AGUSTÍN ALVAREZ
•ROFESOR EN LA UNIVERSIDAD DE LA PLATA
LA CREACIÓN
DEL
JNDO MORAL
TRES COJSÍFERENCIAS DADAS EN LA
SOCIEDAD CIENTÍFICA ARGENTINA,
COMO PRESIDENTE DE LA MISMA
^lADRID
LIBRERÍA GENERAL DE VICTORIANO SUÁREZ
4S, PRECIADOS, 4*.$
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LA CREACtóN DEL MUNDO MORAL
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I
A manera de sinfonía.
Gracias á un prodigio de la ciencia he
presenciado un prodigio de la naturale-
za, asistiendo en un biógrafo á la niara
villosa transformación de la larva de la
libélula en insecto perfecto.
Llegado el momento de la evolución,
en algunos minutos la cantidad se trans-
mutaba en calidad; la masa informe en
órganos definidos: en cabeza, en ojos, en
antenas, en patas, en alas, en timón, y
en seguida el ex-gusano, instituido de im-
proviso en príncipe del aire, se echaba
á volar por el espacio azul, ebrio de luz,
? de calor, de belleza, de amor v de ale-
f gría de vivir.
Me parecía ser ello una representación
— 6 —
abreviada de esa dilatada metamorfosis
de la imbecilidad humana en lucidez, al
conjuro de esa hada benéfica de la huma-
nidad, que llamamos la ciencia, tan re-
tardada entre nosotros por esa hada del
fanatismo, que es la superstición, y por
esto mayormente necesitados de apresu-
rarnos á recuperar en el estado de cultu-
ra el tiempo perdido en el estado de bar-
barie, para rescatar, con el aceleramien-
to de la evolución mental, alguna parte
de las energías por tanto tiempo malo-
gradas en la veneración estática del pa-
sado legendario y en la adivinación ilu-
soria del futuro fantástico, y poder así
elevarnos desde la región tenebrosa de
las verdades sobrenaturales en que viven
los demonios y las brujas, como los mur-
ciélagos en los rincones obscuros, hasta
la región en que se desvanecen, á la luz
de los conocimientos humanos, los fan-
tasmas creados ó engendrados por el
miedo en la penumbra de la inteligencia
humana.
Porque esa hada del progreso es el
instrumento propio para la educación de
los sentimientos, y para el relevamiento
de la inteligencia humana, que «es la
fuerza capital de nuestro mundo, porque
es la que las pone á todas en acción».
El hambre y el amor en bruto impul-
san á robar los alimentos ó la mujer; á
explotar, á esclavizar ó á matar al próji-
mo, á comerle sus carnes ó sus energías;
á vender el derecho por un plato de len-
tejas y la libertad por la protección, y
sólo cuando aparece la razón, y en la me-
dida en que ésta suministra al hambre y
al amor mejores medios de llegar á ma-
yores resultados, la industria reemplaza
á la rapiña, el derecho á la fuerza, la paz
á la guerra, la cortesía á la intimidación,
siendo así cómo la experiencia y la cien-
cia han hecho la gimnasia del intelecto y
cómo el intelecto ha hecho la educación
del sentimiento, y entrambos la civiliza-
ción, en la misma manera en que una
mano lava á la otra y las dos lavan
la cara.
Con el último instrumento de que la ha
— 8 —
dotado Marconi, esa hada benéfica de la
humanidad fué la paloma mensajera de
la leyenda bíblica y la nueva providencia
que encontró en la obscuridad de la no-
che, y trajo el arca de salvación hasta
los náufragos del Titanic, desamparados
entre los témpanos de hielo en la inmen-
sidad del Océano, y el predominio del
sentido moral sobre el instinto animal de
conservación, en los 1.500 pasajeros y
tripulantes que se ahogaron deliberada-
mente para salvar á las mujeres y los
niños, fué la rama de olivo que anuncia
los grandes días de la humanidad para la
época en que la más elevada norma mo-
ral de las relaciones entre los individuos
superiores sea alcanzada por los inferio-
res y llegue á ser la moral ordinaria de
las relaciones entre las agrupaciones hu-
manas.
Entretanto, cuando nada se sabía del
cielo y de la tierra, los hombres imagi-
naron los gobernantes misteriosos de los
fenómenos del cielo y de la tierra, irrita-
bles y aplacables como ellos mismos.
~ 9 -
pero inescrutables, y en ese mismo ma-
terial hipotético se tallaron los potenta-
dos de hecho humano, temporales ó espi-
rituales, para ellos y sus sucesores, el
derecho sobrehumano de someter á los
otros hombres á su dominación para go-
bernarlos á discreción, y el de impedirles
la elaboración de nuevas hipótesis para
no dejar de gobernarlos jamás.
Pero desde qne los dominados se pusie-
ron á obrar para saber, y á saber para
poder, aun sin dejar de suplicar para con-
seguir, y lograron levantar enfrente de
la hipótesis de la paternidad la hipótesis
de la igualdad, la hipótesis de la evolu-
ción enfrente de la hipótesis de la crea-
ción, sustituyendo la ciencia á la revela-
ción y la inteligencia humana á la provi-
dencia imaginaria, el esclavo en ciego
de la naturaleza inescrutada, empezó á
transformarse en beneficiario de las fuer-
zas naturales, á medida que los poderes
nacidos de la ciencia desalojaban á los
poderes nacidos de la ignorancia.
Por el desenvolvimiento de la razón
— 10 —
humana se llegó al descubrimiento de los
derechos del hombre que limitaron la
omnipotencia de los reyes con las cartas
constitucionales, y al descubrimiento de
las fuerzas naturales que limitaron la
omnipotencia de los dioses, usufructuada
por sus seudo-elegidos contra sus sen-
do-preteridos, y el hombre común em-
pezó á redimirse de la servidumbre por
la libertad y de la ignorancia por la
ciencia.
Nuestros antepasados, que se encandi-
laban el entendimiento con máximas sa-
gradas, porque habían abdicado el uso
de la razón humana, y se alumbraban
por la noche con candiles de sebo, en la
vecindad de las cascadas virtuales de luz
eléctrica en estado ignoto, porque habían
ahogado á la curiosidad inquisitiva en el
estanque de la fe ciega, y que temblaban
de frío en invierno sobre los yacimien-
tos de carbón fósil, porque habían abu-
sado de la leña para hacer prevalecer
por la hoguera la verdad del pasado so-
bre la verdad del presente; nuestros an-
-> 11 —
tepasados medioevales no pudieron des-
cubrir cosa alguna, ni hacer nada más
que vilipendiarse y pelearse por dogmas
de más ó de menos, porque se habían
amputado con la voluntad de creer en lo
que no vieron, para salvarse por la con-
vicción de lo que no existe, esta voluntad
de «obrar para saber y de saber para
obrar», por medio de la cual la vanguar-
dia de la especie humana, después de ha-
ber exterminado al lobo y descubierto al
microbio, está llegando á la región de la
luz, de la belleza, de la bondad, mientras
el cuerpo principal está aún rezagado en
las tinieblas pavorosas de la supersti-
ción, y la retaguardia en el purgato-
rio de la barbarie ó en el infierno del
salvajismo, combatiendo la maldad con
la brutalidad y la enfermedad con el
exorcismo.
Para un espíritu activo no hay nada
más cansador que el descanso prolonga-
do, y porque la ociosidad eterna anona-
daría, de suyo, al más omnipotente de los
poderes, la agencia creadora del niundo
— 12 —
de las cosas inanimadas y del mundo de
los seres animados, se transfirió, se in-
fundió ó se disolvió en el último eslabón
del mundo animal para transcurrir pe-
rennemente del ser al devenir, en la
creación del mundo moral: el mundo de
la bondad, la belleza y la justicia; el
mundo de las ideas y los sentimientos,
progenitor de la libertad, el derecho, las
ciencias y las artes, las lenguas, las lite-
raturas, las ciudades y las nacionali-
dades.
Pues si todo esto hubiese sido hecho
perfecto desde el principio, sobre que
nada tendría que hacer el hombre en el
mundo, ni Dios á quien juzgar en el cie-
lo, ni el diablo á quien llevarse al infier-
no, todas las perfecciones carecerían de
medida, puesto que sólo tienen sentido
respecto de la imperfección, y los salva-
jes contemporáneos desempeñan el rol de
esos animales de experimentación en los
laboratorios, á los cuales no se inocula el
específico para que sirvan de testigos de
la eficacia del remedio en los inoculados.
— IS —
Si pudiésemos recomenzar una nueva
existencia, también preferiríamos reco-
menzarla en la infancia y la inocencia, y
no en la vejez y la sabiduría. Y al acto
de un ser que destacase una parte de su
ser ó de su poder, una parte de sí mismo
á correr desventuras^ á errar, sufrir,
llorar y rezar, para enjuiciarla después
con la parte quedada' en holganza^ pre-
miarla ó castigarla, retrotraerla á sí ó
repudiarla á perpetuidad, no podría-
mos darle un nombre que no fuese ofen-
sivo para cualesquiera especie de inteli-
gencia.
Y el dios de incógnito, que estaba la-
tente en el primer hombre que apareció
en la tierra, el ser superior que los visio-
narios buscaban afuera y que estaba
oculto adentro de ellos mismos, el gusa-
no de polvo de la metáfora eclesiástica,
empezó, finalmente, á desenfundar sus
aptitudes de sus disfraces de imbecili-
dad inicial y de superstición consecutiva,
para levantarse [áe la tierra y lanzarse
también al espacio azul, en esa nueva
— 14 -
libélula , compuesta de ingenio y vo-
luntad, de acero, madera, trapo y ben-
cina, recién nacida de la mente hu-
mana y que ya sobrepasa al águila y al
cóndor.
II
De la diabolidad y la divinidad
á la humanidad.
Cuando somos felices deseamos que los
otros lo sean á la vez, porque las dichas
compartidas se agrandan; y cuando so-
mos desgraciados, desearíamos que los
otros también fuesen desgraciados, por-
que las penas compartidas se achican. De
lo primero hemos hecho á Dios, que quie-
re agrandar su dicha haciendo dichosos;
y de lo segundo, al diablo, que quiere
achicar su desdicha haciendo desdicha-
dos: el uno es la encarnación del bien;
el otro, la del mal.
Proporcionando al individuo los me-
dios de ser feliz, se le pone en condición
— 16 —
de querer que sean felices los demás, y
viceversa. Por esto, las civilizaciones
afirmativas de la posibilidad de alcanzar
la dicha humana con el esfuerzo huma-
no, trabajan sobre los sentimientos hu-
manos en el sentido divino de la vida,
que es el sentido optimista, y las civili-
zaciones negativas de esa posibilidad tra-
bajan en el sentido diabólico, que es el
sentido pesimista ó fatalista, porque na-
die procura para sí lo indeseable, y por-
que es el ánimo con que se hace el ca-
mino de la vida, lo que mayormente alla-
na las dificultades ó las agranda, como
lo expresa el cantar:
«Cuando voy á casa de Rosalía,
se me hace cuesta abajo la cuesta arriba;
j cuando vuelvo,
se me hace cuesta arriba la cuesta abajo.»
Y el mismo hecho natural de la termi-
nación de la vida, tan natural como el
hecho del comienzo, y lo mejor que hay
en el mundo después de la vida, en cuanto
es la previa seguridad de la terminación
— 17 —
de todos los males irremediables; es tam-
bién, como la casa de Rosalía, una cuesta
arriba para el que la teme, una cuesta
abajo para el que la desea, y un accidente
inopinado para el que no la teme, ni la
desea, ni piensa en ella.
Nadie puede dar lo que no tiene, y no
puede dar la dicha el que está instituido
en arsenal de desdichas reales ó imagi-
narias, como no puede dar la alegría el
que está triste, ni la cultura el que está
inculto, ni la luz el que está á obscuras;
como no puede construir, ni ideal ni ma-
terialmente, el que carece de los respec-
tivos materiales de construcción. Por esto
no pudieron hacer dioses vestidos los
hombres que andaban desnudos, ni dioses
justicieros los que no tenían idea alguna
de la justicia, ni dioses alegres los pue-
blos tristes, ni dioses indulgentes los pue-
blos rencorosos.
El que vive entre bárbaros se contagia
de barbarie, como el que vive entre mal-
vados se contagia de perversidad el es-
píritu; y con tales elementos nadie puede
2
- 18 —
convertirse, sino por excepción, en al-
macén de amenidades, mientras que la
alegría y la bondad también son conta-
giosas, pero no pueden irradiar de un an-
tro de rencores y resentimientos, susci-
tados en cada uno por la torpeza, la gro-
sería ó la malevolencia de los otros. El
material de que hemos hecho á Dios — el
deseo del bien para los otros — no puede
elaborarse en los que viven en una at-
mósfera de maldades y son un caldero
de acritudes, sólo propio para la elabora-
ción del deseo del mal para los otros, que
es el material de que hemos hecho al
diablo.
Cronológicamente, éste ha precedido á
aquél en los mismos millares de siglos en
que el hombre salvaje ha precedido al
hombre civilizado, pues el ser humano,
en el estado de bestia humana, sólo po-
día concebir ó engendrar, con los ele-
mentos de su imaginación, dioses al es-
tado de superbestias.
Cuando todo el bien que un ser huma-
no recibe de otros seres humanos pro-
- 19 —
viene sólo del miedo de éstos á la maldad
de aquél, no existe en el espíritu humano
el material para hacer los dioses buenos,
y el salvaje sólo puede imaginar los es-
píritus malos, que el hechicero indio, es-
pecialista en el arte de asustarlos y po-
nerlos en fuga, expulsa del cuerpo de los
enfermos por medio de ritos y ceremo-
nias intimidantes, que es el mismo carác-
ter específico del exorcismo cristiano,
para expulsar los demonios del cuerpo
de los poseídos.
Cuando el hombre no sabe nada no
puede imaginar seres que sepan más que
él mismo, y por este motivo ningún dios
ha sabido que la tierra fuese redonda
antes de que la expedición de Magallanes
diese la vuelta al mundo.
Como los seres imaginarios son un
mero trasunto espiritual de los seres rea-
les, los de cada nueva era son superiores
á los de la vieja, y los hombres de cada
época son mejores que los dioses de las
épocas precedentes, y en la contienda
consecutiva entre los dioses nuevos y los
- 20 ^
viejos, entre los hombres nuevos y los
dioses anticuados, éstos representan la
barbarie y aquéllos la civilización. Y así
acontece que, mucho después que una
agrupación humana ha dejado de ser ca-
níbal, sus viejos dioses, retardados, si-
guen exigiendo sacrificios humanos de
sus fieles para desenojarse con ellos; sa-
crificio de vidas en un principio, y de bie-
nes, de goces y de alegrías más tarde. Y
sólo centenares de siglos después de haber
cesado en los padres el derecho de morti-
ficar y matar á los hijos, se llega también
á negárselo á los dioses, sustrayéndose
los fieles mismos á las epidemias con la
higiene, á la crueldad con la cultura, y á
los terremotos con las casas de cemento
armado, reservándoles, como último res-
to de un poder en decadencia, el dere-
cho de aniquilar á los jóvenes robustos
en la guerra, poder que les agradecemos
solemnemente cuando lo han empleado
en perjuicio de nuestros enemigos, ó les
agradecen éstos cuando lo han empleado
en perjuicio nuestro.
— 21 —
Cuando toda autoridad de una persona
sobre otras procede del mayor poder, la
única forma de relación entre ellas es la
expresión de la voluntad del más fuerte
y la prevención de los males con que cas-
tigará la inobediencia del menos fuerte,
pues, para que una orden se convierta en
acción, basta que sea obedecida, y no es
necesario ni que ella sea buena, ni que
el ejecutante forzoso sea capaz de com-
prender su objeto, su utilidad ó su bon-
dad. Un consejo, por el contrario, no
puede llegar á ser una acción, sino cuan-
do el aconsejado puede comprender su
acierto ó su conveniencia.
Por lo tanto, es apto sólo para ejecu-
tar órdenes, buenas ó malas, el que es
incapaz de seguir consejos; y si las ór-
denes son buenas, las acciones corres-
pondientes podrán ser buenas también,
con lo que todos los problemas de mejo-
ramiento social, en el régimen de la au-
toridad, se reducen á la educación del
príncipe y á la reforma de las leyes y los
reglamentos, prescindiendo del problema
— 22 —
de la capacidad de comprenderlos en los
ejecutantes, que es, precisamente, el pro-
blema de la libertad individual de obrar
bajo los dictados del propio entendimien-
to, el cual viene á ser artículo de pri-
mera necesidad cuando la regla de con-
ducta es optativa, y atributo superfluo
cuando la regla es compulsiva.
La ventaja del primer sistema consiste
en que un imbécil puede ejecutar la ac-
ción pensada por un ser inteligente, y su
desventaja, en que deja subsistente en
aquél la imbecilidad, que no es obstáculo
para la ejecución pasiva de la buena ac-
ción impuesta, y que el acto resulta bue-
no, pero no resulta moral; desde que el
ejecutante está en el mismo caso pasivo
del caballo de una ambulancia en que un
herido es conducido á un sanatorio.
La orden podrá ser impartida por el
dictador benévolo de Renán y ser razo-
nable también, pero no hará surgir por
ello en el ejecutante la benevolencia y la
razón que sean innecesarias para darle
cumplimiento, pues el discernimiento
— 23 —
propio no puede ejercitarse en lo que no
interviene^ como era el caso de aquellos
capuchinos que el viajero inglés Young
vio en París en 1789, plantando las coles
con las raíces en el aire y las hojas en la
tierra, para adiestrarse en el hábito de la
obediencia ciega^ en la más lógica y com-
pleta adhesión al aforismo de San Agus-
tín, según el cual, «había en las Sagradas
Escrituras más sabiduría que toda la que
pudiei'a provenir del ingenio humano».
Empleados de ese modo, los más perfec-
tos dogmas serían una máquina perfecta
de atrofiar la razón y el discernimiento
individual. Por esto, la apariencia de ci-
vilización que los misioneros habían ela-
borado en los indígenas de las Misiones,
enseñándoles á dejarse conducir y no á
conducirse, desapareció ipsofacto con la
expulsión de los jesuítas por Carlos III.
Y aquí se destaca en su mayor relieve
la diferencia fundamental entre los cura-
dores de las almas y los educadores de
la inteligencia, porque éstos se proponen
hacerse innecesarios al pupilo acciden-
— 24 -
tal, y aquéllos se propoiíen hacerse Im-
prescindibles al pupilo perpetuo; los unos
se proponen hacer aparecer su propia
superioridad en el alumno para emanci-
parlo del maestro y de la disciplina es-
colar, y despedirlo de la escuela; los
otros, por el contrario, se proponen en-
feudar la mente del hombre común á su
superioridad espiritual privilegiada é in-
comunicable al hombre común, para in-
corporarlo á su rebaño de fieles, apri-
sionándolo con sus terrores y sus espe-
ranzas específicas en su credo y en su
iglesia.
La mente humana, reducida á simple
cabalgadura del precepto religioso, en el
creyente instituido en simple instrumento
de la voluntad divina; la razón humana,
tomada superfina por la presencia de la
razón divina; y el catecismo, empleado,
en consecuencia^ para injertar la clari-
videncia de los profetas pasados en la
imbecilidad inalterable de las generacio-
nes venideras, esto es lo que podríamos
llamar el método musulmán de anular
— 25 -
con la seudo inteligencia divina á la in-
teligencia humana.
Ciertamente, el superior que diese los
motivos de su orden se vería expuesto á
ser justamente desobedecido por el infe-
rior que la considerase equivocada por
incapacidad de comprender su acierto, y
no es posible entonces pasar de la disci-
plina de la obediencia inmotivada á la
disciplina de la obediencia racional, sino
creando en el inferior la capacidad de
comprender los motivos del superior,
con lo que, como en el «Mensaje á Gar-
cía», la mera enunciación del propósito
hará innecesaria la orden, pues cuando
el razonamiento adquiere en el espíritu
del inferior ó del igual inteligentes, la
eficacia que tienen en el espíritu del in-
ferior ó del igual en bruto el látigo y el
palo, éstos se tornan innecesarios para
aquél.
Por esto, los dioses que dictaban en la
antigüedad sus mandamientos por la boca
de los profetas á los pueblos semibárba-
ros, se vieron obligados á conminar la
-- 26 —
desobediencia á sus mandatos con todas
las calamidades de la naturaleza. Y las
remanencias del método de intimidación
recíproca, único posible para las relacio-
nes de los hombres en bruto, se notan
todos los días y en todas partes, como
jirones dispersos de la barbarie prece-
dente.
Por cierto, la mayor ventaja de la dua-
lización del hombre en los dioses, ha con-
sistido en la creación de un nuevo poder:
el poder espiritual enfrente del poder
brutal, V sobre cuva autoridad, certifíca-
da por el milagro, los espíritus superio-
res podían asentar sus más altos ideales
de vida, para las masas rezagadas en la
barbarie original, formulándolos en re-
glas de conducta incomprensibles para el
vulgo y detestables para el déspota, pero
admitidas por entrambos bajo la conmi-
nación de los terrores religiosos. Así la
norma de conducta del salvaje, que es
sencillamente i^ov la fuerza, se transmu-
ta en esta otra: «por la voluntad de los
dioses».
— 27 —
Cuando la capacidad de conocer y es-
timar espontáneamente la superioridad
moral de la conducta y de la regla, apa-
rece, al fin, en las capas superiores de la
sociedad, la fórmula de los profetas así
habló Dios, se transforma en esta otra:
Vojc jjopuli, vox Dei. La fórmula me-
dioeval es en Inglaterra Dieu ef mon
Droit^ y en el resto de la Europa «Dios y
el Rey», hasta la Revolución francesa,
que la transmuta en Dios y la Patria,
y luego Dio é Popólo, en la concepción
mazziniana, para perder finalmente el
primer término en la fórmula moderna
por la razón de la fuerza, y encaminarse
por el desenvolvimiento de la sensatez
humana hacia la fórmula supersiguiente
«por la fuerza de la razón» .
Los instintos naturales eran motores
suficientes para la conservación de la
vida natural; pero el 99 por IChj de las
posibilidades humanas estaban en la vida
social, y para la conservación de la vida
social eran necesarios los hábitos socia-
les, los instintos artificiales correspon-
— 28 —
dientes. El lenguaje, desde luego, para es
tablecer en cada agrupación humana una
inteligencia común sobre las cosas, y la
religión en seguida, para establecer una
inteligencia común sobre las causas de
las cosas, debieron ser los primeros ins-
trumentos intelectuales que hicieron el
oficio del instinto en la vida social.
Estos hijos intelectuales de las necesi-
dades de la vida social, creaban nuevas
condiciones sociales, que venían á ser
madres de nuevos hijos espirituales, y la
sucesión de hijo á padre y de padre á
hijo, en el orden convencional, seguía
paralela con la sucesión de hijo á padre
y de padre á hijo en el orden natural,
con la sola diferencia de ser ésta unifor-
me y de ser aquélla multiforme, y supe-
rior por esta circunstancia, pues una sola
lengua y una sola religión habrían sido
para la humanidad un callejón de rutina
sin salida, por la anulación de la posibi-
lidad de variar, de que depende la posi-
bilidad de mejorar. Por esto la posibili-
dad de mejorar es limitada en el radio de
— 29 ~
los instintos naturales, é ilimitada en el
radio de los instintos sociales.
Así el rol histórico ó sociológico de la
diabolidad y de la divinidad es el de ser
una hipótesis de la vida y del mundo
para suscitar en el individuo el deseo de
los bienes sociales, el deseo de lo bueno,
lo verdadero y lo bello, en la misma ma-
nera en que el instinto animal suscita el
deseo de los bienes animales.
Esas hipótesis" obran, por supuesto, en
el espíritu de los hombres, como todas
las otras, por acción de presencia iluso-
ria, y serán buenas ó malas, como el ce-
rebro mismo en que actúan, según el uso
que de ellas se haga. Si dos hombres ó
dos ejércitos, verbigracia, de la misma
raza y con las mismas armas, luchan el
uno contra el otro, con el mismo grado
de fe en el concurso de la misma hipóte-
sis sobrenatural, el único efecto de ésta
será el acrecentamiento, en la misma
proporción, de los muertos y heridos de
cada parte, es decir, el mismo que pro-
ducirían á igualdad de dosis el sen ti-
— 30 —
miento del patriotismo, del derecho, de
la justicia ó de la venganza y el odio.
Mientras el hombre no puede educar
sus sentimientos en la realidad^ porque
esta es aún ineducativa en el estado de
barbarie, construye la idealidad, como
escuela del ánimo y del sentimiento para
ir á más. Esto son las religiones, las le-
yendas y los cuentos populares, la poe-
sía, la música, la pintura y la escultura,
la mitología y la epopeya, el teatro y la
filosofía; esto son Dafnis y Cloé, el Emi-
lio ^ de Rousseau, Pablo y Virginia, Los
Miserables, El Judío Errante, David Co-
perfield; esto son las comedias de Aristó-
fanes y de Moliere; los dramas de Sófo-
cles, de Shakespeare y de Racine; las
obras de Praxíteles y de Fidias, de Mi-
guel Ángel y de Rubens; los diálogos de
Platón: las églogas de Virgilio; esto son
La Divina Comedia, del Dante; El Quijo-
te, de Cervantes; El Fausto, de Goethe;
El Edesiastes, El Apocalipsis, La Marse-
llesa, El Contrato Social, El Salmo de la
Vida; expedientes para crear en el opti-
— 31 -
mismo de la vida social el instinto motor
del progreso social.
En el estado primitivo en que todas
las fuerzas de la naturaleza^ aún incog-
noscibles, gravitaban desastrosamente
sobre el hombre desnudo, inerme y á la
intemperie, y en que el más feroz se im-
ponía á los menos feroces, y el más fuer-
te en necesidad se comía sin metáfora al
más débil, para e] que no existía defen-
sa, ni clemencia," ni escapatoria, la idea
de un poder invisible, actuando en senti-
do inverso á la realidad, hubiese sido in-
comprensible en la época en que los hom-
bres superiores preferían la carne de
hombre á la de cualquier otro animal.
Del mismo modo, la idea de la resu-
rrección de tales muertos no podía com-
binarse con un modo de ser diferente del
que habían tenido en vida, y el objetivo
manifiesto de los ritos funerarios primiti-
vos es el de precaverse contra las malas
inclinaciones de los difuntos. Y natural-
mente, la idea de ser malos en otra vida,
no era de ningún modo desagradable
- 32 —
para los que estaban acostumbrados á ser
malos en ésta.
Hasta que la esclavitud, la ganadería
y la agricultura, hicieron innecesario el
canibalismo y posible la agrupación so-
cial, no pudieron existir y subsistir hom-
bres buenos, y hasta que no hubo hom-
bres buenos en el mundo real, no existió
el material de que podían ser hechos los
espíritus ó los resucitados buenos en el
mundo ideal, y también la idea de ser
buenos en otro mundo sólo podía ser ape-
tecible para los que estaban aficionados
á ser buenos en este mundo, con lo que
hubo desde entonces dos especies de vida
imaginaria, concordantes con las dos ma-
neras de la vida real, y entrambas igtial-
mente aceptables para sus respectivos
destinatarios, como ocurre, verbigracia,
entre los brahmanes y los sudras de la In-
dia, porque los últimos tienen el espíritu
igualmente degradado para ser parias en
esta vida y en la otra.
Ningún hombre aspira, si no es por
aberración actual, á ser mujer en otro
mundo, y ninguna mujer á ser hombre,
porque nadie puede aspirar á ser lo que
no sabe gustar, sino á ser la misma cosa
en mayor medida ó en mejores condicio-
nes, y el salteador de caminos no aspira
á ser obispo en la otra vida, por las mis-
mas circunstancias de esta por las cua-
les el obispo no aspira á ser general, ni
el general á ser obispo, pues teniendo
cada uno gustos, hábitos y conceptos di-
ferentes del bien y del mal, es natural
que el bandido y el apache, el avaro, el
pordiosero y el tiranO;, que están aclima-
tados á su modo de ser en este mundo,
quieran ser la misma cosa con más suer-
te en cualesquiera otros mundos, y que
el alcoholista prefiera, t. gr., el infierno
con aguardiente al cielo con agua de
pozo.
Pues el peligro, de la vida ó del alma,
de la salud ó de la fortuna, del Código
penal ó del infierno, es el picante de la
existencia, y la dosis intolerable para la
sensibilidad delicada de los unos es deli-
ciosa para la sensibilidad curtida, embo-
8
-Si-
tada ó estragada de los otros, embota-
miento á que, por otra parte, se llega con
una rapidez prodigiosa en la guerra, que
es el infierno, según la definición de Sher-
man, ó bien la locura metodizada, por
oposición al pánico, que es la locura ful-
minante y momentánea.
Esta necesidad del peligro, como esti-
mulante bárbaro de la vida, en defecto
de la aptitud para sentir los estimulantes
refinados que proporciona la cultura y á
la que hemos dado el pomposo nombre
de «culto del coraje», fué uno de los fac-
tores principales de la guerra al estado
endémico, que sobrevino entre nosotros
á raíz de la emancipación, y que subsiste
aún en otras regiones del nuevo mundo,
menos contagiadas por los estimulantes
modernos de la vida.
Esa necesidad del peligro, para darle
un sabor fuerte ó exótico á la vida, en el
alpinismo del delito ó del pecado, que
hizo la barbarie cristiana en la Edad Me-
dia, y que va por tanta parte en la bar-
barie moderna, en la reincidencia, en el
- 35 -
duelo y en el apachlsmo; que fué el fac-
tor del espíritu aventurero, levantisco y
belicoso de los caballeros cristianos, ru-
dos y analfabetos; que culminó en el
montonero el gaucho malo y el político
de avería entre nosotros, porque el pla-
cer de haber escapado á un peligro es
tanto mayor cuanto más grande haya
sido el riesgo de perderse, lo mismo para
el cazador de emociones fuertes que
aguanta los corcóbos de un potro indó-
mito ó se encabrita él mismo contra el
gendarme ó la cultura, que para el que
arriesga su dinero al azar de la suerte,
porque la necesidad de gustar la vida, y
la circunstancia de que sólo tenemos la
sensación máxima de las cosas cuando
las ganamos ó las perdemos, por la cual
el jugador que pierde su dinero gana sus
emociones, y el que tiene un reducido
registro de emociones, tiene que hacerles
dar el máximum de juego para ocupar
con ellas todas sus energías; esa misma
pobreza de ideas y sentimientos aflige
también á la Italia, según esta descrip-
- 36 —
ción de Mantegazza: «Nuestra plaga y
nuestra vergüenza es la criminalidad. En
el balance del pueblo europeo consigna-
mos con sangre cifras demasiado altas y
demasiado humillantes. . . Diríase que mu-
chos, demasiados hombres de la clase
alta, han escrito en el secreto de su con-
ciencia, como norma de la vida, la cínica
frase del célebre ministro francés: se
frotter mi gihet sans y monter.»
Esas cifras son, por supuesto, más al-
tas en las partes de la Italia en que es
más tenue la difusión de las luces v más
denso el fanatismo religioso. Y la creen-
cia de que esto es el remedio de aquello,
proviene de que cada uno supone apete-
cible ó detestable para los que están en
otras condiciones, lo que es apetecible ó
detestable para él por la educación y la
condición en que se encuentra, y no por
la fe que profesa.
El espacio se torna tenebroso para el
espíritu cuando cesa la luz, y el ambien-
te se torna temeroso para el ánimo cuan-
do cesa la seguridad social. Y del mismo
— 37 —
modo que las tinieblas son una condición
ventajosa para algunos animales, por una
cierta configuración de los ojos, la inse-
guridad es también una condición venta-
josa para algunas personas, por una cier-
ta configuración de los sentimientos. Y
como todos tienden á entablar la lucha
por la vida en el terreno que les resulta
más ventajoso, cuando los últimos son los
más ó los más fuertes, establecen el régi-
men de la violencia y de la inseguridad
para todos, como acontece entre los in-
dios y los beduinos, y acontecía entre los
europeos al comienzo de la Edad Media y
entre nosotros desde 1820 á 1853.
Porque las tinieblas no son tinieblas
para el vampiro, que puede ver en ellas
su presa y no ser visto por ésta, y para
el malvado y el bellaco, para el que sólo
tiene sentimientos brutales en su registro
emocional, el desorden^ que constituj'e
su caldo gordo, es tan apetecible como el
orden para el que sólo puede prosperar
en el orden. Por esto no buscan la luz y
el orden los que pueden pasarlo mejor en
— 88 —
las tinieblas y en el desorden. Y no es
apagando la luz de la razón en la mente,
y sembrando terrores en el corazón del
hombre, según el plan musulmán de la
vida, sino elaborando en el ser humano
las aptitudes para ver en la luz y para
prosperar en el orden, como se puede pa-
sar de la barbarie á la civilización. Por
esto fracasó en ese intento la teología
cristiana en la Edad Media, cuando la ci-
vilización cristiana consistía en matar
musulmanes y herejes, y la musulmana
en matar cristianos é infieles, como fra-
casa en la América, en que los directores
espirituales y los caudillos bárbaros es-
tán, respectiva y subconscientemente in-
teresados en que reinen las tinieblas y el
desbarajuste.
Pero volvamos de nuevo atrás. Está-
bamos en el punto en que los hombres,
habiendo llegado á constituir condiciones
privilegiadas, habían encontrado en los
hombres dichosos el material para hacer
dioses buenos. La vanguardia de la hu-
manidad sigue avanzando con ello, y
— 39 -
llega así á la idea del derecho y al senti-
miento de la justicia, con los cuales pue-
de confeccionar dioses justicieros, dioses
que pueden hacer el mal á los malvados
para castigarlos y á los buenos para ur-
girlos á ser más buenos.
Y al lado de los seres imaginarios que
podían hacer el bien y el mal, los que
sólo podían hacer el mal vinieron á que-
dar en la condición inferior de pobres
diablos, del mismo modo en que, al lado
de los hombres civilizados, que pueden
hacer el bien y el mal en grande, los sal-
vajes que sólo pueden hacer el mal en
pequeño, han venido á quedar en la con-
dición subalterna de seres inferiores.
Del propio modo en qué son necesa-
rios una idea ó un plano previos para ha-
cer una casa, un proyecto para ejecutar
una obra, un rumbo ó un camino para ir
á alguna parte, es necesario un modelo,
un ideal de superioridad para realizar
una especie de superioridad, una regla
elevada de conducta para desempeñar
una conducta elevada, v era sólo ideando
— 40 —
seres modelos y reglas superiores de con-
ducta, cómo los hombres podían proveer-
se de medios y de vías de ascensión. Y
del hecho de que los tenían los europeos
y no los tenían los aborígenes de Améri-
ca, provenía la inmensa superioridad de
los primeros sobre los segundos á la épo-
ca del descubrimiento de Cristóbal Colón.
Pero no todo son flores y pan pintado
en lo de tener dioses buenos y manda-
mientos divinos^ símbolos y fórmulas del
bien, pues como el individuo que ascien-
de en el camino de la vida á remolque de
sus cambiantes ilusiones juveniles, para
quedar en la vejez prisionero de los há-
bitos adquiridos en el trayecto, las so-
ciedades humanas han marchado en el
cuesta arriba de la evolución ascendente^
á remolque de sus cambiantes utopias, y
las religiones que hacían la instrumenta-
ción del ideal, han sido el andamiaje para
la construcción del sentido moral en el
espíritu humano, más particularmente
del sentido de la reverencia, de suyo ex-
cluyente del sentido crítico.
— 41 —
Pero la construcción sentimental no
podía ir más arriba que el andamio inte-
lectual, y cuando éste era construido en
mampostería sagrada, quedaba empare-
dada la fuente misma de la utopia, y
toda tentativa para levantar el anda-
miaje, á fin de levantar la construcción,
era ahogada con la cicuta, la cruz ó la
hoguera.
De ahí adelante, la posibilidad del bien
queda personificada en Dios y los santos,
y la del mal en el diablo y las brujas. La
religión no consiste en hacer el bien, sino
en venerar los símbolos mágicos del
bien; no en el cultivo del ingenio huma-
no que ha producido los diablos y los dio-
ses, los instrumentos y los métodos, sino
en adorar á Dios y los santos y estigma-
tizar al diablo y á las brujas, recitando
las súplicas y las laudatorias á los unos
y las execraciones á los otros. Y el sen-
timiento religioso viene á ser el cauce
principal por el que las energías corren
en torrente devastador, desde que los
credos han sido instituidos en elixir de
— 42 ^
vida perdurable, por los respectivos al-
quimistas del pensamiento.
Estamos en el extremo opuesto del «co-
nócete á ti mismo», v de «la mente sana
en cuerpo sano», del self help y del self
government. El hombre debe conocer á
Dios únicamente, para dejar que se haga
su santa é inescrutable voluntad, redu-
ciéndose á mantener por su parte la po-
breza de ánimo en el cuerpo debilitado
por el ayuno y las privaciones.
El plan de la moral teológica consistía
en considerar pecaminosos el amor, la
duda, la curiosidad, el saber, la belleza,
la gracia, la riqueza, el aseo, la razón, el
ingenio y la alegría, vale decir, todas las
condiciones propias de la dicha actual,
para reemplazarlas con la esperanza de
la dicha futura^ y sucedía lo que acontece
cuando se injerta la planta de fruta dul-
ce en la planta de fruta amarga: que se
tiene la fruta dulce en la rama que pro-
cede del injerto y la fruta amarga en las
ramas que proceden del tronco, común á
las dos variedades, y dependiente de las
- 43 —
condiciones del suelo, del clima y del
cultivo, como depende el individuo del
acervo común de ideas, sentimientos,
costumbres, instrumentos v métodos.
Hoy estamos empezando á saber que el
arte de ser bueno consiste en el arte de
ser dichoso, por el buen humor que es el
perfume moral que fluye de la buena sa-
lud, y del extenso y variado registro de
emociones, y para hacer buenos á los
otros nos empeñamos en enseñarles á ser
dichosos, para que puedan ser bondado-
sos; pero cuando se aspiraba principal-
mente á la dicha imaginaria que es el ga-
lardón teológico de la desdicha verdade-
ra, el arte de conseguirla consistía en ha-
cerse pobre de espíritu, triste, ignorante,
desaseado, temeroso v crédulo. La tradi-
ción religiosa era el único material de
enseñanza, y las descripciones del cielo,
donde vivían los mansos y los infelices
del mundo, y las del purgatorio y del in-
fierno, habitadas por los desobedientes y
los felices de la tierra, ocupaban en las
escuelas de la Edad Media el sitio que tie-
- 44 —
nen en las de nuestros días la Historia, la
Greografía y las Ciencias naturales.
Se pretendía hacer brotar en el indivi-
duo las buenas intenciones para los otros,
de las mismas circunstancias de que bro-
tan las malas, y para explicar la discre-
pancia entre los principios y las obras^ se
decía que en los cristianos bárbaros, gro-
seros, crueles, perversos y devotos, exis-
tían las formas y faltaba el espíritu del
cristianismo, el cual no ha comparecido
hasta que, y en la medida en que la higie-
ne, la cultura y la técnica han creado en
el hombre moderno las condiciones del
bienestar propio, de que puede emanar
espontáneamente el deseo del bienestar
para los otros.
Llevándose esto del Extremo Occi-
dente al Extreme Oriente, y prescindien-
do de la divina Providencia, de los san-
tos y de sus milagros, los japoneses han
logrado, en cuarenta y cinco años de es-
cuela sin Dios, los beneficios del poder
humano alcanzado por el Occidente en
los últimos cinco siglos, con el empleo si-
— 45 —
multáneo de los procedimientos mágicos
y de los métodos científicos, fruto no al-
canzado por los cristianos de Abisinia en
quince siglos de protección divina sin
ciencia humana.
Las religiones son distintas, porque las
verdades ideales, á diferencia de las ex-
perimentales, son de la misma natura-
leza de las ilusiones, como lo insinúa
Taine, cuando dice que «una doctrina no
nos gusta, porque la creemos verdadera,
sino que la creemos verdadera porque
nos gusta», y nos gusta, porque nos han
prehabituado á esa y no á otra. Y con-
sistiendo en una clase ó forma diferente
de andiamaje de utopia fósil para la con-
ducta^ erigida en lecho de Procusto para
la razón humana, por la ubicación del
origen del bien en los símbolos, los dog-
mas y los ritos, las diversas teologías
hacían consistir la civilización en la sim-
ple conversión de los bárbaros, en lugar
de todo lo que hoy se designa con la pa-
labra educación.
La Historia Sagrada, tejida por sacer-
— 4íí -
dotes guerreros, se desenvuelve sobre
esta inteligencia del hombre y del mundo
como regidos por poderes mágicos, que
el pueblo de la antigüedad, que ignoraba
más completamente el poder de la edu-
cación y de la inteligencia humanas, y
que por esta causa inventó la teocracia y
las guerras religiosas, contagió al cris-
tianismo y al islamismo, salidos de su
seno.
Entendiéndose que el bien y el mal, la
dicha y la desdicha de los hombres, no
provenían de las aptitudes y de las inep-
titudes de los hombres, sino de las apti-
tudes y de las ineptitudes de los dioses,
la civilización no consistía en hacer la
guerra á la ignorancia, á la miseria, á la
iniquidad, al dolor, al despotismo, sino
en hacer la guerra á los falsos dioses y á
los dioses malos, en defensa de los ver-
daderos y los buenos, para rendirles per-
petuo culto en la imbecilidad perpetua^ á
fin de conseguir, en compensación, la di-
cha perpetua.
Y cuando los representantes mismos
— 47 —
de los dioses buenos están en el estado
natural de imbecilidad, sagrada ó profa-
na, desempeñan fatalmente su rol divino
con los materiales mentales de que están
hechos el diablo y el infierno, porque son
los únicos que tienen. «Que solamente lo
que tenemos adentro podemos verlo afue-
ra», dice Emerson, y los diablos, las bru-
jas y los fantasmas que los hombres ven
en todas partes á donde van, son las que
el folk-lore y la enseñanza religiosa les
han metido dentro del espíritu, y como
tampoco podemos dar á los otros sino
aquello de que estamos sobrados, los po-
bres de espíritu, ungidos con la verdad
divina y repletos de terror del mañana,
sólo podían dar el terror del infierno, de
que estaban rebosantes.
En esas condiciones, los mismos sacer-
dotes cristianos, con el espíritu incubado
en esos invernáculos de pesimismo que
ellos llaman «ejercicios espirituales», lle-
gaban fácilmente al máximum de incon-
secuencia con el sermón de la montaña,
torturando ó quemando vivos á los otros
— 48 -
cristianos porque estaban en el máximum
de indigencia mental para comprender
la regla de oro de la conducta: «no hagas
á los otros lo que no quisieras que te hi-
ciesen á ti», y hacían innecesario el ofi-
cio del diablo en la tierra, enviando ellos
mismos el 90 por 100 de las almas de su
rebaño de ñeles al infierno á hacerle com-
pañía al demonio.
Pues como el bajo, que sólo puede en-
tonar una partitura de tenor en su regis-
tro de bajo, en el Dios de bondad y de
severidad, de esperanza y de temor, de
pesimismo y de optimismo, y en esos
mundos de cielo, purgatorio é infierno á
perpetuidad, los pobres de espíritu sólo
podían conjugar, con su indigencia de
sentimientos y de luces, la severidad, el
temor, el pesimismo, el purgatorio y el
infierno á perpetuidad.
Y de esa infeliz combinación de cir-
cunstancias salieron las atrocidades ecle-
siásticas de la Edad Media y de los tiem-
pos modernos, las atrocidades políticas
del terror jacobino en Francia y del te-
^ 49 -
rror federal entre nosotros, porque la
discordancia entre la excelencia intelec-
tual de las partituras y la indigencia
mental de los ejecutantes en los jacobi-
nos, recién nacidos del despotismo á la
libertad, en los inquisidores encandi-
lados por el obscurantismo, y en nues-
tros federales analfabetos de la libertad
política, hizo, respectivamente, el cris-
tianismo, el liberalismo v el federalismo
abominables.
De ahí que «el Dios de los cristianos»
no sea, ni haya sido jamás, la misma cosa
en dos regiones ó en dos momentos dife-
rentes, sino menos fúnebre, tétrico, so-
lemne, intolerante, iracundo, cruel, im-
placable y vengativo, cuando, donde y á
medida que el hombre se hace, por otros
conductos, más tolerante, optimista, ins-
truido, ecuánime, sociable y despren-
dido.
Tal fué el origen de la «crueldad cris-
tiana», que fué la característica inmoral
de la Edad Media, pues el ayuno, las pri-
vaciones, la suciedad deliberada para el
i
- 50 -
«olor de santidad», el cilicio, las flagela-
ciones, el tormento y la hoguera, no fue-
ron más que los corolarios del dogma de
la expiación del pecado por el sufrimien-
to. Viceversa, la cultura intelectual y el
empleo industrial de las fuerzas natura-
les en sustitución de las fuerzas huma-
nas, y las amenidades de la vida contem-'
poránea, engendran en el espíritu del
hombre, en situación confortable, el de-
seo natural del bienestar de los otros, y
así la técnica v los ideales humanitarios
constituyen el nuevo andamiaje intec-
tual, desde el cual han sido construidos
los pisos superiores de la moral humana;
el sentimiento de la solidaridad de los
hombres, enfrente de la comunidad de
los bienes y de los males, por la conta-
giosidad inherente á los vicios y las en-
fermedades; por la repercusión de las
maldades de los unos en los otros; por la
disfrutabilidad común de las ideas y los
sentimientos generosos, de las amenida-
des, las luces, las ciencias y las artes de
cada uno por los otros pueblos.
- 51 —
Y, eu resumen^ la hechicería, el tabú y
la magia, son los primeros artificios inte-
lectuales con que los hombres intentan
sustraerse al mal: el primer expediente
defensivo, sugerido umversalmente por
la naturaleza interior en reacción contra
la acción de la naturaleza exterior. El
segundo artificio lo constituyen los espí-
ritus buenos, cuyos servicios se piden y se
pagan como los del médico, sin relación
alguna con la condición ó la calidad mo-
ral del necesitado, como en el caso del
ratero napolitano que se encomienda pre-
viamente á la Madonna, para asegurar
su concurso en el golpe que tiene en
mira, hasta que, finalmente, se hace in-
tervenir al elemento moral, para condi-
cionar por él el intercambio de servicios
entre los seres reales y los seres imagi-
narios, que llega por esa vía á condicio-
nar las relaciones de los seres reales
cuando adquiere un valor económico
igual ó superior al del oro mismo en el
crédito mercantil.
Las religiones que han constituido el
- S2 -
andamiaje para la construcción del sen-
tido moral, y que han sido, como el des-
potismo y la esclavitud, útiles y necesa-
rias en su momento, siendo el feudalismo
del espíritu, se tornan, como la esclavi-
tud, la servidumbre y el despotismo, in-
útiles ó perjudiciales, cuando su momen-
to ha pasado. Para hacer el edificio es ne-
cesario hacer el andamio, y una vez con-
cluido el edificio, es necesario demoler el
andamio, que se ha vuelto estorbo.
Debemos á los diablos y á los dioses, á
las brujas, álos sacerdotes, álos esclavos
y á los tiranos nuestros sentimientos mo-
rales, como debemos nuestra experiencia
á nuestros errores y porrazos y á los ca-
dáveres el secreto de la salud, como de-
bemos la cruz roja y el pacifismo á los
horrores de la guerra; pero la fuerza y
el miedo, la religión y la guerra, que han
desempeñado para el orden moral de la
humanidad, en la infancia de la civiliza-
ción, el rol del ama de cría para el niño
sin dientes y del látigo para el adoles-
cente sin experiencia, no podrían perpe-
— 53 —
tuarse sobre la humanidad moralmente
adulta, sin aniñarla á perpetuidad, como
aniña al esclavo adulto el látigo que edu-
ca al niño á ser hombre.
Porque el adulto que teme al diablo
como el niño teme al cuco; el que encien-
de velas á un santo para que sane á un
enfermo; el que le reza á una imagen
para que llueva; el que hace promesas á
una virgen para que ésta le haga un mi-
lagro, tiene, para esos fenómenos del
mundo, la misma trocha mental del niño
que espera los juguetes que le traerán los
Reyes magos en la Nochebuena.
Debemos nuestra capacidad moral de
conducirnos á los terrores religiosos y á
los terrores laicos , y no se las debe el
que no tiene la capacidad de conducirse
sin ellos. Los que todavía están en la es-
cuela de la sujeción, del sufrimiento y de
la inexperiencia, no deben la libertad, el
confort y la experiencia de que carecen á
aquellos de quienes no las han adquirido.
Las religiones son artificios intelectua-
les para el mejoramiento de la condición
— 54 -
del espíritu humano en un pueblo, en una
secta, en una casta, por una coordinación
de terrores y esperanzas ilusorios, eri-
gidos en brújula y en faro de la conducta
en el mar de la vida social. Y los diablos,
los dioses y los dogmas son las muletas
espirituales del hombre tullido para el
pensamiento y la acción por la imbecili-
dad original.
Suscitando en el individuo, por el cul-
tivo simultáneo de la inteligencia y del
sentimiento, el amor á la verdad, á la
belleza y á la gracia, y la posibilidad de
buscarlas por el trabajo, la bondad y la
libertad, la educación empieza á ser un
método para la exaltación de la vida en
la especie humana, por el acrecenta-
miento del capital de ideas, del caudal de
conocimientos, del registro de emociones,
de la gama de sentimientos, que propor-
cionan cada vez más variadas y mejores
oportunidades para el empleo de las ener-
gías humanas en el transcurso de la vida,
y que son aquello de que depende que un
hombre ó un pueblo sean diferentes, y
— oo
mejores ó peores, más felices ó más infe-
lices que otro hombre ú otro pueblo*.
Y la técnica, que representa para el
hombre moderno un poder auxiliar efec-
tivo, mil veces mayor que el poder ima-
ginario de los genios de los cuentos orien-
tales y que el de los santos de las leyen-
das medioevales, la técnica es el mesías
de incógnito; el redentor positivo de la
humanidad, el medio de suprimir la bar-
barie, que no proviene del error en la
elección del dios y del credo, sino de la
necesidad de comer para vivir y de no
saber encontrar la subsistencia propia sin
perjuicio de la ajena, porque el hambre
no es extirpable con dogmas y ritos, sino
con máquinas de producción y de trans-
porte.
La moral, como la música, una vez ela-
boradas, se conservan y se acrecientan
por su propia virtualidad, educando la
una el sentido moral como la otra educa
el sentido musical de las generaciones
subsiguientes, como las artes plásticas
educan el sentido estético, ó las artes li-
- 56 —
terarias el gusto literario. La cultura de
una generación hace la cultura de la ge-
neración siguiente, del propio modo que
la barbarie hace la barbarie. Y si la es-
tética también fuese policialmente obli-
gatoria, como la ética, también perdería
por un lado lo que ganase por el otro;
también seria degradada por el despo-
tismo y envilecida por el servilismo, la
hipocresía y la simulación.
Cada sociedad es un conservatorio de
moralidad y de inmoralidad, de ciencia
y de superstición, de racionalismo y de
misticismo, de optimismo y de pesimismo,
en diferentes proporciones relativas, que
constituyen el ambiente en que se modela
el espíritu de las generaciones nacientes,
ambiente que permanece estacionario ó
que cambia en un sentido ó en otro,
cuando el equilibrio precedente se man-
tiene ó se rompe. Así la sociedad medio-
eval fué el producto genuino de la teolo-
gía, la providencia, el milagro y el direc-
tor espiritual, como la sociedad moderna
es el producto de la filosofía, la libertad
— Oí —
de pensamiento, la educación, el jabón, el
carbón, el vapor y la electricidad, que
son la nueva providencia del hombre ci-
vilizado.
En el orden de los progresos sociales,
lo que es normal en una época se vuelve
anormal en la siguiente, y cesa, y llega á
parecer incomprensible á las generacio-
nes ulteriores, y lo que es inimaginable
en una época llega á ser hacedero y nor-
mal en épocas posteriores. Pero en el
mismo instante, cada individuo está, aun
en la misma sociedad, en una época men-
tal, diferente de la de los otros, y los que
viven esclavos de las supersticiones re-
ligiosas, V. gr., no pueden imaginarse que
se pueda vivir decentemente sin ellas, ni
los que están emancipados de ellas pue-
den explicarse que se pueda vivir volun-
tariamente esclavo de ellas.
La idea de la abolición de la esclavi-
tud, que costó á los americanos del Norte
un millón de vidas y tres mil millones de
dollars, habría parecido monstruosa é in-
comprensible á los coetáneos de John
— 58 —
HawkinS; el famoso, honesto y piadoso
marino cristiano, iniciador del comercio
de negros, que, sintiéndose orgulloso de
haber procurado á su país un tráfico tan
propicuo, cuando fué ascendido á caba-
llero por la reina Isabel, adoptó para su
escudo de armas la figura de un negro
cautivo amarrado con una cuerda.
Del mismo modo, la idea de que pueda
llegar un tiempo en que sea innecesaria
la explotación del trabajador, es todavía
incomprensible en nuestra era capita-
lista. Observando los progresos de la
China, decía Mr. Dooley: «presiento que
va á llegar un tiempo en que tendremos
que tratar decentemente á los chinos.»
Si fuésemos capaces de presentir que se
aproxima el tiempo en que tendremos
que tratar decentemente á los obreros,
podríamos empezar á tratarlos decen-
temente desde ahora, y eso sería un in-
menso bien para ellos y para nosotros.
m
Masculinisfflo y feminismo.
Si dijéramos que las ideas y los senti-
mientos del hombre civilizado son sobre-
naturales ó menos naturales que las ideas
y los sentimientos del hombre salvaje,
tendríamos que decir también que las flo-
res del cactus ó de orquídea son menos
naturales que sus espinas ó sus raíces.
Pero el hacha de piedra, la flecha y el
bumerang, no han salido de poderes na-
turales, y la Venus de Milo, el sermón de
la montaña, los dramas de Shakespeare,
el ferrocarril, el telégrafo, el automóvil
y el aeroplano de poderes extranatura-
les, sino éstos y aquéllos de las mismas
aptitudes naturales en diferente grado de
desarrollo .
— eo —
Y el primer pueblo de la antigüedad
que procuró asentar sobre el desarrollo
de esas aptitudes naturales las institucio-
nes sociales, haciendo de la educación de
los ciudadanos una función del Estado,
es el que ha hecho los más grandes lega-
dos científicos, literarios, filosóficos, po-
líticos y artísticos á la civilización, á la
que sólo han aportado supersticiones los
pueblos que edificaron la moral y la vida
social sobre los poderes extrínsicos al
hombre y al mundo, antes ó después de
los griegos y de los romanos.
Por esto, cuando tomó consistencia en
la filosofía griega la concepción de la in-
mortalidad del alma, en concordancia
con la excelencia mental, Aristóteles la
negó á los esclavos y á los bárbat'os, con-
siderados en la misma condición de las
bestias, por la misma ausencia de calida-
des mentales superiores, y de las que
tampoco están diferenciados los salvajes
caníbales de nuestros días, que tampoco
tienen acomodo en ninguna de esas resi-
dencias para la vida de los muertos, que
- 61 -
ha sido necesario inventar, por la impo-
sibilidad de vivir una especie cualquie-
ra de vida en ninguna parte, y á los que
no sería justo echarlos al inñerno, ni se-
ría prudente enviarlos al cielo con el
alma de caníbal que tienen.
La trascendentalidad que los reforma-
dores filósofos acordaron á la distinción
intelectual, fué transferida por los refor-
madores teológicos del ingenio á la man-
sedumbre, de la inteligencia creadora á
la inteligencia creyente en las revelacio-
nes divinas, que ocuparon el lugar ex-
celso de la perla en la mente rebajada al
rol de la ostra, en esa combinación de
natural y de sobrenatural.
Y de este modo se produjo una solu-
ción de continuidad en la evolución de la
imbecilidad al ingenio, que son la misma
cosa en diferente estado y con distintas
propiedades, como el carbón y el diaman-
te, como la arena y el cristal.
Pues del mismo modo en que existen
la voz masculina y la voz femenina en la
garganta humana, existen también el
— 62 —
modo masculino y el modo femenino en
la inteligencia humana, lo que no quita
que haya mujeres con inteligencia macho
y hombres con inteligencia hembra, y lo
que explica que haya más genios, entre
los hombres que entre las mujeres, y que
ningún hombre de genio apareciera en el
mundo desde el siglo ni hasta el xui
de la Era Cristiana, porque en este pe-
ríodo estuvo encadenado por las diver-
sas revelaciones divinas el pensamiento
humano, que es la galladura fecundante
del tiempo.
Pues mientras la civilización greco ro-
mana fué una civilización masculina, de
razón, de pensamiento y de acción, que
creó la libertad, el derecho y la justicia,
las Bellas Letras y las Bellas Artes, la ci-
vilización cristiana fué una civilización
femenina de sentimiento, de resignación
y devoción, por la glorificación del dolor,
que creó la fe, la esperanza y la caridad,
el pudor, el favor, la expiación y el arre-
pentimiento, el derecho divino y la teo-
cracia, quitando á la mente y confiriendo
al corazón la regencia de la conducta, al
erigir la pobreza de espíritu y la sumi-
sión pasiva al orden providencial, en ta-
blas de salvación para las almas en el
mar de la vida.
Producto de la función, la siquis se des-
arrolla en la medida, en el modo y en la
dirección de la función^ y cuando en el
estado primitivo, abusando el hombre de
su situación, transfiere por pereza á la
mujer y al niño, todas ó la mayor parte
de las funciones que le corresponden en
la comunidad originaria, sacrificando el
porvenir de los suyos á su propio presen-
te, queda anulado el desarrollo de la res-
pectiva siquis en los dos sexos, por inejer-
citación de la función propia en el sexo
activo, por la ejercitación de la función
impropia en el sexo pasivo, no pudiendo
prosperar las aptitudes varoniles en la
mujer, que asume las funciones del hom-
bre para la sustentación de la familia
salvaje, en perjuicio de la prole, que su-
cumbe en su mayoría á la adversidad
consecutiva del ambiente social, y así
^ 64 -
desheredada^ en la minoría que sobre-
vive, de todas las posibilidades acrecen-
tables y no acrecentadas, queda en la
misma condición animal de los padres,
como es también la necesidad de explo-
tar prematuramente, para la sustenta-
ción de la familia indigente, las energías
incipientes del niño ineducado, lo que
mayormente impide el adelanto social de
las clases menesterosas en las sociedades
civilizadas.
La inteligencia se forma y se deforma
por adaptación al medio, siendo el am-
biente el medio extensivo y la escuela el
medio intensivo. La diferencia entre la
educación racional y la tradicional, con-
siste en que la primera hace del intelecto
un instrumento de trabajo mental, y la
segunda solamente un andaribel de man-
damientos y rutinas, que gravitando na-
turalmente con más eficacia sobre los
más achatables, centuplican la prepoten-
cia del cacique, del hombre excepcional
sobre el hombre común, mayormente
despojado de sus aptitudes masculinas,
— 65 —
«castrado de la inteligencia», como dice
Sergi, lo mismo en España y en Sud- Amé-
rica que en Marruecos, salvo la diferen-
cia de grado, por la persistencia en las
primeras de un liberalismo que á lo me-
nos ha impedido que el África empezase
en los Pirineos, si bien haya padecido
también de la ausencia de las aptitudes
que no se ejercitan bajo la tutela del al-
tar y del trono.
Aprovechándose de la pasividad men-
tal natural de la mujer, el salvaje le ad-
judica las cargas y se reserva los ocios
de la vida, y aprovechándose de la re-
signación cristiana del siervo y del villa-
no en la Edad Media, la nobleza y el
clero les adjudicaron todos los trabajos
y las penalidades, y se reservaron el re-
poso y los esparcimientos de la vida so-
cial ó conventual, sobre la doctrina ecle-
siástica de la predestinación por el naci-
miento^ para mandar y disfrutar los
unos, para sudar y obedecer los otros,
con cargo de resarcimiento en el más allá.
El suelo no vale para la sustentación
5
— 66 —
del hombre por el patriotismo ó el fana-
tismo del ocupante, sino por lo que puede
hacerle producir la inteligencia del ocu-
pante, y los pueblos que han descuidado
ésto para cultivar aquéllo están, por eso
mismo, á la cola de la civilización hu-
mana.
«La Naturaleza ha dado á cada sexo su
destino particular, porque las cosas son
tanto más perfectas, cuanto sirven no
para muchos usos, sino para uno solo»,
dice Aristóteles, y porque hacer á las
mujeres, física ó mentalmente, iguales á
los hombres, hubiese sido lo mismo que
no hacer mujeres, y sin las mujeres el
mundo sería una pamplina para los hom-
bres.
Pero usos diferentes y correlativos re-
claman perfeccionamientos simultáneos
y concordantes, porque una mujer infe-
rior no puede ser la otra mitad de un
hombre superior, y viceversa, porque
la parte de cada cónyuge, que no en-
cuentra correspondencia en el otro,
queda célibe y tiene que buscar fuera
— 67 —
del hogar la hospitalidad que no encuen-
tra en él.
Prevaleciendo en el hombre la razón —
que es luz que alumbra sin calentar — y
en la mujer el sentimiento — que es fuego
que calienta sin alumbrar, — el máximum
de posibilidades de la dicha común re-
sulta de la compenetración del hombre
por la mujer y de la mujer por el hombre.
Un indio ona, traído de la Tierra del
Fuego para la exposición del 98, en Bue-
nos Aires, estimaba su plan de vida me-
jor que el nuestro, porque «allá mujer
haciéndolo todo, v hombre sentáte no
más — decía él, — y aquí hombre hacién-
dolo todo y mujer sentáte no más».
En esta combinación queda malograda
la parte masculina en el capital de ener-
gías de la célula humana para la vida so-
cial, y la familia subsiste solamente por
el esfuerzo de la mujer. En la combina-
ción opuesta, en la mujer sustraída á las
actividades de la vida social, queda ma-
lograda la parte femenina, y así, mien-
tras los orientales se aburren soberana-
— 68 —
mente en el desierto espiritual del harén
con sus recuas de mujeres, ociosas, abu-
rridas y analfabetas, compradas á menu-
do como las coles en el mercado, y cus-
todiadas por hombres en quienes se ha
hecho la más vil degradación de la espe-
cie, todas desiguales por las formas del
cuerpo y el color de la piel, todas igua-
les por el espíritu en blanco, nosotros ha-
cemos en una sola mujer un harén de
ideales y sentimientos, en el que encuen-
tran hospitalidad y correspondencia to-
das las cosas que bullen en la mente, to-
das las emociones que agitan al corazón.
IV
El Renacimiento.
Sucede que las ideas tienen progenito-
res, como todos los seres v todas las co-
sas; las ideas son la prole engendrada
por el pensamiento en la mente; las ideas
surgen, como los compuestos químicos,
de la cópula de dos ó más elementos dis-
tintos y afines; las ideas nacen, como las
gentes, del matrimonio de dos ideas dife-
rentes y precedentes, sólo que ellas son,
casi siempre, hijas de padres desconoci-
dos, unidos en connubio secreto en el
cuarto obscuro de la subconciencia.
En la génesis de las ideas, como en la
génesis de los hombres, sin aproximación
y fecundación no puede haber nacimien-
to. Pero en el reino ideal existe también
— To-
la propagación por escisiparidad, que es
propia de esas especies inferiores del rei-
no animal, que se multiplican sin conjun-
ción sexual, por simple tradición de la
vida del organismo troncal á las partes
segregadas para constituir nuevos orga-
nismos, en una serie de seudo-generacio-
nes, al cabo de las cuales la especie
vuelve á reconstituirse por fecundación
bisexual.
Del mismo modo, en la vida síqui-
ca las mismas ideas pueden propagarse
indefinidamente, pasando de la mente
de los padres á la mente de los hijos,
por simple tradición, á la de los extra-
ños por simple inculcación ó conver-
sión, sin fecundación, sin reengendra-
miento, resultando así la unisexualidad
mental, religiosa ó laica: «la pavorosa
unidad, bajo la cual el imperio romano
hizo perecer á la civilización antigua»,
como dice Renán, porque esa unidad for-
zosa, en la que los imperios islámicos y
el imperio católico español, que le suce-
dieron en el poderío, buscaron también
— TI-
SÚ salvación v encontraron también su
ruina; esa unidad era la proscripción del
cisma futuro por el cisma pasado, era el
cisma crucificado, que se había conver-
tido en ortodoxia crucificante; era el en-
cadenamiento del cisma^ que es el ángel
guardián de la civilización, al cual debe
el imperio británico cismático el haber
escapado al infortunio de sus predeceso-
res^ tomando el camino opuesto, en lo
que se llama «el gobierno de la oposi-
ción», que es el gobierno del progreso
sustituido al gobierno de la tradición, que
«reina y no gobierna», á la inversa de la
Rusia, la Turquía y la España, donde la
tradición reina y gobierna. Esa fórmula
inglesa fué también la adoptada desde
1868 por los vencedores de los chinos y
los rusos: el gobierno del progreso, bajo
el reinado de la tradición, á la inversa
de las repúblicas hispano-americanas, en
las que gobierna todavía la tradición,
donde todavía gobiernan los frailes ó sus
hechuras.
En un caso la mente del hombre es un
— 72 -
simple almacén de pensamiento en con-
serva, V en el otro es un laboratorio de
pensamiento de refresco, lo que no fué
viable hasta el advenimiento de la Re-
forma, en que hubo por lo menos á don-
de emigrar cuando se cambiaba de pa-
recer.
La Grecia de las letras y las artes es,
seguramente, el fenómeno más intere-
sante de la historia antigua, porque es el
que tiene más analogías con el presente.
Mientras el espíritu humano languidecía
en los grandes imperios de la India, de
la China, de la Persia y del Egipto, bajo
la ortodoxia de las respectivas supersti-
ciones reinantes, el ateniense, que jamás
estaba seguro del día siguiente, produ-
cía con una espontaneidad que nos asom-
bra, dice Renán.
¿De qué provenía esa fecundidad ex-
cepcional, ausente hoy de los griegos que
habitan ese mismo suelo? Desarticulados
en un semillero de minúsculas democra-
cias que se disputaban el territorio, cons-
tituidos por un semillero de facciones que
— 73 —
se disputaban el reducido podei% los he-
lenos tenían dioses municipales y care-
cían de autoridades nacionales. Por esta
Inestabilidad, Federico el Grande pro-
nosticaba la ruina de la Inglaterra gober-
nada por los partidos de la calle y los
oradores del Parlamento. Pero el Go-
bierno de Atenas era menos que eso to-
davía: era el Gobierno de los charlata-
nes de la plaza pública.
Y si todas las circunstancias ordina-
rias eran adversas, ¿cuál ha sido, enton-
ces, la circunstancia excepcional que ha
producido los resultados excepcionales?
Es que, precisamente, todas esas circuns-
tancias eliminaron á la más perjudicial
de todas, á la estabilidad del pensamien-
to en la ortodoxia intelectual. Nada era
estable, y el pensamiento de un filósofo
ó de un artista engendraba otra filosofía
ú otro arte en el espíritu de otros pensa-
dores, de otros estetas, ensanchándose
así el caudal espiritual de las generacio-
nes subsiguientes.
Por el contrario, proscrita bajo el cris-
— 74 —
tianismo en el poder, la originalidad in-
telectual, la especie humana se propaga-
ba por el renacimiento de las personas,
y el pensamiento sólo por el trasiego de
las ideas añejas á las mentes nuevas, co-
existiendo paralelamente la fecundidad
genésica y la infecundidad síquica. Supri-
mida la cruza del pensamiento cesaron las
invenciones y los descubrimientos^ y la
inteligencia humana sólo pudo dar á luz
esos hijos monstruosos delincesto intelec-
tual, que son los diablos, las brujas, los
duendes, los Íncubos, los fantasmas, los
aparecidos, las ánimas penantes, la ni-
gromancia y la magia.
La parálisis de la civilización china
por el aislamiento en la filosofía de Con-
fucio, coagulada en rutinas mentales; la
de la civilización europea en los prime-
ros diez siglos del cristianismo dominan-
te; la de los árabes y los turcos en el isla-
mismo hasta el presente, no son más que
formas diferentes de escisiparidad inte-
lectual por retransmisión de los compo-
nentes viejos á los individuos nuevos, sin
— 7o —
recreación de nuevos inquilinos del espí-
ritu humano.
Por la propagación de la filosofía grie-
ga, favorecida por la invención del papel
y de la imprenta^ se inicia el concubinato
del pensamiento pagano con el pensa-
miento cristiano, que son los progenito-
res de la civilización moderna. Y re-
constituida así la regeneración del pen-
samiento por fecundación bisexual^ los
inquilinos de la mente volvieron á proce-
der del nacimiento; y este período en que
el espíritu humano recomienza á engen-
drar prole espiritual, después de diez si-
glos de alojar por tradición los mismos
huéspedes en la mente, es lo que con
toda propiedad se denomina el renaci-
miento.
Este es el complemento de la idea de
Buckle, que atribuye el progreso al des-
envolvimiento de la inteligencia, y de la
explicación de Robertson, según la cual,
el progreso resulta del contacto de civili-
zación diferentes, y también la explica-
ción del mavor adelanto de la América
— 76 —
del Norte por la mayor difusión del pen-
samiento laico; y del mayor atraso de la
España, aun sin libertad de cultos, y de
la América española, por la mayor con-
tinuidad del celibato intelectual; del pro-
greso final de la República Argentina
por la libertad de cultos y el desenvolvi-
miento de la herejía, con la instrucción
laica y la inmigración europea. Esto ex-
plica cómo las ideas, las invenciones y
los descubrimientos no pueden acontecer
en las tribus salvajes, en los pueblos
atrasados, en las poblaciones fanáticas.
Porque las religiones se proponen es-
camotear los usos de la razón humana,
con el empleo de los dogmas sacrosantos,
remediando la imbecilidad y la ignoran-
cia con esas pildoras de sabiduría infusa,
que son los preceptos morales, reducen á
la simple conversión de los infieles y de
los salvajes (art. 67 in 15 de la Constitu-
ción argentina) el problema de la civili-
zación, que consiste en la educación del
individuo, y el europeo fué bárbaro du-
rante los quince siglos en que estuvo con-
- 77 —
vertido y no estuvo educado , como son
bárbaros los musulmanes, como fuimos
bárbaros nosotros en la época de Quiro-
ga, Rosas y Aldao, porque también está-
bamos convertidos á la religión de nues-
tros padres y tampoco estábamos educa-
dos para la higiene del espíritu y del
cuerpO; que será la religión de nuestros
hijos.
El Renacimiento reintrodujo furtiva-
mente en el Occidente, con el rol activo
de la mente, la antorcha del progreso,
que viene disipando las tinieblas del os-
curantismo; pero en España, donde la
civilización árabe había alcanzado su
más alto y excepcional esplendor, del que
subsisten aún monumentos insuperados^
todas las posibilidades de la situación
geográfica y del descubrimiento de un
nuevo mundo, se malograron al empezar
la era de la renovación intelectual, que
ha producido las formas modernas de la
vida, porque en lugar de la Reforma
aconteció en ella la recrudescencia de la
resignación cristiana y cuasi musulmana?
— 78 —
la reincidencia en el empleo medioeval de
los santos y de las reliquias, como agen-
tes de la salud en la tierra y de la felici-
dad en el cielo.
Y el libre pensamiento, el Mesías de
incógnito, que traía en la libertad, la
curiosidad y el método experimental, las
posibilidades indefinidas para la justicia,
la sensatez, las Ciencias y las Artes, la
benevolencia y la fraternidad, fué entre-
gado por los Reyes Católicos á las torturas
del Santo Oficio, y en lugar de la tole-
rancia que hace posible, por la promis-
cuidad, la fecundidad intelectual, hacien-
do tabla rasa de las disidencias menta-
les, por la expulsión de los judíos y de los
moros y la incineración de los herejes, la
intolerancia religiosa hizo la uniformidad
del espíritu español en ese primo herma-
no del fatalismo musulmán, que llama-
mos el misticismo: «Todo terminaba en
novenas, misas y procesiones para agra-
decer los beneficios recibidos, para pedir
nuevas mercedes, dice Juan A. García...
El esfuerzo humano era un factor inútil,
.... 79 -
condenado á vivir en la inercia, envuelto
por una complicada trama de privilegios
y preocupaciones, por una legislación
detallista y opresora que limitaba las
fuentes de la riqueza y cerraba todo ho-
rizonte al trabajo.»
Y esta es la descripción perfecta de
una sociedad humana en la actitud pa-
siva y femenina de la mente, que nada
espera del ingenio humano descalificado
expresamente por San Agustín; nada de
sí misma, porque todo lo espera del fana-
tismo religioso y de los fantasmas tutela-
res, á los cuales atribuye y retribuye to-
dos los accidentes naturales, excomul-
gando en su nombre á los insectos y á las
bestias dañinas y bautizando ó bendi-
ciendo á los niños, á los muertos, á los
campos, á las plantas y á los animales
útiles, y retardando con estos métodos
mágicos el advenimiento de la pedagogía
que transforma al hombre y de la técnica
que transforma al ambiente.
Para el mejor desempeño de su misión
divina, consistente en combatir al diablo
— 80 -
con las armas de la fe, defendiendo «al
rebaño de las ovejas del Señor contra las
acechanzas del espíritu del mal», la Igle-
sia se instituye en nodriza de la inteli-
gencia humana para alimentarla exclusi-
vamente con la revelación divina por el
biberón del Catecismo, erigiendo la pro-
miscuidad intelectual en crimen de here-
jía, que atribuye á sugestión satánica. Y
cuando el director de la conciencia y el
terror al infierno imaginario, no bastan
para hacer la depuración del pensamien-
to, ante la inundación de novedades,
erige al primero en verdugo de los peca-
dores é implanta el infierno mismo en la
tierra, con fuego y todo. Y cuando se
encuentra, al fin, despojada del poder
temporal por el escepticismo, no pudien-
do ya quemar los libros y torturar á los
pensadores, encierra en el Syllábus á los
últimos creyentes en el diablo y el infier-
no, y arroja el ludex Expurgatorium,
como una tabla de salvación á las almas
naufragadas para la gloria eterna en la
libertad del pensamiento.
V
El maternalísmo.
Se ha dicho que el órgano hace la fun-
ción y que la función hace al órgano.
Consiguientemente, lo que no sea ejerci-
tado en la función quedará indesarrolla-
do en el órgano^ y la inteligencia de cada
sexo y de cada agrupación humana, es-
tará determinada en su cuantía por la
cuantía de la ejercitación, y en las mo-
dalidades de su desarrollo por las moda-
lidades de la ejer citación, en la serie de
generaciones.
Faltarán, por lo tanto, ó serán débiles,
en la inteligencia de la mujer, como en la
del hombre, las aptitudes correspondien-
tes á las funciones excluidas por la natu-
raleza y por las circunstancias sociales,
6
— 82 -
y existirán, ó serán más prominentes las
aptitudes correspondientes á las funcio-
nes más ejercitadas, y á la diversa com-
binación de aptitudes intelectuales y sen-
timentales, de esa manera resultantes en
cada pueblo, es á lo que llamamos su ca-
rácter.
Pues la necesidad de adaptarse á las
circunstancias de la vida, suscita una di-
ferente coordinación de aptitudes para
cada diferente régimen de vida, y del
mismo modo que la abstención perma-
nente del vuelo, en el régimen del galli-
nero, reduce la función de las alas al rol
simplemente decorativo en el ave de co-
rral, la abstención permanente del dis-
cernimiento propio, en el régimen del
pensamiento manufacturado y aprobado
por la censura eclesiástica, reduce las
funciones de la razón humana al rol sim-
plemente declamativo, en el inquilino de
los dogmas infranqueables.
Las capacidades excepcionales, que son
el resorte natural del progreso, la leva-
dura del ir á más, el expediente de la na-
— 83 —
turaleza para romper la uniformidad
aplastadora de las ratinas en que vegeta
por hábito el 94 por 100 de las gentes,
son convertidas por aquel medio en guar-
dianes de la uniformidad tradicional, v
la evolución ascendente del espíritu que-
da frustrada por el quietismo conse-
cutivo.
Tal es el mecanismo del estancamiento
de las viejas civilizaciones del Asia, has-
ta que el Japón importó la ciencia euro-
pea al Extremo Oriente, y de la civiliza-
ción europea durante los diez siglos en
que los excepcionales desempeñaron el
rol de proceres de la rutina religiosa, y
hasta que retomaron su rol natural de
pioneer s del progreso, mayormente re-
tardado en España por la mayor subor-
dinación del entendimiento de las gene-
raciones presentes al espíritu de las ge-
neraciones pasadas, que hizo del indio en
las Misiones jesuíticas el jpendanf del ti-
betano, vale decir, el ser racional trans-
formado en autómata del precepto reli-
gioso.
— 84 —
La cuna de la foca está en la tierra y
su alimento está en el agua. Por esto, la
foca madre pesca y lleva el producto de
sus aptitudes acuáticas á la boca de su
hija en la infancia. El ideal de la foquilla
inexperta es la perpetuación de ese có-
modo régimen providencial de comer pe-
ces sin pescarlos, que la pondría, más
tarde, en el caso de ser madre, á su vez,
y no saber pescar para su prole, incapaz
de procurarse el sustento. Pero á medida
que aumenta con la edad y el apetito de
la chica el peso de la servidumbre que
gravita sobre las aptitudes de la madre,
se debilita en ésta el afecto maternal, y
á hocicazos echa al mar á la hija rebelde
á la ley del trabajo, y le enseña á nadar
y á pescar, para abandonarla, finalmen-
te, á los azares de la lucha por la vida
con sus propias fuerzas.
En la foca rentista, por el contrario, la
carga no pesa mayormente, la solicitud
maternal no se debilita jamás, y quiere
conservar perpetuamente en su regazo
al hijo de sus entrañas, sin echarlo nunca
— 85 -
al mar de la \áda, á nadar y á pescar en
concurrencia con los extraños.
En aquella familia colonial, residuo de
la familia romana en la que el hijo era
propiedad del padre, cuya desaparición
es tan deplorada por los tradicionalistas,
organizada sobre el molde patriarcal, en
la que los servidores y sus hijos, y los
hijos casados y padres de familia, seguían
viviendo como hijos de familia, en la he-
redad común, bajo el techo y la potestad
del padre y abuelo, respectivamente,
todo lo que había demás en subordina-
ción para los viejos, con relación al es-
tado actual^ existía de menos en indepen-
dencia para los jóvenes y adultos, en ac-
tividad social para la vida nacional, y el
hijo de familia moría á menudo^ dejando
viuda y descendientes, sin haber sido y
sin haber sentido jamás las responsabili-
dades del jefe de familia, sin haber deja-
do de ser pupilo en el hogar paterno,
para ser hombre libre en el hogar propio.
Todo tiene su contraparte, y en la pre-
visión maternal, que hace innecesaria la
— 86 —
previsión propia en el hijo mimado , ha-
bituado á dejarse dirigir y á no dirigirse,
á ser servido y á no servirse, á no hacer
por sí mismo lo que pueda ser hecho por
otros para él, ano incomodarse por nadie
y á que todos se incomoden por él, la ma-
dre cariñosa, ahorrando al hijo las co-
rrecciones y prodigándole las satisfaccio-
nes, le bonifica él ahora á expensas del
después, porque su ideal es el de sus-
traerlo á todas las molestias, las res-
ponsabilidades y las incomodidades, á
todos los riesgos, á todas las incertidum-
bres y las eventualidades, vale decir, á
todas las circunstancias que pueden en-
trenarlo, educarlo y experimentarlo para
el rol activo en la vida, porque son al
mismo tiempo las que pueden extraviarlo
y perderlo.
Pero no hay madre más maternal que
«la Santa Madre Iglesia», que sustrae
el espíritu humano á la posibilidad del
progreso para sustraerlo á la posibilidad
del extravío , condenando la libertad del
pensamiento como el más grave de los
— 87 —
delitos humanos; limitando ó encauzando
la energía mental del individuo, desde la
cuna hasta la tumba, por medio de sus
mandamientos y sus gendarmes de la
conciencia, en una rutina mental, como
se encauza el agua en un caño de plomo;
cultivando en la mente sólo el lado emo-
cional, el lado de la fe y la credulidad,
de la resignación y la obediencia á los
gobernantes imaginarios del universo,
perinde ac cadáver^ según la fórmula de
los jesuítas; lo que podríamos llamar el
lado musulmán del espíritu humano, que
reduce á tan poca cosa el estandarte de
la civilización, porque lleva directamente
á la gloria eterna á través del fanatismo,
la barbarie y la miseria interminables.
VI
Las ciencias para ia vida y las cien=
cias para después de la vida.
Defraudado ó contrariado el proceso
de la evolución en el salvaje^ que deserta
su rol en la vida social y frustra el de la
mujer, malogrando el porvenir del hijo,
la descendencia no puede superar el es-
tado originario y se queda en la condi-
ción animal. Excluido el aporte síquico
femenino en la civilización griega; ex-
cluido el masculino con inclusión de la
mujer en la civilización cristiana y con
exclusión social de la mujer en la musul-
mana, tampoco puede proseguir en ellas
integralmente la evolución del mundo
moral, para la cual, el hombre y la mujer,
— Go-
la inteligencia y el sentimiento, no son
fines sino medios, como la cultura, la to-
lerancia y la benevolencia, siendo sus
instrumentos principales el hambre y el
amor, y su principal objetivo la perpe-
tuación de la vida, más palpitante en el
niño, vale decir, la exaltación de la es-
pecie para la conservación de la especie,
de la que el mundo puede contener infini-
tamente más y mejores ejemplares en el
estado civilizado que en el salvaje, y
para cuyo fin, la moral que la naturaleza
misma sugiere á la razón adulta, es el
acrecentamiento de la compatibilidad re-
ciproca entre los individuos, esto es, el
acrecentamiento de la calidad para el
acrecentamiento del número.
La generosidad de la naturaleza, como
la de la buena dueña de casa, consiste en
hacer que la vida sea corta y sabrosa
para cada uno, á fin de que alcance para
muchos comensales, y el egoísmo de cada
comensal en que sea lo más grande y sa-
brosa para él, aunque sea lo más breve
y amarga para los otros. Así éste quiere
- 91 —
uncir la eternidad á su yo, que es lo que
la naturaleza ha separado de la eternidad,
para hacer en él, por el amor que pasa, la
residencia accidental de la calidad acci-
dental, y en consecuencia, todas las fuer-
zas de la naturaleza son utilizables para
este fin, y ninguna para aquél.
Y porque las ciencias y las artes natu-
rales sirven al desenvolvimiento de la
especie creadora del mundo moral, en el
sentido v con los recursos de la natura-
leza, y las ciencias y las artes religiosas
sirven á la gloria de los profetas y de los
credos, en sentido diferente ú opuesto al
de la naturaleza, la fecundidad de la ac-
ción humana en el mundo acompaña á
las primeras y la infecundidad á las se-
gundas^ ventaja incomparablemente ma-
yor que la de todas las organizaciones
eclesiásticas, y en la que no pensó Macau-
lay, cuando imaginaba su neozelandez,
contemplando desde el puente de Londres
las ruinas de la ciudad en que surgió el
novum organuiiiy progenitor de los de-
rechos del hombre, de los sueros, de la
— 92 —
telegrafía sin hilos, de los ferrocarriles,
de la navegación á vapor, y de la lim-
pieza, que inventó Lister, y que salva
cada año un número de vidas mayor que
el total de las que Napoleón mató en todas
sus guerras, como dice Grorham, y lo que
fué ciertamente más importante que ha-
cer brotar el agua de una roca para una
tribu de israelitas sedientos, ó resucitar
á un muerto que no valía un comino y ha
servido de pretexto para las más grandes
' matanzas de la era cristiana y musulma-
na, para el decreto del Santo Oficio que
condenó á muerte á toda la población
de la Holanda, y para que los mejores
hombres de la humanidad fueran podri-
dos en los calabozos ó quemados vivos
en la hoguera, por delito de herejía ó de
incredulidad.
Por lo demás, el hecho de la muerte,
que es el núcleo generatriz de los poderes,
de los temores y de los deberes fúnebres,
es un hecho natural, tan natural como el
hecho del nacimiento, y después de éste
lo mejor que hay en el mundo, en cuanto
— es-
es la previa seguridad de la terminación
de todos los males irremediables.
La transmutación de la vida termina-
ble en vida interminable, es la enmienda
del hombre á la naturaleza: la enmienda
peor que el soneto. Porque la naturaleza
se dirige por el curso propio de sus ener-
gías á edificar progresivamente en el
hombre animal al hombre moral, por
el desenvolvimiento de la inteligencia y
del sentimiento hasta las más altas cum-
bres de la excelsitud, á las cuales lo lle-
van las religiones fuera de la vida y del
mundo, por la parálisis de los resortes de
elevación en el mundo.
Entretanto, de la eterna primavera del
corazón humano han brotado todas las
amenidades de la vida social, y del es-
calofrío del eterno ocaso del espíritu han
salido los pavores del misticismo, que
secuestran al anacoreta en su caverna,
y mantienen al fraile y á la monja en su
celda solitaria, prisioneros de sus propios
terrores por inferencia melancólica del
más allá de la vida.
— 94 —
El mundo moral es la creación especí-
fica del espíritu humano, pero todos los
caminos para ir adelante por la investi-
gación científica estaban clausurados,
dice Huxley, por este aviso: «Es prohi-
bido pasar. Por orden superior. Moisés.»
Durante los diez y siete siglos de orto-
doxia cristiana, la cruz colocada sobre
las iglesias ha representado esta adver-
tencia»: «Es obligatorio creer; está prohi-
bido pensar; se recomienda sufrir, llorar
y rezar.»
Y en resumidas cuentas, ¿qué es, en
concreto, este fantasma de la perpetui-
dad de la vida, que ha salido de la mente
para convertirse en parricida del pensa-
miento?
vn
La vida ütil.
Lo propio de la vida es la intermiten-
cia entre el ser y el no ser, entre la vi-
gilia y el sueño, entre la ejercitación y la
reposición de la energía, y lo propio de la
dicha, en razón de la energía que pone
en actividad, es ser tanto más fugaz
cuanto más intensa, vale decir, que es la
menos eternizable de las cosas, y por
otra parte, las energías que no se em-
plean y las penas giradas sobre la eter-
nidad, son como las gotas de llu\áa que
caen sobre el mar, como las horas vacías
que se van perdidas en la inmensidad del
tiempo.
La vida de relación es una sucesión de
accidentes pasajeros, que parecen una
— 96 —
duración sólo por una ilusión de la con-
ciencia, á causa de que la memoria retie-
ne la impresión de los momentos pasados
conjuntamente con la de los presentes,
en la misma manera en que, por una ilu-
sión de óptica, el movimiento de un punto
luminoso en el espacio obscuro produce la
impresión visual de una línea luminosa,
que no existe en el espacio.
Nuestra existencia de ayer, con sus
dichas y sus desdichas, no existe ya en
ninguna parte, y nuestra existencia de
mañana no existe aún en el tiempo; pero
la primera existe como representación en
nuestra memoria, y la segunda como an-
ticipación en nuestro deseo, y uniéndose
en el espíritu sobre el momento presente,
lo que ya no es, lo que es y lo que to-
davía no es, como se unen en un pano-
rama artificial las figuras en especie real,
con las figuras en representación colo-
reada, hacen esa manera de sensación
panorámica de la propia vida, que lla-
mamos el yo, compuesta de recuerdos,
de actualidades, de presentimientos, de
— 97 —
temores y de esperanzas, y también, á
veces, de fantasmagorías, constituidas
por los respectivos purgatorios, infiernos
y cielos imaginarios, con sus criaturas
atormentadas, sus condenados en mar-
tirio perpetuo, sus diablos en forma de
hombres con cuernos y cola, y sus bien-
aventurados con cara de tilingos ané-
micos en el Occidente, y esos dioses de
pesadilla, mestizos de hombre y de ani-
mal en el Oriente.
Y la idea de la inmortalidad del yo,
comporta la idea de la perpetuación del
panorama individual, después del ani-
quilamiento del sistema nervioso central,
que era la placa sensible en que se re-
velaba, después de la cesación de la me-
moria, de la conciencia y de la imagina-
ción en que estaba reflejado el ambiente,
que es el componente que subsiste.
Pero lo propio de la dicha como de la
vida misma, es el ser intermitentes, pues,
si no cambiasen de modo, de especie ó
de intensidad, no podríamos experimen-
tarlas, y las tendríamos sin sentirlas, que
7
— 98 —
sería lo mismo que no tenerlas. No hay
vida perceptible sin sensación, ni sensa-
ción sin cambio, y siendo absolutamente
iguales todos los momentos de la dicha
ó de la desdicha perpetuas, la existencia
invariable del alma invariable, sería la
indiferencia interminable, y en la seudo-
existencia sin cambios, sin pasiones y sin
intereses, sin accidentes, sin emociones,
sin sensaciones y sin porvenir, la dicha
eterna sería tan espantosamente aburrida
como la eterna desdicha.
Per troppo variar natura é bella, y una
persona con un solo asunto en su espí-
ritu, es tan monótona como un instru-
mento musical con una sola cuerda en su
re^gistro, y la más bella melodía repetida
constantemente llegaría á ser tan insu-
frible como el insomnio, que es la impo-
sibilidad de suspender periódicamente la
vida sensible, para recomenzarla de re-
fresco, teniendo razón sobrada el niño
que preguntaba, como lo cuenta Ellen
Key, si cuando estuviera en el cielo le
darían licencia los domingos para ir al
— 99 —
infierno á jugar con los niños malos.
La belleza de los paisajes de montañas
deriva de la intermitencia en el contem-
plarlos^ y de la intermitencia en el suce-
derse la de los paisajes de nubes, que son
montañas accidentales. Y es el cambio
permanente del sujeto en evolución in-
cesante lo que hace que cada día sea otro
día para el ser vivo, aun siendo el mismo
día para el ser muerto, tanto más inte-
resante cuanto más otro, tanto más in-
sípido cuanto más el mismo, como trans-
curre para el preso en el calabozo, veri-
ficándose la transformación objetiva del
panorama de la vida por la sucesión
de las estaciones y de los accidentes cli-
matéricos, y de los acontecimientos del
hoo-ar ó de la sociedad, v la transforma-
ción subjetiva por la sucesión de las
edades, cada una de las cuales tiene sus
incentivos y sus atractivos propios, que
quedan vacíos de interés ó de excitación
en la siguiente, de tal manera que, cuando
la vida se prolonga y se han usado y
gastado todos los incentivos de vivir, la
— 100 —
existencia misma queda sobrante, y del
que así la tiene se dice que es «un ente»
porque ya no es una persona.
En el máximum de asimilación de ma-
teriales para la vida orgánica y para la
vida síquica en crescendo, todo vale por
su novedad y su intensidad en el niño, y
en el mínimum todo vale por su continui-
dad V su lenidad en el anciano. El uno
rompe sus juguetes y sus trajes, y echa
al olvido sus pesares y sus alegrías, sus
amores y sus rencores de un día, para
cambiarlos por otros diferentes, y el an-
ciano cuida su ropa, y sus recuerdos, y
se resiste á cambiar de afectos y de cos-
tumbres.
Agotado el repertorio de representa-
ciones y de sensaciones posibles, con los
materiales que contiene el mundo y las
aptitudes sensibles de que dispone el
espectador, es forzoso renovar al es-
pectador, por la imposibilidad de re-
novar el escenario, para que pueda
ser siempre interesante el mismo espec-
táculo del universo perpetuamente re-
— 101 —
producido, para nuevas concurrencias
sucesivas.
Así, la duración útil de la vida depende
de la amplitud emocional del sujeto,
porque la medida de la vida es el grado
de interés que ponemos en las cosas de
nuestro mundo.
VIII
La Peaa de Chagrín.
Hay una curiosa familia de cucara-
chas, en la que existe normalmente el sa-
dismo femenino, y una fotografía publi-
cada por el /. L. News, y en la cual, al-
rededor de una hembra que está sabo-
reando las entrañas aún calientes de la
primera víctima, tres pretendientes á la
felicidad y al martirio, esperan, al pa-
recer ansiosamente, su turno de ser ben-
decidos y devorados, deja suponer que
para éstos el momento valdrá la pena
de abandonarle íntegramente la Peau de
Chagrín del cuento del Balzac, que se
achicaba junto con la vida en cada goce
del propietario.
Ante este problema del destino, del
— 104 —
placer y del dolor^ de la vida, de la dicha
y de la muerte, puesto en una cascara de
nuez, como dicen los ingleses, un cuca-
racho asceta, desalentando de paso y por
piedad á los otros cucarachos, adoptaría
el partido de abstenerse del goce para
salvarse del peligro, y prolongar por al-
gunos días ó por algunos meses, hasta la
llegada fatal del invierno, una existencia
célibe y sin sucesión, mientras un encara-
cho poeta pensaría, por el contrario, que
fis hetter to kave loved and lost, than not
to have loved at all. El uno habría vivido
más en tiempo y el otro en intensidad; el
uno en longitud y el otro en latitud; el
uno habría vivido más y el otro habría
vivido mejor. ¿En cuál de los dos habría
sido más grande el total de la vida?
Porque si la vida es sensación, se puede
vivir años en minutos y minutos en años.
Y si el cambio es la condición de la sen-
sación, se puede tener una vida exigua en
una existencia larga y una vida cuantiosa
en una existencia breve. Las sensaciones
penosas son las cantidades á deducir, y de
— 105 —
la misma manera en que el dolor delata
las obstrucciones del organismo físico, el
aburrimiento es el delator de las obstruc-
ciones de la vida síquica/ por inacción ó
por continuidad monótona de la misma
acción.
Los rebeldes á la vida natural, que re-
zan todos los días las mismas plegarias,
á las mismas horas y con las mismas pa-
labras, á los mismos muertos, hasta mo-
rirse de viejos, perdiendo el tiempo para
salvar el alma, contraviven ó desviven
la vida en el presente, para sobreviviría
en el mañana, atesorando la tristeza del
vivir, que es la moneda metafísica con
que se compra la eterna alegría.
IX
El pensamiento y la loca de la casa.
La memoria y el pensamiento son los
medios de capitalizar las sensaciones y
hacerlas producir renta, vale decir, vida
síquica, por estimulantes internos cuando
faltan los externos; el medio único de no
estar solo en ninguna parte^ de no abu-
rrirse en ningún tiempo y poder vivir en
todas las circunstancias de la existencia,
reocupándola y llenándola con el re-
cuerdo, que es la sensación retrospec-
tiva, ó con la esperanza, que es la sen-
sación prospectiva, son la materia espe-
cífica de la vida para el ciego, el sordo y
el paralítico; la única fortuna indespo-
jable del pobre, del cautivo, del esclavo,
del náufrago y del perseguido; la única
— 108 —
que no puede disfrutar el imbécil bajo la
púrpura, las sederías ó los abalorios.
Podríamos decir que la existencia la da
la naturaleza, y que el empleo de su lote
de energías en su lote de tiempo, lo hace
cada uno con los elementos de su espíritu,
en los moldes y con las oportunidades
que le suministra el ambiente.
Podríamos decir, también, que el aper-
trechamiento liberal de la mente es la
creación de un ambiente interior, com-
plementario del exterior, y que los te-
rrores supersticiosos con que las teologías
amueblan el espíritu , son como un riego
permanente de salmuera en las raíces
mismas del árbol de la vida.
Porque el hombre, que puede sanear la
vida para el mundo y el mundo para la
vida, desarrollando su inteligencia para
educar sus instintos y disciplinar sus pa-
siones, edificando la felicidad con la sen-
satez, se ha empeñado en conservar la
insensatez, el dolor y la miseria en bruto,
sobre la esperanza fantástica de ser in-
demnizado por ellas, en otros mundos en
- 109 --
que carecerían de sentido porque no
existen, y á donde no podría llevarlas sin
el ambiente que se queda, y que es su
razón de ser.
Naturalmente, si existen un mundo
real y una pluralidad de mundos imagi-
narios, y estos son la inversa del mundo
real, para no ser lo mismo, los bienes de
los mundos ideales hay que buscarlos á
la inversa de los del mundo real, con lo
que, lo mejor de éste se torna en peor, y
lo peor en mejor; la felicidad humana se
vuelve tanto más abominable en el an-
verso de la vida cuanto aparece más
apetecible en el reverso, y los individuos
tienen que vivir una parte de su vida al
derecho, bajo el aguijón de los instintos y
de las leyes naturales, que mantienen el
mínimum de racionalidad inconsciente,
preservante de la especie bajo los des-
varios de la imaginación, y otra parte al
revés, bajo el aguijón de las esperanzas
y de los terrores sobrenaturales, según
las proporciones relativas en que aspiran
á conseguir estos bienes ó los otros bie-
— lio —
neS; y toda su vida al revés cuando sólo
quieran los otros bienes.
Luego, como el hombre no puede crear
seres imaginarios de mayor calibre moral
que los seres reales, los seres espirituales
también son irritables por ofensas y apla-
cables por ofrendas, y tampoco hacen el
bien de motu proprio al que lo necesita y
lo merece, sino al que lo pide aunque no
lo necesite ni lo merezca, con tal que lo
pida en conformidad al respectivo proto-
colo: quemando papelitos pintados en el
Extremo Oriente, sacudiendo maquinitas
de rezar en el Tibet, encendiéndoles
velas de día en el Occidente, y aun suelen
ser tan necios que concurren en «cuerpo
astral» á las reuniones de curiosos que
los llaman por medio de una mesita de
tres patas.
X
Los tres misterios.
Lo que ha sido no puede ya dejar de ha-
ber sido, y una idea es tan inmortal como
una pedrada; un placer ó un pesar tanto
como una bondad ó una maldad, que son
indestructibles porque han dejado de ser.
«Mis actos, como quiera que sean, reper-
cutirán seguramente en los actos y las
idas de los otros hombres, como han re-
percutido en mí los de las gentes que me
han precedido y que no he conocido. En
este sentido, el hombre del pasado vive
en el presente como el hombre presente
vivirá en el porvenir», dice Charvot.
Una célula del cerebro podría plan-
tearse por su parte alícuota, de ser, el
problema del to be or not to he; pero es
— 112 -
necesario que deje de ser para que otra
ocupe su lugar^ y que todas las células
envejecidas sean relevadas incesante-
mente por células nuevas, á fin de que
el cerebro se conserve siempre fresco,
siempre activo, siempre vivo.
Del mismo modo, es indispensable que
unas vidas se acaben para que otras
vidas empiecen, á fin de mantener, por
el rejuvenecimiento constante, el vigor
perenne de la especie.
Es necesario que una idea se vaya de
la mente para que otra ocupe su lugar, á
fin de mantener la frescura permanente
del espíritu, pues las ideas y las células
envejecidas que se quedan, disminuyen,
respectivamente, la agilidad del cuerpo
y la flexibilidad del espíritu, como tullen
á la familia esos viejos retardados á quie-
nes no es posible llevarlos en las excur-
siones ni dejarlos solos, á quienes moles-
ta la vivacidad y la alegría de los niños,
á quienes no interesan los asuntos de los
jóvenes^ y cuyos asuntos no interesan á
los jóvenes.
— 113 —
Puede ser que no haya en el universo
nada más grande que el hombre que se
rebaja para enaltecer á los engendros de
su propia fantasía; puede ser también
que el mundo tenga una causa ó un au-
tor; pero una vez creado el rol y el actor,
no es necesaria la intervención perma-
nente del autor, como no es necesaria la
intervención de Aristófanes ó de Shakes-
peare para la representación de sus co-
medias y sus dramas.
Y como en el caso de aquel amable
caballero, que estaba grato á su madre
por haberle ocultado siempre la fecha de
su nacimiento, dejándole así el beneficio
de ignorar su edad, el encanto de la vida
proviene precisamente del hecho de ser
un misterio encerrado entre dos miste-
rios impenetrables, y dado que los hom-
bres obran como idiotas, ejecutando ac-
ciones y omisiones inútiles ó perjudicia-
les á la vida, en millares de maneras di-
ferentes, y en razón de lo que se imagi-
nan saber del principio y del fin de la
existencia, revelándose contra la previ-
8
— 114 -
sión maternal que les ha ocultado el se-
creto de su ser, no es aventurado supo-
ner que el resultado de la extinción de
la curiosidad humana á ese respecto, des-
truiría el mejor aliciente de la vida, que
es la curiosidad de vivir para saber, de
vivir para ver.
XI
La conciencia y la vida.
Bajo otras formas, todo lo que tiene un
ser en nosotros, lo ha tenido antes y lo
tendrá después de nosotros, sin que po-
damos despojar de sus propiedades natu-
rales á la materia y á la fuerza de que
estamos compuestos, sólo con atribuirles
propiedades ó destinos sobrenaturales:
sin que podamos trasladar de este mun-
do á otros mundos ni un átomo de mate-
ria, ni una partícula de movimiento, de
pensamiento ó de sentimiento.
Un estado de conciencia no existe sino
por la desaparición del estado de con-
ciencia precedente, del propio modo que
un instante del tiempo no existe sino
por la desaparición del instante prece-
— IIG —
dente, y la cesación de la conciencia de
la vida no es más que la desaparición del
último estado de conciencia, en una serie
de millones que han ido apareciendo y
desapareciendo sucesivamente, la mayor
parte sin dejar rastro en la memoria, y
que de suyo son tan instables en la men-
te del niño, verbigracia, como las agru-
paciones de las nubes en el firmamento
sobreviniendo á menudo la alegría y la
risa en el rostro aún surcado por las lá-
grimas no escurridas del disgusto prece-
dente, en el propio modo en que, en pos
de un chaparrón de verano, suele brillar
repentinamente el sol por entre un des-
garramiento del telón de nubes en dis-
persión.
Y que enormes diferencias, por ejem-
plo, entre las conciencias sucesivas de
un San Martín, adolescente en Yapeyú,
capitán de caballería en Bailen, vence-
dor de los españoles en San Lorenzo, go-
bernador de Cuyo, aclamado como liber-
tador de Chile y protector del Perú, ab-
dicando el mando para conservar la
— 117 -.
reputación, y regresando más tarde á
Europa de la rada de Buenos Aires, sin
desembarcar, por haber encontrado cam-
biada, á su respecto, la conciencia nacio-
nal por los que hacían consistir la dicha
del vivir en la vanidad de mandar, sa-
crificando la reputación para conservar
el poder y acabar obscuramente su glo-
riosa carrera, achacoso y desvalido en
Boulogne-sur-Mer, estando ya en ruinas
el mísero pueblo natal y el colosal impe-
rio en que había nacido, para ser la pie-
dra angular de un porvenir inesperado
por los suyos, no predicho por ningún
profeta, y condenado por el más alto re-
presentante del Dios de los cristianos en
el Occidente.
Se ha dicho que el amor embellece la
vida, pero que sólo el olvido la hace po-
sible; y, en efecto, la memoria y la con-
ciencia se mueren por fragmentos, como
los sentidos ó los miembros del cuerpo,
y también es necesario amputarlas, para
que la desaparición de los grandes pesa-
res haga posibles las nuevas alegrías, y
- 118 —
si el sentido mismo de la vida cambia coir
la edad, ¿cuál yo vamos á conservar
eternamente? ¿El del tiempo en que todo
nos parecía brillante, bello y- alegre por-
que éramos jóvenes, sanos y robustos, ó
el del tiempo en que todo nos parece
marchito, insulso y descolorido porque
somos viejos, débiles y achacosos? ¿El
yo del tiempo en que fuimos felices, ó el
yo del tiempo en que fuimos desgra-
ciados?
El alma del niño, en efecto, el alma
del joven, el alma del anciano no son la
misma cosa, y no parece posible que pue-
da conservarse inmutable después de la
muerte lo que cambia tantas veces du-
rante la vida, siendo que ni siquiera es
posible conservar la misma composición
de espíritu cuando se ha cambiado la
composición de lugar, ó un juego de ideas
ha sido sustituido por el opuesto, ó un
conglomerado de vinculaciones persona-
les ha sido reemplazado por otro dife-
rente.
XII
La conciencia y el tiempo.
Lo que es tiempo no es conciencia, y
viceversa. Lo propio de la conciencia es
tener principio y fin, y lo propio del tiem-
po es no tener principio ni fin, y nosotros
queremos que lo que es conciencia dure
como lo que es tiempo, sin ser tiempo y
sin dejar de ser conciencia.
Lo que vive, muere, y lo que no mue-
re, no vive, y nosotros queremos vivir
como lo que vive y durar como lo que no
muere. Pero la vida es un gasto perma-
nente de energías^ de aprovisionamiento
limitado, y mientras el individuo preferi-
ría rehacer un nuevo stock de energías
sobre el esqueleto envejecido, para reco-
menzar una nueva vida sobre el pucho
— 120 —
de la precedente, la naturaleza, ajena al
egoísmo individual, que poda las ramas
caducas en el árbol de la vida, para dar
lugar á los nuevos retoños, prefiere re-
hacer una nueva vida en un nuevo orga-
nismo, haciendo reaparecer en el ser que
comienza lo que desaparece en el que
cesa.
La vida animal es superior á la vege-
tal por su mayor amplitud, y en este res-
pecto la vida humana es superior á la de
todos los animales; pero, cuando no se la
quiere usar en la medida, en el mundo,
en el modo y en el tiempo en que ha sido
producida, sino en otras medidas, en
otros mundos, en otros modos y en otros
tiempos, queda reducida, como la del
pájaro enjaulado, á las proporciones de
la respectiva jaula de terrores y espe-
ranzas.
El destino manifiesto del hombre es la
felicidad, en el presente ó en el mañana,
á precio, en este caso, de la infelicidad
actual y bajo la garantía de la teología.
La dicha es un empleo de la vida, y, por
— 121 -
lo tantO; un gasto, como el dolor, que
engendra el derecho eclesiástico á la di-
cha en el mañana. Y la economía de la
Peau de Chagrín consiste en que, en la
salud, como en la fortuna, el que cuida
y acrecienta el capital y gasta la renta,
conserva el capital y la renta, y el que
gasta el capital, se queda sin renta y sin
capital, y que, en la salud moral, la feli-
cidad de cada uno proviene de la dicha
que irradia sobre los otros, porque «des-
pertamos en los demás la misma actitud
de espíritu con que los tratamos» — dice
Hubbard, — ó dicho en otra manera, tam-
bién norteamericana, it pays to please^ no
siendo necesario que haya divinidades,
sino cordura v benevolencia en el mun-
do, para que los hombres sean buenos y
no sean malos.
Pues el mal en el mundo es la revela-
ción de una incapacidad para el bien, y
del hecho de que una persona pueda ser
víctima de la imbecilidad propia ó ajena,
no se sigue que sea necesario otro mundo
para castigarlo ó resarcirlo, ni del hecho
— 122 —
de que haya enfermedades se sigue que
los muertos deban hacer milagros para
algunos enfermos, sino que los hombres
deben hacer la higiene del espíritu^ del
cuerpo y del ambiente para la extirpa-
ción del mal.
Pero en vez de aprender esa moral in-
superable de la naturaleza de las cosas
y del hombre, éste se ha dedicado á ela-
borar morales dogmáticas, á cual más
disparatadas y calamitosas. La diferen-
cia de conducta entre un civilizado y un
salvaje es su diferente manera de reac-
cionar contra los hombres y las cosas,
resultante de la misma evolución que la
diferencia de traje, de vivienda ó de co-
cina. Para domesticar al perro y al caba-
llo no ha sido necesario inventar dioses
y demonios, pero aún hay pedagogos
tradicionalistas que estiman indispensa-
bles los terrores irracionales para la edu-
cación de los seres racionales, siendo
que, los hombres que tienen más cucos y
más terrores imaginarios son, precisa-
mente, los más salvajes, y que ese anda-
— 123 —
miaje de terrores postumos es innecesa-
rio para la educación de los niños japo-
neses, verbigracia.
La adaptación de la conducta á la na-
turaleza escrutable de las cosas, es la
moral que la naturaleza impone al hom-
bre, y la adaptación de la conducta á la
voluntad inescrutable de los seudo go-
bernantes de las cosas, es la moral que
las religiones imponen á los respectivos
fieles, siendo el esfuerzo y la investiga-
ción los instrumentos propios de la pri-
mera, y la rogativa, la expiación y la
resignación, los instrumentos propios de
la segunda: v siendo el fracaso v la muer-
te la consecuencia del error en la prime-
ra, y en la segunda el fracaso, la muerte,
el purgatorio y el infierno, con la pers-
pectiva del juicio final, que ha hecho de
la historia el patíbulo en que están col-
gados los malvados que no volverán para
escarmiento de los que vendrán: una cró-
nica policial, un proceso judicial, fallado
en primera instancia y en apelación acl
perpetuam.
- 124 —
En las morales dogmáticas^ que des-
cansan sobre la más colosal rueda de
molino para las tragaderas intelectuales
del pobre de espíritu, vale decir, sobre la
convicción explícita ó implícita, de que
los respectivos dioses arreglan la suce-
sión de las cosas de un modo para sus
fieles, y de otro modo para sus infieles,
en la que los grandes malhechores son
considerados como instrumentos ó como
infractores de la voluntad de tales dio-
ses, según que hayan ejercitado su per-
versidad contra los infieles ó contra los
fieles, es obligatorio el dogma porque la
moral es necesaria.
En la moral racionalista, que descansa
sobre el hecho experimental de que el
individuo puede levantar su conducta por
un mejoramiento de sus aptitudes natu-
rales y un mejor conocimiento de las co-
sas, es obligatoria la instrucción, aun en-
turbiada por el atavismo, porque la mo-
ral es necesaria.
XIII
La conciencia y la daración.
Lo que no se gasta, no muere, pero
tampoco vive, y no siendo posible dar á
lo que vive los caracteres de lo que no
vive, sin quitarle los caracteres incom-
patibles de lo que vive, eran necesarios
dos modos de existencia, por lo menos^
para que pudiese haber más de una sola
especie de cosas: la existencia por dura-
ción incesante para los seres sin vida, y
la existencia por reproducción incesante
para los seres vivos; la una por durabili-
dad, la otra por calidad, que es la vía en
que la naturaleza alcanza á dar, en la
ternura y la abnegación, las notas más
sublimes del universo, que es, cabalmen-
te, lo que nos envidiarían las estrellas.
— 126 -
si pudieran saber que «no tiene la poesía
(ni tampoco tiene el universo), eco más
sonoro y prolongado que el corazón de
un joven en quien el amor va á nacer».
Y como la excelencia de la vida es la
razón de ser de su brevedad, todos los
planes imaginados para darle duración
consisten fatalmente en restarle excelen-
cia, y como lo mejor de la vida es lo que
dura menos, la alegría y la dicha de vi-
vir es lo que se renuncia en primer tér-
mino para conferirle duración, reconvir-
tiendo la latitud en longitud.
Pues lo que constituye la esencia super-
animal del hombre, y supersalvaje del
civilizado, no es lo que por una inversión
verbal llamamos «restos mortales», ni
todo lo que ha dejado de ser ó de acon-
tecer en tales restos inmortales; no es la
voluntad, ni la memoria, ni la imagina-
ción, ni la conciencia, ni la inteligencia,
que poseen también los caníbales, en me-
nor grado, sino el aporte de la cultura
intelectual á la conciencia, á la memoria
y al sentimiento; es ese conglomerado
— 127 -
adventicio de afectos y repulsiones, de
aptitudes, de ideas y sentimientos, rela-
cionados con las personas, las cosas, los
lugares, el pasado, el presente y el por-
venir, ensanchado el cual, se agranda el
alma, y suprimido el cual, sólo queda el
espíritu sin articulaciones ó sin referen-
cias del loco y del idiota, ó la mente en
blanco ó en cero del recién nacido, vale
decir, el alma en estado gelatinoso ó car-
tilaginoso.
Y es ese conjunto de relatividades que
sólo tienen sentido respecto de la actua-
lidad, siendo diferentes de todos sus equi-
valentes en el pasado y en el futuro, lo
que se pretende hacer perdurable fuera
de la actualidad, sólo con atribuir dife-
rencias más grandes que el universo mis-
mo en que vivimos, al simple hecho de
morir con un credo ó con otro credo, v
tan irracionalmente caprichosas, que el
que no sabe ó no cree, no se salva, y el
que sabe demás, se pierde. Un salvaje
enseñado á rezar la doctrina, es un alma
para el cielo correspondiente; un Aristó-
— 128 —
teles y un Marco Aurelio, paganos, un
Darwin y un Bertellot, sabios, pero in-
crédulos, son almas para el infierno y
bendiciones para la especie humana.
Aceptamos el orden natural, que por
medio de la vida y de la muerte trans-
forma constantemente la materia inerte
en materia viva, v la materia viva en
materia inerte; aceptamos que la insta-
bilidad^ que distingue á las frutas natu-
rales de las frutas de porcelana, sea la
característica de la vida en las plantas,
en los animales y en los otros hombres,
porque el egoísmo no permite extender á
los artificios rituales de los otros la trans-
cendentalidad de esos expedientes de fa-
kir, con que cada agrupación teológica
pretende paralizar á su respecto el orden
natural, erigiéndose en excepción al ani-
quilamiento incesante, que es la condi-
ción misma del renacimiento incesante.
XIV
Los mandos de fantasía.
Aquello de que carece el salvaje, y que
se incorpora al civilizado años después
del nacimiento, porque es un producto de
la civilización; lo que es inás susceptible
de ampliación en el presente y en el futuro
es, precisamente, lo que todas las teolo-
gías pretenden cristalizar en el presente
para reavivarlo y eternizarlo en el ma-
ñana, en el que los hombres no podrán
ser malos, ni tendrán con quien ser bue-
nos, desde que nadie tendrá necesidad de
su auxilio, de sus simpatías, de su bene-
volencia, de su inteligencia y de sus sen-
timientos, que serán valores sin empleo,
virtudes sin aplicación.
Y horroriza el sólo pensar lo que po-
9
— 130 —
dría ser un cardumen de inmortales, ha-
bitando en otros mundos, con el alma de
este mundo; un mundo de solterones de
ambos sexos, pongamos por caso , incu-
rablemente aburridos por la monotonía
de la vida sobrenatural, sin apetitos y
sin intereses, sin nada que hacer, sin
nada en que pensar, sin nada que espe-
rar, sin curiosidad de nada, sin niños, sin
pájaros, sin flores, sin árboles, sin pe-
rros, sin caballos, sin ríos, sin montañas,
sin nubes; un mundo sin dolores y mise-
rias, pero también sin poesía, sin risa, sin
ironía, sin artes, sin letras v sin ciencias;
un mundo parecido á la nada. Y sólo
porque el poder de la inteligencia huma-
na es tan grande en el sentido de la in-
sensatez como en el de la sensatez, han
podido los hombres llegar á asarse vivos
para disputarse el derecho á la más abo-
minable manera de existencia concebible
y felizmente imposible: «la eterna sala
de espera donde no se espera nada», me
sugiere Ernesto Nelson.
Pues si en esos mundos venideros para
— 131 —
los muertos resucitados, no hubieran de
ser todos iguales, sino todos desiguales,
otra vez; pequeños y grandes, privilegia-
dos y desheredados, felices y desgracia-
dos; si los últimos hubieran de ser los
primeros, y viceversa, si hubiese de ha-
ber absueltos por sus padecimientos, y
condenados por su soberbia, é indultados
por su servilismo á los poderosos de ese
otro reino, y amnistiados por su arrepen-
timiento inútil, eso no sería más que una
copia invertida é infinitamente empeora-
da del mundo real; nada más que un
mundo atrasado, ese mundo de los muer-
tos, en el que estaría aún por realizarse
la Revolución francesa para inscribirle
en el frontispicio las palabras de la nue-
va trinidad: liberté, égalité, fraternité.
Esas vidas de ilusión y de pesadilla,
en esos mundos de espejismo, imagina-
dos para agriar la dicha inclemente de
los poderosos, con el temor al mal futuro,
y endulzar la desdicha sin riberas de los
oprimidos con la esperanza del bien fu-
turo, cuando nada mejor era concebible.
- 132 —
no son, en efecto, nada más que la Edad
Media invertida v eternizada, con todos
sus horrores, sin nada de lo que hace
amable la vida, aun para los deshereda-
dos del poder ó de la fortuna, y con todas
las iniquidades que la hacen detestable,
simplemente transferidas de los que las
han padecido á los que las han disfru-
tado.
En esta reconstrucción del mal inex-
tinguible en el mañana, del dolor y el
sufrimiento, del poder y del privilegio
extinguibles en el presente, reside la in-
moralidad, para no decir la perversidad,
del cristianismo, pues el castigo de la
maldad es sólo un bien accidental de que
la religión hace un mal superfino al ha-
cerlo motivo de un mal eterno, v la mo-
ral represiva no es más que una seudo
moral enfrente de la moral constructiva,
que edifica el bien por la transformación
de los resortes de la maldad en resortes
de la bondad, en un proceso inverso á
aquel por el cual el odio al mal trans-
muta insensiblemente la bondad en mal-
100
OO —
dad^ pues el mal no deja de ser mal por--
que sea hecho á los malos.
La literatura universal no conoce un
documento que sea una protesta más elo-
cuente y conmovedora, por más radical,
profunda y definida, que el sermón de la
montaña, contra las iniquidades sociales,
resultantes de los modos de ser, de ver y
de sentir de la época, y sólo la protesta
musulmana, erigiendo también los efec-
tos propios de la imbecilidad de los otros
en prenda de felicidad en el mañana para
el que los sufre en el presente, á fin de
desalentarlos en el que los comete, ha
contribuido más eficazmente que aquélla,
á perpetuar la imbecilidad humana de
entonces en las regiones de la tierra en
que hubiera sido posible reducirla más
temprano, por un mayor desarrollo inte-
lectual precedente.
Y de esos diversos expedientes metafí-
sicos, surgidos del mismo sentimiento
humanitario que más tarde retoma la
vía perdida de las instituciones libres, de
las reformas sociales y de las invencio-
— 134 —
nes científicas con el lado masculino de
la inteligencia, y que entonces, en la im-
posibilidad de remediar la infelicidad en
el presente, aspiraba sólo á resarcirla en
el más allá, imaginándolo como un nega-
tivo fotográfico de la actualidad, surgió
fatalmente la necesidad ó la convenien-
cia de ^^vir en negativo la vida presente
para resultar beneficiado en la transmu-
tación.
Y desde que se hizo pecaminoso el in-
terés por los bienes de este mundo, y
virtuoso el interés por los bienes del otro
mundo, la «pobreza franciscana» de la
mente y de la bolsa, vino á ser la fórmu-
la de la vida mística, que entecó á los
reyes y á los pueblos del imperio en que
no se ponía el sol, y quedó á ser el abo-
lengo espiritual de la miseria económica
de la España y de la América española.
Desde entonces el empleo de la vida
quedó sustraído á las condiciones natu-
rales de la vida y subordinado á las con-
diciones metafísicas de la muerte, y con-
ducidas por los visionarios del progreso
— 135 —
celestial, en el sentido más diametral-
mente opuesto al progreso terrenal, las
sociedades se estancaron en la miseria
crónica, pasteiirizada por la esperanza
de la dicha postuma, una idea ciertamen-
te genial, en una época en que ninguna
otra especie de felicidad era posible to-
davía entre los descendientes de los dio-
ses, y era necesario mantener la idea en
el espíritu de los hombres hasta que pu-
diera sobrevenir la cosa, en un segundo
Mesías, también aparecido abajo, y tam-
bién desconocido por los que lo esperan
de arriba.
Pues esa doctrina inglesa del to tcorl:
is to icorsliip^ y la religión norteameri-
cana del descontento y de la instrucción
pública para desenvolver los poderes
mentales, de que ha provenido la pros-
peridad de los anglo-sajones, no obstante
el cristianismo, son una derogación clan-
destina y masculina de la teoría femeni-
na de la conformidad del hombre á la
voluntad de Dios para merecer la gracia
divina, cá la que los pueblos modernos
~ 136 —
permanecen fieles en la proporción- en
que permanecen medioevales.
Consistiendo la superioridad religiosa
en la capacidad mágica y no en la capa-
cidad intelectual, durante esos diez siglos
en que los hombres de bien aspiraban
sólo á no ser perversos y á ser tristes y
desgraciados en el presente para ser
bienaventurados en el mañana, no reali-
zaron un invento ni crearon una idea
que pudieran servir para la cultura y el
bienestar terrestre de las generaciones
posteriores, no fueron nunca más impo-
tentes y menos dioses que cuando se cre-
yeron hijos predilectos del más omnipo-
tente de los dioses.
De lo que resulta evidente que los hom-
bres no pueden, ni aun con la imagina-
ción, crear ningún mundo mejor, ó más
susceptible de ser mejorado por ellos mis-
mos, que el mundo en que los místicos se
resignan femeninamente á la ignorancia,
al terror, al despotismo, á la barbarie, á
la tristeza y al dolor, porque los consi-
deran instituciones divinas, garantizan-
— 137 -
tes de la dicha eterna, repudiando el
amor, la belleza, la alegría y el buen hu-
mor, el ingenio, la salud y la sabiduría,
el arte y la gracia humana, porque las
consideran instituciones diabólicas, cau-
santes de la desdicha eterna.
XV
La vida inútil.
Del mismo modo que la luz y los colo-
res son un «haber» para el que tiene el
sentido de la vista, y la música y la pa-
labra para el que puede oir, y un «no
haber» para el ciego y el sordo, respec-
tivamente, todo lo que en una localidad
puede producir un goce ó un interés al
espíritu; las mil cosas que en una gran
ciudad pueden cultivar la atención y de-
leitar á los sentidos, todo lo que puede
producir una sensación placentera es un
«haber» para el espíritu del residente ó
del transeúnte, multiplicado para cada
uno por su aptitud para gustarlo^, y peor
que un «no haber», para el que teme
incurrir en desdichas eternas por el dis-
- 140 —
frute de las dichas transitorias; un bien
actual vedado para el creyente en males
postumos, para preservarse de los cuales,
cuando resida en la ciudad más llena de
encantos y atractivos, se recluirá entre
cuatro paredes en el más lúgubre de los
claustros, «muerto para el mundo», según
la frase consagrada, á padecer el pre-
sente para adquirir el derecho á disfru-
tar el mañana, desheredado de todos los
haberes naturales y recargado de esos
«deberes sobrenaturales», que hacen de
las Teologías el más estupendo caballo
griego, que los visionarios extraviados
en los vericuetos del camino del misterio
impenetrable, hayan podido meterse den-
tro del entendimiento para echárselo á
perder, y quedar picados por el avispero
de terrores imaginarios y esclavizados á
alguna de las tantas faunas sobrenatura-
les de dioses y demonios engendrados
por la fantasía humana en la era pre-
científica.
Así, respecto de esos bienes intasables,
que pueden ser disfrutados con sólo po-
— 141 —
seer las aptitudes necesarias para com-
prenderlos y sentirlos; respecto de esos
bienes invalorables que atraen y atan
los campesinos á las ciudades y los pro-
vincianos á las grandes capitales, la na-
turaleza hace en los ciegos, los sordos y
los dementes, los desheredados por obs-
trucción de los sentidos, y las religiones
hacen los desheredados por esas catara-
tas adventicias del entendimiento que
vedan la verdad, la curiosidad, el pen-
samiento, el amor, la belleza y la alegría,
que son los antídotos saludables del abu-
rrimiento, porque son los elementos cua-
litativos de la vida.
XVI
La alegría y la tristeza.
Cada uno ve y siente en la proporción
en que ha mejorado ó empeorado los me-
dios de ver y de sentir que trajo á la
vida, y porque los fenómenos reales son
limitados y los fenómenos imaginarios
son ilimitados, hay para cada ser el pa-
norama exterior de las cosas reales, y el
doble panorama interior de las cosas in-
telectuales y de las cosas fantasmagó-
ricas.
El mundo interior puede estar consti-
tuido por la pobreza ó por la riqueza de
conocimientos útiles á que llamamos, res-
pectivamente, ignorancia ó saber^ con ó
sin los conocimientos inútiles ó perjudi-
ciales á que cada cual llama religión ver-
— 144 -
dadera en sí mismo y superstición en los
otros; ó por la pobreza ó la riqueza de
sentimientos vitalizantes á que llamamos
egoísmo ó altruismo; ó por el desequili-
brio de la inteligencia á que llamamos
demencia, ó por la aberración de la sen-
sibilidad á que llamamos perversidad.
En cuanto el placer y el pesar son el
efecto, respectivamente^ de la satisfac-
ción ó de la insatisfacción de una necesi-
dad, carece de placeres el que carece de
necesidades y tiene más placeres, y, por
lo tanto, mayor intensidad de vida, el
que tiene más necesidades, si puede sa-
tisfacerlas, y más pesares si no puede.
Por eso se ha dicho que la felicidad
consiste en levantar los recursos hasta
el nivel de los deseos, ó en rebajar los
deseos hasta el nivel de los recursos, que
es en lo que consistía el secreto del hom-
bre feliz, que podía repetir delante del
escaparate de un camisero la frase del
filósofo griego: «¡cuántas cosas hay aquí
que yo no necesito I»
Y por la relatividad esencial de las
— 145 —
sensaciones^ son las necesidades insatis-
fechas y los dolores inevitables los que
suministran el fondo de pesar que da sen-
tido y relieve al placer; el fondo de som-
bra que lia ce destacarse á la luz, pues
ésta carecería de sentido donde no hu-
biese obscuridad, no pudiendo existir el
día si no existiese la noche, y viceversa.
Por esto el día natural se torna insípido
para los noctámbulos que han hecho de
la noche el día artificial, y el spleen es
la peste de los ricos desocupados, des-
provistos de placeres en la proporción
en que están desprovistos de necesida-
des, y ha podido decirse que la utilidad
del mayorazgo consiste en reducir á un
sólo ejemplar en cada familia esa varie-
dad de hombres que tienen necesidad de
hacer locuras para hacer algo^ porque
no tienen necesidad de ser cuerdos.
La poquedad de las alegrías, magnifi-
cadas en los unos por el mayor contraste
con el fondo de penalidades, como la
blancura de los dientes y los ojos en el
rostro del negro; la poquedad de los pe-
lo
— 14G -
sares, abultados en los otros por el ma-
yor contraste con el fondo de placeres,
como una mancha negra en un traje
blanco, embotando el hábito la sensibili-
dad del uno para las contrariedades y la
del otro para las satisfacciones, hacen
que la diferencia real de las condiciones
sea mucho menor que la diferencia apa-
rente.
Mientras una bagatela hace la alegría
de un niño, se necesita un portento para
hacer la de un estragado. Por esto, el
hambre y la sed insaciables fueron la
pena del rey Midas^ que convertía en oro
todo lo que tocaba, y el aburrimiento in-
curable, que enloquecía á los emperado-
res romanos, endiosados en vida y sin
iguales en la sociedad, y que ponía in-
tratables á nuestros caudillos, flacos de
espíritu é intoxicados de poder ilimita-
do con las facultades extraordinarias;
que fué la pena de la omnipotencia de
Luis XIV, el «Gran Aburrido», y de Na-
poleón el Grande, Vlnamusable, como le
llamaba Talleyrand, nos permiten sospe-
— 147 —
char cuáii magno sería el aburrimiento
sobrenatural de los dioses omnipotentes,
si fuesen seres «á imagen y semejanza
de los hombres», y tuvieran la desgracia
de existir en alguna parte.
Porque no existe el descanso para el
que no está cansado, ni el día de fiesta
y la alegría para el que está hastiado de
fiestas y de alegrías, y el que tiene los
nervios agotados por el exceso de place-
res ó sobrexcitados por el abuso de es-
timulantes, está privado del sueño tran-
quilo, profundo y reparador, que es el
manjar más dulce que se sirve en la mesa
de la vida, según la definición de Shakes-
peare.
La diferencia entre el bien heredado y
el bien producido, entre las ganancias del
juego y las del trabajo, es el sabor del
esfuerzo fructífero que acompaña á éstas
y falta en aquéllas, el sentimiento mora-
lizador de la paternidad del resultado, el
recuerdo tonificante de las dificultades
vencidas y de los obstáculos superados,
que les sirve de contramarco para real-
— 148 -
zarlaS; por lo cual, y porque las aptitu-
des que no se ejercitan no se desarrollan,
resulta más saludable para los jóvenes
tener los medios que no tener necesidad
de ganarse la vida.
El dinero es un medio para la felici-
dad, y no el más importante; las aptitu-
des estéticas y las aptitudes simpáticas
son otros medios, como también lo son
el trabajo, la sensatez, la música, la so-
ciabilidad, la jovialidad, el sprit^ la ima-
ginación, los conocimientos, los gustos
literarios, y tampoco son éstos los menos
eficientes.
XVII
El espíritu fúnebre.
Siendo la vida psíquica im cuadro de
luz y de sombra, de amores y de renco-
res, de realidades y de vanidades; de pe-
nas y de alegrías, en el que puede predo-
minar V caracterizarlo el uno ó el otro
elemento, hasta alcanzar proporciones
nocivas, podríamos decir que la ciencia
alumbra el mundo para el entendimiento
humano, y que las teologías vuelcan so-
bre el espíritu humano las tinieblas del
pasado y la obscuridad del mañana.
Podríamos decir, también, que la dife-
rencia entre la barbarie v la civilización
no es una diferencia de dioses ó de cre-
dos, puesto que se puede ser bárbaro con
cualquier Dios y cualquier credo, y civi-
— 150 —
lizado sin ninguno, sino una diferencia
de aptitudes, de luces, de gustos y de
orientaciones para buscar y encontrar el
bien propio en el bien ó en el mal ajeno,
en lo normal ó en lo monstruoso, en el
olvido ó en la cobranza de las ofensas
recibidas; para divertirse sin molestar á
los otros ó para divertirse en molestarlos
ó en complacerlos.
Ciertamente, hay milagros en todas las
religiones, porque hay casualidades en
todas las cosas, y porque la fe, en cua-
lesquiera de sus variedades, produce los
efectos terapéuticos de la sugestión, que
alguna que otra vez alivian las dolencias
de un paciente candido, sin levantar en
un ápice sus aptitudes para el empleo de
la vida, y sin beneficio de ninguna clase
para los otros pacientes. La fe, que con-
siste en creer lo que no vimos para no
creer lo que vemos, da un rumbo defini-
do á la imbecilidad y á la ignorancia, po-
niéndolas, ciertamente, en mejor condi-
ción que la imbecilidad y la ignorancia
sin rumbo, pero no las extirpa.
— 151 —
Y porque los hombres que tienen idea-
les y sentimientos groseros ó feroces,
sólo pueden encontrar placer en el ejer-
cicio ó en el espectáculo de la ferocidad,
como los salvajes que se adornan con las
cabelleras ó las orejas de sus adversarios
muertos, como las muchedumbres que se
deleitaban en los circos romanos ó en los
autos de fe, las grandes calamidades de
la historia han sido los resultados fatales
de la incultura del espíritu humano, pro-
viniendo de la incapacidad de los pue-
blos, y mayormente de la incapacidad de
los soberanos, para el empleo moral de
la vida humana.
En lo que á la nuestra respecta, sabe-
mos que el carácter tétrico de los reyes
españoles y de los caudillos hispano-ame-
ricanos, tan conspicuo en Felipe II y en
el dictador Francia — el hombre triste del
Paraguay, — provenía de la pobreza de
espíritu, agravada por la solemnidad
fúnebre, resultante del marchitamiento
de la jovialidad, por el exceso de som-
bras con que la educación monástica en-
— 152 ~
negrece el panorama individual de la
vida.
La inmoralidad, es decir, la inhuma-
nidad de los salvajes y de los bárbaros,
es una emanación de su imbecilidad; pero
la de los cristianos ha sido una emana-
ción del espíritu fúnebre.
El hecho de que el sufrimiento haya
sido considerado por la teología cristiana
como el ganapán del cielo en la tierra,
es lo que mayormente ha impedido á los
cristianos conocer y sentir la monstruo-
sidad moral de la servidumbre y la es-
clavitud, y llegar aun hasta exceder á la
inmoralidad pagana con el tormento y
la hoguera.
De considerar el mal como un «castigo
del cielo», la desgracia como un someti-
miento á prueba, y el sufrimiento como
la expiación redentora del pecado, vino
en la caridad, con la limosna y la sopa
sobrante del convento, el pan para el es-
tómago del hambriento, sin libertarlo de
la miseria, que era el pan para el alma
en el mañana, como se alivia la suerte
— 153 -
del preso con obsequios, sin sustraerlo á
la pena que cumple, porque esto sería in-
currir en un delito contra el cielo, ó con-
tra el rey ó la sociedad, que le han im-
puesto el castigo, mientras, por el otro
lado, inflingir males á los que merecen
sufrirlos, es instituirse en instrumento
justiciero del cielo, haciéndose benemé-
rito para el cielo.
La supresión de los males de este mun-
do, era una inconsecuencia con la doc-
trina que hacía de ellos el medio por ex-
celencia de conseguir los bienes del otro
mundo, que era el anverso del presente.
Y porque el progreso implica directamen-
te la supresión de los medios más segu-
ros de ganar el cielo, es que, los reclu-
tadores de almas para el cielo, son los
más grandes y los más implacables ad-
versarios del progreso, y que éste está
en todas partes en razón inversa de la
influencia de aquéllos sobre la respectiva
sociedad.
Así está hoy proscrito por los regla-
mentos sanitarios el medio de que se va-
— 154 —
lió para ganar el cielo San Simón Estili-
ta, hasta quien sus admiradores no podían
acercarse sin un trapo en las narices, y
está suprimido por los Códigos penales el
medio de que se valió para ganar la
bienaventuranza eterna ese estupendo
filántropo español del mañana, que había
extinguido en su mente la luz de la ra-
zón, y quemaba vivos á los hombres con
el fuego del sentimiento enardecido, y á
quien se debe, en primer término, que
haya pasado á la historia con apellido
español, una calidad que fué común á to-
dos los pueblos del mundo, antes de que
el escepticismo entibiase los furores del
fanatismo religioso, y que es aún conspi-
cua en los turcos y los rusos.
Cuando los cristianos eran más conse-
cuentes con su teoría de la vida y de la
dicha eternas, se inflingían males adrede
para acrecentar los bienes en perspecti-
va; se embriagaban de esperanzas postu-
mas y se intoxicaban de miedo al diablo
y de terror al infierno, fiagelándose recí-
procamente para salvarse mutuamente;
— 155 -
ayunaban los alimentos del cuerpo y los
goces del espíritu; ceñían cilicio y con-
vertían las heridas casuales en fístulas
perennes para hacer contrición y peni-
tencia, que es lo que redime de las penas
y de las miserias del mañana, como la
alegría y el progreso redimen de las pe-
nas y de las miserias del presente.
Enseñados y aclimatados á ver en la
sangre derramada por los dogmas reli-
giosos, en el dolor y en el sacrificio del
confort y de la vida natural, las formas
superiores de la vida espiritual; inverti-
dos de la sensatez humana hasta el punto
de ver en las más netas formas de la im-
becilidad humana los más altos ideales
de la civilización cristiana, aquellos fa-
náticos rabiosos de las formas de gobier-
no, extranjeros al escepticismo y á la
ironía, que hicieron nuestra historia ne-
gra, porque habían proscrito la ilustra-
ción y quedado á obscuras, los odios
implacables fueron el fruto propio de orga-
nismos psíquicos, funcionando como má-
quinas recalentadas por falta de lubrifi-
— 156 -
cantes, máquinas vivientes que rodaban
en el medio social de acritudes y de pa-
siones enconadas, sobrecargadas y em-
bravecidas por las contrariedades emer-
gentes de su propia rudeza, haciendo
crujir y chillar los engranajes políticos,
como las antiguas toscas carretas, con
ejes de madera inengrasada.
Enseñados á detestar la vida, á temer
la muerte, á amar la gloria perdurable,
y á odiar al extraño al suelo y al credo,
desempeñaban la función para que esta-
ban mentalmente preparados, odiando y
matando á los extraños á su credo polí-
tico, para labrar la gloria de su credo po-
lítico.
No hay más que los placeres salvajes
para el salvaje, y los placeres groseros
y bárbaros son chocantes á los gustos y
á los sentimientos refinados del hombre
culto, y lo que hace las delicias del últi-
mo resulta insípido para la rudeza del
primero, mientras el segundo repudia-
rá hasta el poder cuando sea necesa-
rio alcanzarlo ó conservarlo por medios
— 157 —
repugnantes á la elevación de su es-
píritu.
Porque nuestros caudillos bárbaros
sólo podían encontrar las amenidades de
la vida en las fruiciones del mando sin
control V en la humillación sin límites de
sus adversarios, no estando habilitados,
como los caudillos norteamericanos de
entonces, ó como nosotros mismos al
presente, por la educación, la tradición
y el ambiente, para complacerse en otros
intereses sociales ó en otras formas de
tramitación de los mismos intereses po
Uticos, las calamidades públicas vinieron
á ser una necesidad imprescindible, so
pena de aburrimiento inaguantable para
ellos, que, en su indigencia de luces, sólo
podían ser felices como los negros de Áfri-
ca: haciendo desgraciados á los otros.
Albaceas espontáneos de la herencia
colonial de ignorancia y fanatismo, en el
empleo fatal de su vida, clausuraron las
escuelas y repoblaron los conventos,
amordazaron á la prensa y proscribieron
la cultura, readmitiendo á los jesuítas
— 158 —
expulsados por el único monarca liberal
que había tenido la España.
Sombríos, acres, ignorantes y fanáti-
cos fueron; según el aforismo de San Mar-
tín, lo que debían ser: Erostratos políti-
cos, ó no hubieran sido nada, pues esa
era la única vía por donde podían pasar
á la historia como actores principales, y
estamos viendo cuánto son más eficaces
que los terrores religiosos para suscitar
ideales, aptitudes y sentimientos compa-
tibles con el bienestar ajeno, las ameni-
dades sociales de la vida moderna, y
cómo en todas las religiones, la única
parte útil ha sido la parte humana, la
parte de vida y de fiesta social, que es
también la mejor parte de las corridas de
toros, de las carreras de caballos y de los
sports ingleses, pues aunque las gentes
se reúnan para decir ó hacer tonterías,
del hecho sólo de aproximarse y tratarse
resultan utilidades sociales, siendo por
esto el teatro, como lo sugiere Bernard
Shaw, el antídoto de la iglesia, y también
creación de los griegos, de que apenas
— 159 —
existió en todo el virreinato del Río de
la Plata nada más que la Casa de Come-
dias^ que fundó el virrey Vertiz^ contra
la repudiación y excomunión de los fran-
ciscanos á los asistentes.
i
XVIII
El mañana.
El tiempo es como la Esfinge griega,
que mataba á los que no sabían interpre-
tar el enigma de la vida. Y para indicar
que el tiempo que se va inaprovechado
no vuelve, los griegos tenían una esta-
tua, que se ha perdido, pero cuya des-
cripción se conoce por esta conversación
que tuvo con un viajero:
« — ¿Cómo te llamas?
— Me llamo la Oportunidad.
— ¿Por qué estáis sobre la punta de los
pies?
— Para advertir que sólo me detengo
un momento.
— ¿Por qué tienes alas en los pies?
— Para advertir que paso rápidamente.
11
— 162 —
— ¿Por qué tienes el pelo tan largo so-
bre la frente?
— Para que los hombres puedan atra-
parme cuando me encuentran.
— ¿Por qué, entonces, eres tan calva
en la nuca?
— Para manifestar que cuando he pa-
sado ya no pueden agarrarme.»
La oportunidad es el presente, que
se va estéril al pasado, sin agregar nada
á la vida del indolente ó del incapaz de
mejorar su ser, su valer ó su haber, sin
dejar ningún rastro de su paso en las
tribus salvajes, sin cambiar nada en las
sociedades maniatadas para el hacer de
los vivos por la fe en el hacer de los
muertos; que encienden velas á los san-
tos para que vean á quiénes deben hacer
milagros, y no encienden luces en la in-
teligencia de los niños, para alumbrarles
el camino de la existencia.
La oportunidad es el ahora que trans-
curre infecundo para el que ruega y es-
pera, y fecundo para el que piensa y
obra, dejando acrecentado el haber, el
— 163 -
saber ó el sentir del que ha sabido y que-
rido aprovecharlo ú ocuparlo con una
obra realizada, con una experiencia ó
con un conocimiento adquiridos, con
otras existencias sustraídas á la enferme-
dad ó á la ignorancia, á la iniquidad ó á
la infelicidad, con el recuerdo vivifican-
te de un goce noble ó de una sana ale-
gría, y para quien los momentos desapa-
recidos están representados siempre por
algún aporte que subsiste en el espíritu
propio ó en el ajeno; la oportimidad
es el tiempo que pasa infructuoso para
las sociedades retardatarias y fructuoso
para las progresistas, marcando su ras-
tro en el terreno con caminos y construc-
ciones, con puentes, habitaciones, puer-
tos, canales, escuelas, ferrocarriles y tú-
neles, y su trayectoria en el espíritu hu-
mano con nuevas ideas y sentimientos,
y con instituciones beneficentes en la es-
tructura social.
Pero el tiempo que puede faltar cuan-
do es limitado, sobra cuando es eterno,
y cuando el tiempo y la vida vuelven
- 164 —
para no marcharse jamás, la grande opor-
tunidad de la vida no es hoy sino maña-
na, pues, ¿para qué afanarse en lo que
no ha de durar, teniendo por delante la
perspectiva de lo que no se ha de acabar?
«Xada te turbe, nada te espante; todo
se pasa: Dios no se muda; la paciencia
todo lo alcanza: quien á Dios tiene nada
le falta: sólo Dios basta», decía la prime-
ra página impresa en Buenos Aires con
la primera imprenta en 1780, fiel expre-
sión de ese espíritu medioeval del espa-
ñol, que aún en pleno siglo de las luces
de la inteligencia humana, en el nuevo y
en el viejo mundo ha invertido en Te
Deums, misas, novenas, procesiones y
peregrinaciones para propiciarse la inte-
ligencia divina, lo que los americanos
del Norte gastaban en escuelas y univer-
sidades para levantarse la inteligencia
humana, en virtud de lo cual, aquéllas
son las tierras del presente y éstas son
las tierras del «¡mañana. Dios dirá!»
XIX
Pesimismo y optimismo.
« —¿Qué pensaríamos, decía el Success,
de un ingeniero que procurase economi -
zar el lubrificante á expensas de la dura-
ción de la máquina? — ¿Que es un loco?
— Pues eso es justamente lo que hacemos
cuando economizamos la alegría, el re-
creo, los entretenimientos sanos que son
los lubrificantes de la maquinaria de la
vida.» Eso es justamente lo que hace el
misticismo, suprimiendo las amenidades
de la vida para alargarla.
«La época colonial fué triste, dice Juan
A. García, no tuvo regocijos populares;
los desbordes espontáneos de alegrías
tradicionales en otros pueblos. Era una
sociedad melancólica y silenciosa, como
— 16G —
si una aura de abatimiento, de opresivo
desconsuelo envenenara la atmósfera.»
Y de esa tristeza salió el carácter tétrico
de los caudillos hispano-americanos, tan
prominente en el dictador Francia, el
discípulo de los jesuítas de Córdoba, el
asceta en el poder supremo, «el hombre
triste del Paraguay», el hombre de espí-
ritu más diabólico en el Nuevo Mundo.
Como era obligatoria la ignorancia de
la ciencia y de la libertad, y eran obliga-
torias las creencias tradicionales, y la
intolerancia era de buen tono, y el diablo
y el infierno entraban por nueve décimos
en la predicación colonial, todo lo que
vino en materia de barbarie, fué el fruto
propio de semejante siembra de oscuran-
tismo y de fanatismo, por virtud de la
cual, en el registro de los sentimientos
humanos sobraron las notas fúnebres y
faltaron las notas alegres; abundaron
las notas duras, solemnes, melancólicas,
agudas ó chillonas, y escasearon las no-
tas suaves, joviales, delicadas, amables,
y estuvieron ausentes octavas enteras de
— 167 —
la tolerancia, de la ironía, del escepticis-
mo, del optimismo.
Porque la invención de antídotos ima-
ginarios contra las responsabilidades y
los males imaginarios, ha sido mi semi-
llero de modos de aprovechar el tiempo
futuro, que son maneras de desperdiciar
el tiempo presente, la vida ha sido redu-
cida en cada región de la tierra, en el
equivalente de energías y de abstencio-
nes que es necesario emplear en la amor-
tización de los males ilusorios á que está
hipotecado el entendimiento humano por
las supersticiones del pasado, que son
parte integrante de la herencia social,
para todo el que nace en tal región, des-
empeñando el ambiente intelectual las
funciones del albacea.
Porque la tristeza estaba en el misti-
cismo, y el misticismo estaba en el espí-
ritu de las gentes, «la época colonial fué
triste, dice Juan A. García, no tuvo re-
gocijos populares; los desbordes espontá-
neos tradicionales en otros pueblos. Era
una sociedad melancólica y silenciosa,
— 168 —
como si una aura de abatimiento, de opre-
sivo desconsuelo envenenara la atmósfe-
ra». Era el efecto propio de la superpo-
sición del espíritu de la muerte al espíri-
tu de la vida; del pensamiento del maña-
na á las preocupaciones del ahora; del
problema de la salvación de las almas
por la iglesia, al problema de la educa-
ción de los niños por la escuela.
El reverso del salmo de la vida y de
la acción de LongfelloAV, es la homilía
del gran Que vedo: «Resta ahora desen-
gañarte del estudio vano y de la presun-
ción de la ciencia... Toda nuestra sabi-
duría es presunción acreditada de la ig-
norancia de los otros... Preguntárasme
que, supuesto esto, cuál es la cosa que
un hombre ha de procurar aprender: pro-
cura persuadirte á amar la muerte, á
despreciar la vida», que es el mismo
pensamiento pesimista expresado por el
refrán árabe: «es mejor estar sentado,
que parado; mejor acostado que sentado,
y mejor muerto que acostado». Es el mis-
mo concepto del mundo impreso en Bue-
-- 169 —
nos Aires en 1780, y expresado por Fe-
lipe IV en carta confidencial á sor María
Agreda, en vísperas de desprenderse del
«hombre triste», del «sombrío ministro»,
que había trabajado como «un forzado»,
al decir de Hume, en la ímproba tarea
de divertir al rey, y servir al cielo con
todos los recursos del imperio en que no
se ponía el sol, para labrar la grandeza
de la España por la protección divina:
«la única manera de obtener lo que de-
seamos es no contar más que con el so-
corro divino».
«Viviendo entre las gentes que bendi-
cen su vida, no tardaréis en bendecir la
vuestra, dice Maeterlinck. La sonrisa es
tan contagiosa como las lágrimas, y la
dicha pasa á menudo inadvertida porque
no sabemos conocerla». Viviendo entre
gentes que creen que este mundo debe
ser «un valle de lágrimas» para que el
otro no sea un eterno martirio, y que de-
ploran la inanidad de su vida, porque no
saben aderezarla con el pensamiento y el
sentimiento, para hacerla digna de ser
— 170 -
vivida, no tardaréis en deplorar la ina-
nidad de la vuestra, porque el pesimismo
y el fatalismo son contagiosos, y «las co-
sas son del color del cristal con que se
miran». «La vida es bella, mi hermano,
dice el pagano Jorge Borrow. Hay la no-
che y el día, mi hermano, que son cosas
lindas; el sol, la luna y las estrellas, y
también el viento cuando hace calor, to-
das cosas lindas.» «La vida es muy agra-
dable, mi hermano. ¿Quién quiere mo-
rirse?»
XX
Antaño y hogaño.
Del] mismo modo que la excelencia de
un cuadro depende del acierto en la com-
binación de las luces y las sombras, los
colores, las líneas, las figuras, las suges-
tiones y las insinuaciones, la de una vida
depende de la feliz combinación de los
accidentes v de las circunstancias inter-
ñas V externas, v con el creciente desen-
volvimiento de los elementos cualitativos
del espíritu y del ambiente, que son los
materiales de construcción de la felicidad
humana, el común de las gentes se en-
cuentra hoj^ infinitamente más acaudala-
do de amenidades que el señor Feudal
analfabeto de la Edad Media, que se abu-
rría en su castillo, por tener sólo muy
172 —
reducidas ideas, muy menguados senti-
mientos y muy escasas noticias del mun-
do, sin más pasatiempos que la guerra,
el juego, la bebida, el amor y la mesa, y
que no podía ensanchar por los viajes,
sin peligro de su vida, el escenario exte-
rior de su espíritu, aun teniendo el dere-
cho de vida y muerte sobre sus vasallos,
lo que era infinitamente peor que no te-
ner necesidad de matar á nadie.
Y por cierto que la existencia del sier-
vo, del esclavo y del villano, transcu-
rriendo en miseria irremediable, en una
espesa atmósfera de terrores religiosos y
de peligros sociales, explotado y maltra-
tado como un animal doméstico, con la
sola diferencia de ser un animal predes-
tinado á convertirse, al término de su
perra vida, en un semidiós ó en un vice-
demonio, por estupenda consecuencia de
los sacramentos y del pecado, tal condi-
ción del cristiano sin privilegios, era sen-
cillamente peor que la del condenado á
trabajos forzados en nuestros días.
«Mientras el símbolo de la vieja huma-
- 173 —
nidad era el hombre y la mujer cavando
la tierra con el sudor de su frente, el
símbolo de la humanidad moderna es el
hombre en la casilla de gobierno ó en el
timón, guiando con un ligero esfuerzo
muscular, pero con un gasto constante de
trabajo mental, enormes masas de ener-
gía hacia una actividad deliberada, dice
Osiwald. Y esta elevación del hombre,
desde bestia de trabajo en el mismo nivel
con el buev, á una más alta existencia
con dominio sobre inagotables cantida-
des de energía, es una ganancia moral
que debemos exclusivamente al progreso
técnico, y estamos llegando á compren-
der que sólo al investigador científico
podemos dirigir con éxito la vieja plega-
ría: «líbranos de todo mal».
En efecto, las religiones crean las bue-
nas intenciones con que está empedrado
el camino del infierno, pero no crean ins-
trumentos ni métodos de trabajo, y la
cuestión capital y la causa permanente
del mejoramiento de las razas humanas
por procedimientos humanos, es la del
— 174 —
empleo de las energías humanas en orden
á conseguir con el menor gasto el mayor
rendimiento de aptitudes, de recursos y
de amenidades.
«No ser muerto y tener un traje de
pieles para el invierno, era el supremo
ideal de un hombre en el siglo ix», dice
Stendhal. «Nadie puede ahora hacerse
una idea de lo que fué el estado mental
de un hombre en el siglo ix, dice Hux-
ley. Por más altamente educado que fue-
se, su vida era un campo de batalla per-
manente entre santos y demonios, por la
posesión de su alma». Podemos agregar
que también era un campo de batalla
entre bacilos y microbios por la posesión
de su cuerpo, sabiendo que las epidemias
hacían estragos, y que en el siglo xiv la
peste negra mató á la mitad de la pobla-
ción de la Europa, y que hasta fines del
siglo XVII la mortalidad en Londres, ver-
bigracia, era del 80 por 1.000.
Es que en el feminismo cristiano, como
en el feminismo musulmán, el hombre
estaba á la defensiva contra los males
— 175 —
del cuerpo y del espíritu, bajo el escudo
de las supersticiones, defendiéndose de
los diablos, las brujas, los duendes y las
ánimas, las epidemias, las endemias, las
pestes, las secas y las inundaciones, el
rayo^ el hambre y la perversidad, con el
poder mágico de los santos, de las reli-
quias y de las oraciones milagrosas, con
las misas, novenas, procesiones y pere-
grinaciones, con el agua lustral y las
palmas benditas.
Y sólo á proporción en que la libertad
del pensamiento aportaba ó despertaba
el masculinismo en el espíritu humano,
ha podido el hombre moderno tomar la
ofensiva contra los males del espíritu y
del cuerpo, repeliendo y destruyendo con
la higiene á los argonautas de la mugre;
desvaneciendo con las luces de la ciencia
esos fantasmas terroríficos de la imagi-
nación en tinieblas, que hacían de la vida
mental una horrorosa pesadilla; des-
armando al fanatismo, á la crueldad y á
la imbecilidad con la cultura intelectual;
anonadando al hambre con el comercio,
— 176 -
la industria y las vías de comunicación,
y reduciendo con todo ello la mortalidad
en Londres al 17 por 1.000, para alargar
en quince años la duración media de la
vida humana, pues resultó que el elixir
de larga vida no era el agua de vida, ni
el agua con vida, sino el agua esteri-
lizada.
En el feminismo intelectual en que vi-
vieron nuestros padres, con excepción del
pensamiento, todos los hechos y las cosas
estaban regidos inexorablemente, hasta
en sus menores detalles, por un empera-
dor omnipotente y omnividente del uni-
verso, que en cualquier momento podía
invertirlos ó suspenderlos á su capricho,
indiferente á la suerte de los hombres, á
menos de ser interesado en ella por fri-
volidades, tan irracionales á veces como
la de ser el pescado, verbigracia, comes-
tible en lunes y «pecado mortal» en vier-
nes, y por humillaciones y adulaciones
bastantes para dar náuseas á una perso-
na decente de nuestro tiempo.
Dios era un hombre inmensamente
- 177 —
más bueno y más malo que todos los
hombres y los animales juntos, con tan-
tos millones de ojos y de oídos como ha-
bía hombres^ mujeres y niños en la tierra,
puestos uno en cada persona, para ver
todos sus actos en la obscuridad, todos.
sus pensamientos en el interior de la
mente, á fin de registrarlos, momento
por momento, en una cuenta especial
abierta á cada persona desde el día de su
nacimiento en pecado original, para pre-
miarlos ó castigarlos, cuando ya no fue-
sen enmendables ni empeorables.
El diablo era un perdido, sin remedio,
empeñado en perder á todos los hom-
bres, las mujeres y los niños, para au-
mentar la población infernal de diablos,
brujas y duendes, á fin de tener más com-
pañeros de eterno infortunio, y más auxi-
liares con quienes merodear alrededor
de cada persona en apuros de concien-
cia, como los perros hambrientos alrede-
dor de la cocina. Cazador y negociante
de almas para el infierno, acudía al ins-
tante á donde lo llamasen, presentándose
12
- 178 ~
espontáneamente en la obscuridad y en
la soledad, para sugerir un mal pensa-
miento contra la gloria del Padre Eter-
no, ó brindar un momento de dicha á
cambio de la eterna desdicha, que consti-
tuía su propia gloria.
Yo he vivido en ese open door de in-
sensatez medioeval, que era la heren-
cia intelectual forzosa de los hispano-
americanos en la época colonial, el cual,
y el terremoto del 61, han sido las dos
grandes calamidades que han amargado
las que debieron ser horas felices de mi
infancia. Y de ahí mi empeño en sustraer
á los presentes y venideros de eso que
Mseterlinck llama «el sólo crimen imper-
donable, el que envenena las alegrías y
anonada la sonrisa del niño» con el fan-
tasma de la condenación eterna por los
usos y los goces saludables de la vida.
Como el árbol que queda subordinado
á las contingencias del lugar en que ha
brotado, el hombre quedaba antaño su-
bordinado por todas las indigencias hu-
manas al lugar y á la condición social en
— 179 —
que había llegado á la existencia. Su am-
biente intelectual estaba constituido por
el espejismo deslumbrante del cielo y por
las visiones pavorosas del purgatorio y
del infierno, en tanto que el campo de
acción del hombre moderno se extiende
á todas las regiones civilizadas de la tie-
rra, y su escenario exterior se extiende
á todas las maravillas de la naturaleza y
del arte, mientras el mundo interior está
constituido por el kaleidoscopio de los co-
nocimientos y de los sentimientos en
transformación incesante.
Pero este mundo, que era «un valle de
lágrimas» cuando el pesimismo ejercía la
regencia del entendimiento humano, em-
pieza á ser un valle de alegría desde que
la ejerce el optimismo; desde que es un
campo de acción, en el que las energías
ambientes trabajan en nosotros, por nos-
otros y para nosotros y nuestros descen-
dientes en la elaboración del universo
moral.
Pues este mundo no es una ordalía á
perpetuidad, como lo concibieron los pa-
— 180 -
dres de la Iglesia, no es una trampa de
cazar almas para el infierno, y nosotros
estamos en él como una parte de la ener-
gía universal en una función específica,
para pensar, sentir, amar y soñar; para
vivir^ obrar y morir, y no para pasar por
probaciones inequiparables en la diver-
sidad infinita de las condiciones de hecho,
á fin de ser los unos obsequiados con la
dicha eterna y condenados los otros á la
eterna desventura, porque esto sería de-
masiado necio y demasiado inicuo para
una inteligencia decente de las cosas.
Porque el cielo, el purgatorio y el in-
fierno son aquí, y es sólo por un efecto
de espejismo intelectual, que los visiona-
rios los ven en el más arriba ó en el más
allá de la realidad.
Aquí es el cielo del amor y la belleza,
el arte y la ciencia; el limbo de la igno-
rancia; el purgatorio de la superstición y
la imbecilidad ; el infierno del odio y la
perversidad. Y del individuo que marcha
impelido por su egoísmo en pos de su
mezquina felicidad postuma, aun de esa
- 181 —
fuerza, de la que dice Goethe «que quiere
siempre el mal, y concurre, sin embargo,
al bien», la naturaleza, persiguiendo in-
cesantemente su propio ensueño, hace el
obrero consciente ó inconsciente para la
obra del perfeccionamiento indefinido del
hombre para el mundo y del mundo para
el hombre.
Aquí es el lugar de la dicha y la des-
dicha eternas para la humanidad eterna,
y transitorias para la individualidad tran-
sitoria; y ahora es el momento de alcan-
zar la perfección relativa, de que resulta
la dicha propia por reversión concomi-
tante de la dicha ajena, haciendo del
mundo el valle de la sonrisa, y aquí es
«el valle de la amargura» para los que
quieren alcanzar la perfección al revés
de como es posible, para ellos solos, y en
otro sitio, en otro momento y en otra
vida, en que serán de ninguna utilidad
para los otros seres.
Aquí es la dicha celestial de las almas
refinadas para la vida excelsa por la cul-
tura de la mente v del corazón; de los
— 182 —
que piensan y son comprendidos, de los
que sienten y son correspondidos, de
los amantes que son amados; aquí, donde
están los que sufren, es el lugar de la
benevolencia, de la abnegación y de la
ternura, que serían inútiles donde fuesen
innecesarias; aquí es la oportunidad de
la inteligencia y del sentimiento, aquí
donde las cosas y los seres hablan al es-
píritu del hombre en el lenguaje de las
simpatías ó de las antipatías que haya
depositado ó suscitado en ellos, porque
el universo es el banco de la felicidad y
de la infelicidad, sobre el que cada uno
puede girar, en todo momento, contra
sus depósitos de amor, de temor ó de
rencor, de sensatez ó de insensatez en
cuenta corriente.
Y si el cielo, el purgatorio y el infier-
no, concebidos fuera de este mundo, sir-
ven para dirigir de rebote la conducta
de los hombres en este mundo, ¿por qué
no habrían de servir también, directa é
infinitamente mejor, si los concebimos
dentro mismo de este mundo?
XXI
Ideales y sentimientos.
Expresando elocuentemente el sentir
colonial, en un discurso pronunciado en
1884 contra la escuela neutra, el matri-
monio civil, el divorcio, el cementerio lai-
co y las escuelas normales, el actual mi-
nistro de Instrucción pública, decía: «Pue-
den nuestros pueblos resignarse hasta la
humillación y el sacrificio bajo el peso de
grandes dolores; pueden consentir, sin
estallar terribles y vengativos, que se les
arrebate una á una las garantías consti-
tucionales; pueden contemplar, impasi-
bles, que los gobernantes decidan sus
desitinos con la punta de la espada. Hay
algo, empero, que han de defender hasta
el heroísmo, algo por lo que han de arros-
— 184 -
trar el martirio, si necesario fuese, y ese
algo es su fe y su religión, único bien que
les queda aún en medio de tantos males
y desastres.»
Esa es, en efecto, la descripción per-
fecta del espíritu que los hispano-ameri-
canos tuvimos la desgracia de heredar de
nuestra madre patria, y por el cual la
libertad ha sido siempre pisoteada por
todos los caudillos ambiciosos de poder,
sin encontrar defensores suficientes, y
han caído siempre los gobernantes ilus-
trados que pretendieron implantar la
primera y la más grande de las liber-
tades humanas: la libertad del pensa-
miento.
Y es por eso que hemos resultado como
los musulmanes, más gobernables por los
más capaces de arrebatarnos libertades
para construir y fortalecer su despotis-
mo; pues las agrupaciones, como los in-
dividuos, no pueden disfrutar sino aque-
llos beneficios por cuya consecución ó
conservación estén dispuestos á luchar
hasta vencer, y cuando sólo están ense-
— 185 —
nados á saber para qué sirve la religión,
y á no saber para qué sirve la libertad,
sólo están dispuestos á luchar por la
conservación del fanatismo religioso, y
todo lo demás puede serles arrebatado
con ó sin las armas en la mano.
Fué por eso que la única insurrección
que puso en serio peligro la dominación de
40.000 ingleses sobre 200.000.000 de in-
dus, fué ocasionada por la grasa de vaca
y de cerdo empleada como preservativo
contra la humedad en los cartuchos del
fusil, porque era necesario cortarles la
punta con los dientes antes de introdu-
cirlos en el cañón, y esto obligó á los ci-
payos á sublevarse para escapar á la
condenación eterna, que resultaba para
los musulmanes del contacto de la grasa
de cerdo, y de la de vaca para los bra-
manistas.
La libertad es de tan poco momento
para el que no sabe valorarla y usufruc-
tuarla, como un violín para el que no
ama la música ni sabe tocarlo, y del cual
sólo podría obtener los beneficios que
— 186 —
le resultasen de empeñarlo ó venderlo.
Y como no se puede tener para sí lo
que no se haya hecho tenible para los
otros, el hombre común no puede disfru-
tar ni aun lo que sabe estimar, sino en
la medida en que sepa defenderlo para
todos. Y cuando desestima la libertad
para sí, nada hará para defenderla en
los otros, y la suya y la de los otros se-
rán acaparables por los que sepan sa-
carles provecho, en la medida en que es-
tén indefendidas por los que no saben
aprovecharlas para impedir que los des-
pojen. Y de esta circunstancia depende
que las libertades individuales en las
agrupaciones humanas sean en unos pue-
blos más y en otros menos monopoliza-
bles por los caciques, los ambiciosos y los
logreros.
El que hace creyente á un niño en cua-
lesquiera fe, lo hace esclavo de esa fe, y
el inquisidor está implícito en el creyen-
te, pues el que ha perdido la libertad de
dudar ó de no creer, quiere, naturalmen-
te, hacer perder á los otros lo que él ha
— 187 —
perdido, y cuando entiende, además, que
esa pérdida actual comporta beneficios
ulteriores, las funciones diabólicas que-
dan dobladas en el fanático militante por
las funciones divinas, concurrentes con
aquéllas á la anulación de las demás po-
sibilidades del espíritu en los otros.
Diablo sin saberlo, el que ha perdido
la alegría del vivir, desea imponer á los
otros su tristeza, y el que está atormen-
tado por los terrores del infierno , desea
comunicar á los otros su miedo al infier-
no, por el doble motivo de sus beneficios
eventuales y porque mal de muchos es
consuelo de afligidos. Tal era el caso de
aquellos caudillos bárbaros, que querían
que todos fuesen bárbaros porque lo eran
ellos, exactamente como hoy queremos
que los demás sean cultos, porque lo so-
mos nosotros.
Los pueblos enseñados á creer que con
Dios basta y sobra, como los turcos, los
rusos y los españoles, sólo están dispues-
tos á defender á su Dios y á sus vicarios,
y sólo han conservado sus dioses y sus
- 188 —
déspotas temporales y espirituales. Y los
que han estado siempre resueltos á de-
fender, á la vez, á la religión y á la li-
bertad— Dieu et mon Droit — como reza
la vieja leyenda del escudo británico, han
conservado , á la vez, la religión y la li-
bertad.
Fué por lo inverso que la más colosal
de las guerras afrontadas por los ameri-
canos del Norte, y la única contienda ci-
vil que los haya dividido, fué la que aco-
metieron para conseguir la emancipación
de los negros, á costa de un millón de
vidas y de tres mil millones de doUars,
resarcidos con exceso por la prosperidad
consecutiva á la eliminación de esa men-
gua en la moral nacional.
Por el contrario, nuestra diferencia
fundamental con los anglo-sajones, que
en 1215 arrancaron la Magna Carta al
rey Juan, arrojando al mar en Dover la
bula que contenía la excomunión del papa
contra los barones rebeldes, consiste en
que ellos han estado siempre dispuestos
á defender hasta el heroísmo y el marti-
— 189 —
rio esas garantías constitucionales^ que
en el sentir colonial del Dr. Garro , nos-
otros estamos dispuestos á dejarnos arre-
batar sin estallar^ y es con esa actitud
que ellos han hecho imposibles en su am-
biente esos déspotas, sátrapas y caciques
con facultades ilimitadas que fueron via-
bles en el nuestro.
Porque el espíritu del hombre es fe-
cundable por el ideal. Fecundable de ge-
nerosidad por el ideal generoso; fecunda-
ble de mezquindad por el ideal mezquino;
fecundable de insurrección por el ideal
de la libertad; fecundable de miedo y de
sumisión por el terror al presente ó al
mañana.
De los que viven sólo para sí mismos,
se ha dicho que «la cal sola de sus huesos
los mantiene en pie, y no un propósito
sano y generoso», y, en efecto, el propó-
sito hace la consistencia del espíritu,
como la cal hace la consistencia del es-
queleto, y es de la rectitud del esqueleto
que resulta la posición vertical del hom-
bre físico, y de la firmeza y la generosi-
— 190 —
dad del propósito la rectitud moral del
hombre síquico.
«Un fin superior es curativo como el
árnica», dice también Emerson. «Napo-
león visitaba á los enfermos de la peste
para demostrar que el hombre que podía
vencer al temor vencería á la peste, y
tenía razón», ha dicho Goethe. «Es in-
creíble la fuerza que tiene la voluntad en
esos casos; penetra en el cuerpo y lo pone
en un estado de actividad que repele toda
influencia dañosa, mientras el temor las
atrae». La transformación del individuo
común en fiera, por la pasión de una cau-
sa miserable, ó en héroe por la pasión de
una causa generosa, es un fenómeno fre-
cuente, y también lo es en la historia^ la
transformación más ó menos repentina,
del carácter de toda una agrupación hu-
mana por la intervención de un gran te-
rror ó de un alto ideal.
En aquel «pueblo de asnos», como se
decía del francés, porque llevaba sin que-
jarse todas las cargas que le imponían sus
gobernantes y sus salvadores^ sobrevie-
— 191 —
nen los ideales laicos de 1789, y el senti-
miento naciente de los derechos y de las
posibilidades del hombre suministra fuer-
zas morales bastantes para abrir en el
muro del pasado la brecha del porvenir
afrontando la coalición de la Europa ab-
solutista y reaccionaria, y la revolución,
es desde entonces^ como dice Carlyle, un
deber que los franceses saben llenar.
Sobrevienen también, en 1810, esos
mismos ideales entre los colonos españo-
les del Plata, que vegetaban sin porv^enir
en el pasado tradicional, y que acababan
de defender con las armas en la mano
contra las invasiones inglesas á la domi-
nación española, y las empuñan de nuevo
para expulsarla. En tres años, el carác-
ter de los colonos había cambiado hasta
el punto de avergonzarse de la misma
sumisión pasiva de que estaban antes or-
gullosos.
La fuerza moral del cristianismo pro-
vino de la parte en que era un ideal de
porvenir. Pero la idea de realizar los
hombres dentro de la vida, por sí mis-
- 192 —
mos y para sí mismos, la libertad, el de-
recho, la justicia y la fraternidad; el pro-
pósito de embellecer y dulcificar en este
mismo mundo la vida humana, que aquél
aspiraba á realizar fuera de este mundo,
era un ideal más alto, más noble y gene-
roso. Del primero resultó la era cristia-
na; del segundo la era liberal y científica.
Pues, si lo más enalteciente, vale de-
cir, lo más moralizante, del cristianismo
provino de ser una aspiración de mejo-
ramiento humano á realizarse en el mis-
mo individuo en el más allá de la vida
presente, los ideales racionalistas son
aún más moralizantes porque son bienes
á realizarse en el porvenir, fuera del in-
dividuo que los alienta, á su costa, y sin
beneficio para sí.
XXII
la herencia social.
El amor, la simpatía y la benevolencia
son agradables, y todo lo que es agrada-
ble es deseable, por egoísmo. Para susci-
tar esos sentimientos en los otros á nues-
tro respecto, deseamos ser gratos á los
otros, y para conseguirlo usamos á su
respecto la cortesía y la benevolencia,
por egoísmo. Pero si ellos y nosotros no
deseamos ser estimados, sino temidos,
ellos y nosotros apelaremos á la intimida-
ción para ser temidos, por egoísmo. Pues
un hombre prefiere que los otros hom-
bres le tengan miedo, y otro prefiere que
le tengan simpatía, y cada uno desea sus-
citar en los otros aquello que desea en
los otros.
13
- 19i -
Un hombre hace el bien porque esa es
su manera de ser feliz; otro hace el mal
porque esa es su manera de ser feliz, en
razón de la clase de sentimientos de que
está provisto. Los dos son impulsados
por el instinto de conservación en dife-
rente rumbo, porque su instinto ó su
egoísmo está diversamente condicionado
por el carácter de sus sentimientos y di-
versamente alumbrado por las luces de
su entendimiento.
Y del mismo modo que la agricultura
consiste en sembrar ó plantar en el suelo
las plantas cuyos frutos preferimos, la
homocultura consiste en implantar ó
sembrar en la mente del niño los idea-
les, la religión, los gustos y las inclina-
ciones cuyos frutos preferimos en el
adulto.
Un piel roja se captaba la admiración
de los otros pieles rojas, por el número
de cabelleras de adversarios muertos con
que se adornaba. Un gaucho se captaba
la admiración de los otros gauchos^ por
su audacia para jinetear á un potro indo-
— 195 —
mito, ó para afrontar á los otros gauchos
ó á los gendarmes, acreditando con ello
ser más gaucho , pues cuando todos son
bárbaros, ser más bárbaro que los demás
es ser superior á los demás, del mismo
modo que ser, respectivamente, más ar-
gentino, más boliviano, más español ó
más católico, musulmán ó budista que
los demás argentinos, bolivianos ó espa-
ñoles, ó que los demás católicos, musul-
manes ó budistas, es ser, respectivamen-
te, superior á los que son lo mismo en
menor grado, porque nadie puede esti-
mar en los otros sino lo que considere
estimable en si mismo, y, por lo tanto,
estimable en mayor grado allí donde
exista en mayor grado.
Así, los caracteres sociales de cada
comunidad de hombres son los valores ó
las calidades personales que el individuo
tiende á procurarse por imposición del
instinto de conservación, porque «la fun-
ción no es más que la respuesta del ser á
las solicitaciones del medio», como dice
Lacombe, y el modo de sentir, de pensar
— 196 —
y de obrar de los coetáneos, no son menos
obligatorios que su modo de vestir, para
las nuevas unidades que se incorporan á
la masa.
Por esto, nacer en un ambiente social
es heredar en germen las posibilidades y
las imposibilidades de tal ambiente so-
cial; la posibilidad de todas las excelen-
cias ó la de todas las miserias humanas,
según que sea grande ó menguado, opti-
mista, pesimista ó fatalista. Y recibir una
alta cultura, es heredar una forma supe-
rior de riqueza, ciertamente más impor-
tante que la que consiste en bienes de
fortuna. Y heredar vanidades en lugar
de sentimientos, es quedar predestinado
á echar los bofes en la conquista de las
cosas que despiertan envidias sin allegar
simpatías.
Nacer en un ambiente de ilustración,
de dulzura de sentimientos y de sobrie-
dad de costumbres, ó en un ambiente de
ignorancia, superstición, rudeza y mise-
ria consecutiva, es heredar, respectiva-
mente, la civilización ó la barbarie como
- 197 —
cauces tradicionales para las energías
vitales, pues el capital de vida operante
para la felicidad es el remanente que
queda después de deducir las deudas y
las cargas de la vida, á que están hipo-
tecadas por las supersticiones del pasado
las energías del presente^ y por los cua-
les tradicionalismos no es lo mismo nacer
en Marruecos que en España ó en Norte-
américa, por toda la diferencia que va
del fatalismo al optimismo.
La historia y la tradición, es decir,
ocho siglos de guerra contra los moros y
tres siglos de Inquisición contra los he-
rejes, habían elaborado el fanatismo pa-
triótico y religioso en el espíritu del espa-
ñol, que consideraba á la ciencia como
«la vana presunción de la ignorancia»,
según la definición del gran Que vedo, y
que pensaba, como dijo Felipe lY, que
«la única manera de conseguir lo que
deseamos es no contar sino con la volun-
tad de Dios», y porque «Thomme est ce
qu'on fait de lui; ensuite il vent rester ce
qu'on a fait de hti». como dice Servan, los
— 198 —
españoles de esa laya se sintieron tan
fuera de su ambiente en la Constitución
de Cádiz como los peces de agua salada
en el agua dulce, y gritalDian en 1814:
«¡Vivan las cadenas, muera la libertad!»
Se habían formado con el valor militar
la más grande herencia territorial que
hubiera conocido el mundo hasta el si-
glo XVI, y la perdieron por el fanatismo
religioso, deteniendo en los Pirineos, con
el misticismo que les había venido del
África y del Asia, al racionalismo que les
venía de la Europa.
Y desde los judíos del tiempo de Tito
y Vespasiano hasta los marroquíes de
nuestros días; desde la conquista y la re-
partición del Nuevo mundo, hasta la do-
minación de la India; desde el reparto de
la Polonia, hasta el reparto del iifrica,
es siempre la misma tragedia de la he-
rencia territorial de las poblaciones, ma-
lograda por la herencia intelectual, lec-
ción de la historia todavía inaprendida
en estas naciones semibaldías de la Amé-
rica latina, donde los megalómanos si-
— 199 —
guen soñando en ensanches territoriales,
víctimas de la incredulidad hereditaria
en el poder de la ciencia, que tienen, en
la cultura nacional, el remedio para to-
dos los males del pasado y la más pode-
rosa palanca para el engrandecimien-
to nacional, y no saben ó no quieren
usarlos.
XXIII
La vida y la moral coloniales.
Lo que define la condición del hombre
es el empleo de su mente y de su tiempo,
y esto era tan diferente en el pasado de
como es en el presente, que solamente
los que hemos pasado la infancia en un
medio colonial, podemos explicarnos el
modo de existencia de nuestros mayores,
que lo ignoraban todo en este mundo y
eran catedráticos infusos del otro, por-
que todos los ideales de la vida espiritual
estaban destinados á realizarse en el más
allá de la vida actual.
«Levantarse temprano, asistir á los
trabajos de la heredad, comer á la mitad
del día, dormir una siesta de tres horas,
- 202 —
volver á la ocupación hasta ponerse el
sol, rezar, jugar un par de horas ó más
á los naipes, cenar y acostarse para vol-
ver á levantarse temprano al siguiente
día, repetir lo mismo del día anterior, y
así sucesivamente toda la vida, atesorar
dinero con la paciencia y la avaricia de
un judío, privándose de los goces que
brinda la industria del hombre», tal era,
dice Hudson, la existencia del j)atrón co-
lonial, sazonada por la misa en la maña-
na del domingo y las riñas de gallos por
la tarde, siendo la del peón trabajar es-
túpidamente, desde el amanecer hasta el
anochecer, en cinco días de la semana,
para jugar á la taba, á la ra3^uela ó á los
naipes, emborracharse el domingo con el
salario de la semana, y dormir la borra-
chera el lunes.
Empleaban, como los musulmanes, la
religión para todos los usos para los
cuales está construida la inteligencia, y
«como en España, dice Juan A. García,
seguían creyendo que la ciencia era ene-
miga de la religión y de la felicidad hu-
- 203 —
mana, y que bastan para un pueblo los
conocimientos elementales que puede
transmitirle el cura párroco», el cual
cura les enseñaba que habían nacido
para ser desventurados en vida y bien-
aventurados después de la vida, coordi-
nándose así el más alto destino futuro
con la más chata actualidad.
Los prisioneros de las invasiones in-
glesas, diseminados en el interior, y la
repercusión clandestina de las revolu-
ciones norteamericana y francesa, sem-
braron la idea de la libertad, que es el
antecedente indispensable del deseo de
libertad; el contrabando v los ensavos
forzosos de comercio libre, hicieron pal-
par los beneficios de la libertad de co-
mercio; las milicias criollas, organizadas
para repeler á los ingleses y aguerridas
por el éxito, constituyeron el elemen-
to substancial para la emancipación, y
los hombres superiores, en quienes ha-
bía aparecido, quand méme, la inteligen-
cia masculina para la vida social, sumi-
nistraron el impulso y la dirección, que
— 204 —
eran elementos capitales para la destruc-
ción del régimen tutelar.
Así; las invasiones inglesas, en las que
el régimen colonial fué el vencedor apa-
rente y el vencido en efectivo, fueron la
ocasión del primer contagio de nuevos
ideales y del primer ensanche de los ho-
rizontes espirituales del criollo, y en se-
guida las luchas de la independencia pre-
sentaron la más alta oportunidad para el
más alto empleo de la vida humana: para
el que consiste en trabajar por la liber-
tad, la justicia y el bienestar de las ge-
neraciones presentes y futuras.
El mismo fenómeno acontecía simultá-
neamente en la metrópoli, con la inva-
sión francesa y la insurrección popular,
después del sometimiento de los reyes, y
también el mismo desbarajuste posterior
con la reacción absolutista, las mismas
horrorosas tiranías recidivantes, los mis-
mos caudillos y montoneros cristianos y
bárbaros, en las guerras sin cuartel para
el compatriota en disidencia política, con
las mismas ó aún más atroces cruelda-
— 205 —
des, que escandalizaron á la Europa libe-
ral^ porque los métodos racionales para
la solución de los conflictos sociales^ eran
extraños á la tradición absolutista de la
gran nación, que lo fiaba todo á la vo
luntad de Dios y á la eficacia del rigor,
á la devoción y al valor, sometiendo
la cultura de la inteligencia nacional
á la aprobación de la Iglesia, que esta-
ba sólo interesada en mantener la igno-
rancia para fomentar el fanatismo reli-
gioso.
Después de la autocracia rusa y de las
teocracias musulmanas, nada más opues-
to á la hospitalidad para los perseguidos
que hizo la grandeza de la Roma Anti-
gua, y hace la prosperidad moderna de
los países angio-sajones, nada más dife-
rente que esa política religiosa de los re-
yes de España, que les llevó á implantar,
con la Inquisición, el infierno en el inte-
rior, y á erigirse en el ángel extermina-
dor de la herejía en el exterior.
Y en lugar de la esperada reciprocidad
providencial, sobrevienen después las
- 206 -
consecuencias naturales inevitables de la
inmoralidad humana; esto es, de la inhu-
manidad empleada en ganarse la protec-
ción divina y los favores del cielo á san-
gre y fuego.
XXIV
E! espirito de preeminencia.
La idea de la igualdad era ajena al
cristianismo, pues estaba escrito en los
libros sagrados que los primeros serían
los últimos, y que los últimos serían los
primeros, y desde que la Iglesia vendía á
los primeros en este mundo el derecho
de ser también los primeros en el otro,
en esta doble conveniencia de ser los pri-
meros en el ahora y en el mañana, se
originaron ó se enardecieron el hambre
del privilegio y el espíritu de preeminen-
cia que formaron las instituciones políti-
casy eclesiásticas medioevales.
Lo primero que hacen los niños y las
mujeres frivolas, es comparar sus trajes
y atavíos para congratularse por la su-
— 208 —
perioridad de los propios ó apenarse por
la superioridad de los ajenos^ prefiriendo
la vestimenta más incómoda, siempre
que sea la más vistosa.
Este es un modo de ser. Para el ancia-
nOj por el contrario, la comodidad y el
abrigo en el traje son ventajas superio-
res á la vistosidad, y éste es el otro modo
de ser.
En el «ande yo caliente y ríase la gen-
te», la felicidad descansa sobre la situa-
ción intrínseca; en el «ande yo deslum-
brante y rabie la gente», la felicidad des-
cansa sobre la situación extrínseca. Al
modo de ser infantil y femenino le lla-
mamos espíritu de preeminencia; al modo
de ser adulto y masculino le llamamos
espíritu de independencia. A la forma
política propia del primero la llamamos
aristocracia, y á la del segundo demo-
cracia, cada una de las cuales desacuer-
da con el espíritu correspondiente á la
otra, como el botín del pie izquierdo con
el pie derecho, y viceversa.
La nota más característica del primero
— 209 —
la dio entre nosotros aquel español Ruiz
Huidobro, general de caballería de Fa-
cundo Quiroga, predecesor del Kaiser y
de Sara Bernhard en la riqueza del guar-
darropa, que había empezado de cómico
aficionado, y que, al regreso del saqueo
de Tucumán, poseedor de 365 camisas,
se cambiaba ocho trajes diferentes en el
día^ paseándose por las calles de Mendo-
za en el primer coche que había llegado
á la provincia.
La historia de la Edad Media en el
Occidente europeo, con ser una sucesión
de guerras de rivalidad y de predominio
entre los grandes y los pequeños señores
feudales, entre musulmanes y cristianos,
entre católicos y protestantes, está asi-
mismo sembrada de horrorosas insurrec-
ciones de los villanos contra los excesos
insufribles de la opresión feudal, bárba-
ramente reprimidas siempre por el exter-
minio de los vencidos; pero hasta que el
desarrollo del comercio y la industria
suscitó una clase intermedia entre los
privilegiados y los desvalidos, como la
— 210 —
de nuestros patricios de 1810, en la que
las iniquidades del antiguo régimen reca-
yeron sobre gentes con recursos eco-
nómicos y aptitudes mentales suficientes
para comprender los usos y los beneficios
de la libertad, no acontecieron revolu-
ciones políticas para la reforma del orden
social, salvo en Inglaterra, donde tal cla-
se y tales revoluciones existieron siem-
pre, en alguna manera, porque los hijos
de los nobles, con la sola excepción del
mayor, no eran nobles, sino comunes, y
los nobles mismos estaban, por esta cir-
cunstancia, interesados en el mejora-
miento del común, á que pertenecían sus
segundones.
Pero en España todos los hijos del no-
ble eran hidalgos de nacimiento, exentos
de impuestos, de ocupaciones y de penas
viles, estándoles vedado el trabajo ma-
nual, el comercio y la industria, y reser-
vados los honores y la consideración so-
cial, y los empleos civiles, militares y
eclesiásticos. Así el privilegio hacía no
sólo innecesarias, sino también detesta-
— 211 —
bles^ la libertad, la igualdad y la frater-
nidad para los elementos dirigentes y
pudientes de la sociedad, á la manera en
que es repugnante á los patrones la idea
de la justicia en el contrato de trabajo.
Para esta vida y para la otra, el indi-
viduo no era computado por su valer
como hombre, sino por su condición so-
cial, según el rango que ocupase por na-
cimiento ó por consagración en el res-
pectivo escalafón. El sentimiento del
valor jerárquico desplazaba á todos los
otros en esa manera unilateral de enten-
der la excelencia de la vida y el espíritu
de preeminencia que tiene su campo de
acción en el culto del coraje, su instru-
mento en el valor agresivo, su forma
propia en el militarismo, su oportunidad
individual en el campo del honor y su
oportunidad colectiva en el pronuncia-
miento, en la guerrilla y en la montone-
ra, que forman la urdimbre de la histo-
ria española y de la historia argentina en
el siglo de las luces; el espíritu de pree-
minencia, que es el antípoda del espíritu
— 212 —
de tolerancia, llevado, como dice el doc-
tor López, al extremo de que las beatas
y sus maridos se peleasen en la misma
catedral de Chuquisaca, por el lugar en
que las primeras habían de colocar sus
alfombras; el espíritu de preeminencia,
que es la sed del privilegio permanente,
vino á ser el sentimiento preponderante
en el hispanoamericano, el leit motiv que
hizo impracticable el gobierno alternati-
vo de los partidos por la igualdad de los
hombres y la división de los poderes para
el control recíproco.
Porque la subalternidad de los otros
es indiferente al espíritu de independen-
cia y es una exigencia del espíritu de su-
premacía, resultan en este caso desdo-
rosas las limitaciones del poder, y ofen-
siva la disidencia; los hombres no se di-
viden en partidarios y adversarios, sino
en leales y traidores. Traidores á Dios, al
rey, á la patria, á la libertad, ó á la «fede-
ración», cuando se les manda en nombre
de estas entidades, siendo de suyo la
traición el grave de los delitos sociales.
— ■ 213 —
Así, la oposición, que es un derecho,
la expresión social del derecho de propia
conservación en el régimen de las insti-
tuciones libres, es un delito contra la su-
premacía personal en el régimen de las
instituciones absolutistas y la neutrali-
dad, que quedaba garantida en la fórmu-
la política de César: «el que no está
contra mí es mi amigo», queda excluida
en la fórmula de Pompeyo, que adopta-
ron nuestros caudillos medioevales: «el
que no está conmigo es mi enemigo», por
lo que se hizo necesario el distintivo ex-
terior en los partidarios, para preservar-
los en la hostilidad universal á la masa
general de la población.
Lo que el hidalgo de la Edad Media
cuidaba sobre todas las cosas, con la in-
faltable tizona al cinto, hoy tan ventajo-
samente sustituida por el revólver, eran
la religión para la vanidad futura y el
protocolo para la vanidad presente; su
credo y su rango social; su lote de supe-
rioridad sobre los otros hombres en este
mundo y en el otro, por herencia ó por
- 214 —
unción, siendo menospreciada la self
made.
El servilismo era el peaje de la vida
del débil al fuerte, el pleito del homenaje
del vasallo al señor y del creyente al em-
perador del universo, cobrándose cada
uno en altivez sobre sus iguales y en
arrogancia sobre sus inferiores, la bajeza
gastada en sus superiores. Como el arro-
gante ministro Olivares, que le alcanzaba
á Felipe IV la camisa, de rodillas al pie
de la cama, el patrón colonial, que se
hincaba delante del cura, se sentía ofen-
dido en sus fueros de patrón si el peón
no le dirigía la palabra con el sombrero
en la mano y la humildad en los labios,
y el padre en sus fueros de padre, si el
hijo no le pedía de rodillas en el suelo y
con las manos en actitud suplicante la
bendición, consistente en desearle que
Dios lo hiciera un santo y no un hombre.
La arrogancia y el servilismo son el
anverso y el reverso del espíritu humano
fraguado por el feudalismo, constituido
éste por «una jerarquía descendente de
— 215 —
poderosos que empezaba en el duque y
terminaba en el escudero, siendo cada
uno señor de sus vasallos y vasallo de
sus señores. Dentro de la jerarquía, todos
eran nobles; afuera, todos eran villanos.
Los primeros estaban constituidos en for-
ma de casta, y toda unión con los segun-
dos era una degradación, un deshonor,
como también el comercio y toda profe-
sión, excepto la de las armas espirituales
para combatir á los demonios, y la de
las armas temporales para combatir á
los herejes. En el mundo feudal no hay
intereses comunes; el interés particular
es la medida suprema, dice Crozals. Las
invasiones normandas precipitaron la
evolución feudalista, y en todos los gra-
dos de la sociedad hubo como un furor
de subordinación mutua de hombre á
hombre, para encontrar la seguridad en
la dependencia.»
En la España que mantuvo la esclavi-
tud hasta los últimos años del siglo xix
en sus colonias, porque había mantenido
la ignorancia y el fanatismo en su propio
— 216 —
suelo, subsistió el espíritu medioeval de
preeminencia, para el que «vale más ser
cabeza de ratón, que cola de león», y
que es la incompatibilidad recíproca en-
tre los hombres de la misma religión,
raza, nacionalidad, clase y familia, pues-
to que impele al que lo siente á colocar-
se respecto de los otros en la situación
en que no querría que ellos se colocasen
respecto de él, con lo que viene á ser el
progenitor del personalismo, del caci-
quismo, del caudillismo, del regionalis-
mo, del localismo, del separatismo, que
hicieron en el siglo pasado la desunión,
la esterilidad y la debilidad de la Améri-
ca española, enfrente de la unión y la
fuerza de la América anglo -sajona, resul-
tantes del espíritu de independencia, que
tiene su oportunidad en el comercio y la
industria, su medio propio en la libertad
de pensamiento y de acción, y su instru-
mento en la inteligencia afinada por la
instrucción pública, y cuyo fruto especí-
fico es el self made man.
Porque es al absolutismo lo que la ar-
\
- 217 -
golla al gancho, lo que la estaca al injer-
to, el espíritu de sumisión era cultivado
de mancomún et in solidum por la Iglesia
y el Estado, para injertar en él su res-
pectivo absolutismo, y de ahí nació — ge-
melo por contraste — el espíritu de insu-
rrección, el espíritu levantisco, en la pro-
pia manera en que la altivez había naci-
do de la repugnada al servilismo, en la
propia manera en que la «arrogancia es-
pañola y la soberbia castellana» se ha-
bían generado en la pobreza de espíritu
y la humildad cristiana.
Pues, á la verdad, la humildad cristia-
na no fué más que la más estupenda más-
cara del más estupendo orgullo, en aque-
llos pastores de almas que se atribuían
el poder sobrehumano de otorgar la gra-
cia divina, aquilatando la calidad del
pensamiento para mandar á los otros
hombres al cielo ó al infierno, erigiéndo-
se en jueces de la conciencia humana
para absolver al prójimo ó condenarlo á
la hoguera y al eterno martirio.
A los americanos del Norte, la Magna
— 218
Carta, la Reforma, el haheas corpus, la
petición de derechos y el hill de toleran-
cia, les habían hecho el espíritu del pie
derecho, para el cual la Constitución que
los rige desde 1787, resultó como el cal-
zado hecho á la medida del pie. A nos-
otros el absolutismo político y religioso
nos hizo, con la Inquisición y los jesuí-
tas, el espíritu del pie izquierdo, para el
cual resultaron inadaptables las cuatro ó
cinco Constituciones para el pie derecho
que ensayamos inútilmente antes de la
del 53-60, como han resultado inadecua-
das en España las otras tantas Constitu-
ciones de la misma índole, para el espí-
ritu público de la otra índole.
El remate natural del espíritu de pre-
eminencia es el cesarismo, por un proce-
so de agregación forzada y progresiva,
lo mismo en el imperio romano que en la
Iglesia romana, en las monarquías del
viejo mundo como en las dictaduras del
nuevo. Describiendo la de Rozas, dice
Vélez Sarsfield: «Un caudillo mayor trae
á otros caudillos á su jurisdicción y los
- 219 —
cuelga en las plazas públicas; establece
entonces un estado tal de sumisión entre
aquellos Estados soberanos, que los más
altivos gobernadores, sirven apenas para
verdugos».
Del mismo modo que fué necesario el
enfriamiento de la tierra para que apa-
recieran la vida vegetal y la vida ani-
mal, fué necesario el enfriamiento del te-
rror del infierno, para que apareciesen
la eficacia del trabajo por el uso de la
inteligencia y las amenidades de la vida
en las sociedades cristianas: el raciona-
lismo y la ciencia, la alegría y el buen
humor, las bellas letras y las bellas ar-
tes, el aseo y el confort, la ironía y la
risa, el escepticismo y la tolerancia.
Pero el infierno cristiano tenía su más
cálida sucursal en España, con el nom-
bre de Tribunal del Santo Oficio, y cuan-
do empezaba á tomar cuerpo una clase
media, nacida del desarrollo de la indus-
tria y del comercio en los Países Bajos,
en la Inglaterra, en la Alemania del Nor-
te, en Francia y en Italia, todos los re-
— 220 -
cursos de la España y de la América es-
pañola; eran derrochados en la Guerra
Santa, declarada por los Reyes Católicos,
á la herejía en el universo, y no pudien-
do sobrevenir por esto la clase interme-
dia entre la espuma y la borra del vaso
de cerveza, que decía Bismarck, entre el
hidalgo ocioso y el villano inculto, la so-
ciedad española se conservó, hasta bien
adelante de los tiempos modernos, com ■
puesta sólo de cabeza y cola.
Así, el factor capital de la historia de
la madre patria no fué el factor eco-
nómico, sino el fanatismo religioso, que
sacrificó la ciencia — la gallina de los
huevos de oro , — á la mayor gloria
del supuesto autor del gallinero , supues-
ta consistiendo en la indigencia mental
de los pollos, por los pollos en indigen-
cia mental.
Para el condenado á la ergástula, como
para el cenobita, privados á perpetuidad
de toda intercomunicación con los hom-
bres en el mundo, involuntariamente el
uno y voluntariamente el otro^ no existe
— 221 —
la posibilidad de la moral humana, y
existe la posibilidad de todas las mora-
les divinas, desde que pueden atormen-
tarse y maltratarse para complacer á sus
respectivas divinidades.
XXV
La moral dinámica.
Sujetos al dolor y al placer, los salva-
jes vegetan en la vida animal, reprodu-
ciéndose por el instinto de conservación
como los ganados, sin ser felices ni des-
graciados, porque no existe aún el mate-
rial de que están constituidos los concep-
tos de la dicha y de la desdicha.
La noción de la felicidad v de la infeli-
cidad, de las que nace y á las que única-
mente se refiere la moral humana, es un
producto secundario de la inteligencia
humana, y es para enaltecer su impor-
tancia que se le ha dado un carácter su-
perhumano, refiriéndola á los dioses, los
cuales son siempre, y en todas sus varie-
dades, indiferentes á los sufrimientos de
los demás animales v de los demás hom-
— 224 -
bres, que no los han creado, que no los
reconocen, ó que han existido antes de
que aquéllos fuesen inventados.
Para Robinson Crusoé, en su isla de-
sierta, no existía la moral, porque no
existía la posibilidad del bien y del mal
para otros seres humanos en conexión
con su conducta, no existiendo para él la
posibilidad de la maldad ni de la bondad,
de la injusticia, de la iniquidad, del or-
gullo, la vanidad ó la soberbia, del dere-
cho, de la usurpación, del crimen, del
delito y de la falta, de la injuria, la
insolencia ó la desconsideración, no ha-
biendo para él, en esa oportunidad, igua-
les, ni superiores, ni inferiores, en la isla
de Más Afuera.
Existía el hombre, pero no existía la
moral, porque faltaba la especie humana.
Existían también en el hombre las ideas
y los sentimientos morales , procedentes
de otro ambiente, pero sólo en el estado
estático por carencia de toda aplicación
posible, para ese ermitaño casual é invo-
lutario.
- 225 —
Tenemos entonces que el contenido de
la moral es la idea y el sentimiento de
la posibilidad del mejoramiento de la con-
dición humana. Y la moral dinámica es
la concordancia ó la respondencia del es-
píritu humano al fin natural de la exalta-
ción de la especie humana en la vida
social.
En tal sentido, son morales el amor, la
bondad, la inteligencia, la libertad, la
justicia, la salud, el placer, la belleza,
la cortesía, el valor, la sobriedad, el tra-
bajo, el descanso, la alegría, la benevo-
lencia^ la simpatía, la tolerancia^ la risa,
la honestidad, la lealtad, la rectitud, el
buen humor , la cultura , la sensatez , la
continencia, la estética, el aseo, el confort
y la riqueza, y son inmorales la iniqui-
dad, el odio, la injusticia, el despotismo,
la maldad, los celos, la envidia, la enfer-
medad;, el temor, el rencor, la venganza,
el alcohol, la depravación, la intoleran-
cia, la malevolencia, la descortesía, la
incontinencia, la fealdad, la tristeza, el
aburrimiento, el desaseo, el mal humor,
15
la ira, la barbarie, la pobreza, la igno-
rancia, la superstición, el fanatismo y la
imbecilidad.
Es moral la exaltación de la vida pro-
pia, y aún es más moral la exaltación de
la vida ajena, porque y cuando ésta es
más que aquélla.
Es moral la veneración de los ancia-
nos, pero aún es más moral la educación
de los niños, porque éstos representan la
vida en crescendo, y aquéllos la vida en
menguante. Así, la nota más caracterís-
tica de la moral teológica que subordina
la vida real á la vida imaginaria — la In-
quisición española — fué también la nota
más inmoral de la historia.
Es moral la exaltación de las genera-
ciones presentes, pero aún es más moral
la exaltación de las generaciones venide-
ras, porque éstas serán siempre más que
aquéllas. Por esto, lo que levanta mayor-
mente la contextura moral del individuo
no es lo que siente, lo que piensa ó lo que
hace en pro de sí mismo para mientras
viva ó para después que se muera, y que
— 227 —
termina con él, sino lo que piensa, lo que
siente y lo que hace para otros en el pre-
sente y que queda después de su partida^
contando por más para el porvenir de la
humanidad, las pequeñas cosas que sub-
sisten que no las grandes cosas que des-
aparecen, en la manera, verbigracia, en
que la Venus de Milo ha sobrevido al im-
perio de Alejandro el Grande.
Por esto, el que anida en su espíritu
ideas y sentimientos para los otros, se
siente, como la mujer encinta, preñado
de humanidad, como transferido por una
expansión de su ser al otro lado de la lí-
nea que separa la esterilidad de la fecun-
didad, el egoísmo del altruismo, el statu
qno del go altead, la región de la cobardía
de la región del heroísmo.
Lo que ha hecho la superioridad del
hombre sobre el animal, v del civilizado
sobre el salvaje, y la circunstancia de
que proviene la superioridad de una
agrupación sobre otras agrupaciones hu-
manas, ó respecto de sí misma en épocas
precedentes, es la moralidad dinámica.
— 228 --
vale decir, la proporción en que ha apli-
cado las energías del hombre y del mun-
do al mejoramiento de la condición del
hombre en el mundo, y lo que ha hecho
la inferioridad correlativa, es también la
proporción en que las energías del pre-
sente han sido sustraídas á las necesida-
des del presente y del porvenir para apli-
carlas al mejoramiento de la condición
postuma de las generaciones pasadas.
Del hecho de haberse iniciado como un
asilo para todos los perseguidos del La-
cio, sacó Roma su patente de engrande-
cimiento futuro, cancelada cuando se
convirtió por avaricia fiscal en flagelo de
los pueblos sometidos, para deleitarse á
costa de sus sufrimientos en los juegos
del circo, y del hecho de sustraerse á la
comunidad de los hombres por la excep-
cionalidad de su predestinación divina,
para el disfrute exclusivo del cielo y de
la tierra, han sacado los judíos su car-
ta de repudio por la comunidad de los
hombres.
Los cincuenta millones de parias, de-
- 529 -
gradados por la religión á la nicis mise-
rable de las condiciones humanas, esta-
blecen para las castas privilegiadas de la
India mi pantano de inferioridad huma-
na que, envenenando con sus miasmas la
atmósfera moral de todos, constituve un
obstáculo insalvable para el progreso so-
cial, político y económico.
Buscando un nuevo mundo para agran-
dar el antiguo, la España hizo la más
bella página de su historia, y proscri-
biendo de su suelo al nuevo mundo inte-
lectual, que estaba surgiendo del Renaci-
miento, á fin de preservar en su seno el
viejo andamiaje del sentido moral, hizo
su desgracia y la nuestra, pues el fana-
tismo religioso, que los Reyes Católicos
querían imponer á los otros pueblos, con
el Santo Oficio y el valor militar, quedó
á ser la mayor calamidad de sus propios
subditos, y de cuyas resultas fueron ellos
mismos desposeídos del inmenso imperio
territorial en que habían excluido tan
afanosamente al extranjero á su raza y
á su credo.
— 230 —
Porque la posibilidad de variar, de que
depende la posibilidad de mejorar, fué
parcialmente legalizada en Inglaterra
con el hill de tolerancia, 3^ totalmente
excluida de la España con las delaciones
y las torturas de la Inquisición, el hom-
bre moderno, que permanecía estaciona-
do en las aptitudes y en los sentimientos
medioevales en Turquía, cambiando más
extensamente en Inglaterra, pudo llegar
á ser, en el siglo xix, el heredero inopi-
nado de la grandeza española del si-
glo XVI.
De su comercio clandestino con el Le-
vante musulmán, al que le vendían, como
dice Brook Adams, hasta esclavos cris-
tianos cazados en las calles de Roma,
surgió la prosperidad económica de las
pseudo-repúblicas italianas de la Edad
Media, y la Holanda conoció sus grandes
días cuando fué el único refugio de los
perseguidos de la Europa Central y Occi-
dental, por cuya circunstancia, un judío
y una mora fugitivos de la persecución
religiosa en España, y casualmente uní-
~ 231 —
dos por la común desgracia, dieron á la
Holanda uno de los más grandes pensa-
dores del mmido en el siglo xvii: Barucli
Spinoza.
Los fugitivos de la persecución religio-
sa en Inglaterra, que emigraron al nue-
vo mundo de Colón, lograron, finalmen-
te, abrir, con la libertad de cultos y la
enseilanza laica, gratuita y obligatoria,
en el continente virgen de fanatismos re-
ligiosos, un asilo para todos los fieles y
los disidentes de los credos cerrados del
viejo mundo, y en el solo espacio de un
siglo, surgió entonces, de la paz, la con-
cordia y la cultura, sólo interrumpidas
por la espantosa inmoralidad de la escla-
vitud, un imperio más grande^ más sano,
más rico y más feliz que todos los que
habían nacido de la guerra en el pasado.
En el mismo tiempo, la intolerancia
religiosa con que la España y el Portugal
dotaron á sus posesiones del nuevo mun-
do, impedía en ellas la cultura, la con-
cordia y e! progreso, manteniendo la ex-
clusión del extranjero y el ostracismo
del disidente, en religión y en política, y
perpetuando la discordia con la ignoran-
cia, el atraso y la pobreza, á los que no
pudimos escapar nosotros hasta que no
llegamos á repudiar la tradición exclusi-
vista de la madre patria, que expulsó á
los judíos, los moros y los herejes, y que
aún no tiene libertad de cultos, para
adoptar, como pedestal de la grandeza
futura del pueblo argentino, el mismo
principio sobre el cual había asentado
Rómulo la grandeza futura de Roma,
«asegurando los beneficios de la libertad
para nuestra posteridad y para todos los
hombres del mundo que quieran habitar
en el suelo argentino » , como dice el
preámbulo de la Constitución nacional.
XXVI
La moral del porvenir.
Por la necesidad de proporcionar el
instrumento á la tarea y el órgano á la
función, la elevación del acto determina
la elevación consecutiva del actor, y el
hombre que se empina mentalmente para
alcanzar un objetivo cada vez más ele-
vado sobre el nivel ordinario del senti-
miento, del pensamiento y del esfuerzo
humano, por la continuidad de la ejerci-
tación en la serie de generaciones, acaba
por adquirir una mayor estatura intelec-
tual y moral permanentes.
Y la operación inversa produce el re-
sultado inverso: el encogimiento conse-
cutivo á la reducción de los objetivos
acorta el entendimiento y el sentimiento
• — 234 —
en la medida que reduce el campo de
ejercitación. Y como la mente, ensan-
chada por su extensión al objetivo más
distante y más cuantioso, que es el bien
ajeno, queda agrandada ijjso fado para
la mejor inteligencia del bien propio,
nuestro país no ha conocido generación
más inteligente y feliz que aquella que,
fecundada por las circunstancias con la
idea de que el mañana podría ser mejor
que el ayer por acción suya en el pre-
sente, se dilató la mente y el corazón
con el programa de la independencia
nacional para las generaciones venide-
ras, ni generación más imbécil y desgra-
ciada que aquella que fué llevada por su
infatuación de advenediza de la libertad
á subordinar á su propio presente el pre-
sente de los otros y el porvenir de todos
sobre esa traducción criolla del a2)rés
mol, le dehige, que reza: «el que venga
atrás que arree».
Y porque el hombre rebaja, deprime ó
degrada su propio nivel moral en el ejer-
cicio de la mezquindad, de la iniquidad,
— 235 -
de la crueldad, de la inhumanidad, y lo
levanta para todos los usos de la vida en
el ejercicio de la generosidad, de la equi-
dad y de la benevolencia, las disidencias
entre «los mismos» se afrontan con la
misma perversidad que se tiene almace-
nada para «los otros». Al avaro de poder
ó de dinero, que vive atormentado por el
temor de perder lo que tiene y por el
ansia de aumentarlo, las pequeñas pérdi-
das le causan dolores grandes. Por esto
son tan enconosos los rozamientos de los
egoístas, y tan implacables las luchas
civiles de los pueblos que cultivan el fa-
natismo regional, y que son siempre las
primeras, y á menudo las únicas vícti-
mas de su auto-empeoramiento moral
por el odio al extranjero.
A nosotros, como dijo Sarmiento, «nos
crió el régimen colonial odiando á todo
lo que no era español y despótico y ca-
tólico», y de ese fondo de rencores fer-
mentados, acumulados y capitalizados,
salieron los horrores de nuestras contien-
das civiles, el infierno de odio entre uni-
tarios y federales, las • infamias de las
tiranías y de las montoneras sobre los
refinamientos de crueldad á que nos tenía
familiarizados el Santo Oficio , que con-
sistía en quemar vivos á los hombres
para la preservación de las doctrinas. Y
las primeras víctimas de ese odio español
á los no españoles, fueron los españoles
en la guerra de la Independencia, y las
segundas nosotros mismos en las guerras
civiles.
De la disciplina militar se dice, con
verdad, que sólo puede ser elaborada en
tiempo de paz, y que es muy difícil man-
tenerla simplemente en tiempo de gue-
rra, igual que la sensatez, que sólo puede
ser elaborada en las pequeñas contrarie-
dades, V difícilmente conservada en las
grandes. Y de la benevolencia podría
decirse también que sólo puede ser ela-
borada en el trato de los extraños, y que
es muy difícil conservarla en el de los
propios, pues en este campo nos conside-
ramos con derecho á mayores exigencias
y en menor obligación de agradecer y
retribuir atenciones que entendemos ema-
nadas del deber de amarnos porque so-
mos amos, ó porque somos parientes ó
porque nos creemos mejores, y que deben
persistir aunque no seamos amables y
aunque seamos detestables. Por eso hay
tantos hijos que son el peor tormento de
sus padres; tantos padres que son la ma-
yor calamidad para sus hijos; por eso
decía el proverbio griego citado por Aris-
tóteles: «Cuando dos hermanos riñen, es
á muerte.»
De aquí la superioridad de la escuela
sobre el hogar, y del internado sobre el
externado, por cuanto sustraen al niño
de esa atmósfera de servicios recibidos y
no reciprocados, provinientes del amor
de los padres y del salario de los sirvien-
tes, que, empezando cuando no podía re-
tribuirlos^ se prolonga en hábito, empal-
mando de la familia á la sociedad, en-
carada también, como otra combinación
de lugar, de la que se pueden sacar be-
neficios sin aportar servicios, por lo cual,
los más dispuestos á beneficiarse, son
— 288 —
siempre los más severos censores de los
beneficiantes.
Pero es sólo conectando por la simpa-
tía nuestra inteligencia y nuestros senti-
mientos con las personas y las cosas,
como podemos bonificar y ensanchar
nuestro propio espíritu, pues, como el
azúcar adventicio, que es necesario agre-
gar á los alimentos desabridos para en-
dulzarlos^ la generosidad que endulza el
carácter, y la jovialidad que rejuvenece
el espíritu, haciendo agradable ó apeti-
toso al compañero de quien no podemos
separarnos jamás, y del que andan siem-
pre huyendo los que no pueden estar á
solas con él, porque no es amable ni para
ellos mismos, en una palabra, nuestra
amabilidad, más necesaria para nosotros
mismos que para los extraños, sólo pode-
mos elaborarla para nosotros en los
otros, siendo que, por virtud de la insu-
perable moral recóndita de la naturaleza
de las cosas, la felicidad consiste en el
efluvio saludable que retorna de lo que
amamos, y la infelicidad consiste en el
— 230 -
efluvio insano que retorna de lo que de-
testamos, envidiamos ó tememos.
Así; cuando las aspiraciones del indi-
viduo no van más allá de sus propios in-
tereses, reales ó imaginarios, á eso sólo
se reduce para él la escuela del pensa-
miento y del sentimiento, que es el mun-
do. Y como los poderes del hombre se
desarrollan en la medida en que se empi-
na para alcanzar objetivos cada vez más
elevados, la superioridad de los helenos
sobre sus circunvecinos provino de que
tenían, en ideales sociales más extensos,
más variados y más numerosos, una más
alta escuela para el desarrollo de las ap-
titudes intelectuales, morales y estéticas.
Pero esos ideales se referían á una
sola clase de la población y á un solo
sexo. Y de esa su cortedad provino su
insuficiencia y su defunción consecutiva
enfrente del cristianismo naciente, que
aportaba en el cielo para la inmensidad
de los pobres y el infierno para la exi-
güidad de los ricos por la reconstrucción
del bien con el mal v del mal con el bien
— 240 -
en el más allá de la vida, una combina-
ción mezquina todavía, pero asimismo
infinitamente más generosa.
Pero una vez transcurridos en vano
todos los plazos señalados en las predic-
ciones para el reinado de la justicia en
la tierra por el juicio final, la iglesia apla-
zó sin término el cumplimiento de las
profecías divinas, y las cosas quedaron
como estaban, sin más alteración que la
resultante de la introducción del egoísmo
del mañana para atenuar el egoísmo del
presente, y consistente en el mero des-
perdicio de una fuerza que estaba mal
empleada, y que es el gran motor del pro-
greso en la era actual.
Los teólogos hacen la personificación
de las fuerzas de acción y de construcción
en el Creador del universo y de la vida, y
en el diablo la personificación de las fuer-
zas de inacción y de destrucción, y las
ciencias y las artes, que son los espalda-
res de la inteligencia y del sentimiento,
restituyen al hombre en el uso del poder
divino de acción y de creación, del que
- 241 -
lo despojan la resignación y la devoción,
que son las adormideras teológicas de las
facultades activas.
Y porque las primeras embellecen y
alargan la vida, y las segundas la afean
y la acortan en el tiempo y en el mundo
en que existen ó han sido conferidos al
hombre los poderes de automejoramien-
to, so pretexto de alargarla y embelle-
cerla más aún, después que cesan ó se
acaban los poderes del hombre, es evi-
dente que éstos, desalentando de la ac-
ción V la construcción, obstaculizando el
desenvolvimiento de la Creación, para
emplear su lote de energías en rendir al
Creador el homenaje de su alabanza y
adulación perpetua, como si el hijo de un
fabricante pudiera hacer más honor á sus
padres absteniéndose de fabricar, de ser
alguien y de servir para algo, á fin de
emplear su vida en recorrer las ciudades
y los campos ensalzando y alabando al
autor de sus días y de la fábrica; éstos,
que se atrincheran en la iglesia para
combatir contra la escuela y el laborato-
16
— 242 —
riO; desempeñan en la creación las fun-
ciones que atribuyen al diablo, en tanto
que, alentando la acción y la invención,
aquéllos instrumentan en el hombre el
espíritu creativo que desciende del Crea-
dor, á quien rindió más grande y más
propio homenaje Fidias, construyendo el
Partenon, que todos los santos varones
que se pasaron la santa vida orándole en
las tumbas ó en las cuevas de la Tebaida
Sin duda, no es haciendo voto de
castidad y declamando contra la dismi-
nución de la natalidad como se puede
cooperar á la obra de la creación de la
vida humana en el mundo^, porque no es
adorando al sol, padre de la vida en la
madre tierra, sino removiendo y preñan-
do de gérmenes de vida vegetal las en-
trañas del suelo, como se puede conse-
guir que el sol, que gobierna el viento y
la lluvia, haciéndolos germinar, crecer,
florecer y fructificar, acreciente en bene-
ficio de la vida del hombre, la de los ve-
getales y de los animales en la tierra, y
t¿impoco es adorando al Creador, sino
— 243 -
poniéndose en estado de servirle de ve-
hículo ó de instrumento de creación, sino
cultivándose el espíritu y preñándose de
propósitos generosos el alma, para hacer
fecunda para los otros la propia vida en
la oportunidad del tiempo, como puede
convertirse el individuo en cooperador
activo de la creaión del mundo moral en
el mundo material.
Tampoco es adorando fervientemente
al sol como se llega á conocerlo, sino des-
componiendo su luz por un prisma de
vidrio en el espectro, y estudiando el es-
pectro, ni es adorando fervientemente al
supuesto autor de la Creación, sino re-
fractando la vida y el mundo en el pris-
ma de la razón humana, como se llega á
conocer el mecanismo de la vida y del
mundo.
Después de siglos y más siglos de ple-
garias y genuflexiones cristianas para
que el bien aconteciera en el mundo cris-
tiano por la mano del Dios de los cristia-
nos, y para los cristianos exclusivamen-
te, el espíritu humano se preñó de ideales
- 244 —
humanitarios en Francia, con la filosofía
del siglo XVII, y fecundado para la acción
por la creencia repentina de poder mejo-
rar, improvisa la posibilidad de variar
para alcanzar la libertad, la igualdad y
la fraternidad para todos los hombres del
mundo en el mundo, y el empuje de la
fuerza moral consecutiva lo hace pasar
bruscamente, en el último cuarto del si-
glo xvni, de la inercia secular fatalista
á la más prodigiosa explosión de ener-
gías humanas en determinación de hacer
que registra la historia.
Pero esas energías, engendradas por
el ideal de la libertad para la felicidad
colectiva, desvirtuadas y transferidas
por Bonaparte, al ponerlas al servicio
de su gloria individual, degeneraron,
también, en la más grande calamidad
para la Europa arruinada y enlutada;
para la misma Francia, desangrada, ven-
cida y reintegrada por mano del extran-
jero al absolutismo de que había salido
por mano propia; para el mismo Bona-
parte, que fué á sucumbir cautivo y solí-
— 245 —
tario en una roca perdida en medio del
Océano, por haber amado á la gloria y
no haber amado á los hombres y á la li-
bertad; y para su único descendiente,
que sucumbió miserablemente al peso
abrumador de su funesta herencia de
gloria homicida.
Viceversa, levantando á sus subditos
desde el feudalismo á las instituciones
libres, desde la ignorancia del Oriente á
los conocimientos del Occidente, con el
solo y firme propósito jurado de promo-
ver el bienestar de sus compatriotas, por
todos los medios más conducentes de
suyo á ese fin en el mundo entero, en
cuarenta y cinco años, Mutsuhito ha he-
cho de su remoto y estéril país una de
las más grandes y gloriosas naciones de
la actualidad.
Así la lección más constante v la me-
nos aparente de la historia es que los
pueblos se levantan, finalmente, en la
medida en que sirven y decaen en la me-
dida en que defraudan ó frustran el tren
de la vida en la Naturaleza, que nada
- 246 —
sabe del cielo, el purgatorio y el infier-
nO;, y que provee las fuerzas materiales,
intelectuales y morales de este mundo,
para las necesidades materiales, intelec-
tuales y morales de este mundo, y que
no teniendo, como los dioses de fantasía,
pueblos elegidos y pueblos preteridos,
aporta su mayor concurso al que mejor
sabe procurárselo por los medios más
conducentes á obtenerlo.
Por encima, por debajo y á través del
hervidero de teorías metafísicas de la
vida, en brega por la hegemonía de las
conciencias, todos los agentes de la Na-
turaleza coadyuvan con los que levantan
el estandarte de la vida en el mundo.
Todas las energías de la Naturaleza,
cooperando bajo la dirección de la inte-
ligencia humana á la exaltación de la
vida humana en la indiferencia más ab-
soluta respeto de todas las concepciones
imaginadas por el egoísmo de las agru-
paciones humanas, para adjudicarse una
superioridad de ultratumba sobre las
otras agrupaciones, por tal manera ex-
~ 247 —
cluídas de la gloria y de la felicidad eter-
nas; todas las fuerzas de la Naturaleza
domesticada trabajando del lado de la
perpetuación de la especie contra la per-
petuación de los credos; del lado del pro-
greso contra la tradición; de la libertad
contra el despotismo; de la instrucción
contra la ignorancia; de la tolerancia
contra la intolerancia; de la civilización
contra la barbarie; ¿qué mayor indicio
de que el progreso es una emanación de
la naturaleza del hombre y será tan
duradero como el hombre en la Natu-
raleza?
XXVII
De la obscoridad á la luz.
La vida es una luz que brilla entre
dos obscuridades, según la definición de
Poincaré, y en esa como carrera cósmica
de la materia y de la fuerza hacia la luz
V el calor, la bondad v la belleza, á tra-
vés de la ignorancia y del egoísmo, la
imbecilidad, la maldad, la níonstruosi-
dad, la intolerancia y el fanatismo, por
la estimación progresiva de lo que es
amable, por la abominación progresiva
de lo que es detestable, parangonados en
la inteligencia creciente del hombre en
evolución, se abre camino la evolución
ascendente de la materia y de la fuerza,
recorriendo los modos sucesivos de exis-
tencia^ desde el estado de polvo hasta el
— 250 -
estado de pensamiento y de sentimiento.
Como la victoria regia, que extrae del
lodo, por sus raíces, los materiales de la
esplendorosa flor que abre sobre el nivel
del agua corrompida en el pantano sus
blancos pétalos, la mente humana, refina-
da por la evolución intelectual y senti-
mental, extrae de los alimentos vegeta-
les y animalesen, el maremagnum de las
pasiones malsanas, los materiales para
esas esplendorosas flores del espíritu y
esos frutos deleitosos, que son las obras
maestras de la ciencia y del arte, para
que sean las flores y los manjares de la
mesa de la vida para las generaciones
presentes y venideras.
Y el entender que esas exelencias, que
no podrían existir si no fuese cultivado
el espíritu humano para producirlas, no
deben acontecer en este universo, que
sólo por ellas puede ser embellecido, sino
en otro universo embellecido sin ellas,
es sólo un rezago transitorio de la imbe-
cilidad humana originaria.
En esa lucha perpetua entre los com-
- 251 —
ponentes nobles y los componentes inno-
bles del mundo y de la mente, en la que
éstos son favorecidos por las circunstan-
cias primarias y aquéllos por las circuns-
tancias secundarias de la especie; en esa
lucha entre la humanidad y la bestiali-
dad, entre la luz y la obscuridad, entre
el amor y el odio, entre la bondad y la
maldad, entre la abnegación y la perver-
sidad, entre la lealtad y la felonía, entre
la belleza y la fealdad, entre la poesía y
la prosa de la existencia, los grandes
atributos morales están incipientes desde
el origen de la vida, como la luz en los
albores del dilatado amanecer de las re-
giones polares, anunciándose en deste-
llos pasajeros, ó mostrándose dispersos,
separados y fragmentarios en las diver-
sas especies animales y vegetales.
Como los músicos en aprendizaje sin
concierto, que están torturando con sus
monótonas ejecuciones, cada uno en di-
ferente barrio, á un grupo diferente de
vecinos, para aprender á dominar su dis-
tinto instrumento, y poder aportar la
— 252 —
nota y el matiz correspondiente al con-
cierto sinfónico j bajo la batuta del direc-
tor de la orquesta, así todas las exelen-
cias morales están como en ensayo en
la Naturaleza, hasta ser, finalmente, ar-
monizadas por la inteligencia humana,
para ser ejecutadas y disfrutadas por
ejecutantes y espectadores, cada vez en
más altas y más amplias esferas, á medi-
da que los componentes del auditorio
aprenden á desempeñar su parte, y se
incorporan al concierto, en la pequeña
orquesta de la familia, donde acuerdan
sus voces los afectos cardinales de la fe-
licidad humana, ó en las grandes orques-
tas sucesivas de la sociedad, de la nacio-
nalidad, de la humanidad, en las que
también se auna la voz de las simpatías
recíprocas, y en las que también son no-
tas mudas los sentimientos mezquinos y
son notas discordantes los sentimientos
perversos.
Cuando el salvaje se detiene para pre-
senciar una pelea de toros, un encuentro
de tigres ó una riña de gallos, es la Na-
— 253 —
turaleza que está enseñando al hombre
los usos y los abusos de la fuerza; pero
también, cuando observa en el nido de
un ave la alimentación de los pichones
por la madre, es la Naturaleza que está
enseñando al hombre la abnegación del
fuerte para el débil; y cuando se detiene
á escuchar el canto de un pájaro en la
enramada, ó á contemplar un paisaje de
luz en las nubes, ó la caída del agua en
una cascada, ó un árbol engalanado de
flores, es también la Naturaleza que está
sugiriendo en el hombre sentimientos es-
téticos.
Si en vez de nacer pequeños, mudos,
ignorantes, alegres y traviesos, los hom-
bres nacieran adultos, elocuentes, sabios,
formales y juiciosos, el mundo tendría de
menos las tres cuartas partes de sus
atractivos.
Y porque la perfección sólo tiene sen-
tido por referencia á la imperfección, y
ésta sería la única variación posible de
aquéllo, la única trayectoria posible de
la humanidad perfecta en movimiento.
- 254 —
hubiera sido la retrogradación, en lugar
de la evolución.
Y siendo preferible siempre hacer algo
íá no hacer nada, ninguna combinación
podía ser más feliz, en deñnitiva, que esa
perpetua tragedia del bien y del mal^ en
esa carrera universal de impulsos contra,
obstáculos^ en la que éstos son vencidos
progresivamente, por la aunación de los
esfuerzos y la apropiación sucesiva de
los auxiliares naturales, desde entonces
protegidos contra sus respectivos rivales
en proporción á sus exelencias, intervi-
niendo la inteligencia humana — la obra
maestra de la Naturaleza, — para asegu-
rar en el mundo vegetal y en el animal
la pre valencia de las especies más ade-
cuadas para esa ascensión universal del
movimiento, por la bondad, la belleza y
el pensamiento, desde el charco hasta el
ensueño azul^ en la que cada especie lle-
va adelante, como su razón de ser, un
esbozo, un rudimento ó una forma aca-
bada de perfección relativa diferente, co-
rrespondiendo el mayor fruto de felici-
— 25:. -
dad en el individuo y de éxito en el gru-
po al que lleva más perfecciones relati-
vas adelante, como razones de prevale-
cer en la competencia universal, sobre
el caudal común de posibilidades natura-
les para el mayor bien de los más avan-
zados.
i
XXVIII
En fflarcba.
Siempre habrá anormales, extraviados
y rezagados, y aun es natural que sean
tanto más notorios cuanto sea más ele-
vado el estandarte de la normalidad; v
aun dando de barato que la criminalidad
haya aumentado, el aumento de todas
las formas del bien ha sido incompara-
blemente mavor.
«El sentido común, el sentido moral y
la ciencia se aunan para sugerir que ha-
ríamos bien en hacer lo más y lo mejor
posible en este mundo, antes de ser arras-
trados en el río del tiempo». A la luz de
la inteligencia, el fin particular del hom-
bre y la más alta fórmula de la vida hu-
mana, es la realización de la más alta
n
— 258 -
dicha propia en la más alta dicha ajena,
y todas las veces que haya sido dichoso
contribuyendo á la felicidad de los otros,
habrá realizado un fragmento de su fin,
y no puede existir el fin sino en la pro-
porción en que exista el medio, pues sin
éste, aquél sería como un traje confec-
cionado para que no lo use nadie. Cesa,
por lo tanto, la parte de fin que corres-
ponda á la parte que haya cesado en el
medio; la parte de dicha correspondien-
te al sentido de la visión ó de la audi-
ción, verbigracia, cuando cesa el fun-
cionamiento de los órganos respectivos,
continuando la posibilidad de la dicha
para las partes del medio que subsisten,
como continúa para los sobrevivientes la
posibilidad de la dicha en la especie hu-
mana.
Indudablemente, los ojos han sido he-
chos para ver, como el corazón para sen-
tir, como los oídos para oír y la inteli-
gencia para inteligir. Y si el que alarga
por la ciencia el alcance de la inteligen-
cia, contraría la intención del que le dotó
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de inteligencia, en latencia y no en po-
tencia, el que alarga con un palo el al-
cance de su brazo para hacer caer la fru-
ta de un árbol, contraría igualmente la
intención del que le dotó de brazos sin
palo.
El que se abstiene de ser dichoso, por
el temor de llegar á ser desgraciado, po-
dría, también, abstenerse de usar su vis-
ta por el temor de quedarse ciego, y sería
sólo aparentemente más insensato en el
segundo caso que en el primero. Por lo
demás, esa clausura de la visión natural
para alcanzar la visión sobrenatural, la
obtienen los fanáticos musulmanes en la
Meca, aproximando los ojos abiertos á un
ladrillo enrojecido á fuego, hasta que-
márselos, para quedar santificados en
primera vida para la segunda vida, y á
menudo, fuera de la Meca, sólo con no
lavárselos y no espantarse las moscas
que les destruyen los párpados, y les
procuran las oftalmías, que aseguran la
pérdida de la \ásta y la salvación del
alma.
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Por medio de las artes humanas, la
madera y el metal pueden ser habilita-
dos para producir sonoridades capaces
de enternecer á los hombres, á los dioses
y á los reptiles: y por medio de la cultu-
ra del entendimiento v del sentimiento,
los seres humanos pueden habilitarse á
la vez para engendrar y para disfrutar
ideas nobles y sentimientos generosos, si-
multáneamente deleitantes y reconfor-
tantes. El instrumento musical y el ins-
trumento mental y emocional se gastan y
se inutilizan, aunque permanezcan mu-
dos, pero la música y la vida, el pensa-
miento y el sentimiento que han sido,
quedan , para dar notas cada vez más
bellas, cada vez más altas, en nuevos
instrumentos sucesivos y mejor atinados.
Y como el ruiseñor afónico por la edad ó
los achaques, el alma que ha dado todo
su juego, no tiene ya nada que hacer, ni
para qué ser, en este mundo ni en nin-
gún otro.
Lo mejor que hay en el universo no es
el yo, sino el contenido espiritual y as-
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censional del yo, el patrimonio intelec-
tual y sentimental de la humanidad en
crescendo, no lo que cada uno tiene en
propio^ sino lo que tiene en común con
los que se han ido, con los que quedan y
con los que vendrán, y que no deja de
ser por la desaparición del continente
accidental, sino que cobra nuevo ser en
nuevos continentes sucesivos.
El eslabón roto, el organismo en que
ya no pueden residir las ideas y los sen-
timientos, es como la casa en ruinas, en
la que ya no pueden residir las personas.
No hay en el universo ningún conserva-
torio de almas gastadas ó inutilizadas,
como no hay debajo del cielo ningún sitio
reservado para la perpetuación de las
arpas rotas ó de los pianos enmudecidos
por el uso ó por el tiempo.
Y la mejor condición del hombre y del
mundo reales, es precisamente -la que
falta en los seres v en los mundos ima~
ginarios: la de no ser eternamente perfec-
tos, sino eternamente perfectibles. Por-
que es el ejercicio de la vida en pensa-
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miento, en sentimiento y acción, lo que
levanta la vida, y es la posibilidad del
perfeccionamiento indefinido del ambien-
te lo que hace del hombre un ser excep-
cional en el universo, y lo que impide que
el mundo sea un eterno aburridero, pro-
viniendo precisamente de la imperfec-
ción del hombre y del mundo la posibili-
dad del progreso del hombre en el mundo.
Inclinándose por su parte á la no ex-
tinción, Arturo Hill reconoce que «la es-
peranza de la extinción es un sentimien-
to moral más elevado que la esperanza
de la inmortalidad personal», como es in-
finitamente más abnegado el acto del ateo
que sacrifica su vida para salvar la de
otros, sin ninguna esperanza de comjDcn-
sación postuma, que no la del mártir de la
fe en la reparación futura que afronta el
martirio para ser recompensado por ello.
La posibilidad de la vida y de la dicha
para los que fueron seres racionales no
está en el programa de la Naturaleza, que
quiere la vida futura en seres futuros, y
está en el programa de las Teologías, que
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quieren la vida futura en los seres pasa-
doS; á costa de las dichas de la vida ac-
tual en los seres presentes, en tanto que
la posibilidad de la vida y de la dicha
para los que son y para los que serán,
están en el cartel del universo y en el
programa del humanismo. «La naturale-
za, dice Hubbard, es pródiga en las for-
mas de la vida, y jamás las duplica. ¿Por
qué habría de duplicar la tuya?»
El objetivo manifiesto de la vida actual
es la perpetuación indefinida de la cade-
na de generaciones^ para que cada uno
pueda gozar su momento de luz y de agi-
tación más ó menos intensa, más ó menos
breve, y descansar después eternamente,
á fin de que otras vidas puedan recoger
su herencia y ocupar su sitio en el espa-
cio y en el tiempo; el de la vida postuma
es la perpetuación indefinida de los esla-
bones gastados; el del racionalismo es el
ensanche progresivo indefinido de los es-
labones presentes y venideros, objetivo
que es repugnante á los dioses tribales y
patriarcales de los teólogos, pero con-
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corde con el espíritu de la vida, que puso
en el espíritu humano la luz de la razón
y el calor del sentimiento al poner en el
organismo los gérmenes de la inteligen-
cia y del amor.
Lo que hemos andado desde Caín hasta
Abraham Lincoln; desde el canibalismo
hasta el mutualismo; desde el asno, el
buey y el caballo hasta el ferrocarril,
los trasatlánticos y los automóviles; des-
de el hacha de piedra hasta el aeroplano;
desde la Torre de Babel hasta el Con-
greso de La Haya, es la garantía de que
todos los ideales del presente podrán ser
realizados en el porvenir, como están
excedidos en el presente todos los sue-
ños del pasado, y también entonces las
nuevas idealidades obstruirán la visión
de las nuevas realidades, para que la
vanguardia de la humanidad no se de-
tenga jamás en la vía ascendente del pro-
greso, y siga persiguiendo eternamente
al pájaro azul, á fin de que haya siempre
«algo que hacer, alguien á quien amar,
alguna cosa que esperar».
índice
Págs.
I. — Á manera de sinfonía ó
II. — De la diabolidad y la divinidad
á la humanidad 1^
III.— Masciiliuismo y feminismo 59
IV.— El Reuacijiiiento ^9
V.- El maternalismo SI
VI.— Las ciencias para la vida y las
ciencias para después de la
vida ^^
VII.— La vida útil ^5
VIII.— La Peau de Chagrín 103
IX. -El pensamiento y la loca de la
casa. 1^^
X. — Los tres misterios 111
XI.— La conciencia y la vida 115
XIL— La conciencia y el tiempo 119
XIII.— La conciencia y la duración. . 125
XIV.— Los mundos de fantasía 129
XV.— La vida inútil 1^^
— 266 —
Paga.
XVI.— La alegría y la tristeza 143
XVII. -El espíritu fúnebre 149
XVIII.— El mañana 161
XIX. — Pesimismo y optimismo 165
XX.— Antaño y hogaño 171
XXI. — Ideales y sentimientos 183
XXII.— La herencia social 193
XXIII.— La vida y la moral coloniales . . 201
XXIV. — El espíritu de preeminencia . . . 207
XXV. — La moral dinámica 223
XXVI. — La moral del porvenir 233
XXVIL -De la obscuridad á la luz 249
XXVIII. —En marcha 257
^:
*•
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BJ
Alvarez, Agustín
1142
La creación del mundo
A6
moral
1913
o tr>