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Full text of "La arqueología de España"

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LA  ARQUEOLOGÍA 

DE    ESPAÑA 


LA 

ARQUEOLOGÍA 

DE 

ESPAÑA 

POR   EL. 

DOCTOR   D.    EMILIO   HÜBNER 


Comendador  de  número 

de  las  Reales  y  distinguidas  órdenes  españolas  de  Carlos  III  y  de  Isabel  la  Católica; 

Comendador  de  la  portuguesa  de  Santiago; 

Académico  honorario  de  la  Real  de  la  Historia  de  Madrid; 

Individuo  de  la  Academia  Real  de  Ciencias  de  Lisboa,  de  las  de  Barcelona  y  Sevilla; 

Socio  de  la  geográfica  de  Lisboa,  de  la  Asociación  de  escritores  portugueses 

y  de  la  Arqueología  Luliana  de  Palma  de  Mallorca. 


«Sic  vos  uon  vobis» 

Virgilio. 


BARCELONA 

TIPO-LITOGRAFÍA  DE  LOS  SUCESORES  DE  RAMÍREZ  Y  C.< 

PASAJE    DE    ESCUDILLERS,    NÚMERO   4 

1888 


1 
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BIBLARTEL" 


-7/\ 


Üa  \f-l.j'M; 


PREFACIO 


Hispane,  non   Germane,  memoratis  loqui  me. 
Ennio. 


Cuando  el  Excmo.  Ayuntamiento  Constitucional 
de  Barcelona,  en  cumplimiento  del  legado  de  D.  Fran- 
cisco Martorell  y  Peña,  abrió  el  concurso  para  premiar 
la  mejor  obra  original  sobre  arqueología  española, 
admitiendo  también  las  de  autores  extranjeros,  ocu- 
rrióse desde  luego  al  que  lo  es  de  la  Memoria  que  lleva 
por  lema  Sic  vos  non  vobis,  la  observación  de  que  todo 
libro  de  esta  clase,  compuesto  por  quien  no  fuese  espa- 
ñol, debía  tener  necesariamente  cierto  carácter  dife- 
rente del  que  lo  fuera  por  escritores  nacionales. 

Para  redactar  cualquier  monografía  arqueológica 
que  verse  sobre  determinado  asunto  nacional,  se  nece- 
sita una  residencia,  algo  prolongada,  en  el  país. 

El  estudio  de  los  monumentos,  sobre  todo  si  son 
arquitectónicos,  de  los  que  hay  que  levantar  planos  y 
sacar  dibujos,  no  se  puede  efectuar  en  el  extranjero. 


VI  PBBFACIO 


La  familiaridad  con  los  pormenores  locales  de  cada 
uno  de  los  que  se  conservan  de  la  antigüedad,  no  se 
puede  adquirir  sino  á  fuerza  de  largas  y  repetidas 
tareas  favorecidas  por  el  Genius  loci. 

Por  otra  parte,  el  que  escribe  estas  líneas,  desde 
hace  mucho  tiempo  había  observado  que  los  concursos 
abiertos  por  la  Real  Academia  de  la  Historia  de  Ma- 
drid, y  por  otras  corporaciones,  respecto  á  la  anti- 
güedad clásica,  no  siempre  habían  tenido  aquel  éxito 
que  se  les  había  augurado;  á  pesar  de  los  grandes 
adelantos  que  España,  también  en  esta  clase  de  estu- 
dios, ha  hecho  en  los  últimos  decenios,  y  continúa 
haciendo.  Se  han  quejado,  y  con  razón,  sobre  la  falta 
de  aplicación  á  este  género  de  investigaciones,  los 
señores  Académicos  de  la  de  la  Historia,  Eossell  y  Oli- 
ver,  buscando  la  causa  de  ello  en  el  interés  prepo- 
tente que  á  los  jóvenes  de  talento  y  de  ambición,  ofre- 
ce la  política,  y  en  verdad  que  no  deja  de  ser  cierto 
semejante  motivo.  Pero  también  es  de  suponer  que  la 
falta  de  instrucción  preparatoria  para  disquisiciones 
críticas  é  históricas,  la  carencia  de  conocimientos  pro- 
fundos del  latín,  siendo  en  extremo  raros  los  del  grie- 
go, y  de  los  diversos  ramos  de  la  anticuada,  como  la 
historia  de  las  naciones  y  del  arte  del  mundo  antiguo, 
así  como  de  su  mitología,  unido  todo  ello  á  la  natural 
inexperiencia  en  el  manejo  indispensable  de  los  auto- 
res clásicos  y  textos  epigráficos,  sean  las  causas  prin- 
cipales, que  determinen  el  que  en  libros  aun  muy 
recientes,  escritos  á  veces  por  autores  de  alguna  repu- 


PREFACIO  VII 


tación  literaria,  se  descubran  tantos  y  tan  graves 
defectos,  que  ni  la  retórica  más  brillante,  ni  el  patrio- 
tismo, digno  por  sí  solo  de  encomio,  pero  muchas 
veces  exagerado,  pueden  lograr  el  ocultarlos.  Falta, 
efectivamente,  una  obra  breve  y  cómoda,  inteligible 
aun  para  los  que  no  han  alcanzado  una  esmerada  ins- 
trucción en  las  lenguas  clásicas  y  en  la  historia  an- 
tigua, que  ofrezca  al  lector  un  resumen  completo  de 
lo  que,  en  España  y  en  otros  países,  se  ha  adelantado 
respecto  á  los  diferentes  ramos  de  la  arqueología.  La 
necesidad  urgente  de  un  trabajo  de  esta  índole,  ha 
sido  ya  sentida  desde  hace  mucho  tiempo  entre  los 
que  á  este  género  de  estudio  se  dedican  en  la  penín- 
sula. 

Con  un  acierto  nada  común  para  su  época,  D.  Mi- 
guel Cortés  y  López,  cuando  publicó  su  tan  cono- 
cido «Diccionario  geográfico-histórico  de  la  España 
antigua»  (Madrid,  3  vol.,  1835  y  1836,  4.°),  se  pro- 
puso á  la  vez  dar  á  la  estampa,  como  lo  expone  en 
su  prólogo  general,  una  colección  de  todos  los  autores 
antiguos  más  importantes,  que  trataron  de  la  geogra- 
fía de  la  península.  No  puede  negarse  el  mérito  que 
ha  tenido  por  haber  hecho,  con  los  recursos  con 
que  contaba,  una  obra  digna  de  alabanza,  y  que  ha 
servido,  y  sirve  aún  de  provecho  á  muchos  anticuarios 
y  aficionados,  que  no  tienen  medios  para  procurarse 
otros  conocimientos  respecto  de  aquellos  diversos 
autores.  Sin  embargo,  dicha  colección  no  es  cier- 
tamente completa  porque  no  entraba  en  el  plan  del 


VIII  PREFACIO 


que  la  publicó  recopilar  también   los  datos  geográ- 
ficos, que  debemos  á  los  historiadores  antiguos  y  por- 
que los  textos  que  reimprime  tampoco  corresponden 
á  las  exigencias  de  la  crítica  moderna,   no  habiendo 
acertado  en  las  introducciones  y  noticias,   que,  con 
laudable  diligencia,  ha  añadido,  á  fijar  el  mérito  rela- 
tivo de  cada  uno  de  aquellos.  Los.  textos  mismos  de 
los  geógrafos,  de  los  historiadores,   de  las  inscripcio- 
nes, y  de  las  monedas,  no  se  pueden  reproducir  com- 
pletos con  versiones  al  castellano,   sino  en  una  serie 
de  volúmenes,  como  para  el  país  vecino  los  ha  publi- 
cado la  Sociedad  de  Anticuarios  de  Francia;  pero  sí 
puede  darse  una  nueva  exposición,  tan  completa  á  la 
vez  que  tan  breve  como  sea  posible,  de  toda  clase  de 
fuentes,  escritas  y  no  escritas,  tanto  existentes  como 
perdidas,  de  donde  derivamos  nuestros  conocimientos 
respecto  á  la  España  antigua.  La  obra  de  Cortés  trata 
sólo  de  los  autores  clásicos,  por  más  que,   como  se  ha 
dicho,  no  comprenda  todos  los  necesarios,  y  sin  em- 
bargo, nada  análogo  existe  respecto  á  las  inscripcio- 
nes, á  las  monedas  y  á  los  monumentos  del  arte  anti- 
guo. Verdad  es,   que  principalmente  en  lo  relativo  á 
las  dos  últimas  clases  de  testimonios  de  la  antigüedad, 
hay  publicadas  obras  importantes,   que   casi  pueden 
decirse  clásicas,  á  j:>esar  de  sus  defectos;  me  refiero  á 
las  de  Delgado  y  de  Ceán-Bermúdez.   Pero  estos 
trabajos,  publicados  en  libros  costosos  y  difíciles  de 
adquirir  para  los  anticuarios  locales,  que  sólo  cuentan 
con  recursos  limitados,  no  pueden  prestarles  el  ser- 


PREFACIO  IX 


vicio  que  fuera  necesario.  Además  al  libro  de  Ceán, 
como  al  de  Cortés,  faltan  noticias  sobre  Portugal, 
cuyas  antigüedades  no  pueden  separarse  de  las  de 
España.  El  Manual  de  arqueología  artística,  cuya 
redacción  ha  sido  encomendada  desde  1877  al  insigne 
académico  de  Madrid  Sr.  D.  Pedro  de  Madrazo,  ha 
de  ser  una  obra  de  índole  muy  diferente. 

Acudiendo,  pues,  en  cuanto  sus  limitadas  fuerzas 
alcancen  á  satisfacer  necesidad  tan  urgente,  el  autor 
de  esta  obra  se  lisonjea  de  hacer  un  servicio  no  esté- 
ril á  un  país  que  quiere  y  admira,  satisfaciendo  á  la 
vez  las  intenciones  del  benemérito  fundador  del  pre- 
mio que  ha  provocado  este  trabajo.  Nadie  puede  exi- 
gir de  los  anticuarios  españoles,  que  conozcan  los 
numerosos  trabajos  de  los  sabios  italianos,  franceses, 
alemanes  é  ingleses,  sobre  la  multitud  de  fuentes  y 
autores  antiguos,  relativos  á  España,  y  sobre  las  ins- 
cripciones, monedas  y  monumentos  del  arte  en  los 
tiempos  remotos  de  dicho  país.  Sin  embargo,  el  movi- 
miento literario  en  estos  ramos  de  la  ciencia,  que 
parece  casi  del  todo  desconocido  en  la  península,  ha 
originado  una  alteración  tan  completa  en  la  manera 
de  ver  y  juzgar  las  cuestiones  arqueológicas,  que  los 
trabajos  de  los  anticuarios  nacionales,  en  gran  parte, 
tienen  el  carácter  de  atrasados.  Los  temas  sobre  los 
que  aun  pueden  escribirse  monografías  referentes  á 
los  sucesos  y  monumentos  antiguos  de  la  península  son 
casi  innumerables  y  para  ayudar  á  los  futuros  autores 
de  ellas  es  para  lo  que  se  ha  escrito  esta  Memoria. 


PREFACIO 


El  autor  la  ha  redactado  en  castellano  por  más  que 
no  ignore  cuánto  le  falta  aún  para  tener  la  seguri- 
dad de  escribir  correctamente  en  dicho  idioma.  Pero 
una  severa  revisión  del  texto  realizada  con  la  abne- 
gación y  el  tino  propios  de  su  antigua  amistad  y 
de  su  erudición  vastísima,  por  el  docto  jurisconsulto 
y  epigrafista  malagueño,  doctor  Manuel  Rodríguez 
de  Ber langa,  sino  logra  dotar  de  galanura  el  estilo 
como  lo  deseara,  al  menos  le  habrá  quitado  cuantas 
asperezas  pudieran  mortificar  los  delicados  oídos  de 
los  que  han  nacido  donde  escribieron  Cervantes  y 
Quevedo. 


LOS  GEÓGRAFOS 


§  1.  Las  más  antiguas  noticias  de  la  región  situada 
en  el  límite  occidental  de  la  Europa  están  comprendi- 
das en  las  leyendas  míticas  del  Titán  Atlas,  hijo  de 
Jápeto,  quien  se  supuso  que  sostenía  las  columnas  del 
cielo,  fábulas  que  eran  ya  conocidas  del  poeta  de  la  Odi- 
sea (I  v.  B2,  II  v.  81),  y  la  de  Geryóneus,  vencido  por 
el  Hércules  tirio,  referida  por  primera  vez  en  la  teogonia 
de  Hesiodo  (v.  287).  El  lugar  de  la  residencia  de  aquél 
era  sin  duda  Cádiz,  el  arx  Gerontis 'de  Avieno  (v.  304),  en 
la  desembocadura  del  río  Tartessus,  cuya  personificación 
es  el  mismo  Geryóneus  con  sus  tres  cabezas.  Este  río  y 
la  región  en  que  estaba,  fué  el  Tarchich  del  libro  de  los 
Eeyes  (I  10,  22= Chronic.  II  9,  21).  Los  dos  mitos,  tam- 
bién conocidos  de  los  antiguos  poetas  épicos  de  la  Jonia, 
que  han  compuesto  Heracleas,  como  Pisandro,  Pania- 
sis,  y  Ferecídes,  lo  mismo  que  de  Stesícoro,  el  lírico  de 
Sicilia,  fueron  repetidos  y  aumentados  con  varias  par- 
ticularidades, sin  que  de  ellos  aprendamos  algo  de  impor- 
tancia sobre  aquellas  comarcas,  tan  lejanas  del  centro  de 
la  civilización  europea  en  siglos  tan  remotos,  como  lo  era  el 


2  LOS   GEÓGRAFOS 

nuevo  del  viejo  mundo  en  el  quince  y  diez  y  seis.  Hasta  el 
sexto  antes  de  J.-C.  no  parece  que  se  haya  tenido  otro 
conocimiento  más  concreto  y  determinado  de  la  península 
ibérica;  y  como  por  otra  parte  estos  mitos  contienen  las 
más  antiguas  indicaciones  topográficas,  aunque  vagas  é 
inciertas,  merecen  el  primer  puesto  entre  los  datos  geo- 
gráficos sobre  la  España  de  aquellas  edades. 

Sobre  los  mitos  de  Atlas  y  de  Geryóneus  habrán  de  consultarse 
los  tratados  de  mitología  griega,  y  la  historia  de  la  poesía  épica 
más  antigua  también  griega.  Además  de  la  Odisea,  y  de  la  inmensa 
literatura  relativa  á  Homero  y  sus  poesías,  deberán  consultarse  los 
Epicorum  Grcecorum  fragmenta  de  God.  Kinkel  (vol.  I,  Leipzig 
1877,  8.),  como  sobre  Stesícoro  la  colección  de  Teodoro  Bergk, 
Poeta  lyrici  Grozci  (Parte  III,  ed.  tercera,  Leipzig,  1867,  8.). 

ei  antiguo  §  2.     El  documento  auténtico  más  antiguo   sobre  la 

peñpio.  geografía  del  Occidente  y  del  Norte  de  Europa  era  un 
periplo  griego  de  autor  desconocido,  tal  vez  hijo  de  la 
colonia  griega  Masalia  (Marsella),  escrito,  según  parece, 
en  el  siglo  vi,  entre  el  530  y  el  500  antes  de  J.-C,  y  fun- 
dadoen  gran  parte  sobre  informaciones  de  origen  fenicio. 
El  autor  de  este  periplo  daba  noticias  preciosas  sobre  los 
habitantes  primitivos  de  la  península  y  sobre  las  más 
antiguas  colonias  fenicias,  pero  ignoraba  del  todo„la  exis- 
tencia de  los  Celtas  y  de  las  colonias  de  los  Cartagineses 
en  las  costas  del  mar  mediterráneo. 

La  existencia  de  este  documento  importantísimo  es  sólo 
debida  al  poema  latino  de  Ruño  Festo  Avien  o,  procónsul 
de  África  bajo  Valentiniano,  (366  de  J.-C),  formando 
dicho  periplo  el  fundamento  del  primer  libro,  que  es  el 
único  que  se  conserva,  de  su  Ora  marítima. 

Del  poema  de  Avieno  tenemos  ya  una  edición  crítica  y  asequi- 
ble, que  es  la  de  Alfredo  Holder  (Innsbruck  1887,  8).  Se  encuentra 
además  en  los  Poetce  Latini  minores  de  J.  Chr.  "Wernsdorf  (Vol.  V. 


AVIENO  ó 

Parte  I,  Helmstadt  1788,  8.),  y  en  la  edición  bipontina  de  Pomponio 
Mela  (Argentorati,  1809,  8.,  p.  137  y  ss.) 

Sobre  los  «periplos  ibéricos»,  esto  es,  sobre  las  navegaciones  de 
pueblos  extranjeros  en  las  aguas  de  la  península,  comenzando  desde 
las  más  antiguas  míticas,  de  fenicios  y  otros,  y  de  las  relaciones 
sobre  ellas  conservadas  en  autores  griegos  y  latinos,  trata  con 
suma  erudición  y  crítica  atinada,  rechazando  falsas  suposiciones  y 
estableciendo  sobre  sólidos  fundamentos  lo  que  se  puede  saber,  el 
discurso  del  entonces  presbítero  y  luego  dignísimo  obispo  de  Pam- 
plona, el  Excmo.  é  limo.  Sr.  D.  José  Oliver  y  Hurtado,  leído 
ante  la  Real  Academia  de  la  Historia,  en  su  recepción  pública,  en 
1863  (Madrid  1863,  8.).  Digna  es  también  de  leerse,  por  el  espíritu 
franco  que  la  caracteriza,  la  contestación  á  este  discurso,  del  aca- 
démico de  número  D.  Carlos  Ramón  Fort,  publicada  como  de 
costumbre  á  continuación  de  la  disertación   mencionada. 

Es  á  Carlos  Müllenboff,  el  insigne  ilustrador  de  las  antigüe- 
dades germanas,  ya  difunto,  á  quien  corresponde  el  mérito  de  haber 
sido  el  primero  que  en  su  obra,  sobre  la  arqueología  de  la  Germania 
(Deutsche  Alterthumskunde ,  vol.  I,  Berlín  1870,  p.  73  y  ss.)  puso  en 
claro  y  dio  á  conocer  la  antigua  fuente  de  donde  proviene  lo  que 
sabemos  sobre  el  norte  y  oeste  de  Europa,  y  de  la  que  se  había  servi- 
do Avieno.  Verdad  es  que  otros  sabios  después  han  emitido  opiniones 
algo  diferentes  sobre  esta  difícil  cuestión,  como  C.  Müller  en  Got- 
tingen,  C.  Christ  en  Munich,  A.  de  Gutschmid  en  Tübingen, 
y  G.  F.  Unger  en  Erlangen,  pero  en  lo  principal  no  cabe  duda  que 
las  noticias  sobre  España  contenidas  en  la  Ora  marítima  de  Avieno 
se  apoyan  en  indicaciones  de  los  navegantes  antiguos  fenicios  y 
griegos.  Parece  que  Piteas  (§8)  las  recogió  primero  y  que  luego 
fueron  transmitidas  á  los  escritores  posteriores  que  de  aquél  las 
tomaron. 

En  España  el  tratado  más  completo,  lleno  de  extenso  saber  y  de 
aguda  crítica,  sobre  lo  que  se  puede  conocer  respecto  alosmas  anti- 
guos pobladores  de  la  península,  lo  ha  publicado  el  Dr.  Ber- 
langa  en  su  Hispania¡  anteromance  syntagma  (Málaga  1881,  8.,  p.  82 
y  ss.),  obra  desgraciadamente  no  sacada  á  la  venta,  sino  sólo  rega- 
lada á  los  amigos  del  autor,  y  por  ello  poco  conocida. 

El  origen  y  progreso  de  los  estudios  geográficos  en  general 
entre  los  Griegos  ha  sido  expuesto  detalladamente  en  una  obra 
reciente,  que  es  la  de  H.  Berger,  Goschichte  der  wiffenschaftli- 
chen  Erdkunde  der  Griechen,  vol  I,  Leipzig  1887,  8. 


4  LOS  GEÓGRAFOS 

Uecateo  §  3.     En  el  mismo  siglo  vi  antes  de  J.-C.  vivió  He  ca- 

teo, el  célebre  historiador  y  geógrafo  de  Mileto  (del  548 
al  47(>  a.  J.-C).  En  sus  largos  viajes,  hechos  antes  de  la  in- 
surrección de  los  Jonios  (500-494  a.  C),  había  visitado  las 
costas  del  mar  mediterráneo  hasta  las  columnas  de  Hércu- 
les. Escasos  restos  son  los  que  aun  quedan  de  las  noticias 
que  había  dado  de  este  viaje  en  el  primer  libro  de  su 
IlepíoSoc  "¡fije,  reduciéndose  tínicamente  á  los  nombres  de 
algunas  poblaciones  que  se  han  conservado  casi  exclusi- 
vamente en  el  lexicón  geográfico  de  Stefano  de  Bizanzio, 
y,  á  pesar  de  su  brevedad,  prueban  que  el  viajero  griego 
había  recogido  gran  variedad  de  datos,  muy  detallados  y 
curiosos,  sobre  los  habitantes  de  las  costas  de  la  penín- 
sula. Pero  tampoco  se  descubre  entre  ellos  rastro  ni  vesti- 
gio alguno  que  se  refieran  á  la  invasión  céltica,  ni  á  las 
colonias  cartaginesas. 

Los  fragmentos  de  Hecateo  se  leen  en  los  Fragmenta  historico- 
rum  Grcecorum,  de  Carlos  Müller  (vol.  I,  París,  Didot,  1841,  p.  IX 
y  a».,  y  7  y 

iiimücon  §  4.     A  principios  del  siglo  v  anterior  á  nuestra  Era, 

el  príncipe  cartaginés  Himílcon,  hermano  menor  de 
Hanón,  hijo  de  Hamílcar,  jefe  de  la  expedición  de  los  Car- 
tagineses á  las  costas  de  África,  emprendió,  con  el  objeto 
de  conquistar  y  de  colonizar  algunos  lugares,  una  nave- 
gación alrededor  de  la  península  ibérica,  con  dirección  á 
Oeste  y  Norte ,  siguiendo  las  playas  de  Europa  hasta  las 
islas  Casitéridas,  antiguo  emporio  del  estaño.  Este  metal, 
indispensable  para  la  fabricación  del  bronce,  provenía 
entonces  sólo  de  las  Islas  Británicas  (Albión),  que  hasta  hoy 
son  una  de  las  regiones  que  lo  producen  con  más  abundan- 
cia. Pudo  haber  existido  tal  vez  alguna  relación  de  este 
viaje   de  Himílcon .   romo    del   de  Hanón  existía  la  ins- 


HECATEO — HERODORO  5 

cripción  votiva,  puesta  en  uno  de  los  templos  de  Cartago; 
pero  la  dominación  cartaginesa  en  la  península,  excepto  las 
monedas  acuñadas  en  ella  por  los  Barquidas,  de  las  que  se 
hablará  más  adelante,  y  de  lo  que  se  refiere  á  las  guerras 
con  los  Romanos,  no  ha  dejado  ni  monumentos  literarios, 
ni  otros  restos  de  importancia,  fuera  de  las  poblaciones 
que  fundó,  de  las  que  sólo  quedan  los  nombres. 

Algunas  noticias  provenientes  de  la  relación  de  Himílcon  han 
conservado  varios  escritores  griegos,  como  Eforo  y  Timéo,  y  los 
latinos,  como  Salustio  y  Plinio,  además  de  Avieno  en  su  poema 
antes  mencionado;  y  sohre  Hanón  puede  verse  el  trabajo  de  Carlos 
Müller,  en  el  primer  volumen  de  los  Geographi  Grceci  minoTes 
(París  1855,  Didot,  p.  XVIII  y  ss.).  El  texto  griego  de  dicho  viaje 
(Müller,  p.  1  y  ss.)  fué  traducido  al  castellano  por  Pedro  Rodríguez 
Campomanes   (Madrid  1756,  4.). 

§  5.  El  célebre  historiador  de  Halicarnaso,  Herodoto  Herodoto 
(del  484  al  427  a.  J.-C),  en  sus  viajes  al  Oeste,  á  Italia  y 
tal  vez  á  Sicilia,  no  llegó  hasta  la  península.  Lo  poco  que 
refiere  sobre  ésta,  como  sobre  la  expedición  de  los  Samios 
y  Phoceos  á  la  región  de  los  Tartesios  y  su  visita  ai  rey 
Argantonio  (I  163,  IV  152),  sobre  las  fuentes  del  Istro 
(II  33,  cf.  IV  47),  y  sobre  las  columnas  de  Hércules  (IV  8), 
lo  tomó  de  Hecateo,  porque  es  verosímil  que  todo  esto  lo 
tuviese  ya  escrito  antes  que  emprendiera  su  viaje  á  Italia. 

Los  mejores  textos  de  Herodoto  son  los  de  la  edición  de  Sch- 
weighaeuser  (12  vol.,  Strasburgo,  1816,  8.)  y  de  Dindorf 
(París,  Didot,  1844,  8.),  ambos  con  la  versión  latina;  además  del  de 
la  de  Abicht  con  las  anotaciones  en  alemán  (5  vol.,  Leipzig  1877 
hasta  1885,  8.),  y  el  de  la  de  Stein  (5  vol.,  Berlín  1877  á 
1885,  8.). 

§  6.     Herodorode  Heraclea,  contemporáneo  aunque     Herodoro 
algo  más  moderno  que  Herodoto,  escribió  en  diez  libros 


6  LOS   GEÓGRAFOS 

á  lo  menos  la  historia  de  los  hechos  de  Hércules.  Parece 
que  lo  que  dejó  dicho  en  su  décimo  sobre  las  naciones  que 
habitaban  la  península,  no  contenía  mucho  más  que  lo. 
que  Hecateo  había  referido. 

El  único  fragmento  de  Herodoro  que*  se  refiere  á  la  España, 
conservado  por  Stéfano  de  Bizanzio  (p.  328,  10-17),  se  lee  en  los 
Fragmenta  historicorvm  Grcecorum  de  Carlos  Müller  (vol  II,  p.  33). 

¡:„rt,mou  §  7.     En  la  época  de  Pericles  (del  436  al  424  a.  J.-C.)  el 

ateniense  Euctómon,  que  en  compañía  de  Metón  redactó 
el  célebre  calendario  conocido  bajo  el  nombre  de  Ciclo 
metónico,  escribió,  tal  vez  inducido  por  su  gran  compa- 
triota, un  periplo,  á  lo  que  parece,  del  mar  interno.  En  el 
poema  de  Avieno  (v.  336  y  ss.)  es  donde  se  ha  conservado 
la  única  noticia  que  se  tiene  de  esta  obra  importante,  en  la 
que  sin  duda.se  reasumió  cuanto  por  entonces  se  sabía 
sobre  las  más  remotas  regiones  occidentales. 

Sobre  Euctémon  véase  la  obra  de  Müllenhoff  arriba  citada 
(p.  203  ss.);  antes  de  la  cual  nadie  había  observado  la  importancia 
histórica  de  tales  datos. 

Piteas  §  8.     Los  Fenicios  habían  llegado  ya  navegando  hasta  las 

Islas  Británicas  en  busca  del  estaño  por  los  siglos  octavo  y 
séptimo  antes  de  J.-C.  Desde  el  quinto  los  Griegos  de  Masa- 
lia  (Marsella),  civilizadores  del  país  celta,  se  apoderaron 
de  este  importante  negocio;  pero  no  tanto  el  deseo  de  visi- 
tar los  lugares  de  donde  los  Fenicios  exportaban  el  estaño 
y  el  ámbar,  sino  más  bien  el  interés  científico  de  averi- 
guar la  situación  del  polo  ártico  y  la  inclinación  de  nues- 
tro globo,  provocaron  los  viajes  del  célebre  marsellés 
Piteas,  el  Cristóbal  Colón  de  la  antigüedad,  discípulo 
quizás  de  Eudoxo  el  astrónomo.  Parece  que  realizó  sus 
expediciones  próximamente  del  340  al  330  antes  de  J.-C.  y 


PITEAS 


que  publicó  una  obra  «sobre  el  Océano»  hacia  el  325.  Aris- 
tóteles, en  su  Meteorología,  redactada  del  328  al  326  antes 
de  J.-C. ,  aun  no  conocía  este  libro,  siendo  el  primero  que  lo 
cita  Dicearco,  discípulo  de  Aristóteles;  si  bien  no  dio 
mucha  fe  á  lo  que  dicho  Piteas  había  escrito,  habiendo 
sido  el  que  comenzó  á  desacreditar  al  gran  viajero.  Así  se 
explica  en  parte  el  juicio  en  extremo  desfavorable  que 
sobre  el  mismo  formaron  los  escritores  aun  existentes, 
Polibio  y  Estrabón,  pero  que,  como  lo  han  demostrado  las 
investigaciones  más  recientes,  carece  de  fundamento. 
Piteas,  cuyo  descubrimiento  del  Noroeste  de  Europa  casi 
coincide  con  las  expediciones  de  Alejandro  el  Grande  en 
Asia,  visitó  á  Cádiz  y  dio  la  primera  explicación  de  la 
marea  y  de  su  relación  con  la  luna;  pasó  después  el  «pro- 
montorio sagrado»,  quizá  más  al  Norte  que  el  cabo  de  San 
Vicente,  siguiendo  por  las  costas  septentrionales  de  la  pe- 
nínsula, en  dirección  del  Oeste  al  Este,  hasta. llegar  á  las  de 
Francia.  Lo  demás  de  sus  viajes  por  el  litoral  del  Norte 
de  Francia,  arribando  á  las  islas  de  la  Germania,  y  después 
á  Inglaterra  y  á  la  última  Thule,  que  es  Escocia,  no  tiene 
relación  con  las  antigüedades  de  España.  Sin  embargo, 
parece  que  traen  origen,  aunque  indirecto,  de  su  libro 
muchos  más  datos  que  los  pocos  que  sobre  las  costas  de  la 
Iberia  pueden  referirse  á  este  explorador.  Porque  fué  el  pri- 
mero que  dio  la  noticia  del  gran  movimiento  de  los  Celtas 
hasta  las  costas  del  Mediterráneo,  que  se  fija  con  mucha 
verosimilitud  á  principios  del  cuarto  siglo  antes  de  núes-, 
tra  Era,  sin  que  hasta  Piteas  ningún  otro  escritor  griego 
hubiese  sabido  cosa  alguna  de  dicha  invasión. 

Debemos  los  datos  que  se  dejan  expuestos  sobre   Piteas  á  Mül- 
lenhoff,  en  su  obra  antes  citada  (p.  211  ss.,  313  ss.,  364  ss.). 

§  9.     Gran  parte  de  los   conocimientos  geográficos  de    Emtóstene» 
entonces  aunque  escasos  sobre  la  península,  de  los  cuales 


8  LOS   GEÓGRAFOS 

los  astrónomos,  como  Eudoxo,  se  aprovecharon  para  sus 
cálculos,  y  que  los  geógrafos  como  el  docto  filólogo  Ale- 
jandrino Eratóstenes,  insertaron  en  sus  libros,  lo  debieron 
á  Piteas.  De  la  grande  obra  geográfica  de  Eratóstenes,  la 
primera  universal  que  hasta  su  tiempo  había  existido, 
tomaron  los  datos  relativos  á  España,  poco  aumentados 
por  cierto,  los  demás  historiadores  y  geógrafos  griegos 
de  la  época  de  Alejandro  y  de  sus  sucesores,  como  Eforo 
del  400  al  330,  y  Timeo  del  352  al  256  antes  de  J.-C., 
proviniendo  también  del  mismo,  en  su  mayor  parte,  los 
conocimientos  geográficos  de  Polibio  el  historiador,  del 
cual  se  hablará  más  adelante.  La  doctrina  geográfica  de 
Eratóstenes  se  encuentra  igualmente  en  el  libro,  falsa- 
mente atribuido  á  Aristóteles  «Sobre  el  mundo»,  que 
el  escritor  retórico  Apuleyo  en  el  siglo  n  de  nuestra  Era 
tradujo  al  latín  en  el  suyo  De  mundo. 

Sobre  Eratóstenes  debe  leerse  la  monografía  de  H.  Ber- 
ger,  Die  geographischen  Fragmente  des  Eratosthenes  etc.,  Leip- 
zig, 1880,  8;  donde  se  encuentran  las  noticias  relativas  á  la  Iberia, 
á  la  p.  363  y  ss. 

§  10.  Al  comenzar  el  primer  siglo  anterior  á  J.-C, 
vivía  Artemidoro  de  Efeso,  el  geógrafo,  de  cuyos  viajes 
á  Italia  y  al  Occidente  dio.  detallada  relación  en  los  once 
libros  de  su  YswYpa'f  ía,  ó  sea  Yso>Ypaipoó[ieva,  citados  á  menudo 
por  Estrabón,  siendo  la  primera  obra  donde  aparece  reu- 
nido concienzudamente  lo  más  selecto  de  los  libros  que 
había  manejado  de  todos  sus  antecesores,  abundando  en 
noticias  cuidadosamente  recopiladas  sobre  todas  las  condi- 
ciones físicas  y  políticas  de  las  tierras  y  pueblos  del  mundo 
entonces  conocido.  Las  medidas,  que  Artemidoro  insertó 
en  su  obra,  sacándolas  de  los  itinerarios,  fueron  de  ella 
tomadas  á  la  vez  por  Plinio  y  por  el  que  escribió  en  griego 


POSIDONIO  9 

el  libro  de  geografía  que  existe  bajo  el  falso  nombre  de 
Agatemero,  si  bien  para  la  de  España  no  es  aquella 
de  mucha  importancia. 

Los  fragmentos  de  las  obras  de  Artemidoro  existen  sólo  en  las 
de  Estrabón,  Marciano  de  Heraclea  y  Stéfano  de  Bizanzio;  una 
colección  de  ellos  ha  becho  E-.  Stieble  en  el  Phüologus,  vol.  XI, 
1856,  p.  193  ss.  Marciano  de  Heraclea,  el  geógrafo  del  siglo  II 
de  J.-C,  ha  compuesto  un  epítome  de  la  obra  de  Artemidoro, 
que  ya  no  existe;  la  que  tomaron  por  ella  los  editores  más  anti- 
guos, es  más  bien,  como  ahora  se  sabe,  el  compendio  hecho  por  el 
mismo  Marciano,  del  libro  del  geógrafo  Menippo.  Así  lo  ha  demos- 
trado Carlos  Müller  en  los  prolegómeno,  á  sus  Geographi  Grceci 
minores,  vol.  I,  p.  CXXX  y  ss.  El  de  Agatemero  se  encuentra 
en  la  misma  obra  de  Carlos  Müller,  vol.  II,  París  1861,  p.  XLI  y 
470  y  ss. 

§  11.  Después  de  Artemidoro ,  otro  griego  erudito  vino  Posidonio 
viajando  á  España  cerca  del  año  100  antes  de  J.-C,  el 
filósofo  estoico  Posidonio  de  Apamea,  contemporáneo  de 
Cicerón,  el  cual  se  había  propuesto  continuar  la  historia 
de  Polibio;  lo  cual  hizo  en  una  obra  colosal  de  cerca  de 
cincuenta  libros.  Además  dejó  otra  escrita  «sobre  el 
Océano»,  como  Piteas.  Se  detuvo  algún  tiempo  en  Cádiz,  y 
entre  los  varios  fragmentos  que  de  sus  libros  se  conservan, 
la  mayor  parte  de  ellos  por  Estrabón  y  Diodoro,  se  encuen- 
tra una  descripción  muy  elegante  de  las  minas  ibéricas, 
pues  era  escritor  de  suma  perfección  en  el  estilo,  y  un 
observador  muy  concienzudo  é  inteligente. 

Los  fragmentos  de  su  obra  geográfica  é  histórica  están  incluí- 
dos  en  la  colección  de  Carlos  Mü|ller,  Fragmenta  historicorum 
Grozcorum,  vol.  III,  París  1849,  p.  245  y  ss. 

§  12.     Contemporáneo    de    ambos    aunque    algo    más    Asciepiades 
joven  que  Artemidoro  y  que  Posidonio  era  Asciepiades, 


10  LOS   GEÓGRAFOS 

natural  de  Mírlea,  en  la  Bitinia,  escritor  gramático  de  la 
escuela  de  Pórgamo,  el  cual,  sin  embargo,  llegó  á  estable- 
cerse en  España,  entre  los  Turdetanos,  creo  que  en  Cádiz, 
cerca  de  la  época  de  Sertorio  y  Pompeyo,  hacia  el  72  antes 
de  J.-C;  y  allí  escribió  una  «Periégesis  de  los  pueblos  de 
la  Turdetania». 

También  de  esta  obra  Estrabón  es  el  único  que  nos  ba  conser- 
vado algunas  noticias  (p.  157  y  166). 

Pompeyo  Trogo  §  13.  Gneo  Pompeyo  Trogo,  de  ilustre  origen  cél- 
(Justino)  tico,  cuyo  padre  había  servido  bajo  las  órdenes  de  Julio 
César,  escribía  en  la  misma  época  que  Diodoro  y  Livio, 
habiendo  compuesto,  cuando  imperaba  Augusto,  los  cua- 
renta y  cuatro  libros  de  sus  «Historias  filípicas»,  que  así 
había  titulado  su  historia  universal,  al  ejemplo  del  histo- 
riador griego  Teopompo.  Pero  el  autor,  también  griego,  á 
quien  parece  haber  copiado  con  bastante  credulidad,  fué 
más  bien  Timágenes,  que  poco  antes  había  compilado 
una  obra  de  esta  clase  muy  erudita,  sirviéndose  de  las  de 
Eforo,  Teopompo,  Timeo,  Polibio,  Posidonio  y  otros.  La 
original  de  Pompeyo  Trogo  al  presente  no  existe;  pose- 
yéndose sólo  el  epítome  hecho  en  el  tercer  siglo,  por 
Marco  Juniano  Justino;  y  conservándose  además  los 
prólogos  de  los  cuarenta  y  cuatro  libros,  esto  es,  un  breve 
resumen  de  su  contenido.  El  último  de  los  de  Trogo  con- 
tenía, según  su  dicho  prólogo,  res  Hispanice  et  Punicce,  y 
Justino  nos  da  en  cinco  capítulos  una  breve  geografía  de  la 
España  antigua,  y  al  fin  un  compendio  de  su  historia  hasta 
la  victoria  de  Augusto  sobre  los  Cántabros.  La  parte  geo- 
gráfica del  epítome  de  Justino  contiene  datos  originales  y 
bastante  curiosos,  mereciendo  por  ello  la  obra  de  Trogo  un 
puesto  más  bien  entre  las  fuentes  geográficas,  que  entre  los 
historiadores.  Debemos  á  Trogo  la  única  noticia  que  existe 


ESTRABÓN  11 

de  la  poesía  popular  de  los  Tartesios,  la  del  rey  Habis,  hijo 
espurio  de  la  hija  del  rey  G-argoris,  el  inventor  del  arte  de 
recoger  la  miel,  de  su  juventud  fabulosa  y  de  su  misión 
civilizadora. 


El  mejor  texto  de  Justino  es  el  de  F.  Ruebl,  M.  Juniani  Jus- 
tini  epitoma  historiarum  Philippicarum,  con  los  prólogos  publicados 
por  A.  de  Gutschmid,  Leipzig  1886,  8. 


§  14.  Estrabón,  el  insigne  historiador  y  geógrafo,  Estrabón 
natural  de  Amaséa  en  el  Ponto  (del  66  ant.  de  J.-C.  al  24 
de  J.-C),  que  vivía  en  Roma  en  la  época  de_Augusto,  con-íít^  vür'-ÍS^ 
tinuó  como  antes  Posidonio,  la  obra  de  Polibio  en  sus 
«Memorias  históricas  » ,  que  tenían  más  de  cuarenta  libros 
y  que  ya  no  existen.  Había  también  hecho  viajes  hasta  la 
Toscana  y  la  isla  de  Cerdeña,  pero  no  vino  á  España.  Dejó 
consignados  sus  conocimientos  geográficos  en  los  diez  y 
siete  libros  de  su  obra  Tswypa'fixá  felizmente  conservada, 
cuyo  tercer  libro  está  dedicado  exclusivamente  á  la  des- 
cripción de  la  Iberia.  A  pesar  de  la  falta  de  conocimientos 
matemáticos  y  astronómicos,  que  se  observa  en  la  parte 
general  de  su  obra  y  que  lo  hicieron  juzgar,  siguiendo  á 
Polibio,  muy  mal  sobre  Piteas  y  el  gran  Eratóstenes,  sus 
libros,  como  compilación  diligente  de  los  autores  más  anti- 
guos, que  ya  no  existen,  entre  ellos  Artemidoro  y  Posido- 
nio, son  una  de  las  fuentes  principalísimas  y  más  preciosas 
de  nuestros  conocimientos  sobre  la  España  antigua. 

El  texto  de  Estrabón  más  acreditado  es  el  de  G.  Kramer 
(3  vol.,  Berlín  1844-1852,  8);  con  la  versión  latina  lo  publicaron 
Carlos  Müller  y  F.  Dübner  (3  vol.,  París  1853-1858,  Didot). 
Sobre  las  fuentes  de  que  se  sirvió  Estrabón  en  su  descripción  de  la 
Iberia,  trata  una  disertación  reciente  de  R.  Zimmermann,  quibus 
auctoribus  Strabo  in  libro  III  conscribendo  usus  sit,  Halle  1883,  8. 


12  LOS   GEÓGRAFOS 

varrón  §  15.     En  la  geografía  de  Estrabón,   como  en  la  de 

algunos  de  sus  predecesores  y  sucesores  inmediatos  en  el 
mismo  género  de  literatura,  que  no  mencionamos  aquí  por- 
que no  tienen  relación  con  la  España,  se  aprovecharon  los 
nuevos  é  interesantes  datos  geográficos,  que  debemos  en 
gran  parte  al  gobierno  romano  en  los  días  de  Augusto,  y 
que  forman  un  nuevo  é  importante  repertorio  de  noticias 
geográfico-históricas  aun  existentes.  Antes  del  dicho  empe- 
rador ya  algunos  escritores  romanos  se  habían  dedicado  al 
estudio  de  la  geografía,  siguiendo  principalmente  la  doctri- 
na griega,  como  Varrón  y  Cornelio  Nepos.  De  la  obra 
geográfica  de  este  último  apenas  sabemos  otra  cosa  más 
sino  que  Plinio  la  cita  entre  las  fuentes  que  utilizó,  pero 
para  España  no  es  de  interés  alguno.  El  más  antiguo 
y  á  la  vez  el  más  importante  de  los  doctos  romanos,  cuyos 
escritos  contenían  muchos  detalles  sobre  la  geografía  de 
España,  era  Marco  Terencio  Varrón,  el  de  Reate,  el 
célebre  polihístor  de  la  época  de  Cicerón  y  de  Augusto 
(del  116  al  27  a.  J.-C.)  Entre  sus  muchas  obras  eruditas  se 
contaba  la  titulada  De  ora  marítima,  que  parece  fué 
tomada  por  guía  en  una  parte  de  sus  respectivos  libros 
geográficos  por  Mela,  por  Plinio  y  por  Avieno.  También 
parece  que  Varrón  había  hablado  de  geografía  en  otros 
escritos,  como  en  su  grande  obra  sobre  las  antigüedades. 
Pero  cabalmente  algunas  de  las  noticias  relativas  á  España 
que  se  le  atribuyen,  pueden  haber  sido  sacadas  no  de  la 
Ora  marítima,  sino  de  algún  otro  libro  del  mismo  autor 
cuyo  título  ignoramos. 

Reunió  los  fragmentos  geográficos  de  Varrón,  comparándolos 
con  los  datos  suministrados  por  Mela  y  Plinio,  G.  (Ehmichen  en 
su  disertación  de  M.  Varrone  et  Isidoro  Characeno  C.  Plinii  in  libris 
geographicis  auctoribus  primariis  inserta  en  las  Acta  societatis  phi- 
lologce  Lipsiensis,  editadas  por  F.  Ritschl,  tom.  III,  Leipzig 
1873,  8,  p.  399  ss. 


AUGUSTO  13 

§  16.  Es  muy  posible  que  ya  cuando  el  dictador  Gayo  Augusto 
Julio  César  emprendió,  con  la  ayuda  de  doctos  griegos,  su 
reforma  del  calendario  romano,  que  después  bajo  su  nom- 
bre quedó  en  vigor  hasta  fines  del  siglo  xvi,  concibiese  la 
idea  de  medir  todas  las  tierras  sometidas  á  su  mando. 
Pero  de  estos  trabajos  solamente  existe  una  memoria  muy 
incierta  en  cierto  compendio  geográfico  del  sexto  siglo  de 
nuestra  Era,  de  muy  poca  autoridad.  Sin  embargo,  tomó  á 
su  cargo  el  continuar  tan  grande  obra,  interrumpida  quizás 
por  la  muerte  inesperada  del  dictador,  como  muchas  otras, 
su  sucesor,  el  emperador  Augusto.  El  censo  de  todas  las 
provincias,  el  establecimiento  de  las  colonias  y  la  construc- 
ción de  los  caminos  públicos  hicieron  casi  necesario  un 
registro  general  en  el  que  se  consignaran  los  más  importan- 
tes datos  estadísticos  y  del  que  pudieron  sacarse  los  antece- 
dentes indispensables  para  la  formación  de  un  gran  mapa 
del  imperio.  La  obra,  emprendida  bajo  los  auspicios  del 
emperador  mismo,  no  logró  llevarse  á  cabo  sin  la  ayuda  de 
muchos  colaboradores,  sobre  todo  militares.  El  que  en 
primer  lugar  tomó  una  parte  más  activa  en  ella,  fué  Marco 
Vipsanio  Agrippa,  yerno  de  Augusto  y  uno  de  sus  más  Agrippa 
acreditados  generales.  El  resultado  de  estos  trabajos  que 
duraron  muchos  años,  fué  el  gran  mapa  pintado  en  la 
pared  del  pórtico  de  Vipsania  Polla,  hermana  de  Agrippa, 
que  luego  de  la  muerte  de  éste,  ocurrida  el  año  12  antes 
de  J.-C,  hizo  terminar  Augusto.  Un  año  después  de  la 
del  emperador  lo  cita  el  primero  Estrabón  como  docu- 
mento existente  en  sus  días. 

El  mapa  geográfico  conocido  bajo  el  nombre  de  la 
Tabula  de  Peutinger,  conservado  ahora  en  Viena  de 
Austria,  es  una  repetición,  variada  un  poco  en  la  forma, 
de  este  otro  mapa;  pero  de  los  doce  pedazos  de  perga- 
mino de  que  estaba  formado,  pereció  el  último,  que  con- 
tenía la  mayor  parte  de  la  España,  de  la  que  sólo  queda  el 


14  LOS   GEÓGRAFOS 

principio,  ó  soase  la  parte  más  oriental,  con  algunos  nom- 
bres relativos  al  litoral  de  Cataluña,  desde  la  cumbre  de 
los  Pirineos  hasta  las  aguas  Vocónicas,  cerca  de  Barcelona. 

A  la  vez  que  el  aludido  mapa,  fué  publicado  también 
un  comentario  al  mismo  con  las  divisiones  que  contenía  y 
las  medidas  sobre  que  estaba  basado,  todo  ello  en  la  forma 
tal  vez  de  itinerario. 

Ambas  obras,  atribuidas  al  mismo  Agrippa,  el  mapa  y 
el  comentario ,  traducido  también  al  griego ,  son  diferentes 
del  breviario,  publicado  por  Augusto,  que  contenía  la 
estadística  militar  y  financiera  del  imperio. 

Aquellas,  lo  mismo  que  éste,  fueron  utilizados  por 
Estrabón,  como  ya  queda  dicho,  y  sobre  todo  por  Plinio  en 
los  libros  III  y  IV  de  su  Historia  natural.  El  comentario  de 
Agrippa  además  es  la  fuente  principal  de  unos  compen- 
dios geográficos  de  edad  mucho  más  reciente,  escritos  en 
parte  para  la  instrucción  de  los  jóvenes.  De  esta  clase  son 
la  Dimensuratio  provinciarum,  la  Divisio  orbis  terrarum,  la 
Cosmographia  de  Julio  Honorio,  compuesta  quizá  en 
Zaragoza;  el  capítulo  geográfico  de  Paulo  Orosio  el 
historiador,  y  otros.  Si  Ammiano  Marcellino  en  la 
parte  existente  de  su  Historia  romana  hubiese  tenido  oca- 
sión de  dar  una  descripción  geográfica  de  España,  como 
la  ha  dado  de  Francia  y  de  las  regiones  orientales  del 
imperio,  muy  fácilmente  hubiera  tomado  los  datos  de 
fuentes  semejantes,  como  lo  indica  la  noticia  sobre  el 
Betis  (XXI,  6,  21).  Pero  verdaderamente  estos  otros 
escritos  geográficos  sobre  España  tampoco  nos  enseñan 
mucho. 

Sobre  los  trabajos  geográficos  á  que  dieron  ocasión  los  de 
Augusto  y  Agrippa,  muchos  doctos  han  emitido  opiniones  bastante 
diversas,  como  Letronne,  Müllenhoff  y  otros.  La  cuestión  difí- 
cil sobre  la  fuente  geográfica  común  de  Estrabón,  Mela  y  Plinio, 
todavía  no  puede  decirse  que  esté  completamente  resuelta.  Los  tex- 


EL    MONUMENTO    ANCIRANO  15 

tos  á  que  acabamos  de  hacer  referencia  están  reunidos  en  el  libro  de 
A.  Riese,  Geographi  Latini  minores,  Heilbronn,  1878,8,  el  cual 
indica  en  sus  prolegómeno,  los  escritos  relativos  á  ellos.  Para  noso- 
tros basta  conocer  á  Estrabón  y  Plinio,  sobre  los  cuales  véanse  los 
párrafos  14  y  20  de  esta  sección.  La  edición  más  reciente  de  la  Tabla 
de  Peutinger  es  la  de  E.  Desjardins,  que  aun  no  está  terminada 
(París  1869  y  ss.,  fol.).  Sobre  Orosio  véase  más  abajo,  §  46. 

§  17.  Las  noticias  sobre  la  España  de  entonces,  toma-  ei  monumento 
das  del  orbis pictus  de  Agrippa  y  del  breviario  de  Augus- 
to, se  completan,  en  cierto  modo,  por  algunas  indicaciones 
sucintas,  pero  importantes,  que  se  encuentran  en  el  índice 
de  sus  hechos,  compuesto  por  el  mismo  emperador.  Sabido 
es  que  este  documento  interesantísimo  fué  colocado,  según 
las  órdenes  del  mismo  soberano,  grabado  en  dos  planchas 
de  bronce,  delante  de  su  túmulo  en  Roma,  y  que  varias 
copias  del  texto  latino,  así  como  versiones  en  griego, 
fueron  puestas  en  las  paredes  de  algunos  augusteos,  en  las 
diferentes  ciudades  del  imperio.  Por  el  que  se  conserva  en 
su  mayor  parte  en  el  de  Ancira,  del  Asia  menor,  sabemos 
que  ya  en  el  año  32  antes  de  J.-C.  las  provincias  españolas 
se  declararon,  bajo  juramento,  partidarias  de  dicho  empe- 
rador (V,  5).  Indica  luego  el  mismo  soberano  que  había 
pacificado  las  del  Oeste  y  Norte,  Francia,  Alemania  y 
España,  desde  el  Océano,  junto  á  Cádiz,  hasta  la  desem- 
bocadura del  Albis  (V,  10) ,  que  en  ambas  Españas  había 
fundado  (V,  35)  colonias  militares,  como  Zaragoza,  Mérida, 
Córdoba  y  G-uadix,  cuyas  monedas  demuestran  que  allí 
fueron  colocados  como  colonos  algunos  veteranos  de  las 
seis  legiones  I,  II,  IV,  V,  VI  y  X,  y  que  había  recuperado 
con  sus  victorias  en  España,  como  en  las  Galias  y  en  Dal- 
macia,  enseñas  militares,  antes  perdidas  por  otros  genera- 
les (V,  39),  si  bien  ignoramos  cuáles  fuesen  los  desastres 
de  las  armas  romanas,  que  habían  ocasionado  estas  pér- 
didas. 


16  LOS   GEÓGRAFOS 

El  monumento  Ancirano  ha  sido  publicado  últimamente  con 
muy  amplios  comentarios,  según  los  vaciados  del  original  de  Ancira 
que  ha  obtenido  el  gobierno  alemán,  por  Mommsen,  Res  gestos,  divi 
Augusti,  Berlín,  1883,  8;  la  edición  anterior  del  mismo  autor  en  el 
Corpus  Inscriptionum  Latinarum,  vol.  III,  p.  779  ss.,  no  es  tan 
completa,  siendo  anterior. 

§  18.  De  las  mismas  ó  de  semejantes  noticias  oficia- 
les, de  las  cuales  los  geógrafos  tomaron  sus  informes,  y 
aunque  no  directamente  del  breviario  de  Augusto,  parece 
que  tuvieron  también  su  origen  algunas  indicaciones  sobre 
las  colonias  romanas  de  España  y  sobre  la  manera  como  se 
hacía  su  limitación,  tal  como  aparece  en  los  diferentes 
escritos,  que  se  han  conservado  de  una  serie  mucho  más 
larga  y  más  completa  de  varios  autores  técnicos,  que  flore- 
cieron desde  la  época  de  Domiciano  en  adelante,  relativos 
al  arte  de  la  agrimensura.  Llamamos  agrimensores  á  los 
que  redactaron  aquellos  tratados  donde  se  encuentran  algu- 
nas noticias  escasas,  pero  de  mucha  importancia,  sobre 
varias  poblaciones  de  la  península.  Sexto  Julio  Frontino, 
el  célebre  general  de  Domiciano,  en  sus  libros  De  agrorum 
qualitate,  que  desgraciadamente  no  tenemos  íntegros,  sino 
que  conocemos  sólo  por  unos  extractos,  habla  repetida- 
mente de  Mérida,  de  la  medición  de  los  terrenos  por  los 
cuales  corría  el  río  Anas,  y  de  las  diferentes  distribucio- 
nes de  tierras  á  los  veteranos  (p.  Bl,  20),  de  los  campos 
públicos  de  la  lusitana  Salmantica,  de  Palantia  en  la 
citerior  (p.  4,  3),  y  de  los  vastos  terrenos  no  medidos  in 
Lusitania  finibus  Augustinorum  (p.  22,  6);  tal  vez  los  Augus- 
tobrigenses  de  la  Lusitania.  Higino  el  gromático,  que 
escribió  en  tiempo  de  Trajano,  hace  mención  de  algunas 
prefecturas  en  el  territorio  de  Mérida,  que  tenían  su 
método  particular  de  limitación,  in  prcefecturis  Mulücensis 
et  Turgaliensis  regionis  (p.  171,  6;  Turgalium  es  Trujillo, 
Multica  es  desconocida,  si  no  es  corrupción  de  Ugultunia- 


MELA  17 

cum).  En  los  mismos  autores  encontramos  también  los 
nombres  particulares,  pero  de  origen  romano,  de  las 
medidas  de  tierra  que  en  varias  partes  de  la  Bética  fueron 
usadas,  como  la  acnua  (Frontino,  p.  30,  12),  las  centu- 
rias (Higino,  p.  122,  8),  y  el  arapennis  (Isidoro,  de  men- 
suris  agrorum,  p.  368,  27). 

De  los  agrimensores  la  única  edición  crítica  es  la  de  F.  Blume, 
K.  Lachmann,  A.  Rudorff,  2  vol.,  Berlín,  1848  y  1852,  8. 

§  19.  Pomponio  Mela  ,  natural  de  Tingentera,  en  Meia 
la  España  Bética,  junto  á  Tarifa,  fué  un  antiguo  militar 
según  parece,  de  la  época  del  emperador  Claudio  (del  42  al 
54  de  J.-C),  que  compuso  tres  libros  de  chorographia, 
compilados  de  fuentes  muy  semejantes  á  las  que  después 
Plinio  utilizó  con  mayor  prolijidad,  esto  es,  de  Salustio, 
Cornelio  Nepos,  Varrón,  y  de  la  corografía  de  Agrippa. 
La  parte  relativa  á  la  península  (II,  5,  7  al  7,  22  y  III, 
1,  3  al  2,  3),  aunque  breve,  contiene  noticias  de  no  escaso 
interés . 

Los  textos  fidedignísimos  de  Mela  son  los  de  G.  Parthey,  Ber- 
lín, 1867,  8.,  y  de  C.  Frick,  Leipzig,  1880,  8. 

§  20.  En  el  año  77  de  J.-C,  Gayo  Plinio  Secundo,  pumo 
el  mayor,  (23  á  79  de  J.-C),  que  en  medio  de  las  atencio- 
nes que  le  ocasionaban  los  diversos  cargos  militares  y 
civiles  que  ejerció,  tuvo  tiempo  para  dedicarse  á  extensos 
estudios,  publicó  dos  años  antes  de  su  inesperada  muerte 
los  treinta  y  siete  libros  de  su  grande  obra  titulada  Histo- 
ria natural,  compilados  de  ciento  y  sesenta  colecciones 
de  extractos  sacados  de  unos  cien  autores  escogidos,  y  de 
dos  mil  volúmenes,  poco  más  ó  menos,  escritos  por  ambos 
lados ,  de  letra  muy  menuda ,   que  después  de  su  muerte 


18  LOS  GEÓGRAFOS 

vinieron  á  manos  de  Plinio  el  menor.  Como  el  diligentísi- 
mo autor  no  ha  dejado  de  indicar  al  frente  de  cada  libro,  de 
qué  fuentes  lo  había  tomado,  con  bastante  certidumbre 
podemos  comprobar  la  autoridad  de  sus  indicaciones.  Ya 
hemos  visto  (§  15  y  16),  que  sacó  los  informes  geográficos 
sobre  la  Península,  contenidos  en  el  libro  III  y  IV,  princi- 
palmente de  las  obras  de  Varrón,  del  breviario  de  Augusto 
y  del  mapa  de  Agrippa  con  sus  comentarios,  cuyos 
documentos  constituyen  también  una  de  las  más  seguras 
bases  en  punto  á  nuestros  conocimientos  de  la  España  anti- 
gua; dependiendo  del  uso  crítico  y  acertado  que  de  ellos  se 
haga,  la  decisión  de  la  mayor  parte  de  las  cuestiones  geo- 
gráficas relativas  á  las  antigüedades  de  la  Península.  Tam- 
bién en  las  otras  partes  de  su  obra  referentes  á  la  zoología, 
la  botánica  y  la  mineralogía,  hay  una  porción  de  noticias 
preciosas  sobre  España  y  sus  productos,  debidas  en  parte 
á  las  investigaciones  personales  del  autor,  que  hubo  de 
estar  algún  tiempo  en  España,  como  procurador  del  empe- 
rador, y  en  parte  á  varios  autores  que  ya  no  existen,  como 
Cornelio  Boccho  (C.  I.  L.  II,  35,  y  Eph.  I,  291), 
Sergio  Plautio   (C.  I.  L.  II,  1406),  y  otros. 

El  epítome  corográfico  de  Plinio  y  de  otros  escritores, 
hecho  en  el  tercer  siglo  por  Gayo  Julio  Solino,  en  sus 
Collectanea  rerum  memorábilium,  en  el  capítulo  relativo  á 
España  (cap.  X,  3),  no  contiene  gran  cosa  de  nuevo. 

Los  mejores  textos  de  Plinio  son  los  de  D.  Detlefsen,  5  vol., 
Berlín,  1866-1873,  8.,  y  de  L.  von  Jan  y  C.  Mayhoff,  vol.  I  y  II 
de  la  edición  segunda,  Leipzig,  1870  y  1875,  8.  Sobre  la  parte  geo- 
gráfica de  Plinio  relativa  á  las  tres  provincias  de  la  España  antigua 
tenemos  algunas  doctas  disertaciones  de  D.  Detlefsen  (Die  Geo- 
graphie  der  Provinz  Bcetica  bei  Plinius  n.  h.  III  6-17,  der  tarraco- 
nensischen  l'rorinz  bei  Plinius  n.  h.  III 18-30,  76-79,  IV  110-113,  der 
Provinz  Lusitanien  bei  Plinius  n.  h.  IV  113-118,  en  el  Philologus, 
vol.   XXX,    1870,   p.   265-310,    vol.    XXXII,    1872,    p.    600-668, 


MARCIAL 


19 


vol.  XXXVI,  1877,  p.  111-128).  De  So  lino  sólo  debe  consultarse  la 
edición  de  Mommsen,  C.  Julii  Solini  collectanea  rerum  memorabi- 
lium,  Berlín,  1864,  8.  Los  fragmentos  de  la  obra  de  B  o  echo,  que 
con  el  nombre  del  autor  aparecen  citados  en  Plinio,  Solino  y  Casio- 
doro,  están  reunidos  en  la  colección  menor  de  H.  Peter  (historico- 
rum  Bomanorum  fragmenta,  Leipzig,  1883,  8.,  p.  297);  pero  muchas 
noticias  más,  relatadas  sin  nombre  del  autor,  provienen  del  mismo. 

§  21.  Marco  Valerio  Marcial,  el  poeta,  fué  natu- 
ral de  Bilbilis,  en  la  España  tarraconense  del  40  al  102  de 
J.-C,  en  las  cercanías  de  cuya  ciudad  poseyó  una  finca 
que  le  fué  regalada  por  una  de  sus  favorecedoras,  á  la  que 
se  retiró  al  fin,  y  donde  murió,  después  de  haber  residido 
muchos  años  en  Roma,  á  partir  de  su  juventud,  hacia  el 
64  de  J.-C,  hasta  el  principio  del  imperio  de  Nerva,  en  98 
de  J.-C.  Este  poeta  merece  un  puesto  entre  las  fuentes  geo- 
gráficas de  la  España  antigua,  porque  en  algunos  de  sus 
epigramas,  como  I  49,  IV  55  y  XII  18,  dejó  noticias  de 
varios  lugares  de  la  región  Bübilitana  y  de  sus  cercanías, 
que  no  conocemos  por  otros  testimonios,  no  habiendo  sido 
posible,  sin  embargo,  hasta  ahora,  fijar  con  toda  probabi- 
lidad dichas  localidades. 


Las  mejores  ediciones  de  Marcial  son  la  grande  dé  L.  Fried- 
laender,  introducción  y  anotaciones  en  alemán,  2  vol.,  Leipzig, 
1885  y  1886,  8.,  y  la  menor  (el  texto  sólo)  de  W.  Gilbert,  Leip- 
zig, 1886,  8. 


§  22.  Flegón  de  Tralles,  liberto  del  emperador  Adria- 
no, compuso  también,  entre  varios  escritos  cronológicos 
y  de  cosas  admirables,  uno  sobre  los  casos  de  longevidad 
(rcspi  ^axpo(3íwv),  en  el  que  aparecen  unas  listas  tomadas  sin 
duda  de  documentos  oficiales,  quizá  del  censo,  compren- 
diendo los  nombres  de  las  personas  que  habían  vivido  de 
cien  años  en  adelante  con  la  indicación  de  la  patria  de  cada 


Flegón 


20  LOS   GEÓGRAFOS 

uno  de  ellos.  Merecen  que  se  tengan  en  cuenta  á  nuestro 
propósito  las  denominaciones  geográficas  correspondien- 
tes á  las  poblaciones  de  España  á  que  pertenecieron  siete 
de  estos  aludidos  ancianos,  por  más  que  en  parte  aparez- 
can corrompidas. 

El  texto  de  Flegón,  sacado  del  único  manuscrito  existente  en  la 
biblioteca  palatina  de  Heidelberg,  está  publicado  por  A.  Wester- 
mann,  Paradoxographi  Grceci,  Brunswig.  1839,  8,  p.  197  y  ss.,  por 
Carlos  MülVer,  Fragmenta  Mstoricorum  Grcecorum,  vol.  III,  p.  608 
y  ss.,  y  por  O.  Keller,  Rerum  naturálium  scriptores  Grceci  mino- 
res, vol.  I,  Leipzig,  1877,  8,  p.  85  y  ss. 

Dionmo  el  pe-  §  23.  Cerca  délos  tiempos  de  Domiciano,  un  poeta  y 
negeta  gramático,  natural  de  la  Bitinia,  que  había  estudiado  en 
Alejandría,  y  después  vivió  en  Roma,  con  el  nombre  tan 
común  de  Dionisio,  compuso  en  griego  un  poema  ele- 
gante, de  1,152  hexámetros,  que  contenía  un  compendio 
breve  de  geografía  universal,  ó  séase  una  descripción  del 
orbis  terrarum,  según  las  autoridades  más  competentes  de 
entonces,  como  Eratóstenes,  Posidonio  y  otros.  De  este 
poema  algunos  pasajes  se  refieren  á  la  España  antigua  y  á 
las  islas  Baleares,  como  son  los  versos  63  á  73,  281  á  293, 
331  á  338,  447  á  458  y  558  á  561,  y  aunque  en  ellos  no  se 
encuentra  cosa  alguna  nueva  ni  de  importancia,  merece, 
sin  embargo,  la  dicha  obra  un  puesto  entre  las  fuentes  geo- 
gráficas. Del  mencionado  poema  griego  existen  dos  versio- 
nes latinas  más  ó  menos  fieles,  la  de  Avieno,  el  autor  de 
la  Ora  marítima  (§  2),  y  la  de  Prisciano,  el  gramático 
célebre  de  Constantinopla,  que  vivió  en  el  sexto  siglo  de 
nuestra  Era.  Estas  versiones  (en  la  de  Avieno  pertenecen 
á  España  los  versos  92-111,414-415,  477-482,  605-621,  738- 
744;  en  la  de  Prisciano  los  versos  68-78,  268,  328-337, 
459-465,  568-570),  añaden,  sobre  todo  la  de  Avieno,  al 
texto  del  original,   algo  tomado  de  fuentes  aun  entonces 


PTOLKMEO  21 

existentes.  El  poema  de  Dionisio  ha  sido  muy  leído  y  expli- 
cado frecuentemente  en  las  escuelas  griegas,  conserván- 
dose sobre  su  texto  un  amplio  comentario  de  el  deEus- 
tacio',  el  que  fué  después  arzobispo  de  Tesalónica,  en  el 
siglo  xn  (1160-1198),  una  paráfrasis  griega  en  prosa,  y 
otros  comentarios  más  breves,  también  en  griego.  Todo 
este  material  tiene  más  valor  para  la  historia  de  los  cono- 
cimientos geográficos  de  la  antigüedad  en  general,  que 
para  la  geografía  antigua  de  España. 

El  texto  griego  de  Dionisio  con  notas  críticas  y  explicativas,  las 
dos  versiones  latinas,  y  los  comentarios  griegos  aparecen  juntos  en 
los  Geographi  Grceci  minores,  de  Carlos  Müller,  vol.  II,  p.  XV 
y  ss.  y  p.  103  y  ss. 

§  24.  A  fines  del  siglo  primero  y  principios  del  según-  ptoiemeo 
do  de  nuestra  Era,  en  la  época  de  Trajano,  recogió  Ma- 
rino, natural  de  Tiro,  en  la  Fenicia,  materiales  muy 
amplios  é  importantes,  de  muchas  fuentes  fidedignas,  con 
el  propósito  de  hacer  una  corrección  al  mapa  geográfico  del 
mundo,  bajo  cuyo  título  pensó  publicar  su  nuevo  plano, 
con  un  extenso  comentario  crítico,  si  bien  no  llegó  á  poner 
término  á  su  empresa.  Un  contemporáneo  suyo,  algo  más 
joven,  llamado  Claudio  Ptoiemeo,  astrónomo  y  matemá- 
tico, que  escribió  varios  libros  astronómicos,  que  en  esta 
ocasión  no  nos  interesan,  se  sirvió  de  los  materiales  reuni- 
dos por  Marino,  y  en  Alejandría  de  Egipto,  en  tiempo  de 
Antonino  Pío,  escribió  su  obra  geográfica,  que  aun  se  con- 
serva, y  que  tituló  Enarratio  geographka,  en  ocho  libros, 
con  una  colección  de  mapas  que  la  ilustran,  en  los  que  por 
vez  primera  aparece  reducida  á  la  forma  del  globo  la  pro- 
yección de  las  medidas,  cosa  que  ni  Eratóstenes  ni  el  per- 
gameno  Crates,  en  su  gran  globo,  habían  realizado.  El 
texto,  con  excepción  de  la  introducción,   no  comprende 


22  LOS   GEÓGRAFOS 

casi  más  que  los  catálogos  de  los  nombres  geográficos  con- 
tenidos en  los  mapas,  seguidos  de  los  grados  de  longitud  y 
de  latitud.  A  pesar  de  que  no  falten  graves  errores  en  sus 
reducciones  y  medidas,  sin  embargo,  la  obra  de  Ptolemeo, 
sacada  de  autoridades,  en  parte  oficiales  y  muy  buenas, 
merece  que  sea  considerada  como  la  expresión  de  los  cono- 
cimientos geográficos,  que  en  la  antigüedad  clásica  se 
logró  alcanzar.  Al  lado  de  Plinio  y  del  Itinerario  (§  26)  los 
capítulos  IV,  V  y  VI  del  segundo  libro  de  Ptolemeo  nos 
proporcionan  los  informes  más  completos  sobre  la  España 
antigua  que  se  hayan  podido  conseguir. 

Los  textos  de  Ptolemeo,  inclusos  el  de  Wilberg  y  Grasshof 
incompleto,  pero  conteniendo  la  parte  relativa  á  España,  en  seis 
entregas  (Essen  1838  á  1845,  4.),  y  el  de  la  edición  estereotipa  de 
Nobbe  (3  vol.,  Leipzig,  1843  á  1845,  16.),  han  quedado  ya  anticua- 
dos por  la  nueva  edición  de  Carlos  Müller,  vol.  I,  Pars  prior, 
París,  1883,  8.  Esta  última  obra  de  autor  de  tanto  mérito  en  punto 
á  la  geografía  antigua,  va  acompañada  de  una  versión  latina  y 
de  un  comentario  muy  erudito,  en  que  se  discute  infinidad  de  pro- 
blemas geográficos  de  interés. 

Marciano  de  §  25.  Uno  de  los  más  recientes  autores  geográficos, 
Heraciea  ¿  pesar  de  que  su  época  no  se  puede  fijar  con  certidumbre, 
es  sin  duda  el  griego  Marciano  de  Heraciea,  el  cual, 
con  alguna  probabilidad,  se  cree  haber  vivido  en  el 
siglo  tercero  ó  cuarto  de  nuestra  Era.  Compuso,  entre 
otras  obras,  un  periplo  del  mar  externo,  en  prosa,  que  com- 
prende una  descripción  breve,  tomada  casi  exclusivamente 
de  los  libros  de  Ptolemeo,  de  las  poblaciones  situadas 
en  las  costas  de  España,  desde  el  monte  Calpe,  en  donde 
empieza  también  la  descripción  de  la  Bética  de  Ptolemeo, 
hasta  el  mar  cantábrico,  con  sus  distancias,  que  tomó  de 
otro  escritor,  Protágora  el  matemático.  Su  libro,  que 
no  se  ha  conservado  íntegro,   contiene  de  las  costas  de 


LOS   ITINERARIOS  23 

España  sólo  la  parte  relativa  á  la  Bética  y  á  la  Lusitania 
del  todo  completa;  pero  de  las  de  la  Tarraconense  no 
existe  más  que  la  introducción  general  siendo  de  escaso 
mérito  y  dando  sólo  unos  ligeros  suplementos  á  las  indica- 
ciones y  á  las  medidas  ya  conocidas  por  Ptolemeo. 

El  texto  de  Marciano  se  encuentra  en  la  colección  de  los  geógra- 
fos de  Carlos  M  üller,  Geographi  Grceci  minores,  vol.  I,  p.  CXXIX 

y  ss.  y  p.  515  y  ss. 

§  26.  Probablemente  ya  en  el  breviario  de  Augusto  Los  itinerarios 
(§  16)  estaban  comprendidos  los  principales  caminos  mili- 
tares del  imperio  con  la  indicación  de  las  distancias  entre 
sus  diferentes  estaciones.  El  texto  más  antiguo  de  una 
parte  de  estos  itinerarios  relativa  á  España,  esto  es,  del 
camino  de  Cádiz  á  Cazlona,  y  desde  allí  por  Játiva  y 
Valencia,  hasta  Tarragona,  Barcelona  y  la  cumbre  de  los 
Pirineos,  á  Francia  ó  Italia,  se  ha  conservado  en  cuatro 
vasos  de  plata  en  forma  de  pequeñas  columnas  miliarias, 
que  fueron  encontrados  en  1852  en  las  antiguas  Aquce 
Apollinares,  hoy  los  baños  de  Vicarello  en  Toscana  de  Ita- 
lia, allí  sin  duda  ofrecidos  como  exvotos  por  viajeros  espa- 
ñoles, perteneciendo,  según  parece,  al  primero  ó  segundo 
siglo  de  nuestra  Era.  En  los  días  del  bajo  imperio  existie- 
ron varios  itinerarios  de  esta  clase;  el  que  lleva  el  nombre 
del  emperador  An tonino  Augusto,  fué  redactado,  como  r 

muestran  las  leguas  de  las  Galias,  oficialmente  conocidas 
desde  la  época  del  emperador  Severo  Alejandro,  en  la  pri-22  ^  "23  S" 
mera  mitad  del  tercer  siglo,   debiendo  haber  sido,  pues, 
Caracalla  el   dicho  Antonino,    si   bien    la   redacción   delh^-il^ 
texto   que  hoy  poseemos  pertenece  al  cuarto.  Las  partes  ¡Mi7    c  bt*>A 
de  este  itinerario  relativas  á  los  caminos  de  España,  aun-AVREu\^ 
que  repetidamente  corrompidas,  sobre  todo  enlosnúmerosNINv^   Peí 
de  millas  indicados, -sin  embargo,  unidas  con  Plinio  (§  20) 


•21  LOS   GEÓGRAFOS 

y  Ptolemeo  (§  24;,  constituyen  las  fuentes  más  ricas  en 
noticias  geográficas  sobre  los  pueblos  antiguos  de  la  penín- 
sula que  se  conocen. 

De  la  edición  de  los  itinerarios  publicada  por  G.  Parthey  y 
M.  Pinder,  Berlín  1878,  8,  que  es  la  más  acreditada,  D.  Aureliano 
Fernández  Guerra  hizo  una  reimpresión  útilísima  del  texto  en  la 
parte  española  con  la  indicación  de  los  nombres  modernos  y  un  índice 
alfabético,  añadiendo  también  los  datos  que  proporcionan  los  vasos 
de  Vicarello,  en  unos  apéndices  á  su  contestación  al  discurso  de  don 
Eduardo  .Saavedra  (Discursos  leídos  ante  la  Real  Academia  de  la 
Historia  el  día  2d  de  diciembre  de  18G2,  Madrid  1802,  p.  01  y  ss.,  cuya 
edición  contiene  además  un  «mapa  itinerario  de  la  España  romana 
con  sus  divisiones  territoriales»).  El  texto  en  castellano  lo  había 
publicado  antes,  en  la  propuesta  de  «Premios  que  la  Real  Academia 
de  la  Historia  ofrecía  adjudicar  por  descubrimientos  de  antigüeda- 
des», impresa  en  Madrid,  1858  (19  pp.  8.),  y  ya  bastante  rara.  El 
texto  de  los  vasos  Apollinares,  conservados  en  el  Museo  arqueoló- 
gico de  la  Universidad  de  Roma,  fué  publicado  por  Henzen, 
siguiendo  la  edición  del  P.  Marchi,  en  el  Rheinisches  Museum, 
vol.  IX,  1854,  p.  20  ss.,  y  en  su  colección  epigráfica  de  Orelli  (n.°  5210). 
Últimamente  se  han  publicado  en  el  volumen  XI  del  Corpus  inscrip- 
tionum  Latinarían  de  Berlín,  bajo  los  números  3281-3284. 

Noticia  diynt-  §  27.  También  del  breviario  de  Augusto  derívase  en 
cierto  modo  la  Notitia  dignitatum,  ó  séase  la  Guía  oficial 
del  imperio  oriental  y  occidental,  compuesta  con  mate- 
riales en  parte  mucho  más  antiguos,  á  principios  del 
siglo  v,  (entre  el  411  y  el  413  de  J.-C),  con  la  indicación  de 
los  grandes  funcionarios  de  las  provincias  y  de  los  cuerpos 
militares  que  guarnecían  las  plazas  fuertes  del  imperio, 
conteniendo  algunos  datos  sobre  las  tropas  españolas,  que 
no  deben  desdeñarse.  De  la  misma  fuente  traen  su  origen 
algunos  como  catálogos  comprendiendo  los  nombres  de  las 
provincias  romanas  y  de  algunas  gentes  bárbaras  vecinas 
de  ellas,  como  el  de  Verona,  y  el  de  Polemio  Silvio. 
El  Veronense  contiene  una  lista  muy  curiosa  de  las  gentes 


EL    ItAVENATE  25 

barbaree  quee  pullulaverunt  sub  imperatoribus,  y  aunque  ni 
uno  ni  otro  son  de  grande  importancia,  ni  aumentan  en 
gran  parte  nuestros  conocimientos,  sin  embargo,  valen 
algo  para  la  historia  de  la  constitución  provincial  de  tan 
baja  época. 

El  texto  mejor  de  la  Notitia  es  el  de  O.  Se  eck,  notitia  dignita- 
him,  accedunt  notitia  urbis  Constantinopolitance  et  latercidi  provin- 
ciarum,  Berlín  1876,  8.  La  edición  grande  de  E.  Bocking,  en  dos 
partes  y  cinco  volúmenes,  con  el  Índex  (Bonn,  1839  ó  1853,  8.),  contie- 
ne un  comentario  erudito.  La  nueva  edición  de  Berlín  da  también 
las  listas  de  las  provincias  y  de  los  gentiles. 

§  28.  Bajo  el  título  de  cojsmographia  se  ha  conser-  m  roícnau 
vado  en  algunos  códices  de  los  siglos  xin  y  xiv  una  com- 
pilación geográfica,  en  forma  de  itinerarios,  que  fué  redac- 
tada en  lengua  griega,  por  autor  anónimo,  natural  de 
Ravena,  sacada  sin  duda  de  un  mapa,  quizás  mucho  más 
antiguo,  tal  vez  del  siglo  ni,  que  traía  su  origen  del  orbis 
pictus  de  Agrippa,  como  el  de  Peutinger,  en  el  siglo  vn, 
citando  el  autor  á  S.  Isidoro  de  Sevilla,  que  murió  en  636. 
El  original  griego  fué  trasladado,  en  el  siglo  viii  ó  ix,  al 
latín,  y  á  pesar  de  las  muchas  autoridades  fingidas  que, 
al  lado  de  algunos  padres  de  la  iglesia ,  contiene  y  de 
varias  aunque  escasas  adiciones  hechas  en  el  siglo  viii,  y 
de  la  corrupción  portentosa  de  los  nombres  geográficos, 
debida  á  su  versión  al  griego  y  retroversión  al  latín,  pre- 
senta indicaciones  particulares,  que  para  otras  partes  del 
mundo  romano,  más  aun  que  para  España,  como  por  ejem- 
plo para  Inglaterra,  tienen  su  importancia,  y  se  deben 
consultar  al  lado  de  los  itinerarios  y  de  los  compendios 
geográficos.  En  el  siglo  xn  G-uidón  de  Pisa  se  sirvió 
del  Ravenate  para  su  geografía,  escrita  en  el  año  de  1118. 
corrigiendo  muchos  de  los  nombres  geográficos  mal  escri- 
tos en  el  anónimo  de  Rávena. 


26  LOS   GEÓGRAFOS 

El  único  texto  del  Ravenate,  que  se  puede  consultar,  es  el  de 
M.  Pinder  y  G.  Parthey,  que  son  también  los  editores  de  los  iti- 
nerarios, Ravennatis  aftonymi  cosmographia  et  Guidonis  geographia, 
Berlín  1860,  8.,  con  un  mapa. 

idacioyiahi-  §  29.  No  se  ha  conservado ,  desgraciadamente,  un 
d<-  wamba  Catálogo  de  las  diócesis  españolas  tan  antiguo  y  tan  com- 
pleto como  lo  tenemos  para  las  provincias  eclesiásticas  de 
África  y  de  Francia.  Pero  existen  en  varios  códices  bas- 
tante antiguos,  como  en  el  célebre  Ovetense  del  Escorial, 
y  repetidos  en  muchos  cronicones,  como  en  el  de  Idacio  y 
en  el  de  D.  Alfonso,  una  nomenclatura  urbium  Hispanice 
in  quibus  sedes  episcopales  constituí  a>  sunt,  y  además  el 
numeras  sedium  Hispaniensium  et  uniuscuiusque  provincial 
sedes  sub  metropolitano,  que  es  la  hitación  de  Wamba  de 
D.  Pelayo,  que  ambas,  en  redacciones  variadas,  contienen 
un  material  geográfico  muy  digno  de  ser  consultado,  á 
pesar  de  las  muchas  adiciones  de  épocas  bajas  y  de  la  gran 
corrupción  del  texto.  Las  listas  están  fundadas  sobre  la 
más  antigua  constitución  eclesiástica  de  la  España,  ó  indi- 
can también  las  mudanzas  sufridas  en  las  épocas  de  los 
visigodos  y  de  los  árabes.  Este  es  el  último  documento 
geográfico  relativo  á  España,  hasta  hoy  conocido,  perte- 
neciente aún  en  su  fondo  á  la  antigüedad. 

Las  antiguas  ediciones  de  este  documento  por  Loaysa,  Morales 
y  el  P.  Florez  son  insuficientes.  Se  espera  una  nueva  edición  crítica 
por  D.  Aureliano  Fernández  Guerra;  véase  la  Memoria  de  este 
autor,  titulada:  «Deitania  y  su  cátedra  episcopal  deBegastri  (Madrid 
1878,  8.)»,  p.  41  ss.,  y  p.  51,  y  el  discurso  de  contestación,  del  mis- 
mo autor,  á  el  de  D.  Eduardo  Saavedra,  leído  ante  la  Real  Academia 
de  la  Historia,  en  1862  (Madrid,  1862,  8,  §  26),  con  las  obser- 
vaciones de  E.  Hübner,  en  el  Zeitschrift  für  allgemeine  Erdkunde 
de  Berlín,  vol.  XIV,  1863,  p.  391  y  ss.  Entre  tanto  no  son  inútiles 
los  textos  de  las  divisiones  eclesiásticas  de  la  España  antigua,  toma- 
das de  Florez  y  reproducidas  por  el   Sr.    Aloiss   Heiss,  en    su 


MAPAS  27 

«Descripción  de  las  monedas  hispanocristianas»  (Madrid,  1865,  4, 
p.  159  y  ss.).  La  lista  del  códice  Ovetense,  escrita  en  el  siglo  viíi,  ha 
sido  impresa  por  el  Sr.  Dr.  Pablo  Ewald,  en  su  relación  del  viaje  á 
España  en  1878  á  1879,  en  el  Neues  Archiv  filr  altere  deutsche  Ges- 
chichte,  vol.  VI,  1881,  p.  276. 

Los  documentos  de  épocas  más  modernas,  como  los 
arábigos  y  los  demás  de  la  Edad  media,  aunque  no  sin 
importancia  para  la  antigüedad  clásica,  no  pueden  ser 
enumerados  entre  los  que  preceden. 

El  estudio  de  los  geógrafos  antiguos  exige  que  se  fije  Mapa» 
en  mapas  lo  que  sobre  el  estado  de  los  conocimientos  geo- 
gráficos de  cada  época  puede  averiguarse.  Existen  algu-  • 
nos  que  dan  una  idea  más  ó  menos  completa  de  las  opinio- 
nes geográficas  de  la  de  Homero,  continuando  hasta  la  del 
Ravenate.  Pero  mapas  especiales  de  la  España  antigua, 
según  las  diferentes  épocas  del  movimiento  geográfico  en 
la  antigüedad,  todavía  no  hay  muchos. 

Los  mejores  histérico-geográficos  son  los  contenidos 
en  el  libro  ya  citado  de  Carlos  Müller,  Geographi  Grceci 
minores,  (París,  Didot,  II  vol.  1855  y  1861,  8).  En  las 
grandes  obras  que  se  ocupan  de  la  geografía  antigua  uni- 
versal, como  son  las  de  Mannert,  Ukert  y  Forbiger, 
y  en  la  enciclopedia  geográfica  inglesa  de  Smith',  se  trata 
también  de  la  geografía  histórica  de  España,  y  se  añaden 
mapas  de  los  diferentes  países.  Pero  falta  un  trabajo  espe- 
cial, como  lo  ha  ideado  hace  muchos  años  el  ilustre  aca- 
démico matritense  D.  Aureliano  Fernández  Guerra, 
pudiendo  utilizarse  entretanto  los  mapas  de  España  publi- 
cados en  los  «Atlas»  de  Spruner-Menke  (Gotha  1865)  y 
de  Kiepert  (Berlín,  1885),  como  los  que  éste  mismo  ha 
dibujado  para  el  vol.  II  del  Corpus  inscriptionum  Latina- 
rum,  sobre  el  cual  véase  más  adelante  el  §  54. 


II 


LOS  HISTORIÓGRAFOS 


§  30.  Si  se  prescinde  de  los  ¡historiadores  griegos  ií*« 
de  más  remota  fecha,  los  cuales,  como  Hecateo  y  Hero- 
doto  (§§  3  y  5),  nos  han  dejado  algunas  noticias  geográ- 
ficas sobre  España,  el  más  antiguo  escritor,  que  se  ocupó 
de  ella  expresamente,  fué  Timeo  de  Tauromenio,  el 
famoso  historiador  de  Sicilia,  en  los  siglos  iv  y  ni  que 
precedieron  á  J.-C.  Ya  un  poco  antes  que  éste,  Filisto 
de  Siracusa,  también  historiador  de  su  patria  Sicilia, 
había  mencionado  en  varias  ocasiónese  la  Iberia,  coinn 
tío  demasiado  retirada  de  la  isla  de  los  Cíclopes.  Emitió  la 
opinión,  falsa  sin  «Iu.Ih.  que  !<•>  [beros  habían  venido  de 
España  é  colonizar  \»  Sicilia,  y  otra  acaso  más  fundada. 
que  algunos  pueblos  Je  la  [beria  meridional  originalmente 
habían  existido  en  África.  Estas  y  otras  opiniones  de 
Filisto  combatió  Timeo,  uno  de  los  más  eruditos  y  diligen- 
tes autores  de  la  antigüedad  i  del  352  al  25(5  a.  de  J.-C). 
En  Atenas  compuso,  á  la  tranquila  sombra  del  retiro 
que  allí  se  había  procurado,  su  grande  obra,  en  poco 
menos  de  cuarenta  libros,  sobre  la  historia  de  Sicilia, 
aprovechando  todas  las  noticias  que  se  tenían  hasta  enton- 


30  LOS   BIBT0RIÓ0BA70S 

ees  sobre  el  particular,  como  la  geografía  de  Eratóstenes 
(§  9),  y  defendiendo  sus  opiniones  con  mucha  sabiduría.  Fué 
combatido  por  Polibio,  que  sin  embargo  le  debió  muchos 
conocimientos,  y  después  extractado  con  grande  exten- 
sión por  Diodoro,  Plutarco  y  otros  escritores  más  recien- 
tes. Parece  que  fué  el  primero  que  hubo  de  dar  una  rela- 
ción circunstanciada  sobre  las  expediciones  de  los  Fenicios 
y  la  colonización  griega  en  España  y  en  las  islas  Baleares, 
siendo  de  sentir  que  sólo  existan  fragmentos  de  su  obra, 
que  en  su  mayor  parte  se  han  conservado  en  la  de  Dio- 
doro. Además,  algo  de  lo  relativo  á  España,  tomado  de 
Timeo,  se  lee  en  el  libro,  falsamente  atribuido  á  Aristó- 
teles, titulado  Mirabiles  auscultationes  (cap.  84-89).  De  las 
obras  de  Artemidoro  ó  de  Posidonio  habría  sacado 
Timeo,  lo  que  refiere  Macrobio  Teodosio,  el  prefecto 
del  Pretorio  de  las  Españas  en  el  año  de  399  de  J.-C,  en 
sus  Saturnal ia  (I  20,  12),  sobre  la  guerra  entre  los  Gadita- 
nos y  Therón,  rey  de  la  España  Citerior,  el  cual,  queriendo 
expugnar  el  templo  de  Hércules,  fué  vencido  por  la  inter- 
vención del  mismo  dios.  Macrobio  tomó  la  noticia  de  la 
obra  de  Jambliquo  sobre  los  dioses  (7T£toí  9s¿Sy),  pero  éste  á 
su  vez  la  hubo  de  copiar  de  la  de  Timeo. 

Los  fragmentos  de  Timeo,  como  los  de  Filisto,  se  encuentran  en 
la  obra  de  Carlos  Müller,  Fragmenta  historicorum  Grcecorum, 
vol.  I,  París  1841,  Didot,  p.  185  ss.  y  193  ss.  El  libro  pseudo-aris- 
totélio,  T.e.p\  6av¡j.a<7'tóv  ay.o'jffixá-rwv,  está  al  final  de  la  pequeña  colec- 
ción de  Westermann,  TTapaoo^oyoá'io:,  scriptores  rerum  mirabi- 
lium  Grceci,  Brunsvigse,  1839,  8. 

FaMoPictor  §  31.     El  primer  escritor  que,  al  ocuparse  de  la  histo- 

ria romana,  había  dado  una  exposición  algo  prolija  de  los 
hechos  de  los  Cartagineses,  antes  que  llegaran  á  hacer 
guerra  contra  los  Romanos,  sobre  todo  de  sus  expedicio- 
nes á  España,  y  después  de  los  primeros  combates  entre 


CATÓN  31 

Cartagineses  •  y  Romanos  en  la  misma  península ,  fué 
Quinto  Fabio  Pictor  (del  254  al  180  antes  de  J.-C.),cuya 
obra  histórica  relativa  á  los  acontecimientos  míticos  ó  his- 
tóricos, desde  el  origen  de  Roma  hasta  su  tiempo,  que  fué 
el  de  la  segunda  guerra  púnica,  estaba  redactada  en  len- 
guaje griego.  De  este  libro,  eminentemente  político,  porque 
contenía  la  primera  historia  general  del  pueblo  romano,  se 
sirvieron  mucho  Polibio,  Dionisio  Halicarnasense,  Diodoro, 
Livio  y  Plutarco.  De  los  fragmentos  de  esta  obra,  que  dice 
Polibio  expresamente  haber  tomado  de  ella,  muy  pocos  se 
refieren  á  cosas  de  España  (Müller  n.°  18,  Peter  n.°  25); 
y  parece  en  verdad  que  la  mayor  parte  de  los  anales  de 
Fabio  contenían  la  relación  de  lo  que  en  Roma  y  en  Italia 
había  sucedido.  Sin  embargo,  también  anotó,  aunque  con 
brevedad,  los  sucesos  ocurridos  en  las  provincias  ultramari- 
nas, reuniéndolos  con  la  descripción  cronológica  universal 
que  formaba  parte  de  dichos  anales.  Por  eso,  se  cree  con 
mucha  verosimilitud,  que  gran  parte  de  la  relación  sobre 
las  guerras  de  los  Escipiones  en  España,  que  leemos  en 
Polibio,  Livio  y  Apiano,  está  apoyado  sobre  la  autoridad 
de  Fabio  Pictor,  que  sobre  ellas  había  podido  consultar 
documentos  oficiales  y  testimonios  contemporáneos.  De  él 
mismo  también  tomaron  los  poetas,  Gneo  Nevio  y  Quin- 
to Ennio,  lo  que  en  sus  poemas  contaron  sobre  Aníbal. 

Los  fragmentos  de  los  anales  griegos  de  Fabio  fueron  reunidos 
por  Carlos  Müller,  Fragmenta  histor.  Grcec.  vol.  III,  París,  1849, 
p.  80  ss.,  y  por  H.  Peter  ,  veterum  historicorum  Bomanorum  relli- 
quioz,  Leipzig,  1870,  8.,  p.  LXIX  y  ss.  y  5  y  ss.,  y  en  su  colección 
menor,  historicorum  Bomanorum  fragmenta,  Leipzig,  1883,  8.,  p.  6 
y  ss. 

§  32.     Marco  Porcio  Catón,  el  censor  (239  a  1149  antes        catón 
de  J.-C),  aunque  algo  más  antiguo  que  Fabio  Pictor,  escri- 
bió sin  embargo  después  de  él  cuando  ya  era  anciano,  cerca 


32  LOS    HISTORIÓGRAFOS 

de  la  época  de  la  muerte  de  aquél,  los  siete  libros  de  los  orí- 
genes, hoy  perdidos  casi  en  totalidad,  y  que  fué  la  primera 
obra  histórica  en  latín  y  en  prosa  que  ha  existido.  Como 
sabemos  por  Comelio  Nepos,  que  la  conocía,  el  cuarto 
libro  contenía  una  narración  sucinta  de  la  primera  guerra 
púnica,  el  quinto  de  la  segunda,  y  en  los  otros  dos  el  autor 
había  continuado  relatando  las  demás  guerras  hasta  la  pre- 
tura  de  Servio  Galba  en  la  Lusitania  (149  antes  de  J.-C), 
esto  es  hasta  muy  cerca  de  su  propia  muerte.  De  los  pocos 
fragmentos  conservados  se  desprende  que  Catón  había 
hecho  observaciones  preciosas  sobre  las  gentes  y  poblacio- 
nes de  España;  sobre  todo  su  relación  de  la  batalla  de 
Ampurias  es  de  gran  valor.  Algo  más  de  lo  que  cita  Livio, 
como  proveniente  de  Catón,  habrá  de  referirse  al  mismo 
autor  en  las  décadas. 

Los  fragmentos  de  Catón  se  encuentran  en  el  libro  de  H.  Jor- 
dán, M.  Catonis  praiter  librum  de  re  rustica  quce.  extant,  Leipzig 
1860,  8..  los  históricos  en  las  do?  colecciones  de  Peter  (véase  §  31). 

saeno  §  33.     Las  hazañas  de  Aníbal   no  carecieron  de  pane- 

giristas contemporáneos.  Sósilo  el  lacedemonio  (ó  Iliense), 
su  preceptor  de  griego,  y  Céreas,  habían  vivido  en  >u 
compañía  y  no  le  habían  abandonado  en  sus  expediciones 
desde  |;i  guerra  contra  Sagunto;  habiéndoles  contado  el 
mismo  los  pormenores  que  se  conocen  de  su  niñez,  como 
nos  lo  dicen  Pólibio  y  Comelio  Nepos.  Céreas  parece  que 
había  escrito  las  vicisitudes  de  la  última  época  de  la  vida  de 
Aníbal,  libro  de  que  no  se  tiene  otra  noticia,  como  tam- 
poco de  los  ¡siete  que  redactó  Sósilo.  Algo  más  se  sabe  de  los 
de  un  tercer  escritor  griego.  Sileno,  natural  de  Caleacte 
en  Sicilia,  que  entre  otros  libros  había  escrito  una  relación 
diligente  de  la  guerra  aniháliea.  de  la  cual  hizo  uso  muy 
amplio  el  historiador  latino  Coelio  Antípatro. 


ANTÍPATRO  33 

Las  pocas  noticias  que  de  estos  escritores  griegos  se  conservan 
fueron  reunidas  por  Carlos  Müller,  Fragmenta  historicorum  Grce,- 
corum,  vol.  III,  p.  99  y  s. 

§  34.  En  la  época  de  los  Gracos,  cerca  del  año  114  CodioAnu- 
antes  de  J.-C,  Lucio  Coelio  Antípatro,  de  origen 
griego,  como  su  nombre  lo  indica,  el  preceptor  del  célebre 
orador  Lucio  Crasso,  escribió  en  siete  libros  la  historia  de  la 
guerra  de  Aníbal,  que  dedicó  ó  á  Gayo  Lelio,  el  Sabio,  ó  á 
Lucio  Elio  Stilón,  el  gramático.  Con  mucha  erudición  se 
sirvió  no  sólo  de  los  escritores  indígenas,  como  Fabio 
Pictor  y  Catón,  y  de  los  poetas,  como  Ennio,  sino  también 
del  griego  Sueno,  á  pesar  de  sus  simpatías  exclusivamente 
romanas,  teniendo  su  narración  un  color  poético  algo  exa- 
gerado, y  conteniendo,  según  parece,  indicaciones  geográ- 
ficas y  etnográficas.  De  este  historiador  han  tomado  entre 
los  autores  antiguos  que  hoy  ya  no  existen  tal  vez  Valerio 
de  Anzio,  y  entre  los  escritores,  cuyos  libros  se  conservan, 
Valerio  Máximo,  Livio,  Plutarco,  Frontino,  Casio  Dión, 
y  sobre  todo  Aurelio  Víctor,  el  que  escribió  el  opúsculo  De 
viris  illustribus.  Bruto,  el  que  mató  á  César,  había  hecho 
una  epítome  de  esta  obra. 

Sobre  la  Historia  «jue  escribió  \ntipatro  muchos  doctos  han 
publicado  diligentes  disquisiciones,  '¡n<-  ><■  puedeu  ver  indicadas  á  la 
vez  con  lo?  fragmentos  que  de  ella  quedan  en  Ih-  ti'..-  colecciones  de 
Peter  ya  citadas  (§  31  i.  en  l¡<  raayoi  \>.  CGXII1  y  p.  147  y  ss.,  en  la 
menor  p.  91  y  ss. 

§  35.  En  el  siglo  séptimo  de  Eoma  Í150  al  50  antes  de  Los  Analistat 
J.-C.)  en  sustitución  de  los  antiguos  «Anales  máximos» , 
publicación  oficial  del  cuerpo  de  los  pontífices  ya  deficiente. 
se  dedicaron  á  recopilar  los  hechos  del  pueblo  romano  gran 
número  Hp  historiadores,  ó  séanse  analistas,  y  de  escri- 
tores de  otro  género:  come  Casio  Hemina.  Calpurnio  Pisón. 


34  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

Gayo  Fannio,  Sempronio  Tuditano,  Gneo  Gellio,  Sem- 
pronio  Asellion,  Publio  Cornelio  Escipión,  el  hijo  del  gran 
Africano,  autor  de  una  historia  escrita  en  griego,  Claudio 
Quadrigario,  cuyos  Anales  perecieron  todos,  y  tal  vez 
también  algunos  de  los  hombres  de  alto  rango,  como  Emilio 
Scauro,  Rutilio  Rufo,  Sula  el  dictador,  Luculo  y  otros,  que 
dejaron  memorias  autobiográficas.  En  el  curso  de  sus 
narraciones,  aunque  breves,  cuando  describieron  las  gue- 
rras púnicas  y  las  ibéricas,  hubieron  de  consignar  noticias 
útiles  para  el  conocimiento  del  estado  de  la  península.  Pero 
las  tomadas  de  estos  escritores  por  Livio  y  otros,  cuyos 
libros  existen,  son  bien  escasas,  y  casi  nada  de  particular 
enseñan,  tanto  más  cuanto  que  debe  tenerse  en  cuenta  que 
en  esta  época  los  Romanos  ya  estaban  en  relaciones  asaz 
frecuentes  con  las  provincias  de  España,  y  podían  obtener 
informes  geográficos  é  históricos  sobre  ella  más  particu- 
lares y  exactos  que  en  tiempos  anteriores.  Pero  los  histo- 
riadores de  la  época  de  Sula,  Valerio  de  Ancio,  Sisenna,  el 
antecesor  de  Salustio,  que  escribió  la  historia  del  período 
en  que  vivió,  y  Licinio  Macro,  todos  ellos  autores  de  obras 
históricas  muy  prolijas,  no  parece  que  se  han  servido 
mucho  de  tales  datos  cuando  se  ocuparon  de  los  aconteci- 
mientos relativos  á  la  península.  Los  adornaron  de  detalles 
topográficos,  pero  sin  crítica  y  con  mucha  confusión,  no 
conociendo  casi  todos  ellos  más  que  la  versión  oficial  de  los 
acaecimientos,  tomada  de  los  despachos  de  los  generales, 
de  las  discusiones  del  Senado  y  de  los  informes  orales  de  los 
jefes  y  de  algunos  de  los  que  habían  formado  parte  de 
las  diferentes  expediciones  á  que  se  refieren,  por  lo  que 
no  es  muy  grande  la  fe  que  merecen  sus  descripciones  retó- 
ricas. Por  el  contrario,  demasiado  notoria  y  vituperada 
por  el  mismo  Livio,  es  la  exageración  con  que  por  ejemplo 
Valerio  solía  referir  las  victorias  de  los  Romanos  y  las 
pérdidas  de  los  indígenas,  las  cantidades  de  oro  y  de  plata 


POLIBIO  35 

por  los  Romanos  exportadas,  y  el  botín  de  que  se  habían 
apoderado.  De  estas  narraciones  depende  casi  exclusiva- 
mente, fuera  de  lo  que  tomó  de  Polibio  y  de  Coelio  Antí- 
patro,  la  única  relación  que  nos  queda,  de  época  tan  impor- 
tante de  la  historia  de  la  península,  que  es  la  que  leemos 
en  Livio,  siendo  por  supuesto  de  sumo  interés  tener  pre- 
sente, que  la  tradición  relativa  á  este  período  descansa 
sobre  unos  fundamentos  bastante  débiles.  Cada  noticia 
debe  considerarse  cuidadosamente  bajo  dos  puntos  de  vista: 
el  de  su  procedencia,  que  no  se  ha  fijado  siempre  con  toda 
certidumbre,  y  el  de  su  probabilidad  topográfica;  siendo 
esto  el  resultado  que  del  estudio  comparativo  de  aquella 
clase  de  fuentes  históricas  se  ha  obtenido  á  fuerza  de 
indagaciones  pacientes  y  repetidas. 

§  36.  Entre  los  historiadores  antiguos  merece  un  Polibio 
lugar  distinguido  por  varios  conceptos,  así  como  también 
por  lo  relativo  á  España,  Polibio  de  Megalópolis  (hacia  el 
204  hasta  el  122  antes  de  J.-C),  el  célebre  autor  de  las  «His- 
torias» en  cuarenta  libros,  escritas  á  mediados  del  segundo 
siglo,  que  contienen  una  exposición  general  muy  deta- 
llada del  origen  y  progreso  del  imperio  romano  y  de 
sus  luchas  con  las  demás  naciones.  Para  hacer  la  narra- 
ción de  las  guerras  de  los  Romanos  en  España,  que  em- 
pieza con  el  segundo  libro  y  acaba  con  el  décimo,  escrita 
con  anterioridad  al  año  151  que  precede  á  J.-C. ,  se  había 
servido,  como  no  puede  dudarse,  de  las  mejores  fuentes; 
como  por  ejemplo  de  los  escritos  de  Catón  (§  32),  aprove- 
chándose también  de  los  conocimientos  propios  que  tenía 
de  una  parte  al  menos  de  la  misma  península.  Pues  no 
cabe  duda  que  el  historiador,  autorizado,  y  pagado  tal 
vez,  por  Escipión  Emiliano,  viajó  por  el  Norte  de  Áfri- 
ca, por  España,  por  la  Francia  meridional,  por  los  Alpes  y 
por  el  Norte  de  Italia,  estando  muy  orgulloso  de  sus 
conocimientos  autópticos  ,  y  juzgando  con  poca  justicia  á 


;}t)  LOS    HISToKIÓCiKAFOS 

Piteas,  Eratóstenes  y  Timeo,  sus  predecesores.  A  pesar  de 
que  no  parece  haber  visitado  mucho  más  que  las  costas 
de  la  península  desde  Cartagena  en  dirección  del  Norte, 
sus  descripciones  de  algunas  poblaciones,  como  la  de  Car- 
tagena y  su  puerto,  son  de  grande  utilidad;  pero  la  mayor 
importancia  de  Polibio  estriba  en  la  relación  de  los  hechos. 
Para  referir  la  conquista  de  las  provincias  españolas  por 
los  Cartagineses,  y  después  por  los  Romanos,  se  sirvió  de 
todo  lo  conocido  en  materia  de  fuentes  y  de  informacio- 
nes. Se  aprovechó  de  Fabio  Pictor  y  de  Sileno,  quien 
manejó  también  á  Coelio  Antípatro,  como  igualmente  de  los 
demás  escritores  griegos  que  habían  escrito  sobre  Aníbal; 
pero  su  talento  crítico  le  hizo  ¡no  seguir  á  estos  autores 
ciegamente,  sino  corregir  y  aumentar  los  datos  que  ellos 
proporcionaban;  sirvióse  de  informes  especiales  sobre  los 
hechos  de  los  Escipiones  ,  tomados  tal  vez  de  una  crónica 
de  la  gente  Cornelia,  y  además  de  documentos  autén- 
ticos, como  los  tratados  de  confederación  entre  los  Carta- 
gineses y  Romanos,  que  se  había  hecho  interpretar  por 
sus  amigos  romanos  que  entendían  el  lenguaje  antiguo  en 
que  estaban  escritos,  como  veremos  más  abajo.  La  famosa 
inscripción  púnica,  dedicada  por  Aníbal  en  el  promon- 
torio Lacinio  la  conocía  tal  vez  sólo  por  Sileno.  Además 
parece  que  había  recogido  bastantes  datos  durante  su  viaje 
por  España.  Resulta  de  todo  ello,  pues,  que  la  relación  de 
Polibio,  desgraciadamente  tampoco  completamente  con- 
servada, es  sin  duda  el  documento  más  precioso  sobre  la 
historia  antigua  de  España  que  poseemos. 

Los  textos  más  acreditados  de  Polibio  que  tenemos,  son  los 
deF.  Hultsch,  rolybii  historia,  4vol.,  Berlín  1867-1871,  8.,  y  de 
Th.  Büttner-Wobst,  Leipzig  1882,  vol.  I  y  ss.Con  la  versión  latina 
de  Casaúbon  lo  editó  F.  Dübner  (París  1839  y  1865,  Didot).  Sobre 
las  fuentes  de  Polibio  y  su  método  histórico  basta  citar  el  libro  de 
K.  \T.  Nitzs  ch ,  Polybius,zur  Gesehichte  antiker Polilik  und  Historio- 


NEPOS  87 

graphie,  Kiel  1842,  8.,  la  disertación  de  H.  Nissen,  die  GEkonomie 
der  Geschichte  des  Polybius,  en  el  Rheinisches  Museum,  vol.  XXVI, 
1871,  p.  241ss.,  y  la  última  de  R.Thommsen,  en  el  Hermes,  vol.  XX 
1885,  p.  196  ss.  Sobre  las  fuentes  del  libro  tercero  de  Polibio 
hay  una  disquisición  particular,  cuyas  conclusiones  son  algo  arries- 
gadas, por  A.  de  Breska ,  Untersuchungen  über  die  Quéllen  des  Poly- 
bius im  dritten  Buche,  Leipzig  (Berlín)  1880,  98  pp.,  8. 

§  37.  Cornelio  Nepos,  historiador  de  la  época  de  cornelio  m- 
Cicerón  y  de  César  (del  94  al  24  antes  de  J.-C),  había  com- 
puesto también,  como  hemos  visto  (§  15),  un  libro  geográ- 
fico hoy  perdido.  De  los  diez  y  seis  de  que  al  menos  debió 
constar  su  grande  obra  biográfico-histórica,  De  viris  Mus- 
tribus,  fuera  de  varios  trozos  de  uno  ó  de  dos  de  aquellos, 
tan  sólo  se  conserva  completo  el  De  excellentibus  ducibus 
exterarum  gentium,  hacia  el  final  del  cual,  como  es  sabido, 
se  encuentra  la  vida  de  Amílcar  y  de  Aníbal  su  hijo 
(c.  XXXII  y  XXXIII).  Su  relación,  que  es  sucinta,  está 
sacada  principalmente  de  Polibio  ,  pero  contiene  algunas 
pocas  noticias  tomadas  de  otras  fuentes,  quizá  de  Fabio 
Pictor  ó  de  otros,  que,  aunque  se  refieren  sólo  en  una 
parte  muy  pequeña  á  las  expediciones  españolas,  sin 
embargo  algo  nuevo  nos  enseñan,  como  por  ejemplo,  el 
lugar  de  la  muerte  de  Amílcar,  y  por  eso  su  autor  merece 
ser  con  esta  ocasión  mencionado  en  este  sitio. 

Entre  las  innumerables  ediciones  de  Cornelio  Nepos,  sólo  las 
de  C.  Nipperdey,  con  notas  en  alemán,  edición  segunda  por 
B.  Lupus,  Berlín  1878,  8.,  y  de  C.  Halm,con  el  aparato  crítico, 
Leipzig  1871,  8.  merecen  entera  confianza. 

§  38.     De  los  célebres  comentarios,  en  los  que  el  die-        Cé8ar 
tador  Gayo  Julio  César  hubo  de  relatar  sus  expediciones 
militares,  dos  se  refieren  á  los   acontecimientos  acaecidos 
en  el  suelo  de  la  península,  que  son  el  primero  y  el  segundo 
de  los  De  bello  civili,  y  el  De  bello  Hispaniensi.  Los  comen- 


38  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

tarios  de  la  guerra  civil  los  redactó  el  mismo  César;  el  de 
la  guerra  de  España  no  es  más  que  una  Memoria  redactada 
por  uno  de  sus  oficiales,  quizás  ni  siquiera  de  alto  rango, 
llena  de  informes  auténticos,  pero  escrita  sin  galanura  de 
frase  y  aun  sin  conocimientos  bastantes  de  lo  que  se  pen- 
saba en  el  cuartel  general.  La  relación  de  César  sobre  sus 
combates  con  los  generales  de  Pompeyo  y  sobre  la  batalla 
de  Lérida  (De  bello  civili  I  37-87),  con  el  breve  apéndice 
sobre  la  sujeción  de  Marco  Terentio  Varrón,  el  docto  geó- 
grafo (§  15),  y  la  pacificación  de  toda  la  provincia 
(II  17-20),  es  una  obra  maestra,  como  todo  lo  que  César 
escribió,  y  nos  proporciona  detalles  de  suma  importancia 
sobre  la  topografía  del  país,  apareciendo  la  de  Ilerda  per- 
fectamente ilustrada.  También  la  narración  de  las  batallas 
que  dieron  por  término  la  derrota  de  los  hijos  de  Pompeyo 
en  el  campo  de  Munda,  está  llena  de  datos  del  mayor  interés 
sobre  el  teatro  de  sus  campañas,  á  pesar  de  la  falta  de 
orden  que  se  observa  en  el  curso  de  todo  aquel  relato.  La 
situación  de  la  Munda  Pompeyana  se  ha  podido  conjeturar 
con  grande  probabilidad  de  acierto,  tan  sólo  guiándose 
por  la  interpretación  crítica  de  este  precioso  documento. 

Entre  los  muchos  textos  de  los  comentarios  de  César  que  exis- 
ten, los  mejores  son  los  de  C.  Nipperdey,  Leipzig,  1847,  8.,  de 
F.  Dübnejr,  París  1867,  Didot,  8.,  y  de  B.  Dinter,3  vol.,  Leipzig, 
1864  hasta  1876,  8.  La  topografía  Cesariana,  estudiada  y  descrita 
en  obras  casi  innumerables  en  lo  relativo  á  Francia,  no  está  todavía 
completamente  determinada  respecto  á  Ilerda  y  a  Munda.  No  fal- 
tan mapas  de  estas  dos  posiciones,  pero  ninguno  corresponde  a  lo  que 
hoy  día  exigimos  en  esmero  y  perfección  del  arte  cartográfico.  Sobre 
Munda,  la  obra  de  los  hermanos  D.  José  y  D.  Manuel  Oliver,  la 
Munda  Pompeyana,  Madrid,  1861,  8.,  con  dos  planos,  con  el  dicta- 
men sobre  ella  de  A.  F.  Guerra,  Madrid  1866,  8.,  con  mapa,  las 
censuras  de  E.  Hübner  en  los  Annali  delV  Instituto  archeologico  de 
Roma  vol.  XXXIV,  1862,  p.  75  ss.,  y  en  los  Jahrbücher  für  Philo- 
logie,  1864,  p.  35  ss.,  y  el  Viaje  arqueológico  de  D.  José  Oliver  y 


SALUSTIO  .  39 

Hurtado,  emprendido  en  él  mes  de  Mayo  de  1864  de  orden  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  Madrid  1866,  8.,  presentan  el  resultado  de 
las  investigaciones  topográficas  más  detalladas  y  útilísimas,  aunque 
no  sea  tal  vez  todavía  el  definitivo. 


§  39.  Gayo  Salustio  Crispo,  uno  de  los  más  apa-  Saimtio 
sionados  partidarios  de  César,  antiguo  militar  y  repúblico 
(87  á  34  antes  de  J.-C),  después  de  la  muerte  de  éste,  dedi- 
có el  último  decenio  de  su  vida  á  estudios  muy  serios, 
sirviéndose  para  ellos  casi  como  amanuense  del  gramático 
Ateio  Pretextato,  quien  se  nombró  á  sí  mismo,  como  entre 
los  Griegos  lo  había  hecho  antes  Eratóstenes  (§  9),  «el 
filólogo».  Ateio  había  compuesto  entre  otras  obras  un  bre- 
viario de  la  historia  romana,  para  el  uso  particular  de 
Salustio,  quien  además  de  sus  escritos  inmortales  aun  exis- 
tentes, el  libro  sobre  la  conjuración  de  Catilina  y  el  de  la 
guerra  de  Iugurta,  había  redactado  cinco  más  de  historias, 
esto  es,  una  relación  muy  detallada  de  los  hechos  acaeci- 
dos en  la  época  desde  la  muerte  de  Sula  (78  antes  de  J.-C.) 
hasta  la  guerra  de  Pompeyo  contra  los  piratas  (67):  doce 
años  llenos  de  hechos  interesantes,  que  Salustio  mismo 
había  visto  en  gran  parte,  y  sobre  los  cuales  podía  servirse 
de  los  informes  más  auténticos  facilitados  por  testigos 
presenciales,  autopias,  como  dicen  los  Griegos.  Por  este 
tiempo  tiene  lugar  la  mayor  parte  de  la  guerra  contra 
Sertorio,  hasta  su  muerte  en  el  año  72:  Salustio,  pues, 
es  el  autor  principal  que  sobre  ella  haya  escrito.  En 
efecto,  los  fragmentos  salvados  de  esta  obra ,  aunque 
escasos,  fuera  de  algunas  oraciones  ó  epístolas,  que  fue- 
ron tomadas  de  ella  como  modelos  retóricos,  y  así  se 
han  conservado  en  un  solo  códice  de  la  biblioteca  Vatica- 
na, todavía  contienen  algunos  detalles,  también  geográfi- 
cos, de  mucho  precio.  La  relación  de  Salustio  era,  sin  duda 
alguna,   el  fundamento  de   las  demás  narraciones    de    la 

4 


40  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

misma  guerra,  sobre  todo  de  la  de  Plutarco.  Además,  las 
historias  de  Salustio,  en  una  de  las  epístolas  que  inserta, 
que  es  la  de  Pompeyo  al  Senado,  nos  proporcionan  datos 
originales  sobre  las  expediciones  de  este  general.  Tenía 
Salustio  la  costumbre,  como  los  autores  griegos,  de  hacer 
preceder  cada  parte  de  su  narración,  en  el  lugar  que  le 
parecía  más  idóneo,  de  una  descripción  geográfica  sobre  la 
región  donde  se  desarrollaban  los  acontecimientos,  y  al 
ocuparse  de  la  guerra  de  Sertorio,  parece  que  debiera  haber 
hecho  lo  mismo  sobre  España,  sirviéndose  de  las  fuentes 
más  acreditadas,  entonces  existentes,  es  decir,  de  Polibio 
y  Posidonio;  pero  desgraciadamente  queda  muy  poco  de 
esta  interesante  exposición. 

Últimamente  ha  reunido  los  fragmentos  de  estas  Historias, 
R.  Dietsch  ,  en  su  edición  de  las  obras  de  Salustio  (2  vol.  Leipzig, 
1859,  8.),  vol.  II  p.  1  y  ss.;  encontrándose  los  relativos  á  Sertorio  y 
Pompeyo  en  los  tres  primeros  libros  de  aquellas;  pero  más  moderna- 
mente ha  publicado  H.  Jordán  su  tercera  edición  del  mismo 
texto  comprendiendo  los  nuevos  fragmentos  de  Orleans:  C.  Sallusti 

Crispí  Catilina  Iugurtha H.   Jordán  tertium  recognovit,  Berlín, 

1887  8. 

Asinio  Folión  §  40.  Entre  los  escritores  que  dejaron  noticias  de  la 
época  de  Pompeyo  y  César,  ocupa  uno  de  los  primeros 
puestos  sin  duda  Gayo  Asinio  Polión,  el  célebre  amigo 
de  los  poetas  Virgilio  y  Horacio,  que  fué  á  su  vez  poeta, 
orador  ó  historiador.  De  sus  diez  y  siete  libros  Belli  civilis 
Ccesaris  et  Pompei  no  nos  queda  otra  cosa  que  fragmentos 
exiguos;  pero  se  sirvieron  de  esta  obra  ampliamente  Plu- 
tarco (§  48)  y  Apiano  (§  49) ,  por  lo  que  merece  una  men- 
ción especial  en  este  lugar. 

Los  testimonios  sobre  Polión  y  los  pocos  fragmentos  existentes 
de  su  obra,  se  encuentran  en  la  colección  menor  de  H.  Peter,  His- 
toricorum  Romanorum  fragmenta,  Leipzig  1883,  8.,  p.  262  y  ss. 


DIODORO  41 

§  41.  Diodoro,  de  Sicilia,  vivió  durante  el  imperio  inodoro 
de  Augusto  y  no  antes  del  año  21  que  precedió  á  J.-C, 
habiendo  invertido  treinta  en  escribir  su  «biblioteca  histó- 
rica»,  que  se  componía  de  cuarenta  libros,  desde  los  orí- 
genes míticos  hasta  la  guerra  de  César  contra  los  Celtas. 
Entre  lo  que  se  conserva  de  esta  obra  de  historia  universal 
sinóptica,  el  quinto  libro,  que  contiene  una  geografía 
del  mundo  antiguo,  da  noticias  sobre  las  islas  Baleares 
(cap.  16  hasta  19)  y  sobre  los  Celtíberos  (cap.  33  hasta 
el  38),  tomadas  la  mayor  parte,  como  ya  vimos  antes  (§  30 
y  ss.),  de  Timeo,  Polibio  y  Posidonio.  En  los  demás  frag- 
mentos que  aun  existen,  especialmente  en  los  extractos  del 
emperador  Constantino  Pofirogeneto,  que  murió  en  el  año 
959  de  nuestra  Era,  y  que  tratan  de  acontecimientos  espa- 
ñoles, sigue  el  autor  principalmente  la  relación  de  Polibio, 
tal  vez  sirviéndose  de  las  mismas  fuentes  que  Polibio 
mismo  había  utilizado,  y  además  de  algún  otro  de  los  his- 
toriadores romanos,  que  escribieron  en  griego,  como 
Fabio  Pictor,  ó  tal  vez  Cincio.  En  tales  pasajes  se  encuen- 
tran varios  datos  topográficos,  que  sin  embargo  merecen 
un  puesto  más  bien  en  este  lugar  que  entre  las  fuentes 
geográficas. 

Los  textos  de  Diodoro  más  acreditados  son  el  de  L.  Dindorf  y 
Carlos  Mulle r,  2  vol.,  París,  Didot,  1842  y  1844,  8.,  con  la  versión 
latina,  el  de  J.  Bekker,  4  vol.,  Leipzig  1853  y  1854,  8.,  y  el  de 
L.  Dindorf,  5  vol.,  Leipzig  1867  y  1868,  8. 

Sobre  las  fuentes  que  siguió  el  autor,  narrando  los  hechos  de  los 
Romanos,  las  disquisiciones  de  los  doctos  no  convienen  en  un  resul- 
tado definitivo,  siendo  lo  más  probable  lo  que  antes  he  dicho. 

§  42..     Entre  los  historiadores  griegos  de  la  época  de        luba 
Augusto  algunos  compusieron  historias  universales,  como 
Nicolás  de  Damasco;  pero  en  su  obra  no  parece  haberse 
ocupado  de  las  partes  occidentales  del  imperio.    Otros  al 


42  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

contrario,  se  dedicaron  según  el  punto  de  su  residencia  y 
sus  intereses  particulares,  á  dilucidar  las  cosas  del  Occi- 
dente. Entre  ellos  ocupa  un  puesto  conspicuo  bajo  varios 
respectos  Juba  rey  de  la  Mauretania,  hijo  de  otro  soberano 
del  mismo  nombre,  que  gobernaba  la  Numidia  y  se  suicidó 
después  de  la  batalla  de  Tapso,  y  de  Cleopatra  Selene, 
hija  á  su  vez  del  triumviro  Marco  Antonio  y  de  la  famosa 
Cleopatra.  El  monarca  mauritano  era  del  linaje  de  los 
reyes  Africanos  Iempsal,  Gauda  y  Masinisa,  como  nos  lo 
enseña  su  elogio  que  aun  existe  en  Cartagena  (C.  I.  L.  II 
3417).  Parece  haber  vivido  algún  tiempo  en  la  misma  Car- 
tagena, en  donde  fué  distinguido  con  una  estatua,  como  á 
su  hijo  Ptolemeo  le  honraron  con  otra  los  ciudadanos  de  la 
Africana  Icosium,  el  Argel  de  hoy  (C.  I.  L.  VIII.  9257). 
Iuba  además  ejerció  una  vez  las  funciones  municipales  de 
duumvir  en  Cádiz,  como  sabemos  por  Avieno  en  su  ora 
marítima  (V.  270  ss.).  Es  probable,  por  ello,  que  en  algunas 
de  sus  varias  y  eruditas  obras  históricas,  en  las  cuales 
hacía  referencia  á  los  sucesos  acaecidos  en  España,  pudie- 
ra haberse  aprovechado  de  informes  fidedignos.  En  su 
«Historia  romana»  se  sirvió  mucho,  para  las  épocas  más 
antiguas,  de  las  obras  de  Varrón;  pero  en  la  relación  de  las 
guerras  púnicas ,  que  ocupaba  el  segundo  libro  de  su  histo- 
ria, y  en  la  de  las  de  Sertorio,  puede  ser  que  siguiese, 
además  de  Polibio,  una  tradición  local  que  no  debe  tenerse 
en  poco  aprecio.  Los  fragmentos  conservados  de  esta  obra 
son  muy  escasos.  Se  sirvieron  de  ella,  además  de  Estrabóny 
de  Avieno,  los  más  recientes  escritores  griegos,  como 
Plutarco,  y  sobre  todo  Apiano. 

Los  fragmentos  de  Iuba  se  leen  en  Carlos  Müller,  Fragmenta 
historicorum  Grcecorum,  vol.  III,  p.  465  y  s. 

lívío  §43.     Tito  Livio,   el  gran  historiador  del  tiempo  de 

Augusto  que  alcanzó  el  de  Tiberio  (59  antes  de  J.-C.  al  17 


iavio  43 

de  J.-C),  escritor  de  suma  elegancia,  se  había  propuesto, 
como  sabido  es,  redactar  la  historia  de  su  nación  desde  sus 
orígenes,  y  por  esto  se  dice  en  el  título  de  la  obra,  ab  urbe 
condita  líbri,  hasta  la  época  misma  del  autor,  casi  hasta  la 
muerte  de  Augusto  (14  de  J.-C).  Pero  no  concluyó  más 
que  142  libros,  terminando  con  la  de  Druso,  acaecida 
el  noveno  año  de  nuestra  Era,  y  parece  que  publicó  los 
últimos  veinte  libros  después  de  la  de  Augusto .  Al  pre- 
sente no  quedan  completas  más  que  la  primera  (1.  I — X), 
la  tercera  (1.  XXI— XXX),  la  cuarta  (1.  XXXI— XL), 
y  la  mitad  de  la  quinta  década  (1.  XLI — XLV);  de  los 
demás  libros  no  hay  sino  fragmentos,  y  unos  epítomes, 
periochce,  de  todos  los  142  libros  excepto  del  136  y  del  137. 
Las  cosas  españolas  se  tratan  en  la  tercera,  cuarta  y  quin- 
ta década  (1.  XXI — XLV),  con  más  ó  menos  prolijidad.  En 
algunos  libros  de  dicha  parte  de  la  obra,  no  hay  más  que 
breves  indicaciones  de  los  magistrados  romanos  de  estas 
provincias  (1.  XXXI,  XXXII,  XXXVI,  XXXVIII,  XLII, 
XLIV).  En  el  epítome  de  los  demás,  no  faltan  noticias 
sobre  España  (1.  XLVI— XLIX,  LII— LVII;  LIX,  LX, 
Lxvn,  LXX,  XC— XCII,  XCIV,  XCVI,  CIII,  CX— CXII, 
CXV,  CXVI,  CXXXV);  además,  los  extractos  de  Floro 
(§  44),  Casiodoro,  Orosio  y  otros,  sirven  para  comple- 
tar en  alguna  parte  los  exiguos  fragmentos  del  original. 
De  un  solo  libro  entre  los  que  ya  no  existen,  del  XCI,  se 
ha  conservado  por  una  casualidad,  un  trozo  precioso,  rela- 
tivo á  la  guerra  de  Sertorio,  en  un  códice  palimpsesto  de 
la  biblioteca  Vaticana;  que  contiene  indicaciones  muy 
exactas  geográficas,  que  nos  hacen  sentir  cuánto  se  ha 
perdido  con  la  mayor  parte  de  las  obras  de  Livio  para  la 
historia  y  la  geografía  de  la  España  romana.  Para  apro- 
vechar las  noticias  geográficas  é  históricas  por  dicho  autor 
proporcionadas  conforme  á  las  leyes  de  la  crítica  más 
severa,  la  cuestión  sobre  las  fuentes,  de  que  tomó  su  narra- 


44  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

ción,  ha  de  dilucidarse  en  primer  lugar.  No  es  de  maravi- 
llar que,  considerada  la  suma  importancia  de  esta  cues- 
tión, sobre  ella  haya  una  serie  de  trabajos  literarios 
extensa  y  variada.  Sólo  sobre  las  fuentes  de  la  parte  de  su 
obra  arriba  indicada,  que  se  refieren  á  España,  y  sobre 
su  consideración  respecto  á  Polibio,  y  los  demás  autores 
que  de  lo  mismo  tratan,  en  nuestra  época  se  han  escrito,  á 
partir  del  1820,  hasta  el  presente,  más  de  cuarenta  Memo- 
rias por  diferentes  autores  alemanes.  El  resultado  esencial 
de  todas  estas  disquisiciones  es  que  Livio,  cuando  llegaba 
la  ocasión,  se  servía  como  fuente  principal  de  Polibio.  De 
suerte  que  para  aquellas  épocas,  en  las  que  falta  al  pre- 
sente el  texto  de  este  escrito  griego  (como  en  los  libros 
XXIH— XXVI  y  XXVIII  de  la  tercera  década),  Livio, 
hasta  cierto  punto,  nos  lo  reemplaza.  Pero  no  se  sirvió  de 
Polibio  sólo,  puesto  que  no  pocos  datos  militares  y  geo- 
gráficos tomó  de  fuentes  romanas.  Parece  que  no  sólo 
hubo  de  conocer  muy  bien  á  Coelio  Antípatro,  el  historió- 
grafo de  los  hechos  de  Aníbal  (§  34),  que  había  seguido  á 
Sueno,  conocido  también  de  Polibio  (§  36),  sino  además 
se  utilizó  de  una  relación  romana  bastante  circunstan- 
ciada relativa  á  los  hechos  de  los  Escipiones.  Puede  supo- 
nerse, que  esta  relación  haya  sido  únicamente  la  de  Vale- 
rio de  Ancio  (§  35),  el  cual,  por  su  parte,  muy  bien  pudo 
haber  tomado  sus  informes  de  los  anales  oficiales  y  de 
noticias  particulares  relativas  á  los  Escipiones.  No  parece 
muy  verosímil  que  los  anales  de  Claudio  Quadrigario  le 
hayan  servido  al  mismo  fin,  como  algunos  doctos  han  con- 
jeturado. En  la  cuarta  y  en  la  quinta  década  esta  fuente 
romana  dio  casi  exclusivamente  á  Livio  el  material  rela- 
tivo á  España;  porque  Polibio  no  había  tratado  en  dicho 
período  sino  de  los  acontecimientos  de  la  Grecia  y  del 
Oriente.  En  las  épocas  posteriores  á  Polibio,  por  ejemplo 
en  las  de  las  guerras  de  Viriato ,  de  Numancia  y  de  Serto- 


livio  45 

rio,  el  mismo  Valerio  de  Ancio  parece  haber  sido  la  fuente 
principal  de  Livio,  en  cuanto  se  puede  juzgar  de  la  breve- 
dad del  epítome,  además  tal  vez  de  algunas  relaciones  par- 
ticulares, que,  como  luego  veremos,  fueron  usadas  por 
Apiano.  Las  no  escasas  descripciones  históricas  de  los 
hechos  de  los  Romanos  en  España,  tomadas  de  Livio,  que 
existen  en  los  diferentes  idiomas  europeos,  hacen  ver 
que  la  generalidad  de  sus  autores  carecen  de  conocimien- 
tos topográficos  del  país,  tan  indispensables  para  el  caso; 
mientras  por  el  contrario,  las  narraciones  de  los  historia- 
dores españoles  desde  Mariana  hasta  La  Fuente,  á  pesar  de 
sus  respectivos  méritos,  en  cuanto  á  Livio,  muestran  que 
quienes  las  redactaron  ignoraban  ó  no  aplicaron  el  método 
crítico,  exigido  hoy  en  el  manejo  de  las  fuentes.  Para  las 
guerras  de  César  en  España ,  Livio  hubo  de  servirse  en 
primer  lugar  de  los  mismos  comentarios  de  César,  y  tal 
vez  de  la  historia  de  las  guerras  civiles  de  Asinio  Polión 
(§  40).  Últimamente,  para  referir  la  guerra  cantábrica  lle- 
vada á  cabo  por  Augusto  del  26  al  19  antes  de  J.-C,  acaso 
hubo  de  tener  á  la  vista  las  Memorias  autobiográficas 
del  mismo  emperador,  las  de  Mecenas  y  de  Agrippa,  así 
como  otras  fuentes  contemporáneas. 

El  texto  de  Livio,  tantas  veces  reimpreso,  se  ha  publicado  con- 
forme á  los  mejores  manuscritos,  con  el  epítome  y  los  fragmentos, 
en  las  ediciones  de  M.  Hertz,  4  vol.,  Leipzig,  1857  al  1864,  8., 
de  J.  N.  Madvig  y  de  J.  L.  Ussing,  4  vol.,  Copenhagen,  1861- 
1875,  8.,  y  de  W.  Weissenborn,  6  vol.,  Leipzig,  1873-1874,  8.  El 
mismo  W.  Weissenborn  publicó  también  una  edición  mayor  con 
anotaciones  muy  útiles  en  alemán,  10  vol.,  Berlín,  desde  1853  basta  las 
últimas  ediciones  de  cada  uno  de  los  volúmenes  en  1879  y  1884,  8. 
De  los  innumerables  trabajos  literarios  sobre  las  fuentes  de  Livio, 
no  cito  más  que  los  de  alguna  importancia,  que  son  los  de  F.  Lach- 
mann,  De  fontibus  historiarum  T.  Livii,  commentatio  I  y  II,  GSttin- 
gen  1822  y  1828,  4.,  de  C.  Peter,  Livius  und  Polybius,  über  die 
Quellen  des  21.  und  22.  Buches  des  Livius,  Halle  1863,  4.,  y  del  mis- 


46 


I. OS    IUSTOKIOORAFOS 


mo  autor  Zur  Kritik  der  Quéllen  der  alteren  rómischen  Geschichte, 
Halle  1879,  8.,  de  H.  Nissen,  kritische  Untersuchungen  über 
die  Quellen  der  4.  und  5.  Dekade  des  Livius,  Berlín,  1863,  8., 
K.  W.  Nitszsch,  en  su  libr.o  die  rümische  Annalistik  etc.,  Berlín 
1873,  8.  Pero  aun  no  existe  todavía  un  libro  que  comprenda  en  gene- 
ral el  estudio  de  todas  las  fuentes  de  cada  una  de  las  partes  de  la 
gran  obra  de  Livio. 


Escritores  que 

siguieron  d 

Livio 


Veleio  Pa- 
terculo 


Valerio  Má- 
ximo 


Frontino 


§  44.  Livio  siempre  ha  sido  el  grande  arsenal  histó- 
rico, del  cual  los  historiadores  y  cronistas  de  las  épocas 
más  recientes  de  la  antigüedad  romana  han  tomado  los 
materiales  para  sus  obras.  Así  es  que  ellos  también  pro- 
porcionan á  su  vez  datos  muy  importantes  para  restable- 
cer en  cierto  modo  aquellos  pasajes  de  la  del  Padua- 
no,  que  no  existen  al  presente  en  su  forma  original.  En 
este  lugar  sólo  habremos  de  tratar  de  los  autores  que  se 
apropiaron  de  Livio  algo  relativo  á  España,  limitándonos 
á  citar  los  latinos  y  reservándonos  para  más  adelante 
el  hablar  de  los  griegos,  que  siendo  posteriores  en  fecha, 
pudieron  conocer  las  Décadas. 

Veleio  Paterculo,  el  admirador  de  Tiberio,  en  la 
rápida  ojeada  sobre  la  historia  de  Roma  de  que  hace  prece- 
der su  narración  de  los  acontecimientos  de  la  época  en  que 
vivió,  á  pesar  de  que,  como  ardiente  partidario  de  la  sobe- 
ranía Augustea,  no  se  fía  mucho  de  Livio  como  republica- 
no, sin  embargo,  hubo  de  tomar  de  éste  las  breves  noticias 
sobre  las  guerras  de  España,  que  en  la  primera  parte  de  su 
segundo  libro  leemos.  En  la  relación  que  hace  de  las 
luchas  con  Sertorio,  parece  que  se  sirvió  además  de  otras 
fuentes,  como  del  mismo  Salustio,  tal  vez  de  memorias 
biográficas,  como  las  de  Quinto  Hortensio,  el  orador. 

De  Livio  y  de  Salustio  sacó  sus  materiales  otro  escritor 
retórico  del  tiempo  de  Tiberio,  Valerio  Máximo,  en 
sus  Factorum  et  dictorum  memorabilium  Ubri  novem. 

De  César,  de  Salustio  y  sobre  todo  de  Livio  tomó  gran 


FLORO  47 

parte  desús  ejemplos  estratégicos  Sexto  Julio  Fron- 
tino (del  40  al  130  de  J.-C),  el  excelente  general  é  inge- 
niero de  Domiciano ,  en  sus  Strategematicon  líbri  IV. 

Julio  Floro,  el  autor  retórico  de  un  epítome  de  T.  Livio,  Floro 
Bellorum  omnium  annorum  DCC,  en  dos  libros,  escrito  bajo 
Adriano,  tomó  de  Livio  su  breve  narración  de  las  Bes  in 
Hispania  gestai,  desde  los  Escipiones  basta  Viriato  (I,  33),  y 
del  bellum  Numantinum  (I,  34)  y  Balearicum  (1,43),  así  como 
la  del  bellum  Sertorianum  (II,  10),  del  bellum  civile  Ccesaris 
et  Pompei  (II,  13),  y  del  bellum  Cantabricum  et  Asturicum 
de  Augusto  (II,  33).  Es  muy  probable  que  este  Julio  Floro 
sea  idéntico  con  el  poeta  y  profesor  de  retórica,  P.  Annio 
Floro,  pues  el  nombre  de  Julio  puede  ser  que  no  fuera  el 
verdadero,  del  cual  tenemos  aún,  además  de  algunas  poe- 
sías, el  principio  de  una  discusión  sobre  el  tema  ¿Vergi- 
lius  orator  an  poeta?,  y  cuya  residencia  fué  Tarragona, 
sobre  la  que  nos  da  algunas  noticias  interesantes. 

De  Veleio  el  mejor  texto  es  el  de  C.  Halm,  Leipzig  1876,  8.; 
de  Valerio  Máximo  consúltense  el  de  C.  Kempf,  Berlín  1854, 
8.  con  los  dos  epítomes  de  Julio  Paris  y  [de  Januario  Nepocia- 
no,  y  el  de  C.  Halm,  Leipzig  1865,  8.  con  los  mismos  epítomes;  de 
Frontino,  el  de  A.  Dederich,  Leipzig  1858,  8.,  muy  insuficiente; 
de  Floro,  losdeO.  J a hn,  Leipzig  1852,  8.  y  de  C. Halm,  Leip- 
zig 1854,  8.  Sobre  todos  los  autores  que  se  sirvieron  de  Livio,  inclu- 
sive los  compendios  históricos,  que  en  seguida  mencionaré  (§  46), 
y  los  griegos,  véase  la  disertación  de  U.  Koehler,  Qua  ratione 
T.  Livii  annalibus  usi  sint  historici  Latini  atque  Graeci  etc.,  Góttin- 
gen,  1864,  4. 

§  45.  El  poeta  Tiberio  Catio  Silio  Itálico,  que  sato  itálico 
son  sus  nombres  auténticos,  cónsul  el  año  68  de  J.-C. ,  per- 
sonaje de  mucha  importancia,  ínter  principes  civitatis,  como 
Plinio  el  menor  lo  califica,  cuando  en  edad  ya  avanzada 
(vivió  desde  el  25  basta  el  101  de  J.-C),  después  de  una 
larga    carrera  política,  se  puso  á  componer,  maiore  cura 


48  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

quam  ingenio,  como  dice  el  mismo  Plinio,  sus  diez  y 
siete  libros  de  las  guerras  púnicas,  se  sirvió  sin  duda  en 
primer  lugar  de  los  datos  recogidos  y  publicados  por  Livio, 
tomando  quizá  algo  también  de  los  libros  de  Coelio  Antí- 
patro.  Pero  en  lo  que  difiere  de  Livio,  que  no  es  mucho, 
hubo  de  seguir  generalmente  su  propia  fantasía;  como  por 
ejemplo  en  la  invención  de  nombres  de  ciertos  personajes 
y  en  otras  cosas  por  el  estilo.  Para  los  acontecimientos  de 
España  los  tres  primeros  libros  son  de  importancia,  y 
sobre  todo  en  el  tercero  el  catálogo  de  las  huestes  españolas 
de  Aníbal.  Es  un  error  común  entre  los  escritores  naciona- 
les el  considerarle,  por  su  sobrenombre,  como  hijo  de  la 
Itálica  de  España.  Este  nombre  de  Itálico,  bastante  común, 
no  tiene  nada  que  ver  con  aquella  ciudad  déla  Botica,  no 
sabiéndose  por  otra  parte  ni  pareciendo  probable  que  el 
poeta  hubiese  visitado  jamás  la  península.  Los  naturales  de 
Itálica  se  llamaron  en  latín  Italicenses.  Que  Silio  efectiva- 
mente no  utilizó  otras  fuentes  que  las  de  Livio  y  Coelio,  ha 
sido  demostrado  hasta  la  saciedad  por  una  serie  de  diserta- 
ciones eruditas   que  no  es  del  caso  referir  al  presente. 

No  tenemos  todavía  un  texto  crítico  de  Silio ;  las  ediciones  con 
notas  de  A.  Drakenborch,  Utrecht  1717,  8.,  de  J.  Ch.  Th. 
Ernesti,  2  vol.,  Leipzig  1791,  8.,  y  de  G.  A.  Ruperti,  2  vol., 
GSttingen,  1795-1798,  8.,  y  los  textos  de  la  Bipontina  de  1794,  y  de 
G.  H.  Lünemann,  Gotha  1823,  8.,  son  poco  suficientes. 

compendios  §  46.     Los  compendios  históricos  de   la  última  época, 

htstóncos  ej  iiDro  de  viris  Mustribus  urbis  Romm,  atribuido  á  Sexto 
Aurelio  Víctor  (hacia  el  360  de  J.-C),  el  Breviarium  áb 
urbe  condita  de  Eutropio  (murió  en  340),  el  Breviarium 
rerum  gestarum  populi  Romani  de  RufioFesto  Avieno  el 
poeta  (§  2),  las  partes  respectivas  de  los  adversus  paganos 
historiarum  libri  septem  del  presbítero  Bracarense  Oro  si  o, 
natural  de  Tarragona  (hacia  el  417),  de  cuyo  trabajo  geo- 


TÁCITO  49 

gráfico  ya  se  ha  hablado  más  arriba  (§  16),  y  la  crónica  de 
Magno  Aurelio  Cassiodorio  Senator  (del  468  al  575 
de  J.-C),  todos  escritos  desde  fines  del  siglo  iv  hasta 
mediados  del  vi,  están  sacados  con  mayor  ó  menor  libertad, 
si  bien  no  exclusivamente,  de  la  obra  de  Livio.  A  pesar  que 
dichos  autores  no  enseñan  mucho  de  nuevo  sobre  España, 
sin  embargo,  merecen  ser  atendidos  en  cuestiones  crono- 
lógicas ó  históricas. 

Aunque  de  Víctor  aun  no  existe  una  edición  crítica,  pueden  con- 
sultarse los  textos  publicados  por  F.  Arntzen,  Amsterdam  1733, 
4.,  de  Eutropio  la  edición  de  H.  Droysen,  Berlín  1879,  4., 
(tom.  III  pars  prior  de  los  Monumento,  Germanice  histórica,  scrip- 
tores  antiquissimi),  y  la  de  C.  Wagner,  Leipzig  1884,  8.,  de 
Festo,  la  de  W.  Forster,  Viena  1882,  8.  La  mejor  edición  de 
Orosio  es  la  de  Carlos  Zangemeister ,  en  el  Corpus  scriptorum 
ecclesiasticorum  de  la  Academia  de  Viena  de  Austria,  vol.  V, 
Viena  1882,  8.  De  la  crónica  de  Casiodorio  no  hay  tampoco 
todavía  una  edición  recomendable;  véase  la  disertación  de  Th. 
Mommsen,  die  Chronik  des  Cassiodorus  Senator  vom  Jahre 
519  n.  Chr.,  en  las  Memorias  de  la  Sociedad  de  Ciencias  de  Leipzig 
vol.  VIII,  1861,  p.  547  y  ss. 

§  47.  Durante  el  período  que  corre  desde  la  muerte  Tácito 
de  Augusto  hasta  la  época  de  Marco  Aurelio,  como  las 
provincias  españolas  gozaron  de  una  paz  no. interrumpida, 
raras  veces  los  acontecimientos  del  país  tuvieron  que  figu- 
rar en  la  narración  general  de  la  historia  romana.  Así  es 
que  en  las  obras  inmortales  de  Cornelio  Tácito,  el  gran 
historiador  del  tiempo  de  Trajano,  apenas  si  aparece 
alguna  vez  el  nombre  de  España,  si  bien  le  debemos  pre- 
ciosas noticias  sobre  el  templo  Tarraconense  (Annal.  I,  78), 
y  sobre  las  minas  de  oro  y  plata  del  mons  Marianus  (Annal. 
VI,  19).  Si  tuviéramos  aún  completos  los  diez  y  seis  libros 
de  los  Anales,  y  se  conocieran  el  V  y  del  VII  hasta  el  X, 
hoy  perdidos,  así  como  de  las   Historias  además  de  los 


50  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

cuatro  y  medio  que  existen,  los  otros,  hasta  el  último,  que 
era  el  XIV,  que  también  se  han  perdido,  recibirían  sin  duda 
alguna  nueva  é  inesperada  luz  los  monumentos  epigráfi- 
cos, que  como  veremos  más  adelante,  son  al  presente  casi 
los  únicos  documentos  en  los  que  se  habla  de  la  vida  pro- 
vincial muy  desarrollada  en  estas  regiones  tan  ricas  y 
pobladas,  tanto  en  el  primer  siglo  de  nuestra  Era  como  en 
los  que  le  sucedieron  inmediatamente.  Porque  Tácito,  con 
las  galas  de  su  magnífico  estilo  y  la  solidez  de  su  juicio, 
hubiera  sabido  presentar  datos  variados, tomándolos  de  las 
fuentes  históricas  á  la  sazón  fáciles  de  utilizar,  como  lo 
fueron  las  actas  oficiales  del  Senado  y  los  acta  diurna  de  la 
ciudad  de  Roma,  las  Memorias  y  libros  históricos  de 
Fenestella,  de  Aneo  Séneca  el  mayor,  del  emperador 
Claudio,  de  Aufidio  Baso,  de  Plinio  el  mayor,  de  Ser- 
vilio  Noniano,de  Cluvio  Rufo,  de  Vipstano  Mésala, 
de  Fabio  Rustico,  cuyos  manuscritos,  como  los  de  otros 
varios,  han  desaparecido.  Por  otra  parte,  siguen  en  pri- 
mer lugar  el  texto  de  Tácito,  en  la  época  que  arranca  de 
la  muerte  de  Augusto,  antes  de  la  cual  terminó  la  obra 
de  Livio,  los  historiadores  posteriores,  en  todo  lo  que  se 
refiere  al  siglo  primero  del  imperio  hasta  el  reino  de  Tra- 
jano,  como  Suetonio,  en  sus  biografías  de  los  primeros 
doce  Césares,  el  único  historiador  latino  existente  de  esta 
época,  y  Ammiano  Marcelino,  en  los  primeros  libros 
de  su  grande  obra  histórica ,  destinada  á  continuar  la  de 
Tácito,  desde  el  imperio  de  Trajano  hasta  la  muerte  del 
emperador  Valente  (del  96  al  378  de  J.-C.) 


De  las  obras  de  Tácito  hay  muchas  ediciones  en  extremo  reco- 
mendables, con  y  sin  anotaciones;  los  textos  mejores  son  los  de 
C.  Nipperdey,  4  fascículos,  Berlín  1871-1876,  8.,  y  de  C.  Halm, 
2  vol.,  cuarta  edición,  Leipzig  1883,  8.  Anotaciones  en  latín  da  la 
edición  grande  de  J.  C.  Orelli  y  J.  G.  Baiter,  vol.  I,  Turici,  1859, 


PLUTARCO  51 

vol.  II,  fascículo  I  hasta  V,  Berlín  1877  hasta  1886,  8.  mayor; 
en  alemán,  la  de  los  anales  por  C.  Nipperdey,  2  vol.,  edición 
octava  y  cuarta,  Berlín  1887  y  1880,  8.,  y  la  de  las  Historias  por 
C.  Herae  us,  2  vol.,  edición  cuarta  y  tercera,  Leipzig  1885  y  1884,  8. 
Los  fragmentos  de  los  escritores  consultados  por  Tácito  están  reu- 
nidos en  la  colección  de  H.  Peter,  Historicorum  Romanorum  frag- 
menta, Leipzig  1884,  8.,  p.  272  y  ss.  Sobre  Ammiano  véase  más 
adelante  §  52. 

§48.  Contemporáneo  de  Tácito  era  Plutarco  de  Que-  Plutarco 
ronea  (del  46  al  120  de  J.-C),  el  famoso  filósofo,  cuyos 
numerosos  escritos  aun  existentes  encierran  una  infinidad 
de  conocimientos.  Había  vivido  en  Roma  algún  tiempo, 
bajo  Trajano,  y  concluyó  su  vida  laboriosa  en  su  país 
natal,  como  el  más  distinguido  de  sus  conciudadanos. 
Entre  sus  biografías  paralelas  de  griegos  y  romanos  las 
relativas  á  Emilio  Paulo,  á  Catón  el  censor,  á  Sula,  á  Ser- 
torio,  á  Pompeyo,  á  César,  y  á  Tiberio  Sempronio  Graco, 
hermano  mayor  de  Gayo,  contienen  materiales  para  la  his- 
toria de  España;  como  también  el  libro,  no  perteneciente 
á  las  vidas  paralelas,  sobre  los  emperadores  Galba  y  Otón, 
que  se  ha  salvado  únicamente  de  una  serie  de  biografías 
de  los  primeros  emperadores  romanos  hasta  Vitelio,  que 
Plutarco  había  ó  escrito  ó  ideado.  Sobre  el  gran  número 
de  fuentes,  de  donde  el  escritor  griego  sacó  sus  inmensos 
materiales,  la  docta  Germania  en  estos  últimos  decenios 
ha  producido  un  número  de  trabajos  críticos  casi  tan 
copioso  como  el  de  los  que  se  refieren  á  las  fuentes  de 
Livio.  Como  era  natural,  y  puede  justificarse  con  una  por- 
ción de  pruebas,  generalmente  el  autor  griego  siguió  en 
primer  lugar  á  los  que  también  en  griego  habían  escrito  la 
historia  romana,  es  decir,  á  Fabio  Pictor  y  á  Polibio.  Para 
los  acontecimientos  posteriores  á  éstos  y  por  ellos  no  rela- 
tados, como  quiera  que  tenía  Plutarco  conocimientos  sufi- 
cientes del  latín,   se  sirvió  á  la  vez  de  los  que   en  dicho 


62  LOS  HISTORIÓGRAFOS 

idioma  habían  escrito,  habiendo  leído  entre  otros  varios  á 
César,  Salustio  y  Livio.  Al  presente,  sin  embargo,  no  está 
»  aún  bastante  adelantado  el   análisis  de  las  fuentes  de  que 

se  sirvió  al  ocuparse  de  los  sucesos  referentes  á  España,  si 
bien  al  ocuparse  de  las  guerras  de  César  en  dicho  país 
parece  que  se  valió  de  las  mismas  que  Apiano,  utilizando 
en  primer  término  la  obra  de  Asinio  Polión. 

De  las  vidas  paralelas  de  Plutarco  no  hay  todavía  una  edición 
crítica  suficiente,  como  la  había  ideado  el  difunto  Ch.  Graux,  sir- 
viéndose de  un  códice  de  la  Biblioteca  nacional  de  Madrid.  El  texto 
se  encuentra  en  las  ediciones  de  Th.  Doehner,  2  vol.,  París  1846 
y  1847,  Didot,  con  la  versión  latina;  de  J.  Bekker,  5  vol.,  Leipzig 
1855-1857,  8;  de  C.  Sintenis,  5  vol.,  ed.  segunda,  Leipzig  1873- 
1875,  8.  Sobre  el  valor  histórico  de  Plutarco  no  cito  más  que  los 
dos  trabajos  generales,  pero  no  definitivos,  de  A.  H.  L.  Heeren, 
De  fontibus  et  auctoritate  vitarum  'parállelarum  Plutarchi  commen- 
tationes  IV,  Góttingen  1820,  8,  y  de  H.  Peter,  die  Quellen  Plu- 
tarchs  in  den  Biographien  der  R'ómer  neu  untersucht,  Halle  1865,  8. 
El  mismo  autor,  en  una  breve  exposición  relativa  á  la  vida  de  Serto- 
rio,  ha  probado  que  para  redactarla  tomó  mucho  Plutarco  de  Salus- 
tio, Sallust  und  Plutarch,  en  la  Symbola  phüologorum  Donnensium 
in  honorem  F.  Ritschelii  collecta,  Leipzig  1867,  8,  p.  455-466. 

Apiano  §  49.     Fué  Apiano  de  Alejandría  historiador  de  escaso 

mérito.  Bajo  el  imperio  de  Antonio  Pío  siguió  la  carrera 
ecuestre  de  los  procuradores  del  emperador  y  llegó  á  obte- 
ner uno  de  los  más  altos  grados  de  ella  con  la  administra- 
ción de  Egipto  (hacia  150  de  J.-C).  Con  el  objeto  de  reunir 
materiales  para  la  instrucción  militar  y  administrativa 
de  sus  contemporáneos,  se  puso  á  compilar,  sirviéndose  de 
muchas  fuentes, una  historia  general  pero  sucinta  de  Roma, 
distribuida,  según  las  épocas  y  sus  guerras  principales,  en 
veinticuatro  volúmenes.  De  los  cinco  primeros  que  com- 
prendían la  historia  hasta  la  primera  guerra  púnica  inclusi- 
ve, sólo  quedan  fragmentos.  La  parte  enteramente  conser- 


CASIO    DION 


53 


vada  principia  con  la  de  España  (la  'Ipyjptxr/),  á  la  cual  sigue 
la  segunda  púnica  (la  'Awt{3aí«fj),  Estos  dos  libros  contienen 
una  relación  tomada  en  especial  de  Fabio  Pictor,  pero  muy 
abreviada  y  con  noticias  geográficas  algo  confusas.  Sin 
embargo,  como  la  parte  de  la  obra  de  Polibio  relativa  á 
esta  época  no  existe  completa  (§  36),  fuerza  es  consultar  á  la 
vez  de  ésta  la  de  Apiano,  aunque  la  última  con  mucha 
cautela.  Además  de  dichos  dos  libros  de  los  nueve  dedicados 
á  las  guerras  civiles  sólo  se  conservan  cinco  que  contienen 
también  algo  sobre  España.  En  el  primero  hay  una  rela- 
ción de  la  guerra  Sertoriana,  que  debe  compararse  con  la  de 
Plutarco,  habiendo  sido  tomadas  las  dos  principalmente 
de  Salustio.  El  segundo,  entre  otras  cosas,  trata  de  las 
guerras  de  Pompeyo  y  César  en  España,  hasta  la  muerte 
de  este  último.  No  faltan  en  los  otros  libros  menciones 
ocasionales  de  los  acontecimientos  españoles.  En  las  gue- 
rras civiles  Apiano  se  sirvió  en  gran  parte  de  la  obra  de 
Asinio  Polión  (§  40):  por  eso,  á  pesar  de  sus  muchos  yerros 
y  confusiones,  los  datos  que  proporciona  el  referido  Apiano 
tienen  su  valor  particular. 

El  mejor  texto  de  Apiano  que  tenemos  es  el  de  L.  Mendelssohn, 
2  vol.,  Leipzig  1879  y  1881,  8;  con  la  versión  latina  lo  publicó 
F.  Dübner,  París  1840,  Didot,  8.  mayor.  Sobre  su  valor  como 
historiador  y  sobre  sus  fuentes  han  tratado,  más  ó  menos  acerta- 
damente, casi  todos  los  escritores  antes  mencionados  que  se  han 
ocupado  de  la  crítica  de  Polibio  y  Livio.  Hay  además  una  mono- 
grafía sobre  Apiano  por  E.  Hannak,  Appian  und  seine  Quellenf 
Viena  1869,  8;  pero  este  autor  no  se  ocupa  de  la  'I(37¡p'.xr¡. 

§  50.     Oriundo  de  una  familia  de  hombres  eruditos  y  de     Caeio  Dion 
educación  distinguida  fué  Casio  Dion  Cocee  j  ano,  cuyo 
abuelo   materno  había  sido   Dion   Coccejano   Crisóstomo, 
orador  esclarecido,  y  el  padre  Casio  Aproniano,  senador  y 
legado  del  emperador  Marco  Aurelio  en  Cilicia  y  en  Dal- 


54  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

macia.  Había  nacido  el  primero  en  Nicea  de  Bitinia  hacia 
el  155  de  J.-C;  llegó  á  obtener  sucesivamente  en  Eoma  las 
altas  dignidades  del  Estado,  hasta  el  consulado  reiterado 
en  229,  y  murió  en  su  patria  cerca  del  235.  Después  de  un 
trabajo  de  más  de  veintidós  años,  publicó  su  Historia  uni- 
versal de  Eoma,  desde  la  llegada  de  Eneas  á  Italia  hasta  el 
segundo  consulado  del  autor  en  229,  en  ochenta  libros. 
De  esta  grande  obra  sólo  existen  fragmentos  escasos  de  los 
primeros  treinta  y  cuatro  libros,  conservados  la  mayor 
parte  en  la  colección  de  ejemplos  del  emperador  Constan- 
tino Porfirogeneto.  Del  XXXIV  y  XXXV  los  hay  un  poco 
más  amplios,  principiando  con  las  guerras  de  Luculo  (68 
antes  de  J.-C).  Completos  tenemos  del  XXXVII,  que  com- 
prende la  guerra  contra  Mitridates  á  partir  del  65  antes  de 
J.-C.  hasta  el  LIV  del  año  10  antes  de  J.-C,  correspon- 
dientes al  imperio  de  Augusto.  Del  LV  al  LX,  que  alcanza 
á  la  muerte  del  emperador  Claudio  en  54  de  J.-C,  existen 
fragmentos  bastante  numerosos.  Del  resto,  comprendiendo 
los  veinte  últimos  libros  del  LXI  al  LXXX,  no  hay  más 
que  un  epítome  hecho  en  el  siglo  xi  por  Juan  Xifilino, 
principiando  en  la  época  de  Pompeyo  y  terminando  con  el 
emperador  Severo  Alejandro.  Además  pocos  fragmentos  de 
esta  parte  de  la  obra  se  han  conservado.  En  el  siglo  xn, 
otro  docto  bizantino,  Juan  Zonarás,  escribió  un  epítome 
de  la  historia  universal,  en  diez  y  ocho  libros,  que,  en  sus 
partes  relativas  á  la  historia  de  Eoma  desde  el  final  del  libro 
sexto  hasta  el  undécimo,  donde  termina  Casio  Dion,  con- 
tiene principalmente  unos  extractos  sacados  de  éste  mismo. 
En  muchos  pasajes  de  esta  historia  universal,  sobre  todo  en 
la  parte  completa,  los  hechos  de  los  Eomanos  en  España 
están  sucintamente  narrados.  Casio  Dion  siguió  á  Polibio, 
á  Celio  Antípatro,  tal  vez  á  Calpurnio  Pisón,  y  sobre  todo  á 
Livio,  y  en  las  épocas  más  recientes,  á  Tácito  y  los  escrito- 
res que  dejaron  escritas  las  vidas  de  los  demás  emperadores. 


LOS    BIÓGRAFOS   DE   LOS   EMPERADORES  55 

Después  de"la  grande  edición  de  Dion  con  su  versión  latina  por 
P.  G.  Sturz,  9  vol.,  Leipzig  1824-1843,  8.,  se  han  publicado  dos  textos, 
eldeJ.  Bekker,  2  vol.,  Berlín  1849,  8.,  y  el  de  L.  Dindorf ,  5  vol., 
Leipzig  1863-1865,  8.  La  edición  con  la  versión  francesa  de  E.  Gros 
yV.  Boissée,  10  vol.,  París  1845-1870,  8.,  contiene  notas  útiles. 

§  Bl.     En  los  últimos  tiempos,  á  partir  del  siglo  n  en  Los  bíoyráfos 

11  1  i  •  '  n  i  de  l°s 

adelante,  las  letras  romanas  no  cuentan  historiógrafos  de    emperadores 
gran  talla,  si  bien  no  faltaron  biógrafos  de  los  soberanos, 
como  Mario  Máximo,  que  parece  haber  escrito  sobre  los 
emperadores  desde  Trajano  hasta  Elagábalo ,  y  una  por- 
ción de  otros,  más  ó  menos  importantes.  Parece  que  éstos 
hubieron  de  utilizar  las  noticias  autobiográficas  de  muchos 
de  los  mismos  emperadores,  como  se  aprovecharon  también, 
á  la  manera  que  lo  había  hecho  Tácito,  de  las  actas  oficia- 
les del  Senado.  La  única  memoria  de  todos  estos  trabajos 
literarios  que  ya  no  existen,  nos  ha  sido  conservada  por  los 
seis   escritores  de  la  época   de  Diocleciano  y  Constantino. 
que  se  conocen  bajo  el  nombre   de  los  Scriptores  historia} 
Augustce.   De  ellos  Elio  Sparciano,   Volcacio   Galicano  y 
Trebelio   Polion  son   contemporáneos  de  Diocleciano;  los 
otros  tres,  Flavio  Vopisco,  Elio  Lampridio  y  Julio  Capi- 
tolino,  pertenecen  á  la   época  de  Constantino.  Eran  hom- 
bres de  alto  rango,  pero  de  escasa  erudición  y  poca  facili- 
dad de  estilo,  que  en  sus  biografías,  quiero  decir  en  las  de 
los  tres  primeros  monarcas,  siguen  principalmente  la  obra 
de  Mario  Máximo;  los  demás  se  sirvieron  también  de  otras 
autoridades.   El  nombre  de  España  no  figura   con  mucha 
frecuencia  en  estas  relaciones  biográficas;  pero  aun  aque- 
llas escasas  noticias,  combinadas   con  los  testimonios  epi- 
gráficos, no  carecen  de  cierta  importancia. 

El  texto  de  los  Scriptores  historice  Augustce  fué  publicado,  según 
los  mejores  códices,  por  H.Jordán  y  P.  Eyssenhardt,  2  vol., 
Berlín  1864,  8.,  y  por  H.  Peter,  2  vol.,  edición  segunda,  Leipzig 
1884,  8.  Sobre   su  autoridad  y  las  fuentes,   que  siguieron,  hay  no 

5 


56  LOS   HISTORIÓGRAFOS 

pocas  disquisiciones  especiales;  bastando  indicar  aquí  que  todo  lo  que 
en  ellos  puede  referirse  á  ciertas  autoridades,  se  encuentra  reunido 
con  brevedad  en  la  colección  menor  de  los  fragmentos  de  los  histo- 
riadores romanos  por  el  mismo  H.  Peter ,  Historicorum  Romanorum 
fragmenta,  Leipzig  1883,  8.,  p.  329  y  ss. 

Ammiano  §  52.     Más  escasas  aun  que  las  de  los  escritores  de  la  his- 

úiuwuh noticias  toria  Augusta  son  las  noticias  relativas  á  España,  que  lee- 
hiitóricas  sobre  mos  en  jag  partes  aun  existentes  de  la  obra  del  último  histo- 

España  A 

riador  de  Roma,  Ammiano  Marcelino  el  continuador 
de  Tácito  (§  16),  autor  que  escribió  á  fines  del  cuarto 
y  principios  del  quinto  siglo.  Casi  no  nos  proporciona  más 
que  algunos  pocos  datos  para  completar  los  fastos  de  los 
magistrados  de  esta  provincia, que  también  en  aquella  época 
gozaba  todavía  de  paz  y  tranquilidad.  De  sus  digresiones 
geográficas  ya  se  lia  hablado  antes  (§  47);  puede  ser  que  en 
la  parte  de  su  obra  que  ya  no  existe  hubiera  consagrado 
también  á  España  una  breve  exposición  de  este  género, 
siguiendo  en  ello  su  ideal,  que  fué  Salustio  el  historiador 
(§  ^9),  y  sirviéndose  de  las  noticias  estadísticas  oficiales, 
así  como  de  las  fuentes  geográficas  griegas  y  latinas,  como 
de  Ptolemeo  y  de  Timágenes,  á  quien  siguió  también  en 
sus  noticias  geográficas  sobre  los  Celtas. 

El  texto  de  Ammiano  ha  de  leerse  con  el  comentario  egregio  de 
Enrique  Valois  en  la  edición  de  J.  A.  Wagner,  3  vol.,  Leipzig  1808, 
8.,  ó  sin  él  en  la  de  V.  Gardthausen,  2  vol.,  Leipzig  1874y  1875,  8. 

Cronicones  §  ^3.     Del  quinto  siglo  en  adelante  principian  los  testi- 

monios históricos  de  los  Cronicones  cristianos,  que  depen- 
den más  ó  menos  de  la  Crónica  de  San  Jerónimo,  Prosper 
de  Aquitania  y  su  continuador  Idacio,  Juan  Biclariense, 
San  Isidoro  de  Sevilla  y  otros;  que  aunque  todos  de  gran 
importancia  histórica,  nos  han  conservado  muy  poco  res- 
pecto á  la  geografía  y  á  las  antigüedades  de  España. 


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III 


LAS  INSCRIPCIONES 


§  54.  .  Más  auténticos  que  los  testimonios  geográficos    varias  ciases 
é  históricos,  hasta   aquí  enumerados,  son  aquellos  docu-    . 

'  J-  j-  inscripciones 

mentos  coetáneos  de  los  sucesos,  ó  de  los  objetos  antiguos 
que  le  dieron  origen,  que  designamos  bajo  el  nombre  de 
inscripciones.  De  ellas  hay  dos  clases  distintas:  la  una,  que 
comprende  los  documentos  públicos  que  se  designan  bajo 
el  nombre  latino  de  acta,  y  la  otra,  que  abraza  las  demás 
inscripciones  en  el  sentido  estricto  de  la  palabra,  ó  séanse 
los  epígrafes  llamados  en  latín  tituli.  Aquellas  solían  ins- 
cribirse ó  grabarse  desde  la  más  remota  antigüedad  y  casi 
al  principiar  la  época,  en  que  comienza  el  uso  de  la  escri- 
tura, en  alguna  materia  sólida  y  durable,  porque  cuando 
fueron  redactadas,  se  les  suponía  generalmente  casi  de 
duración  eterna.  Estos  están  siempre  en  conexión  íntima 
con  los  objetos  en  que  fueron  escritos,  pintados,  grabados 
ó  trazados  con  un  punzón;  pues  servían  para  designar  el 
uso  particular,  el  origen,  el  destino  de  las  respectivas 
ofrendas,  aras,  ó  cualquier  edificio,  donde  aparecen.  Para 
ambas  clases  de  inscripciones  se  sirvió  en  España  la  cul- 
tura anteromana   de   una  escritura  derivada  de  la  de  los 


68  LAS   INSCRIPCIONES 

Fenicios,  existiendo  aún  no  escaso  número  de  monumen- 
tos epigráficos,  en  los  que  aparece  la  escritura  de  que 
usaron  las  naciones  indígenas  de  la  península.  De  los 
Fenicios  y  de  los  Cartagineses  todavía  no  se  ha  encon- 
trado en  España  ni  una  sola  inscripción  auténtica,  con 
excepción  de  unos  monumentos  pequeños  quizá  importados 
de  fuera;  de  los  Griegos  muy  pocas,  y  éstas  de  la  época 
romana;  siendo  en  cambio  abundantísimas  las  inscripcio- 
nes romanas  de  todas  clases  que  se  han  hallado  en  la  penín- 
sula. Principian  éstas  con  algunos  pocos  monumentos  de 
alta  antigüedad,  esto  es,  algo  más  recientes  que  la  organi- 
zación de  las  provincias  romanas  en  el  siglo  ni,  y  pertene- 
cientes en  parte  al  n  y  al  i  siglo  antes  de  J.-C.  Escasean, 
sin  embargo,  encontrándose  sólo  en  algunas  localidades  que 
fueron  muy  importantes,  como  Córdoba  y  Cartagena  donde 
son  algo  más  frecuentes,  los  monumentos  de  la  edad  Augus- 
tea.  Desde  cerca  de  mediados  del  siglo  i  de  nuestra  Era, 
las  inscripciones  generalmente  se  hacen  un  poco  más  fre- 
cuentes; pero  la  mayor  parte  de  ellas  pertenece  al  n  y  ni 
de  nuestra  Era.  Del  cuarto  para  abajo  se  hacen  más 
raras,  pero  no  desaparecen  nunca  enteramente  y  llegan 
hasta  la  última  época  de  la  dominación  romana,  y  aun  á  la 
de  los  Visigodos  y  algo  más  adelante.  Con  la  introduc- 
ción de  nuestra  fe  cristiana  mudan  su  carácter  y  forma, 
constituyendo  una  serie  distinta,  que  exige  estudios  parti- 
culares para  su  inteligencia  y  explicación. 

Los  únicos  monumentos  auténticos — porque  las  falsificaciones  de 
D.  Cándido  María  Trigueros  no  merecen  una  consideración  seria 
(véase  la  anotación  al  §  55)—,  en  los  cuales  se  han  observado,  hasta 
ahora,  letras  fenicias,  son  la  piedra  grabada  de  una  sortija,  encon- 
trada en  1873  cu  los  fosos  del  lienzo  de  muralla  que  se  desplomó  en  el 
sitio  de  Puerta  de  Tierra  de  Cádiz  y  que  vio  en  el  mismoañoen  Sevilla, 
en  poder  de  D.  Antonio  Delgado,  el  Dr.  Berlanga,  con  una  inscripción 
fenicia  de  dos  renglones  y  diez  letras,  y  los  restos  de  un  vaso  griego 


INSCRIPCIONES   CELTIBÉRICAS  59 

pintado,  con  figuras  encarnadas  en  fondo  negro,  encontrado  en  Adra 
y  traído  á  Granada.  Existen  hoy  algunos  pedazos  de  este  vaso  en  el 
Museo  de  dicha  ciudad,  en  uno  de  los  cuales  hay  una  inscripción  feni- 
cia no  completa,  en  un  renglón,  de  nueve  letras  hechas  con  un  punzón. 
Ambos  monumentos  pertenecen  á  los  que  con  frecuencia  se 
importaban  á  España,  en  tan  crecido  número,  de  aquellos  remotos 
países.  El  vaso  puede  ser  que  por  negociantes  fenicios  fuese  com- 
prado en  Grecia  y  vendido  en  España. 

Sortijas  con  piedras  grabadas  ya  desde  tiempos  muy  remotos 
vinieron  del  Oriente,  traídas  para  fomentar  su  comercio  por  Fenicios 
y  Griegos.  Los  epígrafes  de  estos  dos  monumentos  los  ha  publicado  ó 
ilustrado,  con  su  acostumbrada  doctrina,  el  Dr.  Ber langa  en  su 
Hispanice,  anteromance  syntagma,  p.  396  y  s. 

La  inscripción  fenicia  del  plinto  de  una  estatua  pequeña  de 
bronce,  de  Harpócrates,  proveniente  de  la  colección  Dávila,  y  con- 
servada en  el  Museo  nacional  de  antigüedades  en  Madrid,  de  proce- 
dencia desconocida,  ciertamente  no  fué  hallada  en  España. 

Las  pocas  inscripciones  griegas,  como  una  de  Sevilla,  otra  de 
Málaga,  y  una  tercera  de  Beja  en  Portugal,  se  encuentran  en  el  Cor- 
pus inscriptionum  Latinarum,  (vol.  II,  p.  153  y  251)  y  en  la  Ephe- 
nieris  epigraphica,  (vol.  III,  1877,  p.  50,  n.  48). 

§  55.  En  diferentes  localidades  de  la  península  se  han  inscripciones 
encontrado  inscripciones,  en  piedra  la  mayor  parte,  pero 
algunas  también  en  planchas  de  bronce  y  de  plomo,  en 
vasos  de  plata  y  en  objetos  diversos  de  oro  y  de  bronce, 
escritas  con  los  caracteres  ibéricos,  que  se  conocen  por  las 
muchísimas  monedas  de  plata  y  de  bronce  halladas  con  fre- 
cuencia en  las  mismas  regiones.  Las  inscripciones  de  estas 
monedas,  como  más  abajo  veremos,  se  leen  con  alguna  cer- 
tidumbre; pero  la  lengua  de  todos  aquellos  monumentos 
permanece  todavía  enteramente  desconocida.  En  Aragón,  en 
Cataluña  y  en  Valencia,  sobre  todo  en  Tarragona  y  en  Mur- 
viedro,  el  alfabeto  de  las  inscripciones  ibéricas  allí  halladas 
tiene  el  tipo  de  el  de  las  monedas  de  la  misma  procedencia. 
En  Andalucía,  en  la  costa  inmediata  á  Almería  y  en  el  valle 
del  Betis,  se  asemejan  las  letras  al  tipo  de  las  monedas  de 


(JO  LAS   INSCRIPCIONES 

Obulco.  Cerca  de  Cádiz  y  de  Jerez,  de  donde  proviene  una 
clase  de  monedas  con  escritura  particular,  parece  haya 
habido  también  monumentos  epigráficos  de  esta  clase; 
pero  de  uno  sólo  hasta  ahora  se  han  podido  tener  noticias. 
Las  piedras  halladas  en  el  Sur  de  Portugal  con  leyenda 
hasta  hoy  no  descifrada,  son  de  un  tipo  especial  algo 
semejante  al  de  las  monedas  atribuidas  á  Salacia,  munici- 
pio romano  situado  en  aquellas  regiones.  De  Castellón  de 
la  Plana  y  de  Lúzaga,  cerca  de  Cifuentes,  Guadalajara, 
provienen  los  dos  monumentos  epigráficos  más  importan- 
tes de  esta  clase,  tal  vez  votivos,  y  son  dos  láminas,  la  una 
de  plomo,  probablemente  la  más  antigua  inscripción  de 
España,  y  la  otra  de  bronce.  Existe  una  tercera,  trazada 
también  en  plomo,  que  procede  de  las  minas  de  la  sierra 
de  Gador,  no  lejos  de  Almería.  Esta  parece  tener  un  carác- 
ter diferente,  como  si  fuera  un  documento  privado  refe- 
rente á  algo  de  cuentas,  ó  quizá  á  las  mismas  minas.  De 
igual  índole  puede  ser  otra  planchita  de  plomo  con  ins- 
cripción encontrada  en  Andalucía,  en  Frailes  cerca  de  Gra- 
nada, tampoco  descifrada.  Los  demás  son  epígrafes  breves, 
según  la  apariencia  sepulcrales,  y -dos  de  ellos  bilingües,  de 
Tarragona  ambos  (CIL  II 4318  a.,  4324  a.)  En  uno  de  éstos 
después  de  dos  renglones  de  texto  ibérico  siguen  las  pala- 
bras latinas  Fulvia  lintearia;  en  el  otro  del  texto  latino  no 
queda  más  que  la  fórmula  heic  est  sita;  después  hay  dos 
líneas  del  ibérico.  Junto  á  Cazlona  existían  monumentos 
escritos  en  letras  latinas,  pero  en  idioma  ibérico  (CIL  II 
3294  y  3302).  En  la  Lusitania,  cerca  de  Viseu  en  Portugal, 
y  en  el  pueblo  del  Arroyo  del  Puerco,  junto  á  Cáceres,  en 
la  Extremadura  española,  se  han  encontrado  también  ins- 
cripciones bilingües;  que,  con  pocas  palabras  latinas,  con- 
tienen textos  escritos  en  letras  latinas,  pero  en  un  idioma 
desconocido,  que  según  la  apariencia  es  el  ibérico  de  estas 
regiones  (CIL  II  416  cf.  add.  p.  695).  Todos  estos  monu- 


INSCRIPCIONES   CELTIBÉRICAS  61 

mentos  epigráficos,  en  los  que  se  usan  los  idiomas  nacio- 
nales, no  son,  según  parece,  mucho  más  antiguos  que  la 
dominación  romana  en  España,  y  demuestran,  que  aun 
bajo  dicha  dominación  y  hasta  muy  cerca  de  la  época  de 
Augusto,  los  habitantes  del  país,  aunque  quizá  no  muy 
á  menudo,  se  sirvieron  en  sus  documentos  de  aquellos  idio- 
mas. Los  mismos  sin  duda  se  mantuvieron  en  uso  hasta 
una  época  mucho  más  reciente,  y  en  algunas  partes  de  las 
Provincias  Vascongadas  al  Sur  y  al  Norte  de  los  Pirineos, 
nunca  perecieron  completamente. 

Carecemos  todavía  de  una  colección  completa  de  los  monumen- 
tos epigráficos  en  idioma  ibérico,  con  sus  correspondientes  facsí- 
miles, sin  los  cuales  el  estudio  científico  de  ellos  es  imposible.  El 
autor  de  este  libro  prepara  una  con  láminas  y  facsímiles  que, 
por  su  forma  y  método,  será  parecida  al  volumen  en  que  el  mismo 
ha  publicado  las  inscripciones  cristianas  (§  69).  El  Sr.  George 
Pbillips,  jurisconsulto  insigne  de  Viena,  que  después  de  una 
larga  carrera,  dedicada  á  varios  ramos  de  la  jurisprudencia,  en  los 
últimos  años  de  su  vida  abrazó  con  ardor  el  estudio  de  la  lengua 
vascuence  y  de  los  monumentos  ibéricos,  en  su  primera  disertación 
académica  relativa  á  estos  estudios,  tíber  das  iberische  Álphabet, 
en  las  actas  de  la  Academia  Imperial  de  Viena,  sección  filológico-his- 
tórica,  (vol.  LXV,  1870,  p.  165  y  ss.),  ha  dado  también  una  siloge  de 
las  inscripciones  ibéricas  hasta  entonces  conocidas  (p.  192  y  ss.).  Pero 
en  la  explicación  de  los  caracteres  ibéricos  sigue  las  opiniones 
desatinadas  del  Sr.  Boudard,  de  las  cuales  se  hablará  más  ade- 
lante (§  127),  habiendo,  por  otra  parte,  incluido  entre  los  epígrafes 
ibéricos  uno  de  los  forjados  por  Trigueros.  Sin  embargo,  la  siloge, 
aunque  no  completa,  y  publicada  no  en  facsímiles,  como  era  nece- 
sario, sino  solamente  en  caracteres  tipográficos  no  malos,  no  carece 
de  mérito.  El  mismo  autor,  algo  más  tarde,  ha  publicado  separada- 
mente la  inscripción  ibérica  de  la  plancha  de  plomo  de  Castellón 
de  la  Plana,  repitiendo  el  grabado  de  Lorichs,  en  las  mismas  actas  de 
la  Academia  de  Viena,  vol.  LXVII,  1871,  p.  573  y  ss.,  y  proponiendo 
una  interpretación  que  no  es  aceptable.  Sus  tareas,  pues,  no  pueden 
considerarse  como  de  gran  ventaja  para  estos  estudios.  De  mucho 
menor  importancia   puede  decirse  que  son  los   trabajos   lingüísti- 


62  LAS  INSCRIPCIONES 

eos  del  Sr.  Mínguez,  el  cual,  primero  en  unos  artículos  de  la 
«Revista  de  España»  del  año  1887,  ha  tratado  de  «los  alfabetos 
heleno-ibéricos»,  luego  en  la  obra  titulada:  «Datos  epigráficos  y 
numismáticos  de  España»,  Valladolid  1885,8.,  y  por  último  en 
otros  artículos  que  viene  publicando  también  en  la  «Revista  de 
España» (vol.  CXVI  al  CXVIII,  n.°461  al  469,  junio  y  octubre  de  1887) 
con  el  título  «Los  alfabetos  heleno-ibéricos,  estudios  hispano-heléni- 
cos».  No  carece  de  ingenio,  pero  le  falta  el  método  severo  y  la  erudi- 
ción gramatical,  sin  las  cuales  hoy  día  no  se  pueden  obtener  resul- 
tados durables. 

De  la  plancha  de  Castellón  de  la  Plana  se  dio  á  conocer  por  la 
primera  vez  la  existencia  en  la  «Noticia  de  las  actas  de  la  Academia 
de  la  Historia»,  del  año  de  1868,  por  D.  Pedro  Sabau  (Madrid  1868, 
p.  XI).  No  se  sabe  dónde  para  tan  precioso  monumento,  que  sólo 
podemos  apreciar  por  la  publicación  esmerada  del  Sr.  de  Lorichs 
en  su  obra  numismática  tan  conocida  (§  127).  El  mismo  autor  da  la 
figura  de  un  idolillo  de  oro,  encontrado  en  1842  en  Torre  de  Alcázar, 
con  una  leyenda  ibérica  (láni.  XXXIII,  p.  206). 

Una  nueva  inscripción  ibérica,  trazada  en  una  tésera  de  bronce  de 
forma  de  un  pequeño  toro,  ha  sido  publicada  por  el  Sr.  D.  Aur  eliano 
Fernández  Guerra  en  el  Boletín  de  la  R.  Acad.  de  la  Historia, 
(vol.  I,  1877-79,  p.  129  y  ss.) 

De  estos  títulos  y  además  de  las  monedas ,  el  insigne  erudito 
P.  Fidel  Fita  ha  sabido  sacar  algún  fruto  para  la  inteligencia  de 
la  lengua  desconocida  en  que  están  escritos,  en  su  docta  disertación 
«Restos  de  la  declinación  céltica  y  celtibérica  en  algunas  lápidas 
españolas»,  publicada  en  la  «Ciencia  cristiana»,  revista  madrileña, 
(1878,  172  pp.,  8.);  sobre  la  cual  puede  verse  la  Jenaische  Literatur- 
zeitung,  (1879,  p.  517),  y  el  Academy  de  1882,  11  de  octubre. 

En  la  «Academia,  revista  de  la  cultura  hispano-portuguesa, 
latino-americana»,  publicada  en  Madrid,  cuyo  primer  tomo  pareció 
en  1877,  el  entonces  archivero  de  Valencia  D.  Miguel  Velasco  y 
Santos,  ha  reproducido  algunas  de  las  inscripciones  celtibéricas 
publicadas  por  el  conde  de  Lumiares  (p.  119  y  188),  y  propone  una 
explicación  de  ellas  muy  poco  feliz. 

En  el  mismo  periódico,  el  conocido  lingüista  de  Oxford  A.  H. 
Sayce,  ha  querido  comunicar  al  mundo  literario  una  explicación  de 
una  de  las  más  importantes  inscripciones  ibéricas,  la  lámina  de  plomo 
de  Castellón  de  la  Plana;  pero  tampoco  ha  conseguido  proponer  una 
solución  plausible  de  su  contenido.   Ni   es  probable  la  opinión   del 


INSCRIPCIONES    CELTIBÉRICAS  63 

mismo  sabio  inglés,  emitida  algo  más  tarde,  de  que  las  inscripciones 
encontradas  en  el  norte  de  Italia  y  escritas  en  un  alfabeto  etrusco, 
tengan  semejanza  con  las  ibéricas,  y  que  ambas  hayan  de  consi- 
derarse como  ligúricas.  Con  no  mayor  provecho,  otro  sabio  también 
inglés,  ya  difunto,  el  Sr.  Roberto  Ellis,  en  un  libro  postumo «Sour- 
ces  of  the  Etruscan  and  Basque  languages  (Londres  1886,  VIII  y 
166  pp.,  8.)»,  trató  el  problema  del  origen  del  idioma  ibérico  y  de  su 
relación  con  los  de  Italia  y  de  Grecia.  El  enigma  todavía  no  ha 
encontrado  su  Edipo. 

Una  parte  de  las  inscripciones  ibéricas  ha  sido  tratada  por  el 
Sr.  D.  Salvador  Sanpere  y  Miquel  en  su  obra  docta  y  elegante 
«Origen  y  fonts  de  la  nació  catalana»  (Barcelona  1878,  271  pp.,8.) 
Partidario  convencido  de  la  teoría  de  los  Chethas  ó  Hittites  como 
primeros  pobladores  de  las  colonias  de  la  península,  se  ha  servido  de 
ella  con  mucho  acierto  para  dar  una  imagen  viva  y  bien  detallada 
de  la  civilización  primitiva  de  su  hermosa  patria.  Cita  y  explica  las 
inscripciones  ibéricas  de  Sagunto  y  Tarragona  (p.  199  y  ss.),  Sseta- 
bis  y  Barcelona  (p.  224  y  ss.),  y  se  aprovecha  también  de  las  leyendas 
de  muchas  monedas  ibéricas,  no  faltando  identificaciones  de  algunas 
letras  del  alfabeto  ibérico  que  merecen  mucha  atención. 

Algunos  textos  de  inscripciones,  mal  copiadas,  se  han  calificado 
como  ibéricos  ó  medio  ibéricos  por  el  Sr.  Costa,  en  su  obra  sobre 
la  civilización  ibérica  (p.  487);  pero  el  texto  de  estas  inscripciones  no 
merece  fe  ninguna  (CIL.  II,  420,  623,  2547,  2584,  2597). 

Últimamente  nos  ha  presentado  el  Dr.  Berlanga  un  resumen  de 
los  monumentos  ibéricos,  hecho  con  mucho  esmero,  en  su  Hispanice 
anteromanai  syntagma  (Málaga  1881,  8.,  p.  234 y  ss.),  reuniendo  los 
textos  de  unos  treinta  de  ellos  de  fe  no  dudosa.  En  la  misma  obra  se 
propone  un  estudio  detallado  sobre  el  origen  del  vascuence  y  su  rela- 
ción con  el  idioma  ibérico  y  una  etnografía  completa  de  España. 
No  faltan  tampoco  en  esta  clase  de  monumentos  falsificaciones, 
procedentes  no  sólo  de  D.  Cándido  María  Trigueros,  sino  también 
de  los  talleres  de  Tarragona,  de  Yecla  y  de  otras  localidades. 
Las  de  Trigueros,  hechas  para  imponer  al  insigne  orientalista 
Pérez  Bayer,  que,  como  es  sabido,  sólo  para  averiguar  la  exis- 
tencia de  éstas  y  de  otras  por  el  mismo  estilo,  como  las  del  Sacro 
Monte  de  Granada,  emprendió  su  célebre  viaje  á  Andalucía,  han  sido 
calificadas  en  su  verdadero  valor,  junto  con  las  inscripciones  latinas, 
paganas  y  cristianas,  también  falsas,  por  el  Sr.  Hübner  en  un 
artículo   del   periódico   científico  alemán,    el   Rhtinisches   Museum, 


ibérico 


64  LAS   INSCRIPCIONES 

(vol.  XVII,  1862,  p.  288  y  ss.).  En  el  «Boletín  de  la  Academia  de  la 
Historia»,  (vol.  III,  1882-1883,  p.  35  y  ss.),  se  publicaron  la  importante 
lámina  de  Lúzaga  con  las  explicaciones  délos  Sres.  Fita  y  Zobel,  y 
por  el  Sr.  Fita,  la  breve  inscripción  de  una  copa  de  bronce  encon- 
trada al  poniente  de  Cáceres,  cerca  de  la  vía  de  Arroyo  del  Puerco 
en  el  mismo  Boletín,  (vol.  IX,  1886,  p.  393).  De  una  inscripción, 
creída  ibérica,  bailada  en  «el  Pedregal»,  cerca  de  Guadalajara,  dio 
noticia  el  P.  Román  Andrés  de  la  Pastora,  en  el  mismo  Bole- 
tín, (II,  1872-1873,  p.  170)  y  de  las  inscripciones  ibéricas  encontradas 
en  la  antigua  Edetania,  en  Solana  Emilia,  en  el  término  de  Olietes, 
cerca  del  cerro  Torreón  de  las  Brujas  ó  Venta  de  San  Pedro,  D.  Emi- 
lio Burgas,  también  en  el  citado  Boletín,  (vol.  III,  1883,  p.  210.) 

ei  alfabeto  §  56.     Desde  los  primeros  ensayos  que  se  intentaron , 

aunque  muy  imperfectos  para  ver  de  interpretar  las  letras 
ibéricas,  no  pudo  dejar  de  notarse  que  tienen  en  su  con- 
junto una  semejanza  de  familia,  muy  pronunciada,  con 
las  del  alfabeto  fenicio  y  con  las  del  griego ,  que  sabemos 
traen  de  aquél  su  origen.  La  primera  cuestión  que  se  pre- 
senta es,  pues,  la  de  si  los  Iberos  las  tomaron  directa- 
mente de  los  Fenicios,  ó  si  se  las  enseñaron  los  Griegos. 
No  es  imposible  que  los  más  antiguos  colonizadores  feni- 
cios, que  unos  mil  años  antes  de  J.-C.  se  establecieron  en 
la  región  de  Tarteso  y  en  otros  puntos  de  la  costa  meri- 
dional, y  en  el  siglo  ix  fundaron  á  Cartago  de  África, 
hayan  enseñado  su  escritura  á  los  indígenas,  sus  vecinos, 
de  los  cuales  el  nuevo  arte  pudo  haberse  propagado  á  las 
demás  regiones  de  la  península,  hacia  el  Norte,  al  pie  de 
los  Pirineos,  y  aun  más  allá  hasta  el  Mediodía  de  la  Fran- 
cia. No  sabemos  si  los  colonos  calcidicos  y  corintios,  que 
en  el  siglo  viii  antes  de  J.-C.  se  establecieron  en  las  cos- 
tas de  Italia  y  de  Sicilia,  penetraron  hasta  las  de  España. 
Pero  si  fuese  cierto  que  ya  por  entonces  hubo  una  coloni- 
zación griega  en  las  costas  orientales  de  la  península, 
mucho  antes  de  la  fundación  de  las  colonias  foceas  de 
Masalia,  Ampurias,  Rosas  y  algunas  más  pequeñas,  como 


EL   ALFABETO   IBÉRICO  65 

Artemision,  ó  sea  Dianium,  y  Hermeroscópion,  pudiera 
suponerse  que  uno  de  los  alfabetos  antiguos  de  la  misma 
Grecia  ó  del  Asia  Menor  haya  originado  la  escritura  ibé- 
rica. La  solución  de  este  grave  problema,  si  es  que  puede 
alguna  vez  lograrse,  depende  sólo  del  examen  crítico  del 
alfabeto  ibérico  de  más  remota  fecha.  Los  autores  anti- 
guos y  modernos  que  tratan  de  las  gentes  que  poblaron  la 
España,  suelen  contentarse  con  enumerar  á  los  Fenicios  ó 
Chetas  y  á  los  Griegos  como  sucediendo  á  aquéllos  en  la  colo- 
nización, sin  haberse  ni  aun  siquiera  presentado  la  cuestión 
arriba  formulada.  De  las  variantes  de  la  escritura,  obser- 
vadas sobre  todo  por  Delgado,  Zobel  y  Berlanga  en  las 
obras  que  se  indican  más  adelante  (§  127),  entre  los  epí- 
grafes monetales  de  las  cuatro  regiones  de  la  Citerior,  y  de 
las  mucho  menos  frecuentes  de  la  Ulterior,,  resulta  un 
alfabeto  del  primer  período,  que  es  el  mismo  que  se 
observa  también  en  la  inscripción  ibérica  de  Castellón  de 
la  Plana,  que,  fuera  de  los  caracteres  ligados  y  algunos 
de  fijación  incierta,  se  compone  de  veinte  ó  de  veinti- 
una letras.  Los  alfabetos  griegos  que  con  este  ibérico  pue- 
den compararse,  son  los  de  las  colonias  calcídicas  de  Italia 
y  de  Sicilia,  Kyme,  Neapolis,  Rhégion,  ZanTde,  Naxos, 
Himera,  cuyos  signos  respectivos  tienen  relativamente  la 
más  grande  semejanza  con  el  ibérico.  Si,  pues,  la  escritura 
ibérica  es  hija  de  la  griega,  no  es  fácil  que  haya  nacido  de 
otros  abecedarios  que  de  los  que  se  dejan  indicados.  Para 
preparar  al  menos  una  solución  á  este  problema, hemos  com- 
puesto un  cuadro  sinóptico, que  comprende  el  alfabeto  fenicio 
más  antiguo ,  como  aparece  en  la  célebre  inscripción  de  Mesa 
rey  deMoab,del  siglo  vin  antes  de  J.-C,  del  griego  del  Asia 
Menor,  también  más  antiguo,  del  délas  colonias  calcídicas 
de  Italia  y  Sicilia,  y  últimamente  del  ibérico  más  arcaico. 
La  comparación  entre  estos  cuatro  parece  probar  definiti- 
vamente que  el  último  sea  derivado  directamente  del  feni- 


66  LAS   INSCRIPCIONES 

ció.  Algunas  de  sus  letras  son  variantes  muy  libres  de 
las  fenicias ,  y  que  no  se  encuentran  en  dicha  forma  en  nin- 
gún alfabeto  griego;  como  el  d  X  ,  sino  es  más  bien  el  ¿, 
el  m  \X^  \  el  q  X  ,  el  t  *V  T  ffl  Una  i  como  la  ibérica  /V  , 
aunque  existen  en  los  alfabetos  griegos  más  antiguos  y  en 
el  calcidico  formas  de  la  i  compuestas  de  tres  líneas  /  , 
también  es  peculiar  de  los  alfabetos  ibéricos  Lo  mismo 
puede  decirse  respecto  de  la  falta  de  la  b,  mientras  hay  un 
signo  que  corresponde  al  ti  griego  Pues  á.  lo  que  parece  en 
el  más  viejo  abecedario  ibérico  se  expresaban  con  el  mismo 
elemento  P  ambas  labiales,  la  p  y  la  b,  que  en  el  alfabeto 
fenicio  tienen  formas  algo  semejantes^  y  ?.  Parece  que 
falta  enteramente  al  alfabeto  ibérico"  la  letra  f.  El  signo,/!" , 
derivado  del  v  fenicio  Y ,  significa  en  el  ibérico(,  como'eñ 
el' fenicio,  u  y  v;  en  el  griego  se  distingue  la  L  de  la  V  ó  Y 
con  toda  claridad.  No  es  de  importancia  qué  el  alfabeto 
ibérico  haya  podido  tener  una  letra  equivalente  á  la  grie- 
ga X,  chi  (25);  tanto  más  que  dicha  letra  tiene  formas  muy 
varias,  ni  es  dable  considerar  este  punto  como  averiguado 
Tampoco  probaría  el  origen  griego  el  que  en  algunas  de  las 
más  antiguas  inscripciones  ibéricas,  como  en  la  de  Castellón 
de  la  Plana,  se  observe  una  interpunción,  análoga  á  la  de 
algunos  de  los  epígrafes  griegos,  con  tres  puntos  \  .  Las 
variaciones  que  ha  sufrido  el  alfabeto  ibérico  más  antiguo, 
se  han  efectuado  sin  influencia  exterior  alguna,  por  lo  que 
debemos  prescindir  de  ellas  al  presente.. El  resultado.de  la 
aplicación  de  este  alfabeto  al  de  las  inscripciones  ibéricases 
escaso.  Las  inscripciones  de  Castellón  y  de  Lúzaga  se  pue- 
den leer,  pero  su  idioma  no  se  entiende.  Lo  mismo  sucede 
respecto  de  los  demás  epígrafes  ibéricos  de  otras  regio- 
nes, y  que  son  más  modernos. 


EL   ALFABETO    IBÉRICO 


67 


Apéndice  a¡'J>Jf¡. 


fenicio 


griego 

asiático  calcidc 


ibérico 


1 

B 

aleph 

< 

A   A 

A 

D  P 

t 

í 
be/A 

;•■«*  ^ 

B 

B 

P    (17) 

3 

grrnel 

A  T 

r  r 

C 

C<A    (V$t<ZZoAel2t) 

l 

d 
daleth 

A 

¿\¿\ 

A  D 

X  («) 

5 

•    e 
he 

^3 

¿  E 

£    E 

b  £ 

i 

V, 

váw 

VHY 

C 

*  l«) 

7 

z 
sajín 

-ÍT 

I,. 

8 

chelh 

B  H 

H    H 

B   H 

H     N      [ho.Zoiel) 

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4 

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10 

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11 

kaph 

-y  H 

K    É 

K   IC 

K     I*    X,^fuerfe-Zo¿el.lS) 

11 

,  11 
lamed 

b  L 

AAX 

U   A 

A    A 

13 

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mem 

W] 

/*  M 

^  ^ 

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15 

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16 

0 

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9 

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Z6 

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YWUU 

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Y^V 

11 

o  mesa 

n. 

68  LAS  INSCRIPCIONES 

La  historia  del  alfabeto,  de  su  invención  y  propagación  por  las 
costas  del  Mediterráneo,  ha  sido  tratada  últimamente  por  un  gran 
número  de  sabios  alemanes,  ingleses  y  franceses,  como  E.  Meyer, 
Deecke,  Schlottmann,  Sayce  y  Taylor,  Lenormant,  Gan- 
neau-Clermont,  de  Vogtié  y  otros.  Fuera  del  alfabeto  cunei- 
forme asirio  y  del  chino,  la  invención  del  que  hoy  mismo  usan  todas 
las  naciones  europeas  y  muchas  otras,  que  la  tradición  atribuye  á 
los  Fenicios,  por  muchos  doctos  hoy  se  atribuye  más  bien  á  los  Che- 
tha,  ó  sea  los  Hittites  de  las  sagradas  escrituras,  habitantes  de  la 
Siria.  Sin  embargo,  el  examen  crítico,  así  de  las  tradiciones  como  de 
las  mismas  formas  de  las  letras,  parece  más  y  más  probar  la  verdad 
de  la  tradición  misma  relativa  á  los  Fenicios,  si  bien  se  sabe  que  no 
fueron  éstos  sino  los  Egipcios  los  inventores  de  la  atribución  de  cier- 
tas figuras  á  determinadas  letras,  y  de  su  valor  acrofonético,  derivado 
del  sonido  del  elemento  inicial,  con  que  comenzaba  el  nombre,  que  la 
imagen  representaba.  La  propagación  del  alfabeto  y  algunas  de 
sus  modificaciones  pertenecen  sólo  á  los  Fenicios. 

Un  resumen  muy  completo  de  la  cuestión  y  de  las  varias 
opiniones  emitidas  sobre  ella,  contiene  el  tratado  de  G.  Hinrichs 
sobre  la  epigrafía  griega,  que  forma  parte  del  manual  de  la 
ciencia  de  la  antigüedad  clásica,  escrito  por  muchos  doctos  ale- 
manes, y  redactado  por  Iwán  Müller  (vol.  I,  Nordlingen  1886, 
p.  359  y  ss.),  donde  también  se  da  cuenta  de  las  investigaciones  sobre 
el  origen  y  las  variedades  del  alfabeto  griego,  que  fueron  discutidas 
por  Boeckh,  Kirchhoff  y  otros. 

Letreros  §  57.     En  varias  localidades,   que  por  varias  razones 

prehistóricos  pUe¿erL  considerarse  con  mucha  probabilidad  como  sitios 
de  habitación,  ó  de  sepulcros  de  los  habitantes  más  anti- 
guos de  la  península,  se  han  encontrado  «letreros»,  pinta- 
dos en  la  roca  viva  por  mano  inexperta,  representando 
figuras  y  adornos  varios,  pero  de  ningún  modo  parecidos  á 
una  escritura  verdadera.  Ya  en  1783  D.  Antonio  López 
y  Cárdenas,  hermano  del  erudito  cura  de  Montoro  don 
Fernando  José,  observó  y  copió  inscripciones  de  esta 
clase,  en  la  que  se  dice  Piedra  escrita  [sicj,  en  las  sierras 
de  Fuencaliente,  partido  de  Calatrava,  por  cima  de  Mon- 
toro. No  son  más  inteligibles  las  de  la  misma  clase  obser- 


ESTUDIO  DE  LAS  INSCRIPCIONES  69 

vadas  en  1848  en  el  monte  Horquera,  junto  á  Baena,  y  los 
de  las  cavas  de  Carchena.  Últimamente  se  hallaron  signos 
semejantes,  hechos  con  tinta  encarnada,  como  las  de  Fuen- 
caliente,  en  la  «cueva  de  los  letreros»  de  la  Sierra  de 
María,  en  el  cerro  de  Maimón,  cerca  de  Vélez  Blanco  y 
de  Vélez  Rubio,  provincia  de  Almería.  Me  inclino  á  creer 
que  estos  dibujos  no  tienen  relación  alguna  con  la  escri- 
tura, ni  con  los  alfabetos  ibéricos,  siendo  de  origen  no 
muy  antiguo. 

Las  inscripciones  de  Fuencaliente ,  conservadas  en  un  ma- 
nuscrito de  D.  Fernando  José  López  y  Cárdenas,  que  obra  en 
poder  de  D.  Aureliano  Fernández  Guerra,  han  sido  publicadas 
por  D.  Manuel  de  Góngora,  en  sus  Antigüedades  prehistóricas 
(§  141,  p.  62  y  ss.),  como  también  las  que  se  dice  que  se  bailaron  en 
el  cerro  de  Maimón,  p.  70  y  ss.  déla  obra  citada,  también  menciona- 
das por  D.  Federico  Atienza,  según  la  indicación  de  D.  P.  Sabau, 
en  la  Noticia  de  las  actas  de  la  R.  Academia  de  la  Historia  de  1870, 
p.  38,  dando  informes  sobre  los  demás  monumentos  de  esta  clase 
arriba  citados.  Pero  estas  noticias  necesitan  más  oportuna  confir- 
mación. 

§  58.  Por  desgracia  ninguno  de  los  hombres  mediana-  Estudio  de  las 
mente  instruidos  de  la  época  de  los  Escipiones  y  ni  siquiera  tn8Cnpcm 
de  la  de  Augusto  en  adelante,  que  tuvieron  ocasión  de 
visitar  á  España,  ó  vivieron  en  ella,  se  cuidó  de  notar  los 
infinitos  monumentos  de  esta  clase  que  entonces  aun 
debían  existir.  Polibio  es  el  primero  que  nos  ha  conser- 
vado la  memoria  de  varios  documentos  de  suma  importan- 
cia para  la  historia  de  España;  algunos  de  los  cuales 
también  se  encuentran  en  las  obras  de  los  escritores  roma- 
nos. Un  número  algo  mayor  se  ha  conservado,  á  través  de 
las  vicisitudes  de  tantos  siglos,  en  su  redacción  primitiva, 
bien  porque  aun  existen  los  originales,  ó  bien  porque  fue- 
ron copiados  desde  los  siglos  xv  ó  xvi  en  adelante.  Del 
mismo  modo  debió  conservarse   otra  clase  de  epígrafes,  la 


70  l.AX    INSCRIPCIONES 

de  las  inscripciones  propiamente  dichas,  ó  sean  de  los 
llamados  tituli.  Pero  ninguno  de  los  doctos  viajeros  grie- 
gos y  romanos,  que  desde  Hecateo  en  adelante  visitaron  la 
península,  y  mucho  menos  sus  habitantes  mismos,  se  die- 
ron la  pena  de  copiar  ni  uno  sólo  de  ellos,  ni  en  Tarragona, 
ni  en  Cartagena,  ni  en  cualquier  otra  localidad,  en  donde 
aun  hoy  mismo  existen  los  monumentos  epigráficos  en  no 
escaso  número,  si  bien  como  exiguas  reliquias,  salvados  por 
el  acaso  de  entre  una  riqueza  bastante  grande,  y  deque  ape- 
nas podemos  formarnos  una  idea  aproximada.  Como  en  Ita- 
lia y  como  en  los  otros  países  de  Europa,  aunque  un  poco 
más  tarde  que  en  ellos,  es  decir,  desde  fines  del  siglo  xv 
y  principio  del  xvi,  se  ha  dado  en  España  comienzo  á  reco- 
ger los  documentos  epigráficos  de  ambas  clases.  Como 
gran  parte  de  las  inscripciones  latinas ,  una  vez  encontra- 
das, ha  desaparecido  de  nuevo,  su  texto  sólo  se  apoya  en  la 
buena  fe  de  los  que  las  vieron  y  copiaron.  La  historia, 
pues,  de  los  estudios  epigráficos  es  el  fundamento  indis- 
pensable para  el  uso  crítico  de  gran  parte  de  estos  monu- 
mentos. 
colecciones  §  59.     Dos  colecciones  de  inscripciones  latinas  encon- 

m(¡8  anti')ii(t(i  -ii 

tradas  en  España,  sobre  todo  en  las  costas  orientales  de 
Cataluña,  Valencia,  Murcia  y  Andalucía,  la  una  más 
breve,  la  otra  más  numerosa,  de  autores  anónimos,  pero 
sin  duda  compuestas  á  mediados  y  fines  del  siglo  xv,  son 
los  primeros  testimonios  de  los  estudios  epigráficos  relati- 
vos á  la  península.  Estas  dos  colecciones,  la  del  Antiquissi- 
mus  y  la  del  Antiquus,  fueron  incluidas  en  las  generales 
que  redactaron  varios  autores  de  esta  misma  época  y  de 
la  que  le  siguió  inmediatamente,  como  son  las  de  Fray 
Jocundo  ,  el  arquitecto  de  Verona;  la  de  Conrado  Peu- 
tinger,  patricio  de  Augsburg  Augusta,  que  las  tuvo  por 
medio  de  los  Fugger;  la  de  Marín  Sañudo,  el  célebre  cro- 
nista veneciano;   la  de  Martín  Sieder,   alemán,  y  las  de 


TRABAJOS  EPIGRÁFICOS   DEL   SIGLO   XVI  71 

algunos  otros  compiladores  italianos.  La  más  antigua  fué 
impresa  por  Pedro  Apiano ,  en  su  muy  conocida  colección 
universal  de  inscripciones  latinas  (Ingolstadt ,  1534,  4.),  y 
después,  con  todos  sus  errores  y  con  algunas  adiciones 
más  recientes,  por  Jacobo  Strada,  al  final  de  su  edición 
de  los  comentarios  de  César  (Francofurti  ad  Mcenum, 
1575,  fol.). 

§  60.     Con  el  siglo  xvi  empieza  la  época  de  los  viajeros      Trabajos 
eruditos,  que  copiaron  las  inscripciones  entonces  al  descu-  ei>*^r^c°*I 
bierto  y  visibles.  De  esta  clase  son  Juan  Bembo,  del  comer- 
cio de  Venecia  (a.  1505);  Andrés  Navagiero,  de  la  misma 
ciudad,  personaje  polítioo  y  célebre  literato  (1524-1526); 
Mariangelo  Accursio,   de  Aquila  en  el  reino  de  Ñapóles, 
que  con  los  dos  jóvenes  marqueses  de  Brandenburgo  siguió 
por  mucho  tiempo  la  Corte  de   Carlos  V  (cerca  del  1530); 
el  alemán  Nicolás  Manieran,   de  Luxemburgo   (1538);  el 
anónimo  veneciano   que    facilitó  á  Benedicto  Ramberti, 
también  veneciano,    su  colección  de  epígrafes  españoles 
(1550);  el  autor  desconocido  de  una  compilación  que  solemos 
llamar  la  siloge  del  anónimo  Taurinense,  porque  existe  en  la 
Biblioteca  de  Turín;  escrita  aproximadamente  por  los  años 
de  1550;  elpaduano  Alejandro  B a ss ano;  el  botánico  alemán 
Carlos  Clusius  (a.  1564);  y  finalmente  un  viajero  anónimo 
veneciano   (1581).  El  insigne  prelado  aragonés  D.  Anto- 
nio Agustín,  que  residió  muchos  años  en  Roma,   como 
protonotario  apostólico,  habiendo  obtenido  altas  dignida- 
des de  la  Iglesia,   después  de   haber  tomado   parte    en  el 
Concilio  de   Trento  y  de  haber  viajado    por   Alemania   y 
Francia,  fué  por  algún  tiempo  obispo  de  Lérida,  y  murió  de 
arzobispo  de  Tarragona  en  su  sede  arzobispal  en  1586.  Entre 
otras  grandes  empresas  literarias ,  también  concibió  la  idea 
de  reunir,  en  una  colección  completa,  las  inscripciones  de 
su  país  natal.    Se   sirvió,  para  los  trabajos  preliminares 
necesarios,  en  Eoma  de  la  ayuda  del  francés  Juan  Mete- 

6 


72 


LAS   INSCRIPCIONES 


lie,  en  Lérida  y  en  Tarragona  del  jesuíta  alemán  Andrés 
Schott,  el  que  después  publicó  la  gran  colección  de  histo- 
riadores de  España,  con  el  título  de  Hispania  illustrata. 
Metelle  tuvo  á  su  disposición  las  primeras  colecciones  de 
inscripciones  romanas  hechas  por  españoles. 

E$pañoUa  §  61.     El  más  antiguo  y  al  mismo  tiempo  más  docto  y 

cuidadoso  entre  ellos  fué  el  beneficiado  de  Ledesma,  des- 
pués canónigo  de  Salamanca,  Gaspar  de  Castro,  cuyas 
colecciones  no  muy  amplias,  pero  sí  muy  útiles,  fueron 
compiladas  por  los  años  de  1540  al  1551.  Siguieron  Luis 
Lucena,  Juan  Armengol ,  Alfonso  Tavera  ,  cuyas  com- 
pilaciones recibió  Metelle  en  Roma  en  1546;  un  poco  más 
tarde  los  cronistas  Florián  Do  campo,  Pedro  Antonio 
Beuter,  Ambrosio  de  Morales,  Jerónimo  Zurita  y  otros; 
luego  el  jurisconsulto  Juan  Fernández  Franco  de  Mon- 
toro,  el  Dr.  Vergara,  y  además  algunos  doctos  valencia- 
nos y  aragoneses,  cuyos  papeles  epigráficos  á  principio 
del  siglo  xvn  reunió  el  conde  de  Guimerá,  D.  Gaspar 
Galcerán  de  Castro.  Andrés  Schott  parece  que  reuniólos 
papeles  epigráficos  de  D.  Antonio  Agustín  después  de  la 
muerte  de  dicho  prelado;  y  algunos  de  los  cuales,  no  todos, 
aun  existen  en  las  bibliotecas  de  Madrid  y  de  Barcelona. 

Extranjeros  §  62.     De  las  mismas  colecciones  extranjeras  y  nacio- 

nales sacaron  sus  copias  de  los  epígrafes  españoles  los 
colectores  contemporáneos  alemanes,  Esteban  Vinando 
Pighio,  Martín  Smecio,  Adolfo  Occón,  el  erudito  mé- 
dico de  Augsburg;  y  los  italianos,  como  el  fastógrafo  Onofre 
Panvinio,  de  la  C.  de  J.;  Pedro  Vettori  (Victorius),  el 
filólogo;  Aldo  Manuzio  el  impresor  veneciano;  el  francés 
Sanloutius  y  otros. 

Todos  estos  hombres  vivían  en  el  siglo  xvi,  que  tam- 
bién respecto  á  los  trabajos  epigráficos  es  el  más  rico  y 
fructuoso  de  todos  los  que  le  precedieron,  y  también 
de  los   que  vinieron  después.  Las  colecciones  impresas  de 


LOS   FALSARIOS  73 

Smecio  y  Occón,  aumentadas  por  el  mismo  Josef  Se  alí- 
gero, el  primer  filólogo  de  su  tiempo,  así  como  varias 
manuscritas,  y  también  algunos  libros  impresos,  como  las 
crónicas  y  otros  escritos  relativos  á  algunas  provincias  y 
poblaciones  de  España,  forman  el  conjunto  de  las  fuentes 
de  los  epígrafes  de  procedencia  española,  incluidos  en  el 
gran  Tesoro  de  inscripciones  de  Jano  Gruter. 

Véanse  indicaciones  más  detalladas  en  el  Corpus  Inscriptionum 
Latinarum,  vol.  II,  p.  V  y  ss.  El  Thesaurus  de  Gruter  se  publicó 
en  Heidelberg,  1603,  fol.,  la  edición  segunda  por  J.  J.  Graevius, 
4  vol.,  en  Amsterdam  1707,  fol. 

§  63.     Ya  en  estas   colecciones,  manuscritas  é  impre-    ;.os  falsario* 
sas,  al  lado  de  las  inscripciones  genuinas,  aunque  frecuen- 
temente mal  copiadas,  se  encuentra  una  porción  de  otras, 
cuya  falsedad  no  exige  una*  demostración  detenida.  Estas 
difieren  por  completo   de  las  genuinas,  en  su  lenguaje, 
fórmulas  y  abreviaciones;  tratan  de   hechos  históricos  y 
personajes  ilustres,  como   de  los  Escipiones,  de  Catón,  de 
Sertorio  y  de   otros  varios,   de  los  que  no  queda  memoria 
alguna  epigráfica;    nunca    van  acompañadas   de   noticias 
fidedignas  y  circunstanciadas  sobre  su  hallazgo  ó  sobre  su 
paradero,  sino  de  vagas  indicaciones,  especialmente  en  las 
más  antiguamente  inventadas,  como  por  ejemplo:  «in  His- 
pania,  apud  Malagam  urbem»,  «in  Lusitania  in  agro»,  «in 
calce  Lunai  promontorii»,   «in  ruinis   Caparm»,   «Mundce», 
«Dianii»,  y  así  de  los  demás.  Ya  las  más  antiguas  compila- 
ciones contienen  algunas  de  estas  falsificaciones,  que  acaso 
ni  aun  fueron  forjadas   en   España.  El  mal  ejemplo  tuvo 
por  desgracia  mucha  imitación,  y  lo  siguieron  no  sólo  los 
anticuarios  de  alguna  reputación,  como  los  portugueses  Luis 
Andrés  Resende  y  el  cronista  Fray  Bernardo  de  Britto, 
el  Padre  Jerónimo  Román  de  la  Higuera,  famoso  autor 
de  los    falsos  cronicones,   y  los   tan    conocidos   falsifica- 


74  LAS   INSCRIPCIONES 

dores  del  Sacro  Monte  de  Granada,  sino  también  un 
gran  número  de  historiadores  y  anticuarios  de  reputación 
local,  que  no  son  dignos  de  ser  nombrados  aquí,  basta  un 
literato  del  siglo  pasado,  no  enteramente  ignorado,  sino 
conocido  también  como  autor  de  las  poesías  de  Díaz  de 
Toledo,  el  carmonense  Cándido  María  Trigueros.  Este 
quiso  forjar  no  pocas  inscripciones  bajo  el  nombre  del 
benemérito  Juan  Fernández  Franco,  é  impuso  hasta  á 
Pérez  Bayer.  Todos  ellos  se  han  adquirido  una  reputación 
funesta  por  sus  invenciones  epigráficas,  que  fueron  á  la  vez 
sumamente  absurdas  é  indoctas.  Aquellas  invenciones,  jun- 
tas á  la  ignorancia  casi  universal  con  que  la  Europa  docta 
solía  tratar,  hasta  hace  muy  poco  tiempo,  las  cosas  de 
España,  causaron,  no  sin  razón,  una  general  desconfianza 
respecto  á  la  epigrafía  de  la  península,  que  ahora  ya  feliz- 
mente ha  desaparecido. 

En  el  segundo  volumen  del  Corpus  inscriptionum  Latinarum,  del 
cual  luego  se  dará  cuenta,  una  parte  especial  está  dedicada  á  las  ins- 
cripciones falsas  ó  sospechosas,  que  se  han  podido  reunir  en  número 
de  unas  quinientas,  sobre  poco  más  ó  menos  de  casi  cinco  mil 
genuinas.  Estos  números  hablan  por  sí  mismos.  Sobre  Trigueros 
véase  la  Memoria  del  Sr.  Hübner  «Trigueros  y  Franco»,  en  el 
fíheinisches  Museum,  vol.  XVII,  1862,  p.  288  y  ss. 

Trabajo»  §  64.     El  siglo  xvn,   que  fué  el  de  oro  para  las  bellas 

'lot'aTios' d<>  ar^es  y  Ia  amena  literatura  en  España,  para  la  epigrafía 
hasta  xix  ha  sido  bastante  estéril.  Un  viajero  alemán,  el  caballero 
Abraham  de  Bibrán,  de  la  Silesia  entonces  austríaca, 
recogió,  en  su  viaje  por  algunas  partes  de  la  península, 
por  los  años  de  1602  al  1625,  no  pocas  inscripciones  hasta 
entonces  desconocidas.  El  poeta  sevillano  Eodrigo  Caro 
(1621-1625),  el  cordobés  Enrique  Baca  de  Alfar  o,  el  con- 
sejero Juan  Bautista  Valenzuela  Velázquez,  después 
obispo  de  Salamanca,  que  murió  en  aquella  capital  de  su 


EL   SIGLO    XVIII  75 

diócesis  en  1645,  y  el  canónigo  del  Sacro  Monte  de  Granada 
Martín  Vázquez  Siruela,  por  los  años  de  1649,  hicieron 
colecciones,  principalmente  de  las  inscripciones  de  regiones 
liasta  entonces  no  muy  conocidas,  como  de  la  Mancha,  y  de 
algunas  partes  déla  Andalucía.  Pero  pocos  de  estostrabajos 
y  de  las  no  raras  historias  locales  publicadas  en  la  misma 
época,  casi  todas  viciadas  por  los  falsos  cronicones,  llega- 
ron á  ser  conocidos  de  los  eruditos  de  Europa,  y  por  eso 
no  han  contribuido  mucho  á  dar  á  conocer  el  estado  de  los 
conocimientos  epigráficos  de  la  península. 

§  65.  Desde  el  siglo  xvni  comienza  á  notarse  mayor  ei  siglo  xvm 
actividad  en  el  estudio  de  este  ramo  de  la  arqueología 
clásica,  si  bien  fueron  pocos  los  que  la  cultivaron  espe- 
cialmente. De  ellos  bastará  nombrar  aquí  los  que  fue- 
ron lumbreras  literarias  de  aquella  edad,  como  Manuel 
Martí,  deán  de  Alicante;  Gregorio  Mayans;  el  Padre 
Enrique  Flore z;  Luis  Josef  Velázquez  de  Velasco,  mar- 
qués de  Valdeflores;  el  conde  de  Lumiares;  el  canónigo 
D.  Francisco  Pérez  Bayer,  insigne  orientalista;  José 
Cornide  y  Saavedra;  los  portugueses  P.  Jerónimo  Conta- 
dor de  Argot e,  y  el  arzobispo  de  Evora  Fray  Manuel  do 
Cenáculo.  Todos  estos  hombres,  á  pesar  de  no  ser,  por 
decirlo  así,  epigrafistas  de  profesión,  sin  embargo,  con 
sus  trabajos  bien  conocidos  y  más  ó  menos  importantes 
sobre  la  historia  y  la  numismática,  han  prestado  señalados 
servicios  también  á  la  epigrafía.  Las  academias  fundadas 
en  el  mismo  siglo,  como  lo  fué  la  primera  la  dé  Lisboa,  y 
mucho  más  la  Real  de  la  Historia  de  Madrid,  luego  las  de 
Sevilla  y  Barcelona,  también  han  contribuido  algo  á 
fomentar  estos  estudios.  Por  desgracia,  ni  el  marqués  de 
Valdeflores,  ni  el  conde  de  Lumiares  llegaron  á  terminar 
y  á  publicar  sus  ricas  colecciones  de  antigüedades  ó  ins- 
cripciones de  las  respectivas  regiones,  que  más  habían 
estudiado,    la  Andalucía  y  el  reino   de  Valencia.  La  del 


76  LA8   INSCRIPCIONES 

primero  no  ha  sido  impresa  nunca,  permaneciendo  aún 
inédita  en  los  estantes  de  la  Real  Academia  de  la  Historia. 
Sin  embargo,  á  lo  menos  los  dibujos  y  planos  excelentes, 
con  que  está  ilustrada,  aun  hoy  día  merecieran  ver  la  luz; 
pues  conservan  mucho  que  desde  entonces  ha  desaparecido. 
La  obra  del  conde  de  Lumiares,  sobre  el  reino  de  Valencia, 
debe  su  publicación  en  la  forma  que  al  presente  se  conoce, 
á  la  misma  Academia.  Por  el  contrario,  no  es  muy  de  sentir 
que  hayan  quedado  inéditos  en  la  Biblioteca  de  la  Acade- 
mia de  Lisboa  los  numerosos  escritos  epigráficos  del  por- 
tugués Vicente  Salgado,  y  hasta  su  misma  colección  de 
los  monumentos  romanos  de  Portugal,  redactada  en  1796. 
De  estos  trabajos,  algunos  llegaron  á  conocimiento  del 
epigrafista  de  Verona,  el  famoso  Escipión  Maffei,  del  cé- 
lebre benedictino  francés  Bernardo  de  Montfaucon,  y 
del  autor  del  nuevo  Tesoro  epigráfico,  el  no  menos  céle- 
bre historiador  Luis  Antonio  Muratori.  Pero  el  libro  de 
este  docto  italiano  (4  vol.,  Milán  1739,  fol.)  es,  como  ya 
se  sabe,  una  compilación  hecha  de  priesa,  y  poco  digna  de 
la  reputación  literaria  del  que  le  dio  su  nombre,  y  acre- 
centó la  epigrafía  española  tan  sólo  con  textos  mal  copia- 
dos ó  falsos.  En  España  mismo,  las  descripciones  de  las 
poblaciones  que  visitó,  y  las  consideraciones  estéticas  que 
las  obras  de  bellas  artes,  que  en  ellas  encontraba,  sugerían 
á  D.  Pedro  Antonio  Ponz  en  sus  viajes,  publicados  del 
1772  al  1794,  dieron  á  conocer  también  algunas  pocas 
inscripciones  nuevas,  comunicadas  al  autor  por  sus  corres- 
ponsales. Al  mismo  tiempo,  el  jesuíta  catalán  Juan  Fran- 
cisco Masdeu  compuso  en  Italia  su  bien  conocida  «His- 
toria crítica  de  la  España»  (20  vol.,  Madrid  1783-1805,  8.), 
que  le  proporcionó  tantas  controversias  con  el  P.  Florez 
y  con  su  continuador,  el  P.  Manuel  Risco,  con  Antonio 
Trággia  y  otros.  La  parte  epigráfica  de  la  obra  de  Mas- 
deu, aunque  contenga  algunas   comunicaciones  hechas  al 


EL   SIGLO   XIX  77 

autor  por  corresponsales  nacionales  de  alguna  estima,  en 
general  no  merece  de  ningún  modo  el  crédito  y  la  autori- 
dad, que  aun  hoy  mismo  le  conceden  algunos.  El  siglo  xviii 
produjo  además  no  pocas  monografías  locales,  históricas  y 
topográficas,  que  contienen  adiciones  útiles  á  las  publica- 
ciones epigráficas  hechas  hasta  entonces,  de  cuyo  mérito 
respectivo  ya  se  ha  hablado  en  sus  lugares  correspondien- 
tes, por  lo  que  al  presente  bastará  con  recordar  aquí  su 
mayor  ó  menor  importancia. 

§  66.  La  primera  mitad  del  siglo  en  que  vivimos  no  ei  siglo  xix 
ha  añadido  mucho  á  las  riquezas  epigráficas  hasta  enton- 
ces acumuladas.  El  viajero  francés,  conde  Alejandro  de 
Labor  de,  en  su  espléndida  obra,  Voyage  pittoresque  et 
historique  de  VEspagne,  (2  vol.,  París  1806^1820,  fol.)  y  los 
beneméritos  autores  nacionales  Jaime  Villanueva,  Juan 
Agustín  Cean-Bermúdez  ,  Miguel  Cortés  y  López,  Pas- 
cual Madoz,  como  no  fueron  epigrafistas,  reprodujeron, 
cuando  se  les  presentaba  la  ocasión,  los  trabajos  de  otros 
con  más  ó  menos  exactitud. 

§  67.     Claro  es  que  ni  los   Tesoros  de   G-ruter  ni  de  Las  imcHpcio- 

-.«-  •  -,  ,  •  ,-.,-..  .        .  nes  Hispanice, 

Muratori,  ni  aun  la  mas  reciente  colección  de  mscripcio-  Latinee 
nes  escogidas  de  Orelliy  Henzen  (3  vol.,  Turici,  1828-  de  IIiibner 
1856,  8.),  podían  satisfacer,  por  lo  menos  las  dos  primeras, 
las  exigencias  de  la  ciencia  epigráfica  y  arqueológica  en 
general,  ni  mucho  menos  daban  una  idea  suficiente 
de  las  riquezas  epigráficas  de  la  península.  Después  de 
amplios  trabajos  preliminares  y  de  un  viaje  por  la  mayor 
parte  de  la  península,  hecho  en  los  años  de  1860  y  1861, 
el  Sr.  Emilio  Hübner,  de  Berlín,  redactó  el  segundo 
volumen  del  Corpus  inscriptionum  Latinarum,  que  la  Real 
Academia  de  Ciencias  de  Berlín  había  empezado  á  publi- 
car. En  este  volumen  (Berlín  1869,  en  fol.,  de  páginas  LVI, 
780  y  48 — de  las  falsas — ,  en  todas  884,  con  dos  mapas), 
están    ordenadas  geográficamente    y  copiadas   cinco    mil 


78  LAS   INSCRIPCIONES 

y  tantas  inscripciones  latinas,  y  las  pocas  griegas  de  la 
península,  que  hasta  entonces  eran  conocidas,  tomadas  de 
los  manuscritos  é  impresos  de  toda  clase,  donde  aparecían 
trasladadas,  ó  bien  reproducidas  de  los  originales  mismos, 
cuando  aun  existían  y  eran  asequibles.  Porque  casi  la  mi- 
tad de  las  descubiertas  habían  después  vuelto  á  desaparecer, 
más  por  el  deplorable  descuido  y  la  ignorancia  de  los  habi- 
tantes, que  por  las  guerras  y  revoluciones  que  han  destro- 
zado el  país.  Los  prolegómenos  de  este  volumen  dan  una 
enumeración  precisa  de  todas  las  colecciones  epigráficas 
anteriores,  de  que  se  acaba  de  hablar,  con  las  citas  é  indi- 
caciones necesarias.  Cada  provincia  de  las  tres  de  la  España 
romana,  la  Tarraconense,  la  Botica  y  la  Lusitania,  y  cada 
población,  en  la  cual  se  han  encontrado  inscripciones, 
tiene  su  introducción  particular,  con  la  indicación  de  las 
historias  locales  y  demás  fuentes  particulares.  A  cada  ins- 
cripción acompañan  breves  notas  sobre  el  lugar  donde  fué 
hallada  y  donde  existe,  tomadas  de  los  autores  que  la  vie- 
ron y  copiaron ,  y  además,  en  cuanto  ha  parecido  necesa- 
rio, explicaciones  concisas  de  su  contenido,  no  pudiendo 
ser  demasiado  prolijas  por  no  aumentar  el  volumen  de  la 
obra,  ya  de  suyo  demasiado  abultada.  Adiciones,  compren- 
diendo todas  las  inscripciones  que  fueron  halladas  durante 
la  impresión  de  dicho  libro,  correcciones  á  las  publicadas, 
y  al  final  unos  índices  muy  completos  de  los  nombres  de 
las  personas,  de  las  poblaciones,  de  las  divinidades,  de  los 
emperadores,  de  los  magistrados  civiles,  de  los  cargos 
militares,  de  las  dignidades  municipales,  y  de  todas  las 
demás  particularidades  dignas  de  ser  notadas,  vienen  á 
terminar  la  obra.  Dos  mapas,  el  uno  de  la  España  romana 
en  general,  el  otro,  en  tamaño  doble  del  primero,  de  la 
Bética,  con  tres  menores  de  los  conventos  jurídicos  Chí- 
mense y  Bracarense,  y  de  las  cercanías  de  Lisboa,  facili- 
tan la  inteligencia  y  el  manejo  de  este  volumen. 


LAS   INSCRIPCIONES   HISPANICE   LATINAS   DE   HÜBNER  79 

§  68.  A  consecuencia  del  impulso,  que  esta  obra  ha  los  mpiemen- 
dado  á  los  estudios  epigráficos  en  España  y  Portugal, 
desde  su  publicación  han  venido  sucediéndose  en  la  penín- 
sula una  serie  de  trabajos  epigráficos  y  arqueológicos, 
basados  en  el  sólido  fundamento  del  citado  volumen  del 
Corpus,  que  han  proporcionado  suplementos  importantes 
á  dicha  obra,  impresa  hace  ya  diez  y  ocho  años.  La  cose- 
cha epigráfica  reunida  de  las  varias  publicaciones  hechas 
en  España  por  los  ¡Sres.  Berlanga,  Fita,  G-óngora,  Gue- 
rra, Oliver,  Saavedra,  y  en  Portugal  por  Borges  de 
Figueiredo,  Estacio  da  Veiga,  Pereira  Caldas,  Sar- 
mentó, ySoromenho,  así  como  las  noticias  contenidas  en 
diversas  comunicaciones  de  muchos  corresponsales,  dirigi- 
das al  autor  de  la  mencionada  obra,  ha  sido  reproducida 
por  el  mismo  en  varios  suplementos,  impresos  en  la  JEphe- 
meris  epigraphica  de  Berlín,  publicación  periódica  libre,  de 
tamaño  menor  que  el  dicho  Corpus,  destinada  á  completar 
los  diversos  volúmenes  ya  editados  de  éste.  Después  de  dos 
nuevos  viajes  al  país, el  mismo  autor, dentro  de  poco  tiempo 
va  á  publicar  un  volumen  general  de  suplementos  en  el 
tamaño  del  Corpus,  que  comprenderá  todas  las  adiciones 
hechas  á  las  varias  partes  de  la  grande  colección,  ya  en  el 
mismo  tomo  segundo  de  la  dicha  obra,  como  en  los  varios 
de  la  Efómeris,  añadiendo  también  lo  que  desde  la  última 
publicación  de  los  suplementos  de  la  indicada  Efómeris  se 
ha  podido  allegar  por  inspección  ocular, por  corresponsales, 
y  por  las  publicaciones  de  otros  doctos.  Es  de  esperar  que 
aun  después  de  la  publicación  de  este  grande  suplemento, 
copiosos  hallazgos  impongan  al  autor  la  obligación  de 
seguir  con  nuevas  adiciones. 


De  los  varios  trabajos  de  los  autores  indígenas  se  dará  razón  en 
sus  respectivos  lugares.  Los  suplementos  hasta  ahora  dados  á  luz 
en  la  Ephemeris  epigraphica  de  Berlín  están  en  los  volúmenes  de  esta 


80  LAS    INSCRIPCIONES 

publicación  periódica,  en  el  primero  (Berlín  1872.  ]>.  11.  188),  en  el 
segundo  (1875,  p.  233),  en  el  tercero  (1877,  p.  31.  190),  y  en  el  cuarto 
(1881,  p.  3  y  ss.) 

La»  ;,iscríj,cio-  §  69.  Como  en  Italia,  en  Francia  y  en  África,  tienen 
las  inscripciones  romanas  de  España  desde  el  siglo  iv  en 
adelante,  cuando  provienen  de  personas  adictas  ala  nueva 
fe  cristiana,  un  lenguaje,  unas  fórmulas  y  un  carácter 
paleográfico  particulares,  ofreciendo,  además  de  datos  de 
suma  importancia  histórica  en  general,  noticias  preciosas 
sobre  la  topografía  y  los  monumentos  de  aquella  época  inte- 
resante. Durante  la  invasión  musulmana  y  algunos  siglos 
después,  casi  hasta  finalizar  el  x,  las  fórmulas  y  el  carácter 
de  las  inscripciones  cristianas  se  mantuvieron  en  uso.  Por 
eso  el  autor  del  segundo  tomo  del  Corpus,  el  Sr.  Hübner, 
en  un  libro  especial  más  pequeño,  ha  reunido,  sirviéndose  de 
las  mismas  fuentes  que  en  el  de  las  paganas,  cerca  de  dos- 
cientas inscripciones  cristianas  de  los  siglos  iv  al  vi, 
y  en  un  apéndice  como  noventa  más,  que  llegan  hasta  el 
año  mil  de  nuestra  Era  cristiana.  Han  sido  publicadas 
bajo  el  mismo  método  que  las  paganas,  sólo  que  se  han 
añadido,  en  cuanto  era  posible,  algunos  facsímiles  de  los 
textos,  para  dar  una  idea  cabal  de  los  caracteres  paleográ- 
ficos,  que  ofrecen  á  veces  el  solo  medio  para  fijar  la  res- 
pectiva época  de  los  monumentos.  No  falta  tampoco  á 
esta  colección  casi  un  centenar  de  epígrafes  falsos  ó  sos- 
pechosos. Lo  poco  que  se  ha  encontrado  de  nuevo  en  este 
ramo  de  la  epigrafía  desde  el  año  de  1871,  en  que  se  impri- 
mió esta  obra,  fué  publicado  en  1876  en  otra  colección  del 
autor.  Tanto  dicho  apéndice  cuanto  lo  más  recientemente 
hallado,  será  editado  de  nuevo  en  otro  volumen  suplemen- 
tario, destinado  á  este  solo  objeto.  El  prefacio  del  tomo  ya 
impreso  comprende  y  expone  las  fuentes,  los  autores,  las 
series,  la  edad  y  todas  las  demás  particularidades,  que 
deben  observarse  en  este  género  de  monumentos  epigráfi- 


LOS   DEMÁS    VOLÚMENES   DEL    CORPUS  81 

eos,  terminando  la  obra  con  unos  índices  como  los  del 
segundo  volumen  del  Corpus,  y  con  un  mapa  epigráfico  de 
la  España  cristiana. 

El  volumen  de  las  inscripciones  cristianas,  dedicado  á  los  insig- 
nes anticuarios  españoles  Aureliano  Guerra  y  Eduardo  Saavedra, 
lleva  el  título  Inscriptionas  Hispanice  christiance,  eclidit  ¿Emilius 
Hiíbner,  adiecta  est  tabula  geographica,  Berolini  1871  (XVI  y  120 
p.  en  4.).  El  suplemento  está  publicado  en  otra  obra  del  mismo 
autor,  intitulada  Inscriptiones Britannia'  christianaz...,  accedit  sup- 
plementum  inscriptionum  christianarnm  Hispanice,  Berolini  1876,  en 
4.  Como  se  deja  diebo,  al  final  de  este  libro  van  numeradas  separada- 
mente en  cinco  páginas  algunas  adiciones  ya  publicadas,  y  cinco  epí- 
grafes nuevos. 

§  70.     La  administración  política  y  militar  del  impe-     Los  demás 

-ii  -i  ,         •  j.     i  j     t  volúmenes  del 

rio  romano,  modelo  y  en  muchos  respectos  ideal  de  las  ms-  Corpus 
tituciones  análogas  en  la  edad  moderna,  no  sólo  hizo  pasar 
muchos  magistrados  y  militares  de  la  Italia  y  otras  pro- 
vincias á  España,  y  viceversa,  sino  también  fué  causa  de 
que  con  ocasión  de  algunas  especulaciones  mercantiles,  ó 
de  diversos  negocios  particulares,  personas  y  objetos  de 
procedencia  peninsular  se  encuentren  mencionados  en  ins- 
cripciones de  otras  regiones.  Esta  es  una  de  las  causas 
por  que  es  indispensable  tener  el  conocimiento  más  per- 
fecto de  las  fuentes  epigráficas,  en  términos  que  aunque 
sólo  haya  de  estudiarse  una  provincia  del  imperio,  se  haga 
preciso  conocer  sin  embargo  lo  que  se  haya  publicado  res- 
pecto de  las  demás.  Con  todo  ello  no  creemos  que  debamos 
dar  en  estas  páginas  un  tratado  especial  de  la  ciencia 
epigráfica,  que  no  puede  condensarse  en  breves  párrafos. 
Contentámosnos,  pues,  con  anotar  al  pie  y  enumerar  sucin- 
tamente los  volúmenes  del  Corpus  hasta  ahora  publicados, 
añadiendo  una  breve  indicación  del  contenido  de  cada  uno 
de  ellos,  en  cuanto  sea  necesario  para  conocer  bien  las  ins- 


82  LAS   INSCRIPCIONES 

cripciones  romanas  especialmente  de  España.  Como  es 
muy  verosímil  que  la  serie  de  unos  veinte  volúmenes  en 
folio,  escritos  en  latín,  no  puedan  ser  objeto  de  la  lectura 
de  todas  las  personas  que  se  interesan  por  la  epigrafía  y 
las  demás  antigüedades  de  la  península,  creemos  oportuno 
dar  aquí  una  idea  general  de  la  extensión  de  este  vasto 
repertorio  de  interesantísimos  materiales  para  la  historia 
y  la  arqueología  clásica. 

Los  volúmenes  en  folio  del  Corpus  Inscriptionum  latinarum  que 
se  publica  en  Berlín  bajo  los  auspicios  de  aquella  Real  Academia 
desde  hace  veinticuatro  años,  acompañados  de  los  necesarios  mapas 
geográficos,  llegan  hoy  al  número  de  once  partes  y  diez  y  ocho  tomos, 
en  esta  forma: 

Vol.  I.  InscHptiones  latinee  antiquisssimee  ad  C.  Ccesaris  mor- 
tem,  eclidit  Th.  Mommsen,  etc.  Berlín  1863;  agotado,  se  prepara  una 
nueva  edición. 

Priscce  latinitatis  monumento,  epigraphicee  edidit  F.  Ritschl,  Ber- 
lín 1862. 

Vol.  II.  InscHptiones  Hispanice,  latinee,  ed.  ¿Em.  Hübner,  Ber- 
lín 1869.  Véase  §  67. 

Vol.  III.  Inscriptiones  Asice,  provinciarum  Europa  Greecarum, 
Illyrici  Latinee,  ed.  Th.  Mommsen,  Berlín  1873,  en  dos  partes. 

Vol  IV.  Inscriptiones  parietariee  Pompeianee  etc.,  ed.  C.  Zan- 
gemeister,  Berlín  1871. 

Vol.  V.  Inscriptiones  Gallice  cisálpinee  Latinee,  ed.  Th.  Momm- 
sen,  Berlín  1872  y  1877,  en  dos  partes. 

Vol.  VI.  Inscriptiones  urbis  Romee  Latinee,  collegerunt  Guil. 
Henzen  et  Ioh.  Bapt.  de  Rossi,  en  seis  partes,  de  las  cuales  se  han 
publicado  la  primera,  Berlín  1876,  la  segunda  1882,  la  tercera  1887, 
y  la  quinta,  que  contiene  los  títulos  falsos,  1885.  La  cuarta  está 
en  curso  de  impresión;  falta  además  la  sexta,  que  comprenderá  los 
índices. 

Vol.  VII.  Inscriptiones  Britannias  Latinee,  ed.  jEm.  Hübner, 
Berlín  1873. 

Vol  VIII.  Inscriptiones  A fricee  Latinee,  collegit  G.  Wilmanns, 
Berlín  1881,  en  dos  partes. 

Vol.  IX. — Inscriptiones  Calabrioe,  Apuliee,  Samnii,  Sabinorum, 
Piceni  Latinee,  ed.  Th.  Mommsen,  Berlín  1883. 


LA  PALEOGRAFÍA  DE  LAS  INSCRIPCIONES  83 

Vol.  X.  Inscriptiones  Bruttiorum,  Lucanice,  Campanice,  Sicilice, 
Sardinice  Latinee,  ed.  Th.  Mommsen,  Berlín  1883,  en  dos  partes. 

Vol.  XIV.  Inscriptiones  Latii  antiqui  Latinee  ed.  H.  Dessau, 
Berlín  1887. 

Los  demás  volúmenes  que  en  la  actualidad  se  preparan  ó  que 
están  ya  imprimiéndose  son: 

Vol.  XI.     Inscriptiones  JEmilice,  Umbrice,  Etrurice  Latinee. 

Vol.  XII.     Inscriptiones  Gallice  Narbonensis  Latina}. 

Vol.  XIII.  Inscriptiones  trium  Galliarum  et  duarum  Germania- 
rum  Latinee. 

Vol.  XV.  Inscriptiones  instrumenti  domestici  urbis  Romee 
Latinee. 

La  «Ephemeris»  epigraphica,  Corporis  Inscriptionum  Latinarum 
Supplementum,  se  compone  hasta  el  presente  de  seis  volúmenes,  Ber- 
lín y  Roma,  1872  á  1885,  8. 

Sobre  el  volumen  paleográfico,  Exempla  scripturce  epigraphicce 
Latinee,  ed.  JEm.  Hilbner,  Berlín  1885,  véase  el  §  71. 

El  Sr.  Hübner  ha  dado  en  inglés  y  en  alemán  una  breve  intro- 
ducción al  estudio  de  la  epigrafía  latina;  en  inglés,  en  la  Encyclo- 
pcedia  Britannica  (vol.  XIII,  Edinburgh  1880,  4.,  p.  124-133);  y  en 
alemán,  en  el  Handbuch  der  klassischen  Altertumswissenschaft, 
publicado  por  Iwan  Müller,  vol.  I,  Nórdlingen  1886,  p.  475  y  ss.    r 

§  71.     El  uso  crítico  de  las  inscripciones  depende,  como  La  paleografía 
fácilmente  puede  comprenderse,  además  de  su  interpreta-        delas 

■l  x  '  *  inscripciones 

ción  elemental  y  exacta,  muy  especialmente  del  juicio  acer- 
tado que  logre  formarse  sobre  la  época  á  que  pertenecen. 
Cuando  no  contienen  datos  cronológicos  directos,  ó  indi- 
caciones especiales,  de  las  que  pueda  deducirse,  con  más 
ó  menos  exactitud,  cuándo  fueron  grabadas,  lo  cual  no  es 
raro  que  acontezca,  sólo  queda  como  único  indicio  la 
forma  de  la  escritura,  ó  sea  el  dato  paleográfico,  por  el 
que  se  puede  llegar  á  fijar  su  fecha.  Para  facilitar  esta 
operación  frecuentemente  indispensable,  el  Sr.  Hüb- 
ner, autor  de  las  colecciones  epigráficas  arriba  menciona- 
das, ha  publicado  como  suplemento  del  Corpus  inscriptio- 
num, y  en  el  mismo  tamaño,   una  colección   de  cerca  mil 


Actas 


84  LAS    INSCRIPCIONES 

doscientos  modelos  de  inscripciones  latinas  de  todas  clases, 
de  Roma,  de  Italia  y  de  las  demás  provincias,  y  hasta  de  las 
íiuís  pequeñas  en  bronce.  Estos  modelos  consisten  en 
facsímiles,  reducidos  en  tamaño,  y  hechos  de  calcos  ó 
fotografías  sacadas  de  los  mismos  originales,  habiendo 
sido  reproducidos  estos  dibujos  por  medio  de  la  zinco- 
tipia,  de  modo  que  presentan  una  imitación  casi  mecá- 
nica de  los  textos  mismos.  La  facilísima  operación  de 
calcar  las  inscripciones,  en  papel  sin  cola  humedecido, 
todavía  no  conocida  lo  bastante  de  los  epigrafistas  de  pro- 
vincia, proporciona  la  posibilidad  de  comparar  la  paleo- 
grafía de  cada  inscripción  recientemente  hallada,  cuya 
época  se  ignora,  con  los  correspondientes  modelos  del  vo- 
lumen, que  forma  el  suplemento  del  Corpus. 

Este  volumen  lleva  por  título  Exempla  scripturce  epigraphicce 
latinee  a  Ccesaris  dictatoris  morte  ad  cetatem  Justiniani,  Berolini 
1885,  LXXXIV  y  458  pp.  en  fól.  Contiene  además  de  unos  prolegó- 
menos amplios,  que  aclaran  todos  los  puntos  más  interesantes  de  la 
materia,  los  modelos  paleográficos  distribuidos  en  orden  cronológico  y 
geográfico,  respecto  á  las  dos  clases  principales  de  las  inscripciones, 
que  llamaremos  con  los  nombres  latinos  acta  y  Tiüdi,  en  otras  tantas 
partes  y  en  varias  secciones,  con  un  apéndice  y  los  necesarios  índices. 
Sobre  el  sistema  más  fácil  de  calcar  las  inscripciones  en  papel  hume- 
decido y  sobre  los  demás  métodos  de  reproducción  mecánica  de  las 
mismas,  como  el  de  moldearlas  en  yeso  ó  el  de  fotografiarlas,  el  mismo 
Sr.  Hübner  ha  publicado  un  breve  tratado  en  alemán,  Über  rae- 
chanische  Copleen  von  Inschriften,  Berlín  1881,  28  pp.  8.,  á  cuyo  final 
se  encuentra  una  traducción  francesa  de  los  puntos  más  esenciales 
para  propagar  lo  más  posible  este  procedimiento,  útilísimo  á  los  estu- 
dios epigráficos,  aun  entre  aquellos  aficionados,  que  no  saben  el 
alemán. 

^  72.  La  serie  más  importante  de  los  documentos 
epigráficos  es  la  que  en  latín  llamamos  con  el  nombre 
general  de  acta.  Algunas  de  ellas,  como  ya  se  ha  dicho,  no 


EL  TRATADO  ROMANO  CON  CARTAGO  85 

pudieron  pasar  enteramente  desapercibidas  de  los  historia- 
dores ni  de  los  geógrafos  antiguos,  como  sucedió  con  casi 
todos  los  demás  epígrafes  de  las  otras  series  diversas. 
Por  lo  general,  los  más  antiguos  documentos  públicos  que 
conocemos,  que  son  los  que  se  denominan  acta,  son  tratados 
entre  diferentes  naciones  ó  entre  diversos  pueblos. 

§  73.     Ya  Pilino  de  Agrigento,  el  más  antiguo  de  los  ei  tratado  ro- 

.  ,  _  .  ..,  .  i-i*  mano  con  C'ar- 

historiografos  griegos,  que  había  escrito  una  historia  par-  íaí,0  348  a.  j.-c. 
ticular  de  la  primera  guerra  púnica,  muy  amigo  de  los  Car- 
tagineses y  enemigo  de  los  Romanos,  en  el  segundo  de  sus 
libros  había  mencionado  algunos  tratados  entre  aquéllos 
y  éstos,  que  fijaban  la  esfera  de  acción  de  cada  una 
de  ambas  naciones.  Por  ello  P  o  libio  se  ocupó  en  indagar 
cuáles  fuesen  semejantes  tratados,  porque  no  se  fió  de  lo 
que  Filino  sobre  ellos  había  dicho.  Como  fruto  de  sus 
investigaciones  presenta  (III  22-25)  el  texto  de  tres  muy 
antiguos,  cuyos  originales,  escritos  en  tablas  de  bronce  y 
en  latín  arcaico,  había  visto  él  mismo  en  Roma  en  el  tem- 
plo de  Júpiter  Capitolino.  También  Livio  menciona  tres 
tratados,  pero  no  conviene  con  Polibio  en  su  atribución 
cronológica  (VII  27,  IX  43  y  en  la  epítome  del  libro  XIII). 
Dio  doro  (XVI  69)  sólo  hace  mención  del  primero  de 
aquéllos.  La  diferencia  cronológica  entre  Livio  y  Poli- 
bio ha  provocado,  en  los  pasados  veinticinco  años,  una 
controversia  entre  los  doctos  alemanes,  cuyo  fruto  ha 
sido  más  de  una  docena  de  disertaciones  de  mayor  ó 
menor  extensión.  Pero  para  nuestro  objeto  podremos  dejar 
á  un  lado  estas  discusiones  y  seguir  á  Polibio,  porque 
Livio  y  Diodoro  traen  sólo  una  noticia  breve  sobre  las  cau- 
sas que  ocasionaron  semejantes  tratados,  pero  sin  indicar 
cuál  fuera  su  contenido.  Por  el  más  antiguo,  que  data, 
según  Polibio,  del  primer  año  de  la  república  (509  antes  de 
J.-C),  se  convino  que  los  Romanos  y  sus  aliados  no  pudie- 
sen navegar  más  allá  del  «Promontorio  Hermoso»,  que  es 


SO  LAS   INSCRIPCIONES 

el  cabo  Farino,  muy  cerca  de   Cartago,  en  África.   En  el 
segundo,  que  Polibio  señala  como  del  año   de  348  antes 
de    J.-C,   en  cuya  fecha   conviene    éste    con   Diodoro  y 
Livio,  aparecen  por  primera  vez  nombres  españoles.  Prohí- 
bese por  sus  cláusulas  que  los  Romanos  naveguen,  pirateen 
ó  funden  poblaciones  más  allá  del  Cabo  Hermoso,  de  Has- 
tia y  de  Tarséion.  Mastia  significa  sin  duda  la  región  de  los 
Mastienos,  conocidos  por  el  antiguo  periplo,por  Hecateo,  y 
por  los  demás  autores  también  antiguos,  y  es  la  Bastetania 
de  los  autores  más  recientes,  ó  sea  la  costa  de  España  desde 
cerca  de  Cartagena  hasta  Gibraltar.  Puede  ser  que  la  ciu- 
dad de  Mastia  sea  la  misma,  en  cuyo  sitio  los  Cartagineses 
fundaron  más  tarde  la  nueva  Cartago  de  España,  á  la  que 
nombra  Massienala,  más  antigua  fuente,  á  quien  sigue  Avie- 
no.  Con  Tarséion  el  tratado  indica  sin  duda  la  región  Tar- 
tesia,  que  es  la  llanura  del  Betis  y  la  parte  meridional  de  la 
Andalucía.  El  tercero,  del  año  279  antes  de  J.-C,  se  refiere 
á  la  invasión  de  Pirro  y  no  contiene  nada  relativo  á  España. 
El  segundo,  ó  sea  el  de  348  antes  de  J.-C,  es,  pues,  el  docu- 
mento auténtico  de  más  remota  fecha  referente  á  España, 
de  que  se  tiene  noticia.  Es  muy  posible  que  la  opinión  emi- 
tida recientemente  por  algunos  doctos  sea  verdadera,  es 
decir  que  aquel  tratado  entre  los  Romanos  y  los  Cartagine- 
ses no  fuera  sino  la  reiteración  de  otro  mucho  más  antiguo, 
celebrado  en  el  sexto  siglo   anterior  á  nuestra  Era,   entre 
los  Griegos  de  Masalia  y  los  Fenicios.   Porque  parece  en 
verdad  que  también  las  colonias  griegas  fundadas  por  Ma- 
salia en  la  costa  oriental  de  España,  como  Hemeroscópion 
y  Alone,  tuvieron  que  contenerse  con  sus  operaciones  mer- 
cantiles en  la  región  al  Norte  del  cabo  de  la  Nao,  dejando 
todo  lo  que  está  más  allá  bajo  el  dominio  de  los  Fenicios. 
Así  se  explica  bastante  bien  la  famosa  controversia  entre 
Roma  y  Cartago  acerca  de  Sagunto,  que  los  Romanos  qui- 
sieron considerar  como  colonia  griega,  y  comprendida  en 


LOS  TRATADOS  CON  SAGUNTO  Y  EMPORIO  8Í 

el  antiguo  tratado  de  los  Masaliotas  con  los  Fenicios 
mismos  pretendían,  mientras  los  Cartagineses  negaron  que 
hubieran  de  considerarse  comprendidas  en  la  alianza  y 
protección  de  los  Romanos  otras  ciudades  que  las  que 
expresamente  aparecían  nombradas  en  los  textos  oficiales. 

§  74.     Ya    cuando    Asdrúbal   el   mayor,   el   Barquida,    Los  tratados 
había  sucedido  á  Amílcar,   en  el  año  223  a.  de  J.-C,  y  la      Emporio 
dominación  cartaginesa  parecía  extenderse  más  hacia  el 
Norte,  los  Romanos,  según  aparece  de  la  narración  de  Poli- 
bio,  hicieron  los  tratados  de  alianza  con  las  colonias  grie- 
gas  más   importantes  en  la  costa  oriental  de  la  Iberia, 
esto  es,  con  Sagunto  y  con  Emporise,  que  después  le  sirvie- 
ron como  de  pretexto  para  ocupar  la  península.  Sobre  el  tra- 
tado con  Sagunto  sólo  tenemos  la  noticia  dada  por  Polibio 
(III  15,  30),  de  que  los   Saguntinos  desde   dicha  época  se 
consideraban  como  aliados  de  los  Romanos;  por  lo  que  los 
llamaron,  y  no  á  los  Cartagineses   para  intervenir   en  una 
de  sus  discordias  intestinas.  De  Emporise  ocasionalmente 
leemos  en  Livio  (XXXIV  9,  10)  quod  sub  umbra  Romance 
amicitice  latebant;  de  donde  parece  desprenderse  que  Gneo 
Cornelio  Escipión,  en  el  año  218  antes  de  J.-C,  hubo  de 
renovar  el  tratado  de  alianza  con  anterioridad  celebrado 
con  los  Emporitanos  (Livio  XXI  60,3),    quizá  al  mismo 
tiempo  que  el  que  hubo  de  concertarse  con  Sagunto.  Por 
eso  Publio  Escipión  el  Africano  desembarcó  en  Ampurias 
sus  tropas  el  211  antes  de  J.-C.  (Livio  XXVI  19,  11).  Sin 
embargo  ha  habido  escritores  de  nota  que  en  este  punto  no 
han  dado  crédito  á  Polibio ,  pretendiendo  que  más  bien  fuera 
el  tratado  con  Sagunto  posterior   al  de  Asdrúbal;  circuns- 
tancia vital  para  la  solución  de  la  muy   debatida  cuestión 
sobre  las  verdaderas  causas  de  la  segunda  guerra  púnica. 

§  75.  Con  el  mismo  Asdrúbal  concluyeron  los  Roma-  ei  tratado 
nos,  para  no  tener  que  combatirlo  durante  la  guerra  con  los  con  Asdrubo 
Celtas,  en  el  año  226  antes  de  J.-C.  según  parece,  el  célebre 

7 


88  LAS   INSCRIPCIONES 

tratado,  en  el  cual,   como   refiere  Polibio   (II  13,  cf.  II  22 
III  15),  no  se  consignaba  cosa  alguna  sobre  la  dominación 
de  los  Cartagineses  en  el  resto  de   España    sino   única- 
mente que  no  debían  pasar  el  Ebro  para  hacer  la  guerra. 
La  época  de   dicho  tratado  no  difiere  mucho  por  cierto  de 
la  de  los  otros  dos,  habiendo  sido  provocados  por  los  mis- 
mos acontecimientos  de  la  península;  si  bien  no  es  posible 
determinar   con  certidumbre  si  fué  anterior  ó  posterior  á 
ellos.  Cierto  es  que  el  Senado  cartaginés  más  tarde  negó  la 
validez  del  tratado  con  Asdrúbal  (Polibio  III  21,  29),  pero 
parece  que  antes  y  después  siempre  se  había  tenido  por 
legítimo.    Según   Livio   (XXI  2)  y   Apiano   (Ibér.  8),   que 
pueden  haber  tomado  la  noticia  de  muy  buenas  autorida- 
des romanas,  el  tratado  se  refería  directamente  al  de  paz 
que  los  Romanos  habían  concluido  anteriormente  con  los 
Cartagineses,   después  de  la  primera  guerra  púnica  en  241 
a.    de  J.-C.   En  este  nuevo  tratado  parece  que  hubo   de 
reproducirse  el  antiguo,  añadiéndose  nuevas  cláusulas  sobre 
los  límites  que  tenían  fijados  los  Romanos  para  sus  navega- 
ciones en  las  costas  del  África  y  de  la  Iberia.  El  celebrado 
con  Asdrúbal,   pues,   contenía  además   de  la  designación 
del  Ebro  como  frontera  de  ambas  naciones,  la  cláusula  de 
que  á  los  Saguntinos  y  demás  Griegos  de  España,   como 
aliados  de  los  Romanos,  se  les  había  de  conservar  su  liber- 
tad. Tal  vez  en  el  texto  mismo  no  se  hablase  expresamente 
de  los  Saguntinos,  sino  que  los  Romanos   apoyasen  esta 
interpretación  en  la  generalidad  misma  de-  la  cláusula  del 
convenio,  queriendo  que  comprendiese  y  fuera  extensiva  á 
los  respectivos  aliados  de  ambas  partes   (Polibio  III  27, 
30);  entre  los  que  según  los  otros  tratados  debían  ser  com- 
prendidos los  Saguntinos  y  Emporitanos.  Los  Cartagineses 
sin  embargo  no  aceptaron  semejante  deducción,  sosteniendo 
por  contra  que  de  los  aliados  de  las  dos  partes  contratan- 
tes sólo  aquéllos  debían  considerarse  incluidos  en  los  tra- 


LA   INSCRIPCIÓN   DEL   TEMPLO   DE   JUNO    LACINIA  89 

tados,  cuyos  nombres  estuviesen  consignados  en  la  letra 
misma  del  aludido  convenio  internacional. 

§  76.  Durante  su  permanencia  en  Italia,  cuando  Aní-  La  inscripción 
bal  había  establecido  su  cuartel  general  en  la  ciudad  de  Cro-  Juno  Lacinia 
ton,  como  refiere  Apiano  (Ibér.  57),  y  pasado  allí  casi  todo  (205a.  j.-c.) 
el  verano  del  año  205,  dedicó,  en  el  templo  de  Juno  Laci- 
nia descrito  por  Livio  (XXIV  3),  un  altar  con  una  extensa 
inscripción  grabada  en  plancha  de  bronce,  que  contenía  la 
enumeración  de  sus  hazañas,  redactada  en  lenguaje  púnico  y 
griego.  Esta  inscripción  la  vio  el  mismo  Polibio  (III  33), 
y  tomó  de  ella,  como  lo  dice,  expresamente  los  datos  relati- 
vos á  lo  que  Aníbal  había  hecho  en  la  Iberia.  Entre  las  tro- 
pas que  este  general  sacó  de  España  y  las  que  Asdrúbal  sos- 
tuvo en  la  península,  aparecen  mencionados  en  la  dicha 
inscripción  los  Thersites,  que  quizá  sea  un  nombre  corrom- 
pido de  Tarsis,  los  Mastianos,  que  ya  conocemos  como  idén- 
ticos con  los  Bastetanos,los  Orites  ibéricos,  acaso  los  Oreta- 
nos,  los  Olcades,  bastante  conocidos  por  otros  textos,  y  los 
honderos  de  las  Baleares;  no  conservándose  ninguna  otra 
noticia  de  las  que  debió  contener  este  importantísimo 
documento. 

§  77.     Cuando  Tiberio   Sempronio  Graco,  por  los    los  tratados 
años  179  y  178  antes  de  J.-C,   era  pretor  de  la  España     ntayoJ^OH 
Citerior,  celebró  con  las  diferentes  tribus  celtíberas  trata-   ios  celtiberos 
dos,  en  los  cuales  según  parece  se  obligaron  aquéllas  bajo 
juramento   á  pagar  tributo  y  á  facilitar    soldados  á  los 
Romanos,  absteniéndose  por  su  parte   á  levantar  nuevas 
fortalezas  en  sus  comarcas  (cf.  Livio  XL  50;  Apiano  Ibér. 
c.  43;   Plutarco,    Tiberio   Graco,   c.  5).  De  estos  tratados, 
que  el  Senado  aprobó,  y  de  los  cuales  Polibio  había  dado  el 
texto  en  la  parte  de  su  obra  que  al  presente  no  se  conserva, 
sólo  se  sabe  que   existieron.    Debe  haber  habido   muchos 
más  tratados  de  esta  clase;  pero  nada  concreto  se  encuen- 
tra sobre  ellos  expresado  por  los  autores,  en  cuyos  libros 


90 


LAS   INSCRIPCIONES 


Loa  trofeoa  de 

J'tuiipeyo 

(72  a.  J.-C.) 


aparecen  comprendidas    cuantas  noticias  hemos   logrado 
alcanzar  sobre  esta  época  de  la  historia  de  Eoma. 

§  78.  Cuando  Pompeyo  Magno  terminó  la  guerra 
sertoriana  con  la  victoria  sobre  el  ejército  de  Marco  Per- 
perna  y  la  destrucción  de  las  dos  heroicas  ciudades  de 
Osma  y  de  Calahorra  (Livio  Epit.  96;  Orosio  V  23),  erigió, 
como  nos  refieren  Salustio  en  sus  historias  (frag,  IV  29 
Dietsch),  Estrabón  (III  4,  9)  y  Plinio  el  mayor,  este  último 
repetidas  veces  (nat.  hist.  III  §  18  VII  §96  XXVII  §  15)' 
en  la  cumbre  de  los  Pirineos  unos  trofeos  con  cierta  inscrip- 
ción votiva,  que  decía  que  había  subyugado  876  ciudades, 
desde  los  Alpes  hasta  los  límites  de  la  España  Ulterior.  No 
es  verosímil  que  el  catálogo  completo  de  este  gran  número 
de  poblaciones  haya  sido  inscrito  en  dicho  epígrafe  triun- 
fal, pero  probablemente  contendría  una  lista  de  las  gentes 
ibéricas  entonces  vencidas,  como  Augusto  más  tarde  en  el 
año  8  antes  de  J.-C,  en  sus  trofeos  sobre  los  pueblos  de 
los  Alpes,  que  dieron  el  nombre  á  la  moderna  Turbia  junto 
á  Monaco,  insertó  un  catálogo  de  las  gentes  Alpinas  devictce 
(C.  I.  L.  V  n.  7817),  y  uno  más  breve  en  la  inscripción 
del  arco  triunfal  de  Susa  en  el  Piamonte,  del  año  6  antes 
de  J.-C.  (C.  I.  L.  V  n.  7231).  Nada  existe  al  presente  del 
trofeo  de  Pompeyo  en  España,  y  no  parece  que  el  conte- 
nido de  su  leyenda  fuera  conocido  de  muchos  escritores. 

§  79.     No  se  han  conservado  ni  leyes  del  pueblo  ni 
decretos  del  Senado  romano  relativos  á  España.  La  agraria 
en  monumentoa  ¿e\  m  antes   de  J.-C.- (C.  I.  L.  I  n.  "200)   contenía   quizá 

epigrdficoa        ....  .  ,  .  T7. 

disposiciones    importantes,  como    sobre   el   oger  publicas 
populi  Romani  en  África  y  en  Achaia,  también  sobre  el  de 
España,  que  han  desaparecido  con  una  gran  parte  de  toda 
la  misma  ley. 
Edictoade  §  80.     El  más  antiguo  edicto  de  un  magistrado  romano 

loa  magiatrados  ^asta  anora   encontrado,  es  el   del  entonces  pretor   de  la 
Ulterior,  Lucio  Emilio  Paulo,   el  célebre  vencedor  del 


Documento8 

públicoa 
conaervado8 


LEYES   MUNICIPALES  91 

rey  Perses,  relativo  á  la  turris  Lascutana  del  año  189  antes 
de  J.-C.  (C.  I.  L.  II  5041).  De  la  época  de  la  República 
ningún  otro  documento  de  la  misma  clase  es  conocido  al 
presente.  Edictos  de  los  emperadores  tenemos,  relativos  á  • 
España:  el  de  Vespasiano  para  Sábora  en  la  Botica,  que 
al  presente  tampoco  existe  (C.  I.  L.  II  1423);  el  de  Clau- 
dio Quartino,  legado  imperial  de  la  Tarraconense,  del 
año  119,  encontrado  en  Pamplona  (C.  I.  L.  II  2959);  el  de 
Lucio  Novio  Rufo,  también  legado  de  la  Tarraconense, 
del  año  193,  que  existió  un  tiempo  en  Tarragona  (C.  I.  L. 
II  4125).  En  cierto  modo  se  puede  añadir  á  la  lista  de  los 
documentos  públicos,  aunque  también  pertenece  á  los  del 
culto,  la  lámina  de  bronce  que  ya  no  se  conserva  y  conte- 
nía el  juramento  de  los  Aritienses  en  la  Lusitania,  hecho 
al  emperador  Gayo  César  (Calígula),  cuando  en  el  año  37  de 
nuestra  Era  subió  al  trono  (C.  I.  L.  II  172).  Estos  son  los 
pocos  documentos  oficiales,  acta,  de  que  se  conserva  memo- 
ria y  tienen  relación  con  España.  De  los  conocidos  bajo  el 
nombre  de  diplomas  militares,  esto  es,  privilegios  con- 
cedidos por  los  emperadores  á  veteranos  y  militares  después 
de  un  servicio  prolongado,  hasta  ahora  ninguno  se  ha 
encontrado  en  la  península.  Últimamente  con  los  edictos 
tienen  cierta  relación  los  dípticos  consulares,  grabados 
en  tablas  de  marfil  ó  hueso,  conteniendo  invitaciones  para 
los  juegos  y  otras  solemnidades  relativas  á  la  promoción 
de  altos  funcionarios  del  Imperio,  principalmente  de  los 
siglos  v  y  vi.  Uno  sólo  de  ellos  se  encontró  en  España,  que 
es  el  díptico  de  Flavio  Strategio  Apión,  cónsul  el  año 
539  de  J.-C,  que  se  conserva  en  la  catedral  de  Oviedo 
(C.  I.  L.  II  2699,  Monumentos  arquitectónicos  de  España, 
cuaderno  41). 

§  81.     España  tiene  la  ventaja  sobre  todas  las  demás        Leyes 
provincias  del  Imperio  que  de  su  suelo  han  provenido  los     MUmctPales 
fragmentos  hasta  ahora  únicos  de  cuatro  leyes  munici- 


92  LAS  INSCRIPCIONES 

pales,  ó  sean  Constituciones  de  los  emperadores,  en  las 
cuales  se  les  conceden  fueros  á  las  colonias  y  municipios 
de  la  provincia.  De  esta  clase  son  las  célebres  leyes  de 
Urso  (Osuna),  lex  colonice  Iulice  Genetivce  Urbanorum 
sive  Ursonis,  otorgada  por  César  el  dictador  en  el  año  de 
su  muerte  44  antes  de  J.-C,  pero  conservada  en  un  ejem- 
plar grabado  sobre  varias  planchas  de  bronce,  y  con  algunas 
intercalaciones  introducidas  en  el  texto,  hacia  la  época  de 
Vespasiano  (Ephem.  epigr.  II  p.  150  ss.  y  221  ss.);  las  leyes 
de  Salpensa  y  de  Malaca,  otorgadas  porDomiciano  por 
los  años  del  81  al  84  (C.  I.  L.  II  1963,  1964);  y  la  ley  me- 
tálli  Vipascensis,  especie  de  reglamento  por  cuyas  disposi- 
ciones se  organizaba  la  administración  de  unas  minas  de 
cobre  junto  á  Aljustrel  en  Portugal,  también  de  la  época 
de  los  Flavios  {Ephem.  epigr.  III  p.  165  y  ss.). 
Decretos  §  82.     La   serie  de  monumentos  epigráficos  que  tiene 

' v  hospedaje  m^s  relación  con  los  tratados  de  alianza  es  la  de  las  tablas 
de  patronato  ó  de  hospedaje.  De  esta  clase  de  documentos, 
que  proporcionan  una  porción  de  datos  muy  importantes 
sobre  la  península,  tenemos,  relativos  á  España,  los  decre- 
tos de  la  ciudad  de  Pálantia  del  año  2  antes  de  J.-C. 
(Ephem.  epigr.  I  141),  de  Lacibula,  del  5  antes  de  J.-C  (C. 
I.  L.  III  343),  Bocchori  en  la  isla  de  Mallorca  del  6  de  J.-C. 
(C.  I.  L.  II  3695),  uno  de  Pompcelo  del  57  de  J.-C  (C.  I. 
L.  II  2958),  de  los  Zoelas  del  127  de  J.-C.  renovando  otro 
anterior  del  27  de  J.-C.  (C.  I.  L.  II  2633),  un  segundo  de 
Pompcelo  del  185  de  J.-C.  (C.  I.  L.  II  2960),  otros  de  Clu- 
nia  del  222,  existente  en  Roma  (C.  I.  L.  VI  1454),  de 
Segisamo  del  239  de  J.-C.  (Ephem.  epigr.  II  322),  y  el  de  un 
colegio  de  los  fábri  subidiani  en  Corduba,  del  348  de  J.-C. 
(C.  I.  L.  II  2211).  Por  lo  que  hace  á  los  decretos  de  muni- 
cipios ó  de  corporaciones,  sólo  se  han  encontrado  en  España 
los  fragmentos  de  uno  honorario  del  municipio  Siarense 
(C.  I.  L.  II  1282),  si  bien  algunas  veces  se  hace  mención 


DOCUMENTOS  RELATIVOS  AL  CULTO 


93 


en  los  epígrafes  también  honorarios  del  acuerdo  de  los 
decuriones,  por  los  cuales  el  ordo  municipal  otorgó  honores 
y  beneficios  á  sus  más  beneméritos  ciudadanos  (cf. C. I. L. II 
2156,  2221,  3251,  3252). 

§  83.  Tampoco  se  han  encontrado  en  España  leyes  ó 
reglamentos  relativos  á  templos,  ni  fastos,  ni  calendarios, 
ni  actas  ó  .protocolos  de  colegios  sacerdotales;  aunque 
debe  haberlos  habido  de  esta  clase  en  la  península,  puesto 
que  en  muchos  títulos  van  indicadas  las  fechas  según 
los  fastos  de  los  duumviros.  Los  únicos  documentos  que 
tienen  cierta  relación  con  el  culto  y  que  podemos  indi- 
car, son  las  dos  listas  de  ornamentos  pertenecientes  á  esta- 
tuas, la  una  de  la  diosa  Isis  que  existió  en  Acci,  hoy  Guadix, 
cuyo  pedestal  se  conserva  actualmente  en  Sevilla  (C.I.L.II 
3356),  la  otra  de  la  estatua  de  una  señora  que  murió  en  Lo- 
ja,  cuya  inscripción  (C.  I.  L.  II  2060)  puede  también  colo- 
carse entre  los  documentos  privados,  como  procedente  de 
un  testamento.  Un  epígrafe  de  Carcabuey  (C.  I.  L.  II  1637) 
hace  mención  de  haberse  dedicado  una  estatua  á  la  diosa 
Fortuna,  mandada  levantar  por  un  testador  en  su  última 
voluntad,  cuya  obra  se  había  realizado  de  conformidad 
con  el  dictamen  de  dos  arbitros.  Muy  curiosa  es  la  depre- 
cación dirigida  á  la  diosa  Atcecina  de  Turibriga,  que  se 
encontró  en  Mórida  (C.  I.  L.  II  462),  no  habiéndose  halla- 
do en  España  otros  monumentos  de  la  misma  clase  conte- 
niendo análogas  imprecaciones. 

§  84.  Muchas  veces  en  los  epígrafes  dedicatorios  y  se- 
pulcrales se  hace  mención  de  documentos  privados,  como 
testamentos  y  donaciones  de  varias  clases.  Pero  mientras 
en  otras  partes  del  imperio  se  han  descubierto  textos  ínte- 
gros de  este  género,  en  la  península  sólo  ha  parecido  uno 
que  tiene  carácter  particular,  y  es  una  pequeña  lámina  de 
bronce,  encontrada  junto  á  Bonanza,  que  existe  hoy  en 
poder  del  marqués  de  Casa-Loring,  en  Málaga,  y  que  con- 


Documentos 

relativos  al 

culto 


Documentos 
privados 


94 


LAS   INSCRIPCIONES 


tiene  el  formulario ,  según  parece,  redactado  en  la  época  de 
Augusto,  de  un  pactum  fiducicu  (C.  I.  L.  II  5043).  Una 
planchita  de  plomo,  hallada  en  Córdoba,  testifica  la  ocupa- 
ción de  un  colmenar  en  cierta  fecha,  indicada  conforme  á 
los  fastos  municipales  (C.  I.  L.  II  2242).  En  Sevilla  una 
señora  de  alto  linaje  había  hecho  en  su  testamento  una  ins- 
titución alimentaria  para  niños  de  ambos  sexos,  como  lo 
testifica  la  cláusula  de  su  testamento  transcrita  en  un  mo- 
numento honorario  que  le  fué  erigido  (C.  I.  L.  II  1174).  La 
base  también  honoraria  levantada  á  un  militar,  cuya  piedra 
aun  existe  en  Barcelona,  contiene  un  capítulo  íntegro  del 
testamento,  en  el  cual  hace  varias  donaciones  á  su  patria 
(C.  I.  L.  II  4514).  Fragmentos  de  otros  documentos  seme- 
jantes, pero  por  desgracia  muy  exiguos,  se  han  encontrado 
en  Mérida  (C.  I.  L.  II  463),Mengibar  (C.  I.  L.  II  2102),  Por- 
cuna^.I. L. II  2146), yCartagena  (II 3415). Lucio  Minicio 
Natalis  el  menor,  el  hijo  del  cónsul  del  año  107  de  J.-C, 
instituyó  en  Barcelona,  su  patria,  por  su  testamento  la 
celebración  anual  de  sus  días  (C.  I.  L.  II  4511);  lo  mismo 
hicieron  otros  individuos  en  Siarum  de  la  Bética  (C.  I.  L. 
II  1276),  en  Árunda  (Eonda,  0.  I.  L.  II  1359),  y  en  Tarra- 
gona (C.  I.  L.  II  4332).  De  semejantes  beneficios  hablan 
algunas  inscripciones  fragmentadas  de  Ucubi,  hoy  Espejo, 
(C.  I.  L.  II  1573),  de  Carcabuey  (II  1637),  y  de  Iviza 
(II  3664).  El  número  de  documentos  de  este  género,  que  dan 
luz  sobre  las  antigüedades  de  España,  no  es  grande,  y  lo 
que  de  ellos  se  deduce,  no  difiere  mucho  de  lo  que  en  otras 
partes  del  imperio  era  de  costumbre;  pero  de  todos  modos, 
también  esta  clase  de  monumentos  antiguos  contiene 
informes  variados  y  apreciables. 
Í0t  epígrafe»  §  85.  Entre  las  inscripciones  en  el  sentido  más  estricto 
ó  sóanse  los  epígrafes,  en  latín  tituli,  distinguimos  varias 
clases,  según  su  objeto  principal.  Respecto  á  la  relativa 
antigüedad  de  ellos,  ocupa  el  primer  lugar  la  tan  nume- 


EPÍGRAFES    DE   OBRAS    PÚBLICAS   Y   PRIVADAS  95 

rosa  serie  de  los  sepulcrales,  y  asimismo  la  un  poco  menos 
frecuente,  pero  también  antiquísima  de  los  votivos.  Algo 
más  recientes  son  los  honorarios  erigidos  en  obsequio  de  per- 
sonajes determinados,  de  los  cuales  en  cierto  modo  derí- 
vañse,  combinados  con  los  votivos,  los  de  obras  públicas  y 
privadas,  los  miliarios,  los  terminales,  y  algunos  otros  de 
carácter  análogo.  A  pesar  de  que  cada  una  de  estas  series 
tiene  su  mérito  respecto  á  las  antigüedades,  todavía  si  los 
consideramos  exclusivamente  bajo  este  respecto,  el  inte- 
rés geográfico  más  grande  se  ha  de  atribuir  á  los  de  obras 
públicas,  á  los  miliarios,  y  á  los  que  señalaban  los  límites 
posesorios.  Los  votivos  y  sepulcrales,  aunque  también  no 
raras  veces  reúnen  igual  ventaja,  siendo  aún  de  mayor 
mérito  que  muchos  de  los  de  las  otras  series,  ofrecen  seme- 
jantes cualidades  no  por  su  carácter  particular,  sino  sólo 
por  circunstancias  accidentales.  Queda  últimamente  la  gran 
serie  de  los  epígrafes  cortos,  inscritos  sobre  objetos  del  uso 
particular  y  doméstico,  cuyos  diferentes  méritos  tendremos 
que  explicar  más  adelante. 

§  86.     Entre  las    varias   series   de    epígrafes,   los  que    Epígrafes  de 

,  ,  .  ,  n  obras  públicas 

contienen  las  mas  autenticas  informaciones  geográficas  y  y  privadas 
topográficas  son  los  que  tienen  por  objeto  indicar  el  ori- 
gen y  destino  de  las  murallas,  de  las  puertas,  y  otros  edifi- 
cios públicos  y  particulares;  por  ejemplo,  los  mercados  con 
sus  pórticos,  las  basílicas,  las  carnicerías,  las  medidas  pú- 
blicas, las  tabernas  y  los  almacenes,  y  los  destinados  á  los 
espectáculos  públicos,  circos,  teatros  y  anfiteatros.  En  los 
más  antiguos  ejemplares  de  esta  clase  de  inscripciones, 
que  pertenecen  á  la  época  de  la  república  ó  á  los  princi- 
pios del  imperio  de  Augusto,  como  en  los  de  las  otras  series 
del  mismo  período,  no  suele  mencionarse  el  nombre  de  la 
población  á  que  pertenecen.  Así  es  que  sólo  indirecta- 
mente puede  conjeturarse  su  localización  geográfica;  como 
sucede,  por  ejemplo,  en  los  de  dicha  clase  encontrados  en 


96  LAS   INSCRIPCIONES 

Myrtüis  (C.  I.  L.  II  15),  Norba  (II  694),  Arucci  (II 964),  y 
Cartagena,  dedicados  ó  por  magistrados  provinciales  (como 
II  3421  3422),  ó  por  municipales,  como  en  la  misma  Carta- 
gena (como  II  3425-3430).  También  los  de  obras  públicas 
levantadas  por  los  emperadores  carecen  de  la  indicación 
del  nombre  de  la  población;  como  las  de  los  teatros  de 
OUHpo  por  Nerón  (II  183),  y  de  Emérita  por  Agrippa 
(II  474)  y  por  Hadriano  (II  478).  Sin  embargo,  ya  desde 
el  primer  siglo  se  generaliza  bastante,  á  lo  menos  en 
España,  el  uso  de  indicar  en  tales  epígrafes  el  nombre 
de  la  población,  como  se  observa,  por  ejemplo,  en  los  de 
este  género  encontrados  en  Cisimbrium  (C.  I.  L.  II  2098), 
Oretum  (II  3221),  Castillo  (II  3265),  Aurgi  (II  3364). 
Dianium  (II  3586),  Ebusus  (II  3663  3664),  Murgi  (Ephem. 
epigr.  II  n.  314),  y  otros  lugares.  Lo  mismo  ha  de  decirse 
de  los  que  figuran  en  templos  y  otros  edificios  consagrados 
al  culto  de  los  dioses,  aunque  como  quiera  que  éstos  no 
sean  muy  frecuentes,  raras  veces  contienen  los  nombres  de 
las  poblaciones,  á  las  cuales  pertenecían  dichos  monumen- 
tos sagrados,  ni  aun  los  de  las  personas  que  los  erigieron; 
como  sucede,  por  ejemplo,  en  Cartagena  con  el  epígrafe  de 
Lucio  Emilio  Recto,  ciudadano  de  seis  ciudades  (n.  3423 
3424),  en  los  de  Laminium  (n.  3228),  en  los  Edetanos  (n.  3786), 
y  en  algunos  otros.  Con  frecuencia  los  magistrados  ó  per- 
sonas particulares  no  indicaban  en  sus  dedicaciones  los 
nombres  del  pueblo  de  que  son  naturales,  ó  en  los  cuales 
las  erigieron,  como  por  ejemplo,  en  Ossonoba  (C.  I.  L.  II  2), 
en  Balsa  (Ephem.  epigr.  IV  p.  6  n.  1-3),  en  Trigueros 
(C.  I.  L.  II  951),  en  Zafra  (n.  964),  en  Ossigi  (n.  2100), 
y  otros  lugares. 
Lo»  miliario»  §87.  A  las  obras  públicas  de  suma  importancia  geo- 
gráfica pertenecen  los  numerosos  miliarios,  que  se  han 
hallado  en  los  trozos  de  las  muchas  vías  romanas,  cuya 
red  se  extendía  por  toda  la  península.  Aun  no  es  posible 


LOS   MILIARIOS  97 

dar  una  historia  completa  de  los  caminos  romanos  de 
España,  mejora  debida  al  gobierno  militar,  y  destinada, 
como  en  las  demás  partes  del  imperio,  á  facilitar  la  domi- 
nación y  asimilación  de  los  habitantes  bárbaros,  pero  que 
al  mismo  tiempo  no  podía  menos  que  favorecer  en  alto 
grado  el  bienestar  y  la  cultura  del  país.  Aquí  sólo  indica- 
remos con  brevedad  la  utilidad  que  prestan  para  deter- 
minar cuáles  fueron  estos  caminos,  no  sólo  los  itinerarios 
y  demás  fuentes  geográficas,  sino  también  las  inscripcio- 
nes de  las  columnas  miliarias,  y  los  demás  epígrafes  á 
veces  grabados  en  la  roca  viva,  que  se  refieren  á  la  cons- 
trucción ó  restauración  de  las  vías  romanas.  Por  más  que 
hasta  ahora  sean  muy  pocos  los  que  hayan  dedicado  su 
atención  á  estudiar  con  diligencia  y  á  explorar  técnica- 
mente algunos  de  los  trozos  de  los  caminos  romanos  de 
España,  no  deja  de  estar  muy  reconocida  en  la  península 
misma  la  utilidad  ó  importancia  de  tales  trabajos  topográ- 
ficos, como  lo  prueban  los  diversos  premios  ofrecidos  por 
algunas  Academias  á  los  que  se  ocupen  con  éxito  de  este 
género  de  investigaciones;  pero  sin  embargo,  aun  queda 
mucho  por  hacer  (§  26),  hasta  que  pueda  lograrse  que 
los  miliarios,  los  itinerarios  y  la  topografía  juntos  nos 
den  una  imagen  verdadera  del  estado  antiguo  de  los  cami- 
nos romanos  de  la  península. 

Ya  cuando  los  Escipiones,  desde  Ampurias,  empezaron 
á  penetrar  en  las  regiones,  entonces  enteramente  descono- 
cidas del  interior  del  país,  tenían  que  seguir  ciertas  direc- 
ciones indicadas  por  la  misma  naturaleza  geográfica,  como 
valles,  ríos,  puertos  ó  montañas,  utilizados  sin  duda  ya 
antes  de  ellos  por  la  población  indígena.  En  estos  cami- 
nos, al  fin  de  las  jornadas  de  sus  ejércitos,  habían  de  asen- 
tar sus  reales,  al  principio  móviles,  que  se  transformaron 
más  tarde,  pero  raras  veces,  en  campamentos  fijos,  los  cua- 
les,  en  épocas  posteriores,   se  convirtieron  en  ciudades; 


LAS   INSCRirCIONK.S 


procedimiento  natural,  del  cual  en  todas  partes  del  domi- 
nio romano  se  encuentran  frecuentes  ejemplos. 

Con  suma  probabilidad,  pues,  consideramos  como  la 
más  antigua  vía  romana  de  la  península  aquella  que, 
siguiendo  más  ó  menos  estrictamente  la  costa  oriental, 
puso  en  comunicación  á  Ampurias,  Barcelona  y  Tarrago- 
na, con  Cartagena,  pasando  por  Sagunto  y  Valencia.  Ya 
conoció  Polibio  esta  parte  de  los  caminos  romanos  desde 
Ampurias  á  Cartagena,  cuando  visitó  la  España  por 
encargo  de  Escipión  el  menor,  como  hemos  indicado  antes 
(§  36),  cuya  calzada  aun  conservaba  sus  miliarios  marcando 
las  distancias,  como  lo  dice  expresamente  el  mencionado 
escritor  griego  en  un  pasaje  de  su  Historia,  que  al  presente 
se  conserva  (III  39  rauta  ?áp  vov  (3s67][¿áTt6rai  xai  (k^fj-síoycaí 
xata  StaSíooc  óxtw  5tá  'Pa)(j.aí(ov  S7ctji.eXa>^) .  En  el  puerto  de  los 
Pirineos,  sobre  el  cual  este  camino  atravesaba  la  frontera 
de  Francia,  entre  Ampurias  y  Perpiñán,  Pompeyo  erigió 
sus  trofeos  (§  78).  Pero  de  esta  carretera  más  antigua 
de  España  no  tenemos  miliarios  de  muy  remota  fecha. 
Sólo  de  un  ramal  de  ella,  pero  quizá  de  construcción  algo 
más  reciente  que  la  vía  principal,  que  desde  Barcelona  se 
dirigía  hacia  Lérida,  acaso  desde  antes  de  la  época  de  la 
guerra  de  César  contra  los  legados  de  Pompeyó,  tenemos 
los  tres  miliarios  más  antiguos,  hasta  ahora  hallados  en 
España,  que  contienen  los  nombres  de  dos  pretores  de  la 
Citerior,  Quinto  Fabio  Labeón  (C.  I.  L.  II  4924  4925),  y 
Manió  Sergio  (II  4956). 

Augusto  hubo  de  completar  y  de  renovar  este  mismo 
camino  desde  las  cumbres  de  los  Pirineos  hasta  Cádiz  y  el 
Océano.  Los  miliarios  hallados  en  los  diferentes  trozos  de 
esta  calzada,  restaurados  por  varios  emperadores  más 
recientes,  la  nombran  expresamente  via  Augusta  (C.  I.  L. 
.  II  4697-4721). 

Todavía  no  se  puede  fijar  con  certidumbre,  cómo  dicha 


LOS   MILIARIOS  99 

vía  Augusta,  pasando  originariamente  por  Tarragona,  Mur- 
viedro,  Valencia,  Elche,  y  encaminándose  sin   duda  sólo 
hacia  Cartagena,  se  dirigía  desde  allí  hacia  la  Andalucía. 
En  Valencia  parece  haber  habido  un  miliario  central,  indi- 
cando las  distancias  desde  esta  población  hasta  los  princi- 
pales puntos  de  la  costa   (véase  el  Boletín  de  la  R.  Acad. 
de  la  Hist.,  vol.  III,  1883,  p.  54).  Desde  la  época  de  Augusto 
ciertamente  ya  existía  la  vía  desde  Cartagena  á  Lorca, 
Guadix  y  Granada   (C.  I.  L.  II  4936-4938).    Pasaba  otra, 
según  parece, por  una  parte  de  la  costa,  hacia  Almazarrón 
(C.  I.  L.  II  4994).  Una  tercera  no  marcada  en  los  itinera- 
rios, saliendo  de   Cartagena  también  parece  haberse  diri- 
gido por  Murcia,  Lorquí  y  Jumilla,  hacia  Lezuza  (Libiso- 
sa),  Fuenllana  (Laminium),  y  luego  hacia  Cazlona  (Castulo), 
después  de   haberse  encontrado    con  un  ramal,  quizá  más 
antiguo,   de   la   vía   Augusta.    Es   posible  que   este   trozo 
comenzara  á  construirse  por  las  tropas   de  César,  como  lo 
indica  Estrabón  (III   4,  9),  habiendo    sido  terminado  por 
Augusto  (C.  I.  L.  II  4931),  pues  así  sólo  se   explica  que 
César  pudiese  llegar  en  veintisiete  días  desde  Roma  hasta 
Obulcoj  Porcuna,  antes  de  encontrar  á  los  hijos   de  Pom- 
peyo  en  el  campo  de  Munda.  De  Cazlona  y  otros  puntos  de 
aquella  vía,  quizás  de  Contrebia,  se  conocen  algunos  milia- 
rios de  Tiberio  y  Claudio    (II  4932  4935),  debiendo  haber 
restaurado  Trajano   esta  parte  del   dicho  camino  (II  4933 
49.34). 

Cierto  es  que,  desde  la  época  de  Augusto,  el  trozo 
meridional  de  la  vía  Augusta  empezaba  ab  Jamo  Augusto, 
qui  fuit  ad  Bcetem,  y  si  bien  no  sabemos  fijamente  en  qué 
punto  de  la  orilla  del  Guadalquivir  estaba  este  arco  de 
Jano,  habrá  de  buscarse  por  fuerza  un  poco  más  al  Este 
de  Maquiz,  Ossigi,  hacia  Bejijar,  por  donde  la  frontera  de 
la  Bética,  partiendo  del  río,  descendía  hacia  el  Mediodía. 
Un  miliario  de  Vespasiano,  encontrado   en  Sierra  Morena, 


100  LAS  INSCRIPCIONES 

junto  á  la  Carolina  y  no  lejos  del  punto,  del  cual  parece 
que  los  números  de  millas  de  este  ramal  del  mencionado 
camino  comenzaban  á  ser  contados,  indica  que  en  el  año  79 
se  hizo  una  restauración  completa  del  mismo  y  de  sus 
puentes  (II  4697).  De  esta  parte  de  dicha  calzada  se  han 
encontrado  numerosos  miliarios  en  las  cercanías  de  Cór- 
doba, donde  aun  existe  la  mayor  parte  de  ellas  (C.  I.  L.  II 
4701-4733);  los  demás  epígrafes  en  los  que  aparece  nom- 
brada la  «via  Augusta»,  se  encuentran  registrados  en  el 
índice  correspondiente  (C.  I.  L.  II  p.  756). 

Todos  los  emperadores,  desde  Tiberio  hasta  Valenti- 
niano,  han  contribuido  á  conservar  el  buen  estado  de  este 
importante  medio  de  comunicación. 

De  la  última  parte  de  la  vía,  junto  al  Océano,  sólo  se 
ha  encontrado  un  miliario  de  Nerva,  teniendo  el  núm.  222, 
entre  Jerez  y  el  Puerto  de  Santa  María  (II  4734).  En  los 
vasos  Apolinares  la  distancia  desde  la  Sierra  Morena  hasta 
el  puerto  gaditano  es  de  250  millas  romanas. 

Cuándo  y  cómo  las  demás  vías  de  la  península  fueron 
construidas,  sólo  en  parte  se  puede  deducir  de  los  milia- 
rios mismos. 

En  las  regiones  meridionales  de  la  Botica,  muy  culti- 
vadas desde  que  Augusto  se  asentó  en  el  solio  imperial, 
existieron  varios  caminos  que  iban  desde  Córdoba  á  Mar- 
tos,  Tucci,  Granada  y  Málaga,  y  hasta  Ecija  y  Sevilla 
(II  4688-4696) .  También  por  entonces  hubo  otro  camino 
entre  Mérida,  JEsuris,  y  las  bocas  del  Guadiana  (II  4686), 
al  cual  pertenecía  el  magnífico  puente  romano  de  Mérida, 
con  sus  sesenta  arcos  aun  existentes,  á  pesar  de  haber  sido 
cortado  tantas  veces  por  las  olas  del  caudaloso  río,  y  tan- 
tas veces  restaurado. 

En  el  Norte  de  la  península  se  construyeron,  al  menos 
desde  la  época  de  Tiberio,  partiendo  de  Lérida  y  Zara- 
goza, las  vías  hasta  Salamanca  y  Mérida.  La  parte  de  este 


LOS   MILIARIOS  101 

camino  perteneciente  á  la  Extremadura  española  con- 
serva tan  numerosos  miliarios  (II  4644-4685),  puentes  y 
otros  restos,  que  fué  conocida  de  los  Árabes  y  durante 
la  Edad  Media  con  la  denominación  de  «Camino  de  la 
plata»,  nombre  quizá  no  indicando,  como  lo  interpretan 
generalmente,  la  vía  argéntea,  por  su  solidez  y  hermosura, 
sino  más  bien  la  «de  la  platea»,  por  lo  llano  de  su  trazado 
y  lo  esmerado  de  su  construcción.  A  esta  parte  de  las  vías 
romanas,  que  hasta  los  siglos  xvi,  xvn,  xvni,  y  aun  xix, 
se  había  mantenido  en  un  estado  relativamente  completo  é 
íntegro,  la  fantasía  patriótica  de  los  más  antiguos  anticua- 
rios añadió  una  larga  serie  de  falsificaciones  epigráficas 
(II  443  '-453*). 

De  Zaragoza  á  Mérida  hubo  otro  camino,  que  atrave- 
saba la  península  por  Bilbilis,  Calatayud,  Complutum, 
Alcalá  de  Henares,  y  Toletum,  Toledo,  del  que  existen  po- 
cos miliarios  de  Augusto  (II  4920-4923)  y  de  Domiciano 
(II  4918),  algunos  más  de  Trajano  (II  4912-4914),  y  de 
emperadores  más  recientes. 

De  Mérida  á  Lisboa  pudo  haber  existido  tal  vez  una 
vía  desde  los  tiempos  de  la  pretura  de  César  en  la  Lusi- 
tania;  pero  de  ella  sólo  se  conservan  miliarios  de  la  época 
de  Gayo  César  Calígula  (II  4639  4640).  Los  itinerarios 
señalan  tres  vías  entre  Mérida  y  Lisboa,  y  de  una  sola 
de  ellas  quedan  algunos  pocos  miliarios  de  la  época  de 
Hadriano  en  adelante  (II  4631-4633) .  VU*v^~  *-£#• 

A  un  camino  todavía_r¿a_£ixpXQrado  desde  Mérida  hacia 
el  Norte,  tal  vez  á  Braga,  pertenece  el  célebre  puente  de 
Alcántara  con  su  inscripción  del  año  105  á  106  de  J-C. 
(II  759).  Conocemos  el  trozo  meridional  de  este  camino, 
perteneciente  á  la  Extremadura  española,  entre  Mérida  y 
Alcántara;  la  parte  septentrional,  que  pasaba  por  Portugal, 
quizá  por  los  pueblos  de  los  Igaeditanos  y  Arayos,  hacia 
el  Duero,  yendo  desde  allí    á  Braga,  aun  permanece  ente- 


102  LAS    INSCRIPCIONES 

ramente  desconocida.  Entre  estos  dos  pueblos  tenemos 
que  buscar  los  otros  indicados  en  el  epígrafe  del  puen- 
te, que  fué  erigido,  como  la  misma  piedra  lo  indica,  por 
ellos  mismos,  supe  cordata,  esto  es,  á  expensa  de  todos, 
sufragándose  los  gastos  en  común. 

Muy  pocos  fragmentos  se  han  conservado  de  algunos 
miliarios  de  Trajano  (II  4629),  y  de  varios  emperado- 
res del  tercer  siglo  (II  4630),  que  proceden  del  camino 
que  de  Lisboa  bajaba  al  Mediodía  en  dirección  de  Evoray 
Beja,  yendo  de  allí  á  terminar  á  la  desembocadura  del 
Guadiana,  á  donde  conducía  otro  que  partía  de  Mérida. 

También  de  Lisboa,  en  dirección  del  Norte,  el  camino 
más  antiguo  parece  haber  sido  construido  por  Hadriano,  si 
nos  podemos  fiar  de .  los  pocos  miliarios  aun  existentes 
(II  4735-4739).  Los  demás  de  la  misma  vía  son  de  empe- 
radores de  los  siglos  ni  y  iv  (II  4740-4745). 

En  el  Norte  de  la  península,  hacia  la  costa  cantábrica, 
y  en  los  conventos  jurídicos  asturicense  y  lucense,  nnry 
pocos  de  estos  monumentos  aun  existentes  nos  ayudan  á 
restablecer  el  trazado  de  los  caminos  romanos.  Los  milia- 
rios más  antiguos  de  estas  regiones,  que  antes  de  Augus- 
to todavía  no  formaban  parte  de  la  provincia,  son  los 
de  Tiberio,  que  comienzan  á  contar  las  millas  desde  el 
río  Pisuerga  (II  4883).  En  la  región  de  Angustóbriga  y 
de  Numancia  hay  miliarios  desde  Trajano  en  adelante 
(II  4890-4900).  Un  ramal  de  estas  vías  conducía  desde 
España  hacia  la  Aquitania  de  las  Galias,  del  que  existen 
miliarios  á  partir  de  Tiberio  (II  4904-4905),  y  además  de 
algunos  otros  emperadores  posteriores. 

Un  centro  de  vías  antiguas,  al  menos  desde  la  época 
de  Tiberio,  fué  Braga,  la  antigua  Br acara  Augusta,  capi- 
tal del  convento  Braparense  de  la  provincia  Tarraconense, 
comprendiendo  el  Norte  de  Portugal  y  parte  de  los  anti- 
guos reinos  españoles   de  Galicia  y  León.  Cuatro  caminos 


LOS  MILIARIOS  103 

diferentes  salían  de  Braga  hacia  Astorga;  de  la  primera, 
que  iba  por  Ponte  de  Lima  y  Valenca  do  Minho,  existe 
un  miliario  de  Augusto  del  año  11-12  (II  4868);  y  es  tal 
vez  la  más  antigua  comunicación  entre  estas  dos  poblacio- 
nes. La  segunda  iba  por  Chaves  (Aquce  Flavice),  desde  Tibe- 
rio (II  4773-4778),  y  á  ésta  pertenecen  los  dos  epígrafes 
del  puente  de  Chaves.  Los  diez  pueblos  nombrados  en  el 
primero  de  ellos  (II  2477)  erigieron  en  el  año  79  á  Vespa-A  1  Ti¡*\á 
siano  y  sus  hijos  un  pedestal  en  forma  de  columna,  tal  vez 
en  memoria  de  la  vía  romana  por  entonces  hasta  allí  con- 
cluida, pero  que  todavía  no  tenía  más  que  un  puente  de 
madera  sobre  el  río  Támega.  Diez  y  seis  años  más  tarde, 
bajo  Trajano,  los  Aquiflavienses,  á  expensas  propias,  hicie- 
ron el  puente  de  piedra,  como  lo  testifica  otra  inscripción 
(II  2478)  con  este  motivo  grabada. 

Pasaba  por  Guimaraens  y  Villareal  un  camino,  que  se 
unía  luego  con  el  primero,  cuya  memoria  epigráfica  más 
importante  es  la  gran  piedra  con  la  leyenda  de  Trajano, 
que  existe  en  las  Caldas  de  Taipas  (II  4796,  cf.  add.). 

La  cuarta  vía  es  «la  nueva»,  construida  por  Tito  y 
Domiciano  (II  4802,  4838,  4847,  4854),  llamada  vulgar- 
mente por  sus  curvas  o  caminho  da  Geira.  Esta  es  la  única 
de  las  españolas  que  hasta  ahora  haya  sido  explorada  dete- 
nidamente, en  una  extensión  de  sesenta  y  cuatro  millas 
romanas,  aunque  no  con  aquel  esmero  técnico  que  hubiera 
sido  de  desear,  por  el  Sr.  D.  Ramón  Barros  Si  velo,  en  el 
año  1862  (véase  la  relación  del  hecho  por  ~D.  Aureliano 
Fernández  Guerra,  en  el  Boletín  de  la  R.  Academia  de 
la  Historia,  vol.  I,  1878,  p.  179  y  ss.,  y  la  obra  del  mismo 
Sr.  Sivelo  sobre  las  antigüedades  de  Galicia  (Coruña 
1875,8.). 

A  un  trozo  más  antiguo  de  la  misma  vía,  saliendo  á  lo 
que  parece  de  Astorga,  pertenece  un  miliario  de  Nerón, 
encontrado  en  Almázcara,  que  fué  publicado  por  los  seño- 

8 


104  LAS   INSCRIPCIONES 

res  CoelloyFitja  (en  el  Boletín  de  laR.  A.  de  la  H.,vol.  V, 
1884,  p.  285). 

Un  número  bastante  grande  de  estos  miliarios  se  ha  reu- 
nido en  Braga  desde  el  principio  del  siglo  xvi;  y  después 
constantemente  han  ido  aumentándose,  sin  que  se  sepa  de 
qué  localidad  proviene  cada  uno  de  estos  monumentos 
(II 4747-4765),  los  más  antiguos  de  los  cuales  son  de  Tiberio. 

No  faltaban  á  la  vez  caminos  municipales  entre  los 
pueblos  más  importantes.  Así  es  que  una  inscripción  de 
Cazlona  ha  conservado  la  memoria  del  que  de  esta  pobla- 
ción conducía  á  Sisapo,  en  la  región  de  las  minas  (II  3270). 
De  otro,  hecho  por  un  magistrado  municipal,  entre  Vinuesa 
y  Salguero,  llamado  también  vía  Augusta,  tenemos  noticias 
por  un  epígrafe  encontrado  en  aquellos  alrededores  (C.  I. 
L.  II  3270).  Puede  ser  que  fuera  un  ramal  de  la  gran  vía 
Augusta,  de  la  que  hemos  hablado  antes ,  aunque  sea  de 
maravillar  que  fuese  construido  por  un  magistrado  muni- 
cipal y  no  por  los  dependientes  del  emperador. 

Esto  es  todo  lo  que  hasta  ahora  se  puede  deducir  res- 
pecto de  la  geografía  antigua,  estudiando  la  interesante 
serie  de  lápidas  miliarias  de  España,  quedando  aun  por 
explorar  mucho  más  respecto  á  los  antiguos  caminos  de  la 
península . 

Sobre  la  importancia  de  los  miliarios  y  de  los  restos  de  los  cami- 
nos romanos  en  la  península,  véanse  las  observaciones  muy  acerta- 
das de  los  señores  académicos  Aurelia  no  Fernández  Guerra  y 
Eduardo  Saavedra,  que  bemos  citado  antes  (§  2G),  hablando  de 
los  itinerarios  antiguos.  La  obra  deN.  Bergier,  Histoire  des  grands 
chemins  de  l'empire  romain  (2  vol.,  Bruxelas,  1736,  4.,  con  mapas), 
en  la  parte  relativa  á  España  (vol.  I,  p.  46-83),  ya  está  anticuada. 
Algunas  observaciones  no  inútiles,  pero  demasiado  escépticas,  sobre 
el  uso  de  los  miliarios  para  la  reconstrucción  de  las  vías  romanas, 
propone  la  disertación  del  alemán  F.  Berger,  iíber  die  Heer- 
strassen  des  rümischen  Reiches,  dos  partes,  Berlín  1882  y  1883  (24  y 
21  pp.)  4. 


LAS  INSCRIPCIONES  TERMINALES  105 

El  Sr.  D.  Eduardo  Saavedra  es  el  autor  del  primer  tratado 
sobre  una  parte  de  las  vías  romanas  de  España,  que  es  el  trozo  de  la 
Augusta  entre  Uxama,  Numaniia  y  Augustobriga,  que  corresponde  á 
todas  las  exigencias  más  severas  de  la  ciencia  y  puede  servir  como 
modelo  para  semejantes  investigaciones.  Fué  escrito  en  1876  (véase 
el  Boletín  de  la  R.  Acad.  de  la  Hist.,  vol.  I,  1877,  p.  48  y  ss.),  y  publi- 
cado sólo  dos  años  más  tarde,  en  el  vol.  IX  de  las  Memorias  de  la 
Real  Academia  de  la  Historia  (Madrid  1879)  con  cinco  láminas  y  ma- 
pas. Podrá  servir  de  sólido  fundamento  para  otros  estudios  de  esta 
clase,  que  aun  hacen  bastante  falta,  el  Mapa  itinerario  de  la  España 
romana  con  su  índice  alfabético,  compuesto  por  el  Sr.  D.  Aureliano 
Fernández  Guerra, y  añadido  á  su  discurso  académico  del  año  1862 
arriba  indicado.  Sobre  un  trozo  de  la  calzada  romana,  entre  el  río 
Orbigo  y  el  Villar  de  Manzanarife,  provincia  de  León,  existe  un  plano 
y  perfil,  hecho  por  D.  Domingo  Alonso  Anguino,  en  la  biblioteca  de 
la  Real  Acad.  de  la  Hist.  (Rossell,  noticia  de  las  actas  de  1876, 
p.  26).  Sobre  una  de  las  vías  de  Astorga  á  la  Coruña,por  las  estaciones 
de  Uttaris,  Bergidum,  Lucus,  é  Interamnium  Flavium,  hay  una  diser-  • 
tación  docta  del  insigne  geógrafo  D.  Francisco  Coello,  en  el  Boletín 
de  la  Real  Acad.  de  la  Hist.  vol.  V,  1884,  p.  285  y  ss. 

§  88.  Grande  es  la  importancia  geográfica  de  una  Las  inscripcw- 
serie  de  inscripciones,  de  las  que  desgraciadamente  se  con-  nes  termmales 
servan  en  España  pocos  ejemplares,  como  fueron  las  que  se 
ponían  para  designar  las  fronteras  de  los  respectivos  terri- 
torios de  las  colonias  y  municipios,  délos  establecimientos 
militares,  y  aun  de  las  posesiones  particulares.  Se  han 
encontrado  varios  términos  Augustales,  como  los  eri- 
gidos por  Augusto  entre  Bletisa,  Mirobriga  y  Salmantica 
(C.  I.  L.  II  859),  entre  Mirobriga  Val.  Ut.,  nombres  de  una 
población  desconocida,  y  Bletisa  Val.  (II  857),  entre  Miro- 
briga Val.  Ut.  y  Sálmantica  (II  858),  entre  Mirobriga  y... 
polibeda  (II  5033),  y  además  entre  los  Lancienses  oppidanos 
y  los  Igaiditanos  (II  460).  Hay  de  estos  hitos  algunos,  pues- 
tos por  el  emperador  Claudio,  entre  los  campos  decumanos 
y  los  de  Ostippo,  según  parece  (II  1438);  otro  del  mismo 
emperador,  junto  á  Julipa,  incompleto  (II  2349),  y  uno  de 


106  LAS   INSCRIPCIONES 

Domiciano,  entre  los  territorios  de  Emérita  y  Ucúbi  (II 656). 
Los  de  la  legión  cuarta  estaban  separados  del  de  Julio- 
briga  por  una  serie  de  cipos  terminales,  de  los  cuales  cua- 
tro aun  existen  (II  2916  a-d),  y  otros  los  dividían  del 
campo  de  Segisamo  (Ephem.  epigr.,  IV,  p.  20,  n.  27;  véase 
la  disertación  de  D.  Aureliano  Fernández  Guerra  sobre  la 
Cantabria,  p.  18  ss.). 
Epígrafes  §89.     La  numerosa   serie  de  lápidas    consagradas   á 

dedicados  íl       ■. .  -..  ,  i  n  .-.  t 

dioses  y  templos  dioses  y  diosas,  a  pesar  de  que  frecuentemente,  sobretodo 
en  la  época  más  antigua,  carecen  de  toda  indicación  de  la 
localidad  á  que  pertenecieron,  sin  embargo,  en  España 
participan,  en  un  grado  bastante  grande,  de  la  costumbre 
tan  frecuente,  como  veremos  en  otras  series  de  epígrafes, 
de  nombrar  la  población  en  la  cual  se  encontraba  la  divi- 
•  .  nidad  ó  el  templo  y  las  personas  mencionadas  en  las  ins- 
cripciones. Algunas  veces  los  mismos  municipios  dedica- 
ban altares  con  indicación  de  sus  nombres,  como  Olisipo 
(C.  I.  L.  II  176),  el  vicus  Tongóbriga  (II  743),  los  muni- 
cipes  Igabrenses  (II  1610),  el  ordo  Zcelarum  (II  2606),  la 
r espublica  Asturicensis  (II 2636).  Un  ejemplo  bastante  anti- 
guo de  un  donario  ofrecido  á  una  población,  con  indica- 
ción de  su  nombre,  es  la  dedicación  hecha  por  Lucio 
M umi o,  el  vencedor  de  Corinto,  al  vicus  Italicensis,  con- 
servado, no  en  la  leyenda  original,  sino  en  una  reproduc- 
ción del  siglo  ii  hecha  en  la  misma  Itálica  (II  1119). 

Más  frecuente  es  que  los  dedicantes  se  digan  naturales 
ó  funcionarios  del  municipio,  en  el  cual  las  aras  existieron, 
como  en  Salada  (II  32),  en  el  pueblo  de  los  Igoeditanos 
(II  435),  en  Capera,  la  vicinia  Gaperesis  (II  806),  en  Illpula 
(II  954),  Astigi  (II  1471  1473  1474),  Ipagrum  (II  1515), 
Suel  (II  1944),  Cartima  (II  1949-1952),  Urgavo  (II  2105), 
Isturgi  (II 2122),  Obulco  (II  2126),  Mentesa  (II 3378).  Estas 
indicaciones  suelen  aparecer  hechas  frecuentemente  en 
siglas  formadas  con  las  iniciales  de  los  nombres  de  la  pobla- 


EPÍGRAFE»   DEDICADOS   Á    DIOSES   Y   TEMPLOS  107 

ción,  abreviatura  sólo  inteligible  en  el  mismo  lugar  y  en 
la  época  en  que  fué  grabada ,  como  sucede  en  Astigi 
(II  4172),  y  en  Isturgi  (II  2121).  Raro  es  que  las  tales 
dedicaciones)  aunque  de  carácter  público,  omitan  los  nom- 
bres del  municipio,  como  las  de  Balsa,  puesta  ob  honor em 
seviratus  (II  13),  la  de  Merobriga,  ob  merita  splendidissimi 
ordinis  (II  21),  y  la  de  Olisipo,  dedicada  al  mismo  munici- 
pio (II  175).  E-aro  también  es  que  el  dedicante  indique  su 
patria  como  diversa  del  lugar  en  que  la  dedicación  se 
encuentra  hecha,  como  lo  hace  un  Emeritensis  en  Ugultu- 
niacum  (II  1026),  un  Segoviensis  en  Hispalis,  ó  más  bien 
en  Nceva,  cerca  de  ella  (II  1166),  un  Arcobrigensis  en  Bra- 
cara  (II  2419) ,  un  JEminiensis,  que  era  el  arquitecto  del 
faro  de  Coruña,  al  pie  de  aquel  edificio  célebre  (II  2559). 
En  el  Norte  y  el  Oeste  de  la  península,  esto  es,  en  la  Lusi- 
tania  septentrional,  en  Galicia  y  Asturias,  los  dedicantes, 
como  en  los  epígrafes  sepulcrales,  suelen  á  veces  indicar 
en  las  dedicaciones  á  dioses,  su  gentilidad;  esto  es,  la  anti- 
gua estirpe  á  que  pertenecían.  Así  encontramos  á  un 
Turolus  en  Rúan  es  (II  685),  un  Alterniaicinus  en  Vianna 
del  Bollo  (II  2523),  un  Scelenus  en  un  lugar  de  Galicia 
(II 2599),  los  Arronidceci  y  los  Collacini  enSanVicentede 
Serrapio  en  Asturias  (II  2697);  y  allí  mismo  en  Castan- 
diello  uno  que  era  ex  gente  Abilicorum  y  puso  un  altar  á  una 
divinidad  local  (II  2698).  Con  la  indicación  abreviada  en  el 
genitivo,  la  misma  gentilidad,  la  gens  Abliq(um),  reapa- 
rece en  un  altar  de  Júpiter  en  Uxama  (II  2817),  la  ¿Ela- 
riq(um)  en  el  altar  del  dios  Marte,  de  Collado  Villalba 
junto  á  Madrid  (II 3062).  Estas  indicaciones  no  sirven,  pues, 
para  identificaciones  geográficas  en  el  sentido  estricto, 
pero  en  un  círculo  más  amplio  nos  hacen  conocer  una  mul- 
titud de  nombres  locales. 

Lo  mismo  que  á  los  de  los  dedicantes  se  encuentran  uni- 
das también  á  los  de  las  divinidades,  á  que  se  invoca, indica- 


108  LAS    INSCRIPCIÓN  KS 

ciones  geográficas.  El  Genio  de  los  municipios,  con  la 
mención  de  sus  nombres  escritos  con  todas  las  letras,  se 
encuentra  en  lápidas  de  Turgalium  (II  618),  de  Nescania 
(II  2006  2007),  de  Anticaria  (II  2034),  de  Granada  (II  2069) 
del  municipio  Sábetano  (II 2163),  de  Laminium  (II 3228),  de 
Mentesa  (II  3377),  del  locus  Ficariensis  cerca  de  Almazarrón 
(II  3525  3526),  de  Lacimurga  (II  5068),  y  de  la  misma  colo- 
nia tarraconense  (II  4071),  en  la  cual  también  los  genios 
de  los  conventos  jurídicos  de  la  provincia  tarraconense  tu- 
vieron sus  altares  (II  4072-4074).  Algunas  veces  el  nombre 
del  genio  local  es  omitido  (II  401,  1280,  1146,  1362,  2126, 
3408),  ó  bien  aparece  indicado  por  las  iniciales  solas  del 
nombre  del  municipio,  como  enArva  (II  1060),  y  en  Sacili 
(II  2186). 

Los  altares  de  Júpiter  Andero  y  del  Júpiter  Candiedo 
indican  probablemente  ciertas  localidades,  ó  tal  vez  mon- 
tañas, de  Galicia  (II  2598  2599).  Lo  mismo  debe  decirse 
del  Júpiter  Candamius  en  el  puerto  de  Candanedo  (II  2695) , 
y  del  Ladicus  en  el  monte  Ladoco  (II  2525).  El  del  Júpiter 
Andero  (II 2598),  aparece  dedicado  por  un  procurador  impe- 
rial de  los  metalla  Albocolensia,  que  debieron  encontrarse 
por  allí  cerca.  Los  metalla  Lu...,  indicados  en  un  lingote  de 
plomo,  de  cerca  de  Castulo  (II  3280a ),  no  permite  una  iden- 
tificación exacta  de  su  procedencia. 

Son  raras  en  España  las  indicaciones  de  otras  divini- 
dades como  las  matres  ó  matrona}  regionales  que  con  sus 
nombres  mismos  dan  á  conocer  los  de  las  localidades  á 
que  pertenecieron,  las  cuales  por  otra  parte  se  encuentran 
con  frecuencia  mencionados  en  lápidas  de  diversas  provin- 
cias célticas,  como  la  Francia,  la  Alemania  y  la  Inglaterra, 
donde  abundan  sus  altares. 

Las  matronal  sobre  todo  son  bien  escasas  en  la  Penín- 
sula, y  de  las  matres  sólo  conozco  los  Gallaicce  en  Clu- 
nia  (II  2776)  y  las  Aufanim  en  Carmona  (Ephem  epigr. 


EPÍGRAFES   DEDICADOS   Á   DIOSES   Y   TEMPLOS  109 

II  307),  de  origen  abiertamente  Germánico.  Pero  en  lugar 
de  ellas  en  ciertas  regiones  de  España  se  encuentran, 
como  divinidades  locales,  los  Lares)  como  los  Lares  Turo- 
lid  en  Freixo  de  Numao  en  Portugal  (C.  I.  L.  II  431), 
los  dii  Gapeticorum  gentilitatis  en  Capera  (II  804),  y  los 
Lares  Cerenmci,  Casicélenses,  Erredici,  Pindenetici  y  Tar- 
mucenbaci  Cercaici,  en  varios  lugares  de  Galicia  y  Astu- 
rias (II  2469-2472,  2384). 

De  esta  clase  misma  son  las  nymphm  Caparenses 
en  Baños  (II  883,  884,  891),  las  nymphm  Varcilence  en 
Arganda,  nombradas  así  tal  vez  de  una  fuente  (II  3067), 
como  las  nymphce  fontis  Ameucni  (?)  en  León  (II  3084),  la 
Salus  Umeritana  (II  2917)  en  Castro  Ur diales,  el  fons 
Sagin  (iesis  ?■)  en  Boñal  de  Asturias  (C.  I.  L.  II  2694,  cf. 
Ephem  epigr.  II  p.  242  y  el  Museo  Español  de  Antigüeda- 
des, vol.  II,  p.  699  y  ss.);  y  tal  vez  la  dea  Navia  de  Galicia 
debió  su  nombre  al  río  Navius  (II  756,  2378,  2601,  2602). 

Algunas  divinidades  alcanzaron  una  veneración  muy 
extendida  fuera  de  su  localidad  privativa,  como  el  célebre 
Hércules  Tirio  de  Gades,  venerado  en  Cartagena  (II  3409), 
y  la  dea  Atcecina  de  Turobriga  (Turubriga  ó  Turibriga)  cuyo 
nombre  encontramos  repetido  cerca  de  Be  ja  en  Portugal 
(II71,101),enMórida(II461,462),yenMedellín(II605), 
sin  que  se  pueda  fijar  el  lugar  de  la  misma  Turobriga,  de 
donde  provenía.  Otras  parece  que  no  eran  veneradas  fuera 
de  su  patria,  como  el  dios  End.ovellico  de  Villaviciosa 
en  Portugal  (II  127-142).  Finalmente,  como  á  las  monta- 
ñas, así  también  á  los  ríos  se  tributó  culto  divino  en  sus 
orillas,  como  al  Durius  en  Porto  (II  2370),  alBcetis  en  Sevi- 
lla (II  1.163),  al  Hiberus  en  Tarragona  (II 4075).  No  es  escaso 
el  número  de  dioses  y  diosas  con  nombres  bárbaros,  cuyo 
culto  era  local,  como  el  de  Endovellico,  sin  que  se  haya 
podido  averiguar  el  origen,  tal  vez  geográfico,  de  sus 
nombres. 


110  LAS   INSCRIPCIONES 

itiscrípcionea  §  90.  Testimonios  ciertos  y  muy  frecuentes  que  sirven 
'emperadores*  Para  fijar  ^a  identidad  de  los  municipios  y  de  otras  pobla- 
ciones, contienen  las  numerosas  dedicaciones  hechas  por 
dichos  municipios  ó  por  sus  magistrados  y  habitantes  á  los 
emperadores  durante  su  gobierno  y  á  los  miembros  de  su 
familia.  En  la  época  de  los  primeros  emperadores,  sobre 
todo  en  la  de  Augusto,  las  indicaciones  geográficas  en  esta 
clase  de  inscripciones  aun  son  raras.  Tenemos  un  número 
no  escaso  de  dedicaciones  puestas  á  Augusto  y  á  los  miem- 
bros de  su  familia,  sus  hijos  Grayo  y  Lucio,  Tiberio,  Agrippa 
y  el  hijo  de  éste,  el  Pupus,  que  quiere  decir  el  pequeño 
Agrippa,  en  varias  poblaciones,  como  en  Mérida  (C.  I.  L. 
II  471  475  476),  en  Medellín  (II  607-609),  en  Ulia  (II 1525- 
1530,  en  Tucci  (II 1665-1667) ,  en  Cisimbriumipor los  municipes 
(II  2097),  en  Cor  duba  (II  2197-2198),  en  Sagunto  (II  3828 
3829),  en  Tarragona  (II  4093),  en  la  colonia  Salaria 
por  los  colonos  (II  5093).  En  todas  estas  dedicatorias  falta 
el  nombre  del  dedicante;  lo  que  puede  provenir  de  que 
algunos  de  ellos  no  han  debido  su  origen  á  un  decreto 
del  municipio,  faltándole  por  lo  tanto  las  siglas  D.  D., 
decreto  decorionum,  que  así  lo  indican  y  que  aparecen  en 
las  de  Urgavo,  sino  más  bien  á  la  iniciativa  particu- 
lar, no  habiendo  querido  nombrarse  los  que  hicieron  la 
erección  del  monumento,  á  pesar  de  que  el  emperador  y 
sus  parientes  lo  son,  con  la  denominación,  por  ejemplo,  de 
patronos  en  los  epígrafes  de  Ulia.  En  algunos  otros  vienen 
expresados  directamente  los  nombres  de  los  dedicantes 
particulares,  como  en  el  de  Lucio  César  en  Alcolea 
(II  1063),  y  del  divo  Augusto  en  Tarragona  (II  4094),  ó 
de  los  magistrados  ó  sacerdotes  municipales,  como  en 
Mérida  (II  473),  en  Tucci  (II 1660),  en  Urgavo  (II  2106), 
y  en  la  Mancha  Real  (II  3349). 

La  misma  falta  del  nombre  del  dedicante  se  observa 
también  en  el  puesto   á  Tito  en   Valencia   (II  3732),   á 


INSCRIPCIONES   DEDICADAS   Á   LOS   EMPERADORES  111 

Domicia  Augusta  en  Medellín  por  los  duumviros  (II  610), 
á  Faustina  d(ecreto)  d(ecurionum)  en  Barcelona  (II 4504), 
como  igualmente  á  Antonino  Pío  enBadalona  (II 4605),  y 
en  algunos  de  emperadores  más  recientes,  como  á  un  Anto- 
nino en  Sagunto  (II  3830),  y  á  Claudio  y  Carino  en  el 
mismo  municipio  (II  3834,  3835),  á  la  diva  Faustina,  á  Marco 
Aurelio  y  Faustina,  á  Lucio  Elio  César,  y  á  Lucio  Vero  en 
Tarragona  (II  4096-4100),  por  fina  Severo  en  Norba  por 
los  duumviros  (II  693).  Pero  se  comprende  muy  bien,  que 
en  los  pedestales  honorarios  de  estatuas,  puestas  á  los  empe- 
radores, lo  mismo  que  á  las  divinidades,  y  á  emperadores 
juntos,  como  á  Severo  y  su  familia,  con  el  Sol  y  la  Luna  en 
Olisipodl  259),  y  en  las  capitales  por  los  magistrados  roma- 
nos, cuyos  cargos  provinciales  se  expresan,  no  se  necesi- 
taba una  indicación  geográfica  del  lugar  en  el  cual  fueron 
puestas;  como  por  ejemplo  en  las  de  Córdoba  (II  2202- 
2206),  Valencia  (II  3738)  y  Tarragona  (II 4102-4108). 

Tan  numerosa  como  la  anterior  es  la  serie  de  los  pedes- 
tales de  estatuas  de  emperadores,  puestas  por  los  munici- 
pios, que  marcan  los  nombres  de  las  poblaciones,  siendo  de 
cierto  interés  determinar,  cuáles  emperadores  en  los  dife- 
rentes lugares  tuvieron  el  honor  de  que  se  les  erigieran 
estatuas,  según  los  informes  suministrados  por  los  monu- 
mentos hasta  ahora  hallados;  porque  indican  en  cierto 
modo  el  cuidado  que  aquellos  soberanos  consagraron  á 
diferentes  regiones  y  pueblos  de  la  provincia. 

De  Augusto  hay  una  sola  base  que  le  fué  puesta  por 
los  Saguntinos  en  el  año  de  745  (C.  I.  L.  II  3827);  si  bien 
no  se  sabe  si  es  una  restitución  ó  copia  de  un  monumento 
más  antiguo,  en  el  cual  tal  vez  faltaba  el  nombre  de  la 
población.  Además,  no  conozco  otros  monumentos  de  esta 
clase,  y  de  la  misma  época,  fuera  de  los  pedestales  puestos 
á  las  estatuas  de  uno  de  los  Drusos  menores,  el  hijo  de 
Tiberio  ó  de  Germánico,  en   TJcubi  por  la  misma  colonia 


112  LAS   INSCRIPCIONES 

Clarit(as)  Jul(ia)  (II  1553),  y  á  Agrippina  la  menor  por 
la  civitas  Aruccitana  (II  963);  ambas  ya  no  existen,  y  no 
dejan  de  despertar  ciertas  sospechas  respecto  á  la  exacti- 
tud del  texto. 

Sólo  de  la  época  de  los  Flavios  en  adelante  empieza 
la  serie  continua  de  dedicaciones  puestas  á  Vespasiano 
en  Olisipo  (II  185)  y  en  el  pago  Carbulense  (II  23*22),  á  él 
mismo  y  á  sus  hijos  en  Munigua  (II 1049-1051);  á  Nerva  en 
Azuaga  (II  429);  á  Trajano  en  la  ciudad  de  los  Aravos 
(II429),enUgultuniaco(II1028),enNescania(II2010), 
en  Aratispi  (II  2054)  y  en  Julipa  (II 2352);  á  Hadriano 
con  Sabina  y  Matidia  en  Lisboa  (II  106,  4992,  4693),  en 
Hispalis  (II 1168),  Sapo  (II 1229),  Singilia  (II  2014) ,  Aratispi 
(H 2055),  Urgavo  (II 2111),  Mirobriga  de  la  Bética  (II 2365), 
en  la  civitas  Limicorum  (II  2516),  en  Clunia  (II  2780)  y  en 
Hugo  (II  3239);  á  Antonino  Pío  en  Olisipo  (II 187),  Ocurrí 
(II 1336),  Mirobriga  de  la  Bética  (II  2366),  la  civitas  Limi- 
corum (II  2517), Iliturgícola  (II 1643),  Cartagena  (II  3412), 
Egara  (II 4494),  Dertosa  (II 4057),  y  á  Faustina  la  menor 
en  Acci  (II  3391);  á  Marco  Aurelio  en  Hispalis  (II 1169), 
Scepo  (II  1340),  Urso  (II  1405),  Libisosa  (II  3234);  á  Lucio 
Vero  en  Pax  Julia  (II  47),  Ammaia  (II  158),  Huro  de  la 
Bética  (II  1946),  Acci  (II  3392);  á  Commodo  en  Ocurrí 
(II 1337),  y  en  Gades  (II  1725).  Estos  son  los  monumentos 
de  fines  del  primer  siglo  y  de  todo  el  segundo. 

En  el  tercero  hay  aun  más  variedad  de  dedicaciones  de 
esta  clase.  De  Septimio  Severo  tenemos  monumentos 
puestos  en  Osset  (II 1254) ,  Isturgi  (II 2124) y  Vivatia (? II 3343); 
de  Julia  Domna  en  Capera  (II 810);  de  Caracalla  en  Regi- 
na (II 1037),  Curiga  (II 1040),  Ulia  (II 1532),  Tucci,  en  donde 
también  su  madre  y  su  hermano  aparecen  igualmente  dis- 
tinguidos (II 1668-1671),  como  en  Málaga  (II 1969).  Seve- 
ro Alejandro  tenía  estatuas  en  Ulia  (II 1533)  y  en  Ucubi 
(II 1554),  su  madre  Julia  Mamea  en  Cartagena  (II  3413), 


INSCRIPCIONES  DEDICADAS  Á   LOS  EMPERADORES  113 

Acci  (II  3393)  y  Valencia  (II  3733),  su  mujer  Barbia  Or- 
biana  también  en  Valencia  (II  3734);  Gordiano  enlare- 
publica  Tuatuc,  que  no  se  puede  identificar  (II 3406),  y  en 
Badalona(II4606),endondesumujerTranquillina  obtu- 
vo el  mismo  honor  (II 4607),  así  como  en  Gerona  (II  4620), 
Evora  (II 110)  é  Iliberri  (II 2070);  Philippo  en  Lisboa  (EL 
168),  Barea.  (Epliemepigr.  III $.  47.  39),  Toledo  (II 3073) 
Badalona  (11.4608),  y  con  su  hijo  en  Gerona  (II  4621); 
Tr ajano  Decio  en  la  república  Callensis  (II  1372);  su  hijo 
Herennio  Etrusco  en  Valencia  y  en  Tortosa  (II  3735, 
4058);  Valeriano  en  Ossonoba  (II  l);Gallieno  y  Salonina 
su  mujer  en  Córdoba](II  2199,  2200);  Claudio  Gótico  en 
Tucci  (II 1672),  Valencia  (II 3736)  y  Barcelona  (II 4505); 
Floriano  en  Itálica  (II  1115);  Probo  en  Itálica  (II  1116), 
Tucci  (II 1673),  Granada  (II 2071)  y  tal  vez  en  Barcelona, 
donde  su  nombre  fué  borrado  (II  4507);  Caro  en  Itálica 
(II  1117  cf.  5057)  y  en  Iviza  (II  3660);  Magnia  Urbica, 
la  mujer  de  Carino,  en  Acci  (II  3393);  Numeriano  en  Jesso 
(II  4452),  y  finalmente,  Constancio  en  Sevilla  (II  1171). 
A  uno  de  los  emperadores  del  tercer  siglo  pertenecen  tam- 
bién los  monumentos  mutilados  de  Curiga,  curiosos  porque 
hablan  de  una  mudanza  del  pueblo  y  nombre  de  dos  de  sus 
pagos  (II 1041),  y  de  Iliberri  (II  2042),  en  los  cuales  faltan 
los  nombres  mismos  de  los  emperadores. 

De  los  emperadores  del  siglo  iv  hasta  ahora  no  se  han 
descubierto  monumentos  de  esta  clase  en  España. 

En  los  deNervaen  Azuaga  (II  2339),  de  Tr  ajano  en 
Ugultuniacum  (II  1028),  y  de  Herennio  Etrusco  en  Der- 
tosa  (II  4058),  los  nombres  de  los  municipios  aparecen  indi- 
cados por  abreviaciones  únicamente  inteligibles  en  el  mismo 
municipio,  en  el  cual  fueron  erigidos.  Sólo  al  acaso  parece 
deba  atribuirse  que  en  la  capital  de  la  Tarraconense  no 
se  hayan  encontrado  monumentos  erigidos  á  los  emperado- 
res por  la  municipalidad  de  Tarragona,  sino  sólo  por  magis- 


114  LAS   INSCRIPCIONES 

trados  imperiales,  que  indican  los  nombres  oficiales  de  la 
provincia  frecuentemente  con  las  acostumbradas  abrevia- 
ciones (C.  I.  L.  II  4102-4108).  En  Cartagena  sucede  lo  mis- 
mo: pues  los  allí  levantados  á  Antonino  Pío  (II  3412),  y  á 
Julia  Mame  a  (II  3413),  fueron  puestos  no  por  la  municipa- 
lidad, ni  por  magistrados  del  imperio,  sino  por  el  convento 
jurídico  de  Carthago. 

A  esta  clase  interesante  de  monumentos  no  raras  veces 
debemos  exclusivamente  el  conocimiento  de  los  nombres 
antiguos  de  las  poblaciones  ó  despoblados,  en  los  cuales 
fueron  hallados;  como  en  Ocurrí,  Scepo,  Libisosa  y  otros. 
Los  epígrafes  §  91,  Grande  y  variado  es  el  número  de  los  epígrafes 
que  fueron  inscritos  en  las  bases  de  estatuas,  levantadas  en 
los  municipios  á  magistrados  provinciales  y  municipales 
como  á  ciudadanos  beneméritos  de  ambos  sexos,  á  expensa 
pública  ó  por  particulares,  hijos  ó  próximos  parientes, 
siervos  ó  libertos  del  honorificado.  En  estas  inscripciones 
muchas  veces  los  nombres  de  las  poblaciones  aparecen  indi- 
cados directamente,  ó  como  patria  de  los  personajes  á  quie- 
nes están  dedicadas,  ó  como  lugares,  en  los  cuales  ejer- 
cieron sus  funciones,  no  siendo  raro  que  la  población 
misma  sea  también  la  que  erija  la  estatua.  En  las  dedicacio- 
nes hechas  á  magistrados  provinciales,  las  indicaciones 
geográficas,  como  muy  bien  se  comprende,  sobre  todo  en 
las  de  la  edad  Augustea,  como  son  las  de  Cartagena 
(II  3414),  y  de  Ilici  (II  3556),  son  más  bien  generales.  Se 
expresan  los  nombres  de  las  provincias  frecuentemente 
con  sus  abreviaciones,  en  los  monumentos  dedicados  á 
magistrados  provinciales,  como  por  ejemplo  en  los  de 
Salada  (II  35),  Olisipo  (II  190),  Mor  i  da  (II  481,  484), 
Itálica  (II  1120),  Hispalis  (II  1180,  1181),  Málaga 
(II 1970-72),  Iliberri  (II  2073,  2074,  2077,  2079),  Uxama 
(II  2820),  Castulo  (II  3270),  Tarragona  (H  4111,  4115, 
4118,  4122);  frecuentemente  sólo  con  las  abreviaciones  de 


LOS  EPÍGRAFES  HONORARIOS  115 

costumbre  (II  4128,  4135).  A  los  magistrados  el  concilio 
de  la  provincia  y  los  conventos  jurídicos  erigen  también 
estatuas  en  Cartagena  (II  3418),  Sagunto  (II  3840), 
Tarragona  (II  4123,  4127,  4138),  y  el  ordo  Tarraconensis 
(II  4113,  4198,  4217).  La  provincia  misma,  ó  sus  respecti- 
vas patrias,  dedicaran  estatuas  á  los  flamines  de  los  con- 
ventos jurídicos ,  cuyas  estatuas ,  con  las  indicaciones 
exactas  de  las  poblaciones  y  de  los  relativos  conventos, 
ofrecen  un  material  geográfico  de  mucha  importancia 
(II  4188-4260).  También  los  empleados  de  los  ramos  de 
hacienda  y  administración  interior  aparecen  nombrados  á 
veces  en  las  mismas  inscripciones  sepulcrales,  como  en  los 
de  Mérida  (II  485,  486),  con  sus  empleos  y  con  la  indica- 
ción de  local  de  ellos,  y  en  los  honorarios,  como  el  procu- 
rador del  mons  Marianus  (II  1179),  y  el  ad  ripam  Bcetis  en 
Sevilla  (II  1180),  el  dispensatur  portus  Ilipensis  (II  1085), 
los  serarios  ó  séanse  canteros  del  emperador  en  Itálica 
(II  1131,  1132).  Sólo  en  los  epígrafes  más  antiguos  de  esta 
serie  falta  la  indicación  geográfica,  como  en  uno  de  Astigi 
(II 1477). 

Más  frecuentes  son  las  erecciones  de  estatuas  á  magis- 
trados municipales  por  el  ordo  y  por  el  pueblo  de  los  mis- 
mos municipios,  en  cuyos  pedestales  se  indican  la  patria 
de  las  personas  distinguidas  con  este  honor;  que  suele  ser 
la  misma  ciudad  en  que  fueron  grabadas  las  inscripciones 
honorarias,  es  decir,  los  municipios  que  las  dedicaron.  Hay 
ejemplos  numerosos  de  ambas  series,  que  son  igualmente 
interesantes  para  los  estudios  geográficos.  En  la  edad  más 
antigua,  esto  es  en  la  de  Augusto  hasta  cerca  de  la  de  los 
Flavios,  lo  mismo  que  en  los  epígrafes  votivos,  las  indica- 
ciones geográficas  faltan;  como  en  los  de  Fax  Julia  (II  49, 
53),  Olisipo  (II  192,  194-196),  Hipa  (II  1087;  cf.  también 
el  n.  1192),  Hispalis  (II  1187),  Osset  (II  1256),  Jerez 
(II 1306),  cuyo  nombre  antiguo  ignoramos,  Acinipo  (II 1346, 


116  LAS   INSCRIPCIONES 

1348),  Astigi  (II  1478),  Ulia  (II 1535-1537),  Epora  (II 2159, 
2161),  Córdoba  (II  2222,  2229),  Sagunto  (II  3837).  Pero  es 
que  la  falta  del  nombre  se  encuentra  también  en  las  ins- 
cripciones del  siglo  ii,  aunque  muy  raras  veces;  como 
en  Iporca  (II  1047),  Axati  (II  1054),  Barbesula  (II  1940), 
Arcos  (II  1364),  cuyo  nombre  antiguo  también  es  desco- 
nocido, Iliturgicola  (II  1649),  y  Iliberri  (II  2080).  Pero  en 
más  de  sesenta  municipios,  de  los  cuales  unos  cincuenta 
pertenecen  á  la  provincia  Bética,  cinco  ó  seis  á  la  Lusi- 
tania,  y  el  resto  á  la  Tarraconense,  los  epígrafes  honorarios 
de  las  series  antes  señaladas  contienen  los  nombres  de  las 
poblaciones.  No  haré  aquí  su  catálogo;  pero  sí  diré  cuan 
frecuente  fué  el  uso  de  las  abreviaciones  para  indicar  las 
ciudades,  apareciendo  aquellas  usadas  en  dichas  inscrip- 
ciones, como  en  las  de  Hispalis  (II  1188),  Asido  (II  1305 
según  parece),  Urso  (II  1404),  Astigi  (II  1472  que  es  más 
bien  votiva),  Cartima  (Ephem.  epigr.  I  n.  140),  Cor  duba 
(II  2216,  2224,  2225,  2229,  2348),  Dertosa  (II  4062),  y 
Tarraco  (II  4274).  Y  se  indican  no  sólo  los  nombres  de  las 
poblaciones  mismas,  sino  también  los  de  los  pagos  y  vicos, 
como,  por  ejemplo,  en  la  memorable  inscripción  de  Arva, 
que  nombra  las  centurias  rústicas  de  este  municipio 
(II  1064). 
Las  inscripcio-  §  92.  La  historia  de  la  dominación  de  las  provincias 
■militares  hispanas  por  los  Romanos,  relatada  por  los  historiadores, 
respecto  á  los  detalles  de  las  tropas  invertidas  en  la  ocu- 
pación, y  de  las  localidades  sometidas,  recibe  únicamente 
luz  y  claridad  bastante  por  los  datos  que  nos  proporcio- 
nan las  inscripciones  cuando  son  bien  entendidas.  Los 
más  importantes  informes  acerca  de  la  administración 
militar,  de  las  guarniciones,  y  de  los  diferentes  cuerpos 
militares  acantonados  en  diferentes  lugares,  se  encuen- 
tran en  las  inscripciones  dejadas  por  las  mismas  legiones 
y  cohortes,  y  por  otros  cuerpos  del  ejército  romano,  ya 


LAS  INSCRIPCIONES  MILITARES  117 

puestas  en  memoria  de  personajes,  que  alcanzaron  diversos 
grados  en  la  milicia,  como  las  honorarias  y  sepulcrales,  ya 
dedicadas  por  ellos  á  divinidades,  ó  con  motivo  de  la  erec- 
ción de  ciertas  obras  públicas  ó  privadas,  sagradas  ó  pro- 
fanas. Todos  estos  monumentos,  no  obstante  ser  su  índole 
muy  variada,  los  hemos  comprendido,  por  causa  de  la  bre- 
vedad, bajo  el  nombre  de  inscripciones  militares.  Estas, 
como  las  demás  series  epigráficas,  exigen  de  suyo  determi- 
nadas reglas  para  su  más  recta  interpretación,  en  térmi- 
nos que  si  no  se  observan  rigurosamente,  hay  peligro  de 
caer  en  yerros  de  mucha  consecuencia.  La  indicación,  por 
f  ejemplo,  de  que  una  persona,  nombrada  en  una  inscrip- 
ción encontrada  en  España,  haya  servido  en  un  cuerpo 
militar,  no  prueba,  naturalmente,  que  lo  haya  hecho  en  la 
península,  ni  que  aquel  cuerpo  haya  estado  alguna  vez  de 
guarnición  en  España  mismo.  La  residencia  de  un  cuerpo 
militar  en  cierta  localidad  ha  de  ser  probada  por  otros 
testimonios,  como  por  monedas  allí  acuñadas,  ladrillos  ó 
inscripciones  que  testifiquen  los  trabajos  que  dicho  cuerpo 
haya  ejecutado,  ó  por  leyendas_sepulcrales  que  hagan  ver, 
que  el  entonces  difunto  no  vino  casualmente  á  la  pobla- 
ción, en  la  cual  murió,  sino  que  tuvo  allí  su  morada  oficial 
ó  habitual.  Porque  la  inscripción  sepulcral  de  un  militar, 
que  marque  el  cuerpo  en  que  servía,  no  prueba  que  dicho 
cuerpo  estuviese  acantonado  en  el  lugar  donde  aquélla 
se  encontró,  si  bien  las  hay  de  la  misma  clase  que  lo 
justifican,  por  ciertas  circunstancias  que  en  las  mencio- 
nadas leyendas  concurren.  Lo  mismo  debe  decirse  de  las 
otras  series  de  inscripciones,  en  las  cuales  se  encuentran 
los  nombres  de  oficiales  y  soldados.  En  España,  esta  clase 
de  epígrafes,  muy  frecuentes  en  otras  provincias,  como 
en  África,  en  la  G-ermania  y  en  Inglaterra,  no  es  dema- 
siado abundante.  Desde  la  época  de  Augusto  en  adelante, 
el  cual  con  sus  guerras  cantábricas  había  pacificado  la 


118  LAS   INSCRIPCIONES 

provincia  casi  enteramente,  la  administración  militar  his- 
pana no  era  de  tanta  importancia  en  este  país,  como  en 
aquellas  otras  provincias,  sobre  todo  las  situadas  en  la  fron- 
tera septentrional  del  imperio.  Sin  embargo,  los  testimo- 
nios epigráficos  de  esta  clase  de  leyendas,  algo  más  frecuen- 
tes desde  la  segunda  mitad  del  primer  siglo,  consultados 
con  la  necesaria  cautela,  nos  enseñan  algo  sobre  el  ejército 
¿M  español.  Respecto  á  la  época  de  la  república  romana,  nada 
de  cierto,  ni  aun  de  probable,  sabemos  sobre  los  cuer- 
pos de  tropas  que  se  emplearon  por  los  varios  generales  en 
la  sujeción  de  la  provincia.  Ni  era  la  organización  de  los 
ejércitos  entonces  tan  fija  y  constante,  que  se  pueda  dedu- 
cir de  las  narraciones  de  Polibio  ó  de  Livio  algo  de  par- 
ticular sobre  ella.  Es  lo  natural,  y  hasta  puede  probarse 
en  cierto  modo,  que  Augusto,  cuando  en  el  año  27  antes 
de  J.-C,  desde  las  provincias  de  la  Galia  emprendió  su 
expedición  contra  los  Cántabros  y  Astures,  se  sirvió  para 
ella,  en  primer  lugar,  de  las  legiones  existentes  entonces  en 
España,  ó  en  la  vecina  Galia.  Las  que  Julio  César  hubo  de 
emplear  en  sus  campañas  contra  los  legados  de  Pompeyo, 
y  después,  en  la  lucha  con  los  hijos  del  mismo,  formaron, 
pues,  el  ejército,  del  cual,  al  menos  en  parte,  se  sirvió 
también  Augusto.  La  ocupación  de  las  provincias  se  veri- 
ficó generalmente  de  tal  manera,  que  los  puntos  estraté- 
gicos, en  los  cuales  las  legiones  habían  tenido  sus  cam- 
pamentos, fortificados  con  el  transcurso  del  tiempo,  se 
mudaron  en  ciudades,  sobre  todo  cuando  en  estos  luga- 
res, fuertes  por  la  misma  naturaleza,  hubo  ya  antes,  como 
casi  siempre  sucedió,  algún  pueblo  asentado,  que  habita- 
ban los  naturales  del  país.  A  estas  mismas  ciudades,  gene- 
ralmente las  antiguas  capitales  de  las  diferentes  regiones, 
los  emperadores,  desde  César  y  Augusto,  solían  man- 
dar los  veteranos  de  sus  ejércitos,  para  formar  un  centro 
de  población  civil,  adicto  á  los  intereses  del  imperio,  y  de 


LAS  INSCRIPCIONES  MILITARES  119 

toda  confianza,  y  al  mismo  tiempo  un  núcleo  de  donde, 
como  es  sabido,  se  sacaban  soldados  para  las  legiones. 
Sobre  el  origen  y  carácter  militar  de  las  grandes  ciudades 
de  la  España  romana,  además  de  los  testimonios  de  los 
autores,  y  de  los  epígrafes,  debemos  preciosos  informes 
á  otra  clase  de  monumentos  antiguos,  de  la  cual  habla- 
remos en  el  próximo  capítulo,  y  son  las  monedas  romanas 
acuñadas  en  España.  Conocido  es  que  en  la  época  anterior 
á  Domiciano,  según  la  antigua  costumbre  de  los  ejércitos 
consulares,  compuestos  regularmente  de  dos  legiones,  éstas 
tuvieron  juntas  sus  cuarteles  de  invierno,  los  que  anti- 
guamente no  fueron  de  colocación  fija.  A  medida  que  fué 
progresando  la  pacificación  de  las  provincias,  aquéllos 
alcanzaron  ya  un  carácter  más  permanente,  siendo  ocupa- 
dos una  vez  y  otra  por  los  legionarios,  y  dando  origen,  como 
castra  stativa,  en  muchas  ocasiones,  á  ciudades  importan- 
tes. No  es,  por  consiguiente,  sin  interés  el  averiguar  qué 
poblaciones  hayan  debido  su  origen  á  las  legiones  romanas. 
Pero  esta  es  una  cuestión  de  no  exigua  dificultad,  debién- 
dose tener  en  cuenta,  que  su  único  fundamento  estriba  en 
escasísimos  testimonios  y  en  indicaciones  asaz  dudosas. 

Las  monedas  de  Emérita,  Acci,  Corduba  y  C&sarau- 
gusta,  tienen  inscritos  los  nombres  de  legiones,  que  algu- 
na vez  sin  duda  han  estado  de  guarnición  en  España. 
Las  de  Itálica,  Carthago  nova  ó  Ilici,  á  pesar  de  que  falten 
los  nombres  de  legiones,  por  las  insignias  que  de  ellas 
ostentan,  prueban  que  hubo  también  guarnición  de  legio- 
nes en  aquellas  poblaciones,  de  lo  que  también  se  tiene  la 
evidencia  por  otras  inducciones.  En  varios  pueblos  las 
inscripciones,  ó  su  colocación  en  las  vías  romanas,  ó 
determinados  testimonios  de  autores  antiguos,  ó  sus  nom- 
bres solos,  constituyen  indicios  de  donde  se  deduce  su 
carácter  militar. 

Con  estos  antecedentes,  pues,  tenemos  que  emprender 


120  LAS  INSCRIPCIONES 

el  ensayo  de  fijar,  en  cuanto  sea  posible,  la  manera  como 
estaba  establecida  la  administración  militar  de  las  provin- 
cias hispanas. 

Sobre  las  diferentes  guarniciones  de  las  legiones  y  demás  cuer- 
pos del  ejército  romano,  en  la  época  de  Augusto  en  adelante,  existe 
una  serie  de  trabajos  epigráficos  y  arqueológicos  importantes,  prin- 
cipiando con  el  del  célebre  epigrafista  italiano,  Conde  Bartolomeo 
Borghesi,  sobre  las  legiones  del  Khin,  del  año  1839  (oetwres  t.  IV,' 
p.  182-265),  y  terminando  con  una  breve  reseña  de  lo  que  hasta 
ahora  se  ha  podido  averiguar  sobre  asunto  tan  variado,  aprove- 
chando los  testimonios  de  los  autores  antiguos,  de  las  monedas  y  de 
las  inscripciones,  tal  cual  aparece  todo  ello  inserto  en  el  manual 
de  Joaquín  Marquardt,  Bómische  Staatsverwaltung,  vol.  II, 
ed.  2.a,  por  H.  Dessau  y  A.  von  Domaszewski,  Leipzig  1884,  8., 
p.  443  y  ss.  Sobre  las  diferentes  legiones  hay  además  algunas  mono- 
grafías, las  cuales,  en  cuanto  se  refieren  á  las  españolas,  irán  apun- 
tadas más  adelante,  en  sus  respectivos  lugares.  Una  de  ellas  com- 
prende el  conjunto  de  noticias  sobre  la  administración  militar  de  la 
provincia ,  desde  la  época  de  Augusto ,  y  es  la  del  holandés  señor 
U.  P.  Boissevain,  de  re  militari  provinciarum  Hispaniarum 
átate  imperatoria  (Amstelodami  1879,  pp.  705,  8.).  Es  un  trabajo 
concienzudo  y  útil,  aunque  no  se  pueden  admitir  todos  sus  resulta- 
dos. Sumamente  inciertos  é  incompletos  aún  todavía  son  nuestros 
conocimientos  sobre  la  última  época  de  la  administración  militar  del 
+3  v  -  imperio,  desde  los  tiempos  de  Diocleciano  en  adelante;  véanse  sobre 
oí*  ;.  ella  las  breves  noticias  en  la  obra  de  Marquardt,  antes  citada, 
p.  609  y  ss. 

Entre  los  testimonios  relativos  á  las  legiones  del  ejército  español 
ocupan  un  puesto  preferente  las  monedas  romanas  de  las  colonias 
y  municipios,  acuñadas  desde  la  época  de  Augusto  en  adelante,  en 
las  cuales  se  leen  los  nombres  de  varias  legiones  y  se  ven  figura- 
das las  insignias  militares,  águilas  y  otras  enseñas  (signa  militariá). 
No  puede  dudarse  de  ningún  modo  que  estas  leyendas  y  símbo- 
los sean  testimonio  de  la  existencia  de  aquellos  cuerpos  militares  en 
España.  Pero  todavía  hay  dudas  sobre  si  se  refieren  solamente  á 
veteranos  de  las  legiones,  fijados  después  de  su  servicio  en  aquellas 
ciudades  como  paisanos,  ó  más  bien  á  soldados  que  estuvieron  en 
ellas  de  guarnición.  Lo  primero  es  lo  que  se  cree  generalmente,  porque 


LAS   INSCRIPCIONES   MILITARES  121 

Casio  Dion  nos  ha  conservado  la  noticia,  que  el  emperador  Augusto, 
después  de  la  guerra  contra  los  Cántabros  y  Astures,  en  los  años  26 
y  25  antes  de  J.-C,  licenció  sus  veteranos,  fundando  para  ellos  en  la 
Lusitania  la  colonia  Emérita  Augusta,  cuya  denominación  indica  su 
origen.  Las  monedas  de  Mérida  contienen  los  nombres  de  las  legiones 
quinta  y  décima.  Sin  embargo,  ni  de  eso  ha  de  deducirse  que  sola- 
mente veteranos  de  aquellas  dos  legiones  obtuvieron  propiedades   en 
el  territorio  de  la  nueva  colonia,  y  ninguno  de  otras  legiones,  ni  tam- 
poco que  en  Mérida,  fortaleza  de  primer  orden,  no  hubo,  además  de 
los  veteranos  ciudadanos,  una  guarnición.  Es  muy  posible,  al  contra- 
rio, que  el  emperador  concediese  posesiones,  en  las  colonias  nueva- 
mente fundadas,  á  veteranos  de  muy  diferentes  legiones,  y  no  sólo  á 
los  del  ejército  español,  sino  también  á  los  de  otras  divisiones  milita- 
res, si  bien  hasta  ahora  no  existen  testimonios  de  que  otros  vetera- 
nos, fuera  de  los  de  las  legiones  peninsulares,   hayan  obtenido  pose- 
siones en  las  colonias  españolas.  Pero  de  cualquier  manera  que  ello 
fuese,  es  lo  cierto,  que  las  asignaciones  de  terrenos  hechas  á  vetera- 
nos fueron  de  todo  punto  independientes  de  las  castra  de  las  legio- 
nes de  guarnición  en  las  provincias,  si  bien  andando  el  tiempo  el  cas- 
trum  legionario  y  la  colonia  de  veteranos  pudieron  llegar  á  formar 
una  sola  población.  Por  otra  parte,   las  mismas  insignias  militares, 
que  no  tienen  nada  que  ver  con  los  veteranos  y  paisanos,  son  prueba 
concluyente  que  estas  dos  legiones  juntas,  como   era  de  costumbre 
entonces,  tenían  en  Mérida  su  castra,  mientras  los  veteranos,  con 
otros  Íncolas,  formaban  la  población  civil  de  la  ciudad,  ó  séase  la 
colonia.  Podremos,  pues,  en  los  siguientes  párrafos,  á  pesar  de  que 
la  cuestión  todavía    no  haya  sido   tratada   con  toda  la  extensión 
que  requiere,  servirnos  de  los  testimonios  de  las  monedas  con  mu- 
cha seguridad,  para  averiguar,  en  cuanto  es  posible,  cuáles  fueron 
las  diferentes  guarniciones  de  la  península. 

Sabido  es  que  el  águila,  llevada  por  el  aquilifer,  era  la  insignia 
de  la  hjsgión  entera ,  mientras  las  otras  enseñas  pertenecían  á  los 
maniplos,  de  tal  suerte,  que  cada  uno  de  éstos,  que  se  componía  de 
dos  centurias,  tenía  su  enseña,  su  signum,  formado  de  varios  emble- 
mas, y  llevado  por  un  sigmfer.  La  cohorte,  pues,  que  comprendía 
tres  maniplos  y  seis  centurias,  tenía  tres  enseñas;  la  legión,  que 
abrazaba  diez  cohortes,  treinta.  Las  cohortes  y  las  alas •  de  auxi- 
liarios  no  llevaban  águilas,  sino  sólo  enseñas.  Las  enseñas,  pues, 
figuradas  al  lado  de  las  águilas,  si  no  se  refieren  á  los  cuerpos  auxi- 
liares, que  nunca  faltaban  al  lado  de  las  legiones,  servían  sólo  para 


i 


122  LAS  INSCRIPCIONES 

dar  una  manifestación  más  completa  del  carácter  militar  de  las 
poblaciones,  en  cuyas  monedas  se  encuentran  figuradas.  Además  de 
las  águilas  y  de  las  enseñas,  hubo  una  tercera  clase  de  divisas  mili- 
tares, los  vexilos.  El  vexilo  es  fácil  de  distinguir  por  su  forma  par- 
ticular, pues  era  un  estandarte  formado  con  un  lienzo  cuadrado,  no 
siempre  del  mismo  color,  sujeto  por  cualquiera  de  sus  orillas  á  un 
palo  horizontal,  que  se  fijaba  en  el  extremo  de  una  lanza.  Fué  lle- 
vado por  cuerpos  militares  alistados  temporalmente  para  ciertas 
expediciones,  y  compuestos  de  algunas  cohortes  tomadas  de  las  legio- 
nes ó  de  los  cuerpos  auxiliares.  El  vexilo,  pues,  no  ha  de  referirse  á 
legiones  enteras.  Sabemos  además  que  las  legiones  se  reclutaban  de 
la  juventud  de  las  ciudades,  en  las  mismas  provincias  en  que  estaban 
de  guarnición,  ó  de  las  de  provincias  cercanas.  En  las  legiones  espa- 

r  ñolas  sirvieron,  además  de  los  naturales  del  país,  los  que  lo  fueron 
de  las  poblaciones  de  la  Galia  narbonense. 

Con  estos  datos  es  posible,  hasta  cierto  punto,  interpretar  los 
emblemas  parlantes  délas  monedas  romanas,  acuñadas  en  ciudades 
españolas. 

Legio  i  §  93.     Entre  las  cinco  legiones  que  se  conocen,   dis- 

(¿  ugusta?)   ^jngUj¿as  con  el  número  I,  \a,Á  Germánica,  fué  creada  por 
.  a  ,      Tiberio ,    después    de   la   derrota    de   Vario;    la}  adiutrix, 
*\x    '  por   Galba,   como  veremos  más    adelante;   l&'jltálica  por 

Nerva;  \&UMinervia  por  Domiciano;  l&^Parthica  por  Sep- 
timio  Severo,  no  habiendo  estado  ninguna  de  ellas  en 
España.  Pero  no  cabe  duda,  que  además  de  las  legiones 
antiguas  de  César  y  de  Augusto,  distinguidas  con  los 
números  desde  el  II. .hasta  el  XX,  hubo  también  una  con  el 
número  I.  Y  en  efecto,  en  las  monedas  de  la  colonia  Julia 
gemella  Acci,  la  actual  Guadix,  que  muestran  en  una 
de  sus  caras  las  cabezas  del  divo  Augusto,  de  Tiberio  y  de 
Gayo  César  Calígula,  se  leen  muy  distintamente  las  letras 
L.I.II,  esto  es,  legión  primera  y  segunda,  al  pie  de  cuatro 
insignias  militares,  dos  águilas  y  dos  enseñas,  que  deben 
referirse  sin  duda  á  las  dos  legiones,  de  donde  la  colo- 
nia Acci,  como  ya  advirtió  el  P.  Florez,  tomó  su  nombre 
de  gemella,  lo  mismo  que  la  de  Tucci.  Casio  Dion,  en  su 


LEGIO   I   ¿AUGUSTA?  123 

narración  de  la  expedición  de  Agripa  contra  los  Cánta- 
bros, del  23  al  20  antes  de  J.-C.,  dice  que  los  soldados  de 
su  ejército,  antiguos  militares,  no  quisieron  seguir  á  sus 
órdenes,  porque  temieron  á  los  Cántabros,  que  eran  difíci- 
les de  combatir,  y  que  al  fin  de  la  guerra  hubo  de  prohi- 
bir á  una  legión  entera,  que  no  supo  vencer,  que  se  lla- 
mase en  adelante  Augusta  (Dion  LIV  11).  Es  muy  posible 
que  esta  fuese  cabalmente  la  primera.  Verdad  es,  que  hasta 
ahora  no  se  ha  encontrado  otro  testimonio  de  su  existen- 
cia en  España,  fuera  de  las  monedas  de  Acci.  Mas  como  ya 
Tiberio,  por  los  años  9  antes  de  J.-C,  fundó  una  nueva 
legión  primera,  la  Germánica,  puede  ser  muy  bien  que  la 
antigua  española,  á  la  sazón  infamada  por  la  pérdida  de 
su  nombre  honorífico,  fuese  disuelta  antes  de  esta  época; 
y  por  eso  falten  inscripciones  que  hagan  mención  de  ella. 
Los  Españoles,  pues,  se  han  de  contar,  aún  en  esta  época 
del  imperio,  entre  los  pocos  pueblos  que  sabían  resistir  á 
la  fuerza  militar  organizada  de  los  conquistadores  del 
mundo.  No  parece  que  la  legión  primera  Augusta  hubiese 
estado  mucho  tiempo  de  guarnición  con  la  segunda,  toda 
ó  una  parte  de  ella,  en  la  Colonia  Acci;  y  puede  creerse  que 
tuviera  como  la  segunda,  al  menos  en  parte,  su  acuartela- 
miento eji  el  norte  de  la  península,  tal  vez  en  Braga  ó  en 
Astorga.  Cierto  es  que  á  principios  del_reino  de  Tiberio, 
según  el  testimonio  de  Estrabón  (III 9,  8  y  4,  20),  no  hubo 
más  que  tres  legiones  en  España,  entre  las  cuales  no  se 
contaba  la  primera,  sino  que  fueron  la  cuarta,  la  sexta  y 
la  décima,  como  luego  veremos. 

Véase  C.  I.  L.  II  p.  458.  Florez,  y  según  él  Eckhel,  leye- 
ron en  las  monedas  de  Acci  L.  III,  legio  tertia;  pero  la  verdadera  lec- 
ción L.  I.  II,  la  observó  el  primero  Carlos  Luis  Grotefend,  numis- 
mático y  anticuario  alemán,  ya  difunto,  en  el  Zeitschrift  filr  die 
Alterthumsicissenschaft,  1840,  p.  654.  Que  la  legión  primera  fuese  la 
que  perdió  el  nombre  de  Augusta,   es  una  conjetura  muy  probable 


124  LAS   INSCRIPCIONES 

del  Sr.  Boissevain  (§  92).  Otros  doctos  suponen  que  la  legión 
décima  haya  tenido  al  principio  el  nombre  honorífico  de  Augusta,  y 
que  obtuvo  el  de  gemina  más  tarde,  pero  no  existen  pruebas  conclu- 
yentes  para  esta  suposición. 


Legión  §  94.     Como  ya  hemos  visto,  unida  con  la  primera  se 

hace  mención  en  las  monedas  de  Acci  de  la  legión  segunda. 
Una  sola,  entre  las   diferentes  segundas  que  conocemos, 
pertenece    á  la  época    de   Augusto.   La  7/  adjutrix   fué 
creada   por  Vespasiano,  la   II   Tr ajana   por   Trajano,   la 
II  Itálica  por  Marco  Aurelio,  la  II  Parthica  por  Septi- 
mio  Severo.  Queda,  pues,  sólo  la  II  Augusta,  que  desde 
la  época  de  Tiberio  tenía  sus  cuarteles  en  la  capital  de  la 
Gemianía  superior,  Maguncia,   y  bajo  Claudio  se  trasladó 
á  Inglaterra,   en  donde  quedó  hasta  los  últimos  tiempos. 
Que    esta   legión  efectivamente    haya   estado  en  España 
antes  de  pasar  á  la  Germania,  lo  prueban  algunos  epígra- 
fes  allí   descubiertos;    uno  de  un  aquilifer   leg(ionis)  II, 
encontrado  cerca  de  Lisboa  (C.  I.  L.  II  266),  el  otro  de  un 
m(iles)  leg(ionis)  II,   de  Burguillos  en  la  Beturia,  tal  vez 
natural  de  (Cap)era  (C.  I.  L.  II  985),  la  tercera  de  Ecija, 
de  un  veteranus  leg(ionis)  II  (C.  I.  L.  II  5053).  En  estas 
inscripciones,  según  la  costumbre  antigua,  ó  porque  tal 
vez  no  lo  hubiese  aún  recibido,  no  se  da  á  la  dicha  legión 
el  título  honorífico  de  Augusta.  Sólo  en  el  cuarto  lo  trae, 
un  epígrafe  que  nombra  á  un  signifer  leg(ionis)  II  Aug(us- 
tm),  pero  ya  no  existe  la  piedra,  cuya  leyenda  está  muy 
mal  copiada  (C.  I.  L.  II  2480,  cf.  Ephem.  epigr.  IV  p.  16). 
Además,    como  ha  observado  el  Sr.   Boissevain,    en  la 
Germania  se  han  encontrado  algunos  epígrafes  de  vetera- 
nos ó  soldados  de  la  legión  segunda  Augusta,  naturales  de 
España,  de  Norba  (Brambach,  C.  I.  Rhen.  n.  1892),  y  de  la 
Narbonense    de    Car  caso   (Brambach   n.    946,    Orelli-Hen- 
zen  n.  4841).  Está,  pues,  suficientemente  probado,  que  la 


Macedónica 


LBGIO   IV    MACEDÓNICA  125 

legión  segunda,  como  la  primera,  formaba  parte  del  ejér- 
cito español  de  Augusto. 

Según  lo  que  de  las  inscripciones  se  desprende,  parece 
que  parte  de  la  segunda  estuvo  un  poco  de  tiempo,  reu- 
nida con  la  primera,  de  guarnición  en  Acci,  como  ya 
hemos  notado,  y  acuartelada  en  los  últimos  tiempos  de  su 
permanencia  en  España,  antes  de  su  marcha  á  la  Germa- 
nia,  en  las  regiones  del  noroeste  de  la  península.  Pero  no 
hay  bastantes  testimonios  para  fijar  el  lugar  preciso,  ó  los 
lugares,  de  su  dicho  acuartelamiento,  que  tal  vez  fuera 
Astorga  ó  Braga. 

§  95.  En  muchas  de  las  monedas  de  Zaragoza,  acuña-  Legio  iv 
das  bajo  Augusto,  Tiberio  y  Cayo  César  Calígula,  se  leen 
los  nombres  de  tres  legiones  juntas:  LEG-.  IV,  LEGr.  VI, 
LEG-.  X.  Los  reversos  de  estas  monedas  muestran  alterna- 
tivamente tres  enseñas,  en  las  de  Augusto  y  Tiberio;  ó  un 
vexilo  fijado  en  una  base,  entre  dos  simples  enseñas,  de 
forma  particular,  á  las  que  Eckel  llama  perticas,  también 
en  las  de  Augusto  y  de  Tiberio;  ó  un  sólo  vexilo  con  su 
base  en  las  de  Augusto;  y,  finalmente,  un  águila  entre  dos 
enseñas,  en  las  de  Tiberio  y  de  Calígula.  Según  el  valor  de 
estas  divisas  militares,  que  hemos  explicado  antes  (§  92), 
no  estaba  de  guarnición  en  Zaragoza  en  tiempo  de  Augusto 
ninguna  de  estas  legiones  completa,  porque  falta  el  águi- 
la, sino  quizá  sólo  algunas  vexülaüones,  si  bien  en  tiempo 
de  Tiberio  se  reunió  en  aquella  ciudad  una  de  las  tres, 
aunque  no  se  sabe  cuál  de  ellas.  Es  cierto  que  en  los  días 
de  Augusto  hubo  una  legión  cuarta  que  pertenecía  al  ejér- 
cito que  ocupaba  la  España;  pero  es  que  hubo  dos  con  este 
número;  la  IV  Scycthica,  que  desde  la  época  de  Augusto 
hasta  los  últimos  tiempos  del  imperio  formó  parte  del  ejér- 
cito de  oriente,  y,  por  consiguiente,  no  hace  á  nuestro 
propósito, y  la  IV Macedónica,  que  es,  sin  duda, la  española. 
Debía  su  nombre  tal  vez  á   Marco  Bruto,  quien  la  orga- 


126  I. AS    INSCRIPCIONES 

nizó  en  Macedonia,  antes  de  la  batalla  de  Philippi.  Desde 
los  días  de  Augusto  la  encontramos  en  España,  sin  que 
se  sepa  cuáles  fuesen  el  tiempo  y  los  pormenores  de  su 
marcha  de  Grecia  hacia  el  oeste.  Desde  la  época  de 
su  llegada  á  la  península,  hasta  la  del  emperador  Clau- 
dio, nada  se  conoce  de  la  dicha  legión  cuarta,  siendo 
sabido  que  al  comienzo  del  imperio  de  Claudio  fué  trasla- 
dada á  la  Germania  superior,  y  que  bajo  el  de  Vespasiano 
fué  disuelta. 

Sin  embargo,  ha  dejado  vestigios,  nada  equívocos,  de 
su  existencia  en  España,  pues  en  la  colonia  Tucci,  la  ac- 
tual Martos,  se  encontró  el  epitafio  de  un  decurión  de  la 
colonia,  que  había  sido  centurión  de  la  legión  cuarta 
(C.  I.  L.  II  1681).  La  lápida,  por  consiguiente,  no  prueba 
que  la  legión  haya  tenido  sus  cuarteles  en  Tucci,  pero 
indica  que  aquel  centurión,  quizá  natural  de  Tucci,  des- 
pués de  haber  servido  en  la  mencionada  legión,  durante 
su  permanencia  en  España,  se  retiró  más  tarde  á  esta 
población.  Los  ex-centuriones  formaban,  como  sabemos 
del  poeta  Horacio,  la  aristocracia  de  las  ciudades  de  pro- 
vincia. El  epitafio,  que  ya  no  existe,  llama  á  la  legión 
simplemente  cuarta,  sin  añadir  el  nombre  de  Macedónica. 
Por  esta  y  otras  razones,  ha  de  atribuirse  á  la  época  de 
Augusto.  Entre  los  legionarios  de  la  cuarta  Macedónica, 
sepultados  en  las  Aqum  Mattiacm,  junto  á  Maguncia,  á 
donde  aquella  se  trasladó,  en  tiempo  de  Claudio,  resultan 
tres  naturales  de  Nertobriga  en  la  Botica,  uno  de  Tucci, 
uno  de  Córdoba,  uno  dom(o)  Bae...  (quizá  Bcelo?  Bram- 
bach  n.  1150,  1153,  1160,  1162);  lo  que  prueba  que  muchos 
de  los  soldados  eran  naturales  de  la  provincia,  en  la  cual 
la  legión  había  tenido  sus  cuarteles.  Diez  de  sus  legiona- 
rios, todos  conocidos  por  sus  epitafios  existentes  en  Magun- 
cia, eran  naturales  de  la  Galia  narbonense  y  uno  de  la  lug- 
dunense  (Ephem.  epigr.  Y  p.  213).  Otro  epígrafe  sepulcral 


LEGIO   V    ALAUD.E 


127 


encontrado  en  Pergamo  del  Asia,  de  la  época  de  Augusto, 
hace  mención  de  un  tal  Tito  Aufidio  Spinter  tribun(us) 
mil(itum)  in  Hispania  leg(ione)  IIII  (C.  I.  L.  III  399). 

Los  doce  ó  más  cipos  terminales,  ya  antes  menciona- 
dos (C.  I.  L.  II  2916  a-d),  nos  han  dado  á  conocer,  que  los 
prados  de  la  legión  cuarta,  de  una  extensión,  como  parece, 
muy  grande,  yacían  cerca  de  Juliobriga,  en  la  España 
tarraconense,  no  lejos  de  la  actual  Reinosa,  en  los  montes 
cantábricos.  En  la  época,  pues,  de  Augusto,  la  legión, 
destinada,  como  dice  Estrabón  (III  4,  20),  á  guarnecer 
la  [JisaÓYata,  el  interior  de  la  provincia,  entre  Galicia  y  la 
costa  oriental,  parece  haber  tenido  sus  cuarteles  junto  á 
Juliobriga,  en  el  cerro  y  pueblo  de  Retortillo,  media  legua 
al  SE.  de  Reinosa  (Guerra,  Cantabria,  p.  40),  y  en 
Zaragoza,  en  donde,  como  hemos  visto,  estaba  una  vexila- 
ción  de  ella.  Bajo  Tiberio,  ya  la  legión  entera  fué  concen- 
trada en  Zaragoza,  señal  de  la  pacificación  de  la  región  de 
los  Cántabros;  y  de  Zaragoza  pasó  á  Maguncia. 

§  96.  De  las  dos  legiones"  quintas  que  existían,  la  Le9io  v 
V  Macedónica,  una  de  las  de  Marco  Bruto,  como  la  IV 
también  Macedónica,  pasó  de  la  Grecia  á  la  Germania, 
donde  permaneció  durante  el  siglo  primero  de  nuestra  Era, 
para  trasladarse  al  fin  á  la  Moesia,  sin  haber  estado 
nunca  en  España.  La  otra  quinta  fue  una  de  aquellas  que 
el  dictador  César  había  formado  en  las  Galias,  sirviéndose 
de  los  mismos  indígenas  para  sujetar  sus  compatriotas. 
Les  dejó  los  yelmos  ó  cascos  que  usaban  con  el  penacho, 
semejante  á  la  cresta  de  la  alondra,  por  lo  que  se  les 
impuso  por  los  demás  soldados  el  apodo  de  alaudaí;  cuyo 
nombre,  en  la  forma  del  plural,  fue  más  tarde,  como  es 
sabido,  su  designación  oficial. 

En  las  monedas  de  Mórida,  acuñadas  en  tiempo  de 
Augusto,  cuya  cabeza  llevan,  así  como  en  las  de  Córdoba, 
del  mismo  emperador,  se  leen  las  letras  L  E.  V.  X,  esto 


128  LAS   INSCRIPCIONES 

es,  legio  quinta  y  décima;  mostrando  el  águila  de  la  legión 
entre  dos  enseñas,  como  las  de  Acci  y  Cazsaraugusta.   Ade- 
más se  observa  en  las  monedas  de  Publio  Carisio,   acuña- 
das,   como    casi   generalmente   y  no   sin   fundamento   se 
supone,  en  la  misma  Mérida,  la  figura  de  un  yelmo  con 
cresta  alta  en  la  forma  de  una  media  luna.  El  conde  Bor- 
ghesi,  en  una  de  sus  observaciones  numismáticas  (ceuvres, 
vol.  II,  p.  333  y  s.),  creyó  que  esta  representación  debía 
referirse  á  los  Astures  y  Cántabros ,  vencidos  por  un  Cari- 
sio en  la  guerra  cantábrica  de  Augusto.  Pues  según  el  tes- 
timonio de  Dion  (Lili  26),  un  Tito  Carisio  era  legado  de 
Augusto  en  esta  guerra.  Que  este  Tito  sea  idéntico  con  el 
Publio  de  las  monedas,  no  es  de  modo  alguno  cierto;  porque 
conocemos  también  un  Tito  Carisio,  triumvir  monetal,  por 
varias  monedas  acuñadas  del  49  al  45  antes  de  J.-C.  Creo, 
pues,  más  bien,  que  el  yelmo  con  cresta  aluda  á  la  guar- 
nición de  Mérida,  formada  por  las   antiguas  legiones  de 
César,  y  sobre  todo,  á   la  quinta,  con  sus  penachos,  se- 
mejante, como  se  lia  dicho,  á  la  de  la  alondra.  Verdad  es, 
que  sabemos   de  ella  sólo   que  peleó  en  África  contra  el 
rey  Juba,  que  en  la  batalla  de  Munda  estuvo  en  el  ala 
izquierda  del  ejército  de  César,  y  que  después  siguió  la 
bandera  de  Marco  Antonio,  hasta  que  Augusto   lo  mandó 
á  la  Moesia.  Pero  puede  muy  bien  haber  estado  en  España 
en  el  período  corrido  desde  la   batalla  de  Modena,  en  43 
antes  de  J.-C,  hasta  la  guerra  cantábrica  emprendida  por 
Augusto  en  27  antes  de  J.-C.  Conocemos  á  Lucio  B  latió, 
natural  quizá  de  Ventium  ó   Vintium,   ciudad  de  los  Alpes 
marítimos   (Blatius  es  nombre   céltico),   antiguo   tribuno 
militar  de  las  dos  legiones  españolas  quinta  y  décima,  des- 
pués  edil   en  Sevilla,   según  una  lápida    de   esta  ciudad 
(C.  I.   L.  II   1173),   que   no    es   posterior   á   la  época  de 
Augusto.  Puede  ser  que  también  Gayo  Emilio  Frater- 
no, avecindado  en  Isona,  la  antigua   Jesso,  (C.  I.  L.  II 


LEGIO   V   ALAUDiE  129 

4458),  dos  veces  prcefectus  fábrum,  esto  es,  jefe  de  inge- 
nieros, tribuno  de  la  legión  quinta  Alaudce,  y  después 
flamen  de  la  provincia  en  Tarragona  (C.  I.  L.  II  4188), 
viniese  con  dicha  legión  desde  la  Galia;  porque  en  su  epí- 
grafe se  dice  de  él:  hic  censum  egit  in  provincia  Gallia 
Aquitanica.  Son  estos  los  dos  únicos  testimonios  epigrá- 
ficos de  la  legión  quinta,  que  tenemos  en  España,  los 
cuales  no  bastan  por  sí  sólo  para  fijar  el  lugar  en  que 
estuvo  acuartelada. 

Los  nombres  de  la  V  y  de  la  X  se  encuentran,  como  ya 
observamos,  juntos  en  las  monedas  de  Mérida  y  de  Cór- 
doba, pero  con  una  águila  sola  entre  dos  enseñas;  por  lo 
que  parece  que  únicamente  una  parte  de  las  dos  legiones 
hubieron  de  haber  estado  de  guarnición  en  las  capitales  de 
la  Lusitania  y  de  la  Bética.  Como  los  testimonios  epigrá- 
ficos de  la  décima,  encontrados  en  España,  pertenecen 
todos  al  norte  y  al  noroeste  de  la  península,  es  de  suponer 
probablemente,  que  la  quinta,  después  de  la  batalla  de 
Munda,  se  quedase  poco  tiempo  aun  en  la  Bética;  como  lo 
indica  también,  en  cierto  modo,  el  haber  sido  edil  en  Sevi- 
lla uno  de  sus  antiguos  tribunos. 

Existen,  además,  sólo  tres  monumentos  de  legionarios 
de  la  quinta  Alaudce  (Ephem.  epigr.  V  p.  214);  uno  de  cierto 
Q.  Aenneus  Balbus  de  Faventia,  en  Italia,  soldado  de  el 
dictador  César,  según  parece,  y  después  duumvir  en  una 
ciudad  africana  (C.  I.  L.  VIII  10  605),  el  otro  de  un  C.  Cal- 
ventius  de  Milán,  en  los  Castra  Vetera  de  la  Germania  in- 
ferior (Brambach  n.  218),  á  donde  parece  que  la  legión  pasó 
temporalmente  desde  la  Moesia.  En  Italia,  en  tierra  de  los 
Aequiculos,  se  encontró  una  inscripción,  que  ya  no  existe, 
en  la  que  se  mencionaba  á  un  tal  Sabidius,  que  fué  centu- 
rión de  las  legiones  quinta,  décima  y  sexta,  añadiéndose 
en  la  dicha  leyenda  ita  ut  in  leg(ione)  Xprimum  pilum  duce- 
ret  eodemque  tempore  princeps  esset  leg(ionis)  VI;  fué  luego 


130  LAS   INSCRIPCIONES 

prefecto  quinquenal,  tal  vez  en  Italia,  su  país  natal,  de 
los  Césares  Gayo,  el  hijo  adoptivo  y  heredero  presuntivo 
de  Augusto,  y  Tiberio  (C.  I.  L.  IX  4122;  Orelli-Hen- 
zen  6779).  En  tres  de  las  legiones  augusteas,  pues,  y 
durante  su  estancia  en  España,  este  personaje  hubo  de 
conseguir  los  honores  militares,  de  que  hace  mención  la 
inscripción  aludida.  Por  lo  demás,  hasta  ahora  no  han 
aparecido  otros  monumentos  que  hagan  referencia  á  esta 
misma  legión. 

El  casco  figurado  en  los  denarios  de  Publio  Carisio,  lo  ha  hecho 
dibujar  últimamente  el  docto  catedrático  de  la  universidad  de  Viena, 
Sr.  O.  Benndorf ,  en  las  Memorias  de  aquella  Academia,  sección 
filosófico-histórica,  vol.  XXVIII,  1878,  p.  61,  fig.  10,  y  lo  designa 
como  de  origen  lusitano;  yo  lo  creo  más  bien  galo.  El  epígrafe  de 
Sabidio, traído  por  el  conde  de  Lumiares,  el  cual  parece  que  no  igno- 
raba su  importancia  histórica  para  la  España,  fué  colocado  entre 
sus  «Inscripciones  de  Cartagena»  como  de  dicha  ciudad  (p.  133,  23), 
de  donde  la  tomó  Muratori  (p.  763,  6).  Verdad  es,  que  también  en  el 
oriente  hubo  una  legión  VI,  la  f errata,  y  una  X,  la  f'retensis;  pero 
nunca  existió  allí  una  quinta,  por  lo  que  es  sumamente  verosímil  que 
se  indiquen  en  esta  inscripción  las  tres  legiones  españolas. 

Legio  vi  §  97.     De  las  dos  legiones  sextas,  que  existieron,  la  VI 

Victrtx  f errata  y  la  VI  victrix,  la  primera  siempre  perteneció. á  los 
ejércitos  del  oriente.  De  la  otra  los  más  antiguos  testi- 
monios, que  existen,  son  las  monedas  de  Zaragoza,  de 
Augusto  y  Tiberio,  en  las  cuales  se  leen,  como  ya  vimos, 
los  nombres  de  las  tres  legiones  IV,  VI  y  X,  con  tres  ense- 
ñas, ó  con  un  vexilo  entre  dos  enseñas,  ó  con  un  vexilo  sólo, 
pero  sin  águila.  Esta  aparece  entre  las  dos  enseñas,  como 
de  costumbre,  sólo  en  las  de  Tiberio  y  Calígula,  y  la  hemos 
atribuido  con  alguna  probabilidad  á  la  legión  cuarta  (§  95). 
De  la  misma  época  de  Augusto,  y  del  año  749  de  Roma, 
B  antes  de  J.-C,  es  un  monumento  epigráfico,  encontrado 
en  Bracciano  de  Italia,  el  cual  fué  puesto  á  un  tal  Aulo  Octa- 


LEGIO   VI   VICTRIX  131 

vio  Ligur,  tribuno   militar  de  la  legión  sexta,  por  los  cen- 
turiones leg(ionis)  VI  (sextce)  ex  Híspanla  (C.  I.  L.  XI  3312). 
Hubo,   pues,  entonces  una  porción  de   centuriones,    natu- 
rales de  España,  en  aquella  legión,  que  pusieron  un  monu- 
mento honorario  á  su  tribuno,  en  su  país  natal.  Al  menos 
hasta  el  imperio  de  Calígula  debió,  pues,  dicha  legión  for- 
mar parte  del  ejército  español;  y  más  aun,  permaneció  en 
la  península  hasta  fines  del  imperio  de  Nerón.  Del  insigne 
epígrafe  honorario  de  Marco  Vettio  Valente,  encontra- 
do en  Rimini  de  Italia  (Orelli-Henzen  6767  =  C.  I.  L.  XI 
395),  puesto  en  el  año  66  de  J.-C,  se  deduce  que  este  per- 
sonaje, como  primus  pilus  de  la  legión  VI victrix,  fué  con- 
decorado por  el  emperador  Nerón,  cuyo  nombre  se  calla, 
ob  res  prospere  gestas  contra  Astures.  Hasta  esta  época, 
pues,  duraron  las  repetidas  tentativas  de  aquella  nación 
belicosa  para  recobrar  su  libertad.   Al  morir  Nerón,  era 
esta  legión   la   única    que    existía    en  España,  porque  la 
primera,   segunda  y  quinta  fueron  ya  trasladadas  á  otras 
partes  en  tiempo  de  Augusto;  la  cuarta,  en  el  de  Claudio, 
vino  á  la  Germania;    y  la   décima,  como  veremos,  estuvo 
entonces  temporalmente  ausente  de  España.   Galba,  des- 
pués de  la  muerte  de  Nerón,  no  tenía  en  España  más  que 
una  legión,  que  lo  aclamó  como  emperador,  tres  cohortes, 
y  dos  alas  de  auxiliares,  según  los  testimonios  de  Tácito 
(histor.  I,    16),  y  de  Suetonio  (Galba,   cap.  10).  Una  sola 
bastaba,  pues,  como  dice  Flavio    Josefo   (bellum  Judai- 
cum  II  16,  4),  para  custodiar  una  provincia  tan  distante  de 
Roma  como  belicosa,  y  que  ésta  fué  la  sexta,  lo  dice  Tácito 
(hist.  V,  16:   principem  Gálbam  sextm  legionis  auctoritate 
factum).  En  esta  época  sirvió  en  ella  como  tribuno  Lucio 
Titinio   Glauco   Lucretiano,   después  prefecto  de  las 
islas  Baleares,  en  el  mismo  año  66  de  J.-C,  conocido  por 
dos  inscripciones,  de  Luna   en  Italia  (Orelli  731,  732  = 
C.  I.  L.  XI  1331).   En  tiempo  de  Vitelio  la  misma  legión 


132  LAS  INSCRIPCIONKS 

aun  estaba  en  España,  y  con  la  /  adjutrix  se  declaró  por 
Vespasiano ,  como  lo  cuenta  Tácito  (Mstor.  III,  44;  cf.  II,  86), 
quien  trasladó  ambas  á  la  Germania  inferior  (Tácito,  Ms- 
tor. IV,  68),  de  donde,  imperando  Trajano,pasó  á  la  Panonia 
(C.  I.  L.  III  1632),  y  finalmente  en  los  días  de  Hadriano 
á  Inglaterra.  En  la  Germania  inferior  se  han  encontrado 
ladrillos,  en  los  que  aparecían  estampados  los  nombres  de 
la  legión  sexta  y  los  de  algunos  de  sus  individuos,  indicando 
estos  últimos  claramente  su  origen  español:  como  Reburrus 
y  Adronus,  que  son  apellidos  ibéricos  (cf.  Brambach  n.  223 
c  4,  y  los  Bonner  Jahrbücher  vol.  LXXXII,  1887,  p.  20). 
Nada  de  seguro  sabemos  sobre  los  lugares,  en  los  cua- 
les la  legión  sexta  tuvo  sus  cuarteles  en  la  península.  No 
sirve  para  fijarlos  el  epígrafe  de  su  tribuno  Pompeyo 
Faventino,  que  murió  condecorado  á  causa  de  sus  méri- 
tos militares  por  Vespasiano,  siendo  flamen  de  la  provincia 
Citerior  en  Astorga,  hacia  la  época  de  Trajano  (C.  I.  L.  II 
2637) ,  aunque  es  posible  que  haya  servido  en  dicha  legión 
durante  su  estancia  en  España.  Tito  Pompeyo  Albino, 
tribuno  militar  de  la  sexta  victrix,  después  subprocurator 
de  la  provincia  Lusitania,  y  duumvir  en  Viena  de  Fran- 
cia, muerto  en  Gratianopolis,  Grenoble,  según  su  leyenda 
sepulcral  encontrada  en  dicha  ciudad  (C.  I.  L.  XII  2327), 
pudo  muy  bien  haber  servido  en  la  indicada  legión  en 
España.  Lo  mismo  debe  decirse  de  Marco  Cornelio 
Novato  Bebió  Balbo,  tribuno  que  fué  de  la  legión  VI 
victrix  pia  fldelis,  y  después  flamen  de  la  provincia  Bética, 
quizá  natural  de  España,  el  cual  costeó  un  acueducto  en 
Igabrum  hacia  la  época  de  Trajano  (C.  I.  L.  II  1614).  No 
se  puede  determinar  si  estarían  en  España,  ó  en  la  Germa- 
nia, los  legados  imperiales  Publio  Tulio  Varrón,  perso- 
naje de  la  época  de  Trajano,  según  un  epígrafe  de  Tar- 
quinii  en  Italia  (Orelli-Henzen  6497),  y  Quinto  Camurio 
Numisio   Júnior,  en  uno  de  Attidium  en  Italia  (Hen- 


LEGIO   VI  VICTRIX  133 

zen  6050),  así  como  sus  tribunos  Julio  Quieto  y  Publio 
Junio  Numida,  nombrados  en  inscripciones  de  Roma 
(C.  I.  L.  VI  3523  y  3525),  Lucio  Funisulano  Vetto- 
niano,  en  la  de  un  pueblo  de  la  Panonia  (C.  I.  L.  III, 
4013),  y  Gayo  Minicio  ítalo  en  otra  de  Aquileia  (C.  I.  L. 
V  875).  Minicio  Natalis  el  joven,  según  el  célebre  epí- 
grafe de  Barcelona  (C.  I.  L.  II  4510),  era  legado  impe- 
rial, y  Quinto  Licinio  Silvano  Graniano  Próculo, 
conforme  al  de  Badalona  (C.  I.  L.  II  4609),  tribuno  de 
dicha  legión,  cuando  ya  estaba  fuera  de  España,  probable- 
mente en  Inglaterra.  La  inscripción  más  antigua  de  esta 
legión,  que  en  España  se  ha  descubierto,  es  sin  duda  la  de 
Tito  Turpilio,  sin  otros  nombres,  soldado  de  la  legión 
sexta,  piedra  encontrada  en  Estepa  (0.  I.  L.  II  1442),  que 
se  puede  atribuir  á  la  época  de  Augusto.  Poco  más  recien- 
tes son  las  de  los  soldados  G-ayo  Vario  Domiciano, 
natural  de  Bolonia  en  Italia,  descubierta  en  Calahorra 
(C.  I.  L.  II  2983),  y  Lucio  Valerio  Silvanio,  de  las  cer- 
canías de  Braga  (C.  I.  L.  II  2374  y  Ephem.  epigr.  IV  p.  15), 
y  las  de  los  veteranos  Claudio  Valente,  en  Valencia  do 
Minho  en  Portugal  (C.  I.  L.  II  2465,  y  addenda  p.  706), 
Gayo  Julio  Severo  y  Lucio  Melonio  Aper,  estos  dos 
últimos  de  Mórida  (C.  I.  L.  II  490  y  491).  Es  un  hecho 
particular,  que  no  se  han  encontrado  nunca  epígrafes  mili- 
tares en  Cartagena,  aunque  es  casi  indudable  que,  al  menos 
en  la  época  de  la  república,  hubo  guarnición  en  aquella 
ciudad.  El  mayor  número  de  estas  lápidas  parece  indicar, 
que  la  legión  en  tiempo  de  Augusto  hubo  de  residir  en  el 
norte  de  España,  en  la  provincia  tarraconense.  Ninguna 
referente  á  la  legión  sexta  se  ha  descubierto  hasta  ahora 
en  Tarragona.  Sólo  el  insigne  canónico  tarraconense  Po- 
sada, á  quien  tanto  debe  la  epigrafía  de  esta  capital,  ha 
conservado  la  copia  de  un  fragmento  de  barro  cocido,  en- 
contrado allí,  resto  de  una  teja,  con  el  nombre  de  la  legión 


134  LAS   INSCRIPCIONES 

(C.  I.  L.  II  4973,  3);  pero  su  lección  no  es  cierta.  Como 
la  dicha  legión  dejó  la  España  en  los  días  de  Vespasiano, 
no  tiene  nada  de  particular,  que  no  haya  más  monumentos 
de  ella  en  Tarragona.  Bajo  otros  respectos,  es  muy  proba- 
ble que,  imperando  Augusto,  haya  formado  la  guarnición 
principal  de  esta  capital,  que  ciertamente  en  dicha  época 
no  carecía  de  tropa,  como  más  tarde  la  tenía  también. 

No  han  existido  las  monedas  de  Acci  con  el  nombre  de  la  legión 
sexta,  publicadas  por  Florez  en  su  tercer  tomo,  quien  las  tomó  de 
Vaillant  y  Morelli;  porque,  como  observó  Eckhel,  son  todas  falsas 
ó  mal  leídas.  No  sirve  mucho  para  fijar  la  época  de  los  epígrafes, 
que  se  refieren  á  la  legión  sexta,  la  observación  de  sus  diferentes 
nombres,  victrix,pia  y  fidelis.  Cierto  es,  que  en  los  más  antiguos  no 
aparece  ninguno  de  ellos;  el  de  victrix  lo  traen  ya  los  de  la  época 
de  Augusto;  el  de  pia  y  el  de  fidelis  se  cree  que  no  los  tuvo  antes  de 
Trajano.  Pero  los  dos  últimos  se  omiten  por  brevedad  á  veces  tam- 
bién en  los  de  tiempos  más  bajos. 

Legiox  §  98.     Dos  legiones  hubo  con  el  número  décimo,  la  X 

fretensis,  que  fué  siempre  de  los  ejércitos  del  Oriente,  y 
la  X  gemina,  nombre  que  llevaba  al  menos  desde  Tiberio. 
Yo  creo  que  es  la  antigua  y  bien  conocida  legión  décima 
de  César,  una  de  sus  más  valientes,  la  que  trasladó,  con  la 
quinta,  á  España.  En  efecto,  en  las  monedas  augusteas  de 
Mérida  y  de  Córdoba,  las  dos  capitales  de  la  Lusitania  y 
de  la  Botica,  se  encuentran  juntas  ambas,  como  en  las  de 
Zaragoza  se  leen  los  nombres  de  la  IV,  YI  y  X,  según 
hemos  visto;  no  pudiéndose  con  certeza  determinar  por 
las  divisas  militares,  que  dichas  monedas  presentan,  en  cuál 
de  estas  poblaciones,  la  una  ó  la  otra,  ha  tenido  su  cuartel 
general.  Sabemos  por  un  pasaje  de  Tácito,  que  la  legión 
décima  gemina  pertenecía  aún  al  ejército  de  España  en  69 
de  J.-C;  pues  en  este  año  Cluvio  Rufo,  legado  de  la 
provincia,  habiendo  habido  trastornos  políticos  en  la  de 


LBGIO   X   GEMINA  135 

África,  decimam  legionem  propinquare  litori  ut  transmissu- 
rus  iussit  (histor.  II,  58),  refiriéndose  el  autor  á  la  costa 
próxima  al  África  Tingitana;  pero  de  este  hecho  nada 
puede  deducirse  sobre  el  lugar  del  cuartel  general  de  dicha 
legión,  que  me  inclino  á  creer  que  haya  sido,  al  menos  por 
cierta  época,  Córdoba,  donde  ya  con  alguna  probabilidad 
hemos  colocado  á  la  quinta.  Con  esto  se  combina  muy 
bien,  que  una  lápida  sepulcral  de  un  soldado  de  ella,  Gayo 
Urbanio  Firmino,  del  tiempo  de  Augusto,  se  haya 
encontrado  en  Martos  (C.  I.  L.  II  1691),  y  que  Lucio 
Rut  i  o  Sabino,  otro  soldado  de  la  misma,  que  murió  en 
Aquileia  de  Italia,  tal  vez  en  el  de  Nerón,  fuera  natural 
de  Itálica  en  la  Botica  (C.  I.  L.  V  932);  pero  parte  de  la 
legión  ha  debido  haber  estado  largo  tiempo  en  el  oeste, 
cerca  de  Mérida.  Existen,  en  efecto,  algunos  testimonios 
epigráficos,  que  se  pueden  considerar  como  que  atestiguan 
su  morada  en  esta  población,  ó  al  menos  en  el  noroeste 
de  la  península.  En  la  dicha  Mérida  se  halló  el  epígrafe 
honorario  de  GayoTicio  Si  milis,  natural  de  la  colonia 
Agrippina  en  Germania,  que  empezó  su  carrera  militar 
con  el  centurionado  de  la  legión  décima,  concluyéndola 
como  procurador  imperial  de  la  provincia,  y  curador  de  la 
ciudad  de  Mérida  (C.  I.  L.  II  484).  Soldados  de  la  misma 
legión  fueron  sepultados,  uno  en  Caldas  de  Rey,  que  fué 
natural  de  Sevilla  (C.  I.  L.  II  2545),  y  otro  en  Fuente 
Encalada  en  Asturias,  natural  de  Cremona  en  Italia 
(C.  I.  L.  II  2631).  En  la  primera  [de  estas  dos  inscripcio- 
nes, que  ambas  sin  duda  alguna  pertenecen  al  primer 
siglo,  la  legión  carece  de  su  sobrenombre  de  gemina,  señal 
muy  cierta  de  que  aquel  soldado  murió  en  los  principios 
del  imperio  de  Augusto,  en  cuya  época  puede  fijarse  la 
llegada  de  la  dicha  legión  á  España.  En  la  otra  lápida  ya 
tiene  el  nombre  de  gemina,  cuyo  origen  ignoramos;  pero 
ésta  no  es  ciertamente  posterior  al  imperio  de  Vespasiano. 

10 


136  LAS   INSCRIPCIONES 

Una  de  Aveia  en  Italia  nos  enseña,  que  Q.Atatinus  P.  f.  Quir. 
Modestus  era  tribuno  militar  de  la  legión  décima  in  Hispa- 
ii/a,  y  prefecto  del  ala  segunda  de  los  Galos,  en  la  misma 
provincia  (C.  I.  L.  IX  3610),  cuyo  testimonio  también  se 
refiere  sin  duda  al  primer  siglo  de  nuestra  Era.  En  Tarra- 
gona se  encontró  una  sola  inscripción  sepulcral  de  un 
soldado  de  la  mencionada  legión  (C.  I.  L.  II  4176):  y  es 
posible  que  unas  cohortes  ó  vexillationes  de  ella  hayan 
estado  allí  de  guarnición.  Sin  embargo,  puede  haberse 
muerto  este  soldado  también  cuando  la  legión  iba  de  paso, 
en  su  marcha  á  Italia,  ó  volviendo  de  las  tierras  italianas 
á  Tarragona.  Los  demás  epígrafes  de  tribunos  ó  centurio- 
nes, ya  señalados,  como  los  de  Sevilla  (C.  I.  L.  II  1176), 
antes  mencionados,  Tarragona  (C.  I.  L.  II  4114,  4120, 
4151),  é  Isona  (II  4463),  se  ve  que  no  contienen,  por  su 
índole  particular,  ningún  testimonio  relativo  á  las  guar- 
niciones de  la  misma  legión.  Sobre  las  vicisitudes,  que 
experimentó,  durante  el  primer  siglo,  y  sobre  si  ya  en  el 
imperio  de  Nerón  fué  mandada  fuera  de  España  para  vol- 
ver luego  á  ella,  nada  de  cierto  puede  afirmarse,  y  sí  úni- 
camente que  en  el  de  Vespasiano,  como  ya  queda  dicho, 
fué  mandada  á  la  Germania,  y  que  allí  permaneció  desde 
entonces. 

La  historia  de  la  legión  décima  ha  sido  tratada  últimamente  en 
una  monografía  del  Sr.  E.  Ritterling,  de  legione  Romanorum  X 
gemina  (Leipzig,  1885,  128  pp.,  8.);  pero  á  la  época  de  su  estancia  en 
España  no  dedica  mucho  esmero. 

§  99.  Estos  son  todos  los  testimonios,  que  hayan  lle- 
gado á  mi  noticia,  y  que  nos  informan  sobre  el  estado  del 
antiguo  ejército  español,  desde  la  época  de  Augusto  hasta 
t  T1)  la  de  Vespasiano,  respecto  alas  legiones.  Aquél  se  compo- 
nía por  lo  menos  de  seis  de  éstas,  las  I,  II,  IV,  V,  VI  y  X, 
siendo  muy  probable  que  hubiese  guarniciones  en  aquellas 


LEGIO   X  GEMINA  137 

poblaciones  que  acabamos  de  fijar  con  más  ó  menos  certi- 
dumbre, según  las  monedas  y  los  epígrafes.  No  dudo,  por 
ejemplo,  que  en  la  antigua  capital  de  la  provincia,  que 
fué  Cartagena,  hubiera  guarnición;  porque  las  monedas 
acuñadas  en  esta  ciudad,  cuando  Augusto  era  vivo  y  aun 
después  de  muerto,  si  bien  no  muestran  en  sus1  caras  los 
nombres  de  ninguna  legión,  presentan  en  cambio  los  em- 
blemas de  un  vexilo  y  de  dos  enseñas,  pudiendo  supo- 
nerse, por  consiguiente,  á  pesar  de  que  falten  testimonios 
epigráficos,  que  lo  aclaren,  que  había  allí  por  lo  menos 
alguna  vexillatio  de  una  de  las  legiones,  quizá  de  la 
sexta.  Igualmente  en  las  monedas  de  Augusto  y  de  Tiberio 
acuñadas  en  Ilici  aparecen,  sin  nombre  de  ninguna  legión, 
un  águila,  un  vexilo  y  dos  enseñas;  en  las  de  Itálica,  con 
las  cabezas  de  Germánico  y  Druso,  una  águila  y  dos  ense- 
ñas; y  ya  veremos  en  seguida,  que  en  dicha  ciudad  hubo 
guarnición  en  época  mucho  más  reciente.  En  las  monedas 
de  otras  colonias,  como  Tarragona,  Celsa,  Dertosa,  no  se 
ve  ningún  emblema  militar.  Pero  que  la  primera  de  estas 
últimas  era  el  centro  militar  de  la  provincia,  al  menos 
desde  una  época  posterior  al  imperio  de  Augusto,  no  puede 
dudarse, como  severa  más  adelante,  no  faltando  de  ello  tes- 
timonios epigráficos.  Por  eso,  con  alguna  probabilidad  de 
acierto  poco  há  se  ha  afirmado  que  en  Tarragona  debió  es- 
tar de  guarnición  la  legión  sexta.  En  Celsa,  Dertosa,  Tucci 
y  en  otras  colonias  puede,  por  el  contrario,  darse  por 
muy  seguro,  que  no  hayan  estado  más  que  temporalmente, 
durante  las  guerras  de  ocupación,  acuarteladas  las  legiones 
y  cohortes,  y  que  los  nombres  de  colonias,  que  tal  vez  ya 
Julio  César  les  otorgó,  no  fueran  más  que  una  calificación 
honorífica.  León,  Lugo,  Astorga,  Braga  y  algunos  puntos 
de  la  costa  de  Cataluña,  como  Ampurias,  al  menos  en  los 
siglos  i  y  ii,  deben  haber  tenido  guarniciones,  pudiéndose 
con  ello  formar  una  idea  de  los  cambios  que  en  este  con- 


138  LAS  INSCRIPCIONES 

cepto  sufrió  la  provincia  en  los  tiempos,  que  vinieron  des- 
pués de  Augusto. 

§  100.  Legionarios,  naturales  de  España, han  servido, 
como  lo  atestiguan  los  epígrafes  que  indican  su  patria,  no 
sólo  en  las  legiones  que  formaban  por  algún  tiempo  la 
guarnición  de  estas  provincias,  como  la  segunda  Augusta, 
la  cuarta  Macedónica,  la  décima  gemina,  y  sobre  todo  la 
séptima  gemina,  sino  también  en  la  sexta  f errata,  la  undé- 
cima y  la  décimacuarta,  que  nunca,  al  menos  que  sepa- 
mos, han  estado  en  España.  Una  legión,  la  nona,  tuvo  el 
nombre  de  Hispana,  sin  duda  porque  era  compuesta,  desde 
su  origen,  de  ciudadanos  españoles.  Ya  bajo  Augusto 
estuvo  en  la  Panonia,  hasta  que  por  Tiberio  fué  mandada 
á  Roma,  y  luego  al  África,  según  Tácito  (annál.  III,  9),  de 
donde  volvió  á  la  Panonia  (Tácito,  antial.  IV,  23),  pasando 
después  en  tiempo  de  Claudio  á  Inglaterra.  Y  es  muy  posi- 
ble que  también  en  otras  legiones,  colocadas  en  provincias 
muy  apartadas,  hubiese  españoles,  si  bien  los  testimonios 
sobre  la  patria  de  los  legionarios  son  relativamente  escasos. 
Un  número  mucho  mayor  de  naturales  de  España  sirvió, 
como  veremos  (§  105),  en  los  cuerpos  de  los  auxiliares. 

Las  patrias  de  los  legionarios,  conocidas  por  las  inscripciones, 
están  catalogadas  en  la  Ephem.  epigr.  Vol.  V  p.  165  y  ss.  pudiendo 
verse  sobre  la  legión  nona  lo  expuesto  por  el  Sr.  Hübner,  en  su 
tratado  sobre  el  ejército  de  Inglaterra,  en  el  Hermes,  Vol.  XVI,  1881, 
p.  23  y  ss.;  perteneciente  á  ésta  se  tiene  noticia  de  un  legionario  natu- 
ral de  Málaga,  y  además  se  encuentran  memorias  de  un  primopilo 
y  de  un  veterano  en  la  vecina  provincia  Narbonense,  en  Forum 
Julii  (C.  I.  L.  XII  260,  261). 

Legio  i  §  101-     Cuando  Servio  Sulpicio  Galba,  legado  entonces 

adjutrix  ¿e  ]a  ESpafra  tarraconense,  en  circunstancias  harto  conoci- 
das, sucedió  á  Nerón  en  el  imperio,  formó  en  la  provincia, 
que  había  favorecido  su  aventurado  pronunciamiento,  dos 


LEGIO  I   ADJUTRIX  139 

nuevas  legiones,  la  primera,  llamada  adiutrix,  reclutada 
principalmente  de  soldados  de  la  flota,  y  la  otra, la  séptima; 
quedando  entonces  en  la  dicha  provincia  una  sola  legión 
antigua,  la  sexta,  como  se  deduce  del  testimonio  de  Sue- 
tonio  (vida  de  Galba,  cap.  10),  toda  vez  que  la  décima 
estaba  fuera,  y  no  volvió  sino  poco  después;  y  las  otras, 
como  hemos  visto,  ya  desde  hacía  mucho  tiempo  habían 
sido  trasladadas  á  otras  partes. 

Galba  se  llevó  consigo  á  Roma  la  primera  de  estas  dos 
legiones,  la  cual  poco  después  abrazó  el  bando  de  Othón. 
A  la  muerte  de  éste  fué  mandada  de  nuevo  á  España  por  Vi- 
telio,  y  allí  consiguió,  que  también  la  sexta  y  la  décima  se 
declarasen  en  favor  de  Vespasiano,  según  el  testimonio  de 
Tácito  (histor.  II  86,  III  44).  Ya  en  tiempo  de  este  empe- 
rador se  trasladó  á  la  Germania  (Tácito,  histor.  V  19),  no 
volviendo  más  á  España.  Por  consiguiente,  no  es  de  extra- 
ñar, que  de  su  breve  morada  en  la  península  no  haya  datos 
epigráficos,  y  que  no  se  pueda  tampoco  fijar  el  lugar  de  sus 
cuarteles.  Sin  embargo,  es  probable  que  hubiese  servido  en 
ella,  como  primus  pilus,  Marco  Fabio  Turpión  Sen- 
tinaciano,  conocido  por  tres  lápidas,  de  Sevilla,  de  Hipa, 
y  de  Villalva  (C.  I.  L.  II  1081.  1176.  1267),  después  pre- 
fecto de  la  flota  de  Ravena,  y  procurador  imperial  de  la 
Lusitania  y  Vettonia.  Lo  mismo  puede  decirse  de  sus  tri- 
bunos militares,  Marco  Fadio  Prisco,  conocido  por  un 
epígrafe  de  Tarragona,  en  el  cual  no  se  le  da  á  la  legión  el 
sobrenombre  de  adiutrix  (C.  I.  L.  II 4117),  y  GayoMinicio 
Natalis  el  joven,  nombrado  en  inscripciones  existentes 
en  Barcelona  (C.  I.  L.  II  4509,  4510);  así  como  del  cen- 
turión primopilo  Julio  Le  pido,  de  que  habla  una  piedra 
de  Isona  (C.  I.  L.  II  4463).  Los  otros  soldados  y  oficiales 
de  la  misma  legión,  cuyos  epígrafes  se  han  encontrado  en 
España  (conío  C.  I.  L.  II  4047)  y  en  varias  partes,  no  se 
refieren  al  tiempo  de  su  morada  en  la  península. 


140 


LAS   INSCRIPCIONES 


Sobre  el  origen  de  la  legión  I  adjutrix  hay  muchas  opiniones 
bastante  diferentes,  las  cuales  últimamente  ha  discutido  el  Sr.  Bois- 
sovain  (§  92). 


Ltgio  VII 

gemina 


Sus  nombres 


Su  estancia 
en  España 


§  102.  La  otra  legión,  que  Galba  erigió  en  España, 
era  la  séptima  gemina,  como  lo  atestiguan  Tácito  repeti- 
damente (histor.  II  11,  y  III  25)  y  Casio  Dion  (LV  24).  El 
día  en  que  Galba  le  dio  el  águila,  señal  de  su  estableci- 
miento, era  el  diez  de  Junio  del  año  68,  porque  un  título 
importante  (C.  I.  L.  II  2553)  nos  da  á  conocer,  que  en  este 
día  (a.  d.  III  Idus  Junias),  y  en  el  año  163  de  J.-C,  se  cele- 
bró el  natalicio  del  águila  legionaria. 

El  nombre  de  gemina  lo  obtuvo  tal  vez  no  más  que 
para  distinguirse  de  la  otra  séptima,  la  Claudia,  como  se 
distinguieron  también  la  décima  fretense  y  la  décima 
gemina;  al  menos  no  se  conoce  otra  causa  determinante  de 
este  nombre.  La  llama  Tácito,  algunas  veces,  la  legio  Gal- 
Mana  (histor.  II  86,  III  7.  10),  para  distinguirla  de  la  otra 
séptima,  á  la  que  denomina  en  ocasiones  la  Claudiana;  pero 
el  nombre  de  Galbiana  no  fué  nunca,  como  lo  han  supuesto 
algunos  doctos,  su  denominación  oficial.  Más  tarde,  y  sin 
duda  á  causa  de  algún  suceso  desconocido,  se  le  dio,  no 
sabemos  por  quién,  el  otro  sobrenombre  de  felix,  que  lleva- 
ba en  tiempo  de  Vespasiano.  Desde  Traj ano  en  adelante, 
estos  nombres  se  le  aplican  en  los  epígrafes,  bien  ambos 
juntos,  ó  no  más  que  uno  sólo.  En  el  imperio  de  Caracalla, 
á  principios  del  siglo  ni,  encontramos,  en  la  nomenclatura 
oficial  de  la  legión,  un  tercer  sobrenombre,  el  de  pía;  pero 
estos  nombres  no  aparecen  usados  en  todos  sus  monu- 
mentos. 

Poco  después  de  creada  dicha  legión  pasó  por  corto 
tiempo  á  la  Panonia;  pero  hubo  de  volver  á  España,  tal 
vez  en  el  año  70,  según  lo  que  indica  Tácito  (ftistor.  IV  39). 
La  séptima,  casi  desde  su  creación,  y  hasta  el  fin  del  impe- 


LE(¡IO    VII    GEMINA  141 

rio  romano,  siempre  se  quedó  en  España,  formando  sino 
únicamente  la  guarnición  de  la  provincia,  porque  hubo 
también  con  ella,  como  veremos,  otros  cuerpos  militares, 
al  menos  el  núcleo  de  las  tropas,  que  ocupaban  la  penín- 
sula; dando  testimonio  de  su  residencia,  basta  cerca  de  me- 
diado el  siglo  ni  en  estas  regiones,  las  piedras  fechadas  " 
descubiertas  en  España,  que  á  dicha  legión  se  refieren. 
En  una  de  las  dos  columnas,  que  contenían  los  nombres 
de  las  legiones  romanas,  enumeradas  según  la  posición 
geográfica  de  las  respectivas  provincias  que  ocupaban, 
cuyo  monumento  se  atribuye  á  la  época  de  Antonino  Pío 
y  Marco  Aurelio,  del  140  al  170  de  J.-C,  y  del  que 
sólo  existe  al  presente  parte  en  el  museo  Vaticano 
(C.  I".  L.  VI  3492  =  Orelli  3369),  aparece  la  séptima  gemina 
designada  en  el  lugar  correspondiente  á  España.  La  noti- 
tia  dignitatum  (§  27)  pone  in  provincia  [Hispanice]  Callcecia 
el  prwfectus  legionis  séptima}  gemince,  Legione  (Occid.  XLII 
26  Seeck),  y  enumera,  entre  las  legiones  comitatenses,  los 
septimani  séniores  in  Hispania  (Occid.  V  79  =  228  VII  132), 
sin  que  se  encuentre  documento  alguno,  del  que  pudiera 
inferirse,  que  hubiese  estado  nunca  por  mucho  tiempo 
en  otra  provincia  la  dicha  legión,  si  bien  se  sabe  que  por 
cortos  períodos  salió  de  ella. 

En  efecto  Trajano,  antes  de  subir  al  trono  imperial,  la    Expediciones 
hubo  de  conducir,  de  orden  de  Domiciano,  desde  la  citerior,  ,  ,  /'"e'*a.    . 

'  '  'de  l"  provincia 

en  donde  entonces  era  legado  imperial  de  la  legión  sépti- 
ma, á  la  G-ermania  superior,  para  combatir  la  rebelión  de 
Antonio  Saturnino;  como  lo  indica  Plinio  el  joven,  en  su 
panegírico  (cap.  14).  Pero  como  esta  rebelión  fué  reprimida 
antes  de  la  llegada  de  la  dicha  legión,  hubo  de  volver 
pronto  á  su  residencia  habitual.  En  una  inscripción  de 
Roma  del  museo  Vaticano  (C.  I.  L.  VI  3538=Orelli-Henzen 
6702),  Tito  Staberio  Secundo  se  llama  tribuniis  militum 
leg(ionis)  VII  gemince  félicis  in  Germania,  y  aunque  no  tiene 


142  LAS  INSCRIPCIONES 

fecha,  con  cierta  probabilidad  se  atribuye  á  la  época  de 
Hadriano;  de  consiguiente  por  algún  tiempo  tuvo  sus  cuar- 
teles esta  legión  en  la  Germania.  De  otro  epígrafe  encon- 
trado enFerentino  de  Italia  (Orelli-Henzen  5456),  puesto  á 
TitoPoncio  Sab  i  no,  resulta,  que  se  denomina  este  prcepo- 
situs  vexillationibus  müiariis  tribus  expeditione  Brittannica 
leg(ionis)  VII  gemin(ce),  VIII  Aug(ustce),  XXII  primig(enice). 
De  donde  se  deduce  que  tomaron  parte  en  la  expedición  de 
Hadriano  á  Inglaterra  las  vexilaciones  de  las  tres  legiones 
por  entonces  acantonadas  en  la  Germania;  entre  las  que 
se  encontraba  también  la  séptima  gemina.  Cuánto  tiempo 
hubo  de  quedarse  allí,  no  puede  determinarse,  sabiéndose 
únicamente  por  un  epígrafe  de  Braga  (C.  I.  L.  II  2389), 
que  en  el  año  130  de  J.-C.  algunos  soldados  de  ella  hicie- 
ron un  voto  á  Júpiter  optimus  maximus;  y  de  consiguiente 
que  ya  por  entonces  estaba  de  vuelta  en  su  país. 

En  las  Aquce  Mattiacce,  el  Wiesbaden  de  hoy,  junto  á  Ma- 
guncia, Lucio  Marinio  Mariniano,  que  se  dice  centuria 
leg(ionis)  VII  g(emince)  p(ice)  f(elicis)  Alexandriance,  puso  un 
altar  á  Apolo  Toutiorix  (Brambach  n.  47).  No  prueba  este 
título,  como  algunos  sabios  creyeron,  que  la  legión  entera 
en  la  época  de  Severo  Alejandro,  esto  es  en  la  primera 
mitad  del  siglo  ni,  hubiese  de  nuevo  vuelto  por  algún 
tiempo  á  la  Germania;  sino  sólo  más  bien,  que  un  centurión 
de  ella,  tal  vez  para  curarse  en  los  baños,  estuviera  allí  de 
temporada. 

Las  que  se  dejan  citadas,  son,  pues,  las  únicas  memo- 
rias de  su  ausencia  temporal  de  las  provincias  hispanas. 

Que  la  legión  séptima  era  española,  se  deduce  también 
porque  gran  parte  de  sus  individuos  fueron  naturales  de 
España.  Entre  cerca  de  ochenta  epígrafes  de  veteranos 
y  soldados  de  ella  conocidos,  sólo  en  diez  y  ocho  de  los  más 
antiguos,  pues  los  más  recientes  omiten  generalmente  este 
detalle,  se  indica  la  patria   de  ellos;  resultando  que  doce 


LEGIO   VII   GEMINA  143 

fueron  naturales  de  la  citerior  (C.  I.  L.  II 2641,  2889,  4144, 
4157,  4163,  4164,  4179,  4463;  C.  I.  L.  V  920;  C.  I.  L.  VIII 
3226,  3245,  3268),  uno  de  la  Lusitania  (II  2125),  uno  de  la 
Botica  (II  4154),  y  los  cuatro  restantes  de  la  Galia  narbo- 
nense  (II  4161,  4171,  4173;  V  926).  De  las  Galias  también 
debió  ser  un  centurión  de  la  misma  legión,  que  dedicó 
cierta  memoria  en  Roma,  en  el  año  de  160  de  J.-C,  á  las 
diosas  célticas  apellidadas  Sulevce  (C.  I.  L.  VI  768).  Con 
todo  eso  es  probable,  que  una  gran  parte  de  los  demás  epí- 
grafes pertenezcan  á  soldados  nacidos  en  la  península.  Así 
debe  haber  sido  natural  de  España  tal  vez  el  Publio  Elio 
Marcello,  que  según  las  inscripciones  encontradas  en 
Foligno  de  Italia  (Orelli-Henzen  6747)  y  en  Apulum  de  la 
Dacia  (C.  I.  L.  III  1180),  había  comenzado  su  carrera 
militar  hacia  la  época  de  Severo,  como  hastatus  et  princeps 
et  primipilus  de  la  legión  séptima  gemina  pía  felix. 

No  sabemos,  en  qué  localidad  de  la  provincia  hispana  Los  eéhrieiea 
la  legión  hubo  de  recibir  de  las  manos  de  (ralba  el  águila.  ie(Jion  séptima 
Pero  es  probable  que  tuviese  lugar  semejante  acontecí-     en  España 
miento  en  la  capital  de  la  citerior,  que  desde  la  época  de 
Augusto  era  el  centro  del  gobierno  de  la  península,  esto  es 
en  Tarragona.  Ciertamente  no  se  puede  probar,  que  debiera 
haber  sucedido  en  Cartagena,  á  pesar  de  que  sabemos  que 
Galba,  como  los  demás  jefes  de  la  provincia,  presidió  allí 
el  convento  jurídico,  como  lo  atestigua  Suetonio  (vida  de 
Galba,  cap.  9)  en  la  biografía  del  mismo  emperador. 

No  cabe  duda  que  en  Tarragona,  aun  después  de  la  Tarragona 
salida  de  la  legión  sexta,  una  parte  de  la  cual  al  menos 
parece  que  formó  su  guarnición,  no  faltaron  legionarios; 
pues  dicha  ciudad  era  el  pretorio  de  la  provincia,  cuyo  nom- 
bre aparece  en  la  inscripción  de  un  altar,  puesto  al  Genio 
del  mismo  y  á  las  tres  divinidades  capitolinas  (C.  I.  L.  II 
4076).  Ya  desde  mediados  del  primer  siglo  la  vieja  capital, 
que  era  Cartagena,  iba  perdiendo  cada  vez  más  su  antiguo 


144  LAS   INSCRIPCIONES 

esplendor,  y  la  colonia  Julia  victrix  triumphalis  Tarraco 
era  la  residencia  oficial  del  legado  imperial  de  la  dicha 
provincia;  tanto  que  los  jefes  de  ella  son  recordados 
en  más  de  veinte  inscripciones  allí  encontradas.  Cerca 
de  cuarenta  han  aparecido  en  la  mencionada  Tarragona, 
que  conservan  los  nombres  de  oficiales,  veteranos  y  sol- 
dados de  la  legión  séptima,  perteneciendo  algunas  de 
ellas,  según  varios  indicios  más  ó  menos  seguros,  á  los  si- 
glos i  y  ii  (C.  I.  L.  II  4143,  4151,  4155,  4157,  4161).  No  es 
por  acaso  el  que  en  tales  epígrafes  se  deje  de  hacer  refe- 
rencia de  los  mismos  legados  de  la  legión,  que  residían  en 
León,  sino  sólo  de  muchos  de  sus  oficiales,  tribunos  y 
principales,  como  los  beneficiara,  frumentarii,  comicularii, 
commentarienses  y  speculatores,  el  qucestionarius,  los  equi- 
tes,  y  los  equjie&  singulares.  Tampoco  son  muchos  los  cen- 
turiones y  soldados  gregarios,  que  se  nombran  en  estas 
inscripciones,  ó  que  fueron  sepultados  en  Tarragona. 
Parece,  pues,  que  sólo  una  vexilación  de  la  legión  tuvie- 
ra su  acuartelamiento  en  Tarragona,  como  se  desprende 
de  lo  que  dice  el  escritor  retórico  Floro  en  su  memoria 
sobre  Virgilio,  conservada  en  parte,  que  la  ciudad  Caisaris 
vexilla  portat.  Además  estaban  allí  los  militares  destinados 
al  servicio  del  legado  de  la  provincia.  No  se  han  encon- 
trado en  Tarragona,  hasta  ahora,  ladrillos  con  el  sello  de 
esta  legión,  siendo  probable,  que  los  cuarteles  de  la  vexi- 
lación en  dicha  población  hubiesen  sido  edificios  de  piedra, 
de  la  misma  sólida  estructura,  que  las  famosas  murallas 
ibéricas  y  romanas  de  la  ciudad. 
¡j,ón  La  residencia  principal  del  mencionado  cuerpo  de  ejér- 

cito debió  ser,   desde  su  origen,   la   ciudad  del  norte  de 
España,  que  hasta  hoy  día  lleva  el  nombre  derivado   del 
castrum  legionis  septini(e,  como  la  designa  Ptolemeo  (II  6,  f\) 
30,  en  donde  por  error  de  los  Códices  se  lee  Aryi»»  C  Tep^a-  ^ 
vtxr¡,    en  lugar  de  FefuvY]),  y  el  itinerario  de  Antonino,  según 


LEÓN  145 

el  cual  era  aquél  el  término  del  iter  de  Italia  in  Hispa- 
nias  ad  Callaiciam  ad  legionem  VII  geminam  (p.  387,  4-8 
y  395,  4).  En  el  norte  de  España  encontramos  memoria  de 
esta  legión,  con  las  denominaciones  de  gemina  y  feliz,  del 
79  de  nuestra  Era,  en  el  insigne  monumento  levantado  por 
diez  pueblos  de  aquellas  comarcas;  donde  aparecen  nom- 
brados Vespasiano  y  Tito  cónsules  por  entonces,  el  legado 
de  la  provincia,  el  de  la  legión,  y  el  procurador  también  de 
la  provincia  misma,  esto  es  los  tres  primeros  oficiales  déla 
administración  imperial  (C.  I.  L.  II  2477),  todo  ello  sin 
duda  con  ocasión  de  la  via  romana  desde  Astorga  á  Braga, 
junto  al  puente  de  Aguaz  Flavice  (Chaves),  lugar  que  lleva 
el  nombre  del  emperador.  Desde  sus  cuarteles,  pues,  ya  por 
entonces  habían  penetrado  los  cuerpos  legionarios  más 
hacia  al  oeste,  y  establecido  el  régimen  imperial  entre  los 
Gallegos.  No  se  han  encontrado  en  León,  acaso  por  casua- 
lidad tínicamente,  inscripciones  en  las  que  se  hable  de  la 
legión  séptima  de  época  anterior  al  imperio  de  Nerva;  á 
cuyo  emperador  está  dedicada  la  que  se  conserva  en  dos 
fragmentos  (C.  I.  L.  II  2662  y  2665;  véase  la  Ephem.  epi- 
graph.  Vol.  III  p.  43).  Pero  del  segundo  y  tercer  siglo  exis- 
ten no  pocos  monumentos  epigráficos,  que  se  refieren  á 
ella  y  á  sus  legados,  como  la  famosa  dedicación  poética  de 
Quinto  Tulio  Máximo,  legado  de  Trajano  ó  Hadriano 
(C.  I.  L.  II  2660),  las  inscripciones  de  los  legados  Lucio 
Attio  Macro,  que  fué  después  cónsul  en  el  año  134  de 
J.-C.  (C.  I.  L.  II  5083),  y  Lucio  Terencio  Homullo  el 
joven,  también  del  siglo  n  (C.  I.  L.  II  5084),  y  otros  de 
los  años  216  y  234  (C.  I.  L.  II  2661,  2663,  2664).  Al  ter- 
cero pertenecen  casi  todas  las  sepulcrales  de  soldados  de 
ella  en  dicha  ciudad  encontradas  (C.  I.  L.  II  2668,  2669, 
5083,  5084).  Pero  son  testimonios  los  más  ciertos  del  cam- 
pamento por  la  misma  levantado,  y  de  su  larga  residencia 
en  León,   los  numerosos   ladrillos  y  tejas,  con  diferentes 


146 


LAS  INSCRIPCIONES 


I  h-st  acámente* 
<le  la  legión 


Ampurias 


Denia 


San  Cristóbal 
de  Castro 


sellos  conteniendo  sus  nombres,  que  casi  continuamente 
se  descubren  en  dicha  población,  y  según  la  forma  de  las 
letras  y  la  indicación  de  los  nombres  y  sobrenombres  im- 
periales, comprenden  una  historia  de  la  mencionada 
legión,  casi  desde  su  creación  hasta  los  últimos  tiempos 
del  siglo  ni  (C.  I.  L.  II  2667  y  addenda  p.  708). 

Por  otra  parte  hacen  ver,  que  en  ocasiones  se  destaca- 
ban temporalmente  algunas  fuerzas  legionarias  á  varios 
otros  puntos  de  la  Tarraconense,  los  epígrafes  encontra- 
dos en  Astorga  (C.  I.  L.  II  2641),  Lugo  (II  2583)  y  Braga 
(II  2389,  2425),  esto  es,  en  las  tres  capitales  de  Asturia  y 
Callcecia,  y  además  en  varios  otros  puntos,  como  en  Lara 
de  los  Infantes  (C.  I.  L.  II  2852,  2853),  Tritium  (II  2887, 
2889),  y  Burgos  (2901),  y  hasta  en  Cazlona  (3275). 

Encontramos  vexilaciones,  al  comienzo  del  siglo  n, 
en  Ampurias,  donde  en  un  ara  puesta  á  Júpiter  se  cele- 
bra el  natalicio  del  águila  ó  soase  el  aniversario  de  la  crea- 
ción de  la  legión  (Ephem.  epigr.  Vol.  I  p.  48  n.  145),  y  en 
Denia,  según  un  epígrafe  no  muy  bien  copiado  por  don 
Nicolás  Antonio  (C.  I.  L.  II  3588).  En  estos  dos  puntos 
de  la  costa  hubo  pues  guarniciones,  destinadas  sin  duda  á 
defender  la  provincia  de  las  invasiones  de  los  piratas  beré- 
beres, contra  los  cuales  ya  Sertorio  había  también  puesto 
destacamentos  de  observación  en  la  misma  Denia,  según 
el   testimonio   de   Posidonio    conservado   por   Es  trabón 

(in  4, 6). 

En  los  veinte  años  largos,  que  mediaron  del  163  al  184 
de  J.-C,  hubo  vexilarios  de  esta  legión,  quizás  unos  mil 
hombres,  tres  cohortes  de  auxiliares  y  una  ala  de  caballe- 
ros, de  guarnición  en  un  lugar  de  Galicia,  cerca  de  San 
Cristóbal  de  Castro;  como  lo  atestiguan  los  epígrafes 
importantes,  enviados  desde  allí  al  célebre  historiador  ita- 
liano Muratori  (§  6>f),  pero  por  nadie  vistos  después  ni 
registrados  (C.  I.  L.  II  2552,  2554).   Este  hecho  singular 


ITÁLICA  147 

ha  sido  concordado,  por  mi  sabio  holandés,  con  la  guerra 
pártica  de  Lucio  Vero,  que  ocurrió  cabalmente  por  esos 
años.  Sin  embargo,  no  sólo  se  ignora,  que  la  dicha  legión 
en  esta  ocasión  hubiera  salido  de  la  provincia,  sino  que 
además,  como  el  mismo  autor  de  esta  opinión  no  ha  dejado 
de  observar,  solía  mandarse  fuera  de  su  residencia  no  la 
legión  entera,  sino  una  vexilación  de  ella,  no  siendo  pro- 
bable, que  hubiera  sucedido  lo  contrario  y  sí  muy  posible, 
que  en  esta  época,  relativamente  reciente,  hubiera  que 
reprimir  aún  á  los  Astures  y  Gallegos,  siempre  deseosos  de- 
recobrar  la  antigua  libertad.  La  permanencia  de  una  gran 
parte  de  la  legión  fuera  de  León  tal  vez  explica  el  hecho 
algo  raro  de  nombrarse"  Quinto  Mamilio  Capitolino, 
en  una  dedicación  al  dios  Sol,  encontrada  en  Astorga,  y 
puesta  según  toda  probabilidad  á  fines  del  mismo  siglo  n, 
dux  legionis  VII  g(emince)  p(ice)  f(elicis)  (C.  I.  L.  II  2634), 
y  no  legado  imperial  de  ella. 

Cuando  Septimio  Severo,  el  que  fué  más  tarde  empera-  itálica 
dor,  después  de  su  qucestura,  obtuvo  la  administración  de 
la  Bética,  por  los  años  172  al  175,  desde  allí  pasó  á  nego- 
cios particulares  al  África,  su  país  natal;  sed  dum  in  Áfri- 
ca est,  pro  Bcetica  Sardinia  ei  attríbuta  est,  quod  Bceticam 
Mauri  populabantur,  como  dice  el  autor  de  su  vida  (cap.  2). 
De  la  invasión  d^JosJkLorji&  hace  también  mención  Capi- 
tolino en  la  vida  del  emperador  Marco  Aurelio  (cap.  11  y 
21).  En  esta  época,  pues,  en  la  provincia  Botica,  que  era 
de  las  que  estaban  bajo  la  administración  del  Senado,  y 
no  del  emperador,  y  por  consiguiente  no  tenía  guarnición, 
la  legión  séptima  estuvo  acuartelada  en  Itálica,  junto 
á  Sevilla,  lo  mismo  que  algunos  cuerpos  de  auxiliares 
(C.  I.  L.  II  1126-1128).  La  residencia  de  la  legión  en  la 
dicha  provincia  hace  ver,  que  la  administración  de  ésta 
había  sido  trasladada  formalmente  por  entonces  del  Senado 
al  emperador,  y  que  aquélla  permanencia  no  fué  casual  ni 


148  LAS   INSCRIPCIONES 

temporal,  sino  de  alguna  duración,  lo  demuestran  las  tejas 
con  el  sello  de  la  legión,  encontradas  fuera  de  León  sólo 
en  Itálica  (C.  I.  L.  II  1125).  Fué  entonces,  según  parece, 
cuando  el  procurador  imperial  de  los  dos  Augustos,  en  la 
Lusitania  y  en  la  Mauretania,  esto  es,  de  Marco  Aurelio  y 
Lucio  Vero,  que  lo  era  Gayo  Valió  Maximiano,  mere- 
ció la  distinción,  de  que  le  levantase  una  estatua  la  ciudad 
de  Itálica,  ob  merita  et  quot  (así  aparece  escrito  en  la  lápi- 
da en  lugar  de  quod)  provinciam  paci  pristince  restituerit 
(C.  I.  L.  II  1120),  y  otra  el  municipio  de  Singilia  Barba 
(el  Castillón  del  Jenil  junto  á  Antequera),  ob  municipium 
diutina  obsidione  et  bello  Maurorum  líber atum  (C.  I.  L.  II 
2015),  porque  el  procurador  de  la  vecina  provincia  Afri- 
cana con  sus  tropas  había  socorrido  á  la  Bética  contra  la 
invasión  de  los  Beréberes,  en  cuya  guerra  contra  los  Moros 
también  parece  haber  intervenido  Gayo  Julio  Pacacia- 
no,  conocido  por  un  epígrafe  de  Viena  de  Francia  del  año 
212  de  J.-C.  (C.  I.  L.  XII  1856).  Pero  esta  administración 
militar  no  duró  mucho,  pues  unos  veinte  años  más  tarde, 
en  el  192  de  J.-C,  Publio  Porcio  Optato  Flamma, 
conocido  por  las  inscripciones  de  Constantina  de  África, 
(C.  I.  L.  VIII  7062,  7063),  fué  qucestor  provincial  Baiti- 
cai,  de  donde  se  comprende  que  ya  ésta  había  sido  devuelta 
al  Senado ;  pues  en  las  imperiales  no  hubo  quazstores,  sino 
procuratores  del  emperador.  Tiberio  Claudio  Candido, 
uno  de  los  generales  de  Severo,  conocido  por  Casio  Dion 
(LXXIV  6,  LXXXV  2),  en  el  epígrafe  honorario  encon- 
trado en  Tarragona  (C.  I.  L.  II  4114),  se  denomina  legatus 
Augustorum,  esto  es,  de  Severo  y  de  Caracalla,  pro  prmtore 
provincia}  H(ispaniai)  c(iterioris)  et  in  ea  duci  térra  marique 
adversus  rebelles  h(omines),  h(ostes)  p(opuli)  Ií(omani),  por 
más  que  no  sea  indubitada  la  explicación  de  las  últimas 
palabras  abreviadas;  ni  se  sabe  si  se  trata  en  el  texto  de 
esta  piedra  de  la  rebelión  de  Albino  contra  Severo,  ó  déla 


ITÁLICA  149 

invasión  africana,  que  apenas  si  debe  considerarse  como 
idéntica  con  la  ocurrida  durante  el  imperio  de  Marco 
Aurelio  y  Lucio  Vero.  De  todos  modos,  á  fines  del  siglo  n 
la  legión  séptima  ya  parece  haber  vuelto  á  su  antigua 
guarnición  de  León. 

Dos  epígrafes  honorarios,  puestos  á  legados  de  la  misma 
legión  séptima,  se  han  encontrado  en  ciudades  de  la  Botica: 
el  uno  de  Quinto  Cornelio  Seneción  Anniano,  cónsul 
de  no  se  sabe  qué  año,  pero  ciertamente  del  siglo  n,  que 
está  en  Carteia  (C.  I.  L.  II  1929),  porque  allí  ó  en  Cádiz 
era  sacerdos  Her culis;  el  otro  de  Publio  Cornelio  Anu- 
lino,  el  que  fué  después  cónsul  en  el  año  199  de  J.-C,  y 
es  de  Ilibertis  (C.  I.  L.  II  2073);  Anulino  era  natural  de 
esta  ciudad  y  además  procónsul  de  la  Botica,  después 
de  haber  mandado  la  aludida  legión  séptima.  Estos  dos 
epígrafes,  como  se  ve,  no  pueden  referirse  á  la  estancia 
temporal  de  la  legión  en  la  Botica. 

Fuera  de  las  legiones  VII  y  X,  también  la  XIII  y  la  XIV  tuvie- 
ron el  sobrenombre  de  gemina.  Estas  son  las  dos  únicas  legiones 
augusteas  con  aquellos  números ;  pero  hubo  otras  en  el  ejército  de 
Antonio,  con  los  mismos  números.  El  origen,  pues,  del  nombre  de 
gemina  se  refiere  tal  vez  á  la  formación  de  una  nueva  legión  de  sol- 
dadosde  dos  antiguas  con  el  mismo  número.  También  dos  cohortes,  ¿S^ 
de  Sardos  y  de  Ligures,  y  una  ala,  la  Flavia,  tuvieron  el  nombre  de 
gemina,  quizá  por  causas  análogas.  El  Sr.  Boissevain,  que  nos  ha 
dado  una  monografía  circunstanciada  sobre  la  legión  séptima  gemi- 
na (§  92),  refiere  el  nombre  de  gemina  á  una  combinación  de  la  legión 
española  con  una  africana,  conocida  por  Tácito  (histor.  II  97); 
antes  de  aquél  Grotefend  había  conjeturado  lo  mismo  acerca  de 
la  primera  germánica  de  Vespasiano.  El  mismo  Sr.  Boissevain  cree 
que,  cuando  la  legión  tuvo  sus  cuarteles  en  San  Cristóbal  de  Castro, 
una  vexilación  de  ella  hubo  de  tomar  parte  en  la  expedición  pártica 
de  Lucio  Vero ;  porque  ésta  ocurrió  cabalmente  por  los  años,  en  que 
el  Castro  de  San  Cristóbal  era  el  lugar  de  guarnición  de  la  legión 
séptima.  Pero  sobre  este  hecho  nada  se  sabe  por  otras  fuentes;  si  bien 
es  cierto,  como  ha  observado  el  mismo  Sr.  Boissevain,  que  solía  que- 


150 


LAS   INSCRIPCIONES 


Los  cuerpos 
auxiliares 


-A- 

Auxiliares 


darse  el  grueso  de  la  legión  en  sus  cuarteles,  cuando  algunas  vexila- 
ciones  eran  mandadas  fuera,  y  no  vice  versa. 

Sobre  Tarragona,  como  capital  de  la  citerior  y  cuartel  general 
del  mando  militar  de  la  provincia,  véase  lo  expuesto  por  el  Sr.  Hüb- 
ner ,  en  una  memoria  escrita  en  alemán,  Tarraco  und  seine  Derikmü- 
ler,  en  el  Hermes  Vol.  I,  1866,  p.  77  y  ss.,  y  el  capítulo  relativo  á  la 
misma  ciudad  en  el  Corpus  inscriptionum,  Vol.  II,  p.  538  y  ss.  Allí  se 
trata  también  sobre  León  (p.  369),  San  Cristóbal  de  Castro  (p.  355  y 
707),  y  demás  puntos  geográficos  antes  mencionados. 

§  103.  A  los  ejércitos  de  la  república  romana  pertene- 
cieron, además  de  las  legiones,  cierto  número  de  cuerpos 
auxiliares,  compuestos  de  cives  Latini,  y  de  los  de  las  otras 
poblaciones  de  la  Italia.  En  todas  las  provincias  la  ocupa- 
ción romana  se  sirvió,  según  las  circunstancias,  de  las 
fuerzas. militares  de  los  indígenas  contra  sus  mismos  com- 
patriotas, formándose  cuerpos  de  milicia  auxiliares,  com- 
puestos de  extranjeros,  esto  es  de  habitantes  del  país 
dominado.  De  estos  cuerpos  traen  su  origen  las  cohortes  de 
peones  y  las  alas  de  caballería  con  derecho  latino,  que 
desde  la  época  de  César  y  de  Augusto  se  encuentran  regu- 
larmente al  lado  de  las  legiones.  Estas  se  reclutaban  de 
entre  los  ciudadanos  romanos  residentes  en  las  ciudades 
con  derecho  romano,  en  Italia  y  en  las  provincias,  mien- 
tras los  cuerpos  de  auxiliares  se  componían  de  la  gente  de 
los  pueblos  pequeños  y  del  campo,  sin  que  se  sepa  que 
hubiese  una  regla  fija  sobre  el  número  y  la  fuerza  de  dichos 
cuerpos;  ocurriendo  que  muchas  veces  no  era  inferior 
á  la  de  las  legiones  mismas,  y  otras  superaba  la  de  las 
legiones. 

§  104.     Las  provincias  españolas  ya  desde  muy  antiguo 


españoles  fuera  proporcionaron  al  ejército  romano  un  número  muy  crecido 

de  España       r      tf  J  J 

de  cuerpos  auxiliares,  que  se  emplearon  en  las  expediciones 
á  las  Galias,  las  Germanias,  la  Inglaterra,  las  provincias 
del  Danubio  y  el  Oriente,  si  bien  ,1a  Bética,  pacificada 
desde  muy  temprano  no  dio  contingente  alguno  al  ejército, 


AUXILIARES   ESPAÑOLES   FUERA   DE   ESPAÑA  151 

según  parece,  ni  de  auxiliares  de  á  pie  ni  de  á  caballo,  ni 
aun  de  marineros;  véanse  los  catálogos  ya  antes  citados 
publicados  en  la  Ephem.  epigr.,  Vol.  V,  p.  165  y  ss.  De  $ 
Lusitanos,  por  contra,  conocemos  lo  menos  siete  cohortes, 
que  sirvieron  mayormente  en  el  Oriente  y  Lusitanos  tam- 
bién militaron  entre  los  pretorianos  de  Roma.  Un  gran 
número  de  auxiliares  son  designados,  en  las  inscripciones, 
con  el  nombre  general  de  Españoles  (Hispani):  por  lo  menos 
hubo  cinco  diferentes  alas,  esto  es  escuadrones  de  caballe- 
ría, Hispanorum,  distinguidos  con  los  números  de  I  á  III,  y 
con  varios  sobrenombres.  De  cohortes  Hispanorum  de  á  pie  ¿\\4Jkcxn  »-* 
se  cuentan  al  menos  seis,  y  quizá  algunas  más;  no  pocas  de 
las  que  eran  miliarias,  compuestas  de  mil  hombres,  mien- 
tras el  número  regular  de  la  cohor±e_  era^jel  de  quinientos. 
Pero  además  se  conocen  lo  menos  dos  alas,  de  Arévacos,  de 
Astures  tres,  de  Ausetanos  y  de  los  desconocidos  Campa- 
gones  una,  cohortes  de  Astures  y  Calaecos  dos,  de  Astures 
solamente  seis,  de  Bracaraugustanos  cinco,  de  Lucenses 
(de  Lugo)  cinco;  de  Cántabros  dos,  de  Cariates  y  Venaesi, 
desconocidos  también,  una,  de  Celtíberos  tres,  de  Vardulos 
dos,  de  Vascones  dos,  de  Vetones  dos,  siendo  muy  posiJble 
que  todavía  no  conozcamos  todos  estos  cuerpos,  sino  sólo 
una  parte  de  ellos,  porque  la  casualidad  no  ha  hecho  aún 
que  se  descubran  epígrafes  con  sus  nombres.  También  es 
de  advertir,  que  en  los  cuerpos,  que  no  se  componían  de 
Españoles,  sobre  todo  en  los  de  caballería,  hubo  algunos 
individuos  de  aquellas  razas  hispanas  tan  guerreras;  como 
en  las  alas  de  los  Galos,  de  los  Tracios  y  de  los  Panonios  (*). 
Pero  la  mayor  parte  de  estas  huestes,  según  el  bien  conoci- 
do y  astuto  principio  de  los  dominadores  romanos,  no  sirvió 
en  España,  sino  en  otras  provincias  más  ó  menos  distantes. 

(*)     Los  epígrafes  de  dos  caballeros  del  ala  de  los  Panonios, 
naturales  de  España,  encontrados  en  la  Dalmacia  y  en  la  Hungría 

11 


152  I,A8    INSCRIPCIONES 

merecen  ser  reproducidos  aquí,  por  los  datos  geográficos  relativos  á 
la  península  que  contienen.  El  uno  está  en  Spálatro  de  Dalmacia,  la 
antigua  Saloncc,  y  dice  así :  Cloulins,  Clutami  f(ilius),  duplicarius 
alce  Pannoniorum,  Susarru(s)  domo  Curunniace,  an(norum)  XXXV, 
stipend(iorum)  XI,  h(ic)  s(itus)  est;  posit  Ca...  (C.  I.  L.  III  201G).  Era 
pues,  este  Cloutius,  nombre  muy  usado  en  la  Galicia  antigua,  un 
Gallego  de  la  gente  de  los  Susarros,  no  conocidos  por  otros  testimo- 
nios, pero  semejantes  en  su  formación  á  los  Gigurros  (C.  I.  L.  II  2610), 
natural  quizá  de  Curunda,  población  nombrada  así  en  la  célebre 
tabla  de  hospitalidad  de  Astorga  (C.  I.  L.  II  2633)  ó  de  otro  pue- 
blo de  nombre  semejante,  Curunniace.  El  segundo  epígrafe  es  de 
Savaria,  hoy  Stein  am  Anger,  en  la  Panonia  superior,  y  dice  así:  Abi- 
lus  Turanci  f'filius),  domo  Luco,  Cadiacus,  eques  ala  Pannoniorum, 
ann(orum)  XLIII,  stipen(diorum)  XXIII,  Ji(ic)  s(itus)  e(st);  ex  testa- 
mento) her(edes)  posuerunt  Bovegius  Venini  f(ilius)  Lanciesis,  Peniius 
(léase  Pentilus)  Dovideri  f(ilius)  Aligantiesis  (C.  I.  L.  III  4227). 
Abilo,  el  hijo  de  Turanco,  natural  de  Lugo,  perteneció  á  la  gente  de 
losCadiacos;  sus  herederos  Bovegio,  hijo  de  Venino,  era  de  Lancia; 
Pentilo,  hijo  de  Dovidero,  de  Aligantia.  Conocidos  son  los  pueblos 
astúricos  Lugo  y  Lancia,  siendo  nuevo  el  de  Aligantia,  que  nada 
tiene  que  ver  con  Alicante,  Lucentum,  y  nueva  es  también  la  gente 
de  los  Cadiacos. 

Marco  Valerio  Hispano,  eques  alce  Patrui,  según  su  leyen- 
da sepulcral  de  Lavinium  en  Italia  (C.  I.  L.  XIV  733)  era  natural 
de  Leonica  de  los  Edetanos  (Ptolemeo  III  3,  24). 

Añado  en  este  lugar,  como  el  más  á  propósito,  los  nombres  de 
algunos  particulares  muertos  en  Roma,  que,  como  indican  sus  apelli- 
dos, eran,  sin  duda,  naturales  de  España:  y  son  Pho&bus  qui  et  Tor- 
mogus,  Hispanus  natus  Segisamone,  que  vivió  por  los  años  del  143 
al  163  de  J.-C.  (C.  I.  L.  VI  24162);  T.  Pacicecus  T.  Ifibertus)  Isar- 
gyrus  (C.  I.  L.  VI  23675)  —  Pacicecus  es  nombre  ibérico,  el  moderno 
Pacheco,  muy  conocido  por  los  comentarios  del  bellum  Hispaniem- 
se  — ,  y  Sergia  L.  l(iberta)  Atnceninis  (C.  I.  L.  VI  23903).  Algunas 
relaciones  entre  los  vetustos  nombres  de  individuos  ibéricos  y  los 
apellidos  modernos  han  sido  observados  por  los  Sres.  José  Godoy 
Alcántara,  en  su  ensayo  histórico-etimológico-filológico  sobre  los 
apellidos  castellanos  (Madrid  1871,  280  pp.,  8.),  y  F.  Adolpho 
Coelho,  en  su  Revista  d'Ethnologia  e  de  Glottologia,  I,  Lisboa  1880, 
p.  34  y  ss.  (cf.  la  Bibliograpbica  crítica  de  Theophilo  Braga,  vol.  I  y 
único,  1873-75,  p.  129  y  ss.).  Parece,  por  ejemplo,  que  el  nombre  de 


CUERPOS   AUXILIARES   EN  ESPAÑA  153 

familia  portugués  Mello  no  es  diferente  de  Maeilo,  Mailo,  Maelo  y 
Maello  de  los  epígrafes  lusitanos. 

-3- 
§  105.     En  la  _España  misma,   según  afirma  Suetonio,       Cuerpos 

en  un  pasaje  de  la  vida  de  Galba  antes  ya  citado  (cap.  10),  España 
estuvieron,  en  los  últimos  tiempos  del  imperio  de  Nerón  á  -f  6$¡uc.S 
la  vez  con  la  entonces  única  legión  sexta  (§  97),  dos  alas  y 
tres  cohortes,  siendo  este  el  testimonio  más  antiguo  sobre 
los  cuerpos  auxiliares  de  España  que  tenemos.  No  cabe 
duda,  que  también  en  la  época  de  Augusto,  al  lado  de  las 
seis  legiones,  se  batieron  en  la  península  junto  con  ellas 
numerosos  destacamentos  de  auxiliares,  quizá  formados  de 
la  gente  del  país,  que  siempre  había  sostenido  entre  sí 
mismo  encarnizadas  luchas.  De  este  hecho  especial  se 
explica  tal  vez  que  en  España  los  cuerpos  auxiliares  aun 
en  época  posterior  fueran  casi  exclusivamente  formados  de 
naturales,  á  pesar  de  que  muchos  de  ellos,  como  vimos, 
hicieron  servicios  en  otras  partes  del  imperio.  Los  guerre- 
ros españoles  de  á  pie  y  de  á  caballo,  entonces,  como  más 
tarde  la  famosa  infantería  de  los  siglos  xv,  xvi  y  xvn,  eran 
suficientemente  numerosos  y  aptos  para  hacer  tan  rudas 
y  continuas  campañas  en  tierras  tan  distantes.  Por  lo 
demás,  sobre  las  tropas  auxiliares  de  España,  desde  la 
época  de  Vespasiano  en  adelante,  sólo  tenemos  los  testi-f  f<j  fuc'S 
monios  epigráficos. 

Con  excepción,  como  es  necesario  que  se  haga  de  aque- 
llos cuerpos,  de  los  cuales  por  datos  ciertos  sabemos  que  no 
estuvieron  de  guarnición  en  España,  sino  en  otras  provin- 
cias (*),  y  de  los  individuos,  cuyos  epígrafes  hacen  mención 
de  los  cuerpos  auxiliares  en  que  habían  servido,  y  esto  no  en 
España ,  omitiendo  también  los  que  se  leen  sólo  en  inscrip- 
ciones de  lección  dudosa,  quedan  como  pertenecientes  al 
ejército  español  cuatro  alas  y  diez^  cohortes. 
Las  alas  son  las  siguientes : 


154  LAS   INSCRIPCIONES 

Alas  —  1.  La  segunda  de  los  Galos,  que  estaba  en  España 
según  el  epígrafe  de  Aveia  en  Italia,  ya  antes  (§  98) 
citado  (C.  I.  L.  IX,  3610). 

2.  La  segunda  Flama  Hispanorum,  conocida  por  las 
insignes  inscripciones  de  San  Cristóbal  de  Castro,  en  Gali- 
cia (C.  I.  L.  II  2554),  y  de  Astorga  (II  2637). 
""  3.  El  ala  Tautorum  victrix  civium  Romanorum  milia- 
ria, referida  en  un  epígrafe  de  Calahorra  (C.  I.  L.  II  2984), 
sólo  es  conocida  por  este  monumento,  sin  que  sepamos 
quiénes  eran  los  Tautos,  si  la  lección  es  cierta,  pero  sí  que 
el  personaje,  que  en  dicha  ala  servía,  Julius  Longinus  Doles 
Biticenti  f(ilius)  Bessus,  era  natural  de  Tracia. 
—  4.  La  segunda  Thracum  nombrada  en  una  inscripción 
de  Capera,  de  donde  era  natural  el  soldado,  á  quien  está 
dedicada  (C.  I.  L.  II  812),  no  es  diferente,  quizá,  del  ala 
Thracum  Herclana  de  una  inscripción  de  Tarragona 
(II  4239);  si  es  que  aquélla  perteneció  al  ejército  español, 
lo  cual  no  es  seguro. 
Cohortes  De  las  cohortes  auxiliares  del  ejército  español  se  cono- 

cen las  siguientes : 

1.  La  sexta  Asturum,  de  la  que  sólo  se  tienen  noticias 
por  una  inscripción  de  Astorga  (II  2637). 

2.  La  sexta  Brittonum,  destacada  en  Braga,  como 
parece  atestiguarlo  el  epígrafe  de  uno  de  sus  prefectos 
de  la  época  de  Trajano,  encontrado  en  dicho  pueblo 
(112424)./}^^^  v  H>,1<T 

(*)  Entre  estos  cuerpos  cuento  el  ala  prima  Lemavorum,  y  la 
cohors  prima  Chalcidensium,  conocidas  ambas  sólo  por  una  inscrip- 
ción de  Urgavo  de  la  Bética  (C.  I.  L.  II  2103),  que  no  tuvo  guarni- 
ción; y  pertenecieron  quizá  á  los  ejércitos  del  Oriente.  También  la 
tercera  Lusitanorum,  que  en  los  siglos  i  y  n  se  encontraba  en  la  Ger- 
mania  y  en  la  Panonia,  no  ba  estado  de  guarnición  en  la  península, 
á  pesar  de  que  un  caballero  suyo,  natural  de  la  Lusitania,  puso  en 
su  patria  un  altar  á  diosas  de  su  país  (C.  I.  L.  II  432). 

. 


cohortes  Ol^tCj-  XMu,,(«(155 
3  y  4.  La  prima  y  la  tertia  Celtiberorum,  acampadas  en 
San  Cristóbal  de  Castro,  en  Galicia  (II  2552,  2553,  2555); 
de  la  segunda  de  los  Celtíberos  nada  se  sabe,  siendo  muy 
posible  que  haya  también  pertenecido  al  ejército  español. 
La  primera  en  el  año  105  de  J.-C.  estuvo  en  Inglaterra, 
habiéndose  encontrado  en  Tarragona  la  inscripción,  en  que 
se  hacía  memoria  de  un  prefecto  de  ella  (II  4141). 

6,  7,  8.  Las  tres  cohortes  galas:  la  prima  Gallica  \ 
civium  Romanorum,  conocida  por  el  epígrafe  de  su  tribu- 
no Ga3ro  Cornelio  Restituto  Grattio  Cerealis,  natu- 
ral sin  duda  de  España,  encontrado  en  Sagunto  (C.  I.  L. 
II  3851),  por  el  de  León  de  Francia,  de  Gayo  Furio  Sabi- 
nio  Aquila  Timesiteo,  el  padre  de  la  emperatriz  Furia 
Sabinia  Tranquilina,  mujer  de  Gordiano  (Henzen  5330), 
que  había  sido  prcefectus  cohortis  primee  Gallicce  in  Hispa- 
nía.  Otro  prefecto  de  la  misma  fué  tal  vez  el  Corneliano 
de  una  piedra  fragmentada  de  Herrera  (C.  I.  L.  II  2913), 
donde  se  le  denomina  prcefectus  c(ohortis)  p(rimce)  G(allo- 
rum)  e(quitatce)  c(ivmm)  R(omanorum) .  Todavía  en  la  Noti- 
tia dignitatum  aparece  nombrada  la  primera  cohorte  gálica 
éntrelas  tropas  de  España,  debiendo  ser  idénticos  los  epí- 
tetos de  gálica  y  Gallorum  dado  al  ala  veterana  Gallica 
en  una  piedra  de  Alejandría  en  el  Egipto  (C.  I.  L.  III  14). 
La  segunda  gálica  figura  en  la  Notitia  dignitatum  comol 
residiendo  en  España,  pero  aun  no  se  han  descubierto 
en  la  península  inscripciones  que  la  nombren.  La  tercera  ¿ 
Gallorum  la  encontramos  en  epígrafes  de  Viseu,  en  Portu- 
gal (II  403),  de  Itálica  (1127),  y  de  Sevilla  (1180). 

9.  La  coliors  prima  CalUecorum  sólo  se  conoce  por  los 
epígrafes  de  San  Cristóbal  de  Castro  (II  2555  y  2556). 

10.  La  tercera  Lucensis  es  nombrada  en  una  piedra 
de  Lugo  (II  2584) ;  hablándose  también  en  la  Notitia  dig- 
nitatum de  la  coliors  Lugensis  Luco.  Existe  memoria  de  un 
prefecto  de  la  misma  en  una  lápida  de  Tarragona  (II  4132). 


166  LAS   INSCRIPCIONES 

No  se  puede  saber,  por  supuesto,  si  estas  diez  cohortes 
estaban  todas  al  mismo  tiempo  en  alguna  de  las  provin- 
cias hispanas;  y  nuevos  testimonios  epigráficos  cada  día 
nos  pueden  dar  á  conocer  otros  cuerpos  auxiliares  que  aña- 
dir á  los  aquí  enumerados.  Sin  embargo,  el  número  de  tres 
ó  cuatro  alas  de  caballería,  y  de  diez  ó  doce  cohortes  de 
infantería,  corresponde  cabalmente  al  número  de  auxilia- 
res, que  solía  tener  una  legión,  siendo  por  lo  tanto  muy 
probable,  que  en  estos  catorce  á  diez  y  seis  cuerpos  tenga- 
mos el  número  aproximativo  de  todas  las  brigadas  auxilia- 
res, que  desde  el  siglo  n  al  iv  se  encontraban  en  España. 

Una  parte  de  estas  tropas  auxiliares,  al  principio  del 
imperio  de  Antonino  Pío,  cuando  en  la  vecina  provincia  de 
África,  y  sobre  todo  en  la  Mauritania,  había  que  combatir 
á  los  Moros,  que  después  bajo  Marco  y  Vero,  como  vimos 
(§  102),  pasaron  á  la  misma  Bética,  fué  enviada  allí  bajo 
el  mando  de  Tito  Vario  Clemente,  el  cual  en  los  epí- 
grafes honorarios,  existentes  en  su  patria  Celeia  en  el 
Norico,  se  llama  prcefectus  auxiliariorum  in  Mauretaniam 
Tingitanam  ex  Híspanla  missorum  (C.  I.  L.  III  5211-5216), 
habiendo  llegado  á  ser  algún  tiempo  más  tarde,  en  el  año 
152  de  J.-C,  procurador  del  emperador  Pío. 

No  se  sabe  por  qué  los  Oretanos,  cuyas  ciudades  principales 
fueron  Castulo  y  Oretum,  se  llamaban  Germani,  según  Plinio  (nat. 
hist.  II  §  25),  y  su  ciudad  Oretum  Germanorum,  según  Ptolemeo 
(III  6,  59):  pues  es  indudable  que  en  ellas  nunca  bubo  una  guar- 
nición de  auxiliares  alemanes.  El  nombre  parece  indicar  más  bien  el 
origen  céltico  de  aquella  gente. 

Milicias  §  106.     A  estas  tropas  auxiliares,  que  pueden  decirse 

provinciales    jag  regUiares>  se  juntaban,  al  menos  en  ciertas  épocas  de 

peligro,    algunas  cohortes    de  milicias  provinciales,    que 

sabemos  haber  existido  como  institución  regularizada,  en 

casi    todas   las   provincias.  Los  informes  más  completos 


MILICIAS  PROVINCIALES  157 

sobre  estas  milicias  se  deben  á  la  ley  municipal  de  Osuna, 
cap.  V,  2.  En  consecuencia  de  este  texto  la  cuestión  de  las 
milicias  provinciales  y  municipales  ha  sido  discutida  dete- 
nidamente en  estos  últimos  tiempos,  sobre  todo  en  Francia, 
donde  el  Sr.  Duruy,  el  célebre  historiador,  ha  equiparado 
los  tribuni  militum  a  populo,  conocidos  en  Roma,  á  los  tri- 
bunos, designados  en  los  municipios,  por  elección  de  los 
ciudadanos,  para  los  cuerpos  de  la  milicia  municipal. 

Todas  estas  milicias  provinciales,  como  permanentes, 
pertenecieron  al  ejército  imperial;  pero  además  de  ellas, 
las  colonias  y  municipios  tuvieron  que  reclutar,  en  caso  de 
urgente  peligro,  otras  tropas,  que  se  movilizaban  temporal- 
mente para  la  defensa  del  país  contra  las  invasiones  de  los 
enemigos.  En  algunas  provincias  del  imperio  también  nos 
han  conservado  las  inscripciones  memoria  de  estas  milicias 
pasajeras;  como  la  encontrada  en  Gaeta  de  Italia,  que  per- 
tenece al  primer  siglo,  donde  se  hace  mención  de  un  prce- 

f(ectus)  levis  armaturce Hispaniensis  (C.  I.  L.  X  6089) • 

Los  Cántabros  formaban  parte  de  las  «naciones»,  mencio" 
nadas  en  la  descripción  del  campamento  romano,  que  corre 
bajo  el  nombre  de  Hygino  {cap.  29);  sin  embargo,  en 
España  no  ha  aparecido,  hasta  ahora,  vestigio  alguno  de 
aquellas  milicias  territoriales. 

En  la  capital  de  la  Citerior,  Tarragona,  hubo  ya  desde 
los  tiempos  de  Augusto,  como  lo  tuvieron  también  las  vexi- 
laciones  de  las  legiones  en  Ampurias  y  en  Denia  (§  102),  un 
prefecto  de  la  costa,  sin  duda  para  defenderla  contra  los 
piratas,  el  cual,  en  un  epígrafe  de  Forum  Livii  en  Italia,  se 
nombra  prcefectus  orce  maritimce  Hispanice  citerioris  bello 
Actiensi  (C.  I.  L.  IX  623;  Henzen,  Bulletino  delV  Instituto 
archeologico,  de  1874,  p.  119)  y  en  otro,  de  Tarragona,  se 
llama  prcefectus  orce  maritimai  Lceetanm  (C.  I.  L.  II  4226), 
ó  simplemente  praifectus  orce  maritimce  (II  4217,  4225, 
4239).  A  su  mando  estaba  una  cohors  tironum,  esto  es  de 


168  LAS  INSCRIPCIONES 

jóvenes,  que  no  habían  servido  antes  en  el  ejército.  Como 
esta  cohorte  se  llama  la  cohors  nova  tironum,  parece  haber 
existido  antes  de  ella  una  cohorte  más  antigua  del  mismo 
género.  Su  prefecto  se  denominaba  preefectus  cohortis  novce 
tironum,  prcefectus  orce  mar  Humee  (II  4138),  y  prcefec- 
tus cohortis  novce  tironum  orce  maritimee  (II  4224);  de 
suerte  que  los  oficios  de  prefecto  de  la  cohorte  y  el  del 
prefecto  de  la  costa,  aunque  acumulados  generalmente, 
parecen  haber  sido  en  sí  diversos.  A  la  cohorte  nueva 
pronto  fué  añadida  una  cohorte  segunda ;  porque  tenemos 
además  el  praifectus  cohortis  primee  tironum  (C.  I.  L.  II 
4189),  y  el  prcefectus  cohortis  I  et  orce  maritimee  (II  4264), 
y  uno  que  mandaba  á  la  vez  las  dos  cohortes  y  en  la  cos- 
ta, el  prcefectus  orce  maritumee  cohortis  primee  et  secundee 
(II  4266).  También  la  cohors  pilatorum,  mencionada  en 
un  monumento  de  Tarragona  (II  4240),  parece  haber  sido 
de  igual  género. 

Muy  raros  vestigios  se  han  conservado  de  otras  milicias 
semejantes.  En  Córdoba,  la  capital  de  la  Bética,  hubo  una 
cohors  marítima  (II  2224),  sin  duda  destinada  también  á  la 
defensa  de  las  costas  contra  los  piratas.  Ya  César  hace 
mención  de  dos  cohortes  colónicas  en  Córdoba  (bell.  civ. 
II  19,  2).  En  Cazlona  encontramos  una  cohors  Servia  Juve- 
nalis  (II,  3272),  tal  vez  compuesta  de  jóvenes  de  la  provin- 
cia, para  conservar  la  patria,  y  por  eso  nombrada  de  un 
modo  tan  particular,  recordando  los  nombres  de  Servia 
Juvenalis  los  de  los  Castulonenses,  que  se  llamaban  Ccesari- 
ni  Juvenales  (Plinio,  nat.  hist.,  III  §  25;  C.  I.  L.  II  p.  440). 

A  las  islas  Baleares,  como  á  otras  islas,  se  solían  rele- 
gar, desde  el  tiempo  de  Tiberio,  por  causas  políticas,  per- 
sonas de  alto  rango,  como  el  orador  de  Narbona  Votieno 
Montano,  en  el  año  28  de  J.-C,  según  lo  cuentan  Tácito. 
(annál.  IV  23)  y  Suetonio  (en  la  crónica  de  San  Jeró- 
nimo, el  año  14  de  J.-C),  Publio  Suilio  en  tiempo  de 


EL   EJÉRCITO   ESPAÑOL   DESDE   DIOCLECIANO  159 

Nerón,  en  el  año  58  (Tácito,  annál.  XIII  43),  y  un  nobi- 
lis  puer,  traído  del  destierro  por  G-alba  (Suetonio,  vida  de 
Galba,  cap.  10);  por  todo  lo  que  no  puede  dudarse  que 
hubo  en  dichas  islas,  al  menos  temporalmente,  una  guar- 
nición. Y,  en  efecto,  de  la  misma  época  de  Nerón  son  los 
dos  notables  epígrafes  de  Luna,  la  Carrara  de  hoy  en  Italia, 
puestos  en  el  año  66  á  Nerón  y  á  su  mujer  Popea  (Orelli 
731,  732;  C.  I.  L.  XI  1331),  por  Lucio  Titinio  Glauco 
Lucrecia  no,  p7'cef(ectus)  pro  legato  insular  (um)  Baliarum, 
y  antes  tribuno  de  la  legión  sexta,  entonces  en  España 
(§  97).  Algo  más  tarde,  quizá  bajo  Trajano  ó  Hadriano,  las 
regiones  más  septentrionales  de  la  Citerior  tuvieron  tam- 
bién sus  prefectos  militares.  Lucio  Marcio  Optato,  en 
la  piedra  sepulcral  de  Mataró  (C.  I.  L.  II  4616),  está  califi- 
cado como  praifectus  Asturice  y  tribunus  militum  legionis 
secunda?  Augusta?,  después  de  haber  desempeñado  los  car- 
gos de  duumvir  en  Tarragona,  y  de  duumvir  y  quinquenna- 
lis  primus  en  su  país  natal  de  lluro,  que  es  Mataró,  murió 
in  Phrygia,  tal  vez  habiendo  visitado  aquellas  regiones  del 
Asia  por  negocios  particulares.  Después  de  ser  tribuno  en 
la  legión  segunda,  que  desde  Tiberio  tuvo  sus  cuarteles  en 
Maguncia  (§  94),  parece  haber  sido  prefecto,  que  era  cargo 
más  elevado  que  el  de  tribuno,  en  Asturia.  La  única  memo- 
ria de  un  prefecto  de  Galicia  existe  en  un  epígrafe  frag- 
mentado y  mal  copiado  por  Morales  ó  sus  amigos,  pero 
genuino,  de  Cazlona  (C.  I.  L.  II  3271). 

Mommsen  ha  tratado  últimamente  de  estas  milicias  provinciales 
en  un  artículo  inserto  en  el  periódico  científico  de  Berlín,  que  se 
titula  Hermes,  vol.  XXII,  1887,  p.  547  y  ss. 

§  107.     Sabido  es  que  en  la  época,  que  siguió  á  Diocle-     ei ejército 

t  •  •  t  i  •  i       t  •■!•  español  desde 

ciano,   la  organización  antigua  de  la  milicia  romana  su-    ¿l0Cíecia,l0 
frió  un  cambio  esencial,  habiendo  empezado  á  desaparecer       |t3cT) 


160  I-AS   INSCRIPCIONES 

desde  entonces  los  antiguos  nombres  de  legiones  y  cuerpos 
auxiliares,  de  igual  modo  que  se  mudaron  también  las  for- 
mas de  la  administración  provincial.  De  las  guarniciones  de 
España  en  los  siglos  iv  y  v  sólo  la  Notitia  dignitatum  (§  27) 
nos  da  pormenores,  enumerando  en  primer  lugar  los  cuer- 
pos que  estaban  bajo  las  órdenes  superiores  del  magister 
equitum  per  Gallias,  ó  séase  el  director  general  de  caballe- 
ría en  las  provincias  galas,  ó  intra  Híspanlas  cum  viro  spec- 
tabili  comité,  porque  en  España  mandó  un  conde  con  grado 
ecuestre.  Son  las  siguientes  (Occid.  cap.  VII  118  y  ss.): 
I.     Pertenecientes  á  la  clase  de  los  auxilia  palatina: 

I.  2.     Los  Ascarii  séniores  y  iuniores. 

3.  Los  Sagittarii  Nervii. 

4.  Los  Exculcatores  iuniores. 

5.  Los  Tubantes. 

6.  Los  Felices  séniores. 

7.  Los  Invicti  séniores. 

8.  Los  Invicti  iuniores  Britones  (ó  Britanniciani) . 

9.  Los  Brisigavi  séniores. 

II.  De  la  clase  de  las  legiones  comitatenses: 

10.  Los  Fortenses. 

11.  Los  Propugnatores  séniores. 

12.  Los  Septimani  séniores. 

13.  Los  Vesontes. 

14.  Los  Undecimani. 

Se  reconoce  en  los  Septimani  séniores  (n.  12)  la  antigua 
legión  séptima  española;  los  Invicti  iuniores  Britones  tal 
vez  sean  idénticos  á  la  sexta  cohorte  de  los  Briñones,  con- 
memorada en  Braga,  y  los  Vesontes  á  la  tercera  Gallorum, 
en  Viseo;  pero  de  los  demás  cuerpos  nada  de  cierto  se 
puede  decir.  Siguen  en  otro  lugar  de  la  Notitia,  que  tal  vez 
sea  una  de  las  partes  más  antiguas  de  aquel  libro,  for- 
mada de  trozos  redactados  en  varias  épocas,  los  cargos  de 
comandantes  militares  en  las  provincias,  esto  es,  las  prm- 


EL    EJÉRCITO   ESPAÑOL    DESDE   DIOCLECIANO  1G1 

positura}  magistri  militum  praesentalis  a  parte  peditum 
(Occid.  cap.  XLII),  y  entre  ellas  in  provincia  Hispanice 
Callcecia  (25  ss.): 

1 .  El  prafectus  legionis  séptima}  gemina},  Legione,  que 
prueba  que  la  antigua  legión  española,  los  Septimani  sénio- 
res, tenían  su  cuartel  general,  aun  en  tan  baja  época,  siem- 
pre en  León. 

2.  El  tribunus  cohortis  secundce  Flavim  Pacatianai 
Pcetaonio.  Una  ala,  no  una  coliorte7  secunda  Flavia  Híspa- 
norum  civium  Romanorum,  estaba,  como  hemos  visto  antes, 
desde  el  siglo  n  en  varios  puntos  de  Galicia,  sobre  todo  en 
San  Cristóbal  de  Castro.  Es  posible  que  ésta  se  transfor- 
mara, con  el  tiempo,  en  la  cohorte  Pacatiana,  llamada  así 
tal  vez  de  algún  jefe  de  ella,  Pacatus,  y  que  tuvo  su  cuar- 
tel principal  en  Petavonium,  ciudad  de  los  Superados  de  la 
Galicia,  nombrada  por  Ptolemeo  (II  6,  35),  y  el  Itine- 
rario (p.  423,  3),  entre  Astorga  y  Complutica,  de  reduc- 
ción aun  incierta,  cercana  á  Benuza  y  Sobre  Castro. 

3.  El  tribunus  cohortis  secunda?  Gallicm,  ad  cohortem 
Gallicam.  Con  la  primera  y  la  tercera  aun  la  segunda 
cohorte  gala  parece  haber  formado  parte  del  ejército  espa- 
ñol ya  desde  antiguo.  Su  cuartel,  como  indica  la  Notitia 
dignitatum,  debe  haber  sido,  hasta  los  últimos  tiempos,  un 
castrum  particular,  destinado  al  efecto  y  de  posición  aun 
ignorada,  si  no  fué  el  de  San  Cristóbal  de  Castro,  de  que 
hemos  hablado  anteriormente. 

4.  El  tribunus  cohortis  Lucensis,  Luco.  La  cohors  tertia 
Lucensis  la  encontramos  ya  en  el  siglo  n  en  la  misma  capi- 
tal del  convento  Lucense,  que  es  Lugo. 

5.  El  tribunus  cohortis  Celtibera},  Brigantioe,  nunc  Julio- 
briga.  Dos  cohortes  de  Celtíberos  estaban  en  San  Cristóbal 
de  Castro,  y  no  tiene  nada  de  extraño,  que  una  de  ellas,  ó 
las  dos  más  tarde,  se  trasladasen  á  Juliobriga,  el  antiguo 
castro  de  la  legión  cuarta  Macedónica. 


162  LAS   INSCRIPCIONES 

Sigue  al  final  en  la  Notitia,  in  provincia  Tarraco- 
nense 

6.  El  tribunus  cohortis  primaz  Gallicaí,  Veleioi.  Ya 
vimos  que  esta  cohorte  estuvo  desde  antiguo  de  guarnición 
en  la  Tarraconense;  Veleia,  conocida  por  Plinio  y  el  Itine- 
rario (p.  454,  8),  se  cree  la  moderna  Rivabellosa,  cerca  de 
Estavillo,  frente  á  Quintanilla,  entre  Deobriga  y  Suessatio, 
que  es  Zuazo  cerca  de  Iruña.  Allí,  pues,  tuvo  sus  cuarteles 
en  los  tiempos  del  bajo  imperio. 

Las  indicaciones  de  la  Notitia  no  parecen  completas, 
faltando  las  de  los  comandantes  a  parte  equitum.  De  suerte 
que  no  tenemos  más  que  una  idea  imperfecta  de  la  manera 
como  estaba  organizada  la  administración  en  las  provin- 
cias hispanas  en  esta  época  tardía. 
La  administra-  §  108.  Tan  luego  como  quedó  terminado  el  arreglo 
n  provincia  m¿j^ar  ¿e  jas  provincias  nuevamente  ocupadas,  se  comen- 
zaron á  fijar  las  bases,  sobre  las  que  debería  establecerse 
su  administración  política  y  económica.  En  cuanto  á  este 
particular  los  geógrafos  y  los  historiadores  nos  dan  algunas 
noticias  breves  y  generales;  pero  mucho  más  nos  enseñan, 
sobre  todo  respecto  á  la  época  imperial,  las  inscripciones 
hasta  hoy  descubiertas. 

Para  servirse  de  ellas  bajo  el  punto  de  vista,  que  se  deja 
indicado,  se  necesita  conocer  los  principios  y  las  formas 
de  la  administración  romana  en  general,  sobre  lo  cual,  á 
pesar  de  que  algunos  particulares  de  menor  importancia 
aun  quedan  dudosos,  en  lo  principal  los  juicios  de  los  doc- 
tos están  conformes;  siendo  por  lo  demás  en  este  punto 
tan  claros  los  principios  del  derecho  público  de  los  Roma- 
nos, y  sus  formas  tan  transparentes,  que  el,  que  conoce  los 
unos  y  las  otras,  no  tiene  más  que  hacer  aplicaciones  á 
los  puntos  concretos,  que  trate  de  estudiar,  para  observar, 
desde  luego,  como  resulta  desarrollado  un  sistema  de  admi- 
rable sencillez  y  de  naturales  consecuencias. 


LAS    PROVINCIAS  163 

Sobre  la  administración  de  las  provincias  romanas  en  general  la 
mejor  obra,  que  existe,  es  la  del  alemán  J.  Marquardt,  Bomische 
Staatsverwaltung ,  Vol  I  la  organización  del  imperio  romano,  edición 
segunda,  Leipzig  1881,  8.  En  ella  se  trata  de  las  provincias  espa- 
ñolas desde  la  pág.  251  en  adelante. _E1  autor  se  ha  aprovechado  de 
lo  que  sobre  muchas  partes  de  esta  materia  está  escrito  en  el  Vol.  II 
del  Corpus  inscriptionum  Latinarum,  Berlín  1869.  Más  tarde,  el 
finlandés  Nicol.  R.  af  Ursin  ha  publicado  una  monografía  en 
latín  sobre  uña  de  las  provincias  españolas,  la  Lusitania,  De  Lusita- 
nia  provincia  romana,  Helsingfors  y  Berlín,  1889,  8.,  obra  erudita, 
pero  que  contiene  algunas  opiniones  poco  aceptables. 

§  109.  El  documento,  que  inicia  la  administración Las  provincias 
romana  de  España  fué  el  tratado  con  los  Cartagineses  del 
año  228  antes  de  J.-C,  en  el  cual  el  Ebro  quedó  recono- 
cido por  aquéllos  como  límite  de  sus  posesiones  (§  73), 
dando  origen  esta  frontera  del  río  á  los  nombres  de  Citerior  La  citerior 
y  de  Ulterior,  con  que  desde  entonces  fueron  denomina-  y  a 
das  ambas  divisiones  geográficas  de  la  península  hispana. 
A  ellas  desde  la  época  de  los  Escipiones  fueron  mandados 
anualmente  dos  procónsules.  Pero  como  Sagunto,  cuya 
neutralidad  fué  garantizada  en  el  tratado  de  228  (§  74),  y 
Cartagena,  la  capital  de  la  Citerior,  estaban  del  otro  lado 
del  Ebro,  la  frontera  de  la  Ulterior,  casi  desde  el  200  antes 
de  J.-C,  debió  haber  sido  una  línea  que,  comenzando  desde 
cerca  del  río  Duero  y  pasando  por  el  saltus  Castulonensis, 
fuese  á  terminar  en  Urci,  población  de  la  costa  meridional; 
lo  cual  se  infiere  de  muchos  indicios  más  ó  menos  claros. 
Sobre  todo,  como  observó  muy  bien  el  Sr.  Zobel  en  su 
estudio  histórico  de  la  moneda  antigua  española  (Vol.  II, 
p.  135;  más  abajo  §  127),  la  emisión  de  monedas  ibero-ro- 
manas, que  desarrolló  su  completa  organización  hacia 
mediados  del  siglo  vi  de  Roma,  esto  es  hacia  200  antes  de 
J.-C,  prueba  evidentemente,  que  ya  entonces  la  adminis- 
tración, que  regía  la  Cisiberia,  era  la  misma  que  se  exten- 
día hasta  las  actuales  provincias   de  Granada  y  de  Jaén, 


164  LAS    INSCRIPCIONES 

es  decir,  hasta  el  límite  que  sirvió  más  tarde  para  separar 
la  Tarraconense  de  la  Bética.  Los  nombres  de  Tarraconen- 
se y  Bética  no  se  encuentran  en  la  época  de  la  república 
(en  Livio  XXVIII  2  las  insertó  un  copista  por  equivoca- 
ción), pero  sí  en  el  mismo  sentido  siempre  los  de  Citerior 
y  de  Ulterior;  habiendo  quedado  en  vigor  durante  toda 
la  república  la  distribución  en  dos  provincias,  con  una 
breve  interrupción  en  tiempo  de  la  guerra  macedónica, 
según  el  testimonio  de  Livio  XLIV  17  y  XLV  16. 
La  Lusitania  §  110.  No  existe  una  relación  clara  sobre  el  tiempo, 
en  el  cual  á  estas  dos  provincias  se  añadió  como  tercera 
la  Lusitania,  procedente  de  una  nueva  división  de  la  Ulte- 
___rior_en  dos_partes,  la  Bética  y  la  Lusitania.  El  emperador 
Augusto  mismo,   en  el  monumento  Ancirano  (§  17),   dice 

(V,  35):  colonias  in utraque  Hispania militum  deduxi. 

Parece,  pues,  que  entonces  aun  no  existía  la  Lusitania. 
Al  contrario,  si  las  indicaciones  de  Plinio,  de  la  dimen- 
suratio  provinciarum,  de  la  divisio  orbis  terrarum  y  de  la 
Cosmographia  de  Julio  Honorio  (§  16),  son  tomadas  esen- 
cialmente, como  hemos  visto  (§§  17  y  20),  del  orbis  pictus 
de  Agrippa  y  de  sus  comentarios,  parece  cierto  que  con 
anterioridad  al  tiempo  en  que  fueron  publicados  aquel 
mapa  y  su  explicación,  esto  es,  antes  del  año  12  que  prece- 
de J.-C,  existía  como  provincia  la  Lusitania.  Ya  Pompeyo 
hizo  una  distribución  análoga  de  sus  tropas,  como  lo  ates- 
tiguan los  comentarios  de  César  (De  bello  civili  I,  38),  en  el 
año  49  antes  de  J.-C,  entre  sus  tres  legados;  pues  á  Afra- 
nio  dio  la  Citerior  con  tres  legiones;  á  Varrón,  el  historia- 
dor anticuario,  con  otros  dos  la  región  a  saltu  Castulonensi 
ad  Anam,  esto  es,  la  que  fué  después  Bética;  á  Petreio  ab 
Ana  Vettonum  agrum  et  Lusitaniam,  con  el  mismo  número 
de  legiones.  Pero  el  primer  autor,  que  nombra  á  la  Bética 
y  á  la  Lusitania,  es  Estrabón  (III  4,  20),  el  cual  escribió 
en  el  principio  del  imperio  de  Tiberio  (§  14);  y  añade  expre- 


provincias 


LAS  TRES  PROVINCIAS  165 

sámente  que  la  denominación  de  Lusitania  se  usaba  en  su 
época  por  primera  vez  como  nombre  de  provincia.  Parece, 
pues,  más  probable  que  la  división  oficial  de  las  tres  pro- 
vincias, á  pesar  de  su  antigüedad  fundada  en  la  misma 
naturaleza,  no  se  verificase  hasta  Tiberio,  ó  á  fines  del  im- 
perio de  Augusto. 

La  Lusitania  comprendía  toda  la  parte  más  occidental 
de  la  península,  á  comenzar  desde  las  bocas  del  Anas,  cami- 
nando hacia  arriba  en  dirección  del  norte,  hasta  Noega, 
cerca  de  Gijón,  en  Asturias.  Su  frontera  oriental  seguía  el 
curso  del  Anas  desde  Mérida  hasta  cerca  de  Lacimurgis  en 
dirección  de  este  á  oeste,  y  cruzaba  el  Tajo  cerca  de  Ccesa- 
robriga,  hoy  Talavera  de  la  Reina,  y  el  Duero  cerca  de 
Zamora,  pero  sin  comprender  á  León  ni  Astorga. 

§  111.  Dos  de  estas  tres  provincias,  según  las  bien  Las  tres 
conocidas  máximas  de  Augusto,  se  reservó  Tiberio  para  sí, 
que  fueron  la  antigua  Citerior  y  la  Lusitania;  porque  en 
ellas  solas  se  necesitaba  tener  ejércitos.  De  las  ciudades 
de  la  Botica  Acci  y  Cor  duba,  y  quizá  de  Tucci  ó  Itálica, 
retiró  las  guarniciones,  que  en  ellas  hubo  hasta  la  época  de 
Augusto,  como  hemos  visto  antes  (§§  93  y  94).  De  Acci  vinie- 
ron entonces  las  legiones  primera  y  segunda  á  parar  cerca 
de  Braga  y  Astorga ;  de  Córdoba  la  quinta  y  la  décima 
se  trasladaron  á  Mérida,  teniendo  su  residencia  la  cuarta 
en  Juliobriga  y  Cees ar augusta,  y  la  sexta  en  Tarragona,  ciu- 
dades de  la  Citerior,  hasta  que,  después  de  haber  pasado  la 
primera,  segunda  y  quinta  fuera  de  España,  se  quedaron 
allí  solas  las  dos  de  la  Citerior,  y  la  décima  en  la  Lusita- 
nia. Los  resultados,  pues,  que  hemos  obtenido  antes,  res- 
pecto á  la  colocación  y  estancia  en  España  de  las  seis  legio- 
nes augustas,  se  combinan  perfectamente  con  la  división 
de  las  provincias  instituida  por  Augusto  ó  por  Tiberio.  Las 
dos  nuevas  legiones  creadas  por  Galba,  la  primera  adiutrix 
y  la  séptima  gemina,   después  de  haberse   marchado    la 


166 


LAS   INSCRIPCIONES 


Los  gobernó- 

dores, 
procónsules 
y  pretores 


Los  legados 


cuarta  en  tiempo  de  Claudio  á  la  Germania ,  quedaron  pro- 
bablemente destinadas,  la  una  á  la  Lusitania,  la  otra  á  la 
Citerior.  Pero  la  primera,  la  sexta  y  la  décima  ya  en  tiem- 
po de  Vespasiano  se  fueron  á  la  Germania,  y  no  volvieron 
nunca  á  España;  permaneciendo  sola  la  séptima  en  sus 
cuarteles  de  León  y  de  Tarragona. 

§  112.  Las  provincias  hispanas  estuvieron  mandadas, 
como  es  sabido,  en  la  época  de  la  república  por  procónsules 
y  por  ^pretores,  cuya  lista,  por  cierto  con  bastantes  lagu- 
nas, puede  formarse,  principalmente  teniendo  en  cuenta 
las  indicaciones  de  Livio  y  de  algunos  otros  escritores, 
completándose  en  parte  con  algunos  nombres  conservados 
sólo  por  las  inscripciones.  «. .  ^ 

Desde  Augusto,  las  provmciasael  emperador  fueron 
regidas  por  los  legati  Angustí  pro  prcetore;  las  del  Senado, 
como  antes,  por  procónsules.  De  ambos  había  dos  clases, 
legados  ó  procónsules  consulares,  cuando  los  que  desempe- 
ñaban estos  cargos  eran  personajes,  que  tenían  la  catego- 
ría consular,  porque  ya  habían  sido  cónsules  en  Roma,  y 
legados  ó  procónsules  pretorios,  cuando  los  que  obtenían  el 
mando  eran  á  su  vez  pretorios,  esto  es  que  habían  sido^pnc- 
tores  en  Roma.  A  la  Citerior,  según  el  testimonio  clásico  de 
Estrabón,  se  mandó  un  legatus  consularis,  á  la  Lusitania, 
un  legatus  prwtorius,  á  la  Ulterior  un  procónsul  con  el 
grado  pretorio.  No  faltan  testimonios  epigráficos  de  estos 
magistrados,  no  sólo  encontrados  en  la  España  misma,  sino 
en  las  demás  regiones  del  imperio  romano,  sin  que  hasta  el 
presente  se  haya  emprendido  la  formación  del  catálogo  de 
todos  estos  funcionarios,  tan  completo,  como  es  posible 
hacerlo  con  la  ayuda  de  todos  los  datos  que  hoy  se  conocen. 

Los  nombres  de  los  procónsules  de  la  España,  en  la  época  de  la 
república,  han  sido  reunidos  por  F.  Wilsdorf,  fasti  Hispaniarum 
provinciarum,  en  los  Leipziger  Studien  zur  classischen  Philologie. 
Vol.  1, 1878,  p.  65-140. 


LAS   DIÓCESIS 


167 


Los  de  los  gobernadores  de  la  misma  provincia  en  la  época  impe- 
rial, que  se  encuentran  en  inscripciones  españolas,  se  registran  en 
el  Index  del  Corpus  inscript.  LaL,  Vol.  II,  p.  749  y  ss.  De  los  demás, 
cuyos  nombres  aparecen  en  los  escritores  antiguos  y  en  los  epígrafes 
de  otras  regiones,  nadie  ha  hecho  una  lista,  como  la  tenemos  por 
ejemplo  de  los  legados  de  la  Bélgica  por  Roulez,  de  la  Britania 
por  Hübner,  del  Asia  por  Waddington,  del  África  por  Tissot. 
Un  trabajo  de  esta  clase  debería  formar  el  objeto  de  un  libro  especial. 

§  113.  A  las  órdenes  del  legado  imperial  de  laj^iterior  Las  diócesis 
estuvieron  además,  según  el  mismo  testimonio  ya  indicado 
de  Estrabón,  tres  legados  del  grado  pretorio,  pero  tam- 
bién con  la  dicha  calificación  de  legados  del  emperador, 
instituidos  por  Augusto,  y  más  tarde  llamados  jurídicos.  Los  jurídicos 
De  los  tres  jurídicos  de  la  Citerior,  el  uno,  con  dos  legio- 
nes, mandaba  en  Asturias  y  Galicia;  el  otro,  con  una 
legión,  en  la  parte  oriental  de  la  provincia,  con  residencia 
en  Tarragona;  el  tercero,  en  el  interior,  sin  legión  alguna, 
y  ejerciendo  sus  funciones  sobre  los  habitantes  ya  más 
romanizados  y  pacíficos,  los  togati,  como  son  designados 
por  su  traje  romanizado.  Estas  divisiones  de  la  provincia 
fueron  apellidadas,  al  menos  desde  el  principio  del  siglo  n, 
con  el  nombre  griego  de  Sto'.y.r^a&tc,  ó  sean  dioeceses;  nom- 
bre que  más  tarde  se  aplicó  á  las  divisiones  eclesiásticas. 

La  primera  diócesis  de  la  Citerior,  la  de  Asturias  y 
Galicia,  tuvo  por  jefe,  en  el  siglo  n,  al  legatus  Angustí 
per  Asturiam  et  Callceciam  (C.  I.  L.  II  2634),  ó  al  legatus 
Augusti  iuridicus,  según  un  epígrafe  africano  del  año  150  de 
J.-C.  (C.  I.  L.  VIII  2747),  dos  de  Roma  (C.  I.  L.  VI 1486  y 
1507),  y  uno  de  Nemausus  en  Erancia  (Borghesi,  oeuvres, 
vol.  IV  p.  133,  que  es  el  mismo  sujeto  que  el  del  epígrafe 
de  Roma  C.  I.  L.  VI  1507),  y  también  el  legatus  iuridicus, 
conforme  á  un  epígrafe  de  Braga  (C.  I.  L.  II  2415). 

La  segunda   diócesis  era  la  Tarraconense.  Su  legado, 
Quinto  Glicio  Atilio  Agrícola,  personaje  de  la  época 

12 


/ 


168  LAS   INSCRIPCIONES 

de  Trajano;  en  las  inscripciones  de  Turín  en  Italia  es 
llamado  legatus  citerioris  Hispaniai  (C.  I.  L.  V  6974-6987) — 
y  lo  fué  bajo  Domiciano — ;  en  otras  se  dice  legatus  iuridicus 
provincia}  Hispanice  Tarraconensis  (C.  I.  L.  II  3738,  4113), 
ó  iuridicus  Hisp*  cit.  Tarrac.  (Henzen-Orelli  6490,  y  el 
epígrafe  griego  de  Hierocesaréa  en  Asia,  Ephem.  epigr. 
Vol.  IV  p.  223).  Cuando  se  dice  sólo  iuridicus  Hispanice 
citerioris,  sin  indicación  de  la  diócesis,  como  en  un  epígrafe 
africano  (C.  I.  L.  VIII  8421),  no  se  puede  saber  á  cuál  de 
las  diócesis  se  refiere.  Marco  Cecilio  Novatiliano,  que 
se  denomina  así  en  una  inscripción  de  Benevento  en  Ita- 
lia (C.  I.  L.  IX  1572),  y  fué  distinguido  también  con  otra 
en  Tarragona  (C.  I.  L.  II  4113),  fué  legado  jurídico  de  la 
diócesis  Tarraconense. 

De  la  tercera  no  conocemos  ni  epígrafes  de  jurídicos, 
ni  otros  que  conserven  la  memoria  de  sus  nombres;  pero  sin 
duda  debió  ser  la  Cartaginense,  en  la  que,  como  hemos 
visto,  no  hubo  desde  Augusto  guarnición  de  legionarios. 

Bajo  la  autoridad  del  legado  de  la  Citerior  estaban  tam- 
bién los  prefectos  militares  de  las  islas  Baleares  y  los  de 
Asturias  y  Galicia  (§  106). 

La  Lusitania,  según  el  testimonio  de  Estrabón,  parece 
haber  tenido  sólo  dos  diócesis:  la  una,  en  que  mandaba  el 
mismo  legado  imperial  de  la  provincia,  desde  su  capital 
Mérida;  la  otra,  en  que  mandaba  un  legado  del  legado  de 
la  provincia,  no  del  emperador,  no  se  puede  fijar  geográ- 
ficamente. Parece  que  hubo  de  residir  en  la  otra  capital 
de  la  provincia,  que  era  Lisboa^  y  que  desde  allí  mandaba 
en  el  Mediodía  de  la  Lusitania;  pero  no  se  ha  encontra- 
do, hasta  ahora,  epígrafe  de  ningún  jurídico  de  la  Lusi- 
tania. 

La  provincia  ulterior  Hispania  Bmtica,  como  con  todos 
estos  nombres  se  llama  en  una  inscripción  de  Málaga  del 
siglo  ii  (C.  I.  L.  II  1970),  y  en  otra  de  Nemausus   (Orelli- 


\ 


LA   PROVINCIA  DE  ASTURIAS   Y   GALICIA  169 

Henzen  6490),  y  que  con  mayor  brevedad  se  dice  Híspanla 
Bostica,  ó  Bostica  Hispania,  ó  Bostica  simplemente,  fué 
mandada  sólo  por  un  procónsul  residente  en  Córdoba.  Aulo 
Larcio  Prisco,  personaje  bien  conocido  del  siglo  n,  se 
llama  en  un  epígrafe  de  Thamugadi,  en  la  provincia  Numi- 
dia,  legatus  pro  prastore  provincias  Bosticas  Hispanice  (Ephem. 
epigr.)  vol.  V  n.  696).  Quinto  Cecilio  Marcelo  Denti- 
liano,  en  otra  inscripción  africana,  se  dice  sólo  legatus 
provincias  Hispanias  (Bulletin  épigraphique  vol.  VI,  1886, 
p.  147);  pero  como  lo  era  con  grado  pretorio,  ha  de  enten- 
derse de  la  Botica.  Diócesis  y  jurídicos  no  se  conocen  en 
las  provincias  del  Senado. 

§  114.  Bajo  el  imperio  de  Marco  Aurelio  Antonino  La  provincia 
Caracala,  en  el  año  216  de  J.-C,  de  la  que  fué  diócesis  de  Galicia 
Asturias  y  Galicia  se  formó  una  nueva  provincia.  Gayo 
Julio  Cerealis,  en  una  inscripción  notable  de  León 
(C.  I.  L.  II  2661),  se  denomina  consularis,  esto  es,  que  era 
de  la  categoría  consular,  y  legatus  August i  pro  prastore  pro- 
vincias Hispanias  novas  citerioris  Antoninianas,  post  divisio- 
nem  provincias  primus  ab  eo  missus,  es  decir,  mandado  allí 
por  el  mismo  emperador.  Algunos  de  sus  sucesores  son  tam- 
bién conocidos  por  otros  epígrafes,  como  Lucio  Ccelio 
Festo  en  uno  dé  Veleia  de  Italia  (Orelli  77=C.  I.  L.  XI 
1183),  el  anónimo  de  un  fragmento  de  Prasneste  en  Italia, 
publicado  por  Marini  (atti  degli  fratelli  Arvali,  p.  341) 
que  se  dice  legatus  Augusti  prov.  Asturias  et  Galleicias,  y 
Lucio  Albinio  Saturnino  de  un  tercero  de  Suessa  en 
Italia  (C.  I.  L.  X  4750,  traído  por  el  P.  Florez  en  su 
España  sagrada,  Vol.  XVI,  1787,  p.  8). 

Si  el  Mario  Acilio  de  una  inscripción  de  Roma(C.  I.  L.  VI 1331), 
era  efectivamente  qucestor  divi  Claudi  provincia;  AstuHoc,  parece  que 
la  diócesis  de  Asturias  tuvo  ya  en  el  primer  siglo  una  administra, 
ción  de  hacienda  especial,  como  tenía  también  un  régimen  militar 
propio.  Pero  el  texto  de  esta  inscripción  no  es  bastante  cierto. 


170 


LAS  INSCRIPCIONES 


Las  provincias        §  115.     El    estado   político    de    estas    provincias,    sin 

desde  .  .  .  , 

Diocieciano  muchas  alteraciones  de  importancia,  quedo  casi  siendo 
el  mismo  desde  la  época  de  Augusto  hasta  fines  del  si- 
glo ni.  Pero  bajo  el  imperio  de  Diocieciano,  como  todos  los 
demás  ramos  de  la  administración,  así  también  la  organi- 
zación provincial  sufrió  grandes  mudanzas.  El  origen  de 
éstas  y  el  fin  que  con  ellas  se  había  propuesto  conseguir  el 
enérgico  emperador,  son  claros  y  no  necesitan  en  este  lugar 
una  explicación  detenida.  Será  suficiente,  para  nuestro 
objeto,  hacer  tan  sólo  una  indicación  sumaria  del  nuevo 
estado  de  las  provincias  hispanas  tal  como  aparece  en  el 
catálogo  veronense  de  las  provincias,  en  la  Notitia  dignita- 
tum,  y  en  otras  fuentes  semejantes.  La  diócesis  de  España, 
porque  así  se  llamaron  entonces  aquellas  grandes  provin- 
cias antiguas,  se  componía  de  seis  partes,  que  abrazaban  las 
primitivas  de  España,  y  una  de  África,  que  eran:  la  Tarra- 
conense, la  Botica,  y  la  Mauritania  Tingitana.  Algo 
más  tarde  se  les  añadió  una  séptima,  la  de  las  islas  Balea- 
res. Cada  una  de  estas  provincias  bajo  Diocieciano  fueron 
regidas  por  prcesides ,  con  el  grado  ecuestre  de  viri  perfec- 
tissimi,  inferiores  á  los  viri  clarissimi ,  que  eran  del  orden 
senatorio.  En  la  primera  mitad  del  siglo  iv  ya  la  Botica  y 
la  Lusitania  tuvieron  por  jefe  un  consularis  vir  clarissi- 
mus;  algo  más  tarde  sucedió  lo  mismo,  al  menos  temporal- 
mente, á  la  Galicia,  como  lo  indica  el  insigne  miliario  de 
Ciresa  (C.  I.  L.  II  4911).  Las  otras  provincias,  á  lo  que  se 
sabe,  quedaron  bajo  la  administración  de  los  prcesides. 

Sobre  estas  formas  de  la  administración  véanse  la  Notitia  digni- 
tatum  (§  27),  y  el  libro  de  Marquardt  (§  108),  p.  260. 


Los  demás  §  H6.     Al  lado  de  los  procónsules  de  la  república  había 

magistrados    uno  ¿  ¿os  qUCeStores ,  como  sucedía  también  en  Eoma,  que 

provinciales  7    * 

tenían  á  su  cargo  la  hacienda  de  las  provincias,  debiendo 
recoger  los  tributa  y  stipendia,   arrendar  los  vectigalia  á 


LOS  QUJESTOKES  171 

los  publícanos,  y   pagar   los  gastos   de  los  procónsules; 

habiéndose  conservado  sólo  en  las  provincias  concedidas 

al  Senado  estos  antiguos  magistrados  aun  bajo  el  régimen 

imperial.  En  las  inscripciones  aparecen  nombrados  algu-  Los  qumstores 

nos  qucestores  de  la  Ulterior,   como   en  una  olisiponense 

(C.  I.  L.  II  190),  y  en  otras  de  Nemausus  (Orelli-Henzen 

6490),  de  Auximum  (Orelli  3306),  de  Blera  (C.  I.  L.  XI 

3337),  y  de  Cirta  en  África  (C.  I.  L.  VIII  7062,  7063). 

En  las  provincias  del  emperador  la  hacienda  era  consi-  Los  procura- 
dores 
derada  como  el  patrimonio   privado  del  emperador,   y  por 

eso  estaba  á  cargo  de  oficiales  de  la  casa  imperial,  llama- 
dos procuratores ,  que  eran  de  categoría  ecuestre.  Exis- 
ten algunos  epígrafes  que  conmemoran  al  procurator 
Augusti,  ó  Augustorum,  provincice  Hispanice  citerioris  Tarra- 
conensis  (C.  I.  L.  II  4135,  cf.  3840  y  4225);  otros  atesti- 
guan que  hubo  un  procurador  particular  de  Asturias  y 
Galicia  (C.  I.  L.  II  2477,  2554,  2556,  2642,  2643);  de  los  que 
parece  haber  residido  aquél  en  Tarragona,  y  éste  en  León. 
El  procurator  provincice  Lusitanice,  residente  en  Mérida, 
tuvo,  al  menos  temporalmente,  á  su  cargo  también  la 
Vettonia  con  parte  de  la  Citerior;  porque  en  ésta  como 
en  otras  provincias  la  administración  de  la  hacienda  á 
veces  comprendía  parte  del  territorio  de  las  limítrofes 
(C.  I.  L.  II  484). 

Todos  estos  magistrados  naturalmente  necesitaban  un 
personal  más  ó  menos  numeroso  de  dependientes  y  subal- 
ternos, de  los  que  no  faltan  tampoco  testimonios  epigráfi- 
cos, pues  en  las  inscripciones  se  nombran  el  tabularium  de 
las  provincias,  los  oficiales  de  los  diversos  impuestos,  como 
la  vigésima  Tiereditatium,  la  vigésima  libertatium,  los  porto- 
ria,  y  otros  análogos. 

Sobre  los  detalles  de  la  administración  provincial,  que  se  com- 
prenden sólo  aprovechando  todos  los  testimonios  epigráficos,  regis- 


172  LAS   INSCRIPCIONES 

trados  en  el  Index  del  Corp.  Inser.  Lat.,  Vol.  II,  y  de  los  otros  volú- 
menes del  Corpus,  véase  el  libro  de  Marquardt,  ya  citado  (§  108),  la 
rómische  Staatsverwaltung ,  Vol.  I,  edición  segunda,  Leipzig  1881, 
p.  497  y  ss.  .        . 

Los  concilios  §  117.  La  vida  provincial  es  sin  duda  la  parte  más 
sana  y  más  importante,  bajo  muchos  conceptos,  que  deba 
estudiarse  para  conocer  la  cultura  de  los  cinco  primeros 
siglos  de  nuestra  Era,  conteniendo  en  sí  el  germen  de  las 
nacionalidades  modernas,  y  de  su  independencia.  Al  rede- 
dor del  altar,  erigido  en  Tarragona  á  la  diosa  Roma  y  á 
Augusto,  aun  vivo,  y  en  el  templo,  que  Tiberio  permitió 
á  los  Tarraconenses  levantar  á  su  padre,  se  reunía  el  Con- 
cilio de  la  provincia  Tarraconense.  Poco  más  tarde  Conci- 
lios análogos  existieron  en  las  respectivas  capitales  de  la 
Lusitania  y  de  la  Bética.  Miembros  de  estos  Concilios  eran 
los  altos  funcionarios  municipales  de  todas  las  poblaciones 
independientes  de  la  provincia,  que  se  llamaron  legados 
del  Concilio.  Estos  diputados  ocupaban  puestos  de  honor 
en  los  espectáculos  públicos,  y  gozaban  de  otras  preroga- 
tivas.  El  Concilio  de  la  provincia  era  el  centro  del  culto 
provincial.  Entre  los  funcionarios  de  todos  los  municipios 
de  la  provincia  fué  elegido  el  sumo  sacerdote,  que,  como 
en  Roma  el  de  Júpiter,  presidía  con  su  mujer  el  culto;  y  se 
llamaron  flamen  y  flaminica  de  la  diosa  Roma  y  de  los 
divos  Augustos.  El  Concilio  intervino  de  cierta  manera, 
difícil  de  definir  exactamente,  en  la  administración  pro- 
vincial. Cierto  es  que  tuvo  relaciones  con  el  gobernador 
de  la  provincia,  y  á  veces  mandaba  diputados  al  mismo 
emperador;  que  podía  decretar  honores  y  estatuas  á  per- 
sonas beneméritas  de  la  provincia,  ó  dar  su  permiso  para 
que  tales  honores  se  otorgasen. 

.     Sólo  sobre  los  Concilios  provinciales  del  África,  de  la  Galia,  y 
de  España  tenemos  en  las  lápidas  de  estas  provincias  noticias  algo 


LOS   CONVENTOS  JURÍDICOS 


173 


detalladas,  registradas  por  Marquardt  en  su  libro  antes  citado 
(§  108).  Sobre  el  culto  de  Augusto  y  el  Concilio  de  la  Tarraconense 
véase  lo  expuesto  en  el  Corpus  inscript.  Lat.,  Vol.  II,  p.  540. 


§  118.  El  procónsul,  en  tiempo  de  la' república,  solía, 
para  ejercer  su  jurisdicción  suprema  en  cada  parte  de  la 
provincia,  pasar  algún  tiempo  en  las  poblaciones  más  im- 
portantes, á  las  cuales  los  habitantes  de  los  lugares  más 
pequeños  y  del  campo  habían  de  concurrir,  para  exponer 
susquejas  y  obtener  sus  fallos.  En  la  organización  provin- 
2  Icial  de  Augusto  ciertas  poblaciones  gozaron  del  privilegio 
perpetuo  de  ser  sitios  de  jurisdicción,  y  por  ello  los  dis- 
tritos, en  que  aquellas  estuvieron  enclavadas,  se  llama- 
ron conventusiuridici .  Conocemos  el  número  de  éstos,  y 
sus  capitales,  por  los  comentarios  de  Agrippa,  de  que  se 
sirvió  Plinio  (§  20).  En  estos  lugares,  pues,  ejercieron  sus 
funciones   de  jueces  supremos   los    denominados  juridici 

(§  H3). 

La  Citerior  tenía  siete  conventos  jurídicos  según  Pli- 
nio (III  §  18),  que  fueron  el  Cartaginense,  el  Tarraconense, 
el  Cesaraugustano,  el  Cluniense,  el  de  los  Astures,  el  de 
los  Lucenses,  y  el  de  los  Brácaros. 

La  Lusitania  tenía  tres,  el  de  Mérida,  el  de  Pax  Julia, 
y  el  de  Scallábis. 

La  Ulterior  tenía  cuatro:  el  de  Cádiz,  el  de  Córdoba,  el 
de  Ecija,  y  el  de  Sevilla. 

§  119.  Según  sus  diferentes  derechos  municipales,  se 
distinguieron,  en  los  comentarios  de  Agrippa  y  en  su 
mapa,  cinco  clases  de  poblacionesj  laslcoloniag.,  antigua- 
mente militares,  los^inunicipios,  las^ciudades  aliadas,  y 
libres,  las l^civítates  stvpendo/rim  y  los  j  lugares  pequeños, 
sin  derecho  municipal  independiente,  como  los  pagos, 
vicos,  territorios  y  demás  poblaciones  contributas;  que 
es  el  término  con  que  se  designa  su  respectiva  situación, 


Los  conventos 
jurídicos 


Las  clases 

de  las 
poblaciones 


174  LAS  INSCRIPCIONES 

esto  es  adscritas  á  poblaciones  más  importantes,  cuyos 
magistrados  las  regían.  Entre  las  colonias  y  los  munici- 
pios había  además  dos  categorías,  una  que  comprendía  las 
de  derecho  romano,  y  otra  las  de  derecho  latino.  También 
entre  estas  mismas  clases  de  poblaciones  existían  otras 
diferencias  de  derecho,  como  las  de  ciudades  inmunes  y 
estipendiarías. 

Sobre  las  clases  de  poblaciones  romanas  y  sus  derechos  diferen- 
tes véase  el  libro  de  Marquardt,  Vol.  I,  ed.  2.a,  1881,  p.  1  y  ss. 

Las  colonias  §  120.       Las  colonias,  COmO  poblaciones  más    importan- 

Tarraconense   ^es  y  sitios  primitivos  de  la  dominación  y  cultura  romana, 
merecen  ser  consideradas  en  primer  lugar. 

La  Citerior,  según  Plinio  y  los  comentarios  de  Agrippa, 
tenía  trece  colonias,  de  las  cuales  una  había  obtenido 
su  derecho  colonial  ya  en  la  época  de  la  república,  cua- 
tro lo  tenían  por  César,  seis  por  Augusto,  dos  última- 
mente fueron  añadidas  por  Yespasiano  y  Hadriano;  son 
las  siguientes: 

1.  Valencia,  la  colonia  Valentía,  fundada  por  Décimo 
Junio  Bruto,  el  vencedor  de  los  Callaecos,  y  cónsul  del 
año  138  antes  J.-C.  (véase  C.  I.  L.  II  p.  510.) 

Siguen  las  cuatro  colonias  cesarianas: 

2.  Cartagena,  la  colonia  Victrix  Julia  Nova  Carthago 
(C.  I.  L.  II  p.  462). 

3.  Tarragona,  la  colonia  Julia  Victrix  TriumpTialis 
Tarraco  (C.  I.  L.  II  p.  538). 

4.  Celsa  (cerca  de  Velilla  del  Ebro),  la  colonia  Julia 
Victrix  Celsa  (C.  I.  L.  II  p.  409). 

5.  Acci  (Guadix),  la  colonia  Julia  Gemella  Acci  (C.  I. 
L.  II  p.  458). 

Las  seis  de  Augusto  son: 

6.  Elche,  la  colonia  Julia  Augusta  Ilici  (C.  I.  L.  II 
p.  479). 


LAS    COLONIAS   DE   LA   LUSITANIA 


175 


7.  Barcelona,  la  colonia  Faventia  Julia  Augusta  Pia 
Barcino  (C.  I.  L.  II  p.  599). 

8.  Zaragoza,  el  antiguo  oppidum  Salduba,  después 
la  colonia  immunis  Ccesaraugusta  (C.  I.  L.  II  p.  406). 

9.  Lezuza,  la  colonia  Libisosa  Forum  Augustum  (C.  I. 
L.  II  p.  434). 

10.  La  colonia  Salaria,  cerca  de  Ubeda  la  vieja  (C.  I. 
L.  II  p.  448  y  710). 

11.  Tortosa,  el  antiguo  municipium  Hibera  Julia  ller- 
cavonia,  desde  Augusto  la  colonia  Julia  Augusta  Dertosa 
(C.  I.  L.  II  p.  535).  No  es  seguro  que  Dertosa  llegase  á  ser 
colonia;  pero  si  lo  fué  debió  ser  la  última  de  las  antiguas. 

12.  Por  Vespasiano  fué  añadida  Flavióbriga,  en  el^oí'- 
tus  Amanus,  de  colocación  todavía  no  averiguada. 

13.  Clunia  Coruña  del  Conde,  por  Galba  llamada  Sul- 
picia,  por  Hadriano  obtuvo  el  título  de  colonia  (C.  I.  L. 
II  p.  382). 

El  sitio  de  la  colonia  Salaria  fué  averiguado  por  D.  Manuel  de 
Góngora,  en  su  «Memoria  premiada  por  la  Real  Academia  de  la 
Historia  fijando  definitivamente  el  sitio  de  la  colonia  Salaríense» 
Madrid,  1867,  15  pp.  8.  Tortosa  se  nombra  sólo  conjeturalmente 
como  última  de  las  colonias  augustas.  Las  nombradas  Julias  Augus- 
tas parecen  haber  obtenido  el  nombre  de  Julias  ó  por  César,  cuando 
aun  eran  municipios,  ó  por  Augusto  en  los  principios  de  su  imperio. 
Sobre  la  constitución  de  las  colonias  tenemos,  además  de  los  escasos 
testimonios  de  autores  antiguos,  el  importantísimo  de  la  ley  de  la 
colonia  Urso,  Ephem.  epigr.  vol.  II,  1875,  p.  105  y  ss. 


§  121.     La  Lusitania  tenía  cinco  colonias^  entre  ellas    Las  colonias 


una  antigua: 

14.  Medellín,  la  colonia  Metellinensis,  fundada  por 
Quinto  Cecilio  Metello  Pío,  el  cónsul  del  año  80  antes 
de  J.-C,  que  triunfó  sobre  España  en  el  año  71  antes  de 
J.-C.  (C.  I.  L.  II  p.  72).  En  esta  misma  región  de  Extre- 


de  la 

Lvsitania 


176  LAS   INSCRIPCIONES 

madura  existían  los  antiguos  castra  Cacilia,  y  castra  Mete- 
llina,  de  cuyos  castros  la  colonia  tuvo  su  origen. 
Obtuvieron  este  derecho  de  César: 

15.  Beja,  en  Portugal,  la  colonia  Pax  Julia  (C.  I.  L. 
II  p.  8). 

16.  Cáceres,  la  colonia  Norba  Cmsarina  (C.  I.  L.  II 
p.  81). 

17.  Santarem,  en  Portugal,  la  colonia  Scállábis  Prcesi- , 
dium  Julium  (C.  I.  L.  II  p.  35). 

Una  sola  fundó  Augusto: 

18.  Mérida,  la  colonia  Augusta  Emérita  (C.  I.  L.  II 
p.  52  y  §  118). 

Sobre  Norba  véase  la  Memoria  del  Sr.  Hübner  en  el 
Boletín  de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  vol.  I,  1878-79, 
p.  88  y  ss. 
Las  colonias  §  122.  La  Ulterior  cuenta  ocho  colonias  de  derecho 
romano,  entre  las  cuales  fueron  dos  del  tiempo  de  la  re- 
pública. 

19.  Córdoba,  la  colonia  Patricia  Cor  duba,  fundada  por 
Marco  Claudio  Marcello,  el  cónsul  por  tercera  vez  en  el 
año  151  antes  de  J.-C.  (C.  I.  L.  II  p.  306). 

20.  Hasta  Regia,  cerca  de  Jerez,  fundada  quizá  por 
un  Marcius  Rex  (C.  I.  L.  II  p.  175  y  699). 

Cuatro  recibieron  este  título  de  César: 

21.  Osuna,  la  colonia  immunis  Julia  Genetiva  Urbano- 
rum  (C.  I.  L.  II  p.  191,  Ephem.  epigr.,  vol.  II,  1875,  p.  119). 

22.  La  colonia  immunis  Itucci  Virtus  Julia,  cerca  de 
Baena  (C.  I.  L.  II  p.  213). 

23.  Espejo,  la  colonia  immunis  Claritas  Julia  Ucubi 
(C.  I.  L.  II  p.  210),  patria  de  Annio  Vero,  bisabuelo  del 
emperador  Marco  Aurelio  (según  Capitolino,  en  su  vida, 
cap.  1). 

24.  Sevilla,  la  colonia  Julia  Romula  Hispalis  (C.  I.  L. 
II  p.  152),  que  no  era  immunis. 


de  la  Bética 


LAS  DEMÁS  POBLACIONES  177 

Dos  son  augusteas: 

25.  Ecija,  la  colonia  Augusta  Firma  Astigi  (C.  I.  L. 
II  p.  201). 

26.  Martos,  la  colonia  immunis  Augusta  Ge  mella  Tucci 
(C.  I.  L.  II  p.  221). 

Plinio,  después  de  haber  enumerado  las  colonias  inmu- 
nes del  convento  jurídico  Hispalense,  añade  (III  §  12): 
ínter  quaz  fait  Munda  cum  Pompeio  filio  rapta.  No  es  impo- 
sible que  Munda  haya  sido  antigua  colonia  de  la  época  de 
la  república,  pero  me  parece  poco  probable.  Después  de  la 
victoria  de  César  desaparece  enteramente.  Como  Plinio 
conocía,  de  los  comentarios  de  Agrippa,  nueve  colonias 
de  la  Bética,  quedaba  una  todavía  por  determinar,  y 
puede  ser  que  haya  sido  Baelo,  en  la  "costa  meridional, 
entre  Carteia  y  Cádiz. 

A  las  ocho  colonias  de  derecho  romano  se  han  de  añadir 
dos  más  de  origen  diferente: 

27.  Carteia,  que  era  la  más  antigua  colonia  iuris  Latini, 
con  excepción  de  las  de  Italia  y  de  la  Galia  cisalpina,  como 
lo  atestigua  Livio  (XLIII  3),  deducida  en  el  año  171 
antes  de  J.-C.  (C.  I.  L.  II  p.  242);  fué  colonia  de  liberti- 
nos, hijos  de  soldados  romanos  y  mujeres  españolas. 

28.  Itálica,  junto  á  Sevilla,  el  antiguo  vicus  Italicen- 
sis,  fundado  por  los  Escipiones,  más  tarde  la  colonia  JElia 
Augusta  Itálica,  como  se  llama  en  un  epígrafe  de  Viena  de 
los  Alóbroges  en  Francia  (C.  I.  L.  XII  1856),  obtuvo  el 
derecho  colonial,  como  lo  indica  el  nombre  de  ¿Elia,  de 
Hadriano,  cuyos  antepasados  residieron  allí  desde  la  época 
de  los  Escipiones  (C.  I.  L.  II  p.  145). 

§  123.     No  se  pueden   aún  formar  catálogos  comple-     Las  demás 
tos  de  las  otras  clases  de  poblaciones,  que  existieron  en 
las  diferentes  provincias  españolas.  De  no  pocas  entre  las 
numerosas  romanas,  cuyas  ruinas  existen,  todavía  no  se  ha 
podido  fijar   el  nombre  que  tuvieron  en  la  antigüedad,  y, 


poblaciones 


178  I.AS    INSCRIPCIONES 

al  contrario,  de  muchas  de  las  nombradas,  ó  al  menos 
registradas  por  Plinio,  no  se  conoce  el  sitio.  Queda,  pues, 
mucho  aun  que  investigar  en  este  ramo  de  estudios  clási- 
cos, cuyo  cultivo  eficaz  ha  de  esperarse,  en  primer  lugar, 
de  parte  de  los  anticuarios  y  aficionados  nacionales.  Entre- 
tanto será  suficiente  dar  un  breve  resumen  de  las  diferen- 
tes clases  de  poblaciones  de  cada  una  de  las  provincias 
españolas. 

En  la  Citerior  había  trece  oppida  civium  Romanorum, 
de  los  cuales  Plinio  nombra  sólo  once,  por  ejemplo,  Sagun- 
to,  Emporios,  Rhode,  que  se  llama  municipium  Flavium  Rho- 
dinorum  en  un  epígrafe  africano  (C.  I.  L.  VIII 1148),  Cala- 
gurris,  Ilerda,  Osea;  diez  y  ocho  oppida  iuris  Latini,  de  los 
cuales  Plinio  nombra  diez  y  seis,  y  en  ellos  Lucentum,  Ali- 
cante, y  Cascantum;  una  urbs  fozderata,  la  de  los  Tarr acenses 
(según  Plinio  III  §  24),  de  situación  desconocida;  además  de 
las  dos,  también  aliadas,  de  Bocchori  en  Mallorca,  y  de  Ebu- 
sus;  ciento  y  treinta  civitates  stipendiarim ;  y  el  resto  de 
ciento  y  catorce  pueblos  más  pequeños  de  diferentes  clases. 

En  la  Lusitania  había  sólo  un  oppidum  civium  Roma- 
norum, que  era  el  municipium  Felicitas  Julia  Olisipo  (C.  I. 
L.  II  p.  23),  tres  Latii  antiqui,  esto  es,  de  derecho  latino, 
Evora,  la  Ebora  Liberalitas  Julia  (C.  I.  L.  II  p.  13),  Myrti- 
lis,  Mertola  (C.  I.  L.  II  p.  5),  y  la  urbs  imperatoria  Salada, 
hoy  Alcacer  do  Sal  (C.  I.  L.  II  p.  7);  y  treinta  y  seis  civitates 
stipendiarim,  como  ¿Eminium,  Balsa,  Conimbriga,  Capera, 
Cwsarobriga,  y  otros  pueblos  pequeños,  de  los  cuales  Plinio 
no  señala  ni  siquiera  el  número. 

En  la  Ulterior  había  diez  municipios  de  ciudadanos 
romanos,  cuyo  catálogo  es  aún  muy  incierto,  y  entre  los 
que  se  contaban  Cádiz,  el  municipium  Augustum  Gaditanum, 
Asido,  Medina  Sidonia,  el  municipium  Caisarinum,  Osset 
Julia  Constantia,  Lucurgentum  Julii  Genius,  Ulia  Fidentia; 
veintisiete  municipios  de  ciudadanos  latinos,  como  lo  era 


LA   ADMINISTRACIÓN   INTERIOR   DE   LOS   PUEBLOS  179 

Salpensa;  seis  ciudades  libres,  como  Astígi,  Singili,  Ostippo; 
tres  aliadas,  como  Málaga  y  Epora;  ciento  y  veinte  esti- 
pendiarías, y  un  número  desconocido  de  pueblos  más  pe- 
queños. 

La  reconstrucción  de  la  geografía  antigua  de  las  provincias  espa- 
ñolas es  objeto  de  un  estudio  particular,  que  con  sus  detalles  fácil- 
mente puede  llenar  un  libro.  En  las  introducciones  á  los  diferentes 
capítulos  del  Corpus  inscr.  Lat.,  vol.  II,  el  Sr.  Hüb  n  er  ha  tratado 
muchas  cuestiones  de  esta  clase;  los  Sres.  Guerra,  Góngora,  y 
otros,  han  contribuido  eficazmente  á  resolver  problemas  semejantes. 
Con  la  ayuda  de  estos  materiales  el  Sr.  Detefsen,  editor  de  Plinio 
(§  20),  ha  ensayado  el  restituir  el  texto  de  Plinio,  como  fundamento 
indispensable  de  las  cuestiones  geográficas,  en  lo  relativo  á  la  Cite- 
rior, la  Lusitania,  y  la  Ulterior,  en  el  periódico  científico  alemán,  el 
Philologus,  de  Gottingen,  vol.  XXX  (1870)  p.  265  y  ss.,  vol.  XXXII 
(1873)  p.  600  y  ss.,  y  vol.  XXXIV  (1877)  p.  111  y  ss. 

§  124.  La  organización  interior  de  las  colonias  y  de  los  La  administra- 
municipios,  imagen  fiel  de  la  de  la  misma  capital  de  Ro-  ¿^/oV^eeMos 
ma,  y  desde  el  comienzo  de  la  república,  sujetas  á  las  leyes 
fijas,  pero  al  mismo  tiempo  muy  varias,  del  derecho 
público  y  privado  de  los  Romanos,  se  compone  de  una  infi- 
nidad de  detalles,  los  cuales,  en  gran  parte,  nos  fueron 
revelados  por  primera  vez  por  las  leyes  municipales  encon- 
tradas en  España,  que  son  las  de  Osuna,  Málaga,  Salpensa 
y  Vipasca.  Estaban,  por  lo  general,  al  frente  de  las  pobla- 
ciones  más  importantes,  los  duumviros,  elegidos,  como  j  I  í-/WvW\ 
los  cónsules  en  Roma,  por  los  ciudadanos.  Tenían  á  su  lado, 
para  el  desempeño  de  ciertas  funciones,  los  ediles  y  cues- 
tores, formando  así  un  colegio  de  quatuorviros.  A  los  cinco 
años  otros  dos  magistrados,  llamados  por  ello  quhi^ennfc 
les,  obtenían  las  funciones  de  los  censores  de  Roma,  con 
la  obligación  de  inscribir  en  un  registro  el  pormenor  de  las 
varias  clases  de  moradores  de  la  localidad,  ciudadanos,  y 
no  ciudadanos  sino  puramente  avecindados,  hombres  libres 


180  LAS  INSCRIPCIONES 

y  esclavos,  mujeres  y  huérfanos,  sus  oficios,  sus  derechos, 
su  obligación  de  servir  en  la  milicia,  y  los  impuestos  que 
debían  pagar.  Había  además  algunos  magistrados  extraor- 
dinarios; los  ^prefectos,  que  sustituían,  en  ciertos  casos, 
á  los  duumviros,  un  curador,  nombrado  por  el  emperador 
para  atender  la  cuestión  de  hacienda,  y  otros.  No  faltaban 
tampoco  sacerdotes  municipales,  como  los  pontífices ,  augu- 
res, y  ¡lamines,  lo  mismo  que  en  Eoma,  y  oficiales  depen- 
dientes de  éstos  y  de  los  demás  magistrados.  Al  lado  de  los 
líltimos  estaba  el  ordo  de  los  decuriones ,  semejante  al  sena- 
do romano,  y  compuesto,  como  éste,  de  los  antiguos  magis- 
trados, con  análogas  distinciones  de  grados  y  competencia. 
Últimamente,  entre  los  decuriones  y  el  populus ,  había  como 
en  Roma  entre  los  senadores  y  la  plebs  el  ordo  equester  de 
los  caballeros,  en  los  municipios  el  ordo  de  los  Augustales, 
especie  de  corporación  destinada  al  culto  particular  de  los 
emperadores,  compuesto  de  personas  de  grado  inferior, 
oriundas  de  esclavos  ó  de  libertos,  pero  á  veces  muy  ricas. 

Sólo  las  ciudades  libres  y  aliadas  conservaban,  con  cier- 
tas restricciones,  y  estando  siempre  sujetas  á  la  adminis- 
tración provincial,  sus  antiguas  leyes  orgánicas  y  sus  dere- 
chos particulares. 

También  las  poblaciones  pequeñas,  de  que  hubo  varias 
clases,  tuvieron  ciertas  leyes,  que  determinaban  su  orga- 
nización, habiendo  sido  muy  modernamente  descubierta 
la  de  un  pueblo  de  mineros,  del  sur  de  Portugal,  de  un 
metallum,  en  la  preciosa  lex  metalli  Vipascensis ,  encon- 
trada en  Aljustrel,  y  conservada  en  Lisboa. 

Sobre  todos  estos  hechos  casi  nada  enseñan  los  autores 
antiguos,  siendo  sólo  las  inscripciones  hispanas  las  que  nos 
han  conservado  noticias  más  ó  menos  completas,  las  cua- 
les, unidas  á  las  conocidas  por  las  de  otras  partes  del 
imperio,  dan  una  idea  bastante  clara  de  estaparte  impor- 
tante de  la  cultura  romana  en  las  provincias. 


LAS   INSCRIPCIONES  SEPULCRALES  181 

La  organización  municipal  romana  ofrece  aún  muy  variados  pro- 
blemas para  disquisiciones  arqueológicas  y  epigráficas.  Los  datos 
más  importantes  relativos  á  las  diferentes  clases  de  ciudades  están 
registradas  en  el  Corpus  inscr.  Lat.,  vol.  II,  en  los  prefacios  á  los 
diversos  capítulos  geográficos,  comprendiendo  el  Index  todos  estos 
datos  bajo  títulos  generales.  Véase,  además,  lo  expuesto  sóbrelas 
leyes  municipales  de  Málaga  y  Salpensa,  en  el  C.  I.  L.  II  p.  253  y  ss., 
sobre  la  ley  de  Osuna  en  la  Ephem.  epigr.,  vol.  II  p.  105  y  ss.  y 
vol.  III  p.  87  y  ss.,  y  sobre  la  ley  de  Vipasca,  en  la  misma  Ephem. 
epigr.,  vol.  III,  p.  165  y  ss. 


§  125.     Las  inscripciones  sepulcrales  suelen,  en  suma-  Las  inscrtpcio- 

,  ^  Mi  •     n  i  i         •  i  •         i       nes  sepulcrales 

yor  parte,  dar  solo  algunos  miormes  sobre  la  vida  privada 
de  la  gente  más  oscura  de  las  diferentes  clases  de  pobla- 
ciones de  la  península,  ya  sean  indígenas,  forasteros  ave- 
cindados, ó  moradores  del  campo,  de  sus  mujeres  y  de  .sus 
hijos.  Sin  embargo,  algunas  veces  las  dichas  inscripciones 
contienen  escasos  datos  de  mayor  interés,  no  presentando, 
por  lo  general,  sobre  todo  en  los  primeros  siglos  de  nuestra 
Era  ,más  que  los  nombres  de  los  difuntos,  su  edad,  algunas 
breves  indicaciones  sobre  los  sepulcros  mismos,  y  varias 
fórmulas  generales,  como  Me  situs  est,  y  otras  análogas. 
Entre  las  inscripciones  sepulcrales  del  siglo  segundo  en 
adelante,  y  mayormente  en  las  del  tercero,  que  son  las  más 
frecuentes  en  España,  como  en  todas  partes,  hay  no  pocas, 
especialmente  en  la  península,  que  forman  una  excepción 
muy  estimable  de  la  regla  general  que  se  deja  sentada.  En 
efecto,  en  estos  epígrafes  españoles  con  mucha  más  fre- 
cuencia que  en  Italia  y  que  en  todas  las  demás  provincias 
del  imperio  romano,  según  lo  que  hasta  ahora  se  sabe, 
se  suele  indicar  la  patria  de  los  difuntos,  conteniendo  la 
mayor  parte  de  ellos  el  nombre  del  lugar  mismo,  en  el  cual 
se  erigió  el  monumento,  designado  como  la  patria  del  allí 
sepultado.  Entre  las  inscripciones  hasta  ahora  publicadas, 
en  el  Corpus  y  en  la  Ephemeris,  se  cuentan  cerca  de  ochenta, 


182  LAS   INSCRIPCIONES 

que  confirman  lo  que  se  acaba  de  manifestar,  indicando  de 
esta  suerte  los  nombres  antiguos  de  las  poblaciones  en  que 
fueron  puestas.  No  disminuye  el  valor  de  estos  informes  el 
que,  con  una  frecuencia  aun  mayor,  en  otros  epígrafes 
sepulcrales  se  designen  las  patrias  de  los  difuntos,  como 
siendo  otras  poblaciones  distintas  de  aquellas,  en  que  mu- 
rieron por  casualidad  ó  porque  allí  habían  fijado  su  domi- 
cilio. Sobre  todo  en  las  capitales  de  las  provincias  son 
frecuentes  estas  indicaciones,  que  ponen  de  manifiesto, 
que  el  muerto  procedía  de  otro  pueblo  diverso;  como  se 
observa  por  ejemplo  en  Mérida  (C.  I.  L.  II  500-523),  en 
Capera  (II  818-828),  en  Censar abriga  (II  899-901),  en  Sevi- 
lla (II  1200-1202),  en  Estepa  (II  1443-1448),  en  Córdoba 
(II  2249-2253)  en  Cabeza  del  Griego  (II  3123-3125),  y  en 
Tarragona  (II  4319-4326). 

También  son  una  particularidad  de  los  epígrafes  espa- 
ñoles las  indicaciones,  por  cierto  frecuentes,  de  las  anti- 
guas gentilidades  ibéricas  de  los  individuos  en  las  lápidas 
mencionadas,  de  lo  que  ya  antes  hemos  hablado  (§  89),  y 
cuyo  catálogo  se  encuentra  en  el  Index  del  Corpus  inscr. 
Lat.  (vol.  II  p.  756).  Cerca  de  cuarenta  nombres  étnicos  de 
esta  clase  se  han  conservado  por  las  inscripciones  de  cier- 
tas regiones  de  la  península,  sobre  todo  del  noroeste  de 
ella.  Pero  de  ninguna  de  estas  gentes  se  puede  señalar,  con 
probabilidad  de  acierto,  el  lugar  donde  originariamente 
habitaba. 
inscríptiones  §  126<  Bajo  el  nombre  general,  aunque  no  muy  exacto, 
inttrumenti    pero  ya  adoptado  casi  por  todos  los  doctos  epigrafistas,  de 

domestici        ...  .  .  .    .  •■ 

o  aéame,  sellos  inscripciones  instrumento  domestici,  que  suelen  encontrarse 
de  fábrica  coleccionadas  al  final  de  los  volúmenes  del  Corpas  inscr  ip- 
tionum  Latinarum,  se  comprende  una  serie  extensa  é  intere- 
sante de  epígrafes.  Son  casi  siempre  muy  breves,  porque 
se  componen,  con  pocas  excepciones,  sólo  de  algunos  nom- 
bres personales,  que  aparecen  impresos  por  medio  de  estam- 


SELLOS   DE  FÁBRICA  183 

pillas  en  diferentes  objetos  del  comercio  ó  del  uso  domés- 
tico. Cuéntanse  entre  éstos  los  lingotes  de  metal  proce- 
dente de  las  minas  romanas,  especialmente  los  galápagos  de 
plomo,  como  los  que  se  han  encontrado  cerca  de  Cazlona, 
de  Cartagena  y  de  Granada  (C.  I.  L.  II  3280a  3439  4964  i  ), 
También  aparecen  estampados  en  los  tubos  de  plomo, 
pertenecientes  á  los  acueductos  (C.  I.  L.  II  2992  3005);  y 
en  otros  diferentes  objetos  de  oro,  plata,  bronce 
y  plomo  (II  4966  1-10),  entre  ellos  en  obras  del  arte  anti- 
guo importantes,  como  en  el  disco  de  plata  con  el  nombre 
y  la  figura  del  emperador  Teodosio  el  grande,  encontrado 
en  Mérida  (C.  I.  L.  II  483).  Forman  igualmente  parte  de 
esta  serie  los  sellos  ó  estampillas  de  bronce,  de  origen, 
en  gran  parte,  no  española,  sino  italiana  (4975  i-76),  los 
anillos  (4976  i-4i);  las  pesas  romanas  hechas  de  metal  ó 
de  piedra,  de  las  cuales  algunas  provienen  de  varios  pun- 
tos de  España  (4962  i-6);  las  diferentes  téseras  gladiatorias 
y  de  espectáculos,  de  bronce  ó  de  hueso,  que  se  usaron  en 
lo  antiguo,  sin  que  se  pueda  dar  razón  de  sus  respecti- 
vas aplicaciones  (4963  1-10),  de  las  que  hasta  ahora  se  han 
encontrado  pocas  en  España;  pero  hay  una  entre  ellas, 
la  de  Niebla  (4963  i),  que  tiene  grande  importancia  his- 
tórica. 

Una  sola  glande  de  plomo,  como  las  que  se.  usaron  por 
los  famosos  honderos  de  las  Baleares,  conserva  la  memoria 
de  la  célebre  batalla  de  Munda;  porque  tiene  inscritos  los 
nombres  de  Gneo  Pompeyo  Magno,  el  hijo,  vencido  en  ella 
por  César  (4965  i). 

Muy  numerosa  es  la  serie  de  inscripciones  impresas,  la 
mayor  parte,  en  objetos  de  barro  cocido,  como  en  tejas 
y  ladrillos,  que  provienen  de  los  legionarios,  de  que  poco 
há  se  ha  hablado,  ó  de  las  fábricas  particulares,  cuyo  uso 
duró  hasta  la  época  cristiana  (4967  1-40).  Una  de  estas 
tejas,  del  tiempo  de  la  república,  lleva  el  nombre  de  un 

13 


184  LAS   INSCRIPCIONES 

gobernador  y  de  un  legado  de  la  Bética  (4967  i).  Hay, 
además,  algunos  atanores  de  barro,  sellados  (4967  4i  i  ■>  ; 
y  sobre  todo  gran  número  y  variedad  de  vasos,  ánforas, 
vasijas,  lámparas,  platos,  platillos  y  otros  objetos  de  alfa- 
rería, llamados  vulgar,  pero  equivocadamente,  de  barro 
saguntino.  Los  sellos  de  las  grandes  ánforas,  destinadas 
para  el  aceite  y  el  vino,  conteniendo  los  nombres  de  los 
fabricantes  ó  negociantes  y  sus  patrias  (4968  í-se),  propor- 
cionan datos  importantes  sobre  el  comercio  y  la  exporta- 
ción de  estas  mercancías  españolas  y  galas  á  la  Italia; 
porque  muchas  de  estas  mismas  marcas  se  han  encon- 
trado en  los  innumerables  tiestos  del  monte  testaccio  de 
Roma. 

Las  lámparas  llevan,  en  gran  parte,  la  indicación  de 
fabricantes  ya  conocidos  por  los  numerosos  ejemplares 
de  esta  clase  de  monumentos  encontrados  en  Italia  y  en 
las  demás  provincias  del  imperio  (4969  1-63);  sin  embargo, 
algunas  de  aquéllas  pueden  ser  muy  bien  de  origen 
español. 

De  los  vasos  saguntinos ,  celebrados  por  Plinio  (XXX 
§  160),  y  los  poetas  Juvenal  (V  29)  y  Marcial  (IV  46,  15 
VIII  6,  2  XIV  108,  2),  todavía  no  se  ha  podido  dar  con 
un  ejemplar  ele  fábrica  y  procedencia  cierta.  Pero  abun- 
dan cascos  de  cacharros  de  arcilla  roja,  fina,  bien  labrada 
y  adornada,  sobre  todo  en  Tarragona  y  otros  puntos  de 
la  costa  oriental  y  meridional,  y  también  en  el  interior 
de  la  península,  y  en  Portugal.  Imitan  evidentemente  la 
fábrica  de  los  bien  conocidos  barros  arretinos,  de  Arezzo 
en  Toscana,  y  parecen  fabricados,  la  mayor  parte,  en  la 
misma  Tarragona  y  sus  cercanías  (4970  1-569 ;  4971  1-10). 
El  estudio  de  estos  pequeños  monumentos,  de  lectura  á 
veces  difícil,  y  cuyo  número  enorme  hace  muy  incómodo 
el  trabajo  de  reunirlos  con  alguna  constancia,  si  se  com- 
bina con  el  de  los  monumentos  de  la  misma  clase,  encon- 


SBLtiÓS  DE  FÁBHICA  Í86 

trados  en  Italia  y  en  las  otras  provincias,  promete  resul- 
tados importantes  para  la  historia  de  la  industria  y  del 
comercio  de  la  edad  imperatoria. 

Las  tejas  y  los  barros  cocidos  conservan,  además,  los 
únicos  ejemplos,  hasta  ahora  encontrados  en  España,  de 
la  escritura  vulgar  cursiva,  tan  frecuente  en  las  paredes 
de  Pompeya  y  de  otras  poblaciones  romanas.  Los  alfareros 
no  dejaron  de  trazar  con  algún  punzón  sus  nombres,  ó 
bien  ciertas  señales  y  marcas,  ó  algún  verso  de  Virgilio, 
como  el  principio  de  la  Eneida  (4963  s),  sobre  los  objetos 
de  su  trabajo  (4974  1-55),  cuando  aun  estaban  frescos. 

La  mayor  parte  de  los  monumentos  de  estas  diferentes  clases, 
coleccionados  en  el  Corpus  inscript.  Lat.,  vol.  II,  ha  sido  reunida  y 
copiada  sólo  por  el  autor,  siendo  muy  pocos  los  trabajos  preparati- 
vos, tan  necesarios  para  todo  colector,  como  el  manuscrito  de  los 
barros  tarraconenses  del  insigne  canónigo  de  Tarragona  D.  Carlos 
González  de  Posada,  que  se  han  podido  aprovechar  para  este 
objeto.  Sobre  los  barros  de  procedencia  española  encontrados  en 
Roma,  hay  una  Memoria  importante  del  Sr.  Dr.  Enrique  Dressel, 
segundo  jefe  del  gabinete  numismático  de  los  reales  Museos  de  Ber- 
lín, ricerche  sul  monte  testaccio,  en  los  Annali  dell' Instituto  di 
corrispondenza  archeologica,  Vol.  L,  1878,  p.  117  y  ss.  Un  resumen 
de  esta  Memoria  se  lee  en  el  Boletín  histórico  de  Madrid,  vol.  II. 
1881,  p.  55. 

Sobre  el  disco  emeritense  véase  la  docta  disertación  del  céle- 
bre numismático  D.  Antonio  Delgado,  el  gran  disco  de  Teodosio, 
Madrid,  1849,  4. 


IV 


LAS  MONEDAS 


§  127.  Conocida  es  la  gran  importancia,  que  como 
monumentos  históricos,  tienen  bajo  todos  aspectos,  las 
monedas  antiguas,  testigos  inmediatos  y  fidedignos,  si 
bien  se  comprenden,  de  la  vida  política  y  social  de  las 
poblaciones  de  la  antigüedad.  La  numismática  española 
ha  tenido  la  suerte  de  encontrar,  después  de  algunas  ten- 
tativas bien  deficientes  de  varios  escritores  anteriores,  en 
el  esclarecido  Florez  un  fundadora  ilustrador  de  primer 
orden.  Bastará  para  justificar  su  mérito  transcribir  algunos 
de  los  párrafos,  que  el  no  menos  distinguido  José  Eckhel, 
el  gran  numismático  de  Viena,  conocido  como  la  primera 
autoridad,  hasta  hoy,  en  materia  numismática,  pronunció 
sobre  la  obra  del  P.  Florez,  en  su  Doctrina  numorum  vete- 
rum  (vol.  I,  Viena  1792,  p.  9):  «omnium  superior  um  laudes, 
qui  in  hoc  argumento  versan  sunt,  longe  superávit  Henricus 
Florez  Hispanus;...  numos  in  opus  suum  non  recepit,  nisi  quos 
vidit  ipse  aut  a  viris  fide  dignis  editos  reperit...;  commentarios 
prcecedunt  prolegomena  ampia,  varia,  ac  multiplici  doctrina 
referta,  tanquam  faces  doctrinam,  quce  sequitur,  illustrantes. 
In  ipsis  commentariis  nihil  est,  quod  amplius  desideras,  sive 


LQ8  LAS   MOKBDAS 

doctrmam,  sive  adcurationem,  si  re  i»  ewpUcando  sagavitu- 
tcin,  sirc  etiaii/,  qiuv  uiu.vinm  latís  est,  iiiodestiam  spectes... 
Sane  quoties  prieclarum  istud  opus  pervolveram,  toties  apud 
aniwum  co?pi  precaví,  fa/i  ingenio  ac  doctrina  regiotiibus  sin- 
gulis,  quce  opibus  nuniismaticis  abundant,  obtingeret  monetai 
/xitr/a'  prd'co,  quod  nnunt  foret  ac  certissimum  remedium 
s(nxi)i(/i  Morbos  omites,  qui  artem  niimismaticam  vexant». 
Florez  y  Eckhel.  con  suma  prudencia,  se  contentaron  con 
catalogar  las  monedas  con  inscripción  latina,  y,  por  ello, 
de  atribución  segura  en  su  mayor  parte.  Dejaron  á  un 
lado  la  casi  infinita  multitud  de  las  celtibéricas,  y  tampoco 
se  ocuparon  de  las  no  tan  numerosas,  provenientes  de  las 
colonias  fenicias  y  griegas.  Las  de  origen  griego  están  en 
relación  estrecha  con  las  celtibéricas ,  acuñadas  más  tarde 
en  las  mismas  poblaciones,  con  idénticos,  ó  muy  semejan- 
tes tipos,  aunque  presenten  también  algunas  diferencias 
particulares;  de  suerte  que  su  explicación  no  se  puede  sepa- 
rar de  la  de  aquellas. 

Las  fenicias  pertenecen  á  un  sistema  monetario  bas- 
tante extendido,  é  independiente  de  los  diferentes  paí- 
ses, en  que  las  colonias  fenicias  fueron  establecidas.  De 
modo  que  la  explicación  y  la  apreciación  histórica  de  estas 
monedas  hispano-fenicias,  encontradas  en  España,  forman 
parte  de  la  numismática  y  arqueología  fenicias,  tratadas 
hábil,  aunque  todavía  no  definitivamente,  por  eruditos 
insignes,  como  Gesenius,  Movers,  y  sus  discípulos. 
Pero  por  la  razón  que  hemos  expuesto,  cuando  tuvimos 
que  tratar  de  las  inscripciones  celtibéricas  (§  56).  las 
monedas  propiamente  así  llamadas,  permanecían  siendo 
todavía  el  talón  de  Aquiles  de  la  antigua  numismática 
española.  Nunca  han  faltado  esfuerzos  serios,  de  parte  de 
nacionales  y  extranjeros,  para  solucionar  el  enigma  de  sus 
huís  de  setecientos  epígrafes  diversos.  Después  del  libro 
totalmente  errado  de  D.  Luis  Josef  Velázquez,  y  algu- 


LOS   ALFABETOS    IBÉRICOS  181 

ñas  tentativas  aisladas  de  otros  autores,  que  no  hay  para 
qué  nombrar  aquí,  sólo  en  nuestro  siglo  se  han  echado  los 
sólidos  fundamentos  de  los  estudios ,  que  han  de  conducir  á 
la  inteligencia  de  los  alfabetos  ibéricos.  No  son  debidos, 
en  primer  lugar,  á  las  obras  de  entusiastas  aficionados, 
como  lo  fueron  el  Sr.  Daniel  de  Lorichs,  y  el  Sr.  Bou- 
dard;  ni  á  los  ensayos  brillantes,  aunque  incompletos,  del 
Sr.  de  Saulcy.  El  verdadero  autor  del  nuevo  método  que 
debía  adoptarse  en  este  ramo  de  la  numismática,  es  el  escla- 
recido académico D.  Antonio  Delgado,  cuya  grande  obra, 
fruto  de  una  vida  entera  dedicada  al  estudio  de  las  mone- 
das autónomas  de  España,  siempre  quedará  siendo  un  mo- 
numento glorioso, no  sólo  para  el  autor,  sino  para  su  patria. 
De  los  descubrimientos,  que  logró  realizar  el  Sr.  Del- 
gado, se  aprovechó,  con  bastante  descaro,  el  ingeniero 
francés  Sr.  Aloyss  Heiss,  cuando  publicó  un  ensayo  sobre 
el  alfabeto  celtíbero,  y  después  una  obra  sobre  las  monedas 
antiguas  de  España.  Después  de  la  muerte  de  Delgado,  un 
discípulo  suyo,  D.  Jacobo  Zobel  de  Zangróniz,  ya  ventajo- 
samente conocido  de  los  numismáticos  españoles  y  extran- 
jeros por  varios  trabajos  muy  acertados  sobre  las  monedas 
líbicas  y  fenicias  de  España,  resumiendo  y  aumentando 
la  obra  de  su  maestro,  publicó  un  nuevo  estudio  sobre  las 
monedas  antiguas  de  España,  que  se  puede  considerar  como 
edificio  sólido,  erigido  sobre  los  fundamentos  construí- 
dos  por  los  trabajos  de  sus  antecesores.  Lástima  es  que  el 
autor ,  viviendo  al  presente  lejos  de  España,  desde  hace  al- 
gunos años  no  haya  seguido  en  sus  estudios  numismáticos, 
comenzados  con  tanta  brillantez.  El  único  representante 
actual  de  estudios  serios  en  este  ramo  de  las  ciencias,  ade- 
más de  muchos  colectores  y  aficionados,  es  el  académico 
Sr.  D.  Celestino  Puj  ol  y  Camps, cuyos  trabajos  han  aumen- 
tado notablemente  el  material  de  monedas  autónomas,  y 
añadido  algunas  nuevas  explicaciones  muy  acertadas, 


190  LAS  MONEDAS 

Hé  aquí  las  obras  generales  más  importantes  que  deban  consul- 
tarse sobre  la  numismática  española;  de  las  relativas  á  las  diferentes 
clases  de  monedas  se  dará  cuenta  en  su  respectivo  lugar.  Una  rela- 
ción circunstanciada  sobre  las  vicisitudes  del  estudio  de  la  numis- 
mática antigua  española,  desde  su  origen  hasta  su  actual  estado,  es 
debida  al  Sr.  Delgado  (Nuevo  método,  vol.  I,  p.  IX  y  ss.). 

Agustín  Don  Antonio  Agustín,  el  insigne  prelado  del  siglo  xvi  (§60), 

en  sus  «diálogos  de  medallas,  inscripciones  y  otras  antigüedades», 
publicados  después  de  la  muerte  de  su  autor,  acaecida  en  1586,  ex 
bibliotheca  Ant.  Augustini  archiep.  Tarracon.  (Tarragona  1587, 
pp.  470  y  26  láminas,  8.),  y  más  tarde,  vertidos  al  latín  por  el  jesuíta 
Andrés  Scoto  (Schottus),  y  al  italiano  por  Octaviano  S  a  d  a ,  y  varias 
veces  reimpresos,  cita  cuatro  ó  cinco  epígrafes  de  monedas  celtibéri- 
cas, y  alguna  fenicia,  sin  darles  una  explicación  definitiva. 

En  1618,  el  Marqués  delaAula  escribió  un  breve  discurso  sobre 
cierto  vaso  de  plata,  con  inscripción  ibérica,  que  se  halló  conteniendo 
unas  seiscientas  ó  setecientas  monedas  romanas  ó  ibéricas.  Quedó 
por  mucho  tiempo  manuscrito  este  discurso,  hasta  que  lo  publicó 
Delgado  en  su  Nuevo  método  (vol.  I,  p.  149  y  ss.).  Omito  otras 
obras,  en  las  cuales  se  hace  mención  de  las  monedas  ibéricas,  por  no 
ser  de  mucha  importancia,  como  la  de  D.  Vicente  Lastanosa, 
de  Guseme,  del  Conde  de  Lumiares,  del  Marqués  de  Algorfa, 
y  otros.  De  ellas  hay  un  catálogo,  casi  completo,  en  el  citado  libro 
del  Sr.  Delgado. 

Velázquez  Don  Luis  Josef  Velázquez,   Marqués   de   Valdeflores,  en  su 

«Ensayo  sobre  los  alfabetos  de  las  letras  desconocidas,  que  se  en- 
cuentran en  las  más  antiguas  medallas  y  monumentos  de  España» 
(Madrid  1752,  4.),  aunque  acertó  á  fijar  el  valor  de  algunas  letras,  no 
ha  producido  nada  de  duradero  respecto  á  sus  explicaciones.  Pero  las 
ideas  que  lo  movieron  á  emprender  esta  tarea,  como  sus  demás  pro- 
yectos literarios,  no  carecen  de  grandeza;  sólo  le  faltaba,  y  entonces 
lo  mismo  á  casi  todos,  el  verdadero  método  de  disquisición  científica. 
Flérez  Sigue  inmediatamente  la  muy  conocida  obra  del  P.  Florez, 

«Medallas  de  las  colonias,  municipios  y  pueblos  antiguos  de  España» 
(vol.  I  y  II,  Madrid  1757  y  1758,  4.,  con  muchas  láminas);  cuyo  ter- 
cer volumen  fué  publicado  quince  años  después  en  1773,  por  el  autor 
octogenario  y  poco  antes  de  su  muerte;  por  lo  que  sin  duda  no  está  á 
la  altura  de  los  otros  dos,  conteniendo  muchas  monedas  forjadas  ó 
alteradas,  délas  que  ha  dado  un  catálogo  útilísimo  el  Sr.  Delgado, 
en  su  Nuevo  método  (vol.  I,  p.  XXI-LII). 


LA   LITERATURA   NUMISMÁTICA 


191 


ftustamante 


El  insigne  orientalista  D.  Francisco  Pérez  Bayer,  con  susestu-  Bayer 
dios  sobre  las  monedas  fenicias,  publicados  en  sus  obras  de  numis 
Hebrcco-Samaritanis  (Valencia  1781,  4.),  y  numorum  Hébreeo-Sama- 
rifanorum  vindicice  (Valencia  1790,  4.),  y  con  su  tratado  «Del  alfa- 
beto y  lengua  de  los  Fenicios»,  insertado  en  el  Salustio  español  del 
infante  D.  Gabriel  (Madrid  1772,  4.),  hubiera  podido  sin  duda  hacer 
adelantar  mucho  también  este  ramo  de  la  numismática,  si  no  se 
hubiera  contentado  únicamente  con  la  explicación  de  las  monedas 
hebreo-samaritanas. 

Lo  mismo  pudiera  decirse  de  su  viaje  arqueológico,  que  sólo 
existe  manuscrito,  y  donde  ocasionalmente  habla  de  algunas  mo- 
nedas ibéricas. 

Las  ideas  que  sobre  el  alfabeto  ibérico  había  concebido  D.  Gui- 
llermo López  Bustamante,  y  que,  por  mediación  del  Dr .  D.  Dámaso 
Puertas,  vinieron  á  noticia  del  conocido  numismático  italiano 
Domenico  Sestini,  quien  se  aprovechó  á  veces  de  ellas  en  su 
Descrizione  del  museo  Hedervariano  (Firenze  1818 ,  4.) ,  tienen , 
según  lo  expuesto  por  el  Sr.  Delgado,  mucha  afinidad  con  las  de 
Velázquez. 

Algo  difieren  de  ellas  las  propuestas,  en  1837,  por  el  numismático 
alemán  Carlos  Luis  Grotefend,  y  las  del  francés  Sr.  de  Saulcy, 
siguiendo  las  del  Sr.  Lenormant,  en  su  essay  de  classification  des 
monnaies  aidonomes  de  VEspagne  (Metz  1840,  X  y  219  pp.,  6  láminas 
y  un  mapa). 

La  obra  del  Sr.  Gustavo  Daniel  de  Lorichs,  ministro  que  fué 
de  Suecia  en  Madrid,  recherches  numismatiques  concernant  princi- 
palement  les  médailles  celtibériennes  (París  1852,  4.,  con  muchas 
láminas),  tiene  sólo  mérito  á  causa  de  las  láminas  esmeradamente 
dibujadas.  El  texto  es  un  gran  disparate;  el  autor  se  figura  que  las 
leyendas  ibéricas  se  componen  de  letras  latinas,  desfiguradas,  y 
que  indican  nombres  de  zecas,  con  abreviaciones  extrañas  ó  impo- 
sibles. 

A  estos  ensayos  preliminares,  y  algunas  más  noticias  sueltas,  Delgado 
dadas  por  varios  autores  nacionales  y  extranjeros,  de  menor  impor- 
tancia, que  se  pueden  ver  registrados  en  la  obra  de  Delgado,  siguen 
los  trabajos  de  este  mismo  autor.  Y  son,  su  catálogo  de  las  medallas 
del  Sr.  de  Lorichs  (Madrid  1857,  8.),  algunas  observaciones  sobre 
diferentes  monedas  en  la  Revue  numismatique  de  1853,  y  por  último, 
su  grande  obra  monumental,  de  la  cual  el  autor,  después  de  haberse 
retirado  á  Bollullos,  su  país  natal,  llegó  á  ver  antes  de  morir  casi 


Grotefend 
De  Saulcy 


Lorichs 


raa 


LAS   MONEDAS 


Heiss 


llimiln  ,-<! 


Zobel 


impreso  i;l  tercer  voluiin-n.  La  publicación  de  este  importante  ribro 
fué  hecha  á  expensas  del  Círculo  numismático  de  Sevilla,  llevando 
por  título:  «Nuevo  método  de  clasificación  de  las  medallas  autóno- 
mas de  España,  por  D.  Antonio  Delgado,  de  la  Academia  déla 
Historia»  (tomo  I,  Sevilla  1871,  CLXXXYI1  y  160 pp.,  tomo  II,  1873, 
395  pp.;  tomo  III,  1879,  486  pp.,  y  CXCV  láminas  de  monedas,  dife- 
rentes mapas,  y  cuadros  de  alfabetos).  Uno  de  los  grandes  méritos  de 
la  obra  es  que  el  autor  ha  reunido  en  un  extenso  tratado  particular 
todas  las  falsificaciones  de  monedas  españolas,  que  hasta  hoy  han 
oscurecido  la  ciencia  numismática. 

La  obra  del  Sr.  Aloyss  Heiss,  déscription  genérale  des  mon- 
naies  antiques  de  VEspagne  (2  vol.,  París  1870  y  1871,  4.,  con  68  lá- 
minas), no  es  más  que  una  reproducción  de  las  ideas  del  Sr.  Delgado, 
pero  también  ha  contribuido  algo  á  la  solución  de  tan  difícil  problema. 

Los  trabajos  del  Sr.  Boudard,  aficionado  á  los  estudios  ibéri- 
cos, que  vivió  en  Béziers  de  Francia,  la  antigua  Bceterrce  de  la  Galia 
narbonense,  no  carecen  de  cierto  mérito.  Son  los  siguientes:  Etudes 
sur  Valphabet  ibérien  et  sur  quelques  monnaies  autonomes  d'Es- 
pagne  (París  y  Béziers  1852,  8.),  y  Essay  sur  la  numismatique  ibé- 
rienne,  precede  de  recherches  sur  Valphabet  de  la  langue  des  Ibéres 
(París  1859,  4.,  con  XL  láminas).  Para  fijar  el  valor  de  las  letras 
ibéricas,  el  autor  se  sirvió  de  un  método  sencillo,  sí,  pero  sumamente 
perverso.  Cree,  como  Lorichs,  que  las  letras  ibéricas  son  transforma- 
ciones de  las  latinas,  y  busca  en  las  leyendas  de  monedas  latinas 
acuñadas  en  España  sus  formas  primitivas.  En  las  de  Acinipo,  por 
ejemplo,  la  C  y  la  P  tienen  á  veces  las  formas  <C  y  F;  prueba,  para  el 
Sr.  Boudard,  que  estas  formas  equivalen  á  las  c  y  p  ibéricas.  Una 
grande  obra  en  cuatro  volúmenes,  en  la  cual  el  Sr.  Boudard  se 
había  propuesto  exponer  exacta  y  definitivamente  sus  teorías  gra- 
maticales sobre  el  idioma  ibérico,  no  ha  llegado  á  ver  la  luz  pública. 

El  verdadero  progreso  de  la  ciencia,  aun  después  de  la  obra  de 
Delgado,  fué  hecho  por  la  obra  del  Sr.  D.  Jacobo  Zobel  y  Zangró- 
niz,  dedicada  «al  insigne  maestro  en  numismática  D.  A.  Delgado 
por  su  discípulo  y  amigo»,  y  publicada,  en  los  tomos  IV  y  V,  del 
«Memorial  numismático  español»,  bajo  el  título  de  «Estudio  histórico 
de  la  moneda  antigua  española»  (208  y  307  pp.,  con  once  láminas  de 
monedas  y  dos  mapas  y  muchas  tablas  de  alfabetos  y  leyendas, 
Madrid  1878  y  1880,  8.).  La  obra  de  Delgado  da  una  enumeración 
completa  de  todas  las  monedas  antiguas  de  España,  fenicias,  ibéri- 
cas y  latinas,  en  el  orden  alfabético  de  las  poblaciones,  formando  así 


!.A    UTKKATCKA    M'MISMÁTICA  198 

un  lexicón  monetario ;  pero  Zobel  ha  sido  el  primero  que  ha  dado 
una  gramática  numismática,  resultado  de  investigaciones  pacientes, 
hechas  en  casi  todos  los  museos  de  Europa,  y  en  presencia  de  todas 
las  noticias  conocidas  en  punto  á  los  hallazgos.  Así  ha  llegado  á 
hacer  una  distribución  geográfica  de  las  monedas  ibéricas,  sirvién- 
dose de  los  resultados  obtenidos  por  Delgado,  pero  aumentándolos 
y  corrigiéndolos  en  muchos  respetos.  La  seguridad  y  el  aciei-to 
extraordinario,  que  reinan  en  este  trabajo,  con  mucha  razón  han 
sido  premiados,  en  1881,  por  el  Instituto  de  Francia,  con  el  gran 
premio  numismático.  Un  breve,  pero  completo,  resumen  de  la  obra, 
en  alemán,  ha  sido  publicado  en  las  Actas  de  la  R.  Academia  de 
Ciencias  de  Berlín,  del  año  1881  (p.  806-832);  una  noticia  de  su  conte- 
nido la  ha  dado  el  Sr.  Hübner  en  la  Deutsche  Litteraturzeitung , 
de  1881,  p.  930-932.  La  suma  dificultad  de  la  explicación  de  los  alfa- 
betos es  causa,  que  aun  queden  en  duda  algunas  pocas  atribuciones; 
pero  en  lo  esencial  se  puede  seguir  el  sistema  de  Zobel  con  toda 
confianza.  Los  trabajos  anteriores  del  mismo,  sobre  algunas  clases 
especiales  de  monedas  antiguas  españolas,  que  merecen  la  misma 
atención,  serán  citados  más  abajo  en  sus  respectivos  lugares. 

El  Dr.  Ber langa,  en  su  Hispanhv  anteromance  syntagma  (Má-  Berlanga 
laga  1880,  8.),  ha  dado  una  reseña  docta  de  los  trabajos  de  Zobel. 
como  lo  ha  hecho  respecto  á  los  epígrafes  ibéricos  (§  55);  añadiendo 
también  de  la  obra  de  Mommsen,  Jiistoire  de  la  monnaie  romaine, 
traduction  Blacas  (vol.  III,  París  1878),  todo  lo  que  se  refiere  á  la 
acuñación  de  monedas  romanas  de  España  (p.  146  y  ss.),  y  aprove- 
chándose, como  era  natural,  de  la  obra  de  Delgado. 

Últimamente  han  de  mencionarse,  con  mucho  aprecio,  los  opús- 
culos numismáticos  del  Sr.  D.  Celestino  Pujol  y  Camps,  publicados 
en  el  «Memorial  numismático  español»  de  los  Sres.  D.  Alvaro  Cam- 
paner  y  D.  Arturo  Pedrals  y  Moliné  (4  vol.,  Barcelona  y  Madrid 
1868-1873,  8.),  en  la  «Revista  de  ciencias  históricas»  del  Sr.  D.  Salva- 
dor Sampere  y  Miquel  (vol.  I,  Barcelona  1880,  p.  545  y  ss.,  vol.  IV. 
1881,  p.  142  y  ss.),  y  en  el  «Boletín  de  la  R.  Academia  de  la  Historia» 
(toL  III,  1883,  p.  67  y  ss.,  vol.  IV,  1884,  p.  159  y  ss.  y  p.  320  y  ss., 
vol.  V,  1884,  p.  22,  346  y  ss.,  vol.  VI,  1885,  p.  336  y  ss.,  vol  VII,  1885, 
p.  30  y  ss.).  El  autor  concienzudo  y  sagaz  ha  añadido  á  las  series  de 
Delgado  y  Zobel  algunas  nuevas  monedas,  como  las  de  Lidia,  y  rec- 
tificado la  interpretación  de  las  atribuidas  á  Dianium  y  Baitido,  y 
sobre  todo  la  de  las  monedas  de  Segisa,  por  Zobel  atribuidas  á  Car- 
tagena, erróneamente,  según  parece. 


194  l.AS    MOÑUDAS 

La  «Bibliografía  numismática  española»,  de  D.  Juan  de  Dios  de 
la  liada  y  Delgado,  obra  premiada  en  el  concurso  de  1886  por  la 
biblioteca  nacional  (Madrid  188G,  8.),  ofrece  un  índice  completo  de 
las  obras  relativas  á  toda  clase  de  monedas  acuñadas  en  España. 

m<  nedas  §  128.     Las  monedas  más    antiguas    acuñadas   en   la 

de  Ampurias  ,  -i  •  A  ,       .    ¿  i     i    r>  i 

y  itosas  península  son  griegas.  Al  sistema  monetal  foceo  pertene- 
cen, como  las  de  Masalia,  ciudad  fundada,  según  el  testi- 
monio do  Timeo,  ciento  y  veinte  años  antes  de  la  batalla 
de  Salamis,  las  monedas  de  plata,  de  varios  pesos  y  tama- 
ños, de  las  dos  colonias  foceas  de  España,  Emporio?,  hoy 
Ampurias,  y  Ehode,  hoy  Rosas,  ya  antes  colonizada  por  los 
Rodios.  Estas  son  las  dos  solas  ciudades  griegas  en  la 
península,  de  origen  cierto  y  averiguado,  además  de  las 
pequeñas  fundaciones  de  Masalia,  Artemision,  ó  sea  Dia- 
nium,  Hemeroscopion\  y  Alonai.  Porque  la  Cállipolis,  que 
algunos  dicen  haber  estado  en  el  sitio  de  Barcino,  no  es 
más  quizá  que  un  nombre  griego  dado  á  la  ciudad  her- 
mosa. Existen  moneditas  de  plata,  con  los  tipos  de  una 
cabeza  de  guerrero,  ó  de  algunos  animales,  como  carnero, 
toro,  ó  león,  que  circulaban  con  las  de  Marsella  indistinta- 
mente, con  el  epígrafe  comunmente  retrógrado,  de  EMII, 
KM,  y  E,  abreviaciones  de  'EfMropÍTwv;  y  otras  anepígrafos 
con  los  mismos  tipos,  de  bastante  antigüedad,  esto  es, 
que  deben  atribuirse  al  siglo  iv  a.  de  J.-C.  próximamente. 
Siguen  á  éstas  varias  algo  menos  antiguas,  con  la  cabeza  de 
Minerva,  ó  con  alguna  otra  de  mujer,  y  el  epígrafe  á  la  dere- 
cha EMÍI,  ó  á  veces  más  breve,  que  se  atribuyen  con  pro- 
babilidad al  siglo  ni  a.  de  J.-C.  Existen  además  pequeñas 
monedas  de  plata,  imitaciones  de  las  de  Masalia,  con  los 
tipos  y  epígrafes  de  Masalia  é  Ilerda  unidos;  y  una  también, 
hasta  hoy  única,  con  los  tipos  de  Masalia  y  Sagunto,  indi- 
cando unas  alianzas,  muy  naturales,  entre  Masalia  y  las 
dos  poblaciones  españolas.  Por  la  misma  época  empiezan 
las  dos  colonias  foceas  á  acuñar  especies  mayores  en  pía- 


MONEDAS  DE   AMPURIAS  Y  ROSAS  195 

ta,  con  cabeza  de  ninfa,  y  los  epígrafes  EMÜOPITííN  y 
POAHTQN;  las  de  Emporise,  con  el  anverso  de  caballo 
alado,  las  de  Rhode,  con  la  rosa  abierta.  Siguen  estas  mo- 
nedas el  sistema  púnico-sículo,  que  es,  para  oro  y  plata,  el 
mismo  ático ,  introducido  por  los  Cartagineses  en  la  Sici- 
lia, y  después  llevado  también,  para  la  plata,  á  la  Italia 
meridional.  La  introducción  de  este  sistema  puede  fijarse 
en  los  años  280  á  240  a.  de  J.-C,  ó  séase  en  la  época  de  la 
venida  del  rey  Pirro  á  Italia  y  Sicilia.  Poco  después,  las 
monedas  de  Rhode  cesan  enteramente;  en  las  de  Emporise, 
en  lugar  del  pegaso  se  introduce  un  caballo  alado,  cuya 
cabeza  está  formada  por  un  pequeño  Amor  sentado,  que 
es  el  tipo  del  Chrysaor.  A  consecuencia  de  la  ocupación 
cartaginesa,  se  comprende  que  muchos  pueblos  de  España 
buscasen  la  alianza  de  las  ciudades  griegas,  entonces  some- 
tidas á  los  conquistadores,  pudiéndose  conjeturar  que  aqué- 
llos pagasen  los  tributos,  que  los  Cartagineses  les  imponían, 
valiéndose  de  las  monedas  que  por  entonces  se  acuñaban 
en  Emporise  y  en  B-hode.  Así  es  que  en  las  emporitanas 
del  último  período,  en  lugar  del  epígrafe  griego,  aparecen 
más  de  cuarenta,  que  no  pueden  ser,  como  se  ha  creído, 
deterioraciones  casuales  de  la  leyenda  griega.  Son  nom- 
bres, escritos  en  un  alfabeto  particular,  y  en  letras  de  un 
tamaño  microscópico,  de  poblaciones  indígenas,  que,  como 
Sagunto  ó  Ilerda  con  Masalia,  habían  entrado  en  alianza 
con  Emporise.  En  las  monedas  de  plata,  ó  sóanse  las  drac- 
mas,  se  conocen  ya  más  de  cuarenta  leyendas,  algunas  de 
ellas  sólo  abreviaciones;  en  las  de  cobre,  seis  ó  siete.  Tam- 
bién de  B-hode  parece  que  hubo  algunos  pocos  tipos  con 
leyenda  ibérica  de  pueblos  aliados. 


Zob el,  estudio  histórico,  vol.  I,  p.  24  y  ss.,  vol.  II.,  p.. 212; 
C.  Pujol  y  Camps,  Empurias,  catálogo  de  sus  monedas  é  imita- 
ciones, Memorial  numismático,  vol.  III,  1872-73,  p.  1  y  ss.,  con  una 


196  I. AS    MONKDAS 

lámina;  D.  Joaquín  Botet  y  Sisó,  notiqia  histórica  de  la  antigua 
ciudad  de  Emporióu,  premiada  en  1875,  Madrid  1879  (147  pp.),  8., 
con  seis  láminas  de  monedas. 

Monedas  §  129.     En   la  misma  época,  como  consecuencia  natu- 

Ebusiis  "  ral  ^e  ^as  conquistas  cartaginesas,  fueron  acunadas  mone- 
das, de  sistema  igual,  en  los  dos  más  antiguos  emporios 
coloniales  de  los  Fenicios,  Cádiz  é  Ibiza.  Las  monedas  de 
plata  de  Gades  tienen  en  el  anverso  la  cabeza  del  Hércules 
tirio,  cubierta  con  la  piel  del  león,  y  en  el  reverso  un  atún, 
con  la  leyenda  fenicia,  variada  sí,  pero  siempre  conte- 
niendo el  nombre  de  Agadir.  Las  de  Ebusus,  de  plata,  care- 
cen de  epígrafe,  y  muestran  en  el  anverso  un  toro 
andando,  en  el  reverso  un  cabiro,  puesto  en  cuclillas,  la 
cabeza  ornada  de  tres  cuernos  ó  plumas,  teniendo  en 
la  mano  derecha  un  martillo,  arrollándosele  en  el  brazo 
izquierdo  una  serpiente;  imagen,  sin  duda,  del  dios  Baal. 
Las  monedas  de  bronce,  con  los  mismos  tipos,  llevan  la 
leyenda  fenicia  de  Aibusos.  Y  es  curioso  en  extremo  el  que 
estas  monedas  casi  no  se  encuentren  en  la  misma  Ibiza,  ni 
en  Mallorca,  sino  más  bien  en  Menorca;  de  modo  que  su 
circulación  parece  haber  estado  muy  extendida.  Este  sis- 
tema de  acuñación  púnico-siculo  representa,  en  efecto,  un 
conjunto  de  monedas  de  oro  y  plata  que  fué  común  á  las 
ciudades  de  Cartílago  de  África,  Emporio!,  Bhode,  Ebusus  y 
Gades. 

En  la  serie  emporitana  hubo  también  dracmas  forra- 
das, esto  es,  con  alma  de  cobre  y  forro  de  plata;  moneda 
que  se  puede  considerar  como  fiduciaria,  ó  emisión  de  cré- 
dito provocada  por  la  guerra  anibálica. 

Se    conocen  también  monedas  de  cobre,   del  mismo 
sistema,  acuñadas  en  estas  cuatro  ciudades  españolas. 

Zobel,  estudio,  vol.  I,  p.  61;  vol.  II,  p.  175  y  ss.;  Adolfo  de 
Castro,  historia  de  Cádiz,  edición  2.a.  2  vol.,  Cádiz,  1860,  8. 


OTRAS    MONEDAS   PÚNICO-HISPANAS  197 

§  130.     No  se  puede  precisar  con  certidumbre,  en  cuá-  otras  monedas 
les    de  las   ciudades  púnicas  de    la  península  el    sistema  n<w 

monetal  de  los  Cartagineses,  introducido  en  ellas  sin  duda  a    i   j 
después    de  la   primera   guerra  púnica,  siguió  inmediata- 
mente á  las  monedas  más  antiguas  de   este  sistema,  que 
son  las  de    Gades  y  Ebusus.  Las   monedas  con  leyendas 
púnicas,  que  además  conocemos,  pertenecen  ya  al  sistema 
monetal  romano.  Sólo  es  cierto,  por  razones  numismáticas 
y  paleográficas,  que  las  monedas  de  Málaga  son  las  más 
recientes  de  la  serie  completa.  Pertenecen  á  ésta  las  de 
Ituci,  ciudad  hasta  hoy  desconocida,  que  deberá  colocarse 
cerca  de  la  desembocadura  del  Betis,  en  su  orilla  derecha; 
las  de  Olontigi,  también  de  concordancia  incierta;  Delgado 
la  pone  en  Aznalcázar  cerca  de  Sevilla,  Zobelen  Moguer  ó 
Gibraleón,  con  inscripción  púnica  y  latina;  las  latinas  de 
Cunbaria,  de  fijación  ignorada;  las  de  Sexi,  bilingües,  el 
Firmum  Iulium  Sexi  de  las  monedas,  con  epígrafe  latino, 
cerca   de  Almuñécar;  las  de  Abdera,  hoy  Adra,  púnicas  y 
latinas;  las  raras  púnicas  de  Alba,  Abla;  las  frecuentes  de 
Málaga,  y  además  algunas,  cuyos  nombres  todavía  no  se 
han  averiguado,  y  que  tal  vez  pertenecen  al  África  septen- 
trional, porque  la  interpretación  de  las  leyendas  fenicias 
ofrece  muchas  dificultades.  Parece  muy  natural,  que  estas 
poblaciones  hayan  sido ,  conforme  con  el  conocido  sistema 
de  la  colonización  fenicia,  todas  marítimas,  y  colocadas, 
como  se  sabe  de  Abdera,  Malaca  y  Gades,  en  la  costa  meri- 
dional de  la  península,   quizá  aun  más  hacia  Occidente 
que  Cádiz;  pero  no  se  tienen  noticias  suficientes  sobre  los 
lugares    en  donde  aquellas  monedas,    como  las  de  Ituci 
y  Olontigi,  con  más  frecuencia  se  han  encontrado.  Gades  y 
Abdera  han  continuado  su  acuñación  aun  bajo  el  imperio 
de  Tiberio,  testimonio  de  su  importancia.  De  las  demás 
poblaciones  fenicias  no  se  conocen  monedas  de  la  época 
imperial. 


198  LAS   MONEDAS 

Las  monedas  fenicias  de  España  han  sido  tratadas  por  muchos 
de  los  sabios  que  se  han  ocupado,  en  general,  de  la  lengua  y  los 
monumentos  de  los  Fenicios;  como  Gesenius,  Movers,  Schroe- 
der  y  otros,  quienes  les  han  dedicado  un  estudio  detenido,  pero 
más  gramatical  y  anticuario,  que  numismático.  Después  de  estos 
trabajos,  el  Dr.  Berlanga,ensu  Syntagma  ya  algunas  veces  citado 
(§  55  y  127),  ha  dado  un  resumen  de  ellos  muy  útil.  Una  parte  de  sus 
disquisiciones  se  publicó  en  un  Apéndice  del  tomo  II  de  la  obra  de 
Delgado,  y  un  extracto,  en  francés,  se  insertó  en  las  Commenta- 
tiones  Mommsenian<z  (Berlín,  1877,  p.  271,  y  ss.).  Las  monedas  atri- 
buidas, por  Berlanga,  á  Varna,  las  considero,  con  Zo bel,  como 
pertenecientes  á  Salada  (§  132).  La  leyenda  hispano-fenicia  de  las 
monedas  de  Adra  (Delgado,  vol.  I,  p.  1  y  ss.),  se  debe  al  ilustre 
Pérez  Bayer.  En  una  de  las  autónomas  de  esta  serie,  consola 
leyenda  fenicia  (  n.°  6  de  Delgado),  se  encuentra  un  resello,  com- 
puesto de  las  letras  COER,  que  Delgado  ha  interpretado  muy  bien 
por  coerator  (ó  cceraveru?it),  en  lugar  de  curator.  Véase  á  Z  o  b  e  1 , 
vol.  I,  p.  61,  vol.  II,  p.  165  y  ss. 

Monedas  §  131.     En  la  costa  meridional  de  la  península,  entre 

turdetanas  q¿¿jz  y  Málaga,  existía  cierto  número  de  poblaciones  anti- 
guas, cuyas  monedas  muestran  una  semejanza  estrecha  con 
las  de  las  poblaciones  del  África  septentrional.  Su  sistema 
monetal  es  el  romano.  Por  la  colocación  geográfica  de  estas 
poblaciones,  correspondiente  á  la  antigua  región  de  Tar- 
teso,  se  llaman  tartésicas  (Berlanga),  ó  liby-fenicias  (Del- 
gado),© turdetanas (Zobel).  Pero  el  alfabeto  de  sus  leyendas 
tiene  muy  poca  relación  con  las  conocidas  de  los  Berébe- 
res, ú  otras  gentes  del  Norte  de  África.  La  interpretación 
de  sus  letras  peregrinas  es  muy  dudosa;  y  se  conoce  que  la 
escritura,  siempre  retrógrada,  se  asemeja  algo  á  la  de  las 
monedas  ibéricas  bilingües  de  la  Bética.  Las  poblaciones 
principales,  cuyos  nombres  aparecen  en  ellas,  Asido,  Bailo, 
Iptuci,  son  aún  por  Ptolemeo  atribuidas  á  los  Turdetanos. 
Pertenecen  á  esta  serie  las  monedas  de  Arsa,  de  situación 
incierta;  de  Asido,  Medina  Sidonia,  Baelo,  Bolonia  ó  Villa- 
vieja,  cerca  de  Tarifa;  Iptuci,  cerca  de  Jerez  y  Prado  del 


MONEDAS    LUSITANAS  199 

Rey;  Lascuta,  cerca  ele  Alcalá  de  los  G-azules;  Oba,  Jimena 
de  la  Frontera,  Turi  Regina,  al  Norte  de  Jerez,  y  Vesci, 
cerca  de  Antequera,  todas  bilingües;  y  las  latinas  de  Aci- 
nipo,  Bwsippo,  Lacippo,  Cartela;  y  finalmente,  las  de 
algunas  poblaciones  más,  de  situación  desconocida,  cuyas 
monedas  llevan  sólo  leyendas  turdetanas.  Aun  bajo  la 
dominación  romana,  pues,  se  había  conservado  el  idioma 
de  aquellas  gentes. 

Zobel,  sjyanische  Münzen  mi  bisher  unerklarten  Aufschrif- 
ten,  en  el  Zeitschrift  der  deutschen  morgenlándischen  Geséllschaft, 
vol.  XVII,  1863,  con  cinco  láminas;  Estudio,  vol.  II,  p.  169  y  ss. 

§  132.     En  el  sur  de  Portugal,  y  en  su  provincia  de      Monedas 
Alemtejo,    al  oeste   del   Guadiana   y  hacia    la  costa    del 
Océano,  distrito  que  ha  dado  á  conocer  también  inscrip-  ¿w¿k  IH  TV 
ciones  con  letras  ibéricas  (§  55),  se  han  encontrado  mone-  llí  ^¿¡ 
das  bilingües,  igualmente  del  sistema  monetal  romano,  que  J"¿)  j(.v  J 
con   mucha  probabilidad  se    atribuyen    al  bien  conocido 
municipio   romano  de  Salada,  hoy  Alcacer  do  Sal,  cuyo 
nombre  indígena,  desconocido,  debe   contener  la   leyenda 
ibérica  de  sus  monedas.  Existen  también  monedas  autóno- 
mas latinas  de  la   misma  Salada,  la  urbs  imperatoria,  de 
Ebora,  con  la  leyenda  Aipora,  y,  tal  vez,  de  Pax  Julia, 
de  tipos  no  muy  diferentes.  Aquí,  pues,  también  la  pobla- 
ción indígena  conservó  el  uso  de  su  idioma  hasta  la  época 
de  la  dominación  romana.   V¡&.  jr\fia.2í>[ . 

Zobel,  en  la  JRevue  numism (dique,  nouvelle  serie,  vol.  VIII, 
1863,  p.  369  y  ss.,  y  en  el  Memorial  numismático  español,  vol.  1, 1868, 
p.  25  y  ss.;  Estudio,  vol.  II,  p.  187.  Delgado,  Nuevo  método, 
vol.  II,  láminas  84  y  8o;  Berlanga,  Commentat .  Momms.,  p.  276, 
Syntagma,  p.  355. 

§  133.     Cuando  los  Barquídas,  después  de  la  primera      Monedas 

,     ,  t  j  -&  cartaginesas 

guerra  púnica,    establecieron  su   dominación  en  España,     de  España 

14 


200  I-AS   MONEDAS 

haciendo  de  Cartagena  la  capital  de  su  nuevo  gobierno, 
era  muy  natural  que  se  sirviesen  para  acuñar  las  monedas, 
que  necesitaban,  de  las  riquísimas  minas  de  plata,  que  allí 
cerca  eran  ya  explotadas  desde  época  inmemorial,  y  que  un 
siglo  más  tarde  aun  rendían  casi  ocho  millones  de  pesetas 
al  año.  Efectivamente  se  han  encontrado  en  España,  y  sólo 
en  ella,  desde  hace  mucho  tiempo,  ejemplares  aislados,  y 
desde  unos  veinticinco  años  acá,  en  diferentes  hallazgos 
de  tesoros,  ocurridos  junto  á  Almazarrón,  muy  cerca  de  Car- 
tagena, en  1861,  é  inmediato  á  Cheste  en  la  provincia  ele 
Valencia,  en  1864,  monedas  de  plata  y  cobre,  que  por  su 
sistema  monetal,  sus  tipos  y  algunas  letras  aisladas  feni- 
cias (el  aleph,  el  beth,  y  eljod),  pueden  considerarse,  con 
suma  probabilidad,  como  el  dinero  emitido  por  los  Barquí- 
das.  Es  debido  al  Sr.  Zobel  el  haber  demostrado,  el  prime- 
ro, la  sin  par  importancia  histórica  de  estas  monedas,  que 
son  dracmas,  y  sus  múltiplos,  del  sistema  tiro-babilónico. 
Sus  tipos,  en  la  serie  más  antigua,  consisten  en  la  cabeza  de 
Ceres ,  como  en  las  monedas  cartaginesas  más  antiguas 
de  Sicilia;  en  la  posterior,  la  de  Hércules,  el  caballo,  la  pal- 
mera, el  elefante;  luego  la  proa,  y  las  cabezas  de  reyes  con 
sus  nombres,  diciendo,  según  parece,  urmnd,  y  refiriéndose 
á  un  rey,  Vermina,  hijo  de  Sifax,  y,  quizá,  aliado  de  los 
Barquídas.  Difieren  tanto  de  las  monedas  púnicas  acuña- 
das en  África,  que  no  se  puede  dudar  de  la  verdad  de  su 
atribución  á  España,  en  donde  deben  haber  sido  batidas 
entre  los  años  228  al  220  antes  de  J.-C. 


Zobel,  über  einen  bei  Cartagena  gemachten  Fund  spanisch- 
phSnikischer  Silbermünzen,  en  las  Actas  de  la  Academia  de  Berlín, 
1863,  p.  253  y  ss.,  con  dos  láminas;  y  estudio,  vol.  I,  p.  73  y  ss.,  en 
donde  defiende  su  atribución,  con  razones  concluyentes,  contra  el 
Sr.  Müller,  de  Kopenhague,  en  su  Numismatique  de  Vancienne 
Afrique  (vol.  IV,  1874,  p.  61  y  ss.). 


MONEDAS   ROMANAS   DE   ESPAÑA 


201 


§  134.  Cuando  Publio  Escipión,  el  que  después  fué 
llamado  el  primer  Africano,  se  apoderó,  en  210  antes 
de  J.-C,  de  Cartagena,  y  algunos  años  más  tarde,  de 
Cádiz,  en  206  antes  de  J.-C,  y  cuando  fueron  organiza- 
das las  dos  provincias  romanas  de  España,  la  Citerior  y 
la  Ulterior  (§  109),  circulaba,  aparte  de  las  monedas  de 
Masalia  y  de  las  de  la  Gran  Grecia  ó  de  Sicilia,  traídas  allí 
por  los  negociantes  griegos,  en  la  costa  oriental  catalana 
y  valenciana,  con  abundancia,  la  plata  de  Emporiae  y 
Rhode,  acuñada  según  el  sistema  púnico-sículo,  y  la  de 
Ebusus  y  Gades,  como  hemos  visto  (§§  128-130).  En  el 
resto  del  litoral  y  gran  parte  del  interior,  desde  las  bocas 
del  Ebro  hasta  las  del  Tajo,  corría  el  dinero  batido  por  los 
Barquídas  en  España,  y  alguno  de  Cartago  misma.  Los 
pueblos  del  interior,  que  todavía  no  batían  moneda,  se 
servían  de  barritas  de  plata  fundidas,  délas  que  se  han 
hallado  ejemplares  en  varios  tesoros  de  monedas;  como 
sucedía  aún  dos  siglos  más  tarde,  en  tiempo  de  Estrabón. 
Empezaron  ya  en  esta  época  á  circular  también  algunas 
piezas  romanas  de  la  Campania,  quadrigatos  y  victoria- 
tos  ;  y  del  modelo  de  estos  líltimos,  los  conquistadores 
parece  haber  instituido  su  primera  acuñación  en  la  nueva 
provincia,  que  es  la  de  Sagunto. 

Z  o  b  e  1 ,  en  la  obra  de  Mommsen,  traducida  por  el  duque 
de  Blacas,  histoire  de  la  monnaie  romaine,  vol.  II,  1870,  p.  104  y  ss.; 
estudio,  vol.  I,  p.  121  y  ss. 


Monedas 

romanas  de 

España 


§  135.  En  tres  períodos  diversos,  desde  el  tratado 
con  Sagunto  en  el  año  de  226  a.  de  J.-C.  (§  74)  hasta  el 
año  154  a.  de  J.-C,  se  han  acuñado  en  Sagunto  victoriatos 
y  semi- victoriatos  de  plata,  y  ases  de  cobre,  con  tipos  y 
símbolos,  muy  diferentes  de  los  de  las  demás  monedas  de 
plata  ibéricas,  dejando  conocer  el  conjunto  de  esta  serie 
monetal,  y  con  leyendas  ibéricas,  conteniendo,  según  se  cree 


Monedas 
de  Sagunto 


202  LAS    MONEDAS 

con  mucha  probabilidad,  un  nombre  ibérico  de  la  ciudad. 
En  la  misma  época,  además  de  Emporicv,  sólo  Tarraco  y  Celsa 
parecen  haber  acuñado  monedas,  pero  muy  escasas.  Sagun- 
to  i'micamente,  bajo  la  protección  poderosa  de  Roma,  ya 
entonces  emitió  una  serie  extensa  de  monedas,  cuyas  leyen- 
das más  antiguas  dicen:  itrscsarn,  arsegedr,  arsgdr,  arsag- 
soegar.  Y  es  notable  que  la  tradición  conservada  por  Livio 
(XXI  7),  según  la  cual  los  Rutulos  de  Árdea  en  el  Lacio, 
fueron  unos  de  los  antiguos  colonos  de  Sagunto,  parece 
fundarse  sobre  el  nombre  indígena  Arse,  el  cual  se  encuen- 
tra también  en  otras  poblaciones  españolas.  No  es  imposi- 
ble que  los  Griegos  de  la  isla  de  Zákynthos  fueran  sus  fun- 
dadores, y  que  el  nombre  de  Saguntum  sea  latinización  de 
Zákynthos.  Ciertamente  los  Romanos  debieron  creer  opor- 
tuno el  asegurarlo  así  á  los  Cartagineses,  y  por  ello  sin 
duda  todos  los  autores  antiguos  lo  suponen.  Pero  Polibio 
conoce  sólo  la  denominación  de  ZaxavSaíoi,  en  latín  üacan- 
tini;  /Sacantum,  no  Saguntum,  como  Cascantum,  era,  pues, 
la  forma  arcaica  del  nombre  de  la  ciudad;  así  es  que  los 
autores  griegos  más  antiguos  dicen  Zakantha,  mientras 
los  más  recientes  Zákynthos.  No  existen  monedas  griegas 
de  Sagunto,  como  de  Empórica  y  lihocle,  ni  tampoco  testi- 
monios de  antiguos  autores  sobre  otras  colonias  griegas 
en  las  costas  de  la  península,  fuera  de  las  ya  nombradas 
(S  128). 

En  las  monedas  de  Sagunto  se  observan  algunos  nom- 
bres, que  pueden  significar,  como  lo  vimos  ya  en  las  de 
Emporice  y  Rhode,  pueblos  aliados,  ikrgles,  aicias,  ilkkldr; 
otros  como  btilaks,  son  tal  vez  los  de  individuos,  reyes  ó 
jefes. 

La  atribución  de  estas  monedas  á  Sagunto  ya  la  vislumbró  el 
Sr.  de  Lorichs.  Pero  estaba  reservado  el  descubrimiento  al  señor 
Zobel,  en  su  Memoria  <nlie  Milnzen  von  Sggunt*,  en  las  Commenta- 
tiones  Mommseniance  (Berlín  1877,  8.),  p.  805  y  ss.;  Estudio,  vol.  I, 


DENAKIOS   ROMANOS   EN   ESPAÑA  203 

p.  121  y  ss.  D.  Salvador  Sanpere  y  Miquel,  en  sus  «Origens  y  íbnts 
ele  la  nació  catalana»  (p.  90  y  ss.),  considera  á  Sagunto  como  antigua 
fundación  de  los  Chetas,  sin  negar,  sin  embargo,  la  parte  que  en  ella 
tuvieron  los  Griegos  de  Zakinto,  y  los  Rutulos,  de  Árdea.  El  Sr.  O. 
Meltzer,  el  más  reciente  historiador  de  los  Cartagineses,  que  en 
su  «Historia  de  Cartago»  (Berlín  1879,  8.,  p.  151),  aun  no  había 
dudado  del  origen  griego  de  Sagunto,  en  un  escrito  más  reciente  (de 
belli  Punid  secundi  primordiis,  Dresde  1885,  4.,  p.  XIX),  ya  niega 
que  Sagunto  fuera  colonia  griega. 

§  136.  Es  natural,  y  lo  han  probado  diferentes  hallaz-  DmaHos 
gos  de  monedas,  que  después  del  tratado  del  año  226  antes  ^splha'1 
de  J.-C,  circulaban  ya  con  abundancia  denarios  roma- 
nos en  la  comarca  cisibérica.  Pero  este  dinero,  traído  de 
Roma,  era  insuficiente  para  las  exigencias  de  la  guerra  y 
de  la  administración,  y  así,  cerca  del  año  217  a.  de  J.-C, 
debió  liaber  empezado  la  acuñación  de  denarios  romanos, 
al  principio  tal  vez  en  la  misma  capital  de  Tarraco,  porque 
los  denarios  allí  acuñados  con  el  nombre  de  los  Cesseta- 
nos  son  frecuentísimos,  luego  en  Osea;  de  donde  aquella 
moneda  fué  llevada  después  en  enormes  sumas  como  botín 
á  Roma,  aun  hoy  día  encuéntrase  con  abundancia,  y  se 
llamó  el  argentum  Oséense.  Según  los  criterios  de  antigüe- 
dad, que  ofrecen  la  paleografía  de  las  leyendas,  el  peso, 
la  fábrica,  los  tipos  y  demás  caracteres  externos,  se  ha 
podido,  con  más  ó  menos  probabilidad,  fijar  hasta  cierto 
punto,  cómo  y  cuándo  la  acuñación  romana  iba  entrando  en 
las  diferentes  regiones  de  la  Citerior.  Casi  coetáneas  á  las 
más  antiguas  monedas  de  Tarraco  son  las  de  Ilerda;  siguen 
las  de  Celsa  y  Dertosa;  luego  las  más  recientes  de  Sagunto 
y  Scetabis,  de  Cartílago  nova,  y  Acci.  Después  de  vencidos 
los  Cartagineses,  las  armas  romanas  se  dirigieron  contra 
las  gentes  aun  libres,  y  la  emisión  monetal  sigue  los  ade- 
lantos de  las  armas,  en  dirección  de  Este  á  Oeste,  por  la 
cuenca  del  Ebro  arriba.   Hacia  mediados  del  siglo  vi  de 


204  LAS    MONEDAS 

Roma,  cerca  del  200  a.  de  J.-C,  la  acuñación  ibero-romana 
comprende  toda  la  provincia  Citerior, estando  á  la  altura  de 
su  extensión  geográfica  con  su  abundancia  extraordinaria; 
prueba  de  la  riqueza  de  la  nueva  provincia,  que  se  puede 
comparar  á  la  de  las  provincias  de  Ultramar  en  la  época 
moderna. 

Zobel,  Estudio,  vol.  I,  p.  167  y  ss.  Carecemos  todavía  de  una 
lista  completa  de  los  hallazgos  de  monedas  griegas,  ibéricas  y  roma- 
nas verificados  en  España.  Los  que  entonces  se  conocían  fueron 
catalogados  por  el  Sr.  Zobel  para  la  disertación  de  Mommsen, 
escrita  en  italiano  para  los  anales,  del  Instituto  arqueológico  alemán, 
vol.  XXXV,  1863,  p.  1  y  ss.  Otros  añadió  el  mismo  en  su  «estu- 
dio, etc.». 

De  un  hallazgo  de  casi  150  denarios  de  cerca  de  la  época  de 
la  batalla  de  Munda,  habla  la  «Revista  de  Arquitectura  del  14 
de  Junio  de  1885»  y,  después  de  ésta,  el  «Boletín  de  la  Sociedad 
arqueológica  Luliana»,  de  Palma  (vol.  I,  1885,  n.°  14,  p.  8).  En 
Calañas,  provincia  de  Huelva,  se  encontraron  recientemente  diez  y 
seis  series  de  monedas  imperiales,  desde  Augusto  en  adelante,  según 
otra  noticia  del  citado  Boletín  Luliano  (vol.  II,  1886,  n.°  26,  p.  8). 

Extemüm  §  137.     No  entra  en  nuestro  propósito  dar  aquí  una 

do  la  emisión  ,        .  .  _       .  __     ,         _  ,..  .  . 

moneua  descripción  detallada  de  mas  de  setecientas  variedades 
de  «la  plata  de  Osea»,  como  la  conocemos  ahora,  gracias 
á  los  trabajos  de  Delgado  y  Zobel.  El  último  de  estos 
dos  sabios  ha  distribuido,  el  primero,  la  gran  muchedum- 
bre de  tipos,  según  los  más  sanos  principios  geográfi- 
cos y  numismáticos,  si  bien  puede  concederse,  que  una  ú 
otra  de  sus  atribuciones  sea  menos  cierta.  En  lo  principal, 
sin  embargo,  parece  probado  su  método,  y  para  la  arqueo- 
logía española  basta  saber,  que  la  emisión  monetal  de  la 
Citerior  se  distribuye,  muy  naturalmente,  en  cuatro  regio- 
nes; que  son  la  oriental,  á  la  que  pertenecen  los  distritos 
Emporitano,  Tarraconense,  Ilerdense  y  Saguntino,  y  ade- 
más las  poblaciones  ibéricas  de  la  Francia  meridional  hasta 


ibero-romana 


EMISIÓN   MONETAL    IBElíO-ROMANA  205 

Narbona;  la  septentrional,  con  los  distritos  Oséense, 
Pompselonense  ,  Turiasonense,  y  Calagurritano;  la  cen- 
tral, con  los  distritos  Numantino,  Bilbilitano  y  Segobri- 
gense;  y  la  meridional,  con  los  distritos  Cartaginense, 
Accitano  y  Castulonense.  Cuatro  períodos  de  emisión  se 
distinguen:  el  primero,  anterior  al  tratado  con  Sagunto 
del  año  226  a.  de\J.-C,  hasta  el  año  214  a.  de  J.-C;  el 
segundo,  desde  el  214  hasta  el  204  a.  de  J.-C;  el  tercero, 
desde  el  204  hasta  el  154  a.  de  J.-C,  época  de  la  guerra 
lusitano-celtibérica  de  Viriato,  y  el  cuarto,  desde  el  154 
hasta  el  72  a.  de  J.-C,  cuando  la  acuñación  ya  terminada 
con  la  reforma  provincial  del  año  133  a.  de  J.-C,  renació 
transitoriamente  en  la  guerra  sertoriana  ,  con  algunas 
monedas  bilingües  y  latinas.  Para  juzgar  bien  sobre  la 
probabilidad  de  las  atribuciones,  fundadas  sobre  las  leyen- 
das ibéricas,  ha  de  tenerse  en  cuenta  que  los  nombres  de 
gentes  y  ciudades,  conocidos  de  nosotros  por  los  autores 
griegos  y  latinos,  difieren  mucho  de  las  formas  indígenas, 
que  se  descifran  en  las  monedas.  También  los  nombres 
de  las  ciudades  españolas  citadas  por  Livio  varían  de  los  de 
las  mismas  poblaciones,  relatados  por  los  geógrafos  y  las 
inscripciones,  como, por  ejemplo,  Astapa y  Ostippo.  No  sólo 
los  sufijos,  ó  sean  sílabas  de  derivación,  particulares  á  cier- 
tas regiones,  son  diferentes  de  las  griegas,  en  ír/jc,  como 
Emporitce,  y  latinas  en  etanus,  itanus,  anus,  inus,  y  ensis, 
sino  también  en  las  mismas  raíces  hay  bastante  diferencia. 
Muchas  veces  los  nombres  de  gentes,  que  se  leen  en  las 
monedas,  son  enteramente  desconocidas.  Y  esto  se  com- 
prende muy  bien,  cuando  Estrabón,  Mela  y  Plinio  se  quejan 
de  la  dura  y  difícil  pronunciación  de  muchos  de  aquellos 
nombres.  De  suerte  que  Plinio,  como  ya  hemos  anotado 
(§  123), atribuyendo,  según  el  censo  de  Agrippa,  al  convento 
Cluniense  68  pueblos,  sólo  nombra  diez  y  ocho;  y  de  los  162 
del  Cartaginense  únicamente  treinta.  Aumenta  la  dificul- 


20G  L.A6    MDNKDAS 

tad  de  las  atribuciones,  que  muchos  nombres  de  gentes  so 
encuentran  repetidas  veces,  juntos  con  otros,  indicando, 
como  parece,  alianzas,  ó  distritos  de  circulación  muy  ex- 
tensos; y  como  todas  estas  monedas,  máxime  las  de  plata, 
no  la  tuvieron  limitada  al  territorio  de  su  emisión,  la  pro- 
cedencia geográfica  de  las  diversas  especies,  aun  en  hallaz- 
gos simultáneos  de  mayor  número,  no  ti'ene  mucha  impor- 
tancia para  su  interpretación.  Verdad  es  que  en  Tarragona 
se  hallaron,  en  1850,  unos  mil  ases  con  la  leyenda  cese,  de 
los  Cessetanos,  cuya  capital  era  la  misma  Tarragona.  Pero 
aun  el  cobre  tenía  una  circulación  bastante  extendida;  de 
modo  que  la  interpretación  de  las  leyendas  depende  casi 
sólo  del  análisis  científico  del  alfabeto  ibérico. 

El  detalle  de  estas  atribuciones  geográficas,  muy  complicado  á 
veces,  forma  el  contenido  de  la  mayor  parte  del  vol.  II  del  «estudio» 
de  Zobel  (p.  1-115),  encontrándose  allí  fijado  en  unos  mapas  muy 
esmerados. 

Monedas  §  138.     Algo  diferente  del  carácter  del  monedaje  de  la 

de  la  Ulterior    ,-<•.•  i     i       i       tti  ¡  •       •  •      •  i 

Citerior  es  el  de  la  Ulterior,  cuya  provincia  se  asimila, 
después  de  la  conquista,  fácil  y  prontamente  al  gobierno 
romano,  ni  era  menester  en  ella  numerosos  ejércitos.  Por 
esto  no  se  necesitaba  batir  moneda  de  plata  en  ella,  con 
excepción  quizá  de  algunas  pocas  repeticiones  de  los  dena- 
rios  romanos,  el  argentum  signatum  bigatoriim.  Los  Roma- 
nos dejaron  que  sólo  acuñasen  el  cobre  las  ciudades  prin- 
cipales. Esta  emisión  no  empezó,  según  parece,  antes  del 
segundo  período  de  acuñación  de  la  Citerior,  y  en  número 
muy  escaso.  Algunas  monedas  más  pertenecen  al  tercer 
período,  desde  el  204  hasta  el  154  a.  de  J.-C;  la  mayor 
parte  al  cuarto,  esto  es,  al  siglo  vn  de  Roma.  Del  sistema 
antiguo  uncial  esta  acuñación  desciende  muy  pronto  al  de 
la  media  onza,  al  cual  se  ajusta  la  gran  mayoría  de  estas 
monedas;  predominando  al  principio  las  especies  grandes, 


MONEDAS   DE    LA    DLTERIOH  £07 

el  dupondio  y  el  as;  pero  desde  cerca  del  año  de  174  antes 
de  J.-C.  no  aparece  casi  otra  especie  fuera  del  semis  y  del 
cuadrante,  con  excepción  de  pocos  ases  batidos  hacia  el  fin 
de  la  república.  Según  los  tipos  y  las  leyendas  en  este 
monedaje  también,  como  en  el  de  la  Citerior,  se  observan 
diferencias  locales.  Las  monedas  de  IUberri  (Granada), 
por  ejemplo,  aunque  acuñadas  dentro  de  la  Ulterior,  tienen 
más  relación  con  las  de  los  distritos  vecinos  de  la  Citerior. 
Además  de  ésta,  sólo  dos  ciudades  de  la  Ulterior  usan 
leyendas  ibéricas,  y  éstas  acompañadas  de  otras  latinas: 
Óbulco,  y  Salada.  Las  de  Salada,  como  ya  vimos  (§  132), 
en  la  leyenda  ibérica  sólo  presentan  el  nombre  geográfico, 
dirigido  á  la  izquierda.  Las  de  Obulco  tienen  el  nombre  de 
la  ciudad  en  latín,  y  en  el  reverso  los  nombres  de  los 
magistrados,  escritos  al  comienzo  hacia  la  izquierda,  más 
tarde  hacia  la  derecha.  Las  leyendas  latinas  más  antiguas 
ofrecen  algunas  particularidades  paleográficas  y  ortográfi- 
cas, que  concuerdan  con  su  época  aproximadamente.  Ellas 
contienen  generalmente  el  nombre  de  la  ciudad  en  nomi- 
nativo, en  las  especies  más  antiguas,  el  adjectivo  étnico 
neutro,  faesj  Iloiturgense,  Orippense,  á  veces  con  curiosas 
abreviaciones,  como  IL-SE,  por  II ¿pense.  La  atribución 
geográfica  no  presenta  aquí  tantas  dificultades  como  en  la 
Citerior,  con  sus  leyendas  monetales  desconocidas.  El  señor 
Zobel,  con  mucho  acierto,  distribuye  el  monedaje  de  la 
Ulterior  según  las  tres  regiones  oriental,  meridional  y  occi- 
dental. A  la  oriental  pertenecen  los  distritos  Obulconense, 
ó  Cordubense,  é  Iliberritano;  á  la  meridional,  el  Malaci- 
tano y  Abderitano,  con  sus  monedas  fenicias,  de  las  cuales 
ya  hemos  hablado  (§  130),  el  Asidonense,  con  las  monedas 
turdetanas,  también  ya  mencionadas  (§  131),  y  el  Gaditano; 
á  la  occidental  los  distritos  Carmonense  ó  Hispalense, 
Hyrtilense  ó  Emeritense,  y  el  Salaciense.  No  enumeramos 
las  poblaciones  atribuidas  á  cada  uno  de  estos  distritos, 


208  I .  \s    MONEDAS 

que  sólo  en  parte  son  bastante  conocidas ,  permaneciendo 
aún  desconocidas  muchas,  como  Bora,  Brutobriga ,  Ceret, 
Cupe,  Detumo,  Dipo ,  Irippo ,  Lcelia,  Lastigi,  Ostur  y  Si- 
sapo.  De  algunas  se  conjetura  la  situación  someramente, 
como  de  Ituci,  Vesci,  y  otras.  Averiguar  estas  colocacio- 
nes y  determinar  las  aun  desconocidas,  es  una  tarea  cuya 
solución  definitiva  no  es  de  esperar. 

Zobel,  Estudio,  vol.  II,  p.  133  y  ss. 

§  139.  Durante  el  siglo  vn  de  Roma,  en  la  provincia 
Citerior  se  acuñaron  aisladamente  algunas  monedas  de 
cobre,  como  las  de  Valencia,  algunas  de  Sagunto  y  Ampu- 
rias,  las  de  Iliturgi,  las  de  Osicerda  con  el  elefante,  que 
son  imitaciones  de  un  denario  de  César.  En  la  época  desde 
César  y  Augusto  hasta  Gayo  César  Calígula,  ó  séase  la 
de  los  cuatro  primeros  Césares,  con  permiso  del  gobier- 
no de  la  metrópoli,  muchas  ciudades  españolas  volvieron 
á  acuñar  cobre  y  latón,  pero  nunca  plata,  bajo  el  sistema 
que  regía  en  esta  época. 

Veinte  poblaciones  de  la  Citerior,  con  Ebusus  veinti- 
una, que  fueron  las  más  importantes,  colonias  y  municipios, 
han  acuñado  monedas  de  esta  clase,  que  contienen  noticias 
históricas  acerca  de  la  calidad,  el  derecho,  y  los  nombres 
que  tenían;  de  las  tropas,  que  estuvieron  de  guarnición  en 
ellas,  y  de  sus  magistrados  municipales,  todas  de  mucho 
precio.  En  la  Ulterior  son  diez  las  ciudades  que  acuñaron 
monedas  en  esta  época,  también  con  el  permiso  del  Empe- 
rador, las  tres  colonias  Cor  duba,  Emérita  y  Hispalis,  y  de 
las  otras  ciudades  las  más  importantes.  En  la  Ulterior  esta 
acuñación  no  duró  más  que  hasta  el  imperio  de  Tiberio, 
en  la  Citerior  hasta  el  de  Grayo  César  Calígula,  con  el  cual 
dio  fin  la  acuñación  de  moneda  romana  en  España,  con 
indicación  de  zecas  locales,  y  con  tipos  propios. 

Zobel,  Estudio,  vol.  II,  p.  116  y  ss.  y  189  y  ss. 


MONEDAS   VISIGODAS  209 

§  140.  En  la  suma  escasez  de  testimonios  fidedignos,  Monedas 
relativos  á  la  última  época  de  la  historia  antigua  de  Espa- 
ña, y  referentes  álos  tiempos  de  los  Visigodos,  merecen  par- 
ticular atención  las  monedas,  que  con  dicho  período  se  rela- 
cionan. Los  reyes  visigodos  y  suevos  han  batido  monedas 
toscas  de  oro,  con  sus  nombres  y  las  de  las  poblaciones,  en 
las  cuales  se  ejecutó  la  acuñación,  en  número  nada  escaso. 
Después  de  algunas  observaciones,  que  sobre  ellas  hicieron 
D.  Antonio  Agustín  y  D.  Luis  Josef  Velázquez,  y  á 
la  enumeración  de  unos  134  tipos  en  el  tercer  volumen  de  la 
obra  del  Padre  Florez,  corresponde  al  Sr.  Aloiss  Heiss 
todo  el  mérito  de  habernos  dado  una  colección  casi  com- 
pleta de  esta  interesante  clase  de  monedas;  existiendo  en 
dicha  obra  muchas  piezas  inéditas.  No  faltan  entre  ellas 
varias  falsas  y  algunas  atribuciones  aun  dudosas.  Sin 
embargo,  el  libro  de  Heiss  contiene  el  fundamento  para 
ulteriores  estudios,  que  merecen  ser  cultivados. 

A  los  capítulos  desde  el  6  hasta  8  de  los  diálogos  de  D.  Antonio 
Agustín,  donde  se  han  dado  las  primeras  noticias  sobre  esta  clase 
de  monedas,  siguen  los  apuntes  de  D.  Luis  Josef  Velázquez,  en 
sus  «Conjeturas  sobre  las  medallas  de  los  reyes  godos  y  suevos  de 
España»,  Málaga  1759,  4. 

La  obra  de  Florez,  como  todo  su  tercer  tomo  (Madrid  1773,  4.), 
no  está  á  la  altura  de  los  dos  primeros.  En  la  obra  del  Sr.  Aloiss 
Heiss,  description  genérale  des  monnaiss  des  rois  visigoths  d'Es- 
pagne  (París  1872,  III  y  185  pp.  con  XII  láminas),  se  da  un  catálogo 
de  las  publicaciones  anteriores,  en  las  cuales  se  trata  de  monedas 
visigodas.  En  la  Bevue  numismatique  de  París ,  nouvelle  serie, 
vol.  X,  1865,  los  Sres.  Eduardo  Augusto  Alien  y  Enrique  Nunes 
Teixeira  han  descrito  algunas  monedas  de  oro  suevo-lusitanas,  con 
explicaciones  algo  atrevidas.  Algunas  observaciones  sobre  las  mone- 
das visigodas  ha  propuesto  el  Sr.  D.  José  Cave  da,  en  las  Memorias 
de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  vol.  IX,  1879,  p.  16  y  ss. 


LOS  MONUMENTOS 


§  141.  Monumentos  de  la  antigüedad  son  las  obras 
escritas  por  los  autores  antiguos,  las  inscripciones  y  las 
monedas;  pero  bajo  este  nombre  se  comprenden  con  pre- 
ferencia aquellos  restos ,  testimonios  mudos  de  la  vida 
antigua,  que  nos  quedan  en  las  ruinas  de  las  ciudades  y  de 
sus  edificios,  como  en  sus  murallas,  puertas  y  templos, 
sobre  todo  en  los  sepulcros,  y  finalmente,  en  la  grande 
variedad  de  objetos  del  arte  y  de  la  industria,  tan  amplia- 
mente desarrollados  en  la  antigüedad,  y  destinados  ya  al 
culto,  ya  á  la  guerra,  ya  á  la  vida  doméstica.  Aunque  en 
obras  de  arte  España  ciertamente  no  ha  podido  nunca 
rivalizar  con  Roma  ni  con  Italia,  centros  del  mundo  anti- 
guo y  emporios  de  las  riquezas  de  Grecia  y  del  Oriente, 
sin  embargo,  también  á  ciudades  como  Tarragona,  Carta- 
gena, Cádiz,  Sevilla  y  Córdoba  no  faltaron,  por  supuesto, 
durante  la  época  de  su  mayor  cultura,  ni  edificios  suntuo- 
sos, ni  estatuas  de  bronce  y  de  mármol,  ni  pinturas,  y 
otras  obras  menores  de  arte.  Como  en  todas  las  demás 
provincias  del  imperio  se  han  conservado  en  España  restos 
de  esta  cultura  romana  más   ó  menos  importantes,  espe- 


212  LOS    MONUMENTOS 

cialmente  en  aquellas  regiones  más  ilustradas,  que  á  par- 
tir de  Augusto,  con  razón  se  contaron  á  la  vez  como  las 
más  opulentas  de  las  que  estaban  bajo  el  dominio  imperial. 
Los  autores  romanos,  en  lo  general,  hablan  muy  poco 
de  los  monumentos,  porque  los  consideraban  como  cosa 
natural  y  corriente,  y  no  se  detuvieron  mucho  en  hacer 
descripciones  de  lo  que  en  todas  partes  se  podía  ver;  siendo 
las  inscripciones,  como  queda  dicho,  las  que  más  nos  ense- 
ñan respecto  á  edificios  públicos  y  sagrados.  Las  monedas 
también  han  conservado,  en  sus  tipos,  la  memoria  de  algu- 
nos templos,  que  han  desaparecido  enteramente  desde  hace 
mucho  tiempo.  Después  de  la  caída  del  imperio  romano,  no 
pocos  de  los  monumentos,  entonces  aun  existentes,  perecie- 
ron, ya  por  causas  naturales,  como  incendios  y  terremotos; 
ya  por  las  destrucciones  que  originaron  las  innumerables 
guerras  y  revoluciones ,  que  España  padeció  en  el  trans- 
curso de  los  siglos;  ya  por  las  mudanzas  y  reformas,  que 
han  producido  el  gusto  diferente  de  épocas  posteriores,  y 
la  escasa  reverencia,  que  se  ha  tenido  por  lo  antiguo.  Rela- 
tivamente poco  se  ha  conservado  en  pie  y  á  la  vista,  siendo 
mucho  sin  duda  lo  que  está  encerrado  en  las  entrañas  de  la 
tierra,  y  que  sólo  aguarda  el  día,  en  que  un  Schliemann, 
á  fuerza  de  excavaciones,  lo  haga  reaparecer. 

Aun  no  existe  una  descripción  completa  de  las  obras  arquitectó- 
nicas, ni  estatuarias  del  arte  antiguo,  ni  de  las  demás  artes,  como 
mosaicos,  vasos,  objetos  en  bronce,  en  barro,  y  en  otras  materias, 
encontrados  en  España,  que  corresponda  á  la  importancia  de  la 
materia  y  á  las  exigencias  de  la  ciencia  en  la  actualidad.  A  las  obras 
del  arte  moderno  se  refieren,  en  primer  lugar,  la  bien  conocida,  y 
para  su  época  útilísima  de  D.  Antonio  Ponz,  el  «Viaje  de  España 
ó  cartas  en  que  se  da  noticia  de  las  cosas  más  apreciables  y  dignas  de 
saberse  que.hay  en  ella»;  ed.  1.a,  2  vol.,  Madrid  1772  y  1773,  ed.  2.a, 
15  vol.,  Madrid  1776-1788,  ed.  3.a,  18  vol.,  Madrid  1787-1794,  8.; 
que  fué  vertida  al  italiano  por  Antonio  Conca,  descrizione  odepo- 
rica  della  Spayna,  4  vol.  Parma  1793-1799,8.,  é  impresa  con  loscék- 


COLECCIONES   DE   MONUMENTOS  213 

bres  tipos  de  Bodoni,  y  al  alemán  por  Diez,  2  vol.,  Leipzig,  1775,  8. 
Pero  sus  descripciones  son  incompletas,  careciendo  de  detalles 
científicos,  pues  se  contenta  con  llamar  la  atención  sobre  las  obras 
más  notables,  omitiendo  muchas  de  menor  importancia  general, 
pero  de  no  escaso  interés.  D.  Antonio  Valcarcel  Pío  de  Saboya  y 
Moura,  entonces  conde  de  Lumia  res,  después  marqués  de  Castel- 
Rodrigo  y  Príncipe  Pío,  en  sus  monumentos  del  reino  de  Valencia, 
reunidos  con  mucho  celo  en  los  últimos  decenios  del  siglo  pasado,  y 
regalados  en  1805  á  la  Real  Academia  de  la  Historia,  presenta  tam- 
bién dibujos  de  los  monumentos  arquitectónicos  y  esculturarios  de 
aquella  región.  Aunque  carezca  este  trabajo  de  propiedad  de  estilo, 
merece  toda  fe  como  inventario,  y  su  publicación  por  la  dicha  Aca- 
demia, en  el  volumen  VIII  de  sus  memorias  (Madrid  1852,  4.)  ha 
sido  un  verdadero  servicio  hecho  á  la  ciencia  arqueológica  (véase 
C.  I.  L.  II  p.  501). 

Obra  de  lujo  digna  de  la  época  del  primer  Napoleón,  á  la  cual 
debe  su  origen,  es  el  libro  espléndido,  dedicado  al  Príncipe  de  la 
Paz,  del  conde  Alejandro  de  Labor  de,  voy  age  pittoresque  de 
VEspagne,  par  A.  dé  L.  et  une  société  d'artistes  et  de  gens  de  lettres, 
París,  Didot,  2  vol.,  1806-1820,  fol.  El  conjunto  de  dibujos  y  descrip- 
ciones reunidos  por  el  autor,  sus  pintores  y  arquitectos,  durante  los 
años  del  1799  al  1801,  ha  sido  reproducido  en  París,  muchos  años 
más  tarde,  con  bastante  libertad  y  fantasía,  sin  recurrir  de  nuevo  á 
los  originales.  Los  planos  y  dibujos  arquitectónicos  no  merecen, 
pues,  aquella  fe,  que  hoy  día  se  suele  exigir  de  tales  publicaciones. 
Pero  en  la  parte  pintoresca,  como  por  ejemplo  en  las  vistas  genera- 
les, la  obra  ha  alcanzado  un  puesto  de  preeminencia,  hasta  que  el 
arte  moderno  de  la  fotografía  ha  dado  imágenes  mucho  más  fieles  á 
la  par  que  más  numerosas  de  lo  que  Laborde  y  sus  artistas  pudieron 
copiar.  Con  la  ayuda  de  la  fotografía  un  día  quizá  se  podrá  publicar 
un  viaje  pintoresco  por  España,  mucho  más  amplio  y  esmerado  que 
el  de  Laborde,  el  cual  no  se  había  propuesto  ni  siquiera  dar  una 
serie  completa  de  los  monumentos  romanos  de  España. 

Sólo  el  «Sumario  de  las  antigüedades  romanas  que  hay  en  Espa- 
ña, en  especial  las  pertenecientes  á  las  bellas  artes,  por  D.  Juan 
Agustín  Cean-Bermúdez»,  Madrid  1832,  XXXII  y  538  pp.,  fol., 
se  propone  este  fin  general,  y  hasta  cierto  punto  lo  ha  conseguido. 
Verdad  es  que  la  disposición  geográfica  de  la  materia,  de  que  trata, 
y  lo  superficial  de  la  mayor  parte  de  las  indicaciones  que  contiene, 
dejan  mucho  que  desear.  Sin  embargo,  si  el  autor  hubiera  dado  á 


214  LOS   mom'Mkntos 

conocer  todas  las  fuentes  de  las  noticias,  de  que  se  sirvió,  y  ahora  son 
en  gran  parte  desconocidas,  su  obra,  al  menos  como  repertorio,  ten- 
dría un  mérito  no  escaso.  Pero  no  pudiéndose  averiguar  el  origen  y 
la  autoridad  de  los  numerosos  datos,  tomados,  según  parece,  por  el 
autor  de  informes,  que  le  proporcionaban  sus  amigos  y  correspon- 
sales, y  que  ya  no  se  encuentran  en  los  archivos  de  las  Academias 
de  la  Historia,  ni  de  la  de  San  Fernando,  pierden  aquéllos  mucho  de 
su  mérito  é  importancia.  De  los  grandes  monumentos  arquitectóni- 
cos Cean  da  unas  descripciones  sumamente  superficiales,  y  como  no 
entraba  en  el  plan  de  la  obra,  costeada  por  el  Gobierno,  acompañarla 
de  láminas,  aun  hoy  día  se  siente  la  falta  de  una  descripción  gráfica 
y  científica  de  aquéllos.  Ni  carece  la  obra  de  Cean  de  noticias  sobre 
monumentos  falsos  ó  sospechosos,  de  los  cuales  el  autor  se  fió  con 
notable  falta  de  crítica. 

Dos  grandes  publicaciones  monumentales,  ejecutadas  con  todo 
el  lujo  y  esmero,  que  puedan  imaginarse,  han  dado  á  conocer,  entre 
tanto,  un  cierto  número  de  monumentos  nacionales  de  la  época 
romana,  y  aun  anteromana.  La  una  es  la  que  lleva  por  título  «Monu- 
mentos arquitectónicos  de  España»,  publicación  del  más 
gran  tamaño,  con  texto  en  español  y  francés,  que  contiene  monumen- 
tos de  todas  épocas  y  clases,  dispuestos  sin  cierto  orden,  descritos  en 
monografías,  que  generalmente  agotan  su  objeto,  y  dibujados  y  gra- 
bados por  artistas  de  primer  orden,  y  con  todos  los  adelantos  de  la 
técnica  moderna.  La  otra  es  el  «Museo  español  de  antigüeda- 
des» 11  vol.,  Madrid  1872-1884,  fol.,  con  muchas  ilustraciones  de 
todas  clases;  también  publicación  miscelánea,  pero  de  sumo  mérito. 
Ambas  obras  no  dan  una  reseña  completa  de  los  monumentos  de 
ciertas  edades  y  clases,  y  no  suplen  en  todos  respectos,  el  vacío 
dejado  por  la  obra  de  Cean.  El  Sr.  Hübner,  cuando  hizo  su  primer 
viaje  á  España,  por  los  años  de  1860  y  1861,  en  el  «Boletín  del 
Instituto  arqueológico  alemán  en  Roma»,  años  de  1860,  1861 
y  1862,  dio  cuenta  de  lo  que  había  observado  sobre  monumentos 
arquitectónicos  y  obras  del  arte  antiguo  en  España;  mientras  el 
mismo  autor,  en  sus  «Epigraphische  Iieiseberichte  aus  Spanien  and 
Portugal»,  en  las  actas  mensuales  de  la  Real  Academia  de  Ciencias 
de  Berlín,  de  1860  y  1861,  y  en  su  «Catálogo  de  los  museos  de  Madrid» 
escrito  en  alemán,  Die  antiken  Bildirerke  in  Madrid,  Berlín  1862, 
X  y  356  pp.,  8.,  que  se  ocupa  mayormente  de  objetos  de  proceden- 
cia extranjera,  ha  dado  una  breve  estadística  y  museografía  espa- 
ñola, á  p.  275  y  ss.   Parte  de  estos  trabajos  ha  sido  traducida,  la 


ANTIGÜEDADES  PREHISTÓRICAS  215 

relativa  al  Portugal,  en  las  «Noticias  archeologicas  de  Portugal»  por 
el  ya  difunto  anticuario  portugués  Sr.  A.  Soromenhoy  publicadas 
por  la  Academia  Real  das  Sciencias  de  Lisboa,  Lisboa,  1871,  pp.  110, 
4.,  con  una  lámina;  la  relativa  á  Córdoba,  por  el  Sr.  D.  Francisco  de 
Borja  Pavón,  en  el  Diario  de  Córdoba  del  22  de  Enero  de  1862. 

Por  último,  varios  periódicos  literarios  han  empezado  á  dedicar 
algunas  de  sus  páginas  á  los  estudios  arqueológicos.  Son  aquellos 
«El  Arte  en  España»  4  vol.,  Madrid  1862-1865,  fol.  y  4.;  la  «Re- 
vista histórica»  de  Barcelona  vol.  I-IV,  Barcelona  1874-1877,  8.; 
la  «Revista  de  ciencias  históricas»  del  Sr.  D.  Salvador  San- 
per  e  y  Miquel  vol.  I-IV,  Barcelona  1880-1887,  8.;  véase  sobre  ella  la 
Deutsche  Litteraturzeitung ,  de  Berlín,  1881,  p.739;  «La  Academia», 
de  los  Sres.  Dorregaray,  Rada  y  Tubino,  vol.  I-IV,  Madrid 
1877-1878,  4.;  véase  sobre  ella  la  Jenaer  Literaturzeitung ,  1877, 
p.  425,  y  1878,  p.  194;  la  Revista  de  arqueología  española» 
del  Sr.  D.  Enrique  Rouget,  un  volumen  sólo,  Madrid  1880  8.,  véase 
la  Deutsche  Litteraturzeitung ,  1881,  p.  1346;  el  «Boletim  de  archi- 
tectura  e  archeologia  de  Lisboa  3  vol.,  Lisboa  1874-1881,  4.,  véase 
la  Jenaer  Literaturzeitung,  1878,  p.  195,  y  la  Deutsche  Litteratur- 
zeitung 1881,  p.  1585,  y  finalmente,  dejando  atrás  todos  los  demás, 
el  «Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Historia»  12  vol., 
Madrid,  1877-1888,  8.  De  suma  utilidad  es  la  obra  del  Sr.  D.  Juan 
de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado  «Noticia  histórico-descriptiva  del 
Museo  arqueológico  nacional»,  publicada  siendo  director  del  mismo 
el  Excmo.  Sr.  D.  Antonio  García  Gutiérrez,  Madrid  1876,  pp.  210,  fol. 

§  142.     Bajo  la  designación,  poco  exacta,  de  prehistó-  Antigüedades 

i  /i,'  •,»  i  vi  -i  prehistóricas 

rico,  en  los  últimos  veinte  anos,  se  na  solido  comprender, 
cuando  se  trata  de  monumentos  de  la  civilización  humana , 
todo  lo  que  por  falta  de  testimonios  escritos  no  se  puede 
atribuir  á  las  épocas  más  ó  menos  ciertas,  de  las  cuales 
existen  históricos.  En  el  diluvio  de  San  Isidro  sobre  el 
Manzanares,  en  Pedraza  y  Ciruelos  en  la  provincia  de 
Segovia,  en  las  cavernas  de  la  Punta  de  Europa,  ó  cerro 
de  los  Molinos  de  viento  de  Gibraltar,  en  la  «Cueva  de 
la  Mujer» ,  cerca  de  los  baños  de  Alhama  de  Granada,  en  la 
«de  los  Murciélagos»  junto  á  Albuñol,  también  en  las  mon- 
tañas de  Granada,  en  la  «de  los  letreros»,  entre  Vélez- 

15 


216  LOS   MONUMENTOS 

Blanco    y  Vélez-Rubio,  en  la  provincia  de  Almería,  en 
la   «del  Tesoro»,   y  en   otros  puntos    de  las  cercanías  de 
Baza,   cuevas  que  en  parte  parecen  haber  servido  de  ente- 
rramientos,  en   parte  de  habitaciones,  se  han  encontrado 
ciertos  rastros   de  una   población    de  remota  antigüedad; 
cráneos  y  silex,    hachas  y  flechas  de  piedra  y   de  bronce, 
jarros  y  otros  residuos  de  una  civilización  muy  primitiva. 
No   faltan  en  España  monumentos  megalíticos,  como  la 
cueva  de  Menga  de  Antequera,  junto  á  Málaga,  el  Menhir 
de   las    Vírgenes,    entre  Baena   y  Buj alance,    la   cámara 
sepulcral  de  Castilleja  de  Guzmán,  cerca  de  Sevilla,  el  dol- 
men llamado  «Piedra  de  los  sacrificios»  en  las  cercanías  de 
Ronda,  el  de  Dilar,  á  dos  leguas  de  Granada,  y  en  toda  la 
zona  marítima,  que  se  extiende  por  Andalucía,  desde  las 
Alpuj arras  hasta  la  provincia  de  Huelva,  por  Extremadura 
y  Portugal  hasta  Galicia;  en  el  norte,  por  Asturias  y  Viz- 
caya, hasta  Cataluña,  el  reino  de  Valencia,  y  en  las  islas 
Baleares,  donde  se  conservan  túmulos,  en  gran  parte  toda- 
vía no  explorados,  como  el  de  la  Ollería,  en  el  dicho  reino  de 
Valencia,  y  muy  frecuentes  en  Andalucía.  Falta  una  estadís- 
tica tan  completa  como  fuera  posible,  de  las  diferentes  cla- 
ses de  estos  monumentos  «prehistóricos»,  con  noticias  fide- 
dignas sobre  los  hallazgos  hechos,  en  ó  cerca  de  ellos,  y  una 
clasificación  aproximada  de  sus  diferentes  edades,  compa- 
rándolos con  los  observados  en  los  demás  países  europeos, 
en  especial  de  la  Europa  meridional.  Tarea  grande  y  difícil, 
que  es  la  que  puede  proporcionar  un  fundamento  sólido  para 
la  solución  de  las  graves  cuestiones  etnológicas,  acerca  de 
los  antiguos  habitantes  de  la  península,  tan  embrolladas 
por  las  noticias  confusas  y  fantásticas,  que  sobre  ellos  nos 
transmiten  los  autores  antiguos.  Pero  hasta  ahora,  no  se  ha 
publicado  un  libro  que  llene  cumplidamente  este  objeto  (*). 

(*)  La  obra  del  Sr.deCartailhac,  dada  á  luz  después  que  estas  lí- 
neas fueron  escritas,  satisface  hasta  cierto  punto  semejante  necesidad. 


ANTIGÜEDADES  PREHISTÓRICAS  217 

En  el  cerro  llamado  el  «Puig  de  Malavella»,  cerca  de 
Gerona,  se  cree  haber  existido  una  estación  palustre  con 
sus  palafitos;  forma  de  construcciones  tan  frecuente  en  los 
lagos  de  Europa,  pero  hasta  ahora  no  observada  en  otros 
lugares  de  la  España.  Se  han  encontrado  en  dicho  sitio 
algunas  hachas  de  silex  y  otros  utensilios,  como  también 
monedas  romanas. 

Los  objetos  descubiertos  en  estos  diferentes  pasajes,  en 
cuanto  se  conocen  al  presente,  parecen  indicar,  que  la  cul- 
tura anteromana  de  los  Iberos,  en  lo  general,  no  era  muy 
diferente  de  la  de  los  Ligures  y  Sículos.  Pero  tal  juicio, 
hasta  ahora,  sólo  puede  pronunciarse  bajo  reserva. 

Existe  ya,  desde  los  últimos  decenios,  una  literatura  antropoló- 
gica y  etnológica  especial  relativa  á  España.  Prescindiendo  de  algu- 
nas noticias  ocasionales  que  se  encuentran  en  autores  más  antiguos, 
indicados  por  D.  Juan  Vilanov  a  y  D.  Francisco  M.  Tubino,  en  su 
«Viaje  científico  á  Dinamarca  y  Suécia,  con  motivo  del  Congreso  inter- 
nacional prehistórico,  celebrado  en  Copenhague  en  1869»  Madrid,  1871, 
III  y  269  pp.,  con  5  láminas  y  varios  grabados  en  madera,  á  p.  XXVI, 
y  del  resumen  del  primero  de  estos  dos  escritores  «sobre  lo  prehis- 
tórico español»,  en  el  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  I,  1872, 
p.  129  y  ss.,  la  primera  obra  científica  que  trata  de  antropología 
española,  es  la  «Descripción  física    geológica  de  la   provincia  de 
Madrid»  por  D.  Casiano  de  Prado,  Madrid,  1864,  8.  A  esta  obra 
han  seguido  otros  trabajos  más  ó  menos  detallados,    como  sobre 
las  cuevas  de   Andalucía  los   del  Catedrático   de  Medicina,  en  la 
Universidad  de  Sevilla,  D.  Antonio  Machado,  publicados  en  la  Re- 
vista de  Filosofía  y  de  Ciencias  de  aquella  ciudad;   sobre  las  de  la 
roca  de  Gibraltar  los  de  varios  autores  ingleses,  como  las  dos  memo- 
rias de  D.   Guillermo   Macpherson,  sobre   la  cueva  de  la  mujer, 
Cádiz  1870  y  1871,  8.,  y  la  del  Sr.  Busk,  leída  ante  el  Congreso 
antropológico  de  Norvich  en  1868,  Londres,  1869,  8.;  véanse  Vila- 
nova  y  Tubino,  viaje,  p.  XXXI.  Sobre  las  «antigüedades  prehistóri- 
cas de  la  provincia  de   Huelva»  ha  escrito  el  Sr.  D.   Recaredo  de 
Garay  y  Achuaga,  véase  el  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  His- 
toria, vol.  II,  1882-83,  p.  394.  El  «menhir  de  los  Vírgenes»,  lo  ilustró, 
según  noticias  transmitidas  por  el  Sr.  D.  Aureliano  Fernández  Gue- 


218  LOS   MONUMENTOS 

rra,  el  Sr.  D.  Manuel  de  Assas,  en  el  Semanario  pintoresco  de  1857, 
y  el  mismo  D.  Aureliano  Guerra  fué  el  primero  en  publicar  una 
i*eseña  breve  de  los  monumentos,  llamados  entonces  célticos,  de 
Andalucía,  en  su  dictamen  sobre  la  Munda  Pompeyana  de  los  her- 
manos Oliver,  Madrid  1866,  p.  20.  Ha  descrito  también  algunos  monu- 
mentos megalíticos  de  Cataluña,  el  benemérito  fundador  del  Museo 
Martorell  en  Barcelona,  D.  Francisco  Martorell  y  Peña,  en  sus 
«Apuntes  arqueológicos»,  ordenados  por  D.  Salvador  Sanpere  y 
Miquel,  y  publicados  por  D.  Juan  Martorell  y  Peña,  Barcelona  1879, 
p.  87-100;  véase  la  Deutsche  Litteraturzeitung ',  1881,  p.  762.  Sóbrenlos 
Puchs»  de  la  provincia  de  Castellón  de  la  Plana  hay  unas  indicacio- 
nes en  la  «Noticia  de  las  Actas  de  la  Real  Academia  de  la  Historia, 
por  D.  Pedro  Sabau,  Madrid  1868,  p.  X-XI.  Los  túmulos  y  castros, 
ó  croas,  esto  es  coronas,  y  mámoas  ó  madorras_,  de  Galicia,  han  sido 
descritos  por  los  Sres.  D.  José  Villaamil  y  Castro  en  el  Museo 
español  de  antigüedades,  vol.  VII,  1876,  p.  195  y  ss.,  y  en  la  Revista 
de  Bellas  Artes,  por  el  Sr.  D.  Manuel  Murguía,  en  su  Historia  de 
Galicia,  y  por  el  Sr.  Garay,  en  algunos  artículos  de  la  Revista 
de  España.  Ricas  en  momxmentos  megalíticos  son  las  dos  Extrema- 
duras,  la  española  y  la  portuguesa.  Algunas  noticias  sobre  los  de  las 
cercanías  de  Cáceres  ha  reunido,  sirviéndose  de  un  manuscrito  del 
Sr.  Gregorio  Sánchez  de  Dios,  el  Sr.  Barrantes,  en  su  aparato  para 
la  historia  de  Extremadura,  vol.  I,  p.  453  y  ss.  Sobre  el  Dolmen  de 
Peñalara,  junto  á  San  Ildefonso,  véase  la  noticia  breve  dada  en  el 
Boletín  de  la  Sociedad  geográfica  de  Madrid,  vol.  IX,  1880,  p.  131. 
El  docto  vascólogo  inglés  Sr.  Wentwordh  Webster,  ha  publicado  un 
resumen  de  las  antigüedades  prehistóricas  de  las  provincias  Vascon- 
gadas, en  la  Revista  de  ciencias  históricas,  vol.  IV,  1886.  Tam- 
bién Portugal  tiene  su  literatura  prehistórica,  en  las  obras  de  los 
Sres.  J.  N.  Delgado,  en  su  «Noticia  acerca  das  grutas  de  Cesareda», 
Lisboa  1867,  8.,  Carlos  Ribeiro,  en  sus  «Estudios  prehistóricos 
em  Portugal»,  Lisboa  1867,  8.  F.  A.  Pe  reirá  da  Costa,  en  su 
«■DescHpcdo  de  algums  doltnens  ou  antas  do  Portugal»,  Lisboa 
1868,  8.,  Sá  Villela  en  el  Boletim  de  Architectura  é  Archeologia 
serie  II,  vol.  II,  1877-1879,  p.  23,  54  y  ss.,  J.  Possidonio  N.  da 
Silva,  en  el  mismo  Boletim  vol.  II,  p.  40.  90.  158  y  ss.  y  en  las  publi- 
caciones de  la  Association  francaise  pour  Vavancement  des  sciences, 
Congrés  de  Montpellier,  1879  5  pp.  8.,  Gabriel  Per  eirá,  en  sus 
«Notas  de  Archeologia»  Evora,  1877,  p.  26  y  ss.;  véanse  también  los 
Matériaux  pour  Vhistoire  primitive  de  Vhomme  del  Sr.  de  Carta  i- 


ANTIGÜEDADES  PREHISTÓRICAS  219 

lhac,  vol.  XIV,  1878,  p.  362.  De  todos  estos  trabajos  da  un  resumen 
el  libro  del  ya  difunto  Augusto  Felipe  Simóes  Introducido  a  archeo- 
logia  da  península  ibérica,  vol.  I  y  único,  Lisboa  1878,  8.  Sobre 
esta  obra  escribió  una  noticia  brillante  y  útilísima  el  Sr.  Adolpho 
Coelho,  en  el  periódico  la  «Renascenca»  de  1879,  fascículo  V-VII,  y 
en  la  Revista  d'Ethnologia  e  de  Glottologia,  fase.  I,  Lisboa  1880, 
p.  42  y  ss.  Sobre  las  antigüedades  prehistóricas  del  Mediodía  de 
Portugal,  el  Sr.  Estacio  daVeiga,  benemérito  fundador  del  «Mu- 
seo do  Algarve»  en  Lisboa,  ha  escrito  una  obra  extensa,  que  forma 
la  parte  primera  de  su  libro  monumental  sobre  las  antigüedades 
del  Algarve,  publicado  á  costas  del  Gobierno  portugués.  Los  dos 
primeros  volúmenes  ya  se  han  publicado  bajo  el  título  Paleoethno- 
logia,  antiguidades  monumentaes  do  Algarbe,  tempos  prehistóricos, 
Lisboa  1886-87  (pp.  XXIII  y  609)  8.,  con  mapas  y  más  de  40  lámi- 
nas. Sobre  la  región  ocupada  por  estos  monumentos,  creídos  cél- 
ticos, hay  algunas  observaciones  en  el  artículo  del  Sr.  Hübner, 
sobre  la  situación  de  Norba,  en  el  Boletín  de  la  R.  Academia  de  la 
Historia,  vol.  I,  1877-78,  p.  319.  Sobre  la  «Cueva  de  Menga»,  ó  de 
Mengal,  además  del  folleto  de  D.  Rafael  Mitjana,  Málaga  1847,  8. 
existen  noticias  y  observaciones  de  varios  viajeros  extranjeros,  como 
las  de  Lady  Luisa  Tenis  on,  en  su  libro  «Castile  and  Andalucía» 
Londres  1853,  8.;  véase  el  Gentlemans  Magazine,  nueva  serie, 
vol.  XIV,  1864,  p.  360  y  ss.  Sobre  la  «Cueva  del  Tesoro»  véase  el 
estudio  prehistórico  de  D.  Eduardo  G-.  Navarro,  en  el  Boletín  de  la 
Real  Academia  de  la  Historia,  vol.  VI,  1885,  p.  226.  Sobre  el  «Piiig 
de  Malavella»  ha  escrito  D.  Francisco  Viñas,  en  la  Academia,  vol.  I 
1877,  p.  187;  véase  la  Noticia  de  las  actas  de  la  R.  Academia  de  la 
Historia,  por  D.  Manuel  Oliver,  Madrid  1879,  p.  29.  Sobre  las 
cuevas  de  Ciruelos,  partido  de  Sepúlveda,  provincia  de  Segovia, 
véase  el  Boletín  histórico,  vol  II,  1881,  p.  24.  A  varios  puntos  de  la 
provincia  de  Santander,  como  Murillo,  Alcalá,  la  cueva  de  Altanara, 
se  refiere  una  disertación  breve  del  Sr.  Marcelino  S.  de  Santuola, 
breves  apuntes  sobre  algunos  objetos  prehistóricos  de  la  provincia 
de  Santander,  Madrid  1880,  pp.  27  y  4  láminas,  8.;  véase  también  el 
artículo  del  Sr.  E.  Harlé,  la  grotte  d1  Altamira,  en  los  «Matériaux» 
vol.  XVI,  1881,  p.  275  y  ss.  Poblaciones  y  ruinas  antiguas  en  la  pro- 
vincia de  Álava  han  sido  objeto  de  las  investigaciones  del  insigne 
geógrafo  D.  Francisco  Coello  y  Quesada,  Boletín  de  la  R.  Acade- 
mia de  la  Historia,  vol.  III  1883,  p.  22  y  ss.  La  piedra  oscilante,  en 
la  sierra  de  Montanches,   divisoria  de  las  cuencas  del  Tajo  y  del 


220  LOS  MONUMENTOS 

Guadiana,  ha  sido  descrita  y  dibujada  hace  poco  en  el  Boletín  de  la 
R.  Academia  de  la  Historia,  vol.  XI,  1887,  p.  279. 

Hasta  ahora  una  sola  obra  trata  con  prolijidad  y  esmero  sobre 
los  restos  de  esta  clase  en  una  cierta  región  de  España,  y  es  la  del 
Sr.  D.  Manuel  de  Gong  ora  y  Martínez,  titulada  «Antigüedades  pre- 
históricas de  Andalucía,  monumentos,  inscripciones,  armas,  uten- 
silios y  otros  importantes  objetos  pertenecientes  á  los  tiempos  más 
remotos  de  su  población»,  Madrid  1868,  8.,  IV  y  158  pp.  con  dos  lámi- 
nas cromolitográficas,  un  mapa  y  numerosos  grabados  en  madera. 

La  Sociedad  Antropológica  de  Madrid  ha  llegado  á  publicar  una 
serie  útilísima  de  volúmenes  en  su  «Revista  de  antropología».  En  este 
periódico  el  Sr.  D.  Francisco  M.  Tubino  ha  escrito  su  docta  memo- 
ria sobre  «los  Aborígenes  ibéricos,  ó  los  Bereberes  en  la  península», 
Madrid  1876,  126  pp.  8.,  repetida  bajo  el  título  «Los  monumentos 
megalíticos  de  Andalucía,  Extremadura  y  Portugal»,  en  el  Museo 
español  de  antigüedades,  vol.  VII,  1876,  p.  303  ss.;  véase  la  memo- 
ria del  mismo  autor  en  francés,  recherches  d'anthropologie  sociale,  en 
la  cual  trata  de  las  razas  ibéricas,  en  la  Bevue  d'anthropologie  de 
París,  vol.  VI,  1877,  p.  100  y  ss.;  y  el  resumen  dado  en  la  Academia, 
vol.  1, 1877,  p.  45.  El  autor  sostiene  la  tesis,  difícil  de  probar,  que 
los  Bereberes  del  África  septentrional  formaron  el  núcleo  de  la 
población  que,  durante  el  período  megalítico,  habitaba  las  cavernas 
de  la  Bética  y  de  Portugal,  y  labraba  los  monumentos  igualmente 
megalíticos  conservados  en  aquellas  regiones. 

La  obra  del  Sr.  E.  Cartailhac,  antes  citada,  es  esta:  Les  ages 
préhistoriques  de  VEspagne  et  du  Portugal,  París  1886,  8.,  con 
láminas  y  grabados.  Véase  sobre  ella  el  artículo  del  Sr.  de  S apor- 
ta, les  ages  préhistoriques  de  VEspagne  et  du  Portugal,  dans  la 
Bevue  des  deux  mondes,  Marzo  de  1887. 

La  «cueva  de  Berga»  ó  sea  de  Menga,  junto  á  Antequera  y  Má- 
laga, últimamente  ha  sido  declarada  monumento  nacional,  como 
acabo  de  saber  por  el  Boletín  de  la  Sociedad  arqueológica  Luliana 
de  Palma,  vol.  II,  1886,  n.  32,  p.  16. 

Muy  recientemente,  la  Real  Academia  de  la  Historia  de  Madrid, 
en  una  circular  redactada  por  su  Comisión  de  estudios  y  monumentos 
protohistóricos,  ha  iniciado  una  estadística  de  cuevas,  palafitos,  cons- 
trucciones megalíticas,  hachas  y  otras  armas,  depósitos  de  huesos, 
restos  de  cadáveres,  lápidas  con  signos  ó  caracteres  desconocidos,  y 
otros  objetos;  véase  el  Boletín  de  la  Academia,  vol.  X,  1887,  p.  87 
y  ss.  Ya  antes  de  esta  circular,   los  hermanos  Enrique  y  Luis 


COLONIAS  FENICIAS  221 

Siret,  ingenieros  belgas,  habían  dedicado  un  estudio  esmerado  á  las 
antigüedades  prehistóricas  de  una  región  de  75  kilómetros  de  longi- 
tud, siguiendo  la  costa  del  mar  entre  Cartagena  y  Almería,  pene- 
trando á  veces  hasta  35  kilómetros  en  el  interior,  desde  las  orillas 
del  mar.  Su  obra,  premiada  en  el  concurso  Martorell  de  1887,  se 
publica  bajo  el  título:  «Les  premier *s  ages  du  metal  dans  le  sud-este 
de  l'Espagne»,  Amberes,  1887,  un  volumen  de  texto  de  cerca  de 
350  pp.,  con  muchos  diseños  y  un  álbum  de  70  láminas  en  folio  foto- 
grabadas, al  precio  de  250  francos;  véase  el  Boletín  de  la  R.  Acade- 
mia de  la  Historia,  vol.  XII,  1888,  p.  90  y  s. 

Aun  después  de  la  obra  del  Sr.  Cartailhac,  que  no  es  completa 
por  cierto,  nos  hace  falta  una  reseña  de  los  varios  objetos  encontra- 
dos en  los  diferentes  sitios  prehistóricos.  Materiales  para  una  tal 
reseña  ofrece  la  obra  del  Sr.  A.  B.  Meyer,  director  del  Museo  zoo- 
lógico y  antropológico  de  Dresde,  sobre  objetos  hechos  de  sadéito 
y  de  nefrito  (Leipzig  1882,  8.),  en  la  cual  se  citan  también  algunos 
hallados  en  España  y  Portugal,  p.  260  y  ss.  Sobre  otros  objetos  pre- 
históricos en  poder  del  Sr.  Marqués  de  Monistrol,  véase  el  Boletín  de 
la  Academia  de  la  Historia,  vol.  X,  1887,  p.  417. 

§  143.  Restos  del  arte  arquitectónico  de  los  Fenicios,  colonias 
del  que  hablan  las  escrituras  sagradas  y  los  autores  anti-  fenicias 
guos  con  tantas  alabanzas ,  existen  en  las  metrópolis  de 
Sidón,  de  Tiro,  y  de  Cartago,  y  en  algunas  de  sus  colonias. 
Conocemos  los  restos  de  las  murallas  de  Sidón,  de  la 
«Byrsa»  ó  acrópolis  de  Cartago,  substrucciones  y  murallas 
en  Arad,  en  Utica  de  África,  en  el  monte  Eryx  de  Sicilia, 
las  del  gran  templo  de  Tadmor  ó  Baalbek,  las  de  algunos 
otros  templos  de  Cartago,  de  Chipre,  y  de  Sicilia,  los  res- 
tos muy  particulares  de  Malta  y  de  Gozo,  si  es  que  son  en 
verdad  obras  de  Fenicios,  casas  tajadas  en  la  roca  viva  ó 
hechas  de  monolitos,  y  algunos  sepulcros.  Los  «nurhages» 
de  Cerdeña  y  los  «talayots»  de  Menorca,  de  los  cuales 
habrá  de  hablarse  más  adelante  (§  146),  no  figuran  en  los 
tratados  más  recientes  sobre  el  arte  fenicio;  y  con  razóü, 
porque  casi  ninguna  semejanza  presentan  con  las  obras  de 
origen  fenicio  reconocido,  con  excepción  quizá  sólo  de  los 


222  LOS   MONUMENTOS 

templos  de  Malta  y  Gozo,  cuyo  origen  tampoco  está  averi- 
guado. Nada  de  esta  arquitectura  se  ha  conservado  en  la 
península.  En  Cádiz  se  observan  los  cimientos  muy  gran- 
des de  edificios,  construidos  sobre  la  roca,  batida  por  las 
olas.  Pero  las  declamaciones  retóricas  de  los  historiadores 
de  Cádiz,  antiguos  y  modernos,  que  en  ellos  reconocen  el 
templo  de  Hércules,  y  otros  edificios  de  este  emporio  céle- 
bre de  la  colonización  fenicia ,  no  se  fundan  sobre  investi- 
gaciones detalladas,  y  planos  esmerados  de  estos  restos,  y 
por  ello  no  nos  enseñan  mucho.  A  un  Schliemann  del  por- 
venir está  reservada  la  tarea  de  descubrir  los  vestigios  del 
gran  templo  de  Hércules  en  Cádiz,  ó  de  las  construcciones 
de  los  Cartagineses  en  Cartagena.  En  Málaga,  en  Adra,  y 
en  las  demás  colonias  de  la  costa  meridional  tampoco  hay 
restos  ciertos  del  arte  semítico.  En  las  antiguas  minas  de 
plata,  hoy  sólo  de  plomo,  en  el  mediodía  de  la  península, 
quedan  aún  tal  vez  algunas  reliquias  de  sus  métodos  de 
laboreo.  Pero  nadie  hasta  ahora  las  ha  investigado  deteni- 
damente, y  las  ha  dado  á  conocer  por  descripciones  ó  por 
dibujos.  Sobre  los  sepulcros  de  Olérdula  se  hablará  más 
adelante  (§  147).  El  día  en  que  se  descubriera  el  primer  mo- 
numento cierto  del  arte  fenicio  en  España,  formaría  una 
época  en  la  arqueología  peninsular. 

Para  formarse  una  idea  cabal  de  los  restos  del  arte  fenicio, 
basta  que  acuda  el  lector  á  la  obra  maestra  de  los  Sres.  Gr.  P  errot 
y  Ch.  Chipiez,  histoire  deVart  dans  Vantiquité,  cuyo  volumen  III 
trata  de  Fenicia  y  Chipre  (París,  1885,  fol.,  con  muchas  ilustracio- 
nes). El  general  italiano  della  Marmora,  en  su  libro  sobre  Cer- 
deña,  se  ocupa  de  los  nurhages  y  los  talayots  como  obra  de  los 
Fenicios,  Voyage  en  Sardaigne,  París  1840,  p.  102  y  ss.,  y  p.  573 
y  ss,  y  lo  ha  seguido  el  insigne  arqueólogo  alemán  Eduardo  Ger- 
hard,  en  su  tratado  sobre  el  arte  de  los  Fenicios  Akademische 
Abhandlangen,  vol.  II,  Berlín  1868,  p.  1  y  ss.  Sobre  las  murallas 
del  monte  Eryx  en  Sicilia  se  deben  las  primeras  noticias  detenidas 
al  arqueólogo  siciliano  A.   Salinas,  en  las  Notizie  degli  Scavi  del 


SALINAS   FENICIAS  223 

año  1883,  p.  142  y  ss.  lám.  I-III,  y  en  su  monografía  «ie  mura  feni- 
cie  in  Erice»,  Palermo  1884,  4.  Pero  se  ha  observado  después  que 
estas  murallas  tienen  sólo  unos  cimientos  muy  antiguos  con  algunas 
letras  fenicias  esculpidas  en  sus  grandes  sillares,  como  señales  de 
los  picapedreros,  mientras  el  resto  de  ellas  pertenece  á  la  época 
romana  y  á  restauraciones  aun  más  recientes.  Así  lo  ha  demostrado 
el  Sr.  O.  Richter,  en  su  disertación  sóbrelas  contraseñas  de  los 
antiguos  canteros,  programa  45,  publicado  en  el  aniversario  de  Win- 
ckelmann  por  la  Sociedad  arqueológica  de  Berlín  1885,  4.;  p.  43-51. 

§  144.  Entre  los  negocios  que  explotaban  los  Fenicios,  Salinas 
desde  tiempo  muy  antiguo,  la  sal  ocupaba  un  puesto 
preeminente.  En  muchas  de  sus  colonias  habían  establecido 
salinas  de  mar,  y  se  sirvieron  de  ella  sobre  todo  para  salar 
los  pescados.  Los  atunes  y  otros  peces  salpresados,  y  el 
garum,  el  escabeche  fenicio,  formaban  artículos  de  expor- 
tación de  primer  orden.  Las  salinas  hoy  día  existentes  en 
las  costas  de  España,  mayormente  las  de  Cádiz,  traen  su 
origen  sin  duda  de  los  Fenicios;  ó,  si  ya  antes  fueron  ex- 
plotadas por  poblaciones  indígenas,  como  es  muy  posible 
que  sucediera,  ellos  al  menos  fueron  los  primeros  que  expor- 
taron la  sal.  Si  los  restos  existentes  de  las  construcciones 
de  esta  clase  son  fenicias  ó  no,  naturalmente  no  puede 
decidirse  con  certidumbre;  hay  mucha  probabilidad,  sin 
embargo,  de  que  al  menos  parte  de  ellas  lo  sean  en  ver- 
dad. Sobre  algunas  de  las  poblaciones  marítimas,  situadas 
entre  Carteia,  en  el  golfo  de  Algeciras,  y  Cádiz,  tenemos 
noticias  de  un  anticuario  local  de  principios  del  siglo  xvii, 
Macario  Fariñas  del  Corral.  Una  de  éstas  era  Baelo, 
hoy  Bolonia  ó  Villavieja  cerca  de  Tarifa,  que  acuñó  mone- 
das bilingües  con  letras  del  alfabeto  Turdetano  (§  131); 
sus  ruinas  parecen,  según  la  descripción  de  Fariñas,  de 
origen  romano.  Más  al  oeste  de  Baelo  estaba  Baesippo, 
cuyas  ruinas  existen  en  la  moderna  Barbate,  cerca  del  cas- 
tillo de  Santiago.  Entre  ellas,  además  de  los  restos  de  un 
templo  romano  ó  de  una  basílica  cristiana,  y  de  una  exedra 


224  LOS  MONUMENTOS 

esculpida  en  la  roca  viva,  se  observan  en  la  playa  cajones 
cuadrados  de  argamasa,  que  se  creen  destinados  para  sal- 
presar el  pescado;  las  tapi^s-ai  de  los  Fenicios.  Es  muy  posi- 
ble que  en  las  demás  colonias  fenicias,  sobre  todo  en  Cádiz, 
hubiera  semejantes  construcciones.  El  mismo  nombre  de 
Malaca  por  algunos  orientalistas  modernos  es  considerado 
como  sinónimo  de  la  palabra  taptyeía. 

El  geógrafo  de  Ravena  (§  28),  señala  en  la  misma  orilla 
del  mar,  entre  dos  poblaciones  conocidas,  que  son  Trans- 
ducta  y  Mellaría,  junto  á  Tarifa,  una  ciudad  cuyo  nombre 
en  ningún  otro  geógrafo  se  lee,  llamada  Cetraria.  Esta 
denominación  alude  tal  vez  al  mismo  negocio  del  pescado 
salpresado,  quizá  de  X7]T0&i)psía,  pesca  de  atunes.  Estableci- 
mientos semejantes  á  los  de  Baesippo  se  han  observado  en 
la  costa  del  Algarve,  junto  á  Budens  y  á  Faro,  y  en  la  del 
Océano  junto  á  Setúbal. 

Sobre  las  salinas  fenicias  véase  la  obra  de  Movers,  aun  des- 
pués de  la  de  Perrot  y  Chipiez  (§  143)  en  muchos  respectos  indispen- 
sable Die  Phónizier,  vol.  II,  parte  III,  Berlín  1856,  p.  325.  Sobre  las 
ruinas  de  Baesippo  hay  una  memoria,  en  alemán,  del  Dr.  Hübner, 
en  el  Zeitschrift  filr  allgemeine  Erdkunde,  volumen  XIII,  1862, 
p.  35  y  ss.  Sobre  los  restos  de  construcciones  para  salpresar  en  el 
mediodía  de  Portugal  esperamos  obtener  informes  por  la  grande 
obra  del  Sr.  Estacio  da  Veiga,  ya  citada  (§141). 

Minas  fenicias  §  145.  Conocida  es  la  importancia  que  desde  los  tiem- 
pos más  antiguos  tuvieron  las  minas  de  España.  Oro,  plata, 
cobre,  hierro,  azogue,  minio,  cinabrio  y  plomo,  casi  la 
generalidad  de  los  metales  necesarios  para  los  trabajos  de 
toda  clase,  eran  por  ellas  producidos,  según  los  informes 
detallados,  que  sobre  las  mismas  dieron  Polibio  (§  36),  Posi- 
donio  y  Artemidoro  (§§  10  y  11),  y  nos  han  sido  conservados 
por  Estrabón  (§  14),  y  Plinio  (§  20).  Es  cierto  que  los  Feni- 
cios, si  no  labraron  ellos  mismos  las  minas,  fueron  los  que 


MINAS  FENICIAS  225 

en  España  como  en  otras  partes ,  se  encargaron  de  la 
exportación  de  las  riquezas  del  país,  y  que  sabían  sacar  de 
ellas  ganancias  no  exiguas,  por  más  que  Posidonio,  en  su 
descripción  elocuente  de  las  minas  de  España,  no  nombre 
los  tales  Fenicios.  En  varios  puntos  los  restos  que  se  han  en- 
contrado de  una  primitiva  explotación  de  minas,  han  sido 
atribuidos  á  los  Fenicios;  y  no  se  puede  negar,  que  como 
dueños  de  ellas,  aunque  se  sirvieron  ciertamente  para  tra- 
bajarlas de  los  habitantes  indígenas,  han  de  considerarse 
también  como  autores  primeros  de  los  métodos  de  laboreos 
mineros,  en  los  cuales  les  sucedieron  los  Romanos.  Restos 
al  menos  de  la  explotación  romana  de  las  minas  de  plomo, 
pues  las  de  oro  y  de  plata  en  tiempo  de  los  dichos  Romanos 
habían  ya  perdido  mucho  de  su  importancia,  son  los  lin- 
gotes con  inscripciones,  conteniendo  los  nombres  de  los 
dueños  de  las  fundiciones,  que  se  han  encontrado  en  Caz- 
lona  (C.  I.  L.  II  3280),  en  Cartagena  (II  3739),  y  en  Can- 
jayar  cerca  de  Granada  (II  4964,  i).  También  los  lingotes 
de  Fuente  de  Cantos,  cerca  de  Medina  de  las  Torres,  aun- 
que carecen  de  inscripciones,  con  mucha  probabilidad  se 
atribuyen  á  los  Romanos  (II  4964,  2).  En  algunos  epígrafes 
de  Roma  y  de  Italia  se  hace  mención  de  un  procurator  so- 
ciorum  miniariarum  del  metallum  Samariese  y  Antoninia- 
nun  in  Bcetica  (C.  I.  L.  VI  9634),  mencionado  por  Plinio 
(n.  h.  XXXIV  §  165),  y  de  un  villicus  sociorum  SisaiJO- 
nensium  (C.  I.  L.  X  3964),  también  conocido  por  Plinio 
(11.  h.  XXXIII  §  118).  Sobre  la  administración  de  las 
minas  romanas  debemos  los  más  completos  informes  á  la 
lex  metalli  Vipascensis,  ya  antes  mencionada  (§  124). 

En  el  museo  municipal  de  Porto,  en  Portugal,  existe 
una  pequeña  lámina  de  oro  (0,004  á  0,005  m.),  batida,  como 
claramente  se  ve,  sobre  uno  de  los  célebres  decadracmas  de 
plata  de  Siracusa  en  Sicilia,  cuyo  nombre  lleva,  junto  con 
el  del  artista  Euóneto,  á  cuyo  buril  de  maestro  se  debe  la 


226  LOS   MONUMENTOS 

cabeza  hermosísima  de  la  ninfa  Aretusa,  y  la  cuadriga  con 
la  Victoria,  que  forman  los  tipos  conocidos  de  estas  mone- 
das. Los  doctos  Griegos  que  viajaron  por  España,  como 
Posidonio  y  Artemidoro,  en  los  nombres  de  algunas  pobla- 
ciones, inmediatas  á  Málaga  y  de  Galicia,  como  las  de  los 
Elenos,  de  los  Grovios,  y  del  castillo  de  Tyde,  creyeron 
encontrar  pruebas  de  la  antigua  colonización  griega,  muy 
falaces  sin  duda.  Pero  puede  ser  muy  bien  que  Griegos  de 
la  Sicilia  exportaran  el  oro  de  Galicia  é  imprimieran  en 
aquella  lámina  el  tipo  de  una  de  sus  monedas.  Un  producto 
sumamente  interesante  de  la  explotación  de  las  minas  de 
oro  en  España,  de  remota  antigüedad,  son  unas  planchitas 
también  de  oro  encontradas  junto  á  Cáceres,  y  conservadas 
en  el  museo  del  Louvre,  en  París.  Contienen  unos  adornos, 
estampados  en  fajas  de  oro  muy  delgadas,  compuestos 
de  jinetes  y  animales,  de  un  arte  muy  primitivo;  fueron 
publicadas  por  elSr.  Schlumberger  en  la  gazette  archéo- 
logique,  y  reproducidas  por  el  Sr.  Cartailhac,  en  su  obra 
antes  citada  (§  141),  con  algunas  observaciones  (p.  334, 
lámina  IV). 

Un  resto  también  muy  especial  de  la  explotación  de 
las  minas  por  los  Romanos,  es  el  bajorelieve  tosco,  repre- 
sentando unos  mineros  con  sus  herramientas,  encontrado 
en  1872  en  las  minas  de  Palazuelo,  cerca  de  la  antigua 
Castillo,  y  publicado  por  el  Dr.  Berlanga  en  su  Hispanice 
anteromanm  syntagma  (Málaga  1884,  p.  686).  De  los  varios 
restos  de  labores  y  de  utensilios  encontrados  en  las  minas 
antiguas  de  cobre,  de  azogue,  y  de  plomo,  como  en  las  de 
Huelva,  Río  Tinto  y  Almadén,  no  se  puede  probar  el  ori- 
gen fenicio,  debiendo  referirse,  con  mucha  probabilidad, 
á  los  indígenas,  ó  á  los  Romanos. 

La  riqueza  minera  de  España  ha  sido  descrita  varias  veces;  pero 
falta  un  resumen  de  todas  las  noticias  sobre  restos  de  minas  anti- 
guas encontradas  en  varias  partes.  Sobre  los  Fenicios,  como  dueños 


LOS  TALAYOTS  227 

de  minas,  y  negociantes  en  metales,  en  todas  las  regiones  del  mundo, 
véase  la  ya  citada  obra  de  Movers,  die  Ph&nizier,  vol.  II,  parte  III, 
1856,  p.  27  y  ss.  Describió  las  antiguas  minas  de  plata  de  Sierra 
Almagrera,  provincia  de  Almería,  D.  Vicente  Moreno  y  Berardo,  en 
el  periódico  la  Alhambra,  vol.  III,  1840,  p.  49  y  ss.  Sobre  la  explota- 
ción de  las  minas  de  Cartagena  véase  la  obra  espléndida  del  señor 
D.  Federico  de  Botella  y  de  Hornos,  descripción  geológica-minera 
de  las  provincias  de  Murcia  y  Albacete,  Madrid  1868,  fol.,  en  la 
cual  se  ven  figuradas  ánforas,  candiles  y  vasijas  encontradas  en  las 
minas  (lám.  XXII).  Las  sagradas  escrituras  conocen  á  Tarsis  sólo 
como  patria  de  la  plata.  Sobre  algunos  objetos  antiguos,  que  pare- 
cen de  cuatro  norias,  ó  ruedas  de  llanta  bueca,  halladas  en  el  1865, 
en  las  minas  de  «Tharsis»,  provincia  de  Huelva,  dio  noticia  el  señor 
D.  Recaredo  de  Garay  y  Anduaga;  véase  la  Noticia  de  las 
Actas  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  de  1876,  por  D.  Cayetano 
Rossell,  Madrid  1876,  p.  27.  Sobre  la  lámina  de  oro  siracusana 
encontrada  en  Portugal  véase  el  libro  de  Hübner,  die  antiken 
Bildwerke,  etc.,  Berlín  1862,  p.  338.  La  explotación  recientemente 
muy  desarrollada  en  España  de  las  minas  ya  viejas  ó  ya  modernas, 
lia  dado  á  conocer  no  escasos  restos  de  los  trabajos  antiguos,  sobre 
todo  de  los  Romanos;  como  en  Río  Tinto,  Almería,  y  otros  puntos. 
De  la  mina  de  Hiende  la  Encina,  propiedad  de  la  familia  de  Orfila, 
en  París,  y  de  utensilios  y  antigüedades  hallados  en  ella,  conserva- 
dos ya  en  la  Real  Armería  de  Madrid,  ya  en  Valladolid,  una  noticia 
dada  en  el  periódico  francés  «La  Pvesse»,  de  1865,  ha  sido  repe- 
tida en  el  «Ausland»,  de  1865,  p.  1248,  y  en  el  «Globus»,  de  1866, 
vol.  IX,  p.  263.  Pero  no  se  ha  presentado  la  prueba  del  origen 
fenicio  de  estos  objetos.  Utensilios  de  mineros  antiguos,  fenicios  ó 
romanos,  que  fueron  encontrados  junto  á  Cartagena,  estaban  con- 
servados en  la  colección  de  antigüedades  del  Sr.  D.  Amalio  Maestre, 
en  Madrid;  véase  el  Bullettino  dell' Instituto  arcJieologico  de  Roma, 
1861,  p.  31. 

§  146.  En  las  islas  de  Mallorca  y  Menorca,  sobre  todo  Lo3  taiayois 
en  la  última,  existen,  ó  al  menos  existían  numerosos  monu- 
mentos de  una  población  quizá  indígena,  sobre  cuyo  ori- 
gen y  carácter  han  sido  emitidas  varias  opiniones.  Tienen 
los  tales  monumentos  cierta  semejanza  con  los  «nurhages» 
de  la  isla  de  Cerdeña,  y  tal  vez  con  los  monumentos  mega- 


228  LOS   MONUMENTOS 

líticos  de  otras  islas  del  mediterráneo,  como  Gozo  y  Pan- 
telaria;  pero,  sin  embargo,  sería  atrevido  por  solo  la  exis- 
tencia de  ellos  en  diferentes  puntos  de  aquel  archipiélago, 
establecer  conjeturas  sobre  su  origen  común,  que  mucho 
menos  puede  atribuirse,  con  certidumbre,  á  los  Fenicios, 
ó  á  los  Chethas  (§  142).  Los  talayots  son  edificios  circulares 
de  un  solo  piso,  generalmente  con  escalera  interior,  desti- 
nados, como  parece,  á  sepulturas;  algunos  tienen  rampas 
exteriores  que  conducían  á  las  entradas,  por  lo  general, 
muy  bajas,  de  los  pisos  altos.  Hay  una  cierta  clase  de  estos 
edificios  propios  de  la  isla  de  Menorca,  cuya  planta  es  muy 
semejante  á  un  bote  con  la  quilla  hacia  arriba,  llamados 
por  esto  «navetas»,  y  que  se  han  comparado  á  los  mapalia 
de  los  Númidas,  de  los  cuales  habla  Salustio  el  historiador 
en  el  bellum  Jugurthinum,  cap.  18,  10:  ceterum  adhuc  mdi- 
ficia  Numidarum  agrestium,  quce  mapalia  Mi  vocant,  oblon- 
ga, incurvis  lateribus  teda,  quasi  navium  carina}  sunt;  ase- 
gurándose que  los  Nómadas  del  Atlas  todavía  conservan 
en  parte  esta  forma  de  tiendas.  No  faltan  en  las  Baleares 
construcciones  megalí ticas  de  distintas  clases,  como  círcu- 
los y  altares,  parecidos  á  los  restos  de  esta  índole  obser- 
vados en  muchas  regiones  de  Europa,  y  en  diversas  partes 
del  mundo,  pero  también  de  un  carácter  propio  y  peculiar. 

Sobre  los  talayots  han  escrito,  además  de  indicaciones  ocasio- 
nales, dadas  por  diferentes  autores  nacionales  y  extranjeros,  el 
inglés  Juan  Armstrong,  the  history  of  Menorca,  Londres  1752,  8., 
traducida  al  castellano,  francés,  y  alemán,  D.  Juan  Ramis  y 
Ramis ,  en  sus  «Antigüedades  célticas  de  la  isla  de  Menorca,  Mahón 
1818,  4.,  y  su  hermano  D.  Antonio,  en  sus  «Noticias  relativas  á  la 
isla  de  Menorca»,  seis  fascículos,  Mahón  1826-1829,  4.,  y  en  sus 
«Inscripciones  relativas  á  Menorca  y  noticias  de  varios  monumen- 
tos descubiertos  en  ella»,  Mahón,  1833,  4.  Después  les  ha  dedicado 
algunas  observaciones  el  general  della  Marmora,  cuando  para  su 
grande  obra  sobre  la  isla  de  Cerdeña  y  sus  nuraghes  estuvo  también 
en  las  Baleares,  por  los  años  de  1834  y  1835;  Voyage  en  Sardaigne, 


RECINTOS  FORTIFICADOS  229 

París  1840,  p.  577  y  ss.,  lámina  XI  1-6.  Últimamente  el  benemérito 
anticuario  barcelonés  D.  Francisco  Martorell  y  Peña  visitó  los 
talayots  y  demás  monumentos  antiquísimos  de  las  Baleares,  sacando 
de  una  gran  parte  de  ellos  planos  y  dibujos,  sumamente  útiles,  que 
fueron  publicados,  con  las  doctas  notas  del  Sr.  D.  Salvador  San- 
pe  r  e  y  Miguel,  en  los  ya  antes  citados  «Apuntes  arqueológicos  de 
D.  Francisco  Martorell  y  Peña»,  Barcelona,  1879,  fol.,  p.  165,  ss. 
Véase  también  la  Memoria  de  D.  Cesáreo  Fernández  Duro,  en 
«la  Academia»,  vol.  I,  1877,  p.  184  y  223  y  ss.  Algunos  de  los  túmu- 
los mallorquines  aun  existentes,  los  de  Arta,  de  Llubi,  de  Capo  Corp 
Vey,  y  de  la  Talaya,  han  sido  dibujados  esmeradamente  y  publica- 
dos por  el  ilustre  historiador  de  las  Baleares,  el  archiduque  de  Aus- 
tria D.  Luis  Salvador  de  Toscana,  en  su  obra  monumental  y  esplén- 
dida, «die  Balearen  in  Word  und  Bild»,  vol.  V,  Leipzig,  1884,  fol., 
p.  456,  515,  624  y  626. 


§  147.  Las  poblaciones  primitivas  dejaron  también  en  Recinto». 
otras  partes  de  la  península,  restos  de  sus  ciudades  y  cas-  f°rüflcados 
tillos,  de  sus  habitaciones  y  sepulcros.  Frecuentemente  los 
sitios  de  esta  antiquísima  civilización  fueron  utilizados  por 
las  generaciones  posteriores.  Los  Fenicios  y  los  Griegos, 
sobre  todo,  se  aprovecharon  muchas  veces  de  las  ciudade- 
las  de  las  poblaciones  indígenas  subyugadas,  para  fundar 
en  ellas  sus  nuevos  emporios  y  ciudades.  Pero  hasta  hoy, 
no  sabemos  que  ni  en  Cádiz  ni  en  Málaga,  ni  en  los  demás 
establecimientos  fenicios,  se  hayan  descubierto  indubita- 
dos vestigios  de  una  ocupación  por  tribus  nacionales,  que 
precediera  á  la  de  los  mismos  Fenicios,  como  tampoco  en 
Ainpurias  ni  en  Rosas,  aunque  sea  muy  probable  que  una 
población  anterior  á  la  de  los  griegos,  haya  tenido  en  aque- 
llas ciudades  el  centro  de  sus  habitaciones.  En  Tarragona 
parece  casi  cierto  que  la  parte  más  antigua  de  sus  soberbias 
murallas  fué  construida  antes  de  la  ocupación  romana.  Los 
Escipiones  se  sirvieron  más  tarde  de  estos  fundamentos, 
para  hacer  del  castillo  de  Tarragona  la  principal  fortaleza 
de  la  nueva  provincia.  Lo  mismo,  es  fácil,  que  haya  sucedido 


£ 


230  1.08  MONUMENTOS 

en  Gerona,  en  Barcelona,  en  Sagunto,  y  en  otras  poblacio- 
nes, después  fortificadas  por  los  Romanos,  donde  también 
deben  quedar  aún  cimientos  de  murallas,  construidas  por 
los  indígenas  en  época  mucho  más  antigua  que  la  ocupación 
romana.  En  España,  lo  mismo  que  en  Francia,  existe  cierto 
número  de  sitios  fortificados,  que  después  de  la  invasión 
romana  perdieron  su  importancia,  y,  aunque  tal  vez  fueron 
habitados  en  una  época  más  ó  menos  remota,  sin  embargo, 
no  alcanzaron  la  importancia  de  las  poblaciones  romanas. 
Silos  y  cuevas,  y,  sobre  todo,  sepulcros  de  singular  cons- 
^AA'^X.  trucción,  abj^r^to^Á^ácjQ-fiíLia^roca  y  teniendo  la  forma  del 
cuerpo  humano  tendido  á  lo  largo,  como  en  Olérdula,  Eram- 
prunyá,  Banyolas,  y  en  varios  parajes  de  la  isla  de  Mallor- 
ca, se  han  encontrado  frecuentemente  en  las  cercanías 
de  tales  sitios.  Estos  restos,  si  un  día  se  llega  á  fijar  su 
época,  podrán  servir  para  enseñar  hasta  qué  tiempo  aque- 
llos lugares  fueron  habitados.  En  Cataluña  tales  recintos 
fortificados  existen  en  Olérdula,  cuyos  sepulcros  son  los 
más  conocidos;  en  San  Miguel  de  Eramprunyá,  y  en  San 
Pedro  de  Caserras.  En  Andalucía,  en  la  provincia  de  Jaén 
y  distrito  judicial  de  Baeza,  existe  el  «Castillo  de  Ibros», 
construcción  ciclópea,  cuyas  medidas  ignoramos.  Otra 
semejante  está  al  Norte  de  Cabra,  cerca  de  la  torre  del 
Puerto,  sitio  del  Casaron  del  Portillo,  que  era  un  cuadrado 
de  1620  m.  Muchos  recintos  de  esta  índole  existen  en  las 
regiones  propiamente  célticas,  del  Norte  y  Noroeste  de  la 
península,  en  Portugal,  en  las  cercanías  de  Lisboa  y  dis- 
trito de  Mafra,  en  el  Alemtejo,  en  el  Beira,  en  ambas  Ex- 
tremaduras,  la  española  y  la  portuguesa,  en  Galicia,  y  en 
Aragón.  Pero  falta  mucho  por  hacer  hasta  conseguir  rea- 
lizar una  exploración  perfecta  de  todas  las  demás  provin- 
cias de  España,  respecto  á  tales  monumentos,  que  muchas 
veces  se  han  conservado  lejos  de  los  caminos  frecuentados 
por  los  viajeros,  siendo  sólo  conocidos  por  los  pastores  y 

A'      '       ' 

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i    ■'-'-- 


RECINTOS  FORTIFICADOS  231 

la    gente   rústica    que   ignora   completamente    su   impor- 
tancia. 


Sobre  los  recintos  fortificados  de  Cataluña  véanse  los  «Apuntes 
arqueológicos»  de  D.  Francisco  Martorell  y  Peña  (§  146),  p.  102 
y  ss.;  sobre  el  Castillo  de  Ibros  y  el  de  Cabra  la  obra  de  Góngora 
(§  142),  p.  91  y  94;  sobre  los  de  Galicia,  como  el  «Castro  de  Fecha», 
junto  á  Santiago,  la  historia  de  Galicia  de  D.  Manuel  Murguiá, 
vol.  I,  p.  525  y  ss.;  sobre  «os  castros  o  montes  fortificados  de  Colla  e  / 
Castroverde  no  Alemtejo,  perto  de  Cazaveh,  las  «Notas  de  archeologia»  /\ 
del  Sr.  Gabriel  Pereira,  Evora  1879,  65  pp.  8.,  cuyo  recinto  tiene 
200  á  40-50  m.,  con  las  anotaciones  del  Sr.  Hübner,  en  la  Jenozr 
Literatur-Zeitung  de  1879,  p.  388  y  ss.;  y  sobre  los  cercanos  á  Mafra 
el  libro  del  Sr.  F.  M.  Estacio  da  Veiga,  «Antigiádades  de  Mafra», 
Lisboa  1879,  117  pp.  4.,  con  8  láminas,  en  el  cual  se  describen  recin- 
tos de  piedras,  cromlecbs,  dólmenes,  menhirs  y  tidlias,  que  son  una 
especie  de  silos,  en  forma  de  grandes  vasos  de  barro,  enterrados  y 
destinados,  como  los  silos,  á  conservar  el  trigo.  Más  monumentos  de 
esta  clase  describe  la  grande  obra  del  mismo  Sr.  Estacio  da  Veiga 
sobre  las  antigüedades  prehistóricas  del  Algarve,  ya  varias  veces 
citada.  Sobre  antigüedades  prehistóricas  del  partido  de  Molina  de 
Aragón  véanse  las  notas  del  P.  Román  Andrés  de  la  Pastora, 
en  el  Boletín  de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  vol.  III,  1883, 
p.  154-158. 

Sepulcros  del  tipo  de  Olérdula  se  han  encontrado  también  en»l',|,^.^v 
Villa  de  Povos,  distrito   de  Villafranca,  provincia  de  Tras  os  mon- 
tes   de  Portugal,  junto  á  la   ermita  do  Sr.  Jesús  da  boa  morte,  s. 
como  indican  los  apuntes  del  Sr.  Moreira,  conservados  en  la  biblio-  P 
teca  de  la  Academia  de  Lisboa,  vol.  III,  f.  642;  y  también  junto  á 
Zamora,  véase  el  Boletín  de  la    Sociedad   geográfica    de   Madrid, 
vol.  VII,  1879,  p.  415;  y  junto  á  los  baños  de  Fuente-santa  de  Gayan- 
gos,  provincia  de  Burgos,  partido  de  Villarcayo,  legua  y  media  de 
Medina  del  Pomar,   en  la  carretera  de  Bilbao,  véase  la  noticia  del 
Sr.   Antolín  Saenz    de  Baranda,    antigüedades  prehistóricas  de 
Gayangos,  en  el  Boletín  de  la  Academia  de  la  Historia,  vol.  X,  1887, 
p.  215  y  ss. 

Era  una  idea  feliz  del  Sr.  D.  Aureliano  Fernández  Guerra 
reunir  materiales  para  una  estadística  de  los  despoblados  de  España, 
que  esperamos  ha  de  verificarse  un  día. 

ic 


232  LOS  MONUMENTO* 

OUatda  §    148.     Una  clase  de  poblaciones  antiguas,  oppida,  de 

//  otros  ritió»  •  ii,.  i-i  -Tii  .1-11 

m  r,,ritnhti     origen  céltico,  o  al  menos  parecidas  a  los  oppida  de  los 
Celtas  en  Francia,  lia  sido  observada  ya  desde  hace  algunos 
siglos,  en  el  norte  de  Portugal.  En  la  provincia  del  Minho, 
en  el  valle  del  río  Ave,  y  al  pie  de  la  sierra  de  Falperra,  no 
lejos  de  los  baños  termales  de  Caldas  de  Vizella  y  de  la 
villa  de  Guimaraens,  existen  tres  altos  cerros,  rodeados  por 
murallas  megalíticas,  con   sus  puertas  y  rampas,  que  dan 
entrada  á  estas  poblaciones.  La  mayor  lleva  el  nombre  de 
Citania,  ó  Citania  de  Briteiros,  para  distinguirla  de  algún 
otro  sitio,  de  origen  al  parecer  antiguo,  designado  con 
aquella  misma  denominación,  y  las  dos  menores  se  conocen 
por  los  de  Santa  Iria  y  Sabroso.  No  son  las  únicas  de  esta 
especie,  pues  existen  numerosas  localidades   análogas,   al 
presente  no  habitadas,  en  los  valles  de  los  ríos  Lima,  Neiva 
y  Ancora,  y  en  otros  vecinos,  llamadas  por  los  rústicos 
«a  cidade»  ú  «o  castro»,  y  ofreciendo  las  mismas  particula- 
ridades que  la  Citania.  De  esta  clase  son  la  «Britonia»  en 
el  monte  de  Santa  Lucía  junto  á  Viana,  y  las  de  los  montes 
de  Af'fife  y  de  San  Roque.  Consisten  estos  recintos,  colo- 
cados encima  de  montañas  y  rodeados  por  murallas  cicló- 
peas, en  restos  de  habitaciones,  que  fueron  chozas  ó  caba- 
nas, de  forma  circular, cuadrada  ú  oblonga,  divididas  entre 
sí  por  calles  estrechas  empedradas;  y,  á  veces,  adornos  de 
una  arquitectura  rudimentaria  y  curiosa.  El  objeto  más  im- 
portante de  esta  clase  es  la  que  llaman  «pedra  fermosa» , 
que  es  un  gran  trozo  arquitectónico  de  forma  asaz  ruda, 
cuyo  destino,  muy  discutido  entre  los  doctos  portugueses, 
no  parece  que  deba  ser  muy  distinto  del  que  tuvieron  otros 
ornamentos  toscos  de  aquellas  mismas  habitaciones.  A  pe- 
sar del  carácter  primitivo  de  estas  poblaciones,  demostrado 
por  los  hallazgos  hechos  en  ellas,    de  armas  de  piedra,  de 
jarros  y  de  otros  objetos  de  barro  cocido,  se  han  encontrado 
también  en  las  mismas  algunos  epígrafes  latinos,  por  cierto 


CITANIA   Y    OTROS   SITIOS   EN    PORTUGAL  233 

de  una  forma  muy  particular,  destinados,  como  parece,  á 
indicar  los  dueños  de  las  habitaciones,  conteniendo  sólo 
nombres  de  individuos,  y  ninguna  de  las  fórmulas  conoci- 
das por  tantos  otros  sepulcrales  y  votivos.  Uno,  por  ejem- 
plo, dice  Coroneri  Camali  domus,  casa  de  Coronero,  hijo  de 
Cámalo;  y  en  algunas  tejas  se  han  hallado  inscritos  nom- 
bres no  romanos,  como  Camalus,  que  es  el  más  frecuente, 
MedamuH  y  otros.  También  se  lian  encontrado  alo-unas 
monedas;  una  de  la  serie  más  reciente  de  las  de  Emporice, 
y  algunas  de  *la  época  de  Augusto  y  Tiberio.  De  suerte 
que  estas  poblaciones,  aunque  de  origen  quizás  bastante 
más  antiguo,  deben  haber  sido  habitadas  hasta  una  época 
relativamente  moderna,  sin  cambiar  mucho  su  carácter 
primitivo.  Restos  de  poblaciones  análogas  han  sido  obser- 
vados en  otras  regiones  habitadas  por  pueblos  ibéricos, 
como  en  Galicia  (§  142),  y  célticos,  como  en  Francia  y  en 
Inglaterra. 

Sobre  Citania  existe  ya  una  literatura  especial.  Después  de  las 
antiguas  descripciones  incompletas  que  se  encuentran,  en  las  obras  de 
Fray  Bernardo  de  Britto,  de  Gaspar  Estaco,  y  de  Luis  Alvarez 
de  Figueiredo,  comunicada  al  P.  Jerónimo  Contador  de  Argote, 
en  1721,  y  de  las  breves  relaciones  modernas  de  los  Sres.  Possido- 
nio  da  Silva,  Luciano  Cordeiro,  Manuel  María  Rodriguez, 
Augusto  Felipe  Simóes,  Simáo  Rodriguez  Ferreira,  y 
Gabriel  Pereira,  el  benemérito  anticuario  portugués  Sr.  F.  Mar- 
tins  Sarmentó,  el  actual  posesdor  de  aquellos  sitios,  y  que  á 
fuerza  de  excavaciones  y  de  vistas  fotográficas  las  ha  puesto  al 
alcance  de  la  ciencia  moderna,  ha  dado  noticias  preciosas  sobre  ellos 
en  varios  artículos  del  periódico  «a  Renascenca»,  de  1878  y  1879.  La 
grande  obra  monumental,  ideada  por  el  mismo,  todavía  no  ha  sido 
publicada;  pero  entretanto,  el  Sr.  Hübner  ha  publicado  una  rela- 
ción completa  sobre  el  estado  actual  de  la  cuestión,  en  portugués, 
en  la  «Archeologia  artística»  del  Sr.  Joaquín  de  Vasconcellos, 
fascículo  V,  Porto  1879,  25  pp.  8.,  y  en  alemán,  en  el  periódico  cien- 
tífico de  Berlín,  el  «Hermes»,  vol.  XV,  1880,  p.  49-91  y  597-604.  En  el 
año  de  1886  los  miembros  del  Congreso  antropológico  de  Lisboa  visi- 


234  LOS    .MMMMKNTOS 

taron  ú  Citania.  De  esta  visita  han  dado  cuenta  el  Sr.  R.  Virchow  de 
Berlín,  en  las  Vérhemdkmgen  der  Berlmer  Gesellschaft  für  Anthro- 
pologie,  etc.,  de  1880,  p.  335-355,  con  algunos  grabados,  el  Sr.  Car- 
tailhac,  en  los  Matériaux  pour  servir  á  Vhistoire  pHmitive  de 
Vhomme,  de  1880,  p.  G47  y  ss.,  con  láminas,  y  sirviéndose  de  la 
relación  de  Virehow,  y  el  Sr.  A.  Bertrand,  director  del  museo  de 
St.  Germain,  en  el  Bulletin  de  la  Societé  des  Antiquaires  de  France, 
del  1881.  El  Sr.  Hübner,  después  de  haber  visitado  á  Citania 
en  1881,  prepara  una  nueva  publicación  sobre  el  emplazamiento  de 
aquella  y  sobre  sus  antigüedades. 

Sobre  los  demás  sitios  de  poblaciones  primitivas  de  Portugal  no 
existen  más  que  noticias  preliminares,  como  las  publicadas  sobre 
Santa  Lucía,  junto  á  Viana,  por  el  arquitecto  conocido  Sr.  Joaquín 
Possidonio  Narciso  da  Silva,  y  por  el  Sr.  Luis  de  Figueiredo  de 
Guerra,  en  el  «Boletim  arcJiitcctonico portugués»,  serie  II,  vol.  II, 
1877-1879,  p.  26,  52  y  ss.,  y  158  y  ss.;  y  sobre  los  montes  de  Affife  y 
de  San  Roque,  en  el  mismo  tomo  del  «Boletim»,  p.  40  y  ss. 

Habitaciones  muy  antiguas  existen  también  en  Yillamoros  de 
Mansilla,  á  tres  leguas  de  León,  hacia  el  Sudeste,  no  lejos  de  la  anti- 
gua Lancia,  que  son,  según  dicen,  chozas  de  dos  y  tres  pisos,  hechas 
de  tierra  gredosa,  no  conociéndose  todavía  una  descripción  esme- 
rada de  ellas. 


sitios  del  culto  §  149.  No  sólo  de  las  casas,  poblaciones  y  sepulcros 
vnnutivo  c|e  jog  habitates  primitivos  han  quedado  algunos  restos, 
sino  también  de  los  lugares ^fujirj!__de_lus  poblaciones ,  en 
los  que  solían  venerar  á  sus  dioses.  En  muchos  de  estos 
sitios,  en  rocas  que  caen  al  mar,  ó  en  el  interior  de  los 
valles,  aun  subsisten,  inadvertidos,  altares  levantados  en 
las  montañas,  en  los  bosques  y  en  los  campos,  que  fueron 
quizás  abandonados  ya  en  épocas  relativamente  remotas, 
cuando  la  dominación  romana  hizo  desaparecer  gran  parte 
del  culto  de  los  dioses  antiguos.  Pero  como  en  muchas  par- 
tes más  apartadas,  aun  bajo  la  dominación  romana,  se 
mantuvo  la  raza  indígena,  con  sus  costumbres  y  con  su 
lenguaje,  aun  se  conservan  también  sitios  de  su  culto,  que 
fueron  respetados  por  los  Romanos.  Sabido  es  que  muchos 


SITIOS   DEL    CULTO   PRIMITIVO  235 

de  los  antiguos  dioses  indígenas  fueron  recibidos,  con  nom- 
bres de  dioses  romanos,  en  el  Olimpo  oficial.  Así  es  que  en 
algunas  localidades  sólo  nos  han  conservado  la  memoria 
de  su  destino  originario,  y  del  culto  primitivo,  varias  ins- 
cripciones romanas,  á  pesar  de  estar  mutiladas  y  muchas 
veces  apenas  inteligibles. 

EnPanoyas,  cerca  de  la  aldea  de  Assento,  diócesis 
de  San  Pedro  de  Valdenogueiras,  término  de  Villar eal, 
provincia  de  Tras  os  montes,  en  Portugal,  la  configuración 
de  la  roca,  y  algunas  inscripciones  esculpidas  en  ella,  indi-  , 
can  un  sitio  del  culto,  conservado  hasta  fines  del  siglo  n,  7- 
y  respetado  por  los  magistrados  romanos.  No  están  copia- 
dos con  exactitud  sus  epígrafes  (C.  I.  L.  II  2395),  que 
merecen  una  nueva  y  detenida  revisión,  sin  que,  á  pesar  de 
ello,  quepa  duda  sobre  el  carácter  religioso  de  aquel  sitio. 

Otro  análogo  era  el  del  Monte  Cristello,  cerca  del 
río  Vizella,  y  de  Guiniaraens,  término  de  Filgueiras,  dió- 
cesis de  S.  Verísimo,  en  la  provincia  del  Minho,  en  Portu- 
gal. Entre  los  epígrafes  de  este  sitio,  en  parte  ininteligi- 
bles (C.  I.  L.  II  2409),  uno  lleva  la  fecha  del  año  159 
de  J.-C. 

En  unas  cuevas  de  la  costa  meridional  de  la  isla  de 
Menorca,  cuatro  millas  y  cuarto  marítimas  de  Alayor, 
llamadas  Calascovas,  existe,  ó  al  menos  existía,  una  por- 
ción de  inscripciones,  relativas,  según  parece,  á  un  culto 
antiguo  local  (C.  I.  L.  II  3718-3724).  Las  copias  de  ellas, 
debidas  al  benemérito  anticuario  de  Mahón  D.  Juan 
Ramis,  son  demasiado  imperfectas;  sin  embargo,  una 
de  ellas  lleva  distintamente  la  fecha  del  año  150  de  J.-C. 

En  el  Almudejo,  junto  á  Cabeza  del  Griego,  que  se 
cree  la  antigua  Ercávica,  existen,  esculpidas  en  la  roca 
viva,  y  con  relieves,  cinco  ó  más  dedicaciones  á  Diana 
(C.  I.  L.  II  3093  a-e.). 

El  faro   de  la  Coruña  lleva  también,  en  la  roca  en 


de  los  Santos 


236  LOS    MONUMENTOS 

que  está  erigido,  la  dedicación  al  dios  Marte,  hecha  por 
el  arquitecto  del  mismo  faro,  natural  de  Eminio  en  la  Lusi- 
tania  (C.  I.  L.  II  2559). 

En  otra  roca,  junto  á  Martos,  la  antigua  Tucci,  existe 
una  dedicatoria  hecha  á  cierta  divinidad,  que  no  es  en  otra 
parte  nombrada  (C.  I.  L.  II  1679),  y  junto  á  Badalona, 
cerca  del  monasterio  de  la  Murta,  se  conserva,  grabada 
también  en  la  roca  viva,  otra  al  dios  Sol  (C.  I.  L.  II  4604). 

Estos  son  algunos  de  los  restos,  hasta  ahora  averigua- 
dos, de  lugares  destinados  al  culto,  además  de  los  templos 
y  altares  romanos  que  hubo  en  las  ciudades,  datando  aqué- 
llos, al  menos  en  gran  parte,  de  la  época  anteromana,  sin 
que  se  tengan  hasta  ahora  pruebas  de  cuál  haya  sido  su 
origen. 

ei,  cerro  §  150.     De  índole  algo    diferente,  pero   también  de  un 

carácter  religioso  suficientemente  pronunciado,  es  el  sitio, 
bastante  celebrado  desde  los  últimos  decenios  entre  los 
anticuarios  de  España,  y  conocido  bajo  el  nombre  del 
Cerro  de  los  Santos. 

Su  formación  es  de  piedra  caliza,  correspondiendo  al 
grupo  de  montañas  de  Aleara  y  Segura,  situado  hacia  el 
nordeste;  está  al  norte  de  Albatana,  al  este  de  Albacete, 
á  cuatro  leguas  de  Almansa  y  á  una  al  mediodía  de  Monte- 
alegre,  entre  este  lugar  y  Yecla,  á  30°  40'  latitud  N.,  y  2o 
26'  longitud  E.  del  meridiano  de  Madrid.  En  el  cerro  se  en- 
contraron sillares  labrados,  mosaicos,  tejas,  ladrillos  y  otros 
objetos,  que  suelen  atestiguar  la  existencia  de  una  pobla- 
ción antigua.  El  plano  del  cerro,  que  mide  unos  175  m.  de 
largo,  por  85  de  ancho,  levantado  en  1871  por  el  señor 
D.  Paulino  Sa  virón  y  Este  van,  muestra,  en  la  parte  sep- 
tentrional, que  es  un  poco  menos  elevada  que  la  meridional, 
los  cimientos  de  un  edificio  de  forma  oblonga,  al  pare- 
cer templo,  puesto  en  dirección  de  oeste  á  este,  y  de  con- 
siguiente  de    orientación  muy  exacta.    El    edificio   tenía 


EL  CERRO   DE  LOS  SANTOS  "237 

20  m.  de  largo  por  8  de  ancho;  se  descubre  su  vestíbulo  y 
una  escalinata;  puede,  pues,  considerarse  con  bastante 
probabilidad  como  recinto  religioso.  Existen,  además,  en 
el  cerro  restos  de  murallas  ciclópeas,  algunos  cimientos, 
muy  escasos,  de  otros  edificios,  unos  fustes  de  columnas,  y 
un  capitel  de  forma  particular,  que,  sin  embargo,  no  es 
seguro  que  haya  pertenecido  al  templo.  De  estos  restos  no 
se  puede  de'ducir.  con  alguna  certidumbre,  si  el  conjunto 
de  ellos  fué  población  primitiva,  ó  más  bien  sitio  desti- 
nado al  culto,  como  parecen  indicarlo  las  numerosas  obras 
del  arte  esculturario,  que  allí  se  han  descubierto.  Es  verosí- 
mil que  éstos  pertenezcan  verdaderamente,  al  menos  una 
parte  de  ellos,  á  la  época  de  la  cultura  primitiva  y  antero- 
mana, y  que  el  templo  mismo  sea  de  considerable  anti- 
güedad. Pero  como  entre  las  esculturas  se  descubren  tam- 
bién elementos  nada  dudosos  de  la  civilización  romana,  el 
«Cerro  de  los  Santos»,  con  sus  antigüedades,  debe  colo- 
carse con  propiedad,  en  este  resumen,  al  fin  del  capítulo 
destinado  á  las  antigüedades  que  se  llaman  comunmente 
prehistóricas. 

La  literatura  descriptiva  relativa  al  Cerro  de  los  Santos  comienza 
con  la  relación  del  pintor  D.  Juan  de  Dios  Aguado  y  Alarcón, 
hecha  á  la  R.  Academia  de  Bellas  Artes  de  San  Fernando,  quien  lo 
había  mandado  allí  para  informar  sobre  las  antigüedades  recién  halla- 
das, y  que  está  dirigida,  en  28  de  Julio  de  1860,  desde  Corral  Rubio. 
Las  diez  y  ocho  estatuas,  y  el  capitel  de  columna,  entonces  conocidos 
solos,  dieron  ocasión  al  célebre  académico  D.  José  Amador  de  los 
Ríos  para  publicar  «algunas  consideraciones  sobre  la  estatuaria 
durante  la  monarquía  visigoda»,  en  ~E1  Arte  en  España»,  vol.  1, 1862, 
p.  157  y  ss.,  y  vol  II,  1883,  p.  5  y  p.  13  y  ss.  El  Sr.  Ríos  consideraba 
aquellos  restos  como  indudablemente  pertenecientes  al  arte  visigodo. 
Once  años  más  tarde,  en  el  1871,  un  modesto  artesano  de  Yecla, 
movido  por  el  deseo  del  lucro  más  que  por  laudable  investigación 
científica,  emprendió  nuevas  excavaciones,  que  dieron  por  resultado 
gran  número  de  objetos,  sobre  todo  del  arte  esculturario,  ahora  depo- 


238  LOS   MONUMENTOS 

sitados  en  el  Museo  arqueológico  nacional  de  Madrid,  y  algunos  más, 
aunque  en  corto  número,  que  obran  en  manos  de  varios  particulares, 
como  de  D.  Bernabé  Morcillo,  el  dueño  del  sitio,  de  D.  Miguel  Rodrí- 
guez Ferrer,  que  entonces  era  gobernador  de  la  provincia  de  Murcia, 
de  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo,  el  ínclito  repúblico,  y  de  otros, 
vecinos  principalmente  de  Murcia  y  de  Alicante.  Dio  noticia  de  estos 
nuevos  y  de  los  más  antiguos  descubrimientos  la  docta  «Memoria 
sóbrelas  notables  excavaciones  hechas  en  el  Cerro  délos  Santos,  pu- 
blicada por  los  PP.  Escolapios  de  Yecla»,  Madrid,  1871,  71  pp.,  8. 
Además  de  algunos  artículos  de  periódicos,  como  «La  Esperanza»  y 
«El  Tiempo»,  D.  Juan  Facundo  Riaño  escribió  en  el  «Athenceum*  de 
Londres,  del  año  1872,  vol.  II,  p.  72,  y  88.,  sobre  los  hallazgos  del 
Cerro  de  los  Santos  un  artículo  muy  prudente,  en  el  cual  se  pronun- 
ció en  favor  de  la  opinión,  emitida  ya  por  otros  sabios,  de  que  los 
objetos  allá  encontrados,  por  su  carácter  especial  y  por  las  inscrip- 
ciones, que  en  algunos  de  ellos  se  observaban,  debieran  atribuirse  á  la 
época  déla  filosofía  gnóstica,  y  casi  al  tercer  ó  cuarto  siglo  de  nues- 
tra Era.  A  una  mucho  más  antigua,  esto  es,  á  la  civilización  primitiva 
anteromana,   ha   estimado  que  pertenece  no   sólo  todo  el  recinto 
sagrado,  sino  también  las  estatuas  y  demás  objetos  allí  encontrados, 
el  Sr.  D.  Juan  de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado,  en  su  notable 
monografía  titulada  «Antigüedades  del  Cerro  de  los  Santos  en  tér- 
mino de  Montealegre»,  publicada  en  los  «Discursos  leídos  ante  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  en  su  recepción  pública,  el  día  27  de  Junio 
de  1875,»  con  la  contestación  del  Sr.  D.  Aureliano  Fernández  Guerra 
y  Orbe,  Madrid  1875,  181  pp.,  con  dos  mapas,  20  láminas  litográfi- 
cas,  8.  mayor,  reproducida  con  algunas  omisiones  y  con  las  mismas 
láminas,   en  el  «Museo  español  de  antigüedades»  vol.   VI,   1875, 
p.  251  y  ss.  El  mismo  Sr.  Rada  añadió,  un  año  después,  una  Memo- 
ria sobre  «Las  nuevas  esculturas  del  Cerro  de  los  Santos  en  término 
de  Montealegre,  adquiridas  por  el  Museo  Arqueólogo  nacional»,  en 
el  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  VII,  1876,  p.  594  y  ss.,  con 
una  lámina  litografiada.  Uno  de  los  objetos  pertenecientes  á  los  pri- 
meros hallazgos,  es  un  cuadrante-solar,  que  ha  sido  publicado  é  ilus- 
trado con  erudición  matemática  sumamente  esmerada,  tratando  al 
mismo  tiempo  en  general  «de  los  relojes  del  sol  en  la  antigüedad» 
por  el  Sr.  D.  Eduardo  Saavedra,  en  el  Museo  español  de  antigüe- 
dades, vol.  X,  1880,  p.  209  y  ss.,  con  láminas.  Muchos  otros  de  los 
objetos  conservados  en  el  Museo  de   Madrid  todavía  no  se  han 
publicado.  Hay  entre  ellos  también  algunas  falsificaciones. 


MONUMENTOS   ARTÍSTICOS   DE  LA  ÉPOCA   ROMANA  239 

§  151.     Con  el  progreso  de  la  dominación  romana,  tan     Monumentos 

■.     -.    ,  ,  ,  ..  .  ,..-,  -i-i  n       artísticos  de  la 

saludable  para  las  provincias  y  tan  útil  para  el  desarrollo  épocaromanu 
de  sus  recursos,  y  para  el  bienestar  de  sus  habitantes,  por 
un  orden  natural  ó  inevitable  fueron  desapareciendo  de  día 
en  día  más  y  más  las  singularidades  interesantes  de  la 
vida  pública  y  particular,  que  suelen  contener  en  sí  lo 
más  característico  de  cada  una  de  las  naciones  de  la  anti- 
güedad. Bajo  la  república,  la  influencia  de  la  romaniza- 
ción, por  decirlo  así,  todavía  no  se  había  extendido  sobre 
toda  la  península.  La  costa  oriental  y  la  Bética,  desde 
muy  temprano  debieron  haber  tenido  un  carácter  semi- 
romanizado,  semejante  al  de  la  Galia  narbonense.  La 
Lusitania,  desde  la«pretura  de  César,  al  menos  en  su  parte 
meridional,  ó  más  bien  en  algunas  de  sus  poblaciones 
más  importantes,  como  Lisboa,  obtuvo  casi  el  mismo  grado 
de  civilización.  Al  contrario,  las  vastas  regiones  del  inte- 
rior y  del  norte,  aun  después  de  las  guerras  cantábricas 
de  Augusto,  y  hasta  los  siglos  n  y  ni,  conservaron  gran 
parte  de  sus  instituciones  nacionales,  en  el  culto  de  sus 
dioses  indígenas  y  en  las  formas  políticas  de  sus  ciuda- 
des como  en  las  familias,  ó  séanse  «gentilitates»  ya  antes 
mencionadas  (§  125),  y  hasta  en  el  lenguaje  y  en  las  cos- 
tumbres. Desde  el  siglo  ni  se  propaga  más  acentuada- 
mente por  toda  España  la  cultura  romana,  que  concluye 
por  uniformarse  en  sus  diferentes  provincias.  Los  monu- 
mentos del  arte  y  de  la  civilización  romana,  anteriores 
á  esta  época,  cuya  conservación  es  debida  al  azar,  se 
encuentran  esparcidos  por  el  país  en  analogía  con  la  pro- 
pagación de  la  cultura,  que  fué,  en  diferentes  períodos, 
introducida  en  las  varias  regiones  de  la  península. 

Las  grandes  ciudades  de  la  costa  oriental  y  del  valle 
del  Betis  deben  haber  ofrecido,  ya  á  fines  del  siglo  i,  un 
aspecto  casi  enteramente  romano.  En  los  pueblos  más 
pequeños   de  la  Botica,  casi  desde  el  siglo  n  en  adelante, 


240  1,08   MONUMENTOS 

los  templos  y  los  edificios  no  tienen  ya  nada  de  indígena 
ni  de  característico,  encontrándose  esparcidas  por  todas 
partes  vilas  rústicas,  y  casas  de  campo  con  sus  baños  y 
huertas.  En  el  interior  y  en  el  norte,  al  menos  las  ciudades 
que  están  en  la  línea  de  las  grandes  carreteras  públicas, 
asumen  este  mismo  carácter  de  una  civilización  homogénea 
á  la  de  Italia  y  á  la  de  las  otras  provincias.  En  el  norte  de  la 
península,  desde  el  siglo  n  en  adelante,  los  edificios  públi- 
cos y  particulares  se  encuentran  provistos  de  los  hipocaus- 
tos,  construcción  exigida  por  el  rigor  del  clima  en  todas 
las  provincias  del  norte  y  este  del  imperio.  Una  construc- 
ción de  esta  clase  se  ha  observado  recientemente  en  el  cas- 
tillo de  San  Martín,  en  Santander;  véase  el  Boletín  de  la 
Sociedad  arqueológica  Luliana,  vol.  II,  1886,  n.°  26,  p.  8. 
No  faltaban,  por  cierto,  restos  de  lo  antiguo  y  propiamente 
español;  pero  muy  poco  de  esto  se  ha  conservado.  Para 
entender  bien  el  valor  artístico,  el  origen,  el  destino,  las 
particularidades  de  los  monumentos  del  arte  romano  en 
España  hay,  pues,  que  tener  presente,  que  esta  fase  de  su 
cultura  no  es  sino  un  sector  dentro  de  la  periferia  enorme 
de  las  artes  é  industrias  universales  del  imperio  romano. 
Corresponde,  pues,  á  los  anticuarios  nacionales  la  tarea 
interesante  y  útil,  de  registrar  ó  ilustrar  los  monumentos 
aun  existentes  de  este  arte  tan  sólido,  tan  magnífico  y  tan 
variado.  Pero  para  los  fines  del  presente  resumen  no  es 
necesario  entrar  en  pormenores  artísticos  ó  históricos  de 
esta  gran  serie  de  monumentos,  pudiendo  contentarnos 
con  una  enumeración  breve  de  lo  más  importante  en  cada 
género. 

Para  este  género  de  monumentos  las  obras  de  Ponz,  del  conde 
de  Laborde  y  de  Cean-Bermúdez,  ya  antes  citadas  (§  141),  han 
prestado  y  aun  prestan  servicio  importante,  á  pesar  de  que  las  indi- 
caciones del  último  de  estos  escritores  carecen  de  esmero,  y  que  sus 
índices  contienen  datos,  que  no  se  pueden  comprobar.  Mucho  más 


MURALLAS   Y   PUERTAS  241 

titiles  son  aún  los  Museos,  existentes  desde  hace  mucho  tiempo,  ó 
nuevamente  creados,  como,  además  de  los  de  Madrid  y  Lishoa,  los 
de  Tarragona,  Barcelona,  Gerona,  Valencia,  Sevilla,  Córdoba,  Gra- 
nada, Málaga,  y  hasta  los  de  poblaciones  menos  importantes,  como 
Antequera,  Badajoz,  Burgos,  Cádiz,  Palma,  Valladolid,  Porto,  Evora, 
y  otras.  El  celo  de  las  «Comisiones  de  monumentos»,  dirigido  por  la 
ilustración  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  ha  salvado  mucho 
de  una  destrucción  casi  cierta.  Lo  que  sobre  todo  se  necesita,  son 
publicaciones  esmeradas  y  científicas  de  los  monumentos  existentes, 
hechas  con  la  ayuda  de  todas  las  noticias  posibles,  esparcidas  en 
libros  y  manuscritos,  y  de  antiguos  dibujos  que  existen,  como  los 
reunidos  por  el  benemérito  D.  Luis  Josef  Velázquez.  Faltan  también 
planos  con  las  plantas  de  las  ciudades  romanas,  levantados  en  esca- 
las bastante  grandes,  para  hacer  ver  la  colocación  de  las  murallas  y 
puertas,  y  de  los  demás  edificios  antiguos,  y  un  mapa  arqueológico 
general,  para  indicar  los  sitios  de  las  í'uinas,  sepulcros,  y  otros 
monumentos  esparcidos  por  el  país.  No  es  de  maravillar  que  los 
dibujos  de  las  obras  de  arte,  que  acompañan  los  libros  de  Ponz,  del 
Conde  de  Lumiares ,  y  de  otros  autores,  no  puedan  dar  una  idea 
suficiente  de  su  estilo.  Sólo  los  publicados  últimamente  en  los 
«Monumentos  arquitectónicos  de  España»,  y  en  el  «Museo  español 
de  antigüedades»  satisfacen  á  lo  que  se  exige  hoy  en  este  género. 
Los  catálogos ,  también  ya  anteriormente  citados  (§  141),  de  los 
Sres.  Hübner  y  Rada,  proporcionan  una  idea  de  las  riquezas 
del  país  en  monumentos  romanos. 

§  152.  En  la  configuración  de  su  planta,  en  la  direc-  Murallas 
ción  de  sus  calles,  y  sobre  todo  en  el  curso  de  sus  murallas,  yPHer{ 
aunque  estas  mismas  ya  no  sean  de  época  romana,  muchas 
poblaciones  de  Italia  y  de  las  provincias  del  imperio  con- 
servan testimonios  ciertos  de  su  origen.  En  España  esta 
parte  de  la  historia  de  las  ciudades,  aunque  suele  tratarse 
con  bastante  elocuencia  y  mucha  vanagloria,  raras  veces 
está  fundada  sobre  la  observación  crítica  de  los  datos  monu- 
mentales. Las  grandiosas  murallas  del  acrópolis  de  Tarra- 
gona, con  sus  partes  más  antiguas  de  origen  ibérico,  como 
lo  muestran  las  letras  también  ibéricas  esculpidas  por  los 
canteros  en  los  enormes  sillares,  y  su  construcción  romana 


'-'•-  LOS  MONUMENTOS 

algo  más  reciente,  quizá  augustea,  sobrepuesta  á  la  ibérica, 
con  sus  pequeñas  puertas  ciclópeas,  han  sido  por  todos  los 
anticuarios  é  historiadores,  desde  Pons  de  Icart  hasta  Albi- 
ñana  y  Fernández,  señaladas,  y  con  razón,  como  uno  de 
los  monumentos  de  primer  orden,  que  España  ha  poseído  y 
posee.  Pero  no  existe  ni  un  plano  de  toda  la  planta  arquitec- 
tónica que  represente  fielmente  su  recinto,  ni  unos  dibujos 
ó  grabados  hechos  con  el  esmero  debido,  y  aprovechán- 
dose de  las  fotografías,  varias  veces  tomadas  de  sus  cons- 
trucciones variadas.  En  el  gran  número  de  poblaciones  ma- 
yores, y  más  pequeñas,  que  señala  Cean,  en  las  cuales  los 
restos  de  los  castillos,  de  las  murallas  y  de  las  puertas,  se 
atribuyen  á  los  Romanos,  son  pocas  las  que  merecen  esta 
calificación,  si  se  someten  á  una  observación  esmerada  y  de 
concluyentes  pruebas.  No  se  puede  negar  que  en  muchas 
de  ellas  existe  un  núcleo  de  construcciones  romanas;  como 
en  Cartagena,  donde, sin  embargo, el  recinto  de  la  población 
romana  no  ha  sido  aún  determinado.  Ciertos  indicios  de  un 
origen  verdaderamente  romano  se  notan,  en  la  Citerior, 
por  ejemplo,  en  las  puertas  y  murallas  de  Gerona,  de  Bar- 
celona, de  Sagunto,  en  la  que  muy  bien  puede  ser  déla 
época  de  los  Escipiones  la  magnífica  parte  ciclópea  de  sus 
murallas.  Luego  en  las  de  Amposta  del  Ebro,  de  Cabeza  del 
Griego,  de  Numancia,  Garay,  de  Augustóbriga,  de  Palen- 
cia,  de  León  y  de  Lugo;  en  la  Lusitania,  en  las  de  Mórida, 
de  Cáceres,  de  Medellín,  de  Coria,  de  Evora  y  de  Beja;  en 
la  Ulterior,  en  las  de  Córdoba,  de  Sevilla,  de  Carmona  y  de 
Martos.  En  León  las  treinta  torres  en  el  recinto  de  sus  mu- 
rallas muestran  también  ciertas  señales  de  origen  romano; 
y  lo  mismo  todo  el  de  las  murallas  de  Lugo,  con  sus  puer- 
tas flanqueadas  de  grandes  torreones  semicirculares,  for- 
mando un  modelo  de  fortificación  romana  del  bajo  imperio. 

Sobre  las  murallas  y  puertas  de  Tarragona,  además  de  las  histo- 
rias locales,  y  de  la  obra  de  Labor  de,  Tomo  I,  lámina  49,  ya  anti- 


MI-RALLAS   Y    PUERTAS  248 

cuada,  véase  la  Memoria  del  Sr.  Hübner,  en  el  periódico  científico 
alemán  de  Berlín,  Hermes,  vol.  I,  1866,  p.  77  y  ss.  De  vez  en  cuando, 
el  celoso  anticuario  de  Tarragona,  D.  Buenaventura  Fernández 
y  Sanahuja,  ha  dado  noticias  interesantes  sobre  su  estado  actual,  y 
sobre  los  demás  descubrimientos  arqueológicos  hechos  en  esta  capi- 
tal, en  la  Eevista  histórica,  vol.  III,  1876,  p.  296  y  ss.,  y  en  las  Memo- 
rias de  la  Real  Academia  de  Buenas  letras  de  Barcelona,  vol.  II, 
parte  II,  1878,  p.  413  y  ss.,  especialmente  sobre  la  casa  de  Pilatos, 
edificio  de  destino  incierto,  pero  perteneciente  al  recinto  de  las  for- 
tificaciones, quizá  cuartel  de  los  legionarios  (véase  el  §  102),  creído 
sin  razón  suficiente  palacio  de  Augusto,  en  la  Academia,  vol.  II,  1877, 
p.  120  y  ss.  "Últimamente  ha  sido  evitado  un  derribo  que  hubiera 
sido  perjudicial  á  vana  parte  de  las  murallas,  por  la  intervención  efi- 
caz de  la  R.  Academia  de  la  Historia;  véase  su  Boletín,  vol.  IV,  1884, 
p.  5.  Un  anticuario  inglés,   Sr.  B.  Lewis,  ha  dado  una  descripción 
sucinta  de  las  antigüedades  de  Tarragona,  con  ilustraciones,  en  el 
periódico  científico  inglés  The  ArchaeologicalJournal,vol.  XXXVII, 
1880,  p.  1  y  ss.  En  el  Álbum  pintoresco-monumental  de  Cataluña, 
publicado  por  la  Asociación  catalanista  de  excursiones  científicas, 
se  encuentran  vistas  fotográficas  muy  buenas  de  las  murallas  y  de 
la  puerta  ciclópea;  vol.  II,  entrega  IV,  Barcelona,  1880,  8.  A  la  misma 
se  debe  el  discurso  del  Sr.  D.  Leandro  Serrallach,   Monumentos 
romanos  de  Ta'rragona,  Barcelona  1886,  47  pp.,  8. 

No  citamos  aquí  lo  que  se  ha  escrito  en  la  España  Sagrada,  y 
en  muchas  historias  locales,  de  una  manera  generalmente  superfi- 
cial, sobre  murallas  y  puertas  de  muchas  poblaciones.  Indicaremos 
sólo  los  pocos  trabajos  recientes  de  este  género,  que  existen.  En 
la  magnífica  monografía  de  los  monumentos  romanos  de  Mérida, 
que  contienen  los  cuadernos  63,  64  y  68  de  los  «Monumentos  arqui- 
tectónicos de  España»,  los  restos  de  las  murallas  y  de  las  puer- 
tas, todavía  no  sabemos  que  hayan  aparecido  publicados.  Sobre  las 
antiguas  murallas  de  Barcelona  véanse  los  artículos  interesantes 
del  B.  P.  D.  Fidel  Fita,  en  la  Eevista  histórica,  vol.  III,  1876, 
p.  1  y  ss.,  p.  65,  p.  209  y  ss.,  vol.  IV,  1877,  p.  193  y  ss.  Sobre  las 
de  Coria  véase  lo  que  está  dicho  en  el  Corpus  inscript.  Lat.,  vol.  II, 
p.  96;  D.  Luis  Josef  Velázquez  sacó  dibujos  de  ellos,  los  Vínicos, 
según  creo,  que  existen  y  que  nunca  se  han  publicado.  De  la  expe- 
dición científica,  hecha  por  el  mismo,  de  real  orden  á  Mérida, 
existen  también  los  dibujos  en  los  archivos  de  la  R.  Academia  de  la 
Historia. 


244  I.  os    MONUMENTOS 

Puentes  §  153.     El  sistema  de  carreteras  romanas,  del  cual  se  ha 

hablado  ya  (§  87),  exigía,  como  era  natural,  la  construcción 
de  numerosos  viaductos  y  puentes.   Hasta   cierta  época, 
bastante  reciente,  y  en  determinadas  regiones  de  la  penín- 
sula, algunos  de  estos  puentes  romanos,  con  su  sólida  y 
sencilla  construcción  se  han  mantenido,  con  pocas  renova- 
ciones posteriores,  en  uso  continuo,  y  cuando  á  causa  de  las 
crecidas  de  los  torrentes  ó  de  las  sacudidas  de  los  terremo- 
tos se  han  puesto  ruinosos,  no  siempre  han  sido  restituidos 
por  las  generaciones  posteriores.  Así  es,  que  la  Extrema- 
dura española    abunda  en  puentes  romanos    arruinados. 
Sin  embargo,  también  en  otras  partes  casi  no  hay  puente 
de   alguna  importancia,   del  cual  al  menos  los  cimientos 
no  sean  romanos;  como  en  los  de  Lérida,  de  Córdoba,  de 
Velilla  del  Ebro,  y  otros,   habiendo  conservado  mayores 
restos  aun  de  su  forma  antigúalos  puentes  de  Manresa,  de 
Martorell,  de  las  Albarregas,  en  Extremadura,  y  de  Cha- 
ves, en  Portugal.   Dos  puentes  existen  aún,  que  á  pesar 
de  algunas  mudanzas  insignificantes,  y  repetidos  reparos 
modernos,  todavía  son  edificios  enteramente  romanos;  el 
de  Mérida  sobre  el  Gruadiana,   de  sesenta  arcos  bajos,  sin 
duda  alguna  obra  de  la  época  de  Augusto,  contemporánea 
de  la  fundación  misma  de  la  colonia;  y  el  de  Alcántara,  en 
Extremadura,  de  seis  arcos,  con  el  triunfal  en  medio,  y  el 
templete  á  su  entrada,  obra  de  la  época  de  Trajano,  como 
lo  indica  su  célebre  epígrafe  dedicatorio  (C.  I.  L.  II  759). 

Sobre  el  puente  de  Mérida  existe  la  monografía  espléndida,  ya 
citada  (§  152)  de  los  Monumentos  arquitectónicos  de  España,  cua- 
derno 64.  Sobre  el  de  Alcántara,  cuya  restauración  moderna,  muy 
acertada,  y  ejecutada  bajo  los  auspicios  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia,  ba  sido  descrita  en  las  Actas  de  la  misma  Academia  publi- 
cadas por  D.  Pedro  Sabau,  del  año  1860;  Madrid,  1860,  8.,  en  el 
apéndice,  p.  1-5,  existe  una  monografía  del  Sr.  HUbner,  escrita  en 
italiano,  «II  ponte  d'  Alcántara»,  en  los  A/t/mli  deW  instituto  archeo- 
lógico  de  Roma,  vol.  XXXV,  1863,  p.  17;i  y  88.,  con  dos  laminas. 


ACUEDUCTOS  245 

§  154.  Casi  no  menos  frecuentes  que  los  puentes  eran  Acueductos 
los  acueductos,  siendo  el  más  célebre  de  España  el  de  Sego- 
via;  obra  bien  conocida  en  sus  detalles,  y  que  con  bastante 
probabilidad  se  puede  atribuir  á  la  época  de  Augusto, 
aunque  de  su  epígrafe  dedicatorio  sólo  existen  los  huecos 
de  las  letras  de  bronce,  que  no  se  pueden  restituir.  Una 
publicación  arquitectónica  digna  de  tal  obra  aun  no  se  ha 
dado  á  la  estampa.  De  los  de  Tarragona,  figurados  en  la 
de  Laborde,  vol.  I,  lámina  55,  y  varios  otros,  tampoco  dig- 
namente publicados,  como  los  de  Barcelona,  de  Sagun- 
to,  de  Chelva  y  de  Mérida,  en  donde  existen  los  restos  de 
dos,  no  se  conocen  más  que  algunas  medidas  poco  exactas. 

Con  los  acueductos  casi  siempre  estaban  en  relación  las 
cisternas,  estanques,  albercas,  en  Extremadura  charcas,  y 
aljibes.  También  estas  construcciones  han  servido  muchos 
siglos  después  de  la  época  romana,  y,  en  parte,  sirven  aún 
hoy  mismo. 

Si  tuviéramos  dibujos  exactos  de  semejante  clase  de 
obras,  su  comparación  con  las  construcciones  de  igual  des- 
tino en  Roma,  en  Nimes  de  Francia,  y  en  otros  puntos, 
sin  duda  ofrecería  datos  para  fijar,  aproximadamente,  su 
origen. 

Según  noticias  de  los  periódicos,  en  el  año  de  1885  se  ha  efec- 
tuado una  comprobación  de  la  cartela,  en  la  cual  estuvo  en  un 
tiempo  el  epígrafe  del  acueducto  de  Segovia.  Se  dice  que  el  escultor 
Sr.  Mur  ha  hecho  un  dibujo  en  gran  tamaño  de  los  huecos  en  los  que 
las  letras  estaban  fijadas;  véase  el  Boletín  de  la  Sociedad  arqueo- 
lógica Luliana,  vol.  I,  1885,  n.°  21,  p.  8;  pero  todavía  no  me  ha  sido 
posible  saber  si  algo  se  ha  podido  sacar  de  este  dibujo. 

§  155.     En  las   carreteras  públicas  y  en  los  puentes,       Arcoi 
como  en  el  de  Alcántara  (§  153),  muchas  veces  los   Roma- 
nes erigieron  arcos,   para  sostener  estatuas,  en  honor  de 
las  personas,  que  fundaron  ó  edificaron  dichos  monumen- 


246  LOS   MONUMENTOS 

tos;  y  lo  mismo  en  el  interior  de  las  poblaciones,  en  las 
plazas,  en  los  mercados,  y  ante  los  templos,  habiéndose 
concedido  la  distinción,  de  que  se  le  erigiese  y  pusiera  una 
estatua,  en  estos  arcos,  á  los  emperadores  ó  personajes  de 
alta  dignidad,  y  á  beneméritos  ciudadanos,  que,  por  lo 
general,  las  costearon.  De  todas  estas  clases  de  arcos  hubo 
algunos  en  España,  siendo  muy  pocos  los  que  existen  que 
conserven  sus  epígrafes  dedicatorios.  El  célebre  de  Bara, 
junto  á  Tarragona,  según  su  inscripción,  fué  erigido  en 
honor  de  Lucio  Licinio  Sura,  preclaro  general  de  Tra- 
jano,  á  consecuencia  de  una  disposición  testamentaria 
(C.  I.  L.  II  4282).  El  existente  en  las  ruinas  de  Caparra 
fué  erigido,  también  conforme  á  otra  cláusula  testamen- 
taria, por  un  hijo  piadoso  á  sus  padres,  ciudadanos,  según 
parece,  acaudalados  de  su  país,  la  lusitana  Capera  (C.  I.  L. 
II  834).  De  otros  arcos,  como  el  de  Martorelly  el  de  Caba- 
nes,  en  las  carreteras,  y  del  llamado  de  la  plaza  de  San- 
tiago en  Mórida,  no  se  conoce  el  origen;  este  último  formó 
tal  vez  parte  de  un  edificio,  cuyo  destino  es  desconocido. 
En  el  punto  en  donde  la  vía  Augusta,  desde  los  Pirineos 
hacia  Cádiz,  entraba  en  la  provincia  Ulterior,  existía  un 
arco  de  Jano  (§  87);  pero  no  se  sabe  su  sitio  exacto,  ni 
se  han  encontrado  nunca  sus  restos. 
Edificios  §  156.     En  el  interior  de  las  poblaciones,  al  ejemplo  de 

públicos  B,oma.5  la  plaza  mayor  ó  el  mercado,  el  forum,  era  el  cen- 
tro de  la  vida  municipal.  Templos  y  basílicas  la  rodearon, 
y  el  descubrimiento  de  su  sitio  siempre  es  de  suma  impor- 
tancia para  la  reconstrucción  del  plano  de  la  población. 
En  ninguna  de  las  ciudades  antiguas  de  España,  cuyos 
recintos  han  sido  excavados,  como  Cabeza  del  Griego, 
Talavera  la  Vieja  ó  Itálica,  se  ha  podido  determinar  de 
una  manera  segura  el  lugar  del  forum. 

En  Tarragona  parece  probable,  que  en  lo  alto  de  la 
población,  donde  estuvo  su  templo  mayor,  se  haya  de  coló- 


TEMPLOS  247 

car  también  dicho  forum.  En  Granada  la  cuestión  tan  dis- 
cutida sobre  el  sitio  de  la  antigna  Ilíberi  depende,  en  gran 
parte,  de  lo  que  se  juzga  sobre  el  descubrimiento  de  un 
edificio,  creído  basílica,  en  la  Alcazaba;  porque,  si  se  puede 
considerar  como  segura,  parece  fijar  allí  el  lugar  del  forum 
de  la  población  antigua. 

Sobre  el  sitio  de  Iliberri  véase  el  dictamen  de  los  Sres.  D.  José  y 
D.  Manuel  Oliver  Hurtado,  inserto  en  el  periódico  «El  Arte  en 
España»,  vol.  IV,  1879,  53  pp.,  4.,  y  lo  expuesto  por  los  mismos 
autores  en  su  libro  «Granada  y  sus  monumentos  árabes»,  Málaga, 
1875,  8.;  á  p.  395  y  ss.  Ellos  se  declaran  por  Elvira,  mientras  el  señor 
Hübner,  en  el  Corpus  inscript.  Lat.,  vol.  II,  p.  285  y  ss.,  y  el 
Sr.  Dozy,  en  sus  recherches  stir  l'histoire  de  la  littérakcre  de  l'Es- 
pagne  pendant  le  moyen  age,  edición  3.a  corregida  y  aumentada, 
vol.  I,  Leyde  1881,  p.  335  y  ss.,  fiándose  en  los  testimonios  sobre  las 
excavaciones,  ponen  á  Iliberri  en  la  misma  Granada.  La  fe  suma- 
mente sospechosa  de  casi  todas  las  personas  que  se  han  ocupado  de 
aquellas  excavaciones,  hace  la  decisión  incierta;  los  Sres.  Oliver, 
con  su  crítica  severa  y  su  inspección  local,  fundan  su  opinión  sobre 
razones  sólidas.  Parece  en  efecto,  cuando  se  examinan  sin  preocu- 
pación los  testimonios  fidedignos  de  los  autores  árabes  y  los  hallaz- 
gos de  la  Sierra  de  Elvira,  que  allí,  y  no  en  Granada,  hubo  de  estal- 
la antigua  Ilíberi. 

§  157.  Bastante  numerosos  son  los  restos  de  templos.  Templos 
Aunque  de  muy  pocos  se  puede  fijar  con  certidumbre  la 
época  de  la  construcción  y  su  destino  particular,  muchos  de 
ellos  se  suelen  atribuir  con  toda  seguridad,  pero  sin  fun- 
damento alguno,  á  diferentes  dioses,  siendo  así  que  lo  más 
que  se  conoce  es  su  orden  arquitectónico,  y  la  fecha  apro- 
ximativa  de  su  fundación.  Es  muy  probable,  por  ejemplo, 
que  las  substrucciones  y  los  restos  de  arquitectura  corin- 
tia magnífica,  que  quedan,  ó  se  han  descubierto,  en  el  sitio 
de  la  catedral  de  Tarragona,  sean  los  del  templo  provin- 
cial supremo  de   la  diosa  Roma  y  de  los  Augustos,  cons- 

17 


248  LOS   MONUMENTOS 

traído  bajo  Tiberio,  ó  el  Augusteo,  mencionado  en  inscrip- 
ciones de  esta  época,  como  en  un  decreto  griego  de  Miti- 
lene  en  la  isla  de  Lesbos.  De  uno  de  los  templos  de  Mérida 
se  ha  conservado  su  epígrafe,  que  contiene  la  dedicación, 
hecha  por  una  señora  noble  de  la  misma  Mérida,  al  dios 
Marte.  Es  fácil  que  los  restos  del  templo  en  el  acrópolis  de 
Artemisión  ó  Dianium,  la  colonia  griega  de  Masalia,  sean 
los  del  templo  de  Diana,  que  sin  duda  hubo  allí.  Sólo  que  los 
anticuarios  locales  lo  prueban  desatinadamente ,  con  una 
inscripción  conocidamente  falsa  (C.  I.  L.  II  n.  164*),  que  ni 
siquiera  pertenece,  según  los  testigos  más  antiguos  que  la 
traen,  á  Denia.  En  Cádiz,  como  ya  hemos  visto  (§  143),  una 
parte  de  los  cimientos  antiguos, muy  extensos, que  allí  exis- 
ten, puede  haber  pertenecido  al  célebre  templo  del  Hércu- 
les tirio;  pero  no  es  dable  comprobarlo.  El  pequeño  templete 
junto  al  puente  de  Alcántara  fué  dedicado,  como  lo  indi- 
ca su  epigrama  aun  existente,  á  Trajano,  por  el  arquitecto 
del  puente  Gayo  Julio  Lacer  (C.  I.  L.  II  761).  De  algu- 
nos templos  se  conservan  los  epígrafes,  mientras  de  los  de- 
más no  se  han  podido  encontrar,  como  del  nimfeo  de  Liria 
(C.  I.  L.  II  3786).  Respecto  de  los  restos  de  algunos  otros 
hay  probabilidad  más  ó  menos  grande  de  cuál  pudo  haber 
sido  su  origen  y  destino.  Pero  de  la  mayor  parte  ignoramos 
ambas  cosas,  como  de  los  templos  de  Barcelona,  de  Alme- 
nara, de  los  dos  de  Sagunto,  del  de  Hispalis,  de  uno  más  de 
Mérida,  de  los  de  Talavera  de  la  Reina,  del  de  Talavera  la 
Vieja,  del  de  Cabeza  de  Griego,  y  del  de  Evora  en  Portugal. 
Los  detalles  arquitectónicos  conservados  al  menos  hasta  el 
siglo  pasado,  cuando  Velázquez,  Lumiares  y  otros,  los 
vieron  y  dibujaron,  en  muchos  casos  facilitan  la  restaura- 
ción de  la  planta  y  del  exterior.  Con  la  ayuda,  además,  de  la 
orientación,  siempre  diferente,  como  ya  sabemos,  según  el 
día  de  la  dedicación  á  determinada  divinidad,  que  es  el  día 
que  decían  del  natalicio  del  templo,  sería  posible,  respecto 


CIRCOS,    TEATROS   Y   ANFITEATROS  249 

de  algunos,  el  fijar,  con  probabilidad  de  acierto,  cuáles 
fueron  los  dioses  venerados  en  ellos,  y  la  época  aproxima- 
tiva  de  su  fundación. 

Los  templos  de  Mérida  están  dibujados  esmeradamente  en  los 
«Monumentos  arquitectónicos  de  España»,  cuaderno  G4.  Las  anti- 
guas monografías  que  existen  sobre  algunos  de  los  monumentos  de 
esta  clase,  como  por  ejemplo  la  de  D.  José  Cascant,  sobre  el  creído 
de  Diana,  según  Plinio  en  la  nat.  hist.  XVI,  §  21G,  ó  de  Hércules  en 
Sagunto,  de  1807  (Cean  Bermúdez,  p.  96),  y  los  dibujos,  aunque 
imperfectos,  del  conde  de  Lu miares,  merecen  ser  consultados;  los 
restos  mismos  van  desapareciendo  de  día  en  día,  si  ya  no  han  desa- 
parecido enteramente. 

Sobre  el  templo  de  Evora,  creído  de  Diana,  hay  algunas  obras 
especiales,  entre  ellas  una  monografía  del  Sr.  Gabriel  Pereira,  muy 
esmerada,  que  no  se  ha  publicado  todavía.  El  mismo  autor  escribió 
sobre  los  restos  de  otro  templo  romano,  del  cual  fué  hecha  después 
la  iglesia  de  Santa  Ana  do  Campo,  junto  á  Arraiolos  en  Portugal. 

Un  sitio  donde  se  encuentran  fragmentos  tal  vez  pertenecientes 
á  un  templo  es  el  de  las  Almenas,  frente  á  los  baños  y  al  pie  de  los 
derruidos  muros  del  convento  de  la  Merced,  en  Rota,  frente  á  Cádiz. 
Ya  desde  el  año  de  1804  aparecieron  allí  restos  de  un  pavimento  de 
mosaico,  un  altar  y  murallas;  pero  no  conozco  un  plano  general, 
preciso  para  juzgar  sobre  el  carácter  de  estos  monumentos;  véase  el 
Boletín  de  la  Sociedad  geográfica  de  Madrid,  vol.  V,  1878,  p.  193. 

§  158.  Una  gran  parte  del  pueblo,  como  en  nuestros  arcos,  teatro 
días,  así  también  en  la  época  de  los  emperadores,  en  Roma  •'  anlUcalros 
misma,  y  á  su  ejemplo  en  las  ciudades  de  provincias,  por 
falta  de  otros  intereses  más  serios  de  que  ocuparse,  políti- 
cos y  religiosos,  tuvo  gran  deleite  en  los  espectáculos  y 
juegos  públicos.  El  panem  et  circenses  de  Tácito  obtiene 
su  ilustración  viva  por  la  larga  lista  de  edificios  sólidos  y 
suntuosos,  construidos  á  este  fin,  circos,  teatros  y  anfitea- 
tros, de  varias  clases,  que,  desde  la  época  de  Augusto,  se 
pueden  señalar  como  existentes  en  todas  partes  por  la 
vasta  extensión  del  imperio  romano. 


-50  LOS   MONUMENTOS 

En  España  se  conocen  los  restos  de  circos  en  Tarra- 
gona, particular  por  su  sitio  en  la  misma  acrópolis,  en 
Sagunto,  en  Mérida,  y  en  Toledo;  de  teatros,  que,  por  lo 
general,  suelen  ser  los  más  importantes  de  esta  clase  de  edi- 
ficios, en  Tarragona,  en  Sagunto,  en  Cabeza  del  Griego,  en 
Singili,  en  Acinipo,  en  Itálica,  en  Mérida,  y  en  Lisboa;  de 
anfiteatros,  en  Barcelona,  Tarragona,  Carmona,  Itálica,  y 
Mérida.  Pero  estos  restos,  casi  todos,  son  demasiado  esca- 
sos ó  mutilados,  para  poderse  restituir  de  tal  suerte,  que 
pudiera  formarse  un  juicio,  aunque  no  fuese  más  que  apro- 
ximativo,  sobre  la  época  precisa  de  su  fundación.  Sólo  es 
dado  establecer,  como  probable,  que  la  mayor  parte  de 
ellos  fueron  levantados  en  la  época  del  mayor  desarrollo 
del  lujo  en  estas  regiones,  esto  es,  en  los  siglos  n  y  ni.  De 
algunos  de  dichos  edificios  existen  restos  de  los  asientos, 
con  inscripciones,  conteniendo  los  nombres  de  las  perso- 
nas ó  corporaciones,  que  tuvieron  el  derecho  de  ocuparlos 
en  los  espectáculos;  como  los  del  teatro  de  Tarragona 
(C.  I.  L.  II  4280),  y  los  del  anfiteatro  de  Itálica  (C.  I.  L. 
II  5102-5116);  pero  no  sirven  para  fijar  su  época. 

Sobre  el  anfiteatro  de  Itálica  tenemos  una  monografía  esmerada, 
del  insigne  arquitecto  sevillano  D.  Demetrio  de  los  Ríos,  titu- 
lada: «Memoria  arquéológico-descriptiva  del  anfiteatro  de  Itálica», 
acompañada  del  plano  y  restauración  del  mismo  edificio,  publicada 
por  la  Real  Academia  de  la  Historia,  Madrid,  1862,  67  pp.,  fol.,  con 
una  lámina  de  las  plantas,  secciones  y  vistas  muy  instructivas.  Atri- 
buye el  autor  la  fundación  del  anfiteatro  de  Itálica,  con  mucha  pro- 
babilidad, á  Trajano  ó  á  Adriano,  sus  hijos  ilustres.  Sobre  el  teatro 
de  Sagunto  existen  las  monografías  de  D.  Manuel  Martí,  de  Joa- 
quín Alcaraz  de  Gramont,  y  de  Enrique  Palos  y  Navarro 
(C.  I.  L.  II  p.  513).  Sobre  el  de  Ronda  la  Vieja,  Acinipo,  pueden  verse 
la  descripción  de  Macario  Fariñas  del  Corral,  en  sus  Memorias 
sobre  las  Antigüedades  de  Ronda,  la  de  Val  deflor  es  publicada  por 
Cean  Bermúdez  en  su  Sumario  de  Antigüedades,  p.  328,  la  de  los  her- 
manos 01  i  ver,  incluida  en  su  Munda  Pompeyana,  y  la  de  D.  Fran- 


BAÑOS  251 

cisco  Mateos  Gago,  inserta  en  el  vol.  I  del  «Nuevo  Método  de  cla- 
sificación de  D.  Antonio  Delgado»  (citado  al  §  127),  p.  13  y  ss.  (Sevilla, 
1871,  4.).  Los  restos  del  circo,  teatro  y  anfiteatro  de  Mérida  todavía 
no  hemos  visto  que  hayan  sido  publicados  en  los  «Monumentos  arqui- 
tectónicos de  España».  Entre  tanto  el  Sr.  D.  Rodrigo  Amador  de 
los  Ríos  y  Villalta  ha  dado  una  descripción  de  las  ruinas  del  teatro 
romano  de  Mérida  en  el  Museo  Español  de  antigüedades,  vol.  VII, 
1875,  p.  497  y  ss.  Sobre  los  restos  del  anfiteatro  observados  junto  á 
Carmona  véase  el  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Historia, 
(vol.  VIII,  1886,  p.  250. 

§  159.  Dentro  de  las  poblaciones  más  importantes,  y 
en  los  alrededores  de  muchas  aun  de  las  más  pequeñas, 
como  á  veces  también  en  edificios  rústicos  de  particulares, 
en  casas  de  labor  y  de  recreo,  se  construyeron  estableci- 
mientos de  baños,  desde  casi  el  segundo  siglo  de  nuestra 
Era  en  adelante,  considerándolos  como  indispensables  para 
la  vida  con  arreglo  á  las  exigencias  de  la  civilización  de 
entonces.  Así  es  que  abundan  en  Italia  y  en  las  provin- 
cias los  restos,  muchas  veces  grandiosos,  de  diversas  ter- 
mas, con  sus  acueductos,  hipocaustos  y  otras  construc- 
ciones, necesarias  para  tomar  diferentes  clases  de  baños  y 
ejecutar  los  ejercicios  del  cuerpo,  á  que  los  hombres  de 
entonces  tuvieron  una  afición  igual  á  la  que  sentían  por 
los  espectáculos.  Ha  de  distinguirse  entre  los  baños  que 
aprovechaban  las  fuentes  naturales,  principalmente  mine- 
rales y  templadas,  y  los  baños  de  agua  fría,  que  debía 
calentarse  con  los  hipocaustos.  Las  numerosas  fuentes 
minerales,  que  aun  hoy  en  muchas  partes  de  la  península 
son  frecuentadas  por  los  enfermos  para  procurarse  la  cura- 
ción de  sus  dolencias,  en  su  mayor  parte  estuvieron  en  uso 
en  la  época  de  la  dominación  romana,  y  repetidas  veces  se 
averigua  casualmente  su  antigua  existencia  por  el  inespe- 
rado descubrimiento  de  los  pavimentos  de  mosaico,  que 
ornaban  sus  salas,  estanques  y  albercas.  No  las  enumerare- 
mos aquí  todas,  contentándonos  con  indicar  que  en  Cata- 


I, os    MONUMENTOS 


Infla  y  A  ragón ,  en  Asturias  y  (lalicia,  como  en  la  provincia 
portuguesa  del  Miño,  son  frecuentísimas.  Sus  nombres  de 
Caldas,  por  ejemplo,  de  Malabella,  de  Mombuy,  de  Vizella, 
y  de  Taipas,  lo  mismo  que  su  equivalente  árabe  de  Alhama, 
casi  generalmente  indican  su  origen  romano.  Termas  arti- 
ficiales, por  decirlo  así,  las  conocemos,  ó  podemos  supo- 
ner, con  mucha  probabilidad,  que  existieran  en  Tarragona, 
Barcelona,  Sagunto,  Lugo,  Archena,  Jumilla,  Zalamea  de 
la  Serena,  Itálica,  donde  hubo  dos  establecimientos  distin- 
tos en  diferentes  partes  de  los  suburbios,  Lisboa,  Cceto- 
briga,  que  es  Troia  cerca  de  Setúbal,  Tavira  del  Algarve, 
en  Torremolinos  cerca  de  Málaga,  en  las  inmediaciones  de 
Cártama,  y  en  otros  varios  puntos. 


La  construcción  y  el  uso  variado  de  las  termas  de  los  Romanos 
están  expuestas  con  prolijidad  en  el  libro  de  Marquardt,  das  Pri- 
vatleben  der  Rómer,  Handbuch,  vol.  VII,  ed.  2.a,  Leipzig  1886,  p.  269 
y  ss.  El  autor  cita  gran  número  de  termas  en  Italia  y  en  las  demás 
provincias,  pero  ningunas  de  España.  Sólo  de  las  de  Itálica  existe 
una  planta  en  escala  suficiente  con  descripción  algo  detallada, 
y  reconstrucción  arquitectónica,  por  el  arquitecto  entonces  sevi- 
llano, Sr.  D.  Demetrio  de  los  Ríos,  en  los  Annali  délV  Instituto 
archeologico  de  Roma,  vol.  XXXIII,  1861,  p.  375  y  ss.,  lámina  R; 
el  autor  atribuye  este  establecimiento,  más  suntuoso  que  el  otro 
italicense,  á  la  época  de  Adriano.  Un  testimonio  curioso  acerca  del 
uso  de  las  aguas  minerales  en  la  antigüedad,  es  el  bajo  relieve  de 
una  taza  de  plata,  encontrada  en  1826  cerca  de  Castro  Urdíales 
en  la  Cantabria,  y  publicado  en  las  Memorias  de  la  R.  Academia  de 
la  Historia,  vol.  VII,  1832,  p.  15.  Contiene  la  representación  de  la 
ninfa  de  Umeri,  localidad  desconocida,  llamada  Salus  Umeritana,  y 
de  varias  personas  que  beben  y  mandan  fuera,  en  barriles,  que  se 
cargan  en  carros  con  muías,  las  aguas  saludables  de  aquella  fuente; 
como  lo  ba  expuesto  el  Sr.  Hübner,  en  una  memoria  en  alemán, 
die  Heilquélle  von  Umeri,  en  la  Gaceta  arqueológica  de  Berlín, 
vol.  XXXI,  1874,  p.  115  y  ss.,  con  la  lámina  11.  Los  restos  de  las 
termas  de  Torremolinos  han  sido  descritos  por  el  Dr.  Berlanga 
en  sus  Estudios  romanos,  Málaga,  1861,  16  pp.,  8. 


MONUMENTOS  BBNJL0RALB8  253 

§  160.     Ninguna  clase  de  monumentos  arquitectónicos    Monumentos 

-,  iii  i  t\       i        sepulcrales 

es  más  frecuente  y  variada  que  la  de  los  sepulcros.  Desde 
los  más  sencillos  pozos,  putei  óputiculí,  en  latín,  ó  cámaras 
subterráneas,  en  las  cuales  se  depositaron  los  huesos  y 
cenizas  de  la  gente  pobre,  hasta  el  mausoleo  suntuoso  de 
emperadores  y  hombres  ricos,  la  antigüedad  romana  ha 
producido,  sirviéndose  de  modelos  griegos,  y  adaptando 
también  las  costumbres  de  las  otras  naciones,  sobre  las 
cuales  se  extendía  su  dominación,  un  sinnúmero  de  for- 
mas y  de  adornos  para  perpetuar  la  memoria  de  los  difun- 
tos, que  el  culto  de  los  dioses  Manes  tenía  por  objeto. 

De  los  sepulcros  prehistóricos,  ó  al  menos  creídos  de 
muy  alta  antigüedad,  ya  se  ha  hablado  antes  (§  147). 

Que  las  formas  nacionales  fueron  respetadas,  aun  en  la 
época  de  Augusto,  y  que  duraban  hasta  una  fecha  relati- 
vamente moderna,  al  menos  en  ciertas  regiones  apartadas 
de  la  civilización  romana  de  las  grandes  ciudades,  lo  mues- 
tran dos  clases  de  monumentos  sepulcrales,  encontrados  en 
el  interior  y  al  norte  de  la  península.  La  una  es  la  de  las 
estatuas  de  guerreros  gallegos,  toscas,  y  de  un  arte  cierta- 
mente indígena,  con  epígrafes  latinos,  que  contienen  sólo 
los  nombres  de  los  difuntos,  y  se  han  descubierto  en  la 
Lusitania  y  en  la  Galicia  antigua.  Dos  de  estas  estatuas,  sin 
inscripción,  están  en  el  jardín  del  palacio  real  de  Ajuda, 
en  Lisboa;  una  en  Vianna  de  Portugal,  la  otra  en  un  lugar 
de  Galicia,  estas  dos  con  sus  epígrafes.  La  segunda  clase 
es  la  muy  numerosa  de  los  becerros,  como  son  llamadas  vul- 
garmente, las  toscas  representaciones  de  cuadrúpedos,  ya 
sean  toros,  ya  jabalíes,  ya  cerdos  ó  ya  caballos.  Su  carácter 
zoológico,  en  el  estado  de  deterioro  en  que  actualmente  se 
encuentra  la  mayor  parte  de  estas  esculturas,  no  es  muy 
fácil  de  determinar;  los  mejor  conservados  se  asemejan 
más  á  jabalíes.  Son  muy  frecuentes  en  el  valle  superior  del 
Tajo  desde  Toledo  hasta  Talavera,  y  en  la  falda  septentrio- 


254  LOS   MONUMENTOS 

nal  de  la  sierra  de  Guadarrama,  en  las  regiones  de  los  Vet- 
tonos,  Carpetanos  y  Aré  vacos.  Pero  no  faltan  tampoco  en 
otras  partes  del  interior  y  del  norte  de  la  península.  El 
Sr.  D.  Aureliano  Fernández  Guerra  ha  reunido  una 
colección  de  cerca  de  3,500  ejemplares  de  ellos,  procedentes 
de  más  de  cincuenta  lugares  distintos.  Los  más  conocidos 
son  los  llamados  toros  de  Guisando,  de  gloria  cervantesca 
(C.  I.  L.  II  3052),  y  los  de  Ávila  (C.  I.  L.  II  3051).  Estos, 
y  algunos  otros,  como  los  de  San  Vicente  junto  á  Cáceres, 
(C.  I.  L.  II  734),  de  Torralva,  junto  á  Talavera  de  la 
Keina  (C.  I.  L.  II  947),  de  Coca  (II  2727)  y  de  Durango 
(II  2910),  tienen  aún,  ó  tenían,  inscripciones  sepulcrales 
latinas,  que  no  dejan  duda  sobre  el  destino  de  los  demás, 
que,  al  presente  al  menos,  ya  no  conservan  inscripciones; 
como  los  de  Salamanca,  Cardeñosa,  y  otras  numerosas 
localidades. 

Son  estos  monumentos  sepulcrales  puramente  ibéricos; 
testigos,  como  muy  bien  se  lia  observado,  de  la  mitología 
y  poesía  popular  de  aquellas  razas  indígenas. 

Pero  no  faltan  tampoco  en  España  sepulcros,  menos 
antiguos  y  característicos,  tajados  en  la  roca,  como  en  las 
necrópolis  de  Italia.  De  esta  clase  son  los  de  la  familia  de 
los  Pompeyos,  cerca  de  Baena,  de  la  época  de  Augusto 
(C.  I.  L.  II  1585-1593),  los  de  Osuna,  algo  más  recientes, 
con  sus  fachadas  pintadas  (C.  I.  L.  II  1411-1412-1414),  los 
de  Carmona,  del  sitio  de  la  Dehesilla,  cerca  de  Córdoba, 
los  de  Mataré,  junto  á  Barcelona,  y  los  de  Alcacer  do 
Sal  en  Portugal.  Inscripciones  latinas  sepulcrales,  esculpi- 
das en  la  roca  viva,  existen  cerca  de  Baena  (C.  I.  L. 
II  1600),  y  junto  á  Tarragona  (C.  I.  L.  II  4421). 

Los  cipos  sepulcrales,  aunque  en  su  forma  general, 
semejantes  á  los  de  Italia,  en  sus  adornos  muestran  parti- 
cularidades muy  curiosas,  y  que  no  se  encuentran  en  otras 
partes.  Son  frecuentes  en  ellos  bajorelieves  en  forma  de 


MONUMENTOS  SEPULCRALES  255 

media  luna  ó  estrellas,  como  en  los  de  Trujillo  (O.  I.  L.  II 
p.  330),  Coria  (p.  764),  y  otros  lugares  de  Extremadura  y 
regiones  vecinas,  como  en  Hinojosa,  Moral  y  Ciudad  Ro- 
drigo. En  Castilla  la  Vieja,  como  en  Segovia,  y  en  León 
(C.  I.  L.  II  p.  369),  en  Lara  da  los  Infantes  (p.  391),  y  en 
Asturias,  lo  mismo  que  en  Galicia  y  en  el  norte  de  Portu- 
gal, cada  partido  y  cada  valle  tiene  sus  adornos  peculiares 
en  los  cipos  allí  encontrados.  En  Barcelona  y  en  Tarra- 
gona, la  forma  de  las  piedras  es  también  peculiar  de  allí 
(C.  I.  L.  II  p.  543);  en  Játiva  (p.  488),  en  Cartagena 
(p.  468),  en  Palma  de  Mallorca  (p.  494),  en  donde  los  cipos 
presentan  la  forma  de  puertas  cerradas  con  sus  llaves, 
en  Itálica  (p.  146),  en  Sevilla  (p.  153),  en  Cádiz  (p.  229),  en 
Coimbra  de  Portugal  (p.  40),  el  estilo  de  las  inscripciones 
y  de  los  adornos  ofrece  objetos  sumamente  interesantes 
para  el  estudio  comparativo  de  las  costumbres,  que  toda- 
vía no  se  ha  emprendido  por  nadie. 

Restos  de  monumentos  arquitectónicos  grandes  son, 
entre  los  sepulcros,  el  que  se  llama  de  los  Escipiones,  la 
torre  de  Bará,  junto  á  Tarragona.  Según  los  restos  muti- 
lados del  epígrafe  dedicatorio  tal  vez  sea  el  monumento 
de  una  mujer,  del  nombre  de  Cornelia,  con  sus  bajorelie- 
ves  de  dos  cautivos  ó  esclavos  en  actitud  de  telamones 
(C.  I.  L.  II  4283);  el  de  los  Antonios  en  Sagunto  (C.  I. 
L.  II  3841-3850);  el  de  Villajoyosa  (C.  I.  L.  II  p.  483); 
el  de  Tito  Didio,  hijo  de  Tito,  de  la  tribu  Corne- 
lia, junto  á  Cartagena  (C.  I.  L.  II  3462);  y  varios  restos 
de  arquitectura  romana,  sin  lápidas,  esparcidos  por  los 
campos,  como  el  de  junto  á  Santa  Coloma,  no  lejos  de  Bar- 
celona; los  de  la  campiña  de  Reus;  los  de  Cazlona,  y  otros 
puntos.  Junto  á  la  villa  de  Fabara,  partido  de  Alcañiz  de 
Aragón,  existe  el  sepulcro  de  un  Lucio  Emilio  Lupo,  en 
forma  de  templo  ele  graciosa  arquitectura. 

No  está  agotada  aún,  con  estas  indicaciones,  la  multi- 


256  L08   KONUMBHTOfl 

tud  de  variedades,  que    en   este  género  de  monumentos  se 
observan. 

De  las  formas  y  géneros  de  los  sepulcros  romanos  trata  con  pro- 
lijidad el  libro  de  Marquardt,  ya  arriba  citado  (§  159),  vol.  VII, 
parte  I,  p.  340  y  ss. 

Las  estatuas  de  guerreros  gallegos,  de  las  cuales  dos,  la  do 
Vianna  de  Portugal  (C.  I.  L.  II  24G2),  y  la  de  Castro  Rubias,  junto  á 
Celanova  de  Galicia  (C.  I.  L.  II  2519),  que  llevan  aún  sus  epígrafes 
sepulcrales,  han  sido  descritas  y  publicadas,  por  primera  vez  por  el 
Sr.  Httbner,  en  una  memoria  escrita  en  alemán,  Statuen  gallükis- 
cher  Krieger,  en  la  Gaceta  arqueológica  de  Berlín,  vol.  XIX,  1861, 
p.  165  y  ss.,  con  la  lámina  CLIV,  1-3.  Esta  memoria  ha  sido  tradu- 
cida dos  veces:  al  portugués  por  el  Sr.  Augusto  Soromenho,  en 
las  «Noticias  archeológicas  de  Portugal»,  (§  141),  en  el  apéndice  C 
p.  103  y  ss.,  y  del  portugués  al  castellano,  por  el  Sr.  Manuel 
Murguiá,  en  su  Historia  de  Galicia  (vol.  II,  ilustración  IV).  La 
estatua  de  Vianna  está  además  publicada  en  litografía  en  el  Museo 
español  de  antigüedades,  vol.  VI,  1876,  p.  583  y  ss.;  se  ha  creído  por 
algunos,  muy  desatinadamente,  de  origen  cristiano,  porque  una 
señal  como  de  cruz  se  encuentra  grabada  en  su  pecho,  no  sé  si  por 
adición  posterior,  ó  sea  como  adorno  antiguo,  por  solo  el  acaso 
semejante  al  símbolo  cristiano.  La  estatua  es,  de  todos  modos,  del 
siglo  i. 

El  ilustre  académico  Sr.  D.  Aureliano  Fernández  Guerra  y 
Orbe,  en  su  discurso  de  contestación  al  del  Sr.  D.  Eduardo  Saave- 
dra,  que  hemos  citado  antes  (§  87),  considera  los  becerros  como 
monumentos  terminales,  y  los  aprovecha,  con  método  muy  sagaz, 
para  fijar  las  fronteras  de  las  antiguas  tribus  y  gentes  ibéricas.  No 
nos  hemos  podido  convencer  de  la  verdad  de  esta  observación,  aun- 
que muy  aguda;  véase  la  memoria  del  Sr.  Hübner ,  en  el  Zjeitschrift 
fiir  allgemeine  Erdkunde,  de  Berlín,  vol.  XIV,  1863,  p.  340  y  ss.  No 
existen  todavía  publicaciones  buenas  de  los  becerros;  acuarelas  de 
los  de  Guisando,  por  D.  Pedro  de  la  Garza,  conserva  la  R.  Acade- 
mia de  la  Historia;  véase  la  noticia  de  sus  actas,  por  D.  Manuel 
Oliver,  Madrid  1879,  8.,  p.  55  y  57.  Sobre  el  becerro  de  Cardeñosa 
véase  la  Academia,  vol.  I,  1877,  p.  109  y  114,  y  el  Boletín  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  vol.  I,  1877-79,  p.  9  y  202.  La  noticia  sobre 
los  toros  de  Guisando  y  de  Ávila,  por  D.  E.  de  Mariátegui,  en 
«El  Arte  en  España»,  vol.  IV,  1865,  p.  144  y  ss.,  es  muy  ligera. 


MONUMENTOS   SEPULCRALES  257 

Sobre  monumentos  sepulcrales  de  Galicia,  y  principalniente  de  la 
provincia  de  Lugo,  trata  el  Sr.  D.  José  Villaamil  y  Castro,  en  va- 
rias memorias  en  el  Boletín  de  la  Sociedad  geográfica  de  Madrid,  de 
1878,  y  en  el  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  VII,  (véase  el  §  147). 

«Las  cuevas  de  Osuna  y  sus  pintiiras  murales»  han  sido  descritas 
por  el  Sr.  D.  Demetrio  de  los  Ríos,  en  el  Museo  español  de  anti- 
güedades, vol.  VII,  1875,  p.  271  y  ss.  Sobre  la  necrópolis  de  Car- 
mona  véase  el  Boletín  de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  vol.  VIII, 
1886,  p.  250;  sobre  la  de  la  Dehesilla,  partido  de  Fuente  de  las  Pie- 
dras, el  resumen  de  las  actas  de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  por 
D.  Pedro  Madrazo,  Madrid  1880,  p.  29;  sobre  la  de  Mataré  D.  Juan 
Rubio  de  la  Serna,  en  la  Gazette  archéologique  de  París,  vol.  VII, 
1881,  p.  1  y  ss.;  sobre  la  de  Alcacer  do  Sal,  el  Boletim  architectonico 
portugués,  vol.  I,  Lisboa  1874-1876,  p.  91. 

Sobre  sepulcros  antiguos  en  varios  sitios  de  Asturias,  trató  ya  el 
Sr.  Assas,  en  el  Semanario  pintoresco  de  1857,  y  el  inglés  Lord 
T  a  Ib  o  t  en  el  ArchaeologicalJournal  de  1870. 

Sobre  los  de  Olot  en  Cataluña  existe  una  monografía,  «breve  re- 
seña de  los  descubrimientos  arqueológicos  llevados  á  cabo  por  el 
centro  artístico  de  Olot»;  Olot  1878,  8.;  véase  el  libro  del  Sr.  Car- 
tailhac,  p.  336. 

Observaciones  acertadas  sobre  el  valor  mitológico  y  poético  de 
las  costumbres,  que  se  notan  en  las  formas  de  los  sepulcros,  con- 
tiene el  libro  del  Sr.  D.  Joaquín  Costa,  poesía  popular  española, 
mitología  y  literatura  celto-bispanas,  Madrid  1881,  p.  337  y  ss. 

El  sepulcro  de  Alcañiz  se  describe  en  una  memoria  anónima,  de 
D.  E.  C,  «Noticia  acerca  de  un  edificio  romano  que  se  conserva  á  las 
inmediaciones  de  la  villa  de  Fabara,  partido  de  Alcañiz,  de  Aragón 
1807»,  de  la  cual  D.  Vicente  de  la  Fuente  ha  dado  un  reusmen  en 
el  Boletín  de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  vol.  I,  1877-1879,  p.  440. 

En  Cádiz,  en  el  paraje  denominado  la  Punta  de  la  Vaca,  con  mo- 
tivo de  las  obras  hechas  para  la  exposición  marítima  del  año  de  1887 
se  han  encontrado  sepulcros,  creídos  por  algunos  de  origen  egipcio; 
véase  el  Boletín  de  la  Sociedad  arqueológica  Luliana,  vol.  III,  1887, 
p.64.El  Sr.  D.  Juan  de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado,  comisionado 
por  la  R.  Academia  de  la  Historia  de  Madrid,  habrá  de  ocuparse  de 
estos  hallazgos;  véase  el  Boletín  de  la  Academia,  vol.  X,  1887,  p.  337. 

Gracias  á  unas  comunicaciones  recientes  y  muy  detalladas,  acom- 
pañadas de  fotografías  y  un  plano,  por  los  cuales  estoy  sumamente 
agradecido  á  mi  amigo  el  Dr.  Berlanga,  ya  he  podido  formar  una 


268  LOS   MONUMENTOS 

idea  bastante  clara  de  estos  importantes  hallazgos.  Sin  perjuicio  de 
los  informes  que  se  esperan  de  los  Sres.  Académicos  de  Madrid,  el 
sarcófago  grande  con  el  retrato  del  difunto,  para  mí,  á  pesar  de  que 
carece  del  todo  de  inscripción,  pertenece  a  la  época  fenicia,  anterior 
á  la  cartaginesa,  de  Cádiz,  y  casi  al  siglo  v  antes  de  J.-C.  El  mismo 
Dr.  Ber langa  ha  publicado  sus  observaciones  sobre  estos  «Sepul- 
cros antiguos  de  Cádiz»  en  la  Revista  archeologica  del  S.  A.  C.  Bor- 
ges  de  Figueiredo,  vol.  II,  Lisboa,  1888,  p.  33  y  ss.,  con  dos  láminas. 
Una  necrópoli  extensa  se  ha  descubierto  en  los  últimos  años  en 
Carmona,  con  sepulcros  romanos  adornados  de  pinturas  y  de  arqui- 
tectura sencilla.  Por  los  pocos  epígrafes  sepulcrales  descubiertos  en 
ellos,  parece  deberse  atribuir  en  su  mayor  parte  á  los  siglos  i  y  n 
de  nuestra  Era.  Trata  de  estos  hallazgos  con  mucho  esmero  la 
monografía  del  Sr.  D.  Juan  de  Dios  de  la  Bada  y  Delgado, 
«Necrópolis  de  Carmona,  memoria  escrita  en  virtud  de  acuerdo  de 
las  Reales  Academias  de  la  Historia  y  de  Bellas  Artes  de  San  Fer- 
nando», Madrid  1885,  182  pp.,  y  XXV  láminas  8. 

Fragmentos  §  1G1 .     En  todos  los  sitios  donde  penetró  en  España  la 

a  /«/  ti  ¡tectónicos  c[y[\iZSiC[¿n  romana,  en  las  ciudades  aun  existentes,  como 

de  i  1 

origen  incierto  en  los  numerosos  despoblados,  que  se  encuentran  en  casi 
todas  las  provincias,  especialmente  en  las  regiones  anti- 
guamente de  más  cultura,  como  Andalucía  y  Valencia, 
se  han  conservado  restos  esparcidos  de  los  edificios  anti- 
guos, formando  parte  de  edificios  modernos,  eclesiásticos  y 
profanos,  muchas  veces  como  materiales  empleados  en  los 
cimientos,  y  algunas  utilizados  en  el  grueso  de  las  murallas. 
Cean  Bermúdez  ha  formado  una  larga  lista  de  ellos;  el 
conde  de  Lumiares  y  otros  autores  los  han  dibujado  y 
dado  á  conocer  su  propia  figura;  pero  aun  falta  mucho  que- 
hacer, hasta  lograr  tener  una  colección  completa  de  ellos; 
porque  hoy,  sólo  coleccionando  los  estudios  particulares 
sobre  ciertas  y  determinadas  localidades  y  sobre  algunos 
monumentos,  es  como  estos  restos,  que  en  su  aislamiento 
son  inútiles,  sin  que  salgan  de  su  oscuridad,  pueden  prestar 
servicios  importantes  á  la  ciencia.  ¿Cuántas  iglesias,  casti- 
llos y  murallas,  después  de  la  ocupación  árabe  y  desde  la 


OBRAS   DEL   ARTE   ESCULTURARIO  259 

reconquista,  se  han  construido  casi  exclusivamente,  ó  en  su 
mayor  parte,  con  materiales  romanos?  Como  en  otros  países, 
así  en  España  el  derribo  de  murallas  y  edificios  antiguos 
casi  siempre  es  causa  de  que  vuelvan  á  salir  á  luz  algunos 
de  estos  fragmentos.  Generaciones  venideras,  con  el  renaci- 
miento de  la  prosperidad  del  país  en  todos  sus  ramos,  ocu- 
parán con  ellos  los  museos,  que  entonces,  como  esperamos, 
existan  ya  en  cada  una  de  las  poblaciones  más  impor- 
tantes, y  los  reunirán,  buscando  en  las  noticias  manuscri- 
tas ó  impresas  de  sus  antepasados  lo  que  se  pueda  averi- 
guar sobre  su  origen  y  destino  probable.  De  este  modo, 
aquellos  materiales  podrán  llenar  muchos  vacíos  en  la  his- 
toria monumental  del  país. 

§  162.  La  mayor  parte  de  los  restos  del  arte  escultu-  obras  del  arte 
rario  antiguo,  que  ahora  existen  en  España,  no  es  de  origen  escultur 
nacional.  En  el  Real  Museo  del  Prado,  que  contiene  los 
regalados  á  los  reyes  de  España,  desde  Carlos  I  y  Felipe  II, 
ó  comprados  por  ellos,  mayormente  en  Italia,  así  como  en 
especial  en  la  colección  de  la  Granja  de  San  Ildefonso,  reu- 
nida tan  sólo  con  lo  traído  de  Italia,  y  en  algunas  de  las 
antiguas  colecciones,  como  las  de  la  E-.  Academia  de  San 
Fernando,  y  del  Museo  de  Historia  natural,  únicamente  por 
casualidad  han  tenido  entrada  monumentos  encontrados 
en  el  país.  Pero,  sin  embargo,  es  de  suma  importancia,  no 
sólo  para  el  estudio  de  las  bellas  artes  en  general,  sino  para 
el  de  las  obras  de  semejante  clase,  encontradas  en  el  país,  la 
aludida  colección  del  Museo  del  Prado.  Con  el  nuevamente 
fundado  de  reproducciones  artísticas,  en  el  Casón  de  Feli- 
pe IV,  ya  posee  Madrid  un  material  importante  para  este 
ramo  de  estudios.  Semejante  al  Museo  del  Prado,  por  su 
contenido  de  origen  italiano,  es  la  colección  de  los  duques 
de  Medinaceli,  en  su  palacio  de  la  casa  de  Pilatos  en  Sevi- 
lla, y  en  su  palacio  de  Madrid.  A  la  falta,  por  muchos  años 
sentida,  de  un  museo  especial  de  los  monumentos  naciona- 


260  LOS   MONUMENTOS 

les,  esparcidos  en  varias  colecciones  y  en  diversas  localida- 
des, en  parte  colocadas  en  el  edificio  del  Ministerio  de 
Fomento,  desde  el  año  de  1867  ha  venido  á  suplir  el  nuevo 
«Museo  nacional  de  antigüedades»,  aunque  la  termina- 
ción del  espléndido  edificio,  destinado  á  incluir  un  día  sus 
variadas  colecciones,  parece  estar  aún  muy  lejos.  Pero  ya 
en  su  local  interino,  en  el  Casino  de  la  Reina,  encierra  en 
sí  el  rico  monetario  y  demás  colecciones,  que  fueron  de  la 
Biblioteca  nacional,  algunos  objetos  sueltos  de  los  reales 
palacios  del  Retiro  y  de  la  Moncloa,  de  origen  no  español, 
las  colecciones  de  la  R.  Academia  de  San  Fernando,  del 
Museo  de  Historia  natural,  de  la  Escuela  diplomática,  y, 
entre  otras,  las  de  los  Sres.  Asensi,  Miró,  Caballero  Infante, 
y  Marqués  de  Salamanca,  rica  sobre  todo  en  vasos  y  obras 
de  barro  cocido,  provenientes  en  su  totalidad  de  Italia,  así 
como  las  esculturas  del  Cerro  de  los  Santos  (§  150),  y  los 
objetos  adquiridos  en  algunas  expediciones  científicas  á  la 
Grecia  y  al  Oriente.  En  el  pabellón  situado  en  el  jardín  del 
dicho  Casino,  destinado  á  la  parte  prehistórica,  se  admira 
la  primera  colección  de  esta  clase  formada  en  España,  exis- 
tiendo en  otro  sitio  del  mismo  jardín  mosaicos  ó  inscrip- 
ciones de  Palencia,  León,  Cartagena,  y  de  varios  puntos 
más,  allí  reunidos  interinamente. 

El  único  catálogo  completo  de  las  esculturas  y  otras  obras  del 
arte  antiguo  reunidas  en  el  Museo  del  Prado,  es  el  del  Sr.  Hübner, 
ya  antes  citado  (§  141).  Contiene  también  catálogos  de  las  demás 
colecciones  de  la  Corte,  entonces  existentes,  en  parte  ya  trasladadas 
al  Museo  arqueológico  nacional,  como  la  de  la  Biblioteca  nacional, 
de  la  Academia  de  San  Fernando,  y  del  Museo  de  historia  natui-al, 
en  parte  aun  aisladas,  como  las  de  los  Duques  de  Medinaceli,  de 
Alba,  del  Príncipe  de  Anglona,  y  otras  colecciones  particulares,  de  los 
Sres.  Asensi,  Cerda,  Guerra,  Gayangos  y  Maestre.  En  el  apéndice 
relativo  á  las  demás  colecciones  provinciales  de  España,  está  tam- 
bién el  catálogo  de  la  casa  de  Pilatos  de  Sevilla,  p.  115  y  ss.,  el  del 
Museo  del  Cardenal  Despuig,  en  su  casino  de  Raxa,  junto  á  Palma 


ESTATUAS  261 

de  Mallorca,  que  contiene  lo  encontrado  en  las  excavaciones  de  Ari- 
cia  en  Italia,  p.  292  y  ss.,  y  el  de  la  colección  del  rey  difunto  D.  Fer- 
nando de  Portugal,  p.-328  y  ss.,  también  de  origen  italiano.  Del 
Museo  arqueológico  nacional  todavía  no  existen  catálogos  comple- 
tos, pero  sí  la  «Noticia  histérico-descriptiva»  ya  anteriormente  citada 
(§  141),  escrita  por  el  Sr.  D.  Juan  de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado. 

Sobre  el  museo  del  Casón,  cuyo  catálogo  se  publicó  en  1881, 
véase  la  noticia  dada  por  su  ilustrado  fundador  D.  Juan  Facundo 
Riaño,   en  el  Boletín  histórico  de  Madrid,  vol  III,  1882,  p.  17  y  ss. 

Existen  museos  provinciales  en  Barcelona,  descrito  en  el  libro 
del  Sr.  Hübner,  en  el  año  1862,  p.  279  y  ss.,  Tarragona,  p.  283, 
Valencia,  p.  288,  Málaga  y  Granada,  p.  309,  Córdoba,  p.  312,  y  Sevilla, 
p.  316.  Sobre  los  monumentos  esparcidos  por  Extremadura  el  mismo 
autor  habla  someramente  á  la  p.  327,  lo  mismo  que  sobre  los  del  norte 
de  España,  p.  329,  y  de  Portugal,  p.  328.  Desde  la  publicación  de 
este  libro  ningún  nuevo  catálogo  de  aquellas  colecciones  ha  sido 
impreso,  habiéndose  fundado  otros  museos  provinciales,  y  habiéndose 
enriquecido  los  existentes  con  obras  del  arte  antiguo  desde  aquella 
época;  véanse  las  indicaciones  dadas  en  el  §  151. 

Sobre  algunas  obras  del  arte  antiguo  existen  Memorias  particu- 
lares, como  la  del  R.  P.  Sr.  D.  Fidel  Fita,  sobre  una  estatua  de  ori- 
gen griego  en  Barcelona,  en  la  Revista  histórica,  vol.  II,  1875,  p.  1 
y  ss.;  sobre  varias  estatuas  del  Museo  del  Prado,  las  de  los  señores 
D.  Leopoldo  de  Cueto,  D.  José  Villaamil  y  Castro,  D.  Juan  de 
Dios  de  la  Rada  y  Delgado,  D.  Pedro  de  Madrazo  y  otros,  y  sobre 
las  «Térras  cottas»  del  mismo  museo,  la  del  Sr.  Eduardo  de  Hino- 
josa,  en  el  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  IX,  1878,  p.  303  y  ss. 
De  D.  José  Ramón  M elida,  joven  empleado  del  Museo  arqueoló- 
gico nacional,  hay  dos  publicaciones,  doctas  y  útiles,  sobre  los  vasos 
griegos,  etruscos  é  italo-griegos  del  Museo  arqueológico  nacional, 
Madrid,  1882  48  pp.,  8.,  y  sobre  las  esculturas  de  barro  cocido, 
griegas,  etruscas  y  romanas  del  mismo  Museo,  Madrid,  1884, 
42  pp.,  8. 

§  163.     Para  formarse  una  idea  de  lo  que  respecto  á      Estatuas 
obras  del  arte  escultorio  ha  debido  existir  en  España,  sin 
duda  no  bastan  los  restos  escasos,  casualmente  encontra- 
dos en  varios  puntos  de  la  península,  y  en  estado  general- 
mente muy  deteriorado.  Existen  entre  ellas  obras  del  arte 


262  LOS  MONUMENTOS 

ideal,  como  estatuas  de  dioses  y  diosas,  destinadas  al  culto 
ó  para  ornato  de  edificios  públicos  y  privados.  Más  fre- 
cuentes son  las  de  los  emperadores  y  demás  miembros  de  la 
casa  imperial,  como  indican  también  los  epígrafes  nume- 
rosos de  tales  estatuas,  antes  mencionados  (§  90),  y  de  indi- 
viduos de  ambos  sexos,  como  los  magistrados  del  Estado 
y  de  los  municipios,  y  sus  mujeres.  No  siempre,  por  conse- 
cuencia del  estado  de  mutilación  de  estas  obras,  se  pueden 
definir  con  claridad  suficiente  su  carácter,  su  edad,  ni  sus 
demás  particularidades.  En  Barcelona,  Tarragona,  Sagun- 
to,  Valencia,  Alhambra  de  la  Mancha,  Cartagena,  Alma- 
zarrón, Córdoba,  Martos,  Málaga,  Cártama,  Montoro,  Gra- 
nada, Montilla,  Itálica,  Sevilla,  Mérida,  Cáceres,  Medina 
de  las  Torres,  Lisboa,  Evora,  Mertola  y  Beja,  existen  ó 
existían  monumentos  de  esta  clase,  de  más  ó  menos  impor- 
tancia. En  belleza  de  estilo  y  perfección  de  ejecución 
ocupa,  entre  ellas,  un  puesto  de  preferencia  la  cabeza, 
algo  mayor  del  natural,  de  la  diosa  Roma,  encontrada  en 
Itálica,  y  en  poder  del  Sr.  Duque  de  Montpensier,  en  su 
palacio  de  San  Telmo,  en  Sevilla. 


Muy  poco  se  ha  publicado  de  una  manera  digna  de  la  riqueza  de 
estos  objetos,  pues  los  grabados  y  litografías  de  las  obras  antiguas, 
como,  por  ejemplo,  las  de  Ponz  y  las  del  conde  de  Lumiares,  son 
bien  insuficientes.  Labor  de  trae  algunas  otras  reproducciones, 
pero  sólo  en  nuestros  días  han  visto  la  luz  publicaciones  esmeradas. 
Como  los  fragmentos  de  algunas  estatuas  romanas  encontradas  en 
España,  que  se  conservan  en  el  Museo  nacional  de  antigüedades,  que 
publicó  el  Sr.  D.  Juan  de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado,  en  el  Museo 
español  de  antigüedades,  vol.  VII,  1876,  p.  575  y  ss.;  y  son  un  Ver- 
tumno,  de  Itálica  ó  de  Mérida,  un  Mercurio,  de  procedencia  igno- 
rada, y  una  Venus  de  Murcia.  El  Sr.  F.  M.  Tubino,  en  el  mismo 
Museo,  vol.  IX,  1878,  p.  137  y  ss.,  también  publicó  una  Flora  y  un 
Apolo,  de  Itálica.  Varias  estatuas  de  Mérida,  retratos  de  personajes 
romanos,  contiene  la  publicación  magnífica  sobre  Mérida  de  los  Mo- 
numentos arquitectónicos  de  España,  cuadernos  G3  y  64.  Fotografías 


BAJORELIEVES   DE   SARCÓFAGOS  2G3 

de  una  estatua  pequeña  del  Genio  con  su  cornu  copice,  encontrada 
en  Mérida,  maudó  en  1870  á  la  Real  Academia  de  la  historia  de 
Madrid  el  Sr.  D.  José  Moreno  y  Baylén,  y  existen  en  las  carteras 
de  dicha  corporación.  En  la  Noticia  de  las  Actas  de  la  misma  Aca- 
demia, de  1878,  se  habla  de  unos  bustos  de  bronce  encontrados  eü 
Támara  (p.  49).  Últimamente  en  la  Isla  de  las  Palomas,  junto  á  Tari- 
fa, se  halló  un  busto  pequeño  de  mármol,  de  mujer,  con  su  diadema; 
véase  el  Boletín  de  la  Academia  de  la  historia,  vol.  X,  1887,  p.  161. 
Sobre  las  estatuas  de  Cártama,  reunidas  en  su  hacienda  de  la 
Concepción,  junto  á  Málaga,  con  otras  obras  importantes  del  arte 
romano,  por  el  Sr.  Marqués  de  Casa-Loring,  véase  la  Memoria  del 
Sr.  D.  Manuel  Oliver  y  Hurtado,  «Noticia  de  algunos  restos  escul-1 
turarios  de  la  época  romana»,  en  el  Boletín  de  la  R.  Academia  de 
la  historia,  vol.  II,  1882-1883,  p.  150  y  ss.,  y  el  Catálogo  de  algunas 
antigüedades  reunidas  y  conservadas  por  los  Excmos.  Sres.  Mar- 
queses de  Casa-Loring  en  su  hacienda  de  la  Concepción,  impresa 
en  15  de  abril  de  1865,  por  el  Dr.  Berlanga,  en  Málaga. 

§  164.     Casi  desde  la  época  de  Augusto  pasó  también    Bajoreiievss 

,   .  .  ,  ,  t-,  ,  de  sarcófagos 

a  las  provincias  el  gusto,  muy  en  boga  en  Koma,  de  ador- 
nar con  bajorelieves  los  sarcófagos  de  los  difuntos,  que  fue- 
ron colocados  dentro  de  sepulcros  socavados  en  la  roca,  ó 
erigidos  con  diversas  formas  arquitectónicas.  En  España, 
sin  embargo,  no  se  han  encontrado  muchos  de  estos  sarcófa- 
gos de  la  época  pagana.  Cuatro  hay  en  Barcelona,  con  las 
representaciones  del  rapto  de  Proserpina,  de  una  caza,  de 
un  matrimonio,  y  de  jinetes  romanos;  todos  objetos  que  se 
ven  muchas  veces  reproducidos  en  esta  clase  de  monumen- 
tos. En  Tarragona  hay  un  sarcófago,  en  el  que  aparece  el 
rapto  de  Proserpina,  y  otro  con  Tritones,  Nereidas  y  reme- 
ros; en  Huesca  uno  con  genios  alados,  que  alzan  un  clipeo 
redondo  con  el  retrato  del  difunto.  Entre  Casariche  y 
Puente  de  D.  Gonzalo  se  encontró  un  sepulcro  de  piedra, 
hoy  en  el  Museo  Loringiano,  cerca  de  Málaga,  en  cuyo  cos- 
tado principal,  dividido  en  dos  compartimentos,  hay  cuatro 
personajes,  unos  sentados  y  otro  en  pie  en  actitud  de  leer 
unos  volúmenes  que  desarrollan.  En  el  monasterio  de  Alco- 

18 


264  L08   MONUMENTOS 

ba9a,  junto  á  Lisboa,  existe  otro  con  la  representación, 
entonces  muy  en  boga,  de  las  nueve  Musas;  la  cubierta  del 
mismo,  con  figuras  de  poetas  sentados,  está  en  el  museo 
de  Lisboa.  Los  monumentos  de  esta  clase  encontrados  en 
España,  á  pesar  de  ser  de  una  mediana  ejecución,  merecen 
la  atención  de  los  arqueólogos  y  prueban  la  extensa  acep- 
tación de  que  gozaban. 

En  la  gran  colección  de  baje-relieves  de  sarcófagos,  griegos  y 
romanos,  que  prepara  el  Instituto  arqueológico  de  Roma,  también  los 
existentes  en  España  figurarán  al  lado  de  sus  compañeros.  Véase  el 
libro  del  Sr.  Hübner,  Antike  Bildwerke,  p.  281  40,  667,  668,  678,  p.  335 
n.°  927,  928.  El  de  Alcobaca  está  dibujado  en  el  Boletim  architectó- 
nico  e  archeológico  de  Lisboa,  serie  segunda,  vol.  I,  1877,  4.  El  sar- 
cófago de  Huesca  ha  sido  publicado  por  el  Sr.  Arneth ,  en  las  actas 
de  la  Imperial  Academia  de  Ciencias  de  Viena,  sección  filosófico- 
histórica,  de  1850,  p.  140  y  ss.,  véase  la  Gaceta  arqueológica  de  Ber- 
lín, vol.  X,  1852,  p.  162;  y  el  sepulcro  de  Casariche  ha  sido  descrito 
por  el  Dr.  Berlanga  en  su  catálogo  antes  citado  (§  163)  de  algu- 
nas antigüedades  reunidas  por  los  Marqueses  de  Casa-Loring,  en  su 
hacienda  de  la  Concepción. 

Un  sarcófago  con  el  rapto  de  Proserpina  existe  también  en 
Gerona,  y  otro  con  una  caza  romana  en  Ager  de  Cataluña;  el 
de  Gerona  se  ha  publicado  en  el  periódico  la  Academia. 

otro8  §  165.     De  mayor  importancia  son  algunos  relieves, 

bajoreiieves  figurando  grupos  de  caballeros,  combatiendo,  con  trajes 
característicos,  que  parecen  indicar  guerreros  ibéricos 
atacados  por  caballeros  romanos.  Se  han  encontrado  en 
Tarragona,  y  es  muy  fácil  que  hayan  pertenecido  á 
algún  monumento,  quizá  á  un  arco  triunfal,  erigido 
á  Augusto  en  conmemoración  de  su  victoria  sobre  los 
Cántabros. 

Muy  pocos  fragmentos  de  bajoreiieves  de  la  misma  clase 
arquitectónica,  no  pertenecientes  á  sarcófagos,  han  sido 
descubiertos  en  Tarragona  y  en  Itálica. 


OBRAS  PEQUEÑAS  DEL   ARTE  ÉSCULTURARIO  265 

Sobre  los  de  Tarragona  véase  el  libro  del  Sr.  Hübner,  Antike 
Bildicerke,  Berlín,  1862,  8.;  p.  287,  n.°  679-681.  Uno  de  Itálica,  que 
parece  representar  gladiatores  y  victimarios  romanos,  pertenecía 
tal  vez  al  anfiteatro,  y  está  publicado  en  la  Memoria  de  D.  José 
Amador  de  los  Ríos,  «Algunas  consideraciones  sobre  la  estatuaria 
durante  la  monarquía  visigoda»,  en  «El  Arte  de  España»,  vol.  1, 1862, 
p.  157  y  ss.  y  vol.  II,  1863,  p.  3  y  ss.  Otro  de  los  relieves  de  Tarra- 
gona contiene  también  la  representación  de  un  victimario.  Tales 
imágenes  de  sacrificios  solían  formar  parte  de  la  decoración  de  los 
templos. 


§  166.     Mucho  más  numerosas,  que  las  estatuas  y  los  obras  pequen 

del  arte 

bajorelieves  de  marmol,  son  las  obras  del  arte  escultura-    e$cuUurario 
rio  de  menores  dimensiones,  en  mármol,  bronce  y  barro 
cocido,"  raras  veces  en  oro,  plata,  plomo  y  marfil,  de  cuya 
mayor  parte  se  sabe  la  procedencia  española,  siendo  muy 
verosímil  y  probable  que  sea  la  misma  la  de  las  demás. 

En  los  museos  de  Granada,  Madrid,  Lisboa  y  Evora,  y 
en  poder  de  particulares  en  Cádiz,  Sevilla,  y  otros  puntos, 
existen  pequeños  ídolos  de  bronce,  de  muy  tosca  ejecución. 
Representan  figuras  humanas,  generalmente  desnudas,  de 
hombres  y  mujeres,    algunas  andróginas,  con  las  señales 
de  ambos  sexos,  sin  símbolos  ni  adornos  de  ningún  género. 
Se  pueden  considerar,  con  mucha  probabilidad,  como  pro- 
ductos del  arte  indígena  más  antiguo,  y  merecen  que  de- 
ellos  se  haga  un  estudio  particular,  basado  en  una  colección 
lo  más  completa  posible  de  los  que  hasta  ahora  se  conocen. 
Siguen  á  estos  idolillos,  tal  vez  anteromanos,  los  ejem- 
plares, muy  frecuentes  en  España  como  en  las  demás  pro- 
vincias, de  pequeñas  estatuas,  sigilla,  de  dioses  romanos, 
especialmente  de  Hércules  y  de  Mercurio,  en  actitud  cono- 
cida y  con  símbolos  nada  equívocos,  como  la  piel  del  león,  el 
pétaso,  el  bolsillo,  y  otros  análogos.  Son  tan  comunes  en  to- 
dos los  museos  públicos  y  particulares,  que  con  razón  en 
ellos  se  reconocen  los  lares  y  los  penates  dé  la  gente  baja, 


266  LOS   MONUMENTOS 

que  estaban  en  liso  quizá  desde  el  comienzo  de  la  ocupación! 
romana  hasta  casi  su  terminación.  El  arte  más  culto  y  el 
lujo  de  los  siglos  i  al  ni  produjo  también  en  esta  clase  de 
obras  del  arte  algunos  ejemplares  de  rara  perfección.  En 
Gibraltar  existía  un  sigillum  de  la  diosa  Minerva,  proce- 
dente de  Carteia,  de  ejecución  sumamente  hermosa.  En  las 
minas  junto  á  Cartagena  se  encontró  una  pequeña  estatua 
de  Hércules,  en  la  actitud  del  Hércules  Farnesio,  también 
muy  hermosa.  Pero  toda  esta  clase  de  ídolos  romanos, 
como  se  les  nombra  vulgarmente,  pueden  muy  bien,  y  sobre 
todo  los  ejemplares  más  bellos,  provenir  de  talleres  italia- 
nos. Hubo  sin  duda  una  importación  muy  extensa  de  este 
género  de  artículos,  existiendo  ejemplares  notables  en  los 
museos  de  Madrid,   Barcelona,   Tarragona,   Lisboa,  y  en 
colecciones  particulares  de  Elche,   Málaga  y  Madrid.  De 
Denia  y  de  Ubeda  provienen  cabezas  de  Minerva  muy 
bellas.   En  Huelva  se  encontró  una  pequeña  estatua  de 
Mercurio,   de  plata.   De   obras  en  metales  finos  existen, 
además  de  un   idolillo    de    oro,    con   inscripción    ibérica 
(§  55)>  y  del  gran  disco   de  Teodosio,    de  plata    (§  90), 
algunos  vasos  y  tazas  también  de  plata,   como  la  de  la 
Salus  Umeritana,  las  de  Ccetobriga,  de  Evora  y  de  Porto 
(C.  I.  L.  II  2373),  ya  antes  citadas  (§  126).  Bronces  curio- 
sos,  quizá  pertenecientes  á   acueductos,   se  hallaron  en 
Máquiz,  cerca  de  la  antigua  Ossigi  (C.  I.  L.  II  p.  293). 
Algunos  bustos  de  bronce  fueron  encontrados  en  Támara. 

Sobre  los  ídolos,  que  se  creen  fenicios,  véase  el  libro  del  Sr.  Hüb- 
ner  Antilce  Dildicerke,  n.  40,  410-419,  477-485,  922-924,  937  y  p.  212,810 
y  346.  Las  encontradas  en  Barbate  obraban,  cuando  se  escribió  dicha 
obra,  en  la  colección  del  Sr.  Llull,  en  Cádiz.  Sobre  los  de  la  biblioteca 
de  Evora  véase  el  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  1, 1872,  p.  123 
y  ss.  Un  pequeño  ídolo  de  bronce  figurando  un  hombre  barbudo,  en 
cuclillas,  en  actitud  de  tener  alzado  el  brazo  derecho,  que  le  falta,  y 
semejando  al  dios  Baal  de  las  monedas  baleáricas,  lo  vi  en  la  colee- 


OBRAS  DE  BARRO   COCIDO  287 

-eión  del  Sr.  D.  Francisco  Caballero  Infante,  entonces  en  Valencia, 
ahora  en  Sevilla.  Sobre  la  Minerva  de  Denia  véase  el  mismo  Museo^ 
vol.  VIII,  1877,  p.  471  y  ss.,  sobre  la  de  Úbeda  el  Boletín  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  vol.  VII,  1885,  p.  46.  El  Hércules  de  la  mina 
Esperanza,  entre  Cartagena  y  Almazarrón,  está  representado  en  la 
obra  del  Sr.  F.  de  Botella  y  Hornos,  descripción  geológico-minera 
<le  las  provincias  de  Murcia  y  Albacete,  Madrid,  18G8,  fol.,  p.  153, 
lámina  XX.  Los  bronces  de  Máquiz  fueron  publicados  por  el  señor 
D.  José  Amador  de  los  Ríos,  en  el  Boletín  de  la  R.  Academia 
de  la  Historia,  vol.  I,  1877,  p.  27  y  ss.  Sobre  los  bustos  de  bronce  de 
Támara  véase  la  noticia  de  las  actas  de  la  R.  Academia  de  la  Histo- 
ria, del  Sr.  D.  Manuel  Oliver  Hurtado,  Madrid,  1879,  p.  49,  ya 
citadas  en  el  §  163. 

Dos  figurillas  de  bronce  se  encontraron  recientemente  en  Graná- 
tula,  la  antigua  Oretum,  véase  el  Boletín  de  la  Academia,  vol.  XII, 
1888,  p.  346. 

§  167.  La  gente  pobre,  que  no  podía  procurarse  ido-  obras  de  barro 
los  de  sus  dioses,  ni  aun  pequeños,  figurados  en  metales 
preciosos,  tuvo  que  contentarse  con  los  ejecutados  en  barro 
cocido,  que  en  enormes  cantidades  se  deben  haber  fabri- 
cado en  todas  las  partes  del  imperio.  Muchos  de  estos 
•objetos  pueden  haber  sido  importados;  pero  hubo  también 
algunas  fábricas  nacionales,  de  las  cuales  sin  embargo  no 
se  conocen  muchos  ejemplares.  En  Tarragona  existen  algu- 
nos, muy  sencillos,  y  de  un  carácter  local  bastante  antiguo. 
Los  más  modernos  entre  ellos  se  asemejan  á  obras  de  la  mis- 
ma clase,  encontradas  con  frecuencia  en  Italia  y  en  Sicilia. 

El  gran  número  de  barros,  llamados  vulgarmente  sagun- 
tinos,  que  más  bien  debieran  decirse  tarraconenses  (§  126), 
contiene  también  ejemplares  no  raros  de  una  técnica,  á 
veces  bastante  fina,  que  se  servía  de  adornos  en  bajo- 
relieve.  En  ellos  se  imitan  tipos  bien  conocidos  del  arte 
greco-romano,  como  Bacantes  y  Genios  alados,  fluctuando 
su  estilo  entre  lo  más  esmerado  y  fino,  y  lo  más  tosco  y 
superficial. 

Muy  frecuentes  son  las  lámparas  de  barro   cocido  con 


2G8  LOS   MONUMENTOS 

bajorelieves  de  todas  clases.  Los  ejemplares  encontrados 
en  España  no  se  distinguen  de  ningún  modo  de  los  halla- 
dos en  Italia  y  demás  provincias.  Son  ciertamente  produc- 
tos importados  de  talleres  italianos,  como  lo  demuestran 
también  sus  inscripciones  (§  126). 

Entre  los  objetos  de  barro  cocido  se  han  de  enumerar, 
en  fin,  aunque  carecen  generalmente  de  adornos,  las  gran- 
des ánforas  para  vino,  aceite  y  otros  líquidos  (§  126).  Aun- 
que fabricadas  en  gran  parte  en  España,  tampoco  muestran 
indicios  de  un  arte  provincial  con  carácter  particular. 

En  muchas  historias  locales,  en  la  obra  del  conde  de  Lumiares 
(§  141),  y  en  algunas  publicaciones  particulares,  como  en  la  del  mis- 
mo conde  de  Lumiares  sobre  los  «Barros  saguntinos»,  Valencia, 
1779,4.,  se  han  publicado  objetos  de  barro  de  varias  clases.  Pero 
no  existe  una  monografía  de  estos  numerosos  monumentos,  tan 
interesantes  para  la  historia  de  la  industria  y  del  comercio,  como  ya 
se  ha  observado  (§  12G).  Los  de  Mérida  han  sido  reunidos  é  ilustra- 
dos por  el  académico  Sr.  D.  Vicente  Barrantes,  «Barros  Eméri- 
tenses»,  en  el  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  VII,  1876,  p.  549 
y  ss.,  con  grabados  en  madera;  tercera  impresión,  Madrid,  1877, 
42  pp.,  8.  El  autor  censura  severamente  al  editor  del  C.  I.  L.  volu- 
men II,  por  baber  omitido  algunos  monumentos  emeritenses.  Pero 
ó  no  ha  leído  el  Corpus,  ó  no  sabe  bastante  latín;  porque  lo  que 
echa  de  menos,  se  encuentra  allí  mismo.  Sobre  las  ánforas  véase  el 
artículo  del  Sr.  D.  Florencio  Janér,  délas  ánforas  en  general  y 
de  las  ánforas  existentes  en  el  Museo  arqueológico  nacional;  Museo 
español  de  antigüedades,  vol.  VI,  1875,  p.  73  y  ss. 

Una  ánfora  romana  y  una  figurilla  de  barro  fueron  encontradas 
últimamente  en  Consuegra;  véase  el  Boletín  de  la  Academia,  volu- 
men XII,  1888,  p.  346. 

r¡edras  graba-        §   168.     Lo  mismo   que   acabamos   de   decir   sobre   el 
da*,  amiloa,    car¿cter  ¿e  }os  barros  encontrados  en  España,  que  no  tie- 

vidnos,  arma»  r  '     -1 

nen  índole  particular,  indígena  ó  provincial,  es  aplicable  á 
las  piedras  grabadas,  anillos,  vidrios  y  armas  romanas. 
Comprendemos  estos  objetos,  entre  sí  muy  diversos ,  en  este 


PIEDRAS    GRABADAS,    ANILrLOS,    VIDRIOS,    ARMAS  269 

párrafo,  porque  muy  pocos  de  ellos  hasta  ahora  se  conocen 
exactamente.  Entre  las  armas  de  bronce,  muy  raras  al  pre- 
sente en  España,  puede  ser  que  una  investigación  detenida 
haga  que  se  descubran  los  tipos  primitivos  de  las  célebres 
espadas  cortas,  los  mucrones,  dignos  antepasados  de  las 
modernas  hojas  de  Toledo,  adoptados  por  el  ejército 
romano  desde  la  guerra  de  Aníbal.  Entre  las  máquinas 
que  se  usaban  en  los  asaltos  merecen  mención  particular 
los  restos  de  unos  arietes  romanos  descubiertos  en  Sagun- 
:to,  pero  que  ya  no  existen. 

Piedras  grabadas  y  anillos,  frecuentes  en  cada  sitio  donde  se  ha 
extendido  la  civilización  romana,  se  han  encontrado,  en  mucha  abun- 
dancia, en  la  antigua  Clunia,  Coruña  del  Conde;  véase  el  Corpus 
inscr.  Lat.  vol.  II,  p.  383.  Sólo  los  ejemplares  de  esta  clase  de 
monumentos,  que  tienen  letras  latinas,  se  han  recopilado  en  el  Cor- 
pus inscr.  Lat.,  n.°  4976,  i— 40;  de  las  innumerables  ágatas  y  corne- 
rinas, con  figuras  solas  grabadas,  no  existen  ni  catálogo,  ni  dibujos. 
Sobre  los  vasos  de  vidrio,  conservados  en  el  Museo  arqueológico 
nacional,  que  son  de  origen,  la  mayor  parte,  no  español,  escribió  el 
Sr.  D.  José  Villaamil  y  Castro,  en  el  Museo  español  de  antigüe- 
dades, vol.  IX,  1878,  p.  369  y  ss. 

El  pedazo  principal  de  un  ariete  romano,  de  madera  y  hierro, 
con  sus  cuerdas,  fué  por  los  años  de  1601  y  1602  visto  en  Murviedro 
por  el  viajero  silesio  Abrahan  de  Bibran,  quien  lo  dibujó.  Otros 
pedazos  cilindricos  de  piedra,  como  de  catapulta,  vio  D.  Francisco 
Pérez  Bayér  y  los  publicó  en  el  Salustio  español  del  Infante  don 
Gabriel,  Madrid,  1772,  fol.  Ambos  dibujos  reprodujo  el  Sr.  Hübner, 
añadiendo  sus  observaciones  en  el  Hermes,  de  Berlín,  vol.  II,  1867, 
p.  450  y  ss.  Esperamos  ulteriores  informes  sobre  estos  restos,  de  ía 
extensa  obra,  relativa  á  la  historia  de  Sagunto,  que  está  publicando 
el  Sr.  D.  Antonio  Chabret.  El  autor  da  una  versión  castellana  del 
artículo  del  Sr.  Hübner,  y  añade,  con  mucha  cautela,  que  no  se 
puede  saber  exactamente,  si  estos  arietes  fueron  en  efecto  de  origen 
romano,  y  no  españoles  y  de  la  Edad  Media. 

Sobre  «armas,  utensilios  y  adornos  de  bronce  recogidos  en  Gali- 
cia» hay  una  Memoria  del  Sr.  D.  José  Villaamil  y  Castro,  en  el 
Museo  español  de  antigüedades,  vol.  VI,  1875,  p.  59  y  ss. 


270  LOS   MONUMENTOS 

§  169.  No  puede  dudarse  de  modo  alguno  que,  con 
la  arquitectura  y  el  arte  esculturario,  también  la  pintura 
de  Roma  é  Italia  hubiese  sido  trasladada  á  España.  Pero  de 
las  obras  de  este  arte,  que  son  raras  aún  en  Italia  mismo  y 
en  todas  partes,  por  la  índole  perecedera  de  los  materiales, 
que  en  ellas  se  emplean,  no  se  conocen  en  España  más  que 
fragmentos  poco  importantes,  que  no  pueden  dar  idea  de 
la  pintura  parietaria  de  la  península,  no  existiendo,  como 
apenas  en  la  dicha  Italia,  pintura  en  tablas,  ni  en  plan- 
chas de  metal.  En  Cartagena  y  en  Itálica,  en  Tarragona 
y  en  Barcelona  se  han  descubierto  pedazos  de  paredes, 
pertenecientes  á  edificios  particulares,  pintadas  con  varios 
adornos.  Algunos  de  los  fragmentos  encontrados  en  Carta- 
gena se  han  trasladado  al  Museo  nacional  arqueológico  de 
Madrid.  En  las  fachadas  de  las  cuevas,  que  son  los  sepul- 
cros romanos,  de  Osuna  (§  160),  hay  también  pinturas,  algo 
parecidas  á  las  de  la  última  época  de  Pompeya  en  Italia. 

Sobre  las  pinturas  murales  do  Cartagena  véanse  las  noticias 
de  D.  Juan  de  Dios  de  la  Raday  Delgado,  en  el  Museo  español  de 
antigüedades,  vol.  VI,  1875,  p.  460  y  vol.  X,  1880,  p.  188  y  ss.  Las 
de  las  cuevas  de  Osuna  publicó  el  Sr.  D.  Demetrio  de  los  Ríos,  en 
el  mismo  Museo,  vol.  VII,  1875,  p.  271  y  ss.,  las  de  Carmona  el  señor 
Rada  en  su  monografía  antes  citada  (§  160). 

ice  mcfáicci  §  170.  Pero  queda  una  clase  de  monumentos,  que 
reemplaza,  en  cierto  modo,  la  falta  de  las  obras  de  pintura, 
y  son  los  pavimentos  de  mosaico.  El  lujo  arquitectónico 
desplegado  en  los  edificios,  casi  desde  la  época  de  Augus- 
to, fué  tal,  que  no  se  contentaron  con  cubrirlos  de  mármo- 
les y  embellecerlos  con  otros  adornos,  pintando  con  vivos 
colores  las  paredes,  sino  que  también  se  generalizó  en  los 
pavimentos  el  empleo  de  una  decoración  ornamental  de 
varios  colores.  Aunque  no  era,  por  cierto,  del  gusto  más  ex^ 
quisito,  sin  embargo,  la  moda  introdujo  y  favoreció  el  uso 


LOS  MOSAICOS  271 

de  adornar  los  suelos  con  grandes  composiciones  copiadas 
del  arte  de  la  pintura,  y  tomadas  de  célebres  originales, 
que  figuraban,  ya  asuntos  conocidos  y  tratados  por  la  poe- 
sía, míticos  é  históricos,  ya  la  representación  de  los  espec- 
táculos del  circo  y  del  anfiteatro,  según  se  prestaban  mejor 
ó  peor  á  ser  reproducidos  en  los  mosaicos,  cuyo  arte  en 
verdad  no  podía  imprimir  á  sus  obras  tanta  finura  ni  espi- 
ritualidad como  la  pintura;  pero  sí  mucha  más  duración. 
Y  por  ello  es  que  en  España  se  hayan  encontrado  y  se 
encuentren  constantemente  mosaicos  de  todas  las  épocas, 
desde  el  comienzo  de  nuestra  Era  hasta  los  últimos  tiem- 
pos de  la  cultura  antigua,  y  de  toda  clase  de  estilo  y  de 
ejecución.  Como  modelos  de  los  diferentes  géneros  en  los 
objetos  y  en  el  trabajo,  puede  citarse  el  de  Ampurias,  figu- 
rando el  sacrificio  de  Ifigenia,  el  de  Mérida  con  el  Apolo 
y  las  nueve  Musas,  uno  de  Tarragona  y  el  de  Montemayor, 
también  con  cabezas  de  las  Musas,  el  de  Cártama  con  los 
doce  trabajos  de  Hércules,  los  de  Córdoba  y  de  Palencia, 
hoy  en  el  Museo  nacional  de  antigüedades,  con  las  figuras 
de  las  cuatro  estaciones  del  año,  los  de  Elche  y  de  Lugo 
con  Galatea,  Tritones  y  otras  divinidades  marinas,  el  de 
Úbeda  con  la  loba  y  sus  gemelos,  y  muchos  otros,  con 
adornos  arquitectónicos  y  figuras  diversas,  algunas  de 
Bacantes,  como  en  Barcelona,  Tarragona,  Itálica,  Cabra, 
Salamanca,  Carrión  de  los  Condes,  Lérida,  Santiago,  Cala- 
tayud,  Santander,  Atarfe,  en  los  alrededores  de  Granada, 
en  Torremolinos  cerca  de  Málaga,  en  la  quinta  de  los  Cara- 
bancheles  junto  á  Madrid,  en  la  antigua  Singilia,  cerca  de 
Antequera,  y  en  otras  varias  partes.  Juegos  del  circo  se 
ven  figurados  en  los  grandes  pavimentos,  quizá  de  unas 
termas  públicas,  de  Barcelona  (C.  I.  L.  II  5129),  Gerona, 
(Ephem.  epigr.  vol.  III,  1877,  p.  202),  ó  Itálica.  Los  que  no 
tienen  más  que  dibujos  arquitectónicos,  muy  frecuentes 
hasta  la  época  visigoda,  son  casi  innumerables. 


272  LOS   MONUMENTOS 

Falta  un  catálogo  estadístico  completo  de  los  mosaicos  españo- 
les; de  los  de  Italia  y  de  los  demás  del  mundo  antiguo  la  docta  Ale- 
mania prepara  un  Corpus.  Entretanto,  se  citarán  aquí  las  publica- 
ciones y  noticias  sobre  mosaicos  españoles  más  importantes;  muchas 
de  ellas  están  indicadas  en  el  libro  del  Sr.  Hübner,  Antike  Dild- 
werke,  de  1862,  págs.  225,  267,  313,  327,  341  y  342.  El  de  Ampurias 
se  ba  publicado  por  primera  vez  en  la  Gaceta  arqueológica  de  Ber- 
lín, vol.  XXVII,  1869,  p.  7  y  ss.,  lámina  14,  y  fué  repetido  después 
en  varios  periódicos  ilustrados.  El  de  Barcelona,  con  juegos  del 
circo,  lo  publicó  é  ilustró  con  un  comentario  prolijo,  en  italiano,  el 
Sr.  Hübner,  con  el  título  de  Mosaico  di  Barcellona  rafligurante 
giuochi  circensi,  en  los  Annali  delV  Instituto  archeologico  de  Roma, 
vol.  XXXV,  1863,  p.  135  y  ss.,  lámina  D.  El  de  Itálica,  con  el  mismo 
asunto,  fué  ya  publicado,  antes  de  su  viaje  á  España,  por  el  cond© 
de  Laborde,  déscription  d'un  pavé  en  mosa'ique  découvert  á  Itálica, 
París,  1802,  fol.,  con  láminas  tanto  más  preciosas  cuanto  que  del 
mosaico  mismo  ya  no  existe  la  más  pequeña  piedrecita.  El  de  Gerona 
que  es  muy  semejante  lo  debemos  al  académico  Sr.  D.  Celestino 
Pujol  y  Camps,  en  su  Memoria  acerca  del  mosaico  romano  descu- 
bierto en  1876  en  la  heredad  llamada  Torre  de  Bell-Lloch,  situada 
en  el  llano  de  Gerona,  Gerona,  1876,  84  pp.  8.,  con  una  lámina;  véase 
el  periódico  la  Academia,  vol.  I,  1877,  p.  165  y  ss. 

Muy  hermosas  son  las  publicaciones  de  mosaicos  hechas  en  los 
Monumentos  arquitectónicos  de  España,  como  del  de  Elche  con  la 
Galatea,  en  tres  láminas  (cuaderno  27  y  56),  y  del  de  Córdoba,  con 
las  cuatro  estaciones  del  año  (cuaderno  63). 

El  de  Lugo,  con  una  cabeza  de  Tritón,  peces  y  conchas,  lo  publicó 
el  Sr.  D.  Juan  de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado,  en  un  apéndice  de 
su  relación  del  viaje  de  SS.  MM.  y  AA.  por  Castilla,  León,  Asturias 
y  Galicia  en  1858,  Madrid,  1860,  fol.,  p.  850  y  ss.,  con  una  lámina  y 
doctas  observaciones  sobre  el  arte  de  los  mosaicos  en  general;  véase 
también  sobre  el  mismo  la  Noticia  de  las  Actas  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia,  Madrid,  1879,  pp.  24,  49  y  57.  El  dicho  autor,  en  el 
Museo  español  de  antigüedades  ha  publicado  el  mosaico  de  la 
quinta  de  los  Carabancheles,  vol.  IV,  1875,  p.  413  y  ss.,  y  el  de 
Palencia,  que  está  en  el  pabellón  del  jardín  del  Museo  nacional 
de  antigüedades  de  Madrid,  vol.  VI,  1878,  p.  510  y  ss.  D.  Rodrigo 
Amador  de  los  Ríos  y  Villalta  publicó  los  medallones  del  mosaico 
de  las  aves,  descubierto  en  la  calle  del  Salvador,  en  Mérida,  en  el 
mismo  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  IX,  1878,  p.  561  y  ss. 


LOS  MOSAICOS  273 

•  Breves  indicaciones  referentes  á  otros  mosaicos  se  leen  en  la 
Noticia  de  las  actas  de  la  Real  Academia  de  la  Historia  de  1868;  sobre 
uno  de  Villasabariego,  provincia  de  León,  á  la  p.  XII;  sobre  otro  de 
Aguilafuente  junto  á  Segovia,  ibidem,  p.  XIII;  sobre  los  de  Bullas 
íbidem,  p.  68;  sobre  uno  de  Santander,  en  la  Magdalena,  á  orillas  de 
la  playa  y  el  Sardinero,  en  las  mismas  actas  de  1879,  p.  31;  sobre  el 
de  Vilet,  junto  á  Lérida,  ibidem,  p.  43;  sobre  uno  de  Tarragona,  en 
la  propiedad  de  D.  Dellín  Ríus  de  Llobet,  conocida  por  la  plaza  de 
armas,  ibidem,  p.  62;  sobre  el  de  la  debesa  del  Zaratín,  junto  á  Sala- 
manca, en  el  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  vol.  IV, 
1884,  p.  346  y  vol.  V,  1884,  p.  12;  sobre  el  de  Belmonte,  á  dos  leguas 
de  Calata'yud,  en  el  llano  y  ruinas  de  Durón,  por  el  Sr.  D.  Vicente  de 
la  Fuente,  en  el  mismo  Boletín,  vol.  IV,  1884,  p.  105  y  vol.  V,  1884, 
p.  104,  y  sobre  el  de  Villasirga,  próximo  á  Carrión  de  los  Condes,  en 
el  mismo  Boletín,  vol.  III,  1883,  p.  260  y  p.  323;  sobre  el  de  Úbeda, 
por  el  R.  P.  Sr.  D.  Fidel  Fita,  en  el  citado  Boletín,  vol.  VII,  1885, 
p.  46.  Algunos  encontrados  en  la  Vega  de  Granada,  cortijo  de  Dara- 
goleja,  á  la  orilla  derecba  del  Genil,  han  sido  publicados  en  muy  lin- 
das láminas  fotográficas  por  los  Sres.  D.  Manuel  Oliver  Hurtado 
y  D.  Manuel  Gómez  Moreno,  en  su  informe  sobre  varias  antigüeda- 
des descubiertas  en  la  Vega  de  esta  ciudad,  Granada,  1870,  26  pp.,  8. 
El  dibujo  del  mosaico  arriba  citado,  descubierto  en  la  alquería  de 
Zaratín,  no  lejos  de  Salamanca,  fué  remitido  á  la  Academia  de  la 
Historia  por  el  Sr.  D.  Fernando  Araujo,  en  1884,  y  se  conserva  en 
las  carteras  de  la  Academia. 

El  mosaico  encontrado  en  Cártama  en  1860  fué  descrito  por 
el  Dr.  Ber langa,  en  sus  Estudios  romanos,  Madrid  1860,  y  por  el 
Sr.  Hübner,  primero  en  el  Bulletino  delV Instituto  di  corrispon- 
denza  archeologica,  1860,  p.  170,  y  luego  en  su  libro  Antike  Dild- 
werke,  Berlín,  1862,  p.  311.  Los  descubiertos  en  1861  en  Torremolinos 
también  fueron  descritos  por  el  Dr.  Berlanga  en  sus  citados  Estu- 
dios romanos.  Sobre  el  de  Girona  escribió  el  Sr.  de  Lauriére,  en  el 
Bulletin  monumental  francés  de  1887,  p.  235  y  ss.  Dos  fueron  obser- 
vados últimamente,  el  uno  en  las  afueras  de  Almenara  no  lejos  de 
Olmedo,  según  el  Boletín  de  la  Academia,  vol.  XI,  1887,  p.  451, 
el  otro  en  León,  según  también  el  mismo  Boletín,  vol.  XII,  1888, 
p.  347. 

Un  sarcófago  cristiano,  en  el  Museo  provincial  de  Valencia,  ba 
sido  descrito  por  el  R.  P.  D.  Roque  C habas,  en  su  Archivo,  vol.  I, 
1887,  p.  401  y  ss.,  409  y  ss.,  y  vol.  II,  1887,  p.  129  y  ss. 


274  LOS   MONUMENTOS 

Monumentos         §  171.     Los  últimos  monumentos,  con  que  termina  el 

cristianas  tti  i»-i-i-i  , 

estudio  de  la  arqueología  de  España,  son  los  de  la  época 
comunmente  llamada  visigoda,  debiendo  ocupar  este  lugar 
en  el  presente  trabajo,  del  mismo  modo,  que  las  inscrip- 
ciones cristianas  (§  69)  y  las  monedas  visigodas  (§  140) 
se  encuentran  al  final  de  los  monumentos  epigráficos  y 
numismáticos  paganos.  En  los  últimos  decenios  el  interés 
de  los  doctos  ha  vuelto  de  nuevo  á  converger  con  mayor 
intención  y  provecho  á  esta  clase  de  monumentos,  que  no 
llaman  la  atención  por  su  número,  ni  por  su  belleza;  pero 
que  son  de  grande  importancia,  porque  forman  el  tránsito 
de  la  cultura  antigua  á  la  moderna.  El  impulso  eficaz  dado 
á  las  investigaciones  científicas  relativas  á  la  arqueología 
cristiana  por  el  ilustre  sabio  italiano,  Juan  Bautista  de 
E-ossi,  en  Roma,  se  ha  hecho  sentir  también  en  España. 
Después  que  el  Sr.  D.  José  Amador  de  los  Ríos,  con 
motivo  del  descubrimiento  de  las  coronas  votivas  visigodas 
de  G-uarrazar  (véanse  las  inscriptiones  Hispanice  christia- 
nce,  de  Hübner,  n.  159-163),  ensayó,  el  primero,  el  fijar 
el  carácter  particular  de  este  arte,  que  llama  latino-bizan- 
tino, los  Sres.  D.  Aureliano  Fernández-Guerra,  Cave- 
da,  Riaño,  de  la  Rada  y  Delgado,  y  otros,  tienen  el 
mérito  de  haber  ido  buscando  sus  restos,  en  iglesias  bizan- 
tinas, y  en  los  pavimentos  de  mosaicos  de  la  misma  época, 
como  los  que  se  encuentran  en  templos  de  Asturias,  de 
Tarrasa  y  de  otras  regiones  de  la  península,  en  sarcófagos, 
que  muestran  el  mismo  arte  que  los  de  las  catacumbas  de 
Roma,  y  en  otros  lugares  destinados  en  lo  antiguo  al  culto 
cristiano,  en  tejas  de  barro  cocido  con  sus  adornos,  en 
lámparas  y  vidrios,  en  alhajas  y  anillos.  De  la  pluma  fér- 
til y  experimentada  del  Sr.  .Ixjierra  se  espera  una  obra 
que  comprenda  los  monumentos  cristianos  de  España,  que 
ya  tiene  terminada,  según  se  dice,  pero  hasta  ahora  no 
publicada.  Concluiremos,  pues,  este  resumen  de  los  monu- 


MONUMENTOS  CRISTIANOS  275 

mentos  españoles,  con  la  indicación  de  la  referida  obra, 
á  la  que  enviamos  nuestros  lectores. 

Los  datos  sobre  las  más  antiguas  capillas,  iglesias,  y 
basílicas  de  España,  que  contiene  el  muy  conocido  libro  de 
D.  José  C  a  veda,  pueden  aumentarse  con  muchos  otros 
sobre  edificios  de  esta  clase  nuevamente  descubiertos,  como 
el  de  Guarrazar,  ó  descritos  y  medidos  más  esmeradamente 
que  antes,  como,  por  ejemplo,  la  antiquísima  capilla  subte- 
rránea, que  encierra,  según  se  cree,  el  sepulcro  de  Santiago 
en  la  catedral  compostelana. 

Los  sarcófagos  cristianos  de  Barcelona,  de  Lagos,  de  Astorga, 
de  Mérida  y  de  Zaragoza,  están  indicados  brevemente  en  la  obra  del 
Sr.  Hübner  Antike  Büdwerke,  n.°  669,944,  946  y  pág.  327,  340  y 
341.  El  de  Astorga  lo  publicó  el  Sr.  Guerra,  en  el  Museo  Español 
de  antigüedades,  vol.  VI,  1875,  p.  587  y  ss.;  uno  de  Puebla  Nueva 
junto  á  Talavera  de  la  Reina  en  el  mismo  Museo,  vol.  VI^  1875j 
p.  591  y  ss.;  tres,  uno  de  Hellin  y  dos  de  Lagos,  en  los  Mojui^oentos 
arojiitectónicos  dej^paña  (cuaderno  65).  El  mismo  ha  escrito  sobre 
una  inscripción  y  basílica,  descubiertas  en  el  término  de  Loja,  en  el 
periódico  La  Ciencia  cristiana,  vol.  VI,  1878,  p.  399  y  ss.  Antes 
ya  el  mismo  sabio  había  publicado  el  monumento  zaragozano  del 
año  312,  que  representa  la  Asunción  de  la  Virgen,  Madrid,  1870,  40 
pp.  8.,  con  la  reproducción  fotográfica  de  un  dibujo,  y  últimamen- 
te, junto  con  el  R.  P.  D.  Fidel  Fita,  ha  dado  á  luz  sus  «Recuerdos 
de__on_via4e .  á  Santiago  de  Galicia»,  Madrid,  1880,  150  pp.,  8.  con 
grabados  en  madera,  que  Contienen  informes  preciosos  sobre  las 
antigüedades  cristianas  de  España;  véase  la  noticia  del  Sr.  D.  José 
Villaamil  y  Castro,  en  el  Boletín  histórico,  vol.  III,  1882,  p.  79. 
El  mosaico  de  una  basílica  cristiana,  existente  en  Santa  María  de 
Mallorca,  junto  á  Palma,  fué  publicado  por  el  Sr.  D.  Joaquín  María 
Bover,  en  su  Noticia  de  los  fragmentos  de  un  pavimento  de  obra 
mosaica  descubiertos  en  la  isla  de  Mallorca,  Palma,  1833,  4.,  con 
una  lámina;  véanse  las  Inscriptiones  Hispanice  christianice ,  del 
Sr.  Hübner,  p.  59,  n.°  183. 

La  memoria  del  Sr.  D.  José  Amador  de  los  Ríos,  «el  arte 
latino-bizantino  en  España  y  las  coronas  visigodas  de  Guarrazar, 
ensayo  histórico-crítico,  publicado  por  la  Real  Academia  de  San 


276  LOS   MONUMENTOS 

Fernando»,  Madrid,  18(51,  IV  y  174  pp.,  4.  con  seis  láminas,  fué 
recomendada  á  los  sabios  en  una  noticia  del  Sr.  Hübner,  junto  con 
la  publicación  del  Tesoro  de  Guarrazar  del  docto  anticuario  francés, 
conde  Fernando  de  Lasteyrie,  París,  1860,  4.,.  inserta  en  los 
Jahrbücher  f'ür  classische  Philologie,  de  Leipzig,  1862,  p.  569  y  ss.  El 
mismo  Sr.  Ríos  publicó  «algunas  consideraciones  sobre  la  estatuaria 
durante  la  monarquía  visigoda»  en  «El  Arte  en  España»,  vol.  I, 
1862j_p.  157  y  ss.,  y  vol.  II,  1863,  p.  5  y  ss.,  y  discutió  sobre  el  tesoro" 
de  Guarrazar  después,  en  los  Monumentos  arquitectónicos  de  España 
(cuadernos  21  y  A5).  La  misma  obra  trae  también  las  esculturas 
cristianas  de  Mérida  (cuaderno  63).  Sobre  el  tesoro  sagrado  de  la 
catedral  de  Santiago  véase  la  memoria  del  Sr.  D.  José  Villaamil  y 
Castro,  en  el  Museo  español  de  antigüedades,  vol.  V.  1875,  p.  305 
y  ss.,  y  sobre  las  alhajas  visigodas  del  Museo  arqueológico  nacio- 
nal, y  sobre  otros  adornos  antiguos,  la  del  Sr.  D.  Florencio  Janer, 
en  el  mismo  Museo,  vol.  V,  1875,  p.  137  y  ss.  Mucbo,  sin  embargo, 
falta  aún  que  trabajar  sobre  todo  en  este  ramo  de  las  antigüedades 
españolas,  en  punto  no  sólo  á  investigaciones,  sino  también  á  nue- 
vas publicaciones. 

Sobre  un  sarcófago  cristiano  con  inscripciones  griegas  y  con 
representaciones  del  buen  Pastor,  del  sacrificio  de  Isaac,  y  de  Daniel 
en  el  lago  de  los  leones,  véase  el  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia,  vol.  VIII,  1886,  p.  425. 


conclusión  §  172.    Como  habrá  podido  observarse  por  la  sola  lectura 

de  este  libro,  aun  restan  importantes  y  numerosos  estudios 
que  hacer,  no  sólo  sobre  los  monumentos,  en  el  sentido  más 
estricto  de  la  palabra,  sino  también  respecto  de  las  demás 
clases  de  testimonios,  que  aun  quedan,  referente  á  la  Espa- 
ña antigua;  puesto  que  tan  sólo  en  punto  á  la  epigrafía  y  á 
la  numismática  se  cuenta  con  fundamentos  sólidos,  sobre 
los  que  se  pueden  hacer  ulteriores  y  más  seguras  investiga- 
ciones. En  cuanto  á  la  geografía,  á  la  historia  y  á  la  etno- 
grafía antiguas,  lo  mismo  que  á  la  corografía  y  topografía 


CONCLUSIÓN  277 

monumental,  sólo  existen  algunas  tentativas,  que  no  pasan 
de  ensayos  más  ó  menos  felices,  quedando  aún  por  explorar 
un  gran  número  de  vastas  regiones,  en  tiempos  remotos 
habitadas  y  cultivadas  por  los  más  viejos  pobladores  de 
la  península,  recintos  innumerables  de  antiguas  ciudades, 
ruinas  de  necrópolis  y  termas,  como  de  otros  varios  edi- 
ficios de  bien  lejana  fecha.  Para  reconstituir  la  España  de 
otras  edades  no  basta  conocer  y  aplicar  con  la  más  per- 
fecta  crítica  los  textos  de  los  geógrafos  ó  historiadores 
griegos  y  romanos,  de  las  inscripciones  lapidarias  y  mone- 
tales,  sino  estudiar  y  describir  con  la  mayor  exactitud  lo 
poco,  que  actualmente  existe  á  la  vista  sobre  la  superficie 
del  terreno,  y  explorar  por  medio  de  excavaciones  cien- 
tíficas los   despoblados,  que  aun  permanecen,  sin  haber 
sido  examinados  con  minuciosa  detención.  De  este  modo 
podrían  ponerse  al  descubierto  numerosas  riquezas  arqueo- 
lógicas, que  al  presente  oculta  avara  la  tierra,  contribu- 
yendo   eficazmente    en   la   península   ibérica   á   provocar 
un  verdadero  renacimiento  del  mundo  antiguo.   Porque 
no  cabe  duda  que  estas  investigaciones  darán  á  conocer 
preciosos  detalles   de  la  vida  política  y  social,  como  de 
la  cultura  intelectual  y  económica,  de  las  diversas  gentes 
que  poblaron  estas  regiones  en  los  diez  siglos,  que  corrie- 
ron desde  el  quinto  antes  de  J.-C.  hasta  casi  cerca  del 
quinto  de  nuestra  Era.  Tales  trabajos,  por  su  índole  y  espe- 
cial naturaleza,  sólo  pueden  ser  emprendidos  por  el  ilus- 
trado celo  de  los  arqueólogos  nacionales;  y  si  los  datos 
contenidos  en  las  páginas  que  preceden  llegan  á  servirles 
de  guía,  ayudando  á  empresas  científicas  de  índole  seme- 
jante, su  autor  habrá  conseguido  el  objeto  que  se  propo- 
nía al  escribirlas. 


FIN 


ADICIONES 


Pág.  3.  Entre  los  trabajos  científicos  sobre  Avieno 
y  su  periplo,  merece  una  mención  preferente  la  erudita 
disertación  del  célebre  arqueólogo  portugués  Sr.  D.  Fran- 
cisco Martins  Sarmentó,  Bu  fus  Festus  Avienus,  ora 
marítima,  estudo  de  este  poema  na  parte  respectiva  ¿ 
Galliza  e  Portugal,  Porto,  1880,  pp.  93,  8.  El  mismo 
autor  más  recientemente  y  con  mayor  prolijidad  ha 
expuesto  sus  ideas,  en  parte  muy  ingeniosas,  sobre  el 
origen  fenicio  de  las  tradiciones  míticas  relativas  al 
Occidente  de  Europa,  en  su  obra  «Os  Argonautas,  sub- 
sidios para  a  antiga  historia  do  Occidente»,  Porto  1887, 
pp.  XXXI  y  292,  con  dos  mapas,  8. 

Pág.  20.  Recientes  investigaciones  acerca  del  geó- 
grafo Dionisio  el  periegeta,  nos  muestran  que  el  autor 
vivió  hasta  la  época  de  Adriano  y  que  en  su  obra  siguió  á 
Estrabón. 

Pág.  47.  Se  ha  publicado  últimamente  una  nueva 
edición  del  texto  de  Frontino,  que  satisface  á  lo  que 
exige  la  crítica  moderna,  por  O.  Gundermann,  en  la 
colección  de  Teubner,  Leipzig,  1888,  8. 


280  ADICIONES 

Pág.  64.  A  los  monumentos  ibéricos  ha  de  añadirse 
uno,  que  se  encontró  en  Italia.  En  una  sepultura  descu- 
bierta en  el  siglo  pasado  cerca  de  Montiego  en  Umbria,  á 
cuatro  millas  de  Urbanía,  el  antiguo  Urvinum  Metaurense,- 
fué  hallada,  entre  otros  objetos,  una  taza  de  plata  con  tres 
inscripciones  grabadas  con  el  buril  é  incontestablemente 
ibéricas.  El  texto  fué  comunicado  al  insigne  etruscólogo 
Lanzi,  de  cuyos  papeles  lo  sacó  el  Sr.  Gamurrini,  bene- 
mérito arqueólogo  de  Florencia,  y  lo  publicó  en  su  Appen- 
dice  al  Corpus  inscriptionum  Italicarum  ed  ai  suoi  Supple- 
menti  di  Ariodante  Fabretti  (Firenze,  1880,  4.),  p.  6  y  lám.  I 
n.°  21,  de  donde  lo  ha  repetido  el  Sr.  Francisco  Lenor- 
mant,  en  la  Eevue  archéologique  de  París,  vol.  XLIV,  1882, 
p.  31.  Es  muy  fácil  que  este  objeto  fuese  traído  á  Italia  por 
uno  de  los  Iberos  que  militaron  en  el  ejército  de  Asdrú- 
bal,  y  que  tal  vez  murió  en  la  célebre  batalla  de  Sena 
junto  al  río  Metauro,  que  tuvo  lugar  muy  cerca  del  sitio 
en  donde  pareció  la  taza. 

Pág.  83.  El  vol.  XII  del  Corptis  inscriptionum  Lati- 
narum,  conteniendo  las  Inscriptiones  Gallice  Narbonensis 
Latinas  por  el  Sr.  O.  Hirschfeld,  y  la  parte  primera  del 
volumen  XI ,  Inscriptiones  JEmilice  et  Etrurice,  por  el 
Sr.  E.  Bormann,  han  sido  publicados  en  Berlín  en  1888. 
En  el  mismo  año  apareció  en  la  dicha  ciudad  el  vol.  VII 
de  la  Ephemeris  epigraphica,  fasciculus  primus  et  secundus, 
conteniendo  nuevas  adiciones,  publicadas  por  el  Sr.  Joh. 
Schmidt,  al  vol.  VIII,  que  contiene  las  inscripciones 
africanas. 

Pag.  92.  A  los  nueve  decretos  de  patronato  relativos 
á  poblaciones  españolas  ya  conocidos,  hay  que  añadir  el 
nuevamente  encontrado  en  Peñalva  de  Castro,  del  año  40 
de  J.-C,  que  contiene  el  tratado  de  hospitalidad  entre  los 


ADICIONES  281 

Clunienses  ex  Hispania  citeriore  y  Gayo  Terencio  Basso 
Mefanas  Etrusco,  prefecto  del  ala  Augusta.  Fué  publi- 
cado ó  ilustrado  doctamente  por  el  Sr.  D.  Aureliano  Fer- 
nández Guerra,  en  el  Boletín  de  la  Academia,  vol.  XII, 
1888,  p.  363  y  ss. 

Pág.  120.  Campamentos  de  las  legiones  romanas  exis- 
ten aún,  según  parece,  cerca  de  Eeinosa  en  Cantabria,  de 
la  legión  cuarta  y  de  otro  cuerpo  del  ejército,  que  no  se 
puede  determinar,  cerca  de  Viseo  en  Portugal.  Sobre  el 
último  véase  la  descripción  dada  por  el  Sr.  Gurlitt,  en 
el  Archazologische  Zeitung  de  Berlín,  vol.  XXVI,  1868,  p.  14. 

Pág.  154.  No  se  sabe  si  el  ala  Augusta,  cuyo  prefecto 
era  el  personaje  mencionado  en  el  nuevo  decreto  de  patro- 
nato de  Clunia,  que  acabamos  de  indicar  á  la  pág.  92,  baya 
tenido  por  algún  tiempo  sus  cuarteles  en  España.  Este  ala, 
pues,  no  se  puede  incluir  con  certidumbre  en  el  catálogo  de 
los  cuerpos  auxiliares  pertenecientes  al  ejército  de  España. 

Pág.  172.  Los  flautines  se  mantuvieron  en  su  dignidad 
basta  la  época  cristiana,  como  sabemos  por  varios  cánones 
del  Concilio  de  Elvira,  los  cuales  han  sido  ilustrados  últi- 
mamente con  doctas  observaciones  por  el  P.  L.  Duches- 
ne,  en  los  Mélanges  Renier  (París,  1887,  8.),  p.  159  y  ss. 

Pág.  196.  Una  moneda  de  oro  con  los  tipos  de  Empo- 
rice,  pero  no  acuñada  en  España,  sino  en  Francia,  ha 
sido  publicada  por  el  Sr.  Zobel,  en  la  Revue  archéologique 
de  París,  vol.  XLIV,  1882,  p.  28. 

Pág.  199.  En  Alcacer  do  Sal  se  han  encontrado  testi- 
monios importantes  del  comercio  con  la  Grecia,  vasos  pin- 
tados del  siglo  segundo,  una  máscara  sepulcral,  también 


282  AOICIONKS 

pintada,  de  barro,  etc.  Véanse  sobre  estos  objetos  las 
observaciones  de  los  Sres.  J.  B.  de  Rossi,  en  el  Boletín 
del  Instituto  arqueológico  alemán  de  Roma,  1875,  p.  74, 
y  Helbig,  en  el  mismo  Boletín,  1877,  p.  88.  La  máscara 
ha  sido  publicada  por  el  Sr.  O.  Benndorf ,  Denkschriften 
de  la  Academia  de  Viena,  phüos.-histor.  Cl.,  vol.  XXVIII, 
1878,  lám.  XVI,  1;  véase  sobre  ella  la  Memoiia  del  Sr.  Hüb- 
ner,  en  los  Jahrhücher  des  Vereins  von  Alterthumsfreunden 
im  Rheinlande,  vol.  LXVI,  1879,  p.  34. 

Pág.  221.     Nuevos  datos  sobre  los  monumentos  pre- 
históricos de  la  provincia  de  Almería,  se  deben  al  Sr.  don 
Juan  Rubio    de  la  Serna,  el  cual,  en  el  Boletín^  de  la 
Academia,  vol.  XII,  1888,  p.  20,  da  noticia  sobre  el  Cerro 
de  Castellón,  junto  á  Vólez  Rubio,  y  de  sus  sepulturas  en 
hileras  y  cavadas  en  la  tierra.  Sobre  los  monumentos  pre- 
históricos sumamente  frecuentes  en  el  norte  del  Portugal, 
los  túmulos  y  sepulcros,  llamados  allí  antas  y  antellas,  ha 
hecho  observaciones  muy  acertadas  el  Sr.  Sarmentó,  en 
la  Revista  de  Guimaraens7  vol.  III,  1886,  p.  141  y  ss.  El 
mismo  autor  considera  las  piedras  que  se  dicen  balancean- 
tes (baloigantes  en  portugués),  como  un  lusus  naturce;  véase 
la  misma  Revista,  vol.  II,  1885,  p.  194,  y  las  observacio- 
nes hechas  en  sentido  diferente,  por  el  Sr.  A.  C.  Borges 
de  Figueiredó,  en  su  RevistgLjle  Archeologia,  vol.  II., 
1888,  p.  1  y  ss.  Últimamente  el  Sr.   Sarmentó,  con  su 
acostumbrado  acierto,  ha  tratado  las  tradiciones  popula- 
res sobre  tesoros  escondidos,  y  que  casi  siempre  se  refieren 
á  localidades  de  la  civilización  anteromana,  recintos  forti- 
ficados ó  castros,  fuentes,  túmulos,  etc.;  véase  la  J^eyista 
de  Guimaraens,  vol.  V,  1888,  p.  1  y  ss. 

Pao.  222.     Ya    ha   aparecido    el    primer   monumento 
del    arte    fenicio    en    España,    además    de   las   monedas, 


ADICIONES  283 

que    lo  es    el  sarcófago    de   Cádiz,    descrito    en  la   pági- 
na 257. 

Pág.  231.  Sepulcros  del  tipo  de  Olérdula  no  escasean 
en  el  norte  de  Portugal,  en  los  concejos  de  Guimaraens, 
Freixo,  etc.  Observa  el  Sr.  Sarmentó,  en  la  Revista  de 
Guimaraens,  vol.  I,  1885,  p.  198,  que  algunos  de  ellos  perte- 
necen ciertamente  á  la  época  romana,  tal  vez  muy  baja,  do 
modo  que  se  mantuvo  el  tipo  antiguo  durante  muchos  siglos. 

Pág.  243.  Las  murallas  de  los  castillos  romanos  de 
Montemór-o-Novo  y  de  Montoito,  en  Portugal,  fueron. des- 
critas por  el  Sr.  Gabriel  Per  eirá,  en  la  Revista  Arqueo- 
lógica de  Lisboa,  vol.  I,  1887,  p.  129  y  ss. 

Pág.  246.  Entre  los  arcos  no  ha  de  olvidarse  el  de 
Medinaceli.  Las  letras  de  su  inscripción,  repetida  en  las 
dos  caras  principales,  eran  de  bronce,  y  existen  los  agu- 
jeros y  aun  los  pernos  de  ellas.  El  arco  es  de  tres  bóvedas, 
y  parece ,  por  su  estilo  arquitectónico,  pertenecer  á  la 
época  de  Augusto. 

Págl  249.  Sobre  los  restos  de  un  templo  romano  en 
Vich,  véase  lo  observado  por  el  Sr.  Ch.  Lidelot,  en  sus 
Notes  archéologiques  sur  la  Catalogue,  publicadas  enelBulle- 
tin  monumental  francés,  ser.  IV,  vol.  IV,  1888,  p.  44  y  ss. 

Pág.  256.  Estatuas  gallego-lusitanas  fueron  encontra- 
das por  el  Sr.  Sarmentó  también  en  Santo  Ovidio  (Fafe), 
en  Refoios  de  Basto,  y  en  San  Jorge  de  Vizella;  véase  la 
Revista  de  Guimaraens,  vol.  I,  1884,  p.  185. 

Pág.  257.  Entre  las  especies  particulares  de  sepultu- 
ras romanas  no  deben  olvidarse  las  que  tienen  forma  de 


£84  ADICIONES 

barriles,  bastante  frecuentes  en  las  antiguas  poblaciones 

de  la  Lusitania  meridional,  como  Tavira,  Mertola  y  Beja; 

véase  el  C.  I.  L.  II,  n.  16,  67,  83,  102,  106,  etc. 

i 

Pág.  263.  Dos  estatuas  togadas,  romanas,  de  hombre 
la  una  y  de  mujer  la  otra,  de  perfecta  ejecución,  faltán- 
doles la  cabeza,  y  procedentes,  según  parece,  de  Mértola, 
existen  en  la  casa  de  Armoreira  da  Torre,  junto  á  Mon- 
temór-o-Novo,  en  Portugal.  Las  describe  el  Sr.  Gabriel 
Pereira,  en  la  Revista  Archeólogica  de  Lisboa,  vol.  L, 
1887,  p.  131. 


FE  DE  ERRATAS 

( Algunas  de  menos  importancia  se  corregirán  por  el  lector  benévolo. ) 


Pág.      1  renglón    8  desde  arriba  escríbase  «y  en  la  de» 


8 

» 

2 

» 

abajo 

» 

«Geschichte  der  wissen- 
schaftlichen»  etc. 

31 

» 

14 

» 

» 

» 

«apoyada» 

41 

» 

3 

» 

arriba 

» 

«y  publicó  no  antes» 

66 

» 

4 

» 

» 

» 

«la  d...  la  t» 

» 

» 

5 

» 

» 

» 

«la  m...  la  q...  la  t» 

81 

» 

13 

» 

» 

» 

«adiciones  á  las  ya»  etc 

82 

» 

18 

» 

» 

» 

«epigraphica» 

85 

» 

14 

» 

abajo 

» 

«en  el  epítome» 

92 

» 

23 

» 

» 

» 

«del  Peñón  de  Audita.... 
...(C.  I.  L.  II  1343)» 

97 

» 

23 

» 

» 

» 

«itinerarios  (§  26)» 

98 

» 

15  y 

16  d.  arr. 

y> 

«T£(T7)(j.£'.ci)Tai  y  ¡T-aSío'j^-» 

» 

» 

18 

» 

» 

T> 

«la  más  antigua» 

102 

» 

1 

» 

» 

» 

«Cuatro  vías» 

110 

» 

14 

» 

» 

» 

«decurionum» 

» 

» 

6 

» 

» 

» 

«y  en  el  del» 

111 

» 

9 

» 

» 

» 

«y  por  último» 

115 

» 

7 

» 

» 

» 

«dedicaron» 

» 

» 

15 

» 

» 

» 

«indicación  local» 

» 

» 

17 

» 

» 

» 

«dispensator» 

120 

» 

22 

» 

» 

» 

«pp.  107» 

125 

» 

5 

» 

» 

» 

«Scythica» 

128 

» 

12 

» 

» 

» 

«la  mandó» 

» 

» 

16 

» 

» 

» 

«á  la  cresta  de  la  alón 
dra» 

129 

» 

11 

» 

» 

» 

«Annceus» 

149 

» 

14 

» 

» 

» 

«Hibeirris» 

151 

» 

6 

» 

» 

» 

«Oriente;  y» 

152 

» 

9 

» 

abajo 

» 

«Hispaniense» 

175 

» 

16 

» 

arriba 

» 

«Clunia,  Coruña» 

182 

» 

20 

» 

» 

». 

«mencionados» 

194 

» 

10 

» 

» 

7> 

«Salamina» 

198 

» 

1 

» 

abajo 

» 

«al  Sud  de  Jerez» 

199. 

» 

10 

» 

arriba 

» 

«mit  bisher» 

202 

» 

18 

» 

» 

» 

«Za/cav.&aío!» 

286  FE   DE    EHKATAH 

Pág.  203  renglón  16  desde  abajo   escríbase    «en  Osea» 


204 

» 

12 

» 

arriba 

» 

«anales  del  Instituto» 

209 

s 

9 

» 

abajo 

» 

*monnaies» 

217 

• 

3 

» 

» 

» 

«Anduaga» 

218 

» 

15 

a 

» 

» 

«Wentworth» 

220 

» 

11 

» 

» 

» 

«cueva    de    Mengal    en 
Antequera» 

225 

» 

11 

» 

» 

» 

«Antoninianum» 

229 

» 

15 

» 

arriba 

» 

«  Wort  und  Bild» 

231 

» 

8 

» 

» 

» 

«Murguía» 

» 

» 

17 

» 

» 

» 

«grandes  tinajas» 

242 

» 

11 

» 

abajo 

» 

«Numancia  ó  sea  Garay» 

254 

» 

5 

» 

arriba 

» 

«ha  catalogado» 

266 

» 

17 

» 

» 

» 

«Murguía» 

ÍNDICES 


AüTOEES   ANTIGUOS 


Pág. 

Agrimensores,   16,    edición   de  Blu- 

me 17 

Agrippa 13 

Ammiano  Marcellino 14,50 

Analistas  romanos 33 

Ancirano,  el  monumento,  véase  Res 

gesta; 15 

Antonino    Augusto,    véase   Itinera- 
rios. 

Apolinares,  los  vasos 23 

Apiano  de  Alejandría,  52,  ediciones 

de  Dübner  j*  Mendelssohn.    ...  53 

Artemidoro  de  Efeso 8,  226 

Asclepiades  de  Mírlea 9 

Asinio  Polión,  el  historiador 40 

Avieno,  el  poeta  é  historiador,  2,  20, 

48,  279,  edición  de  Holder   ....  2 

Aurelio  Víctor 48 

Biógrafos  de  los  emperadores.  ...  55 

Breviario  de  Augusto 14 

Casio  Dion,  el  historiador,  53,  edicio- 
nes de  Sturz,  Bekker,  Dindorf,  y 

Gros 55 

Catón,  Marco  Porcio  31,  edición  de 

Jordán 32 

César,  el  dictador  37,   ediciones  de 

Nipperdey,  Dübner  y  Dinter..    .    .  38 

Coelio  Antipatro,  el  historiador.    .    .  33 

Cornelio  Boccho 18 

Cornelio  Nepos  12.  37,   ediciones  de 

Nipperdey  y  Halm 37 

Dimensurntio  provinciarum 14 

Diodoro  de  Sicilia.  41,  85,  textos  de 

Dindorf,  C.  Müller  y  Bekker.    .    .  41 

Dionisio  el  periegeta 20,  279 

Divisio  orbis  terrarum 14 


Ennio,  Quinto,  el  poeta 31 

Epicorum  Grozcorum  fragmenta,  edi- 
ción de  Kinkel 8 

Eratóstenes ^ 

Estrabón  de  Amasea,  11,  ediciones  de 

Kramer  y  Müller H 

Euctemon  de  Atenas 8 

Eudoxo,  el  astrónomo 6, 8 

Eustacio  de  Tesalónica 21 

Fabio  Pictor,  el  historiador 30 

Filino  de  Agrigento 85 

Filisto  de  Siracusa 29 

Flegón  de  Tralles 19 

Floro  el  historiador,  43. 47,  ediciones 

de  Jahn  y  Halm *7 

Fragmenta  historicorum  Grcccorum, 

edición  de  C.  Müller.    .    4,  5,  6,  9, 

20, 30,  31,  33,  42 
Frontino,  el  historiador,  47,  ediciones 

de  Dederich  y  de  Gundermann.  47,  279 

Geographi  Graci  minores,  edición  de 
Müller,  9,  21.  27,  Geographi  Latini 
-minores,  edición  de  Riese 15 

GuidóndePisa 25 

Hecateo  de  Mileto ^ 

Herodoro  de  Heraclea 5 

Herodoto  de  Halicarnaso,  edición  de 

Stein 5 

Historicorum  Romanorum  fragmenta, 

edición  de  Peter.    .    19, 31,  32,  33,  40.  51 
Hitación.  véase  Wamba. 
Honorio,  Julio 1* 

Idacio 26 

Inscripciones,  véanselos  autores  mo- 
dernos. 


288 


ÍNDIC158 


l'»K- 

Itinerarios  2¡l,  edición  de  Pnrthey.    .      24 

Juba,  rey  de  Maurotania, 41 

Justino,  el  historiador,  10,  odición  do 
Huehl 11 

Livio,  el  historiador,  42,85,  ediciones 
de  Hortz,  Madvig,  Ussing  y  Weis- 
senborn 45 

Macrobio  Teodosio 30 

Marcial,  Marco  Valerio,  el  poeta,  19,  • 
ediciones  de  Friedlaender  y  Gil- 
berto  19 

Marciano  de  Heraclea 9,  22,  23 

Marino  de  Tiro 21 

Mario  Máximo,  el  historiador.    ...      55 
Mela,  Pomponio,  17,  ediciones  de  Par- 

they  y  Frick 17 

Metón  y  su  ciclo 6 

Mirabile*  auscultationes,  edición  do 
Westermann 30 

Nevio,  Gneo,  el  poeta 31 

Nicolás  de  Damasco 41 

Notitia  dignitatum,  24,  160,  ediciones 

de  Bócking  y  Seeck 25 

Orosio,  el  historiador 14,  43  y  49 

ParadoxograpM  Grmci ,  odición  do 

Westermann 20 

Periplo,  el  antiguo,  véase  Avieno. 
Peutinger,  la  tabla  de,  13,  edición  de 

Desjardins 15 

Piteas  de  Masalia 6 

Plinio,  17,   ediciones  de  Detlefsen  y 

Jan 18 

Plutarco  de  Queronea,  51,  ediciones 

de  Doehner,  Bekker  y  Sintenís.    .      52 
Poeta»  lyrici  Grceci,  edición  de  Borgk.       2 

Polemio  Silvio 24 

Polibio  de  Megalopolis 35,  85 

Volyhitt8,  odición  de  Dübner,  Hultsch 

y  Büttner  Wobst 36 


Posidonio  do  Apamoa 9,  22!» 

l'risciano,  el  gramático 20 

Ptolemeo,  21,  ediciones  de  Wilborg  y 
Müller. 22 

Ravonate,  el 25 

Ravennatis  cosmographia ,  odición  de 

l'indor 26 

Serum  natuvalium  scriptores  tírwci, 

edición  de  Keller 20 

Res  gettat  divi  Augusti,    edición  de 

Mommsen 16 

Salustio  39,  ediciones  de  Dietsch  y 
Jordán 40 

Scriptores  historia}  Augusto?.,  edicio- 
nes de  Jordán  y  Peter 55 

Sileno,  el  historiador  de  Aníbal.    .    .      82 

Silio  Itálico,  el  poeta  47,  ediciones 
de  Drakenborch,  Ernesti,  Ruperti 
y  Lünemann "TO^M-t 

Solino  18,  collectanea,  edición  de 
Mommsen 19 

Suetonio 50 

Tácito  49,  ediciones  de  Nipper- 
dey,  Halm,   Orelli  y  Baiter,  He- 

raeus 50 

Timágenes 10 

Timeo  de  Tauromenio 29 

Trogo,  véase  Justino.  (W-'t^Uiv}  _  CC 

Valerio  Máximo,  46,  ediciones  de 
Kempf  y  Halm 47 

Varrón  de  Reate 12 

Veleio  Paterculo,  46,  edición  do 
Halm 47 

Verona,  el  catálogo  de 24 

Víctor,  véase  Aurelio. 

Wamba,  la  hitación  de 26 

Xifilino,  epitomador  de  Casio  Dion_      54 
Zonaras,  el  historiador 54 


II  —  Autores  modernos 


Academia,  la 215 

Academia,  la  Real  do  Ciencias  de  Lis- 
boa 75,  la  Real  do  la  Historia  do 


Madrid,  75,  las  de  Sevilla  y  Barce- 
lona  75 

Accursio,  Mariangelo 71 


II  — AUTORES   MODERNOS 


2S9 


Agustín,  Antonio 71,  190,  209 

Agnado  y  Alarcón,  Juan  de  Dios. .    .    237 
Alcaraz  do  Gramont,  Joaquín.  .    .    .    250 

Alfaro,  Enrique  Baca  de ,      74 

Alien,  Eduardo  Augusto 209 

Andrés   de  la  Pastora,  Román.    .   64,  231 

Anguino,  Domingo  Alonso 105 

Anónimo,  el  veneciano 71 

Apiano,  Pedro 71 

Araujo,  Fernando 273 

Argote,  Jerónimo  Contador  de.    .    .      75 

Armengol,  Juan 72 

Armstrong,  Juan 228 

Arneth 264 

Arte,  el,  en  España, 215 

Asociación  catalanista 243 

Assas.  Manuel  de 218,  257 

Atienza,  Federico 69 

Barrantes,  Vicente 218,  268 

Barros  Sivelo,  Ramón.    . 103 

Basano,  Alejandro 71 

Bayer,  Francisco  Pérez,  63,  75, 191, 198,  269 

Bembo,  Juan 71 

Benndorf,  0 282 

Berger,   F 104 

Berger.  H 3,8 

Bergier,  N.    .    . 104 

Berlanga,  Manuel  de,  3,  59,  63,  79, 193, 

198,  226,  252,  257,  264,  273 

Bertrand.  A 234 

Bibrán,  Abraham  de 74,  269 

Beuter,  Pedro  Antonio 72 

Boissevain,  U.  P '  120,  140  y  149 

Boletim  de  architectura  e  arcbeolo- 

gia 215 

Boletin  de  la  R.  Academia  de  la  His- 
toria  , 215 

Borghesi,  Bartolomeo 120.  128 

Bormann,  E 280 

Botella  y  de  Hornos,  Federico.  .    227,  267 

Botet  y  Sisó.  Joaquín 196 

Boudard 61,189,192 

Bover,  Joaquín  María 275 

Breska,  A.  de 37 

Britto,  Fray  Bernardo  de 73 

Burgas,  Emilio 64 

Busk 217 

Bustamante,  Guillermo  López. ...    191 

Caldas,  Pereira,  el  doctor 79 

Campaner,  Alvaro 193 

Campómanes,  Pedro  Rodríguez.    .    .  5 

Caro.  Rodrigo 74 

Cartailhac,  E. .    .  216,  218,  220  226,  234,  257 

Casa-Loring,  el  Marqués  de 263 

Cascant,  José 249    I 


Castro,  Adolfo  do 196 

Castro,  Gaspar  de .    .    .    .      72 

Caveda,José 209,274 

Cean  Bermúdez,  Juan  Agustín,  VIII, 

77,  213,  240,  258 

Cenáculo,  Fray  Manuel  do 75 

Cbabret,  Antonio 269 

Chlpiez,  Ch 222,224 

Clusius,  Carlos 71 

Coelho,  Adolpbo 219 

Coello,  Francisco 105,  219 

Cenca,  Antonio 212 

Cornide,  José. 75 

Corpus  inscriptionum  Latinarum.  77,81,280 
Cortés  y  López,  Miguel. ....      VIL  77 

Costa,  Joaquín 63, 257 

Cueto,  Leopoldo  de 261 

Delgado,  Antonio 185,189,191 

Delgado,  J.N. 218 

Despuig,  el  Cardenal 260 

Dessau,  H 82 

Detlefsen,  D 18 

Didelot,  Ch ,    .  283 

Diez,  versión  de  Ponz 212 

Docampo,  Florián 72 

Dozy,  R 247 

Dressel,  Enrique 185 

Ducbesne,  el  P 281 

Eckhel,  José 187 

Ellis,  R. 63 

Ephemeris  epigraphica 79 

Escolapios,  los  PP.  de  Yecla 238 

Ewald,  P 27 

Exempla  scripturce  Latinee 84 

Fabretti,  Ariodante 280 

Falsarios,  epigráficos 73 

Fariñas  del  Corral,  Macario.    .      223,  250 

Fernández  Duro,  Cesáreo 229 

Fita,  Fidel 62,  64,  79, 104,  243,  261 

Figueiredo,  A.  C.  Borges  de.  .  .  .  79,  282 
Figueiredo  de  Guerra,  Luis  de.  .  .  .  234 
Florez,  Enrique.  .    .    .    75,  76,  187,  190,  209 

Forbiger 27 

Fort,  Carlos  Ramón 3 

Franco,  Juan  Fernández 72 

Fuente,  Vicente  de  la 257,  273 

Gago,  Francisco  Mateos 250 

Gamurrini,  F.  .    .    .    , 289 

Garay  y  Anduaga,  Recaredo  de.     217,  227 

Garza,  Pedro  de  la 256 

Gerhard,  Eduardo 222 

Gesenius 188 

Góngora  y  Martínez.  Manuel.  69,79. 220.  231 


290 


ÍNDICES 


Grotefend,  Carlos  Luis 191 

Grnter,  Jano 78 

Guerra,  Aureliano  Fernández.  '24,26, 
27,  38. 62,  79,  81,  1(8, 105, 106,  217  231 . 

238, 254, 256, 274.  281 

G\iimerá,  el  conde  de 72 

Gnndormann,  G 279 

Gnrlitt,W 281 

Hannak,  E >.    .      53 

Harló.E 219 

Heeren,  A.  L.  H 62 

Heiss,  Alois 26, 189, 192,  209 

Helbig,  W .282 

Henzen,  W 24,77,82 

Hernández  y  Sanahuja,  Buenaven- 
tura  243 

Higuera,  véase  Román. 

Hinojosa,  Eduardo  de 261 

HirschfeW,  0 280 

Hispania  illustrata,  de  A.  Schottus.  .      72 
Hübner.E.  .    .    .    26,38,63,74.77,80, 
83,  193.  214.  215, 219,  224,227, 231,  244, 
252,  256,  260,  264,  266,  269,  271,  273, 

274,282 

Jnscriptiones  Hispania  christiance,  de 
Hübner 81 

Inscriptionum  Latinarían  amplissima 
coUectio,  de  Orelli  y  Henzen.    .    .      77 

Janer,  Florencio 268,  275 

Jocundo  de  Verona,  Fray. 70 

Kiepert,  H 27 

Koehler,U 47 

Laborde.  Alejandro  de.    .    77.  213, 240,  272 

Lachmann,  F 45 

Lanzi 280 

Lasteyrie,  Fernando  de 275 

Lenormant,  Carlos 191 

Lenormant,  F 280 

Le-wis,  B 243 

López  y  Cárdenas.  Antonio  y  Fer- 
nando José 68 

Lorichs,  Daniel,  de  .    .    .    .62, 189, 191, 202 

Lacena,  Luis 72 

Luis  Salvador,  archid\ique  de  Tos- 
cana 229 

Lumiareu,  el  conde  de.    .    .    .  213,  258,  268 

Machado,  Antonio "217 

M acpherson,  Guillermo 217 

Madoz,  Pascual 77 

Madrazo.  Pedro ¿57.  M 

Maestro,  Amalio 227 


TU. 

Maffei,  Escipión 76 

Mámeran,  Nicolás. 71 

Mannert 27 

Manuzio,  Aldo 72 

Mapas  de  la  España  antigua.    ...      27 

Marcbi,  el  P 21 

Mariategui,  E.  de 258 

Marmora.  A.  della 222,  228 

Marti,  Manuel 75,  250 

Martorell  y  Peña,  Francisoo.    218,  229,  231 

Masden,  Juan  Francisco 76 

Mayans,  Gregorio 75 

Mélida,  José  Ramón 261 

Moltzor,  O.    .    . 203 

Metelle,  Juan 71 

Meyer,  A.  B 221 

Mitjana,  Rafael 219 

Mommsen,Th 82,204 

Montfaucon,  Bernardo  de 76 

Montpensier,  el  duque  de 262 

Monumentos  arquitectónicos  de  Es- 
paña  214 

Morales,  Ambrosio  de .      72 

Moreira 231 

Moreno  y  Bailen,  José 263 

Moreno  y  Bernardo,  Vicente 227 

Moreno,  Manuel  Gómez 273 

Movers  .    . 188, 224, 227 

Müllenhoff,  Carlos 3 

Müller  (num.  (te  Vane.  Afr.) 200 

Mnr,  escultor  de  Segovia 245 

Muratori.  Luis  Antonio 76 

Murguia,  Manuel 218,  231,  258 

Museo  español  do  antigüedades.  .    .    214 

Navagiero,  Andrés 71 

Navarro,  Eduardo  J 819 

Nissen,H 37,  46 

Nitzsch,  K.  W 36,  46 

Nunes  Teixeira,  Enrique. 209 

Occón,  Adolfo 72 

Oliver  y  Hurtado,  José.  .....      8,  38 

Oliver,  Manuel.  38, 79,  219. 247, 250. 256, 

263,  267,  273 
Orelli,  Juan  GaBpar 77 

Palos  y  Navarro,  Enrique 250 

Panvinio,  Onofre 72 

Pedrals,  Arturo 193 

Pereira,  Gabriel.  .    .      218,  231,  249,  283,  281 

Per  eirá  da  Costa,  F.  A 218 

Perrot,  G.,  y  Chipiez,  Ch 222,  224 

Peter,  C *" 

Peter,H 62 

Peutiuger,  Conrado 70 

Phillips.  George 61 


II  —  Al'TOKKS    MODERNOS 


291 


rág. 

Pighio,  Esteban  Vinando 72 

Ponz,  Pedro  Antonio 76,  212,  240 

Prado,  Casiano  de 217 

Pujol,  Celestino.  ...      189,  193.  195,  272 

Rada  y  Delgado,  Juan  de  Dios  de  la. 
194,  215,  238,  257,  258,  261,  262,  270,  272,  274 

Ramberti,  Benedicto 71 

Ramis  y  Ramis,  Antonio  y  Juan.  .    .    228 

Resende,  Liáis  Andrés 73 

Revista  de  antropología 220 

Revista  de  arqueología  Española.  .  215 
Revista  de  ciencias  históricas.  .    .    .    215 

Revista  histórica. 215 

Riaño,  Juan  Facundo.    ...   238, 261,  274 

Ribeiro,  Carlos. 218 

Richter,  0 223 

Ríos,  Demetrio  de  los.  .  250,  252,  257,  270 
Ríos,  José  Amador  délos.  237,265,267, 

274,  275 
Ríos,  Rodrigo  Amador  de  los.    .     251,  272 

Risco,  Manuel 76 

Ritterling,  E 136 

Román  de  la  Higuera,  Jerónimo.  .  .  73 
Rossi,  Juan  Bautista  de .  .  .  .  274,  282 
Rubio  de  la  Serna,  Juan.    ,    .    .      257,  282 

SáVillela 218 

Saavedra,  Eduardo.    .      24,  79,  81,  108,  238 

Sabau,  Pedro 69,  218,  244 

Saenz  de  Baranda,  Antolín 231 

Salgado,  Vicente 76 

Salinas,  A 222 

Sanloutius,  epigrafista  francés. ...  72 
Sanpere  y  Miquel,  Salvador.    63, 193.  203? 

218,  229 

Santuola,  Marcelino  S.  de 219 

Sañudo,  Marín 70 

Saporta 220 

Sarmentó,  F.  Martins.  79,  233,  279,  282,  283 

Savirón  y  Estovan,.  Paulino 236 

Saulcy,  F.  de 189,  191 

Sayce,  A.  H 62 

Scalígero  Josef. 73 

Schlumberger 226 

Schmidt,  Joh 280 

Schott,  Andrés 72 

Schroeder. 198 

Serrallach,  Leandro 243 

Sieder,  Martin 70 

Silva,  J.  Possidonio  N.  da.   .    .    .    218.  234 


PÍE 

Simóes,  Augusto  Felipe 219 

Siret.  Enrique  y  Luis 22D 

Siruela,  Martin  Vázquez 75 

Smecio,  Martin 73 

Soromenho,  Augusto 79,  256 

Spruner-Menke 27 

Stiehle,  R 9 

Strada,  Jacobo 71 

Talbot,  Lord 257 

Tavera,  Alfonso 72 

Tenison,  Luisa 219 

'J'hesaurus  inscriptionum  de  Gruter  y 

Groevius 73 

Tfieaanrus,  novug,  veterum  inscriptio- 
num, de  Muratori 76 

Thommsen,  R 37 

Traggia,  Antonio 76 

Trigueros,  Cándido  María 63,74 

Tubino,  Francisco  M.  .    .    .      217,  220,  262 

Ukert 27 

Ursin,  Nicol.  R.  af. 163 

V  aldeflores,  véase  Velázquez. 
Valenzuela    Velázquez,    Juan    Bau- 
tista  74 

Vasconcellos,  Joaquín  de 233 

Veiga,  Estacio  de 79,  219,  224, 231 

Velasco  y  Santos,  Miguel 62 

Velázquez    de    Velasco,  Luis  Josef, 
marqués  de  Valdeflores  75. 188, 190, 

209,  241,  243,  250 

Vergara,  el  doctor 72 

Vettori  (Victorius),  Pedro 72 

Vilanova,  Juan 217 

Villaamil  y  Castro,  J  osó.  218. 257,  261, 

269,275 

Villanueva,  Jaime. 77 

Viñas,  Francisco.    . 219 

Virchow,  R 234 

Webster,  W 218 

Wilmanns,  G 82 

Wilsdorf,  F 166 

Zangemeister,  C 82 

Zimmermann.  R 11 

Zobel  y  Zangróniz,  Jacobo.      64, 189, 

192, 199, 200,  202  281 
Zurita,  Jerónimo 72 


292 


Índices 


III  —  Materias 


Abdera,  véaso  Adra. 

Abla,  monedas 197 

Acci,  véase  Guadix. 

Acinipo,  monedas  199,   teatro.  .    .    .    220 

Acta,  clase  de  inscripciones.    .  .    .    57,  84 

Acuoductos 245 

Administración  provincial  162,  des- 
de Diocleciano  170,  de  los  pueblos.    179 

Adra,  monedas 197,  222 

Affife 232 

Ager,  sarcófago 264 

Agrippa,  inscripción  de  Mórida.    .    .      96 

Águila,  insignia  de  la  legión 121 

Aipora,  véase  Evora. 

Alas  auxiliares 154,  281 

Alba,  véase  Abla. 

Alcacer  do  Sal,  monedas  199,  207,  so- 
pulcros 254,  281 

Alcañiz,  Fabara,   templo  sepulcral. 

255,  257 
Alcántara,  arco  245,  puente.  101,  214. 

templo  de  Trajano 218 

Alcobaca.  sarcófago 263 

Alfabeto  ibérico,  65,  fenicio 68 

Alhama,  baños  de 252 

Aligantia,  en  Galicia 152 

Almadin 226 

Almagrera,  sierra 226 

Almudejo,  Cabeza  del  Griego.   .    .    .    235 

Alonai 194 

Ampocta  del  Ebro,  murallas 242 

Amílcar 287 

Ampurias  87, 146, 229,  monedas  194,281, 
mosaico  271,  vía  á  Cartagena.    .     .      98 

Anfiteatros 249 

Ánforas  para  aceite  y  vino.  181,  do 

barro 267 

Anibal 89 

Anillos 183,  268 

Antequera,  mosaico 271 

Antigüedades  prehistóricas.  .    .     215,  282 
Apión,  Flavio  Strategio,  su  díptico.  .      91 

Archena,  termas 252 

Arcos  245,  283,  arco  de  Jano  ad  lUvtem.      99 

Arezzo,  barros 184 

Arietos  romanos 269 

Aritien8es,  su  juramonto 91 

Armas 268 

Artemision,  véase  Denia. 

Asdrúbal,  el  mayor 87   | 


Asido,  véase  Medina  Sidonia 198 

Asientos  en  teatros  y  anfiteatros. .    .  250 

Aatit/i,  véaso  Ecija. 

Astorga,  146,  sarcófagos  cristianos.    .  274 

Astures,  el  convento  do  los 173 

Asturias,    su    prefecto.    159,  168,  se- 
pulcros   257 

Asturias  y  Galicia,  la  diócesis  167,  la 

provincia 169 

Ataecina,  la  diosa 93,  109 

Atarfe,  mosaico 271 

Atlas,  hijo  de  Jápeto 1 

Augusto  13,  baso  en  Sagunto  111,  culto 

en  las  provincias 173 

Augnstóbriga,   murallas 242 

Avila,  toros 254 

Auxiliares,  los  cuerpos  de,  150,  en  Es- 
paña 153,  157,  españoles  fuera  de 

España 151.  157,  281 

Badalona 236 

liaelo,  véase  Bolonia. 

Baena,  inscripción   en  la  roca  viva 

2">4.  sepulcro  do  los  Pompeyos.  .    .    254 
Jlaesippo,  véase  Barbate. 

Bajorelievos  de  sarcófagos 263 

Balearos  226,  hondoros  89,  lugar  de 
destierro  158,  el  prefecto. .   131, 159,  168 

Baños 251 

Banyolas 230 

Bara,  arco  junto  a  Tarragona  .  246,  255 
Barcelona,  L'allipolis-  Un  reino  194,230. 
acueducto  245,  anfiteatro  250,  colo- 
nia 175,  fragmentos  do  pintura  270, 
mosaicos  271,  murallas  212,  sarcó- 
fagos 263,  sarcófago  cristiano  274, 
sepulcros  255,  templo  248,  termas.    252 

Barquidas,  en  España 199 

Barro  cocido,  obras  de 267 

Bastetania,  véase  Mastia. 

Becerros 253.  256 

Boja,  colonia  176,    el  convento  173, 

monedas  199,  murallas 242 

Bética,  164,  provincia  del  Senado  165) 

168,  vias  romanas 100 

Boochori,  decreto  de 92 

Bolonia,  colonia  (?)  177,  223,  mone- 
das  198 

Bracaros,  el  convonto  de  los..    .    .-    .     17:> 
Braga  146.  centro  do  vias  romanas.    .     Hfc» 


III  — MATEKIAS 


293 


lirigantia 161 

Britonia,  junto  á  Viana 232 

Budons 221 

Cabanes,  arco 216 

Cabeza  del  Griego  235,  foro  245,  mu- 
rallas 212,  templo  248,  teatro..    .    .  250 

Cabra,  mosaico 271 

Cáceres  226,  colonia  176,  murallas  .    .  212 

Cadiaci,  en  Galicia 152 

Cádiz  222,  221,  229,  el  convento  de,  173, 
monedas  196,  sepulcros    255,    257, 

258,  templo  de  Hércules 218 

Ccecilia  castra 176 

Ccesaraugusla,    véase  Zaragoza. 

Calascovas,  Alayor,  Menorca 235 

Calatayud,  mosaico 271 

Calcos  do  inscripciones )¿  Jj   81 

Caligula,  Gayo  César 91 

Callipolis,  véase  Barcelona. 

Caminho  da  Geira 103 

Camino  de  la  plata 101 

Caminos  municipales 104 

Campamentos  de  las  legiones.    .    .    .  281 

Cándido,  Tiberio  Claudio 148 

Cántabros,  en  Hygino 157 

Caparra,  arco 245 

Carabancheles,  mosaico 271 

Cardeñosa,  toro  ó  jabalí.    .    .    .     254,  256 
Carisio,  Publio,  monedas.    .    .    .     128,  130 
Carmona,    anfiteatro   250,  251,  mura- 
llas 242,  sepulcros. 254 

Carrión  de  los  Condes,  mosaico.  .  .  271 
Cartagena  222,  227,  colonia  174,  frag- 
mentos de  pintura  270,  carece  de 
inscripciones  militares  133, 137,  mo- 
nedas de  119, 137,  143,  233,  murallas 
242,   sepulcro   do  Tito    Didio    255, 

otros  sepulcros 255 

Cartaginense,  el  convento  173,  la  dió- 
cesis..   . 168 

Cartago,  de  África  85,  monedas.     .    .  196 

Cártama,  estatuas  263,   mosaico.    .    .  271 

Carteia,  colonia  177,  monedas.    .    .    .  199 
Carthago  nova,  véase  Cartagena. 

Casariche,  sarcófago 263 

Casaron  del  Portillo,  cerca  de  Cabra.  230 

Caserras,  San  Pedro  de 230 

Casino  de  la  Reina,  museo   del. .    .    .  260 

Casón   de  Felipe  IV,  museo  del..    .    .  259 

Castro  Urdíales,  aguas 252 

Cazlona,  sepulcros 255 

C'eleia,  en  el  Norico 156 

Celso,  colonia  174,  no    tuvo   guarni- 
ción 137,  monedas 203 

Cerro  de  los  Santos,  Yecla 236 

Cetraria 224 


Chaves,  inscripción  de 103 

Chelva,  acuoducto 245 

Chrysaor,  tipo  del 195 

Cipos  sopulcrales 254 

Circos 249 

Citania 232 

Citerior,  la,  sus  fronteras   163,  pro- 
vincia imperial 165 

Ciudad  Rodrigo,  cipos  sepulcrales.  .  255 
Claudio  Quartino,  un  edicto  suyo..  .  91 
Clunia,  véase  Coruña  del  Conde. 

Cluniense,  el  convento 173 

Cohortes  auxiliares 154,  155, 158 

Coimbra,  sepulcros 255 

Colecciones  más  antigiias  de  inscrip- 
ciones romanas  en  España.  ...      70 

Colmenar  en  Córdoba 94 

Colonias  fenicias 221 

Concilios  provinciales 172 

Construcciones    megaliticás    en  las 

Baleares 228 

Conventos  jurídicos 173 

Córdoba,  colonia '  176,  convento  178, ' 

decreto  92,  monedas  119,  127,  129,  Vb1l/fvVlQ  J 

134,  mosaico  271,  murallas.    .    .    .  242         ' 

Coria,  cipos  sepulcrales  255,  murallas.  242  tí  ^ 

Coruña,  el  faro  de  la 107,  235 

Coruña  del  Conde,  colonia  175,  de- 
creto 92,  820,  piedras  grabadas. .    .  269 
Cristello,  monte  en  Portugal.    .    .    .  235 

Citnbaria,  monedas 197 

Curunda,  en  Galicia 152 

Decadracmas  de  Siracusa 225 

Decretos  de  patronato 92,  281 

Dehesillaj  la,  cerca  de  Córdoba,  se- 

piilcros 254 

Denarios  romanos  en  España.    .    .    .  203 

Denia  146, 194,  templo 248 

Dependientes    de    los    magistrados 

provinciales 171 

Deprecación,    dirigida    á    la    diosa 

Ataicina 98 

De.rtosa,  véase  Tortosa. 
Dianium,  véase  Denia. 
Diócesis  de  las  provincias. .    .    .    167  y  ss. 

Diplomas  militares 91 

Dípticos  consulares 91 

Disco  de  plata  de  Teodosio.    .    .      183,  266 
Documentos    privados  93,   públicos  t  < 
conservados  en  monumentos  epi- 
gráficos 90,  relativos  al  culto.    .    .  93 
Durango,  toro  ó  jabalí 254 


Ebusus,  véase  Ibiza. 

Ebora,  véase  EvorU. 

Écija.  colonia  177,  convento. 


17:$ 


294 


ÍNDICES 


Pá|t. 

Kilitiiios  públicos 245 

Edictos  do  magistrados  romanos..    .  90 

Ejercito  de  España  116  y  ss..,  desde 

Diocleciano 169 

Elche,  colonia  174,  monedas  119,137, 

mosaico 271 

Elenos 226 

Elvira,  véase  Granada. 

K  ni  frita,  véase  Mérida. 

Emilio  Recto,  su  epígrafe  en  Carta- 
gena   96 

Emperadores,  bases  puestas    á  ellos 

en  varias  localidades 110 

Emporio?,  véase  Ampurias. 

Endovellico,  el  dios 109 

Enseñas  (signa)  de  los  manípulos  de 

la  legión 121 

Epígrafes,  véase  Inscripciones. 

Eramprunyá,  San  Miguel  de 230 

Espectáculos,'  téseras  de  los 183 

Esj>ejo,  colonia 176 

Estatuas  261,  284,  de  guerreros  galle- 
gos  :    .    .      263,266,283 

Evora,  monedas    199,    murallas  242, 

templo 248 

Extremadura,  vías  romanas 100 

Fabio  Labeón,  pretor  de  la  Citerior.  98 

Fabri  tubidiani,  los  de  Córdoba..    .    .  92 

faro   en  Portugal 224 

Fenicios 221,282 

Flamines  281,   estatuas  de  ellos   en 

Tarragona 115 

Flavióbriga,  colonia .  175 

Fragmentos  arquitectónicos  de  ori- 
gen incierto 258 

Grade»,  véase  Cádiz. 

Galápagos  de  plomo 183 

Galba,  legado  de  la  Tarraconense..    .  188 
Galicia,  su  prefecto   159,  168,  sepul- 
cros   257 

Genios  de  las  localidades 108 

Gentilidades 107,239 

Oermani,  Oretani 166 

Gerona   230,  mosaico  271,  murallas 

242,  sarcófago 264 

Gerontis  arx 1 

Geryoneus 1 

Glandes  de  plomo 183 

Graco,  Tiberio  Sempronio 89 

Granada  (Elvira),  foro  247,  monedas 

207,  mosaico 271 

Grovios,  los 226 

Guadix,  colonia  174,  estatua  de  Isis 

93,  monedas 119,122,203 

Guisando,  toros  de, Ká.  958 


Hadriano,  una  inscripción  do  Mé- 
rida   98 

Hasta  Regia,  colonia 176 

Hellin,  sarcófago  cristiano 275 

Hemeruscopion 194 

Hércules    Tirio   1,  109,    estatuas    de 

bronce 266 

Hiende  la  Encina,  mina  de 227 

Himilcón 4 

Hinojosa,  cipos  sepulcrales 265 

Hispalis  v.  Sevilla. 

Huelva 226 

Huesca,  monedas 203,  204 

Ibiza,  monedas 196 

Ibros,  castillo  de 230 

ídolos  de  bronce 265 

lio  da,  véase  Lérida. 
lliberri,  véase  Granada. 
llici,  véase  Elche. 

Ilipen8c,    aes 207 

Iloiturgense,  aes 207 

Inscripciones  57,  romanas  69,  la  de 
Aníbal  89,  280,  celtibéricas  59,  180, 
cristianas  80,  dedicadas  á  dioses 
106,  dedicadas  á  los  emperadores 
110,  fenicias  58,  griegas  59,  honora- 
rias 114,  instrit  mentí  domestici  182, 
militares  116,  de  obras  públicas 
95,  sepulcrales  181,  terminales  105, 
127,  tituli  ó  epígrafes. ...  57,  94,  280 
Insignias  militares  en  las  monedas 

romanas 121 

Institución  alimentaria,  en  Sevilla      94 

Iptuci,  monedas 198 

Isis,  estatua,  en  Acci 93 

Itálica,  106,  colonia  177,  guarnición  de 
la  legión  VII,  147,  no  fué  patria 
de  Silio  47,  anfiteatro  260,  bajore- 
lieves  264,  foro  245,  fragmentos  de 
pintura  270,  monedas  119,  137,  mo- 
saico 271,  sepulcros  255,  teatro  250, 
termas    252,    cabeza   de  la  diosa 

Roma 202 

Itucci,  colonia 176 

Ituci,  monedas 197 

Jano,  arco  de 99,  246 

Játiva,  monedas  203,  sepulcros. .    .    .    255 

Jabalíes 264.  856 

Jnliobriga,  cerca  de  Reinosa. .    .      127,  161 

Jumilla,  termas 262 

Juramento,  el  de  los  Aritienses.    .    .      91 
Jurídicos,  los 167.  173 

Lacilbula ,  decreto. 92 

Lacippo,  monedas 199 


III  — MATKKIAS 


295 


Ladrillos  183,  de  la  legión  VII    ...  145 

Lagos,  sarcófago  cristiano 274 

Lámparas  184,  de  barro  cocido. .     .    .  267 
Lara  de  los  Infantes,  cipos  sepulcra- 
les   255 

Lares,  divinidades  locales 109 

Lascuta,  monedas  de 199 

Legados 166 

Legionarios,  naturales  de  España.    .  138 

Legiones,  sus  cuarteles  de  invierno.  119,281 

*■        Legio  I  adiutrix  138,  /  (¿Augusta?)  122, 

II  Augusta    124,    IV  Macedónica 

125,  su  territorio  106,  V  Alaudce,  127, 

VI  Victrix  130,  VII  gemina  140,  IX 

Hispana  138,  X  gemina 134 

León,  residencia  de  la  legión  VII 144, 

cipos  sepulcrales  255,  murallas. .    .  242 

Leonica,  de  los  Edetanos 152 

Lérida,  unida  con  Marsella  194,  mo- 
nedas 203,  mosaico 271 

Letreros  prehistóricos 68 

Leyes  municipales  91,  de  Vipasca.    .  225 

Lezuza,  Libisosa,  colonia 175 

Licinio  Sura 245 

Lingotes  de  metal  183,  de  plomo.  .    .  225 

Liria,  ninfeo 248 

Lisboa,  la  diócesis  de  168,  sarcófago 

I  Y  <g        264,  teatro  250,  termas 252 

Loja,  basílica  cristiana 275 

Lucenses,  el  convento  de  los 173 

Lugo  146,  161,  mosaico  271,  murallas 

212,  termas ■  252 

Lusitania,  la  provincia  de  163, 164, 165, 

vías  romanas 102 

Magistrados  provinciales 170 

Malabella,  Caldas  de 252 

Málaga  222,  224,  229,  ley  de  92,  mone- 
das 197,  mosaicos 271 

Mallorca 227 

Mapalia 227 

Marsella 194 

Martorell,  arco 245 

Martos236,  colonia  177,  sin  guarnición 

137,  murallas 242 

Masalia,  véase  Marsella. 

Massiena,  Cartagena 86 

Mastia,  la  Bastetania 86,  89 

Mataró,  sepulcro 254 

Matres  ó  matronas,  diosas 108 

Medellín,  colonia  175,  murallas..    .    .  242 

Medinaceli.  arco 283 

Medinaceli,  duques  de,  sus  museos.  .  259 

Medina  Sidonia,  monedas 198 

Mello,  Malo 152 

Menorca 227 

Mercurio,  estatuas  de  bronce.    .    .    .  265 


f\YY**V%ry„U  «| 


Pág. 

Mérida,  colonia  176,  acueductos  245, 
anfiteatro  250,  arco  de  Santiago 
245,  circo  250,  el  convento  173,  la 
diócesis  168,  monedas  119, 121, 127, 
129,  134,  mosaicos  271,  murallas 
242,  puente  244,  teatro  250.  251,  tem- 
plos  248,249 

Mértola,  estatuas 284 

Metellina  castra 176 

Metellinum,  véase  Medellín. 

Miliarios 96 

Milicias  provinciales 156 

Minas  fenicias.  • 224 

Minerva,  estatvias  de  bronce 266 

Minicio  Natalis,  su  testamento.    .    .      94 
Mitos  más  antiguos  relativos  á  Es- 
paña         1 

Mombuy,  Caldas  de 252 

Monedas,  187,  de  Ampurias  y  Rosas 
194,  281,  cartaginesas  en  España 
199,  ibéricas  de  la  Citerior  204, 
de  la  Ulterior  206,  lusitanas  199. 
púnico-bispanas  197,  207,  romanas 
de  España  119,  201,  208,  de  Sagun- 
to  201,  turdetanas  198,  207,  visi- 
godas  209 

Montemayor,  mosaico 271 

Montemor.    .    .    .• 283 

Montoito 283 

Monumentos  artísticos  211,  239,  cris- 
tianos 273,  sepulcrales 253 

Moral,  cipos  sepulcrales 255 

Mosaicos 270,  275 

Mumio,  Lucio,  el  de  Corinto 106 

Hunda,  colonia  (?) 177 

Murallas  y  puertas 241.  283 

Museos  de  España  241,  el  nacional  de 
antigüedades  260,  prehistórico  260, 
de  Raxa  260,  Real  del  Prado  259, 
de  reproducciones  artísticas  259, 
varios  de  Madrid  259,  260,  de  los 
duques  de  Medinaceli 259 

Navetas 227 

Nerón,  en  lina  inscripción  de  Olisipo.  96 

Ninfas,  divinidades  locales 109 

Norba,  véase  Cáceres. 

Novio  Rufo,  un  edicto  suyo 91 

Numancia,  242,  murallas 242 

Nurhages  de  Cerdeñn 227 

Oba,  monedas  de 199 

Obras  del  arte  esculturarú. 259 

Obulca,  véase  Porcuna 207 

Olcades 89 

Olérdulu .230 

Olontigi,  monedas  de 197 

20 


29  ¡ 


ÍNDICES 


Hf. 

Olot,  sepulcros 257 

Oppida  rir/iim    HiiiiKiniintni 178 

Orippm$e,at¿ 207 

Oi-riniii  Oermanorwn IW 

Orité»,  los  Ibéricos,  Oretanos.    ...  89 
Osea,  véase  Huesca. 

Osicerda,  monedas  de ¿08 

Osuna,  colonia  176,  ley  92.  157,  pin- 
turas 270,  sepulcros 251.257 

Pacheco,  Paciacus 152 

Pactum  flducio),  de  Bonanza.    ...  93 
rnlliiiitin,  véase  Patencia.' 

Palazuelo,  minas  de 226 

Palencia,    decreto  92.   murallas  212, 

mosaico 271 

Paleografía  de  las  inscripciones.    .    .  83 
Palma,  mosaico  cristiano  275.  sepul- 
cros   255 

Palomas,  isla  do  las 263 

Pamplona,  decreto  de 92 

Panojas,  en  Portugal 235 

Paulo,  Lucio  Emilio,  un  edicto  suyo..  90 
J'<i.r  Julia,  véase  Beja. 

Pesas,  de  metal  ó  de  piedra 183 

Petavonium,  en  Galicia 161 

Piedras  balanceantes  282,  grabadas. .  268 

Pilatos,  casa  de,  en  Sevilla     ....  259 

Pintara  antigua,  obras  de  la 269 

Platos  y  platillos 184 

Poblaciones,  clases  de  ellas 173 

Pompcelo,  véase  Pamplona. 

Pompeyo  Magno  90.  el  hijo 183 

Porcuna,  monedas  de 207 

Porto 225 

Prado,  museo  del 259 

Prefecto  de  la  ora  marítima 157 

Pretores 166 

Procónsules 166 

Procuradores 171 

Puentes  y  viaductos 244 

Puertas 241 

(¿uceslores 170 

I  í  a  xa .  museo  de,  en  Mallorca.    .    .    .  260 

Recintos  fortificados 229 

Beinosa 280 

Reproducciones  artísticas,  museo  de 

las 960 

Reus,  su  campiña,  sepulcros "255 

fihodt,  véase  Rosas. 

Rio  Tinto 226 

Ríos,  venerados  como  dioses 109 

Roma,  la  diosa,  su  cabeza  en  Sevilla.  262 

Bosas  229,  monedas 194 

Rota,  temido 249 


Sabroso 9B9 

Sastabit.  véase  Játiva. 
Sagunto  85,  87,  230,  unido  con  Mar- 
sella 194.  acueducto  245,  circo  25<>. 
monedas  201,  murallas  242,  sepul- 
cro de  los  Antonios  255,  templos 
248.  249,  termas  252,  vasos.  .  .  184,967 
Salada,  véase  Alcacer  do  Sal. 

Salamanca,  mosaico  271,  toro  ójabaü.  254 

Suluriu,  colonia 175 

Salinas  fenicias 223 

SdJ¡>in8a,  lej-  de 92 

Santa  Coloma,  sepulcro 255 

Santa  Iría 2">2 

San  Cristóbal  de  Castro 146, 161 

San  Roque,  en  Portugal 232 

Santander  240,  mosaico 271 

Santarem,  colonia  176,  el  convento  de  173 

Santiago,  mosaico 271 

San  Vicente,  junto  á  CAceres,  toros.  .  254 

Sarcófagos 263 

Sanaría,  de  Panonia 152 

Sctill ubi»,  véase  Santarem. 

SegUamo  152,  decórete 92 

Segovia,  acueducto  245,  cipos  sepul- 
crales   255 

Sellos  de  fábrica,  véase  Inscripcio- 
nes instrumenti  domestici. 

Sepulcro  de  los  Escipiones 255 

Sepulcros  antropoides  230,'283,  en  for- 
ma de  barriles  281.  tajados  en  la 

roca 254 

Septimio  Severo 147 

Sergio,  Manió,  pretor  de  la  Citerior. .  98 

Setúbal  224.  termas 25:.' 

Sevilla,  colonia  176.  convento  173. 
murallas  242,  sepulcros  255,  tem- 
plo   248 

Sexi,  monedas 197 

Siarum,  decreto 92 

Sint/M,  teatro 250 

Sitios  del  culto  primitivo 234 

Spálatro,  de  Dalmacia 152 

Sutarri,  en  Galicia 152 

Taipas,  Caldas  de 252 

Talavera  de  la  Reina,  sarcófago  cris- 
tiano 275.  templo 248 

Talavera  la  Vieja,  foro  245,  templo.    .    248 

Talayots.  los 227 

Tarchicb,  véase  Tartessus. 

'furruco,  véase  Tarragona. 

Tarraconense,  el  convento  173,  la  dió- 
cesis 167,  la  provincia  164,  vías  ro- 
manas  98, 100 

Tarragona,  229,  acueducto  245.  anfi- 
teatro 250.  bajorelieves  de  un  arco 


III  —  MATERIAS 


'297 


Pág. 

triunfal  264,  centro  militar  de  la 
provincia  137, 143,  circo  250,  colo- 
nia 174,  fragmentos  de  pintura  270, 
inscripción  en  la  roca  viva  254, 
monedas  203,  mosaicos  271,  mura- 
llas 241,  sarcófagos  263,  sepulcros 
255,  teatro  250,  templo  248,  termas 

252,   vasos 184 

Tars'éion,  véase  Tartessus. 

Tarsis,  Tarchich 1,89,227 

Tartessus 1,  86 

Tavira,  termas 252 

Teatros  249,  de  Lisboa  y  Mérida.     .    .      96 

.Tejas 183 

Templos 247,283 

Teodosio  el  Grande,  disco  de.    .     183,  266 

Términos  Augustales 105 

Teseras  gladiatorias 183 

Testamento  de  un  militar  en  Barce- 
lona 94,  de  una  señora    sevillana 

94,  fragmentos  de 94 

Thersites,  véase  Tarsis. 

Toledo,  circo 250 

Tormogi,  gente  de  España 152 

Torralva,  toro  ó  jabalí 254 

Torre  de  Bará 255 

Torremolinos,  mosaico  271,  termas.    .    252 
Tortosa,  colonia  175,  monedas  203,  sin 

guarnición 137 

Tratado  con  Asdrúbal 87 

Tratados  romanos  con  Cartago  85, 
con  Sagunto  y  Emporim  87,  163,  el 
de  Graco  con  los  Celtíberos.  ...      89 

Trofeos  de  Pompeyo 90 

Tropas  españolas  de  Aníbal 89 

Trujillo,  cipos  sepulcrales, 255 


Tubos  de  plomo 183 

Tucci,  véase  Martos. 

Turi  Begina,  monedas 199 

TJbeda,  mosaico 271 

Ucubi,  véase  Espejo. 

Ulterior,  sus  fronteras.    .         ....  163 

Umeri,  Cantabria 252 

Tirso,  véase  Osuna. 

Valencia,  colonia 174 

Varna,  monedas 198 

Vasijas 184 

Vasos,  véase  Apolinares;  pintados  281, 

saguntinos 184,  267 

Veleia 162 

Velez  Rubio .282 

Vesci,  monedas 199 

Vespasiano,  edicto  de 91 

Vexilos  de  cuerpos  militares 122 

Vía  Augusta 98 

Viaductos 244 

Vías  romanas 98 

Vich,  templo 283 

Vidrios 268 

Villajoyosa,  sepulcro 255 

Villamoros  de  Mansilla,  León.    .    .    .  234 

Villavieja  cerca  de  Tarifa 223 

Vipasca,  ley  de 92,  225 

Vizella,  Caldas  de 252 

Zalamea  de  la  Serena,  termas. .    .    .  252 
Zaragoza,  colonia  175,  convento  173, 
monedas  119,  125,  130,  134,  sarcó- 
fago cristiano 272 

Zo'élae,  decreto  de  los 94 


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ÍNDICE 

DEL   CONTENIDO   DE   ESTA   OBRA 


PREFACIO Páginas      v-    x 

I.  —  Los  Geógrafos 
§§       1-29 »  1-27 

II.  —  Los  Historiógrafos 
§§30-53 »  28-56 

III.  —  Las  Inscripciones 
§§54-126 »  57-185 

IV.  —  Las  Monedas 
§§127-140 »        187-209 

V.  —  Los  Monumentos 
§§141-171 »        211-277 

ADICIONES »  279-284 

FE  DE  ERRATAS »  285-286 

ÍNDICES 

de  autores  antiguos »  287-288 

de  autores  modernos »  288  -  291 

de  materias »  292-297 


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