Skip to main content

Full text of "La del dos de mayo : sainete"

See other formats


Cl)e  iLíbrarg 
Slnítier0ítp  of  iSoríb  Carolina 


djn^^' — *•  '•♦'  <7rftf  5nml£ctíc 


eTM4 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 

AT  CHAPEE  HILE 


ENDOWED  BY  THE 
DIALECTIC  AND  PHILANTHROPIC 
^^^ SOCIETIES 

3UILDING  USE  OWflf 

PQ6217 

vol.  18 
no.  1-17 


in    r 


f.UÜ 


8U0 


197^ 


a  00002  33999  O 


9Q 


•He 


'IVE 

t  on 


iar^3 


3 1 4  2 


serafín     y    JOAQUÍN 
ÁLVAREZ     QUINTERO 

DE      LA      REAL    ACADEMIA      ESPAÑOLA 


LA  DEL  DOS 
DE    MAYO 


saínete 

CON    Mi' SICA    DF  TOMAs    RAKKERA 


MADRID 
1920 


LA  DEL  DOS  DE  MAYO 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores. 

Los  representantes  de  la  Sociedad  de  Autores  Españoles 
son  los  encargados  exclusivamente  de  conceder  o  negar  e 
permiso  de  representación  y  del  cobro  de  los  derechos  de 
propiedad. 

Droits  de  représentaiion,  de  traducñon  et  de  reproductio» 
reserves  pour  tous  les  pays,  y  compris  la  Suéde,  la  Norvége 
et  la  Hollande.  

Copyright,  IQ20,  by  S.  y  J.  Álvarez  Quintero. 


serafín     y     JOAQUÍN 
ÁLVAREZ     QUINTERO 

DB      LA      aSAL      ACAOBMIA      ESPAÑOLA 


LA  DEL  DOS 
DE     MAYO 

saínete 

CON  MÚSICA  DE  TOMÁS  BARRERA 


Estrenado  en  el  Teatro  de  Apolo 
el  5  de  Noviembre  de  1920. 


MADRID 
1920 


MADRID -Imp.  Clásica  Española.  Glorieta  de  Chamberí.— Teléi.  J.  430. 


A  SALVADOR  AZPIAZl 

Tu  nombre  está  ligado  a  nuestro  corazón  por  muchos 
indelebles  recuerdos...  La  fecha  en  que  terminamos  este 
saínete  lo  une  más  íntimamente  todavía... 

SERAFÍN  y  ¡O AQUÍ N 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

ALMUDENA Rosario  Leonís. 

MARINA Luisa  Odirós. 

DOÑA  TEODORA Elisa  Moreu. 

DÁMASA María  Montes. 

macaría Amalia  Suárez. 

UNA  ^CANTAORA» Amparo  Bori. 

UNA  NIÑA Lucía  Hernández. 

SANTITOS Casimiro  Ortas. 

CARMELO Juan  Frontera. 

CORONILLA Miguel  A.  Mihura. 

APOLINAR Carlos  Rufart. 

PEPETE Eduardo  Gómez. 

UN  MARINERO Rafael  Agudo. 

UN  SOLDADO Fernando  G.  Fresno. 

UN  GUARDIA  CIVIL Vicente  García  Valero. 

UN  CIEGO Antonio  Segura. 

MACARIO Manuel  Bayo. 

Un  sexteto  de  músicos  callejeros  y  algunos  transeúntes. 


PROLOGUILLO 


— ^Un  saínete? 

—Sí. 

— ^En  un  acto? 

—  (Claro!  ¡Si  es  un  saínete! 

Este  diálogo  lleva  cientos  de  representaciones,  na- 
cidas del  hecho,  ya  muchas  veces  repetido,  de  que 
se  hayan  escrito  saínetes  en  dos  o  tres  actos...  cosa 
que  no  nos  cabe  en  la  cabeza;  en  paz  sea  dicho  de  los 
que  opinen  de  otro  modo. 

El  saínete,  por  su  origen,  por  su  historia,  por  su 
objeto  y  por  su  carácter,  lleva  en  su  propio  nombre 
su  limitación.  Un  saínete,  o  deja  de  serlo,  o  no  debe 
tener  sino  un  acto.  Ampliarlo  a  más  es  desvirtuarlo  y 
deformarlo,  trastrocar  su  naturaleza,  desposeerlo  de 
su  encanto  y  su  gracia,  que  estriban  justamente  en 
su  ligereza  y  brevedad. 

Lo  de  saínete  en  medio  acto,  que  ahora  también  se 
estila,  nos  sume  en  un  mar  de  confusiones.  Comen- 
zar la  representación  de  una  obra  y  echar  el  telón  a 
la  mitad,  es  una  cosa  enteramente  nueva,  acaso  da- 
daista^  cuya  razón  de  ser  escapa  a  nuestras  luces. 

Ciertas  obras  de  observación  superficial  y  tipos 
cómicos,  ridículos  o  caricaturescos,  sean  o  no  popu- 
lares, como  consten  de  más  de  un  acto,  no  son  saí- 
netes. Podrán  tener  intención  sainetesca,  lances  y 
figuras  propios  del  saínete;  pero  son  otra  cosa.  Bus- 


I  o  Prologuillo 

queseles  el  nombre,  si  no  lo  hay.  ;Ouién  ha  visto  una 
décima  de  cincuenta  versos? 

Claro  es  que,  en  rigor,  la  clasificación  de  las  obras 
siempre  tendrá  un  valor  de  segundo  orden,  que  nada 
quitará  al  mérito  positivo  de  ninguna.  Si  hoy  nos  de- 
tenemos en  esto,  no  es  tan  sólo  por  la  cuestión  del 
nombre,  sino  porque  tememos  que,  desnaturalizán- 
dose el  saínete  por  causas  ajenas  a  él,  pueda  quizás 
perderse  un  género  literario  de  gloriosa  estirpe,  de 
española  gracia,  de  picante  perfume  y  de  sabroso 
gusto. 

Valera  decía:  «Tonadilla  puede  haber  que  valga 
más  que  una  ópera  tan  larga  como  las  de  Wagner,  y 
sin  duda  hay  saínete  que  vale  más  que  muchas  tra- 
gedias en  cinco  actos,  y  que  no  pocos  dramas,  ro- 
mánticos o  trascendentales,  con  prólogo,  con  epílo- 
go y  con  tesis.» 

Clarín^  por  su  parte.,  cuando  recibió  nuestro  pri- 
mer entremés,  la  venta  de  un  burro  entre  gitanos, 
dijo  lo  mismo  en  forma  más  concisa:  «Prefiero 
El  ojito  derecho^  con  burro,  que  no  habla,  a  muchos 
dramas  con  tesis,  que  rebuznan.» 

Fueron  los  saínetes  las  únicas  voces  vibrantes  y 
verdaderamente  españolas  que  sonaron  al  caer  a  tie- 
rra el  drama  nacional,  agobiado  por  tragedias  frías  y 
exóticas.  En  el  entremés,  que  se  casó  con  la  tonadi- 
lla para  que  el  saínete  naciera,  están,  a  no  dudarlo, 
los  gérmenes  de  nuestro  moderno  diálogo  dramáti- 
co, los  cuales  se  buscarán  en  balde  en  muchas  obras 
de  más  pretensiones.  Los  dramaturgos  actuales  de- 
bemos también  al  saínete  la  tendencia  a  la  imitación 
directa  de  la  realidad,  sobre  todo  en  lo  que  se  refie- 
re al  lenguaje. 

Don  Ramón  de  la  Cruz,  el  más  glorioso  abuelo  del 
género — sin  olvidar  a  Castillo,  el  gaditano — ,  luego 
de  pintar  la  vida  y  costumbres  de  los  españoles  de 


Prolflguillo  1 1 

SU  época,  de  copiar  lo  que  veía^  preguntó:  «^Hicieron 
más  Menandro,  Apolodoro,  Plauto,  Terencio  y  los 
demás  dramáticos  antiguos  y  modernos?» 

Nosotros,  siempre  que  volvemos  a  ios  barrios  pin- 
torescos y  alegres  del  sainete,  y  nos  codeamos  con 
la  gente  del  pueblo,  libre  y  dicharachera,  y  respira- 
mos en  su  aire  fuertes  olores  de  nardos  y  albahaca, 
o  de  claveles  y  jazmines,  sentimos  contento  e  ilusión: 
el  gozo  de  pisar  en  el  solar  nativo. 

Ello,  por  otra  parte,  nos  rejuvenece.  Es  la  evoca- 
ción de  los  más  tempranos  triunfos;  el  eco  de  los 
más  lejanos  aplausos...  Algo  así  como  visitar  lugares 
en  que  se  fué  dichoso. 

¡Haga  Dios  que  al  concluir  la  representación  de 
La  del  Dos  de  Mayo  con  los  versos  clásicos  de 

Aquí  termina  el  sainete: 
perdonad  sus  muchos  yerros, 

público  y  crítica  hayan  hallado  en  él  algo  de  lo  que 
el  mes  de  mayo  trae  consigo:  ráfagas  de  aire  grato, 
aroma  de  flores,  claridad...  y  particularmente  salud!... 
Salud  literaria,  de  la  que  tan  necesitado  está  el 
arte,  en  estos  calamitosos  tiempos  en  que  el  delirio 
es  rey. 

S.  y  J.  Alvarez  Quintero. 


LA  DEL  DOS  DE  MAYO 


Portal  de  una  casa  modesta  en  un  viejo  barrio  de  Madrid, 
Al  íoro,  la  puerta  de  entrada,  que  deja  ver  una  calle  es- 
trecha y  de  escaso  tránsito.  A  la  izquierda  del  actor,  en 
primer  término,  el  arranque  de  la  escalera,  y,  de  frente 
al  público,  una  puertecilla  del  colmado  de  «El  Dos  de 
Mayo».  Sobre  ella  una  claraboya  por  donde  llegan  a  ve- 
ces al  portal  los  ruidos  interiores.  Un  letrero  reza  en  la 
pared,  en  lugar  bien  visible,  y  precedido  de  una  mano  in- 
dicadora: «Entrada  a  El  Dos  de  Mayo.»  A  la  derecha,  en 
segundo  término,  la  portería,  y  en  primer  término,  el  hu- 
milde comercio  de  Apolinar,  pintoresco  y  gracioso:  tras 
un  mezquino  mostradorcillo  con  atributos  de  taller,  hay 
en  la  pared  una  muestra  que  dice:  «Se  componen  abani- 
cos, paraguas  y  sombrillas»,  y  bajo  ella  un  estante  que 
hace  veces  de  escaparate  )'■  de  depósito.  Un  taburete  para 
uso  de  Apolinar  y  un  par  de  sillas  para  el  público.  Col- 
gados en  lugar  conveniente,  dos  cuadros  con  muestras  de 
una  fotografía  establecida  en  el  último  piso. 

Es  por  la  mañana,  en  primavera. 

Música 
Apolinar  j  ec  abaniquero^  lija  el  palo  de  una  sombri- 
lla, canturreando  mientras  una  seguidilla  que  apren- 
dió de  su  bisabuelo.  Damas a^  la  portera^  monda  -bata- 
tas a  la  puerta  de  su  chiribitil. 

Apolinar.     Ya  viene  por  las  Rondas 
José  Primero, 
con  un  ojo  postizo 
y  el  otro  huero. 
Tira,  tirana, 
no  me  busques  pendencias 
por  la  mañana. 


14  t^(^  del  Dos  de  Ma\o 

Dámasa.  ¡Contentito  amanece  el  día,  señor  Apo- 
linar. 

Apolinar.  ¡Lo  mismo  que  anocheció  el  de  ayer, 
señora  Dámasa! 

Dámasa.     {Pues  que  mucho  dure! 
Apolinar.     ¡Y  usté  que  lo  vea! 
Aparecen  en  la  calle ^  y  se  detienen  ante  la  puerta^ 
un  Ciego  y  mía  Niña.  El  Ciego,  acompañándose  de  un 
guitarro,  canta: 

Ciego.  Una  jota  es  una  gota 

de  sangre  de  un  corazón, 
y  el  corazón  de  que  brota 
tiene  sangre  de  león. 

Apolinar.     Esa  jota  no  es  de  estos  tiempos. 

Ciego.  Moceta  del  Dos  de  Mayo, 

asómate  a  tu  balcón, 
que  este  ciego  del  Moncayo 
quiere  echarte  una  canción. 

Apolinar.  Esa  sí  es  del  presente.  Y  al  padre  de 
la  moceta  le  sabe  a  gloria. 

Pasa  la  Niña  al  portal  con  un  platillo,  y  Apolinar 
le  da  limosna.  Luego  entra  en  el  colmado,  donde  hay 
hulla.  Hasta  el  portal  llegan  unas  soleares  qne  canta 
allá  dentro  una  «Cantaora-^. 

Dámasa.  También  en  el  colmao  amanecen  con- 
tentos. 

Apolinar.  El  mes  de  mayo,  que  trae  siempre 
alegría. 

Cantaora.     Dentro. 

Mira  si  es  mala  mi  suerte 
te  quiero  y  he  de  orvidarte; 
me  gustas  y  no  he  de  verte. 


La  dfl  Don  de  Mayo  15 

Contigo 
en  er  desierto  africano 
encuentro  sombra  y  abrigo. 

Sin  ti 
en  los  palasios  del  rey 
me  tenía  de  morí. 

Ja  leo,  pa  hn  as  y  o  les . 

La  Nina  sale  del  colmado  y  vuelve  junto  al  Ciego ^ 
u  quien  le  echa  en  el  bolsillo  las  limosnas  que  trae.  El 
Ciego  entonces  canta: 

Ciego,  Son  tus  ojos  pendencieros 

ventanas  de  la  pasión: 
las  fraguas  de  los  chisperos 
llevas  en  el  corazón. 

Apolinar.     ¡Y  a  mucha  honra! 

El  Ciego  se  va  con  la  Niña  calle  arriba.  Cesa  la 
música. 

Dámasa.  ¡Cuidao  si  hay  músicos  callejeros  en  este 
Madrí! 

Apolinar.      ¡Más  que  pobres! 

Dámasa.  Ya  siento  yo  que  mi  marido  no  haya 
sacao  ninguna  habilidá  de  ésas.  Ni  es  ciego,  ni  es 
manco,  ni  es  cojo,  ni  es  mudo...  En  fin,  que  es  un 
hombre  inútil.  Paciencia. 

Apolinar.  ^'En  qué  se  ocupa  ahora  el  señor  Eu- 
sebio.^ 

Dámasa.  ;Ahora?  Un  mes  lleva  queriendo  pasar 
un  billete  falso. 

Apolinar.      ¡Ya  es  trabajo  ése! 

Dámasa.  No  tengo  más  que  una  esperanza  con 
él:  que  le  atropelle  un  auto  y  que  me  indenicen. 

Apolinar.     Pues  eso,  el  mejor  día. 

Dámasa.     El  mejor  día:  usté  lo  ha  dicho. 


i6  La  del  Dos  de  Mayo 

Se  va  con  sus  patatas.  Apolinar  cayiturrea  por  lo 
bajo.  Por  la  puertecilla  del  colmado  sale  Coronilla.,  el 
dueño  de  él,  andaluz  de  casta. 

Coronilla.     Buenos  días,  compadre  Apoliná. 

Apoll^ar.  Buenos  días,  compadre  Coronilla.  ¿Tié 
usté  fiesta  ahí  dentro.^ 

Coronilla.  No,  señó.  Dos  parejas  de  aperreaos, 
que  después  de  los  tumbos  de  la  noche  han  entrao  a 
toma  café.  ¿Nos  cortamos  nosotros  la  bilis.-' 

Apolinar.  Yo  no  tengo  bilis,  compadre;  pero  va- 
mos allá. 

Coronilla.  Llamando  a  la  puerta  del  colmado. 
¡Niño! — Hay  que  entonarse  er  cuerpo. — ¡Niño! 

Sale  del  colmado  Pepe  te.  Es  el  encargado  de  la  tien- 
da. Trae  una  servilleta  al  hombro  y  ocultas  a  la  espal- 
da las  -manos. 

Pepete.  Er  niño  no  está.  Lo  han  mandao  por  ta- 
baco esos  loros.  ¿Qué  se  ofrese? 

Coronilla.     Tráenos  dos  copitas  de  Casaya. 

Pepete.     ¿Dos  copitas.? 

Coronilla.     Sí.  De  Casaya. 

Pepete.  ¿De  Casaya,  eh?  ¿Servirán  estas  dos.^*  Le 
t>resenta  las  que  trae  en  Las  manos. 

Apolinar.      ¡Ja,  ja,  ja! 

Coronilla.  ¿Qué  le  paese  a  usté  er  pájaro,  com- 
padre.? 

Apolinar.     Que  adivina  los  pensamientos. 

Pepete.  En  cuanto  pasa  el  amo  de  la  tienda  ar 
porta,  miro  yo  a  los  barriles  y  me  hasen  señas  las 
caniyas:  la  der  Casaya,  la  de  la  mansaniya,  la  der 
coñá...  Según  la  hora.  De  salú  sirva,  cabayeros. 

Apolinar.      Gracias. 

Va  a  marcharse  Pepete,  cuando  llegan  de  la  calle 
Macarla  y  Macario,  del  brazo,  y  se  detiene  al  verlos. 
Son  dos  recién  casados  del  pueblo,  que  de  la  iglesia  vie- 
nen a  retratarse. 


La  del  Dos  de.  Mayo  17 

es  fea  y  bigotuda.  Él  más  feo  que  ella,  y  chato.  El  hongo 
que  trae  se  le  cuela  hasta  las  orejas.  El  ramo  de  azahar 
de  ella  es  digno  de  la  fotografía. 

Macaría.     Aquí  es. 

Macario.     ¡Portera!  jPorteral 

Pepete.      ¡Agua  val 

Asoma  Dámasa. 

Dámasa.     ¿Quién  es? 

Macaría.     ¿En  qué  piso  vive  el  retratista? 

Dámasa.     En  el  último,  porque  no  hay  otro. 

Pepete.     ¿Se  van  ustés  a  retrata? 

Macario.     Sí,  señor. 

Macaría.     Venimos  de  casarnos. 

Pepete.     Ya,  ya  se  comprende.   Que  sea  enhora- 
buena. 

Macario.     Gracias.  A  ella.  Anda,  paloma. 

Pepete.     ¿Se  yama  Paloma  la  joven? 

Macario.     No,  señor,  no;  es  un  decir  mío. 

Macaría.  Me  llamo  Macarla.  Y  él  Macario.  Que 
también  ha  sido  casualidá.  Buenos  días. 

Suben  a  la  fotografía  los  novios.  Así  que  se  han 
ido,  todos  se  ríen  de  ellos. 

Dámasa.  ¿Qué  le  paece  a  usté  la  parejita,  señor 
Apolinar? 

Apolinar.     ¿A  mír  ¡Que  los  entierren  juntosl 

Pepete.     ¿Que  los  entierren  o  que  los  ensierren? 

Coronilla.  ¡La  seriedá  que  habrá  nesesitao  er 
cura  pa  no  sortá  la  risa! 

Apolinar.  ¡Lo  que  hay  que  pedirle  a  Dios  es  que 
no  salgan  a  la  calle  el  doce  de  octubrel 

CoROííiLLA.     ¿Er  dose  de  ortubre? 

Apolinar.     Sí:  ¡la  Fiesta  de  la  Raza ! 

Nuevas  risas. 

Pepete.  Cuando  bajen  mándemelos  usté,  que  voy 
a  convidarlos.  Se  vuelve  a  la  tienda  entonando  por  lo 
bajo  alguna  cop lilla. 


i8  La  del  Dos  de  Mayo 

La  portera  se  retira  también^  después  de  asomarse 
a  la  calle  un  uistante. 

Apolinar.     Es  chusco  el  encargao  nuevo. 

Coronilla.     Sí;  tiene  grasia:  no  es  desangelao. 

Apolinar.     ^Andaluz,  por  supuesto? 

Coronilla.  Se  lo  hase;  pero  es  montañés.  Sólo 
que  ha  estao  en  Seviya  media  osena  de  años,  y  ya 
párese  de  Triana.  Es  simpático.  Entiende  er  negosio. 
Tiene  buena  muleta. 

Apolinar.     Y  pone  banderillas  también. 

Coronilla.  A  usté  no  habrá  sío.  En  mi  tienda  no 
se  le  ponen  banderiyas  más  que  a  los  que  yo  no 
quiero  que  vuervan. 

Apolinar.  Pues  a  mi  cuñao  le  cobraron  el  o  tro- 
día  dos  reales  por  un  polvorón. 

Coronilla.     {Tendría  papé  de  plata! 

Llega  de  la  calle  doña  Teodora,  de  velo. 

Doña  Teodora.     ¡FelicesI 

Apolinar.     ¡Doña  Teodora,  buenos  días! 

Coronilla.     Buenos  días. 

Apolinar.     ¿Cómo  tan  tempranito  en  la  calle.^ 

Doña  Teodora.  Ahí  verá  usté.  Estas  mañanitas 
de  mayo  no  tienen  precio  en  este  Madrí  de  mi  alma. 
Pero  hoy  no  he  salido  solamente  a  gozarla  ni  a  oler 
en  los  puestos  de  flores. 

Apolinar.     ;Y  eso? 

Doña  Teodora.  Me  ha  sacao  a  la  calle  una  flor 
de  más  precio  que  todas. 

Apolinar.     ¿Mi  chica? 

Doña  Teodora.    Usté  lo  ha  dicho.  ¿Dónde  está  ella.^ 

Apolinar.  Arriba,  con  su  madre.  ¿Qué  la  quiere 
usté? 

Doña  Teodora.  Que  la  traigo  un  presente.  Le 
muestra  un  estuche.  Mire  usté  qué  alhaja. 

Apolinar.     ¡Soberbios  pendientes,  doña  Teodora! 

Doña  Teodora.     Antiguos;  de  mérito. 


La  del  Dos  de  Mayo  19 

Apolinar.     Mire  usté,  compadre. 

Coronilla.     ¡Superiores! 

Doña  Teodora.  Son  lindos,  ;verdá'  De  una  du- 
quesa eran.  Se  dice  el  milagro,  pero  no  el  santo.  Me 
los  vendieron  anoche  mismo,  y  en  seguida  pensé: 
«Pues  lo  que  es  éstos  no  son  pa  el  público.  Estos  ya 
tienen  dueño.  De  una  duquesa  han  sido,  pero  van  a 
ser  de  una  reina». 

Apolinar.     {Doña  Teodora! 

Doña  Teodora.  ¿Digo  mal.?  ;En  qué  orejas  han 
de  lucir  más  que  en  las  de  la  moza  del  Dos  de  ^layo, 
como  la  llaman.^ 

Apolinar.     ¡Qué  buena  es  usté  con  nosotros! 

Coronilla.  A  mi  compadre  se  le  cae  la  baba: 
¡místelo! 

Doña  Teodora.  Pues  ¿y  a  mí?  ¡Si  es  que  hace 
ocho  días  que  estamos  los  dos  que  no  nos  cambia- 
mos por  nadie!  ¿Es  o  no  es  verdá.? 

Apolinar.     Es  el  Evangelio  de  la  misa. 

Doña  Teodora.  Como  que  sin  decírnoslo  mayor- 
mente, señor  Coronilla,  Apolinar  y  yo  hemos  llevao 
algunos  años  ^soñando  con  esto  que  ha  cuajao  hace 
una  semana.  El  oensaba  en  mi  hijo  pa  su  chica,  y  yo 
en  su  chica  pa  mi  hijo.  ¡Y  ya  está  arreglao! 

Apolinar.  ¡Y  ya  se  terminaron  en  mi  casa  los 
disgustos  que  a  toas  horas  nos  daban  las  relaciones 
de  ella  con  el  otro!  ¡Condenao  estudiante! 

Doña  Teodora.  ¡Y  ya  se  acabó  mi  preocupación 
de  la  suerte  que  correría  mi  Santitos!  Santitos  y  mi 
establecimiento,  que  to  ha  de  declararse.  Porque 
Santitos  es  un  alma  de  Dios... 

Coronilla.     Lo  yeva  en  la  cara. 

Apolinar.     Es  un  angelote. 

Doña  Teodora.  Un  inocente.  Y  se  la  da  cual- 
quiera. Necesita  a  su  lao  una  persona  que  vele  por  lo 
suyo;  que  le  abra  los  ojos.  En  mi  tienda,   como  en 


20  La  del  Dos  de  Mayo 

todas  las  tiendas  de  antigüedades,  hay  muchas  por- 
querías; pero  hay  también  cosas  que  valen  las  pese- 
tas. Y  compramos  y  vendemos  y  cambiamos,  y  la 
gente  está  siempre  dispuesta  a  darnos  el  pego.  Y  el 
día  que  yo  faltase,  si  Santitos  no  estuviera  bien 
acompañao,  ¡vamos,  ni  que  decir  tiene!...  ¡La  rui- 
na! ¡Gato  por  liebre  a  todas  horas!  Porque  ayer  mis- 
mo estuvo  un  señor  conde  a  venderme  una  daga,  que 
él  decía  que  era  florentina,  del  renacimiento,  y  yo  le 
dije  que  era  un  cuchillo  pa  partir  repoÜo.  Así  se  lo 
dije.  Y  se  quedó  admirao  de  mi  competencia.  Bue- 
no, pues  si  le  toca  el  caso  a  mi  Santitos,  compra  la 
daga. 

Coronilla.     ¡La  compra,  la  compra! 

Apolinar.     Y  da  por  ella  lo  que  le  pidan. 

Doña  Teodora.  Y  luego  hay  que  matarlo  con 
ella  a  él.  Mientras  que  Almudena... 

Coronilla.  ¡Armudena  es  capaz  de  clavársela  en 
la  barriga  ar  que  se  la  presente! 

Doña  Teodora.  uA.y,  qué  salao  es  este  Coronilla! 
No  diré  yo  tanto.  En  fin,  voy  a  subirla  los  pendien- 
tes a  esa  chica  y  a  comérmela  a  besos. 

Apolinar.     Ahora  voy  yo  también. 

Doña  Teodora.     ^Va  usté  a  subir? 

Apolinar.     Dentro  de  un  instante. 

Doña  Teodora.     Hasta  luego,  señor  Coronilla. 

Coronilla.     Usté  lo  pase  bien. 

Vase  arriba  Doña  Teodora, 

Apolinar.  Contenta  y  satisfecha  está  ella,  pero 
más  lo  estoy  yo.  ¡Yo  estoy  que  bailo  seguidillas  bo- 
leras! 

Coronilla.     Ya,  ya  lo  sé. 

Apolinar.  No  hemos  hablao  bastante  de  estas 
cosas,  compadre.  ¡Diferencia  va  de  casar  a  mi  hija 
con  un  estudiantino  charrán,  como  el  tal  Carmelo, 
hijo  de  unos  porteros,  sin  más  bienes  que  el  día  y  la 


La  del  Dos  de  Mayo  21 

noche,  a  casarla  con  ese  Santitos,  hijo  único  de  esta 
señora,  con  su  cartillita  en  el  Mont^,  de  Piedá  y  un 
comercio  tan  lucrativo!...  ¡Y  de  mazapán  de  Toledo 
él,  por  añadidura!  ¡Vamos!  Lo  toco  y  no  lo  creo. 

Coronilla.  ;Nos  temamos  otro  copaso,  compa- 
dre? 

Apolinar.  No;  muchas  gracias.  El  descanso  y  el 
consuelo  de  mi  vejez  será  ese  matrimonio. 

Coronilla.     ¿Otro  copaso.? 

Apolinar.  No.  Porque  a  mí  en  mi  comercio  lo 
que  me  produce  algunos  cuartejos  no  es  más  que  el 
retoque  de  los  abanicos;  y  ya  se  me  van  apagando 
los  candiles  pa  esas  filigranas.  Y  esta  es  otra.  Bien 
es  verdá  que  a  Santitos  le  conviene  al  lao  una  mu- 
jer como  Almudena;  pero  Almudena,  por  su  parte, 
necesita  también  junto  a  ella  un  hombre  de  las  con- 
diciones de  Santitos:  dócil,  buenazo,  manejable... 
Porque  yo  seré  el  último  chispero,  como  usté  dice, 
pero  ella...  ella  sí  que  no  es  de  este  siglo,  ¿verdá? 
Ella  es  propiamente  una  maja...  una  maja... 

Coronilla.  ¡Una  maja  capaz  de  majá  a  medio 
mundo! 

Apolinar.  ¡Con  sangre  de  fuego!  Y  si  se  junta 
con  otro  que  tal,  arde  la  casa  el  mejor  día. 

Coronilla.     Por  los  cuatro  costaos. 

Apolinar.  En  fin,  compadre,  yo  le  bauticé  a 
usté  la  tienda  con  el  nombre  de  «El  Dos  de  Mayo», 
y  ha  tenido  suerte. 

Coronilla.     Verdá  que  sí. 

Apolinar.  Yo  ie  bauticé  a  usté  también  un  chico 
poniéndole  Luis  Pedro  Jacinto  Javier,  por  Daóiz  y 
Velarde,  el  teniente  Ruiz  y  el  general  Castaños;  y  el 
chico  está  como  un  pimpollo. 

Coronilla.     Verdá  también. 

Apolinar.  Pues  ahora  quiere  yo  que  usté  sea  el 
padrino  de  ese  casamiento. 


2  2  La  del  Dos  de  Mayo 

Coronilla.      [Y  de  lo  primero  que  nazca! 

Apolinar.     ¡Hecho! 

Coronilla.  Dicho  na  más,  hasta  er  presente. 
^Otro  copaso.^ 

Apolinar.  ¡Que  no,  hombre!  Quédese  usté  aquí 
al  cuidao  dos  minutos  mientras  yo  voy  arriba. 

Coronilla.     Vayase  usté  tranquilo. 

Apolinar.     Dos  minutos.  Sube. 

Coronilla.  ¿Está  argo  engañao  mi  compadre.? 
¡Pos  no  tienen  que  pasa  muchas  cosas  antes  que  se 
casen  Armudena  y  Santitos!... 

Macaría  y  Macario  bajan  de  ¡a  fotografía  satisfe- 
chos. 

Macaría.     Oye,  Macario:  ¿tú  has  pestañeao.'' 

Macario.     Yo  no.  ¿Y  tú.^ 

Macaría.  Yo  sí.  Con  este  ojo.  Pero  me  ha  dicho 
el  retratista  que  eso  no  sale. 

Coronilla.  ¿Quién  ustés  pasa  ar  cormao  a  toma 
una  copita.?* 

Macaría.  Se  agradece;  pero  a  éste  no  le  gusta  el 
vino. 

Macario.     Ni  a  esta  tampoco. 

Macaría.  ¡Que  también  es  casualidá!  Pero  yo 
no  lo  escupo. 

Coronilla.     ¡Vamos!  ¡Un  día  es  un  día! 

Macaría.     Tié  razón  el  señor.  ¡Atrévete,  Macario! 

Macario.      ¡Pa  luego  es  tarde! 

Macaría.  ¡Qué  bien  nos  vamos  a  llevar!  Entran 
en  el  colmado  gozosos. 

Coronilla.  ¡Pepete'  ¡A  vé  qué  le  das  a  esta  pa- 
reja!— Esos  dos  sí  que  se  han  casao  ya.  ¡Y  bien  ca- 
saos! Lo  que  yo  digo  siempre,  señó:  ca  uno  con  su 
ca  una.  To  lo  demás  es  a  contrapelo.  Por  durse  que 
sea  un  arcausí,  ¿lo  va  usté  a  sembrá  con  unos  clave- 
les? ¡Qué  disparate!  A  Marifia,  bella  mujer,  de  mantón 
negro,  que  aparece  rápidamente  en  el  portal,  como  bus- 


La  del  Dos  de  Mayo  23 

cando  a  alguien  y  con  cara  de  pocos  amigos.  ¡Marinal 
^•Tú  por  esta  casa? 

Marina.     Yo  por  esta  casa.  ;Es  chocante? 

Coronilla.     ¿Qué  buscas  aquí? 

Marina.  ;Es  que  no  sabe  usté  lo  que  busco?  ¡A 
la  del  Dos  de  Mayo,  que  me  quita  a  mi  hombre;  pa 
arrancarla  ei  moño! 

Coronilla.     ]  Marina! 

Marina.     ¡Marina  de  guerra! 

Tras  la  pueriecilla  del  colmado  asoma  cautelosa- 
mente el  rostro  Carmelo^  y  presta  oido. 

Coronilla.  Pero  si  eso  ya  se  acabó:  si  tu  hom- 
bre y  Armudena  han  tarifao  hase  ya  ocho  días;  (si 
Armudena  tiene  ya  otro  novio!... 

Marina.     ¡Esas  son  comedias! 

Coronilla.  ¿Comedias?  ¡Pos  arriba  está  la  madre 
de  él 

Marina.  ¡Pues  a  pesar  de  eso,  son  comedias! 
¡Carmelo  me  ha  dao  a  mí  anoche  la  absoluta,  y  de 
eso  nadie  tié  la  culpa  más  que  esta  mujer!  Dígase- 
lo usté  de  mi  parte:  que  vendré  a  verla  cuando  esté 
sola:  ¡a  ver  cuál  de  las  dos  tié  el  pelo  más  agarrao! 
¡Que  salimos  en  los  papeles  es  viejo!  Se  va  de  estampía. 

Coronilla.  Cuando  digo  yo...  ¡Cuarquiera  le  en- 
fría la  mecha  a  ese  petardo! 

Sale  Carmelo,  después  de  pregimtar: 

Carmelo.     ¿No  tié  pararrayos  la  tienda? 

Es  un  estudiante  de  Medicina  madrileño,  un  tanto 
chidillo,  pero  que  se  hace  más  chtdo  de  lo  que  es. 

Coronilla.     ¡Carmelo!  ¿Usté  ha  visto...? 

Carmelo.  He  oído  na  más.  Y  me  ha  bastao. 
Anoche  la  di  la  absoluta,  como  ha  dicho  ella,  pero 
voy  a  tener  que  darla  algo  más. 

Coronilla.     ¿Cuatro  palos  bien  daos? 

Carmelo.  Cuatro  tiros,  que  es  lo  que  se  merece. 
Es  mi  perdición;  es  mi  tormento.  Es  la  causa  de  que 


24  La  del  Dos  de  Mayo 

yo  no  estudie  y  es  la  causa  también  de  tos  mis  dis- 
gustos con  Almudena,  que  pa  mí  es  el  oxígeno...  Si 
yo  no  fuera  un  hombre  culto,  ya  habríamos  tenido 
un  crimen  pasional.  ¡Me  lo  está  buscando  esa  golfal 
Pero  no  es  por  áhi.  Soy  un  hombre  culto.  El  doctor 
Suárez:  especialidá  en  pupilas. 

Coronilla.  Pero,  vamos  a  vé,  vamos  a  vé...  ¡lUsté 
y  Armudena  no  han  peleao? 

Carmelo.  ¿Y  eso  qué,  pa  dejar  de  querernos? 
¿Usté  ha  visto  que  dos  que  se  quieran  con  alma  no 
peleen  nunca? 

Coronilla.  Yo  lo  que  he  visto  es  que  Armudena 
tiene  ya  otro  novio. 

Carmelo.  ^Otro  novio?  ¡Bastante  cosa  se  me  da 
a  mí!  [Eso  es  un  simulacro! 

Coronilla.  ¡Qué  sé  yo!  A  mí  se  me  figura  que 
es  argo  más.  Y  que  van  las  cosas  ligeras.  ¡Hasta  re- 
gaütos  hay  ya  de  por  medio! 

Carmelo.  ¡Pamplinas!  ¡Vamos,  que  mi  novia  ca- 
sándose con  un  pelele!  ¡Tendría  que  ver! 

Coronilla.  Pos  yo  le  digo  a  usté  que  no  se  fíe:  que 
no  es  esto  tan  simulao  como  usté  se  piensa.  Hay  mu- 
chas mujeres,  y  Armudena  es  de  ese  linaje,  capases 
de  casarse  por  despecho;  por  que  rabie  otro  hombre. 

Carmelo.  ¡Pero  eso  es  darse  con  la  badila  en  los 
nudillos! 

Coronilla.  ¡Pos  se  dan  muy  a  gusto!  Lo  sé  por 
esperiensia.  Una  novia  mía  se  casó  con  un  chupatin- 
ta  por  que  yo  rabiase. 

Carmelo.     ^Y  usté  rabió? 

Coronilla.  Ese  es  otro  canta.  Ha  rabiao  mucho 
más  er  marío. 

Carmelo.  ¡Pues  lo  que  es  Almudena  no  es  pa 
otro!  ¡Que  no  se  compongan!  Va  a  ser  preciso  arri- 
marla un  fósforo  a  esta  tela  de  araña.  Esta  tarde 
hablo  yo  aquí  con  Almudena. 


La  del  Dos  de  Mayo  25 

Coronilla.     ;Aquí? 

Carmelo.     Aquí. 

Coronilla.     Trabajiyo  va  a  usté  a  costarle. 

Carmelo.  {K  mí?  Menos  trabajo  que  empeñar  los 
libros,  que  ya  se  empeñan  solos.  Y  al  abaniquero,  a 
este  castizo  de  don  Apolinar,  yo  le  daré  un  asunto 
pa  un  país.  ¡Va  a  ser  goyesco!  ¡Pa  que  diga  que  soy 
un  fresco  de  la  Florida!  ¡Siempre  con  que  no  estudio! 
¡Claro  que  no  estudio,  señor!  Pero  ¿quién  estudia  en 
el  mes  de  mayo  queriendo  a  esa  mujer?  ¡Si  eso  es 
un  timbre  de  gloria  pa  su  hija!  Sin  contar  con  que 
los  hombres  listos  necesitamos  estudiar  muy  poco. 
En  cambio,  los  zoquetes  tién  que  quemarse  las  cejas. 
¡Por  eso  estudian  tanto  los  catedráticos! 

Coronilla.     ¡Ja,  ja,  ja! 

Carmelo.  Y  el  tío  de  las  sombrillas  sin  enterarse. 
No  se  merece  la  hija  que  Dios  le  ha  dao.  Es  un  taru- 
go. ¿Quién  baja.' 

Coronilla.     Pué  que  sea  er  tarugo. 

Carmelo.  Pues  como  yo  con  quien  tengo  que 
hablar  es  con  la  astilla,  lo  dejo  pa  después.  Déle  usté 
recuerdos  a  su  compadre.  Se  va  a  la  calle  decidido. 

Coronilla.  A  mi  compadre...  Mi  compadre  está 
soñando  despierto...  En  fin...  ¡Anda!  ¡Si  no  es  él  ¡Si 
es  eya!...   ¡Menudo  encuentro  iban  a  habé  tenío! 

En  efecto^  es  Almudena  la.  que  baja.  Su  sola  presen- 
cia justifica  cuanto  de  ella  se  ha  dicho.  Viene  a  situarse 
junto  al  mostrador^  silenciosa  y  ceñuda. 

Almudena.     Buenos  días,  Coronilla. 

Coronilla.  Buenos  días,  Armudena.  La  mira. 
¿Qué  le  pasa  a  usté? 

Almudena.     Que  no  traigo  ganas  de  palique. 

Coronilla.     Entonses  quéese  usté  con  Dios. 

Almudena.  Por  las  dos  copitas  de  aguardiente. 
Llévese  usté  esta  peste  pa  su  tienda! 

Coronilla.     ¿Peste?  ¡Pos  no  huele  muy  bien!...  No 


26  La  del  Dos  de  Mayo 

pague  usté  su  mal   humó  con  quién  na  le  ha  hecho. 

Almudena.     Falta  que  tenga  yo  mal  humor. 

Coronilla.  Ah,  ¿lo  tiene  usté  bueno.^  Me  habrá 
mareao  el  aguardiente. 

Almudena.  Le  he  dicho  a  usté  que  no  quiero 
conversación. 

Coronilla.  Y  yo  no  he  hecho  más  que  contes- 
tarle a  usté  a  lo  que  me  ha  dicho. 

Almudena.     ^'Cuándo  se  muda  usté  de  casa? 

Coronilla.     Cuando  deje  usté  de  sé  bonita. 

Almudena.  Entonces,  pronto;  porque  con  esta 
vecindá  me  darán  las  viruelas. 

Coronilla.  ¡Revacúnese  usté,  por  si  acasol  Ella 
le  vuelve  bruscamente  la  espalda.  Malamente  ha  sen- 
tao  er  regalito  de  la  suegra. 

Almudena.     Eso  es  cuenta  mía. 

Coronilla.  «¡Sonsoniche!»  Se  mete  en  el  colmado 
deleitándose  con  el  olor  de  las  dos  copitas.  ¡Peste  le 
yama  a  esto!...  ¡Ya  la  hubieran  querío  ios  de  Otran- 
to!  jO  los  de  Bombay! 

Mtísica 

Almudena.     Desahogando  su  corazón. 
¡Malditos  sean  los  hombres! 
¡Malhayan  las  que  les  quieren! 
¡Malditos  sean  los  celos! 
¡Malhaya  quien  los  padece! 

Si  llevar  me  dejara  ^ 
del  coraje  que  siento, 
de  la  rabia  que  paso, 
de  la  furia  que  tengo, 
yo  no  sé  lo  que  haría, 
por  vengar  mi  tormento, 
con  quien  tiene  la  culpa 
de  este  mal  que  padezco: 


La  ael  Dos  de  Mayo  21 

darle  hiél  en  el  vino 
y  en  el  agua  veneno, 
y  pudrirle  la  sangre, 
y  privarle  del  sueño. 

Pero  ¡ay!  que  no  hay  en  el  mundo 
remedio  para  mi  mal: 
que  quieren  llorar  mis  ojos 
y  no  les  dejo  llorar. 

¡Malditos  sean  los  hombres! 
¡Malhayan  las  que  les  quieren! 
¡Malditos  sean  los  celos! 
¡Malhaya  quien  los  padece! 

Cesa  la  música. 

Sale  Pepete  del  colmado,  con  intención  de  aprove- 
charse de  la  soledad  de  Ahnudena. 

Pepete.  Después  de  contemplarla  a  distancia,  sin 
conseguir  que  ella  lo  mire.  Niña,  eche  usté  pa  acá 
esos  faroles,  que  vi  a  ensendé  un  sigarro.  Almudena 
lo  mira  con  desprecio.  Él  chupa  entonces  eí  cigarro 
como  si  hubiese  ardido  a  la  ^nirada  de  ella.  Ya  está. 
Muchas  grasias.  De  lejos  quema  usté,  presiosa.  Sus- 
pirando. ¡Ay  ay  ay!...  Las  paredes  de  mi  arcoba  se 
escalichan  de  lo  que  suspiro  yo  por  las  noches.  Silen- 
cio. Se  me  ha  apagao  er  sigarro  otra  vez.  Acercándo- 
sele. Convénsase  usté,  niña:  ni  el  estudiante,  ni  San- 
titos:  yo;  Pepete;  el  encargao  de  Er  Dos  de  Mayo. 
¡Porque  sí;  porque  hay  sandunguera  grasia  en  este 
cuerpo!  Usté  lo  pensará. 

Almudexa.  Si  a  tü  el  mundo  le  hiciera  usté  la 
gracia  que  a  mí,  las  veinticuatro  horas  del  día  esta- 
rían doblando  en  las  iglesias.  ¡Madre,  qué  funeral  de 
hombre! 


28  La  del  Dos  de  Alayo 

Pepete.  ^Fuñera?...  Pos  en  Seviyiya...  en  Seviyiya 
esto  es  marcJia. 

Almudena.     ¡Pues  aquí  es  marcha  fúnebrel 

Corta  el  diálogo  la  inesperada  aparición  de  un  Ma- 
rÍ7iero^  un  Soldado  y  un  Guardia  civiU  que  pasan  ha- 
cia la  fotografía;  andaluz  el  primero^  aragonés  el  otro 
y  castellano  el  último. 

Soldado.  Mareao  me  trae  mi  novia  con  el  retra- 
to. A  ver  cómo  hi  salido. 

Guardia.  Señalando  uno  de  la  tnuestra.  ¿-Es  así 
como  éste? 

Soldado.  No;  que  a  éste  no  se  le  ve  más  que  un 
ojo.  Es  como  éste. 

Guardia.     ¿Se  le  ven  los  dos  ojosr 

Soldado.     ¡Los  dos!  ¡Me  cuesta  lo  mismo! 

Marinero.  ¿Habéis  reparao  en  aqueya  mujé?  Esa 
no  estaba  aquí  el  otro  día. 

Guardia.     No  estaba,  no. 

Soldado.  ¡Viva  España!  ¡Si  me  gusta  más  que  mi 
novia! 

Marinero.  Fuera  está  er  so,  pero  ar  bajá  le  com- 
pro yo  un  paraguas.  ¡Vaya  si  se  lo  compro! 

Soldado.     ¡Viva  España! 

Guardia.     Vamos,  vamos  arriba. 

Suben  sin  dejar  de  mirar  a  Almudena. 

Pepete.  Me  he  esperao  aquí  por  si  se  metían  con 
usté  Qsos  patosos. 

Almudena.  ¿Y  de  cuándo  acá  cree  usté  que  se 
asustan  los  hombres  de  los  gatos? 

Pepete.     Niña... 

ALMUDeNA.  ¡Vaya,  largo  ya,  que  no  hay  sobras! 
|A  la  tienda,  a  comer  raspas  de  pescaol 

Pepete.  ¡Rosa!...  ¡Rosa...  no  me  hable  usté  de  es- 
pinas! ¿Y  ese  gorpe.? 

Llega  de  la  calle  oportunamente  Santitos.  No  hay 
más  que  ver  su  aire  bonachón  y  pacífico  para  com- 


La  del  Dos  de  Mayo  29 

prender  que  es  el  reverso  de  su  novia.  Se  dirige  a  ella 
enamorado,  sonriente. 

Santitos.     Hola,  nena. 

Almudena.     Hola,  salao. 

Santitos.  ¡  Ay,  salao!  No  empiezas  a  hablar,  y  ya 
me  haces  dichoso.  Buenos  días,  Pepete. 

Pepete.  Buenos  días,  amigo.  Con  permiso  de 
usté  le  estaba  yo  disiendo  a  este  escándalo  de  mujé 
que  tiene  usté  por  novia,  que  ca  día  se  pone  ar  le- 
vantarse un  juego  de  ojos  más  bonito.  Gritando,  ha- 
cia el  colmado .  jV^oy! — Unos  permas  que  tenemos 
ahí  hase  dos  horas 

Almudena.     Se  habrán  contagiao. 

Pepete.     ^Eh? 

Almudena.     Hablaba  con  éste. 

Se  vuelve  Pepete  a  la  tienda  cantando  bajito. 

Santitos.     Es  marcho  sillo,  ;no.? 

Almudena.  Sí.  Y  se  está  tomando  muchas  liber- 
tades, ^te  enteras? 

Santitos.     ^-Ah,  sí.^  ¡Caray! 

Almudena.     Le  vas  a  tener  que  dar  cuatro  tortas. 

Santitos.  ^'Cuatro  tortas}  jLas  pone  en  el  esca- 
parate! ¡Ja,  ja,  ja! 

Almudena.     Siéntate.  ¡Qué  tarde  has  venido! 

Santitos.  Ya  lo  sé.  Perdona.  Y  ha  sido  por  afei- 
tarme solo.  Pero  si  a  tí  te  parece  tarde,  -'qué  no  ha 
de  parecerme  a  mí,  princesa  de  los  ojos  negros? 

Almudena.     ^•]\Ie  quieres  mucho? 

Santitos.  ¡Más  que  a  nadie  en  el  mundo!  Te 
quiero  desde  que  te  conozco.  Te  quería  antes  de  le- 
jos, y  ahora  de  cerca  estoy  tonto  por  ti. 

Almudena.  Mira,  Santos,  que  yo  al  querer  le  pido 
mucho 

Santitos.     ¡Pide  hasta  cansarte! 

Almudena.     ¡Mucho!  ¡mucho! 

Santitos.     ¡Te  digo  que  pidas! 


30  La  del  Dos  de  Mayo 

Almudena.  ¿Has  mirao  por  el  camino  a  alguna 
mujer? 

Santitos.  Mire  a  la  que  mire,  no  te  veo  más 
que  a  tí. 

Almudena.     Pero  ¿has  mirao  a  alguna? 

Santitos.  Chica,  no  me  acuerdo.  Una  billetera 
me  ofreció  en  la  esquina  un  trece  mil...  y  es  claro... 
tuve  que  mirarla...  Ja,  ja,  ja!  No  seas  niña:  no  tengas 
tú  celos. 

Almudena.     Tendrías  que  cambiarme  la  sangre. 

Santitos.     (Ole  mi  chisperillal 

Almudena.     ;Cuándo  nos  casamos,  Santitos? 

Santitos.      Cuando  tú  quieras,  gloria. 

Almudena.     ¡Prontol 

Santitos.     ¡Pronto! 

Almudena.     [Muy  pronto! 

Santitos.      ¡Muy  pronto! 

Almudena.      ¡Mañana,  si  es  posible! 

Santitos.  Mañana  no  va  a  ser  posible.  ¡Pero 
cómo  me  gusta  que  te  quieras  casar  conmigo  a  los 
ocho  días  de  ser  mi  novia! 

Almudena.  ¡Es  que  cuanto  antes  me  case  conti- 
go, antes  le  digo  al  otro  lo  que  le  desprecio! 

Santitos.     ¿Eh? 

Almudena.     ¡Lo  que  le  aborrezco,  lo  que  le  odio! 

Santitos.  ¿Crees  que  ya  no  lo  ha  visto  él?  Deja 
al  otro:  no  te  acuerdes  más  del  santo  de  su  nombre. 

Almudena.  jNo  puedo  remediarlo!  ¡Maldito  sea 
su  corazón! 

Santitos.     Vamos,  vamos,  tontuela... 

Almudena.  ¡El  hombre  que  teniendo  amores  con- 
migo le  da  el  brazo  a  otra  y  pasa  con  ella  a  mi  vista, 
me  ofende  de  muerte!  ¡Ni  en  cruz  le  perdonol 

Santitos.  Después  de  soplar.  ¡Bah,  bah!  Tranqui- 
lízate. Aquí  me  tienes  a  mí  pa  quererte  y  hacerte  di- 
chosa. Seremos  muy  felices.  Pa  mí  ya  en  el  mundo 


La  del  Dos  de  Mayo  31 

no  hay  más  que  hombres.  Sueño  contigo  a  todas  ho- 
ras, encanto.  Y  durmiendo  ¡no  quieras  saber!...  Esta 
noche  he  soñao  una  cosa...  ¡Ja,  ja,  ja!  Vas  a  reírte. 
Verás  lo  qae  he  soñao  esta  noche. 

Almudena.     ;Qué  has  soñao?  ;ConTnigo? 

Santitos.  Contigo.  Con  los  dos.  Verás.  Conven- 
cido de  que  en  el  comercio  de  antigüedades  no  daba 
pie  con  bola,  se  me  ocurrió  venderlo  y  poner  una  va- 
quería. Y  la  puse.  ¡Pero  lo  gracioso  es  que  en  la  va- 
quería ..  ¡ja,  ja,  ja!...  en  la  vaquería  no  vendía  más 
que  leche  de  burras!  ¡Ja,  ja,  ja!  ¡Qué  cosas  se  sueñan! 
^No  te  ríes.f* 

Almudena.     Estaba  pensando  en  otra  cosa. 

Santitos.     ¡Vaya!  ¿En  qué  estabas  pensando.^* 

Almudema.  ¡En  una  cosa  que  la  voy  a  pedir  a  la 
Virgen  de  la  Almudena! 

Santitos.  ¿-Puedo  dártela  yo  sin  que  molestes  a 
la  Virgen."* 

Almudena.     No. 

Santitos.     ¿Qué  la  vas  a  pedir.? 

Alnudena.  Que  cuando  yo  vaya  por  la  calle  con- 
tigo, no  nos  encontremos  a  Carmelo  jamás. 

Santitos.     ¡Y  dale  con  Carmelo! 

Almudena.  Porque  si  llegamos  a  encontrárnosle 
un  día,  tú  le  tienes  que  hacer  pedazos. 

Santitos.     ¿Yo? 

Almudena.  ¡Tú,  sí,  tú!  ¡Por  vengarme!  ¡Le  has  de 
abofetear;  le  has  de  pisotear  las  entrañas! 

Santitos.     ¡Caray! 

Almudena.     ¡Júramelo,  Santitos! 

Santitos.  Te  lo  juro,  pero  no  es  menester.  ¿Tú 
no  la  vas  a  pedir  a  la  Virgen  que  no  nos  le  encon- 
tremos? Pues  descuida,  que  no  hemos  de  encontrar- 
le. La  Virgen  es  muy  complaciente.  Yo  también  se 
lo  pediré.  ¡Para  marchar  en  todo  de  acuerdo  contigo! 

Almudena.     ¡Ladrón!  ¡ladrón! 


32  La  del  Dos  de  Maro 

Santitos.     Deja  ya  eso.  ¿Ha  venido  mi  madre? 

Almudena.     ¡Ladrona! 

Santitos.     ^'Mi  madre? 

Almudena.     ^Qué  dices,  hombre? 

Santitos.     ¿Ha  venido  mi  madre? 

Almudena.     Sí:  arriba  está. 

Santitos.  Pues  me  vas  a  dispensar  un  se- 
gundo. Voy  a  enseñarla  una  antigualla.  Me  han  llevao 
en  venta  un  esmalte,  que  a  mí  me  parece  una  calco- 
manía pega  en  un  cenicero.  Y  no  he  querido  com- 
prarlo en  firme  sin  que  ella  lo  vea. 

Almudena.     Has  hecho  bien. 

Santitos.  En  seguida  bajo.  Aprovecha  tú  mien- 
tras el  tiempo  pa  pedirla  esa  gracia  a  la  Virgen.  ¡Ayl 
¡qué  hermosa  estás!  Sube. 

Almudena.      ¡No  puedo  resistirme  a  mí  misma! 

Música 

Vuelve  Marina  en  la  misma  disposición  que  antes ^ 
al  ver  a  Almudena  se  dirige  a  ella  y  se  le  encara 
dispuesta  a  todo. 

Marina.  ¡Ya  quiso  Dios  del  cielo! 

Almudena.     Sorprendida. 

¿Qué? 
MAPaNA.  ¡Ya  era  hora 

de  que  yo  me  encontrase 
con  usté  sola! 
Almudena.  ¿Y  usté  qué  tiene 

que  decirme  a  mí  sola 
ni  ante  la  gente? 
Marina.  Cuando  vengo  a  buscarla, 

quizás  que  tenga. 
Almudena.  O  es  que  se  ha  confundido 

quizás  de  puerta. 


La  del  Dos  de  Mavo 


33 


¿•De  dónde  y  cuándo 
piensa  usté  que  yo  alterno 

con  estropajos? 
Marina.  Usté  no;  pero  el  hombre 

que  fué  su  novio, 
por  esta  estropajosa 

se  vuelve  loco. 
Almudena.  Nadie  lo  duda. 

¡Como  que  Dios  los  cría 

y  ellos  se  juntan! 
Marina.  Menos  desprecio,  reina; 

menos  desdenes; 
porque  está  usté  soñando 

con  que  él  me  deje. 

Y  en  cuanto  a  eso, 
despierte  usté,  ministra: 

¡la  vida  es  sueño! 


Almudena.  El  hombre  o  el  trapo 

que  tanto  la  gusta, 
hace  tiempo  que  con  las  tenazas 
lo  eché  a  la  basura. 
Elija  un  trapero 
que  tenga  buen  gancho, 
¡y  recoja  orguliosa  pa  honrarse 
lo  que  yo  he  tirao! 

Marina.  ^Es  caridá  o  es  envidia? 

Almudena.  jEn  todo  caso,  vergüenza! 

Marina.  ¡Hay  quien  tiene  un  saco  de  eso! 

Almudena.  ¡Pues  mienten  las  apariencias! 

Marina.  El  hombre  muy  hombre 

que  es  rey  de  este  cuerpo, 
hace  tiempo  que  quiere  un  ricito 
pa  un  dije  de  pelo. 


34 


La  del  Dos  de  Ma%'0 


Es  le}^  de  su  gusto 
que  sea  de  ese  moño, 
¡y  si  no  se  me  da  por  las  buenas, 
JO  arranco  o  lo  corto! 

Almudena.  (El  corazón  por  la  boca 

te  saco,  si  das  un  paso! 

Marina.  ¡Vamos  a  ver  si  es  tan  fiera 

la  fiera  del  Dos  de  Mayo! 

Vienen  a  las  manos  Acuden  al  tumulto  Ddmasa  y 
Santitos^  que  baja  a  tiempo.  Logran  separarlas,  y  en- 
tre los  dos  se  llevan  a  la  calle  a  Marina.  Un  mo^nento 
antes  aparece  Pepete  por  la  puertecilla  que  da  al  col- 
mado, y  se  mantiene  al  paño  observando  el  fin  de  la 
pendencia. 

Almudexa.  ¡Maldita  sea  tu  sangre! 

¡Perra!  ¡ladrona! 

Marina.  ¡Te  he  de  dejar  sin  pelo! 

Almudena.  ¿Sí?  ¡Toma! 

Marina.  ¡Toma! 

Dámasa.  Pero  ¿-qué  pasa? 

Santitos.  ;Eh?  ^Qué  es  esto?  ¡Almudena! 

Almudena.  ¡Ladrona!  ¡Mala! 

¡A  la  calle  este  bicho! 

Marina,  (Jesús  qué  miedo! 

Dámasa.  ¡Vamos!  ¡Basta!  ¡Señora! 

Santitos.  ¡Calma!  ¿Qué  es  esto? 

Almudena.  ¡Fuera!  ¡A  la  calle! 

Marina.  ¡Ni  la  Virgen  te  libra! 

Almudena.  ¡Yo  he  de  buscarte! 


Cesa  la  música. 

Pepete.     Llegándose   a    Almudena    con    solicitud. 
^Qué  ha  sío,  gitana?  ¿Qué  ha  pasao  aquí? 
Almudena.     Y  a  usté  ¿qué  le  importa? 


La  del  Dos  de  Mayo  35 

Pepete.  íQue  no  me  importa  y  le  toca  a  usté? 
Pero  j'usté  se  ha  ñgurao  que  es  jonjana  to  lo  que  yó 
le  digo?  ¡Si  nuestro  sino  está  escrito  aya  arribal 
Almudena.  ¡a  ver  si  me  deja  usté  en  paz! 
Pepete.  Acercándosele  más  aún,  en  actitud  de  con- 
quistarla. ¿En  paz  a  usté,  que  es  una  declarasión  de 
guerra? 

«¡x^LJolá  me  den  un  tiro... 
con  pórvora  de  tus  ojos... 
con  balas  de  tus  suspiros!» 

jVenga  usté  acá,  mi  arma! 

Almudena.  Rechazándolo  violentamente.  Pero  ^se 
atreve  usté  a  tocarme,  so  mono? 

Pepete.  A  punto  de  caer  al  suelo  del  empellón. 
Niña,  niña,  que  esas  son  palabras  mayores...  Si  no 
mirara  que  es  usté  una  mujé... 

Almudena.  ¡Ahí  tiene  usté  a  un  hombre!  Señala  a 
Santitos,  que  llega  en  esto  de  la  calle.  Trae  dos  ara- 
ñazos en  la  cara,  el  nudo  de  la  corbata  deshecho.,  y  vie- 
ne limpiando  el  sombrero  con  el  pañuelo. 

Santitos.     ¡Caray! 

Pepete.     ¿A  un  hombre? 

Almudena.     :No  lo  está  usté  viendo? 

Santitos.     ^Otra  bronca?  Chica,  tú  dirás. 

Almudena.  ¡Pártele  el  corazón  a  este  mico,  que 
ha  querido  abrazarme! 

Santitos.  -Que  ha...  que  ha  querido  abrazarte? 
¿Que  usté  ha  querido...? 

Pepete.  No,  señó;  mi  intensión  no  era  ésa.  Pero 
ya  que  eya  lo  asegura,  yo  no  desmiento  nunca  a  una 
hembra  tan  juncá.  ¡Vaya  por  el  abraso! 

Almudena.     ^'Q^^  haces  ya  que  ro  te  le  comes? 

Santitos.  Que,.,  ¡que  no  me  gustan  los  salmo- 
netes! 

Pepete,      Ni  a  mí  los  porvorones,  poyo. 


36  La  del  Dos  de  Mayo 

Santitos.  Los  polvorones,  jeh?  Yendo  a  él  de  ve- 
ras^ un  poco  excitado.  ^'U...  us...  usté  no  sabe  que  Al- 
mudena  es  mi  novia? 

Almudena.     ¡Lo  sabe! 

Santitos.     No  me  jalees,  que  no  lo  necesito. 

Pepete.     ¡Lo  sel 

Santitos.  ^'Y  ha  intentao  usté  abrazarla,  a  pesar 
de  ello? 

Almudena.      ¡Sí! 

Pbpete.      Cuando  eya  lo  dise... 

Santitos.  ¿Aprovechando  que  no  me  hallaba  yo 
presente? 

Almudena.     ¡Sí! 

Pepete.  Si  quié  usté  que  consume  la  suerte  en 
presensia  de  usté... 

SaíNtitos.  ¡Adelante  usté  na  más  un  paso  hacia 
ella,  y  va  usté  a  tomarle  el  gusto  á  un  polvorón! 

Pepete.     Voy  aya. 

Santitos.  Agarrando  ufia  silla  para  acometer  a 
Pepete.  ¿Que  va  usté  allá? 

Pepete.  Retrocediendo.  Carma.  Lo  he  pensao 
mejó.  Yo  no  quiero  perjudica  a  mi  amo  con  un  es- 
cándalo en  la  casa.  Y  aquí,  además,  iban  a  separar- 
nos en  seguía.  Nos  veremos  en  otro  lao.  Pa  encon- 
trarse dos  hombres  siempre  hay  tiempo .  Y  muchos 
sitios  que  no  sean  éste. 

Santitos.  ¡Qué  duda  cabe!  Pero  pa  abrazar  a  mi 
novia  no  va  usté  a  tener  ocasión  ni  sitio. 

Pepete.     ¡Jajayl  Se  entra  en  el  colmado. 

Santitos.  Re^nedándolo  en  son  de  burla.  ¡Jajay! 
Volviéndose  luego  a  Almudena^  y  hablándole  con  el 
aliento  entrecortado.  Se...  se  achicó  el  íuarchoso...  ¡Se 
achicó!...  ¡Pues  hombre!...  ¡Faltaría  otra  cosa!...  Se 
achicó...  se  achicó... 

Almudena.  Sí;  pero  que  no  quede  aquí  esto.  Has 
de  marcarle,  para  memoria,  dos  chirlos  en  la  cara. 


La  del  Dos  de  Mayo  37 

vSantitos.  ¿Dos...  dos  chirlos?...  Como  tú  quie- 
ras... Ya  veremos...  Que  me  busque  él...  Estos  gua- 
pos de  oficio...  se  creen  que  porque  uno  sea  blando 
de  genio... 

Almudena.  ¡Jesús,  cómo  estásl  ;Es  que  de  veras 
has  pasao  un  susto?  ¿Quiés  que  vaya  por  azahar  a  la 
botica? 

Saxtitos.  No,  niña;  no;  es  que  me  he  agitao  un 
poco...  Se  me  han  revuelto  los  humores...  No  estoy 
acostumbrao...  [A  cualquiera  le  pasa!  Esto  no  es  de 
todos  los  días... 

Almudena.     ^Quién  te  ha  araña  o? 

Santitüs.  ¿Quién  había  de  ser?  [Esa  fiera  que  re- 
ñía contigo! 

Almudena.  ¡Santosl  ;Te  has  dejao  arañar  por  una 
mujer? 

Santitos.  ¡No,  hija;  no  me  he  dejaol  ¡Me  ha  ara- 
ñao  ella  sin  que  yo  me  deje!  ¡Era  una  furia! 

Almudena.  ¡Bah!  ¡A  mí  no  ha  podido  arañarme! 
¡Y  soy  mujer! 

Santitos.  Cállate,  que  baja  tu  padre.  Disimula. 
No  hay  que  decirle  nada  de  esto.  Arréglame  el  nudo 
de  la  corbata. 

Obedece  ella  por  ?io  darle  un  nuevo  sofión.  Oportu- 
namente baja  Apolinar  y  sorprende  el  atadro.  Sonríe 
satisfecho  y  se  les  acerca. 

Apolinar.     ¡Vaya  una  escena  pa  un  Wateau! 

Santitos.     ¿Eh?  ¡Señor  Apolinar! 

Apolinar.     ¿Estamos  de  idilio? 

Santitos.     ¡De  idilios!  ¡Uno  detrás  de  otro! 

Apolinar.  Os  dejo  entonces  y  voy  a  entregar 
este  abanico  que  he  terminao  de  restaurar.  A  estas 
horas  de  la  mañana  no  suele  venir  aquí  nadie.  Coge 
su  sombrero  y  va  a  irse,  pero  se  detiene  tm  momento  a 
mostrarle  el  abanico  a  Santitos.  Hombre,  quiero  en- 
señártelo. Verás  una  obra  de  arte.  Es  antiguo:  go- 


38  La  del  Dos  de  Mayo 

yesco.  De  la  marquesa  de  Santoral.  Lo  heredó  de  su 
abuela.  Lo  he  retocao  con  mis  cinco  sentidos.  Mira 
qué  país.  ¿Eh.? 

En  este  punto  vuelve  Ddmasa,  y  viendo  distraídos 
y  separados  de  Almudena  a  Santitos y  a  Apolinar^  la 
llama  disi^nuladamente  y  la  hace  entrar  con  ella  en  la 
portería. 

Santitos.     iPrecioso!  ¡Muy  bonito  abanico! 

Apolinar.  La  pradera  de  San  Isidro  a  fines  del 
siglo  diez  y  ocho. 

Santitos.     Sí. 

Apolinar.  Majos  y  majas,  castañeras  y  petime- 
tres... Este  del  castoreño  y  la  capa  grana  dicen  que 
es  don  Francisco  Goya,  que  está  aquí  buscando  mo- 
delos. Se  descubre  respetuosamente .  Santitos  lo  imita. 
Y  este  del  sombrero  de  medio  queso  y  la  casaca  ne- 
gra, don  Ramón  de  la  Cruz,  el  gran  sainetero  de  la 
época.  Vnelve  a  descubrirse  y  a  imitarlo  Santitos. 

Santitos.     Ya,  ya. 

Apolinar.  Mira  qué  dos  majas,  Santitos;  desafián- 
dose como  dos  leonas.  ¿Eh.^  ¡Se  las  ve  que  las  hierve 
la  sangre!  De  esto  queda  muy  poco. 

Santitos.     ¡Pero  queda  algo  todavía! 

Apolinar.  Madrí  decae.  Pues  atiende  a  estos  dos 
chisperos.  Les  decían  chisperos  a  los  herreros  del 
barrio  de  Maravillas.  No  sé  si  ío  sabes. 

Santitos.  No,  no  lo  sabía;  no,  señor:  oigo  hablar 
de  chispas  y  de  chisperos,  pero  sin  darme  clara 
cuenta. 

Apolinar.     ¡Míralos;  míralos!  De  seguro  se  con- 
ciertan pa  ir  a  algún  fandango  de  candil,  de  aque 
líos  célebres,  que  siempre  acababan  a  oscuras  y  a 
trastazos.  De  esto  tampoco  hay  ya. 

Santitos.  Aunque  se  pierdan  algunas  costumbres 
no  importa.  No  puede  haber  de  todo  siempre. 

Apolinar.     ¡Sí,  hombre;  sí!  Desaparece  lo  pinto- 


La  ael  Dos  de  Mayo  39 

resco,  lo  castizo.  ¡IMalditas  sean  la  pelliza  y  la  gorra! 
Que  recuerde  aquel  tiempo  apenas  queda  ya  más  que 
mi  hija...  y  te  la  llevas  tú,  hombre  afortunao.  ^'Pero 
dónde  está  ella? 

Saxtitos.  Ale  parece  que  ha  entrao  ahí  en  la  por- 
tería. 

Apolinar.  Pues  la  ocasión  la  pintan  calva,  Santi- 
tos.  Echa  conmigo  pa  El  Dos  de  Mayo. 

Saxtitos.     ¿Pa  El  Dos  de  Mayo} 

Apolinar.  Sí,  hombre;  estoy  contento  esta  ma- 
ñana. Te  quiero  convidar.  Vamos  a  que  nos  dé  Pe- 
pete  un  copazo,  como  dice  el  compadre. 

Santitos.     ¿Pepete?  ¿Un  copazo? 

Apolinar.     Sí,  a  lo  castizo:  un  copazo. 

Santitos.  Vamos  allá...  ¡Mientras  no  sea  un  bo- 
tellazo!... 

Apolinar.  Anda,  anda.  Va  se  acabaron  también 
aquellas  tazas  de  Tala-,  era  con  el  Cristo  en  el  fondo... 
¡Hasta  verte,  Cristo  mío! 

Santitos.  Sí,  señor;  sí:  la  devoción  también 
decae. 

Apolinar.     Anda. 

Entran  en  el  colmado  los  dos.  En  seguida  reaparece 
Almiide7ia. 

Almudena.  ^.-Y  mi  padre?  ¿Y  Santitos?...  Habrán 
sahdo  juntos...  Pausa.  ¿Por  qué  te  has  alegrao,  x\l- 
mudena,  délo  que  te  han  dicho,  si  no  hace  diez  mi- 
nutos querías  matarle  a  éí?  ¡Que  esta  mañana  ha  ve- 
nido a  verme!...  ¡Que  ha  plantao  a  esa  mujer  por  mi 
causal...  ¿Por  qué  te  has  alegrao,  Almudena? 

Bajan  el  Soldado^  el  Marinero  y  el  Guardia  civil 
con  buen  humor  y  risas. 

Soldado.  Mirando  su  retrato.  Hi  salido  una  mia- 
ja asustadico.  Paice  que  estoy  frente  al  coronel. 

Guardia.     ¡Ja,  ja,  ja! 

Marinero.     Llegándose   a    Almudena.    Niña,    en 


40  La  del  Dos  de  Mayo 

aguas  de  Cádiz  tengo  yo  una  fragata  pa  que  se  fugue 
usté  conmigo. 

Soldado.     ¡Viva  España! 

Almudena.  ¡y  yo  aquí  una  sombrilla  pa  partír- 
sela a  usté  en  la  cabeza! 

Soldado.     ¡Viva  España! 

Marinero.     ¡Ole  las  mujeres  con  sangre! 

Soldado.     Mal  geniecico  tiene,  tú. 

Almudena.     ¡Descaraos!  ¡Sinvergüenzas! 

Guardia.  Bueno,  bueno,  joven;  que  no  es  pa 
tanto. 

Almudena.  ¡Que  no  es  pa  tanto'...  En  cuanto  ven 
a  una  mujer  sola...  ¡Sinvergüenzas  he  dicho! 

Soldado.     ¡Viva  España! 

Marinero.  Como  usté  me  quiera,  yo  me  meto  en 
las  Ursulinas  pa  educarme  a  su  gusto. 

Guardia.  Anda,  vamonos,  tú,  que  no  está  la  jo- 
ven pa  finuras. 

Almudena.     ¡Más  que  sinvergüenzas! 

Guardia.  ¡Y  dale!  ¡Que  no  se  le  ha  faltao  a  usté, 
joven! 

Almudena.  ¡No  sé  lo  que  será  pa  usté  faltar! 
^•Quién  les  ha  llamao  pa  que  me  den  conversación? 
¡Ea!  ¡ea!  ¡A  la  calle  los  tres  ahora  mismo,  o  empiezo 
a  gritar  y  armo  aquí  la  de  Dos  de  Mayo  y  los  pongo 
coloraos  a  los  tres!  ¡Lástima  de  uniformes!... 

Soldado.     ¡Viva  España! 

Santitos^  que  ha  ido  a  salir  del  colmado^  y  ha  escu- 
chado las  últimas  palabras,  exclama  con  los  pelos  de 
punta: 

Santitos.  ^E1  Ejército,  la  Marina  y  la  Guardia 
civil.'*  ¡No  en  mis  días!  Da  media  vuelta  y  se  vuelve  al 
colmado. 

Marinero.  Así  me  gustan  a  mí  los  barcos:  con 
mucho  carbón  en  las  máquinas. 

Guardia.     Anda,  déjala  y  vamonos,  no  haya  una 


La  del  Dos  de  Mayo  41 

tontería.  Habrá  peleao  con  el  novio  y  está  de  mal 
humor. 

Soldado.  Y  gracias  a  Dios  que  la  hizo  mujer  y 
no  hombre.  ¡Miá,  Faustino,  que  si  esta  moceta  llega 
a  ser  coronel! 

Marinero.     ¡Pos  mía  que  cuando  yegue  a  suegra! 

Soldado.     ¡Viva  España! 

Se  van  los  tres  riéndose. 

Almudena.  Pero  ^'y  ese  Santitos.^..  j Dónde  anda? 
]Cuando  más  falta  me  hubiera  hecho!... 

Baja  doña  Teodora. 

Doña  Teodora.     ^Estás  sola,  xA.lmudena.^ 

Almudena.  ¿No  lo  ve  usté?  Pero  no  crea  usté, 
que  a  veces  lo  prefiero.  Más  vale  estar  sola... 

Doña  Teodora.  ¿Eh?  Pues  tú  hablabas  aquí  con 
alguien. 

Almudena.  Con  tres  descaraos  que  se  metían 
conmigo. 

Doña  Teodora.  ¿Sí,  eh?  ¡Mira  qué  graciosos!  En 
fin,  hija  mía,  yo  me  marcho,  que  se  me  ha  hecho 
algo  tarde  ya.  Adiós,  pichona.  Va  a  besarla  y  Almu- 
dena le  suelta  un  bufido. 

Almudena.  ¡Señora,  basta  de  besuqueo!  ¡Ya  em- 
palaga tanto  merengue!  La  deja  con  la  palabra  en  la 
boca,  y  sube. 

Doña  Teodora.  Atónita.  ¿Qué  es  esto?  jQué  ve- 
nate  la  ha  dao?  ¿Se  habrá  incomodao  con  Santitos? 

Santitos  se  asojfta  con  cierta  precaución  por  la 
puertecilla  del  colmado^  y  al  ver  despejado  el  terreno 
sale. 

Santitos.     ¡Vía  libre! 

Doña  Teodora.     ¡Santitos! 

Santitos.     Mamá. 

Doña  Teodora.  ;Ha  pasao  algo  entre  Almudena 
y  tú? 

Santitos.     ;Por  qué? 


42  La  ael  Dos  ae  Mayo 

Doña  Teodora.  Porque  acaba  de  soltarme  una 
rabotada  y  ha  echao  furiosa  escaleras  arriba. 

Santitos.  ¡Toma!  ¡Y  se  la  suelta  a  Alfonso 
trece  1 

Doña  Teodora.     Oye,  ¿qué  arañazos  son  esos? 

Santitos.     Nada...  ¡La  manía  de  afeitarme  solo! 

Doña  Teodora.     No  te  los  vi  antes... 

Santitos.      Con  un  suspiro  desgarrador.  ¡Ay!... 

Doña  Teodora.     ¿Qué  es  eso,  hijo  mío? 

Santitos.     ¡Ay,  mamaíta,  qué  desencanto  tengo! 

Doña  Teodora.     ¿Tú,  pichón? 

Santitos.  Yo,  mamaíta.  Hasta  ayer  he  podido 
engañarme;  pero  hoy  ya  he  visto  claro  que  Almude- 
na  no  es  mujer  pa  mí. 

Doña  Teodora.     ¿Qué  me  dices? 

Santitos.     Que  no  es  pa  mí. 

Doña  Teodora.     Pero  ¿por  qué,  Santitos? 

Santitos.  ¡Porque  me  ha  tomao  por  Malasañal 
Se  descubre  otra  vez. 

Doña  Teodora.     Como  no  te  expliques... 

Santitos.  Esa  mujer  no  quiere  un  novio,  quiere 
un  guerrillero.  Por  un  quítame  allá  esas  pajas  le  bus- 
ca a  uno  una  cuestión  con  otro  hombre. 

Doña  Teodora.     ¿Sí,  eh? 

Santitos.  Sí.  Chispera  y  manóla  que  es  eila. 
Sueña  con  pendencias  por  sus  ojazos  a  cada  instan- 
te. «¡Cómete  a  ese  hombre!»  ¡No  tengo  ganas!  Es 
heredao.  El  mismo  señor  Apolinar,  que  es  más  cas- 
tizo que  las  bolas  del  puente  de  Segovia,  me  ha  di- 
cho ahora  mismo  en  El  Dos  de  Mayo  que  a  mi  edá 
se  debe  querer  con  fatigas.  ¡Y  yo  no  puedo  querer 
con  fatigas!  ¡Ni  querer,  ni  hacer  nada!  ¡Hip!...  Ahora, 
que  si  me  da  otro  copazo,  se  sale  con  la  suya.  ¡Ni  en- 
tiendo ese  lenguaje  tampoco!  A  mí  me  dice  mi  novia 
un  día:  <  ¡Negro  de  mi  sangre! »  y  me  veo  negro  pa 
darla  una  contestación  adecuada. 


La  del  Dos  de  Mayo  43 

Doña  Teodora.  Cálmate,  hijito;  cálmate...  ¡Vaya 
por  Dios!  ¡vaya  por  Dios!... 

Saxtitos.  Usté  no  sabe  la  mañana  que  llevo.  La 
he  tenido  que  separar  de  una  prójima  que  quería 
cortarla  la  cara;  quiere  que  mate  yo  al  estudiantino 
que  fué  su  novio;  quiere  que  señale  a  Pepete...  ¡Y  no 
hace  nada  estaba  aquí  insultando  a  un  marinero,  a  un 
guardia  civil  y  a  un  soldado,  y  mirando  pa  todas 
partes  a  ver  si  me  veía  y  empezaba  yo  a  bofetadas 
con  los  tres  juntos! 

Doña  Teodora.      ¡En  el  nombre  del  Padrei 

Santitos.  Yo  no  me  asusto  como  un  ratón,  ma- 
maíta;  ¡pero  tampoco  quiero  vivir  en  estado  de 
sitio! 

Doña  Teodora.     ¡Claro  que  no,  rico;  claro  que  no! 

Santitos.  ¡Y  tanto  como  no!  Salí  del  colmao  a 
tiempo  de  olerme  la  pendencia  con  los  militares...  y 
me  hice  el  Goya. 

Doña  Teodora.     ¿Qué? 

Santitos.  Que  me  hice  el  Goya.  Goya  era  sordo. 
Me  lo  ha  dicho  también  el  padre  de  Almudena.  No 
puede  ser,  mamaíta;  no  puede  ser.  Yo  no  soy  un 
castizo.  Es  muy  brava  esa  hembra  pa  un  hombre  tan 
inofensivo  como  yo.  No  soy  un  castizo.  ¡No  me  da 
la  gana  de  querer  con  fatigas!  ¡Hipl... 

Doña  Teodora.  ;Quién  sabe  todavía,  monín.?  Tú 
no  te  precipites.  A  lo  mejor  es  que  hoy  se  ha  levan- 
tao  ella  de  mal  temple...  No  te  precipites,  bobón. 

Santitos.  ¡Qué  más  quisiera  yo,  mamaíta!...  ¡Con 
lo  que  a  mí  me  gusta!...  ¡Porque  estoy  tan  enamorao 
de  Almudena...  tanto,  tanto...  como  si  yo  fuera  un 
castizo,  sin  serlo!  ¡Ay!  ¡Qué  ojos  tiene! 

Doña  Teodora.  Bueno;  en  casa  hablaremos  des- 
pacio. 

Santitos.     Bueno.  Adiós,  mamaíta. 

Doña  Teodora.     Adiós,  salao.  Dame  un  beso. 


44  -^^  del  Dos  ae  Mayo 

Santitos.     ¡Mamaítal... 

Doña  Teodora.     ¡Si  no  lo  ve  iiadiel  Lo  besa. 

Santitos.  Por  estas  niñerías  me  dicen  luego  pol- 
vorón. 

Doña  Teodora.  ¡Ay,  qué  lucha  de  hijos!  Se  mar- 
cha. 

Santitos.  Yo  voy  a  hablar  con  la  portera  ahora 
que  estoy  solo,  porque  me  huele  un  poquitín  a  cuer- 
no quemao.  Un  poquitín.  Entra  en  la  portería. 

Música 

En  la  calle,  un  sexteto  de  músicos  ambulantes^  co- 
locándose en  la  acera  de  enfre^tte  ante  la  puerta  de  la 
casa  y  toca  una  pieza  popular,  de  aire  alegre  y  ritmo 
animado.  Baja  Ahmidena. 

Almud ENA.  No  está  una  en  lo  que  hace...  ¿Pues 
no  dejé  la  tienda  sola?...  Pero  ¿y  Santitos.?  jDónde  se 
habrá  metido  ese  simple.''  Hov  termino  con  él.  Place 
falta  estar  ciega  o  loca  pa  haberse  dejao  arrastrar  a 
una  cosa  así,  por  despecho  y  por  celos. 

Uno  de  los  músicos  del  sexteto,  mal  trajeado,  coji- 
tranco,  de  enormes  gafas  negras,  pasa  al  interior  del 
portal  y  se  dirige  con  la  mano  tendida  a  Almudena. 

Músico.  Con  voz  extraña  y  temblorosa.  ¿Hay  algo 
pa  los  ciegos,  joven? 

Almudena.  Sí,  hombre;  sí.  Los  ciegos  me  dan 
compasión.  ^Quién  no  lo  ha  estao  alguna  vez.?  Va  al 
mostrador  por  unos  cuartos . 

Músico.     ¡Verdá  que  sí! 

Almudena.     ;Eh.? 

Músico.     Descubriéndose.  Mira:  mírame. 

Almudena.     jEh?  ¡Carmelo!  ¡Vete! 

Carmelo.     ¡No! 

Almudena.     ¡Me  iré  yo  entonces! 

Carmelo.  Cerrándole  el  paso.  ¡Tampoco!  ¡Has  de 
oírme! 


La  del  Dos  de  Mayo 


4S 


Almudena. 
Carmelo.     ¡ 


¡No  quiero! 
A  un  grillo  es  y  se  le  oyeí 

Cantado 


Óyeme,  Almudena, 
oye,  y  no  me  quieras  perder; 

óyeme,  morena, 
que  ahora  va  de  veras,  mujer. 
Almudena.        ¡Márchate,  mal  hombre^ 
márchate  muy  lejos  de  mí; 

odio  hasta  tu  nombre: 


ya  ni  gloria  quiero  de  til 


Carmelo. 


No  te  ciegues,  ciega  mía, 
que  eso  es  ceguera  na  más, 
y  ya  que  cegaste  un  día, 
mira  claro  los  demás. 

Yo  que  soy  un  mediquillo 
tu  ceguera  curaré, 
y  seré  tu  lazarillo 
y  a  un  altar  te  llevaré. 
Almudena.       Yo  no  puedo  ya  fiarme 

del  que  siempre  me  mintió, 
ni  tampoco  abandonarme 
al  que  tanto  me  ofendió. 

Tú  pensaste  que  yo  era 
maniquí  para  jugar, 
y  ésa  sí  que  fué  ceguera 
imposible  de  curar. 

Carmelo.  Imposible,  no; 

que  te  juro  que  estoy  bien  curao, 

Lo  que  te  ofendió 
bajo  tierra  está  ya  sepultao. 

¿Qué  temes,  que  no? 
¡Por  mi  madre  lo  dejo  juraol 


46  La  del  Dos  de  Mayo 

Almudena  lo  viira  a  punto  de  creerlo.  Pausa.  Él  se 
le  aproxima  confiado,  y  cogiéndola  de  las  manos  la 
obliga  a  mirarlo  otra  vez.  Ella  no  se  resiste;  al  fin 
sonríe...  Carmelo  entonces  le  pregunta: 

^Pasó  la  tormenta?...  iPasó! 

Almudena  se  míe  a  él  con  exaltación  amorosa. 

Almudena.        ¡Eres,  aunque  yo  no  quiera, 

el  imán  que  siempre  sigo! 

¡Con  todos  soy  una  fiera, 

y  una  paloma  contigo! 
Los  DOS.  ¡Otra  vez  así  de  nuevo, 

porque  así  lo  quiere  Dios! 

¡Tú  me  llevas!  ¡Yo  te  llevo! 

¡Es  el  sino  de  los  dos! 

Cesa  la  música. 

Carmelo.      ¡Gracias  a  Dios,  chiquilla! 

Almudena.     ¡Gracias  a  Dios! 

Carmelo.  A  los  músicos.  ¡A  la  otra  esquina,  com- 
pañeros! ¡Voy  allá  en  seguida! 

Los  músicos  se  alejan. 

Almudena.     ¡Eres  el  diablo! 

Carmelo.  El  diablo  a  las  puertas  del  cielo,  como 
en  Do7t  Juan  Tenorio.  No  tenemos  tiempo  que  per- 
der. Esta  ocasión  es  única,  Almudena.  Tú  y  yo  po- 
demos entendernos;  pero  nadie  más  nos  entiende. 
Después  de  lo  pasao,  aquí  no  cabe  sino  una  solu- 
ción. 

Almudena.     Dímela. 

Carmelo.  Cada  minuto  que  se  va  compromete 
nuestra  ventura. 

Almudena.     ,jQué  quieres.'' 

Carmelo.  Que  no  dudes  de  mí  un  instante  y  que 
me  hagas  caso.  Yo  voy  ahora  mismo  a  casa  de  doña 


La  del  Dos  de  Mayo  47 

Candelas,  mi  madrina.  Allí  te  aguardo,  v  allí  te  que- 
darás con  ella  a  vivir  hasta  que  nos  casemos,  que  va 
a  ser  muy  pronto. 

Almuuena.     jCarmelo! 

Carmelo.  Si  vacilas  ahora,  ya  no  tendremos  un 
momento  de  paz.  La  historia  volverá  a  repetirse.  ¡Un 
inñerno!  Y  tus  padres  acabarían  por  separarnos  a 
nosotros  pa  siempre. 

xAlmudena.     ¡Eso,  no! 

Carmelo.  ¡Pues  a  quemar  las  naves!  ¡Ánimo!  En 
casa  de  mi  madrina  estoy. 

Almudena.     Allá  iré  yo,  siguiéndote  los  pasos. 

Carmelo.  ¡Bendita  sea  tu  boca!  Se  marcha  co- 
rriendo. 

Almudena.  Sí;  tiene  razón  él.  Hay  que  decidirse; 
hay  que  hacerlo.  ¡Nos  va  todo! 

Cuando  se  resuelve  a  subir ^  sale  Santitos  de  lapor- 
teria,  sobrecogiéndola. 

Santitos.     ¡Todo,  todo! 

Almudena.     ¿Qué.?  ¡Santitos! 

Santitos.     Y  a  mí  también  me  va  mucho  en  ello. 

Almudena.     ¡Santitos! 

Santitos.  Por  primera  vez  te  he  visto  pálida,  leo- 
na de  Castilla.  Te  marchas  con  el  estudiante,  ¿verdá? 

Almudena.     ¡Sí! 

Santitos.  Haces  bien.  Sube  por  el  mantón  y  es- 
capa. Te  vas  con  el  único  hombre  a  quien  quieres. 

x^LMUDENA.  Sí;  con  el  único.  Le  quiero,  Santitos; 
le  quiero...  le  quiero... 

Santitos.     ¡Le  quieres  con  fatigas! 

Almudena.     ¡Sí!  No  te  engaño. 

Santitos.  Pues  anda,  anda.  Sed  felices.  Yo  ante- 
pongo a  la  mía  tu  felicidad.  Sin  contar  con  que  nos- 
otros dos  no  podríamos  ser  dichosos  nunca. 

Almudena.     ¡Nunca! 

Santitos.      ¡Esa  3^a  me  la  tenía  yo  tragada!  ¡Y  aun 


48  La  del  Dos  de  Mayo 

le  quedo  agradecidísimo  a  tu  novio!  ¡La  de  cuestio- 
nes que  me  ahorra!... 

Almudena.  Santitos,  yo  no  puedo  perder  más 
tiempo... 

Santitos.  Una  palabra,  que  no  será  perdida.  Pa 
que  veas  cómo  te  quiero  yo.  Le  vas  a  decir  a  ese 
hombre  que  yo  mismo  he  amparao  tu  fuga;  pero  que 
si  te  hace  una  fechoría,  todas  las  cuestiones  que  aho- 
ra me  evita,  las  va  a  tener  conmigo:  seré  yo  quien  le 
pida  cuentas. 

Almudena.     No  hará  falta. 

Santitos.  Por  si  acaso,  tú  se  lo  dices  de  mi  par- 
te. Santitos  no  será  un  castizo  a  diario,  ni  un  majo, 
ni  un  jaque,  ni  un  valiente;  pero  si  te  ofenden  a  tí, 
Santitos  será  un  día  una  especie  de  Juan  Martín  el 
Empecinao.  ¡Sube  por  el  mantón  y  escapa! 

Almudena.     ¡Sí i    Vase  corriendo  escaleras  arriba. 

Santitos.  ¡Áy!...  ¡No  era  pa  mí  la  del  Dos  de 
Mayo!...  La  del  Dos  de  Mayo  es  la  que  aquí  va  a  ar- 
marse cuando  se  entere  mi  difunto  suegro. 

Simultáneameíite  salen  Dámasa  de  la  porteiia  y  Co- 
ronilla del  colmado.  Los  dos  van  a  Santitos  a  felici- 
tarlo. Coronilla^  qne  le  da  un  abrazo^  lo  "isusta  a  su 
pesar. 

Coronilla.  ¡Venga  usté  aquí,  amigo;  venga  usté 
aquí! 

Santitos.     ¿Quién.í* 

Coronilla.     ¡Yo,  soy  yo! 

Santitos.     ¡Caray!  ¡Creí  que  era  mi  difunto  suegro  I 

Coronilla.  ¡Así  hasen  los  hombres;  así  se  con- 
dusen  los  hombres! 

Santitos.     ^Le  parece  a  usté.? 

Coronilla.     ¡Eso  es  sé  castiso!  ¡Castiso  de  verasl 

Santitos.  ^Castizo.?  Pues  mire  usté,  ¡no  me  pasa- 
ba por  la  imaginación! 

Dámasa.     ¡Pues  hace  usté  lo  único  acertao!  ¡Por- 


La  del  Dos  de  Mayo  49 

que  Almudena  no  quiere  más  que  a  ese  estudiante! 
jEstá  loca  por  éll 

Santitos.  ¡Claro!  ¡Y  a  mí  me  olía  la  cabeza  a  pól- 
vora! {Llamémosle  pólvora! 

Dámasa.     Ya  baja  ella. 

Efectivamente ^  Almudena  baja  presurosa^  acomo- 
dándose el  mantón.  Mira  a  todos  y  ^  sin  palabras^  va  a 
marcharse^  cuando  retrocede  asustada. 

Almudena.     [Mi  padre! 

Santitos.     ¡Mi  madre! 

Coronilla.     ¿Su  padre.^ 

Santitos.     ¡No  importa;  vete  por  el  colmao! 

Coronilla.     ¡Es  verdá! 

Dámasa.     ¡Casa  con  dos  puertas...! 

Almudena.  ¡La  Virgen  me  acompañe!  Vase  rápi- 
damente. 

Coronilla.  Entusiasmado,  volviendo  a  abrazar 
a  Santitos.  ¡Ole  los  hombres  con  agayas!  ¡Cuando 
digo  que  es  esté  un  castiso! 

Santitos.     ¡Ahí  ve  usté:  donde  menos  se  piensa...! 

Llega  de  la  calle  Apolinar,  rebosando  júbilo. 

Apolinar.  Hola,  buena  gente.  ¡Vengo  borracho 
de  alegría,  Santitos! 

Santitos.     ^Y  eso? 

Apolinar.  ¡Verás  qué  abanico  me  han  dao  a 
restaurar!  ¡Verá  usté,  compadre;  verá  usté!  ¡Una 
joya ! 

Desenvuelve  la  joya  y  la  muestra  ufano. 

Mientras  tanto.,  asoma  mollino  Pepete^  llevándose 
una  mano  a  un  ojo.  Se  conoce  que  Almudena  se  ha 
despedido  de  él. 

Pepete  ¡Cámara  con  la  der  Dos  de  Mayo!  ¡Es 
preferible  que  lo  coja  a  uno  un  toro! 

Apolinar.  ^Qué  tal,  compadre?  ^Eh,  Santitos;  qué 
tal?  ¡Vaya  colorido!  ¡Vaya  asunto!  ¡Qué  tiempos  aque- 
llos! Unos  estudiantes  de  la  tuna  que  se  conciertan 


50  La  del  Dos  de  Mayo 

con  unos  músicos  pa  burlar  a  un  tutor  o  a  un  padre, 
mientras  otro  se  lleva  a  la  novia  en  silla  de  manos. 

Santitos.       ¡Vaya  asunto! 

Coronilla.     ¡Y  vaya  coló! 

Apolinar.       ¡De  esto  ya  no  hay! 

Santitos.     Entre  afirmación  y  suspiro .  ¡Hay! 

Apolinar.  [Cosas  de  antaño,  compadre! 

Coronilla.     ¡O  cosa  de  tos  los  tiempos! 

D.ÍMASA.  ¡Cosas  de  hombres  y  mujeres! 

Pepete.  ¡Cosas  pa  quedarse  tuerto! 

Santitos.     Al  público: 

Cosas  que  yo,  por  lo  clásico, 
he  de  acabar  como  debo: 
aquí  termina  el  saínete; 
perdonad  sus  muchos  yerros. 


FIN 


Madrid,  14  de  marzo  de  1920. 


OBRAS  DE  LOS  MISMOS  AUTORES 

JUGUETES  CÓMICOS 

(primeros  ensayos) 
Esgrima  y  amor. — Belén,  12,  principal. — Güito. — La  media  na- 
ranja.— El  tío  de  la  flauta. — Las  casas  de  cartón. 

COMEDIAS  Y  DRAMAS 

EN   UN    ACTO 

La  reja. — La  pena. — La  azotea. — Fortunato. — Sin  palabras. — 
Pedro  López. 

EN   DOS   ACTOS 

La  vida  íntima. — El  patio. — El  nido. — Pepita  Reyes. — El  amor 
que  pasa. — El  niño  prodigio. — La  vida  que  vuelve. — La  escon- 
dida senda. — Doña  Clarines. — La  rima  eterna. — Puebla  de  las 
Mujeres. — La  consulesa. — Dios  dirá. — El  ilustre  huésped. — Así 
se  escribe  la  historia. — Febrerillo  el  loco. 

EN   TRES   o   MÁS   ACTOS 

Los  Galeotes. — Las  flores. — La  dicha  ajena. — La  zagala. — La 
casa  de  García. — La  musa  loca. —  El  genio  alegre.  —  Las  de 
Caín. — Amores  y  amoríos. — El  centenario. — La  flor  de  la  vida. — 
Malvaloca. — Mundo,  mundillo... — Nena  Teiuel. — Los  Leales. — 
El  duque  de  Él. — Cabrita  que  tira  al  monte... — Marianela. — 
Pipióla. — Don  Juan,  buena  persona. — La  calumniada. — El  mundo 
es  un  pañuelo. 

SAÍNETES  Y  PASILLOS 

La  buena  sombra.— Los  borrachos.~El  traje  de  luces.— El 
motete. — El  género  ínfimo. — Los  meritorios. — La  reina  mora. — 
Zaragatas. — El  mal  de  amores, — Fea  y  con  gracia. — La  mala 
sombra. — El  patinillo. — Isidrín  o  Las  cuarenta  y  nueve  provin- 
cias.— Los  marchosos, — La  del  Dos  de  Mayo. 

ENTREMESES  Y  PASOS  DE  COMEDIA 
El  ojito  derecho. — El  chiquillo. — Los  piropos. — El  flechazo.— 
La  zahori. — El  nuevo  servidor. — Mañana  de  sol. — La  pitanza.— 
Los   chorros  del   oro. — Morritos,  —  Amor  a  oscuras. — Nanita, 

I 


nana... — La  zancadilla. — La  bella  Lucerito. — A  la  luz  de  la  luna. — 
El  agua  milagrosa. — Las  buñoleras.-— Sangre  gorda. — Herida  de 
muerte.— El  último  capítulo.— Soüco  en  el  mundo.— Rosa  y  Ro- 
sita.—Sábado  sin  sol. — Hablando  se  entiende  la  gente. — ¿A 
quién  me  recuerda  usted? — El  cerrojazo. — Los  ojos  de  luto. — 
Lo  que  tú  quieras. — Lectura  y  escritura. — La  cuerda  sensible. — 
Secretico  de  confesión. — La  Niña  de  Juana  o  El  descubrimiento 
de  América. — El  corazón  en  la  mano.  —  La  sillita. — La  moral  de 
Arrabales. — La  flor  en  el  libro. 

ZARZUELAS 

EN  UN   ACTO 

El  peregrino. — El  estreno. — Abanicos  y  panderetas  o  ¡A  Sevi- 
lla en  el  botijo! — El  amor  en  solfa. — La  patria  chica. — La  muela 
del  rey  Farfán. — El  amor  bandolero. — Diana  cazadora  o  Pena  de 
muerte  al  Amor. — La  casa  de  enfrente. 

EN   DOS   o   MÁS   ACTOS 

Anita  la  Risueña. — Las  mil  maravillas. 

MONÓLOGOS 
Palomilla. — El  hombre  que  hace  reír. — Chiquita  y  bonita. — 
Polvorilla  el  Corneta. — La  historia  de  Sevilla. — Pesado  y  medido. 
VARIAS 
El  amor  en  el  teatro. — La  contrata. — La  aventiira  de  los  ga- 
leotes.— Cuatro  palabras. — Carta  a  Juan  Soldado. — Las  hazañas 
de  Juanillo  el  de  Molares. —  Becqueriana. — Rinconete  y  Cor- 
tadillo.— Castañuela,  arbitrista. 


Pompas  y  honores,  capricho  literario  en  verso.  Fernando  fe, 
Madrid. 

Fiestas  de  amor  y  poesía,  colección  de  trabajos  escritos  ex  profe- 
so para  tales  fiestas.  Manuel  Marín,  Barcelona. 

La  madrecita,  cuadros  de  costumbres.  Biblioteca  Nueva,  Madrid. 

La  mujer  española,  una  conferencia  y  dos  cartas.  Biblioteca  His- 
fiania^  Madrid. 

Ruido  de  faldas,  pasos  y  entretneses  escogidos,  con  un  prólogo 
sobre  el  trabajo  de  la  mujer.  Enciclopedia,  Madrid. 

EDICIÓN  ESCOLAR: 
Doña  Clarines  y  Mañana  de  sol,  Edited  with  introduction,  no- 
tes and  vocabulary  by  S.  Grisiüold  Morley,  Ph.  D.  Assistant  Pro- 
fessor  of  Spanish,    üniversity  of  California.  —  Heath's  Modern 
Language  Series. — Boston,  New  York,  Chicago. 


TRADUCCIONES 

AL  ITALIANO: 

1  Galeoti, — II  patio. — I  fiori  (Las flores). — La  pena. — L'amoic 
che  passa. — La  Zanze  (La  Zagala)^  por  Giuseppe  Paulo  Pac- 

CHIEROTTI. 

Anima  allegra  (El  genio  alegre),  por  Juan  Fabré  y  Oliver  y 
LüiGi  Motta. 
Le  fatiche  di  Ercole  (Las  de  Caín),  por  Juan  Fabré  y  Oliver. 

I  fastidi  della  celebritá  (La  vida  intima),  por  Giuuo  de 
Medici. 

La  casa  di  García. — Al  chiaro  di  luna. — Amore  al  bulo  (Amor 
a  oscuras),  por  LuiGi  Motta. 

II  centenario,  por  Franco  Liberati. 
Donna  Clarines,  por  Giülio  de  Frenzí. 

Ragnatelle  d'amore  (Puebla  de  las  Mujeres),  por  Enrico  Te- 

DESCHI. 

Mattina  di  solé. — L'ultimo  capitolo. — II  fiore  della  vita. — Mal- 
valoca. — Jettatura  (La  mala  sombra). — Anima  malata  (Herida  de 
muerte). — Chi  mi  ricorda  lei.^  (dA  quién  me  recuerda  usted?) — 
Cosí  si  scrive  la  storia,  por  Gilberto  Beccarj  y  Luigi  Motta. 

AL  VENECIANO: 
Siora  Chiareta  {Doña  Clarines),  por  Gino  Cucchetti. 
El  paese  de  le  done  {Puebla  de  las  Mujeres),  por  Garlo  Mon- 

TICELLI. 

AL  ALEMÁN: 

Ein  Sommeridyll  in  Sevilla  (^//a/w). — Die  Blumen  {Las  flo- 
res).— Die  Liebe  geht  vorüber  {El  amor  que  pasa). — Lebenslust 
{El  genio  alegre),  por  el  Dr.  Max  Brausewetter. 

Das  fremde  Glück  {La  dicha  ajena),  por  J.  Gustavo  Rohde. 

Ein  sonniger  Morgen  {Mañana  de  sol),  por  Mary  v,  Haken. 

Begegnung  (Mañana  de  sol),  por  Franziska  Becker  y  S.  Gra" 
fenberg. 


AL  FRANCÉS: 
Matinée  de  soleil  {Mañana  de  so¿),  por  V.  Borzia. 
La  fleur  de  la  vie  {Lafior  de  ¿a  vida)^  por  Georges  Lafond  y 
Albert  Boücheron. 
Le  patio. — Le  chouchou  (El  ojito  derecho),  por  Maurick  Coin- 

DREAU. 

AL  HOLANDÉS: 

De  bloem  van  het  leven  {La  flor  de  ¿a  vida\  por  N.  Smidt- 
Reineke. 

AL  PORTUGUÉS: 

O  genio  alegre. — Mexericos  {Puebla  de  las  Mujeres). — Malva- 
loca,  por  ToAO  Soler. 

Marianela. — Assim  se  escreve  a  historia. — Segredo  de  con- 
fissSo,  por  Alice  Pestaña  (Caíel). 

A  Dama  Branca  (Doña  Clarines)^  por  Alberto  de  Moraes. 

AL  INGLÉS: 

A  morning  of  sunshine  {Manaría  de  soí),  por  Mrs.  Lucretia 
Xavier  Floyd. 

Malvaloca,  por  Jacob  S.  Fassett,  Jr. 

By  their  words  ye  shall  know  them  {Hablando  se  entiende  la 
gente),  por  John  Garpett  Underhill. 


LIBRERÍA     «FERNANDO    F 1^  » 
PUERTA     DEI     SOL,     I  S 

SOCIEDAD     DE    AUTORES    ESPAÑOLES 
PRADO,    24 


I. SO    PKSETAS 


I 


RARE  BOOK 
COLLECTION 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 

AT 

CHAPEE  HILL 


PQ6217 
.T44 
V.18 
no. 1-17