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LA ARQUEOLOGÍA
DE ESPAÑA
LA
ARQUEOLOGÍA
DE
ESPAÑA
POR EL.
DOCTOR D. EMILIO HÜBNER
Comendador de número
de las Reales y distinguidas órdenes españolas de Carlos III y de Isabel la Católica;
Comendador de la portuguesa de Santiago;
Académico honorario de la Real de la Historia de Madrid;
Individuo de la Academia Real de Ciencias de Lisboa, de las de Barcelona y Sevilla;
Socio de la geográfica de Lisboa, de la Asociación de escritores portugueses
y de la Arqueología Luliana de Palma de Mallorca.
«Sic vos uon vobis»
Virgilio.
BARCELONA
TIPO-LITOGRAFÍA DE LOS SUCESORES DE RAMÍREZ Y C.<
PASAJE DE ESCUDILLERS, NÚMERO 4
1888
1
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BIBLARTEL"
-7/\
Üa \f-l.j'M;
PREFACIO
Hispane, non Germane, memoratis loqui me.
Ennio.
Cuando el Excmo. Ayuntamiento Constitucional
de Barcelona, en cumplimiento del legado de D. Fran-
cisco Martorell y Peña, abrió el concurso para premiar
la mejor obra original sobre arqueología española,
admitiendo también las de autores extranjeros, ocu-
rrióse desde luego al que lo es de la Memoria que lleva
por lema Sic vos non vobis, la observación de que todo
libro de esta clase, compuesto por quien no fuese espa-
ñol, debía tener necesariamente cierto carácter dife-
rente del que lo fuera por escritores nacionales.
Para redactar cualquier monografía arqueológica
que verse sobre determinado asunto nacional, se nece-
sita una residencia, algo prolongada, en el país.
El estudio de los monumentos, sobre todo si son
arquitectónicos, de los que hay que levantar planos y
sacar dibujos, no se puede efectuar en el extranjero.
VI PBBFACIO
La familiaridad con los pormenores locales de cada
uno de los que se conservan de la antigüedad, no se
puede adquirir sino á fuerza de largas y repetidas
tareas favorecidas por el Genius loci.
Por otra parte, el que escribe estas líneas, desde
hace mucho tiempo había observado que los concursos
abiertos por la Real Academia de la Historia de Ma-
drid, y por otras corporaciones, respecto á la anti-
güedad clásica, no siempre habían tenido aquel éxito
que se les había augurado; á pesar de los grandes
adelantos que España, también en esta clase de estu-
dios, ha hecho en los últimos decenios, y continúa
haciendo. Se han quejado, y con razón, sobre la falta
de aplicación á este género de investigaciones, los
señores Académicos de la de la Historia, Eossell y Oli-
ver, buscando la causa de ello en el interés prepo-
tente que á los jóvenes de talento y de ambición, ofre-
ce la política, y en verdad que no deja de ser cierto
semejante motivo. Pero también es de suponer que la
falta de instrucción preparatoria para disquisiciones
críticas é históricas, la carencia de conocimientos pro-
fundos del latín, siendo en extremo raros los del grie-
go, y de los diversos ramos de la anticuada, como la
historia de las naciones y del arte del mundo antiguo,
así como de su mitología, unido todo ello á la natural
inexperiencia en el manejo indispensable de los auto-
res clásicos y textos epigráficos, sean las causas prin-
cipales, que determinen el que en libros aun muy
recientes, escritos á veces por autores de alguna repu-
PREFACIO VII
tación literaria, se descubran tantos y tan graves
defectos, que ni la retórica más brillante, ni el patrio-
tismo, digno por sí solo de encomio, pero muchas
veces exagerado, pueden lograr el ocultarlos. Falta,
efectivamente, una obra breve y cómoda, inteligible
aun para los que no han alcanzado una esmerada ins-
trucción en las lenguas clásicas y en la historia an-
tigua, que ofrezca al lector un resumen completo de
lo que, en España y en otros países, se ha adelantado
respecto á los diferentes ramos de la arqueología. La
necesidad urgente de un trabajo de esta índole, ha
sido ya sentida desde hace mucho tiempo entre los
que á este género de estudio se dedican en la penín-
sula.
Con un acierto nada común para su época, D. Mi-
guel Cortés y López, cuando publicó su tan cono-
cido «Diccionario geográfico-histórico de la España
antigua» (Madrid, 3 vol., 1835 y 1836, 4.°), se pro-
puso á la vez dar á la estampa, como lo expone en
su prólogo general, una colección de todos los autores
antiguos más importantes, que trataron de la geogra-
fía de la península. No puede negarse el mérito que
ha tenido por haber hecho, con los recursos con
que contaba, una obra digna de alabanza, y que ha
servido, y sirve aún de provecho á muchos anticuarios
y aficionados, que no tienen medios para procurarse
otros conocimientos respecto de aquellos diversos
autores. Sin embargo, dicha colección no es cier-
tamente completa porque no entraba en el plan del
VIII PREFACIO
que la publicó recopilar también los datos geográ-
ficos, que debemos á los historiadores antiguos y por-
que los textos que reimprime tampoco corresponden
á las exigencias de la crítica moderna, no habiendo
acertado en las introducciones y noticias, que, con
laudable diligencia, ha añadido, á fijar el mérito rela-
tivo de cada uno de aquellos. Los. textos mismos de
los geógrafos, de los historiadores, de las inscripcio-
nes, y de las monedas, no se pueden reproducir com-
pletos con versiones al castellano, sino en una serie
de volúmenes, como para el país vecino los ha publi-
cado la Sociedad de Anticuarios de Francia; pero sí
puede darse una nueva exposición, tan completa á la
vez que tan breve como sea posible, de toda clase de
fuentes, escritas y no escritas, tanto existentes como
perdidas, de donde derivamos nuestros conocimientos
respecto á la España antigua. La obra de Cortés trata
sólo de los autores clásicos, por más que, como se ha
dicho, no comprenda todos los necesarios, y sin em-
bargo, nada análogo existe respecto á las inscripcio-
nes, á las monedas y á los monumentos del arte anti-
guo. Verdad es, que principalmente en lo relativo á
las dos últimas clases de testimonios de la antigüedad,
hay publicadas obras importantes, que casi pueden
decirse clásicas, á j:>esar de sus defectos; me refiero á
las de Delgado y de Ceán-Bermúdez. Pero estos
trabajos, publicados en libros costosos y difíciles de
adquirir para los anticuarios locales, que sólo cuentan
con recursos limitados, no pueden prestarles el ser-
PREFACIO IX
vicio que fuera necesario. Además al libro de Ceán,
como al de Cortés, faltan noticias sobre Portugal,
cuyas antigüedades no pueden separarse de las de
España. El Manual de arqueología artística, cuya
redacción ha sido encomendada desde 1877 al insigne
académico de Madrid Sr. D. Pedro de Madrazo, ha
de ser una obra de índole muy diferente.
Acudiendo, pues, en cuanto sus limitadas fuerzas
alcancen á satisfacer necesidad tan urgente, el autor
de esta obra se lisonjea de hacer un servicio no esté-
ril á un país que quiere y admira, satisfaciendo á la
vez las intenciones del benemérito fundador del pre-
mio que ha provocado este trabajo. Nadie puede exi-
gir de los anticuarios españoles, que conozcan los
numerosos trabajos de los sabios italianos, franceses,
alemanes é ingleses, sobre la multitud de fuentes y
autores antiguos, relativos á España, y sobre las ins-
cripciones, monedas y monumentos del arte en los
tiempos remotos de dicho país. Sin embargo, el movi-
miento literario en estos ramos de la ciencia, que
parece casi del todo desconocido en la península, ha
originado una alteración tan completa en la manera
de ver y juzgar las cuestiones arqueológicas, que los
trabajos de los anticuarios nacionales, en gran parte,
tienen el carácter de atrasados. Los temas sobre los
que aun pueden escribirse monografías referentes á
los sucesos y monumentos antiguos de la península son
casi innumerables y para ayudar á los futuros autores
de ellas es para lo que se ha escrito esta Memoria.
PREFACIO
El autor la ha redactado en castellano por más que
no ignore cuánto le falta aún para tener la seguri-
dad de escribir correctamente en dicho idioma. Pero
una severa revisión del texto realizada con la abne-
gación y el tino propios de su antigua amistad y
de su erudición vastísima, por el docto jurisconsulto
y epigrafista malagueño, doctor Manuel Rodríguez
de Ber langa, sino logra dotar de galanura el estilo
como lo deseara, al menos le habrá quitado cuantas
asperezas pudieran mortificar los delicados oídos de
los que han nacido donde escribieron Cervantes y
Quevedo.
LOS GEÓGRAFOS
§ 1. Las más antiguas noticias de la región situada
en el límite occidental de la Europa están comprendi-
das en las leyendas míticas del Titán Atlas, hijo de
Jápeto, quien se supuso que sostenía las columnas del
cielo, fábulas que eran ya conocidas del poeta de la Odi-
sea (I v. B2, II v. 81), y la de Geryóneus, vencido por
el Hércules tirio, referida por primera vez en la teogonia
de Hesiodo (v. 287). El lugar de la residencia de aquél
era sin duda Cádiz, el arx Gerontis 'de Avieno (v. 304), en
la desembocadura del río Tartessus, cuya personificación
es el mismo Geryóneus con sus tres cabezas. Este río y
la región en que estaba, fué el Tarchich del libro de los
Eeyes (I 10, 22= Chronic. II 9, 21). Los dos mitos, tam-
bién conocidos de los antiguos poetas épicos de la Jonia,
que han compuesto Heracleas, como Pisandro, Pania-
sis, y Ferecídes, lo mismo que de Stesícoro, el lírico de
Sicilia, fueron repetidos y aumentados con varias par-
ticularidades, sin que de ellos aprendamos algo de impor-
tancia sobre aquellas comarcas, tan lejanas del centro de
la civilización europea en siglos tan remotos, como lo era el
2 LOS GEÓGRAFOS
nuevo del viejo mundo en el quince y diez y seis. Hasta el
sexto antes de J.-C. no parece que se haya tenido otro
conocimiento más concreto y determinado de la península
ibérica; y como por otra parte estos mitos contienen las
más antiguas indicaciones topográficas, aunque vagas é
inciertas, merecen el primer puesto entre los datos geo-
gráficos sobre la España de aquellas edades.
Sobre los mitos de Atlas y de Geryóneus habrán de consultarse
los tratados de mitología griega, y la historia de la poesía épica
más antigua también griega. Además de la Odisea, y de la inmensa
literatura relativa á Homero y sus poesías, deberán consultarse los
Epicorum Grcecorum fragmenta de God. Kinkel (vol. I, Leipzig
1877, 8.), como sobre Stesícoro la colección de Teodoro Bergk,
Poeta lyrici Grozci (Parte III, ed. tercera, Leipzig, 1867, 8.).
ei antiguo § 2. El documento auténtico más antiguo sobre la
peñpio. geografía del Occidente y del Norte de Europa era un
periplo griego de autor desconocido, tal vez hijo de la
colonia griega Masalia (Marsella), escrito, según parece,
en el siglo vi, entre el 530 y el 500 antes de J.-C, y fun-
dadoen gran parte sobre informaciones de origen fenicio.
El autor de este periplo daba noticias preciosas sobre los
habitantes primitivos de la península y sobre las más
antiguas colonias fenicias, pero ignoraba del todo„la exis-
tencia de los Celtas y de las colonias de los Cartagineses
en las costas del mar mediterráneo.
La existencia de este documento importantísimo es sólo
debida al poema latino de Ruño Festo Avien o, procónsul
de África bajo Valentiniano, (366 de J.-C), formando
dicho periplo el fundamento del primer libro, que es el
único que se conserva, de su Ora marítima.
Del poema de Avieno tenemos ya una edición crítica y asequi-
ble, que es la de Alfredo Holder (Innsbruck 1887, 8). Se encuentra
además en los Poetce Latini minores de J. Chr. "Wernsdorf (Vol. V.
AVIENO ó
Parte I, Helmstadt 1788, 8.), y en la edición bipontina de Pomponio
Mela (Argentorati, 1809, 8., p. 137 y ss.)
Sobre los «periplos ibéricos», esto es, sobre las navegaciones de
pueblos extranjeros en las aguas de la península, comenzando desde
las más antiguas míticas, de fenicios y otros, y de las relaciones
sobre ellas conservadas en autores griegos y latinos, trata con
suma erudición y crítica atinada, rechazando falsas suposiciones y
estableciendo sobre sólidos fundamentos lo que se puede saber, el
discurso del entonces presbítero y luego dignísimo obispo de Pam-
plona, el Excmo. é limo. Sr. D. José Oliver y Hurtado, leído
ante la Real Academia de la Historia, en su recepción pública, en
1863 (Madrid 1863, 8.). Digna es también de leerse, por el espíritu
franco que la caracteriza, la contestación á este discurso, del aca-
démico de número D. Carlos Ramón Fort, publicada como de
costumbre á continuación de la disertación mencionada.
Es á Carlos Müllenboff, el insigne ilustrador de las antigüe-
dades germanas, ya difunto, á quien corresponde el mérito de haber
sido el primero que en su obra, sobre la arqueología de la Germania
(Deutsche Alterthumskunde , vol. I, Berlín 1870, p. 73 y ss.) puso en
claro y dio á conocer la antigua fuente de donde proviene lo que
sabemos sobre el norte y oeste de Europa, y de la que se había servi-
do Avieno. Verdad es que otros sabios después han emitido opiniones
algo diferentes sobre esta difícil cuestión, como C. Müller en Got-
tingen, C. Christ en Munich, A. de Gutschmid en Tübingen,
y G. F. Unger en Erlangen, pero en lo principal no cabe duda que
las noticias sobre España contenidas en la Ora marítima de Avieno
se apoyan en indicaciones de los navegantes antiguos fenicios y
griegos. Parece que Piteas (§8) las recogió primero y que luego
fueron transmitidas á los escritores posteriores que de aquél las
tomaron.
En España el tratado más completo, lleno de extenso saber y de
aguda crítica, sobre lo que se puede conocer respecto alosmas anti-
guos pobladores de la península, lo ha publicado el Dr. Ber-
langa en su Hispania¡ anteromance syntagma (Málaga 1881, 8., p. 82
y ss.), obra desgraciadamente no sacada á la venta, sino sólo rega-
lada á los amigos del autor, y por ello poco conocida.
El origen y progreso de los estudios geográficos en general
entre los Griegos ha sido expuesto detalladamente en una obra
reciente, que es la de H. Berger, Goschichte der wiffenschaftli-
chen Erdkunde der Griechen, vol I, Leipzig 1887, 8.
4 LOS GEÓGRAFOS
Uecateo § 3. En el mismo siglo vi antes de J.-C. vivió He ca-
teo, el célebre historiador y geógrafo de Mileto (del 548
al 47(> a. J.-C). En sus largos viajes, hechos antes de la in-
surrección de los Jonios (500-494 a. C), había visitado las
costas del mar mediterráneo hasta las columnas de Hércu-
les. Escasos restos son los que aun quedan de las noticias
que había dado de este viaje en el primer libro de su
IlepíoSoc "¡fije, reduciéndose tínicamente á los nombres de
algunas poblaciones que se han conservado casi exclusi-
vamente en el lexicón geográfico de Stefano de Bizanzio,
y, á pesar de su brevedad, prueban que el viajero griego
había recogido gran variedad de datos, muy detallados y
curiosos, sobre los habitantes de las costas de la penín-
sula. Pero tampoco se descubre entre ellos rastro ni vesti-
gio alguno que se refieran á la invasión céltica, ni á las
colonias cartaginesas.
Los fragmentos de Hecateo se leen en los Fragmenta historico-
rum Grcecorum, de Carlos Müller (vol. I, París, Didot, 1841, p. IX
y a»., y 7 y
iiimücon § 4. A principios del siglo v anterior á nuestra Era,
el príncipe cartaginés Himílcon, hermano menor de
Hanón, hijo de Hamílcar, jefe de la expedición de los Car-
tagineses á las costas de África, emprendió, con el objeto
de conquistar y de colonizar algunos lugares, una nave-
gación alrededor de la península ibérica, con dirección á
Oeste y Norte , siguiendo las playas de Europa hasta las
islas Casitéridas, antiguo emporio del estaño. Este metal,
indispensable para la fabricación del bronce, provenía
entonces sólo de las Islas Británicas (Albión), que hasta hoy
son una de las regiones que lo producen con más abundan-
cia. Pudo haber existido tal vez alguna relación de este
viaje de Himílcon . romo del de Hanón existía la ins-
HECATEO — HERODORO 5
cripción votiva, puesta en uno de los templos de Cartago;
pero la dominación cartaginesa en la península, excepto las
monedas acuñadas en ella por los Barquidas, de las que se
hablará más adelante, y de lo que se refiere á las guerras
con los Romanos, no ha dejado ni monumentos literarios,
ni otros restos de importancia, fuera de las poblaciones
que fundó, de las que sólo quedan los nombres.
Algunas noticias provenientes de la relación de Himílcon han
conservado varios escritores griegos, como Eforo y Timéo, y los
latinos, como Salustio y Plinio, además de Avieno en su poema
antes mencionado; y sohre Hanón puede verse el trabajo de Carlos
Müller, en el primer volumen de los Geographi Grceci minoTes
(París 1855, Didot, p. XVIII y ss.). El texto griego de dicho viaje
(Müller, p. 1 y ss.) fué traducido al castellano por Pedro Rodríguez
Campomanes (Madrid 1756, 4.).
§ 5. El célebre historiador de Halicarnaso, Herodoto Herodoto
(del 484 al 427 a. J.-C), en sus viajes al Oeste, á Italia y
tal vez á Sicilia, no llegó hasta la península. Lo poco que
refiere sobre ésta, como sobre la expedición de los Samios
y Phoceos á la región de los Tartesios y su visita ai rey
Argantonio (I 163, IV 152), sobre las fuentes del Istro
(II 33, cf. IV 47), y sobre las columnas de Hércules (IV 8),
lo tomó de Hecateo, porque es verosímil que todo esto lo
tuviese ya escrito antes que emprendiera su viaje á Italia.
Los mejores textos de Herodoto son los de la edición de Sch-
weighaeuser (12 vol., Strasburgo, 1816, 8.) y de Dindorf
(París, Didot, 1844, 8.), ambos con la versión latina; además del de
la de Abicht con las anotaciones en alemán (5 vol., Leipzig 1877
hasta 1885, 8.), y el de la de Stein (5 vol., Berlín 1877 á
1885, 8.).
§ 6. Herodorode Heraclea, contemporáneo aunque Herodoro
algo más moderno que Herodoto, escribió en diez libros
6 LOS GEÓGRAFOS
á lo menos la historia de los hechos de Hércules. Parece
que lo que dejó dicho en su décimo sobre las naciones que
habitaban la península, no contenía mucho más que lo.
que Hecateo había referido.
El único fragmento de Herodoro que* se refiere á la España,
conservado por Stéfano de Bizanzio (p. 328, 10-17), se lee en los
Fragmenta historicorvm Grcecorum de Carlos Müller (vol II, p. 33).
¡:„rt,mou § 7. En la época de Pericles (del 436 al 424 a. J.-C.) el
ateniense Euctómon, que en compañía de Metón redactó
el célebre calendario conocido bajo el nombre de Ciclo
metónico, escribió, tal vez inducido por su gran compa-
triota, un periplo, á lo que parece, del mar interno. En el
poema de Avieno (v. 336 y ss.) es donde se ha conservado
la única noticia que se tiene de esta obra importante, en la
que sin duda.se reasumió cuanto por entonces se sabía
sobre las más remotas regiones occidentales.
Sobre Euctémon véase la obra de Müllenhoff arriba citada
(p. 203 ss.); antes de la cual nadie había observado la importancia
histórica de tales datos.
Piteas § 8. Los Fenicios habían llegado ya navegando hasta las
Islas Británicas en busca del estaño por los siglos octavo y
séptimo antes de J.-C. Desde el quinto los Griegos de Masa-
lia (Marsella), civilizadores del país celta, se apoderaron
de este importante negocio; pero no tanto el deseo de visi-
tar los lugares de donde los Fenicios exportaban el estaño
y el ámbar, sino más bien el interés científico de averi-
guar la situación del polo ártico y la inclinación de nues-
tro globo, provocaron los viajes del célebre marsellés
Piteas, el Cristóbal Colón de la antigüedad, discípulo
quizás de Eudoxo el astrónomo. Parece que realizó sus
expediciones próximamente del 340 al 330 antes de J.-C. y
PITEAS
que publicó una obra «sobre el Océano» hacia el 325. Aris-
tóteles, en su Meteorología, redactada del 328 al 326 antes
de J.-C. , aun no conocía este libro, siendo el primero que lo
cita Dicearco, discípulo de Aristóteles; si bien no dio
mucha fe á lo que dicho Piteas había escrito, habiendo
sido el que comenzó á desacreditar al gran viajero. Así se
explica en parte el juicio en extremo desfavorable que
sobre el mismo formaron los escritores aun existentes,
Polibio y Estrabón, pero que, como lo han demostrado las
investigaciones más recientes, carece de fundamento.
Piteas, cuyo descubrimiento del Noroeste de Europa casi
coincide con las expediciones de Alejandro el Grande en
Asia, visitó á Cádiz y dio la primera explicación de la
marea y de su relación con la luna; pasó después el «pro-
montorio sagrado», quizá más al Norte que el cabo de San
Vicente, siguiendo por las costas septentrionales de la pe-
nínsula, en dirección del Oeste al Este, hasta. llegar á las de
Francia. Lo demás de sus viajes por el litoral del Norte
de Francia, arribando á las islas de la Germania, y después
á Inglaterra y á la última Thule, que es Escocia, no tiene
relación con las antigüedades de España. Sin embargo,
parece que traen origen, aunque indirecto, de su libro
muchos más datos que los pocos que sobre las costas de la
Iberia pueden referirse á este explorador. Porque fué el pri-
mero que dio la noticia del gran movimiento de los Celtas
hasta las costas del Mediterráneo, que se fija con mucha
verosimilitud á principios del cuarto siglo antes de núes-,
tra Era, sin que hasta Piteas ningún otro escritor griego
hubiese sabido cosa alguna de dicha invasión.
Debemos los datos que se dejan expuestos sobre Piteas á Mül-
lenhoff, en su obra antes citada (p. 211 ss., 313 ss., 364 ss.).
§ 9. Gran parte de los conocimientos geográficos de Emtóstene»
entonces aunque escasos sobre la península, de los cuales
8 LOS GEÓGRAFOS
los astrónomos, como Eudoxo, se aprovecharon para sus
cálculos, y que los geógrafos como el docto filólogo Ale-
jandrino Eratóstenes, insertaron en sus libros, lo debieron
á Piteas. De la grande obra geográfica de Eratóstenes, la
primera universal que hasta su tiempo había existido,
tomaron los datos relativos á España, poco aumentados
por cierto, los demás historiadores y geógrafos griegos
de la época de Alejandro y de sus sucesores, como Eforo
del 400 al 330, y Timeo del 352 al 256 antes de J.-C.,
proviniendo también del mismo, en su mayor parte, los
conocimientos geográficos de Polibio el historiador, del
cual se hablará más adelante. La doctrina geográfica de
Eratóstenes se encuentra igualmente en el libro, falsa-
mente atribuido á Aristóteles «Sobre el mundo», que
el escritor retórico Apuleyo en el siglo n de nuestra Era
tradujo al latín en el suyo De mundo.
Sobre Eratóstenes debe leerse la monografía de H. Ber-
ger, Die geographischen Fragmente des Eratosthenes etc., Leip-
zig, 1880, 8; donde se encuentran las noticias relativas á la Iberia,
á la p. 363 y ss.
§ 10. Al comenzar el primer siglo anterior á J.-C,
vivía Artemidoro de Efeso, el geógrafo, de cuyos viajes
á Italia y al Occidente dio. detallada relación en los once
libros de su YswYpa'f ía, ó sea Yso>Ypaipoó[ieva, citados á menudo
por Estrabón, siendo la primera obra donde aparece reu-
nido concienzudamente lo más selecto de los libros que
había manejado de todos sus antecesores, abundando en
noticias cuidadosamente recopiladas sobre todas las condi-
ciones físicas y políticas de las tierras y pueblos del mundo
entonces conocido. Las medidas, que Artemidoro insertó
en su obra, sacándolas de los itinerarios, fueron de ella
tomadas á la vez por Plinio y por el que escribió en griego
POSIDONIO 9
el libro de geografía que existe bajo el falso nombre de
Agatemero, si bien para la de España no es aquella
de mucha importancia.
Los fragmentos de las obras de Artemidoro existen sólo en las
de Estrabón, Marciano de Heraclea y Stéfano de Bizanzio; una
colección de ellos ha becho E-. Stieble en el Phüologus, vol. XI,
1856, p. 193 ss. Marciano de Heraclea, el geógrafo del siglo II
de J.-C, ha compuesto un epítome de la obra de Artemidoro,
que ya no existe; la que tomaron por ella los editores más anti-
guos, es más bien, como ahora se sabe, el compendio hecho por el
mismo Marciano, del libro del geógrafo Menippo. Así lo ha demos-
trado Carlos Müller en los prolegómeno, á sus Geographi Grceci
minores, vol. I, p. CXXX y ss. El de Agatemero se encuentra
en la misma obra de Carlos Müller, vol. II, París 1861, p. XLI y
470 y ss.
§ 11. Después de Artemidoro , otro griego erudito vino Posidonio
viajando á España cerca del año 100 antes de J.-C, el
filósofo estoico Posidonio de Apamea, contemporáneo de
Cicerón, el cual se había propuesto continuar la historia
de Polibio; lo cual hizo en una obra colosal de cerca de
cincuenta libros. Además dejó otra escrita «sobre el
Océano», como Piteas. Se detuvo algún tiempo en Cádiz, y
entre los varios fragmentos que de sus libros se conservan,
la mayor parte de ellos por Estrabón y Diodoro, se encuen-
tra una descripción muy elegante de las minas ibéricas,
pues era escritor de suma perfección en el estilo, y un
observador muy concienzudo é inteligente.
Los fragmentos de su obra geográfica é histórica están incluí-
dos en la colección de Carlos Mü|ller, Fragmenta historicorum
Grozcorum, vol. III, París 1849, p. 245 y ss.
§ 12. Contemporáneo de ambos aunque algo más Asciepiades
joven que Artemidoro y que Posidonio era Asciepiades,
10 LOS GEÓGRAFOS
natural de Mírlea, en la Bitinia, escritor gramático de la
escuela de Pórgamo, el cual, sin embargo, llegó á estable-
cerse en España, entre los Turdetanos, creo que en Cádiz,
cerca de la época de Sertorio y Pompeyo, hacia el 72 antes
de J.-C; y allí escribió una «Periégesis de los pueblos de
la Turdetania».
También de esta obra Estrabón es el único que nos ba conser-
vado algunas noticias (p. 157 y 166).
Pompeyo Trogo § 13. Gneo Pompeyo Trogo, de ilustre origen cél-
(Justino) tico, cuyo padre había servido bajo las órdenes de Julio
César, escribía en la misma época que Diodoro y Livio,
habiendo compuesto, cuando imperaba Augusto, los cua-
renta y cuatro libros de sus «Historias filípicas», que así
había titulado su historia universal, al ejemplo del histo-
riador griego Teopompo. Pero el autor, también griego, á
quien parece haber copiado con bastante credulidad, fué
más bien Timágenes, que poco antes había compilado
una obra de esta clase muy erudita, sirviéndose de las de
Eforo, Teopompo, Timeo, Polibio, Posidonio y otros. La
original de Pompeyo Trogo al presente no existe; pose-
yéndose sólo el epítome hecho en el tercer siglo, por
Marco Juniano Justino; y conservándose además los
prólogos de los cuarenta y cuatro libros, esto es, un breve
resumen de su contenido. El último de los de Trogo con-
tenía, según su dicho prólogo, res Hispanice et Punicce, y
Justino nos da en cinco capítulos una breve geografía de la
España antigua, y al fin un compendio de su historia hasta
la victoria de Augusto sobre los Cántabros. La parte geo-
gráfica del epítome de Justino contiene datos originales y
bastante curiosos, mereciendo por ello la obra de Trogo un
puesto más bien entre las fuentes geográficas, que entre los
historiadores. Debemos á Trogo la única noticia que existe
ESTRABÓN 11
de la poesía popular de los Tartesios, la del rey Habis, hijo
espurio de la hija del rey G-argoris, el inventor del arte de
recoger la miel, de su juventud fabulosa y de su misión
civilizadora.
El mejor texto de Justino es el de F. Ruebl, M. Juniani Jus-
tini epitoma historiarum Philippicarum, con los prólogos publicados
por A. de Gutschmid, Leipzig 1886, 8.
§ 14. Estrabón, el insigne historiador y geógrafo, Estrabón
natural de Amaséa en el Ponto (del 66 ant. de J.-C. al 24
de J.-C), que vivía en Roma en la época de_Augusto, con-íít^ vür'-ÍS^
tinuó como antes Posidonio, la obra de Polibio en sus
«Memorias históricas » , que tenían más de cuarenta libros
y que ya no existen. Había también hecho viajes hasta la
Toscana y la isla de Cerdeña, pero no vino á España. Dejó
consignados sus conocimientos geográficos en los diez y
siete libros de su obra Tswypa'fixá felizmente conservada,
cuyo tercer libro está dedicado exclusivamente á la des-
cripción de la Iberia. A pesar de la falta de conocimientos
matemáticos y astronómicos, que se observa en la parte
general de su obra y que lo hicieron juzgar, siguiendo á
Polibio, muy mal sobre Piteas y el gran Eratóstenes, sus
libros, como compilación diligente de los autores más anti-
guos, que ya no existen, entre ellos Artemidoro y Posido-
nio, son una de las fuentes principalísimas y más preciosas
de nuestros conocimientos sobre la España antigua.
El texto de Estrabón más acreditado es el de G. Kramer
(3 vol., Berlín 1844-1852, 8); con la versión latina lo publicaron
Carlos Müller y F. Dübner (3 vol., París 1853-1858, Didot).
Sobre las fuentes de que se sirvió Estrabón en su descripción de la
Iberia, trata una disertación reciente de R. Zimmermann, quibus
auctoribus Strabo in libro III conscribendo usus sit, Halle 1883, 8.
12 LOS GEÓGRAFOS
varrón § 15. En la geografía de Estrabón, como en la de
algunos de sus predecesores y sucesores inmediatos en el
mismo género de literatura, que no mencionamos aquí por-
que no tienen relación con la España, se aprovecharon los
nuevos é interesantes datos geográficos, que debemos en
gran parte al gobierno romano en los días de Augusto, y
que forman un nuevo é importante repertorio de noticias
geográfico-históricas aun existentes. Antes del dicho empe-
rador ya algunos escritores romanos se habían dedicado al
estudio de la geografía, siguiendo principalmente la doctri-
na griega, como Varrón y Cornelio Nepos. De la obra
geográfica de este último apenas sabemos otra cosa más
sino que Plinio la cita entre las fuentes que utilizó, pero
para España no es de interés alguno. El más antiguo
y á la vez el más importante de los doctos romanos, cuyos
escritos contenían muchos detalles sobre la geografía de
España, era Marco Terencio Varrón, el de Reate, el
célebre polihístor de la época de Cicerón y de Augusto
(del 116 al 27 a. J.-C.) Entre sus muchas obras eruditas se
contaba la titulada De ora marítima, que parece fué
tomada por guía en una parte de sus respectivos libros
geográficos por Mela, por Plinio y por Avieno. También
parece que Varrón había hablado de geografía en otros
escritos, como en su grande obra sobre las antigüedades.
Pero cabalmente algunas de las noticias relativas á España
que se le atribuyen, pueden haber sido sacadas no de la
Ora marítima, sino de algún otro libro del mismo autor
cuyo título ignoramos.
Reunió los fragmentos geográficos de Varrón, comparándolos
con los datos suministrados por Mela y Plinio, G. (Ehmichen en
su disertación de M. Varrone et Isidoro Characeno C. Plinii in libris
geographicis auctoribus primariis inserta en las Acta societatis phi-
lologce Lipsiensis, editadas por F. Ritschl, tom. III, Leipzig
1873, 8, p. 399 ss.
AUGUSTO 13
§ 16. Es muy posible que ya cuando el dictador Gayo Augusto
Julio César emprendió, con la ayuda de doctos griegos, su
reforma del calendario romano, que después bajo su nom-
bre quedó en vigor hasta fines del siglo xvi, concibiese la
idea de medir todas las tierras sometidas á su mando.
Pero de estos trabajos solamente existe una memoria muy
incierta en cierto compendio geográfico del sexto siglo de
nuestra Era, de muy poca autoridad. Sin embargo, tomó á
su cargo el continuar tan grande obra, interrumpida quizás
por la muerte inesperada del dictador, como muchas otras,
su sucesor, el emperador Augusto. El censo de todas las
provincias, el establecimiento de las colonias y la construc-
ción de los caminos públicos hicieron casi necesario un
registro general en el que se consignaran los más importan-
tes datos estadísticos y del que pudieron sacarse los antece-
dentes indispensables para la formación de un gran mapa
del imperio. La obra, emprendida bajo los auspicios del
emperador mismo, no logró llevarse á cabo sin la ayuda de
muchos colaboradores, sobre todo militares. El que en
primer lugar tomó una parte más activa en ella, fué Marco
Vipsanio Agrippa, yerno de Augusto y uno de sus más Agrippa
acreditados generales. El resultado de estos trabajos que
duraron muchos años, fué el gran mapa pintado en la
pared del pórtico de Vipsania Polla, hermana de Agrippa,
que luego de la muerte de éste, ocurrida el año 12 antes
de J.-C, hizo terminar Augusto. Un año después de la
del emperador lo cita el primero Estrabón como docu-
mento existente en sus días.
El mapa geográfico conocido bajo el nombre de la
Tabula de Peutinger, conservado ahora en Viena de
Austria, es una repetición, variada un poco en la forma,
de este otro mapa; pero de los doce pedazos de perga-
mino de que estaba formado, pereció el último, que con-
tenía la mayor parte de la España, de la que sólo queda el
14 LOS GEÓGRAFOS
principio, ó soase la parte más oriental, con algunos nom-
bres relativos al litoral de Cataluña, desde la cumbre de
los Pirineos hasta las aguas Vocónicas, cerca de Barcelona.
A la vez que el aludido mapa, fué publicado también
un comentario al mismo con las divisiones que contenía y
las medidas sobre que estaba basado, todo ello en la forma
tal vez de itinerario.
Ambas obras, atribuidas al mismo Agrippa, el mapa y
el comentario , traducido también al griego , son diferentes
del breviario, publicado por Augusto, que contenía la
estadística militar y financiera del imperio.
Aquellas, lo mismo que éste, fueron utilizados por
Estrabón, como ya queda dicho, y sobre todo por Plinio en
los libros III y IV de su Historia natural. El comentario de
Agrippa además es la fuente principal de unos compen-
dios geográficos de edad mucho más reciente, escritos en
parte para la instrucción de los jóvenes. De esta clase son
la Dimensuratio provinciarum, la Divisio orbis terrarum, la
Cosmographia de Julio Honorio, compuesta quizá en
Zaragoza; el capítulo geográfico de Paulo Orosio el
historiador, y otros. Si Ammiano Marcellino en la
parte existente de su Historia romana hubiese tenido oca-
sión de dar una descripción geográfica de España, como
la ha dado de Francia y de las regiones orientales del
imperio, muy fácilmente hubiera tomado los datos de
fuentes semejantes, como lo indica la noticia sobre el
Betis (XXI, 6, 21). Pero verdaderamente estos otros
escritos geográficos sobre España tampoco nos enseñan
mucho.
Sobre los trabajos geográficos á que dieron ocasión los de
Augusto y Agrippa, muchos doctos han emitido opiniones bastante
diversas, como Letronne, Müllenhoff y otros. La cuestión difí-
cil sobre la fuente geográfica común de Estrabón, Mela y Plinio,
todavía no puede decirse que esté completamente resuelta. Los tex-
EL MONUMENTO ANCIRANO 15
tos á que acabamos de hacer referencia están reunidos en el libro de
A. Riese, Geographi Latini minores, Heilbronn, 1878,8, el cual
indica en sus prolegómeno, los escritos relativos á ellos. Para noso-
tros basta conocer á Estrabón y Plinio, sobre los cuales véanse los
párrafos 14 y 20 de esta sección. La edición más reciente de la Tabla
de Peutinger es la de E. Desjardins, que aun no está terminada
(París 1869 y ss., fol.). Sobre Orosio véase más abajo, § 46.
§ 17. Las noticias sobre la España de entonces, toma- ei monumento
das del orbis pictus de Agrippa y del breviario de Augus-
to, se completan, en cierto modo, por algunas indicaciones
sucintas, pero importantes, que se encuentran en el índice
de sus hechos, compuesto por el mismo emperador. Sabido
es que este documento interesantísimo fué colocado, según
las órdenes del mismo soberano, grabado en dos planchas
de bronce, delante de su túmulo en Roma, y que varias
copias del texto latino, así como versiones en griego,
fueron puestas en las paredes de algunos augusteos, en las
diferentes ciudades del imperio. Por el que se conserva en
su mayor parte en el de Ancira, del Asia menor, sabemos
que ya en el año 32 antes de J.-C. las provincias españolas
se declararon, bajo juramento, partidarias de dicho empe-
rador (V, 5). Indica luego el mismo soberano que había
pacificado las del Oeste y Norte, Francia, Alemania y
España, desde el Océano, junto á Cádiz, hasta la desem-
bocadura del Albis (V, 10) , que en ambas Españas había
fundado (V, 35) colonias militares, como Zaragoza, Mérida,
Córdoba y G-uadix, cuyas monedas demuestran que allí
fueron colocados como colonos algunos veteranos de las
seis legiones I, II, IV, V, VI y X, y que había recuperado
con sus victorias en España, como en las Galias y en Dal-
macia, enseñas militares, antes perdidas por otros genera-
les (V, 39), si bien ignoramos cuáles fuesen los desastres
de las armas romanas, que habían ocasionado estas pér-
didas.
16 LOS GEÓGRAFOS
El monumento Ancirano ha sido publicado últimamente con
muy amplios comentarios, según los vaciados del original de Ancira
que ha obtenido el gobierno alemán, por Mommsen, Res gestos, divi
Augusti, Berlín, 1883, 8; la edición anterior del mismo autor en el
Corpus Inscriptionum Latinarum, vol. III, p. 779 ss., no es tan
completa, siendo anterior.
§ 18. De las mismas ó de semejantes noticias oficia-
les, de las cuales los geógrafos tomaron sus informes, y
aunque no directamente del breviario de Augusto, parece
que tuvieron también su origen algunas indicaciones sobre
las colonias romanas de España y sobre la manera como se
hacía su limitación, tal como aparece en los diferentes
escritos, que se han conservado de una serie mucho más
larga y más completa de varios autores técnicos, que flore-
cieron desde la época de Domiciano en adelante, relativos
al arte de la agrimensura. Llamamos agrimensores á los
que redactaron aquellos tratados donde se encuentran algu-
nas noticias escasas, pero de mucha importancia, sobre
varias poblaciones de la península. Sexto Julio Frontino,
el célebre general de Domiciano, en sus libros De agrorum
qualitate, que desgraciadamente no tenemos íntegros, sino
que conocemos sólo por unos extractos, habla repetida-
mente de Mérida, de la medición de los terrenos por los
cuales corría el río Anas, y de las diferentes distribucio-
nes de tierras á los veteranos (p. Bl, 20), de los campos
públicos de la lusitana Salmantica, de Palantia en la
citerior (p. 4, 3), y de los vastos terrenos no medidos in
Lusitania finibus Augustinorum (p. 22, 6); tal vez los Augus-
tobrigenses de la Lusitania. Higino el gromático, que
escribió en tiempo de Trajano, hace mención de algunas
prefecturas en el territorio de Mérida, que tenían su
método particular de limitación, in prcefecturis Mulücensis
et Turgaliensis regionis (p. 171, 6; Turgalium es Trujillo,
Multica es desconocida, si no es corrupción de Ugultunia-
MELA 17
cum). En los mismos autores encontramos también los
nombres particulares, pero de origen romano, de las
medidas de tierra que en varias partes de la Bética fueron
usadas, como la acnua (Frontino, p. 30, 12), las centu-
rias (Higino, p. 122, 8), y el arapennis (Isidoro, de men-
suris agrorum, p. 368, 27).
De los agrimensores la única edición crítica es la de F. Blume,
K. Lachmann, A. Rudorff, 2 vol., Berlín, 1848 y 1852, 8.
§ 19. Pomponio Mela , natural de Tingentera, en Meia
la España Bética, junto á Tarifa, fué un antiguo militar
según parece, de la época del emperador Claudio (del 42 al
54 de J.-C), que compuso tres libros de chorographia,
compilados de fuentes muy semejantes á las que después
Plinio utilizó con mayor prolijidad, esto es, de Salustio,
Cornelio Nepos, Varrón, y de la corografía de Agrippa.
La parte relativa á la península (II, 5, 7 al 7, 22 y III,
1, 3 al 2, 3), aunque breve, contiene noticias de no escaso
interés .
Los textos fidedignísimos de Mela son los de G. Parthey, Ber-
lín, 1867, 8., y de C. Frick, Leipzig, 1880, 8.
§ 20. En el año 77 de J.-C, Gayo Plinio Secundo, pumo
el mayor, (23 á 79 de J.-C), que en medio de las atencio-
nes que le ocasionaban los diversos cargos militares y
civiles que ejerció, tuvo tiempo para dedicarse á extensos
estudios, publicó dos años antes de su inesperada muerte
los treinta y siete libros de su grande obra titulada Histo-
ria natural, compilados de ciento y sesenta colecciones
de extractos sacados de unos cien autores escogidos, y de
dos mil volúmenes, poco más ó menos, escritos por ambos
lados , de letra muy menuda , que después de su muerte
18 LOS GEÓGRAFOS
vinieron á manos de Plinio el menor. Como el diligentísi-
mo autor no ha dejado de indicar al frente de cada libro, de
qué fuentes lo había tomado, con bastante certidumbre
podemos comprobar la autoridad de sus indicaciones. Ya
hemos visto (§ 15 y 16), que sacó los informes geográficos
sobre la Península, contenidos en el libro III y IV, princi-
palmente de las obras de Varrón, del breviario de Augusto
y del mapa de Agrippa con sus comentarios, cuyos
documentos constituyen también una de las más seguras
bases en punto á nuestros conocimientos de la España anti-
gua; dependiendo del uso crítico y acertado que de ellos se
haga, la decisión de la mayor parte de las cuestiones geo-
gráficas relativas á las antigüedades de la Península. Tam-
bién en las otras partes de su obra referentes á la zoología,
la botánica y la mineralogía, hay una porción de noticias
preciosas sobre España y sus productos, debidas en parte
á las investigaciones personales del autor, que hubo de
estar algún tiempo en España, como procurador del empe-
rador, y en parte á varios autores que ya no existen, como
Cornelio Boccho (C. I. L. II, 35, y Eph. I, 291),
Sergio Plautio (C. I. L. II, 1406), y otros.
El epítome corográfico de Plinio y de otros escritores,
hecho en el tercer siglo por Gayo Julio Solino, en sus
Collectanea rerum memorábilium, en el capítulo relativo á
España (cap. X, 3), no contiene gran cosa de nuevo.
Los mejores textos de Plinio son los de D. Detlefsen, 5 vol.,
Berlín, 1866-1873, 8., y de L. von Jan y C. Mayhoff, vol. I y II
de la edición segunda, Leipzig, 1870 y 1875, 8. Sobre la parte geo-
gráfica de Plinio relativa á las tres provincias de la España antigua
tenemos algunas doctas disertaciones de D. Detlefsen (Die Geo-
graphie der Provinz Bcetica bei Plinius n. h. III 6-17, der tarraco-
nensischen l'rorinz bei Plinius n. h. III 18-30, 76-79, IV 110-113, der
Provinz Lusitanien bei Plinius n. h. IV 113-118, en el Philologus,
vol. XXX, 1870, p. 265-310, vol. XXXII, 1872, p. 600-668,
MARCIAL
19
vol. XXXVI, 1877, p. 111-128). De So lino sólo debe consultarse la
edición de Mommsen, C. Julii Solini collectanea rerum memorabi-
lium, Berlín, 1864, 8. Los fragmentos de la obra de B o echo, que
con el nombre del autor aparecen citados en Plinio, Solino y Casio-
doro, están reunidos en la colección menor de H. Peter (historico-
rum Bomanorum fragmenta, Leipzig, 1883, 8., p. 297); pero muchas
noticias más, relatadas sin nombre del autor, provienen del mismo.
§ 21. Marco Valerio Marcial, el poeta, fué natu-
ral de Bilbilis, en la España tarraconense del 40 al 102 de
J.-C, en las cercanías de cuya ciudad poseyó una finca
que le fué regalada por una de sus favorecedoras, á la que
se retiró al fin, y donde murió, después de haber residido
muchos años en Roma, á partir de su juventud, hacia el
64 de J.-C, hasta el principio del imperio de Nerva, en 98
de J.-C. Este poeta merece un puesto entre las fuentes geo-
gráficas de la España antigua, porque en algunos de sus
epigramas, como I 49, IV 55 y XII 18, dejó noticias de
varios lugares de la región Bübilitana y de sus cercanías,
que no conocemos por otros testimonios, no habiendo sido
posible, sin embargo, hasta ahora, fijar con toda probabi-
lidad dichas localidades.
Las mejores ediciones de Marcial son la grande dé L. Fried-
laender, introducción y anotaciones en alemán, 2 vol., Leipzig,
1885 y 1886, 8., y la menor (el texto sólo) de W. Gilbert, Leip-
zig, 1886, 8.
§ 22. Flegón de Tralles, liberto del emperador Adria-
no, compuso también, entre varios escritos cronológicos
y de cosas admirables, uno sobre los casos de longevidad
(rcspi ^axpo(3íwv), en el que aparecen unas listas tomadas sin
duda de documentos oficiales, quizá del censo, compren-
diendo los nombres de las personas que habían vivido de
cien años en adelante con la indicación de la patria de cada
Flegón
20 LOS GEÓGRAFOS
uno de ellos. Merecen que se tengan en cuenta á nuestro
propósito las denominaciones geográficas correspondien-
tes á las poblaciones de España á que pertenecieron siete
de estos aludidos ancianos, por más que en parte aparez-
can corrompidas.
El texto de Flegón, sacado del único manuscrito existente en la
biblioteca palatina de Heidelberg, está publicado por A. Wester-
mann, Paradoxographi Grceci, Brunswig. 1839, 8, p. 197 y ss., por
Carlos MülVer, Fragmenta Mstoricorum Grcecorum, vol. III, p. 608
y ss., y por O. Keller, Rerum naturálium scriptores Grceci mino-
res, vol. I, Leipzig, 1877, 8, p. 85 y ss.
Dionmo el pe- § 23. Cerca délos tiempos de Domiciano, un poeta y
negeta gramático, natural de la Bitinia, que había estudiado en
Alejandría, y después vivió en Roma, con el nombre tan
común de Dionisio, compuso en griego un poema ele-
gante, de 1,152 hexámetros, que contenía un compendio
breve de geografía universal, ó séase una descripción del
orbis terrarum, según las autoridades más competentes de
entonces, como Eratóstenes, Posidonio y otros. De este
poema algunos pasajes se refieren á la España antigua y á
las islas Baleares, como son los versos 63 á 73, 281 á 293,
331 á 338, 447 á 458 y 558 á 561, y aunque en ellos no se
encuentra cosa alguna nueva ni de importancia, merece,
sin embargo, la dicha obra un puesto entre las fuentes geo-
gráficas. Del mencionado poema griego existen dos versio-
nes latinas más ó menos fieles, la de Avieno, el autor de
la Ora marítima (§ 2), y la de Prisciano, el gramático
célebre de Constantinopla, que vivió en el sexto siglo de
nuestra Era. Estas versiones (en la de Avieno pertenecen
á España los versos 92-111,414-415, 477-482, 605-621, 738-
744; en la de Prisciano los versos 68-78, 268, 328-337,
459-465, 568-570), añaden, sobre todo la de Avieno, al
texto del original, algo tomado de fuentes aun entonces
PTOLKMEO 21
existentes. El poema de Dionisio ha sido muy leído y expli-
cado frecuentemente en las escuelas griegas, conserván-
dose sobre su texto un amplio comentario de el deEus-
tacio', el que fué después arzobispo de Tesalónica, en el
siglo xn (1160-1198), una paráfrasis griega en prosa, y
otros comentarios más breves, también en griego. Todo
este material tiene más valor para la historia de los cono-
cimientos geográficos de la antigüedad en general, que
para la geografía antigua de España.
El texto griego de Dionisio con notas críticas y explicativas, las
dos versiones latinas, y los comentarios griegos aparecen juntos en
los Geographi Grceci minores, de Carlos Müller, vol. II, p. XV
y ss. y p. 103 y ss.
§ 24. A fines del siglo primero y principios del según- ptoiemeo
do de nuestra Era, en la época de Trajano, recogió Ma-
rino, natural de Tiro, en la Fenicia, materiales muy
amplios é importantes, de muchas fuentes fidedignas, con
el propósito de hacer una corrección al mapa geográfico del
mundo, bajo cuyo título pensó publicar su nuevo plano,
con un extenso comentario crítico, si bien no llegó á poner
término á su empresa. Un contemporáneo suyo, algo más
joven, llamado Claudio Ptoiemeo, astrónomo y matemá-
tico, que escribió varios libros astronómicos, que en esta
ocasión no nos interesan, se sirvió de los materiales reuni-
dos por Marino, y en Alejandría de Egipto, en tiempo de
Antonino Pío, escribió su obra geográfica, que aun se con-
serva, y que tituló Enarratio geographka, en ocho libros,
con una colección de mapas que la ilustran, en los que por
vez primera aparece reducida á la forma del globo la pro-
yección de las medidas, cosa que ni Eratóstenes ni el per-
gameno Crates, en su gran globo, habían realizado. El
texto, con excepción de la introducción, no comprende
22 LOS GEÓGRAFOS
casi más que los catálogos de los nombres geográficos con-
tenidos en los mapas, seguidos de los grados de longitud y
de latitud. A pesar de que no falten graves errores en sus
reducciones y medidas, sin embargo, la obra de Ptolemeo,
sacada de autoridades, en parte oficiales y muy buenas,
merece que sea considerada como la expresión de los cono-
cimientos geográficos, que en la antigüedad clásica se
logró alcanzar. Al lado de Plinio y del Itinerario (§ 26) los
capítulos IV, V y VI del segundo libro de Ptolemeo nos
proporcionan los informes más completos sobre la España
antigua que se hayan podido conseguir.
Los textos de Ptolemeo, inclusos el de Wilberg y Grasshof
incompleto, pero conteniendo la parte relativa á España, en seis
entregas (Essen 1838 á 1845, 4.), y el de la edición estereotipa de
Nobbe (3 vol., Leipzig, 1843 á 1845, 16.), han quedado ya anticua-
dos por la nueva edición de Carlos Müller, vol. I, Pars prior,
París, 1883, 8. Esta última obra de autor de tanto mérito en punto
á la geografía antigua, va acompañada de una versión latina y
de un comentario muy erudito, en que se discute infinidad de pro-
blemas geográficos de interés.
Marciano de § 25. Uno de los más recientes autores geográficos,
Heraciea ¿ pesar de que su época no se puede fijar con certidumbre,
es sin duda el griego Marciano de Heraciea, el cual,
con alguna probabilidad, se cree haber vivido en el
siglo tercero ó cuarto de nuestra Era. Compuso, entre
otras obras, un periplo del mar externo, en prosa, que com-
prende una descripción breve, tomada casi exclusivamente
de los libros de Ptolemeo, de las poblaciones situadas
en las costas de España, desde el monte Calpe, en donde
empieza también la descripción de la Bética de Ptolemeo,
hasta el mar cantábrico, con sus distancias, que tomó de
otro escritor, Protágora el matemático. Su libro, que
no se ha conservado íntegro, contiene de las costas de
LOS ITINERARIOS 23
España sólo la parte relativa á la Bética y á la Lusitania
del todo completa; pero de las de la Tarraconense no
existe más que la introducción general siendo de escaso
mérito y dando sólo unos ligeros suplementos á las indica-
ciones y á las medidas ya conocidas por Ptolemeo.
El texto de Marciano se encuentra en la colección de los geógra-
fos de Carlos M üller, Geographi Grceci minores, vol. I, p. CXXIX
y ss. y p. 515 y ss.
§ 26. Probablemente ya en el breviario de Augusto Los itinerarios
(§ 16) estaban comprendidos los principales caminos mili-
tares del imperio con la indicación de las distancias entre
sus diferentes estaciones. El texto más antiguo de una
parte de estos itinerarios relativa á España, esto es, del
camino de Cádiz á Cazlona, y desde allí por Játiva y
Valencia, hasta Tarragona, Barcelona y la cumbre de los
Pirineos, á Francia ó Italia, se ha conservado en cuatro
vasos de plata en forma de pequeñas columnas miliarias,
que fueron encontrados en 1852 en las antiguas Aquce
Apollinares, hoy los baños de Vicarello en Toscana de Ita-
lia, allí sin duda ofrecidos como exvotos por viajeros espa-
ñoles, perteneciendo, según parece, al primero ó segundo
siglo de nuestra Era. En los días del bajo imperio existie-
ron varios itinerarios de esta clase; el que lleva el nombre
del emperador An tonino Augusto, fué redactado, como r
muestran las leguas de las Galias, oficialmente conocidas
desde la época del emperador Severo Alejandro, en la pri-22 ^ "23 S"
mera mitad del tercer siglo, debiendo haber sido, pues,
Caracalla el dicho Antonino, si bien la redacción delh^-il^
texto que hoy poseemos pertenece al cuarto. Las partes ¡Mi7 c bt*>A
de este itinerario relativas á los caminos de España, aun-AVREu\^
que repetidamente corrompidas, sobre todo enlosnúmerosNINv^ Peí
de millas indicados, -sin embargo, unidas con Plinio (§ 20)
•21 LOS GEÓGRAFOS
y Ptolemeo (§ 24;, constituyen las fuentes más ricas en
noticias geográficas sobre los pueblos antiguos de la penín-
sula que se conocen.
De la edición de los itinerarios publicada por G. Parthey y
M. Pinder, Berlín 1878, 8, que es la más acreditada, D. Aureliano
Fernández Guerra hizo una reimpresión útilísima del texto en la
parte española con la indicación de los nombres modernos y un índice
alfabético, añadiendo también los datos que proporcionan los vasos
de Vicarello, en unos apéndices á su contestación al discurso de don
Eduardo .Saavedra (Discursos leídos ante la Real Academia de la
Historia el día 2d de diciembre de 18G2, Madrid 1802, p. 01 y ss., cuya
edición contiene además un «mapa itinerario de la España romana
con sus divisiones territoriales»). El texto en castellano lo había
publicado antes, en la propuesta de «Premios que la Real Academia
de la Historia ofrecía adjudicar por descubrimientos de antigüeda-
des», impresa en Madrid, 1858 (19 pp. 8.), y ya bastante rara. El
texto de los vasos Apollinares, conservados en el Museo arqueoló-
gico de la Universidad de Roma, fué publicado por Henzen,
siguiendo la edición del P. Marchi, en el Rheinisches Museum,
vol. IX, 1854, p. 20 ss., y en su colección epigráfica de Orelli (n.° 5210).
Últimamente se han publicado en el volumen XI del Corpus inscrip-
tionum Latinarían de Berlín, bajo los números 3281-3284.
Noticia diynt- § 27. También del breviario de Augusto derívase en
cierto modo la Notitia dignitatum, ó séase la Guía oficial
del imperio oriental y occidental, compuesta con mate-
riales en parte mucho más antiguos, á principios del
siglo v, (entre el 411 y el 413 de J.-C), con la indicación de
los grandes funcionarios de las provincias y de los cuerpos
militares que guarnecían las plazas fuertes del imperio,
conteniendo algunos datos sobre las tropas españolas, que
no deben desdeñarse. De la misma fuente traen su origen
algunos como catálogos comprendiendo los nombres de las
provincias romanas y de algunas gentes bárbaras vecinas
de ellas, como el de Verona, y el de Polemio Silvio.
El Veronense contiene una lista muy curiosa de las gentes
EL ItAVENATE 25
barbaree quee pullulaverunt sub imperatoribus, y aunque ni
uno ni otro son de grande importancia, ni aumentan en
gran parte nuestros conocimientos, sin embargo, valen
algo para la historia de la constitución provincial de tan
baja época.
El texto mejor de la Notitia es el de O. Se eck, notitia dignita-
him, accedunt notitia urbis Constantinopolitance et latercidi provin-
ciarum, Berlín 1876, 8. La edición grande de E. Bocking, en dos
partes y cinco volúmenes, con el Índex (Bonn, 1839 ó 1853, 8.), contie-
ne un comentario erudito. La nueva edición de Berlín da también
las listas de las provincias y de los gentiles.
§ 28. Bajo el título de cojsmographia se ha conser- m roícnau
vado en algunos códices de los siglos xin y xiv una com-
pilación geográfica, en forma de itinerarios, que fué redac-
tada en lengua griega, por autor anónimo, natural de
Ravena, sacada sin duda de un mapa, quizás mucho más
antiguo, tal vez del siglo ni, que traía su origen del orbis
pictus de Agrippa, como el de Peutinger, en el siglo vn,
citando el autor á S. Isidoro de Sevilla, que murió en 636.
El original griego fué trasladado, en el siglo viii ó ix, al
latín, y á pesar de las muchas autoridades fingidas que,
al lado de algunos padres de la iglesia , contiene y de
varias aunque escasas adiciones hechas en el siglo viii, y
de la corrupción portentosa de los nombres geográficos,
debida á su versión al griego y retroversión al latín, pre-
senta indicaciones particulares, que para otras partes del
mundo romano, más aun que para España, como por ejem-
plo para Inglaterra, tienen su importancia, y se deben
consultar al lado de los itinerarios y de los compendios
geográficos. En el siglo xn G-uidón de Pisa se sirvió
del Ravenate para su geografía, escrita en el año de 1118.
corrigiendo muchos de los nombres geográficos mal escri-
tos en el anónimo de Rávena.
26 LOS GEÓGRAFOS
El único texto del Ravenate, que se puede consultar, es el de
M. Pinder y G. Parthey, que son también los editores de los iti-
nerarios, Ravennatis aftonymi cosmographia et Guidonis geographia,
Berlín 1860, 8., con un mapa.
idacioyiahi- § 29. No se ha conservado , desgraciadamente, un
d<- wamba Catálogo de las diócesis españolas tan antiguo y tan com-
pleto como lo tenemos para las provincias eclesiásticas de
África y de Francia. Pero existen en varios códices bas-
tante antiguos, como en el célebre Ovetense del Escorial,
y repetidos en muchos cronicones, como en el de Idacio y
en el de D. Alfonso, una nomenclatura urbium Hispanice
in quibus sedes episcopales constituí a> sunt, y además el
numeras sedium Hispaniensium et uniuscuiusque provincial
sedes sub metropolitano, que es la hitación de Wamba de
D. Pelayo, que ambas, en redacciones variadas, contienen
un material geográfico muy digno de ser consultado, á
pesar de las muchas adiciones de épocas bajas y de la gran
corrupción del texto. Las listas están fundadas sobre la
más antigua constitución eclesiástica de la España, ó indi-
can también las mudanzas sufridas en las épocas de los
visigodos y de los árabes. Este es el último documento
geográfico relativo á España, hasta hoy conocido, perte-
neciente aún en su fondo á la antigüedad.
Las antiguas ediciones de este documento por Loaysa, Morales
y el P. Florez son insuficientes. Se espera una nueva edición crítica
por D. Aureliano Fernández Guerra; véase la Memoria de este
autor, titulada: «Deitania y su cátedra episcopal deBegastri (Madrid
1878, 8.)», p. 41 ss., y p. 51, y el discurso de contestación, del mis-
mo autor, á el de D. Eduardo Saavedra, leído ante la Real Academia
de la Historia, en 1862 (Madrid, 1862, 8, § 26), con las obser-
vaciones de E. Hübner, en el Zeitschrift für allgemeine Erdkunde
de Berlín, vol. XIV, 1863, p. 391 y ss. Entre tanto no son inútiles
los textos de las divisiones eclesiásticas de la España antigua, toma-
das de Florez y reproducidas por el Sr. Aloiss Heiss, en su
MAPAS 27
«Descripción de las monedas hispanocristianas» (Madrid, 1865, 4,
p. 159 y ss.). La lista del códice Ovetense, escrita en el siglo viíi, ha
sido impresa por el Sr. Dr. Pablo Ewald, en su relación del viaje á
España en 1878 á 1879, en el Neues Archiv filr altere deutsche Ges-
chichte, vol. VI, 1881, p. 276.
Los documentos de épocas más modernas, como los
arábigos y los demás de la Edad media, aunque no sin
importancia para la antigüedad clásica, no pueden ser
enumerados entre los que preceden.
El estudio de los geógrafos antiguos exige que se fije Mapa»
en mapas lo que sobre el estado de los conocimientos geo-
gráficos de cada época puede averiguarse. Existen algu- •
nos que dan una idea más ó menos completa de las opinio-
nes geográficas de la de Homero, continuando hasta la del
Ravenate. Pero mapas especiales de la España antigua,
según las diferentes épocas del movimiento geográfico en
la antigüedad, todavía no hay muchos.
Los mejores histérico-geográficos son los contenidos
en el libro ya citado de Carlos Müller, Geographi Grceci
minores, (París, Didot, II vol. 1855 y 1861, 8). En las
grandes obras que se ocupan de la geografía antigua uni-
versal, como son las de Mannert, Ukert y Forbiger,
y en la enciclopedia geográfica inglesa de Smith', se trata
también de la geografía histórica de España, y se añaden
mapas de los diferentes países. Pero falta un trabajo espe-
cial, como lo ha ideado hace muchos años el ilustre aca-
démico matritense D. Aureliano Fernández Guerra,
pudiendo utilizarse entretanto los mapas de España publi-
cados en los «Atlas» de Spruner-Menke (Gotha 1865) y
de Kiepert (Berlín, 1885), como los que éste mismo ha
dibujado para el vol. II del Corpus inscriptionum Latina-
rum, sobre el cual véase más adelante el § 54.
II
LOS HISTORIÓGRAFOS
§ 30. Si se prescinde de los ¡historiadores griegos ií*«
de más remota fecha, los cuales, como Hecateo y Hero-
doto (§§ 3 y 5), nos han dejado algunas noticias geográ-
ficas sobre España, el más antiguo escritor, que se ocupó
de ella expresamente, fué Timeo de Tauromenio, el
famoso historiador de Sicilia, en los siglos iv y ni que
precedieron á J.-C. Ya un poco antes que éste, Filisto
de Siracusa, también historiador de su patria Sicilia,
había mencionado en varias ocasiónese la Iberia, coinn
tío demasiado retirada de la isla de los Cíclopes. Emitió la
opinión, falsa sin «Iu.Ih. que !<•> [beros habían venido de
España é colonizar \» Sicilia, y otra acaso más fundada.
que algunos pueblos Je la [beria meridional originalmente
habían existido en África. Estas y otras opiniones de
Filisto combatió Timeo, uno de los más eruditos y diligen-
tes autores de la antigüedad i del 352 al 25(5 a. de J.-C).
En Atenas compuso, á la tranquila sombra del retiro
que allí se había procurado, su grande obra, en poco
menos de cuarenta libros, sobre la historia de Sicilia,
aprovechando todas las noticias que se tenían hasta enton-
30 LOS BIBT0RIÓ0BA70S
ees sobre el particular, como la geografía de Eratóstenes
(§ 9), y defendiendo sus opiniones con mucha sabiduría. Fué
combatido por Polibio, que sin embargo le debió muchos
conocimientos, y después extractado con grande exten-
sión por Diodoro, Plutarco y otros escritores más recien-
tes. Parece que fué el primero que hubo de dar una rela-
ción circunstanciada sobre las expediciones de los Fenicios
y la colonización griega en España y en las islas Baleares,
siendo de sentir que sólo existan fragmentos de su obra,
que en su mayor parte se han conservado en la de Dio-
doro. Además, algo de lo relativo á España, tomado de
Timeo, se lee en el libro, falsamente atribuido á Aristó-
teles, titulado Mirabiles auscultationes (cap. 84-89). De las
obras de Artemidoro ó de Posidonio habría sacado
Timeo, lo que refiere Macrobio Teodosio, el prefecto
del Pretorio de las Españas en el año de 399 de J.-C, en
sus Saturnal ia (I 20, 12), sobre la guerra entre los Gadita-
nos y Therón, rey de la España Citerior, el cual, queriendo
expugnar el templo de Hércules, fué vencido por la inter-
vención del mismo dios. Macrobio tomó la noticia de la
obra de Jambliquo sobre los dioses (7T£toí 9s¿Sy), pero éste á
su vez la hubo de copiar de la de Timeo.
Los fragmentos de Timeo, como los de Filisto, se encuentran en
la obra de Carlos Müller, Fragmenta historicorum Grcecorum,
vol. I, París 1841, Didot, p. 185 ss. y 193 ss. El libro pseudo-aris-
totélio, T.e.p\ 6av¡j.a<7'tóv ay.o'jffixá-rwv, está al final de la pequeña colec-
ción de Westermann, TTapaoo^oyoá'io:, scriptores rerum mirabi-
lium Grceci, Brunsvigse, 1839, 8.
FaMoPictor § 31. El primer escritor que, al ocuparse de la histo-
ria romana, había dado una exposición algo prolija de los
hechos de los Cartagineses, antes que llegaran á hacer
guerra contra los Romanos, sobre todo de sus expedicio-
nes á España, y después de los primeros combates entre
CATÓN 31
Cartagineses • y Romanos en la misma península , fué
Quinto Fabio Pictor (del 254 al 180 antes de J.-C.),cuya
obra histórica relativa á los acontecimientos míticos ó his-
tóricos, desde el origen de Roma hasta su tiempo, que fué
el de la segunda guerra púnica, estaba redactada en len-
guaje griego. De este libro, eminentemente político, porque
contenía la primera historia general del pueblo romano, se
sirvieron mucho Polibio, Dionisio Halicarnasense, Diodoro,
Livio y Plutarco. De los fragmentos de esta obra, que dice
Polibio expresamente haber tomado de ella, muy pocos se
refieren á cosas de España (Müller n.° 18, Peter n.° 25);
y parece en verdad que la mayor parte de los anales de
Fabio contenían la relación de lo que en Roma y en Italia
había sucedido. Sin embargo, también anotó, aunque con
brevedad, los sucesos ocurridos en las provincias ultramari-
nas, reuniéndolos con la descripción cronológica universal
que formaba parte de dichos anales. Por eso, se cree con
mucha verosimilitud, que gran parte de la relación sobre
las guerras de los Escipiones en España, que leemos en
Polibio, Livio y Apiano, está apoyado sobre la autoridad
de Fabio Pictor, que sobre ellas había podido consultar
documentos oficiales y testimonios contemporáneos. De él
mismo también tomaron los poetas, Gneo Nevio y Quin-
to Ennio, lo que en sus poemas contaron sobre Aníbal.
Los fragmentos de los anales griegos de Fabio fueron reunidos
por Carlos Müller, Fragmenta histor. Grcec. vol. III, París, 1849,
p. 80 ss., y por H. Peter , veterum historicorum Bomanorum relli-
quioz, Leipzig, 1870, 8., p. LXIX y ss. y 5 y ss., y en su colección
menor, historicorum Bomanorum fragmenta, Leipzig, 1883, 8., p. 6
y ss.
§ 32. Marco Porcio Catón, el censor (239 a 1149 antes catón
de J.-C), aunque algo más antiguo que Fabio Pictor, escri-
bió sin embargo después de él cuando ya era anciano, cerca
32 LOS HISTORIÓGRAFOS
de la época de la muerte de aquél, los siete libros de los orí-
genes, hoy perdidos casi en totalidad, y que fué la primera
obra histórica en latín y en prosa que ha existido. Como
sabemos por Comelio Nepos, que la conocía, el cuarto
libro contenía una narración sucinta de la primera guerra
púnica, el quinto de la segunda, y en los otros dos el autor
había continuado relatando las demás guerras hasta la pre-
tura de Servio Galba en la Lusitania (149 antes de J.-C),
esto es hasta muy cerca de su propia muerte. De los pocos
fragmentos conservados se desprende que Catón había
hecho observaciones preciosas sobre las gentes y poblacio-
nes de España; sobre todo su relación de la batalla de
Ampurias es de gran valor. Algo más de lo que cita Livio,
como proveniente de Catón, habrá de referirse al mismo
autor en las décadas.
Los fragmentos de Catón se encuentran en el libro de H. Jor-
dán, M. Catonis praiter librum de re rustica quce. extant, Leipzig
1860, 8.. los históricos en las do? colecciones de Peter (véase § 31).
saeno § 33. Las hazañas de Aníbal no carecieron de pane-
giristas contemporáneos. Sósilo el lacedemonio (ó Iliense),
su preceptor de griego, y Céreas, habían vivido en >u
compañía y no le habían abandonado en sus expediciones
desde |;i guerra contra Sagunto; habiéndoles contado el
mismo los pormenores que se conocen de su niñez, como
nos lo dicen Pólibio y Comelio Nepos. Céreas parece que
había escrito las vicisitudes de la última época de la vida de
Aníbal, libro de que no se tiene otra noticia, como tam-
poco de los ¡siete que redactó Sósilo. Algo más se sabe de los
de un tercer escritor griego. Sileno, natural de Caleacte
en Sicilia, que entre otros libros había escrito una relación
diligente de la guerra aniháliea. de la cual hizo uso muy
amplio el historiador latino Coelio Antípatro.
ANTÍPATRO 33
Las pocas noticias que de estos escritores griegos se conservan
fueron reunidas por Carlos Müller, Fragmenta historicorum Grce,-
corum, vol. III, p. 99 y s.
§ 34. En la época de los Gracos, cerca del año 114 CodioAnu-
antes de J.-C, Lucio Coelio Antípatro, de origen
griego, como su nombre lo indica, el preceptor del célebre
orador Lucio Crasso, escribió en siete libros la historia de la
guerra de Aníbal, que dedicó ó á Gayo Lelio, el Sabio, ó á
Lucio Elio Stilón, el gramático. Con mucha erudición se
sirvió no sólo de los escritores indígenas, como Fabio
Pictor y Catón, y de los poetas, como Ennio, sino también
del griego Sueno, á pesar de sus simpatías exclusivamente
romanas, teniendo su narración un color poético algo exa-
gerado, y conteniendo, según parece, indicaciones geográ-
ficas y etnográficas. De este historiador han tomado entre
los autores antiguos que hoy ya no existen tal vez Valerio
de Anzio, y entre los escritores, cuyos libros se conservan,
Valerio Máximo, Livio, Plutarco, Frontino, Casio Dión,
y sobre todo Aurelio Víctor, el que escribió el opúsculo De
viris illustribus. Bruto, el que mató á César, había hecho
una epítome de esta obra.
Sobre la Historia «jue escribió \ntipatro muchos doctos han
publicado diligentes disquisiciones, '¡n<- ><■ puedeu ver indicadas á la
vez con lo? fragmentos que de ella quedan en Ih- ti'..- colecciones de
Peter ya citadas (§ 31 i. en l¡< raayoi \>. CGXII1 y p. 147 y ss., en la
menor p. 91 y ss.
§ 35. En el siglo séptimo de Eoma Í150 al 50 antes de Los Analistat
J.-C.) en sustitución de los antiguos «Anales máximos» ,
publicación oficial del cuerpo de los pontífices ya deficiente.
se dedicaron á recopilar los hechos del pueblo romano gran
número Hp historiadores, ó séanse analistas, y de escri-
tores de otro género: come Casio Hemina. Calpurnio Pisón.
34 LOS HISTORIÓGRAFOS
Gayo Fannio, Sempronio Tuditano, Gneo Gellio, Sem-
pronio Asellion, Publio Cornelio Escipión, el hijo del gran
Africano, autor de una historia escrita en griego, Claudio
Quadrigario, cuyos Anales perecieron todos, y tal vez
también algunos de los hombres de alto rango, como Emilio
Scauro, Rutilio Rufo, Sula el dictador, Luculo y otros, que
dejaron memorias autobiográficas. En el curso de sus
narraciones, aunque breves, cuando describieron las gue-
rras púnicas y las ibéricas, hubieron de consignar noticias
útiles para el conocimiento del estado de la península. Pero
las tomadas de estos escritores por Livio y otros, cuyos
libros existen, son bien escasas, y casi nada de particular
enseñan, tanto más cuanto que debe tenerse en cuenta que
en esta época los Romanos ya estaban en relaciones asaz
frecuentes con las provincias de España, y podían obtener
informes geográficos é históricos sobre ella más particu-
lares y exactos que en tiempos anteriores. Pero los histo-
riadores de la época de Sula, Valerio de Ancio, Sisenna, el
antecesor de Salustio, que escribió la historia del período
en que vivió, y Licinio Macro, todos ellos autores de obras
históricas muy prolijas, no parece que se han servido
mucho de tales datos cuando se ocuparon de los aconteci-
mientos relativos á la península. Los adornaron de detalles
topográficos, pero sin crítica y con mucha confusión, no
conociendo casi todos ellos más que la versión oficial de los
acaecimientos, tomada de los despachos de los generales,
de las discusiones del Senado y de los informes orales de los
jefes y de algunos de los que habían formado parte de
las diferentes expediciones á que se refieren, por lo que
no es muy grande la fe que merecen sus descripciones retó-
ricas. Por el contrario, demasiado notoria y vituperada
por el mismo Livio, es la exageración con que por ejemplo
Valerio solía referir las victorias de los Romanos y las
pérdidas de los indígenas, las cantidades de oro y de plata
POLIBIO 35
por los Romanos exportadas, y el botín de que se habían
apoderado. De estas narraciones depende casi exclusiva-
mente, fuera de lo que tomó de Polibio y de Coelio Antí-
patro, la única relación que nos queda, de época tan impor-
tante de la historia de la península, que es la que leemos
en Livio, siendo por supuesto de sumo interés tener pre-
sente, que la tradición relativa á este período descansa
sobre unos fundamentos bastante débiles. Cada noticia
debe considerarse cuidadosamente bajo dos puntos de vista:
el de su procedencia, que no se ha fijado siempre con toda
certidumbre, y el de su probabilidad topográfica; siendo
esto el resultado que del estudio comparativo de aquella
clase de fuentes históricas se ha obtenido á fuerza de
indagaciones pacientes y repetidas.
§ 36. Entre los historiadores antiguos merece un Polibio
lugar distinguido por varios conceptos, así como también
por lo relativo á España, Polibio de Megalópolis (hacia el
204 hasta el 122 antes de J.-C), el célebre autor de las «His-
torias» en cuarenta libros, escritas á mediados del segundo
siglo, que contienen una exposición general muy deta-
llada del origen y progreso del imperio romano y de
sus luchas con las demás naciones. Para hacer la narra-
ción de las guerras de los Romanos en España, que em-
pieza con el segundo libro y acaba con el décimo, escrita
con anterioridad al año 151 que precede á J.-C. , se había
servido, como no puede dudarse, de las mejores fuentes;
como por ejemplo de los escritos de Catón (§ 32), aprove-
chándose también de los conocimientos propios que tenía
de una parte al menos de la misma península. Pues no
cabe duda que el historiador, autorizado, y pagado tal
vez, por Escipión Emiliano, viajó por el Norte de Áfri-
ca, por España, por la Francia meridional, por los Alpes y
por el Norte de Italia, estando muy orgulloso de sus
conocimientos autópticos , y juzgando con poca justicia á
;}t) LOS HISToKIÓCiKAFOS
Piteas, Eratóstenes y Timeo, sus predecesores. A pesar de
que no parece haber visitado mucho más que las costas
de la península desde Cartagena en dirección del Norte,
sus descripciones de algunas poblaciones, como la de Car-
tagena y su puerto, son de grande utilidad; pero la mayor
importancia de Polibio estriba en la relación de los hechos.
Para referir la conquista de las provincias españolas por
los Cartagineses, y después por los Romanos, se sirvió de
todo lo conocido en materia de fuentes y de informacio-
nes. Se aprovechó de Fabio Pictor y de Sileno, quien
manejó también á Coelio Antípatro, como igualmente de los
demás escritores griegos que habían escrito sobre Aníbal;
pero su talento crítico le hizo ¡no seguir á estos autores
ciegamente, sino corregir y aumentar los datos que ellos
proporcionaban; sirvióse de informes especiales sobre los
hechos de los Escipiones , tomados tal vez de una crónica
de la gente Cornelia, y además de documentos autén-
ticos, como los tratados de confederación entre los Carta-
gineses y Romanos, que se había hecho interpretar por
sus amigos romanos que entendían el lenguaje antiguo en
que estaban escritos, como veremos más abajo. La famosa
inscripción púnica, dedicada por Aníbal en el promon-
torio Lacinio la conocía tal vez sólo por Sileno. Además
parece que había recogido bastantes datos durante su viaje
por España. Resulta de todo ello, pues, que la relación de
Polibio, desgraciadamente tampoco completamente con-
servada, es sin duda el documento más precioso sobre la
historia antigua de España que poseemos.
Los textos más acreditados de Polibio que tenemos, son los
deF. Hultsch, rolybii historia, 4vol., Berlín 1867-1871, 8., y de
Th. Büttner-Wobst, Leipzig 1882, vol. I y ss.Con la versión latina
de Casaúbon lo editó F. Dübner (París 1839 y 1865, Didot). Sobre
las fuentes de Polibio y su método histórico basta citar el libro de
K. \T. Nitzs ch , Polybius,zur Gesehichte antiker Polilik und Historio-
NEPOS 87
graphie, Kiel 1842, 8., la disertación de H. Nissen, die GEkonomie
der Geschichte des Polybius, en el Rheinisches Museum, vol. XXVI,
1871, p. 241ss., y la última de R.Thommsen, en el Hermes, vol. XX
1885, p. 196 ss. Sobre las fuentes del libro tercero de Polibio
hay una disquisición particular, cuyas conclusiones son algo arries-
gadas, por A. de Breska , Untersuchungen über die Quéllen des Poly-
bius im dritten Buche, Leipzig (Berlín) 1880, 98 pp., 8.
§ 37. Cornelio Nepos, historiador de la época de cornelio m-
Cicerón y de César (del 94 al 24 antes de J.-C), había com-
puesto también, como hemos visto (§ 15), un libro geográ-
fico hoy perdido. De los diez y seis de que al menos debió
constar su grande obra biográfico-histórica, De viris Mus-
tribus, fuera de varios trozos de uno ó de dos de aquellos,
tan sólo se conserva completo el De excellentibus ducibus
exterarum gentium, hacia el final del cual, como es sabido,
se encuentra la vida de Amílcar y de Aníbal su hijo
(c. XXXII y XXXIII). Su relación, que es sucinta, está
sacada principalmente de Polibio , pero contiene algunas
pocas noticias tomadas de otras fuentes, quizá de Fabio
Pictor ó de otros, que, aunque se refieren sólo en una
parte muy pequeña á las expediciones españolas, sin
embargo algo nuevo nos enseñan, como por ejemplo, el
lugar de la muerte de Amílcar, y por eso su autor merece
ser con esta ocasión mencionado en este sitio.
Entre las innumerables ediciones de Cornelio Nepos, sólo las
de C. Nipperdey, con notas en alemán, edición segunda por
B. Lupus, Berlín 1878, 8., y de C. Halm,con el aparato crítico,
Leipzig 1871, 8. merecen entera confianza.
§ 38. De los célebres comentarios, en los que el die- Cé8ar
tador Gayo Julio César hubo de relatar sus expediciones
militares, dos se refieren á los acontecimientos acaecidos
en el suelo de la península, que son el primero y el segundo
de los De bello civili, y el De bello Hispaniensi. Los comen-
38 LOS HISTORIÓGRAFOS
tarios de la guerra civil los redactó el mismo César; el de
la guerra de España no es más que una Memoria redactada
por uno de sus oficiales, quizás ni siquiera de alto rango,
llena de informes auténticos, pero escrita sin galanura de
frase y aun sin conocimientos bastantes de lo que se pen-
saba en el cuartel general. La relación de César sobre sus
combates con los generales de Pompeyo y sobre la batalla
de Lérida (De bello civili I 37-87), con el breve apéndice
sobre la sujeción de Marco Terentio Varrón, el docto geó-
grafo (§ 15), y la pacificación de toda la provincia
(II 17-20), es una obra maestra, como todo lo que César
escribió, y nos proporciona detalles de suma importancia
sobre la topografía del país, apareciendo la de Ilerda per-
fectamente ilustrada. También la narración de las batallas
que dieron por término la derrota de los hijos de Pompeyo
en el campo de Munda, está llena de datos del mayor interés
sobre el teatro de sus campañas, á pesar de la falta de
orden que se observa en el curso de todo aquel relato. La
situación de la Munda Pompeyana se ha podido conjeturar
con grande probabilidad de acierto, tan sólo guiándose
por la interpretación crítica de este precioso documento.
Entre los muchos textos de los comentarios de César que exis-
ten, los mejores son los de C. Nipperdey, Leipzig, 1847, 8., de
F. Dübnejr, París 1867, Didot, 8., y de B. Dinter,3 vol., Leipzig,
1864 hasta 1876, 8. La topografía Cesariana, estudiada y descrita
en obras casi innumerables en lo relativo á Francia, no está todavía
completamente determinada respecto á Ilerda y a Munda. No fal-
tan mapas de estas dos posiciones, pero ninguno corresponde a lo que
hoy día exigimos en esmero y perfección del arte cartográfico. Sobre
Munda, la obra de los hermanos D. José y D. Manuel Oliver, la
Munda Pompeyana, Madrid, 1861, 8., con dos planos, con el dicta-
men sobre ella de A. F. Guerra, Madrid 1866, 8., con mapa, las
censuras de E. Hübner en los Annali delV Instituto archeologico de
Roma vol. XXXIV, 1862, p. 75 ss., y en los Jahrbücher für Philo-
logie, 1864, p. 35 ss., y el Viaje arqueológico de D. José Oliver y
SALUSTIO . 39
Hurtado, emprendido en él mes de Mayo de 1864 de orden de la Real
Academia de la Historia, Madrid 1866, 8., presentan el resultado de
las investigaciones topográficas más detalladas y útilísimas, aunque
no sea tal vez todavía el definitivo.
§ 39. Gayo Salustio Crispo, uno de los más apa- Saimtio
sionados partidarios de César, antiguo militar y repúblico
(87 á 34 antes de J.-C), después de la muerte de éste, dedi-
có el último decenio de su vida á estudios muy serios,
sirviéndose para ellos casi como amanuense del gramático
Ateio Pretextato, quien se nombró á sí mismo, como entre
los Griegos lo había hecho antes Eratóstenes (§ 9), «el
filólogo». Ateio había compuesto entre otras obras un bre-
viario de la historia romana, para el uso particular de
Salustio, quien además de sus escritos inmortales aun exis-
tentes, el libro sobre la conjuración de Catilina y el de la
guerra de Iugurta, había redactado cinco más de historias,
esto es, una relación muy detallada de los hechos acaeci-
dos en la época desde la muerte de Sula (78 antes de J.-C.)
hasta la guerra de Pompeyo contra los piratas (67): doce
años llenos de hechos interesantes, que Salustio mismo
había visto en gran parte, y sobre los cuales podía servirse
de los informes más auténticos facilitados por testigos
presenciales, autopias, como dicen los Griegos. Por este
tiempo tiene lugar la mayor parte de la guerra contra
Sertorio, hasta su muerte en el año 72: Salustio, pues,
es el autor principal que sobre ella haya escrito. En
efecto, los fragmentos salvados de esta obra , aunque
escasos, fuera de algunas oraciones ó epístolas, que fue-
ron tomadas de ella como modelos retóricos, y así se
han conservado en un solo códice de la biblioteca Vatica-
na, todavía contienen algunos detalles, también geográfi-
cos, de mucho precio. La relación de Salustio era, sin duda
alguna, el fundamento de las demás narraciones de la
4
40 LOS HISTORIÓGRAFOS
misma guerra, sobre todo de la de Plutarco. Además, las
historias de Salustio, en una de las epístolas que inserta,
que es la de Pompeyo al Senado, nos proporcionan datos
originales sobre las expediciones de este general. Tenía
Salustio la costumbre, como los autores griegos, de hacer
preceder cada parte de su narración, en el lugar que le
parecía más idóneo, de una descripción geográfica sobre la
región donde se desarrollaban los acontecimientos, y al
ocuparse de la guerra de Sertorio, parece que debiera haber
hecho lo mismo sobre España, sirviéndose de las fuentes
más acreditadas, entonces existentes, es decir, de Polibio
y Posidonio; pero desgraciadamente queda muy poco de
esta interesante exposición.
Últimamente ha reunido los fragmentos de estas Historias,
R. Dietsch , en su edición de las obras de Salustio (2 vol. Leipzig,
1859, 8.), vol. II p. 1 y ss.; encontrándose los relativos á Sertorio y
Pompeyo en los tres primeros libros de aquellas; pero más moderna-
mente ha publicado H. Jordán su tercera edición del mismo
texto comprendiendo los nuevos fragmentos de Orleans: C. Sallusti
Crispí Catilina Iugurtha H. Jordán tertium recognovit, Berlín,
1887 8.
Asinio Folión § 40. Entre los escritores que dejaron noticias de la
época de Pompeyo y César, ocupa uno de los primeros
puestos sin duda Gayo Asinio Polión, el célebre amigo
de los poetas Virgilio y Horacio, que fué á su vez poeta,
orador ó historiador. De sus diez y siete libros Belli civilis
Ccesaris et Pompei no nos queda otra cosa que fragmentos
exiguos; pero se sirvieron de esta obra ampliamente Plu-
tarco (§ 48) y Apiano (§ 49) , por lo que merece una men-
ción especial en este lugar.
Los testimonios sobre Polión y los pocos fragmentos existentes
de su obra, se encuentran en la colección menor de H. Peter, His-
toricorum Romanorum fragmenta, Leipzig 1883, 8., p. 262 y ss.
DIODORO 41
§ 41. Diodoro, de Sicilia, vivió durante el imperio inodoro
de Augusto y no antes del año 21 que precedió á J.-C,
habiendo invertido treinta en escribir su «biblioteca histó-
rica», que se componía de cuarenta libros, desde los orí-
genes míticos hasta la guerra de César contra los Celtas.
Entre lo que se conserva de esta obra de historia universal
sinóptica, el quinto libro, que contiene una geografía
del mundo antiguo, da noticias sobre las islas Baleares
(cap. 16 hasta 19) y sobre los Celtíberos (cap. 33 hasta
el 38), tomadas la mayor parte, como ya vimos antes (§ 30
y ss.), de Timeo, Polibio y Posidonio. En los demás frag-
mentos que aun existen, especialmente en los extractos del
emperador Constantino Pofirogeneto, que murió en el año
959 de nuestra Era, y que tratan de acontecimientos espa-
ñoles, sigue el autor principalmente la relación de Polibio,
tal vez sirviéndose de las mismas fuentes que Polibio
mismo había utilizado, y además de algún otro de los his-
toriadores romanos, que escribieron en griego, como
Fabio Pictor, ó tal vez Cincio. En tales pasajes se encuen-
tran varios datos topográficos, que sin embargo merecen
un puesto más bien en este lugar que entre las fuentes
geográficas.
Los textos de Diodoro más acreditados son el de L. Dindorf y
Carlos Mulle r, 2 vol., París, Didot, 1842 y 1844, 8., con la versión
latina, el de J. Bekker, 4 vol., Leipzig 1853 y 1854, 8., y el de
L. Dindorf, 5 vol., Leipzig 1867 y 1868, 8.
Sobre las fuentes que siguió el autor, narrando los hechos de los
Romanos, las disquisiciones de los doctos no convienen en un resul-
tado definitivo, siendo lo más probable lo que antes he dicho.
§ 42.. Entre los historiadores griegos de la época de luba
Augusto algunos compusieron historias universales, como
Nicolás de Damasco; pero en su obra no parece haberse
ocupado de las partes occidentales del imperio. Otros al
42 LOS HISTORIÓGRAFOS
contrario, se dedicaron según el punto de su residencia y
sus intereses particulares, á dilucidar las cosas del Occi-
dente. Entre ellos ocupa un puesto conspicuo bajo varios
respectos Juba rey de la Mauretania, hijo de otro soberano
del mismo nombre, que gobernaba la Numidia y se suicidó
después de la batalla de Tapso, y de Cleopatra Selene,
hija á su vez del triumviro Marco Antonio y de la famosa
Cleopatra. El monarca mauritano era del linaje de los
reyes Africanos Iempsal, Gauda y Masinisa, como nos lo
enseña su elogio que aun existe en Cartagena (C. I. L. II
3417). Parece haber vivido algún tiempo en la misma Car-
tagena, en donde fué distinguido con una estatua, como á
su hijo Ptolemeo le honraron con otra los ciudadanos de la
Africana Icosium, el Argel de hoy (C. I. L. VIII. 9257).
Iuba además ejerció una vez las funciones municipales de
duumvir en Cádiz, como sabemos por Avieno en su ora
marítima (V. 270 ss.). Es probable, por ello, que en algunas
de sus varias y eruditas obras históricas, en las cuales
hacía referencia á los sucesos acaecidos en España, pudie-
ra haberse aprovechado de informes fidedignos. En su
«Historia romana» se sirvió mucho, para las épocas más
antiguas, de las obras de Varrón; pero en la relación de las
guerras púnicas , que ocupaba el segundo libro de su histo-
ria, y en la de las de Sertorio, puede ser que siguiese,
además de Polibio, una tradición local que no debe tenerse
en poco aprecio. Los fragmentos conservados de esta obra
son muy escasos. Se sirvieron de ella, además de Estrabóny
de Avieno, los más recientes escritores griegos, como
Plutarco, y sobre todo Apiano.
Los fragmentos de Iuba se leen en Carlos Müller, Fragmenta
historicorum Grcecorum, vol. III, p. 465 y s.
lívío §43. Tito Livio, el gran historiador del tiempo de
Augusto que alcanzó el de Tiberio (59 antes de J.-C. al 17
iavio 43
de J.-C), escritor de suma elegancia, se había propuesto,
como sabido es, redactar la historia de su nación desde sus
orígenes, y por esto se dice en el título de la obra, ab urbe
condita líbri, hasta la época misma del autor, casi hasta la
muerte de Augusto (14 de J.-C). Pero no concluyó más
que 142 libros, terminando con la de Druso, acaecida
el noveno año de nuestra Era, y parece que publicó los
últimos veinte libros después de la de Augusto . Al pre-
sente no quedan completas más que la primera (1. I — X),
la tercera (1. XXI— XXX), la cuarta (1. XXXI— XL),
y la mitad de la quinta década (1. XLI — XLV); de los
demás libros no hay sino fragmentos, y unos epítomes,
periochce, de todos los 142 libros excepto del 136 y del 137.
Las cosas españolas se tratan en la tercera, cuarta y quin-
ta década (1. XXI — XLV), con más ó menos prolijidad. En
algunos libros de dicha parte de la obra, no hay más que
breves indicaciones de los magistrados romanos de estas
provincias (1. XXXI, XXXII, XXXVI, XXXVIII, XLII,
XLIV). En el epítome de los demás, no faltan noticias
sobre España (1. XLVI— XLIX, LII— LVII; LIX, LX,
Lxvn, LXX, XC— XCII, XCIV, XCVI, CIII, CX— CXII,
CXV, CXVI, CXXXV); además, los extractos de Floro
(§ 44), Casiodoro, Orosio y otros, sirven para comple-
tar en alguna parte los exiguos fragmentos del original.
De un solo libro entre los que ya no existen, del XCI, se
ha conservado por una casualidad, un trozo precioso, rela-
tivo á la guerra de Sertorio, en un códice palimpsesto de
la biblioteca Vaticana; que contiene indicaciones muy
exactas geográficas, que nos hacen sentir cuánto se ha
perdido con la mayor parte de las obras de Livio para la
historia y la geografía de la España romana. Para apro-
vechar las noticias geográficas é históricas por dicho autor
proporcionadas conforme á las leyes de la crítica más
severa, la cuestión sobre las fuentes, de que tomó su narra-
44 LOS HISTORIÓGRAFOS
ción, ha de dilucidarse en primer lugar. No es de maravi-
llar que, considerada la suma importancia de esta cues-
tión, sobre ella haya una serie de trabajos literarios
extensa y variada. Sólo sobre las fuentes de la parte de su
obra arriba indicada, que se refieren á España, y sobre
su consideración respecto á Polibio, y los demás autores
que de lo mismo tratan, en nuestra época se han escrito, á
partir del 1820, hasta el presente, más de cuarenta Memo-
rias por diferentes autores alemanes. El resultado esencial
de todas estas disquisiciones es que Livio, cuando llegaba
la ocasión, se servía como fuente principal de Polibio. De
suerte que para aquellas épocas, en las que falta al pre-
sente el texto de este escrito griego (como en los libros
XXIH— XXVI y XXVIII de la tercera década), Livio,
hasta cierto punto, nos lo reemplaza. Pero no se sirvió de
Polibio sólo, puesto que no pocos datos militares y geo-
gráficos tomó de fuentes romanas. Parece que no sólo
hubo de conocer muy bien á Coelio Antípatro, el historió-
grafo de los hechos de Aníbal (§ 34), que había seguido á
Sueno, conocido también de Polibio (§ 36), sino además
se utilizó de una relación romana bastante circunstan-
ciada relativa á los hechos de los Escipiones. Puede supo-
nerse, que esta relación haya sido únicamente la de Vale-
rio de Ancio (§ 35), el cual, por su parte, muy bien pudo
haber tomado sus informes de los anales oficiales y de
noticias particulares relativas á los Escipiones. No parece
muy verosímil que los anales de Claudio Quadrigario le
hayan servido al mismo fin, como algunos doctos han con-
jeturado. En la cuarta y en la quinta década esta fuente
romana dio casi exclusivamente á Livio el material rela-
tivo á España; porque Polibio no había tratado en dicho
período sino de los acontecimientos de la Grecia y del
Oriente. En las épocas posteriores á Polibio, por ejemplo
en las de las guerras de Viriato , de Numancia y de Serto-
livio 45
rio, el mismo Valerio de Ancio parece haber sido la fuente
principal de Livio, en cuanto se puede juzgar de la breve-
dad del epítome, además tal vez de algunas relaciones par-
ticulares, que, como luego veremos, fueron usadas por
Apiano. Las no escasas descripciones históricas de los
hechos de los Romanos en España, tomadas de Livio, que
existen en los diferentes idiomas europeos, hacen ver
que la generalidad de sus autores carecen de conocimien-
tos topográficos del país, tan indispensables para el caso;
mientras por el contrario, las narraciones de los historia-
dores españoles desde Mariana hasta La Fuente, á pesar de
sus respectivos méritos, en cuanto á Livio, muestran que
quienes las redactaron ignoraban ó no aplicaron el método
crítico, exigido hoy en el manejo de las fuentes. Para las
guerras de César en España , Livio hubo de servirse en
primer lugar de los mismos comentarios de César, y tal
vez de la historia de las guerras civiles de Asinio Polión
(§ 40). Últimamente, para referir la guerra cantábrica lle-
vada á cabo por Augusto del 26 al 19 antes de J.-C, acaso
hubo de tener á la vista las Memorias autobiográficas
del mismo emperador, las de Mecenas y de Agrippa, así
como otras fuentes contemporáneas.
El texto de Livio, tantas veces reimpreso, se ha publicado con-
forme á los mejores manuscritos, con el epítome y los fragmentos,
en las ediciones de M. Hertz, 4 vol., Leipzig, 1857 al 1864, 8.,
de J. N. Madvig y de J. L. Ussing, 4 vol., Copenhagen, 1861-
1875, 8., y de W. Weissenborn, 6 vol., Leipzig, 1873-1874, 8. El
mismo W. Weissenborn publicó también una edición mayor con
anotaciones muy útiles en alemán, 10 vol., Berlín, desde 1853 basta las
últimas ediciones de cada uno de los volúmenes en 1879 y 1884, 8.
De los innumerables trabajos literarios sobre las fuentes de Livio,
no cito más que los de alguna importancia, que son los de F. Lach-
mann, De fontibus historiarum T. Livii, commentatio I y II, GSttin-
gen 1822 y 1828, 4., de C. Peter, Livius und Polybius, über die
Quellen des 21. und 22. Buches des Livius, Halle 1863, 4., y del mis-
46
I. OS IUSTOKIOORAFOS
mo autor Zur Kritik der Quéllen der alteren rómischen Geschichte,
Halle 1879, 8., de H. Nissen, kritische Untersuchungen über
die Quellen der 4. und 5. Dekade des Livius, Berlín, 1863, 8.,
K. W. Nitszsch, en su libr.o die rümische Annalistik etc., Berlín
1873, 8. Pero aun no existe todavía un libro que comprenda en gene-
ral el estudio de todas las fuentes de cada una de las partes de la
gran obra de Livio.
Escritores que
siguieron d
Livio
Veleio Pa-
terculo
Valerio Má-
ximo
Frontino
§ 44. Livio siempre ha sido el grande arsenal histó-
rico, del cual los historiadores y cronistas de las épocas
más recientes de la antigüedad romana han tomado los
materiales para sus obras. Así es que ellos también pro-
porcionan á su vez datos muy importantes para restable-
cer en cierto modo aquellos pasajes de la del Padua-
no, que no existen al presente en su forma original. En
este lugar sólo habremos de tratar de los autores que se
apropiaron de Livio algo relativo á España, limitándonos
á citar los latinos y reservándonos para más adelante
el hablar de los griegos, que siendo posteriores en fecha,
pudieron conocer las Décadas.
Veleio Paterculo, el admirador de Tiberio, en la
rápida ojeada sobre la historia de Roma de que hace prece-
der su narración de los acontecimientos de la época en que
vivió, á pesar de que, como ardiente partidario de la sobe-
ranía Augustea, no se fía mucho de Livio como republica-
no, sin embargo, hubo de tomar de éste las breves noticias
sobre las guerras de España, que en la primera parte de su
segundo libro leemos. En la relación que hace de las
luchas con Sertorio, parece que se sirvió además de otras
fuentes, como del mismo Salustio, tal vez de memorias
biográficas, como las de Quinto Hortensio, el orador.
De Livio y de Salustio sacó sus materiales otro escritor
retórico del tiempo de Tiberio, Valerio Máximo, en
sus Factorum et dictorum memorabilium Ubri novem.
De César, de Salustio y sobre todo de Livio tomó gran
FLORO 47
parte desús ejemplos estratégicos Sexto Julio Fron-
tino (del 40 al 130 de J.-C), el excelente general é inge-
niero de Domiciano , en sus Strategematicon líbri IV.
Julio Floro, el autor retórico de un epítome de T. Livio, Floro
Bellorum omnium annorum DCC, en dos libros, escrito bajo
Adriano, tomó de Livio su breve narración de las Bes in
Hispania gestai, desde los Escipiones basta Viriato (I, 33), y
del bellum Numantinum (I, 34) y Balearicum (1,43), así como
la del bellum Sertorianum (II, 10), del bellum civile Ccesaris
et Pompei (II, 13), y del bellum Cantabricum et Asturicum
de Augusto (II, 33). Es muy probable que este Julio Floro
sea idéntico con el poeta y profesor de retórica, P. Annio
Floro, pues el nombre de Julio puede ser que no fuera el
verdadero, del cual tenemos aún, además de algunas poe-
sías, el principio de una discusión sobre el tema ¿Vergi-
lius orator an poeta?, y cuya residencia fué Tarragona,
sobre la que nos da algunas noticias interesantes.
De Veleio el mejor texto es el de C. Halm, Leipzig 1876, 8.;
de Valerio Máximo consúltense el de C. Kempf, Berlín 1854,
8. con los dos epítomes de Julio Paris y [de Januario Nepocia-
no, y el de C. Halm, Leipzig 1865, 8. con los mismos epítomes; de
Frontino, el de A. Dederich, Leipzig 1858, 8., muy insuficiente;
de Floro, losdeO. J a hn, Leipzig 1852, 8. y de C. Halm, Leip-
zig 1854, 8. Sobre todos los autores que se sirvieron de Livio, inclu-
sive los compendios históricos, que en seguida mencionaré (§ 46),
y los griegos, véase la disertación de U. Koehler, Qua ratione
T. Livii annalibus usi sint historici Latini atque Graeci etc., Góttin-
gen, 1864, 4.
§ 45. El poeta Tiberio Catio Silio Itálico, que sato itálico
son sus nombres auténticos, cónsul el año 68 de J.-C. , per-
sonaje de mucha importancia, ínter principes civitatis, como
Plinio el menor lo califica, cuando en edad ya avanzada
(vivió desde el 25 basta el 101 de J.-C), después de una
larga carrera política, se puso á componer, maiore cura
48 LOS HISTORIÓGRAFOS
quam ingenio, como dice el mismo Plinio, sus diez y
siete libros de las guerras púnicas, se sirvió sin duda en
primer lugar de los datos recogidos y publicados por Livio,
tomando quizá algo también de los libros de Coelio Antí-
patro. Pero en lo que difiere de Livio, que no es mucho,
hubo de seguir generalmente su propia fantasía; como por
ejemplo en la invención de nombres de ciertos personajes
y en otras cosas por el estilo. Para los acontecimientos de
España los tres primeros libros son de importancia, y
sobre todo en el tercero el catálogo de las huestes españolas
de Aníbal. Es un error común entre los escritores naciona-
les el considerarle, por su sobrenombre, como hijo de la
Itálica de España. Este nombre de Itálico, bastante común,
no tiene nada que ver con aquella ciudad déla Botica, no
sabiéndose por otra parte ni pareciendo probable que el
poeta hubiese visitado jamás la península. Los naturales de
Itálica se llamaron en latín Italicenses. Que Silio efectiva-
mente no utilizó otras fuentes que las de Livio y Coelio, ha
sido demostrado hasta la saciedad por una serie de diserta-
ciones eruditas que no es del caso referir al presente.
No tenemos todavía un texto crítico de Silio ; las ediciones con
notas de A. Drakenborch, Utrecht 1717, 8., de J. Ch. Th.
Ernesti, 2 vol., Leipzig 1791, 8., y de G. A. Ruperti, 2 vol.,
GSttingen, 1795-1798, 8., y los textos de la Bipontina de 1794, y de
G. H. Lünemann, Gotha 1823, 8., son poco suficientes.
compendios § 46. Los compendios históricos de la última época,
htstóncos ej iiDro de viris Mustribus urbis Romm, atribuido á Sexto
Aurelio Víctor (hacia el 360 de J.-C), el Breviarium áb
urbe condita de Eutropio (murió en 340), el Breviarium
rerum gestarum populi Romani de RufioFesto Avieno el
poeta (§ 2), las partes respectivas de los adversus paganos
historiarum libri septem del presbítero Bracarense Oro si o,
natural de Tarragona (hacia el 417), de cuyo trabajo geo-
TÁCITO 49
gráfico ya se ha hablado más arriba (§ 16), y la crónica de
Magno Aurelio Cassiodorio Senator (del 468 al 575
de J.-C), todos escritos desde fines del siglo iv hasta
mediados del vi, están sacados con mayor ó menor libertad,
si bien no exclusivamente, de la obra de Livio. A pesar que
dichos autores no enseñan mucho de nuevo sobre España,
sin embargo, merecen ser atendidos en cuestiones crono-
lógicas ó históricas.
Aunque de Víctor aun no existe una edición crítica, pueden con-
sultarse los textos publicados por F. Arntzen, Amsterdam 1733,
4., de Eutropio la edición de H. Droysen, Berlín 1879, 4.,
(tom. III pars prior de los Monumento, Germanice histórica, scrip-
tores antiquissimi), y la de C. Wagner, Leipzig 1884, 8., de
Festo, la de W. Forster, Viena 1882, 8. La mejor edición de
Orosio es la de Carlos Zangemeister , en el Corpus scriptorum
ecclesiasticorum de la Academia de Viena de Austria, vol. V,
Viena 1882, 8. De la crónica de Casiodorio no hay tampoco
todavía una edición recomendable; véase la disertación de Th.
Mommsen, die Chronik des Cassiodorus Senator vom Jahre
519 n. Chr., en las Memorias de la Sociedad de Ciencias de Leipzig
vol. VIII, 1861, p. 547 y ss.
§ 47. Durante el período que corre desde la muerte Tácito
de Augusto hasta la época de Marco Aurelio, como las
provincias españolas gozaron de una paz no. interrumpida,
raras veces los acontecimientos del país tuvieron que figu-
rar en la narración general de la historia romana. Así es
que en las obras inmortales de Cornelio Tácito, el gran
historiador del tiempo de Trajano, apenas si aparece
alguna vez el nombre de España, si bien le debemos pre-
ciosas noticias sobre el templo Tarraconense (Annal. I, 78),
y sobre las minas de oro y plata del mons Marianus (Annal.
VI, 19). Si tuviéramos aún completos los diez y seis libros
de los Anales, y se conocieran el V y del VII hasta el X,
hoy perdidos, así como de las Historias además de los
50 LOS HISTORIÓGRAFOS
cuatro y medio que existen, los otros, hasta el último, que
era el XIV, que también se han perdido, recibirían sin duda
alguna nueva é inesperada luz los monumentos epigráfi-
cos, que como veremos más adelante, son al presente casi
los únicos documentos en los que se habla de la vida pro-
vincial muy desarrollada en estas regiones tan ricas y
pobladas, tanto en el primer siglo de nuestra Era como en
los que le sucedieron inmediatamente. Porque Tácito, con
las galas de su magnífico estilo y la solidez de su juicio,
hubiera sabido presentar datos variados, tomándolos de las
fuentes históricas á la sazón fáciles de utilizar, como lo
fueron las actas oficiales del Senado y los acta diurna de la
ciudad de Roma, las Memorias y libros históricos de
Fenestella, de Aneo Séneca el mayor, del emperador
Claudio, de Aufidio Baso, de Plinio el mayor, de Ser-
vilio Noniano,de Cluvio Rufo, de Vipstano Mésala,
de Fabio Rustico, cuyos manuscritos, como los de otros
varios, han desaparecido. Por otra parte, siguen en pri-
mer lugar el texto de Tácito, en la época que arranca de
la muerte de Augusto, antes de la cual terminó la obra
de Livio, los historiadores posteriores, en todo lo que se
refiere al siglo primero del imperio hasta el reino de Tra-
jano, como Suetonio, en sus biografías de los primeros
doce Césares, el único historiador latino existente de esta
época, y Ammiano Marcelino, en los primeros libros
de su grande obra histórica , destinada á continuar la de
Tácito, desde el imperio de Trajano hasta la muerte del
emperador Valente (del 96 al 378 de J.-C.)
De las obras de Tácito hay muchas ediciones en extremo reco-
mendables, con y sin anotaciones; los textos mejores son los de
C. Nipperdey, 4 fascículos, Berlín 1871-1876, 8., y de C. Halm,
2 vol., cuarta edición, Leipzig 1883, 8. Anotaciones en latín da la
edición grande de J. C. Orelli y J. G. Baiter, vol. I, Turici, 1859,
PLUTARCO 51
vol. II, fascículo I hasta V, Berlín 1877 hasta 1886, 8. mayor;
en alemán, la de los anales por C. Nipperdey, 2 vol., edición
octava y cuarta, Berlín 1887 y 1880, 8., y la de las Historias por
C. Herae us, 2 vol., edición cuarta y tercera, Leipzig 1885 y 1884, 8.
Los fragmentos de los escritores consultados por Tácito están reu-
nidos en la colección de H. Peter, Historicorum Romanorum frag-
menta, Leipzig 1884, 8., p. 272 y ss. Sobre Ammiano véase más
adelante § 52.
§48. Contemporáneo de Tácito era Plutarco de Que- Plutarco
ronea (del 46 al 120 de J.-C), el famoso filósofo, cuyos
numerosos escritos aun existentes encierran una infinidad
de conocimientos. Había vivido en Roma algún tiempo,
bajo Trajano, y concluyó su vida laboriosa en su país
natal, como el más distinguido de sus conciudadanos.
Entre sus biografías paralelas de griegos y romanos las
relativas á Emilio Paulo, á Catón el censor, á Sula, á Ser-
torio, á Pompeyo, á César, y á Tiberio Sempronio Graco,
hermano mayor de Gayo, contienen materiales para la his-
toria de España; como también el libro, no perteneciente
á las vidas paralelas, sobre los emperadores Galba y Otón,
que se ha salvado únicamente de una serie de biografías
de los primeros emperadores romanos hasta Vitelio, que
Plutarco había ó escrito ó ideado. Sobre el gran número
de fuentes, de donde el escritor griego sacó sus inmensos
materiales, la docta Germania en estos últimos decenios
ha producido un número de trabajos críticos casi tan
copioso como el de los que se refieren á las fuentes de
Livio. Como era natural, y puede justificarse con una por-
ción de pruebas, generalmente el autor griego siguió en
primer lugar á los que también en griego habían escrito la
historia romana, es decir, á Fabio Pictor y á Polibio. Para
los acontecimientos posteriores á éstos y por ellos no rela-
tados, como quiera que tenía Plutarco conocimientos sufi-
cientes del latín, se sirvió á la vez de los que en dicho
62 LOS HISTORIÓGRAFOS
idioma habían escrito, habiendo leído entre otros varios á
César, Salustio y Livio. Al presente, sin embargo, no está
» aún bastante adelantado el análisis de las fuentes de que
se sirvió al ocuparse de los sucesos referentes á España, si
bien al ocuparse de las guerras de César en dicho país
parece que se valió de las mismas que Apiano, utilizando
en primer término la obra de Asinio Polión.
De las vidas paralelas de Plutarco no hay todavía una edición
crítica suficiente, como la había ideado el difunto Ch. Graux, sir-
viéndose de un códice de la Biblioteca nacional de Madrid. El texto
se encuentra en las ediciones de Th. Doehner, 2 vol., París 1846
y 1847, Didot, con la versión latina; de J. Bekker, 5 vol., Leipzig
1855-1857, 8; de C. Sintenis, 5 vol., ed. segunda, Leipzig 1873-
1875, 8. Sobre el valor histórico de Plutarco no cito más que los
dos trabajos generales, pero no definitivos, de A. H. L. Heeren,
De fontibus et auctoritate vitarum 'parállelarum Plutarchi commen-
tationes IV, Góttingen 1820, 8, y de H. Peter, die Quellen Plu-
tarchs in den Biographien der R'ómer neu untersucht, Halle 1865, 8.
El mismo autor, en una breve exposición relativa á la vida de Serto-
rio, ha probado que para redactarla tomó mucho Plutarco de Salus-
tio, Sallust und Plutarch, en la Symbola phüologorum Donnensium
in honorem F. Ritschelii collecta, Leipzig 1867, 8, p. 455-466.
Apiano § 49. Fué Apiano de Alejandría historiador de escaso
mérito. Bajo el imperio de Antonio Pío siguió la carrera
ecuestre de los procuradores del emperador y llegó á obte-
ner uno de los más altos grados de ella con la administra-
ción de Egipto (hacia 150 de J.-C). Con el objeto de reunir
materiales para la instrucción militar y administrativa
de sus contemporáneos, se puso á compilar, sirviéndose de
muchas fuentes, una historia general pero sucinta de Roma,
distribuida, según las épocas y sus guerras principales, en
veinticuatro volúmenes. De los cinco primeros que com-
prendían la historia hasta la primera guerra púnica inclusi-
ve, sólo quedan fragmentos. La parte enteramente conser-
CASIO DION
53
vada principia con la de España (la 'Ipyjptxr/), á la cual sigue
la segunda púnica (la 'Awt{3aí«fj), Estos dos libros contienen
una relación tomada en especial de Fabio Pictor, pero muy
abreviada y con noticias geográficas algo confusas. Sin
embargo, como la parte de la obra de Polibio relativa á
esta época no existe completa (§ 36), fuerza es consultar á la
vez de ésta la de Apiano, aunque la última con mucha
cautela. Además de dichos dos libros de los nueve dedicados
á las guerras civiles sólo se conservan cinco que contienen
también algo sobre España. En el primero hay una rela-
ción de la guerra Sertoriana, que debe compararse con la de
Plutarco, habiendo sido tomadas las dos principalmente
de Salustio. El segundo, entre otras cosas, trata de las
guerras de Pompeyo y César en España, hasta la muerte
de este último. No faltan en los otros libros menciones
ocasionales de los acontecimientos españoles. En las gue-
rras civiles Apiano se sirvió en gran parte de la obra de
Asinio Polión (§ 40): por eso, á pesar de sus muchos yerros
y confusiones, los datos que proporciona el referido Apiano
tienen su valor particular.
El mejor texto de Apiano que tenemos es el de L. Mendelssohn,
2 vol., Leipzig 1879 y 1881, 8; con la versión latina lo publicó
F. Dübner, París 1840, Didot, 8. mayor. Sobre su valor como
historiador y sobre sus fuentes han tratado, más ó menos acerta-
damente, casi todos los escritores antes mencionados que se han
ocupado de la crítica de Polibio y Livio. Hay además una mono-
grafía sobre Apiano por E. Hannak, Appian und seine Quellenf
Viena 1869, 8; pero este autor no se ocupa de la 'I(37¡p'.xr¡.
§ 50. Oriundo de una familia de hombres eruditos y de Caeio Dion
educación distinguida fué Casio Dion Cocee j ano, cuyo
abuelo materno había sido Dion Coccejano Crisóstomo,
orador esclarecido, y el padre Casio Aproniano, senador y
legado del emperador Marco Aurelio en Cilicia y en Dal-
54 LOS HISTORIÓGRAFOS
macia. Había nacido el primero en Nicea de Bitinia hacia
el 155 de J.-C; llegó á obtener sucesivamente en Eoma las
altas dignidades del Estado, hasta el consulado reiterado
en 229, y murió en su patria cerca del 235. Después de un
trabajo de más de veintidós años, publicó su Historia uni-
versal de Eoma, desde la llegada de Eneas á Italia hasta el
segundo consulado del autor en 229, en ochenta libros.
De esta grande obra sólo existen fragmentos escasos de los
primeros treinta y cuatro libros, conservados la mayor
parte en la colección de ejemplos del emperador Constan-
tino Porfirogeneto. Del XXXIV y XXXV los hay un poco
más amplios, principiando con las guerras de Luculo (68
antes de J.-C). Completos tenemos del XXXVII, que com-
prende la guerra contra Mitridates á partir del 65 antes de
J.-C. hasta el LIV del año 10 antes de J.-C, correspon-
dientes al imperio de Augusto. Del LV al LX, que alcanza
á la muerte del emperador Claudio en 54 de J.-C, existen
fragmentos bastante numerosos. Del resto, comprendiendo
los veinte últimos libros del LXI al LXXX, no hay más
que un epítome hecho en el siglo xi por Juan Xifilino,
principiando en la época de Pompeyo y terminando con el
emperador Severo Alejandro. Además pocos fragmentos de
esta parte de la obra se han conservado. En el siglo xn,
otro docto bizantino, Juan Zonarás, escribió un epítome
de la historia universal, en diez y ocho libros, que, en sus
partes relativas á la historia de Eoma desde el final del libro
sexto hasta el undécimo, donde termina Casio Dion, con-
tiene principalmente unos extractos sacados de éste mismo.
En muchos pasajes de esta historia universal, sobre todo en
la parte completa, los hechos de los Eomanos en España
están sucintamente narrados. Casio Dion siguió á Polibio,
á Celio Antípatro, tal vez á Calpurnio Pisón, y sobre todo á
Livio, y en las épocas más recientes, á Tácito y los escrito-
res que dejaron escritas las vidas de los demás emperadores.
LOS BIÓGRAFOS DE LOS EMPERADORES 55
Después de"la grande edición de Dion con su versión latina por
P. G. Sturz, 9 vol., Leipzig 1824-1843, 8., se han publicado dos textos,
eldeJ. Bekker, 2 vol., Berlín 1849, 8., y el de L. Dindorf , 5 vol.,
Leipzig 1863-1865, 8. La edición con la versión francesa de E. Gros
yV. Boissée, 10 vol., París 1845-1870, 8., contiene notas útiles.
§ Bl. En los últimos tiempos, á partir del siglo n en Los bíoyráfos
11 1 i • ' n i de l°s
adelante, las letras romanas no cuentan historiógrafos de emperadores
gran talla, si bien no faltaron biógrafos de los soberanos,
como Mario Máximo, que parece haber escrito sobre los
emperadores desde Trajano hasta Elagábalo , y una por-
ción de otros, más ó menos importantes. Parece que éstos
hubieron de utilizar las noticias autobiográficas de muchos
de los mismos emperadores, como se aprovecharon también,
á la manera que lo había hecho Tácito, de las actas oficia-
les del Senado. La única memoria de todos estos trabajos
literarios que ya no existen, nos ha sido conservada por los
seis escritores de la época de Diocleciano y Constantino.
que se conocen bajo el nombre de los Scriptores historia}
Augustce. De ellos Elio Sparciano, Volcacio Galicano y
Trebelio Polion son contemporáneos de Diocleciano; los
otros tres, Flavio Vopisco, Elio Lampridio y Julio Capi-
tolino, pertenecen á la época de Constantino. Eran hom-
bres de alto rango, pero de escasa erudición y poca facili-
dad de estilo, que en sus biografías, quiero decir en las de
los tres primeros monarcas, siguen principalmente la obra
de Mario Máximo; los demás se sirvieron también de otras
autoridades. El nombre de España no figura con mucha
frecuencia en estas relaciones biográficas; pero aun aque-
llas escasas noticias, combinadas con los testimonios epi-
gráficos, no carecen de cierta importancia.
El texto de los Scriptores historice Augustce fué publicado, según
los mejores códices, por H.Jordán y P. Eyssenhardt, 2 vol.,
Berlín 1864, 8., y por H. Peter, 2 vol., edición segunda, Leipzig
1884, 8. Sobre su autoridad y las fuentes, que siguieron, hay no
5
56 LOS HISTORIÓGRAFOS
pocas disquisiciones especiales; bastando indicar aquí que todo lo que
en ellos puede referirse á ciertas autoridades, se encuentra reunido
con brevedad en la colección menor de los fragmentos de los histo-
riadores romanos por el mismo H. Peter , Historicorum Romanorum
fragmenta, Leipzig 1883, 8., p. 329 y ss.
Ammiano § 52. Más escasas aun que las de los escritores de la his-
úiuwuh noticias toria Augusta son las noticias relativas á España, que lee-
hiitóricas sobre mos en jag partes aun existentes de la obra del último histo-
España A
riador de Roma, Ammiano Marcelino el continuador
de Tácito (§ 16), autor que escribió á fines del cuarto
y principios del quinto siglo. Casi no nos proporciona más
que algunos pocos datos para completar los fastos de los
magistrados de esta provincia, que también en aquella época
gozaba todavía de paz y tranquilidad. De sus digresiones
geográficas ya se lia hablado antes (§ 47); puede ser que en
la parte de su obra que ya no existe hubiera consagrado
también á España una breve exposición de este género,
siguiendo en ello su ideal, que fué Salustio el historiador
(§ ^9), y sirviéndose de las noticias estadísticas oficiales,
así como de las fuentes geográficas griegas y latinas, como
de Ptolemeo y de Timágenes, á quien siguió también en
sus noticias geográficas sobre los Celtas.
El texto de Ammiano ha de leerse con el comentario egregio de
Enrique Valois en la edición de J. A. Wagner, 3 vol., Leipzig 1808,
8., ó sin él en la de V. Gardthausen, 2 vol., Leipzig 1874y 1875, 8.
Cronicones § ^3. Del quinto siglo en adelante principian los testi-
monios históricos de los Cronicones cristianos, que depen-
den más ó menos de la Crónica de San Jerónimo, Prosper
de Aquitania y su continuador Idacio, Juan Biclariense,
San Isidoro de Sevilla y otros; que aunque todos de gran
importancia histórica, nos han conservado muy poco res-
pecto á la geografía y á las antigüedades de España.
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III
LAS INSCRIPCIONES
§ 54. . Más auténticos que los testimonios geográficos varias ciases
é históricos, hasta aquí enumerados, son aquellos docu- .
' J- j- inscripciones
mentos coetáneos de los sucesos, ó de los objetos antiguos
que le dieron origen, que designamos bajo el nombre de
inscripciones. De ellas hay dos clases distintas: la una, que
comprende los documentos públicos que se designan bajo
el nombre latino de acta, y la otra, que abraza las demás
inscripciones en el sentido estricto de la palabra, ó séanse
los epígrafes llamados en latín tituli. Aquellas solían ins-
cribirse ó grabarse desde la más remota antigüedad y casi
al principiar la época, en que comienza el uso de la escri-
tura, en alguna materia sólida y durable, porque cuando
fueron redactadas, se les suponía generalmente casi de
duración eterna. Estos están siempre en conexión íntima
con los objetos en que fueron escritos, pintados, grabados
ó trazados con un punzón; pues servían para designar el
uso particular, el origen, el destino de las respectivas
ofrendas, aras, ó cualquier edificio, donde aparecen. Para
ambas clases de inscripciones se sirvió en España la cul-
tura anteromana de una escritura derivada de la de los
68 LAS INSCRIPCIONES
Fenicios, existiendo aún no escaso número de monumen-
tos epigráficos, en los que aparece la escritura de que
usaron las naciones indígenas de la península. De los
Fenicios y de los Cartagineses todavía no se ha encon-
trado en España ni una sola inscripción auténtica, con
excepción de unos monumentos pequeños quizá importados
de fuera; de los Griegos muy pocas, y éstas de la época
romana; siendo en cambio abundantísimas las inscripcio-
nes romanas de todas clases que se han hallado en la penín-
sula. Principian éstas con algunos pocos monumentos de
alta antigüedad, esto es, algo más recientes que la organi-
zación de las provincias romanas en el siglo ni, y pertene-
cientes en parte al n y al i siglo antes de J.-C. Escasean,
sin embargo, encontrándose sólo en algunas localidades que
fueron muy importantes, como Córdoba y Cartagena donde
son algo más frecuentes, los monumentos de la edad Augus-
tea. Desde cerca de mediados del siglo i de nuestra Era,
las inscripciones generalmente se hacen un poco más fre-
cuentes; pero la mayor parte de ellas pertenece al n y ni
de nuestra Era. Del cuarto para abajo se hacen más
raras, pero no desaparecen nunca enteramente y llegan
hasta la última época de la dominación romana, y aun á la
de los Visigodos y algo más adelante. Con la introduc-
ción de nuestra fe cristiana mudan su carácter y forma,
constituyendo una serie distinta, que exige estudios parti-
culares para su inteligencia y explicación.
Los únicos monumentos auténticos — porque las falsificaciones de
D. Cándido María Trigueros no merecen una consideración seria
(véase la anotación al § 55)—, en los cuales se han observado, hasta
ahora, letras fenicias, son la piedra grabada de una sortija, encon-
trada en 1873 cu los fosos del lienzo de muralla que se desplomó en el
sitio de Puerta de Tierra de Cádiz y que vio en el mismoañoen Sevilla,
en poder de D. Antonio Delgado, el Dr. Berlanga, con una inscripción
fenicia de dos renglones y diez letras, y los restos de un vaso griego
INSCRIPCIONES CELTIBÉRICAS 59
pintado, con figuras encarnadas en fondo negro, encontrado en Adra
y traído á Granada. Existen hoy algunos pedazos de este vaso en el
Museo de dicha ciudad, en uno de los cuales hay una inscripción feni-
cia no completa, en un renglón, de nueve letras hechas con un punzón.
Ambos monumentos pertenecen á los que con frecuencia se
importaban á España, en tan crecido número, de aquellos remotos
países. El vaso puede ser que por negociantes fenicios fuese com-
prado en Grecia y vendido en España.
Sortijas con piedras grabadas ya desde tiempos muy remotos
vinieron del Oriente, traídas para fomentar su comercio por Fenicios
y Griegos. Los epígrafes de estos dos monumentos los ha publicado ó
ilustrado, con su acostumbrada doctrina, el Dr. Ber langa en su
Hispanice, anteromance syntagma, p. 396 y s.
La inscripción fenicia del plinto de una estatua pequeña de
bronce, de Harpócrates, proveniente de la colección Dávila, y con-
servada en el Museo nacional de antigüedades en Madrid, de proce-
dencia desconocida, ciertamente no fué hallada en España.
Las pocas inscripciones griegas, como una de Sevilla, otra de
Málaga, y una tercera de Beja en Portugal, se encuentran en el Cor-
pus inscriptionum Latinarum, (vol. II, p. 153 y 251) y en la Ephe-
nieris epigraphica, (vol. III, 1877, p. 50, n. 48).
§ 55. En diferentes localidades de la península se han inscripciones
encontrado inscripciones, en piedra la mayor parte, pero
algunas también en planchas de bronce y de plomo, en
vasos de plata y en objetos diversos de oro y de bronce,
escritas con los caracteres ibéricos, que se conocen por las
muchísimas monedas de plata y de bronce halladas con fre-
cuencia en las mismas regiones. Las inscripciones de estas
monedas, como más abajo veremos, se leen con alguna cer-
tidumbre; pero la lengua de todos aquellos monumentos
permanece todavía enteramente desconocida. En Aragón, en
Cataluña y en Valencia, sobre todo en Tarragona y en Mur-
viedro, el alfabeto de las inscripciones ibéricas allí halladas
tiene el tipo de el de las monedas de la misma procedencia.
En Andalucía, en la costa inmediata á Almería y en el valle
del Betis, se asemejan las letras al tipo de las monedas de
(JO LAS INSCRIPCIONES
Obulco. Cerca de Cádiz y de Jerez, de donde proviene una
clase de monedas con escritura particular, parece haya
habido también monumentos epigráficos de esta clase;
pero de uno sólo hasta ahora se han podido tener noticias.
Las piedras halladas en el Sur de Portugal con leyenda
hasta hoy no descifrada, son de un tipo especial algo
semejante al de las monedas atribuidas á Salacia, munici-
pio romano situado en aquellas regiones. De Castellón de
la Plana y de Lúzaga, cerca de Cifuentes, Guadalajara,
provienen los dos monumentos epigráficos más importan-
tes de esta clase, tal vez votivos, y son dos láminas, la una
de plomo, probablemente la más antigua inscripción de
España, y la otra de bronce. Existe una tercera, trazada
también en plomo, que procede de las minas de la sierra
de Gador, no lejos de Almería. Esta parece tener un carác-
ter diferente, como si fuera un documento privado refe-
rente á algo de cuentas, ó quizá á las mismas minas. De
igual índole puede ser otra planchita de plomo con ins-
cripción encontrada en Andalucía, en Frailes cerca de Gra-
nada, tampoco descifrada. Los demás son epígrafes breves,
según la apariencia sepulcrales, y -dos de ellos bilingües, de
Tarragona ambos (CIL II 4318 a., 4324 a.) En uno de éstos
después de dos renglones de texto ibérico siguen las pala-
bras latinas Fulvia lintearia; en el otro del texto latino no
queda más que la fórmula heic est sita; después hay dos
líneas del ibérico. Junto á Cazlona existían monumentos
escritos en letras latinas, pero en idioma ibérico (CIL II
3294 y 3302). En la Lusitania, cerca de Viseu en Portugal,
y en el pueblo del Arroyo del Puerco, junto á Cáceres, en
la Extremadura española, se han encontrado también ins-
cripciones bilingües; que, con pocas palabras latinas, con-
tienen textos escritos en letras latinas, pero en un idioma
desconocido, que según la apariencia es el ibérico de estas
regiones (CIL II 416 cf. add. p. 695). Todos estos monu-
INSCRIPCIONES CELTIBÉRICAS 61
mentos epigráficos, en los que se usan los idiomas nacio-
nales, no son, según parece, mucho más antiguos que la
dominación romana en España, y demuestran, que aun
bajo dicha dominación y hasta muy cerca de la época de
Augusto, los habitantes del país, aunque quizá no muy
á menudo, se sirvieron en sus documentos de aquellos idio-
mas. Los mismos sin duda se mantuvieron en uso hasta
una época mucho más reciente, y en algunas partes de las
Provincias Vascongadas al Sur y al Norte de los Pirineos,
nunca perecieron completamente.
Carecemos todavía de una colección completa de los monumen-
tos epigráficos en idioma ibérico, con sus correspondientes facsí-
miles, sin los cuales el estudio científico de ellos es imposible. El
autor de este libro prepara una con láminas y facsímiles que,
por su forma y método, será parecida al volumen en que el mismo
ha publicado las inscripciones cristianas (§ 69). El Sr. George
Pbillips, jurisconsulto insigne de Viena, que después de una
larga carrera, dedicada á varios ramos de la jurisprudencia, en los
últimos años de su vida abrazó con ardor el estudio de la lengua
vascuence y de los monumentos ibéricos, en su primera disertación
académica relativa á estos estudios, tíber das iberische Álphabet,
en las actas de la Academia Imperial de Viena, sección filológico-his-
tórica, (vol. LXV, 1870, p. 165 y ss.), ha dado también una siloge de
las inscripciones ibéricas hasta entonces conocidas (p. 192 y ss.). Pero
en la explicación de los caracteres ibéricos sigue las opiniones
desatinadas del Sr. Boudard, de las cuales se hablará más ade-
lante (§ 127), habiendo, por otra parte, incluido entre los epígrafes
ibéricos uno de los forjados por Trigueros. Sin embargo, la siloge,
aunque no completa, y publicada no en facsímiles, como era nece-
sario, sino solamente en caracteres tipográficos no malos, no carece
de mérito. El mismo autor, algo más tarde, ha publicado separada-
mente la inscripción ibérica de la plancha de plomo de Castellón
de la Plana, repitiendo el grabado de Lorichs, en las mismas actas de
la Academia de Viena, vol. LXVII, 1871, p. 573 y ss., y proponiendo
una interpretación que no es aceptable. Sus tareas, pues, no pueden
considerarse como de gran ventaja para estos estudios. De mucho
menor importancia puede decirse que son los trabajos lingüísti-
62 LAS INSCRIPCIONES
eos del Sr. Mínguez, el cual, primero en unos artículos de la
«Revista de España» del año 1887, ha tratado de «los alfabetos
heleno-ibéricos», luego en la obra titulada: «Datos epigráficos y
numismáticos de España», Valladolid 1885,8., y por último en
otros artículos que viene publicando también en la «Revista de
España» (vol. CXVI al CXVIII, n.°461 al 469, junio y octubre de 1887)
con el título «Los alfabetos heleno-ibéricos, estudios hispano-heléni-
cos». No carece de ingenio, pero le falta el método severo y la erudi-
ción gramatical, sin las cuales hoy día no se pueden obtener resul-
tados durables.
De la plancha de Castellón de la Plana se dio á conocer por la
primera vez la existencia en la «Noticia de las actas de la Academia
de la Historia», del año de 1868, por D. Pedro Sabau (Madrid 1868,
p. XI). No se sabe dónde para tan precioso monumento, que sólo
podemos apreciar por la publicación esmerada del Sr. de Lorichs
en su obra numismática tan conocida (§ 127). El mismo autor da la
figura de un idolillo de oro, encontrado en 1842 en Torre de Alcázar,
con una leyenda ibérica (láni. XXXIII, p. 206).
Una nueva inscripción ibérica, trazada en una tésera de bronce de
forma de un pequeño toro, ha sido publicada por el Sr. D. Aur eliano
Fernández Guerra en el Boletín de la R. Acad. de la Historia,
(vol. I, 1877-79, p. 129 y ss.)
De estos títulos y además de las monedas , el insigne erudito
P. Fidel Fita ha sabido sacar algún fruto para la inteligencia de
la lengua desconocida en que están escritos, en su docta disertación
«Restos de la declinación céltica y celtibérica en algunas lápidas
españolas», publicada en la «Ciencia cristiana», revista madrileña,
(1878, 172 pp., 8.); sobre la cual puede verse la Jenaische Literatur-
zeitung, (1879, p. 517), y el Academy de 1882, 11 de octubre.
En la «Academia, revista de la cultura hispano-portuguesa,
latino-americana», publicada en Madrid, cuyo primer tomo pareció
en 1877, el entonces archivero de Valencia D. Miguel Velasco y
Santos, ha reproducido algunas de las inscripciones celtibéricas
publicadas por el conde de Lumiares (p. 119 y 188), y propone una
explicación de ellas muy poco feliz.
En el mismo periódico, el conocido lingüista de Oxford A. H.
Sayce, ha querido comunicar al mundo literario una explicación de
una de las más importantes inscripciones ibéricas, la lámina de plomo
de Castellón de la Plana; pero tampoco ha conseguido proponer una
solución plausible de su contenido. Ni es probable la opinión del
INSCRIPCIONES CELTIBÉRICAS 63
mismo sabio inglés, emitida algo más tarde, de que las inscripciones
encontradas en el norte de Italia y escritas en un alfabeto etrusco,
tengan semejanza con las ibéricas, y que ambas hayan de consi-
derarse como ligúricas. Con no mayor provecho, otro sabio también
inglés, ya difunto, el Sr. Roberto Ellis, en un libro postumo «Sour-
ces of the Etruscan and Basque languages (Londres 1886, VIII y
166 pp., 8.)», trató el problema del origen del idioma ibérico y de su
relación con los de Italia y de Grecia. El enigma todavía no ha
encontrado su Edipo.
Una parte de las inscripciones ibéricas ha sido tratada por el
Sr. D. Salvador Sanpere y Miquel en su obra docta y elegante
«Origen y fonts de la nació catalana» (Barcelona 1878, 271 pp.,8.)
Partidario convencido de la teoría de los Chethas ó Hittites como
primeros pobladores de las colonias de la península, se ha servido de
ella con mucho acierto para dar una imagen viva y bien detallada
de la civilización primitiva de su hermosa patria. Cita y explica las
inscripciones ibéricas de Sagunto y Tarragona (p. 199 y ss.), Sseta-
bis y Barcelona (p. 224 y ss.), y se aprovecha también de las leyendas
de muchas monedas ibéricas, no faltando identificaciones de algunas
letras del alfabeto ibérico que merecen mucha atención.
Algunos textos de inscripciones, mal copiadas, se han calificado
como ibéricos ó medio ibéricos por el Sr. Costa, en su obra sobre
la civilización ibérica (p. 487); pero el texto de estas inscripciones no
merece fe ninguna (CIL. II, 420, 623, 2547, 2584, 2597).
Últimamente nos ha presentado el Dr. Berlanga un resumen de
los monumentos ibéricos, hecho con mucho esmero, en su Hispanice
anteromanai syntagma (Málaga 1881, 8., p. 234 y ss.), reuniendo los
textos de unos treinta de ellos de fe no dudosa. En la misma obra se
propone un estudio detallado sobre el origen del vascuence y su rela-
ción con el idioma ibérico y una etnografía completa de España.
No faltan tampoco en esta clase de monumentos falsificaciones,
procedentes no sólo de D. Cándido María Trigueros, sino también
de los talleres de Tarragona, de Yecla y de otras localidades.
Las de Trigueros, hechas para imponer al insigne orientalista
Pérez Bayer, que, como es sabido, sólo para averiguar la exis-
tencia de éstas y de otras por el mismo estilo, como las del Sacro
Monte de Granada, emprendió su célebre viaje á Andalucía, han sido
calificadas en su verdadero valor, junto con las inscripciones latinas,
paganas y cristianas, también falsas, por el Sr. Hübner en un
artículo del periódico científico alemán, el Rhtinisches Museum,
ibérico
64 LAS INSCRIPCIONES
(vol. XVII, 1862, p. 288 y ss.). En el «Boletín de la Academia de la
Historia», (vol. III, 1882-1883, p. 35 y ss.), se publicaron la importante
lámina de Lúzaga con las explicaciones délos Sres. Fita y Zobel, y
por el Sr. Fita, la breve inscripción de una copa de bronce encon-
trada al poniente de Cáceres, cerca de la vía de Arroyo del Puerco
en el mismo Boletín, (vol. IX, 1886, p. 393). De una inscripción,
creída ibérica, bailada en «el Pedregal», cerca de Guadalajara, dio
noticia el P. Román Andrés de la Pastora, en el mismo Bole-
tín, (II, 1872-1873, p. 170) y de las inscripciones ibéricas encontradas
en la antigua Edetania, en Solana Emilia, en el término de Olietes,
cerca del cerro Torreón de las Brujas ó Venta de San Pedro, D. Emi-
lio Burgas, también en el citado Boletín, (vol. III, 1883, p. 210.)
ei alfabeto § 56. Desde los primeros ensayos que se intentaron ,
aunque muy imperfectos para ver de interpretar las letras
ibéricas, no pudo dejar de notarse que tienen en su con-
junto una semejanza de familia, muy pronunciada, con
las del alfabeto fenicio y con las del griego , que sabemos
traen de aquél su origen. La primera cuestión que se pre-
senta es, pues, la de si los Iberos las tomaron directa-
mente de los Fenicios, ó si se las enseñaron los Griegos.
No es imposible que los más antiguos colonizadores feni-
cios, que unos mil años antes de J.-C. se establecieron en
la región de Tarteso y en otros puntos de la costa meri-
dional, y en el siglo ix fundaron á Cartago de África,
hayan enseñado su escritura á los indígenas, sus vecinos,
de los cuales el nuevo arte pudo haberse propagado á las
demás regiones de la península, hacia el Norte, al pie de
los Pirineos, y aun más allá hasta el Mediodía de la Fran-
cia. No sabemos si los colonos calcidicos y corintios, que
en el siglo viii antes de J.-C. se establecieron en las cos-
tas de Italia y de Sicilia, penetraron hasta las de España.
Pero si fuese cierto que ya por entonces hubo una coloni-
zación griega en las costas orientales de la península,
mucho antes de la fundación de las colonias foceas de
Masalia, Ampurias, Rosas y algunas más pequeñas, como
EL ALFABETO IBÉRICO 65
Artemision, ó sea Dianium, y Hermeroscópion, pudiera
suponerse que uno de los alfabetos antiguos de la misma
Grecia ó del Asia Menor haya originado la escritura ibé-
rica. La solución de este grave problema, si es que puede
alguna vez lograrse, depende sólo del examen crítico del
alfabeto ibérico de más remota fecha. Los autores anti-
guos y modernos que tratan de las gentes que poblaron la
España, suelen contentarse con enumerar á los Fenicios ó
Chetas y á los Griegos como sucediendo á aquéllos en la colo-
nización, sin haberse ni aun siquiera presentado la cuestión
arriba formulada. De las variantes de la escritura, obser-
vadas sobre todo por Delgado, Zobel y Berlanga en las
obras que se indican más adelante (§ 127), entre los epí-
grafes monetales de las cuatro regiones de la Citerior, y de
las mucho menos frecuentes de la Ulterior,, resulta un
alfabeto del primer período, que es el mismo que se
observa también en la inscripción ibérica de Castellón de
la Plana, que, fuera de los caracteres ligados y algunos
de fijación incierta, se compone de veinte ó de veinti-
una letras. Los alfabetos griegos que con este ibérico pue-
den compararse, son los de las colonias calcídicas de Italia
y de Sicilia, Kyme, Neapolis, Rhégion, ZanTde, Naxos,
Himera, cuyos signos respectivos tienen relativamente la
más grande semejanza con el ibérico. Si, pues, la escritura
ibérica es hija de la griega, no es fácil que haya nacido de
otros abecedarios que de los que se dejan indicados. Para
preparar al menos una solución á este problema, hemos com-
puesto un cuadro sinóptico, que comprende el alfabeto fenicio
más antiguo , como aparece en la célebre inscripción de Mesa
rey deMoab,del siglo vin antes de J.-C, del griego del Asia
Menor, también más antiguo, del délas colonias calcídicas
de Italia y Sicilia, y últimamente del ibérico más arcaico.
La comparación entre estos cuatro parece probar definiti-
vamente que el último sea derivado directamente del feni-
66 LAS INSCRIPCIONES
ció. Algunas de sus letras son variantes muy libres de
las fenicias , y que no se encuentran en dicha forma en nin-
gún alfabeto griego; como el d X , sino es más bien el ¿,
el m \X^ \ el q X , el t *V T ffl Una i como la ibérica /V ,
aunque existen en los alfabetos griegos más antiguos y en
el calcidico formas de la i compuestas de tres líneas / ,
también es peculiar de los alfabetos ibéricos Lo mismo
puede decirse respecto de la falta de la b, mientras hay un
signo que corresponde al ti griego Pues á. lo que parece en
el más viejo abecedario ibérico se expresaban con el mismo
elemento P ambas labiales, la p y la b, que en el alfabeto
fenicio tienen formas algo semejantes^ y ?. Parece que
falta enteramente al alfabeto ibérico" la letra f. El signo,/!" ,
derivado del v fenicio Y , significa en el ibérico(, como'eñ
el' fenicio, u y v; en el griego se distingue la L de la V ó Y
con toda claridad. No es de importancia qué el alfabeto
ibérico haya podido tener una letra equivalente á la grie-
ga X, chi (25); tanto más que dicha letra tiene formas muy
varias, ni es dable considerar este punto como averiguado
Tampoco probaría el origen griego el que en algunas de las
más antiguas inscripciones ibéricas, como en la de Castellón
de la Plana, se observe una interpunción, análoga á la de
algunos de los epígrafes griegos, con tres puntos \ . Las
variaciones que ha sufrido el alfabeto ibérico más antiguo,
se han efectuado sin influencia exterior alguna, por lo que
debemos prescindir de ellas al presente.. El resultado.de la
aplicación de este alfabeto al de las inscripciones ibéricases
escaso. Las inscripciones de Castellón y de Lúzaga se pue-
den leer, pero su idioma no se entiende. Lo mismo sucede
respecto de los demás epígrafes ibéricos de otras regio-
nes, y que son más modernos.
EL ALFABETO IBÉRICO
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n.
68 LAS INSCRIPCIONES
La historia del alfabeto, de su invención y propagación por las
costas del Mediterráneo, ha sido tratada últimamente por un gran
número de sabios alemanes, ingleses y franceses, como E. Meyer,
Deecke, Schlottmann, Sayce y Taylor, Lenormant, Gan-
neau-Clermont, de Vogtié y otros. Fuera del alfabeto cunei-
forme asirio y del chino, la invención del que hoy mismo usan todas
las naciones europeas y muchas otras, que la tradición atribuye á
los Fenicios, por muchos doctos hoy se atribuye más bien á los Che-
tha, ó sea los Hittites de las sagradas escrituras, habitantes de la
Siria. Sin embargo, el examen crítico, así de las tradiciones como de
las mismas formas de las letras, parece más y más probar la verdad
de la tradición misma relativa á los Fenicios, si bien se sabe que no
fueron éstos sino los Egipcios los inventores de la atribución de cier-
tas figuras á determinadas letras, y de su valor acrofonético, derivado
del sonido del elemento inicial, con que comenzaba el nombre, que la
imagen representaba. La propagación del alfabeto y algunas de
sus modificaciones pertenecen sólo á los Fenicios.
Un resumen muy completo de la cuestión y de las varias
opiniones emitidas sobre ella, contiene el tratado de G. Hinrichs
sobre la epigrafía griega, que forma parte del manual de la
ciencia de la antigüedad clásica, escrito por muchos doctos ale-
manes, y redactado por Iwán Müller (vol. I, Nordlingen 1886,
p. 359 y ss.), donde también se da cuenta de las investigaciones sobre
el origen y las variedades del alfabeto griego, que fueron discutidas
por Boeckh, Kirchhoff y otros.
Letreros § 57. En varias localidades, que por varias razones
prehistóricos pUe¿erL considerarse con mucha probabilidad como sitios
de habitación, ó de sepulcros de los habitantes más anti-
guos de la península, se han encontrado «letreros», pinta-
dos en la roca viva por mano inexperta, representando
figuras y adornos varios, pero de ningún modo parecidos á
una escritura verdadera. Ya en 1783 D. Antonio López
y Cárdenas, hermano del erudito cura de Montoro don
Fernando José, observó y copió inscripciones de esta
clase, en la que se dice Piedra escrita [sicj, en las sierras
de Fuencaliente, partido de Calatrava, por cima de Mon-
toro. No son más inteligibles las de la misma clase obser-
ESTUDIO DE LAS INSCRIPCIONES 69
vadas en 1848 en el monte Horquera, junto á Baena, y los
de las cavas de Carchena. Últimamente se hallaron signos
semejantes, hechos con tinta encarnada, como las de Fuen-
caliente, en la «cueva de los letreros» de la Sierra de
María, en el cerro de Maimón, cerca de Vélez Blanco y
de Vélez Rubio, provincia de Almería. Me inclino á creer
que estos dibujos no tienen relación alguna con la escri-
tura, ni con los alfabetos ibéricos, siendo de origen no
muy antiguo.
Las inscripciones de Fuencaliente , conservadas en un ma-
nuscrito de D. Fernando José López y Cárdenas, que obra en
poder de D. Aureliano Fernández Guerra, han sido publicadas
por D. Manuel de Góngora, en sus Antigüedades prehistóricas
(§ 141, p. 62 y ss.), como también las que se dice que se bailaron en
el cerro de Maimón, p. 70 y ss. déla obra citada, también menciona-
das por D. Federico Atienza, según la indicación de D. P. Sabau,
en la Noticia de las actas de la R. Academia de la Historia de 1870,
p. 38, dando informes sobre los demás monumentos de esta clase
arriba citados. Pero estas noticias necesitan más oportuna confir-
mación.
§ 58. Por desgracia ninguno de los hombres mediana- Estudio de las
mente instruidos de la época de los Escipiones y ni siquiera tn8Cnpcm
de la de Augusto en adelante, que tuvieron ocasión de
visitar á España, ó vivieron en ella, se cuidó de notar los
infinitos monumentos de esta clase que entonces aun
debían existir. Polibio es el primero que nos ha conser-
vado la memoria de varios documentos de suma importan-
cia para la historia de España; algunos de los cuales
también se encuentran en las obras de los escritores roma-
nos. Un número algo mayor se ha conservado, á través de
las vicisitudes de tantos siglos, en su redacción primitiva,
bien porque aun existen los originales, ó bien porque fue-
ron copiados desde los siglos xv ó xvi en adelante. Del
mismo modo debió conservarse otra clase de epígrafes, la
70 l.AX INSCRIPCIONES
de las inscripciones propiamente dichas, ó sean de los
llamados tituli. Pero ninguno de los doctos viajeros grie-
gos y romanos, que desde Hecateo en adelante visitaron la
península, y mucho menos sus habitantes mismos, se die-
ron la pena de copiar ni uno sólo de ellos, ni en Tarragona,
ni en Cartagena, ni en cualquier otra localidad, en donde
aun hoy mismo existen los monumentos epigráficos en no
escaso número, si bien como exiguas reliquias, salvados por
el acaso de entre una riqueza bastante grande, y deque ape-
nas podemos formarnos una idea aproximada. Como en Ita-
lia y como en los otros países de Europa, aunque un poco
más tarde que en ellos, es decir, desde fines del siglo xv
y principio del xvi, se ha dado en España comienzo á reco-
ger los documentos epigráficos de ambas clases. Como
gran parte de las inscripciones latinas , una vez encontra-
das, ha desaparecido de nuevo, su texto sólo se apoya en la
buena fe de los que las vieron y copiaron. La historia,
pues, de los estudios epigráficos es el fundamento indis-
pensable para el uso crítico de gran parte de estos monu-
mentos.
colecciones § 59. Dos colecciones de inscripciones latinas encon-
m(¡8 anti')ii(t(i -ii
tradas en España, sobre todo en las costas orientales de
Cataluña, Valencia, Murcia y Andalucía, la una más
breve, la otra más numerosa, de autores anónimos, pero
sin duda compuestas á mediados y fines del siglo xv, son
los primeros testimonios de los estudios epigráficos relati-
vos á la península. Estas dos colecciones, la del Antiquissi-
mus y la del Antiquus, fueron incluidas en las generales
que redactaron varios autores de esta misma época y de
la que le siguió inmediatamente, como son las de Fray
Jocundo , el arquitecto de Verona; la de Conrado Peu-
tinger, patricio de Augsburg Augusta, que las tuvo por
medio de los Fugger; la de Marín Sañudo, el célebre cro-
nista veneciano; la de Martín Sieder, alemán, y las de
TRABAJOS EPIGRÁFICOS DEL SIGLO XVI 71
algunos otros compiladores italianos. La más antigua fué
impresa por Pedro Apiano , en su muy conocida colección
universal de inscripciones latinas (Ingolstadt , 1534, 4.), y
después, con todos sus errores y con algunas adiciones
más recientes, por Jacobo Strada, al final de su edición
de los comentarios de César (Francofurti ad Mcenum,
1575, fol.).
§ 60. Con el siglo xvi empieza la época de los viajeros Trabajos
eruditos, que copiaron las inscripciones entonces al descu- ei>*^r^c°*I
bierto y visibles. De esta clase son Juan Bembo, del comer-
cio de Venecia (a. 1505); Andrés Navagiero, de la misma
ciudad, personaje polítioo y célebre literato (1524-1526);
Mariangelo Accursio, de Aquila en el reino de Ñapóles,
que con los dos jóvenes marqueses de Brandenburgo siguió
por mucho tiempo la Corte de Carlos V (cerca del 1530);
el alemán Nicolás Manieran, de Luxemburgo (1538); el
anónimo veneciano que facilitó á Benedicto Ramberti,
también veneciano, su colección de epígrafes españoles
(1550); el autor desconocido de una compilación que solemos
llamar la siloge del anónimo Taurinense, porque existe en la
Biblioteca de Turín; escrita aproximadamente por los años
de 1550; elpaduano Alejandro B a ss ano; el botánico alemán
Carlos Clusius (a. 1564); y finalmente un viajero anónimo
veneciano (1581). El insigne prelado aragonés D. Anto-
nio Agustín, que residió muchos años en Roma, como
protonotario apostólico, habiendo obtenido altas dignida-
des de la Iglesia, después de haber tomado parte en el
Concilio de Trento y de haber viajado por Alemania y
Francia, fué por algún tiempo obispo de Lérida, y murió de
arzobispo de Tarragona en su sede arzobispal en 1586. Entre
otras grandes empresas literarias , también concibió la idea
de reunir, en una colección completa, las inscripciones de
su país natal. Se sirvió, para los trabajos preliminares
necesarios, en Eoma de la ayuda del francés Juan Mete-
6
72
LAS INSCRIPCIONES
lie, en Lérida y en Tarragona del jesuíta alemán Andrés
Schott, el que después publicó la gran colección de histo-
riadores de España, con el título de Hispania illustrata.
Metelle tuvo á su disposición las primeras colecciones de
inscripciones romanas hechas por españoles.
E$pañoUa § 61. El más antiguo y al mismo tiempo más docto y
cuidadoso entre ellos fué el beneficiado de Ledesma, des-
pués canónigo de Salamanca, Gaspar de Castro, cuyas
colecciones no muy amplias, pero sí muy útiles, fueron
compiladas por los años de 1540 al 1551. Siguieron Luis
Lucena, Juan Armengol , Alfonso Tavera , cuyas com-
pilaciones recibió Metelle en Roma en 1546; un poco más
tarde los cronistas Florián Do campo, Pedro Antonio
Beuter, Ambrosio de Morales, Jerónimo Zurita y otros;
luego el jurisconsulto Juan Fernández Franco de Mon-
toro, el Dr. Vergara, y además algunos doctos valencia-
nos y aragoneses, cuyos papeles epigráficos á principio
del siglo xvn reunió el conde de Guimerá, D. Gaspar
Galcerán de Castro. Andrés Schott parece que reuniólos
papeles epigráficos de D. Antonio Agustín después de la
muerte de dicho prelado; y algunos de los cuales, no todos,
aun existen en las bibliotecas de Madrid y de Barcelona.
Extranjeros § 62. De las mismas colecciones extranjeras y nacio-
nales sacaron sus copias de los epígrafes españoles los
colectores contemporáneos alemanes, Esteban Vinando
Pighio, Martín Smecio, Adolfo Occón, el erudito mé-
dico de Augsburg; y los italianos, como el fastógrafo Onofre
Panvinio, de la C. de J.; Pedro Vettori (Victorius), el
filólogo; Aldo Manuzio el impresor veneciano; el francés
Sanloutius y otros.
Todos estos hombres vivían en el siglo xvi, que tam-
bién respecto á los trabajos epigráficos es el más rico y
fructuoso de todos los que le precedieron, y también
de los que vinieron después. Las colecciones impresas de
LOS FALSARIOS 73
Smecio y Occón, aumentadas por el mismo Josef Se alí-
gero, el primer filólogo de su tiempo, así como varias
manuscritas, y también algunos libros impresos, como las
crónicas y otros escritos relativos á algunas provincias y
poblaciones de España, forman el conjunto de las fuentes
de los epígrafes de procedencia española, incluidos en el
gran Tesoro de inscripciones de Jano Gruter.
Véanse indicaciones más detalladas en el Corpus Inscriptionum
Latinarum, vol. II, p. V y ss. El Thesaurus de Gruter se publicó
en Heidelberg, 1603, fol., la edición segunda por J. J. Graevius,
4 vol., en Amsterdam 1707, fol.
§ 63. Ya en estas colecciones, manuscritas é impre- ;.os falsario*
sas, al lado de las inscripciones genuinas, aunque frecuen-
temente mal copiadas, se encuentra una porción de otras,
cuya falsedad no exige una* demostración detenida. Estas
difieren por completo de las genuinas, en su lenguaje,
fórmulas y abreviaciones; tratan de hechos históricos y
personajes ilustres, como de los Escipiones, de Catón, de
Sertorio y de otros varios, de los que no queda memoria
alguna epigráfica; nunca van acompañadas de noticias
fidedignas y circunstanciadas sobre su hallazgo ó sobre su
paradero, sino de vagas indicaciones, especialmente en las
más antiguamente inventadas, como por ejemplo: «in His-
pania, apud Malagam urbem», «in Lusitania in agro», «in
calce Lunai promontorii», «in ruinis Caparm», «Mundce»,
«Dianii», y así de los demás. Ya las más antiguas compila-
ciones contienen algunas de estas falsificaciones, que acaso
ni aun fueron forjadas en España. El mal ejemplo tuvo
por desgracia mucha imitación, y lo siguieron no sólo los
anticuarios de alguna reputación, como los portugueses Luis
Andrés Resende y el cronista Fray Bernardo de Britto,
el Padre Jerónimo Román de la Higuera, famoso autor
de los falsos cronicones, y los tan conocidos falsifica-
74 LAS INSCRIPCIONES
dores del Sacro Monte de Granada, sino también un
gran número de historiadores y anticuarios de reputación
local, que no son dignos de ser nombrados aquí, basta un
literato del siglo pasado, no enteramente ignorado, sino
conocido también como autor de las poesías de Díaz de
Toledo, el carmonense Cándido María Trigueros. Este
quiso forjar no pocas inscripciones bajo el nombre del
benemérito Juan Fernández Franco, é impuso hasta á
Pérez Bayer. Todos ellos se han adquirido una reputación
funesta por sus invenciones epigráficas, que fueron á la vez
sumamente absurdas é indoctas. Aquellas invenciones, jun-
tas á la ignorancia casi universal con que la Europa docta
solía tratar, hasta hace muy poco tiempo, las cosas de
España, causaron, no sin razón, una general desconfianza
respecto á la epigrafía de la península, que ahora ya feliz-
mente ha desaparecido.
En el segundo volumen del Corpus inscriptionum Latinarum, del
cual luego se dará cuenta, una parte especial está dedicada á las ins-
cripciones falsas ó sospechosas, que se han podido reunir en número
de unas quinientas, sobre poco más ó menos de casi cinco mil
genuinas. Estos números hablan por sí mismos. Sobre Trigueros
véase la Memoria del Sr. Hübner «Trigueros y Franco», en el
fíheinisches Museum, vol. XVII, 1862, p. 288 y ss.
Trabajo» § 64. El siglo xvn, que fué el de oro para las bellas
'lot'aTios' d<> ar^es y Ia amena literatura en España, para la epigrafía
hasta xix ha sido bastante estéril. Un viajero alemán, el caballero
Abraham de Bibrán, de la Silesia entonces austríaca,
recogió, en su viaje por algunas partes de la península,
por los años de 1602 al 1625, no pocas inscripciones hasta
entonces desconocidas. El poeta sevillano Eodrigo Caro
(1621-1625), el cordobés Enrique Baca de Alfar o, el con-
sejero Juan Bautista Valenzuela Velázquez, después
obispo de Salamanca, que murió en aquella capital de su
EL SIGLO XVIII 75
diócesis en 1645, y el canónigo del Sacro Monte de Granada
Martín Vázquez Siruela, por los años de 1649, hicieron
colecciones, principalmente de las inscripciones de regiones
liasta entonces no muy conocidas, como de la Mancha, y de
algunas partes déla Andalucía. Pero pocos de estostrabajos
y de las no raras historias locales publicadas en la misma
época, casi todas viciadas por los falsos cronicones, llega-
ron á ser conocidos de los eruditos de Europa, y por eso
no han contribuido mucho á dar á conocer el estado de los
conocimientos epigráficos de la península.
§ 65. Desde el siglo xvni comienza á notarse mayor ei siglo xvm
actividad en el estudio de este ramo de la arqueología
clásica, si bien fueron pocos los que la cultivaron espe-
cialmente. De ellos bastará nombrar aquí los que fue-
ron lumbreras literarias de aquella edad, como Manuel
Martí, deán de Alicante; Gregorio Mayans; el Padre
Enrique Flore z; Luis Josef Velázquez de Velasco, mar-
qués de Valdeflores; el conde de Lumiares; el canónigo
D. Francisco Pérez Bayer, insigne orientalista; José
Cornide y Saavedra; los portugueses P. Jerónimo Conta-
dor de Argot e, y el arzobispo de Evora Fray Manuel do
Cenáculo. Todos estos hombres, á pesar de no ser, por
decirlo así, epigrafistas de profesión, sin embargo, con
sus trabajos bien conocidos y más ó menos importantes
sobre la historia y la numismática, han prestado señalados
servicios también á la epigrafía. Las academias fundadas
en el mismo siglo, como lo fué la primera la dé Lisboa, y
mucho más la Real de la Historia de Madrid, luego las de
Sevilla y Barcelona, también han contribuido algo á
fomentar estos estudios. Por desgracia, ni el marqués de
Valdeflores, ni el conde de Lumiares llegaron á terminar
y á publicar sus ricas colecciones de antigüedades ó ins-
cripciones de las respectivas regiones, que más habían
estudiado, la Andalucía y el reino de Valencia. La del
76 LA8 INSCRIPCIONES
primero no ha sido impresa nunca, permaneciendo aún
inédita en los estantes de la Real Academia de la Historia.
Sin embargo, á lo menos los dibujos y planos excelentes,
con que está ilustrada, aun hoy día merecieran ver la luz;
pues conservan mucho que desde entonces ha desaparecido.
La obra del conde de Lumiares, sobre el reino de Valencia,
debe su publicación en la forma que al presente se conoce,
á la misma Academia. Por el contrario, no es muy de sentir
que hayan quedado inéditos en la Biblioteca de la Acade-
mia de Lisboa los numerosos escritos epigráficos del por-
tugués Vicente Salgado, y hasta su misma colección de
los monumentos romanos de Portugal, redactada en 1796.
De estos trabajos, algunos llegaron á conocimiento del
epigrafista de Verona, el famoso Escipión Maffei, del cé-
lebre benedictino francés Bernardo de Montfaucon, y
del autor del nuevo Tesoro epigráfico, el no menos céle-
bre historiador Luis Antonio Muratori. Pero el libro de
este docto italiano (4 vol., Milán 1739, fol.) es, como ya
se sabe, una compilación hecha de priesa, y poco digna de
la reputación literaria del que le dio su nombre, y acre-
centó la epigrafía española tan sólo con textos mal copia-
dos ó falsos. En España mismo, las descripciones de las
poblaciones que visitó, y las consideraciones estéticas que
las obras de bellas artes, que en ellas encontraba, sugerían
á D. Pedro Antonio Ponz en sus viajes, publicados del
1772 al 1794, dieron á conocer también algunas pocas
inscripciones nuevas, comunicadas al autor por sus corres-
ponsales. Al mismo tiempo, el jesuíta catalán Juan Fran-
cisco Masdeu compuso en Italia su bien conocida «His-
toria crítica de la España» (20 vol., Madrid 1783-1805, 8.),
que le proporcionó tantas controversias con el P. Florez
y con su continuador, el P. Manuel Risco, con Antonio
Trággia y otros. La parte epigráfica de la obra de Mas-
deu, aunque contenga algunas comunicaciones hechas al
EL SIGLO XIX 77
autor por corresponsales nacionales de alguna estima, en
general no merece de ningún modo el crédito y la autori-
dad, que aun hoy mismo le conceden algunos. El siglo xviii
produjo además no pocas monografías locales, históricas y
topográficas, que contienen adiciones útiles á las publica-
ciones epigráficas hechas hasta entonces, de cuyo mérito
respectivo ya se ha hablado en sus lugares correspondien-
tes, por lo que al presente bastará con recordar aquí su
mayor ó menor importancia.
§ 66. La primera mitad del siglo en que vivimos no ei siglo xix
ha añadido mucho á las riquezas epigráficas hasta enton-
ces acumuladas. El viajero francés, conde Alejandro de
Labor de, en su espléndida obra, Voyage pittoresque et
historique de VEspagne, (2 vol., París 1806^1820, fol.) y los
beneméritos autores nacionales Jaime Villanueva, Juan
Agustín Cean-Bermúdez , Miguel Cortés y López, Pas-
cual Madoz, como no fueron epigrafistas, reprodujeron,
cuando se les presentaba la ocasión, los trabajos de otros
con más ó menos exactitud.
§ 67. Claro es que ni los Tesoros de G-ruter ni de Las imcHpcio-
-.«- • -, , • ,-.,-.. . . nes Hispanice,
Muratori, ni aun la mas reciente colección de mscripcio- Latinee
nes escogidas de Orelliy Henzen (3 vol., Turici, 1828- de IIiibner
1856, 8.), podían satisfacer, por lo menos las dos primeras,
las exigencias de la ciencia epigráfica y arqueológica en
general, ni mucho menos daban una idea suficiente
de las riquezas epigráficas de la península. Después de
amplios trabajos preliminares y de un viaje por la mayor
parte de la península, hecho en los años de 1860 y 1861,
el Sr. Emilio Hübner, de Berlín, redactó el segundo
volumen del Corpus inscriptionum Latinarum, que la Real
Academia de Ciencias de Berlín había empezado á publi-
car. En este volumen (Berlín 1869, en fol., de páginas LVI,
780 y 48 — de las falsas — , en todas 884, con dos mapas),
están ordenadas geográficamente y copiadas cinco mil
78 LAS INSCRIPCIONES
y tantas inscripciones latinas, y las pocas griegas de la
península, que hasta entonces eran conocidas, tomadas de
los manuscritos é impresos de toda clase, donde aparecían
trasladadas, ó bien reproducidas de los originales mismos,
cuando aun existían y eran asequibles. Porque casi la mi-
tad de las descubiertas habían después vuelto á desaparecer,
más por el deplorable descuido y la ignorancia de los habi-
tantes, que por las guerras y revoluciones que han destro-
zado el país. Los prolegómenos de este volumen dan una
enumeración precisa de todas las colecciones epigráficas
anteriores, de que se acaba de hablar, con las citas é indi-
caciones necesarias. Cada provincia de las tres de la España
romana, la Tarraconense, la Botica y la Lusitania, y cada
población, en la cual se han encontrado inscripciones,
tiene su introducción particular, con la indicación de las
historias locales y demás fuentes particulares. A cada ins-
cripción acompañan breves notas sobre el lugar donde fué
hallada y donde existe, tomadas de los autores que la vie-
ron y copiaron , y además, en cuanto ha parecido necesa-
rio, explicaciones concisas de su contenido, no pudiendo
ser demasiado prolijas por no aumentar el volumen de la
obra, ya de suyo demasiado abultada. Adiciones, compren-
diendo todas las inscripciones que fueron halladas durante
la impresión de dicho libro, correcciones á las publicadas,
y al final unos índices muy completos de los nombres de
las personas, de las poblaciones, de las divinidades, de los
emperadores, de los magistrados civiles, de los cargos
militares, de las dignidades municipales, y de todas las
demás particularidades dignas de ser notadas, vienen á
terminar la obra. Dos mapas, el uno de la España romana
en general, el otro, en tamaño doble del primero, de la
Bética, con tres menores de los conventos jurídicos Chí-
mense y Bracarense, y de las cercanías de Lisboa, facili-
tan la inteligencia y el manejo de este volumen.
LAS INSCRIPCIONES HISPANICE LATINAS DE HÜBNER 79
§ 68. A consecuencia del impulso, que esta obra ha los mpiemen-
dado á los estudios epigráficos en España y Portugal,
desde su publicación han venido sucediéndose en la penín-
sula una serie de trabajos epigráficos y arqueológicos,
basados en el sólido fundamento del citado volumen del
Corpus, que han proporcionado suplementos importantes
á dicha obra, impresa hace ya diez y ocho años. La cose-
cha epigráfica reunida de las varias publicaciones hechas
en España por los ¡Sres. Berlanga, Fita, G-óngora, Gue-
rra, Oliver, Saavedra, y en Portugal por Borges de
Figueiredo, Estacio da Veiga, Pereira Caldas, Sar-
mentó, ySoromenho, así como las noticias contenidas en
diversas comunicaciones de muchos corresponsales, dirigi-
das al autor de la mencionada obra, ha sido reproducida
por el mismo en varios suplementos, impresos en la JEphe-
meris epigraphica de Berlín, publicación periódica libre, de
tamaño menor que el dicho Corpus, destinada á completar
los diversos volúmenes ya editados de éste. Después de dos
nuevos viajes al país, el mismo autor, dentro de poco tiempo
va á publicar un volumen general de suplementos en el
tamaño del Corpus, que comprenderá todas las adiciones
hechas á las varias partes de la grande colección, ya en el
mismo tomo segundo de la dicha obra, como en los varios
de la Efómeris, añadiendo también lo que desde la última
publicación de los suplementos de la indicada Efómeris se
ha podido allegar por inspección ocular, por corresponsales,
y por las publicaciones de otros doctos. Es de esperar que
aun después de la publicación de este grande suplemento,
copiosos hallazgos impongan al autor la obligación de
seguir con nuevas adiciones.
De los varios trabajos de los autores indígenas se dará razón en
sus respectivos lugares. Los suplementos hasta ahora dados á luz
en la Ephemeris epigraphica de Berlín están en los volúmenes de esta
80 LAS INSCRIPCIONES
publicación periódica, en el primero (Berlín 1872. ]>. 11. 188), en el
segundo (1875, p. 233), en el tercero (1877, p. 31. 190), y en el cuarto
(1881, p. 3 y ss.)
La» ;,iscríj,cio- § 69. Como en Italia, en Francia y en África, tienen
las inscripciones romanas de España desde el siglo iv en
adelante, cuando provienen de personas adictas ala nueva
fe cristiana, un lenguaje, unas fórmulas y un carácter
paleográfico particulares, ofreciendo, además de datos de
suma importancia histórica en general, noticias preciosas
sobre la topografía y los monumentos de aquella época inte-
resante. Durante la invasión musulmana y algunos siglos
después, casi hasta finalizar el x, las fórmulas y el carácter
de las inscripciones cristianas se mantuvieron en uso. Por
eso el autor del segundo tomo del Corpus, el Sr. Hübner,
en un libro especial más pequeño, ha reunido, sirviéndose de
las mismas fuentes que en el de las paganas, cerca de dos-
cientas inscripciones cristianas de los siglos iv al vi,
y en un apéndice como noventa más, que llegan hasta el
año mil de nuestra Era cristiana. Han sido publicadas
bajo el mismo método que las paganas, sólo que se han
añadido, en cuanto era posible, algunos facsímiles de los
textos, para dar una idea cabal de los caracteres paleográ-
ficos, que ofrecen á veces el solo medio para fijar la res-
pectiva época de los monumentos. No falta tampoco á
esta colección casi un centenar de epígrafes falsos ó sos-
pechosos. Lo poco que se ha encontrado de nuevo en este
ramo de la epigrafía desde el año de 1871, en que se impri-
mió esta obra, fué publicado en 1876 en otra colección del
autor. Tanto dicho apéndice cuanto lo más recientemente
hallado, será editado de nuevo en otro volumen suplemen-
tario, destinado á este solo objeto. El prefacio del tomo ya
impreso comprende y expone las fuentes, los autores, las
series, la edad y todas las demás particularidades, que
deben observarse en este género de monumentos epigráfi-
LOS DEMÁS VOLÚMENES DEL CORPUS 81
eos, terminando la obra con unos índices como los del
segundo volumen del Corpus, y con un mapa epigráfico de
la España cristiana.
El volumen de las inscripciones cristianas, dedicado á los insig-
nes anticuarios españoles Aureliano Guerra y Eduardo Saavedra,
lleva el título Inscriptionas Hispanice christiance, eclidit ¿Emilius
Hiíbner, adiecta est tabula geographica, Berolini 1871 (XVI y 120
p. en 4.). El suplemento está publicado en otra obra del mismo
autor, intitulada Inscriptiones Britannia' christianaz..., accedit sup-
plementum inscriptionum christianarnm Hispanice, Berolini 1876, en
4. Como se deja diebo, al final de este libro van numeradas separada-
mente en cinco páginas algunas adiciones ya publicadas, y cinco epí-
grafes nuevos.
§ 70. La administración política y militar del impe- Los demás
-ii -i , • j. i j t volúmenes del
rio romano, modelo y en muchos respectos ideal de las ms- Corpus
tituciones análogas en la edad moderna, no sólo hizo pasar
muchos magistrados y militares de la Italia y otras pro-
vincias á España, y viceversa, sino también fué causa de
que con ocasión de algunas especulaciones mercantiles, ó
de diversos negocios particulares, personas y objetos de
procedencia peninsular se encuentren mencionados en ins-
cripciones de otras regiones. Esta es una de las causas
por que es indispensable tener el conocimiento más per-
fecto de las fuentes epigráficas, en términos que aunque
sólo haya de estudiarse una provincia del imperio, se haga
preciso conocer sin embargo lo que se haya publicado res-
pecto de las demás. Con todo ello no creemos que debamos
dar en estas páginas un tratado especial de la ciencia
epigráfica, que no puede condensarse en breves párrafos.
Contentámosnos, pues, con anotar al pie y enumerar sucin-
tamente los volúmenes del Corpus hasta ahora publicados,
añadiendo una breve indicación del contenido de cada uno
de ellos, en cuanto sea necesario para conocer bien las ins-
82 LAS INSCRIPCIONES
cripciones romanas especialmente de España. Como es
muy verosímil que la serie de unos veinte volúmenes en
folio, escritos en latín, no puedan ser objeto de la lectura
de todas las personas que se interesan por la epigrafía y
las demás antigüedades de la península, creemos oportuno
dar aquí una idea general de la extensión de este vasto
repertorio de interesantísimos materiales para la historia
y la arqueología clásica.
Los volúmenes en folio del Corpus Inscriptionum latinarum que
se publica en Berlín bajo los auspicios de aquella Real Academia
desde hace veinticuatro años, acompañados de los necesarios mapas
geográficos, llegan hoy al número de once partes y diez y ocho tomos,
en esta forma:
Vol. I. InscHptiones latinee antiquisssimee ad C. Ccesaris mor-
tem, eclidit Th. Mommsen, etc. Berlín 1863; agotado, se prepara una
nueva edición.
Priscce latinitatis monumento, epigraphicee edidit F. Ritschl, Ber-
lín 1862.
Vol. II. InscHptiones Hispanice, latinee, ed. ¿Em. Hübner, Ber-
lín 1869. Véase § 67.
Vol. III. Inscriptiones Asice, provinciarum Europa Greecarum,
Illyrici Latinee, ed. Th. Mommsen, Berlín 1873, en dos partes.
Vol IV. Inscriptiones parietariee Pompeianee etc., ed. C. Zan-
gemeister, Berlín 1871.
Vol. V. Inscriptiones Gallice cisálpinee Latinee, ed. Th. Momm-
sen, Berlín 1872 y 1877, en dos partes.
Vol. VI. Inscriptiones urbis Romee Latinee, collegerunt Guil.
Henzen et Ioh. Bapt. de Rossi, en seis partes, de las cuales se han
publicado la primera, Berlín 1876, la segunda 1882, la tercera 1887,
y la quinta, que contiene los títulos falsos, 1885. La cuarta está
en curso de impresión; falta además la sexta, que comprenderá los
índices.
Vol. VII. Inscriptiones Britannias Latinee, ed. jEm. Hübner,
Berlín 1873.
Vol VIII. Inscriptiones A fricee Latinee, collegit G. Wilmanns,
Berlín 1881, en dos partes.
Vol. IX. — Inscriptiones Calabrioe, Apuliee, Samnii, Sabinorum,
Piceni Latinee, ed. Th. Mommsen, Berlín 1883.
LA PALEOGRAFÍA DE LAS INSCRIPCIONES 83
Vol. X. Inscriptiones Bruttiorum, Lucanice, Campanice, Sicilice,
Sardinice Latinee, ed. Th. Mommsen, Berlín 1883, en dos partes.
Vol. XIV. Inscriptiones Latii antiqui Latinee ed. H. Dessau,
Berlín 1887.
Los demás volúmenes que en la actualidad se preparan ó que
están ya imprimiéndose son:
Vol. XI. Inscriptiones JEmilice, Umbrice, Etrurice Latinee.
Vol. XII. Inscriptiones Gallice Narbonensis Latina}.
Vol. XIII. Inscriptiones trium Galliarum et duarum Germania-
rum Latinee.
Vol. XV. Inscriptiones instrumenti domestici urbis Romee
Latinee.
La «Ephemeris» epigraphica, Corporis Inscriptionum Latinarum
Supplementum, se compone hasta el presente de seis volúmenes, Ber-
lín y Roma, 1872 á 1885, 8.
Sobre el volumen paleográfico, Exempla scripturce epigraphicce
Latinee, ed. JEm. Hilbner, Berlín 1885, véase el § 71.
El Sr. Hübner ha dado en inglés y en alemán una breve intro-
ducción al estudio de la epigrafía latina; en inglés, en la Encyclo-
pcedia Britannica (vol. XIII, Edinburgh 1880, 4., p. 124-133); y en
alemán, en el Handbuch der klassischen Altertumswissenschaft,
publicado por Iwan Müller, vol. I, Nórdlingen 1886, p. 475 y ss. r
§ 71. El uso crítico de las inscripciones depende, como La paleografía
fácilmente puede comprenderse, además de su interpreta- delas
■l x ' * inscripciones
ción elemental y exacta, muy especialmente del juicio acer-
tado que logre formarse sobre la época á que pertenecen.
Cuando no contienen datos cronológicos directos, ó indi-
caciones especiales, de las que pueda deducirse, con más
ó menos exactitud, cuándo fueron grabadas, lo cual no es
raro que acontezca, sólo queda como único indicio la
forma de la escritura, ó sea el dato paleográfico, por el
que se puede llegar á fijar su fecha. Para facilitar esta
operación frecuentemente indispensable, el Sr. Hüb-
ner, autor de las colecciones epigráficas arriba menciona-
das, ha publicado como suplemento del Corpus inscriptio-
num, y en el mismo tamaño, una colección de cerca mil
Actas
84 LAS INSCRIPCIONES
doscientos modelos de inscripciones latinas de todas clases,
de Roma, de Italia y de las demás provincias, y hasta de las
íiuís pequeñas en bronce. Estos modelos consisten en
facsímiles, reducidos en tamaño, y hechos de calcos ó
fotografías sacadas de los mismos originales, habiendo
sido reproducidos estos dibujos por medio de la zinco-
tipia, de modo que presentan una imitación casi mecá-
nica de los textos mismos. La facilísima operación de
calcar las inscripciones, en papel sin cola humedecido,
todavía no conocida lo bastante de los epigrafistas de pro-
vincia, proporciona la posibilidad de comparar la paleo-
grafía de cada inscripción recientemente hallada, cuya
época se ignora, con los correspondientes modelos del vo-
lumen, que forma el suplemento del Corpus.
Este volumen lleva por título Exempla scripturce epigraphicce
latinee a Ccesaris dictatoris morte ad cetatem Justiniani, Berolini
1885, LXXXIV y 458 pp. en fól. Contiene además de unos prolegó-
menos amplios, que aclaran todos los puntos más interesantes de la
materia, los modelos paleográficos distribuidos en orden cronológico y
geográfico, respecto á las dos clases principales de las inscripciones,
que llamaremos con los nombres latinos acta y Tiüdi, en otras tantas
partes y en varias secciones, con un apéndice y los necesarios índices.
Sobre el sistema más fácil de calcar las inscripciones en papel hume-
decido y sobre los demás métodos de reproducción mecánica de las
mismas, como el de moldearlas en yeso ó el de fotografiarlas, el mismo
Sr. Hübner ha publicado un breve tratado en alemán, Über rae-
chanische Copleen von Inschriften, Berlín 1881, 28 pp. 8., á cuyo final
se encuentra una traducción francesa de los puntos más esenciales
para propagar lo más posible este procedimiento, útilísimo á los estu-
dios epigráficos, aun entre aquellos aficionados, que no saben el
alemán.
^ 72. La serie más importante de los documentos
epigráficos es la que en latín llamamos con el nombre
general de acta. Algunas de ellas, como ya se ha dicho, no
EL TRATADO ROMANO CON CARTAGO 85
pudieron pasar enteramente desapercibidas de los historia-
dores ni de los geógrafos antiguos, como sucedió con casi
todos los demás epígrafes de las otras series diversas.
Por lo general, los más antiguos documentos públicos que
conocemos, que son los que se denominan acta, son tratados
entre diferentes naciones ó entre diversos pueblos.
§ 73. Ya Pilino de Agrigento, el más antiguo de los ei tratado ro-
. , _ . .., . i-i* mano con C'ar-
historiografos griegos, que había escrito una historia par- íaí,0 348 a. j.-c.
ticular de la primera guerra púnica, muy amigo de los Car-
tagineses y enemigo de los Romanos, en el segundo de sus
libros había mencionado algunos tratados entre aquéllos
y éstos, que fijaban la esfera de acción de cada una
de ambas naciones. Por ello P o libio se ocupó en indagar
cuáles fuesen semejantes tratados, porque no se fió de lo
que Filino sobre ellos había dicho. Como fruto de sus
investigaciones presenta (III 22-25) el texto de tres muy
antiguos, cuyos originales, escritos en tablas de bronce y
en latín arcaico, había visto él mismo en Roma en el tem-
plo de Júpiter Capitolino. También Livio menciona tres
tratados, pero no conviene con Polibio en su atribución
cronológica (VII 27, IX 43 y en la epítome del libro XIII).
Dio doro (XVI 69) sólo hace mención del primero de
aquéllos. La diferencia cronológica entre Livio y Poli-
bio ha provocado, en los pasados veinticinco años, una
controversia entre los doctos alemanes, cuyo fruto ha
sido más de una docena de disertaciones de mayor ó
menor extensión. Pero para nuestro objeto podremos dejar
á un lado estas discusiones y seguir á Polibio, porque
Livio y Diodoro traen sólo una noticia breve sobre las cau-
sas que ocasionaron semejantes tratados, pero sin indicar
cuál fuera su contenido. Por el más antiguo, que data,
según Polibio, del primer año de la república (509 antes de
J.-C), se convino que los Romanos y sus aliados no pudie-
sen navegar más allá del «Promontorio Hermoso», que es
SO LAS INSCRIPCIONES
el cabo Farino, muy cerca de Cartago, en África. En el
segundo, que Polibio señala como del año de 348 antes
de J.-C, en cuya fecha conviene éste con Diodoro y
Livio, aparecen por primera vez nombres españoles. Prohí-
bese por sus cláusulas que los Romanos naveguen, pirateen
ó funden poblaciones más allá del Cabo Hermoso, de Has-
tia y de Tarséion. Mastia significa sin duda la región de los
Mastienos, conocidos por el antiguo periplo,por Hecateo, y
por los demás autores también antiguos, y es la Bastetania
de los autores más recientes, ó sea la costa de España desde
cerca de Cartagena hasta Gibraltar. Puede ser que la ciu-
dad de Mastia sea la misma, en cuyo sitio los Cartagineses
fundaron más tarde la nueva Cartago de España, á la que
nombra Massienala, más antigua fuente, á quien sigue Avie-
no. Con Tarséion el tratado indica sin duda la región Tar-
tesia, que es la llanura del Betis y la parte meridional de la
Andalucía. El tercero, del año 279 antes de J.-C, se refiere
á la invasión de Pirro y no contiene nada relativo á España.
El segundo, ó sea el de 348 antes de J.-C, es, pues, el docu-
mento auténtico de más remota fecha referente á España,
de que se tiene noticia. Es muy posible que la opinión emi-
tida recientemente por algunos doctos sea verdadera, es
decir que aquel tratado entre los Romanos y los Cartagine-
ses no fuera sino la reiteración de otro mucho más antiguo,
celebrado en el sexto siglo anterior á nuestra Era, entre
los Griegos de Masalia y los Fenicios. Porque parece en
verdad que también las colonias griegas fundadas por Ma-
salia en la costa oriental de España, como Hemeroscópion
y Alone, tuvieron que contenerse con sus operaciones mer-
cantiles en la región al Norte del cabo de la Nao, dejando
todo lo que está más allá bajo el dominio de los Fenicios.
Así se explica bastante bien la famosa controversia entre
Roma y Cartago acerca de Sagunto, que los Romanos qui-
sieron considerar como colonia griega, y comprendida en
LOS TRATADOS CON SAGUNTO Y EMPORIO 8Í
el antiguo tratado de los Masaliotas con los Fenicios
mismos pretendían, mientras los Cartagineses negaron que
hubieran de considerarse comprendidas en la alianza y
protección de los Romanos otras ciudades que las que
expresamente aparecían nombradas en los textos oficiales.
§ 74. Ya cuando Asdrúbal el mayor, el Barquida, Los tratados
había sucedido á Amílcar, en el año 223 a. de J.-C, y la Emporio
dominación cartaginesa parecía extenderse más hacia el
Norte, los Romanos, según aparece de la narración de Poli-
bio, hicieron los tratados de alianza con las colonias grie-
gas más importantes en la costa oriental de la Iberia,
esto es, con Sagunto y con Emporise, que después le sirvie-
ron como de pretexto para ocupar la península. Sobre el tra-
tado con Sagunto sólo tenemos la noticia dada por Polibio
(III 15, 30), de que los Saguntinos desde dicha época se
consideraban como aliados de los Romanos; por lo que los
llamaron, y no á los Cartagineses para intervenir en una
de sus discordias intestinas. De Emporise ocasionalmente
leemos en Livio (XXXIV 9, 10) quod sub umbra Romance
amicitice latebant; de donde parece desprenderse que Gneo
Cornelio Escipión, en el año 218 antes de J.-C, hubo de
renovar el tratado de alianza con anterioridad celebrado
con los Emporitanos (Livio XXI 60,3), quizá al mismo
tiempo que el que hubo de concertarse con Sagunto. Por
eso Publio Escipión el Africano desembarcó en Ampurias
sus tropas el 211 antes de J.-C. (Livio XXVI 19, 11). Sin
embargo ha habido escritores de nota que en este punto no
han dado crédito á Polibio , pretendiendo que más bien fuera
el tratado con Sagunto posterior al de Asdrúbal; circuns-
tancia vital para la solución de la muy debatida cuestión
sobre las verdaderas causas de la segunda guerra púnica.
§ 75. Con el mismo Asdrúbal concluyeron los Roma- ei tratado
nos, para no tener que combatirlo durante la guerra con los con Asdrubo
Celtas, en el año 226 antes de J.-C. según parece, el célebre
7
88 LAS INSCRIPCIONES
tratado, en el cual, como refiere Polibio (II 13, cf. II 22
III 15), no se consignaba cosa alguna sobre la dominación
de los Cartagineses en el resto de España sino única-
mente que no debían pasar el Ebro para hacer la guerra.
La época de dicho tratado no difiere mucho por cierto de
la de los otros dos, habiendo sido provocados por los mis-
mos acontecimientos de la península; si bien no es posible
determinar con certidumbre si fué anterior ó posterior á
ellos. Cierto es que el Senado cartaginés más tarde negó la
validez del tratado con Asdrúbal (Polibio III 21, 29), pero
parece que antes y después siempre se había tenido por
legítimo. Según Livio (XXI 2) y Apiano (Ibér. 8), que
pueden haber tomado la noticia de muy buenas autorida-
des romanas, el tratado se refería directamente al de paz
que los Romanos habían concluido anteriormente con los
Cartagineses, después de la primera guerra púnica en 241
a. de J.-C. En este nuevo tratado parece que hubo de
reproducirse el antiguo, añadiéndose nuevas cláusulas sobre
los límites que tenían fijados los Romanos para sus navega-
ciones en las costas del África y de la Iberia. El celebrado
con Asdrúbal, pues, contenía además de la designación
del Ebro como frontera de ambas naciones, la cláusula de
que á los Saguntinos y demás Griegos de España, como
aliados de los Romanos, se les había de conservar su liber-
tad. Tal vez en el texto mismo no se hablase expresamente
de los Saguntinos, sino que los Romanos apoyasen esta
interpretación en la generalidad misma de- la cláusula del
convenio, queriendo que comprendiese y fuera extensiva á
los respectivos aliados de ambas partes (Polibio III 27,
30); entre los que según los otros tratados debían ser com-
prendidos los Saguntinos y Emporitanos. Los Cartagineses
sin embargo no aceptaron semejante deducción, sosteniendo
por contra que de los aliados de las dos partes contratan-
tes sólo aquéllos debían considerarse incluidos en los tra-
LA INSCRIPCIÓN DEL TEMPLO DE JUNO LACINIA 89
tados, cuyos nombres estuviesen consignados en la letra
misma del aludido convenio internacional.
§ 76. Durante su permanencia en Italia, cuando Aní- La inscripción
bal había establecido su cuartel general en la ciudad de Cro- Juno Lacinia
ton, como refiere Apiano (Ibér. 57), y pasado allí casi todo (205a. j.-c.)
el verano del año 205, dedicó, en el templo de Juno Laci-
nia descrito por Livio (XXIV 3), un altar con una extensa
inscripción grabada en plancha de bronce, que contenía la
enumeración de sus hazañas, redactada en lenguaje púnico y
griego. Esta inscripción la vio el mismo Polibio (III 33),
y tomó de ella, como lo dice, expresamente los datos relati-
vos á lo que Aníbal había hecho en la Iberia. Entre las tro-
pas que este general sacó de España y las que Asdrúbal sos-
tuvo en la península, aparecen mencionados en la dicha
inscripción los Thersites, que quizá sea un nombre corrom-
pido de Tarsis, los Mastianos, que ya conocemos como idén-
ticos con los Bastetanos,los Orites ibéricos, acaso los Oreta-
nos, los Olcades, bastante conocidos por otros textos, y los
honderos de las Baleares; no conservándose ninguna otra
noticia de las que debió contener este importantísimo
documento.
§ 77. Cuando Tiberio Sempronio Graco, por los los tratados
años 179 y 178 antes de J.-C, era pretor de la España ntayoJ^OH
Citerior, celebró con las diferentes tribus celtíberas trata- ios celtiberos
dos, en los cuales según parece se obligaron aquéllas bajo
juramento á pagar tributo y á facilitar soldados á los
Romanos, absteniéndose por su parte á levantar nuevas
fortalezas en sus comarcas (cf. Livio XL 50; Apiano Ibér.
c. 43; Plutarco, Tiberio Graco, c. 5). De estos tratados,
que el Senado aprobó, y de los cuales Polibio había dado el
texto en la parte de su obra que al presente no se conserva,
sólo se sabe que existieron. Debe haber habido muchos
más tratados de esta clase; pero nada concreto se encuen-
tra sobre ellos expresado por los autores, en cuyos libros
90
LAS INSCRIPCIONES
Loa trofeoa de
J'tuiipeyo
(72 a. J.-C.)
aparecen comprendidas cuantas noticias hemos logrado
alcanzar sobre esta época de la historia de Eoma.
§ 78. Cuando Pompeyo Magno terminó la guerra
sertoriana con la victoria sobre el ejército de Marco Per-
perna y la destrucción de las dos heroicas ciudades de
Osma y de Calahorra (Livio Epit. 96; Orosio V 23), erigió,
como nos refieren Salustio en sus historias (frag, IV 29
Dietsch), Estrabón (III 4, 9) y Plinio el mayor, este último
repetidas veces (nat. hist. III § 18 VII §96 XXVII § 15)'
en la cumbre de los Pirineos unos trofeos con cierta inscrip-
ción votiva, que decía que había subyugado 876 ciudades,
desde los Alpes hasta los límites de la España Ulterior. No
es verosímil que el catálogo completo de este gran número
de poblaciones haya sido inscrito en dicho epígrafe triun-
fal, pero probablemente contendría una lista de las gentes
ibéricas entonces vencidas, como Augusto más tarde en el
año 8 antes de J.-C, en sus trofeos sobre los pueblos de
los Alpes, que dieron el nombre á la moderna Turbia junto
á Monaco, insertó un catálogo de las gentes Alpinas devictce
(C. I. L. V n. 7817), y uno más breve en la inscripción
del arco triunfal de Susa en el Piamonte, del año 6 antes
de J.-C. (C. I. L. V n. 7231). Nada existe al presente del
trofeo de Pompeyo en España, y no parece que el conte-
nido de su leyenda fuera conocido de muchos escritores.
§ 79. No se han conservado ni leyes del pueblo ni
decretos del Senado romano relativos á España. La agraria
en monumentoa ¿e\ m antes de J.-C.- (C. I. L. I n. "200) contenía quizá
epigrdficoa .... . , . T7.
disposiciones importantes, como sobre el oger publicas
populi Romani en África y en Achaia, también sobre el de
España, que han desaparecido con una gran parte de toda
la misma ley.
Edictoade § 80. El más antiguo edicto de un magistrado romano
loa magiatrados ^asta anora encontrado, es el del entonces pretor de la
Ulterior, Lucio Emilio Paulo, el célebre vencedor del
Documento8
públicoa
conaervado8
LEYES MUNICIPALES 91
rey Perses, relativo á la turris Lascutana del año 189 antes
de J.-C. (C. I. L. II 5041). De la época de la República
ningún otro documento de la misma clase es conocido al
presente. Edictos de los emperadores tenemos, relativos á •
España: el de Vespasiano para Sábora en la Botica, que
al presente tampoco existe (C. I. L. II 1423); el de Clau-
dio Quartino, legado imperial de la Tarraconense, del
año 119, encontrado en Pamplona (C. I. L. II 2959); el de
Lucio Novio Rufo, también legado de la Tarraconense,
del año 193, que existió un tiempo en Tarragona (C. I. L.
II 4125). En cierto modo se puede añadir á la lista de los
documentos públicos, aunque también pertenece á los del
culto, la lámina de bronce que ya no se conserva y conte-
nía el juramento de los Aritienses en la Lusitania, hecho
al emperador Gayo César (Calígula), cuando en el año 37 de
nuestra Era subió al trono (C. I. L. II 172). Estos son los
pocos documentos oficiales, acta, de que se conserva memo-
ria y tienen relación con España. De los conocidos bajo el
nombre de diplomas militares, esto es, privilegios con-
cedidos por los emperadores á veteranos y militares después
de un servicio prolongado, hasta ahora ninguno se ha
encontrado en la península. Últimamente con los edictos
tienen cierta relación los dípticos consulares, grabados
en tablas de marfil ó hueso, conteniendo invitaciones para
los juegos y otras solemnidades relativas á la promoción
de altos funcionarios del Imperio, principalmente de los
siglos v y vi. Uno sólo de ellos se encontró en España, que
es el díptico de Flavio Strategio Apión, cónsul el año
539 de J.-C, que se conserva en la catedral de Oviedo
(C. I. L. II 2699, Monumentos arquitectónicos de España,
cuaderno 41).
§ 81. España tiene la ventaja sobre todas las demás Leyes
provincias del Imperio que de su suelo han provenido los MUmctPales
fragmentos hasta ahora únicos de cuatro leyes munici-
92 LAS INSCRIPCIONES
pales, ó sean Constituciones de los emperadores, en las
cuales se les conceden fueros á las colonias y municipios
de la provincia. De esta clase son las célebres leyes de
Urso (Osuna), lex colonice Iulice Genetivce Urbanorum
sive Ursonis, otorgada por César el dictador en el año de
su muerte 44 antes de J.-C, pero conservada en un ejem-
plar grabado sobre varias planchas de bronce, y con algunas
intercalaciones introducidas en el texto, hacia la época de
Vespasiano (Ephem. epigr. II p. 150 ss. y 221 ss.); las leyes
de Salpensa y de Malaca, otorgadas porDomiciano por
los años del 81 al 84 (C. I. L. II 1963, 1964); y la ley me-
tálli Vipascensis, especie de reglamento por cuyas disposi-
ciones se organizaba la administración de unas minas de
cobre junto á Aljustrel en Portugal, también de la época
de los Flavios {Ephem. epigr. III p. 165 y ss.).
Decretos § 82. La serie de monumentos epigráficos que tiene
' v hospedaje m^s relación con los tratados de alianza es la de las tablas
de patronato ó de hospedaje. De esta clase de documentos,
que proporcionan una porción de datos muy importantes
sobre la península, tenemos, relativos á España, los decre-
tos de la ciudad de Pálantia del año 2 antes de J.-C.
(Ephem. epigr. I 141), de Lacibula, del 5 antes de J.-C (C.
I. L. III 343), Bocchori en la isla de Mallorca del 6 de J.-C.
(C. I. L. II 3695), uno de Pompcelo del 57 de J.-C (C. I.
L. II 2958), de los Zoelas del 127 de J.-C. renovando otro
anterior del 27 de J.-C. (C. I. L. II 2633), un segundo de
Pompcelo del 185 de J.-C. (C. I. L. II 2960), otros de Clu-
nia del 222, existente en Roma (C. I. L. VI 1454), de
Segisamo del 239 de J.-C. (Ephem. epigr. II 322), y el de un
colegio de los fábri subidiani en Corduba, del 348 de J.-C.
(C. I. L. II 2211). Por lo que hace á los decretos de muni-
cipios ó de corporaciones, sólo se han encontrado en España
los fragmentos de uno honorario del municipio Siarense
(C. I. L. II 1282), si bien algunas veces se hace mención
DOCUMENTOS RELATIVOS AL CULTO
93
en los epígrafes también honorarios del acuerdo de los
decuriones, por los cuales el ordo municipal otorgó honores
y beneficios á sus más beneméritos ciudadanos (cf. C. I. L. II
2156, 2221, 3251, 3252).
§ 83. Tampoco se han encontrado en España leyes ó
reglamentos relativos á templos, ni fastos, ni calendarios,
ni actas ó .protocolos de colegios sacerdotales; aunque
debe haberlos habido de esta clase en la península, puesto
que en muchos títulos van indicadas las fechas según
los fastos de los duumviros. Los únicos documentos que
tienen cierta relación con el culto y que podemos indi-
car, son las dos listas de ornamentos pertenecientes á esta-
tuas, la una de la diosa Isis que existió en Acci, hoy Guadix,
cuyo pedestal se conserva actualmente en Sevilla (C.I.L.II
3356), la otra de la estatua de una señora que murió en Lo-
ja, cuya inscripción (C. I. L. II 2060) puede también colo-
carse entre los documentos privados, como procedente de
un testamento. Un epígrafe de Carcabuey (C. I. L. II 1637)
hace mención de haberse dedicado una estatua á la diosa
Fortuna, mandada levantar por un testador en su última
voluntad, cuya obra se había realizado de conformidad
con el dictamen de dos arbitros. Muy curiosa es la depre-
cación dirigida á la diosa Atcecina de Turibriga, que se
encontró en Mórida (C. I. L. II 462), no habiéndose halla-
do en España otros monumentos de la misma clase conte-
niendo análogas imprecaciones.
§ 84. Muchas veces en los epígrafes dedicatorios y se-
pulcrales se hace mención de documentos privados, como
testamentos y donaciones de varias clases. Pero mientras
en otras partes del imperio se han descubierto textos ínte-
gros de este género, en la península sólo ha parecido uno
que tiene carácter particular, y es una pequeña lámina de
bronce, encontrada junto á Bonanza, que existe hoy en
poder del marqués de Casa-Loring, en Málaga, y que con-
Documentos
relativos al
culto
Documentos
privados
94
LAS INSCRIPCIONES
tiene el formulario , según parece, redactado en la época de
Augusto, de un pactum fiducicu (C. I. L. II 5043). Una
planchita de plomo, hallada en Córdoba, testifica la ocupa-
ción de un colmenar en cierta fecha, indicada conforme á
los fastos municipales (C. I. L. II 2242). En Sevilla una
señora de alto linaje había hecho en su testamento una ins-
titución alimentaria para niños de ambos sexos, como lo
testifica la cláusula de su testamento transcrita en un mo-
numento honorario que le fué erigido (C. I. L. II 1174). La
base también honoraria levantada á un militar, cuya piedra
aun existe en Barcelona, contiene un capítulo íntegro del
testamento, en el cual hace varias donaciones á su patria
(C. I. L. II 4514). Fragmentos de otros documentos seme-
jantes, pero por desgracia muy exiguos, se han encontrado
en Mérida (C. I. L. II 463),Mengibar (C. I. L. II 2102), Por-
cuna^.I. L. II 2146), yCartagena (II 3415). Lucio Minicio
Natalis el menor, el hijo del cónsul del año 107 de J.-C,
instituyó en Barcelona, su patria, por su testamento la
celebración anual de sus días (C. I. L. II 4511); lo mismo
hicieron otros individuos en Siarum de la Bética (C. I. L.
II 1276), en Árunda (Eonda, 0. I. L. II 1359), y en Tarra-
gona (C. I. L. II 4332). De semejantes beneficios hablan
algunas inscripciones fragmentadas de Ucubi, hoy Espejo,
(C. I. L. II 1573), de Carcabuey (II 1637), y de Iviza
(II 3664). El número de documentos de este género, que dan
luz sobre las antigüedades de España, no es grande, y lo
que de ellos se deduce, no difiere mucho de lo que en otras
partes del imperio era de costumbre; pero de todos modos,
también esta clase de monumentos antiguos contiene
informes variados y apreciables.
Í0t epígrafe» § 85. Entre las inscripciones en el sentido más estricto
ó sóanse los epígrafes, en latín tituli, distinguimos varias
clases, según su objeto principal. Respecto á la relativa
antigüedad de ellos, ocupa el primer lugar la tan nume-
EPÍGRAFES DE OBRAS PÚBLICAS Y PRIVADAS 95
rosa serie de los sepulcrales, y asimismo la un poco menos
frecuente, pero también antiquísima de los votivos. Algo
más recientes son los honorarios erigidos en obsequio de per-
sonajes determinados, de los cuales en cierto modo derí-
vañse, combinados con los votivos, los de obras públicas y
privadas, los miliarios, los terminales, y algunos otros de
carácter análogo. A pesar de que cada una de estas series
tiene su mérito respecto á las antigüedades, todavía si los
consideramos exclusivamente bajo este respecto, el inte-
rés geográfico más grande se ha de atribuir á los de obras
públicas, á los miliarios, y á los que señalaban los límites
posesorios. Los votivos y sepulcrales, aunque también no
raras veces reúnen igual ventaja, siendo aún de mayor
mérito que muchos de los de las otras series, ofrecen seme-
jantes cualidades no por su carácter particular, sino sólo
por circunstancias accidentales. Queda últimamente la gran
serie de los epígrafes cortos, inscritos sobre objetos del uso
particular y doméstico, cuyos diferentes méritos tendremos
que explicar más adelante.
§ 86. Entre las varias series de epígrafes, los que Epígrafes de
, , . , n obras públicas
contienen las mas autenticas informaciones geográficas y y privadas
topográficas son los que tienen por objeto indicar el ori-
gen y destino de las murallas, de las puertas, y otros edifi-
cios públicos y particulares; por ejemplo, los mercados con
sus pórticos, las basílicas, las carnicerías, las medidas pú-
blicas, las tabernas y los almacenes, y los destinados á los
espectáculos públicos, circos, teatros y anfiteatros. En los
más antiguos ejemplares de esta clase de inscripciones,
que pertenecen á la época de la república ó á los princi-
pios del imperio de Augusto, como en los de las otras series
del mismo período, no suele mencionarse el nombre de la
población á que pertenecen. Así es que sólo indirecta-
mente puede conjeturarse su localización geográfica; como
sucede, por ejemplo, en los de dicha clase encontrados en
96 LAS INSCRIPCIONES
Myrtüis (C. I. L. II 15), Norba (II 694), Arucci (II 964), y
Cartagena, dedicados ó por magistrados provinciales (como
II 3421 3422), ó por municipales, como en la misma Carta-
gena (como II 3425-3430). También los de obras públicas
levantadas por los emperadores carecen de la indicación
del nombre de la población; como las de los teatros de
OUHpo por Nerón (II 183), y de Emérita por Agrippa
(II 474) y por Hadriano (II 478). Sin embargo, ya desde
el primer siglo se generaliza bastante, á lo menos en
España, el uso de indicar en tales epígrafes el nombre
de la población, como se observa, por ejemplo, en los de
este género encontrados en Cisimbrium (C. I. L. II 2098),
Oretum (II 3221), Castillo (II 3265), Aurgi (II 3364).
Dianium (II 3586), Ebusus (II 3663 3664), Murgi (Ephem.
epigr. II n. 314), y otros lugares. Lo mismo ha de decirse
de los que figuran en templos y otros edificios consagrados
al culto de los dioses, aunque como quiera que éstos no
sean muy frecuentes, raras veces contienen los nombres de
las poblaciones, á las cuales pertenecían dichos monumen-
tos sagrados, ni aun los de las personas que los erigieron;
como sucede, por ejemplo, en Cartagena con el epígrafe de
Lucio Emilio Recto, ciudadano de seis ciudades (n. 3423
3424), en los de Laminium (n. 3228), en los Edetanos (n. 3786),
y en algunos otros. Con frecuencia los magistrados ó per-
sonas particulares no indicaban en sus dedicaciones los
nombres del pueblo de que son naturales, ó en los cuales
las erigieron, como por ejemplo, en Ossonoba (C. I. L. II 2),
en Balsa (Ephem. epigr. IV p. 6 n. 1-3), en Trigueros
(C. I. L. II 951), en Zafra (n. 964), en Ossigi (n. 2100),
y otros lugares.
Lo» miliario» §87. A las obras públicas de suma importancia geo-
gráfica pertenecen los numerosos miliarios, que se han
hallado en los trozos de las muchas vías romanas, cuya
red se extendía por toda la península. Aun no es posible
LOS MILIARIOS 97
dar una historia completa de los caminos romanos de
España, mejora debida al gobierno militar, y destinada,
como en las demás partes del imperio, á facilitar la domi-
nación y asimilación de los habitantes bárbaros, pero que
al mismo tiempo no podía menos que favorecer en alto
grado el bienestar y la cultura del país. Aquí sólo indica-
remos con brevedad la utilidad que prestan para deter-
minar cuáles fueron estos caminos, no sólo los itinerarios
y demás fuentes geográficas, sino también las inscripcio-
nes de las columnas miliarias, y los demás epígrafes á
veces grabados en la roca viva, que se refieren á la cons-
trucción ó restauración de las vías romanas. Por más que
hasta ahora sean muy pocos los que hayan dedicado su
atención á estudiar con diligencia y á explorar técnica-
mente algunos de los trozos de los caminos romanos de
España, no deja de estar muy reconocida en la península
misma la utilidad ó importancia de tales trabajos topográ-
ficos, como lo prueban los diversos premios ofrecidos por
algunas Academias á los que se ocupen con éxito de este
género de investigaciones; pero sin embargo, aun queda
mucho por hacer (§ 26), hasta que pueda lograrse que
los miliarios, los itinerarios y la topografía juntos nos
den una imagen verdadera del estado antiguo de los cami-
nos romanos de la península.
Ya cuando los Escipiones, desde Ampurias, empezaron
á penetrar en las regiones, entonces enteramente descono-
cidas del interior del país, tenían que seguir ciertas direc-
ciones indicadas por la misma naturaleza geográfica, como
valles, ríos, puertos ó montañas, utilizados sin duda ya
antes de ellos por la población indígena. En estos cami-
nos, al fin de las jornadas de sus ejércitos, habían de asen-
tar sus reales, al principio móviles, que se transformaron
más tarde, pero raras veces, en campamentos fijos, los cua-
les, en épocas posteriores, se convirtieron en ciudades;
LAS INSCRirCIONK.S
procedimiento natural, del cual en todas partes del domi-
nio romano se encuentran frecuentes ejemplos.
Con suma probabilidad, pues, consideramos como la
más antigua vía romana de la península aquella que,
siguiendo más ó menos estrictamente la costa oriental,
puso en comunicación á Ampurias, Barcelona y Tarrago-
na, con Cartagena, pasando por Sagunto y Valencia. Ya
conoció Polibio esta parte de los caminos romanos desde
Ampurias á Cartagena, cuando visitó la España por
encargo de Escipión el menor, como hemos indicado antes
(§ 36), cuya calzada aun conservaba sus miliarios marcando
las distancias, como lo dice expresamente el mencionado
escritor griego en un pasaje de su Historia, que al presente
se conserva (III 39 rauta ?áp vov (3s67][¿áTt6rai xai (k^fj-síoycaí
xata StaSíooc óxtw 5tá 'Pa)(j.aí(ov S7ctji.eXa>^) . En el puerto de los
Pirineos, sobre el cual este camino atravesaba la frontera
de Francia, entre Ampurias y Perpiñán, Pompeyo erigió
sus trofeos (§ 78). Pero de esta carretera más antigua
de España no tenemos miliarios de muy remota fecha.
Sólo de un ramal de ella, pero quizá de construcción algo
más reciente que la vía principal, que desde Barcelona se
dirigía hacia Lérida, acaso desde antes de la época de la
guerra de César contra los legados de Pompeyó, tenemos
los tres miliarios más antiguos, hasta ahora hallados en
España, que contienen los nombres de dos pretores de la
Citerior, Quinto Fabio Labeón (C. I. L. II 4924 4925), y
Manió Sergio (II 4956).
Augusto hubo de completar y de renovar este mismo
camino desde las cumbres de los Pirineos hasta Cádiz y el
Océano. Los miliarios hallados en los diferentes trozos de
esta calzada, restaurados por varios emperadores más
recientes, la nombran expresamente via Augusta (C. I. L.
. II 4697-4721).
Todavía no se puede fijar con certidumbre, cómo dicha
LOS MILIARIOS 99
vía Augusta, pasando originariamente por Tarragona, Mur-
viedro, Valencia, Elche, y encaminándose sin duda sólo
hacia Cartagena, se dirigía desde allí hacia la Andalucía.
En Valencia parece haber habido un miliario central, indi-
cando las distancias desde esta población hasta los princi-
pales puntos de la costa (véase el Boletín de la R. Acad.
de la Hist., vol. III, 1883, p. 54). Desde la época de Augusto
ciertamente ya existía la vía desde Cartagena á Lorca,
Guadix y Granada (C. I. L. II 4936-4938). Pasaba otra,
según parece, por una parte de la costa, hacia Almazarrón
(C. I. L. II 4994). Una tercera no marcada en los itinera-
rios, saliendo de Cartagena también parece haberse diri-
gido por Murcia, Lorquí y Jumilla, hacia Lezuza (Libiso-
sa), Fuenllana (Laminium), y luego hacia Cazlona (Castulo),
después de haberse encontrado con un ramal, quizá más
antiguo, de la vía Augusta. Es posible que este trozo
comenzara á construirse por las tropas de César, como lo
indica Estrabón (III 4, 9), habiendo sido terminado por
Augusto (C. I. L. II 4931), pues así sólo se explica que
César pudiese llegar en veintisiete días desde Roma hasta
Obulcoj Porcuna, antes de encontrar á los hijos de Pom-
peyo en el campo de Munda. De Cazlona y otros puntos de
aquella vía, quizás de Contrebia, se conocen algunos milia-
rios de Tiberio y Claudio (II 4932 4935), debiendo haber
restaurado Trajano esta parte del dicho camino (II 4933
49.34).
Cierto es que, desde la época de Augusto, el trozo
meridional de la vía Augusta empezaba ab Jamo Augusto,
qui fuit ad Bcetem, y si bien no sabemos fijamente en qué
punto de la orilla del Guadalquivir estaba este arco de
Jano, habrá de buscarse por fuerza un poco más al Este
de Maquiz, Ossigi, hacia Bejijar, por donde la frontera de
la Bética, partiendo del río, descendía hacia el Mediodía.
Un miliario de Vespasiano, encontrado en Sierra Morena,
100 LAS INSCRIPCIONES
junto á la Carolina y no lejos del punto, del cual parece
que los números de millas de este ramal del mencionado
camino comenzaban á ser contados, indica que en el año 79
se hizo una restauración completa del mismo y de sus
puentes (II 4697). De esta parte de dicha calzada se han
encontrado numerosos miliarios en las cercanías de Cór-
doba, donde aun existe la mayor parte de ellas (C. I. L. II
4701-4733); los demás epígrafes en los que aparece nom-
brada la «via Augusta», se encuentran registrados en el
índice correspondiente (C. I. L. II p. 756).
Todos los emperadores, desde Tiberio hasta Valenti-
niano, han contribuido á conservar el buen estado de este
importante medio de comunicación.
De la última parte de la vía, junto al Océano, sólo se
ha encontrado un miliario de Nerva, teniendo el núm. 222,
entre Jerez y el Puerto de Santa María (II 4734). En los
vasos Apolinares la distancia desde la Sierra Morena hasta
el puerto gaditano es de 250 millas romanas.
Cuándo y cómo las demás vías de la península fueron
construidas, sólo en parte se puede deducir de los milia-
rios mismos.
En las regiones meridionales de la Botica, muy culti-
vadas desde que Augusto se asentó en el solio imperial,
existieron varios caminos que iban desde Córdoba á Mar-
tos, Tucci, Granada y Málaga, y hasta Ecija y Sevilla
(II 4688-4696) . También por entonces hubo otro camino
entre Mérida, JEsuris, y las bocas del Guadiana (II 4686),
al cual pertenecía el magnífico puente romano de Mérida,
con sus sesenta arcos aun existentes, á pesar de haber sido
cortado tantas veces por las olas del caudaloso río, y tan-
tas veces restaurado.
En el Norte de la península se construyeron, al menos
desde la época de Tiberio, partiendo de Lérida y Zara-
goza, las vías hasta Salamanca y Mérida. La parte de este
LOS MILIARIOS 101
camino perteneciente á la Extremadura española con-
serva tan numerosos miliarios (II 4644-4685), puentes y
otros restos, que fué conocida de los Árabes y durante
la Edad Media con la denominación de «Camino de la
plata», nombre quizá no indicando, como lo interpretan
generalmente, la vía argéntea, por su solidez y hermosura,
sino más bien la «de la platea», por lo llano de su trazado
y lo esmerado de su construcción. A esta parte de las vías
romanas, que hasta los siglos xvi, xvn, xvni, y aun xix,
se había mantenido en un estado relativamente completo é
íntegro, la fantasía patriótica de los más antiguos anticua-
rios añadió una larga serie de falsificaciones epigráficas
(II 443 '-453*).
De Zaragoza á Mérida hubo otro camino, que atrave-
saba la península por Bilbilis, Calatayud, Complutum,
Alcalá de Henares, y Toletum, Toledo, del que existen po-
cos miliarios de Augusto (II 4920-4923) y de Domiciano
(II 4918), algunos más de Trajano (II 4912-4914), y de
emperadores más recientes.
De Mérida á Lisboa pudo haber existido tal vez una
vía desde los tiempos de la pretura de César en la Lusi-
tania; pero de ella sólo se conservan miliarios de la época
de Gayo César Calígula (II 4639 4640). Los itinerarios
señalan tres vías entre Mérida y Lisboa, y de una sola
de ellas quedan algunos pocos miliarios de la época de
Hadriano en adelante (II 4631-4633) . VU*v^~ *-£#•
A un camino todavía_r¿a_£ixpXQrado desde Mérida hacia
el Norte, tal vez á Braga, pertenece el célebre puente de
Alcántara con su inscripción del año 105 á 106 de J-C.
(II 759). Conocemos el trozo meridional de este camino,
perteneciente á la Extremadura española, entre Mérida y
Alcántara; la parte septentrional, que pasaba por Portugal,
quizá por los pueblos de los Igaeditanos y Arayos, hacia
el Duero, yendo desde allí á Braga, aun permanece ente-
102 LAS INSCRIPCIONES
ramente desconocida. Entre estos dos pueblos tenemos
que buscar los otros indicados en el epígrafe del puen-
te, que fué erigido, como la misma piedra lo indica, por
ellos mismos, supe cordata, esto es, á expensa de todos,
sufragándose los gastos en común.
Muy pocos fragmentos se han conservado de algunos
miliarios de Trajano (II 4629), y de varios emperado-
res del tercer siglo (II 4630), que proceden del camino
que de Lisboa bajaba al Mediodía en dirección de Evoray
Beja, yendo de allí á terminar á la desembocadura del
Guadiana, á donde conducía otro que partía de Mérida.
También de Lisboa, en dirección del Norte, el camino
más antiguo parece haber sido construido por Hadriano, si
nos podemos fiar de . los pocos miliarios aun existentes
(II 4735-4739). Los demás de la misma vía son de empe-
radores de los siglos ni y iv (II 4740-4745).
En el Norte de la península, hacia la costa cantábrica,
y en los conventos jurídicos asturicense y lucense, nnry
pocos de estos monumentos aun existentes nos ayudan á
restablecer el trazado de los caminos romanos. Los milia-
rios más antiguos de estas regiones, que antes de Augus-
to todavía no formaban parte de la provincia, son los
de Tiberio, que comienzan á contar las millas desde el
río Pisuerga (II 4883). En la región de Angustóbriga y
de Numancia hay miliarios desde Trajano en adelante
(II 4890-4900). Un ramal de estas vías conducía desde
España hacia la Aquitania de las Galias, del que existen
miliarios á partir de Tiberio (II 4904-4905), y además de
algunos otros emperadores posteriores.
Un centro de vías antiguas, al menos desde la época
de Tiberio, fué Braga, la antigua Br acara Augusta, capi-
tal del convento Braparense de la provincia Tarraconense,
comprendiendo el Norte de Portugal y parte de los anti-
guos reinos españoles de Galicia y León. Cuatro caminos
LOS MILIARIOS 103
diferentes salían de Braga hacia Astorga; de la primera,
que iba por Ponte de Lima y Valenca do Minho, existe
un miliario de Augusto del año 11-12 (II 4868); y es tal
vez la más antigua comunicación entre estas dos poblacio-
nes. La segunda iba por Chaves (Aquce Flavice), desde Tibe-
rio (II 4773-4778), y á ésta pertenecen los dos epígrafes
del puente de Chaves. Los diez pueblos nombrados en el
primero de ellos (II 2477) erigieron en el año 79 á Vespa-A 1 Ti¡*\á
siano y sus hijos un pedestal en forma de columna, tal vez
en memoria de la vía romana por entonces hasta allí con-
cluida, pero que todavía no tenía más que un puente de
madera sobre el río Támega. Diez y seis años más tarde,
bajo Trajano, los Aquiflavienses, á expensas propias, hicie-
ron el puente de piedra, como lo testifica otra inscripción
(II 2478) con este motivo grabada.
Pasaba por Guimaraens y Villareal un camino, que se
unía luego con el primero, cuya memoria epigráfica más
importante es la gran piedra con la leyenda de Trajano,
que existe en las Caldas de Taipas (II 4796, cf. add.).
La cuarta vía es «la nueva», construida por Tito y
Domiciano (II 4802, 4838, 4847, 4854), llamada vulgar-
mente por sus curvas o caminho da Geira. Esta es la única
de las españolas que hasta ahora haya sido explorada dete-
nidamente, en una extensión de sesenta y cuatro millas
romanas, aunque no con aquel esmero técnico que hubiera
sido de desear, por el Sr. D. Ramón Barros Si velo, en el
año 1862 (véase la relación del hecho por ~D. Aureliano
Fernández Guerra, en el Boletín de la R. Academia de
la Historia, vol. I, 1878, p. 179 y ss., y la obra del mismo
Sr. Sivelo sobre las antigüedades de Galicia (Coruña
1875,8.).
A un trozo más antiguo de la misma vía, saliendo á lo
que parece de Astorga, pertenece un miliario de Nerón,
encontrado en Almázcara, que fué publicado por los seño-
8
104 LAS INSCRIPCIONES
res CoelloyFitja (en el Boletín de laR. A. de la H.,vol. V,
1884, p. 285).
Un número bastante grande de estos miliarios se ha reu-
nido en Braga desde el principio del siglo xvi; y después
constantemente han ido aumentándose, sin que se sepa de
qué localidad proviene cada uno de estos monumentos
(II 4747-4765), los más antiguos de los cuales son de Tiberio.
No faltaban á la vez caminos municipales entre los
pueblos más importantes. Así es que una inscripción de
Cazlona ha conservado la memoria del que de esta pobla-
ción conducía á Sisapo, en la región de las minas (II 3270).
De otro, hecho por un magistrado municipal, entre Vinuesa
y Salguero, llamado también vía Augusta, tenemos noticias
por un epígrafe encontrado en aquellos alrededores (C. I.
L. II 3270). Puede ser que fuera un ramal de la gran vía
Augusta, de la que hemos hablado antes , aunque sea de
maravillar que fuese construido por un magistrado muni-
cipal y no por los dependientes del emperador.
Esto es todo lo que hasta ahora se puede deducir res-
pecto de la geografía antigua, estudiando la interesante
serie de lápidas miliarias de España, quedando aun por
explorar mucho más respecto á los antiguos caminos de la
península .
Sobre la importancia de los miliarios y de los restos de los cami-
nos romanos en la península, véanse las observaciones muy acerta-
das de los señores académicos Aurelia no Fernández Guerra y
Eduardo Saavedra, que bemos citado antes (§ 2G), hablando de
los itinerarios antiguos. La obra deN. Bergier, Histoire des grands
chemins de l'empire romain (2 vol., Bruxelas, 1736, 4., con mapas),
en la parte relativa á España (vol. I, p. 46-83), ya está anticuada.
Algunas observaciones no inútiles, pero demasiado escépticas, sobre
el uso de los miliarios para la reconstrucción de las vías romanas,
propone la disertación del alemán F. Berger, iíber die Heer-
strassen des rümischen Reiches, dos partes, Berlín 1882 y 1883 (24 y
21 pp.) 4.
LAS INSCRIPCIONES TERMINALES 105
El Sr. D. Eduardo Saavedra es el autor del primer tratado
sobre una parte de las vías romanas de España, que es el trozo de la
Augusta entre Uxama, Numaniia y Augustobriga, que corresponde á
todas las exigencias más severas de la ciencia y puede servir como
modelo para semejantes investigaciones. Fué escrito en 1876 (véase
el Boletín de la R. Acad. de la Hist., vol. I, 1877, p. 48 y ss.), y publi-
cado sólo dos años más tarde, en el vol. IX de las Memorias de la
Real Academia de la Historia (Madrid 1879) con cinco láminas y ma-
pas. Podrá servir de sólido fundamento para otros estudios de esta
clase, que aun hacen bastante falta, el Mapa itinerario de la España
romana con su índice alfabético, compuesto por el Sr. D. Aureliano
Fernández Guerra, y añadido á su discurso académico del año 1862
arriba indicado. Sobre un trozo de la calzada romana, entre el río
Orbigo y el Villar de Manzanarife, provincia de León, existe un plano
y perfil, hecho por D. Domingo Alonso Anguino, en la biblioteca de
la Real Acad. de la Hist. (Rossell, noticia de las actas de 1876,
p. 26). Sobre una de las vías de Astorga á la Coruña,por las estaciones
de Uttaris, Bergidum, Lucus, é Interamnium Flavium, hay una diser- •
tación docta del insigne geógrafo D. Francisco Coello, en el Boletín
de la Real Acad. de la Hist. vol. V, 1884, p. 285 y ss.
§ 88. Grande es la importancia geográfica de una Las inscripcw-
serie de inscripciones, de las que desgraciadamente se con- nes termmales
servan en España pocos ejemplares, como fueron las que se
ponían para designar las fronteras de los respectivos terri-
torios de las colonias y municipios, délos establecimientos
militares, y aun de las posesiones particulares. Se han
encontrado varios términos Augustales, como los eri-
gidos por Augusto entre Bletisa, Mirobriga y Salmantica
(C. I. L. II 859), entre Mirobriga Val. Ut., nombres de una
población desconocida, y Bletisa Val. (II 857), entre Miro-
briga Val. Ut. y Sálmantica (II 858), entre Mirobriga y...
polibeda (II 5033), y además entre los Lancienses oppidanos
y los Igaiditanos (II 460). Hay de estos hitos algunos, pues-
tos por el emperador Claudio, entre los campos decumanos
y los de Ostippo, según parece (II 1438); otro del mismo
emperador, junto á Julipa, incompleto (II 2349), y uno de
106 LAS INSCRIPCIONES
Domiciano, entre los territorios de Emérita y Ucúbi (II 656).
Los de la legión cuarta estaban separados del de Julio-
briga por una serie de cipos terminales, de los cuales cua-
tro aun existen (II 2916 a-d), y otros los dividían del
campo de Segisamo (Ephem. epigr., IV, p. 20, n. 27; véase
la disertación de D. Aureliano Fernández Guerra sobre la
Cantabria, p. 18 ss.).
Epígrafes §89. La numerosa serie de lápidas consagradas á
dedicados íl ■. . -.. , i n .-. t
dioses y templos dioses y diosas, a pesar de que frecuentemente, sobretodo
en la época más antigua, carecen de toda indicación de la
localidad á que pertenecieron, sin embargo, en España
participan, en un grado bastante grande, de la costumbre
tan frecuente, como veremos en otras series de epígrafes,
de nombrar la población en la cual se encontraba la divi-
• . nidad ó el templo y las personas mencionadas en las ins-
cripciones. Algunas veces los mismos municipios dedica-
ban altares con indicación de sus nombres, como Olisipo
(C. I. L. II 176), el vicus Tongóbriga (II 743), los muni-
cipes Igabrenses (II 1610), el ordo Zcelarum (II 2606), la
r espublica Asturicensis (II 2636). Un ejemplo bastante anti-
guo de un donario ofrecido á una población, con indica-
ción de su nombre, es la dedicación hecha por Lucio
M umi o, el vencedor de Corinto, al vicus Italicensis, con-
servado, no en la leyenda original, sino en una reproduc-
ción del siglo ii hecha en la misma Itálica (II 1119).
Más frecuente es que los dedicantes se digan naturales
ó funcionarios del municipio, en el cual las aras existieron,
como en Salada (II 32), en el pueblo de los Igoeditanos
(II 435), en Capera, la vicinia Gaperesis (II 806), en Illpula
(II 954), Astigi (II 1471 1473 1474), Ipagrum (II 1515),
Suel (II 1944), Cartima (II 1949-1952), Urgavo (II 2105),
Isturgi (II 2122), Obulco (II 2126), Mentesa (II 3378). Estas
indicaciones suelen aparecer hechas frecuentemente en
siglas formadas con las iniciales de los nombres de la pobla-
EPÍGRAFE» DEDICADOS Á DIOSES Y TEMPLOS 107
ción, abreviatura sólo inteligible en el mismo lugar y en
la época en que fué grabada , como sucede en Astigi
(II 4172), y en Isturgi (II 2121). Raro es que las tales
dedicaciones) aunque de carácter público, omitan los nom-
bres del municipio, como las de Balsa, puesta ob honor em
seviratus (II 13), la de Merobriga, ob merita splendidissimi
ordinis (II 21), y la de Olisipo, dedicada al mismo munici-
pio (II 175). E-aro también es que el dedicante indique su
patria como diversa del lugar en que la dedicación se
encuentra hecha, como lo hace un Emeritensis en Ugultu-
niacum (II 1026), un Segoviensis en Hispalis, ó más bien
en Nceva, cerca de ella (II 1166), un Arcobrigensis en Bra-
cara (II 2419) , un JEminiensis, que era el arquitecto del
faro de Coruña, al pie de aquel edificio célebre (II 2559).
En el Norte y el Oeste de la península, esto es, en la Lusi-
tania septentrional, en Galicia y Asturias, los dedicantes,
como en los epígrafes sepulcrales, suelen á veces indicar
en las dedicaciones á dioses, su gentilidad; esto es, la anti-
gua estirpe á que pertenecían. Así encontramos á un
Turolus en Rúan es (II 685), un Alterniaicinus en Vianna
del Bollo (II 2523), un Scelenus en un lugar de Galicia
(II 2599), los Arronidceci y los Collacini enSanVicentede
Serrapio en Asturias (II 2697); y allí mismo en Castan-
diello uno que era ex gente Abilicorum y puso un altar á una
divinidad local (II 2698). Con la indicación abreviada en el
genitivo, la misma gentilidad, la gens Abliq(um), reapa-
rece en un altar de Júpiter en Uxama (II 2817), la ¿Ela-
riq(um) en el altar del dios Marte, de Collado Villalba
junto á Madrid (II 3062). Estas indicaciones no sirven, pues,
para identificaciones geográficas en el sentido estricto,
pero en un círculo más amplio nos hacen conocer una mul-
titud de nombres locales.
Lo mismo que á los de los dedicantes se encuentran uni-
das también á los de las divinidades, á que se invoca, indica-
108 LAS INSCRIPCIÓN KS
ciones geográficas. El Genio de los municipios, con la
mención de sus nombres escritos con todas las letras, se
encuentra en lápidas de Turgalium (II 618), de Nescania
(II 2006 2007), de Anticaria (II 2034), de Granada (II 2069)
del municipio Sábetano (II 2163), de Laminium (II 3228), de
Mentesa (II 3377), del locus Ficariensis cerca de Almazarrón
(II 3525 3526), de Lacimurga (II 5068), y de la misma colo-
nia tarraconense (II 4071), en la cual también los genios
de los conventos jurídicos de la provincia tarraconense tu-
vieron sus altares (II 4072-4074). Algunas veces el nombre
del genio local es omitido (II 401, 1280, 1146, 1362, 2126,
3408), ó bien aparece indicado por las iniciales solas del
nombre del municipio, como enArva (II 1060), y en Sacili
(II 2186).
Los altares de Júpiter Andero y del Júpiter Candiedo
indican probablemente ciertas localidades, ó tal vez mon-
tañas, de Galicia (II 2598 2599). Lo mismo debe decirse
del Júpiter Candamius en el puerto de Candanedo (II 2695) ,
y del Ladicus en el monte Ladoco (II 2525). El del Júpiter
Andero (II 2598), aparece dedicado por un procurador impe-
rial de los metalla Albocolensia, que debieron encontrarse
por allí cerca. Los metalla Lu..., indicados en un lingote de
plomo, de cerca de Castulo (II 3280a ), no permite una iden-
tificación exacta de su procedencia.
Son raras en España las indicaciones de otras divini-
dades como las matres ó matrona} regionales que con sus
nombres mismos dan á conocer los de las localidades á
que pertenecieron, las cuales por otra parte se encuentran
con frecuencia mencionados en lápidas de diversas provin-
cias célticas, como la Francia, la Alemania y la Inglaterra,
donde abundan sus altares.
Las matronal sobre todo son bien escasas en la Penín-
sula, y de las matres sólo conozco los Gallaicce en Clu-
nia (II 2776) y las Aufanim en Carmona (Ephem epigr.
EPÍGRAFES DEDICADOS Á DIOSES Y TEMPLOS 109
II 307), de origen abiertamente Germánico. Pero en lugar
de ellas en ciertas regiones de España se encuentran,
como divinidades locales, los Lares) como los Lares Turo-
lid en Freixo de Numao en Portugal (C. I. L. II 431),
los dii Gapeticorum gentilitatis en Capera (II 804), y los
Lares Cerenmci, Casicélenses, Erredici, Pindenetici y Tar-
mucenbaci Cercaici, en varios lugares de Galicia y Astu-
rias (II 2469-2472, 2384).
De esta clase misma son las nymphm Caparenses
en Baños (II 883, 884, 891), las nymphm Varcilence en
Arganda, nombradas así tal vez de una fuente (II 3067),
como las nymphce fontis Ameucni (?) en León (II 3084), la
Salus Umeritana (II 2917) en Castro Ur diales, el fons
Sagin (iesis ?■) en Boñal de Asturias (C. I. L. II 2694, cf.
Ephem epigr. II p. 242 y el Museo Español de Antigüeda-
des, vol. II, p. 699 y ss.); y tal vez la dea Navia de Galicia
debió su nombre al río Navius (II 756, 2378, 2601, 2602).
Algunas divinidades alcanzaron una veneración muy
extendida fuera de su localidad privativa, como el célebre
Hércules Tirio de Gades, venerado en Cartagena (II 3409),
y la dea Atcecina de Turobriga (Turubriga ó Turibriga) cuyo
nombre encontramos repetido cerca de Be ja en Portugal
(II71,101),enMórida(II461,462),yenMedellín(II605),
sin que se pueda fijar el lugar de la misma Turobriga, de
donde provenía. Otras parece que no eran veneradas fuera
de su patria, como el dios End.ovellico de Villaviciosa
en Portugal (II 127-142). Finalmente, como á las monta-
ñas, así también á los ríos se tributó culto divino en sus
orillas, como al Durius en Porto (II 2370), alBcetis en Sevi-
lla (II 1.163), al Hiberus en Tarragona (II 4075). No es escaso
el número de dioses y diosas con nombres bárbaros, cuyo
culto era local, como el de Endovellico, sin que se haya
podido averiguar el origen, tal vez geográfico, de sus
nombres.
110 LAS INSCRIPCIONES
itiscrípcionea § 90. Testimonios ciertos y muy frecuentes que sirven
'emperadores* Para fijar ^a identidad de los municipios y de otras pobla-
ciones, contienen las numerosas dedicaciones hechas por
dichos municipios ó por sus magistrados y habitantes á los
emperadores durante su gobierno y á los miembros de su
familia. En la época de los primeros emperadores, sobre
todo en la de Augusto, las indicaciones geográficas en esta
clase de inscripciones aun son raras. Tenemos un número
no escaso de dedicaciones puestas á Augusto y á los miem-
bros de su familia, sus hijos Grayo y Lucio, Tiberio, Agrippa
y el hijo de éste, el Pupus, que quiere decir el pequeño
Agrippa, en varias poblaciones, como en Mérida (C. I. L.
II 471 475 476), en Medellín (II 607-609), en Ulia (II 1525-
1530, en Tucci (II 1665-1667) , en Cisimbriumipor los municipes
(II 2097), en Cor duba (II 2197-2198), en Sagunto (II 3828
3829), en Tarragona (II 4093), en la colonia Salaria
por los colonos (II 5093). En todas estas dedicatorias falta
el nombre del dedicante; lo que puede provenir de que
algunos de ellos no han debido su origen á un decreto
del municipio, faltándole por lo tanto las siglas D. D.,
decreto decorionum, que así lo indican y que aparecen en
las de Urgavo, sino más bien á la iniciativa particu-
lar, no habiendo querido nombrarse los que hicieron la
erección del monumento, á pesar de que el emperador y
sus parientes lo son, con la denominación, por ejemplo, de
patronos en los epígrafes de Ulia. En algunos otros vienen
expresados directamente los nombres de los dedicantes
particulares, como en el de Lucio César en Alcolea
(II 1063), y del divo Augusto en Tarragona (II 4094), ó
de los magistrados ó sacerdotes municipales, como en
Mérida (II 473), en Tucci (II 1660), en Urgavo (II 2106),
y en la Mancha Real (II 3349).
La misma falta del nombre del dedicante se observa
también en el puesto á Tito en Valencia (II 3732), á
INSCRIPCIONES DEDICADAS Á LOS EMPERADORES 111
Domicia Augusta en Medellín por los duumviros (II 610),
á Faustina d(ecreto) d(ecurionum) en Barcelona (II 4504),
como igualmente á Antonino Pío enBadalona (II 4605), y
en algunos de emperadores más recientes, como á un Anto-
nino en Sagunto (II 3830), y á Claudio y Carino en el
mismo municipio (II 3834, 3835), á la diva Faustina, á Marco
Aurelio y Faustina, á Lucio Elio César, y á Lucio Vero en
Tarragona (II 4096-4100), por fina Severo en Norba por
los duumviros (II 693). Pero se comprende muy bien, que
en los pedestales honorarios de estatuas, puestas á los empe-
radores, lo mismo que á las divinidades, y á emperadores
juntos, como á Severo y su familia, con el Sol y la Luna en
Olisipodl 259), y en las capitales por los magistrados roma-
nos, cuyos cargos provinciales se expresan, no se necesi-
taba una indicación geográfica del lugar en el cual fueron
puestas; como por ejemplo en las de Córdoba (II 2202-
2206), Valencia (II 3738) y Tarragona (II 4102-4108).
Tan numerosa como la anterior es la serie de los pedes-
tales de estatuas de emperadores, puestas por los munici-
pios, que marcan los nombres de las poblaciones, siendo de
cierto interés determinar, cuáles emperadores en los dife-
rentes lugares tuvieron el honor de que se les erigieran
estatuas, según los informes suministrados por los monu-
mentos hasta ahora hallados; porque indican en cierto
modo el cuidado que aquellos soberanos consagraron á
diferentes regiones y pueblos de la provincia.
De Augusto hay una sola base que le fué puesta por
los Saguntinos en el año de 745 (C. I. L. II 3827); si bien
no se sabe si es una restitución ó copia de un monumento
más antiguo, en el cual tal vez faltaba el nombre de la
población. Además, no conozco otros monumentos de esta
clase, y de la misma época, fuera de los pedestales puestos
á las estatuas de uno de los Drusos menores, el hijo de
Tiberio ó de Germánico, en TJcubi por la misma colonia
112 LAS INSCRIPCIONES
Clarit(as) Jul(ia) (II 1553), y á Agrippina la menor por
la civitas Aruccitana (II 963); ambas ya no existen, y no
dejan de despertar ciertas sospechas respecto á la exacti-
tud del texto.
Sólo de la época de los Flavios en adelante empieza
la serie continua de dedicaciones puestas á Vespasiano
en Olisipo (II 185) y en el pago Carbulense (II 23*22), á él
mismo y á sus hijos en Munigua (II 1049-1051); á Nerva en
Azuaga (II 429); á Trajano en la ciudad de los Aravos
(II429),enUgultuniaco(II1028),enNescania(II2010),
en Aratispi (II 2054) y en Julipa (II 2352); á Hadriano
con Sabina y Matidia en Lisboa (II 106, 4992, 4693), en
Hispalis (II 1168), Sapo (II 1229), Singilia (II 2014) , Aratispi
(H 2055), Urgavo (II 2111), Mirobriga de la Bética (II 2365),
en la civitas Limicorum (II 2516), en Clunia (II 2780) y en
Hugo (II 3239); á Antonino Pío en Olisipo (II 187), Ocurrí
(II 1336), Mirobriga de la Bética (II 2366), la civitas Limi-
corum (II 2517), Iliturgícola (II 1643), Cartagena (II 3412),
Egara (II 4494), Dertosa (II 4057), y á Faustina la menor
en Acci (II 3391); á Marco Aurelio en Hispalis (II 1169),
Scepo (II 1340), Urso (II 1405), Libisosa (II 3234); á Lucio
Vero en Pax Julia (II 47), Ammaia (II 158), Huro de la
Bética (II 1946), Acci (II 3392); á Commodo en Ocurrí
(II 1337), y en Gades (II 1725). Estos son los monumentos
de fines del primer siglo y de todo el segundo.
En el tercero hay aun más variedad de dedicaciones de
esta clase. De Septimio Severo tenemos monumentos
puestos en Osset (II 1254) , Isturgi (II 2124) y Vivatia (? II 3343);
de Julia Domna en Capera (II 810); de Caracalla en Regi-
na (II 1037), Curiga (II 1040), Ulia (II 1532), Tucci, en donde
también su madre y su hermano aparecen igualmente dis-
tinguidos (II 1668-1671), como en Málaga (II 1969). Seve-
ro Alejandro tenía estatuas en Ulia (II 1533) y en Ucubi
(II 1554), su madre Julia Mamea en Cartagena (II 3413),
INSCRIPCIONES DEDICADAS Á LOS EMPERADORES 113
Acci (II 3393) y Valencia (II 3733), su mujer Barbia Or-
biana también en Valencia (II 3734); Gordiano enlare-
publica Tuatuc, que no se puede identificar (II 3406), y en
Badalona(II4606),endondesumujerTranquillina obtu-
vo el mismo honor (II 4607), así como en Gerona (II 4620),
Evora (II 110) é Iliberri (II 2070); Philippo en Lisboa (EL
168), Barea. (Epliemepigr. III $. 47. 39), Toledo (II 3073)
Badalona (11.4608), y con su hijo en Gerona (II 4621);
Tr ajano Decio en la república Callensis (II 1372); su hijo
Herennio Etrusco en Valencia y en Tortosa (II 3735,
4058); Valeriano en Ossonoba (II l);Gallieno y Salonina
su mujer en Córdoba](II 2199, 2200); Claudio Gótico en
Tucci (II 1672), Valencia (II 3736) y Barcelona (II 4505);
Floriano en Itálica (II 1115); Probo en Itálica (II 1116),
Tucci (II 1673), Granada (II 2071) y tal vez en Barcelona,
donde su nombre fué borrado (II 4507); Caro en Itálica
(II 1117 cf. 5057) y en Iviza (II 3660); Magnia Urbica,
la mujer de Carino, en Acci (II 3393); Numeriano en Jesso
(II 4452), y finalmente, Constancio en Sevilla (II 1171).
A uno de los emperadores del tercer siglo pertenecen tam-
bién los monumentos mutilados de Curiga, curiosos porque
hablan de una mudanza del pueblo y nombre de dos de sus
pagos (II 1041), y de Iliberri (II 2042), en los cuales faltan
los nombres mismos de los emperadores.
De los emperadores del siglo iv hasta ahora no se han
descubierto monumentos de esta clase en España.
En los deNervaen Azuaga (II 2339), de Tr ajano en
Ugultuniacum (II 1028), y de Herennio Etrusco en Der-
tosa (II 4058), los nombres de los municipios aparecen indi-
cados por abreviaciones únicamente inteligibles en el mismo
municipio, en el cual fueron erigidos. Sólo al acaso parece
deba atribuirse que en la capital de la Tarraconense no
se hayan encontrado monumentos erigidos á los emperado-
res por la municipalidad de Tarragona, sino sólo por magis-
114 LAS INSCRIPCIONES
trados imperiales, que indican los nombres oficiales de la
provincia frecuentemente con las acostumbradas abrevia-
ciones (C. I. L. II 4102-4108). En Cartagena sucede lo mis-
mo: pues los allí levantados á Antonino Pío (II 3412), y á
Julia Mame a (II 3413), fueron puestos no por la municipa-
lidad, ni por magistrados del imperio, sino por el convento
jurídico de Carthago.
A esta clase interesante de monumentos no raras veces
debemos exclusivamente el conocimiento de los nombres
antiguos de las poblaciones ó despoblados, en los cuales
fueron hallados; como en Ocurrí, Scepo, Libisosa y otros.
Los epígrafes § 91, Grande y variado es el número de los epígrafes
que fueron inscritos en las bases de estatuas, levantadas en
los municipios á magistrados provinciales y municipales
como á ciudadanos beneméritos de ambos sexos, á expensa
pública ó por particulares, hijos ó próximos parientes,
siervos ó libertos del honorificado. En estas inscripciones
muchas veces los nombres de las poblaciones aparecen indi-
cados directamente, ó como patria de los personajes á quie-
nes están dedicadas, ó como lugares, en los cuales ejer-
cieron sus funciones, no siendo raro que la población
misma sea también la que erija la estatua. En las dedicacio-
nes hechas á magistrados provinciales, las indicaciones
geográficas, como muy bien se comprende, sobre todo en
las de la edad Augustea, como son las de Cartagena
(II 3414), y de Ilici (II 3556), son más bien generales. Se
expresan los nombres de las provincias frecuentemente
con sus abreviaciones, en los monumentos dedicados á
magistrados provinciales, como por ejemplo en los de
Salada (II 35), Olisipo (II 190), Mor i da (II 481, 484),
Itálica (II 1120), Hispalis (II 1180, 1181), Málaga
(II 1970-72), Iliberri (II 2073, 2074, 2077, 2079), Uxama
(II 2820), Castulo (II 3270), Tarragona (H 4111, 4115,
4118, 4122); frecuentemente sólo con las abreviaciones de
LOS EPÍGRAFES HONORARIOS 115
costumbre (II 4128, 4135). A los magistrados el concilio
de la provincia y los conventos jurídicos erigen también
estatuas en Cartagena (II 3418), Sagunto (II 3840),
Tarragona (II 4123, 4127, 4138), y el ordo Tarraconensis
(II 4113, 4198, 4217). La provincia misma, ó sus respecti-
vas patrias, dedicaran estatuas á los flamines de los con-
ventos jurídicos , cuyas estatuas , con las indicaciones
exactas de las poblaciones y de los relativos conventos,
ofrecen un material geográfico de mucha importancia
(II 4188-4260). También los empleados de los ramos de
hacienda y administración interior aparecen nombrados á
veces en las mismas inscripciones sepulcrales, como en los
de Mérida (II 485, 486), con sus empleos y con la indica-
ción de local de ellos, y en los honorarios, como el procu-
rador del mons Marianus (II 1179), y el ad ripam Bcetis en
Sevilla (II 1180), el dispensatur portus Ilipensis (II 1085),
los serarios ó séanse canteros del emperador en Itálica
(II 1131, 1132). Sólo en los epígrafes más antiguos de esta
serie falta la indicación geográfica, como en uno de Astigi
(II 1477).
Más frecuentes son las erecciones de estatuas á magis-
trados municipales por el ordo y por el pueblo de los mis-
mos municipios, en cuyos pedestales se indican la patria
de las personas distinguidas con este honor; que suele ser
la misma ciudad en que fueron grabadas las inscripciones
honorarias, es decir, los municipios que las dedicaron. Hay
ejemplos numerosos de ambas series, que son igualmente
interesantes para los estudios geográficos. En la edad más
antigua, esto es en la de Augusto hasta cerca de la de los
Flavios, lo mismo que en los epígrafes votivos, las indica-
ciones geográficas faltan; como en los de Fax Julia (II 49,
53), Olisipo (II 192, 194-196), Hipa (II 1087; cf. también
el n. 1192), Hispalis (II 1187), Osset (II 1256), Jerez
(II 1306), cuyo nombre antiguo ignoramos, Acinipo (II 1346,
116 LAS INSCRIPCIONES
1348), Astigi (II 1478), Ulia (II 1535-1537), Epora (II 2159,
2161), Córdoba (II 2222, 2229), Sagunto (II 3837). Pero es
que la falta del nombre se encuentra también en las ins-
cripciones del siglo ii, aunque muy raras veces; como
en Iporca (II 1047), Axati (II 1054), Barbesula (II 1940),
Arcos (II 1364), cuyo nombre antiguo también es desco-
nocido, Iliturgicola (II 1649), y Iliberri (II 2080). Pero en
más de sesenta municipios, de los cuales unos cincuenta
pertenecen á la provincia Bética, cinco ó seis á la Lusi-
tania, y el resto á la Tarraconense, los epígrafes honorarios
de las series antes señaladas contienen los nombres de las
poblaciones. No haré aquí su catálogo; pero sí diré cuan
frecuente fué el uso de las abreviaciones para indicar las
ciudades, apareciendo aquellas usadas en dichas inscrip-
ciones, como en las de Hispalis (II 1188), Asido (II 1305
según parece), Urso (II 1404), Astigi (II 1472 que es más
bien votiva), Cartima (Ephem. epigr. I n. 140), Cor duba
(II 2216, 2224, 2225, 2229, 2348), Dertosa (II 4062), y
Tarraco (II 4274). Y se indican no sólo los nombres de las
poblaciones mismas, sino también los de los pagos y vicos,
como, por ejemplo, en la memorable inscripción de Arva,
que nombra las centurias rústicas de este municipio
(II 1064).
Las inscripcio- § 92. La historia de la dominación de las provincias
■militares hispanas por los Romanos, relatada por los historiadores,
respecto á los detalles de las tropas invertidas en la ocu-
pación, y de las localidades sometidas, recibe únicamente
luz y claridad bastante por los datos que nos proporcio-
nan las inscripciones cuando son bien entendidas. Los
más importantes informes acerca de la administración
militar, de las guarniciones, y de los diferentes cuerpos
militares acantonados en diferentes lugares, se encuen-
tran en las inscripciones dejadas por las mismas legiones
y cohortes, y por otros cuerpos del ejército romano, ya
LAS INSCRIPCIONES MILITARES 117
puestas en memoria de personajes, que alcanzaron diversos
grados en la milicia, como las honorarias y sepulcrales, ya
dedicadas por ellos á divinidades, ó con motivo de la erec-
ción de ciertas obras públicas ó privadas, sagradas ó pro-
fanas. Todos estos monumentos, no obstante ser su índole
muy variada, los hemos comprendido, por causa de la bre-
vedad, bajo el nombre de inscripciones militares. Estas,
como las demás series epigráficas, exigen de suyo determi-
nadas reglas para su más recta interpretación, en térmi-
nos que si no se observan rigurosamente, hay peligro de
caer en yerros de mucha consecuencia. La indicación, por
f ejemplo, de que una persona, nombrada en una inscrip-
ción encontrada en España, haya servido en un cuerpo
militar, no prueba, naturalmente, que lo haya hecho en la
península, ni que aquel cuerpo haya estado alguna vez de
guarnición en España mismo. La residencia de un cuerpo
militar en cierta localidad ha de ser probada por otros
testimonios, como por monedas allí acuñadas, ladrillos ó
inscripciones que testifiquen los trabajos que dicho cuerpo
haya ejecutado, ó por leyendas_sepulcrales que hagan ver,
que el entonces difunto no vino casualmente á la pobla-
ción, en la cual murió, sino que tuvo allí su morada oficial
ó habitual. Porque la inscripción sepulcral de un militar,
que marque el cuerpo en que servía, no prueba que dicho
cuerpo estuviese acantonado en el lugar donde aquélla
se encontró, si bien las hay de la misma clase que lo
justifican, por ciertas circunstancias que en las mencio-
nadas leyendas concurren. Lo mismo debe decirse de las
otras series de inscripciones, en las cuales se encuentran
los nombres de oficiales y soldados. En España, esta clase
de epígrafes, muy frecuentes en otras provincias, como
en África, en la G-ermania y en Inglaterra, no es dema-
siado abundante. Desde la época de Augusto en adelante,
el cual con sus guerras cantábricas había pacificado la
118 LAS INSCRIPCIONES
provincia casi enteramente, la administración militar his-
pana no era de tanta importancia en este país, como en
aquellas otras provincias, sobre todo las situadas en la fron-
tera septentrional del imperio. Sin embargo, los testimo-
nios epigráficos de esta clase de leyendas, algo más frecuen-
tes desde la segunda mitad del primer siglo, consultados
con la necesaria cautela, nos enseñan algo sobre el ejército
¿M español. Respecto á la época de la república romana, nada
de cierto, ni aun de probable, sabemos sobre los cuer-
pos de tropas que se emplearon por los varios generales en
la sujeción de la provincia. Ni era la organización de los
ejércitos entonces tan fija y constante, que se pueda dedu-
cir de las narraciones de Polibio ó de Livio algo de par-
ticular sobre ella. Es lo natural, y hasta puede probarse
en cierto modo, que Augusto, cuando en el año 27 antes
de J.-C, desde las provincias de la Galia emprendió su
expedición contra los Cántabros y Astures, se sirvió para
ella, en primer lugar, de las legiones existentes entonces en
España, ó en la vecina Galia. Las que Julio César hubo de
emplear en sus campañas contra los legados de Pompeyo,
y después, en la lucha con los hijos del mismo, formaron,
pues, el ejército, del cual, al menos en parte, se sirvió
también Augusto. La ocupación de las provincias se veri-
ficó generalmente de tal manera, que los puntos estraté-
gicos, en los cuales las legiones habían tenido sus cam-
pamentos, fortificados con el transcurso del tiempo, se
mudaron en ciudades, sobre todo cuando en estos luga-
res, fuertes por la misma naturaleza, hubo ya antes, como
casi siempre sucedió, algún pueblo asentado, que habita-
ban los naturales del país. A estas mismas ciudades, gene-
ralmente las antiguas capitales de las diferentes regiones,
los emperadores, desde César y Augusto, solían man-
dar los veteranos de sus ejércitos, para formar un centro
de población civil, adicto á los intereses del imperio, y de
LAS INSCRIPCIONES MILITARES 119
toda confianza, y al mismo tiempo un núcleo de donde,
como es sabido, se sacaban soldados para las legiones.
Sobre el origen y carácter militar de las grandes ciudades
de la España romana, además de los testimonios de los
autores, y de los epígrafes, debemos preciosos informes
á otra clase de monumentos antiguos, de la cual habla-
remos en el próximo capítulo, y son las monedas romanas
acuñadas en España. Conocido es que en la época anterior
á Domiciano, según la antigua costumbre de los ejércitos
consulares, compuestos regularmente de dos legiones, éstas
tuvieron juntas sus cuarteles de invierno, los que anti-
guamente no fueron de colocación fija. A medida que fué
progresando la pacificación de las provincias, aquéllos
alcanzaron ya un carácter más permanente, siendo ocupa-
dos una vez y otra por los legionarios, y dando origen, como
castra stativa, en muchas ocasiones, á ciudades importan-
tes. No es, por consiguiente, sin interés el averiguar qué
poblaciones hayan debido su origen á las legiones romanas.
Pero esta es una cuestión de no exigua dificultad, debién-
dose tener en cuenta, que su único fundamento estriba en
escasísimos testimonios y en indicaciones asaz dudosas.
Las monedas de Emérita, Acci, Corduba y C&sarau-
gusta, tienen inscritos los nombres de legiones, que algu-
na vez sin duda han estado de guarnición en España.
Las de Itálica, Carthago nova ó Ilici, á pesar de que falten
los nombres de legiones, por las insignias que de ellas
ostentan, prueban que hubo también guarnición de legio-
nes en aquellas poblaciones, de lo que también se tiene la
evidencia por otras inducciones. En varios pueblos las
inscripciones, ó su colocación en las vías romanas, ó
determinados testimonios de autores antiguos, ó sus nom-
bres solos, constituyen indicios de donde se deduce su
carácter militar.
Con estos antecedentes, pues, tenemos que emprender
120 LAS INSCRIPCIONES
el ensayo de fijar, en cuanto sea posible, la manera como
estaba establecida la administración militar de las provin-
cias hispanas.
Sobre las diferentes guarniciones de las legiones y demás cuer-
pos del ejército romano, en la época de Augusto en adelante, existe
una serie de trabajos epigráficos y arqueológicos importantes, prin-
cipiando con el del célebre epigrafista italiano, Conde Bartolomeo
Borghesi, sobre las legiones del Khin, del año 1839 (oetwres t. IV,'
p. 182-265), y terminando con una breve reseña de lo que hasta
ahora se ha podido averiguar sobre asunto tan variado, aprove-
chando los testimonios de los autores antiguos, de las monedas y de
las inscripciones, tal cual aparece todo ello inserto en el manual
de Joaquín Marquardt, Bómische Staatsverwaltung, vol. II,
ed. 2.a, por H. Dessau y A. von Domaszewski, Leipzig 1884, 8.,
p. 443 y ss. Sobre las diferentes legiones hay además algunas mono-
grafías, las cuales, en cuanto se refieren á las españolas, irán apun-
tadas más adelante, en sus respectivos lugares. Una de ellas com-
prende el conjunto de noticias sobre la administración militar de la
provincia , desde la época de Augusto , y es la del holandés señor
U. P. Boissevain, de re militari provinciarum Hispaniarum
átate imperatoria (Amstelodami 1879, pp. 705, 8.). Es un trabajo
concienzudo y útil, aunque no se pueden admitir todos sus resulta-
dos. Sumamente inciertos é incompletos aún todavía son nuestros
conocimientos sobre la última época de la administración militar del
+3 v - imperio, desde los tiempos de Diocleciano en adelante; véanse sobre
oí* ;. ella las breves noticias en la obra de Marquardt, antes citada,
p. 609 y ss.
Entre los testimonios relativos á las legiones del ejército español
ocupan un puesto preferente las monedas romanas de las colonias
y municipios, acuñadas desde la época de Augusto en adelante, en
las cuales se leen los nombres de varias legiones y se ven figura-
das las insignias militares, águilas y otras enseñas (signa militariá).
No puede dudarse de ningún modo que estas leyendas y símbo-
los sean testimonio de la existencia de aquellos cuerpos militares en
España. Pero todavía hay dudas sobre si se refieren solamente á
veteranos de las legiones, fijados después de su servicio en aquellas
ciudades como paisanos, ó más bien á soldados que estuvieron en
ellas de guarnición. Lo primero es lo que se cree generalmente, porque
LAS INSCRIPCIONES MILITARES 121
Casio Dion nos ha conservado la noticia, que el emperador Augusto,
después de la guerra contra los Cántabros y Astures, en los años 26
y 25 antes de J.-C, licenció sus veteranos, fundando para ellos en la
Lusitania la colonia Emérita Augusta, cuya denominación indica su
origen. Las monedas de Mérida contienen los nombres de las legiones
quinta y décima. Sin embargo, ni de eso ha de deducirse que sola-
mente veteranos de aquellas dos legiones obtuvieron propiedades en
el territorio de la nueva colonia, y ninguno de otras legiones, ni tam-
poco que en Mérida, fortaleza de primer orden, no hubo, además de
los veteranos ciudadanos, una guarnición. Es muy posible, al contra-
rio, que el emperador concediese posesiones, en las colonias nueva-
mente fundadas, á veteranos de muy diferentes legiones, y no sólo á
los del ejército español, sino también á los de otras divisiones milita-
res, si bien hasta ahora no existen testimonios de que otros vetera-
nos, fuera de los de las legiones peninsulares, hayan obtenido pose-
siones en las colonias españolas. Pero de cualquier manera que ello
fuese, es lo cierto, que las asignaciones de terrenos hechas á vetera-
nos fueron de todo punto independientes de las castra de las legio-
nes de guarnición en las provincias, si bien andando el tiempo el cas-
trum legionario y la colonia de veteranos pudieron llegar á formar
una sola población. Por otra parte, las mismas insignias militares,
que no tienen nada que ver con los veteranos y paisanos, son prueba
concluyente que estas dos legiones juntas, como era de costumbre
entonces, tenían en Mérida su castra, mientras los veteranos, con
otros Íncolas, formaban la población civil de la ciudad, ó séase la
colonia. Podremos, pues, en los siguientes párrafos, á pesar de que
la cuestión todavía no haya sido tratada con toda la extensión
que requiere, servirnos de los testimonios de las monedas con mu-
cha seguridad, para averiguar, en cuanto es posible, cuáles fueron
las diferentes guarniciones de la península.
Sabido es que el águila, llevada por el aquilifer, era la insignia
de la hjsgión entera , mientras las otras enseñas pertenecían á los
maniplos, de tal suerte, que cada uno de éstos, que se componía de
dos centurias, tenía su enseña, su signum, formado de varios emble-
mas, y llevado por un sigmfer. La cohorte, pues, que comprendía
tres maniplos y seis centurias, tenía tres enseñas; la legión, que
abrazaba diez cohortes, treinta. Las cohortes y las alas • de auxi-
liarios no llevaban águilas, sino sólo enseñas. Las enseñas, pues,
figuradas al lado de las águilas, si no se refieren á los cuerpos auxi-
liares, que nunca faltaban al lado de las legiones, servían sólo para
i
122 LAS INSCRIPCIONES
dar una manifestación más completa del carácter militar de las
poblaciones, en cuyas monedas se encuentran figuradas. Además de
las águilas y de las enseñas, hubo una tercera clase de divisas mili-
tares, los vexilos. El vexilo es fácil de distinguir por su forma par-
ticular, pues era un estandarte formado con un lienzo cuadrado, no
siempre del mismo color, sujeto por cualquiera de sus orillas á un
palo horizontal, que se fijaba en el extremo de una lanza. Fué lle-
vado por cuerpos militares alistados temporalmente para ciertas
expediciones, y compuestos de algunas cohortes tomadas de las legio-
nes ó de los cuerpos auxiliares. El vexilo, pues, no ha de referirse á
legiones enteras. Sabemos además que las legiones se reclutaban de
la juventud de las ciudades, en las mismas provincias en que estaban
de guarnición, ó de las de provincias cercanas. En las legiones espa-
r ñolas sirvieron, además de los naturales del país, los que lo fueron
de las poblaciones de la Galia narbonense.
Con estos datos es posible, hasta cierto punto, interpretar los
emblemas parlantes délas monedas romanas, acuñadas en ciudades
españolas.
Legio i § 93. Entre las cinco legiones que se conocen, dis-
(¿ ugusta?) ^jngUj¿as con el número I, \a,Á Germánica, fué creada por
. a , Tiberio , después de la derrota de Vario; la} adiutrix,
*\x ' por Galba, como veremos más adelante; l&'jltálica por
Nerva; \&UMinervia por Domiciano; l&^Parthica por Sep-
timio Severo, no habiendo estado ninguna de ellas en
España. Pero no cabe duda, que además de las legiones
antiguas de César y de Augusto, distinguidas con los
números desde el II. .hasta el XX, hubo también una con el
número I. Y en efecto, en las monedas de la colonia Julia
gemella Acci, la actual Guadix, que muestran en una
de sus caras las cabezas del divo Augusto, de Tiberio y de
Gayo César Calígula, se leen muy distintamente las letras
L.I.II, esto es, legión primera y segunda, al pie de cuatro
insignias militares, dos águilas y dos enseñas, que deben
referirse sin duda á las dos legiones, de donde la colo-
nia Acci, como ya advirtió el P. Florez, tomó su nombre
de gemella, lo mismo que la de Tucci. Casio Dion, en su
LEGIO I ¿AUGUSTA? 123
narración de la expedición de Agripa contra los Cánta-
bros, del 23 al 20 antes de J.-C., dice que los soldados de
su ejército, antiguos militares, no quisieron seguir á sus
órdenes, porque temieron á los Cántabros, que eran difíci-
les de combatir, y que al fin de la guerra hubo de prohi-
bir á una legión entera, que no supo vencer, que se lla-
mase en adelante Augusta (Dion LIV 11). Es muy posible
que esta fuese cabalmente la primera. Verdad es, que hasta
ahora no se ha encontrado otro testimonio de su existen-
cia en España, fuera de las monedas de Acci. Mas como ya
Tiberio, por los años 9 antes de J.-C, fundó una nueva
legión primera, la Germánica, puede ser muy bien que la
antigua española, á la sazón infamada por la pérdida de
su nombre honorífico, fuese disuelta antes de esta época;
y por eso falten inscripciones que hagan mención de ella.
Los Españoles, pues, se han de contar, aún en esta época
del imperio, entre los pocos pueblos que sabían resistir á
la fuerza militar organizada de los conquistadores del
mundo. No parece que la legión primera Augusta hubiese
estado mucho tiempo de guarnición con la segunda, toda
ó una parte de ella, en la Colonia Acci; y puede creerse que
tuviera como la segunda, al menos en parte, su acuartela-
miento eji el norte de la península, tal vez en Braga ó en
Astorga. Cierto es que á principios del_reino de Tiberio,
según el testimonio de Estrabón (III 9, 8 y 4, 20), no hubo
más que tres legiones en España, entre las cuales no se
contaba la primera, sino que fueron la cuarta, la sexta y
la décima, como luego veremos.
Véase C. I. L. II p. 458. Florez, y según él Eckhel, leye-
ron en las monedas de Acci L. III, legio tertia; pero la verdadera lec-
ción L. I. II, la observó el primero Carlos Luis Grotefend, numis-
mático y anticuario alemán, ya difunto, en el Zeitschrift filr die
Alterthumsicissenschaft, 1840, p. 654. Que la legión primera fuese la
que perdió el nombre de Augusta, es una conjetura muy probable
124 LAS INSCRIPCIONES
del Sr. Boissevain (§ 92). Otros doctos suponen que la legión
décima haya tenido al principio el nombre honorífico de Augusta, y
que obtuvo el de gemina más tarde, pero no existen pruebas conclu-
yentes para esta suposición.
Legión § 94. Como ya hemos visto, unida con la primera se
hace mención en las monedas de Acci de la legión segunda.
Una sola, entre las diferentes segundas que conocemos,
pertenece á la época de Augusto. La 7/ adjutrix fué
creada por Vespasiano, la II Tr ajana por Trajano, la
II Itálica por Marco Aurelio, la II Parthica por Septi-
mio Severo. Queda, pues, sólo la II Augusta, que desde
la época de Tiberio tenía sus cuarteles en la capital de la
Gemianía superior, Maguncia, y bajo Claudio se trasladó
á Inglaterra, en donde quedó hasta los últimos tiempos.
Que esta legión efectivamente haya estado en España
antes de pasar á la Germania, lo prueban algunos epígra-
fes allí descubiertos; uno de un aquilifer leg(ionis) II,
encontrado cerca de Lisboa (C. I. L. II 266), el otro de un
m(iles) leg(ionis) II, de Burguillos en la Beturia, tal vez
natural de (Cap)era (C. I. L. II 985), la tercera de Ecija,
de un veteranus leg(ionis) II (C. I. L. II 5053). En estas
inscripciones, según la costumbre antigua, ó porque tal
vez no lo hubiese aún recibido, no se da á la dicha legión
el título honorífico de Augusta. Sólo en el cuarto lo trae,
un epígrafe que nombra á un signifer leg(ionis) II Aug(us-
tm), pero ya no existe la piedra, cuya leyenda está muy
mal copiada (C. I. L. II 2480, cf. Ephem. epigr. IV p. 16).
Además, como ha observado el Sr. Boissevain, en la
Germania se han encontrado algunos epígrafes de vetera-
nos ó soldados de la legión segunda Augusta, naturales de
España, de Norba (Brambach, C. I. Rhen. n. 1892), y de la
Narbonense de Car caso (Brambach n. 946, Orelli-Hen-
zen n. 4841). Está, pues, suficientemente probado, que la
Macedónica
LBGIO IV MACEDÓNICA 125
legión segunda, como la primera, formaba parte del ejér-
cito español de Augusto.
Según lo que de las inscripciones se desprende, parece
que parte de la segunda estuvo un poco de tiempo, reu-
nida con la primera, de guarnición en Acci, como ya
hemos notado, y acuartelada en los últimos tiempos de su
permanencia en España, antes de su marcha á la Germa-
nia, en las regiones del noroeste de la península. Pero no
hay bastantes testimonios para fijar el lugar preciso, ó los
lugares, de su dicho acuartelamiento, que tal vez fuera
Astorga ó Braga.
§ 95. En muchas de las monedas de Zaragoza, acuña- Legio iv
das bajo Augusto, Tiberio y Cayo César Calígula, se leen
los nombres de tres legiones juntas: LEG-. IV, LEGr. VI,
LEG-. X. Los reversos de estas monedas muestran alterna-
tivamente tres enseñas, en las de Augusto y Tiberio; ó un
vexilo fijado en una base, entre dos simples enseñas, de
forma particular, á las que Eckel llama perticas, también
en las de Augusto y de Tiberio; ó un sólo vexilo con su
base en las de Augusto; y, finalmente, un águila entre dos
enseñas, en las de Tiberio y de Calígula. Según el valor de
estas divisas militares, que hemos explicado antes (§ 92),
no estaba de guarnición en Zaragoza en tiempo de Augusto
ninguna de estas legiones completa, porque falta el águi-
la, sino quizá sólo algunas vexülaüones, si bien en tiempo
de Tiberio se reunió en aquella ciudad una de las tres,
aunque no se sabe cuál de ellas. Es cierto que en los días
de Augusto hubo una legión cuarta que pertenecía al ejér-
cito que ocupaba la España; pero es que hubo dos con este
número; la IV Scycthica, que desde la época de Augusto
hasta los últimos tiempos del imperio formó parte del ejér-
cito de oriente, y, por consiguiente, no hace á nuestro
propósito, y la IV Macedónica, que es, sin duda, la española.
Debía su nombre tal vez á Marco Bruto, quien la orga-
126 I. AS INSCRIPCIONES
nizó en Macedonia, antes de la batalla de Philippi. Desde
los días de Augusto la encontramos en España, sin que
se sepa cuáles fuesen el tiempo y los pormenores de su
marcha de Grecia hacia el oeste. Desde la época de
su llegada á la península, hasta la del emperador Clau-
dio, nada se conoce de la dicha legión cuarta, siendo
sabido que al comienzo del imperio de Claudio fué trasla-
dada á la Germania superior, y que bajo el de Vespasiano
fué disuelta.
Sin embargo, ha dejado vestigios, nada equívocos, de
su existencia en España, pues en la colonia Tucci, la ac-
tual Martos, se encontró el epitafio de un decurión de la
colonia, que había sido centurión de la legión cuarta
(C. I. L. II 1681). La lápida, por consiguiente, no prueba
que la legión haya tenido sus cuarteles en Tucci, pero
indica que aquel centurión, quizá natural de Tucci, des-
pués de haber servido en la mencionada legión, durante
su permanencia en España, se retiró más tarde á esta
población. Los ex-centuriones formaban, como sabemos
del poeta Horacio, la aristocracia de las ciudades de pro-
vincia. El epitafio, que ya no existe, llama á la legión
simplemente cuarta, sin añadir el nombre de Macedónica.
Por esta y otras razones, ha de atribuirse á la época de
Augusto. Entre los legionarios de la cuarta Macedónica,
sepultados en las Aqum Mattiacm, junto á Maguncia, á
donde aquella se trasladó, en tiempo de Claudio, resultan
tres naturales de Nertobriga en la Botica, uno de Tucci,
uno de Córdoba, uno dom(o) Bae... (quizá Bcelo? Bram-
bach n. 1150, 1153, 1160, 1162); lo que prueba que muchos
de los soldados eran naturales de la provincia, en la cual
la legión había tenido sus cuarteles. Diez de sus legiona-
rios, todos conocidos por sus epitafios existentes en Magun-
cia, eran naturales de la Galia narbonense y uno de la lug-
dunense (Ephem. epigr. Y p. 213). Otro epígrafe sepulcral
LEGIO V ALAUD.E
127
encontrado en Pergamo del Asia, de la época de Augusto,
hace mención de un tal Tito Aufidio Spinter tribun(us)
mil(itum) in Hispania leg(ione) IIII (C. I. L. III 399).
Los doce ó más cipos terminales, ya antes menciona-
dos (C. I. L. II 2916 a-d), nos han dado á conocer, que los
prados de la legión cuarta, de una extensión, como parece,
muy grande, yacían cerca de Juliobriga, en la España
tarraconense, no lejos de la actual Reinosa, en los montes
cantábricos. En la época, pues, de Augusto, la legión,
destinada, como dice Estrabón (III 4, 20), á guarnecer
la [JisaÓYata, el interior de la provincia, entre Galicia y la
costa oriental, parece haber tenido sus cuarteles junto á
Juliobriga, en el cerro y pueblo de Retortillo, media legua
al SE. de Reinosa (Guerra, Cantabria, p. 40), y en
Zaragoza, en donde, como hemos visto, estaba una vexila-
ción de ella. Bajo Tiberio, ya la legión entera fué concen-
trada en Zaragoza, señal de la pacificación de la región de
los Cántabros; y de Zaragoza pasó á Maguncia.
§ 96. De las dos legiones" quintas que existían, la Le9io v
V Macedónica, una de las de Marco Bruto, como la IV
también Macedónica, pasó de la Grecia á la Germania,
donde permaneció durante el siglo primero de nuestra Era,
para trasladarse al fin á la Moesia, sin haber estado
nunca en España. La otra quinta fue una de aquellas que
el dictador César había formado en las Galias, sirviéndose
de los mismos indígenas para sujetar sus compatriotas.
Les dejó los yelmos ó cascos que usaban con el penacho,
semejante á la cresta de la alondra, por lo que se les
impuso por los demás soldados el apodo de alaudaí; cuyo
nombre, en la forma del plural, fue más tarde, como es
sabido, su designación oficial.
En las monedas de Mórida, acuñadas en tiempo de
Augusto, cuya cabeza llevan, así como en las de Córdoba,
del mismo emperador, se leen las letras L E. V. X, esto
128 LAS INSCRIPCIONES
es, legio quinta y décima; mostrando el águila de la legión
entre dos enseñas, como las de Acci y Cazsaraugusta. Ade-
más se observa en las monedas de Publio Carisio, acuña-
das, como casi generalmente y no sin fundamento se
supone, en la misma Mérida, la figura de un yelmo con
cresta alta en la forma de una media luna. El conde Bor-
ghesi, en una de sus observaciones numismáticas (ceuvres,
vol. II, p. 333 y s.), creyó que esta representación debía
referirse á los Astures y Cántabros , vencidos por un Cari-
sio en la guerra cantábrica de Augusto. Pues según el tes-
timonio de Dion (Lili 26), un Tito Carisio era legado de
Augusto en esta guerra. Que este Tito sea idéntico con el
Publio de las monedas, no es de modo alguno cierto; porque
conocemos también un Tito Carisio, triumvir monetal, por
varias monedas acuñadas del 49 al 45 antes de J.-C. Creo,
pues, más bien, que el yelmo con cresta aluda á la guar-
nición de Mérida, formada por las antiguas legiones de
César, y sobre todo, á la quinta, con sus penachos, se-
mejante, como se lia dicho, á la de la alondra. Verdad es,
que sabemos de ella sólo que peleó en África contra el
rey Juba, que en la batalla de Munda estuvo en el ala
izquierda del ejército de César, y que después siguió la
bandera de Marco Antonio, hasta que Augusto lo mandó
á la Moesia. Pero puede muy bien haber estado en España
en el período corrido desde la batalla de Modena, en 43
antes de J.-C, hasta la guerra cantábrica emprendida por
Augusto en 27 antes de J.-C. Conocemos á Lucio B latió,
natural quizá de Ventium ó Vintium, ciudad de los Alpes
marítimos (Blatius es nombre céltico), antiguo tribuno
militar de las dos legiones españolas quinta y décima, des-
pués edil en Sevilla, según una lápida de esta ciudad
(C. I. L. II 1173), que no es posterior á la época de
Augusto. Puede ser que también Gayo Emilio Frater-
no, avecindado en Isona, la antigua Jesso, (C. I. L. II
LEGIO V ALAUDiE 129
4458), dos veces prcefectus fábrum, esto es, jefe de inge-
nieros, tribuno de la legión quinta Alaudce, y después
flamen de la provincia en Tarragona (C. I. L. II 4188),
viniese con dicha legión desde la Galia; porque en su epí-
grafe se dice de él: hic censum egit in provincia Gallia
Aquitanica. Son estos los dos únicos testimonios epigrá-
ficos de la legión quinta, que tenemos en España, los
cuales no bastan por sí sólo para fijar el lugar en que
estuvo acuartelada.
Los nombres de la V y de la X se encuentran, como ya
observamos, juntos en las monedas de Mérida y de Cór-
doba, pero con una águila sola entre dos enseñas; por lo
que parece que únicamente una parte de las dos legiones
hubieron de haber estado de guarnición en las capitales de
la Lusitania y de la Bética. Como los testimonios epigrá-
ficos de la décima, encontrados en España, pertenecen
todos al norte y al noroeste de la península, es de suponer
probablemente, que la quinta, después de la batalla de
Munda, se quedase poco tiempo aun en la Bética; como lo
indica también, en cierto modo, el haber sido edil en Sevi-
lla uno de sus antiguos tribunos.
Existen, además, sólo tres monumentos de legionarios
de la quinta Alaudce (Ephem. epigr. V p. 214); uno de cierto
Q. Aenneus Balbus de Faventia, en Italia, soldado de el
dictador César, según parece, y después duumvir en una
ciudad africana (C. I. L. VIII 10 605), el otro de un C. Cal-
ventius de Milán, en los Castra Vetera de la Germania in-
ferior (Brambach n. 218), á donde parece que la legión pasó
temporalmente desde la Moesia. En Italia, en tierra de los
Aequiculos, se encontró una inscripción, que ya no existe,
en la que se mencionaba á un tal Sabidius, que fué centu-
rión de las legiones quinta, décima y sexta, añadiéndose
en la dicha leyenda ita ut in leg(ione) Xprimum pilum duce-
ret eodemque tempore princeps esset leg(ionis) VI; fué luego
130 LAS INSCRIPCIONES
prefecto quinquenal, tal vez en Italia, su país natal, de
los Césares Gayo, el hijo adoptivo y heredero presuntivo
de Augusto, y Tiberio (C. I. L. IX 4122; Orelli-Hen-
zen 6779). En tres de las legiones augusteas, pues, y
durante su estancia en España, este personaje hubo de
conseguir los honores militares, de que hace mención la
inscripción aludida. Por lo demás, hasta ahora no han
aparecido otros monumentos que hagan referencia á esta
misma legión.
El casco figurado en los denarios de Publio Carisio, lo ha hecho
dibujar últimamente el docto catedrático de la universidad de Viena,
Sr. O. Benndorf , en las Memorias de aquella Academia, sección
filosófico-histórica, vol. XXVIII, 1878, p. 61, fig. 10, y lo designa
como de origen lusitano; yo lo creo más bien galo. El epígrafe de
Sabidio, traído por el conde de Lumiares, el cual parece que no igno-
raba su importancia histórica para la España, fué colocado entre
sus «Inscripciones de Cartagena» como de dicha ciudad (p. 133, 23),
de donde la tomó Muratori (p. 763, 6). Verdad es, que también en el
oriente hubo una legión VI, la f errata, y una X, la f'retensis; pero
nunca existió allí una quinta, por lo que es sumamente verosímil que
se indiquen en esta inscripción las tres legiones españolas.
Legio vi § 97. De las dos legiones sextas, que existieron, la VI
Victrtx f errata y la VI victrix, la primera siempre perteneció. á los
ejércitos del oriente. De la otra los más antiguos testi-
monios, que existen, son las monedas de Zaragoza, de
Augusto y Tiberio, en las cuales se leen, como ya vimos,
los nombres de las tres legiones IV, VI y X, con tres ense-
ñas, ó con un vexilo entre dos enseñas, ó con un vexilo sólo,
pero sin águila. Esta aparece entre las dos enseñas, como
de costumbre, sólo en las de Tiberio y Calígula, y la hemos
atribuido con alguna probabilidad á la legión cuarta (§ 95).
De la misma época de Augusto, y del año 749 de Roma,
B antes de J.-C, es un monumento epigráfico, encontrado
en Bracciano de Italia, el cual fué puesto á un tal Aulo Octa-
LEGIO VI VICTRIX 131
vio Ligur, tribuno militar de la legión sexta, por los cen-
turiones leg(ionis) VI (sextce) ex Híspanla (C. I. L. XI 3312).
Hubo, pues, entonces una porción de centuriones, natu-
rales de España, en aquella legión, que pusieron un monu-
mento honorario á su tribuno, en su país natal. Al menos
hasta el imperio de Calígula debió, pues, dicha legión for-
mar parte del ejército español; y más aun, permaneció en
la península hasta fines del imperio de Nerón. Del insigne
epígrafe honorario de Marco Vettio Valente, encontra-
do en Rimini de Italia (Orelli-Henzen 6767 = C. I. L. XI
395), puesto en el año 66 de J.-C, se deduce que este per-
sonaje, como primus pilus de la legión VI victrix, fué con-
decorado por el emperador Nerón, cuyo nombre se calla,
ob res prospere gestas contra Astures. Hasta esta época,
pues, duraron las repetidas tentativas de aquella nación
belicosa para recobrar su libertad. Al morir Nerón, era
esta legión la única que existía en España, porque la
primera, segunda y quinta fueron ya trasladadas á otras
partes en tiempo de Augusto; la cuarta, en el de Claudio,
vino á la Germania; y la décima, como veremos, estuvo
entonces temporalmente ausente de España. Galba, des-
pués de la muerte de Nerón, no tenía en España más que
una legión, que lo aclamó como emperador, tres cohortes,
y dos alas de auxiliares, según los testimonios de Tácito
(histor. I, 16), y de Suetonio (Galba, cap. 10). Una sola
bastaba, pues, como dice Flavio Josefo (bellum Judai-
cum II 16, 4), para custodiar una provincia tan distante de
Roma como belicosa, y que ésta fué la sexta, lo dice Tácito
(hist. V, 16: principem Gálbam sextm legionis auctoritate
factum). En esta época sirvió en ella como tribuno Lucio
Titinio Glauco Lucretiano, después prefecto de las
islas Baleares, en el mismo año 66 de J.-C, conocido por
dos inscripciones, de Luna en Italia (Orelli 731, 732 =
C. I. L. XI 1331). En tiempo de Vitelio la misma legión
132 LAS INSCRIPCIONKS
aun estaba en España, y con la / adjutrix se declaró por
Vespasiano , como lo cuenta Tácito (Mstor. III, 44; cf. II, 86),
quien trasladó ambas á la Germania inferior (Tácito, Ms-
tor. IV, 68), de donde, imperando Trajano,pasó á la Panonia
(C. I. L. III 1632), y finalmente en los días de Hadriano
á Inglaterra. En la Germania inferior se han encontrado
ladrillos, en los que aparecían estampados los nombres de
la legión sexta y los de algunos de sus individuos, indicando
estos últimos claramente su origen español: como Reburrus
y Adronus, que son apellidos ibéricos (cf. Brambach n. 223
c 4, y los Bonner Jahrbücher vol. LXXXII, 1887, p. 20).
Nada de seguro sabemos sobre los lugares, en los cua-
les la legión sexta tuvo sus cuarteles en la península. No
sirve para fijarlos el epígrafe de su tribuno Pompeyo
Faventino, que murió condecorado á causa de sus méri-
tos militares por Vespasiano, siendo flamen de la provincia
Citerior en Astorga, hacia la época de Trajano (C. I. L. II
2637) , aunque es posible que haya servido en dicha legión
durante su estancia en España. Tito Pompeyo Albino,
tribuno militar de la sexta victrix, después subprocurator
de la provincia Lusitania, y duumvir en Viena de Fran-
cia, muerto en Gratianopolis, Grenoble, según su leyenda
sepulcral encontrada en dicha ciudad (C. I. L. XII 2327),
pudo muy bien haber servido en la indicada legión en
España. Lo mismo debe decirse de Marco Cornelio
Novato Bebió Balbo, tribuno que fué de la legión VI
victrix pia fldelis, y después flamen de la provincia Bética,
quizá natural de España, el cual costeó un acueducto en
Igabrum hacia la época de Trajano (C. I. L. II 1614). No
se puede determinar si estarían en España, ó en la Germa-
nia, los legados imperiales Publio Tulio Varrón, perso-
naje de la época de Trajano, según un epígrafe de Tar-
quinii en Italia (Orelli-Henzen 6497), y Quinto Camurio
Numisio Júnior, en uno de Attidium en Italia (Hen-
LEGIO VI VICTRIX 133
zen 6050), así como sus tribunos Julio Quieto y Publio
Junio Numida, nombrados en inscripciones de Roma
(C. I. L. VI 3523 y 3525), Lucio Funisulano Vetto-
niano, en la de un pueblo de la Panonia (C. I. L. III,
4013), y Gayo Minicio ítalo en otra de Aquileia (C. I. L.
V 875). Minicio Natalis el joven, según el célebre epí-
grafe de Barcelona (C. I. L. II 4510), era legado impe-
rial, y Quinto Licinio Silvano Graniano Próculo,
conforme al de Badalona (C. I. L. II 4609), tribuno de
dicha legión, cuando ya estaba fuera de España, probable-
mente en Inglaterra. La inscripción más antigua de esta
legión, que en España se ha descubierto, es sin duda la de
Tito Turpilio, sin otros nombres, soldado de la legión
sexta, piedra encontrada en Estepa (0. I. L. II 1442), que
se puede atribuir á la época de Augusto. Poco más recien-
tes son las de los soldados G-ayo Vario Domiciano,
natural de Bolonia en Italia, descubierta en Calahorra
(C. I. L. II 2983), y Lucio Valerio Silvanio, de las cer-
canías de Braga (C. I. L. II 2374 y Ephem. epigr. IV p. 15),
y las de los veteranos Claudio Valente, en Valencia do
Minho en Portugal (C. I. L. II 2465, y addenda p. 706),
Gayo Julio Severo y Lucio Melonio Aper, estos dos
últimos de Mórida (C. I. L. II 490 y 491). Es un hecho
particular, que no se han encontrado nunca epígrafes mili-
tares en Cartagena, aunque es casi indudable que, al menos
en la época de la república, hubo guarnición en aquella
ciudad. El mayor número de estas lápidas parece indicar,
que la legión en tiempo de Augusto hubo de residir en el
norte de España, en la provincia tarraconense. Ninguna
referente á la legión sexta se ha descubierto hasta ahora
en Tarragona. Sólo el insigne canónico tarraconense Po-
sada, á quien tanto debe la epigrafía de esta capital, ha
conservado la copia de un fragmento de barro cocido, en-
contrado allí, resto de una teja, con el nombre de la legión
134 LAS INSCRIPCIONES
(C. I. L. II 4973, 3); pero su lección no es cierta. Como
la dicha legión dejó la España en los días de Vespasiano,
no tiene nada de particular, que no haya más monumentos
de ella en Tarragona. Bajo otros respectos, es muy proba-
ble que, imperando Augusto, haya formado la guarnición
principal de esta capital, que ciertamente en dicha época
no carecía de tropa, como más tarde la tenía también.
No han existido las monedas de Acci con el nombre de la legión
sexta, publicadas por Florez en su tercer tomo, quien las tomó de
Vaillant y Morelli; porque, como observó Eckhel, son todas falsas
ó mal leídas. No sirve mucho para fijar la época de los epígrafes,
que se refieren á la legión sexta, la observación de sus diferentes
nombres, victrix,pia y fidelis. Cierto es, que en los más antiguos no
aparece ninguno de ellos; el de victrix lo traen ya los de la época
de Augusto; el de pia y el de fidelis se cree que no los tuvo antes de
Trajano. Pero los dos últimos se omiten por brevedad á veces tam-
bién en los de tiempos más bajos.
Legiox § 98. Dos legiones hubo con el número décimo, la X
fretensis, que fué siempre de los ejércitos del Oriente, y
la X gemina, nombre que llevaba al menos desde Tiberio.
Yo creo que es la antigua y bien conocida legión décima
de César, una de sus más valientes, la que trasladó, con la
quinta, á España. En efecto, en las monedas augusteas de
Mérida y de Córdoba, las dos capitales de la Lusitania y
de la Botica, se encuentran juntas ambas, como en las de
Zaragoza se leen los nombres de la IV, YI y X, según
hemos visto; no pudiéndose con certeza determinar por
las divisas militares, que dichas monedas presentan, en cuál
de estas poblaciones, la una ó la otra, ha tenido su cuartel
general. Sabemos por un pasaje de Tácito, que la legión
décima gemina pertenecía aún al ejército de España en 69
de J.-C; pues en este año Cluvio Rufo, legado de la
provincia, habiendo habido trastornos políticos en la de
LBGIO X GEMINA 135
África, decimam legionem propinquare litori ut transmissu-
rus iussit (histor. II, 58), refiriéndose el autor á la costa
próxima al África Tingitana; pero de este hecho nada
puede deducirse sobre el lugar del cuartel general de dicha
legión, que me inclino á creer que haya sido, al menos por
cierta época, Córdoba, donde ya con alguna probabilidad
hemos colocado á la quinta. Con esto se combina muy
bien, que una lápida sepulcral de un soldado de ella, Gayo
Urbanio Firmino, del tiempo de Augusto, se haya
encontrado en Martos (C. I. L. II 1691), y que Lucio
Rut i o Sabino, otro soldado de la misma, que murió en
Aquileia de Italia, tal vez en el de Nerón, fuera natural
de Itálica en la Botica (C. I. L. V 932); pero parte de la
legión ha debido haber estado largo tiempo en el oeste,
cerca de Mérida. Existen, en efecto, algunos testimonios
epigráficos, que se pueden considerar como que atestiguan
su morada en esta población, ó al menos en el noroeste
de la península. En la dicha Mérida se halló el epígrafe
honorario de GayoTicio Si milis, natural de la colonia
Agrippina en Germania, que empezó su carrera militar
con el centurionado de la legión décima, concluyéndola
como procurador imperial de la provincia, y curador de la
ciudad de Mérida (C. I. L. II 484). Soldados de la misma
legión fueron sepultados, uno en Caldas de Rey, que fué
natural de Sevilla (C. I. L. II 2545), y otro en Fuente
Encalada en Asturias, natural de Cremona en Italia
(C. I. L. II 2631). En la primera [de estas dos inscripcio-
nes, que ambas sin duda alguna pertenecen al primer
siglo, la legión carece de su sobrenombre de gemina, señal
muy cierta de que aquel soldado murió en los principios
del imperio de Augusto, en cuya época puede fijarse la
llegada de la dicha legión á España. En la otra lápida ya
tiene el nombre de gemina, cuyo origen ignoramos; pero
ésta no es ciertamente posterior al imperio de Vespasiano.
10
136 LAS INSCRIPCIONES
Una de Aveia en Italia nos enseña, que Q.Atatinus P. f. Quir.
Modestus era tribuno militar de la legión décima in Hispa-
ii/a, y prefecto del ala segunda de los Galos, en la misma
provincia (C. I. L. IX 3610), cuyo testimonio también se
refiere sin duda al primer siglo de nuestra Era. En Tarra-
gona se encontró una sola inscripción sepulcral de un
soldado de la mencionada legión (C. I. L. II 4176): y es
posible que unas cohortes ó vexillationes de ella hayan
estado allí de guarnición. Sin embargo, puede haberse
muerto este soldado también cuando la legión iba de paso,
en su marcha á Italia, ó volviendo de las tierras italianas
á Tarragona. Los demás epígrafes de tribunos ó centurio-
nes, ya señalados, como los de Sevilla (C. I. L. II 1176),
antes mencionados, Tarragona (C. I. L. II 4114, 4120,
4151), é Isona (II 4463), se ve que no contienen, por su
índole particular, ningún testimonio relativo á las guar-
niciones de la misma legión. Sobre las vicisitudes, que
experimentó, durante el primer siglo, y sobre si ya en el
imperio de Nerón fué mandada fuera de España para vol-
ver luego á ella, nada de cierto puede afirmarse, y sí úni-
camente que en el de Vespasiano, como ya queda dicho,
fué mandada á la Germania, y que allí permaneció desde
entonces.
La historia de la legión décima ha sido tratada últimamente en
una monografía del Sr. E. Ritterling, de legione Romanorum X
gemina (Leipzig, 1885, 128 pp., 8.); pero á la época de su estancia en
España no dedica mucho esmero.
§ 99. Estos son todos los testimonios, que hayan lle-
gado á mi noticia, y que nos informan sobre el estado del
antiguo ejército español, desde la época de Augusto hasta
t T1) la de Vespasiano, respecto alas legiones. Aquél se compo-
nía por lo menos de seis de éstas, las I, II, IV, V, VI y X,
siendo muy probable que hubiese guarniciones en aquellas
LEGIO X GEMINA 137
poblaciones que acabamos de fijar con más ó menos certi-
dumbre, según las monedas y los epígrafes. No dudo, por
ejemplo, que en la antigua capital de la provincia, que
fué Cartagena, hubiera guarnición; porque las monedas
acuñadas en esta ciudad, cuando Augusto era vivo y aun
después de muerto, si bien no muestran en sus1 caras los
nombres de ninguna legión, presentan en cambio los em-
blemas de un vexilo y de dos enseñas, pudiendo supo-
nerse, por consiguiente, á pesar de que falten testimonios
epigráficos, que lo aclaren, que había allí por lo menos
alguna vexillatio de una de las legiones, quizá de la
sexta. Igualmente en las monedas de Augusto y de Tiberio
acuñadas en Ilici aparecen, sin nombre de ninguna legión,
un águila, un vexilo y dos enseñas; en las de Itálica, con
las cabezas de Germánico y Druso, una águila y dos ense-
ñas; y ya veremos en seguida, que en dicha ciudad hubo
guarnición en época mucho más reciente. En las monedas
de otras colonias, como Tarragona, Celsa, Dertosa, no se
ve ningún emblema militar. Pero que la primera de estas
últimas era el centro militar de la provincia, al menos
desde una época posterior al imperio de Augusto, no puede
dudarse, como severa más adelante, no faltando de ello tes-
timonios epigráficos. Por eso, con alguna probabilidad de
acierto poco há se ha afirmado que en Tarragona debió es-
tar de guarnición la legión sexta. En Celsa, Dertosa, Tucci
y en otras colonias puede, por el contrario, darse por
muy seguro, que no hayan estado más que temporalmente,
durante las guerras de ocupación, acuarteladas las legiones
y cohortes, y que los nombres de colonias, que tal vez ya
Julio César les otorgó, no fueran más que una calificación
honorífica. León, Lugo, Astorga, Braga y algunos puntos
de la costa de Cataluña, como Ampurias, al menos en los
siglos i y ii, deben haber tenido guarniciones, pudiéndose
con ello formar una idea de los cambios que en este con-
138 LAS INSCRIPCIONES
cepto sufrió la provincia en los tiempos, que vinieron des-
pués de Augusto.
§ 100. Legionarios, naturales de España, han servido,
como lo atestiguan los epígrafes que indican su patria, no
sólo en las legiones que formaban por algún tiempo la
guarnición de estas provincias, como la segunda Augusta,
la cuarta Macedónica, la décima gemina, y sobre todo la
séptima gemina, sino también en la sexta f errata, la undé-
cima y la décimacuarta, que nunca, al menos que sepa-
mos, han estado en España. Una legión, la nona, tuvo el
nombre de Hispana, sin duda porque era compuesta, desde
su origen, de ciudadanos españoles. Ya bajo Augusto
estuvo en la Panonia, hasta que por Tiberio fué mandada
á Roma, y luego al África, según Tácito (annál. III, 9), de
donde volvió á la Panonia (Tácito, antial. IV, 23), pasando
después en tiempo de Claudio á Inglaterra. Y es muy posi-
ble que también en otras legiones, colocadas en provincias
muy apartadas, hubiese españoles, si bien los testimonios
sobre la patria de los legionarios son relativamente escasos.
Un número mucho mayor de naturales de España sirvió,
como veremos (§ 105), en los cuerpos de los auxiliares.
Las patrias de los legionarios, conocidas por las inscripciones,
están catalogadas en la Ephem. epigr. Vol. V p. 165 y ss. pudiendo
verse sobre la legión nona lo expuesto por el Sr. Hübner, en su
tratado sobre el ejército de Inglaterra, en el Hermes, Vol. XVI, 1881,
p. 23 y ss.; perteneciente á ésta se tiene noticia de un legionario natu-
ral de Málaga, y además se encuentran memorias de un primopilo
y de un veterano en la vecina provincia Narbonense, en Forum
Julii (C. I. L. XII 260, 261).
Legio i § 101- Cuando Servio Sulpicio Galba, legado entonces
adjutrix ¿e ]a ESpafra tarraconense, en circunstancias harto conoci-
das, sucedió á Nerón en el imperio, formó en la provincia,
que había favorecido su aventurado pronunciamiento, dos
LEGIO I ADJUTRIX 139
nuevas legiones, la primera, llamada adiutrix, reclutada
principalmente de soldados de la flota, y la otra, la séptima;
quedando entonces en la dicha provincia una sola legión
antigua, la sexta, como se deduce del testimonio de Sue-
tonio (vida de Galba, cap. 10), toda vez que la décima
estaba fuera, y no volvió sino poco después; y las otras,
como hemos visto, ya desde hacía mucho tiempo habían
sido trasladadas á otras partes.
Galba se llevó consigo á Roma la primera de estas dos
legiones, la cual poco después abrazó el bando de Othón.
A la muerte de éste fué mandada de nuevo á España por Vi-
telio, y allí consiguió, que también la sexta y la décima se
declarasen en favor de Vespasiano, según el testimonio de
Tácito (histor. II 86, III 44). Ya en tiempo de este empe-
rador se trasladó á la Germania (Tácito, histor. V 19), no
volviendo más á España. Por consiguiente, no es de extra-
ñar, que de su breve morada en la península no haya datos
epigráficos, y que no se pueda tampoco fijar el lugar de sus
cuarteles. Sin embargo, es probable que hubiese servido en
ella, como primus pilus, Marco Fabio Turpión Sen-
tinaciano, conocido por tres lápidas, de Sevilla, de Hipa,
y de Villalva (C. I. L. II 1081. 1176. 1267), después pre-
fecto de la flota de Ravena, y procurador imperial de la
Lusitania y Vettonia. Lo mismo puede decirse de sus tri-
bunos militares, Marco Fadio Prisco, conocido por un
epígrafe de Tarragona, en el cual no se le da á la legión el
sobrenombre de adiutrix (C. I. L. II 4117), y GayoMinicio
Natalis el joven, nombrado en inscripciones existentes
en Barcelona (C. I. L. II 4509, 4510); así como del cen-
turión primopilo Julio Le pido, de que habla una piedra
de Isona (C. I. L. II 4463). Los otros soldados y oficiales
de la misma legión, cuyos epígrafes se han encontrado en
España (conío C. I. L. II 4047) y en varias partes, no se
refieren al tiempo de su morada en la península.
140
LAS INSCRIPCIONES
Sobre el origen de la legión I adjutrix hay muchas opiniones
bastante diferentes, las cuales últimamente ha discutido el Sr. Bois-
sovain (§ 92).
Ltgio VII
gemina
Sus nombres
Su estancia
en España
§ 102. La otra legión, que Galba erigió en España,
era la séptima gemina, como lo atestiguan Tácito repeti-
damente (histor. II 11, y III 25) y Casio Dion (LV 24). El
día en que Galba le dio el águila, señal de su estableci-
miento, era el diez de Junio del año 68, porque un título
importante (C. I. L. II 2553) nos da á conocer, que en este
día (a. d. III Idus Junias), y en el año 163 de J.-C, se cele-
bró el natalicio del águila legionaria.
El nombre de gemina lo obtuvo tal vez no más que
para distinguirse de la otra séptima, la Claudia, como se
distinguieron también la décima fretense y la décima
gemina; al menos no se conoce otra causa determinante de
este nombre. La llama Tácito, algunas veces, la legio Gal-
Mana (histor. II 86, III 7. 10), para distinguirla de la otra
séptima, á la que denomina en ocasiones la Claudiana; pero
el nombre de Galbiana no fué nunca, como lo han supuesto
algunos doctos, su denominación oficial. Más tarde, y sin
duda á causa de algún suceso desconocido, se le dio, no
sabemos por quién, el otro sobrenombre de felix, que lleva-
ba en tiempo de Vespasiano. Desde Traj ano en adelante,
estos nombres se le aplican en los epígrafes, bien ambos
juntos, ó no más que uno sólo. En el imperio de Caracalla,
á principios del siglo ni, encontramos, en la nomenclatura
oficial de la legión, un tercer sobrenombre, el de pía; pero
estos nombres no aparecen usados en todos sus monu-
mentos.
Poco después de creada dicha legión pasó por corto
tiempo á la Panonia; pero hubo de volver á España, tal
vez en el año 70, según lo que indica Tácito (ftistor. IV 39).
La séptima, casi desde su creación, y hasta el fin del impe-
LE(¡IO VII GEMINA 141
rio romano, siempre se quedó en España, formando sino
únicamente la guarnición de la provincia, porque hubo
también con ella, como veremos, otros cuerpos militares,
al menos el núcleo de las tropas, que ocupaban la penín-
sula; dando testimonio de su residencia, basta cerca de me-
diado el siglo ni en estas regiones, las piedras fechadas "
descubiertas en España, que á dicha legión se refieren.
En una de las dos columnas, que contenían los nombres
de las legiones romanas, enumeradas según la posición
geográfica de las respectivas provincias que ocupaban,
cuyo monumento se atribuye á la época de Antonino Pío
y Marco Aurelio, del 140 al 170 de J.-C, y del que
sólo existe al presente parte en el museo Vaticano
(C. I". L. VI 3492 = Orelli 3369), aparece la séptima gemina
designada en el lugar correspondiente á España. La noti-
tia dignitatum (§ 27) pone in provincia [Hispanice] Callcecia
el prwfectus legionis séptima} gemince, Legione (Occid. XLII
26 Seeck), y enumera, entre las legiones comitatenses, los
septimani séniores in Hispania (Occid. V 79 = 228 VII 132),
sin que se encuentre documento alguno, del que pudiera
inferirse, que hubiese estado nunca por mucho tiempo
en otra provincia la dicha legión, si bien se sabe que por
cortos períodos salió de ella.
En efecto Trajano, antes de subir al trono imperial, la Expediciones
hubo de conducir, de orden de Domiciano, desde la citerior, , , /'"e'*a. .
' ' 'de l" provincia
en donde entonces era legado imperial de la legión sépti-
ma, á la G-ermania superior, para combatir la rebelión de
Antonio Saturnino; como lo indica Plinio el joven, en su
panegírico (cap. 14). Pero como esta rebelión fué reprimida
antes de la llegada de la dicha legión, hubo de volver
pronto á su residencia habitual. En una inscripción de
Roma del museo Vaticano (C. I. L. VI 3538=Orelli-Henzen
6702), Tito Staberio Secundo se llama tribuniis militum
leg(ionis) VII gemince félicis in Germania, y aunque no tiene
142 LAS INSCRIPCIONES
fecha, con cierta probabilidad se atribuye á la época de
Hadriano; de consiguiente por algún tiempo tuvo sus cuar-
teles esta legión en la Germania. De otro epígrafe encon-
trado enFerentino de Italia (Orelli-Henzen 5456), puesto á
TitoPoncio Sab i no, resulta, que se denomina este prcepo-
situs vexillationibus müiariis tribus expeditione Brittannica
leg(ionis) VII gemin(ce), VIII Aug(ustce), XXII primig(enice).
De donde se deduce que tomaron parte en la expedición de
Hadriano á Inglaterra las vexilaciones de las tres legiones
por entonces acantonadas en la Germania; entre las que
se encontraba también la séptima gemina. Cuánto tiempo
hubo de quedarse allí, no puede determinarse, sabiéndose
únicamente por un epígrafe de Braga (C. I. L. II 2389),
que en el año 130 de J.-C. algunos soldados de ella hicie-
ron un voto á Júpiter optimus maximus; y de consiguiente
que ya por entonces estaba de vuelta en su país.
En las Aquce Mattiacce, el Wiesbaden de hoy, junto á Ma-
guncia, Lucio Marinio Mariniano, que se dice centuria
leg(ionis) VII g(emince) p(ice) f(elicis) Alexandriance, puso un
altar á Apolo Toutiorix (Brambach n. 47). No prueba este
título, como algunos sabios creyeron, que la legión entera
en la época de Severo Alejandro, esto es en la primera
mitad del siglo ni, hubiese de nuevo vuelto por algún
tiempo á la Germania; sino sólo más bien, que un centurión
de ella, tal vez para curarse en los baños, estuviera allí de
temporada.
Las que se dejan citadas, son, pues, las únicas memo-
rias de su ausencia temporal de las provincias hispanas.
Que la legión séptima era española, se deduce también
porque gran parte de sus individuos fueron naturales de
España. Entre cerca de ochenta epígrafes de veteranos
y soldados de ella conocidos, sólo en diez y ocho de los más
antiguos, pues los más recientes omiten generalmente este
detalle, se indica la patria de ellos; resultando que doce
LEGIO VII GEMINA 143
fueron naturales de la citerior (C. I. L. II 2641, 2889, 4144,
4157, 4163, 4164, 4179, 4463; C. I. L. V 920; C. I. L. VIII
3226, 3245, 3268), uno de la Lusitania (II 2125), uno de la
Botica (II 4154), y los cuatro restantes de la Galia narbo-
nense (II 4161, 4171, 4173; V 926). De las Galias también
debió ser un centurión de la misma legión, que dedicó
cierta memoria en Roma, en el año de 160 de J.-C, á las
diosas célticas apellidadas Sulevce (C. I. L. VI 768). Con
todo eso es probable, que una gran parte de los demás epí-
grafes pertenezcan á soldados nacidos en la península. Así
debe haber sido natural de España tal vez el Publio Elio
Marcello, que según las inscripciones encontradas en
Foligno de Italia (Orelli-Henzen 6747) y en Apulum de la
Dacia (C. I. L. III 1180), había comenzado su carrera
militar hacia la época de Severo, como hastatus et princeps
et primipilus de la legión séptima gemina pía felix.
No sabemos, en qué localidad de la provincia hispana Los eéhrieiea
la legión hubo de recibir de las manos de (ralba el águila. ie(Jion séptima
Pero es probable que tuviese lugar semejante acontecí- en España
miento en la capital de la citerior, que desde la época de
Augusto era el centro del gobierno de la península, esto es
en Tarragona. Ciertamente no se puede probar, que debiera
haber sucedido en Cartagena, á pesar de que sabemos que
Galba, como los demás jefes de la provincia, presidió allí
el convento jurídico, como lo atestigua Suetonio (vida de
Galba, cap. 9) en la biografía del mismo emperador.
No cabe duda que en Tarragona, aun después de la Tarragona
salida de la legión sexta, una parte de la cual al menos
parece que formó su guarnición, no faltaron legionarios;
pues dicha ciudad era el pretorio de la provincia, cuyo nom-
bre aparece en la inscripción de un altar, puesto al Genio
del mismo y á las tres divinidades capitolinas (C. I. L. II
4076). Ya desde mediados del primer siglo la vieja capital,
que era Cartagena, iba perdiendo cada vez más su antiguo
144 LAS INSCRIPCIONES
esplendor, y la colonia Julia victrix triumphalis Tarraco
era la residencia oficial del legado imperial de la dicha
provincia; tanto que los jefes de ella son recordados
en más de veinte inscripciones allí encontradas. Cerca
de cuarenta han aparecido en la mencionada Tarragona,
que conservan los nombres de oficiales, veteranos y sol-
dados de la legión séptima, perteneciendo algunas de
ellas, según varios indicios más ó menos seguros, á los si-
glos i y ii (C. I. L. II 4143, 4151, 4155, 4157, 4161). No es
por acaso el que en tales epígrafes se deje de hacer refe-
rencia de los mismos legados de la legión, que residían en
León, sino sólo de muchos de sus oficiales, tribunos y
principales, como los beneficiara, frumentarii, comicularii,
commentarienses y speculatores, el qucestionarius, los equi-
tes, y los equjie& singulares. Tampoco son muchos los cen-
turiones y soldados gregarios, que se nombran en estas
inscripciones, ó que fueron sepultados en Tarragona.
Parece, pues, que sólo una vexilación de la legión tuvie-
ra su acuartelamiento en Tarragona, como se desprende
de lo que dice el escritor retórico Floro en su memoria
sobre Virgilio, conservada en parte, que la ciudad Caisaris
vexilla portat. Además estaban allí los militares destinados
al servicio del legado de la provincia. No se han encon-
trado en Tarragona, hasta ahora, ladrillos con el sello de
esta legión, siendo probable, que los cuarteles de la vexi-
lación en dicha población hubiesen sido edificios de piedra,
de la misma sólida estructura, que las famosas murallas
ibéricas y romanas de la ciudad.
¡j,ón La residencia principal del mencionado cuerpo de ejér-
cito debió ser, desde su origen, la ciudad del norte de
España, que hasta hoy día lleva el nombre derivado del
castrum legionis septini(e, como la designa Ptolemeo (II 6, f\)
30, en donde por error de los Códices se lee Aryi»» C Tep^a- ^
vtxr¡, en lugar de FefuvY]), y el itinerario de Antonino, según
LEÓN 145
el cual era aquél el término del iter de Italia in Hispa-
nias ad Callaiciam ad legionem VII geminam (p. 387, 4-8
y 395, 4). En el norte de España encontramos memoria de
esta legión, con las denominaciones de gemina y feliz, del
79 de nuestra Era, en el insigne monumento levantado por
diez pueblos de aquellas comarcas; donde aparecen nom-
brados Vespasiano y Tito cónsules por entonces, el legado
de la provincia, el de la legión, y el procurador también de
la provincia misma, esto es los tres primeros oficiales déla
administración imperial (C. I. L. II 2477), todo ello sin
duda con ocasión de la via romana desde Astorga á Braga,
junto al puente de Aguaz Flavice (Chaves), lugar que lleva
el nombre del emperador. Desde sus cuarteles, pues, ya por
entonces habían penetrado los cuerpos legionarios más
hacia al oeste, y establecido el régimen imperial entre los
Gallegos. No se han encontrado en León, acaso por casua-
lidad tínicamente, inscripciones en las que se hable de la
legión séptima de época anterior al imperio de Nerva; á
cuyo emperador está dedicada la que se conserva en dos
fragmentos (C. I. L. II 2662 y 2665; véase la Ephem. epi-
graph. Vol. III p. 43). Pero del segundo y tercer siglo exis-
ten no pocos monumentos epigráficos, que se refieren á
ella y á sus legados, como la famosa dedicación poética de
Quinto Tulio Máximo, legado de Trajano ó Hadriano
(C. I. L. II 2660), las inscripciones de los legados Lucio
Attio Macro, que fué después cónsul en el año 134 de
J.-C. (C. I. L. II 5083), y Lucio Terencio Homullo el
joven, también del siglo n (C. I. L. II 5084), y otros de
los años 216 y 234 (C. I. L. II 2661, 2663, 2664). Al ter-
cero pertenecen casi todas las sepulcrales de soldados de
ella en dicha ciudad encontradas (C. I. L. II 2668, 2669,
5083, 5084). Pero son testimonios los más ciertos del cam-
pamento por la misma levantado, y de su larga residencia
en León, los numerosos ladrillos y tejas, con diferentes
146
LAS INSCRIPCIONES
I h-st acámente*
<le la legión
Ampurias
Denia
San Cristóbal
de Castro
sellos conteniendo sus nombres, que casi continuamente
se descubren en dicha población, y según la forma de las
letras y la indicación de los nombres y sobrenombres im-
periales, comprenden una historia de la mencionada
legión, casi desde su creación hasta los últimos tiempos
del siglo ni (C. I. L. II 2667 y addenda p. 708).
Por otra parte hacen ver, que en ocasiones se destaca-
ban temporalmente algunas fuerzas legionarias á varios
otros puntos de la Tarraconense, los epígrafes encontra-
dos en Astorga (C. I. L. II 2641), Lugo (II 2583) y Braga
(II 2389, 2425), esto es, en las tres capitales de Asturia y
Callcecia, y además en varios otros puntos, como en Lara
de los Infantes (C. I. L. II 2852, 2853), Tritium (II 2887,
2889), y Burgos (2901), y hasta en Cazlona (3275).
Encontramos vexilaciones, al comienzo del siglo n,
en Ampurias, donde en un ara puesta á Júpiter se cele-
bra el natalicio del águila ó soase el aniversario de la crea-
ción de la legión (Ephem. epigr. Vol. I p. 48 n. 145), y en
Denia, según un epígrafe no muy bien copiado por don
Nicolás Antonio (C. I. L. II 3588). En estos dos puntos
de la costa hubo pues guarniciones, destinadas sin duda á
defender la provincia de las invasiones de los piratas beré-
beres, contra los cuales ya Sertorio había también puesto
destacamentos de observación en la misma Denia, según
el testimonio de Posidonio conservado por Es trabón
(in 4, 6).
En los veinte años largos, que mediaron del 163 al 184
de J.-C, hubo vexilarios de esta legión, quizás unos mil
hombres, tres cohortes de auxiliares y una ala de caballe-
ros, de guarnición en un lugar de Galicia, cerca de San
Cristóbal de Castro; como lo atestiguan los epígrafes
importantes, enviados desde allí al célebre historiador ita-
liano Muratori (§ 6>f), pero por nadie vistos después ni
registrados (C. I. L. II 2552, 2554). Este hecho singular
ITÁLICA 147
ha sido concordado, por mi sabio holandés, con la guerra
pártica de Lucio Vero, que ocurrió cabalmente por esos
años. Sin embargo, no sólo se ignora, que la dicha legión
en esta ocasión hubiera salido de la provincia, sino que
además, como el mismo autor de esta opinión no ha dejado
de observar, solía mandarse fuera de su residencia no la
legión entera, sino una vexilación de ella, no siendo pro-
bable, que hubiera sucedido lo contrario y sí muy posible,
que en esta época, relativamente reciente, hubiera que
reprimir aún á los Astures y Gallegos, siempre deseosos de-
recobrar la antigua libertad. La permanencia de una gran
parte de la legión fuera de León tal vez explica el hecho
algo raro de nombrarse" Quinto Mamilio Capitolino,
en una dedicación al dios Sol, encontrada en Astorga, y
puesta según toda probabilidad á fines del mismo siglo n,
dux legionis VII g(emince) p(ice) f(elicis) (C. I. L. II 2634),
y no legado imperial de ella.
Cuando Septimio Severo, el que fué más tarde empera- itálica
dor, después de su qucestura, obtuvo la administración de
la Bética, por los años 172 al 175, desde allí pasó á nego-
cios particulares al África, su país natal; sed dum in Áfri-
ca est, pro Bcetica Sardinia ei attríbuta est, quod Bceticam
Mauri populabantur, como dice el autor de su vida (cap. 2).
De la invasión d^JosJkLorji& hace también mención Capi-
tolino en la vida del emperador Marco Aurelio (cap. 11 y
21). En esta época, pues, en la provincia Botica, que era
de las que estaban bajo la administración del Senado, y
no del emperador, y por consiguiente no tenía guarnición,
la legión séptima estuvo acuartelada en Itálica, junto
á Sevilla, lo mismo que algunos cuerpos de auxiliares
(C. I. L. II 1126-1128). La residencia de la legión en la
dicha provincia hace ver, que la administración de ésta
había sido trasladada formalmente por entonces del Senado
al emperador, y que aquélla permanencia no fué casual ni
148 LAS INSCRIPCIONES
temporal, sino de alguna duración, lo demuestran las tejas
con el sello de la legión, encontradas fuera de León sólo
en Itálica (C. I. L. II 1125). Fué entonces, según parece,
cuando el procurador imperial de los dos Augustos, en la
Lusitania y en la Mauretania, esto es, de Marco Aurelio y
Lucio Vero, que lo era Gayo Valió Maximiano, mere-
ció la distinción, de que le levantase una estatua la ciudad
de Itálica, ob merita et quot (así aparece escrito en la lápi-
da en lugar de quod) provinciam paci pristince restituerit
(C. I. L. II 1120), y otra el municipio de Singilia Barba
(el Castillón del Jenil junto á Antequera), ob municipium
diutina obsidione et bello Maurorum líber atum (C. I. L. II
2015), porque el procurador de la vecina provincia Afri-
cana con sus tropas había socorrido á la Bética contra la
invasión de los Beréberes, en cuya guerra contra los Moros
también parece haber intervenido Gayo Julio Pacacia-
no, conocido por un epígrafe de Viena de Francia del año
212 de J.-C. (C. I. L. XII 1856). Pero esta administración
militar no duró mucho, pues unos veinte años más tarde,
en el 192 de J.-C, Publio Porcio Optato Flamma,
conocido por las inscripciones de Constantina de África,
(C. I. L. VIII 7062, 7063), fué qucestor provincial Baiti-
cai, de donde se comprende que ya ésta había sido devuelta
al Senado ; pues en las imperiales no hubo quazstores, sino
procuratores del emperador. Tiberio Claudio Candido,
uno de los generales de Severo, conocido por Casio Dion
(LXXIV 6, LXXXV 2), en el epígrafe honorario encon-
trado en Tarragona (C. I. L. II 4114), se denomina legatus
Augustorum, esto es, de Severo y de Caracalla, pro prmtore
provincia} H(ispaniai) c(iterioris) et in ea duci térra marique
adversus rebelles h(omines), h(ostes) p(opuli) Ií(omani), por
más que no sea indubitada la explicación de las últimas
palabras abreviadas; ni se sabe si se trata en el texto de
esta piedra de la rebelión de Albino contra Severo, ó déla
ITÁLICA 149
invasión africana, que apenas si debe considerarse como
idéntica con la ocurrida durante el imperio de Marco
Aurelio y Lucio Vero. De todos modos, á fines del siglo n
la legión séptima ya parece haber vuelto á su antigua
guarnición de León.
Dos epígrafes honorarios, puestos á legados de la misma
legión séptima, se han encontrado en ciudades de la Botica:
el uno de Quinto Cornelio Seneción Anniano, cónsul
de no se sabe qué año, pero ciertamente del siglo n, que
está en Carteia (C. I. L. II 1929), porque allí ó en Cádiz
era sacerdos Her culis; el otro de Publio Cornelio Anu-
lino, el que fué después cónsul en el año 199 de J.-C, y
es de Ilibertis (C. I. L. II 2073); Anulino era natural de
esta ciudad y además procónsul de la Botica, después
de haber mandado la aludida legión séptima. Estos dos
epígrafes, como se ve, no pueden referirse á la estancia
temporal de la legión en la Botica.
Fuera de las legiones VII y X, también la XIII y la XIV tuvie-
ron el sobrenombre de gemina. Estas son las dos únicas legiones
augusteas con aquellos números ; pero hubo otras en el ejército de
Antonio, con los mismos números. El origen, pues, del nombre de
gemina se refiere tal vez á la formación de una nueva legión de sol-
dadosde dos antiguas con el mismo número. También dos cohortes, ¿S^
de Sardos y de Ligures, y una ala, la Flavia, tuvieron el nombre de
gemina, quizá por causas análogas. El Sr. Boissevain, que nos ha
dado una monografía circunstanciada sobre la legión séptima gemi-
na (§ 92), refiere el nombre de gemina á una combinación de la legión
española con una africana, conocida por Tácito (histor. II 97);
antes de aquél Grotefend había conjeturado lo mismo acerca de
la primera germánica de Vespasiano. El mismo Sr. Boissevain cree
que, cuando la legión tuvo sus cuarteles en San Cristóbal de Castro,
una vexilación de ella hubo de tomar parte en la expedición pártica
de Lucio Vero ; porque ésta ocurrió cabalmente por los años, en que
el Castro de San Cristóbal era el lugar de guarnición de la legión
séptima. Pero sobre este hecho nada se sabe por otras fuentes; si bien
es cierto, como ha observado el mismo Sr. Boissevain, que solía que-
150
LAS INSCRIPCIONES
Los cuerpos
auxiliares
-A-
Auxiliares
darse el grueso de la legión en sus cuarteles, cuando algunas vexila-
ciones eran mandadas fuera, y no vice versa.
Sobre Tarragona, como capital de la citerior y cuartel general
del mando militar de la provincia, véase lo expuesto por el Sr. Hüb-
ner , en una memoria escrita en alemán, Tarraco und seine Derikmü-
ler, en el Hermes Vol. I, 1866, p. 77 y ss., y el capítulo relativo á la
misma ciudad en el Corpus inscriptionum, Vol. II, p. 538 y ss. Allí se
trata también sobre León (p. 369), San Cristóbal de Castro (p. 355 y
707), y demás puntos geográficos antes mencionados.
§ 103. A los ejércitos de la república romana pertene-
cieron, además de las legiones, cierto número de cuerpos
auxiliares, compuestos de cives Latini, y de los de las otras
poblaciones de la Italia. En todas las provincias la ocupa-
ción romana se sirvió, según las circunstancias, de las
fuerzas. militares de los indígenas contra sus mismos com-
patriotas, formándose cuerpos de milicia auxiliares, com-
puestos de extranjeros, esto es de habitantes del país
dominado. De estos cuerpos traen su origen las cohortes de
peones y las alas de caballería con derecho latino, que
desde la época de César y de Augusto se encuentran regu-
larmente al lado de las legiones. Estas se reclutaban de
entre los ciudadanos romanos residentes en las ciudades
con derecho romano, en Italia y en las provincias, mien-
tras los cuerpos de auxiliares se componían de la gente de
los pueblos pequeños y del campo, sin que se sepa que
hubiese una regla fija sobre el número y la fuerza de dichos
cuerpos; ocurriendo que muchas veces no era inferior
á la de las legiones mismas, y otras superaba la de las
legiones.
§ 104. Las provincias españolas ya desde muy antiguo
españoles fuera proporcionaron al ejército romano un número muy crecido
de España r tf J J
de cuerpos auxiliares, que se emplearon en las expediciones
á las Galias, las Germanias, la Inglaterra, las provincias
del Danubio y el Oriente, si bien ,1a Bética, pacificada
desde muy temprano no dio contingente alguno al ejército,
AUXILIARES ESPAÑOLES FUERA DE ESPAÑA 151
según parece, ni de auxiliares de á pie ni de á caballo, ni
aun de marineros; véanse los catálogos ya antes citados
publicados en la Ephem. epigr., Vol. V, p. 165 y ss. De $
Lusitanos, por contra, conocemos lo menos siete cohortes,
que sirvieron mayormente en el Oriente y Lusitanos tam-
bién militaron entre los pretorianos de Roma. Un gran
número de auxiliares son designados, en las inscripciones,
con el nombre general de Españoles (Hispani): por lo menos
hubo cinco diferentes alas, esto es escuadrones de caballe-
ría, Hispanorum, distinguidos con los números de I á III, y
con varios sobrenombres. De cohortes Hispanorum de á pie ¿\\4Jkcxn »-*
se cuentan al menos seis, y quizá algunas más; no pocas de
las que eran miliarias, compuestas de mil hombres, mien-
tras el número regular de la cohor±e_ era^jel de quinientos.
Pero además se conocen lo menos dos alas, de Arévacos, de
Astures tres, de Ausetanos y de los desconocidos Campa-
gones una, cohortes de Astures y Calaecos dos, de Astures
solamente seis, de Bracaraugustanos cinco, de Lucenses
(de Lugo) cinco; de Cántabros dos, de Cariates y Venaesi,
desconocidos también, una, de Celtíberos tres, de Vardulos
dos, de Vascones dos, de Vetones dos, siendo muy posiJble
que todavía no conozcamos todos estos cuerpos, sino sólo
una parte de ellos, porque la casualidad no ha hecho aún
que se descubran epígrafes con sus nombres. También es
de advertir, que en los cuerpos, que no se componían de
Españoles, sobre todo en los de caballería, hubo algunos
individuos de aquellas razas hispanas tan guerreras; como
en las alas de los Galos, de los Tracios y de los Panonios (*).
Pero la mayor parte de estas huestes, según el bien conoci-
do y astuto principio de los dominadores romanos, no sirvió
en España, sino en otras provincias más ó menos distantes.
(*) Los epígrafes de dos caballeros del ala de los Panonios,
naturales de España, encontrados en la Dalmacia y en la Hungría
11
152 I,A8 INSCRIPCIONES
merecen ser reproducidos aquí, por los datos geográficos relativos á
la península que contienen. El uno está en Spálatro de Dalmacia, la
antigua Saloncc, y dice así : Cloulins, Clutami f(ilius), duplicarius
alce Pannoniorum, Susarru(s) domo Curunniace, an(norum) XXXV,
stipend(iorum) XI, h(ic) s(itus) est; posit Ca... (C. I. L. III 201G). Era
pues, este Cloutius, nombre muy usado en la Galicia antigua, un
Gallego de la gente de los Susarros, no conocidos por otros testimo-
nios, pero semejantes en su formación á los Gigurros (C. I. L. II 2610),
natural quizá de Curunda, población nombrada así en la célebre
tabla de hospitalidad de Astorga (C. I. L. II 2633) ó de otro pue-
blo de nombre semejante, Curunniace. El segundo epígrafe es de
Savaria, hoy Stein am Anger, en la Panonia superior, y dice así: Abi-
lus Turanci f'filius), domo Luco, Cadiacus, eques ala Pannoniorum,
ann(orum) XLIII, stipen(diorum) XXIII, Ji(ic) s(itus) e(st); ex testa-
mento) her(edes) posuerunt Bovegius Venini f(ilius) Lanciesis, Peniius
(léase Pentilus) Dovideri f(ilius) Aligantiesis (C. I. L. III 4227).
Abilo, el hijo de Turanco, natural de Lugo, perteneció á la gente de
losCadiacos; sus herederos Bovegio, hijo de Venino, era de Lancia;
Pentilo, hijo de Dovidero, de Aligantia. Conocidos son los pueblos
astúricos Lugo y Lancia, siendo nuevo el de Aligantia, que nada
tiene que ver con Alicante, Lucentum, y nueva es también la gente
de los Cadiacos.
Marco Valerio Hispano, eques alce Patrui, según su leyen-
da sepulcral de Lavinium en Italia (C. I. L. XIV 733) era natural
de Leonica de los Edetanos (Ptolemeo III 3, 24).
Añado en este lugar, como el más á propósito, los nombres de
algunos particulares muertos en Roma, que, como indican sus apelli-
dos, eran, sin duda, naturales de España: y son Pho&bus qui et Tor-
mogus, Hispanus natus Segisamone, que vivió por los años del 143
al 163 de J.-C. (C. I. L. VI 24162); T. Pacicecus T. Ifibertus) Isar-
gyrus (C. I. L. VI 23675) — Pacicecus es nombre ibérico, el moderno
Pacheco, muy conocido por los comentarios del bellum Hispaniem-
se — , y Sergia L. l(iberta) Atnceninis (C. I. L. VI 23903). Algunas
relaciones entre los vetustos nombres de individuos ibéricos y los
apellidos modernos han sido observados por los Sres. José Godoy
Alcántara, en su ensayo histórico-etimológico-filológico sobre los
apellidos castellanos (Madrid 1871, 280 pp., 8.), y F. Adolpho
Coelho, en su Revista d'Ethnologia e de Glottologia, I, Lisboa 1880,
p. 34 y ss. (cf. la Bibliograpbica crítica de Theophilo Braga, vol. I y
único, 1873-75, p. 129 y ss.). Parece, por ejemplo, que el nombre de
CUERPOS AUXILIARES EN ESPAÑA 153
familia portugués Mello no es diferente de Maeilo, Mailo, Maelo y
Maello de los epígrafes lusitanos.
-3-
§ 105. En la _España misma, según afirma Suetonio, Cuerpos
en un pasaje de la vida de Galba antes ya citado (cap. 10), España
estuvieron, en los últimos tiempos del imperio de Nerón á -f 6$¡uc.S
la vez con la entonces única legión sexta (§ 97), dos alas y
tres cohortes, siendo este el testimonio más antiguo sobre
los cuerpos auxiliares de España que tenemos. No cabe
duda, que también en la época de Augusto, al lado de las
seis legiones, se batieron en la península junto con ellas
numerosos destacamentos de auxiliares, quizá formados de
la gente del país, que siempre había sostenido entre sí
mismo encarnizadas luchas. De este hecho especial se
explica tal vez que en España los cuerpos auxiliares aun
en época posterior fueran casi exclusivamente formados de
naturales, á pesar de que muchos de ellos, como vimos,
hicieron servicios en otras partes del imperio. Los guerre-
ros españoles de á pie y de á caballo, entonces, como más
tarde la famosa infantería de los siglos xv, xvi y xvn, eran
suficientemente numerosos y aptos para hacer tan rudas
y continuas campañas en tierras tan distantes. Por lo
demás, sobre las tropas auxiliares de España, desde la
época de Vespasiano en adelante, sólo tenemos los testi-f f<j fuc'S
monios epigráficos.
Con excepción, como es necesario que se haga de aque-
llos cuerpos, de los cuales por datos ciertos sabemos que no
estuvieron de guarnición en España, sino en otras provin-
cias (*), y de los individuos, cuyos epígrafes hacen mención
de los cuerpos auxiliares en que habían servido, y esto no en
España , omitiendo también los que se leen sólo en inscrip-
ciones de lección dudosa, quedan como pertenecientes al
ejército español cuatro alas y diez^ cohortes.
Las alas son las siguientes :
154 LAS INSCRIPCIONES
Alas — 1. La segunda de los Galos, que estaba en España
según el epígrafe de Aveia en Italia, ya antes (§ 98)
citado (C. I. L. IX, 3610).
2. La segunda Flama Hispanorum, conocida por las
insignes inscripciones de San Cristóbal de Castro, en Gali-
cia (C. I. L. II 2554), y de Astorga (II 2637).
"" 3. El ala Tautorum victrix civium Romanorum milia-
ria, referida en un epígrafe de Calahorra (C. I. L. II 2984),
sólo es conocida por este monumento, sin que sepamos
quiénes eran los Tautos, si la lección es cierta, pero sí que
el personaje, que en dicha ala servía, Julius Longinus Doles
Biticenti f(ilius) Bessus, era natural de Tracia.
— 4. La segunda Thracum nombrada en una inscripción
de Capera, de donde era natural el soldado, á quien está
dedicada (C. I. L. II 812), no es diferente, quizá, del ala
Thracum Herclana de una inscripción de Tarragona
(II 4239); si es que aquélla perteneció al ejército español,
lo cual no es seguro.
Cohortes De las cohortes auxiliares del ejército español se cono-
cen las siguientes :
1. La sexta Asturum, de la que sólo se tienen noticias
por una inscripción de Astorga (II 2637).
2. La sexta Brittonum, destacada en Braga, como
parece atestiguarlo el epígrafe de uno de sus prefectos
de la época de Trajano, encontrado en dicho pueblo
(112424)./}^^^ v H>,1<T
(*) Entre estos cuerpos cuento el ala prima Lemavorum, y la
cohors prima Chalcidensium, conocidas ambas sólo por una inscrip-
ción de Urgavo de la Bética (C. I. L. II 2103), que no tuvo guarni-
ción; y pertenecieron quizá á los ejércitos del Oriente. También la
tercera Lusitanorum, que en los siglos i y n se encontraba en la Ger-
mania y en la Panonia, no ba estado de guarnición en la península,
á pesar de que un caballero suyo, natural de la Lusitania, puso en
su patria un altar á diosas de su país (C. I. L. II 432).
.
cohortes Ol^tCj- XMu,,(«(155
3 y 4. La prima y la tertia Celtiberorum, acampadas en
San Cristóbal de Castro, en Galicia (II 2552, 2553, 2555);
de la segunda de los Celtíberos nada se sabe, siendo muy
posible que haya también pertenecido al ejército español.
La primera en el año 105 de J.-C. estuvo en Inglaterra,
habiéndose encontrado en Tarragona la inscripción, en que
se hacía memoria de un prefecto de ella (II 4141).
6, 7, 8. Las tres cohortes galas: la prima Gallica \
civium Romanorum, conocida por el epígrafe de su tribu-
no Ga3ro Cornelio Restituto Grattio Cerealis, natu-
ral sin duda de España, encontrado en Sagunto (C. I. L.
II 3851), por el de León de Francia, de Gayo Furio Sabi-
nio Aquila Timesiteo, el padre de la emperatriz Furia
Sabinia Tranquilina, mujer de Gordiano (Henzen 5330),
que había sido prcefectus cohortis primee Gallicce in Hispa-
nía. Otro prefecto de la misma fué tal vez el Corneliano
de una piedra fragmentada de Herrera (C. I. L. II 2913),
donde se le denomina prcefectus c(ohortis) p(rimce) G(allo-
rum) e(quitatce) c(ivmm) R(omanorum) . Todavía en la Noti-
tia dignitatum aparece nombrada la primera cohorte gálica
éntrelas tropas de España, debiendo ser idénticos los epí-
tetos de gálica y Gallorum dado al ala veterana Gallica
en una piedra de Alejandría en el Egipto (C. I. L. III 14).
La segunda gálica figura en la Notitia dignitatum comol
residiendo en España, pero aun no se han descubierto
en la península inscripciones que la nombren. La tercera ¿
Gallorum la encontramos en epígrafes de Viseu, en Portu-
gal (II 403), de Itálica (1127), y de Sevilla (1180).
9. La coliors prima CalUecorum sólo se conoce por los
epígrafes de San Cristóbal de Castro (II 2555 y 2556).
10. La tercera Lucensis es nombrada en una piedra
de Lugo (II 2584) ; hablándose también en la Notitia dig-
nitatum de la coliors Lugensis Luco. Existe memoria de un
prefecto de la misma en una lápida de Tarragona (II 4132).
166 LAS INSCRIPCIONES
No se puede saber, por supuesto, si estas diez cohortes
estaban todas al mismo tiempo en alguna de las provin-
cias hispanas; y nuevos testimonios epigráficos cada día
nos pueden dar á conocer otros cuerpos auxiliares que aña-
dir á los aquí enumerados. Sin embargo, el número de tres
ó cuatro alas de caballería, y de diez ó doce cohortes de
infantería, corresponde cabalmente al número de auxilia-
res, que solía tener una legión, siendo por lo tanto muy
probable, que en estos catorce á diez y seis cuerpos tenga-
mos el número aproximativo de todas las brigadas auxilia-
res, que desde el siglo n al iv se encontraban en España.
Una parte de estas tropas auxiliares, al principio del
imperio de Antonino Pío, cuando en la vecina provincia de
África, y sobre todo en la Mauritania, había que combatir
á los Moros, que después bajo Marco y Vero, como vimos
(§ 102), pasaron á la misma Bética, fué enviada allí bajo
el mando de Tito Vario Clemente, el cual en los epí-
grafes honorarios, existentes en su patria Celeia en el
Norico, se llama prcefectus auxiliariorum in Mauretaniam
Tingitanam ex Híspanla missorum (C. I. L. III 5211-5216),
habiendo llegado á ser algún tiempo más tarde, en el año
152 de J.-C, procurador del emperador Pío.
No se sabe por qué los Oretanos, cuyas ciudades principales
fueron Castulo y Oretum, se llamaban Germani, según Plinio (nat.
hist. II § 25), y su ciudad Oretum Germanorum, según Ptolemeo
(III 6, 59): pues es indudable que en ellas nunca bubo una guar-
nición de auxiliares alemanes. El nombre parece indicar más bien el
origen céltico de aquella gente.
Milicias § 106. A estas tropas auxiliares, que pueden decirse
provinciales jag regUiares> se juntaban, al menos en ciertas épocas de
peligro, algunas cohortes de milicias provinciales, que
sabemos haber existido como institución regularizada, en
casi todas las provincias. Los informes más completos
MILICIAS PROVINCIALES 157
sobre estas milicias se deben á la ley municipal de Osuna,
cap. V, 2. En consecuencia de este texto la cuestión de las
milicias provinciales y municipales ha sido discutida dete-
nidamente en estos últimos tiempos, sobre todo en Francia,
donde el Sr. Duruy, el célebre historiador, ha equiparado
los tribuni militum a populo, conocidos en Roma, á los tri-
bunos, designados en los municipios, por elección de los
ciudadanos, para los cuerpos de la milicia municipal.
Todas estas milicias provinciales, como permanentes,
pertenecieron al ejército imperial; pero además de ellas,
las colonias y municipios tuvieron que reclutar, en caso de
urgente peligro, otras tropas, que se movilizaban temporal-
mente para la defensa del país contra las invasiones de los
enemigos. En algunas provincias del imperio también nos
han conservado las inscripciones memoria de estas milicias
pasajeras; como la encontrada en Gaeta de Italia, que per-
tenece al primer siglo, donde se hace mención de un prce-
f(ectus) levis armaturce Hispaniensis (C. I. L. X 6089) •
Los Cántabros formaban parte de las «naciones», mencio"
nadas en la descripción del campamento romano, que corre
bajo el nombre de Hygino {cap. 29); sin embargo, en
España no ha aparecido, hasta ahora, vestigio alguno de
aquellas milicias territoriales.
En la capital de la Citerior, Tarragona, hubo ya desde
los tiempos de Augusto, como lo tuvieron también las vexi-
laciones de las legiones en Ampurias y en Denia (§ 102), un
prefecto de la costa, sin duda para defenderla contra los
piratas, el cual, en un epígrafe de Forum Livii en Italia, se
nombra prcefectus orce maritimce Hispanice citerioris bello
Actiensi (C. I. L. IX 623; Henzen, Bulletino delV Instituto
archeologico, de 1874, p. 119) y en otro, de Tarragona, se
llama prcefectus orce maritimai Lceetanm (C. I. L. II 4226),
ó simplemente praifectus orce maritimce (II 4217, 4225,
4239). A su mando estaba una cohors tironum, esto es de
168 LAS INSCRIPCIONES
jóvenes, que no habían servido antes en el ejército. Como
esta cohorte se llama la cohors nova tironum, parece haber
existido antes de ella una cohorte más antigua del mismo
género. Su prefecto se denominaba preefectus cohortis novce
tironum, prcefectus orce mar Humee (II 4138), y prcefec-
tus cohortis novce tironum orce maritimee (II 4224); de
suerte que los oficios de prefecto de la cohorte y el del
prefecto de la costa, aunque acumulados generalmente,
parecen haber sido en sí diversos. A la cohorte nueva
pronto fué añadida una cohorte segunda ; porque tenemos
además el praifectus cohortis primee tironum (C. I. L. II
4189), y el prcefectus cohortis I et orce maritimee (II 4264),
y uno que mandaba á la vez las dos cohortes y en la cos-
ta, el prcefectus orce maritumee cohortis primee et secundee
(II 4266). También la cohors pilatorum, mencionada en
un monumento de Tarragona (II 4240), parece haber sido
de igual género.
Muy raros vestigios se han conservado de otras milicias
semejantes. En Córdoba, la capital de la Bética, hubo una
cohors marítima (II 2224), sin duda destinada también á la
defensa de las costas contra los piratas. Ya César hace
mención de dos cohortes colónicas en Córdoba (bell. civ.
II 19, 2). En Cazlona encontramos una cohors Servia Juve-
nalis (II, 3272), tal vez compuesta de jóvenes de la provin-
cia, para conservar la patria, y por eso nombrada de un
modo tan particular, recordando los nombres de Servia
Juvenalis los de los Castulonenses, que se llamaban Ccesari-
ni Juvenales (Plinio, nat. hist., III § 25; C. I. L. II p. 440).
A las islas Baleares, como á otras islas, se solían rele-
gar, desde el tiempo de Tiberio, por causas políticas, per-
sonas de alto rango, como el orador de Narbona Votieno
Montano, en el año 28 de J.-C, según lo cuentan Tácito.
(annál. IV 23) y Suetonio (en la crónica de San Jeró-
nimo, el año 14 de J.-C), Publio Suilio en tiempo de
EL EJÉRCITO ESPAÑOL DESDE DIOCLECIANO 159
Nerón, en el año 58 (Tácito, annál. XIII 43), y un nobi-
lis puer, traído del destierro por G-alba (Suetonio, vida de
Galba, cap. 10); por todo lo que no puede dudarse que
hubo en dichas islas, al menos temporalmente, una guar-
nición. Y, en efecto, de la misma época de Nerón son los
dos notables epígrafes de Luna, la Carrara de hoy en Italia,
puestos en el año 66 á Nerón y á su mujer Popea (Orelli
731, 732; C. I. L. XI 1331), por Lucio Titinio Glauco
Lucrecia no, p7'cef(ectus) pro legato insular (um) Baliarum,
y antes tribuno de la legión sexta, entonces en España
(§ 97). Algo más tarde, quizá bajo Trajano ó Hadriano, las
regiones más septentrionales de la Citerior tuvieron tam-
bién sus prefectos militares. Lucio Marcio Optato, en
la piedra sepulcral de Mataró (C. I. L. II 4616), está califi-
cado como praifectus Asturice y tribunus militum legionis
secunda? Augusta?, después de haber desempeñado los car-
gos de duumvir en Tarragona, y de duumvir y quinquenna-
lis primus en su país natal de lluro, que es Mataró, murió
in Phrygia, tal vez habiendo visitado aquellas regiones del
Asia por negocios particulares. Después de ser tribuno en
la legión segunda, que desde Tiberio tuvo sus cuarteles en
Maguncia (§ 94), parece haber sido prefecto, que era cargo
más elevado que el de tribuno, en Asturia. La única memo-
ria de un prefecto de Galicia existe en un epígrafe frag-
mentado y mal copiado por Morales ó sus amigos, pero
genuino, de Cazlona (C. I. L. II 3271).
Mommsen ha tratado últimamente de estas milicias provinciales
en un artículo inserto en el periódico científico de Berlín, que se
titula Hermes, vol. XXII, 1887, p. 547 y ss.
§ 107. Sabido es que en la época, que siguió á Diocle- ei ejército
t • • t i • i t •■!• español desde
ciano, la organización antigua de la milicia romana su- ¿l0Cíecia,l0
frió un cambio esencial, habiendo empezado á desaparecer |t3cT)
160 I-AS INSCRIPCIONES
desde entonces los antiguos nombres de legiones y cuerpos
auxiliares, de igual modo que se mudaron también las for-
mas de la administración provincial. De las guarniciones de
España en los siglos iv y v sólo la Notitia dignitatum (§ 27)
nos da pormenores, enumerando en primer lugar los cuer-
pos que estaban bajo las órdenes superiores del magister
equitum per Gallias, ó séase el director general de caballe-
ría en las provincias galas, ó intra Híspanlas cum viro spec-
tabili comité, porque en España mandó un conde con grado
ecuestre. Son las siguientes (Occid. cap. VII 118 y ss.):
I. Pertenecientes á la clase de los auxilia palatina:
I. 2. Los Ascarii séniores y iuniores.
3. Los Sagittarii Nervii.
4. Los Exculcatores iuniores.
5. Los Tubantes.
6. Los Felices séniores.
7. Los Invicti séniores.
8. Los Invicti iuniores Britones (ó Britanniciani) .
9. Los Brisigavi séniores.
II. De la clase de las legiones comitatenses:
10. Los Fortenses.
11. Los Propugnatores séniores.
12. Los Septimani séniores.
13. Los Vesontes.
14. Los Undecimani.
Se reconoce en los Septimani séniores (n. 12) la antigua
legión séptima española; los Invicti iuniores Britones tal
vez sean idénticos á la sexta cohorte de los Briñones, con-
memorada en Braga, y los Vesontes á la tercera Gallorum,
en Viseo; pero de los demás cuerpos nada de cierto se
puede decir. Siguen en otro lugar de la Notitia, que tal vez
sea una de las partes más antiguas de aquel libro, for-
mada de trozos redactados en varias épocas, los cargos de
comandantes militares en las provincias, esto es, las prm-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL DESDE DIOCLECIANO 1G1
positura} magistri militum praesentalis a parte peditum
(Occid. cap. XLII), y entre ellas in provincia Hispanice
Callcecia (25 ss.):
1 . El prafectus legionis séptima} gemina}, Legione, que
prueba que la antigua legión española, los Septimani sénio-
res, tenían su cuartel general, aun en tan baja época, siem-
pre en León.
2. El tribunus cohortis secundce Flavim Pacatianai
Pcetaonio. Una ala, no una coliorte7 secunda Flavia Híspa-
norum civium Romanorum, estaba, como hemos visto antes,
desde el siglo n en varios puntos de Galicia, sobre todo en
San Cristóbal de Castro. Es posible que ésta se transfor-
mara, con el tiempo, en la cohorte Pacatiana, llamada así
tal vez de algún jefe de ella, Pacatus, y que tuvo su cuar-
tel principal en Petavonium, ciudad de los Superados de la
Galicia, nombrada por Ptolemeo (II 6, 35), y el Itine-
rario (p. 423, 3), entre Astorga y Complutica, de reduc-
ción aun incierta, cercana á Benuza y Sobre Castro.
3. El tribunus cohortis secunda? Gallicm, ad cohortem
Gallicam. Con la primera y la tercera aun la segunda
cohorte gala parece haber formado parte del ejército espa-
ñol ya desde antiguo. Su cuartel, como indica la Notitia
dignitatum, debe haber sido, hasta los últimos tiempos, un
castrum particular, destinado al efecto y de posición aun
ignorada, si no fué el de San Cristóbal de Castro, de que
hemos hablado anteriormente.
4. El tribunus cohortis Lucensis, Luco. La cohors tertia
Lucensis la encontramos ya en el siglo n en la misma capi-
tal del convento Lucense, que es Lugo.
5. El tribunus cohortis Celtibera}, Brigantioe, nunc Julio-
briga. Dos cohortes de Celtíberos estaban en San Cristóbal
de Castro, y no tiene nada de extraño, que una de ellas, ó
las dos más tarde, se trasladasen á Juliobriga, el antiguo
castro de la legión cuarta Macedónica.
162 LAS INSCRIPCIONES
Sigue al final en la Notitia, in provincia Tarraco-
nense
6. El tribunus cohortis primaz Gallicaí, Veleioi. Ya
vimos que esta cohorte estuvo desde antiguo de guarnición
en la Tarraconense; Veleia, conocida por Plinio y el Itine-
rario (p. 454, 8), se cree la moderna Rivabellosa, cerca de
Estavillo, frente á Quintanilla, entre Deobriga y Suessatio,
que es Zuazo cerca de Iruña. Allí, pues, tuvo sus cuarteles
en los tiempos del bajo imperio.
Las indicaciones de la Notitia no parecen completas,
faltando las de los comandantes a parte equitum. De suerte
que no tenemos más que una idea imperfecta de la manera
como estaba organizada la administración en las provin-
cias hispanas en esta época tardía.
La administra- § 108. Tan luego como quedó terminado el arreglo
n provincia m¿j^ar ¿e jas provincias nuevamente ocupadas, se comen-
zaron á fijar las bases, sobre las que debería establecerse
su administración política y económica. En cuanto á este
particular los geógrafos y los historiadores nos dan algunas
noticias breves y generales; pero mucho más nos enseñan,
sobre todo respecto á la época imperial, las inscripciones
hasta hoy descubiertas.
Para servirse de ellas bajo el punto de vista, que se deja
indicado, se necesita conocer los principios y las formas
de la administración romana en general, sobre lo cual, á
pesar de que algunos particulares de menor importancia
aun quedan dudosos, en lo principal los juicios de los doc-
tos están conformes; siendo por lo demás en este punto
tan claros los principios del derecho público de los Roma-
nos, y sus formas tan transparentes, que el, que conoce los
unos y las otras, no tiene más que hacer aplicaciones á
los puntos concretos, que trate de estudiar, para observar,
desde luego, como resulta desarrollado un sistema de admi-
rable sencillez y de naturales consecuencias.
LAS PROVINCIAS 163
Sobre la administración de las provincias romanas en general la
mejor obra, que existe, es la del alemán J. Marquardt, Bomische
Staatsverwaltung , Vol I la organización del imperio romano, edición
segunda, Leipzig 1881, 8. En ella se trata de las provincias espa-
ñolas desde la pág. 251 en adelante. _E1 autor se ha aprovechado de
lo que sobre muchas partes de esta materia está escrito en el Vol. II
del Corpus inscriptionum Latinarum, Berlín 1869. Más tarde, el
finlandés Nicol. R. af Ursin ha publicado una monografía en
latín sobre uña de las provincias españolas, la Lusitania, De Lusita-
nia provincia romana, Helsingfors y Berlín, 1889, 8., obra erudita,
pero que contiene algunas opiniones poco aceptables.
§ 109. El documento, que inicia la administración Las provincias
romana de España fué el tratado con los Cartagineses del
año 228 antes de J.-C, en el cual el Ebro quedó recono-
cido por aquéllos como límite de sus posesiones (§ 73),
dando origen esta frontera del río á los nombres de Citerior La citerior
y de Ulterior, con que desde entonces fueron denomina- y a
das ambas divisiones geográficas de la península hispana.
A ellas desde la época de los Escipiones fueron mandados
anualmente dos procónsules. Pero como Sagunto, cuya
neutralidad fué garantizada en el tratado de 228 (§ 74), y
Cartagena, la capital de la Citerior, estaban del otro lado
del Ebro, la frontera de la Ulterior, casi desde el 200 antes
de J.-C, debió haber sido una línea que, comenzando desde
cerca del río Duero y pasando por el saltus Castulonensis,
fuese á terminar en Urci, población de la costa meridional;
lo cual se infiere de muchos indicios más ó menos claros.
Sobre todo, como observó muy bien el Sr. Zobel en su
estudio histórico de la moneda antigua española (Vol. II,
p. 135; más abajo § 127), la emisión de monedas ibero-ro-
manas, que desarrolló su completa organización hacia
mediados del siglo vi de Roma, esto es hacia 200 antes de
J.-C, prueba evidentemente, que ya entonces la adminis-
tración, que regía la Cisiberia, era la misma que se exten-
día hasta las actuales provincias de Granada y de Jaén,
164 LAS INSCRIPCIONES
es decir, hasta el límite que sirvió más tarde para separar
la Tarraconense de la Bética. Los nombres de Tarraconen-
se y Bética no se encuentran en la época de la república
(en Livio XXVIII 2 las insertó un copista por equivoca-
ción), pero sí en el mismo sentido siempre los de Citerior
y de Ulterior; habiendo quedado en vigor durante toda
la república la distribución en dos provincias, con una
breve interrupción en tiempo de la guerra macedónica,
según el testimonio de Livio XLIV 17 y XLV 16.
La Lusitania § 110. No existe una relación clara sobre el tiempo,
en el cual á estas dos provincias se añadió como tercera
la Lusitania, procedente de una nueva división de la Ulte-
___rior_en dos_partes, la Bética y la Lusitania. El emperador
Augusto mismo, en el monumento Ancirano (§ 17), dice
(V, 35): colonias in utraque Hispania militum deduxi.
Parece, pues, que entonces aun no existía la Lusitania.
Al contrario, si las indicaciones de Plinio, de la dimen-
suratio provinciarum, de la divisio orbis terrarum y de la
Cosmographia de Julio Honorio (§ 16), son tomadas esen-
cialmente, como hemos visto (§§ 17 y 20), del orbis pictus
de Agrippa y de sus comentarios, parece cierto que con
anterioridad al tiempo en que fueron publicados aquel
mapa y su explicación, esto es, antes del año 12 que prece-
de J.-C, existía como provincia la Lusitania. Ya Pompeyo
hizo una distribución análoga de sus tropas, como lo ates-
tiguan los comentarios de César (De bello civili I, 38), en el
año 49 antes de J.-C, entre sus tres legados; pues á Afra-
nio dio la Citerior con tres legiones; á Varrón, el historia-
dor anticuario, con otros dos la región a saltu Castulonensi
ad Anam, esto es, la que fué después Bética; á Petreio ab
Ana Vettonum agrum et Lusitaniam, con el mismo número
de legiones. Pero el primer autor, que nombra á la Bética
y á la Lusitania, es Estrabón (III 4, 20), el cual escribió
en el principio del imperio de Tiberio (§ 14); y añade expre-
provincias
LAS TRES PROVINCIAS 165
sámente que la denominación de Lusitania se usaba en su
época por primera vez como nombre de provincia. Parece,
pues, más probable que la división oficial de las tres pro-
vincias, á pesar de su antigüedad fundada en la misma
naturaleza, no se verificase hasta Tiberio, ó á fines del im-
perio de Augusto.
La Lusitania comprendía toda la parte más occidental
de la península, á comenzar desde las bocas del Anas, cami-
nando hacia arriba en dirección del norte, hasta Noega,
cerca de Gijón, en Asturias. Su frontera oriental seguía el
curso del Anas desde Mérida hasta cerca de Lacimurgis en
dirección de este á oeste, y cruzaba el Tajo cerca de Ccesa-
robriga, hoy Talavera de la Reina, y el Duero cerca de
Zamora, pero sin comprender á León ni Astorga.
§ 111. Dos de estas tres provincias, según las bien Las tres
conocidas máximas de Augusto, se reservó Tiberio para sí,
que fueron la antigua Citerior y la Lusitania; porque en
ellas solas se necesitaba tener ejércitos. De las ciudades
de la Botica Acci y Cor duba, y quizá de Tucci ó Itálica,
retiró las guarniciones, que en ellas hubo hasta la época de
Augusto, como hemos visto antes (§§ 93 y 94). De Acci vinie-
ron entonces las legiones primera y segunda á parar cerca
de Braga y Astorga ; de Córdoba la quinta y la décima
se trasladaron á Mérida, teniendo su residencia la cuarta
en Juliobriga y Cees ar augusta, y la sexta en Tarragona, ciu-
dades de la Citerior, hasta que, después de haber pasado la
primera, segunda y quinta fuera de España, se quedaron
allí solas las dos de la Citerior, y la décima en la Lusita-
nia. Los resultados, pues, que hemos obtenido antes, res-
pecto á la colocación y estancia en España de las seis legio-
nes augustas, se combinan perfectamente con la división
de las provincias instituida por Augusto ó por Tiberio. Las
dos nuevas legiones creadas por Galba, la primera adiutrix
y la séptima gemina, después de haberse marchado la
166
LAS INSCRIPCIONES
Los gobernó-
dores,
procónsules
y pretores
Los legados
cuarta en tiempo de Claudio á la Germania , quedaron pro-
bablemente destinadas, la una á la Lusitania, la otra á la
Citerior. Pero la primera, la sexta y la décima ya en tiem-
po de Vespasiano se fueron á la Germania, y no volvieron
nunca á España; permaneciendo sola la séptima en sus
cuarteles de León y de Tarragona.
§ 112. Las provincias hispanas estuvieron mandadas,
como es sabido, en la época de la república por procónsules
y por ^pretores, cuya lista, por cierto con bastantes lagu-
nas, puede formarse, principalmente teniendo en cuenta
las indicaciones de Livio y de algunos otros escritores,
completándose en parte con algunos nombres conservados
sólo por las inscripciones. «. . ^
Desde Augusto, las provmciasael emperador fueron
regidas por los legati Angustí pro prcetore; las del Senado,
como antes, por procónsules. De ambos había dos clases,
legados ó procónsules consulares, cuando los que desempe-
ñaban estos cargos eran personajes, que tenían la catego-
ría consular, porque ya habían sido cónsules en Roma, y
legados ó procónsules pretorios, cuando los que obtenían el
mando eran á su vez pretorios, esto es que habían sido^pnc-
tores en Roma. A la Citerior, según el testimonio clásico de
Estrabón, se mandó un legatus consularis, á la Lusitania,
un legatus prwtorius, á la Ulterior un procónsul con el
grado pretorio. No faltan testimonios epigráficos de estos
magistrados, no sólo encontrados en la España misma, sino
en las demás regiones del imperio romano, sin que hasta el
presente se haya emprendido la formación del catálogo de
todos estos funcionarios, tan completo, como es posible
hacerlo con la ayuda de todos los datos que hoy se conocen.
Los nombres de los procónsules de la España, en la época de la
república, han sido reunidos por F. Wilsdorf, fasti Hispaniarum
provinciarum, en los Leipziger Studien zur classischen Philologie.
Vol. 1, 1878, p. 65-140.
LAS DIÓCESIS
167
Los de los gobernadores de la misma provincia en la época impe-
rial, que se encuentran en inscripciones españolas, se registran en
el Index del Corpus inscript. LaL, Vol. II, p. 749 y ss. De los demás,
cuyos nombres aparecen en los escritores antiguos y en los epígrafes
de otras regiones, nadie ha hecho una lista, como la tenemos por
ejemplo de los legados de la Bélgica por Roulez, de la Britania
por Hübner, del Asia por Waddington, del África por Tissot.
Un trabajo de esta clase debería formar el objeto de un libro especial.
§ 113. A las órdenes del legado imperial de laj^iterior Las diócesis
estuvieron además, según el mismo testimonio ya indicado
de Estrabón, tres legados del grado pretorio, pero tam-
bién con la dicha calificación de legados del emperador,
instituidos por Augusto, y más tarde llamados jurídicos. Los jurídicos
De los tres jurídicos de la Citerior, el uno, con dos legio-
nes, mandaba en Asturias y Galicia; el otro, con una
legión, en la parte oriental de la provincia, con residencia
en Tarragona; el tercero, en el interior, sin legión alguna,
y ejerciendo sus funciones sobre los habitantes ya más
romanizados y pacíficos, los togati, como son designados
por su traje romanizado. Estas divisiones de la provincia
fueron apellidadas, al menos desde el principio del siglo n,
con el nombre griego de Sto'.y.r^a&tc, ó sean dioeceses; nom-
bre que más tarde se aplicó á las divisiones eclesiásticas.
La primera diócesis de la Citerior, la de Asturias y
Galicia, tuvo por jefe, en el siglo n, al legatus Angustí
per Asturiam et Callceciam (C. I. L. II 2634), ó al legatus
Augusti iuridicus, según un epígrafe africano del año 150 de
J.-C. (C. I. L. VIII 2747), dos de Roma (C. I. L. VI 1486 y
1507), y uno de Nemausus en Erancia (Borghesi, oeuvres,
vol. IV p. 133, que es el mismo sujeto que el del epígrafe
de Roma C. I. L. VI 1507), y también el legatus iuridicus,
conforme á un epígrafe de Braga (C. I. L. II 2415).
La segunda diócesis era la Tarraconense. Su legado,
Quinto Glicio Atilio Agrícola, personaje de la época
12
/
168 LAS INSCRIPCIONES
de Trajano; en las inscripciones de Turín en Italia es
llamado legatus citerioris Hispaniai (C. I. L. V 6974-6987) —
y lo fué bajo Domiciano — ; en otras se dice legatus iuridicus
provincia} Hispanice Tarraconensis (C. I. L. II 3738, 4113),
ó iuridicus Hisp* cit. Tarrac. (Henzen-Orelli 6490, y el
epígrafe griego de Hierocesaréa en Asia, Ephem. epigr.
Vol. IV p. 223). Cuando se dice sólo iuridicus Hispanice
citerioris, sin indicación de la diócesis, como en un epígrafe
africano (C. I. L. VIII 8421), no se puede saber á cuál de
las diócesis se refiere. Marco Cecilio Novatiliano, que
se denomina así en una inscripción de Benevento en Ita-
lia (C. I. L. IX 1572), y fué distinguido también con otra
en Tarragona (C. I. L. II 4113), fué legado jurídico de la
diócesis Tarraconense.
De la tercera no conocemos ni epígrafes de jurídicos,
ni otros que conserven la memoria de sus nombres; pero sin
duda debió ser la Cartaginense, en la que, como hemos
visto, no hubo desde Augusto guarnición de legionarios.
Bajo la autoridad del legado de la Citerior estaban tam-
bién los prefectos militares de las islas Baleares y los de
Asturias y Galicia (§ 106).
La Lusitania, según el testimonio de Estrabón, parece
haber tenido sólo dos diócesis: la una, en que mandaba el
mismo legado imperial de la provincia, desde su capital
Mérida; la otra, en que mandaba un legado del legado de
la provincia, no del emperador, no se puede fijar geográ-
ficamente. Parece que hubo de residir en la otra capital
de la provincia, que era Lisboa^ y que desde allí mandaba
en el Mediodía de la Lusitania; pero no se ha encontra-
do, hasta ahora, epígrafe de ningún jurídico de la Lusi-
tania.
La provincia ulterior Hispania Bmtica, como con todos
estos nombres se llama en una inscripción de Málaga del
siglo ii (C. I. L. II 1970), y en otra de Nemausus (Orelli-
\
LA PROVINCIA DE ASTURIAS Y GALICIA 169
Henzen 6490), y que con mayor brevedad se dice Híspanla
Bostica, ó Bostica Hispania, ó Bostica simplemente, fué
mandada sólo por un procónsul residente en Córdoba. Aulo
Larcio Prisco, personaje bien conocido del siglo n, se
llama en un epígrafe de Thamugadi, en la provincia Numi-
dia, legatus pro prastore provincias Bosticas Hispanice (Ephem.
epigr.) vol. V n. 696). Quinto Cecilio Marcelo Denti-
liano, en otra inscripción africana, se dice sólo legatus
provincias Hispanias (Bulletin épigraphique vol. VI, 1886,
p. 147); pero como lo era con grado pretorio, ha de enten-
derse de la Botica. Diócesis y jurídicos no se conocen en
las provincias del Senado.
§ 114. Bajo el imperio de Marco Aurelio Antonino La provincia
Caracala, en el año 216 de J.-C, de la que fué diócesis de Galicia
Asturias y Galicia se formó una nueva provincia. Gayo
Julio Cerealis, en una inscripción notable de León
(C. I. L. II 2661), se denomina consularis, esto es, que era
de la categoría consular, y legatus August i pro prastore pro-
vincias Hispanias novas citerioris Antoninianas, post divisio-
nem provincias primus ab eo missus, es decir, mandado allí
por el mismo emperador. Algunos de sus sucesores son tam-
bién conocidos por otros epígrafes, como Lucio Ccelio
Festo en uno dé Veleia de Italia (Orelli 77=C. I. L. XI
1183), el anónimo de un fragmento de Prasneste en Italia,
publicado por Marini (atti degli fratelli Arvali, p. 341)
que se dice legatus Augusti prov. Asturias et Galleicias, y
Lucio Albinio Saturnino de un tercero de Suessa en
Italia (C. I. L. X 4750, traído por el P. Florez en su
España sagrada, Vol. XVI, 1787, p. 8).
Si el Mario Acilio de una inscripción de Roma(C. I. L. VI 1331),
era efectivamente qucestor divi Claudi provincia; AstuHoc, parece que
la diócesis de Asturias tuvo ya en el primer siglo una administra,
ción de hacienda especial, como tenía también un régimen militar
propio. Pero el texto de esta inscripción no es bastante cierto.
170
LAS INSCRIPCIONES
Las provincias § 115. El estado político de estas provincias, sin
desde . . . ,
Diocieciano muchas alteraciones de importancia, quedo casi siendo
el mismo desde la época de Augusto hasta fines del si-
glo ni. Pero bajo el imperio de Diocieciano, como todos los
demás ramos de la administración, así también la organi-
zación provincial sufrió grandes mudanzas. El origen de
éstas y el fin que con ellas se había propuesto conseguir el
enérgico emperador, son claros y no necesitan en este lugar
una explicación detenida. Será suficiente, para nuestro
objeto, hacer tan sólo una indicación sumaria del nuevo
estado de las provincias hispanas tal como aparece en el
catálogo veronense de las provincias, en la Notitia dignita-
tum, y en otras fuentes semejantes. La diócesis de España,
porque así se llamaron entonces aquellas grandes provin-
cias antiguas, se componía de seis partes, que abrazaban las
primitivas de España, y una de África, que eran: la Tarra-
conense, la Botica, y la Mauritania Tingitana. Algo
más tarde se les añadió una séptima, la de las islas Balea-
res. Cada una de estas provincias bajo Diocieciano fueron
regidas por prcesides , con el grado ecuestre de viri perfec-
tissimi, inferiores á los viri clarissimi , que eran del orden
senatorio. En la primera mitad del siglo iv ya la Botica y
la Lusitania tuvieron por jefe un consularis vir clarissi-
mus; algo más tarde sucedió lo mismo, al menos temporal-
mente, á la Galicia, como lo indica el insigne miliario de
Ciresa (C. I. L. II 4911). Las otras provincias, á lo que se
sabe, quedaron bajo la administración de los prcesides.
Sobre estas formas de la administración véanse la Notitia digni-
tatum (§ 27), y el libro de Marquardt (§ 108), p. 260.
Los demás § H6. Al lado de los procónsules de la república había
magistrados uno ¿ ¿os qUCeStores , como sucedía también en Eoma, que
provinciales 7 *
tenían á su cargo la hacienda de las provincias, debiendo
recoger los tributa y stipendia, arrendar los vectigalia á
LOS QUJESTOKES 171
los publícanos, y pagar los gastos de los procónsules;
habiéndose conservado sólo en las provincias concedidas
al Senado estos antiguos magistrados aun bajo el régimen
imperial. En las inscripciones aparecen nombrados algu- Los qumstores
nos qucestores de la Ulterior, como en una olisiponense
(C. I. L. II 190), y en otras de Nemausus (Orelli-Henzen
6490), de Auximum (Orelli 3306), de Blera (C. I. L. XI
3337), y de Cirta en África (C. I. L. VIII 7062, 7063).
En las provincias del emperador la hacienda era consi- Los procura-
dores
derada como el patrimonio privado del emperador, y por
eso estaba á cargo de oficiales de la casa imperial, llama-
dos procuratores , que eran de categoría ecuestre. Exis-
ten algunos epígrafes que conmemoran al procurator
Augusti, ó Augustorum, provincice Hispanice citerioris Tarra-
conensis (C. I. L. II 4135, cf. 3840 y 4225); otros atesti-
guan que hubo un procurador particular de Asturias y
Galicia (C. I. L. II 2477, 2554, 2556, 2642, 2643); de los que
parece haber residido aquél en Tarragona, y éste en León.
El procurator provincice Lusitanice, residente en Mérida,
tuvo, al menos temporalmente, á su cargo también la
Vettonia con parte de la Citerior; porque en ésta como
en otras provincias la administración de la hacienda á
veces comprendía parte del territorio de las limítrofes
(C. I. L. II 484).
Todos estos magistrados naturalmente necesitaban un
personal más ó menos numeroso de dependientes y subal-
ternos, de los que no faltan tampoco testimonios epigráfi-
cos, pues en las inscripciones se nombran el tabularium de
las provincias, los oficiales de los diversos impuestos, como
la vigésima Tiereditatium, la vigésima libertatium, los porto-
ria, y otros análogos.
Sobre los detalles de la administración provincial, que se com-
prenden sólo aprovechando todos los testimonios epigráficos, regis-
172 LAS INSCRIPCIONES
trados en el Index del Corp. Inser. Lat., Vol. II, y de los otros volú-
menes del Corpus, véase el libro de Marquardt, ya citado (§ 108), la
rómische Staatsverwaltung , Vol. I, edición segunda, Leipzig 1881,
p. 497 y ss. . .
Los concilios § 117. La vida provincial es sin duda la parte más
sana y más importante, bajo muchos conceptos, que deba
estudiarse para conocer la cultura de los cinco primeros
siglos de nuestra Era, conteniendo en sí el germen de las
nacionalidades modernas, y de su independencia. Al rede-
dor del altar, erigido en Tarragona á la diosa Roma y á
Augusto, aun vivo, y en el templo, que Tiberio permitió
á los Tarraconenses levantar á su padre, se reunía el Con-
cilio de la provincia Tarraconense. Poco más tarde Conci-
lios análogos existieron en las respectivas capitales de la
Lusitania y de la Bética. Miembros de estos Concilios eran
los altos funcionarios municipales de todas las poblaciones
independientes de la provincia, que se llamaron legados
del Concilio. Estos diputados ocupaban puestos de honor
en los espectáculos públicos, y gozaban de otras preroga-
tivas. El Concilio de la provincia era el centro del culto
provincial. Entre los funcionarios de todos los municipios
de la provincia fué elegido el sumo sacerdote, que, como
en Roma el de Júpiter, presidía con su mujer el culto; y se
llamaron flamen y flaminica de la diosa Roma y de los
divos Augustos. El Concilio intervino de cierta manera,
difícil de definir exactamente, en la administración pro-
vincial. Cierto es que tuvo relaciones con el gobernador
de la provincia, y á veces mandaba diputados al mismo
emperador; que podía decretar honores y estatuas á per-
sonas beneméritas de la provincia, ó dar su permiso para
que tales honores se otorgasen.
. Sólo sobre los Concilios provinciales del África, de la Galia, y
de España tenemos en las lápidas de estas provincias noticias algo
LOS CONVENTOS JURÍDICOS
173
detalladas, registradas por Marquardt en su libro antes citado
(§ 108). Sobre el culto de Augusto y el Concilio de la Tarraconense
véase lo expuesto en el Corpus inscript. Lat., Vol. II, p. 540.
§ 118. El procónsul, en tiempo de la' república, solía,
para ejercer su jurisdicción suprema en cada parte de la
provincia, pasar algún tiempo en las poblaciones más im-
portantes, á las cuales los habitantes de los lugares más
pequeños y del campo habían de concurrir, para exponer
susquejas y obtener sus fallos. En la organización provin-
2 Icial de Augusto ciertas poblaciones gozaron del privilegio
perpetuo de ser sitios de jurisdicción, y por ello los dis-
tritos, en que aquellas estuvieron enclavadas, se llama-
ron conventusiuridici . Conocemos el número de éstos, y
sus capitales, por los comentarios de Agrippa, de que se
sirvió Plinio (§ 20). En estos lugares, pues, ejercieron sus
funciones de jueces supremos los denominados juridici
(§ H3).
La Citerior tenía siete conventos jurídicos según Pli-
nio (III § 18), que fueron el Cartaginense, el Tarraconense,
el Cesaraugustano, el Cluniense, el de los Astures, el de
los Lucenses, y el de los Brácaros.
La Lusitania tenía tres, el de Mérida, el de Pax Julia,
y el de Scallábis.
La Ulterior tenía cuatro: el de Cádiz, el de Córdoba, el
de Ecija, y el de Sevilla.
§ 119. Según sus diferentes derechos municipales, se
distinguieron, en los comentarios de Agrippa y en su
mapa, cinco clases de poblacionesj laslcoloniag., antigua-
mente militares, los^inunicipios, las^ciudades aliadas, y
libres, las l^civítates stvpendo/rim y los j lugares pequeños,
sin derecho municipal independiente, como los pagos,
vicos, territorios y demás poblaciones contributas; que
es el término con que se designa su respectiva situación,
Los conventos
jurídicos
Las clases
de las
poblaciones
174 LAS INSCRIPCIONES
esto es adscritas á poblaciones más importantes, cuyos
magistrados las regían. Entre las colonias y los munici-
pios había además dos categorías, una que comprendía las
de derecho romano, y otra las de derecho latino. También
entre estas mismas clases de poblaciones existían otras
diferencias de derecho, como las de ciudades inmunes y
estipendiarías.
Sobre las clases de poblaciones romanas y sus derechos diferen-
tes véase el libro de Marquardt, Vol. I, ed. 2.a, 1881, p. 1 y ss.
Las colonias § 120. Las colonias, COmO poblaciones más importan-
Tarraconense ^es y sitios primitivos de la dominación y cultura romana,
merecen ser consideradas en primer lugar.
La Citerior, según Plinio y los comentarios de Agrippa,
tenía trece colonias, de las cuales una había obtenido
su derecho colonial ya en la época de la república, cua-
tro lo tenían por César, seis por Augusto, dos última-
mente fueron añadidas por Yespasiano y Hadriano; son
las siguientes:
1. Valencia, la colonia Valentía, fundada por Décimo
Junio Bruto, el vencedor de los Callaecos, y cónsul del
año 138 antes J.-C. (véase C. I. L. II p. 510.)
Siguen las cuatro colonias cesarianas:
2. Cartagena, la colonia Victrix Julia Nova Carthago
(C. I. L. II p. 462).
3. Tarragona, la colonia Julia Victrix TriumpTialis
Tarraco (C. I. L. II p. 538).
4. Celsa (cerca de Velilla del Ebro), la colonia Julia
Victrix Celsa (C. I. L. II p. 409).
5. Acci (Guadix), la colonia Julia Gemella Acci (C. I.
L. II p. 458).
Las seis de Augusto son:
6. Elche, la colonia Julia Augusta Ilici (C. I. L. II
p. 479).
LAS COLONIAS DE LA LUSITANIA
175
7. Barcelona, la colonia Faventia Julia Augusta Pia
Barcino (C. I. L. II p. 599).
8. Zaragoza, el antiguo oppidum Salduba, después
la colonia immunis Ccesaraugusta (C. I. L. II p. 406).
9. Lezuza, la colonia Libisosa Forum Augustum (C. I.
L. II p. 434).
10. La colonia Salaria, cerca de Ubeda la vieja (C. I.
L. II p. 448 y 710).
11. Tortosa, el antiguo municipium Hibera Julia ller-
cavonia, desde Augusto la colonia Julia Augusta Dertosa
(C. I. L. II p. 535). No es seguro que Dertosa llegase á ser
colonia; pero si lo fué debió ser la última de las antiguas.
12. Por Vespasiano fué añadida Flavióbriga, en el^oí'-
tus Amanus, de colocación todavía no averiguada.
13. Clunia Coruña del Conde, por Galba llamada Sul-
picia, por Hadriano obtuvo el título de colonia (C. I. L.
II p. 382).
El sitio de la colonia Salaria fué averiguado por D. Manuel de
Góngora, en su «Memoria premiada por la Real Academia de la
Historia fijando definitivamente el sitio de la colonia Salaríense»
Madrid, 1867, 15 pp. 8. Tortosa se nombra sólo conjeturalmente
como última de las colonias augustas. Las nombradas Julias Augus-
tas parecen haber obtenido el nombre de Julias ó por César, cuando
aun eran municipios, ó por Augusto en los principios de su imperio.
Sobre la constitución de las colonias tenemos, además de los escasos
testimonios de autores antiguos, el importantísimo de la ley de la
colonia Urso, Ephem. epigr. vol. II, 1875, p. 105 y ss.
§ 121. La Lusitania tenía cinco colonias^ entre ellas Las colonias
una antigua:
14. Medellín, la colonia Metellinensis, fundada por
Quinto Cecilio Metello Pío, el cónsul del año 80 antes
de J.-C, que triunfó sobre España en el año 71 antes de
J.-C. (C. I. L. II p. 72). En esta misma región de Extre-
de la
Lvsitania
176 LAS INSCRIPCIONES
madura existían los antiguos castra Cacilia, y castra Mete-
llina, de cuyos castros la colonia tuvo su origen.
Obtuvieron este derecho de César:
15. Beja, en Portugal, la colonia Pax Julia (C. I. L.
II p. 8).
16. Cáceres, la colonia Norba Cmsarina (C. I. L. II
p. 81).
17. Santarem, en Portugal, la colonia Scállábis Prcesi- ,
dium Julium (C. I. L. II p. 35).
Una sola fundó Augusto:
18. Mérida, la colonia Augusta Emérita (C. I. L. II
p. 52 y § 118).
Sobre Norba véase la Memoria del Sr. Hübner en el
Boletín de la R. Academia de la Historia, vol. I, 1878-79,
p. 88 y ss.
Las colonias § 122. La Ulterior cuenta ocho colonias de derecho
romano, entre las cuales fueron dos del tiempo de la re-
pública.
19. Córdoba, la colonia Patricia Cor duba, fundada por
Marco Claudio Marcello, el cónsul por tercera vez en el
año 151 antes de J.-C. (C. I. L. II p. 306).
20. Hasta Regia, cerca de Jerez, fundada quizá por
un Marcius Rex (C. I. L. II p. 175 y 699).
Cuatro recibieron este título de César:
21. Osuna, la colonia immunis Julia Genetiva Urbano-
rum (C. I. L. II p. 191, Ephem. epigr., vol. II, 1875, p. 119).
22. La colonia immunis Itucci Virtus Julia, cerca de
Baena (C. I. L. II p. 213).
23. Espejo, la colonia immunis Claritas Julia Ucubi
(C. I. L. II p. 210), patria de Annio Vero, bisabuelo del
emperador Marco Aurelio (según Capitolino, en su vida,
cap. 1).
24. Sevilla, la colonia Julia Romula Hispalis (C. I. L.
II p. 152), que no era immunis.
de la Bética
LAS DEMÁS POBLACIONES 177
Dos son augusteas:
25. Ecija, la colonia Augusta Firma Astigi (C. I. L.
II p. 201).
26. Martos, la colonia immunis Augusta Ge mella Tucci
(C. I. L. II p. 221).
Plinio, después de haber enumerado las colonias inmu-
nes del convento jurídico Hispalense, añade (III § 12):
ínter quaz fait Munda cum Pompeio filio rapta. No es impo-
sible que Munda haya sido antigua colonia de la época de
la república, pero me parece poco probable. Después de la
victoria de César desaparece enteramente. Como Plinio
conocía, de los comentarios de Agrippa, nueve colonias
de la Bética, quedaba una todavía por determinar, y
puede ser que haya sido Baelo, en la "costa meridional,
entre Carteia y Cádiz.
A las ocho colonias de derecho romano se han de añadir
dos más de origen diferente:
27. Carteia, que era la más antigua colonia iuris Latini,
con excepción de las de Italia y de la Galia cisalpina, como
lo atestigua Livio (XLIII 3), deducida en el año 171
antes de J.-C. (C. I. L. II p. 242); fué colonia de liberti-
nos, hijos de soldados romanos y mujeres españolas.
28. Itálica, junto á Sevilla, el antiguo vicus Italicen-
sis, fundado por los Escipiones, más tarde la colonia JElia
Augusta Itálica, como se llama en un epígrafe de Viena de
los Alóbroges en Francia (C. I. L. XII 1856), obtuvo el
derecho colonial, como lo indica el nombre de ¿Elia, de
Hadriano, cuyos antepasados residieron allí desde la época
de los Escipiones (C. I. L. II p. 145).
§ 123. No se pueden aún formar catálogos comple- Las demás
tos de las otras clases de poblaciones, que existieron en
las diferentes provincias españolas. De no pocas entre las
numerosas romanas, cuyas ruinas existen, todavía no se ha
podido fijar el nombre que tuvieron en la antigüedad, y,
poblaciones
178 I.AS INSCRIPCIONES
al contrario, de muchas de las nombradas, ó al menos
registradas por Plinio, no se conoce el sitio. Queda, pues,
mucho aun que investigar en este ramo de estudios clási-
cos, cuyo cultivo eficaz ha de esperarse, en primer lugar,
de parte de los anticuarios y aficionados nacionales. Entre-
tanto será suficiente dar un breve resumen de las diferen-
tes clases de poblaciones de cada una de las provincias
españolas.
En la Citerior había trece oppida civium Romanorum,
de los cuales Plinio nombra sólo once, por ejemplo, Sagun-
to, Emporios, Rhode, que se llama municipium Flavium Rho-
dinorum en un epígrafe africano (C. I. L. VIII 1148), Cala-
gurris, Ilerda, Osea; diez y ocho oppida iuris Latini, de los
cuales Plinio nombra diez y seis, y en ellos Lucentum, Ali-
cante, y Cascantum; una urbs fozderata, la de los Tarr acenses
(según Plinio III § 24), de situación desconocida; además de
las dos, también aliadas, de Bocchori en Mallorca, y de Ebu-
sus; ciento y treinta civitates stipendiarim ; y el resto de
ciento y catorce pueblos más pequeños de diferentes clases.
En la Lusitania había sólo un oppidum civium Roma-
norum, que era el municipium Felicitas Julia Olisipo (C. I.
L. II p. 23), tres Latii antiqui, esto es, de derecho latino,
Evora, la Ebora Liberalitas Julia (C. I. L. II p. 13), Myrti-
lis, Mertola (C. I. L. II p. 5), y la urbs imperatoria Salada,
hoy Alcacer do Sal (C. I. L. II p. 7); y treinta y seis civitates
stipendiarim, como ¿Eminium, Balsa, Conimbriga, Capera,
Cwsarobriga, y otros pueblos pequeños, de los cuales Plinio
no señala ni siquiera el número.
En la Ulterior había diez municipios de ciudadanos
romanos, cuyo catálogo es aún muy incierto, y entre los
que se contaban Cádiz, el municipium Augustum Gaditanum,
Asido, Medina Sidonia, el municipium Caisarinum, Osset
Julia Constantia, Lucurgentum Julii Genius, Ulia Fidentia;
veintisiete municipios de ciudadanos latinos, como lo era
LA ADMINISTRACIÓN INTERIOR DE LOS PUEBLOS 179
Salpensa; seis ciudades libres, como Astígi, Singili, Ostippo;
tres aliadas, como Málaga y Epora; ciento y veinte esti-
pendiarías, y un número desconocido de pueblos más pe-
queños.
La reconstrucción de la geografía antigua de las provincias espa-
ñolas es objeto de un estudio particular, que con sus detalles fácil-
mente puede llenar un libro. En las introducciones á los diferentes
capítulos del Corpus inscr. Lat., vol. II, el Sr. Hüb n er ha tratado
muchas cuestiones de esta clase; los Sres. Guerra, Góngora, y
otros, han contribuido eficazmente á resolver problemas semejantes.
Con la ayuda de estos materiales el Sr. Detefsen, editor de Plinio
(§ 20), ha ensayado el restituir el texto de Plinio, como fundamento
indispensable de las cuestiones geográficas, en lo relativo á la Cite-
rior, la Lusitania, y la Ulterior, en el periódico científico alemán, el
Philologus, de Gottingen, vol. XXX (1870) p. 265 y ss., vol. XXXII
(1873) p. 600 y ss., y vol. XXXIV (1877) p. 111 y ss.
§ 124. La organización interior de las colonias y de los La administra-
municipios, imagen fiel de la de la misma capital de Ro- ¿^/oV^eeMos
ma, y desde el comienzo de la república, sujetas á las leyes
fijas, pero al mismo tiempo muy varias, del derecho
público y privado de los Romanos, se compone de una infi-
nidad de detalles, los cuales, en gran parte, nos fueron
revelados por primera vez por las leyes municipales encon-
tradas en España, que son las de Osuna, Málaga, Salpensa
y Vipasca. Estaban, por lo general, al frente de las pobla-
ciones más importantes, los duumviros, elegidos, como j I í-/WvW\
los cónsules en Roma, por los ciudadanos. Tenían á su lado,
para el desempeño de ciertas funciones, los ediles y cues-
tores, formando así un colegio de quatuorviros. A los cinco
años otros dos magistrados, llamados por ello quhi^ennfc
les, obtenían las funciones de los censores de Roma, con
la obligación de inscribir en un registro el pormenor de las
varias clases de moradores de la localidad, ciudadanos, y
no ciudadanos sino puramente avecindados, hombres libres
180 LAS INSCRIPCIONES
y esclavos, mujeres y huérfanos, sus oficios, sus derechos,
su obligación de servir en la milicia, y los impuestos que
debían pagar. Había además algunos magistrados extraor-
dinarios; los ^prefectos, que sustituían, en ciertos casos,
á los duumviros, un curador, nombrado por el emperador
para atender la cuestión de hacienda, y otros. No faltaban
tampoco sacerdotes municipales, como los pontífices , augu-
res, y ¡lamines, lo mismo que en Eoma, y oficiales depen-
dientes de éstos y de los demás magistrados. Al lado de los
líltimos estaba el ordo de los decuriones , semejante al sena-
do romano, y compuesto, como éste, de los antiguos magis-
trados, con análogas distinciones de grados y competencia.
Últimamente, entre los decuriones y el populus , había como
en Roma entre los senadores y la plebs el ordo equester de
los caballeros, en los municipios el ordo de los Augustales,
especie de corporación destinada al culto particular de los
emperadores, compuesto de personas de grado inferior,
oriundas de esclavos ó de libertos, pero á veces muy ricas.
Sólo las ciudades libres y aliadas conservaban, con cier-
tas restricciones, y estando siempre sujetas á la adminis-
tración provincial, sus antiguas leyes orgánicas y sus dere-
chos particulares.
También las poblaciones pequeñas, de que hubo varias
clases, tuvieron ciertas leyes, que determinaban su orga-
nización, habiendo sido muy modernamente descubierta
la de un pueblo de mineros, del sur de Portugal, de un
metallum, en la preciosa lex metalli Vipascensis , encon-
trada en Aljustrel, y conservada en Lisboa.
Sobre todos estos hechos casi nada enseñan los autores
antiguos, siendo sólo las inscripciones hispanas las que nos
han conservado noticias más ó menos completas, las cua-
les, unidas á las conocidas por las de otras partes del
imperio, dan una idea bastante clara de estaparte impor-
tante de la cultura romana en las provincias.
LAS INSCRIPCIONES SEPULCRALES 181
La organización municipal romana ofrece aún muy variados pro-
blemas para disquisiciones arqueológicas y epigráficas. Los datos
más importantes relativos á las diferentes clases de ciudades están
registradas en el Corpus inscr. Lat., vol. II, en los prefacios á los
diversos capítulos geográficos, comprendiendo el Index todos estos
datos bajo títulos generales. Véase, además, lo expuesto sóbrelas
leyes municipales de Málaga y Salpensa, en el C. I. L. II p. 253 y ss.,
sobre la ley de Osuna en la Ephem. epigr., vol. II p. 105 y ss. y
vol. III p. 87 y ss., y sobre la ley de Vipasca, en la misma Ephem.
epigr., vol. III, p. 165 y ss.
§ 125. Las inscripciones sepulcrales suelen, en suma- Las inscrtpcio-
, ^ Mi • n i i • i • i nes sepulcrales
yor parte, dar solo algunos miormes sobre la vida privada
de la gente más oscura de las diferentes clases de pobla-
ciones de la península, ya sean indígenas, forasteros ave-
cindados, ó moradores del campo, de sus mujeres y de .sus
hijos. Sin embargo, algunas veces las dichas inscripciones
contienen escasos datos de mayor interés, no presentando,
por lo general, sobre todo en los primeros siglos de nuestra
Era ,más que los nombres de los difuntos, su edad, algunas
breves indicaciones sobre los sepulcros mismos, y varias
fórmulas generales, como Me situs est, y otras análogas.
Entre las inscripciones sepulcrales del siglo segundo en
adelante, y mayormente en las del tercero, que son las más
frecuentes en España, como en todas partes, hay no pocas,
especialmente en la península, que forman una excepción
muy estimable de la regla general que se deja sentada. En
efecto, en estos epígrafes españoles con mucha más fre-
cuencia que en Italia y que en todas las demás provincias
del imperio romano, según lo que hasta ahora se sabe,
se suele indicar la patria de los difuntos, conteniendo la
mayor parte de ellos el nombre del lugar mismo, en el cual
se erigió el monumento, designado como la patria del allí
sepultado. Entre las inscripciones hasta ahora publicadas,
en el Corpus y en la Ephemeris, se cuentan cerca de ochenta,
182 LAS INSCRIPCIONES
que confirman lo que se acaba de manifestar, indicando de
esta suerte los nombres antiguos de las poblaciones en que
fueron puestas. No disminuye el valor de estos informes el
que, con una frecuencia aun mayor, en otros epígrafes
sepulcrales se designen las patrias de los difuntos, como
siendo otras poblaciones distintas de aquellas, en que mu-
rieron por casualidad ó porque allí habían fijado su domi-
cilio. Sobre todo en las capitales de las provincias son
frecuentes estas indicaciones, que ponen de manifiesto,
que el muerto procedía de otro pueblo diverso; como se
observa por ejemplo en Mérida (C. I. L. II 500-523), en
Capera (II 818-828), en Censar abriga (II 899-901), en Sevi-
lla (II 1200-1202), en Estepa (II 1443-1448), en Córdoba
(II 2249-2253) en Cabeza del Griego (II 3123-3125), y en
Tarragona (II 4319-4326).
También son una particularidad de los epígrafes espa-
ñoles las indicaciones, por cierto frecuentes, de las anti-
guas gentilidades ibéricas de los individuos en las lápidas
mencionadas, de lo que ya antes hemos hablado (§ 89), y
cuyo catálogo se encuentra en el Index del Corpus inscr.
Lat. (vol. II p. 756). Cerca de cuarenta nombres étnicos de
esta clase se han conservado por las inscripciones de cier-
tas regiones de la península, sobre todo del noroeste de
ella. Pero de ninguna de estas gentes se puede señalar, con
probabilidad de acierto, el lugar donde originariamente
habitaba.
inscríptiones § 126< Bajo el nombre general, aunque no muy exacto,
inttrumenti pero ya adoptado casi por todos los doctos epigrafistas, de
domestici ... . . . . •■
o aéame, sellos inscripciones instrumento domestici, que suelen encontrarse
de fábrica coleccionadas al final de los volúmenes del Corpas inscr ip-
tionum Latinarum, se comprende una serie extensa é intere-
sante de epígrafes. Son casi siempre muy breves, porque
se componen, con pocas excepciones, sólo de algunos nom-
bres personales, que aparecen impresos por medio de estam-
SELLOS DE FÁBRICA 183
pillas en diferentes objetos del comercio ó del uso domés-
tico. Cuéntanse entre éstos los lingotes de metal proce-
dente de las minas romanas, especialmente los galápagos de
plomo, como los que se han encontrado cerca de Cazlona,
de Cartagena y de Granada (C. I. L. II 3280a 3439 4964 i ),
También aparecen estampados en los tubos de plomo,
pertenecientes á los acueductos (C. I. L. II 2992 3005); y
en otros diferentes objetos de oro, plata, bronce
y plomo (II 4966 1-10), entre ellos en obras del arte anti-
guo importantes, como en el disco de plata con el nombre
y la figura del emperador Teodosio el grande, encontrado
en Mérida (C. I. L. II 483). Forman igualmente parte de
esta serie los sellos ó estampillas de bronce, de origen,
en gran parte, no española, sino italiana (4975 i-76), los
anillos (4976 i-4i); las pesas romanas hechas de metal ó
de piedra, de las cuales algunas provienen de varios pun-
tos de España (4962 i-6); las diferentes téseras gladiatorias
y de espectáculos, de bronce ó de hueso, que se usaron en
lo antiguo, sin que se pueda dar razón de sus respecti-
vas aplicaciones (4963 1-10), de las que hasta ahora se han
encontrado pocas en España; pero hay una entre ellas,
la de Niebla (4963 i), que tiene grande importancia his-
tórica.
Una sola glande de plomo, como las que se. usaron por
los famosos honderos de las Baleares, conserva la memoria
de la célebre batalla de Munda; porque tiene inscritos los
nombres de Gneo Pompeyo Magno, el hijo, vencido en ella
por César (4965 i).
Muy numerosa es la serie de inscripciones impresas, la
mayor parte, en objetos de barro cocido, como en tejas
y ladrillos, que provienen de los legionarios, de que poco
há se ha hablado, ó de las fábricas particulares, cuyo uso
duró hasta la época cristiana (4967 1-40). Una de estas
tejas, del tiempo de la república, lleva el nombre de un
13
184 LAS INSCRIPCIONES
gobernador y de un legado de la Bética (4967 i). Hay,
además, algunos atanores de barro, sellados (4967 4i i ■> ;
y sobre todo gran número y variedad de vasos, ánforas,
vasijas, lámparas, platos, platillos y otros objetos de alfa-
rería, llamados vulgar, pero equivocadamente, de barro
saguntino. Los sellos de las grandes ánforas, destinadas
para el aceite y el vino, conteniendo los nombres de los
fabricantes ó negociantes y sus patrias (4968 í-se), propor-
cionan datos importantes sobre el comercio y la exporta-
ción de estas mercancías españolas y galas á la Italia;
porque muchas de estas mismas marcas se han encon-
trado en los innumerables tiestos del monte testaccio de
Roma.
Las lámparas llevan, en gran parte, la indicación de
fabricantes ya conocidos por los numerosos ejemplares
de esta clase de monumentos encontrados en Italia y en
las demás provincias del imperio (4969 1-63); sin embargo,
algunas de aquéllas pueden ser muy bien de origen
español.
De los vasos saguntinos , celebrados por Plinio (XXX
§ 160), y los poetas Juvenal (V 29) y Marcial (IV 46, 15
VIII 6, 2 XIV 108, 2), todavía no se ha podido dar con
un ejemplar ele fábrica y procedencia cierta. Pero abun-
dan cascos de cacharros de arcilla roja, fina, bien labrada
y adornada, sobre todo en Tarragona y otros puntos de
la costa oriental y meridional, y también en el interior
de la península, y en Portugal. Imitan evidentemente la
fábrica de los bien conocidos barros arretinos, de Arezzo
en Toscana, y parecen fabricados, la mayor parte, en la
misma Tarragona y sus cercanías (4970 1-569 ; 4971 1-10).
El estudio de estos pequeños monumentos, de lectura á
veces difícil, y cuyo número enorme hace muy incómodo
el trabajo de reunirlos con alguna constancia, si se com-
bina con el de los monumentos de la misma clase, encon-
SBLtiÓS DE FÁBHICA Í86
trados en Italia y en las otras provincias, promete resul-
tados importantes para la historia de la industria y del
comercio de la edad imperatoria.
Las tejas y los barros cocidos conservan, además, los
únicos ejemplos, hasta ahora encontrados en España, de
la escritura vulgar cursiva, tan frecuente en las paredes
de Pompeya y de otras poblaciones romanas. Los alfareros
no dejaron de trazar con algún punzón sus nombres, ó
bien ciertas señales y marcas, ó algún verso de Virgilio,
como el principio de la Eneida (4963 s), sobre los objetos
de su trabajo (4974 1-55), cuando aun estaban frescos.
La mayor parte de los monumentos de estas diferentes clases,
coleccionados en el Corpus inscript. Lat., vol. II, ha sido reunida y
copiada sólo por el autor, siendo muy pocos los trabajos preparati-
vos, tan necesarios para todo colector, como el manuscrito de los
barros tarraconenses del insigne canónigo de Tarragona D. Carlos
González de Posada, que se han podido aprovechar para este
objeto. Sobre los barros de procedencia española encontrados en
Roma, hay una Memoria importante del Sr. Dr. Enrique Dressel,
segundo jefe del gabinete numismático de los reales Museos de Ber-
lín, ricerche sul monte testaccio, en los Annali dell' Instituto di
corrispondenza archeologica, Vol. L, 1878, p. 117 y ss. Un resumen
de esta Memoria se lee en el Boletín histórico de Madrid, vol. II.
1881, p. 55.
Sobre el disco emeritense véase la docta disertación del céle-
bre numismático D. Antonio Delgado, el gran disco de Teodosio,
Madrid, 1849, 4.
IV
LAS MONEDAS
§ 127. Conocida es la gran importancia, que como
monumentos históricos, tienen bajo todos aspectos, las
monedas antiguas, testigos inmediatos y fidedignos, si
bien se comprenden, de la vida política y social de las
poblaciones de la antigüedad. La numismática española
ha tenido la suerte de encontrar, después de algunas ten-
tativas bien deficientes de varios escritores anteriores, en
el esclarecido Florez un fundadora ilustrador de primer
orden. Bastará para justificar su mérito transcribir algunos
de los párrafos, que el no menos distinguido José Eckhel,
el gran numismático de Viena, conocido como la primera
autoridad, hasta hoy, en materia numismática, pronunció
sobre la obra del P. Florez, en su Doctrina numorum vete-
rum (vol. I, Viena 1792, p. 9): «omnium superior um laudes,
qui in hoc argumento versan sunt, longe superávit Henricus
Florez Hispanus;... numos in opus suum non recepit, nisi quos
vidit ipse aut a viris fide dignis editos reperit...; commentarios
prcecedunt prolegomena ampia, varia, ac multiplici doctrina
referta, tanquam faces doctrinam, quce sequitur, illustrantes.
In ipsis commentariis nihil est, quod amplius desideras, sive
LQ8 LAS MOKBDAS
doctrmam, sive adcurationem, si re i» ewpUcando sagavitu-
tcin, sirc etiaii/, qiuv uiu.vinm latís est, iiiodestiam spectes...
Sane quoties prieclarum istud opus pervolveram, toties apud
aniwum co?pi precaví, fa/i ingenio ac doctrina regiotiibus sin-
gulis, quce opibus nuniismaticis abundant, obtingeret monetai
/xitr/a' prd'co, quod nnunt foret ac certissimum remedium
s(nxi)i(/i Morbos omites, qui artem niimismaticam vexant».
Florez y Eckhel. con suma prudencia, se contentaron con
catalogar las monedas con inscripción latina, y, por ello,
de atribución segura en su mayor parte. Dejaron á un
lado la casi infinita multitud de las celtibéricas, y tampoco
se ocuparon de las no tan numerosas, provenientes de las
colonias fenicias y griegas. Las de origen griego están en
relación estrecha con las celtibéricas , acuñadas más tarde
en las mismas poblaciones, con idénticos, ó muy semejan-
tes tipos, aunque presenten también algunas diferencias
particulares; de suerte que su explicación no se puede sepa-
rar de la de aquellas.
Las fenicias pertenecen á un sistema monetario bas-
tante extendido, é independiente de los diferentes paí-
ses, en que las colonias fenicias fueron establecidas. De
modo que la explicación y la apreciación histórica de estas
monedas hispano-fenicias, encontradas en España, forman
parte de la numismática y arqueología fenicias, tratadas
hábil, aunque todavía no definitivamente, por eruditos
insignes, como Gesenius, Movers, y sus discípulos.
Pero por la razón que hemos expuesto, cuando tuvimos
que tratar de las inscripciones celtibéricas (§ 56). las
monedas propiamente así llamadas, permanecían siendo
todavía el talón de Aquiles de la antigua numismática
española. Nunca han faltado esfuerzos serios, de parte de
nacionales y extranjeros, para solucionar el enigma de sus
huís de setecientos epígrafes diversos. Después del libro
totalmente errado de D. Luis Josef Velázquez, y algu-
LOS ALFABETOS IBÉRICOS 181
ñas tentativas aisladas de otros autores, que no hay para
qué nombrar aquí, sólo en nuestro siglo se han echado los
sólidos fundamentos de los estudios , que han de conducir á
la inteligencia de los alfabetos ibéricos. No son debidos,
en primer lugar, á las obras de entusiastas aficionados,
como lo fueron el Sr. Daniel de Lorichs, y el Sr. Bou-
dard; ni á los ensayos brillantes, aunque incompletos, del
Sr. de Saulcy. El verdadero autor del nuevo método que
debía adoptarse en este ramo de la numismática, es el escla-
recido académico D. Antonio Delgado, cuya grande obra,
fruto de una vida entera dedicada al estudio de las mone-
das autónomas de España, siempre quedará siendo un mo-
numento glorioso, no sólo para el autor, sino para su patria.
De los descubrimientos, que logró realizar el Sr. Del-
gado, se aprovechó, con bastante descaro, el ingeniero
francés Sr. Aloyss Heiss, cuando publicó un ensayo sobre
el alfabeto celtíbero, y después una obra sobre las monedas
antiguas de España. Después de la muerte de Delgado, un
discípulo suyo, D. Jacobo Zobel de Zangróniz, ya ventajo-
samente conocido de los numismáticos españoles y extran-
jeros por varios trabajos muy acertados sobre las monedas
líbicas y fenicias de España, resumiendo y aumentando
la obra de su maestro, publicó un nuevo estudio sobre las
monedas antiguas de España, que se puede considerar como
edificio sólido, erigido sobre los fundamentos construí-
dos por los trabajos de sus antecesores. Lástima es que el
autor , viviendo al presente lejos de España, desde hace al-
gunos años no haya seguido en sus estudios numismáticos,
comenzados con tanta brillantez. El único representante
actual de estudios serios en este ramo de las ciencias, ade-
más de muchos colectores y aficionados, es el académico
Sr. D. Celestino Puj ol y Camps, cuyos trabajos han aumen-
tado notablemente el material de monedas autónomas, y
añadido algunas nuevas explicaciones muy acertadas,
190 LAS MONEDAS
Hé aquí las obras generales más importantes que deban consul-
tarse sobre la numismática española; de las relativas á las diferentes
clases de monedas se dará cuenta en su respectivo lugar. Una rela-
ción circunstanciada sobre las vicisitudes del estudio de la numis-
mática antigua española, desde su origen hasta su actual estado, es
debida al Sr. Delgado (Nuevo método, vol. I, p. IX y ss.).
Agustín Don Antonio Agustín, el insigne prelado del siglo xvi (§60),
en sus «diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades»,
publicados después de la muerte de su autor, acaecida en 1586, ex
bibliotheca Ant. Augustini archiep. Tarracon. (Tarragona 1587,
pp. 470 y 26 láminas, 8.), y más tarde, vertidos al latín por el jesuíta
Andrés Scoto (Schottus), y al italiano por Octaviano S a d a , y varias
veces reimpresos, cita cuatro ó cinco epígrafes de monedas celtibéri-
cas, y alguna fenicia, sin darles una explicación definitiva.
En 1618, el Marqués delaAula escribió un breve discurso sobre
cierto vaso de plata, con inscripción ibérica, que se halló conteniendo
unas seiscientas ó setecientas monedas romanas ó ibéricas. Quedó
por mucho tiempo manuscrito este discurso, hasta que lo publicó
Delgado en su Nuevo método (vol. I, p. 149 y ss.). Omito otras
obras, en las cuales se hace mención de las monedas ibéricas, por no
ser de mucha importancia, como la de D. Vicente Lastanosa,
de Guseme, del Conde de Lumiares, del Marqués de Algorfa,
y otros. De ellas hay un catálogo, casi completo, en el citado libro
del Sr. Delgado.
Velázquez Don Luis Josef Velázquez, Marqués de Valdeflores, en su
«Ensayo sobre los alfabetos de las letras desconocidas, que se en-
cuentran en las más antiguas medallas y monumentos de España»
(Madrid 1752, 4.), aunque acertó á fijar el valor de algunas letras, no
ha producido nada de duradero respecto á sus explicaciones. Pero las
ideas que lo movieron á emprender esta tarea, como sus demás pro-
yectos literarios, no carecen de grandeza; sólo le faltaba, y entonces
lo mismo á casi todos, el verdadero método de disquisición científica.
Flérez Sigue inmediatamente la muy conocida obra del P. Florez,
«Medallas de las colonias, municipios y pueblos antiguos de España»
(vol. I y II, Madrid 1757 y 1758, 4., con muchas láminas); cuyo ter-
cer volumen fué publicado quince años después en 1773, por el autor
octogenario y poco antes de su muerte; por lo que sin duda no está á
la altura de los otros dos, conteniendo muchas monedas forjadas ó
alteradas, délas que ha dado un catálogo útilísimo el Sr. Delgado,
en su Nuevo método (vol. I, p. XXI-LII).
LA LITERATURA NUMISMÁTICA
191
ftustamante
El insigne orientalista D. Francisco Pérez Bayer, con susestu- Bayer
dios sobre las monedas fenicias, publicados en sus obras de numis
Hebrcco-Samaritanis (Valencia 1781, 4.), y numorum Hébreeo-Sama-
rifanorum vindicice (Valencia 1790, 4.), y con su tratado «Del alfa-
beto y lengua de los Fenicios», insertado en el Salustio español del
infante D. Gabriel (Madrid 1772, 4.), hubiera podido sin duda hacer
adelantar mucho también este ramo de la numismática, si no se
hubiera contentado únicamente con la explicación de las monedas
hebreo-samaritanas.
Lo mismo pudiera decirse de su viaje arqueológico, que sólo
existe manuscrito, y donde ocasionalmente habla de algunas mo-
nedas ibéricas.
Las ideas que sobre el alfabeto ibérico había concebido D. Gui-
llermo López Bustamante, y que, por mediación del Dr . D. Dámaso
Puertas, vinieron á noticia del conocido numismático italiano
Domenico Sestini, quien se aprovechó á veces de ellas en su
Descrizione del museo Hedervariano (Firenze 1818 , 4.) , tienen ,
según lo expuesto por el Sr. Delgado, mucha afinidad con las de
Velázquez.
Algo difieren de ellas las propuestas, en 1837, por el numismático
alemán Carlos Luis Grotefend, y las del francés Sr. de Saulcy,
siguiendo las del Sr. Lenormant, en su essay de classification des
monnaies aidonomes de VEspagne (Metz 1840, X y 219 pp., 6 láminas
y un mapa).
La obra del Sr. Gustavo Daniel de Lorichs, ministro que fué
de Suecia en Madrid, recherches numismatiques concernant princi-
palement les médailles celtibériennes (París 1852, 4., con muchas
láminas), tiene sólo mérito á causa de las láminas esmeradamente
dibujadas. El texto es un gran disparate; el autor se figura que las
leyendas ibéricas se componen de letras latinas, desfiguradas, y
que indican nombres de zecas, con abreviaciones extrañas ó impo-
sibles.
A estos ensayos preliminares, y algunas más noticias sueltas, Delgado
dadas por varios autores nacionales y extranjeros, de menor impor-
tancia, que se pueden ver registrados en la obra de Delgado, siguen
los trabajos de este mismo autor. Y son, su catálogo de las medallas
del Sr. de Lorichs (Madrid 1857, 8.), algunas observaciones sobre
diferentes monedas en la Revue numismatique de 1853, y por último,
su grande obra monumental, de la cual el autor, después de haberse
retirado á Bollullos, su país natal, llegó á ver antes de morir casi
Grotefend
De Saulcy
Lorichs
raa
LAS MONEDAS
Heiss
llimiln ,-<!
Zobel
impreso i;l tercer voluiin-n. La publicación de este importante ribro
fué hecha á expensas del Círculo numismático de Sevilla, llevando
por título: «Nuevo método de clasificación de las medallas autóno-
mas de España, por D. Antonio Delgado, de la Academia déla
Historia» (tomo I, Sevilla 1871, CLXXXYI1 y 160 pp., tomo II, 1873,
395 pp.; tomo III, 1879, 486 pp., y CXCV láminas de monedas, dife-
rentes mapas, y cuadros de alfabetos). Uno de los grandes méritos de
la obra es que el autor ha reunido en un extenso tratado particular
todas las falsificaciones de monedas españolas, que hasta hoy han
oscurecido la ciencia numismática.
La obra del Sr. Aloyss Heiss, déscription genérale des mon-
naies antiques de VEspagne (2 vol., París 1870 y 1871, 4., con 68 lá-
minas), no es más que una reproducción de las ideas del Sr. Delgado,
pero también ha contribuido algo á la solución de tan difícil problema.
Los trabajos del Sr. Boudard, aficionado á los estudios ibéri-
cos, que vivió en Béziers de Francia, la antigua Bceterrce de la Galia
narbonense, no carecen de cierto mérito. Son los siguientes: Etudes
sur Valphabet ibérien et sur quelques monnaies autonomes d'Es-
pagne (París y Béziers 1852, 8.), y Essay sur la numismatique ibé-
rienne, precede de recherches sur Valphabet de la langue des Ibéres
(París 1859, 4., con XL láminas). Para fijar el valor de las letras
ibéricas, el autor se sirvió de un método sencillo, sí, pero sumamente
perverso. Cree, como Lorichs, que las letras ibéricas son transforma-
ciones de las latinas, y busca en las leyendas de monedas latinas
acuñadas en España sus formas primitivas. En las de Acinipo, por
ejemplo, la C y la P tienen á veces las formas <C y F; prueba, para el
Sr. Boudard, que estas formas equivalen á las c y p ibéricas. Una
grande obra en cuatro volúmenes, en la cual el Sr. Boudard se
había propuesto exponer exacta y definitivamente sus teorías gra-
maticales sobre el idioma ibérico, no ha llegado á ver la luz pública.
El verdadero progreso de la ciencia, aun después de la obra de
Delgado, fué hecho por la obra del Sr. D. Jacobo Zobel y Zangró-
niz, dedicada «al insigne maestro en numismática D. A. Delgado
por su discípulo y amigo», y publicada, en los tomos IV y V, del
«Memorial numismático español», bajo el título de «Estudio histórico
de la moneda antigua española» (208 y 307 pp., con once láminas de
monedas y dos mapas y muchas tablas de alfabetos y leyendas,
Madrid 1878 y 1880, 8.). La obra de Delgado da una enumeración
completa de todas las monedas antiguas de España, fenicias, ibéri-
cas y latinas, en el orden alfabético de las poblaciones, formando así
!.A UTKKATCKA M'MISMÁTICA 198
un lexicón monetario ; pero Zobel ha sido el primero que ha dado
una gramática numismática, resultado de investigaciones pacientes,
hechas en casi todos los museos de Europa, y en presencia de todas
las noticias conocidas en punto á los hallazgos. Así ha llegado á
hacer una distribución geográfica de las monedas ibéricas, sirvién-
dose de los resultados obtenidos por Delgado, pero aumentándolos
y corrigiéndolos en muchos respetos. La seguridad y el aciei-to
extraordinario, que reinan en este trabajo, con mucha razón han
sido premiados, en 1881, por el Instituto de Francia, con el gran
premio numismático. Un breve, pero completo, resumen de la obra,
en alemán, ha sido publicado en las Actas de la R. Academia de
Ciencias de Berlín, del año 1881 (p. 806-832); una noticia de su conte-
nido la ha dado el Sr. Hübner en la Deutsche Litteraturzeitung ,
de 1881, p. 930-932. La suma dificultad de la explicación de los alfa-
betos es causa, que aun queden en duda algunas pocas atribuciones;
pero en lo esencial se puede seguir el sistema de Zobel con toda
confianza. Los trabajos anteriores del mismo, sobre algunas clases
especiales de monedas antiguas españolas, que merecen la misma
atención, serán citados más abajo en sus respectivos lugares.
El Dr. Ber langa, en su Hispanhv anteromance syntagma (Má- Berlanga
laga 1880, 8.), ha dado una reseña docta de los trabajos de Zobel.
como lo ha hecho respecto á los epígrafes ibéricos (§ 55); añadiendo
también de la obra de Mommsen, Jiistoire de la monnaie romaine,
traduction Blacas (vol. III, París 1878), todo lo que se refiere á la
acuñación de monedas romanas de España (p. 146 y ss.), y aprove-
chándose, como era natural, de la obra de Delgado.
Últimamente han de mencionarse, con mucho aprecio, los opús-
culos numismáticos del Sr. D. Celestino Pujol y Camps, publicados
en el «Memorial numismático español» de los Sres. D. Alvaro Cam-
paner y D. Arturo Pedrals y Moliné (4 vol., Barcelona y Madrid
1868-1873, 8.), en la «Revista de ciencias históricas» del Sr. D. Salva-
dor Sampere y Miquel (vol. I, Barcelona 1880, p. 545 y ss., vol. IV.
1881, p. 142 y ss.), y en el «Boletín de la R. Academia de la Historia»
(toL III, 1883, p. 67 y ss., vol. IV, 1884, p. 159 y ss. y p. 320 y ss.,
vol. V, 1884, p. 22, 346 y ss., vol. VI, 1885, p. 336 y ss., vol VII, 1885,
p. 30 y ss.). El autor concienzudo y sagaz ha añadido á las series de
Delgado y Zobel algunas nuevas monedas, como las de Lidia, y rec-
tificado la interpretación de las atribuidas á Dianium y Baitido, y
sobre todo la de las monedas de Segisa, por Zobel atribuidas á Car-
tagena, erróneamente, según parece.
194 l.AS MOÑUDAS
La «Bibliografía numismática española», de D. Juan de Dios de
la liada y Delgado, obra premiada en el concurso de 1886 por la
biblioteca nacional (Madrid 188G, 8.), ofrece un índice completo de
las obras relativas á toda clase de monedas acuñadas en España.
m< nedas § 128. Las monedas más antiguas acuñadas en la
de Ampurias , -i • A , . ¿ i i r> i
y itosas península son griegas. Al sistema monetal foceo pertene-
cen, como las de Masalia, ciudad fundada, según el testi-
monio do Timeo, ciento y veinte años antes de la batalla
de Salamis, las monedas de plata, de varios pesos y tama-
ños, de las dos colonias foceas de España, Emporio?, hoy
Ampurias, y Ehode, hoy Rosas, ya antes colonizada por los
Rodios. Estas son las dos solas ciudades griegas en la
península, de origen cierto y averiguado, además de las
pequeñas fundaciones de Masalia, Artemision, ó sea Dia-
nium, Hemeroscopion\ y Alonai. Porque la Cállipolis, que
algunos dicen haber estado en el sitio de Barcino, no es
más quizá que un nombre griego dado á la ciudad her-
mosa. Existen moneditas de plata, con los tipos de una
cabeza de guerrero, ó de algunos animales, como carnero,
toro, ó león, que circulaban con las de Marsella indistinta-
mente, con el epígrafe comunmente retrógrado, de EMII,
KM, y E, abreviaciones de 'EfMropÍTwv; y otras anepígrafos
con los mismos tipos, de bastante antigüedad, esto es,
que deben atribuirse al siglo iv a. de J.-C. próximamente.
Siguen á éstas varias algo menos antiguas, con la cabeza de
Minerva, ó con alguna otra de mujer, y el epígrafe á la dere-
cha EMÍI, ó á veces más breve, que se atribuyen con pro-
babilidad al siglo ni a. de J.-C. Existen además pequeñas
monedas de plata, imitaciones de las de Masalia, con los
tipos y epígrafes de Masalia é Ilerda unidos; y una también,
hasta hoy única, con los tipos de Masalia y Sagunto, indi-
cando unas alianzas, muy naturales, entre Masalia y las
dos poblaciones españolas. Por la misma época empiezan
las dos colonias foceas á acuñar especies mayores en pía-
MONEDAS DE AMPURIAS Y ROSAS 195
ta, con cabeza de ninfa, y los epígrafes EMÜOPITííN y
POAHTQN; las de Emporise, con el anverso de caballo
alado, las de Rhode, con la rosa abierta. Siguen estas mo-
nedas el sistema púnico-sículo, que es, para oro y plata, el
mismo ático , introducido por los Cartagineses en la Sici-
lia, y después llevado también, para la plata, á la Italia
meridional. La introducción de este sistema puede fijarse
en los años 280 á 240 a. de J.-C, ó séase en la época de la
venida del rey Pirro á Italia y Sicilia. Poco después, las
monedas de Rhode cesan enteramente; en las de Emporise,
en lugar del pegaso se introduce un caballo alado, cuya
cabeza está formada por un pequeño Amor sentado, que
es el tipo del Chrysaor. A consecuencia de la ocupación
cartaginesa, se comprende que muchos pueblos de España
buscasen la alianza de las ciudades griegas, entonces some-
tidas á los conquistadores, pudiéndose conjeturar que aqué-
llos pagasen los tributos, que los Cartagineses les imponían,
valiéndose de las monedas que por entonces se acuñaban
en Emporise y en B-hode. Así es que en las emporitanas
del último período, en lugar del epígrafe griego, aparecen
más de cuarenta, que no pueden ser, como se ha creído,
deterioraciones casuales de la leyenda griega. Son nom-
bres, escritos en un alfabeto particular, y en letras de un
tamaño microscópico, de poblaciones indígenas, que, como
Sagunto ó Ilerda con Masalia, habían entrado en alianza
con Emporise. En las monedas de plata, ó sóanse las drac-
mas, se conocen ya más de cuarenta leyendas, algunas de
ellas sólo abreviaciones; en las de cobre, seis ó siete. Tam-
bién de B-hode parece que hubo algunos pocos tipos con
leyenda ibérica de pueblos aliados.
Zob el, estudio histórico, vol. I, p. 24 y ss., vol. II., p.. 212;
C. Pujol y Camps, Empurias, catálogo de sus monedas é imita-
ciones, Memorial numismático, vol. III, 1872-73, p. 1 y ss., con una
196 I. AS MONKDAS
lámina; D. Joaquín Botet y Sisó, notiqia histórica de la antigua
ciudad de Emporióu, premiada en 1875, Madrid 1879 (147 pp.), 8.,
con seis láminas de monedas.
Monedas § 129. En la misma época, como consecuencia natu-
Ebusiis " ral ^e ^as conquistas cartaginesas, fueron acunadas mone-
das, de sistema igual, en los dos más antiguos emporios
coloniales de los Fenicios, Cádiz é Ibiza. Las monedas de
plata de Gades tienen en el anverso la cabeza del Hércules
tirio, cubierta con la piel del león, y en el reverso un atún,
con la leyenda fenicia, variada sí, pero siempre conte-
niendo el nombre de Agadir. Las de Ebusus, de plata, care-
cen de epígrafe, y muestran en el anverso un toro
andando, en el reverso un cabiro, puesto en cuclillas, la
cabeza ornada de tres cuernos ó plumas, teniendo en
la mano derecha un martillo, arrollándosele en el brazo
izquierdo una serpiente; imagen, sin duda, del dios Baal.
Las monedas de bronce, con los mismos tipos, llevan la
leyenda fenicia de Aibusos. Y es curioso en extremo el que
estas monedas casi no se encuentren en la misma Ibiza, ni
en Mallorca, sino más bien en Menorca; de modo que su
circulación parece haber estado muy extendida. Este sis-
tema de acuñación púnico-siculo representa, en efecto, un
conjunto de monedas de oro y plata que fué común á las
ciudades de Cartílago de África, Emporio!, Bhode, Ebusus y
Gades.
En la serie emporitana hubo también dracmas forra-
das, esto es, con alma de cobre y forro de plata; moneda
que se puede considerar como fiduciaria, ó emisión de cré-
dito provocada por la guerra anibálica.
Se conocen también monedas de cobre, del mismo
sistema, acuñadas en estas cuatro ciudades españolas.
Zobel, estudio, vol. I, p. 61; vol. II, p. 175 y ss.; Adolfo de
Castro, historia de Cádiz, edición 2.a. 2 vol., Cádiz, 1860, 8.
OTRAS MONEDAS PÚNICO-HISPANAS 197
§ 130. No se puede precisar con certidumbre, en cuá- otras monedas
les de las ciudades púnicas de la península el sistema n<w
monetal de los Cartagineses, introducido en ellas sin duda a i j
después de la primera guerra púnica, siguió inmediata-
mente á las monedas más antiguas de este sistema, que
son las de Gades y Ebusus. Las monedas con leyendas
púnicas, que además conocemos, pertenecen ya al sistema
monetal romano. Sólo es cierto, por razones numismáticas
y paleográficas, que las monedas de Málaga son las más
recientes de la serie completa. Pertenecen á ésta las de
Ituci, ciudad hasta hoy desconocida, que deberá colocarse
cerca de la desembocadura del Betis, en su orilla derecha;
las de Olontigi, también de concordancia incierta; Delgado
la pone en Aznalcázar cerca de Sevilla, Zobelen Moguer ó
Gibraleón, con inscripción púnica y latina; las latinas de
Cunbaria, de fijación ignorada; las de Sexi, bilingües, el
Firmum Iulium Sexi de las monedas, con epígrafe latino,
cerca de Almuñécar; las de Abdera, hoy Adra, púnicas y
latinas; las raras púnicas de Alba, Abla; las frecuentes de
Málaga, y además algunas, cuyos nombres todavía no se
han averiguado, y que tal vez pertenecen al África septen-
trional, porque la interpretación de las leyendas fenicias
ofrece muchas dificultades. Parece muy natural, que estas
poblaciones hayan sido , conforme con el conocido sistema
de la colonización fenicia, todas marítimas, y colocadas,
como se sabe de Abdera, Malaca y Gades, en la costa meri-
dional de la península, quizá aun más hacia Occidente
que Cádiz; pero no se tienen noticias suficientes sobre los
lugares en donde aquellas monedas, como las de Ituci
y Olontigi, con más frecuencia se han encontrado. Gades y
Abdera han continuado su acuñación aun bajo el imperio
de Tiberio, testimonio de su importancia. De las demás
poblaciones fenicias no se conocen monedas de la época
imperial.
198 LAS MONEDAS
Las monedas fenicias de España han sido tratadas por muchos
de los sabios que se han ocupado, en general, de la lengua y los
monumentos de los Fenicios; como Gesenius, Movers, Schroe-
der y otros, quienes les han dedicado un estudio detenido, pero
más gramatical y anticuario, que numismático. Después de estos
trabajos, el Dr. Berlanga,ensu Syntagma ya algunas veces citado
(§ 55 y 127), ha dado un resumen de ellos muy útil. Una parte de sus
disquisiciones se publicó en un Apéndice del tomo II de la obra de
Delgado, y un extracto, en francés, se insertó en las Commenta-
tiones Mommsenian<z (Berlín, 1877, p. 271, y ss.). Las monedas atri-
buidas, por Berlanga, á Varna, las considero, con Zo bel, como
pertenecientes á Salada (§ 132). La leyenda hispano-fenicia de las
monedas de Adra (Delgado, vol. I, p. 1 y ss.), se debe al ilustre
Pérez Bayer. En una de las autónomas de esta serie, consola
leyenda fenicia ( n.° 6 de Delgado), se encuentra un resello, com-
puesto de las letras COER, que Delgado ha interpretado muy bien
por coerator (ó cceraveru?it), en lugar de curator. Véase á Z o b e 1 ,
vol. I, p. 61, vol. II, p. 165 y ss.
Monedas § 131. En la costa meridional de la península, entre
turdetanas q¿¿jz y Málaga, existía cierto número de poblaciones anti-
guas, cuyas monedas muestran una semejanza estrecha con
las de las poblaciones del África septentrional. Su sistema
monetal es el romano. Por la colocación geográfica de estas
poblaciones, correspondiente á la antigua región de Tar-
teso, se llaman tartésicas (Berlanga), ó liby-fenicias (Del-
gado),© turdetanas (Zobel). Pero el alfabeto de sus leyendas
tiene muy poca relación con las conocidas de los Berébe-
res, ú otras gentes del Norte de África. La interpretación
de sus letras peregrinas es muy dudosa; y se conoce que la
escritura, siempre retrógrada, se asemeja algo á la de las
monedas ibéricas bilingües de la Bética. Las poblaciones
principales, cuyos nombres aparecen en ellas, Asido, Bailo,
Iptuci, son aún por Ptolemeo atribuidas á los Turdetanos.
Pertenecen á esta serie las monedas de Arsa, de situación
incierta; de Asido, Medina Sidonia, Baelo, Bolonia ó Villa-
vieja, cerca de Tarifa; Iptuci, cerca de Jerez y Prado del
MONEDAS LUSITANAS 199
Rey; Lascuta, cerca ele Alcalá de los G-azules; Oba, Jimena
de la Frontera, Turi Regina, al Norte de Jerez, y Vesci,
cerca de Antequera, todas bilingües; y las latinas de Aci-
nipo, Bwsippo, Lacippo, Cartela; y finalmente, las de
algunas poblaciones más, de situación desconocida, cuyas
monedas llevan sólo leyendas turdetanas. Aun bajo la
dominación romana, pues, se había conservado el idioma
de aquellas gentes.
Zobel, sjyanische Münzen mi bisher unerklarten Aufschrif-
ten, en el Zeitschrift der deutschen morgenlándischen Geséllschaft,
vol. XVII, 1863, con cinco láminas; Estudio, vol. II, p. 169 y ss.
§ 132. En el sur de Portugal, y en su provincia de Monedas
Alemtejo, al oeste del Guadiana y hacia la costa del
Océano, distrito que ha dado á conocer también inscrip- ¿w¿k IH TV
ciones con letras ibéricas (§ 55), se han encontrado mone- llí ^¿¡
das bilingües, igualmente del sistema monetal romano, que J"¿) j(.v J
con mucha probabilidad se atribuyen al bien conocido
municipio romano de Salada, hoy Alcacer do Sal, cuyo
nombre indígena, desconocido, debe contener la leyenda
ibérica de sus monedas. Existen también monedas autóno-
mas latinas de la misma Salada, la urbs imperatoria, de
Ebora, con la leyenda Aipora, y, tal vez, de Pax Julia,
de tipos no muy diferentes. Aquí, pues, también la pobla-
ción indígena conservó el uso de su idioma hasta la época
de la dominación romana. V¡&. jr\fia.2í>[ .
Zobel, en la JRevue numism (dique, nouvelle serie, vol. VIII,
1863, p. 369 y ss., y en el Memorial numismático español, vol. 1, 1868,
p. 25 y ss.; Estudio, vol. II, p. 187. Delgado, Nuevo método,
vol. II, láminas 84 y 8o; Berlanga, Commentat . Momms., p. 276,
Syntagma, p. 355.
§ 133. Cuando los Barquídas, después de la primera Monedas
, , t j -& cartaginesas
guerra púnica, establecieron su dominación en España, de España
14
200 I-AS MONEDAS
haciendo de Cartagena la capital de su nuevo gobierno,
era muy natural que se sirviesen para acuñar las monedas,
que necesitaban, de las riquísimas minas de plata, que allí
cerca eran ya explotadas desde época inmemorial, y que un
siglo más tarde aun rendían casi ocho millones de pesetas
al año. Efectivamente se han encontrado en España, y sólo
en ella, desde hace mucho tiempo, ejemplares aislados, y
desde unos veinticinco años acá, en diferentes hallazgos
de tesoros, ocurridos junto á Almazarrón, muy cerca de Car-
tagena, en 1861, é inmediato á Cheste en la provincia ele
Valencia, en 1864, monedas de plata y cobre, que por su
sistema monetal, sus tipos y algunas letras aisladas feni-
cias (el aleph, el beth, y eljod), pueden considerarse, con
suma probabilidad, como el dinero emitido por los Barquí-
das. Es debido al Sr. Zobel el haber demostrado, el prime-
ro, la sin par importancia histórica de estas monedas, que
son dracmas, y sus múltiplos, del sistema tiro-babilónico.
Sus tipos, en la serie más antigua, consisten en la cabeza de
Ceres , como en las monedas cartaginesas más antiguas
de Sicilia; en la posterior, la de Hércules, el caballo, la pal-
mera, el elefante; luego la proa, y las cabezas de reyes con
sus nombres, diciendo, según parece, urmnd, y refiriéndose
á un rey, Vermina, hijo de Sifax, y, quizá, aliado de los
Barquídas. Difieren tanto de las monedas púnicas acuña-
das en África, que no se puede dudar de la verdad de su
atribución á España, en donde deben haber sido batidas
entre los años 228 al 220 antes de J.-C.
Zobel, über einen bei Cartagena gemachten Fund spanisch-
phSnikischer Silbermünzen, en las Actas de la Academia de Berlín,
1863, p. 253 y ss., con dos láminas; y estudio, vol. I, p. 73 y ss., en
donde defiende su atribución, con razones concluyentes, contra el
Sr. Müller, de Kopenhague, en su Numismatique de Vancienne
Afrique (vol. IV, 1874, p. 61 y ss.).
MONEDAS ROMANAS DE ESPAÑA
201
§ 134. Cuando Publio Escipión, el que después fué
llamado el primer Africano, se apoderó, en 210 antes
de J.-C, de Cartagena, y algunos años más tarde, de
Cádiz, en 206 antes de J.-C, y cuando fueron organiza-
das las dos provincias romanas de España, la Citerior y
la Ulterior (§ 109), circulaba, aparte de las monedas de
Masalia y de las de la Gran Grecia ó de Sicilia, traídas allí
por los negociantes griegos, en la costa oriental catalana
y valenciana, con abundancia, la plata de Emporiae y
Rhode, acuñada según el sistema púnico-sículo, y la de
Ebusus y Gades, como hemos visto (§§ 128-130). En el
resto del litoral y gran parte del interior, desde las bocas
del Ebro hasta las del Tajo, corría el dinero batido por los
Barquídas en España, y alguno de Cartago misma. Los
pueblos del interior, que todavía no batían moneda, se
servían de barritas de plata fundidas, délas que se han
hallado ejemplares en varios tesoros de monedas; como
sucedía aún dos siglos más tarde, en tiempo de Estrabón.
Empezaron ya en esta época á circular también algunas
piezas romanas de la Campania, quadrigatos y victoria-
tos ; y del modelo de estos líltimos, los conquistadores
parece haber instituido su primera acuñación en la nueva
provincia, que es la de Sagunto.
Z o b e 1 , en la obra de Mommsen, traducida por el duque
de Blacas, histoire de la monnaie romaine, vol. II, 1870, p. 104 y ss.;
estudio, vol. I, p. 121 y ss.
Monedas
romanas de
España
§ 135. En tres períodos diversos, desde el tratado
con Sagunto en el año de 226 a. de J.-C. (§ 74) hasta el
año 154 a. de J.-C, se han acuñado en Sagunto victoriatos
y semi- victoriatos de plata, y ases de cobre, con tipos y
símbolos, muy diferentes de los de las demás monedas de
plata ibéricas, dejando conocer el conjunto de esta serie
monetal, y con leyendas ibéricas, conteniendo, según se cree
Monedas
de Sagunto
202 LAS MONEDAS
con mucha probabilidad, un nombre ibérico de la ciudad.
En la misma época, además de Emporicv, sólo Tarraco y Celsa
parecen haber acuñado monedas, pero muy escasas. Sagun-
to i'micamente, bajo la protección poderosa de Roma, ya
entonces emitió una serie extensa de monedas, cuyas leyen-
das más antiguas dicen: itrscsarn, arsegedr, arsgdr, arsag-
soegar. Y es notable que la tradición conservada por Livio
(XXI 7), según la cual los Rutulos de Árdea en el Lacio,
fueron unos de los antiguos colonos de Sagunto, parece
fundarse sobre el nombre indígena Arse, el cual se encuen-
tra también en otras poblaciones españolas. No es imposi-
ble que los Griegos de la isla de Zákynthos fueran sus fun-
dadores, y que el nombre de Saguntum sea latinización de
Zákynthos. Ciertamente los Romanos debieron creer opor-
tuno el asegurarlo así á los Cartagineses, y por ello sin
duda todos los autores antiguos lo suponen. Pero Polibio
conoce sólo la denominación de ZaxavSaíoi, en latín üacan-
tini; /Sacantum, no Saguntum, como Cascantum, era, pues,
la forma arcaica del nombre de la ciudad; así es que los
autores griegos más antiguos dicen Zakantha, mientras
los más recientes Zákynthos. No existen monedas griegas
de Sagunto, como de Empórica y lihocle, ni tampoco testi-
monios de antiguos autores sobre otras colonias griegas
en las costas de la península, fuera de las ya nombradas
(S 128).
En las monedas de Sagunto se observan algunos nom-
bres, que pueden significar, como lo vimos ya en las de
Emporice y Rhode, pueblos aliados, ikrgles, aicias, ilkkldr;
otros como btilaks, son tal vez los de individuos, reyes ó
jefes.
La atribución de estas monedas á Sagunto ya la vislumbró el
Sr. de Lorichs. Pero estaba reservado el descubrimiento al señor
Zobel, en su Memoria <nlie Milnzen von Sggunt*, en las Commenta-
tiones Mommseniance (Berlín 1877, 8.), p. 805 y ss.; Estudio, vol. I,
DENAKIOS ROMANOS EN ESPAÑA 203
p. 121 y ss. D. Salvador Sanpere y Miquel, en sus «Origens y íbnts
ele la nació catalana» (p. 90 y ss.), considera á Sagunto como antigua
fundación de los Chetas, sin negar, sin embargo, la parte que en ella
tuvieron los Griegos de Zakinto, y los Rutulos, de Árdea. El Sr. O.
Meltzer, el más reciente historiador de los Cartagineses, que en
su «Historia de Cartago» (Berlín 1879, 8., p. 151), aun no había
dudado del origen griego de Sagunto, en un escrito más reciente (de
belli Punid secundi primordiis, Dresde 1885, 4., p. XIX), ya niega
que Sagunto fuera colonia griega.
§ 136. Es natural, y lo han probado diferentes hallaz- DmaHos
gos de monedas, que después del tratado del año 226 antes ^splha'1
de J.-C, circulaban ya con abundancia denarios roma-
nos en la comarca cisibérica. Pero este dinero, traído de
Roma, era insuficiente para las exigencias de la guerra y
de la administración, y así, cerca del año 217 a. de J.-C,
debió liaber empezado la acuñación de denarios romanos,
al principio tal vez en la misma capital de Tarraco, porque
los denarios allí acuñados con el nombre de los Cesseta-
nos son frecuentísimos, luego en Osea; de donde aquella
moneda fué llevada después en enormes sumas como botín
á Roma, aun hoy día encuéntrase con abundancia, y se
llamó el argentum Oséense. Según los criterios de antigüe-
dad, que ofrecen la paleografía de las leyendas, el peso,
la fábrica, los tipos y demás caracteres externos, se ha
podido, con más ó menos probabilidad, fijar hasta cierto
punto, cómo y cuándo la acuñación romana iba entrando en
las diferentes regiones de la Citerior. Casi coetáneas á las
más antiguas monedas de Tarraco son las de Ilerda; siguen
las de Celsa y Dertosa; luego las más recientes de Sagunto
y Scetabis, de Cartílago nova, y Acci. Después de vencidos
los Cartagineses, las armas romanas se dirigieron contra
las gentes aun libres, y la emisión monetal sigue los ade-
lantos de las armas, en dirección de Este á Oeste, por la
cuenca del Ebro arriba. Hacia mediados del siglo vi de
204 LAS MONEDAS
Roma, cerca del 200 a. de J.-C, la acuñación ibero-romana
comprende toda la provincia Citerior, estando á la altura de
su extensión geográfica con su abundancia extraordinaria;
prueba de la riqueza de la nueva provincia, que se puede
comparar á la de las provincias de Ultramar en la época
moderna.
Zobel, Estudio, vol. I, p. 167 y ss. Carecemos todavía de una
lista completa de los hallazgos de monedas griegas, ibéricas y roma-
nas verificados en España. Los que entonces se conocían fueron
catalogados por el Sr. Zobel para la disertación de Mommsen,
escrita en italiano para los anales, del Instituto arqueológico alemán,
vol. XXXV, 1863, p. 1 y ss. Otros añadió el mismo en su «estu-
dio, etc.».
De un hallazgo de casi 150 denarios de cerca de la época de
la batalla de Munda, habla la «Revista de Arquitectura del 14
de Junio de 1885» y, después de ésta, el «Boletín de la Sociedad
arqueológica Luliana», de Palma (vol. I, 1885, n.° 14, p. 8). En
Calañas, provincia de Huelva, se encontraron recientemente diez y
seis series de monedas imperiales, desde Augusto en adelante, según
otra noticia del citado Boletín Luliano (vol. II, 1886, n.° 26, p. 8).
Extemüm § 137. No entra en nuestro propósito dar aquí una
do la emisión , . . _ . __ , _ ,.. . .
moneua descripción detallada de mas de setecientas variedades
de «la plata de Osea», como la conocemos ahora, gracias
á los trabajos de Delgado y Zobel. El último de estos
dos sabios ha distribuido, el primero, la gran muchedum-
bre de tipos, según los más sanos principios geográfi-
cos y numismáticos, si bien puede concederse, que una ú
otra de sus atribuciones sea menos cierta. En lo principal,
sin embargo, parece probado su método, y para la arqueo-
logía española basta saber, que la emisión monetal de la
Citerior se distribuye, muy naturalmente, en cuatro regio-
nes; que son la oriental, á la que pertenecen los distritos
Emporitano, Tarraconense, Ilerdense y Saguntino, y ade-
más las poblaciones ibéricas de la Francia meridional hasta
ibero-romana
EMISIÓN MONETAL IBElíO-ROMANA 205
Narbona; la septentrional, con los distritos Oséense,
Pompselonense , Turiasonense, y Calagurritano; la cen-
tral, con los distritos Numantino, Bilbilitano y Segobri-
gense; y la meridional, con los distritos Cartaginense,
Accitano y Castulonense. Cuatro períodos de emisión se
distinguen: el primero, anterior al tratado con Sagunto
del año 226 a. de\J.-C, hasta el año 214 a. de J.-C; el
segundo, desde el 214 hasta el 204 a. de J.-C; el tercero,
desde el 204 hasta el 154 a. de J.-C, época de la guerra
lusitano-celtibérica de Viriato, y el cuarto, desde el 154
hasta el 72 a. de J.-C, cuando la acuñación ya terminada
con la reforma provincial del año 133 a. de J.-C, renació
transitoriamente en la guerra sertoriana , con algunas
monedas bilingües y latinas. Para juzgar bien sobre la
probabilidad de las atribuciones, fundadas sobre las leyen-
das ibéricas, ha de tenerse en cuenta que los nombres de
gentes y ciudades, conocidos de nosotros por los autores
griegos y latinos, difieren mucho de las formas indígenas,
que se descifran en las monedas. También los nombres
de las ciudades españolas citadas por Livio varían de los de
las mismas poblaciones, relatados por los geógrafos y las
inscripciones, como, por ejemplo, Astapa y Ostippo. No sólo
los sufijos, ó sean sílabas de derivación, particulares á cier-
tas regiones, son diferentes de las griegas, en ír/jc, como
Emporitce, y latinas en etanus, itanus, anus, inus, y ensis,
sino también en las mismas raíces hay bastante diferencia.
Muchas veces los nombres de gentes, que se leen en las
monedas, son enteramente desconocidas. Y esto se com-
prende muy bien, cuando Estrabón, Mela y Plinio se quejan
de la dura y difícil pronunciación de muchos de aquellos
nombres. De suerte que Plinio, como ya hemos anotado
(§ 123), atribuyendo, según el censo de Agrippa, al convento
Cluniense 68 pueblos, sólo nombra diez y ocho; y de los 162
del Cartaginense únicamente treinta. Aumenta la dificul-
20G L.A6 MDNKDAS
tad de las atribuciones, que muchos nombres de gentes so
encuentran repetidas veces, juntos con otros, indicando,
como parece, alianzas, ó distritos de circulación muy ex-
tensos; y como todas estas monedas, máxime las de plata,
no la tuvieron limitada al territorio de su emisión, la pro-
cedencia geográfica de las diversas especies, aun en hallaz-
gos simultáneos de mayor número, no ti'ene mucha impor-
tancia para su interpretación. Verdad es que en Tarragona
se hallaron, en 1850, unos mil ases con la leyenda cese, de
los Cessetanos, cuya capital era la misma Tarragona. Pero
aun el cobre tenía una circulación bastante extendida; de
modo que la interpretación de las leyendas depende casi
sólo del análisis científico del alfabeto ibérico.
El detalle de estas atribuciones geográficas, muy complicado á
veces, forma el contenido de la mayor parte del vol. II del «estudio»
de Zobel (p. 1-115), encontrándose allí fijado en unos mapas muy
esmerados.
Monedas § 138. Algo diferente del carácter del monedaje de la
de la Ulterior ,-<•.• i i i tti ¡ • • • • i
Citerior es el de la Ulterior, cuya provincia se asimila,
después de la conquista, fácil y prontamente al gobierno
romano, ni era menester en ella numerosos ejércitos. Por
esto no se necesitaba batir moneda de plata en ella, con
excepción quizá de algunas pocas repeticiones de los dena-
rios romanos, el argentum signatum bigatoriim. Los Roma-
nos dejaron que sólo acuñasen el cobre las ciudades prin-
cipales. Esta emisión no empezó, según parece, antes del
segundo período de acuñación de la Citerior, y en número
muy escaso. Algunas monedas más pertenecen al tercer
período, desde el 204 hasta el 154 a. de J.-C; la mayor
parte al cuarto, esto es, al siglo vn de Roma. Del sistema
antiguo uncial esta acuñación desciende muy pronto al de
la media onza, al cual se ajusta la gran mayoría de estas
monedas; predominando al principio las especies grandes,
MONEDAS DE LA DLTERIOH £07
el dupondio y el as; pero desde cerca del año de 174 antes
de J.-C. no aparece casi otra especie fuera del semis y del
cuadrante, con excepción de pocos ases batidos hacia el fin
de la república. Según los tipos y las leyendas en este
monedaje también, como en el de la Citerior, se observan
diferencias locales. Las monedas de IUberri (Granada),
por ejemplo, aunque acuñadas dentro de la Ulterior, tienen
más relación con las de los distritos vecinos de la Citerior.
Además de ésta, sólo dos ciudades de la Ulterior usan
leyendas ibéricas, y éstas acompañadas de otras latinas:
Óbulco, y Salada. Las de Salada, como ya vimos (§ 132),
en la leyenda ibérica sólo presentan el nombre geográfico,
dirigido á la izquierda. Las de Obulco tienen el nombre de
la ciudad en latín, y en el reverso los nombres de los
magistrados, escritos al comienzo hacia la izquierda, más
tarde hacia la derecha. Las leyendas latinas más antiguas
ofrecen algunas particularidades paleográficas y ortográfi-
cas, que concuerdan con su época aproximadamente. Ellas
contienen generalmente el nombre de la ciudad en nomi-
nativo, en las especies más antiguas, el adjectivo étnico
neutro, faesj Iloiturgense, Orippense, á veces con curiosas
abreviaciones, como IL-SE, por II ¿pense. La atribución
geográfica no presenta aquí tantas dificultades como en la
Citerior, con sus leyendas monetales desconocidas. El señor
Zobel, con mucho acierto, distribuye el monedaje de la
Ulterior según las tres regiones oriental, meridional y occi-
dental. A la oriental pertenecen los distritos Obulconense,
ó Cordubense, é Iliberritano; á la meridional, el Malaci-
tano y Abderitano, con sus monedas fenicias, de las cuales
ya hemos hablado (§ 130), el Asidonense, con las monedas
turdetanas, también ya mencionadas (§ 131), y el Gaditano;
á la occidental los distritos Carmonense ó Hispalense,
Hyrtilense ó Emeritense, y el Salaciense. No enumeramos
las poblaciones atribuidas á cada uno de estos distritos,
208 I . \s MONEDAS
que sólo en parte son bastante conocidas , permaneciendo
aún desconocidas muchas, como Bora, Brutobriga , Ceret,
Cupe, Detumo, Dipo , Irippo , Lcelia, Lastigi, Ostur y Si-
sapo. De algunas se conjetura la situación someramente,
como de Ituci, Vesci, y otras. Averiguar estas colocacio-
nes y determinar las aun desconocidas, es una tarea cuya
solución definitiva no es de esperar.
Zobel, Estudio, vol. II, p. 133 y ss.
§ 139. Durante el siglo vn de Roma, en la provincia
Citerior se acuñaron aisladamente algunas monedas de
cobre, como las de Valencia, algunas de Sagunto y Ampu-
rias, las de Iliturgi, las de Osicerda con el elefante, que
son imitaciones de un denario de César. En la época desde
César y Augusto hasta Gayo César Calígula, ó séase la
de los cuatro primeros Césares, con permiso del gobier-
no de la metrópoli, muchas ciudades españolas volvieron
á acuñar cobre y latón, pero nunca plata, bajo el sistema
que regía en esta época.
Veinte poblaciones de la Citerior, con Ebusus veinti-
una, que fueron las más importantes, colonias y municipios,
han acuñado monedas de esta clase, que contienen noticias
históricas acerca de la calidad, el derecho, y los nombres
que tenían; de las tropas, que estuvieron de guarnición en
ellas, y de sus magistrados municipales, todas de mucho
precio. En la Ulterior son diez las ciudades que acuñaron
monedas en esta época, también con el permiso del Empe-
rador, las tres colonias Cor duba, Emérita y Hispalis, y de
las otras ciudades las más importantes. En la Ulterior esta
acuñación no duró más que hasta el imperio de Tiberio,
en la Citerior hasta el de Grayo César Calígula, con el cual
dio fin la acuñación de moneda romana en España, con
indicación de zecas locales, y con tipos propios.
Zobel, Estudio, vol. II, p. 116 y ss. y 189 y ss.
MONEDAS VISIGODAS 209
§ 140. En la suma escasez de testimonios fidedignos, Monedas
relativos á la última época de la historia antigua de Espa-
ña, y referentes álos tiempos de los Visigodos, merecen par-
ticular atención las monedas, que con dicho período se rela-
cionan. Los reyes visigodos y suevos han batido monedas
toscas de oro, con sus nombres y las de las poblaciones, en
las cuales se ejecutó la acuñación, en número nada escaso.
Después de algunas observaciones, que sobre ellas hicieron
D. Antonio Agustín y D. Luis Josef Velázquez, y á
la enumeración de unos 134 tipos en el tercer volumen de la
obra del Padre Florez, corresponde al Sr. Aloiss Heiss
todo el mérito de habernos dado una colección casi com-
pleta de esta interesante clase de monedas; existiendo en
dicha obra muchas piezas inéditas. No faltan entre ellas
varias falsas y algunas atribuciones aun dudosas. Sin
embargo, el libro de Heiss contiene el fundamento para
ulteriores estudios, que merecen ser cultivados.
A los capítulos desde el 6 hasta 8 de los diálogos de D. Antonio
Agustín, donde se han dado las primeras noticias sobre esta clase
de monedas, siguen los apuntes de D. Luis Josef Velázquez, en
sus «Conjeturas sobre las medallas de los reyes godos y suevos de
España», Málaga 1759, 4.
La obra de Florez, como todo su tercer tomo (Madrid 1773, 4.),
no está á la altura de los dos primeros. En la obra del Sr. Aloiss
Heiss, description genérale des monnaiss des rois visigoths d'Es-
pagne (París 1872, III y 185 pp. con XII láminas), se da un catálogo
de las publicaciones anteriores, en las cuales se trata de monedas
visigodas. En la Bevue numismatique de París , nouvelle serie,
vol. X, 1865, los Sres. Eduardo Augusto Alien y Enrique Nunes
Teixeira han descrito algunas monedas de oro suevo-lusitanas, con
explicaciones algo atrevidas. Algunas observaciones sobre las mone-
das visigodas ha propuesto el Sr. D. José Cave da, en las Memorias
de la R. Academia de la Historia, vol. IX, 1879, p. 16 y ss.
LOS MONUMENTOS
§ 141. Monumentos de la antigüedad son las obras
escritas por los autores antiguos, las inscripciones y las
monedas; pero bajo este nombre se comprenden con pre-
ferencia aquellos restos , testimonios mudos de la vida
antigua, que nos quedan en las ruinas de las ciudades y de
sus edificios, como en sus murallas, puertas y templos,
sobre todo en los sepulcros, y finalmente, en la grande
variedad de objetos del arte y de la industria, tan amplia-
mente desarrollados en la antigüedad, y destinados ya al
culto, ya á la guerra, ya á la vida doméstica. Aunque en
obras de arte España ciertamente no ha podido nunca
rivalizar con Roma ni con Italia, centros del mundo anti-
guo y emporios de las riquezas de Grecia y del Oriente,
sin embargo, también á ciudades como Tarragona, Carta-
gena, Cádiz, Sevilla y Córdoba no faltaron, por supuesto,
durante la época de su mayor cultura, ni edificios suntuo-
sos, ni estatuas de bronce y de mármol, ni pinturas, y
otras obras menores de arte. Como en todas las demás
provincias del imperio se han conservado en España restos
de esta cultura romana más ó menos importantes, espe-
212 LOS MONUMENTOS
cialmente en aquellas regiones más ilustradas, que á par-
tir de Augusto, con razón se contaron á la vez como las
más opulentas de las que estaban bajo el dominio imperial.
Los autores romanos, en lo general, hablan muy poco
de los monumentos, porque los consideraban como cosa
natural y corriente, y no se detuvieron mucho en hacer
descripciones de lo que en todas partes se podía ver; siendo
las inscripciones, como queda dicho, las que más nos ense-
ñan respecto á edificios públicos y sagrados. Las monedas
también han conservado, en sus tipos, la memoria de algu-
nos templos, que han desaparecido enteramente desde hace
mucho tiempo. Después de la caída del imperio romano, no
pocos de los monumentos, entonces aun existentes, perecie-
ron, ya por causas naturales, como incendios y terremotos;
ya por las destrucciones que originaron las innumerables
guerras y revoluciones , que España padeció en el trans-
curso de los siglos; ya por las mudanzas y reformas, que
han producido el gusto diferente de épocas posteriores, y
la escasa reverencia, que se ha tenido por lo antiguo. Rela-
tivamente poco se ha conservado en pie y á la vista, siendo
mucho sin duda lo que está encerrado en las entrañas de la
tierra, y que sólo aguarda el día, en que un Schliemann,
á fuerza de excavaciones, lo haga reaparecer.
Aun no existe una descripción completa de las obras arquitectó-
nicas, ni estatuarias del arte antiguo, ni de las demás artes, como
mosaicos, vasos, objetos en bronce, en barro, y en otras materias,
encontrados en España, que corresponda á la importancia de la
materia y á las exigencias de la ciencia en la actualidad. A las obras
del arte moderno se refieren, en primer lugar, la bien conocida, y
para su época útilísima de D. Antonio Ponz, el «Viaje de España
ó cartas en que se da noticia de las cosas más apreciables y dignas de
saberse que.hay en ella»; ed. 1.a, 2 vol., Madrid 1772 y 1773, ed. 2.a,
15 vol., Madrid 1776-1788, ed. 3.a, 18 vol., Madrid 1787-1794, 8.;
que fué vertida al italiano por Antonio Conca, descrizione odepo-
rica della Spayna, 4 vol. Parma 1793-1799,8., é impresa con loscék-
COLECCIONES DE MONUMENTOS 213
bres tipos de Bodoni, y al alemán por Diez, 2 vol., Leipzig, 1775, 8.
Pero sus descripciones son incompletas, careciendo de detalles
científicos, pues se contenta con llamar la atención sobre las obras
más notables, omitiendo muchas de menor importancia general,
pero de no escaso interés. D. Antonio Valcarcel Pío de Saboya y
Moura, entonces conde de Lumia res, después marqués de Castel-
Rodrigo y Príncipe Pío, en sus monumentos del reino de Valencia,
reunidos con mucho celo en los últimos decenios del siglo pasado, y
regalados en 1805 á la Real Academia de la Historia, presenta tam-
bién dibujos de los monumentos arquitectónicos y esculturarios de
aquella región. Aunque carezca este trabajo de propiedad de estilo,
merece toda fe como inventario, y su publicación por la dicha Aca-
demia, en el volumen VIII de sus memorias (Madrid 1852, 4.) ha
sido un verdadero servicio hecho á la ciencia arqueológica (véase
C. I. L. II p. 501).
Obra de lujo digna de la época del primer Napoleón, á la cual
debe su origen, es el libro espléndido, dedicado al Príncipe de la
Paz, del conde Alejandro de Labor de, voy age pittoresque de
VEspagne, par A. dé L. et une société d'artistes et de gens de lettres,
París, Didot, 2 vol., 1806-1820, fol. El conjunto de dibujos y descrip-
ciones reunidos por el autor, sus pintores y arquitectos, durante los
años del 1799 al 1801, ha sido reproducido en París, muchos años
más tarde, con bastante libertad y fantasía, sin recurrir de nuevo á
los originales. Los planos y dibujos arquitectónicos no merecen,
pues, aquella fe, que hoy día se suele exigir de tales publicaciones.
Pero en la parte pintoresca, como por ejemplo en las vistas genera-
les, la obra ha alcanzado un puesto de preeminencia, hasta que el
arte moderno de la fotografía ha dado imágenes mucho más fieles á
la par que más numerosas de lo que Laborde y sus artistas pudieron
copiar. Con la ayuda de la fotografía un día quizá se podrá publicar
un viaje pintoresco por España, mucho más amplio y esmerado que
el de Laborde, el cual no se había propuesto ni siquiera dar una
serie completa de los monumentos romanos de España.
Sólo el «Sumario de las antigüedades romanas que hay en Espa-
ña, en especial las pertenecientes á las bellas artes, por D. Juan
Agustín Cean-Bermúdez», Madrid 1832, XXXII y 538 pp., fol.,
se propone este fin general, y hasta cierto punto lo ha conseguido.
Verdad es que la disposición geográfica de la materia, de que trata,
y lo superficial de la mayor parte de las indicaciones que contiene,
dejan mucho que desear. Sin embargo, si el autor hubiera dado á
214 LOS mom'Mkntos
conocer todas las fuentes de las noticias, de que se sirvió, y ahora son
en gran parte desconocidas, su obra, al menos como repertorio, ten-
dría un mérito no escaso. Pero no pudiéndose averiguar el origen y
la autoridad de los numerosos datos, tomados, según parece, por el
autor de informes, que le proporcionaban sus amigos y correspon-
sales, y que ya no se encuentran en los archivos de las Academias
de la Historia, ni de la de San Fernando, pierden aquéllos mucho de
su mérito é importancia. De los grandes monumentos arquitectóni-
cos Cean da unas descripciones sumamente superficiales, y como no
entraba en el plan de la obra, costeada por el Gobierno, acompañarla
de láminas, aun hoy día se siente la falta de una descripción gráfica
y científica de aquéllos. Ni carece la obra de Cean de noticias sobre
monumentos falsos ó sospechosos, de los cuales el autor se fió con
notable falta de crítica.
Dos grandes publicaciones monumentales, ejecutadas con todo
el lujo y esmero, que puedan imaginarse, han dado á conocer, entre
tanto, un cierto número de monumentos nacionales de la época
romana, y aun anteromana. La una es la que lleva por título «Monu-
mentos arquitectónicos de España», publicación del más
gran tamaño, con texto en español y francés, que contiene monumen-
tos de todas épocas y clases, dispuestos sin cierto orden, descritos en
monografías, que generalmente agotan su objeto, y dibujados y gra-
bados por artistas de primer orden, y con todos los adelantos de la
técnica moderna. La otra es el «Museo español de antigüeda-
des» 11 vol., Madrid 1872-1884, fol., con muchas ilustraciones de
todas clases; también publicación miscelánea, pero de sumo mérito.
Ambas obras no dan una reseña completa de los monumentos de
ciertas edades y clases, y no suplen en todos respectos, el vacío
dejado por la obra de Cean. El Sr. Hübner, cuando hizo su primer
viaje á España, por los años de 1860 y 1861, en el «Boletín del
Instituto arqueológico alemán en Roma», años de 1860, 1861
y 1862, dio cuenta de lo que había observado sobre monumentos
arquitectónicos y obras del arte antiguo en España; mientras el
mismo autor, en sus «Epigraphische Iieiseberichte aus Spanien and
Portugal», en las actas mensuales de la Real Academia de Ciencias
de Berlín, de 1860 y 1861, y en su «Catálogo de los museos de Madrid»
escrito en alemán, Die antiken Bildirerke in Madrid, Berlín 1862,
X y 356 pp., 8., que se ocupa mayormente de objetos de proceden-
cia extranjera, ha dado una breve estadística y museografía espa-
ñola, á p. 275 y ss. Parte de estos trabajos ha sido traducida, la
ANTIGÜEDADES PREHISTÓRICAS 215
relativa al Portugal, en las «Noticias archeologicas de Portugal» por
el ya difunto anticuario portugués Sr. A. Soromenhoy publicadas
por la Academia Real das Sciencias de Lisboa, Lisboa, 1871, pp. 110,
4., con una lámina; la relativa á Córdoba, por el Sr. D. Francisco de
Borja Pavón, en el Diario de Córdoba del 22 de Enero de 1862.
Por último, varios periódicos literarios han empezado á dedicar
algunas de sus páginas á los estudios arqueológicos. Son aquellos
«El Arte en España» 4 vol., Madrid 1862-1865, fol. y 4.; la «Re-
vista histórica» de Barcelona vol. I-IV, Barcelona 1874-1877, 8.;
la «Revista de ciencias históricas» del Sr. D. Salvador San-
per e y Miquel vol. I-IV, Barcelona 1880-1887, 8.; véase sobre ella la
Deutsche Litteraturzeitung , de Berlín, 1881, p.739; «La Academia»,
de los Sres. Dorregaray, Rada y Tubino, vol. I-IV, Madrid
1877-1878, 4.; véase sobre ella la Jenaer Literaturzeitung , 1877,
p. 425, y 1878, p. 194; la Revista de arqueología española»
del Sr. D. Enrique Rouget, un volumen sólo, Madrid 1880 8., véase
la Deutsche Litteraturzeitung , 1881, p. 1346; el «Boletim de archi-
tectura e archeologia de Lisboa 3 vol., Lisboa 1874-1881, 4., véase
la Jenaer Literaturzeitung, 1878, p. 195, y la Deutsche Litteratur-
zeitung 1881, p. 1585, y finalmente, dejando atrás todos los demás,
el «Boletín de la Real Academia de la Historia» 12 vol.,
Madrid, 1877-1888, 8. De suma utilidad es la obra del Sr. D. Juan
de Dios de la Rada y Delgado «Noticia histórico-descriptiva del
Museo arqueológico nacional», publicada siendo director del mismo
el Excmo. Sr. D. Antonio García Gutiérrez, Madrid 1876, pp. 210, fol.
§ 142. Bajo la designación, poco exacta, de prehistó- Antigüedades
i /i,' •,» i vi -i prehistóricas
rico, en los últimos veinte anos, se na solido comprender,
cuando se trata de monumentos de la civilización humana ,
todo lo que por falta de testimonios escritos no se puede
atribuir á las épocas más ó menos ciertas, de las cuales
existen históricos. En el diluvio de San Isidro sobre el
Manzanares, en Pedraza y Ciruelos en la provincia de
Segovia, en las cavernas de la Punta de Europa, ó cerro
de los Molinos de viento de Gibraltar, en la «Cueva de
la Mujer» , cerca de los baños de Alhama de Granada, en la
«de los Murciélagos» junto á Albuñol, también en las mon-
tañas de Granada, en la «de los letreros», entre Vélez-
15
216 LOS MONUMENTOS
Blanco y Vélez-Rubio, en la provincia de Almería, en
la «del Tesoro», y en otros puntos de las cercanías de
Baza, cuevas que en parte parecen haber servido de ente-
rramientos, en parte de habitaciones, se han encontrado
ciertos rastros de una población de remota antigüedad;
cráneos y silex, hachas y flechas de piedra y de bronce,
jarros y otros residuos de una civilización muy primitiva.
No faltan en España monumentos megalíticos, como la
cueva de Menga de Antequera, junto á Málaga, el Menhir
de las Vírgenes, entre Baena y Buj alance, la cámara
sepulcral de Castilleja de Guzmán, cerca de Sevilla, el dol-
men llamado «Piedra de los sacrificios» en las cercanías de
Ronda, el de Dilar, á dos leguas de Granada, y en toda la
zona marítima, que se extiende por Andalucía, desde las
Alpuj arras hasta la provincia de Huelva, por Extremadura
y Portugal hasta Galicia; en el norte, por Asturias y Viz-
caya, hasta Cataluña, el reino de Valencia, y en las islas
Baleares, donde se conservan túmulos, en gran parte toda-
vía no explorados, como el de la Ollería, en el dicho reino de
Valencia, y muy frecuentes en Andalucía. Falta una estadís-
tica tan completa como fuera posible, de las diferentes cla-
ses de estos monumentos «prehistóricos», con noticias fide-
dignas sobre los hallazgos hechos, en ó cerca de ellos, y una
clasificación aproximada de sus diferentes edades, compa-
rándolos con los observados en los demás países europeos,
en especial de la Europa meridional. Tarea grande y difícil,
que es la que puede proporcionar un fundamento sólido para
la solución de las graves cuestiones etnológicas, acerca de
los antiguos habitantes de la península, tan embrolladas
por las noticias confusas y fantásticas, que sobre ellos nos
transmiten los autores antiguos. Pero hasta ahora, no se ha
publicado un libro que llene cumplidamente este objeto (*).
(*) La obra del Sr.deCartailhac, dada á luz después que estas lí-
neas fueron escritas, satisface hasta cierto punto semejante necesidad.
ANTIGÜEDADES PREHISTÓRICAS 217
En el cerro llamado el «Puig de Malavella», cerca de
Gerona, se cree haber existido una estación palustre con
sus palafitos; forma de construcciones tan frecuente en los
lagos de Europa, pero hasta ahora no observada en otros
lugares de la España. Se han encontrado en dicho sitio
algunas hachas de silex y otros utensilios, como también
monedas romanas.
Los objetos descubiertos en estos diferentes pasajes, en
cuanto se conocen al presente, parecen indicar, que la cul-
tura anteromana de los Iberos, en lo general, no era muy
diferente de la de los Ligures y Sículos. Pero tal juicio,
hasta ahora, sólo puede pronunciarse bajo reserva.
Existe ya, desde los últimos decenios, una literatura antropoló-
gica y etnológica especial relativa á España. Prescindiendo de algu-
nas noticias ocasionales que se encuentran en autores más antiguos,
indicados por D. Juan Vilanov a y D. Francisco M. Tubino, en su
«Viaje científico á Dinamarca y Suécia, con motivo del Congreso inter-
nacional prehistórico, celebrado en Copenhague en 1869» Madrid, 1871,
III y 269 pp., con 5 láminas y varios grabados en madera, á p. XXVI,
y del resumen del primero de estos dos escritores «sobre lo prehis-
tórico español», en el Museo español de antigüedades, vol. I, 1872,
p. 129 y ss., la primera obra científica que trata de antropología
española, es la «Descripción física geológica de la provincia de
Madrid» por D. Casiano de Prado, Madrid, 1864, 8. A esta obra
han seguido otros trabajos más ó menos detallados, como sobre
las cuevas de Andalucía los del Catedrático de Medicina, en la
Universidad de Sevilla, D. Antonio Machado, publicados en la Re-
vista de Filosofía y de Ciencias de aquella ciudad; sobre las de la
roca de Gibraltar los de varios autores ingleses, como las dos memo-
rias de D. Guillermo Macpherson, sobre la cueva de la mujer,
Cádiz 1870 y 1871, 8., y la del Sr. Busk, leída ante el Congreso
antropológico de Norvich en 1868, Londres, 1869, 8.; véanse Vila-
nova y Tubino, viaje, p. XXXI. Sobre las «antigüedades prehistóri-
cas de la provincia de Huelva» ha escrito el Sr. D. Recaredo de
Garay y Achuaga, véase el Boletín de la Real Academia de la His-
toria, vol. II, 1882-83, p. 394. El «menhir de los Vírgenes», lo ilustró,
según noticias transmitidas por el Sr. D. Aureliano Fernández Gue-
218 LOS MONUMENTOS
rra, el Sr. D. Manuel de Assas, en el Semanario pintoresco de 1857,
y el mismo D. Aureliano Guerra fué el primero en publicar una
i*eseña breve de los monumentos, llamados entonces célticos, de
Andalucía, en su dictamen sobre la Munda Pompeyana de los her-
manos Oliver, Madrid 1866, p. 20. Ha descrito también algunos monu-
mentos megalíticos de Cataluña, el benemérito fundador del Museo
Martorell en Barcelona, D. Francisco Martorell y Peña, en sus
«Apuntes arqueológicos», ordenados por D. Salvador Sanpere y
Miquel, y publicados por D. Juan Martorell y Peña, Barcelona 1879,
p. 87-100; véase la Deutsche Litteraturzeitung ', 1881, p. 762. Sóbrenlos
Puchs» de la provincia de Castellón de la Plana hay unas indicacio-
nes en la «Noticia de las Actas de la Real Academia de la Historia,
por D. Pedro Sabau, Madrid 1868, p. X-XI. Los túmulos y castros,
ó croas, esto es coronas, y mámoas ó madorras_, de Galicia, han sido
descritos por los Sres. D. José Villaamil y Castro en el Museo
español de antigüedades, vol. VII, 1876, p. 195 y ss., y en la Revista
de Bellas Artes, por el Sr. D. Manuel Murguía, en su Historia de
Galicia, y por el Sr. Garay, en algunos artículos de la Revista
de España. Ricas en momxmentos megalíticos son las dos Extrema-
duras, la española y la portuguesa. Algunas noticias sobre los de las
cercanías de Cáceres ha reunido, sirviéndose de un manuscrito del
Sr. Gregorio Sánchez de Dios, el Sr. Barrantes, en su aparato para
la historia de Extremadura, vol. I, p. 453 y ss. Sobre el Dolmen de
Peñalara, junto á San Ildefonso, véase la noticia breve dada en el
Boletín de la Sociedad geográfica de Madrid, vol. IX, 1880, p. 131.
El docto vascólogo inglés Sr. Wentwordh Webster, ha publicado un
resumen de las antigüedades prehistóricas de las provincias Vascon-
gadas, en la Revista de ciencias históricas, vol. IV, 1886. Tam-
bién Portugal tiene su literatura prehistórica, en las obras de los
Sres. J. N. Delgado, en su «Noticia acerca das grutas de Cesareda»,
Lisboa 1867, 8., Carlos Ribeiro, en sus «Estudios prehistóricos
em Portugal», Lisboa 1867, 8. F. A. Pe reirá da Costa, en su
«■DescHpcdo de algums doltnens ou antas do Portugal», Lisboa
1868, 8., Sá Villela en el Boletim de Architectura é Archeologia
serie II, vol. II, 1877-1879, p. 23, 54 y ss., J. Possidonio N. da
Silva, en el mismo Boletim vol. II, p. 40. 90. 158 y ss. y en las publi-
caciones de la Association francaise pour Vavancement des sciences,
Congrés de Montpellier, 1879 5 pp. 8., Gabriel Per eirá, en sus
«Notas de Archeologia» Evora, 1877, p. 26 y ss.; véanse también los
Matériaux pour Vhistoire primitive de Vhomme del Sr. de Carta i-
ANTIGÜEDADES PREHISTÓRICAS 219
lhac, vol. XIV, 1878, p. 362. De todos estos trabajos da un resumen
el libro del ya difunto Augusto Felipe Simóes Introducido a archeo-
logia da península ibérica, vol. I y único, Lisboa 1878, 8. Sobre
esta obra escribió una noticia brillante y útilísima el Sr. Adolpho
Coelho, en el periódico la «Renascenca» de 1879, fascículo V-VII, y
en la Revista d'Ethnologia e de Glottologia, fase. I, Lisboa 1880,
p. 42 y ss. Sobre las antigüedades prehistóricas del Mediodía de
Portugal, el Sr. Estacio daVeiga, benemérito fundador del «Mu-
seo do Algarve» en Lisboa, ha escrito una obra extensa, que forma
la parte primera de su libro monumental sobre las antigüedades
del Algarve, publicado á costas del Gobierno portugués. Los dos
primeros volúmenes ya se han publicado bajo el título Paleoethno-
logia, antiguidades monumentaes do Algarbe, tempos prehistóricos,
Lisboa 1886-87 (pp. XXIII y 609) 8., con mapas y más de 40 lámi-
nas. Sobre la región ocupada por estos monumentos, creídos cél-
ticos, hay algunas observaciones en el artículo del Sr. Hübner,
sobre la situación de Norba, en el Boletín de la R. Academia de la
Historia, vol. I, 1877-78, p. 319. Sobre la «Cueva de Menga», ó de
Mengal, además del folleto de D. Rafael Mitjana, Málaga 1847, 8.
existen noticias y observaciones de varios viajeros extranjeros, como
las de Lady Luisa Tenis on, en su libro «Castile and Andalucía»
Londres 1853, 8.; véase el Gentlemans Magazine, nueva serie,
vol. XIV, 1864, p. 360 y ss. Sobre la «Cueva del Tesoro» véase el
estudio prehistórico de D. Eduardo G-. Navarro, en el Boletín de la
Real Academia de la Historia, vol. VI, 1885, p. 226. Sobre el «Piiig
de Malavella» ha escrito D. Francisco Viñas, en la Academia, vol. I
1877, p. 187; véase la Noticia de las actas de la R. Academia de la
Historia, por D. Manuel Oliver, Madrid 1879, p. 29. Sobre las
cuevas de Ciruelos, partido de Sepúlveda, provincia de Segovia,
véase el Boletín histórico, vol II, 1881, p. 24. A varios puntos de la
provincia de Santander, como Murillo, Alcalá, la cueva de Altanara,
se refiere una disertación breve del Sr. Marcelino S. de Santuola,
breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia
de Santander, Madrid 1880, pp. 27 y 4 láminas, 8.; véase también el
artículo del Sr. E. Harlé, la grotte d1 Altamira, en los «Matériaux»
vol. XVI, 1881, p. 275 y ss. Poblaciones y ruinas antiguas en la pro-
vincia de Álava han sido objeto de las investigaciones del insigne
geógrafo D. Francisco Coello y Quesada, Boletín de la R. Acade-
mia de la Historia, vol. III 1883, p. 22 y ss. La piedra oscilante, en
la sierra de Montanches, divisoria de las cuencas del Tajo y del
220 LOS MONUMENTOS
Guadiana, ha sido descrita y dibujada hace poco en el Boletín de la
R. Academia de la Historia, vol. XI, 1887, p. 279.
Hasta ahora una sola obra trata con prolijidad y esmero sobre
los restos de esta clase en una cierta región de España, y es la del
Sr. D. Manuel de Gong ora y Martínez, titulada «Antigüedades pre-
históricas de Andalucía, monumentos, inscripciones, armas, uten-
silios y otros importantes objetos pertenecientes á los tiempos más
remotos de su población», Madrid 1868, 8., IV y 158 pp. con dos lámi-
nas cromolitográficas, un mapa y numerosos grabados en madera.
La Sociedad Antropológica de Madrid ha llegado á publicar una
serie útilísima de volúmenes en su «Revista de antropología». En este
periódico el Sr. D. Francisco M. Tubino ha escrito su docta memo-
ria sobre «los Aborígenes ibéricos, ó los Bereberes en la península»,
Madrid 1876, 126 pp. 8., repetida bajo el título «Los monumentos
megalíticos de Andalucía, Extremadura y Portugal», en el Museo
español de antigüedades, vol. VII, 1876, p. 303 ss.; véase la memo-
ria del mismo autor en francés, recherches d'anthropologie sociale, en
la cual trata de las razas ibéricas, en la Bevue d'anthropologie de
París, vol. VI, 1877, p. 100 y ss.; y el resumen dado en la Academia,
vol. 1, 1877, p. 45. El autor sostiene la tesis, difícil de probar, que
los Bereberes del África septentrional formaron el núcleo de la
población que, durante el período megalítico, habitaba las cavernas
de la Bética y de Portugal, y labraba los monumentos igualmente
megalíticos conservados en aquellas regiones.
La obra del Sr. E. Cartailhac, antes citada, es esta: Les ages
préhistoriques de VEspagne et du Portugal, París 1886, 8., con
láminas y grabados. Véase sobre ella el artículo del Sr. de S apor-
ta, les ages préhistoriques de VEspagne et du Portugal, dans la
Bevue des deux mondes, Marzo de 1887.
La «cueva de Berga» ó sea de Menga, junto á Antequera y Má-
laga, últimamente ha sido declarada monumento nacional, como
acabo de saber por el Boletín de la Sociedad arqueológica Luliana
de Palma, vol. II, 1886, n. 32, p. 16.
Muy recientemente, la Real Academia de la Historia de Madrid,
en una circular redactada por su Comisión de estudios y monumentos
protohistóricos, ha iniciado una estadística de cuevas, palafitos, cons-
trucciones megalíticas, hachas y otras armas, depósitos de huesos,
restos de cadáveres, lápidas con signos ó caracteres desconocidos, y
otros objetos; véase el Boletín de la Academia, vol. X, 1887, p. 87
y ss. Ya antes de esta circular, los hermanos Enrique y Luis
COLONIAS FENICIAS 221
Siret, ingenieros belgas, habían dedicado un estudio esmerado á las
antigüedades prehistóricas de una región de 75 kilómetros de longi-
tud, siguiendo la costa del mar entre Cartagena y Almería, pene-
trando á veces hasta 35 kilómetros en el interior, desde las orillas
del mar. Su obra, premiada en el concurso Martorell de 1887, se
publica bajo el título: «Les premier *s ages du metal dans le sud-este
de l'Espagne», Amberes, 1887, un volumen de texto de cerca de
350 pp., con muchos diseños y un álbum de 70 láminas en folio foto-
grabadas, al precio de 250 francos; véase el Boletín de la R. Acade-
mia de la Historia, vol. XII, 1888, p. 90 y s.
Aun después de la obra del Sr. Cartailhac, que no es completa
por cierto, nos hace falta una reseña de los varios objetos encontra-
dos en los diferentes sitios prehistóricos. Materiales para una tal
reseña ofrece la obra del Sr. A. B. Meyer, director del Museo zoo-
lógico y antropológico de Dresde, sobre objetos hechos de sadéito
y de nefrito (Leipzig 1882, 8.), en la cual se citan también algunos
hallados en España y Portugal, p. 260 y ss. Sobre otros objetos pre-
históricos en poder del Sr. Marqués de Monistrol, véase el Boletín de
la Academia de la Historia, vol. X, 1887, p. 417.
§ 143. Restos del arte arquitectónico de los Fenicios, colonias
del que hablan las escrituras sagradas y los autores anti- fenicias
guos con tantas alabanzas , existen en las metrópolis de
Sidón, de Tiro, y de Cartago, y en algunas de sus colonias.
Conocemos los restos de las murallas de Sidón, de la
«Byrsa» ó acrópolis de Cartago, substrucciones y murallas
en Arad, en Utica de África, en el monte Eryx de Sicilia,
las del gran templo de Tadmor ó Baalbek, las de algunos
otros templos de Cartago, de Chipre, y de Sicilia, los res-
tos muy particulares de Malta y de Gozo, si es que son en
verdad obras de Fenicios, casas tajadas en la roca viva ó
hechas de monolitos, y algunos sepulcros. Los «nurhages»
de Cerdeña y los «talayots» de Menorca, de los cuales
habrá de hablarse más adelante (§ 146), no figuran en los
tratados más recientes sobre el arte fenicio; y con razóü,
porque casi ninguna semejanza presentan con las obras de
origen fenicio reconocido, con excepción quizá sólo de los
222 LOS MONUMENTOS
templos de Malta y Gozo, cuyo origen tampoco está averi-
guado. Nada de esta arquitectura se ha conservado en la
península. En Cádiz se observan los cimientos muy gran-
des de edificios, construidos sobre la roca, batida por las
olas. Pero las declamaciones retóricas de los historiadores
de Cádiz, antiguos y modernos, que en ellos reconocen el
templo de Hércules, y otros edificios de este emporio céle-
bre de la colonización fenicia , no se fundan sobre investi-
gaciones detalladas, y planos esmerados de estos restos, y
por ello no nos enseñan mucho. A un Schliemann del por-
venir está reservada la tarea de descubrir los vestigios del
gran templo de Hércules en Cádiz, ó de las construcciones
de los Cartagineses en Cartagena. En Málaga, en Adra, y
en las demás colonias de la costa meridional tampoco hay
restos ciertos del arte semítico. En las antiguas minas de
plata, hoy sólo de plomo, en el mediodía de la península,
quedan aún tal vez algunas reliquias de sus métodos de
laboreo. Pero nadie hasta ahora las ha investigado deteni-
damente, y las ha dado á conocer por descripciones ó por
dibujos. Sobre los sepulcros de Olérdula se hablará más
adelante (§ 147). El día en que se descubriera el primer mo-
numento cierto del arte fenicio en España, formaría una
época en la arqueología peninsular.
Para formarse una idea cabal de los restos del arte fenicio,
basta que acuda el lector á la obra maestra de los Sres. Gr. P errot
y Ch. Chipiez, histoire deVart dans Vantiquité, cuyo volumen III
trata de Fenicia y Chipre (París, 1885, fol., con muchas ilustracio-
nes). El general italiano della Marmora, en su libro sobre Cer-
deña, se ocupa de los nurhages y los talayots como obra de los
Fenicios, Voyage en Sardaigne, París 1840, p. 102 y ss., y p. 573
y ss, y lo ha seguido el insigne arqueólogo alemán Eduardo Ger-
hard, en su tratado sobre el arte de los Fenicios Akademische
Abhandlangen, vol. II, Berlín 1868, p. 1 y ss. Sobre las murallas
del monte Eryx en Sicilia se deben las primeras noticias detenidas
al arqueólogo siciliano A. Salinas, en las Notizie degli Scavi del
SALINAS FENICIAS 223
año 1883, p. 142 y ss. lám. I-III, y en su monografía «ie mura feni-
cie in Erice», Palermo 1884, 4. Pero se ha observado después que
estas murallas tienen sólo unos cimientos muy antiguos con algunas
letras fenicias esculpidas en sus grandes sillares, como señales de
los picapedreros, mientras el resto de ellas pertenece á la época
romana y á restauraciones aun más recientes. Así lo ha demostrado
el Sr. O. Richter, en su disertación sóbrelas contraseñas de los
antiguos canteros, programa 45, publicado en el aniversario de Win-
ckelmann por la Sociedad arqueológica de Berlín 1885, 4.; p. 43-51.
§ 144. Entre los negocios que explotaban los Fenicios, Salinas
desde tiempo muy antiguo, la sal ocupaba un puesto
preeminente. En muchas de sus colonias habían establecido
salinas de mar, y se sirvieron de ella sobre todo para salar
los pescados. Los atunes y otros peces salpresados, y el
garum, el escabeche fenicio, formaban artículos de expor-
tación de primer orden. Las salinas hoy día existentes en
las costas de España, mayormente las de Cádiz, traen su
origen sin duda de los Fenicios; ó, si ya antes fueron ex-
plotadas por poblaciones indígenas, como es muy posible
que sucediera, ellos al menos fueron los primeros que expor-
taron la sal. Si los restos existentes de las construcciones
de esta clase son fenicias ó no, naturalmente no puede
decidirse con certidumbre; hay mucha probabilidad, sin
embargo, de que al menos parte de ellas lo sean en ver-
dad. Sobre algunas de las poblaciones marítimas, situadas
entre Carteia, en el golfo de Algeciras, y Cádiz, tenemos
noticias de un anticuario local de principios del siglo xvii,
Macario Fariñas del Corral. Una de éstas era Baelo,
hoy Bolonia ó Villavieja cerca de Tarifa, que acuñó mone-
das bilingües con letras del alfabeto Turdetano (§ 131);
sus ruinas parecen, según la descripción de Fariñas, de
origen romano. Más al oeste de Baelo estaba Baesippo,
cuyas ruinas existen en la moderna Barbate, cerca del cas-
tillo de Santiago. Entre ellas, además de los restos de un
templo romano ó de una basílica cristiana, y de una exedra
224 LOS MONUMENTOS
esculpida en la roca viva, se observan en la playa cajones
cuadrados de argamasa, que se creen destinados para sal-
presar el pescado; las tapi^s-ai de los Fenicios. Es muy posi-
ble que en las demás colonias fenicias, sobre todo en Cádiz,
hubiera semejantes construcciones. El mismo nombre de
Malaca por algunos orientalistas modernos es considerado
como sinónimo de la palabra taptyeía.
El geógrafo de Ravena (§ 28), señala en la misma orilla
del mar, entre dos poblaciones conocidas, que son Trans-
ducta y Mellaría, junto á Tarifa, una ciudad cuyo nombre
en ningún otro geógrafo se lee, llamada Cetraria. Esta
denominación alude tal vez al mismo negocio del pescado
salpresado, quizá de X7]T0&i)psía, pesca de atunes. Estableci-
mientos semejantes á los de Baesippo se han observado en
la costa del Algarve, junto á Budens y á Faro, y en la del
Océano junto á Setúbal.
Sobre las salinas fenicias véase la obra de Movers, aun des-
pués de la de Perrot y Chipiez (§ 143) en muchos respectos indispen-
sable Die Phónizier, vol. II, parte III, Berlín 1856, p. 325. Sobre las
ruinas de Baesippo hay una memoria, en alemán, del Dr. Hübner,
en el Zeitschrift filr allgemeine Erdkunde, volumen XIII, 1862,
p. 35 y ss. Sobre los restos de construcciones para salpresar en el
mediodía de Portugal esperamos obtener informes por la grande
obra del Sr. Estacio da Veiga, ya citada (§141).
Minas fenicias § 145. Conocida es la importancia que desde los tiem-
pos más antiguos tuvieron las minas de España. Oro, plata,
cobre, hierro, azogue, minio, cinabrio y plomo, casi la
generalidad de los metales necesarios para los trabajos de
toda clase, eran por ellas producidos, según los informes
detallados, que sobre las mismas dieron Polibio (§ 36), Posi-
donio y Artemidoro (§§ 10 y 11), y nos han sido conservados
por Estrabón (§ 14), y Plinio (§ 20). Es cierto que los Feni-
cios, si no labraron ellos mismos las minas, fueron los que
MINAS FENICIAS 225
en España como en otras partes , se encargaron de la
exportación de las riquezas del país, y que sabían sacar de
ellas ganancias no exiguas, por más que Posidonio, en su
descripción elocuente de las minas de España, no nombre
los tales Fenicios. En varios puntos los restos que se han en-
contrado de una primitiva explotación de minas, han sido
atribuidos á los Fenicios; y no se puede negar, que como
dueños de ellas, aunque se sirvieron ciertamente para tra-
bajarlas de los habitantes indígenas, han de considerarse
también como autores primeros de los métodos de laboreos
mineros, en los cuales les sucedieron los Romanos. Restos
al menos de la explotación romana de las minas de plomo,
pues las de oro y de plata en tiempo de los dichos Romanos
habían ya perdido mucho de su importancia, son los lin-
gotes con inscripciones, conteniendo los nombres de los
dueños de las fundiciones, que se han encontrado en Caz-
lona (C. I. L. II 3280), en Cartagena (II 3739), y en Can-
jayar cerca de Granada (II 4964, i). También los lingotes
de Fuente de Cantos, cerca de Medina de las Torres, aun-
que carecen de inscripciones, con mucha probabilidad se
atribuyen á los Romanos (II 4964, 2). En algunos epígrafes
de Roma y de Italia se hace mención de un procurator so-
ciorum miniariarum del metallum Samariese y Antoninia-
nun in Bcetica (C. I. L. VI 9634), mencionado por Plinio
(n. h. XXXIV § 165), y de un villicus sociorum SisaiJO-
nensium (C. I. L. X 3964), también conocido por Plinio
(11. h. XXXIII § 118). Sobre la administración de las
minas romanas debemos los más completos informes á la
lex metalli Vipascensis, ya antes mencionada (§ 124).
En el museo municipal de Porto, en Portugal, existe
una pequeña lámina de oro (0,004 á 0,005 m.), batida, como
claramente se ve, sobre uno de los célebres decadracmas de
plata de Siracusa en Sicilia, cuyo nombre lleva, junto con
el del artista Euóneto, á cuyo buril de maestro se debe la
226 LOS MONUMENTOS
cabeza hermosísima de la ninfa Aretusa, y la cuadriga con
la Victoria, que forman los tipos conocidos de estas mone-
das. Los doctos Griegos que viajaron por España, como
Posidonio y Artemidoro, en los nombres de algunas pobla-
ciones, inmediatas á Málaga y de Galicia, como las de los
Elenos, de los Grovios, y del castillo de Tyde, creyeron
encontrar pruebas de la antigua colonización griega, muy
falaces sin duda. Pero puede ser muy bien que Griegos de
la Sicilia exportaran el oro de Galicia é imprimieran en
aquella lámina el tipo de una de sus monedas. Un producto
sumamente interesante de la explotación de las minas de
oro en España, de remota antigüedad, son unas planchitas
también de oro encontradas junto á Cáceres, y conservadas
en el museo del Louvre, en París. Contienen unos adornos,
estampados en fajas de oro muy delgadas, compuestos
de jinetes y animales, de un arte muy primitivo; fueron
publicadas por elSr. Schlumberger en la gazette archéo-
logique, y reproducidas por el Sr. Cartailhac, en su obra
antes citada (§ 141), con algunas observaciones (p. 334,
lámina IV).
Un resto también muy especial de la explotación de
las minas por los Romanos, es el bajorelieve tosco, repre-
sentando unos mineros con sus herramientas, encontrado
en 1872 en las minas de Palazuelo, cerca de la antigua
Castillo, y publicado por el Dr. Berlanga en su Hispanice
anteromanm syntagma (Málaga 1884, p. 686). De los varios
restos de labores y de utensilios encontrados en las minas
antiguas de cobre, de azogue, y de plomo, como en las de
Huelva, Río Tinto y Almadén, no se puede probar el ori-
gen fenicio, debiendo referirse, con mucha probabilidad,
á los indígenas, ó á los Romanos.
La riqueza minera de España ha sido descrita varias veces; pero
falta un resumen de todas las noticias sobre restos de minas anti-
guas encontradas en varias partes. Sobre los Fenicios, como dueños
LOS TALAYOTS 227
de minas, y negociantes en metales, en todas las regiones del mundo,
véase la ya citada obra de Movers, die Ph&nizier, vol. II, parte III,
1856, p. 27 y ss. Describió las antiguas minas de plata de Sierra
Almagrera, provincia de Almería, D. Vicente Moreno y Berardo, en
el periódico la Alhambra, vol. III, 1840, p. 49 y ss. Sobre la explota-
ción de las minas de Cartagena véase la obra espléndida del señor
D. Federico de Botella y de Hornos, descripción geológica-minera
de las provincias de Murcia y Albacete, Madrid 1868, fol., en la
cual se ven figuradas ánforas, candiles y vasijas encontradas en las
minas (lám. XXII). Las sagradas escrituras conocen á Tarsis sólo
como patria de la plata. Sobre algunos objetos antiguos, que pare-
cen de cuatro norias, ó ruedas de llanta bueca, halladas en el 1865,
en las minas de «Tharsis», provincia de Huelva, dio noticia el señor
D. Recaredo de Garay y Anduaga; véase la Noticia de las
Actas de la Real Academia de la Historia, de 1876, por D. Cayetano
Rossell, Madrid 1876, p. 27. Sobre la lámina de oro siracusana
encontrada en Portugal véase el libro de Hübner, die antiken
Bildwerke, etc., Berlín 1862, p. 338. La explotación recientemente
muy desarrollada en España de las minas ya viejas ó ya modernas,
lia dado á conocer no escasos restos de los trabajos antiguos, sobre
todo de los Romanos; como en Río Tinto, Almería, y otros puntos.
De la mina de Hiende la Encina, propiedad de la familia de Orfila,
en París, y de utensilios y antigüedades hallados en ella, conserva-
dos ya en la Real Armería de Madrid, ya en Valladolid, una noticia
dada en el periódico francés «La Pvesse», de 1865, ha sido repe-
tida en el «Ausland», de 1865, p. 1248, y en el «Globus», de 1866,
vol. IX, p. 263. Pero no se ha presentado la prueba del origen
fenicio de estos objetos. Utensilios de mineros antiguos, fenicios ó
romanos, que fueron encontrados junto á Cartagena, estaban con-
servados en la colección de antigüedades del Sr. D. Amalio Maestre,
en Madrid; véase el Bullettino dell' Instituto arcJieologico de Roma,
1861, p. 31.
§ 146. En las islas de Mallorca y Menorca, sobre todo Lo3 taiayois
en la última, existen, ó al menos existían numerosos monu-
mentos de una población quizá indígena, sobre cuyo ori-
gen y carácter han sido emitidas varias opiniones. Tienen
los tales monumentos cierta semejanza con los «nurhages»
de la isla de Cerdeña, y tal vez con los monumentos mega-
228 LOS MONUMENTOS
líticos de otras islas del mediterráneo, como Gozo y Pan-
telaria; pero, sin embargo, sería atrevido por solo la exis-
tencia de ellos en diferentes puntos de aquel archipiélago,
establecer conjeturas sobre su origen común, que mucho
menos puede atribuirse, con certidumbre, á los Fenicios,
ó á los Chethas (§ 142). Los talayots son edificios circulares
de un solo piso, generalmente con escalera interior, desti-
nados, como parece, á sepulturas; algunos tienen rampas
exteriores que conducían á las entradas, por lo general,
muy bajas, de los pisos altos. Hay una cierta clase de estos
edificios propios de la isla de Menorca, cuya planta es muy
semejante á un bote con la quilla hacia arriba, llamados
por esto «navetas», y que se han comparado á los mapalia
de los Númidas, de los cuales habla Salustio el historiador
en el bellum Jugurthinum, cap. 18, 10: ceterum adhuc mdi-
ficia Numidarum agrestium, quce mapalia Mi vocant, oblon-
ga, incurvis lateribus teda, quasi navium carina} sunt; ase-
gurándose que los Nómadas del Atlas todavía conservan
en parte esta forma de tiendas. No faltan en las Baleares
construcciones megalí ticas de distintas clases, como círcu-
los y altares, parecidos á los restos de esta índole obser-
vados en muchas regiones de Europa, y en diversas partes
del mundo, pero también de un carácter propio y peculiar.
Sobre los talayots han escrito, además de indicaciones ocasio-
nales, dadas por diferentes autores nacionales y extranjeros, el
inglés Juan Armstrong, the history of Menorca, Londres 1752, 8.,
traducida al castellano, francés, y alemán, D. Juan Ramis y
Ramis , en sus «Antigüedades célticas de la isla de Menorca, Mahón
1818, 4., y su hermano D. Antonio, en sus «Noticias relativas á la
isla de Menorca», seis fascículos, Mahón 1826-1829, 4., y en sus
«Inscripciones relativas á Menorca y noticias de varios monumen-
tos descubiertos en ella», Mahón, 1833, 4. Después les ha dedicado
algunas observaciones el general della Marmora, cuando para su
grande obra sobre la isla de Cerdeña y sus nuraghes estuvo también
en las Baleares, por los años de 1834 y 1835; Voyage en Sardaigne,
RECINTOS FORTIFICADOS 229
París 1840, p. 577 y ss., lámina XI 1-6. Últimamente el benemérito
anticuario barcelonés D. Francisco Martorell y Peña visitó los
talayots y demás monumentos antiquísimos de las Baleares, sacando
de una gran parte de ellos planos y dibujos, sumamente útiles, que
fueron publicados, con las doctas notas del Sr. D. Salvador San-
pe r e y Miguel, en los ya antes citados «Apuntes arqueológicos de
D. Francisco Martorell y Peña», Barcelona, 1879, fol., p. 165, ss.
Véase también la Memoria de D. Cesáreo Fernández Duro, en
«la Academia», vol. I, 1877, p. 184 y 223 y ss. Algunos de los túmu-
los mallorquines aun existentes, los de Arta, de Llubi, de Capo Corp
Vey, y de la Talaya, han sido dibujados esmeradamente y publica-
dos por el ilustre historiador de las Baleares, el archiduque de Aus-
tria D. Luis Salvador de Toscana, en su obra monumental y esplén-
dida, «die Balearen in Word und Bild», vol. V, Leipzig, 1884, fol.,
p. 456, 515, 624 y 626.
§ 147. Las poblaciones primitivas dejaron también en Recinto».
otras partes de la península, restos de sus ciudades y cas- f°rüflcados
tillos, de sus habitaciones y sepulcros. Frecuentemente los
sitios de esta antiquísima civilización fueron utilizados por
las generaciones posteriores. Los Fenicios y los Griegos,
sobre todo, se aprovecharon muchas veces de las ciudade-
las de las poblaciones indígenas subyugadas, para fundar
en ellas sus nuevos emporios y ciudades. Pero hasta hoy,
no sabemos que ni en Cádiz ni en Málaga, ni en los demás
establecimientos fenicios, se hayan descubierto indubita-
dos vestigios de una ocupación por tribus nacionales, que
precediera á la de los mismos Fenicios, como tampoco en
Ainpurias ni en Rosas, aunque sea muy probable que una
población anterior á la de los griegos, haya tenido en aque-
llas ciudades el centro de sus habitaciones. En Tarragona
parece casi cierto que la parte más antigua de sus soberbias
murallas fué construida antes de la ocupación romana. Los
Escipiones se sirvieron más tarde de estos fundamentos,
para hacer del castillo de Tarragona la principal fortaleza
de la nueva provincia. Lo mismo, es fácil, que haya sucedido
£
230 1.08 MONUMENTOS
en Gerona, en Barcelona, en Sagunto, y en otras poblacio-
nes, después fortificadas por los Romanos, donde también
deben quedar aún cimientos de murallas, construidas por
los indígenas en época mucho más antigua que la ocupación
romana. En España, lo mismo que en Francia, existe cierto
número de sitios fortificados, que después de la invasión
romana perdieron su importancia, y, aunque tal vez fueron
habitados en una época más ó menos remota, sin embargo,
no alcanzaron la importancia de las poblaciones romanas.
Silos y cuevas, y, sobre todo, sepulcros de singular cons-
^AA'^X. trucción, abj^r^to^Á^ácjQ-fiíLia^roca y teniendo la forma del
cuerpo humano tendido á lo largo, como en Olérdula, Eram-
prunyá, Banyolas, y en varios parajes de la isla de Mallor-
ca, se han encontrado frecuentemente en las cercanías
de tales sitios. Estos restos, si un día se llega á fijar su
época, podrán servir para enseñar hasta qué tiempo aque-
llos lugares fueron habitados. En Cataluña tales recintos
fortificados existen en Olérdula, cuyos sepulcros son los
más conocidos; en San Miguel de Eramprunyá, y en San
Pedro de Caserras. En Andalucía, en la provincia de Jaén
y distrito judicial de Baeza, existe el «Castillo de Ibros»,
construcción ciclópea, cuyas medidas ignoramos. Otra
semejante está al Norte de Cabra, cerca de la torre del
Puerto, sitio del Casaron del Portillo, que era un cuadrado
de 1620 m. Muchos recintos de esta índole existen en las
regiones propiamente célticas, del Norte y Noroeste de la
península, en Portugal, en las cercanías de Lisboa y dis-
trito de Mafra, en el Alemtejo, en el Beira, en ambas Ex-
tremaduras, la española y la portuguesa, en Galicia, y en
Aragón. Pero falta mucho por hacer hasta conseguir rea-
lizar una exploración perfecta de todas las demás provin-
cias de España, respecto á tales monumentos, que muchas
veces se han conservado lejos de los caminos frecuentados
por los viajeros, siendo sólo conocidos por los pastores y
A' ' '
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RECINTOS FORTIFICADOS 231
la gente rústica que ignora completamente su impor-
tancia.
Sobre los recintos fortificados de Cataluña véanse los «Apuntes
arqueológicos» de D. Francisco Martorell y Peña (§ 146), p. 102
y ss.; sobre el Castillo de Ibros y el de Cabra la obra de Góngora
(§ 142), p. 91 y 94; sobre los de Galicia, como el «Castro de Fecha»,
junto á Santiago, la historia de Galicia de D. Manuel Murguiá,
vol. I, p. 525 y ss.; sobre «os castros o montes fortificados de Colla e /
Castroverde no Alemtejo, perto de Cazaveh, las «Notas de archeologia» /\
del Sr. Gabriel Pereira, Evora 1879, 65 pp. 8., cuyo recinto tiene
200 á 40-50 m., con las anotaciones del Sr. Hübner, en la Jenozr
Literatur-Zeitung de 1879, p. 388 y ss.; y sobre los cercanos á Mafra
el libro del Sr. F. M. Estacio da Veiga, «Antigiádades de Mafra»,
Lisboa 1879, 117 pp. 4., con 8 láminas, en el cual se describen recin-
tos de piedras, cromlecbs, dólmenes, menhirs y tidlias, que son una
especie de silos, en forma de grandes vasos de barro, enterrados y
destinados, como los silos, á conservar el trigo. Más monumentos de
esta clase describe la grande obra del mismo Sr. Estacio da Veiga
sobre las antigüedades prehistóricas del Algarve, ya varias veces
citada. Sobre antigüedades prehistóricas del partido de Molina de
Aragón véanse las notas del P. Román Andrés de la Pastora,
en el Boletín de la R. Academia de la Historia, vol. III, 1883,
p. 154-158.
Sepulcros del tipo de Olérdula se han encontrado también en»l',|,^.^v
Villa de Povos, distrito de Villafranca, provincia de Tras os mon-
tes de Portugal, junto á la ermita do Sr. Jesús da boa morte, s.
como indican los apuntes del Sr. Moreira, conservados en la biblio- P
teca de la Academia de Lisboa, vol. III, f. 642; y también junto á
Zamora, véase el Boletín de la Sociedad geográfica de Madrid,
vol. VII, 1879, p. 415; y junto á los baños de Fuente-santa de Gayan-
gos, provincia de Burgos, partido de Villarcayo, legua y media de
Medina del Pomar, en la carretera de Bilbao, véase la noticia del
Sr. Antolín Saenz de Baranda, antigüedades prehistóricas de
Gayangos, en el Boletín de la Academia de la Historia, vol. X, 1887,
p. 215 y ss.
Era una idea feliz del Sr. D. Aureliano Fernández Guerra
reunir materiales para una estadística de los despoblados de España,
que esperamos ha de verificarse un día.
ic
232 LOS MONUMENTO*
OUatda § 148. Una clase de poblaciones antiguas, oppida, de
// otros ritió» • ii,. i-i -Tii .1-11
m r,,ritnhti origen céltico, o al menos parecidas a los oppida de los
Celtas en Francia, lia sido observada ya desde hace algunos
siglos, en el norte de Portugal. En la provincia del Minho,
en el valle del río Ave, y al pie de la sierra de Falperra, no
lejos de los baños termales de Caldas de Vizella y de la
villa de Guimaraens, existen tres altos cerros, rodeados por
murallas megalíticas, con sus puertas y rampas, que dan
entrada á estas poblaciones. La mayor lleva el nombre de
Citania, ó Citania de Briteiros, para distinguirla de algún
otro sitio, de origen al parecer antiguo, designado con
aquella misma denominación, y las dos menores se conocen
por los de Santa Iria y Sabroso. No son las únicas de esta
especie, pues existen numerosas localidades análogas, al
presente no habitadas, en los valles de los ríos Lima, Neiva
y Ancora, y en otros vecinos, llamadas por los rústicos
«a cidade» ú «o castro», y ofreciendo las mismas particula-
ridades que la Citania. De esta clase son la «Britonia» en
el monte de Santa Lucía junto á Viana, y las de los montes
de Af'fife y de San Roque. Consisten estos recintos, colo-
cados encima de montañas y rodeados por murallas cicló-
peas, en restos de habitaciones, que fueron chozas ó caba-
nas, de forma circular, cuadrada ú oblonga, divididas entre
sí por calles estrechas empedradas; y, á veces, adornos de
una arquitectura rudimentaria y curiosa. El objeto más im-
portante de esta clase es la que llaman «pedra fermosa» ,
que es un gran trozo arquitectónico de forma asaz ruda,
cuyo destino, muy discutido entre los doctos portugueses,
no parece que deba ser muy distinto del que tuvieron otros
ornamentos toscos de aquellas mismas habitaciones. A pe-
sar del carácter primitivo de estas poblaciones, demostrado
por los hallazgos hechos en ellas, de armas de piedra, de
jarros y de otros objetos de barro cocido, se han encontrado
también en las mismas algunos epígrafes latinos, por cierto
CITANIA Y OTROS SITIOS EN PORTUGAL 233
de una forma muy particular, destinados, como parece, á
indicar los dueños de las habitaciones, conteniendo sólo
nombres de individuos, y ninguna de las fórmulas conoci-
das por tantos otros sepulcrales y votivos. Uno, por ejem-
plo, dice Coroneri Camali domus, casa de Coronero, hijo de
Cámalo; y en algunas tejas se han hallado inscritos nom-
bres no romanos, como Camalus, que es el más frecuente,
MedamuH y otros. También se lian encontrado alo-unas
monedas; una de la serie más reciente de las de Emporice,
y algunas de *la época de Augusto y Tiberio. De suerte
que estas poblaciones, aunque de origen quizás bastante
más antiguo, deben haber sido habitadas hasta una época
relativamente moderna, sin cambiar mucho su carácter
primitivo. Restos de poblaciones análogas han sido obser-
vados en otras regiones habitadas por pueblos ibéricos,
como en Galicia (§ 142), y célticos, como en Francia y en
Inglaterra.
Sobre Citania existe ya una literatura especial. Después de las
antiguas descripciones incompletas que se encuentran, en las obras de
Fray Bernardo de Britto, de Gaspar Estaco, y de Luis Alvarez
de Figueiredo, comunicada al P. Jerónimo Contador de Argote,
en 1721, y de las breves relaciones modernas de los Sres. Possido-
nio da Silva, Luciano Cordeiro, Manuel María Rodriguez,
Augusto Felipe Simóes, Simáo Rodriguez Ferreira, y
Gabriel Pereira, el benemérito anticuario portugués Sr. F. Mar-
tins Sarmentó, el actual posesdor de aquellos sitios, y que á
fuerza de excavaciones y de vistas fotográficas las ha puesto al
alcance de la ciencia moderna, ha dado noticias preciosas sobre ellos
en varios artículos del periódico «a Renascenca», de 1878 y 1879. La
grande obra monumental, ideada por el mismo, todavía no ha sido
publicada; pero entretanto, el Sr. Hübner ha publicado una rela-
ción completa sobre el estado actual de la cuestión, en portugués,
en la «Archeologia artística» del Sr. Joaquín de Vasconcellos,
fascículo V, Porto 1879, 25 pp. 8., y en alemán, en el periódico cien-
tífico de Berlín, el «Hermes», vol. XV, 1880, p. 49-91 y 597-604. En el
año de 1886 los miembros del Congreso antropológico de Lisboa visi-
234 LOS .MMMMKNTOS
taron ú Citania. De esta visita han dado cuenta el Sr. R. Virchow de
Berlín, en las Vérhemdkmgen der Berlmer Gesellschaft für Anthro-
pologie, etc., de 1880, p. 335-355, con algunos grabados, el Sr. Car-
tailhac, en los Matériaux pour servir á Vhistoire pHmitive de
Vhomme, de 1880, p. G47 y ss., con láminas, y sirviéndose de la
relación de Virehow, y el Sr. A. Bertrand, director del museo de
St. Germain, en el Bulletin de la Societé des Antiquaires de France,
del 1881. El Sr. Hübner, después de haber visitado á Citania
en 1881, prepara una nueva publicación sobre el emplazamiento de
aquella y sobre sus antigüedades.
Sobre los demás sitios de poblaciones primitivas de Portugal no
existen más que noticias preliminares, como las publicadas sobre
Santa Lucía, junto á Viana, por el arquitecto conocido Sr. Joaquín
Possidonio Narciso da Silva, y por el Sr. Luis de Figueiredo de
Guerra, en el «Boletim arcJiitcctonico portugués», serie II, vol. II,
1877-1879, p. 26, 52 y ss., y 158 y ss.; y sobre los montes de Affife y
de San Roque, en el mismo tomo del «Boletim», p. 40 y ss.
Habitaciones muy antiguas existen también en Yillamoros de
Mansilla, á tres leguas de León, hacia el Sudeste, no lejos de la anti-
gua Lancia, que son, según dicen, chozas de dos y tres pisos, hechas
de tierra gredosa, no conociéndose todavía una descripción esme-
rada de ellas.
sitios del culto § 149. No sólo de las casas, poblaciones y sepulcros
vnnutivo c|e jog habitates primitivos han quedado algunos restos,
sino también de los lugares ^fujirj!__de_lus poblaciones , en
los que solían venerar á sus dioses. En muchos de estos
sitios, en rocas que caen al mar, ó en el interior de los
valles, aun subsisten, inadvertidos, altares levantados en
las montañas, en los bosques y en los campos, que fueron
quizás abandonados ya en épocas relativamente remotas,
cuando la dominación romana hizo desaparecer gran parte
del culto de los dioses antiguos. Pero como en muchas par-
tes más apartadas, aun bajo la dominación romana, se
mantuvo la raza indígena, con sus costumbres y con su
lenguaje, aun se conservan también sitios de su culto, que
fueron respetados por los Romanos. Sabido es que muchos
SITIOS DEL CULTO PRIMITIVO 235
de los antiguos dioses indígenas fueron recibidos, con nom-
bres de dioses romanos, en el Olimpo oficial. Así es que en
algunas localidades sólo nos han conservado la memoria
de su destino originario, y del culto primitivo, varias ins-
cripciones romanas, á pesar de estar mutiladas y muchas
veces apenas inteligibles.
EnPanoyas, cerca de la aldea de Assento, diócesis
de San Pedro de Valdenogueiras, término de Villar eal,
provincia de Tras os montes, en Portugal, la configuración
de la roca, y algunas inscripciones esculpidas en ella, indi- ,
can un sitio del culto, conservado hasta fines del siglo n, 7-
y respetado por los magistrados romanos. No están copia-
dos con exactitud sus epígrafes (C. I. L. II 2395), que
merecen una nueva y detenida revisión, sin que, á pesar de
ello, quepa duda sobre el carácter religioso de aquel sitio.
Otro análogo era el del Monte Cristello, cerca del
río Vizella, y de Guiniaraens, término de Filgueiras, dió-
cesis de S. Verísimo, en la provincia del Minho, en Portu-
gal. Entre los epígrafes de este sitio, en parte ininteligi-
bles (C. I. L. II 2409), uno lleva la fecha del año 159
de J.-C.
En unas cuevas de la costa meridional de la isla de
Menorca, cuatro millas y cuarto marítimas de Alayor,
llamadas Calascovas, existe, ó al menos existía, una por-
ción de inscripciones, relativas, según parece, á un culto
antiguo local (C. I. L. II 3718-3724). Las copias de ellas,
debidas al benemérito anticuario de Mahón D. Juan
Ramis, son demasiado imperfectas; sin embargo, una
de ellas lleva distintamente la fecha del año 150 de J.-C.
En el Almudejo, junto á Cabeza del Griego, que se
cree la antigua Ercávica, existen, esculpidas en la roca
viva, y con relieves, cinco ó más dedicaciones á Diana
(C. I. L. II 3093 a-e.).
El faro de la Coruña lleva también, en la roca en
de los Santos
236 LOS MONUMENTOS
que está erigido, la dedicación al dios Marte, hecha por
el arquitecto del mismo faro, natural de Eminio en la Lusi-
tania (C. I. L. II 2559).
En otra roca, junto á Martos, la antigua Tucci, existe
una dedicatoria hecha á cierta divinidad, que no es en otra
parte nombrada (C. I. L. II 1679), y junto á Badalona,
cerca del monasterio de la Murta, se conserva, grabada
también en la roca viva, otra al dios Sol (C. I. L. II 4604).
Estos son algunos de los restos, hasta ahora averigua-
dos, de lugares destinados al culto, además de los templos
y altares romanos que hubo en las ciudades, datando aqué-
llos, al menos en gran parte, de la época anteromana, sin
que se tengan hasta ahora pruebas de cuál haya sido su
origen.
ei, cerro § 150. De índole algo diferente, pero también de un
carácter religioso suficientemente pronunciado, es el sitio,
bastante celebrado desde los últimos decenios entre los
anticuarios de España, y conocido bajo el nombre del
Cerro de los Santos.
Su formación es de piedra caliza, correspondiendo al
grupo de montañas de Aleara y Segura, situado hacia el
nordeste; está al norte de Albatana, al este de Albacete,
á cuatro leguas de Almansa y á una al mediodía de Monte-
alegre, entre este lugar y Yecla, á 30° 40' latitud N., y 2o
26' longitud E. del meridiano de Madrid. En el cerro se en-
contraron sillares labrados, mosaicos, tejas, ladrillos y otros
objetos, que suelen atestiguar la existencia de una pobla-
ción antigua. El plano del cerro, que mide unos 175 m. de
largo, por 85 de ancho, levantado en 1871 por el señor
D. Paulino Sa virón y Este van, muestra, en la parte sep-
tentrional, que es un poco menos elevada que la meridional,
los cimientos de un edificio de forma oblonga, al pare-
cer templo, puesto en dirección de oeste á este, y de con-
siguiente de orientación muy exacta. El edificio tenía
EL CERRO DE LOS SANTOS "237
20 m. de largo por 8 de ancho; se descubre su vestíbulo y
una escalinata; puede, pues, considerarse con bastante
probabilidad como recinto religioso. Existen, además, en
el cerro restos de murallas ciclópeas, algunos cimientos,
muy escasos, de otros edificios, unos fustes de columnas, y
un capitel de forma particular, que, sin embargo, no es
seguro que haya pertenecido al templo. De estos restos no
se puede de'ducir. con alguna certidumbre, si el conjunto
de ellos fué población primitiva, ó más bien sitio desti-
nado al culto, como parecen indicarlo las numerosas obras
del arte esculturario, que allí se han descubierto. Es verosí-
mil que éstos pertenezcan verdaderamente, al menos una
parte de ellos, á la época de la cultura primitiva y antero-
mana, y que el templo mismo sea de considerable anti-
güedad. Pero como entre las esculturas se descubren tam-
bién elementos nada dudosos de la civilización romana, el
«Cerro de los Santos», con sus antigüedades, debe colo-
carse con propiedad, en este resumen, al fin del capítulo
destinado á las antigüedades que se llaman comunmente
prehistóricas.
La literatura descriptiva relativa al Cerro de los Santos comienza
con la relación del pintor D. Juan de Dios Aguado y Alarcón,
hecha á la R. Academia de Bellas Artes de San Fernando, quien lo
había mandado allí para informar sobre las antigüedades recién halla-
das, y que está dirigida, en 28 de Julio de 1860, desde Corral Rubio.
Las diez y ocho estatuas, y el capitel de columna, entonces conocidos
solos, dieron ocasión al célebre académico D. José Amador de los
Ríos para publicar «algunas consideraciones sobre la estatuaria
durante la monarquía visigoda», en ~E1 Arte en España», vol. 1, 1862,
p. 157 y ss., y vol II, 1883, p. 5 y p. 13 y ss. El Sr. Ríos consideraba
aquellos restos como indudablemente pertenecientes al arte visigodo.
Once años más tarde, en el 1871, un modesto artesano de Yecla,
movido por el deseo del lucro más que por laudable investigación
científica, emprendió nuevas excavaciones, que dieron por resultado
gran número de objetos, sobre todo del arte esculturario, ahora depo-
238 LOS MONUMENTOS
sitados en el Museo arqueológico nacional de Madrid, y algunos más,
aunque en corto número, que obran en manos de varios particulares,
como de D. Bernabé Morcillo, el dueño del sitio, de D. Miguel Rodrí-
guez Ferrer, que entonces era gobernador de la provincia de Murcia,
de D. Antonio Cánovas del Castillo, el ínclito repúblico, y de otros,
vecinos principalmente de Murcia y de Alicante. Dio noticia de estos
nuevos y de los más antiguos descubrimientos la docta «Memoria
sóbrelas notables excavaciones hechas en el Cerro délos Santos, pu-
blicada por los PP. Escolapios de Yecla», Madrid, 1871, 71 pp., 8.
Además de algunos artículos de periódicos, como «La Esperanza» y
«El Tiempo», D. Juan Facundo Riaño escribió en el «Athenceum* de
Londres, del año 1872, vol. II, p. 72, y 88., sobre los hallazgos del
Cerro de los Santos un artículo muy prudente, en el cual se pronun-
ció en favor de la opinión, emitida ya por otros sabios, de que los
objetos allá encontrados, por su carácter especial y por las inscrip-
ciones, que en algunos de ellos se observaban, debieran atribuirse á la
época déla filosofía gnóstica, y casi al tercer ó cuarto siglo de nues-
tra Era. A una mucho más antigua, esto es, á la civilización primitiva
anteromana, ha estimado que pertenece no sólo todo el recinto
sagrado, sino también las estatuas y demás objetos allí encontrados,
el Sr. D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, en su notable
monografía titulada «Antigüedades del Cerro de los Santos en tér-
mino de Montealegre», publicada en los «Discursos leídos ante la Real
Academia de la Historia, en su recepción pública, el día 27 de Junio
de 1875,» con la contestación del Sr. D. Aureliano Fernández Guerra
y Orbe, Madrid 1875, 181 pp., con dos mapas, 20 láminas litográfi-
cas, 8. mayor, reproducida con algunas omisiones y con las mismas
láminas, en el «Museo español de antigüedades» vol. VI, 1875,
p. 251 y ss. El mismo Sr. Rada añadió, un año después, una Memo-
ria sobre «Las nuevas esculturas del Cerro de los Santos en término
de Montealegre, adquiridas por el Museo Arqueólogo nacional», en
el Museo español de antigüedades, vol. VII, 1876, p. 594 y ss., con
una lámina litografiada. Uno de los objetos pertenecientes á los pri-
meros hallazgos, es un cuadrante-solar, que ha sido publicado é ilus-
trado con erudición matemática sumamente esmerada, tratando al
mismo tiempo en general «de los relojes del sol en la antigüedad»
por el Sr. D. Eduardo Saavedra, en el Museo español de antigüe-
dades, vol. X, 1880, p. 209 y ss., con láminas. Muchos otros de los
objetos conservados en el Museo de Madrid todavía no se han
publicado. Hay entre ellos también algunas falsificaciones.
MONUMENTOS ARTÍSTICOS DE LA ÉPOCA ROMANA 239
§ 151. Con el progreso de la dominación romana, tan Monumentos
■. -. , , , .. . ,..-, -i-i n artísticos de la
saludable para las provincias y tan útil para el desarrollo épocaromanu
de sus recursos, y para el bienestar de sus habitantes, por
un orden natural ó inevitable fueron desapareciendo de día
en día más y más las singularidades interesantes de la
vida pública y particular, que suelen contener en sí lo
más característico de cada una de las naciones de la anti-
güedad. Bajo la república, la influencia de la romaniza-
ción, por decirlo así, todavía no se había extendido sobre
toda la península. La costa oriental y la Bética, desde
muy temprano debieron haber tenido un carácter semi-
romanizado, semejante al de la Galia narbonense. La
Lusitania, desde la«pretura de César, al menos en su parte
meridional, ó más bien en algunas de sus poblaciones
más importantes, como Lisboa, obtuvo casi el mismo grado
de civilización. Al contrario, las vastas regiones del inte-
rior y del norte, aun después de las guerras cantábricas
de Augusto, y hasta los siglos n y ni, conservaron gran
parte de sus instituciones nacionales, en el culto de sus
dioses indígenas y en las formas políticas de sus ciuda-
des como en las familias, ó séanse «gentilitates» ya antes
mencionadas (§ 125), y hasta en el lenguaje y en las cos-
tumbres. Desde el siglo ni se propaga más acentuada-
mente por toda España la cultura romana, que concluye
por uniformarse en sus diferentes provincias. Los monu-
mentos del arte y de la civilización romana, anteriores
á esta época, cuya conservación es debida al azar, se
encuentran esparcidos por el país en analogía con la pro-
pagación de la cultura, que fué, en diferentes períodos,
introducida en las varias regiones de la península.
Las grandes ciudades de la costa oriental y del valle
del Betis deben haber ofrecido, ya á fines del siglo i, un
aspecto casi enteramente romano. En los pueblos más
pequeños de la Botica, casi desde el siglo n en adelante,
240 1,08 MONUMENTOS
los templos y los edificios no tienen ya nada de indígena
ni de característico, encontrándose esparcidas por todas
partes vilas rústicas, y casas de campo con sus baños y
huertas. En el interior y en el norte, al menos las ciudades
que están en la línea de las grandes carreteras públicas,
asumen este mismo carácter de una civilización homogénea
á la de Italia y á la de las otras provincias. En el norte de la
península, desde el siglo n en adelante, los edificios públi-
cos y particulares se encuentran provistos de los hipocaus-
tos, construcción exigida por el rigor del clima en todas
las provincias del norte y este del imperio. Una construc-
ción de esta clase se ha observado recientemente en el cas-
tillo de San Martín, en Santander; véase el Boletín de la
Sociedad arqueológica Luliana, vol. II, 1886, n.° 26, p. 8.
No faltaban, por cierto, restos de lo antiguo y propiamente
español; pero muy poco de esto se ha conservado. Para
entender bien el valor artístico, el origen, el destino, las
particularidades de los monumentos del arte romano en
España hay, pues, que tener presente, que esta fase de su
cultura no es sino un sector dentro de la periferia enorme
de las artes é industrias universales del imperio romano.
Corresponde, pues, á los anticuarios nacionales la tarea
interesante y útil, de registrar ó ilustrar los monumentos
aun existentes de este arte tan sólido, tan magnífico y tan
variado. Pero para los fines del presente resumen no es
necesario entrar en pormenores artísticos ó históricos de
esta gran serie de monumentos, pudiendo contentarnos
con una enumeración breve de lo más importante en cada
género.
Para este género de monumentos las obras de Ponz, del conde
de Laborde y de Cean-Bermúdez, ya antes citadas (§ 141), han
prestado y aun prestan servicio importante, á pesar de que las indi-
caciones del último de estos escritores carecen de esmero, y que sus
índices contienen datos, que no se pueden comprobar. Mucho más
MURALLAS Y PUERTAS 241
titiles son aún los Museos, existentes desde hace mucho tiempo, ó
nuevamente creados, como, además de los de Madrid y Lishoa, los
de Tarragona, Barcelona, Gerona, Valencia, Sevilla, Córdoba, Gra-
nada, Málaga, y hasta los de poblaciones menos importantes, como
Antequera, Badajoz, Burgos, Cádiz, Palma, Valladolid, Porto, Evora,
y otras. El celo de las «Comisiones de monumentos», dirigido por la
ilustración de la Real Academia de la Historia, ha salvado mucho
de una destrucción casi cierta. Lo que sobre todo se necesita, son
publicaciones esmeradas y científicas de los monumentos existentes,
hechas con la ayuda de todas las noticias posibles, esparcidas en
libros y manuscritos, y de antiguos dibujos que existen, como los
reunidos por el benemérito D. Luis Josef Velázquez. Faltan también
planos con las plantas de las ciudades romanas, levantados en esca-
las bastante grandes, para hacer ver la colocación de las murallas y
puertas, y de los demás edificios antiguos, y un mapa arqueológico
general, para indicar los sitios de las í'uinas, sepulcros, y otros
monumentos esparcidos por el país. No es de maravillar que los
dibujos de las obras de arte, que acompañan los libros de Ponz, del
Conde de Lumiares , y de otros autores, no puedan dar una idea
suficiente de su estilo. Sólo los publicados últimamente en los
«Monumentos arquitectónicos de España», y en el «Museo español
de antigüedades» satisfacen á lo que se exige hoy en este género.
Los catálogos , también ya anteriormente citados (§ 141), de los
Sres. Hübner y Rada, proporcionan una idea de las riquezas
del país en monumentos romanos.
§ 152. En la configuración de su planta, en la direc- Murallas
ción de sus calles, y sobre todo en el curso de sus murallas, yPHer{
aunque estas mismas ya no sean de época romana, muchas
poblaciones de Italia y de las provincias del imperio con-
servan testimonios ciertos de su origen. En España esta
parte de la historia de las ciudades, aunque suele tratarse
con bastante elocuencia y mucha vanagloria, raras veces
está fundada sobre la observación crítica de los datos monu-
mentales. Las grandiosas murallas del acrópolis de Tarra-
gona, con sus partes más antiguas de origen ibérico, como
lo muestran las letras también ibéricas esculpidas por los
canteros en los enormes sillares, y su construcción romana
'-'•- LOS MONUMENTOS
algo más reciente, quizá augustea, sobrepuesta á la ibérica,
con sus pequeñas puertas ciclópeas, han sido por todos los
anticuarios é historiadores, desde Pons de Icart hasta Albi-
ñana y Fernández, señaladas, y con razón, como uno de
los monumentos de primer orden, que España ha poseído y
posee. Pero no existe ni un plano de toda la planta arquitec-
tónica que represente fielmente su recinto, ni unos dibujos
ó grabados hechos con el esmero debido, y aprovechán-
dose de las fotografías, varias veces tomadas de sus cons-
trucciones variadas. En el gran número de poblaciones ma-
yores, y más pequeñas, que señala Cean, en las cuales los
restos de los castillos, de las murallas y de las puertas, se
atribuyen á los Romanos, son pocas las que merecen esta
calificación, si se someten á una observación esmerada y de
concluyentes pruebas. No se puede negar que en muchas
de ellas existe un núcleo de construcciones romanas; como
en Cartagena, donde, sin embargo, el recinto de la población
romana no ha sido aún determinado. Ciertos indicios de un
origen verdaderamente romano se notan, en la Citerior,
por ejemplo, en las puertas y murallas de Gerona, de Bar-
celona, de Sagunto, en la que muy bien puede ser déla
época de los Escipiones la magnífica parte ciclópea de sus
murallas. Luego en las de Amposta del Ebro, de Cabeza del
Griego, de Numancia, Garay, de Augustóbriga, de Palen-
cia, de León y de Lugo; en la Lusitania, en las de Mórida,
de Cáceres, de Medellín, de Coria, de Evora y de Beja; en
la Ulterior, en las de Córdoba, de Sevilla, de Carmona y de
Martos. En León las treinta torres en el recinto de sus mu-
rallas muestran también ciertas señales de origen romano;
y lo mismo todo el de las murallas de Lugo, con sus puer-
tas flanqueadas de grandes torreones semicirculares, for-
mando un modelo de fortificación romana del bajo imperio.
Sobre las murallas y puertas de Tarragona, además de las histo-
rias locales, y de la obra de Labor de, Tomo I, lámina 49, ya anti-
MI-RALLAS Y PUERTAS 248
cuada, véase la Memoria del Sr. Hübner, en el periódico científico
alemán de Berlín, Hermes, vol. I, 1866, p. 77 y ss. De vez en cuando,
el celoso anticuario de Tarragona, D. Buenaventura Fernández
y Sanahuja, ha dado noticias interesantes sobre su estado actual, y
sobre los demás descubrimientos arqueológicos hechos en esta capi-
tal, en la Eevista histórica, vol. III, 1876, p. 296 y ss., y en las Memo-
rias de la Real Academia de Buenas letras de Barcelona, vol. II,
parte II, 1878, p. 413 y ss., especialmente sobre la casa de Pilatos,
edificio de destino incierto, pero perteneciente al recinto de las for-
tificaciones, quizá cuartel de los legionarios (véase el § 102), creído
sin razón suficiente palacio de Augusto, en la Academia, vol. II, 1877,
p. 120 y ss. "Últimamente ha sido evitado un derribo que hubiera
sido perjudicial á vana parte de las murallas, por la intervención efi-
caz de la R. Academia de la Historia; véase su Boletín, vol. IV, 1884,
p. 5. Un anticuario inglés, Sr. B. Lewis, ha dado una descripción
sucinta de las antigüedades de Tarragona, con ilustraciones, en el
periódico científico inglés The ArchaeologicalJournal,vol. XXXVII,
1880, p. 1 y ss. En el Álbum pintoresco-monumental de Cataluña,
publicado por la Asociación catalanista de excursiones científicas,
se encuentran vistas fotográficas muy buenas de las murallas y de
la puerta ciclópea; vol. II, entrega IV, Barcelona, 1880, 8. A la misma
se debe el discurso del Sr. D. Leandro Serrallach, Monumentos
romanos de Ta'rragona, Barcelona 1886, 47 pp., 8.
No citamos aquí lo que se ha escrito en la España Sagrada, y
en muchas historias locales, de una manera generalmente superfi-
cial, sobre murallas y puertas de muchas poblaciones. Indicaremos
sólo los pocos trabajos recientes de este género, que existen. En
la magnífica monografía de los monumentos romanos de Mérida,
que contienen los cuadernos 63, 64 y 68 de los «Monumentos arqui-
tectónicos de España», los restos de las murallas y de las puer-
tas, todavía no sabemos que hayan aparecido publicados. Sobre las
antiguas murallas de Barcelona véanse los artículos interesantes
del B. P. D. Fidel Fita, en la Eevista histórica, vol. III, 1876,
p. 1 y ss., p. 65, p. 209 y ss., vol. IV, 1877, p. 193 y ss. Sobre las
de Coria véase lo que está dicho en el Corpus inscript. Lat., vol. II,
p. 96; D. Luis Josef Velázquez sacó dibujos de ellos, los Vínicos,
según creo, que existen y que nunca se han publicado. De la expe-
dición científica, hecha por el mismo, de real orden á Mérida,
existen también los dibujos en los archivos de la R. Academia de la
Historia.
244 I. os MONUMENTOS
Puentes § 153. El sistema de carreteras romanas, del cual se ha
hablado ya (§ 87), exigía, como era natural, la construcción
de numerosos viaductos y puentes. Hasta cierta época,
bastante reciente, y en determinadas regiones de la penín-
sula, algunos de estos puentes romanos, con su sólida y
sencilla construcción se han mantenido, con pocas renova-
ciones posteriores, en uso continuo, y cuando á causa de las
crecidas de los torrentes ó de las sacudidas de los terremo-
tos se han puesto ruinosos, no siempre han sido restituidos
por las generaciones posteriores. Así es, que la Extrema-
dura española abunda en puentes romanos arruinados.
Sin embargo, también en otras partes casi no hay puente
de alguna importancia, del cual al menos los cimientos
no sean romanos; como en los de Lérida, de Córdoba, de
Velilla del Ebro, y otros, habiendo conservado mayores
restos aun de su forma antigúalos puentes de Manresa, de
Martorell, de las Albarregas, en Extremadura, y de Cha-
ves, en Portugal. Dos puentes existen aún, que á pesar
de algunas mudanzas insignificantes, y repetidos reparos
modernos, todavía son edificios enteramente romanos; el
de Mérida sobre el Gruadiana, de sesenta arcos bajos, sin
duda alguna obra de la época de Augusto, contemporánea
de la fundación misma de la colonia; y el de Alcántara, en
Extremadura, de seis arcos, con el triunfal en medio, y el
templete á su entrada, obra de la época de Trajano, como
lo indica su célebre epígrafe dedicatorio (C. I. L. II 759).
Sobre el puente de Mérida existe la monografía espléndida, ya
citada (§ 152) de los Monumentos arquitectónicos de España, cua-
derno 64. Sobre el de Alcántara, cuya restauración moderna, muy
acertada, y ejecutada bajo los auspicios de la Real Academia de la
Historia, ba sido descrita en las Actas de la misma Academia publi-
cadas por D. Pedro Sabau, del año 1860; Madrid, 1860, 8., en el
apéndice, p. 1-5, existe una monografía del Sr. HUbner, escrita en
italiano, «II ponte d' Alcántara», en los A/t/mli deW instituto archeo-
lógico de Roma, vol. XXXV, 1863, p. 17;i y 88., con dos laminas.
ACUEDUCTOS 245
§ 154. Casi no menos frecuentes que los puentes eran Acueductos
los acueductos, siendo el más célebre de España el de Sego-
via; obra bien conocida en sus detalles, y que con bastante
probabilidad se puede atribuir á la época de Augusto,
aunque de su epígrafe dedicatorio sólo existen los huecos
de las letras de bronce, que no se pueden restituir. Una
publicación arquitectónica digna de tal obra aun no se ha
dado á la estampa. De los de Tarragona, figurados en la
de Laborde, vol. I, lámina 55, y varios otros, tampoco dig-
namente publicados, como los de Barcelona, de Sagun-
to, de Chelva y de Mérida, en donde existen los restos de
dos, no se conocen más que algunas medidas poco exactas.
Con los acueductos casi siempre estaban en relación las
cisternas, estanques, albercas, en Extremadura charcas, y
aljibes. También estas construcciones han servido muchos
siglos después de la época romana, y, en parte, sirven aún
hoy mismo.
Si tuviéramos dibujos exactos de semejante clase de
obras, su comparación con las construcciones de igual des-
tino en Roma, en Nimes de Francia, y en otros puntos,
sin duda ofrecería datos para fijar, aproximadamente, su
origen.
Según noticias de los periódicos, en el año de 1885 se ha efec-
tuado una comprobación de la cartela, en la cual estuvo en un
tiempo el epígrafe del acueducto de Segovia. Se dice que el escultor
Sr. Mur ha hecho un dibujo en gran tamaño de los huecos en los que
las letras estaban fijadas; véase el Boletín de la Sociedad arqueo-
lógica Luliana, vol. I, 1885, n.° 21, p. 8; pero todavía no me ha sido
posible saber si algo se ha podido sacar de este dibujo.
§ 155. En las carreteras públicas y en los puentes, Arcoi
como en el de Alcántara (§ 153), muchas veces los Roma-
nes erigieron arcos, para sostener estatuas, en honor de
las personas, que fundaron ó edificaron dichos monumen-
246 LOS MONUMENTOS
tos; y lo mismo en el interior de las poblaciones, en las
plazas, en los mercados, y ante los templos, habiéndose
concedido la distinción, de que se le erigiese y pusiera una
estatua, en estos arcos, á los emperadores ó personajes de
alta dignidad, y á beneméritos ciudadanos, que, por lo
general, las costearon. De todas estas clases de arcos hubo
algunos en España, siendo muy pocos los que existen que
conserven sus epígrafes dedicatorios. El célebre de Bara,
junto á Tarragona, según su inscripción, fué erigido en
honor de Lucio Licinio Sura, preclaro general de Tra-
jano, á consecuencia de una disposición testamentaria
(C. I. L. II 4282). El existente en las ruinas de Caparra
fué erigido, también conforme á otra cláusula testamen-
taria, por un hijo piadoso á sus padres, ciudadanos, según
parece, acaudalados de su país, la lusitana Capera (C. I. L.
II 834). De otros arcos, como el de Martorelly el de Caba-
nes, en las carreteras, y del llamado de la plaza de San-
tiago en Mórida, no se conoce el origen; este último formó
tal vez parte de un edificio, cuyo destino es desconocido.
En el punto en donde la vía Augusta, desde los Pirineos
hacia Cádiz, entraba en la provincia Ulterior, existía un
arco de Jano (§ 87); pero no se sabe su sitio exacto, ni
se han encontrado nunca sus restos.
Edificios § 156. En el interior de las poblaciones, al ejemplo de
públicos B,oma.5 la plaza mayor ó el mercado, el forum, era el cen-
tro de la vida municipal. Templos y basílicas la rodearon,
y el descubrimiento de su sitio siempre es de suma impor-
tancia para la reconstrucción del plano de la población.
En ninguna de las ciudades antiguas de España, cuyos
recintos han sido excavados, como Cabeza del Griego,
Talavera la Vieja ó Itálica, se ha podido determinar de
una manera segura el lugar del forum.
En Tarragona parece probable, que en lo alto de la
población, donde estuvo su templo mayor, se haya de coló-
TEMPLOS 247
car también dicho forum. En Granada la cuestión tan dis-
cutida sobre el sitio de la antigna Ilíberi depende, en gran
parte, de lo que se juzga sobre el descubrimiento de un
edificio, creído basílica, en la Alcazaba; porque, si se puede
considerar como segura, parece fijar allí el lugar del forum
de la población antigua.
Sobre el sitio de Iliberri véase el dictamen de los Sres. D. José y
D. Manuel Oliver Hurtado, inserto en el periódico «El Arte en
España», vol. IV, 1879, 53 pp., 4., y lo expuesto por los mismos
autores en su libro «Granada y sus monumentos árabes», Málaga,
1875, 8.; á p. 395 y ss. Ellos se declaran por Elvira, mientras el señor
Hübner, en el Corpus inscript. Lat., vol. II, p. 285 y ss., y el
Sr. Dozy, en sus recherches stir l'histoire de la littérakcre de l'Es-
pagne pendant le moyen age, edición 3.a corregida y aumentada,
vol. I, Leyde 1881, p. 335 y ss., fiándose en los testimonios sobre las
excavaciones, ponen á Iliberri en la misma Granada. La fe suma-
mente sospechosa de casi todas las personas que se han ocupado de
aquellas excavaciones, hace la decisión incierta; los Sres. Oliver,
con su crítica severa y su inspección local, fundan su opinión sobre
razones sólidas. Parece en efecto, cuando se examinan sin preocu-
pación los testimonios fidedignos de los autores árabes y los hallaz-
gos de la Sierra de Elvira, que allí, y no en Granada, hubo de estal-
la antigua Ilíberi.
§ 157. Bastante numerosos son los restos de templos. Templos
Aunque de muy pocos se puede fijar con certidumbre la
época de la construcción y su destino particular, muchos de
ellos se suelen atribuir con toda seguridad, pero sin fun-
damento alguno, á diferentes dioses, siendo así que lo más
que se conoce es su orden arquitectónico, y la fecha apro-
ximativa de su fundación. Es muy probable, por ejemplo,
que las substrucciones y los restos de arquitectura corin-
tia magnífica, que quedan, ó se han descubierto, en el sitio
de la catedral de Tarragona, sean los del templo provin-
cial supremo de la diosa Roma y de los Augustos, cons-
17
248 LOS MONUMENTOS
traído bajo Tiberio, ó el Augusteo, mencionado en inscrip-
ciones de esta época, como en un decreto griego de Miti-
lene en la isla de Lesbos. De uno de los templos de Mérida
se ha conservado su epígrafe, que contiene la dedicación,
hecha por una señora noble de la misma Mérida, al dios
Marte. Es fácil que los restos del templo en el acrópolis de
Artemisión ó Dianium, la colonia griega de Masalia, sean
los del templo de Diana, que sin duda hubo allí. Sólo que los
anticuarios locales lo prueban desatinadamente , con una
inscripción conocidamente falsa (C. I. L. II n. 164*), que ni
siquiera pertenece, según los testigos más antiguos que la
traen, á Denia. En Cádiz, como ya hemos visto (§ 143), una
parte de los cimientos antiguos, muy extensos, que allí exis-
ten, puede haber pertenecido al célebre templo del Hércu-
les tirio; pero no es dable comprobarlo. El pequeño templete
junto al puente de Alcántara fué dedicado, como lo indi-
ca su epigrama aun existente, á Trajano, por el arquitecto
del puente Gayo Julio Lacer (C. I. L. II 761). De algu-
nos templos se conservan los epígrafes, mientras de los de-
más no se han podido encontrar, como del nimfeo de Liria
(C. I. L. II 3786). Respecto de los restos de algunos otros
hay probabilidad más ó menos grande de cuál pudo haber
sido su origen y destino. Pero de la mayor parte ignoramos
ambas cosas, como de los templos de Barcelona, de Alme-
nara, de los dos de Sagunto, del de Hispalis, de uno más de
Mérida, de los de Talavera de la Reina, del de Talavera la
Vieja, del de Cabeza de Griego, y del de Evora en Portugal.
Los detalles arquitectónicos conservados al menos hasta el
siglo pasado, cuando Velázquez, Lumiares y otros, los
vieron y dibujaron, en muchos casos facilitan la restaura-
ción de la planta y del exterior. Con la ayuda, además, de la
orientación, siempre diferente, como ya sabemos, según el
día de la dedicación á determinada divinidad, que es el día
que decían del natalicio del templo, sería posible, respecto
CIRCOS, TEATROS Y ANFITEATROS 249
de algunos, el fijar, con probabilidad de acierto, cuáles
fueron los dioses venerados en ellos, y la época aproxima-
tiva de su fundación.
Los templos de Mérida están dibujados esmeradamente en los
«Monumentos arquitectónicos de España», cuaderno G4. Las anti-
guas monografías que existen sobre algunos de los monumentos de
esta clase, como por ejemplo la de D. José Cascant, sobre el creído
de Diana, según Plinio en la nat. hist. XVI, § 21G, ó de Hércules en
Sagunto, de 1807 (Cean Bermúdez, p. 96), y los dibujos, aunque
imperfectos, del conde de Lu miares, merecen ser consultados; los
restos mismos van desapareciendo de día en día, si ya no han desa-
parecido enteramente.
Sobre el templo de Evora, creído de Diana, hay algunas obras
especiales, entre ellas una monografía del Sr. Gabriel Pereira, muy
esmerada, que no se ha publicado todavía. El mismo autor escribió
sobre los restos de otro templo romano, del cual fué hecha después
la iglesia de Santa Ana do Campo, junto á Arraiolos en Portugal.
Un sitio donde se encuentran fragmentos tal vez pertenecientes
á un templo es el de las Almenas, frente á los baños y al pie de los
derruidos muros del convento de la Merced, en Rota, frente á Cádiz.
Ya desde el año de 1804 aparecieron allí restos de un pavimento de
mosaico, un altar y murallas; pero no conozco un plano general,
preciso para juzgar sobre el carácter de estos monumentos; véase el
Boletín de la Sociedad geográfica de Madrid, vol. V, 1878, p. 193.
§ 158. Una gran parte del pueblo, como en nuestros arcos, teatro
días, así también en la época de los emperadores, en Roma •' anlUcalros
misma, y á su ejemplo en las ciudades de provincias, por
falta de otros intereses más serios de que ocuparse, políti-
cos y religiosos, tuvo gran deleite en los espectáculos y
juegos públicos. El panem et circenses de Tácito obtiene
su ilustración viva por la larga lista de edificios sólidos y
suntuosos, construidos á este fin, circos, teatros y anfitea-
tros, de varias clases, que, desde la época de Augusto, se
pueden señalar como existentes en todas partes por la
vasta extensión del imperio romano.
-50 LOS MONUMENTOS
En España se conocen los restos de circos en Tarra-
gona, particular por su sitio en la misma acrópolis, en
Sagunto, en Mérida, y en Toledo; de teatros, que, por lo
general, suelen ser los más importantes de esta clase de edi-
ficios, en Tarragona, en Sagunto, en Cabeza del Griego, en
Singili, en Acinipo, en Itálica, en Mérida, y en Lisboa; de
anfiteatros, en Barcelona, Tarragona, Carmona, Itálica, y
Mérida. Pero estos restos, casi todos, son demasiado esca-
sos ó mutilados, para poderse restituir de tal suerte, que
pudiera formarse un juicio, aunque no fuese más que apro-
ximativo, sobre la época precisa de su fundación. Sólo es
dado establecer, como probable, que la mayor parte de
ellos fueron levantados en la época del mayor desarrollo
del lujo en estas regiones, esto es, en los siglos n y ni. De
algunos de dichos edificios existen restos de los asientos,
con inscripciones, conteniendo los nombres de las perso-
nas ó corporaciones, que tuvieron el derecho de ocuparlos
en los espectáculos; como los del teatro de Tarragona
(C. I. L. II 4280), y los del anfiteatro de Itálica (C. I. L.
II 5102-5116); pero no sirven para fijar su época.
Sobre el anfiteatro de Itálica tenemos una monografía esmerada,
del insigne arquitecto sevillano D. Demetrio de los Ríos, titu-
lada: «Memoria arquéológico-descriptiva del anfiteatro de Itálica»,
acompañada del plano y restauración del mismo edificio, publicada
por la Real Academia de la Historia, Madrid, 1862, 67 pp., fol., con
una lámina de las plantas, secciones y vistas muy instructivas. Atri-
buye el autor la fundación del anfiteatro de Itálica, con mucha pro-
babilidad, á Trajano ó á Adriano, sus hijos ilustres. Sobre el teatro
de Sagunto existen las monografías de D. Manuel Martí, de Joa-
quín Alcaraz de Gramont, y de Enrique Palos y Navarro
(C. I. L. II p. 513). Sobre el de Ronda la Vieja, Acinipo, pueden verse
la descripción de Macario Fariñas del Corral, en sus Memorias
sobre las Antigüedades de Ronda, la de Val deflor es publicada por
Cean Bermúdez en su Sumario de Antigüedades, p. 328, la de los her-
manos 01 i ver, incluida en su Munda Pompeyana, y la de D. Fran-
BAÑOS 251
cisco Mateos Gago, inserta en el vol. I del «Nuevo Método de cla-
sificación de D. Antonio Delgado» (citado al § 127), p. 13 y ss. (Sevilla,
1871, 4.). Los restos del circo, teatro y anfiteatro de Mérida todavía
no hemos visto que hayan sido publicados en los «Monumentos arqui-
tectónicos de España». Entre tanto el Sr. D. Rodrigo Amador de
los Ríos y Villalta ha dado una descripción de las ruinas del teatro
romano de Mérida en el Museo Español de antigüedades, vol. VII,
1875, p. 497 y ss. Sobre los restos del anfiteatro observados junto á
Carmona véase el Boletín de la Real Academia de la Historia,
(vol. VIII, 1886, p. 250.
§ 159. Dentro de las poblaciones más importantes, y
en los alrededores de muchas aun de las más pequeñas,
como á veces también en edificios rústicos de particulares,
en casas de labor y de recreo, se construyeron estableci-
mientos de baños, desde casi el segundo siglo de nuestra
Era en adelante, considerándolos como indispensables para
la vida con arreglo á las exigencias de la civilización de
entonces. Así es que abundan en Italia y en las provin-
cias los restos, muchas veces grandiosos, de diversas ter-
mas, con sus acueductos, hipocaustos y otras construc-
ciones, necesarias para tomar diferentes clases de baños y
ejecutar los ejercicios del cuerpo, á que los hombres de
entonces tuvieron una afición igual á la que sentían por
los espectáculos. Ha de distinguirse entre los baños que
aprovechaban las fuentes naturales, principalmente mine-
rales y templadas, y los baños de agua fría, que debía
calentarse con los hipocaustos. Las numerosas fuentes
minerales, que aun hoy en muchas partes de la península
son frecuentadas por los enfermos para procurarse la cura-
ción de sus dolencias, en su mayor parte estuvieron en uso
en la época de la dominación romana, y repetidas veces se
averigua casualmente su antigua existencia por el inespe-
rado descubrimiento de los pavimentos de mosaico, que
ornaban sus salas, estanques y albercas. No las enumerare-
mos aquí todas, contentándonos con indicar que en Cata-
I, os MONUMENTOS
Infla y A ragón , en Asturias y (lalicia, como en la provincia
portuguesa del Miño, son frecuentísimas. Sus nombres de
Caldas, por ejemplo, de Malabella, de Mombuy, de Vizella,
y de Taipas, lo mismo que su equivalente árabe de Alhama,
casi generalmente indican su origen romano. Termas arti-
ficiales, por decirlo así, las conocemos, ó podemos supo-
ner, con mucha probabilidad, que existieran en Tarragona,
Barcelona, Sagunto, Lugo, Archena, Jumilla, Zalamea de
la Serena, Itálica, donde hubo dos establecimientos distin-
tos en diferentes partes de los suburbios, Lisboa, Cceto-
briga, que es Troia cerca de Setúbal, Tavira del Algarve,
en Torremolinos cerca de Málaga, en las inmediaciones de
Cártama, y en otros varios puntos.
La construcción y el uso variado de las termas de los Romanos
están expuestas con prolijidad en el libro de Marquardt, das Pri-
vatleben der Rómer, Handbuch, vol. VII, ed. 2.a, Leipzig 1886, p. 269
y ss. El autor cita gran número de termas en Italia y en las demás
provincias, pero ningunas de España. Sólo de las de Itálica existe
una planta en escala suficiente con descripción algo detallada,
y reconstrucción arquitectónica, por el arquitecto entonces sevi-
llano, Sr. D. Demetrio de los Ríos, en los Annali délV Instituto
archeologico de Roma, vol. XXXIII, 1861, p. 375 y ss., lámina R;
el autor atribuye este establecimiento, más suntuoso que el otro
italicense, á la época de Adriano. Un testimonio curioso acerca del
uso de las aguas minerales en la antigüedad, es el bajo relieve de
una taza de plata, encontrada en 1826 cerca de Castro Urdíales
en la Cantabria, y publicado en las Memorias de la R. Academia de
la Historia, vol. VII, 1832, p. 15. Contiene la representación de la
ninfa de Umeri, localidad desconocida, llamada Salus Umeritana, y
de varias personas que beben y mandan fuera, en barriles, que se
cargan en carros con muías, las aguas saludables de aquella fuente;
como lo ba expuesto el Sr. Hübner, en una memoria en alemán,
die Heilquélle von Umeri, en la Gaceta arqueológica de Berlín,
vol. XXXI, 1874, p. 115 y ss., con la lámina 11. Los restos de las
termas de Torremolinos han sido descritos por el Dr. Berlanga
en sus Estudios romanos, Málaga, 1861, 16 pp., 8.
MONUMENTOS BBNJL0RALB8 253
§ 160. Ninguna clase de monumentos arquitectónicos Monumentos
-, iii i t\ i sepulcrales
es más frecuente y variada que la de los sepulcros. Desde
los más sencillos pozos, putei óputiculí, en latín, ó cámaras
subterráneas, en las cuales se depositaron los huesos y
cenizas de la gente pobre, hasta el mausoleo suntuoso de
emperadores y hombres ricos, la antigüedad romana ha
producido, sirviéndose de modelos griegos, y adaptando
también las costumbres de las otras naciones, sobre las
cuales se extendía su dominación, un sinnúmero de for-
mas y de adornos para perpetuar la memoria de los difun-
tos, que el culto de los dioses Manes tenía por objeto.
De los sepulcros prehistóricos, ó al menos creídos de
muy alta antigüedad, ya se ha hablado antes (§ 147).
Que las formas nacionales fueron respetadas, aun en la
época de Augusto, y que duraban hasta una fecha relati-
vamente moderna, al menos en ciertas regiones apartadas
de la civilización romana de las grandes ciudades, lo mues-
tran dos clases de monumentos sepulcrales, encontrados en
el interior y al norte de la península. La una es la de las
estatuas de guerreros gallegos, toscas, y de un arte cierta-
mente indígena, con epígrafes latinos, que contienen sólo
los nombres de los difuntos, y se han descubierto en la
Lusitania y en la Galicia antigua. Dos de estas estatuas, sin
inscripción, están en el jardín del palacio real de Ajuda,
en Lisboa; una en Vianna de Portugal, la otra en un lugar
de Galicia, estas dos con sus epígrafes. La segunda clase
es la muy numerosa de los becerros, como son llamadas vul-
garmente, las toscas representaciones de cuadrúpedos, ya
sean toros, ya jabalíes, ya cerdos ó ya caballos. Su carácter
zoológico, en el estado de deterioro en que actualmente se
encuentra la mayor parte de estas esculturas, no es muy
fácil de determinar; los mejor conservados se asemejan
más á jabalíes. Son muy frecuentes en el valle superior del
Tajo desde Toledo hasta Talavera, y en la falda septentrio-
254 LOS MONUMENTOS
nal de la sierra de Guadarrama, en las regiones de los Vet-
tonos, Carpetanos y Aré vacos. Pero no faltan tampoco en
otras partes del interior y del norte de la península. El
Sr. D. Aureliano Fernández Guerra ha reunido una
colección de cerca de 3,500 ejemplares de ellos, procedentes
de más de cincuenta lugares distintos. Los más conocidos
son los llamados toros de Guisando, de gloria cervantesca
(C. I. L. II 3052), y los de Ávila (C. I. L. II 3051). Estos,
y algunos otros, como los de San Vicente junto á Cáceres,
(C. I. L. II 734), de Torralva, junto á Talavera de la
Keina (C. I. L. II 947), de Coca (II 2727) y de Durango
(II 2910), tienen aún, ó tenían, inscripciones sepulcrales
latinas, que no dejan duda sobre el destino de los demás,
que, al presente al menos, ya no conservan inscripciones;
como los de Salamanca, Cardeñosa, y otras numerosas
localidades.
Son estos monumentos sepulcrales puramente ibéricos;
testigos, como muy bien se lia observado, de la mitología
y poesía popular de aquellas razas indígenas.
Pero no faltan tampoco en España sepulcros, menos
antiguos y característicos, tajados en la roca, como en las
necrópolis de Italia. De esta clase son los de la familia de
los Pompeyos, cerca de Baena, de la época de Augusto
(C. I. L. II 1585-1593), los de Osuna, algo más recientes,
con sus fachadas pintadas (C. I. L. II 1411-1412-1414), los
de Carmona, del sitio de la Dehesilla, cerca de Córdoba,
los de Mataré, junto á Barcelona, y los de Alcacer do
Sal en Portugal. Inscripciones latinas sepulcrales, esculpi-
das en la roca viva, existen cerca de Baena (C. I. L.
II 1600), y junto á Tarragona (C. I. L. II 4421).
Los cipos sepulcrales, aunque en su forma general,
semejantes á los de Italia, en sus adornos muestran parti-
cularidades muy curiosas, y que no se encuentran en otras
partes. Son frecuentes en ellos bajorelieves en forma de
MONUMENTOS SEPULCRALES 255
media luna ó estrellas, como en los de Trujillo (O. I. L. II
p. 330), Coria (p. 764), y otros lugares de Extremadura y
regiones vecinas, como en Hinojosa, Moral y Ciudad Ro-
drigo. En Castilla la Vieja, como en Segovia, y en León
(C. I. L. II p. 369), en Lara da los Infantes (p. 391), y en
Asturias, lo mismo que en Galicia y en el norte de Portu-
gal, cada partido y cada valle tiene sus adornos peculiares
en los cipos allí encontrados. En Barcelona y en Tarra-
gona, la forma de las piedras es también peculiar de allí
(C. I. L. II p. 543); en Játiva (p. 488), en Cartagena
(p. 468), en Palma de Mallorca (p. 494), en donde los cipos
presentan la forma de puertas cerradas con sus llaves,
en Itálica (p. 146), en Sevilla (p. 153), en Cádiz (p. 229), en
Coimbra de Portugal (p. 40), el estilo de las inscripciones
y de los adornos ofrece objetos sumamente interesantes
para el estudio comparativo de las costumbres, que toda-
vía no se ha emprendido por nadie.
Restos de monumentos arquitectónicos grandes son,
entre los sepulcros, el que se llama de los Escipiones, la
torre de Bará, junto á Tarragona. Según los restos muti-
lados del epígrafe dedicatorio tal vez sea el monumento
de una mujer, del nombre de Cornelia, con sus bajorelie-
ves de dos cautivos ó esclavos en actitud de telamones
(C. I. L. II 4283); el de los Antonios en Sagunto (C. I.
L. II 3841-3850); el de Villajoyosa (C. I. L. II p. 483);
el de Tito Didio, hijo de Tito, de la tribu Corne-
lia, junto á Cartagena (C. I. L. II 3462); y varios restos
de arquitectura romana, sin lápidas, esparcidos por los
campos, como el de junto á Santa Coloma, no lejos de Bar-
celona; los de la campiña de Reus; los de Cazlona, y otros
puntos. Junto á la villa de Fabara, partido de Alcañiz de
Aragón, existe el sepulcro de un Lucio Emilio Lupo, en
forma de templo ele graciosa arquitectura.
No está agotada aún, con estas indicaciones, la multi-
256 L08 KONUMBHTOfl
tud de variedades, que en este género de monumentos se
observan.
De las formas y géneros de los sepulcros romanos trata con pro-
lijidad el libro de Marquardt, ya arriba citado (§ 159), vol. VII,
parte I, p. 340 y ss.
Las estatuas de guerreros gallegos, de las cuales dos, la do
Vianna de Portugal (C. I. L. II 24G2), y la de Castro Rubias, junto á
Celanova de Galicia (C. I. L. II 2519), que llevan aún sus epígrafes
sepulcrales, han sido descritas y publicadas, por primera vez por el
Sr. Httbner, en una memoria escrita en alemán, Statuen gallükis-
cher Krieger, en la Gaceta arqueológica de Berlín, vol. XIX, 1861,
p. 165 y ss., con la lámina CLIV, 1-3. Esta memoria ha sido tradu-
cida dos veces: al portugués por el Sr. Augusto Soromenho, en
las «Noticias archeológicas de Portugal», (§ 141), en el apéndice C
p. 103 y ss., y del portugués al castellano, por el Sr. Manuel
Murguiá, en su Historia de Galicia (vol. II, ilustración IV). La
estatua de Vianna está además publicada en litografía en el Museo
español de antigüedades, vol. VI, 1876, p. 583 y ss.; se ha creído por
algunos, muy desatinadamente, de origen cristiano, porque una
señal como de cruz se encuentra grabada en su pecho, no sé si por
adición posterior, ó sea como adorno antiguo, por solo el acaso
semejante al símbolo cristiano. La estatua es, de todos modos, del
siglo i.
El ilustre académico Sr. D. Aureliano Fernández Guerra y
Orbe, en su discurso de contestación al del Sr. D. Eduardo Saave-
dra, que hemos citado antes (§ 87), considera los becerros como
monumentos terminales, y los aprovecha, con método muy sagaz,
para fijar las fronteras de las antiguas tribus y gentes ibéricas. No
nos hemos podido convencer de la verdad de esta observación, aun-
que muy aguda; véase la memoria del Sr. Hübner , en el Zjeitschrift
fiir allgemeine Erdkunde, de Berlín, vol. XIV, 1863, p. 340 y ss. No
existen todavía publicaciones buenas de los becerros; acuarelas de
los de Guisando, por D. Pedro de la Garza, conserva la R. Acade-
mia de la Historia; véase la noticia de sus actas, por D. Manuel
Oliver, Madrid 1879, 8., p. 55 y 57. Sobre el becerro de Cardeñosa
véase la Academia, vol. I, 1877, p. 109 y 114, y el Boletín de la Real
Academia de la Historia, vol. I, 1877-79, p. 9 y 202. La noticia sobre
los toros de Guisando y de Ávila, por D. E. de Mariátegui, en
«El Arte en España», vol. IV, 1865, p. 144 y ss., es muy ligera.
MONUMENTOS SEPULCRALES 257
Sobre monumentos sepulcrales de Galicia, y principalniente de la
provincia de Lugo, trata el Sr. D. José Villaamil y Castro, en va-
rias memorias en el Boletín de la Sociedad geográfica de Madrid, de
1878, y en el Museo español de antigüedades, vol. VII, (véase el § 147).
«Las cuevas de Osuna y sus pintiiras murales» han sido descritas
por el Sr. D. Demetrio de los Ríos, en el Museo español de anti-
güedades, vol. VII, 1875, p. 271 y ss. Sobre la necrópolis de Car-
mona véase el Boletín de la R. Academia de la Historia, vol. VIII,
1886, p. 250; sobre la de la Dehesilla, partido de Fuente de las Pie-
dras, el resumen de las actas de la R. Academia de la Historia, por
D. Pedro Madrazo, Madrid 1880, p. 29; sobre la de Mataré D. Juan
Rubio de la Serna, en la Gazette archéologique de París, vol. VII,
1881, p. 1 y ss.; sobre la de Alcacer do Sal, el Boletim architectonico
portugués, vol. I, Lisboa 1874-1876, p. 91.
Sobre sepulcros antiguos en varios sitios de Asturias, trató ya el
Sr. Assas, en el Semanario pintoresco de 1857, y el inglés Lord
T a Ib o t en el ArchaeologicalJournal de 1870.
Sobre los de Olot en Cataluña existe una monografía, «breve re-
seña de los descubrimientos arqueológicos llevados á cabo por el
centro artístico de Olot»; Olot 1878, 8.; véase el libro del Sr. Car-
tailhac, p. 336.
Observaciones acertadas sobre el valor mitológico y poético de
las costumbres, que se notan en las formas de los sepulcros, con-
tiene el libro del Sr. D. Joaquín Costa, poesía popular española,
mitología y literatura celto-bispanas, Madrid 1881, p. 337 y ss.
El sepulcro de Alcañiz se describe en una memoria anónima, de
D. E. C, «Noticia acerca de un edificio romano que se conserva á las
inmediaciones de la villa de Fabara, partido de Alcañiz, de Aragón
1807», de la cual D. Vicente de la Fuente ha dado un reusmen en
el Boletín de la R. Academia de la Historia, vol. I, 1877-1879, p. 440.
En Cádiz, en el paraje denominado la Punta de la Vaca, con mo-
tivo de las obras hechas para la exposición marítima del año de 1887
se han encontrado sepulcros, creídos por algunos de origen egipcio;
véase el Boletín de la Sociedad arqueológica Luliana, vol. III, 1887,
p.64.El Sr. D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, comisionado
por la R. Academia de la Historia de Madrid, habrá de ocuparse de
estos hallazgos; véase el Boletín de la Academia, vol. X, 1887, p. 337.
Gracias á unas comunicaciones recientes y muy detalladas, acom-
pañadas de fotografías y un plano, por los cuales estoy sumamente
agradecido á mi amigo el Dr. Berlanga, ya he podido formar una
268 LOS MONUMENTOS
idea bastante clara de estos importantes hallazgos. Sin perjuicio de
los informes que se esperan de los Sres. Académicos de Madrid, el
sarcófago grande con el retrato del difunto, para mí, á pesar de que
carece del todo de inscripción, pertenece a la época fenicia, anterior
á la cartaginesa, de Cádiz, y casi al siglo v antes de J.-C. El mismo
Dr. Ber langa ha publicado sus observaciones sobre estos «Sepul-
cros antiguos de Cádiz» en la Revista archeologica del S. A. C. Bor-
ges de Figueiredo, vol. II, Lisboa, 1888, p. 33 y ss., con dos láminas.
Una necrópoli extensa se ha descubierto en los últimos años en
Carmona, con sepulcros romanos adornados de pinturas y de arqui-
tectura sencilla. Por los pocos epígrafes sepulcrales descubiertos en
ellos, parece deberse atribuir en su mayor parte á los siglos i y n
de nuestra Era. Trata de estos hallazgos con mucho esmero la
monografía del Sr. D. Juan de Dios de la Bada y Delgado,
«Necrópolis de Carmona, memoria escrita en virtud de acuerdo de
las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fer-
nando», Madrid 1885, 182 pp., y XXV láminas 8.
Fragmentos § 1G1 . En todos los sitios donde penetró en España la
a /«/ ti ¡tectónicos c[y[\iZSiC[¿n romana, en las ciudades aun existentes, como
de i 1
origen incierto en los numerosos despoblados, que se encuentran en casi
todas las provincias, especialmente en las regiones anti-
guamente de más cultura, como Andalucía y Valencia,
se han conservado restos esparcidos de los edificios anti-
guos, formando parte de edificios modernos, eclesiásticos y
profanos, muchas veces como materiales empleados en los
cimientos, y algunas utilizados en el grueso de las murallas.
Cean Bermúdez ha formado una larga lista de ellos; el
conde de Lumiares y otros autores los han dibujado y
dado á conocer su propia figura; pero aun falta mucho que-
hacer, hasta lograr tener una colección completa de ellos;
porque hoy, sólo coleccionando los estudios particulares
sobre ciertas y determinadas localidades y sobre algunos
monumentos, es como estos restos, que en su aislamiento
son inútiles, sin que salgan de su oscuridad, pueden prestar
servicios importantes á la ciencia. ¿Cuántas iglesias, casti-
llos y murallas, después de la ocupación árabe y desde la
OBRAS DEL ARTE ESCULTURARIO 259
reconquista, se han construido casi exclusivamente, ó en su
mayor parte, con materiales romanos? Como en otros países,
así en España el derribo de murallas y edificios antiguos
casi siempre es causa de que vuelvan á salir á luz algunos
de estos fragmentos. Generaciones venideras, con el renaci-
miento de la prosperidad del país en todos sus ramos, ocu-
parán con ellos los museos, que entonces, como esperamos,
existan ya en cada una de las poblaciones más impor-
tantes, y los reunirán, buscando en las noticias manuscri-
tas ó impresas de sus antepasados lo que se pueda averi-
guar sobre su origen y destino probable. De este modo,
aquellos materiales podrán llenar muchos vacíos en la his-
toria monumental del país.
§ 162. La mayor parte de los restos del arte escultu- obras del arte
rario antiguo, que ahora existen en España, no es de origen escultur
nacional. En el Real Museo del Prado, que contiene los
regalados á los reyes de España, desde Carlos I y Felipe II,
ó comprados por ellos, mayormente en Italia, así como en
especial en la colección de la Granja de San Ildefonso, reu-
nida tan sólo con lo traído de Italia, y en algunas de las
antiguas colecciones, como las de la E-. Academia de San
Fernando, y del Museo de Historia natural, únicamente por
casualidad han tenido entrada monumentos encontrados
en el país. Pero, sin embargo, es de suma importancia, no
sólo para el estudio de las bellas artes en general, sino para
el de las obras de semejante clase, encontradas en el país, la
aludida colección del Museo del Prado. Con el nuevamente
fundado de reproducciones artísticas, en el Casón de Feli-
pe IV, ya posee Madrid un material importante para este
ramo de estudios. Semejante al Museo del Prado, por su
contenido de origen italiano, es la colección de los duques
de Medinaceli, en su palacio de la casa de Pilatos en Sevi-
lla, y en su palacio de Madrid. A la falta, por muchos años
sentida, de un museo especial de los monumentos naciona-
260 LOS MONUMENTOS
les, esparcidos en varias colecciones y en diversas localida-
des, en parte colocadas en el edificio del Ministerio de
Fomento, desde el año de 1867 ha venido á suplir el nuevo
«Museo nacional de antigüedades», aunque la termina-
ción del espléndido edificio, destinado á incluir un día sus
variadas colecciones, parece estar aún muy lejos. Pero ya
en su local interino, en el Casino de la Reina, encierra en
sí el rico monetario y demás colecciones, que fueron de la
Biblioteca nacional, algunos objetos sueltos de los reales
palacios del Retiro y de la Moncloa, de origen no español,
las colecciones de la R. Academia de San Fernando, del
Museo de Historia natural, de la Escuela diplomática, y,
entre otras, las de los Sres. Asensi, Miró, Caballero Infante,
y Marqués de Salamanca, rica sobre todo en vasos y obras
de barro cocido, provenientes en su totalidad de Italia, así
como las esculturas del Cerro de los Santos (§ 150), y los
objetos adquiridos en algunas expediciones científicas á la
Grecia y al Oriente. En el pabellón situado en el jardín del
dicho Casino, destinado á la parte prehistórica, se admira
la primera colección de esta clase formada en España, exis-
tiendo en otro sitio del mismo jardín mosaicos ó inscrip-
ciones de Palencia, León, Cartagena, y de varios puntos
más, allí reunidos interinamente.
El único catálogo completo de las esculturas y otras obras del
arte antiguo reunidas en el Museo del Prado, es el del Sr. Hübner,
ya antes citado (§ 141). Contiene también catálogos de las demás
colecciones de la Corte, entonces existentes, en parte ya trasladadas
al Museo arqueológico nacional, como la de la Biblioteca nacional,
de la Academia de San Fernando, y del Museo de historia natui-al,
en parte aun aisladas, como las de los Duques de Medinaceli, de
Alba, del Príncipe de Anglona, y otras colecciones particulares, de los
Sres. Asensi, Cerda, Guerra, Gayangos y Maestre. En el apéndice
relativo á las demás colecciones provinciales de España, está tam-
bién el catálogo de la casa de Pilatos de Sevilla, p. 115 y ss., el del
Museo del Cardenal Despuig, en su casino de Raxa, junto á Palma
ESTATUAS 261
de Mallorca, que contiene lo encontrado en las excavaciones de Ari-
cia en Italia, p. 292 y ss., y el de la colección del rey difunto D. Fer-
nando de Portugal, p.-328 y ss., también de origen italiano. Del
Museo arqueológico nacional todavía no existen catálogos comple-
tos, pero sí la «Noticia histérico-descriptiva» ya anteriormente citada
(§ 141), escrita por el Sr. D. Juan de Dios de la Rada y Delgado.
Sobre el museo del Casón, cuyo catálogo se publicó en 1881,
véase la noticia dada por su ilustrado fundador D. Juan Facundo
Riaño, en el Boletín histórico de Madrid, vol III, 1882, p. 17 y ss.
Existen museos provinciales en Barcelona, descrito en el libro
del Sr. Hübner, en el año 1862, p. 279 y ss., Tarragona, p. 283,
Valencia, p. 288, Málaga y Granada, p. 309, Córdoba, p. 312, y Sevilla,
p. 316. Sobre los monumentos esparcidos por Extremadura el mismo
autor habla someramente á la p. 327, lo mismo que sobre los del norte
de España, p. 329, y de Portugal, p. 328. Desde la publicación de
este libro ningún nuevo catálogo de aquellas colecciones ha sido
impreso, habiéndose fundado otros museos provinciales, y habiéndose
enriquecido los existentes con obras del arte antiguo desde aquella
época; véanse las indicaciones dadas en el § 151.
Sobre algunas obras del arte antiguo existen Memorias particu-
lares, como la del R. P. Sr. D. Fidel Fita, sobre una estatua de ori-
gen griego en Barcelona, en la Revista histórica, vol. II, 1875, p. 1
y ss.; sobre varias estatuas del Museo del Prado, las de los señores
D. Leopoldo de Cueto, D. José Villaamil y Castro, D. Juan de
Dios de la Rada y Delgado, D. Pedro de Madrazo y otros, y sobre
las «Térras cottas» del mismo museo, la del Sr. Eduardo de Hino-
josa, en el Museo español de antigüedades, vol. IX, 1878, p. 303 y ss.
De D. José Ramón M elida, joven empleado del Museo arqueoló-
gico nacional, hay dos publicaciones, doctas y útiles, sobre los vasos
griegos, etruscos é italo-griegos del Museo arqueológico nacional,
Madrid, 1882 48 pp., 8., y sobre las esculturas de barro cocido,
griegas, etruscas y romanas del mismo Museo, Madrid, 1884,
42 pp., 8.
§ 163. Para formarse una idea de lo que respecto á Estatuas
obras del arte escultorio ha debido existir en España, sin
duda no bastan los restos escasos, casualmente encontra-
dos en varios puntos de la península, y en estado general-
mente muy deteriorado. Existen entre ellas obras del arte
262 LOS MONUMENTOS
ideal, como estatuas de dioses y diosas, destinadas al culto
ó para ornato de edificios públicos y privados. Más fre-
cuentes son las de los emperadores y demás miembros de la
casa imperial, como indican también los epígrafes nume-
rosos de tales estatuas, antes mencionados (§ 90), y de indi-
viduos de ambos sexos, como los magistrados del Estado
y de los municipios, y sus mujeres. No siempre, por conse-
cuencia del estado de mutilación de estas obras, se pueden
definir con claridad suficiente su carácter, su edad, ni sus
demás particularidades. En Barcelona, Tarragona, Sagun-
to, Valencia, Alhambra de la Mancha, Cartagena, Alma-
zarrón, Córdoba, Martos, Málaga, Cártama, Montoro, Gra-
nada, Montilla, Itálica, Sevilla, Mérida, Cáceres, Medina
de las Torres, Lisboa, Evora, Mertola y Beja, existen ó
existían monumentos de esta clase, de más ó menos impor-
tancia. En belleza de estilo y perfección de ejecución
ocupa, entre ellas, un puesto de preferencia la cabeza,
algo mayor del natural, de la diosa Roma, encontrada en
Itálica, y en poder del Sr. Duque de Montpensier, en su
palacio de San Telmo, en Sevilla.
Muy poco se ha publicado de una manera digna de la riqueza de
estos objetos, pues los grabados y litografías de las obras antiguas,
como, por ejemplo, las de Ponz y las del conde de Lumiares, son
bien insuficientes. Labor de trae algunas otras reproducciones,
pero sólo en nuestros días han visto la luz publicaciones esmeradas.
Como los fragmentos de algunas estatuas romanas encontradas en
España, que se conservan en el Museo nacional de antigüedades, que
publicó el Sr. D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, en el Museo
español de antigüedades, vol. VII, 1876, p. 575 y ss.; y son un Ver-
tumno, de Itálica ó de Mérida, un Mercurio, de procedencia igno-
rada, y una Venus de Murcia. El Sr. F. M. Tubino, en el mismo
Museo, vol. IX, 1878, p. 137 y ss., también publicó una Flora y un
Apolo, de Itálica. Varias estatuas de Mérida, retratos de personajes
romanos, contiene la publicación magnífica sobre Mérida de los Mo-
numentos arquitectónicos de España, cuadernos G3 y 64. Fotografías
BAJORELIEVES DE SARCÓFAGOS 2G3
de una estatua pequeña del Genio con su cornu copice, encontrada
en Mérida, maudó en 1870 á la Real Academia de la historia de
Madrid el Sr. D. José Moreno y Baylén, y existen en las carteras
de dicha corporación. En la Noticia de las Actas de la misma Aca-
demia, de 1878, se habla de unos bustos de bronce encontrados eü
Támara (p. 49). Últimamente en la Isla de las Palomas, junto á Tari-
fa, se halló un busto pequeño de mármol, de mujer, con su diadema;
véase el Boletín de la Academia de la historia, vol. X, 1887, p. 161.
Sobre las estatuas de Cártama, reunidas en su hacienda de la
Concepción, junto á Málaga, con otras obras importantes del arte
romano, por el Sr. Marqués de Casa-Loring, véase la Memoria del
Sr. D. Manuel Oliver y Hurtado, «Noticia de algunos restos escul-1
turarios de la época romana», en el Boletín de la R. Academia de
la historia, vol. II, 1882-1883, p. 150 y ss., y el Catálogo de algunas
antigüedades reunidas y conservadas por los Excmos. Sres. Mar-
queses de Casa-Loring en su hacienda de la Concepción, impresa
en 15 de abril de 1865, por el Dr. Berlanga, en Málaga.
§ 164. Casi desde la época de Augusto pasó también Bajoreiievss
, . . , , t-, , de sarcófagos
a las provincias el gusto, muy en boga en Koma, de ador-
nar con bajorelieves los sarcófagos de los difuntos, que fue-
ron colocados dentro de sepulcros socavados en la roca, ó
erigidos con diversas formas arquitectónicas. En España,
sin embargo, no se han encontrado muchos de estos sarcófa-
gos de la época pagana. Cuatro hay en Barcelona, con las
representaciones del rapto de Proserpina, de una caza, de
un matrimonio, y de jinetes romanos; todos objetos que se
ven muchas veces reproducidos en esta clase de monumen-
tos. En Tarragona hay un sarcófago, en el que aparece el
rapto de Proserpina, y otro con Tritones, Nereidas y reme-
ros; en Huesca uno con genios alados, que alzan un clipeo
redondo con el retrato del difunto. Entre Casariche y
Puente de D. Gonzalo se encontró un sepulcro de piedra,
hoy en el Museo Loringiano, cerca de Málaga, en cuyo cos-
tado principal, dividido en dos compartimentos, hay cuatro
personajes, unos sentados y otro en pie en actitud de leer
unos volúmenes que desarrollan. En el monasterio de Alco-
18
264 L08 MONUMENTOS
ba9a, junto á Lisboa, existe otro con la representación,
entonces muy en boga, de las nueve Musas; la cubierta del
mismo, con figuras de poetas sentados, está en el museo
de Lisboa. Los monumentos de esta clase encontrados en
España, á pesar de ser de una mediana ejecución, merecen
la atención de los arqueólogos y prueban la extensa acep-
tación de que gozaban.
En la gran colección de baje-relieves de sarcófagos, griegos y
romanos, que prepara el Instituto arqueológico de Roma, también los
existentes en España figurarán al lado de sus compañeros. Véase el
libro del Sr. Hübner, Antike Bildwerke, p. 281 40, 667, 668, 678, p. 335
n.° 927, 928. El de Alcobaca está dibujado en el Boletim architectó-
nico e archeológico de Lisboa, serie segunda, vol. I, 1877, 4. El sar-
cófago de Huesca ha sido publicado por el Sr. Arneth , en las actas
de la Imperial Academia de Ciencias de Viena, sección filosófico-
histórica, de 1850, p. 140 y ss., véase la Gaceta arqueológica de Ber-
lín, vol. X, 1852, p. 162; y el sepulcro de Casariche ha sido descrito
por el Dr. Berlanga en su catálogo antes citado (§ 163) de algu-
nas antigüedades reunidas por los Marqueses de Casa-Loring, en su
hacienda de la Concepción.
Un sarcófago con el rapto de Proserpina existe también en
Gerona, y otro con una caza romana en Ager de Cataluña; el
de Gerona se ha publicado en el periódico la Academia.
otro8 § 165. De mayor importancia son algunos relieves,
bajoreiieves figurando grupos de caballeros, combatiendo, con trajes
característicos, que parecen indicar guerreros ibéricos
atacados por caballeros romanos. Se han encontrado en
Tarragona, y es muy fácil que hayan pertenecido á
algún monumento, quizá á un arco triunfal, erigido
á Augusto en conmemoración de su victoria sobre los
Cántabros.
Muy pocos fragmentos de bajoreiieves de la misma clase
arquitectónica, no pertenecientes á sarcófagos, han sido
descubiertos en Tarragona y en Itálica.
OBRAS PEQUEÑAS DEL ARTE ÉSCULTURARIO 265
Sobre los de Tarragona véase el libro del Sr. Hübner, Antike
Bildicerke, Berlín, 1862, 8.; p. 287, n.° 679-681. Uno de Itálica, que
parece representar gladiatores y victimarios romanos, pertenecía
tal vez al anfiteatro, y está publicado en la Memoria de D. José
Amador de los Ríos, «Algunas consideraciones sobre la estatuaria
durante la monarquía visigoda», en «El Arte de España», vol. 1, 1862,
p. 157 y ss. y vol. II, 1863, p. 3 y ss. Otro de los relieves de Tarra-
gona contiene también la representación de un victimario. Tales
imágenes de sacrificios solían formar parte de la decoración de los
templos.
§ 166. Mucho más numerosas, que las estatuas y los obras pequen
del arte
bajorelieves de marmol, son las obras del arte escultura- e$cuUurario
rio de menores dimensiones, en mármol, bronce y barro
cocido," raras veces en oro, plata, plomo y marfil, de cuya
mayor parte se sabe la procedencia española, siendo muy
verosímil y probable que sea la misma la de las demás.
En los museos de Granada, Madrid, Lisboa y Evora, y
en poder de particulares en Cádiz, Sevilla, y otros puntos,
existen pequeños ídolos de bronce, de muy tosca ejecución.
Representan figuras humanas, generalmente desnudas, de
hombres y mujeres, algunas andróginas, con las señales
de ambos sexos, sin símbolos ni adornos de ningún género.
Se pueden considerar, con mucha probabilidad, como pro-
ductos del arte indígena más antiguo, y merecen que de-
ellos se haga un estudio particular, basado en una colección
lo más completa posible de los que hasta ahora se conocen.
Siguen á estos idolillos, tal vez anteromanos, los ejem-
plares, muy frecuentes en España como en las demás pro-
vincias, de pequeñas estatuas, sigilla, de dioses romanos,
especialmente de Hércules y de Mercurio, en actitud cono-
cida y con símbolos nada equívocos, como la piel del león, el
pétaso, el bolsillo, y otros análogos. Son tan comunes en to-
dos los museos públicos y particulares, que con razón en
ellos se reconocen los lares y los penates dé la gente baja,
266 LOS MONUMENTOS
que estaban en liso quizá desde el comienzo de la ocupación!
romana hasta casi su terminación. El arte más culto y el
lujo de los siglos i al ni produjo también en esta clase de
obras del arte algunos ejemplares de rara perfección. En
Gibraltar existía un sigillum de la diosa Minerva, proce-
dente de Carteia, de ejecución sumamente hermosa. En las
minas junto á Cartagena se encontró una pequeña estatua
de Hércules, en la actitud del Hércules Farnesio, también
muy hermosa. Pero toda esta clase de ídolos romanos,
como se les nombra vulgarmente, pueden muy bien, y sobre
todo los ejemplares más bellos, provenir de talleres italia-
nos. Hubo sin duda una importación muy extensa de este
género de artículos, existiendo ejemplares notables en los
museos de Madrid, Barcelona, Tarragona, Lisboa, y en
colecciones particulares de Elche, Málaga y Madrid. De
Denia y de Ubeda provienen cabezas de Minerva muy
bellas. En Huelva se encontró una pequeña estatua de
Mercurio, de plata. De obras en metales finos existen,
además de un idolillo de oro, con inscripción ibérica
(§ 55)> y del gran disco de Teodosio, de plata (§ 90),
algunos vasos y tazas también de plata, como la de la
Salus Umeritana, las de Ccetobriga, de Evora y de Porto
(C. I. L. II 2373), ya antes citadas (§ 126). Bronces curio-
sos, quizá pertenecientes á acueductos, se hallaron en
Máquiz, cerca de la antigua Ossigi (C. I. L. II p. 293).
Algunos bustos de bronce fueron encontrados en Támara.
Sobre los ídolos, que se creen fenicios, véase el libro del Sr. Hüb-
ner Antilce Dildicerke, n. 40, 410-419, 477-485, 922-924, 937 y p. 212,810
y 346. Las encontradas en Barbate obraban, cuando se escribió dicha
obra, en la colección del Sr. Llull, en Cádiz. Sobre los de la biblioteca
de Evora véase el Museo español de antigüedades, vol. 1, 1872, p. 123
y ss. Un pequeño ídolo de bronce figurando un hombre barbudo, en
cuclillas, en actitud de tener alzado el brazo derecho, que le falta, y
semejando al dios Baal de las monedas baleáricas, lo vi en la colee-
OBRAS DE BARRO COCIDO 287
-eión del Sr. D. Francisco Caballero Infante, entonces en Valencia,
ahora en Sevilla. Sobre la Minerva de Denia véase el mismo Museo^
vol. VIII, 1877, p. 471 y ss., sobre la de Úbeda el Boletín de la Real
Academia de la Historia, vol. VII, 1885, p. 46. El Hércules de la mina
Esperanza, entre Cartagena y Almazarrón, está representado en la
obra del Sr. F. de Botella y Hornos, descripción geológico-minera
<le las provincias de Murcia y Albacete, Madrid, 18G8, fol., p. 153,
lámina XX. Los bronces de Máquiz fueron publicados por el señor
D. José Amador de los Ríos, en el Boletín de la R. Academia
de la Historia, vol. I, 1877, p. 27 y ss. Sobre los bustos de bronce de
Támara véase la noticia de las actas de la R. Academia de la Histo-
ria, del Sr. D. Manuel Oliver Hurtado, Madrid, 1879, p. 49, ya
citadas en el § 163.
Dos figurillas de bronce se encontraron recientemente en Graná-
tula, la antigua Oretum, véase el Boletín de la Academia, vol. XII,
1888, p. 346.
§ 167. La gente pobre, que no podía procurarse ido- obras de barro
los de sus dioses, ni aun pequeños, figurados en metales
preciosos, tuvo que contentarse con los ejecutados en barro
cocido, que en enormes cantidades se deben haber fabri-
cado en todas las partes del imperio. Muchos de estos
•objetos pueden haber sido importados; pero hubo también
algunas fábricas nacionales, de las cuales sin embargo no
se conocen muchos ejemplares. En Tarragona existen algu-
nos, muy sencillos, y de un carácter local bastante antiguo.
Los más modernos entre ellos se asemejan á obras de la mis-
ma clase, encontradas con frecuencia en Italia y en Sicilia.
El gran número de barros, llamados vulgarmente sagun-
tinos, que más bien debieran decirse tarraconenses (§ 126),
contiene también ejemplares no raros de una técnica, á
veces bastante fina, que se servía de adornos en bajo-
relieve. En ellos se imitan tipos bien conocidos del arte
greco-romano, como Bacantes y Genios alados, fluctuando
su estilo entre lo más esmerado y fino, y lo más tosco y
superficial.
Muy frecuentes son las lámparas de barro cocido con
2G8 LOS MONUMENTOS
bajorelieves de todas clases. Los ejemplares encontrados
en España no se distinguen de ningún modo de los halla-
dos en Italia y demás provincias. Son ciertamente produc-
tos importados de talleres italianos, como lo demuestran
también sus inscripciones (§ 126).
Entre los objetos de barro cocido se han de enumerar,
en fin, aunque carecen generalmente de adornos, las gran-
des ánforas para vino, aceite y otros líquidos (§ 126). Aun-
que fabricadas en gran parte en España, tampoco muestran
indicios de un arte provincial con carácter particular.
En muchas historias locales, en la obra del conde de Lumiares
(§ 141), y en algunas publicaciones particulares, como en la del mis-
mo conde de Lumiares sobre los «Barros saguntinos», Valencia,
1779,4., se han publicado objetos de barro de varias clases. Pero
no existe una monografía de estos numerosos monumentos, tan
interesantes para la historia de la industria y del comercio, como ya
se ha observado (§ 12G). Los de Mérida han sido reunidos é ilustra-
dos por el académico Sr. D. Vicente Barrantes, «Barros Eméri-
tenses», en el Museo español de antigüedades, vol. VII, 1876, p. 549
y ss., con grabados en madera; tercera impresión, Madrid, 1877,
42 pp., 8. El autor censura severamente al editor del C. I. L. volu-
men II, por baber omitido algunos monumentos emeritenses. Pero
ó no ha leído el Corpus, ó no sabe bastante latín; porque lo que
echa de menos, se encuentra allí mismo. Sobre las ánforas véase el
artículo del Sr. D. Florencio Janér, délas ánforas en general y
de las ánforas existentes en el Museo arqueológico nacional; Museo
español de antigüedades, vol. VI, 1875, p. 73 y ss.
Una ánfora romana y una figurilla de barro fueron encontradas
últimamente en Consuegra; véase el Boletín de la Academia, volu-
men XII, 1888, p. 346.
r¡edras graba- § 168. Lo mismo que acabamos de decir sobre el
da*, amiloa, car¿cter ¿e }os barros encontrados en España, que no tie-
vidnos, arma» r ' -1
nen índole particular, indígena ó provincial, es aplicable á
las piedras grabadas, anillos, vidrios y armas romanas.
Comprendemos estos objetos, entre sí muy diversos , en este
PIEDRAS GRABADAS, ANILrLOS, VIDRIOS, ARMAS 269
párrafo, porque muy pocos de ellos hasta ahora se conocen
exactamente. Entre las armas de bronce, muy raras al pre-
sente en España, puede ser que una investigación detenida
haga que se descubran los tipos primitivos de las célebres
espadas cortas, los mucrones, dignos antepasados de las
modernas hojas de Toledo, adoptados por el ejército
romano desde la guerra de Aníbal. Entre las máquinas
que se usaban en los asaltos merecen mención particular
los restos de unos arietes romanos descubiertos en Sagun-
:to, pero que ya no existen.
Piedras grabadas y anillos, frecuentes en cada sitio donde se ha
extendido la civilización romana, se han encontrado, en mucha abun-
dancia, en la antigua Clunia, Coruña del Conde; véase el Corpus
inscr. Lat. vol. II, p. 383. Sólo los ejemplares de esta clase de
monumentos, que tienen letras latinas, se han recopilado en el Cor-
pus inscr. Lat., n.° 4976, i— 40; de las innumerables ágatas y corne-
rinas, con figuras solas grabadas, no existen ni catálogo, ni dibujos.
Sobre los vasos de vidrio, conservados en el Museo arqueológico
nacional, que son de origen, la mayor parte, no español, escribió el
Sr. D. José Villaamil y Castro, en el Museo español de antigüe-
dades, vol. IX, 1878, p. 369 y ss.
El pedazo principal de un ariete romano, de madera y hierro,
con sus cuerdas, fué por los años de 1601 y 1602 visto en Murviedro
por el viajero silesio Abrahan de Bibran, quien lo dibujó. Otros
pedazos cilindricos de piedra, como de catapulta, vio D. Francisco
Pérez Bayér y los publicó en el Salustio español del Infante don
Gabriel, Madrid, 1772, fol. Ambos dibujos reprodujo el Sr. Hübner,
añadiendo sus observaciones en el Hermes, de Berlín, vol. II, 1867,
p. 450 y ss. Esperamos ulteriores informes sobre estos restos, de ía
extensa obra, relativa á la historia de Sagunto, que está publicando
el Sr. D. Antonio Chabret. El autor da una versión castellana del
artículo del Sr. Hübner, y añade, con mucha cautela, que no se
puede saber exactamente, si estos arietes fueron en efecto de origen
romano, y no españoles y de la Edad Media.
Sobre «armas, utensilios y adornos de bronce recogidos en Gali-
cia» hay una Memoria del Sr. D. José Villaamil y Castro, en el
Museo español de antigüedades, vol. VI, 1875, p. 59 y ss.
270 LOS MONUMENTOS
§ 169. No puede dudarse de modo alguno que, con
la arquitectura y el arte esculturario, también la pintura
de Roma é Italia hubiese sido trasladada á España. Pero de
las obras de este arte, que son raras aún en Italia mismo y
en todas partes, por la índole perecedera de los materiales,
que en ellas se emplean, no se conocen en España más que
fragmentos poco importantes, que no pueden dar idea de
la pintura parietaria de la península, no existiendo, como
apenas en la dicha Italia, pintura en tablas, ni en plan-
chas de metal. En Cartagena y en Itálica, en Tarragona
y en Barcelona se han descubierto pedazos de paredes,
pertenecientes á edificios particulares, pintadas con varios
adornos. Algunos de los fragmentos encontrados en Carta-
gena se han trasladado al Museo nacional arqueológico de
Madrid. En las fachadas de las cuevas, que son los sepul-
cros romanos, de Osuna (§ 160), hay también pinturas, algo
parecidas á las de la última época de Pompeya en Italia.
Sobre las pinturas murales do Cartagena véanse las noticias
de D. Juan de Dios de la Raday Delgado, en el Museo español de
antigüedades, vol. VI, 1875, p. 460 y vol. X, 1880, p. 188 y ss. Las
de las cuevas de Osuna publicó el Sr. D. Demetrio de los Ríos, en
el mismo Museo, vol. VII, 1875, p. 271 y ss., las de Carmona el señor
Rada en su monografía antes citada (§ 160).
ice mcfáicci § 170. Pero queda una clase de monumentos, que
reemplaza, en cierto modo, la falta de las obras de pintura,
y son los pavimentos de mosaico. El lujo arquitectónico
desplegado en los edificios, casi desde la época de Augus-
to, fué tal, que no se contentaron con cubrirlos de mármo-
les y embellecerlos con otros adornos, pintando con vivos
colores las paredes, sino que también se generalizó en los
pavimentos el empleo de una decoración ornamental de
varios colores. Aunque no era, por cierto, del gusto más ex^
quisito, sin embargo, la moda introdujo y favoreció el uso
LOS MOSAICOS 271
de adornar los suelos con grandes composiciones copiadas
del arte de la pintura, y tomadas de célebres originales,
que figuraban, ya asuntos conocidos y tratados por la poe-
sía, míticos é históricos, ya la representación de los espec-
táculos del circo y del anfiteatro, según se prestaban mejor
ó peor á ser reproducidos en los mosaicos, cuyo arte en
verdad no podía imprimir á sus obras tanta finura ni espi-
ritualidad como la pintura; pero sí mucha más duración.
Y por ello es que en España se hayan encontrado y se
encuentren constantemente mosaicos de todas las épocas,
desde el comienzo de nuestra Era hasta los últimos tiem-
pos de la cultura antigua, y de toda clase de estilo y de
ejecución. Como modelos de los diferentes géneros en los
objetos y en el trabajo, puede citarse el de Ampurias, figu-
rando el sacrificio de Ifigenia, el de Mérida con el Apolo
y las nueve Musas, uno de Tarragona y el de Montemayor,
también con cabezas de las Musas, el de Cártama con los
doce trabajos de Hércules, los de Córdoba y de Palencia,
hoy en el Museo nacional de antigüedades, con las figuras
de las cuatro estaciones del año, los de Elche y de Lugo
con Galatea, Tritones y otras divinidades marinas, el de
Úbeda con la loba y sus gemelos, y muchos otros, con
adornos arquitectónicos y figuras diversas, algunas de
Bacantes, como en Barcelona, Tarragona, Itálica, Cabra,
Salamanca, Carrión de los Condes, Lérida, Santiago, Cala-
tayud, Santander, Atarfe, en los alrededores de Granada,
en Torremolinos cerca de Málaga, en la quinta de los Cara-
bancheles junto á Madrid, en la antigua Singilia, cerca de
Antequera, y en otras varias partes. Juegos del circo se
ven figurados en los grandes pavimentos, quizá de unas
termas públicas, de Barcelona (C. I. L. II 5129), Gerona,
(Ephem. epigr. vol. III, 1877, p. 202), ó Itálica. Los que no
tienen más que dibujos arquitectónicos, muy frecuentes
hasta la época visigoda, son casi innumerables.
272 LOS MONUMENTOS
Falta un catálogo estadístico completo de los mosaicos españo-
les; de los de Italia y de los demás del mundo antiguo la docta Ale-
mania prepara un Corpus. Entretanto, se citarán aquí las publica-
ciones y noticias sobre mosaicos españoles más importantes; muchas
de ellas están indicadas en el libro del Sr. Hübner, Antike Dild-
werke, de 1862, págs. 225, 267, 313, 327, 341 y 342. El de Ampurias
se ba publicado por primera vez en la Gaceta arqueológica de Ber-
lín, vol. XXVII, 1869, p. 7 y ss., lámina 14, y fué repetido después
en varios periódicos ilustrados. El de Barcelona, con juegos del
circo, lo publicó é ilustró con un comentario prolijo, en italiano, el
Sr. Hübner, con el título de Mosaico di Barcellona rafligurante
giuochi circensi, en los Annali delV Instituto archeologico de Roma,
vol. XXXV, 1863, p. 135 y ss., lámina D. El de Itálica, con el mismo
asunto, fué ya publicado, antes de su viaje á España, por el cond©
de Laborde, déscription d'un pavé en mosa'ique découvert á Itálica,
París, 1802, fol., con láminas tanto más preciosas cuanto que del
mosaico mismo ya no existe la más pequeña piedrecita. El de Gerona
que es muy semejante lo debemos al académico Sr. D. Celestino
Pujol y Camps, en su Memoria acerca del mosaico romano descu-
bierto en 1876 en la heredad llamada Torre de Bell-Lloch, situada
en el llano de Gerona, Gerona, 1876, 84 pp. 8., con una lámina; véase
el periódico la Academia, vol. I, 1877, p. 165 y ss.
Muy hermosas son las publicaciones de mosaicos hechas en los
Monumentos arquitectónicos de España, como del de Elche con la
Galatea, en tres láminas (cuaderno 27 y 56), y del de Córdoba, con
las cuatro estaciones del año (cuaderno 63).
El de Lugo, con una cabeza de Tritón, peces y conchas, lo publicó
el Sr. D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, en un apéndice de
su relación del viaje de SS. MM. y AA. por Castilla, León, Asturias
y Galicia en 1858, Madrid, 1860, fol., p. 850 y ss., con una lámina y
doctas observaciones sobre el arte de los mosaicos en general; véase
también sobre el mismo la Noticia de las Actas de la Real Academia
de la Historia, Madrid, 1879, pp. 24, 49 y 57. El dicho autor, en el
Museo español de antigüedades ha publicado el mosaico de la
quinta de los Carabancheles, vol. IV, 1875, p. 413 y ss., y el de
Palencia, que está en el pabellón del jardín del Museo nacional
de antigüedades de Madrid, vol. VI, 1878, p. 510 y ss. D. Rodrigo
Amador de los Ríos y Villalta publicó los medallones del mosaico
de las aves, descubierto en la calle del Salvador, en Mérida, en el
mismo Museo español de antigüedades, vol. IX, 1878, p. 561 y ss.
LOS MOSAICOS 273
• Breves indicaciones referentes á otros mosaicos se leen en la
Noticia de las actas de la Real Academia de la Historia de 1868; sobre
uno de Villasabariego, provincia de León, á la p. XII; sobre otro de
Aguilafuente junto á Segovia, ibidem, p. XIII; sobre los de Bullas
íbidem, p. 68; sobre uno de Santander, en la Magdalena, á orillas de
la playa y el Sardinero, en las mismas actas de 1879, p. 31; sobre el
de Vilet, junto á Lérida, ibidem, p. 43; sobre uno de Tarragona, en
la propiedad de D. Dellín Ríus de Llobet, conocida por la plaza de
armas, ibidem, p. 62; sobre el de la debesa del Zaratín, junto á Sala-
manca, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, vol. IV,
1884, p. 346 y vol. V, 1884, p. 12; sobre el de Belmonte, á dos leguas
de Calata'yud, en el llano y ruinas de Durón, por el Sr. D. Vicente de
la Fuente, en el mismo Boletín, vol. IV, 1884, p. 105 y vol. V, 1884,
p. 104, y sobre el de Villasirga, próximo á Carrión de los Condes, en
el mismo Boletín, vol. III, 1883, p. 260 y p. 323; sobre el de Úbeda,
por el R. P. Sr. D. Fidel Fita, en el citado Boletín, vol. VII, 1885,
p. 46. Algunos encontrados en la Vega de Granada, cortijo de Dara-
goleja, á la orilla derecba del Genil, han sido publicados en muy lin-
das láminas fotográficas por los Sres. D. Manuel Oliver Hurtado
y D. Manuel Gómez Moreno, en su informe sobre varias antigüeda-
des descubiertas en la Vega de esta ciudad, Granada, 1870, 26 pp., 8.
El dibujo del mosaico arriba citado, descubierto en la alquería de
Zaratín, no lejos de Salamanca, fué remitido á la Academia de la
Historia por el Sr. D. Fernando Araujo, en 1884, y se conserva en
las carteras de la Academia.
El mosaico encontrado en Cártama en 1860 fué descrito por
el Dr. Ber langa, en sus Estudios romanos, Madrid 1860, y por el
Sr. Hübner, primero en el Bulletino delV Instituto di corrispon-
denza archeologica, 1860, p. 170, y luego en su libro Antike Dild-
werke, Berlín, 1862, p. 311. Los descubiertos en 1861 en Torremolinos
también fueron descritos por el Dr. Berlanga en sus citados Estu-
dios romanos. Sobre el de Girona escribió el Sr. de Lauriére, en el
Bulletin monumental francés de 1887, p. 235 y ss. Dos fueron obser-
vados últimamente, el uno en las afueras de Almenara no lejos de
Olmedo, según el Boletín de la Academia, vol. XI, 1887, p. 451,
el otro en León, según también el mismo Boletín, vol. XII, 1888,
p. 347.
Un sarcófago cristiano, en el Museo provincial de Valencia, ba
sido descrito por el R. P. D. Roque C habas, en su Archivo, vol. I,
1887, p. 401 y ss., 409 y ss., y vol. II, 1887, p. 129 y ss.
274 LOS MONUMENTOS
Monumentos § 171. Los últimos monumentos, con que termina el
cristianas tti i»-i-i-i ,
estudio de la arqueología de España, son los de la época
comunmente llamada visigoda, debiendo ocupar este lugar
en el presente trabajo, del mismo modo, que las inscrip-
ciones cristianas (§ 69) y las monedas visigodas (§ 140)
se encuentran al final de los monumentos epigráficos y
numismáticos paganos. En los últimos decenios el interés
de los doctos ha vuelto de nuevo á converger con mayor
intención y provecho á esta clase de monumentos, que no
llaman la atención por su número, ni por su belleza; pero
que son de grande importancia, porque forman el tránsito
de la cultura antigua á la moderna. El impulso eficaz dado
á las investigaciones científicas relativas á la arqueología
cristiana por el ilustre sabio italiano, Juan Bautista de
E-ossi, en Roma, se ha hecho sentir también en España.
Después que el Sr. D. José Amador de los Ríos, con
motivo del descubrimiento de las coronas votivas visigodas
de G-uarrazar (véanse las inscriptiones Hispanice christia-
nce, de Hübner, n. 159-163), ensayó, el primero, el fijar
el carácter particular de este arte, que llama latino-bizan-
tino, los Sres. D. Aureliano Fernández-Guerra, Cave-
da, Riaño, de la Rada y Delgado, y otros, tienen el
mérito de haber ido buscando sus restos, en iglesias bizan-
tinas, y en los pavimentos de mosaicos de la misma época,
como los que se encuentran en templos de Asturias, de
Tarrasa y de otras regiones de la península, en sarcófagos,
que muestran el mismo arte que los de las catacumbas de
Roma, y en otros lugares destinados en lo antiguo al culto
cristiano, en tejas de barro cocido con sus adornos, en
lámparas y vidrios, en alhajas y anillos. De la pluma fér-
til y experimentada del Sr. .Ixjierra se espera una obra
que comprenda los monumentos cristianos de España, que
ya tiene terminada, según se dice, pero hasta ahora no
publicada. Concluiremos, pues, este resumen de los monu-
MONUMENTOS CRISTIANOS 275
mentos españoles, con la indicación de la referida obra,
á la que enviamos nuestros lectores.
Los datos sobre las más antiguas capillas, iglesias, y
basílicas de España, que contiene el muy conocido libro de
D. José C a veda, pueden aumentarse con muchos otros
sobre edificios de esta clase nuevamente descubiertos, como
el de Guarrazar, ó descritos y medidos más esmeradamente
que antes, como, por ejemplo, la antiquísima capilla subte-
rránea, que encierra, según se cree, el sepulcro de Santiago
en la catedral compostelana.
Los sarcófagos cristianos de Barcelona, de Lagos, de Astorga,
de Mérida y de Zaragoza, están indicados brevemente en la obra del
Sr. Hübner Antike Büdwerke, n.° 669,944, 946 y pág. 327, 340 y
341. El de Astorga lo publicó el Sr. Guerra, en el Museo Español
de antigüedades, vol. VI, 1875, p. 587 y ss.; uno de Puebla Nueva
junto á Talavera de la Reina en el mismo Museo, vol. VI^ 1875j
p. 591 y ss.; tres, uno de Hellin y dos de Lagos, en los Mojui^oentos
arojiitectónicos dej^paña (cuaderno 65). El mismo ha escrito sobre
una inscripción y basílica, descubiertas en el término de Loja, en el
periódico La Ciencia cristiana, vol. VI, 1878, p. 399 y ss. Antes
ya el mismo sabio había publicado el monumento zaragozano del
año 312, que representa la Asunción de la Virgen, Madrid, 1870, 40
pp. 8., con la reproducción fotográfica de un dibujo, y últimamen-
te, junto con el R. P. D. Fidel Fita, ha dado á luz sus «Recuerdos
de__on_via4e . á Santiago de Galicia», Madrid, 1880, 150 pp., 8. con
grabados en madera, que Contienen informes preciosos sobre las
antigüedades cristianas de España; véase la noticia del Sr. D. José
Villaamil y Castro, en el Boletín histórico, vol. III, 1882, p. 79.
El mosaico de una basílica cristiana, existente en Santa María de
Mallorca, junto á Palma, fué publicado por el Sr. D. Joaquín María
Bover, en su Noticia de los fragmentos de un pavimento de obra
mosaica descubiertos en la isla de Mallorca, Palma, 1833, 4., con
una lámina; véanse las Inscriptiones Hispanice christianice , del
Sr. Hübner, p. 59, n.° 183.
La memoria del Sr. D. José Amador de los Ríos, «el arte
latino-bizantino en España y las coronas visigodas de Guarrazar,
ensayo histórico-crítico, publicado por la Real Academia de San
276 LOS MONUMENTOS
Fernando», Madrid, 18(51, IV y 174 pp., 4. con seis láminas, fué
recomendada á los sabios en una noticia del Sr. Hübner, junto con
la publicación del Tesoro de Guarrazar del docto anticuario francés,
conde Fernando de Lasteyrie, París, 1860, 4.,. inserta en los
Jahrbücher f'ür classische Philologie, de Leipzig, 1862, p. 569 y ss. El
mismo Sr. Ríos publicó «algunas consideraciones sobre la estatuaria
durante la monarquía visigoda» en «El Arte en España», vol. I,
1862j_p. 157 y ss., y vol. II, 1863, p. 5 y ss., y discutió sobre el tesoro"
de Guarrazar después, en los Monumentos arquitectónicos de España
(cuadernos 21 y A5). La misma obra trae también las esculturas
cristianas de Mérida (cuaderno 63). Sobre el tesoro sagrado de la
catedral de Santiago véase la memoria del Sr. D. José Villaamil y
Castro, en el Museo español de antigüedades, vol. V. 1875, p. 305
y ss., y sobre las alhajas visigodas del Museo arqueológico nacio-
nal, y sobre otros adornos antiguos, la del Sr. D. Florencio Janer,
en el mismo Museo, vol. V, 1875, p. 137 y ss. Mucbo, sin embargo,
falta aún que trabajar sobre todo en este ramo de las antigüedades
españolas, en punto no sólo á investigaciones, sino también á nue-
vas publicaciones.
Sobre un sarcófago cristiano con inscripciones griegas y con
representaciones del buen Pastor, del sacrificio de Isaac, y de Daniel
en el lago de los leones, véase el Boletín de la Real Academia de la
Historia, vol. VIII, 1886, p. 425.
conclusión § 172. Como habrá podido observarse por la sola lectura
de este libro, aun restan importantes y numerosos estudios
que hacer, no sólo sobre los monumentos, en el sentido más
estricto de la palabra, sino también respecto de las demás
clases de testimonios, que aun quedan, referente á la Espa-
ña antigua; puesto que tan sólo en punto á la epigrafía y á
la numismática se cuenta con fundamentos sólidos, sobre
los que se pueden hacer ulteriores y más seguras investiga-
ciones. En cuanto á la geografía, á la historia y á la etno-
grafía antiguas, lo mismo que á la corografía y topografía
CONCLUSIÓN 277
monumental, sólo existen algunas tentativas, que no pasan
de ensayos más ó menos felices, quedando aún por explorar
un gran número de vastas regiones, en tiempos remotos
habitadas y cultivadas por los más viejos pobladores de
la península, recintos innumerables de antiguas ciudades,
ruinas de necrópolis y termas, como de otros varios edi-
ficios de bien lejana fecha. Para reconstituir la España de
otras edades no basta conocer y aplicar con la más per-
fecta crítica los textos de los geógrafos ó historiadores
griegos y romanos, de las inscripciones lapidarias y mone-
tales, sino estudiar y describir con la mayor exactitud lo
poco, que actualmente existe á la vista sobre la superficie
del terreno, y explorar por medio de excavaciones cien-
tíficas los despoblados, que aun permanecen, sin haber
sido examinados con minuciosa detención. De este modo
podrían ponerse al descubierto numerosas riquezas arqueo-
lógicas, que al presente oculta avara la tierra, contribu-
yendo eficazmente en la península ibérica á provocar
un verdadero renacimiento del mundo antiguo. Porque
no cabe duda que estas investigaciones darán á conocer
preciosos detalles de la vida política y social, como de
la cultura intelectual y económica, de las diversas gentes
que poblaron estas regiones en los diez siglos, que corrie-
ron desde el quinto antes de J.-C. hasta casi cerca del
quinto de nuestra Era. Tales trabajos, por su índole y espe-
cial naturaleza, sólo pueden ser emprendidos por el ilus-
trado celo de los arqueólogos nacionales; y si los datos
contenidos en las páginas que preceden llegan á servirles
de guía, ayudando á empresas científicas de índole seme-
jante, su autor habrá conseguido el objeto que se propo-
nía al escribirlas.
FIN
ADICIONES
Pág. 3. Entre los trabajos científicos sobre Avieno
y su periplo, merece una mención preferente la erudita
disertación del célebre arqueólogo portugués Sr. D. Fran-
cisco Martins Sarmentó, Bu fus Festus Avienus, ora
marítima, estudo de este poema na parte respectiva ¿
Galliza e Portugal, Porto, 1880, pp. 93, 8. El mismo
autor más recientemente y con mayor prolijidad ha
expuesto sus ideas, en parte muy ingeniosas, sobre el
origen fenicio de las tradiciones míticas relativas al
Occidente de Europa, en su obra «Os Argonautas, sub-
sidios para a antiga historia do Occidente», Porto 1887,
pp. XXXI y 292, con dos mapas, 8.
Pág. 20. Recientes investigaciones acerca del geó-
grafo Dionisio el periegeta, nos muestran que el autor
vivió hasta la época de Adriano y que en su obra siguió á
Estrabón.
Pág. 47. Se ha publicado últimamente una nueva
edición del texto de Frontino, que satisface á lo que
exige la crítica moderna, por O. Gundermann, en la
colección de Teubner, Leipzig, 1888, 8.
280 ADICIONES
Pág. 64. A los monumentos ibéricos ha de añadirse
uno, que se encontró en Italia. En una sepultura descu-
bierta en el siglo pasado cerca de Montiego en Umbria, á
cuatro millas de Urbanía, el antiguo Urvinum Metaurense,-
fué hallada, entre otros objetos, una taza de plata con tres
inscripciones grabadas con el buril é incontestablemente
ibéricas. El texto fué comunicado al insigne etruscólogo
Lanzi, de cuyos papeles lo sacó el Sr. Gamurrini, bene-
mérito arqueólogo de Florencia, y lo publicó en su Appen-
dice al Corpus inscriptionum Italicarum ed ai suoi Supple-
menti di Ariodante Fabretti (Firenze, 1880, 4.), p. 6 y lám. I
n.° 21, de donde lo ha repetido el Sr. Francisco Lenor-
mant, en la Eevue archéologique de París, vol. XLIV, 1882,
p. 31. Es muy fácil que este objeto fuese traído á Italia por
uno de los Iberos que militaron en el ejército de Asdrú-
bal, y que tal vez murió en la célebre batalla de Sena
junto al río Metauro, que tuvo lugar muy cerca del sitio
en donde pareció la taza.
Pág. 83. El vol. XII del Corptis inscriptionum Lati-
narum, conteniendo las Inscriptiones Gallice Narbonensis
Latinas por el Sr. O. Hirschfeld, y la parte primera del
volumen XI , Inscriptiones JEmilice et Etrurice, por el
Sr. E. Bormann, han sido publicados en Berlín en 1888.
En el mismo año apareció en la dicha ciudad el vol. VII
de la Ephemeris epigraphica, fasciculus primus et secundus,
conteniendo nuevas adiciones, publicadas por el Sr. Joh.
Schmidt, al vol. VIII, que contiene las inscripciones
africanas.
Pag. 92. A los nueve decretos de patronato relativos
á poblaciones españolas ya conocidos, hay que añadir el
nuevamente encontrado en Peñalva de Castro, del año 40
de J.-C, que contiene el tratado de hospitalidad entre los
ADICIONES 281
Clunienses ex Hispania citeriore y Gayo Terencio Basso
Mefanas Etrusco, prefecto del ala Augusta. Fué publi-
cado ó ilustrado doctamente por el Sr. D. Aureliano Fer-
nández Guerra, en el Boletín de la Academia, vol. XII,
1888, p. 363 y ss.
Pág. 120. Campamentos de las legiones romanas exis-
ten aún, según parece, cerca de Eeinosa en Cantabria, de
la legión cuarta y de otro cuerpo del ejército, que no se
puede determinar, cerca de Viseo en Portugal. Sobre el
último véase la descripción dada por el Sr. Gurlitt, en
el Archazologische Zeitung de Berlín, vol. XXVI, 1868, p. 14.
Pág. 154. No se sabe si el ala Augusta, cuyo prefecto
era el personaje mencionado en el nuevo decreto de patro-
nato de Clunia, que acabamos de indicar á la pág. 92, baya
tenido por algún tiempo sus cuarteles en España. Este ala,
pues, no se puede incluir con certidumbre en el catálogo de
los cuerpos auxiliares pertenecientes al ejército de España.
Pág. 172. Los flautines se mantuvieron en su dignidad
basta la época cristiana, como sabemos por varios cánones
del Concilio de Elvira, los cuales han sido ilustrados últi-
mamente con doctas observaciones por el P. L. Duches-
ne, en los Mélanges Renier (París, 1887, 8.), p. 159 y ss.
Pág. 196. Una moneda de oro con los tipos de Empo-
rice, pero no acuñada en España, sino en Francia, ha
sido publicada por el Sr. Zobel, en la Revue archéologique
de París, vol. XLIV, 1882, p. 28.
Pág. 199. En Alcacer do Sal se han encontrado testi-
monios importantes del comercio con la Grecia, vasos pin-
tados del siglo segundo, una máscara sepulcral, también
282 AOICIONKS
pintada, de barro, etc. Véanse sobre estos objetos las
observaciones de los Sres. J. B. de Rossi, en el Boletín
del Instituto arqueológico alemán de Roma, 1875, p. 74,
y Helbig, en el mismo Boletín, 1877, p. 88. La máscara
ha sido publicada por el Sr. O. Benndorf , Denkschriften
de la Academia de Viena, phüos.-histor. Cl., vol. XXVIII,
1878, lám. XVI, 1; véase sobre ella la Memoiia del Sr. Hüb-
ner, en los Jahrhücher des Vereins von Alterthumsfreunden
im Rheinlande, vol. LXVI, 1879, p. 34.
Pág. 221. Nuevos datos sobre los monumentos pre-
históricos de la provincia de Almería, se deben al Sr. don
Juan Rubio de la Serna, el cual, en el Boletín^ de la
Academia, vol. XII, 1888, p. 20, da noticia sobre el Cerro
de Castellón, junto á Vólez Rubio, y de sus sepulturas en
hileras y cavadas en la tierra. Sobre los monumentos pre-
históricos sumamente frecuentes en el norte del Portugal,
los túmulos y sepulcros, llamados allí antas y antellas, ha
hecho observaciones muy acertadas el Sr. Sarmentó, en
la Revista de Guimaraens7 vol. III, 1886, p. 141 y ss. El
mismo autor considera las piedras que se dicen balancean-
tes (baloigantes en portugués), como un lusus naturce; véase
la misma Revista, vol. II, 1885, p. 194, y las observacio-
nes hechas en sentido diferente, por el Sr. A. C. Borges
de Figueiredó, en su RevistgLjle Archeologia, vol. II.,
1888, p. 1 y ss. Últimamente el Sr. Sarmentó, con su
acostumbrado acierto, ha tratado las tradiciones popula-
res sobre tesoros escondidos, y que casi siempre se refieren
á localidades de la civilización anteromana, recintos forti-
ficados ó castros, fuentes, túmulos, etc.; véase la J^eyista
de Guimaraens, vol. V, 1888, p. 1 y ss.
Pao. 222. Ya ha aparecido el primer monumento
del arte fenicio en España, además de las monedas,
ADICIONES 283
que lo es el sarcófago de Cádiz, descrito en la pági-
na 257.
Pág. 231. Sepulcros del tipo de Olérdula no escasean
en el norte de Portugal, en los concejos de Guimaraens,
Freixo, etc. Observa el Sr. Sarmentó, en la Revista de
Guimaraens, vol. I, 1885, p. 198, que algunos de ellos perte-
necen ciertamente á la época romana, tal vez muy baja, do
modo que se mantuvo el tipo antiguo durante muchos siglos.
Pág. 243. Las murallas de los castillos romanos de
Montemór-o-Novo y de Montoito, en Portugal, fueron. des-
critas por el Sr. Gabriel Per eirá, en la Revista Arqueo-
lógica de Lisboa, vol. I, 1887, p. 129 y ss.
Pág. 246. Entre los arcos no ha de olvidarse el de
Medinaceli. Las letras de su inscripción, repetida en las
dos caras principales, eran de bronce, y existen los agu-
jeros y aun los pernos de ellas. El arco es de tres bóvedas,
y parece , por su estilo arquitectónico, pertenecer á la
época de Augusto.
Págl 249. Sobre los restos de un templo romano en
Vich, véase lo observado por el Sr. Ch. Lidelot, en sus
Notes archéologiques sur la Catalogue, publicadas enelBulle-
tin monumental francés, ser. IV, vol. IV, 1888, p. 44 y ss.
Pág. 256. Estatuas gallego-lusitanas fueron encontra-
das por el Sr. Sarmentó también en Santo Ovidio (Fafe),
en Refoios de Basto, y en San Jorge de Vizella; véase la
Revista de Guimaraens, vol. I, 1884, p. 185.
Pág. 257. Entre las especies particulares de sepultu-
ras romanas no deben olvidarse las que tienen forma de
£84 ADICIONES
barriles, bastante frecuentes en las antiguas poblaciones
de la Lusitania meridional, como Tavira, Mertola y Beja;
véase el C. I. L. II, n. 16, 67, 83, 102, 106, etc.
i
Pág. 263. Dos estatuas togadas, romanas, de hombre
la una y de mujer la otra, de perfecta ejecución, faltán-
doles la cabeza, y procedentes, según parece, de Mértola,
existen en la casa de Armoreira da Torre, junto á Mon-
temór-o-Novo, en Portugal. Las describe el Sr. Gabriel
Pereira, en la Revista Archeólogica de Lisboa, vol. L,
1887, p. 131.
FE DE ERRATAS
( Algunas de menos importancia se corregirán por el lector benévolo. )
Pág. 1 renglón 8 desde arriba escríbase «y en la de»
8
»
2
»
abajo
»
«Geschichte der wissen-
schaftlichen» etc.
31
»
14
»
»
»
«apoyada»
41
»
3
»
arriba
»
«y publicó no antes»
66
»
4
»
»
»
«la d... la t»
»
»
5
»
»
»
«la m... la q... la t»
81
»
13
»
»
»
«adiciones á las ya» etc
82
»
18
»
»
»
«epigraphica»
85
»
14
»
abajo
»
«en el epítome»
92
»
23
»
»
»
«del Peñón de Audita....
...(C. I. L. II 1343)»
97
»
23
»
»
»
«itinerarios (§ 26)»
98
»
15 y
16 d. arr.
y>
«T£(T7)(j.£'.ci)Tai y ¡T-aSío'j^-»
»
»
18
»
»
T>
«la más antigua»
102
»
1
»
»
»
«Cuatro vías»
110
»
14
»
»
»
«decurionum»
»
»
6
»
»
»
«y en el del»
111
»
9
»
»
»
«y por último»
115
»
7
»
»
»
«dedicaron»
»
»
15
»
»
»
«indicación local»
»
»
17
»
»
»
«dispensator»
120
»
22
»
»
»
«pp. 107»
125
»
5
»
»
»
«Scythica»
128
»
12
»
»
»
«la mandó»
»
»
16
»
»
»
«á la cresta de la alón
dra»
129
»
11
»
»
»
«Annceus»
149
»
14
»
»
»
«Hibeirris»
151
»
6
»
»
»
«Oriente; y»
152
»
9
»
abajo
»
«Hispaniense»
175
»
16
»
arriba
»
«Clunia, Coruña»
182
»
20
»
»
».
«mencionados»
194
»
10
»
»
7>
«Salamina»
198
»
1
»
abajo
»
«al Sud de Jerez»
199.
»
10
»
arriba
»
«mit bisher»
202
»
18
»
»
»
«Za/cav.&aío!»
286 FE DE EHKATAH
Pág. 203 renglón 16 desde abajo escríbase «en Osea»
204
»
12
»
arriba
»
«anales del Instituto»
209
s
9
»
abajo
»
*monnaies»
217
•
3
»
»
»
«Anduaga»
218
»
15
a
»
»
«Wentworth»
220
»
11
»
»
»
«cueva de Mengal en
Antequera»
225
»
11
»
»
»
«Antoninianum»
229
»
15
»
arriba
»
« Wort und Bild»
231
»
8
»
»
»
«Murguía»
»
»
17
»
»
»
«grandes tinajas»
242
»
11
»
abajo
»
«Numancia ó sea Garay»
254
»
5
»
arriba
»
«ha catalogado»
266
»
17
»
»
»
«Murguía»
ÍNDICES
AüTOEES ANTIGUOS
Pág.
Agrimensores, 16, edición de Blu-
me 17
Agrippa 13
Ammiano Marcellino 14,50
Analistas romanos 33
Ancirano, el monumento, véase Res
gesta; 15
Antonino Augusto, véase Itinera-
rios.
Apolinares, los vasos 23
Apiano de Alejandría, 52, ediciones
de Dübner j* Mendelssohn. ... 53
Artemidoro de Efeso 8, 226
Asclepiades de Mírlea 9
Asinio Polión, el historiador 40
Avieno, el poeta é historiador, 2, 20,
48, 279, edición de Holder .... 2
Aurelio Víctor 48
Biógrafos de los emperadores. ... 55
Breviario de Augusto 14
Casio Dion, el historiador, 53, edicio-
nes de Sturz, Bekker, Dindorf, y
Gros 55
Catón, Marco Porcio 31, edición de
Jordán 32
César, el dictador 37, ediciones de
Nipperdey, Dübner y Dinter.. . . 38
Coelio Antipatro, el historiador. . . 33
Cornelio Boccho 18
Cornelio Nepos 12. 37, ediciones de
Nipperdey y Halm 37
Dimensurntio provinciarum 14
Diodoro de Sicilia. 41, 85, textos de
Dindorf, C. Müller y Bekker. . . 41
Dionisio el periegeta 20, 279
Divisio orbis terrarum 14
Ennio, Quinto, el poeta 31
Epicorum Grozcorum fragmenta, edi-
ción de Kinkel 8
Eratóstenes ^
Estrabón de Amasea, 11, ediciones de
Kramer y Müller H
Euctemon de Atenas 8
Eudoxo, el astrónomo 6, 8
Eustacio de Tesalónica 21
Fabio Pictor, el historiador 30
Filino de Agrigento 85
Filisto de Siracusa 29
Flegón de Tralles 19
Floro el historiador, 43. 47, ediciones
de Jahn y Halm *7
Fragmenta historicorum Grcccorum,
edición de C. Müller. . 4, 5, 6, 9,
20, 30, 31, 33, 42
Frontino, el historiador, 47, ediciones
de Dederich y de Gundermann. 47, 279
Geographi Graci minores, edición de
Müller, 9, 21. 27, Geographi Latini
-minores, edición de Riese 15
GuidóndePisa 25
Hecateo de Mileto ^
Herodoro de Heraclea 5
Herodoto de Halicarnaso, edición de
Stein 5
Historicorum Romanorum fragmenta,
edición de Peter. . 19, 31, 32, 33, 40. 51
Hitación. véase Wamba.
Honorio, Julio 1*
Idacio 26
Inscripciones, véanselos autores mo-
dernos.
288
ÍNDIC158
l'»K-
Itinerarios 2¡l, edición de Pnrthey. . 24
Juba, rey de Maurotania, 41
Justino, el historiador, 10, odición do
Huehl 11
Livio, el historiador, 42,85, ediciones
de Hortz, Madvig, Ussing y Weis-
senborn 45
Macrobio Teodosio 30
Marcial, Marco Valerio, el poeta, 19, •
ediciones de Friedlaender y Gil-
berto 19
Marciano de Heraclea 9, 22, 23
Marino de Tiro 21
Mario Máximo, el historiador. ... 55
Mela, Pomponio, 17, ediciones de Par-
they y Frick 17
Metón y su ciclo 6
Mirabile* auscultationes, edición do
Westermann 30
Nevio, Gneo, el poeta 31
Nicolás de Damasco 41
Notitia dignitatum, 24, 160, ediciones
de Bócking y Seeck 25
Orosio, el historiador 14, 43 y 49
ParadoxograpM Grmci , odición do
Westermann 20
Periplo, el antiguo, véase Avieno.
Peutinger, la tabla de, 13, edición de
Desjardins 15
Piteas de Masalia 6
Plinio, 17, ediciones de Detlefsen y
Jan 18
Plutarco de Queronea, 51, ediciones
de Doehner, Bekker y Sintenís. . 52
Poeta» lyrici Grceci, edición de Borgk. 2
Polemio Silvio 24
Polibio de Megalopolis 35, 85
Volyhitt8, odición de Dübner, Hultsch
y Büttner Wobst 36
Posidonio do Apamoa 9, 22!»
l'risciano, el gramático 20
Ptolemeo, 21, ediciones de Wilborg y
Müller. 22
Ravonate, el 25
Ravennatis cosmographia , odición de
l'indor 26
Serum natuvalium scriptores tírwci,
edición de Keller 20
Res gettat divi Augusti, edición de
Mommsen 16
Salustio 39, ediciones de Dietsch y
Jordán 40
Scriptores historia} Augusto?., edicio-
nes de Jordán y Peter 55
Sileno, el historiador de Aníbal. . . 82
Silio Itálico, el poeta 47, ediciones
de Drakenborch, Ernesti, Ruperti
y Lünemann "TO^M-t
Solino 18, collectanea, edición de
Mommsen 19
Suetonio 50
Tácito 49, ediciones de Nipper-
dey, Halm, Orelli y Baiter, He-
raeus 50
Timágenes 10
Timeo de Tauromenio 29
Trogo, véase Justino. (W-'t^Uiv} _ CC
Valerio Máximo, 46, ediciones de
Kempf y Halm 47
Varrón de Reate 12
Veleio Paterculo, 46, edición do
Halm 47
Verona, el catálogo de 24
Víctor, véase Aurelio.
Wamba, la hitación de 26
Xifilino, epitomador de Casio Dion_ 54
Zonaras, el historiador 54
II — Autores modernos
Academia, la 215
Academia, la Real do Ciencias de Lis-
boa 75, la Real do la Historia do
Madrid, 75, las de Sevilla y Barce-
lona 75
Accursio, Mariangelo 71
II — AUTORES MODERNOS
2S9
Agustín, Antonio 71, 190, 209
Agnado y Alarcón, Juan de Dios. . . 237
Alcaraz do Gramont, Joaquín. . . . 250
Alfaro, Enrique Baca de , 74
Alien, Eduardo Augusto 209
Andrés de la Pastora, Román. . 64, 231
Anguino, Domingo Alonso 105
Anónimo, el veneciano 71
Apiano, Pedro 71
Araujo, Fernando 273
Argote, Jerónimo Contador de. . . 75
Armengol, Juan 72
Armstrong, Juan 228
Arneth 264
Arte, el, en España, 215
Asociación catalanista 243
Assas. Manuel de 218, 257
Atienza, Federico 69
Barrantes, Vicente 218, 268
Barros Sivelo, Ramón. . 103
Basano, Alejandro 71
Bayer, Francisco Pérez, 63, 75, 191, 198, 269
Bembo, Juan 71
Benndorf, 0 282
Berger, F 104
Berger. H 3,8
Bergier, N. . . 104
Berlanga, Manuel de, 3, 59, 63, 79, 193,
198, 226, 252, 257, 264, 273
Bertrand. A 234
Bibrán, Abraham de 74, 269
Beuter, Pedro Antonio 72
Boissevain, U. P ' 120, 140 y 149
Boletim de architectura e arcbeolo-
gia 215
Boletin de la R. Academia de la His-
toria , 215
Borghesi, Bartolomeo 120. 128
Bormann, E 280
Botella y de Hornos, Federico. . 227, 267
Botet y Sisó. Joaquín 196
Boudard 61,189,192
Bover, Joaquín María 275
Breska, A. de 37
Britto, Fray Bernardo de 73
Burgas, Emilio 64
Busk 217
Bustamante, Guillermo López. ... 191
Caldas, Pereira, el doctor 79
Campaner, Alvaro 193
Campómanes, Pedro Rodríguez. . . 5
Caro. Rodrigo 74
Cartailhac, E. . . 216, 218, 220 226, 234, 257
Casa-Loring, el Marqués de 263
Cascant, José 249 I
Castro, Adolfo do 196
Castro, Gaspar de . . . . 72
Caveda,José 209,274
Cean Bermúdez, Juan Agustín, VIII,
77, 213, 240, 258
Cenáculo, Fray Manuel do 75
Cbabret, Antonio 269
Chlpiez, Ch 222,224
Clusius, Carlos 71
Coelho, Adolpbo 219
Coello, Francisco 105, 219
Cenca, Antonio 212
Cornide, José. 75
Corpus inscriptionum Latinarum. 77,81,280
Cortés y López, Miguel. .... VIL 77
Costa, Joaquín 63, 257
Cueto, Leopoldo de 261
Delgado, Antonio 185,189,191
Delgado, J.N. 218
Despuig, el Cardenal 260
Dessau, H 82
Detlefsen, D 18
Didelot, Ch , . 283
Diez, versión de Ponz 212
Docampo, Florián 72
Dozy, R 247
Dressel, Enrique 185
Ducbesne, el P 281
Eckhel, José 187
Ellis, R. 63
Ephemeris epigraphica 79
Escolapios, los PP. de Yecla 238
Ewald, P 27
Exempla scripturce Latinee 84
Fabretti, Ariodante 280
Falsarios, epigráficos 73
Fariñas del Corral, Macario. . 223, 250
Fernández Duro, Cesáreo 229
Fita, Fidel 62, 64, 79, 104, 243, 261
Figueiredo, A. C. Borges de. . . . 79, 282
Figueiredo de Guerra, Luis de. . . . 234
Florez, Enrique. . . . 75, 76, 187, 190, 209
Forbiger 27
Fort, Carlos Ramón 3
Franco, Juan Fernández 72
Fuente, Vicente de la 257, 273
Gago, Francisco Mateos 250
Gamurrini, F. . . . , 289
Garay y Anduaga, Recaredo de. 217, 227
Garza, Pedro de la 256
Gerhard, Eduardo 222
Gesenius 188
Góngora y Martínez. Manuel. 69,79. 220. 231
290
ÍNDICES
Grotefend, Carlos Luis 191
Grnter, Jano 78
Guerra, Aureliano Fernández. '24,26,
27, 38. 62, 79, 81, 1(8, 105, 106, 217 231 .
238, 254, 256, 274. 281
G\iimerá, el conde de 72
Gnndormann, G 279
Gnrlitt,W 281
Hannak, E >. . 53
Harló.E 219
Heeren, A. L. H 62
Heiss, Alois 26, 189, 192, 209
Helbig, W .282
Henzen, W 24,77,82
Hernández y Sanahuja, Buenaven-
tura 243
Higuera, véase Román.
Hinojosa, Eduardo de 261
HirschfeW, 0 280
Hispania illustrata, de A. Schottus. . 72
Hübner.E. . . . 26,38,63,74.77,80,
83, 193. 214. 215, 219, 224,227, 231, 244,
252, 256, 260, 264, 266, 269, 271, 273,
274,282
Jnscriptiones Hispania christiance, de
Hübner 81
Inscriptionum Latinarían amplissima
coUectio, de Orelli y Henzen. . . 77
Janer, Florencio 268, 275
Jocundo de Verona, Fray. 70
Kiepert, H 27
Koehler,U 47
Laborde. Alejandro de. . 77. 213, 240, 272
Lachmann, F 45
Lanzi 280
Lasteyrie, Fernando de 275
Lenormant, Carlos 191
Lenormant, F 280
Le-wis, B 243
López y Cárdenas. Antonio y Fer-
nando José 68
Lorichs, Daniel, de . . . .62, 189, 191, 202
Lacena, Luis 72
Luis Salvador, archid\ique de Tos-
cana 229
Lumiareu, el conde de. . . . 213, 258, 268
Machado, Antonio "217
M acpherson, Guillermo 217
Madoz, Pascual 77
Madrazo. Pedro ¿57. M
Maestro, Amalio 227
TU.
Maffei, Escipión 76
Mámeran, Nicolás. 71
Mannert 27
Manuzio, Aldo 72
Mapas de la España antigua. ... 27
Marcbi, el P 21
Mariategui, E. de 258
Marmora. A. della 222, 228
Marti, Manuel 75, 250
Martorell y Peña, Francisoo. 218, 229, 231
Masden, Juan Francisco 76
Mayans, Gregorio 75
Mélida, José Ramón 261
Moltzor, O. . . 203
Metelle, Juan 71
Meyer, A. B 221
Mitjana, Rafael 219
Mommsen,Th 82,204
Montfaucon, Bernardo de 76
Montpensier, el duque de 262
Monumentos arquitectónicos de Es-
paña 214
Morales, Ambrosio de . 72
Moreira 231
Moreno y Bailen, José 263
Moreno y Bernardo, Vicente 227
Moreno, Manuel Gómez 273
Movers . . 188, 224, 227
Müllenhoff, Carlos 3
Müller (num. (te Vane. Afr.) 200
Mnr, escultor de Segovia 245
Muratori. Luis Antonio 76
Murguia, Manuel 218, 231, 258
Museo español do antigüedades. . . 214
Navagiero, Andrés 71
Navarro, Eduardo J 819
Nissen,H 37, 46
Nitzsch, K. W 36, 46
Nunes Teixeira, Enrique. 209
Occón, Adolfo 72
Oliver y Hurtado, José. ..... 8, 38
Oliver, Manuel. 38, 79, 219. 247, 250. 256,
263, 267, 273
Orelli, Juan GaBpar 77
Palos y Navarro, Enrique 250
Panvinio, Onofre 72
Pedrals, Arturo 193
Pereira, Gabriel. . . 218, 231, 249, 283, 281
Per eirá da Costa, F. A 218
Perrot, G., y Chipiez, Ch 222, 224
Peter, C *"
Peter,H 62
Peutiuger, Conrado 70
Phillips. George 61
II — Al'TOKKS MODERNOS
291
rág.
Pighio, Esteban Vinando 72
Ponz, Pedro Antonio 76, 212, 240
Prado, Casiano de 217
Pujol, Celestino. ... 189, 193. 195, 272
Rada y Delgado, Juan de Dios de la.
194, 215, 238, 257, 258, 261, 262, 270, 272, 274
Ramberti, Benedicto 71
Ramis y Ramis, Antonio y Juan. . . 228
Resende, Liáis Andrés 73
Revista de antropología 220
Revista de arqueología Española. . 215
Revista de ciencias históricas. . . . 215
Revista histórica. 215
Riaño, Juan Facundo. ... 238, 261, 274
Ribeiro, Carlos. 218
Richter, 0 223
Ríos, Demetrio de los. . 250, 252, 257, 270
Ríos, José Amador délos. 237,265,267,
274, 275
Ríos, Rodrigo Amador de los. . 251, 272
Risco, Manuel 76
Ritterling, E 136
Román de la Higuera, Jerónimo. . . 73
Rossi, Juan Bautista de . . . . 274, 282
Rubio de la Serna, Juan. , . . 257, 282
SáVillela 218
Saavedra, Eduardo. . 24, 79, 81, 108, 238
Sabau, Pedro 69, 218, 244
Saenz de Baranda, Antolín 231
Salgado, Vicente 76
Salinas, A 222
Sanloutius, epigrafista francés. ... 72
Sanpere y Miquel, Salvador. 63, 193. 203?
218, 229
Santuola, Marcelino S. de 219
Sañudo, Marín 70
Saporta 220
Sarmentó, F. Martins. 79, 233, 279, 282, 283
Savirón y Estovan,. Paulino 236
Saulcy, F. de 189, 191
Sayce, A. H 62
Scalígero Josef. 73
Schlumberger 226
Schmidt, Joh 280
Schott, Andrés 72
Schroeder. 198
Serrallach, Leandro 243
Sieder, Martin 70
Silva, J. Possidonio N. da. . . . 218. 234
PÍE
Simóes, Augusto Felipe 219
Siret. Enrique y Luis 22D
Siruela, Martin Vázquez 75
Smecio, Martin 73
Soromenho, Augusto 79, 256
Spruner-Menke 27
Stiehle, R 9
Strada, Jacobo 71
Talbot, Lord 257
Tavera, Alfonso 72
Tenison, Luisa 219
'J'hesaurus inscriptionum de Gruter y
Groevius 73
Tfieaanrus, novug, veterum inscriptio-
num, de Muratori 76
Thommsen, R 37
Traggia, Antonio 76
Trigueros, Cándido María 63,74
Tubino, Francisco M. . . . 217, 220, 262
Ukert 27
Ursin, Nicol. R. af. 163
V aldeflores, véase Velázquez.
Valenzuela Velázquez, Juan Bau-
tista 74
Vasconcellos, Joaquín de 233
Veiga, Estacio de 79, 219, 224, 231
Velasco y Santos, Miguel 62
Velázquez de Velasco, Luis Josef,
marqués de Valdeflores 75. 188, 190,
209, 241, 243, 250
Vergara, el doctor 72
Vettori (Victorius), Pedro 72
Vilanova, Juan 217
Villaamil y Castro, J osó. 218. 257, 261,
269,275
Villanueva, Jaime. 77
Viñas, Francisco. . 219
Virchow, R 234
Webster, W 218
Wilmanns, G 82
Wilsdorf, F 166
Zangemeister, C 82
Zimmermann. R 11
Zobel y Zangróniz, Jacobo. 64, 189,
192, 199, 200, 202 281
Zurita, Jerónimo 72
292
Índices
III — Materias
Abdera, véaso Adra.
Abla, monedas 197
Acci, véase Guadix.
Acinipo, monedas 199, teatro. . . . 220
Acta, clase de inscripciones. . . . 57, 84
Acuoductos 245
Administración provincial 162, des-
de Diocleciano 170, de los pueblos. 179
Adra, monedas 197, 222
Affife 232
Ager, sarcófago 264
Agrippa, inscripción de Mórida. . . 96
Águila, insignia de la legión 121
Aipora, véase Evora.
Alas auxiliares 154, 281
Alba, véase Abla.
Alcacer do Sal, monedas 199, 207, so-
pulcros 254, 281
Alcañiz, Fabara, templo sepulcral.
255, 257
Alcántara, arco 245, puente. 101, 214.
templo de Trajano 218
Alcobaca. sarcófago 263
Alfabeto ibérico, 65, fenicio 68
Alhama, baños de 252
Aligantia, en Galicia 152
Almadin 226
Almagrera, sierra 226
Almudejo, Cabeza del Griego. . . . 235
Alonai 194
Ampocta del Ebro, murallas 242
Amílcar 287
Ampurias 87, 146, 229, monedas 194,281,
mosaico 271, vía á Cartagena. . . 98
Anfiteatros 249
Ánforas para aceite y vino. 181, do
barro 267
Anibal 89
Anillos 183, 268
Antequera, mosaico 271
Antigüedades prehistóricas. . . 215, 282
Apión, Flavio Strategio, su díptico. . 91
Archena, termas 252
Arcos 245, 283, arco de Jano ad lUvtem. 99
Arezzo, barros 184
Arietos romanos 269
Aritien8es, su juramonto 91
Armas 268
Artemision, véase Denia.
Asdrúbal, el mayor 87 |
Asido, véase Medina Sidonia 198
Asientos en teatros y anfiteatros. . . 250
Aatit/i, véaso Ecija.
Astorga, 146, sarcófagos cristianos. . 274
Astures, el convento do los 173
Asturias, su prefecto. 159, 168, se-
pulcros 257
Asturias y Galicia, la diócesis 167, la
provincia 169
Ataecina, la diosa 93, 109
Atarfe, mosaico 271
Atlas, hijo de Jápeto 1
Augusto 13, baso en Sagunto 111, culto
en las provincias 173
Augnstóbriga, murallas 242
Avila, toros 254
Auxiliares, los cuerpos de, 150, en Es-
paña 153, 157, españoles fuera de
España 151. 157, 281
Badalona 236
liaelo, véase Bolonia.
Baena, inscripción en la roca viva
2">4. sepulcro do los Pompeyos. . . 254
Jlaesippo, véase Barbate.
Bajorelievos de sarcófagos 263
Balearos 226, hondoros 89, lugar de
destierro 158, el prefecto. . 131, 159, 168
Baños 251
Banyolas 230
Bara, arco junto a Tarragona . 246, 255
Barcelona, L'allipolis- Un reino 194,230.
acueducto 245, anfiteatro 250, colo-
nia 175, fragmentos do pintura 270,
mosaicos 271, murallas 212, sarcó-
fagos 263, sarcófago cristiano 274,
sepulcros 255, templo 248, termas. 252
Barquidas, en España 199
Barro cocido, obras de 267
Bastetania, véase Mastia.
Becerros 253. 256
Boja, colonia 176, el convento 173,
monedas 199, murallas 242
Bética, 164, provincia del Senado 165)
168, vias romanas 100
Boochori, decreto de 92
Bolonia, colonia (?) 177, 223, mone-
das 198
Bracaros, el convonto de los.. . .- . 17:>
Braga 146. centro do vias romanas. . Hfc»
III — MATEKIAS
293
lirigantia 161
Britonia, junto á Viana 232
Budons 221
Cabanes, arco 216
Cabeza del Griego 235, foro 245, mu-
rallas 212, templo 248, teatro.. . . 250
Cabra, mosaico 271
Cáceres 226, colonia 176, murallas . . 212
Cadiaci, en Galicia 152
Cádiz 222, 221, 229, el convento de, 173,
monedas 196, sepulcros 255, 257,
258, templo de Hércules 218
Ccecilia castra 176
Ccesaraugusla, véase Zaragoza.
Calascovas, Alayor, Menorca 235
Calatayud, mosaico 271
Calcos do inscripciones )¿ Jj 81
Caligula, Gayo César 91
Callipolis, véase Barcelona.
Caminho da Geira 103
Camino de la plata 101
Caminos municipales 104
Campamentos de las legiones. . . . 281
Cándido, Tiberio Claudio 148
Cántabros, en Hygino 157
Caparra, arco 245
Carabancheles, mosaico 271
Cardeñosa, toro ó jabalí. . . . 254, 256
Carisio, Publio, monedas. . . . 128, 130
Carmona, anfiteatro 250, 251, mura-
llas 242, sepulcros. 254
Carrión de los Condes, mosaico. . . 271
Cartagena 222, 227, colonia 174, frag-
mentos de pintura 270, carece de
inscripciones militares 133, 137, mo-
nedas de 119, 137, 143, 233, murallas
242, sepulcro do Tito Didio 255,
otros sepulcros 255
Cartaginense, el convento 173, la dió-
cesis.. . 168
Cartago, de África 85, monedas. . . 196
Cártama, estatuas 263, mosaico. . . 271
Carteia, colonia 177, monedas. . . . 199
Carthago nova, véase Cartagena.
Casariche, sarcófago 263
Casaron del Portillo, cerca de Cabra. 230
Caserras, San Pedro de 230
Casino de la Reina, museo del. . . . 260
Casón de Felipe IV, museo del.. . . 259
Castro Urdíales, aguas 252
Cazlona, sepulcros 255
C'eleia, en el Norico 156
Celso, colonia 174, no tuvo guarni-
ción 137, monedas 203
Cerro de los Santos, Yecla 236
Cetraria 224
Chaves, inscripción de 103
Chelva, acuoducto 245
Chrysaor, tipo del 195
Cipos sopulcrales 254
Circos 249
Citania 232
Citerior, la, sus fronteras 163, pro-
vincia imperial 165
Ciudad Rodrigo, cipos sepulcrales. . 255
Claudio Quartino, un edicto suyo.. . 91
Clunia, véase Coruña del Conde.
Cluniense, el convento 173
Cohortes auxiliares 154, 155, 158
Coimbra, sepulcros 255
Colecciones más antigiias de inscrip-
ciones romanas en España. ... 70
Colmenar en Córdoba 94
Colonias fenicias 221
Concilios provinciales 172
Construcciones megaliticás en las
Baleares 228
Conventos jurídicos 173
Córdoba, colonia ' 176, convento 178, '
decreto 92, monedas 119, 127, 129, Vb1l/fvVlQ J
134, mosaico 271, murallas. . . . 242 '
Coria, cipos sepulcrales 255, murallas. 242 tí ^
Coruña, el faro de la 107, 235
Coruña del Conde, colonia 175, de-
creto 92, 820, piedras grabadas. . . 269
Cristello, monte en Portugal. . . . 235
Citnbaria, monedas 197
Curunda, en Galicia 152
Decadracmas de Siracusa 225
Decretos de patronato 92, 281
Dehesillaj la, cerca de Córdoba, se-
piilcros 254
Denarios romanos en España. . . . 203
Denia 146, 194, templo 248
Dependientes de los magistrados
provinciales 171
Deprecación, dirigida á la diosa
Ataicina 98
De.rtosa, véase Tortosa.
Dianium, véase Denia.
Diócesis de las provincias. . . . 167 y ss.
Diplomas militares 91
Dípticos consulares 91
Disco de plata de Teodosio. . . 183, 266
Documentos privados 93, públicos t <
conservados en monumentos epi-
gráficos 90, relativos al culto. . . 93
Durango, toro ó jabalí 254
Ebusus, véase Ibiza.
Ebora, véase EvorU.
Écija. colonia 177, convento.
17:$
294
ÍNDICES
Pá|t.
Kilitiiios públicos 245
Edictos do magistrados romanos.. . 90
Ejercito de España 116 y ss.., desde
Diocleciano 169
Elche, colonia 174, monedas 119,137,
mosaico 271
Elenos 226
Elvira, véase Granada.
K ni frita, véase Mérida.
Emilio Recto, su epígrafe en Carta-
gena 96
Emperadores, bases puestas á ellos
en varias localidades 110
Emporio?, véase Ampurias.
Endovellico, el dios 109
Enseñas (signa) de los manípulos de
la legión 121
Epígrafes, véase Inscripciones.
Eramprunyá, San Miguel de 230
Espectáculos,' téseras de los 183
Esj>ejo, colonia 176
Estatuas 261, 284, de guerreros galle-
gos : . . 263,266,283
Evora, monedas 199, murallas 242,
templo 248
Extremadura, vías romanas 100
Fabio Labeón, pretor de la Citerior. 98
Fabri tubidiani, los de Córdoba.. . . 92
faro en Portugal 224
Fenicios 221,282
Flamines 281, estatuas de ellos en
Tarragona 115
Flavióbriga, colonia . 175
Fragmentos arquitectónicos de ori-
gen incierto 258
Grade», véase Cádiz.
Galápagos de plomo 183
Galba, legado de la Tarraconense.. . 188
Galicia, su prefecto 159, 168, sepul-
cros 257
Genios de las localidades 108
Gentilidades 107,239
Oermani, Oretani 166
Gerona 230, mosaico 271, murallas
242, sarcófago 264
Gerontis arx 1
Geryoneus 1
Glandes de plomo 183
Graco, Tiberio Sempronio 89
Granada (Elvira), foro 247, monedas
207, mosaico 271
Grovios, los 226
Guadix, colonia 174, estatua de Isis
93, monedas 119,122,203
Guisando, toros de, Ká. 958
Hadriano, una inscripción do Mé-
rida 98
Hasta Regia, colonia 176
Hellin, sarcófago cristiano 275
Hemeruscopion 194
Hércules Tirio 1, 109, estatuas de
bronce 266
Hiende la Encina, mina de 227
Himilcón 4
Hinojosa, cipos sepulcrales 265
Hispalis v. Sevilla.
Huelva 226
Huesca, monedas 203, 204
Ibiza, monedas 196
Ibros, castillo de 230
ídolos de bronce 265
lio da, véase Lérida.
lliberri, véase Granada.
llici, véase Elche.
Ilipen8c, aes 207
Iloiturgense, aes 207
Inscripciones 57, romanas 69, la de
Aníbal 89, 280, celtibéricas 59, 180,
cristianas 80, dedicadas á dioses
106, dedicadas á los emperadores
110, fenicias 58, griegas 59, honora-
rias 114, instrit mentí domestici 182,
militares 116, de obras públicas
95, sepulcrales 181, terminales 105,
127, tituli ó epígrafes. ... 57, 94, 280
Insignias militares en las monedas
romanas 121
Institución alimentaria, en Sevilla 94
Iptuci, monedas 198
Isis, estatua, en Acci 93
Itálica, 106, colonia 177, guarnición de
la legión VII, 147, no fué patria
de Silio 47, anfiteatro 260, bajore-
lieves 264, foro 245, fragmentos de
pintura 270, monedas 119, 137, mo-
saico 271, sepulcros 255, teatro 250,
termas 252, cabeza de la diosa
Roma 202
Itucci, colonia 176
Ituci, monedas 197
Jano, arco de 99, 246
Játiva, monedas 203, sepulcros. . . . 255
Jabalíes 264. 856
Jnliobriga, cerca de Reinosa. . . 127, 161
Jumilla, termas 262
Juramento, el de los Aritienses. . . 91
Jurídicos, los 167. 173
Lacilbula , decreto. 92
Lacippo, monedas 199
III — MATKKIAS
295
Ladrillos 183, de la legión VII ... 145
Lagos, sarcófago cristiano 274
Lámparas 184, de barro cocido. . . . 267
Lara de los Infantes, cipos sepulcra-
les 255
Lares, divinidades locales 109
Lascuta, monedas de 199
Legados 166
Legionarios, naturales de España. . 138
Legiones, sus cuarteles de invierno. 119,281
*■ Legio I adiutrix 138, / (¿Augusta?) 122,
II Augusta 124, IV Macedónica
125, su territorio 106, V Alaudce, 127,
VI Victrix 130, VII gemina 140, IX
Hispana 138, X gemina 134
León, residencia de la legión VII 144,
cipos sepulcrales 255, murallas. . . 242
Leonica, de los Edetanos 152
Lérida, unida con Marsella 194, mo-
nedas 203, mosaico 271
Letreros prehistóricos 68
Leyes municipales 91, de Vipasca. . 225
Lezuza, Libisosa, colonia 175
Licinio Sura 245
Lingotes de metal 183, de plomo. . . 225
Liria, ninfeo 248
Lisboa, la diócesis de 168, sarcófago
I Y <g 264, teatro 250, termas 252
Loja, basílica cristiana 275
Lucenses, el convento de los 173
Lugo 146, 161, mosaico 271, murallas
212, termas ■ 252
Lusitania, la provincia de 163, 164, 165,
vías romanas 102
Magistrados provinciales 170
Malabella, Caldas de 252
Málaga 222, 224, 229, ley de 92, mone-
das 197, mosaicos 271
Mallorca 227
Mapalia 227
Marsella 194
Martorell, arco 245
Martos236, colonia 177, sin guarnición
137, murallas 242
Masalia, véase Marsella.
Massiena, Cartagena 86
Mastia, la Bastetania 86, 89
Mataró, sepulcro 254
Matres ó matronas, diosas 108
Medellín, colonia 175, murallas.. . . 242
Medinaceli. arco 283
Medinaceli, duques de, sus museos. . 259
Medina Sidonia, monedas 198
Mello, Malo 152
Menorca 227
Mercurio, estatuas de bronce. . . . 265
f\YY**V%ry„U «|
Pág.
Mérida, colonia 176, acueductos 245,
anfiteatro 250, arco de Santiago
245, circo 250, el convento 173, la
diócesis 168, monedas 119, 121, 127,
129, 134, mosaicos 271, murallas
242, puente 244, teatro 250. 251, tem-
plos 248,249
Mértola, estatuas 284
Metellina castra 176
Metellinum, véase Medellín.
Miliarios 96
Milicias provinciales 156
Minas fenicias. • 224
Minerva, estatvias de bronce 266
Minicio Natalis, su testamento. . . 94
Mitos más antiguos relativos á Es-
paña 1
Mombuy, Caldas de 252
Monedas, 187, de Ampurias y Rosas
194, 281, cartaginesas en España
199, ibéricas de la Citerior 204,
de la Ulterior 206, lusitanas 199.
púnico-bispanas 197, 207, romanas
de España 119, 201, 208, de Sagun-
to 201, turdetanas 198, 207, visi-
godas 209
Montemayor, mosaico 271
Montemor. . . .• 283
Montoito 283
Monumentos artísticos 211, 239, cris-
tianos 273, sepulcrales 253
Moral, cipos sepulcrales 255
Mosaicos 270, 275
Mumio, Lucio, el de Corinto 106
Hunda, colonia (?) 177
Murallas y puertas 241. 283
Museos de España 241, el nacional de
antigüedades 260, prehistórico 260,
de Raxa 260, Real del Prado 259,
de reproducciones artísticas 259,
varios de Madrid 259, 260, de los
duques de Medinaceli 259
Navetas 227
Nerón, en lina inscripción de Olisipo. 96
Ninfas, divinidades locales 109
Norba, véase Cáceres.
Novio Rufo, un edicto suyo 91
Numancia, 242, murallas 242
Nurhages de Cerdeñn 227
Oba, monedas de 199
Obras del arte esculturarú. 259
Obulca, véase Porcuna 207
Olcades 89
Olérdulu .230
Olontigi, monedas de 197
20
29 ¡
ÍNDICES
Hf.
Olot, sepulcros 257
Oppida rir/iim HiiiiKiniintni 178
Orippm$e,at¿ 207
Oi-riniii Oermanorwn IW
Orité», los Ibéricos, Oretanos. ... 89
Osea, véase Huesca.
Osicerda, monedas de ¿08
Osuna, colonia 176, ley 92. 157, pin-
turas 270, sepulcros 251.257
Pacheco, Paciacus 152
Pactum flducio), de Bonanza. ... 93
rnlliiiitin, véase Patencia.'
Palazuelo, minas de 226
Palencia, decreto 92. murallas 212,
mosaico 271
Paleografía de las inscripciones. . . 83
Palma, mosaico cristiano 275. sepul-
cros 255
Palomas, isla do las 263
Pamplona, decreto de 92
Panojas, en Portugal 235
Paulo, Lucio Emilio, un edicto suyo.. 90
J'<i.r Julia, véase Beja.
Pesas, de metal ó de piedra 183
Petavonium, en Galicia 161
Piedras balanceantes 282, grabadas. . 268
Pilatos, casa de, en Sevilla .... 259
Pintara antigua, obras de la 269
Platos y platillos 184
Poblaciones, clases de ellas 173
Pompcelo, véase Pamplona.
Pompeyo Magno 90. el hijo 183
Porcuna, monedas de 207
Porto 225
Prado, museo del 259
Prefecto de la ora marítima 157
Pretores 166
Procónsules 166
Procuradores 171
Puentes y viaductos 244
Puertas 241
(¿uceslores 170
I í a xa . museo de, en Mallorca. . . . 260
Recintos fortificados 229
Beinosa 280
Reproducciones artísticas, museo de
las 960
Reus, su campiña, sepulcros "255
fihodt, véase Rosas.
Rio Tinto 226
Ríos, venerados como dioses 109
Roma, la diosa, su cabeza en Sevilla. 262
Bosas 229, monedas 194
Rota, temido 249
Sabroso 9B9
Sastabit. véase Játiva.
Sagunto 85, 87, 230, unido con Mar-
sella 194. acueducto 245, circo 25<>.
monedas 201, murallas 242, sepul-
cro de los Antonios 255, templos
248. 249, termas 252, vasos. . . 184,967
Salada, véase Alcacer do Sal.
Salamanca, mosaico 271, toro ójabaü. 254
Suluriu, colonia 175
Salinas fenicias 223
SdJ¡>in8a, lej- de 92
Santa Coloma, sepulcro 255
Santa Iría 2">2
San Cristóbal de Castro 146, 161
San Roque, en Portugal 232
Santander 240, mosaico 271
Santarem, colonia 176, el convento de 173
Santiago, mosaico 271
San Vicente, junto á CAceres, toros. . 254
Sarcófagos 263
Sanaría, de Panonia 152
Sctill ubi», véase Santarem.
SegUamo 152, decórete 92
Segovia, acueducto 245, cipos sepul-
crales 255
Sellos de fábrica, véase Inscripcio-
nes instrumenti domestici.
Sepulcro de los Escipiones 255
Sepulcros antropoides 230,'283, en for-
ma de barriles 281. tajados en la
roca 254
Septimio Severo 147
Sergio, Manió, pretor de la Citerior. . 98
Setúbal 224. termas 25:.'
Sevilla, colonia 176. convento 173.
murallas 242, sepulcros 255, tem-
plo 248
Sexi, monedas 197
Siarum, decreto 92
Sint/M, teatro 250
Sitios del culto primitivo 234
Spálatro, de Dalmacia 152
Sutarri, en Galicia 152
Taipas, Caldas de 252
Talavera de la Reina, sarcófago cris-
tiano 275. templo 248
Talavera la Vieja, foro 245, templo. . 248
Talayots. los 227
Tarchicb, véase Tartessus.
'furruco, véase Tarragona.
Tarraconense, el convento 173, la dió-
cesis 167, la provincia 164, vías ro-
manas 98, 100
Tarragona, 229, acueducto 245. anfi-
teatro 250. bajorelieves de un arco
III — MATERIAS
'297
Pág.
triunfal 264, centro militar de la
provincia 137, 143, circo 250, colo-
nia 174, fragmentos de pintura 270,
inscripción en la roca viva 254,
monedas 203, mosaicos 271, mura-
llas 241, sarcófagos 263, sepulcros
255, teatro 250, templo 248, termas
252, vasos 184
Tars'éion, véase Tartessus.
Tarsis, Tarchich 1,89,227
Tartessus 1, 86
Tavira, termas 252
Teatros 249, de Lisboa y Mérida. . . 96
.Tejas 183
Templos 247,283
Teodosio el Grande, disco de. . 183, 266
Términos Augustales 105
Teseras gladiatorias 183
Testamento de un militar en Barce-
lona 94, de una señora sevillana
94, fragmentos de 94
Thersites, véase Tarsis.
Toledo, circo 250
Tormogi, gente de España 152
Torralva, toro ó jabalí 254
Torre de Bará 255
Torremolinos, mosaico 271, termas. . 252
Tortosa, colonia 175, monedas 203, sin
guarnición 137
Tratado con Asdrúbal 87
Tratados romanos con Cartago 85,
con Sagunto y Emporim 87, 163, el
de Graco con los Celtíberos. ... 89
Trofeos de Pompeyo 90
Tropas españolas de Aníbal 89
Trujillo, cipos sepulcrales, 255
Tubos de plomo 183
Tucci, véase Martos.
Turi Begina, monedas 199
TJbeda, mosaico 271
Ucubi, véase Espejo.
Ulterior, sus fronteras. . .... 163
Umeri, Cantabria 252
Tirso, véase Osuna.
Valencia, colonia 174
Varna, monedas 198
Vasijas 184
Vasos, véase Apolinares; pintados 281,
saguntinos 184, 267
Veleia 162
Velez Rubio .282
Vesci, monedas 199
Vespasiano, edicto de 91
Vexilos de cuerpos militares 122
Vía Augusta 98
Viaductos 244
Vías romanas 98
Vich, templo 283
Vidrios 268
Villajoyosa, sepulcro 255
Villamoros de Mansilla, León. . . . 234
Villavieja cerca de Tarifa 223
Vipasca, ley de 92, 225
Vizella, Caldas de 252
Zalamea de la Serena, termas. . . . 252
Zaragoza, colonia 175, convento 173,
monedas 119, 125, 130, 134, sarcó-
fago cristiano 272
Zo'élae, decreto de los 94
£.w^O t
ÍNDICE
DEL CONTENIDO DE ESTA OBRA
PREFACIO Páginas v- x
I. — Los Geógrafos
§§ 1-29 » 1-27
II. — Los Historiógrafos
§§30-53 » 28-56
III. — Las Inscripciones
§§54-126 » 57-185
IV. — Las Monedas
§§127-140 » 187-209
V. — Los Monumentos
§§141-171 » 211-277
ADICIONES » 279-284
FE DE ERRATAS » 285-286
ÍNDICES
de autores antiguos » 287-288
de autores modernos » 288 - 291
de materias » 292-297
?SS@íZ@S5®S®ffi@(^^^«^'!>X^v('V-