicó  toda  su  vida  al  estudio  de  nuestra 
flora  y  fauna,  dejando  escritos  cincuenta  y  cuatro  volúmenes,  sobre  la  historia 
natural  guatemalteca  y  peculiaridades  de  la  raza  aborigen.     Murió  ese  notable 


—  314  — 

botánico  a  los  noventa  y  siete  años  de  una  constante  labor,  y  fué  tal  la  incuria 
de  los  tiempos,  que  se  perdió  su  obra,  según  explica  Fuentes  y  Guzmán,  quien 
la  había  conocido,  y  dice  que  su  autor  era  descendiente  de  don  Gaspar  de  Po- 
lanco.  uno  de  los  conquistadores  que,  con  don  Pedro  de  Alvarado,  vinieron  a 
Guatemala.  Entre  los  nombres  de  los  escritores  guatemaltecos  figuraba,  en 
una  de  las  famosas  pinturas  decorativas,  del  templete  de  la  Jura  de  Fernan- 
do VII,  el  nombre  de  nuestro  antiguo  naturalista.  El  turbión  de  los  tiempos 
fué  a  sepultar  muchas  de  las  producciones  científicas  y  literarias  de  nuestros 
mayores  a  las  estigias  aguas  del  olvido.  Es  tanta  la  aberración  de  algunos,  que 
llegan  a  creer  que  antaño  todo  era  ignorancia,  obscuridad  y  sombras. 

Hay  una  obra  que  contiene  los  nombres  de  muchas  yerbas  medicinales  de 
estas  tierras,  intitulada  el  "Médico  Criollo,"  por  el  doctor  F.  Bayón,  y  el  que 
quiera  profundizar  en  la  botánica  indígena,  puede  hacerlo  estudiando  el  célebre 
libro  del  doctor  Troncoso.  En  las  Crónicas  antiguas  de  los  países  de  América 
y  en  la  "Historia  General  de  las  Indias,"  existen  muchas  noticias  interesantí- 
simas sobre  las  virtudes  medicinales  de  las  plantas  americanas. 

Don  Francisco  Antonio  de  Fuentes  y  Guzmán  encomia  el  canutillo,  que  en 
realidad  es  de  admirable  efecto,  pues  aplicado  en  polvo  cierra  la  úlcera  más 
rebelde  (i)  y  usado  en  emplasto,  de  la  hoja  y  del  bejuco  molido,  sana  los  gra- 
nos cancroides  y  las  llagas.  Dicho  autor  de  "La  Recordación  Florida"  men- 
ciona además  el  yapactli,  medicina  del  corazón :  el  aguacate,  el  chilmecat,  el 
chicalote,  la  zarzuela,  el  hipericón,  el  marrubio,  la  hierba  del  pastor,  la  lengua 
de  serpiente,  el  limoncillo,  la  lechuguilla,  el  paixte,  el  chamico,  la  cebadilla,  el 
chulbalán,  la  doradilla,  la  hierba  mora,  el  culantrillo,  la  fumaria,  el  espino  real, 
el  cuzticpactli,  el  toronjil,  el  hinojillo,  la  contra-yerba,  la  yerba  lechosa,  la  yerba 
de  la  golondrina,  el  izquisuchil,  el  cacalotzuchil,  el  tapat,  el  cempo  alzpchil,  el 
matalisti,  el  tocoyolo,  la  mandragora,  el  limoncillo,  el  zumaque,  el  sacatón,  la 
verdolaga,  la  caparrosa,  etc.  (2) 

Los  indios  quichés  operaban  las  cataratas,  refrescaban  la  vista  con  estiér- 
col de  lagarto,  o  con  la  decocción  de  una  planta  que  los  españoles  apreciaron 
mucho,  dándole  el  nombre  de  celidonia;  para  curar  las  enfermedades  cutáneas 
usaban  limaduras  de  cobre,  la  infusión  de  guayacán,  agua  de  achiote,  carne  de 
ciertas  lagartijas,  agua  de  tamarindo  y  otras  drogas ;  purgantes  y  diuréticos 
famosos  muy  en  boga ;  bálsamos,  anestésicos,  aceites  y  cataplasmas ;  almen- 
dras, como  el  cedrón,  para  las  mordeduras  de  las  serpientes,  etc.  Acosta  en- 
seña que  las  cenizas  de  insectos  venenosos,  mezcladas  con  la  composición  del 
teopatli,  amortiguaban  las  carnes,  pareciendo  efecto  de  sanidad  y  de  virtud 
divina  (3). 


(1)  Recordación  Florida,  t.  I.  páe.  328. 

(2)  Recordación  Florida,  pásrs.  328.  348.  tomo  I. 

(3)  Historia  ('e  las  Indias,  vág.  .370. 


I 


—  3T5~ 

Las  plantas  americanas  tenían  denominaciones  indígenas,  muchas  de  ellas 
conservadas  hasta  ahora,  y  no  pocas  transformadas  por  los  españoles.  Los 
nombres  aborígenes  son  expresivos  de  alguna  cualidad  de  la  planta  o  de  sus 
rasgos  físicos  o  propiedades  terapéuticas.  La  goma  elástica  se  llamaba  por 
acá  ulli  (i ).  Los  indios  de  Quito  le  decían  cauchiú,  y  de  ahí  viene  que  en  Cen- 
tro-América se  denomine  hule,  y  en  la  América  del  Sur  caucho  a  aquella  goma, 
que  los  naturales  de  estas  tierras  empleaban  en  su  medicina  herbolaria. 

Tenían  nuestros  indios  nomenclatura  botánica  en  términos  compuestos 
que  indicaban  el  género  y  la  especie  y  hasta  la  cualidad  del  árbol  o  de  la  plan- 
ta. Las  radicales  daban  a  entender  la  idea  dominante,  y  la  terminación  esta- 
blecía la  diferencia.  Por  ejemplo  tollín  (tule)  ixtollín,  tule  para  las  oftalmías, 
de  ixtli  ojo.  Ayotli,  quilitl,  zapotl,  suministran  una  larga  serie  de  derivados. 
La  nomenclatura  ofrece  un  aire  de  semejanza  con  la  moderna.  Era  natural- 
mente bastante  imperfecta;  pero,  según  enseña  el  sabio  jesuíta  Gerste,  supera- 
ba a  la  de  Europa,  en  aquella  época,  dado  que  hasta  el  siglo  XVII  no  se  deter- 
minó con  precisión  el  límite  de  los  géneros,  en  el  Antiguo  Continente. 

Abundan  hoy  en  las  diversas  repúblicas  hispano-americanas  nombres  dis- 
tintos para  la  misma  planta,  lo  cual  acarrea  dificultades  y  embarazos,  no 
faltando  ocasiones  en  que  dase  la  misma  nomenclatura  a  frutos  o  productos 
diversos.  Hay  además  nombres  de  algunas  especies  europeas  aplicadas  a  otras 
americanas. 

Como  regla  general  puede  establecerse  que  en  las  regiones  intertropicales 
no  existen  las  plantas  de  Europa,  a  no  ser  como  introducidas. 

Los  indios  de  Guatemala  usaban  las  aguas  medicinales,  que  conocían  per- 
fectamente, y  así  cuentan  los  historiadores  que  cerca  del  pueblo  de  Atitlán,  que 
todavía  existe,  se  encuentra  una  fuente  de  aguas  agrias,  con  la  cual  tomándola, 
curaban  el  mal  de  piedra  y  las  hinchazones  de  garganta  o  bocios,  que  vulgar- 
mente llaman  güegüechos.  La  misma  virtud  atribuían  a  las  magníficas  aguas 
del  Cubo,  Ciudad  Vieja  y  otros  alrededores  de  la  Antigua  Guatemala. 

La  elefantiasis  era  común,  sobre  todo  entre  los  indios  moscos  y  otras 
tribus  de  Nicaragua  y  Costa-Rica.  Decían  que  la  curaban  con  encantamientos 
y  mordeduras  de  ciertas  culebras  muy  venenosas,  tomando  aguas  de  plantas 
especiales  y  carne  de  ciertas  lagartijas. 

Había  en  estas  regiones  pestes  desoladoras,  como  la  que  despobló  Guate- 
mala en  1521,  que  según  presumen  algunos,  sería  el  cólera  morbus,  acompaña- 
do de  una  terrible  afección  en  la  sangre.  Asegura  Ximénez  que  la  sífilis  se 
había  extendido  muchísimo,  sobre  todo  entre  los  nobles  o  grandes.  Ello  su- 
cedió que  en  1522,  más  de  veinte  reyezuelos  murieron  de  aquella  enfermedad, 
que  comenzó  primero  en  Iximché  (Tecpán  Guatemala)  y  se  propagó  por  otras 
partes. 


(1)    Toi-quemada,  Monarquía  Indiana,  páff.  14,  cap.  43. 


—  3^6  — 

Poco  tiempo  después,  cundió  la  peste  de  viruela,  o  sea  la  gran  lepra,  como 
los  indios  la  llamaban,  hueizahuatl,  introducida  a  nuestro  Continente  por  un 
negro  esclavo  de  Panfilo  de  Narváez,  que  vino  plagado  de  tales  viruelas.  El 
tifo,  el  sarampión,  y  otras  enfermedades  traídas  por  los  españoles,  hacían 
grandísimos  estragos  entre  los  indios,  por  lo  mismo  que  su  naturaleza  estaba 
apta  para  recibirlas  y  no  había  acumulado  los  elementos  para  resistirlas.  Cru- 
zadas después  las  razas,  y  aún  permaneciendo  i)ura  en  muchos  pueblos,  ya:  las 
pestes  no  producen  tantísimo  daño,  por  la  resistencia  de  los  más  aptos  para 
salvarse  de  ellas,  transmitida  por  herencia  a  sus  descendientes.  El  abuso  de 
licores  espirituosos  produjo  también  grandes  males  entre  los  indios  y  no  poca 
enfermedad  y  degeneración.  El  aguardiente  de  Castilla,  que  después  se  ha 
fabricado  en  estas  tierras,  ha  sido  un  veneno,  una  fuente  de  males  sin  cuento. 

Las  enfermedades  que  resistían  los  europeos,  hicieron  entre  los  indios 
estragos  espantosos.  La  tisis,  al  desarrollarse  en  América,  en  el  seno  de  una 
raza  que  no  la  había  padecido,  revistió  formas  asoladoras.  El  atraso  de  los 
estudios  de  patología  general,  en  los  primeros  siglos  de  la  colonización  america- 
na, nos  impide  saber  hasta  que  punto  la  tuberculosis,  importada  por  los  euro- 
peos, pudo  diezmar  a  los  indios  americanos,  tan  afines  de  los  habitantes  de  la 
Polinesia.  El  ilustre  patólogo  italiano  Tomassio  Crudeli  afirma  que  la  tisis 
era  enfermedad  ignorada  entre  los  indígenas  de  América,  suponiendo  que  les 
fué  transmitida  por  medio  de  las  vacas  que  los  españoles  trajeron.  Las  fiebres 
eruptivas,  el  sarampión,  que  entre  la  raza  blanca  es  de  favorable  pronóstico, 
producía  entre  los  indios  desastrosos  efectos.  La  viruela,  decía  el  padre  N.uix, 
fué  funesta  en  sumo  grado,  pues  cuando  este  contagio  se  cierne  sobre  un  pue- 
blo, derrama  la  desolación  y  la  ruina. 

Así  como  los  animales  fieros  reducidos  a  la  domesticidad  apenas  procrean, 
los  pueblos  independientes  sometidos  al  dominio  de  otros  pueblos  opresores, 
sienten  decrecer  su  vida  renuncian  al  poder  genésico,  prefieren  no  engendrar 
hijos,  se  enferman  de  desesperanza.  Miran  obscura  la  vida,  como  dice  Qua- 
trefages,  en  su  hermoso  libro  L*  espéce  humaine. 

No  se  puede  negar  que  el  gobierno  español  hizo  lo  que  pudo  para  dismi- 
nuir la  gran  lepra,  como  llamaban  los  aborígenes  a  la  viruela.  Una  real  cédula 
dispuso  que  una  comisión  de  personas  entendidas  viniese  a  Guatemala,  trayen- 
do algunos  niños  vacunados,  para  propagar  el  fluido  de  brazo  a  brazo,  en  1793. 
Produjo  mucha  exitación  de  ánimos.  No  podían  comprender  cómo  una  úlcera 
pudiera  evitar  otras.  El  Muy  Noble  y  Leal  Ayuntamiento  trabajó  mucho.  Se 
escribió  en  "La  Gaceta,"  se  distribuyeron  instrucciones  y  se  promulgaron  ban- 
dos. El  P.  don  Juan  J.  González  de  Batres  dio  dinero  y  puso,  en  el  frente  del 
estanque  de  San  Sebastián,  un  busto  de  Jenner.  En  Costa-Rica  se  hizo  la  pri- 
mera vacunación  en  Cartago,  en  febrero  de  1805,  con  fluido  remitido  desde 
Guatemala  en  vidrios.     Don  JManuel  del  Sol,  licenciado  en  cirugía,  fué  en  co- 


—  317  — 

misión  del  Capitán  General,  en  abril  de  1806,  y  estuvo  dos  años  propagando  la 
vacuna.  En  1816  hacia  estragos  en  Nicaragua  la  peste  de  viruela,  por  lo  que 
de  Costa-Rica  mandaron  fluido  vacuno ;  pero  la  gente  y  los  curanderos  creían 
mejores  las  sangrías,  lavativas,  purgativos  y  vomitivos.  La  Ciencia  de  Hipó- 
crates no  andaba  por  allá  muy  adelantada. 

Sabido  es  que  en  el  siglo  XVI  devastó  la  sífilis  Roma  y  muchas  otras  ciu- 
dades de  Europa.  Algunos  supusieron  que  era  llevada  de  América  tan  fatal 
enfermedad,  mientras  que  no  faltaron  personas  que  opinaran  que  había  sido 
importada  al  Nuevo  Mundo  por  los  conquistadores.  La  verdad  parece  ser  que 
tan  fatal  azote,  es  común  al  género  humano  desde  remotísimos  tiempos  (i).  El 
sabio  don  Andrés  Bello,  cuya  acuciosidad  era  admirable,  recogió,  en  la  Biblio- 
teca Real  de  Londres,  muchos  datos  y  numerosas  citas,  que  se  encuentran  en  el 
tomo  VI  de  las  obras  del  insigne  literato  venezolano,  en  las  páginas  XXXVII 
y  siguientes,  para  vindicar  a  América  de  haber  sido  origen  del  mal  venéreo. 
Jerónimo  Fracastor,  médico  del  Papa  Paulo  III,  escribió  un  poema  "Syphilis, 
sive  de  morvo  gállico,"  divulgando  haber  sido  llevado  de  América  el  mal  fran- 
cés, como  otros  lo  llamaban.  Los  españoles  americanos  se  sintieron  muy  agra- 
viados después,  con  las  aseveraciones  de  Astruc  y  Robertson,  que  divulgaron 
más  la  suposición  de  Fracastor,  y  sobre  todo,  las  muy  despreciativas  de  Paw. 
Esto  dio  lugar  a  que  el  ex-jesuita  mexicano  Francisco  Saverio  Clavígero,  pu- 
blicase, en  1780,  una  eruditísima  disertación,  que  se  intitula  "Origen  del  mal 
venéreo."  Quien  quiera  estudiar  este  punto  histórico,  hallará  en  ella  los  más 
])rolijos  datos.  Bancroft  dice  que  el  mal  venéreo  existió  en  Europa  antes  del 
siglo  XVI,  y  que  también  en  América  fué  común  en  algunas  de  sus  formas, 
dicha  enfermedad,  antes  de  la  conquista  (2).  En  América,  antes  de  la  con- 
quista, se  conoció  la  lejjra  arábiga.  El  primer  español  muerto  del  mal  de 
Lázaro  en  este  Continente,  fué  Jiménez  de  Quesada  fundador  de  Bogotá. 

Nuestros  indios  tenían  adelanto  en  artes,  y  hasta  guardaban  sus  señales 
astronómicas  y  sus  secretos  médicos,  en  cuadernos  de  papel,  hechos  de  corteza 
del  amatl  (3).  Remesal  encomia  mucho  la  habilidad  de  los  aborígenes  de 
Guatemala  como  herbolarios  y  curanderos,  refiriendo  casos  admirables  de  cu- 
raciones muy  difíciles  (4).  El  cronista  Herrera,  al  tratar  de  Honduras,  refiere 
que  en  aquellas  tierras  se  encuentran  plantas  prodigiosas  por  sus  propiedades 
medicinales.  Los  quichés  tenían  libros  en  los  cuales  habían  consignado  sus 
observaciones  sobre  ciencias  naturales  (Bourbourg,  Hit.  Nat.  Civ.  Tomo  III, 
Pág.  637). 


(1)    Dr.  Mariano  Fadilla.-Ensa.vohistóricosohrp  la  oiifermedafl  veníi-ea. 

C)  -En  estas  Indias  pocos,  mu.v  ixicos  cliristianos  han  escapado  i\o  este  trabajoso  mal  de  hulioes 
cuando  han  tenido  participación  carnal  con  los  naturales:  píjnine  a  la  verdad  es  plata  de  esta  'l;V-«;«  V  "J«J' 
frecuente  Oviedo  Historia  (ieneral.  tomo  T,  p!Í«r..m-).-Ilnml)oldt.  Esay.  Pol.  tomo  I.  piStf .  u».  Hourl«>ur»r. 
Historia  Natural  Civ.  tomo  I,  me.  182.- Bancroft.  vol.  H.  pa»?.  MH. 

(3)  Bernal  Díaz  del  Castillo.    Tomo  1.  pásr-  207. 

(4)  Liltro  V.  capítulo  10. 


-3iS- 

Supersticiosa  como  era  la  raza  indígfena,  creía  en  agoreros  y  brujos,  entes 
malignos  y  hechicerías.  Todo  pueblo  primitivo,  dice  Michelet,  (i)  es  esen- 
cialmente crédulo.  El  hombre  caza  y  combate ;  la  mujer  se  ingenia,  imagina, 
crea  sueños  y  dioses.  Es  vidente  y  supersticiosa ;  tiene  dos  alas  infinitas,  las 
alas  del  deseo  y  las  de  la  soñadora  fantasía.  Para  contar  mejor  el  tiempo  ob- 
serva el  cielo,  mas  no  por  eso  está  menos  ligado  a  la  tierra  su  corazón.  Con 
los  ojos  puestos  en  las  amorosas  flores,  flor  ella  también,  hace  con  las  flores 
conocimiento  personal  y  como  mujer  les  pide  virtud  para  curar  a  los  que  ama. 
El  único  médico  del  pueblo,  por  miles  de  años  fué  la  hechicera.  Si  no  acerta- 
ba a  curar  se  la  decía  bruja,  y  otras  cosas  peores ;  pero  generalmente,  por  un 
respeto  mezclado  de  temor,  llamábanla  buena  mujer,  bella  dama  (bella  donna) 
el  mismo  nombre  que  se  daba  a  las  hadas.  Cuando  Paracelso,  en  Basiléa, 
quemó  en  1527,  toda  la  medicina,  declaró  que  no  sabía  nada  sino  lo  que  le  ha- 
bían enseñado  las  hechiceras.  Los  indios  conocían  el  hipnotismo,  la  transmi- 
sión del  pensamiento  y  muchos  otros  fenómenos,  que  atribuían  a  brujerías. 

Aquí  en  América,  antes  de  la  venida  de  los  españoles,  tenían  los  aborígenes 
mucha  fe  en  sus  adivinas  y  brujas.  Los  conquistadores,  por  su  parte,  acaba- 
ban de  dejar  a  las  hechiceras  en  los  parajes  más  desiertos  y  aislados,  en  los 
edificios  viejos,  entre  las  ruinas,  huyendo  de  las  llamas  de  la  Santa  Inquisición  ; 
de  suerte  que  eran  tan  fanáticos  los  unos  como  los  otros.  Todavía  tienen  los 
indios  sus  brujas  y  adivinadoras  (2). 

Aún  se  conserva  en  muchos  pueblos  la  tradición  de  haberse  aparecido, 
doscientos  años  antes  de  la  conquista,  una  mujer  blanca,  muy  sabia  en  el  arte- 
de  la  adivinación,  llamada  la  Comiza-hual  (tigre  que  vuela).  Cuentan  que  rei- 
nando, en  el  Quiche,  Quicab,  llegaba  un  noble  cakchiquel  a  dar  tilaridos,  por  la 
noche,  a  la  mansión  del  monarca.  Como  era  gran  hechicero,  no  podían  capturar- 
k),  hasta  que  lo  aprehendió  un  encantador  quiche,  con  no  poco  trabajo.  Lo  sacri 
ficaron  cruelmente:  y  antes  dijo:  "Sabed  que  ha  de  venir  un  tiempo  en  {|ii( 
sufriréis  grandes  calamidades,  y  hasta  este  mama  caixon  (viejo  agrio)  sucum- 
birá. Los  edificios  serán  madrigueras  de  lechuzas  y  gatos  de  monte,  y  des- 
aparecerá la  grandeza  de  esta  corte."  En  recuerdo  de  la  profecía  de  la  conquis- 
ta— como  se  llamó  el  augurio  del  hechicero  cakchiquel — conservaban  los  in- 
dios, hasta  en  tiempo  de  Ximénez,  un  baile  solemne,  llamado  Quiche  Vinak. 

Los  aborígenes  y  aun  los  españoles  de  la  conquista,  temían  mucho  a  los 
brujos  y  hechiceros,  hasta  el  punto  de  que  pasma  la  credulidad  de  todos  los 
cronistas  que  relatan  artificios  maravillosos,  como  convertir  a  las  gentes  en 
leones,  tigres,  culebras  y  otras  sabandijas.  Cuentan  prolijos  detalles,  dando 
fe  casi  todos  de  haber  presenciado  algún  caso !  ¡  Tanto  puede  la  credulidad  y 
la  ignorancia!     Las  Casas,  Cogolludo,  Gomara,  Gage,  Remesal  y  Vásquez. 


(1)  La  Bruja.  |já*r.  1*  Introducción' 

(2)  Ciurolliulo.  Historia  imjr.  183  -4- 


3T9 


re 


fieren  metamorfosis  y  otras  artes  ocultas.  A  muchos  azotaron  y  a  no  pocos 
quemaron  por  cuenta  de  los  hechizados.  Los  Padres  españoles,  dice  con  gra- 
cia Bancroft,  (i)  creían  en  los  dioses  de  los  indios  tan  firmemente  como  ellos; 
la  única  diferencia  parece  haber  sido  que  los  primeros  los  conceptuaban  de- 
monios y  los  segundos  divinidades.  Cuando  los  aborígenes  de  Costa-Rica 
vieron  a  los  españoles  escribiendo  sobre  un  papel  con  tinta  negra,  se  alarma- 
ron, en  la  creencia  de  que  era  asunto  de  maleficio,  mientras  que  los  castellanos 
al  mirar  que  los  indios  les  echaban  humo  de  copal,  con  gritos  y  gestos,  juzga- 
ron que  era  eso  arte  del  diablo. 

En  aquellos  tiempos,  en  que  el  demonio  hacía  gran  papel  en  el  mundo 
— hasta  el  punto  de  que  no  hay  casi  una  sola  página  en  las  antiguas  crónicas 
sin  que  se  hable  de  la  influencia  del  espíritu  maligno — atribuían  los  españoles 
las  brujerías  de  los  indios  al  poder  de  satanás.  Así  como  en  España  se  creía 
en  la  Misa  Negra,  pensaban  los  conquistadores  que  los  piachas  o  adivinos  de 
Centro-América,  que  sabían  evocar  espíritus,  hipnotizar,  predecir  el  futuro,  y 
ver  a  distancias  largas,  tenían  pacto  con  el  diablo.  Oviedo,  en  su  interesante 
"Historia  Natural  y  General  de  las  Indias,"  (2)  dice:  "Le  llaman  Tequina, 
que  quiere  decir  lo  mesmo  que  maestro,  por  manera  que  al  que  es  maestro  de 
las  responsiones  e  inteligencias  con  el  diablo,  llámanle  tequina  en  aquel  arte, 
porque  aqueste  tal  es  el  que  administra  sus  idolatrías  e  ceremonias  e  sacrifi- 
cios, y  el  que  hablaba  con  el  demonio." — "Tenían  o  había  entre  estas  gentes 
unos  sacerdotes  que  llamaban  en  su  lengua  piachas,  muy  expertos  en  la  mági- 
ca, tanto  que  se  revestía  en  ellos  el  diablo,  y  hablaba  por  su  boca  muchas  false- 
dades, con  que  los  tenía  cautivos"  (3).  Fueron  los  piachas  los  fakires  de  estas 
tierras. 

Varios  historiadores  refieren  que  muchos  indios  tenían  libidinosas  costum- 
bres, o  mejor  dicho,  hábitos  indecentes.  El  mismo  Oviedo  habla  de  "ciertos 
malos  hechiceros,  que  secan  e  matan  de  día  en  día,  hasta  que  se  enflaquecen 
tanto,  que  se  les  pueden  contar  los  huesos.  Estos  chupadores,  como  les  nom- 
bran los  chrisptianos,  son  criados  o  naborías  del  tuyra,  y  que  él  se  los  manda 
assi  hacer,  y  el  tuyra  es,  como  está  dicho,  el  diablo."  (4) 

Mendieta  refiere  que  nuetros  indios  (5)  "lanzaban  por  el  suelo  unos  corde- 
les, como  llaveros,  y  si  quedaban  revueltos,  era  señal  de  muerte,  mientras  que 
si  alguno  o  algunos  caían  extendidos,  teníase  por  señal  de  vida,  diciéndose  que 
ya  el  enfermo  comenzaba  a  extender  los  pies  y  las  manos." 


(1)  Native  Races,  vol.  uásr.  798. 

(2)  Tomo  III,  pásr.  127. 

(3)  Las  Casas.  Historia  A |M)l()tr¿'lica.  capítulo 245. 

(4)  Historia  General,  tomo  1.  páer.  ir>!>. 
(.->)  Historia  Eolesiásiica  pátr.  40. 


—  320  — 

Las  Casas,  en  "La  Historia  Apologética,"  tiene  un  capítulo  (141)  en  el 
cual  se  refiere  a  la  medicina  y  supersticiones  de  los  aborígenes,  y  dice :  "que 
en  las  principales  ciudades  había  hospitales  dotados  de  rentas  y  vasallos,  en 
donde  se  resabian  y  curan  los  enfermos  pobres." 

Clavígero  hace  una  descripción  pintoresca  del  temascalli  (i)  y  cuenta 
que  ese  baño  de  vapor  era  un  gran  remedio,  muy  usado  entre  los  indios,  y  ade- 
más un  elemento  higiénico  de  limpieza  y  de  refrescarse,  que  empleaban  hasta 
los  sanos.     Todavía  usan  nuestros  indios  el  baño  temascal. 

Acostumbrados  a  sus  sangrientos  sacrificios  y  a  morir  en  las  guerras,  veían 
como  los  japoneses,  acercarse  impávidos  la  muerte,  sin  pensar  mucho  en  lo  que 
dejaban,  ni  menos  en  la  vida  futura,  para  cuyo  viaje  poníanles,  en  los  sepul- 
cros, y  aún  les  ponen,  el  bastimento  suficiente  y  algunas  alhajas  si  eran  ricos ; 
a  las  mujeres  su  piedra  de  moler,  y  sus  armas  a  los  hombres.  Por  caridad, 
los  teochichimecas  y  otras  tribus,  mataban  a  los  enfermos  incurables  que  s*i- 
frían  dolores  agudos. 

Hernán  Cortés,  Herrera  y  Díaz  del  Castillo,  aseguran  que  los  mexicanos 
y  quichés  tenían  boticas  y  jardines  botánicos:  "Hay  la  calle  de  herbolarios, 
donde  se  ven  todas  las  raíces  y  yerbas  medicinales  que  en  la  tierra  se  encuen- 
tran. Hay  casas  donde  se  venden  las  medicinas  hechas,  así  potables  como 
emplastos,  ungüentos,  etc."  Poseían  libros  en  los  cuales  minuciosamente 
consignaban  sus  remedios  (2). 

Los  indios  de  Guatemala  sepultaban  con  gran  solemnidad  los  cadáveres 
de  los  reyes  y  de  los  nobles.  Cuando  estaba  moribundo  el  cacique,  cubrían 
los  principales  ídolos  con  máscaras  o  con  velos,  y  al  expirar  el  enfermo  quita- 
ban tales  adefesios,  y  se  apoderaban  del  cuerpo  muerto  ciertos  hombres  y  mu- 
jeres pertenecientes  a  la  casta  de  los  sacerdotes.  Embalsamaban  el  cadáver, 
a  estilo  tolteca,  y  el  sumo  sacerdote  vertía  agua  sobre  la  cabeza  del  difunto, 
diciendo :  "Esta  es  el  agua  que  usaste  en  el  mundo."  A  seguida,  ponían  una 
tinaja  llena  del  mismo  líquido,  en  las  espaldas  del  cadáver,  y  exclamaban : 
"Esta  es  el  agua  para  el  viaje  que  vas  a  emprender."  Había  de  pasar  el 
muerto,  en  su  transmigración,  en  medio  de  dos  vcjlcanes  que  se  erguían  el  uno 
frente  al  otro,  después  debía  ir  por  el  camino  angosto,  guardado  por  la  gran 
culebra ;  en  seguida,  por  el  arenal  del  lagarto,  (xochitonal)  ;  por  último,  por 
la  vereda  de  los  vientos,  tan  fuertes  que  se  llevaban  las  ceibas  y  las  rocas.  Con 
la  sangre  de  una  especie  de  perrito  .colorado,  que  para  el  caso  se  mataba,  mo- 
jaban unos  algodones  que  ponían  al  cadáver  en  el  cuello.  El  animalucho  re- 
presentaba a  Charón,  quien  conducía  al  muerto  por  la  obscura  laguna  Chicuna- 
huapán.  Clavígero  dice  "que  el  perro  era  para  que  lo  guiase  a  donde  debía  ir. 
Ponían  idolitos,  trastos  de  metal  o  de  barro,  y  otros  utensilios  para  el  difunto. 


(1)  Historia  Aiitiiaia.  tomoIT,  pácr    n4. 

(2)  Brassseurde  Kour»)ouor.  Hist.  desNat.  Civil,  tomo  III.  váe.  037 


—  321  — 

que  tendido  en  una  especie  de  pavés,  era  llevado  al  lugar  de  la  sepultura,  por 
príncipes,  cortesanos  y  una  guardia  de  honor,  que  hacía  grandes  demostracio- 
nes de  pesadumbre.  Inmolaban  al  indio  que  tenía  en  su  guarda  los  ídolos 
del  rey.  si  éste  era  el  muerto,  tañendo  tristes  pitos  y  atambores,"  al  decir  de 
Acosta  en  la  "Historia  de  las  Indias."  Atrás  de  la  comitiva,  venían  los  envia- 
dos de  pueblos  extranjeros,  los  grandes  y  los  nobles.  Después  de  muchas 
ceremonias,  sepultaban  el  cadáver  en  la  hendedura  de  una  gran  roca,  bajo 
algún  cerro  artificial  (mound)  o  en  algún  otro  lugar  apropiado  para  el  caso, 
"aderezando,  los  cadáveres,  dice  Bernal  Díaz  del  Castillo,  de  las  mejores  plu- 
mas, joyas  e  ídolos,  y  poniéndoles  un  escudo  en  la  mano  izquierda  y  un  venablo 
en  la  derecha." 

La  cremación  la  usaban  en  varios  pueblos,  y  conservaban  las  cenizas 
coyio  reliquias  (Brasseur  de  Bourbourg).  Los  que  nacían  en  los  últimos  cinco 
días  desdichados  del  año,  eran  reservados  para  obsequios  reales.  Cuando  una 
mujer  moría  de  parto,  la  acompañaban  todos  sus  parientes  y  amigos,  a  efecto 
de  evitar  que  los  extraaos  arrebatasen  los  restos  mortales,  creyéndolos  presa- 
gio de  buena  fortuna  o  amuleto  contra  las  desgracias  (i).  En  Nicaragua,  al 
fallecer  un  gran  señor,  quemaban  su  cadáver  y  ponían  en  una  urna  las  cenizas ; 
que  a  su  vez  se  esparcían  frente  al  palacio  del  difunto,  según  lo  afirma  Ovie- 
do (2).  En  Guatemala  se  teñían  las  viudas  el  cuerpo  de  amarillo,  en  señal  de 
duelo,  por  lo  que  las  llamaban  malcam,  y  cuando  expiraba  un  niño  de  pecho, 
había  la  madre  de  repartir  su  leche  entre  otros  niños,  durante  cuatro  días,  para 
que  el  espíritu  del  infante  muerto  no  padeciese  (3). 

Gomara,  en  la  "Historia  de  las  Indias,"  (4)  describe  a  los  aborígenes  de 
Guatemala,  como  guerreros  infatigables,  valerosos  y  muy  sufridos.     Algunos 
^de  ellos  se  abstuvieron,  durante  los  primeros  años  de  la  conquista,  de  yacer 
•^con  sus  hembras,  a  fin  de  no  procrear  hijos  que  fuesen  esclavos  de  los  blan- 
cos (5).     Cuando  una  raza  se  destruye  por  otra,  cuando  el  sufrimiento  llega 
a  su  colmo,  la  vida  instintivamente  deja  de  reproducirse,  ante  la  horrenda 
hecatombe  de  exterminio  y  de  muerte.     El  eco  de  dolor,  que,  cual  prolongado 
'  suspiro,  atraviesa  los  siglos  de  aniquilamiento  y  servidumbre  de  la  raza  abori- 
gen de  este  suelo,  es  como  el  tremendo  grito  de  Job,  que  responde  a  la  destruc- 
ción de  un  mundo.     El  choque  de  una  civilización  más  avanzada  con  otra  dis- 
tinta, produce  un  cataclismo  semejante  al  que  resulta  del  choque  de  dos  astros 
que  se  encuentran  en  su  carrera.     El  salvaje  lanzado  a  la  civilización  se  con- 
sume entre  agonías  horribles.     Edgard  Quinet  ha  dicho :     ¿  No  os  habéis  en- 
contrado nunca  en  un  mundo  hostil,  extranjero,  donde  tenéis  que  ocultar  todo 


(1)  Torauemada,  Monarquía  Indiana, 

(i)  Historia  General  t«mo  IV,  pátr.  48. 

(3)  Landa.-lielaci(5n.— .liméne/.  Historia  de  Guatemala.  \mg.  214. 

(4)  Folio  2(iS. 

C))  Herrera  Historia  (ieneral.  TV^rada  III.  libro  4'.\  eapflulo  Tf. 


—  322  — 

lo  que  sentís,  callar  todo  lo  que  pensáis,  olvidar  vuestra  naturaleza,  vuestros 
recuerdos,  vuestros  padres,  hasta  vuestra  leyenda?....  ¿No  sabéis  cómo  el 
aire  se  torna  pesado,  cómo  falta  la  respiración,  cómo  es  odiosa  la  vida?  (i) 

El  indio  vio  de  repente  ocupado  su  suelo  por  el  hombre  pálido.  El  rayo  y 
el  trueno  hacían  que  éste  llevase  la  muerte  y  el  exterminio  por  pueblos  enteros. 
El  que  quedaba  vivo  era  quemado  a  las  veces  a  fuego  lento,  para  que  descu- 
briese los  tesoros.  Las  mujeres  robadas,  los  ídolos  rotos,  la  vida  tornada  en 
persecución  horrenda.  Cada  español  era  más  temible  (|ue  una  divinidad  aira- 
da. La  fuerza,  el  tormento,  la  explotación,  el  exterminio,  la  saña  horrible,  la 
crueldad  más  estupenda,  llenaron  de  llanto  y  muerte  el  Nuevo  Mundo.  Los 
ingleses  cazaban  como  bestias  a  los  indios ;  los  españoles  los  condenaron  a  una 
agonía  lenta,  a  pesar  de  las  leyes  humanitarias  de  los  monarcas  de  Castilla. 
Todo  ello  era  inevitable,  desde  que  no  es  posible  que  luchen  dos  civilizaciones 
diversas  sin  que  la  una  perezca  violentamente.  Edad  de  piedra,  de  bronce,  de 
hierro,  o  de  plata ;  la  transición  de  una  a  otra  no  puede  efectuarse  sin  dolor. 
Hay  para  cada  pueblo,  ctmio  en  la  vida  de  cada  hombr^,  una  crisis,  una  muda, 
en  el  tránsito  de  la  infancia  a  la  adolescencia,  a  la  juventud,  a  la  edad  madura. 
Muchos  perecen  en  él.  Las  naciones  polinesias  fueron  como  un  collar  sus- 
pendido de  isla  en  isla  por  todo  el  piélago  de  conchas.  El  collar  se  desató,  y 
las  perlas  se  perdieron.  Los  pueblos  de  América,  numerosísimos,  y  extendi- 
dos, se  hallaban  en  la  región  del  oro,  las  esmeraldas  y  los  ópalos.  La  raza 
conquistadora  invadió  su  suelo,  y  quizo  que  los  i)rimitivos  dueños  pasasen  rá- 
pidamente de  la  edad  de  piedra  a  la  edad  de  plata  ;  de  la  idolatría  al  cristianis- 
mo;  de  la  vida  pastoral  a  los  cabildos  autónomos:  de  la  moneda  de  cacao  y 
plumas  a  los  doblones  y  a  los  pesos  de  oro ;  de  la  poligamia  patriarcal  al  ma- 
trimonio; del  canibalismo  a  la  comunión  mística  del  Nazareno. .  . .  Más  aún. 
la  codicia,  el  espíritu  atávico  de  siete  siglos  de  sangrientas  luchas,  el  orgullo 
de  la  nacionalidad,  que  representaba  la  supremacía  del  poder  mundial  en  aquel 
tiempo,  el  carácter  de  aventuras  y  fuerza  que  prevalecía  entonces,  y  todas  las 
demás  circunstancias  inherentes  a  la  conqui.sta,  dieron  por  resultado  un  gesto 
de  infernal  dolor,  un  lamento  sui)remo,  un  gemido  estridente  de  la  raza  primi- 
tiva que  se  hundía  en  el  abismo;  la  pasividad  de  unos  cuantf»s  pueblos  anacró- 
nicos que  vejetan  aún,  siempre  sufriendo.  En  una  i)alabra,  el  soi)l()  de  muerte, 
al  través  del  tiempo,  dejando  rezagos  destinados  a  i)erecer  en  el  turbión  de  los 
siglos,  para  que  al  fin  sólo  queden  vocablos  de  lenguas  muertas,  que  los  erudi- 
tos, los  sabios,  tomarán  como  guías  para  reconstruir  la  historia,  la  cultura,  la 
manera  de  vivir  de  las  razas  desventuradas  del  mundo. . . .  ¡Con  razón  se  abs- 
tenían muchos  de  los  indios  de  ayuntarse  con  sus  mujeres,  para  no  dejar  hijos 
que  sufriesen  su  mísera  suerte!  El  botín  era  el  sueño  del  conquistador,  como 
cantaba  el  gran  Lope :     "no  los  mueve  cristiandad,  sino  el  oro  y  la  codicia." 


(1>    La  Crearión  tomo  T.  irÁg.  338. 


—  323  — 

El  nagualismo,  especie  de  zoolatría,  consistió  en  la  práctica  de  los  indios 
que  se  consagraban  a  algún  animal,  bajo  cuya  forma  creían  que  una  divinidad 
protectora  los  amparaba.  Sacaban  el  horóscopo  de  la  sangre  de  un  niño  recién 
nacido,  en  la  primera  ablución  que  le  hacían ;  iban  al  monte,  sacrificaban  un 
conejo  o  una  ave,  y  después  creían  percibir  en  sueños  su  nagual,  es  decir  la 
forma  del  bruto  que  debía  ser  como  su  ángel  de  guarda  (i). 

Los  mayas,  los  quichés  y  otros  indios  conocieron  el  hipnotismo,  la  suges- 
tión y  demás  ciencias  ocultas  que  los  sacerdotes  estudiaban,  y  que  atribuían  a 
brujerías  y  hechizos.  En  todos  los  pueblos  antiguos  achacábase  a  causas  dia- 
bólicas lo  que  hoy  está  demostrado  ser  efecto  de  fenómenos  naturales  y  de 
fuerzas  ignoradas  que  se  procura  descubrir.  Las  crónicas  todas  de  los  con- 
quistadores españoles  refieren  portentosos  hechos,  que  la  incredulidad  tuvo 
por  fábulas,  y  después  se  ha  visto  que  en  mucho  son  resultados  del  hipnotis- 
mo, ocultismo,  magnetismo,  transmisión  del  pensamiento,  muertes  aparentes, 
suspensión  de  la  sensibilidad,  vista  a  la  distancia,  etc.  Todo  lo  del  "Mundo 
de  lo  Desconocido"  lo  resolvían  y  lo  explicaban  por  medio  del  diablo. 

Aun  después  de  la  conquista,  se  creyó  que  había  indios  brujos,  zahoríes 
(zajorines)  y  agoreros.  Refiere  el  padre  Fr.  Tomás  Gage,  que  en  Pínula  vio 
él  mismo  a  una  mujer  llamada  Matea  Carrillo  y  a  un  Gómez  que  hechizaban 
con  malas  artes.  Vio  además  de  esos,  a  un  tal  López  que  se  volvía  tigre,  león 
y  perro  (2).  Por  más  tornadizos  que  algunos  sean  al  sol  que  se  levanta,  ya  era 
mucho  eso  de  convertirse  en  bestias.  El  listo  espía  inglés,  el  célebre  Fr.  To- 
más, sí  se  había  convertido,  por  estas  tierras,  en  religioso  de  Nuestro  Padre 
Santo  Domingo,  sin  serlo  en  realidad,  según  algunos  creen,  y  vino  a  sacar 
buenos  dineros  a  los  infelices  indios  de  Pínula  y  de  Petapa. 

Los  franciscanos  contaban  que  Balan  Quiche  era  llamado  el  portentoso, 
porque  había  sido  un  gran  brujo  (3). 

Los  hechiceros  eran  los  que  sabían  sanar,  con  plantas,  las  enfermedades, 
entendían  de  reducir  una  lujación,  sangrar  con  obxidiana  o  chaye,  extirpar 
tumores,  embalsamar  cadáveres,  curar  según  dicen,  el  más  venéreo  y  aún  la 
lepra  y  el  cáncer,  empleando  para  estas  últimas  enfermedades,  el  comer  carne 
de  cierta  lagartija,  como  aparece  en  la  "Memoria  del  Protomédico  de  Guate- 
mala, doctor  don  José  Flores,"  impresa  en  México,  en  1782.  También  usaban 
el  veneno  de  las  vívoras  y  algunos  remedios  vegetales. 

Todavía  tienen  muchos  secretos  los  indios,  que  no  dan  a  conocer  a  los 
ladinos,  y  que  no  figuran  en  la  terapéutica.  Por  lo  común  los  tuertos,  cojos, 
gibosos  o  de  cara  infernal,  eran  y  son  los  brujos.  Estos  embaucadores  hacen 
uso  de  venenos  para  operar  maleficios ;  emplean  arañas  que  ponen  a  correr  en 
mantas,  después  de  quitarles  una  pata,  o  bien  se  sirven  de  zapos  y  culebras. 


(1)  Herrera.    Historia  de  las  Indias. 

(2)  En  el  capítulo  XXI  de  los  "Viajes  del  P.  Gasrc,"  se  habla  de  osos  Gómez  y  CarrlllasQue  era 
errandes  hechiceros. 

(3)  Tsaeroge  hist<5nca.  páf;.  348. 


—  324  — 

Hacen  muñecos  de  trapo  remedando  al  que  quieren  perjudicar,  y  lo  pican  con 
afileres,  resultándole  el  daño  al  hombre  de  carne  y  hueso.  Otros  usan  pelo 
de  muerto,  dientes  de  difunto,  figurillas  especiales  de  piedra  y  otras  cosas 
raras,  para  engañar  a  los  incautos.  El  graznido  de  la  lechuza,  el  aullido  del 
coyote,  el  revoloteo  de  la  mariposa  negra,  el  encontrar  en  el  camino  una  cule- 
bra o  un  lagarto,  augurios  eran  de  grandes  calamidades.  Todavía  duran  en 
las  tribus  de  indios  muchas  de  esas  preocupaciones  (i).  ¡Algunos  creen  que 
hay  gallos  viejos  que  ponen  un  huevo  y  nace  de  él  un  basilisco!. . . . 

El  hechicero  es  el  hombre  excepcional  que  mantiene  relaciones  personales 
e  íntimas  con  los  espíritus,  que  está  poseído  por  ellos,  que  es  el  médico  para 
las  enfermedades,  encantador  de  amuletos,  denunciante  de  culpables,  adivino, 
sacerdote,  sabio  y  profeta  de  las  tribus  primitivas  (2).  La  hechicera  enseñó  en 
el  trono  de  Oriente  las  virtudes  de  las  plantas  y  los  viajes  de  las  estrellas ;  en 
la  trípode  de  Delfos,  iluminada  por  el  dios  de  la  luz,  daba  sus  oráculos  al  mun- 
do ;  en  Roma  fue  la  sibila  que  en  sus  libros  guardaba  las  profecías ;  aquí  en 
América,  cual  otra  Circe  o  Medéa,  tuvo  su  varita  de  virtud,  y  por  guía  a  su 
hermana  la  naturaleza. 

Si  aún  entre  gente  civilizada  prevalece  la  idea  de  que  hay  adivinos  y  nigro- 
mantes, cómo  no  la  habían  de  tener  los  antiguos  pobladores  de  Centro-Amé- 
rica. Nada  tiene  de  raro  que  los  aborígenes  del  Nuevo  Mundo  creyesen  en 
todo  eso,  y  que  tímidos  y  supersticiosos,  continúen  dando  ascenso  a  semejan- 
tes sortilegios  y  adivinaciones,  cuando  en  aquellos  tiempos  de  la  conquista  era 
opinión  general  la  de  existir  encantamentos  y  hechicerías.  El  Papa  Inocencio 
VIII  encomendó  a  los  inquisidores  la  persecución  de  los  nigromantes,  y  Spren- 
ger  escribió  su  famoso  "Martillo  de  los  Brujos,"  tremendo  libro  que  chorrea 
sangre,  que  habla  del  comercio  carnal  con  los  demonios,  de  íncubos  y  súcubos, 
de  otras  ridiculas  abominaciones,  que  serían  simplemente  risibles,  si  no  hubie- 
ran dado  motivo  a  tantos  autos  de  fe,  que  hicieron  morir  a  muchos  desgracia- 
dos. El  ergotismo  medioeval  fué  causa  de  la  muerte  de  cinco  mil  en  Tréveris, 
quinientos  en  Genova,  en  sólo  tres  meses  (15 13),  ochocientos  en  Wurtzburgo, 
casi  en  una  hornada ;  mil  quinientos  en  Bamberga ;  y  hasta  el  mismo  Fernan- 
do II,  el  devoto,  el  cruel  emperador  de  la  guerra  de  treinta  años,  tuvo  que  vigi- 
lar de  cerca  a  aquellos  santos  inquisidores,  que  tenían  al  parecer  la  buena 
intensión  de  purificar  en  el  fuego  a  todos  los  vasallos  (3).  El  concilio  de 
París,  de  829,  declaró:  "Que  existen  ciertas  gentes  que  bajo  la  influencia  y 
sugestiones  del  diablo,  debilitan  de  tal  manera,  por  medio  de  filtros  y  filacte- 
rías,  la  inteligencia  de  los  hombres,  que  los  vuelven  estúpidos  e  insensibles  a 
los  males  que  les  hacen  sufrir.  Débeseles  castigar,  tanto  más  cuanto  que  tie- 
nen la  audacia  de  ponerse  públicamente  al  servicio  del  demonio."     En  tiempo 


(1)  Las  Casas.-Historia  Apolocrética.  capítulo  nO. 

(2)  Albert  Revllle.- Hlstolre des  Rellsrlons  des  peuples  non  civilices. 

(3)  .1.  Mlchelet.— La  Bruja.— Introducción. 


--325  — 

de  la  Colonia  se  instruyeron  muchas  causas  por  sortilegios  y  hechicerías.  En 
la  provincia  de  Cartago  o  Costa-Rica  se  siguió  un  curioso  proceso  criminal 
contra  María  Francisca  Portuguesa  y  Petronila  Quesada,  por  encantamientos 
y  amoríos,  por  medio  de  un  muñeco  negro,  con  alfileres,  para  ligar  a  los 
hombres  (i). 

La  verdad  es  que  siempre  ha  habido  preocupaciones,  y  que  los  maravillo- 
sos resultados  de  causas  naturales,  se  han  hecho  depender,  por  la  ignorancia, 
de  pactos  con  el  diablo.  Hoy  hay  todavía  quienes  atribuyen  los  efectos  del 
hipnotismo,  magnetismo  y  lo  que  llaman  espiritismo,  a  malas  artes  diabólicas. 
Existe  un  curioso  libro  escrito,  en  tal  sentido,  por  un  jesuíta.  Nuestros  indios 
eran  dados  a  creer  en  sueños,  como  todos  los  pueblos  antiguos,  lo  cual  nada 
tiene  de  raro,  si  se  considera  que  Josué,  Faraón,  y  otros  muchos,  tuvieron  pro- 
féticos  sueños,  y  hasta  el  mismo  San  Antonio  no  pudo  escapar  a  visiones  que 
refieren  los  místicos.  Sin  creer,  como  el  sabio  naturalista  Debay  (2)  que 
])uede  verse  en  sueños  lo  futuro,  sí  conceptuamos  natural  que  los  pueblos  pri- 
mitivos den  gran  importancia,  sobre  todo  a  los  sueños  fatídicos,  como  el  de 
Calpurnia,  mujer  de  César.  Sea  lo  que  fuere  de  esa  consciente  actividad  men- 
tal, mientras  dormimos,  la  verdad  la  resumió  en  pocos  renglones,  Shakespeare, 
cuando  exclamó : 

De  lo  que  se  hacen  los  sueños 

Somos  hechos  los  mortales, 

Y  nuestra  vida  se  acaba 

En  el  postrer  sueño  eterno ! 

La  magia  y  la  credulidad  son  tan  antiguas  como  el  hombre,  y  las  encon- 
tramos en  todas  las  razas  y  en  todos  los  países.  Cautiva  lo  portentoso,  y  la 
superstición  esparció  por  el  mundo  las  más  raras  maravillas,  muchos  siglos 
antes  de  que  el  archi-druida  verificara  sus  curaciones  sorprendentes,  y  tremo- 
lando la  rama  de  muérdago,  arrancase  con  su  hoz  dorada  el  verde  ramaje  del 
añoso  roble.  Los  misteriosos  ritos  de  las  sacerdotisas  Voilers  y  Valas,  son 
muy  anteriores  a  aquella  época.  Los  símbolos  de  todas  las  mitologías,  tienen 
bastante  realidad  científica,  desde  los  mayas,  quichés,  caldeos,  egipcios  y 
siríacos,  hasta  llegar  a  los  modernos  conocimientos  físicos,  según  lo  demuestra 
el  sabio  Schweigger,  en  su  famosa  obra  "Introducción  a  la  Mitología  por  la 
Historia  Natural."  Los  indios  maya-quichés  revelan  en  su  teogonia  que  ha- 
cían algo  más  que  creer,  y  que  en  todas  las  épocas,  bien  sean  idolátricas,  ora 
materialistas,  la  naturaleza  humana  es  parecida  a  la  naturaleza  universal,  en 
su  horror  al  vacío.     Al  través  de  brumas,  de  errores,  de  vicios  y  de  sangre, 


(1)  Arqueología  criminal  americana,  225  pásrlnas,  por  Anastasio  Alfai-oíJonziíle/. 

(2)  Los  misterios  del  sueño  y  del  maírnetlsmo. 


-326- 

ilumina  siempre  a  los  pueblos  "el  sol  espiritual  central."  el  dios  de  los  antiguos 
y  de  los  modernos  profetas,  que  trazó,  con  un  rayo  de  poder  infinito,  la  armo- 
nía genésica  sobre  la  faz  del  cosmos  (i). 

En  los  fríos  y  mudos  labios  de  los  ídolos,  en  los  geroglíficos  de  las  ruinas 
soberbias  de  la  América  Central,  quedan  sellados  innumerables  secretos  de  ci- 
vilizaciones muertas :  queda  el  desdeñoso  gesto  de  una  raza.  Dícese  que 
Votan  era  gran  mago,  y  refiérense  maravillas  de  Quezaltcoatl,  cuya  misteriosa 
vara  acaso  tenía  más  virtud  que  la  de  Moisés,  si  hemos  de  dar  crédito  a  Bras- 
seur  de  Bourbourg  y  a  Mousseau,  que  se  empeñaron  tanto  en  demostrar  la 
identidad  de  los  cananitas  con  nuestros  aborígenes  maya-quichés....  ambos 
pueblos  maldecidos,  descendientes  de  Can.  Los  magos  caldeos  y  asirlos 
tuvieron  a  su  jefe  Nargal,  y  el  más  temible  hechicero  quiche  fué  Nagal,  ambos 
nombres  derivados  del  dios  asirio,  y  ambos  con  poderes  de  un  dcmón  servidor, 
con  el  cual  ellos  se  identificaban  por  completo ;  el  demonio  asirio  y  caldeo 
estaba  en  sus  templos  en  forma  de  animal  sagrado ;  el  demonio  de  los  indios 
quichés  y  mexicanos  se  encontraba  en  el  monte,  en  el  lago,  o  dentro  de  la  pro- 
pia casa,  bajo  la  forma  de  animal  doméstico  (2).  Los  caldeos  y  los  mayas 
tuvieron  ritos,  i)reocupaciones  y  hasta  palabras  análogas. 

Eran  harto  supersticiosos  los  quichés  y  prestaban  crédito  a  los  sueños,, 
atribuían  calamidades  al  canto  de  ciertos  pájaros  y  se  hallaban  versados  en  la 
magia  y  en  la  quiromancia  (3)  tanto  como  los  caldeos,  siriacos,  egipcios  y 
demás  pueblos  antiguos.  Al  igual  de  aquellas  gentes,  no  sólo  conocían  el 
curso  de  los  astros,  sino  que,  con  ardiente  imaginación,  pensaban  que  las  es- 
trellas, flores  de  la  noche,  estaban  ligadas  con  el  destino  de  los  hombres,  y  que 
en  sus  misteriosos  giros  y  centellantes  titilaciones  descendían  sus  efluvios,  que 
dejaban  marcada  en  la  inmensidad  la  suerte  de  los  mortales.  Por  antítesis, 
en  la  tierra  se  descubría' el  oróscopo  por  mujeres  lóbregas,  envueltas  en  manto 
de  tinieblas,  con  ojos  fosforescentes,  facciones  angulosas,  manos  descarnadas 
y  fauces  hundidas.  Eran  las  brujas,  que  sabían  leer  en  el  cielo  los  misterios  de 
nuestro  planeta  y  que  recurrían  al  alma  de  la  noche,  la  argentada  luna,  para 
arrancar  de  sus  faces  los  augurios  fastos  o  nefastos. 

El  historiador  Buckle  considera,  y  con  razón,  que  la  influencia  de  la  natu- 
raleza física  que  circunda  a  un  i)ueblo,  influye  naturalmente  sobre  su  mitología 
y  superstición.  En  donde  el  terremoto,  la  tempestad  y  el  huracán  arrasan  ciu- 
dades y  hacen  perecer  víctimas  innumerables,  se  excitan  los  sentimientos  y  las 
preocupaciones  crecen.  Con  razón,  pues,  tenían  nuestros  indios  esas  divini- 
dades airadas  en  su  teogonia.  Cada  año,  siete  doncellas  se  arrojaban  vivas, 
en  Nicaragua,  entre  el  hirviente  cráter  del  volcán  de  Managua,  jjara  tenerlo 
propicio. 


(1)  I  sis  sin  velo,  páir.  01. 

(2)  Bras.seur  de  Bourboursr.— .Méxiinu-.  imirinas  ."«.'>  y  r>r4. 

(3)  Ximéiiez.  nist.  Ind.  Guat..  ixísr.  101. 


—  Z'zi  — 

La  esplendorosa  floresta,  los  lindísimos  valles,  lag^os  y  montes  de  esta 
paradisíaca  tierra,  tornaban  las  imag-inacios  en  busca  de  agoreros,  y  los  hacían 
creer  que  en  cierto  animal  estaba  su  suerte  vinculada,  que  había  medios  de  in- 
terrogar al  porvenir,  de  causar  males  por  mágicas  artes,  y  que  las  hechiceras 
tenían  ]ioder  extraordinario. 

En  Guatemala,  (piemaron  a  muchos  hechiceros  los  españoles  conquistado- 
res. Aún  después  de  pasados  los  años  de  la  conquista,  siguieron  las  autorida- 
des coloniales  persiguiendo  cruelmente  a  los  brujos,  que  eran  torturados  sin 
])iedad.  Mientras  que  en  la  propia  España  quemaban  herejes  y  brujas,  aquí 
también  se  conducía  a  la  hoguera  a  infelices  sindicados  de  pacto  con  el  diablo. 
Los  extractos  de  Llórente,  de  Lamothe-Langon,  la  historia  de  la  Inquisición 
de  Lima,  los  anales  de  la  de  México,  los  expedientes  que  quedan  en  los  archivos 
de  la  Real  Audiencia  de  Guatemala,  tienen  una  sequedad  sombría,  despiden 
el  acre  olor  del  sambenito ;  sólo  muerte  es  lo  que  se  encuentra  en  cada  página. 
La  tortura  previa  rasgaba  carnes,  machacaba  huesos  y  desesperaba  almas.  La 
impasibilidad  de  los  verdugos  era  más  fría  que  una  daga  toledana. 

Después  de  tanta  'crueldad,  de  tanta  abominación,  aún  quedan  por  todas 
partes  las  brujas  y  hechiceras,  no  bajo  el  dolmen  de  algún  sepulcro  druida  o  en 
el  bosque  de  los  espinos,  sino  en  medio  de  las  ciudades,  explotando  la  creduli- 
dad de  las  gentes.  Aquí  en  Guatemala,  no  faltan  adivinos,  brujos,  hechiceros, 
(jue  saben  hacer  el  mal  con  bebistrajos  sucios  y  venenosos.  Las  ciencias  ocul- 
tas, los  misterios,  cuanto  se  relaciona  con  seres  fantásticos,  embarga  la  imagi- 
nación del  indio,  llenándole  de  miedo  y  haciéndole  cometer  crímenes  sin  cuento. 
El  vulgo  confirma  gran  parte  de  tales  supersticiones,  y  por  eso,  se  alude  a  ellas, 
en  cantos  populares,  como  la  copla  tan  común,  que  dice : 

La  lechuza  canta, 
y  el  indio  muere  : 
ello  será  mentira, 
pero  sucede ! 


—  328- 

LISTA  DE  ALGUNAS  PLANTAS  MEDICINALES 
DE  LA  AMERICA  CENTRAL 


Acedera 
Achicoria 
Achiote 
Agrá 
Aguacate 
Ajenjo 
Ajo 

Albahaca 
Alonquén 
Alcotán 
Amapola 
Amché 
Anisillo 
Añono 
Apasote 
Aromo 
Artemisa 
Azahar  de  monte 
Alacrán 
Agárico  blanco 
Agárico  negro 
Azafrán 
Aloe 
A-conito 
Amica 
Albarrana 
Asta  de  ciervo 
Aceituna 
Azucena 
Adormidera 
Avellana 
Anacahuita 
Alerojo 

Albahaca  de  anis 
Almendro 
Balsamito 
Bálsamo  de  Tolú 
Bálsamo  del  Perú 
Barbasco 
Bodoque 
Borraja 
Betivir 

Bálsamo  del  Bra- 
sil 
Belladona 
Beleño 


Bijaroo 

Berro 

Bijuana 

Bálsamo  negro 

Bicho 

Conchalaeua 

Caottaneia 

Canela 

Cañafístola 

Calzoncillo 

Camacarlata 

Café 

Conacaxte 

Chupac 

Chicalote 

Caña  agria 

Caña  fístula 

Capitán  eta 

Carao 

Carbonrillo 

Cardosanto 

amarillo 
Cardosanto 

blanco 
Carvalla 
Cedrón 
Cerraja 
China 
ChipUín 
Chirraca 
Cola  de  alacrán 
Contra-yerba 
Copal 
Copalchí 
Copey 
Coralillo 
Cucuhneca 
Culantrillo 
Chicasquil 
Culantro  coyote 
Cardón 
Cordoncillo 
Caraña 
Coloquintida 
Cebada 
Copaiba 


de 


Cerillo 

Cedril 

Cedrón 

Coco 

Cativo 

Coyol 

Capsico 

Cornezuelo 
centeno 

Contra-veneno 

Chan 

Cuasia 

Cuasquite 

Capitana 

Chile  de  perro 

Camibar 

Cominillo 

Cristalino 

Caucho 

Calabazas 

Chiquite 

Chiquizá 

Cebadilla 

Doradilla 

F.ncino  blanco 

Encino     colo- 
rado 

Estoraque 

Fruta  de  agrá 

Floripundia 

Guácharo 

Grana 

Guaitil 

Tiquilite 

Jaboncillo 

Jagua 

Mangle 

Mercolina 

Moral 

Mozotillo 

Moran 

Nacascolote 

Nancite 

Nance 

Ojo  de  buey 

Pepino 


Purrúa 

^unpun  juche 

Pavel 

Pino 

Palo  amarillo 

Quina 

Ratoncillo 

Sanguinaria 

Sangre  de  drago 

Sanjuanillo 

Saca-tinta 

Cuaja-tinta 

Targua  colo- 
rado 

Tintor 

Tucuico 

Uña  de  gato 

Ubita 

Canutillo 

Chichicaste 

Corrimiento 

Coroso 

Clevellina 

Cuerno  de  cier- 
vo 

Cero 

Coquillo 

Chasmol 

Doradilla 

Duerme  muela 

Dijital 

Dormilona 

Dragón 

Eneldo 

Escoba  blanca 

Escoba  de  cas- 
tilla 

Escoba  negra 

Escoba  de  San 
Pedro 

Escobilla 

Escorsoneda 

Estoraque 

Espinillo 

Estramonio 

Francesa 


Frailecillo 

Floripundia 

Frijolillo 

Golondrina 

Guaco 

Guapinol 

Guarumo 

Guizaro 

Güitite 

Guiz 

Garrapatilla 

Guayaca 

Gique 

Guaria 

Granada 

Güis-coyol 

Guacuco 

Grama  morada 

Gavilana 

Higuerilla  blan- 
ca 

Higuerilla  colo- 
rada 

Higuero 

Hinojo 

Huís 

Hoja  del  baso 

Hoja  de  Estre- 
lla 

Hoja  del  mila- 
gro 

Hoja  de  poro 

Hoja  sen 

Hoja  del  aire 

Hoja  drl  guaco 

Hojas  del  co- 
razón 

Hombre  grande 

Hule 

Hongos 

Helécho  macho 

Heléchos 

Helotillo 

Huitirrc 

Istché 

Iciquequí 


—  329  — 


Ipecacuana 
Itabo 
Izpasín 
Javilla 
Jengfibre 
Jeñocuabe 
Juanislama 
Jalapa 
Jaral 
Jinete 
Jocote 
Lechilla 
Lengua  de  cier- 
vo 
Lengua  de  vaca 
Llantén 
Linaza 
Liquidambar 
Limoncillo 
Limón 

Lirio  del  valle 
Lechuga 
Lagarto 
Lombriccra 


Leche  de  vaca 
Mcdva 
Manzanilla 
Marañón 
Matasano 
Mechocán 
Mejovana 
Morera 

Mozote  de   ca- 
ballo 
Mostaza 
Maná 
Menta 
Mastuerzo 
María 
Mora 
Melisa 
Maíz  negro 
Ojo  de  venado 
Ruibarbo 
Rudilla 
Raspa  guacal 
Rosa 
Rosa  de  castilla 


Rosa  té 

Rabo  de  puerco 
Raicesilla 
Ruibarbo    pan- 

zón 
Salvia 
Sagú 

San  Antonio 
San  Diego 
San  Carlos 
Sanco 
Sensitiva 
Sontol 
Suelda    con 

suelda 
Simaruda 
Sanguinaria 
Sierra  del  gallo 
Saragundi 
Slémprevia 
Sotacaballo 
Savila 
Sandal 
Semicontra 


Sana-luego 

Sangre  amarilla 

Talcacao 

Tamarindo 

Tapate 

Tuete 

Toro 

Tragacanto 

Té 

Té  de  limón 

Targúa 

Tucila 

Tacaco 

Tuna 

Tiquilote 

Trementina 

Uña  de  gato 

Urtica 

Valeriana 

Vainilla 

Verbena 

Vermut    o 

sent 
Viborana 


ab- 


Varilla  negra 
Violeta 

Vainilla  negra 
Quequexque 
Sebo  vegetal 
Yerba-tinta 
Yuquilla 
Yerba-mora 
Yerba  del  cán- 
cer 
Yazú 

Yerba-cacao 
Yerba-culebra 
Yerba  del  pesar 
Yerba-santa 
Yerba-té 
Yerba-tora 
Yerba  del  viejo 
Yerba-chau 
Yerba-escudilla 
Zacate  de  limón 
Zacate  de  olor 
Zarzaparrilla 
Zorrillo 


CAPITULO  XIT 
RELIGIÓN,  SACERDOTES,  TEMPLOS  Y  SACRIFICIOS 


SUMARIO 


Era  el  miedo  la  base  de  la  religión  indiana.  —  Adoraba  el  indio  a  la  naturaleza 
en  sus  fuerzas  ocultas.  —  Los  dioses  cakchiqueles  y  quichés  eran  bi-personales.  — 
Había  tribus  antropófagas.  —  La  religión  de  los  indios  carece  de  tendencias  filosófi- 
cas. —  El  enigma  del  mal.  —  Las  razas  vernáculas  de  América  progresaron  notable- 
mente. —  La  mayor  parte  de  las  religiones  antiguas  fueron  religiones  astronómicas. 

—  La  ciudad  de  Nachán.  —  Dioses  de  los  quichés.  —  La  persona  de  cada  indio  esta- 
ba, según  creían,  vinculada  a  un  animal.  —  Reverenciaban  las  ceibas  y  otros 
árboles  frondosos.  —  Tradición  del  diluvio.  —  Mitología  comparada.  —  Escritores 
que  han  profundizado  en  el  estudio  de  la  mitología  centro-americana.  —  Ceremonia 
del  bautismo.  —  Los  religiosos  españoles  veían  en  todas  las  prácticas  indias  la  in- 
fluencia del  demonio.  —  La  diosa  de  la  salacidad.  —  La  confesión  de  los  pecados.  — 
Oraciones  para  la  guerra,  la  peste,  los  terremotos,  etc.  —  La  cruz  fué  común  entre 
los  indios.  —  Leyenda  de  la  venida,  a  estas  tierras,  de  Santo  Tomás.  —  La  diosa  de 
la  generación.  —  Suplicio  de  la  cruz.  —  Geroglíficos  cruciformes.  —  Templo  de  la 
Cruz.  —  La  circuncisión.  —  Costumbres  religiosas.  —  El  ayuno.  —  El  culto  a  Falo. 

—  XIBALBA,  el  lugar  de  los  muertos.  —  Adoración  del  sol.  —  La  trinidad  india.  — 
Pontífices  y  sacerdotes.  —  Templos,  sacrificatorios  y  ritos.  —  Las  castas.  —  Los 
teocalíes.  —  El  Tectí  o  Papa.  —  Templos,  sacrificatorios  y  ritos.  —  Las  castas.  — Los 
en  Utatlán.  —  El  fuego  sagrado,  que  conservaban  los  choles  y  manches  de  la  Vera- 
paz,  en  el  Escurruchán.  —  La  cueva  de  Lanquín.  —  Sacrificios  públicos  y  privados. 

—  La  cuaresma  que  tenían  los  indios  de  Guatemala.  —  Cómo  se  vestía  el  pontífice. 

—  Costumbres  horripilantes.  —  Los  lacandones  adoran  al  sol.  —  Los  poconchíes 
creen  en  la  transmigración.  —  El  sacrificio  de  la  caza.  —  La  obra  más  antigua  que 
trata  de  la  reHgión  de  los  indios  de  Guatemala  es  la  del  cronista  agustino  Román  y 
Zamora,  escrita  en  1573.  —  La  clase  indígena  continúa  siendo  idólatra.  —  La  cultura 
precolombina  en  América  distaba  mucho  de  ser  la  que  se  necesita  para  la  religión  de 
Cristo.  —  La  evolución  religiosa  se  impone  y  no  procede  PER  SALTUM.  —  El  cris- 
tianismo apostólico  tiene  su  raíz  en  las  doctrinas  vedas. — El  transformismo  religioso. 


Era  el  miedo  la  base  de  la  reHgión  del  indio ;  su  plegaria,  un  lamento 
arrancado  por  la  fuerza.  Cuando  oía  ruido  insólito  en  la  selva,  o  el  relámpago 
iluminaba  el  cielo  y  el  rayo  destrozaba  su  choza,  o  la  peste  asolaba  la  comarca, 
o  la  sequía  esterilizaba  el  campo,  o  temblaba  la  tierra,  o  lo  atacaban  las  fieras 
del  bosque,  corría  a  aplacar  a  Gucumatz.con  ofrendas  y  conjuros.  Los  aborí- 
genes menos  rudos  de  Centro-América  tenían  idea  incorpórea  de  la  divinidad, 
pero  como  los  semitas,  con  atributos  de  ira,  venganza,  desolación,  infortunio, 
que  demandaban  cruentos  sacrificios.  Los  dioses  eran  el  huracán,  el  trueno, 
la  tormenta,  los  elementos  todos,  cuanto  tuviese  apariencia  de  poder.  Los  ído- 
los, que  representaban  a  los  dioses,  tenían  figuras  deformes,  horribles,  repug- 
nantes.    Ni  el  sentimiento  piadoso,  ni  la  mansedumbre,  ni  el  espíritu  estético. 


—  }^^^— 

dieron  tinte  a  aquel  politeísmo,  que  aunque  rudo,  asume  mucho  interés,  porque 
siendo  la  teogonia  quiche,  como  la  nahoa,  esencialmente  astronómica,  las  di- 
versas representaciones  de  sus  deidades  nos  enseñan  muchos  de  sus  conoci- 
mientos cosmogónicos  y  religiosos,  así  como  las  causas  de  sus  grandes  sucesos 
históricos  y  los  motivos  de  su  esplendor  y  decadencia.  Las  conquistas  de  los 
pueblos  fueron  conquistas  de  la  religión,  y  la  huella  de  los  ídolos  mismos  era 
huella  también  del  triunfo  de  las  razas. 

Adoraba  el  indio  a  la  naturaleza  en  sus  fuerzas  ocultas,  en  sus  poderes 
misteriosos,  en  sus  cósmicas  transformaciones,  como  si  aspirara  muchas  veces 
a  penetrar  en  las  entrañas  de  la  tierra,  imaginaria  residencia  de  aquellas  tene- 
brosas potestades,  con  gigantescos  hipogeos.  Los  indios  nahoas,  quichés, 
cakchiqueles  y  pipiles,  eran  bi-personales.  Habían  observado  aquellas  gentes 
que  en  la  naturaleza  todo  se  reproduce  por  un  par;  y  de  ahí.  dice  C'lavígero. 
sugirióseles  el  dualismo  divino. 

No  faltaban  algunas  tribus  bárbaras  que  devoraban  los  cuerpos  palpitantes 
de  los  prisioneros  y  de  las  victimas  sacrificadas.  Sabido  es  que  los  chichimecas 
que  acompañaron  a  Rodrigo  de  Contreras,  en  la  conquista,  en  1540,  cuando  éste 
era  gobernador  de  Nicaragua,  bajaron  por  el  Desaguadero,  desbarataron  la 
colonia  de  Juan  Sánchez  de  Badajoz,  en  el  valle  de  Cuaza  (Talamanca)  y  se 
comieron  co^avidez  salvaje  a  los  que  capturaron. 

Lo  mismo  en  el  Popol-Vuh,  que  en  el  Veda  y  en  el  Zend-Avesta,  todo  es 
árido,  todo  es  frío,  no  hay  sentimiento.  Kn  ninguna  parte  sorprendemos  un 
anhelo,  un  suspiro,  una  sonrisa :  en  ninguna  i)arte  entrevemos  la  dicha  de  l.i 
humanidad.  Kn  e.se  inmenso  desierto,  no  hay  más  (|ue  un  oasis  y  es  el  pueblo 
judío.  Moisés  y  el  Nuevo  Testamento  sobresalen,  como  sobresale  la  i)alma  en 
la  llanura.  La  religión  de  los  indios  carecía  de  tendencias  filosóficas.  Era 
una  creación  abrupta  del  temor.  Creían  que  la  divinidad  airada  se  aplacaba 
con  sangre.  Kn  los  pueblos  primitivos  ha  sido  la  religión  una  doctrina  social, 
que  revela  el  rudimentario  estado  de  sus  costumbres.  La  idea  religiosa  vive 
en  el  tiempo  y  se  desarrolla  en  la  historia.  En  la  inmensa  calle  de  amargura 
que  la  humanidad  ha  venido  recorriendo,  entre  las  acerbas  congojas  de  todí)s 
los  días,  la  estrella  de  la  esperanza  a  veces  ha  ocultado  sus  fulgores.  Así  y 
todo,  la  religión  es  un  hecho  mundial  (|uc  vive  y  se  mueve  con  poder  no  negado 
por  el  juicio  sereno ;  hecho  trascendente,  de  gran  influencia  en  el  mundo. 

Los  primeros  templos  índicos,  en  donde  surgieron  de  las  espumas  del 
Ganges  y  de  las  reverberaciones  del  Himalaya,  los  dioses  de  nuestra  raza, 
aparecen  como  los  lejanos  astros  de  suave  luz  que  evocan  ideas  eternas.  La 
religión  de  los  caldeos,  el  sabeísmo,  tuvo  también  entre  los  aborígenes  de 
América,  la  tendencia  de  adorar  a  los  astros,  lo  más  alto  lejano  y  misteriost». 
Así  como  los  mongoles,  los  indios  de  este  Continente,  tributaron  homenaje  a 
la  creencia  religiosa  de  hechiceros  que  dominaban  la  naturaleza ;  de  magos  con 
fórmulas  cabalísticas ;  de  brujos  que  hacían  males  ocultos ;  de  ídolos,  de  feti- 


—  333  — 

ches,  dotados  de  todos  los  poderes  de  la  magia.  Hay  tanta  diferencia  entre  la 
religión  de  la  naturaleza  en  los  pueblos  primitivos,  y  la  religión  mágica,  en  que 
parece  espiritualizarse  la  naturaleza  misma,  como  entre  esta  religión  y  la  de 
los  pueblos  chinos  y  maya-quichés,  con  cierto  carácter  espiritual,  signo  de  cul- 
tura, albores  de  nuevos  horizontes.  Siempre  el  panteísmo ;  pero  al  nivel  de  los 
arios,  progenitores  del  politeísmo  helénico,  que  elevaron  a  la  cima  la  trinidad 
misteriosa,  y  en  la  base  pusieron  legiones  de  divinidades  que  representan  fuer- 
zas de  la  naturaleza.  El  enigma  del  mal,  que  es  como  un  geroglífico  escrito  en 
los  sepulcros  de  los  Faraones,  en  las  tumbas  de  Votan  y  Zamá,  formaba 
parte  de  la  teología  quiche,  según  adelante  explicaremos.  Reconoce,  en  cierto 
modo,  el  bautismo,  la  confesión,  la  comunión  y  otras  prácticas  curiosas.  Ado|>- 
taron  la  circuncisión,  el  ayuno,  la  penitencia  y  algunas  fases  del  movimiento 
de  la  idea  religiosa,  que  más  tarde  el  pueblo  bíblico,  el  griego,  el  romano  y  el 
alejandrino,  amplísimamente  refundirían  en  el  cristianismo,  síntesis  de  la  filo- 
sofía y  esencia  de  la  cultura  de  antiquísimas  nacionalidades. 

En  alas  del  terror  coloca  el  hombre  primitivo,  en  sus  pagodas  y  sacrificato- 
rios, a  la  escamada  serpiente,  al  leopardo  ebrio  de  sangre,  al  buho  sombrío,  al 
pájaro  agreste  de  doradas  plumas,  como  queriendo  con  esa  zoolatría,  repre- 
sentar las  misteriosas  fuerzas  de  la  naturaleza  y  las  virtudes  mágicas  de  por- 
tentosos fenómenos.  Depúrase  la  idea,  y  torna  el  tiempo  los  fiches  y  los 
ídolos  en  símbolos  espirituales  y  en  concepciones  metafísicas,  quedando  al 
través  de  los  siglos,  las  ruinas  de  aquellos  templos,  como  esqueletos  del  alma 
de  la  humanidad,  que  se  ensancha,  sube,  y  llevada  por  la  esperanza,  toca  al  fin 
las  puertas  del  empíreo. 

Las  razas  vernáculas  de  América  progresaron  notablemente,  en  algunas 
regiones ;  de  tal  suerte,  que  los  nahoas,  los  mayas  y  los  quichés,  pudieron,  en 
medio  de  la  esplendorosa  naturaleza  que  los  rodeaba,  ponerse  al  nivel  de  los 
antiguos  pueblos  del  Asia.  Muchos  años  antes  de  la  conquista,  tuvieron  nues- 
tros indios  interesante  fas  en  la  historia  de  la  humanidad.  Los  movimientos 
místicos  han  sido  la  resultante  de  condiciones  etnológicas,  sociales  y  hasta 
geográficas. 

La  mayor  parte  de  las  religiones  antiguas  fueron  astronómicas.  En  ellas 
brilla  el  sol  como  el  primero  de  todos  los  cuerpos  celestes,  cual  centro  de  la 
vida.  La  doctrina  de  Zoroastro,  la  de  Votan,  la  del  Popol-Vuh,  era  esencial- 
mente sabeísta,  tributaba  culto  a  la  luz.  Cuando  el  mago  de  Asiría  o  el  sacer- 
dote quiche  escrutaban  los  cielos,  para  leer  en  las  estrellas  los  secretos  del 
universo,  se  estremecían  de  dicha  al  despuntar  el  sol,  el  padre  de  los  dioses,  el 
corazón  del  mundo  (i).  La  religión  solar  pasó,  en  transformaciones  varias,  a 
la  religión  helénica.     En  medio  de  los  dogmas  semíticos  brilla  la  luz.     El  Ver- 


il) En  la  plegraria  nuiché:  "Cha  ya  tah  K"  etal  Ka  tzlhol  chl  ve.  Danos  nuestra  «rufa  y  nuestra 
lumln-pra  en  el  camino.- Popol  Vuh,  vág.  240.-Las//<vart'tíí  aparecen  con  el  nombre  de  A/oís,  conjunto  de 
¡íuerrerosdue  comochispas  se  volvieron  estrellas. 


—  334  — 

bo  es  luz  de  la  luz,  según  el  evangelio  de  San  Juan.  La  Virgen  de  la  Luz  lleva 
un  cestillo  de  corazones  y  saca  de  los  obscuros  abismos  a  las  ánimas  precitas. 
En  el  solsticio  de  verano  es  la  Natividad  santa  del  Bautista,  y  en  el  solsticio  de 
invierno  cae  la  Natividad  más  santa  todavía  del  Salvador  del  Mundo.  La 
proyección  infinita  de  las  cosas,  es  la  omnipresencia  del  universo  al  través  de 
la  luz  que  recorre  las  vías  del  espacio.  San  Juan  dijo  que  Jesucristo  era  la  luz 
que  vino  a  este  mundo,  para  iluminar  a  todos  los  hombres.  Zacarías,  al  ver  al 
Bautista,  fruto  milagroso  de  su  vejez,  saludó  al  que  había  nacido  para  preparar 
las  sendas  a  otro  llegado  de  lo  alto,  a  fin  de  alumbrar  a  los  que  yacen  en  las 
tinieblas  y  en  las  sombras  de  la  muerte  y  enderezar  nuestros  pasos  por  el  cami- 
no de  la  paz.  Simeón,  en  su  cántico,  le  llamó  luz  que  había  de  iluminar  a  los 
gentiles ;  y  por  fin,  el  mismo  Nazareno  dijo  de  sí :  "Yo  soy  el  camino,  la  ver- 
dad y  la  vida ;  yo  sol  la  luz  del  mundo,  y  el  que  me  sigue  no  anda  en  tinieblas." 
Todas  las  religiones  ensalzan  la  luz.  La  luz  es  germen  de  lo  que  se  mueve  y 
crece ;  es  destello  divino. 

Para  el  hombre  primitivo,  como  para  el  pájaro,  volver  a  ver  la  luz  es  re- 
nacer a  la  vida.  El  éxtasis  de  la  luz  se  pierde  en  los  abismos  del  infinito.  El 
indio  autóctono  tenía  himnos  para  los  primeros  momentos  aurórales  en  que 
se  desatan  los  cantos  de  las  aves.  Los  gorgeos  de  las  razas  humanas  siempre 
saludaron  lo^  rayos  matutinos,  la  sonrisa  de  la  vida,  la  promesa  de  ventura 
plácida,  la  llegada  del  dios  que  ahuyentando  las  tinieblas  del  cielo  y  de  la  tie- 
rra, entra  en  el  corazón  del  hombre,  pone  en  él  la  claridad  y  disipa  el  mal. 

"Volviendo  a  la  nación  quiche,  dice  Chavero,  desarrollaba  y  recibía  gran 
incremento  su  civilización,  teniendo  i)<)r  centro  la  ciudad  sagrada  de  Nachán. 
Ningún  sitio  podía  encontrarse  mejor  para  una  metrópoli  suntuosa.  Desde 
sus  alturas,  coronadas  de  templos  y  palacios  de  asombrosa  magnificencia,  abra- 
zaba la  vista  una  inmensa  llanura,  perdiéndose  en  una  serie  no  interrumpida 
de  bosques  y  lomerías.  El  rey  sacerdote,  desde  lo  alto  de  su  torre,  dominaba 
la  ciudad,  en  un  vasto  horizonte,  y  podía  descubrir  los  movimientos  de  cual- 
quier enemigo  y  los  progresos  de  la  prosperidad  pública  (|ue  en  su  derredor 
tomaba  vuelo.  La  gran  metrójjoli  v  los  campos  circunvecinos  se  veían  llenas 
de  vida;  en  ellos  resonaba  ese  gran  murmullo  de  los  pueblos  que  es  el  aliento 
de  la  humanidad.  Oíanse  entusiastas  cantares  que  acompañaban  las  tumul- 
tuosas danzas  en  los  palacios.  Aquellas  escalinatas  se  cubrían  de  guerreros 
adornados  de  oro  y  hermosísimas  plumas,  al  par  que  de  mujeres  lujosamente 
ataviadas,  con  collares  riquísimos,  tocados  fantásticos  y  sartas  de  perlas  y  es- 
meraldas. Y  el  pueblo  asistía  solamente  a  contemplar  la  pompa  del  .sacrificio, 
que  celebraba  en  lo  alto  del  templo  el  sumo  sacerdote,  al  sonido  estrindente  d- 
caracoles  y  vocinas  que  llenaban  de  estrépito  el  aire,  acompañados  de  las  cánli 
gas  de  toda  esa  ciudad. 

Había  un  dios  invisible  e  incorpóreo,  Hunab  Ku.     El  dios  de  la  vida  It- 
zamaná,  era  el  Sol  naciente.  Gucumatz,  serpiente  con  plumas,  era  el  dios  héroe, 


—  335  — 

instituyó  las  leyes,  formó  el  calendario,  creó  todo  lo  que  era  cultura  v  proj^rcso, 
como  el  Sol  Poniente,  que  deja  calor,  crecimiento  y  renovación  :  Pueblos  de  la 
luna,  Amek  ri  ik,  llamaban  al  Continente,  desde  antes  que  viniera  el  hombre 
l)álido. 

Los  ([uichés  tenían  adenicás  tres  dioses  animales,  la  zorra,  el  coyote  y  el 
jabalí.  Sobre  ellos  estaba  el  Espíritu  del  Cielo,  Vgux-Cho  que  dio  nacimiento 
al  Huracán,  que  siornifica  el  más  grande  de  los  dioses;  su  nombre  ha  pasado  a 
las  lenguas  modernas  de  Europa,  para  expresar  el  mcás  fuerte  de  los  vientos. 
Cabracán  era  el  dios  del  terremoto,  que  derrumbaba  chozas,  árboles  y  montes. 
Chiracán,  la  diosa  tierra  (quiere  decir  boca  grande,  cráter  largo,  que  todo  lo 
traga). 

Creían  los  indios  de  Centro-América,  dice  el  P.  Gage,  que  sus  personas  y 
su  vida  entera  estaban  vinculadas  a  la  de  cierto  animal,  que  si  sufría,  ellos 
también  penaban  ;  y  si  moría,  ellos  igualmente  dejaban  de  existir.  Decían  que 
tales  animales  eran  sus  espíritus  familiares  (i). 

En  medio  de  la  zoolatría,  de  la  idolatría,  y  de  las  ridiculas  supersticiones 
de  los  quichés,  vino  tiempo  en  que  llegaron  a  reconocer  la  existencia  de  una 
causa  primera,  invisible  y  todo  poderosa,  llamada  Theotl,  por  los  nahoas,  Vira- 
cocha i)or  los  peruanos,  y  Cabahuil  por  los  quichés.  Así  como  el  sabio  Daniel 
G.  Brinton  escudriñó  el  concepto  que  del  amor  tuvieron  los  aborígenes  de  este 
Continente,  examinando  las  voces  del  sentimiento,  del  cariño  y  de  la  pasión, 
en  las  lenguas  que  aquellos  usaban,  es  dable  llegar  a  deducir,  por  ese  proceso 
filológico,  que  entre  los  quichés  y  los  cakchiqueles,  se  creyó  que  había  una 
divinidad  principal,  aunque  siempre  consistente  con  el  bi-personalismo,  que 
en  su  teogonia  prevaleció.  El  dualismo  no  era  incompatible  con  la  unidad 
monoteísta  de  la  causa  primera,  como  la  existencia  de  las  tres  personas  de  la 
Trinidad,  de  los  católicos,  no  se  opone  a  que  sea  un  solo  Dios.  El  espiritualis- 
mo  dio  origen  a  las  divinidades  mayores  del  quiche.  Los  primeros  religiosos 
que  a  los  indios  doctrinaban,  tenían  escrúpulo  de  valerse  de  la  palabra  Theotl 
o  Cabahuil  para  designar  la  divinidad.  Más  tarde,  comprendieron  que  no  ha- 
bía en  ello  nada  de  impiedad,  ni  menos  de  pecaminoso,  bien  que  no  siempre  se 
prestaban  aquellas  lenguas  a  significar  los  misterios  del  cristianismo.  Así  fué 
que  los  trductores  cometían  un  desatino  al  aplicar  a  la  Virgen  la  v<iz  Gapoh, 
doncella,  que  significa  sed  de  corromperse;  porque  los  quichés,  como  los  pue- 
blos antiguos  de  muchos  puntos  del  Asia,  no  estimaron  la  virginidad,  sino  que. 
según  la  costumbre,  la  integridad  corporal,  se  prestaba  al  deseo  de  perderla. 
La  virgen  dejaría  de  serlo  pronto.  Era  la  grávida  merecedora  de  considera- 
ción, porque  ofrecía  ventajas  al  pueblo,  dando  hijos  a  la  comunidad.  Al  nacer 
una  niña  la  desvirgaba  la  madre,  por  precepto  religioso. 


lomo  II.  i>;ítr    ItM. 


Muchos  indios  reverenciaban,  las  corpulentas  ceibas,  de  altísimo  tronco  y 
copado  ramaje.  Como  que  los  árboles  grandes  que  buscan  el  cielo,  hacen 
nacer  en  el  alma  una  aspiración  hacia  lo  divino,  hacia  el  poder  creador,  quo 
produce  aquellos  hermosísimos  gigantes  del  bosque,  que  durante  siglos  resis- 
ten los  airados  elementos  (i).  La  fuerza  creadora  de  la  naturaleza,  que  se 
muestra  con  tanta  evidencia  en  el  acto  misterioso  de  la  generación  ha  parecido 
a  todos  los  pueblos  una  cosa  divina,  que  han  venerado  en  formas  diversas,  más 
o  menos  groseras.  Lo  mismo  en  el  Indostán,  que  en  Grecia,  en  Roma  y  en 
América,  el  lingam  o  el  phallus  se  adoraba.  Se  rendía  culto  hasta  a  las  rocas, 
cuando  tenían  algún  parecido  con  los  órganos  sexuales  (2).  Todo  lo  que 
denotaba  vida  merecía  homenaje  y  hasta  adoración ;  no  se  conformaban  con  la 
muerte. 

En  medio  de  su  rudeza,  presentían  después  de  la  existencia  terrenal,  otra 
vida  ulterior ;  se  preparaban  para  un  viaje,  no  para  un  aniquilamiento,  ni  para 
desaparecer  en  la  nada,  que  no  existe.  Más  allá  del  sepulcro,  siempre  se  ha 
anhelado  un  mundo  mejor.  Creencia  es  ésta  de  todos  los  tiempos.  (|ue  jamás 
se  arrancará  del  corazón  del  hombre  (3). 

Contemporáneo  el  indio  de  la  primitiva  y  gigantesca  fauna  (|ue  apareció 
en  América,  han  sido  siempre  los  árboles  sus  mejores  amigos.  Grandiosos  los 
aborígenes  de  nuestro  suelo,  en  sus  concepciones  respecto  a  la  divinidad,  tenían 
de  templos  las  grutas,  los  lagos,  las  cascadas  o  las  agrias  cumbres  de  los  mon- 
tes, como  si  prefiriesen  las  obras  de  la  naturaleza  a  las  obras  de  sus  manos,  o 
quizá  porque  en  esos  parajes  había  cierta  poesía  religiosa  muy  compatible  con 
la  solemnidad  de  sus  ritos.  Aún  después  de  haber  edificado  adoratorios  y 
lugares  especiales  para  los  sacrificios  y  las  plegarias,  siempre  acudían  a  los 
montes  y  sitios  campestres  a  tributar  culto  a  sus  ídolos.  En  la  finca  Miraflo- 
rcs,  perteneciente  al  que  escribe  estas  líneas,  se  encuentra,  a  dos  millas  de  la 
capital  de  Guatemala,  un  gran  edificio  en  ruinas,  que  fué  adoratorio  de  los 
primitivos  indios  (4). 

Algunas  razas  de  Centro-América,  entre  ellas  la  de  los  quichés,  así  como 
'a  de  los  mayas,  tenían  tradición  del  diluvio  y  tributaban  culto  a  las  guacama- 
yas. Esta  tradición  tan  generalizada  que  llegó  hasta  los  cañarís  del  Ecuador, 
pudo  haber  sido  reminiscencia  de  la  catástrofe  del  diluvio  que  refiere  el  Géne- 
sis hebraico,  o  vago  recuerdo  de  algún  cataclismo  geológico  (5).  A  pesar  de 
los  argumentos  del  sabio  Schoevel  sobre  la  universalidad  del  diluvio,  la  ciencia 
ha  opuesto  múltiples  objeciones  a  esa  inundación  general.  Los  terrenos  que  la 
geología  reconoce  por  diluvianos,  que  llevan  escombros  oceánicos  en  sus  remo- 


(1)  Maury.-LaTlerray  el  Hombre. 

(2)  Andrés  Lefébre.-La  Reliíflón.  pá^.  r.í.-París.  1892. 

(3)  La  Creación,  por  M.  Ed«rar  Qulnet.-Tomo  II,  pág.  145 

(4)  A  GHmpse  at  Guatemala, 

(5)  Nardalllac,  La  América  prehistórica,  capítulo  9. 


—  ^37  — 

vidos  senos,  preceden  con  mucho  a  las  apariciones  históricas  del  hombre.     Xo 
hay  en  las  zonas  conocidas  con  el  nombre  de  diluviales  ninguno  de  aquellos 
restos  humanos  que  aparecen  tan  abundantes  en  los  terrenos  cuaternarios.     El 
gran  Cuvier,  a  pesar  de  su  empeño  de  unir  la  tradición  hebraica  con  el  conte- 
nido de  la  ciencia,  ])roclamaba  un  diluvio  en  Asia ;  pero  del  cual  se  había  pre- 
servado el  África.     ?Ioy  se  cree  que  hubo  diluvios  parciales,  a  causa  de  sacudi- 
mientos terrestres,  ascenso  del  gran  lecho  de  los  mares,  descenso  de  las  costas, 
desnivel  entre  las  cantidades  inmensas  de  hielo  aglomeradas  en  los  polos  pre- 
cesión de  los  equinoccios,  inclinaciones  del  eje  de  la  tierra,  y  hasta  oscilación 
(le  su  eje  de  gravedad.     No  ha  habido  diluvio  universal,  después  de  haber 
aparecido  el  hombre  por  los  terrenos  cuaternarios.     A  los  diluvios  parciales, 
])ues.  se  refieren  las  tradiciones  de  los  viejos  pueblos,  desde  los  soles  nahoas 
hasta  la  familia  de  Noé.     El  escritor  más  antiguo  que  narra  un  diluvio  seme- 
jante al  bíblico  es  el  caldeo  Beroso.     Diecisiete  siglos  antes  de  la  era  cristiana 
ya  los  escribas  caldeo-asirios.  en  Babilonio  y  Nínive  habían  esparcido  la  tradi- 
ción diluviana,  cuando  Abraham  acababa  de  plantar  sus  tiendas  en  las  tierras 
del  Hebrón  y  Moisés  distaba  mucho  de  venir  al  mundo.     Los  iranios  o  persas 
conservaban  memoria  de  aquella  catástrofe,  y  en  Grecia  fué  popular  la  tradi- 
ción de  Tesalia.     Desde  la  cima  del  Parnaso,  salvados  Deucalión  y  Pirra,  des- 
cienden^arrojando  piedras  para  que  broten  hombres,  después  que  Júpiter  ahoga 
al  género  humano.     El  Edda  escandinavo  supone  la  tierra  sumergida  en  la 
sangre  de  un  gigante.     En  Egipto  se  evocaba  el  castigo  del  agua  que  cubrió 
hasta  los  montes  más  altos.     En  América  las  tribus  diversas  guardaban  re- 
cuerdos diluviales,  además  de  memorias  terribles  de  sumersiones  de  pueblos 
enteros  en  las  aguas  oceánicas.     El  solitario  mar  se  ha  revolcado,  bramador  y 
rabioso,  por  muchos  puntos  de  la  tierra.     Continentes  enteros  desaparecieron. 
Los  cristales  polares  han  invadido  la  mayor  parte  del  planeta  hasta  los  trópi- 
cos.    Los  Andes  se  formaron  entre  los  estremecimientos  epilépticos  del  Nuevo 
Mundo.     Las  ondas  del  Seno  Mexicano,  después  de  tragarse  impasibles  las 
naciones  más  civilizadas  de  la  tierra,  sonríen  tranquilas,  como  las  mitológicas 
sirenas,  o  ruedan  embravecidas  cuando  el  ciclón  azota  las  aguas  antillanas. 

Lo  grosero  y  hasta  brutal  de  las  prácticas  religiosas  de  algunas  tribus  de 
indios,  dan  la  medida  de  su  modo  de  ser  y  de  vivir.  La  mitología  comparada 
demuestra  que  la  humanidad  ha  venido  uniformemente  y  por  pasos  muy  lentos, 
hacia  el  desarrollo  religioso.  Lo  mismo  en  el  mundo  antiguo  que  en  el  suelo 
americano,  la  evolución  hubo  de  seguir  iguales  huellas.  La  analogía  de  ideas 
religiosas,  la  comunidad  de  ritos,  la  semejanza  de  principios,  el  i)arecimiento  en 
las  costumbres,  no  imi)lican  unidad,  ni  tradición,  ni  solidaridad.  Lajriencia 
social  ha  i)n)1)a(l(),  por  modo  irrefutable,  que  semejantes  coincidencias  son^ 
simplemente  fruto  de  análogo  grado  de  cultura  (i ).     Así  como  el  árbol  tierno 


(¡iinrd  íl«<  líiüllo. 


-338- 

sólo  da  hojas,  y  el  sasonado  flores  y  reciñas,  la  humanidad  produce  madurez 
y  cultura.  La  religión  es  la  medida  del  adelanto  de  un  pueblo.  Cuando  los 
judíos  tuvieron  a  Moisés  fueron  grandes  y  salieron  del  cautiverio.  Cuando 
Roma  era  la  señora  del  orbe,  y  Augusto  había  cerrado  las  puertas  del  templo 
de  Jano,  para  transformar  el  criterio  moral  y  levantar  al  hombre  a  un  nivel  que 
jamás  había  alcanzado  en  los  antiguos  tiempos,  aparece  el  Salvador  del  Mundo. 
La  historia  de  la  inspiración  cristiana  (fídes  qua  creditor)  y  la  historia  de  la 
concepción  religiosa,  anterior  a  la  mitología  y  al  dogma  (fides  quae  creditor) 
demuestran  que  la  religión  es  un  organismo,  que  se  desarrolla  y  eleva  al  com- 
pás de  la  civilización  de  los  pueblos,  formándola  y  enriqueciéndola  como  la 
savia  enriquece  la  vida  de  las  plantas. 

Recorriendo  la  historia  de  los  mitos  indianos,  que  ha  sido  profundizada 
por  Brinton,  Brasseur  de  Bourbourg,  MüUer,  Kingsborough,  Jarris  y  otros 
anticuarios,  aparece  que  la  circuncisión,  el  bautismo,  la  cruz,  la  confesión  de 
los  pecados,  y  algunas  otras  prácticas  que,  alteradas  y  reformadas,  subsisten 
hoy,  se  conocieron  entre  los  indios  de  México  y  otros  de  Centro-América,  El 
dios  relacionado  con  el  nacimiento  y  purificación  de  los  niños  se  denominaba 
Chalchihuites,  nombre  que  por  extensión  se  daba  a  las  piedrecitas  pulidas  que 
ponían  en  forma  de  soguia  a  los  infantes  y  a  sus  madres.  El  cuarzo  verde,  la 
esmeraldas  y  otras  piedras  finas,  servían  para  tales  adornos  (i).  Hoy  la  pala- 
bra chalchihuites  se  usa  en  Guatemala  para  designar  baratijas,  trastes  de  poco 
valor,  objetos  inútiles.  En  el  lago  de  Coatepeque  había  en  las  márgenes  de 
Coatán,  un  ídolo  grande  representando  aquella  divinidad  bautismal  (Squier). 
Los  indios  creían,  como  otros  pueblos  antiguos,  que  ciertas  piedras  eran  de 
buen  agüero. 

La  ceremonia  del  bautismo  comenzaba  por  poner  en  la  mano  izquierda  del 
niño  un  escudo  pequeño,  y  en  la  derecha  un  arco  de  flechas,  simulado  de  paixte 
y  semillas  de  amaranto,  acompañado  de  arreo  de  guerra  y  de  una  ollita  con 
maíz  y  frijoles  (2).  Al  salir  el  sol  rociaba  la  partera  la  cara  de  la  criatura 
con  agua  fresca,  colocándole  la  cabeza  hacia  el  Poniente,  y  exclamando :  "Oh, 
águila,  oh  tigre,  oh  hombre  valeroso,  has  venido  al  mundo  enviado  pfir  tu  padre 
y  madre,  el  gran  Señor  y  la  gran  Señora ;  fuiste  creado  y  engendrado  en  tu 
casa,  que  es  el  lugar  de  los  dioses  supremos,  que  están  encima  de  los  nueve 
cielos.  Eres  un  don  de  Gucumatz,  que  está  en  todas  partes.  Ahora  júntate 
con  tu  madre,  la  diosa  de  las  aguas  Chalchihuiticue."  En  seguida  la  misma 
partera  humedecía  los  labios  al  infante  y  levantándolo  en  alto,  lo  ofrendaba  a 
los  dioses ;  después  rociábale  unas  gotas  de  agua,  y  decía :  "¡  Recibe  el  agua 
pura  que  limpia  y  purifica,  que  removerá  de  tu  corazón  toda  mancha !"  Al 
bañarle,  por  último  ligeramente  la  cabeza,  exclamaba :     "¡  Oh  hijo  mío,  toma 


(1)  Palacio.  Carta,  páj?.  1 10. 

(2)  Bancroft.twollustratioiisoiibaptlsmo.vol.nl    pátr.  371 


—  339  — 

esta  agua  del  Señor  del  mundo,  que  es  tu  vida,  que  da  vigor  y  que  refrezca. 
Ojalá  que  esta  agua  celeste,  azul,  penetre  entre  tu  cuerpo  y  ahí  viva;  quiera  el 
cielo  que  destruya  en  tí  todos  los  elementos  adversos  y  malos,  que  te  fueron 
dados  desde  el  principio  del  mundo.  En  tu  mano,  diosa  de  las  aguas,  está  toda 
la  humanidad  porque  eres  nuestra  madre." 

Torquemada,  en  la  Monarquía  Indiana,  Sahagún  y  otros  religiosos,  en  vez 
de  encontrar  en  todo  eso  los  gérmenes  de  la  religión  cristiana,  veían  el  poder 
del  diablo  y  la  influencia  del  infierno  (i).  Este  último  cronista  da  una  des- 
cripción detallada  de  Tlazolteotl,  diosa  de  la  salacidad,  que  ayudaba  a  cometer 
los  pecados  ;  pero  que  tenía  el  poder  de  perdonarlos.  "El  sacerdote  buscaba  en 
el  libro  divino,  tonalamatl,  para  adivinar  los  pecados  del  que  traía  leña  y  copal 
para  encender  el  fuego.  Si  el  pecador  era  noble  iba  el  sacerdote  a  confesarlo 
a  su  casa,  y  con  palabras  de  oración  le  perdonaba  sus  culpas,  bajo  juramento 
de  no  volver  a  repetirlas.  Usaban  una  ceremonia  en  esta  tierra,  hombres  y 
mujeres,  niños  y  niñas,  que  cuando  entraban  en  algún  lugar  en  que  había 
imágenes  de  los  ídolos,  una  o  muchas  veces,  luego  tocaban  con  el  dedo  la  tierra, 
y  después  lo  besaban,  (como  hasta  el  día  hacen  los  griegos  sismáticos  para 
santiguarse).  A  esto  llamaban  nuestros  indios  comer  tierra,  haciéndolo  en 
reverencia  de  sus  dioses,  y  todos  los  que  salían  de  sus  casas,  aunque  no  saliesen 
del  pueblo,  y  volviendo  a  su  casa  hacían  lo  mismo,  y  por  los  caminos  cuando 
pasaban  por  algún  Cú  u  oratorio,  hacían  igual  cosa,  y  en  lugar  de  juramento 
hacían  esto  mismo,  y  para  afirmar  que  decían  verdad  usaban  tal  ceremonia,  y 
la  demandaban  los  que  se  querían  satisfacer  de  que  no  mentía  el  que  hablaba. 
Luego  lo  creían  como  bajo  juramento  (2).  El  sacerdote  imponía  al  confesante 
una  penitencia  de  maseración  y  ayunos ;  pero  la  confesión  no  se  hacía  más  que 
una  vez  en  la  vida  y  por  lo  común  en  la  vejez.  Así  dice  Kingsborough :  "De 
esto,  bien  se  arguye  que  aunque  habían  hecho  muchos  pecados  en  tiempo  de 
su  juventud,  no  se  confesaban  de  ellos  hasta  la  vejez,  por  no  se  obligar  a  cesar 
de  pecar  antes  de  la  ancianidad,  por  la  opinión  que  tenían  de  que  el  que  tornaba 
a  reincidir,  no  tenía  remedio"  (3).  Prescot  observa  que  en  la  confesión  auri- 
cular, en  el  secreto  consiguiente  impuesto  al  sacerdote,  en  la  absolución  y  en  la 
penitencia  del  confesante,  había  mucha  similitud  entre  aquella  práctica  religio- 
sa de  los  antiguos  indios  y  el  sacramento  de  la  penitencia  (4).  La  confesión 
de  los  indios  tenía  la  peculiaridad  de  que  hecha  en  los  postreros  años  de  la 
vida,  no  sólo  borraba  la  culpa  espiritual  o  religiosa,  sino  que  alcanzaba  indulto 
de  la  pena  social  o  jurídica  (5).  "Si  topaban  algún  tigre,  gritaban  luego  sus 
pecados,  para  librarse  así  de  aquella  peligrosa  fiera."  "Repúblicas  de  Indias,** 
T.  I.     Pág.  208.— Román. 


(1)  Tomo  II.  vÁg.  37. 

(2)  Clavljrero.  Historia  AnUtrua  tomo  II,  váa.  2.5. 

(3)  México  antitruo,  vol.  VÍT  v&«-  « 

(4)  Móxico  antk'uo,  vol.  I.  v&g.  «2. 

(5)  Herrera,  Historia  (íeiieral,  tomo  I.  década  II,  liltiixV  cairftiilo  15.— Ropillillca  de  Indias  |M>r  Romiin 
Zamora  pítr   20?, 


—  340  — 

Nuestros  indios  tenían  oraciones  para  los  tiempos  de  guerra,  para  las 
pestes,  para  las  calamidades  públicas,  para  alcanzar  buenas  cosechas,  y  en  fin, 
para  todo  aquello  que  más  de  cerca  necesitaban.  De  los  mayas  tomaron  los 
quichés  el  símbolo  de  la  cruz,  como  uno  de  sus  emblemas  de  adoración.  Había 
cruces  en  Palenke.  Copan,  Nicaragua,  Quiche  y  otros  lugares  de  Centro- 
América,  (i) 

El  significado  que  se  le  atribuia  a  aquel  signo  era  el  de  fertilidad  o  gciu 
ración.  Una  pieza  de  madera  atada  horizontalmente  a  otra  vertical,  indicaba 
la  altura  de  las  salidas  de  madre  del  Nilo.  Si  la  corriente  alcanzaba  esa  señal, 
la  cosecha  sería  pingue ;  pero  de  lo  contrario,  sobrevendría  el  hambre.  De  ahí 
provino  que  en  Egipto  se  revenciara  la  cruz  cual  signo  de  vida,  y  se  temiese  a 
la  vez  cual  imagen  de  decaimiento  y  de  muerte.  En  otros  pueblos,  por  diver- 
sas razones,  se  hallaba  relacionada  con  ritos  fálicos,  o  bien  con  el  gran  fertili- 
zador,  el  sol,  fuente  de  la  existencia.  La  cruz  entre  los  chinos  significa  con- 
cepción. 

Tuvo,  pues,  buen  criterio  Godofredo,  Higgins  (2)  cuando  dijo:  "Pocas 
causas  han  sido  tan  poderosas  para  producir  errores  en  la  historia  antigua, 
como  la  idea  ligeramente  tomada  por  los  cristianos  de  todos  los  tiempos,  sobre 
que  cada  monumento  de  la  antigüedad  marcado  con  una  cruz,  o  con  algunos 
de  los  símbolos  que  ellos  concibieron,  como  monogramas  del  nombre  de  Jesu- 
cristo, eran  de  origen  cristiano.  La  cruz  fué  tan  común  en  Egipto  y  en  I.i 
India,  como  lo  es  en  Europa  y  en  América. 

No  pocas  conjeturas  se  hicieron,  desde  un  principio,  cuando  los  españoles, 
con  asombro,  encontraron  la  imagen  de  la  cruz,  entre  los  edificios  de  los  indios, 
como  emblema  religioso.  Unos  dijeron  que  los  mismos  castellanos  arrojados 
por  una  tempestad  en  Yucatán,  antes  de  que  Córdova  descubriese  esa  tierra, 
habían  introducido  la  cruz  ;  pero  en  las  ruinas  antiquísimas  ya  se  encontraba,  y 
era  también  usada  en  Centro-América,  lo  cual  traía  por  tierra  aquella  hipótesis. 
Los  naturales  indígenas  de  estas  comarcas  tuvieron  una  tradición  que  daba  a 
entender  que  los  españoles,  un  poco  antes  de  la  conquista,  habían  sido  los  in- 
troductores de  la  cruz.  Entre  los  muchos  profetas  que  aparecieron  por  enton- 
ces, hubo  uno  que  predijo  la  venida  de  un  pueblo  extraño,  por  el  lado  del  sol 
naciente,  que  traería  una  fe  monoteística,  con  la  cruz  por  enseña.  Les  previno 
aceptar  la  nueva  religión  y  erigir  una  cruz  como  testimonio  de  su  profecía  (3). 
Brinton  juzga  que  se  puede  referir  a  la  vuelta  de  Zamná  o  Kuckculcán,  señor 
del  alba  y  de  los  cuatro  vientos,  adorado  en  Cozumel  bajo  la  señal  de  la 
cruz  (4).  Algunos  de  los  crédulos  cronistas  y  no  pocos  de  los  frailes,  hicieron 
popular  la  leyenda  de  que  un  joven  muy  hermoso  había  pasado  por  el  país, 


(1)  Mniler,  Reliíflones  Americanas,  pág.  298- 

(2)  Druidas  Célticos,  pág.  126. 

(3)  Historia  de  Remesal  pácr.  245. 

(4)  Myths,  vág.  1888. 


—  341  — 

dejandü  la  cruz  como  memento,  antes  de  la  conquista,  y  que  tal  personaje  era 
nada  menos  que  Santo  Tomás.  Las  Casas  dice  que  los  indios  aseguraban  tener 
la  cruz  cual  religioso  símbolo,  porque  había  muerto  en  ella  un  hombre  más 
resplandeciente  que  el  sol  (i).  La  opinión  de  que  fuera  introducida  por  pri- 
mitivos cristianos,  o  paganos  del  antiguo  mundo,  se  desvanece  por  la  circuns- 
tancia de  que  habrían  dejado  entonces  otros  rastros  más  prácticos  de  su  cultu- 
ra. El  símbolo  de  la  cruz,  según  se  expresa  Bancroft,  es  de  suyo  tan  sencillo, 
y  sugestivo  de  tantas  ideas,  que  parece  razonable  pensar  que  los  aborígenes  lo 
introdujeron  sin  necesidad  de  que  otros  lo  hubieran  traído  de  remotas  tie- 
rras (2).  En  todo  caso,  como  la  cruz  estaba  reconocida  cual  emblema  rehgio- 
so  e  instrumento  de  castigo,  mucho  antes  de  la  era  cristiana,  es  innecesario 
buscar  teorías  para  explicar  la  existencia  en  América  de  ese  signo,  en  relación 
con  el  cristianismo. 

Los  españoles  estaban  en  un  error  al  pensar  que  sólo  ellos,  que  desde  los 
tiempos  de  la  reconquista  habían  multiplicado  tanto  las  cruces,  eran  los  únicos 
que  las  usaban  en  concepto  de  símbolo  religioso.  Cuando  vinieron  a  América, 
no  podían  comprender  que  los  indios  ya  conociesen  lo  que  los  pueblos  más  re- 
motos de  Asia  tuvieron  desde  tiempo  inmemorial. 

Las  fiestas  de  la  Maya  o  del  Pirulito  se  pierden  en  las  brumas  del  politeís- 
mo greco-romano.  Un  curioso  manuscrito  "Los  Días  Geniales,"  de  Rodrigo 
Caro,  trata  extensamente  de  esa  solemnidad,  que  Santa  Elena  sustituyó  con 
la  fiesta  de  la  Cruz.  Hornacinas  vaciadas  en  el  muro,  pequeños  triunfos  o 
altares  hechos  en  los  ángulos,  caracterizaban  estas  cruces,  en  las  calles  y  pla- 
zas, desde  que  se  generalizó  entre  los  cristianos  de  España  esa  fiesta  popular, 
que  aquí  en  América  se  introdujo,  y  aún  se  conserva  el  día  cuatro  de  mayo, 
muy  celebrada  por  los  albañiles. 

En  la  zona  quiche  había  ídolos  alegóricos,  como  los  que  se  refieren  a  la 
computación  del  tiempo  y  a  la  reproducción  humana,  que  se  consideraba  gran 
beneficio  de  los  dioses,  y  anhelada  por  los  que  se  casaban,  hasta  el  punto  de 
que  la  mujer  estéril  ocurría  al  curandero,  quien  le  prevenía  separarse  por  cua- 
renta días  del  marido,  tomar  el  agua  de  ciertas  yerbas,  como  el  alonquén,  co- 
mer mucho  maíz  y  beber  miel  silvestre,  no  probar  la  sal  y  hacer  algunos  sacri- 
ficios a  la  diosa  de  la  generación  (3). 

El  suplicio  quiche,  que  ilustra  con  un  grabado  de  Nachán,  la  obra  "México 
al  través  de  los  Siglos"  (Tomo  L  Pág.  229)  representa  un  infeliz  indio  crucifi- 
cado, con  abrazaderas  en  pies  y  manos.     Dice  Chavero  que  de  ese  ídolo  no 


(1)  Historia  Apolofjética.  capítulo  123.    Pedro  Miírtlr.  dec.  IV.  libro  l*^ 

(2)  MlthstomoTIIpáír.  469 

(3)  Román.  Repúblicas  de  Indias,  tomo  I,  vAg.  21.S. 


—  342  — 

queda  más  que  el  modelo  en  que  se  hacían  las  figuras,  por  lo  que  opina  que  era 
un  dios  cuya  efigie  se  reverenciaba  mucho.  En  los  geroglíficos  se  encuentran 
cruces  de  San  Andrés,  cruces  griegas  y  cruces  teutónicas. 

Escritores  tan  eruditos  como  el  mismo  Chavero  dan  a  conocer  detallada- 
mente el  simbolismo  de  los  geroglíficos  cruciformes  del  Códice  Vaticano  y  del 
Códice  de  Viena,  sin  necesidad  de  recurrir  a  citas  de  teogonias  orientales.  Di- 
cen que  la  cruz  que  tengan  los  nahoas,  mayas  y  quichés,  era  la  representación 
pleonástica  de  la  vida,  de  la  reproducción  y  del  alimento ;  lo  que  explica  que  los 
toltecas  llamaran  a  la  cruz  tonacaquaouitl,  que  quiere  decir  árbol  del  sustento 
o  de  la  vida.  El  poder  generador  se  presentó  con  la  cruz  del  1-in-gam,  y 
desde  el  Asia,  atravesando  el  África,  allá  en  los  remotísimos  tiempos  en  que 
comienza  la  historia  del  hombre,  vino  una  raza  anterior  a  la  arya  y  al  descu- 
brimiento del  hierro,  y  llegó  a  América  (o  según  otros  quieren,  fué  de  aquí 
para  el  viejo  mundo)  denominósele  draviana  o  semítica;  ello  es  lo  cierto  que 
tenía  un  dios  que  se  llamaba  Indra,  según  afirma  Duncker.  Era  el  sol,  que  en 
el  Perú  fué  Inta  y  por  nuestras  regiones  K-in  o  Ch-in  (sienijire  la  raíz  in).  Los 
nahoas  tenían  al  sol  por  creador,  fundador,  alimentador.  La  cruz  significó 
los  rayos  fecundantes  de  la  vida,  que  forman  las  estaciones,  productoras  de 
las  cosechas.  Los  cuatro  puntos  cardinales,  los  cuatro  años,  los  cuatro  días 
principales,  los  cuatro  períodos  cronológicos,  y  el  mismo  sol  como  causa  de  la 
vida  (i).  Herrera,  en  su  "Historia  General,  década  H,"  habla  de  varias  cru- 
ces encontradas  en  adoratorios,  consagrados  al  dios  de  las  lluvias.  Lo  mismo 
afirma  Cogolludo  y  Gomara.  La  cruz,  pues,  fué,  en  el  principio  del  mundo,  la 
imagen  de  la  vida,  en  las  teogonias  de  los  primitivos  pueblos  representaba  el 
sol,  el  agua  fecundante  caída  del  cielo.  En  la  plenitud  de  los  tiempos,  la  cruz 
fué  el  árbol  de  la  redención,  que  con  los  brazos  abiertos  vino  a  cubrir  al  mun- 
do, a  ofrecer  la  bienaventuranza. 

La  religión  es  un  organismo  que,  con  el  hombre,  ha  tomado  desarrollo  y 
simboliza  el  grado  de  cultura.  Es  un  árbol  místico  cuyas  raíces  están  en  el 
paraíso  y  cuyas  ramas  no  dejarán  de  cubrir  a  la  humanidad  hasta  que  des- 
aparezca. 

Para  concluir  con  la  historia  de  la  cruz,  es  preciso  mencionar  aquí  el  famo- 
sísimo templo  que  se  encontró  en  Palenke,  cuyas  ruinas  aún  se  estudian  por 
los  anticuarios.  Era  el  Templo  de  la  Cruz  un  edificio  quiche  construido  sobre 
una  pirámide,  de  gradas  de  mampostería,  de  134  pies  de  altura,  teniendo  el 
templo  50  pies  por  31,  con  pilastras  que  sostenían  un  techo  con  relieves  de 
estuco,  plantas  y  flores,  adornando  una  gran  cabeza  y  dos  cuerpos  bastante 
perfectos.     En  seguida,  una  construcción  extraña  de  dos  pisos  coronaba  el 


México  a  través  de  los  Siglos,  tomo  I.  páe.  281.-Fi(ruier.  L'  liomme  aprés  la  mort. 


—  343  — 


edificio,  con  calados  y  ornamentos  de  relieve.  Por  dentro  había  molduras  de 
estuco,  grandes  paredes  llenas  de  geroglí fieos,  personajes  con  mitras,  y  con 
estrellas  por  orejas,  llevando  al  sol  en  el  pecho. 

En  la  puerta  del  altar  existían  bajos-relieves  lindísimos,  de  sacerdotes,  uno 
con  la  máscara  sagrada  representando  a  Votan,  y  el  otro,  con  una  culebra  cas- 
cabel y  una  ave  extraña,  acaso  simbolizando  otra  poderosa  divinidad  relacio- 
nada con  el  sol.  Los  tableros  con  un  perfecto  dibujo  de  la  cruz,  están  aún  en 
Palenke  y  han  sido  estudiados  por  el  Instituto  Smithoniano  y  por  sabios  como 
Charnay,  Dupaix,  Waldeck,  Stephens,  Rau  y  otros  profesores  eminentes.  El 
tercer  tablero  lo  hemos  visto  en  Washington,  en  donde  tuvimos  ocasión  de 
admirarlo. 

En  fin,  la  cruz  de  Cozumel,  que  algunos  han  tomado  por  indígena,  era 
enteramente  de  carácter  cristiano,  y  de  forma  y  estilo  del  siglo  XV,  al  punto 
que  no  deja  duda  de  haber  sido  los  mismos  españoles  los  que  la  pusieron  en 
aquel  lugar  indígena,  lo  cual  hizo  después  afirmar  a  muchos  fanáticos  que  el 
cristianismo  se  había  conocido  antes  de  la  conquista  castellana  en  el  Nuevo 
Mundo.  Quiroga  cierra  su  magnifico  estudio  (i )  sobre  "La  Cruz  en  América" 
demostrando  que  era  símbolo  de  la  lluvia. 

La  circuncisión  que  acostumbraban  los  indios  mayas,  quichés,  cakchique- 
les  y  de  otras  tribus,  no  sólo  ha  sorprendido  a  muchos  historiadores,  sino  que 
ha  dado  margen  a  que  algunos  deduzcan  de  ahí  que  los  aborígenes  americanos 
descendieron  de  los  judíos ;  pero  a  la  verdad,  los  chinos,  los  egipcios,  los  etio- 
pes, y  todos  los  países  moamedanos,  han  practicado  y  practican  la  circucisión,. 
que  entre  nuestros  indios  no  obedecía  a  la  simbólica  renuncia  de  carnales  goces, 
como  creyó  Brinton  (2)  ya  que  en  ese  punto  eran  terriblemente  desmoralizados 
aquellos  indios,  sino  más  bien  a  un  principio  de  higiene  y  de  limpieza,  que  dio 
origen,  en  las  naciones  de  Asia  y  de  Europa,  a  esa  costumbre  rodeada  después 
de  carácter  religioso. 

Fr.  Jerónimo  Román,  que  es  quien  más  datos  recogió  acerca  de  las  cos- 
tumbres religiosas  de  los  indios,  dice:  (3)  "Tenían  por  ley  circuncidarse,  y  ansí 
a  los  veintiocho  días  llevaban  los  padres  al  niño  o  niña  al  templo  y  lo  entrega- 
ban al  mayor  sacerdote  y  a  los  demás,  y  tendían  sobre  una  piedra,  que  servía 
de  ésto,  a  la  criatura,  y  con  un  cuchillo  de  piedra  circuncidaban  al  niño.  A  las 
niñas  también,  en  lugar  de  circuncisión,  les  hacían  cierta  ceremonia,  y  era  que 
el  gran  sacerdote  corrompía  a  la  niña  con  sus  propios  dedos  y  mandaba  a  la 
madre  que  llegada  a  los  seis  años,  ella  mesma  con  sus  dedos  renovase  el  roni- 


(1)  Adán  Quiroga.— 'La  Cruz  en  América. "-Buenos  Aires.  HX)1.  Dájr.  254. 

(2)  Brinton.  M.vtlis.  vát:.  147. 

(3)  Repúlilicas  de  Indias.  Idolatría  .v  (iol)ienio.  tomo  I.  i)á»r.  1 IT. 


—  344  — 

pimiento."  No  estimaban  en  nada  la  virginidad,  sino  que  por  el  contrario, 
trataban  de  destruirla  desde  un  principio  (i). 

Acostumbraban  una  especie  de  comunión,  que  consistía  en  sacrificar  un 
niño,  sacarle  el  corazón,  y  con  la  sangre  mezclada  de  ulli  (caucho)  y  cierta 
semilla  de  los  huertos  sagrados,  hacían  una  confección  llamada  yoliagmtla- 
qualoz  (manjar  del  alma)  que  reputaban  sacratísimo.  Cada  seis  meses  lo 
debían  tomar  los  hombres  mayores  de  veinticinco  años  y  las  mujeres  mayores 
de  dieciséis.  En  el  décimo  quinto  mes  se  fabricaba  una  estatua  de  masa  de 
maíz  cocido,  representando  al  dios  Huitzilopochtli,  y  se  hacía  pedazos  para 
darla  a  comer  al  pueblo.  La  ceremonia  se  denominaba  teoqualo,  o  sea  dios  es 
comido.  En  otras  ocasiones  hacían  bollos  o  tortillas  de  semillas  de  amaranto 
y  miel,  llamados  pan  sagrado,  que  se  distribuía  sobre  hojas  de  maguey.  Men- 
dieta  dice  que  el  tabaco  lo  comían  en  conmemoración  de  Chihuacuatl.  Tor- 
quemada,  Sahagún  y  otros  cronistas  antiguos  refieren  todo  eso,  que  Kings- 
borougt  trata  de  explicar  menudamente  (2). 

Agrega  Bancroft  (3)  que  el  ayuno  lo  acostumbraban  tanto  para  perdón 
como  por  penitencia  de  sus  pecados,  y  con  el  fin  de  prepararse  "a  las  grandes 
festividades.  El  ayuno  ordinario  era  de  abstinencia  de  carne,  y  consistía  en  ha- 
cer una  sola  comida  por  la  noche.  En  el  año  divino  se  componía  el  ayuno  de  los 
ochenta  días,  y  aún  duraba  más  el  de  los  sacerdotes.  Los  Grandes  Ministros 
o  supremos  Pontífices  iban  a  los  montes  por  varios  meses  y  se  mantenían  con 
yerbas  y  un  poco  de  maíz  crudo,  haciendo  penitencia  y  sacándose  sangre  de 
varios  puntos  del  cuerpo,  hasta  de  los  órganos  genitales  (4). 

Cundió  en  Honduras  la  creencia  entre  los  aborígenes,  de  que  una  bellísi- 
ma mujer  blanca,  llamada  Comizahual,  o  tigre  que  vuela,  era  especie  de  hada 
o  bruja  que,  descendida  del  cielo,  había  venido  a  Cerquin,  que  hoy  se  llama 
Gracias,  a  difundir  la  civilización.  Decían  que  a  pesar  de  haber  permanecido 
virgen,  había  tenido  tres  hijos,  que  Torquemada  afirmaba  que  habían  sido  her- 
manos de  aquella  divinidad  (5)  entre  los  cuales  distribuyó  su  reino.  Después 
subió  a  lo  más  alto  de  su  palacio,  y  en  ascención  gloriosa,  acompañada  de 
relámpagos  y  truenos,  se  fué  a  reunir  con  los  dioses  (6).  Inmediatamente  un 
lindísimo  pájaro  se  vio  volar  y  desaparecer.  Era  el  melancólico  quetzal  de 
áureo  plumaje,  que  para  no  presenciar  la  hecatombe  indiana,  se  refugió  en  los 
bosques  solitarios. 


(1)  En  ciertas  rejones  se  hace  la  toilette  de  las  nlfias.  de  tal  manera  mlnnciosa.  que  hasta  las  huellas 
del  himen  os  diflcll  encontrar.  En  las  Indias  Inglesas  sucede  otro  tanto.  Entre  ciertos  Indios  del  Brasil  no 
exlstí-n  vfrtrenes.  porque  hacen  lo  mismo  fine  los  alKírfjrenes  de  Guatemala.  Los  neocaleílonlos  aDreclan  en 
tan  poco  la  fnígll  memhrana.  que  hay  perforadores  dto/icto,  que  pa«rándoles.  desfloran  tres  días  antes  de  la 
boda  a  la  novia— /?/«(/«  sur  la  nature  humana,  Metchnlcoff. 

(2)  Mex.  ant.  vol.  V.  pág.  1.T3. 

(3)  Mlths  and  Lan(rua«res.  vol.  III.  págr.  440. 

(4)  Sahajaín.  Historia  General,  tomo  T,  pátr.  275. 

(5)  Monarquía  Indiana,  tomo  I.  pásr.  336. 

(6)  Herrera.  Historia  General  década  IV  libro  8.  capítulo  1 V. 


-  345 


Los  lacandones  adoraban  y  aún  adoran  directamente  al  sol,  sin  interposi- 
ción de  ídolos.  La  tribu  nahoa  de  los  pipiles  también  rendía  homenaje  al  astro 
rey  y  acostumbraba  sacrificarle  un  venado.  El  centro  de  la  adoración  princi- 
pal era  Mictlán,  cerca  del  lago  líuixca,  en  donde  hoy  está  la  aldea  de  Santa 
María  Mita,  fundada,  según  la  tradición,  por  un  anciano  que  brotó  del  lago,  en 
compañía  de  una  gentil  doncella,  ambos  con  vestidos  de  blanco  y  celeste,  lle- 
vando el  viejo  una  mitra  en  la  cabeza.  Asegura  Bourbourg  que  la  época  a  que 
tal  leyenda  se  refiere,  es  la  de  la  emigración  tolteca  y  la  del  establecimiento  de 
los  reinos  guatemaltecos  (i).  Es  absurda  la  idea  de  que  los  pipiles  se  estable- 
cieron en  parte  de  Guatemala,  Cuscatlán  y  Costa  del  Bálsamo,  por  primera  vez 
en  tiempo  del  rey  mexicano  Ahuitzotl,  puesto  que  es  imposible  que  las  ciudades 
fundadas  por  los  elementos  pipiles,  y  el  prodigioso  adelanto  en  escultura  y 
estatuaria,  como  se  nota  en  las  ruinas  de  Cotzumalguapa,  se  hubieran  des- 
arrollado en  unos  treinta  años,  desde  aquel  célebre  rey  hasta  la  venida  de  los 
españoles. 

"Abandonando  el  desierto  que  hoy  se  llama  El  alto  de  Totonicapam,  em- 
pieza el  viajero  a  descender  rápidamente  por  escarpadas  rocas,  atravesando 
sombríos  y  pintorescos  bosques,  sorprendido  a  cada  paso  por  el  aspecto  im- 
ponente de  enormes  pedregones  y  profundas  simas,  y  embebecido  por  instan- 
tes al  percibir  el  manso  murmurio  de  un  límpido  arroyuelo,  o  al  descubrir  entre 
el  ramaja  los  hilos  argentinos  de  una  blanquísima  cascada.  En  la  profundidad 
de  aquellas  grietas  o  barrancos,  en  una  hoya  que  pudo  muy  bien  suponerse 
inaccesible,  está  situado  un  pueblo  célebre  entre  los  de  Guatemala,  porque 
representa  aún  en  el  día,  talvez  con  más  exactitud  que  otro  cualquiera,  las 
tradiciones  características  de  las  antiguas  y  degeneradas  razas  que  poseyeron 
este  territorio.     He  aquí  lo  que  hemos  sabido  de  su  origen. 

Muerto  Tecum-Humán  a  manos  del  conquistador  don  Pedro  de  Alvarado 
y  subyugada  definitivamente  la  nación,  la  capital  del  reino  del  Kiché  debía  su- 
frir la  primera  los  vejámenes  que  oprimen  al  vencido.  Gran  parte  de  la  po- 
blación, que  era  inmensa,  buscó  entonces  salvarse  en  la  fuga,  pidiendo  abrigo 
y  seguridad  a  las  montañas.  Los  Yxtahuacanes,  porción  de  Kichées  emigra- 
dos, caminando  al  sudoeste  dieron  al  cabo  de  doce  leguas  en  el  paraje  que  he- 
mos descrito,  cuyo  fondo  cortado  por  horribles  fosos  hechos  pr  la  naturaleza, 
y  erizado  de  riscos  y  peñoles,  eligieron  por  su  habitación,  guareciéndose  cual 
miserables  rejjtiles  en  las  aberturas  y  grietas  de  los  montes.  Así  logaron  los 
Ixtahuacanes  sustraerse  al  yugo  de  los  conquistadores ;  pero  no  pudieron  por 
dicha  suya  quedar  largo  tiempo  inadvertidos  al  celo  heroico  de  los  misioneros, 
que  por  montes  y  por  breñas  iban  a  caza  de  indios  para  reducirlos  a  vida  polí- 
tica y  cristiana.     Pronto  se  vio  levantada  en  el  fondo  mismo  de  aquellos  ba- 


i)!Ítr.  SI.  lomo  II. 


—  346 


V 


Trancos  una  pequeña  iglesia,  que  sirviese,  como  en  todas  partes,  de  centro,  y  el 
pueblo  agrupado  en  rededor  fué  bautizado  (no  sabemos  por  qué  circunstancia) 
con  el  nombre  de  Santa  Catarina  Mártir. 

La  situación  topográfica  de  Santa  Catarina  colocaba  a  los  Ixtahuacanes 
en  un  verdadero  aislamiento,  aun  después  de  introducida  la  religión  cristiana ; 
por  manera  que  solos,  robustecidos  con  la  aspereza  del  lugar,  dedicados  exclu- 
sivamente a  la  agricultura,  fieles  a  sus  matrimonios,  que  contraen  casi  en  la 
infancia,  se  multiplicaron  y  permanecieron  en  un  estado  verdaderamente  inde- 
pendiente, pasando  así  con  su  genio,  costumbres  primitivas,  y  hasta  sus  prác- 
ticas supersticiosas,  al  través  de  los  siglos  y  de  los  acontecimientos.  Podemos 
pues  afirmar  con  bastante  confianza,  que  conocer  a  los  Ixtahuacanes  es  habí  i 
conocido  en  mucha  parte  la  nación  Kiché.  Desgraciadamente  es  poco  lo  que 
podemos  alcanzar  en  este  género  de  investigaciones.  Ante  todo,  teniendo  que 
practivar  la  religión  cristiana,  ellos  han  debido  acudir  al  sigilo  más  profundo 
para  salvar  sus  ritos  idolátricos,  cuyos  secretos  guardan  con  religioso  esmero 
sus  Ajitz  o  sacerdotes  del  sol.  Al  efecto,  emplearon  con  astucia  la  simulación 
de  las  ceremonias  cristianas,  mezclando  impíamente  los  nombres  consagrados 
en  el  culto  cristiano  con  los  de  sus  torpes  númenes,  y  logrando  de  esta  suerte 
engañar  por  mucho  tiempo  a  los  menos  versados  en  su  idioma.  Por  otra  par- 
te, la  natural  suspicacia  de  estos  pueblos  aumentada  con  el  encono  eterno  que 
profesan  a  la  raza  extranjera ;  aquella  estrema  desconfianza  que  preside  a  sus 
relaciones  con  la  gente  ladina,  expresada  trivial  pero  muy  exactamente  con  el 
dicho  tan  común  entre  los  mismos  indígenas:  "Aparte  vos,  aparte  yo,"  des- 
confianza de  la  que  no  llegan  a  eximir  completamente  ni  sicjuiera  a  los  minis- 
tros de  la  religión,  por  más  homenaje  que  les  rindan  ;  además  de  esto,  la  rudeza, 
la  desidia,  y  la  falta  absoluta  de  escritura,  fueron  siempre  poderosas  causas  que 
dificultaron  la  adquisición  de  datos  etnográficos,  tan  necesarios  para  formar 
la  historia  de  nuestras  antigüedades. 

Los  Ixtahuacajififtscreveron  siempre  en  la  inmortalidad,  pero  de  un  mo(l<. 
enteramente  material.  Adoran  dos  principios  soberanos,  bueno  y  malo,  igual- 
mente poderosos,  entre  quienes  reparten  el  gobierno  del  mundo:  aquel  habita 
en  las  alturas,  éste  posee  el  imperio  de  la  tierra.  El  bueno  está  representado 
por  el  astro  que  preside  al  día,  padre  de  la  paz  y  fecundador  del  universo:  en 
su  idioma  se  le  llama  Eij  (de  donde  Ajcij,  o  ajitz).  El  malo,  Huyub,  dueño 
de  todas  las  riquezas  del  mundo,  no  difiere  en  su  representación  de  la  figura 
humana,  pero  con  facciones  horribles,  las  más  espantosas  que  alcanza  a  dibujar 
la  aterrada  fantasía.  Huyub  es  un  genio  omnipotente  para  favorecer  con  los 
bienes  de  la  tierra  a  sus  adoradores,  no  menos  que  para  dañar  a  los  que  rehusan 
prestarle  adoración.  Existen  en  su  teogonia  otros  genios  o  dioses  subalternos, 
que  vienen  a  formar  la  corte  de  los  dos  principios  soberanos,  asociándose  al 
rango  de  los  dioses  las  almas  de  sus  Ajitz  y  de  sus  célebres  antepasados. 


p 


—  347  — 


Esta  sola  noción  de  sus  divinidades  basta  para  comprender  la  división  en 
buenos  y  malos  de  los  dias  consagrados  a  su  culto,  o  sea  de  los  días  que  supo- 
nen caer  bajo  su  influjo  y  patrocinio,  que  son  todos  los  del  año ;  lo  que  nos  da 
ocasión  de  añadir  alguna  cosa  a  lo  ya  dicho  por  personas  competentes  sobre  el 
famoso  Calendario  de  la  nación  Kiché.  El  Calendario,  resume  o  simboliza 
todo  el  sistema  religioso-político  de  los  Ixtahuacanes.  Por  él  no  tanto  se 
miden  los  tiempos  para  el  arreglo  histórico  de  los  sucesos,  cuanto  se  aprecian 
las  suertes  de  los  hombres,  ligadas  fatídicamente  al  día  que  les  tocó  nacer.  De 
aquí  nace  la  suprema  importancia  individual  del  acertado  cómputo  de  los  días 
y  sus  signos,  como  que  va  en  ello  la  felicidad  o  ruina  de  sus  intereses ;  y  de  ahí 
por  consiguiente  se  derivan  las  consideraciones  sociales  de  que  gozan  en  aque- 
llos pueblos  los  Ajitz,  consagrados  esencialmente  al  estudio  de  su  cronología. 
Tanto  más  que  los  Ixtahuacanes,  o  carecieron  siempre  de  todo  signo  para  ex- 
presar sus  ideas,  o  no  tuvieron  fnás  que  quipos  o  figuras,  como  el  resto  de  los 
pueblos  americanos,  como  los  antiguos  chinos,  egipcios,  etc.,  siendo  en  cual- 
quiera de  estas  dos  hipótesis,  sus  sacerdotes  los  oráculos  supremos  de  sus 
tradiciones. 

Nótese  bien  ese  principio  que  acabamos  de  sentar:  el  Calendario  de  los 
indios  no  tiene  otro  objeto  principal  sino  el  de  fijar  la  suerte  que  toca  a  cada 
hombre.  De  ahí  procede  el  que  los  signos  se  cuentan  simultáneamente,  sin 
quep  ueda  señalarse  ni  el  principio  ni  el  fin.  Expliquémonos.  Supongamos 
que  nuestros  lectores  conocen  ya  los  veinte  signos  y  sus  nombres  :  Noj,  Tihax, 
Cauok,  etc.  Pues  bien :  los  sacerdotes  del  sol  tienen  dos  maneras  de  contar  el 
año:  i^  dando  a  cada  signo  un  solo  día,  de  suerte  que  al  cabo  de  365  días  los 
cinco  primeros  signos  se  repiten  19  veces,  y  solo  17  los  quince  restantes,  toman- 
do por  punto  de  partida  para  empezar  el  cómputo,  la  gran  fiesta  gentílica  que 
acostumbran  a  celebrar  a  mediados  de  la  primavera.  El  año  de  1854  dicha  fies- 
ta tuvo  higar  el  i?  de  mayo.  La  2?  manera  de  contar  consiste  en  dar  a  cada 
signo  un  mes  de  20  días,  de  tal  suerte  que,  sin  interrumpir  la  serie  ordinaria  de 
los  signos,  se  vayan  contando  los  días  de  cada  uno,  hasta  completar  su  año 
todos  sucesivamente.  De  esta  manera  los  cinco  primeros  signos  tendrán  su 
año  de  19  meses,  y  de  18  los  restantes.  Sobre  esta  base  pueden  formarse  tablas 
para  cada  año  que  indiquen  con  exactitud  la  correspondencia  de  nuestros  meses 
y  días  con  los  del  calendario  indígena,  bastando  al  efecto  conocer  qué  signo 
debe  tomarse  por  punto  de  partida.  Sabemos,  por  ejemplo,  que  el  año  de  1854 
el  1°  de  mayo  correspondía  al  signo  Noj  entre  los  Ixtahuacanes :  pues  bien, 
según  el  primer  modo  de  contar,  Noj  sería  también  el  21  de  mayo,  el  10  y  30  de 
junio,  el  20  de  julio,  el  9  de  agosto,  etc.,  etc. ;  según  el  otro  sistema  de  llevar  el 
cómputo,  el  20  de  mayo  de  aquel  año  sería  el  20  de  Noj,  el  i?  de  Ahmac,  el  2?  de 

Tziquin,  el  3?  de  Ix el  19  de  Tihax.     Solo  por  medio  de  estas  tablas  puede 

un  párroco  indagar  a  punto  fijo  los  días  en  que  esos  pueblos,  que  aun  conser- 


van  muy  fresca  la  idea  de  sus  supersticiones,  han  de  concurrir  a  la  iglesia  para 
celebrar  allí  sus  ritos  idolátricos.  Y  tan  puntualmente  llevan  sus  brujos  la 
cuenta  de  los  días  de  su  calendario,  que  mientras  los  domingos  y  fiestas  solem- 
nes de  nuestra  religión  no  es  raro  ver  el  templo  hecho  un  desierto,  en  los  día- 
clásicos  de  su  almanaque  que  se  ven  afluir  a  todas  horas  los  adoradores,  m 
quema  en  profusión  el  incienso  o  estoraque,  se  cantan  responsos,  se  llena  do 
velas  el  pavimento,  etc.,  bajo  cuyas  apariencias  de  piedad  cristiana,  cncubrcií. 
como  hemos  dicho,  las  ceremonias  de  su  gentilismo. 

Sus  días  excelentísimos  son  Ajmac,  Tziquin  y  Kanit.  En  este  se  pide  ludo 
lo  que  es  sustento  para  el  hombre  :*en  Tzicjuin  se  reúnen  los  desposados  en  una 
misma  habitación,  precedidos  de  muchas  oracicmes  y  votos  por  su  felicidad :  en 
Ajmac  se  ofrecen  mil  oblaciones  al  genio  de  la  salud.  Fuera  de  esto  son  días 
buenos  Aj,  Ix,  Ec,  Noj  y  Quicj.  En  ellos  se  i)rincipian  y  consuman  los  contra- 
tos, y  se  pide  a  los  genios  de  los  montes  el  aumento  de  los  animales  domésti- 
cos, rogándoles  principalmente  que  contengan  a  las  bestias  carnívoras  para 
que  no  destruyan  sus  rebaños.  Noj  y  Tihax  tienen  la  especialidad  de  estar 
consagrados  al  alma  humana,  por  lo  que  en  ellos  se  pide  buen  entendimientu 
l)ara  sí  y  para  sus  hijos.  Entre  U)S  días  malos  sobresale  el  Toj :  ¡infeliz  del 
que  viene  al  mundo  bajo  la  influencia  de  este  signo!  sentirá  de  lleno  la  presión 
de  los  genios  infernales.  En  Imux  ocurren  los  Ajitz  a  pedir  al  dios  del  viento 
toda  suerte  de  mal  para  sus  enemigos.  Otro  tanto  practican  en  los  cinco  días 
siguientes.  En  Tzi  y  en  Btz  el  objeto  de  las  peticiones  es  la  miseria  y  toda 
clase  de  enfermedades,  pero  con  especialidad  la  gota  i)ara  paralizar  a  sus 
contrarios. 

No  queremos  omitir  una  advertencia  final.  Nosotros  hemos  sentaflo  que 
el  mes  de  los  Ixtahuacanes  cí>nsta  de  tantos  días  como  signos,  y  que  la  suma 
de  18  meses  más  los  5  días  sobrantes,  forma  su  año  de  365  como  el  nuestro.  Al 
afirmarlo  nos  hemos  apoyado  en  el  dicho  de  personas,  que  ya  por  el  conoci- 
miento perfecto  de  la  lengua  kiché,  ya  por  el  largo  trato  c(m  aquellas  gentes, 
han  merecido  toda  nuestra  confianza  en  la  materia.  Añadamos  ahora  que  tal 
es  precisamente  la  opinión  de  los  mejores  cronistas  que  escribieron  de  cosas 
de  las  Indias.  Herrera,  hablando  de  los  Mejicanos,  Dec.  3?  L.  2^  cap.  18  dice: 
"Dividían  el  año  en  diez  y  ocho  meses,  y  daban  veinte  días  a  cada  mes,  con  que 
hacían  trescientos  y  sesenta  días;  y  los  cinco  restantes  no  los  daban  a  mes 
ninguno,  sino  que  los  llamaban  días  baldíos,  los  cuales  ocupaban  en  visitar 
unos  a  otros,  etc."  Añade  que  los  indios  de  Yucatán  y  Honduras  tenían  una 
distribución  de  tiempos  semejante,  cuyo  cuidado  y  arreglo  estaba  a  cargo  de 
los  ancianos,  por  cuya  tradicional  enseñanza  estas  cosas  se  han  siempre  conser- 
vado muy  enteras.  Asegura  otro  tanto  de  los  habitantes  de  Nicaragua ;  y  vol- 
viendo a  tratar  en  la  Dec.  4"  de  las  costumbres  de  Honduras,  repite  que :  "con- 
taban su  año  repartido  en  18  meses,  y  ponían  20  días  al  mes,  aunque  no  conta- 


■f 


—  349  — 

ban  sino  por  noches."  Por  otra  parte  (ibid.  i.  8?  c.  8?),  nos  asegura  que  los 
indios  de  Guatemala  usaban  en  su  gentilidad,  de  los  ritos  y  costumbres  de  los 
chontales  de  Honduras,  sus  vecinos.  Solis  está  del  todo  conforme  con  Herre- 
ra. Finalmente  García  (Orig.  de  los  Ind.  i.  4?),  comparando  largamente  las 
costumbres  de  los  aborígenes  americanos  con  las  de  los  pueblos  antiguos,  es- 
cribe: "La  división  del  año,  que  tenían  los  mejicanos,  los  de  Yucatán  y  otras 
naciones  de  Indios,  es  otra  singularidad  conforme  con  los  egipcios,  porque 
aquellas  naciones  partían  el  año  en  18  meses ;  cada  uno  con  20  días,  que  son 
360,  dejando  5  fuera  de  él,  a  los  cuales  Uaniaban  Baldíos,  como  refieren  Tor- 
quemada  y  otros.  Los  egipcios,  aunque  tenían  el  año  de  12  meses,  estos  solo 
tenían  360  días,  dejando  los  mismo  5  días  fuera  del  año. ...  y  Herbelot  asegura 
que  practican  lo  mismo  los  árabes  y  persianos." 

Entre  nuestros  indios  se  conoció,  como  hemos  dicho,  el  culto  a  Priapo  o 
Falo,  de  los  primitivos  asiáticos,  aunque  no  con  esos  nombres.  Membra  con- 
juncta  in  coitu  era  el  siglo  de  la  vida,  y  de  la  reproducción.  En  las  ruinas  de 
Copan  se  han  encontrado  rastros  notables  de  fáHca  idolatría.  Un  gentil-hom- 
bre que  vino  con  Cortés,  por  estas  tierras,  escribió :  "adorano  il  membro  che 
portano  gli  huomini  fra  le  gambe."  En  la  isla  Zapatero  se  han  descubierto 
ídolos  cuyo  rasgo  característico  era  la  magnitud  del  órgano  viril ;  ni  tiene  eso 
nada  de  extraño,  porque  entre  los  antiguos  aborígenes,  como  en  todos  los  pue- 
blos primitivos,  dábase  ai  poder  genésico  suma  imporntancia,  hasta  el  punto 
de  que  el  que  más  hijos  y  mujeres  tenía,  se  consideraba  privilegiado  de  los 
dioses.  El  homenaje  a  la  vida  toma  rumbos  diversos,  según  la  cultura  de  los 
pueblos. 

Creían  los  indios,  y  siguen  creyendo,  en  espectros  y  aparecidos,  como  se 
comprueba  con  la  leyenda  del  lago  de  Ilopango,  en  donde  vagaban,  en  tempes- 
tuosas noches,  los  espíritus,  deslizándose  por  las  tranquilas  aguas,  para  salir  a 
obtener  sangre  pura  de  inocentes  niños,  que  reclamaban  los  dioses  ofen- 
didos (i). 

La  ley  de  causalidad  (karma)  exige  principios  contrarios,  ya  que  no  es 
posible  crear  fuerza  alguna  sin  que  haya  resistencia,  sin  un  punto  de  apoyo,  ni 
que  exista  luz  sin  sombra,  ni  bien  sin  mal.  La  fuerza  positiva  hará  precisa  la 
negativa.  En  todas  las  religiones  hay  Dios  y  hay  Diablo.  El  Demón,  Titán, 
Tifón,  Satán,  Mefistófeles  y  demás  genios  maléficos,  presiden  el  averno,  el 
infierno,  el  lugar  de  los  reprobos  (2)  el  centro  del  dolor,  el  nido  del  mal,  en 
donde  se  deja  atrás  toda  esperanza,  en  donde  no  se  ama.  Xibalba  era  entre  los 
indios  quichés  el  lugar  del  cual  venía  la  muerte  y  a  donde  iban  los  que  sallan 
de  la  tierra.     El  alma  hacía  viajes  después  de  abandonar  el  cuerpo  y  tomaba 


(1)  Bancroft,  tomo  III,  Mlths  and  LaníruaKM. 

(2)  übl  nullo  est  ordo,  sempeniue  af?terna  ponfuclo. 


—  350  — 

una  especie  de  existencia  astral,  según  la  llaman  los  teosofistas,  en  la  que  iba 
peregrinando  por  otros  mundos.  Como  de  las  dos  electricidades  opuestas  sur- 
ge la  chispa,  de  las  desafinidades  de  los  átomos  la  creación  química,  de  las 
atracciones  y  repulsiones  la  armonia  de  los  astros,  de  la  división  de  los  sexos 
la  i)erpetuidad  de  las  especies,  así  también  de  la  muerte  nace  la  vida,  en  esa 
universal  palpitación,  en  que  por  obra  y  milagro  de  amor,  todo  se  transforma  y 
nada  perece.  Edipo,  es  decir  el  dolor  eterno,  pasa  por  el  mundo  apoyado  en 
la  dulce  Antígona. 

Los  aborígenes  civilizados  de  Centro-América  reconocían  la  ley  de  causa- 
lidad, las  dos  fuerzas  universales  y  contrarias  que  predominan  en  el  universo. 
En  todas  las  religiones  estuvieron  simbolizadas.  Osiris  (Dios)  y  Tifón  (la 
serpiente)  en  Egipto;  Ormuzd  (Dios  y  Arimán  (el  demonio)  en  Caldea;  el 
Logos  y  el  Adversario,  entre  los  gnósticos ;  Dios  y  el  Diablo,  entre  los  cristia- 
nos ;  Jakín  y  Boaz,  las  dos  columnas  del  templo  de  Salomón,  entre  los  masones. 
Entre  nuestros  indios  quichés  existía  la  idea  de  que  Thcotl  o  Cavahuil  (Dios) 
mandaba  a  Xibalba  (infierno)  a  los  que  salían  de  la  tierra,  y  debían  purificarse. 
Los  poconchíes  creen  en  cl  cielo,  taxaj,  y  en  el  averno,  pan-kak.  I"!  tuyra  era 
el  diablo. 

Nuestros  indios,  como  tíxios  los  pueblos  y  casi  todos  los  hombres,  incu- 
rrían en  el  error  de  tomar  la  vida  terrestre  como  tipjLde  la  vida  universal,  y  de 
crear  dioses  a  imagen  del  hombre.  Todo  lo  que  podemos  conocer  en  la  tierra, 
no  será  más  que  una  parte  infinitesimal  de  la  inmensa  realidad  que  existe  en 
las  creaciones  del  infinito.  Hay  una  fuerza  invisible,  imponderable,  que  mue- 
ve los  mundos  y  que  los  une  en  una  red  de  .sensibilidad  externa.  Hay  un  fluido 
vital  que  se  esparce  por  todas  partes.  Hay  un  Espíritu  que  hace  solidarios  a 
los  soles  y  une  las  almas.  No  hay  molécula  en  reposo,  ni  existe  un  astro  que 
pueda  volver  al  sitio  que  ha  ocupado.    El  universo' forma  una  Unidad  Suprema. 

Los  atlantes  que  tuvieron  una  civilización  acaso  superior  a  la  de  los  demás 
pueblos  de  aquellas  remotísimas  edades,  dejaron  sus  tradiciones  a  los  mayas 
y  a  los  quichés,  que  adoraban  al  sol,  y  en  las  ruinas  de  esos  pueblos  quedan  los 
dioses  análogos  a  los  de  los  japoneses.  Después  tomaron  los  indios  civilizados 
de  Centro-América  como  arquetipo  la  imagen  del  hombre,  lo  cual  pudiera  con- 
siderarse como  una  reversión  al  culto  remoahal  de  Manú. 

La  parte  monstruosa  de  la  religión  quiche  era  debida  a  la  rudeza  de  los 
tiempos ;  pero  al  través  de  aquella  teogonia,  que  vino  lentamente  formándose 
ai  desarrollarse  la  cultura  aborigen,  se  encuentran  pruebas  de  que,  lo  mismo 
entonces  que  en  nuestros  días,  la  vida  religiosa  de  los  pueblos  abarca  diversas 
fases  de  creencias  y  cultos,  informadas  por  esa  aspiración  necesaria,  instintiva, 
de  adorar  al  autor  de  la  vida.  El  proceso  de  la  evolución  religiosa  de  nuestros 
indios,  allá  en  épocas  de  mayor  esplendor,  deja  ver  lo  mismo  que  demuestran 
los  ritos  y  la  teología  de  los  asiáticos  y  de  los  primeros  países  europeos.     La 


—  351  — 

idea  de  la  trinidad  inda,  caldea  y  ofita,  la  purificación  por  el  agua,  el  perdón  de 
las  culpas,  el  sacrificio  para  aplacar  a  la  divinidad,  la  cruz  como  símbolo,  la  mi- 
tra, la  tiara,  las  iniciaciones,  los  ayunos,  y  muchas  otras  cosas  de  los  indios 
quichés,  comprueban  que  todas  las  religiones  del  mundo,  tienen  semejanzas 
desde  la  cosmogonía  de  Zoroastro,  las  cuatro  verdades  de  Budha,  las  enseñan- 
zas de  Votan,  los  diez  mandamientos  de  Moisés,  hasta  el  autruismo  divino  de 
[esús,  la  purificación  de  las  emociones,  la  expansión  de  la  inteligencia,  la  pure- 
ra del  amor,  la  armonía  celeste  de  su  doctrina  espiritual  y  consoladora. 

Los  rebaños  y  los  niños  se  apiñaban  a  Shri-Krishna,  que  los  atraía  con  la 
música  de  su  flauta,  y  las  multitudes  le  seguían  por  lo  seductor  de  su  palabra 
religiosa ;  la  elocuencia  sencilla,  convincente  de  Budha,  la  verdad  de  sus  pre- 
ceptos arrastraban  en  pos  del  sabio  de  la  India  a  los  que  tenían  ansia  de  dicha 
y  sed  de  saber ;  las  tradiciones  civilizadoras  de  Votan ;  la  aureola  de  Moisés,  su 
arrogante  fuerza  de  convicción,  llevaban  a  los  semitas  a  la  tierra  prometida ; 
pero  el  Mártir  del  Gólgota,  amparando  al  débil,  sacando  a  la  mujer  de  oprobio- 
sa servidumbre,  predicando  la  pobreza  y  la  humildad,  y  fundando  su  doctrina 
en  el  amor  al  prójimo,  trastornó  el  mundo  antiguo,  estableció  la  igualdad,  la 
fraternidad  y  la  libertad  bien  entendidas,  y  selló  con  su  sangre  inmaculada,  la 
Verdad  perdurable  en  la  tierra.  ¡  El  que  lo  desee  que  beba  libremente  del  agua 
de  la  vida !. . . .  ¡  Entre  los  quichés  la  cruz  simbolizó  los  rayos  que  la  fecundan ! 
j  La  cruz  representaba  al  rol  en  la  teogonia  de  los  países  primitivos  !  ¡  La  cruz 
fué  vida,  fué  luz,  fué  verdad ! 

Hubo  entre  nuestros  indios  una  casta  de  sacerdotes  que  ejercía  grande 
influencia  por  medio  de  los  oráculos,  y  se  respetaban  como  inmunes  o  sagrados. 
El  Pontífice  Máximo  llevaba  túnica  blanca  de  algodón,  y  encima  una  especie 
de  dalmática,  con  figuras  simbólicas,  mitra  en  la  cabeza,  sandalias  en  los  pies, 
tegidas  de  oro  de  colores,  y  al  cinto  cuchillo  de  jalde.  Nadie  osaba  verle  el 
rostro,  seguros  de  que  al  hacerlo  perderían  la  vida  en  el  acto.  Los  sacerdotes 
máximos  de  Tohil  y  Gucumatz,  pertenecieron  a  la  real  casa  de  Cawek,  y  te- 
nían el  cuarto  y  quinto  rango  respectivamente  entre  los  grandes  del  imperio ; 
Ahan-Avilix,  el  supremo  sacerdote  de  la  casa  de  Ahan  Quiche ;  y  los  dos  sumos 
pontífices  del  templo  de  Khaba,  en  Utatlán,  eran  de  la  casa  Zakik,  y  cada  uno 
tenía  asignada  una  provincia  para  su  mantenimiento.  Los  sacerdotes  de  Tohil 
debían  ser  muy  castos  y  continentes,  sin  que  jamás  pudieran  comer  carne. 
Desde  muchachos  los  castraban,  acostumbrándolos  a  macerarse  el  cuerpo, 
como  fakires.  Cuando  moría  el  alto  sacerdote,  era  embalsamado  y  se  sepulta- 
ba en  una  cripta,  bajo  el  palacio.  Tanto  respeto  tenían  a  los  pontifices.  que  si 
alguien  era  osado  de  tocarlos,  se  juzgaba  que  caería  muerto  sin  remedio. 

En  los  principios  de  las  sociedades  los  sacerdotes  máximos  han  sido  los 
reyes  en  gobiernos  teocráticos,  como  los  de  Votan,  Zamná,  Kukulcán,  y  los 
demás  semimíticos  fundadores  de  la  civilización  maya.     En  Guatemala  los 


~  352  — 

pontífices  que  presidían  los  temólos  en  que  se  tributaba  culto  a  la  trinidad 
quiche  de  Tohil,  Awilix  y  Gucumatz,  eran  todos  príncipes  de  tres  familias  rea- 
les, con  títulos  que  se  registran  en  las  cronologías  de  la  nobleza  quiche,  como 
puede  verse  en  el  Popol-Vuh.  Dícese  que  uno  de  los  más  poderosos  reyes 
creó  dos  títulos  sacerdotales  de  la  famlia  de  Zakik. 

El  P.  Xim'énez  asegura  que  en  la  Verapaz  el  pontífice,  próximo  al  monarca 
en  poder,  era  electo  por  el  puebio,  entre  los  de  cierto  linaje  nobilísimo.  En 
Chiquimula  existía  Mictlán,  centro  religioso  y  de  grandes  romerías,  regido 
por  un  herarca,  hereditario  que  llevaba  el  título  de  Teoti,  auxiliado  por 
un  cabildo  de  eclesiásticos  o  consejo  de  cinco,  era  el  que  gobernaba  a  los  otros 
sacerdotes  (i). 

La  idea  de  castas  estaba  tan  arraigada  entre  los  quichés,  que  al  pueblo  le 
llama  siempre  el  Popol-Vuh,  hormigas,  ratas,  micos,  etc.  Los  que  no  eran 
^para  las  guerras  cultivaban  las  tierras,  (milpaa.)  de  los  señores  y  sacerdotes, 
pAgandn  gorin  renso  (2)- 

Las  naciones  civilizadas  que  vivieron  por  Chiapas,  Guatemala,  Yucatán  y 
Honduras,  han  dejado  ocultas  entre  los  tupidos  bosques,  antiquísimas  ruinas  de 
templos,  sacrificatorios,  etc.,  que  son  superiores  en  extensión  y  magnificencia 
a  cuantos  encontraron  los  españoles  en  el  territorio  azteca  y  aun  en  las  vivien- 
das particulares,  según  lo  hemos  indicado  ya,  apoyados  en  el  testimbnio  de  Las 
Casas  (3).  Cuenta  Oviedo  que  los  indios  de  Guatemala  tenían  un  aposento 
para  adorar  a  los  dioses  lares,  a  los  cuales  ofrecían  sacrificios  y  quemaban  in- 
cienso, copal  y  otras  reciñas  (4). 

En  Nicaragua  eran  generalmente  de  madera  los  templos  y  tenían  en  frente 
un  cerro  piramidal  (Maud)  construido  al  efecto  de  talpetate,  en  cuya  cima  se 
hacían  los  sacrificios  ante  el  pueblo  (5). 

En  Guatemala  vio  Cortés  varios  templos  como  los  de  México  (6)  y  el  que 
más  le  llamó  la  atención  fué  el  de  Tohil,  en  Utatlán,  que  era  un  edificio  cónico, 
con  gradería  al  frente,  de  numerosas  divisiones,  y  en  la  cúspide  una  plataforma 
grandísima,  que  servía  de  base  a  una  capilla,  edificada  de  rica  piedra,  y  con 
techo  de  maderas  preciosas,  el  interior  y  el  exterior  de  las  paredes  estucados,  y 
sobre  un  trono  de  oro  enriquecido  con  preciosas  piedras,  se  hallaba  sentada  la 
intagen  del  ídolo.  La  descripción  que  hace  Brasseur  de  Bourbourg  de  este 
templo  célebre,  ofrece  mucho  interés  y  deja  ver  hasta  que  punto  era  grandiosa 
su  arquitectura  y  esmerada  su  construcción  (7). 


(1)  Xlménez,  Historia  Indiana,  pásr'  200. 

(2)  Palacio.  Cart«. 

(3)  Historia  Apolotrética.  capítulo  124. 

(4)  Historia  General  de  las  Indias. 

(5)  Pedro  Mart.vr.  década  VI. 

(6)  Cartas  de  Cortés  al  Emperador  Carlos  V.  lyág.  448. 

(7)  Hlst.  de  Nat.  Civ    de  México  et  de  Ciuatemala.  tomo  II.  pá>r    .">"?. 


p 


—  353  — 


La  pirámide  constituía  la  base  de  la  arquitectura  de  la  América  Central, 
manifestándose  sobre  todo  en  las  construcciones  religiosas,  al  contrario  de  lo 
que  sucede  al  presente,  que  donde  menos  se  emplea  es  en  los  palacios.  Los 
teocallies  o  templos  tenían  forma  de  altares,  de  elevadísima  altura,  y  eran  gene- 
ralmente pirámides  cuadriláteras,  orientadas  con  toda  precisión  hacia  los  cua- 
tro puntos  cardinales,  y  en  cuya  cúspide  perfectamente  plana,  se  encontraban 
amenudo  emplazadas  otras  construcciones  religiosas,  que  surgían  sobre  senci- 
llos planos  inclinados  o  bien  sobre  grandes  mesetas  en  forma  de  terrazas.  A  la 
plataforma  superior  daban  acceso,  por  uno  o  varios  lados,  unas  escaleras  an- 
chas, sumamente  pendientes,  y  que  en  algunos  casos  subían  en  zig-zags  de  una 
a  otra  meseta.  En  derredor  de  los  teocalies  se  hallaban  las  viviendas  de  los 
sacerdotes,  así  como  otros  departamentos  necesarios  para  el  culto  de  sus 
dioses  (i). 

Los  indios  pipiles  de  San  Salvador,  dice  Palacios,  en  su  "Relación  a  Feli- 
,pe  11/'  tenían  un  papa,  que  llamaban  Tectí,  el  cual  vestía  larga  ropa  azul  y  os- 
tentaba en  la  cabeza  diadema  y  a  veces  mitra,  labrada  de  varios  colores,  y  en 
los  cabos  de  ella  manojos  de  plumas  muy  buenas,  de  unos  pájaros  que  hay  en 
esta  tierra  llamados  quetzales.  Llevaba  el  pontífice  un  báculo  en  la  mano,  a 
manera  de  obispo.  El  Tehua  Matlini,  era  el  vicario  hechicero,  letrado  en  sus 
libros  y  artes,  sabedor  en  pronósticos  y  agüeros.  Adoraban  al  sol  cuando  salía, 
y  tenían  dos  ídolos  principales,  el  de  Quezalcoatl  y  el  de  Itzequelle.  Hacían 
dos  sacrificios  ordinarios,  el  de  principios  de  invierno  y  el  de  comienzos  de 
verano. 

Mucho  se  ha  censurado  a  los  indios  americanos  porque  acostumbraban  los 
sacrificios  en  su  religión ;  pero  a  la  verdad,  es  preciso  recordar  que  en  la  base 
de  todas  leas  teogonias  se  encuentra  el  sacrificio.  Entre  los  mismos  hebreos, 
Abraham  tuvo  levantada  la  cuchilla  contra  su  hijo  Isaac,  para  darle  muerte, 
que  se  evitó  por  la  voz  de  Jehová,  y  hubo  de  sacrificarse  en  su  lugar,  un  cordero, 
que  estaba  enredado  entre  las  zarzas  como  recordando  al  que  se  inmoló  antes 
de  la  creación  de  los  mundos,  de  que  habla  el  Apocalipsis.  En  la  India  halla- 
mos el  sacrificio  del  caballo.  En  los  egipcios  es  la  destrucción  de  Osiris,  muti- 
lado por  Tifón,  la  serpiente  infernal.  Baco  muere  a  manos  del  Titán,  el  de- 
monio. Siempre  y  en  todas  partes  precede  el  sacrificio  divino  a  la  creación, 
de  donde  tomaron  los  pueblos  antiguos  la  idea  de  ofrecer  a  sus  dioses  holo- 
caustos, que  si  repugnan  a  la  luz  de  la  cultura  actual,  no  fueron,  por  cierto, 
exclusivos  de  la  gente  indiana  de  América,  sino  comunes  a  las  antiguas  reli- 
giones.    En  el  cristianismo  aparece  Jesús  ofreciéndose  en  holocausto  a  su 


(1)  véase  "América,"  ixirli.  C  ron  a  u.  tomo  I.  i)ií>r,  W.  En  la  onullta  Introducción  que  psoribló  el 
abate  Brasseur  de  Bourbourtr  para  su  ol)ra  "Po|)ol  Vuh."  o  el  "LihnjSairí-ado  y  los  mitos  de  la  antitrufledad 
americana."  liay  mucho  que  ilustra  la  materiade  este  capítulo. 


-354  — 

Padre,  que  está  en  los  cielos;  y  quedó  el  simbólico  sacrificio  de  la  misa,  en  con- 
memoración de  la  muerte  del  Justo.  "Hoc  facite  in  meam  conmemorationem." 
El  transformismo  es  también  ley  religiosa. 

Cuando  los  españoles  comenzaron  a  catequizar  a  los  indios,  lejos  de  preo- 
cuparse por  conocer  su  religión,  la  detestaban  ciegamente,  creyendo  que  el 
demonio  era  el  autor  de  aquellas  creencias,  y  que  andaba  siempre  metido  en  los 
ritos  y  ceremonias  indianos,  siendo  causa  de  que  los  infelices  aborígenes  no 
abrazasen  pronto  el  cristianismo.  Los  frailes,  por  otra  parte,  dice  el  abate 
Braseur  de  Bourbourg,  tomaban  más  interés  en  conocer  los  usos  y  costumbres, 
que  querían  desenraizar,  que  no  en  comprender  el  sentido  más  elevado,  que 
los  nobles  y  sacerdotes  dieron  a  sus  simbolismos  y  ceremonias  (i;. 

Hubo  una  destrucción  horrenda,  una  persecución  sin  tregua,  ni  cuartel. 
Los  ídolos,  los  templos,  los  sacerdotes,  los  altares,  los  escritos,  cuanto  se  rela- 
cionaba con  su  culto,  era  pecado  horrible,  motivo  de  atroces  tormentos,  de  in- 
contables hecatombes. 

Todavía  en  tiempo  de  Fuentes  y  Guzmán,  ya  entrado  el  siglo  diecisiete,  se 
encontraban,  al  arar  las  tierras,  enormes  ídolos,  y  muchísimos  pequeños  al 
labrarlas.  "Eran,  dice,  espantosos  y  descomunales  figuras,  de  tal  proporción, 
de  piedra  robusta  y  dilatada,  que  de  estos  ídolos  se  forma  y  hace  banco  a  las 
vigas  y  prensas  de  los  ingenios  de  azúcar,  siendo  su  sólida  materia  suficiente 
a  resistir  tan  poderosos  maderos"  (2).  Este  era  el  destino  que  se  daba  a  aque- 
llas piedras,  que  hoy  se  compran  harto  caras  en  los  museos,  y  que  nuestros 
antepasados  veían  como  abortos  del  demonio.  La  devastación,  la  hecatombe, 
el  anonadamiento  se  llevó  hasta  destruir  las  memorias,  las  tradiciones,  la  his- 
toria de  las  razas  vernáculas  de  América.  • 

Don  Vicente  Nrciso,  que  ha  vivido  muchos  años  entre  los  poconchíes, 
proporciona  curiosos  datos  acerca  de  su  religión.  Vamos  a  tomar  literalmente 
los  siguientes :  "Adoran  un  Ser  Supremo,  bajo  los  atributos  de  gran  creador 
e  imjnilsador — Kijiv^al,  Gran  emperador, — Nim-aj-wal,  Grandeza, — Nomal,  y 
Analizador  de  la  existencia  universal,  Satwal-catxarik. 

Tienen  también  otros  dioses  menores,  como  el  de  los  terrenos  y  caminos, 
Ink-kixkam  (de  los  cerros  y  planes)  el  del  hogar  y  el  del  individuo  Nawal. 
Hay  también  el  Rakun-Ink,  hijo  del  acero,  dios  de  la  caza.  Además  cada  zona 
tiene  su  especial  divinidad  a  la  que  invocan  en  sus  ermitas,  que  son  los  lugares 
de  sus  antiguos  templos  y  a  la  vez  cementerios.  Reconocen  ciertos  árboles 
como  sagrados,  siendo  el  principal  la  ceiba,  a  cuyo  derredor  celebran  sus  con- 
ciliábulos, en  lugares  apartados.     Allí  ocurren  los  brujos  a  librar  a  sus  pa- 


(1)  Temaux  Copans,  Essal  sur  la  Teotronle.  In  noiivelles  annallesde  volllatres.  vol.  «5.  páír.  .74. 

(2)  Record  a  clí'm  Florida.  Tomo  TI,  páír.  10 


—  355 

cientes  de  los  maleficios.  También  reverencian  a  los  animales,  con  sus  atri- 
butos ya  favorables,  ya  adversos,  siendo  muchos  de  ellos  agoreros  de  sus 
destinos. 

Hay  dioses  que  patrocinan  sus  venganzas  y  otros  que  prodigan  sólo  favo- 
res.    El  bien  y  el  mal,  representado  a  cada  paso  en  su  teogonia. 

Los  dioses  burlones,  como  el  Inq-kix-kam,  se  complacen  en  atormentar  a 
ciertos  individuos,  perdiéndolos  en  el  camino,  ocultándoles  el  objeto  que  bus- 
can en  el  bosque  o  conduciéndolos  hasta  el  abismo  en  que  son  precipitados, 
siéndoles  también  grato  llevarlos  con  felicidad  a  su  destino. 

Los  poconchis  creen  en  la  transmigración  y  en  otra  existencia  astral  de 
penas  y  castigos.  El  Xulaj  es  el  alma  que  no  alcanzó  misericordia,  y  vaga  por 
la  tierra  causando  espantos  a  su  tribu  y  turbando  sus  sueños  con  terribles  pesa- 
dillas. El  Ajyamj  es  otro  espiritu  que  inquieta  a  los  poconchis,  aunque  más 
malévolo.  El  Xulaj  es  un  ser  digno  de  lástima  y  de  desprecio,  mientras  que  el 
Aj-yajm  es  más  independiente,  y  sus  apariciones  son  harto  funestas.  Aque- 
llos indios  creen  en  el  cielo  (taxaj)  de  los  buenos,  y  en  el  infierno  de  los  malos 
(pan-kak). 

La  mayor  maldad,  a  juicio  de  los  poconchies  es  no  reverenciar  a  sus  dioses 
celebrando  sus  fiestas  dignamente.  Por  cumplir  con  ello,  pueden  sacrificar  su 
trabajo  de  un  año  y  hasta  comprometer  sus  bienes. 

El  robo,  la  mentira,  no  tienen  una  importancia  moral,  y  colocarían  estas 
culpas  en  un  tercer  orden  en  la  escaíla  de  la  gravedad.  F^  Nahual^  que  es  el 
dios  del  individuo,  lo  proteje  cual  ángel  tutelar  en  todas  las  empresas,  encar- 
nándolo en  algún  animal,  como  serpiente,  tigre,  león,  etc.  La  virtud  del  Na- 
hual  se  refleja  directamente  sobré  el  individuo,  haciéndolo  feliz,  mediocre  o 
desgraciado.  Si  el  nahual  muere,  ahi  comienzan  todas  las  desgracias  para  el 
protegido,  quedando  un  ser  sin  base  y  sin  apoyo  divino  de  ninguna  especie ;  a 
quien  le  concedió  riquezas  se  verá  reducido  a  la  miseria,  sin  honores  y  lleno  de 
enfermedades.  Por  eso  respetan  ciertas  serpientes  y  algunas  fieras,  a  las  que 
sólo  por  necesidad  exterminan. 

El  Buho-Woron  es  el  símbolo  de  toda  superstición,  y  los  poconchies  son  en 
extremo  supersticiosos.  Frecuentemente  ofrecen  a  sus  dioses  velas  de  arra- 
yán encendidas — Katoi — flores,  maíz,  huevos — Xoy — adorno  ;  queman  ante 
los  índolos  pom,  que  es  cierta  reciña  que  se  produce  en  los  lugares  de  la  costa. 
A  la  ofrenda  ha  de  acompañar  siempre  la  bebida  espirituosa,  como  que  el 
estado  de  embriaguez  produce,  según  ellos  dicen,  una  elevación  del  espíritu 
y  favorable  ambiente  para  que  los  dioses  sean  propicios.  La  raíz  etimológica 
X-oj  así  lo  indica :  irse,  elevarse,  atarantarse. 

Tienen  tres  clases  de  sacerdotes.  El  Aj-kij-zahorí,  del  bien,  el  Aj-war,  del 
mal,  y  el  Aj-pom  del  incensario,  de  los  sucesos  pequeños  o  indiferentes. 


-35^>- 

El  cronista  Ximénez  describe  menudamente  el  templo  de  Tbhil,  en  Uta- 
tlán,  cerca  de  Santa  Cruz  Quiche,  como  hemos  explicado  anteriormente.  El 
templo  que  los  quichés  tenían  para  sus  sacrificios  era,  según  Stephens,  de  una 
estructura  cuadrangular  de  piedra,  de  setenta  y  seis  pies  por  lado,  en  la  base, 
y  que  se  elevaba  en  forma  piramidal,  hasta  sesenta  y  seis  pies.  En  tres  de  sus 
lados  tenían  en  medio  una  hilera  de  gradas.  En  las  esquinas  cuatro  estribos, 
como  para  que  la  piedra  corta  que  los  forma,  diera  más  solidez  a  toda  la  cons- 
truc-zión.  En  el  lado  que  mira  al  poniente  no  tenía  escalones,  sino  que  está 
liso,  cubierto  de  estuco,  ya  muy  gris  por  la  intemperie ;  pero  en  el  que  aún  se 
descubren  figuras  pintadas  de  tigres.  En  la  parte  superior  de  la  pirámide 
estaba  la  piedra  de  los  sacrificios,  el  ara  sangrienta,  que  tanto  se  veneraba,  cun 
terror  fanático. 

Los  cheles  y  manches  de  la  Verapaz,  dice  Bancroft,  (i)  impresionados 
por  los  rasgos  selváticos  de  aquella  paradisiaca  naturaleza,  veneraban  los 
montes,  y  en  uno  llamado  Escurruchán,  que  se  levantaba  en  el  encuentro  de 
varios  ríos,  tenían  un  fuego  sagrado  perenne,  al  cual  cada  transeúnte  le  echaba 
leña,  para  los  sacrificios.  Cuenta  Remesal  (2)  que  en  otro  sitio  encontraron 
los  frailes  un  gran  altar  de  piedra,  rodeado  de  una  cerca,  en  el  que  q^uemaban 
antorchas  de  cera  negra  y  maderas  recino.sas.  Ante  este  altar  ofrecían  san- 
gre  de  los  niismos  indios. 

Los  naturales  de  la  V'érapaz,  de  carácter  independiente,  de  origen  maya, 
de  aquella  montañosa  región  de  Tezulutlán.  celebraban  sus  niisterios  en  la 
famosa  Cueva  de  Lanquín,  <|ue  es  una  verdadera  maravilla.  La  entrada  se 
encuentra  a  la  margen  derecha  de  un  hermoso  río,  cuyas  aguas  .son  cristalinas 
y  frescas,  al  cruzar  el  interior  de  la  gruta,  escapándose  después  por  ancha  boca, 
que  las  deja  salir  a  borbollones.  La  cueva  de  Cacahuamilpa.  en  México,  es  una 
de  las  más  famosas  del  mundo;  |)ero  no  tiene  la  grandiosidad,  ni  la  brillantez 
y  magnificencia  de  esta  de  Lanquín.  La  c(mii)osio¡ón  calcárea  de  las  rocas,  al 
filtrar  el  agua  de  las  lluvias,  arrastran  una  saturación  densa  de  carbonato  de 
cal,  que  se  va  de])ositando  lentamente  en  agregaciones  sucesivas,  con  el  trans- 
curso de  los  siglos,  hasta  formar  cristalizaciones  de  pureza  maravillosa  y  de 
consistencia  notable.  Una  filtración  primera  forma  la  estalactita,  y  el  residuo 
líquido  que  ésta  deja  caer,  llega  a  producir  la  estalacmita,  en  el  piso  de  la  gruta 
mientras  que  el  excedente  acuoso  corre  a  precipitarse  en  arroyos,  que  después 
forman  esos  ríos  alcalinos,  que  siempre  salen  de  las  cuevas  de  aquella  especie, 
como  la  que  se  encuentra  en  la  isla  de  Menorca.  La  gota  de  agua,  el  grano  de 
sal,  los  microbios  calcáreos,  con  los  zapadores  de  aquella  gruta,  que  cuenta 
miles  de  siglos  de  existencia. 


(1)  Tomo  III.  píítr.  S2. 

(2)  Uistoiia.  i>á»r.  r-.v.. 


f  —357- 

La  entrada  de  la  cueva  misteriosa  de  Lanouin.  parece  una  especie  de  aba- 
nico o  concha,  de  matices  plomo  y  ocre,  destacándose  ios  abruptos  peñascos 
entre  el  risueño  follaje  de  las  plantas  trepadoras.  Para  llegar  al  vestíbulo,  se 
pasa  por  una  cornisa  de  pocas  varas,  formada  por  enorme  piedra  que  sol)resale 
del  torrente  mugidor,  que  está  a  los  pies,  y  que  al  fin  permite  llegar  a  la  gran 
boca  obscura  e  irregular,  abierta  en  varias  direcciones,  prolongándose  hacia 
el  interior  y  exhibiendo  caprichosas  estalagmitas,  en  un  descenso  que  va  a 
perderse  en  vagas  curbas,  a  otro  salónde  la  encantadora  cueva,  como  todayía 
la  suponen  algunos  indios  de  la  Verapaz.  Llégase  al  fin  a  una  sobervia  bóve- 
da, como  cuajada  de  cristales,  reverberantes  a  la  luz  de  las  antorchas  encen- 
didas con  que  se  contempla  aquella  rotonda,  que  parece  mansión  de  hadas  o 
palacio  de  las  Mil  y  Una  Noches.  A  un  lado  se  da  con  una  galería,  en  forma 
oblonga,  que  acaba  en  una  cubierta  de  un  solo  cristal  opaco,  terso,  gris,  que 
decora  aquel  recinto,  en  donde  se  cree  que  iban  los  aborígenes  a  celebrar  sus 
misterios,  convirtiéndose  en  gigantesco  hipogeo.  Aún  se  distinguen  en  aquel 
enorme  vidrio  esta  inscripción:  "Mendoza,  1573."  Parecen  orgías  de  rayos, 
cascadas  de  brillantes,  surtidores  de  chispas,  espejismos  de  sol,  las  innumera- 
bles y  fantásticas  luces,  que  se  desprenden  de  las  colosales  columnatas,  al  re- 
flejo de  las  teas  de  ocote,  con  que  se  iluminan  las  diversas  secciones  de  la 
Cueva  de  Lanquín.  Oyese  el  gotear  del  agua,  el  rebullir  de  la  cascada,  lan- 
zando aquí  y  allá  fosforescentes  matices,  al  batir  de  las  rápidas  alas  del  mur- 
ciélago, que  tiene  su  guarida  entre  las  endeduras  de  las  rocas ;  algún  silbido 
tétrico  de  serpientes  asiladas  por  tan  rarísimos  lugares,  y  que  se  asustan  de  la 
importuna  visita  de  seres  humanos,  que  movidos  por  la  curiosidad,  contemplan 
con  asombro  aquella  cueva  dantesca,  que  constituye  una  de  las  más  sublimes 
maravillas  de  la  tierra.  ¿Quién  diría  que  la  gota  de  agua,  obrera  temblorosa, 
asociada  al  tiempo  y  al  residuo  calcario,  había  de  construís  aquella  mansión  de 
hadas,  aquel  laberinto,  en  el  que  fácil  es,  sin  usar  de  precauciones,  quedarse 
perdido? 

Diez  leguas  al  nordeste  de  Cahabón,  cerca  de  la  finca  de  Chimuy,  se  en- 
cuentra otra  famosa  cueva  en  extremo  cavernosa,  con  huellas  de  tigres,  enor- 
mes piedras  calizas,  riachuelos  subterráneos  que  la  atraviesan  y  rasgos  de  ve- 
tustez antediluviana.  Mas  allá,  en  medio  del  camino  entre  Cahabón  y  Sinahú, 
sobre  la  ruta  que  va  al  Peten,  se  descubre  una  enorme  gruta,  con  tradiciones 
antiquísimas,  mezcladas  de  consejas  diabólicas,  que  refieren  medrosos  los 
indígenas  de  aquellas  apartadas  comarcas,  que  a  la  vez  creían  en  Xibalbá,  la 
residencia  subterránea  de  los  poderes  nocivos ;  del  "lugar  de  donde  viene  la 
muerte  y  a  donde  van  los  muertos,"  según  dice  el  Popol  Vuh  (página  70). 

En  medio  de  aquella  arborescencia  tropical,  entre  el  silencio  del  bosque 
virgen,  en  la  región  desolada,  se  reconcentra  el  espíritu,  se  confunde  la  razón 
con  la  naturaleza,  y  se  pregunta,  ¿hay  algún»  época  en  la  historia,  hay  algún 


-358- 


\j 


lugar  habitado  en  el  mundo  en  cjue  el  hombre  no  haya  orado?  ¿Hay  en  1í 
tierra  polvo  alguno  donde  el  hombre,  humillado  ante  Dios,  no  haya  hundidc 
la  frente?  Las  teogonias  más  antiguas  prueban,  en  medio  de  sus  errores  } 
aberraciones,  que  la  aspiración  a  la  causa  primera  es  característica  de  la  hu 
manidad.  Dios  se  revela  al  hombre  en  las  leyes  de  la  creación  y  en  los  instin 
tos  universales,  perpetuos  y  omnipotentes  e  infalibles  de  las  especies  c|u< 
viven.  El  quejido  que  exhala  el  niño  recién  nacido,  por  el  pecho  materno  (¡m 
no  conoce,  el  cacareo  desesjierado  del  gallo,  el  susto  de  los  polluelos,  el  afái 
de  la  gallina,  al  ver  pasar  por  el  suelo  la  sombra  desconocida,  pero  ominosa 
del  gavilán  que  corta  el  aire ;  al  oír  el  grito  nuevo,  desconocido,  del  águila  qu( 
desciende  de  las  nubes,  prueban  mucho ;  pero  más  prueba  el  instinto  religios( 
en  el  corazón  del  hombre. 

Tenían  estos  pueblc)sjle  Centro-América  (los  géneros  de  sacrificios:  pú 
blicos  y  particulares.     Aquellos  lc)s_celebrabaja_cujuaiinidad  efítera^^a^^ 
grandes  solemnidades  político  r-'!  "¡"-i  s  ¡fistos  eran  costeados  por  cualq^iie 
particular,  según  su  necesidad  ti^  Hablaremos  de  los  públicos,  úni 

eos  que  podrán  interesar  al  curioso  lector.  Ofrecíanse  ordinarianiVntc  en  la 
gestas  periódicas  de  cada  afUh  o  en  casos  e^ttmordinnrit);^,  c  nnmln  ;il}riiii:i  nci'O. 
sidad  o  acontecimiento  lo  reciuerian.  Kl  sacrificio  no  se  celebraba  sin  hace 
previa  consulta  al  Sacerdocif)  y  al  K.stado,  juntándose  d  reyezuelo  v  los  gran 
des  de  la  provincia  con  los  principales  Teupas.  para  decidir  en  sesión  plena,  1( 
concerniente  al  día  y  hora,  materia  y  forma  del  proyectado  sacrificio.  ilech< 
ésto,  o  por  acuerdo  de  los  n(»tables,  o  por  embustes  de  los  adivinos,  supremo 
oráculos  de  la  nación,  empezaba  desde  luego  la  vigilia.  Parecerá  increíble 
pero  nada  hay  en  ello  que  no  pueda  explicarse  por  el  sui)remo  fanatismo  qu 
ejercía  la  ignorancia  sobre  aquellas  gentes,  (|ue  como  todos  los  pueblos  antí 
quisimos,  tenían  sacrificios,  según  se  ha  indicado  anteriormente.  Precedía 
la  solemne  fiesta  un  ayuno  rigurosÍRÍmo,' o  mejor  diremos,  un  ejercicio  d 
bárbara  penitencia,  continuando  por  espacio  de  cuarenta,  sesenta  y  aún  má 
días,  según  la  mayor  o  menor  importancia  de  la  solemnidad  (t  ).  Durante  cst 
larga  y  horrible  cuarentena,  no  bastaba  ofrecer  diariamente  sacrificios  d 
animales,  frutas,  flores,  incienso,  etc.,  era  preciso  sacrificarse  a  sí  mismo,  de 
Tramando  copiosa  sangre  de  todo  su  cuerpo,  arrancándosela  con  afilados  peder 
nales,  de  los  brazos,  las  piernas,  los  oíos,  las  narices  y  otras  partes  del  cuerpo 
y  obligando  a  hacer  lo  mismo  a  sus  hijuelos.  Estos  ejercicios  se  practicaba! 
públicamente  en  el  templo,  donde  era  menester  pasar  orando  los  días  y  la 
noches.  Los  sacerdotes  y  los  hombres  casados  se  tiznaban  todo  el  cuerpo,  ló 
que  no  lo  eran  se  ungían  con  una  especie  de  almagre  o  tierra  colorada.     Nin 


(1)  El  canftnlo  XVTII  de  'a  cuHon  obra  anticua  Kepúbticat  df  Indiat.  trata  de  La  euareíma  gi 
tenia  la  gente  de  Guatemal*,  y  4e  si^s  ayunos,  de  los  sactificios  que  hadan  de  hombres  y  cómo  mataban  a  sí 
padres  citando  eran  viejos. 


—  359  — 

gún  hombre  dormía  en  su  casa  por  esta  temporada,,  sino  en  unos  portales  o  <X^ 

ramadas  llamadas  calpulesjbechas  para  el  caso  en  las  inmediciones  del  templo. 
Las  mujeres  sólo  con  los  niños  debían  permanecer  encerradas  en  sus  chozas, 
de  donde  a  ratos  salían  para  practicar  sus  ritos  y  andar  sus  estaciones.  Quie- 
nes gozaban  de  más  libertad  en  estos  días  eran  los  esclavos  condenados  al 
cuchillo.  La  costumbre  exigía  dar  suelta  a  aquellos  infelices,  al  comenzar  el 
tiempo  de  la  penitencia,  a  efecto  de  lo  que,  sin  quitarles  una  argolla  que  lleva- 
ban al  cuello,  les  permitía  vagar  por  el  pueblo  libremente,  introducirse  y  aún 
comer  en  cualquier  casa,  en  cuenta  la  del  príncipe,  sólo  con  el  apremio  de  no 
salir  fuera  de  la  población,  ni  perder  de  vista  a  cuatro  guardias  que  les  custo- 
diaban. Por  lo  demás,  un  resto  de  humanidad  hacía  que  fuesen  bien  tratados 
por  entonces  aquellos  pobres  hombres,  cuyos  descuartizados  miembros  no 
arrancarían  un  ay  de  compasión  a  la  supersticiosa  muchedumbre.  Pero  lle- 
gaban por  fin  los  últimos  siete  días  de  la  preparación,  y  los  infelices  cautivos 
sepultados  en  una  cárcel  vecina  al  templo  mismo,  veían  extinguírseles  eterna- 
mente la  luz  de  libertad  y  de  vida.  Sin  duda  para  suavizarse  aquellos  días  de 
horror  y  de  capilla,  si  acaso  no  era  por  efecto  de  instintos  repugnantes,  de  los 
que  hallamos  sobrados  indicios  en  estas  mismas  ceremonias,  les  daban  de 
comer  y  de  beber  en  abundancia,  hasta  el  exceso  y  la  embriaguez.  Cuando  j, 
ya  no  faltaban  sino  tres  días  de  abstinencia,  el  pueblo  entero  se  esparcía  por 
plazas  y  caminos ;  todo  se  barría  y  regaba  de  flores,  se  cubría  con  menudas 
hojas  de  pino,  se  adornaba,  en  fin,  con  cuanto  podía  contribuir  al  lucimienta  :\  A 
de  la  fiesta.  Al_ amanecer  del  postrer  día  y  limpjo,d,  local  del  Teucalli,  y  bicí^  jjN^ 
aderesados  los  braseros,  labávanse  todos  de  sus  unturas  y  tiznevS,  y  se  vestían'  i 
las  mantas  nuevas  y  galanas.  Adornaban  a  su  modo  los  altares,  figurando 
entre  los  adornos  la  mazorca  o  espiga  del  maíz ;  juntaban  sus  instrumentos 
músicos,  pitos,  conchas  de  tortugas,  tunes,  y  atabales,  y  en  suma,  lo  tenían  todo 
listo  para  la  entrada  de  la  noche.  Entonces  propiamente  empezaba  la  solem-í 
nidad.  Los  hijos  del  rey  y  otros  magnates  salían  del  pueblo,  en  busca  de  susj 
dioses,  mientras  que  los  ministros  sagrados  y  el  rey  mismo  se  disponían  alj 
gran  recibimiento.  Es  de  saber  que  en  muchas  de  estas  partes.  acostumbraban| 
guardar  los  principales  ídolos  en  lugares  muy  recónditos,  como  en  la  espesura' 
de  los  montes  o  en  la  profundidad  de  las  cuevas ;  ya  porque  les  pareciese  que 
sus  divinidades  ganaban  en  respeto  con  aquel  apartamiento  de  la  vista  de  los 
hombres,  en  lo  que  ciertamente  no  carecían  de  sentido  común,  o  ya  porque  los 
comprovinciales  no  se  los  hurtasen,  envidiosos  como  eran  de  los  pueblos  qwí 
poseían  ídolos  mejores.  Iban,  pues,  los  jóvenes  más  notables  a  sacar  a  los 
ídolos  de  aquellas  honduras  y  cavernas,  y  traíanlos  sobre  sus  hombros  con 
gran  procesión  y  ceremonia,  haciendo  posas  dctrcrho  en  trecho,  para  ofrecer- 
les incienso  y  pequeños  sacrificios.  Al  acercarse  la  comitiva  salía  el  Teutí  ai 
recibirlos,  con  gran  acompañarniento  de  Teupijcquis  y  Teupas,  y  en  el  punto 


—  ,^hO  — 

del  encuentro  se  hacía,  por  supuesto,  alguna  ofrenda  y  se  degollaba  alguna 
victima.  Entonces  contiiuialia  ia  marcha  silenciosamente  hasta  quedar  los 
Ídolos  colocados  en  el  tem])lo.  Una  señal  convenida  anunciaba  al  i)ueblo  estar 
los  dioses  en  posesión  de  sus  altares.  Al  aviso  sucedian  los  clamores  de  jú- 
bilo, los  gritos  de  alegría,  al  tañido  atronante  de  atanibores,  los  bailes,  danzas, 
cantos,  regocijos,  en  fin,  cuanto  podía  hacer  sensible  el  tránsito  de  la  peniten- 
cia a  la  disolución.  En  estas  devotas  tareas  les  hallaba  el  alba  <lel  gran  dia 
de  las  expiaciones.  En  amaneciendo,  volvían  a  sus  casas,  no  para  sui)l¡r  el 
sueño  desperdiciado  aquella  noche,  sino  para  aderezarse,  lavarse  y  llevar  las 
ofrendas  y  víctimas  particiilares,  <|ue  recibían  y  ofrecían  los  ministros,  mien- 
tras que  los  fieles  hacían  al  numen  presente  sus  necesidades  (i).  Pasada  así 
gran  parte  de  la  mañana,  llegaba  la  hora  del  grande  y  solemne  sacrificio.  El 
pontífice  Supremo  se  revestía  de  sus  bordados  ornamentos,  que  según  nues- 
tros cronistas,  consistían  en  una  capa  cuya  hechura  no  saben  ellos  mismos 
describir,  una  corona  o  diadema  de  preciosa  labor,  conforme  a  la  ri(|ueza  de  los 
pueblos,  con  su  gran  penacho  de  plumas  de  quetzal,  una  especie  de  báculo,  y 
en  fin,  otros  arreos  que  le  hacían  muy  autorizado  y  vistoso.  Tan  ricas  como  el 
pontifical  debían  ser  las  andas  sobre  (jue  colocaban  al  grande  ídolo,  para  lle- 
varlo en  procesión  al  redc<lor  del  templo,  por  atpiel  espacioso  patio  (jue  deja- 
mos descrito.  Terminaba  la  procesión,  durante  la  cual  subía  de  punto  el  rego- 
cijo del  público,  con  las  multiplicadas  danzas  y  músicas,  paraban  al  ídolo  en  su 
altar,  junto  a  la  piedra  fatal,  en  que  iban  a  ser  inmoladas  a  los  dioses  las  vícti- 
mas humanas.  Antes  de  llegar  el  cruel  momento,  cantaban,  al  son  de  sus 
tambores,  las  hazañas  de  antepasados  guerreros.  Mientras  duraba  el  canto, 
iba  el  rey  en  persona  con  los  otros  señores  al  lugar  donde  estaban  los  esclavos, 
y  sacábanlos  uno  a  uno,  llevándolos  de  los  cabellos,  hasta  ponerlos  en  manos 
del  sacerdote  carnicero,  que  armado  de  navaja  y  furor,  los  recibía.  Mientras 
aquellos  fanáticos  arrancaban  el  corazón  a  las  víctimas  y  los  ofrecían  a  sus 
ídolos  de  oro,  que  rociaban  y  untaban  con  sangre,  humeante,  haciendo  ridicu- 
los visajes,  propio  de  un  cu!to  de  idólatras,  el  pueblo  en  el  colmo  de  su  entu- 
siasmo, decía  a  grandes  voces:  "Señor,  oye  nuestras  peticiones,  recibe  nues- 
tras plegarias,  ayúdanos  contra  nuestros  enemigos,  danos  holganza  y  descan- 
so." Y  para  que  los  dioses  no  olvidasen  tan  fácilmente  aquellas  súplicas,  y  se 
moviesen  con  más  eficacia  a  despacharlas,  dejaban  las  cabezas  de  los  sacrifica-, 
dos  clavadas  en  astas,  sobre  un  altar  erigido  al  efecto.  En  algunos  pueblos,  lo 
restante  de  los  cuerpos  era  cocido  y  se  comía  en  la  mesa  del  rey  y  de  los  gran- 
des, como  vianda  santificada  y  exquisita,  teniéndose  por  mil  veces  dichoso  el 
que  podía  conseguir  un  bopjido.    Entre  tanto,  el  populacho  se  entreg;aba  prq- 


(1)    Romány  Zwnonik.-Repübllcasde  Indias,  tomo  I.  uÁg.  IW 


-36i- 

tusamente  a  sus  bailes,  con  harta  disolución  y  borrachera.  Así  quedaban  bas 
tante  indemnizados  del  áspero  rigor  de  la  abstinencia,  tanto  más  cuanto  que 
aquellas  pascuas  se  prolongaban  por  lo  menos  durante  siete  u  ocho  días  (i). 

Fuera  de  las  fiestas  ruidosas  que  con  tanto  aparato  celebraba  la  antigua 
nación  guatemalteca,  tuvieron  sus  habitantes  otras  muchas  ceremonias  relati-  ^ 
vas  al  culto,  como  prueba  de  su  ascendrada  devoción.  Si  habían  de  edificar 
una  casa,  la  mitad  se  consagraba  a  Chahalhuc  (dios  de  las  casas)  y  su  estatua 
se  colocaba  en  medio  de  la  fábrica,  ofreciéndole  incienso.  A  la  entrada  y  sali-^ 
da  de  los  pueblos,  hubo  pequeños  oratorios,  que  se  llamaron  Mamuz,  los  cuales: 
también  había,  de  trecho  en  trecho,  en  todos  los  caminos.  Allí  iba  el  viajero 
a  repararse  del  cansancio,  para'  lo  cual  se  frotaba  las  piernas  en  una  yerba  de 
misteriosa  virtud,  y  después  era  preciso  dejar  en  homenaje  los  despojos  de  la 
planta  bienhechora,  para  proseguir  animoso  la  jornada.  A  veces  depositábase 
al  pie  del  ídolo  sagrada  ofrenda,  consistente  en  sal,  pimientos  o  parte  de  la 
ca/a.  Si  habían  de  4)asar  por  la  espesura  de  laberintoso  bosque,  bajo  cuyas 
sombras  se  imaginaban  habitadores  invisibles ;  si  llegaban  al  pie  de  copado 
roble,  por  cuyas  raíces  corría  deliciosa  fuente,  si  daban  en  un  paraje  obscuro 
y  subterráneo,  lóbrega  habitación  de  fieras  y  avechuchos,  reflejo  de  las  mora- 
das tenebrosas  que  frecuentan  los  genios  enemigos  de  la  humanidad ;  en  fin,  si 
subían  a  la  cumbre  de  un  cerro  o  llegaban  a  la  encrucijada  de  dos  sendas,  en 
todas  partes  veían  un  sitio  misterioso,  que  era  preciso  dejar  señalado  con  san- 
gre.    ¡  tan  inflexible  es  la  ley  de  lá  superstición  ! 

Era  curioso  el  mitote  que  consagraban  al  dios  de  la  victoria.     Al  triunfar 
el  cacique  sobre  sus  enemigos,  dirigía  inmediatamente  un  correo  al  gran  Teutí, 
con  la  noticia  del  día  y  hora  del  suceso.     En  vista  de  estos  datos,  decretaba  el 
sacerdote  a  cual  de  las  deidades  pertenecía  el  honor  del  sacrificio.     Si  era  a 
Quetzalcoatl,  las  fiestas  duraban  quince  días  ;  si  a  la  diosa  Itzqueye,  sólo  cincoj  , 
sacrificándose  cada  vez  un  indio  de  los  cautivos  en  la  batalla.     Entraban  losi 
vencedores  cantando  y  bailando,  y  eíi  medio  de  ellos  los  prisioneros,  no  ya 
cargados  de  oprobio,  como  entre  los  antiguos  triunfadores  de   Roma  y  del 
Oriente,  sino  con  el  honor  debido  al  (pu-  se  inmolaría  a  los  dioses.    Caminaba  el 
predestinado  lleno  de  plumas  y  chalchiguites,  con  sartas  de  cacao  por  collares. 
Salían  los  sacerdotes  y  el  pueblo  a  recibir  a  los  invictos,  con  músicas  y  danzas; 
los  capitanes  entregaban  a  los  prisioneros,  y  en  a(|uel  punto  y  hora  se  disponía!  * 
el  sacrificio.     Dirigíase  la  muchedumbre  al  gran  patio  del  Teutcalli.  y  sobre 
una  mesa  de  piedra,  tendían  de  espaldas  al  infeliz  que  iban  a  sacrificar.     Los  i. 
cuatro  Teupixquis  le  sujetaban^le_i)ies  y  manos,  y  el  gran  sacerdote  adornado  t 


(1)  No  t<)d(>s  los  ÍM(llí)s  (le  ostas  n'írioiie-t  comían  los  ciu»rix»s  <lt>  los  sacriHoados.  SahUlo  es  gue  los 
chlc-hlme<5asiiue  a(u>mi>anaroii  a  K(xlrl»ro  de  Contrras.  en  1540.  al  valle  de  la  Cuaza  (Talamanca.  devoraron 
con  salvaje  crueldad  los  cueriKJS  palpitantes  de  los  prislonenw  Ktnolotría  centm-amerloana.  Introduc- 
ción, vág.  26 

Las  constituciones  diocesanas  del  Obispado  de  Chiapas.  uu»'  deji5  el  oI)Is|k)  N ti ñez  a>n tienen  datcM 
curiososos  acerca  de  la  milolotría  y  ceremonias  de  los  Indios  uuloliós.  sus  sacrificios  y  tiestas. 


—  362  — 

de  sus  más  ricas  vestiduras,  abríale  el  pecho  y  le  sacaba  el  corazón  con  un  cu- 
chillo de  oxidiana.  Luego  lo  arrojaba  en  alto,  exclamando:  "¡Toma,  oh  dios, 
el  premio  de  esta  victoria !"  La  misma  ceremonia  pública  y  solemnísima  se 
practicaba  en  los  siguientes  días. 

También  tenían  el  sacrificio  particular  para  las  sementeras,  que  consistió 
en  llevar  a  los  ídolos  una  jicara  llena  de  las  mejores  semillas.  Allí  la  enterra- 
ban y  ponían  encima  un  gran  brasero,  para  quemar  resinas  olorosas,  hule  y 
copal.  A  esto  añadían  los  ritos  ordinarios,  como  unciones,  preces  y  derrama- 
miento de  sangre. 

Para  poner  fin  a  esta  reseña  de  las  antiguas  supersticiones  aborígenes,  ha- 
blaremos del  sacrificio  de  la  caza.  La  víctima  de  solemnidad  era  el  venado. 
Llevábanlo  vivo  los  devotos  cazadores  al  patio  de  su  templo:  allí  le  daban 
muerte,  recogiendo  la  sangre  y  haciendt>  pedazos  el  hígado,  bofes  e  intestinos. 
Apartaban  el  corazón,  cabeza  y  pies,  el  resto  del  animal  y  la  sangre,  mandaban 
cocerlo  separadamente,  y  entre  tanto,  danzaban  y  cantaban  los  dueños  de  la 
ofrenda.  Dos  sacerdotes  acían  la  cabeza  por  las  orejas,  cuatro  de  ellos  toma- 
ban los  pies,  y  un  sacristán  llevaba  en  un  brasero  el  corazón,  para  que  ardiese 
con  hule  y  cojjal,  ante  el  altar  del  ídolo.  Rl  resto  del  venado  servía  de  festín 
a  los  indios,  en  aquel  mismo  sitio,  con  esperanza  ellos  de  propicia  fortuna  (i). 

Por  lo  demás,  la  obra  antigua  y  curiosa,  que  trata  prolijamente  de  la  reli- 
gión de  los  indios  de  Guatemala,  es  la  que  en  1573,  escribió  el  famoso  cronista 
agustino,  fray  Jerónimo  Román  y  Zamora,  con  el  título  de  "Repúblicas  de  In- 
dias," en  dos  volúmenes,  (|uc  hemos  tenido  a  la  vista,  entre  otros  muchos  libros 
que  dejamos  citados,  y  que  prestan  autoridad  a  cuanto  en  la  presente  monogra- 
fía se  refiere  (2). 

La  clase  indígena,  por  atavismo  y  escasa  cultura,  es  siempre  idólatra,  luí 
un  pueblo  adoran  los  pobres  indios  a  un  santo,  y  ha  de  ser  la  misma  imagen,  la 
propia  escultura;  en  otro  pueblo,  honran  a  otro  santo,  como  al  Ser  Supremo. 
Tata  Dios  de  Esquipulas,  mientras  más  negro  y  poco  estético  sea,  más  impre- 
siona a  los  indios.  Para  admirar  "La  Concepción,"  de  Murillo,  "La  Virgen  de 
la  Silla,"  de  Rafael  o  "La  Madona  de  San  Sixto,"  es  necesario  ser  místico,  pia- 
doso, contemplativo  y  civilizado.  I"'l  indio  gusta  de  la  figura  grotesca,  del 
baile  lascivo,  de  la  chicha  y  de  la  sensualidad.  El  politeísmo  primitivo,  cuanto 
seduce  los  sentidos,  lo  brutal,  lo  que  infunde  pavor,  es  la  base  y  materia  de  la 
religión  del  indio.  Cuando  se  aladina,  es  decir,  cuando  se  civiliza  a  medias, 
piensa  más  en  *su  hembra  que  en  su  religión.  En  su  escepticismo  idiota,  su 
mujer  es  su  ídolo. 

El  cristianismo  puro,  espiritual,  altruista,  saturado  de  verdadera  libertad, 
presupone  delicada  cultura,  que  el  indio  jamás  ha  tenido.     El   sentimiento 


(1)  Brassourde  Bourboursr.  ciervo  blanco.-cerf  blanc.  Hlst.  Nat.  Clv.  tomo  II.  pásr.  557. 

(2)  Herrera.  Historia  General,  década  III.  Libro  4?  Capítulo  7? 


-363- 

religioso  viciado  hizo  que  los  antiguos  pobladores  de  América  adoraran  ídolos, 
y  que  idolátricamente  entiendan  todavía  cuanto  a  templos,  misterios  y  ritos  se 
les  enseña ;  como  el  sentimiento  viciado  de  la  España  conquistadora  proclamó 
santo  extirpar  herejes  y  quemar  relapsos.  Una  leyenda  cristiana  nos  asegura 
que  poco  tiempo  antes  de  la  venida  de  Jesús,  misteriosa  voz  se  iba  esparciendo 
por  el  mar  Egeo,  que  decía :  "Ha  muerto  ei  gran  Pan."  El  antiguo  dios  de  la 
Naturaleza  había  acabado.  Turbada  por  tanto  tiempo  el  alma  humana  iba  a 
reposar  al  rin ;  pero  brotaron  más  idolatras,  se  reavivaron  odios,  se  encendie- 
ron hogueras,  por  la  fuerza  se  quizo  imponer  lo  que  es  obra  de  la  convicción  y 
el  Inca  dijo  al  fraile  Valverde,  cuando  le  mostraba  un  Crucifijo,  pretendiendo 
que  lo  adorara,  sin  comprender  lo  que  significaba :  "\  Mi  dios  esparce  luz  y 
vida  desde  el  cielo,  mientras  que  el  vuestro  ya  murió  en  suplicio  de  cruz !"  El 
indio  indiferente,  resignado,  con  el  silencio  secular  del  vencido,  doblega  su 
cabeza  ante  el  cura,  para  sus  dineros,  sirve  en  las  cofradías,  idolatra  a  una 
imagen  de  madera,  sin  poder  nunca  remontarse  a  los  principios  de  igualdad, 
fraternidad  y  libertad,  que  Jesucristo  preaicó  y  San  Pablo  regó  por  todo  el 
orbe,  tanto  mas  cuanto  que  lo  que  menos  ve  el  indio  es  la  práctica  de  tales 
principios. 

Con  razón  exclama  Michelet:  "Los  dioses  se  van ;  pero  no  Dios,"  la  cul- 
tura moderna  tiene  que  acabar  por  reconocer  que  todas  las  cuestiones  depen- 
den de  la  cuestión  final.  Ei  Cristianismo  puro,  dicen  los  modernistas,  el  de  los 
primeros  tiempos,  el  que  hizo  temblar  a  los  déspotas  y  concebir  esperanza 
de  redención  a  los  débiles,  el  que  elevó  a  la  mujer,  santificando  su  piedad  y  su 
amor  como  ángel  del  hogar  y  no  cual  diosa  del  harem,  es  una  religión  eminen- 
:temente  civilizadora. 

"El  cristianismo  apostólico  tiene  su  raíz  en  las  doctrinas  vedas.  La  exis- 
tencia de  Dios,  la  emanación  del  alma,  el  arbitrio  libre  que  implica  la  respon- 
sabilidad, sanción  en  vida  futura,  la  filantroi)ía  con  el  pobre,  los  consuelos  al 
afligido,  la  rectitud  en  los  intentos,  la  pureza  en  los  actos,  el  empeño  de  buscar 
la  semilla  del  bien  hasta  en  los  residuos  del  mal.  el  apoyo  a  los  débiles  y  la 
resistencia  invencible  a  los  tiranos.  lama,  el  demonio,  procura  el  mal  y 
Vichnú,  el  creador  lucha  ])()r  el  bien,  éste  toma  forma  humana  en  el  vientre  de 
una  virgen  pura,  llamada  Deranagny.  Vichnú  se  aparece  a  la  doncella  y  me- 
diante obra  divina,  sin  mancha  alguna,  por  manera  espiritual,  concibe  aquella 
virgen  y  llevada  a  la  hora  del  parto  a  im  establo,  por  milagro  de  Dios,  da  a  luz 
a  Kricna  entre  los  coros  de  alabanzas  de  varios  pastores.  Nace  el  redentor  y 
se  salva  de  la  degollación  (|ue  el  déspota  Kansas  manda  hacer  de  todos  los 
niños  inocentes.  Las  turbas  acuden  presurosas  a  oir  al  Mesías,  al  prometido 
por  los  profetas.  Y  los  leprosos  (piedan  limi)ios  y  ven  los  ciegos  y  andan  los 
paralíticos  y  hasta  los  muertos  vuelven  a  la  vida !     Krichna,  que  tantas  relacio- 


—  304  — 

nes  debía  tener  con  el  nombre  santo  de  Cristo — como  exclama  Castelar  (i)— 
no  traía  una  religión  completamente  nueva,  propalaba  y  esclarecía  las  antiguas, 
alteradas  unas  veces  por  ignorancia  y  otras  veces  por  malicia  del  hombre.'' 
Por  eso  decía  San  Agustín  que  las  bases  de  la  religión  cristiana  han  existido 
siempre  (2). 

El  transformismo  religioso,  como  el  transformismo  que  se  ñuta  en  el  mun- 
do físico,  tiene  raíces  que  se  pierden  en  el  tiempo.  El  espíritu  místico,  decía 
Stuart  Mili,  es  necesario  a  la  acción^  y  a  la  vida.  En  las  naciones  civilizadas 
de  la  América  Central,  hubo  en  precolombinos  siglos,  un  desarrollo  bien  mar- 
cado en  sus  costumbres  y  prácticas  religiosas.  Pueblos  teocráticos,  tenían 
mucho  de  lo  que  revelan  las  antiguas  sociedades  asiáticas.  Así  y  toda,  había 
una  distancia  inmensa  entre  el  grado  de  cultura  que  presupone  el  cristianismo 
y  el  modo  de  ser  de  nuestros  aborígenes. 

Las  religiones  no  se  imjMjnen  por  el  terror,  que  forma  hipócritas,  pero  no 
creyentes.  Las  religiones  son  resultante  del  progreso  de  los  pueblos ;  el  mejor 
exponentc  de  su  cultura  y  desarrollo  (3).  La  libertad,  la  igualdad,  la  frater- 
nidad, son  flores  del  jardín  del  Evangelio,  regadas  con  sangre  de  Cristo,  en  la 
tarde  trágica  de  su  pasión.  La  religión  que  desde  Moisés  y  los  profetas  había 
procurado  adquirir  forma,  quedó  libre  de  sus  barreras  particularistas  y  pasó  al 
mundo  pagano  en  su  estado  más  sublime.  Se  encontró  el  ideal  de  la  humani- 
dad y  sólo  faltaba  inculcarlo  en  to<la  la  humanidad  (4).  La  historia  religiosa 
del  pueblo  israelita  alcanzó  su  fin  con  el  cristianismo  puro;  pero  la  atroz 
codicia,  la  inclemente  saña,  del  conquistador  ibero,  distaban  infinitamente  de 
las  máximas  de  Jesús  y  hasta  de  los  pn>cedimientos  musuhnanes.  I-^l  férreo 
soldado  castellano  hizo  aceptar  por  el  terror  a  los  aborígenes  de  América  los 
elementos  por  donde  comienza  siempre  la  asimilación  de  un  pueblo:  su  reli- 
gión y  su  lengua ;  pero  su  religión  adulterada,  sin  encarnarse  en  las  concien- 
cias, ni  llegar  al  fondo  del  espíritu.  Su  lengua ;  pero  conservando  el  indio  la 
suya  propia  y  adoi)tando  la  extranjera  como  el  idioma  de  sus  conquistadores. 
En  el  fondo,  guardó  el  desventurado  aborigen  lo  último  que  se  pierde  en  las 
grandes  catástrofes :  su  lengua  y  su  religión,  el  alma  de  su  raza. 


(1)    Mnjores  c^lobros.— Tomo  II.  pá<r.  74. 

(2>    Entn'los  in(ll<»s  (!••  r«>iitrt)-Am<'Tlra  prrvaipcfa  la  traíliclrtii  del  hijo  de  la  vlrífeii.  hostilizado, 
matAdo  y  r»>sHcita<lc).    Cfiim<ilmal.  se  trajfa  una  esmeralda,  y  por  rila  cimcXhc  a  (Juetnlcoatl. 

(3)  Max  MnUer.— Oritren  y  desarn)llode  la  Kellírtóii.— Historia  d»-  las  Kellíflones. 

(4)  Historia  Universal  por  Guillermo  Oiil<en.  tomo  III.  páif.  521 


CAPITULO  XIII 

mitología  centro-americana 


SUMARIO 


Mitos  americanos.  —  Estudio  de  los  libros  sagrados  de  los  vedas,  brahamanes, 
parsis,  budhistas,  sutras,  jainas,  siks,  y  otros  pueblos  orientales,  habiendo  venido  los 
mitos  y  formas  religiosas  de  los  quichés,  a  aumentar  las  tradiciones  de  la  humanidad. 

—  Los  mitos  son  el  reflejo  de  la  naturaleza  en  que  nacieron.  —  La  mitología  y  la 
historia  primitiva  de  la  América  Central,  está  en  el  Popol-Vuh.  —  Historia  de  este 
curioso  manuscrito.  —  Votan,  el  Moisés  de  estas  tierras.  —  Estudio  de  las  religiones. 

—  Las  teogonias  simbolizan  el  grado  de  civilización  de  un  pueblo.  —  Etimología  del 
nombre  Popol-Vuh.  —  Estudio  que  hizo  Max.  MüUer  de  este  libro.  —  Contribución 
a  la  Etnografía  de  Guatemala,  por  el  doctor  StoU.  —  La  región  quiche  era  la  más 
interesante.  —  Obra  de  Augustus  Le  Plongeon.  —  Historia  de  Votan.  —  Origen  de 
la  civilización  de  los  Votanes.  —  Quién  dio  a  conocer  en  Europa  el  Popol-Vuh.  — 
Cómo  se  extrajeron  de  Guatemala  el  manuscrito  original.  —  Opinión  de  Chavero.  — 
La  Zoolatría  está  ahí  unida  a  las  fuerzas  de  la  naturaleza.  —  Las  teogonias  se  aco- 
modan al  aspecto  de  la  naturaleza  en  que  nacieron.  —  Divinidades  de  la  América 
Central.  —  Génesis  de  la  biblia  centro-americana.  —  Destrucción  de  los  primeros 
hombres.  —  La  trinidad  divina.  —  La  expresión  sánscrita  DEVA  es  el  THEOS  grie- 
go, el  DEUS  latino,  el  DIOS  español,  el  DIEU  francés,  el  DIO  italiano,  es  d 
THEOTL  de  los  indios  de  estas  tierras.  —  Semejanza  entre  ciertos  términos  caba- 
lísticos de  ambos  hemisferios.  —  Isis  sin  velo.  —  El  Siphra.  —  Dzeniouta.  —  Los 
hombres  que  se  revelaron  contra  el  Gran  Espíritu.  —  El  pecado  original  de  la  Biblia 
hebrea  se  encuentra  en  todas  las  teogonias.  —  Poesía  del  Génesis  judaico»  cuando 
describe  el  Paraíso.  —  El  Zend  Avesta,  el  Tripitaka,  el  Popol-Vuh,  la  Biblia.  —  To- 
dos los  libros  sagrados  contienen  la  mística  trilogía  de  la  creación  angélica,  la  crea- 
ción humana  y  la  creación  material.  —  Los  grupos  étnicos  se  reconocen  en  las  di- 
versas mitologías.  —  El  relámpago,  el  trueno,  el  huracán,  eran  divinidades  airadas. 

—  Lo  más  alto  y  lo  más  profundo  tiene  su  centro  en  Dios,  unidad  de  la  armonía  uni- 
versal. —  El  positivismo  es  árido  y  corruptor.  —  La  falta  de  ideales  conduce  al  caos. 

—  La  religión  de  Cristo  previo  las  graves  cuestiones  de  los  modernos  tiempos. 


El  genio  maya  de  las  primitivas  razas  indianas  dejó  escritas  las  leyendas 
de  la  naturaleza  agreste,  en  símbolos  y  mitos.  Las  naciones  civilizadas  que 
existían  en  remotísimos  tiempos,  por  Guatemala,  Yucatán  y  Honduras,  es- 
parcieron, entre  los  tupidos  bosques,  ruinas  antiquísimas  de  templos,  sacrifica- 
torios, monumentos,  palacios  y  ciudades,  superiores  en  extensi(Sn  y  magnifi- 
cencia a  cuantos  encontraron  los  españoles  en  territorio  azteca,  segim  refiere 
el  cronista  Las  Casas  (i).  Las  teogonias  revelan  a  la  par  de  la  cultura  de  los 
pueblos,  su  carácter,  sus  tendencias  y  hasta  el  majestuoso  aspecto  que  los  ro- 
dea. Las  fuerzas  cósmicas,  j)roductoras  y  destructoras,  eran  deidades  abo- 
rígenes. 


(1)     Hlst.  Apol.,  vÁg.  134. 


-366- 

No  hace  muchos  años  que  se  hizo  en  Europa  un  estudio  atento  de  los  libros 
sagrados  de  los  vedas,  brahamanes,  parsis,  sutras,  jainas,  sikas  y  otros  pueblos 
orientales,  habiendo  contribuido  los  mitos  y  formas  religiosas  de  los  quichés 
— únicos  que  en  América  dejaron  su  Biblia  y  sus  tradiciones  sagradas — a  au- 
mentar el  número  de  los  fastos  que  contienen  los  pensamientos  de  la  humani- 
dad, que  el  filósofo  rastrea,  no  por  cierto  según  las  leyes  hegelianas,  sino  his- 
tóricamente, siguiendo  las  huellas  mitológicas,  como  el  indio  que  va  buscando 
en  la  tierra  los  más  leves  indicios  de  una  vereda,  entre  malezas  y  bejucos,  apar- 
tando hojas  y  fijando  su  atención  en  un  tallo  roto,  en  la  más  pequeña  señal, 
para  descubrir  la  presencia  del  hombre  en  estos  primeros  caminos,  por  los 
cuales  ha  andado  errante,  en  busca  de  luz  y  de  verdad,  si  podemos  valemos  d 
las  frases  del  profundo  orientalista  Max.  MüUcr.  en  su  interesante  "Ensayo 
sobre  las  religiones." 

Ese  patrimonio  original  del  alma  humana  revela  que  los  mitos  son  reflejo 
de  la  naturaleza  en  que  nacieron,  como  la  fauna  y  la  flora  muestran  el  suelo,  el 
clima  y  demás  condiciones  regionales  de  las  zonas  distintas.  Las  teogonias 
arias  y  semitas  se  desarrollan  en  campo  fértil,  como  el  dátil  y  la  palma.  La 
religión  de  Confusio,  la  de  Lao-Tséo  y  la  de  Fo,  tienen  amarillo  tinte,  semejan- 
do un  lago  glacial,  inmóvil,  sin  vida.  Los  pueblos  turianos  nos  dejaron  mo- 
mias, despojos  y  lamentos.  Los  escandinavos,  con  fantásticas  tradiciones  y 
vagos  colores,  crearon  dioses  y  héroes  c(ue  se  esfuman  entre  nebulosos  hori- 
zontes, perdiéndose  al  través  de  las  indecisas  luces  de  los  polos.  La  mitolo- 
gía griega  es  sonriente,  azul,  llena  de  matices  y  poéticos  contornos,  como  las 
orillas  del  Adriático,  cual  las  espumas  del  mar  Egeo.  Las  ideas  religio.sas  y 
los  mitos  de  los  maya-quichés  revelan  esa  naturaleza  jocunda,  primitiva,  agres- 
te, llena  de  cataclismos,  ruinas  y  renacimientos,  de  selvas  vírgenes  y  altísimos 
volcanes.  Sus  leyendas  sagradas  son  como  el  concierto  majestuoso  del  suco 
de  los  trópicos,  cuando  al  través  de  las  altísimas  copas  de  seculares  árboles, 
atraviesa  la  temblorosa  luz  de  los  primeros  rayos  de  la  aurora.  El  Cspírifi 
del  bosque,  el  alma  de  la  raza,  era  el  Quetzal.  El  Popol-Vuh  era  la  Biblia 
indígena. 

La  estrella  de  la  tarde  apareció  en  Huatulco  sobre  las  ondas  del  océano,  y 
al  dejar  de  despedir  Venus  sus  destellos,  un  genio  maléfico  lanzó  de  lugar  en 
lugar  a  Quezalct)atl,  que  vino  hacia  el  sur,  fundando  pueblos  quichés  hasta 
desvanecerse  como  sombra  en  las  regiones  ecuatoriales.  Las  costumbres,  las 
leyes,  la  religión  y  la  lengua  dejaron  un  rastro  brillador  que  aún  se  descubre. 
Los  manes  de  los  mayas  que  perecieron  en  la  catástrofe  del  Atonathiu,  en  c) 
hundimiento  de  la  región  antiquísima  más  civilizada  del  mundo,  recogieron  la 
sombra  del  dios  de  aquella  raza  y  la  hicieron  brillar,  entre  los  esmeraldinos 
rayos  déla  vespertina  estrella.  La  serpiente  con  plumas  de  quetzal  infundió 
al  astro  de  los  amores  el  fulgor  verde  y  oro  que  en  el  éter  titila,  al  mezclarse 


—  367— 

los  postreros  esmaltes  del  sol  con  las  tristes  sombras  de  la  noche.  En  la  me- 
trópoli sagrada,  en  el  Palenke,  encontróse  un  dintel  esculpido  de  piedra  calcá- 
rea, en  el  cual  se  contempla  un  personaje,  con  gran  tocado  de  plumas  verdes, 
manto  bordado  a  la  espalda,  adornos  en  las  pantorrillas  y  sandalias  de  piel  de 
tigre  en  los  pies.  Arrodillado,  ante  ellos,  vese  una  figura  de  rico  traje,  con  el 
signo  cipactli,  o  sea  la  luz,  con  dos  imágenes  iguales  de  la  estrella,  simboli- 
sando  sus  dos  períodos,  matutino  y  vespertino.  Este  poderosísimo  señor,  lleva 
la  cruz  de  brazos  iguales  y  ángulos  rectos,  la  Cruz  de  Quetzalcoatl,  terminada 
en  una  orla  de  cruces  mayores  (i).  Nimaquiché,  de  la  familia  real  tolteca, 
obedeciendo  a  la  inspiración  de  Quetzalcoatl,  abandonó  Tóllan  y  peregrinó 
hasta  descubrir  el  lago  de  Atitlán,  cerca  del  cual  estableció  el  nuevo  reino  qui- 
che. Nima  llegó  con  tres  hermanos  y  dividió  con  ellos  el  país  nuevo.  Su  hijo 
Axopil  era  el  jefe  de  los  quichés,  cakchiqueles  y  tzutuhiles ;  se  establecieron 
en  Iximché,  y  fué  el  primer  monarca  que  reinó  en  Guatemala.  La  invasióü 
vino  del  oriente  al  occidente,  traía  el  fanatismo  ciego  y  el  culto  sangriento,  de- 
jando incendiadas  a  Palenke,  Copan  y  .Quiriguá.  ...  La  estrella  de  la  tarde, 
los  áureos  rayos  de  Quetzalcoatl,  palidecieron  al  fulgor  siniestro  de  las  llamas 
que  acabaron  con  las  ciudades  sagradas.  Tímidos  destellos  pudo  despedir 
apenas  el  lucero  de  la  tarde  sobre  la  naciente  Cuahutemalan. 

La  mitología  y  la  historia  primitiva  del  corazón  de  la  América  están  en 
el  Popol-Vuh,  libro  notabilísimo,  escrito  en  el  pueblo  de  Chichicastenango,  por 
un  indio  quiche,  que  en  el  siglo  XVI  quizo  consignar  en  su  propia  lengua  (una 
de  las  más  antiguas  y  filosóficas  del  mundo)  los  recuerdos  de  sus  antepasados. 
A  los  cien  años  de  escrito  este  libro,  lo  encontró  perdido,  entre  los  amarillentos 
papeles  del  curato,  el  P.  Ximénez,  quien  lo  tradujo  al  castellano,  y  se  conservó 
en  la  biblioteca  de  los  frailes  dominicos,  hasta  el  año  1829,  en  que  fueron  des- 
terrados de  Guatemala.  Como  nadie  estimaba  por  entonces  las  tradicciones 
indígenas,  vistas  de  reojo,  desde  los  ])rimcros  tiempos  de  la  conquista,  no  se 
volvió  a  saber  del  libro  sagrado  de  los  quichés.  El  doctor  Scherzer,  en  1854, 
descubrió  el  tesoro,  como  hubo  de  llamarle,  y  sacó  una  copia  del  original  que 
junto  con  los  demás  libros  de  los  religiosos,  quedó  en  la  biblioteca  de  la  Ponti- 
ficia Universidad  de  San  Carlos  de  Guatemala.  En  resumen,  un  alemán  popu- 
larizó en  Europa  el  Popol-Vuh,  y  un  francés,  el  abate  Braseur  de  Bourbourg, 
se  sustrajo  el  original,  (|ue  imprimió  y  traduje^,  vendiéndolo  sus  herederos  a  la 
Biblioteca  de  Niza,  por  suma  fabulosa.  También  se  llevó  ese  abate  el  "Memo- 
rial de  Tecpán  Atitlán." 

Confusas  y  fabulosas,  cuales  son  todas  las  tradiciones  primitivas,  presen- 
tan las  de  los  quichés  a  Votan  como  un  civilizador  extranjero  (|ue  vino,  jxir  el 
mar,  hasta  tierra  Yucateca  y  la  Laguna  de  Términos.     Sentó  sus  reales  en  la 


(1)    Charney  descubrió  el  relieve.    Véase  a  Chaven)  en  el  lomo  1,  piitf.  414  (le  "Méxlcu  a  través  tle  Uw 
SiRlos." 


-368- 

florida  margen  del  Usumacinta,  el  Nilo  de  América,  trayendo  los  gérmenes  de 
la  cultura  y  los  misterios  de  la  teogonia.  Lucha  después  con  las  desbordadas 
aguas  de  ese  portentoso  rio,  extendiéndose  su  pueblo  como  la  raza  nueva,  y 
desplegándose  por  las  paradisiacas  comarcas,  bajo  las  órdenes  de  aquel  indiano 
Moisés,  que  puso  en  práctica  saludables  mandamientos.  Fundó  la  ciudad  de 
Nachán  (o  sea  de  las  culebras)  suntuosa  metrójioli,  desde  cuyas  alturas,  coro- 
nadas de  templos  y  palacios,  se  disfrutaba  espléndido  panorama  (i). 

Cuando  impera  la  tolerancia,  hállanse  en  todos  los  sistemas  religiosos  no 
pocos  elementos  interesantes,  desde  que  siempre  es  resi)etable  cualquiera  as- 
piración al  Ser  Supremo.  Lo  mismo  el  papuc,  sumido  en  muda  meditación 
ante  el  ídolo,  que  el  quiche  arrodillado  ante  los  primeros  rayos  del  sol,  asi)iran 
a  tributar  reverencia,  a  rendir  ad(»ración,  al  Dios  de  las  alturas.  No  hay  más 
que  una  grande  unidad,  un  universo. 

Existen  filósofos  para  quienes  el  cristianismo  y  todas  las  otras  religiones, 
no  han  sido  más  que  errores  que  tuvieron  su  tiempo,  cosas  del  pasado,  que 
deben  ser  reemplazadas  por  una  ciencia  positiva.  El  estudio  de  las  teogonjas 
no  tendrá  para  esos  filósofos  sino  un  interés  patológico,  sin  (|ue  nunca  sus 
corazones  puedan  animarse  al  calor  de  los  rayos  de  luz  de  la  verdad,  que  brillan 
como  plácidas  estrellas  desde  la  n(K-he  del  mundo  antiguo,  y  sin  embargo,  no- 
che magnifica,  trascendental,  origen  y  germen  de  todo  cuanto  existe.  De 
aquella  noche  lóbrega  surgió  la  estrella  de  Betlem.  No  se  nota  en  la  historia 
del  pensamiento  humano  uniformidad  teórica,  sino  a  la  manera  del  cielo  tapi- 
zado de  luceros  con  incontables  soles ;  pero  presidiendo  a  los  movimientos  de 
todos  los  cuerpos  celestes,  la  mayor  armonía,  la  unidad  del  conjunto,  el  espíri- 
tu de  Dios.  La  psicología  y  la  astronomía  son  hermanas,  ha  dicho  F'lam- 
marión.  Hay  estrellas  y  hay  almas.  La  religión  no  es  producto  artificial  de 
la  fantasía  humana,  sino  función  natural  y  necesaria  <iel  espíritu  que  se  encuen- 
tra impulsado  hacia  el  más  allá  de  las  fronteras  impuestas  por  la  naturaleza  (2), 

Las  teogonias  simbolizan  el  grado  de  civilización  de  un  pueblo.  En  el 
Veda,  en  el  Zend-Avesta,  en  el  Tripitaka,  en  el  Koran,  en  los  textos  religiosos 
de  la  China,  en  la  Biblia  judía,  en  todos  los  libros  sagrados,  resalta  la  cultura 
del  creyente,  se  trasluce  su  manera  de  ser,  se  reflejan  el  estado  de  su  alma  y 
la  psicología  de  su  conciencia.  Por  eso  es  interesante  estudiar  el  Popel- Vuh, 
el  Libro  de  los  Dignatarios  de  los  antiguos  quichés,  y  por  eso  mismo  ha  tenido 
tanta  resonancia  en  el  mundo  científico  cuanto  acerca  de  él  ha  escrito  el  sabio 
orientalista  Max.  MüUer,  acaso  el  más  competente  en  este  linaje  de  labores  (3). 

Pop,  quiere  decir  en  quiche  estera  (petate)  agregándole  la  partícula  ol 
resulta  los  de  la  estera.  Entre  los  indios,  se  sentaban  en  esteras  los  dignata- 
rios, nada  más ;  así  es  que  ese  documento  o  libro  de  los  sacerdotes,  era  el  que 


(1)  "México  a  través  de  hjs  Slirlcjs."  tomo  I. 

(2)  Hume.  Natural  Hlstory  of  Helitdon. 

(3)  Max  MQller.  Las  Kelitríones.  versión  castellana  de  Uan-ía  Mareno. 


—  369  — 

explicaban  al  pueblo.  En  quiche  amak  es  pueblo  extendido,  mientras  que  pati- 
namit  es  pueblo  cercado,  amurallado.  Para  que  literalmente  fuera  libro  del 
pueblo,  debió  llamarse  Amak'-Vuh;  pero  la  biblia  quiche  era  más  bien  docu- 
mento de  la  clase  dirigente,  o  sea  Popol-Vuh,  tradiciones  de  una  raza  (i). 

Max.  Müller  comienza  demostrando  la  autenticidad  del  Popol-Vuh,  expli- 
ca las  diferencias  entre  la  traducción  de  Ximénez  y  la  del  abate  Braseur  de 
Bourbourg,  admira  aquella  teogonia  y  las  tradiciones  que  contiene.  Hace 
comparaciones  con  libros  sagrados  de  otros  pueblos  del  antiguo  mundo,  y  en 
fin,  arroja  mucha  luz  sobre  todas  las  materias  cosmogónicas  y  de  lenguas  pri- 
mitivas que  él  conocía,  acaso  mejor  que  nadie.    • 

Otro  alemán  ilustrado,  que  aunque  no  tenía  ni  los  profundos  conocimien- 
tos de  Müller,  ni  el  espíritu  elevado  del  gran  filósofo,  ni  la  observación  analí- 
tica del  célebre  filólogo,  le  superaba  en  saber  prácticamente  el  quiche,  y  en 
haber  vivido  entre  los  indios,  e  inquirido  aquí  sus  tradiciones,  fué  el  doctor  en 
medicina,  Otto  Stoll,  quien  publicó,  en  1884,  en  Zurich,  una  preciosa  obra  inti- 
tulada :  "Contribución  a  la  Etnografía  de  Guatemala,"  en  que  ha  hablado  del 
Popol-Vuh  con  mucho  interés,  porque  se  refiere — dice — a  un  pueblo  cuya  alta 
cultura  relativa  es  muy  notable,  cuya  suerte  trágica  en  la  conquista,  hace 
sobre  manera  interesante  la  desgraciada  dinastía  de  sus  reyes,  y  por  último,  a 
causa  de  ser  el  único  reino  de  América,  que  dejó  documentos  escritos  de  sus 
creencias  y  transformaciones. 

En  efecto,  era  la  región  quiche  la  más  exuberante  y  llena  de  misterios.  Su 
historia  tiene  el  mayor  interés,  no  sólo  por  lo  cruento  de  la  lucha,  que  por  su 
autonomía  sostuvieron  los  valientes,  desventurados  aborígenes,  de  esa  famosa 
rama  de  los  mayas,  sino  porque  en  cuanto  a  mitos,  teogonia  y  culto,  son  los 
únicos  que  dejaron  un  libro  sagrado. 

Aunque  no  faltan  anticuarios  que  consideran  a  Votan  como  un  mito,  y 
existe  una  obra  norte-americana  que  se  llama  "The  Mythe  of  Votan,"  lo  cierto 
es  que  aquel  religioso  nombre  era  el  emblema  de  la  teocracia  que  por  muchas 
y  largas  generaciones  gobernó  a  uno  de  los  pueblos  civilizados  de  aquende  el 
mar,  y  que  tuvo  influencia  en  gran  parte  de  México,  Centro-América  y  algo  del 
Sur  y  del  Norte  del  Nuevo  Mundo  (2).  Es  curioso  observar  que  en  la  mitolo- 
gía germánica  era  Wotán  el  dios  de  la  tempestad,  y  después,  entre  los  francos, 
fué  elevado  al  rango  de  dios  del  cielo,  y  considerado  como  origen  de  todo  Culto, 
del  Arte,  de  la  Guerra,  de  la  Poesía  y  de  la  Ciencia.     En  tiempos  muy  anterio- 


(1)  Bancroft  hl/o  un  osturtlo  oxtonso  del  Popol-Vuh.  y  ílloe:  "De  tfxltts  los  puohlos  americanos.  los 
aiiichés  de  Guatemala  nfw  deianm  «I  más  riro  lo^'ndo  mltoldírli'o.  I-a  des<'rl|H"li1n  de  l«)sorí».'«'nes«iel  mundo, 
tal  como  lo  trae  el  libro  nackHial  de  losuuiehí^s.  en  su  ruda  extraña  elocuenela  .v  raraorltrlnalldad.  es  una 
de  las  más  preciosas  ivll<iHlas  del />í«f'í»»/>«/í>rt/'('r/^'<-«.     Naiivf  Ran%.  vol.  III.  pilp.  4'2. 

(2)  Escritores  cut)anos.  como  Váidas  y  Airulrn\  Bachiller  y  Morales,  s«»  han  esforzado  en  demostrar 
que  de  la  Isla  de  Cuba  vino  la  civilización  de  los  Votanes:  uero  aquella  cultur»  era  la  de  la  perdida 
Átlántlda. 


—  370  — 

res  a  Jesucristo,  entre  las  tribus  del  norte  de  Alemania,  Holanda  y  Escandina- 
via,  era  Wotán  el  dios  supremo.  Alp^unas  dinastías  reales  de  sajones  y  norue- 
gos se  creían  descendientes  de  su  dios  Wotán. 

Valdría  la  pena  de  hacer  un  detenido  estudio  sobre  la  sugestiva  coinciden- 
cia de  ser  Wotán  divinidad  alemana  y  Votan  divinidad  quiche,  y  hasta  funda- 
dor de  la  cultura  de  estas  regiones  americanas.  ¿Quedarían  separados  ambos 
dioses  cuando  la  Atlántida  se  sumergió  en  lo  tenebroso  de  las  aguas?  ¿Serían 
antes  la  misma  divinidad  adorada  por  antiquísimos  pueblos? 

Dicen  unos  que 'Votan  y  Zamná  eran  pontífices  negros,  de  semblante 
etiópico,  con  el  singular  signo  cuneiforme,  como  la  cabeza  de  Hueyapán  y  el 
hacha  gigantesca.  Los  ídolos  se  pintaban  de  huUi  (caucho)  y  los  sacerdotes 
se  untaban  con  negro  la  cara.  Quezalcoatl  se  representaba  blanco  y  barbado. 
En  la  arquitectura  de  la  región  quiche  había  elementos  de  la  raza  negra  y  de  la 
raza  amarilla  bien  caracterizados,  por  las  descripciones  de  Violet  le  Duc.  Opi- 
nan otros  sabios  que  Votan  fué  uno  de  los  budhas,  que  salieron  a  países  leja- 
nos a  predicar  su  religión  (Humboldt).  Los  más  creen  que  no  hay  rastros  de 
todo  eso,  puesto  que  mil  años  antes  de  nuestra  era,  podría  haber  sido  lo  más 
remoto  de  tal  peregrinación,  ya  que  el  budhismo  no  cuenta  más  luenga  fecha; 
de  todos  modos,  posterior  al  bronce  y  al  hierro,  que  habrían  traído  como  ele- 
mento de  cultura.  La  inmigración  votánica  es,  en  muchos  siglos,  anterior  al 
budhismo. 

Hubo  en  la  teogonia  de  los  indios  quichés  una  diosa  que  cuidaba  de  la 
prole  y  del  hogar,  cual  símbolo  del  porvenir,  imagen  de  la  esperanza,  germen 
de  renovación  y  vida.  Prevaleció  también  el  mito  de  que  la  piedra  de  moler 
maíz,  de  preparar  el  alimento  diario,  al  calor  del  fuego  servía  de  lumbre  a  la 
familia,  gozaba  de  la  influencia  de  propicios  penates,  oráculos  del  presente;  y 
la  lápida  del  campo  patrio,  el  ara  del  sacrificio,  consagrada  a  Tohil,  a  cuyo 
derredor  descansan  las  generaciones  muertas,  que  ya  no  reciben  ni  el  resplan- 
dor siniestro  de  las  llamas  de  los  holocaustos,  era  la  imagen  del  pasado 

Esa  trinidad  augusta  del  tiempo,  lo  que  fué,  lo  que  es  y  lo  que  será,  rebosa  de 
la  humana  especie,  en  un  horizonte  que  se  pierde  en  el  espacio,  y  en  una  eter- 
nidad que  el  alma  columbra  tras  los  albores  del  cielo.  La  historia,  entre  tanto, 
que  principia  con  la  lerenda  fabulosa,  los  dogmas  sacros  y  las  estancias  hierá- 
ticas,  para  aparecer  después  con  los  esmaltes  de  la  filosofía,  va  tomando  nota 
de  remotísimas  edades,  en  el  geroglífico,  en  la  palabra,  en  el  fósil,  y  nos  eleva 
de  lo  contingente  a  lo  universal  y  nos  hace  contemporáneos  de  todas  las 
épocas. 

En  la  América  de  las  selvas,  antes  de  que  la  recorriera  el  carro  nivelador 
de  la  civilización  importada  por  la  conquista,  habían  ido  pasando,  a  la  sombra 
de  sus  palmas,  y  al  arrullo  de  las  auras  tropicales,  en  este  istmo  privilegiado. 


—  371  — 

numerosas  gentes,  imperios  antiquísimos,  que  dejaron  huellas  tan  interesante^ 
como  para  preocupar  la  atención  de  sabios,  asociaciones  y  congresos. 

Los  quichés,  asegura  Augustus  le  Plongeon, — en  su  célebre  obra  "Queen 
Moo  and  the  Egyptian  Sphinx," — tenían  la  misma  concepción  del  caos  y  del 
universo  que  los  hindos  ;  todo  era  inmovilidad,  silencio  y  negrura,  era  la  noche ; 
sólo  el  Creador,  el  Hacedor,  el  Dominador,  la  serpiente  cubierta  de  plumas, 
los  que  engendraban,  los  que  creaban,  estaban  en  las  aguas,  como  luz  siemi)rc 
creciente,  rodeados  de  azul  y  verde,  se  llamaron  Gucumatz  (Popol-Vuh,  Lib. 
I.    Cap.  I). 

Los  quichés  se  rigieron,  como  acabamos  de  decir,  por  un  gobierno  teocrá- 
tico, siendo  los  sumos  sacerdotes  y  supremos  gobernantes  de  la  descendencia 
de  los  Votan,  sostenidos  por  la  casta  guerrera,  representada  por  Chay-Abah 
(pedernal  negro,  obsidiana)  porque  tenían  lanzas  y  cuchillos  fabricados  de  ese 
pedernal,  o  como  otros  creen,  porque  era  obscuro  de  color. 

Para  sacar  provecho  del  Popol-Vuh,  según  Chavero,  hay  que  distinguir 
los  tres  elementos  que  lo  forman.  La  parte  perfectamente  histórica,  relativa 
al  reino  quiche ;  la  alegórica,  que  contiene  las  tradiciones  de  la  raza  primitiva, 
y  las  nuevas  ideas  que  recibió  con  las  invasiones  nahoas.  Además,  el  autor 
indígena  pudo  haber  deslizado  algo  de  las  confusas  creencias  que  ya  alcanzó 
a  tener  con  el  contacto  de  los  españoles. 

La  zoolatría  está  ahí  unida  a  las  fuerzas  de  la  naturaleza.  La  vida  como 
que  palpita  por  la  transformación  de  elementos  preexistentes.  El  espíritu  del 
cielo  Vgux-Cho,  dio  nacimiento  a  otras  deidades  secundarias.  Hurakán  era  la 
más  temible  de  ellas ;  y  esa  palabra,  que  el  diccionario  de  la  Academia  Espa- 
ñola tiene  por  caribe,  es  quiche,  es  de  Guatemala,  y  desde  aquí  se  esparció  a 
todas  las  lenguas  modernas  de  Europa,  para  expresar  el  viento  que  arranca  los 
árboles  y  se  lleva  las  casas.  Cabracán  era  el  dios  del  terremoto,  que  se  valía 
de  los  volcanes  a  efecto  de  mover  el  suelo  y  desolar  ciudades  y  alquerías.  La 
madre  tierra  era  otra  deidad  llamada  Chiracán,  boca  grande  o  cráter  largo,  ya 
porque  todo  se  lo  traga  y  consume,  ya  porque  en  el  quiche  hay  unas  montañas 
con  muchos  cráteres.  El  dios  de  las  aguas  Ruiatcot,  hundía  a  los  ]>uebl(^s  bajo 
los  torrentes  desbordados  de  las  altas  montañas  o  bien  ordenaba  a  los  dragones 
de  la  atmósfera,  a  las  nubes  vagabundas,  que  se  alejaran  del  firmam^ento  para 
afligir  a  comarcas  enteras  con  los  horrores  de  la  sequía  y  del  hambre,  o  bené- 
fico, daba  vida  a  las  plantas,  verdor  a  la  yerba  y  rumores  al  manso  río. 

Bajo  estas  grandiosas  ideas,  se  desarrollaba  la  primitiva  civilización  de 
los  quichés,  que  tiene  harto  que  admirar,  en  sus  palacios,  pirámides,  monu- 
mentos, artes  y  costumbres,  como  se  verá  en  el  capítulo  especial  que  dedicare- 
mos a  esta  región  famosa,  que  ha  dejado  ruinas  sorprendentes  y  una  lengua 
superior  en  mucho  a  la  mayor  parte  de  nuestros  idiomas  modernos  europeos. 


í 


—  372  — 

Si  hoy  se  estudian  las  teogonias  asiáticas,  también  se  presta  sing^ular  aten- 
ción a  la  biblia  quiche,  escrita  en  Guatemala,  popularisada  por  un  alemán  y  sus- 
traida  por  un  francés.  Confesemos  que  poco  caso  hemos  hecho  de  nuestros 
tesoros,  por  siglos  abandonados,  y  por  último,  puestos  muchos  de  ellos  en  ma- 
nos extranjeras.  Hoy  mismo,  que  en  Europa  y  en  los  Estados  unidos,  se 
presta  tan  particular  atención  a  nuestras  antigüedades,  no  son  muchos  los  (|U'. 
aqui  tienen  idea  de  lo  que  contiene  el  Popol-Vuh,  ni  menos  como  puede  con- 
tribuir a  trascendentales  estudios  en  el  mundo  sabio. 

Todas  las  teogonias  se  acomodan  al  aspecto  del  mundo  en  que  nacieron, 
como  la  fauna  y  la  flora  muestran  el  suelo,  el  clima,  y  demás  condiciones  regio- 
nales de  las  zonas  distintas.  No  hay  ninguna  religión  nueva ;  todas  tienen 
raices  primitivas,  elementos  universales.  En  el  comercio  íntimo  con  la  natu- 
raleza, en  la  encrgia  y  profundidad  de  las  emociones  que  de  él  emanan,  es  don- 
de se  encuentran  también  las  primeras  aspiraciones  al  culto,  a  una  santifica- 
ción de  las  fuerzas  destructoras  o  conservadoras  del  universo. .  Poco  a  poco 
se  separa  el  mundo  de  los  hechos  materiales  y  asciende  a  la  región  de  las  ider 
y  surge  el  vago  presentimientí)  de  la  unidad  de  las  leyes  naturales,  constantes, 
regulares,  inmutables.  Se  presiente  una  causa  de  la  vida,  cuyos  intereses  ma- 
teriales no  son  solamente  los  que  preocupan  la  inteligencia,  ni  satisfacen  el 
corazón.     Vuela  el  alma  al  cielo. 

Por  eso  es  interesante  el  estudio  de  las  revoluciones  y  evoluciones  religio- 
sas, comenzando  por  las  antiguas  teogonias.  La  mitología  y  la  historia  pri- 
mitiva de  la  .América  Central  están  en  el  Popol-Vuh,  que  refiere  cómo  se  veri- 
ficó la  confusión  de  las  lenguas,  cuando  llegaron  a  Tulán  diversas  inmigracio- 
nes;  hace  alusión  al  diluvio,  cuya  tradición  universal  la  encontramos  entre  los 
annamitas,  los  judíos,  los  babilonios,  los  thlinkithianos,  los  nahoas  y  nuestros 
antiguos  quichés.  La  pintura  f|uc  existe  del  Atonatiuh,  o  sol  del  agua,  en  que  la 
diosa  tiene  en  las  manos  el  símbolo  de  la  lluvia,  de  los  truenos  y  relámpagos,  en 
que  del  calli  (casa)  sale  ahogándose  un  hombre,  mientras  que  una  mujer  y  su 
marido  se  salvan  en  el  tronco  de  un  árbol  hueco,  de  un  thuchuetl,  que  conserva 
sus  verdes  ramas  y  sobrenada  entre  las  terribles  olas,  donde  sólo  ípiedan  peces, 
representa  el  diluvio  claramente:  por  más  que  Chavero  sostenga  que  la  catás- 
trofe del  Atonotiuh,  fué  el  hundimiento  de  las  tierras,  casas,  ciudades  y  pueblos 
nahoas,  el  recuerdo  de  la  Atlántida,  y  no  las  cataratas  diluvianas  del  cielo; 
creemos,  con  Saghun,  y  los  antiguos  cronistas,  que  aquel  importante  gcroglífi- 
co  se  refiere  al  diluvio,  que  Zoroastro,  siglos  antes  que  Moisés,  y  los  brahama- 
nes,  en  sus  poemas,  relataron.  La  desaparición  de  la  Atlántida,  la  conforma- 
ción istmeña  de  Centro-América,  es  de  remotísima  fecha,  que  nada  tiene  que 
ver  con  los  nahoas,  que  para  el  anticuario  mexicano  son,  como  para  Le  Plon- 
geon,  los  mayas,  origen  y  fundamento,  expansión  y  grandeza,  de  la  época  his- 
tórica americana,  y  aun  centro  y  principio  de  la  humanidad,  fundamento  de  h 


—  373  — 

cultura  universal,  panacea  de  donde  brotó  todo  lo  bueno  y  admirable,  paraíso 
sin  pecado,  y  sin  ángeles  con  espadas  de  fuego.  .  . .  Festina  lente,  decían  los 
antiguos :  Pas  trop  de  zéle,  repiten  los  franceses ;  no  hay  que  entusiasmarse 
mucho  por  una  raza,  hasta  el  punto  de  exajerar  en  extremo. 

Las  invasiones  nahoas  que  descubre  Brasseur  de  Bourbourg,  en  el  Popol- 
Vuh,  las  reminiscencias  cristianas  que  encuentra  Müller,  y  muchas  de  las  in- 
terpretaciones que  hacen  Brinton  y  otros  americanistas,  tienen  que  resentirse 
de  los  errores  que  naturalmente  ocasiona  un  libro  en  lengua  poco  conocida, 
sobre  materias  metafísicas  y  en  estilo  metafórica.  Veamos  a  presentar  una 
muestra  de  esa  Biblia  de  los  Sacerdotes  del  Quiche.  La  descripción  de  la  ma- 
nera en  que  fueron  creadas  todas  las  cosas,  es  en  su  peregrina  elocuencia,  ver- 
dadera joya  del  pensamiento  aborigen.  "Hé  aquí  la  narración  de  cómo  todo 
estaba  en  suspenso,  todo  en  calma  y  sin  rumores,  sin  moverse,  sin  cosa  alguna : 
vacío  el  cielo.  Hé  aquí  la  primera  palabra  y  el  primer  discurso :  aún  no  había 
hombres,  animales,  pájaros,  pescado,  cangrejo,  palo,  piedra,  hoya,  barranca, 
paja,  ni  monte,  sino  sólo  estaba  el  espacio.  Ni  había  nada  en  pie ;  sólo  el  agua 
represada  ;  sólo  la  mar  ya  tranquila  ;  sólo  ella  al  fin  sujeta.  No  se  manifestaba 
la  faz  de  la  tierra.  Nada  sonaba,  ni  nada  se  movía,  ni  fuerza  que  hiciera  tronar 
el  cielo.  Todo  era  inmovilidad,  silencio  y  tinieblas  en  la  noche.  (Ximénez, 
Hist.  Ind.  Guat.  Pág.  5). 

Sólo  el  Creador,  el  Formador,  el  Dominador,  la  Serpiente  con  Plumas,  el 
que  engendra,  el  que  da  el  ser,  el  que  da  vida  a  las  aguas,  como  luz  que  crece 
y  se  esparce,  cubierto  de  verde  y  azul ;  y  por  consiguiente,  su  nombre  es  Gucu- 
matz  (i).     Así  existía  el  firmamento,  el  corazón  del  cielo." 

Con  rústica  sublimidad  aparece,  después  brotando  la  tierra,  en  vagarosa 
forma  de  neblina,  primero,  y  más  tarde  con  la  figura  de  montes,  volcanes  y 
collados.  El  ciprés  y  el  pino  crecieron.  Gucumatz  lleno  de  alegría,  exclamó : 
¡Bendita  sea  vuestra  venida!  ¡Oh,  Corazón  del  Cielo,  Hurakán,  Trueno! 
I  Nuestra  obra  está  terminada. 

Tras  la  vegetación,  nacieron  los  animales,  en  múltiples  formas,  y  el  Crea- 
dor les  dijo :  "pronunciad  nuestro  nombre,  reverenciadnos :  invocad  al  Hu- 
racán, al  Relámpago,  al  Rayo,  al  Trueno,  al  Corazón  del  Cielo,  al  Corazón  de 
la  Tierra,  al  Creador,  al  Formador.  ¡Hablad,  saludándonos! — Pero  los  ani- 
males no  respondieron :  no  pudieron  hablar. — Mientras  no  nos  adoréis,  dijo 
entonces  el  Formador,  mientras  no  pronuncies  nuestro  nombre,  será  humilla- 
da vuestra  carne,  seréis  muertos  y  desgarrados  por  ajenos  dientes." 

Se  consultaron  los  dioses,  y  dispusieron  formar  al  hombre.  Lo  hicieron 
de  barro ;  pero  no  tenía  movimiento,  vida,  ni  fuerza,  y  se  deshizo  en  el  agua. 
Se  formó  después  un  hombre  de  madera  y  una  mujer  de  cibaquc  (planta  textil) 


(1)    Brtsaeur  de  Bourboure.-Hlst.  des  N»t.  Clv.  tomo  I,  páf .  50 


—  374  — 

pero  aunque  tenían  vida  y  movimiento,  carecían  de  corazón  e  inteligencia,  no 
guardaban  memoria  de  su  formador,  era  su  existencia  inútil,  se  habían  olvida- 
do del  Corazón  del  Cielo,  que*  airado  hizo  que  les  cayera  una  lluvia  de  resina 
y  se  obscureció  la  tierra.  El  ave  Xecotcovach  vino  a  sacarles  los  ojos,  el  Ca- 
malotz  les  arrancó  las  cabezas,  el  Cotzbalán  devoró  sus  carnes,  y  el  Tecumba- 
lán  pulverizó  sus  huesos. 

Había  un  lugar  subterráneo  que  era  la  guarida  de  los  poderes  nocivos,  de 
los  agentes  del  mal,  que  de  ahí  salían  a  perjudicar  a  los  hombres.  Este  lugar 
se  llamaba  Xibalba,  antro  o  mansión  de  los  demonios,  de  la  cual  venía  la  muer- 
te y  a  donde  iban  los  difuntos,  en  el  viaje  que  emprendían  al  acabar  esta  vida, 
para  tomar  otra  existencia  astral. 

Después  de  la  destrucción  de  los  primeros  seres  humanos,  se  reunió  de 
nuevo  el  consejo  de  los  dioses,  en  la  obscuridad  de  un  universo  desolado.  Por 
fin  el  Creador  hizo  cuatro  hombres  perfectos,  cuya  carne  se  formó  de  maíz 
amarillo  y  de  maíz  blanco.  Se  llamaron  Balam-Quitzé,  Balam-Agab,  Maha- 
cutah,  Iqi-Ralam.  Su  formación  fué  efecto  de  un  portento  de  Aquél  que  es 
preeminente,  el  Creador. 

Por  el  estilo,  continúa  el  Popol-Vuh,  el  génesis  que  acabamos  de  extractar. 
A  un  dios  creador  junta  de  manera  perpleja  otras  nuevas  divinidades  auxilia- 
res. ¡Qué  mucho  debemos  censurarlo  por  ello,  cuando  hasta  los  hebreos,  el 
pueblo  más  culto  antiguo,  el  elegido  de  Dios,  como  Moisés  le  Hamo,  creían  que 
el  Señor  había  hecho  de  su  propia  esencia  ángeles  y  serafines  para  que  lo  ado- 
raran !  Aunque  a  nosotros  nos  parezca  hoy  estúpida  esa  embrogenia  quiche, 
hay  que  recordar,  como  dice  Brinton,  que  los  pensamientos  de  la  humanidad 
primitiva  no  sólo  eran  muy  diferentes  de  nuestras  ideas,  sino  muy  distintos 
también  de  lo  que  nosotros  pensamos  que  debieran  haber  sido. 

Es  peregrina  la  creación  del  sol  y  de  la  luna,  por  los  dioses  principales, 
abuelos  de  esos  astros :  y,  como  la  mitología  pagana,  contiene  la  teogonia 
quiche  muchos  genios  y  héroes,  dioses  y  semi-dioses,  en  los  elementos,  en  los 
bosques,  en  las  cuevas,  en  las  montañas  y  en  los  lagos.  El  dios  del  camino  era 
Mumah,  el  de  la  casa  o  pénate,  Chahalha.  Los  indios  creían  que  los  eclipses 
dé  sol  y  luna  eran  querellas  y  desaguisados  entre  esos  dos  esposos^  cuyas  re- 
yertas  tenían  consecuencias  funestísimas  para  la  tierra ;  y  por  eso  aquellos 
aborígenes  procuraban,  desde  aquí,  con  ruidos,  gritos  y  sacrificios,  aplacar  el 
pleito.  Por  lo  común  sacrificaban  en  esos  casos  algunos  albinos  (el  pueblo 
aún  les  dice  hijos  del  sol)  (Flammarión).  Esa  costumbre,  de  armar  ruidos  y 
dar  gritos,  todavía  la  conservan  los  aborígenes,  cuando  hay  eclipse ;  y  se  afli- 
gen, diciendo  que  el  sol  le  está  pegando  a  la  luna,  que  es  su  mujer. 

La  trinidad  de  Guatemala,  Ci)  reaparece  en  el  carácter  de  Omeyateite, 
Omeyatezigoat  y  su  hijo  Ruiatcot,  dios  de  Us  lluvi?is,  que  dispone  del  trueno  y 


(1)   Mnaanaian«ruaf99,tQS^in.9<Ut-4ira^  B&ncroft, 


—  375  — 

del  rayo.  Los  quichés,  como  los  mayas,  los  indostanes  y  otros  antiquísimos 
pueblos,  tributaron  culto  entre  sus  mitos  a  la  cruz.  Conocieron  el  tormento 
de  la  crucifixión,  y  aún  quedan  piedras  talladas  que  representan  indios  sufrien- 
do ese  tremendo  castigo,  que  es  tan  antiguo  en  el  mundo.  El  Génesis  ya  nos 
habla  de  él,  con  motivo  de  la  interpretación  de  los  sueños  de  Egipto.  Apuleyo 
lo  define  en  aquellas  célebres  frases :  "Patibuli  cruciatum  cum  canes  et  vultu- 
ries  intima  protahunt  viscera."  Entre  los  romanos  se  había  hecho  tan  frecuen- 
te, que  Nerón  lo  impuso  a  una  hermosa  esclava  con  el  sólo  objeto  de  contem- 
plar las  torceduras  y  crispamientos  de  sus  formas  palpitantes.  Tan  bárbaro 
tormento,  pues,  se  ha  usado  en  todas  partes. 

La  Biblia  centro-americana,  o  sea  el  Popol-Vuh,  demuestra  que  la  idea 
de  la  trinidad  brahmánica,  conciliada  con  la  unidad,  o  sea  con  el  monoteísmo 
semítico,  prevalecía  entre  los  quichés.  La  espiritualidad  de  Dios,  el  presenti- 
miento de  una  transformación  o  metamorfosis  después  de  la  muerte,  formaban 
parte  de  aquella  teogonia  tan  antigua  quizá  como  la  de  los  mismos  asiáticos, 
de  cuyo  suelo  han  brotado  los  gérmenes  de  tantas  religiones  (i). 

Es  curioso  observar  que  los  quichés,  lo  mismo  que  los  mayas,  deificaron 
el  grupo  de  estrellas  al  cual  pertenece  la  Osa  Mayor,  cuya  posición  dio  lugar  a 
mitos  de  combates,  entre  dioses,  que  en  el  Popol-Vuh  se  enumeran  (2).  Los 
aborígenes  de  América  volvían  los  ojos  al  cielo,  y  prestaban  culto  al  sol,  a  la  luz, 
a  la  vida.  Por  la  noche  veían  en  el  firmamento  las  luchas  y  guerras,  entre  sus 
divinidades,  que  aquí  en  la  tierra  han  destrozado  a  la  humanidad  desde  el  prin- 
cipio del  mundo.  El  swástica,  signo  simbólico  muy  frecuente  y  el  más  sagrado 
P^_l  1.^^.  de  muchas  culturas  primitivas,  era  un  enigma  para  los  arqueó- 
I        I  I      logos,  hasta  que  Zelia  Nuttall  demostró  que  cada  gancho  imi- 

^  1     taba  la  forma  de  la  Osa  Mayor,  en  los  solsticios  y  equinoccios 

I  I        I      Todos  los  pueblos  tienen  solidaridad  en  los  principios  de  sus 

i  I  I        *     tradiciones,  en  el  fondo  de  sus  mitos,  en  su  psicología  y  teodicea. 

Los  aztecas  y  los  quichés  tenían  una  flor  sagrada  Xochinacaztli,  de  color 
purpurino,  de  agradable  perfume,  y  de  la  forma  de  una  oreja,  flor  a  la  cual 
atribuían  muchas  virtudes.  Abunda  por  Coman,  y  está  descrita  por  Mociño, 
Sesséas  y  Dunal.     Es  la  Cymbopetalum  penduliflorum  (3). 

Ya  se  preste  oído  a  los  gritos  de  los  hechiceros  chámanos  de  la  Tartaria,  a 
las  odas  de  Píndaro  o  a  los  cantos  religiosos  de  Paulo  Gerhard ;  ya  se  contem- 
plen las  pagodas  de  la  China,  el  Partenon  de  Atenas  o  la  catedral  de  Milán  ;  ya 
se  lean  los  libros  sagrados  de  los  budhistas,  de  los  judíos,  o  de  los  que  adoran 


(1)  El  Sibú  de  los  aV)oríírenes  de  Costa  Rica  era  »>1  Gran  Espíritu,  y  había  tendencia  al  monoteísmo. 
Dr.  Gabb.    Tribus  indíjrenas. 

(2)  Zelia  Xuttall.    Principios  fundamantales  de  clvlll/aeldn.  1001. 

(3)  La  primera  relación  de  esta  flor  la  escriblcS  el  V.  Saha»run.  en  ISflO.  denominándola  teunacattli, 
oveja  satrrada.  Francisco  Hernández,  protomédlco  de  Felipe  TT,  envió  muestras  4«  esa  flor,  en  1ST0.  T-a 
descripción  y  el  (rrabado  se  publicaron  en  la  edición  romana  de  8v>  obr»,  en  1661. 


—  370  — 

a  Dios  en  espíritu  y  en  verdad,  debe  decirse  "Homo  sum,  et  humani  nihil  a  me 
alienum  puto."  La  historia  de  la  humanidad  es  como  nuestra  propia  historia. 
Cuántas  veces,  entre  melancólicos  recuerdos,  remontándonos  a  los  serenos 
días  de  nuestra  infancia,  encontramos  en  ellos  la  aclaración  de  muchos  miste- 
rios que  nos  ofrecen  nuestros  posteriores  años.  Sobrado  interés  presentan  los 
pocos  fragmentos  que  quedan  de  la  infancia  de  la  raza  humana.  El  Veda,  que 
es  el  libro  en  que  podemos  encontrar  los  orígenes  de  nuestra  lengua,  como  arios 
que  somos,  es  la  ánfora  que  guarda  los  ayes  y  los  dolores  de  nuestros  antepasa- 
dos, que  nada  tuvieron  que  ver  con  los  semitas  Abraham  y  Jacob,  sino  en  aque- 
llo que,  como  el  instinto  religioso,  implica  solidaridad  humana. 

San  Agustín  decía:  "Lo  que  en  la  actualidad  se  llama  religión  cristiana 
existía  ya  entre  los  antiguos  y  no  ha  faltado  jamás  al  hombre,  desde  su  apari- 
ción hasta  el  tiempo  en  que  encarnó  Cristo ;  pero,  a  partir  de  esta  época,  la  ver- 
dadera religión  comenzó  a  llamarse  religión  cristiana  (i).  El  cristianismo 
formó  una  síntesis,  un  epílogo,  de  la  historia  antigua,  y  vino  a  servir  de  prólo- 
go a  la  historia  moderna.  De  los  judíos  recogió  el  espíritu  religioso,  de  los 
griegos  el  sentido  filosófico,  de  los  romanos  el  elemento  político.  Jerusalén 
debía  darle  su  Dios,  Alejandría  su  Verbo,  Atenas  su  Ciencia,  Roma  su  organi- 
zación y  su  derecho.  En  todo  ello  se  tamizó  la  teología  antiquísima  de  los 
indios,  los  budas,  los  brahamanes,  los  asirios  y  los  babilonios  (2).  Acrisolado 
quedó  por  el  cristianismo  lo  más  sano  de  las  viejas  creencias,  depuradas  de 
toda  levadura  humana,  fué  el  hilo  misterioso  que  había  de  ligar  los  gérmenes 
de  la  idiosincrasia  que  iba  a  morir,  con  los  futuros  ideales  de  la  plenitud  de  los 
tiempos.  En  esa  cristalización  se  refleja  el  mundo  pagano  y  el  mundo  nuevo. 
Se  tamizó  la  filosofía,  .se  purificó  la  teodicea,  brotó  la  vida. 

Ahí  está  el  primitivo  Popol-Vuh,  y  algo,  siquiera  sea  la  idea  de  la  trinidad 
zoolátrica,  siquiera  sea  la  unidad  de  Dios  poderoso,  siquiera  sea  la  tardición 
del  diluvio,  siquiera  sea  el  fatalismo  de  la  pena,  siquiera  sea  ese  sello  de  dolor, 

que  caracteriza  las  teogonias  primeras,  ahí  se  encuentran aunque  falta  lo 

principal,  falta  todo — :  la  Esperanza,  la  Fe  y  la  Caridad  de  la  religión  de  Cri.s- 
to ;  de  esa  panacea  que  descendió  de  lo  alto  para  salvar  a  la  mujer  y  redimirla 
de  la  servidumbre  en  que  estaba  postrada;  que  borró  las  diferencias  de  castas 
y  fundió  las  cadenas  de  los  esclavos ;  que  dio  a  la  vida  con  su  influencia  moral 
un  impulso  infinito ;  que  consoló  al  pobre  y  al  desgraciado,  santificando  el  tra- 
bajo y  haciendo  ver  que  cada  lágrima  es  una  gota  de  rocío  celeste ;  que  produjo 
la  libertad,  la  igualdad  y  la  fraternidad  de  los  hombres  todos ;  que  hizo  bien- 
aventurados a  los  que  lloran  y  ofreció  el  cielo  a  los  que  han  hambre  y  sed  de 
justicia.  ¡  Lástima  que  el  fanatismo  desnaturalice  hasta  la  religión  que  perdo 
na,  que  es  de  amor,  de  mansedumbre  y  de  unión ! 


(1)  Aorust.  I.  Ret. 

(2)  Revolución  Relliriofla.   Castelar. 


—  377^ 

La  palabra  sánscrita  Deva,  es  el  Theos  griego,  el  Deus  latino,  el  Dios  es- 
pañol, el  Dieu  francés,  el  Dio  italiano ;  es  el  Theotl  de  los  indios  quichés,  el 
Teut  de  los  egipcios,  el  Teuti  de  los  armorianos,  el  Thios  de  los  cretenses,  el 
Diu  de  los  celtas  y  galos,  el  Déos  de  los  portugueses.  Los  persas  infiltraron 
algo  en  los  judíos,  éstos  a  su  vez  transmitieron  mucho  a  los  cristianos  y  maho- 
metanos. Todo  es  uno.  La  semejanza  grande  que  existe  entre  ciertos  térmi- 
nos cabalísticos  de  ambos  hemisferios ;  la  leyenda  de  "Los  Hermanos,"  en  la 
América  Central,  que  antes  de  emprender  su  viaje  a  Xibalba,  planta  cada  uno 
de  ellos  una  caña  en  el  centro  de  la  casa  de  su  abuela,  para  que  ella  pueda  saber, 
según  que  la  caña  florezca  o  se  marchite,  si  ellos  viven  o  han  muerto,  tiene 
analogía  con  las  creencias  de  otros  muchos  países.  En  los  Cuentos  y  tradicio- 
nes populares  de  SacharoflF  (Rusia),  se  encuentra  una  narración  semejante,  y 
se  descubre  esta  misma  creencia  en  varias  otras  leyendas  muy  anteriores  al 
decubrimiento  de  América.  En  la  célebre  obra  "Isis  sin  velo,  clave  de  los 
misterios  antiguos  y  modernos,"  por  H.  T.  Blavatsky,  se  habla  mucho  del 
Popol-Vuh,  como  de  un  libro  admirable,  que  demuestra  existir  analogías  muy 
próximas  entre  los  mitos  orientales,  rusos  y  quichés.  La  tradición  del  Dragón 
y  del  Sol,  algunas  veces  reemplazado  por  la  luna,  ha  repercutido  ecos  en  los 
lugares  más  remotos  del  mundo.  Puede  muy  bien  ser  como  la  única  religión 
heliolátrica  universal.  Hubo  un  tiempo  en  que  Asia,  Europa,  África  y  Amé- 
rica estaban  cuajadas  de  templos  que  al  sol  y  al  dragón  se  consagraban.  Los 
hierofantes  del  Egipto  se  llamaban  hijos  del  dios  serpiente,  los  druidas  de  las 
regiones  celtobritánicas,  se  daban  el  nombre  de  culebras.  El  Karnak  egipcio 
es  hermano  gemelo  del  Karnac  de  Bretaña,  y  era  el  monte  de  la  serpiente. 
Quetzalcoatl,  serpiente  con  plumas,  de  los  mexicanos,  fué  el  Gucumatz  de 
nuestros  indios  quichés.  Refiere  la  tradición  que  este  dios  fué  seducido  por 
malévolo  brujo  a  beber  pulque,  y  que  ebrio  y  excitado,  olvidóse  de  su  castidad 
jurada,  atraído  por  la  Eva  quiche  Quetzalpetlatl.  Semejante  pecado  lo  obligó 
a  abandonar  la  ciudad  y  a  perderse  por  el  Este,  donde  erigió  una  hoguera  fu- 
neral ;  se  redujo  a  cenizas  y  su  corazón  ascendió  a  los  cielos  para  convertirse 
en  el  planeta  Venus. 

Desde  la  más  remota  antigüedad  prevaleció  la  idea,  en  todas  las  teogonias, 
de  que  el  tipo  primero  del  hombre,  era  puro  y  dichoso,  ajeno  a  la  materialidad 
de  goces  carnales  y  groseros,  siendo  su  cuerpo  semi-etéreo.  En  el  libro  más 
antiguo  que  se  conoce,  escrito  en  hebreo,  con  el  nombre  de  "Siphra-Dzeniouta" 
se  representa  al  hombre  viniendo  desde  la  gloria  inefable,  en  luminoso  arco  (pie 
se  obscurece  más  y  más  al  acercarse  a  la  tierra.  Los  filósofos  herméticos  de 
todas  las  épocas,  han  creído  que  la  materia  con  el  tiempo  y  por  efecto  de  la 
culpa,  llegó  a  ser  más  densa  y  áspera  que  al  principio,  cuando  la  primera  for- 
mación del  hombre.  Las  tradiciones  esotéricas  más  antiguas,  también  ense- 
ñan que  antes  del  Adán  bíblico,  muchas  razas  de  seres  humanos  habían  vivido 


-378- 

y  habían  muerto,  cada  una  de  ellas  cediendo  su  lugar  a  la  otra.  Platón  men- 
ciona en  Phedrus,  una  clase  de  hombres  alados.  Los  pintores  del  Renaci- 
miento diseñaron  serafines.  Santo  Tomás  describió  sus  especies  como  si  los 
hubiera  visto.  Esa  creencia  en  una  raza  más  espiritual,  la  tenían  los  indios 
quichés,  según  aparece  en  el  Popol-Vuh,  cuando  habla  de  los  cuatro  primeros 
hombres,  pertencientes  a  un  género  que  raciocinaba  y  hablaba,  cuya  vista  era 
ilimitada  y  que  conocía  todas  las  cosas.  Los  kalmucos  y  otras  tribus  de  Sibe- 
ria  describen,  en  sus  leyendas,  razas  anteriores  a  la  nuestra,  que  poseían  cien- 
cia sin  límites,  y  en  su  audacia  amenazaron  revelarse  contra  el  Gran  Espíritu, 
de  lo  cual  provino  que,  para  castigar  su  presunción  y  hunwllarlos,  encerrólos 
en  sus  cuerpos,  limitando  sus  facultades.  El  pecado  original  de  la  Biblia  se 
encuentra  en  todas  las  teogonias.  Con  razón  dice  Max.  Müller  que,  por  lejano 
que  sea  el  punto  hasta  el  cual  hayamos  podido  seguir  la  pista  del  hombre,  si- 
quiera en  el  más  bajo  estrato  de  la  historia,  vislumbramos  e|  don  divino  de  una 
sana  y  pura  inteligencia.  LI  idea  de  la  humana  especie,  brotando  lentamente 
de  las  profundidades  de  una  brutalidad  animal,  no  lisonjea  el  amor  propio  (i ). 

Es  poética  la  narración  del  Génesis  hebraico,  cuando  describe  el  Paraíso. 
"Una  amarga  sombra  se  interpone  entre  el  cielo  siempre  claro  y  la  tierra  hasta 
entonces  regocijada  y  florida.  El  dolor  ¡  ah !  no  había  arrastrado  antes  su  ca- 
bellera de  espinas  en  el  edén  primero.  Astuta  serpiente  sedujo  a  Eva,  que  es 
ía  personificación  de  la  humanidad ;  trocóse  la  inocencia  en  mal,  la  dicha  en 
desventura,  la  esperanza  en  siniestra,  transmisible,  perenne  realidad."  Esa 
mujer  dolorida,  llorosa,  mal  envuelta  en  el  velo  de  su  cabellera,  mal  ceñida  por 
las  hojas  de  los  vegetales,  temblando  al  azote  de  los  elementos  que  chasquean 
sus  látigos  de  rayos  y  huracanes  sobre  aquellas  albas  seductoras  formas,  perdi- 
da la  inocencia  tranquila  que  la  hacía  creer  en  la  pureza  de  todas  las  cosas  y  la 
paz  entre  todos  los  seres ;  esa  Eva  que  inició  el  suspiro,  la  queja,  el  llanto,  el 
placer,  la  maternidad  y  el  amor,  es  el  prototipo  de  la  humana  especie.  El  beso 
primero  que  resonó  en  el  paraíso  llevaba  promesas  y  deliquios.  La  mirada  de 
pasión,  el  fluido  magnético  de  dos  corazones  unísonos,  llenan  los  aires  de  polen 
de  vida,  mandada  por  unas  plantas  a  otras  plantas  en  amorosos  efluvios.  En- 
cendiéronse desde  los  astros  hasta  los  nidos ;  el  ruiseñor  cantó  con  más  dulces 
gorgeos,  y  el  árbol  llovió  flores  y  las  flores  pistilos  y  pétalos  aromados,  en  aquel 
espasmo  universal."     Fiat  amor,  ct  amor  facto  fuit. 

Todo  está  hecho  por  el  amor,  toda  luz  está  animada  por  el  movimiento, 
toda  idea  se  desprende  del  espíritu,  todo  pensamiento  irradia,  y  todo  espíritu 
proviene  de  Dios.  Esa  gran  trilogía,  la  creación  angélica,  la  creación  material 
y  la  creación  humana,  como  Verbo  de  la  Vida,  se  identifica  con  las  más  anti- 
guas religiones. 


(1)    Mitología  Comparada,  vol.  II.  vág.  7. 


—  379  — 

Esa  mística  trilogía  se  halla  en  el  Zend-Avesta,  en  el  Popol-Vuh,  en  la 
Biblia,  en  todas  las  tradiciones  y  en  todas  las  historias  (i).  Hun-Hun-Ahpú, 
descendió  a  los  infiernos,  o  sea  a  Xibalbá  (taltusa  del  terror)  pero  resucitado 
por  sus  hijos,  subió  al  cielo,  como  el  sol,  que  esparce  vida  (2).  Hermano  de 
aquel  dios,  fué  Vukub-Hun-Ahpú,  que  se  vuelve  luna.  Los  cakchiqueles  de- 
cían que  el  sol  iba  en  un  carro,  tirado  por  venados  o  jabalíes,  según  el  tiempo, 
y  que  su  eclipse  es  un  pleito  con  la  luna,  a  la  cual  le  está  pegando,  por  influen- 
cia del  lucero  del  alba,  Nima  ch' umil  (3).  El  corazón  de  Quetzalcoatl  fué 
transformado  en  la  estrella  Venus.  Las  Pléyades  eran  llamadas  Motz  (cúmu- 
lo o  conjunto)  y  se  habían  constituido  por  los  cuatrocientos  muchachos  mata- 
dos por  Zipacna.  También  llaman  los  indios,  a  las  Pléyades,  Tianquiztly 
(mercado),  sin  duda  por  el  tropel  de  gente  que  se  reúne,  sin  orden  ni  concierto 
en  los  lugares  de  ventas. 

El  dios  de  la  borrachera  Patecatl,  no  era  como  Baco,  jovial  y  lleno  de  vida, 
sino  triste,  adormecido,  terrible  degollador,  y  no  se  le  debía  tributar  culto  sino 
en  pocas  festividades.  A  los  indios  les  estaba  prohibida,  como  a  los  mahome- 
tanos, la  bebida  de  licores  embriagantes.  Los  pueblos  de  Santa  Catarina  Izta- 
huacán  y  Nahualá  conservan  la  observancia  de  tan  buena  prescripción. 

La  culebra  era  venerada  como  imagen  del  ciclo,  símbolo  de  la  lluvia  ;  Quet- 
zalcoatl azteca  y  Gucumatz  quiche,  eran  serpientes  con  plumas  verdes  de  quet- 
zal. La  tradición  del  hijo  de  una  virgen,  vejado,  muerto,  sepultado  y  resucita- 
do, se  encuentra  en  todas  las  teogonias.  Chimalmat  se  tragó  una  esmeralda 
encantada,  y  de  ahí  resultó  con  Quetzalcoatl  en  el  vientre.  La  Eoatlicue  (ena- 
gua de  culebra)  escondió  en  su  seno  una  pelota  de  plumas  y  resultó  grávida 
con  Huitzilopochtli.  La  virgen  Xquic  concibió  a  dos  coaches,  por  un  esputo 
de  la  calavera  de  Hun-Ahpú,  que  se  volvió  sol.  Aquellos  coaches  (gemelos) 
que  disponían  del  fuego  de  los  volcanes,  emanado  del  gran  astro  vivificador. 
Los  coaches  fueron  sacrificados  bárbaramente  y  resucitaron  Hay  tenden- 

cia en  el  espíritu  humano,  a  penetrar  en  lo  infinito.  En  el  destino  del  hombre 
surgen  problemas  que  atormentan  invenciblemente  el  alma.  Los  mitos,  las 
teodiceas,  las  teogonias,  los  dogmas,  siempre  han  existido  y  nunca  dejarán  de 
existir.  El  ateísmo  y  el  positivismo  son  teorías  individuales ;  pero  nunca  he- 
chos sociales.  Las  colectividades  son  creyentes.  Los  neuróticos  del  alma 
son  muy  pocos.  La  religión,  lo  mismo  que  la  lengua,  son  consecuencias  del 
pensar,  anhelos  hacia  lo  desconocido  (4)  característica  humana. 

Las  concepciones  religiosas  son  aún  más  vivaces  que  las  lenguas,  hasta  el 
punto  de  que  después  de  la  conquista  de  una  raza  sobre  otra,  quedan  en  el 


(1)  Max  Müller,  Chlps  frotn  a  Germán  Workshop. 

(2)  Popol  Vuh,  pá(f.  242. 

(3)  Stoll.— Guatemala,  pásr.  275.    Año  1880. 

(4)  Lippert,  Religiones,  páer.  484. 


-38o~ 

turbión  de  los  tiempos  sobrehumanos  voces  indígenas ;  pero  todavía  persisten 
más  y  se  mezclan  los  elementos  mitológicos,  las  tradiciones  místicas,  los  dog- 
mas sacros  y  las  tendencias  teogónicas.  Por  eso,  después  de  la  conquista  es- 
pañola, continuaron  los  indios  ocultamente  adorando  a  sus  ídolos  y  con  las 
costumbres  de  sus  antepasados.  Hoy  tienen  los  aborígenes  en  secreto  creen- 
cias, ceremonias  prácticas  de  su  antiguo  culto,  en  medio  del  fervor — más  apa- 
rente que  real,  más  idolátrico  que  espiritualista — de  la  religión  cristiana  que 
parece  que  profesan. 

En  las  misteriosas  mitologías  de  los  pueblos  se  reconocen  los  diversos  ele- 
mentos de  grupos  étnicos  de  origen  diferente.  Vemos  leyendas  que  recuerdan 
distintas  razas  de  dioses  que  desaparecen  muchas  veces  en  la  mitología  griega, 
del  mismo  modo  que  en  la  mitología  del  Norte  y  en  la  mitología  quiche.  En  la 
amalgama  de  diversas  tribus  y  numerosos  elementos  de  razas  hay  necesaria- 
mente, como  hubo  en  Roma,  amalgama  de  divinidades  (i).  Nuestros  indios 
de  Guatemala  creen  poderos%al  Señor  Santiago;  pero  más  aún  a  Gucumatz 
representado  en  un  ídolo  deforme  y  tosco. 

El  Popol-Vuh,  como  todos  los  libros  sagrados,  tributa  a  la  luz  culto  ado- 
rable. Lo  que  el  indio  quiche  temía  no  era  por  cierto  el  frío,  sino  las  tinieblas. 
Todos  los  cantos  que  de  sus  cabanas  se  levantaban,  eran  aclamando  el  día 
blanco  sobre  la  noche  negra.  Los  mitos  indios  como  los  védicos,  son  el  gor- 
geo  de  las  razas  humanas,  al  acercarse  lá  aurora.  £1  sol  es  la  vida,  es  el  padre 
del  mundo.  E\  Espíritu  del  Cielo  era  para  los  quichés  el  primero  de  los  dioses. 
El  movimiento  era  para  ellos  el  hálito  del  dios  formador,  la  expansión  de  aquel 
Espíritu.  La  existencia  del  Dios  verdadero,  del  Hacedor  de  todo  lo  creado, 
se  demuestra  cabalmente  por  el  movimiento,  como  lo  enseña  un  gran  teólogo 
cristiano. 

La  fuerza  creadora  se  la  imaginaban  como  luz  matutina  y  benéfica,  que 
de  las  tranquilas  ondas  del  mar  se  iba  esparciendo,  siempre  creciente,  risueña, 
pura  y  fecunda ;  que  teñía  el  firmamento  de  celeste  y  los  campos  de  verde.  El 
Relámpago,  el  Trueno,  el  Huracán,  eran  divinidades  airadas,  que  conmovían 
la  tierra.  El  maíz,  la  sustancia  alimenticia,  sirvió  al  formador  para  hacer  al 
hombre.  Ruiatcot,  dios  de  las  lluvias,  hacía  germinar  el  grano,  crecer  la  caña 
y  sazonar  el  helóte.  Purificaban  por  el  agua  al  recién  nacido,  le  circuncidaban 
por  higiene,  y  le  imponían  las  manos  para  confirmarlo  o  vigorizarlo  en  sus 
fuerzas  y  en  sus  creencias.  Tal  embriogenia  hace  repercutir,  en  su  poética 
rudeza,  los  ecos  vagos  de  una  época  remotísima,  de  la  transición  de  la  edad  de 
piedra  a  la  edad  de  hierro. 

Los  pájaros  hablan  en  aquella  teogonia.  Acaso,  en  un  principio,  ellos 
hayan  sido  (2)  los  maestros  del  hombre;  último  en  el  orden  cronológico,  imi- 
taba a  los  que  le  precedían.     El  censonte  canta  al  alba  con  mejores  notas,  me- 


cí)   Llppert.  RelUrlones,  pásr.  321. 

(2)    La  Creació».  tomo  II.  pá».  107.— Qulnet. 


-38i- 

lodías  y  motivos,  que  ninguna  otra  de  nuestras  aves.  Así  cantó  desde  hace 
millones  de  siglos.  Max.  Müller,  en  la  "Ciencia  del  Lenguaje,"  enseña  que 
hay  pueblos  que  tienen  lenguas  de  pájaros  (tomo  11). 

Es  pintoresco  el  mito  del  quetzal  que  veneraba  el  quiche.  Nacieron  des- 
pués de  la  catástrofe  del  agua,  en  amanecer  de  ópalo  y  nácar,  unas  mariposas 
azules,  de  cuyos  despojos  brotó  más  tarde,  al  acabar  de  secarse  la  tierra,  el 
árbol  fuerte  de  crispadas  ramas  llamado  guayacán,  en  cuya  copa  vino  a  culmi- 
nar, en  señal  de  poderío,  una  ave  hermosa,  una  esmeralda  que  vuela,  un  pájaro 
de  pecho  rojo  y  dorado  plumaje,  con  cauda  de  alfanjes  y  cambiantes  de  iris. 
Es  el  alma  del  bosque  que  va  a  robar  sus  destellos  al  sol ;  es  el  errabundo  espí- 
ritu de  Votan  que  vela  por  su  raza.  Los  mantos  de  los  indios  se  tegieron  de 
esas  regias  plumas.  Las  andas  de  oro  de  Balán-Acam  iban  recamadas  de  colas 
de  quetzal.  Huemac,  al  ver  vacilante  su  trono,  pide  a  los  dioses  sus  tesoros, 
sus  piedras  verdes  y  sus  plumas  del  ave  sagrada.  Fué  el  símbolo  del  destino. 
Cuando  en  los  llanos  de  Olintepeque  sucumbía  Tecum,  transformólo  Gucu- 
matz  en  un  grandísimo  quetzal,  que  con  saña  fiera  estuvo  a  punto  de  dar  muer- 
te a  Tonathiú,  quien  con  esfuerzo  sobrehumano  lo  atravesó  con  su  lanza. 

La  conquista  se  hizo.  Huyó  el  quetzal  a  lo  más  intrincado  del  boscaje. 
Sombrío  y  mudo  de  dolor,  apartóse  por  tres  siglos  de  la  raza  autóctona.  Con 
la  libertad,  vino  a  posarse  entre  laureles  a  nuestro  patrio  escudo!  ¡Dejó  de 
adornar  la  cabeza  de  los  teules,  el  yelmo  del  yoayizque  y  el  manto  del  tecuhtly 
para  ser  el  símbolo  de  Guatemala !  ¡  Quiera  nuestra  ventura  que  Quetzalcoatl 
no  prediga  otra  vez  el  cautiverio  de  esta  tierra  sacratísima ! 

En  el  desenvolvimiento  del  culto  tributado  por  los  hombres  al  Creador, 
precede  el  sacrificio  a  los  ritos  simbólicos  y  las  fórmulas  materiales  a  las  preces. 

Después  de  las  tres  creaciones  humanas,  se  quedaron  rezagados  los  monos, 
según  el  Popol-Vuh.  En  la  necrópolis  de  Tebas  había  un  lugar  para  los  monos 
predilectos,  que  eran  enterrados  en  tumbas  de  piedra.  En  Yucatán  se  rendía 
culto  a  los  simios,  y  las  figuras  de  esos  animales  se  encuentran  en  los  templos 
mayas  (i).  En  Babilonia,  en  el  Japón,  en  China,  era  el  mono  sagrado  uno 
de  los  mitos  populares,  En  el  Congo  y  en  la  Costa  de  Marfil,  donde  viven  los 
chimpancés,  los  gorilas  y  los  liliputienses,  se  tributa  adoración  a  monos  de 
piedra. 

Lo  más  profundo  y  lo  más  alto  tiene  su  centro  en  Dios,  que  es  la  unidad  de 
la  armonía  universal,  el  espíritu  de  la  vida  entera,  la  fuerza  de  cuanto  se  mueve, 
la  inteligencia  suprema,  el  alma  del  universo,  iluminado  por  su  mirar,  sostenido 
por  su  aliento,  vivido  y  animado,  porque  lo  vivifican  y  lo  animan  fluidos  o 
efluvios  de  todas  las  vibraciones  de  la  naturaleza,  del  Ser  Absoluto,  que  dio  al 
éter  microvianas  esferas,  a  los  orbes  las  leyes  de  su  atracción  y  a  los  hechos  las 


(1)    Jerónimo  Román.— República  de  los  Indios  Occidentales. 


—  382  — 

reglas  de  su  providencia.  Es  la  mano  invisible  que,  cual  polvo  de  oro,  regó 
de  estrellas  el  espacio  y  despliega  el  arco  iris  en  el  cielo  cual  símbolo  de  paz 
y  de  esperanza. 

El  indio  quiche  y  el  cakchiquel  profesaban  el  fatalismo  social,  la  idea  de 
la  decadencia  del  hombre.  Prometeo,  Edipo,  Catón  y  Votan,  son  tipos  he- 
roicos de  las  sociedades  antiguas,  dominadas  por  el  despotismo ;  en  el  mundo 
asiático  existía  la  casta,  como  existo  aquí  en  Centro-América,  en  remotos 
tiempos,  antes  de  la  conquista ;  en  el  mundo  griego  el  esclavo ;  en  el  mundo  de 
la  Edad  Media  el  siervo ;  en  la  actualidad  el  obrero  sin  trabajo,  que  llegó  tarde 
al  banquete  de  la  vida ;  el  servicio  militar  obligatorio,  que  convierte  al  hombre 
en  máquina,  cuyo  motor  en  Europa  es  el  odio,  la  ambición,  el  interés  o  la  bru- 
talidad de  los  gobiernos.  Aquí,  entre  los  aborígenes,  había  parias,  y  prevale- 
ció el  dogma  del  estancamiento,  de  tal  modo,  que  aquellas  sociedades  privadas 
de  esperanza,  tenían  que  buscar  únicamente  en  la  muerte,  lenitivo  a  sus  dolo- 
res. Como  la  Pitonisa  en  los  oráculos  griegos,  los  Pontífices  indianos  basaban 
sus  profesías  en  la  auto-sugestión,  pues  tuvieron  esos  sacerdotes  el  poder  y  la 
costumbre,  como  los  fakires,  de  trasponerse  en  éxtasis  y  doble  vista.  El  pro- 
feta fué  encamación  de  Quetzalcoatl.  Era  casto,  y  para  asegurar  su  pureza, 
se  le  despojaba  desde  muy  joven  de  la  virilidad.  Las  maravillas  que  se  admi- 
ran en  la  India,  éranles  familiares  a  los  mayas  y  quichés.  Harto  curiosos  son 
los  estudios  que  hizo  el  doctor  Otto  Stoll  sobre  el  hipnotismo  de  los  aborígenes 
guatemaltecos,  cuyos  sacerdotes  conocían  perfectamente  la  manera  de  trans- 
mitir el  pensamiento,  de  ver  a  la  distancia,  de  producir  la  insensibilidad,  y  todo 
aquello  de  las  ciencias  ocultas,  que  los  españoles  ignoraban,  atribuyendo  a 
pactos  con  el  diablo  lo  que  no  era  más  que  efecto  de  causas  naturales,  y  que- 
mando la  Inquisición,  como  brujos,  a  los  que  aplicaban  sus  conocimientos  a 
portentosos  resultados.  El  fatalismo  de  nuestros  indios  no  estaba  escrito  en 
los  códices  religiosos,  pero  se  hallaba  grabado  en  las  almas.  El  que  no  siente, 
decían  los  quichés,  tristeza  en  la  adversidad,  ni  en  la  prosperidad  alegría,  ni 
miedo  en  el  combate,  ni  temblor  ante  la  muerte,  es  hombre.  Las  serpientes 
beben  el  aire  y  no  son  débiles,  muerden  al  que  las  daña.  Los  móviles  humanos 
son  el  miedo,  el  interés,  el  hambre  y  el  amor.  Los  pájaros  abandonan  el  árbol 
que  perdió  sus  frutos,  las  abejas  la  flor  marchita,  las  garzas  la  laguna  seca, 
los  cortesanos,  al  poderoso  caído. 

Examinando  filosóficamente  la.  teogonia  de  los  pueblos  civilizados  de  la 
antigua  América  istmeña,  no  podemos  menos  de  comprender  que  había  mucho 
de  peculiar,  de  sublime  y  de  salvaje,  análogo  a  la  naturaleza  de  estas  comarcas 
indianas.  Los  quichés  llegaron  a  tener  entre  sus  selvas  confusa  idea  de  un 
dios  autor  del  mundo ;  pero  veían  también  en  cada  elemento  una  fuerza  divi- 
na, y  simbolizaban  en  animales  y  en  ídolos  sus  sentimientos  piadosos.  Entre 
el  grado  de  cultura  religiosa  de  los  conquistadores  españoles  y  el  de  los  indios 


—  383- 

americanos,  había,  con  todo,  una  distancia  inconmensurable.  La  humanidad 
ha  atravesado  las  fases  de  los  errores  religiosos  y  metafísicos,  sin  encontrar 
uniformidad,  a  manera  de  esa  sucesión  de  capas  terrestres,  descubiertas  por  la 
geología,  en  las  que  se  revelan  trabajos  lentos  y  seculares.  Por  todos  lados 
aparecen  las  antiguas  formaciones  del  pensamiento ;  y  basta  excabar  un  poco 
para  descubrir  que  hasta  el  desierto  arenoso,  de  la  tierra  en  que  vivimos,  está 
por  donde  quiera  superpuesto  a  la  sólida  roca  de  ese  granito  primordial,  indes- 
tructible del  alma  humana,  a  la  fe  religiosa.  El  verdadero  espíritu  del  cristia- 
nismo puro  nos  hará  más  bien  cerrar  los  ojos  sobre  muchos  puntos  que — en  el 
medio  ambiente  actual — nos  choquen  en.  las  religiones,  que  al  través  del  tiem- 
po y  del  espacio,  puede  convertirse  en  luz  esplendorosa ;  el  tosco  anhelo  hacia 
causas  desconocidas.  Los  aborígenes  americanos  sacrificaban  víctimas  hu- 
manas. La  espada  de  Abraham  suspendida  sobre  la  inocente  cabeza  de  su 
hijo  Isaac — que  para  muchos  es  una  prueba  de  reverente  obediencia — y  que 
de  todos  modos,  demuestra  que  hasta  entre  el  pueblo  judío,  el  más  culto  de  la 
antigüedad,  se  reconocía  el  sacrificio  como  grato  a  los  ojos  de  Dios,  escusará 
a  nuestros  indios  de  la  general  aberración  que  violaba  el  "no  matarás,"  estable- 
cido por  Zend  Avesta.  A  estilo  asiático,  varias  veces  dábanse  la  muerte  a  sí 
mismos  los  quichés,  como  holocausto  a  sus  divinidades,  al  monarca,  o  por 
concitar  bien  a  la  comunidad.  La  psicología  de  aquellos  pueblos  era  muy 
distinta  de  la  presente. 

Le  quitaríais  al  género  humano  su  idiosincrasia,  su  carácter  superior,  su 
aspiración  más  pura,  si  le  quitarais  la  tendencia  a  subir  a  los  orígenes,  a  inqui- 
rir las  causas,  a  tributar  culto  a  Dios.  Los  hombres  forman  una  familia  espi- 
ritual que  se  esparce  por  una  órbita  mayor  que  la  que  alcanza  el  radio  de  sus 
necesidades  materiales.  La  vida  trae  la  muerte,  la  sensibilidad  el  dolor,  la 
aspiración  se  resuelve  en  un  suspiro  que  se  pierde  en  el  espacio ;  el  amor  no 
se  sacia,  el  alma  quiere  salir  del  estrecho  recinto  del  cuerpo,  y  hay  momentos 
de  tanta  dicha,  y  sobre  todo,  los  hay  también  de  tan  amargo  infortunio,  que 
exclamamos,  sin  sentirlo  jAy,  Dios!. . . . 

"El  positivismo  descreído,  árido  y  seco,  que  hoy  ofrecen  muchos  como 
agente  civilizador,  última  palabra  de  toda  negación  religiosa,  ni  responde  a  las 
tradiciones  históricas,  ni  siquiera  es  nuevo  en  el  mundo.  Hace  muchísimo 
tiempo,  dice  el  sabio  Max.  Müller,  que  la  clase  gobernante  de  China  está  fami- 
liarizada con  la  metafísica  de  Spinosa,  y  en  bastísima  escala  se  han  aplicado 
los  principios  de  Augusto  Comte.  Hace  muchos  siglos  que  se  hallan. los  nobles 
hijos  del  celeste  Imperio  en  un  punto  al  cual  querrían  (jue  llegásemos  nosotros, 
algunos  de  nuestros  contemporáneos,  con  la  única  diferencia  de  que  el  legisla- 
dor pagano,  que  había  perdido  toda  creencia  en  Dios,  se  esforzaba  en  reanudar 
los  eslabones  de  la  cadena  y  en  enaltecer  la  ct)ndicit')n  moral  de  sus  subditos, 
estudiando  la  política  o  concibiendo  algún  plan  nuevo  para  mejorar  la  organi- 


-384- 

zación  social,  mientras  que  nuestros  positivistas,  atribuyéndose  un  papel  aná- 
logo al  de  los  antiguos  positivistas  chinos,  procuran  rechazar  un  sistema  reli- 
gioso que  ha  dado  pruebas  de  ser  la  más  poderosa  de  las  fuerzas  civilizadoras, 
el  campeón  constante  de  los  derechos  del  hombre  y  de  la  dignidad  de  la  mujer. 
El  positivismo  querría  reemplazar  la  rehgión  cristiana  con  una  fas  del  paga- 
nismo, lleno  de  falsas  promesas,  lo  cual  asimilaría  el  siglo  XX  a  la  edad  de  oro 
de  Mencio  o  de  Confusio,  o  le  permitiría,  en  otros  términos,  consumar  su 
libertad  religiosa  y  llegar  al  fin  supremo  del  progreso,  volviendo  a  la  infancia 
y  cayendo  en  la  imbecilidad  moral"  (i). 

El  espíritu  cristiano  es  el  espíritu  civilizador,  que  vino  a  lavar,  con  la  san- 
gre del  Justo,  la  conciencia  humana,  para  que  resplandeciera  en  ella  con  luz 
más  viva  la  imagen  de  Dios,  anunciándole  ¡glona  en  las  Alturas  y  paz  en  la 
tierra  a  los  hombres  de  buena  voluntad!  Las  teogonias  asiáticas  no  acepta- 
ban el  dogma  del  progreso.  El  Popol-Vuh,  el  libro  sagrado  de  los  quichés,  es 
admirable  como  documento  tradicional  de  una  raza ;  pero  no  hace  renacer  las 
dulzuras  del  espíritu,  no  apaga  la  sed  del  corazón,  no  alienta  esperanza,  no 
arroja  luz.  Es  el  reflejo  de  un  pueblo  inerte,  rendido  bajo  el  peso  del  infortu- 
nio. Sus  ecos  son  un  perpetuo  lamento  y  su  destino  fué  como  el  de  la  antigua 
Niobe,  llorar  el  gran  dolor  que  laceró  su  corazón. 

En  el  brahamanismo,  en  el  quicheísmo,  en  todas  las  religiones  de  pueblos 
civilizados  antiguos,  se  viene  trasluciendo  el  monoteísmo,  hay  una  divinidad 
superior  y  más  fuerte.  El  Jehová  de  los  primeros  judíos  era  para  ellos  un  dios 
airado  más  poderoso  que  los  dioses  paganos.  Para  abraham  y  Jacob  fué  Dios 
único.  El  árabe  propendió  al  monoteísmo,  que  si  se  reflejó  en  la  raza  aria,  se 
convirtió  en  un  instinto  de  la  raza  semítica. 

La  ciencia  moderna  llama  enajenados  a  esos  grandes  fundadores  de  reli- 
giones e  imperios.  Sin  embargo,  hay  que  venerarlos,  porque  encarnan  el  alma 
de  una  época  y  el  genio  de  una  raza.  Miles  de  generaciones  hablan  por  sus 
bocas.  Acaso  esos  creadores  de  ideales  no  engendran  más  que  fantasmas ;  pero 
esos  terribles  fantasmas  nos  han  hecho  tales  como  somos,  y  sin  ellos  ninguna 
civilización  habría  llegado  a  nacer  (2).  La  tolerancia  es  necesaria ;  y  tan  malo 
es  el  fanatismo  religioso  como  el  fanatismo  irreligioso.  La  falta  de  religión 
patriótica,  de  religión  social,  hace  que  se  menosprecie  la  vida  y  que  el  senti- 
miento se  encarne  en  las  entrañas  de  una  momia,  para  regocijarse  en  anárqui- 
cas hecatombes,  que  semejarían  las  delirantes  expansiones  del  ebrio,  si  no 


(1)  Las  Religiones.  — Max.  MQller.    Versión  castellana  de  Garría  Moreno.    Madrid,  páir.  124. 

(2)  Gustavo  Levon.— La  cirllización  de  los  árabes.    Introducción,  pá^.  IV, 


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llevaran  la  ponzoña  de  corazones  pervertidos  y  saturados  de  venganza.  La 
voz  de  Cristo  repercute,  al  través  de  los  siglos,  aclamando  la  democracia  uni- 
versal, que  desde  el  pesebre  de  Belén  viene  a  posesionarse  del  palacio  de  los 
Césares. 

La  religión  cristiana  previo  ya,  en  sus  comienzos,  y  resolvió  los  problemas 
de  latente  actualidad,  que  hoy  día  preocupan  a  las  naciones  más  civilizadas  del 
mundo  (i).  ¡El  fanatismo  intolerante  desnaturaliza  la  obra  de  Jesús,  todo 
bondad  y  amor ! 


(1)    El  valor  social  del  Evangelio,  por  el  R.  P.  Garriguet.    Casa  editorial  Calleja.  Madrid. 


/■ 


CAPITULO  XIV 
GOBIERNOS  PRECOLOMBINOS 


SUMARIO 


Monarquía  indígena.  —  Elección  de  los  reyes.  —  Ceremonia  de  la  coronación.  — 
Los  quichés  y  demás  colectividades  eran  teocráticos  en  sus  gobiernos.  —  Señores 
principales.  —  El  rey  permanecía  en  el  templo  por  algunos  días  después  de  la  cora- 
nación.  —  Los  magnates  y  el  pueblo  iban  al  palacio  a  saludar  al  monarca.  —  Palacios 
de  los  reyes  indígenas.  —  Las  audiencias  del  rey.  —  Sólo  seis  personas  tenían  facul- 
tad de  fijar  la  vista  en  el  rostro  del  monarca.  —  Ceremonial  con  que  el  rey  salía  por 
las  calles.  —  La  etiqueta  de  la  mesa.  —  Los  monarcas  asumían  el  carácter  de  legis- 
ladores, maestros,  pontífices  y  magistrados.  —  Cómo  fué  gobernado  Xibalba  en  sus 
mejores  tiempos.  —  Historia  de  la  nobleza.  —  Rangos  superiores.  —  Los  Batab.  — 
Consejo  del  rey.  —  Grados  de  nobleza  de  los  quichés.  —  Estructura  gubernamental. 

—  Comunismo  teocrático.  —  Calpules.  —  Trátase  de  regenerar  a  los  indios,  en  tiem- 
po de  Carlos  III,  en  Guatemala.  —  Concurso  que  se  abrió  con  el  objeto  de  premiar 
la  mejor  obra  que  demostrase  la  utilidad  de  que  los  indios  se  vistiesen  a  la  española. 

—  Obtiene  el  premio  Fr.  Matías  Córdoba.  —  Otro  concurso,  en  1799,  sobre  escuelas 
de  indígenas.  —  Se  suprime  la  Sociedad  Económica  de  Amigos  de  Guatemala,  por 
sus  ideas  progresistas.  —  Condición  de  los  indios.  —  Todo  pugna  por  la  vida. 


"La  monarquía,  dice  un  ingenuo  cronista,  es  la  más  principal  república,  y 
la  que  se  conserva  seguramente  con  menos  revueltas  del  pueblo ;  y  así,  estos 
indios  tuvieron  la  monarquía,  etc."  Mas,  por  absoluto  que  fuese  ^1  señorío  de 
Guaternala,  hemos  indicado  ya,  que  rnp^p^rf\^  ^n  autoridad  rpn  riprto»^  yarrmps 
de  opinión,  especie  de  consejeros,  encargados  así  de  lo  judicial  como  de  lo  polí- 
tico. Ellos  eran  también  los  que  recogían  las  rentas  del  Estado,  siomld  do  su 
_cuenta  distribuirlas,  entre  los  gastos  de  la  cosa  pública  y  los  de  la  casa  real. 
Además  de  estos  supremos  consejos,  había  en  cada  pueblo  otros  oidores  y 
chancillerías,  con  atribuciones  limitadas,  no  pudiendo  resolver  en  negocios 
arduos,  reservados  al  Consejo  de  los  Ancianos.  Tales  oidores  eran  castigados 
cruelmente  cuando  caían  en  falta  respecto  al  desempeño  de  sus  oficinas,  a  la 
vez  que  su  buena  inteligencia  les  merecía  los  ascensos  o  la  perpetuidad  en  el 
empleo.  De  esta  manera,  el  magistrado  supremo  solía  haber  recorrido  todos 
los  grados  de  la  gerarquía  civil  (i). 

Era  el  gobierno  de  estos  indios  bastante  regularizado,  para  el  tiempo  y 
las  costumbres,  y  guarda  armonía  con  la  estructura  gubernativa  de  los  anti- 
guos pueblos  de  Asia  y  de  Europa.     La  centralización,  la  teocracia,  la  divina 


(1)  Repúblicas  dé  Indias. -Roro¿n  y  Zamora.   Tomo  I,  pAjr.  207. 


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majestad,  el  absolutismo,  la  tiranía,  la  abyección  popular,  en  fin,  ese  carácter 
férreo,  brutal  y  absorvente  del  monarca,  no  era  por  cierto,  condición  peculiar 
de  estas  regiones,  ni  siquiera  ha  logrado  borrarse  de  toda  la  faz  del  mundo  en 
los  modernos  tiempos. 

Es  interesante  y  curioso  cómo  se  procedía  a  1^  elección  de  los  revés.  So- 
bre el  sepulcro  mismo  del  monarca  difunto  se  despachaba  la  convocatoria  a 
_Jos  señores  principales  del  reino,  que  se  hallaban  en  el  caso  de  asistir  a  la  elec- 
ción del  nuevo  rey.  El  deber  de  concurrir  a  aquellas  cámaras  debía  cumplirse 
urgentemente  y  sin  admitir  pretextos  o  excusas  infundadas.  Los  electores 
acudían  con  la  prisa  posible,  bien  provistos  de  dones  para  el  electo.  El  primer 
trabajo  de  aquella  asamblea  nacional  era  fijar  los  derechos  de  los  candidatos 
al  trono.  Por  lo  común,  recaía  la  eleccióa,..en.ca«o4e  duda^  en  el  mejor  g4i«z_ 
rrero:  "valía  eT  ciiAC  más  p^^l«a^  y^»"^  "'n"  ^^^mbrff*  ^v  ytia«-fn"  (Herrera).  Re- 
suelta la  cuestión  de  candidaturas,  procedíase  a  la  ceremonia  de  la  coronación. 
Desvestían  al  electo,  y  asi  desnudo  lo  llevaban  al  templo  principal  o  teucalli, 
todo  en  gran  silencio,  sin  música,  ni  ruidos.  Llegando  a  las  gradas,  era  subido 
de  los  brazos,  por  dos  nobles  principales,  precedido  de  lo  más  granado  de  la 
población.  En  lo  alto  del  templo  o  sacrificatorio,  le  aguardaba  el  sumo  sacer- 
dote, con  los  demás  teupixquis  revestidos  de  sus  mejores  ornamentos.  Ahí 
estaban  también  preparadas  las  ricas  vestiduras  que  había  de  ostentar  la  real 
persona  en  el  acto  de  la  coronación.  Desnudo  había  llegado  el  monarca,  nada 
llevaba  profano,  todo  lo  recibía  de  la  divinidad.  He  ahí  la  teocracia,  que  fué 
el  gobierno  de  los  antiguos  pueblos.  Cuando  Moisés,  en  pie  sobre  la  montaña 
del  Sinaí,  radiante  de  luz  su  frente,  recogida  con  la  izquierna  su  luenga  barba, 
mostraba  con  la  mano  derecha  al  pueblo,  las  Tablas  de  la  Ley,  dirigiéndose  a 
la  muchedumbre  esparcida  en  la  llanura,  era  electo  soberano  de  las  conciencias, 
con  doble  poder,  en  representación  de  Jeohavá.  La  soberanía  manaba  del  cielo 
y  venía  a  encarnarse  en  las  familias  reinantes,  pasando  por  encima  de  la  cabeza  . 
de  los  pueblos,  que  no  tenían  más  que  obedecer.  David  fué  el  ungido  del  Señor, 
Nabucodonosor  había  logrado  esa  especie  de  hipnotismo  divino.  ¿Qué  mu- 
cho, entonces,  que  los  indios  de  Guatemala,  mil  af^s  hace,  desnudos  de  todo  k 
humano,  llegasen  al  templo  a  recibir,  por  decirlo  así,  el  germen  y  los  atributos 
de  su  autoridad?  Si  Santo  Tomás,  Suárez  y  Belarmino,  no  vacilar^m  en  pro- 
clamar que  toda  autoridad  viene  de  Dios:  "Non  cst  potcstas  nisi  a  Deo." 
¿Cómo  ha  de  llamar  la  atención  que  los  maya-quichés  fueran  teocráticos  en  su 
gobierno  y  ceremonias?  El  derecho  histórico  aún  tiene  campeones,  legitimis- 
tas  con  pelucas  blancas  y  coletas  grises,  en  pleno  siglo  XX. 

Empero,  volvamos  a  ver  cómo  se  coronaban  los  antiguos  reyes  de  estas 
naciones  centro-americanas.  Los  señores  principales,  los  caciques  tributarios, 
llevaban  delante  de  sí  las  insignias  y  armas  de  sus  títulos,  en  ciertas  taDias  que 
semejaban  escudos,  y  una  vez  llegados  al  adoratorio,  todos,  desde  el  rey,  hasta 
el  último  de  los  principales,  hacían  al  ídolo  cierta  reverencia,  que  consistía  en 


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incHnarse  hasta  el  suelo  y  besar  la  mano  con  que  habían  tocado  la  tierra.  En- 
tonces comenzaba  propiamente  la  coronación.  La  primera  ceremonia  que 
ejecutaba  el  pontífice  era  ungir  al  nuevo  rey,  que  según  la  costumbre  de  los 
indígenas  de  América,  no  se  limitaba  sólo  a  las  manos  o  la  cabeza,  sino  que  se 
extendía  a  todo  el  cuerpo,  que  embadurnaban  con  un  negrísimo  betún.  Des- 
pués de  ésto,  el  sacerdote,  con  un  hisopo  hecho  de  ramas  de  cedro,  sauce  y 
caña,  rociaba  al  monarca,  bañándolo  cuatro  veces  en  cierta  agua  que  tenían 
por  bendita,  y  pronunciando  palabras  misteriosos.  Luego  le  vestían  la  púrpu- 
ra, que  era  una  manta  pintada  de  calaveras  y  huesos  de  muerto,  poniéndole 
además  dos  turbantes  en  la  cabeza  con  las  mismas  pinturas  y  de  distintos  colo- 
res, uno  negro  y  el  otro  azul.  En  seguida,  le  adornaban  el  cuello  con  unas 
largas  cintas  coloradas,  de  cuyos  extremos  pendían  cabalísticas  insignias ;  y  a 
las  espaldas  le  colgaban  una  calabacita  o  tecomate,  llena  de  ciertos  polvos  de 
virtud  anti-enfermiza  y  anti-diabólica.  Con  aquel  rito  pretendían  libertar  al 
])ríncipe  de  las  enfermedades,  como  de  los  engaños  del  demonio  y  de  las  he- 
chicerías de  encantadores  y  brujos.  Tenían  por  seguro  aquellos  supersticio- 
sos indios  que  si  el  rey  enfermaba  en  la  fiesta  llamada  Temohuá,  no  sanaría 
jamás.  En  fin,  le  ponía  el  sumo  sacerdote  una  redecilla  o  bolsita  en  el  brazo, 
a  manera  de  manípulo,  llena  de  incienso,  a  fin  de  que  en  el  acto  fuera  a  incensar 
a  los  dioses.  Hechas  estas  ceremonias,  se  sentaba  el  gran  sacerdote,  y  vuelto 
al  rey  le  decía :  "Ya  veis  cómo  todos  los  altos  hombres  están  aquí  presentes, 
con  los  más  principates  para  honraros.  .  . .  Vos,  como  padre  de  ellos  los  habéis 
de  defender,  amparar  y  mantener  en  justicia,  pues  tienen  puestos  los  ojos  en 
su  monarca.  Vos  los  habéis  de  regir  y  gobernar,  teniendo  cuidado  de  que  no 
falte  a  los  pueblos  el  alimento,  pensando  durante  la  paz  en  la  guerra;  y  teniendo 
grande  cuenta  de  que  el  sol  anda  y  la  tierra  da  sus  frutos."  Entonces  le  ponía 
la  corona  de  oro  con  turquesas,  llamada  xiuhtzolli.  El  rey  no  contestaba  a  la 
arenga,  sino  con  gestos  de  aprobación  y  meneos  de  humildad,  Bajaba  entonces 
la  Corte  al  patio  del  Teucalli,  en  donde  se  procedía  a  la  jura  del  soberano,  y  en 
el  acto  de  prestarle  homenaje  era  cuando  los  señores  y  magnates  le  ofrecían 
sus  joyas  y  presentes. 

No  era  aquel  día  el  destinado  a  los  regocijos  de  la  coronación.  El  rey 
estaba  obligado  a  permanecer  en  el  templo  cuarenta  y  ocho  horas  más,  dando 
gracias  a  los  dioses  por  la  adquisición  del  reino.  Tenía  que  sujetarse  a  ridicu- 
las y  penosas  ceremonias,  ayunando  y  haciéndose  sangrías  en  diversas  partes 
del  cuerpo,  sobre  todo  en  los  órganos  genitales.  A  la  noche  bañábase  en  una 
alberca,  construida  ahí  con  ese  único  objeto.  Pasado  el  período  de  ejercicios 
adoratorios,  venían  al  templo  los  magnates  y  el  pueblo  para  conducir  al  ni.^ 
narca  a  su  palacio  con  toda  pompa  y  alborozo,  dignos  de  tan  gran  solemnidad. 
Instalado  en  su  real  sitio  el  nuevo  s.Qb^r^.no,  tomaba  desde  ese  día  las  riendas 


—  39<^  — 

del  gobierno.     Antes  se  oradaban  al  monarca  las  orólas  y  ln>;  tinrlios  para 
ponerle  aretes,  lo  cual  se  tenía  por  grandeza  (i). 

A  tanta  prolijidad  en  el  ceremonial  de  íá  coronaci«Mi,  c(>rrcsj)t)n(iia,  sin 
duda,  el  tratamiento  que  se  daban  estos  reyes.  Kn  amaneciendo,  entraban  en 
palacio  multitud  de  señores  principales,  e  innumerables  criados  y  lacayos,  con 
el  único  objeto  de  hacer  la  corte  al  soberano,  desde  la  mañana  hasta  la  noche, 
aun  sin  poder  disfrutar  de  su  presencia  en  todo  el  día.  La  ocupación  de  tales 
palaciegos  era  hacer  corrillos  en  los  corredores  de  la  cn<n  r<-il  De  estos  escla- 
vos principales  tenía  hasta  quinientos  Tecum  Umán 

Algunos  historiadores,  como  Fuentes  y  Guzmáii.  j narros  y  Brasseur  do 
Bourbourg,  han  exajerado  la  grandiosidad  de  los  palacios  de  los  reyes  índigo 
ñas.     Dígase  lo  que  se  quiera,  es  verosímil  que  no  pasasen  de  ser  más  de  lo 
que  fueron  las  otras  fábricas  de  hieráticos  pueblos,  de  vastas  dimensiones,  sin 
duda,  pero  siempre  toscas  y  desaliñadas.     Sabido  es  que  las  famosas  ruinas 
de  que  quedaron  vestigios,  datan  de  una  fecha  muy  anterior  a  la  época  de  la 
conquista.     Sin  embargo,  no  es  difícil  que  en  medio  de  aquella  rudeza,  se  ha- 
llasen en  las  grandes  poblaciones  algunos  edificios  de  singular  curiosidad  ^' 
admirable  trabajo,  lo  mismo  que  jardines,  fuentes,  casas  de  fieras  y  otras  par 
ticularidades  de  que  nos  hablan  Díaz  del  Castillo  y  algunos  conquistadores,  qw 
acompañaron  a  don  Pedro  de  Alvarado  por  estos  países,  y  que  .se  sorprcndir 
ron  al  ver  los  palacios,  sacrificatorios  y  demás  construcciones  de  los  aboríge- 
nes, que  tenían  gran  magnificencia. 

Era  curioso  el  ceremonial  observado  en  las  audiaicias  del  rey.     Nadi 
entraba  en  la  real  cámara  sino  rigurosamente  descalzóla  gala  del  unifcírní 
eran  las  mantas  más  viles  y  groseras,  porque  en  el  concepto  de  esas  gentes,  1 
decencia  consistía  en  el  abatimiento,  y  asi  la  mayor  honra  del  rey  era  el  que  se 
le  presentaran  más  miserables  en  su  presencia,  sobre  todo,  si  era  elevada  la 
condición  del  principal ;  práctica  ridicula  por  cierto,  como  fundada  en  una  mala 
aplicación  de  principios,  pero  en  el  fondo  filosófica.     Por  supuesto,  los  ojos 
bajos,  la  cabeza  inclinada,  el  cuerpo  profundamente  encorbado,  como  forman 
do  el  cuadro  de  la  más  abyecta  reverencia.     Sólo  seis  personas  tenían  faculta'! 
de  fijar  la  vista  en  el  rostro  del  monarca.     Cuando  este  hablaba  era  tan  qued'  > 
que  apenas  parecía  mover  los  labios,  y  aun  este  favor  no  se  dispensaba  sin. 
rarísimas  veces,  por  que  las  más,  se  valía  de  intérpretes,  para  sus  respuestas, 
como  lo  usaron  los  asirios  y  otros  pueblos  antiguos.     Entre  las  naciones  pri- 
mitivas de  este  Continente,  lo  mismo  que  en  Persia,  Egipto  y  los  demás  pue- 
blos de  la  historia  antigua,  nótase  siempre  la  tendencia  de  divinizar  al  monarca. 
y  sacarlo  del  gremio  de  los  humanos.     Era  natural  que  la  teocracia  tendiera  a 
ello,  como  la  adulación  moderna,  sobre  todo  en  ciertos  paises  hispano-ameri- 
canos,  hace  que  de  los  más  vulgares  y  estólidos  mandarines,  se  haga  más  elo- 


(1)    Xlménez,  Historia  de  Guatemala,  uájf.  196. 


—  391  — 

gio  que  de  todos  los  filósofos,  sabios  y  filántropos.  Allá  en  los  tiempos  de 
Khan,  Doyoces  y  Fraortes,  prevalecía  el  principio  de  la  divinidad  del  rey.  Hoy 
es  el  vicio  rastrero  de  quemarlncienso  a  los  pies  de  los  déspotas.  Era  nece- 
sario al  esplendor  de  los  monarcas  asiáticos  y  americanos,  que  así  como  los 
ecíipcios  se  hacían  venerar  como  dioses,  se  sustrajeran  ellos  a  las  miradas  pro- 
fanas del  pueblo,  y  que  la  real  palabra,  oráculo  entre  los  oráculos,  se  ecuchara 
rarísima  vez.  "El  asiento  del  rey  era  notable,  porque  tenía  un  dosel  de  pluma- 
riquísimo,  y  encima  otros  tres  cielos  de  diversos  colores,  de  manera  que  re- 
presentaba gran  majestad"  (i). 

El  rey  salía  poco  de  palacio,  y  cuando  se  dejaba  ver  en  las  calles,  se  obser- 
A  aba  el  siguiente  ceremonial.  Precedía  un  macero  con  tres  varas  en  las  ma- 
nos, a  manera  de  los  antiguos  lictores,  anunciando  la  aproximación  del  monar- 
ca. Este  era  llevado  de  ordinario  en  unas  andas  magníficas,  llenas  de  oro, 
piedras  finas  y  plumas  vistosas.  El  suelo  aue  pisaba  debía  estar  limpio  "hasta 
de  chispas  de  pajas,"  como  dicen  los  cronistas.  Todos  los  que  formaban  el 
augusto  séquito,  así  fuesen  cerca  o  leios.  debían  llevar  la  vista  hacia  el  suelo, 
mientras  que  del  propio  modo,  y  muy  inclinada  la  cintura,  tenían  que  aguardar 
los  transeúntes  que  pasase  la  real  procesión. 

No  era  menos  notable  la  etiqueta  de  la  mesa.  El  comedor  del  rey  era  una 
sala  alfombrada,  con  finas  esteras  o  petates,  de  labores  primorosas.  Delica- 
dos manteles  de  algodón  se  extendían  sobre  el  pavimento,  a  oriental  usanza,  y 
el  asiento  del  monarca  era  un  cogín  o  almohadón  de  piel  de  venado,  tigre  u 
otro  animal  de  los  aue  cazaban  en  el  lugar,  bien  curtida  y  de  extraordinario 
precio.  Sólo  los  seis  venerables  ancianos  que  tenían  el  privilegio  de  mirarle 
a  la  cara,  podían  sentarse  a  su  derredor,  para  acompañarlo  a  comer  a  respetuo- 
sa distancia.  Entraban  los  pajes  cada  uno  con  la  vasija  o  plato  de  barro,  pri- 
morosamente labrado.  El  maestre  sala  tomaba  la  vianda,  presentábala  al  rey, 
en  seguida  a  los  seis  ancianos,  y  después  a  cien  magnates  que  comían  en  una 
pieza  inmediata.  Del  mismo  modo  se  servía  la  bebida,  en  jicaras  y  cocos,  tan 
pulidos  y  labrados,  como  los  que  hoy  admiramos  con  retratos,  nombres,  dibu- 
jos y  grecas.  Los  historiadores  celebran  la  ruda  magnificencia  de  los  palacios 
de  los  reyes,  y  ésta  era  tal  que  aseguran  que  en  las  despensas  y  botillerías  des- 
tinadas al  servicio  del  monarca,  siempre  había  puerta  franca  para  cuantos  qui- 
siesen disfrutar  de  sus  licores  y  manjares. 

En  los  gloriosos  días  de  la  raza  maya,  cuando  Votan  y  sus  sucesores 
reinaron  sobre  poderosos  y  acaso  confederados  imperios,  en  Chiapas,  Guate- 
mala y  Yucatán,  el  papel  de  los  reyes  era  en  mucho  mítico,  asumiendo  el  carác- 
ter y  poderes  de  legisladores,  maestros,  pontífices  y  magistrados.  Xibalba, 
en  sus  mejores  tiempos,  dice  Brasseur  de  Bourbourg,  fué  gobernado  por  trece 


(1)    Román,  Rep.  de  Indias,  tomo  I,  pág.  296. 


—  392  — 

reyes  y  un  Consejo  de  doce  ancianos  (i).  Después  de  muchos  años  de  pros- 
peridad, ese  gobierno  en  Guatemala  y  Chiapas  se  tornó  débil  y  corrompido : 
pero  los  imperios  cakchiquel  y  quiche  se  organizaron  y  obtuvieron  mucha  cul 
tura  y  brillo.  La  corona  real  que  usaban  era  una  faja  circular  de  oro,  má 
ancha  en  la  frente  y  en  la  parte  de  atrás,  ornamentada  con  finas  piedras,  } 
llevada  por  los  monarcas  y  principales  nobles.  Se  imponía  la  pena  de  muertr 
según  refiere  Ordóñez,  al  de  baja  clase  que  hacía  morir  una  ave  cuyas  plumas 
adornaban  al  monarca.  El  palanquín  del  rey  iba  también  adornado  de  preciiv 
sas  plumas,  y  el  gran  abanico  con  que  se  le  hacia  aire  fresco,  era  de  las  más 
finas  y  bellas. 

La  nobleza  de  superior  rango  pertenecía  a  las  familias  reales,  los  Cocomc- 
Tutulcs,  Xius,  Cheles  e  Itzas.     Ahau  era  el  titulo  común  de  los  nríncipes.  \ 

Halach  Winigu^ü,  "Su  Altí«;ima  Majp^tad,"  p1  tratatnieptO  "^^^  encumbrado. 

_La  noblczajque  no  llevaba  sangre  real,  llamada  Batab,  gobernaba  provin 
cías,  ciudades,  alde^s^iem|)rej)aj()  las  ór.dfijigs^del  monarca :  "To'closT()s"scño 
fes  teníiTcueríta  con  visitar,  respetar  y  alegrar  a  Üocom,  acompañándole  y  fes- 
tejándole y  acudiendo  a  él  en  los  negocios  arduos  (2). 

Los  reinos  quiche  y  cakchiquel,  que  a  la  venida  de  los  españoles  estaban 
en  lucha,  cien  años  antes  se  encontraban  unidos,  con  las  mismas  tradiciones. 
En  los  tiempos  de  gran  prosperidad  y  gloria  para  (luatemala,  cuando  Quicab 
desde  el  trono  de  Utatlán  gobernaba  todo  el  país,  el  monarca,  si  hemos  de  d.i 
crédito  a  la  tradición,  se  esforzó  en  disminuir  el  poder  de  la  nobleza,  coiifirien 
do  autoridad  militar  y  alto  poderío  a  los  de. más  aptitud,  aunque  tuvieran  san 
^re  plebeya.     Se  (ymió  entonces  una  nueva  clase  de  duIots,  lUimados  Achibab. 
que  se  hizo  fuerte,  ambiciosa xÍ05libQ£dinada.     Estos  parvenus,  como  hoy  ^ 
diría,  perdieron  su  influencia,  por  la  disolución  del  gran  imperio  en  varins  c^i 
dos,  a  causa  de  sus  maquinaciones. 

"Tenía  el  rey  ciertos  varones  de  gran  autoridad  y  opinión  {¡ue  eran  ojnio 
oidores  y  conocían  de  todos  los  pleitos  y  negocios  que  sé  ofrecían :  Jas  cabezas 
de  calpul  eran  los  que  desempeñaban  tan  importantes  cargos.  Había  adem:!- 
alguaciles  para  llamar  y  convocar  al  puebjo"  (3). 

El  abate  Brasseur  de  Bourbourg  hizo,  con  vista  del  Popol-Vuh,  la  siguici 
te  relación  de  los  grados  de  nobleza  de  los  quichés.  Tres  familias  principaU 
que  tenían  un  origen  común>  constituían  la  ^^*^  ""Me?;Pi  "^"delada  sobre  1 


<K- 


antigua  imperial  de  los  tnlterns  La  primera^y  "^^^  ilustre  era  la  casa  <1 
Carwck,  los  cuales.4)XQpiamente  componían  la  resL\  familia;  ]a  segunda  era  la 
de  Nihaib,  y  la  tercera  la  de  Ahau  Quiche.  Los  oficiales  que  servían  al  rey  en 
la  corte,  se  llamaban  Lolmay,  Atzihunac,  Calel  y  Ahuchan.  Ximénez  refiere 
que  en  la  Verapaz  el  sumo  sacerdote,  prQ^imo  £n- poder  civil  al  r.£y.  era  de 


(1)  Hlst.  do  Nat.  Clv.,  tomo  I,  pásrs.  123.  127,  95  y  7- 

(2)  Landa,  Relación,  pág.  40. 

(3)  Ximénez,  Hlst.  Ind.  Guat.  páffs.  196,  197,  201  y  202 


4 


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cierto  linaje  y  lo  elegía  el  pueblo.  En  la  provincia  de  Chiquimula  fué  Mictlán 
un  gran  centro  religioso,  muy  visitado  por  peregrinos  de  lugares  lejanos. 
Theotí,  el  sumo  sacerdote,  era  nombrado  por  el  rey  de  los  pipiles.  Nótese, 
pues,  que  aunque  la  casta  sacerdotal  tenía  también  potestad  secular,  estaba i 
bajo  el  resguardo  de  la  civil  (i ).  _  Por  ley  se  hallaba  ordenado  que  se  guardasej 
la  limiDÍeza  de  los  linajes,  de  tal  suerte,  que  si  algún  cacique  o  noble,  recibía! 
mujer  plebeya,  quedaba  reducido  a  esta  condición,  que  llamaban  mazegual.; 
Las  genealogías  nobíHarias  las  pintaban  en  geroglíficos  o  las  esculpían  en] 
¡licdra.     Aún  quedan  en  talladas  lápidas  ilustres  nombres  autóctonos. 

A  pesaar  de  la  conquista  y  del  transcurso  de  los  años,  existen  todavía,  en- 
tre nosotros,  pueblos  de  indios  que  conservan  sus  tradiciones  gubernativas  y 
nobiliarias.  En  Nahualá,  en  Santa  Catarina,  en  Santo  Tomás  Chichicaste- 
nango,  y  en  otros  grandes  centros  de  aborígenes,  acostumbran  que  el  Goberna- 
dor y  los  Alcaldes  actúen  en  los  casos  comunes ;  pero  si  es  extraordinario,  lo 
someten  a  la  decisión  de  la  Junta  de  Notables,  que  sólo  se  compone  de  los  que 
ellos  llaman  principales,  que  han  servido  cargos  públicos.  Si  el  negocio  es 
bastante  arduo  y  puede  comprometer  los  intereses  del  pueblo,  se  eleva  al  Con- 
sejo de  los  Ancianos,  cuyo  parecer  es  sagrado,  aunque  venga  a  contrariar  los 
deseos  de  la  generalidad. 

En  cuanto  a  la  sucesión  al  trono,  ordenaban  las  leyes  que  el  primogénito 
del  rey  fuese  el  inmediato  sucesor  a  la  corona,  y  al  hijo  segundo  le  daban  el 
título  de  electo,  porque  debía  suceder  al  hermano  mayor.  Los  hijos  de  éstos 
tenían  el  título  de  Cíípitán  Menor  el  hijo  del  segundo,  y  Capitán  Mayor  el  hijo 
<lel  primogénito.  Cuando  el  rey  moría  empuñaba  el  cetro  el  inmediato  suce- 
sor, y  el  electo  pasaba  a  inmediato ;  el  Capitán  Mayor  ascendía  al  puesto  de 
electo,  el  Capitán  Menor  a  Capitán  Mayor,  y  al  pariente  más  cercano  a  Capitán 
Menor.  De  esta  suerte,  dice  Juarros,.(2)  subiendo  por  grados  al  Trono,  se 
conseguía  que  los  reyes  siempre  fuesen  provectos  en  edad,  cargados  de  expe- 
riencia y  méritos,  así  en  lo  político  como  en  lo  militar. 

El  Consejo  Supremo  del  monarca  del  Quiche  se  componía  de  veinticuatro 
grandes,  con  quienes  consultaba  el  rey  para  el  acierto  de  los  negocios  públicos 
y  militares.  Estos  Consejeros  gozaban  de  muchos  privilegios  y  honores,  y 
eran  los  que  llevaban  en  hombros  las  andas  del  emperador,  cuando  salía  de  su 
palacio ;  a  la  vez,  se  les  castigaba  severamente  cuando  cometían  algún  delito. 
En  los  principales  pueblos  del  imperio  había  tenientes  que  disfrutaban  de  mu- 
cha autoridad  y  respeto ;  pero  que  no  podían  conocer  en  los  casos  contra  los 
Ahaus,  como  llamaban  a  los  nobles  o  grandes.     Cuando  el  negocio  afectaba  el 


(1)  Hist.  Ind.  Guat.,  pág.  200. 

(2)  Compendio  de  la  Historia  de  Guatemala,  Lomo  1 1 .  mía.  28. 


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bien  público,  intervenían  los  Cabezas  de  Calpul,  cuyos  pareceres  se  tomaban, 
y  en  siendo  el  punto  de  mucha  trascendencia,  lo  resolvía  el  Consejo  de  los 
Ancianos, 

Nótese,  pues,  que  la  estructura  gubernamental  estaba  bien  meditada,  y 
correspondía  al  modo  de  ser  de  aquellas  antiguas  sociedades,  en  las  que  el  indi- 
vidualismo nada  significaba  ante  la  generalidad.  El  pro  del  pueblo  lo  conside- 
raban cifrado  en  la  salud  pública,  a  estilo  de  los  ronianos.  El  común,  como  le 
llaman  todavía,  era  la  colectividad. 

La  organización  de  la  sociedad  americana  antes  de  la  venida  de  los  españo- 
les, era  en  los  centros  civilizados,  un  comurnsmo  teocrático,  que  aún  se  revela 
en  jns  puehlna  Hp  Ing  indins,     J<;;>dns  visten  lo  mismo,  se  casan  en  llegando  a  la 


PWfíg^^^^r  ^ríihojan  oin  HU^^nrión.  la  mu^er  contribuye  como  el  hombre  al  sus- 


Jento  diario ;  no  hay  por  lo  general  ricos  ni  desvalidos  •-  cms^^n  ^y  lap  ti(>rr 
rí^miin^^*"^ ;  ^^^^'•'^^"y*'"  *^^»'^  ^  ¡03  gastos  públicos.  El  pueblo,  el  común, 
como  ellos  llaman,  absorve  el  individualismo.  .La  sobriedad  en  el  comer,  la 
inquina  a  la  prostitución,  las  costumbres  patriarcales,  hacen  que  puedan  subsis- 
tís esas  grandes  masas  humanas,  a  pesar  de  la  explotación  de  los  ladinos  y 
hasta  de  las  autoridades.  Aunque  para  alegrarse  y  romper  una  monotonía 
trabajosa  y  siempre  triste,  son  dados  a  la  embriaguez,  hay  pueblos,  como  Santa 
Catarina  Ixtagucán,  en  los  cuales  no  permiten  licores,  a  pesar  de  que  prefieren 
pagar  la  cuota  de  los  estanquillos  que  les  correspondería,  pero  sin  tenerlos.  Al 
indio  que  llega  ebrio  al  pueblo,  lo  curan,  y  cuando  está  bueno,  le  dan  veinticinco 
azotes,  por  la  primera  vez,  cincuenta  por  la  segunda,  y  si  aún  reincide,  lo  des- 
tierran  para  siempre  del  pueblo. 

Todavía  rernnpren  como  superiores  a  los  nobles  de  los  calpules^  v  aunque 
se  someten  a  las  autoridades  gubernativas,  guardan  las  tradiciones  de  sus  leyes 
orgánicas,  son  aferrados  al  costumbre,  y  tienen  en  su  manera  de  ser  mucho  de 
sus  antepasados.     Todo  es  oriental  en  ellos. 

Uno  de  los  efectos  que  el  ambiente  progresista  de  Carlos  III  produjo  en 
Guatemala,  fué  levantar  el  pensamiento  de  la  regeneración  de  los  indios.  En 
1797  se  abrió  un  concurso  para  premiar  la  mejor  obra  que  demostrara  "la  utili- 
dad de  que  todos  los  aborígenes  y  ladinos  vistiesen  y  calzasen  a  la  esi>añola." 
Diez  memorias  fueron  presentadas  y  discutidas.  Obtuvo  el  premio  la  del 
P.  Fr.  Matías  Córdoba,  y  el  accésit  de  Fr.  Antonio  de  San  José  Muro.  Tra- 
tábase, como  se  ve,  de  escogitar  los  medios  de  que  entrasen  de  lleno  en  la  vid:i 
civil  y  participasen  de  sus  beneficios  los  descendientes  de  los  primeros  dueños 
de  esta  tierra,  y  otra  numerosa  porción  de  la  clase  menos  acomodada  de  la  se 
ciedad.  Llevábase  en  mira  la  asimilación  de  grupos  heterogéneos  y  de  distin 
tas  zonas.  Buscábase  la  manera  de  impulsar  el  comercio,  la  industria  y  las 
artes,  haciendo  que  contribuyese  a  este  fin  la  inmensa  mayoría  de  la  población, 


—  395  — 

que  entonces,  como  ahora,  llenaba  con  poco  sus  necesidades,  bastándose  a  sí 
misma.  Comprendióse  que  ni  la  violencia,  ni  siquiera  el  mandato,  debían 
intervenir.     Buscábanse  los  medios  morales,  que  no  de  coacción. 

En  el  Archivo  de  la  Sociedad  Económica  vimos  el  legajo  que  llevaba  el 
número  2",  y  en  esa  carpeta  se  encontraba  un  expediente,  compuesto  de  69 
tojas,  que  revelaba  con  claridad  el  sistema  político  de  Carlos  IV  de  España 
con  respecto  de  las  Colonias  de  América,  en  contraposición  al  del  ilustre  Car- 
los III.  En  dicho  expediente  aparece  que,  por  el  año  1799,  aquella  patriótica 
asociación  abrió  otros  concursos,  no  solamente  en  materias  artísticas  e  indus- 
triales, sino  también  en  asuntos  económicos  de  harta  trascendencia,  ofrecien- 
do premios  para  el  que  desarrollase  tesis  o  proposiciones  como  ésta:  "A  la 
(|ue  demuestre  más  fundadamente  la  utilidad  del  establecimiento  general  de 
escuelas  de  primeras  letras  en  los  pueblos  de  los  indios ;  obstáculos  que  hasta 
aquí  lo  han  impedido  y  arbitrios  para  que  removidos  éstos,  puedan  lograr  los 
naturales  la  conveniente  instrucción,  recomendada  por  diferentes  reales  cé- 
dulas."    Alude  a  las  de  Carlos  III. 

Hombres  como  Villaurrutia,  Goicoechea,  el  doctor  Flores,  el  doctor  Ra» 
vón,  Mociño,  Longinos,  García  Redondo,  don  Luis  Pedro  de  Aguirre,  el  deán 
don  Juan  José  González  Batres,  y  otros  beneméritos  patriotas,  pretendieron 
regenerar  el  país ;  pero  la  respuesta  de  España  fué,  en  memorable  real  cédula : 
"Que  habiendo  dado  cuenta  al  rey  de  la  memoria  impresa  que  US.  acompaña 
a  su  carta  de  3  de  junio  último,  escrita  por  el  socio  de  mérito  fray  Antonio 
Muro,  del  orden  betlemítico,  en  la  que  intenta  persuadir  la  utilidad  y  medios 
de  que  los  indios  y  ladinos  vistan  y  calcen  a  la  española ;  ha  resuelto  S.  M.  por 
justas  causas  y  consideraciones,  que  esa  Sociedad  Económica,  de  que  US.  es 
Director,  cese  enteramente  en  sus  juntas,  actos  y  ejercicios. — Dios  guarde  a 
US.  muchos  años. — San  Lorenzo,  2^  de  noviembre  de  1779. — Joseph  Antonio 
de  Caballero." 

Temía  España,  al  terminar  el  siglo  XVIII,  que  si  los  pueblos  americanos 
se  ilustraban,  rompiesen  el  tutelaje  peninsular,  de  tal  suerte,  que  la  condición 
de  los  indígenas  en  los  albores  de  la  independencia  era  precaria,  miserable  y 
explotada  por  el  corregidor,  el  encomendero  y  el  cura. 

Es  pasmoso  que  después  de  una  persecución  tan  tenaz  como  la  que  sufrió 
la  raza  aborigen,  tratándose  de  sofocar  sus  creencias,  su  modo  de  ser,  su  vidr 
pública  y  privada,  todo  persista  aún  en  esas  colectividades  que  quedan  como 
anacronismos  sociales,  con  sus  añejas  formas  gubernativas,  sus  usos,  sus  len- 
guas, y  el  costumbre,  que  es  fuerza  de  inercia,  protesta  viviente,  aliento  de  una 
raza,  manifestación  sencilla  de  que  todo  pugna  en  el  universo  por  la  vida. 


CAPITULQ  XV 

CIENCIAS,  ARTES,  LEYES,  USOS  Y  COSTUMBRES  DE 
LOS  aborígenes  de  CENTRO-AMÉRICA 


La  agricultura.  —  Cultivos  y  frutos.  —  Animales  domésticos.  —  Utensilios  de 
piedra.  —  Esmaltes  y  talladuras.  —  Arquitectura.  —  Pintura.  —  Civilización  tolteca 
transmitida  a  los  quiches.  —  Civilización  de  los  cakchiqueles.  —  Astronomía  —  Ca- 
lendario de  Vicente  Hernández  Spina.  —  El  original  existe  en  la  Biblioteca  Nacio- 
nal. —  Meses  y  días.  —  Cálculos  y  computo  del  tiempo.  —  Escritura  y  papel. Ge- 

roglíficos.  —  El  Código  de  Dresde.  —  El  Manuscrito  Mexicano.  —  El  Código  Troa- 
no-  —  Vestidos  de  los  indios.  —  Alimentos,  licores,  chocolate,  tabaco.  —  Habitacio- 
nes, lechos,  temaxcalli. — Vida  civilizada  de  los  nobles.-Descubrimiento  del  cacao. 

—  Monedas  que  usaban  los  indios.  —  En  la  Verapaz  tenía  pena  de  muerte  el  que 
mataba  un  quetzal.  —  El  algodón.  —  Perros  mudos.  —  Cuáles  eran  las  grandes  galli- 
nas de  que  habla  Díaz  del  Castillo.  —  El  8"  rey  del  Quiche  dio  su  nombre  al  volcán 
de  Agua,  que  se  llamaba  "HUNAHPU."  Tradición  del  célebre  monarca.  —  Giie- 
rras  sangrientas.  —  Colecciones  de  monumentos  indígenas.  —  Adoratorlos  y  necró- 
polis. —  Mapas  y  cartas  geográficas.  —  Gran  pueblo  de  Santa  Catarina  Ixtlaguacán. 

—  Su  origen,  historia,  religión  y  manera  de  ser.  —  El  calendario  quiche.  —  Los  ge- 
roglífícos.  —  Períodos  de  tiempo.  —  Industrias  y  mercados.  —  Las  naciones  centro- 
americanas no  eran  nómades.  —  Semejanza  de  la  familia  asiática  con  la  de  la  Amé- 
rica Central.  —  Poligamia.  —  Matrimonio,  divorcio.  —  Los  jueces,  delitos  y  penas. 

—  El  tormento.  —  Manera  de  computar  el  parentesco.  —  Impedimentos  para  casar- 
se, —  La  esclavitud,  armas,  tributos.  —  los  MAYEGÜES.  —  Patria  potestad.  — 
Danzas  religiosas.  —  Bailes  obcenos.  —  El  Toncontín.  —  El  Oxtum.  —  El  Tim.  — 
Representaciones  teatrales.  —  Poesía  sagrada.  —  Estudio  de  Brinton  sobre  la  poesía 
aborigen.  —  La  leyenda  del  maíz.  —  Juegos  públicos.  —  E)l  Volador.  —  El  PatolL 

—  El  Palo.  —  El  Volcán.  —  Costumbres  degradantes.  —  Relato  que  hace  Bemal 
Díaz  del  Castillo  de  los  vicios  de  los  indios.  —  Comidas  y  borracheras.  —  El  tiro  de 
la  mazorca.  —  Rastros  de  antiquísima  cultura.  —  La  influencia  de  los  quichés  y  su 
idioma  llegaron  hasta  el  Ecuador.  —  Los  hijos  de  la  ceiba  (mox).  —  Los  gigantes. 

—  Triste  suerte  reservada  <d  indio. 


La  agricultura  constituía  la  ocupación  habitual  de  les  inditas  de  p«^ta<;  f^- 
tiles  regiones,  aunque  no  pocos  se  dedicaban  al  comercie  y  ajas  nunas.  ,  Las 
tierras  eran  de  los  re}es  y  nobles,  mientras  (|ue  los  ihk  cg^ialps  o  p]ebeyog 
, considerábanse  como  sieryo^  de  sus  ^cñpjes,  según  dice  el  cronista  Bernal  Díaz 
de!  Castillo  (i~  / 

T^^c  r<^í^;^;=i^c  A^  g^nrinrin  innar  (como  llaiTias,  alpacES  y  vicuña)  que  exis- 
tían por  la  América  del  ^"Jl^t^mb'^"  ^^^"  -^"^  mnmrmí  f|iii'Qn  nii/lal^a  pnri^  f\ 
caso  de  hambre  que  hjnhiVra  graneros  hj^p  surtidos,  como  deoos^t^  (\e  la  rr>TTf;^- 
nidad.  va  gil^  Alivian  en  lina  tpnrraria  monárqnigy-rnmunista.      Sabían  las  mu- 


(1)    Folio  164  del  original  manuscrito  de  la  "Historia  V^erdadera,"  que  existe  en  el  Archivo  Municipal 
de  Guatemala. 


^^R 


-398- 

jeres  hacer  preciosos  tegidos  de  plumas,  de  algodón  y  de  otras  fibras.  La  al- 
farería, construcción  de  casas,  hechura  de  ídolos,  fabricación  de  armas  y  traba- 
jos públicos,  estaban  a  cargo  de  unas  compañías  más  o  menos  niinu-rosas,  que 
se  renovaban  según  dilataba  el  trabajo  ( i ). 

Sabían  los  indios  esmaltar  metales  y  tallar  piedras  preciosas,  como  se 
pudo  ver  por  las  joyas  que  Hernán  Cortés  llevó  a  su  segunda  mujer,  consis- 
tentes en  ópalos,  amatistas,  esmeraldas,  Carolinas  y  turquesas.  Los  conquis- 
tadores se  admiraron  de  la  gran  habilidad  de  los  quichés  para  labrar  y  pulir 
las  joyas  de  oro  y  jjlata.  Refiere  nuestro  historiador  Hernal  (2)  "que  los  pla- 
teros de  Madrid  viendo  algunas  piezas  de  adorno  y  brazaletes  de  oro  con  que 
se  adornaban  los  reyes  indianos  y  los  principales  capitanes,  confesaron  que 
eran  inimitables  en  Europa." 

Don  Pedro  de  Alvarado  envió  ricos  presentes  de  joyas  de  oro,  plata  y 
piedras  finas  a  la  Corte  de  Kspaña  (3),  Cuenta  Herrera  "(|ue  los  aborígenes 
hacían  muchas  cosas  como  los  mejores  caldereros  del  mundo  (4),  Tenían 
enormes  vasos  cincelados  todos  de  plata  u  oro,  tan  grandes  que  un  hombre  no 
pdiía  abrazarlos  (5).  Entre  las  obras  (|ue  más  admiró  el  verídico  Díaz  del 
Castillo,  fué  una  luna  de  plata,  con  muchos  rayos,  y  una  rueda  de  oro,  el  sol, 
con  resplandores  (6)  que  junto  con  gcan  cantidad  de  oro  y  piedras  preciosas 
mandaron  a  su  Majestad,  lo  cual  fué  una  de  las  causas  para  que  Panfilo  de 
Narváez,  celoso  de  que  no  le  hubiesen  participado  de  aquellas  riquezas,  se 
enemistase  con  Cortés  y  con  don  Pedro  de  Alvarado. 

Había  en  el  Quiche  y  en  las  principales  poblaciones,  una  especie  de  cole- 
gios o  monasterios,  para  recluir  a  las  jóvenes  nobles,  y  eran  las  que  mejor 
tegían  e  hilaban.  Ahí  se  educaban  esmeradamente,  y  después  salían  i)ara 
casarse.  No  conocieron  la  seda,  ni  los  carneros,  sino  que  tegían  con  algodón  y 
con  plumas,  con  pelo  de  conejo,  ardillas  y  otros  animales.  Pintaban  valiéndo- 
se de  colores  que  extraían  de  plantas,  conchas,  minerales,  palos  y  flores.  La 
cochinilla,  el  añil,  el  caracolillo  tintóreo,  recogido  este  último  en  las  peñas  do 
la'costa  de  Sonsonate,  les  eran  muy  familiares  (7).  "Hay  mucho  algodón  c 
son  las  mujeres  buenas  hilanderas,  é  hacen  gentiles  telas  dello,'"  decía  Oviedo 
en  la  Historia  General  de  las  Indias,  al  hablar  de  Guatemala. 

No  conocieron  el  hierro,  y  se  servían  de  utensilios  de  piedra  dura,  de  una 
lezcla  de  cobre  y  de  estañí),  que  templaban  tan  bien  como  hoy  se  templa  1 1 
icero.     Usaban  hachas  de  cobre  jf  de  ,piedra.-para JalajL_los_  bosq^ueSj  x.?L5í^ 
Idón  para  voltear  la  tierra,  como  refieren  Las  Casas^  Ximénez  j  Remesal.     No 


(1)  Torquemada.  Mohhi-íhh:!  Indiana,  tomo  11.  pátrina  245. 

(2)  Folio  69. 

(3)  Folio  354. 

(4)  Década  111.  lihro.v.  caDitiiloP?. 

(5)  Plmpiitel.  memoria  sobre  la  raza  indígena,  página  56. 

(6)  Folio  26  original,  354  de  la  edición  de  México  de  Don  Genaro  García. 

(7)  Ximénez.  Títulos?. 


—  399  — 

les  fué  desconocido  un  arado  primitivo,  según  explica  el  arzobispo  García 
Peláez  (i).  Tuvieron  espejos  pulidos  de  obsidiana  y  labraban  perfectamente 
la  piedra,  hasta  hacer  curiosos  grabados. 

Los  quichés  y  cakchiqueles  tenían  escritura  y  artes  más  perfectas  que  las 
de  los  incas  del  Perú  y  los  aztecas  de  México.  La  manera  de  escribir  es  la 
mejor  prueba  de  la  cultura  de  un  pueblo ;  y  por  eso  preocupa  hoy  tanto  a  los 
anticuarios  descifrar  por  completo  los  geroglíficos  mayas  de  Yucatán,  Guate- 
mala y  Honduras,  que  el  obispo  de  Mérida,  Diego  de  Landa,  reveló  al  mundo, 
y  que  después  el  abate  Brasseur  de  Bourbourg  popularizó,  en  1864.  Usaban 
nuestros  aborígenes,  en  sus  pinturas  de  caracteres  figurativos,  simbólicos, 
ideológicos  y  aun  fonéticos. 

Los  geroglíficos  de  Centro-América  no  se  usaban  como  fonéticos  o  pura- 
mente alfabéticos.  Las  inscripciones  de  Palenque  llevan  la  característica  de  un 
lenguaje  escrito,  en  un  estado  de  desarrollo  análogo  al  de  los  chinos,  que  se 
leen  en  columnas  de  arriba  para  abajo.  Los  grupos  de  los  símbolos  comienzan 
por  un  gran  geroglífico  en  la  esquina  de  la  izquierda,  y  la  primera  columna 
ocupa  doble  espacio.  Es  de  notarse  también  que  entre  la  profusión  de  caras 
de  hombres  y  de  animales,  todas  invariablemente  miran  hacia  la  izquierda,  lo 
cual  induce  a  creer  que  eran  signos  de  un  pueblo  acostumbrado  a  escribir  los 
mismos  caracteres  de  izquierda  a  derecha,  en  papiros  o  pieles.  Los  grupos 
pictóricos  de  las  estatuas  de  Copan  parecen  ser  los  verdaderos  caracteres  gero- 
glíficos, mientras  que  las  inscripciones  de  Palenque  muestran  la  escritura  hi 
rática  abreviada  (2). 

La  arquitectura  de  nuestros  indios  era  sólida,  pesada  y  baja,  como  para 
resistir  los  temblores  de  tierra.  Las  ruinas  de  Palenque,  Chichén  Itzá,  Uxmal, 
Yaxchilán  y  otras  de  México ;  las  de  Piedras  Negras,  Cedral,  Tikal,  Quiriguá, 
Santa  Lucía,  etc. ;  las  de  Copan,  en  Honduras,  y  algunas  más  de  Centro-Amé- 
rica, son  imperecedero  recuerdo  de  civilizaciones  muertas,  de  la  vida  histórica 
de  mayas,  choles,  quekchíes,  poconchíes,  kichés,  cakchiqueles  y  pipiles,  que  es- 
culpieron en  piedra  sus  cronologías,  hazañas  y  memorias ;  pintaron  en  libros 
y  tallaron  en  madera,  dejando  en  barro  cocido  preciosos  artefactos  de  muchí- 
simo valor,  j  Lástima  que  casi  todas  esas  reliquias  hayan  ido  a  parar  a  los 
museos  extranjeros ! 

Los  tres  libros  antiguos,  escritos  por  los  aborígenes,  y  que  se  hallan  en 
París,  Dresde  y  Madrid,  son  una  muestra  de  cómo  hacían  de  cortezas  de  árbo- 
les un  pergamino  o  papel,  que  abrillantaban  con  una  superficie  de  cal  fina, 
sobre  la  que  escribían  en  diferentes  colores,  con  signos  ideográficos,  marcando 
épocas,  fijando  períodos,  en  cronología  astronómica  asombrosa,  consignando 
campañas,  cataclismos,  memorables  sucesos,  dinastías,  reglas  para  sembrar  el 
maíz,  etc.,  de  todo  lo  cual  se  ha  hecho  un  estudio  profundo,  por  el  célebre 


(1)  Tomo  III,  pásrina  52. 

(2)  Wilson's  Pre-Historic  Man,  pa».  378. 


—  400  — 

Alfredo  Maudslay  (2)  y  el  gran  explorador  Teobert  Maler.  Los  esfuerzos 
del  profesor  Torstemann  para  interpretar  el  Códice  de  Dresden,  y  los  profun- 
dos estudios  que  pacientemente  ha  hecho  son  como  el  hilo  de  oro  que  conduce 
al  través  del  laberinto  de  los  siglos,  para  llegar  al  centro  de  la  cultura  maya, 
que  después  de  muchísimos  años  se  esparció  con  los  kichés  más  allá  todavía  de 
la  América  Central. 

Los  españoles  destruyeron  muchos  monumentos,  libros,  mapas,  utensilios 
y  obras  de  los  aborígenes,  porque  deseaban  que  abrazasen  súbitamente  la  reli- 
gión cristiana  y  se  encarrilaran  en  la  civilización  europea,  ai)rendiendo  a  hablar 
castilla,  como  hasta  hoy  llaman  a  la  lengua  español.  Los  anales  cakchiqueles 
contienen  muchas  fechas,  siendo  curioso  observar  cómo  Goodman,  sabio  ame- 
ricanista, ha  podido  restablecer  el  calendario,  que  difiere  del  azteca  y  se  aseme- 
ja al  maya,  que  seguía  el  curso  del  sol,  de  la  luna  y  de  los  planetas. 

Pedro  Mártyr  hace  una  descripción  de  cómo  eran  los  caracteres  que  em- 
pleaban los  indios.  De  la  corteza  del  amatl  fabricaban  una  especie  de  papel, 
que  ya  hemos  mencionado.  Los  pobladores  de  Nicaragua,  al  tiempo  de  la 
conquista,  tenían  efemérides  escritas,  sobre  pieles  finísimas,  pintadas  con  co- 
lores, muy  semejantes  a  las  de  los  nahoas.  Aún  después  de  la  Conquista  gus- 
taban los  aborígenes  de  escribir  en  geroglíficos. 

Se  conservan  todavía  varios  originales  pictóricos  mexicanos,  que  hemos 
tenido  oportunidad  de  ver  en  el  hermoso  "Museo  Nacional  de  México";  y  ade- 
más existen  el  Códice  de  Dresde,  el  Troano  y  el  de  París,  los  únicos  que  han 
quedado  en  lengua  maya.  Parece  que  son  procedentes  de  las  costas  yucate- 
cas  y  guatemaltecas  del  Norte.  Hernán  Cortés,  en  una  de  sus  cartas  se  refiere 
a  dos  libros,  probablemente  ol  Códice  Troano  y  Cortesiano,  en  Madrid,  peda- 
zos de  un  mismo  Códice.  El  de  Dresde  es  el  más  perfecto.  Se  encontró  en 
una  biblioteca  de  Viena,  en  1739,  por  (joetze,  quien  lo  recibió  de  su  dueño,  que 
no  sabía  ni  que  pudiera  ser  aquella  pintura  de  signos.  Se  depositó  en  la  Bi- 
blioteca Real,  con  la  mayor  estima,  como  que  es  de  los  rarísimos  monumentos 
que  en  el  mundo  quedan  de  una  gran  civilización  perdida  en  el  turbión  de 
los  tiempos.  El  Código  de  París,  suscita  curiosidad,  porque.se  cree  que  tiene 
además  de  cronologías,  las  fechas  fastas,  los  días  desdichados  y  otras  cosas 
harto  interesantes..  El  Codex  Troano  fué  bautizado  por  Brasseur  de  Bour- 
bour,  en  1866,  porque  lo  halló  en  poder  de  Juan  Tro  y  Ortolano,  quien  permitió 
una  reproducción  cromo-litografiada,  que  está  en  nuestra  Biblioteca  Nacional 
de  Guatemala.  Ya  de  estos  Codex  hicimos  mención  en  el  capítulo  de  Bi- 
bliografía. 

Hasta  los  tiempos  presentes,  más  esfuerzos  se  han  hecho  en  interpretar 
los  códices  que  las  inscripciones  grabadas.  Se  cree  generalmente  que  las 
primeras  tienen  carácter  hierático  y  se  refieren  en  su  mayor  parte  a  ritos  reli- 
giosos, memorias  sacras,  festivales  teogónicos,  sucesos  cronológicos  y  esta- 


(1)    Blolocría  Centrali  Americana  London    1900.— Investltraclones  en  el  valle  del  río  Usumacint 


—  40I  — 

blecimiento  de  la  posición  solar  del  año.  Tanto  los  códices  como  los  geroglífi- 
cos  en  piedra  y  estuco,  están  llenos  de  fechas,  arreglos  calendáricos  y  compu- 
taciones del  tiempo.  El  acucioso  Mr.  Goodman  ha  publicado  el  "Chronclogi- 
cal  Calendar"  y  el  "Yearly  Calendar."  El  sabio  Mausdlay,  en  su  interesante 
capítulo  "The  Hieroglyphic  inscriptions,"  descifra  lo  que  se  llama  stelas  de 
Quiriguá  y  Copan,  así  como  las  inscripciones  mayas  de  la  ruinas  de  Piedras 
Negras  (i). 

Los  kichés  y  cakchiqueles  tomaron  de  los  mayas  los  principios  astronó- 
micos que  después  desarrollaron,  así  como  lo  relativo  a  las  artes,  ciencias  y 
religión.  Dice  el  P.  Sahagún  que  aquellos  indios  tenían  muchos  conocimien- 
tos en  medicina,  yerbas  útiles  y  remedios  raros ;  pero  en  lo  que  más  se  hicieron 
notables  fué  en  el  estudio  de  los  astros,  srendo  admirable  cuánto  habían  pro- 
fundizado en  las  ciencias  astronómicas. 

Sabían  contar  y  hacer  operaciones  matemáticas.  Los  unos  se  fijaban  en 
los  cinco  dedos  de  la  mano,  y  contaban  por  cincos,  o  como  dicen  hasta  el  día 
por  manos ;  otros  tomaron  diez  dígitos,  o  sea  los  dedos  de  las  dos  manos,  y  no 
pocos  duplicaban  esa  partida,  para  contar  por  veintes.  El  número  trece,  lejos 
de  ser  de  mal  agüero  para  los  indios,  tuviéronlo  como  sagrado,  cual  motivo  de 
alegría  y  signo  de  dicha.  Eran  entendidos  en  levantar  planos  y  mapas,  con  las 
distancias,  rumbos,  extensiones,  ríos,  rnontañas,  lagos,  ciénagas  y  atolladeros. 
Refiere  Bernal  Díaz  del  Castillo  que  los  indios  de  Tabasco  mostraron  a  Cortés 
un  gran  mapa  de  esa  provincia  hasta  el  Peten,  y  en  este  lugar  otro,  desde  ahí 
hasta  Panamá.  Estaba  pintado  el  camino  para  Nito  o  Golfo  Dulce,  y  Naco, 
en  Honduras,  hasta  Nicaragua  (2). 

Los  indios  nobles  usaban  vestidos  de  algodón,  labrados  con  caprichosos 
dibujos  de  colores  y  adornados  con  mantas  de  plumas  y  oro.  En  tiempo  de 
frío  se  cubrían  con  zamarras  (que  hoy  llaman  chamarras)  carmesíes,  hechas 
de  pieles  o  plumas  finas.  Protegíanse  las  plantas  de  los  pies  con  caites  o  zan- 
dalias,  y  se  adornaban  los  cabellos,  que  eran  largos,  atándolos  con  turbantes 
y  plumas.  Las  mujeres  gastaban  camisas,  sin  mangas,  con  bordados  curiosos 
y  ricos.  De  la  cintura  al  tobillo  llevaban  una  especie  de  refajo  o  envoltura  de 
abigarrados  colores.  Había,  como  hasta  hoy,  uniformidad  entre  ellos  en  la 
manera  de  vestir  de  cada  pueblo ;  pero  variando  los  de  distinta  localidad  o  de 
diversos  señoríos.  Tenían  diamantes,  aual,  y  el  xit,  piedra  verde  muy  preciada. 

Los  reyezuelos  o  caciques,  los  grandes  y  los  nobles,  se  alimentaban  con 
variedad  de  viandas,  tortas  y  pasteles,  de  todos  los  animales  que  cazaban. 
Hortalizas,  frutas,  peces,  caracoles,  tortugas,  conchas  y  otros  comestibles,  re- 
galaban sus  comidas  y  banquetes.     Los  perros  mudos,  que  en  Quezaltenango 


(1)  En  la  lujosa  obra  oue  se  intitula  "A  Climpse  at  Guatfmala,"  se  encuentran  preciosos  estudiíw 
sobre  ruinas  y  geroglíficos.  También  en  el  Museo  de  N.  York  y  en  el  Instituto  Smlthonlano.  se  han  h»»cho 
descripciones  de  nuestras  ruinas. 

inas  175  hasta  177  del  manuscrito  original. 


—  402  — 

criaban,  eran  buenos  para  comer,  al  decir  de  Bernal  Díaz  del  Castillo,  quien 
asegura  que,  en  capándolos,  crecian  y  engordaban  como  marranos.  Tenían 
los  indios  colmenas  de  rica  miel  de  talncte.  Tomíiban  diversos  licores,  choco- 
late y  otros  compuestos  de  cacao.  Fumaban  y  mascaban  tabaco,  se  pintaban 
la  cara  y  se  embadurnaban  el  cuerpo  con  aceites  y  reciñas.  Usábanse  sillones 
cubiertos  de  telas  ricas,  icpalli,  y  de  pieles  finísimas,  que  por  lo  común  eran  de 
leopardo  para  los  tapetes  o  alfombras  de  los  pies,  y  más  blandas  para  los  le- 
chos, que  mullían  con  plumas  de  águila.  No  había  camas,  en  la  forma  de  las 
nuestras,  dice  el  mismo  cronista,  sino  lechos  de  esteras  y  mantas.  Alumbrá- 
banse con  teas  o  velas  de  copalli  y  sebo  vegetal.  En  vez  de  vidrios  para  las 
ventanas,  empleaban  delgadísimas  láminas  de  transparente  tccalli. 

Las  ruinas  de  Quiriguá,  Tikal-,  Copan,  Palenque,  Santa  Cruz  Quiche,  Tec- 
pán  Guatemala,  Santa  Lucía  y  otras  de  que  hemos  hablado  en  el  Capítulo  IV, 
demuestran  cuan  sólidos  eran  aquellos  palacios,  templos  y  fortificaciones,  que 
han  resistido  al  tiempo.  El  arco  y  la  cúpula  fueron  desconocidos.  Aperturas 
pentagonales,  con  bases  paralelas,  era  lo  que  comúnmente  hacían.  La  decora- 
ción resultaba  mezclada  de  especies  de  mosaicos,  estucos,  formas  grotescas  de 
seres  humanos  y  de  varios  animales,  sin  contar  con  caprichosas  figuras  de  esti- 
los raros.  Las  stelas  geroglíficas  servían  a  la  vez  de  adornos  en  todos  a<|ue- 
Uos  recintos. 

Hacían  nuestros  indios  ricos  espejos  de  margajita,  metal  huitiitc  (|ue 
elaboraban  con  primor,  engastando  en  oro  algunas  de  sus  obras,  mientras  que 
no  eran  raros  los  escultores  (pie  labraban  ídolos  y  figuras  grotescas,  "a  manera 
de  dragones,  espantables,  tan  grandes  como  becerros,  y  otras  de  la  mitad  hom- 
bres y  de  perros  grandes,  de  mala  semejanza"  (2).  Esmaltaban  assi  mesmo. 
engastaban  y  labraban  esmeraldas,  turquesas  y  otras  piedras,  y  agujereaban 
perlas  para  seguías  (3).     La  loza  era  tan  delicada  como  la  faenza  en  Italia  (3). 

Las  colecciones  riquísimas,  que  existen  en  los  museos  de  Washington, 
Nueva  York  y  Boston,  así  como  las  que  se  exhiben  en  Berlín,  París,  Londres, 
y  otras  capitales  de  Europa,  en  materia  etnográfica  y  arqueológica,  son  rastros 
elocuentes  de  la  cultura  de  nuestros  aborígenes.  ídolos  que  evocan  el  re- 
cuerdo religioso  de  quichés,  cakchiqueles  y  demás  pobladores  de  nuestro  suelo ; 
representaciones  de  animales,  en  barro  cocido,  que  servían  para  el  culto  reli- 
gioso, y  que  constituyen  muestras  de  un  arte  fantástico  adelantado;  instru- 
mentos de  música  muy  originales ;  utensilios  de  piedra  para  oficios  domésti- 
cos; vasijas,  objetos  de  menaje,  cazuelas,  vasos,  con  representaciones  de  cabe- 
zas humanas  y  pies  que  semejan  animales,  como  cocodrilos,  monos,  tigres, 
guacamayas,  etc. ;  serpientes  decorativas,  bestias  feroces,  urnas   funerarias, 


(1)  Berna]  Díaz  del  Castillo.  pá«r-  35  del  manuscrito  original. 

(2)  Gomara,  folio  117. 

(3)  Herrera.  Hist.  Gen.  década  II.  libro  79  cap.  II. 


—  403  — 

collares  de  piedras  pulidas,  con  perlas,  ópalos,  esmeraldas,  objetos  de  oro  y  de 
plata,  trípodes  curiosos,  telas  de  plumas  y  de  pieles,  cortezas  de  árboles  con 
pinturas  y  geroglíficos,  y  otras  muchas  cosas  más,  que  como  tesoros  se  apre- 
cian en  aquellos  museos ;  son  rastros  que  dejaron,  al  desaparecer  en  su  mayor 
parte  nuestros  aborígenes,  cuya  cultura  precolombina  se  estudia  hoy  con  gran 
interés  por  los  anticuarios  e  historiógrafos. 

El  sabio  Maudslay  dice  (i),  que  muchas  personas  le  han  preguntado,  ¿qué 
utilidad  se  puede  obtener  empleando  tanto  trabajo  en  formar  colecciones  de 
objetos  antiguos  de  los  indios  americanos,  y  qué  ventaja  se  logra  con  la  inter- 
pretación de  inscripciones,  que  prometen  agregar  muy  poco  o  nada  a  nuestro 
saber  histórico,  y  que  ninguna  conexión  tienen  con  el  desenvolvimiento  de 
nuestra  civilización?  Pefo,  a  la  verdad,  que  los  que  semejante  pregunta  hacen 
revelan  muy  estrechas  miras  antropológicas  e  históricas.  Si  el  estudio  de  la 
Egiptología  y  Asiriología  asume  interés  peculiar,  por  la  relación  con  nuestras 
ideas  religiosas,  filosóficas  y  del  orden  social,  y  nos  vienen  de  Palestina,  Grecia 
y  Roma,  seguramente  que  abarcan  tanta  importancia  o  más  los  datos  de  la 
arqueología  de  Centro-América,  que  revelan  la  evolución  de  la  inteligencia 
humana.  Sábese  que  las  civilizaciones  del  Oriente  han  ejercido  a  las  veces 
influencias  decisivas  unas  sobre  otras,  hasta  el  punto  de  que  es  difícil  rastraer 
los  hechos  hasta  sus  orígenes :  fuera  de  que  la  cultura  americana,  y  sobre  todo 
la  de  las  naciones  civilizadas  de  México  y  Guatemala,  es  probable  que  se  haya 
originado  y  desenvuelto  en  su  inicio,  ajena  a  extrañas  influencias,  ofreciendo 
en  tal  concepto,  hechos  de  harta  importancia,  que  el  Este  no  puede  suminis- 
trar. No  es,  por  lo'  tanto,  tan  sólo  para  nosotros  los  centro-americanos  de 
gran  importancia  la  antigua  historia  indígena,  que  hoy  preocupa  al  mundo 
culto,  cuyas  asociaciones,  como  la  de  los  Americanistas,  celebran  congresos 
para  profundizar  en  tales  esfudios,  sino  que  se  considera  como  una  de  los 
ramos  del  saber  que  disfruta,  desde  el  último  siglo,  de  toda  la  atención  que 
merece. 

Volviendo  a  hablar  de  las  costumbres  de  los  indios  de  Guatemala,  es  el 
caso  de  decir  que  tenían  unos  perritos  mudos,  de  los  cuales  nos  hacen  mención 
los  cronistas,  y  en  particular  Bernal  Díaz  del  Castillo  (2).  No  sabemos  cierta- 
mente de  dónde  dedujo  el  historiador  don  José  Milla  que  tales  perritos,  domes- 
ticados por  los  aborígenes,  fueran  los  tepexcuintles  (Coelogenis  paca)  que 
todos  conocemos,  y  que  en  nada  se  parecen  a  los  perros.  Acaso  fuera  porcjuc 
en  los  mercados  vendían  la  carne  exquisita  de  aquellos  animales,  tan  buena 
para  comer,  según  cuentan  los  historiadores ;  pero  esa  circunstancia  no  basta 
para  presumir  que  Díaz  del  Castillo  y  los  demás  conquistadores  llamaran 
perritos  a  los  roedores  cuya  figura  y  tamaño  daban  margen  para  ello.     Los 


(1)  A  Glimpse  at  Guatemala. -The  hieroglyphic  Inscrlptlons.  pÁe.  271. 

(2)  Libro  4,  cap.  10.— Tomo  II,  página  199  edición  mexicana  de  Don  Genaro  García. 


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techichi,  que  ese  era  el  nombre  de  los  tales  perros,  nada  tenían  de  tepescuintles. 
Estos  fueron  conocidos  con  ese  nombre  indígena  por  el  mismo  Bernal  Díaz 
del  Castillo,  quien  cuenta  que  estando  una  noche  de  centinela  "vio  un  marrani- 
to  de  monte,  que  los  indios  llaman  tepescuintles."  El  soldado  historiador  de- 
nominaba perrillos  y  no  perros  a  unos  animales,  que  según  él  decía  eran  bue- 
nos para  comer.  Es  probable  que  tales  perros  pequeños,  que  no  ladraban, 
que  eran  harto  buenos  para  comer,  fuesen  las  cotuzas  (dasyprocta  punctata). 
El  verdadero  perro  era  desconocido  en  América,  en  donde  existían  el  coyote 
y  la  zorra. 

En  contra  de  esa  opinión,  tenemos  la  del  distinguido  zoólogo  Fed.  Danini 
y  Palacio  que  en  sus  "Estudios  Zoológicos  de  Alejandro  de  Humboldt"  dice : 
"Ahora  llegamos  a  otra  clase  de  animales,  el  único  mamífero  que  según  las 
tradiciones  ha  sido  demesticado  por  los  mexicanos  antiguos,  o  sea  el  perro. 
Humboldt  refiere  que  sólo  el  chichi  fué  criado,  y  hasta  considerado  como  ani- 
mal de  matanza.  Los  españoles,  lo  han  descrito  como  perro  mudo,  es  decir 
que  no  ladraba.  Según  se  dice,  el  perro  de  los  incas  (cannis  ingae.  Ischud) 
desciende  de  esta  raza,  o  directamente  de  la  variedad  del  .Sur.  canis  lupus  occi- 
dentalis,  Richard.  Caso  en  el  cual  también  el  chichi  doscicnde  del  lobo.  Esto 
no  sería  imposible,  pues  el  lobo,  canis  lupus  mexicanus,  todavía  se  encuentra 
en  el  norte  de  la  República"  (i).  En  esos  puntos  nos  limitamos  a  exponer  las 
opiniones  varias. 

Las  gallinas  de  que  habla  el  cronista,  serían  los  chumpipes,  porque  aunque 
las  chachas,  i)()r  su  tamaño  y  forma  son  más  semejantes  a  las  gallinas,  hay  la 
circunstancia  de  (|uc  aquel  célebre  escritor,  en  varias  partes  de  su  obra,  nos 
dice  que  "con  cuatro  o  cinco  gallinas  de  aquellas,  comieron  bien  treinta  solda- 
dos," lo  cual  induce  a  presumir  que  serían  de  gran  tamaño,  como  los  chumpi- 
pes o  guajolotes,  que  llamaron  la  atención  al  mismo  Felipe  TI,  quien  al  ver  so- 
bre su  mesa  una  ave  de  tan  gran  tamaño,  no  quiso  comerla,  cuando  se  le  pre- 
sentó la  primera  vez,  diciendo  que  semejante  animal  no  podía  ser  bueno.  Por 
lo  demás,  consta  que,  por  acá,  no  había  gallinas  de  origen  asiático,  ni  de  nin- 
guna otra  procedencia.  Los  gallos  y  gallinas  que  conocemos,  fueron  traídos, 
en  su  principio,  por  los  mismos  conquistadores,  quienes  decían  gallinas  de  la 
tierra  a  los  chumpipes  (meleagris  gallo  ocellata). 

En  Tesulutlán  hicieron  presentes  a  don  Pedro  de  Alvarado  "de  miel  de 
colmenas,  en  hermosos  jarrones  de  barro  fino,"  y  todos  los  cronistas  que  han 
escrito  acerca  de  nuestros  indios,  aseguran  que  los  magnates  tenían  gran  rega- 
lo en  sus  comidas,  opíparamente  dispuestas  con  viandas  raras  y  sabrosas 
frutas.  La  alimentación  de  la  plebe  era,  como  hasta  el  día,  frugal  y  poco 
variada.  Maíz,  frijol  y  chile,  he  ahí  la  base  del  sustento  del  aborigen.  El 
Isagoge  Apologético  dice  que  Cortés  en  su  viaje  a  las  Hibueras  por  el  Peten, 
encontró  muchos  venados  mansos,  que  los  cogían  fácilmente  los  soldados. 


(1)    Damm  F.  BeltraKe.— Fauna  Mexicana. 


—  405  — 

Los  quichés  y  cakchiqueles,  lo  mismo  que  los  nohoas  y  mayas,  encendían 
fuego  por  medio  de  una  fricción  rápida  entre  dos  piezas  de  madera  seca,  por 
lo  común  de  achiste.  Una  vez  prendida  la  llama,  tenían  pipas  o  cañutos  a 
guisa  de  fuelles,  para  apresurar  la  combustión. 

En  vez  de  jabón  empleaban  para  usos  domésticos,  la  fruta  llamada  jabon- 
cillo, que  es  espumosa,  el  tapaljocotl  y  la  raíz  del  amolli.  Al  derredor  de  los 
palacios  y  adoratorios  de  Ídolos,  estaban  las  casas  de  los  nobles,  donde  mora- 
ban cuando  se  reunían  en  sus  fiestas,  pues  el  resto  del  liempo  lo  pasaban  en  las 
habitaciones  de  sus  heredades ;  tal  fué  el  modo  de  vivir  que  los  indios  tuvieron 
en  sus  tierras  y  milpas  (maizales)  según  cuenta  el  P.  Fr.  Francisco  Ximénez. 
Había  además  grandes  ciudades  hieráticas. 

Casi  todas  las  ruinas  antiguas  demuestran  el  carácter  de  necrópolis  que 
tenían  esas  ciudades  hieráticas,  habiendo  desaparecido  las  habitaciones  de  los 
plebeyos,  como  que  eran  chozas  de  poca  duración.  Cuando  vinieron  Cortés, 
Alvarado  y  los  demás  conquistadores,  encontraron,  según  ellos  mismos  lo 
dicen,  grandes  y  hermosos  palacios  de  los  indios,  con  viviendas,  salones, 
túmulos,  escuelas,  baños,  locales  para  juegos,  plazas,  etc. 

_La  clase  noble  disfrutaba  de  rn^^^'HíHadpg  pHnrarión  y  sociedad  domés- 
tica reglamentada ;  pero  para  la  plebe  no  hubo,  como  en  todas  las  razs  anti- 
guas, mas  que  una  existenría  ttahajn<!.a  lánguida  y  monótona,  aunque  sin 
pauperismo,  ni  las  demás  pvrrprpnría^  de  la  ri'An'bVarión  El  socialismo,  la 
falta  de  trabajo,  el  llegar  tarde  al  banquete  de  la  vida,  son  achaques  de  la 
cultura  moderna,  cancros  horribles,  que  bien  denotan  que  hay  en  el  fondo  de 
las  sociedades  occidentales  algo  que  descompone  el  cuerpo  de  la  colectividad, 
que  hace  desgraciados  a  muchos  que  tienen  derecho  de  vivir,  y  que  se  han 
levantado  contra  un  orden  de  cosas  que  les  quita  hasta  la  última  esperanza, 
ya  que  el  enciclopedismo  logró  apagar  acpiel  rayo  de  luz  que  tras  el  sepulcro 
quedaba.  Nadie  se  conforma  con  la  pobreza,  el  dolor,  ni  las  diferencias  so- 
ciales, sino  que  todos  llevan  en  mira  el  mayor  goce  terrestre,  dentro  del  breve 
plazo  de  una  Vida  finita.  La  especie  humana  tornóse  así  en  una  raza  de  fieras 
esparcidas  por  el  globo  terráqueo,  sin  más  fin  que  la  satisfacción  de  apeti- 
tos corporales.     Vinieron  las  máquinas  a  hacer  inútiles  muchísimos  brazos. 

Quedó  el  mundo  con  ricos  sin  caridad  y  con  pobres  sin  conciencia ¡La 

caridad  se  conceptuó  casuismo  injusto,  proclamándose  el  comunismo!  ¡La 
conciencia,  la  moral,  preocupaciones  de  enseñanzas  retrógradas  y  atavismos 
fanáticos !  No  hay  nada  malo,  se  dijo.  El  humanismo  tiene  que  destruir  las 
sociedades  modernas 

Pero  ya  me  figuro  que  más  de  un  sociólogo,  como  les  llaman  ahora,  en- 
contrará esta  digresión  sobre  impertinente,  ocasionada  a  creer  que  conceptua- 
mos mejor  el  organismo  de  los  pueblos  antiguos  indígenas  de  América  que  el 
de  las  actuales  sociedades.  No,  mil  veces  no :  aquellos  comunismos  teocráti- 
cos, como  el  budhismo,  estancaban  a  los  hombres,  en  agrupaciones  petrifica- 


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das,  inmóviles,  cual  los  ídolos  de  su  teoq^onía  medrosa.  Hubo  civilización  en 
los  méxica,  toltecas,  mayas,  quichés,  cakcliiqueles,  incas  y  otras  naciones 
indianas ;  remotísima  cultura,  que  vista  desde  la  cúspide  de  muchos  siglos 
transcurridos,  causa  admiración,  como  produce  estupor  la  pagoda  o  el  sacri- 
ficiatorio,  que  aún  quedan  después  de  tantos  millares  de  años ;  pero  no  cabe  ja- 
más establecer  comparaciones  imposibles  entre  lo  que  fué  'germen  de  tiempos 
históricos,  y  lo  que  hoy — con  todo  y  vicios  siempre  inherentes  a  lo  humano — 
revela  que  el  mundo  marcha  y  que  la  humanidad  no  recorre  sólo  inmensas  ór- 
bitas, como  los  cometas,  para  volver  fatigada  al  mismo  punto.  En  suma,  lo 
.lamentable  es  que  no  se  democratice  y  cunda  el  cristianismo  puro,  resplandor 
de  divina  luz,  que  aún  ilumina  al  mundo,  para  suavizar  las  asperezas  del 
capital  en  su  lucha  con  el  trabajo. 

Era  vida  campestre  la  del  indio,  que  entre  el  bosque  o  a  orillas  de  los  ríos, 
tenía  su  choza  y  trabajaba  en  las  tierras  de  sus  régulos.  En  las  márgenes  del 
fresco  lago  o  en  la  ciudad  hierática,  iba  la  turba  gárrula  de  las  hijas  de  Kicab 
o  de  Tecum,  cual  pintadas  guacamayas,  llevando  una  existencia  tranquila, 
contemplaban  al  rey,  en  andas  de  oro.  adornado  de  plumas  de  quetzal,  diri- 
giéndose al  palacio  tapizado  de  orquídeas  y  palmeras.  Osténtanse  las  milpas 
cual  escuadrones  de  penachos  rubit^s  y  verdes  alfanjes,  que  de  siglos  atrás 
proveen  de  alimento  al  aborigen  de  raza  cobriza.  Hun^pú,  el  octavo  de  los 
reyes  quichés,  descubre  los  buenos  resultados  del  cacao,  que  con  el  maíz  y  el 
frijol,  han  servido  de  sostén  a  los  indios  de  estas  comarcas,  muchos  siglos 
hace.  Aquel  célebre  monarca,  cuyo  nombre  dieron  al  volcán  de  Agua  (Hu- 
nahpú,  ramillete  de  flores)  estableció  el  us<í  del  algodón  para  vestir  a  sus 
vasallos  (i) 

Ese  fué  el  rey  que  introdujo  más  elementos  de  cultura  entre  su  pueblo,  y 
por  eso  lo  veneraban  como  a  un  semidiós,  siguiendo  la  costumbre,  que  tam- 
bién tuvieron  las  naciones  del  Asia,  de  adorar  históricamente  a  aquellos  (|ue 
habían  hecho  grandes  bienes  a  la  humanidad.  Era  el  recuerdo  una  plegaria 
y  un  símbolo  de  gratitud,  que  contra  el  olvido  protestaban.  Durante  muchos 
años  el  esbelto  volcán  proclamó,  con  su  nombre,  los  hechos  memorables  del 
mejor  rey  de  los  quichés ;  y  se  ostenta  aquella  pirámide  mucho  más  hermosa, 
infinitamente  más  grande,  que  las  de  Egipto  consagradas  a  los  Faraones  : 
mucho  más  elocuente  que  la  de  Cayo  Sexto,  en  la  ciudad  eterna.  Es  fama 
que  en  la  cúspide  de  aquel  soberbio  monte  fué  sepultado  Hunahpú,  y  que  en 
las  noches  tranquilas,  resurgía  de  su  tumba  para  complacerse  en  la  dicha  y 
tranquilidad  de  estos  pueblos,  adelantados  y  llenos  de  ventura.  El  valle  de- 
licioso el  clima  tibio,  el  ambiente  embriagador,  el  melancólico  río  haciendo 
coro  a  los  censontes  y  a  los  guardas,  que  al  caer  de  la  tarde  llaman  solícitos  a 
sus  compañeras  para  calentar  sus  nidos;  todo  era  quietud  y  bienandanza. . . . 

(1)   La  Isa«xwre.— Ekilcidn  impresa  por  el  gobierno  de  Guatemala.  p«r»  celebrar  el  centonarlo  de  Colón 


—  407  — 

pero  vino  un  día,  en  que  hasta  el  sol  palideció  medroso  de  alumbrar  las  esce- 
nas de  sangre  y  de  exterminio  que  el  hombre  blanco  causaba  a  título  de  con- 
quista. Desde  que  hubo  dolores  en  la  tierra,  no  se  conservaba  memoria  de 
una  destrucción,  de  una  hecatombe  semejante.  Fué  el  grito  prolongado, 
durante  varios  siglos,  de  una  raza  entera  predestinada  a  sucumbir.  Era  tanta 
la  amargura,  que  el  indio  ya  no  quizo  folgar  con  su  hembra,  para  no  producir 
seres  tan  infelices Fué  tal  la  agonía,  llegó  a  tanto  la  matanza  y  el  tormen- 
to, que  airado  Hunahpú,  hizo  que  de  su  volcán  descendiese  otro  diluvio,  que 
entre  las  convulsiones  de  aquella  tierra  atónita,  trajo  la  muerte  a  la  capital 
naciente  del  reino  de  Guatemala.  Doña  Beatriz,  sus  damas  y  muchos  de  lo^ 
primeros  pobladores  de  la  que  hoy  llaman  Ciudad  Vieja,  ahí  quedaron  sepul- 
tados a  los  pies  del  coloso,  que  triste  y  melancólico  atestigua,  desde  lo  alto  de 
su  soberbia  cumbre,  cómo  se  han  ido  amalgamando  los  conquistadores  con  los 
conquistados,  desde  que  el  Hijo  del  Sol  se  unió  con  la  Xicotenga,  para  sellar 
con  un  beso  de  salacidad  la  mezcla  de  dos  razas  que  había  de  producir  la 
hispano-americana.  Todo  cambia  y  todo  se  transforma,  sólo  Hunahpú,  el 
volcán  famoso,  se  alza  siempre  igual,  como  un  atalaya  que  impasible  ya,  ha 
venido  presenciando  los  hechos  todos  de  nuestra  patria  historia.  ¡Cuántas 
generaciones  y  cuántas  desdichas  ha  visto  pasar  Hunahpú  con  esa  soberana 
indiferencia  de  la  naturaleza,  que  vive  de  la  transformación  y  de  la  muerte ! 

Desde  que  el  memorable  monarca  quiche  dejó  a  su  pueblo  tantos  gérme- 
nes de  progreso,  fué  adquiriendo  poco  a  poco  gran  cultura.  Conoció  el  co- 
mercio, tenía  sistemas  monetarios,  era  adelantado  en  las  ciencias  exactas,  sa- 
bía escudriñar  los  misterios  de  los  cielos  y  los  secretos  de  la  tierra.  Antes  de 
la  conquista  se  contaba  la  riqueza  por  estas  regiones,  valiéndose  de  cacao,  oro, 
cobre,  estaño,  y  de  las  plumas  y  mantas  más  hermosas ;  pero  debe  advertirse 
que  dicho  cacao  no  era  el  de  fina  calidad,  que  se  usó  para  el  chocolate,  desde  el 
tiempo  de  aquel  octavo  monarca,  sino  el  pek,  que  en  quiche,  cakchiquel  y  tzu- 
tugil,  se  refiere  a  un  grano  de  inferior  clase,  por  los  méxica  llamado  pataxtle. 
Las  plumas  del  quetzal,  de  la  guacamaya  y  de  otras  aves,  se  veían  con  apre- 
cio (i).  E;i  Guatemala,  dice  el  cronista  Herrera  (2)  "hay  mucho  cacao,  (juc 
es  de  gran  riqueza  y  moneda  corriente  por  toda  Nueva  España  y  por  otras 
muchas  tierras."  Fernández  de  Oviedo  aseguraba  (3)  "que  en  Nicaragua 
era  muy  apieciado  el  cacao,  y  los  señores  que  alcalzan  estos  árboles  en  sus 
heredamientos,  tiénenlos  por  muy  ricos  calachunes  o  príncipes.  Un  conejo 
valía  diez  almendras;  ocho  pomas  o  nísperos  de  aquella  tierra  (zapote)  por 
cuatro  almendras ;  un  esclavo,  cien  más  o  menos.     Hay  mujeres  que  dan  jKir 


(1)  En  calidad  de  moneda  emplearon  el  oro  nativo  en  polvo  y  en  srrano.  puesto  en  cafiones  trans- 
parentes de  plumas,  tejuelos  de  robre  .v  estaño,  mantas  de  altroddn.  plunias  finas  y  «rranos  de  cacao,  que 
pontaban  por  xiquipilli,  de  ocho  mil  almendras- 

(2)  Herrera,  Década  3,  Libro  V.  cap.  XI. 

(3)  Historia  General  de  las  ludias.  ton\o  4,?  pág.  316. 


—  4o8  — 

precio  sus  cuerpos,  como  entre  los  cristianos  las  públicas  meretrices,  o  viven 
deso;  quien  las  quiere  para  su  libidinoso  uso,  les  da  por  una  carrera  ocho  o 
diez  almendras,  como  él  o  ella  se  conciertan." 

"l  Y,  cosa  que  puede  parecer  extraordinaria !  exclama  el  eruditísimo  José 
Toribio  Medina  (i)  había  aún  quienes  falsificaban  esas  monedas,  a  cuyo  in- 
tento, las  falsas  y  vanas,  las  reyenaban  con  tierra  y  cerraban  el  hoyuelo  tan 
sutilmente  que  no  llegaba  a  conocerse  el  engaño,  logrando  de  ese  modo  pasar 
algunas  malas  entre  las  buenas." 

Torquemada,  refiriéndose  a  la  Verapaz,  decía :  "El  que  mataba  pájaro 
de  las  plumas  ricas  (quetzal)  que  se  crían  en  estas  provincias,  tenía  pena  de 
muerte,  por  estimarlas  en  nmohn  y  n»>  hnb<Tl;'<  '«n  <>tr;!  tKtrt»-.  y  tisar  de  ollas 
como  de  moneda  (2). 

En  los  focos  de  civilización  indiana,  en  México,  en  Centro-América  y  en 
el  Perú,  aunque  los  aborígenes  no  alcanzaron,  en  sus  últimos  tiempos,  una 
cultura  adulta,  comparable  con  la  greco-romana,  distaban  mucho  de  la  inca- 
pacidad con  que  el  interés  y  el  fanatismo  quisieron  justificar  la  conquista  y 
la  desolación.  La  historia,  lo  que  hace  la  vida  de  los  pueblos,  lo  que  consti- 
tuye el  alma  de  las  nacionalidades,  lo  que  eslabona  las  generaciones,  fué  bo- 
rrando como  borra  la  ola  el  signo  escrito  sobre  la  arena,  cual  arrasa  el  alud  lo 
que  encuentra  en  su  camino.  Quedó  en  el  indio  un  miserable  vencido;  lo 
demás  se  eclipsó,  por  el  rudo  golpe  de  proscripción,  por  la  conquista  misma. 
Supremo  desdén  arriba;  absoluto  monopolio  en  lo  de  abajo;  a  pesar  de  las 
protestas  de  religión,  de  libertad  o  de  democracia.  La  raza  subyugada  del 
indio  primitivo  ha  venido  pasando,  al  través  de  los  tiempos,  sin  alientos,  sin 
aspiraciones,  sin  anhelos,  sin  la  memoria  siquiera  de  Hunahpú,  esfumada  para 
siempre.  Con  razón  dijo  Montalvo  que  si  su  pluma  tuviera  don  de  lágrimas 
escribiría  la  historia  del  indio  americano  y  haría  llorar  al  mundo. 

Fueron  pueblos  notables  los  que,  desde  la  región  tolteca,  vinierf)n  espar- 
ciendo su  cultura,  en  los  tiempos  históricos,  por  las  márgenes  del  Usumacinta, 
hasta  llegar  a  la  zona  de  Iximché  y  a  la  ciudad  de  X'/umarcáh  (conocidas  des- 
pués con  los  nombres  de  Cuauthemálan  o  Guatemala)  y  por  los  valles  de 
Utatlán.  Era  todo  eso  el  Egipto  americano,  como  han  dicho  Charnay  y 
Waldec,  autores  cuyas  obras  ilustradísimas,  por  el  fondo  y  soberbios  graba- 
dos, han  venido  a  dar  a  conocer  los  portentos  del  Palenque,  Quiriguá,  Copan  y 
demás  ciudades  antiguas,  que  como  Ocozingo  (detrás  del  verde  ramaje)  te- 
nían toda  la  cultura  que  la  humanidad  pudo  alcanzar  en  aquellos  remotos 
tiempos.     Sabido  es  que  en  el  siglo  XI,  a  consecuencia  de  sangrientas  guerras. 


(1)    Monedas  usadas  por  los  Indios  de  América,  al  tiempo  del  deacubrimiento. 
(í)    MonarQuía  Indlada.-Tomo  II,  pág,  579 


—  409  — 

que  desde  el  Perú  vinieron  causando  estrago,  llegaron  a  Nicaragua,  desolando 
la  costa  oriental  e  internándose  por  los  valles  del  Usumacinta,  incendiando  los 
mejores  pueblos  y  dejándolos  desde  entonces  en  ruinas. 

Esos  paradisíacos  valles,  de  temperatura  cálida,  poblados  de  árboles  de 
tinisimas  maderas,  de  aves  de  vistosos  plumajes,  de  una  flora  exuberante  y 
rara,  fueron  el  centro  de  cultura  y  de  riqueza,  y  serán  con  el  tiempo  grandio- 
so foco  de  ciudades  opulentas. 

Cuando  los  hispanos  conquistadores  'legaron  a  nuestro  territorio,  hicie- 
ron huir  a  muchos  de  los  vencidos,  por  inaccesibles  lugares,  lo  cual  explica 
l)or  qué  en  las  profundidades  y  grietas  y  barrancas,  entre  despeñaderos  in- 
abordables, se  encuentran  pueblos  célebres,  que  demuestran  las  caracterís- 
ticas tradiciones  de  las  antiguas  razas,  dueñas  de  este  territorio. 

Muerto  Tecum  Umán  a  manos  de  don  Pedro  de  Alvarado,  y  vencida  la 
nación  indiana,  debía  la  capital  quiche  sufrir,  la  primera,  los  vejámenes  que 
oprimen  al  conquistado.  Gran  parte  de  la  población  buscó  entonces  como 
salvarse  en  la  fuga,  pidiendo  abrigo  y  seguridad  a  las  montañas.  Los  Ixtla- 
huacanes,  porción  de  esos  aborígenes  emigrados,  caminando  al  sudoeste,  die- 
ron al  cabo  de  doce  leguas,  en  el  paraje  que  hemos  descrito,  cuyo  fondo  cor- 
tado por  horribles  fozos,  hechos  por  la  naturaleza  y  erizados  de  riscos  y 
peñoles,  eligieron  para  su  habitación,  guareciéndose  cual  miserables  reptiles, 
en  las  grietas  de  los  montes.  Así  lograron  aquellos  indios  quichés  sustraerse 
por  algún  tiempo  al  yugo  de  los  hombres  pálidos ;  pero  no  pudieron  quedar 
del  todo  inadvertidos,  porque  el  celo  de  los  misioneros  hizo  al  fin  levantar  una 
iglesia,  y  fué  bautizado  el  pueblo  con  el  nombre  de  Santa  Catarina  Mártir. 

La  situación  topográfica  del  lugar  colocó  a  los  ixtlahuacanes  en  verdadero 
aislamiento,  aún  después  de  introducida  la  religión  cristiana ;  por  manera  que 
sólo  robustecidos  con  la  aspereza  del  sitio,  dedicados  a  la  agricultura,  so- 
brios, procreando  desde  que  alcanzan  la  pubertad,  se  multiplicaron,  perma- 
neciendo en  independiente,  agreste  estado,  pasando  con  su  genio  y  primitivas 
costumbres,  al  través  de  los  siglos  y  de  los  acontecimientos,  y  constituyendo 
hasta  hoy,  uno  de  los  principales  pueblos  indígenas  de  Guatemala. 

Conocer  a  los  ixtlahuacanes  es  haber  conocido  a  la  nación  quiche,  en  sus 
últimos  días  de  vida  regional  independiente,  cuando  por  razones  que  en  otro 
lugar  explicamos,  había  perdido  en  gran  parte  la  cultura  de  sus  antepasados. 
Guardan  todavía  los  Ajitz  o  sacerdotes  del  sol,  sus  ritos  idolátricos,  que  én  el 
fondo  constituyen  la  teogonia  que  informa  su  religión,  ya  que  con  astucia 
hipócrita  simulan  cristianas  ceremonias,  mezclando  impíamente  los  nombres 
de  Jesús,  de  María  y  de  los  santos,  con  los  númenes  primitivos,  para  engañar 
así  a  los  que  han  querido  catequizarlos.  Por  otro  lado,  la  natural  suspicacia 
de  estos  pueblos,  acrecida  con  el  encono  eterno  y  natural  que  al  ladino  profe- 
san ;  aquella  extrema  desconfianza,  expresada  trivial,  pero  muy  exactamente, 
con  la  frase  tan  común  entre  los  mismos  indígenas  "aparte  vos  y  aparte  yo," 


—  410  — 

desconfianza  de  la  cual  a  nadie  eximen,  fueron  siempre  poderosas  causas  que 
dificultaron  la  adquisición  de  datos  etnográficos,  apreciados  hoy  histórica  y 
científicamente. 

Los  ixtlahuacanes  creyeron  siempre  en  otra  vida  futura,  pero  a  guisa  ma- 
terial, con  alimentos  de  los  cuales  cuidaban  fuesen  provistos  los  muertos. 
Adoran  dos  entes  soberanos,  a  imagen  de  lo  que  en  la  tierra  encuentran,  bue- 
no y  malo.  Siguen,  como  los  caldeos,  egipcios,  siriacos  y  persas,  creyendo 
que  esos  dos  principios  sobrenaturales  gobiernan  el  mundo.  El  dios  bueno 
habita  en  las  alturas,  el  malo  en  los  avernos.  Aquel  es  luz  y  su  rival  obscuri- 
dad. El  astro  que  fecunda  la  tierra  y  preside  al  día,  es  Eij,  de  donde  viene 
Ajcij  o  Ajitz.  El  malo  Huyub,  dueño  de  todas  las  riquezas  del  mundo,  no 
difiere  de  la  figura  humana  en  su  representación,  pero  con  facciones  horri- 
bles, las  más  espantosas  que  alcanza  a  forjar  la  aterradora  fantasía.  Huyub 
es  un  genio  omnipotente  para  favorecer  con  los  bienes  de  la  tierra  a  sus  adora- 
dores. Existen  en  su  teogonia  otros  dioses  subalternos,  que  vienen  a  formar 
la  corte  de  los  dos  principales  soberanos,  asociándose  a  las  divinidades  las 
almas  de  los  Ajitz  y  de  sus  célebres  antepasados,  que  hicieron  gran  bien  a  los 
naturales.  Cuando  las  desgracias,  cual  remolinos  terribles,  se  amontonaban 
sobre  el  pueblo,  era  Huyub  (|ue  se  encontraba  colérico. 

Esta  sola  idea  de  sus  deidades,  basta  para  comprender  la  división  en  bue- 
nos y  malos,  de  los  dioses  consagrados  a  su  culto,  o  sea  de  los  días  que  supo- 
nen caer  sobre  su  influjo  y  j)atroc¡nio,  cpie  son  todos  los  del  año.  El  famoso 
calendario  quiche  resume  o  simboliza  completamente  el  sistema  religioso- 
político  de  los  ixtlahuacanes.  Por  él,  no  tanto  se  miden  los  tiempos  para  el 
arreglo  histórico  de  los  sucesos,  cuanto  se  aprecian  las  suertes  de  los  hom- 
bres, ligadas  fatídicamente  al  día  en  que  les  tocó  nacer.  De  aquí  proviene 
la  suprema  importancia  individual  del  acertado  cómputo  de  los  dias  y  sus  sig- 
nos, como  que  va  en  ello  la  felicidad  o  ruina  de  sus  intereses ;  y  de  ahí,  por 
consiguiente,  se  derivan  las  consideraciones  sociales  de  que  gozan  en  aquellos 
pueblos  los  Ajitz,  consagrados  esencialmente  al  estudio  de  su  cronología. 
Tanto  más  que  los  ixtlahuacanes  no  tuvieron  sino  quipos  o  figuras,  como  el 
resto  de  los  pueblos  americanos,  y  los  antiguos  chinos,  egipcios,  siriacos,  etc., 
siendo  los  sacerdotes  los  oráculos  de  sus  tradiciones.  Allá  en  las  edades 
indias,  Adhina,  seducido  por  una  deva  llevó  para  él  y  su  mujer,  que  eran 
dichosos  en  su  morada  paradisíaca,  los  frutos  de  la  mentira,  y  comieron  la 
ponzoña  treinta  días  seguidos.  Viciados  por  el  mal,  se  entregaron  a  la  caza. 
Cayó  herida  por  ellos,  una  cierva  hermosa  y  blanca,  que  con  ojos  dolientes  les 
enseñó  el  final  de  la  vida,  el  abismo  de  la  muerte.  Los  símbolos  cosmológicos 
de  los  babilonios,  de  los  caldeos,  egipcios  y  ciriacos ;  las  toscas  figuras  de  las 
inscripciones  quichés,  guardan  la  leyenda  oriental  de  la  Eva  semítica,  que 
legó  a  la  humanidad  lágrimas  y  angustias.     La  deva  de  Adhina,  la  parca  de 


—  411  — 

Prometeo,  la  culebra  caldea,  la  serpiente  Apap  entre  los  egipcios,  la  Syros 
entre  los  fenicios,  la  astuta  y  poderosa  del  mazdeísmo,  y  Gucumatz,  la  sierpe 
que  se  vistió  de  plumas,  entre  nuestros  primitivos  indios  de  estas  comarcas  de 
Guatemala,  son  reminiscencias  de  una  esparcida  y  vieja  leyenda  religiosa,  que 
nos  hace  ver  a  la  mujer  prehistórica  dominada  por  maligna  serpiente  tenta- 
dora que  hizo  caer  en  el  pecado,  en  la  mentira,  en  la  desgracia,  a  la  madre 
infeliz  del  humano  linaje.  ¡Asi  quieren  explicar  el  origen  y  la  causa  del  do- 
lor!    Pero  la  causa,  el  origen  y  el  objeto  del  dolor,  jamás  se  explicarán 

El  mal  persigue  a  las  estrellas  como  a  las  conciencias.  Se  marchitan  las  ro- 
sas y  padecen  las  mujeres.  Los  hijos  de  éstas  nacen  predestinados  al  sufri- 
miento !     El  sol  muéstrase  indiferente ;  muda  la  esfinge. 

Volviendo  a  hablar  del  calendario  de  nuestros  indios,  diremos  que  su 
principal  objeto,  además  de  conmemorar  sucesos  trascendentales,  era  esta- 
blecer la  suerte  de  cada  hombre.  De  ahí  procede  que  los  signos  se  cuentan 
simultáneamente,  sin  que  pueda  señalarse  ni  el  principio  ni  el  fin.  Expliqué- 
monos. Supongamos  que  el  lector  conoce  ya  los  veinte  signos  y  sus  nombres, 
que  en  otro  lugar  de  la  presente  obra  se  encuentran  detallados :  Noj,  Tihax, 
C«uoc,  etc.  Pues  bien,  los  sacerdotes  del  sol  tienen  dos  maneras  de  contar 
el  año.  1° — Dando  a  cada  signo  un  solo  día,  de  suerte  que  al  cabo  de  365  días, 
los  cinco  primeros  signos  se  repiten  19  veces,  y  sólo  17  los  quince  restantes, 
tomando  por  punto  de  partida,  para  empezar  el  cómputo,  la  gran  figura  gen- 
tílica que  acostumbran  celebrar  en  la  primavera.  El  segundo  modo  de  con- 
tar, consiste  en  atribuir  a  cada  signo  un  mes  de  veinte  días,  de  tal  suerte,  que 
sin  interrumpir  la  serie  ordinaria  de  los  signos,  se  vayan  contando  los  días  de 
cada  mes,  hasta  completar  su  año,  todos  sucesivamente.  De  esta  manera  los 
cinco  primeros  signos  tendrán  su  año  de  19  meses  y  de  18  los  restantes.  Sobre 
esta  base  se  pueden  formar  tablas  para  cada  año,  que  indiquen  con  exactitud 
la  correspondencia  de  nuestros  meses  y  días  con  los  del  calendario  indígena, 
bastando  al  efecto,  conocer  qué  signo  debe  tomarse  por  punto  de  partida. 

Tan  puntualmente  llevan  los  sacerdotes  la  cuenta  de  sus  días,  que  los 
indios  poco  concurren  al  templo  los  domingos  y  fiestas  de  guardar,  según  el 
rito  catóHco,  mientras  que  en  las  fechas  clásicas  de  su  calendario,  se  ven 
afluir  a  todas  horas,  llevando  incienso  y  estoraque  para  quemar,  y  cubriendo 
de  velas  el  pavimento,  bajo  cuyas  apariencias  de  piedad  cristiana,  introducen 
las  ceremonias  y  deprecaciones  de  su  gentilismo.  Sucumbieron  a  la  fuerza 
del  destino,  doblando  la  cerviz  al  conquistador;  adoptaron  por  necesidad  las 
prácticas  religiosas  de  sus  vencedores,  pero  en  el  fondo  del  corazón,  conser- 
van sus  tradiciones,  porque  estas  perduran  al  través  de  las  vicisitudes  de  los 
pueblos,  como  el  alma  de  las  razas. 

Sus  días  excelentísimos  son  Ajmac,  Tziquín  y  Kanit.  En  éste  se  pide 
todo  lo  que  es  sustento  para  el  hombre.     En  Tziquín  (pájaro)  se  reúnen  los 


—  412-- 

desposados  en  una  misma  habitación,  precedidos  de  muchas  oraciones  y  votos 
por  su  fehcidad.  En  Ajmac,  se  ofrecen  mil  oblaciones  al  genio  de  la  salud. 
Fuera  de  esto,  son  días  buenos  Aj,  Ix,  Eé,  Noj  y  Quiej.  En  ellos  se  principian 
y  consuman  los  contratos  y  se  pide  a  los  genios  de  los  montes  el  aumento  de 
los  animales  domésticos,  rogándoles  principalmente  que  contengan  a  las  bes- 
tias carnívoras,  para  que  no  destruyan  sus  rebaños.  Noj  y  Tibax  tienen  la 
especialidad  de  estar  consagrados  al  alma  humana,  por  lo  que  en  ellos  se  pide 
buen  entendimiento  para  si  y  para  los  hijos.  Si  imploraban  a  la  divinidad  por 
los  bienes  del  cuerpo,  también  rogaban  por  los  del  espíritu.  Entre  los  días 
nefa.stos  sobresale  el  Toj — ¡infeliz del  que  viene  al  mundo  bajo  la  influencia  de 
este  signo!  Sentirá  de  lleno  la  presión  de  los  genios  del  averno.  En  Ixmux 
ocurren  los  Ajitz  a  pedir  al  dios  del  viento  toda  suerte  de  males  para  sus  ene- 
migos. Era  el  Huracán  el  que  barría  con  furia  diabólica  al  que  encontraba 
en  su  camino.  En  los  cinco  días  siguientes,  lo  mismo  que  en  Tzi  y  en  Batz, 
demandan  miseria  y  enfermedades  para  sus  contrarios.  El  perdón  de  los  ene- 
migos sólo  fué  predicado  por  Jesús. 

Todos  aquellos  sistemas  los  heredaron  nuestros  indios  de  los  mayas,  cu- 
yos conocimientos  astronómicos  eran  notables.  Además  de  la  división  del 
tiempo  en  años,  meses  y  días,  tenían  los  quichés  otro  cómputo,  que  usaban 
simultáneamente.  Consistía  éste  efl  lunaciones  de  veintiséis  días,  subdividi- 
das  en  períodos  de  trece,  según  el  calendario  de  Vicente  Hernández  Espina, 
que  debe  existir  en  la  colección  de  documentos  históricos  del  doctor  don  Ma- 
riano Padilla,  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Guatemala.  Usaban  el  número  13 
como  sagrado,  por  motivos  supersticiosos,  según  ya  indicamos. 

Hoy  se  admiran  Maudslay,  Brinton,  Bancroft,  Orozco  y  Berra,  y  otros 
que  han  hecho  estudios  de  los  cálculos  matemáticos  y  de  los  conocimientos 
celestes  de  los  toltecas,  mayas,  quichés  y  cakchiqueles. 

El  año  quiche,  según  Basseta,  comenzaba  el  24  de  diciembre  de  nuestro 
calendario.  El  año  cakchiquel  tenía  principio  el  31  de  enero,  como  puede 
verse  en  la  "Historia  de  las  Naciones  Civilizadas  de  México  y  Centro-Amé- 
rica," de  Brasseur  de  Bourbourg,  de  donde  capiamos  los  nombres  que  siguen, 
de  los  meses,  uinal: 

QUICHE 

I?  palabra 
2?  palabra 
3-  palabra 
Árbol 

Petate  pintado 
Blanco 


I.- 

-Nabe  Tzih 

2.- 

-V  Cab  Tzih 

3- 

-Rox  Tzih 

4-- 

-Che 

.5-- 

-Tecpx^pyal 

6.- 

— Tzibe  Pop 

7- 

-Zak 

—  413  — 


8.- 

-Huno  Bix  Gih 

Primer  canto  del  sol 

9- 

— Nabe  Mam 

Primer  hombre  viejo 

lO.- 

— U  Cab  mam 

Segundo  hombre  viejo 

II.- 

—Nabe  Ligin  Ga 

Primera  mano  suave 

12.- 

-U  Cab  Ligin  Ga 

Segunda  mano  suave 

13- 

-Nabe   Pach 

Primera  generación 

14.- 

-U  Cab  Pach 

Segunda  generación 

15- 

— Tziquín  Gih 

Tiempo  de  pájaros 

16.- 

— Tzizi  Lagan 

Coser  el  estandarte 

17- 

— Cakam 

Tiempo  de  rojas  flores 
CAKCHIQUEL 

I.- 

-Bota 

Rollo  de  petates 

2.- 

-Qatic 

Semilla  común 

3- 

-Ixcal 

Retoño 

4-- 

— Pariche 

Leña 

5-- 

— Tocaxepual   

6.- 

— Nabey  Tumuzuz 

Primer  zompopo  volador 

?•- 

— Rucab  Tumuzuz 

Segundo  zompopo  volador 

S^Cibixic 

*     Tiempo  de  humo 

9- 

— Uchum 

Tiempo  de  la  resiembra 

10.- 

—Nabey  Mam 

Primer  hombre  viejo 

II.- 

— Ru  Cab  Mam 

Segundo  hombre  viejo 

12.- 

—Ligin  Ka 

Mano  suave 

13.- 

14.- 

-Üi  f.ab  TftgiV,. 

I5-- 

-Nabey  Pach 

Primera  generación 

16.- 

-Ru  Cab  Pach 

Segunda  generación 

17- 

—Tziquín  Gih 

Tiempo  de  pájaros 

18.- 

—Cakam. 

Tiempo  de  rojas  flores 

En  el  "Memorial  de  Tecpán  Atitlán"  se  mencionan  los  nombres  de  los 
meses  cakchiqueles  con  algunas  variantes  o  diferencias  respecto  de  los  nom- 
bres anteriores,  que  copiamos  de  Brasseur  de  Bourbourg. 


Los  nombres  de  los  dias,  en  los  mismos  calendarios,  son  así : 


QUICHE  Y  CAKCHIQUEL 

I. — Imox  Peje  espada 

2. — Ig  spirit  Respiración 


—  414  — 


3- — Akbal 

4.— Kat 

5.— Can 

6. — Camey 

7. — Quieh 

8.— Kanel 

9. — Toh 
10. — Tzy 
II.— Batz 
12. — Ci  or  Balam 
13— Ah 
14. — Iz  or  Itz 
151»— Ttziquín 
16. — Ahmak 
17. — Noh 
18.— Tihax 
19. — Caok 
20. — Hunahpú 


Caos 

Lagarto 

Culebra 

Muerte 

Caballo 

Conejo 

Aguacero 

Perro 

Mico 

Escoba,  tigre 

Caña 

Brujo 

Pájaro 

Tecolote,  buho 

Temperatura 

Chay,  obsidiana 

Lluvia 

Tirador  de  cerbatana. 


Los  geroglíficos  han  sido  objeto  de  mucha  controversia,  desde  que  el  cé- 
lebre obispo  Lauda  fué  el  primero  que,  aunque  equivocadamente,  emprendió 
la  tarea  de  interpretarh)s,  seguida  por  Brasseur  de  Bourbour,  que  en  la  "Rela- 
ción de  las  cosas  de  Yucatán,"  publicó,  en  1864,  en  París,  la  obra  de  a(|uel 
obispo  de  Mérida.     No  escribian  fonéticamente,  como  él  creyó. 

En  lo  moderno,  el  famoso  Alfredo  P.  Maudslay  y  el  explorador  Teobert 
Maler,  gastaron  fuertes  sumas  de  dinero,  viajaron  sin  descanso,  se  expusieron 
por  mucho  tiempo  a  la  intemperie  de  las  montañas  primitivas,  estudiaron 
ruinas,  sacaron  modelos,  y  han  contribuido  en  alto  grado  a  la  tarea  de  ilustrar 
los  geroglíficos,  como  lo  hemos  explicado  en  otros  capítulos  de  la  presente 
historia. 

Según  estos  célebres  anticuarios,  los  períodos  de  tiempo  resultaban  así : 

Primero 

El  día — Kin 

Segundo 

Los  13  días. 

7x  13 — Bacab — 91  días,  cuarta  parte  de  364  días. 
20  x  13 — Tonalamatl,  260  días,  período  muy  reverenciado,  porque  a  segui- 
da el  día  volvía  a  tener  la  misma  posición  en  la 
semana. 
28  semanas  de  13  días  =  364  días,  un  día  menos  en  el  año  solar. 


—  415  — 
Tercero 

20  días,        uimal  o  mes. 

13  uinales,  forman  un  tonalamatl»  260  días. 
-  18  uinales,  forman  un  tun,  360  días,  que  es  el  año,  que  usaron 

en  sus  cálculos  y  escritos,  como  se  explicó  al 

hablar  de  los   18  meses,  que  era  la  base  de 

mayor  época 
20  tunes  =  I  catdn  -=  7,200  días. 
39  tunes  =  14,040  días,  que  es  número  divisible  por  muchas  cifras 

importantes. 
400  tunes  =  20  catunes  =  ciclo  de  144,000  días. 
8,000  tunes  =  400  catunes  =  20  ciclos,  de  un  total  de  2.880,000. 

Cuarto 

365  días  del  año  solar,  o  sean  28  semanas  más  i  día, 

mxa  kaba  kin,  día  sin  nombre. 
8  años  solares,  2,920  días,  eran  cinco  años  del  planeta  Venus. 
24  años  solares,  ahau,  8,760  días,  eran  15  años  de  Venus 
52  años  solares,  18,980  días,  después  de  los  cuales  un  día  volvía  a  tener 
la  misma  posición,  tanto  en  la  semana,  como  en 
el  uinal  o  mes,  de  modo  que  cada  día  de  estos 
18,928  días  tenía  posición  distinta  de  cualquier 
otro  de  este  período. 
104  años  solares,  que  son  37,960  días. 
312  años  solares,  que  son  113,880  días. 
3,744  años  solares,  que  son  1.366,560  días,  período  que  es  divisible  por 
todas  las  cantidades  importantes. 
Quinto 

I. — El  año  del  planeta  Venus,  cuyo  período  observado  en  conjunción  con 
el  sol,  es  de  584  días. 

6  años  de  Venus  =  290  días  =  8  años  solares. 

Sexto 

El  año  del  planeta  Mercurio,  de  115  días. 

Séptimo 
El  año  del  planeta  Marte,  de  780  días. 


—  4i6  — 

Octavo 

Se  cree  que  usaron  los  meses  y  años  lunares,  como  ya  se  ha  dicho  atrás, 
de  29  y  30  días.  El  período  de  1.366,650  figura  en  el  Códex  de  Dresde,  y  es 
divisible  por  la  semana,  por  el  uinal,  por  el  tonalamatl,  por  el  tun,  por  el  año 
solar,  por  el  de  Venus,  y  por  24  y  52  años  solares.  Este  ¡)críodo  lo  represen- 
taban así : 

9 

9 
16 

o 

o 

9  ciclos  =  360  tunes,  de  360  días     =  1  296  000  días. 
9  catunes  =  180  tunes,  de  360  días  =       64,800  días. 
16  tunes,  de  360  días  =         5.760  días. 

O  ouinal  =  O  días. 

O  kin  =0  días. 

Total  -  3,796  tunes  —  1.336,560  días. 

Los  calendarios  que  usaban  eran  de  dos  clases  uno,  llamado  4hol,  literal- 
mente "apreciador  de  los  días"  se  empleaba  para  asuntos  astrológicos  y  sagra- 
dos, para  apreciar  el  tiempo  fasto  y  nefasto;  y  el  otro  calendario  mayEih,  par.i 
fines  cronológicos,  significaba  ''evolución  de  los  días." 

En  los  monumentos  mayas  juntaban  a  las  cifras  unas  cabezas  grotescas 
de  aves,  que  simbolizan  ciclo,  catún  y  tun.  El  uinal  era  una  rana,  y  el  kin  la 
cabeza  de  Xbalanké,  dios  del  sol,  cuya  barba  era  kin.  A  veces  cxi)resaban 
valores  numéricos  por  cabezas  de  guerreros  o  dioses,  según  lo  dcmuestrati 
Goodman,  en  sus  prolijas  investigaciones,  y  el  sabio  Seler,  siendo  una  de  tan- 
tas pruebas  los  monolitos  de  Quiriguá. 

La  fecha  más  antigua  conocida  hasta  hoy  de  la  cronología  americana,  se 
halló  en  Guatemala,  por  el  lago  de  Izabal,  en  la  parte  de  la  desembocadura, 
en  una  piedra  finísima  verde,  que  se  llevaron  al  museo  de  Leyden,  y  que  apa- 
rece reproducida  por  Chavero,  en  el  tomo  I?  de  "México  a  través  de  los  Si- 
glos." Aquella  valiosísima  piedra  contiene  8,  14,  3,  i,  12,  o  sean  3,483  tun  y 
32  kin.  Desde  remotísimos  tiempos,  tuvieron  los  quichés  cierto  culto  fanático 
por  el  número  13.  El  tonalamatl,  como  hemos  visto,  se  componía  de  20  veces 
13,  comenzaba  el  i?  de  marzo  y  tenía  relación  con  la  siembra  y  cosecha  del 
maíz.  Al  nacer  las  rosas,  al  brotar  los  retoños,  al  principio  de  la  primavera, 
empezaba  el  calendario  sagrado,  la  vida  religiosa,  que  cada  13  días  se  feste- 
jaba con  alegría.  Los  sacerdotes  interpretaban  el  horóscopo  de  cada  signo. 
y  había  también  lo  que  pudiera  llamarse  astrología  judiciaria. 


—  417  — 

El  papiro  lo  hacían  de  maguey  macerado  y  machacado,  separando  los 
filamentos  y  la  parte  carnosa,  y  extendidos  éstos,  les  mitaban  goma,  ponién- 
dolos en  fuerte  presión,  para  barnizar  después  la  superficie  con  una  especie 
de  cal  o  yeso  fino.  El  amatl,  que  era  el  nombre  del  papel,  se  fabricaba  tam- 
bién de  la  corteza  del  árbol  que  se  llama  lo  mismo  amatl,  castellanizado  amate. 

Es  admirable  cómo  taladraban  y  pulían  piedras  finas,  cual  dioritas,  ága- 
tas, ópalos,  heliotropos,  cloritas,  litomargas,  feldespatos  y  otras  varias  más, 
que  usaban  como  joyas.  Las  turquesas  se  destinaron  a  los  dioses,  y  se  les 
llamaba,  por  eso,  teoxihuitl.  A  las  esmeraldas  decíanles  quetzaliztli.  Cono- 
cían el  rubí,  tlapalteoxihuitl,  al  coral  tapachtli,  y  las  perlas  epiollotli. 

Hubo  cronistas,  que  los  indios  llamaban  "pintores  de  historia,"  xiuh- 
tlacuilo. 

Tenían  en  las  grandes  ciudades,  hospitales  y  boticas,  según  cuentan  Re- 
mesal  y  Díaz  del  Castillo.  Había  médicas  para  curar  a  las  mujeres,  lo  cual 
nada  tiene  de  raro,  pues  aún  hoy  pululan  charlatanas,  preferidas  por  algunos 
a  los  doctores. 

Los  carpinteros,  albañiles,  plateros,  fundidores,  canteros,  etc.,  disfrutaban 
de  posición  más  holgada,  y  eran  solicitados  para  trabajos  de  la  Corte.  Los 
mercaderes,  pochteca,  eran  ricos  y  viajaban  mucho.  Hubo  mercados  como 
los  de  Tlatelolco,  en  México,  a  los  cuales  llegaban  negociantes  hasta  de  Guauh- 
temala,  al  decir  de  Sahagún. 

*  Cortés,  en  sus  cartas,  describe  muy  bien  las  mercaderías,  tratos  y  contra- 
tos, etc.  En  una  calle  había  solo  caza ;  en  otra,  hierbas  y  raíces ;  más  allá, 
medicinas,  gomas,  emplastos ;  por  el  centro,  tiendas  y  barberos,  y  puestos  de 
dar  comida  por  paga.  Oficiales  públicos  cuidaban  del  buen  estado  de  todo  y 
de  la  exactitud  de  las  cuentas  y  medidas.  Hubo  mercados  particulares  de 
piedras  preciosas  y  jicaras  pulidas. 

L^as  naciones  indígenas  centro-americanas  no  fueron  nómadas.  Cada 
familia  sedentaria  se  hallaba  establecida  en  una  porci(íii  de  terreno  qucust 
fructaba,  porque  el  monarca  y  los  señores  eran,  como  ya  se  lia  dicho,  los  due- 
ños de  Jas_tierras.  Las  tribus  o  parcialidades  respetaban  los  límites  de  los 
pueblos,  según  sus  plantas  o  mapas  pintados,  £n.  pieles,  con  demarcaciones 
de  ríos,  lagos,  etc.  La  falta  del  hierro,  la  carencia  de  algunos  áViimales  do- 
mésticos, como  bueyes  y  caballos,  y  hasta  la  misma  exuberancia  del  terreno, 
que  fácilmente  produce  frutos  espontáneos,  hacían  bastante  rudimentarias 
las  labores  indígenas.  Cultivaban,  lo  mismo  que  hoy  cultivan,  maíz,  frijol, 
chile  y  varios  tubérculos,  el  plátano  y  otras  frutas. 

La  familia  era  semejante  a  la  asiática.  A  la  mujer  se  la  consideraba, 
como  en  todo  el  mundo  antiguo,  mero  instrumento  de  placer  y  de  lujo.  El 
hombre  tenía  tantas  hembras  para  procrear  hijos  cuantas  podía  comprar  y 
mantener.     La  poligamia  estaba  aceptada  por  las  costumbres  indígenas,  y  se 


—  4i8  — 

prohibió,  en  la  América  española,  por  la  ley  2?,  título  i?,  libro  6^  de  la  Recopi- 
lación de  Indias,  que  dispuso  se  pudieran  casar  libremente  los  naturales  de 
la  tierra,  con  quien  quisieran,  entre  ellos  mismos,  o  con  españoles  o  españolas ; 
que  no  se  permitiera  a  las  indias,  sin  tener  edad  legítima,  pues  las  hacían 
ayuntarse  niñas,  en  ofensa  de  Dios,  daño  a  la  salud  e  impedimento  a  la  fe- 
cundidad ;  que  los  que  se  casaren  con  dos  mujeres,  siendo  cristianos,  se  casti- 
guen (ley  III);  que  ningún  cacique,  ni  indio,  se  case  aunque  sea  infiel,  con 
más  de  una  mujer;  que  no  pudieran  vender  a  sus  hijas  para  contraer  matrimo- 
nio ;  y  otras  disposiciones  que,  si  bien  son  muy  recomendables,  dada  la  cultu- 
ra cristiana,  venían  a  oponerse  tan  abiertamente  a  las  costumbres  y  modo  de 
vivir  de  aquella  raza,  a  sus  necesidades  y  tendencias,  que  la  hicieron  sufrir  en 
extremo.  El  matrimonio  cristiano  responde  a  cierto  grado  de  cultura  que  ni 
se  improvisa,  ni  se  impone.  Cuando  por  fuerza  pasan  los  pueblos,  de 
modo  repentino,  a  una  atmósfera  moral  diversa,  se  asfixian.  La  naturaleza 
no  procede  a  saltos,  la  evolución  es  ley  de  la  vida.  El  cristianismo  vino  al 
mundo  en  la  plenitud  de  los  tiempos  de  la  civilización  romana. 

Solamente  entre  los  indios  nobles  se  conocía  el  matrimonio,  casándose 
cada  uno  de  ellos  con  una  esposa  de  su  propia  condición,  a  la  cual  llevaban  a 
su  casa  y  la  consideraban  mucho;  pero  siempre  pudiendo  los  maridos  tener 
otra  mujer  legítima,  según  explicaremos  adelante.  El  P.  Las  Casas  describe, 
con  colorido  y  detalles,  las  ceremonias  de  la  boda.  La  doncella  de  cajidad 
era  pedida,  en  tres  días  diversos,  por  los  parientes  o  amigos  del  novio,  llevando 
dádivas  que  si  se  aceptaban,  presuponían  consentimiento.  A  la  hora  del  ma- 
trimonio iban  en  comitiva  los  parientes  y  amigos  del  hombre  a  traer  a  la 
mujer,  con  músicas  y  flores,  quemando  incienso  y  otras  reciñas  y  cantando 
mitotes  alusivos  al  acto.  Este  se  autorizaba  por  el  jefe  de  la  tribu,  atando  los 
vestidos  de  un  contrayente  cort  los  del  otro.  Comían  tepexcuíntles  o  xulos, 
chumpipes,  chanchos,  etc.  Después  de  la  fiesta,  ya  solos  los  novios,  prendían 
una  astilla  de  ocote.  La  miraban  atentamente,  hasta  que  se  extinguía.  En- 
tonces, en  la  obscuridad,  era  consumado  el  matrimonio.  Las  llamas  simboli 
zaban  el  fuggo  de  la  lascivia,  que  si  no  .se  modera,  acaba  por  consumir  la  vida. 

En  el*Veiuo  del  quiche  toleróse  la  poligamia :  pero  sólo  dos  eran  las  mu- 
jeres legítimas,  cuyos  hijos  se  reputaban  herederos  del  padre.  Al  que  moría 
sin  sucesores  lo  sepultaban  con  sus  riquezas,  para  que  las  fuera  a  disfrutar  a 
la  otra  vida. 

Torquemada.  en  la  "Monarquía  Indiana."  dice  que  los  indios  de  la  Vera- 
paz,  muchas  veces,  según  el  parentesco  que  usaban,  era  fuerza  que  casasen 
hermanos  con  hermanas,  y  era  la  razón  esta :  acostumbraban  no  casar  los  de 
una  tribu  o  pueblo  con  las  muieres  del  mismo  pueblo,  y  las  buscaban  que 
fuesen  de  otro,  porque  no  contaban  por  de  su  familia  y  parentesco  los  hijos 


—  419  — 

que  nacían  en  el  linaje  ajeno.  No  tenían  por  pariente  a  los  deudos  de  la  ma- 
dre, sino  sólo  a  los  del  padre,  de  tal  suerte,  que  se  podían  casar  con  las  her- 
manas por  parte  de  madre"  (i). 

Los  pipiles  de  El  Salvador  tenían  un  árbol  pintado,  y  en  él  siete  ramas, 
que  significaban  siete  grados  de  parentesco.  "Dentro  de  estos  grados  nadie 
se  podía  casar,  y  ésto  se  entendía  por  línea  recta,  si  no  fuese  que  alguno  hubie- 
se fecho  algún  gran  suceso  de  armas.  Cualquiera  que  tenía  comercio  carnal 
con  parienta,  en  los  grados  susodichos,  morían  ambos,  por  ende"  (2). 

Si  hemos  de  dar  crédito  al  abate  Brasseur,  todo  lo  relativo  a  la  boda,  en 
Guatemala,  lo  arreglaban  los  parientes  del  mancebo,  sin  que  muchas  veces  lo 
supieran  los  interesados,  ni  se  conocieran  hasta  el  día  del  enlace.  El  amor 
no  se  tomaba  en  cuenta,  era  cuestión  de  familias  y  de  prole,  como  sucede  hasta 
el  día  con  los  reyes  y  grandes  dignatarios.  En  Nicaragua  prevaleció  la  misma 
costumbre,  pero,  hubo  ciertas  poblaciones  independientes  en  las  que  las  mu- 
chachas escogían  a  sus  novios,  cuando  estaban  los  mancebos  sentados  en 
ciertas  fiestas,  al  decir  de  Gomara,  Herrera  y  Squier. 

Andagoya  cuenta  que  en  Nicaragua  tenía  el  pontífice  el  derecho  de  per- 
nada, droit  du  Seigneur.  "La  noche  antes,  había  de  dormir  con  la  novia  un 
robusto  joven,  a  quien  tenían  por  papa."  A  la  virginidad  no  le  daban  aprecio 
alguno,  sino  que  por  el  contrario,  era  vista  con  malos  ojos.  La  prostitución 
estaba  autorizada.  Ni  debe  extrañarse  que  entre  los  indios  existiesen  tales 
costumbres,  cuando  en  la  Edad  Media,  en  Europa,  el  señor  eclesiástico  y  el 
señor  feudal  tenían  derecho  a  las  primicias  de  la  novia  (3)  y  aún  después  de 
casada,  debía  subir  al  castillo  a  llevar  el  manjar  de  casamiento,  como  si  dijé- 
ramos, los  dulces  de  la  boda.  Aún  en  nuestros  tiempos,  en  algunos  pueblos 
de  indios,  cuando  llega  un  potentado  o  cualquiera  autoridad,  llévanle  por  la 
noche  una  joven  de  las  más  frescas,  y  se  la  dejan,  diciéndole:  "toma  tu  cos- 
tumbre." Los  cronistas  hablan,  con  la  mayor  naturalidad,  de  las  doncellas 
que  los  caciques  les  regalaban,  como  la  que  cuenta  Bernal  que  le  donó 
Moctezuma. 

Los  jueces  se  escogían  entre  los  dignata.ios  y  disfrutaban  rangos  diver- 
sos. Los  grandes  crímenes  que  herían  los  intereses  del  Estado,  *de  las  altas 
clases  o  del  rey,  se  dejaban  al  conocimiento  del  Consejo,  presidido  por  el 
monarca.  Los  subtenientes  del  rey,  o  señores  de  sangre  real,  que  goberna- 
ban las  provincias,  conocían  de  los  casos  más  importantes,  relativos  a  su  terri- 
torio, mientras  que  las  cuestiones  locales  de  menor  cuantía,  eran  resueltas  por 
jueces  inferiores  de  aldeas  o  cortijos.     Según  enseña  CogoUudo,  los  magistra- 


(1)  Tomo  II,  páer.  419. 

(2)  Palacio.  Carta,  pág  SC-Squier's  Central  America  v&K-  334. 

(3)  Lauriére,  II.  Michelet.  Orierlnes  du  Droit- 


—  420  — 

dos  podían  recibir  presentes  de  los  litigantes ;  y  en  caso  de  confiscación  de 
bienes,  era  la  mitad  para  el  juez  que  la  ordenaba,  lo  cual  tenía  lugar  sólo  en 
crímenes  muy  graves  (i).  Algo  de  todo  eso  queda  por  la  China  y  otros 
pueblos  antiguos. 

Los  castigos  más  comunes  consistían  en  la  esclavitud,  la  muerte,  los  azo- 
tes y  las  multas.  Dice  Villagutierre  que  la  pena  del  último  suplicio  se  apli- 
caba por  medio  de  la  horca,  del  garrote,  del  fuego  y  del  despeñadero. 

Cuando  el  rey  se  mostraba  cruel  y  tirano  con  sus  subditos,  asegura  el 
cronista  Fuentes,  que  se  reunían  con  gran  cautela  los  ahguaes  o  grandes  del 
reino,  y  le  deponían,  eligiendo  al  inmediato  en  la  sucesión  hereditaria,  y  con- 
fiscábanle todos  sus  bienes ;  pero  si  el  que  levantaba  la  conspiración  contra  el 
príncipe  no  justificaba  sus  tiranías,  se  le  condenaba  a  muerte  con  tormento,  se 
le  secuestraba  cuanto  tuviera,  y  se  tomaban  por  esclavos  su  mujer,  sus  hijos 
y  parientes  inmediatos,  que  se  vendían  a  trueque  de  plumas,  cacao  y  mantas, 
en  caybal,  que  era  una  especie  de  almoneda. 

Si  la  esposa  del  rey  o  de  algún  noble  era  infiel,  se  les  condenaba  a  ella  y 
a  los  cómplices  a  pena  de  horca,  si  éstos  eran  de  los  principales,  pues  siendo 
plebeyos  los  despeñaban  de  una  roca.  El  delito  de  lesa  majestad  se  castigaba 
con  pena  de  muerte,  confiscación  de  bienes  y  esclavitud  para  la  familia. 

El  ladrón  era  condenado  a  restituir  la  cosa  robada  y  a  pagar  otro  tanto 
de  su  valor,  en  plumas  o  cacao  a  la  cámara  del  rey,  en  lo  cual  se  asemeji  esta 
pena  a  la  establecida  por  la  antigua  legislación  romana.  En  caso  de  reinci- 
dencia, se  duplicaba  la  pena,  y  por  tercera  vez  incurría  en  la  muerte  por  des- 
peñamiento, a  no  ser  que  fuera  de  rico  calpul,  que  entonces  se  le  permitía  re- 
dimtirse,  pagando  todos  los  hurtos  y  otro  tanto  al  rey.  Si  no  pagaba  lo  hur- 
tado, quedaba  como  esclavo  del  ofendido. 

En  el  delito  de  estupro  se  imponía  al  culpable  la  pena  de  muerte,  y  cuandé 
sólo  había  habido  conatos,  se  entregaba  el  delincuente  a  la  ofendida,  como  es- 
clavo. Era  el  delito  de  adulterio  de  prueba  muy  privilegiada,  de  tal  suerte 
que. para  condenar  al  que  se  presumía  culpable,  bastaba  la  acusación  del 
marido  contra  él  y  encontrarle  cualquier  prenda  de  la  mujer. 
\  Dice  Torquemada  que  cuando  enviudaba  una,  joven  debía  casarse  con  el 

1  hermano  o  pariente  inmediato  de  su  marido,  y  los  hijois  se  enlazaban  con  los 
I  parientes  de  la  madre,  porque  ella  ya  no  pertenecía  a  su  calpuL  Cuando  un 
Treo  no  confesaba  se  le  imponía  el  tormento,  que  consistía  en  suspenderle  de 
un  árbol,  atado  de  los  pulgares  de  los  pies,  con  la  cabeza  para  abajo,  y  sahu- 
mándole con  chile  quemado,  le  azotaban  al  propio  tiempo  sin  piedad. 


(1)    Bancroft,  vol  TI.  pájr.  656. 


—  421  — 

Al  que  delante  de  la  autoridad  mentía,  le  daban  de  cincuenta  a  cien  azotes, 
lo  mismo  que  al  que  requería  de  amores  a  una  mujer  casada  (i).  La  embria- 
guez nunca  la  consideraban  como  circunstancia  atenuante,  sino  al  contrario, 
como  otro  grave  delito. 

No  debe  llamar  la  atención  la  severidad  y  aun  barbarismo  de  las  penas 
de  los  indios,  una  vez  que  en  la  legislación  antigua  de  los  pueblos  de  Europa, 
n.')tase  que  el  derecho  penal  reviste  aquellos  mismos  caracteres.  Antes  del 
célebre  Beccaría,  reformador  de  la  justicia  criminal,  prevalecieron  la  pena  del 
talión,  el  tormento,  y  el  lujo  de  crueldad  de  aquellos  castigos  que  por  fortuna 
se  desterraron  en  las  naciones  cultas.  El  código  de  Moisés,  el  Koran  y  todos 
los  pueblos  orientales  e  indios  reconocieron  el  talión  como  principio  funda- 
mental del  derecho  de  penar,  que  pertenecía  primero  al  ofendido,  ejerciéndose 
en  el  culpable  o  en  su  familia.  Después  se  traspasó  a  la  sociedad  la  facultad 
de  castigar.  En  los  tiempos  primitivos  el  que  no  se  vengaba  quedaba  des- 
honrado. 

Por  lo  referente  al  modo  de  computar  el  parentesco,  dice  el  informe  del 
oidor  don  Diego  García  al  rey  de  España,  "que  tenían  los  indios  un  árbol  pin- 
tado, y  en  él  siete  ramas,  significando  siete  grados  de  parentesco.  Dentro  de 
ellos  no  se  podía  casar  nadie,  en  línea  recta,  sino  fuera  que  alguno  hubiese 
fecho  gran  triunfo  en  armas,  y  había  de  ser  del  tercer  grado  afuera.  Por  línea 
transversa,  tenían  otro  árbol,  con  cuatro  ramas,  que  significaban  hasta  el 
cuarto  ^ado ;  en  éstos  no  se  podía  ninguno  casar." 

La  prisión  no  se  conocía,  como  pena,  por  los  aborígenes  centro-america- 
nos.    La  esclavitud  era  muy  común  entre  los  indios  de  Guatemala  y  de  otros 
lugares  del  istmo.     A  los  prisioneros  de  guerra  los  vendían  como  siervos. 
Los  jugadores  y  las  mujeres  públicas  se  enagenaban,  con  la  condición  de  que, 
por  cierto  tiempo  quedasen  libres,  para  gozar  del  precio  de  su  libertad,  y  des- 
])ués  entraban  en  la  servidumbre  que  no  era  hereditaria.     Los  padres  de  más 
(le  cuatro  hijos,  podían  vender  uno,  y  con  consentimiento  del  amo,  le  era  dado 
cambiarlo  por  otro  de  sus  hermanos.     Los  esclavos  del  hambre  eran  los  po-\\ 
bres,  que  en  tiempo_de  escasez,  de  granos.  <>  ])<^r  eausa  depesíe,  o  porcualqTmr-í ' 
ra  otra  calamidad,  se  vendían  ellos  misnids  a  los  ricos  o  más  ac<Mnodnd(ís.     Eli 
hambre  ha  sido  }-  es  la  ])eor  de  las  esclavitudes. 

Las  armas  que  en  la  guerra  usaban,  eran  la  flecha,  el  dardo,  la  pisporra, 
la  honda,  las  piedras  y  los  palos.  Las  puntas  de  las  flechas  eran  de  chay  o 
sea  de  obsidiana ;  algunos  llevaban  lanzas  con  agudas  picas,  o  porras  erizadas 
con  puntas  de  pedernal,  de  las  cuales  recordamos  haber  visto  algunas  en  el 
"Museo  de  la  Sociedad  Económica  de  Amigos  de  Guatemala."  El  sayo  o 
armadura  de  los  caciques  era  de  algí?3on  tan  consistente  que  las  flechas  no  la 


(1)    Documentos  inéditos  del  Archivo  de  Indias,  publicados  por  don  León  Fernánd«z,  tomo  1'  pAg-  44. 


—  4^2  — 

atravesaban,  y  adornada  de  oro  y  plumas  vistosas.  En  la  cabeza  portaban 
cascos  con  adornos  de  plumas  o  pieles,  y  algunos  guerreros  se  defendían  con 
iscudos  y  cueros  de  tigrillo  o  de  otros  animales. 

Los  quichés,  cakchiq^uejes  .y  tzutugiles  soportaban  tributos  personales,  en 
favorjJe  los  reyezuelos  y  magnates,  fuera  de  las  contribuciones  que  el  pueblo 
pagaba  en  mantas,  cacao,  plumas  y  otros  artículos.  Tenían  geroglíficps  para 
llevar  la  cuenta  de  lo  que  debía  recaudarse.  Los  mercaderes  y  los  maestros 
de  oficios  también  pagaban  ciertas  gabelas,  en  mercancías  y  artefactos.  Los 
que  servían  a  los  templosde  los  dioses,  no  pagaban  tributo  alguno,  así  como 
también  gozaban  de  exencióiT^os  menoresTde^ad,  los  huérfanos,  las  viudas, 
los  lisiados,  los  mendigos  y  los  mayehues  o  solariegos,  que  eran  una  especie  de 
'arrendatarios^  coTonos  de  los  grandes  señores,  y  pasaban  con  la  ^jerra  romo 
adscritos  a  ella,  ni  más  ni  menos  que  los  ganados  y  bestias.  Además,  esos 
mayehues  debían  prestar  servicio  de  leña  y  acarreo  de  agua  para  el  señor, 
(juien  pagaba  por  entero  la  contribución  de  la  finca  o  terruño,  incluyéndose  en 
ella  lo  que  a  los  mozos  les  tocaba. 

En  los  pueblos  principales  tenían  jueces  inferiores  que  verbalmente  des- 
pachaban los  asuntos  controvertidos,  y  unos  doce  ancianos,  que  formaban  una 
especie  de  Corte,  conocían  de  las  apelaciones,  en  negocios  graves,  quedando 
al  rey  la  facultad  de  revocar  o  anular  las  sentencias. 

.Un  mancebo  principal  podía  pedir  a  una  doncella  pai.i  >.*íí  y  ^ocrear 
hijos,  con  la  condición  de  casarse  con  ella  al  nacer  el  primero.  Se  cree  que 
siendo  obligatorio  el  matrimonio  a  los  veinte  años,  esa  era  la  edad  de  la  ma- 
yoría. Asegura  Zurita  haber  sido  raro  el  divorcio,  aunque  se  hallaba  recono- 
cido. La  patria  potestad  radicaba  en  el  padre,  a  quien  era  permitido  darse  por 
esclavo  con  su  descendencia.  Si  resultaba  malo  el  hijo,  poclía  venderlo  su 
padre,  con  permiso  previo  de  los  jueces. 

Los  contratos  usuales  consistían  en  la  compra-venta,  mediante  el  precif» 
en  plumas,  cacao  o  mantas ;  el  arrendamiento,  la  permuta,  el  préstamo,  sin 
rédito  alguno,  pues  no  conocían  la  usura,  que  tanto  arruinó  a  los  judíos  y 
otros  pueblos  antiguos,  hasta  el.  punto  de  que  Jeús  dijo :  "Mutum  date,  nihil 
indae  sperantes."  Era  común  entre  nuestros  injmiJ?^  sociedad  para  la  la- 
branza de  tierras,  el  cenizo,  la  donación,  la  prenda,  la  scrviduml)re  y  el 
mandato. 

Los  indios  se  mostraban  muy  crueles  en  la  guerra,  y  no  entraban  en 
campaña,  por  lo  común,  sino  en  grupos  pequeños,  por  terrenos  de  difícil 
acceso,  empleando  la  astucia  del  cazador  y  procurando  sorpresas,  hasta  el 
punto  de  que  algunos  se  pintaban  el  cuerpo  de  color  de  hoja  seca.  Quemaban 
las  chozas  y  degollaban  sin  piedad  a  los  vencidos,  que  intentaban  sal  varse  de 
las  llamas,  arrancándoles  las  cabelleras,  que  llevaban  como  trofeos, 


—  423  — 

Entre  los  aztecas,  quichés  y  cakchiqueles,  eran  los  guerreros  de  alta  al- 
curnia, como  los  sacerdotes.  Aquellos  nobles,  que  se  dedicaban  a  la  carrera 
de  las  armas,  llevaban  desde  niños  rapada  la  cabeza,  sólo  con  un  serpentón 
delante  llamado  mocuespaltia.  El  joven  entraba  a  cargo  de  un  buen  veterano, 
y  cuando  llegaba  a  capturar  un  prisionero,  con  la  ayuda  de  los  demás,  su 
abuelo  o  padre  lo  felicitaba  así :  "El  sol  y  la  tierra  te  han  lavado  y  renovado 
el  rostro,  porque  te  atreviste  a  capturar  un  enemigo,  en  compañía  de  otros 
compañeros  tuyos.  De  hoy  más,  tú  lo  capturarás  solo,  porque  de  lo  contrario 
l)arecerás  una  mujer."  Si  tomaba  un  prisionero  se  le  daba  el  nombre  de  tel- 
puchtlitaquitlamani,  y  era  presentado  al  rey,  quien  le  concedía  insignias  de 
lionor.  Si  capturaba  más  prisioneros,  se  le  concedía  un  ascenso  militar,  con 
mando  sobre  los  otros  (i). 

Los  nahoas,  los  mayas  y  demás  pueblos  antiguos  y  civilizados  de  estas 
regiones,  mostráronse  cuidadosos  respecto  a  la  educación  de  la  juventud.  Los 
quichés,  sucesores  de  aquella  cultura,  prestaban  también  mucha  atención  en 
acostumbrar  a  los  niños  a  que  respetasen  a  los  ancianos,  reverenciasen  a  los 
dioses  y  honrasen  padre  y  madre.  Refiere  Las  Casas,  al  hablar  de  esta  mate- 
ria, que  se  esmeraban  mucho,  en  que  acatasen  a  los  autores  de  su  existencia  y 
les  fuesen  obedientes ;  que  no  tuvieran  codicia  de  muchos  bienes ;  que  no  adul- 
terasen con  mujer  ajena;  que  no  yaciesen  con  hembra  que  no  fuese  suya;  que 
no  mirasen  a  "las  jóvenes  para  codiciarlas,  diciendo  que  no  traspasasen  um- 
bral ajeno ;  que  en  caso  de  andar  de  noche  por  el  pueblo,  llevasen  lumbre  en 
la  mano ;  que  siguiesen  su  camino  derecho,  que  no  bajasen  de  la  senda ;  que  a 
los  ciegos  no  les  pusiesen  ofendículos  para  que  cayesen ;  a  los  liciados  no  es- 
carnecieran y  de  los  locos  no  se  burlaran,  porque  todo  aquello  era  malo;  que 
trabajasen  y  no  estuvieran  ociosos ;  y  para  ésto  desde  niños  les  enseñaban 
cómo  habían  de  hacer  las  sementeras  y  cómo  beneficiallas  y  cogellas"  (2). 

Se  entretenían  los  niños  en  juegos  guerreros  y  se  acostumbraban  desde 
muy  temprano  al  manejo  del  arco  y  de  la  flecha  (3).  El  padre  enseñaba  al 
hijo  y  la  madre  a  la  hija  sus  respectivos  oficios.  "Dormían  los  muchachos, 
en  Guatemala,  no  sólo  cuando  hacían  su  ayuno,  en  los  portales,  mas  aun  casi 
todo  el  año,  porque  no  les  era  permitido  tratar  ni  saber  de  los  negocios  de  los 
casados,  ni  sabían  cuándo  debían  casarse,  hasta  el  tiempo  que  les  presentaban 
las  mujeres,  porque  eran  muy  sujetos  y  obedientes  a  sus  padres.  Cuando 
aquestos  mancebos  iban  a  sus  casas  a  ver  a  sus  padres,  tenían  su  cuenta  de 
que  no  hablasen  éstos  cosa  que  fuese  menos  honesta"  (4). 


(1)  SahagTÍn.  Hist.  Gen.  T.  TI,  vág.  329  Llb.  8. 

(2)  Landa,  Relación,  pág.  178. 

(3)  Brasseur  de  Bourbourír,  Hlstolre  de  Nat.  Clve.  de  Amerique  Central  tomo  II,  vtíg.  5«>. 
íi)  Ximénez.  Hist.  Ind.  Guat  pág.  181, 


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Lo  primero  que  de  alguna  utilúkid  fabricaba  el  niño  con  ííhs  manos,  era 
para  los  diosas  a  quienes  se  lo  dedicaban  (i). 

Las  escuelas,  en  Guatemala,  reserv.^banlas  los  indios  sólo  para  los  nobles, 
y  a  los  plebeyos  enseñábanles  sus  padres  el  oficio  que  tenían.  A  los  niños  de 
las  clases  altas  instruiaselcs  en  derecho,  música,  arte  de  la  guerra,  astronomía, 
astrología,  adivinación,  profecía,  medicina,  historia,  escritura  pictórica,  y  los 
demás  ramos  del  saber,  que  eran  conocidos  de  los  aborígenes.  Las  jóvenes 
aristocráticas  se  mantenían  reclusas,  a  estilo  oriental,  y  aprendían  todo  lo 
que  debía  saber  una  señora  maya  (2). 

Aunque  los  pipiles  de  El  Salvador  no  eran  de  los  más  civilizados,  sí  tenían 
muchas  costumbres  aztecas,  como  que  de  ellos  habían  provenido.  Herrera 
traza  rasgos  interesantes  acerca  de  los  pipiles,  de  su  educación,  sacerdocio, 
matrimonio,  sacrificios,  y  creencias.  Adoraban  la  salida  del  sol,  como  que 
es  la  aurora  imagen  de  la  esperanza,  principio  de  la  luz,  origen  de  la  vida,  mo- 
mento sublime,  en  el  cual  parece  que  despierta  la  naturaleza,  que  huyen  las 
.sombras  y  que,  entre  celajes  de  ópalo  y  turquesa,  se  anuncia  el  astro  rey,  que 
después  resplandece  en  el  cielo,  dora  las  cumbres  de  los  montes,  y  va  reco- 
rriendo majestuosamente  la  bóveda  azulada,  derramando  sus  rayos  de  oro 
sobre  la  faz  de  la  tierra,  para  fecundarla  con  amor  y  esmaltarla  de  aguas  que 
bullen,  plantas  que  crecen,  animales  que  viven,  y  hombres,  en  <"'"  "iw  v.  n 
hacia  lo  alto,  que  levantan  sus  ojos  al  cielo,  aspirando  a  lo  infinii 

Los  quichés,  lo  mismo  que  los  mayas,  formaban  familias  por  ci  matri- 
monio, entre  la  aristocracia,  pero  tenían,  según  se  dijo  ya,  al  principio  de  este 
capítulo,  la  costumbre  de  la  bigamia,  esto  es  que  a  cada  hombre  era  lícito 
casarse  con  dos  mujeres  n(íbles.  Kn  la  creación  de  Chay-Abah,  se  c(#isigna 
expresamente  que  se  dieron  dos  hembras  a  cada  varón.  Se  cree  que  la  biga- 
mia era  consecuencia  de  la  idea  que  profesaban  de  que  el  hombre  está  formado 
para  tener  más  de  una  mujer,  ya  que  de  otro  modo,  durante  las  periódicas 
enfermedades  de  una,  mientras  el  tiempo  del  embarazo  y  del  parto,  y  en 
otras  varias  ocasiones,  no  sólo  carecería  de  esposa  el  varón,  sino  que  sería 
infecundo  el  trato  que  con  ella  tuviera.  En  todos  los  pueblos  antiguos,  hasta 
entre  los  hebreos,  que  tanta  cultura  habían  alcanzado  y  que  se  denominaban 
escogidos  del  Señor,  estuvo  la  poligamia  autorizada,  como  que  era  sin  duda 
un  medio  de  cumplir  más  presto  con  el  precepto  de  "crcscitc  ct  multiplicami- 
ni,  et  replete  terram."  No  es  raro,  pues,  que  en  el  Lacandón,  como  lo  explica 
Chavero,  exista  todavía  la  poligamia,  como  institución  de  aquellos  indios,  que 
tienen  siempre  dos  mujeres  legítimas,  según  puede  verse  en  el  tomo  i?  de 
"México  a  través  de  los  Siglos,"  en  un  curioso  grabado  que  representa  al  jefe 
de  una  familia,  con  sus  dos  esposas,  teniendo  todos  mucho  del  aspecto  árabe, 


(1)  Las  Casas.  Hlst.  Apol.  Capítulo  17f>. 

(2)  Brasseur  de  BowrbourR.  pist-  Nat.  Clv.  tomo  II,  páe.  «1, 


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Cuando  venía  al  mundo  un  niño,  poníanle  en  la  cabeza,  sobre  el  pelo  y  al 
centro,  una  cuenta  blanca,  y  pendiente  <ft'  un  hilo  colgado  de  la  cintura,  una 
concha  para  cubrir  las  partes  pudendas ;  utensilios  que  no  se  le  quitaban  hasta 
que  era  nubil.  Llamábase  la  ceremonia  nacer  de  nuevo,  y  la  fiesta  emqú, 
bajada  del  dios.  En  un  tablero  de  estuco  de  las  ruinas  de  Palenque  se  encuen- 
tra figurada  aquella  ceremonia  religiosa.  Y  ciertamente  que  es  vida  nueva 
la  de  la  pubertad,  época  en  que  germinan  amores  e  ilusiones,  la  fuerza  que 
fecunda,  la  semilla  que  reproduce,  la  sangre  que  bulle  como  la  savia  en  las 
flores  frescas. 

En  la  casta  sacerdotal  estaba  depositado  el  saber,  pues  era  ella  la  que 
escribía  los  libros  y  se  encargaba  de  la  enseñanza,  formaba  la  cronología, 
arreglaba  el  calendario,  llevaba  el  ritual  de  las  ceremonias,  practicaba  el  arte 
adivinatorio,  decía  los  horóscopos  y  las  profecías,  ejercía  la  medicina,  guar- 
daba la  historia,  conocía  las  antigüedades,  la  escritura  y  las  matemáticas. 

El  sumo  sacerdote  llevaba  largos  los  cabellos,  salpicados  de  sangre  de  las 
víctimas ;  túnica  blanca  de  algodón,  sandalias  lujosas,  y  un  cuchillo  de  jalde 
al  cinto.  Cuando  elevaba  oraciones  a  Gucumatz  se  ponía  una  mitra  en  señal 
de  autoridad. 

La  escritura  maya-quiché  era  la  más  importante,  sin  parecerse  a  ninguna 
otra  conocida,  en  forma  calcuHforme  o  sea  de  cuadros  pequeños.  Algunos  la 
llaman  katuniforme,  por  la  relación  que  guarda  con  las  piedras  cronológicas 
llamadas  katunes.  Muchos  sistemas  se  habían  inventado  para  interpretar  sus 
geroglíficos,  hasta  que  el  obispo  Landa  publicó  una  obra  curiosa,  en  la  que 
explica  mucho  del  calendario  y  de  otros  signos ;  pero  no  lo  bastante  para  leer 
las  escrituras  viejas,  los  códices,  las  piedras  con  leyendas  y  las  antiguas  his- 
torias. El  famoso  americanista  Clarency  yRau  es  el  que  más  ha  profundizado 
en  esa  materia,  y  se  ha  creído  que  el  alfabeto  de  Landa  fué  una  falsificación 
muy  ingeniosa  de  los  misioneros  españoles,  para  ayudar  a  los  indios  a  apren- 
der el  catecismo  cristiano,  por  medio  de  una  escritura  pictórica,  análoga  a  la 
que  habían  tenido  en  anteriores  tiempos. 

Acaso  no  usaron  los  quichés  alfabeto  propiamente,  ya  que  los  geroglíficos 
en  número  de  mil  quinientos,  son  signos  ideográficos,  como  sucedió  con  el 
chino.  En  la  frontera  de  Honduras  encontróse  una  piedra  esculpida  por  sus 
dos  caras,  en  una  de  ellas  con  signos  semejantes  a  los  palenkanos,  y  en  la 
otra,  con  la  imagen  de  un  dios  de  gran  mitra,  con  muchos  adornos,  algunas 
cruces  de  aspas,  un  ex,  sus  sandalias  y  el  cetro  con  llamas ;  todo  lo  cual  indica 
que  representa  al  astro  del  día,  cual  divinidad  creadora.  Los  geroglíficos  de 
esa  piedra,  como  otros  muchos  de  los  quichés,  denotan  su  semejanza  con  los 
primitivos  mayas,  los  de  la  cruz  y  del  sol,  en  las  ruinas  famosas  de  Palenque. 

Entre  los  quichés,  cakchiqueles  y  tzutugiles  formaban  las  danzas  parte 
de  la  ceremonia  del  culto,  y  en  las  que  no  eran  deshonestas  participaban  los 


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nobles ;  pero  por  lo  común  fueron  los  indios  muy  dados  a  bailes  grotescos  y 
libidinosos,  que  las  leyes  españolas  trataron  de  extirpar.  La  danza  principal 
de  los  pobladores  de  Guatemala  era  el  Toncontín.  Se  reunían  por  lo  menos 
cuarenta  indios,  con  trajes  blancos,  adornados  de  plumas  y  llevando  un  casco 
en  la  cabeza.  Para  guardar  el  compás,  usaban  un  instrumento  hueco,  hecl- 
con  el  tronco  de  un  árbol,  suave  y  reluciente,  con  dos  o  tres  grandes  hendedu- 
ras, por  arriba,  y  agujeros  en  las  extremidades,  llamado  Tepanabad.  El  mú- 
sico golpeaba  sobre  tal  instrumento,  con  dos  palos  terminados  en  bolas  de 
hule  (caucho)  o  trapo.  Además  bailan  zarabandas  y  danzas  de  moros  y  cris- 
tianos, que  los  españoles  les  enseñaron,  así  como  farsas  de  la  muerte  de  San 
Juan  Bautista,  que  acompañan  con  tamborcillos  y  pitos.  Fuentes  y  Guzmán 
refiere  que  nuestros  indios  eran  muy  dados  al  baile  que  denominaban  el 
Oxtún.  Hacíanlo  al  son  de  cuernos,  caracoles  y  otros  instrumentos  sonoros, 
preparándose  con  bebidas  excitantes.  Durante  la  danza,  érales  lícito  apode- 
rarse de  las  hembras.  Los  naturales  de  Alotenango  ofrecieron  mil  pesos  de 
tributo  al  capitán  general  don  Martin  Carlos  de  Meneos,  a  fin  de  que  les  diera 
licencia  de  bailar  el  Oxtún.  No  se  los  concedió,  sino  que  les  impuso  un  cas- 
tigo de  veinticinco  azotes  a  cada  uno  de  los  solicitantes. 

Entre  los  indios  de  Guatemala  todavía  se  conserva  el  baile  histórico  que 
llaman  del  Tún  (Xahob  Tun)  y  que  más  bien  es  un  drama  tradicional,  cuyo 
argumento  se  remonta  al  siglo  XII,  al  decir  del  abate  Brasseur  de  Bourbourg, 
quien  siendo  cura  de  Rabinal,  lo  vio  representar,  y  llamóle  la  atención  tanto 
por  el  asunto,  como  por  lo  vivo  de  los  movimientos  y  apropiado  de  la  músi- 
ca (i).  La  danza  de  los  huehuechos  se  hacía  imitando  unas  viejas,  con  trajes 
especiales,  como  aparece  en  el  documento  que  publicó  Brinton,  y  que  fué  en- 
contrado en  Nicaragua.  Era  aquello  una  especie  de  baile-comedia,  que  di- 
vertía mucho  a  los  aborígenes.  En  algunas  plazas  había  templo  destinado  a 
las  representaciones  teatrales,  que  más  eran  farsas  que  otra  cosa.  F.1  Padre 
Acosta  refiere  algunas  de  ellas,  como  la  consagrada  a  Quezalcoatl. 

La  poesía  popular  de  los  indios  cakchiqueles  y  quichés  debe  de  haber  gido 
inspirada  en  la  naturaleza  exuberante  del  suelo  americano.  Los  cantos  nati- 
vos se  perdieron  casi  todos  con  la  conquista.  La  poesía,  alborada  de  la  vida, 
es  el  postrer  suspiro  de  la  existencia.  Sábese  que  los  reyes  tenían  sus  can- 
tores y  poetas,  que  componían  poemas  de  sus  hazañas  y  grandezas.  Hubo 
bardos  que  hicieron  cantares  religiosos,  en  alabanza  de  sus  dioses,  y  que 
guardaban  la  tradición  histórica.  Esos  vates  vivían  en  los  templos,  con  el 
nombre  de  cuycapicque;  y  eran,  según  refieren  los  cronistas,  alambicados, 
metafísicos  y  llenos  de  sentenciosos  adagios.  De  carácter  melancólico,  por 
lo  general,  se  buscaba  en  la  poesía  quiche,  más  que  el  ritmo,  lo  espontáneo  del 


(1)    Hist.  des  NatioDS  Civ.  da  Mexlaue  et  de  la  Ameiique  Céntrale . 


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sentimiento.  Notas  armoniosas,  pero  tristes,  como  el  eco  de  los  pueblos  orien- 
tales, cual  la  repercusión  de  un  pasado  glorioso,  pero  decaído,  como  el  augurio 
de  hecatombe  sombría,,  de  esclavitud  aterradora. 

El  profesor  Brinton,  presidente  de  la  Sociedad  de  Numismáticos  y  Anti- 
cuarios de  Filadelfia,  inauguró  las  sesiones  del  año  1887,  leyendo  un  extenso 
e  interesante  discurso,  intitulado  "American  Aboriginal  Poetry,"  que  es,  sin 
duda  lo  más  completo  que  se  ha  escrito  acerca  de  la  literatura  de  los  antiguos 
l)obladores  de  este  continente.  Cuando  hablo,  dice,  de  la  poesía  de  aquellas 
tribus,  debe  entenderse  que  por  esa  palabra  no  significo,  como  se  hace  en 
nuestros  tiempos,  una  composición  en  renglones  cortos  o  medidos,  llevando 
cierta  asonancia  o  consonancia.  La  rima  es  invención  relativamente  mo- 
derna. Los  poetas  españoles,  tanto  como  de  la  rima,  se  valen  de  una  asonan- 
cia vocálica  tan  delicada  que  un  oído  extranjero  apenas  alcanza  a  percibir  (i). 
En  las  lenguas  indias  que  yo  he  examinado,  estudiando  su  poesía,  he  podido 
encontrar  un  dialecto  poético  especial,  o  sea  una  forma  distinta  de  la  expresión 
común  y  natural,  una  fraseología  consagrada  a  las  divinidades,  como  lo  dijo 
el  noble  y  antiguo  vate  Spencer,  "Los  guías  de  los  dioses."  En  México  y  en 
la  América  Central,  en  medio  de  aquellas  encantadoras  escenas  de  perpetua 
primavera,  el  tono -de  la  mayor  parte  de  sus  cantos  es  triste  y  plañidero. 
Cuando  aparecen  satíricos  o  humorísticos,  son  amargos  y  enfermizos,  un 
Schadenfreude,  que  bien  lejos  está  de  la  alegría  juguetona  y  picaresca.  El 
Dr.  Berendt.  que  empleó  dieciocho  años  en  el  estudio  de  las  lenguas  de 
Centro-América,  ha  llamado  la  atención  a  la  gran  profusión  de  palabras  de 
dolor  y  de  tristeza,  de  sufrimiento  y  pena  comparadas  con  las  voces  de  con- 
tento, alegría  y  felicidad." 

Uno  de  los  géneros  de  poesía  más  común  entre  los  aborígenes  de  Amé- 
rica era  el  profético  o  vaticinador,  como  que  la  poesía  en  su  origen,  y  en  pue- 
blos primitivos,  se  remonta  a  la  leyenda,  al  mito,  a  lo  divino.  El  oráculo  de 
Belfos,  las  Sibilas  del  Capitolio,  los  Videntes  Hebreos,  usaban  de  poético 
lenguaje.  El  esfuerzo  para  descorrer  el  velo  del  porvenir  es  uno  de  los  más 
naturales  del  género  humano,  y  la  fe  en  su  posibilidad  es  universal.  En  la 
antigua  América  encontramos  adivinos,  profetas,  videntes,  poetas  y  sacerdo- 
tes, que  lo  abarcan  todo.  Moctezuma,  en  su  primera  entrevista  con  Cortés. 
dijo  al  guerrero  hispano  que  la  llegada  de  un  conquistador  blanco  y  barbado 
que  procedía  del  Este,  había  sido  predicha  por  los  agoreros  y  videntes.  Pm- 
fecías  semejantes  existieron  en  el  Perú-,  en  Yucatán  y  entre  los  quichés.  Mr. 
Brinton  cita  una  composición  maya,  escrita  en  1469.  que  lleva  por  título  "La 
profecía  de  Pech,  sacerdote  de  Chichén-Itzá,"  en  la  cual  se  dice  que  han  sido 
cuatro  las  edades  principales  del  mundo,  y  que  acercándose  para  ellos  el  fin  de 
la  última,  vendrá  un  gran  señor,  ante  el  cual  todos  caerán  postrados. 


(1)    Pág.  19  y  22  del  "Report  oftheproceedings"  de  dicha  sociedad. 


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Tienen  los  quichés  una  leyenda  acerca  del  origen  del  maíz,  precioso  gra 
no,  base  de  su  alimentación.  El  zorro  (yac)  el  chacal  (Uttiú)  el  ])apagall  > 
(kel)  y  el  cuervo  (hoh)  guardaban  los  jardines  de  Pan  Paxil  y  Pan  Cayalá,  \ 
como  en  ellos  brotara  el  maíz  blanco  y  el  maíz  amarillo,  fueron  a  avisarles  a 
los  habitantes  y  a  enseñarles  el  camino.  De  aquel  lugar  escogido  por  la  na 
turaleza,  salió  primeramente  el  grano  que  sostiene  la  vida  del  indio  (i ).  Mu 
chas  veces  constituía  la  danza  una  ritualidad  del  culto.  Según  era  la  fiesta 
de  los  dioses,  así  se  disfrazaban  los  danzantes  de  monos,  papagallos,  tigres  u 
•  otros  animales. 

Tenían  juegos  públicos,  como  el  de  la  pelota  y  el  volador.  'Este  era  un 
palo  alto  y  grueso,  levantado  en  medio  de  la  plaza  ;  en  la  parte  superior  llevaba 
una  i)ieza  cilindrica  movible,  de  la  cual  salían  cuatro  largas  y  fuertes  sogas  y 
pasaban  por  unos  agujeros  hechos  en  un  bastidor  cuadrado,  puesto  cerca  (k- 
la  extremidad  del  madero.  Los  jugadores  trepaban  por  el  palo,  muy  adorna 
dos  con  flores  e  instrumentos  músicos  y  bailaban  o  decían  gracias  desdi 
el  bastidor,  colocándose  uno  en  la  altísima  extremidad  del  madero,  y  mientras 
se  deslizaban  por  las  cuerdas,  cuatro  hombres  vestidos  de  pájaros  o  monos  > 
suspendidos  de  las  sogas,  daban  vueltas  por  los  aires  produciendo,  con  su  peso. 
la  rotación  de  toda  la  máquina.  Poco  a' poco  se  iban  dvsarrollan(k)  las  cucr 
das  con  los  voladores.  En  un  manuscrito  que  se  conserva  en  la  Biblioteca  (!( 
la  Academia  de  la  Historia  de  Madrid,  redactado  por  Boturini,  se  describe  rl 
juego  del  volador,  que  tenía  significación  cronológica:  los  cuatro  voladores 
representaban  los  cuatro  símbolos  de  los  años,  y  con  las  trece  vueltas  de  cada 
uno,  formaban  los  cuatro  tlalpilli  del  ciclo  de  cincuenta  y  dos  años.  Refien 
Remesal  que  uno  de  los  señores  de  la  Nueva  Ciudad  de  los  Caballeros  de  Gua- 
temala, envió  un  buen  mapa  de  ella  a  España,  y  además  las  descripciones  di 
los  bailes  y  juegos  del  volador.  Del  mapa  poseemos  una  copia  con  la  cjuc  n(.s 
obsequió  el  Director  de  dicho  archivo.  En  el  poema  de  Landivar  "Rusticatio 
Mexicana"  se  describe,  en  los  lindos  versos  latinos,  el  juego  de  el  Volador. 

Tenían  los  indios  otro  juego  semejante  al  de  las  damas,  en  el  cual  usaban 
piedrecitas  negras  y  blancas.  Había  también  el  llamado  de  Patolli,  análogf) 
al  de  los  dados,  y  se  jugaba  con  frijoles  pintados  de  puntos,  sobre  una  estera  <> 
petatl.  Gustaban  los  indios  de  luchas  y  carreras,  bailaban  en  zancos,  y  eran 
muy  dados  a  cacerías  y  ejercicios  gimnásticos.  Clavígero,  Torquemada  v 
Fuentes  hablan  del  juego  del  Palo.  Respecto  de  la  pelota,  es  sabido  que  los 
méxica,  los  quichés  y  otros  aborígenas,  la  jugaban  con  frecuencia,  habiendo 
sitios  especiales  a  propósito  para  el  caso.  En  Cabildo  de  28  de  mayo  de  1529, 
se  concedieron  en  Guatemala  unos  solares,  que  se  dijo  lindaban  con  la  plaza 
o  alameda  de  la  pelota. 


(1)    Precisamente  en  Guatemala,  es  en  donde  se  da  el  Euchlcena  luxurians,  planta  silvestre  do  la  cual 
el  zea  maíz  es  variedad,  por  cultivo.  Brinton,  Annais  Cakchiquels. 


—  429  — 

Por  Tecpán  Atitlán,  por  Matagalpa  y  otros  sitios  del  istmo,  había  indios 
tan  hábiles  en  el  tiro  de  la  flecha,  que  hacían  una  rueda,  y  a  la  voz  de  mando 
arrojaban  una  mazorca  de  maíz  al  aire,  y  disparaban  con  tanta  prontitud,  arte 
y  tino,  que  no  la  dejaban  caer  hasta  que  no  le  quedaba  un  solo  grano..        « 

Fuentes  y  Guzmán  describe  el  juego  del  Palo,  que  un  indio  movía  con  los 
pies,  acostándose  de  espaldas  sobre  el  petatl,  y  arrojando  el  madero  y  bailán- 
dolo con  gran  habilidad  suya  y  diversión  del  público  (i).  Otra  diversión 
popular  de  los  indios  de  Guaternala  era  la  llamada  del  Volcán.  Simulaban 
un  monte  de  yerbas,  construido  con  maderas,  y  lleno  de  pericos,  guacamayas, 
monos,  pizotes  y  hsta  algunos  tigres.  En  seguida,  hacían  simulacros  guerre- 
ros, alusivos  a  la  batalla  de  Sinacán  y  Sequechul,  contra  don  Pedro  de  Alvara- 
do,  allá  por  el  año  1526,  quien  tomó  prisioneros  a  los  reyes  y  redújolos  a  la 
cautividad. 

Entre  las  costumbres  de  los  indios  había  muchas  vergonzosas  y  degra- 
dantes, que  nuestro  cronista  Bernal  Díaz  del  Castillo  decribe  menudamente, 
con  su  genial  ingenuidad,  pero  en  términos  tan  claros,  por  no  decir  sucios,  que 
el  doctor  Jourdanet,  que  tradujo  al  francés  la  obra  del  soldado  historiador, 
creyó  que  sólo  en  latín  podía  verter  el  pasaje  aludido.  La  prostitución  cundió 
mucho  entre  aquellos  pueblos,  que  tenían  costumbres  y  torpedades  acaso 
más  libidinosas  que  las  de  los  antiguos  asirios  y  egipcios.  Los  vicios  de  Pom- 
peya  y  Herculano,  las  aberraciones  de  Sodoma  y  Gomorra,  abundaban  en 
América  (2). 

Cuando  tomaba  posesión  el  nuevo  monarca,  entre  los  quichés,  era  llevado 
en  un  palanquín,  en  hombros  de  los  nobles,  y  después  de  las  ceremonias,  había 
grandes  comidas  y  borracheras.  Sentaban  al  electo  en  una  estera  muy  pin- 
tada, y  luego  lo  conducían  al  trono,  bajo  cuatro  canopíes  de  riquísimas  plumas. 
"No  se  diferenciaba  el  rey  de  Guatemala  o  de  Utatlán  de  los  otros  en  el  traje, 
sino  en  que  él  traía  horadadas  las  orejas  y  las  narices,  llevando  aretes,  que  se 
tenían  por  grandeza  (3). 

García,  en  su  obra  sobre  el  origen  de  los  indios,  enseña  lo  que  muchos 
cronistas  repiten,  sobre  que  en  Nicaragua  no  había  reyes  indios,  sino  que  cada 
año  elegían  los  sacerdotes  dos  capitanes  o  gobernadores  llamados  huehues, 
hombres  viejos. 

En  lo  social  y  en  lo  material  fué  muy  notable  esta  región  del  Sur,  por 
donde  se  explayó  la  civilización  quiche.  Podría  llamarse  el  Egipto  america- 
no. Las  pirámides,  los  templos  grandiosos,  las  bóvedas  triangulares,  los 
arcos  formados  de  pilastras,  las  aperturas  ojivales,  los  nichos  estatuarios,  las 


(1)  Recordación  Florida,  tomo  II.  pág.  149. 

(2)  Historia  de  la  Conauista  de  Nueva  España,  capítulo  208. 

(3)  Xlménez,  Hist.  Ind.  Guat.  págs.  196,  197. 


—  430  — 

paredes  de  piedra  labrada  artísticamente,  las  torres,  los  puentes,  los  estucos 
soberbios,  las  primorosas  obras  de  ornamentación,  las  grecas  orientales,  los 
medallones  circulares  en  granito,  las  pinturas  análogas  a  las  egipcias,  los 
arquitrabes,  las  figuras  fantásticas,  los  tableros  primorosos;  en  una  palabra, 
aquella  regularidad  y  elegante  sencillez,  que  distingue  la  ornamentación  y 
arquitectura  quiche,  de  la  lujosa  complicación  de  los  mayas,  que  ct)mo  hemos 
dicho  antes,  mezclaban  confusamente  gre<;^,  mosaicos  y  otros  adornos,  nos 
sugiere  la  idea  de  que  la  cultura  antigua,  distinta  de  la  de  México,  fuese  refi* 
nándose  hasta  llegar  a  un  punto  que  causa  admiración  a  los  anticuarios,  que 
han  hecho  profundos  estudi<»^  de  aquella  fase  histórica  de  una  raza  notabili- 
sima,  que  alcanzó  gran  pros|Mrridad  y  grandeza,  extendiendo  la  vida  y  la  civi- 
lización desde  las  márgenes  del  rio  Usumacinta  hasta  Iximchc.  hasta  Zakloh- 
pakab,  en  las  orillas  del  mar.  y  hasta  el  golfo,  en  muchísimas  ciudades,  que 
llegaban  al  istmo,  y  cuya  inílurncia  e  itlioma  |Mrnrtraron  hasta  el  ICcuador, 
romo  puede  verse  en  la  historia  escrita  |M»r  el  (»bis|M>  Suárez.  en  extremo  in- 
csante.     El  Usumacinta  es  el  Nilo  americano. 

Muchísimo  tiem|K>  después  de  la  conquista  española.  |>er»i.-i >us 

costumbres,  tradiciones  y  rito*,  sin  extraña  influencia,  un  gran  pueblo  com- 
puesto de  varias  tribus,  en  el  territorio  que  está  enlrc  la  península  maya  de 
Yucatán  y  los  antiguos  quichés.  I.os  itiaca.  pctcnca,  lacandones,  chaqués, 
mopanes.  cheles,  chinamitas.  caboxct.  uchines.  ojoyca.  tirampict,  etc.,  ocupa- 
ban aquellas  bclli!»uuas  comarcas.  Kn  la  región  que  con  los  quichés  confi- 
naba, por  el  lado  de  Ainoittón,  enctmtrarun  los  españoles  tantos  venados  man- 
sos cuando  Cortés  hizo  viaje  a  las  Ilibueras,  que  les  llamó  la  atención,  hasU 
que  supieron  que  los  indios  no  los  mataban,  por  tenerlos  como  animales 
sagrados.  Los  indígenas  de  esa  región  se  llamaban  maaatccas.  lo  cual  indicn 
qtte  su  dios  principal  era  el  venado. 

El  Peten  es  fecunda  tierra,  con  planicies  {laradisiacas,  llamadas  a  prestar 
iiquezas  a  faenas  agricolas.  que  harán  surgir,  por  aquellos  lugares  solitarioH. 
ciudades  populosas.  Afienas  quetla  |M>r  ahí  memoria  de  pueblos  anti(|uisi 
mos,  que  desaparecieron  \tor  irru|>ciones  de  otras  tribus,  que  tam|ioco  existen 
ya.  Acaso  no  está  muy  remota  la  éfM»ca  en  que  el  Peten,  casi  desconocido, 
resurja  a  la  vida  huiíiana,  formándose  |>oblaciones  modernas. 

Los  cakchiqueles.  como  los  aztecas  y  los  nuiyas,  fueron  muy  dados  a  eflifi 
car  templos,  palacios  de  piedra,  pirámides,  etc.  En  lo  que  hoy  vemos,  erigid'  • 
de  los  antiguos,  reconocemos  sus  máquinas  soberbias,  decía  Fuentes  y  Guz. 
man  (Recordación  Florida,  Lib.  II.  Cap.  I).  Don  Pedro  de  Al  varado  y  Bemal 
Díaz  del  Castillo  hablan  de  ellos  como  de  admirables  obreros,  que  levantaron 
"esta  ciudad  bien  obrada  y  fuerte  a  maravilla.'*  (Reí.  de  P.  de  AK arado,  tn 
Bib.  de  Aut.  Españoles,  Tomo  XXII,  Pág.  459)- 


—  431  — 

Los  quichés  decían  ser  ellos  hijos  de  la  seiba  (mox)  como  que  lo  espléndi- 
do de  aquel  árbol,  de  ancha  copa,  fino  follaje  y  altura  sorprendente,  que  tarda 
siglos  en  desarrollarse,  perdura,  se  multiplica  y  se  extiende  con  arrogante 
magnificencia  y  se  puede  comparar  con  el  pueblo  numeroso  que  se  desparramó 
por  tierras  bellas  y  fértiles,  llenando  con  sus  tradiciones  el  Popol-Vuh,  y  con 
su  historia  las  páginas  más  hermosas  de  los  fastos  centroamericanos,  en  remo- 
tísimos tiempos,  antes  de  que  decaerá  aquella  cultura  tan  interesante  como 
la  de  Egipto  y  Babilonia. 

Los  jabalíes,  las  liebres,  los  venados,  el  tepescuintle,  los  faisanes,  las  tór- 
tolas, y  otras  muchas  aves,  servían  de  alimento  a  aquellos  aborígenes,  junto 
con  peces,  mariscos  y  tortugas  hermosísimas,  siendo  de  advertir  qu.e  sola- 
mente la  clase  noble  se  regalaba  en  el  comer,  quedando  la  plebe  sujeta,  por  lo 
común,  al  frijul,  maíz  y  chile.  El  cacao  les  proporcionaba  riquezas  y  bebidas 
muy  variadas.  El  algodón,  el  maguey  y  las  pieles,  servíanles  para  confeccio- 
nar trajes,  que  bordaban  a  veces  con  plumas  o  hilos  de  vivos  colores.  El 
henequén  dábales  material  para  hacer  cordajes  o  lazos,  como  vulgarmente 
les  llaman.     El  tabaco  lo  fumaban  en  torzales  y  en  pipas. 

Conservaban  los  quichés  la  tradición  de  un  pueblo  de  gigantes — quina- 
metzín, — que  acaso  fueron  los  otomíes,  dados  a  la  embriaguez  y  harto  crueles. 
Sabían  extraer  el  rico  licor  octli,  pulque,  del  maguey,  del  que  ellos  llamaban 
metí,  de  donde  viene  el  nombre  de  los  mecas,  que  fueron  los  habitantes  de  la 
región  del  pulque.  Chichiraecas  eran  todas  las  tribus,  no  se  sabe  si  porque 
su  primer  jefe  era  Chichimecatl,  o  porque  chichi  quiere  decir  perros  y  mecas 
borrachos;  es  decir  perros  viciosos. 

Aunque  generalmente  no  se  acepte  la  existencia  de  un  pueblo  de  gigantes, 
figuran  tanto  en  las  tradiciones  y  se  encuentran  sepulcros  o  nichos  tan  gran- 
des entre  las  antiguas  ruinas,  que  algunos  creen  que  existieron  en  remotas 
edades.  Que  ha  habido  uno  que  otro  hombre  muy  alto  y  corpulento,  como 
Goliat  entre  los  filisteos  y  Salmerón  entre  los  chapanecos,  no  puede  revocarse 
a  duda ;  pero  que  sea  cierta  la  tradición  del  pueblo  de  gigantes  del  río  Palous- 
se  (i)  y  lo  que  cuenta  el  obispo  García  Peláez  de  las  ciudades  de  los  indios 
de  Centro-.^mérica  en  que  eran  tan  comunes  los  gigantes,  es  un  punto  que 
no  está  bien  dilucidado.  No  faltan  algunos  escritores,  como  Le  Plongeon, 
que  asegura  que  en  Yucatán  hubo  una  ciudad  de  pigmeos  y  otra  de  gigantes, 
deduciéndolo  de  lo  poco  elevado  de  los  edificios  de  la  Isla  que  llamaban  de 
Mujeres,  y  de  lo  muy  alto  de  otras  viviendas,  en  la  sección  del  interior  de  la 
península.     Ello  es  lo  cierto  que  los  indios  del  Ecuador  y  los  mayas  tuvieron 


(1)    Bancroft.  Native  Races,  volume  III,  pág-.  94, 


entre  sus  tradiciones  la  del  pueblo  de  los  gig^antes,  (i)  y  to<lavía  tiene  Uxmal 

la     Casa    del     Enano,     tan     j»C«!iiíAn     V     KÍ.-M     tnlli.in       .ni.^     i.ir..,-.>     nuri     rni-,      .K> 

China  (2). 

Todas  esas  ruinas  Sí)n  cnni»»  un  ni>rn  <ic  ¡>u(ir;i,  un  iii>ro  roí.»,  cuyas  Unjas 
están  en  la  maraña  del  monte.  Ahí  quedan  las  columnas,  las  estatuas,  los  ge- 
mglificos,  la  historia  de  pueblos  que  construyeron  castillos,  palacios,  templos, 
túneles  y  ciudades,  entre  |>omes  blancas  que  son  acaso  las  cenizas  de  las  vír- 
genes hermosas,  que  sacrificaban  a  sus*  divinidades,  sonriendo  y  cantando, 
como  morían  |K)r  el  dios  hebreo  en  el  Circo  de  Roma  las  doncellas  cristianas : 
como  moría  por  el  dios  ep|>cio,  coronada  de  flores  y  seguida  por  el  pueblo,  la 
joven  m.ís  gentil,  sacrificada  al  Nilo.  ¿Dónde  están  los  que  trabajaron  los 
bajo-telieves  de  Santa  Lucía?  ¿Qué  se  hicieron  a(|Ucllos  que  en  el  ralcn<|ue, 
en  Copan,  y  en  otras  hieráticas  ciudades  dejaron  esculpidos  los  fastos  de 
su  historia?  Ixís  unos  destruyeron  a  los  otros.  Kn  guerras  intestinas  se 
hallaban  cuando  vino  el  hombre  pálido  y  puso  desolación  en  toda  la  tierra  y 
lui  grito  de  agonía  resonó  en  las  tristes  playas  de  los  mares.  Hasta  la  histo- 
ria, en  la  pluma  de  los  vencedores,  fué  por  el  fanatismo  y  el  deseo  de  sincerar 
las  crueldades,  una  sangrienta  ironía.  I^  voz  humana  del  Padre  Las  Casas, 
parecíales  la  queja  despreciable  de  un  loco,  y  los  anhelos  de  justicia  del  religio- 
so  sonaban  agriamente  en  los  oídos  del  encomendero.  Mas  tarde,  oyó  el  indio 
un  grito  <le  independencia,  sin  comprender  U»  que  pasaba  y  sin  mejorar  de 
condición.  Ahí  van  los  restos  del  naufragio ;  aún  luchan  por  vivir  los  descen- 
dientes puros  del  quiche,  del  cakrhif|uel,  del  quekchí.  Tienen  las  mismas 
costumbres  que  en  remotísimos  tiempos  tuvieron,  y  el  soberbio  quetzal,  de 
larga  cauda,  que  a  la  luz  brilla,  con  joyas  tomasola<las,  huyó  a  los  tristes 
montes,  a  los  l>osques  solitarios,  en  donde  se  oculta  el  cazador,  que  le  persi- 
gue enamorado  de  sus  plumas  de  esmeralda,  rubíes  y  topacios.  ¡  Poema  som- 
brií»  y  sublinu*  cl  <|ur  presenta  la  historia  amrricati.'i ! 


(I>    M«xl«o«tnirfN<lelaiSUrkM.tnniol.  (• 


CAPITULO  XVI 

CIVILIZACIÓN  E  INDUMENTARIA  DE  LOS  ABORIGÉNES 
DE  CENTRO-AMÉRICA. 


PRINCIPALES   PUEBLOS  DE  GUATEMALA 


Desde  Yucatán  hacia  el  Centro  de  América  hubo  ciudades  antiquísimas,  supe- 
riores a  la  civilización  azteca  o  mexicana.  —  No  se  puede  fijar  el  ciclo  del  período 
original  del  imperio  maya,  ni  el  de  su  esparcimiento.  —  Aún  no  están  descifrados 
muchos  de  los  documentos  que  quedan  en  códices  y  en  piedra.  —  Admirable  pro- 
greso descubierto  por  americanistas,  como  Baldwin,  Charencey,  Goodman,  Mauds- 
lay,  Brinton  y  otros.  —  Cultura  sorprendente  de  la  nación  quiche.  —  Grandes  y  nu- 
merosas ciudades  que  refiere  Díaz  del  Castillo  haber  encontrado  por  estos  lugares. 

—  Ruinas  que  quedan.  —  La  civilización  indígena  de  América  se  encontraba  en  un 
atraso  de  miles  de  años  respecto  de  los  conquistadores.  —  Descripción  de  la  vida  de 
los  quichés.  —  Cómo  era  la  capital.  —  Vestidos  que  usaban.  —  Comercio  que  tenían. 

—  Príncipes.  —  Guerreros.  —  Quienes  introdujeron  entre  ellos  las  artes.  —  Oficios 
que  conocían.  —  Trajes  diferentes  de  cada  pueblo.  —  La  tortilla,  el  COMAL,  los 
TAPEXCOS,  las  bebidas  embriagantes.  —  Han  sido  y  son  refractarios  a  toda  in- 
novación. —  No  se  separan  DEL  COSTUMBRE.  —  Grandes  construcciones.  — 
Ciudades  notables.  —  La  Casa  de  Las  Monjas.  —  La  Casa  del  Enano.  —  La  Man- 
sión del  Adivino.  —  Antes  que  en  Babilonia  y  Nínive  hubiese  gran  adelanto,  lo  ha- 
bía mayor  en  las  costas  atlánticas  del  Norte  de  Guatemala.  —  Cómo  veían  los  espa- 
ñoles a  los  indios.  —  Se  perdieron  los  secretos  de  sus  artes.  —  El  algodón,  las  pie- 
dras preciosas,  los  vestidos  del  pontífice,  de  los  principales,  y  de  las  capitanas.  •— 
Exposición  que  se  hizo,  aquí  en  Guatemala,  de  los  tipos,  vestidos,  instrumentos  mú- 
sicos, etc.,  de  los  indios.  —  Interesante  procesión  de  ellos,  verificada  con  motivo  del 
Centenario  de  Colón.  —  Estado  en  que  se  encuentran  los  aborígenes.  —  El  pueblo 
de  Jocotenango.  —  La  histórica  seiba.  —  Transformaciones  de  ese  sitio  de  la  capital. 

—  El  pueblo  de  Mixco.  —  Los  pueblos  principales  que  quedan  en  Guatemala  con 
sólo  aborígenes.  —  Motivos  que  han  causado  su  disminución.  —  En  la  república  de 
El  Salvador  son  casi  todos  puros  pipiles,  pero  ALADINADOS  en  su  mayor  parte. 

—  En  Honduras  y  en  Nicaragua  existen  muchos  indios.  —  Suerte  reservada  a  la 
raza  primitiva  de  estos  países.  —  Expansión  de  otras  razas,  que  no  tuvieron  ni  idea- 
les, ni  fanatismo,  sino  cálculo  frío  y  amor  al  MIGHTY  DOLLAR. 


Las  importantes  ruinas  que,  ocultas  entre  tupidos  bosques,  se  encuentran 
todavía  por  nuestro  suelo,  demuestran  que  hubo  desde  Yucatán,  hacia  el  Cen- 
tro de  América,  ciudades  antiquísimas,  superiores,  como  piensa  Bancroft,  (t) 
en  grandeza  y  magnificencia  a  la  civilización  azteca  o  mexicana.  Aquellas 
viejas  ciudades  estaban  abandonadas,  y  fueron  poco  conocidas  al  tiempo  de 


(1)    Tomo  II,  páer.  116. 


—  434  — 

la  conquista.  Los  despojos  que  quedan  demuestran  que,  en  época  muy  remo- 
ta, hubo  en  todo  el  país  grandes  poblaciones,  bastante  cultas,  e  íntimamente 
unidas  en  costumbres  y  hábitos,  ya  que  no  por  la  sangre  o  el  leng^iaje. 

No  se  puede  fijar  el  ciclo  original  del  imperio  maya,  ni  el  de  su  caída  o 
esparcimiento  fragmentario,  merced  a  guerras  civiles  o  luchas  extranjeras : 
pcH)  es  dable  presumir  que  de  las  naciones  de  este  continente  era  la  de  mayor 
adelanto,  desde  sus  tiemiHis  prehistóricos,  durante  la  teocracia  de  los  Zamná, 
hasta  que  apareció  la  nación  quiche,  cuya  lengua  y  construcciones  arquitec- 
tónicas tienen  sello  peculiar  de  elegancia  y  sencillez.  Un  antiquísimo  manus- 
crito maya  fija  la  fecha  de  la  aparición  de  Tutul  Xius  en  la  península  de 
Yucatán,  que  parece  ser  171  años  después  de  la  era  cristiana;  y  de  ahí  deduce 
el  abate  Brasseur  de  Rourbnurg  que  esa  fué  la  dispersión  nahoa  y  el  estableci- 
miento de  otros  reinos.  Yucatán  se  encontraba  ocupado  por  mciyas  en  el  siglo 
XVI,  ahora  cocomes,  tutules.  xius,  itza»  y  cheles;  pero  los  quichés  de  Guate- 
mala ya  tenían,  y  habían  tenido,  cultura  autóctona,  sin  cronología  cierta  y  con 
tradiciones  vagas,  acaso  provenientes  de  los  mismos  mayas.  Deben  de  haber 
sido  más  notables  la  civilización  y  la  riqueza  antiguas  de  los  primeros  quichés 
que  las  que  los  españoles  encontraron,  sin  dejar  de  ser  estas  muy  sorpren- 
dentes 

Los  monumentos  í|ue  quedan  en  códices  y  en  piedras,  no  alcanzan  sino  a 
descifrar  ciertas  cronologías,  calendarios  o  fechas;  pero  no  tradiciones  o  ideas 
históricas,  religiosas  o  filosófica.s,  que  sólo  se  desprenden  del  Popol-Vuh,  único 
díKTumcnto  mitológico,  bíblico  y  genealógico  de  suma  importancia.  I^s  más 
célebres  anticuarios  hoy,  Charencey,  (ítMnlman.  Baldwin,  Maudslay  y  Brintfm, 
han  encontrado  en  las  ruinas,  altares,  monolitos  y  demás  restos  de  Copan  y 
Kiriguá,  datos  astronómicos  de  una  é|)oca  durante  la  cual  florecieron  aquellos 
lugares  (i)  y  íjuc  indudablemente  superó  a  la  cultura  ulterior,  que  vinieron  a 
hallar  los  españoles.  F.sos  célebres  americanistas,  han  descubierto  en  la  na- 
ción quiche  admirable  pnigre.so.  Ahí  los  dioses  del  I*opol-Vuh  pasan  por  el 
viento  echando  semillas  de  pueblos  sobre  la  tierra:  hubo  ha/añas  de  gigantes 
que  domeñaron  a  las  fieras:  robos  de  princesas  que  hicieron  pelear  a  Ií»s  abo- 
rígenes hasta  la  muerte;  reyes  que  mandaron  matar  a  sus  hijos  |K)r  infracto- 
res de  los  preceptos  sagrados:  oradores  que  se  alzaron  llorando,  como  Xico- 
tencal,  a  rogar  a  su  pueblo  que  no  dejase  entrar  al  español,  cual  se  levantó 
Demóstenes  a  pedir  a  los  griegos  que  no  dejasen  entrar  a  Filf^;  y  aquel 
mismo  príncipe  indiano  quiso  al  fin,  después  de  la  irremediable  hecatombe, 
entregar  sus  nobles  hijas  al  c(»n<|uistador,  para  que,  como  las  Sabinas,  origen 
de  la  estirpe  de  Roma,  fuesen  ellas  las  iniciadoras  de  la  raza  amtri(o-hisf>ana. 


(1 )    liiulutría  Centren  Americana.  Lcmdon,  IfW.-The  capiUI  clty  orCachiquel»,  b|r  Daniel  O.  Brinton 


—  435  — 

Hubo  monarcas  grandes,  que  imitando  a  Hunahpú,  no  sólo  levantaron  pala- 
cios, sino  que,  con  alma  de  padres,  hicieron  justicia  al  pueblo  quiche.  Her- 
mosas jóvenes  se  sacrificaban  a  los  dioses  invisibles  del  cielo,  lo  mismo  que  en 
Grecia,  cuando  eran  tantos  los  sacrificios,  que  no  fué  necesario  hacer  altar 
para  la  nueva  ceremonia,  por  que  el  montón  de  cenizas  de  la  última  quema, 
resultaba  tan  alto  que  podían  tender  allí  a  las  víctimas  los  sacrificadores ;  hubo 
holocausto  de  hombres,  como  el  del  hebreo  Abraham,  que  estuvo  decidido  a 
matar  a  su  hijo  Isaac,  para  complacer  a  Jehová ;  viéronse  sacrificados  en  masa, 
como  los  ejecutados  en  la  plaza  mayor,  delante  de  los  obispos  y  del  rey  de 
España,  cuando  el  Santo  Oficio  quemaba  a  los  hombres  vivos.  Los  aborí- 
genes de  América  tuvieron  superstición  e  ignorancia,  como  todas  las  naciones 
antiguas ;  pero  tiempo  hubo  en  que  su  cultura  fué  superior  a  la  de  Tebas  y 
Nínive  (i).  El  fanatismo  de  los  budhas.es  el  mismo  de  los  mayas.  La  pro- 
lijidad de  talladuras  y  adornos  en  sus  templos  denota  civilizaciones  análogas. 

Bernal  Díaz  del  Castillo  refiere,  con  la  ingenuidad  que  le  era  peculiar,  que 
cuando  llegó  con  los  demás  conquistadores  a  nuestro  suelo,  encontraron 
"numerosísimas  y  grandes  ciudades,  al  puto  que,  hablando  con  don  Pedro  de 
Alvarado  decíanle,  alegres  y  satisfechos,  que  no  era  el  caso  de  echar  de  menos 
a  México,  con  lo  que  acababan  de  descubrir  (2). 

Las  ruinas  que  hemos  descrito  de  Utatlán,  capital  del  Quiche,  de  Copan 
en  Honduras,  las  interesantísimas  de  Palenke,  las  que  se  hallan  en  las  már- 
genes del  Motagua.  las  famosas  de  Kiriguá,  las  de  Piedras  Negras,  con  sus 
altares  pirámides  y  estatuas,  los  despojos  ciclópeos  del  Carrizal,  las  fortifica- 
ciones de  Mixco,  los  acueductos  del  Rosario,  los  restos  de  Tecpán  Guatemala, 
los  escombros  e  ídolos  de  Rabinal,  las  antigüedades  de  Cotzumalguapa,  la 
fábrica  admirable  del  subterráneo  de  Pochuta,  de  nueve  leguas  de  largo ;  en 
suma,  todos  esos  monumentos  que  el  tiempo  no  ha  acabado  de  destruir,  dan 
idea  de  las  gentes  que  poblaron  nuestro  suelo,  antes  del  descubrimiento  de 
América  (3). 

Las  naciones  civilizadas  que  hallaron  los  españoles,  no  estaban  ya,  a  pesar 
de  todo,  a  la  altura  de  los  pueblos  europeos.  Tenían  una  cultura  relativa  e 
interesante,  inferior  a  la  que  antes  tuvieron,  y  que  se  encontraba  en  un  atraso 
de  miles  de  años  respecto  de  los  conquistadores.  Estaban  en  la  edad  del  bron- 
ce, sin  llegar  a  la  del  hierro.  Al  hallarse  frente  a  frente  ambas  civilizaciones, 
chocaban  entre  sí  dos  edades  distintas,  dos  conciencias  populares  opuestas, 
dos  historias  que  se  pierden  por  rumbos  diversos,  en  la  obscuridad  de  los 
tiempos  primitivos. 


(1)  José  Martí— La  Edad  de  Oro.— Las  Ruinas  Indias.— Páff.  106. 

(2)  Folio  164  del  manuscrito  original,  nue  está  en  la  Municipalidad  de  Guatemala. 

(3)  Brasseur  de  Bourbourp,  HJst.  des  Natlons  civllisées  du  Mexlque  et  del'  AmerÍQue  Céntrale. 


—  436— 

Si  con  mirada  atenta  contemplamos  los  utensilios  de  barro  y  de  piedra, 
que  usaban  los  indios  y  que  hoy  se  encuentran  como  reliquias  en  los  museos 
de  Europa  y  de  los  Estados  Unidos,  comprenderemos  que  prevalecía  entre 
ellos  una  cultura  antiquísima,  dig^na  de  estudiarse.  Si  ha  habido  un  comunis- 
mo teocrático  caracterizado  perfectamente,  fué  en  estos  p.ueblos,  en  donde  en 
la  distribución  que  los  indios  hacían  del  calpul,  tocaba  más  extenso  terreno 
al  que  tenía  más  hijos,  y  en  que,  parte  de  las  cosechas  entraba  en  los  graneros 
públicos  para  socorrer  al  pueblo  en  tiempo  de  escasez ;  en  donde  los  hombres 
y  las  mujeres  se  casaban  al  alcanzar  la  pubertad ;  todos  se  vestían  del  mismo 
modo ;  todos  trabajaban  y  a  nadie  le  faltó  el  sustento  y  la  manera  de  satisfa- 
cer las  necesidades  peculiares  de  la  naturaleza  humana.  Las  mujeres  hacían 
los  oficios  domésticos  y  sabían  hilar,  mientras  que  los  hombres  tegían  los 
lienzos  y  urdían  las  mantas.  Aún  existen  pueblos  en  Guatemala  que  son  no- 
tables por  las  telas  que  fabrican.  Los  macehuales  tenían  muebles  toscos  y 
poca  comodidad  en  sus  viviendas,  mientras  que  los  grandes  usaban  pieles 
pintadas,  buenos  baños,  pajareras,  peces  dorados  en  vasijas  de  mármol,  joyas 
preciosas,  espejos  de  piedra  bruñida,  plumas  vistosas,  ídolos  de  oro  y  ricos 
vestuarios. 

El  palacio  del  quiche  era  espléndido,  con  vigas  talladas  en  el  techo,  co- 
hminas  de  pórfido,  primorosas  escaleras,  muros  tapizados  de  grecas,  gigantes 
de  piedra  en  medio  de  las  puertas,  casas  de  pájaros  cantores  y  de  plumaje 
brillante,  jaulas  de  fieras,  lechos  de  mullida  pluma,  despensas  y  graneros  ane- 
xos, túneles,  arcos  y  otras  mil  cosas  que  llamaban  la  atención  de  los  españoles. 
Había  pintores,  estatuarios,  plateros,  arípiitectos,  herbolarios,  etc.  En  los 
mercados  públicos  se  vendían  géneros,  frutas,  flores,  jarros  y  artículos  de 
cerámica,  plumas,  pájaros,  hortalizas,  granos,  y  cuanto  necesitaba  aquella 
gente  sencilla  y  feliz.  Su  comercio  era  terrestre  y  reducido  al  cacao,  tejidos 
de  algodón  y  plumas,  cochinilla,  copal,  ámbar,  oro,  plata,  cobre,  estaño,  maíz 
y  otros  cereales,  tabaco,  achiote,  plantas  medicinales,  pieles  y  frutas.  Aunque 
la  moneda  era  imperfecta,  servía  para  sus  cambios  y  permutas.  Se  valían  de 
cañones  transparentes  de  plumas  llenas  de  polvo  de  oro,  tejuelos  de  cobre  y 
estaño  cortados  en  figura  de  T,  plumas,  mantas  de  algodón  y  granos  de  cacao, 
(jue  se  contaban  por  xiquipilli  con  ocho  mil  almendras.  Había  contratación 
libre  y  tenía  alguna  importancia.  Sabían  calcular  hasta  con  cifras  altísimas 
de  muchos  millones. 

Vestían  los  nobles  ricamente,  llevando  tilmas  o  mantas  sobre  el  traje 
blanco  de  algodón,  y  en  la  cabeza  grandes  turbantes  de  vistosos  colores.  Dice 
Fuentes  y  Guzmán  "que  los  ahaguanes  ostentaban  atavíos  con  relación  a  los 
principales  que  servían  ;  porque  aunque  fué  el  mismo  que  ahora  llevan  los 
magnates,  de  camiseta  y  álate,  siempre  era  sobre  el  campo  blanco  de  finísimo 
hilo  de  algodón,  labrado  de  plumería  de  matizados  colores,  con  que  dibujaban 


—  437  — 

cu  las  mantas  las  figuras  que  querían"  (i).  Reinaba  animación  y  vida  en 
aquella  histórica  ciudad,  con  avenidas  de  árboles,  buenas  calles,  y  delicioso 
clima.  Iban  y  venian  los  indios,  atariados  en  sus  oficios,  mientras  que  las 
mujeres,  con  túnicas  cortas  y  de  distintos  colores,  huípiles  y  refajos,  parecían 
huacamayas  bulliciosas  y  alegres.  Pasaba  un  gran  señor  con  largo  manto, 
adornado  de  plumas,  y  su  secretario  al  lado,  que  le  iba  desdoblando  el  libro 
lleno  de  figuras  y  signos.  Detrás  de  aquel  príncipe  o  persona  principal,  ve- 
nían tres  guerreros  con  cascos  de  madera,  en  forma  de  cabezas  de  serpiente, 
de  tigre,  de  lobo  o  de  leopardo.  Unos  servidores  del  monarca  se  apresuraban, 
llevando  en  rústica  jaula  de  carrizos  y  cañas,  aves  de  amarillo  y  negro,  de 
tinto  y  rojo,  de  azul  y  blanco,  de  color  de  oro  y  con  cambiantes  de  sol.  Otros 
venían  calle  arriba,  dando  voces  para  que  abriesen  camino  a  los  embajadores 
que  salían  con  el  escudo  atado  al  brazo  izquierdo  y  la  flecha  de  punta  a  la 
tierra  para  pedir  cautivos  a  los  pueblos  tributarios.  O  se  detenían  en  medio 
de  la  vía,  a  ver  pasar  a  la  novia,  que  llevaba  el  huípil  cosido  al  camisón  de  su 
esposo;  o  hacían  comentarios  sobre  el  entierro  del  guerrero  que  acababa  de 
sepultarse,  con  rico  funeral  y  tremolando  la  bandera  que  decía  las  batallas  que 
ganó;  y  los  sirvientes,  que  llevaban  en  bandejas  de  varios  metales  las  cosas 
de  comer  que  eran  del  gusto  del  héroe  muerto.  Hubo  mucho  movimiento, 
mucho  comercio,  en  aquella  gran  ciudad  cuyas  ruinas  nó  revelan  lo  que  fué,  ni 
recuerdan  al  aborigen  la  grandeza  de  sus  antepasados.  Llamaban  rey  tron- 
chador  a  una  idolátrica  figura  de  la  muerte,  en  forma  burda  de  un  esqueleto 
tallado  en  madera,  que  servía  para  matar  a  golpes  a  los  enfermos  incurables, 
a  los  ancianos  valetudinarios  y  a  los  que  nacían  ir-~«erfectos.  Tenían  los 
indios  las  mismas  costumbres,  en  este  respecto,  que  lo^  sirios,  caldeos,  y  otros 
antiguos  pueblos  de  Asia. 

Los  toltecas,  que  dieron  su  civilización  a  cakchiqueles  y  quichés,  introdu- 
jeron las  artes,  y  por  eso  toltecatl  es  lo  mismo  que  maestro  en  un  oficio  mecá- 
nico. Los  artesanos  e  industriales  cuidaban  de  transmitir  su  saber  a  la  prole 
que  tenían.  Los  tejedores  usaban  el  pelo  más  fino  de  liebres  y  otros  animales, 
para  entretejerlo  con  el  algodón  y  las  plumas,  resultando  telas  finísimas,  aná- 
logas a  las  de  pura  seda  de  los  chinos.  Cuenta  Bernal  Díaz  del  Castillo  que  a 
Cortés  le  regalaron  ricas  sobre-camas,  paramentos  y  tapicerías.  Alvarado 
llevó  a  España  ropas  de  hombres  y  mujeres,  de  fina  hechura  y  brillantes 
colores.  Tenían  en  bordados  y  adornos,  la  prolija  destreza  de  las  artes 
orientales. 

Los  carpinteros  conocieron  el  torno  y  trabajaban  con  primor.  Los  za- 
pateros hacían  sandalias  o  caites  (cactli)  de  cuero  y  de  pita,  forrados  de  algo- 


(1)    Tomo  I,  pág. 


-438- 

dón  para  los  principales,  y  dorados  tales  botines  en  la  parte  del  talón.  Las 
pieles  de  los  tigres  se  usaban  en  los  caites  finos.  Ablandaban  los  cueros  de 
los  ciervos,  y  servían  para  pintar  jeroglíficos.  Eran  hábiles  en  la  industria 
de  los  petates  y  de  las  jicaras,  xicalli,  cpie  labraban  con  jírimor  y  cuidado. 
Hacían  utensilios  y  adornos  de  m|o,  plata,  cobre,  plomo,  estaño  y  bronce,  que 
eran  los  metales  conocidos  por  ellos.  Usaron  el  cristal,  la  mufla,  el  soplete, 
teniendo  además  un  secreto  para  volver  maleable  el  oro.  Quedan  idolillos  en 
que  se  ven  las  líneas  de  las  yemas  de  los  dedos  de  los  fabricantes,  como  si  se 
hubieran  trabajado  en  blanda  cera.  Asentaban  el  oro  con  la  plata,  y  a  los  que 
tal  hacían  llamaban  tlatlaliani.  Labraban  piedras  finas,  elaboraban  collares 
y  sonajas,  amuletos  y  peíjucños  ídolos,  calaveras  de  cristal  de  roca,  cuentas 
del  chalchihuitl  (flourina),  sartales  de  esmeraldas,  que  denominaban  quetza- 
liztli.     Las  ttircjuesas  se  de.stinaron  a  los  dioses,  y  j)or  eso  les  decían  teoxihuitl. 

Conocían  el  rubí,  tlapalteoxihhuitl,  y  más  que  todas  las  piedras  preciosas, 
tenían  ópalos  quetzalitzepioUotli.  l''l  zafiro  xiuhmatlalitztli  resplandecía  en 
varias  de  sus  joyas.  El  mármol  aitztli  y  el  tecali  lo  empleaban  en  collares  y 
lá|)i(las.  Las  conchas,  caracoles  y  perlas  epiollotli,  así  como  los  corales  ta- 
pachtli,  eran  muy  apreciados.  Sábcst^  (|uc  don  Pedro  de  Al  varado  llevó  a 
España  muchas  alhajas  quichés  y  cakchiqueles. 

Cada  pueblo  de  indios  tuvo,  y  tienen  todavía,  trajes  diferentes  en  colores 
y  bordados,  pues  en  cuanto  a  hechura  poco  difieren ;  las  mujeres  llevan  una 
enagua  envuelta,  atada  ccm  una  ancha  faja  en  la  cintura,  y  un  huipil  o  cami- 
solín bordado  de  colores,  con  vistosos  dibujos.  Todos  los  de  un  pueblo  se 
visten  del  mismo  modo  y  con  iguales  colores. 

Las  camas  o  tapexcos  son  tarimas  hechas  de  palos  unidos  unos  a  otros  y 
atados  con  fibras  de  maguey.  Encima  va  una  estera  o  un  zarape,  para  evitar 
la  dureza.  Los  platos,  tazas,  etc.,  son  de  barro  por  lo  común,  aunque  los  de 
los  reyes  y  señores  eran  de  oro  y  otros  metales.  En  el  centro  de  la  choza 
pajiza  está  la  piedra  de  moler  el  maíz  para  hacer  la  tortilla,  y  cerca  se  perciben 
unos  guijarros,  con  el  fuego  de  la  leña  para  dar  calor  al  comal,  o  sea  un  gran 
disco  de  barro,  de  un  centímetro  de  grueso  y  unos  ochenta  de  diámetro,  en  el 
que  se  cuece  la  masa  molida  para  el  alimento  diario,  en  forma  de  tortita  del- 
gada con  un  poco  de  agua  de  cal  y  sal,  a  efecto  de  que  resulte  un  nutritivo 
condimento.  La  olla  de  los  frijoles  tampoco  falta,  ya  que  constituyen,  con  el 
chile,  la  comida  de  los  indios.  Gustan  de  frutas  y  cebollas,  pero  rara  vez  co- 
men carne.  Con  el  cacao  hacen  diferentes  bebidas,  y  con  jocote,  tamarindo, 
maguey,  etc.,  fabrican  aguardientes  y  chichas,  que  conocieron  desde  mucho 
antes  de  la  conquista.  Han  sido  y  siempre  son  frugales,  aunque  bastante 
dados  a  la  embriaguez. 

Refractarios  a  innovaciones,  viven  lo  mismo  que  hace  mil  años  vivían,  y 
no  quieren  separarse  dcl  costumbre,  como  ellos  dicen,  a  lo  cual  se  debe  que  en 


—  439  — 

los  pueblos  actuales,  que  los  hay  numerosos  en  Guatemala,  se  puedan  estudiar 
perfectamente  las  lenguas,  razas,  hábitos  y  cultura  de  los  aborígenes.  Aún 
quedan  rastros  de  ciclópeos  trabajos  que  ejecutaban,  como  túneles  de  pueblo 

•  a  pueblo  (i)  rios  subterráneos,  que  hacian  correr  por  debajo  de  llanuras  in- 
mensas (2)  túmulos  que  se  ven  todavia,  en  donde  hace  más  de  tres  mil  años 
tuvieron  ciudades,  de  las  cuales  no  quedan  sino  los  piramidales  mounds  que 
se  miran  con  indiferencia,  como  si  no  fuesen  persistentes  restos  de  pejdidas 
razas.  Todo  se  ha  acabado  con  el  transcurso  del  tiempo.  Votan  mismo  dejó 
mucho  escrito  sobre  el  origen  de  los  indios  (3)  pero  Núñez  de  la  Vega,  en 

^  169 1,  destruyó  en  Soconusco  valiosos  archivos  de  los  naturales  de  la  tierra. 

MSg  perdieron  para  siempre,  por  la  impia  mano  del  conquistador,  los  fastos  con- 
signados en  colores,  que  guardaban  los  indios  de  Nicaragua,  sobre  pieles  y 
papiros,  que  vieron  Oviedo  y  Herrera,  y  que  se  entregaron  a  las  llamas,  por 
atribuírseles  diabólicas  tendencias  y  demoniacos  propósitos. 

Tres  mil  años  antes  de  nuestra  era  ya  existían  en  las  costas  del  Atlántico, 
aquellas  ciudades,  como  Aké,  con  sus  pilastras  ciclópeas ;  Chichén  con  sus 
esbeltas  columnas ;  Uxmal  con  sus  bóvedas,  sus  palacios  pintados,  sus  con- 
ventos históricos,  que  llaman  "La  Casa  de  las  Monjas,"  la  Mansión  del  Adivi- 
no, la  Culebra  que  rodea  todo  un  gran  edificio  de  piedra  viva,  y  la  Mansión  del 
Enano,  que  serneja  un  juguete  chinesco  o  árabe;  Kabah,  con  arcos  de  triunfo 
más  grandes  que  los  de  Roma,  torres  altísimas,  portentosos  restos  de  días 
gloriosos  para  aquella  raza ;  Copan,  la  de  los  materiales  finísimos,  perfección 
de  líneas,  pirámides  con  calaveras  de  gigantes,  cinocéfalos  parecidos  a  los  que 
estaban  en  el  obelisco  de  Luqsor,  cabezas  de  reyes  de  melancólica  expresión, 
sandalias  egipcias,  cocodrilos  que  recuerdan  la  zoiatría  de  los  anfibios  feroces : 
y  en  fin,  aquellos  monolitos  esculpidos  en  alto  relieve,  que  dejan  ver  entre 
primorosas  combinaciones  el  retrato  de  una  reina,  llevando  por  tocado  la  ca- 
beza de  una  serpiente,  y  lujosa  faja  en  la  cintura,  de  la  cual  pende  el  ex  o 
maxtli,  que  apenas  cubre  las  esculturales  formas  nubiles  de  una  mujer  griega. 
Los  geroglíficos  calculiformes  son  rojos,  cual  si  recordaran  la  sangre  de  las 
batallas  que  conmemoran.  Los  sacerdotes  con  sus  cruzadas  piernas,  a  estilo 
oriental,  llevan  mitras  riquísimas,  brazaletes  raros,  abrazaderas  en  los  mus- 
los, y  aire  de  compungidos  egipcios.  Los  restos  de  la  arquitectura  admirable 
y  escultóricas  artes  revelan  maravilloso  adelanto. 

Poderosos  imperios  aquellos,  que  antes  que  Babilonia  y  Ninive,  alcanza- 
ron en  el  Norte  de  nuestras  costas  la  mayor  cultura  de  los  pueblos  asiáticos, 


(1)  De  Pochuta  a  Tecpán,  cosa  de  í>  legruas.— Recordación  Florida,  tomo  I,  pac.  18. 

(2)  A  glymse  at  Guatemala,  Maudslay. 

(3)  Véase  a  Ordóne?,  aue  detalla  aauella  destrucción. 


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que  si  diéramos  crédito  a  Le  Plongcon,  Brasseur,  Nardaillac,  Stephens  y 
otros  apasionados  anticuarios.  la  recibieron  de  los  nahoas.  raza  antiquísima  y 
autóctona. 

Los  españoles  de  la  conquista,  si  eran  soldados,  veían  a  los  indios  como 
enemigos,  torpes,  sanguinarios,  irreducibles;  si  eran  frailes,  los  consideraban 
como  seres  imbuidos  en  diabólic»  costumbres,  análogas  en  algo  a  los  ritos  y 
ceremonias  cristianas,  que  según  decían,  fueron  restos,  que  belzcbú  guardaba 
de  la  doctrina  que  Santo  Tom.ís  babia  venido  a  enseAar  a  aquellos  bárbaros, 
descendientes  de  la  tribu  i>erdida  de  Egipto ;  si  el  español  era  encomendero,  no 
iban  tan  lejos,  sino  que  muy  de  cerca  cxprimia  al  aborigen,  sin  pensar  en  tales 
pamemas,  propias  de  teólogos  y  licenciados :  si  el  dominador,  o  mejor  dicht., 
la  dominadora  era  una  doña  Beatriz,  doña  Leonor,  doña  Violante,  o  alguna  de 
las  doncellas  que  a  buen  precio  vendía  don  Pedro,  para  las  casar,  como  refieren 
las  crónicas,  entonces  en  cada  india  veían  no  una  prójima,  ni  mucho  menos, 
sino  una  mala  nembra,  que  folj^aba  a  \nn  veces  con  el  blanco,  por  torpe*»  y 
descastados  instintos. 

Es  en  verdad  lamentable  .pu   ;..-  ...... ,.,.'.i.^dores  españoles  íU-....,v...í) 

los  monumentos.  c«Klices,  escrituras,  geroglífícos  y  esculturas  que  hubieran 
servido  para  damos  una  historia  completa  de  nuestros  abf»rígcnes.  Conoce- 
ríamos los  m¿to<los  que  sus  astrón«>mos  empleaban  para  determinar  el  movi- 
miento del  sol  y  la  extensión  del  año ;  sabríamos  cómo  sus  artífices  labrab.in 
los  crístales  y  las  piedras :  cómo  modelaban  las  figuras  de  oro  y  plata  en  una 
sola  pieza :  cómo  hacian  los  adornos  de  filigrana  sin  soldarlos :  cómo  aplicaban 
a  líis  trastos  <le  barro  aquel  admirable  esmalte  de  diversos  colores,  eme  des 
pues  de  muchos  siglos  se  conserva  tan  fresco  y  brillante ;  y  cómo  tejían  sus 
magníficos  géneros  de  algfxlón,  mezclado  con  plumas  sedosas  y  piel  de  cone- 
jo. Estas  y  otras  artes  de  una  civilización  extinta  son  en  sus  procedimientos 
simplemente  matería  de  conjeturas. 

Tanto  en  los  pueblos  de  los  Altos  como  en  los  de  la  Verapaz  tienen  can- 
ciones indígenas  y  tradicionales.  I^s  de  aquellos  indios  son  de  alegre  v  fes- 
tiva música,  mientras  que  las  de  éstos,  llevan  notas  trístes,  ecos  melancólicos, 
suspiros  lanzados  por  hondos  infortunios.  Hav  mucha  analogía  entre  la  mú- 
sica china  y  la  indiana  de  estas  comarcas.  Cierta  monótona  vaguedad,  sin 
altivos  acentos,  ni  cambios  rítmicos.  Pueblos  estacionarios,  revelan  en  sus 
cantares  y  orquestas  el  estado  de  sus  costumbres  y  de  su  vida.  La  poesía 
y  la  música  transparentan  el  alma  de  las  sociedades. 

De  algodón,  plumas,  oro  y  piedras  preciosas  ataviábase  el  monarca :  crm 
tilmas  de  colores  cubríanse  los  príncipales:  y  el  Pontífice,  de  blanca  túnica, 
con  bordados  raros  y  un  cuchillo  de  jalde.  Los  demás  indios  tuvieron  los  mis- 
mos vestidos  que  hov  tienen  en  los  diversos  pueblos,  a  juzgar  por  las  descrip- 
ciones de  Día/  '^'*'  r-.c»:!!^  ..  ^orquemada.     El  indiano  huípil,  con  el  refajo 


comprimiendo  el  vientre,  a  guisa  de  higiénico  corsé ;  el  tuntún  en  la  cabeza,  for- 
mando morisco  peinado,  sobre  el  cual  llevan  una  limpia  servilleta,  que  hace 
recordar  a  las  mujeres  caldeas  y  a  las  aldeanas  milanesas ;  la  enagua  envuelta 
en  la  cintura,  hasta  la  mitad  de  las  piernas,  las  solteras,  y  hasta  el  tobillo  las 
casadas;  un  tapado  blanco,  circuido  de  erltajes,  y  el  conjunto  con  algo  de 
oriental.  Las  capitanas  de  las  Cofradías  usan  ropas  vistosísimas,  grandes 
turbantes  y  bastante  lujo.  Los  vestidos  de  los  hombres  principales,  como 
ellos  mismos  les  llaman,  son  costosos  y  raros. 

Fué  sobremanera  interesante  y  curiosa  la  exposición  que  se  hizo  aquí,  en 
la  capital  de  Guatemala,  de  todos  los  tipos,  trajes,  utensilios,  instrumentos 
músicos  y  enseres  de  los  indios,  con  motivo  del  centenario  último  del  descu- 
brimiento de  América,  De  los  numerosos  pueblos  antiguos  que  nos  quedan, 
vinieron  muchísimos  a  festejar  al  inmortal  descubridor,  sin  presumir  ellos  que 
el  descubrimiento  que  se  celebraba  fué  el  principio  de  una  conquista  asoladora 
para  las  primitivas  razas  de  este  continente,  ¡  Hecho  estrafalario,  por  cierto, 
que  después  de  cuatrocientos  años,  numerosos  indios,  sin  mezcla  de  la  raza 
conquistadora,  hablando  sus  antiguas  lenguas,  tañendo  sus  primitivos  tunes, 
harpas  y  pitos,  exhibiendo  en  pintoresco  conjunto  la  indumentaria  aborigen, 
se  reuniesen  a  saludar  inconscientemente — por  orden  oficial  del  Gobierno  de 
la  República — a  los  manes  de  Cristóbal  Colón,  en  nombre  de  las  razas  y  de  los 
pueblos  que  eran  dueños  de  estas  riquísimas  regiones !  ¡  Ironías  del  destino ! 
¡  No  se  sabe  a  punto  fijo  dónde  reposan  las  cenizas  del  inmortal  Almirante, 
que  fué  encadenado  por  premio  de  su  proeza !  El  conquistador  ibero  llenó  de 
sangre  el  Nuevo  Mundo,  El  ocupante  inglés  sólo  dejó  sombras  de  muerte, 
acabando  con  las  razas  que  encontrara  y  ahuyentando  a  los  poquísimos  sobre- 
vivientes cual  bestias  nocivas.  El  régimen  colonial  de  España,  permitiendo  al 
indio  casarse  con  quien  le  pluguiese,  dejó  la  embriogenia  de  américo-hispanas 
repúblicas,  por  su  idiosincrasia,  e  híbrida  sangre  por  su  entroncamiento.  Cua- 
tro siglos  transcurren  ya  sin  poderío  la  Madre  Patria ;  se  hace  en  el  mundo 
entero  la  apoteosis  del  genovés ;  y  surgen  cual  de  las  necrópolis  de  los  tiem- 
pos, diversos  tipos  de  las  primitivas  razas  americanas,  con  sus  peculiares 
vestidos,  con  sus  músicas  melancólicas,  con  sus  idiomas  antiquísimos,  a  rendir 
homenaje  al  descubridor,...  ¡Semejante  saludo  nos  pareció  más  bien  una 
protesta !  Diríase  que  del  cementerio  de  remotas  épocas,  habían  resucitado, 
en  demanda  de  venganza,  las  razas  sacrificadas, 

Pero  ya  que  recordamos  aquella  interesante  procesión,  conviene  saber  de 
qué  pueblos  vinieron,  o  lo  que  es  lo  mismo,  se  hace  preciso  reseñar  siquiera 
ligeramente  los  principales  que  quedan  en  Guatemala, 

Comenzaremos  por  apuntar  que  la  organización  de  los  virreinatos  y  de  las 
capitanías  generales  de  la  América  española,  se  basó  en  la  preexistente  ma- 
nera de  gobernarse  que  los  indios  tenían.     Ora  formaron  comunismos  teocrá- 


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ticos,  no  ya  en  favor  del  régulo,  sino  en  pro  del  fraile  o  del  encomendero;  orm 
el  socialismo  gubernativo  de  las  tribus  se  explotaba  por  medio  de  los  mismos 
señores  princtp«lct  indios,  en  beneficio  del  conquistador  o  del  cura;  ora  la 
plebe  indiana,  cual  rebaño  de  cameros,  era  dominada  primero  ¡Kir  sus  caci- 
({ues,  luego  por  los  gobernadores.  éH  seguida  |)or  los  magistrados  de  las  Au- 
'iicncias,  presidentes  o  virreyes,  mientras  allá  en  España  daban  leyes  los 
monarcas  iberos  con  todo  el  aparato  del  Consejo  de  Indias.  Asi  nunca  hu- 
Iticran  los  alKirigcneü  podido  mejorar  de  condición,  n«>  obstante  los  más  filan- 
trópicos deseos  de  doña  Isabel  la  Católica  y  sus  sucesores  regios. 

Después  de  la  indefiendencia  de  los  Kstad«»s  hispano-americanos,  cibe 
asegurar  que  los  indios  siguieron  lo  mismo  í|Uc  antes,  ya  de  instrumentos 
de  algún  jefe  militar  afortunado,  ya  sirviendo  de  acémilas  fiara  conducir  mer- 
caderías o  bagaje  de  guerra,  ya  explotados  por  algún  zátra|>a  de  la  canalla,  de 
^««os  que  el  viento  revoluci«marii>  ha  solido  convertir  en  mandarínes  de  fac- 
i«»nes,  políticos 'de  encrucijada,  y  promovedores  de  bcKhinches; — bien  que 
con  el  roce  que  han  tenido  los  alMirigrnn»  con  los  ladinos,  muchos  de  a(|ucllos 
salieron  de  su  antigua  condición,  rn  México,  Centro  América,  el  Kcuador, 
Venezuela.  Colombia,  el  Perú.  Paraguay  y  Boltvta.  en  d«>nde  una  parte  de  la 
fioldación  civilizada  es  de  raza  indiana  más  o  menos  pura. 

i:i  hombre,  como  el  diamante,  se  pulimenta  con  el  roce.  Inmediato  a  esta 
capital  de  <¡uatcmahi  hulMi  un  pueblo,  que  alcaniamos  a  ver  cuando  niños. 
Era  el  pueblo  dr  jocotrnangí».  que  sr  extendía  al  derredor  de  la  altísima  ceiba 
que  hoy  se  encuentra  prr<»idiendo  rl  jardin  "Estrada  Cabrera,"  en  la  a  vertida 
de  Minerva ;  ahí.  en  donde  liabia  una  |*ct|ueña  iglesia  y  un  Camfio  Santo,  con 
modestas  lápidas  y  epitafios  disparatada.  I'*se  áriMil  grande  dio  sombra  por 
muchos  años  a  unos  indios  albañiles.  en  su  mayor  larte.  que  trabajaron  en 
r  I  linear  esta  ciudad,  y  a  las  mujeres  que  se  dedicatian  a  servir  de  nodrízas  en 
casas  de  los  rko».  Hoy  la  ergui<la  ceilm,  es|»arce  el  murmullo  de  su  follaje 
entre  las  flores,  extranjeras  mucltas  de  ellas,  que  deleitan  la  vista  de.  la  alta 
dase  social.  El  pueblo  de  Jocotenangu  desa|>areció  para  siempre.  Aquellos 
indios  se  confundieron  con  los  ladino»,  y  la  familia  de  los  Cospines,  que  era  b 
principal,  tendrá  descendientes,  |>ero  se  visten  ya  a  la  europea,  y  ni  recuerdan 
cuál  fué  su  sitio  solaríego.  { Ah,  si  la  orgullosa  ceiba  pudiese  contar  cuanto  a 
su  vista  ha  pasado. . . .  t  { La  ley  de  la  evolución  hizo  de  los  jocotecos  grandes 
•  •<  y  de  ella  misma  un  árbol  arístocrático,  que  se  <»stenta  en  medio  del 

El  pueblo  de  Mixco.  ese  nido  de  indias  aseadas  e  inteligentes,  que  son  las 
que  vienen  de  amas  de  cría  a«las  mansiones  de  los  ladinos,  que  prcidigamente 
las  pagan,  acabará  por  tener  los  usos  y  costumbres  de  la  gente  culta,  y  con 
el  tiempo  llegará  a  suceder  lo  que  aconteció  con  el  pueblo  de  Jocotenango. 


—  443  — 

Si  se  fija  la  vista  en  los  indios  de  la  Verapaz,  de  esa  zona  tan  rica  de  la 
república,  que  en  sus  nueve  décimas  partes  está  poblada  por  aborígenes,  se 
notará  que  tienen  buena  índole,  y  que  si  en  algunos  puntos  reinan  preocupa- 
ciones de  castas,  debe  atribuirse  a  ciertos  ladinos  que  se  han  establecido  en 
medio  de  ellos,  dánd(»k's  malos  ejemplos.  "Los  naturales  de  San  Juan  Cha- 
melco,  el  pueblo  más  antiguo  de  la  Alta  Verapaz,  hacen  el  comercio  de  loza 
inglesa,  que  van  a  comi)rar  a  Izabal,  y  que  llevan  a  la  capital,  al  Salvador  y  a 
otros  puntos  remotos,  trayendo  a  su  regreso  efectos  de  aquellos  lugares.  Los 
de  Rabinal  vienen  a  la  capital  y  a  Chiquimulilla,  donde  se  abastecen  de  sal : 
los  de  Cahabón  traen  algodón  y  cacao,  que  van  expendiendo  hasta  Guatemala : 
los  sampedranos  viajan  por  la  costa  E,  de  Verapaz,  donde  tienen  sus  milperías 
y  sus  crianzas  de  cerdos,  cosechan  cacao  y  zarzaparrilla :  van  a  las  salinas  de 
los  Nueve  Cerros,  al  Peten,  etc.  Los  tactiqueños,  generalmente  cargadores, 
trafican  desde  Telemán  y  Panzós  hasta  Guatemala  y  los  Altos :  los  indios  de 
San  Cristóbal  y  Santa  Cruz,  venden  en  toda  la  república  lazos,  redes,  suyaca- 
les,  huevos,  etc.  En  fin,  los  de  Cobán  son  algo  más  sedentarios ;  con  todo, 
algunos  de  esos  indios  son  nómades,  y  muchos  de  esos  pueblos  proveen  de 
brazos  a  las  doscientas  fincas  de  café,  que  cuentan  con  tres  millones  y  medio 
de  árboles. 

Poco  tiempo  después  de  su  establecimiento  en  la  Verapaz,  los  dominicos, 
con  el  doble  objeto  de  completar  la  educación  religiosa  de  los  indios  y. de  reu- 
nirlos  en  las  ciudades  recién  formadas,  instituyeron  cofradías,  y  he  aquí  el 
origen  del  gran  número  de  estas  asociaciones  religiosas. 

Ocioso  nos  parece  entrar  en  pormenores  acerca  de  los  gastos  y  varios 
otros  compromisos  a  que  están  sujetos  todos  los  individuos  de  una  cofradía ; 
y  son  muchos  los  indígenas  que,  para  evitar  se  les  nombre  mayordomos,  pre- 
fieren abandonar  sus  casas  e  internarse  en  las  montañas.  Es  mayor  del  que 
se  piensa  el  número  de  los  que  se  han  desterrado  voluntariamente  (i).  Hay 
también  que  advertir,  que  algunos,  mayordomos  de  cofradía,  q^|||*no  son  muy 
buenos  administradores,  por  lo  menos,  tienen  a  veces  que  vender  sus  animales 
y  hasta  su  casa,  cuando  se  trata  de  celebrar  la  festividad  de  algún  santo. 

Hemos  dicho  que  algunos  indios  son  nómades,  y  esto  es  tan  exacto,  que 
durante  la  mayor  parte  del  año,  no  se  encuentran  en  el  pueblo  de  San  Pedro 
Carcha  (el  más  numeroso  de  la  Alta  Verapaz,  que  hoy  tiene  4,5000  habitan- 
tes), sino  la  décima  parte  de  ellos.  Casi  todos  viven  en  sus  milperías,  las 
cuales  distan  hasta  treinta  leguas  de  San  Pedro.  Es  bien  sabido  que  los  indios 
de  ese  pueblo  en  la  Alta  Verapaz  y  los  de  Santa  Catarina  Ixtahuacán  en  los 
Altos,  no  cesan  de  pedir  tierras,  y  tratan  de  invadir  constantemente  terrenos 


(1)    El  obligar  a  los  indios  a  trabajos  públicos  sin  retribuirles  como  era  debido,  ha  sido  una  de  las 
causas  de  aue  muchos  emigren. 


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ajenos.  En  la  fiesta  titular  de  Carcha  (29  de  junio)  se  puede  juzgar  del  nú- 
mero de  los  sampedranos,  porque  entonces  van  a  celebrar  la  fiesta  del  Patrón, 
consumiendo  en  menos  de  seis  días,  dos  mil  quinientas  arrobas  de  a^íuardiente 
flojo,  de  mal  gusto,  entregándose  a  los  regocijos  semi-religiosos,  que  se  re- 
sienten de  antiguas  costumbres,  a  zarabandas,  bailes,  etc.  Escogen  estos 
días  para  traer  de  la  montaña  a  los  niños,  a  fin  de  hacerlos  bautizar:  el  nú- 
mero de  bautizmos  asciende  a  veces  a  más  de  ciento  en  un  sólo  día ;  y  también 
traen  a  los  moribundos  para  que  el  padre  les  administre  los  últimos  sacra- 
mentos. La  disminución  de  un  pueblo  que  tuvo  más  de  veinte  mil  almas,  y  el 
haberse  dispersado  en  las  montañas,  es  sin  duda  un  mal  grave,  que  debiera 
remediarse  por  medio  de  la  predicación,  de  la  persuasión,  de  la  instrucción, 
del  establecimiento  de  un  hospital,  y  de  un  asilo  para  los  huérfanos  y  los  im- 
pedidos. De  esta  diseminación  resulta  evidentemente  el  relajamiento  de  las 
buenas  costumbres,  la  falta  total  de  instrucción  en  los  niños,  y  esa  timidez  casi 
salvaje  que  se  nota  entre  muchos  indios,  pues  en  los  caminos  reales  se  ve 
frecuentemente  a  las  mujeres  huir  de  la  vista  de  un  pasajero,  esconder  sus 
niños  y  ocultarse  en  el  monte,  hasta  que  ha  desaparecido  el  español. 

Estos  pormenores  tienen  su  significación,  y  por  eso  los  refiero  aquí  sin 
exagerar  nada,  y  con  el  verdadero  pesar  que  producen  a  todo  aquel  que  abriga 
simpatías  por  la  desgraciada  raza  indígena. 

Los  trabajos  públicos  emprendidos  en  una  grande  escala,  de  algunos  años 
acá,  en  los  pueblos  de  la  V'erapaz  y  el  mal  sistema  de  colectar  mozos  braceros, 
por  medio  de  la  fuerza,  han  ahuyentado  a  muchos  indígenas,  porque  no  se  les 
da  salario  ninguno.  De  ahí  resulta  que  cuesta  trabajo  conseguir  peones  para 
el  servicio  de  las  fincas,  que  muchas  veces  los  pagados  anticipadamente,  según 
la  costumbre,  por  los  empresarios  de  cafetales,  están  ocupados  por  la  munici- 
palidad del  lugar,  que  no  concede  a  las  empresas  toda  la  importancia  que 
tienen,  y  no  prevé  que  el  engrandecimiento  de  esos  pueblos  está  fundado  en 
la  protección^l|||^  dé  a  la  agricultura. 

Uno  de  los  medios  que  debe  contribuir,  con  el  tiempo,  a  impedir  la  emi- 
gración de  los  indios  a  las  montañas,  consistirá  en  el  cultivo  del  trigo,  que  se 
da  en  las  partes  frías  próximas  a  los  pueblos.  Este  cultivo  dará  a  los  terre- 
nos un  valor  más  grande,  proporcionará  a  los  cultivadores  un  punto  de  venta 
seguro  y  lucrativo,  y  mejorando  la  alimentación  de  estos  pueblos,  introducirá 
el  bienestar  poco  a  poco  entre  ellos.  Al  lado  del  trigo,  se  podrán  cultivar  las 
papas,  que  se  dan  durante  todo  el  año  en  la  Alta  \'^erapaz,  y  suministran  un 
alimento  sano  y  nutritivo.  El  cacahuete,  manilla  o  cacao  de  la  tierra,  es  otro 
cultivo  importante,  del  cual  pocas  personas  se  forman  una  idea  exacta.  El 
cacahuete  necesita  muy  pocos  trabajos,  y  produce  más  que  cualquiera  otra 
clase  de  plantas ;  las  matas  secas  arrancadas  en  tiempo  de  la  cosecha,  forman 
el  mejor  pasto  que  se  pueda  dar  a  los  ganados ;  la  almendra  subterránea  que 


—  445  — 

se  saca  del  suelo  como  las  papas,  es  un  verdadero  frijol  aceitoso,  es  decir,  un 
alimento  de  primer  orden :  da  un  40  por  ciento  de  un  aceite  exquisito,  tanto 
para  comer,  como  para  quemar,  hacer  jabón,  etc.  El  residuo  de  la  prepara- 
ción, harto  fácil,  de  este  aceite,  es  el  mejor  alimento  que  se  pueda  dar  a  los 
cerdos  y  a  las  aves  domésticas.  En  fin,  el  cacahuete  da  su  cosecha  a  los  seis 
meses,  crece  en  los  terrenos  más  arenosos,  en  tierra  caliente,  templada  y  fría. 
En  Cobán  esta  planta  prospera  de  un  modo  extraordinario. 

Hay  poblaciones  como  San  Pedro  Sacatepéquez,  con  cinco  mil  indígenas, 
en  una  ventajosa  posición  topográfica,  a  una  milla  de  San  Marcos,  con  buenos 
edificios  públicos,  con  muchas  fuentes  de  uso  común,  con  calles  rectas  y  con 
floreciente  agricultura.  Sus  pobladores  cultivan  los  cereales  y  fabrican  bellos 
cortes  de  enaguas,  huepiles  y  fajas  de  hilo  y  seda.  No  faltan  carpinteros, 
sastres,  herreros  y  ladrilleros.  Santo  Tomás  Chichicastenango,  a  cinco  leguas 
de  Santa  Cruz  Quiche,  tiene  veinte  mil  habitantes  indígenas,  que  cultivan 
maíz,  trigo  y  papas,  hacen  buenos  tejidos  de  algodón,  crían  ganados  y  llevan 
una  vida  sobria  y  laboriosa.  En  esta  ciudad  se  contemplan  ruinas  rodeadas 
de  grandes  fosos.  Joyabaj  con  cinco  mil  pobladores,  que  pastorean  ganados 
y  siembran  granos  y  frutas.  Sacapulas,  fundada  por  Fray  Bartolomé  de  Las 
Casas,  cuenta  con  cinco  mil  habitantes,  que  elaboran  sal,  fabrican  telas  y 
siembran  caña  de  azúcar,  cacahuate  (manillas),  yuca,  frijol  y  maíz.  Nebaj, 
de  cinco  mil  vecinos,  que  pasan  la  vida  fabricando  canastas  de  caña,  objetos  de 
jarcia,  y  sembrando  cereales.  San  Miguel  Uspantán,  que  tendrá  tres  mil 
habitantes,  cuya  industria  principal  consiste  en  fabricar  sombreros  de  palma, 
esteras  (petates),  paraguas  (suyacales)  y  escobas.  Totonicapam,  cabecera 
del  departamento  de  este  nombre,  y  ciudad  de  veintiséis  mil  habitantes,  casi 
todos  indios,  se  encuentra  al  pie  de  una  elevada  montaña,  con  clima  benigno. 
Allí  están  todavía  los  descendientes  de  los  tlascaltecas  que  trajo  don  Pedro  de 
Alvarado,  y  que  tienen  buenas  fábricas  de  tejidos  y  alfarería.  Es  población 
industriosa  y  rica,  a  ocho  mil  setecientos  pies  sobre  el  nivel  del  mar,  con  casas 
buenas,  provistas  de  agua  potable.  Momostenango,  a  unas  siete  leguas 
de  dicha  cabecera,  es  pueblo  importante  de  agricultores,  que  emplean  variados 
cultivos  por  la  diversidad  de  climas.  Los  indios  momostecos  tienen  particular 
veneración  a  un  retrato  de  Diego  Vicente,  aborigen  que  construyó  por  su 
cuenta  la  iglesia  parroquial.  Santa  María  Chiquimula,  con  tres  mil  indígenas, 
que  son  comerciantes  y  peones  agrícolas.  San  Cristóbal,  compuesto  de  seis 
mil  almas,  con  una  antiquísima  iglesia.  Los  indios  de  allí  son  tejedores,  he- 
rreros, carpinteros,  talabarteros,  fabricantes  de  trastos  de  barro,  marimbas  y 
cohetes.  Siembran  trigo,  maíz,  habas,  frijoles,  arbejas,  duraznos,  manzanas, 
nueces  y  ciruelas.  Panajachel,  a  orillas  del  pintoresco  lago  de  ese  nombre, 
produce  arenas  de  plata,  caparrosa,  ocre  y  tiza.  Se  cultiva  el  frijol,  el  maíz 
y  ricas  legumbres.     Esos  indios  son  dados  a  la  pesca  y  al  tejido  de  telas  de 


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algodón.  Tendrá  ese  precioso  pueblo  dos  mil  almas.  Santiago  Atitlán,  con 
siete  mil  habitantes,  que  siembran  cacao,  café,  maíz,  frijol,  chile  y  hortalizas. 
La  industria  se  reduce  a  cuidar  ganados  y  a  pescar.  Santa  Lucía  Utatlán,  en 
donde  se  hacen  jabones,  y  se  cultiva  el  trigo,  el  maiz,  la  linaza,  la  cebada  y  la 
avena.  Nahualá,  con  veinte  mil  indígenas,  en  clima  frío,  que  crían  ganado 
lanar  y  siembran  maíz  y  trigo.  Los  terrenos  son  (lucbrados,  y  la  iiulustria 
consiste  en  fabricar  ropa  de  lana  y  curtir  cueros.  Santa  Catarina  Ixtahuacán, 
a  ocho  leguas  de  Solóla,  con  veinticinco  mil  habitantes,  todos  de  raza  primitiva 
americana,  se  dedican  a  criar  obejas  y  carneros,  a  tejer  sus  ropas  y  a  cultivar 
maíz,  frijol,  trigo  y  frutas.  No  admiten  ladinos  en  su  pueblo;  no  consienten 
estanquillos  de  aguardiente  ni  chicha ;  son  bravos  y  crueles  cuando  se  suble- 
van, pero  respetuosos  para  con  las  autoridades  y  sumisos  cuando  los  tratan 
con  justicia.  Es  uno  de  los  pueblos  en  que  mejor  se  pueden  estudiar  las  cos- 
tumbres aborígenes. 

Todavía  hay  en  los  Altos  muchas  otms  poblaciones  indígenas,  aunque  de 
menor  importancia,  que  guardan  n'linni.i».  ríe  1.i<  ti«ini»<><  |>r<-.-..I..n)l.iii..<  Se- 
ría prolijo  el  enumerarlas  todas. 

En  los  departamentos  del  centro,  existen  también  juicblos  de  indios, 
como  Chinautla,  con  mil  ochocientos  habitantes,  que  se  ocui)an  en  alfarería  y 
siembras  de  maíz  ;  San  Antonio  La  Paz,  Ci)n  mil,  que  siembran  café  y  caña  de 
azúcar;  San  Pedro  las  Huertas,  a  orillas  de  la  capital  de  (iuatemala,  tiene  unos 
(|UÍnientos  habitantes  aladinados,  que  cortan  leña  y  siembran  café,  pasturas  y 
hortalizas;  San  Juan  Sacatepéquez,  con  quince  mil  pobladores,  que  labran 
madera,  fabrican  trastos  de  loza,  siembran  maíz  y  frijol,  cuidan  ganados  y 
tejen  jarcia ;  San  José  Nacahuil,  con  quinientos  habitantes,  de  los  cuales  las 
mujeres  tejen  y  los  hombres  cultivan  la  tierra  ;  Mixco,  a  tres  leguas  y  media  de 
la  capital,  con  ocho  mil  indios,  que  son  agricultores  por  lo  general,  y  fabrican 
utensilios  y  juguetes  de  barro.  Las  mujeres  muelen  maíz  y  hacen  tortillas, 
ocupándose  también  de  nodrizas  en  las  casas  de  las  personas  acomodadas  de 
la  capital.  San  Raymundo,  es  otro  pueblo  de  indios  que  está  en  el  departa- 
mento de  Guatemala,  y  tiene  unos  mil  quinientos  habitantes,  que  son  agricul- 
tores, comerciantes,  y  algunos  de  ellos  beneficiadores  de  cerdos ;  Palín,  del 
departamento  de  Amatitlán,  tiene  como  cuatro  mil  indios  que  cultivan  frijol 
y  frutas,  y  siembran  caña  de  azúcar;  San  Vicente  Pacaya,  í|ue  tendrá  mil 
habitantes  que  trabajan  en  siembras  de  café.  Allí  se  encuentra  una  grandí- 
sima piedra  tradicional  llamada  Doña  María;  flores  grandes  de  madera  muy 
curiosas  y  carbón  mineral  que  arde  perfectamente ;  Dueñas,  en  el  departa- 
mento de  Sacatepéquez,  fué  erigido  por  Alvarado,  en  el  sitio  en  que  había  él 
dispuesto  sembrar  una  milpa  (maizal)  para  las  viudas  de  los  conquistadores. 
Está  muy  cerca  de  la  Antigua  ese  bonito  pueblo,  al  cual  le  asignan  mil  cuatro- 
cientos  indígenas.     Los   terrenos   producen   maíz,    frijol,   café   y   cochinilla. 


—  447  — 

Alotenango,  con  mil  quinientos  habitantes,  da  buenas  maderas,  zarzaparrilla, 
granos  y  legumbres.  Santa  María,  en  las  faldas  del  volcán,  cuenta  con  dos 
mil  quinientos  naturales,  que  se  ocupan  en  faenas  agrícolas,  en  tejer  sus  ves- 
tidos y  en  elaborar  carbcSn.  San  Juan  del  Obispo,  fundado  por  un  virtuoso 
diocesano,  apenas  tiene  ochocientos  pobladores,  y  produce  cochinilla,  café, 
maiz  y  frijol.  San  Antonio,  da  maíz,  café,  frijol  y  garbanzos,  y  tiene  unos  mil 
indios,  que  no  sólo  trabajan  la  tierra  sino  que  fabrican  petates  (esteras)  y 
hacen  ceñidores,  fajas  y  huepiles.  Santa  Catarina,  que  fué  fundado  por  Igna- 
cio Bobadilla,  y  que  hoy  cuenta  como  mil  habitantes,  cuya  industria  principal 
consiste  en  tejer  cotones  y  ceñidores.  San  Andrés,  San  Lorenzo,  Santiago, 
Magdalena,  Santo  Tomás,  San  Miguelito,  San  Mateo,  San  Lucas,  Sumpango, 
San  Bartolomé,  Xenacó,  Jocotenango,  Pastores,  son  otros  tantos  pueblos  que 
rodean  la  antigua  capital  del  histórico  reino  de  Guatemala,  y  que  a  fuerza  del 
contacto  con  gente  civilizada,  se  van  aladinando  poco  a  poco.  En  Chimalte- 
nango  está  Tecpán  Guatemala,  que  tendrá,  fuera  de  los  ladinos,  unos  cinco  mil 
indios,  que  fabrican  telas  y  crían  ganados ;  Patzún,  con  buenas  minas  y  plan- 
taciones de  café,  produce  también  trigo,  maíz  y  frijol;  Comalapa,  de  unos  tres 
mil  pobladores,  da  también  trigo  y  cereales,  siendo  su  industria  de  tejidos  de 
huepiles  y  zutes  (paños). 

En  el  oriente  de  la  república  de  Guatemala  hay  uno  que  otro  pueblo  de 
indios ;  pero  ya  hoy  están  casi  todos  aladinados. 

En  el  Fetén  cuéntanse  varias  poblaciones  indígenas  y  existen  los  lacan- 
dones,  que  no  tienen  por  cierto  la  ferocidad  que  se  les  atribuye.  Son  unos 
doscientos  aborígenes,  en  la  parte  del  territorio  de  Guatemala,  que  se  conser- 
van independientes  sobre  las  márgenes  del  Usumacinta.  Los  indios  de  Izabal 
se  encuentran  por  Cahabón,  Chajal  y  otros  puntos. 

En  la  república  de  El  Salvador  quedan  muy  pocos  indios,  a  estilo  abori- 
gen, ya  que  siendo  aún  la  mayor  parte  de  la  población  de  pipiles  puros  o  algo 
mezclados,  se  han  aladinado,  como  por  acá  se  dice,  para  indicar  que  hablan 
castellano,  visten  como  el  pueblo  común,  sirven  en  las  milicias  y  hasta  tienen 
los  vicios  de  esa  clase  social.  En  tal  sentido,  casi  ya  no  hay  indios  en  dicha 
república. 

En  Honduras  y  en  Nicaragua  todavía  quedan  muchos  que  hablan  primi- 
tivas lenguas  y  conservan  costumbres  indígenas.  En  Costa-Rica  hasta  el 
pueblo  bajo  es  de  raza  blanca,  descendiente  de  gallegos,  salvo  unas  cuantas 
tribus,  que  en  lejanas  regiones  llevan  apartada  vida. 


—  44'^- 

¡El  indio!  ah,  desde  el  primer  día  de  la  conquista  fué  reputado  irracional, 
siervo  a  natura,  bestia  de  carga.  Después  de  tres  siglos  de  opresión,  volvióse 
suspicaz,  taciturno,  triste.  Está  destinado  a  desaparecer.  En  el  turbión  del 
progreso,  tras  de  imperialistas  avances  de  razas  que  no  tienen,  ni  han  tenido, 
ideales,  ni  fanatismos,  sino  cálculo  frío,  quedarán  en  obras  eruditas  y  bella- 
mente ilustradas,  los  recuerdos  de  los  indios,  del  Popol-Vuh,  de  sus  usos  y 
costumbres pero  ellos  habrán  desaparecido. 


CAPITULO  XVII 

;a  profecía  de  la  conquista-ciudades 
opulentas-destrucciones  impías 


El  hechicero  cakchiquel.  —  La  profecía  de  la  conquista.  —  Señales  en  el  cielo. 
—  Guerras  entre  quichés  y  cakchiqueles.  —  Epidemias  del  año  1522.  —  Número  de 
pobladores.  —  Corte  de  los  mames.  —  Presunción  de  los  tzutugiles.  —  Ciudades 
opulentas.  —  Los  pipiles  de  El  Sídvador.  —  Los  chontales  de  Nicaragua.  —  Los 
talamancas  de  Costa-Rica.  —  Destrucciones  impías.  —  Salváronse  las  razas,  el  tipo 
y  las  lenguas.  —  El  hombre  pálido  en  el  templo  de  Tohil.  —  Huyó  el  svuno  sacer- 
dote. —  Se  hizo  desaparecer  el  Popol-Vuh.  —  La  raza  indiana  se  salvó,  protegida 
por  la  édtura  de  las  montañas.  —  La  historia  se  conserva,  al  través  de  la  hecatombe 
de  los  indios.  —  Los  conquistadores  serían  semi-dioses,  si  sus  ínclitas  hazañas  no 
se  hubiesen  manchado  horriblemente  de  ferocidad  y  malas  artes.  —  Carácter  de  la 
raza.  —  La  América  Central  ante  la  historia  ha  sido  indígena,  española,  independien- 
te y  ojalá  que  no  pase  a  poderes  extraños. 


Refiere  el  historiador  Ximénez  que  un  hechicero  cakchiquel  anunció  al 
orgulloso  rey  quiche,  Vahxaki-Cam,  que  pronto  vendrían  unos  hombres  páli- 
dos, armados  de  pies  a  cabeza,  a  destruir  todas  las  ciudades,  convirtiéndolas 
en  cuevas  de  lechuzas  y  de  gatos  de  monte.  Ese  indio  de  Tecpán  Guautemá- 
lan  se  aproximaba  por  las  noches  al  sombrío  palacio  de  aquel  monarca,  a 
injuriarle  a  grandes  voces.  Decíase  que  el  atrevido  denostador  era  un  tu- 
nante hechicero,  a  quien  nadie  podría  capturar;  pero  al  fin,  otro  brujo  se 
ofreció  a  aprehenderlo.  Huía  el  cakchiquel,  saltando  por  los  cerros  hasta 
que  el  hechicero  quiche  hubo  de  atraparlo  y  lo  presentó  al  rey.  Refiere  la 
crónica  que  cuando  iban  a  sacrificar  a  aquel  osado  zahori  hizo  antes,  en  pre- 
sencia del  monarca  y  de  la  corte,  la  Profecía  de  la  Conquista,  en  los  términos 
ya  relacionados. 

"Ese  hecho  notable,  dice  Milla,  cuyo  recuerdo  conservaban  los  indios 
hasta  la  época  en  que  Ximénez  escribió,  en  un  baile  llamado  Quiche  Vinak, 
se  explica  sencillamente,  suponiendo  que  el  pretendido  hechicero  hubiese  po- 
dido tener  alguna  noticia  de  la  aparición  de  los  españoles  en  las  islas  del  golfo 
de  Honduras  y  de  las  creuldades  que  habían  ejecutado  con  los  naturales  del 
país."  No  pasa,  sin  embargo  de  mera  suposición  ese  modo  de  entender  aquel 
suceso.  En  el  mundo  de  lo  desconocido,  no  son  a  la  verdad  tan  sencillas  las 
explicaciones,  como  lo  demuestra  Flammarión,  en  su  curiosa  obra  que  lleva 
aquel  título.  En  la  historia  de  las  sociedades,  como  en  la  vida  de  los  indivi- 
duos, hay  presentimientos  que  no  son  tan  fáciles  de  explicarse.     En  el  origen 


—  450  — 

de  los  pueblos,  y  en  las  épocas  de  grandes  transformaciones,  aparecen  el  mito, 
las  profecías  y  los  augurios,  como  fosforescencias  vagas  entre  lo  negro  do 
las  tinieblas. 

La  profecía  de  la  conquista,  no  sólo  existió  en  el  Quiche,  sino  en  México 
y  en  otras  partes  del  continente  americano.  La  Leyenda  astronómica  de 
Quetzalcoatl,  que  auguró  la  venida  por  el  oriente  de  los  hombres  barbudos 
que  habrían  de  conquistar  a  todos  aquellos  pueblos,  fué  repetida  también  a 
Moctezuma  por  Netzahualpilli,  quien  anunció  la  terrible  catástrofe,  lo  cual 
produjo  los  sacrificios  en  el  gran  tcocalli,  para  calmar  la  ira  de  los  dioses  (i). 
El  aparecimiento  de  un  inmenso  cometa,  en  el  año  1516,  cosa  espantable  para 
los  méxica,  acabó  de  confirmar  los  agüeros,  y  de  llenar  de  miedo  al  monarca 
y  a  los  pueblos.  El  supersticioso  Moctezuma,  para  vengarse  del  destino 
mandó  matar  a  los  astrólogos,  hechiceros  y  encantadores,  saquear  sus  casas 
y  reducir  a  servidumbre  a  sus  mujeres.  Hizo  buscar  otros  adivinos  y  brujos, 
y  todos  predecían  desgracias.  El  cometa  que  se  miraba  en  el  país  entero,  hizo 
cundir  el  espanto,  manifestado  por  clamores  y  gritos.  Netzahualpilli  se 
retiró  a  su  palacio  y  murió  de  pavor.  Cuéntase  que  una  gran  luz  piramidal 
apareció  por  el  oriente,  durante  cuarenta  noches,  semejante  por  su  descripción 
a  una  aurora  boreal.  Las  torres  del  templo  de  llutitzilopochtli  se  quemaron 
sin  saberse  cómo.  Por  último,  y  esto  es  lo  más  estupendo,  según  las  relacio- 
nes recogidas  por  Torquemada,  Clavígero  y  Bethancourt,  una  hermana  de 
Moctezuma  que  había  muerto,  resucitó,  para  traer  del  otro  mundo  al  monarca 
una  relación  de  los  invasores  que  iban  a  conquistar  aquella  tierra,  habiendo 
sido  esa  mujer  la  primera  que  hicieron  bautizar  los  españoles,  recogiendo 
pruebas  del  milagroso  suceso! (2)     ¡Siempre  el  fanatismo  y  la  fábula! 

En  medio  de  las  tradiciones  y  consejas  de  todos  esos  acontecimientos, 
queda  el  fondo  de  verdad,  reconocido  por  los  hi.storiadores,  de  que  en  los 
países  conquistados,  tenían  de  antemano  conocimiento  de  la  llegada  de  los 
hombres  pálidos,  que  desde  remotos  tiempos  había  augurado  Quetzalcoatl. 
Lo  mismo  entre  los  indios  de  América,  que  entre  los  egipcios,  hebreos  y  demás 
naci(mes  antiguas,  hubo  profecías  mezcladas  con  leyendas  bíblicas  y  p<írtcn- 
tosos  sucesos.  Cuando  los  pueblos  pasan  de  una  temperatura  civil  a  otra,  de 
una  edad  a  otra  edad,  han  hec^  oír  lamentos  singulares  de  dolor,  que  anun- 
cian la  desaparición  de  un  mundo.  El  tremendo  grito  de  Job  responde  a  una 
colosal  catástrofe.  Cada  uno  de  los  i)rofetas  hebreos  ])ertenece  a  uno  de 
esos  violentos  cambios  de  estado.  Cuando  agoniza  el  hombre,  ve  entre  las 
sombras  de  la  eternidad  y  las  penas  de  la  muerte,  algo  que  le  hace  temblar; 


(1)  México  a  través  de  los  Stirlos,  tomo  I,  pásr.  853, 

(2)  Bancroft,  Tomo  V,  pásr.  472. 


—  451  — 

mientras  que  cuando  una  raza  va  a  sucumbir,  viene  el  presentimiento  cargado 
de  amargura,  como  la  nube  que  ha  de  producir  el  rayo  y  desatar  la  tormenta. 
Nosotros  también  hemos  visto — dice  Edgard  Quinet — acabar  de  extinguirse 
la  Edad  Media,  y  nuestros  oídos  están  todavía  llenos  de  lamentaciones  que 
aquel  naufragio  inspiró  a  los  poetas  románticos.  Algo  se  muere,  parecían 
decir  todos  ellos,  y  el  lamento  crece  y  redobla  de  Chateaubriand  a  Byron  y  a 
Espronceda,  hasta  que  insensibles  los  corazones,  se  forja  un  mundo  nuevo. 
Entonces  deja  de  comprenderse  esa  poesía  de  desolación  y  llanto.  Edad  de 
piedra,  de  bronce,  de  hierro  o  de  plata ;  la  transición  de  una  a  otra  no  puede 
efectuarse  sin  el  dolor  que  la  presiente  y  la  profetiza.  Tienen  espíritu  los 
pueblos,  viven  y  mueren,  anunciándoles  la  naturaleza  el  fin  que  se  acerca,  la 
transformación  que  se  les  aguarda.  Hay  en  la  musa  de  Virgilio  la  melanco- 
lía de  una  especie  que  se  extingue  (i).  El  presentimiento  colectivo  se  refleja 
en  los  profetas.  La  adivinación  era  tenida  por  los  cakchiqueles,  sobre  todo, 
como  uno  de  los  atributos  de  ciertos  fakires,  o  sacerdotes  del  nahualismo. 
Ru  pux,  ru  naval,  "su  mágico  poder,  su  brujería"  era  generalmente  reconocida, 
como  lo  refiere  el  manuscrito  Xahilá,  o  los  anales  de  aquel  pueblo  (2). 

Perpetuas  guerras  habían  asolado  todas  aquellas  comarcas.  Los  qui- 
chés y  los  cakchiqueles  se  odiaban  a  muerte  y  las  otras  tribus  del  país  encar- 
nizadamente se  mataban.  En  el  año  15 12  las  tropas  de  Cuahutemálan  entra- 
ron en  el  Quiche  y  devastaron  la  ciudad,  quedando  hecatombes  horribles". 
En  1 51 5,  una  plaga  de  langosta  (chapulín)  asoló  los  campos  cakchiqueles. 
Ese  terrible  azote  fué  precedido  por  la  aparición  de  ciertas  palomas,  que  gri- 
taban como  niños  recién  nacidos  o  perritos  tristes.  En  el  año  1522  hubo  dos 
epidemias,  referidas  por  el  "Manuscrito  Cakchiquel" :  una  que  cpmenzaba  con 
tos,  seguía  fiebre  y  acababa  por  dar  a  la  orina  color  de  sangre ;  y  la  otra,  tenía 
todos  los  síntomas  de  las  bubas. 

En  la  parte  Norte  de  la  América  Central  se  encontraban  ciudades  popu- 
losas en  los  antiguos  tiempos  indígenas,  cuyas  ruinas,  como  las  de  Sustan- 
quiquí,  que  hoy  día  apenas  se  conocen  y  cuyos  restos  en  el  Peten,  revelan  la 
existencia  de  un  centro  hierático,  al  cual  concurrían  en  ciertas  épocas  los  pue- 
blos comarcanos.  Antes  de  la  conquista  española  se  habían  despoblado  aque- 
llas ciudades  que  se  hallaban  al  Norte  de  Guatemala  y  que  fueron  víctimas  de 
horrendas  invasiones  a  sangre  y  fuego.  1^  indios  que  aún  quedaban  des- 
pués, fueron  perseguidos  por  los  conquistadores  castellanos  para  esclavizar- 
los (3).  El  resto  perecía  a  manos  de  los  filibusteros,  que  tenían  su  cuartel 
general  en  la  bahía  de  Honduras,  durante  los  siglos  XVH  y  XVHL  Toda- 
vía no  se  encuentran  bien  descifrados  los  geroglíficos,  como  para  saber  cuál 


(1)  Quinet. -La  Creacidn,  tomo  T.  páíf.  .390.— Edición  de  Madrid,  1871. 

(2)  Páff.  46.    Introductlón.The  Annal»  of  the  cakchiquels — Brinton, 
ÍJ)    Dr.  Otto  Stoll.  páfir.  448. 


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fué  el  último  Katún  que  cada  veinte  años  ponían  en  Copan,  Kiriguá,  Sustan- 
quiquí  y  demás  ciudades  antiquísimas. 

Los  españoles  situaban  sus  ciudades  en  el  centro  y  alturas  del  istmo, 
huyendo  de  los  piratas ;  alejándose  del  Norte  y  buscando  lugares  de  indígenas 
civilizados  para  utilizarlos.  Solamente  algunos  castillos  dejaron  por  aquellas 
playas  que  azotan  las  aguas  antillanas.  Los  ríos  navegables,  como  el  Mota- 
gua,  el  Ulúa,  el  San  Juan,  el  Segovia,  el  Siquia,  el  Patuca,  serán,  al  través  del 
tiempo,  surcados  por  vapores  que  traigan  y  lleven  la  riqueza.  Entre  tanto, 
el  silencio  de  las  necrópolis  indias,  el  mutismo  de  los  ídolos,  el  enigma  del 
geroglífico,  prevalecen  en  la  soledad  salvaje  de  las  selvas. 

Parecía  que  el  destino,  adverso  a  estos  primitivos  pobladores  de  tan  ricas 
comarcas,  preparaba  con  mano  airada  su  completa  ruina  y  servidumbre.  En 
el  mundo  antiguo  se  habían  realizado  los  más  portentosos  sucesos ;  en  la  polí- 
tica con  Carlos  V,  Julio  II  y  León  X  ;  en  las  artes,  con  Leonardo  de  Vinci, 
Miguel  y  Rafael;  en  las  letras,  con  Ariosto,  el  Tassó,  Cervantes  y  Lope  de 
Vega;  en  las  ciencias  con  Mercator,  Copérníco  y  Paré.  Eran  los  albores  d 
Renacimiento,  coronado  por  el  hallazgo  de  un  Mundo  Nuevo,  cpic  había  do 
transformarse,  obedeciendo  a, las  leyes  de  la  vida. 

En  medio  de  aquella  ebullición  en  que  la  humanidad  se  encontraba,  venía 
de  allende  el  mar  un  espíritu  bélico,  que  produciría  hazañas  homéricas;  una 
fe  ciega,  que  causó  guerras  sangrientas  en  Alemania  y  Flandcs :  el  estableci- 
miento de  la  Inquisición  y  un  fanatismo  más  negro  que  el  musulmán ;  una 
saña  horrendji,  asoladora,  que  disminuyó  en  más  de  la  mitad  la  población 
americana :  y  un  desconocimiento  completo  de  las  leyes  económicas,  olvido 
de  los  intereses  que  encauzan  las  fuerzas  ricas  del  organismo  social.  Agri- 
cultura científica,  industria  libre,  comercio  amplio,  ciencia  positiva,  en  una 
palabra,  cuanto  es  preciso  para  construir  el  bienestar  material,  sin  el  cpie  es 
forzosamente  transitorio  y  efímero  el  poderío  político,  no  se  conocían  por  en- 
tonces. El  triunfo  de  la  fe,  el  brillo  de  las  armas,  y  para  realizar  ambos  fines, 
la  concentración  absoluta  del  poder  en  manos  del  rey,  suprimiendo  por  com- 
pleto toda  iniciativa  individual  v  ahogando  todo  germen  de  libertad  ])olítica  y 
económica,  tales  eran  por  aqufl  entonces  los  principios  constitutivos  del  de- 
recho piiblico  de  los  países  más  adelantados,  que  no  sólo  de  la  legendaria 
España. 

A  pesar  de  las  guerras,  la  plaga  y  las  pestes,  hallábanse  estos  pueblos  de 
Guatemala  poblados  v  ricos  a  la  llegada  de  los  españoles.  Más  de  tres  millo- 
nes de  habitantes  había  entonces.  Es  hecho  reconocido  que  la  monarquía  de 
Utatlán  estaba  en  el  colmo  de  su  grandeza.  Extensa  de  suyo,  rica  en  tierras 
y  de  autóctona  cultura,  señora  ya  de  muchos  pueblos  circunvecinos,  que  ha- 


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bían  sucumbido  a  la  ambición  de  Kicab-Tanub,  quería  subyugar  a  los  tzutu- 
gile.s  y  a  los  mames,  para  ser  la  dueña  del  más  bello  territorio  en  el  centro  del 
Nuevo  Mundo   (i). 

La  corte  de  los  mames  o  sea  Huehuetenango,  era  rica  y  poblada,  aunque 
la  más  populosa  de  todas  fué  Santa  Cruz  Quiche,  en  aquellos  tiempos  cono- 
cida por  la  Utatlán.  Xelahú,  que  ahora  es  Quezaltenango,  estaba  gobernada 
por  diez  capitanes,  y  tenía  más  de  trescientos  mil  habitantes.  Chemequeñá, 
que  quiere  decir  sobre  el  agua  caliente,  y  hoy  Totonicapán,  pudo  poner  en 
armas  noventa  mil  combatientes,  a  disposición  de  Tecum-Umán.  Con  razón, 
pues,  dijo  Bernal  Díaz  del  Castillo  "que  al  dejar  a  México  él  y  sus  compañe- 
ros, nada  habían  echado  de  menos,  puesto  que  las  otras  ciudades  con  que 
toparon,  no  cedían  a  las  de  Moctezuma  en  esplendor  y  riqueza"  (2). 

Los  reinos  de  Guatemala,  Atitlán  y  el  Quiche  eran  independientes  de 
México,  y  no  había  de  allá  para  acá  ningún  camino,  sino  veredas  cerradas 
muchas  veces.  Lo  que  hoy  es  Guatemala  y  el  Norte  de  Honduras  se  encon- 
traban en  poder  de  los  mames  en  el  Noroeste,  y  los  pocomanes  en  el  Sudoeste, 
los  quichés  en  el  interior  y  los  cakchiqueles  en  el  Sur. 

Los  pipiles  de  El  Salvador  fueron  en  su  origen  una  tribu  que  Ahuizotl, 
rey  de  México,  mandó  a  título  de  comerciantes,  a  Guatemala,  bajo  el  mando 
de  cuatro  capitanes  y  un  general.  Estos  trajeron  instrucciones  de  establecer 
en  el  país  aquella  gente  de  baja  ralea,  con  el  fin  de  tener  auxiliares  para  pre- 
parar la  conquista  de  las  tierras  del  istmo.  Murió  sin  embargo  Ahuizotl,  y  los 
pipiles,  que  se  llamaron  así  porque  hablaban  muy  mal  la  lengua  azteca,  como 
si  fueran  niños,  pues  esto  quiere  decir  ese  mal  nombre,  se  esparcieron  por  Son- 
sonate  y  El  Salvador.  Después  se  atrajeron  la  malquerencia  de  quichés  y  cak- 
chiqueles, hasta  el  extremo  de  que  oprimidos  por  ellos,  estuvieron  a  punto  de 
desaparecer.  El  principal  de  los  señores  de  los  pipiles,  llamado  Cuaucmichín, 
sacrificó  a  los  más  notables  de  aquella  comunidad,  que  acabaron  por  matar  al 
cacique,  y  mucho  después  fueron  gobernados  por  Tutecotzemit,  hombre  de 
buen  corazón  y  de  sentimientos  humanos,  que  logró  ser  proclamado  rey  de 
los  pipiles.  En  posteriores  tiempos  los  cakchiqueles  los  vencieron,  obligán- 
dolos a  tener  en  lo  sucesivo  alianza  con  ellos  (2). 

La  leyenda  refiere  que  del  lago  Huixa  brotó  un  anciano  venerable,  cu- 
bierto por  un  manto  azul,  con  gran  mitra  en^  cabeza,  y  que  este  viejo  mis- 
terioso fué  seguido  por  una  joven  de  sin  igual  hermosura,  vestida  de  blanca 
túnica,  hasta  llegar  a  la  cima  de  un  volcán,  desde  donde, — bajo  la  dirección 


(1)  En  1.514  hu»)o  terribles  jnierras  y  hamhre.  pifdicclonos siniestras:  la  piedra  nejrra  del  templo  de 
Cahbaha  i-esult/)  hecha  pedazos.  En  1520  apareció  el  cólera  morbus  y  la  viruela. 

(2)  Bernal  Díaz  del  Castillo.  Cap.  172.-E1  año  182).  al  hacerse  la  Independencia,  había   solamente 
seiscientos  mil  indios  en  el  reino  de  Guatemala.  Informe  del  R.  Consulado. 

(3)  Juarros.  Hlst.  De  Guat.  pápr.  224. 


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de  aquel  caudillo — construyeron  los  pipiles  un  templo  grandioso,  que  recibió 
el  nombre  de  Mictlán,  a  cuyo  derredor  pronto  hubo  de  formarse  un  g^ran 
pueblo,  cjue  fue  rej^ido  por  el  mismo  mistcrit)sc)  personaje  f|uo  lo  hizo  pros- 
perar (i). 

Se  parece  esta  conseja  a  la  de  la  famosa  Comizahual,  que  erigió  templos 
en  Honduras,  civilizó  el  pais  y  tuvo  tres  hijos,  sin  haber  ella  conocido  varón. 
Virgen,  concibió  por  obra  de  los  dioses.  ¡Quién  dijera  que  el  manto  azul  y  la 
túnica  blanca  llevaban  colores  que  después  de  siglos  tendría  nuestra  bandera ! 

Ese  pueblo  de  los  pipiles  hallábase  bastante  civilizado,  mientras  que  los 
chontales  de  Nicaragua  y  alg^mas  tribus  de  Honduras  eran  salvajes,  y  no  les 
iban  en  zaga  los  talamancas,  guaimies,  chorotegas,  viceitas,  tiribíes,  borucas 
y  otras  que  ocupaban  Costa-Rica,  y  de  las  cuales  quedan  restos.  Nicaragua 
estaba  dividida  en  provincias,  habitadas  por  naciones  distintas  por  los  idiomas, 
siendo  de  notar  que  una  de  ellas  hablaba  el  azteca,  como  ya  lo  hemos  dicho 
anteriormente. 

A  los  valientes  quichés,  que  supieron  resistir  hasta  la  muerte  el  empuje 
de  los  invasores  españoles,  no  bastaron  ni  sus  numerosísimos  ejércitos,  que 
ascendain,  según  dicen,  a  treinta  y  dos  mil  infantes,  ni  sus  ardides  y  celadas, 
ni  su  bélico  ardor,  al  ver  muerto  a  su  rey  en  el  campo  de  batalla,  ni  el  recuerdo 
glorioso  de  las  hazañas  de  sus  progenitores.  En  vano  Quicab  Tanub  implor«'> 
auxilio  del  iH)deroso  Sinacam,  rey  de  Cuahutemalán,  í|uien  prefirió  declararse 
amigo  de  los  teules  (españoles).  El  presuntuoso  monarca  tzutugil  contestó 
al  requerimiento  del  quiche :  "que  él  solo  y  sin  ayuda,  se  daría  traza  de  defen- 
der sus  dominios  de  mcnbs  hambrientos  y  más  numerosos  ejércitos  que  acpiel 
de  los  extranjeros,  que  marchaba  contra  Utatlán." 

El  abate  Hrasscur  de  Bourbourg,  en  su  obra  que  lleva  por  titulo  "Histoire 
des  Nations  civilisées  du  Méxique  et  de  1'  Amérique  Céntrale,"  describe  de  ta- 
lladamente la  cultura  que  tenían  los  imperios  de  México  y  de  Centro-Amé- 
rica en  vísperas  de  la  conquista  española.  Hubo  tribus  traidoras  a  su  raza, 
hubo  tal  fanatismo  y  superstición,  que  hace  dudar  si  Motecuhzoma  tenía 
perdido  el  juicio.  La  conducta  de  Sinacam,  al  entregar  el  reino  cakchiqucl  al 
invasor,  por  tal  de  destruir  a  los  tzutugiles,  fiándose  en  las  promesas  de  Alva- 
rado,  es  una  prueba  más  en  la  historia  de  la  humanidad,  de  que  la  traición  a 
su  sangre,  a  sus  tradiciones  jW  sus  creencias,  constituye  una  apoetasía  cri- 
minal, un  descastamiento  funesto  que  engendró  sólo  delitos,  y  que  condujo  a 
la  servidumbre  y  a  la  muerte  a  pueblos  enteros. 

Al  través  de  los  tiempos,  y  después  de  la  destrucción  terrible  que  produjo 
el  choque  de  la  indiana  cultura  con  la  avanzada  civilización  europea,  al  fragor 


(1)  La  ^poca  que  los  sucosos  parecen  asimiar  a  esta  leyenda  coincide  con  el  perírKlo  de  la  írrande 
emifrración  tolteca  y  la  fundación  de  los  diversos  reinos  «iiatemaltecos  que  fueron  su  consecuencia.— Bras- 
seur.  Hlst.  tomo  TI.  nác.  81. 


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de  la  conquista,  aún  quedan  vestigios  de  aquellas  ciudades  en  el  Nuevo  Mun- 
do. Valió  más  el  oro  que  se  recogía  que  el  geroglífico  que  se  arrojaba  al 
|,fuego.  Las  tradiciones,  los  templos,  los  ídolos,  los  palacios,  eran  vistos  como 
diabólicos  emblemas.  Las  admirables  leyendas,  tuviéronse  por  historias  de 
brujos  y  endemoniados,  mientras  que  los  avarícos  y  areitos  eran,  para  la  raza 
conquistadora,  cantos  insulsos  de  un  pueblo  agonizante. 

El  oro  fué  causa  de  muchos  crímenes  no  sólo  contra  los  indios,  sino  entre 
los  mismos  conquistadores ;  el  fanatismo  fué  origen  de  atrocidades  sin  cuento 
ni  medida.  Los  españoles  acompañaron  muchas  veces  sus  brillantes  proezas 
con  actos  tales  de  crueldad  y  de  perfidia,  que  la  moral  no  puede  disculpar. 
11=  La  mentira,  el  perjurio,  los  suplicios,  la  ferocidad,  la  organización  de  la  guerra 
civil  e^tre  los  desgraciados  a  quienes  se  querían  someter,  tales  fueron,  dice 
Depons,  las  armas  que  emplearon ;  pero  estos  medios,  sacaban  su  eficacia  del 
valor,  de  la  intrepidez  y  de  la  constancia  de  los  conquistadores ;  y  por  eso  es 
que,  si  la  invasión  del  Nuevo  Mundo  hubiese  estado  fundada  en  derechos  legí- 
timos, si  los  horrores  de  una  cruzada  emprendida  sin  razón  y  sin  justicia 
contra  pueblos  pacíficos,  no  ofendiesen  el  sentido  recto,  si  el  yugo  impuesto 
a  hombres  libres,  independientes,  cuya  ambición  y  cuyo  poder  no  podían  ins- 
pirar ningún  temor,  no  fuese  un  ultraje  inferido  a  la  humanidad,  si  la  saña 
atroz  no  hubiera  teñido  de  sangre  las  caudalosas  aguas  de  los  indianos  ríos ; 
los  conquistadores  de  América  merecerían  ser  colocados  en  el  rango  de  los 
semi-dioses,  con  más  justo  título  que  los  héroes  de  la  antigüedad,  y  sin  que 
fuese  menester  que  la  fábula  exajerase  los  hechos  y  las  virtudes  (i). 

En  los  sucesos  históricos  que  han  cambiado  los*rumbos  de  la  humanidad 
y  servido  de  pedestal  para  ascender  en  la  escala  del  progreso,  hay  que  ver  los 
resultados  y  considerar  los  designios  providenciales.  En  el  choque  de  la 
civilización  indiana  con  la  greco-latina,  hubo  en  este  continente,  donde  todo 
es  grande,  el  más  estupendo  cataclismo  que  han  presenciado  las  edades.  Sin 
embargo,  salváronse,  al  decir  del  historiador  Chavero,  las  razas  protegidas 
por  los  muros  inexpugnables  de  las  montañas,  después  bajo  el  hábito  de  amor 
y  caridad  del  misionero,  más  tarde  al  amparo  de  las  leyes  protectoras  de  los 
monarcas  de  España ;  y  con  las  razas,  salváronse  el  tipo  y  la  lengua,  esas  dos 
cifras  preciosas  en  la  ciencia  de  la  humanidad.  Los  frailes  consultaron  las 
tradicionqp,  aprendieron  las  cantares  y  las  IRngas,  se  dieron  razón  de  las 
viejas  costumbres,  y  mucho  trasladaron  a  crónicas,  que  en  su  mayor  parte  no 
han  visto  la  luz  hasta  hace  pocos  años.  Se  salvó  nuestra  historia  antigua, 
cuyos  hechos  y  rasgos  característicos  quedan  reseñados  en  los  capítulos  que 
preceden,  y  que  en  resumen  presentan  la  vida  y  el  movimiento  de  aquellos 


(1)    Deixins.  Voyagre  a  la  térre  ferme.  chap.  1.  Es  oportuno  recordar  tiup  la  conquista,  sobre  todo  de 
infieles,  era  vista  como  meritoria. 


—  456  — 

hombres  de  cultura  original,  como  eran  los  quichés ;  de  indómito  orgullo,  cual 
se  mostraron  los  cakchiqueles ;  de  costumbres  raras,  según  pinta  la  histtiria 
a  los  tzutugiles  ;  y  de  antiquísima  prosapia,  como  los  mames.  Si  la  civilización 
de  sus  progenitores  perdió  mucho  de  su  brillo,  quedaban  los  gérmenes  en 
campo  fecundo  y  exuberante ;  quedaban  la  fe  y  la  esperanza.  Pero  hubo  de 
sonar  la  hora  nefasta  de  la  desolación  y  de  lar  uina,  como  repercute  en  el  cora- 
zón del  moribundo  el  postrer  extertor  de  la  existencia.  Las  razas  indígenas  de 
América  sucumbieron  al  rudo  empuje  de  otra  raza  venida  de  allende  el  mar. 
Apareció  el  hombre  pálido  en  el  grandioso  templo  de  Tohil,  y  cual  sacrificador 
de  todo  un  continente,  extinguió  con  su  aliento  de  muerte  las  sagradas  lumi- 
narias; los  ídolos  cayeron  de  sus  altares,  y  para  siempre  huyó  el  Suiho  Sa- 
cerdote, revestido  de  amarillo  luto,  llevándose  la  feiblia  de  sus  recuexdos,  el 
Popol-Vuh  de  su  creencias.  Kabracán  hundió  la  Atlántída,  al  titilar  la  es- 
trella matutina ;  el  hombre  pálido  destruyó  en  el  Nuevo  Mundo  los  pueblos 
aborígenes.     La  profecía  de  la  Conquista  se  realizó  en  América. 


E  R  RMT7Í  S 


Líneas 


5 
20 
29 
42 
14 


32 
33 
34 

35 


25 
33 
35 

5 
29 
19 
38 
34 

3 

31 

29 
SO 
38 
15 
27 
22 
10 
27 


DICE 


extienden  

cálicos 

señoría 

Giiatmalcasis 

Belgrado 

POR  ESTAR  TROCADAS- 
LAS  LINEAS 


innuaraeriables 

El  Isagoge  Histórico. 

En  indio 

se  verdad 

luchuza 

las  razas 

que  cabo 

la 


Sociedad  Económica  del 

Amigo  del  País 

las 

El  Isagoge  Histórico.... 
mas 


con  

distinguen 

calcario  construis. 

abraham 

español 

las 


LÉASE 


extiende 

cálidos 

señorío 

Guatemalensis 
Belgrano  


para  disponerse  y  aparejarse  de  suer- 
te que  se  hallase  todo  concertado  y 
dispuesto  a  recibir  la  visita  del  hu- 
mano espíritu,  como  la  desposada  o 
prometida  para  boda  próxima,  que 
se  viste  sus  mejores  galas,  a  fin  de 
solemnizar  el  día  más  feliz  y  decisivo 
de  su  vida,  en  que  el  amante  la  lleve 
consigo  al  hogar  nuevo,  en  cu^'os 
santuarios  hallará  el  amor  con  todas 
sus  delicias  y  aguardará  prole  aper- 
cibida no  solo  a  perpetuar  su  exis- 
tencia y  su  nombre,  sino  recordarle 
siempre  las  dulces  horas  de  tranqui- 
lidad y  ventura 

innumerables 

La  Isagoge  Histórica 

El  indio 

sea  verdad 

lechuza  

las  zarzas  


que  al  cabo 
lo  


Sociedad   Económica  de  Amigos  del 

País  ^. 

los W. 

La  Is^oge  Histórica 

mal 


son 

distingue 

calcáreo  construir. 

Abraham 

española 

los