HUGO FERNANDEZ ARTUCIO
LA CUESTION RELIGIOSA
Y EL
SOCIALISMO
ENSAYOS
MONTEVIDEO
19 3 6
. F3&5
/
HUGO FERNANDEZ ARTUCIO
LA CUESTION RELIGIOSA
Y EL
SOCIALISMO
(ESBOZO PARA UN ENSAYO POLITICO)
MONTEVIDEO
AÑO MCMXXXVI
LA CUESTION RELIGIOSA Y EL SOCIALISMO
(Esbozo para un ensayo político)
Lo religioso auténtico no excede, para nosotros, de las
fronteras del alma individual. En ella se formula la inquie-
tud central acerca del misterio de nuestra vida y allí, si al-
guna respuesta existe, es que lia de darse. La relación, el
choque, la interferencia de la cuestión religiosa con el so-
cialismo afecta la proyección de historicidad de ambos tér-
minos del problema, en punto a su capacidad para trasmu-
tarse en fuerzas vectoras de la acción de las masas, consus-
tanciadas hasta la raiz con los destinos, eminentemente po-
líticos del estado. He ahí por qué, un ensayo para elucidar
las múltiples y complejas derivaciones del problema del so-
cialismo y la religión, ha de ser ensayo político.
Suele ocurrir, empero, que la ausencia de realidades
históricas en cuya filigrana pudiesen hallar objetividad as-
pectos profundos de ciertos problemas, inhibe, aun a los más
agudos ingenios, para discernir aquello que el tiempo muda,
de las formas enraizadas en estratos fundamentales de vi-
da; lo adherido a meros estados de tránsito, del cogollo de
una realidad espiritual básica. Entre nosotros, la cuestión
religiosa ilustra esta suerte de situaciones. La discusión al
rojo vivo, mezcló hace treinta años — y más — religión y
catolicismo, confundiendo, a partir de ello, todos los pro-
blemas, en medio del fragor polémico suscitado por la fran-
ca intolerancia o la incomprensión estrecha y agresiva. Y
en lo que hace propiamente al catolicismo, fué confundida
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H. Fernández Artneio
su significación psicológica y moral verdadera, por la ante-
posición del aspecto de ecclesia militans que esa confesión
ofrece. Tanto más grave circunstancia, si se tiene en cuenta
i|uc la iglesia católica fuera como lo es hoy (lia. aliada
incondicional en Hispanoamérica, por sus jerarcas, de oli-
garquías rapaces y tiranuelos, y enemiga acérrima de la
renovación espiritual de las jóvenes repúblicas. Mas, sería
ociosa tentativa, la que pretendiera establecer en qué punto
un positivo propósito de poner dique a la influencia de la
iglesia romana, saliéndose de cauce, se tradujo en 'modos de
pensamiento propensos a incurrir en la más variada gama'
de paralogismos. En cotejo con esa aleccionadora realidad
de nuestro pasado, vendremos sobre la situación actual de
la cuestión religiosa, tomándola por uno de sus cabos, aquel
que tiende una relación con el movimiento socialista. Mol-
deada hoy sobre una más vasta realidad que nos la muestra
en extensiones dilatadas, procuraremos no incurrir en pa-
recidas falacias a las (pie se deslizaran en debates histó-
ricos. En ellos buscaremos a cambio, para continuarlos, los
positivos desenvolvimientos del impulso que moviera la in-
quietud de otros espíritus y épocas.
De muy antiguo, parece verdad incorporada al acervo
del sentido común, (pie lo religioso posee una condición aglu-
tinante que le es inberente. lÜen por causa de la irradiación
de estructuras espirituales individuales sobre el ámbito de
la colectiv idad, si se trata del homo religiosas — hechicero,
sacerdote, fundador — ; ocasiones por la unificación deri-
vada de la práctica de comunes ritos; ya por la comunicati-
vidad emotiva de la liturgia; quizá en virtud de la identi-
ficación en san/as palabras, en becbos. doctrinas o escritos
tenidos per sagrados, es incuestionable que lo religioso posee
calidades para dar pie a ciertas precipitaciones sociales, en
grupos poseedores de inconfundible fisonomía. Precipitados
de una tal naturaleza, conjuntamente con otras fracciones
recortadas en torno a diferencias nacionales o económica*
— y en tanto que aglomeración de grupos, más que como
masa compacta y homogénea — constituyen, para cierto
La cuestión religioso
eminente ideólogo contemporáneo del derecho político, la
esencia del pueblo. ( t ) Kste, unitario tan sólo en sentido
normativo, es un postulado etico-político afirmado por la
ideología nacional o estatal mediante una ficción general-
mente empleada, por lo que se refiere a la coincidencia o
disparidad en pensamientos, sentimientos, voluntades e in-
tereses. Encuadrados estrictamente en los grupos religiosos,
caben, junto a la primeramente nombrada confesión apostó-
lica de Rema, los que pertenecen a otras sectas cristianas,
como sería oportuno también, citar a budbistas, musulma-
nes, teósofos, etc., si no nos guiase el propósito de atenernos
ajustadamente a la realidad, bajo un paralelo y un meri-
diano dados, correspondientes a esta tierra oriental del Uru-
guay. Y bien ; para cualquier esfuerzo tendiente a extender
sobre nuestro magro paisaje físico el territorio ideal de la
justicia, será preciso tomar conocimiento de aquellos gru-
pos religiosos v contar con ellos, positiva o negativamente,
pesando su influencia en la vida nacional, discriminando eí
alcance real y virtual, de presente y de futuro (pie poseen.
Tarea que también es política, puesto que configura un ine-
ludible deber de ciudadano.
Pero más profundo aún. por bajo nodulos tan diversos
de agregación humana ; más allá de la realidad de los frac-
cionamientos del pueblo en sectores religiosos, nacionales y
económicos, subyace una realidad sustancial, que guarda
con ellos, la razón de un denominador común : un hecho ob-
jetivo y poseedor de propia evidencia, la lucha de clases,
cuya constatación y explayamiento, es piedra angular del
socialismo moderno. Si tarea socialista es, también será, po-
lítica, ubicar aquellos distintos órdenes de agrupación de los
hombres, relativamente a la realidad social y económica de
la lucha de clases. Esta realidad y su interna dinauiicidad.
se identifican, por su parte, con la causa de la justicia so-
cial y de la democracia, intentar un supremo esfuerzo, por
(1) Hans Kelsen : ''Eser.cia y valor de la democracia", Ed. Eabor, Barce-
lona-Buenos Aires, 19.14. Traducción de la 2a. edición alemana.
6 H . Fernández Arlucio
subsumir en sus categorías básicas los mayores sectores den-
tro de los distintos grupos humanos, es tarea que halla su
justificativo en su propia imperatividad. Si se quiere que
el socialismo tifia hasta la última porciúncula del alma de
este pais, habrá de buscarse identificarlo con el pueblo. Y los
grupos religiosos, hacen parte del pueblo. De ahí que sea
necesario el esfuerzo emprendido para juzgar por qué modo
y hasta qué punto, la cuestión religiosa es o no compatible,
en fines primarios o secundarios, con la realidad del movi-
miento obrero socialista.
Henos aquí con que, al cabo de estas reflexiones, diri-
gidas a demostrar que la cuestión de la religión y el socia-
lismo es punto a mostrarse en el plano de lo político,
hemos, por manera impensada, diseñado sin equívocos,
una actitud personal, en lo fundamental, política ella
misma. Esto es evidente : nos hemos ubicado en la curva
que la historicidad va dejando tras sí, a medida que se rea-
lizan sus valores ; pretendemos incorporarnos al pasado his-
tórico de nuestro pueblo y ansiamos revivirlo subjetivamen-
te de fuego a fuego, en esfuerzo inaudito por identificar-
nos con el genio de la raza. Pugnamos por sobrepasar los
puntos muertos a que arribaran meditaciones anteriores en
la elucidación de este problema, que nos calienta y ateza
el alma y la voluntad. Todo ello, en procura de incorporar,
en calidad de milicianos de la justicia, a todos los grupos
humanos apetentes de identificarse con los fines y la tác-
tica del socialismo. Ya lo dijera don Manuel Azaña. He
ahí cifrada en sus móviles una central emoción política. Es
decir, en síntesis, que, escribiendo esto y lo que sigue, la
emoción política ha hallado un paso y lo ha franqueado.
Y bien, de tal suerte, ¿qué es ella? Que la política informa
la manifestación de ciertos estilos vitales, es concepto que
ilustra la opinión de meditadores profundos y publicistas
sagaces, muy largo tiempo ha. Al cabo de él, en nuestros
días, por virtud de investigaciones psicológicas que se es-
fuerzan en recortar en toda su grandiosa nitidez las for-
mas de vida esenciales, mediante síntesis de gran estilo, el
La cuestión religiosa
homo politicus ha hallado su puesto junto a tantos otros.
Por punto a mis convicciones, ahorrara a hipotéticos lec-
tores estas reflexiones. Que, de mucho tiempo atrás, retor-
no con frecuencia a cierta sentencia de un prudente filó-
sofo francés del siglo XVI, el cual, con su vida, signaba la
palabra : bene vixit qui bou- latuit, debiéndose entender
por tal, más que la significación literal, el recato de perma-
necer sumergido en lo que uno es — y aun en lo (pie no es,
¿por qué no? — y amurallarse en ello. Pero pienso que esta
generación junto -\ la cual ando, y algunas más, están des-
tinadas a olvidar o a recordar con nostalgia la máxima car-
tesiana. Tanto la política aprieta en torno suyo, vocaciones,
ocasiones desencontradas. Y al constatarse uno, político,
por natural manera de dar expansión a una emoción, con-
trae un compromiso ineluctable: trasmitir a los demás, en
forma semejante, la vibración (pie los sucesos en uno des-
piertan y resuenan con graves o agudos tonos. Por cuanto
se sigue que. al hablar de la cuestión religiosa y el socialis-
mo, ensayaré una dilucidación política. A ello contribuye
la cuestión propuesta, dado su carácter peculiar.
LEGITIMIDAD SUSTANTIVA DF.I. HOMO REIJGIOSUS
Por punto general ocurre, que aquel cuyas preocupacio-
nes no han sido jamás asaltadas por las características in-
quietudes crepusculares que preludian el despertar de un
sentimiento religioso, tiende a recitar de coro cuanto lugar
común moteja de risible, o interioriza, subestimando, la ac-
titud del que cree o siente determinados objetos o la vida
minina, religiosamente. Ante estados tales de comprensión,
o parecidos, el creyente es imaginado inevitablemente, far-
fullando rezos, víctima propiciatoria de frailes de voz rep-
tante que, entre un remangarse los hábitos para dar entre-
tenimiento a las ávidas manos sarmentosas, y un acomo-
darse la muceta, si su dignidad alcanza para tanto, desli-
zan sentencias cenizosas, malignamente edificantes. Tan-
to más si alguna vez se ha oído decir que la religión es el
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H. Fernández Artucio
opio del pueblo, sentencia que parece al punto, cifra y lí-
mite, compendio e ilustración, del estado de espíritu — asi-
milable al de un toxicómano — en que el creyente, en último
término un enfermo o engañado, se halla lamentablemente
sumido. Que. aunque la expresión en sí posea una textura
seria y enraizada en premisas filosóficas que merecen dete-
nimiento y análisis, por ello mismo, pasa con semejante
contenido insospechada por delante de las narices romas del
incrédulo hinchado de pedantería. Pongamos ahora, sobre
esas romas narices unas gafas desgastadas de tanto mirar
a su través, y tendremos a nuestro hombre de tal modo in-
telectualizado por su nuevo hábito, que a poco de aludir te-
mas tan escabrosos, hasta puede resultar capaz de repetir
sin frangollo, aquello de (pie nada hay fuera del hombre y
de la naturaleza, y los seres superiores que erca nuestra fan-
tasía son los fantásticos reflejos de nuestro propio ser,
con (pie Federico Engels, buen discípulo de Feuerbach, ci-
fraba un pensamiento (pie a una filosofía bautiza, ¡y no de
las menores! (i). A todo lo cual, y no en pequeña parte,
contribuyen situaciones que ocurren con inusitada frecuen-
cia, o de ello son culpables aquellos que, poseídos de un
efectivo sentido de religiosidad o que tal aparentan, por
pertenecer a una confesión dada y aspirar — lo cual, a su
vez puede así mismo ser sincero — a (pie se extienda, lle-
van su proselitismo a extremos tales, como el presentar, va-
ya por caso, a Jesús, como un propagandista demócrata o
como un lector de Michelet o de Castelar, o, quién sabe, si
como un precursor de la ley agraria. (Valga la sonrisa de
un ilustre español contemporáneo). Pues bien; la religiosi-
dad como forma vital, no puede ser tema de proselitismo
ni de botigheria intelectual. Que es tan honda y seria, lo
suficiente para justificar plegarias y reverencias — en el
ámbito de una necesaria expresión de emociones — sin que
ello implique garrulería, como para afirmar que puede ex-
perimentarse en toda verticalidad lo religioso, sin necesi-
(1) "I.udwig Feuerbacli", píg. 11.
La cuestión religiosa
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dad de sentirse ciertas presencias, sean ellas de Jesús, de
Wotan o de Zorcastro. De igual suerte que, para saber a
ciencia cierta la parte y papel que el termino medio des-
empeña en el silogismo, sobra el conocimiento de los voca-
blos mnemotécnicos, con que los lógicos de antaño bautiza-
ban las distintas figuras derivadas de la posición de aquél :
Bárbara, Ferio, etc., para la primera, Camcstres, Festino
y otras para la segunda, y así en un recorrido de las cua-
tro conocidas. Xo. La experiencia de los homines religiosi
es cuestión tan terrible, y en ciertas circunstancias tan dra-
mática, que sólo puede tratarse en serio.
Desde Manuel Kant, se admite que la religión es una
genuina manera de conducirse, de manifestarse el alma.
El espíritu se encañonaría, según ello, en la dimensión de
la religiosidad, (pie es anterior, en tanto que elemento sub-
jetivo, a la religión misma, supuesta becho objetivamente
experimentable . Por idéntico modo, podría afirmarse la
misma relación entre la experiencia afectiva y los objetos
de la afectividad, entre la experiencia intelectual y los ór-
denes de realidad a que ella se aplica en sus procesos de ela-
boración. Comenio, junto a Pascal; ambos, a un Henri
Poincaré; respectivamente, religiosidad, logique du coeur y
soberanía de la inteligencia. Para William James, a su tur-
no, el sentimiento religioso no tiene porque ser, necesa-
riamente, un algo intrínsecamente válido, genuino, consus-
tanciado con el espíritu mismo, del que sería de ese modo,
explicitación. Constituye una experiencia, dotada de un
grado más hondo de iñmediaticidad . Participando en ella,
deviniendo ella misma, cualquier sentimiento es pasible de
adquirir entonación religiosa, siempre y cuando esté refe-
rido a un tema vital; en tanto colabore en la unidad funda-
mental del espíritu, en la reacción total contra la vida. Por
su parte, Harald Hoffding, el excepcional meditador da-
nés, que comparte la tesis precitada, según la cual, lo carac-
terístico y sustantivo de la religiosidad es el estado de ar-
monía, de paz, la unidad alcanzada — si se quiere — , a tra-
vés de agonías, deduce, de que lo religión del hombre está
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H. Fernández Artncio
determinada por la relación de valores que conoce a la rea-
lidad que le es familiar, en las conclusiones a que arriba el
genial filósofo yanqui, la legitimidad del valor, como ele-
mento de coteje, en punto a validez. V agrega: "Partiendo
de este punto de vista, llegué a la hipótesis de (pie la con-
servación del valor es la idea religiosa fundamental, o el
axioma religioso". Tesis en la cual parece acuciarse ya la
dirección que tomarán algunos filósofos contemporáneos
( Scheler. Spranger), para acordar sustancial legitimidad a
la religión, cuando logra apoderarse de la médula vital in-
dividual.
Para aquél, la simpatía constituye el vehículo esencial
para el ingreso a la categoría del saber culto
"Pero también la idea humanística del saber culto — tal como en
Alemania la encarna riel modo más sublime Goetbe — ha de subordinarse
a su vez y ponerse al servicio del saber de salvación. Porque todo saber
es, en definitiva, de Dios y para Dios". (1)
Para Spranger, allí adonde la vivencia de valor ha
inundado todas la- manifestaciones de la personalidad, nada
es religiosamente indiferente y, además, todo puede situar-
se a dvversa proximidad o distancia de lo religioso de acuer-
do con su significación por lo que a la vida mental integra
de la persona se rcfii re. Casos en (pie se encontrarían Shaí-
tesbury y Giordano Bruno, para el autor.
Per punto general, estas doctrinas sustentan, con dis-
tinta argumentación y origen metafísico, la legitimidad de
raíz del homo religiosas. Lo religioso, de tal suerte, cabal-
gando el alma misma, es algo metafísico, porque en él se
explícita, en él vibra, fundamentalmente, un ser.
vSi este punto de vista es o no definitivo, irrebatible o
fácilmente rebatible, corresponde decir al análisis profundi-
zado, en esta dimensión metafísica — en la cual también
(1) Max Scheler, saber y la cultura", Rev. de Occidente, Madrid, 1926.
\>kg. 78.
La cuestión religiosa
ir
cabe la penetración de la ciencia traida a mujeriegas por la
razón — hasta donde la razón es capaz de penetrar, de no-
minar, de esclarecer.
LO RELIGIOSO SE DA NO SOLO A PROPOSITO DE LOS
TRADICIONALES OBJETOS DE LA RELIGION
Cabe que se muestre la naturaleza religiosa correspon-
diente a la religiosidad como forma de vida, sin que se exija
la aparición en escena del "homo credulus", prosternado
ante los objetivos a que adhiere por necesidad alusiva de
tener fe en algo, o alguien, terreno o extrahumano. La
creencia, pues, no constituye elemento integrante indispen-
sable, para (pie el hombre religioso actúe en planos de his-
toricidad. Razón de ello podría dar Spencer — citemos uno
entre muchos posibles — en quien lo incognoscible, ontolo-
gizado y presente, ocupa meramente un puesto, junto a
otros conceptos integrantes del sistema (i).
Sin duda, aquellas ocultas motivaciones psicológicas de
aureola metafísica, inspiraban a don Fernando de los Ríos
— ¡ un socialista de su porte y estilo ! — cuando exclamara
en cierto debate famoso de las Cortes Constituyentes de sú
país: "Habéis velado a España, no se le ha dicho; se ha
interpretado pérfidamente el fondo de nuestras intenciones;
'no se le ha dicho que nosotros, a veces no somos católicos,
no porque no seamos religiosos, sino porque queremos ser-
lo más. Hasta la última célula de nuestra vida espiritual
está saturada de emoción religiosa; algunos de nosotros te-
nemos la vida entera prosternada ante la idea de lo abso-
(1) Cuando la '"creencia" aparece, en cambio, se da un dualismo sujeto-objeto,
tic singular carácter ; en efecto : la naturaleza desbordante de religiosidad que siente
la necesidad de referir esa religiosidad a un objeto que es exterior al ámbito de
la subjetividad, adhiere su sentimiento a algo — cosa material o ideal — ante lo
cual, luego, asume la actitud de sumisión, de tal suerte, que parecería que una
existencia se hubiese conferido al objeto mismo. Pero no por ello, ese algo — cosa
material o ideal — ha dejado de ser lo que era (indiferente en punto a religión,
por ejemplo, para el que no cree). I,a religiosidad, pues, es, en ese caso, super-
puesta, y, en verdad, sólo es proyección transubjetiva de ur. sentimiento.
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I f. Fernández Artucié
luto, c inspiramos cada uno de nuestros actos en una espe-
ranza ascensional" (i). Sólo un trasunto de emoción —
no el menor asomo de creencia — se da en las palabras men-
cionadas del ilustre autor de "El vSentido Humanista del
Socialismo". ¿Cuántos Iwmines religiosi habrán de contar-
se — para terminar — entre los millones de socialistas —
obreros, empleado-, intelectuales, técnicos: trabajadores de
todas las c'ases, en síntesis — que militan en los movimien-
tos de los paises nórdicos, en aquellos anglosajones y en
muchos otros cuya enumeración resultaría fatigosa, y que
profesan una religión perfectamente definida, basta en el
plano positivo de lo histórico? Centenas, millares, abstra-
yendo los que definen su religiosidad como creyentes. Claro
está que oscuros casi todos, perdidos en el anónimo; pero
por ello, ¿menos valiosos intrínsecamente? Lejos de eso,
acaso clavados, algunos, más hondo en lo auténtico, en ra-
zón, precisamente de su anonimidad.
Mas, al margen de la falange de 'nombres religiosos, de
brío y prestancia singulares, a modo de subproductos de es-
ta técnica del siglo XX, proyectan su figura hecha de me-
dios tonos y fuga de perfiles, muchos malogrados en su des-
tino individua}, por causas que no son inherentes a ellos
mismos. Llenan el interludio que media del homo religiosas
al homu credulus . Ninguna época como esta presente, afir-
ma Karl Jaspers (2) ha fijado con tanta dureza, al hom-
bre, en un punto, cuyas coordenadas son en verdad incon-
movibles. La división del trabajo, perfeccionada por su or-
ganización científica, sistemada por el régimen del stan-
dard ha parcializado la atención del trabajador — y véase
que no se trata sólo del manual — - alejando de él la pers-
pectiva de su época como totalidad, del mundo como sis-
tema relaciona! y panorama. Carente de "conciencia epo-
cal", lejos de arregostarse a esa limitación de horizontes y
(1) "Documentos Políticos", Xo. 12, Ediciones ''Oriente", Madrid. 1934.
págs. 26-27. (De un discurso pronunciado ei; las C. Constituyentes, el 8 de Oc-
tubre de 19.U).
(2) ''T,a situación espiritual de nuestro tiempo", Edición Labor. KarcOo-
na-Buecoi Aires.
l.a cuestión religiosa
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acomodar el espíritu a eso ipte se le da, el hombre en esa
situación proyecta fuera de sí su inquietud, su angustia, su
aburrimiento; por vía subconsciente hace de ellos una en-
tidad dotada de una vida que es inversión de valores, y ha-
cia ella dirige lo (pie no es, tendiendo a ser eso mismo; ¡que
no es nada ! Ciertos irracionalismos con cuya presencia se
sofoca el ambiente de nuestro tiempo, por giros frecuente-
mente religiosos, llenan el monstruoso alvéolo de la ausen-
cia de contenido vivo que padecen millones de vidas. Y
bien; por antonomasia, el socialismo, aunque en determina-
do memento no domine esos estratos sociales, debe buscar
penetrarlos e infundirles la savia de su vitalidad. Pueblo
también, con esas capas del moderno proletariado de overall
o cuello y corbata ha de contarse : positiva o negativamente.
Estímese en calidad de punto de arranque que el hom-
bre es un ser anhelante, cuyo impulso más poderoso es ape-
tecer; o bien la tesis de que, siendo el espíritu estrecho, es
preciso descargar contenidos ingresando en la objetividad,
cierto es que el •'homo creclulus" presenta en su fe una fi-
sura tajante, la cual nos lo muestra desdoblado en un su-
jeto que cree y un objeto que es creído. Que es esta una
actitud hasta del hombre primitivo, bien lo ha sentado con
riqueza de erudición un Levy Brühl. Pero ello tanto da.
Lo importante es que existe, hoy, como hecho. Fuera des-
propósito pretender mostrarlo en punto a las religiones po-
sitivas, desde que, come acontecimiento ahí está a la vista
del menos curioso . Otra cosa nos importa : un desdobla-
miento de la naturaleza del señalado, implica que uno de
los términos de la dualidad sujeto-objeto, suele rebasar al
otro. Lo trasciende. ¿Cómo? Pues bien, en la proyección
de lo finito a lo infinito, ya en la relación de lo cognosci-
ble a lo incognoscible, líien está que en uno u otro caso,
el vínculo, aquello que permite conocer la incognoscible, el
artilugio para transportarse de la finitud a la infinitud, se
encuentra en lo religioso. Mas, ¿por qué ha de ser el oh-
Jl. Fernández Artncio
jeto, uno vulgar, contenido en los registros de las religio-
nes positivas? Apelemos a James. Si la reclamación reli-
giosa de objetividad se apoya en una experiencia orientada
a concretar una "reacción total contra la vida", pero que
lejos de apoyarse en un sentimiento asimilable a los que in-
forman la común experiencia religiosa, hace pie en un sen-
timiento tendido en la dimensión de la justicia, por ejem-
plo, el objeto no tiene por qué ser necesariamente, de con-
tenido, una institución ni una tradición. Puede darse a
propósito de una fórmula, cuya sea la virtud de plenificar
la objetividad del impulso religioso. Así, el postulado de la
lucha de clases; en igual sentido — para mantenernos en
las líneas del socialismo marxista — la fórmula de la "dic-
tadura del proletariado". Un sustitutivo religioso, pide
cierto filósofo alemán contemporáneo ya aludido : el "esta-
do del porvenir" del marxismo mesiánico! Para el obrero
medio, el "socialismo científico", es postulado existencial,
ontologismo puro. 'Panto más las premisas y conclusiones
sostenidas en la doctrinal Alguien ha dicho que el socialis-
mo se debate en medio de una profunda contradicción ló-
gica : el constituir un movimiento que, exigiendo ilustra-
ción para ser comprendido en sus tesis básicas, debe mane-
jarse con las ma-as menos capacitadas intelectualmente . Lo
cual quedaría muy bien, siempre que no se tuviera en cuen-
ta este hecho (pie venimos de señalar: que las fórmulas y
pragmáticas político-sociales, que para una comprensión
profunda exigen cierto nivel cultural, actúan por sortile-
gio religioso sobre las masas. Estas depositan allí su anhe-
lante tensión de objetivar un sentimiento que les tiñe todo
el ser, a la manera como en la alta edad media, depositaran
fe y esperanza, los contingentes aldeanos, en el quiliastismo,
Para ambas situaciones anteriormente citadas, vale,
sin dejar resquicio a vacilaciones, el pensamiento de Jorge
Simmel. La religión, en el plano analizado, y virgen aún de
historicidad, es un sentimiento que, como tal, sólo al indi-
viduo afecta; por análogo modo como ese sentimiento ex-
presa la relación con la imagen de la divinidad, en conse-
La cuestión religiosa
cuencia, se tiende el nexo unitivo del patriota a la patria,
del cosmopolita al mundo, del trabajador a su clase.
Sentimientos colectivos practicados efectivamente en el
movimiento obrero socialista, por su intencionalidad afec-
tiva y su procedencia localizada en la médula vital indivi-
dual, ofrecen un ejemplo más, notable por su evidencia y
notoriedad. Se dice que la solidaridad de las masas obre-
ras, obedece a la solidaridad de intereses frente a la explo-
tación capitalista. No creemos, como Henri de Man, «pie
e] marxismo, s stenedor de la tesis anterior, haya falseado
lo que esta idea contiene de verdad dándole un carácter de-
masiado absoluto e interpretando la noción de interés cu
un sentido puramente económico . La noción de interés a
que hace alusión el ilustrado enmarada belga, no pierde la
resonancia ideal que la acompaña en otros explayamientos
de la doctrina de Marx, ni aún cuando es usada en la ex-
plicación desnuda de las relaciones económicas, puesto que,
aunque no haya en semejante caso mención expresa, el con-
tenido de sentido ético continúa implícito. Mas, ¿a qué
contenido ético de ventido, de qué sobretonos ideales se ha-
bla cuando la referencia se apoya en el interés? Craso error,
la creencia de que el interés, en tanto que móvil personal,
es el motor de la historia. Atribución infundada, por otra
parte, y acreditable sólo a ignorancia o incomprensión, ésta
que se imputa a la concepción económica ríe la historia, para
despreciarla .
"El materialismo histórico — dice el doctor Emilio Frugoni en su
obra Ensayos sobre Marxismo — no atribuye al interés personal más pa-
pel que a la pasión amorosa o a la emoción artística o al entusiasmo por
la especulación filosófica o el fervor religioso o el frenesí por la inves-
tigación de la verdad científica o el abnegado ardor político de los in-
dividuos, en la determinación y orientación de la vida social. Porque ese
interés no es sino un móvil individual — acaso no el más difundido y ge-
neralizado como impulso preponderante en ciertos casos para la mayoría
de los hombres — mientras que el factor determinante de la historia
según esa teoría es de carácter social o colectivo." (1)
(1) ''Ensayos sobre marxismo". Kd. In Bolsa de los Libros, Montevideo,
1936, p.'igs. 102-103. Contribuyendo a la documentación de la tesW, el autor cita
1 6
H. Fernández Artucio
El interés opera como primer 'motor en la tesis mar-
xista; por tanto, como Motor idea! . Luego, concurre sin me-
noscabo para la solidaridad, a la génesis de ésta, acaso si-
multáneamente, y cuando menos junto a ese instinto elemen-
tal del ser social que los psicólogos llaman el instinto gre-
gario y los moralistas el instinto altruista, y que está en el
origen de toda moralidad ( i ).
Reconocido de esta suerte el sentimiento en el fondo
de la solidaridad, queda por apuntar el modo cómo retornar
a una identificación real con lo religioso, de esta o parecidas
experiencias. Desde luego, el sentimiento, haciendo parte
de la experiencia afectiva, se reconoce, en la medida en que
entra en ella como ingrediente, más o menos idéntico a ella
misma. Por su parte, es sabido que la experiencia afectiva
es uno de los tipos fundamentales, irreductibles, de expe-
riencia psíquica. Como tal entra a constituir, juntamente
con múltiples aportes, bien de otras experiencias bases, bien
de experiencias más complejas, la experiencia religiosa,
que pertenece al orden de las últimas nombradas. La expe-
riencia religiosa a su vez, suele confundirse en una relación
unívoca con la sentimental, en casos (pie podrían ilustrarse
con ejemplos reales. De consiguiente; si la solidaridad — i
restringida su latitud al campo obrero-socialista — por obe-
decer esencialmente a un sentimiento (De Man) se halla
comprendida o es reductible al tipo más vasto de la expe-
riencia afectiva, y ésta hace parte de lo religioso — pudien-
do hasta identificarse con ello — no se fuerzan los hechos
si se afirma, suficientemente condicionada esta conclusión,
lógicamente necesaria, por otra parte : en la proyección sub-
jetiva, la solidaridad puede adquirir un vivo colorido reli-
gioso y, acaso, éste pueda ser, en ciertas situaciones, su en-
traña, su más íntima textura. Esto, en lo que hace proyec-
así a Marx, ("Sagrada Familia"), donde señala: "Por otra parte, es fácil com-
prender que todo interés de orden colectivo, cuando aparece por primera vez so-
bre la escena mundial, rebasa siempre con mucho sus l'mites verdaderos y se con-
funde más o menos con el interés humano".
(1) Henri de Man, "Au délá du marxisme", París, Alean, 1929, pág. 86.
f.a cuestión religiosa
i?
tando la cuestión hacia adentro. Pero la solidaridad es por
sí misma, uno de los términos de la razón que se establece
entre el alma individual y un orden que le e- trascendente,
razón de indubitable cariz religioso (Siromel, citado, lo co-
rrer* raría en la extensión de su tesis). La solidaridad, que
unifica los contingentes socialistas, aun por encima de las
fronteras nacionales — ■ venciendo, pues, otros sentimientos
— actúa como sustitutivo de un objeto — consagrado por la
extensión acordada tradicionalmente a la religión — en una;
conexión de sentido religioso, entre un individuo y un sis-
tema relacional supraindividual.
Resumiendo: el ¡ionio religiosas interesa por tres mo-
dos al socialismo. Por cuanto el socialista es admitido que
se encuentre, en relación con la doctrina y el movimiento,
en la postura del creyente, tanto más próxima, por analo-
gía, a la del fideísta, cuanto sea de sencilla y humildemente
dotada. ( 1 ) Interesa al socialismo, además, aquel que, de-
rrotado por frustración de destino personal, busca en cier-
to irracionalisroo de giro religioso, sostén y estructura para
el ánimo. Por último, el homo religiosas plenamente dota-
do, denso, hondo, dramático, acaso llegue a prestar a la
causa de la emancipación de los explotados, el genio direc-
tor, la personalidad aglutinante, cuyas categorías espiritua-
les devienen por instantes, categorías sociales, en las cuales,
cerno en fulcros, ha de vaciarse la conciencia revoluciona-
ria de las masas. Así, para Levy Brühl, la gigantesca figura
de Jean Jaurés.
Las razones expuestas, podrán ser tomadas por trivia-
lidades. Algo queda, sin embargo, inconmovible: la adusta
(O Henrí de Man, ya citado, en un brillante capítulo de su obra "Au délá du
marxisme", señala tres signos eminentemente religiosos en el movimiento socia-
lista: una cscatología, un simbolismo, un culto de héroes y mártires. Así, para
la primera, dice: "I.a disposición escatológica se desenvuelve allí donde existe
una alta tensión entre la aspiración de las masas hacia un mejoramiento social
y la posibilidad de realizarlo inmediatamente en un porvenir aproximado". (Op.
cit., pájf. 96). Siendo a la escatologí.i el ''estado socialista del porvenir", lo que
las fechas, leyendas revolucionarias, mártires, (de la Commune, por ejemplo), him-
nos, líderes (apóstoles), son al simbolismo y al culto de los héroes.
H. Fernández Artucté
seriedad del tema. Con ella, nada tienen que ver, ¡quién lo
duda!, ni las gárrulas razones de los incomprensivos en el
paroxismo de su agresividad, ni las pláticas de diez cortes
de obispos reverenciando la birreta del cardenal camarlen-
go. Quizá muy poco que ver tenga, asi mismo, sea
dicho sin clerofobia, lo religioso, con el atiborramiento de
galas mundanas, objeto con que una pléyade de clérigos,
teólogos y bedeles, exornan, hinchando de temporalidad, des-
de las más graves ceremonias de la liturgia, hasta la más
sencilla — que debiera ^er espontánea — jaculatoria.
LO RELIGIOSO HISTORIZADO
¿ESTAMOS FRENTE A UNA CUESTION PRIVADA?
Kn qué punto correspondería amojonar la frontera de
lo histórico y lo ahistórico, parécenos problema de conven-
ción. Es indudable (pie todo hecho que está objetivamente
puesto, hace histeria, o es historizable, lo cual es ajeno a
su destino mismo. Sin embargo, pocos son, relativamente
hablando, los que pican la historia. Y éstos, poseen esa con-
dición por lo que sean capaces de influir sobre otros hechos.
Y aunque en lo ahistórico suele darse una mayor frescura
y vida, no cuenta de modo mensurable, perceptible. En pun-
to a lo religioso, puede aparecer la historicidad cuando lo
individual se conjuga con lo social, por virtud de mera tras-
cendencia o de correspondencia estructural. En ciertas cir-
cunstancias, coexisten ambas pendientes. Dejemos de lado
lo religioso ahistórico, que con el socialismo, hecho histórico
y eminentemente social, no puede admitir otras superficies
de contacto, que aquellas (pie determina una apetencia por
él, en virtud de imperativos morales o cualquiera otros de
los que se han examinado. Plantados así en el plano de lo
históricamente sustancial, no se resuelven con mayor faci-
lidad las múltiples cuestiones que surgen. En efecto; la cues-
tión religiosa ¿es asunto privado o no? Y si lo es ¿en qué
medida? Carlos Marx sostenía desde los albores de su obra,
la tesis de que lo religioso es cuestión prkwda. Sin duda se
La cuestión religiosa
avienen, hoy día, a esa concepción, actitudes como ta que
adopta — tomemos por vía de ejemplo — Emilio Vander-
velde.
"iQilé sodios, — se pregunta el líder del Partido Obrero Socialista
l>elga — que devenimos, adónde vamos? Pese al progreso de las ciencias,
sobre la vida, sobre la muerte, sobre el mundo, sobre los por qué de las
cosas, no hemos avanzado prácticarrrcnte nada desde el tiempo de Platón
y Sócrates. Pero delante de esta imposibilidad orgánica para la razón de
resolver parecidos problemas, los hombres adoptan actitudes bien diferen-
te^." I.os unos, después de haber adquirido la convicción de que fuera del
mundo fenomenal, del mundo cognoscible, no hay conocimiento científico
pesiblc, retornan a sus asuntos, a sus estudios o a sus placeres y "dejan
el cielo a los ángeles y a los monjes". Los otros, al contrario, bien que
también convencidos de la imposibilidad de resolver científicamente pro-
blemas que no son del dominio de la ciencia, permanecen inclinados sobrfa
vi misterio de la vida y del mundo... y, sin pretender aportar a los otros
o descubrir por sí mismos verdades absolutas, piden al sentimiento rjeli-
gioso... lo que el conocimiento científico no es en sí mismo ni tiene
por misión darles. Osaría decir, de todo corazón y de más en más que,
sobre ese terreno me encuentro con otros hombres... que hacen a la
ciencia su parte — el mundo de los fenómenos — pero que reclaman el
derecho de existencia para el sentimiento religioso, librado del despotis-
mo de las religiones dogmáticas." (])
O aquella que derivaría de la concepción de Simmel.
cuando establece (pie un hombre — una colectividad tam-
bién cabría decir — siendo religioso de raíz ( homo religio-
sus), pone el acento de su emoción central en el acto más
nimio de la vida. ". . .trabaja o g'oza, espera o teme, ríe o
llora, todo esto lo hace con una entonación y un ritmo pro-
pio, una relación de cada acción singular con la totalidad
de la vida. . . " (2)
Para un género de hechos como el precedente, sí que
se avienen las palabras del Dr. Breitscheid, líder uno de los
más destacados de la socialdemocracia de Alemania (pie,
(1) Emilio Vandervelde, Carta a "Le Peuple", 1910. (Fragmentos).
(2) Simmel, "Cultura Femenina-- y otros ensayos. Rev. de Occidente, Ma-
drid, 1934.
20
H. Fernández Arta ció
por otra parte, constituyen lo que podríamos llamar la re-
sonancia política de la primitiva sentencia de Marx: Heñios
de partir del supuesto que. en el gran partido r.ocialdemó-
erata hay sitio y cabida para todos, sean cualesquiera sus
opiniones sobre otra rida. can tal que en este mundo quie-
ran colaborar con nosotros. (Congreso de M 'agdeburgo ,
Frente a esta tesis, cabría hoy día señalar limitaciones
profundas, sustentadas, especialmente, en las aportaciones
de la sociología. Mas, sin llegarnos tan prontamente al pun-
to actual del debate, es interesante destacar que ya los filó-
sofos del siglo XVIII, con los cuales preludia la gran re-
volución, no tenían, ninguno, la idea de relegar completa-
mente la religión a la categoría de las cosas privadas, de
las cuales la sociedad no tiene que ocuparse y que deben es-
capar, por su naturaleza, a su control. ( i )
Sostiene Albert Mathiez, subsidiariamente que, habien-
do sido la pléyade de filósofos, anticlericales y alguno ateo,
nunca fueron irreligiosos, ya en la expresión de su posición
espiritual, bien por el ataque a las religiones históricas. Así
Montesquieu ("Espíritu de las Leyes" y "Cartas Persas")
permanece convencido de la utilidad social de las religiones,
soñando con arribar a una alianza de razón entre la Ig.e-
sia y el Estado. Punto de viste que, en lo que hace a la tesis
de la separación, comparten además Mably, Turgot, Con-
dercet y otros. Ya en la pendiente más radical, Yoltaire,
que pretende reservar la incredulidad a las élites, por enten-
der que la religión posee una invalorable utilidad para man-
tener a los hombres en el orden, sostiene la tesis de la "re-
ligión sirviente del Estado". Posición con la cual coincide,
a su vez, y por las conclusiones a que arriba en sus medita-
ciones Helvecio, para el cual el Estado debe absorber la re-
ligión. Meslier, negador de la utilidad social del ateísmo que
(1) Albert Mathiez, "1.a Révollltion a I Esr'.ise". ArmanU Colín, París, 1910,
pág. 3. j .
La cuestión religiosa
profesa, sostiene, por el contrarió, que los sacerdotes deben
desempeñar sil misión bajo el control del Estado y para el
servicio de él. Todos permanecen adheridos al punto de
vista del Estado antiguo y si bien coinciden en combatir des-
piadadamente al catolicismo, la idea del listado laico v neu-
tro les fué extraña. Son adversarios del catolicismo — re-
petimos — (jne juzgan antisocial e incivil, como dicen, pero
no sí>ii adversarios de la idea religiosa. Mismo los más ra-
cionalistas en apariencia, no conciben un Estado sin religión,
un Estado sin dogmas, por lo menos políticos y morales, un
Estado neutro, un Estado que no exigiera de todos sus miem-
bros el reconocimiento de un credo.
Es evidente que las razones (pie estos filósofos y pen-
sadores esgrimen, fundamentando !>n posición, niegan la
tesis de la religión "cuestión privada" en atención a razo-
nes de utilidad social, más o menos manifiestas, o de ca-
rácter político. Así mismo, pesan, para los que operan con el
derecho político, las tradiciones en la estructuración del
Estado. Siguiendo estas líneas, los discípulos de los filó-
sofos, (pie actúan en la revolución, arribarán, tras la "cons-
titución civil del clero", a los cultos revolucionarios, sin
abandonar lo religioso al fnero privado. Hoy cabría una
posición en cierto modo intermedia, puesto pie lo religio-
so, en tanto (pie cuestión del fuero privado — que sería
pcstulable como la pragmática política poseedora del má-
ximo ideal de compatibilidad con el movimiento socialis-
ta — sólo aparece en contadas ocasiones, nunca tratándose
de grandes masas (pie adhieren a la concreción positiva de
las religiones históricas, en función de causas fáciles de con-
cebir. La religión "cuestión privada", dentro de nuestra so-
lución intermedia y transitoria, operaría como ideal límite,
hacia el cual fuera preciso tender. Mas queda con toda su
gravitación la religión hecho positivo, colectivo e histórico
(pie se concreta en iglesias, las cuales, por la interna diná-
mica de los acontecimientos, habrán de coincidir o entablar
lucha con el socialismo, o viceversa.
22
H. Fernández Artucio
i LA RELIGION ES EL OPIO DEL PUEBLO?
La expresión del epígrafe, (pie ha hecho fortuna pues-
ta en hoca ele Marx y los marxistas, no pertenece a aquél,
empero, originariamente. Carlos Kingsley, el socialista cris-
tiano que desde el pulpito pronunciara en Londres, 185 1,
su sermón memorable que luego se conociera bajo la deno-
minación de "mensaje de la iglesia" (i), fué quien pri-
mero afirmó:
"La Biblia fué convertida en un simple manual de mando, en una
dosis de opio suministrada a las bestias de carga para mantenerlas tran-
quilas." (2)
Más tarde, Carlos Marx adopta la expresión, sin duda
arrancando de muy distinta raíz, en el conocido pasaje de
la "Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho
de Hegel", cuyas principales partes dicen como sigue:
"..El hombre hace la religión, no es la religión que hace al hom-
bre. La religión es en realidad la conciencia y el sentimiento propio del
hombre que, o bien no se ha encontrado todavía, o bien se ha vuelto
ya a perder. Pero el hombre no es un ser abstracto, exterior al mun-
do real. El hombre es el mundo del hombre, el Estado, la sociedad.
Este Estado, esta sociedad, producen la religión, una conciencia errónea
del mundo, porque constituyen ellos mi,smos un mundo falso. La reli-
gión es la teoría general de ese mundo, su compendio enciclopédico...
su razón general de consuelo y justificación. Es la realización fantás-
tica de la esencia humana, porque la esencia humana no tiene realidad
verdadera. La religión es el suspiro de la criatura abrumada .por la des-
gracia, el alma de un mundo sin corazón, lo mismo que es; el espíritu de
una época sin espíritu. Ks el opio del pueblo".
La expresión de Marx debe referirse a las ideas de la
época. En esc orden podríamos señalar tres distintos puntos
(1) Agncs de Neufville, "l.e niuuvemeut social protestant en Franee, depais
1880". Ed. Les presses universitaires de France, 1927, pápr. 106.
(2) Stanley Jones, "Cristo y el Comunismo'', VA. l.a Idea, Montevideo, 1936,
La cuestión religiosa
23
de referencia. De una pane, las resonancias de la tesis de
Augusto Comte. tan afortunada, la "ley de los tres estados".
Como derivativo de ella, resulta fácilmente comprensible
que Marx, para quien la idea de (pie la explotación está
en el origen mismo de la agregación social, estimase que las
religiones fueran, históricamente consideradas, estadios pro-
yectados dé dentro afuera por los hombres, y símbolos, no
sólo de les sentimientos deductibles de su condición de ex-
p'otados. cuanto, así mismo, de sus temores y esperanzas,
del misterio, apareciendo a cada paso, en las etapas en que
la razón no dominaba aún todos sus medios, ni la ciencia
poseía sazón para reducir al mínimo lo irracional. Condicio-
nada así mismo, a la filosofía de Hegel, a la cual veía Marx
como el catálogo y sistema de todas las filosofías anteriores.
Hegel, para Marx, como para su amigo Heine, sin duda era
el Orléans de la filosofía, capaz de asegurar un perfecto or-
den constitucional al autoritario Kant, al solitario Fichte y a
los emigrados de Schelling. Condicionada, en último térmi-
no, y principalmente, al pensamiento de Feuerbach, para
quien religión es antropología. ¿Cuál es hoy día, viene al
caso preguntar, la actuación que resta a la expresión, ha-
ciendo abstracción de su significado político, tal cual se usa
en la U. R. S. S. ?
Hemos de empezar por retornar a la tesis del ilustre
auto r de "La esencia del Cristianismo", para quien el hom-
bre atribuye a Dios su propia naturaleza, sus deseos y sus
aspiraciones. De ahí que si la religión es la proyección ideal
de las miserias reales del hombre, vestidas lujosamente por
la esperanza, invertidas en tanto que valores, religión de-
venga antropología. Conocida es la tesis hegeliana : "todo
lo real es racional"; no menos, para los marxistas la mu-
tación que .Marx introduce en ella, para deducir que la
realidad ha de ser racional, y a su apuntamiento debe con-
tribuir el proletariado, recreándola. A cada modo de esta-
blecerse un sistema de relaciones económicas, corresponde,
a su turno, una disposición en la superestructura del conte-
nido de filosofías, arte, instituciones jurídicas y religiones.
24 tí. Fernández Artucio
' .. j'
(Marx). Por consiguiente, en las religiones hallarán espejo
ilusorio las condiciones de existencia de la sociedad humana.
Ilusiones o esperanzas (tales serian para Max Beer) las ideas-
religiosas serían trasunto, proyección transubjetiva de los es-
tad< s psicológicos correspondientes a la diversas categorías
sociales. Hasta aquí con Marx v sus antecesores, especialmente
Feueri ach, para quien la base de toda concepción doctrinal ra-
dica en su posición filosófica de adherente a la tesis del ma-
terialismo. Abura bien; traspongamos distancias hasta el
pensamiento actual. Hemos visto, al fundamentar la legi-
timidad del homo religiosus, (pie no es categoría fundamen-
tal de él, la creencia ; pero, dada ésta, aparece como un des-
doblamiento del sujeto, que objetiva, su naturaleza anhelan-
te en alga, material o ideal. Use algo permanece indiferen-
te, empero, a la vestimenta idealizadora que se le ha puesto,
para el no creyente. De donde, los objetos de la religiosidad,
no serían otra cosa que verdaderas pantallas, en que se pro-
yectarían las representaciones psíquicas, mediante la magia
de la linterna del espíritu. Este concepto es compartido, pa-
ra lo científico y filosófico, por James y Russell cuando ba-
ldan de los antropocentrismos y por Hófíding, cuando ha-
ce lo propio con los antropomorfismos, verdaderas sistemati-
zaciones construidas sobre la porciúncula de realidad que
cae bajo el radio de acción del investigador, si bien valida-
das como imágenes del mundo, bajo el espoleo de la nece-
sidad de dar respuesta, tomando a la humana esencia como
eje, a las centrales intrigas que el misterio pone ante el
hombre.
He aquí, tras inesperado retorno, la tesis de Engeis
que poníamos en tono de sorna,, en labios de los pedantes,
enfebrecido su seso por un atracón de indigesta librería:
nada hay fuera del hombre, y los seres superiores que unes-
Ira fantasía en\i, son los fantásticos reflejos de nuestro
propio ser. Es decir, que la religión, para las modernas in-
\ estigaciones, parece ser también, antropología, mas no de
base material, traducción término a término y exclusiva-
mente de las condiciones materiales de la vida y de la esen-
La cuestión religiosa
2±
cia material del ser, sino de la propia y legítima — en tan-
to que respuesta medular — naturaleza anhelante del homo
religiosas.
Legitimada, con apoyo de modernas investigaciones la
tesis que sirve de soporte a la expresión devenida marxista,
la religión es el opio del pueblo, ¿qué alcance adquiere ésta
en punto a estrictez? Vemos acerca de esta cuestión dos posi-
bilidades : si lo religioso corresponde a la esfera de lo exclu-
sivamente individual, sin proyección vectora sobre la capa
de hechos sociales, es evidente que la expresión resulta ina-
decuada. Que no es inhibitorio lo (pie se piense o sienta en
el ámbito de la subjetividad, aunque ese pensamiento o sen-
timiento se materialice en un objeto exterior, si ello no com-
porta renuncio de las actividades fundamentales en un su-
jeto, en lo ipie atañe a su vida de relación. De acuerdo con
esta primera conclusión, la expresión de Marx no resulta-
ría contradictoria con la primera de sus tesis enunciadas,
aquella que veía en la religión una "cuestión privada". La
segunda posibilidad aparece, cuando la religión, sea su raíz
individual o social, aleja a su sujeto — particular o colecti-
va — de la consideración estricta de su situación real hu-
mana, conduciéndolo a un olvido de ella en función de en-
soñaciones o creencias en promesas acerca de un mundo
mejor.
Pensadores cristianos corroboran nuestra segunda con-
clusión. Así, Berdiaeff:
''...Pero nosotros, cristianos, deberíamos reconocer valientemente que
c! cristianismo deformado por los hombres y adaptado en el curso de la
historia a sus intereses, apoya la teoría de que (en tanto que opio del
pueblo — n. del a.) "la religión es un instrumento de explotación.'' (1)
Y agrega Stanley Jones (Cristo y el Comunismo) :
"Si lo que estas buenas nuevas significan es lo primero (conformi-
dad con la pobreza, confiando en la promesa de una futura recompensa),
(1) Nicolás Berdiaeff, "El Cristianismo y el problema de Comunismo". Ed.
Espasa-Carpe, Madrid, 1935, pápf. 27.
20
H. Fernández Arhtcio
entonces la religión llega a ser, en verdad, como dicen los comunistas,
"un opio del pueblo". Si la predicación de la conformidad es la actitud
de la religión, en justicia, jamás le ha sido lanzado al corazón un dardo
más merecido y más terrible que el calificativo de opio."
Henos aquí con que para el homo religiosm, la tesis
de Marx es inadecuada, siempre que la religiosidad no obli-
gue a aquél a renunciamientos o le escamotee la realidad,
de manera de escamotearle su propio destino. En lo social
e histórico, será preciso investigar en la concreción de las
religiones en iglesias, hasta qué punto opera la terrible ex-
presión de Marx.
RELIGION POSITIVA Y SOCIALISMO
La religión se hace positiva, en tanto forma una iglesia,
que es imagen de la temporalidad del poder divino y orga-
nización que pretende abarcar todos los órdenes humanos.
Kl contenido doctrinal de aquélla, nos dará la pauta acerca
de la cuestión central que llama nuestro interés. En nuestro
país, coexisten dos ramas de tina misma raíz religiosa (cris-
tianismo) : la iglesia romana, que ocupa una más vasta área
espiritual, en razón de haber sido transportada con las ar-
mas del conquistador, en tiempos en que España, atezada su
entraña por el genio político de Castilla, derramaba por el-
mundo su esencia vital : la iglesia protestante, en segundo
término. Diferenciada internamente en algunas de sus sec-
tas características, ha comenzado desde hace varios lustros, a
extenderse muy lentamente.
El punto en torno al cual han de efectuarse todas las
discriminaciones requeridas por el tema, afecta la proyec-
ción social de la iglesia. Lleva implícita, de consiguiente, la
cuestión de "dios y césar". No obstante, antes de abocarnos
de lleno a e>te aspecto del asunto, hemos de decir algo en
torno a la raigambre de ambos gajos del mismo árbol reli-
gioso. Eduardo Spranger establece ante todo, los caracteres
esenciales de lo religioso en el alma individual. Luego, dis-
cierne dos tipos básicos, dos modalidades genuinas; el tipo
La cuestión religiosa
27
místico inmanente, en primer termino. Aparece teñido de
fuerte amor al mundo; su verdadero patitos se identifica
con un legítimo amor a la sabiduría. Además, sobre la base
del terreno altanado por la ilustración , pudo adquirir des-
arrollo este impulso vital como sentimiento fundamental del
moderno protestantismo. Por oposición, el místico trascen-
dente, segundo tipo fundamental, es de tal suerte, que la vo-
cación de trabajo en conexión con la vida económica, pierde
todo valor religioso. ¿Hasta qué punto, a su turno, es
la iglesia romana asimilable a este segundo tipo? Ta-
rea difícil responder a esta embarazosa interrogante. Si la
respuesta ha de ser directa, corresponde decir, que históri-
camente formulada su doctrina — sin abandonar empero
el plano de lo abstracto — parece posible establecer ca-
racterizaciones de acuerdo con aquel modelo. Mas, estable-
cido lo que precede, si se procede luego al cotejo de lo
históricamente doctrinario y lo bistóricamente realizado-, se
observa (pie la imagen de la iglesia católica queda cogida1
en una grave contradicción lógica : mística trascendente, de-
biera apetecer solamente lo ultraterrenal, considerando lo
que ecurre aquí abajo, como mera etapa necesariamente col-
mable de extremo a extremo, para transitar a lo extrahuma-
no. Históricamente empero, ocurre otra cosa : la iglesia apos-
tólica, lejos de acordar al dominio de cesar puro contenido
espiritual, lo toma bencbido de realidades históricas, preten-
diendo acogerlo así, rebosante de esa materialidad, en un afán
de ser. simultáneamente cesar y dios, apuntando ambos tér-
mino- del binomio hacia el establecimiento del poder tem-
poral en el sentido político, social y económico.
"Dios y césar", he ahí la síntesis de este problema, en su
verdadero quid. Del sentido que el segundo de los términos
reciba depende el porvenir de todo lo examinado. Las posi-
ciones de ambas iglesias, son antagónicas. En un punto coin-
ciden, sin embargo : la suposición de que el cristianismo es
total, encuentra afirmativas de ambas partes. Mas en segui-
da surge el divorcio. En tanto el protestantismo se conside-
ra en este mundo, pero no de este mundo; el catolicismo, (pie
H. Fernández Artució
pregona el reino nltraterreno se abraza sensualmente al
mundo.
Para un protestante, las cosas serán así:
"\ osotros os acordáis de la palabra que se invoca sin cesar, diciendo
Jesús: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que pertenece a
Dios". ¿ Os acordáis vosotros en qué condiciones esta cuestión fué puesta?
Los judíos, queriendo saber si Jesús aceptaba someterse a la autoridad
remana, el enemigo que ocupaba en ese momento el país, que percibía el
impuesto, vienen a preguntarle: ",; Debemos obedecer a César? Y Jesús
dijo: "Dadme una pieza de moneda. Sobre esta pieza, ¿que efigie veis
vosotros en ella? — La efigie de César. — Dad. pues, a César, lo que es
de César; el dinero, el impuesto y los bienes materiales; dadle lo que es
de él, que es de la sociedad, pero guardad para Dios lo que es de Dios,
es decir, todo el resto, toda vuestra vida personal, toda vuestra existen-
cia, todos vuestros principios fundamentales. Dad vuestro dinero si os
lo vienen a reclamar. dejad al Fstado socializar, mismo sin indemniza-
ción, vuestras propiedades, pero guardad vosotros mismos a vosotros,
porque vosotros, es a Dios sólo que pertenecéis y a ninguna otra auto-
ridad."' (1)
Claro está (pie ello CCIIIO afirmación de sentido "ene-
ral, porque existen sectas protestantes v miembros de esa
iglesia, extremadamente conservadores y reaccionarios.
En cambio, un católico ha de pensar según el siguiente
canon :
"La iglesia católica ba reconocido siempre como jurídica la po-
sesión aun de inmuebles y tierras, según el ejemplo de Cristo y de los
apóstoles. (La entera verdad de esta aseveración, valdría largas aclara-
ciones, pues es permisible sostener, acaso con más rigor en la exégesis
de los textos correspondientes, la tesis contraria). Ella misma ha tenido
siempre propiedades, otorgadas por los fieles, y ha protegido el derecho
de propiedad contra los herejes como los apostólicos, los circunceliones,
los valdenses y los anabaptistas. Apoyados en la doctrina de la Escritura
y Tradición, los teólogos califican como opuesta a la fe la doctrina que
dice que la propiedad privada es injusta o ilícita. Los Papas de los tiem-
pos modernos se vieron obligados a defender la propiedad privada ante
(D André Philip, "Dh-u o César". Rev. "I,c chriatbralsme social'. T.y.m,
pág. 493.
29
l(<s ataques de los socialistas. Así J.eón XIII, en su encíclica Quod Apos-
lolici, del 26 de diciembre de 1878, declara que el derecho de propiedad
tiene su origen en la naturaleza y que está defendido por la moral na-
tural." (2).
( En apoyo ele esta tesis, podrían citarse los siguientes
documentos: León XI IT. Rerum Movarum; Pío X, Mota
profirió', Pío XI, Quadragcssimo auno y otros).
Luego de largo rodeo nos hallamos en condiciones de
tomar el cabo de la cuestión religiosa y el socialismo, por
donde lo abandonáramos al principio de esta exposición .
La doctrina acerca de la propiedad privada, se identifica con
la esencia del socialismo, en sus soluciones colectivistas. En
ella hace pie, además, la realidad básica de la lucha de clases/
A ésta, ,en tanto que hecho social objetivamente constatable,
como a un denominador común habrían de referirse los gru-
pos religiosos y de otro carácter que componen el pueblo.
He aquí que, por lo que hace a nuestro país, estamos en
condiciones de establecer perspectivas, relativamente a los
grupos religiosos. La cuestión referente al reino de cesar y
dios, nos da la pauta, para enderezar por seguro derrotero.
Para algunos grupos protestantes, sinceramente dis-
puestos a luchar por la doctrina social del cristianismo,
"primero vendría la revolución general": esparció los so-
berbios en los pensamientos de su corazón. Luego, la revo-
lución política: arrancó a los príncipes de sus tronos. En
fin, la revolución social : ensalzó a los de humilde condición.
Por último, la revolución económica: a los hambrientos hin-
chió de bienes, y a los ricos envió vacíos.
Para otros, los católicos: primero, la jerarquía, el es-
tablecimiento per in eterno de las clases: más la desigualdad
de derecho y la potestad dimana del mismo Autor de la na-
turaleza, por quien es nombrada paternidad en los cielos y
en la tierra. Luego, la sumisión política y el servilismo:
mas si alguna ve.:: sucede que los príncipes ejercen su po-
(2) V. Catbreiu, "Socialismo y catolicismo", FM. R;izón y Fe, Madrid, 1934,
pág. 41.
H. Fernández Artucio
testad temerariamente y fuera de sus límites, la doctrina
de la iglesia católica no consiente insurrecciones contra
ellas, no sea que la tranquilidad y el orden sea más pertur-
bada, o que la sociedad reciba de ahí más detrimento; y si
la cosa llegase al punto de no zislumbrarse otra esperanza
ile salud, enseria que el remedio se ha de acelerar con los
méritos de la cristiana paciencia y las fervientes súplicas a
Dios. En fin, la condenación de la igualdad social: Ordena,
además, que el derecho de propiedad y de dominio, proce-
dente de la naturaleza misma se mantenga intacta. Por úl-
timo, la salvaguardia de la raíz de todos los privilegios eco-
nómicos : lo que principalmente y como de todo se ha de te-
ner, es esto: que se debe guardar intacta la propiedad pri-
vada.
En síntesis : para unos — Stanley Jones es su porta-
voz — césar y masas explotadas forman un todo sustan-
cial. Dejar a aquél lo que le pertenece, es doctrina de re-
dención, preludio revolucionario en el hondo sentido del vo-
cablo. Para otros, el dominio de césar es el reino de la ex-
plotación y la injusticia; — León XIIT, Pío X y Pío XI
han sido traídos en apoyo de nuestro aserto — . En el seno
de la comunidad de la iglesia romana poseedores y despo-
seídos son llamados a una fraternidad espiritual, pero mien-
tras a los primeros no se pone otro dique a sus privilegios
que un llamado a su conciencia para humanizar la explota-
ción del hombre por el hombre, la iglesia, que dice ser aque-
lla de Pablo de Tarso, fulmina con la ira de dios toda ten-
tativa de rebeldía de las masas contra los privilegiados;
aconseja paciencia y resignación, espera vanamente ilu-
sionada de un mundo mejor. Así, de la antítesis de las
dos posiciones que admite sutiles correcciones por lo (pie
hace a los matices destinados a poner medios tonos entre
los contrastes tajantes establecidos, surge la oposición de
estilos vitales. Drama, lucha, vocación heroica para reali-
zar el "reino de dios" en la inmediaticidad del dolor terre-
no, es para unos la misión de los homines religiosi . Para
los segundos, por cuanto ven pasivamente que el reino de
3°
La cuestión religiosa
cesar es inundó de opresión económica, moral v política, la
religión es opio, renunciación, envilecimiento.
Eshozo para un ensayo político es el presente. Por
agregado, y como si aquello constituyese razón de ligero pe-
so, resuena el tema en nosotros con apoyos de emoción po-
lítica. Xo debe extrañar de consiguiente, que entendamos
que el lógico, necesario término de lo que precede, enun-
cie una ceñida, clara norma incitante a la acción .
Por virtud de tan honda vocación política — que es
en su más puro sentido cosa una y única con el ideal más
alto de justicia — aspiramos llevar el socialismo hasta la
más recóndita célula del alma de este país. Para ello he-
mos de contar con el aliento del pueblo. A éste, no se le
mueve con elocuciones, por caudalosas que fueren. Es pre-
ciso allegarse hasta las inquietudes que lo acongojan y que
sen, sin duda, características de cada uno de los agregados
humanos (pie lo componen . Mas, del pueblo, hacen parte
los grupos religiosos, según vimos. Primera tarea, luego,
ha de ser voltear las barreras psicológicas que separan del
socialismo a los grupos religiosos; demostración de (pie pue-
de vivirse cualquier contenido vital, religiosamente: ¡hasta
las fórmulas escuetas de Engels y Marx! Tramonto de las
fronteras de lo psicológico individual, en segundo lugar,
para constatar que, de los miembros de las comunidades
religiosas, pueden hacer parte del movimiento socialista los
(pie no pertenezcan a aquellas que, por principios u orienta-
ción, se hallaren en pugna con la conciencia revolucionaria
de los trabajadores socialistas.
Y bien ; por virtud de honda vocación política, se ha
expresado, queremos llevar el socialismo hasta las más ínti-
mas profundidades del pueblo uruguayo, sea dicho a modo de
justificación de lo (pie antecede y sigue: es:i es la locura de
que estamos tocados. Locura es, sin duda, querer salvar
de los embate» de la lucha, mas templándola en ella, a la
única idea conservadora que queda en el inundo — el so-
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H. Fernández ArtitcU
Cialismo — . con cuyo destino corre parejas la suerte de la
civüización ; también es locura querer abrir hondo surco y
duradero en un mar de pasiones, sentimientos e intereses,
para sembrar a voleo simientes de libertad; locura, terca y
cavilosa, decidida y razonada es ésta, que nos guarda de
exclamar con Pablo: la locura de Dios vale más que la sa-
biduría de los hombres, pues sabe que más alto que el saber
de dios, estaría siempre el anhelo de justicia, devenido lo-
cura en los hombres !
Huyo Fernández Artucio.