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Full text of "La cuestión religiosa y el socialismo"

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HUGO  FERNANDEZ  ARTUCIO 


LA  CUESTION  RELIGIOSA 

Y  EL 

SOCIALISMO 


ENSAYOS 
MONTEVIDEO 


19  3  6 


.  F3&5 


/ 

HUGO  FERNANDEZ  ARTUCIO 


LA  CUESTION  RELIGIOSA 

Y  EL 

SOCIALISMO 

(ESBOZO  PARA  UN  ENSAYO  POLITICO) 


MONTEVIDEO 


AÑO  MCMXXXVI 


LA  CUESTION  RELIGIOSA  Y  EL  SOCIALISMO 


(Esbozo  para  un  ensayo  político) 

Lo  religioso  auténtico  no  excede,  para  nosotros,  de  las 
fronteras  del  alma  individual.  En  ella  se  formula  la  inquie- 
tud central  acerca  del  misterio  de  nuestra  vida  y  allí,  si  al- 
guna respuesta  existe,  es  que  lia  de  darse.  La  relación,  el 
choque,  la  interferencia  de  la  cuestión  religiosa  con  el  so- 
cialismo afecta  la  proyección  de  historicidad  de  ambos  tér- 
minos del  problema,  en  punto  a  su  capacidad  para  trasmu- 
tarse en  fuerzas  vectoras  de  la  acción  de  las  masas,  consus- 
tanciadas hasta  la  raiz  con  los  destinos,  eminentemente  po- 
líticos del  estado.  He  ahí  por  qué,  un  ensayo  para  elucidar 
las  múltiples  y  complejas  derivaciones  del  problema  del  so- 
cialismo y  la  religión,  ha  de  ser  ensayo  político. 

Suele  ocurrir,  empero,  que  la  ausencia  de  realidades 
históricas  en  cuya  filigrana  pudiesen  hallar  objetividad  as- 
pectos profundos  de  ciertos  problemas,  inhibe,  aun  a  los  más 
agudos  ingenios,  para  discernir  aquello  que  el  tiempo  muda, 
de  las  formas  enraizadas  en  estratos  fundamentales  de  vi- 
da; lo  adherido  a  meros  estados  de  tránsito,  del  cogollo  de 
una  realidad  espiritual  básica.  Entre  nosotros,  la  cuestión 
religiosa  ilustra  esta  suerte  de  situaciones.  La  discusión  al 
rojo  vivo,  mezcló  hace  treinta  años  —  y  más  —  religión  y 
catolicismo,  confundiendo,  a  partir  de  ello,  todos  los  pro- 
blemas, en  medio  del  fragor  polémico  suscitado  por  la  fran- 
ca intolerancia  o  la  incomprensión  estrecha  y  agresiva.  Y 
en  lo  que  hace  propiamente  al  catolicismo,  fué  confundida 


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H.  Fernández  Artneio 


su  significación  psicológica  y  moral  verdadera,  por  la  ante- 
posición del  aspecto  de  ecclesia  militans  que  esa  confesión 
ofrece.  Tanto  más  grave  circunstancia,  si  se  tiene  en  cuenta 
i|uc  la  iglesia  católica  fuera  como  lo  es  hoy  (lia.  aliada 
incondicional  en  Hispanoamérica,  por  sus  jerarcas,  de  oli- 
garquías rapaces  y  tiranuelos,  y  enemiga  acérrima  de  la 
renovación  espiritual  de  las  jóvenes  repúblicas.  Mas,  sería 
ociosa  tentativa,  la  que  pretendiera  establecer  en  qué  punto 
un  positivo  propósito  de  poner  dique  a  la  influencia  de  la 
iglesia  romana,  saliéndose  de  cauce,  se  tradujo  en  'modos  de 
pensamiento  propensos  a  incurrir  en  la  más  variada  gama' 
de  paralogismos.  En  cotejo  con  esa  aleccionadora  realidad 
de  nuestro  pasado,  vendremos  sobre  la  situación  actual  de 
la  cuestión  religiosa,  tomándola  por  uno  de  sus  cabos,  aquel 
que  tiende  una  relación  con  el  movimiento  socialista.  Mol- 
deada hoy  sobre  una  más  vasta  realidad  que  nos  la  muestra 
en  extensiones  dilatadas,  procuraremos  no  incurrir  en  pa- 
recidas falacias  a  las  (pie  se  deslizaran  en  debates  histó- 
ricos. En  ellos  buscaremos  a  cambio,  para  continuarlos,  los 
positivos  desenvolvimientos  del  impulso  que  moviera  la  in- 
quietud de  otros  espíritus  y  épocas. 

De  muy  antiguo,  parece  verdad  incorporada  al  acervo 
del  sentido  común,  (pie  lo  religioso  posee  una  condición  aglu- 
tinante que  le  es  inberente.  lÜen  por  causa  de  la  irradiación 
de  estructuras  espirituales  individuales  sobre  el  ámbito  de 
la  colectiv  idad,  si  se  trata  del  homo  religiosas  —  hechicero, 
sacerdote,  fundador  — ;  ocasiones  por  la  unificación  deri- 
vada de  la  práctica  de  comunes  ritos;  ya  por  la  comunicati- 
vidad  emotiva  de  la  liturgia;  quizá  en  virtud  de  la  identi- 
ficación en  san/as  palabras,  en  becbos.  doctrinas  o  escritos 
tenidos  per  sagrados,  es  incuestionable  que  lo  religioso  posee 
calidades  para  dar  pie  a  ciertas  precipitaciones  sociales,  en 
grupos  poseedores  de  inconfundible  fisonomía.  Precipitados 
de  una  tal  naturaleza,  conjuntamente  con  otras  fracciones 
recortadas  en  torno  a  diferencias  nacionales  o  económica* 
—  y  en  tanto  que  aglomeración  de  grupos,  más  que  como 
masa  compacta  y  homogénea  —  constituyen,  para  cierto 


La  cuestión  religioso 


eminente  ideólogo  contemporáneo  del  derecho  político,  la 
esencia  del  pueblo.  (  t  )  Kste,  unitario  tan  sólo  en  sentido 
normativo,  es  un  postulado  etico-político  afirmado  por  la 
ideología  nacional  o  estatal  mediante  una  ficción  general- 
mente empleada,  por  lo  que  se  refiere  a  la  coincidencia  o 
disparidad  en  pensamientos,  sentimientos,  voluntades  e  in- 
tereses. Encuadrados  estrictamente  en  los  grupos  religiosos, 
caben,  junto  a  la  primeramente  nombrada  confesión  apostó- 
lica de  Rema,  los  que  pertenecen  a  otras  sectas  cristianas, 
como  sería  oportuno  también,  citar  a  budbistas,  musulma- 
nes, teósofos,  etc.,  si  no  nos  guiase  el  propósito  de  atenernos 
ajustadamente  a  la  realidad,  bajo  un  paralelo  y  un  meri- 
diano dados,  correspondientes  a  esta  tierra  oriental  del  Uru- 
guay. Y  bien  ;  para  cualquier  esfuerzo  tendiente  a  extender 
sobre  nuestro  magro  paisaje  físico  el  territorio  ideal  de  la 
justicia,  será  preciso  tomar  conocimiento  de  aquellos  gru- 
pos religiosos  v  contar  con  ellos,  positiva  o  negativamente, 
pesando  su  influencia  en  la  vida  nacional,  discriminando  eí 
alcance  real  y  virtual,  de  presente  y  de  futuro  (pie  poseen. 
Tarea  que  también  es  política,  puesto  que  configura  un  ine- 
ludible deber  de  ciudadano. 

Pero  más  profundo  aún.  por  bajo  nodulos  tan  diversos 
de  agregación  humana ;  más  allá  de  la  realidad  de  los  frac- 
cionamientos del  pueblo  en  sectores  religiosos,  nacionales  y 
económicos,  subyace  una  realidad  sustancial,  que  guarda 
con  ellos,  la  razón  de  un  denominador  común :  un  hecho  ob- 
jetivo y  poseedor  de  propia  evidencia,  la  lucha  de  clases, 
cuya  constatación  y  explayamiento,  es  piedra  angular  del 
socialismo  moderno.  Si  tarea  socialista  es,  también  será,  po- 
lítica, ubicar  aquellos  distintos  órdenes  de  agrupación  de  los 
hombres,  relativamente  a  la  realidad  social  y  económica  de 
la  lucha  de  clases.  Esta  realidad  y  su  interna  dinauiicidad. 
se  identifican,  por  su  parte,  con  la  causa  de  la  justicia  so- 
cial y  de  la  democracia,  intentar  un  supremo  esfuerzo,  por 

(1)  Hans  Kelsen :  ''Eser.cia  y  valor  de  la  democracia",  Ed.  Eabor,  Barce- 
lona-Buenos Aires,   19.14.    Traducción  de  la  2a.  edición  alemana. 


6  H .  Fernández  Arlucio 


subsumir  en  sus  categorías  básicas  los  mayores  sectores  den- 
tro de  los  distintos  grupos  humanos,  es  tarea  que  halla  su 
justificativo  en  su  propia  imperatividad.  Si  se  quiere  que 
el  socialismo  tifia  hasta  la  última  porciúncula  del  alma  de 
este  pais,  habrá  de  buscarse  identificarlo  con  el  pueblo.  Y  los 
grupos  religiosos,  hacen  parte  del  pueblo.  De  ahí  que  sea 
necesario  el  esfuerzo  emprendido  para  juzgar  por  qué  modo 
y  hasta  qué  punto,  la  cuestión  religiosa  es  o  no  compatible, 
en  fines  primarios  o  secundarios,  con  la  realidad  del  movi- 
miento obrero  socialista. 

Henos  aquí  con  que,  al  cabo  de  estas  reflexiones,  diri- 
gidas a  demostrar  que  la  cuestión  de  la  religión  y  el  socia- 
lismo es  punto  a  mostrarse  en  el  plano  de  lo  político, 
hemos,  por  manera  impensada,  diseñado  sin  equívocos, 
una  actitud  personal,  en  lo  fundamental,  política  ella 
misma.  Esto  es  evidente :  nos  hemos  ubicado  en  la  curva 
que  la  historicidad  va  dejando  tras  sí,  a  medida  que  se  rea- 
lizan sus  valores ;  pretendemos  incorporarnos  al  pasado  his- 
tórico de  nuestro  pueblo  y  ansiamos  revivirlo  subjetivamen- 
te de  fuego  a  fuego,  en  esfuerzo  inaudito  por  identificar- 
nos con  el  genio  de  la  raza.  Pugnamos  por  sobrepasar  los 
puntos  muertos  a  que  arribaran  meditaciones  anteriores  en 
la  elucidación  de  este  problema,  que  nos  calienta  y  ateza 
el  alma  y  la  voluntad.  Todo  ello,  en  procura  de  incorporar, 
en  calidad  de  milicianos  de  la  justicia,  a  todos  los  grupos 
humanos  apetentes  de  identificarse  con  los  fines  y  la  tác- 
tica del  socialismo.  Ya  lo  dijera  don  Manuel  Azaña.  He 
ahí  cifrada  en  sus  móviles  una  central  emoción  política.  Es 
decir,  en  síntesis,  que,  escribiendo  esto  y  lo  que  sigue,  la 
emoción  política  ha  hallado  un  paso  y  lo  ha  franqueado. 
Y  bien,  de  tal  suerte,  ¿qué  es  ella?  Que  la  política  informa 
la  manifestación  de  ciertos  estilos  vitales,  es  concepto  que 
ilustra  la  opinión  de  meditadores  profundos  y  publicistas 
sagaces,  muy  largo  tiempo  ha.  Al  cabo  de  él,  en  nuestros 
días,  por  virtud  de  investigaciones  psicológicas  que  se  es- 
fuerzan en  recortar  en  toda  su  grandiosa  nitidez  las  for- 
mas de  vida  esenciales,  mediante  síntesis  de  gran  estilo,  el 


La  cuestión  religiosa 


homo  politicus  ha  hallado  su  puesto  junto  a  tantos  otros. 
Por  punto  a  mis  convicciones,  ahorrara  a  hipotéticos  lec- 
tores estas  reflexiones.  Que,  de  mucho  tiempo  atrás,  retor- 
no con  frecuencia  a  cierta  sentencia  de  un  prudente  filó- 
sofo francés  del  siglo  XVI,  el  cual,  con  su  vida,  signaba  la 
palabra :  bene  vixit  qui  bou-  latuit,  debiéndose  entender 
por  tal,  más  que  la  significación  literal,  el  recato  de  perma- 
necer sumergido  en  lo  que  uno  es  —  y  aun  en  lo  (pie  no  es, 
¿por  qué  no?  —  y  amurallarse  en  ello.  Pero  pienso  que  esta 
generación  junto  -\  la  cual  ando,  y  algunas  más,  están  des- 
tinadas a  olvidar  o  a  recordar  con  nostalgia  la  máxima  car- 
tesiana. Tanto  la  política  aprieta  en  torno  suyo,  vocaciones, 
ocasiones  desencontradas.  Y  al  constatarse  uno,  político, 
por  natural  manera  de  dar  expansión  a  una  emoción,  con- 
trae un  compromiso  ineluctable:  trasmitir  a  los  demás,  en 
forma  semejante,  la  vibración  (pie  los  sucesos  en  uno  des- 
piertan y  resuenan  con  graves  o  agudos  tonos.  Por  cuanto 
se  sigue  que.  al  hablar  de  la  cuestión  religiosa  y  el  socialis- 
mo, ensayaré  una  dilucidación  política.  A  ello  contribuye 
la  cuestión  propuesta,  dado  su  carácter  peculiar. 

LEGITIMIDAD  SUSTANTIVA  DF.I.  HOMO  REIJGIOSUS 

Por  punto  general  ocurre,  que  aquel  cuyas  preocupacio- 
nes no  han  sido  jamás  asaltadas  por  las  características  in- 
quietudes crepusculares  que  preludian  el  despertar  de  un 
sentimiento  religioso,  tiende  a  recitar  de  coro  cuanto  lugar 
común  moteja  de  risible,  o  interioriza,  subestimando,  la  ac- 
titud del  que  cree  o  siente  determinados  objetos  o  la  vida 
minina,  religiosamente.  Ante  estados  tales  de  comprensión, 
o  parecidos,  el  creyente  es  imaginado  inevitablemente,  far- 
fullando rezos,  víctima  propiciatoria  de  frailes  de  voz  rep- 
tante que,  entre  un  remangarse  los  hábitos  para  dar  entre- 
tenimiento a  las  ávidas  manos  sarmentosas,  y  un  acomo- 
darse la  muceta,  si  su  dignidad  alcanza  para  tanto,  desli- 
zan sentencias  cenizosas,  malignamente  edificantes.  Tan- 
to más  si  alguna  vez  se  ha  oído  decir  que  la  religión  es  el 


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H.  Fernández  Artucio 


opio  del  pueblo,  sentencia  que  parece  al  punto,  cifra  y  lí- 
mite, compendio  e  ilustración,  del  estado  de  espíritu  —  asi- 
milable al  de  un  toxicómano  —  en  que  el  creyente,  en  último 
término  un  enfermo  o  engañado,  se  halla  lamentablemente 
sumido.  Que.  aunque  la  expresión  en  sí  posea  una  textura 
seria  y  enraizada  en  premisas  filosóficas  que  merecen  dete- 
nimiento y  análisis,  por  ello  mismo,  pasa  con  semejante 
contenido  insospechada  por  delante  de  las  narices  romas  del 
incrédulo  hinchado  de  pedantería.  Pongamos  ahora,  sobre 
esas  romas  narices  unas  gafas  desgastadas  de  tanto  mirar 
a  su  través,  y  tendremos  a  nuestro  hombre  de  tal  modo  in- 
telectualizado  por  su  nuevo  hábito,  que  a  poco  de  aludir  te- 
mas tan  escabrosos,  hasta  puede  resultar  capaz  de  repetir 
sin  frangollo,  aquello  de  (pie  nada  hay  fuera  del  hombre  y 
de  la  naturaleza,  y  los  seres  superiores  que  erca  nuestra  fan- 
tasía son  los  fantásticos  reflejos  de  nuestro  propio  ser, 
con  (pie  Federico  Engels,  buen  discípulo  de  Feuerbach,  ci- 
fraba un  pensamiento  (pie  a  una  filosofía  bautiza,  ¡y  no  de 
las  menores!  (i).  A  todo  lo  cual,  y  no  en  pequeña  parte, 
contribuyen  situaciones  que  ocurren  con  inusitada  frecuen- 
cia, o  de  ello  son  culpables  aquellos  que,  poseídos  de  un 
efectivo  sentido  de  religiosidad  o  que  tal  aparentan,  por 
pertenecer  a  una  confesión  dada  y  aspirar  —  lo  cual,  a  su 
vez  puede  así  mismo  ser  sincero  —  a  (pie  se  extienda,  lle- 
van su  proselitismo  a  extremos  tales,  como  el  presentar,  va- 
ya por  caso,  a  Jesús,  como  un  propagandista  demócrata  o 
como  un  lector  de  Michelet  o  de  Castelar,  o,  quién  sabe,  si 
como  un  precursor  de  la  ley  agraria.  (Valga  la  sonrisa  de 
un  ilustre  español  contemporáneo).  Pues  bien;  la  religiosi- 
dad como  forma  vital,  no  puede  ser  tema  de  proselitismo 
ni  de  botigheria  intelectual.  Que  es  tan  honda  y  seria,  lo 
suficiente  para  justificar  plegarias  y  reverencias  —  en  el 
ámbito  de  una  necesaria  expresión  de  emociones  —  sin  que 
ello  implique  garrulería,  como  para  afirmar  que  puede  ex- 
perimentarse en  toda  verticalidad  lo  religioso,  sin  necesi- 

(1)  "I.udwig  Feuerbacli",  píg.  11. 


La  cuestión  religiosa 


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dad  de  sentirse  ciertas  presencias,  sean  ellas  de  Jesús,  de 
Wotan  o  de  Zorcastro.  De  igual  suerte  que,  para  saber  a 
ciencia  cierta  la  parte  y  papel  que  el  termino  medio  des- 
empeña en  el  silogismo,  sobra  el  conocimiento  de  los  voca- 
blos mnemotécnicos,  con  que  los  lógicos  de  antaño  bautiza- 
ban las  distintas  figuras  derivadas  de  la  posición  de  aquél : 
Bárbara,  Ferio,  etc.,  para  la  primera,  Camcstres,  Festino 
y  otras  para  la  segunda,  y  así  en  un  recorrido  de  las  cua- 
tro conocidas.  Xo.  La  experiencia  de  los  homines  religiosi 
es  cuestión  tan  terrible,  y  en  ciertas  circunstancias  tan  dra- 
mática, que  sólo  puede  tratarse  en  serio. 

Desde  Manuel  Kant,  se  admite  que  la  religión  es  una 
genuina  manera  de  conducirse,  de  manifestarse  el  alma. 
El  espíritu  se  encañonaría,  según  ello,  en  la  dimensión  de 
la  religiosidad,  (pie  es  anterior,  en  tanto  que  elemento  sub- 
jetivo, a  la  religión  misma,  supuesta  becho  objetivamente 
experimentable .  Por  idéntico  modo,  podría  afirmarse  la 
misma  relación  entre  la  experiencia  afectiva  y  los  objetos 
de  la  afectividad,  entre  la  experiencia  intelectual  y  los  ór- 
denes de  realidad  a  que  ella  se  aplica  en  sus  procesos  de  ela- 
boración. Comenio,  junto  a  Pascal;  ambos,  a  un  Henri 
Poincaré;  respectivamente,  religiosidad,  logique  du  coeur  y 
soberanía  de  la  inteligencia.  Para  William  James,  a  su  tur- 
no, el  sentimiento  religioso  no  tiene  porque  ser,  necesa- 
riamente, un  algo  intrínsecamente  válido,  genuino,  consus- 
tanciado con  el  espíritu  mismo,  del  que  sería  de  ese  modo, 
explicitación.  Constituye  una  experiencia,  dotada  de  un 
grado  más  hondo  de  iñmediaticidad .  Participando  en  ella, 
deviniendo  ella  misma,  cualquier  sentimiento  es  pasible  de 
adquirir  entonación  religiosa,  siempre  y  cuando  esté  refe- 
rido a  un  tema  vital;  en  tanto  colabore  en  la  unidad  funda- 
mental del  espíritu,  en  la  reacción  total  contra  la  vida.  Por 
su  parte,  Harald  Hoffding,  el  excepcional  meditador  da- 
nés, que  comparte  la  tesis  precitada,  según  la  cual,  lo  carac- 
terístico y  sustantivo  de  la  religiosidad  es  el  estado  de  ar- 
monía, de  paz,  la  unidad  alcanzada  —  si  se  quiere  — ,  a  tra- 
vés de  agonías,  deduce,  de  que  lo  religión  del  hombre  está 


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H.  Fernández  Artncio 


determinada  por  la  relación  de  valores  que  conoce  a  la  rea- 
lidad que  le  es  familiar,  en  las  conclusiones  a  que  arriba  el 
genial  filósofo  yanqui,  la  legitimidad  del  valor,  como  ele- 
mento de  coteje,  en  punto  a  validez.  V  agrega:  "Partiendo 
de  este  punto  de  vista,  llegué  a  la  hipótesis  de  (pie  la  con- 
servación del  valor  es  la  idea  religiosa  fundamental,  o  el 
axioma  religioso".  Tesis  en  la  cual  parece  acuciarse  ya  la 
dirección  que  tomarán  algunos  filósofos  contemporáneos 
(  Scheler.  Spranger),  para  acordar  sustancial  legitimidad  a 
la  religión,  cuando  logra  apoderarse  de  la  médula  vital  in- 
dividual. 

Para  aquél,  la  simpatía  constituye  el  vehículo  esencial 
para  el  ingreso  a  la  categoría  del  saber  culto 

"Pero  también  la  idea  humanística  del  saber  culto  —  tal  como  en 
Alemania  la  encarna  riel  modo  más  sublime  Goetbe  —  ha  de  subordinarse 
a  su  vez  y  ponerse  al  servicio  del  saber  de  salvación.  Porque  todo  saber 
es,  en  definitiva,  de  Dios  y  para  Dios".  (1) 

Para  Spranger,  allí  adonde  la  vivencia  de  valor  ha 
inundado  todas  la-  manifestaciones  de  la  personalidad,  nada 
es  religiosamente  indiferente  y,  además,  todo  puede  situar- 
se a  dvversa  proximidad  o  distancia  de  lo  religioso  de  acuer- 
do con  su  significación  por  lo  que  a  la  vida  mental  integra 
de  la  persona  se  rcfii  re.  Casos  en  (pie  se  encontrarían  Shaí- 
tesbury  y  Giordano  Bruno,  para  el  autor. 

Per  punto  general,  estas  doctrinas  sustentan,  con  dis- 
tinta argumentación  y  origen  metafísico,  la  legitimidad  de 
raíz  del  homo  religiosas.  Lo  religioso,  de  tal  suerte,  cabal- 
gando el  alma  misma,  es  algo  metafísico,  porque  en  él  se 
explícita,  en  él  vibra,  fundamentalmente,  un  ser. 

vSi  este  punto  de  vista  es  o  no  definitivo,  irrebatible  o 
fácilmente  rebatible,  corresponde  decir  al  análisis  profundi- 
zado, en  esta  dimensión  metafísica  —  en  la  cual  también 

(1)  Max  Scheler,  saber  y  la  cultura",  Rev.  de  Occidente,  Madrid,  1926. 
\>kg.  78. 


La  cuestión  religiosa 


ir 


cabe  la  penetración  de  la  ciencia  traida  a  mujeriegas  por  la 
razón  —  hasta  donde  la  razón  es  capaz  de  penetrar,  de  no- 
minar, de  esclarecer. 

LO  RELIGIOSO   SE  DA  NO  SOLO  A  PROPOSITO  DE  LOS 
TRADICIONALES  OBJETOS  DE  LA  RELIGION 

Cabe  que  se  muestre  la  naturaleza  religiosa  correspon- 
diente a  la  religiosidad  como  forma  de  vida,  sin  que  se  exija 
la  aparición  en  escena  del  "homo  credulus",  prosternado 
ante  los  objetivos  a  que  adhiere  por  necesidad  alusiva  de 
tener  fe  en  algo,  o  alguien,  terreno  o  extrahumano.  La 
creencia,  pues,  no  constituye  elemento  integrante  indispen- 
sable, para  (pie  el  hombre  religioso  actúe  en  planos  de  his- 
toricidad. Razón  de  ello  podría  dar  Spencer  —  citemos  uno 
entre  muchos  posibles  —  en  quien  lo  incognoscible,  ontolo- 
gizado  y  presente,  ocupa  meramente  un  puesto,  junto  a 
otros  conceptos  integrantes  del  sistema  (i). 

Sin  duda,  aquellas  ocultas  motivaciones  psicológicas  de 
aureola  metafísica,  inspiraban  a  don  Fernando  de  los  Ríos 
—  ¡  un  socialista  de  su  porte  y  estilo !  —  cuando  exclamara 
en  cierto  debate  famoso  de  las  Cortes  Constituyentes  de  sú 
país:  "Habéis  velado  a  España,  no  se  le  ha  dicho;  se  ha 
interpretado  pérfidamente  el  fondo  de  nuestras  intenciones; 
'no  se  le  ha  dicho  que  nosotros,  a  veces  no  somos  católicos, 
no  porque  no  seamos  religiosos,  sino  porque  queremos  ser- 
lo más.  Hasta  la  última  célula  de  nuestra  vida  espiritual 
está  saturada  de  emoción  religiosa;  algunos  de  nosotros  te- 
nemos la  vida  entera  prosternada  ante  la  idea  de  lo  abso- 

(1)  Cuando  la  '"creencia"  aparece,  en  cambio,  se  da  un  dualismo  sujeto-objeto, 
tic  singular  carácter ;  en  efecto  :  la  naturaleza  desbordante  de  religiosidad  que  siente 
la  necesidad  de  referir  esa  religiosidad  a  un  objeto  que  es  exterior  al  ámbito  de 
la  subjetividad,  adhiere  su  sentimiento  a  algo  —  cosa  material  o  ideal  —  ante  lo 
cual,  luego,  asume  la  actitud  de  sumisión,  de  tal  suerte,  que  parecería  que  una 
existencia  se  hubiese  conferido  al  objeto  mismo.  Pero  no  por  ello,  ese  algo  —  cosa 
material  o  ideal  —  ha  dejado  de  ser  lo  que  era  (indiferente  en  punto  a  religión, 
por  ejemplo,  para  el  que  no  cree).  I,a  religiosidad,  pues,  es,  en  ese  caso,  super- 
puesta, y,  en  verdad,  sólo  es  proyección  transubjetiva  de  ur.  sentimiento. 


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I  f.  Fernández  Artucié 


luto,  c  inspiramos  cada  uno  de  nuestros  actos  en  una  espe- 
ranza ascensional"  (i).  Sólo  un  trasunto  de  emoción  — 
no  el  menor  asomo  de  creencia  —  se  da  en  las  palabras  men- 
cionadas del  ilustre  autor  de  "El  vSentido  Humanista  del 
Socialismo".  ¿Cuántos  Iwmines  religiosi  habrán  de  contar- 
se —  para  terminar  —  entre  los  millones  de  socialistas  — 
obreros,  empleado-,  intelectuales,  técnicos:  trabajadores  de 
todas  las  c'ases,  en  síntesis  —  que  militan  en  los  movimien- 
tos de  los  paises  nórdicos,  en  aquellos  anglosajones  y  en 
muchos  otros  cuya  enumeración  resultaría  fatigosa,  y  que 
profesan  una  religión  perfectamente  definida,  basta  en  el 
plano  positivo  de  lo  histórico?  Centenas,  millares,  abstra- 
yendo los  que  definen  su  religiosidad  como  creyentes.  Claro 
está  que  oscuros  casi  todos,  perdidos  en  el  anónimo;  pero 
por  ello,  ¿menos  valiosos  intrínsecamente?  Lejos  de  eso, 
acaso  clavados,  algunos,  más  hondo  en  lo  auténtico,  en  ra- 
zón, precisamente  de  su  anonimidad. 

Mas,  al  margen  de  la  falange  de  'nombres  religiosos,  de 
brío  y  prestancia  singulares,  a  modo  de  subproductos  de  es- 
ta técnica  del  siglo  XX,  proyectan  su  figura  hecha  de  me- 
dios tonos  y  fuga  de  perfiles,  muchos  malogrados  en  su  des- 
tino individua},  por  causas  que  no  son  inherentes  a  ellos 
mismos.  Llenan  el  interludio  que  media  del  homo  religiosas 
al  homu  credulus .  Ninguna  época  como  esta  presente,  afir- 
ma Karl  Jaspers  (2)  ha  fijado  con  tanta  dureza,  al  hom- 
bre, en  un  punto,  cuyas  coordenadas  son  en  verdad  incon- 
movibles. La  división  del  trabajo,  perfeccionada  por  su  or- 
ganización científica,  sistemada  por  el  régimen  del  stan- 
dard ha  parcializado  la  atención  del  trabajador  —  y  véase 
que  no  se  trata  sólo  del  manual  — -  alejando  de  él  la  pers- 
pectiva de  su  época  como  totalidad,  del  mundo  como  sis- 
tema relaciona!  y  panorama.  Carente  de  "conciencia  epo- 
cal",  lejos  de  arregostarse  a  esa  limitación  de  horizontes  y 

(1)  "Documentos  Políticos",  Xo.  12,  Ediciones  ''Oriente",  Madrid.  1934. 
págs.  26-27.  (De  un  discurso  pronunciado  ei;  las  C.  Constituyentes,  el  8  de  Oc- 
tubre de  19.U). 

(2)  ''T,a  situación  espiritual  de  nuestro  tiempo",  Edición  Labor.  KarcOo- 
na-Buecoi  Aires. 


l.a  cuestión  religiosa 


13 


acomodar  el  espíritu  a  eso  ipte  se  le  da,  el  hombre  en  esa 
situación  proyecta  fuera  de  sí  su  inquietud,  su  angustia,  su 
aburrimiento;  por  vía  subconsciente  hace  de  ellos  una  en- 
tidad dotada  de  una  vida  que  es  inversión  de  valores,  y  ha- 
cia ella  dirige  lo  (pie  no  es,  tendiendo  a  ser  eso  mismo;  ¡que 
no  es  nada !  Ciertos  irracionalismos  con  cuya  presencia  se 
sofoca  el  ambiente  de  nuestro  tiempo,  por  giros  frecuente- 
mente religiosos,  llenan  el  monstruoso  alvéolo  de  la  ausen- 
cia de  contenido  vivo  que  padecen  millones  de  vidas.  Y 
bien;  por  antonomasia,  el  socialismo,  aunque  en  determina- 
do memento  no  domine  esos  estratos  sociales,  debe  buscar 
penetrarlos  e  infundirles  la  savia  de  su  vitalidad.  Pueblo 
también,  con  esas  capas  del  moderno  proletariado  de  overall 
o  cuello  y  corbata  ha  de  contarse  :  positiva  o  negativamente. 


Estímese  en  calidad  de  punto  de  arranque  que  el  hom- 
bre es  un  ser  anhelante,  cuyo  impulso  más  poderoso  es  ape- 
tecer; o  bien  la  tesis  de  que,  siendo  el  espíritu  estrecho,  es 
preciso  descargar  contenidos  ingresando  en  la  objetividad, 
cierto  es  que  el  •'homo  creclulus"  presenta  en  su  fe  una  fi- 
sura tajante,  la  cual  nos  lo  muestra  desdoblado  en  un  su- 
jeto que  cree  y  un  objeto  que  es  creído.  Que  es  esta  una 
actitud  hasta  del  hombre  primitivo,  bien  lo  ha  sentado  con 
riqueza  de  erudición  un  Levy  Brühl.  Pero  ello  tanto  da. 
Lo  importante  es  que  existe,  hoy,  como  hecho.  Fuera  des- 
propósito pretender  mostrarlo  en  punto  a  las  religiones  po- 
sitivas, desde  que,  come  acontecimiento  ahí  está  a  la  vista 
del  menos  curioso .  Otra  cosa  nos  importa :  un  desdobla- 
miento de  la  naturaleza  del  señalado,  implica  que  uno  de 
los  términos  de  la  dualidad  sujeto-objeto,  suele  rebasar  al 
otro.  Lo  trasciende.  ¿Cómo?  Pues  bien,  en  la  proyección 
de  lo  finito  a  lo  infinito,  ya  en  la  relación  de  lo  cognosci- 
ble a  lo  incognoscible,  líien  está  que  en  uno  u  otro  caso, 
el  vínculo,  aquello  que  permite  conocer  la  incognoscible,  el 
artilugio  para  transportarse  de  la  finitud  a  la  infinitud,  se 
encuentra  en  lo  religioso.  Mas,  ¿por  qué  ha  de  ser  el  oh- 


Jl.  Fernández  Artncio 


jeto,  uno  vulgar,  contenido  en  los  registros  de  las  religio- 
nes positivas?  Apelemos  a  James.  Si  la  reclamación  reli- 
giosa de  objetividad  se  apoya  en  una  experiencia  orientada 
a  concretar  una  "reacción  total  contra  la  vida",  pero  que 
lejos  de  apoyarse  en  un  sentimiento  asimilable  a  los  que  in- 
forman la  común  experiencia  religiosa,  hace  pie  en  un  sen- 
timiento tendido  en  la  dimensión  de  la  justicia,  por  ejem- 
plo, el  objeto  no  tiene  por  qué  ser  necesariamente,  de  con- 
tenido, una  institución  ni  una  tradición.  Puede  darse  a 
propósito  de  una  fórmula,  cuya  sea  la  virtud  de  plenificar 
la  objetividad  del  impulso  religioso.  Así,  el  postulado  de  la 
lucha  de  clases;  en  igual  sentido  —  para  mantenernos  en 
las  líneas  del  socialismo  marxista  —  la  fórmula  de  la  "dic- 
tadura del  proletariado".  Un  sustitutivo  religioso,  pide 
cierto  filósofo  alemán  contemporáneo  ya  aludido :  el  "esta- 
do del  porvenir"  del  marxismo  mesiánico!  Para  el  obrero 
medio,  el  "socialismo  científico",  es  postulado  existencial, 
ontologismo  puro.  'Panto  más  las  premisas  y  conclusiones 
sostenidas  en  la  doctrinal  Alguien  ha  dicho  que  el  socialis- 
mo se  debate  en  medio  de  una  profunda  contradicción  ló- 
gica :  el  constituir  un  movimiento  que,  exigiendo  ilustra- 
ción para  ser  comprendido  en  sus  tesis  básicas,  debe  mane- 
jarse con  las  ma-as  menos  capacitadas  intelectualmente .  Lo 
cual  quedaría  muy  bien,  siempre  que  no  se  tuviera  en  cuen- 
ta este  hecho  (pie  venimos  de  señalar:  que  las  fórmulas  y 
pragmáticas  político-sociales,  que  para  una  comprensión 
profunda  exigen  cierto  nivel  cultural,  actúan  por  sortile- 
gio religioso  sobre  las  masas.  Estas  depositan  allí  su  anhe- 
lante tensión  de  objetivar  un  sentimiento  que  les  tiñe  todo 
el  ser,  a  la  manera  como  en  la  alta  edad  media,  depositaran 
fe  y  esperanza,  los  contingentes  aldeanos,  en  el  quiliastismo, 

Para  ambas  situaciones  anteriormente  citadas,  vale, 
sin  dejar  resquicio  a  vacilaciones,  el  pensamiento  de  Jorge 
Simmel.  La  religión,  en  el  plano  analizado,  y  virgen  aún  de 
historicidad,  es  un  sentimiento  que,  como  tal,  sólo  al  indi- 
viduo afecta;  por  análogo  modo  como  ese  sentimiento  ex- 
presa la  relación  con  la  imagen  de  la  divinidad,  en  conse- 


La  cuestión  religiosa 


cuencia,  se  tiende  el  nexo  unitivo  del  patriota  a  la  patria, 
del  cosmopolita  al  mundo,  del  trabajador  a  su  clase. 

Sentimientos  colectivos  practicados  efectivamente  en  el 
movimiento  obrero  socialista,  por  su  intencionalidad  afec- 
tiva y  su  procedencia  localizada  en  la  médula  vital  indivi- 
dual, ofrecen  un  ejemplo  más,  notable  por  su  evidencia  y 
notoriedad.  Se  dice  que  la  solidaridad  de  las  masas  obre- 
ras, obedece  a  la  solidaridad  de  intereses  frente  a  la  explo- 
tación capitalista.  No  creemos,  como  Henri  de  Man,  «pie 
e]  marxismo,  s  stenedor  de  la  tesis  anterior,  haya  falseado 
lo  que  esta  idea  contiene  de  verdad  dándole  un  carácter  de- 
masiado absoluto  e  interpretando  la  noción  de  interés  cu 
un  sentido  puramente  económico .  La  noción  de  interés  a 
que  hace  alusión  el  ilustrado  enmarada  belga,  no  pierde  la 
resonancia  ideal  que  la  acompaña  en  otros  explayamientos 
de  la  doctrina  de  Marx,  ni  aún  cuando  es  usada  en  la  ex- 
plicación desnuda  de  las  relaciones  económicas,  puesto  que, 
aunque  no  haya  en  semejante  caso  mención  expresa,  el  con- 
tenido de  sentido  ético  continúa  implícito.  Mas,  ¿a  qué 
contenido  ético  de  ventido,  de  qué  sobretonos  ideales  se  ha- 
bla cuando  la  referencia  se  apoya  en  el  interés?  Craso  error, 
la  creencia  de  que  el  interés,  en  tanto  que  móvil  personal, 
es  el  motor  de  la  historia.  Atribución  infundada,  por  otra 
parte,  y  acreditable  sólo  a  ignorancia  o  incomprensión,  ésta 
que  se  imputa  a  la  concepción  económica  ríe  la  historia,  para 
despreciarla . 

"El  materialismo  histórico  —  dice  el  doctor  Emilio  Frugoni  en  su 
obra  Ensayos  sobre  Marxismo  —  no  atribuye  al  interés  personal  más  pa- 
pel que  a  la  pasión  amorosa  o  a  la  emoción  artística  o  al  entusiasmo  por 
la  especulación  filosófica  o  el  fervor  religioso  o  el  frenesí  por  la  inves- 
tigación de  la  verdad  científica  o  el  abnegado  ardor  político  de  los  in- 
dividuos, en  la  determinación  y  orientación  de  la  vida  social.  Porque  ese 
interés  no  es  sino  un  móvil  individual  —  acaso  no  el  más  difundido  y  ge- 
neralizado como  impulso  preponderante  en  ciertos  casos  para  la  mayoría 
de  los  hombres  —  mientras  que  el  factor  determinante  de  la  historia 
según  esa  teoría  es  de  carácter  social  o  colectivo."  (1) 


(1)  ''Ensayos  sobre  marxismo".  Kd.  In  Bolsa  de  los  Libros,  Montevideo, 
1936,  p.'igs.   102-103.  Contribuyendo  a  la  documentación  de  la  tesW,  el  autor  cita 


1 6 


H.  Fernández  Artucio 


El  interés  opera  como  primer  'motor  en  la  tesis  mar- 
xista;  por  tanto,  como  Motor  idea! .  Luego,  concurre  sin  me- 
noscabo para  la  solidaridad,  a  la  génesis  de  ésta,  acaso  si- 
multáneamente, y  cuando  menos  junto  a  ese  instinto  elemen- 
tal del  ser  social  que  los  psicólogos  llaman  el  instinto  gre- 
gario y  los  moralistas  el  instinto  altruista,  y  que  está  en  el 
origen  de  toda  moralidad  (  i  ). 

Reconocido  de  esta  suerte  el  sentimiento  en  el  fondo 
de  la  solidaridad,  queda  por  apuntar  el  modo  cómo  retornar 
a  una  identificación  real  con  lo  religioso,  de  esta  o  parecidas 
experiencias.  Desde  luego,  el  sentimiento,  haciendo  parte 
de  la  experiencia  afectiva,  se  reconoce,  en  la  medida  en  que 
entra  en  ella  como  ingrediente,  más  o  menos  idéntico  a  ella 
misma.  Por  su  parte,  es  sabido  que  la  experiencia  afectiva 
es  uno  de  los  tipos  fundamentales,  irreductibles,  de  expe- 
riencia psíquica.  Como  tal  entra  a  constituir,  juntamente 
con  múltiples  aportes,  bien  de  otras  experiencias  bases,  bien 
de  experiencias  más  complejas,  la  experiencia  religiosa, 
que  pertenece  al  orden  de  las  últimas  nombradas.  La  expe- 
riencia religiosa  a  su  vez,  suele  confundirse  en  una  relación 
unívoca  con  la  sentimental,  en  casos  (pie  podrían  ilustrarse 
con  ejemplos  reales.  De  consiguiente;  si  la  solidaridad  — i 
restringida  su  latitud  al  campo  obrero-socialista  —  por  obe- 
decer esencialmente  a  un  sentimiento  (De  Man)  se  halla 
comprendida  o  es  reductible  al  tipo  más  vasto  de  la  expe- 
riencia afectiva,  y  ésta  hace  parte  de  lo  religioso  —  pudien- 
do  hasta  identificarse  con  ello  —  no  se  fuerzan  los  hechos 
si  se  afirma,  suficientemente  condicionada  esta  conclusión, 
lógicamente  necesaria,  por  otra  parte  :  en  la  proyección  sub- 
jetiva, la  solidaridad  puede  adquirir  un  vivo  colorido  reli- 
gioso y,  acaso,  éste  pueda  ser,  en  ciertas  situaciones,  su  en- 
traña, su  más  íntima  textura.  Esto,  en  lo  que  hace  proyec- 

así  a  Marx,  ("Sagrada  Familia"),  donde  señala:  "Por  otra  parte,  es  fácil  com- 
prender que  todo  interés  de  orden  colectivo,  cuando  aparece  por  primera  vez  so- 
bre la  escena  mundial,  rebasa  siempre  con  mucho  sus  l'mites  verdaderos  y  se  con- 
funde más  o  menos  con  el  interés  humano". 

(1)  Henri   de   Man,   "Au   délá   du  marxisme",   París,   Alean,    1929,  pág.  86. 


f.a  cuestión  religiosa 


i? 


tando  la  cuestión  hacia  adentro.  Pero  la  solidaridad  es  por 
sí  misma,  uno  de  los  términos  de  la  razón  que  se  establece 
entre  el  alma  individual  y  un  orden  que  le  e-  trascendente, 
razón  de  indubitable  cariz  religioso  (Siromel,  citado,  lo  co- 
rrer* raría  en  la  extensión  de  su  tesis).  La  solidaridad,  que 
unifica  los  contingentes  socialistas,  aun  por  encima  de  las 
fronteras  nacionales  — ■  venciendo,  pues,  otros  sentimientos 
—  actúa  como  sustitutivo  de  un  objeto  —  consagrado  por  la 
extensión  acordada  tradicionalmente  a  la  religión  —  en  una; 
conexión  de  sentido  religioso,  entre  un  individuo  y  un  sis- 
tema relacional  supraindividual. 

Resumiendo:  el  ¡ionio  religiosas  interesa  por  tres  mo- 
dos al  socialismo.  Por  cuanto  el  socialista  es  admitido  que 
se  encuentre,  en  relación  con  la  doctrina  y  el  movimiento, 
en  la  postura  del  creyente,  tanto  más  próxima,  por  analo- 
gía, a  la  del  fideísta,  cuanto  sea  de  sencilla  y  humildemente 
dotada.  (  1  )  Interesa  al  socialismo,  además,  aquel  que,  de- 
rrotado por  frustración  de  destino  personal,  busca  en  cier- 
to irracionalisroo  de  giro  religioso,  sostén  y  estructura  para 
el  ánimo.  Por  último,  el  homo  religiosas  plenamente  dota- 
do, denso,  hondo,  dramático,  acaso  llegue  a  prestar  a  la 
causa  de  la  emancipación  de  los  explotados,  el  genio  direc- 
tor, la  personalidad  aglutinante,  cuyas  categorías  espiritua- 
les devienen  por  instantes,  categorías  sociales,  en  las  cuales, 
cerno  en  fulcros,  ha  de  vaciarse  la  conciencia  revoluciona- 
ria de  las  masas.  Así,  para  Levy  Brühl,  la  gigantesca  figura 
de  Jean  Jaurés. 

Las  razones  expuestas,  podrán  ser  tomadas  por  trivia- 
lidades. Algo  queda,  sin  embargo,  inconmovible:  la  adusta 


(O  Henrí  de  Man,  ya  citado,  en  un  brillante  capítulo  de  su  obra  "Au  délá  du 
marxisme",  señala  tres  signos  eminentemente  religiosos  en  el  movimiento  socia- 
lista: una  cscatología,  un  simbolismo,  un  culto  de  héroes  y  mártires.  Así,  para 
la  primera,  dice:  "I.a  disposición  escatológica  se  desenvuelve  allí  donde  existe 
una  alta  tensión  entre  la  aspiración  de  las  masas  hacia  un  mejoramiento  social 
y  la  posibilidad  de  realizarlo  inmediatamente  en  un  porvenir  aproximado".  (Op. 
cit.,  pájf.  96).  Siendo  a  la  escatologí.i  el  ''estado  socialista  del  porvenir",  lo  que 
las  fechas,  leyendas  revolucionarias,  mártires,  (de  la  Commune,  por  ejemplo),  him- 
nos, líderes   (apóstoles),  son  al  simbolismo  y  al  culto  de  los  héroes. 


H.  Fernández  Artucté 


seriedad  del  tema.  Con  ella,  nada  tienen  que  ver,  ¡quién  lo 
duda!,  ni  las  gárrulas  razones  de  los  incomprensivos  en  el 
paroxismo  de  su  agresividad,  ni  las  pláticas  de  diez  cortes 
de  obispos  reverenciando  la  birreta  del  cardenal  camarlen- 
go. Quizá  muy  poco  que  ver  tenga,  asi  mismo,  sea 
dicho  sin  clerofobia,  lo  religioso,  con  el  atiborramiento  de 
galas  mundanas,  objeto  con  que  una  pléyade  de  clérigos, 
teólogos  y  bedeles,  exornan,  hinchando  de  temporalidad,  des- 
de las  más  graves  ceremonias  de  la  liturgia,  hasta  la  más 
sencilla  —  que  debiera  ^er  espontánea  —  jaculatoria. 

LO  RELIGIOSO  HISTORIZADO 
¿ESTAMOS  FRENTE  A  UNA  CUESTION  PRIVADA? 

Kn  qué  punto  correspondería  amojonar  la  frontera  de 
lo  histórico  y  lo  ahistórico,  parécenos  problema  de  conven- 
ción. Es  indudable  (pie  todo  hecho  que  está  objetivamente 
puesto,  hace  histeria,  o  es  historizable,  lo  cual  es  ajeno  a 
su  destino  mismo.  Sin  embargo,  pocos  son,  relativamente 
hablando,  los  que  pican  la  historia.  Y  éstos,  poseen  esa  con- 
dición por  lo  que  sean  capaces  de  influir  sobre  otros  hechos. 
Y  aunque  en  lo  ahistórico  suele  darse  una  mayor  frescura 
y  vida,  no  cuenta  de  modo  mensurable,  perceptible.  En  pun- 
to a  lo  religioso,  puede  aparecer  la  historicidad  cuando  lo 
individual  se  conjuga  con  lo  social,  por  virtud  de  mera  tras- 
cendencia o  de  correspondencia  estructural.  En  ciertas  cir- 
cunstancias, coexisten  ambas  pendientes.  Dejemos  de  lado 
lo  religioso  ahistórico,  que  con  el  socialismo,  hecho  histórico 
y  eminentemente  social,  no  puede  admitir  otras  superficies 
de  contacto,  que  aquellas  (pie  determina  una  apetencia  por 
él,  en  virtud  de  imperativos  morales  o  cualquiera  otros  de 
los  que  se  han  examinado.  Plantados  así  en  el  plano  de  lo 
históricamente  sustancial,  no  se  resuelven  con  mayor  faci- 
lidad las  múltiples  cuestiones  que  surgen.  En  efecto;  la  cues- 
tión religiosa  ¿es  asunto  privado  o  no?  Y  si  lo  es  ¿en  qué 
medida?  Carlos  Marx  sostenía  desde  los  albores  de  su  obra, 
la  tesis  de  que  lo  religioso  es  cuestión  prkwda.  Sin  duda  se 


La  cuestión  religiosa 


avienen,  hoy  día,  a  esa  concepción,  actitudes  como  ta  que 
adopta  —  tomemos  por  vía  de  ejemplo  —  Emilio  Vander- 
velde. 

"iQilé  sodios,  —  se  pregunta  el  líder  del  Partido  Obrero  Socialista 
l>elga  —  que  devenimos,  adónde  vamos?  Pese  al  progreso  de  las  ciencias, 
sobre  la  vida,  sobre  la  muerte,  sobre  el  mundo,  sobre  los  por  qué  de  las 
cosas,  no  hemos  avanzado  prácticarrrcnte  nada  desde  el  tiempo  de  Platón 
y  Sócrates.  Pero  delante  de  esta  imposibilidad  orgánica  para  la  razón  de 
resolver  parecidos  problemas,  los  hombres  adoptan  actitudes  bien  diferen- 
te^." I.os  unos,  después  de  haber  adquirido  la  convicción  de  que  fuera  del 
mundo  fenomenal,  del  mundo  cognoscible,  no  hay  conocimiento  científico 
pesiblc,  retornan  a  sus  asuntos,  a  sus  estudios  o  a  sus  placeres  y  "dejan 
el  cielo  a  los  ángeles  y  a  los  monjes".  Los  otros,  al  contrario,  bien  que 
también  convencidos  de  la  imposibilidad  de  resolver  científicamente  pro- 
blemas que  no  son  del  dominio  de  la  ciencia,  permanecen  inclinados  sobrfa 
vi  misterio  de  la  vida  y  del  mundo...  y,  sin  pretender  aportar  a  los  otros 
o  descubrir  por  sí  mismos  verdades  absolutas,  piden  al  sentimiento  rjeli- 
gioso...  lo  que  el  conocimiento  científico  no  es  en  sí  mismo  ni  tiene 
por  misión  darles.  Osaría  decir,  de  todo  corazón  y  de  más  en  más  que, 
sobre  ese  terreno  me  encuentro  con  otros  hombres...  que  hacen  a  la 
ciencia  su  parte  —  el  mundo  de  los  fenómenos  —  pero  que  reclaman  el 
derecho  de  existencia  para  el  sentimiento  religioso,  librado  del  despotis- 
mo de  las  religiones  dogmáticas."  (]) 

O  aquella  que  derivaría  de  la  concepción  de  Simmel. 
cuando  establece  (pie  un  hombre  —  una  colectividad  tam- 
bién cabría  decir  —  siendo  religioso  de  raíz  (  homo  religio- 
sus),  pone  el  acento  de  su  emoción  central  en  el  acto  más 
nimio  de  la  vida.  ".  .  .trabaja  o  g'oza,  espera  o  teme,  ríe  o 
llora,  todo  esto  lo  hace  con  una  entonación  y  un  ritmo  pro- 
pio, una  relación  de  cada  acción  singular  con  la  totalidad 
de  la  vida.  .  . "  (2) 

Para  un  género  de  hechos  como  el  precedente,  sí  que 
se  avienen  las  palabras  del  Dr.  Breitscheid,  líder  uno  de  los 
más  destacados  de  la  socialdemocracia  de  Alemania  (pie, 

(1)  Emilio  Vandervelde,  Carta  a  "Le  Peuple",   1910.  (Fragmentos). 

(2)  Simmel,  "Cultura  Femenina--  y  otros  ensayos.  Rev.  de  Occidente,  Ma- 
drid, 1934. 


20 


H.  Fernández  Arta  ció 


por  otra  parte,  constituyen  lo  que  podríamos  llamar  la  re- 
sonancia política  de  la  primitiva  sentencia  de  Marx:  Heñios 
de  partir  del  supuesto  que.  en  el  gran  partido  r.ocialdemó- 
erata  hay  sitio  y  cabida  para  todos,  sean  cualesquiera  sus 
opiniones  sobre  otra  rida.  can  tal  que  en  este  mundo  quie- 
ran  colaborar   con    nosotros.    (Congreso   de  M 'agdeburgo , 

Frente  a  esta  tesis,  cabría  hoy  día  señalar  limitaciones 
profundas,  sustentadas,  especialmente,  en  las  aportaciones 
de  la  sociología.  Mas,  sin  llegarnos  tan  prontamente  al  pun- 
to actual  del  debate,  es  interesante  destacar  que  ya  los  filó- 
sofos del  siglo  XVIII,  con  los  cuales  preludia  la  gran  re- 
volución, no  tenían,  ninguno,  la  idea  de  relegar  completa- 
mente la  religión  a  la  categoría  de  las  cosas  privadas,  de 
las  cuales  la  sociedad  no  tiene  que  ocuparse  y  que  deben  es- 
capar, por  su  naturaleza,  a  su  control.  ( i  ) 

Sostiene  Albert  Mathiez,  subsidiariamente  que,  habien- 
do sido  la  pléyade  de  filósofos,  anticlericales  y  alguno  ateo, 
nunca  fueron  irreligiosos,  ya  en  la  expresión  de  su  posición 
espiritual,  bien  por  el  ataque  a  las  religiones  históricas.  Así 
Montesquieu  ("Espíritu  de  las  Leyes"  y  "Cartas  Persas") 
permanece  convencido  de  la  utilidad  social  de  las  religiones, 
soñando  con  arribar  a  una  alianza  de  razón  entre  la  Ig.e- 
sia  y  el  Estado.  Punto  de  viste  que,  en  lo  que  hace  a  la  tesis 
de  la  separación,  comparten  además  Mably,  Turgot,  Con- 
dercet  y  otros.  Ya  en  la  pendiente  más  radical,  Yoltaire, 
que  pretende  reservar  la  incredulidad  a  las  élites,  por  enten- 
der que  la  religión  posee  una  invalorable  utilidad  para  man- 
tener a  los  hombres  en  el  orden,  sostiene  la  tesis  de  la  "re- 
ligión sirviente  del  Estado".  Posición  con  la  cual  coincide, 
a  su  vez,  y  por  las  conclusiones  a  que  arriba  en  sus  medita- 
ciones Helvecio,  para  el  cual  el  Estado  debe  absorber  la  re- 
ligión. Meslier,  negador  de  la  utilidad  social  del  ateísmo  que 


(1)  Albert  Mathiez,  "1.a  Révollltion  a  I  Esr'.ise".  ArmanU  Colín,  París,  1910, 
pág.  3.  j  . 


La  cuestión  religiosa 


profesa,  sostiene,  por  el  contrarió,  que  los  sacerdotes  deben 
desempeñar  sil  misión  bajo  el  control  del  Estado  y  para  el 
servicio  de  él.  Todos  permanecen  adheridos  al  punto  de 
vista  del  Estado  antiguo  y  si  bien  coinciden  en  combatir  des- 
piadadamente al  catolicismo,  la  idea  del  listado  laico  v  neu- 
tro les  fué  extraña.  Son  adversarios  del  catolicismo  —  re- 
petimos —  (jne  juzgan  antisocial  e  incivil,  como  dicen,  pero 
no  sí>ii  adversarios  de  la  idea  religiosa.  Mismo  los  más  ra- 
cionalistas en  apariencia,  no  conciben  un  Estado  sin  religión, 
un  Estado  sin  dogmas,  por  lo  menos  políticos  y  morales,  un 
Estado  neutro,  un  Estado  que  no  exigiera  de  todos  sus  miem- 
bros el  reconocimiento  de  un  credo. 

Es  evidente  que  las  razones  (pie  estos  filósofos  y  pen- 
sadores esgrimen,  fundamentando  !>n  posición,  niegan  la 
tesis  de  la  religión  "cuestión  privada"  en  atención  a  razo- 
nes de  utilidad  social,  más  o  menos  manifiestas,  o  de  ca- 
rácter político.  Así  mismo,  pesan,  para  los  que  operan  con  el 
derecho  político,  las  tradiciones  en  la  estructuración  del 
Estado.  Siguiendo  estas  líneas,  los  discípulos  de  los  filó- 
sofos, (pie  actúan  en  la  revolución,  arribarán,  tras  la  "cons- 
titución civil  del  clero",  a  los  cultos  revolucionarios,  sin 
abandonar  lo  religioso  al  fnero  privado.  Hoy  cabría  una 
posición  en  cierto  modo  intermedia,  puesto  pie  lo  religio- 
so, en  tanto  (pie  cuestión  del  fuero  privado  —  que  sería 
pcstulable  como  la  pragmática  política  poseedora  del  má- 
ximo ideal  de  compatibilidad  con  el  movimiento  socialis- 
ta —  sólo  aparece  en  contadas  ocasiones,  nunca  tratándose 
de  grandes  masas  (pie  adhieren  a  la  concreción  positiva  de 
las  religiones  históricas,  en  función  de  causas  fáciles  de  con- 
cebir. La  religión  "cuestión  privada",  dentro  de  nuestra  so- 
lución intermedia  y  transitoria,  operaría  como  ideal  límite, 
hacia  el  cual  fuera  preciso  tender.  Mas  queda  con  toda  su 
gravitación  la  religión  hecho  positivo,  colectivo  e  histórico 
(pie  se  concreta  en  iglesias,  las  cuales,  por  la  interna  diná- 
mica de  los  acontecimientos,  habrán  de  coincidir  o  entablar 
lucha  con  el  socialismo,  o  viceversa. 


22 


H.  Fernández  Artucio 


i  LA  RELIGION  ES  EL  OPIO  DEL  PUEBLO? 

La  expresión  del  epígrafe,  (pie  ha  hecho  fortuna  pues- 
ta en  hoca  ele  Marx  y  los  marxistas,  no  pertenece  a  aquél, 
empero,  originariamente.  Carlos  Kingsley,  el  socialista  cris- 
tiano que  desde  el  pulpito  pronunciara  en  Londres,  185 1, 
su  sermón  memorable  que  luego  se  conociera  bajo  la  deno- 
minación de  "mensaje  de  la  iglesia"  (i),  fué  quien  pri- 
mero afirmó: 

"La  Biblia  fué  convertida  en  un  simple  manual  de  mando,  en  una 
dosis  de  opio  suministrada  a  las  bestias  de  carga  para  mantenerlas  tran- 
quilas." (2) 

Más  tarde,  Carlos  Marx  adopta  la  expresión,  sin  duda 
arrancando  de  muy  distinta  raíz,  en  el  conocido  pasaje  de 
la  "Contribución  a  la  Crítica  de  la  Filosofía  del  Derecho 
de  Hegel",  cuyas  principales  partes  dicen  como  sigue: 

"..El  hombre  hace  la  religión,  no  es  la  religión  que  hace  al  hom- 
bre. La  religión  es  en  realidad  la  conciencia  y  el  sentimiento  propio  del 
hombre  que,  o  bien  no  se  ha  encontrado  todavía,  o  bien  se  ha  vuelto 
ya  a  perder.  Pero  el  hombre  no  es  un  ser  abstracto,  exterior  al  mun- 
do real.  El  hombre  es  el  mundo  del  hombre,  el  Estado,  la  sociedad. 
Este  Estado,  esta  sociedad,  producen  la  religión,  una  conciencia  errónea 
del  mundo,  porque  constituyen  ellos  mi,smos  un  mundo  falso.  La  reli- 
gión es  la  teoría  general  de  ese  mundo,  su  compendio  enciclopédico... 
su  razón  general  de  consuelo  y  justificación.  Es  la  realización  fantás- 
tica de  la  esencia  humana,  porque  la  esencia  humana  no  tiene  realidad 
verdadera.  La  religión  es  el  suspiro  de  la  criatura  abrumada  .por  la  des- 
gracia, el  alma  de  un  mundo  sin  corazón,  lo  mismo  que  es;  el  espíritu  de 
una  época  sin  espíritu.  Ks  el  opio  del  pueblo". 

La  expresión  de  Marx  debe  referirse  a  las  ideas  de  la 
época.  En  esc  orden  podríamos  señalar  tres  distintos  puntos 

(1)  Agncs  de  Neufville,  "l.e  niuuvemeut  social  protestant  en  Franee,  depais 
1880".  Ed.  Les  presses  universitaires  de  France,  1927,  pápr.  106. 

(2)  Stanley  Jones,  "Cristo  y  el  Comunismo'',  VA.  l.a  Idea,  Montevideo,  1936, 


La  cuestión  religiosa 


23 


de  referencia.  De  una  pane,  las  resonancias  de  la  tesis  de 
Augusto  Comte.  tan  afortunada,  la  "ley  de  los  tres  estados". 
Como  derivativo  de  ella,  resulta  fácilmente  comprensible 
que  Marx,  para  quien  la  idea  de  (pie  la  explotación  está 
en  el  origen  mismo  de  la  agregación  social,  estimase  que  las 
religiones  fueran,  históricamente  consideradas,  estadios  pro- 
yectados dé  dentro  afuera  por  los  hombres,  y  símbolos,  no 
sólo  de  les  sentimientos  deductibles  de  su  condición  de  ex- 
p'otados.  cuanto,  así  mismo,  de  sus  temores  y  esperanzas, 
del  misterio,  apareciendo  a  cada  paso,  en  las  etapas  en  que 
la  razón  no  dominaba  aún  todos  sus  medios,  ni  la  ciencia 
poseía  sazón  para  reducir  al  mínimo  lo  irracional.  Condicio- 
nada así  mismo,  a  la  filosofía  de  Hegel,  a  la  cual  veía  Marx 
como  el  catálogo  y  sistema  de  todas  las  filosofías  anteriores. 
Hegel,  para  Marx,  como  para  su  amigo  Heine,  sin  duda  era 
el  Orléans  de  la  filosofía,  capaz  de  asegurar  un  perfecto  or- 
den constitucional  al  autoritario  Kant,  al  solitario  Fichte  y  a 
los  emigrados  de  Schelling.  Condicionada,  en  último  térmi- 
no, y  principalmente,  al  pensamiento  de  Feuerbach,  para 
quien  religión  es  antropología.  ¿Cuál  es  hoy  día,  viene  al 
caso  preguntar,  la  actuación  que  resta  a  la  expresión,  ha- 
ciendo abstracción  de  su  significado  político,  tal  cual  se  usa 
en  la  U.  R.  S.  S.  ? 

Hemos  de  empezar  por  retornar  a  la  tesis  del  ilustre 
auto  r  de  "La  esencia  del  Cristianismo",  para  quien  el  hom- 
bre atribuye  a  Dios  su  propia  naturaleza,  sus  deseos  y  sus 
aspiraciones.  De  ahí  que  si  la  religión  es  la  proyección  ideal 
de  las  miserias  reales  del  hombre,  vestidas  lujosamente  por 
la  esperanza,  invertidas  en  tanto  que  valores,  religión  de- 
venga antropología.  Conocida  es  la  tesis  hegeliana :  "todo 
lo  real  es  racional";  no  menos,  para  los  marxistas  la  mu- 
tación que  .Marx  introduce  en  ella,  para  deducir  que  la 
realidad  ha  de  ser  racional,  y  a  su  apuntamiento  debe  con- 
tribuir el  proletariado,  recreándola.  A  cada  modo  de  esta- 
blecerse un  sistema  de  relaciones  económicas,  corresponde, 
a  su  turno,  una  disposición  en  la  superestructura  del  conte- 
nido de  filosofías,  arte,  instituciones  jurídicas  y  religiones. 


24  tí.  Fernández  Artucio 

'  ..  j' 

(Marx).  Por  consiguiente,  en  las  religiones  hallarán  espejo 
ilusorio  las  condiciones  de  existencia  de  la  sociedad  humana. 
Ilusiones  o  esperanzas  (tales  serian  para  Max  Beer)  las  ideas- 
religiosas  serían  trasunto,  proyección  transubjetiva  de  los  es- 
tad<  s  psicológicos  correspondientes  a  la  diversas  categorías 
sociales.  Hasta  aquí  con  Marx  v  sus  antecesores,  especialmente 
Feueri  ach,  para  quien  la  base  de  toda  concepción  doctrinal  ra- 
dica en  su  posición  filosófica  de  adherente  a  la  tesis  del  ma- 
terialismo. Abura  bien;  traspongamos  distancias  hasta  el 
pensamiento  actual.  Hemos  visto,  al  fundamentar  la  legi- 
timidad del  homo  religiosus,  (pie  no  es  categoría  fundamen- 
tal de  él,  la  creencia ;  pero,  dada  ésta,  aparece  como  un  des- 
doblamiento del  sujeto,  que  objetiva,  su  naturaleza  anhelan- 
te en  alga,  material  o  ideal.  Use  algo  permanece  indiferen- 
te, empero,  a  la  vestimenta  idealizadora  que  se  le  ha  puesto, 
para  el  no  creyente.  De  donde,  los  objetos  de  la  religiosidad, 
no  serían  otra  cosa  que  verdaderas  pantallas,  en  que  se  pro- 
yectarían las  representaciones  psíquicas,  mediante  la  magia 
de  la  linterna  del  espíritu.  Este  concepto  es  compartido,  pa- 
ra lo  científico  y  filosófico,  por  James  y  Russell  cuando  ba- 
ldan de  los  antropocentrismos  y  por  Hófíding,  cuando  ha- 
ce lo  propio  con  los  antropomorfismos,  verdaderas  sistemati- 
zaciones construidas  sobre  la  porciúncula  de  realidad  que 
cae  bajo  el  radio  de  acción  del  investigador,  si  bien  valida- 
das como  imágenes  del  mundo,  bajo  el  espoleo  de  la  nece- 
sidad de  dar  respuesta,  tomando  a  la  humana  esencia  como 
eje,  a  las  centrales  intrigas  que  el  misterio  pone  ante  el 
hombre. 

He  aquí,  tras  inesperado  retorno,  la  tesis  de  Engeis 
que  poníamos  en  tono  de  sorna,,  en  labios  de  los  pedantes, 
enfebrecido  su  seso  por  un  atracón  de  indigesta  librería: 
nada  hay  fuera  del  hombre,  y  los  seres  superiores  que  unes- 
Ira  fantasía  en\i,  son  los  fantásticos  reflejos  de  nuestro 
propio  ser.  Es  decir,  que  la  religión,  para  las  modernas  in- 
\  estigaciones,  parece  ser  también,  antropología,  mas  no  de 
base  material,  traducción  término  a  término  y  exclusiva- 
mente de  las  condiciones  materiales  de  la  vida  y  de  la  esen- 


La  cuestión  religiosa 


2± 


cia  material  del  ser,  sino  de  la  propia  y  legítima  —  en  tan- 
to que  respuesta  medular  —  naturaleza  anhelante  del  homo 
religiosas. 

Legitimada,  con  apoyo  de  modernas  investigaciones  la 
tesis  que  sirve  de  soporte  a  la  expresión  devenida  marxista, 
la  religión  es  el  opio  del  pueblo,  ¿qué  alcance  adquiere  ésta 
en  punto  a  estrictez?  Vemos  acerca  de  esta  cuestión  dos  posi- 
bilidades :  si  lo  religioso  corresponde  a  la  esfera  de  lo  exclu- 
sivamente individual,  sin  proyección  vectora  sobre  la  capa 
de  hechos  sociales,  es  evidente  que  la  expresión  resulta  ina- 
decuada. Que  no  es  inhibitorio  lo  (pie  se  piense  o  sienta  en 
el  ámbito  de  la  subjetividad,  aunque  ese  pensamiento  o  sen- 
timiento se  materialice  en  un  objeto  exterior,  si  ello  no  com- 
porta renuncio  de  las  actividades  fundamentales  en  un  su- 
jeto, en  lo  ipie  atañe  a  su  vida  de  relación.  De  acuerdo  con 
esta  primera  conclusión,  la  expresión  de  Marx  no  resulta- 
ría contradictoria  con  la  primera  de  sus  tesis  enunciadas, 
aquella  que  veía  en  la  religión  una  "cuestión  privada".  La 
segunda  posibilidad  aparece,  cuando  la  religión,  sea  su  raíz 
individual  o  social,  aleja  a  su  sujeto  —  particular  o  colecti- 
va —  de  la  consideración  estricta  de  su  situación  real  hu- 
mana, conduciéndolo  a  un  olvido  de  ella  en  función  de  en- 
soñaciones o  creencias  en  promesas  acerca  de  un  mundo 
mejor. 

Pensadores  cristianos  corroboran  nuestra  segunda  con- 
clusión. Así,  Berdiaeff: 

''...Pero  nosotros,  cristianos,  deberíamos  reconocer  valientemente  que 
c!  cristianismo  deformado  por  los  hombres  y  adaptado  en  el  curso  de  la 
historia  a  sus  intereses,  apoya  la  teoría  de  que  (en  tanto  que  opio  del 
pueblo  —  n.  del  a.)  "la  religión  es  un  instrumento  de  explotación.''  (1) 

Y  agrega  Stanley  Jones  (Cristo  y  el  Comunismo)  : 

"Si  lo  que  estas  buenas  nuevas  significan  es  lo  primero  (conformi- 
dad con  la  pobreza,  confiando  en  la  promesa  de  una  futura  recompensa), 

(1)  Nicolás  Berdiaeff,  "El  Cristianismo  y  el  problema  de  Comunismo".  Ed. 
Espasa-Carpe,  Madrid,  1935,  pápf.  27. 


20 


H.  Fernández  Arhtcio 


entonces  la  religión  llega  a  ser,  en  verdad,  como  dicen  los  comunistas, 
"un  opio  del  pueblo".  Si  la  predicación  de  la  conformidad  es  la  actitud 
de  la  religión,  en  justicia,  jamás  le  ha  sido  lanzado  al  corazón  un  dardo 
más  merecido  y  más  terrible  que  el  calificativo  de  opio." 

Henos  aquí  con  que  para  el  homo  religiosm,  la  tesis 
de  Marx  es  inadecuada,  siempre  que  la  religiosidad  no  obli- 
gue a  aquél  a  renunciamientos  o  le  escamotee  la  realidad, 
de  manera  de  escamotearle  su  propio  destino.  En  lo  social 
e  histórico,  será  preciso  investigar  en  la  concreción  de  las 
religiones  en  iglesias,  hasta  qué  punto  opera  la  terrible  ex- 
presión de  Marx. 

RELIGION  POSITIVA  Y  SOCIALISMO 

La  religión  se  hace  positiva,  en  tanto  forma  una  iglesia, 
que  es  imagen  de  la  temporalidad  del  poder  divino  y  orga- 
nización que  pretende  abarcar  todos  los  órdenes  humanos. 
Kl  contenido  doctrinal  de  aquélla,  nos  dará  la  pauta  acerca 
de  la  cuestión  central  que  llama  nuestro  interés.  En  nuestro 
país,  coexisten  dos  ramas  de  tina  misma  raíz  religiosa  (cris- 
tianismo) :  la  iglesia  romana,  que  ocupa  una  más  vasta  área 
espiritual,  en  razón  de  haber  sido  transportada  con  las  ar- 
mas del  conquistador,  en  tiempos  en  que  España,  atezada  su 
entraña  por  el  genio  político  de  Castilla,  derramaba  por  el- 
mundo  su  esencia  vital :  la  iglesia  protestante,  en  segundo 
término.  Diferenciada  internamente  en  algunas  de  sus  sec- 
tas características,  ha  comenzado  desde  hace  varios  lustros,  a 
extenderse  muy  lentamente. 

El  punto  en  torno  al  cual  han  de  efectuarse  todas  las 
discriminaciones  requeridas  por  el  tema,  afecta  la  proyec- 
ción social  de  la  iglesia.  Lleva  implícita,  de  consiguiente,  la 
cuestión  de  "dios  y  césar".  No  obstante,  antes  de  abocarnos 
de  lleno  a  e>te  aspecto  del  asunto,  hemos  de  decir  algo  en 
torno  a  la  raigambre  de  ambos  gajos  del  mismo  árbol  reli- 
gioso. Eduardo  Spranger  establece  ante  todo,  los  caracteres 
esenciales  de  lo  religioso  en  el  alma  individual.  Luego,  dis- 
cierne dos  tipos  básicos,  dos  modalidades  genuinas;  el  tipo 


La  cuestión  religiosa 


27 


místico  inmanente,  en  primer  termino.  Aparece  teñido  de 
fuerte  amor  al  mundo;  su  verdadero  patitos  se  identifica 
con  un  legítimo  amor  a  la  sabiduría.  Además,  sobre  la  base 
del  terreno  altanado  por  la  ilustración ,  pudo  adquirir  des- 
arrollo este  impulso  vital  como  sentimiento  fundamental  del 
moderno  protestantismo.  Por  oposición,  el  místico  trascen- 
dente, segundo  tipo  fundamental,  es  de  tal  suerte,  que  la  vo- 
cación de  trabajo  en  conexión  con  la  vida  económica,  pierde 
todo  valor  religioso.  ¿Hasta  qué  punto,  a  su  turno,  es 
la  iglesia  romana  asimilable  a  este  segundo  tipo?  Ta- 
rea difícil  responder  a  esta  embarazosa  interrogante.  Si  la 
respuesta  ha  de  ser  directa,  corresponde  decir,  que  históri- 
camente  formulada  su  doctrina  —  sin  abandonar  empero 
el  plano  de  lo  abstracto  —  parece  posible  establecer  ca- 
racterizaciones de  acuerdo  con  aquel  modelo.  Mas,  estable- 
cido lo  que  precede,  si  se  procede  luego  al  cotejo  de  lo 
históricamente  doctrinario  y  lo  bistóricamente  realizado-,  se 
observa  (pie  la  imagen  de  la  iglesia  católica  queda  cogida1 
en  una  grave  contradicción  lógica :  mística  trascendente,  de- 
biera apetecer  solamente  lo  ultraterrenal,  considerando  lo 
que  ecurre  aquí  abajo,  como  mera  etapa  necesariamente  col- 
mable  de  extremo  a  extremo,  para  transitar  a  lo  extrahuma- 
no.  Históricamente  empero,  ocurre  otra  cosa :  la  iglesia  apos- 
tólica, lejos  de  acordar  al  dominio  de  cesar  puro  contenido 
espiritual,  lo  toma  bencbido  de  realidades  históricas,  preten- 
diendo acogerlo  así,  rebosante  de  esa  materialidad,  en  un  afán 
de  ser.  simultáneamente  cesar  y  dios,  apuntando  ambos  tér- 
mino- del  binomio  hacia  el  establecimiento  del  poder  tem- 
poral en  el  sentido  político,  social  y  económico. 

"Dios  y  césar",  he  ahí  la  síntesis  de  este  problema,  en  su 
verdadero  quid.  Del  sentido  que  el  segundo  de  los  términos 
reciba  depende  el  porvenir  de  todo  lo  examinado.  Las  posi- 
ciones de  ambas  iglesias,  son  antagónicas.  En  un  punto  coin- 
ciden, sin  embargo :  la  suposición  de  que  el  cristianismo  es 
total,  encuentra  afirmativas  de  ambas  partes.  Mas  en  segui- 
da surge  el  divorcio.  En  tanto  el  protestantismo  se  conside- 
ra en  este  mundo,  pero  no  de  este  mundo;  el  catolicismo,  (pie 


H.  Fernández  Artució 


pregona  el  reino  nltraterreno  se  abraza  sensualmente  al 
mundo. 

Para  un  protestante,  las  cosas  serán  así: 

"\  osotros  os  acordáis  de  la  palabra  que  se  invoca  sin  cesar,  diciendo 
Jesús:  "Dad  al  César  lo  que  es  del  César  y  a  Dios  lo  que  pertenece  a 
Dios".  ¿  Os  acordáis  vosotros  en  qué  condiciones  esta  cuestión  fué  puesta? 
Los  judíos,  queriendo  saber  si  Jesús  aceptaba  someterse  a  la  autoridad 
remana,  el  enemigo  que  ocupaba  en  ese  momento  el  país,  que  percibía  el 
impuesto,  vienen  a  preguntarle:  ",;  Debemos  obedecer  a  César?  Y  Jesús 
dijo:  "Dadme  una  pieza  de  moneda.  Sobre  esta  pieza,  ¿que  efigie  veis 
vosotros  en  ella?  —  La  efigie  de  César.  — Dad.  pues,  a  César,  lo  que  es 
de  César;  el  dinero,  el  impuesto  y  los  bienes  materiales;  dadle  lo  que  es 
de  él,  que  es  de  la  sociedad,  pero  guardad  para  Dios  lo  que  es  de  Dios, 
es  decir,  todo  el  resto,  toda  vuestra  vida  personal,  toda  vuestra  existen- 
cia, todos  vuestros  principios  fundamentales.  Dad  vuestro  dinero  si  os 
lo  vienen  a  reclamar. dejad  al  Fstado  socializar,  mismo  sin  indemniza- 
ción, vuestras  propiedades,  pero  guardad  vosotros  mismos  a  vosotros, 
porque  vosotros,  es  a  Dios  sólo  que  pertenecéis  y  a  ninguna  otra  auto- 
ridad."' (1) 

Claro  está  (pie  ello  CCIIIO  afirmación  de  sentido  "ene- 
ral,  porque  existen  sectas  protestantes  v  miembros  de  esa 
iglesia,  extremadamente  conservadores  y  reaccionarios. 

En  cambio,  un  católico  ha  de  pensar  según  el  siguiente 
canon  : 

"La  iglesia  católica  ba  reconocido  siempre  como  jurídica  la  po- 
sesión aun  de  inmuebles  y  tierras,  según  el  ejemplo  de  Cristo  y  de  los 
apóstoles.  (La  entera  verdad  de  esta  aseveración,  valdría  largas  aclara- 
ciones, pues  es  permisible  sostener,  acaso  con  más  rigor  en  la  exégesis 
de  los  textos  correspondientes,  la  tesis  contraria).  Ella  misma  ha  tenido 
siempre  propiedades,  otorgadas  por  los  fieles,  y  ha  protegido  el  derecho 
de  propiedad  contra  los  herejes  como  los  apostólicos,  los  circunceliones, 
los  valdenses  y  los  anabaptistas.  Apoyados  en  la  doctrina  de  la  Escritura 
y  Tradición,  los  teólogos  califican  como  opuesta  a  la  fe  la  doctrina  que 
dice  que  la  propiedad  privada  es  injusta  o  ilícita.  Los  Papas  de  los  tiem- 
pos modernos  se  vieron  obligados  a  defender  la  propiedad  privada  ante 


(D  André  Philip,  "Dh-u  o  César".  Rev.  "I,c  chriatbralsme  social'.  T.y.m, 
pág.  493. 


29 


l(<s  ataques  de  los  socialistas.  Así  J.eón  XIII,  en  su  encíclica  Quod  Apos- 
lolici,  del  26  de  diciembre  de  1878,  declara  que  el  derecho  de  propiedad 
tiene  su  origen  en  la  naturaleza  y  que  está  defendido  por  la  moral  na- 
tural." (2). 

(  En  apoyo  ele  esta  tesis,  podrían  citarse  los  siguientes 
documentos:  León  XI  IT.  Rerum  Movarum;  Pío  X,  Mota 
profirió',  Pío  XI,  Quadragcssimo  auno  y  otros). 

Luego  de  largo  rodeo  nos  hallamos  en  condiciones  de 
tomar  el  cabo  de  la  cuestión  religiosa  y  el  socialismo,  por 
donde  lo  abandonáramos  al  principio  de  esta  exposición . 
La  doctrina  acerca  de  la  propiedad  privada,  se  identifica  con 
la  esencia  del  socialismo,  en  sus  soluciones  colectivistas.  En 
ella  hace  pie,  además,  la  realidad  básica  de  la  lucha  de  clases/ 
A  ésta,  ,en  tanto  que  hecho  social  objetivamente  constatable, 
como  a  un  denominador  común  habrían  de  referirse  los  gru- 
pos religiosos  y  de  otro  carácter  que  componen  el  pueblo. 
He  aquí  que,  por  lo  que  hace  a  nuestro  país,  estamos  en 
condiciones  de  establecer  perspectivas,  relativamente  a  los 
grupos  religiosos.  La  cuestión  referente  al  reino  de  cesar  y 
dios,  nos  da  la  pauta,  para  enderezar  por  seguro  derrotero. 

Para  algunos  grupos  protestantes,  sinceramente  dis- 
puestos a  luchar  por  la  doctrina  social  del  cristianismo, 
"primero  vendría  la  revolución  general":  esparció  los  so- 
berbios en  los  pensamientos  de  su  corazón.  Luego,  la  revo- 
lución política:  arrancó  a  los  príncipes  de  sus  tronos.  En 
fin,  la  revolución  social :  ensalzó  a  los  de  humilde  condición. 
Por  último,  la  revolución  económica:  a  los  hambrientos  hin- 
chió de  bienes,  y  a  los  ricos  envió  vacíos. 

Para  otros,  los  católicos:  primero,  la  jerarquía,  el  es- 
tablecimiento per  in  eterno  de  las  clases:  más  la  desigualdad 
de  derecho  y  la  potestad  dimana  del  mismo  Autor  de  la  na- 
turaleza, por  quien  es  nombrada  paternidad  en  los  cielos  y 
en  la  tierra.  Luego,  la  sumisión  política  y  el  servilismo: 
mas  si  alguna  ve.::  sucede  que  los  príncipes  ejercen  su  po- 

(2)  V.  Catbreiu,  "Socialismo  y  catolicismo",  FM.  R;izón  y  Fe,  Madrid,  1934, 
pág.  41. 


H.  Fernández  Artucio 


testad  temerariamente  y  fuera  de  sus  límites,  la  doctrina 
de  la  iglesia  católica  no  consiente  insurrecciones  contra 
ellas,  no  sea  que  la  tranquilidad  y  el  orden  sea  más  pertur- 
bada, o  que  la  sociedad  reciba  de  ahí  más  detrimento;  y  si 
la  cosa  llegase  al  punto  de  no  zislumbrarse  otra  esperanza 
ile  salud,  enseria  que  el  remedio  se  ha  de  acelerar  con  los 
méritos  de  la  cristiana  paciencia  y  las  fervientes  súplicas  a 
Dios.  En  fin,  la  condenación  de  la  igualdad  social:  Ordena, 
además,  que  el  derecho  de  propiedad  y  de  dominio,  proce- 
dente de  la  naturaleza  misma  se  mantenga  intacta.  Por  úl- 
timo, la  salvaguardia  de  la  raíz  de  todos  los  privilegios  eco- 
nómicos :  lo  que  principalmente  y  como  de  todo  se  ha  de  te- 
ner, es  esto:  que  se  debe  guardar  intacta  la  propiedad  pri- 
vada. 

En  síntesis :  para  unos  —  Stanley  Jones  es  su  porta- 
voz —  césar  y  masas  explotadas  forman  un  todo  sustan- 
cial. Dejar  a  aquél  lo  que  le  pertenece,  es  doctrina  de  re- 
dención, preludio  revolucionario  en  el  hondo  sentido  del  vo- 
cablo. Para  otros,  el  dominio  de  césar  es  el  reino  de  la  ex- 
plotación y  la  injusticia;  —  León  XIIT,  Pío  X  y  Pío  XI 
han  sido  traídos  en  apoyo  de  nuestro  aserto  — .  En  el  seno 
de  la  comunidad  de  la  iglesia  romana  poseedores  y  despo- 
seídos son  llamados  a  una  fraternidad  espiritual,  pero  mien- 
tras a  los  primeros  no  se  pone  otro  dique  a  sus  privilegios 
que  un  llamado  a  su  conciencia  para  humanizar  la  explota- 
ción del  hombre  por  el  hombre,  la  iglesia,  que  dice  ser  aque- 
lla de  Pablo  de  Tarso,  fulmina  con  la  ira  de  dios  toda  ten- 
tativa de  rebeldía  de  las  masas  contra  los  privilegiados; 
aconseja  paciencia  y  resignación,  espera  vanamente  ilu- 
sionada de  un  mundo  mejor.  Así,  de  la  antítesis  de  las 
dos  posiciones  que  admite  sutiles  correcciones  por  lo  (pie 
hace  a  los  matices  destinados  a  poner  medios  tonos  entre 
los  contrastes  tajantes  establecidos,  surge  la  oposición  de 
estilos  vitales.  Drama,  lucha,  vocación  heroica  para  reali- 
zar el  "reino  de  dios"  en  la  inmediaticidad  del  dolor  terre- 
no, es  para  unos  la  misión  de  los  homines  religiosi .  Para 
los  segundos,  por  cuanto  ven  pasivamente  que  el  reino  de 


3° 


La  cuestión  religiosa 


cesar  es  inundó  de  opresión  económica,  moral  v  política,  la 
religión  es  opio,  renunciación,  envilecimiento. 


Eshozo  para  un  ensayo  político  es  el  presente.  Por 
agregado,  y  como  si  aquello  constituyese  razón  de  ligero  pe- 
so, resuena  el  tema  en  nosotros  con  apoyos  de  emoción  po- 
lítica. Xo  debe  extrañar  de  consiguiente,  que  entendamos 
que  el  lógico,  necesario  término  de  lo  que  precede,  enun- 
cie una  ceñida,  clara  norma  incitante  a  la  acción . 

Por  virtud  de  tan  honda  vocación  política  —  que  es 
en  su  más  puro  sentido  cosa  una  y  única  con  el  ideal  más 
alto  de  justicia  —  aspiramos  llevar  el  socialismo  hasta  la 
más  recóndita  célula  del  alma  de  este  país.  Para  ello  he- 
mos de  contar  con  el  aliento  del  pueblo.  A  éste,  no  se  le 
mueve  con  elocuciones,  por  caudalosas  que  fueren.  Es  pre- 
ciso allegarse  hasta  las  inquietudes  que  lo  acongojan  y  que 
sen,  sin  duda,  características  de  cada  uno  de  los  agregados 
humanos  (pie  lo  componen .  Mas,  del  pueblo,  hacen  parte 
los  grupos  religiosos,  según  vimos.  Primera  tarea,  luego, 
ha  de  ser  voltear  las  barreras  psicológicas  que  separan  del 
socialismo  a  los  grupos  religiosos;  demostración  de  (pie  pue- 
de vivirse  cualquier  contenido  vital,  religiosamente:  ¡hasta 
las  fórmulas  escuetas  de  Engels  y  Marx!  Tramonto  de  las 
fronteras  de  lo  psicológico  individual,  en  segundo  lugar, 
para  constatar  que,  de  los  miembros  de  las  comunidades 
religiosas,  pueden  hacer  parte  del  movimiento  socialista  los 
(pie  no  pertenezcan  a  aquellas  que,  por  principios  u  orienta- 
ción, se  hallaren  en  pugna  con  la  conciencia  revolucionaria 
de  los  trabajadores  socialistas. 

Y  bien ;  por  virtud  de  honda  vocación  política,  se  ha 
expresado,  queremos  llevar  el  socialismo  hasta  las  más  ínti- 
mas profundidades  del  pueblo  uruguayo,  sea  dicho  a  modo  de 
justificación  de  lo  (pie  antecede  y  sigue:  es:i  es  la  locura  de 
que  estamos  tocados.  Locura  es,  sin  duda,  querer  salvar 
de  los  embate»  de  la  lucha,  mas  templándola  en  ella,  a  la 
única  idea  conservadora  que  queda  en  el  inundo  —  el  so- 


5-' 


H.  Fernández  ArtitcU 


Cialismo  — .  con  cuyo  destino  corre  parejas  la  suerte  de  la 
civüización ;  también  es  locura  querer  abrir  hondo  surco  y 
duradero  en  un  mar  de  pasiones,  sentimientos  e  intereses, 
para  sembrar  a  voleo  simientes  de  libertad;  locura,  terca  y 
cavilosa,  decidida  y  razonada  es  ésta,  que  nos  guarda  de 
exclamar  con  Pablo:  la  locura  de  Dios  vale  más  que  la  sa- 
biduría de  los  hombres,  pues  sabe  que  más  alto  que  el  saber 
de  dios,  estaría  siempre  el  anhelo  de  justicia,  devenido  lo- 
cura en  los  hombres ! 


Huyo  Fernández  Artucio.