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Full text of "La creación del mundo moral : tres conferencias dadas en la Sociedad científica argentina, como presidente de la misma"

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AGUSTÍN   ALVAREZ 

•ROFESOR   EN  LA  UNIVERSIDAD   DE  LA  PLATA 


LA  CREACIÓN 


DEL 


JNDO  MORAL 


TRES  COJSÍFERENCIAS  DADAS  EN  LA 
SOCIEDAD  CIENTÍFICA  ARGENTINA, 
COMO  PRESIDENTE   DE  LA  MISMA 


^lADRID 

LIBRERÍA  GENERAL  DE  VICTORIANO  SUÁREZ 

4S,     PRECIADOS,     4*.$ 

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LA  CREACtóN  DEL  MUNDO  MORAL 


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I 


A  manera  de  sinfonía. 


Gracias  á  un  prodigio  de  la  ciencia  he 
presenciado  un  prodigio  de  la  naturale- 
za, asistiendo  en  un  biógrafo  á  la  niara 
villosa  transformación  de  la  larva  de  la 
libélula  en  insecto  perfecto. 

Llegado  el  momento  de  la  evolución, 
en  algunos  minutos  la  cantidad  se  trans- 
mutaba en  calidad;  la  masa  informe  en 
órganos  definidos:  en  cabeza,  en  ojos,  en 
antenas,  en  patas,  en  alas,  en  timón,  y 
en  seguida  el  ex-gusano,  instituido  de  im- 
proviso en  príncipe  del  aire,  se  echaba 
á  volar  por  el  espacio  azul,  ebrio  de  luz, 

?    de  calor,  de  belleza,  de  amor  v  de  ale- 

f    gría  de  vivir. 

Me  parecía  ser  ello  una  representación 


—  6  — 

abreviada  de  esa  dilatada  metamorfosis 
de  la  imbecilidad  humana  en  lucidez,  al 
conjuro  de  esa  hada  benéfica  de  la  huma- 
nidad, que  llamamos  la  ciencia,  tan  re- 
tardada entre  nosotros  por  esa  hada  del 
fanatismo,  que  es  la  superstición,  y  por 
esto  mayormente  necesitados  de  apresu- 
rarnos á  recuperar  en  el  estado  de  cultu- 
ra el  tiempo  perdido  en  el  estado  de  bar- 
barie, para  rescatar,  con  el  aceleramien- 
to de  la  evolución  mental,  alguna  parte 
de  las  energías  por  tanto  tiempo  malo- 
gradas en  la  veneración  estática  del  pa- 
sado legendario  y  en  la  adivinación  ilu- 
soria del  futuro  fantástico,  y  poder  así 
elevarnos  desde  la  región  tenebrosa  de 
las  verdades  sobrenaturales  en  que  viven 
los  demonios  y  las  brujas,  como  los  mur- 
ciélagos en  los  rincones  obscuros,  hasta 
la  región  en  que  se  desvanecen,  á  la  luz 
de  los  conocimientos  humanos,  los  fan- 
tasmas creados  ó  engendrados  por  el 
miedo  en  la  penumbra  de  la  inteligencia 
humana. 
Porque  esa  hada  del  progreso  es  el 


instrumento  propio  para  la  educación  de 
los  sentimientos,  y  para  el  relevamiento 
de  la  inteligencia  humana,  que  «es  la 
fuerza  capital  de  nuestro  mundo,  porque 
es  la  que  las  pone  á  todas  en  acción». 

El  hambre  y  el  amor  en  bruto  impul- 
san á  robar  los  alimentos  ó  la  mujer;  á 
explotar,  á  esclavizar  ó  á  matar  al  próji- 
mo, á  comerle  sus  carnes  ó  sus  energías; 
á  vender  el  derecho  por  un  plato  de  len- 
tejas y  la  libertad  por  la  protección,  y 
sólo  cuando  aparece  la  razón,  y  en  la  me- 
dida en  que  ésta  suministra  al  hambre  y 
al  amor  mejores  medios  de  llegar  á  ma- 
yores resultados,  la  industria  reemplaza 
á  la  rapiña,  el  derecho  á  la  fuerza,  la  paz 
á  la  guerra,  la  cortesía  á  la  intimidación, 
siendo  así  cómo  la  experiencia  y  la  cien- 
cia han  hecho  la  gimnasia  del  intelecto  y 
cómo  el  intelecto  ha  hecho  la  educación 
del  sentimiento,  y  entrambos  la  civiliza- 
ción, en  la  misma  manera  en  que  una 
mano  lava  á  la  otra  y  las  dos  lavan 
la  cara. 

Con  el  último  instrumento  de  que  la  ha 


—  8  — 

dotado  Marconi,  esa  hada  benéfica  de  la 
humanidad  fué  la  paloma  mensajera  de 
la  leyenda  bíblica  y  la  nueva  providencia 
que  encontró  en  la  obscuridad  de  la  no- 
che, y  trajo  el  arca  de  salvación  hasta 
los  náufragos  del  Titanic,  desamparados 
entre  los  témpanos  de  hielo  en  la  inmen- 
sidad del  Océano,  y  el  predominio  del 
sentido  moral  sobre  el  instinto  animal  de 
conservación,  en  los  1.500  pasajeros  y 
tripulantes  que  se  ahogaron  deliberada- 
mente para  salvar  á  las  mujeres  y  los 
niños,  fué  la  rama  de  olivo  que  anuncia 
los  grandes  días  de  la  humanidad  para  la 
época  en  que  la  más  elevada  norma  mo- 
ral de  las  relaciones  entre  los  individuos 
superiores  sea  alcanzada  por  los  inferio- 
res y  llegue  á  ser  la  moral  ordinaria  de 
las  relaciones  entre  las  agrupaciones  hu- 
manas. 

Entretanto,  cuando  nada  se  sabía  del 
cielo  y  de  la  tierra,  los  hombres  imagi- 
naron los  gobernantes  misteriosos  de  los 
fenómenos  del  cielo  y  de  la  tierra,  irrita- 
bles  y   aplacables   como  ellos  mismos. 


~  9  - 

pero  inescrutables,  y  en  ese  mismo  ma- 
terial hipotético  se  tallaron  los  potenta- 
dos de  hecho  humano,  temporales  ó  espi- 
rituales, para  ellos  y  sus  sucesores,  el 
derecho  sobrehumano  de  someter  á  los 
otros  hombres  á  su  dominación  para  go- 
bernarlos á  discreción,  y  el  de  impedirles 
la  elaboración  de  nuevas  hipótesis  para 
no  dejar  de  gobernarlos  jamás. 

Pero  desde  qne  los  dominados  se  pusie- 
ron á  obrar  para  saber,  y  á  saber  para 
poder,  aun  sin  dejar  de  suplicar  para  con- 
seguir, y  lograron  levantar  enfrente  de 
la  hipótesis  de  la  paternidad  la  hipótesis 
de  la  igualdad,  la  hipótesis  de  la  evolu- 
ción enfrente  de  la  hipótesis  de  la  crea- 
ción, sustituyendo  la  ciencia  á  la  revela- 
ción y  la  inteligencia  humana  á  la  provi- 
dencia imaginaria,  el  esclavo  en  ciego 
de  la  naturaleza  inescrutada,  empezó  á 
transformarse  en  beneficiario  de  las  fuer- 
zas naturales,  á  medida  que  los  poderes 
nacidos  de  la  ciencia  desalojaban  á  los 
poderes  nacidos  de  la  ignorancia. 

Por  el  desenvolvimiento  de  la  razón 


—  10  — 

humana  se  llegó  al  descubrimiento  de  los 
derechos  del  hombre  que  limitaron  la 
omnipotencia  de  los  reyes  con  las  cartas 
constitucionales,  y  al  descubrimiento  de 
las  fuerzas  naturales  que  limitaron  la 
omnipotencia  de  los  dioses,  usufructuada 
por  sus  seudo-elegidos  contra  sus  sen- 
do-preteridos,  y  el  hombre  común  em- 
pezó á  redimirse  de  la  servidumbre  por 
la  libertad  y  de  la  ignorancia  por  la 
ciencia. 

Nuestros  antepasados,  que  se  encandi- 
laban el  entendimiento  con  máximas  sa- 
gradas, porque  habían  abdicado  el  uso 
de  la  razón  humana,  y  se  alumbraban 
por  la  noche  con  candiles  de  sebo,  en  la 
vecindad  de  las  cascadas  virtuales  de  luz 
eléctrica  en  estado  ignoto,  porque  habían 
ahogado  á  la  curiosidad  inquisitiva  en  el 
estanque  de  la  fe  ciega,  y  que  temblaban 
de  frío  en  invierno  sobre  los  yacimien- 
tos de  carbón  fósil,  porque  habían  abu- 
sado de  la  leña  para  hacer  prevalecer 
por  la  hoguera  la  verdad  del  pasado  so- 
bre la  verdad  del  presente;  nuestros  an- 


->  11  — 

tepasados  medioevales  no  pudieron  des- 
cubrir cosa  alguna,  ni  hacer  nada  más 
que  vilipendiarse  y  pelearse  por  dogmas 
de  más  ó  de  menos,  porque  se  habían 
amputado  con  la  voluntad  de  creer  en  lo 
que  no  vieron,  para  salvarse  por  la  con- 
vicción de  lo  que  no  existe,  esta  voluntad 
de  «obrar  para  saber  y  de  saber  para 
obrar»,  por  medio  de  la  cual  la  vanguar- 
dia de  la  especie  humana,  después  de  ha- 
ber exterminado  al  lobo  y  descubierto  al 
microbio,  está  llegando  á  la  región  de  la 
luz,  de  la  belleza,  de  la  bondad,  mientras 
el  cuerpo  principal  está  aún  rezagado  en 
las  tinieblas  pavorosas  de  la  supersti- 
ción, y  la  retaguardia  en  el  purgato- 
rio de  la  barbarie  ó  en  el  infierno  del 
salvajismo,  combatiendo  la  maldad  con 
la  brutalidad  y  la  enfermedad  con  el 
exorcismo. 

Para  un  espíritu  activo  no  hay  nada 
más  cansador  que  el  descanso  prolonga- 
do, y  porque  la  ociosidad  eterna  anona- 
daría, de  suyo,  al  más  omnipotente  de  los 
poderes,  la  agencia  creadora  del  niundo 


—  12  — 

de  las  cosas  inanimadas  y  del  mundo  de 
los  seres  animados,  se  transfirió,  se  in- 
fundió ó  se  disolvió  en  el  último  eslabón 
del  mundo  animal  para  transcurrir  pe- 
rennemente del  ser  al  devenir,  en  la 
creación  del  mundo  moral:  el  mundo  de 
la  bondad,  la  belleza  y  la  justicia;  el 
mundo  de  las  ideas  y  los  sentimientos, 
progenitor  de  la  libertad,  el  derecho,  las 
ciencias  y  las  artes,  las  lenguas,  las  lite- 
raturas, las  ciudades  y  las  nacionali- 
dades. 

Pues  si  todo  esto  hubiese  sido  hecho 
perfecto  desde  el  principio,  sobre  que 
nada  tendría  que  hacer  el  hombre  en  el 
mundo,  ni  Dios  á  quien  juzgar  en  el  cie- 
lo, ni  el  diablo  á  quien  llevarse  al  infier- 
no, todas  las  perfecciones  carecerían  de 
medida,  puesto  que  sólo  tienen  sentido 
respecto  de  la  imperfección,  y  los  salva- 
jes contemporáneos  desempeñan  el  rol  de 
esos  animales  de  experimentación  en  los 
laboratorios,  á  los  cuales  no  se  inocula  el 
específico  para  que  sirvan  de  testigos  de 
la  eficacia  del  remedio  en  los  inoculados. 


—  IS  — 

Si  pudiésemos  recomenzar  una  nueva 
existencia,  también  preferiríamos  reco- 
menzarla en  la  infancia  y  la  inocencia,  y 
no  en  la  vejez  y  la  sabiduría.  Y  al  acto 
de  un  ser  que  destacase  una  parte  de  su 
ser  ó  de  su  poder,  una  parte  de  sí  mismo 
á  correr  desventuras^  á  errar,  sufrir, 
llorar  y  rezar,  para  enjuiciarla  después 
con  la  parte  quedada'  en  holganza^  pre- 
miarla ó  castigarla,  retrotraerla  á  sí  ó 
repudiarla  á  perpetuidad,  no  podría- 
mos darle  un  nombre  que  no  fuese  ofen- 
sivo para  cualesquiera  especie  de  inteli- 
gencia. 

Y  el  dios  de  incógnito,  que  estaba  la- 
tente en  el  primer  hombre  que  apareció 
en  la  tierra,  el  ser  superior  que  los  visio- 
narios buscaban  afuera  y  que  estaba 
oculto  adentro  de  ellos  mismos,  el  gusa- 
no de  polvo  de  la  metáfora  eclesiástica, 
empezó,  finalmente,  á  desenfundar  sus 
aptitudes  de  sus  disfraces  de  imbecili- 
dad inicial  y  de  superstición  consecutiva, 
para  levantarse  [áe  la  tierra  y  lanzarse 
también  al  espacio  azul,  en  esa  nueva 


—  14  - 

libélula ,  compuesta  de  ingenio  y  vo- 
luntad, de  acero,  madera,  trapo  y  ben- 
cina, recién  nacida  de  la  mente  hu- 
mana y  que  ya  sobrepasa  al  águila  y  al 
cóndor. 


II 


De  la  diabolidad  y  la  divinidad 
á  la  humanidad. 

Cuando  somos  felices  deseamos  que  los 
otros  lo  sean  á  la  vez,  porque  las  dichas 
compartidas  se  agrandan;  y  cuando  so- 
mos desgraciados,  desearíamos  que  los 
otros  también  fuesen  desgraciados,  por- 
que las  penas  compartidas  se  achican.  De 
lo  primero  hemos  hecho  á  Dios,  que  quie- 
re agrandar  su  dicha  haciendo  dichosos; 
y  de  lo  segundo,  al  diablo,  que  quiere 
achicar  su  desdicha  haciendo  desdicha- 
dos: el  uno  es  la  encarnación  del  bien; 
el  otro,  la  del  mal. 

Proporcionando  al  individuo  los  me- 
dios de  ser  feliz,  se  le  pone  en  condición 


—  16  — 

de  querer  que  sean  felices  los  demás,  y 
viceversa.  Por  esto,  las  civilizaciones 
afirmativas  de  la  posibilidad  de  alcanzar 
la  dicha  humana  con  el  esfuerzo  huma- 
no, trabajan  sobre  los  sentimientos  hu- 
manos en  el  sentido  divino  de  la  vida, 
que  es  el  sentido  optimista,  y  las  civili- 
zaciones negativas  de  esa  posibilidad  tra- 
bajan en  el  sentido  diabólico,  que  es  el 
sentido  pesimista  ó  fatalista,  porque  na- 
die procura  para  sí  lo  indeseable,  y  por- 
que es  el  ánimo  con  que  se  hace  el  ca- 
mino de  la  vida,  lo  que  mayormente  alla- 
na las  dificultades  ó  las  agranda,  como 
lo  expresa  el  cantar: 

«Cuando  voy  á  casa  de  Rosalía, 
se  me  hace  cuesta  abajo  la  cuesta  arriba; 

j  cuando  vuelvo, 
se  me  hace  cuesta  arriba  la  cuesta  abajo.» 

Y  el  mismo  hecho  natural  de  la  termi- 
nación de  la  vida,  tan  natural  como  el 
hecho  del  comienzo,  y  lo  mejor  que  hay 
en  el  mundo  después  de  la  vida,  en  cuanto 
es  la  previa  seguridad  de  la  terminación 


—  17  — 

de  todos  los  males  irremediables;  es  tam- 
bién, como  la  casa  de  Rosalía,  una  cuesta 
arriba  para  el  que  la  teme,  una  cuesta 
abajo  para  el  que  la  desea,  y  un  accidente 
inopinado  para  el  que  no  la  teme,  ni  la 
desea,  ni  piensa  en  ella. 

Nadie  puede  dar  lo  que  no  tiene,  y  no 
puede  dar  la  dicha  el  que  está  instituido 
en  arsenal  de  desdichas  reales  ó  imagi- 
narias, como  no  puede  dar  la  alegría  el 
que  está  triste,  ni  la  cultura  el  que  está 
inculto,  ni  la  luz  el  que  está  á  obscuras; 
como  no  puede  construir,  ni  ideal  ni  ma- 
terialmente, el  que  carece  de  los  respec- 
tivos materiales  de  construcción.  Por  esto 
no  pudieron  hacer  dioses  vestidos  los 
hombres  que  andaban  desnudos,  ni  dioses 
justicieros  los  que  no  tenían  idea  alguna 
de  la  justicia,  ni  dioses  alegres  los  pue- 
blos tristes,  ni  dioses  indulgentes  los  pue- 
blos rencorosos. 

El  que  vive  entre  bárbaros  se  contagia 
de  barbarie,  como  el  que  vive  entre  mal- 
vados se  contagia  de  perversidad  el  es- 
píritu; y  con  tales  elementos  nadie  puede 

2 


-  18  — 

convertirse,  sino  por  excepción,  en  al- 
macén de  amenidades,  mientras  que  la 
alegría  y  la  bondad  también  son  conta- 
giosas, pero  no  pueden  irradiar  de  un  an- 
tro de  rencores  y  resentimientos,  susci- 
tados en  cada  uno  por  la  torpeza,  la  gro- 
sería ó  la  malevolencia  de  los  otros.  El 
material  de  que  hemos  hecho  á  Dios — el 
deseo  del  bien  para  los  otros — no  puede 
elaborarse  en  los  que  viven  en  una  at- 
mósfera de  maldades  y  son  un  caldero 
de  acritudes,  sólo  propio  para  la  elabora- 
ción del  deseo  del  mal  para  los  otros,  que 
es  el  material  de  que  hemos  hecho  al 
diablo. 

Cronológicamente,  éste  ha  precedido  á 
aquél  en  los  mismos  millares  de  siglos  en 
que  el  hombre  salvaje  ha  precedido  al 
hombre  civilizado,  pues  el  ser  humano, 
en  el  estado  de  bestia  humana,  sólo  po- 
día concebir  ó  engendrar,  con  los  ele- 
mentos de  su  imaginación,  dioses  al  es- 
tado de  superbestias. 

Cuando  todo  el  bien  que  un  ser  huma- 
no recibe  de  otros  seres  humanos  pro- 


-    19  — 

viene  sólo  del  miedo  de  éstos  á  la  maldad 
de  aquél,  no  existe  en  el  espíritu  humano 
el  material  para  hacer  los  dioses  buenos, 
y  el  salvaje  sólo  puede  imaginar  los  es- 
píritus malos,  que  el  hechicero  indio,  es- 
pecialista en  el  arte  de  asustarlos  y  po- 
nerlos en  fuga,  expulsa  del  cuerpo  de  los 
enfermos  por  medio  de  ritos  y  ceremo- 
nias intimidantes,  que  es  el  mismo  carác- 
ter específico  del  exorcismo  cristiano, 
para  expulsar  los  demonios  del  cuerpo 
de  los  poseídos. 

Cuando  el  hombre  no  sabe  nada  no 
puede  imaginar  seres  que  sepan  más  que 
él  mismo,  y  por  este  motivo  ningún  dios 
ha  sabido  que  la  tierra  fuese  redonda 
antes  de  que  la  expedición  de  Magallanes 
diese  la  vuelta  al  mundo. 

Como  los  seres  imaginarios  son  un 
mero  trasunto  espiritual  de  los  seres  rea- 
les, los  de  cada  nueva  era  son  superiores 
á  los  de  la  vieja,  y  los  hombres  de  cada 
época  son  mejores  que  los  dioses  de  las 
épocas  precedentes,  y  en  la  contienda 
consecutiva  entre  los  dioses  nuevos  y  los 


-    20   ^ 

viejos,  entre  los  hombres  nuevos  y  los 
dioses  anticuados,  éstos  representan  la 
barbarie  y  aquéllos  la  civilización.  Y  así 
acontece  que,  mucho  después  que  una 
agrupación  humana  ha  dejado  de  ser  ca- 
níbal, sus  viejos  dioses,  retardados,  si- 
guen exigiendo  sacrificios  humanos  de 
sus  fieles  para  desenojarse  con  ellos;  sa- 
crificio de  vidas  en  un  principio,  y  de  bie- 
nes, de  goces  y  de  alegrías  más  tarde.  Y 
sólo  centenares  de  siglos  después  de  haber 
cesado  en  los  padres  el  derecho  de  morti- 
ficar y  matar  á  los  hijos,  se  llega  también 
á  negárselo  á  los  dioses,  sustrayéndose 
los  fieles  mismos  á  las  epidemias  con  la 
higiene,  á  la  crueldad  con  la  cultura,  y  á 
los  terremotos  con  las  casas  de  cemento 
armado,  reservándoles,  como  último  res- 
to de  un  poder  en  decadencia,  el  dere- 
cho de  aniquilar  á  los  jóvenes  robustos 
en  la  guerra,  poder  que  les  agradecemos 
solemnemente  cuando  lo  han  empleado 
en  perjuicio  de  nuestros  enemigos,  ó  les 
agradecen  éstos  cuando  lo  han  empleado 
en  perjuicio  nuestro. 


—  21  — 

Cuando  toda  autoridad  de  una  persona 
sobre  otras  procede  del  mayor  poder,  la 
única  forma  de  relación  entre  ellas  es  la 
expresión  de  la  voluntad  del  más  fuerte 
y  la  prevención  de  los  males  con  que  cas- 
tigará la  inobediencia  del  menos  fuerte, 
pues,  para  que  una  orden  se  convierta  en 
acción,  basta  que  sea  obedecida,  y  no  es 
necesario  ni  que  ella  sea  buena,  ni  que 
el  ejecutante  forzoso  sea  capaz  de  com- 
prender su  objeto,  su  utilidad  ó  su  bon- 
dad. Un  consejo,  por  el  contrario,  no 
puede  llegar  á  ser  una  acción,  sino  cuan- 
do el  aconsejado  puede  comprender  su 
acierto  ó  su  conveniencia. 

Por  lo  tanto,  es  apto  sólo  para  ejecu- 
tar órdenes,  buenas  ó  malas,  el  que  es 
incapaz  de  seguir  consejos;  y  si  las  ór- 
denes son  buenas,  las  acciones  corres- 
pondientes podrán  ser  buenas  también, 
con  lo  que  todos  los  problemas  de  mejo- 
ramiento social,  en  el  régimen  de  la  au- 
toridad, se  reducen  á  la  educación  del 
príncipe  y  á  la  reforma  de  las  leyes  y  los 
reglamentos,  prescindiendo  del  problema 


—  22  — 

de  la  capacidad  de  comprenderlos  en  los 
ejecutantes,  que  es,  precisamente,  el  pro- 
blema de  la  libertad  individual  de  obrar 
bajo  los  dictados  del  propio  entendimien- 
to, el  cual  viene  á  ser  artículo  de  pri- 
mera necesidad  cuando  la  regla  de  con- 
ducta es  optativa,  y  atributo  superfluo 
cuando  la  regla  es  compulsiva. 

La  ventaja  del  primer  sistema  consiste 
en  que  un  imbécil  puede  ejecutar  la  ac- 
ción pensada  por  un  ser  inteligente,  y  su 
desventaja,  en  que  deja  subsistente  en 
aquél  la  imbecilidad,  que  no  es  obstáculo 
para  la  ejecución  pasiva  de  la  buena  ac- 
ción impuesta,  y  que  el  acto  resulta  bue- 
no, pero  no  resulta  moral;  desde  que  el 
ejecutante  está  en  el  mismo  caso  pasivo 
del  caballo  de  una  ambulancia  en  que  un 
herido  es  conducido  á  un  sanatorio. 

La  orden  podrá  ser  impartida  por  el 
dictador  benévolo  de  Renán  y  ser  razo- 
nable también,  pero  no  hará  surgir  por 
ello  en  el  ejecutante  la  benevolencia  y  la 
razón  que  sean  innecesarias  para  darle 
cumplimiento,  pues   el   discernimiento 


—  23  — 

propio  no  puede  ejercitarse  en  lo  que  no 
interviene^  como  era  el  caso  de  aquellos 
capuchinos  que  el  viajero  inglés  Young 
vio  en  París  en  1789,  plantando  las  coles 
con  las  raíces  en  el  aire  y  las  hojas  en  la 
tierra,  para  adiestrarse  en  el  hábito  de  la 
obediencia  ciega^  en  la  más  lógica  y  com- 
pleta adhesión  al  aforismo  de  San  Agus- 
tín, según  el  cual,  «había  en  las  Sagradas 
Escrituras  más  sabiduría  que  toda  la  que 
pudiei'a  provenir  del  ingenio  humano». 
Empleados  de  ese  modo,  los  más  perfec- 
tos dogmas  serían  una  máquina  perfecta 
de  atrofiar  la  razón  y  el  discernimiento 
individual.  Por  esto,  la  apariencia  de  ci- 
vilización que  los  misioneros  habían  ela- 
borado en  los  indígenas  de  las  Misiones, 
enseñándoles  á  dejarse  conducir  y  no  á 
conducirse,  desapareció  ipsofacto  con  la 
expulsión  de  los  jesuítas  por  Carlos  III. 
Y  aquí  se  destaca  en  su  mayor  relieve 
la  diferencia  fundamental  entre  los  cura- 
dores de  las  almas  y  los  educadores  de 
la  inteligencia,  porque  éstos  se  proponen 
hacerse  innecesarios  al  pupilo  acciden- 


—  24  - 

tal,  y  aquéllos  se  propoiíen  hacerse  Im- 
prescindibles al  pupilo  perpetuo;  los  unos 
se  proponen  hacer  aparecer  su  propia 
superioridad  en  el  alumno  para  emanci- 
parlo del  maestro  y  de  la  disciplina  es- 
colar, y  despedirlo  de  la  escuela;  los 
otros,  por  el  contrario,  se  proponen  en- 
feudar la  mente  del  hombre  común  á  su 
superioridad  espiritual  privilegiada  é  in- 
comunicable al  hombre  común,  para  in- 
corporarlo á  su  rebaño  de  fieles,  apri- 
sionándolo con  sus  terrores  y  sus  espe- 
ranzas específicas  en  su  credo  y  en  su 
iglesia. 

La  mente  humana,  reducida  á  simple 
cabalgadura  del  precepto  religioso,  en  el 
creyente  instituido  en  simple  instrumento 
de  la  voluntad  divina;  la  razón  humana, 
tomada  superfina  por  la  presencia  de  la 
razón  divina;  y  el  catecismo,  empleado, 
en  consecuencia^  para  injertar  la  clari- 
videncia de  los  profetas  pasados  en  la 
imbecilidad  inalterable  de  las  generacio- 
nes venideras,  esto  es  lo  que  podríamos 
llamar  el  método  musulmán  de  anular 


—  25  - 

con  la  seudo  inteligencia  divina  á  la  in- 
teligencia humana. 

Ciertamente,  el  superior  que  diese  los 
motivos  de  su  orden  se  vería  expuesto  á 
ser  justamente  desobedecido  por  el  infe- 
rior que  la  considerase  equivocada  por 
incapacidad  de  comprender  su  acierto,  y 
no  es  posible  entonces  pasar  de  la  disci- 
plina de  la  obediencia  inmotivada  á  la 
disciplina  de  la  obediencia  racional,  sino 
creando  en  el  inferior  la  capacidad  de 
comprender  los  motivos  del  superior, 
con  lo  que,  como  en  el  «Mensaje  á  Gar- 
cía», la  mera  enunciación  del  propósito 
hará  innecesaria  la  orden,  pues  cuando 
el  razonamiento  adquiere  en  el  espíritu 
del  inferior  ó  del  igual  inteligentes,  la 
eficacia  que  tienen  en  el  espíritu  del  in- 
ferior ó  del  igual  en  bruto  el  látigo  y  el 
palo,  éstos  se  tornan  innecesarios  para 
aquél. 

Por  esto,  los  dioses  que  dictaban  en  la 
antigüedad  sus  mandamientos  por  la  boca 
de  los  profetas  á  los  pueblos  semibárba- 
ros, se  vieron  obligados  á  conminar  la 


--   26  — 

desobediencia  á  sus  mandatos  con  todas 
las  calamidades  de  la  naturaleza.  Y  las 
remanencias  del  método  de  intimidación 
recíproca,  único  posible  para  las  relacio- 
nes de  los  hombres  en  bruto,  se  notan 
todos  los  días  y  en  todas  partes,  como 
jirones  dispersos  de  la  barbarie  prece- 
dente. 

Por  cierto,  la  mayor  ventaja  de  la  dua- 
lización  del  hombre  en  los  dioses,  ha  con- 
sistido en  la  creación  de  un  nuevo  poder: 
el  poder  espiritual  enfrente  del  poder 
brutal,  V  sobre  cuva  autoridad,  certifíca- 
da  por  el  milagro,  los  espíritus  superio- 
res podían  asentar  sus  más  altos  ideales 
de  vida,  para  las  masas  rezagadas  en  la 
barbarie  original,  formulándolos  en  re- 
glas de  conducta  incomprensibles  para  el 
vulgo  y  detestables  para  el  déspota,  pero 
admitidas  por  entrambos  bajo  la  conmi- 
nación de  los  terrores  religiosos.  Así  la 
norma  de  conducta  del  salvaje,  que  es 
sencillamente  i^ov  la  fuerza,  se  transmu- 
ta en  esta  otra:  «por  la  voluntad  de  los 
dioses». 


—  27  — 

Cuando  la  capacidad  de  conocer  y  es- 
timar espontáneamente  la  superioridad 
moral  de  la  conducta  y  de  la  regla,  apa- 
rece, al  fin,  en  las  capas  superiores  de  la 
sociedad,  la  fórmula  de  los  profetas  así 
habló  Dios,  se  transforma  en  esta  otra: 
Vojc  jjopuli,  vox  Dei.  La  fórmula  me- 
dioeval es  en  Inglaterra  Dieu  ef  mon 
Droit^  y  en  el  resto  de  la  Europa  «Dios  y 
el  Rey»,  hasta  la  Revolución  francesa, 
que  la  transmuta  en  Dios  y  la  Patria, 
y  luego  Dio  é  Popólo,  en  la  concepción 
mazziniana,  para  perder  finalmente  el 
primer  término  en  la  fórmula  moderna 
por  la  razón  de  la  fuerza,  y  encaminarse 
por  el  desenvolvimiento  de  la  sensatez 
humana  hacia  la  fórmula  supersiguiente 
«por  la  fuerza  de  la  razón» . 

Los  instintos  naturales  eran  motores 
suficientes  para  la  conservación  de  la 
vida  natural;  pero  el  99  por  IChj  de  las 
posibilidades  humanas  estaban  en  la  vida 
social,  y  para  la  conservación  de  la  vida 
social  eran  necesarios  los  hábitos  socia- 
les, los  instintos  artificiales  correspon- 


—  28  — 

dientes.  El  lenguaje, desde  luego,  para  es 
tablecer  en  cada  agrupación  humana  una 
inteligencia  común  sobre  las  cosas,  y  la 
religión  en  seguida,  para  establecer  una 
inteligencia  común  sobre  las  causas  de 
las  cosas,  debieron  ser  los  primeros  ins- 
trumentos intelectuales  que  hicieron  el 
oficio  del  instinto  en  la  vida  social. 

Estos  hijos  intelectuales  de  las  necesi- 
dades de  la  vida  social,  creaban  nuevas 
condiciones  sociales,  que  venían  á  ser 
madres  de  nuevos  hijos  espirituales,  y  la 
sucesión  de  hijo  á  padre  y  de  padre  á 
hijo,  en  el  orden  convencional,  seguía 
paralela  con  la  sucesión  de  hijo  á  padre 
y  de  padre  á  hijo  en  el  orden  natural, 
con  la  sola  diferencia  de  ser  ésta  unifor- 
me y  de  ser  aquélla  multiforme,  y  supe- 
rior por  esta  circunstancia,  pues  una  sola 
lengua  y  una  sola  religión  habrían  sido 
para  la  humanidad  un  callejón  de  rutina 
sin  salida,  por  la  anulación  de  la  posibi- 
lidad de  variar,  de  que  depende  la  posi- 
bilidad de  mejorar.  Por  esto  la  posibili- 
dad de  mejorar  es  limitada  en  el  radio  de 


—  29  ~ 

los  instintos  naturales,  é  ilimitada  en  el 
radio  de  los  instintos  sociales. 

Así  el  rol  histórico  ó  sociológico  de  la 
diabolidad  y  de  la  divinidad  es  el  de  ser 
una  hipótesis  de  la  vida  y  del  mundo 
para  suscitar  en  el  individuo  el  deseo  de 
los  bienes  sociales,  el  deseo  de  lo  bueno, 
lo  verdadero  y  lo  bello,  en  la  misma  ma- 
nera en  que  el  instinto  animal  suscita  el 
deseo  de  los  bienes  animales. 

Esas  hipótesis"  obran,  por  supuesto,  en 
el  espíritu  de  los  hombres,  como  todas 
las  otras,  por  acción  de  presencia  iluso- 
ria, y  serán  buenas  ó  malas,  como  el  ce- 
rebro mismo  en  que  actúan,  según  el  uso 
que  de  ellas  se  haga.  Si  dos  hombres  ó 
dos  ejércitos,  verbigracia,  de  la  misma 
raza  y  con  las  mismas  armas,  luchan  el 
uno  contra  el  otro,  con  el  mismo  grado 
de  fe  en  el  concurso  de  la  misma  hipóte- 
sis sobrenatural,  el  único  efecto  de  ésta 
será  el  acrecentamiento,  en  la  misma 
proporción,  de  los  muertos  y  heridos  de 
cada  parte,  es  decir,  el  mismo  que  pro- 
ducirían á  igualdad  de  dosis  el  sen  ti- 


—  30  — 

miento  del  patriotismo,  del  derecho,  de 
la  justicia  ó  de  la  venganza  y  el  odio. 

Mientras  el  hombre  no  puede  educar 
sus  sentimientos  en  la  realidad^  porque 
esta  es  aún  ineducativa  en  el  estado  de 
barbarie,  construye  la  idealidad,  como 
escuela  del  ánimo  y  del  sentimiento  para 
ir  á  más.  Esto  son  las  religiones,  las  le- 
yendas y  los  cuentos  populares,  la  poe- 
sía, la  música,  la  pintura  y  la  escultura, 
la  mitología  y  la  epopeya,  el  teatro  y  la 
filosofía;  esto  son  Dafnis  y  Cloé,  el  Emi- 
lio ^  de  Rousseau,  Pablo  y  Virginia,  Los 
Miserables,  El  Judío  Errante,  David  Co- 
perfield;  esto  son  las  comedias  de  Aristó- 
fanes y  de  Moliere;  los  dramas  de  Sófo- 
cles, de  Shakespeare  y  de  Racine;  las 
obras  de  Praxíteles  y  de  Fidias,  de  Mi- 
guel Ángel  y  de  Rubens;  los  diálogos  de 
Platón:  las  églogas  de  Virgilio;  esto  son 
La  Divina  Comedia,  del  Dante;  El  Quijo- 
te, de  Cervantes;  El  Fausto,  de  Goethe; 
El  Edesiastes,  El  Apocalipsis,  La  Marse- 
llesa,  El  Contrato  Social,  El  Salmo  de  la 
Vida;  expedientes  para  crear  en  el  opti- 


—  31  - 

mismo  de  la  vida  social  el  instinto  motor 
del  progreso  social. 

En  el  estado  primitivo  en  que  todas 
las  fuerzas  de  la  naturaleza^  aún  incog- 
noscibles, gravitaban  desastrosamente 
sobre  el  hombre  desnudo,  inerme  y  á  la 
intemperie,  y  en  que  el  más  feroz  se  im- 
ponía á  los  menos  feroces,  y  el  más  fuer- 
te en  necesidad  se  comía  sin  metáfora  al 
más  débil,  para  e]  que  no  existía  defen- 
sa, ni  clemencia,"  ni  escapatoria,  la  idea 
de  un  poder  invisible,  actuando  en  senti- 
do inverso  á  la  realidad,  hubiese  sido  in- 
comprensible en  la  época  en  que  los  hom- 
bres superiores  preferían  la  carne  de 
hombre  á  la  de  cualquier  otro  animal. 

Del  mismo  modo,  la  idea  de  la  resu- 
rrección de  tales  muertos  no  podía  com- 
binarse con  un  modo  de  ser  diferente  del 
que  habían  tenido  en  vida,  y  el  objetivo 
manifiesto  de  los  ritos  funerarios  primiti- 
vos es  el  de  precaverse  contra  las  malas 
inclinaciones  de  los  difuntos.  Y  natural- 
mente, la  idea  de  ser  malos  en  otra  vida, 
no   era   de  ningún  modo   desagradable 


-   32  — 

para  los  que  estaban  acostumbrados  á  ser 
malos  en  ésta. 

Hasta  que  la  esclavitud,  la  ganadería 
y  la  agricultura,  hicieron  innecesario  el 
canibalismo  y  posible  la  agrupación  so- 
cial, no  pudieron  existir  y  subsistir  hom- 
bres buenos,  y  hasta  que  no  hubo  hom- 
bres buenos  en  el  mundo  real,  no  existió 
el  material  de  que  podían  ser  hechos  los 
espíritus  ó  los  resucitados  buenos  en  el 
mundo  ideal,  y  también  la  idea  de  ser 
buenos  en  otro  mundo  sólo  podía  ser  ape- 
tecible para  los  que  estaban  aficionados 
á  ser  buenos  en  este  mundo,  con  lo  que 
hubo  desde  entonces  dos  especies  de  vida 
imaginaria,  concordantes  con  las  dos  ma- 
neras de  la  vida  real,  y  entrambas  igtial- 
mente  aceptables  para  sus  respectivos 
destinatarios,  como  ocurre,  verbigracia, 
entre  los  brahmanes  y  los  sudras  de  la  In- 
dia, porque  los  últimos  tienen  el  espíritu 
igualmente  degradado  para  ser  parias  en 
esta  vida  y  en  la  otra. 

Ningún  hombre  aspira,  si  no  es  por 
aberración  actual,  á  ser  mujer  en  otro 


mundo,  y  ninguna  mujer  á  ser  hombre, 
porque  nadie  puede  aspirar  á  ser  lo  que 
no  sabe  gustar,  sino  á  ser  la  misma  cosa 
en  mayor  medida  ó  en  mejores  condicio- 
nes, y  el  salteador  de  caminos  no  aspira 
á  ser  obispo  en  la  otra  vida,  por  las  mis- 
mas circunstancias  de  esta  por  las  cua- 
les  el  obispo  no  aspira  á  ser  general,  ni 
el  general  á  ser  obispo,  pues  teniendo 
cada  uno  gustos,  hábitos  y  conceptos  di- 
ferentes del  bien  y  del  mal,  es  natural 
que  el  bandido  y  el  apache,  el  avaro,  el 
pordiosero  y  el  tiranO;,  que  están  aclima- 
tados á  su  modo  de  ser  en  este  mundo, 
quieran  ser  la  misma  cosa  con  más  suer- 
te en  cualesquiera  otros  mundos,  y  que 
el  alcoholista  prefiera,  t.  gr.,  el  infierno 
con  aguardiente  al  cielo  con  agua  de 
pozo. 

Pues  el  peligro,  de  la  vida  ó  del  alma, 
de  la  salud  ó  de  la  fortuna,  del  Código 
penal  ó  del  infierno,  es  el  picante  de  la 
existencia,  y  la  dosis  intolerable  para  la 
sensibilidad  delicada  de  los  unos  es  deli- 
ciosa para  la  sensibilidad  curtida,  embo- 

8 


-Si- 
tada ó  estragada  de  los  otros,  embota- 
miento á  que,  por  otra  parte,  se  llega  con 
una  rapidez  prodigiosa  en  la  guerra,  que 
es  el  infierno,  según  la  definición  de  Sher- 
man,  ó  bien  la  locura  metodizada,  por 
oposición  al  pánico,  que  es  la  locura  ful- 
minante y  momentánea. 

Esta  necesidad  del  peligro,  como  esti- 
mulante bárbaro  de  la  vida,  en  defecto 
de  la  aptitud  para  sentir  los  estimulantes 
refinados  que  proporciona  la  cultura  y  á 
la  que  hemos  dado  el  pomposo  nombre 
de  «culto  del  coraje»,  fué  uno  de  los  fac- 
tores principales  de  la  guerra  al  estado 
endémico,  que  sobrevino  entre  nosotros 
á  raíz  de  la  emancipación,  y  que  subsiste 
aún  en  otras  regiones  del  nuevo  mundo, 
menos  contagiadas  por  los  estimulantes 
modernos  de  la  vida. 

Esa  necesidad  del  peligro,  para  darle 
un  sabor  fuerte  ó  exótico  á  la  vida,  en  el 
alpinismo  del  delito  ó  del  pecado,  que 
hizo  la  barbarie  cristiana  en  la  Edad  Me- 
dia, y  que  va  por  tanta  parte  en  la  bar- 
barie moderna,  en  la  reincidencia,  en  el 


-  35   - 

duelo  y  en  el  apachlsmo;  que  fué  el  fac- 
tor del  espíritu  aventurero,  levantisco  y 
belicoso  de  los  caballeros  cristianos,  ru- 
dos y  analfabetos;  que  culminó  en  el 
montonero  el  gaucho  malo  y  el  político 
de  avería  entre  nosotros,  porque  el  pla- 
cer de  haber  escapado  á  un  peligro  es 
tanto  mayor  cuanto  más  grande  haya 
sido  el  riesgo  de  perderse,  lo  mismo  para 
el  cazador  de  emociones  fuertes  que 
aguanta  los  corcóbos  de  un  potro  indó- 
mito ó  se  encabrita  él  mismo  contra  el 
gendarme  ó  la  cultura,  que  para  el  que 
arriesga  su  dinero  al  azar  de  la  suerte, 
porque  la  necesidad  de  gustar  la  vida,  y 
la  circunstancia  de  que  sólo  tenemos  la 
sensación  máxima  de  las  cosas  cuando 
las  ganamos  ó  las  perdemos,  por  la  cual 
el  jugador  que  pierde  su  dinero  gana  sus 
emociones,  y  el  que  tiene  un  reducido 
registro  de  emociones,  tiene  que  hacerles 
dar  el  máximum  de  juego  para  ocupar 
con  ellas  todas  sus  energías;  esa  misma 
pobreza  de  ideas  y  sentimientos  aflige 
también  á  la  Italia,  según  esta  descrip- 


-  36  — 

ción  de  Mantegazza:  «Nuestra  plaga  y 
nuestra  vergüenza  es  la  criminalidad.  En 
el  balance  del  pueblo  europeo  consigna- 
mos con  sangre  cifras  demasiado  altas  y 
demasiado  humillantes. . .  Diríase  que  mu- 
chos,  demasiados  hombres  de  la  clase 
alta,  han  escrito  en  el  secreto  de  su  con- 
ciencia, como  norma  de  la  vida,  la  cínica 
frase  del  célebre  ministro  francés:  se 
frotter  mi  gihet  sans  y  monter.» 

Esas  cifras  son,  por  supuesto,  más  al- 
tas en  las  partes  de  la  Italia  en  que  es 
más  tenue  la  difusión  de  las  luces  v  más 
denso  el  fanatismo  religioso.  Y  la  creen- 
cia de  que  esto  es  el  remedio  de  aquello, 
proviene  de  que  cada  uno  supone  apete- 
cible ó  detestable  para  los  que  están  en 
otras  condiciones,  lo  que  es  apetecible  ó 
detestable  para  él  por  la  educación  y  la 
condición  en  que  se  encuentra,  y  no  por 
la  fe  que  profesa. 

El  espacio  se  torna  tenebroso  para  el 
espíritu  cuando  cesa  la  luz,  y  el  ambien- 
te se  torna  temeroso  para  el  ánimo  cuan- 
do cesa  la  seguridad  social.  Y  del  mismo 


—  37  — 

modo  que  las  tinieblas  son  una  condición 
ventajosa  para  algunos  animales,  por  una 
cierta  configuración  de  los  ojos,  la  inse- 
guridad es  también  una  condición  venta- 
josa para  algunas  personas,  por  una  cier- 
ta configuración  de  los  sentimientos.  Y 
como  todos  tienden  á  entablar  la  lucha 
por  la  vida  en  el  terreno  que  les  resulta 
más  ventajoso,  cuando  los  últimos  son  los 
más  ó  los  más  fuertes,  establecen  el  régi- 
men de  la  violencia  y  de  la  inseguridad 
para  todos,  como  acontece  entre  los  in- 
dios y  los  beduinos,  y  acontecía  entre  los 
europeos  al  comienzo  de  la  Edad  Media  y 
entre  nosotros  desde  1820  á  1853. 

Porque  las  tinieblas  no  son  tinieblas 
para  el  vampiro,  que  puede  ver  en  ellas 
su  presa  y  no  ser  visto  por  ésta,  y  para 
el  malvado  y  el  bellaco,  para  el  que  sólo 
tiene  sentimientos  brutales  en  su  registro 
emocional,  el  desorden^  que  constituj'e 
su  caldo  gordo,  es  tan  apetecible  como  el 
orden  para  el  que  sólo  puede  prosperar 
en  el  orden.  Por  esto  no  buscan  la  luz  y 
el  orden  los  que  pueden  pasarlo  mejor  en 


—  88  — 

las  tinieblas  y  en  el  desorden.  Y  no  es 
apagando  la  luz  de  la  razón  en  la  mente, 
y  sembrando  terrores  en  el  corazón  del 
hombre,  según  el  plan  musulmán  de  la 
vida,  sino  elaborando  en  el  ser  humano 
las  aptitudes  para  ver  en  la  luz  y  para 
prosperar  en  el  orden,  como  se  puede  pa- 
sar de  la  barbarie  á  la  civilización.  Por 
esto  fracasó  en  ese  intento  la  teología 
cristiana  en  la  Edad  Media,  cuando  la  ci- 
vilización cristiana  consistía  en  matar 
musulmanes  y  herejes,  y  la  musulmana 
en  matar  cristianos  é  infieles,  como  fra- 
casa en  la  América,  en  que  los  directores 
espirituales  y  los  caudillos  bárbaros  es- 
tán, respectiva  y  subconscientemente  in- 
teresados en  que  reinen  las  tinieblas  y  el 
desbarajuste. 

Pero  volvamos  de  nuevo  atrás.  Está- 
bamos en  el  punto  en  que  los  hombres, 
habiendo  llegado  á  constituir  condiciones 
privilegiadas,  habían  encontrado  en  los 
hombres  dichosos  el  material  para  hacer 
dioses  buenos.  La  vanguardia  de  la  hu- 
manidad sigue   avanzando   con   ello,  y 


—  39  - 

llega  así  á  la  idea  del  derecho  y  al  senti- 
miento de  la  justicia,  con  los  cuales  pue- 
de confeccionar  dioses  justicieros,  dioses 
que  pueden  hacer  el  mal  á  los  malvados 
para  castigarlos  y  á  los  buenos  para  ur- 
girlos  á  ser  más  buenos. 

Y  al  lado  de  los  seres  imaginarios  que 
podían  hacer  el  bien  y  el  mal,  los  que 
sólo  podían  hacer  el  mal  vinieron  á  que- 
dar en  la  condición  inferior  de  pobres 
diablos,  del  mismo  modo  en  que,  al  lado 
de  los  hombres  civilizados,  que  pueden 
hacer  el  bien  y  el  mal  en  grande,  los  sal- 
vajes que  sólo  pueden  hacer  el  mal  en 
pequeño,  han  venido  á  quedar  en  la  con- 
dición subalterna  de  seres  inferiores. 

Del  propio  modo  en  qué  son  necesa- 
rios una  idea  ó  un  plano  previos  para  ha- 
cer una  casa,  un  proyecto  para  ejecutar 
una  obra,  un  rumbo  ó  un  camino  para  ir 
á  alguna  parte,  es  necesario  un  modelo, 
un  ideal  de  superioridad  para  realizar 
una  especie  de  superioridad,  una  regla 
elevada  de  conducta  para  desempeñar 
una  conducta  elevada,  v  era  sólo  ideando 


—  40  — 

seres  modelos  y  reglas  superiores  de  con- 
ducta, cómo  los  hombres  podían  proveer- 
se de  medios  y  de  vías  de  ascensión.  Y 
del  hecho  de  que  los  tenían  los  europeos 
y  no  los  tenían  los  aborígenes  de  Améri- 
ca, provenía  la  inmensa  superioridad  de 
los  primeros  sobre  los  segundos  á  la  épo- 
ca del  descubrimiento  de  Cristóbal  Colón. 
Pero  no  todo  son  flores  y  pan  pintado 
en  lo  de  tener  dioses  buenos  y  manda- 
mientos divinos^  símbolos  y  fórmulas  del 
bien,  pues  como  el  individuo  que  ascien- 
de en  el  camino  de  la  vida  á  remolque  de 
sus  cambiantes  ilusiones  juveniles,  para 
quedar  en  la  vejez  prisionero  de  los  há- 
bitos adquiridos  en  el  trayecto,  las  so- 
ciedades humanas  han  marchado  en  el 
cuesta  arriba  de  la  evolución  ascendente^ 
á  remolque  de  sus  cambiantes  utopias,  y 
las  religiones  que  hacían  la  instrumenta- 
ción del  ideal,  han  sido  el  andamiaje  para 
la  construcción  del  sentido  moral  en  el 
espíritu  humano,  más  particularmente 
del  sentido  de  la  reverencia,  de  suyo  ex- 
cluyente  del  sentido  crítico. 


—  41  — 

Pero  la  construcción  sentimental  no 
podía  ir  más  arriba  que  el  andamio  inte- 
lectual, y  cuando  éste  era  construido  en 
mampostería  sagrada,  quedaba  empare- 
dada la  fuente  misma  de  la  utopia,  y 
toda  tentativa  para  levantar  el  anda- 
miaje, á  fin  de  levantar  la  construcción, 
era  ahogada  con  la  cicuta,  la  cruz  ó  la 
hoguera. 

De  ahí  adelante,  la  posibilidad  del  bien 
queda  personificada  en  Dios  y  los  santos, 
y  la  del  mal  en  el  diablo  y  las  brujas.  La 
religión  no  consiste  en  hacer  el  bien,  sino 
en  venerar  los  símbolos  mágicos  del 
bien;  no  en  el  cultivo  del  ingenio  huma- 
no que  ha  producido  los  diablos  y  los  dio- 
ses, los  instrumentos  y  los  métodos,  sino 
en  adorar  á  Dios  y  los  santos  y  estigma- 
tizar al  diablo  y  á  las  brujas,  recitando 
las  súplicas  y  las  laudatorias  á  los  unos 
y  las  execraciones  á  los  otros.  Y  el  sen- 
timiento religioso  viene  á  ser  el  cauce 
principal  por  el  que  las  energías  corren 
en  torrente  devastador,  desde  que  los 
credos  han  sido  instituidos  en  elixir  de 


—  42  ^ 

vida  perdurable,  por  los  respectivos  al- 
quimistas del  pensamiento. 

Estamos  en  el  extremo  opuesto  del  «co- 
nócete á  ti  mismo»,  v  de  «la  mente  sana 
en  cuerpo  sano»,  del  self  help  y  del  self 
government.  El  hombre  debe  conocer  á 
Dios  únicamente,  para  dejar  que  se  haga 
su  santa  é  inescrutable  voluntad,  redu- 
ciéndose á  mantener  por  su  parte  la  po- 
breza de  ánimo  en  el  cuerpo  debilitado 
por  el  ayuno  y  las  privaciones. 

El  plan  de  la  moral  teológica  consistía 
en  considerar  pecaminosos  el  amor,  la 
duda,  la  curiosidad,  el  saber,  la  belleza, 
la  gracia,  la  riqueza,  el  aseo,  la  razón,  el 
ingenio  y  la  alegría,  vale  decir,  todas  las 
condiciones  propias  de  la  dicha  actual, 
para  reemplazarlas  con  la  esperanza  de 
la  dicha  futura^  y  sucedía  lo  que  acontece 
cuando  se  injerta  la  planta  de  fruta  dul- 
ce en  la  planta  de  fruta  amarga:  que  se 
tiene  la  fruta  dulce  en  la  rama  que  pro- 
cede del  injerto  y  la  fruta  amarga  en  las 
ramas  que  proceden  del  tronco,  común  á 
las  dos  variedades,  y  dependiente  de  las 


-  43  — 

condiciones  del  suelo,  del  clima  y  del 
cultivo,  como  depende  el  individuo  del 
acervo  común  de  ideas,  sentimientos, 
costumbres,  instrumentos  v  métodos. 

Hoy  estamos  empezando  á  saber  que  el 
arte  de  ser  bueno  consiste  en  el  arte  de 
ser  dichoso,  por  el  buen  humor  que  es  el 
perfume  moral  que  fluye  de  la  buena  sa- 
lud, y  del  extenso  y  variado  registro  de 
emociones,  y  para  hacer  buenos  á  los 
otros  nos  empeñamos  en  enseñarles  á  ser 
dichosos,  para  que  puedan  ser  bondado- 
sos; pero  cuando  se  aspiraba  principal- 
mente á  la  dicha  imaginaria  que  es  el  ga- 
lardón teológico  de  la  desdicha  verdade- 
ra, el  arte  de  conseguirla  consistía  en  ha- 
cerse pobre  de  espíritu,  triste,  ignorante, 
desaseado,  temeroso  v  crédulo.  La  tradi- 
ción  religiosa  era  el  único  material  de 
enseñanza,  y  las  descripciones  del  cielo, 
donde  vivían  los  mansos  y  los  infelices 
del  mundo,  y  las  del  purgatorio  y  del  in- 
fierno, habitadas  por  los  desobedientes  y 
los  felices  de  la  tierra,  ocupaban  en  las 
escuelas  de  la  Edad  Media  el  sitio  que  tie- 


-  44  — 

nen  en  las  de  nuestros  días  la  Historia,  la 
Greografía  y  las  Ciencias  naturales. 

Se  pretendía  hacer  brotar  en  el  indivi- 
duo las  buenas  intenciones  para  los  otros, 
de  las  mismas  circunstancias  de  que  bro- 
tan las  malas,  y  para  explicar  la  discre- 
pancia entre  los  principios  y  las  obras^  se 
decía  que  en  los  cristianos  bárbaros,  gro- 
seros, crueles,  perversos  y  devotos,  exis- 
tían las  formas  y  faltaba  el  espíritu  del 
cristianismo,  el  cual  no  ha  comparecido 
hasta  que,  y  en  la  medida  en  que  la  higie- 
ne, la  cultura  y  la  técnica  han  creado  en 
el  hombre  moderno  las  condiciones  del 
bienestar  propio,  de  que  puede  emanar 
espontáneamente  el  deseo  del  bienestar 
para  los  otros. 

Llevándose  esto  del  Extremo  Occi- 
dente al  Extreme  Oriente,  y  prescindien- 
do de  la  divina  Providencia,  de  los  san- 
tos y  de  sus  milagros,  los  japoneses  han 
logrado,  en  cuarenta  y  cinco  años  de  es- 
cuela sin  Dios,  los  beneficios  del  poder 
humano  alcanzado  por  el  Occidente  en 
los  últimos  cinco  siglos,  con  el  empleo  si- 


—  45  — 

multáneo  de  los  procedimientos  mágicos 
y  de  los  métodos  científicos,  fruto  no  al- 
canzado por  los  cristianos  de  Abisinia  en 
quince  siglos  de  protección  divina  sin 
ciencia  humana. 

Las  religiones  son  distintas,  porque  las 
verdades  ideales,  á  diferencia  de  las  ex- 
perimentales, son  de  la  misma  natura- 
leza de  las  ilusiones,  como  lo  insinúa 
Taine,  cuando  dice  que  «una  doctrina  no 
nos  gusta,  porque  la  creemos  verdadera, 
sino  que  la  creemos  verdadera  porque 
nos  gusta»,  y  nos  gusta,  porque  nos  han 
prehabituado  á  esa  y  no  á  otra.  Y  con- 
sistiendo en  una  clase  ó  forma  diferente 
de  andiamaje  de  utopia  fósil  para  la  con- 
ducta^ erigida  en  lecho  de  Procusto  para 
la  razón  humana,  por  la  ubicación  del 
origen  del  bien  en  los  símbolos,  los  dog- 
mas y  los  ritos,  las  diversas  teologías 
hacían  consistir  la  civilización  en  la  sim- 
ple conversión  de  los  bárbaros,  en  lugar 
de  todo  lo  que  hoy  se  designa  con  la  pa- 
labra educación. 

La  Historia  Sagrada,  tejida  por  sacer- 


—  4íí    - 

dotes  guerreros,  se  desenvuelve  sobre 
esta  inteligencia  del  hombre  y  del  mundo 
como  regidos  por  poderes  mágicos,  que 
el  pueblo  de  la  antigüedad,  que  ignoraba 
más  completamente  el  poder  de  la  edu- 
cación y  de  la  inteligencia  humanas,  y 
que  por  esta  causa  inventó  la  teocracia  y 
las  guerras  religiosas,  contagió  al  cris- 
tianismo y  al  islamismo,  salidos  de  su 
seno. 

Entendiéndose  que  el  bien  y  el  mal,  la 
dicha  y  la  desdicha  de  los  hombres,  no 
provenían  de  las  aptitudes  y  de  las  inep- 
titudes de  los  hombres,  sino  de  las  apti- 
tudes y  de  las  ineptitudes  de  los  dioses, 
la  civilización  no  consistía  en  hacer  la 
guerra  á  la  ignorancia,  á  la  miseria,  á  la 
iniquidad,  al  dolor,  al  despotismo,  sino 
en  hacer  la  guerra  á  los  falsos  dioses  y  á 
los  dioses  malos,  en  defensa  de  los  ver- 
daderos y  los  buenos,  para  rendirles  per- 
petuo culto  en  la  imbecilidad  perpetua^  á 
fin  de  conseguir,  en  compensación,  la  di- 
cha perpetua. 

Y  cuando  los  representantes  mismos 


—  47  — 

de  los  dioses  buenos  están  en  el  estado 
natural  de  imbecilidad,  sagrada  ó  profa- 
na, desempeñan  fatalmente  su  rol  divino 
con  los  materiales  mentales  de  que  están 
hechos  el  diablo  y  el  infierno,  porque  son 
los  únicos  que  tienen.  «Que  solamente  lo 
que  tenemos  adentro  podemos  verlo  afue- 
ra», dice  Emerson,  y  los  diablos,  las  bru- 
jas y  los  fantasmas  que  los  hombres  ven 
en  todas  partes  á  donde  van,  son  las  que 
el  folk-lore  y  la  enseñanza  religiosa  les 
han  metido  dentro  del  espíritu,  y  como 
tampoco  podemos  dar  á  los  otros  sino 
aquello  de  que  estamos  sobrados,  los  po- 
bres de  espíritu,  ungidos  con  la  verdad 
divina  y  repletos  de  terror  del  mañana, 
sólo  podían  dar  el  terror  del  infierno,  de 
que  estaban  rebosantes. 

En  esas  condiciones,  los  mismos  sacer- 
dotes cristianos,  con  el  espíritu  incubado 
en  esos  invernáculos  de  pesimismo  que 
ellos  llaman  «ejercicios  espirituales»,  lle- 
gaban fácilmente  al  máximum  de  incon- 
secuencia con  el  sermón  de  la  montaña, 
torturando  ó  quemando  vivos  á  los  otros 


—  48  - 

cristianos  porque  estaban  en  el  máximum 
de  indigencia  mental  para  comprender 
la  regla  de  oro  de  la  conducta:  «no  hagas 
á  los  otros  lo  que  no  quisieras  que  te  hi- 
ciesen á  ti»,  y  hacían  innecesario  el  ofi- 
cio del  diablo  en  la  tierra,  enviando  ellos 
mismos  el  90  por  100  de  las  almas  de  su 
rebaño  de  ñeles  al  infierno  á  hacerle  com- 
pañía al  demonio. 

Pues  como  el  bajo,  que  sólo  puede  en- 
tonar una  partitura  de  tenor  en  su  regis- 
tro de  bajo,  en  el  Dios  de  bondad  y  de 
severidad,  de  esperanza  y  de  temor,  de 
pesimismo  y  de  optimismo,  y  en  esos 
mundos  de  cielo,  purgatorio  é  infierno  á 
perpetuidad,  los  pobres  de  espíritu  sólo 
podían  conjugar,  con  su  indigencia  de 
sentimientos  y  de  luces,  la  severidad,  el 
temor,  el  pesimismo,  el  purgatorio  y  el 
infierno  á  perpetuidad. 

Y  de  esa  infeliz  combinación  de  cir- 
cunstancias salieron  las  atrocidades  ecle- 
siásticas de  la  Edad  Media  y  de  los  tiem- 
pos modernos,  las  atrocidades  políticas 
del  terror  jacobino  en  Francia  y  del  te- 


^  49  - 

rror  federal  entre  nosotros,  porque  la 
discordancia  entre  la  excelencia  intelec- 
tual de  las  partituras  y  la  indigencia 
mental  de  los  ejecutantes  en  los  jacobi- 
nos, recién  nacidos  del  despotismo  á  la 
libertad,  en  los  inquisidores  encandi- 
lados por  el  obscurantismo,  y  en  nues- 
tros federales  analfabetos  de  la  libertad 
política,  hizo,  respectivamente,  el  cris- 
tianismo, el  liberalismo  v  el  federalismo 
abominables. 

De  ahí  que  «el  Dios  de  los  cristianos» 
no  sea,  ni  haya  sido  jamás,  la  misma  cosa 
en  dos  regiones  ó  en  dos  momentos  dife- 
rentes, sino  menos  fúnebre,  tétrico,  so- 
lemne, intolerante,  iracundo,  cruel,  im- 
placable y  vengativo,  cuando,  donde  y  á 
medida  que  el  hombre  se  hace,  por  otros 
conductos,  más  tolerante,  optimista,  ins- 
truido, ecuánime,  sociable  y  despren- 
dido. 

Tal  fué  el  origen  de  la  «crueldad  cris- 
tiana», que  fué  la  característica  inmoral 
de  la  Edad  Media,  pues  el  ayuno,  las  pri- 
vaciones, la  suciedad  deliberada  para  el 

i 


-  50  - 

«olor  de  santidad»,  el  cilicio,  las  flagela- 
ciones, el  tormento  y  la  hoguera,  no  fue- 
ron más  que  los  corolarios  del  dogma  de 
la  expiación  del  pecado  por  el  sufrimien- 
to. Viceversa,  la  cultura  intelectual  y  el 
empleo  industrial  de  las  fuerzas  natura- 
les en  sustitución  de  las  fuerzas  huma- 
nas, y  las  amenidades  de  la  vida  contem-' 
poránea,  engendran  en  el  espíritu  del 
hombre,  en  situación  confortable,  el  de- 
seo natural  del  bienestar  de  los  otros,  y 
así  la  técnica  v  los  ideales  humanitarios 
constituyen  el  nuevo  andamiaje  intec- 
tual,  desde  el  cual  han  sido  construidos 
los  pisos  superiores  de  la  moral  humana; 
el  sentimiento  de  la  solidaridad  de  los 
hombres,  enfrente  de  la  comunidad  de 
los  bienes  y  de  los  males,  por  la  conta- 
giosidad inherente  á  los  vicios  y  las  en- 
fermedades; por  la  repercusión  de  las 
maldades  de  los  unos  en  los  otros;  por  la 
disfrutabilidad  común  de  las  ideas  y  los 
sentimientos  generosos,  de  las  amenida- 
des, las  luces,  las  ciencias  y  las  artes  de 
cada  uno  por  los  otros  pueblos. 


-  51  — 

Y,  eu  resumen^  la  hechicería,  el  tabú  y 
la  magia,  son  los  primeros  artificios  inte- 
lectuales con  que  los  hombres  intentan 
sustraerse  al  mal:  el  primer  expediente 
defensivo,  sugerido  umversalmente  por 
la  naturaleza  interior  en  reacción  contra 
la  acción  de  la  naturaleza  exterior.  El 
segundo  artificio  lo  constituyen  los  espí- 
ritus buenos,  cuyos  servicios  se  piden  y  se 
pagan  como  los  del  médico,  sin  relación 
alguna  con  la  condición  ó  la  calidad  mo- 
ral del  necesitado,  como  en  el  caso  del 
ratero  napolitano  que  se  encomienda  pre- 
viamente á  la  Madonna,  para  asegurar 
su  concurso  en  el  golpe  que  tiene  en 
mira,  hasta  que,  finalmente,  se  hace  in- 
tervenir al  elemento  moral,  para  condi- 
cionar por  él  el  intercambio  de  servicios 
entre  los  seres  reales  y  los  seres  imagi- 
narios, que  llega  por  esa  vía  á  condicio- 
nar las  relaciones  de  los  seres  reales 
cuando  adquiere  un  valor  económico 
igual  ó  superior  al  del  oro  mismo  en  el 
crédito  mercantil. 

Las  religiones  que  han  constituido  el 


-  S2  - 

andamiaje  para  la  construcción  del  sen- 
tido moral,  y  que  han  sido,  como  el  des- 
potismo y  la  esclavitud,  útiles  y  necesa- 
rias en  su  momento,  siendo  el  feudalismo 
del  espíritu,  se  tornan,  como  la  esclavi- 
tud, la  servidumbre  y  el  despotismo,  in- 
útiles ó  perjudiciales,  cuando  su  momen- 
to ha  pasado.  Para  hacer  el  edificio  es  ne- 
cesario hacer  el  andamio,  y  una  vez  con- 
cluido el  edificio,  es  necesario  demoler  el 
andamio,  que  se  ha  vuelto  estorbo. 

Debemos  á  los  diablos  y  á  los  dioses,  á 
las  brujas,  álos  sacerdotes,  álos  esclavos 
y  á  los  tiranos  nuestros  sentimientos  mo- 
rales, como  debemos  nuestra  experiencia 
á  nuestros  errores  y  porrazos  y  á  los  ca- 
dáveres el  secreto  de  la  salud,  como  de- 
bemos la  cruz  roja  y  el  pacifismo  á  los 
horrores  de  la  guerra;  pero  la  fuerza  y 
el  miedo,  la  religión  y  la  guerra,  que  han 
desempeñado  para  el  orden  moral  de  la 
humanidad,  en  la  infancia  de  la  civiliza- 
ción, el  rol  del  ama  de  cría  para  el  niño 
sin  dientes  y  del  látigo  para  el  adoles- 
cente sin  experiencia,  no  podrían  perpe- 


—  53  — 

tuarse  sobre  la  humanidad  moralmente 
adulta,  sin  aniñarla  á  perpetuidad,  como 
aniña  al  esclavo  adulto  el  látigo  que  edu- 
ca al  niño  á  ser  hombre. 

Porque  el  adulto  que  teme  al  diablo 
como  el  niño  teme  al  cuco;  el  que  encien- 
de velas  á  un  santo  para  que  sane  á  un 
enfermo;  el  que  le  reza  á  una  imagen 
para  que  llueva;  el  que  hace  promesas  á 
una  virgen  para  que  ésta  le  haga  un  mi- 
lagro, tiene,  para  esos  fenómenos  del 
mundo,  la  misma  trocha  mental  del  niño 
que  espera  los  juguetes  que  le  traerán  los 
Reyes  magos  en  la  Nochebuena. 

Debemos  nuestra  capacidad  moral  de 
conducirnos  á  los  terrores  religiosos  y  á 
los  terrores  laicos ,  y  no  se  las  debe  el 
que  no  tiene  la  capacidad  de  conducirse 
sin  ellos.  Los  que  todavía  están  en  la  es- 
cuela de  la  sujeción,  del  sufrimiento  y  de 
la  inexperiencia,  no  deben  la  libertad,  el 
confort  y  la  experiencia  de  que  carecen  á 
aquellos  de  quienes  no  las  han  adquirido. 

Las  religiones  son  artificios  intelectua- 
les para  el  mejoramiento  de  la  condición 


—  54  - 

del  espíritu  humano  en  un  pueblo,  en  una 
secta,  en  una  casta,  por  una  coordinación 
de  terrores  y  esperanzas  ilusorios,  eri- 
gidos en  brújula  y  en  faro  de  la  conducta 
en  el  mar  de  la  vida  social.  Y  los  diablos, 
los  dioses  y  los  dogmas  son  las  muletas 
espirituales  del  hombre  tullido  para  el 
pensamiento  y  la  acción  por  la  imbecili- 
dad original. 

Suscitando  en  el  individuo,  por  el  cul- 
tivo simultáneo  de  la  inteligencia  y  del 
sentimiento,  el  amor  á  la  verdad,  á  la 
belleza  y  á  la  gracia,  y  la  posibilidad  de 
buscarlas  por  el  trabajo,  la  bondad  y  la 
libertad,  la  educación  empieza  á  ser  un 
método  para  la  exaltación  de  la  vida  en 
la  especie  humana,  por  el  acrecenta- 
miento del  capital  de  ideas,  del  caudal  de 
conocimientos,  del  registro  de  emociones, 
de  la  gama  de  sentimientos,  que  propor- 
cionan cada  vez  más  variadas  y  mejores 
oportunidades  para  el  empleo  de  las  ener- 
gías humanas  en  el  transcurso  de  la  vida, 
y  que  son  aquello  de  que  depende  que  un 
hombre  ó  un  pueblo  sean  diferentes,  y 


—  oo  


mejores  ó  peores,  más  felices  ó  más  infe- 
lices que  otro  hombre  ú  otro  pueblo*. 

Y  la  técnica,  que  representa  para  el 
hombre  moderno  un  poder  auxiliar  efec- 
tivo, mil  veces  mayor  que  el  poder  ima- 
ginario de  los  genios  de  los  cuentos  orien- 
tales y  que  el  de  los  santos  de  las  leyen- 
das medioevales,  la  técnica  es  el  mesías 
de  incógnito;  el  redentor  positivo  de  la 
humanidad,  el  medio  de  suprimir  la  bar- 
barie, que  no  proviene  del  error  en  la 
elección  del  dios  y  del  credo,  sino  de  la 
necesidad  de  comer  para  vivir  y  de  no 
saber  encontrar  la  subsistencia  propia  sin 
perjuicio  de  la  ajena,  porque  el  hambre 
no  es  extirpable  con  dogmas  y  ritos,  sino 
con  máquinas  de  producción  y  de  trans- 
porte. 

La  moral,  como  la  música,  una  vez  ela- 
boradas, se  conservan  y  se  acrecientan 
por  su  propia  virtualidad,  educando  la 
una  el  sentido  moral  como  la  otra  educa 
el  sentido  musical  de  las  generaciones 
subsiguientes,  como  las  artes  plásticas 
educan  el  sentido  estético,  ó  las  artes  li- 


-  56  — 

terarias  el  gusto  literario.  La  cultura  de 
una  generación  hace  la  cultura  de  la  ge- 
neración siguiente,  del  propio  modo  que 
la  barbarie  hace  la  barbarie.  Y  si  la  es- 
tética también  fuese  policialmente  obli- 
gatoria, como  la  ética,  también  perdería 
por  un  lado  lo  que  ganase  por  el  otro; 
también  seria  degradada  por  el  despo- 
tismo y  envilecida  por  el  servilismo,  la 
hipocresía  y  la  simulación. 

Cada  sociedad  es  un  conservatorio  de 
moralidad  y  de  inmoralidad,  de  ciencia 
y  de  superstición,  de  racionalismo  y  de 
misticismo,  de  optimismo  y  de  pesimismo, 
en  diferentes  proporciones  relativas,  que 
constituyen  el  ambiente  en  que  se  modela 
el  espíritu  de  las  generaciones  nacientes, 
ambiente  que  permanece  estacionario  ó 
que  cambia  en  un  sentido  ó  en  otro, 
cuando  el  equilibrio  precedente  se  man- 
tiene ó  se  rompe.  Así  la  sociedad  medio- 
eval fué  el  producto  genuino  de  la  teolo- 
gía, la  providencia,  el  milagro  y  el  direc- 
tor espiritual,  como  la  sociedad  moderna 
es  el  producto  de  la  filosofía,  la  libertad 


—    Oí    — 


de  pensamiento,  la  educación,  el  jabón,  el 
carbón,  el  vapor  y  la  electricidad,  que 
son  la  nueva  providencia  del  hombre  ci- 
vilizado. 

En  el  orden  de  los  progresos  sociales, 
lo  que  es  normal  en  una  época  se  vuelve 
anormal  en  la  siguiente,  y  cesa,  y  llega  á 
parecer  incomprensible  á  las  generacio- 
nes ulteriores,  y  lo  que  es  inimaginable 
en  una  época  llega  á  ser  hacedero  y  nor- 
mal en  épocas  posteriores.  Pero  en  el 
mismo  instante,  cada  individuo  está,  aun 
en  la  misma  sociedad,  en  una  época  men- 
tal, diferente  de  la  de  los  otros,  y  los  que 
viven  esclavos  de  las  supersticiones  re- 
ligiosas, V.  gr.,  no  pueden  imaginarse  que 
se  pueda  vivir  decentemente  sin  ellas,  ni 
los  que  están  emancipados  de  ellas  pue- 
den explicarse  que  se  pueda  vivir  volun- 
tariamente esclavo  de  ellas. 

La  idea  de  la  abolición  de  la  esclavi- 
tud, que  costó  á  los  americanos  del  Norte 
un  millón  de  vidas  y  tres  mil  millones  de 
dollars,  habría  parecido  monstruosa  é  in- 
comprensible á  los  coetáneos  de  John 


—  58  — 

HawkinS;  el  famoso,  honesto  y  piadoso 
marino  cristiano,  iniciador  del  comercio 
de  negros,  que,  sintiéndose  orgulloso  de 
haber  procurado  á  su  país  un  tráfico  tan 
propicuo,  cuando  fué  ascendido  á  caba- 
llero por  la  reina  Isabel,  adoptó  para  su 
escudo  de  armas  la  figura  de  un  negro 
cautivo  amarrado  con  una  cuerda. 

Del  mismo  modo,  la  idea  de  que  pueda 
llegar  un  tiempo  en  que  sea  innecesaria 
la  explotación  del  trabajador,  es  todavía 
incomprensible  en  nuestra  era  capita- 
lista. Observando  los  progresos  de  la 
China,  decía  Mr.  Dooley:  «presiento  que 
va  á  llegar  un  tiempo  en  que  tendremos 
que  tratar  decentemente  á  los  chinos.» 
Si  fuésemos  capaces  de  presentir  que  se 
aproxima  el  tiempo  en  que  tendremos 
que  tratar  decentemente  á  los  obreros, 
podríamos  empezar  á  tratarlos  decen- 
temente desde  ahora,  y  eso  sería  un  in- 
menso bien  para  ellos  y  para  nosotros. 


m 


Masculinisfflo  y  feminismo. 

Si  dijéramos  que  las  ideas  y  los  senti- 
mientos del  hombre  civilizado  son  sobre- 
naturales ó  menos  naturales  que  las  ideas 
y  los  sentimientos  del  hombre  salvaje, 
tendríamos  que  decir  también  que  las  flo- 
res del  cactus  ó  de  orquídea  son  menos 
naturales  que  sus  espinas  ó  sus  raíces. 
Pero  el  hacha  de  piedra,  la  flecha  y  el 
bumerang,  no  han  salido  de  poderes  na- 
turales, y  la  Venus  de  Milo,  el  sermón  de 
la  montaña,  los  dramas  de  Shakespeare, 
el  ferrocarril,  el  telégrafo,  el  automóvil 
y  el  aeroplano  de  poderes  extranatura- 
les,  sino  éstos  y  aquéllos  de  las  mismas 
aptitudes  naturales  en  diferente  grado  de 
desarrollo . 


—  eo  — 

Y  el  primer  pueblo  de  la  antigüedad 
que  procuró  asentar  sobre  el  desarrollo 
de  esas  aptitudes  naturales  las  institucio- 
nes sociales,  haciendo  de  la  educación  de 
los  ciudadanos  una  función  del  Estado, 
es  el  que  ha  hecho  los  más  grandes  lega- 
dos científicos,  literarios,  filosóficos,  po- 
líticos y  artísticos  á  la  civilización,  á  la 
que  sólo  han  aportado  supersticiones  los 
pueblos  que  edificaron  la  moral  y  la  vida 
social  sobre  los  poderes  extrínsicos  al 
hombre  y  al  mundo,  antes  ó  después  de 
los  griegos  y  de  los  romanos. 

Por  esto,  cuando  tomó  consistencia  en 
la  filosofía  griega  la  concepción  de  la  in- 
mortalidad del  alma,  en  concordancia 
con  la  excelencia  mental,  Aristóteles  la 
negó  á  los  esclavos  y  á  los  bárbat'os,  con- 
siderados en  la  misma  condición  de  las 
bestias,  por  la  misma  ausencia  de  calida- 
des mentales  superiores,  y  de  las  que 
tampoco  están  diferenciados  los  salvajes 
caníbales  de  nuestros  días,  que  tampoco 
tienen  acomodo  en  ninguna  de  esas  resi- 
dencias para  la  vida  de  los  muertos,  que 


-  61  - 

ha  sido  necesario  inventar,  por  la  impo- 
sibilidad de  vivir  una  especie  cualquie- 
ra de  vida  en  ninguna  parte,  y  á  los  que 
no  sería  justo  echarlos  al  inñerno,  ni  se- 
ría prudente  enviarlos  al  cielo  con  el 
alma  de  caníbal  que  tienen. 

La  trascendentalidad  que  los  reforma- 
dores filósofos  acordaron  á  la  distinción 
intelectual,  fué  transferida  por  los  refor- 
madores teológicos  del  ingenio  á  la  man- 
sedumbre, de  la  inteligencia  creadora  á 
la  inteligencia  creyente  en  las  revelacio- 
nes divinas,  que  ocuparon  el  lugar  ex- 
celso de  la  perla  en  la  mente  rebajada  al 
rol  de  la  ostra,  en  esa  combinación  de 
natural  y  de  sobrenatural. 

Y  de  este  modo  se  produjo  una  solu- 
ción de  continuidad  en  la  evolución  de  la 
imbecilidad  al  ingenio,  que  son  la  misma 
cosa  en  diferente  estado  y  con  distintas 
propiedades,  como  el  carbón  y  el  diaman- 
te, como  la  arena  y  el  cristal. 

Pues  del  mismo  modo  en  que  existen 
la  voz  masculina  y  la  voz  femenina  en  la 
garganta   humana,  existen    también  el 


—  62  — 

modo  masculino  y  el  modo  femenino  en 
la  inteligencia  humana,  lo  que  no  quita 
que  haya  mujeres  con  inteligencia  macho 
y  hombres  con  inteligencia  hembra,  y  lo 
que  explica  que  haya  más  genios,  entre 
los  hombres  que  entre  las  mujeres,  y  que 
ningún  hombre  de  genio  apareciera  en  el 
mundo  desde  el  siglo  ni  hasta  el  xui 
de  la  Era  Cristiana,  porque  en  este  pe- 
ríodo estuvo  encadenado  por  las  diver- 
sas revelaciones  divinas  el  pensamiento 
humano,  que  es  la  galladura  fecundante 
del  tiempo. 

Pues  mientras  la  civilización  greco  ro- 
mana fué  una  civilización  masculina,  de 
razón,  de  pensamiento  y  de  acción,  que 
creó  la  libertad,  el  derecho  y  la  justicia, 
las  Bellas  Letras  y  las  Bellas  Artes,  la  ci- 
vilización cristiana  fué  una  civilización 
femenina  de  sentimiento,  de  resignación 
y  devoción,  por  la  glorificación  del  dolor, 
que  creó  la  fe,  la  esperanza  y  la  caridad, 
el  pudor,  el  favor,  la  expiación  y  el  arre- 
pentimiento, el  derecho  divino  y  la  teo- 
cracia, quitando  á  la  mente  y  confiriendo 


al  corazón  la  regencia  de  la  conducta,  al 
erigir  la  pobreza  de  espíritu  y  la  sumi- 
sión pasiva  al  orden  providencial,  en  ta- 
blas de  salvación  para  las  almas  en  el 
mar  de  la  vida. 

Producto  de  la  función,  la  siquis  se  des- 
arrolla en  la  medida,  en  el  modo  y  en  la 
dirección  de  la  función^  y  cuando  en  el 
estado  primitivo,  abusando  el  hombre  de 
su  situación,  transfiere  por  pereza  á  la 
mujer  y  al  niño,  todas  ó  la  mayor  parte 
de  las  funciones  que  le  corresponden  en 
la  comunidad  originaria,  sacrificando  el 
porvenir  de  los  suyos  á  su  propio  presen- 
te, queda  anulado  el  desarrollo  de  la  res- 
pectiva siquis  en  los  dos  sexos,  por  inejer- 
citación  de  la  función  propia  en  el  sexo 
activo,  por  la  ejercitación  de  la  función 
impropia  en  el  sexo  pasivo,  no  pudiendo 
prosperar  las  aptitudes  varoniles  en  la 
mujer,  que  asume  las  funciones  del  hom- 
bre para  la  sustentación  de  la  familia 
salvaje,  en  perjuicio  de  la  prole,  que  su- 
cumbe en  su  mayoría  á  la  adversidad 
consecutiva  del  ambiente  social,  y  así 


^  64  - 

desheredada^  en  la  minoría  que  sobre- 
vive, de  todas  las  posibilidades  acrecen- 
tables  y  no  acrecentadas,  queda  en  la 
misma  condición  animal  de  los  padres, 
como  es  también  la  necesidad  de  explo- 
tar prematuramente,  para  la  sustenta- 
ción de  la  familia  indigente,  las  energías 
incipientes  del  niño  ineducado,  lo  que 
mayormente  impide  el  adelanto  social  de 
las  clases  menesterosas  en  las  sociedades 
civilizadas. 

La  inteligencia  se  forma  y  se  deforma 
por  adaptación  al  medio,  siendo  el  am- 
biente el  medio  extensivo  y  la  escuela  el 
medio  intensivo.  La  diferencia  entre  la 
educación  racional  y  la  tradicional,  con- 
siste en  que  la  primera  hace  del  intelecto 
un  instrumento  de  trabajo  mental,  y  la 
segunda  solamente  un  andaribel  de  man- 
damientos y  rutinas,  que  gravitando  na- 
turalmente con  más  eficacia  sobre  los 
más  achatables,  centuplican  la  prepoten- 
cia del  cacique,  del  hombre  excepcional 
sobre  el  hombre  común,  mayormente 
despojado  de  sus  aptitudes  masculinas, 


—  65  — 

«castrado  de  la  inteligencia»,  como  dice 
Sergi,  lo  mismo  en  España  y  en  Sud- Amé- 
rica que  en  Marruecos,  salvo  la  diferen- 
cia de  grado,  por  la  persistencia  en  las 
primeras  de  un  liberalismo  que  á  lo  me- 
nos ha  impedido  que  el  África  empezase 
en  los  Pirineos,  si  bien  haya  padecido 
también  de  la  ausencia  de  las  aptitudes 
que  no  se  ejercitan  bajo  la  tutela  del  al- 
tar y  del  trono. 

Aprovechándose  de  la  pasividad  men- 
tal natural  de  la  mujer,  el  salvaje  le  ad- 
judica las  cargas  y  se  reserva  los  ocios 
de  la  vida,  y  aprovechándose  de  la  re- 
signación cristiana  del  siervo  y  del  villa- 
no en  la  Edad  Media,  la  nobleza  y  el 
clero  les  adjudicaron  todos  los  trabajos 
y  las  penalidades,  y  se  reservaron  el  re- 
poso y  los  esparcimientos  de  la  vida  so- 
cial ó  conventual,  sobre  la  doctrina  ecle- 
siástica de  la  predestinación  por  el  naci- 
miento^ para  mandar  y  disfrutar  los 
unos,  para  sudar  y  obedecer  los  otros, 
con  cargo  de  resarcimiento  en  el  más  allá. 

El  suelo  no  vale  para  la  sustentación 

5 


—  66  — 

del  hombre  por  el  patriotismo  ó  el  fana- 
tismo del  ocupante,  sino  por  lo  que  puede 
hacerle  producir  la  inteligencia  del  ocu- 
pante, y  los  pueblos  que  han  descuidado 
ésto  para  cultivar  aquéllo  están,  por  eso 
mismo,  á  la  cola  de  la  civilización  hu- 
mana. 

«La  Naturaleza  ha  dado  á  cada  sexo  su 
destino  particular,  porque  las  cosas  son 
tanto  más  perfectas,  cuanto  sirven  no 
para  muchos  usos,  sino  para  uno  solo», 
dice  Aristóteles,  y  porque  hacer  á  las 
mujeres,  física  ó  mentalmente,  iguales  á 
los  hombres,  hubiese  sido  lo  mismo  que 
no  hacer  mujeres,  y  sin  las  mujeres  el 
mundo  sería  una  pamplina  para  los  hom- 
bres. 

Pero  usos  diferentes  y  correlativos  re- 
claman perfeccionamientos  simultáneos 
y  concordantes,  porque  una  mujer  infe- 
rior no  puede  ser  la  otra  mitad  de  un 
hombre  superior,  y  viceversa,  porque 
la  parte  de  cada  cónyuge,  que  no  en- 
cuentra correspondencia  en  el  otro, 
queda  célibe  y  tiene  que  buscar  fuera 


—  67  — 

del  hogar  la  hospitalidad  que  no  encuen- 
tra en  él. 

Prevaleciendo  en  el  hombre  la  razón — 
que  es  luz  que  alumbra  sin  calentar — y 
en  la  mujer  el  sentimiento — que  es  fuego 
que  calienta  sin  alumbrar, — el  máximum 
de  posibilidades  de  la  dicha  común  re- 
sulta de  la  compenetración  del  hombre 
por  la  mujer  y  de  la  mujer  por  el  hombre. 

Un  indio  ona,  traído  de  la  Tierra  del 
Fuego  para  la  exposición  del  98,  en  Bue- 
nos Aires,  estimaba  su  plan  de  vida  me- 
jor que  el  nuestro,  porque  «allá  mujer 
haciéndolo  todo,  v  hombre  sentáte  no 
más — decía  él, — y  aquí  hombre  hacién- 
dolo todo  y  mujer  sentáte  no  más». 

En  esta  combinación  queda  malograda 
la  parte  masculina  en  el  capital  de  ener- 
gías de  la  célula  humana  para  la  vida  so- 
cial, y  la  familia  subsiste  solamente  por 
el  esfuerzo  de  la  mujer.  En  la  combina- 
ción opuesta,  en  la  mujer  sustraída  á  las 
actividades  de  la  vida  social,  queda  ma- 
lograda la  parte  femenina,  y  así,  mien- 
tras los  orientales  se  aburren  soberana- 


—  68  — 

mente  en  el  desierto  espiritual  del  harén 
con  sus  recuas  de  mujeres,  ociosas,  abu- 
rridas y  analfabetas,  compradas  á  menu- 
do como  las  coles  en  el  mercado,  y  cus- 
todiadas por  hombres  en  quienes  se  ha 
hecho  la  más  vil  degradación  de  la  espe- 
cie, todas  desiguales  por  las  formas  del 
cuerpo  y  el  color  de  la  piel,  todas  igua- 
les por  el  espíritu  en  blanco,  nosotros  ha- 
cemos en  una  sola  mujer  un  harén  de 
ideales  y  sentimientos,  en  el  que  encuen- 
tran hospitalidad  y  correspondencia  to- 
das las  cosas  que  bullen  en  la  mente,  to- 
das las  emociones  que  agitan  al  corazón. 


IV 


El  Renacimiento. 

Sucede  que  las  ideas  tienen  progenito- 
res, como  todos  los  seres  v  todas  las  co- 
sas;  las  ideas  son  la  prole  engendrada 
por  el  pensamiento  en  la  mente;  las  ideas 
surgen,  como  los  compuestos  químicos, 
de  la  cópula  de  dos  ó  más  elementos  dis- 
tintos y  afines;  las  ideas  nacen,  como  las 
gentes,  del  matrimonio  de  dos  ideas  dife- 
rentes y  precedentes,  sólo  que  ellas  son, 
casi  siempre,  hijas  de  padres  desconoci- 
dos, unidos  en  connubio  secreto  en  el 
cuarto  obscuro  de  la  subconciencia. 

En  la  génesis  de  las  ideas,  como  en  la 
génesis  de  los  hombres,  sin  aproximación 
y  fecundación  no  puede  haber  nacimien- 
to. Pero  en  el  reino  ideal  existe  también 


—  To- 
la propagación  por  escisiparidad,  que  es 
propia  de  esas  especies  inferiores  del  rei- 
no animal,  que  se  multiplican  sin  conjun- 
ción sexual,  por  simple  tradición  de  la 
vida  del  organismo  troncal  á  las  partes 
segregadas  para  constituir  nuevos  orga- 
nismos, en  una  serie  de  seudo-generacio- 
nes,  al  cabo  de  las  cuales  la  especie 
vuelve  á  reconstituirse  por  fecundación 
bisexual. 

Del  mismo  modo,  en  la  vida  síqui- 
ca las  mismas  ideas  pueden  propagarse 
indefinidamente,  pasando  de  la  mente 
de  los  padres  á  la  mente  de  los  hijos, 
por  simple  tradición,  á  la  de  los  extra- 
ños por  simple  inculcación  ó  conver- 
sión, sin  fecundación,  sin  reengendra- 
miento, resultando  así  la  unisexualidad 
mental,  religiosa  ó  laica:  «la  pavorosa 
unidad,  bajo  la  cual  el  imperio  romano 
hizo  perecer  á  la  civilización  antigua», 
como  dice  Renán,  porque  esa  unidad  for- 
zosa, en  la  que  los  imperios  islámicos  y 
el  imperio  católico  español,  que  le  suce- 
dieron en  el  poderío,  buscaron  también 


—  TI- 
SÚ salvación  v  encontraron  también  su 
ruina;  esa  unidad  era  la  proscripción  del 
cisma  futuro  por  el  cisma  pasado,  era  el 
cisma  crucificado,  que  se  había  conver- 
tido en  ortodoxia  crucificante;  era  el  en- 
cadenamiento del  cisma^  que  es  el  ángel 
guardián  de  la  civilización,  al  cual  debe 
el  imperio  británico  cismático  el  haber 
escapado  al  infortunio  de  sus  predeceso- 
res^ tomando  el  camino  opuesto,  en  lo 
que  se  llama  «el  gobierno  de  la  oposi- 
ción», que  es  el  gobierno  del  progreso 
sustituido  al  gobierno  de  la  tradición,  que 
«reina  y  no  gobierna»,  á  la  inversa  de  la 
Rusia,  la  Turquía  y  la  España,  donde  la 
tradición  reina  y  gobierna.  Esa  fórmula 
inglesa  fué  también  la  adoptada  desde 
1868  por  los  vencedores  de  los  chinos  y 
los  rusos:  el  gobierno  del  progreso,  bajo 
el  reinado  de  la  tradición,  á  la  inversa 
de  las  repúblicas  hispano-americanas,  en 
las  que  gobierna  todavía  la  tradición, 
donde  todavía  gobiernan  los  frailes  ó  sus 
hechuras. 

En  un  caso  la  mente  del  hombre  es  un 


—  72  - 

simple  almacén  de  pensamiento  en  con- 
serva, V  en  el  otro  es  un  laboratorio  de 
pensamiento  de  refresco,  lo  que  no  fué 
viable  hasta  el  advenimiento  de  la  Re- 
forma, en  que  hubo  por  lo  menos  á  don- 
de emigrar  cuando  se  cambiaba  de  pa- 
recer. 

La  Grecia  de  las  letras  y  las  artes  es, 
seguramente,  el  fenómeno  más  intere- 
sante de  la  historia  antigua,  porque  es  el 
que  tiene  más  analogías  con  el  presente. 
Mientras  el  espíritu  humano  languidecía 
en  los  grandes  imperios  de  la  India,  de 
la  China,  de  la  Persia  y  del  Egipto,  bajo 
la  ortodoxia  de  las  respectivas  supersti- 
ciones reinantes,  el  ateniense,  que  jamás 
estaba  seguro  del  día  siguiente,  produ- 
cía con  una  espontaneidad  que  nos  asom- 
bra, dice  Renán. 

¿De  qué  provenía  esa  fecundidad  ex- 
cepcional, ausente  hoy  de  los  griegos  que 
habitan  ese  mismo  suelo?  Desarticulados 
en  un  semillero  de  minúsculas  democra- 
cias que  se  disputaban  el  territorio,  cons- 
tituidos por  un  semillero  de  facciones  que 


—  73  — 

se  disputaban  el  reducido  podei%  los  he- 
lenos tenían  dioses  municipales  y  care- 
cían de  autoridades  nacionales.  Por  esta 
Inestabilidad,  Federico  el  Grande  pro- 
nosticaba la  ruina  de  la  Inglaterra  gober- 
nada por  los  partidos  de  la  calle  y  los 
oradores  del  Parlamento.  Pero  el  Go- 
bierno de  Atenas  era  menos  que  eso  to- 
davía: era  el  Gobierno  de  los  charlata- 
nes de  la  plaza  pública. 

Y  si  todas  las  circunstancias  ordina- 
rias eran  adversas,  ¿cuál  ha  sido,  enton- 
ces, la  circunstancia  excepcional  que  ha 
producido  los  resultados  excepcionales? 
Es  que,  precisamente,  todas  esas  circuns- 
tancias eliminaron  á  la  más  perjudicial 
de  todas,  á  la  estabilidad  del  pensamien- 
to en  la  ortodoxia  intelectual.  Nada  era 
estable,  y  el  pensamiento  de  un  filósofo 
ó  de  un  artista  engendraba  otra  filosofía 
ú  otro  arte  en  el  espíritu  de  otros  pensa- 
dores, de  otros  estetas,  ensanchándose 
así  el  caudal  espiritual  de  las  generacio- 
nes subsiguientes. 

Por  el  contrario,  proscrita  bajo  el  cris- 


—  74  — 

tianismo  en  el  poder,  la  originalidad  in- 
telectual, la  especie  humana  se  propaga- 
ba por  el  renacimiento  de  las  personas, 
y  el  pensamiento  sólo  por  el  trasiego  de 
las  ideas  añejas  á  las  mentes  nuevas,  co- 
existiendo paralelamente  la  fecundidad 
genésica  y  la  infecundidad  síquica.  Supri- 
mida la  cruza  del  pensamiento  cesaron  las 
invenciones  y  los  descubrimientos^  y  la 
inteligencia  humana  sólo  pudo  dar  á  luz 
esos  hijos  monstruosos  delincesto  intelec- 
tual, que  son  los  diablos,  las  brujas,  los 
duendes,  los  Íncubos,  los  fantasmas,  los 
aparecidos,  las  ánimas  penantes,  la  ni- 
gromancia y  la  magia. 

La  parálisis  de  la  civilización  china 
por  el  aislamiento  en  la  filosofía  de  Con- 
fucio,  coagulada  en  rutinas  mentales;  la 
de  la  civilización  europea  en  los  prime- 
ros diez  siglos  del  cristianismo  dominan- 
te; la  de  los  árabes  y  los  turcos  en  el  isla- 
mismo hasta  el  presente,  no  son  más  que 
formas  diferentes  de  escisiparidad  inte- 
lectual por  retransmisión  de  los  compo- 
nentes viejos  á  los  individuos  nuevos,  sin 


—  7o  — 

recreación  de  nuevos  inquilinos  del  espí- 
ritu humano. 

Por  la  propagación  de  la  filosofía  grie- 
ga, favorecida  por  la  invención  del  papel 
y  de  la  imprenta^  se  inicia  el  concubinato 
del  pensamiento  pagano  con  el  pensa- 
miento cristiano,  que  son  los  progenito- 
res de  la  civilización  moderna.  Y  re- 
constituida así  la  regeneración  del  pen- 
samiento por  fecundación  bisexual^  los 
inquilinos  de  la  mente  volvieron  á  proce- 
der del  nacimiento;  y  este  período  en  que 
el  espíritu  humano  recomienza  á  engen- 
drar prole  espiritual,  después  de  diez  si- 
glos de  alojar  por  tradición  los  mismos 
huéspedes  en  la  mente,  es  lo  que  con 
toda  propiedad  se  denomina  el  renaci- 
miento. 

Este  es  el  complemento  de  la  idea  de 
Buckle,  que  atribuye  el  progreso  al  des- 
envolvimiento de  la  inteligencia,  y  de  la 
explicación  de  Robertson,  según  la  cual, 
el  progreso  resulta  del  contacto  de  civili- 
zación diferentes,  y  también  la  explica- 
ción del  mavor  adelanto  de  la  América 


—  76  — 

del  Norte  por  la  mayor  difusión  del  pen- 
samiento laico;  y  del  mayor  atraso  de  la 
España,  aun  sin  libertad  de  cultos,  y  de 
la  América  española,  por  la  mayor  con- 
tinuidad del  celibato  intelectual;  del  pro- 
greso final  de  la  República  Argentina 
por  la  libertad  de  cultos  y  el  desenvolvi- 
miento de  la  herejía,  con  la  instrucción 
laica  y  la  inmigración  europea.  Esto  ex- 
plica cómo  las  ideas,  las  invenciones  y 
los  descubrimientos  no  pueden  acontecer 
en  las  tribus  salvajes,  en  los  pueblos 
atrasados,  en  las  poblaciones  fanáticas. 
Porque  las  religiones  se  proponen  es- 
camotear los  usos  de  la  razón  humana, 
con  el  empleo  de  los  dogmas  sacrosantos, 
remediando  la  imbecilidad  y  la  ignoran- 
cia con  esas  pildoras  de  sabiduría  infusa, 
que  son  los  preceptos  morales,  reducen  á 
la  simple  conversión  de  los  infieles  y  de 
los  salvajes  (art.  67  in  15  de  la  Constitu- 
ción argentina)  el  problema  de  la  civili- 
zación, que  consiste  en  la  educación  del 
individuo,  y  el  europeo  fué  bárbaro  du- 
rante los  quince  siglos  en  que  estuvo  con- 


-  77  — 

vertido  y  no  estuvo  educado ,  como  son 
bárbaros  los  musulmanes,  como  fuimos 
bárbaros  nosotros  en  la  época  de  Quiro- 
ga,  Rosas  y  Aldao,  porque  también  está- 
bamos convertidos  á  la  religión  de  nues- 
tros padres  y  tampoco  estábamos  educa- 
dos para  la  higiene  del  espíritu  y  del 
cuerpO;  que  será  la  religión  de  nuestros 
hijos. 

El  Renacimiento  reintrodujo  furtiva- 
mente en  el  Occidente,  con  el  rol  activo 
de  la  mente,  la  antorcha  del  progreso, 
que  viene  disipando  las  tinieblas  del  os- 
curantismo; pero  en  España,  donde  la 
civilización  árabe  había  alcanzado  su 
más  alto  y  excepcional  esplendor,  del  que 
subsisten  aún  monumentos  insuperados^ 
todas  las  posibilidades  de  la  situación 
geográfica  y  del  descubrimiento  de  un 
nuevo  mundo,  se  malograron  al  empezar 
la  era  de  la  renovación  intelectual,  que 
ha  producido  las  formas  modernas  de  la 
vida,  porque  en  lugar  de  la  Reforma 
aconteció  en  ella  la  recrudescencia  de  la 
resignación  cristiana  y  cuasi  musulmana? 


—  78  — 

la  reincidencia  en  el  empleo  medioeval  de 
los  santos  y  de  las  reliquias,  como  agen- 
tes de  la  salud  en  la  tierra  y  de  la  felici- 
dad en  el  cielo. 

Y  el  libre  pensamiento,  el  Mesías  de 
incógnito,  que  traía  en  la  libertad,  la 
curiosidad  y  el  método  experimental,  las 
posibilidades  indefinidas  para  la  justicia, 
la  sensatez,  las  Ciencias  y  las  Artes,  la 
benevolencia  y  la  fraternidad,  fué  entre- 
gado por  los  Reyes  Católicos  á  las  torturas 
del  Santo  Oficio,  y  en  lugar  de  la  tole- 
rancia que  hace  posible,  por  la  promis- 
cuidad, la  fecundidad  intelectual,  hacien- 
do tabla  rasa  de  las  disidencias  menta- 
les, por  la  expulsión  de  los  judíos  y  de  los 
moros  y  la  incineración  de  los  herejes,  la 
intolerancia  religiosa  hizo  la  uniformidad 
del  espíritu  español  en  ese  primo  herma- 
no del  fatalismo  musulmán,  que  llama- 
mos el  misticismo:  «Todo  terminaba  en 
novenas,  misas  y  procesiones  para  agra- 
decer los  beneficios  recibidos,  para  pedir 
nuevas  mercedes,  dice  Juan  A.  García... 
El  esfuerzo  humano  era  un  factor  inútil, 


....  79  - 

condenado  á  vivir  en  la  inercia,  envuelto 
por  una  complicada  trama  de  privilegios 
y  preocupaciones,  por  una  legislación 
detallista  y  opresora  que  limitaba  las 
fuentes  de  la  riqueza  y  cerraba  todo  ho- 
rizonte al  trabajo.» 

Y  esta  es  la  descripción  perfecta  de 
una  sociedad  humana  en  la  actitud  pa- 
siva y  femenina  de  la  mente,  que  nada 
espera  del  ingenio  humano  descalificado 
expresamente  por  San  Agustín;  nada  de 
sí  misma,  porque  todo  lo  espera  del  fana- 
tismo religioso  y  de  los  fantasmas  tutela- 
res, á  los  cuales  atribuye  y  retribuye  to- 
dos los  accidentes  naturales,  excomul- 
gando en  su  nombre  á  los  insectos  y  á  las 
bestias  dañinas  y  bautizando  ó  bendi- 
ciendo á  los  niños,  á  los  muertos,  á  los 
campos,  á  las  plantas  y  á  los  animales 
útiles,  y  retardando  con  estos  métodos 
mágicos  el  advenimiento  de  la  pedagogía 
que  transforma  al  hombre  y  de  la  técnica 
que  transforma  al  ambiente. 

Para  el  mejor  desempeño  de  su  misión 
divina,  consistente  en  combatir  al  diablo 


—  80  - 

con  las  armas  de  la  fe,  defendiendo  «al 
rebaño  de  las  ovejas  del  Señor  contra  las 
acechanzas  del  espíritu  del  mal»,  la  Igle- 
sia se  instituye  en  nodriza  de  la  inteli- 
gencia humana  para  alimentarla  exclusi- 
vamente con  la  revelación  divina  por  el 
biberón  del  Catecismo,  erigiendo  la  pro- 
miscuidad intelectual  en  crimen  de  here- 
jía, que  atribuye  á  sugestión  satánica.  Y 
cuando  el  director  de  la  conciencia  y  el 
terror  al  infierno  imaginario,  no  bastan 
para  hacer  la  depuración  del  pensamien- 
to, ante  la  inundación  de  novedades, 
erige  al  primero  en  verdugo  de  los  peca- 
dores é  implanta  el  infierno  mismo  en  la 
tierra,  con  fuego  y  todo.  Y  cuando  se 
encuentra,  al  fin,  despojada  del  poder 
temporal  por  el  escepticismo,  no  pudien- 
do  ya  quemar  los  libros  y  torturar  á  los 
pensadores,  encierra  en  el  Syllábus  á  los 
últimos  creyentes  en  el  diablo  y  el  infier- 
no, y  arroja  el  ludex  Expurgatorium, 
como  una  tabla  de  salvación  á  las  almas 
naufragadas  para  la  gloria  eterna  en  la 
libertad  del  pensamiento. 


V 


El  maternalísmo. 

Se  ha  dicho  que  el  órgano  hace  la  fun- 
ción y  que  la  función  hace  al  órgano. 
Consiguientemente,  lo  que  no  sea  ejerci- 
tado en  la  función  quedará  indesarrolla- 
do  en  el  órgano^  y  la  inteligencia  de  cada 
sexo  y  de  cada  agrupación  humana,  es- 
tará determinada  en  su  cuantía  por  la 
cuantía  de  la  ejercitación,  y  en  las  mo- 
dalidades de  su  desarrollo  por  las  moda- 
lidades de  la  ejer citación,  en  la  serie  de 
generaciones. 

Faltarán,  por  lo  tanto,  ó  serán  débiles, 
en  la  inteligencia  de  la  mujer,  como  en  la 
del  hombre,  las  aptitudes  correspondien- 
tes á  las  funciones  excluidas  por  la  natu- 
raleza y  por  las  circunstancias  sociales, 

6 


—  82  - 

y  existirán,  ó  serán  más  prominentes  las 
aptitudes  correspondientes  á  las  funcio- 
nes más  ejercitadas,  y  á  la  diversa  com- 
binación de  aptitudes  intelectuales  y  sen- 
timentales, de  esa  manera  resultantes  en 
cada  pueblo,  es  á  lo  que  llamamos  su  ca- 
rácter. 

Pues  la  necesidad  de  adaptarse  á  las 
circunstancias  de  la  vida,  suscita  una  di- 
ferente coordinación  de  aptitudes  para 
cada  diferente  régimen  de  vida,  y  del 
mismo  modo  que  la  abstención  perma- 
nente del  vuelo,  en  el  régimen  del  galli- 
nero, reduce  la  función  de  las  alas  al  rol 
simplemente  decorativo  en  el  ave  de  co- 
rral, la  abstención  permanente  del  dis- 
cernimiento propio,  en  el  régimen  del 
pensamiento  manufacturado  y  aprobado 
por  la  censura  eclesiástica,  reduce  las 
funciones  de  la  razón  humana  al  rol  sim- 
plemente declamativo,  en  el  inquilino  de 
los  dogmas  infranqueables. 

Las  capacidades  excepcionales,  que  son 
el  resorte  natural  del  progreso,  la  leva- 
dura del  ir  á  más,  el  expediente  de  la  na- 


—  83  — 

turaleza  para  romper  la  uniformidad 
aplastadora  de  las  ratinas  en  que  vegeta 
por  hábito  el  94  por  100  de  las  gentes, 
son  convertidas  por  aquel  medio  en  guar- 
dianes de  la  uniformidad  tradicional,  v 
la  evolución  ascendente  del  espíritu  que- 
da frustrada  por  el  quietismo  conse- 
cutivo. 

Tal  es  el  mecanismo  del  estancamiento 
de  las  viejas  civilizaciones  del  Asia,  has- 
ta que  el  Japón  importó  la  ciencia  euro- 
pea al  Extremo  Oriente,  y  de  la  civiliza- 
ción europea  durante  los  diez  siglos  en 
que  los  excepcionales  desempeñaron  el 
rol  de  proceres  de  la  rutina  religiosa,  y 
hasta  que  retomaron  su  rol  natural  de 
pioneer s  del  progreso,  mayormente  re- 
tardado en  España  por  la  mayor  subor- 
dinación del  entendimiento  de  las  gene- 
raciones presentes  al  espíritu  de  las  ge- 
neraciones pasadas,  que  hizo  del  indio  en 
las  Misiones  jesuíticas  el  jpendanf  del  ti- 
betano,  vale  decir,  el  ser  racional  trans- 
formado en  autómata  del  precepto  reli- 
gioso. 


—  84  — 

La  cuna  de  la  foca  está  en  la  tierra  y 
su  alimento  está  en  el  agua.  Por  esto,  la 
foca  madre  pesca  y  lleva  el  producto  de 
sus  aptitudes  acuáticas  á  la  boca  de  su 
hija  en  la  infancia.  El  ideal  de  la  foquilla 
inexperta  es  la  perpetuación  de  ese  có- 
modo régimen  providencial  de  comer  pe- 
ces sin  pescarlos,  que  la  pondría,  más 
tarde,  en  el  caso  de  ser  madre,  á  su  vez, 
y  no  saber  pescar  para  su  prole,  incapaz 
de  procurarse  el  sustento.  Pero  á  medida 
que  aumenta  con  la  edad  y  el  apetito  de 
la  chica  el  peso  de  la  servidumbre  que 
gravita  sobre  las  aptitudes  de  la  madre, 
se  debilita  en  ésta  el  afecto  maternal,  y 
á  hocicazos  echa  al  mar  á  la  hija  rebelde 
á  la  ley  del  trabajo,  y  le  enseña  á  nadar 
y  á  pescar,  para  abandonarla,  finalmen- 
te, á  los  azares  de  la  lucha  por  la  vida 
con  sus  propias  fuerzas. 

En  la  foca  rentista,  por  el  contrario,  la 
carga  no  pesa  mayormente,  la  solicitud 
maternal  no  se  debilita  jamás,  y  quiere 
conservar  perpetuamente  en  su  regazo 
al  hijo  de  sus  entrañas,  sin  echarlo  nunca 


—  85  - 

al  mar  de  la  \áda,  á  nadar  y  á  pescar  en 
concurrencia  con  los  extraños. 

En  aquella  familia  colonial,  residuo  de 
la  familia  romana  en  la  que  el  hijo  era 
propiedad  del  padre,  cuya  desaparición 
es  tan  deplorada  por  los  tradicionalistas, 
organizada  sobre  el  molde  patriarcal,  en 
la  que  los  servidores  y  sus  hijos,  y  los 
hijos  casados  y  padres  de  familia,  seguían 
viviendo  como  hijos  de  familia,  en  la  he- 
redad común,  bajo  el  techo  y  la  potestad 
del  padre  y  abuelo,  respectivamente, 
todo  lo  que  había  demás  en  subordina- 
ción para  los  viejos,  con  relación  al  es- 
tado actual^  existía  de  menos  en  indepen- 
dencia para  los  jóvenes  y  adultos,  en  ac- 
tividad social  para  la  vida  nacional,  y  el 
hijo  de  familia  moría  á  menudo^  dejando 
viuda  y  descendientes,  sin  haber  sido  y 
sin  haber  sentido  jamás  las  responsabili- 
dades del  jefe  de  familia,  sin  haber  deja- 
do de  ser  pupilo  en  el  hogar  paterno, 
para  ser  hombre  libre  en  el  hogar  propio. 

Todo  tiene  su  contraparte,  y  en  la  pre- 
visión maternal,  que  hace  innecesaria  la 


—  86  — 

previsión  propia  en  el  hijo  mimado ,  ha- 
bituado á  dejarse  dirigir  y  á  no  dirigirse, 
á  ser  servido  y  á  no  servirse,  á  no  hacer 
por  sí  mismo  lo  que  pueda  ser  hecho  por 
otros  para  él,  ano  incomodarse  por  nadie 
y  á  que  todos  se  incomoden  por  él,  la  ma- 
dre cariñosa,  ahorrando  al  hijo  las  co- 
rrecciones y  prodigándole  las  satisfaccio- 
nes, le  bonifica  él  ahora  á  expensas  del 
después,  porque  su  ideal  es  el  de  sus- 
traerlo á  todas  las  molestias,  las  res- 
ponsabilidades y  las  incomodidades,  á 
todos  los  riesgos,  á  todas  las  incertidum- 
bres  y  las  eventualidades,  vale  decir,  á 
todas  las  circunstancias  que  pueden  en- 
trenarlo, educarlo  y  experimentarlo  para 
el  rol  activo  en  la  vida,  porque  son  al 
mismo  tiempo  las  que  pueden  extraviarlo 
y  perderlo. 

Pero  no  hay  madre  más  maternal  que 
«la  Santa  Madre  Iglesia»,  que  sustrae 
el  espíritu  humano  á  la  posibilidad  del 
progreso  para  sustraerlo  á  la  posibilidad 
del  extravío ,  condenando  la  libertad  del 
pensamiento  como  el  más  grave  de  los 


—  87  — 

delitos  humanos;  limitando  ó  encauzando 
la  energía  mental  del  individuo,  desde  la 
cuna  hasta  la  tumba,  por  medio  de  sus 
mandamientos  y  sus  gendarmes  de  la 
conciencia,  en  una  rutina  mental,  como 
se  encauza  el  agua  en  un  caño  de  plomo; 
cultivando  en  la  mente  sólo  el  lado  emo- 
cional, el  lado  de  la  fe  y  la  credulidad, 
de  la  resignación  y  la  obediencia  á  los 
gobernantes  imaginarios  del  universo, 
perinde  ac  cadáver^  según  la  fórmula  de 
los  jesuítas;  lo  que  podríamos  llamar  el 
lado  musulmán  del  espíritu  humano,  que 
reduce  á  tan  poca  cosa  el  estandarte  de 
la  civilización,  porque  lleva  directamente 
á  la  gloria  eterna  á  través  del  fanatismo, 
la  barbarie  y  la  miseria  interminables. 


VI 


Las  ciencias  para  ia  vida  y  las  cien= 
cias  para  después  de  la  vida. 


Defraudado  ó  contrariado  el  proceso 
de  la  evolución  en  el  salvaje^  que  deserta 
su  rol  en  la  vida  social  y  frustra  el  de  la 
mujer,  malogrando  el  porvenir  del  hijo, 
la  descendencia  no  puede  superar  el  es- 
tado originario  y  se  queda  en  la  condi- 
ción animal.  Excluido  el  aporte  síquico 
femenino  en  la  civilización  griega;  ex- 
cluido el  masculino  con  inclusión  de  la 
mujer  en  la  civilización  cristiana  y  con 
exclusión  social  de  la  mujer  en  la  musul- 
mana, tampoco  puede  proseguir  en  ellas 
integralmente  la  evolución  del  mundo 
moral,  para  la  cual,  el  hombre  y  la  mujer, 


—  Go- 
la inteligencia  y  el  sentimiento,  no  son 
fines  sino  medios,  como  la  cultura,  la  to- 
lerancia y  la  benevolencia,  siendo  sus 
instrumentos  principales  el  hambre  y  el 
amor,  y  su  principal  objetivo  la  perpe- 
tuación de  la  vida,  más  palpitante  en  el 
niño,  vale  decir,  la  exaltación  de  la  es- 
pecie para  la  conservación  de  la  especie, 
de  la  que  el  mundo  puede  contener  infini- 
tamente más  y  mejores  ejemplares  en  el 
estado  civilizado  que  en  el  salvaje,  y 
para  cuyo  fin,  la  moral  que  la  naturaleza 
misma  sugiere  á  la  razón  adulta,  es  el 
acrecentamiento  de  la  compatibilidad  re- 
ciproca entre  los  individuos,  esto  es,  el 
acrecentamiento  de  la  calidad  para  el 
acrecentamiento  del  número. 

La  generosidad  de  la  naturaleza,  como 
la  de  la  buena  dueña  de  casa,  consiste  en 
hacer  que  la  vida  sea  corta  y  sabrosa 
para  cada  uno,  á  fin  de  que  alcance  para 
muchos  comensales,  y  el  egoísmo  de  cada 
comensal  en  que  sea  lo  más  grande  y  sa- 
brosa para  él,  aunque  sea  lo  más  breve 
y  amarga  para  los  otros.  Así  éste  quiere 


-  91  — 

uncir  la  eternidad  á  su  yo,  que  es  lo  que 
la  naturaleza  ha  separado  de  la  eternidad, 
para  hacer  en  él,  por  el  amor  que  pasa,  la 
residencia  accidental  de  la  calidad  acci- 
dental, y  en  consecuencia,  todas  las  fuer- 
zas de  la  naturaleza  son  utilizables  para 
este  fin,  y  ninguna  para  aquél. 

Y  porque  las  ciencias  y  las  artes  natu- 
rales sirven  al  desenvolvimiento  de  la 
especie  creadora  del  mundo  moral,  en  el 
sentido  v  con  los  recursos  de  la  natura- 
leza,  y  las  ciencias  y  las  artes  religiosas 
sirven  á  la  gloria  de  los  profetas  y  de  los 
credos,  en  sentido  diferente  ú  opuesto  al 
de  la  naturaleza,  la  fecundidad  de  la  ac- 
ción humana  en  el  mundo  acompaña  á 
las  primeras  y  la  infecundidad  á  las  se- 
gundas^ ventaja  incomparablemente  ma- 
yor que  la  de  todas  las  organizaciones 
eclesiásticas,  y  en  la  que  no  pensó  Macau- 
lay,  cuando  imaginaba  su  neozelandez, 
contemplando  desde  el  puente  de  Londres 
las  ruinas  de  la  ciudad  en  que  surgió  el 
novum  organuiiiy  progenitor  de  los  de- 
rechos del  hombre,  de  los  sueros,  de  la 


—  92  — 

telegrafía  sin  hilos,  de  los  ferrocarriles, 
de  la  navegación  á  vapor,  y  de  la  lim- 
pieza, que  inventó  Lister,  y  que  salva 
cada  año  un  número  de  vidas  mayor  que 
el  total  de  las  que  Napoleón  mató  en  todas 
sus  guerras,  como  dice  Grorham,  y  lo  que 
fué  ciertamente  más  importante  que  ha- 
cer brotar  el  agua  de  una  roca  para  una 
tribu  de  israelitas  sedientos,  ó  resucitar 
á  un  muerto  que  no  valía  un  comino  y  ha 
servido  de  pretexto  para  las  más  grandes 
'  matanzas  de  la  era  cristiana  y  musulma- 
na, para  el  decreto  del  Santo  Oficio  que 
condenó  á  muerte  á  toda  la  población 
de  la  Holanda,  y  para  que  los  mejores 
hombres  de  la  humanidad  fueran  podri- 
dos en  los  calabozos  ó  quemados  vivos 
en  la  hoguera,  por  delito  de  herejía  ó  de 
incredulidad. 

Por  lo  demás,  el  hecho  de  la  muerte, 
que  es  el  núcleo  generatriz  de  los  poderes, 
de  los  temores  y  de  los  deberes  fúnebres, 
es  un  hecho  natural,  tan  natural  como  el 
hecho  del  nacimiento,  y  después  de  éste 
lo  mejor  que  hay  en  el  mundo,  en  cuanto 


—  es- 
es la  previa  seguridad  de  la  terminación 
de  todos  los  males  irremediables. 

La  transmutación  de  la  vida  termina- 
ble  en  vida  interminable,  es  la  enmienda 
del  hombre  á  la  naturaleza:  la  enmienda 
peor  que  el  soneto.  Porque  la  naturaleza 
se  dirige  por  el  curso  propio  de  sus  ener- 
gías á  edificar  progresivamente  en  el 
hombre  animal  al  hombre  moral,  por 
el  desenvolvimiento  de  la  inteligencia  y 
del  sentimiento  hasta  las  más  altas  cum- 
bres de  la  excelsitud,  á  las  cuales  lo  lle- 
van las  religiones  fuera  de  la  vida  y  del 
mundo,  por  la  parálisis  de  los  resortes  de 
elevación  en  el  mundo. 

Entretanto,  de  la  eterna  primavera  del 
corazón  humano  han  brotado  todas  las 
amenidades  de  la  vida  social,  y  del  es- 
calofrío del  eterno  ocaso  del  espíritu  han 
salido  los  pavores  del  misticismo,  que 
secuestran  al  anacoreta  en  su  caverna, 
y  mantienen  al  fraile  y  á  la  monja  en  su 
celda  solitaria,  prisioneros  de  sus  propios 
terrores  por  inferencia  melancólica  del 
más  allá  de  la  vida. 


—  94  — 

El  mundo  moral  es  la  creación  especí- 
fica del  espíritu  humano,  pero  todos  los 
caminos  para  ir  adelante  por  la  investi- 
gación científica  estaban  clausurados, 
dice  Huxley,  por  este  aviso:  «Es  prohi- 
bido pasar.  Por  orden  superior.  Moisés.» 
Durante  los  diez  y  siete  siglos  de  orto- 
doxia cristiana,  la  cruz  colocada  sobre 
las  iglesias  ha  representado  esta  adver- 
tencia»: «Es  obligatorio  creer;  está  prohi- 
bido pensar;  se  recomienda  sufrir,  llorar 
y  rezar.» 

Y  en  resumidas  cuentas,  ¿qué  es,  en 
concreto,  este  fantasma  de  la  perpetui- 
dad de  la  vida,  que  ha  salido  de  la  mente 
para  convertirse  en  parricida  del  pensa- 
miento? 


vn 
La  vida  ütil. 

Lo  propio  de  la  vida  es  la  intermiten- 
cia entre  el  ser  y  el  no  ser,  entre  la  vi- 
gilia y  el  sueño,  entre  la  ejercitación  y  la 
reposición  de  la  energía,  y  lo  propio  de  la 
dicha,  en  razón  de  la  energía  que  pone 
en  actividad,  es  ser  tanto  más  fugaz 
cuanto  más  intensa,  vale  decir,  que  es  la 
menos  eternizable  de  las  cosas,  y  por 
otra  parte,  las  energías  que  no  se  em- 
plean y  las  penas  giradas  sobre  la  eter- 
nidad, son  como  las  gotas  de  llu\áa  que 
caen  sobre  el  mar,  como  las  horas  vacías 
que  se  van  perdidas  en  la  inmensidad  del 
tiempo. 

La  vida  de  relación  es  una  sucesión  de 
accidentes  pasajeros,   que  parecen  una 


—  96  — 

duración  sólo  por  una  ilusión  de  la  con- 
ciencia, á  causa  de  que  la  memoria  retie- 
ne la  impresión  de  los  momentos  pasados 
conjuntamente  con  la  de  los  presentes, 
en  la  misma  manera  en  que,  por  una  ilu- 
sión de  óptica,  el  movimiento  de  un  punto 
luminoso  en  el  espacio  obscuro  produce  la 
impresión  visual  de  una  línea  luminosa, 
que  no  existe  en  el  espacio. 

Nuestra  existencia  de  ayer,  con  sus 
dichas  y  sus  desdichas,  no  existe  ya  en 
ninguna  parte,  y  nuestra  existencia  de 
mañana  no  existe  aún  en  el  tiempo;  pero 
la  primera  existe  como  representación  en 
nuestra  memoria,  y  la  segunda  como  an- 
ticipación en  nuestro  deseo,  y  uniéndose 
en  el  espíritu  sobre  el  momento  presente, 
lo  que  ya  no  es,  lo  que  es  y  lo  que  to- 
davía no  es,  como  se  unen  en  un  pano- 
rama artificial  las  figuras  en  especie  real, 
con  las  figuras  en  representación  colo- 
reada, hacen  esa  manera  de  sensación 
panorámica  de  la  propia  vida,  que  lla- 
mamos el  yo,  compuesta  de  recuerdos, 
de  actualidades,  de  presentimientos,  de 


—  97  — 

temores  y  de  esperanzas,  y  también,  á 
veces,  de  fantasmagorías,  constituidas 
por  los  respectivos  purgatorios,  infiernos 
y  cielos  imaginarios,  con  sus  criaturas 
atormentadas,  sus  condenados  en  mar- 
tirio perpetuo,  sus  diablos  en  forma  de 
hombres  con  cuernos  y  cola,  y  sus  bien- 
aventurados con  cara  de  tilingos  ané- 
micos en  el  Occidente,  y  esos  dioses  de 
pesadilla,  mestizos  de  hombre  y  de  ani- 
mal en  el  Oriente. 

Y  la  idea  de  la  inmortalidad  del  yo, 
comporta  la  idea  de  la  perpetuación  del 
panorama  individual,  después  del  ani- 
quilamiento del  sistema  nervioso  central, 
que  era  la  placa  sensible  en  que  se  re- 
velaba, después  de  la  cesación  de  la  me- 
moria, de  la  conciencia  y  de  la  imagina- 
ción en  que  estaba  reflejado  el  ambiente, 
que  es  el  componente  que  subsiste. 

Pero  lo  propio  de  la  dicha  como  de  la 
vida  misma,  es  el  ser  intermitentes,  pues, 
si  no  cambiasen  de  modo,  de  especie  ó 
de  intensidad,  no  podríamos  experimen- 
tarlas, y  las  tendríamos  sin  sentirlas,  que 

7 


—  98  — 

sería  lo  mismo  que  no  tenerlas.  No  hay 
vida  perceptible  sin  sensación,  ni  sensa- 
ción sin  cambio,  y  siendo  absolutamente 
iguales  todos  los  momentos  de  la  dicha 
ó  de  la  desdicha  perpetuas,  la  existencia 
invariable  del  alma  invariable,  sería  la 
indiferencia  interminable,  y  en  la  seudo- 
existencia  sin  cambios,  sin  pasiones  y  sin 
intereses,  sin  accidentes,  sin  emociones, 
sin  sensaciones  y  sin  porvenir,  la  dicha 
eterna  sería  tan  espantosamente  aburrida 
como  la  eterna  desdicha. 

Per  troppo  variar  natura  é  bella,  y  una 
persona  con  un  solo  asunto  en  su  espí- 
ritu, es  tan  monótona  como  un  instru- 
mento musical  con  una  sola  cuerda  en  su 
re^gistro,  y  la  más  bella  melodía  repetida 
constantemente  llegaría  á  ser  tan  insu- 
frible como  el  insomnio,  que  es  la  impo- 
sibilidad de  suspender  periódicamente  la 
vida  sensible,  para  recomenzarla  de  re- 
fresco, teniendo  razón  sobrada  el  niño 
que  preguntaba,  como  lo  cuenta  Ellen 
Key,  si  cuando  estuviera  en  el  cielo  le 
darían  licencia  los  domingos  para  ir  al 


—  99  — 

infierno  á  jugar  con  los  niños  malos. 
La  belleza  de  los  paisajes  de  montañas 
deriva  de  la  intermitencia  en  el  contem- 
plarlos^ y  de  la  intermitencia  en  el  suce- 
derse  la  de  los  paisajes  de  nubes,  que  son 
montañas  accidentales.  Y  es  el  cambio 
permanente  del  sujeto  en  evolución  in- 
cesante lo  que  hace  que  cada  día  sea  otro 
día  para  el  ser  vivo,  aun  siendo  el  mismo 
día  para  el  ser  muerto,  tanto  más  inte- 
resante cuanto  más  otro,  tanto  más  in- 
sípido cuanto  más  el  mismo,  como  trans- 
curre para  el  preso  en  el  calabozo,  veri- 
ficándose la  transformación  objetiva  del 
panorama  de  la  vida  por  la  sucesión 
de  las  estaciones  y  de  los  accidentes  cli- 
matéricos, y  de  los  acontecimientos  del 
hoo-ar  ó  de  la  sociedad,  v  la  transforma- 
ción  subjetiva  por  la  sucesión  de  las 
edades,  cada  una  de  las  cuales  tiene  sus 
incentivos  y  sus  atractivos  propios,  que 
quedan  vacíos  de  interés  ó  de  excitación 
en  la  siguiente,  de  tal  manera  que,  cuando 
la  vida  se  prolonga  y  se  han  usado  y 
gastado  todos  los  incentivos  de  vivir,  la 


—  100  — 

existencia  misma  queda  sobrante,  y  del 
que  así  la  tiene  se  dice  que  es  «un  ente» 
porque  ya  no  es  una  persona. 

En  el  máximum  de  asimilación  de  ma- 
teriales para  la  vida  orgánica  y  para  la 
vida  síquica  en  crescendo,  todo  vale  por 
su  novedad  y  su  intensidad  en  el  niño,  y 
en  el  mínimum  todo  vale  por  su  continui- 
dad V  su  lenidad  en  el  anciano.  El  uno 
rompe  sus  juguetes  y  sus  trajes,  y  echa 
al  olvido  sus  pesares  y  sus  alegrías,  sus 
amores  y  sus  rencores  de  un  día,  para 
cambiarlos  por  otros  diferentes,  y  el  an- 
ciano cuida  su  ropa,  y  sus  recuerdos,  y 
se  resiste  á  cambiar  de  afectos  y  de  cos- 
tumbres. 

Agotado  el  repertorio  de  representa- 
ciones y  de  sensaciones  posibles,  con  los 
materiales  que  contiene  el  mundo  y  las 
aptitudes  sensibles  de  que  dispone  el 
espectador,  es  forzoso  renovar  al  es- 
pectador, por  la  imposibilidad  de  re- 
novar el  escenario,  para  que  pueda 
ser  siempre  interesante  el  mismo  espec- 
táculo del  universo  perpetuamente  re- 


—  101  — 

producido,  para  nuevas  concurrencias 
sucesivas. 

Así,  la  duración  útil  de  la  vida  depende 
de  la  amplitud  emocional  del  sujeto, 
porque  la  medida  de  la  vida  es  el  grado 
de  interés  que  ponemos  en  las  cosas  de 
nuestro  mundo. 


VIII 

La  Peaa  de  Chagrín. 

Hay  una  curiosa  familia  de  cucara- 
chas, en  la  que  existe  normalmente  el  sa- 
dismo femenino,  y  una  fotografía  publi- 
cada por  el  /.  L.  News,  y  en  la  cual,  al- 
rededor de  una  hembra  que  está  sabo- 
reando las  entrañas  aún  calientes  de  la 
primera  víctima,  tres  pretendientes  á  la 
felicidad  y  al  martirio,  esperan,  al  pa- 
recer ansiosamente,  su  turno  de  ser  ben- 
decidos y  devorados,  deja  suponer  que 
para  éstos  el  momento  valdrá  la  pena 
de  abandonarle  íntegramente  la  Peau  de 
Chagrín  del  cuento  del  Balzac,  que  se 
achicaba  junto  con  la  vida  en  cada  goce 
del  propietario. 

Ante  este  problema  del  destino,  del 


—  104  — 

placer  y  del  dolor^  de  la  vida,  de  la  dicha 
y  de  la  muerte,  puesto  en  una  cascara  de 
nuez,  como  dicen  los  ingleses,  un  cuca- 
racho  asceta,  desalentando  de  paso  y  por 
piedad  á  los  otros  cucarachos,  adoptaría 
el  partido  de  abstenerse  del  goce  para 
salvarse  del  peligro,  y  prolongar  por  al- 
gunos días  ó  por  algunos  meses,  hasta  la 
llegada  fatal  del  invierno,  una  existencia 
célibe  y  sin  sucesión,  mientras  un  encara- 
cho poeta  pensaría,  por  el  contrario,  que 
fis  hetter  to  kave  loved  and  lost,  than  not 
to  have  loved  at  all.  El  uno  habría  vivido 
más  en  tiempo  y  el  otro  en  intensidad;  el 
uno  en  longitud  y  el  otro  en  latitud;  el 
uno  habría  vivido  más  y  el  otro  habría 
vivido  mejor.  ¿En  cuál  de  los  dos  habría 
sido  más  grande  el  total  de  la  vida? 

Porque  si  la  vida  es  sensación,  se  puede 
vivir  años  en  minutos  y  minutos  en  años. 
Y  si  el  cambio  es  la  condición  de  la  sen- 
sación, se  puede  tener  una  vida  exigua  en 
una  existencia  larga  y  una  vida  cuantiosa 
en  una  existencia  breve.  Las  sensaciones 
penosas  son  las  cantidades  á  deducir,  y  de 


—  105  — 

la  misma  manera  en  que  el  dolor  delata 
las  obstrucciones  del  organismo  físico,  el 
aburrimiento  es  el  delator  de  las  obstruc- 
ciones de  la  vida  síquica/  por  inacción  ó 
por  continuidad  monótona  de  la  misma 
acción. 

Los  rebeldes  á  la  vida  natural,  que  re- 
zan todos  los  días  las  mismas  plegarias, 
á  las  mismas  horas  y  con  las  mismas  pa- 
labras, á  los  mismos  muertos,  hasta  mo- 
rirse de  viejos,  perdiendo  el  tiempo  para 
salvar  el  alma,  contraviven  ó  desviven 
la  vida  en  el  presente,  para  sobreviviría 
en  el  mañana,  atesorando  la  tristeza  del 
vivir,  que  es  la  moneda  metafísica  con 
que  se  compra  la  eterna  alegría. 


IX 


El  pensamiento  y  la  loca  de  la  casa. 

La  memoria  y  el  pensamiento  son  los 
medios  de  capitalizar  las  sensaciones  y 
hacerlas  producir  renta,  vale  decir,  vida 
síquica,  por  estimulantes  internos  cuando 
faltan  los  externos;  el  medio  único  de  no 
estar  solo  en  ninguna  parte^  de  no  abu- 
rrirse en  ningún  tiempo  y  poder  vivir  en 
todas  las  circunstancias  de  la  existencia, 
reocupándola  y  llenándola  con  el  re- 
cuerdo, que  es  la  sensación  retrospec- 
tiva, ó  con  la  esperanza,  que  es  la  sen- 
sación prospectiva,  son  la  materia  espe- 
cífica de  la  vida  para  el  ciego,  el  sordo  y 
el  paralítico;  la  única  fortuna  indespo- 
jable  del  pobre,  del  cautivo,  del  esclavo, 
del  náufrago  y  del  perseguido;  la  única 


—  108  — 

que  no  puede  disfrutar  el  imbécil  bajo  la 
púrpura,  las  sederías  ó  los  abalorios. 

Podríamos  decir  que  la  existencia  la  da 
la  naturaleza,  y  que  el  empleo  de  su  lote 
de  energías  en  su  lote  de  tiempo,  lo  hace 
cada  uno  con  los  elementos  de  su  espíritu, 
en  los  moldes  y  con  las  oportunidades 
que  le  suministra  el  ambiente. 

Podríamos  decir,  también,  que  el  aper- 
trechamiento  liberal  de  la  mente  es  la 
creación  de  un  ambiente  interior,  com- 
plementario del  exterior,  y  que  los  te- 
rrores supersticiosos  con  que  las  teologías 
amueblan  el  espíritu ,  son  como  un  riego 
permanente  de  salmuera  en  las  raíces 
mismas  del  árbol  de  la  vida. 

Porque  el  hombre,  que  puede  sanear  la 
vida  para  el  mundo  y  el  mundo  para  la 
vida,  desarrollando  su  inteligencia  para 
educar  sus  instintos  y  disciplinar  sus  pa- 
siones, edificando  la  felicidad  con  la  sen- 
satez, se  ha  empeñado  en  conservar  la 
insensatez,  el  dolor  y  la  miseria  en  bruto, 
sobre  la  esperanza  fantástica  de  ser  in- 
demnizado por  ellas,  en  otros  mundos  en 


-  109  -- 

que  carecerían  de  sentido  porque  no 
existen,  y  á  donde  no  podría  llevarlas  sin 
el  ambiente  que  se  queda,  y  que  es  su 
razón  de  ser. 

Naturalmente,  si  existen  un  mundo 
real  y  una  pluralidad  de  mundos  imagi- 
narios, y  estos  son  la  inversa  del  mundo 
real,  para  no  ser  lo  mismo,  los  bienes  de 
los  mundos  ideales  hay  que  buscarlos  á 
la  inversa  de  los  del  mundo  real,  con  lo 
que,  lo  mejor  de  éste  se  torna  en  peor,  y 
lo  peor  en  mejor;  la  felicidad  humana  se 
vuelve  tanto  más  abominable  en  el  an- 
verso de  la  vida  cuanto  aparece  más 
apetecible  en  el  reverso,  y  los  individuos 
tienen  que  vivir  una  parte  de  su  vida  al 
derecho,  bajo  el  aguijón  de  los  instintos  y 
de  las  leyes  naturales,  que  mantienen  el 
mínimum  de  racionalidad  inconsciente, 
preservante  de  la  especie  bajo  los  des- 
varios de  la  imaginación,  y  otra  parte  al 
revés,  bajo  el  aguijón  de  las  esperanzas 
y  de  los  terrores  sobrenaturales,  según 
las  proporciones  relativas  en  que  aspiran 
á  conseguir  estos  bienes  ó  los  otros  bie- 


—  lio  — 

neS;  y  toda  su  vida  al  revés  cuando  sólo 
quieran  los  otros  bienes. 

Luego,  como  el  hombre  no  puede  crear 
seres  imaginarios  de  mayor  calibre  moral 
que  los  seres  reales,  los  seres  espirituales 
también  son  irritables  por  ofensas  y  apla- 
cables  por  ofrendas,  y  tampoco  hacen  el 
bien  de  motu proprio  al  que  lo  necesita  y 
lo  merece,  sino  al  que  lo  pide  aunque  no 
lo  necesite  ni  lo  merezca,  con  tal  que  lo 
pida  en  conformidad  al  respectivo  proto- 
colo: quemando  papelitos  pintados  en  el 
Extremo  Oriente,  sacudiendo  maquinitas 
de  rezar  en  el  Tibet,  encendiéndoles 
velas  de  día  en  el  Occidente,  y  aun  suelen 
ser  tan  necios  que  concurren  en  «cuerpo 
astral»  á  las  reuniones  de  curiosos  que 
los  llaman  por  medio  de  una  mesita  de 
tres  patas. 


X 

Los  tres  misterios. 


Lo  que  ha  sido  no  puede  ya  dejar  de  ha- 
ber sido,  y  una  idea  es  tan  inmortal  como 
una  pedrada;  un  placer  ó  un  pesar  tanto 
como  una  bondad  ó  una  maldad,  que  son 
indestructibles  porque  han  dejado  de  ser. 
«Mis  actos,  como  quiera  que  sean,  reper- 
cutirán seguramente  en  los  actos  y  las 
idas  de  los  otros  hombres,  como  han  re- 
percutido en  mí  los  de  las  gentes  que  me 
han  precedido  y  que  no  he  conocido.  En 
este  sentido,  el  hombre  del  pasado  vive 
en  el  presente  como  el  hombre  presente 
vivirá  en  el  porvenir»,  dice  Charvot. 

Una  célula  del  cerebro  podría  plan- 
tearse por  su  parte  alícuota,  de  ser,  el 
problema  del  to  be  or  not  to  he;  pero  es 


—  112  - 

necesario  que  deje  de  ser  para  que  otra 
ocupe  su  lugar^  y  que  todas  las  células 
envejecidas  sean  relevadas  incesante- 
mente por  células  nuevas,  á  fin  de  que 
el  cerebro  se  conserve  siempre  fresco, 
siempre  activo,  siempre  vivo. 

Del  mismo  modo,  es  indispensable  que 
unas  vidas  se  acaben  para  que  otras 
vidas  empiecen,  á  fin  de  mantener,  por 
el  rejuvenecimiento  constante,  el  vigor 
perenne  de  la  especie. 

Es  necesario  que  una  idea  se  vaya  de 
la  mente  para  que  otra  ocupe  su  lugar,  á 
fin  de  mantener  la  frescura  permanente 
del  espíritu,  pues  las  ideas  y  las  células 
envejecidas  que  se  quedan,  disminuyen, 
respectivamente,  la  agilidad  del  cuerpo 
y  la  flexibilidad  del  espíritu,  como  tullen 
á  la  familia  esos  viejos  retardados  á  quie- 
nes no  es  posible  llevarlos  en  las  excur- 
siones ni  dejarlos  solos,  á  quienes  moles- 
ta la  vivacidad  y  la  alegría  de  los  niños, 
á  quienes  no  interesan  los  asuntos  de  los 
jóvenes^  y  cuyos  asuntos  no  interesan  á 
los  jóvenes. 


—  113  — 

Puede  ser  que  no  haya  en  el  universo 
nada  más  grande  que  el  hombre  que  se 
rebaja  para  enaltecer  á  los  engendros  de 
su  propia  fantasía;  puede  ser  también 
que  el  mundo  tenga  una  causa  ó  un  au- 
tor; pero  una  vez  creado  el  rol  y  el  actor, 
no  es  necesaria  la  intervención  perma- 
nente del  autor,  como  no  es  necesaria  la 
intervención  de  Aristófanes  ó  de  Shakes- 
peare para  la  representación  de  sus  co- 
medias y  sus  dramas. 

Y  como  en  el  caso  de  aquel  amable 
caballero,  que  estaba  grato  á  su  madre 
por  haberle  ocultado  siempre  la  fecha  de 
su  nacimiento,  dejándole  así  el  beneficio 
de  ignorar  su  edad,  el  encanto  de  la  vida 
proviene  precisamente  del  hecho  de  ser 
un  misterio  encerrado  entre  dos  miste- 
rios impenetrables,  y  dado  que  los  hom- 
bres obran  como  idiotas,  ejecutando  ac- 
ciones y  omisiones  inútiles  ó  perjudicia- 
les á  la  vida,  en  millares  de  maneras  di- 
ferentes, y  en  razón  de  lo  que  se  imagi- 
nan saber  del  principio  y  del  fin  de  la 
existencia,  revelándose  contra  la  previ- 

8 


—  114  - 

sión  maternal  que  les  ha  ocultado  el  se- 
creto de  su  ser,  no  es  aventurado  supo- 
ner que  el  resultado  de  la  extinción  de 
la  curiosidad  humana  á  ese  respecto,  des- 
truiría el  mejor  aliciente  de  la  vida,  que 
es  la  curiosidad  de  vivir  para  saber,  de 
vivir  para  ver. 


XI 

La  conciencia  y  la  vida. 

Bajo  otras  formas,  todo  lo  que  tiene  un 
ser  en  nosotros,  lo  ha  tenido  antes  y  lo 
tendrá  después  de  nosotros,  sin  que  po- 
damos despojar  de  sus  propiedades  natu- 
rales á  la  materia  y  á  la  fuerza  de  que 
estamos  compuestos,  sólo  con  atribuirles 
propiedades  ó  destinos  sobrenaturales: 
sin  que  podamos  trasladar  de  este  mun- 
do á  otros  mundos  ni  un  átomo  de  mate- 
ria, ni  una  partícula  de  movimiento,  de 
pensamiento  ó  de  sentimiento. 

Un  estado  de  conciencia  no  existe  sino 
por  la  desaparición  del  estado  de  con- 
ciencia precedente,  del  propio  modo  que 
un  instante  del  tiempo  no  existe  sino 
por  la  desaparición  del  instante  prece- 


—  IIG  — 

dente,  y  la  cesación  de  la  conciencia  de 
la  vida  no  es  más  que  la  desaparición  del 
último  estado  de  conciencia,  en  una  serie 
de  millones  que  han  ido  apareciendo  y 
desapareciendo  sucesivamente,  la  mayor 
parte  sin  dejar  rastro  en  la  memoria,  y 
que  de  suyo  son  tan  instables  en  la  men- 
te del  niño,  verbigracia,  como  las  agru- 
paciones de  las  nubes  en  el  firmamento 
sobreviniendo  á  menudo  la  alegría  y  la 
risa  en  el  rostro  aún  surcado  por  las  lá- 
grimas no  escurridas  del  disgusto  prece- 
dente, en  el  propio  modo  en  que,  en  pos 
de  un  chaparrón  de  verano,  suele  brillar 
repentinamente  el  sol  por  entre  un  des- 
garramiento del  telón  de  nubes  en  dis- 
persión. 

Y  que  enormes  diferencias,  por  ejem- 
plo, entre  las  conciencias  sucesivas  de 
un  San  Martín,  adolescente  en  Yapeyú, 
capitán  de  caballería  en  Bailen,  vence- 
dor de  los  españoles  en  San  Lorenzo,  go- 
bernador de  Cuyo,  aclamado  como  liber- 
tador de  Chile  y  protector  del  Perú,  ab- 
dicando  el  mando    para    conservar  la 


—  117  -. 

reputación,  y  regresando  más  tarde  á 
Europa  de  la  rada  de  Buenos  Aires,  sin 
desembarcar,  por  haber  encontrado  cam- 
biada, á  su  respecto,  la  conciencia  nacio- 
nal por  los  que  hacían  consistir  la  dicha 
del  vivir  en  la  vanidad  de  mandar,  sa- 
crificando la  reputación  para  conservar 
el  poder  y  acabar  obscuramente  su  glo- 
riosa carrera,  achacoso  y  desvalido  en 
Boulogne-sur-Mer,  estando  ya  en  ruinas 
el  mísero  pueblo  natal  y  el  colosal  impe- 
rio en  que  había  nacido,  para  ser  la  pie- 
dra angular  de  un  porvenir  inesperado 
por  los  suyos,  no  predicho  por  ningún 
profeta,  y  condenado  por  el  más  alto  re- 
presentante del  Dios  de  los  cristianos  en 
el  Occidente. 

Se  ha  dicho  que  el  amor  embellece  la 
vida,  pero  que  sólo  el  olvido  la  hace  po- 
sible; y,  en  efecto,  la  memoria  y  la  con- 
ciencia se  mueren  por  fragmentos,  como 
los  sentidos  ó  los  miembros  del  cuerpo, 
y  también  es  necesario  amputarlas,  para 
que  la  desaparición  de  los  grandes  pesa- 
res haga  posibles  las  nuevas  alegrías,  y 


-  118  — 

si  el  sentido  mismo  de  la  vida  cambia  coir 
la  edad,  ¿cuál  yo  vamos  á  conservar 
eternamente?  ¿El  del  tiempo  en  que  todo 
nos  parecía  brillante,  bello  y- alegre  por- 
que éramos  jóvenes,  sanos  y  robustos,  ó 
el  del  tiempo  en  que  todo  nos  parece 
marchito,  insulso  y  descolorido  porque 
somos  viejos,  débiles  y  achacosos?  ¿El 
yo  del  tiempo  en  que  fuimos  felices,  ó  el 
yo  del  tiempo  en  que  fuimos  desgra- 
ciados? 

El  alma  del  niño,  en  efecto,  el  alma 
del  joven,  el  alma  del  anciano  no  son  la 
misma  cosa,  y  no  parece  posible  que  pue- 
da conservarse  inmutable  después  de  la 
muerte  lo  que  cambia  tantas  veces  du- 
rante la  vida,  siendo  que  ni  siquiera  es 
posible  conservar  la  misma  composición 
de  espíritu  cuando  se  ha  cambiado  la 
composición  de  lugar,  ó  un  juego  de  ideas 
ha  sido  sustituido  por  el  opuesto,  ó  un 
conglomerado  de  vinculaciones  persona- 
les ha  sido  reemplazado  por  otro  dife- 
rente. 


XII 

La  conciencia  y  el  tiempo. 

Lo  que  es  tiempo  no  es  conciencia,  y 
viceversa.  Lo  propio  de  la  conciencia  es 
tener  principio  y  fin,  y  lo  propio  del  tiem- 
po es  no  tener  principio  ni  fin,  y  nosotros 
queremos  que  lo  que  es  conciencia  dure 
como  lo  que  es  tiempo,  sin  ser  tiempo  y 
sin  dejar  de  ser  conciencia. 

Lo  que  vive,  muere,  y  lo  que  no  mue- 
re, no  vive,  y  nosotros  queremos  vivir 
como  lo  que  vive  y  durar  como  lo  que  no 
muere.  Pero  la  vida  es  un  gasto  perma- 
nente de  energías^  de  aprovisionamiento 
limitado,  y  mientras  el  individuo  preferi- 
ría rehacer  un  nuevo  stock  de  energías 
sobre  el  esqueleto  envejecido,  para  reco- 
menzar una  nueva  vida  sobre  el  pucho 


—  120  — 

de  la  precedente,  la  naturaleza,  ajena  al 
egoísmo  individual,  que  poda  las  ramas 
caducas  en  el  árbol  de  la  vida,  para  dar 
lugar  á  los  nuevos  retoños,  prefiere  re- 
hacer una  nueva  vida  en  un  nuevo  orga- 
nismo, haciendo  reaparecer  en  el  ser  que 
comienza  lo  que  desaparece  en  el  que 
cesa. 

La  vida  animal  es  superior  á  la  vege- 
tal por  su  mayor  amplitud,  y  en  este  res- 
pecto la  vida  humana  es  superior  á  la  de 
todos  los  animales;  pero,  cuando  no  se  la 
quiere  usar  en  la  medida,  en  el  mundo, 
en  el  modo  y  en  el  tiempo  en  que  ha  sido 
producida,  sino  en  otras  medidas,  en 
otros  mundos,  en  otros  modos  y  en  otros 
tiempos,  queda  reducida,  como  la  del 
pájaro  enjaulado,  á  las  proporciones  de 
la  respectiva  jaula  de  terrores  y  espe- 
ranzas. 

El  destino  manifiesto  del  hombre  es  la 
felicidad,  en  el  presente  ó  en  el  mañana, 
á  precio,  en  este  caso,  de  la  infelicidad 
actual  y  bajo  la  garantía  de  la  teología. 
La  dicha  es  un  empleo  de  la  vida,  y,  por 


—  121    - 

lo  tantO;  un  gasto,  como  el  dolor,  que 
engendra  el  derecho  eclesiástico  á  la  di- 
cha en  el  mañana.  Y  la  economía  de  la 
Peau  de  Chagrín  consiste  en  que,  en  la 
salud,  como  en  la  fortuna,  el  que  cuida 
y  acrecienta  el  capital  y  gasta  la  renta, 
conserva  el  capital  y  la  renta,  y  el  que 
gasta  el  capital,  se  queda  sin  renta  y  sin 
capital,  y  que,  en  la  salud  moral,  la  feli- 
cidad de  cada  uno  proviene  de  la  dicha 
que  irradia  sobre  los  otros,  porque  «des- 
pertamos en  los  demás  la  misma  actitud 
de  espíritu  con  que  los  tratamos» — dice 
Hubbard, — ó  dicho  en  otra  manera,  tam- 
bién norteamericana,  it pays  to  please^  no 
siendo  necesario  que  haya  divinidades, 
sino  cordura  v  benevolencia  en  el  mun- 
do,  para  que  los  hombres  sean  buenos  y 
no  sean  malos. 

Pues  el  mal  en  el  mundo  es  la  revela- 
ción de  una  incapacidad  para  el  bien,  y 
del  hecho  de  que  una  persona  pueda  ser 
víctima  de  la  imbecilidad  propia  ó  ajena, 
no  se  sigue  que  sea  necesario  otro  mundo 
para  castigarlo  ó  resarcirlo,  ni  del  hecho 


—  122  — 

de  que  haya  enfermedades  se  sigue  que 
los  muertos  deban  hacer  milagros  para 
algunos  enfermos,  sino  que  los  hombres 
deben  hacer  la  higiene  del  espíritu^  del 
cuerpo  y  del  ambiente  para  la  extirpa- 
ción del  mal. 

Pero  en  vez  de  aprender  esa  moral  in- 
superable de  la  naturaleza  de  las  cosas 
y  del  hombre,  éste  se  ha  dedicado  á  ela- 
borar morales  dogmáticas,  á  cual  más 
disparatadas  y  calamitosas.  La  diferen- 
cia de  conducta  entre  un  civilizado  y  un 
salvaje  es  su  diferente  manera  de  reac- 
cionar contra  los  hombres  y  las  cosas, 
resultante  de  la  misma  evolución  que  la 
diferencia  de  traje,  de  vivienda  ó  de  co- 
cina. Para  domesticar  al  perro  y  al  caba- 
llo no  ha  sido  necesario  inventar  dioses 
y  demonios,  pero  aún  hay  pedagogos 
tradicionalistas  que  estiman  indispensa- 
bles los  terrores  irracionales  para  la  edu- 
cación de  los  seres  racionales,  siendo 
que,  los  hombres  que  tienen  más  cucos  y 
más  terrores  imaginarios  son,  precisa- 
mente, los  más  salvajes,  y  que  ese  anda- 


—  123  — 

miaje  de  terrores  postumos  es  innecesa- 
rio para  la  educación  de  los  niños  japo- 
neses, verbigracia. 

La  adaptación  de  la  conducta  á  la  na- 
turaleza escrutable  de  las  cosas,  es  la 
moral  que  la  naturaleza  impone  al  hom- 
bre, y  la  adaptación  de  la  conducta  á  la 
voluntad  inescrutable  de  los  seudo  go- 
bernantes de  las  cosas,  es  la  moral  que 
las  religiones  imponen  á  los  respectivos 
fieles,  siendo  el  esfuerzo  y  la  investiga- 
ción los  instrumentos  propios  de  la  pri- 
mera, y  la  rogativa,  la  expiación  y  la 
resignación,  los  instrumentos  propios  de 
la  segunda:  v  siendo  el  fracaso  v  la  muer- 
te  la  consecuencia  del  error  en  la  prime- 
ra, y  en  la  segunda  el  fracaso,  la  muerte, 
el  purgatorio  y  el  infierno,  con  la  pers- 
pectiva del  juicio  final,  que  ha  hecho  de 
la  historia  el  patíbulo  en  que  están  col- 
gados los  malvados  que  no  volverán  para 
escarmiento  de  los  que  vendrán:  una  cró- 
nica policial,  un  proceso  judicial,  fallado 
en  primera  instancia  y  en  apelación  acl 
perpetuam. 


-  124  — 

En  las  morales  dogmáticas^  que  des- 
cansan sobre  la  más  colosal  rueda  de 
molino  para  las  tragaderas  intelectuales 
del  pobre  de  espíritu,  vale  decir,  sobre  la 
convicción  explícita  ó  implícita,  de  que 
los  respectivos  dioses  arreglan  la  suce- 
sión de  las  cosas  de  un  modo  para  sus 
fieles,  y  de  otro  modo  para  sus  infieles, 
en  la  que  los  grandes  malhechores  son 
considerados  como  instrumentos  ó  como 
infractores  de  la  voluntad  de  tales  dio- 
ses, según  que  hayan  ejercitado  su  per- 
versidad contra  los  infieles  ó  contra  los 
fieles,  es  obligatorio  el  dogma  porque  la 
moral  es  necesaria. 

En  la  moral  racionalista,  que  descansa 
sobre  el  hecho  experimental  de  que  el 
individuo  puede  levantar  su  conducta  por 
un  mejoramiento  de  sus  aptitudes  natu- 
rales y  un  mejor  conocimiento  de  las  co- 
sas, es  obligatoria  la  instrucción,  aun  en- 
turbiada por  el  atavismo,  porque  la  mo- 
ral es  necesaria. 


XIII 

La  conciencia  y  la  daración. 


Lo  que  no  se  gasta,  no  muere,  pero 
tampoco  vive,  y  no  siendo  posible  dar  á 
lo  que  vive  los  caracteres  de  lo  que  no 
vive,  sin  quitarle  los  caracteres  incom- 
patibles de  lo  que  vive,  eran  necesarios 
dos  modos  de  existencia,  por  lo  menos^ 
para  que  pudiese  haber  más  de  una  sola 
especie  de  cosas:  la  existencia  por  dura- 
ción incesante  para  los  seres  sin  vida,  y 
la  existencia  por  reproducción  incesante 
para  los  seres  vivos;  la  una  por  durabili- 
dad, la  otra  por  calidad,  que  es  la  vía  en 
que  la  naturaleza  alcanza  á  dar,  en  la 
ternura  y  la  abnegación,  las  notas  más 
sublimes  del  universo,  que  es,  cabalmen- 
te, lo  que  nos  envidiarían  las  estrellas. 


—  126  - 

si  pudieran  saber  que  «no  tiene  la  poesía 
(ni  tampoco  tiene  el  universo),  eco  más 
sonoro  y  prolongado  que  el  corazón  de 
un  joven  en  quien  el  amor  va  á  nacer». 

Y  como  la  excelencia  de  la  vida  es  la 
razón  de  ser  de  su  brevedad,  todos  los 
planes  imaginados  para  darle  duración 
consisten  fatalmente  en  restarle  excelen- 
cia, y  como  lo  mejor  de  la  vida  es  lo  que 
dura  menos,  la  alegría  y  la  dicha  de  vi- 
vir es  lo  que  se  renuncia  en  primer  tér- 
mino para  conferirle  duración,  reconvir- 
tiendo la  latitud  en  longitud. 

Pues  lo  que  constituye  la  esencia  super- 
animal  del  hombre,  y  supersalvaje  del 
civilizado,  no  es  lo  que  por  una  inversión 
verbal  llamamos  «restos  mortales»,  ni 
todo  lo  que  ha  dejado  de  ser  ó  de  acon- 
tecer en  tales  restos  inmortales;  no  es  la 
voluntad,  ni  la  memoria,  ni  la  imagina- 
ción, ni  la  conciencia,  ni  la  inteligencia, 
que  poseen  también  los  caníbales,  en  me- 
nor grado,  sino  el  aporte  de  la  cultura 
intelectual  á  la  conciencia,  á  la  memoria 
y  al  sentimiento;  es  ese  conglomerado 


—  127  - 

adventicio  de  afectos  y  repulsiones,  de 
aptitudes,  de  ideas  y  sentimientos,  rela- 
cionados con  las  personas,  las  cosas,  los 
lugares,  el  pasado,  el  presente  y  el  por- 
venir, ensanchado  el  cual,  se  agranda  el 
alma,  y  suprimido  el  cual,  sólo  queda  el 
espíritu  sin  articulaciones  ó  sin  referen- 
cias del  loco  y  del  idiota,  ó  la  mente  en 
blanco  ó  en  cero  del  recién  nacido,  vale 
decir,  el  alma  en  estado  gelatinoso  ó  car- 
tilaginoso. 

Y  es  ese  conjunto  de  relatividades  que 
sólo  tienen  sentido  respecto  de  la  actua- 
lidad, siendo  diferentes  de  todos  sus  equi- 
valentes en  el  pasado  y  en  el  futuro,  lo 
que  se  pretende  hacer  perdurable  fuera 
de  la  actualidad,  sólo  con  atribuir  dife- 
rencias más  grandes  que  el  universo  mis- 
mo en  que  vivimos,  al  simple  hecho  de 
morir  con  un  credo  ó  con  otro  credo,  v 
tan  irracionalmente  caprichosas,  que  el 
que  no  sabe  ó  no  cree,  no  se  salva,  y  el 
que  sabe  demás,  se  pierde.  Un  salvaje 
enseñado  á  rezar  la  doctrina,  es  un  alma 
para  el  cielo  correspondiente;  un  Aristó- 


—  128  — 

teles  y  un  Marco  Aurelio,  paganos,  un 
Darwin  y  un  Bertellot,  sabios,  pero  in- 
crédulos, son  almas  para  el  infierno  y 
bendiciones  para  la  especie  humana. 

Aceptamos  el  orden  natural,  que  por 
medio  de  la  vida  y  de  la  muerte  trans- 
forma constantemente  la  materia  inerte 
en  materia  viva,  v  la  materia  viva  en 
materia  inerte;  aceptamos  que  la  insta- 
bilidad^ que  distingue  á  las  frutas  natu- 
rales de  las  frutas  de  porcelana,  sea  la 
característica  de  la  vida  en  las  plantas, 
en  los  animales  y  en  los  otros  hombres, 
porque  el  egoísmo  no  permite  extender  á 
los  artificios  rituales  de  los  otros  la  trans- 
cendentalidad  de  esos  expedientes  de  fa- 
kir, con  que  cada  agrupación  teológica 
pretende  paralizar  á  su  respecto  el  orden 
natural,  erigiéndose  en  excepción  al  ani- 
quilamiento incesante,  que  es  la  condi- 
ción misma  del  renacimiento  incesante. 


XIV 

Los  mandos  de  fantasía. 


Aquello  de  que  carece  el  salvaje,  y  que 
se  incorpora  al  civilizado  años  después 
del  nacimiento,  porque  es  un  producto  de 
la  civilización;  lo  que  es  inás  susceptible 
de  ampliación  en  el  presente  y  en  el  futuro 
es,  precisamente,  lo  que  todas  las  teolo- 
gías pretenden  cristalizar  en  el  presente 
para  reavivarlo  y  eternizarlo  en  el  ma- 
ñana, en  el  que  los  hombres  no  podrán 
ser  malos,  ni  tendrán  con  quien  ser  bue- 
nos, desde  que  nadie  tendrá  necesidad  de 
su  auxilio,  de  sus  simpatías,  de  su  bene- 
volencia, de  su  inteligencia  y  de  sus  sen- 
timientos, que  serán  valores  sin  empleo, 
virtudes  sin  aplicación. 

Y  horroriza  el  sólo  pensar  lo  que  po- 

9 


—  130  — 

dría  ser  un  cardumen  de  inmortales,  ha- 
bitando en  otros  mundos,  con  el  alma  de 
este  mundo;  un  mundo  de  solterones  de 
ambos  sexos,  pongamos  por  caso ,  incu- 
rablemente aburridos  por  la  monotonía 
de  la  vida  sobrenatural,  sin  apetitos  y 
sin  intereses,  sin  nada  que  hacer,  sin 
nada  en  que  pensar,  sin  nada  que  espe- 
rar, sin  curiosidad  de  nada,  sin  niños,  sin 
pájaros,  sin  flores,  sin  árboles,  sin  pe- 
rros, sin  caballos,  sin  ríos,  sin  montañas, 
sin  nubes;  un  mundo  sin  dolores  y  mise- 
rias, pero  también  sin  poesía,  sin  risa,  sin 
ironía,  sin  artes,  sin  letras  v  sin  ciencias; 
un  mundo  parecido  á  la  nada.  Y  sólo 
porque  el  poder  de  la  inteligencia  huma- 
na es  tan  grande  en  el  sentido  de  la  in- 
sensatez como  en  el  de  la  sensatez,  han 
podido  los  hombres  llegar  á  asarse  vivos 
para  disputarse  el  derecho  á  la  más  abo- 
minable manera  de  existencia  concebible 
y  felizmente  imposible:  «la  eterna  sala 
de  espera  donde  no  se  espera  nada»,  me 
sugiere  Ernesto  Nelson. 

Pues  si  en  esos  mundos  venideros  para 


—  131  — 

los  muertos  resucitados,  no  hubieran  de 
ser  todos  iguales,  sino  todos  desiguales, 
otra  vez;  pequeños  y  grandes,  privilegia- 
dos y  desheredados,  felices  y  desgracia- 
dos; si  los  últimos  hubieran  de  ser  los 
primeros,  y  viceversa,  si  hubiese  de  ha- 
ber absueltos  por  sus  padecimientos,  y 
condenados  por  su  soberbia,  é  indultados 
por  su  servilismo  á  los  poderosos  de  ese 
otro  reino,  y  amnistiados  por  su  arrepen- 
timiento inútil,  eso  no  sería  más  que  una 
copia  invertida  é  infinitamente  empeora- 
da del  mundo  real;  nada  más  que  un 
mundo  atrasado,  ese  mundo  de  los  muer- 
tos, en  el  que  estaría  aún  por  realizarse 
la  Revolución  francesa  para  inscribirle 
en  el  frontispicio  las  palabras  de  la  nue- 
va trinidad:  liberté,  égalité,  fraternité. 

Esas  vidas  de  ilusión  y  de  pesadilla, 
en  esos  mundos  de  espejismo,  imagina- 
dos para  agriar  la  dicha  inclemente  de 
los  poderosos,  con  el  temor  al  mal  futuro, 
y  endulzar  la  desdicha  sin  riberas  de  los 
oprimidos  con  la  esperanza  del  bien  fu- 
turo, cuando  nada  mejor  era  concebible. 


-  132  — 

no  son,  en  efecto,  nada  más  que  la  Edad 
Media  invertida  v  eternizada,  con  todos 
sus  horrores,  sin  nada  de  lo  que  hace 
amable  la  vida,  aun  para  los  deshereda- 
dos del  poder  ó  de  la  fortuna,  y  con  todas 
las  iniquidades  que  la  hacen  detestable, 
simplemente  transferidas  de  los  que  las 
han  padecido  á  los  que  las  han  disfru- 
tado. 

En  esta  reconstrucción  del  mal  inex- 
tinguible en  el  mañana,  del  dolor  y  el 
sufrimiento,  del  poder  y  del  privilegio 
extinguibles  en  el  presente,  reside  la  in- 
moralidad, para  no  decir  la  perversidad, 
del  cristianismo,  pues  el  castigo  de  la 
maldad  es  sólo  un  bien  accidental  de  que 
la  religión  hace  un  mal  superfino  al  ha- 
cerlo motivo  de  un  mal  eterno,  v  la  mo- 
ral  represiva  no  es  más  que  una  seudo 
moral  enfrente  de  la  moral  constructiva, 
que  edifica  el  bien  por  la  transformación 
de  los  resortes  de  la  maldad  en  resortes 
de  la  bondad,  en  un  proceso  inverso  á 
aquel  por  el  cual  el  odio  al  mal  trans- 
muta insensiblemente  la  bondad  en  mal- 


100 
OO    — 

dad^  pues  el  mal  no  deja  de  ser  mal  por-- 
que  sea  hecho  á  los  malos. 

La  literatura  universal  no  conoce  un 
documento  que  sea  una  protesta  más  elo- 
cuente y  conmovedora,  por  más  radical, 
profunda  y  definida,  que  el  sermón  de  la 
montaña,  contra  las  iniquidades  sociales, 
resultantes  de  los  modos  de  ser,  de  ver  y 
de  sentir  de  la  época,  y  sólo  la  protesta 
musulmana,  erigiendo  también  los  efec- 
tos propios  de  la  imbecilidad  de  los  otros 
en  prenda  de  felicidad  en  el  mañana  para 
el  que  los  sufre  en  el  presente,  á  fin  de 
desalentarlos  en  el  que  los  comete,  ha 
contribuido  más  eficazmente  que  aquélla, 
á  perpetuar  la  imbecilidad  humana  de 
entonces  en  las  regiones  de  la  tierra  en 
que  hubiera  sido  posible  reducirla  más 
temprano,  por  un  mayor  desarrollo  inte- 
lectual precedente. 

Y  de  esos  diversos  expedientes  metafí- 
sicos,  surgidos  del  mismo  sentimiento 
humanitario  que  más  tarde  retoma  la 
vía  perdida  de  las  instituciones  libres,  de 
las  reformas  sociales  y  de  las  invencio- 


—  134  — 

nes  científicas  con  el  lado  masculino  de 
la  inteligencia,  y  que  entonces,  en  la  im- 
posibilidad de  remediar  la  infelicidad  en 
el  presente,  aspiraba  sólo  á  resarcirla  en 
el  más  allá,  imaginándolo  como  un  nega- 
tivo fotográfico  de  la  actualidad,  surgió 
fatalmente  la  necesidad  ó  la  convenien- 
cia de  ^^vir  en  negativo  la  vida  presente 
para  resultar  beneficiado  en  la  transmu- 
tación. 

Y  desde  que  se  hizo  pecaminoso  el  in- 
terés por  los  bienes  de  este  mundo,  y 
virtuoso  el  interés  por  los  bienes  del  otro 
mundo,  la  «pobreza  franciscana»  de  la 
mente  y  de  la  bolsa,  vino  á  ser  la  fórmu- 
la de  la  vida  mística,  que  entecó  á  los 
reyes  y  á  los  pueblos  del  imperio  en  que 
no  se  ponía  el  sol,  y  quedó  á  ser  el  abo- 
lengo espiritual  de  la  miseria  económica 
de  la  España  y  de  la  América  española. 

Desde  entonces  el  empleo  de  la  vida 
quedó  sustraído  á  las  condiciones  natu- 
rales de  la  vida  y  subordinado  á  las  con- 
diciones metafísicas  de  la  muerte,  y  con- 
ducidas por  los  visionarios  del  progreso 


—  135  — 

celestial,  en  el  sentido  más  diametral- 
mente  opuesto  al  progreso  terrenal,  las 
sociedades  se  estancaron  en  la  miseria 
crónica,  pasteiirizada  por  la  esperanza 
de  la  dicha  postuma,  una  idea  ciertamen- 
te genial,  en  una  época  en  que  ninguna 
otra  especie  de  felicidad  era  posible  to- 
davía entre  los  descendientes  de  los  dio- 
ses, y  era  necesario  mantener  la  idea  en 
el  espíritu  de  los  hombres  hasta  que  pu- 
diera sobrevenir  la  cosa,  en  un  segundo 
Mesías,  también  aparecido  abajo,  y  tam- 
bién desconocido  por  los  que  lo  esperan 
de  arriba. 

Pues  esa  doctrina  inglesa  del  to  tcorl: 
is  to  icorsliip^  y  la  religión  norteameri- 
cana del  descontento  y  de  la  instrucción 
pública  para  desenvolver  los  poderes 
mentales,  de  que  ha  provenido  la  pros- 
peridad de  los  anglo-sajones,  no  obstante 
el  cristianismo,  son  una  derogación  clan- 
destina y  masculina  de  la  teoría  femeni- 
na de  la  conformidad  del  hombre  á  la 
voluntad  de  Dios  para  merecer  la  gracia 
divina,  cá  la  que  los  pueblos  modernos 


~  136  — 

permanecen  fieles  en  la  proporción- en 
que  permanecen  medioevales. 

Consistiendo  la  superioridad  religiosa 
en  la  capacidad  mágica  y  no  en  la  capa- 
cidad intelectual,  durante  esos  diez  siglos 
en  que  los  hombres  de  bien  aspiraban 
sólo  á  no  ser  perversos  y  á  ser  tristes  y 
desgraciados  en  el  presente  para  ser 
bienaventurados  en  el  mañana,  no  reali- 
zaron un  invento  ni  crearon  una  idea 
que  pudieran  servir  para  la  cultura  y  el 
bienestar  terrestre  de  las  generaciones 
posteriores,  no  fueron  nunca  más  impo- 
tentes y  menos  dioses  que  cuando  se  cre- 
yeron hijos  predilectos  del  más  omnipo- 
tente de  los  dioses. 

De  lo  que  resulta  evidente  que  los  hom- 
bres no  pueden,  ni  aun  con  la  imagina- 
ción, crear  ningún  mundo  mejor,  ó  más 
susceptible  de  ser  mejorado  por  ellos  mis- 
mos, que  el  mundo  en  que  los  místicos  se 
resignan  femeninamente  á  la  ignorancia, 
al  terror,  al  despotismo,  á  la  barbarie,  á 
la  tristeza  y  al  dolor,  porque  los  consi- 
deran instituciones  divinas,  garantizan- 


—  137  - 

tes  de  la  dicha  eterna,  repudiando  el 
amor,  la  belleza,  la  alegría  y  el  buen  hu- 
mor, el  ingenio,  la  salud  y  la  sabiduría, 
el  arte  y  la  gracia  humana,  porque  las 
consideran  instituciones  diabólicas,  cau- 
santes de  la  desdicha  eterna. 


XV 

La  vida  inútil. 


Del  mismo  modo  que  la  luz  y  los  colo- 
res son  un  «haber»  para  el  que  tiene  el 
sentido  de  la  vista,  y  la  música  y  la  pa- 
labra para  el  que  puede  oir,  y  un  «no 
haber»  para  el  ciego  y  el  sordo,  respec- 
tivamente, todo  lo  que  en  una  localidad 
puede  producir  un  goce  ó  un  interés  al 
espíritu;  las  mil  cosas  que  en  una  gran 
ciudad  pueden  cultivar  la  atención  y  de- 
leitar á  los  sentidos,  todo  lo  que  puede 
producir  una  sensación  placentera  es  un 
«haber»  para  el  espíritu  del  residente  ó 
del  transeúnte,  multiplicado  para  cada 
uno  por  su  aptitud  para  gustarlo^,  y  peor 
que  un  «no  haber»,  para  el  que  teme 
incurrir  en  desdichas  eternas  por  el  dis- 


-  140  — 

frute  de  las  dichas  transitorias;  un  bien 
actual  vedado  para  el  creyente  en  males 
postumos,  para  preservarse  de  los  cuales, 
cuando  resida  en  la  ciudad  más  llena  de 
encantos  y  atractivos,  se  recluirá  entre 
cuatro  paredes  en  el  más  lúgubre  de  los 
claustros,  «muerto  para  el  mundo»,  según 
la  frase  consagrada,  á  padecer  el  pre- 
sente para  adquirir  el  derecho  á  disfru- 
tar el  mañana,  desheredado  de  todos  los 
haberes  naturales  y  recargado  de  esos 
«deberes  sobrenaturales»,  que  hacen  de 
las  Teologías  el  más  estupendo  caballo 
griego,  que  los  visionarios  extraviados 
en  los  vericuetos  del  camino  del  misterio 
impenetrable,  hayan  podido  meterse  den- 
tro del  entendimiento  para  echárselo  á 
perder,  y  quedar  picados  por  el  avispero 
de  terrores  imaginarios  y  esclavizados  á 
alguna  de  las  tantas  faunas  sobrenatura- 
les de  dioses  y  demonios  engendrados 
por  la  fantasía  humana  en  la  era  pre- 
científica. 

Así,  respecto  de  esos  bienes  intasables, 
que  pueden  ser  disfrutados  con  sólo  po- 


—  141  — 

seer  las  aptitudes  necesarias  para  com- 
prenderlos y  sentirlos;  respecto  de  esos 
bienes  invalorables  que  atraen  y  atan 
los  campesinos  á  las  ciudades  y  los  pro- 
vincianos á  las  grandes  capitales,  la  na- 
turaleza hace  en  los  ciegos,  los  sordos  y 
los  dementes,  los  desheredados  por  obs- 
trucción de  los  sentidos,  y  las  religiones 
hacen  los  desheredados  por  esas  catara- 
tas adventicias  del  entendimiento  que 
vedan  la  verdad,  la  curiosidad,  el  pen- 
samiento, el  amor,  la  belleza  y  la  alegría, 
que  son  los  antídotos  saludables  del  abu- 
rrimiento, porque  son  los  elementos  cua- 
litativos de  la  vida. 


XVI 

La  alegría  y  la  tristeza. 

Cada  uno  ve  y  siente  en  la  proporción 
en  que  ha  mejorado  ó  empeorado  los  me- 
dios de  ver  y  de  sentir  que  trajo  á  la 
vida,  y  porque  los  fenómenos  reales  son 
limitados  y  los  fenómenos  imaginarios 
son  ilimitados,  hay  para  cada  ser  el  pa- 
norama exterior  de  las  cosas  reales,  y  el 
doble  panorama  interior  de  las  cosas  in- 
telectuales y  de  las  cosas  fantasmagó- 
ricas. 

El  mundo  interior  puede  estar  consti- 
tuido por  la  pobreza  ó  por  la  riqueza  de 
conocimientos  útiles  á  que  llamamos,  res- 
pectivamente, ignorancia  ó  saber^  con  ó 
sin  los  conocimientos  inútiles  ó  perjudi- 
ciales á  que  cada  cual  llama  religión  ver- 


—  144  - 

dadera  en  sí  mismo  y  superstición  en  los 
otros;  ó  por  la  pobreza  ó  la  riqueza  de 
sentimientos  vitalizantes  á  que  llamamos 
egoísmo  ó  altruismo;  ó  por  el  desequili- 
brio de  la  inteligencia  á  que  llamamos 
demencia,  ó  por  la  aberración  de  la  sen- 
sibilidad á  que  llamamos  perversidad. 

En  cuanto  el  placer  y  el  pesar  son  el 
efecto,  respectivamente^  de  la  satisfac- 
ción ó  de  la  insatisfacción  de  una  necesi- 
dad, carece  de  placeres  el  que  carece  de 
necesidades  y  tiene  más  placeres,  y,  por 
lo  tanto,  mayor  intensidad  de  vida,  el 
que  tiene  más  necesidades,  si  puede  sa- 
tisfacerlas, y  más  pesares  si  no  puede. 

Por  eso  se  ha  dicho  que  la  felicidad 
consiste  en  levantar  los  recursos  hasta 
el  nivel  de  los  deseos,  ó  en  rebajar  los 
deseos  hasta  el  nivel  de  los  recursos,  que 
es  en  lo  que  consistía  el  secreto  del  hom- 
bre feliz,  que  podía  repetir  delante  del 
escaparate  de  un  camisero  la  frase  del 
filósofo  griego:  «¡cuántas  cosas  hay  aquí 
que  yo  no  necesito  I» 

Y  por  la  relatividad  esencial  de  las 


—  145  — 

sensaciones^  son  las  necesidades  insatis- 
fechas y  los  dolores  inevitables  los  que 
suministran  el  fondo  de  pesar  que  da  sen- 
tido y  relieve  al  placer;  el  fondo  de  som- 
bra que  lia  ce  destacarse  á  la  luz,  pues 
ésta  carecería  de  sentido  donde  no  hu- 
biese obscuridad,  no  pudiendo  existir  el 
día  si  no  existiese  la  noche,  y  viceversa. 
Por  esto  el  día  natural  se  torna  insípido 
para  los  noctámbulos  que  han  hecho  de 
la  noche  el  día  artificial,  y  el  spleen  es 
la  peste  de  los  ricos  desocupados,  des- 
provistos de  placeres  en  la  proporción 
en  que  están  desprovistos  de  necesida- 
des, y  ha  podido  decirse  que  la  utilidad 
del  mayorazgo  consiste  en  reducir  á  un 
sólo  ejemplar  en  cada  familia  esa  varie- 
dad de  hombres  que  tienen  necesidad  de 
hacer  locuras  para  hacer  algo^  porque 
no  tienen  necesidad  de  ser  cuerdos. 

La  poquedad  de  las  alegrías,  magnifi- 
cadas en  los  unos  por  el  mayor  contraste 
con  el  fondo  de  penalidades,  como  la 
blancura  de  los  dientes  y  los  ojos  en  el 
rostro  del  negro;  la  poquedad  de  los  pe- 
lo 


—  14G  - 

sares,  abultados  en  los  otros  por  el  ma- 
yor contraste  con  el  fondo  de  placeres, 
como  una  mancha  negra  en  un  traje 
blanco,  embotando  el  hábito  la  sensibili- 
dad del  uno  para  las  contrariedades  y  la 
del  otro  para  las  satisfacciones,  hacen 
que  la  diferencia  real  de  las  condiciones 
sea  mucho  menor  que  la  diferencia  apa- 
rente. 

Mientras  una  bagatela  hace  la  alegría 
de  un  niño,  se  necesita  un  portento  para 
hacer  la  de  un  estragado.  Por  esto,  el 
hambre  y  la  sed  insaciables  fueron  la 
pena  del  rey  Midas^  que  convertía  en  oro 
todo  lo  que  tocaba,  y  el  aburrimiento  in- 
curable, que  enloquecía  á  los  emperado- 
res romanos,  endiosados  en  vida  y  sin 
iguales  en  la  sociedad,  y  que  ponía  in- 
tratables á  nuestros  caudillos,  flacos  de 
espíritu  é  intoxicados  de  poder  ilimita- 
do con  las  facultades  extraordinarias; 
que  fué  la  pena  de  la  omnipotencia  de 
Luis  XIV,  el  «Gran  Aburrido»,  y  de  Na- 
poleón el  Grande,  Vlnamusable,  como  le 
llamaba  Talleyrand,  nos  permiten  sospe- 


—  147  — 

char  cuáii  magno  sería  el  aburrimiento 
sobrenatural  de  los  dioses  omnipotentes, 
si  fuesen  seres  «á  imagen  y  semejanza 
de  los  hombres»,  y  tuvieran  la  desgracia 
de  existir  en  alguna  parte. 

Porque  no  existe  el  descanso  para  el 
que  no  está  cansado,  ni  el  día  de  fiesta 
y  la  alegría  para  el  que  está  hastiado  de 
fiestas  y  de  alegrías,  y  el  que  tiene  los 
nervios  agotados  por  el  exceso  de  place- 
res ó  sobrexcitados  por  el  abuso  de  es- 
timulantes, está  privado  del  sueño  tran- 
quilo, profundo  y  reparador,  que  es  el 
manjar  más  dulce  que  se  sirve  en  la  mesa 
de  la  vida,  según  la  definición  de  Shakes- 
peare. 

La  diferencia  entre  el  bien  heredado  y 
el  bien  producido,  entre  las  ganancias  del 
juego  y  las  del  trabajo,  es  el  sabor  del 
esfuerzo  fructífero  que  acompaña  á  éstas 
y  falta  en  aquéllas,  el  sentimiento  mora- 
lizador  de  la  paternidad  del  resultado,  el 
recuerdo  tonificante  de  las  dificultades 
vencidas  y  de  los  obstáculos  superados, 
que  les  sirve  de  contramarco  para  real- 


—  148  - 

zarlaS;  por  lo  cual,  y  porque  las  aptitu- 
des que  no  se  ejercitan  no  se  desarrollan, 
resulta  más  saludable  para  los  jóvenes 
tener  los  medios  que  no  tener  necesidad 
de  ganarse  la  vida. 

El  dinero  es  un  medio  para  la  felici- 
dad, y  no  el  más  importante;  las  aptitu- 
des estéticas  y  las  aptitudes  simpáticas 
son  otros  medios,  como  también  lo  son 
el  trabajo,  la  sensatez,  la  música,  la  so- 
ciabilidad, la  jovialidad,  el  sprit^  la  ima- 
ginación, los  conocimientos,  los  gustos 
literarios,  y  tampoco  son  éstos  los  menos 
eficientes. 


XVII 

El  espíritu  fúnebre. 

Siendo  la  vida  psíquica  im  cuadro  de 
luz  y  de  sombra,  de  amores  y  de  renco- 
res, de  realidades  y  de  vanidades;  de  pe- 
nas y  de  alegrías,  en  el  que  puede  predo- 
minar V  caracterizarlo  el  uno  ó  el  otro 
elemento,  hasta  alcanzar  proporciones 
nocivas,  podríamos  decir  que  la  ciencia 
alumbra  el  mundo  para  el  entendimiento 
humano,  y  que  las  teologías  vuelcan  so- 
bre el  espíritu  humano  las  tinieblas  del 
pasado  y  la  obscuridad  del  mañana. 

Podríamos  decir,  también,  que  la  dife- 
rencia entre  la  barbarie  v  la  civilización 
no  es  una  diferencia  de  dioses  ó  de  cre- 
dos, puesto  que  se  puede  ser  bárbaro  con 
cualquier  Dios  y  cualquier  credo,  y  civi- 


—  150  — 

lizado  sin  ninguno,  sino  una  diferencia 
de  aptitudes,  de  luces,  de  gustos  y  de 
orientaciones  para  buscar  y  encontrar  el 
bien  propio  en  el  bien  ó  en  el  mal  ajeno, 
en  lo  normal  ó  en  lo  monstruoso,  en  el 
olvido  ó  en  la  cobranza  de  las  ofensas 
recibidas;  para  divertirse  sin  molestar  á 
los  otros  ó  para  divertirse  en  molestarlos 
ó  en  complacerlos. 

Ciertamente,  hay  milagros  en  todas  las 
religiones,  porque  hay  casualidades  en 
todas  las  cosas,  y  porque  la  fe,  en  cua- 
lesquiera de  sus  variedades,  produce  los 
efectos  terapéuticos  de  la  sugestión,  que 
alguna  que  otra  vez  alivian  las  dolencias 
de  un  paciente  candido,  sin  levantar  en 
un  ápice  sus  aptitudes  para  el  empleo  de 
la  vida,  y  sin  beneficio  de  ninguna  clase 
para  los  otros  pacientes.  La  fe,  que  con- 
siste en  creer  lo  que  no  vimos  para  no 
creer  lo  que  vemos,  da  un  rumbo  defini- 
do á  la  imbecilidad  y  á  la  ignorancia,  po- 
niéndolas, ciertamente,  en  mejor  condi- 
ción que  la  imbecilidad  y  la  ignorancia 
sin  rumbo,  pero  no  las  extirpa. 


—  151  — 

Y  porque  los  hombres  que  tienen  idea- 
les y  sentimientos  groseros  ó  feroces, 
sólo  pueden  encontrar  placer  en  el  ejer- 
cicio ó  en  el  espectáculo  de  la  ferocidad, 
como  los  salvajes  que  se  adornan  con  las 
cabelleras  ó  las  orejas  de  sus  adversarios 
muertos,  como  las  muchedumbres  que  se 
deleitaban  en  los  circos  romanos  ó  en  los 
autos  de  fe,  las  grandes  calamidades  de 
la  historia  han  sido  los  resultados  fatales 
de  la  incultura  del  espíritu  humano,  pro- 
viniendo de  la  incapacidad  de  los  pue- 
blos, y  mayormente  de  la  incapacidad  de 
los  soberanos,  para  el  empleo  moral  de 
la  vida  humana. 

En  lo  que  á  la  nuestra  respecta,  sabe- 
mos que  el  carácter  tétrico  de  los  reyes 
españoles  y  de  los  caudillos  hispano-ame- 
ricanos,  tan  conspicuo  en  Felipe  II  y  en 
el  dictador  Francia — el  hombre  triste  del 
Paraguay, — provenía  de  la  pobreza  de 
espíritu,  agravada  por  la  solemnidad 
fúnebre,  resultante  del  marchitamiento 
de  la  jovialidad,  por  el  exceso  de  som- 
bras con  que  la  educación  monástica  en- 


—  152    ~ 

negrece  el  panorama  individual  de  la 
vida. 

La  inmoralidad,  es  decir,  la  inhuma- 
nidad de  los  salvajes  y  de  los  bárbaros, 
es  una  emanación  de  su  imbecilidad;  pero 
la  de  los  cristianos  ha  sido  una  emana- 
ción del  espíritu  fúnebre. 

El  hecho  de  que  el  sufrimiento  haya 
sido  considerado  por  la  teología  cristiana 
como  el  ganapán  del  cielo  en  la  tierra, 
es  lo  que  mayormente  ha  impedido  á  los 
cristianos  conocer  y  sentir  la  monstruo- 
sidad moral  de  la  servidumbre  y  la  es- 
clavitud, y  llegar  aun  hasta  exceder  á  la 
inmoralidad  pagana  con  el  tormento  y 
la  hoguera. 

De  considerar  el  mal  como  un  «castigo 
del  cielo»,  la  desgracia  como  un  someti- 
miento á  prueba,  y  el  sufrimiento  como 
la  expiación  redentora  del  pecado,  vino 
en  la  caridad,  con  la  limosna  y  la  sopa 
sobrante  del  convento,  el  pan  para  el  es- 
tómago del  hambriento,  sin  libertarlo  de 
la  miseria,  que  era  el  pan  para  el  alma 
en  el  mañana,  como  se  alivia  la  suerte 


—  153  - 

del  preso  con  obsequios,  sin  sustraerlo  á 
la  pena  que  cumple,  porque  esto  sería  in- 
currir en  un  delito  contra  el  cielo,  ó  con- 
tra el  rey  ó  la  sociedad,  que  le  han  im- 
puesto el  castigo,  mientras,  por  el  otro 
lado,  inflingir  males  á  los  que  merecen 
sufrirlos,  es  instituirse  en  instrumento 
justiciero  del  cielo,  haciéndose  benemé- 
rito para  el  cielo. 

La  supresión  de  los  males  de  este  mun- 
do, era  una  inconsecuencia  con  la  doc- 
trina que  hacía  de  ellos  el  medio  por  ex- 
celencia de  conseguir  los  bienes  del  otro 
mundo,  que  era  el  anverso  del  presente. 
Y  porque  el  progreso  implica  directamen- 
te la  supresión  de  los  medios  más  segu- 
ros de  ganar  el  cielo,  es  que,  los  reclu- 
tadores de  almas  para  el  cielo,  son  los 
más  grandes  y  los  más  implacables  ad- 
versarios del  progreso,  y  que  éste  está 
en  todas  partes  en  razón  inversa  de  la 
influencia  de  aquéllos  sobre  la  respectiva 
sociedad. 

Así  está  hoy  proscrito  por  los  regla- 
mentos sanitarios  el  medio  de  que  se  va- 


—  154  — 

lió  para  ganar  el  cielo  San  Simón  Estili- 
ta, hasta  quien  sus  admiradores  no  podían 
acercarse  sin  un  trapo  en  las  narices,  y 
está  suprimido  por  los  Códigos  penales  el 
medio  de  que  se  valió  para  ganar  la 
bienaventuranza  eterna  ese  estupendo 
filántropo  español  del  mañana,  que  había 
extinguido  en  su  mente  la  luz  de  la  ra- 
zón, y  quemaba  vivos  á  los  hombres  con 
el  fuego  del  sentimiento  enardecido,  y  á 
quien  se  debe,  en  primer  término,  que 
haya  pasado  á  la  historia  con  apellido 
español,  una  calidad  que  fué  común  á  to- 
dos los  pueblos  del  mundo,  antes  de  que 
el  escepticismo  entibiase  los  furores  del 
fanatismo  religioso,  y  que  es  aún  conspi- 
cua en  los  turcos  y  los  rusos. 

Cuando  los  cristianos  eran  más  conse- 
cuentes con  su  teoría  de  la  vida  y  de  la 
dicha  eternas,  se  inflingían  males  adrede 
para  acrecentar  los  bienes  en  perspecti- 
va; se  embriagaban  de  esperanzas  postu- 
mas y  se  intoxicaban  de  miedo  al  diablo 
y  de  terror  al  infierno,  fiagelándose  recí- 
procamente para  salvarse  mutuamente; 


—  155  - 

ayunaban  los  alimentos  del  cuerpo  y  los 
goces  del  espíritu;  ceñían  cilicio  y  con- 
vertían las  heridas  casuales  en  fístulas 
perennes  para  hacer  contrición  y  peni- 
tencia, que  es  lo  que  redime  de  las  penas 
y  de  las  miserias  del  mañana,  como  la 
alegría  y  el  progreso  redimen  de  las  pe- 
nas y  de  las  miserias  del  presente. 

Enseñados  y  aclimatados  á  ver  en  la 
sangre  derramada  por  los  dogmas  reli- 
giosos, en  el  dolor  y  en  el  sacrificio  del 
confort  y  de  la  vida  natural,  las  formas 
superiores  de  la  vida  espiritual;  inverti- 
dos de  la  sensatez  humana  hasta  el  punto 
de  ver  en  las  más  netas  formas  de  la  im- 
becilidad humana  los  más  altos  ideales 
de  la  civilización  cristiana,  aquellos  fa- 
náticos rabiosos  de  las  formas  de  gobier- 
no, extranjeros  al  escepticismo  y  á  la 
ironía,  que  hicieron  nuestra  historia  ne- 
gra, porque  habían  proscrito  la  ilustra- 
ción y  quedado  á  obscuras,  los  odios 
implacables  fueron  el  fruto  propio  de  orga- 
nismos psíquicos,  funcionando  como  má- 
quinas recalentadas  por  falta  de  lubrifi- 


—  156    - 

cantes,  máquinas  vivientes  que  rodaban 
en  el  medio  social  de  acritudes  y  de  pa- 
siones enconadas,  sobrecargadas  y  em- 
bravecidas por  las  contrariedades  emer- 
gentes de  su  propia  rudeza,  haciendo 
crujir  y  chillar  los  engranajes  políticos, 
como  las  antiguas  toscas  carretas,  con 
ejes  de  madera  inengrasada. 

Enseñados  á  detestar  la  vida,  á  temer 
la  muerte,  á  amar  la  gloria  perdurable, 
y  á  odiar  al  extraño  al  suelo  y  al  credo, 
desempeñaban  la  función  para  que  esta- 
ban mentalmente  preparados,  odiando  y 
matando  á  los  extraños  á  su  credo  polí- 
tico, para  labrar  la  gloria  de  su  credo  po- 
lítico. 

No  hay  más  que  los  placeres  salvajes 
para  el  salvaje,  y  los  placeres  groseros 
y  bárbaros  son  chocantes  á  los  gustos  y 
á  los  sentimientos  refinados  del  hombre 
culto,  y  lo  que  hace  las  delicias  del  últi- 
mo resulta  insípido  para  la  rudeza  del 
primero,  mientras  el  segundo  repudia- 
rá hasta  el  poder  cuando  sea  necesa- 
rio alcanzarlo  ó  conservarlo  por  medios 


—  157  — 

repugnantes   á  la  elevación   de  su   es- 
píritu. 

Porque   nuestros    caudillos  bárbaros 
sólo  podían  encontrar  las  amenidades  de 
la  vida  en  las  fruiciones  del  mando  sin 
control  V  en  la  humillación  sin  límites  de 
sus  adversarios,  no  estando  habilitados, 
como  los  caudillos  norteamericanos  de 
entonces,   ó  como   nosotros  mismos   al 
presente,  por  la  educación,  la  tradición 
y  el  ambiente,  para  complacerse  en  otros 
intereses  sociales  ó  en  otras  formas  de 
tramitación  de  los  mismos  intereses  po 
Uticos,  las  calamidades  públicas  vinieron 
á  ser  una  necesidad  imprescindible,  so 
pena  de  aburrimiento  inaguantable  para 
ellos,  que,  en  su  indigencia  de  luces,  sólo 
podían  ser  felices  como  los  negros  de  Áfri- 
ca: haciendo  desgraciados  á  los  otros. 

Albaceas  espontáneos  de  la  herencia 
colonial  de  ignorancia  y  fanatismo,  en  el 
empleo  fatal  de  su  vida,  clausuraron  las 
escuelas  y  repoblaron  los  conventos, 
amordazaron  á  la  prensa  y  proscribieron 
la  cultura,  readmitiendo  á  los  jesuítas 


—  158  — 

expulsados  por  el  único  monarca  liberal 
que  había  tenido  la  España. 

Sombríos,  acres,  ignorantes  y  fanáti- 
cos fueron;  según  el  aforismo  de  San  Mar- 
tín, lo  que  debían  ser:  Erostratos  políti- 
cos, ó  no  hubieran  sido  nada,  pues  esa 
era  la  única  vía  por  donde  podían  pasar 
á  la  historia  como  actores  principales,  y 
estamos  viendo  cuánto  son  más  eficaces 
que  los  terrores  religiosos  para  suscitar 
ideales,  aptitudes  y  sentimientos  compa- 
tibles con  el  bienestar  ajeno,  las  ameni- 
dades sociales  de  la  vida  moderna,  y 
cómo  en  todas  las  religiones,  la  única 
parte  útil  ha  sido  la  parte  humana,  la 
parte  de  vida  y  de  fiesta  social,  que  es 
también  la  mejor  parte  de  las  corridas  de 
toros,  de  las  carreras  de  caballos  y  de  los 
sports  ingleses,  pues  aunque  las  gentes 
se  reúnan  para  decir  ó  hacer  tonterías, 
del  hecho  sólo  de  aproximarse  y  tratarse 
resultan  utilidades  sociales,  siendo  por 
esto  el  teatro,  como  lo  sugiere  Bernard 
Shaw,  el  antídoto  de  la  iglesia,  y  también 
creación  de  los  griegos,  de  que  apenas 


—  159  — 

existió  en  todo  el  virreinato  del  Río  de 
la  Plata  nada  más  que  la  Casa  de  Come- 
dias^ que  fundó  el  virrey  Vertiz^  contra 
la  repudiación  y  excomunión  de  los  fran- 
ciscanos á  los  asistentes. 


i 


XVIII 

El  mañana. 


El  tiempo  es  como  la  Esfinge  griega, 
que  mataba  á  los  que  no  sabían  interpre- 
tar el  enigma  de  la  vida.  Y  para  indicar 
que  el  tiempo  que  se  va  inaprovechado 
no  vuelve,  los  griegos  tenían  una  esta- 
tua, que  se  ha  perdido,  pero  cuya  des- 
cripción se  conoce  por  esta  conversación 
que  tuvo  con  un  viajero: 

« — ¿Cómo  te  llamas? 

— Me  llamo  la  Oportunidad. 

— ¿Por  qué  estáis  sobre  la  punta  de  los 
pies? 

— Para  advertir  que  sólo  me  detengo 
un  momento. 

— ¿Por  qué  tienes  alas  en  los  pies? 

— Para  advertir  que  paso  rápidamente. 

11 


—  162  — 

— ¿Por  qué  tienes  el  pelo  tan  largo  so- 
bre la  frente? 

— Para  que  los  hombres  puedan  atra- 
parme cuando  me  encuentran. 

— ¿Por  qué,  entonces,  eres  tan  calva 
en  la  nuca? 

— Para  manifestar  que  cuando  he  pa- 
sado ya  no  pueden  agarrarme.» 

La  oportunidad  es  el  presente,  que 
se  va  estéril  al  pasado,  sin  agregar  nada 
á  la  vida  del  indolente  ó  del  incapaz  de 
mejorar  su  ser,  su  valer  ó  su  haber,  sin 
dejar  ningún  rastro  de  su  paso  en  las 
tribus  salvajes,  sin  cambiar  nada  en  las 
sociedades  maniatadas  para  el  hacer  de 
los  vivos  por  la  fe  en  el  hacer  de  los 
muertos;  que  encienden  velas  á  los  san- 
tos para  que  vean  á  quiénes  deben  hacer 
milagros,  y  no  encienden  luces  en  la  in- 
teligencia de  los  niños,  para  alumbrarles 
el  camino  de  la  existencia. 

La  oportunidad  es  el  ahora  que  trans- 
curre infecundo  para  el  que  ruega  y  es- 
pera, y  fecundo  para  el  que  piensa  y 
obra,  dejando  acrecentado  el  haber,  el 


—  163  - 

saber  ó  el  sentir  del  que  ha  sabido  y  que- 
rido aprovecharlo  ú  ocuparlo  con  una 
obra  realizada,  con  una  experiencia  ó 
con  un  conocimiento  adquiridos,  con 
otras  existencias  sustraídas  á  la  enferme- 
dad ó  á  la  ignorancia,  á  la  iniquidad  ó  á 
la  infelicidad,  con  el  recuerdo  vivifican- 
te de  un  goce  noble  ó  de  una  sana  ale- 
gría, y  para  quien  los  momentos  desapa- 
recidos están  representados  siempre  por 
algún  aporte  que  subsiste  en  el  espíritu 
propio  ó  en  el  ajeno;  la  oportimidad 
es  el  tiempo  que  pasa  infructuoso  para 
las  sociedades  retardatarias  y  fructuoso 
para  las  progresistas,  marcando  su  ras- 
tro en  el  terreno  con  caminos  y  construc- 
ciones, con  puentes,  habitaciones,  puer- 
tos, canales,  escuelas,  ferrocarriles  y  tú- 
neles, y  su  trayectoria  en  el  espíritu  hu- 
mano con  nuevas  ideas  y  sentimientos, 
y  con  instituciones  beneficentes  en  la  es- 
tructura social. 

Pero  el  tiempo  que  puede  faltar  cuan- 
do es  limitado,  sobra  cuando  es  eterno, 
y  cuando  el  tiempo  y  la  vida  vuelven 


-    164  — 

para  no  marcharse  jamás,  la  grande  opor- 
tunidad de  la  vida  no  es  hoy  sino  maña- 
na, pues,  ¿para  qué  afanarse  en  lo  que 
no  ha  de  durar,  teniendo  por  delante  la 
perspectiva  de  lo  que  no  se  ha  de  acabar? 
«Xada  te  turbe,  nada  te  espante;  todo 
se  pasa:  Dios  no  se  muda;  la  paciencia 
todo  lo  alcanza:  quien  á  Dios  tiene  nada 
le  falta:  sólo  Dios  basta»,  decía  la  prime- 
ra página  impresa  en  Buenos  Aires  con 
la  primera  imprenta  en  1780,  fiel  expre- 
sión de  ese  espíritu  medioeval  del  espa- 
ñol, que  aún  en  pleno  siglo  de  las  luces 
de  la  inteligencia  humana,  en  el  nuevo  y 
en  el  viejo  mundo  ha  invertido  en  Te 
Deums,  misas,  novenas,  procesiones  y 
peregrinaciones  para  propiciarse  la  inte- 
ligencia divina,  lo  que  los  americanos 
del  Norte  gastaban  en  escuelas  y  univer- 
sidades para  levantarse  la  inteligencia 
humana,  en  virtud  de  lo  cual,  aquéllas 
son  las  tierras  del  presente  y  éstas  son 
las  tierras  del  «¡mañana.  Dios  dirá!» 


XIX 

Pesimismo  y  optimismo. 


«  —¿Qué  pensaríamos,  decía  el  Success, 
de  un  ingeniero  que  procurase  economi  - 
zar  el  lubrificante  á  expensas  de  la  dura- 
ción de  la  máquina? — ¿Que  es  un  loco? 
— Pues  eso  es  justamente  lo  que  hacemos 
cuando  economizamos  la  alegría,  el  re- 
creo, los  entretenimientos  sanos  que  son 
los  lubrificantes  de  la  maquinaria  de  la 
vida.»  Eso  es  justamente  lo  que  hace  el 
misticismo,  suprimiendo  las  amenidades 
de  la  vida  para  alargarla. 

«La  época  colonial  fué  triste,  dice  Juan 
A.  García,  no  tuvo  regocijos  populares; 
los  desbordes  espontáneos  de  alegrías 
tradicionales  en  otros  pueblos.  Era  una 
sociedad  melancólica  y  silenciosa,  como 


—  16G  — 

si  una  aura  de  abatimiento,  de  opresivo 
desconsuelo  envenenara  la  atmósfera.» 
Y  de  esa  tristeza  salió  el  carácter  tétrico 
de  los  caudillos  hispano-americanos,  tan 
prominente  en  el  dictador  Francia,  el 
discípulo  de  los  jesuítas  de  Córdoba,  el 
asceta  en  el  poder  supremo,  «el  hombre 
triste  del  Paraguay»,  el  hombre  de  espí- 
ritu más  diabólico  en  el  Nuevo  Mundo. 

Como  era  obligatoria  la  ignorancia  de 
la  ciencia  y  de  la  libertad,  y  eran  obliga- 
torias las  creencias  tradicionales,  y  la 
intolerancia  era  de  buen  tono,  y  el  diablo 
y  el  infierno  entraban  por  nueve  décimos 
en  la  predicación  colonial,  todo  lo  que 
vino  en  materia  de  barbarie,  fué  el  fruto 
propio  de  semejante  siembra  de  oscuran- 
tismo y  de  fanatismo,  por  virtud  de  la 
cual,  en  el  registro  de  los  sentimientos 
humanos  sobraron  las  notas  fúnebres  y 
faltaron  las  notas  alegres;  abundaron 
las  notas  duras,  solemnes,  melancólicas, 
agudas  ó  chillonas,  y  escasearon  las  no- 
tas suaves,  joviales,  delicadas,  amables, 
y  estuvieron  ausentes  octavas  enteras  de 


—  167  — 

la  tolerancia,  de  la  ironía,  del  escepticis- 
mo, del  optimismo. 

Porque  la  invención  de  antídotos  ima- 
ginarios contra  las  responsabilidades  y 
los  males  imaginarios,  ha  sido  mi  semi- 
llero de  modos  de  aprovechar  el  tiempo 
futuro,  que  son  maneras  de  desperdiciar 
el  tiempo  presente,  la  vida  ha  sido  redu- 
cida en  cada  región  de  la  tierra,  en  el 
equivalente  de  energías  y  de  abstencio- 
nes que  es  necesario  emplear  en  la  amor- 
tización de  los  males  ilusorios  á  que  está 
hipotecado  el  entendimiento  humano  por 
las  supersticiones  del  pasado,  que  son 
parte  integrante  de  la  herencia  social, 
para  todo  el  que  nace  en  tal  región,  des- 
empeñando el  ambiente  intelectual  las 
funciones  del  albacea. 

Porque  la  tristeza  estaba  en  el  misti- 
cismo, y  el  misticismo  estaba  en  el  espí- 
ritu de  las  gentes,  «la  época  colonial  fué 
triste,  dice  Juan  A.  García,  no  tuvo  re- 
gocijos populares;  los  desbordes  espontá- 
neos tradicionales  en  otros  pueblos.  Era 
una  sociedad  melancólica  y  silenciosa, 


—  168  — 

como  si  una  aura  de  abatimiento,  de  opre- 
sivo desconsuelo  envenenara  la  atmósfe- 
ra». Era  el  efecto  propio  de  la  superpo- 
sición del  espíritu  de  la  muerte  al  espíri- 
tu de  la  vida;  del  pensamiento  del  maña- 
na á  las  preocupaciones  del  ahora;  del 
problema  de  la  salvación  de  las  almas 
por  la  iglesia,  al  problema  de  la  educa- 
ción de  los  niños  por  la  escuela. 

El  reverso  del  salmo  de  la  vida  y  de 
la  acción  de  LongfelloAV,  es  la  homilía 
del  gran  Que  vedo:  «Resta  ahora  desen- 
gañarte del  estudio  vano  y  de  la  presun- 
ción de  la  ciencia...  Toda  nuestra  sabi- 
duría es  presunción  acreditada  de  la  ig- 
norancia de  los  otros...  Preguntárasme 
que,  supuesto  esto,  cuál  es  la  cosa  que 
un  hombre  ha  de  procurar  aprender:  pro- 
cura persuadirte  á  amar  la  muerte,  á 
despreciar  la  vida»,  que  es  el  mismo 
pensamiento  pesimista  expresado  por  el 
refrán  árabe:  «es  mejor  estar  sentado, 
que  parado;  mejor  acostado  que  sentado, 
y  mejor  muerto  que  acostado».  Es  el  mis- 
mo concepto  del  mundo  impreso  en  Bue- 


--  169  — 

nos  Aires  en  1780,  y  expresado  por  Fe- 
lipe IV  en  carta  confidencial  á  sor  María 
Agreda,  en  vísperas  de  desprenderse  del 
«hombre  triste»,  del  «sombrío  ministro», 
que  había  trabajado  como  «un  forzado», 
al  decir  de  Hume,  en  la  ímproba  tarea 
de  divertir  al  rey,  y  servir  al  cielo  con 
todos  los  recursos  del  imperio  en  que  no 
se  ponía  el  sol,  para  labrar  la  grandeza 
de  la  España  por  la  protección  divina: 
«la  única  manera  de  obtener  lo  que  de- 
seamos es  no  contar  más  que  con  el  so- 
corro divino». 

«Viviendo  entre  las  gentes  que  bendi- 
cen su  vida,  no  tardaréis  en  bendecir  la 
vuestra,  dice  Maeterlinck.  La  sonrisa  es 
tan  contagiosa  como  las  lágrimas,  y  la 
dicha  pasa  á  menudo  inadvertida  porque 
no  sabemos  conocerla».  Viviendo  entre 
gentes  que  creen  que  este  mundo  debe 
ser  «un  valle  de  lágrimas»  para  que  el 
otro  no  sea  un  eterno  martirio,  y  que  de- 
ploran la  inanidad  de  su  vida,  porque  no 
saben  aderezarla  con  el  pensamiento  y  el 
sentimiento,  para  hacerla  digna  de  ser 


—  170    - 

vivida,  no  tardaréis  en  deplorar  la  ina- 
nidad de  la  vuestra,  porque  el  pesimismo 
y  el  fatalismo  son  contagiosos,  y  «las  co- 
sas son  del  color  del  cristal  con  que  se 
miran».  «La  vida  es  bella,  mi  hermano, 
dice  el  pagano  Jorge  Borrow.  Hay  la  no- 
che y  el  día,  mi  hermano,  que  son  cosas 
lindas;  el  sol,  la  luna  y  las  estrellas,  y 
también  el  viento  cuando  hace  calor,  to- 
das cosas  lindas.»  «La  vida  es  muy  agra- 
dable, mi  hermano.  ¿Quién  quiere  mo- 
rirse?» 


XX 

Antaño  y  hogaño. 

Del] mismo  modo  que  la  excelencia  de 
un  cuadro  depende  del  acierto  en  la  com- 
binación de  las  luces  y  las  sombras,  los 
colores,  las  líneas,  las  figuras,  las  suges- 
tiones y  las  insinuaciones,  la  de  una  vida 
depende  de  la  feliz  combinación  de  los 
accidentes  v  de  las  circunstancias  inter- 
ñas  V  externas,  v  con  el  creciente  desen- 
volvimiento  de  los  elementos  cualitativos 
del  espíritu  y  del  ambiente,  que  son  los 
materiales  de  construcción  de  la  felicidad 
humana,  el  común  de  las  gentes  se  en- 
cuentra hoj^  infinitamente  más  acaudala- 
do de  amenidades  que  el  señor  Feudal 
analfabeto  de  la  Edad  Media,  que  se  abu- 
rría en  su  castillo,  por  tener  sólo  muy 


172   — 


reducidas  ideas,  muy  menguados  senti- 
mientos y  muy  escasas  noticias  del  mun- 
do, sin  más  pasatiempos  que  la  guerra, 
el  juego,  la  bebida,  el  amor  y  la  mesa,  y 
que  no  podía  ensanchar  por  los  viajes, 
sin  peligro  de  su  vida,  el  escenario  exte- 
rior de  su  espíritu,  aun  teniendo  el  dere- 
cho de  vida  y  muerte  sobre  sus  vasallos, 
lo  que  era  infinitamente  peor  que  no  te- 
ner necesidad  de  matar  á  nadie. 

Y  por  cierto  que  la  existencia  del  sier- 
vo, del  esclavo  y  del  villano,  transcu- 
rriendo en  miseria  irremediable,  en  una 
espesa  atmósfera  de  terrores  religiosos  y 
de  peligros  sociales,  explotado  y  maltra- 
tado como  un  animal  doméstico,  con  la 
sola  diferencia  de  ser  un  animal  predes- 
tinado á  convertirse,  al  término  de  su 
perra  vida,  en  un  semidiós  ó  en  un  vice- 
demonio,  por  estupenda  consecuencia  de 
los  sacramentos  y  del  pecado,  tal  condi- 
ción del  cristiano  sin  privilegios,  era  sen- 
cillamente peor  que  la  del  condenado  á 
trabajos  forzados  en  nuestros  días. 

«Mientras  el  símbolo  de  la  vieja  huma- 


-  173  — 

nidad  era  el  hombre  y  la  mujer  cavando 
la  tierra  con  el  sudor  de  su  frente,  el 
símbolo  de  la  humanidad  moderna  es  el 
hombre  en  la  casilla  de  gobierno  ó  en  el 
timón,  guiando  con  un  ligero  esfuerzo 
muscular,  pero  con  un  gasto  constante  de 
trabajo  mental,  enormes  masas  de  ener- 
gía hacia  una  actividad  deliberada,  dice 
Osiwald.  Y  esta  elevación  del  hombre, 
desde  bestia  de  trabajo  en  el  mismo  nivel 
con  el  buev,  á  una  más  alta  existencia 
con  dominio  sobre  inagotables  cantida- 
des de  energía,  es  una  ganancia  moral 
que  debemos  exclusivamente  al  progreso 
técnico,  y  estamos  llegando  á  compren- 
der que  sólo  al  investigador  científico 
podemos  dirigir  con  éxito  la  vieja  plega- 
ría: «líbranos  de  todo  mal». 

En  efecto,  las  religiones  crean  las  bue- 
nas intenciones  con  que  está  empedrado 
el  camino  del  infierno,  pero  no  crean  ins- 
trumentos ni  métodos  de  trabajo,  y  la 
cuestión  capital  y  la  causa  permanente 
del  mejoramiento  de  las  razas  humanas 
por  procedimientos  humanos,  es  la  del 


—   174  — 

empleo  de  las  energías  humanas  en  orden 
á  conseguir  con  el  menor  gasto  el  mayor 
rendimiento  de  aptitudes,  de  recursos  y 
de  amenidades. 

«No  ser  muerto  y  tener  un  traje  de 
pieles  para  el  invierno,  era  el  supremo 
ideal  de  un  hombre  en  el  siglo  ix»,  dice 
Stendhal.  «Nadie  puede  ahora  hacerse 
una  idea  de  lo  que  fué  el  estado  mental 
de  un  hombre  en  el  siglo  ix,  dice  Hux- 
ley.  Por  más  altamente  educado  que  fue- 
se, su  vida  era  un  campo  de  batalla  per- 
manente entre  santos  y  demonios,  por  la 
posesión  de  su  alma».  Podemos  agregar 
que  también  era  un  campo  de  batalla 
entre  bacilos  y  microbios  por  la  posesión 
de  su  cuerpo,  sabiendo  que  las  epidemias 
hacían  estragos,  y  que  en  el  siglo  xiv  la 
peste  negra  mató  á  la  mitad  de  la  pobla- 
ción de  la  Europa,  y  que  hasta  fines  del 
siglo  XVII  la  mortalidad  en  Londres,  ver- 
bigracia, era  del  80  por  1.000. 

Es  que  en  el  feminismo  cristiano,  como 
en  el  feminismo  musulmán,  el  hombre 
estaba  á  la  defensiva  contra  los  males 


—  175  — 

del  cuerpo  y  del  espíritu,  bajo  el  escudo 
de  las  supersticiones,  defendiéndose  de 
los  diablos,  las  brujas,  los  duendes  y  las 
ánimas,  las  epidemias,  las  endemias,  las 
pestes,  las  secas  y  las  inundaciones,  el 
rayo^  el  hambre  y  la  perversidad,  con  el 
poder  mágico  de  los  santos,  de  las  reli- 
quias y  de  las  oraciones  milagrosas,  con 
las  misas,  novenas,  procesiones  y  pere- 
grinaciones, con  el  agua  lustral  y  las 
palmas  benditas. 

Y  sólo  á  proporción  en  que  la  libertad 
del  pensamiento  aportaba  ó  despertaba 
el  masculinismo  en  el  espíritu  humano, 
ha  podido  el  hombre  moderno  tomar  la 
ofensiva  contra  los  males  del  espíritu  y 
del  cuerpo,  repeliendo  y  destruyendo  con 
la  higiene  á  los  argonautas  de  la  mugre; 
desvaneciendo  con  las  luces  de  la  ciencia 
esos  fantasmas  terroríficos  de  la  imagi- 
nación en  tinieblas,  que  hacían  de  la  vida 
mental  una  horrorosa  pesadilla;  des- 
armando al  fanatismo,  á  la  crueldad  y  á 
la  imbecilidad  con  la  cultura  intelectual; 
anonadando  al  hambre  con  el  comercio, 


—  176  - 

la  industria  y  las  vías  de  comunicación, 
y  reduciendo  con  todo  ello  la  mortalidad 
en  Londres  al  17  por  1.000,  para  alargar 
en  quince  años  la  duración  media  de  la 
vida  humana,  pues  resultó  que  el  elixir 
de  larga  vida  no  era  el  agua  de  vida,  ni 
el  agua  con  vida,  sino  el  agua  esteri- 
lizada. 

En  el  feminismo  intelectual  en  que  vi- 
vieron nuestros  padres,  con  excepción  del 
pensamiento,  todos  los  hechos  y  las  cosas 
estaban  regidos  inexorablemente,  hasta 
en  sus  menores  detalles,  por  un  empera- 
dor omnipotente  y  omnividente  del  uni- 
verso, que  en  cualquier  momento  podía 
invertirlos  ó  suspenderlos  á  su  capricho, 
indiferente  á  la  suerte  de  los  hombres,  á 
menos  de  ser  interesado  en  ella  por  fri- 
volidades, tan  irracionales  á  veces  como 
la  de  ser  el  pescado,  verbigracia,  comes- 
tible en  lunes  y  «pecado  mortal»  en  vier- 
nes, y  por  humillaciones  y  adulaciones 
bastantes  para  dar  náuseas  á  una  perso- 
na decente  de  nuestro  tiempo. 

Dios   era  un  hombre  inmensamente 


-  177  — 

más  bueno  y  más  malo  que  todos  los 
hombres  y  los  animales  juntos,  con  tan- 
tos millones  de  ojos  y  de  oídos  como  ha- 
bía hombres^  mujeres  y  niños  en  la  tierra, 
puestos  uno  en  cada  persona,  para  ver 
todos  sus  actos  en  la  obscuridad,  todos. 
sus  pensamientos  en  el  interior  de  la 
mente,  á  fin  de  registrarlos,  momento 
por  momento,  en  una  cuenta  especial 
abierta  á  cada  persona  desde  el  día  de  su 
nacimiento  en  pecado  original,  para  pre- 
miarlos ó  castigarlos,  cuando  ya  no  fue- 
sen enmendables  ni  empeorables. 

El  diablo  era  un  perdido,  sin  remedio, 
empeñado  en  perder  á  todos  los  hom- 
bres, las  mujeres  y  los  niños,  para  au- 
mentar la  población  infernal  de  diablos, 
brujas  y  duendes,  á  fin  de  tener  más  com- 
pañeros de  eterno  infortunio,  y  más  auxi- 
liares con  quienes  merodear  alrededor 
de  cada  persona  en  apuros  de  concien- 
cia, como  los  perros  hambrientos  alrede- 
dor de  la  cocina.  Cazador  y  negociante 
de  almas  para  el  infierno,  acudía  al  ins- 
tante á  donde  lo  llamasen,  presentándose 

12 


-  178  ~ 

espontáneamente  en  la  obscuridad  y  en 
la  soledad,  para  sugerir  un  mal  pensa- 
miento contra  la  gloria  del  Padre  Eter- 
no, ó  brindar  un  momento  de  dicha  á 
cambio  de  la  eterna  desdicha,  que  consti- 
tuía su  propia  gloria. 

Yo  he  vivido  en  ese  open  door  de  in- 
sensatez medioeval,  que  era  la  heren- 
cia intelectual  forzosa  de  los  hispano- 
americanos en  la  época  colonial,  el  cual, 
y  el  terremoto  del  61,  han  sido  las  dos 
grandes  calamidades  que  han  amargado 
las  que  debieron  ser  horas  felices  de  mi 
infancia.  Y  de  ahí  mi  empeño  en  sustraer 
á  los  presentes  y  venideros  de  eso  que 
Mseterlinck  llama  «el  sólo  crimen  imper- 
donable, el  que  envenena  las  alegrías  y 
anonada  la  sonrisa  del  niño»  con  el  fan- 
tasma de  la  condenación  eterna  por  los 
usos  y  los  goces  saludables  de  la  vida. 

Como  el  árbol  que  queda  subordinado 
á  las  contingencias  del  lugar  en  que  ha 
brotado,  el  hombre  quedaba  antaño  su- 
bordinado por  todas  las  indigencias  hu- 
manas al  lugar  y  á  la  condición  social  en 


—  179  — 

que  había  llegado  á  la  existencia.  Su  am- 
biente intelectual  estaba  constituido  por 
el  espejismo  deslumbrante  del  cielo  y  por 
las  visiones  pavorosas  del  purgatorio  y 
del  infierno,  en  tanto  que  el  campo  de 
acción  del  hombre  moderno  se  extiende 
á  todas  las  regiones  civilizadas  de  la  tie- 
rra, y  su  escenario  exterior  se  extiende 
á  todas  las  maravillas  de  la  naturaleza  y 
del  arte,  mientras  el  mundo  interior  está 
constituido  por  el  kaleidoscopio  de  los  co- 
nocimientos y  de  los  sentimientos  en 
transformación  incesante. 

Pero  este  mundo,  que  era  «un  valle  de 
lágrimas»  cuando  el  pesimismo  ejercía  la 
regencia  del  entendimiento  humano,  em- 
pieza á  ser  un  valle  de  alegría  desde  que 
la  ejerce  el  optimismo;  desde  que  es  un 
campo  de  acción,  en  el  que  las  energías 
ambientes  trabajan  en  nosotros,  por  nos- 
otros y  para  nosotros  y  nuestros  descen- 
dientes en  la  elaboración  del  universo 
moral. 

Pues  este  mundo  no  es  una  ordalía  á 
perpetuidad,  como  lo  concibieron  los  pa- 


—  180  - 

dres  de  la  Iglesia,  no  es  una  trampa  de 
cazar  almas  para  el  infierno,  y  nosotros 
estamos  en  él  como  una  parte  de  la  ener- 
gía universal  en  una  función  específica, 
para  pensar,  sentir,  amar  y  soñar;  para 
vivir^  obrar  y  morir,  y  no  para  pasar  por 
probaciones  inequiparables  en  la  diver- 
sidad infinita  de  las  condiciones  de  hecho, 
á  fin  de  ser  los  unos  obsequiados  con  la 
dicha  eterna  y  condenados  los  otros  á  la 
eterna  desventura,  porque  esto  sería  de- 
masiado necio  y  demasiado  inicuo  para 
una  inteligencia  decente  de  las  cosas. 

Porque  el  cielo,  el  purgatorio  y  el  in- 
fierno son  aquí,  y  es  sólo  por  un  efecto 
de  espejismo  intelectual,  que  los  visiona- 
rios los  ven  en  el  más  arriba  ó  en  el  más 
allá  de  la  realidad. 

Aquí  es  el  cielo  del  amor  y  la  belleza, 
el  arte  y  la  ciencia;  el  limbo  de  la  igno- 
rancia; el  purgatorio  de  la  superstición  y 
la  imbecilidad ;  el  infierno  del  odio  y  la 
perversidad.  Y  del  individuo  que  marcha 
impelido  por  su  egoísmo  en  pos  de  su 
mezquina  felicidad  postuma,  aun  de  esa 


-  181  — 

fuerza,  de  la  que  dice  Goethe  «que  quiere 
siempre  el  mal,  y  concurre,  sin  embargo, 
al  bien»,  la  naturaleza,  persiguiendo  in- 
cesantemente su  propio  ensueño,  hace  el 
obrero  consciente  ó  inconsciente  para  la 
obra  del  perfeccionamiento  indefinido  del 
hombre  para  el  mundo  y  del  mundo  para 
el  hombre. 

Aquí  es  el  lugar  de  la  dicha  y  la  des- 
dicha eternas  para  la  humanidad  eterna, 
y  transitorias  para  la  individualidad  tran- 
sitoria; y  ahora  es  el  momento  de  alcan- 
zar la  perfección  relativa,  de  que  resulta 
la  dicha  propia  por  reversión  concomi- 
tante de  la  dicha  ajena,  haciendo  del 
mundo  el  valle  de  la  sonrisa,  y  aquí  es 
«el  valle  de  la  amargura»  para  los  que 
quieren  alcanzar  la  perfección  al  revés 
de  como  es  posible,  para  ellos  solos,  y  en 
otro  sitio,  en  otro  momento  y  en  otra 
vida,  en  que  serán  de  ninguna  utilidad 
para  los  otros  seres. 

Aquí  es  la  dicha  celestial  de  las  almas 
refinadas  para  la  vida  excelsa  por  la  cul- 
tura de  la  mente  v  del  corazón;  de  los 


—  182  — 

que  piensan  y  son  comprendidos,  de  los 
que  sienten  y  son  correspondidos,  de 
los  amantes  que  son  amados;  aquí,  donde 
están  los  que  sufren,  es  el  lugar  de  la 
benevolencia,  de  la  abnegación  y  de  la 
ternura,  que  serían  inútiles  donde  fuesen 
innecesarias;  aquí  es  la  oportunidad  de 
la  inteligencia  y  del  sentimiento,  aquí 
donde  las  cosas  y  los  seres  hablan  al  es- 
píritu del  hombre  en  el  lenguaje  de  las 
simpatías  ó  de  las  antipatías  que  haya 
depositado  ó  suscitado  en  ellos,  porque 
el  universo  es  el  banco  de  la  felicidad  y 
de  la  infelicidad,  sobre  el  que  cada  uno 
puede  girar,  en  todo  momento,  contra 
sus  depósitos  de  amor,  de  temor  ó  de 
rencor,  de  sensatez  ó  de  insensatez  en 
cuenta  corriente. 

Y  si  el  cielo,  el  purgatorio  y  el  infier- 
no, concebidos  fuera  de  este  mundo,  sir- 
ven para  dirigir  de  rebote  la  conducta 
de  los  hombres  en  este  mundo,  ¿por  qué 
no  habrían  de  servir  también,  directa  é 
infinitamente  mejor,  si  los  concebimos 
dentro  mismo  de  este  mundo? 


XXI 

Ideales  y  sentimientos. 

Expresando  elocuentemente  el  sentir 
colonial,  en  un  discurso  pronunciado  en 
1884  contra  la  escuela  neutra,  el  matri- 
monio civil,  el  divorcio,  el  cementerio  lai- 
co y  las  escuelas  normales,  el  actual  mi- 
nistro de  Instrucción  pública,  decía:  «Pue- 
den nuestros  pueblos  resignarse  hasta  la 
humillación  y  el  sacrificio  bajo  el  peso  de 
grandes  dolores;  pueden  consentir,  sin 
estallar  terribles  y  vengativos,  que  se  les 
arrebate  una  á  una  las  garantías  consti- 
tucionales; pueden  contemplar,  impasi- 
bles, que  los  gobernantes  decidan  sus 
desitinos  con  la  punta  de  la  espada.  Hay 
algo,  empero,  que  han  de  defender  hasta 
el  heroísmo,  algo  por  lo  que  han  de  arros- 


—  184  - 

trar  el  martirio,  si  necesario  fuese,  y  ese 
algo  es  su  fe  y  su  religión,  único  bien  que 
les  queda  aún  en  medio  de  tantos  males 
y  desastres.» 

Esa  es,  en  efecto,  la  descripción  per- 
fecta del  espíritu  que  los  hispano-ameri- 
canos  tuvimos  la  desgracia  de  heredar  de 
nuestra  madre  patria,  y  por  el  cual  la 
libertad  ha  sido  siempre  pisoteada  por 
todos  los  caudillos  ambiciosos  de  poder, 
sin  encontrar  defensores  suficientes,  y 
han  caído  siempre  los  gobernantes  ilus- 
trados que  pretendieron  implantar  la 
primera  y  la  más  grande  de  las  liber- 
tades humanas:  la  libertad  del  pensa- 
miento. 

Y  es  por  eso  que  hemos  resultado  como 
los  musulmanes,  más  gobernables  por  los 
más  capaces  de  arrebatarnos  libertades 
para  construir  y  fortalecer  su  despotis- 
mo; pues  las  agrupaciones,  como  los  in- 
dividuos, no  pueden  disfrutar  sino  aque- 
llos beneficios  por  cuya  consecución  ó 
conservación  estén  dispuestos  á  luchar 
hasta  vencer,  y  cuando  sólo  están  ense- 


—  185  — 

nados  á  saber  para  qué  sirve  la  religión, 
y  á  no  saber  para  qué  sirve  la  libertad, 
sólo  están  dispuestos  á  luchar  por  la 
conservación  del  fanatismo  religioso,  y 
todo  lo  demás  puede  serles  arrebatado 
con  ó  sin  las  armas  en  la  mano. 

Fué  por  eso  que  la  única  insurrección 
que  puso  en  serio  peligro  la  dominación  de 
40.000  ingleses  sobre  200.000.000  de  in- 
dus,  fué  ocasionada  por  la  grasa  de  vaca 
y  de  cerdo  empleada  como  preservativo 
contra  la  humedad  en  los  cartuchos  del 
fusil,  porque  era  necesario  cortarles  la 
punta  con  los  dientes  antes  de  introdu- 
cirlos en  el  cañón,  y  esto  obligó  á  los  ci- 
payos  á  sublevarse  para  escapar  á  la 
condenación  eterna,  que  resultaba  para 
los  musulmanes  del  contacto  de  la  grasa 
de  cerdo,  y  de  la  de  vaca  para  los  bra- 
manistas. 

La  libertad  es  de  tan  poco  momento 
para  el  que  no  sabe  valorarla  y  usufruc- 
tuarla, como  un  violín  para  el  que  no 
ama  la  música  ni  sabe  tocarlo,  y  del  cual 
sólo  podría  obtener  los  beneficios   que 


—   186  — 

le  resultasen  de  empeñarlo  ó  venderlo. 

Y  como  no  se  puede  tener  para  sí  lo 
que  no  se  haya  hecho  tenible  para  los 
otros,  el  hombre  común  no  puede  disfru- 
tar ni  aun  lo  que  sabe  estimar,  sino  en 
la  medida  en  que  sepa  defenderlo  para 
todos.  Y  cuando  desestima  la  libertad 
para  sí,  nada  hará  para  defenderla  en 
los  otros,  y  la  suya  y  la  de  los  otros  se- 
rán acaparables  por  los  que  sepan  sa- 
carles provecho,  en  la  medida  en  que  es- 
tén indefendidas  por  los  que  no  saben 
aprovecharlas  para  impedir  que  los  des- 
pojen. Y  de  esta  circunstancia  depende 
que  las  libertades  individuales  en  las 
agrupaciones  humanas  sean  en  unos  pue- 
blos más  y  en  otros  menos  monopoliza- 
bles  por  los  caciques,  los  ambiciosos  y  los 
logreros. 

El  que  hace  creyente  á  un  niño  en  cua- 
lesquiera fe,  lo  hace  esclavo  de  esa  fe,  y 
el  inquisidor  está  implícito  en  el  creyen- 
te, pues  el  que  ha  perdido  la  libertad  de 
dudar  ó  de  no  creer,  quiere,  naturalmen- 
te, hacer  perder  á  los  otros  lo  que  él  ha 


—  187  — 

perdido,  y  cuando  entiende,  además,  que 
esa  pérdida  actual  comporta  beneficios 
ulteriores,  las  funciones  diabólicas  que- 
dan dobladas  en  el  fanático  militante  por 
las  funciones  divinas,  concurrentes  con 
aquéllas  á  la  anulación  de  las  demás  po- 
sibilidades del  espíritu  en  los  otros. 

Diablo  sin  saberlo,  el  que  ha  perdido 
la  alegría  del  vivir,  desea  imponer  á  los 
otros  su  tristeza,  y  el  que  está  atormen- 
tado por  los  terrores  del  infierno ,  desea 
comunicar  á  los  otros  su  miedo  al  infier- 
no, por  el  doble  motivo  de  sus  beneficios 
eventuales  y  porque  mal  de  muchos  es 
consuelo  de  afligidos.  Tal  era  el  caso  de 
aquellos  caudillos  bárbaros,  que  querían 
que  todos  fuesen  bárbaros  porque  lo  eran 
ellos,  exactamente  como  hoy  queremos 
que  los  demás  sean  cultos,  porque  lo  so- 
mos nosotros. 

Los  pueblos  enseñados  á  creer  que  con 
Dios  basta  y  sobra,  como  los  turcos,  los 
rusos  y  los  españoles,  sólo  están  dispues- 
tos á  defender  á  su  Dios  y  á  sus  vicarios, 
y  sólo  han  conservado  sus  dioses  y  sus 


-  188  — 

déspotas  temporales  y  espirituales.  Y  los 
que  han  estado  siempre  resueltos  á  de- 
fender, á  la  vez,  á  la  religión  y  á  la  li- 
bertad—  Dieu  et  mon  Droit — como  reza 
la  vieja  leyenda  del  escudo  británico,  han 
conservado ,  á  la  vez,  la  religión  y  la  li- 
bertad. 

Fué  por  lo  inverso  que  la  más  colosal 
de  las  guerras  afrontadas  por  los  ameri- 
canos del  Norte,  y  la  única  contienda  ci- 
vil que  los  haya  dividido,  fué  la  que  aco- 
metieron para  conseguir  la  emancipación 
de  los  negros,  á  costa  de  un  millón  de 
vidas  y  de  tres  mil  millones  de  doUars, 
resarcidos  con  exceso  por  la  prosperidad 
consecutiva  á  la  eliminación  de  esa  men- 
gua en  la  moral  nacional. 

Por  el  contrario,  nuestra  diferencia 
fundamental  con  los  anglo-sajones,  que 
en  1215  arrancaron  la  Magna  Carta  al 
rey  Juan,  arrojando  al  mar  en  Dover  la 
bula  que  contenía  la  excomunión  del  papa 
contra  los  barones  rebeldes,  consiste  en 
que  ellos  han  estado  siempre  dispuestos 
á  defender  hasta  el  heroísmo  y  el  marti- 


—  189  — 

rio  esas  garantías  constitucionales^  que 
en  el  sentir  colonial  del  Dr.  Garro ,  nos- 
otros estamos  dispuestos  á  dejarnos  arre- 
batar sin  estallar^  y  es  con  esa  actitud 
que  ellos  han  hecho  imposibles  en  su  am- 
biente esos  déspotas,  sátrapas  y  caciques 
con  facultades  ilimitadas  que  fueron  via- 
bles en  el  nuestro. 

Porque  el  espíritu  del  hombre  es  fe- 
cundable  por  el  ideal.  Fecundable  de  ge- 
nerosidad por  el  ideal  generoso;  fecunda- 
ble  de  mezquindad  por  el  ideal  mezquino; 
fecundable  de  insurrección  por  el  ideal 
de  la  libertad;  fecundable  de  miedo  y  de 
sumisión  por  el  terror  al  presente  ó  al 
mañana. 

De  los  que  viven  sólo  para  sí  mismos, 
se  ha  dicho  que  «la  cal  sola  de  sus  huesos 
los  mantiene  en  pie,  y  no  un  propósito 
sano  y  generoso»,  y,  en  efecto,  el  propó- 
sito hace  la  consistencia  del  espíritu, 
como  la  cal  hace  la  consistencia  del  es- 
queleto, y  es  de  la  rectitud  del  esqueleto 
que  resulta  la  posición  vertical  del  hom- 
bre físico,  y  de  la  firmeza  y  la  generosi- 


—  190  — 

dad  del  propósito  la  rectitud  moral  del 
hombre  síquico. 

«Un  fin  superior  es  curativo  como  el 
árnica»,  dice  también  Emerson.  «Napo- 
león visitaba  á  los  enfermos  de  la  peste 
para  demostrar  que  el  hombre  que  podía 
vencer  al  temor  vencería  á  la  peste,  y 
tenía  razón»,  ha  dicho  Goethe.  «Es  in- 
creíble la  fuerza  que  tiene  la  voluntad  en 
esos  casos;  penetra  en  el  cuerpo  y  lo  pone 
en  un  estado  de  actividad  que  repele  toda 
influencia  dañosa,  mientras  el  temor  las 
atrae».  La  transformación  del  individuo 
común  en  fiera,  por  la  pasión  de  una  cau- 
sa miserable,  ó  en  héroe  por  la  pasión  de 
una  causa  generosa,  es  un  fenómeno  fre- 
cuente, y  también  lo  es  en  la  historia^  la 
transformación  más  ó  menos  repentina, 
del  carácter  de  toda  una  agrupación  hu- 
mana por  la  intervención  de  un  gran  te- 
rror ó  de  un  alto  ideal. 

En  aquel  «pueblo  de  asnos»,  como  se 
decía  del  francés,  porque  llevaba  sin  que- 
jarse todas  las  cargas  que  le  imponían  sus 
gobernantes  y  sus  salvadores^  sobrevie- 


—  191  — 

nen  los  ideales  laicos  de  1789,  y  el  senti- 
miento naciente  de  los  derechos  y  de  las 
posibilidades  del  hombre  suministra  fuer- 
zas morales  bastantes  para  abrir  en  el 
muro  del  pasado  la  brecha  del  porvenir 
afrontando  la  coalición  de  la  Europa  ab- 
solutista y  reaccionaria,  y  la  revolución, 
es  desde  entonces^  como  dice  Carlyle,  un 
deber  que  los  franceses  saben  llenar. 

Sobrevienen  también,  en  1810,  esos 
mismos  ideales  entre  los  colonos  españo- 
les del  Plata,  que  vegetaban  sin  porv^enir 
en  el  pasado  tradicional,  y  que  acababan 
de  defender  con  las  armas  en  la  mano 
contra  las  invasiones  inglesas  á  la  domi- 
nación española,  y  las  empuñan  de  nuevo 
para  expulsarla.  En  tres  años,  el  carác- 
ter de  los  colonos  había  cambiado  hasta 
el  punto  de  avergonzarse  de  la  misma 
sumisión  pasiva  de  que  estaban  antes  or- 
gullosos. 

La  fuerza  moral  del  cristianismo  pro- 
vino de  la  parte  en  que  era  un  ideal  de 
porvenir.  Pero  la  idea  de  realizar  los 
hombres  dentro  de  la  vida,  por  sí  mis- 


-  192  — 

mos  y  para  sí  mismos,  la  libertad,  el  de- 
recho, la  justicia  y  la  fraternidad;  el  pro- 
pósito de  embellecer  y  dulcificar  en  este 
mismo  mundo  la  vida  humana,  que  aquél 
aspiraba  á  realizar  fuera  de  este  mundo, 
era  un  ideal  más  alto,  más  noble  y  gene- 
roso. Del  primero  resultó  la  era  cristia- 
na; del  segundo  la  era  liberal  y  científica. 
Pues,  si  lo  más  enalteciente,  vale  de- 
cir, lo  más  moralizante,  del  cristianismo 
provino  de  ser  una  aspiración  de  mejo- 
ramiento humano  á  realizarse  en  el  mis- 
mo individuo  en  el  más  allá  de  la  vida 
presente,  los  ideales  racionalistas  son 
aún  más  moralizantes  porque  son  bienes 
á  realizarse  en  el  porvenir,  fuera  del  in- 
dividuo que  los  alienta,  á  su  costa,  y  sin 
beneficio  para  sí. 


XXII 

la  herencia  social. 


El  amor,  la  simpatía  y  la  benevolencia 
son  agradables,  y  todo  lo  que  es  agrada- 
ble es  deseable,  por  egoísmo.  Para  susci- 
tar esos  sentimientos  en  los  otros  á  nues- 
tro respecto,  deseamos  ser  gratos  á  los 
otros,  y  para  conseguirlo  usamos  á  su 
respecto  la  cortesía  y  la  benevolencia, 
por  egoísmo.  Pero  si  ellos  y  nosotros  no 
deseamos  ser  estimados,  sino  temidos, 
ellos  y  nosotros  apelaremos  á  la  intimida- 
ción para  ser  temidos,  por  egoísmo.  Pues 
un  hombre  prefiere  que  los  otros  hom- 
bres le  tengan  miedo,  y  otro  prefiere  que 
le  tengan  simpatía,  y  cada  uno  desea  sus- 
citar en  los  otros  aquello  que  desea  en 
los  otros. 

13 


-    19i    - 

Un  hombre  hace  el  bien  porque  esa  es 
su  manera  de  ser  feliz;  otro  hace  el  mal 
porque  esa  es  su  manera  de  ser  feliz,  en 
razón  de  la  clase  de  sentimientos  de  que 
está  provisto.  Los  dos  son  impulsados 
por  el  instinto  de  conservación  en  dife- 
rente rumbo,  porque  su  instinto  ó  su 
egoísmo  está  diversamente  condicionado 
por  el  carácter  de  sus  sentimientos  y  di- 
versamente alumbrado  por  las  luces  de 
su  entendimiento. 

Y  del  mismo  modo  que  la  agricultura 
consiste  en  sembrar  ó  plantar  en  el  suelo 
las  plantas  cuyos  frutos  preferimos,  la 
homocultura  consiste  en  implantar  ó 
sembrar  en  la  mente  del  niño  los  idea- 
les, la  religión,  los  gustos  y  las  inclina- 
ciones cuyos  frutos  preferimos  en  el 
adulto. 

Un  piel  roja  se  captaba  la  admiración 
de  los  otros  pieles  rojas,  por  el  número 
de  cabelleras  de  adversarios  muertos  con 
que  se  adornaba.  Un  gaucho  se  captaba 
la  admiración  de  los  otros  gauchos^  por 
su  audacia  para  jinetear  á  un  potro  indo- 


—  195  — 

mito,  ó  para  afrontar  á  los  otros  gauchos 
ó  á  los  gendarmes,  acreditando  con  ello 
ser  más  gaucho ,  pues  cuando  todos  son 
bárbaros,  ser  más  bárbaro  que  los  demás 
es  ser  superior  á  los  demás,  del  mismo 
modo  que  ser,  respectivamente,  más  ar- 
gentino, más  boliviano,  más  español  ó 
más  católico,  musulmán  ó  budista  que 
los  demás  argentinos,  bolivianos  ó  espa- 
ñoles, ó  que  los  demás  católicos,  musul- 
manes ó  budistas,  es  ser,  respectivamen- 
te, superior  á  los  que  son  lo  mismo  en 
menor  grado,  porque  nadie  puede  esti- 
mar en  los  otros  sino  lo  que  considere 
estimable  en  si  mismo,  y,  por  lo  tanto, 
estimable  en  mayor  grado  allí  donde 
exista  en  mayor  grado. 

Así,  los  caracteres  sociales  de  cada 
comunidad  de  hombres  son  los  valores  ó 
las  calidades  personales  que  el  individuo 
tiende  á  procurarse  por  imposición  del 
instinto  de  conservación,  porque  «la  fun- 
ción no  es  más  que  la  respuesta  del  ser  á 
las  solicitaciones  del  medio»,  como  dice 
Lacombe,  y  el  modo  de  sentir,  de  pensar 


—  196  — 

y  de  obrar  de  los  coetáneos,  no  son  menos 
obligatorios  que  su  modo  de  vestir,  para 
las  nuevas  unidades  que  se  incorporan  á 
la  masa. 

Por  esto,  nacer  en  un  ambiente  social 
es  heredar  en  germen  las  posibilidades  y 
las  imposibilidades  de  tal  ambiente  so- 
cial; la  posibilidad  de  todas  las  excelen- 
cias ó  la  de  todas  las  miserias  humanas, 
según  que  sea  grande  ó  menguado,  opti- 
mista, pesimista  ó  fatalista.  Y  recibir  una 
alta  cultura,  es  heredar  una  forma  supe- 
rior de  riqueza,  ciertamente  más  impor- 
tante que  la  que  consiste  en  bienes  de 
fortuna.  Y  heredar  vanidades  en  lugar 
de  sentimientos,  es  quedar  predestinado 
á  echar  los  bofes  en  la  conquista  de  las 
cosas  que  despiertan  envidias  sin  allegar 
simpatías. 

Nacer  en  un  ambiente  de  ilustración, 
de  dulzura  de  sentimientos  y  de  sobrie- 
dad de  costumbres,  ó  en  un  ambiente  de 
ignorancia,  superstición,  rudeza  y  mise- 
ria consecutiva,  es  heredar,  respectiva- 
mente, la  civilización  ó  la  barbarie  como 


-  197  — 

cauces  tradicionales  para  las  energías 
vitales,  pues  el  capital  de  vida  operante 
para  la  felicidad  es  el  remanente  que 
queda  después  de  deducir  las  deudas  y 
las  cargas  de  la  vida,  á  que  están  hipo- 
tecadas por  las  supersticiones  del  pasado 
las  energías  del  presente^  y  por  los  cua- 
les tradicionalismos  no  es  lo  mismo  nacer 
en  Marruecos  que  en  España  ó  en  Norte- 
américa, por  toda  la  diferencia  que  va 
del  fatalismo  al  optimismo. 

La  historia  y  la  tradición,  es  decir, 
ocho  siglos  de  guerra  contra  los  moros  y 
tres  siglos  de  Inquisición  contra  los  he- 
rejes, habían  elaborado  el  fanatismo  pa- 
triótico y  religioso  en  el  espíritu  del  espa- 
ñol, que  consideraba  á  la  ciencia  como 
«la  vana  presunción  de  la  ignorancia», 
según  la  definición  del  gran  Que  vedo,  y 
que  pensaba,  como  dijo  Felipe  lY,  que 
«la  única  manera  de  conseguir  lo  que 
deseamos  es  no  contar  sino  con  la  volun- 
tad de  Dios»,  y  porque  «Thomme  est  ce 
qu'on  fait  de  lui;  ensuite  il  vent  rester  ce 
qu'on  a  fait  de  hti».  como  dice  Servan,  los 


—  198  — 

españoles  de  esa  laya  se  sintieron  tan 
fuera  de  su  ambiente  en  la  Constitución 
de  Cádiz  como  los  peces  de  agua  salada 
en  el  agua  dulce,  y  gritalDian  en  1814: 
«¡Vivan  las  cadenas,  muera  la  libertad!» 

Se  habían  formado  con  el  valor  militar 
la  más  grande  herencia  territorial  que 
hubiera  conocido  el  mundo  hasta  el  si- 
glo XVI,  y  la  perdieron  por  el  fanatismo 
religioso,  deteniendo  en  los  Pirineos,  con 
el  misticismo  que  les  había  venido  del 
África  y  del  Asia,  al  racionalismo  que  les 
venía  de  la  Europa. 

Y  desde  los  judíos  del  tiempo  de  Tito 
y  Vespasiano  hasta  los  marroquíes  de 
nuestros  días;  desde  la  conquista  y  la  re- 
partición del  Nuevo  mundo,  hasta  la  do- 
minación de  la  India;  desde  el  reparto  de 
la  Polonia,  hasta  el  reparto  del  iifrica, 
es  siempre  la  misma  tragedia  de  la  he- 
rencia territorial  de  las  poblaciones,  ma- 
lograda por  la  herencia  intelectual,  lec- 
ción de  la  historia  todavía  inaprendida 
en  estas  naciones  semibaldías  de  la  Amé- 
rica latina,  donde  los  megalómanos  si- 


—  199  — 

guen  soñando  en  ensanches  territoriales, 
víctimas  de  la  incredulidad  hereditaria 
en  el  poder  de  la  ciencia,  que  tienen,  en 
la  cultura  nacional,  el  remedio  para  to- 
dos los  males  del  pasado  y  la  más  pode- 
rosa palanca  para  el  engrandecimien- 
to nacional,  y  no  saben  ó  no  quieren 
usarlos. 


XXIII 


La  vida  y  la  moral  coloniales. 


Lo  que  define  la  condición  del  hombre 
es  el  empleo  de  su  mente  y  de  su  tiempo, 
y  esto  era  tan  diferente  en  el  pasado  de 
como  es  en  el  presente,  que  solamente 
los  que  hemos  pasado  la  infancia  en  un 
medio  colonial,  podemos  explicarnos  el 
modo  de  existencia  de  nuestros  mayores, 
que  lo  ignoraban  todo  en  este  mundo  y 
eran  catedráticos  infusos  del  otro,  por- 
que todos  los  ideales  de  la  vida  espiritual 
estaban  destinados  á  realizarse  en  el  más 
allá  de  la  vida  actual. 

«Levantarse  temprano,  asistir  á  los 
trabajos  de  la  heredad,  comer  á  la  mitad 
del  día,  dormir  una  siesta  de  tres  horas, 


-  202  — 

volver  á  la  ocupación  hasta  ponerse  el 
sol,  rezar,  jugar  un  par  de  horas  ó  más 
á  los  naipes,  cenar  y  acostarse  para  vol- 
ver á  levantarse  temprano  al  siguiente 
día,  repetir  lo  mismo  del  día  anterior,  y 
así  sucesivamente  toda  la  vida,  atesorar 
dinero  con  la  paciencia  y  la  avaricia  de 
un  judío,  privándose  de  los  goces  que 
brinda  la  industria  del  hombre»,  tal  era, 
dice  Hudson,  la  existencia  del  j)atrón  co- 
lonial, sazonada  por  la  misa  en  la  maña- 
na del  domingo  y  las  riñas  de  gallos  por 
la  tarde,  siendo  la  del  peón  trabajar  es- 
túpidamente, desde  el  amanecer  hasta  el 
anochecer,  en  cinco  días  de  la  semana, 
para  jugar  á  la  taba,  á  la  ra3^uela  ó  á  los 
naipes,  emborracharse  el  domingo  con  el 
salario  de  la  semana,  y  dormir  la  borra- 
chera el  lunes. 

Empleaban,  como  los  musulmanes,  la 
religión  para  todos  los  usos  para  los 
cuales  está  construida  la  inteligencia,  y 
«como  en  España,  dice  Juan  A.  García, 
seguían  creyendo  que  la  ciencia  era  ene- 
miga de  la  religión  y  de  la  felicidad  hu- 


-  203   — 

mana,  y  que  bastan  para  un  pueblo  los 
conocimientos  elementales  que  puede 
transmitirle  el  cura  párroco»,  el  cual 
cura  les  enseñaba  que  habían  nacido 
para  ser  desventurados  en  vida  y  bien- 
aventurados después  de  la  vida,  coordi- 
nándose así  el  más  alto  destino  futuro 
con  la  más  chata  actualidad. 

Los  prisioneros  de  las  invasiones  in- 
glesas, diseminados  en  el  interior,  y  la 
repercusión  clandestina  de  las  revolu- 
ciones norteamericana  y  francesa,  sem- 
braron la  idea  de  la  libertad,  que  es  el 
antecedente  indispensable  del  deseo  de 
libertad;  el  contrabando  v  los  ensavos 
forzosos  de  comercio  libre,  hicieron  pal- 
par los  beneficios  de  la  libertad  de  co- 
mercio; las  milicias  criollas,  organizadas 
para  repeler  á  los  ingleses  y  aguerridas 
por  el  éxito,  constituyeron  el  elemen- 
to substancial  para  la  emancipación,  y 
los  hombres  superiores,  en  quienes  ha- 
bía aparecido,  quand  méme,  la  inteligen- 
cia masculina  para  la  vida  social,  sumi- 
nistraron el  impulso  y  la  dirección,  que 


—  204   — 

eran  elementos  capitales  para  la  destruc- 
ción del  régimen  tutelar. 

Así;  las  invasiones  inglesas,  en  las  que 
el  régimen  colonial  fué  el  vencedor  apa- 
rente y  el  vencido  en  efectivo,  fueron  la 
ocasión  del  primer  contagio  de  nuevos 
ideales  y  del  primer  ensanche  de  los  ho- 
rizontes espirituales  del  criollo,  y  en  se- 
guida las  luchas  de  la  independencia  pre- 
sentaron la  más  alta  oportunidad  para  el 
más  alto  empleo  de  la  vida  humana:  para 
el  que  consiste  en  trabajar  por  la  liber- 
tad, la  justicia  y  el  bienestar  de  las  ge- 
neraciones presentes  y  futuras. 

El  mismo  fenómeno  acontecía  simultá- 
neamente en  la  metrópoli,  con  la  inva- 
sión francesa  y  la  insurrección  popular, 
después  del  sometimiento  de  los  reyes,  y 
también  el  mismo  desbarajuste  posterior 
con  la  reacción  absolutista,  las  mismas 
horrorosas  tiranías  recidivantes,  los  mis- 
mos caudillos  y  montoneros  cristianos  y 
bárbaros,  en  las  guerras  sin  cuartel  para 
el  compatriota  en  disidencia  política,  con 
las  mismas  ó  aún  más  atroces  cruelda- 


—  205  — 

des,  que  escandalizaron  á  la  Europa  libe- 
ral^ porque  los  métodos  racionales  para 
la  solución  de  los  conflictos  sociales^  eran 
extraños  á  la  tradición  absolutista  de  la 
gran  nación,  que  lo  fiaba  todo  á  la  vo 
luntad  de  Dios  y  á  la  eficacia  del  rigor, 
á  la  devoción  y  al  valor,  sometiendo 
la  cultura  de  la  inteligencia  nacional 
á  la  aprobación  de  la  Iglesia,  que  esta- 
ba sólo  interesada  en  mantener  la  igno- 
rancia para  fomentar  el  fanatismo  reli- 
gioso. 

Después  de  la  autocracia  rusa  y  de  las 
teocracias  musulmanas,  nada  más  opues- 
to á  la  hospitalidad  para  los  perseguidos 
que  hizo  la  grandeza  de  la  Roma  Anti- 
gua, y  hace  la  prosperidad  moderna  de 
los  países  angio-sajones,  nada  más  dife- 
rente que  esa  política  religiosa  de  los  re- 
yes de  España,  que  les  llevó  á  implantar, 
con  la  Inquisición,  el  infierno  en  el  inte- 
rior, y  á  erigirse  en  el  ángel  extermina- 
dor  de  la  herejía  en  el  exterior. 

Y  en  lugar  de  la  esperada  reciprocidad 
providencial,    sobrevienen  después  las 


-  206  - 

consecuencias  naturales  inevitables  de  la 
inmoralidad  humana;  esto  es,  de  la  inhu- 
manidad empleada  en  ganarse  la  protec- 
ción divina  y  los  favores  del  cielo  á  san- 
gre y  fuego. 


XXIV 

E!  espirito  de  preeminencia. 


La  idea  de  la  igualdad  era  ajena  al 
cristianismo,  pues  estaba  escrito  en  los 
libros  sagrados  que  los  primeros  serían 
los  últimos,  y  que  los  últimos  serían  los 
primeros,  y  desde  que  la  Iglesia  vendía  á 
los  primeros  en  este  mundo  el  derecho 
de  ser  también  los  primeros  en  el  otro, 
en  esta  doble  conveniencia  de  ser  los  pri- 
meros en  el  ahora  y  en  el  mañana,  se 
originaron  ó  se  enardecieron  el  hambre 
del  privilegio  y  el  espíritu  de  preeminen- 
cia que  formaron  las  instituciones  políti- 
casy  eclesiásticas  medioevales. 

Lo  primero  que  hacen  los  niños  y  las 
mujeres  frivolas,  es  comparar  sus  trajes 
y  atavíos  para  congratularse  por  la  su- 


—  208  — 

perioridad  de  los  propios  ó  apenarse  por 
la  superioridad  de  los  ajenos^  prefiriendo 
la  vestimenta  más  incómoda,  siempre 
que  sea  la  más  vistosa. 

Este  es  un  modo  de  ser.  Para  el  ancia- 
nOj  por  el  contrario,  la  comodidad  y  el 
abrigo  en  el  traje  son  ventajas  superio- 
res á  la  vistosidad,  y  éste  es  el  otro  modo 
de  ser. 

En  el  «ande  yo  caliente  y  ríase  la  gen- 
te», la  felicidad  descansa  sobre  la  situa- 
ción intrínseca;  en  el  «ande  yo  deslum- 
brante y  rabie  la  gente»,  la  felicidad  des- 
cansa sobre  la  situación  extrínseca.  Al 
modo  de  ser  infantil  y  femenino  le  lla- 
mamos espíritu  de  preeminencia;  al  modo 
de  ser  adulto  y  masculino  le  llamamos 
espíritu  de  independencia.  A  la  forma 
política  propia  del  primero  la  llamamos 
aristocracia,  y  á  la  del  segundo  demo- 
cracia, cada  una  de  las  cuales  desacuer- 
da con  el  espíritu  correspondiente  á  la 
otra,  como  el  botín  del  pie  izquierdo  con 
el  pie  derecho,  y  viceversa. 

La  nota  más  característica  del  primero 


—  209  — 

la  dio  entre  nosotros  aquel  español  Ruiz 
Huidobro,  general  de  caballería  de  Fa- 
cundo Quiroga,  predecesor  del  Kaiser  y 
de  Sara  Bernhard  en  la  riqueza  del  guar- 
darropa, que  había  empezado  de  cómico 
aficionado,  y  que,  al  regreso  del  saqueo 
de  Tucumán,  poseedor  de  365  camisas, 
se  cambiaba  ocho  trajes  diferentes  en  el 
día^  paseándose  por  las  calles  de  Mendo- 
za en  el  primer  coche  que  había  llegado 
á  la  provincia. 

La  historia  de  la  Edad  Media  en  el 
Occidente  europeo,  con  ser  una  sucesión 
de  guerras  de  rivalidad  y  de  predominio 
entre  los  grandes  y  los  pequeños  señores 
feudales,  entre  musulmanes  y  cristianos, 
entre  católicos  y  protestantes,  está  asi- 
mismo sembrada  de  horrorosas  insurrec- 
ciones de  los  villanos  contra  los  excesos 
insufribles  de  la  opresión  feudal,  bárba- 
ramente reprimidas  siempre  por  el  exter- 
minio de  los  vencidos;  pero  hasta  que  el 
desarrollo  del  comercio  y  la  industria 
suscitó  una  clase  intermedia  entre  los 
privilegiados  y  los  desvalidos,  como  la 


—  210  — 

de  nuestros  patricios  de  1810,  en  la  que 
las  iniquidades  del  antiguo  régimen  reca- 
yeron sobre  gentes  con  recursos  eco- 
nómicos y  aptitudes  mentales  suficientes 
para  comprender  los  usos  y  los  beneficios 
de  la  libertad,  no  acontecieron  revolu- 
ciones políticas  para  la  reforma  del  orden 
social,  salvo  en  Inglaterra,  donde  tal  cla- 
se y  tales  revoluciones  existieron  siem- 
pre, en  alguna  manera,  porque  los  hijos 
de  los  nobles,  con  la  sola  excepción  del 
mayor,  no  eran  nobles,  sino  comunes,  y 
los  nobles  mismos  estaban,  por  esta  cir- 
cunstancia, interesados  en  el  mejora- 
miento del  común,  á  que  pertenecían  sus 
segundones. 

Pero  en  España  todos  los  hijos  del  no- 
ble eran  hidalgos  de  nacimiento,  exentos 
de  impuestos,  de  ocupaciones  y  de  penas 
viles,  estándoles  vedado  el  trabajo  ma- 
nual, el  comercio  y  la  industria,  y  reser- 
vados los  honores  y  la  consideración  so- 
cial, y  los  empleos  civiles,  militares  y 
eclesiásticos.  Así  el  privilegio  hacía  no 
sólo  innecesarias,  sino  también  detesta- 


—  211   — 

bles^  la  libertad,  la  igualdad  y  la  frater- 
nidad para  los  elementos  dirigentes  y 
pudientes  de  la  sociedad,  á  la  manera  en 
que  es  repugnante  á  los  patrones  la  idea 
de  la  justicia  en  el  contrato  de  trabajo. 
Para  esta  vida  y  para  la  otra,  el  indi- 
viduo no  era  computado  por  su  valer 
como  hombre,  sino  por  su  condición  so- 
cial, según  el  rango  que  ocupase  por  na- 
cimiento ó  por  consagración  en  el  res- 
pectivo escalafón.  El  sentimiento  del 
valor  jerárquico  desplazaba  á  todos  los 
otros  en  esa  manera  unilateral  de  enten- 
der la  excelencia  de  la  vida  y  el  espíritu 
de  preeminencia  que  tiene  su  campo  de 
acción  en  el  culto  del  coraje,  su  instru- 
mento en  el  valor  agresivo,  su  forma 
propia  en  el  militarismo,  su  oportunidad 
individual  en  el  campo  del  honor  y  su 
oportunidad  colectiva  en  el  pronuncia- 
miento, en  la  guerrilla  y  en  la  montone- 
ra, que  forman  la  urdimbre  de  la  histo- 
ria española  y  de  la  historia  argentina  en 
el  siglo  de  las  luces;  el  espíritu  de  pree- 
minencia, que  es  el  antípoda  del  espíritu 


—  212  — 

de  tolerancia,  llevado,  como  dice  el  doc- 
tor López,  al  extremo  de  que  las  beatas 
y  sus  maridos  se  peleasen  en  la  misma 
catedral  de  Chuquisaca,  por  el  lugar  en 
que  las  primeras  habían  de  colocar  sus 
alfombras;  el  espíritu  de  preeminencia, 
que  es  la  sed  del  privilegio  permanente, 
vino  á  ser  el  sentimiento  preponderante 
en  el  hispanoamericano,  el  leit  motiv  que 
hizo  impracticable  el  gobierno  alternati- 
vo de  los  partidos  por  la  igualdad  de  los 
hombres  y  la  división  de  los  poderes  para 
el  control  recíproco. 

Porque  la  subalternidad  de  los  otros 
es  indiferente  al  espíritu  de  independen- 
cia y  es  una  exigencia  del  espíritu  de  su- 
premacía, resultan  en  este  caso  desdo- 
rosas las  limitaciones  del  poder,  y  ofen- 
siva la  disidencia;  los  hombres  no  se  di- 
viden en  partidarios  y  adversarios,  sino 
en  leales  y  traidores.  Traidores  á  Dios,  al 
rey,  á  la  patria,  á  la  libertad,  ó  á  la  «fede- 
ración», cuando  se  les  manda  en  nombre 
de  estas  entidades,  siendo  de  suyo  la 
traición  el  grave  de  los  delitos  sociales. 


— ■  213  — 

Así,  la  oposición,  que  es  un  derecho, 
la  expresión  social  del  derecho  de  propia 
conservación  en  el  régimen  de  las  insti- 
tuciones libres,  es  un  delito  contra  la  su- 
premacía personal  en  el  régimen  de  las 
instituciones  absolutistas  y  la  neutrali- 
dad, que  quedaba  garantida  en  la  fórmu- 
la política  de  César:  «el  que  no  está 
contra  mí  es  mi  amigo»,  queda  excluida 
en  la  fórmula  de  Pompeyo,  que  adopta- 
ron nuestros  caudillos  medioevales:  «el 
que  no  está  conmigo  es  mi  enemigo»,  por 
lo  que  se  hizo  necesario  el  distintivo  ex- 
terior en  los  partidarios,  para  preservar- 
los en  la  hostilidad  universal  á  la  masa 
general  de  la  población. 

Lo  que  el  hidalgo  de  la  Edad  Media 
cuidaba  sobre  todas  las  cosas,  con  la  in- 
faltable  tizona  al  cinto,  hoy  tan  ventajo- 
samente sustituida  por  el  revólver,  eran 
la  religión  para  la  vanidad  futura  y  el 
protocolo  para  la  vanidad  presente;  su 
credo  y  su  rango  social;  su  lote  de  supe- 
rioridad sobre  los  otros  hombres  en  este 
mundo  y  en  el  otro,  por  herencia  ó  por 


-   214  — 

unción,  siendo  menospreciada  la  self 
made. 

El  servilismo  era  el  peaje  de  la  vida 
del  débil  al  fuerte,  el  pleito  del  homenaje 
del  vasallo  al  señor  y  del  creyente  al  em- 
perador del  universo,  cobrándose  cada 
uno  en  altivez  sobre  sus  iguales  y  en 
arrogancia  sobre  sus  inferiores,  la  bajeza 
gastada  en  sus  superiores.  Como  el  arro- 
gante ministro  Olivares,  que  le  alcanzaba 
á  Felipe  IV  la  camisa,  de  rodillas  al  pie 
de  la  cama,  el  patrón  colonial,  que  se 
hincaba  delante  del  cura,  se  sentía  ofen- 
dido en  sus  fueros  de  patrón  si  el  peón 
no  le  dirigía  la  palabra  con  el  sombrero 
en  la  mano  y  la  humildad  en  los  labios, 
y  el  padre  en  sus  fueros  de  padre,  si  el 
hijo  no  le  pedía  de  rodillas  en  el  suelo  y 
con  las  manos  en  actitud  suplicante  la 
bendición,  consistente  en  desearle  que 
Dios  lo  hiciera  un  santo  y  no  un  hombre. 

La  arrogancia  y  el  servilismo  son  el 
anverso  y  el  reverso  del  espíritu  humano 
fraguado  por  el  feudalismo,  constituido 
éste  por  «una  jerarquía  descendente  de 


—  215  — 

poderosos  que  empezaba  en  el  duque  y 
terminaba  en  el  escudero,  siendo  cada 
uno  señor  de  sus  vasallos  y  vasallo  de 
sus  señores.  Dentro  de  la  jerarquía,  todos 
eran  nobles;  afuera,  todos  eran  villanos. 
Los  primeros  estaban  constituidos  en  for- 
ma de  casta,  y  toda  unión  con  los  segun- 
dos era  una  degradación,  un  deshonor, 
como  también  el  comercio  y  toda  profe- 
sión, excepto  la  de  las  armas  espirituales 
para  combatir  á  los  demonios,  y  la  de 
las  armas  temporales  para  combatir  á 
los  herejes.  En  el  mundo  feudal  no  hay 
intereses  comunes;  el  interés  particular 
es  la  medida  suprema,  dice  Crozals.  Las 
invasiones  normandas  precipitaron  la 
evolución  feudalista,  y  en  todos  los  gra- 
dos de  la  sociedad  hubo  como  un  furor 
de  subordinación  mutua  de  hombre  á 
hombre,  para  encontrar  la  seguridad  en 
la  dependencia.» 

En  la  España  que  mantuvo  la  esclavi- 
tud hasta  los  últimos  años  del  siglo  xix 
en  sus  colonias,  porque  había  mantenido 
la  ignorancia  y  el  fanatismo  en  su  propio 


—  216  — 

suelo,  subsistió  el  espíritu  medioeval  de 
preeminencia,  para  el  que  «vale  más  ser 
cabeza  de  ratón,  que  cola  de  león»,  y 
que  es  la  incompatibilidad  recíproca  en- 
tre los  hombres  de  la  misma  religión, 
raza,  nacionalidad,  clase  y  familia,  pues- 
to que  impele  al  que  lo  siente  á  colocar- 
se respecto  de  los  otros  en  la  situación 
en  que  no  querría  que  ellos  se  colocasen 
respecto  de  él,  con  lo  que  viene  á  ser  el 
progenitor  del  personalismo,  del  caci- 
quismo, del  caudillismo,  del  regionalis- 
mo, del  localismo,  del  separatismo,  que 
hicieron  en  el  siglo  pasado  la  desunión, 
la  esterilidad  y  la  debilidad  de  la  Améri- 
ca española,  enfrente  de  la  unión  y  la 
fuerza  de  la  América  anglo -sajona,  resul- 
tantes del  espíritu  de  independencia,  que 
tiene  su  oportunidad  en  el  comercio  y  la 
industria,  su  medio  propio  en  la  libertad 
de  pensamiento  y  de  acción,  y  su  instru- 
mento en  la  inteligencia  afinada  por  la 
instrucción  pública,  y  cuyo  fruto  especí- 
fico es  el  self  made  man. 

Porque  es  al  absolutismo  lo  que  la  ar- 


\ 


-  217  - 

golla  al  gancho,  lo  que  la  estaca  al  injer- 
to, el  espíritu  de  sumisión  era  cultivado 
de  mancomún  et  in  solidum  por  la  Iglesia 
y  el  Estado,  para  injertar  en  él  su  res- 
pectivo absolutismo,  y  de  ahí  nació — ge- 
melo por  contraste — el  espíritu  de  insu- 
rrección, el  espíritu  levantisco,  en  la  pro- 
pia manera  en  que  la  altivez  había  naci- 
do de  la  repugnada  al  servilismo,  en  la 
propia  manera  en  que  la  «arrogancia  es- 
pañola y  la  soberbia  castellana»  se  ha- 
bían generado  en  la  pobreza  de  espíritu 
y  la  humildad  cristiana. 

Pues,  á  la  verdad,  la  humildad  cristia- 
na no  fué  más  que  la  más  estupenda  más- 
cara del  más  estupendo  orgullo,  en  aque- 
llos pastores  de  almas  que  se  atribuían 
el  poder  sobrehumano  de  otorgar  la  gra- 
cia divina,  aquilatando  la  calidad  del 
pensamiento  para  mandar  á  los  otros 
hombres  al  cielo  ó  al  infierno,  erigiéndo- 
se en  jueces  de  la  conciencia  humana 
para  absolver  al  prójimo  ó  condenarlo  á 
la  hoguera  y  al  eterno  martirio. 

A  los  americanos  del  Norte,  la  Magna 


—  218 


Carta,  la  Reforma,  el  haheas  corpus,  la 
petición  de  derechos  y  el  hill  de  toleran- 
cia, les  habían  hecho  el  espíritu  del  pie 
derecho,  para  el  cual  la  Constitución  que 
los  rige  desde  1787,  resultó  como  el  cal- 
zado hecho  á  la  medida  del  pie.  A  nos- 
otros el  absolutismo  político  y  religioso 
nos  hizo,  con  la  Inquisición  y  los  jesuí- 
tas, el  espíritu  del  pie  izquierdo,  para  el 
cual  resultaron  inadaptables  las  cuatro  ó 
cinco  Constituciones  para  el  pie  derecho 
que  ensayamos  inútilmente  antes  de  la 
del  53-60,  como  han  resultado  inadecua- 
das en  España  las  otras  tantas  Constitu- 
ciones de  la  misma  índole,  para  el  espí- 
ritu público  de  la  otra  índole. 

El  remate  natural  del  espíritu  de  pre- 
eminencia es  el  cesarismo,  por  un  proce- 
so de  agregación  forzada  y  progresiva, 
lo  mismo  en  el  imperio  romano  que  en  la 
Iglesia  romana,  en  las  monarquías  del 
viejo  mundo  como  en  las  dictaduras  del 
nuevo.  Describiendo  la  de  Rozas,  dice 
Vélez  Sarsfield:  «Un  caudillo  mayor  trae 
á  otros  caudillos  á  su  jurisdicción  y  los 


-  219  — 

cuelga  en  las  plazas  públicas;  establece 
entonces  un  estado  tal  de  sumisión  entre 
aquellos  Estados  soberanos,  que  los  más 
altivos  gobernadores,  sirven  apenas  para 
verdugos». 

Del  mismo  modo  que  fué  necesario  el 
enfriamiento  de  la  tierra  para  que  apa- 
recieran la  vida  vegetal  y  la  vida  ani- 
mal, fué  necesario  el  enfriamiento  del  te- 
rror del  infierno,  para  que  apareciesen 
la  eficacia  del  trabajo  por  el  uso  de  la 
inteligencia  y  las  amenidades  de  la  vida 
en  las  sociedades  cristianas:  el  raciona- 
lismo y  la  ciencia,  la  alegría  y  el  buen 
humor,  las  bellas  letras  y  las  bellas  ar- 
tes, el  aseo  y  el  confort,  la  ironía  y  la 
risa,  el  escepticismo  y  la  tolerancia. 

Pero  el  infierno  cristiano  tenía  su  más 
cálida  sucursal  en  España,  con  el  nom- 
bre de  Tribunal  del  Santo  Oficio,  y  cuan- 
do empezaba  á  tomar  cuerpo  una  clase 
media,  nacida  del  desarrollo  de  la  indus- 
tria y  del  comercio  en  los  Países  Bajos, 
en  la  Inglaterra,  en  la  Alemania  del  Nor- 
te, en  Francia  y  en  Italia,  todos  los  re- 


—  220   - 

cursos  de  la  España  y  de  la  América  es- 
pañola;  eran  derrochados  en  la  Guerra 
Santa,  declarada  por  los  Reyes  Católicos, 
á  la  herejía  en  el  universo,  y  no  pudien- 
do  sobrevenir  por  esto  la  clase  interme- 
dia entre  la  espuma  y  la  borra  del  vaso 
de  cerveza,  que  decía  Bismarck,  entre  el 
hidalgo  ocioso  y  el  villano  inculto,  la  so- 
ciedad española  se  conservó,  hasta  bien 
adelante  de  los  tiempos  modernos,  com  ■ 
puesta  sólo  de  cabeza  y  cola. 

Así,  el  factor  capital  de  la  historia  de 
la  madre  patria  no  fué  el  factor  eco- 
nómico, sino  el  fanatismo  religioso,  que 
sacrificó  la  ciencia  —  la  gallina  de  los 
huevos  de  oro  ,  —  á  la  mayor  gloria 
del  supuesto  autor  del  gallinero ,  supues- 
ta consistiendo  en  la  indigencia  mental 
de  los  pollos,  por  los  pollos  en  indigen- 
cia mental. 

Para  el  condenado  á  la  ergástula,  como 
para  el  cenobita,  privados  á  perpetuidad 
de  toda  intercomunicación  con  los  hom- 
bres en  el  mundo,  involuntariamente  el 
uno  y  voluntariamente  el  otro^  no  existe 


—  221  — 

la  posibilidad  de  la  moral  humana,  y 
existe  la  posibilidad  de  todas  las  mora- 
les divinas,  desde  que  pueden  atormen- 
tarse y  maltratarse  para  complacer  á  sus 
respectivas  divinidades. 


XXV 

La  moral  dinámica. 

Sujetos  al  dolor  y  al  placer,  los  salva- 
jes vegetan  en  la  vida  animal,  reprodu- 
ciéndose por  el  instinto  de  conservación 
como  los  ganados,  sin  ser  felices  ni  des- 
graciados, porque  no  existe  aún  el  mate- 
rial de  que  están  constituidos  los  concep- 
tos de  la  dicha  y  de  la  desdicha. 

La  noción  de  la  felicidad  v  de  la  infeli- 
cidad,  de  las  que  nace  y  á  las  que  única- 
mente se  refiere  la  moral  humana,  es  un 
producto  secundario  de  la  inteligencia 
humana,  y  es  para  enaltecer  su  impor- 
tancia que  se  le  ha  dado  un  carácter  su- 
perhumano,  refiriéndola  á  los  dioses,  los 
cuales  son  siempre,  y  en  todas  sus  varie- 
dades, indiferentes  á  los  sufrimientos  de 
los  demás  animales  v  de  los  demás  hom- 


—  224   - 

bres,  que  no  los  han  creado,  que  no  los 
reconocen,  ó  que  han  existido  antes  de 
que  aquéllos  fuesen  inventados. 

Para  Robinson  Crusoé,  en  su  isla  de- 
sierta, no  existía  la  moral,  porque  no 
existía  la  posibilidad  del  bien  y  del  mal 
para  otros  seres  humanos  en  conexión 
con  su  conducta,  no  existiendo  para  él  la 
posibilidad  de  la  maldad  ni  de  la  bondad, 
de  la  injusticia,  de  la  iniquidad,  del  or- 
gullo, la  vanidad  ó  la  soberbia,  del  dere- 
cho, de  la  usurpación,  del  crimen,  del 
delito  y  de  la  falta,  de  la  injuria,  la 
insolencia  ó  la  desconsideración,  no  ha- 
biendo para  él,  en  esa  oportunidad,  igua- 
les, ni  superiores,  ni  inferiores,  en  la  isla 
de  Más  Afuera. 

Existía  el  hombre,  pero  no  existía  la 
moral,  porque  faltaba  la  especie  humana. 
Existían  también  en  el  hombre  las  ideas 
y  los  sentimientos  morales ,  procedentes 
de  otro  ambiente,  pero  sólo  en  el  estado 
estático  por  carencia  de  toda  aplicación 
posible,  para  ese  ermitaño  casual  é  invo- 
lutario. 


-   225  — 

Tenemos  entonces  que  el  contenido  de 
la  moral  es  la  idea  y  el  sentimiento  de 
la  posibilidad  del  mejoramiento  de  la  con- 
dición humana.  Y  la  moral  dinámica  es 
la  concordancia  ó  la  respondencia  del  es- 
píritu humano  al  fin  natural  de  la  exalta- 
ción de  la  especie  humana  en  la  vida 
social. 

En  tal  sentido,  son  morales  el  amor,  la 
bondad,  la  inteligencia,  la  libertad,  la 
justicia,  la  salud,  el  placer,  la  belleza, 
la  cortesía,  el  valor,  la  sobriedad,  el  tra- 
bajo, el  descanso,  la  alegría,  la  benevo- 
lencia^ la  simpatía,  la  tolerancia^  la  risa, 
la  honestidad,  la  lealtad,  la  rectitud,  el 
buen  humor ,  la  cultura ,  la  sensatez ,  la 
continencia,  la  estética,  el  aseo,  el  confort 
y  la  riqueza,  y  son  inmorales  la  iniqui- 
dad, el  odio,  la  injusticia,  el  despotismo, 
la  maldad,  los  celos,  la  envidia,  la  enfer- 
medad;, el  temor,  el  rencor,  la  venganza, 
el  alcohol,  la  depravación,  la  intoleran- 
cia, la  malevolencia,  la  descortesía,  la 
incontinencia,  la  fealdad,  la  tristeza,  el 
aburrimiento,  el  desaseo,  el  mal  humor, 

15 


la  ira,  la  barbarie,  la  pobreza,  la  igno- 
rancia, la  superstición,  el  fanatismo  y  la 
imbecilidad. 

Es  moral  la  exaltación  de  la  vida  pro- 
pia, y  aún  es  más  moral  la  exaltación  de 
la  vida  ajena,  porque  y  cuando  ésta  es 
más  que  aquélla. 

Es  moral  la  veneración  de  los  ancia- 
nos, pero  aún  es  más  moral  la  educación 
de  los  niños,  porque  éstos  representan  la 
vida  en  crescendo,  y  aquéllos  la  vida  en 
menguante.  Así,  la  nota  más  caracterís- 
tica de  la  moral  teológica  que  subordina 
la  vida  real  á  la  vida  imaginaria — la  In- 
quisición española — fué  también  la  nota 
más  inmoral  de  la  historia. 

Es  moral  la  exaltación  de  las  genera- 
ciones presentes,  pero  aún  es  más  moral 
la  exaltación  de  las  generaciones  venide- 
ras, porque  éstas  serán  siempre  más  que 
aquéllas.  Por  esto,  lo  que  levanta  mayor- 
mente la  contextura  moral  del  individuo 
no  es  lo  que  siente,  lo  que  piensa  ó  lo  que 
hace  en  pro  de  sí  mismo  para  mientras 
viva  ó  para  después  que  se  muera,  y  que 


—  227  — 

termina  con  él,  sino  lo  que  piensa,  lo  que 
siente  y  lo  que  hace  para  otros  en  el  pre- 
sente y  que  queda  después  de  su  partida^ 
contando  por  más  para  el  porvenir  de  la 
humanidad,  las  pequeñas  cosas  que  sub- 
sisten que  no  las  grandes  cosas  que  des- 
aparecen, en  la  manera,  verbigracia,  en 
que  la  Venus  de  Milo  ha  sobrevido  al  im- 
perio de  Alejandro  el  Grande. 

Por  esto,  el  que  anida  en  su  espíritu 
ideas  y  sentimientos  para  los  otros,  se 
siente,  como  la  mujer  encinta,  preñado 
de  humanidad,  como  transferido  por  una 
expansión  de  su  ser  al  otro  lado  de  la  lí- 
nea que  separa  la  esterilidad  de  la  fecun- 
didad, el  egoísmo  del  altruismo,  el  statu 
qno  del  go  altead,  la  región  de  la  cobardía 
de  la  región  del  heroísmo. 

Lo  que  ha  hecho  la  superioridad  del 
hombre  sobre  el  animal,  v  del  civilizado 
sobre  el  salvaje,  y  la  circunstancia  de 
que  proviene  la  superioridad  de  una 
agrupación  sobre  otras  agrupaciones  hu- 
manas, ó  respecto  de  sí  misma  en  épocas 
precedentes,  es  la  moralidad  dinámica. 


—  228  -- 

vale  decir,  la  proporción  en  que  ha  apli- 
cado las  energías  del  hombre  y  del  mun- 
do al  mejoramiento  de  la  condición  del 
hombre  en  el  mundo,  y  lo  que  ha  hecho 
la  inferioridad  correlativa,  es  también  la 
proporción  en  que  las  energías  del  pre- 
sente han  sido  sustraídas  á  las  necesida- 
des del  presente  y  del  porvenir  para  apli- 
carlas al  mejoramiento  de  la  condición 
postuma  de  las  generaciones  pasadas. 

Del  hecho  de  haberse  iniciado  como  un 
asilo  para  todos  los  perseguidos  del  La- 
cio, sacó  Roma  su  patente  de  engrande- 
cimiento futuro,  cancelada  cuando  se 
convirtió  por  avaricia  fiscal  en  flagelo  de 
los  pueblos  sometidos,  para  deleitarse  á 
costa  de  sus  sufrimientos  en  los  juegos 
del  circo,  y  del  hecho  de  sustraerse  á  la 
comunidad  de  los  hombres  por  la  excep- 
cionalidad  de  su  predestinación  divina, 
para  el  disfrute  exclusivo  del  cielo  y  de 
la  tierra,  han  sacado  los  judíos  su  car- 
ta de  repudio  por  la  comunidad  de  los 
hombres. 

Los  cincuenta  millones  de  parias,  de- 


-  529  - 

gradados  por  la  religión  á  la  nicis  mise- 
rable de  las  condiciones  humanas,  esta- 
blecen para  las  castas  privilegiadas  de  la 
India  mi  pantano  de  inferioridad  huma- 
na que,  envenenando  con  sus  miasmas  la 
atmósfera  moral  de  todos,  constituve  un 
obstáculo  insalvable  para  el  progreso  so- 
cial, político  y  económico. 

Buscando  un  nuevo  mundo  para  agran- 
dar el  antiguo,  la  España  hizo  la  más 
bella  página  de  su  historia,  y  proscri- 
biendo de  su  suelo  al  nuevo  mundo  inte- 
lectual, que  estaba  surgiendo  del  Renaci- 
miento, á  fin  de  preservar  en  su  seno  el 
viejo  andamiaje  del  sentido  moral,  hizo 
su  desgracia  y  la  nuestra,  pues  el  fana- 
tismo religioso,  que  los  Reyes  Católicos 
querían  imponer  á  los  otros  pueblos,  con 
el  Santo  Oficio  y  el  valor  militar,  quedó 
á  ser  la  mayor  calamidad  de  sus  propios 
subditos,  y  de  cuyas  resultas  fueron  ellos 
mismos  desposeídos  del  inmenso  imperio 
territorial  en  que  habían  excluido  tan 
afanosamente  al  extranjero  á  su  raza  y 
á  su  credo. 


—  230  — 

Porque  la  posibilidad  de  variar,  de  que 
depende  la  posibilidad  de  mejorar,  fué 
parcialmente  legalizada  en  Inglaterra 
con  el  hill  de  tolerancia,  3^  totalmente 
excluida  de  la  España  con  las  delaciones 
y  las  torturas  de  la  Inquisición,  el  hom- 
bre moderno,  que  permanecía  estaciona- 
do en  las  aptitudes  y  en  los  sentimientos 
medioevales  en  Turquía,  cambiando  más 
extensamente  en  Inglaterra,  pudo  llegar 
á  ser,  en  el  siglo  xix,  el  heredero  inopi- 
nado de  la  grandeza  española  del  si- 
glo XVI. 

De  su  comercio  clandestino  con  el  Le- 
vante musulmán,  al  que  le  vendían,  como 
dice  Brook  Adams,  hasta  esclavos  cris- 
tianos cazados  en  las  calles  de  Roma, 
surgió  la  prosperidad  económica  de  las 
pseudo-repúblicas  italianas  de  la  Edad 
Media,  y  la  Holanda  conoció  sus  grandes 
días  cuando  fué  el  único  refugio  de  los 
perseguidos  de  la  Europa  Central  y  Occi- 
dental, por  cuya  circunstancia,  un  judío 
y  una  mora  fugitivos  de  la  persecución 
religiosa  en  España,  y  casualmente  uní- 


~  231  — 

dos  por  la  común  desgracia,  dieron  á  la 
Holanda  uno  de  los  más  grandes  pensa- 
dores del  mmido  en  el  siglo  xvii:  Barucli 
Spinoza. 

Los  fugitivos  de  la  persecución  religio- 
sa en  Inglaterra,  que  emigraron  al  nue- 
vo mundo  de  Colón,  lograron,  finalmen- 
te, abrir,  con  la  libertad  de  cultos  y  la 
enseilanza  laica,  gratuita  y  obligatoria, 
en  el  continente  virgen  de  fanatismos  re- 
ligiosos, un  asilo  para  todos  los  fieles  y 
los  disidentes  de  los  credos  cerrados  del 
viejo  mundo,  y  en  el  solo  espacio  de  un 
siglo,  surgió  entonces,  de  la  paz,  la  con- 
cordia y  la  cultura,  sólo  interrumpidas 
por  la  espantosa  inmoralidad  de  la  escla- 
vitud, un  imperio  más  grande^  más  sano, 
más  rico  y  más  feliz  que  todos  los  que 
habían  nacido  de  la  guerra  en  el  pasado. 

En  el  mismo  tiempo,  la  intolerancia 
religiosa  con  que  la  España  y  el  Portugal 
dotaron  á  sus  posesiones  del  nuevo  mun- 
do, impedía  en  ellas  la  cultura,  la  con- 
cordia y  e!  progreso,  manteniendo  la  ex- 
clusión del  extranjero  y  el  ostracismo 


del  disidente,  en  religión  y  en  política,  y 
perpetuando  la  discordia  con  la  ignoran- 
cia, el  atraso  y  la  pobreza,  á  los  que  no 
pudimos  escapar  nosotros  hasta  que  no 
llegamos  á  repudiar  la  tradición  exclusi- 
vista de  la  madre  patria,  que  expulsó  á 
los  judíos,  los  moros  y  los  herejes,  y  que 
aún  no  tiene  libertad  de  cultos,  para 
adoptar,  como  pedestal  de  la  grandeza 
futura  del  pueblo  argentino,  el  mismo 
principio  sobre  el  cual  había  asentado 
Rómulo  la  grandeza  futura  de  Roma, 
«asegurando  los  beneficios  de  la  libertad 
para  nuestra  posteridad  y  para  todos  los 
hombres  del  mundo  que  quieran  habitar 
en  el  suelo  argentino » ,  como  dice  el 
preámbulo  de  la  Constitución  nacional. 


XXVI 

La  moral  del  porvenir. 


Por  la  necesidad  de  proporcionar  el 
instrumento  á  la  tarea  y  el  órgano  á  la 
función,  la  elevación  del  acto  determina 
la  elevación  consecutiva  del  actor,  y  el 
hombre  que  se  empina  mentalmente  para 
alcanzar  un  objetivo  cada  vez  más  ele- 
vado sobre  el  nivel  ordinario  del  senti- 
miento, del  pensamiento  y  del  esfuerzo 
humano,  por  la  continuidad  de  la  ejerci- 
tación  en  la  serie  de  generaciones,  acaba 
por  adquirir  una  mayor  estatura  intelec- 
tual y  moral  permanentes. 

Y  la  operación  inversa  produce  el  re- 
sultado inverso:  el  encogimiento  conse- 
cutivo á  la  reducción  de  los  objetivos 
acorta  el  entendimiento  y  el  sentimiento 


•  —  234  — 

en  la  medida  que  reduce  el  campo  de 
ejercitación.  Y  como  la  mente,  ensan- 
chada por  su  extensión  al  objetivo  más 
distante  y  más  cuantioso,  que  es  el  bien 
ajeno,  queda  agrandada  ijjso  fado  para 
la  mejor  inteligencia  del  bien  propio, 
nuestro  país  no  ha  conocido  generación 
más  inteligente  y  feliz  que  aquella  que, 
fecundada  por  las  circunstancias  con  la 
idea  de  que  el  mañana  podría  ser  mejor 
que  el  ayer  por  acción  suya  en  el  pre- 
sente, se  dilató  la  mente  y  el  corazón 
con  el  programa  de  la  independencia 
nacional  para  las  generaciones  venide- 
ras, ni  generación  más  imbécil  y  desgra- 
ciada que  aquella  que  fué  llevada  por  su 
infatuación  de  advenediza  de  la  libertad 
á  subordinar  á  su  propio  presente  el  pre- 
sente de  los  otros  y  el  porvenir  de  todos 
sobre  esa  traducción  criolla  del  a2)rés 
mol,  le  dehige,  que  reza:  «el  que  venga 
atrás  que  arree». 

Y  porque  el  hombre  rebaja,  deprime  ó 
degrada  su  propio  nivel  moral  en  el  ejer- 
cicio de  la  mezquindad,  de  la  iniquidad, 


—  235    - 

de  la  crueldad,  de  la  inhumanidad,  y  lo 
levanta  para  todos  los  usos  de  la  vida  en 
el  ejercicio  de  la  generosidad,  de  la  equi- 
dad y  de  la  benevolencia,  las  disidencias 
entre  «los  mismos»  se  afrontan  con  la 
misma  perversidad  que  se  tiene  almace- 
nada para  «los  otros».  Al  avaro  de  poder 
ó  de  dinero,  que  vive  atormentado  por  el 
temor  de  perder  lo  que  tiene  y  por  el 
ansia  de  aumentarlo,  las  pequeñas  pérdi- 
das le  causan  dolores  grandes.  Por  esto 
son  tan  enconosos  los  rozamientos  de  los 
egoístas,  y  tan  implacables  las  luchas 
civiles  de  los  pueblos  que  cultivan  el  fa- 
natismo regional,  y  que  son  siempre  las 
primeras,  y  á  menudo  las  únicas  vícti- 
mas de  su  auto-empeoramiento  moral 
por  el  odio  al  extranjero. 

A  nosotros,  como  dijo  Sarmiento,  «nos 
crió  el  régimen  colonial  odiando  á  todo 
lo  que  no  era  español  y  despótico  y  ca- 
tólico», y  de  ese  fondo  de  rencores  fer- 
mentados, acumulados  y  capitalizados, 
salieron  los  horrores  de  nuestras  contien- 
das civiles,  el  infierno  de  odio  entre  uni- 


tarios  y  federales,  las  •  infamias  de  las 
tiranías  y  de  las  montoneras  sobre  los 
refinamientos  de  crueldad  á  que  nos  tenía 
familiarizados  el  Santo  Oficio ,  que  con- 
sistía en  quemar  vivos  á  los  hombres 
para  la  preservación  de  las  doctrinas.  Y 
las  primeras  víctimas  de  ese  odio  español 
á  los  no  españoles,  fueron  los  españoles 
en  la  guerra  de  la  Independencia,  y  las 
segundas  nosotros  mismos  en  las  guerras 
civiles. 

De  la  disciplina  militar  se  dice,  con 
verdad,  que  sólo  puede  ser  elaborada  en 
tiempo  de  paz,  y  que  es  muy  difícil  man- 
tenerla simplemente  en  tiempo  de  gue- 
rra, igual  que  la  sensatez,  que  sólo  puede 
ser  elaborada  en  las  pequeñas  contrarie- 
dades, V  difícilmente  conservada  en  las 
grandes.  Y  de  la  benevolencia  podría 
decirse  también  que  sólo  puede  ser  ela- 
borada en  el  trato  de  los  extraños,  y  que 
es  muy  difícil  conservarla  en  el  de  los 
propios,  pues  en  este  campo  nos  conside- 
ramos con  derecho  á  mayores  exigencias 
y  en  menor  obligación  de  agradecer  y 


retribuir  atenciones  que  entendemos  ema- 
nadas del  deber  de  amarnos  porque  so- 
mos amos,  ó  porque  somos  parientes  ó 
porque  nos  creemos  mejores,  y  que  deben 
persistir  aunque  no  seamos  amables  y 
aunque  seamos  detestables.  Por  eso  hay 
tantos  hijos  que  son  el  peor  tormento  de 
sus  padres;  tantos  padres  que  son  la  ma- 
yor calamidad  para  sus  hijos;  por  eso 
decía  el  proverbio  griego  citado  por  Aris- 
tóteles: «Cuando  dos  hermanos  riñen,  es 
á  muerte.» 

De  aquí  la  superioridad  de  la  escuela 
sobre  el  hogar,  y  del  internado  sobre  el 
externado,  por  cuanto  sustraen  al  niño 
de  esa  atmósfera  de  servicios  recibidos  y 
no  reciprocados,  provinientes  del  amor 
de  los  padres  y  del  salario  de  los  sirvien- 
tes, que,  empezando  cuando  no  podía  re- 
tribuirlos^ se  prolonga  en  hábito,  empal- 
mando de  la  familia  á  la  sociedad,  en- 
carada también,  como  otra  combinación 
de  lugar,  de  la  que  se  pueden  sacar  be- 
neficios sin  aportar  servicios,  por  lo  cual, 
los  más  dispuestos  á  beneficiarse,  son 


—  288  — 

siempre  los  más  severos  censores  de  los 
beneficiantes. 

Pero  es  sólo  conectando  por  la  simpa- 
tía nuestra  inteligencia  y  nuestros  senti- 
mientos con  las  personas  y  las  cosas, 
como  podemos  bonificar  y  ensanchar 
nuestro  propio  espíritu,  pues,  como  el 
azúcar  adventicio,  que  es  necesario  agre- 
gar á  los  alimentos  desabridos  para  en- 
dulzarlos^ la  generosidad  que  endulza  el 
carácter,  y  la  jovialidad  que  rejuvenece 
el  espíritu,  haciendo  agradable  ó  apeti- 
toso al  compañero  de  quien  no  podemos 
separarnos  jamás,  y  del  que  andan  siem- 
pre huyendo  los  que  no  pueden  estar  á 
solas  con  él,  porque  no  es  amable  ni  para 
ellos  mismos,  en  una  palabra,  nuestra 
amabilidad,  más  necesaria  para  nosotros 
mismos  que  para  los  extraños,  sólo  pode- 
mos elaborarla  para  nosotros  en  los 
otros,  siendo  que,  por  virtud  de  la  insu- 
perable moral  recóndita  de  la  naturaleza 
de  las  cosas,  la  felicidad  consiste  en  el 
efluvio  saludable  que  retorna  de  lo  que 
amamos,  y  la  infelicidad  consiste  en  el 


—  230    - 

efluvio  insano  que  retorna  de  lo  que  de- 
testamos, envidiamos  ó  tememos. 

Así;  cuando  las  aspiraciones  del  indi- 
viduo no  van  más  allá  de  sus  propios  in- 
tereses, reales  ó  imaginarios,  á  eso  sólo 
se  reduce  para  él  la  escuela  del  pensa- 
miento y  del  sentimiento,  que  es  el  mun- 
do. Y  como  los  poderes  del  hombre  se 
desarrollan  en  la  medida  en  que  se  empi- 
na para  alcanzar  objetivos  cada  vez  más 
elevados,  la  superioridad  de  los  helenos 
sobre  sus  circunvecinos  provino  de  que 
tenían,  en  ideales  sociales  más  extensos, 
más  variados  y  más  numerosos,  una  más 
alta  escuela  para  el  desarrollo  de  las  ap- 
titudes intelectuales,  morales  y  estéticas. 

Pero  esos  ideales  se  referían  á  una 
sola  clase  de  la  población  y  á  un  solo 
sexo.  Y  de  esa  su  cortedad  provino  su 
insuficiencia  y  su  defunción  consecutiva 
enfrente  del  cristianismo  naciente,  que 
aportaba  en  el  cielo  para  la  inmensidad 
de  los  pobres  y  el  infierno  para  la  exi- 
güidad de  los  ricos  por  la  reconstrucción 
del  bien  con  el  mal  v  del  mal  con  el  bien 


—  240  - 

en  el  más  allá  de  la  vida,  una  combina- 
ción mezquina  todavía,  pero  asimismo 
infinitamente  más  generosa. 

Pero  una  vez  transcurridos  en  vano 
todos  los  plazos  señalados  en  las  predic- 
ciones para  el  reinado  de  la  justicia  en 
la  tierra  por  el  juicio  final,  la  iglesia  apla- 
zó sin  término  el  cumplimiento  de  las 
profecías  divinas,  y  las  cosas  quedaron 
como  estaban,  sin  más  alteración  que  la 
resultante  de  la  introducción  del  egoísmo 
del  mañana  para  atenuar  el  egoísmo  del 
presente,  y  consistente  en  el  mero  des- 
perdicio de  una  fuerza  que  estaba  mal 
empleada,  y  que  es  el  gran  motor  del  pro- 
greso en  la  era  actual. 

Los  teólogos  hacen  la  personificación 
de  las  fuerzas  de  acción  y  de  construcción 
en  el  Creador  del  universo  y  de  la  vida,  y 
en  el  diablo  la  personificación  de  las  fuer- 
zas de  inacción  y  de  destrucción,  y  las 
ciencias  y  las  artes,  que  son  los  espalda- 
res de  la  inteligencia  y  del  sentimiento, 
restituyen  al  hombre  en  el  uso  del  poder 
divino  de  acción  y  de  creación,  del  que 


-    241  - 

lo  despojan  la  resignación  y  la  devoción, 
que  son  las  adormideras  teológicas  de  las 
facultades  activas. 

Y  porque  las  primeras  embellecen  y 
alargan  la  vida,  y  las  segundas  la  afean 
y  la  acortan  en  el  tiempo  y  en  el  mundo 
en  que  existen  ó  han  sido  conferidos  al 
hombre  los  poderes  de  automejoramien- 
to,  so  pretexto  de  alargarla  y  embelle- 
cerla más  aún,  después  que  cesan  ó  se 
acaban  los  poderes  del  hombre,  es  evi- 
dente que  éstos,  desalentando  de  la  ac- 
ción V  la  construcción,  obstaculizando  el 
desenvolvimiento  de  la  Creación,  para 
emplear  su  lote  de  energías  en  rendir  al 
Creador  el  homenaje  de  su  alabanza  y 
adulación  perpetua,  como  si  el  hijo  de  un 
fabricante  pudiera  hacer  más  honor  á  sus 
padres  absteniéndose  de  fabricar,  de  ser 
alguien  y  de  servir  para  algo,  á  fin  de 
emplear  su  vida  en  recorrer  las  ciudades 
y  los  campos  ensalzando  y  alabando  al 
autor  de  sus  días  y  de  la  fábrica;  éstos, 
que  se  atrincheran  en  la  iglesia  para 
combatir  contra  la  escuela  y  el  laborato- 

16 


—  242  — 

riO;  desempeñan  en  la  creación  las  fun- 
ciones que  atribuyen  al  diablo,  en  tanto 
que,  alentando  la  acción  y  la  invención, 
aquéllos  instrumentan  en  el  hombre  el 
espíritu  creativo  que  desciende  del  Crea- 
dor, á  quien  rindió  más  grande  y  más 
propio  homenaje  Fidias,  construyendo  el 
Partenon,  que  todos  los  santos  varones 
que  se  pasaron  la  santa  vida  orándole  en 
las  tumbas  ó  en  las  cuevas  de  la  Tebaida 
Sin  duda,  no  es  haciendo  voto  de 
castidad  y  declamando  contra  la  dismi- 
nución de  la  natalidad  como  se  puede 
cooperar  á  la  obra  de  la  creación  de  la 
vida  humana  en  el  mundo^,  porque  no  es 
adorando  al  sol,  padre  de  la  vida  en  la 
madre  tierra,  sino  removiendo  y  preñan- 
do de  gérmenes  de  vida  vegetal  las  en- 
trañas del  suelo,  como  se  puede  conse- 
guir que  el  sol,  que  gobierna  el  viento  y 
la  lluvia,  haciéndolos  germinar,  crecer, 
florecer  y  fructificar,  acreciente  en  bene- 
ficio de  la  vida  del  hombre,  la  de  los  ve- 
getales y  de  los  animales  en  la  tierra,  y 
t¿impoco  es  adorando  al  Creador,  sino 


—  243   - 

poniéndose  en  estado  de  servirle  de  ve- 
hículo ó  de  instrumento  de  creación,  sino 
cultivándose  el  espíritu  y  preñándose  de 
propósitos  generosos  el  alma,  para  hacer 
fecunda  para  los  otros  la  propia  vida  en 
la  oportunidad  del  tiempo,  como  puede 
convertirse  el  individuo  en  cooperador 
activo  de  la  creaión  del  mundo  moral  en 
el  mundo  material. 

Tampoco  es  adorando  fervientemente 
al  sol  como  se  llega  á  conocerlo,  sino  des- 
componiendo su  luz  por  un  prisma  de 
vidrio  en  el  espectro,  y  estudiando  el  es- 
pectro, ni  es  adorando  fervientemente  al 
supuesto  autor  de  la  Creación,  sino  re- 
fractando la  vida  y  el  mundo  en  el  pris- 
ma de  la  razón  humana,  como  se  llega  á 
conocer  el  mecanismo  de  la  vida  y  del 
mundo. 

Después  de  siglos  y  más  siglos  de  ple- 
garias y  genuflexiones  cristianas  para 
que  el  bien  aconteciera  en  el  mundo  cris- 
tiano por  la  mano  del  Dios  de  los  cristia- 
nos, y  para  los  cristianos  exclusivamen- 
te, el  espíritu  humano  se  preñó  de  ideales 


-  244  — 

humanitarios  en  Francia,  con  la  filosofía 
del  siglo  XVII,  y  fecundado  para  la  acción 
por  la  creencia  repentina  de  poder  mejo- 
rar, improvisa  la  posibilidad  de  variar 
para  alcanzar  la  libertad,  la  igualdad  y 
la  fraternidad  para  todos  los  hombres  del 
mundo  en  el  mundo,  y  el  empuje  de  la 
fuerza  moral  consecutiva  lo  hace  pasar 
bruscamente,  en  el  último  cuarto  del  si- 
glo xvni,  de  la  inercia  secular  fatalista 
á  la  más  prodigiosa  explosión  de  ener- 
gías humanas  en  determinación  de  hacer 
que  registra  la  historia. 

Pero  esas  energías,  engendradas  por 
el  ideal  de  la  libertad  para  la  felicidad 
colectiva,  desvirtuadas  y  transferidas 
por  Bonaparte,  al  ponerlas  al  servicio 
de  su  gloria  individual,  degeneraron, 
también,  en  la  más  grande  calamidad 
para  la  Europa  arruinada  y  enlutada; 
para  la  misma  Francia,  desangrada,  ven- 
cida y  reintegrada  por  mano  del  extran- 
jero al  absolutismo  de  que  había  salido 
por  mano  propia;  para  el  mismo  Bona- 
parte, que  fué  á  sucumbir  cautivo  y  solí- 


—  245  — 

tario  en  una  roca  perdida  en  medio  del 
Océano,  por  haber  amado  á  la  gloria  y 
no  haber  amado  á  los  hombres  y  á  la  li- 
bertad; y  para  su  único  descendiente, 
que  sucumbió  miserablemente  al  peso 
abrumador  de  su  funesta  herencia  de 
gloria  homicida. 

Viceversa,  levantando  á  sus  subditos 
desde  el  feudalismo  á  las  instituciones 
libres,  desde  la  ignorancia  del  Oriente  á 
los  conocimientos  del  Occidente,  con  el 
solo  y  firme  propósito  jurado  de  promo- 
ver el  bienestar  de  sus  compatriotas,  por 
todos  los  medios  más  conducentes  de 
suyo  á  ese  fin  en  el  mundo  entero,  en 
cuarenta  y  cinco  años,  Mutsuhito  ha  he- 
cho de  su  remoto  y  estéril  país  una  de 
las  más  grandes  y  gloriosas  naciones  de 
la  actualidad. 

Así  la  lección  más  constante  v  la  me- 
nos  aparente  de  la  historia  es  que  los 
pueblos  se  levantan,  finalmente,  en  la 
medida  en  que  sirven  y  decaen  en  la  me- 
dida en  que  defraudan  ó  frustran  el  tren 
de  la  vida  en  la  Naturaleza,  que  nada 


-  246  — 


sabe  del  cielo,  el  purgatorio  y  el  infier- 
nO;,  y  que  provee  las  fuerzas  materiales, 
intelectuales  y  morales  de  este  mundo, 
para  las  necesidades  materiales,  intelec- 
tuales y  morales  de  este  mundo,  y  que 
no  teniendo,  como  los  dioses  de  fantasía, 
pueblos  elegidos  y  pueblos  preteridos, 
aporta  su  mayor  concurso  al  que  mejor 
sabe  procurárselo  por  los  medios  más 
conducentes  á  obtenerlo. 

Por  encima,  por  debajo  y  á  través  del 
hervidero  de  teorías  metafísicas  de  la 
vida,  en  brega  por  la  hegemonía  de  las 
conciencias,  todos  los  agentes  de  la  Na- 
turaleza coadyuvan  con  los  que  levantan 
el  estandarte  de  la  vida  en  el  mundo. 

Todas  las  energías  de  la  Naturaleza, 
cooperando  bajo  la  dirección  de  la  inte- 
ligencia humana  á  la  exaltación  de  la 
vida  humana  en  la  indiferencia  más  ab- 
soluta respeto  de  todas  las  concepciones 
imaginadas  por  el  egoísmo  de  las  agru- 
paciones humanas,  para  adjudicarse  una 
superioridad  de  ultratumba  sobre  las 
otras  agrupaciones,  por  tal  manera  ex- 


~  247  — 

cluídas  de  la  gloria  y  de  la  felicidad  eter- 
nas; todas  las  fuerzas  de  la  Naturaleza 
domesticada  trabajando  del  lado  de  la 
perpetuación  de  la  especie  contra  la  per- 
petuación de  los  credos;  del  lado  del  pro- 
greso contra  la  tradición;  de  la  libertad 
contra  el  despotismo;  de  la  instrucción 
contra  la  ignorancia;  de  la  tolerancia 
contra  la  intolerancia;  de  la  civilización 
contra  la  barbarie;  ¿qué  mayor  indicio 
de  que  el  progreso  es  una  emanación  de 
la  naturaleza  del  hombre  y  será  tan 
duradero  como  el  hombre  en  la  Natu- 
raleza? 


XXVII 

De  la  obscoridad  á  la  luz. 


La  vida  es  una  luz  que  brilla  entre 
dos  obscuridades,  según  la  definición  de 
Poincaré,  y  en  esa  como  carrera  cósmica 
de  la  materia  y  de  la  fuerza  hacia  la  luz 
V  el  calor,  la  bondad  v  la  belleza,  á  tra- 
vés  de  la  ignorancia  y  del  egoísmo,  la 
imbecilidad,  la  maldad,  la  níonstruosi- 
dad,  la  intolerancia  y  el  fanatismo,  por 
la  estimación  progresiva  de  lo  que  es 
amable,  por  la  abominación  progresiva 
de  lo  que  es  detestable,  parangonados  en 
la  inteligencia  creciente  del  hombre  en 
evolución,  se  abre  camino  la  evolución 
ascendente  de  la  materia  y  de  la  fuerza, 
recorriendo  los  modos  sucesivos  de  exis- 
tencia^  desde  el  estado  de  polvo  hasta  el 


—  250  - 

estado  de  pensamiento  y  de  sentimiento. 

Como  la  victoria  regia,  que  extrae  del 
lodo,  por  sus  raíces,  los  materiales  de  la 
esplendorosa  flor  que  abre  sobre  el  nivel 
del  agua  corrompida  en  el  pantano  sus 
blancos  pétalos,  la  mente  humana,  refina- 
da por  la  evolución  intelectual  y  senti- 
mental, extrae  de  los  alimentos  vegeta- 
les y  animalesen,  el  maremagnum  de  las 
pasiones  malsanas,  los  materiales  para 
esas  esplendorosas  flores  del  espíritu  y 
esos  frutos  deleitosos,  que  son  las  obras 
maestras  de  la  ciencia  y  del  arte,  para 
que  sean  las  flores  y  los  manjares  de  la 
mesa  de  la  vida  para  las  generaciones 
presentes  y  venideras. 

Y  el  entender  que  esas  exelencias,  que 
no  podrían  existir  si  no  fuese  cultivado 
el  espíritu  humano  para  producirlas,  no 
deben  acontecer  en  este  universo,  que 
sólo  por  ellas  puede  ser  embellecido,  sino 
en  otro  universo  embellecido  sin  ellas, 
es  sólo  un  rezago  transitorio  de  la  imbe- 
cilidad humana  originaria. 

En  esa  lucha  perpetua  entre  los  com- 


-    251   — 

ponentes  nobles  y  los  componentes  inno- 
bles del  mundo  y  de  la  mente,  en  la  que 
éstos  son  favorecidos  por  las  circunstan- 
cias primarias  y  aquéllos  por  las  circuns- 
tancias secundarias  de  la  especie;  en  esa 
lucha  entre  la  humanidad  y  la  bestiali- 
dad, entre  la  luz  y  la  obscuridad,  entre 
el  amor  y  el  odio,  entre  la  bondad  y  la 
maldad,  entre  la  abnegación  y  la  perver- 
sidad, entre  la  lealtad  y  la  felonía,  entre 
la  belleza  y  la  fealdad,  entre  la  poesía  y 
la  prosa  de  la  existencia,  los  grandes 
atributos  morales  están  incipientes  desde 
el  origen  de  la  vida,  como  la  luz  en  los 
albores  del  dilatado  amanecer  de  las  re- 
giones polares,  anunciándose  en  deste- 
llos pasajeros,  ó  mostrándose  dispersos, 
separados  y  fragmentarios  en  las  diver- 
sas especies  animales  y  vegetales. 

Como  los  músicos  en  aprendizaje  sin 
concierto,  que  están  torturando  con  sus 
monótonas  ejecuciones,  cada  uno  en  di- 
ferente barrio,  á  un  grupo  diferente  de 
vecinos,  para  aprender  á  dominar  su  dis- 
tinto  instrumento,  y  poder  aportar  la 


—  252  — 

nota  y  el  matiz  correspondiente  al  con- 
cierto sinfónico j  bajo  la  batuta  del  direc- 
tor de  la  orquesta,  así  todas  las  exelen- 
cias  morales  están  como  en  ensayo  en 
la  Naturaleza,  hasta  ser,  finalmente,  ar- 
monizadas por  la  inteligencia  humana, 
para  ser  ejecutadas  y  disfrutadas  por 
ejecutantes  y  espectadores,  cada  vez  en 
más  altas  y  más  amplias  esferas,  á  medi- 
da que  los  componentes  del  auditorio 
aprenden  á  desempeñar  su  parte,  y  se 
incorporan  al  concierto,  en  la  pequeña 
orquesta  de  la  familia,  donde  acuerdan 
sus  voces  los  afectos  cardinales  de  la  fe- 
licidad humana,  ó  en  las  grandes  orques- 
tas sucesivas  de  la  sociedad,  de  la  nacio- 
nalidad, de  la  humanidad,  en  las  que 
también  se  auna  la  voz  de  las  simpatías 
recíprocas,  y  en  las  que  también  son  no- 
tas mudas  los  sentimientos  mezquinos  y 
son  notas  discordantes  los  sentimientos 
perversos. 

Cuando  el  salvaje  se  detiene  para  pre- 
senciar una  pelea  de  toros,  un  encuentro 
de  tigres  ó  una  riña  de  gallos,  es  la  Na- 


—  253  — 

turaleza  que  está  enseñando  al  hombre 
los  usos  y  los  abusos  de  la  fuerza;  pero 
también,  cuando  observa  en  el  nido  de 
un  ave  la  alimentación  de  los  pichones 
por  la  madre,  es  la  Naturaleza  que  está 
enseñando  al  hombre  la  abnegación  del 
fuerte  para  el  débil;  y  cuando  se  detiene 
á  escuchar  el  canto  de  un  pájaro  en  la 
enramada,  ó  á  contemplar  un  paisaje  de 
luz  en  las  nubes,  ó  la  caída  del  agua  en 
una  cascada,  ó  un  árbol  engalanado  de 
flores,  es  también  la  Naturaleza  que  está 
sugiriendo  en  el  hombre  sentimientos  es- 
téticos. 

Si  en  vez  de  nacer  pequeños,  mudos, 
ignorantes,  alegres  y  traviesos,  los  hom- 
bres nacieran  adultos,  elocuentes,  sabios, 
formales  y  juiciosos,  el  mundo  tendría  de 
menos  las  tres  cuartas  partes  de  sus 
atractivos. 

Y  porque  la  perfección  sólo  tiene  sen- 
tido por  referencia  á  la  imperfección,  y 
ésta  sería  la  única  variación  posible  de 
aquéllo,  la  única  trayectoria  posible  de 
la  humanidad  perfecta  en  movimiento. 


-  254  — 

hubiera  sido  la  retrogradación,  en  lugar 
de  la  evolución. 

Y  siendo  preferible  siempre  hacer  algo 
íá  no  hacer  nada,  ninguna  combinación 
podía  ser  más  feliz,  en  deñnitiva,  que  esa 
perpetua  tragedia  del  bien  y  del  mal^  en 
esa  carrera  universal  de  impulsos  contra, 
obstáculos^  en  la  que  éstos  son  vencidos 
progresivamente,  por  la  aunación  de  los 
esfuerzos  y  la  apropiación  sucesiva  de 
los  auxiliares  naturales,  desde  entonces 
protegidos  contra  sus  respectivos  rivales 
en  proporción  á  sus  exelencias,  intervi- 
niendo la  inteligencia  humana — la  obra 
maestra  de  la  Naturaleza,  — para  asegu- 
rar en  el  mundo  vegetal  y  en  el  animal 
la  pre valencia  de  las  especies  más  ade- 
cuadas para  esa  ascensión  universal  del 
movimiento,  por  la  bondad,  la  belleza  y 
el  pensamiento,  desde  el  charco  hasta  el 
ensueño  azul^  en  la  que  cada  especie  lle- 
va adelante,  como  su  razón  de  ser,  un 
esbozo,  un  rudimento  ó  una  forma  aca- 
bada de  perfección  relativa  diferente,  co- 
rrespondiendo el  mayor  fruto  de  felici- 


—  25:.  - 

dad  en  el  individuo  y  de  éxito  en  el  gru- 
po al  que  lleva  más  perfecciones  relati- 
vas adelante,  como  razones  de  prevale- 
cer en  la  competencia  universal,  sobre 
el  caudal  común  de  posibilidades  natura- 
les para  el  mayor  bien  de  los  más  avan- 
zados. 


i 


XXVIII 

En  fflarcba. 


Siempre  habrá  anormales,  extraviados 
y  rezagados,  y  aun  es  natural  que  sean 
tanto  más  notorios  cuanto  sea  más  ele- 
vado el  estandarte  de  la  normalidad;  v 
aun  dando  de  barato  que  la  criminalidad 
haya  aumentado,  el  aumento  de  todas 
las  formas  del  bien  ha  sido  incompara- 
blemente mavor. 

«El  sentido  común,  el  sentido  moral  y 
la  ciencia  se  aunan  para  sugerir  que  ha- 
ríamos bien  en  hacer  lo  más  y  lo  mejor 
posible  en  este  mundo,  antes  de  ser  arras- 
trados en  el  río  del  tiempo».  A  la  luz  de 
la  inteligencia,  el  fin  particular  del  hom- 
bre y  la  más  alta  fórmula  de  la  vida  hu- 
mana, es  la  realización  de  la  más  alta 

n 


—  258    - 

dicha  propia  en  la  más  alta  dicha  ajena, 
y  todas  las  veces  que  haya  sido  dichoso 
contribuyendo  á  la  felicidad  de  los  otros, 
habrá  realizado  un  fragmento  de  su  fin, 
y  no  puede  existir  el  fin  sino  en  la  pro- 
porción en  que  exista  el  medio,  pues  sin 
éste,  aquél  sería  como  un  traje  confec- 
cionado para  que  no  lo  use  nadie.  Cesa, 
por  lo  tanto,  la  parte  de  fin  que  corres- 
ponda á  la  parte  que  haya  cesado  en  el 
medio;  la  parte  de  dicha  correspondien- 
te al  sentido  de  la  visión  ó  de  la  audi- 
ción, verbigracia,  cuando  cesa  el  fun- 
cionamiento de  los  órganos  respectivos, 
continuando  la  posibilidad  de  la  dicha 
para  las  partes  del  medio  que  subsisten, 
como  continúa  para  los  sobrevivientes  la 
posibilidad  de  la  dicha  en  la  especie  hu- 
mana. 

Indudablemente,  los  ojos  han  sido  he- 
chos para  ver,  como  el  corazón  para  sen- 
tir, como  los  oídos  para  oír  y  la  inteli- 
gencia para  inteligir.  Y  si  el  que  alarga 
por  la  ciencia  el  alcance  de  la  inteligen- 
cia, contraría  la  intención  del  que  le  dotó 


-  259  — 

de  inteligencia,  en  latencia  y  no  en  po- 
tencia, el  que  alarga  con  un  palo  el  al- 
cance de  su  brazo  para  hacer  caer  la  fru- 
ta de  un  árbol,  contraría  igualmente  la 
intención  del  que  le  dotó  de  brazos  sin 
palo. 

El  que  se  abstiene  de  ser  dichoso,  por 
el  temor  de  llegar  á  ser  desgraciado,  po- 
dría, también,  abstenerse  de  usar  su  vis- 
ta por  el  temor  de  quedarse  ciego,  y  sería 
sólo  aparentemente  más  insensato  en  el 
segundo  caso  que  en  el  primero.  Por  lo 
demás,  esa  clausura  de  la  visión  natural 
para  alcanzar  la  visión  sobrenatural,  la 
obtienen  los  fanáticos  musulmanes  en  la 
Meca,  aproximando  los  ojos  abiertos  á  un 
ladrillo  enrojecido  á  fuego,  hasta  que- 
márselos, para  quedar  santificados  en 
primera  vida  para  la  segunda  vida,  y  á 
menudo,  fuera  de  la  Meca,  sólo  con  no 
lavárselos  y  no  espantarse  las  moscas 
que  les  destruyen  los  párpados,  y  les 
procuran  las  oftalmías,  que  aseguran  la 
pérdida  de  la  \ásta  y  la  salvación  del 
alma. 


-  260  — 

Por  medio  de  las  artes  humanas,  la 
madera  y  el  metal  pueden  ser  habilita- 
dos para  producir  sonoridades  capaces 
de  enternecer  á  los  hombres,  á  los  dioses 
y  á  los  reptiles:  y  por  medio  de  la  cultu- 
ra del  entendimiento  v  del  sentimiento, 
los  seres  humanos  pueden  habilitarse  á 
la  vez  para  engendrar  y  para  disfrutar 
ideas  nobles  y  sentimientos  generosos,  si- 
multáneamente deleitantes  y  reconfor- 
tantes. El  instrumento  musical  y  el  ins- 
trumento mental  y  emocional  se  gastan  y 
se  inutilizan,  aunque  permanezcan  mu- 
dos, pero  la  música  y  la  vida,  el  pensa- 
miento y  el  sentimiento  que  han  sido, 
quedan ,  para  dar  notas  cada  vez  más 
bellas,  cada  vez  más  altas,  en  nuevos 
instrumentos  sucesivos  y  mejor  atinados. 
Y  como  el  ruiseñor  afónico  por  la  edad  ó 
los  achaques,  el  alma  que  ha  dado  todo 
su  juego,  no  tiene  ya  nada  que  hacer,  ni 
para  qué  ser,  en  este  mundo  ni  en  nin- 
gún otro. 

Lo  mejor  que  hay  en  el  universo  no  es 
el  yo,  sino  el  contenido  espiritual  y  as- 


—  261  — 

censional  del  yo,  el  patrimonio  intelec- 
tual y  sentimental  de  la  humanidad  en 
crescendo,  no  lo  que  cada  uno  tiene  en 
propio^  sino  lo  que  tiene  en  común  con 
los  que  se  han  ido,  con  los  que  quedan  y 
con  los  que  vendrán,  y  que  no  deja  de 
ser  por  la  desaparición  del  continente 
accidental,  sino  que  cobra  nuevo  ser  en 
nuevos  continentes  sucesivos. 

El  eslabón  roto,  el  organismo  en  que 
ya  no  pueden  residir  las  ideas  y  los  sen- 
timientos, es  como  la  casa  en  ruinas,  en 
la  que  ya  no  pueden  residir  las  personas. 
No  hay  en  el  universo  ningún  conserva- 
torio de  almas  gastadas  ó  inutilizadas, 
como  no  hay  debajo  del  cielo  ningún  sitio 
reservado  para  la  perpetuación  de  las 
arpas  rotas  ó  de  los  pianos  enmudecidos 
por  el  uso  ó  por  el  tiempo. 

Y  la  mejor  condición  del  hombre  y  del 
mundo  reales,  es  precisamente  -la  que 
falta  en  los  seres  v  en  los  mundos  ima~ 
ginarios:  la  de  no  ser  eternamente  perfec- 
tos, sino  eternamente  perfectibles.  Por- 
que es  el  ejercicio  de  la  vida  en  pensa- 


—  262    - 

miento,  en  sentimiento  y  acción,  lo  que 
levanta  la  vida,  y  es  la  posibilidad  del 
perfeccionamiento  indefinido  del  ambien- 
te lo  que  hace  del  hombre  un  ser  excep- 
cional en  el  universo,  y  lo  que  impide  que 
el  mundo  sea  un  eterno  aburridero,  pro- 
viniendo precisamente  de  la  imperfec- 
ción del  hombre  y  del  mundo  la  posibili- 
dad del  progreso  del  hombre  en  el  mundo. 

Inclinándose  por  su  parte  á  la  no  ex- 
tinción, Arturo  Hill  reconoce  que  «la  es- 
peranza de  la  extinción  es  un  sentimien- 
to moral  más  elevado  que  la  esperanza 
de  la  inmortalidad  personal»,  como  es  in- 
finitamente más  abnegado  el  acto  del  ateo 
que  sacrifica  su  vida  para  salvar  la  de 
otros,  sin  ninguna  esperanza  de  comjDcn- 
sación  postuma,  que  no  la  del  mártir  de  la 
fe  en  la  reparación  futura  que  afronta  el 
martirio  para  ser  recompensado  por  ello. 

La  posibilidad  de  la  vida  y  de  la  dicha 
para  los  que  fueron  seres  racionales  no 
está  en  el  programa  de  la  Naturaleza,  que 
quiere  la  vida  futura  en  seres  futuros,  y 
está  en  el  programa  de  las  Teologías,  que 


—  263  — 

quieren  la  vida  futura  en  los  seres  pasa- 
doS;  á  costa  de  las  dichas  de  la  vida  ac- 
tual en  los  seres  presentes,  en  tanto  que 
la  posibilidad  de  la  vida  y  de  la  dicha 
para  los  que  son  y  para  los  que  serán, 
están  en  el  cartel  del  universo  y  en  el 
programa  del  humanismo.  «La  naturale- 
za, dice  Hubbard,  es  pródiga  en  las  for- 
mas de  la  vida,  y  jamás  las  duplica.  ¿Por 
qué  habría  de  duplicar  la  tuya?» 

El  objetivo  manifiesto  de  la  vida  actual 
es  la  perpetuación  indefinida  de  la  cade- 
na de  generaciones^  para  que  cada  uno 
pueda  gozar  su  momento  de  luz  y  de  agi- 
tación más  ó  menos  intensa,  más  ó  menos 
breve,  y  descansar  después  eternamente, 
á  fin  de  que  otras  vidas  puedan  recoger 
su  herencia  y  ocupar  su  sitio  en  el  espa- 
cio y  en  el  tiempo;  el  de  la  vida  postuma 
es  la  perpetuación  indefinida  de  los  esla- 
bones gastados;  el  del  racionalismo  es  el 
ensanche  progresivo  indefinido  de  los  es- 
labones presentes  y  venideros,  objetivo 
que  es  repugnante  á  los  dioses  tribales  y 
patriarcales  de  los  teólogos,  pero  con- 


-  264  — 

corde  con  el  espíritu  de  la  vida,  que  puso 
en  el  espíritu  humano  la  luz  de  la  razón 
y  el  calor  del  sentimiento  al  poner  en  el 
organismo  los  gérmenes  de  la  inteligen- 
cia y  del  amor. 

Lo  que  hemos  andado  desde  Caín  hasta 
Abraham  Lincoln;  desde  el  canibalismo 
hasta  el  mutualismo;  desde  el  asno,  el 
buey  y  el  caballo  hasta  el  ferrocarril, 
los  trasatlánticos  y  los  automóviles;  des- 
de el  hacha  de  piedra  hasta  el  aeroplano; 
desde  la  Torre  de  Babel  hasta  el  Con- 
greso de  La  Haya,  es  la  garantía  de  que 
todos  los  ideales  del  presente  podrán  ser 
realizados  en  el  porvenir,  como  están 
excedidos  en  el  presente  todos  los  sue- 
ños del  pasado,  y  también  entonces  las 
nuevas  idealidades  obstruirán  la  visión 
de  las  nuevas  realidades,  para  que  la 
vanguardia  de  la  humanidad  no  se  de- 
tenga jamás  en  la  vía  ascendente  del  pro- 
greso, y  siga  persiguiendo  eternamente 
al  pájaro  azul,  á  fin  de  que  haya  siempre 
«algo  que  hacer,  alguien  á  quien  amar, 
alguna  cosa  que  esperar». 


índice 


Págs. 

I. — Á  manera  de  sinfonía ó 

II.  — De  la  diabolidad  y  la  divinidad 

á  la  humanidad 1^ 

III.— Masciiliuismo  y  feminismo 59 

IV.— El  Reuacijiiiento ^9 

V.-  El  maternalismo SI 

VI.— Las  ciencias  para  la  vida  y  las 
ciencias   para   después   de   la 

vida ^^ 

VII.— La  vida  útil ^5 

VIII.— La  Peau  de  Chagrín 103 

IX. -El  pensamiento  y  la  loca  de  la 

casa. 1^^ 

X. — Los  tres  misterios 111 

XI.— La  conciencia  y  la  vida 115 

XIL— La  conciencia  y  el  tiempo 119 

XIII.— La  conciencia  y  la  duración.  .  125 

XIV.— Los  mundos  de  fantasía 129 

XV.— La  vida  inútil 1^^ 


—  266  — 

Paga. 

XVI.— La  alegría  y  la  tristeza 143 

XVII.  -El  espíritu  fúnebre 149 

XVIII.— El  mañana 161 

XIX. — Pesimismo  y  optimismo 165 

XX.— Antaño  y  hogaño 171 

XXI. — Ideales  y  sentimientos 183 

XXII.— La  herencia  social 193 

XXIII.— La  vida  y  la  moral  coloniales  .  .  201 

XXIV. — El  espíritu  de  preeminencia .  .  .  207 

XXV.  — La  moral  dinámica 223 

XXVI. — La  moral  del  porvenir 233 

XXVIL  -De  la  obscuridad  á  la  luz 249 

XXVIII. —En  marcha 257 


^: 


*• 


í 


BJ 

Alvarez,  Agustín 

1142 

La  creación  del  mundo 

A6 

moral 

1913 

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