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? Zorrilla de San Martin
RTIGAS
LA EPOPEYA DE ARTIGAS
ARTIGAS EN 1810
Ayudante Mayor del Cuerpo de Caballería de Blandengues
Frontera de Montevideo. (Cuadro de Juan Manuel Blanes)
TALLERES GRÁFICOS A. BARREIRO Y RAMOS
CALLE BARTOLOMÉ MITRE, NÚM. 61
ORIGEN DE ESTE LIBRO
Ministerio de Relaciones Exteriores.
Montevideo, Mayo 10 de 1907.
Considerando :
l.o Que honrar á los héroes sirve, á un tiempo, de premio, de
estímulo y de ejemplo;
2.o Que es un anhelo del alma nacional el pensamiento de levantar
una estatua al General Artigas, libertador y mártir, héroe por la
abnegación, por el denuedo y por el infortunio;
3.o Que no es posible retardar por más tiempo el advenimiento
del día en que, según dijera el Doctor Carlos María Ramírez los
niños, el ejército y el pueblo se inclinarán ante la estatua del gran
calumniado de la Historia de América, del héroe infortunado cuya
postuma glorificación ha de ser perdurable estímulo de las abnega-
ciones patrióticas que sólo reciben de sus contemporáneos la ingra-
titud, el insulto y el martirio;
4.« Lo dispuesto en la Ley de 5 de Julio de 1883, y en el in-
ciso E del artículo l.o de la Ley de 23 de Marzo de 1906,
El Presidente de la República
DECRETA:
Artículo l.o Eríjase en la Plaza de la Independencia un monu-
mento á la inmortal memoria del General José Artigas, precursor
de la nacionalidad oriental, procer insigne de la emancipación ame-
ricana;
Artículo 2.o Llámase á concurso para la presentación de bocetos,
al que podrán concurrir los escultores uruguayos y extranjeros que
lo deseen, instituyéndose dos premios en dinero, el primero de dosi
mil pesos, y el segundo de mil. Con el propósito de asegurar la con-
ORIGEN DE ESTE LIBKO
currencia de escultores de fama mundial, se pedirán bocetos á cuatro
grandes artistas, abonándoseles por cada uno de ellos, embalado en
el taller, la suma de mil doscientos pesos;
Artículo S.o Cuando todos los bocetos se encuentren en Montevideo,
se nombrará un Jurado, compuesto de personas competentes, encar-
gado de determinar cuál deberá aceptarse;
Artículo 4.o Desígnase al Doctor Juan Zorrilla de San Martín
para que, de acuerdo con las instrucciones del Gobierno, prepare
una Memoria sobre la personalidad del Generar Artigas, y los
datos documentarlos y gráficos que puedan necesitar los artistas ;
Artículo 5.o Solicítese por el Ministerio de Relaciones Exte-
riores el concurso de los escultores, formúlense las bases corres-
pondientes, hágase saber á quienes corresponda y publíquese.
WILLIMAN.
Alvaro Guillot. — Jacobo Várela Acevedo.
Ministerio de Eelaciones Exteriores.
Montevideo, Mayo 16 de 1907:
Remito á usted copia del Decreto por el cual el Gobierno resuelve
erigir una estatua al General Artigas, y lo designa á usted para
preparar una Memoria sobre dicha personalidad, y los datos docu-
méntanos y gráficos que puedan necesitar los escultores.
Confiando en que usted prestará al Gobierno, y al País, el con-
curso de su notorio buen gusto y preparación en historia y en artes,
aceptando la honrosa distinción de que se le ha hecho objeto, apro-
vecha la oportunidad para saludarlo atentamente.
Jacobo Várela Acevedo.
Al doctor don Juan Zorrilla de San Martín.
ORIGEN DE ESTE LIBRO
Montevideo, 27 ele Mayo de 1907.
Excmo. señor Ministro de Relaciones Exteriores, doctor don Jacobo
Várela Acevedo.
Señor Ministro:
Con satisfacción sólo comparable al temor que me infunde la des-
proporción entre mis fuerzas y la magnitud de la honrosa tarea que
se me confía, acepto agradecido la de dar á los artistas, de acuerdo
con las instrucciones del Gobierno, el canon del monumento que se
levantará, por fin, en Montevideo, á nuestro grande Artigas.
Quiera V. E. hacerse intérprete de mi gratitud ante el señor Pre-
sidente de la República, por el que considero el más alto honor que
pudiera discernírseme como ciudadano, y dígnese aceptar también
V. E., personalmente, las protestas de ese mi cordial reconocimiento,
con las muy afectuosas de mi grande estimación.
Juan Zorrilla de San Martín.
CARTA CONFIDENCIAL
Al Señor Ministro de Relaciones Exteriores.
Mi estimado señor Ministro :
Tras largo pensar en la mejor forma y más adecuada de
preparar la Memoria sobre la personalidad de Artigas, y
ofrecer á los escultores los datos gráficos, á que se refiere el
decreto de 10 de Mayo de 1907, llegué á persuadirme de que,
en vez de redactar un cuaderno de informaciones, un libro
documentado, ó cosa por ese estilo, era mejor que yo hablase
directamente con los artistas á quienes debo instruir, y, sobre
todo, inspirar.
El signo escrito, así fuere el más expresivo, nunca lo es
tanto como la viva voz. Ésta consiente una discreta familia-
ridad, que juzgo muy propicia á la transmisión de la ense-
ñanza, pues se compadece con alguna difusión, ó insisten-
cia en los conceptos esenciales, que, si grave defecto en lo
escrito, no lo es tanto, me parece, y hasta puede constituir
una cualidad en lo hablado. Por otra parte, la afectuosa
conversación, bien que fácil y sencilla, es susceptible de aque-
lla dignidad que, según Emerson, pertenece á los objetos
naturales, y que no se halla en los artificiales ; mantiene la
atención sobre los asuntos más serios y difíciles, y, con el
CARTA CONFIDENCIAL
calor del aliento personal, transmite, como ningún otro signo
humano, la emoción estética.
Si Vd. comparte mi opinión, le ruego quiera recorrer estos
apuntes, que pongo en sus manos en cumplimiento de la
tarea que sobre mí he tomado. Eso es, palabra más, palabra
menos, lo que yo diré á los artistas, si Vd. juzga que es eso
lo que más conviene inculcarles ó sugerirles.
He cuidado, ante todo y sobre todo, como Vd. lo advertirá,
de decir la verdad histórica más auténtica y depurada ; pero,
no echando en olvido el objeto que debo perseguir, he procu-
rado que la verdad no permanezca inerte, como materia
amorfa, en el entendimiento de mis oyentes, sino que, pene-
trando en la interna sensibilidad, se transforme en imagen?
y, llegando con ésta hasta el corazón, despierte en él senti-
mientos ó emociones. Que son éstas las que reciben forma ó
expresión, en el proceso psicológico, que todos conocemos, de la
creación artística.
No creo que deba preocuparme más de lo justo el temor
de que, por ello, me moteje alguno de poeta, y, por ende, ca-
lifique esta mi obra de mera fábula ó ficción. Nada fuera
más hacedero que conjurar ese peligro : con no hacer uso sino
de los vocablos y frases impersonales y de una sola pieza del
dialecto ó argot profesional, sin omitir algunos apéndi-
ces con documentos, mi obra residtaría verdaderamente vene-
rable y seria, porque nadie la leería, si ya no fuese algún
investigador paciente.
Pero yo he debido despojarme de todo respeto humano, y, al
darme á mí mismo la libertad, dar á los otros lo que más
tienen derecho á exigirme en este caso, y es lo más serio y res-
petable que hay en el mundo : la sinceridad.
Todos ó casi todos sabemos que no es cierto que la verdad
OARTA CONFIDENCIAL
muera ó se destruya por ser colocada en el corazón de los
hombres, bien asi como no se aniquila la semilla por ser de-
positada en el de la tierra. Precisamente es ese, y no otro, el
destino de ambas, el de la verdad y el de la simiente: trans-
formarse en su entrañable abrazo con el alma ó con la tierra ;
dar jlores y frutos en ésta; despertar pasiones y prácticas
virtudes en aquélla.
Por ley de nuestra humana naturaleza, la percepción de
la verdad va siempre acompañada del deseo (tanto más
vivo, cuanto aquella percepción es más intensa y clara)
de hacerla prevalecer. Y hacer prevalecer la verdad no es
otra cosa, si bien se mira, que convertirla, no tanto en sim-
ple noticia ó término de conocimiento, cuanto en objeto de
amoi; en motor de la humana voluntad.
En estos, y otros análogos razonamientos, se fúndanlos
que sostienen que la finalidad primordial de la histwia de
los pueblos no es otra que la formación del patriotismo, es
decir, del sentimiento racional de amor á la Patria, y el
adto de sus héroes. Es sabido cómo y en qué precisos tér-
minos está consagrada esa doctrina en el Plan de Ense-
ñanza de Prusia de los últimos decenios, y la influencia
que ella ha ejercido en la formación de la moderna Ger-
mania.
Y si ese debe ser el objeto práctico de la historia en
general,, ¿ qué mucho que lo persiga la que narra y comenta
los pasados hechos, para mover ¡yrecisamente la facultad,
r rendara de un artista, y sugerirle un patríótico monumento?
Ahora bien: sólo hay un recurso, según se me alcanza,
para llegar, con la verdad triunfante, hasta la fantasía ó
el corazón de los humanos: el celeste poder de la belleza.
Vis superba foutam.
CARTA CONFIDENCIAL
¡La Belleza! ¡La divina Harmonía! Yo la he llamado en
mi auxilio, y ojalá que no en vano, al escribir estas lec-
ciones. Hube de buscarla, inconscientemente primero, al solo
predisponer mi espíritu al estudio, por aquello de que quien
vio una vez á Helena no puede vivir sin ella; pero he re-
currido también, y muy especialmente, al amparo de la
potente diosa, para no defraudar la esperanza de los que
han creído que yo podría transmitir, á otros corazones, la
pasión de la Patria, reflejada en el mío, con respecto al
héroe cuyo monumento vamos á erigir.
Porque debo manifestar aquí esa ingenua convicción. Vd.
me dice, en su comunicación oficial, que he sido designado
para la tarea que sobre mí he tomado, á causa de una pre-
paración en historia y en artes que generosamente me atri-
buye. Va á permitirme un cuasi desacato. Nó, no es esa
la causa principal, ó mucho me equivoco, de la ventura que
me ha cabido en suerte: nuestra historia está escrita, y bien
escrita y documentada; en cuanto á la preparación en ar-
tes, debemos suponer que los artistas la tienen tanto ó más
que yo.
Lo que acaso faltaba, para inspirar á éstos el monumen-
to, era una fórmida, no sólo veraz, sino imaginativa y
pasional, de nuestra fe cívica; la expresión, no tanto de lo
que sabemos ó conocemos, cuanto de lo que sentimos y
amamos los orientales en nuestra historia.
Me parece que fué la esperanza de que pudiera ser yo
el rapsoda de aquella fe, el móvil del artículo 4.° del de-
creto de 10 de Mayo de 1907. Se me ha elegido porque
he creído; porque mi vida entera ha sido una constante
comunión, instintiva al principio, reflexiva y científica des-
pués, con los fieles del triunfante dogma cívico que, en ese
CARTA CONFIDENCIAL
hombre Artigas, á quien Vd. llama, y no sin mucha causa,
el GRAN CALUMNIADO DE LA HISTORIA AMERICANA, ha visto
el hombre orbital de nuestro tiempo heroico. Se ha esperado
hallar en mi una de tantas almas sonoras, capaces de con-
densar, más ó menos integramente, el alma colectiva de este
pueblo: la tradición nacional, el conjunto de imágenes ama-
das, y de emociones sentidas, y de nombres pronunciados, y
de lineas, y colores, y expresiones preferidos, cuya comunidad
constituye, más aún que el territorio, y hasta más que la
raza y la lengua, la entidad moi'al que el hombre llama
Patria.
He dicho más ó menos íntegramente, y podria agregar
más ó menos fielmente, porque no es posible coincidir en
absoluto, y en todos los detalles, con todos y cada uno de nues-
tros hermanos, en el comentario de la patria historia. Ese
rejlejo integral del espíritu del pasado, que se refunde en ab-
soluto con el del presente, y se p'oyecta sobre el del futuro de
una nación; esa reencarnación del alma de los hechos pre-
téritos, en un organismo literario, fuerte y perfecto, que es lo
que constituye la suprema y veraz historia, eso no ha podido
esperarse, ni se ha esperado de mi, porque esa es obra de Ge-
nio. Y todos sabemos que yo no lo soy, ni mucho menos.
A falta de Genio, se recurre en estos casos, y se ha recurrido
en el actual, al creyente sencillo y comunicativo, que es quien
más puede aproximarse á la fiel y sentida expresión de lo que
es esencial, invulnerable, en la tradición nacional; de lo que
es necesario conservar incólume, para que la Patria exista.
Respetuoso de mí mismo; depositario de una misión que
me ha parecido casi sagrada, he procurado dar lo que he
juzgado que de mi se esperaba : hacer desaparecer mi propio
yo, hasta donde puede ser compatible con la sinceridad, á fin
CARTA CONFIDENCIAL
de que la Patria toda entera piense y sienta en mí, se escu-
che á si misma, se reconozca en mis palabras, y las halle
dignas de vincular su pasado con su presente, y de animar
el bronce que legaremos á los futuros hombres.
Se me ocurre que alguien podrá decir que estas lecciones-
son demasiado largas para su objeto, más extensas de lo que
los artistas escultores pueden soportar. No puedo tener por
hombre avisado á quien tal piense, y me guardaré muy mu-
cho de compartir ese dictamen. Ningún artista, que se respete
á si mismo, se aventuraría á emprender el monumento de Ar-
tigas, con una preparación menoi* que la de estas conferen-
cias, si ya no fuese que apareciera un vidente extraordina-
rio, á quien nada habría que enseñar. Bien es verdad que tal
pudiera presentarse entre los escidtores, que, con la simple lec-
tura de una cartilla ó ligera información, se juzgara habili-
tado para poner manos á la obra, y aun para darle cima;
pero no sería yo quien calificara de artista, ni siquiera de
hombre de bien, á quien de tal suerte procediera. Las obras
así realizadas, más son objeto de granjeria que de culto; y el
arte es cosa seria y casi sagrada. El pueblo oriental reclama,
y, sin pasarse de exigente, puede reclamar del artista que ha
de ser su elegido, algo más que un producto suntuario 6 de-
corativo de sus manos expertas ; le reclama conocimiento per-
fecto, imagen luminosa, inspiración honrada. Yo he hablado
lo que he juzgado necesario, para dar eso á los artistas; ni
más ni menos. Y, sin presumir haber salido con mi inten-
ción, no desespero de llegar á producir, en quien con pureza
de alma me escuchare, la vibración inicial, siquiera, de una
noble armonía y perdurable.
El decreto á que obedezco, en que se llama á concurso
á los artistas, no limita el número de los que pueden acudir
CARTA CONFIDENCIAL
al llamado; éstos, los que han de escucharme, pueden ser
muchos, infinitos, todos los hombres capaces de interesarse
por los bellos espectáculos. Esos son, en resumidas cuentas,
los artistas con quienes hablo.
Y he aquí cómo y por qué, de estas históricas conferencias,
tan ingenuas y tan fáciles, puede llegar á formarse un
libro sano en su moralidad, amable acaso en su estructura
estética, y plazca al Cielo que no del todo fugaz ó incon-
sistente.
Juan Zorrilla de San Martín.
CONFERENCIA I
INTRODUCCIÓN
Origen y carácter de estas conferencias. — El dios interior. — La
ciudad de Is. — El pasado ante el presente. — El gran calum-
niado de la historia americana. — La misión de los rapsodas. —
El atractivo de la frivolidad.
Amigos artistas :
El gobierno de la república ha querido que hable en su
nombre con vosotros, los que os disponéis á satisfacer la
necesidad que experimenta el pueblo oriental, de dar forma
artística perdurable al más alto exponente de su vida y de
su gloria. Tengo que haceros conocer y sentir, sentir sobre
todo, por medio de palabras musicales, el personaje que
debéis interpretar.
Debo reunirme, pues, con vosotros, no tanto para inves-
tigar sucesos ni controvertir problemas históricos, cuanto
para suministraros datos, elementos gráficos, síntesis cro-
nológicas, y, sobre todo, para hablar de nuestra historia,
de modo que mis palabras penetren vivas en vuestras
almas, dejen en ellas impresiones sinfónicas, despierten
imágenes visibles, evoquen personas reales, y hagan sur-
í- Artigas. — i.
gir en vuestra imaginación un monumento habitado por
un espíritu.
Bueno será que establezcamos, pues, la naturaleza y ei
carácter que van á tener nuestras conversaciones. Al habla-
ros de un héroe, yo no podré menos de sentir, lo confieso,
la influencia de Carlyle, el intenso pensador inglés, que es
quien más sinceramente, me parece, nos ha hablado de los
tales héroes.
Y dice ese insigne maestro: " Aquel que, de cualquier
manera, nos hace ver, mejor de lo que antes sabíamos, la
hermosura de un lirio de los campos, ¿no nos lo presenta
como un efluvio de la fuente de toda belleza, ó como la
escritura visible del Gran Hacedor del Universo? Él ha
cantado para nosotros, y nos ha hecho cantar con él, un
versículo de un sagrado salmo. | Cuánto más no hará el que
canta, el que cuenta ó el que inocula en nuestros corazones
los nobles hechos, los sentimientos, los dolores y las grandes
hazañas de uno de nuestros humanos! "
Creo que, pues tratamos de la erección de un altar cívico,
es esa mi misión para con vosotros; tal es, cuando menos,
la que me propongo desempeñar.
No es tanto la de mostraros el lirio de los campos, cuanto
la de haceros notar y sentir intensamente su expresión esté-
tica ; no tanto haceros conocer de cerca, y con la más escru-
pulosa verdad, á Artigas, cuanto haceros advertir su forma
homérica, la revelación de un principio espiritual que hay
en su carne de hombre, y la virtud en grado heroico que
lo hace objeto de nuestro culto nacional.
Os veo, pues, á todos á mi lado, atentos, dispuestos á
recoger las ideas é inspiraciones que puedan encenderse en
mi boca ; os miro y os hablo como á amigos íntimos, como á
hermanos indentificados conmigo y con mi tierra en un
común sentimiento de amor á un ideal de verdad y de be-
INTRODUCCIÓN
lleza que forma el culto cívico de una nación amable, y que
busca forma en mis palabras primero, y la buscará en el
mármol ó en el bronce en que vais á inocular vuestro espí-
ritu, después.
¿ Y cómo realizar esa identificación, si os miro á los ojos,
y sólo reconozco á algunos de vosotros, á los que son mis
hermanos en la patria, y que, como yo, aman y sienten la
tradición materna americana, y, dentro de ésta, con mayor
intensidad, la fe tradicional de la nación uruguaya?
Sois europeos la mayor parte de vosotros, los grandes,
los indiscutidos ; estáis compenetrados de vuestra historia
secular; sentís el tipo heroico de vuestras patrias respec-
tivas; también, por vuestra educación clásica, os es cono-
cido el ambiente romano, y el griego, y el egipcio, y el
caldeo, y el árabe; veis los héroes de hierro de la recon-
quista española, las armaduras de plata de los Nibelungos,
los blancos alquiceles ó albornoces sobre el fondo de los
arcos de herradura, ó sobre el ocre del desierto; vuestra
formación estética os hace familiares los héroes de Homero,
y las visiones de Dante, y los hombres vivos de Shakspeare,
y los guerreros muertos de Ossian. Pero nuestra América,
sus tradiciones, sus héroes, sus leyendas, con ser como son
tan recientes, y acaso por eso mismo, son para vosotros algo
exótico, que miráis quizá con indiferencia, (iba á decir con
desdén) y que no despierta en vuestras almas el dios inte-
rior que emerge de la sombra en las entrañas del artista,
cuando éste siente moverse en ellas el nuevo ser engendrado
en el misterio de la vida por el pensamiento germinal.
Y sin embargo, es preciso que ese dios aparezca en vos-
otros, si habéis de realizar una obra digna de vosotros mis-
mos, y del pueblo que ha contado con vuestro ingenio. Esa
es mi misión : evocarlo con palabras que sean soplo de espí-
ritu, ráfagas de vientos sonoros y sagrados, saturados
del polen de desconocidos estambres. Y sólo así realizaréis
obra sincera, obra de fe. Y el espíritu no se retirará jamás
de vuestro bronce, ni convertirá vuestro monumento en
idolátrico emblema. Tengo la esperanza de haceros creyen-
tes, hombres de fe milagrosa; confío en lograr despertar
vuestra triunfante visión interna, cualquiera sea el nombre
de vuestra patria, cualesquiera vuestros dioses y vuestros
mitológicos altares. Tengo fe absoluta en la intensidad del
tipo que se ofrece á vuestra creación, en su carácter ori-
ginal, en sus proyecciones, en su obra, en el nimbo de luz
que lo envuelve y compenetra. Vais á estar en presencia
de un héroe: un creador, un mensajero. Con sólo mostrá-
roslo, yo removeré en vosotros la idea absoluta de patria ;
y ésta es la misma en todas las regiones y en todos los
hombres, sea cual sea la forma de que se revista. Vais á
ver cómo nace una patria entre los cortinajes de nubes tem-
pestuosas que envuelven su cuna. Y recordaréis la frase de
Job, el viejo enorme, dirigida á Dios: "Tú envolviste la
tierra en sus nieblas, como se envuelve un niño en sus
pañales." Vais á verla nacer, como el árbol de su simiente
casi imperceptible, con el solo concurso del cielo y de la
tierra, aire, sol, humus, fuerza ó ley misteriosa de universal
germinación. Voy á mostraros á Artigas, que se proyecta
como un mito sobre el fondo oscuro de nuestros tiempos
heroicos; á haceros conocer su época y su ambiente, con
la mayor plasticidad posible; su significado, la enorme
proyección de su sombra en el cuadro espléndido de la
revolución americana, y su perpetua palpitación subte-
rránea bajo el suelo sagrado que los orientales pisamos, y
amamos, y sentimos latir en nosotros mismos.
"El mármol tiembla ante mí" decía el escultor Puget.
Yo tiemblo ante el mármol, al pretender desempeñar mi
misión; miro de alto abajo la figura monolítica del héroe
del Uruguay, y entro en un temeroso recogimiento.
INTRODUCCIÓN
II
"Cada botón, dice Amiel, no florece más que una vez, y
cada flor no tiene mas que un minuto de perfecta belleza.
Así. en el huerto del alma, cada sentimiento tiene su mo-
mento floreal." Yo quisiera, mis queridos artistas, poneros
en contacto con mi espíritu, sólo en los momentos zenitales,
en que, como todo espíritu de hombre, tiene relámpagos de
faro; pero esos momentos brillan y pasan; entre la espe-
ranza y el recuerdo no hay casi nada, no hay nada. Ni
siquiera podemos esperar el paso de esos frágiles instantes
No hay tiempo de esperar. Hablemos, pues.
Kecuerdo que, hace pocos años, me cupo también el
honor de dar el canon de la estatua de Lavalleja, que, mo-
delada por nuestro pujante artista nacional Juan Ferrari,
que me escucha ahora entre vosotros, se levanta hoy en la
plaza de la ciudad de Minas.
Yo os aseguro que no sentí entonces lo que hoy ; mi tarea
fué muy sencilla; no vacilé un momento: un rato de in-
trospección, media hora de conversación con el artista, una
docena de páginas escritas, fueron bastante. Lavalleja fué
un soldado, un soldado instintivo, temerario, heroico, al
que los sucesos arrastraban á la gloria; Lavalleja es un
grito de batalla. Montadnos á caballo un héroe, artista
amigo; aquí tenéis su uniforme y su figura física; mon-
tádnoslo en un caballo nutrido del trébol y de la gramilld
de la patria, nervudo, inteligente, sofrenado por un brazo
de hierro; poned ese jinete en medio del combate por la
tierra nativa; hacedlo alzar la cabeza, para que se le vea
bien una luz que lleva en la frente, como una cicatriz ;
hacedle salir de los labios de bronce un grito perdurable, y
habréis creado á Lavalleja.
6
Hoy tengo que dar el canon de Artigas.
¡ Oh ! Artigas es otra cosa. Os equivocaríais si vierais
en él un soldado, una batalla, un grito, un ejecutor. Ar-
tigas, oh hermanos, ha sido un enigma ; fué un silencio, un
enorme silencio. Se ha dicho que el silencio y el reposo son
el estado divino, porque toda palabra y todo gesto son
pasajeros.
Los orientales creemos poseer, en ese hombre Artigas, no
sólo al héroe de la patria, sino al de la América Española
independiente ; al del Río de la Plata sobre todo. Él es la
personificación más alta y más genuina del nacer tempes-
tuoso del continente que descubrió Colón, á la vida de la
independencia política, y, sobre todo, á la de la democracia
triunfante, la verdadera independencia : la fe en el pueblo ;
el predominio de su voluntad en la formación de sí mismo,
como persona colectiva, en la gran sociedad internacional
primero, y en su propia organización después; la interven-
ción predominante de los hombres en la designación de la
autoridad : el gobierno de los mejores y los más aptos, decla-
rados tales por el conjunto social, como la forma más racio-
nal, más acorde con el orden de la naturaleza.
Artigas está sentado entre un sepulcro y una cuna; en-
tre el morir de la soberanía del hombre sobre el pueblo, y
el nacer de la soberanía del pueblo sobre el hombre ; él en-
carna en absoluto lo segundo. Veréis, en torno y al lado
suyo, figuras encendidas pero crepusculares, mezcla de luz
y sombra, con vestigios del pasado y reflejos del porvenir,
con ideas monárquicas y anhelos de independencia, es decir,
la apariencia, la no entidad. Artigas es el héroe autóctono,
la realidad : en él no hay crepúsculo ; el sol naciente le da
en la cara, y dibuja con fuego sus contornos rígidos. Veréis,
pues, en él, los rasgos propios del mensajero, del héroe : la
soledad, la visión profética, la revelación del mensaje di-
INTRODUCCIÓN
vino, el secreto manifiesto, que acaban todos por entender ;
Aeréis, por consiguiente, al lado de la admiración rayana
en culto, el desconocimiento, la contradicción, la persecu-
ción, el odio; la corona, por fin, que, como la de todos los
héroes, será de espinas.
[II
El monumento que vais á crear, hermanos artistas, se
erigirá en Montevideo, en un alto promontorio ; será el altar
cívico de la patria uruguaya. Pero, además de eso. él va á
representar una sideral aparición en nuestra América, que
aun no ha fijado bien las estrellas polares en su celeste
planisferio histórico.
Por causas que os haré conocer, una leyenda venenosa,
una fatal conspiración histórica ha pesado, hasta no hace
mucho tiempo, sobre la memoria de nuestro Artigas, y
sobre el corazón de la patria oriental, por consiguiente;
una maligna conspiración de irracionales odios, y de
rencores injustos. La historia americana ha sido un se-
pulcro, más que un sepulcro, un infernal cercó dantesco
para ese altivo desdeñoso de la gloria. No sin mucha
razón, el gobierno de mi país, en el elocuente decreto en
que me encarga que os instruya de su intención, llama á
Artigas el gran calumniado de la historia americana.
Acaso recordaréis la leyenda de aquella Ciudad de Is, de
que nos habla Renán en sus Recuerdos de Infancia y Ju-
ventud; aquella ingenua historia de una villa tragada por
el mar, que nos narran los pescadores de la comarca bre-
tona. Éstos aseguran que, en los días de tempestad, se ven
las puntas de los campanarios de la villa sumergida, en el
hueco de las olas. Y, en los días de calma, sube desde el
abismo, y se oye vagamente, el lejano son de sus campanas
melodiosas.
8 ARTIGAS
Así ha estado resonando, para muchos americanos, mis
amigos artistas, el nombre de este Artigas, en medio de las
sombras y de las olas que amontonaron sobre él, cometiendo
un grande error, los que hablaron primero, y en voz más
alta, de la historia de los tiempos heroicos del Río de la
Plata.
"El error más odioso, dice Renán, al contarnos la le-
yenda bretona, es creer que se sirve á la patria calum-
niando á los que la han fundado. Todos los siglos de una
nación son las hojas de un mismo libro. Los verdaderos
hombres de progreso son aquellos que tienen, como punto
de partida, un profundo respeto hacia el pasado. Todo
cuanto hacemos, todo cuanto somos es el resultado de un
trabajo secular. En cuanto á mí, jamás me siento más fir-
me en mi fe liberal, que cuando pienso en los milagros de la
antigua fe, ni más ardiente en el trabajo del porvenir, que
cuando paso las horas escuchando las campanas de la
Ciudad de Is."
Ese pensamiento predispone á la magna inspiración,
como el otro de Carlyle, según el cual los bárbaros viejos
reyes del mar de la leyenda heroica inglesa, que desafiaban
al océano embravecido, y á todos sus monstruos, son los
abuelos de Nelson, y tienen parte en el gobierno de la In-
glaterra actual. ¡Cuánto más cerca está Artigas de nos-
otros, que lo están esos abuelos de Nelson de los ingleses
contemporáneos !
Lo que seamos nosotros para el pasado, mis amigos, eso
será para nosotros el porvenir. Cuanto mayor sea nuestra
nobleza para juzgar á nuestros padres, tanto más noble
será la disposición que legaremos á nuestros hijos para ser
juzgados por ellos. Y esa será la grandeza de la patria.
Que las patrias, más aún que de sus hijos vivos, se forman
del conjunto de sus grandes hijos muertos.
INTRODUCCIÓN 9
El odioso error de que habla Renán, va pasando en
nuestra América, que ha incurrido en él más de una vez;
por todas partes están surgiendo, como las puntas de sono-
ras torres sumergidas, las lanzas de caudillos desterrados,
y se echan á volar sus voces, como las de musicales cam-
panas que aparecen en el aire sonando á gloria.
Ninguno puede resurgir, sin embargo, á la faz de Amé-
rica, con el altivo gesto marmóreo de este Artigas, á que
vais á dar vida perdurable.
Vamos á crearlo precisamente en el momento propicio,
en su verdadero día: en el centenario de la revolución
de Mayo.
Yo tomo sobre mí el haceros comprender, sentir inten-
samente sobre todo, cómo Artigas es el hombre que perso-
nifica la revolución de 1810; cómo es él quien, desde su
promontorio oriental, verá salir el sol del mes de Mayo
sin que su luz le ofenda los ojos.
IV
Escuchadme con alguna atención, buenos amigos míos ;
leeremos el menor número posible de documentos compro-
bantes; pero conoceremos los indispensables y los más
sugestivos. No en ellos, sin embargo, sino en nosotros mis-
mos veremos á la verdad, hija luminosa de la niebla ; ella
brotará, en marmórea desnudez, sin saber cómo ni cuándo,
del fondo del agua removida por nuestro espíritu, como el
ángel de la piscina probática.
Concretemos, pues, de nuevo, nuestro propósito. No nos
reunimos á hacer historia, sino á hablar sobre ella, y á con-
densar, en forma plástica, su aliento melodioso. Si la mú-
sica es el vapor del arte, según Víctor Hugo, la poesía y la
10
tradición legendaria son, en cierto modo, el vapor de la
historia, dice Joaquín González, brioso artista. Creo que
eso está bien dicho. Y es eso lo que vamos á hacer nosotros :
condensar, cristalizar en divina forma ese melodioso vapor.
Pero como yo no debo presumir en todos vosotros, con
ser quienes sois, el conocimiento de los hechos, así sean los
más notorios y sencillos, he aquí que me veré en el caso de
hacer algo que sirva hasta de lectura para los niños, (el
hombre es un niño de cuatro mil años) una especie de
historia gráfica, algo de aquello que decía Rene Doumet,
cuando habla de l'art de préter aux idees sérieuses VaUrait
de la frivolité. Eso es lo que hacía á maravilla aquel griego,
niño por lo semibárbaro, que llamamos Homero, sin conocer
á ciencia cierta su nombre ; y algo de eso tiene también, á
lo que yo entiendo, en sus cuentos ó historias vivas, el otro
bárbaro de Shakespeare, el inglés, al que podríamos agre-
gar el italiano que hizo la historia infernal y divina, llena
de verdades seculares, que llamó Divina Comedia. ¡ Come-
dia ! Creo que más comediante era el otro insigne contador
de historias esenciales, el español que nos contó la vida de
don Quijote. Un verdadero caballero, por cierto, este don
Quijote, lo que se llama un caballero.
Pero esos épicos historiadores son escasos indudable-
mente. Si no lo fueran tanto, estoy completamente seguro
de que este Artigas de que voy á hablaros tendría el suyo.
Lo tendrá, en corriendo que corra su ciclo histórico;
pero entretanto, fuerza nos será contentarnos con ser muy
sinceros y verídicos.
Que, no pocas veces, en la sincera verdad llega á encon-
trarse la suprema belleza.
Escuchadme, pues, oh hermanos artistas, con fértil aten-
ción; yo os diré la verdad estética, la suprema; yo he
leído en alguna parte que Sócrates decía que sólo los artis-
INTRODUCCIÓN 11
tas son verdaderamente sabios. Os hablaré á los ojos
y á los oídos; las luces más expresivas, los colores más
armoniosos, los sonidos más sustanciales y vivientes que
encuentre en mi memoria, para vosotros serán ; para trans-
mitir por simpatía á vuestro organismo la pasión ó con-
moción orgánica más noble y más intensa de la patria
que espera vuestra obra. Y haré que améis á Artigas,
como nosotros lo amamos, para que podáis comprenderlo.
Os confieso que me siento ufano y feliz con esta misión,
que me ha cabido en suerte, de profetizaros el pasado, y
daros el ritual de nuestro culto cívico ; la de ser el rapsoda
que recitaba al pueblo griego los poemas homéricos, me-
diante el salario de un cordero.
Puedan mis palabras, amigos míos, que quisiera llenar de
sol y de ritmos ágiles, alumbraros la senda, haceros amable
y fácil el camino, y conduciros al amor y á la posesión de
la belleza inviolada.
CONFERENCIA II
EL TEATRO
Origen de los pueblos de América. — El continente americano. —
Su estructura. — Su reparto entre España, Portugal é Inglaterra.
— La línea de Alejandro VI. — La América del Sur. — El
mundo atlántico y el mundo andino. — El lote de España y el
de Portugal. — La cuenca del Amazonas. — La del Plata y sus
tributarios. — La región andina. — La atlántica tropical. — La
atlántica subtropical. — Buenos Aires y Río de Janeiro. — Monte-
video. — La tierra de Artigas. — Su carácter. — Descripción
de su territorio. — Geología, etnología, fauna, flora. — Sus
límites naturales.
Amigos artistas:
Hemos hablado de Artigas como del héroe de la indepen-
dencia americana. Es preciso, pues, que hablemos algo so-
bre los pueblos de América, sobre su origen, y sobre su
emancipación de las metrópolis ó naciones europeas que
descubrieron el continente, lo conquistaron de sus primi-
tivos habitadores, y lo repoblaron y colonizaron. Es indis-
pensable que hablemos hoy especialmente de eso, siquiera
sea en somera forma.
Me habéis de perdonar si yo os considero, oh mis herma-
nos artistas europeos, más ajenos acaso de lo que realmente
14
estáis á las cosas de este mundo nuevo. Quizá sin merecerlo,
tenéis que pagar vosotros la ignorancia, muy parecida al
desdén, que advertimos los ibero-americanos en hombres y
publicaciones europeas, cuando tratan de nuestra geografía
y de nuestra historia. Mal de vuestro grado, habéis de es-
cucharme, pues, con resignación, así os diga las cosas más
corrientes y vulgares ; mi deber es procurar que no sólo las
conozcáis, sino que también las sintáis y las améis. Yo es-
pero poder sugeriros algunas ideas grandes, dignas de la
forma perdurable, si predisponéis vuestro espíritu á la
resonancia musical. La palabra arrojada al oído del alma,
he dicho yo en alguna parte, tiene el sonido de la piedra
arrojada al abismo: toman ambas las proporciones de la
capacidad en que sus ecos se difunden. Ensanchad, pues,
la noche atenta de vuestro espíritu, y entre mis palabras se
harán algunos silencios armoniosos y fecundos.
Conozcamos, ante todo, el teatro en que va á desarrollarse
la acción; tomemos una carta geográfica, y miremos un
rato nuestro continente americano. Hagamos uso de la carta
más sencilla, de la que más nos aleje del concepto científico,
y mejor nos vigorice el concepto estético; esa, que nos da
la silueta de nuestro continente, sus grandes sistemas oro-
gráficos é hidrográficos, montañas y ríos, y nos indica las
simples latitudes y longitudes : los polos arriba y abajo, la
línea del Ecuador en el centro, los trópicos ó paralelos equi-
distantes del Ecuador, al Norte y al Sud, correspondientes
á los puntos solsticiales, y distantes cada uno de ellos 26
grados y minutos de la línea ecuatorial Más de 52 grados
geográficos entre ambos. Ahí tenéis los dos trópicos : el de
Cáncer, al Norte del Ecuador, en el hemisferio boreal ; el de
Capricornio, al Sur, en el austral ; la región del calor, cuyo
EL TEATRO 15
centro es el Ecuador, entre ambos trópicos; la de los fríos
que van hacia los polos, al Norte y al Sur de esa gran
franja caliente que circunda la tierra.
Este nuestro continente, como lo veis, ocupa la tercera
parte del planeta que habitamos ; caben en él todos los cli-
mas, todos los hombres de la tierra, todos los productos;
se extiende de polo á polo; toca allá arriba los hielos del
polo ártico; adelanta hacia la línea del Ecuador, la cruza,
y se aleja de nuevo hacia el Sur, para hundirse allá en los
otros fríos, en los hielos del polo antartico ; tiene casi cua-
renta millones de kilómetros cuadrados, sin contar las
tierras árticas.
Su silueta es simplicísima, sin embargo : son dos enormes
triángulos unidos. Pero observad algo fundamental por lo
que dice á mi propósito: el del Norte apoya su dilatada
base allá en el polo boreal ; toma su mayor ensanche, entre
el Atlántico y el Pacífico, en la zona fría y templada, al
norte del trópico de Cáncer, ahí, donde leéis Canadá, Es-
tados Unidos, y se va adelgazando á medida que se acerca
al Ecuador, ahí, donde leemos Méjico, Centro América,
Antillas, hasta hundir su vértice, adelgazado por la rotura
del Golfo de Méjico, en las proximidades ecuatoriales, en
el istmo de Panamá. El triángulo del Sur, por el contrario,
apoya su base en el Ecuador ; cobra su mayor amplitud en
la zona cálida, al norte del trópico de Capricornio, ahí don-
de se lee Brasil, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bo-
livia, Paraguay ; y, á medida que se aleja del trópico, se va
estrechando, Uruguay, Argentina, Chile, hasta aproximar
su vértice patagónico al polo austral, en el Cabo de Hornos.
Las tres partes de esta América del Sur, 14 millones de
kilómetros, están en la zona tórrida ; sólo una cuarta parte,
algo más de cuatro millones, vive en la templada.
Este mundo nuevo, ignorado del antiguo hasta hace
16 ARTIGAS
•uatro siglos, ayer no más, como quien dice, y habitado
por hombres y por razas sin historia, fué descubierto y re-
poblado por la raza europea al rayar el siglo xvi. Y os
digo repoblado, porque es preciso observar que la conquista
de Europa en el Nuevo Mundo no fué lo que la de Roma,
pongo por caso, en el antiguo, en que cada región conservó
su raza, sus costumbres y su tipo, y formó su lengua. —
La conquista europea fué una repoblación, una sustitución
de un pueblo por otro pueblo, de una raza por otra, como
base sociológica. Los aborígenes de América han subsistido
y subsistirán hasta que se consume la definitiva evolución
de la estirpe americana; ya los veremos dar su sangre á
nuestra independencia, como da el sándalo su perfume al
hacha que lo hiere, regar con ella un árbol de cuyos frutos
no comerán ; entonces les atribuiremos su significado esté-
tico. Pero los indios sólo existieron como entidades huma-
nas, no como entidades sociológicas; la civilización del
Nuevo Mundo es, desde su origen, la civilización europea,
la cristiana ; no la azteca, ni la incásica, ni la guaranítica.
En América continuó, pues, la historia, no de los aborí-
genes descubiertos, que casi no la tenían, sino la de los euro-
peos descubridores ; allí debían servir de piedra angular á
las nuevas sociedades las ideas cristianas, depuradas, en la
lenta evolución progresiva del linaje humano, de las esco-
rias que á ellas se adhieren, desfigurándolas, y ofreciendo
como sustancias los simples accidentes.
II
Pues bien, hermanos artistas : ese gran hallazgo del genio
navegante; ese nuevo mundo que salió al paso de Colón,
que descubrió Colón cuando éste corría en sus carabelas,
EL TEATRO 17
al final del siglo xv, en busca del Oriente asiático, tocó en
suerte, en resumidas cuentas, á tres pueblos europeos, que
se lo dividieron : España, Portugal é Inglaterra. Cada uno
de esos pueblos llevó á su pedazo de mundo su sangre mate-
rial; pero, más que eso, llevó lo que constituye su vida
íntima: su lengua, como base de la civilización que allí es-
tablecía. Vosotros sabéis que la lengua es, para un pueblo,
lo que la sangre para un organismo. Como éstas determina
la constitución del hombre, aquélla establece el tempera-
mento dé una nación, su idiosincrasia, su carácter. El len-
guaje, producto vivo del hombre interior, como dice Schle-
gel, es una perpetua sugestión ; la misma asimilación de las
ideas extrañas tiene que hacerse previa traducción de ellas
á la lengua del que las absorbe, y la traducción es, en sí
misma, una transformación en sustancia propia, una adap-
tación á nuestro modo de ser.
Se distribuyeron, pues, el continente, no varias razas,
como ha solido decirse, (no hay tal raza latina ni tal
raza anglo-sajona) sino tres pueblos, de la misma raza
caucásica ó europea, pero de lenguas diferentes: english
spoking folk, dicen los británicos, "pueblos de lengua
inglesa." Hubo, pues, tres Américas: la de lengua espa-
ñola, la de lengua portuguesa y la de lengua inglesa.
España, con Colón y sus sucesores, tomó posesión, á con-
tar del año 1492, del núcleo de su lote en las Antillas, á 17
grados de latitud Norte, precisamente sobre el trópico de
Cáncer. Algo se dilató más tarde hacia arriba, hacia el
frío, pero no mucho; su expansión se realizó hacia abajo,
hacia el Ecuador. La primera tierra continental en que pisó
fué la embocadura del Orinoco: ahí tenéis su delta á 10
grados del Ecuador, sobre el mar de las Antillas.
Portugal que, después de doblar, con Vasco de Gama, el
Cabo de Buena Esperanza,, insiste en circundar el Asia
Artigas. — i.
1S
hacia la India, es llevado, con Alvarez Cabraí. el año 1500,
á la punta más oriental del continente, al Brasil, en el
grado 17 de latitud austral, sobre el trópico de Capri-
cornio. Precisamente á la misma distancia del Ecuador,
ocupada por España en el otro hemisferio.
Inglaterra, que había sido la primera en reconocer las
costas de la América del Norte, pasa casi un siglo sin reser-
varse en ella su parte.
Sin contar las primeras expediciones de Gilbert y Ra-
leigh en 1578 y 1581, es sólo en 1606, un siglo después de
España y Portugal, cuando el Rey Jacobo I celebra acto
de estable soberanía sobre su lote, que divide en dos partes
iguales de costa y tierra, entre los grados 34 y 45 de latitud
Norte.
Esa circunstancia ha hecho decir últimamente al Presi-
dente de Estados Unidos, Roosevelt, algo que revela su ten-
dencia á penetrar en el fondo de las cosas, y á revelar nove-
dades viejas.
Al colocar en Washington, en Mayo de 1908, la piedra
fundamental del Palacio de las Repúblicas Americanas, en
el que se levantará la estatua de Artigas, decía á las de
origen ibérico en nombre de la grande de cepa inglesa que
él representaba: "Vosotras sois, en cierto sentido, nuestras
hermanas mayores, pues representáis civilización más anti-
gua en este continente ; nosotros somos los jóvenes. — Vues-
tros padres, los exploradores españoles y portugueses, con-
quistadores, legisladores y arquitectos de repúblicas, habían
conseguido una civilización floreciente en los trópicos y en
la zona templada del Sud, mientras que toda la América,
al norte del Río Grande, permanecía todavía sin delinear
y en estado primitivo. ' '
EL TEATRO 19
Fijaos ahora, hermanos artistas, en la forma en que
se reparten el nuevo mundo sus descubridores. Notad
primeramente el lote del inglés: es la parte más amplia
del continente ; está en él mismo hemisferio y en la misma
latitud de Europa, en plena zona supertropical ; es la región
americana más próxima á las costas europeas ; se extiende
de océano á océano, del Atlántico al Pacífico, cinco mil
kilómetros, una superficie de nueve millones de kilómetros.
Creo que es esa, y no otra, la razón principal por qué la
América anglo sajona se ha adelantado á la ibérica en la
conquista del bienestar. En ese mundo se hablará inglés
por los siglos de los siglos.
Inglaterra y España se dividen, pues, la América del
Norte ; pero la parten á lo ancho, de Oriente á Occidente ;
la porción supertropical amplísima, la más cercana á
Europa, para Inglaterra; la parte inferior, más estrecha,
más apartada del mundo antiguo, para España.
La América del Sur, que es la que debemos estudiar es-
pecialmente, se reparte entre España y Portugal ; pero no á
lo ancho, como la del Norte, sino á lo largo. El Papa Ale-
jandro VI, encargado por ambos pueblos de designar el
lote que á cada uno debe corresponder, traza con su báculo
la línea divisoria. Esa línea cortó el continente de arriba
abajo en dos partes : la de la derecha, bañada por el Atlán-
tico, y que tiene por núcleo geológico el gran macizo oro-
gráfico del Brasil, y por cuenca hidrográfica la enorme
del Amazonas, pertenecerá á Portugal ; la de la izquierda,
que se recorta sobre el Pacífico, y tiene por núcleo la for-
mación andina, á España.
Observemos, por fin, una circunstancia más, la funda-
mental, la que más dice á nuestro propósito, y en la que
deseo fijéis vuestra atención toda entera.
Como hemos advertido, la espléndida herencia de Por-
20
tugal tiene por cuenca la del innumerable Amazonas ; pero
notad que éste corre de Occidente á Oriente ; sigue el mismo
paralelo, el del Ecuador; atraviesa, por consiguiente, la
misma tierra, con el mismo clima, idénticos productos,
café, algodón, azúcar, cacao, selvas tropicales. El Amazonas
es un enorme río interior.
Pero observad, mas al mediodía, esa otra formación hidro-
gráfica, que, arrancando del Brasil, casi confundiendo sus
fuentes con las de los tributarios meridionales del Ama-
zonas, en la zona tórrida, corre hacia el Sur : son los ríos
Paraná, Paraguay y Uruguay, que van á perderse allá en
el Río de la Plata, á los 35 grados, en la zona templada.
Esos ríos corren de Norte á Sur, atraviesan diferentes lati-
tudes, distintos climas ; en sus fuentes crecen los naranjos,
los algodoneros, los bananos, el café ; en su desembocadura,
el trigo, el maíz, las gramíneas ; recorren 20 grados geográ-
ficos. Y observad esto sobre todo: ellos parten en dos, de
norte á sur, el continente sudamericano, determinan la
línea de separación, el tajo — digámoslo así — entre la
formación geológica atlántica y la andina. Esos dos maci-
zos orográficosi, el del Atlántico y el del Pacífico, no son,
como se ha dicho, ramificaciones de los Andes, ni cosa que
se le parezca: son dos mundos distintos. El primero, com-
pletamente apagado, sin un solo volcán, es millares de
años anterior al segundo, que está en perpetua ignición,
que es un rosario de volcanes en actividad como no hay
otro en el planeta. Los Cíclopes trabajan aún en esas fra-
guas subterráneas, y quitan más de una vez él sueño á los
hombres de la costra terrestre, con sus fuelles endiablados,
y sus estentóreos martillazos. Los que trabajaron en el
subterráneo atlántico nos dejan vivir en paz hace diez ó
quince mil años, felizmente.
Seguidme con alguna atención, amigos artistas, para
EL TEATRO 21
fijar esta idea con el mayor cuidado ; tomemos una vez más
la carta geográfica que nos sirve de guía. Seguid esa línea
trazada aproximadamente por el báculo de Alejandro VI
de Norte á Sur, y veréis cómo ella, partiendo de las proxi-
midades del Orinoco, allá en el Norte, á 10 grados del
Ecuador, cruza el continente siguiendo la cuenca de los
ríos que lo parten en dos, y se pierde en el océano, allá á
los 30 grados de latitud Sur.
No se imaginaba el Pontífice, seguramente, que la línea
que él marcaba sobre un planisferio equivocado, si bien no
se identificaba con la que traza la ciencia geológica mo-
derna en las profundidades de la costa terrestre, se apro-
ximaba bastante á ella. La América del Sur está formada
por una enorme llanada entre la cordillera de los Andes
y la del Brasil. Si bien existen dos cordilleras atravesadas,
la transversal, en el centro, que separa la cuenca del Plata
de la del Amazonas, y la de Tarima, allá en el Norte, que
divide la del Amazonas de la del Orinoco, esas son acci-
dentes. Tan lo son, que esos tres grandes ríos se unen en
sus fuentes. Un día vendrá en que un barco, entrando
por el Orinoco, en el mar de las Antillas, saldrá al Atlán-
tico por el Plata. Ese barco navegará por el fondo, entre
dos verdaderos continentes.
Pues bien : yo creo, con una luminosa hipótesis científica,
que la cuenca del Amazonas, y sobre todo la del Plata, es-
tuvieron, en un día sin historia, ocupadas por el océano.
El Brasil era una isla colosal en el Atlántico, un verdadero
continente, si ya no es que formaba parte del que engra-
naba en África, quizá en Europa. ¿ Qué se yo ? Sea de ello lo
que fuere, me parece evidente que el Brasil era un mundo
distinto del que tenía por núcleo la cordillera de los Andes.
No importa que nos engolfemos un poco en estas obser-
vaciones científicas, mis amigos artistas; yo quiero que os
22
deis cuenta de lo que significa esa enorme grieta inferior
de la América del Sur por donde sale al mar el Río de
la Plata, y á donde vienen á parar el Paraguay, el Paraná y
el Uruguay. La hipótesis que os ofrezco no es nueva. Ya en
1832, Carlos Darwin, calculando la edad de los restos fósi-
les de los terrenos pampeanos, vio en el Plata un gran brazo
de mar que, en época remotísima, cubría la provincia de
Entre Ríos. Esas conchas que allí se ven sólo viven en el
mar. D 'Orbigny confirmó y amplió esa hipótesis diez años
después: hizo llegar el océano hasta el medio Paraná. Her-
bert Smith, recientemente, en 1886, con su imaginación
científica, vio al Atlántico penetrar á inundar las pam-
pas hasta el extremo septentrional de Corrientes, y recibir
las aguas del Paraguay, del Paraná y del Uruguay, que allí
desembocaban, separados por centenares de kilómetros. Es-
tos tres ríos emprendieron la obra muchas veces secular de
expulsar al océano, y terraplenar esa cortadura inmensa,
acarreando á ella, disueltas en sus aguas, las mesetas del
Brasil central y del bajo Perú oriental. Aun hoy, esos ríos
depositan en el estuario 80 millones de metros cúbicos de
aluvión por año. Se formaron las primeras bandas arenosas,
aparecieron las primeras sirtes, las primitivas dunas; las
marejadas de casquijos se amontonaban, se esparcían ó se
disolvían á merced de los vientos, hasta formarse las islas,
los archipiélagos más ó menos adheridos á las puntas de las
costas recién nacidas ; se levantaban por un lado los territo-
rios, mientras que, por otro, se abrían profundísimas hon-
duras que llenaba el mar, y de que aun son testimonio las
lagunas saladas de Córdoba y la Rioja. . . En resumen:
todo aquello fué cubierto por la gran planicie fluvial que
ocupa la hondonada arrebatada al Atlántico.
Según eso, el límite inferior de los dominios portugue-
ses, si éstos habían de obedecer á la ley geológica, hubiera
EL TEATRO 23
debido ser esa gran cortadura primitiva: el Río de la Plata
y los grandes ríos Paraná, Paraguay y Uruguay que en él
desaguan, y que son los que, en esa latitud, determinan la
separación entre la formación andina y la atlántica. Con
esos límites, Portugal, partiendo de sus dominios tropica-
les, en que coloca el núcleo sociológico de su conquista
atlántica, que será Río Janeiro, hubiese penetrado con su
lengua en la zona sub-tropical, en la tierra del trigo, del
maíz, de las gramíneas; su límite arcifinio hubiera sido
el río de la Plata y alguno de sus tributarios que vienen
de las entrañas mismas del Brasil; el río Uruguay segura-
mente, porque me parece indudable que son las costas
orientales del Uruguay y del Plata, de formación más an-
tigua y más firme que los declives de la margen occiden-
tal, las que trazan el borde inferior del gran macizo bra-
silero. Ese fué el sueño secular de Portugal y del Brasil:
llevar sus dominios hasta el Plata y el Uruguay.
Pero no fué así. En ambas márgenes del estuario había
de hablarse español por los siglos de los siglos ; la línea de
Alejandro VI. que limitó el dominio portugués, pasa más
al Norte de la embocadura del Plata. Ese macizo atlántico
no iba á pertenecer todo él á Portugal; debía ser partido á
lo ancho, allá en las latitudes subtropicales, entre Portugal
y España. En su extremo inferior, en el otro extremo del
ocupado por Río Janeiro, puerto suntuoso del trópico,
debía, fundarse una ciudad española, Montevideo, puerto
luminoso de la zona templada, que había de impedir la
llegada hasta el Plata de la influencia sociológica de la
ciudad portuguesa del Norte. Montevideo debía arrastrar
á su órbita de rotación el ángulo inferior del gran macizo
del Brasil.
24
Al llegar aquí, se me ocurre que acaso pudiera ser opor-
tuno el deciros el por qué os estoy dando todos estos datos.
Pero no quiero detenerme demasiado en esta idea. Bien
comprendéis que, en estos repartos entre las metrópolis
europeas, están los fundamentos de las que serán distintas
naciones americanas. Os estoy dando, por consiguiente, la
genealogía de éstas.
Quedaba, pues, una región atlántica, precisamente la que
se desarrolla en el comienzo de la zona subtropical y ter-
mina en la curva que forma la entrada del gran estuario,
que debía pertenecer á la numerosa familia hispánica, pero
sin perder su carácter étnico diferencial.
A España, descubridora del Río de la Plata, le estaba
reservado todo el lote subtropical de la América del Sur,
toda la región equivalente á la que cupo en suerte á In-
glaterra en la América del Norte, si bien incomparable-
mente menor que ésta, por la estructura del continente
austral, que se adelgaza á medida que penetra en la zona
subtropical.
De esa manera, en la región austral de la América del
Sur se formaron tres grandes lotes bien definidos: uno an-
dino, perteneciente á España, con su núcleo en Buenos
Aires de un lado de los Andes, y con Santiago de Chile
del otro. Y dos atlánticos : el del norte, con su núcleo socio-
lógico en Río Janeiro, para Portugal; el del sur, con su
centro en Montevideo, para España.
La metrópoli española no comprendió entonces lo que
significaba esa su propiedad en ambas márgenes del es-
tuario meridional.
El Río de la Plata no tenía oro ; el oro estaba allá arriba,
en los Andes, en, las altiplanicies del Perú. Vale un Perú,
vale un Potosí, se decía para expresar riqueza, riqueza
rápida, de aventurero.
KL TEATRO 25
La metrópoli española desdeñó el territorio oriental del
Plata. Pero allí dejó su lengua ; con su lengua su espíritu ;
y con éste, unido á las fuerzas de las leyes geológicas y
étnicas, el germen de un pueblo independiente por natu-
raleza de los demás hispano-americanos : el pueblo oriental.
Éste, separado del occidental andino por razones geológicas
y geográficas, que neutralizaban las sociológicas que á él
lo uníau, está también separado del septentrional atlántico
por causas sociológicas y climatéricas, que neutralizaban
las geológicas y etnológicas que á él lo hubieran vinculado.
Si bien lo meditáis, encontraréis en eso la causa máe
remota, pero no la menos profunda, de la formación de
nuestra patria oriental, independiente de la argentina y
de la brasileña. No es obra de los hombres; es ley de la
Baturaleza ; ley de Dios.
III
Dueña del Norte de la región occidental de la América
meridional, España cruzó con Balboa el istmo de Panamá,
descubrió el Mar Pacífico, siguió hacia el Sur, descubriendo
y conquistando las costas andinas, el imperio de los incas,
la región de los araucanos; pasó el Cayambé, el Chimbo-
razo ; llegó al Aconcagua que arde sobre los Andes. Había,
pues, cruzado el trópico de Capricornio, y tomado pose-
sión de Chile, en la zona templada, pero haciendo centro
de sus conquistas al viejo imperio del Perú, la región de los
hijos del sol, de los incas, la del oro. Allí pondrá el
puerto, el único puerto de América : en Panamá, en Puerto
Bello. Sólo por allí tendrá entrada el mundo viejo á la
nueva Hispania.
Pero al mismo tiempo, por el lado del Atlántico, España
navegaba hacia el Sur, hacia la zona tropical, en busca
26 ARTIGAS
del estrecho que debía unir el Atlántico con el mar de
Balboa ; cruzaba, con Juan Díaz de Solís, á lo largo de las
costas del Brasil ; atravesaba el trópico de Capricornio, na-
vegaba 2,000 leguas, y, tomando entonces rumbo de Este á
Oeste, llegaba al Río de la Plata, del que tomaba posesión.
Pero, escuchadlo bien : España cree que su pedazo de
mundo americano no tiene por núcleo la formación atlán-
tica sino la andina; será dueña pues del continente que,
en tiempo remotísimo, estuvo separado por el mar del que
ha tocado en suerte á Portugal. Funda la Asunción prime-
ramente, y, sobre todo, Buenos Aires, que será la cabeza
de su dominio en el Sur. Pero hace todo eso con intención
de incorporar el Río de la Plata á su lote andino, cuyo
núcleo principal es el Perú, con Lima, la ciudad de los
reyes, por capital.
Su afán es el de poner en contacto á los conquistadores
del Plata con los del Perú, á los del Atlántico con los del
Pacífico ; hacer un gran block de todo eso, con entrada por
el Norte. Mientras los conquistadores del Perú bajan por
los contrafuertes de los Andes en busca de los del Plata, y
fundan á Tucumán, éstos suben hacia el Norte y el Oeste,
y, por allí, se encuentran.
Así va España tomando posesión de este mundo, y plan-
tando en él sus jalones, que son ciudades. Pizarro funda á
Lima en 1535; en el mismo año, don Pedro de Mendoza
abre los cimientos de Buenos Aires, que don Juan de G-aray
radica definitivamente en 1580; Quesada funda á Santa
Fé de Bogotá en 1538; Valdivia se fija en Santiago en
1547 ; Lozada funda á Caracas en 1567 ; Ayolas á la Asun-
ción en 1534.
Todos piensan en la región que se extiende entre el Plata
y el Pacífico, con los Andes por columna vertebral. En
cuanto á ese otro pedazo de tierra entre el Plata y el Atlán-
EL TEATRO 27
tico, apenas si se alzan las murallas de la Colonia, sin más
propósito que el de conservar la. posesión ; se le considera
otra cosa distinta.
Miremos nosotros, oh amigos artistas, con mayor inten-
sidad que sus descubridores, ese pedazo de América que,
determinado hacia el Sur por la curva que traza el Plata
al derramarse en el Océano, llega hacia el Norte, por el
Atlántico, hasta la línea divisoria de los dominios españoles
y portugueses ; ese que no pertenece á la formación andina
sino á la atlántica, al levantamiento del Brasil, pero que se
desarrolla en la zona templada, en la que corresponde, en
los Estados Unidos del Norte, á la Georgia, á la Carolina
del Norte y del Sur; ese que, casi olvidado por España,
oece al macizo geológico dei Brasil, al lote de Por-
tugal, pero habla español. Forma una unidad geográfica
perfectamente definida; constituye una entidad étnica y
sociológica imposible de confundir. Para fijaros más asa
idea, os quiero hacer advertir desde ahora una circuns-
tancia fundamental, que mas tarde examinaremos más:
todos los dominios españoles que formaron el virreinato
del Plata, el mundo andino, dependían de un solo puerto
de salida al que convergía toda la región: Buenos Aires.
Sólo ese pedazo ultraplatense era independiente de Buenos
Aires en ese sentido, independiente por naturaleza; sólo
él tenía salida propia, comunicación amplia y libre con el
mundo, puertos en el Plata y el Atlántico, incomparable-
mente superiores al de la capital del virreinato : la Colonia,
Montevideo, Maldonado, Coronilla, toda la profundísima
cost;i atlántica, la más cercana á Europa, la más accesible,
la verdadera puerta de entrada y de salida para toda la
región subtropical del continente.
28,
Veréis cómo más tarde ese territorio no será brasilero ni
será argentino, porque ni Buenos Aires, ni Río Janeiro
pueden ser su cabeza. Lo veréis desprenderse independiente
como un desgarrón de la tierra, teniendo por núcleo el
puerto de Montevideo. España casi no pensará en él: du-
rante más de un siglo, los habitantes de Buenos Aires van
allí á cazar vacas ; los faeneros cruzan el Plata, acampan á
orillas de algún arroyo, matan animales, los desuellan, secan
al sol sus cueros, y regresan al mundo habitado, al virrei-
nato, dejando la carne á merced de las fieras salvajes. Ese
territorio será sólo, como dice Mitre, una servidumbre de
Buenos Aires ; la vaquería de Buenos Aires se le llamó.
Será preciso que los portugueses pretendan, por repe-
tidas veces, pasar la línea divisoria de Alejandro VI, para
que España se acuerde de que allí se habla y debe hablarse
su lengua; será necesario que surja, por fin, allá en 1727,
dos siglos después de fundado Buenos Aires, un goberna-
dor español, don Bruno Mauricio de Zabala, que se dé
cuenta del problema y funde á Montevideo, para que to-
dos los elementos sociológicos embrionarios de esa tierra
característica se agrupen, y comienzen á tomar cohesión,
á ser un organismo, á sentir, á pensar, en torno de una
ciudad nueva, distinta de las demás metrópolis hispánicas,
hasta por sus pequeños monumentos arquitectónicos colo-
niales, que son de la restauración, mientras los otros son
de la decadencia.
IV
Ahora bien, mis amigos : ese trozo de América, el único
que había tocado á España en la región atlántica del sur.
era "el pedazo más envidiable, dice el sabio Martín de
Moussy, el rincón más admirable del nuevo mundo, por su
EL TEATRO 29
topografía, por su clima, por su hidrografía y su ferti-
lidad."
Tomad de nuevo un momento la carta geográfica para
mirarlo, mis bravos artistas, porque es preciso que lo obser-
vemos un buen rato. Yo quiero que vivamos juntos en él
algunas horas. Seguid el relieve de esas costas oceánicas
en que se estrella el Atlántico; ved en seguida, del otro
lado, el inmenso caudal de agua que viene de los ríos Pa-
raná, Paraguay y Uruguay, que se derraman en ese
océano por intermedio del Plata, cuyas aguas, de un verde
esmeralda, se diluyen en el azul del mar. Pero advertid,
sobre todo, los perfiles de las costas del océano.
El navegante deja allá en el Norte los puertos tropicales,
cuyo tipo excelso es la bahía de Río Janeiro, sin igual en e]
mundo, y costea en seguida el continente, sin hallar, en un
trayecto de doscientas leguas, un solo puerto de acceso fácil.
El primero que se encuentra es el profundísimo de Coro-
nilla en el territorio oriental ; el de Maldonado después ; el
de Montevideo por fin; las verdaderas, las solas entradas
de la América atlántica subtropical.
Miremos ahora el territorio encerrado en ese marco. Todo
en él es homogéneo, armónico y expresivo ; parece modelado
por un artista con la quinta esencia del humus fecundo ó
del limo plástico de nuestra América. A diferencia de la
región que se extiende en la misma latitud, del otro lado
de la cuenca fluvial, que es plana, de terrenos blandos de
aluvión, con grandes pampas ó con bosques mediterráneos,
la región oriental está formada de una serie de graníticas
colinas, en que la espesa alfombra de vegetación herbácea,
formada de más de quinientas especies de gramíneas,
abriga el cuerpo de la tierra, como la piel de un animal
sobre la que pasan estremecimientos vitales.
Por la superficie, corre también la vida por una red
30
circulatoria de arterias hidrográficas, que dan á esas co-
linas el aspecto de los lóbulos de un cerebro irrigado por
sangre copiosa. Las tres grandes vertientes que van, ya
hacia el Uruguay, ya hacia el Plata ó el Atlántico, for-
man la cuenca del río Negro, que atraviesa el país de
parte á parte, como el centro del estremecimiento arterial,
y abren el lecho de catorce ríos, de centenares de arroyos
caudalosos, y de millares de pequeñas corrientes que se
mueven y dan la nota de la vida carminosa en todas las
hondonadas, en cuyo fondo se encuentra siempre el re-
flejo del árbol sobre el agua: en el remanso quieto, ó en
la corriente rumorosa y ágil.
Sus mayores alturas no llegan á seiscientos metros; y
aun en ellas, la espiga del trigo puede germinar hasta en
las cumbres. Son sólo ondulaciones más altas de una si-
nuosa superficie intacta. En algunas parcelas del territorio,
la osamentación granítica^ rompe la piel que la recubre, y
asoma en grandes bloques pétreos heteroformes, que son
largas sierras ó cerros aislados como bloques erráticos, y
que cobran formas arquitectónicas, semejantes á torreones
cilindricos ó á edificios ciclópeos derrumbados. Esos blo-
ques parecen más bien caídos de lo alto que brotados de la
tierra; no matan, por consiguiente, la rica vegetación que
los circunda, y trepa por sus grietas, y forma, en las hondu-
ras, lujuriantes manchones de vegetación arbórea, en me-
dio á los tupidos matorrales. Si se penetra en esas zonas
ásperas excepcionales ; si se cruza por el fondo de la sierra
ó se trepa el cerro, se experimenta la sensación estética de
lo grandioso, del paisaje de montaña, con tanta intensidad
como en las excelsas cordilleras : la eminencia y la sima, el
peñón abrupto cortado á pico, la mole granítica suspen-
dida en el vacío, el precipicio, el largo desfiladero inacce-
sible, el breñal-madriguera en las honduras, el árbol tor*
EL TEATRO 31
tuoso agarrado á la roca con sus tentáculos de piedra, en
las cumbres almenadas, el nacer y el morir del sol tras la
mole fantasma, la proyección de la montaña en la llanura.
Pero allí lo grandioso es sólo efecto de la relatividad en
la sensación ; la sierra aparece grande porque las largas co-
linas en que se levanta de improviso son pequeñas ; lo gran-
dioso está en nosotros, aunque sugerido por la expresión
del mundo exterior.
Ese paisaje no imprime carácter al territorio; la mon-
taña no cierra ni recorta sus dilatados horizontes sin ori-
llas ; la vegetación arbórea natural es escasa. La región de
los árboles gigantes americanos, como la de la montaña ex-
celsa, está más arriba de la línea divisoria entre España y
Portugal, en la región que se acerca al trópico, en la zona
brasilera, en que crecen los palmares y los bananeros reso-
nantes, y se produce el café y el algodón y el añil. En la
tierra que observamos, la colina granítica, envuelta en su
mantillo vegetal, produce el trigo y el maíz como en región
alguna del mundo ; las flores del peral y del manzano y del
durazno, importados de Europa, anuncian sus primaveras
llenas de sol fresco y coloreado con vigor. La flora indí-
gena es escasa: árboles y arbustos tortuosos y de frutos
agrios en su mayor parte, que no cobran las proporcio-
nes de los tropicales. Ellos bastan, sin embargo, para for-
mar, con los matorrales y las enredaderas salvajes, lar-
gos bosques impenetrables, sobre cuyos árboles pequeños
emergen de trecho en trecho algunos colosales, en que ani-
dan águilas. Pero esos bosques crecen siempre á lo largo de
los arroyos y los ríos, y se extienden más ó menos en sus
márgenes y en sus confluencias, según es más ó menos rá-
pido el declive de las colinas en cuya convergencia corre el
agua entre los árboles y marañas. Si hay allí una llanura,
las aguas que permanecen forman el bañado, el extenso
82
pantano cubierto de juncos y plantas acuáticas, en que
anidan los patos innumerables, se levantan las bandas de
garzas blancas como nubes del poniente, pasean las cigüe-
ñas, nadan las nutrias, y lanzan los chajás sus gritos estri-
dentes. Fuera de esos bajos en que se deposita el humus
arrastrado por las lluvias al borde de las corrientes, no
existen arbolados naturales ; las colinas y los valles son el
dominio exclusivo de la gramínea rastrera é invasora, sal-
picada de trecho en trecho por el cardal de flores azules,
ó por el matorral de chircas verdes. Alguno que otro ombú
solitario se levanta en la cumbre de las lomas ; manchones
de palmares, copiosos y agrupados los unos, ralos y disper-
sos los otros, dan su nota original en las costas atlánticas,
ó á orillas del Uruguay. Pero todo eso es accidente: el
perpetuo ondular de la colina, de un vermellón verde ca-
racterístico, es lo que imprime su sello á la tierra ; los ho-
rizontes se ensanchan y se renuevan, modificando la línea
curva de las lomas elásticas que se reproducen sin cesar;
aparecen y se levantan las nuevas en la convergencia de
las que descienden en primer término, suben y bajan,
ondulan en el espacio, como enormes turgencias de senos
nubiles que respiran dormidos. Muchas de estas feraces
colinas, las más extensas, son achatadas : una larga meseta
ó llanura se ofrece á la vista, una vez escalada la pendiente ;
una llanura granítica exuberante de vida vegetal ; un lago
verde de brillante inmovilidad fecunda.
El insigne botánico Auguste de Saint Hilaire, que re-
corrió estos campos en 1821, me salva del peligro de tras-
mitiros, como verdad objetiva, lo que pudiera ser solo
impresión subjetiva con relación á mi tierra. Saint Hi-
laire se expresa así sobre ella : " Aunque poco variado, el as-
pecto de estos campos no fatiga como el de los inmensos
desiertos de Goyaz y de Minas. El aire de alegría que
EL TEATRO 33
reina en todo este país depende acaso de la idea de ri-
queza y de abundancia que dan estos tan excelentes pas-
tos ; pero más todavía del color del cielo, de un azul tierno,
en extremo agradable á la vista, y de la luz que, sin des-
lumbrar como en los trópicos, tiene una vivacidad y una
fulguración desconocidas en el norte de Europa."
La fauna indígena no era mas rica que la ñora arbórea.
Los seres cálidos que habitan innumerables las regiones
tropicales ; las fieras ; los reptiles deformes ; los habitantes
de la misteriosa selva mediterránea, en que cuelgan los raci-
mos enormes que destilan los azúcares hipnóticos, en que se
enrosca el boa, y cantan los suntuosos pájaros extáticos sus
himnos al sol, no hallan en esta región su ambiente pro-
picio. Aquí la calandria y el zorzal cantan á la aurora ; el
águila traza en el aire su espiral silenciosa; el teru-tero
lanza gritos de guerra ó de sorpresa; el venado, de pie
sobre la loma, recorta su silueta, delicada sobre los amplios
horizontes de larguísimos crepúsculos anaranjados; el
avestruz recorre las llanuras; el carpincho sale del río á
pastar en la orilla ; la perdiz llena el viento de los temblo-
res musicales de sus alas.
Tales eran las notas características de la vida animal
de esa región, que, no ofreciendo asilo propicio á las semi-
llas ni á los seres animados que vienen del trópico, y que
se detienen en sus fronteras, parecía estar á la espera de
sus verdaderos dueños en el reino animal. Cuando estos
llegaron con la colonización europea, la nota de la vida pro-
pia, esperada por la gramínea exuberante, dio su carácter
definitivo á la comarca : el toro y el caballo, al pisar aquella
tierra intacta, dura ; al sentir el olor de la vida en la de sus
pastos azoados ; al ver aquellas colinas ilimitadas, abiertas
al fogoso correr de la yeguada y al pastar de la vaca y del
rebaño innumerable, sintieron la alegría y la pujanza del
3. Artigas. — I.
34
vivir; vivieron y se reprodujeron en forma tal, que, en muy
pocos años, los animales vacunos y caballares llegaron á
tomar las proporciones que en otros países toman las pla-
gas ; llenaban las colinas del Sur, y subían hacia el Norte,
hasta encontrar la línea en que se detenían los seres vivos
que venían del trópico.
El caballo, sobre todo, transformó el aspecto de la tierra.
y las costumbres de su habitador. El indio nómade no tenía
caballo, andaba á pie; no poseía pues la tierra. Al llegar
ese animal, como si se fundieran los dos seres, apareció el
centauro, el ser habilitado para ser dueño y señor de aque-
llas colinas ilimitadas, que, con sus pastos y sus ganados,
nutrían al hombre nuevo: al hombre á caballo.
¡ Qué vinculada está la historia de los animales á la his-
toria de los hombres !
Cuando se buscan símbolos de la independencia de Amé-
rica, se recuerdan aquellos doce potros maravillosos de la
Iliada, que galopaban sobre las espigas sin doblarles los
tallos, y sobre las aguas sin mojarse los cascos; se piensa
en Poseidóñ que, golpeando la roca con su tridente, ve
surgir el caballo, nacido de una grande ola marina, y do-
tado del cuello ondulante y de la blanca espuma de la ola.
En la mitología americana, el caballo hubiera sido el ani-
mal sagrado.
Con esos elementos, amigos artistas, tenéis el ambiente
de que ha de estar compenetrado el héroe oriental : colinas
ilimitadas y solitarias, bajo un cielo de esplendente azul,
bosques en las corrientes, ganados innumerables en las
laderas verdes, inmensas yeguadas que recorren las si-
nuosas llanuras, rebaños de ovejas, y, á través de todo,
el hombre á caballo, señor de la extensión.
Os he descrito todo esto, porque yo creo que la creación
escultórica, aun la estatua personal aislada, tiene un fondo
EL TEATRO 35
invisible poblado de infinitos seres, un ambiente amplísimo
que la compenetra, y que irradia de sus propias líneas
expresivas y sonoras. En una actitud se refleja una
montaña y una puesta de sol y hasta una tempestad. Yo
debo, no sólo haceros conocer, sino haceros ver, y sentir y
amar. Es preciso que, llegado el caso, no os limitéis á saber
lo que hicieron Artigas y sus soldados; es fuerza que los
veáis cruzar esas colinas que os he descrito, jinetes en sus
potros desnudos sin domar, descender á los bajos ó bañados
montuosos, en busca del vado escondido entre los árboles,
cruzar á nado las corrientes, refugiarse en la sierra abrupta
6 en el bosque impenetrable, proyectarse sobre el horizonte
anaranjado por el sol poniente.
Si aun quisierais daros cuenta de dónde comienza y
adonde termina esa tierra como entidad geográfica, de
límites geológicos inconfundibles, podéis advertir que ella
es la punta subtropical del gran macizo orográfico cunei-
forme del Brasil, el vértice inferior del dilatado triángulo
formado por la línea horizontal del Amazonas, y por las dos
líneas convergentes de las costas atlánticas y de los ríos
que vienen del norte á unirse en el estuario del Plata. En
ese vértice inferior está Montevideo ; de este núcleo socio-
lógico, como de un centro luminoso, cuyo chorro de luz se
va ensanchando y debilitando á medida que se aleja del
foco hasta fundirse en la oscuridad, subía hacia el norte el
espíritu de la nación española. Algo así como lo que pasa
en el fenómeno físico, ocurría en el étnico y sociológico
con respecto á los límites naturales de la Banda Oriental ;
éstos eran precisos, inconfundibles, en el ángulo inferior:
el mar y el fondo de los ríos son sus lados, imposibles de
borrar. Pero la línea superior, como la que divide la
36
luz de la sombra en el extremo del foco luminoso, era difu-
sa, indeterminada. Como se diluyen la luz y las tinieblas, se
fundían allí el límite superior español y el inferior portu-
gués, el radio de acción que desciende de Río Janeiro y el
que sube de Montevideo. Era pues preciso trazar conven-
cionalmente esa línea, y eso dio origen á la guerra tres
veces secular entre España y Portugal, que trasladó á
América el divorcio que existía, y existe aún en Europa,
entre los dos pueblos ibéricos.
Las metrópolis trazaron varias veces aquella línea, y la
escribieron en sus tratados de paz, que eran la sentencia
de sus enconadas guerras. Entonces era más fuerte España,
y la luz del foco hispánico subía hasta muy arriba. Alvar
Núñez Cabeza de Vaca atravesó de Santa Catalina á la
Asunción por territorio español; las misiones se fundaron
á esa altura. Esa era la línea indicada por la naturaleza,
la que hemos visto distinguir á los seres animales y vege-
tales en su marcha migratoria, y que el homo sapiens suele
percibir menos claramente que la planta y que el bruto.
Veréis que esa fué la que tuvo Artigas trazada en su pensa-
miento; la que hubiera trazado en la realidad, salvando
todo el lote hispánico para la nación atlántica española, á
no haber sido hostilizado por su propia estirpe.
Pero, pasado el período colonial, cuando los hijos se
emanciparon de los padres, hispánicos y lusitanos volvieron
á luchar por el trazado de esa frontera artificial. El hijo
atlántico de España era entonces el más débil de la fami-
lia hispánica; había sido abandonado por sus hermanos;
era, en ese momento, menos fuerte que el hijo de Portugal.
Y fué éste quien impuso la frontera. Una gran parte de la
región subtropical atlántica, que fué española, quedó incor-
porada á la opulenta herencia portuguesa. Pero no importa ;
esas líneas más ó menos arbitrarias, que trazan los hom-
EL TEATRO 37
bres por la fuerza en la superficie de la tierra jamás po-
drán borrar las que están trazadas por la naturaleza en
sus entrañas. Ellas adelantarán más ó menos, por otra
parte, en la zona indefinida, achicarán más ó menos la
esfera de acción política del núcleo inconfundible, pero
jamás apagarán á éste.
Se achicó, sin duda alguna, la del núcleo hispánico; se
le achicó todo cuanto fué posible arrebatar á la debilidad
del heredero de España ; pero no tanto que se le quitasen
los elementos de vida; no tanto que se arrancara la raíz
al vigoroso retoño atlántico del árbol español.
Se ha dicho que lo que quedó es pequeño. ¡Pequeño!
Jamás tendré por hombre de buen sentido á quien tome en
cuenta esa circunstancia para juzgar de la razón de ser
de un pueblo, de la vida de un organismo: su territorio.
Ese territorio no es pequeño: tiene doscientos mil kiló-
metros cuadrados; cuatro ó cinco naciones europeas caben
en él; puede contener veinte millones de habitantes con
menos densidad que Bélgica. Pero no creo que valga la
pena hablar de eso. Lo que interesa es que os deis cuenta,
mis buenos amigos, de la conservación de esa región, inde-
pendiente por naturaleza, como la sede de un pueblo nece-
sariamente distinto de los demás pueblos, chicos ó gran-
des, que lo rodean. Acaso lo que perdió en extensión hacia
el norte, lo ganó en intensidad en su núcleo meridional.
Se ha quedado con lo más homogéneo, con lo indiscutible,
con lo inconmovible. Si el mapa de la América del Sur no
fuera aún definitivo, ese núcleo inmóvil será centro de
atracción, núcleo de rotación, jamás satélite.
Y llegamos, por fin, á nuestro propósito. En esa región,
en la margen oriental del Plata, nació Artigas, de un hidal-
go español; nació en su núcleo urbano, en Montevideo, y
casi con éste : cuarenta años después de su fundación. Ar-
88
tigas es la encarnación de todas esas leyes de que os he
hablado; él es la transformación de esos elementos vitales
en forma humana inteligente, en visión imperiosa, en dina-
mismo heroico, en núcleo de rotación espiral que envuelve
la nebulosa generatriz de un cuerpo luminoso, de luz pro-
pia, centro de días y de noches.
CONFERENCIA III
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES
La geología y la historia. — L¡i entelequía ó el alma de las nacio-
nes. — La ciudad. — Las ciudades americanas como núcleos de
estados independientes. ■ — Buenos Aires, Montevideo y Río
Janeiro.
Amigos artistas:
En mi conferencia anterior yo pretendí, como os lo decía,
haceros penetrar hasta las visceras de la patria oriental,
llevándoos — como es llevado Fausto á la silente región de
las madres ó de las causas — hasta las entrañas de la tierra,
y hasta las más profundas quizá de los problemas socioló-
gicos, en busca de la más remota razón de ser de la patria
evocada por Artigas. En esa subterránea región, según
Paul de Saint Victor, la antigüedad reverenciaba las raíces
sagradas de todas las cosas : tesoros de metales y de piedras
preciosas, frutos y plantas en germen, cultivos y sepulturas,
efluvios de antros y de trípodes proféticos, leyes inmuta-
bles que desenvuelven el mundo y le sirven de bases sus-
tentadoras. Confieso que eso es demasiado horadar ; meterse
acaso en demasiadas honduras. Quizá encontremos en ellas,
40
sin embargo, alguna línea, y hasta algún lampo de color
para vosotros.
Pero si bien yo quisiera haceros extraer de las mismas
entrañas ígneas de la tierra americana el hierro y el cobre
de que formaréis el bronce de vuestra estatua, no pretendo
con ello presentaros las influencias geológicas y étnicas y
climatéricas, como el único factor determinante de la for-
mación de los estados; ni siquiera me atrevo á clasificar,
por orden de importancia relativa, los múltiples agentes,
sociológicos, históricos, geográficos, térmicos, que concu-
rren á conglomerar las células ó unidades primitivas de
las naciones.
Federico Amiel, el melancólico ginebrino de alma germá-
nica ó germanizada, hubiera dado, me parece, una impor-
tancia muy grande, en nuestro caso, al factor geológico que
yo os indico. " Juzgar nuestra época, dice en su Diario
Intimo, desde el punto de vista de la historia universal ; la
historia, desde el punto de vista geológico, y la geología
desde el punto de vista de la astronomía, es una emancipa-
ción del pensamiento." Yo no llegaré á tanto. Esas teorías
de conjunto, á que se adhiere tan firmemente el pensa-
miento del norte; esos métodos comprensivos, de donde
han salido, según la opinión de Bourget, tantos sistemas,
desde el de Schelling hasta el de Hartmann, pasando por
Hegel y Schopenhauer ; esta tendencia á salir de la reali-
dad sensible, para vivir sólo en la abstracción, en lo abso-
luto, cuando estamos rodeados por todas partes de lo con-
tingente, no se compadece con nuestra naturaleza heleno-
latina, imaginativa y pasional. Pero, sin afirmar que ello
sea indispensable para que nuestro pensamiento se eman-
cipe, yo creo que la influencia de los factores externos.
la constitución geológica del suelo, la temperatura, la
fauna, la flora, sobre los factores internos, caracteres físi-
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES 41
eos, morales é intelectuales de los hombres que constituyen
una sociedad política, es un factor de importancia capital
en el estudio de los orígenes de un pueblo; y lo es en el
de los del pueblo oriental del Uruguay.
Acabo de leer un interesante estudio de don Miguel de
Unamuno, insigne amigo mío, y para conmigo siempre ge-
neroso, á pesar de nuestras fundamentales disidencias, en
que ese ilustre escritor examina el problema de que ahora
tratamos : el por qué, una vez desmembrada naturalmente
la América española de su metrópoli, se formaron en ella
diversos estados independientes entre sí; por qué fueron
estos dieciséis, y no veintiséis, ó catorce, ó siete.
Unamuno toma en consideración un discurso que yo pro-
nuncié al inaugurarse la estatua de Lavalleja de que hemos
hablado. Enuncié yo allí, efectivamente, con la fugacidad
exigida por la oración popular esparcida á voces en el vien-
to, algo de lo que ahora estoy diciendo: el porqué de la
emancipación necesaria del Uruguay, no sólo de España,
sino también de los otros pueblos americanos; el agente
dinámico, por consiguiente, que estaba en la subconsciencia
de Artigas.
Unamuno, que, rara avis, sabe lo que escribe cuando lo
hace en la prensa periódica europea sobre cosas de América,
después de afirmar que yo sostengo en mi discurso que el
Uruguay tuvo que ser una nación independiente por consti-
tuir una unidad geográfica subtropical y atlántica, se
aparta de esa opinión, como disiente de la que, siguiendo á
Carlyle, designa á los héroes como núcleo de conglomeración
sociológica. Él cree y sostiene que lo que ha constituido
principalmente esos centros de rotación en la América es-
pañola, cuya conquista hemos esbozado, han sido las ciuda-
42
des que se fundaron. El sentimiento de patria, de persona
internacional, es de origen ciudadano, dice; civilización
deriva de Civis, de donde también viene ciudad, Civitas.
Montevideo hizo al Uruguay, como Buenos Aires á la
Argentina, y lima, Bogotá, Caracas, Quito, hicieron á
los estados de que son capital. Güemes ó López, caudillos
argentinos, hubieran hecho lo que Artigas, á haber existido,
en las regiones que acaudillaron, ciudades con las condi-
ciones requeridas.
Juzgo de gran interés el estudio de ese punto: el signi-
ficado de las ciudades americanas, el de Montevideo espe-
cialmente, en la formación de los estados.
Como lo veis, el erudito pensador español no niega en
absoluto la influencia étnica; discute sólo en cuanto á su
importancia relativa. Yo le atribuyo, es verdad, alguna
mayor importancia que él en la formación de la naciona-
lidad uruguaya, sin desconocer el influjo de las ciudades.
La ciudad es, efectivamente, el núcleo de civilización;
pero no de vida; como no lo es la cabeza en el organismo
humano, por más que en ella resida especialmente el pensa-
miento. No es causa; es tajmbién efecto. Yo creo que, al
revés de lo que pasa en lo inanimado, en que las partes
preceden al todo y lo determinan siguiendo un orden mecá-
nico, en el ser vivo (y imanación lo es á su manera) el todo
parece preceder á las partes, y determinarlas según una ley
progresiva de finalidad. Es un fin que crea sus medios.
Existe, ó mucho me equivoco, un principio interior cuya
actividad precede á la manifestación del ser social vivo,
mantiene su unidad, su identidad permanente al través de
las transformaciones perpetuas, y dirige su evolución, se-
gún el tipo que debe realizarse, sin obstar á la libertad de
la persona humana, cuyo destino es el fin de la sociedad.
Todo concurre á la formación de los estados : el agente de
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES 43
vida forma la capital conjuntamente con el pueblo á que
ha de servir de núcleo inteligente, como se forma el cerebro
y el corazón al par de los últimos filamentos nerviosos en
el organismo sensible.
No creo que sea intempestivo el profundizar un poco
más, aunque sea muy poco, este interesante problema. Ha-
gámoslo, mis queridos amigos, siquiera sea por esta vez. Yo
os prometo corregirme, en adelante, de estas vagas ideolo-
gías. No puedo resistir á la tentación de haceros compartir
mi visión clara sobre la aparición de la patria de Artigas,
de Artigas mismo, como el cumplimiento de leyes ó el pro-
ducto de fuerzas providenciales, incontrastables, más fuer-
tes que el libre querer de los hombres que edifican ciuda-
des. Sin esa. convicción, jamás percibiríais en todo su carác-
ter y magnitud al hombre que es el agente heroico de aque-
llas fuerzas, y que es arrebatado por ellas, como el profeta
por el espíritu del fuego.
Hipólito Taine, el orfebre del diáfano estilo, en su Filo-
sofía del Arte, pronunció, para juzgar de la civilización
helénica, la palabra entéléchie, que él escribe en caracteres
griegos que no conozco desgraciadamente. Nosotros diremos
entelequía, si os parece. La palabra es lo de menos ; vamos
al concepto. Entelequía, en la lengua de Aristóteles, es, en
un ser vivo, el principio de su organización, de su unidad y
de su vida; es su forma, su principio informador, por
oposición á su materia.
Ese concepto del filósofo griego fué visto por Leibnitz,
que consideró esa llamada entelequía como el principio
dinámico de los mónadas ó seres primitivos. La misma
doctrina moderna de la evolución cuenta con esa entidad
empírica, que me parece muy interesante. El plan ar-
44
quitectónico que sigue cada individualidad orgánica, se-
gún la ley llamada de unidad de composición, obliga á reco-
nocer un principio interno, director de las transmutaciones
que estudia la morfología moderna. Según eso, la doctrina
aristotélica de la entelequía se parece mucho á lo que
Claudio Bernard llama idea directiva de la vida, y mucho
más todavía á la idea-fuerza de que habla de Fouillé, en
su Evolucionismo de las Ideas- fuerzas. Llámesele como se
quiera, yo creo que existe un principio ordenador y regu-
lador de todas las energías, que se reúnen en un centro,
para formar la individualidad viva concreta.
De ese concepto saca Aristóteles su definición del alma,
del alma en general, en todos los seres animados : "la ente-
lequía de un cuerpo natural orgánico."
Taine se apasiona por esa definición; "ella hubiera po-
dido ser escrita, dice, por todos los escultores griegos; es
la idea madre de la civilización helénica." Aceptadla vos-
otros, si ella os inspira, mis amigos artistas. Pero Taine la
aplica especialmente al alma humana, y de ahí deduce,
como es obvio, que el ser moral no es sino el término y como
la flor del animal físico. En eso se equivoca, como yerra
también al atribuir tal aplicación á Aristóteles. Éste, lo
mismo que los filósofos cristianos, aunque ve en el alma
del hombre la entelequía de su cuerpo, el principio de su
organización, de su unidad, de su vida, (su forma sustan-
cial, dicen los escolásticos) también descubre en ella, y
sobre todo, un orden de funciones hiperorgánicas. Las ope-
raciones del pensamiento y de la virtud son algo más que la
flor terminal del cuerpo humano. Aristóteles las atribuye
al alma, que es sustancia, que es en sí y se concibe por sí,
que sobrevive á la destrucción del cuerpo, y que es
simple, indisoluble, inmortal.
Pero si ese concepto de entelequía, ó como queráis lia-
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES 45
marle, no es aplicable al organismo del hombre, se me ocu-
rre que lo es, en cierto modo, al social y político que llama-
mos estado ó nación, como lo es á los organismos puramente
sensitivos. A mí me sirve, cuando menos, á maravilla, para
dar forma musical á mi concepto de patria. Tomadlo si-
quiera, mis amigos, como una sonora imagen, cualquier sea
vuestro criterio filosófico. Existe, me parece, un principio
de organización, de unidad, de vida, constituido por múlti-
ples elementos, geológicos, étnicos, biológicos, climatéricos,
históricos, que informa los organismos colectivos, y que,
no teniendo más misión que la de informarlos, desaparece
con ellos. Las patrias concretas no son inmortales; viven
en el tiempo ; éste las transforma y hasta las aniquila. Pero
esas patrias en tanto viven, en cuanto conservan el princi-
pio informador que constituye su yo permanente, que les
da carácter, unidad, vida orgánica. Y ese principio ó ente-
lequía es tanto más enérgico y persistente, tanto más in-
mortal, si me permitís la paradoja, cuanto más se identifica
con el orden ó divina ley del universo, y es una nota de su
recóndita armonía. O mucho me equivoco, ó el patriotismo
no es otra cosa que la fe en ese principio con relación á la
propia tierra; es la creencia en la relativa inmortalidad
de ésta, basada en la identificación del principio que la
informa con las leyes más enérgicas é inmutables.
Por eso yo os he hecho conocer, mis amigos, los agentes
geológicos que hacían de la región oriental del Plata un
territorio capaz de imprimir diferencias étnicas á los seres
humanos que en él constituyeron un pueblo; por eso no
puedo pensar, con Unamuno, que la entelequía, el prin-
cipio vital de la patria oriental, haya sido sólo la ciudad
de Montevideo; tampoco la aparición de un héroe, sea
personal ó colectivo.
Veréis cómo no nació el Uruguay porque existía Monte-
46
video ; sino que existió Montevideo, y se desarrollo, con las
condiciones requeridas para ser núcleo de civilización, por
que existía el Uruguay, porque el principio vital, com-
plejo, indescifrable, hijo de la madre naturaleza, preexis-
tía en aquella región atlántica subtropical, cuyos habi-
tantes, desde los aborígenes hasta nosotros, han estado y
están bajo el influjo misterioso de la tierra, del factor
étnico.
Era ese principio vital el que animaba á Artigas, el que
creó su figura heroica, con su carácter y su visión ó men-
saje. No sólo no consagró éste, al crear la patria, el predo-
minio absoluto de la ciudad, sino que impuso á ésta el de
toda la región. Artigas no se radicó jamás en Montevideo.
Veréis cómo la primera capital de esta nuestra república
oriental fué Purificación, el caserío primitivo, no Montevi-
deo. Desde allí Artigas dirigió toda la patria, Montevideo
inclusive, y aun la región occidental que vio en él al héroe ;
desde allí, desde la soledad de su pensamiento genial. Mon-
tevideo no hubiera hecho al Uruguay; todo lo contrario.
Ya veréis cómo si la idea de patria sufrió quebrantos, éstos
los sufrió en Montevideo. Sólo vivió íntegra en el pensa-
miento de Artigas, que concentraba el espíritu de su tierra
germinal.
Oportunamente hemos de medir la distancia inconmen-
surable que hay entre el héroe del Uruguay, y Güemes, y
López, y otros agentes, más ó menos enérgicos pero secun-
darios, de la independencia americana, que obedecían á
aquél; la hay mayor acaso entre Artigas y San Martín ó
Belgrano, por ejemplo. Son cosas muy distintas, comple-
tamente distintas. Difícilmente se dará, como lo veremos
en nuestras conversaciones, un cúmulo de circunstancias
más adversas á la conquista de la independencia que las
que rodearon el nacer del Uruguay; nadie hubiera visto
JEN L,V REGIÓN DK LAS MADRES 47
en aquel pedazo de América atlántica, con una población
total de cuarenta ó cincuenta mil habitantes, la región de
un pueblo independiente, distinto de los demás, y mucho
menos el eje de la revolución democrática. Pero ese trozo
del continente era casi toda la región atlántica subtropical
de la América del Sur, fuera de la costa patagónica; su
equivalente en la del Norte, á igual latitud, tiene dos
milones de kilómetros. Y allí había una alma, la entelequía
de un pueblo.
II
Pero existe un error, radicalmente contrario al de Una-
muno, y en él incurriríamos, con gran menoscabo de nues-
tra preparación para la comprensión de Artigas, si no atri-
buyéramos á esa ciudad de Montevideo la influencia que
le corresponde en la formación de la patria de que hoy es
capital. Sí, la tiene y grande. Artigas, el héroe de esa
patria, nació en Montevideo, como hemos dicho; en Mon-
tevideo recibió las primeras indelebles impresiones de su
vida, y su primera educación. Y, sin entrar á profundizar
demasiado el problema de las influencias recíprocas entre
el hombre, primer factor de progreso, y la sociedad en
que vive, no es posible negar la existencia de ese doble
influjo. El hombre es más hijo de su tiempo que de su
madre.
En el error á que antes me he referido incurre Mitre,
por ejemplo, un ilustre historiador argentino, al sostener
precisamente todo lo contrario de Unamuno. Para Mitre,
el Uruguay no tenía una ciudad que pudiera servir de
núcleo á una nación. En el Plata no había más que Buenos
Aires. "La insurrección de la Banda Oriental, dice, nacida
en las campiñas, sin un centro urbano que le sirviese de
4S
núcleo, privada así de toda cohesión y de todo elemento de
gobierno regular, fué el patrimonio de multitudes desagre-
gadas, emancipadas de toda ley, que al fin la hicieron polí-
tica y militarmente ingobernable, entregándola desorga-
nizada al arbitrio del caudillaje local, que, convirtiéndola
en insurrección contra la sociabilidad argentina, le inoculó
ese principio disolvente."
Este principio disolvente, hijo sólo, como lo veis, no de la
ciudad sino de la muchedumbre, del pueblo entregado á la
dirección de su caudillo, fué, según Mitre, el que hizo
imposible la unión de la región oriental con la occidental
del Plata, es decir, el que determinó la independencia de
la primera con relación á la segunda. Sea. Mitre dice, en
parte al menos, la verdad ; él la execra, aunque sin razón,
como puede execrar un español el principio disolvente que
separó la América de España ; como puede odiar un brasi-
leño el que arrebató á su madre patria portuguesa el mejor
pedazo de la América atlántica^ para conservarlo á la
familia hispánica. Pero los orientales la amamos y la pro-
clamamos hoy, como en la época de Artigas, y la encar-
namos en éste como en su forma heroica.
El historiador argentino tampoco tiene razón, sin em-
bargo, al afirmar que Montevideo no era un centro urbano
que sirviese de núcleo, al rayar la era de la independencia
americana. No sólo era eso, sino que, desde su fundación,
fué, no una de tantas ciudades coloniales secundarias con
tendencias autonómicas, sino una metrópoli importante,
característica, y rival de Buenos Aires. En el curso de
nuestras conversaciones veréis la importancia política y so-
cial que él adquirió, los hombres que en él descollaron y
fueron colaboradores de Artigas, y lo que era su población
cuando llegó el momento de la independencia. El Briga-
dier don Cornelio Saavedra, primer presidente de la
EN* LA REGIÓN DE LAS MADRES 49
junta revolucionaria formada en Buenos Aires el 25 de
Mayo de 1810, vio mejor que Mitre lo que era Montevi-
deo. Leed este fragmento de sus memorias postumas: "To-
dos saben cuánto se trabajó, á fin de que Montevideo se
uniformase al nuevo sistema adoptado; más bastaba que
Buenos Aires hubiese tenido la iniciativa en aquella em-
presa, para que aquel pueblo se opusiese y lo contradijese ;
él fué siempre para Buenos Aires lo que Roma para Car-
tago.'' El parangón es ingenuo, no hay duda; pero no deja
de ser sugestivo. No fueron, pues, las campañas orientales,
no las solas multitudes, las que obedecieron al principio
disolvente ; éste partió de Montevideo, de su ingénita riva-
lidad con Buenos Aires. Ese fenómeno, que es cierto, y que
ha sido permanente, no puede ser efecto del capricho de
un hombre ni de varios hombres ; y, sin el conocimiento de
sus verdaderas causas, jamás podríamos comprender el
alto significado de Artigas. Es preciso que las examinemos,
mis amigas artistas.
Montevideo no fué el principio vital, hondo, complejo,
de nuestra patria; pero fué, no hay lugar á duda, uno de
sus productos, acaso el más importante. Esa su rivalidad
con Buenos Aires, que advierte ingenuamente Saavedra,
tenía raíces que el esclarecido patricio no pudo percibir,
pero que vosotros comprenderéis ahora, y profundizaréis
mucho más, á medida que adelantemos el curso de nuestras
amables conversaciones. Buenos Aires se opuso á la funda-
ción de Montevideo; miró con ojeriza el nacimiento del
hermano legitimario que iba á dar núcleo urbano á lo que
era servidumbre ó vaquería de Buenos Aires, y á arreba-
tar á éste el monopolio del comercio del Plata como puerto
4. Artigas. — i.
50
único. Una vez fundada la ciudad, entorpeció cuanto pudo
su prosperidad, se opuso al reparto de tierras en la región
oriental, al establecimiento de un faro en Montevideo, á la
habilitación de su puerto, y, después de habilitado, á sus
mejoras, á la construcción de recobas en la plaza, etc. Todo
eso era, natural : aquella ciudad recién nacida al otro lado
del Plata, con puerto propio superior á Buenos Aires, con
territorio separado del virreinato, no era Córdoba ni Tu-
cumán que, si bien tuvieron su espíritu local y su auto-
nomía, eran miembros del gran cuerpo geográfico de que
Buenos Aires tenía que ser puerto y cabeza. Montevideo
era núcleo de otra región, cabeza de otro organismo, pro-
ducto de otra vida, materia de otra forma sustancial, de
otra enielequía, si no os ha molestado demasiado la palabra
griega. Por eso la nueva ciudad pugnó á su vez por su
emancipación de Buenos Aires desde muy poco después
de su fundación. Esa tendencia ingénita cobró forma radi-
cal con ocasión de la reconquista de la capital del virrei-
nato contra los ingleses, que la conquistan en 1805. En-
tonces, el Cabildo y el Comercio de Montevideo, que han
iniciado con el Gobernador la reconquista, envían directa-
mente á Madrid á don Nicdlás de Herrera, con la misión
de reclamar para su ciudad, en pugna con la trasplatina.
la gloria de aquella hazaña, gloria que obtiene, por fin, y
que se consigna en su escudo colonial, y en su título de
reconquistadora. Pero Herrera lleva muy especialmente el
encargue de obtener de España "la independencia de esta
Gobernación del virreinato de Buenos Aires;" pide en
consecuencia, "la creación de un consulado ó tribunal en
Montevideo, en virtud de la rivalidad y de las tendencias
opresoras del de Buenos Aires."
Todo eso, y mucho más que no cabe en la índole de
nuestras conversaciones, os convencerá de que no puede
KN LA REGIÓN DE LAS MADRES 51
afirmarse que Montevideo no fuera un centro urbano que
sirviese de núcleo á la región oriental del Plata.
Pero lo que sí puede y debe afirmarse, porque consti-
tuye, mucho más que los intereses materiales, la causa de
la rivalidad de ambas ciudades, y explica el carácter y la
acción de Artigas, el hijo por excelencia de Montevideo,
es que la ciudad oriental, fundada dos siglos después de
Buenos Aires, tuvo un carácter, si no antagónico, muy dis-
tinto del de su hermana occidental. Montevideo fué una
plaza fuerte, un bastión ; era una ciudad menos señorial,
menos suntuosa que su hermana ultraplatense ; sintió menos
el influjo del abolengo; no tuvo el carácter de semi corte
colonial de otras ciudades más antiguas ; fué la sede de una
especie de democracia foral ingénita, en contraposición de
las aristocracias reflejas de que fué asiento Buenos Aires,
y que allí engendraron esas tendencias opresoras á que se
refiere Herrera, y que veremos después confirmadas.
Y como la independencia americana, de que ya es tiempo
que comencemos á hablar, no será otra cosa que el espíritu
surgente de la democracia en el Nuevo Mundo, he ahí cómo
y por qué Montevideo, más aún que Buenos Aires, está
llamado á ser el núcleo urbano, no sólo de la región orien-
tal, sino de todos los pueblos del Plata. Y por qué Artigas,
hijo de la plaza fuerte oriental, será el indiscutido caudillo
popular. Si don Cornelio Saavedra hubiera pensado en eso,
acaso se hubiera percatado de por qué Montevideo fué
la Cartago de la Roma occidental, en la lucha, que vamos
á ver, de la independencia americana.
52
III
Y bien, ya es tiempo, mis amigos artistas, de que comen-
cemos á hablar algo de eso: de la independencia de este
continente. Os creo ya, gracias á vuestra amable paciencia,
más que debidamente preparados.
Hemos visto cómo se dividió la América entre Inglaterra,
España y Portugal, y cómo, en esos repartos de los coloni-
zadores europeos, se echaron los cimientos de los futuros
estados americanos, la del estado Oriental del Plata y del
Uruguay especialmente. Ha llegado, pues, el momento de
ver á éstos nacer.
Finaliza el siglo xvm y comienza el xix.
Dos siglos ha durado la dominación inglesa en América ;
tres la española y la portuguesa. Creo que pensaréis con-
migo que es bastante, para dominación de estados sobre
continentes, al través del océano atlántico, con todas sus
aguas. Eso no podía ser eterno; tenía que tener un tér-
mino, como todas las cosas de este mundo-, las contrarias
á la naturaleza, sobre todo.
Para justificar la independencia de la América española
se ha levantado muchas veces el proceso de la colonización
de España. No hay para tanto, me parece; basta el sen-
tido común, de que era intérprete Montesquieu, cuando
profetizaba la emancipación de América, diciendo en el
Espíritu de las Leyes: "Las indias son lo principal; la
España es lo accesorio. Es en vano que la política quiera
someter lo principal á lo accesorio." El juicio contra el
sistema colonial de España es serio, no hay duda alguna ;
pero yo os haré gracia de él. Creo que, para glorificar
nuestra independencia, ese proceso huelga por completo.
La colonización española no fué ni podía ser buena, sin
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES 53
por eso afirmar que fuese peor que cualquier otra en aque-
lla época. Creo que fué menos mala que muchas otras, sin
excluir algunas de las modernísimas. Si la hubiéramos de
juzgar por las Leyes de Indias, tendríamos que califi-
carla de perfecta. Esas ordenanzas son un monumento de
gloria para España; el testamento de Isabel la Católica
es una página conmovedora. No fueron las leyes, sino su
infracción por los hombres que aquí vinieron, lo que fué
malo. Pero así hubieran venido á este Nuevo Mundo colo-
nias de arcángeles ó serafines, en vez de aventureros, sol-
dados y funcionarios de la corona, no por eso hubiera sido
menos justificada la emancipación de los hombres de este
continente de los del otro. Los llamados derechos de Es-
paña sobre América tenían mucho de feudales. Y la deca-
dencia de un derecho feudal, dice Melchior de Vogué, co-
mienza el día en que sus abusos sobrepasan á sus servicios.
Y eso era lo que acontecía á principios del siglo xix.
A < juellos hidalgos y soldados españoles que, al quedar
sin empleo por la terminación de la guerra secular contra
los moros, vinieron á la conquista de América en busca de
aventuras, de gloria y de riquezas, de riquezas sobre todo,
fueron hombres animosos, heroicos; las fabulosas hazañas
de Hércules y de Teseo no superan á la realidad de sus
proezas. Nosotros mismos las recordamos con orgullo, como
gloria de nuestra estirpe. Aquellos héroes fueron nuestros
padres. Jos nuestros precisamente, no los de los españoles
que han vivido y viven en Europa. De ellos arranca, por
otra parte, nuestra nacional genealogía; ellos fueron los
primeros arquitectos de estas nuestras patrias america-
nas. Cuando los legisladores de este mi país independiente
mandaron que se alzase la estatua de Artigas que vais á
modelar, ordenaron al mismo tiempo, y ordenaron bien,
aue se levantara la de don Bruno Mauricio de Zabala, el
;,4
hidalgo español que fundó á Montevideo. ¡ Gran caballero,
insigne capitán, incólume magistrado este don Bruno
Mauricio de Zabala ! Levantaremos, sí, su estatua, en Mon-
tevideo, cerca de la de Artigas. Y don Juan Díaz de Solís,
descubridor del Río de la Plata, es progenitor soberbio de
esta tierra. Y lo es Garay de la Argentina, y Valdivia de la
Chilena . . . ¡ Oh, los bravos, los buenos arquitectos vestidos
de hierro ! ¡ Las tres veces heroica España, madre de estir-
pes, la más noble de las madres !
Siempre recordaré que fui yo, como representante de
mi país, quien interpretó este sentimiento de América,
con aplauso de todos sus representantes, cuando nos reu-
nimos, en 1892, á conmemorar, en torno del convento
de la Rábida, el cuarto centenario del descubrimiento.
Y dije allí:
"El descubrimiento de América, su conquista, su coloni-
zación, fueron un desgarrón de las entrañas de España;
por esa herida enorme se derramó su sangre sobre el otro
mundo . . . Hoy hace cuatro siglos, ganó la raza hispánica ;
pero perdió la nación española; y lo que ella perdió fué
nuestra vida, fué nuestra herencia. ' '
"No seremos nosotros, los americanos, los que le re-
prochemos la genial locura que nos engendró: la deca-
dencia es gloria en estos casos, como lo es la sangre per-
dida en la batalla, las cicatrices en el pecho, la santa pa-
lidez de la mujer convalesciente, después de haber sido
madre dolorosa de un hombre, que es también un mundo."
Pero una vez realizada la obra magna de fundar estas
nuevas sociedades cristianas, que tanto enaltece á España,
se ofreció el problema más natural del mundo: ¿para
quién fueron fundadas?
EN LA IÍEGIÓN DE LAS MADRES 55
Pues, ¿para quién habían de serlo sino para sus pro-
pios miembros? ¿Puede tener acaso la sociedad civilizada
otro objeto que el bien de sus propios miembros?
Ahora bien, mis amigos : aquellos soldados de hierro, y
funcionarios de la corona, que aquí venían á hacer la vo-
luntad del rey, ó la propia, porque el rey estaba lejos;
aquella servidumbre del pueblo, y sobre todo del indio, que
en vano procuraba defender el misionero y aun el mismí-
simo rey ; aquel orgullo sobre todo, aquel desdén del es-
pañol que venía de ultramar, hacia el nativo ó criollo,
que, yo no sé por qué, consideraba de especie inferior,
aunque fuera su propio hijo; aquel monopolio comercial
de la metrópoli; aquella prohibición en América de toda
industria ó cultivo que pudieran hacer competencia á
los de la península ; aquel aislamiento de las colonias entre
sí, y con lo demás del mundo que no fuera España...
en fin, creo que no es necesario demostrar la existencia de
la noche á media noche. Bien sabemos que todo eso era
defecto de la época, no sólo de España ; pero es indudable
que eso no podía ser. Estas sociedades coloniales no te-
nían por objeto único, ni siquiera predominante, el bien
<!<> sí mismas, de sus habitadores. El hombre era para la
autoridad que se le remitía desde el otro hemisferio, no
la autoridad para el hombre; el bien particular, que no
deja de ser tal por llamarse quien lo disfruta rey de Es-
paña ó Corte de España, estaba sobrepuesto al bien co-
mún, sobre todo al de las clases que deben ser preferidas,
las más humildes é indefensas; las colonias eran conside-
radas cosas, propiedades, medios de que disponía la me-
trópoli para sus fines: no personas, sociedades instituidas
en orden á la felicidad de su pueblo . . . Hemos dado, al
fin, mis amigos, con lo esencial, en todo esto: el pueblo,
el pueblo americano. Todo lo demás es accidental.
56
En esos tres siglos de coloniaje, imperceptiblemente,
como el capullo del gusano de seda tejido de invisibles
hebras de sustancia vital, se había formado de este lado
del Atlántico esa entidad: el pueblo americano. El pueblo
americano, entendedlo bien : no el pueblo español residente
en la tierra que conquistó. El hombre no es un accidente de
la tierra, ni puede ser materia de conquista. Aquí, en la
América española, mucho más que en la inglesa, pese á lo
dicho en contrario, y dicho sea en honor de España, había
nacido esa entidad personal, mezcla de persistencias y
transformaciones, substractum de progreso evolutivo: una
masa nativa, autóctona en cierto sentido, no importada:
el pueblo americano civilizado, una verdadera persona. Y
vosotros bien sabéis lo que es eso, una persona, en contra-
posición á una cosa : algo que es fin de sí mismo, no medio
para que otros realicen ó consigan el suyo.
Pues bien : el que más crea en la existencia de esa enti-
dad colectiva, pueblo americano; el que dé conciencia per-
sonal y orientación humana á esa transformación, hija
de las fuerzas misteriosas y constantes de la vida univer-
sal, ese será el héroe de la independencia de América. Yo
os prometo demostraros que ese hombre fué Artigas.
Excusado me parece decir que el régimen monárquico
absoluto, que había sido la base de las naciones modernas
europeas, lo fué del gobierno de sus colonias. El poder real
había sido un progreso, sin duda alguna, sobre el feudal:
las unidades nacionales se conglomeraron, en la Europa
occidental, en torno del rey absoluto, feudal de los feuda-
les, y señor de los señores. Este apareció entonces, á los
ojos de los pueblos, no como una entidad terrestre que
ascendía, sino como algo celeste que había bajado á la
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES 57
tierra, con su corona en la cabeza y su cetro en la mano.
No se vio en él una entidad que surgía de la masa social,
y se elevaba sobre ella por sus servicios reconocidos, y
que debía ser acatada porque servía y mientras servía,
sino una entidad celestial, un hombre sagrado mejor di-
cho, que deba ser venerado con prescindencia de sus actos,
así fueran éstos los más opuestos al bien común. Ese feti-
r himno tomó en España forma legal en la ley de Partidas,
según la cual "el pueblo debe ver e conocer como el nome
del Rey es el de Dios e tiene su lugar en la tierra, para
facer justicia e derecho e merced; y ningún orne non po-
dría amar á Dios cumplidamente sinon amase á su Rey.*'
De ahí que el monarca era considerado " como el Vicario
de Dios sobre la tierra, y como el propietario de todos los
países sujetos á su cetro."
No era, pues, la autoridad, la que tenía su origen en Dios ;
era el primogénito de la familia A ó B ; no era la esencia
del poder público la que brotaba de fuente divina; era el
accidente, la forma en que ese poder se ejercía: el Rey
Nuestro Señor de carne y hueso, elefante blanco hecho na-
cer expresamente por los dioses inmortales para represen-
tarlos. Hoy miramos esa creencia como se mira una intere-
santísma vetusta ruina.
La sustitución de ella por la racional que establece que
el hombre-autoridad no es una cosa distinta por natura-
leza de los demás hombres, sino el primero entre los igua-
les, y que el dueño de los países no es el que ejerce la
autoridad, así tenga un cetro en la mano ó deje de te-
nerlo, así se llame rey ó presidente ó como quiera lla-
mársele, sino el país mismo compuesto de gobernantes
y gobernados, es decir, el pueblo constituido en orga-
nismo vivo, que crea sus propios medios de transforma-
ción espontánea ; la aparición de esa entidad pueblo, per-
58
sona colectiva formada de personas humanas con todos los
atributos esenciales de la persona, igualdad de especie,
libertad, propiedad, dignidad, fe en sí mismo, aptitud
natural, ingénita, para imprimir á su organismo la estruc-
tura política más conducente á su fin, y todo lo demás que
conocemos; el nacer, pues, de la democracia congénita,
del orden civil en que todas las fuerzas jurídicas y econó-
micas cooperan proporcionalmente al bien, no de un hom-
bre ó de una familia ó clase privilegiadas, sino á la felici-
dad común, y tienden, en último resultado, al bien pre-
ponderante de las elases inferiores; la aparición, en una
palabra, del pueblo americano viable, dueño de sí mismo,
eso y sólo eso es lo que va á determinar el desgarrón san-
griento de las entrañas ibéricas, producido por el despren-
dimiento de la América libre.
Bien comprendéis, por consiguiente, que independencia
y caducidad de la monarquía serán, en América, la misma
cosa.
Todo esto os parecerá sin duda muy claro y sencillo ; lo
es hoy indudablemente. Pero al estallar la revolución no lo
era tanto. Eran pocos los que veían eso tan claro como hoy
se ve. La vieja doctrina, que ataba con vínculo sagrado
las colonias á su rey y señor, dominaba entonces en mu-
chas almas, y tenía tanto más arraigo en éstas, y en los
sentimientos y costumbres de las ciudades ó núcleos (Je
sociabildad, cuanto más antiguas y más señoriales fueran
esas ciudades.
Buenos Aires, dos siglos mayor que Montevideo, estaba
más compenetrado de ella, como Méjico ó Lima ; sus hom-
bres más descollantes, formados muchos de ellos en la
Europa monárquica, la sentían circular en sus arterias.
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES 59
Como liemos dicho antes. España concentró todo su in-
terés en su gran virreinato andino, cuyos centros fueron
al Norte, Lima, la ciudad que fué llamada de los reyes, y,
¡i 1 Sur, sobre la margen occidental del Plata. Buenos Aires,
dependiente del virrey de Lima hasta el año 1776, en que,
organizado el virreinato del Plata, y transformada la ciudad
en residencia de virreyes, comienza á sentirse con algo de
reina. A las viejas poblaciones de esos virreinatos andinos
lleva España sus elementos sociológicos; en ellas forma
sus hombres, sus aristocracias tributarias; en ellas, en
Lima, en Chuquisaca, en Córdoba, en Buenos Aires, funda
las universidades reales, en que se educan los togados
coloniales, los sacerdotes regalistas, que custodiarán el
fuego sacro de la doctrina real; los veréis sostenerla por
instinto, aun en medio de las luchas del pueblo por su
independencia democrática. La primera idea que tiene
Belgrano en Buenos Aires, y con él muchos otros, al vis-
lumbrar la independencia, es ofrecer el trono del Plata
á la princesa Carlota, hermana de Fernando VII.
Tres clases de elementos ve José Manuel Estrada en la
revolución argentina: "el gaucho, hijo de la encomienda;
la muchedumbre urbana, condenada á la miseria, y la aris-
tocracia criolla, conocedora de las cuestiones sociales, pero
impregnada con los ejemplos de arrogancia en que había
sido educada."
"Las aspiraciones de la masa á la soberanía, agrega el
pensador bonaerense, se estrelló contra la impotencia de la
sociedad para establecer la democracia bajo formas re-
gulares, porque la colonización de España traía estos dos
grandes caracteres: la idolatría realista; la desigualdad
< ¡ril."
En todo eso hay mucho de verdad.
80
Pero existía esa región oriental, separada de los virrei-
natos por el Río de la Plata, y, muy especialmente, esa
nueva ciudad de Montevideo, sin mas brillo que el del
bronce de sus cañones, adonde no llegaron, ó llegaron muy
atenuadas, las grandezas, y donde, al lado de algunos pocos
patricios análogos á los de Buenos Aires, puede distin-
guirse con mucha claridad, un elemento que le imprime
todo su carácter: una selección criolla intelectual, á la
que pertenece Artigas, y que se identifica con la masa
popular. La idolatría realista venía á Montevideo en los
españoles; pero no contaminaba á los nativos; de éstos
no procedían los ejemplos de arrogancia.
La aristocracia criolla fué desconocida en este lado del
Plata; sus pobladores fueron todos hombres de trabajo;
no hubo marqueses orientales, como los hubo en otras
regiones.
Montevideo no tuvo universidad real, ni claustros rega-
listas. Una aula de latinidad dirigida por los padres fran-
ciscanos, que se hacen cargo de ella desde la expulsión, en
1768, de la Compañía de Jesús, y que, en 1787, establecen
el primer curso de filosofía y teología, es todo su núcleo
intelectual. Ese convento será el foco revolucionario; esos
frailes franciscanos, los solos maestros, no han venido de
España; son nativos, orientales en su mayor parte; entre
ellos está Monterroso, que será el precursor y secretario de
Artigas; Lamas, que será su capellán. Y todos esos serán
expulsados en masa de Montevideo por los españoles como
amigos de los matreros, en cuanto estalle la revolución.
De esas aulas saldrán Pérez Castellano y Larrañaga y
Rondeau y el mismo Artigas. Los hombres de pensamiento
en la tierra oriental emanan de la masa popular, son el
mismo pueblo que piensa.
El ambiente de Buenos Aires, con sus sesenta ó setenta
EN LA REGIÓN DE LAS MADRES 61
mil habitantes, y su corte, y su audiencia, y su junta su-
perior de hacienda, y su intendente, y su virrey, su virrey
sobre todo, y sus ejemplos de arrogancia, no podía menos
de producir la aristocracia criolla de que habla Estrada. Y
la majestad sagrada del rey. alma de toda aristocracia,
tendrá que aparecer, como un Mefistófeles blanco, en el
pensamiento de los grandes hombres bonaerenses, cuando
éstos sientan moverse en sus entrañas, como la palpitación
de una hija de peeado, la idea de independencia. El blanco
espíritu enervará nacientes energías, y separará á sus poseí-
dos de la masa popular. Y esta será llamada la barbarie, la
legión infernal. Y genio infernal, su caudillo heroico.
Creo, mis amigos artistas, que, sin dar por agotado esto
tema, de suyo inagotable por lo complejo, ya estáis pasa-
blemente iniciados en el carácter y la misión de las dos
márgenes del Plata, y, en especial, de las ciudades tan
candorosamente llamadas Roma y Cartago por el bravo
y noble patricio don Cornelio de Saavedra.
Este hizo ese ingenuo parangón á falta de uno mejor;
pero bien comprendemos lo que quiso decir. Era una
verdad.
CONFERENCIA IV
WASHINGTON
La independencia de América. — La América inglesa. — El indio.
— Washington y Artigas. — Washington, Franklin y Lafayette.
— El apoyo de Francia. — Los Estados Unidos de América. —
El primero en la paz y en la guerra y en el corazón de sus
conciudadanos.
¿ Cómo ofreceros, oh amigos artistas, en forma marmórea,
el cuadro trágico, que debo haceros sentir, de un mundo
nubil, vestido de hierro, que se arranca de los brazos de su
madre, para acogerse á los de una joven diosa que brota
desnuda, ceñida de su casco de oro, y con su tirso de
laureles ?
Dejarás á tu padre y á tu madre, y seguirás á tu amada,
oh espíritu del mundo americano, oh valiente espíritu ! . . .
Y tu beso será fecundo como el amor del sol que baja del
cielo. Y, como los retoños en torno del olivo, crecerán tus
hijos numerosos, hijos de diosa, que serán inmortales.
Las madres resistirán, se aferrarán á sus hijos, y sus
manos se convertirán en garras, que se hundirán en las
carnes. Y correrá mezclada la sangre de los padres y los
hijos.
¡ Amor de fiera ! . . . ¡La hembra del león, encelada ante
64
la pubertad de sus cachorros, que han sentido la revelación
de la vida!
Escuchad, oh amigos artistas, el rugir de la indepen-
dencia de nuestra América; ese rugido tiene que hacerse
sustancia musical en vuestro bronce sonoro ; tiene que bro-
tar de abajo, de las hondas armonías, y elevarse, y subir
hasta la frente de vuestro Artigas pensativo.
Yo debo imponeros de las dos fases del suceso: el des-
prendimiento total del mundo americano del europeo, y los
desgarrones parciales que en aquel se hicieron ; sobre todo
el de la región que yo os he presentado casi desprendida
del conjunto: la que baña el Plata y el Atlántico en la¿
zonas subtropicales: la tierra de Artigas.
Si recordáis el reparto del nuevo continente, que os na-
rré en una de nuestras conferencias anteriores; si tenéis
presente el lote adjudicado al descubridor británico allá
en el Norte de las latitudes super-tropicales, las más pró-
ximas á Europa ; si conocéis, por fin, el origen libre, y n»
oficial, de la colonización inglesa, y el camino que en In-
glaterra habían hecho los principios que han de servir
de base á la democracia americana, bien comprenderéis
cómo y por qué la primer frase de amor dirigida á la vi-
sión surgente de la luz había de ser pronunciada en in-
glés, y por qué ha de ser un inglés quien ha de hablar
las primeras palabras germinales. Es este un varón del
que tendremos mucho que hablar al hablar de Artigas.
Tenemos que mirarlo, aunque sea de paso: es preciso
que miremos á Washington.
Las colonias inglesas comienzan á sentir su pubertad, y
á realizar obra de varón, como lo hacen más tarde las espa-
ñolas, en defensa de su propia metrópoli, en la de su pro-
WASHINGTON 65
pía lengua. La independencia anglo-americana comienza
en la guerra colonial contra los franceses, que se creen
dueños del curso del Misisipí, y que pretenden cortar el
continente del norte como se cortó el del sur — de arriba
á abajo — para darle dos dueños. Nó: toda la zona super-
tropical de aquella América hablará inglés.
En esa guerra, que comienza en 1752, y termina por
la toma de Quebec en 1759, y por el tratado de París de
1763, que incorpora el Canadá al dominio de la Gran Bre-
taña, ya figura y descuella, en defensa del pabellón britá-
nico, ese joven militar de Virginia llamado Jorge Was-
hington.
Así veréis surgir á nuestro Artigas en defensa de su
lengua, cuando, cincuenta años más tarde, la Inglaterra
ataque los dominios españoles en el Plata. También él es
un militar español ; Montevideo, la ciudad natal del héroe
que encarna su espíritu, será la que más esfuerzos haga por
expulsar al inglés, y defender la zona de acción del do-
minio de su lengua.
Pero el espíritu americano que encarna Washington al
defender la lengua inglesa contra el francés, como el que
encarnará más tarde Artigas en el Sur, al defender la es-
pañola contra el inglés, no era ni podía ser el de conservar
eternamente aquella región para la corona ó la dinastía de
Inglaterra. Algo más que eso se había incubado en el tiem-
po ; para algo más grande había de hacer el pueblo ameri-
cano su gran revolución: iba á realizarla para hacerse
dueño de sí mismo, no para conservar sus anteriores due-
ños, ó para cambiarlos por otros.
Algunos creyeron esto último, sin embargo, en la Amé-
rica Inglesa ; muchos en la Española. Hubo monarquistas
aquí y allá.
Washington no lo creyó así; Artigas no lo creyó así.
5. Artigas. — i.
66
Ambos eran hijos de su tierra; brotaron de ella. Y creye-
ron en la pubertad del pueblo americano.
Ni un momento solo de vacilación en Washington; ni
uno solo en Artigas.
Tanto sobre el uno como sobre el otro se ejercía la in-
fluencia de las tradiciones coloniales, más libres, sin duda
alguna, en el norte que el sur; pero esas tradiciones no
fueron las que infundieron en esas dos almas el mismo
pensamiento: fué la visión genial, cuyo origen es com-
plejo y misterioso.
La América de Washington proclama su independencia
el 4 de Julio de 1776, treinta y tantos años antes que
la América Española tropical de Bolívar, y que la sub-
tropical de Artigas ; pero el espíritu que engendrará en la
libertad, el espíritu creador, era llevado sobre las aguas,
en la América inglesa, cien años antes de encarnarse. Ese
espíritu era distinto, sin embargo, en ambos mundos, y
nada puede caracterizar más enérgicamente al héroe del
Uruguay que el parangón entre esos espíritus: Was-
hington, es el primero; Artigas, el segundo.
Los anglo-americanos eran ingleses nacidos ó residentes
en América. Al principio de la revolución, formaban una
población de dos millones; una quinta parte era formada
de negros esclavos de las colonias del Sur ; el resto, de ciu-
dadanos ingleses. Éstos no mezclaron su sangre con la
del indio, como lo hicieron los españoles ; los colonizadores
ingleses importaban mujeres de la metrópoli, mujeres
anglosajonas de pura sangre ; las luchas religiosas y polí-
ticas arrojaban también familias enteras al otro lado
del mar. Los indios aborígenes, los hijos primitivos de
la tierra, no formaban parte de la población; la coloni-
zación británica los extinguía; fué con ellos más cruel
que la española y la portuguesa, pese á todo cuanto se ha
WASHINGTON 67
dicho. Hubo gobernadores ingleses que pagaban algunos
dollars por cada cabeza de indio, como se paga la de un
lobo. Si alguien utiliza más tarde al indio salvaje en la
guerra, como podría utilizar un rebaño de fieras para lan-
zarlo sobre el enemigo, será el inglés contra el anglo-ameri-
c-ano. Este no pedirá al indio su sangre para hacerse inde-
pendiente: Washington mandó soldados ingleses, mandó
también franceses; no mandó indios. La América inglesa
no los necesitaba para su independencia, que, á pesar de
lo dicho en contrario, fué, más aún que la independencia
hispánica, un gran episodio de la evolución política
europea.
La América Española sí necesitaba del pueblo, de todo
el pueblo, del indígena especialmente; sin él no hubiera
habido independencia; con sólo combinaciones políticas,
por más sutiles é ingeniosas que fueran, la América Espa-
ñola no hubiera sido libre, mucho menos republicana. El
pobre indio, el pobre hombre americano amó á Artigas. Y
Artigas lo amó también ; lo creyó hombre, lo hizo soldado.
11
La América inglesa, al llegar su separación de la me-
trópoli, era ya independiente de ésta; era democrática y
republicana. "En el carácter de los americanos — escribió
el inglés Burke en 1775 — el amor á la libertad es rasgo
predominante. Este espíritu de libertad es probablemente
más poderoso en las colonias inglesas que en ninguna otra
parte de la tierra." El pueblo tenía allí una conciencia
colectiva que flotaba, no sólo en sus masas populares cam-
pesinas, sino, sobre todo, en la de las ciudades; tenía sus
asambleas provinciales elegidas por él ; tenía la conciencia
68 ARTIGAS
de que el rey de Inglaterra no era ni podía ser el dueño
de América; ésta pertenecía á los americanos, que acep-
taban su autoridad de gobernante mientras él aceptara
la dignidad y los derechos de sus gobernados. Y si
non, non.
"Las cartas dadas por los soberanos á las colonias, dice
Stevens, eran cartas de corporaciones comerciales. Por otra
parte, los artículos de dichas cartas, en lo referente al go-
bierno de las colonias, seguían de muy cerca las líneas del
gobierno inglés, lo que ayudó poderosamente á las colonias
á establecer en su seno las instituciones sajonas. Los colo-
nos no se limitaron á los artículos de dichas captas; ellos
llenaron los vacíos que encontraron, copiando textualmente
las instituciones inglesas originales ; y el resultado fué que,
por iniciativa del pueblo mismo, cada gobierno colonial
fué mía reproducción fiel del gobierno de la metrópoli . . .
Las asambleas legislativas no fueron creadas desde luego;
pero tomaron nacimiento ellas mismas, porque estaba en
la naturaleza de los ingleses reunirse en asambleas."
Es de Lincoln esta frase lapidaria : " Los Estados Unidos
fueron concebidos en libertad."
Entre los derechos que los anglo-americanos proclama-
ban estaba, sobre todo, el que es base de toda democracia :
es el pueblo quien paga los impuestos, y es él quien debe
votarlos ; ese dinero es dinero que sale del pueblo para vol-
ver al pueblo en forma de servicio al bien común, incluido
en éste el mismo sostenimiento de la autoridad, así se
llame autoridad real. ¿La colonia no tenía representantes
en el Parlamento Inglés ? — Pues entonces, el Parlamento
Inglés no podía votar impuestos en las colonias.
Ese principio era claro é inconcuso para el anglo-ameri-
cano ; su negación era la tiranía. Y la tiranía era la cadu-
cidad de la autoridad. Y caducada ésta, ¿quién ha de
WASHINGTON 69
tomar posesión de esa entidad moral res nullius, la auto-
ridad, sino el pueblo mismo? Esa es la base de toda la
revolución americana, base angular.
¡ El rey ! La majestad real estaba ya muy quebrantada,
por muchas causas, en el mundo inglés de América. Ya en
1765, con motivo de un impuesto no consentido por el
pueblo, suenan en la asamblea provincial de Virginia,
como un toque de llamada, las palabras de Patricio
Henry: " César tuvo un Bruto; Carlos I un Cronwell,
y Jorge III. . . "
Ese delito de lesa majestad no hubiera sido cometido en
las grandes ciudades de la América Española. Esta hizo
su independencia al grito de — ¡ Viva Fernando VII ! . . .
Fué Artigas, solo el bárbaro Artigas, quien, antes que
nadie soñara en articularlas, pronunció palabras seme-
jantes á las de Patricio Henry.
La metrópoli inglesa quiere imponer una nueva contri-
bución, y el pueblo americano dice que nó, que no quiere.
Recurre la primera á la fuerza^ y á la fuerza recurre el
segundo. Los primeros choques entre los ciudadanos y las
tropas ocurren en 1770; corre la primera sangre inglesa.
Todas las clases sociales resisten el impuesto, todas, las
altas y las bajas. Los prácticos se rehusan á conducir al
puerto á los buques conductores de té. que es el artículo
gravado; el pueblo impide su venta, ataca por fin, en el
puerto de Boston, á los barcos que lo conducen, y arroja
al agua la mercancía.
"Nadie debe vacilar en emplear las armas para defender
intereses tan preciosos " escribe Washington.
¿ Qué intereses ? — No era ciertamente el puñado de té
arrojado al agua. Nó; Washington no podía defender un
70
puñado ni muchos puñados de té. Aquel té era símbolo de
la opresión del hombre sobre el hombre, del menoscabo de
un atributo esencial de la personalidad humana, ó de la
colectiva de un pueblo: de su derecho á ser dueño de sí
mismo, y de las cosas en que, con su trabajo, inocula su
personalidad inalienable. Eso se llama derecho de pro-
piedad, y es lo que hace intolerable el impuesto arbitrario,
porque es la aplicación de un hombre ó de un pueblo á
la consecución del destino de otro pueblo ó de otro hom-
bre. Y eso era lo que Washington calificaba de precioso
interés.
Un Congreso General, al que concurren todas las Pro-
vincias, reconocidas como autónomas é iguales, reunido en
Filadelfia (1774) ; una primera batalla campal en Le-
xington ; un nuevo Congreso en la misma ciudad en 1775,
que se dirige al rey y al pueblo de la Gran Bretaña, y
anuncia al mundo las razones que tiene para apelar á las
armas, que emite moneda, que ordena la formación de un
ejército de veinte mil hombres, y nuevas y sangrientas
batallas en que corre la sangre inglesa, todo eso es la
revolución americana, Pero es todo eso . . . y Jorge Was-
hington. Este es elegido general en jefe de los ejércitos
americanos. Los conducirá hasta el fin, hasta dejar á su
patria hecha en su torno, condensada en él, refundida en
él con todas sus grandes obras, con todas sus vitales ideas.
"Las cosas han llegado á tal punto, que nada tenemos
que esperar de la justicia de la Gran Bretaña, ' ' dice Was-
hington.
Y la pluma de Tomás Jefferson traza sin vacilar las
cifras del evangelio cívico americano, proclamado el 4 de
Julio de 1776 en la cumbre de un Sinaí : "Nosotros, reuni-
dos en Congreso Gene'ral, después de haber invocado al
Juez Supremo de los hombres, en testimonio de la rectitud
WASHINGTON 71
de nuestras intenciones, declaramos solemnemente que estas
Colonias Unidas tienen el derecho de llamarse Estados li-
bres é independientes/'
No cabe, oh amigos artistas, en los límites de estas con-
versaciones, el trazaros ni siquiera las líneas fundamen-
tales del hombre Washington; yo he buscado sólo la oca-
si ('n de nombrároslo: su solo nombre es luminosa suges-
tión. Él es el caudillo, en la grande, en la verdadera acep-
ción de la palabra; él es el núcleo que arrastra su cauda
luminosa; él es pensamiento, es fe, sobre todo, fe en la
pubertad de América, al par que nervio y acción.
Al lado de esa figura de oro, mis amigos artistas, yo
voy á ofreceros, sin envidia y sin temor, la de hierro de
nuestro caudillo, de nuestro profeta. Vosotros, que veis la
luz interior que circula en el mármol, al parecer opaco y
muerto; vosotros, que arrancáis esa lumbre secreta de la
médula del bloc informe y mudo, y hacéis que circule,
como sangre difundida, por la superficie que se encierra
en la línea melodiosa, vosotros aceptaréis el parangón, que
no comprenderán los que sólo viven en las apariencias de
las cosas. Vosotros sentiréis, para interpretarla, la recón-
dita analogía que existe entre la luz solar meridiana que
envuelve la forma del suntuoso héroe del Norte, y la' luz
de aurora, hija del mismo sol, que compenetra la sombra
pálida y luminosa que vais á condensar en la piedra que
espera vuestro cincel : la del héroe pobre del Uruguay.
La revolución de la independencia anglo-americana es.
como antes os lo he dicho, el desarrollo natural en Amé-
rica del principio democrático; pero su estallido puede
considerarse como un gran episodio de la política inter-
nacional europea ; allí no lucha sólo el mundo nuevo contra
72
el viejo: éste libra también sus batallas intestinas, y todo
se funde, y casi se confunde, en un solo problema político.
Después de los primeros triunfos de Washington, Fran-
klin es enviado á Francia á buscar la alianza de ésta, ene-
miga á la sazón de Inglaterra.
Fijaos bien, mis amigos, en la figura de este hombre
Franklin, que es lo que yo llamo un hombre, una persona,
un pensamiento, un carácter. Él habla con los reyes abso-
lutos como tal persona, es decir, como la persona de los Es-
tados Unidos. Y no ha de hablar de arreglos y concesiones
que comiencen por poner en duda los atributos esenciales
de la persona de su patria. El Rey Luis XVI vacila al
principio ; no se atreve á arrostrar la empresa ; no reconoce
al enviado en carácter oficial. Pero el pueblo lo reconoce
bien; varios señores franceses se declaran en favor de la
independencia americana, y uno de ellos, el Marqués de
Lafayette, carga un buque de armas y pertrechos, y se
embarca á ofrecer su espada al pueblo americano.
El Congreso de Estados Unidos lo nombra Mayor Ge-
neral (1777).
De eso al reconocimiento oficial hay sólo un paso, y éste
se dá meses después, tras nuevos triunfos de la causa ame-
ricana. Francia reconoce la independencia de los Estados
Unidos en un tratado con Franklin. Es ese un tratado de
alianza, que hace estallar la guerra entre Francia é Ingla-
terra, arrastrando á la Europa casi entera. Inglaterra tiene
en su contra á Francia; tiene también á España, que ha
aceptado la alianza francesa; tiene á Holanda; tiene, por
fin, la liga de la neutralidad armada: Rusia, Suecia, Di-
namarca.
¡ No importa ! . . . El fiero leopardo inglés, que pareció
inclinado á reconocer la independencia de Estados Unidos
para evitar una guerra europea, se sintió herido en su or-
WASHINGTON 73
güilo, y se rebeló. Nó, no había de ser indigno de sus ca-
chorros americanos. Sus zarpazos atruenan la tierra, levan-
tan espuma en los mares, sobre todo. Una escuadra fran-
cesa, al cargo del Almirante d'Estaing ha partido para
América; setenta navios aliados amenazan las costas in-
glesas ; los corsarios hostilizan, en los mares de América y
de Europa, el comercio de Inglaterra. Ésta defiende sus
costas, arrebata á los franceses sus colonias de las Antillas,
aferra con las garras crispadas á Gibraltar, amenazado por
los esfuerzos combinados de Francia y España, y lucha
con tales bríos en el territorio americano, que sólo la en-
tereza de Washington sostiene la causa. Washington se
agiganta al proyectarse sobre el fondo pálido de los desfa-
llecimientos de su pueblo. Hay momentos en que se queda
casi solo; los soldados reclaman sus sueldos, desertan de
las filas; los enganches no dan resultado; faltan tiendas
de campaña, y ese es un grave inconveniente. Washington
es desconocido, es tratado de inepto, de bárbaro y aun de
ladrón y facineroso, como lo será Artigas.
Pero permanece, es.
Lafayette ha pasado á Francia, á pedir auxilio al rey.
Luis XVI nombra á Washington Teniente General de sus
ejércitos, y pone á sus órdenes un cuerpo de seis mil fran-
ceses. Una nueva escuadra cruza el mar, y la guerra con-
tinúa encarnizada y heroica : luchas, batallas, campañas
con suerte varia, traiciones, desfallecimientos y. sobre
todo, el pensamiento de Washington, que flota sobre las
aguas, la espada de Washington que, al salir de la vaina,
brilla como un meteoro sobre el fondo de un cielo sin es-
trellas.
El leopardo inglés se echa por fin en la arena, ensan-
grentado y jadeante, pero sin perder su actitud de noble
fiereza. No está rendido, pero está cansado; comprende,
por otra parte, sin duda, que la que lo ha vencido es su
propia sangre. Mira á Washington, y ruge sin odio.
Inglaterra trata, por fin. El 3 de Setiembre de 1783 los
agentes de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña fir-
man el tratado de Versailles, en que se reconoce la inde-
pendencia del mundo anglo-americano.
La gran nación del nuevo mundo ha surgido, y va á em-
prender su marcha triunfante hacia el porvenir.
Pero también hay allí incrédulos, como los veremos más
adelante en los émulos de nuestro Artigas.
Sólo la monarquía, dijeron algunos, puede consolidar
á la patria recién nacida. Eso lo dijeron muchos oficiales
del ejército ; y uno de ellos, en nombre de sus compañeros,
se dirigió á Washington exponiéndole la ventaja de la
coronación de un rey.
En caso de haber rey, ¿quién sino Washington había
de serlo ? . . . El hombre Washington no tuvo un momento
de vértigo; era un inmune. Y escribió: "Ningún suceso
en el transcurso de esta guerra me ha afligido tanto como
saber que tales ideas circulan en el ejército. Busco en vano
en mi conducta qué es lo que ha podido alentaros á hacerme
una proposición semejante, que me parece preñada de las
mayores desgracias que puedan caer sobre mi país."
Después, al rechazar una tercera elección de Presidente
de la República, se retiró á Mont Vernon, y allí murió sim-
ple ciudadano de un pueblo dueño de sí mismo: First in
War First in Peace and First in the Heart of his Coun-
trymen.
Eso fué el hombre Washington : una fe, y una virtud.
Busquemos á su hermano, mis amigos artistas, en la
historia de la independencia ibérica; busquemos al cre-
yente en el pueblo americano; al primero en la paz,
al primero en la guerra y al primero en el corazón de
sus conciudadanos.
CONFERENCIA V
MIL OCHOCIENTOS DIEZ
La América española. — Los Estados Unidos Hispánicos no eran
posibles. — La desmembración total de la metrópoli y las des-
membraciones parciales. — La región oriental del Plata. — La
doble lucha con España y Portugal. — España ante la emanci-
pación de sus hijos. — Sus títulos y sus pretensiones. < — Su dere-
cho imprescriptible. — Napoleón. — El rey prisionero. — La inde-
pendencia española. — La independencia americana. — 1810.—
Los dos núcleos. — Venezuela. — Bolívar. — El Eío de la Plata.
— El 25 de Mayo de 1810. — El espíritu de Mayo.
Amigos artistas :
Allá queda en el Norte, constituida en torno de Was-
hington, la gran federación anglo-americana, con medio
continente por territorio: de los 30 á los 60 grados geo-
gráficos de latitud.
Queda el resto de América bajo la dominación española
y portuguesa, que se la dividen á lo largo.
¿Permanecerá todo eso español?
Había quien así lo creía muy seriamente. Debía ser de
España por los siglos de los siglos. Los títulos de esa pro-
76
piedad eran imprescriptibles, por lo sagrados ; el descubri-
miento, una guerra justa, la Bula de Alejandro VI. Hasta
la palabra divina, la del profeta Isaías, según Solórzano,
aseguraba el dominio de España sobre América para siem-
pre jamás. Esa palabra decía: "Palomas con tan arre-
batado vuelo como cuando van á su palomar; las ya sal-
vadas arrojarán saetas á su predicación, á Italia, á la
Grecia y á las islas más apartadas, y le traerán en retorno
su oro y su plata juntamente con ellos." ¿Puede darse
nada más claro? Isaías hablaba de América, sin duda al-
guna. Esas palomas (columba) no son otras que Colón
(Colombo) el descubridor. Mientras exista, pues, un solo
español, allá ó aquí, aquende ó allende el Atlántico, ese
y nadie más que ese, será, por derecho divino y humano,
el dueño de América con todos sus hombres, en represen-
tación del rey, supremo dueño.
No es necesario desvanecer todo eso, me parece.
¿ Se formarán entonces los Estados Unidos de la lengua
española, como se formaron en el Norte los de la lengua
inglesa ? . . .
Advertid muy mucho, mis amigos, la siguiente circuns-
tancia que se tiene muy poco en cuenta: los Estados Uni-
dos se hicieron independientes, en 1776, con 13 estados li-
mitados por el Misisipí: con la tercera parte del terri-
torio que hoy poseen; ahí se formó en sentimiento de
nacionalidad. En 1803, compraron á los franceses la
Luisiania, que les duplicó el territorio; en 1848, com-
pensaron á Méjico por la conquista de Tejas, Nuevo Mé-
jico y California, que lo triplicó. Así se formó la enorme
plataforma de la nación americana, de nueve ó diez mi-
llones de kilómetros cuadrados, y extendida de océano
á océano. Pero advertid, mis amigos, que ese enorme te-
rritorio, que se dilata entre los 70 y los 130 grados de
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 77
longitud; que tiene cincuenta grados geográficos de an-
cho, de Este ó Oeste, de océano á océano, sólo tiene
treinta de largo de Norte á Sur, entre los 30 y los 60
grados de latitud, en la misma latitud de Europa, de Es-
paña, Francia, Austria, Italia. Aquello es un continente
concentrado. Fijaos bien en vuestra carta geográfica. Aun
así. la tendencia á la desmembración sacó la cabeza en la
guerra de secesión; pero no tuvo suficiente energía: el
enorme block supertropical no perdió su cohesión.
Notad ahora lo extenso de la América española; tomad
vuestra carta. Tiene 30 grados geográficos de largo en
el hemisferio Norte, y 55 en el Sur: 85 grados de largo,
con un ancho medio que no alcanzará á 20 grados: lo
ancho ahí es el mundo portugués tropical; el Brasil. El
español es una enorme serpiente que ondula en el mar,
y cuya espina dorsal son los Andes; comienza en el
trópico de Cáncer, en la América del Norte, allá en el he-
mi ferio boreal, cruza el Ecuador, atraviesa el trópico de
Capricornio, penetra en la zona subtropical, hunde su vér-
tice, por fin, allá en las profundidades del polo antartico.
Los montes, los ríos, el clima, la estructura, la extensión, la
extensión sobre todo, son barreras naturales insuperables.
En ese mundo, por otra parte, las diversas inmigraciones
formaron distintos núcleos de sociabilidad absolutamente
incomunicados ; la lengua común no les servía de vínculo,
porque no se hablaban, ni se cambiaban productos, ni
ideas, ni nada; las regiones que ocupaban, de clima y de
estructura diferentes, creaban costumbres, intereses y ten-
dencias discrepantes.
No es, pues, posible concebir Estados Unidos contra esa
desunión, hija de la geología, de los elementos étnicos, del
clima, de la distancia enorme, de las costumbres é intereses
diferentes.
78
No se formarán, pues, los Estados Unidos Hispano- Ame-
ricanos ; sólo nacerá oportunamente una solidaridad de cau-
sa y de acción, una federación más ó menos informe é instin-
tiva, pero transitoria, contra el enemigo común, y cuya
base sine qua non tendrá que ser el respeto mutuo de las
soberanías parciales, más ó menos embrionarias, como lo
era toda la sociabilidad de América, sin excluir la misma
anglo- americana.
Comprender eso era comprender la revolución de inde-
pendencia; desconocerlo era violentarla, aniquilarla.
Dos problemas, pues, ofrecerá la independencia de la
gente ibérica del continente: la desmembración inevitable
de todo éste, y la formación, no menos inevitable, de los
diversos estados soberanos, á que ella dará ocasión. Para
lo primero, todos los estados hispano-americanos tendrán
que luchar con una metrópoli, la española; para lo se-
gundo, la lucha intestina no podrá evitarse.
Pero había uno, el Estado Oriental del Uruguay, cuya
posición os he precisado en mis conferencias anteriores, que
tenía un carácter especial. Esa comarca, que hablaba es-
pañol, y que, como el Paraguay y Bolivia, estaba unida en
cierto modo al virreinato español del Plata, como Buenos
Aires y Chile lo estaban anteriormente al del Perú, y
Ecuador y Venezuela al de Nueva Granada; esa comarca,
digo, tendrá que luchar también con la madre patria espa-
ñola en unión de sus hermanos ; pero eso no le será bastante
para hacerse independiente con su lengua y sus costum-
bres, si no combate también con la metrópoli portuguesa,
que, si no la posee, la amenaza desde dos siglos atrás, y
cuya pretensión secular es traspasar la línea divisoria entre
los dominios portugueses y españoles, penetrar en la zona
subtropical, y dar por límite á su vasto territorio la mar-
gen oriental del Plata y del Uruguay, la cuenca de los
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 79
ríos que parten de Norte á Sur la América subtropical.
En las regiones que van á nacer, desde Panamá hasta
Patagonia, veréis establecerse, en general, como fronte-
ras, las que dividen los dominios españoles de los portu-
gueses, y los designados por España á sus virreinatos,
presidencias ó capitanías; pero las leyes geológicas, étni-
cas y sociológicas rectificarán esas fronteras, más ó menos
arbitrarias, y se impondrá la voluntad de los hombres.
li
España, como hemos visto en nuestra anterior confe-
rencia, fué aliada de los Estados Unidos; coadyuvó á su
esfuerzo contra la metrópoli inglesa ; reconoció sin vacilar
su independencia. Proclamó, pues, el derecho del mundo
inglés en América á dejar á su padre y á su madre, y á
seguir su visión de libertad.
¿ Había de reconocer otro tanto en su propio mundo ? . . .
¡Ah, nó! La madre España no reconoció desgraciada-
mente tal derecho en sus hijos; no concedió á sus entra-
ñas bastante fuerza para haber terminado, en tres siglos,
lo que la madre inglesa había terminado en dos ; no creyó
haber concebido varones. Y, para su honor, los había con-
cebido, y los parirá con dolor, con desgarramiento de sus
visceras. Es la ley de la vida universal.
Como las bellezas marchitas, que se juzgan incólumes al
mirarse en el espejo, sin darse cuenta de que sólo se ven los
ojos llenos de recuerdos, la España, con el pensamiento
fijo en sus pasadas glorias, no podía convencerse de que
estaba muy quebrantada al rayar el siglo xix.
Vosotros conocéis mejor que yo, amigos artistas, el ca-
mino que se ha seguido para llegar á esa declinación. Las
80
naciones tienen sus ciclos. La España del siglo xvi, la del
descubrimiento y conquista de América, estaba ya muy
lejos. Bien sabéis que en el siglo xvu desapareció su hege-
monía, y surgió la de Francia con Luis XIV, le Roi Soleil.
Francia era entonces la reina del mundo, moral y mate-
rialmente; su rival ya no será España, sino Inglaterra,
que ha realizado su gran revolución en 1688. Luis XIV
coloca en el trono de Recaredo á su nieto Felipe V; sus-
tituye la dinastía de los austrias, que de Carlos V y Fe-
lipe II ha venido á parar en el infeliz Carlos II, por la de
los Borbones. Este Borbón, con que se inicia el siglo xviii,
es el predecesor del pobre Carlos IV, con que vamos á en-
contrarnos al finalizar ese siglo y comenzar el xix.
El siglo xviii de España, está, pues, como estrujado
entre Luis XIV y Napoleón Bonaparte. Lo han llenado
los reinados, llenos de intrigas palaciegas, de Felipe V y
de sus hijos y nieto, Fernando VI, Carlos III y Car-
los IV, mientras que, en Francia, se ha pasado de
Luis XIV á la Revolución Francesa y á Napoleón, al
través de Luis XV y Luis XVI. España ha tenido que
someterse á las exigencias de las combinaciones conti-
nentales, hasta figurar sus reyes como aliados de la re-
volución. Y he aquí á Bonaparte que. surgido de esa
revolución, viene también á España por la corona del
nieto de Luis XIV.
Confesemos que la patria de Carlos V está muy lejos.
Pero España se mira en sus glorias pasadas; no puede
convencerse de que es madre ; rechaza la idea de una eman-
cipación amistosa de sus hijos americanos, que algún grave
pensador insinúa, como fenómeno inevitable, en tiempo de
Carlos III. ¡ Nó . . . jamás ! La América ha de permanecer
sometida, perpetuamente sometida; jamás será persona.
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 81
A los primeros síntomas de emancipación en América,
la España sintió un espasmo de fiera; su zarpazo fué te-
rrible, su rugido espantoso. Un indio, Tupac-Amarú, pre-
tendió alzarse en el Perú, en 1780, precisamente cuando
los angloamericanos, con la protección de España, se alza-
ban contra la madre Inglaterra.
Después de ver matar en su presencia, y entre suplicios,
á su mujer, á sus hijos y á sus parientes más cercanos,
cuatro caballos, atados á las cuatro extremidades del re-
belde, tiraron hacia los cuatro vientos; tiraron mucho
rato, porque el cuerpo era muy duro; pero éste al fin
estalló como un odre de sangre. Sus pedazos fueron re-
partidos, para servir de escarmiento.
Pero muy pronto, otro síntoma de gravísimo pronóstico
aparece. Ya no es un indio, ni nada que se le parezca,
quien pretende alzarse con la América, arrebatándola á
su dueña; es Inglaterra, que, no perdonando á España
sus forzados contubernios con los enemigos de la Gran
Bretaña, con Luis XVI primeramente, y con la revolu-
ción y Bonaparte después, quiere desquitarse de la pér-
dida de su América del Norte, con la conquista de toda
la española.
Inglaterra rompe con España en 1804. Acude ésta,
en mala hora, á Napoleón, y, en esa peligrosa compañía,
va, con su aun poderosa escuadra, á Trafalgar. Bien sabe
el mundo cómo cayó España, el 21 de Octubre de 1805,
en aquella jornada. No en vano se creía sin quebranto en
su belleza heroica al mirarse los ojos. La raza no ha de-
clinado . . . Trafalgar es hermana de Lepante
Pero allí se sumergió el poder naval de España.
Inglaterra, vencedora, se lanza sobre América ; los ma-
res son suyos; en sus innumerables barcos aun humean
las mechas de los cañones de Trafalgar. Y con ellas en-
6. Artigas.— I.
82
cendidas penetra, segura de sí misma, en el Río de la
Plata, puerta principal, sin duda alguna, de los domi-
nios españoles en América. Allí están, á ambos lados de
esa puerta, Montevideo, en la margen izquierda meridio-
nal, y Buenos Aires, en la derecha del grande estuario,
con sus banderas españolas enarboladas.
La escuadra del Comodoro Popham, con tropas de des-
embarco, al mando de Berresford, mira de lejos los caño-
nes de las fortalezas de Montevideo, y pasa de largo, á ve-
las desplegadas. Cruza el inmenso río ; desembarca en las
inmediaciones de Buenos Aires. Suenan en tierra sus cla-
rines; baten las alas rojas en el aire sus banderas de
rapiña.
Y de un vuelo, de un solo vuelo atrevido, van á posarse
como dueñas en el alcázar de la capital del virreinato,
que ve sustituir asombrada el pabellón español por el
inglés.
El Marqués de Sobremonte, el virrey español, ante el
amago de la invasión, ni siquiera pensó en la defensa;
huyó hacia el interior, y dejó abandonada la capital.
Unos dicen que fué cobarde; otros que nó; que se retiró
al interior en procura de más eficaz defensa. Pero eso
no hace al caso. El hecho es que Buenos Aires despierta
asombrado, al verse inglés de la noche á la mañana.
Aquello es un sueño de oprobio; la vieja sangre espa-
ñola hierve en sus venas; es preciso volver por el honor
de la estirpe. Liniers y Pueyrredón son el núcleo; Li-
niers, sobre todo. Piensan en la reconquista.
Y entonces aparece la otra metrópoli del Plata : Monte-
video. Su gobernador, don Pascual Ruiz de Huidobro,
es todo un bravo caballero español.
La convulsión heroica que entonces se apoderó de la
población oriental fué una revelación estupenda. Todas
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 83
las fuerzas vitales de aquel organismo se condensaron en
un esfuerzo inverosímil. Se organiza una expedición re-
conquistadora; se la coloca al mando de Liniers, que ha
venido de Buenos Aires en busca de apoyo; el pueblo ar-
mado cruza el río en barcas, en botes, por el aire, yo no
sé cómo; toma tierra en la otra margen; recoge los ele-
mentos occidentales que allí lo esperaban anhelantes;
corre hacia la plaza de Buenos Aires como un enjambre
irritado; rodea el baluarte inglés; lo expugna hasta con
el pecho de los caballos, que se estrellan en él; arranca
el pabellón extraño; repone el español. Os aseguro, mis
amigos, que aquella fué realmente una gran mañana.
El memorable suceso se consumó el 12 de Agosto de
1806. Los ingleses se han ido sin banderas; éstas quedan
cautivas, como recuerdo perpetuo.
Caro tenía que costar á Montevideo esa su fogosa re-
conquista de Buenos Aires. He ahí á Inglaterra, que
vuelve por su honor. Una nueva y formidable escuadra
inglesa al mando de Auchmuty, penetra en el Plata, y
se une á la del Comodoro Popham que ha ocupado Mal-
donado. Esta vez es Montevideo el blanco primero de las
iras británicas; iras temibles, si las hay.
Montevideo se apresta á la defensa, al sacrificio. El in-
glés desembarca en el Buceo: 100 cañones y 5.700 hom-
bres rodean la ciudad. Sobremonte, que, expulsado de Bue-
nos Aires, se ha reñigiado en Montevideo, inicia una re-
sistencia en las afueras, pero pronto se retira. No así los
vecinos de la ciudad; éstos salen al campo, y una batalla
encarnizada se libra en el Cardal, el 20 de Enero de 1807.
El inglés avanza ; la escuadra dirige sus fuegos sobre la
ciudad; ésta es batida por mar y tierra; un círculo de
fuego la envuelve; sus cañones rugen.
Se abre, por fin, una brecha en las murallas, que los
84 ARTIGAS
defensores cierran con todo cuanto encuentran: fardos
de cuero, bolsas, muebles, con sus propios cuerpos sobre
todo; allí luchan y mueren.
Llenos están nuestros recuerdos de la defensa de esa
brecha dantesca; aquí encuentro, entre mis papeles de fa-
milia, el recuerdo del abuelo de mis hijos, de Juan Benito
Blanco, joven de quince años, que cae mortalmente herido
en esa brecha.
Los ingleses, pasando por sobre 400 cadáveres de mon-
tevideanos, se hacen dueños, por fin, de la ciudad orien-
tal, el 3 de Febrero de 1807.
Y van á reconquistar Buenos Aires: son 12.000 hom-
bres, al mando de Whitelocke, que ha llegado con impo-
nentes refuerzos.
Pero ya no es posible; Buenos Aires se ha hecho sol-
dado, y está de pie. Liniers, nombrado popularmente go-
bernador en reemplazo de Sobremonte, les sale al encuen-
tro, pero es rechazado ; los ingleses siguen tras él, y atacan
la ciudad el 5 de Julio. Alzaga organiza la defensa; el
choque formidable se produce, y el inglés queda vencido
por el animoso pueblo bonaerense. Whitelocke ha capi-
tulado el día 6; ha pactado con Liniers la evacuación
completa del Río de la Plata ; la de Montevideo inclusive.
Es bastante, amigos artistas, para que os deis cuenta
de esas invasiones inglesas, Huelga el comentario. El
pueblo se ha dado cuenta de que es varón.
Sólo os haré notar dos detalles sugestivos.
Recordaréis que, en la lucha colonial de Inglaterra con
Francia, que precedió á la independencia de Estados Uni-
dos, comenzó á figurar, en defensa de su metrópoli, un
joven capitán llamado Jorge Washington. También en es-
tas invasiones inglesas al Río de la Plata nos encontramos
con un capitán ó Ayudante Mayor, José Artigas, quien,
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 85
hallándose enfermo, al ver que su regimiento se queda de
guarnición en Montevideo cuando sus camaradas han par-
tido á la reconquista, ruega al Gobernador Huidobro que
le permita incorporarse á la gloriosa cruzada. Huidobro.
accede; le da un pliego para Liniers. Artigas cruza solo
el río; alcanza la expedición cuando ésta va á expugnar
á Buenos Aires; pelea en los Corrales de Miserere, en el
Retiro, en la Plaza Victoria. Rendido el inglés, es él quien
se presenta á Huidobro en Montevideo con el parte de la
victoria ; ha repasado el río en una barca ; ésta ha naufra-
gado, y el animoso tripulante, como el heraldo de Mara-
tón, ha ganado la orilla á nado con la feliz noticia.
Corre con su escuadrón á defender á Maldonado de la
agresión inglesa; vuelve á Montevideo, y, con las tropas
de Sobremonte. se opone al desembarco del enemigo en el
Buceo; Sobremonte huye, pero él se repliega á la plaza
amenazada; lucha en el Cardal "con el mayor enardeci-
miento, sin perdonar instante ni fatiga." Asaltada y to-
mada la ciudad, él no se rinde ; se embarca para el Cerro,
y hostiliza sin cesar á los ingleses durante los seis meses
de su primer dominio . . . Barbagelata nos ha narrado todo
esto muy bien ; con muchos documentos comprobantes.
Otro detalle final, y pasaremos á otra cosa.
Las dos ciudades del Plata han quedado, y con razón,
igualmente orgullosas de sí mismas, con la expulsión de
los ingleses; pero se miran con celo. Buenos Aires agra-
dece oficialmente á Montevideo su concurso; pero va á
España á reclamar para sí la gloria de la reconquista.
La ciudad oriental no lo consiente : la reconquistadora es
ella, y sólo ella ; suya, y de nadie más, es la gloria. Invoca
en España su derecho á los laureles; cuenta allí la his-
toria; discute con Buenos Aires; exhibe sus pruebas;
triunfa, por fin. El rey de España concede á Montevideo
86
"el título de Muy Fiel y Reconquistadora, con la facul-
tad de agregar á su escudo las banderas que apresó en
dicha reconquista, con una corona de oro sobre el Cerro,
atravesada con otra de las reales armas, palma y espada."
Está bien. Coronas de oro, palmas, reales armas . . .
abalorios que valen por su significado histórico; valen
indudablemente. Pero esos pueblos han ganado, me pa-
rece, algo más que una palma simbólica y una espada
pintada. ¿No se pensará, siquiera, en su derecho á un
principio de emancipación?
Eso, jamás: la América debía continuar como propie-
dad de su madre, mientras ésta se conservase dueña de sí
misma. Mientras exista un español, éste debe mandar
en América. Y aun más : como el pueblo portugués á Doña
Inés de Castro, según la leyenda, el americano debe per-
manecer fiel, no sólo á España, sino á la monarquía espa-
ñola, besar la mano á su esqueleto, y acatar su sombra
cadavérica.
Comprenderéis, mis amigos, que eso no pudo ser. La
América española, desde Méjico hasta Patagonia, ha sen-
tido el estremecimiento de su pujante pubertad. Ese re-
chazo de las invasiones inglesas que hemos visto no ha sido
una causa, ni siquiera una ocasión de la independencia ; ha
sido un efecto, ó si queréis mejor, un signo de vitalidad.
Ved cómo esta se manifiesta, por fin, en su plenitud.
Napoleón, que, á principios del siglo pasado, recorre
triunfante la Europa, y traza con su espada nuevas fron-
teras arbitrarias en el antiguo continente, y regala coro-
nas reales á sus deudos y capitanes, resuelve apoderarse
de la península ibérica y de los reyes nuestros señores.
España es aliada de Napoleón, como lo eran entonces los
aliados: estaba amarrada á él. Portugal lo es de Ingla-
terra; es enemigo del César, por consiguiente. Éste, á
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 87
pretexto de pasar sus tropas á Portugal — cuyo rey huye
al Brasil ante el amago, y establece su corte en Río Ja-
neiro — las hace penetrar en España, con anuencia del
rey Carlos IV, su aliado, que. temeroso del partido polí-
tico que se ha formado en torno de su hijo Fernando,
cree hallar apoyo para su corona en Bonaparte. Aquella
corte española es una miseria, una verdadera miseria;
aquellas majestades de todo tenían, menos de majestuosas,
preciso es confesarlo. Y de sagrado, ó divino, mucho menos.
El pueblo español, grande á pesar de sus reyes, se
alarma ante la invasión francesa; el partido de Fernando
asalta la casa del Ministro Godoy, y obliga á Carlos á
abdicar la corona en su hijo. Pero Napoleón, á título de
arreglar las rencillas de la familia real española, la invita
á pasar á Bayona, donde, tratados los infelices monarcas
como entidades despreciables, son obligados á poner la
férrea corona de España en manos de Bonaparte, que así
tendrá una más de qué disponer. El pueblo se levanta
airado y heroico; el de Madrid se hace fusilar en las ca-
lles, el 2 de Mayo de 1808, lo que da por resultado el co-
ronamiento de José Bonaparte como rey de España. En
seguida, el pueblo todo, como un solo corazón de león,
se revuelve contra el usurpador de su propia soberanía.
En ejercicio de ésta, instintivamente, prueba que es un
organismo vivo, capaz de crear sus propios medios de
existencia; elige Juntas Provinciales primeramente, que
acaudillan la resistencia de la nación; un Consejo de Re-
gencia después, y reconquista, en lucha homérica, su inde-
pendencia, agregando al catálogo de sus glorias seculares
los nombres de Bailen, de Zaragoza y de Gerona.
III
¿Y América? ¿Qué hará América mientras en España
el rey está prisionero y el pueblo — sólo el pueblo espa-
ñol, no sus reyes ni sus consejos reales, — combate por su
independencia?
¿Aguardar, impasible y resignada, á que en Europa se
resuelva de sus destinos, y se le haga saber cuál es ei
dueño, nuevo ó viejo, que en definitiva le ha tocado en
suerte, y si ha de hablar en francés ó en español ó en
inglés ?
Eso es lo digno y lo justo, en el concepto de la metró-
poli, y de sus agentes en América; eso es lealtad.
Pero el pueblo americano ya no puede hacer tal cosa ;
sería indigno de su propia madre. Él también luchará
por su vida, por su independencia, como el español;
con el mismo título, con el mismo brío.
¿En España, está el rey Fernando VII prisionero, y
las Juntas, emanadas del pueblo español, lo represen-
tan?. . . Pues los virreyes de Fernando en América de-
ben considerarse también prisioneros, y dejar su puesto
á juntas emanadas del pueblo americano.
¿ Las juntas españolas conservan la soberanía para el so-
berano, es decir, para el rey prisionero Fernando VII, el
legítimo, el sagrado, el dueño?... Pues otro tanto harán las
americanas para el soberano de América, prisionero á su
vez hace mucho tiempo ; también lucharán por esa causa,
con el mismo heroísmo con que lucha el pueblo español.
Pero ... he aquí que se nos ofrece el problema, todo el
problema: el soberano prisionero ya no es en América,
aunque lo parezca, Fernando VII ; eso es lo que hay aquí
de más grave y serio. Cuando debelado Napoleón en Wa
MIL OCHOCIENTOS DIEZ
terloo, vuelva Fernando á su trono de Madrid después de
su cautiverio, ya habrá nacido en esta América, por la
ley de la universal germinación, por la de la constante
renovación de la vida, otro soberano legítimo, más legí-
timo que el prisionero de Bonaparte.
El nacimiento en estas tierras de ese príncipe heredero
de los reyes presos, de todos los reyes caducos, no ha sido
notificado, es verdad, á las naciones, con la solemnidad
del ceremonial sagrado: no ha sido presentado un niño
á la corte en una bandeja de oro ; pero ciego hubiera sido
quien no se hubiera dado cuenta de su venida al mundo.
Fué él, precisamente, quien expulsó á los ingleses con-
quistadores, hace dos años. Sin él. ¿qué hubiera sido del
dominio, no sólo de la nación, pero aun de la lengua espa-
ñola en el Plata?
Y los virreyes, y sus delegados, y sus cortes coloniales
no eran ciegos; tampoco lo eran los españoles residentes
en las colonias. Bien veían que el heredero de Fernando
estaba ya en la tierra americana, y que ese tal heredero
no era ni podía ser un rey español. El derecho impres-
criptible que creían poseer en su propia sangre les impe-
día, sin embargo, reconocer al nuevo soberano recién
nacido ; tenían que estrangular á ese bastardo en su
cuna; no podía haber más rey que el rey.
Y la cuna eran las juntas, que, emanadas del pueblo, de
que eran núcleo los cabildos, y con prescindencia de virre-
yes y gobernadores y capitanes generales, se disponen á
reconocer y conservar y defender los derechos del soberano
legítimo contra el usurpador.
¿El soberano legítimo se llamaba entonces Fernando
VII, y Napoleón I el intruso ? . . . Pues las Juntas ameri-
canas se constituirán al grito de ¡ Viva Fernando VII ! . . .
El nombre es lo de menos.
90
Los virreyes y gobernadores y peninsulares residentes
en América vieron en ese grito, un grito subversivo, un
ciamor de rebelión. Y vieron bien la realidad oculta en
las apariencias. Y los unos se lanzaron contra los otros,
é iniciaron una lucha que duró quince años, al final de
los cuales se verá que el soberano legítimo, llamado Fer-
nando VII por los americanos, no era ni podía ser el
fruto concebido por el tiempo en la antigua monarquía,
sino el que palpitaba en las entrañas del pueblo ameri-
cano, que, como todo organismo vivo, tenía que formar
de su propia sustancia, y no de elementos ajenos, su
cabeza, al par que su corazón y su brazo.
IV
Eso es lo que significa, mis queridos artistas, el 25 de
Mayo de 1810 en el Río de la Plata, y el grito de Dolores
y la Junta de Zitácuaro en Méjico, y el 19 de Abril en Ca-
racas, y el 10 de Agosto en Quito, y el 18 de Setiembre en
Chile, y todas las demás efemérides americanas.
Esas regiones constituían las subdivisiones, más ó me-
nos arbitrarias, del dominio español, al iniciarse la inde-
pendencia. Allá en la América del Norte, estaba el virrei-
nato de Méjico ó Nueva España, el mundo de los aztecas,
entre uno y otro océano, y al rededor del golfo enorme,
con la Capitanía General ó Provincia de Guatemala; en
la América meridional, que es la que vamos á examinar
especialmente, se encontraba el virreinato de Nueva Gra-
nada, allá en el Norte, arrancando del Istmo de Panamá,
y con su sede en Santa Fé de Bogotá; y la presidencia
de Quito, más al Sur, sobre el Pacífico; y allá, á la de-
recha, sobre el mar de las Antillas, la capitanía general
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 91
de Venezuela. El virreinato del Perú, que había compren-
dido todas las posesiones españolas de la América del
Sur hasta Santiago de Chile, hasta Buenos Aires y Mon-
tevideo, estaba allá, con su remedo de opulenta sede en
Lima, la gran ciudad colonial; de él se había desprendido.
y formaba una capitanía general, Chile, la tierra de los
araucanos, tendida á lo largo de los estrechos contra-
fuertes de los Andes, con su centro sociológico en la
ciudad de Santiago. Y por fin, desprendido también
del Perú en los últimos tiempos de la colonia, estaba
el Virreinato de Buenos Aires, que había arrastrado
consigo hacia el Atlántico, hacia el Plata, un territorio
de más de la mitad de Europa: todo el que se extiende
entre los Andes y la cordillera del Brasil, desde las alti-
planicies del Perú meridional. Este virreinato compren-
día la actual Bolivia, con su ciudad de Charcas y su
cerro de Potosí; las actuales Provincias Argentinas;
el Paraguay con su vieja Asunción, dormida en sus
bosques de naranjos; y, por fin, del otro lado de la
gran cuenca, con los caracteres originales que os he des-
crito, la gobernación oriental, con la plaza fuerte de Monte-
video, sobre la margen izquierda del Plata, como núcleo
sociológico.
Como bien lo comprendéis, mis amigos artistas, esas
agrupaciones arbitrarias, de territorios heterogéneos, te-
nían que disolverse ó rectificarse con la disolución del
régimen colonial ; en ellas nó se tenían para nada en
cuenta los intereses, y mucho menos los derechos, de los
distintos pueblos esparcidos en ese inmenso territorio,
sino, como lo hemos dicho antes, las conveniencias de la
dueña y señora de todos ellos. Abrir el juicio testamen-
tario de la madre común significaba, por consiguiente,
iniciar, ipso jacto, la partición de su herencia entre sus
92
distintos hijos varones, herederos todos ellos al mismo
título, los menores lo mismo que los mayores, Chile y el
Uruguay y el Paraguay lo mismo que el Perú ó Buenos
Aires. Las divisiones del coloniaje no daban ni quitaban
derechos ; no los constituían, sobre todo, superiores á las
leyes étnicas, geográficas, sociológicas, biológicas, si que-
réis, que determinan la voluntad de los pueblos, y que
forman las distintas personas colectivas.
En 1810 se creyó en América que España iba á caer por
fin, toda entera, en poder de los franceses de Napoleón ; el
ejército invasor había pasado Sierra Morena ; la Junta Cen-
tral se había refugiado en la isla de León ; habíase formado
un Consejo de Regencia. La autoridad de los virreyes había
caducado, por ende, en América. Sin rey, ¿ cómo concebir al
virrey? La autoridad era aquí, por consiguiente, res
nullius, cosa de nadie. Pertenece, en tales casos, al pri-
mer ocupante, y éste puede serlo el pueblo entero, que
se erige en fuente inmediata de soberanía, y consagra,
con su designación ó su aceptación, al hombre ó á los
hombres en que debe residir. Ese es el origen de la de-
mocracia republicana. Y ese el espíritu autóctono,
creador de la revolución de América. Ese espíritu es el
orden, la divina armonía.
Llegó, pues, el momento : toda la América se levantó de
una vez á gobernarse á sí propia. El fuego central es el
mismo en todo el continente ; los cráteres que se abren son
varios. Allá en el Norte, después de Quito, se abre el vol-
cán principal en Caracas, en la Capitanía General de Ve-
nezuela, Virreinato de Nueva Granada. En el Sur, tras la
MIL OOHOOIENTOS DIEZ 93
gran conmoción de Cochabamba y La Paz, ahogadas
en sangre, estalla el nuevo fuego en Santiago de Chile;
pero sobre todo, y como núcleo principal, en Buenos
Aires. Entre ambas zonas incandescentes hay una in-
mune: el Perú. Lima, su gran capital, será el último
baluarte español.
Era el mes de Mayo de 1810. El pueblo de Buenos
Aires, á quien el mismo virrey había revelado franca-
mente, el día 18, la desastrosa situación de España, hervía
en la Plaza Mayor; quería Junta como en la metrópoli,
Junta que gobernase en ausencia del rey. Pero aquella
gente quería más: clamaba por la deposición inmediata
del virrey. ¡ Una barbaridad ! Aquel organismo estaba con
fiebre; elaboraba ó reponía instintivamente un miembro
que le faltaba. Y era nada menos que la cabeza.
Era virrey entonces don Baltasar Hidalgo de Cisneros,
quien, designado tal por la Junta de España en sustitu-
ción de Liniers, el héroe de la reconquista, levantado por
el pueblo y apoyado por las tropas, había ocupado su
puesto en Julio de 1809. El 1.° de Enero de ese año no-
veno, Liniers había tenido que sofocar, con el apoyo de
las milicias, una conspiración fraguada contra él por el
español Alzaga, alentado por Elío, gobernador de Monte-
video. Pero otra conspiración estuvo por producirse en
cambio, en favor de Liniers, cuando Cisneros llegó poco
después, de España, á sustituirlo: se intentaba rechazar
al virrey enviado por la metrópoli. Pero la lealtad de
Liniers, y la indecisión de las tropas, retardaron la hora
magna, y abrieron el camino al último virrey, que ocupó
su puesto el 30 de Julio de 1809. Todo anunciaba, sin
embargo, que esa hora estaba á punto de sonar; una he-
roica sublevación, que fué ahogada en sangre, estalló,
94
después de la llegada de Cisneros, en Cochabamba y
La Paz; en Buenos Aires y Montevideo se formaban
núcleos de conspiradores, cuyos trabajos secretos se
sentían en el aire. Una diferencia fundamental había
entre estos trabajos, sin embargo : en Buenos Aires, el
espíritu se concentraba en la ciudad ; los jefes de fuer-
zas militares formaban parte de los conspiradores; don
Cornelio Saavedra, jefe del Batallón de Patricios, era
su principal exponente, y presidirá la primera Junta.
En Montevideo, por el contrario, el espíritu aparece
difundido en todo el pueblo de la Banda Oriental; los
conspiradores se reúnen, generalmente, fuera de los
muros; no esperan nada de las tropas; se alejan de ellas.
Artigas, que será el hombre, comenzará por abandonar
los viejos soldados que manda, para acaudillar la masa
popular de la que saldrán los nuevos, y que, como lo
veréis, es, en ambas márgenes del Plata, la verdadera
autora de la revolución de Mayo.
Es indudable que Cisneros, mejor que nadie, sin excluir
el Ayuntamiento ó Cabildo de Buenos Aires, y aun los pa-
tricios conspiradores, se dio cuenta de que su autoridad
estaba allí como un medio en la puerta de una escuela,
según suele decirse. Bajo la presión popular, y ante la ac-
titud de los jefes militares, que salieron garantes de la
seguridad pública, hubo de autorizar la convocación, por
el Ayuntamiento, de una asamblea ó Cabildo abierto, que
determinase la voluntad del pueblo sobre lo que debía,
hacerse, en caso de una pérdida total de la península.
Bien es verdad que el virrey autorizaba eso "á condición
de que nada se haga que no sea en obsequio del amado
soberano Fernando VII, ó no respete la integridad de sus
dominios, pues la monarquía es una é indivisble"; pero
bien comprendéis, amigos artistas, que lo que el pueblo
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 95
quería, pese á todo cuanto hicieran y dijeran los cabildos
ó asambleas, no era propiamente eso, ni cosa parecida.
El Cabildo abierto se reunió el 22 de Mayo; sus miem-
bros fueron elegidos por el Ayuntamiento, y convocados
personalmente por esquelas.
Ese acto fué el decisivo de la revolución, por más que
allí, según dice Groussac, no había nadie con la visión, ni
siquiera confusa, del edificio futuro. No importa : ya apa-
recerá quien la tenga.
Se sentaron en la sala, presididos por el Cabildo, 249
de las 450 personas que habían sido convocadas ; votaron
224. Allí estaban los representantes del clero y la milicia,
alcaldes, empleados, abogados, escribanos, comercian-
tes, catedráticos, vecinos. Era una asamblea de privi-
legiados; no había delegados directos del pueblo. Pero
tampoco eso importa gran cosa; también el pueblo apa-
recerá cuando llegue el caso. El Cabildo, que se decía
su representante, no lo era, ni por su origen ni por
sus ideas: recomendó á la asamblea que evitase toda
innovación ó mudanza, por peligrosas; la amenazó con
las miras absorbentes de Portugal; le advirtió que sus
resoluciones tenían que nacer de la ley ó del consen-
timiento de todos los pueblos ó provincias interio-
res del reino .... En fin : se ve claro que el propósito
esencial de aquel Cabildo era uno ante todo: que no se
tocase al virrey. Y era lo contrario, precisamente, lo que
el pueblo quería: quería tocarlo; deshacerse del virrey,
como primera providencia.
Me parece excusado detallaros los votos de ese célebre
Congreso ; los hubo innumerables. Desde el que quería la
continuación del virrey, tal cual estaba, ó asociado á otras
entidades; desde el que optaba por que el Cabildo gober-
nase, mientras no se organizara un Gobierno emanado de
96
España, hasta el que proponía la creación de un Gobierno
emanado de la nación ; desde la doctrina del derecho ingé-
nito radicado en la persona del monarca, hasta la más ex-
trema que consagra el derecho popular, todos los pareceres
tuvieron allí su intérprete. De todo aquello surgió, por fin,
la resolución siguiente : ' ' Consultando la salud del pueblo,
y, en atención á las actuales circunstancias, debe subro-
garse el mando superior en el Excmo. Cabildo de esta ca-
pital, con voto decisivo del señor Síndico Procurador Ge-
neral, Ínterin se constituye, en el modo y forma que se
estime por el Excmo. Cabildo, la corporación ó Junta
que debe ejercerlo, y sin que quede duda de que es el
pueblo quien confiere la autoridad."
Bien cabía, como se ve, dentro de esa resolución, el
vuelco reclamado por el pueblo; pero todo dependía de la
ejecución de lo resuelto, y ésta quedaba, según hemos
visto, al arbitrio del Cabildo. El Cabildo no sólo no la eje-
cutó, sino que la desfiguró por su cuenta y riesgo;
acordó, al día siguiente, que el virrey había cesado en
el mando; pero que no por eso quedaba separado de él
en absoluto, sino que se le nombrarían asociados en el
ejercicio de sus funciones, hasta que se convocara la
Junta General, que debía proceder de todo el virreinato.
En esa resolución se modificaban dos puntos esencia-
les de la del 22 : se suprimía la última cláusula, que con-
sagraba el origen popular de la autoridad, y se apelaba á
los demás pueblos del virreinato, no por respeto á éstos
ciertamente, sino porque de las provincias se esperaba la
reacción contra lo resuelto en la capital.
El virrey aceptó lo acordado, como era de esperarse ;
pero indicó la conveniencia de consultar á los coman-
dantes de la guarnición. Éstos dijeron que lo que el
pueblo quería era la cesación del virrey en el mando.
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 97
Muy bien: el Cabildo no se desorientó: creó entonces
una Junta provisoria de cinco miembros, entre los que
figuraban dos promotores patriotas, Castelli y Saavedra;
pero esa Junta estaba presidida por Cisueros. El virrey
no era virrey ; pero era presidente de la Junta ; no podía
dar orden eficaz sin la rúbrica de los otros; pero conser-
vaba su dignidad. Y así se esperaba lo que dijeran las
provincias interiores.
Eso fué aceptado por los patriotas : por los comandan-
tes militares, por los patricios. Los miembros de la nueva
Junta, Castelli y Saavedra entre ellos, prestaron juramento
solemne el día 24 de Mayo ; juraron conservar estos domi-
nios para Fernando, y acatar en un todo las leyes del
reino. Desfilaron solemnemente entre el pueblo silencioso,
y tomaron posesión de sus puestos en la fortaleza.
La revolución estaba, pues, terminada; se había desva-
necido. En ese día, dice Groussac, en ese 24, los conduc-
tores del movimiento de Mayo habían abdicado.
Pero, entre el 24 y el 25, apareció la otra entidad, la
que vamos á ver aparecer muy á menudo en esta his-
toria; la que hallará en Artigas su cabeza genial y su
conciencia personal : el pueblo anónimo. Éste no rati-
ficó lo hecho por los patricios y letrados. El hervor
de la muchedumbre llegó hasta la nueva Junta. Ésta
juraba el día 24, á las tres de la tarde, y, á las nueve
de la noche, instigada por Saavedra y Castelli arre-
pentidos, devolvía al Cabildo, en lacónica comunica-
ción, el poder que de él había recibido, y que le que-
maba las manos. Es preciso nombrar otra Junta, le de-
cía, para calmar la efervescencia popular.
En ese estado de cosas rayó el día 25 de Mayo de 1810.
El Cabildo no se daba por vencido. Se reunió en las pri-
7- Artigas. — i.
meras horas de ese día, é intentó rechazar la renuncia de la
Junta, y conminarla á sostener su autoridad por la
fuerza. El populacho, la barbarie, invadió entonces la
casa capitular; algunos individuos anónimos gritaron,
en nombre de esos bárbaros, protestando contra el nom-
bramiento de Cisneros, é increpando al Cabildo por
haber violado lo resuelto el 22. ¡ Si hubiera sido posible
castigar el desacato ! El Cabildo convocó á los jefes mili-
tares con ese objeto, y éstos declararon que ellos mis-
mos no se consideraban seguros contra el pueblo. Éste,
mientras ellos hablaban, golpeaba las puertas de la
sala capitular, y daba voces endiabladas.
¡ Pues que el Diablo cargue con él ! se dijo el Cabildo.
Y envió una diputación al virrey, indicándole la conve-
niencia de su renuncia. Ésta no se hizo esperar ; llegó ver-
balmente.
Todavía se pensaba en una nueva componenda. Cas-
telli y Saavedra proyectaban el mantenimiento de la
Junta con el simple cambio de presidente, cuando un
grupo tumultuario penetró hasta la sala del Ayunta-
miento, y declaró á su modo que el pueblo reasumía
la autoridad, destituía la Junta nombrada, y procla-
maba una nueva. Ésta se había formado, no se sabe
dónde á ciencia cierta, ni importa nada el saberlo; el
pueblo anónimo la hacía propia, y la imponía porque sí:
Presidente: Saavedra, el jefe del Batallón de Patricios;
Vocales: Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Alberti, Ma-
theu y Larrea; Moreno y Paso, secretarios.
El Cabildo, desde los balcones de la Casa Consistorial,
pactó con el pueblo que, en escaso número, estaba reunido
en la plaza. ¿Dónde está el pueblo? preguntó. Sonad la
campana y aparecerá, le fué respondido.
El Cabildo no sonó la campana : pactó con aquel grupo.
MIL OOHOOIENTOS DIEZ
en el que no se veía á ninguno de los promotores del mo-
tín, y reconoció el nuevo Gobierno: el que estaba escrito
en la lista anónima.
Poco después, tronaban los cañones en sus troneras
antiguas; se estremecían las campanas en las altas to-
rres venerables, y daban gritos; flotaban en el aire,
como pájaros recién nacidos, las escarapelas bicolores
que llevaban los hombres á guisa de distintivo, y éstos
se abrazaban, como quien celebra la llegada de un via-
jero que se esperaba, y que, al fin, estaba allí.
Eso es, reseñado ligeramente, el 25 de Mayo y sus equi-
valentes en América, mis buenos amigos: la mañana de
un largo día de la historia. Una espléndida mañana.
VI
Trátase ahora, mis amigos artistas, de designar el hé-
roe de esa gran revolución que se inicia : del 25 de Mayo
y sus consecuencias.
¿Quién había realizado aquello en Buenos Aires? ¿Ha-
bía allí un hombre ? O mejor dicho : ¿ estaba allí el hombre,
la conciencia humana depositaría del pensamiento funda-
mental de la persona colectiva que allí nacía? "El Ca-
bildo abierto del 22 de Mayo, dice Groussac, señala el
acto decisivo de la revolución argentina. A él concu-
rrieron, para combinarse ó combatirse, las fuerzas va-
rias, afines ó refractarias, que, de años atrás, venían
trabajando el complejo organismo .... En todos estaba
la conciencia de un cambio necesario ; pero en nadie
la visión, siquiera confusa, del edificio futuro que de
los escombros coloniales podía y debía surgir."
. . . ."Todo monumento con inscripciones nominativas
100 ARTIGAS
en que se consagre "k los autores" de la revolución de
Mayo, tiene que cometer la enorme injusticia de desco-
nocer á sus verdaderos héroes, que son anónimos."
Aquel movimiento no tuvo caudillo, dice el maestro don
José Manuel Estrada. En el Río de la Plata, la revolu-
ción se desarrolló por la coincidencia de todas las pa-
siones populares; y sabéis que el populacho de Buenos
Aires, llamado en horas de desaliento, salvó la naciente
nacionalidad, y puso sobre las cumbres de la historia
su ídolo y su lámpara."
Y dice otro maestro, don Domingo F. Sarmiento, en su
Facundo: " Buenos Aires, en medio de todos estos vaive-
nes, muestra la fibra revolucionaria de que está dotada.
En Venezuela, Bolívar es todo. Venezuela es la peana de
esa colosal figura: Buenos Aires es una ciudad entera de
revolucionarios: Belgrano, RondeaU, San Martín, Alvear
y los cien generales que mandan sus ejércitos, son sus
instrumentos, su brazo; no son su cabeza ni su cuerpo.
En la República Argentina no puede decirse ''el general
tal, libertó al país" sino "la Junta, el Directorio, el Con-
greso, el Gobierno de tal ó cual época mandó al general
tal, que hiciese tal cosa."
Para que os deis cuenta, mis amigos, de lo que significa
eso que dice Sarmiento, es menester que sepáis quién es
ese Bolívar de que nos habla, porque, efectivamente, es
una figura colosal.
Y, antes que á Bolívar, bueno es que conozcamos al
mismo Sarmiento, porque es un voto de calidad cuando
se trata de Artigas. Sarmiento fué su detractor encarni-
zado ; pero tiene mucho de aquel profeta Balaam que
bendecía al pueblo de Israel, cuando, montado el buen
vidente en una burra, iba con el propósito bien delibe-
rado de echar maldiciones y conjuros contra ese pueblo.
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 101
Lo indeliberado era en él la profecía; lo indeliberado es
en Sarmiento la verdad. Hombre de lucha, escritor in-
signe, diplomático, general, y hasta, á ratos perdidos,
presidente de la República Argentina, este Sarmiento
fué un varón insigne por muchos conceptos; pero lo
fué, sobre todo, porque vio más de una vez verdades
intrínsecas que no se veían, y las habló con sinceridad
casi infantil. No era papelófilo; no se sometía más
de lo justo á la tiranía de los documentos, ni rendía
gran culto á los manuscritos viejos ni á los nuevos ; pero
leía dentro de sí mismo con claridad, y decía cosas reales
casi inconscientes. Por eso hubo quien lo llamó loco, y
por eso hoy le llaman genio, y no sin causa. En Buenos
Aires le han erigido una bella estatua marmórea. Se le
erigirán otras probablemente.
Y, conocido Sarmiento, pasemos á Bolívar.
VII
Ya hemos dicho que el movimiento revolucionario se pro-
dujo al mismo tiempo en toda América; por todas partes
se abrieron cráteres.
En Caracas, lo mismo que en Bogotá y en Quito, la inva-
sión de Napoleón y la prisión de Fernando VII determinan
algo semejante á lo que hemos visto en Buenos Aires. Tam-
bién es el pueblo quien allí se levanta: depone al virrey
ó gobernador, crea una Junta de Gobierno, aclama á Fer-
nando VII, etc., etc. Y se empeña en una lucha homérica.
Allí, lo mismo que en Chuquisaca la mártir, y al revés
de Buenos Aires donde no se oyó un tiro español, la re-
presión es inmediata y espantosa. Venezuela es la tierra
de la guerra á muerte, la más sangrienta de la revolu-
102
ción americana. Pero de en medio á aquellos populachos,
tan briosos como el de Buenos Aires, surge un caudillo,
(tiene razón Sarmiento), que, más aún que por su genio
militar, por su arraigo en el pueblo, puede ofrecerse
como el espíritu de aquellas multitudes, inflamado en
una conciencia de hombre.
Es el mismo Sarmiento el que precisa el carácter de ese
hombre Bolívar. Dice, criticando una biografía que sobre
él se escribió: "En esa biografía, como en todas las otras
que de él se han escrito, he visto al general europeo, á los
mariscales del imperio, á un Napoleón menos colosal ; pero
no he visto al caudillo americano, al jefe de un levanta-
miento de las masas; veo un remedo de la Europa; nada
que me revele la América."
"Colombia tiene llanos, vida pastoril, vida bárbara,
americana pura, y de ahí partió el gran Bolívar; de
aquel barro hizo su grandioso edificio . . . . "
"La manera de tratar la historia de Bolívar de los es-
critores europeos y americanos conviene á San Martín y á
otros de su clase. San Martín no fué caudillo popular ; era
realmente un general. Habíase educado en Europa, y llegó
á América, donde el gobierno era revolucionario, y pudo
formar á sus anchas el ejército europeo, disciplinarlo, y dar
batallas regulares según las reglas de la ciencia. Su expe-
dición sobre Chile es una conquista en regla, como la de
Italia por Napoleón. Pero si San Martín hubiese tenido que
encabezar montoneras, ser vencido aquí para ir á reunir
un grupo de llaneros por allá, lo hubieran colgado á la se-
gunda tentativa."
"A Bolívar, al verdadero Bolívar no lo conoce
aún el mundo; y es muy probable que, cuando lo tra-
duzcan á su idioma natal, aparezca más sorprendente
y más grande aún."
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 103
Todo eso tiene mucho de verdad. Vosotros debéis tenerlo
muy en cuenta cuando tracéis la figura de Artigas, porque
le es muy aplicable. Pero acaso no es toda la verdad.
Es preciso que conozcamos á Bolívar, como hemos cono-
cido á Washington, para llegar á Artigas.
Bolívar fué grande, efectivamente, por eso que dice Sar-
miento: 'porque de aquel barro, del pueblo americano, hizo
su grandioso edificio. Aparece en la historia, muy joven
aún. cuando se constituyen las primeras juntas en Caracas;
e» enviado en una comisión á Inglaterra, y regresa cuando
está empeñada la lucha; llega á Nueva Granada, y de allí
pasa á Venezuela, su patria, como libertador; da batallas ;
eae en la primera jornada; emprende una nueva, y triun-
fa ; pasa los Andes septentrionales, y se abre camino, con
victorias colosales, hasta Bogotá; de la fusión de Vene-
zuela y Nueva Granada constituye la primera patria colom-
biana, la uran Colombia; refunde en ésta la provincia de
Quito; triunfante en el Norte, desciende, en busca del ba-
luarte español, al bajo Perú, y lo domina ; se encuentra en
el camino con San Martín, excelso capitán rioplatense que
sube triunfante del Sur, y San Martín se desvanece á su
c( intacto, como luz que en luz mayor se disipa; persigue al
enemigo hasta el Perú alto; acaba con él en Junín, en
Ayscueho. Después trata de organizar y gobernar la enorme
patria que ha acaudillado en la guerra ; pero en las batallas
del pensanrento es menos heroico: vacila, tiene vértigos y
tinieblas.
Para que os deis cuenta de lo que eso significa,
como empresa militar, básteos saber que Bolívar di-
rigió como jefe treinta y seis batallas, de las que ganó
diez y ocho; fué derrotado en seis y se retiró en doce.
104
La guerra que él sostuvo fué la más encarnizada de
América; guerra á muerte, sin cuartel, llena de ho->
rrores y de martirios. Mientras al golpe de su espada
hace brotar la patria de la roca, Bolívar procura en-
cauzarla hacia un porvenir que él ha soñado, y que no
se ve con claridad : una federación americana ó algo así.
Que os baste saber, para daros cuenta de esto, que, de los
veinte años que duró su vida pública, fué, durante diez y
ocho, jefe supremo, presidente ó dictador de la compleja
nación primitiva que surgía de su cabeza volcánica, y que
lo aclamaba como á un dios.
Pero más que la historia, yo quiero que conozcáis el
carácter, el significado de esa especie de meteoro. Bolí-
var no es Washington ; es mucho más grande y mucho más
chico que Washington ; es su contraste. Veréis como no es
tampoco Artigas: el contraste con éste es todavía mayor,
si cabe.
Bolívar es un vastago de sangre azul; es hijo de noble,
sobrino de marqueses. Es un hombre de letras; ha estu-
diado, viajado por Europa, donde ha estado en contacto
con príncipes; jugó con el mismo Fernando VII. Ha for-
mado parte de los núcleos revolucionarios constituidos por
Miranda en Inglaterra para envolver la independencia
americana en los problemas políticos europeos, y hacerla
brotar de ellos, aunque sea entregándola á Inglaterra.
Ha presenciado las convulsiones internas de la Europa
revolucionaria; las ideas flotantes en el aire europeo re-
suenan en su cabeza, sin llegar á formar una armonía.
Pero su enérgica personalidad no es arrastrada por esas
formidables influencias; se sobrepone á ellas: es original,
completamente original. Hay momentos en que Bolívar es
el tipo del montonero americano, un criollo de alma y cuer-
po; piensa y obra como caudillo heroico; es un átomo de
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 105
la masa que va en él. Hay otros, en que no se distingue en
él ail hombre de esta tierra, ni siquiera al de tierra alguna ;
vive en los vapores ó en el fuego, como la salamandra;
sube y baja, como llama vibrátil y policroma en forma de
lagarto. Pero no por eso se ve al hombre europeo; es
Bolívar. Es escritor, verdadero escritor, inspirado, grandi-
locuente. Es poeta, orador, habitante del país de ensueño ;
es estadista empírico, filósofo intermitente ; sus proclamas
y arengas son batallas ; son poemas sus combates. Es gran-
dioso; no teatral, porque es sincero. La ambición de
gloria, de poder, de mando militar, son el motor inme-
diato de aquel espléndido instrumento formado para
las triunfales sinfonías. Quería refundir en su propia
persona á Washington y á Napoleón; no quería ni po-
día ser ninguno de los dos.
Pero en él, al lado de las visiones que flotan aladas en
el alma y la libertan, vivían rampantes las pasiones que
hormiguean en la carne, el gusano brutal del espíritu. ¡ Las
pasiones de Bolívar ! Nadie las ha sentido más altas, ni más
bajas. Era impetuoso, irritable ; las palabras se derramaban
de su boca como la sangre de una herida. El movimiento,
la perpetua transición, la satisfacción inmediata y rápida
de sus apetitos eran su vida. El reposo en un sitio ó en un
afecto era para él la muerte, como lo es el agua dulce
para los peces del mar. Amaba con los sentidos, es
decir, no amaba. El incienso de la adulación y de la lisonja
cortesana, que lo envolvieron como á nadie; la garra de
los deleites voluptuosos ; los hombres y las mujeres tenían
poder sobre él, y. como ráfagas de viento sobre una ho-
guera, hacían intermitente la luz de aquel genio, que pa-
saba de las grandes llamaradas á las tinieblas sin orillas.
La fiebre, que lo agotaba, y le conservaba al mismo tiempo
la vida y el genio, lo mató por fin en la plenitud de sus
106
años. Y de su obra quedó sólo la realidad intrínseca ; los
sueños se diluyeron en la aureola dorada que circunda
su cabeza.
Y la realidad intrínseca de Bolívar, la permanente al
través de las variaciones, era eso que dice Sarmiento:
la fe en el pueblo, en el barro; la parte que él tenía
de común con ese mismo barro germinal; lo que tenía
de común precisamente con Washington y con Arti-
gas, en medio de las enormes distancias aparentes de
esos tres hombres. Bolívar tuvo fe en América, y tuvo
fé en sí mismo; se sentía las alas, y las juzgaba de
fuerza ilimitada. No existen de esas alas en el mundo.
Bolívar creyó sinceramente en la existencia orgánica
del pueblo americano recién nacido ; se refundió en él,
se identificó con él, con sus grandezas y sus miserias.
Quiso ser su cabeza, es cierto ; pero cabeza articulada,
irrigada por la misma sangre de todo el organismo.
Después de realizada la independencia, pensó en orga-
nizar aquello, y se sintió confundido ; y con razón . La
república no es una semilla: es un fruto. Aquello, allá
como acá, era una materia cósmica caótica. Aunque
su ideal era la democracia republicana, pensó en la
monocracia. en el gobierno del hombre necesario, en
senados vitalicios y aun hereditarios, en cualquier cosa
que conjurara el peligro de disgregación de aquellas
moléculas hirvientes. Pero todo eso, y todo lo demás
que quiera atribuírsele con ese objeto, hasta su propia
tiranía, había de salir del pueblo mismo, del organismo
americano, cuyo definitivo desprendimiento de la me-
trópoli era el alma de su pensamiento ó visión profé-
ticos. Él vio lo grosero, lo primitivo de aquel barro;
pero no renunció á él como materia prima de la obra
que su genio entreveía; llegó á hablar hasta de una
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 107
nueva casta americana, formada de la fusión de todas
nuestras razas, en que se fundía su propia sangre hi-
dalga con la del indio, con la del negro. Todo, menos
volver á la antigua servidumbre. "Venezuela no ha
solicitado ni solicitará jamás su incorporación á la na-
ción española, ni la mediación de potencias; no tratará
jamás con España sino de igual á igual, en paz y en
guerra" dice en el congreso de Angostura.
Allí se pensó en una monarquía ; pero, como en Estados
Unidos, el monarca había de ser el héroe, Bolívar. Santan-
der, uno de sus generales, escribe á éste una carta en que
le dice que aceptaría la monarquía si el monarca fuese
él, el Libertador. Éste rechaza. El general Paez le pro-
pone la corona, encargándole el secreto. Bolívar con-
testa con estas palabras: "A la sombra del misterio no
trabaja sino el crimen."
Eso es, y no sus condiciones intelectuales, lo que hace de
Bolívar el glorioso exponente de la revolución americana
del Norte. Sus otras condiciones, educación, elocuencia,
imaginación, teorías empíricas, genio militar, son simples
accidentes, que sólo toman ser unidos á la sustancia ; ceros
gloriosos que parecen nimbos triunfales, pero que son
aureolas de humo sin la unidad que los preside.
VIII
La revolución americana tuvo, pues, mis amigos artis-
tas, un héroe, allá en el Norte, lo que se llama un héroe,
es decir, un grande hombre, una conciencia humana depo-
sitaría de su pensamiento integral: fe en el pueblo, inde-
pendencia democrática.
¿No existirá algo semejante en esta América subtropi-
108 ARTIGAS
cal? ¿No vivirá el héroe de Carlyle, el hombre de carne
y hueso, no una fórmula, una abstracción, ya que, según
Víctor Hugo, la multitud tiene demasiados ojos para te-
ner una mirada, y demasiadas cabezas para tener un pen-
samiento ?
Como hemos visto, Groussac no encuentra á nadie con
la visión, siquiera confusa, del edificio futuro, entre los
hombres del 25 de Mayo de 1810; Estrada está en el
mismo caso; Sarmiento dice que tampoco lo ve allí, ni
lo reconoce en ninguno de los cien generales, San Martín,
Belgrano, Rondeau, Alvear, que mandaron ejércitos ar-
gentinos.
El héroe de la revolución de Mayo existía, sin embargo,
mis amigos artistas ; existía felizmente, y por eso triunfó el
pueblo, á despecho y pesar de todos los hombres de poca
fe, y de las multitudes incapaces de pensar. Nosotros lo
vamos á encontrar, lo vamos á reconocer entre mil. sin
que pueda confundírsele con hombre alguno.
Pero demos á cada uno lo suyo. Fué ese extravagante
de Sarmiento quien, antes que nosotros, á despecho de
lo que él mismo afirmó, y pese á las tinieblas de sus pre-
ocupaciones, entrevio la realidad y pronunció su nombre,
cuando nadie lo pronunciaba; es él quien, al hablar de
Bolívar lo que hemos leído, nos dice en su Facundo, el año
3840: "Si los españoles hubieran penetrado en la 'Repú-
blica Argentina el año xn, acaso nuestro Bolívar hubiera
sido Artigas, si este caudillo hubiera sido, como aquél,
tan pródigamente dotado por la naturaleza y la educa-
ción."
¡Nuestro Bolívar hubiera sido Artigas! ;Oh profeta
Balaam !
¿Por qué Artigas, y no alguno de los otros bravos cau-
dillos de esta tierra, ingenuo Sarmiento, siendo así que
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 109
los hubo tan heroicos? ¿Por qué nó San Martín ó Puey-
rredón ó Güemes?
¿ Y qué tenía de común el caudillo oriental con el vene-
zolano, (ya que algo de común, y muy esencial, había de
tener para poder ser su equivalente), no siendo, como no
lo eran, ni los estudios en Europa, ni la naturaleza, ni la
educación, ni el aparato exterior?
Eso es lo que no podía percibir Sarmiento con claridad,
y es eso lo que voy á haceros ver yo, mis amigos artistas r
lo que hay de común entre Artigas y los pocos videntes de
la independencia americana; lo que hay en él de idéntico
con el genio, que, en la región de los iguales, aparece con
su visión, y que, como el Proteo poliforme de la fábula, se
viste con la túnica de Moisés ó con la armadura de Juana
de Arco; se envuelve en la clámide de César ó en el ca-
puchón de Dante; se pone el uniforme de Washington,
ó la chaquetilla de capitán de blandengues.
Y eso es lo que debemos convertir en bronce sonoro,
amigos míos.
¡Acaso nuestro Bolívar hubiera sido Artigas!
¡ Oh viejo Sarmiento, hombre de bien ! ¿ Mirabas por el
ojo de la cerradura?
Sí, era eso lo que estaba allí dentro : Artigas fué el Bolí-
var del Sur, como éste, con ser la antítesis de Washington,
fué el Washington del Norte ; era un Bolívar menos ígneo
ó fulgurante que el otro, como que nació en una tierra fría
y sin volcanes; menos tentado de exóticas apariciones, como
que, encerrado en su pobre tierra americana, no se codeó
con príncipes, ni conoció grandezas señoriales, ni pudo
pensar en emular á Bonaparte, ni á ningún César coro-
nado; menos poeta, menos elocuente, como que su visión
era silenciosa, de ojos de sibila, inaccesible al carnal deleite.
Pero fué más autóctono, incomparablemente más autóctono
110
que Bolívar, más creyente en el pueblo americano, más
carne de nuestra carne, y hueso de nuestros huesos, más
atento y obediente á la voz de su dios interior.
Por él, y sólo por él, mis amigos, podemos afirmar que
la revolución en el Río de la Plata tuvo un pensamiento,
y fué, desde su origen, una verdadera revolución, tan de-
mocrática, más democrática aún, más republicana que la
del Orinoco. El es, pues, el hombre del 25 de Mayo de
1810, si establecemos esa cifra como el primer día de la
patria que hoy existe en este mundo austral americano.
IX
Porque eso es lo que debemos dejar establecido, y con
mucha precisión, una vez por todas, en nuestra conversa-
ción de hoy, mis amigos: si el rey que se aclamaba en la
plaza de Buenos Aires el 25 de Mayo con el nombre de
Fernando VII, era realmente el Fernando VII de carne
y hueso, ludibrio á la sazón de Bonaparte, ó era el nuevo
rey, el pueblo americano; si el movimiento de 1810 era
una simple evolución sociológica, es decir, la aparición de
una fuerza progresiva que, combinada con la conservadora
existente, dará una resultante política intermedia, ó si
era, como hoy se proclama á grito herido, y se canta en
los himnos patrios, el estallido de una revolución; si
se trata, en una palabra, de la reforma del coloniaje,
ó de su abolición; si el camino que había de empren-
derse, por consiguiente, era el de la línea curva, suave
y armoniosa, cuya dirección está indicada en cada ins-
tante por la del momento que lo precede, ó el de la línea
recta, rígida y dura, brutal si queréis, que no cambia
de rumbo sin estallar y romperse.
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 111
Hoy parece todo eso muy sencillo, tan sencillo como la
existencia de América antes de Colón. Para quien sólo co-
nociera la historia por los cantos y los mármoles, sería una
verdad inconcusa que todos y cada uno de los proceres de
Mayo creyeron lo primero, y no pudieron creer otra cosa :
que nuestra América, libre y republicana, nació real-
mente en 1810.
Pero eso, como la existencia de América, era el secreto
manifiesto revelado al genio, mis amigos; eso lo creyó Ar-
tigas; sólo él lo creyó, cuando menos, con la obstinación
del poseído de un dios. El fué el bárbaro, en el sentido
clásico de la palabra : extraneus, el distinto de los demás,
el extraño.
Los patricios de la revolución de Mayo, sometidos á las
leyes biológicas que antes hemos estudiado, fueron grandes
y gloriosos ; pero no podían abrigar aquella fe de los inge-
nuos, transportadora de montañas; no la abrigaron.
Se estudian esos varones ilustres, uno á uno, Belgrano,
Pueyrredón, Moreno, Castelli, Rivadavia, García, para en-
contrar al hombre de suprema sinceridad, ó, lo que es lo
mismo, de convicción clara y propósito fijo, y yo os ase-
guro, mis amigos, que tienen razón los que dicen que no
se le encuentra en la plaza de Buenos Aires. Se busca en-
tonces al hombre de ciencia eminente que pueda suplir,
con una convicción muy arraigada, la falta de inspira-
ción creadora, y tampoco se da con él.
Si alguno de entre ellos pudiera reclamar la primacía,
ese no sería otro, me parece, que el joven secretario de la
Junta, don Mariano Moreno, al que se designa general-
mente con el predicado de Numen de la Revolución. Él
era, no hay que dudarlo, el alma mater, el maestro de
aquella Junta, que lo reconocía " como el solo capaz,
por sus vastos conocimientos y talentos '* de trazarle su
nimbo.
112 ARTIGAS
Bueno será que conozcamos, siquiera sea someramente,
á ese joven héroe; hoy podemos penetrar hasta el fondo
de su pensamiento, á la luz de sus escritos que poseemos.
Moreno fué el fundador y director de La Gaceta de Bue-
nos Aires, órgano de la revolución; el redactor de los
manifiestos, decretos, comunicaciones de entonces; el en-
cargado por la Junta, de la redacción de un Plan de las
Operaciones que el Gobierno Provisional debe poner en
práctica para consolidar la Grande Obra de nuestra liber-
tad é independencia. Se lee todo eso, y mucho más, y uno
se convence de que, si bien el joven revolucionario era
una altiva figura, descollante en su medio, no era el hom-
bre nuevo de América, ni tampoco un estadista de gran
preparación científica. Abogado formado en la Universi-
dad colonial de Chuquisaca, ejercía Moreno su profesión
en Buenos Aires. Poco antes de estallar la revolución, ha-
bía defendido, en una exposición memorable, las buenas
doctrinas sobre libertad de comercio de las colonias. No
era, sin embargo, un economista; sus conocimientos eran
mucho menos vastos, menos profundos sobre todo, de lo
que juzgaban sus compañeros; sus ideas económicas rudi-
mentarias, frágiles y vacilantes. No lo eran menos las
políticas : casi no tenía noticia exacta de la revolución in-
glesa ni de la anglo-americana ; le era desconocida la cons-
titución de Estados Unidos, que había de ser el modelo de
la de su patria. Había estudiado algunos de los enciclopedis-
tas francesas; su oráculo era Rousseau. Pero si bien Mo-
reno sintió que los principios en que se había formado
se conmovían al nocivo influjo del filósofo ginebrino,
no se dejó dominar por él en absoluto; quiso conciliar
lo inconciliable; divulgó el Contrato Social, pero supri-
miendo el capítulo en que se atacan las doctrinas reli-
giosas que el procer profesaba, y conservó incólumes. El
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 113
año 1810 lo encontró en ese momento de crisis: nada es-
taba maduro en él.
Leamos algunos párrafos, siquiera, del interesante es-
tudio de Paul Groussac, apologista de Moreno, sobre la
preparación científica de éste. Me parece que Groussac
acierta en su semblanza.
"Mariano Moreno, dice, estaba imbuido en algunos es-
critores del siglo xvm, especialmente filósofos y enciclope-
distas ; á éstos los sabía de memoria, puede decirse, entre-
tanto que parece ignorar á los demás, y, entre ellos, al
más grande é ilustre de todos . . . El Espíritu de las Leyes,
la magna obra política del siglo, la sola que contuviera
algo más que peligrosas utopías, hipótesis inverificables ó
apasionadas declamaciones, no se encuentra citada en los
escritos de Moreno, ni parece que le pida nada, á no ser
lo que se le alcanzaría por el reflejo de Filangieri."
"Este brillante y especioso napolitano, discípulo de
Montesquieu, y sublevado algo ridiculamente contra su
maestro, sí que ejerció, junto con Jovellanos, una mar-
cada influencia sobre Moreno "
1 ' Pero éste muy pronto . . . deja correr su verbo torren-
toso, que arrastra en su carrera, mezclados con ideas y
frases propias, detritus y astillas innumerables de Mably,
Volney, Rousseau; sobre todo de Raynal, el fogoso y des-
melenado historiador del Comercio europeo en ambas
Indias ..."
'* Villemain ha señalado esta preponderancia y presen-
cia visible del Contrato Social en los debates de la Amé-
rica latina, siendo así que casi nunca se le cita en las
asambleas de los Estados Unidos."
11 Para Moreno, no existe nada entre la Asamblea Na-
cional y el Imperio: las leyes, las constituciones, los De-
rechos del hombre, las arengas de los Girondinos y Ja-
8. Artigas.— i.
114
cobinos, son letra muerta para el revolucionario argentino.
¡Ninguna experiencia ni enseñanza pueden extraerse de
los triunfos y catástrofes, de las conquistas y excesos de
la Convención! El caso es tan extraordinario, que señalo
este nuevo punto de vista á los historiadores futuros. Sin
reparar para nada en que, de las tempestades y cataclis-
mos contemporáneos, ha surgido á la historia un mundo
nuevo, como una Atlántida del seno del Océano, el pensa-
dor colonial continúa extractando, de Rousseau y Mably
sus abundantes referencias á las constituciones de Es-
parta y Atenas, y suministrando copiosos ejemplos de
Minos y Licurgo á los diputados de Santiago, Jujuy,
Tarija y demás provincias, que ya se ponen en camino
para derrocarle."
Creo que con esto tenemos bastante para comprender
que el Numen, el verdadero Numen de la revolución de
Mayo no había aparecido en Mariano Moreno, sin por eso
negar que había algo en aquella noble cabeza de treinta
años, y mucho en aquel ígneo corazón atormentado. Su
pensamiento integral, en cuanto al fin de la revolución
americana y á los medios que debían emplearse para su
triunfo, están consignados en ese Plan de Operaciones,
de que os he hablado. Este largo documento era descono-
cido hasta hace muy poco; su aparición produjo un es-
tupor parecido al pánico: los principios en él adoptados,
el despotismo sobre todo, son contrarios á la revolución
de Mayo; los medios, proclamación engañosa de Fer-
nando VII, crueldad, terror, exterminio, doblez, traicio-
nes, son contrarios á la naturaleza. Hasta se aconseja
allí la cesión de la isla de Martín García á Inglaterra, en
cambio de su protección; hasta se proyecta la conquista
del Brasil. . . Ilusiones ó atrocidades.
Groussac ha hecho inteligentes esfuerzos por demostrar
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 115
que ese estupendo documento es apócrifo. No vacilo en
afirmar, tras detenido estudio, que Groussac tiene razón:
ese documento no es de Moreno; ha sido escrito con pos-
terioridad á su fecha, y por un detractor de la revolución
de Mayo. Pero este ignorado autor ha impreso tal vero-
similitud á su obra, que el Ateneo de Buenos Aires, que
es quien la ha divulgado últimamente, lo ha hecho cre-
yéndola perfectamente auténtica. Si se estudian, efecti-
vamente, los actos y decretos de la Junta de Mayo, ins-
pirada por Moreno, se concluye en que, si bien esos actos
no se ajustaron al documento apócrifo, éste se ajusta de
tal manera á aquellos actos, que sólo una mirada muy
experta puede percibir el engaño. Veremos cómo se re-
currió al terror y á muchos otros de los medios que ese
documento dice aconsejados por Moreno; en cuanto á la
proclamación, sincera ó engañosa del rey, la Junta decía,
en un manifiesto de Agosto de 1810, redactado por
su ilustre secretario, que "la Capital había jurado so-
lemnemente fidelidad á su amado monarca Fernando VII,
y la guarda constante de sus derechos; y desafiaba al
mundo entero á que descubriera en su conducta un solo
acto capaz de comprometer la pureza de su fidelidad."
La biografía de Moreno escrita por su hermano Manuel,
confirma también ese concepto.
No quiero hablaros demasiado, mis amigos, de ese Plan
de Operaciones; ni siquiera os aconsejo que lo leáis.. .
por si es realmente apócrifo. Fijémonos, sin embargo, en
la contestación que en él da Moreno, ó quien quiera que
sea, cuando se le consulta sobre los medios de adherir la
Banda Oriental á la revolución, sometiendo su capital,
Montevideo, que, como lo veréis, fué necesario arrebatar
por la fuerza al dominio extranjero. "Sería muy del
caso, contesta, atraerse á dos sujetos, por cualquier in-
116 ARTIGAS
teres y promesas, así por sus conocimientos, que nos
consta son muy extensos en la campaña, como por
sus talentos, opinión, concepto y respeto: son el capi-
tán de dragones, don José Rondeau, y el capitán de
Blandengues, don José Artigas, quienes, puesta la cam-
paña en este tono, y concediéndoles facultades amplias,
concesiones gracias y prerrogativas, liarían en poco
tiempo progresos tan rápidos, que antes de seis meses
podría tratarse de formalizar el sitio de la plaza."
Esa visión atribuida á Moreno sobre Artigas nos daría
mucho que pensar, amigos míos, mucho, sin duda alguna;
y mucho que hablar. Moreno fué el hombre, de la revo-
lución argentina, que hubiera podido, acaso, comprender
y aun secundar á Artigas; él fué quien más participó
de su visión democrática, aunque sólo la percibía al tra-
vés de exóticos preconceptos que la desfiguraban. Pero
si no hemos de perder el sentido de la proporción en
nuestras conferencias, es menester que nos limitemos á
lo dicho sobre este punto.
El doctor Moreno fué un relámpago; brilló y se apagó
en el mar. A fines de 1810 se vio extrañado de su patria,
y murió en el viaje.
Que tanta agua era necesaria para apagar tanto fuego,
dijo Saavedra, al saber la muerte del luminoso joven en
el Océano.
j Quién puede ofrecerse á nuestro examen como su sus-
tituto en Buenos Aires? ¿Quién como el hombre repre-
sentativo, que queda allí, del pensamiento de Mayo, y
que, por su sinceridad, tenga derecho, lo que se llama
derecho, á ser creído y obedecido por los demás hombres?
Allí estaba don Manuel J. García, persona de talento y
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 117
de vasta ilustración ; pero de éste, no hay que hablar, por
ahora; él será el agente de restauración monárquica más
apasionado del Plata. ¿Hablaremos de don Bernardo de
Monteagudo, el Marat de la revolución americana, que
termina también renegando del principio republicano?
Nó, no es posible vacilar: el gran personaje que descuella
en Buenos Aires es don Bernardino Rivadavia. Este sí
que era un hombre de estado; sus ideas eran firmes y
maduras. Tócanos averiguar cuáles eran esas ideas sobre
la revolución de Mayo.
A juzgar por sus primeros actos, se hubiera dicho que
este Rivadavia era realmente el hombre de la nueva fe,
el bárbaro, el numen, ya que en ese orden de simbólico len-
guaje hemos entrado. Entre otros gestos expresivos, pode-
mos observar uno, que lo es mucho, de este rígido perso-
naje.
Asistía á un banquete que, á fines de 1812, se ofrecía
á San Martín, llegado recientemente de Europa, y que era
Coronel de los Granaderos á Caballo. San Martín brindó
por el establecimiento de una monarquía en el Plata. En
mala hora lo hizo. Rivadavia se alzó como una furia; es-
taba poseído de tal indignación, al parecer republicana,
que amenazó á San Martín con una botella. Y se la hu-
biera arrojado á la cabeza, dice el testigo ocular que el in-
cidente nos narra, sin la interposición del brazo de Alvear.
Convengamos en que fué muy oportuna y feliz la in-
terposición del capitán Alvear. Y lo fué, mis amigos, no
sólo porque salvó la cabeza de San Martín, preciosa cabeza
por cierto, del aleve golpe del fiero Rivadavia, sino por
que éste no iba á tardar mucho tiempo en ser más realista
que San Martín y que Alvear y que todos los demás miem-
bros de la Junta de Mayo, pues iba á serlo más que el
mismo Fernando VII.
118
Debo adelantaros aquí, por muy conveniente á la forma-
ción de vuestro criterio, el conocimiento de la opinión de
este Rivadavia sobre la revolución de Mayo. Está consig-
nada en la exposición que él, en compañía del no menos
insigne don Manuel Belgrano, presenta al rey destronado
don Carlos IV, padre de Fernando VII, en 16 de Mayo
de 1815. Eivadavia y Belgrano, como Diputados y Pleni-
potenciarios del Gobierno de las Provincias del Plata, van
á pedir á Carlos IV, al infeliz Carlos IV, "que ceda en
favor de su hijo, don Francisco de Paula, (otra innocua
persona) el dominio y señorío natural de aquellos pue-
blos, constituyéndole rey."
Es muy original el fundamento de esa actitud, y es eso
lo que yo quiero haceros notar especialmente. Según esos
plenipotenciarios, la revolución del 25 de Mayo, si bien
aclamó y seguía aclamando y jurando á Fernando VII, en
todo pensaba, menos en sostener los derechos de éste, por
la sencilla razón de que Fernando no los tenía ni por
pienso. Quien los tenía, según Rivadavia en 1815, era Car-
los IV. Éste era el rey legítimo de América, pues su de-
rrocamiento por Fernando VII había sido una verdadera
iniquidad, que sólo apoyaban los españoles residentes en
América, pero no los americanos. Éstos habían permane-
cido y permanecían fieles, como debían, á su amado rey
don Carlos IV, á quien Dios guarde.
Rivadavia y Belgrano establecen, entonces, en nombre
de América, los tres principios siguientes: 1.° A aquellos
pueblos no es adaptable otro Gobierno que el monárquico.
2.° Ningún príncipe extranjero prometía la seguridad y
las ventajas de uno de la familia de Vuestra Majestad.
3.° En caso de no poderse conseguir ésta que se ha tenido
siempre por la mayor ventaja, debía preferirse la inte-
gridad de la monarquía.
MIL OCHOCIENTOS DIEZ 119
No entraré, mis amigos, en las intenciones ó reservas
mentales de esos hombres, cuando tales cosas hacían y de-
cían ; pero yo os aseguro que, si en aquel tiempo no hu-
biera habido algo más que eso que vemos en Buenos Ai-
res; si no hubiera existido el pueblo argentino, oriental y
occidental, y, sobre todo, el hombre plenamente sincero
en obras y palabras, y con derecho, lo que se llama dere-
cho, á ser obedecido, poco ó nada hubiera sido la revolu-
ción de Mayo.
Aquellos ilustres proceres tuvieron la gloria de des-
pertar al pueblo ; ello basta para que los llamemos gran-
des. Pero lo despertaron en la prudente esperanza de lle-
varlo más ó menos lejos según las circunstancias. Cuando
se dieron cuenta de que lo que habían iniciado era una
colosal revolución, no supieron qué hacer con ella, y
quisieron volver atrás; cuando advirtieron que lo que
habían concitado contra el león hispánico era un ca-
chorro de león, que sentía en las entrañas el salto fisio-
lógico de la pubertad, y el estallar de sensaciones igno-
tas, no se sintieron de su especie ; comprendieron que, lejos
de arrastrarlo, tenían que ser arrastrados por él ; pensaron
en prevenirse contra sus zarpazos, en domesticarlo cuando
menos ... y hasta en matarlo en último caso.
No era posible. Alea jacta est.
No se vencen leones sino con leones. Y no se les acau-
dilla sin serlo.
No es exacto, felizmente, que ese león caudillo no hu-
biera nacido en nuestro Río de la Plata, aunque no se le
haya visto en la plaza de Buenos Aires: él estaba entre
nosotros, os aseguro que estaba entre nosotros.
CONFERENCIA VI
LA FECHA INICIAL
La revolución de Mayo en Montevideo. — El enviado de Buenos
Aires ante el Cabildo de Montevideo. — Las expediciones auxi-
liares.— Al Alto Peni. — Al Paraguay. — A la Banda Oriental. —
Suipacha. — Don Gaspar Eodríguez de Francia. — La revolución
de Mayo en la Asunción. — El doctor Francia en su guarida. —
Independencia del Paraguay. — El despertar de la Banda
Oriental. — El pueblo matinal.
Amigos artistas:
El 25 de Mayo de 1810 ha sido consagrado, y no sin
verdadera causa, como la cifra inicial de independencia
en nuestra América austral. El sol de nuestra bandera es
el de ese día, el de Mayo, el mismo que alumbra á la ar-
gentina.
Bien es verdad que no ha faltado quien quiera reivin-
dicar para Montevideo la gloria de haber proclamado antes
que nadie, en 1808, la fórmula de independencia; pero creo
que es ese un detalle sin gran importancia.
No falta razón, sin embargo, para fundar esa acción
reivindicatoría, que, cuando menos, serviría para confir-
122
mar lo que dijimos antes sobre la importancia de Monte-
video como centro urbano.
El movimiento del 25 de Mayo de 1810, en Buenos
Aires, fué precedido, efectivamente, de uno muy análogo,
que tuvo lugar dos años antes, el 21 de Setiembre de 1808,
en Montevideo. Gobernaba entonces en Buenos Aires, como
virrey, don Santiago Liniers, el héroe de la reconquista,
que vamos á ver fusilado, en defensa de su rey, por la
expedición auxiliar dirigida al Alto Perú. Mandaba en
Montevideo, como gobernador, el general don Francisco
Javier de Elío, noble y empecinada persona. Acaecida
la invasión de Napoleón en España, Elío cree que Liniers.
por su origen francés, no ofrece garantías á la defensa
de la patria española contra Bonaparte; le pide, en nota
oficial, que renuncie el mando; se resiste á secundar sus
órdenes, y Liniers decreta su separación, enviándole como
sustituto al capitán Michelena, "que tenía fama de va-
lentón y aire de matamoros", con orden de reducirlo á
prisión. Elío rechaza á Michelena, "después de haber
enarbolado el uno una pistola y recurrido el otro á los
puños, en la primera entrevista." El pueblo de Monte-
video, unido á los jefes militares, se alza en rebelión:
rodea, sostiene y aclama á Elío; se reúne en tumultuoso
plesbiscito; celebra el clamoroso Cabildo Abierto de 21
de Setiembre, formado de cincuenta y cuatro miembros,
entre los cuales hay 20 delegados directos del pueblo:
expulsa á Michelena; proclama á Fernando VII, y, rom-
piendo sus vínculos con Buenos Aires, y aún con el go-
bierno de la metrópoli, se separa del virreinato, y forma
una Junta de Gobierno independiente, para custodiar los
derechos del rey prisionero. Todo se hizo, según las actas
capitulares, "por ser ese el voto del pueblo." Esto es muy
análogo, casi idéntico, como lo veis, á lo hecho el 25 de
LA FECHA INICIAL 123
Mayo de 1810 en Buenos Aires; el derecho del pueblo
á organizarse sin intervención de la metrópoli, y la au-
tonomía regional, basada en la igualdad de los pueblos,
quedaron allí consagrados. El Presbítero doctor Pérez
Castellano, miembro de la Junta, decía entonces á su
obispo: "Los españoles americanos somos hermanos de
los españoles de Europa Los de allá, viéndose priva-
dos de nuestro muy amado rey, han tenido facultades
para proveer á su seguridad común, creando Juntas, y
creándolas casi al mismo tiempo, y como por inspiración
divina. Lo mismo podemos hacer sin duda nosotros, pues
somos igualmente libres . . . . "
"Si se tiene á mal que Montevideo haya sido la primera
ciudad de América que manifestase el noble y enérgico
sentimiento de igualarse con las ciudades de su madre
patria. .... la obligaron á ello circunstancias notorias.
También fué la primera ciudad que despertó el valor
dormido de los americanos."
Esa es la fórmula, como lo veis, de la revolución de
Mayo.
Mitre, López, Florencio Várela, el Deán Funes, his-
toriadores argentinos, son los que han atribuido á ese
suceso carácter fundamental. "La Junta de Montevideo,
dice Mitre, es un punto hacia al cual convergen las lí-
neas de la historia, y de que parten todos los que de él
se han ocupado, sea que lo hayan interpretado del punto
de vista jurídico, ó en sus relaciones con el desenvolvi-
miento futuro de la revolución que él contenía en ger-
men, y que debía producir la descomposición del go-
bierno colonial, como acertadamente lo establece el señor
López, al asignarle su importancia causal en el momento
preciso en que se produjo."
"La creación de la Junta de Montevideo en 1808,
124 ARTIGAS
agrega Mitre, á imitación de las que se habían formado
en España fué la primera repercusión de la revolu-
ción de la metrópoli sobre su colonia, que sugirió la teo-
ría y dio el tipo de la revolución que debía producirse
más tarde."
"Instrumento de intereses extraños, movido promis-
cuamente por pasiones propias y ajenas, Montevideo, sin
embargo, fué el primer teatro en que se exhibieron en
el Río de la Plata las dos grandes escenas democráticas
que constituyen el drama revolucionario : el Cabildo
abierto, y la constitución de una Junta de propio gobierno
nombrada popularmente. ' '
"Este suceso tuvo gran repercusión en América, y su
alcance no se ocultó á la observación de los espíritus
perspicaces, que presentían la revolución y la indepen-
dencia. ' '
"La Junta del 25 de Mayo de 1810 sería, con otros
elementos y tendencias, la repetición de la de 1808 en
Montevideo, y la abortada en Buenos Aires en 1809 "
En nuestra conferencia anterior os hice conocer la ex-
posición de Belgrano y Eivadavia á Carlos IV. En ella,
esos diputados y plenipotenciarios del Gobierno de las
Provincias del Plata, presentan al gobernador Elío, de
que ahora hablamos, como el verdadero y único revolu-
cionario contra la metrópoli; es él, según ellos, quien,
con los españoles residentes en el Plata, ha conspirado
contra el único legitimo soberano y rey de la monarquía
española, que no es otro, según aquellos plenipotencia-
rios, sino don Carlos IV, que Dios guarde ; es Elío, quien
ha apoyado á Fernando VII, contra la lealtad del pue-
blo americano hacia su rey. Recordando entonces Bel-
grano y Eivadavia el momento en que Elío se revela con-
tra Liniers, y tiene lugar el Cabildo Abierto de Monte-
LA FECHA INICIAL 125
video de que estamos hablando, dicen lo siguiente : ' \ Pero
don Javier Elío se separó entonces de la obediencia de
todas las autoridades de la Capital, y formó un Gobierno
independiente, en una Junta que fué la primera de toda
la América."
En esas razones, muy dignas de consideración, por
cierto, se apoyan los que reclaman para Montevideo el
título de cuna de la revolución en la América austral.
Pero yo atribuyo á todo eso, con ser tan importante,
una mínima importancia; recordemos que también se
ha reclamado para los normandos, para los irlandeses, y
hasta para los chinos, la gloria del descubrimiento de
América.
Nó; el que inventó la América no era chino ni nor-
mando : fué Cristóbal Colón, el genovés que todos conoce-
mos. Y fué Buenos Aires, la gran ciudad ríoplatense, ca-
pital del antiguo virreinato, fué su valeroso pueblo, quien
pudo marcar y marcó con eficacia, el 25 de Mayo de 1810.
. la hora prima de nuestra vida independiente. Allí estaba
el virrey, y sólo allí tenía que ser depuesto como lo fué.
Aun suponiendo que Montevideo hubiese llegado hasta des-
tituir á su gobernador español, lo que no sucedió ni se pre-
tendió, ese acto no hubiera tenido la transcendencia de la
destitución del virrey en Buenos Aires. ¿ Quién puede du-
darlo? Aquel golpe audaz fué decisivo desde el primer
momento; fué el disparo certero que rompe el ala iz-
quierda, la del corazón, al pájaro de osamenta férrea.
Toda la lucha que seguirá á ese golpe, tendrá por objeto
la ya imposible reconquista de Buenos Aires por parte
de España; su conservación por parte de América. Allí
debía, pues, radicarse el pensamiento de la revolución
general; esa ciudad era el depósito de los recursos, el
centro de operaciones, por otra parte.
126
Buenos Aires tuvo la gloria de ser el heraldo de la
libertad; pero, por eso mismo, desde ese momento, dejó
de pertenecerse á sí misma, para pertenecer á la revolu-
ción que provocaba. Era preciso que no volviese allí el
virrey, y mucho menos el rey; pensar en restaurarlo, era
delito de lesa América. Buenos Aires mismo no podía
hacerlo ya. El propósito de ratificar, de perpetuar lo
hecho en su plaza pública el 25 de Mayo de 1810, es el
alma de guerra de independencia que allí se inicia. De
una parte estará el pueblo americano; de la otra todos
cuantos pretendan volver un paso atrás de la deposición
del virrey de España en .Buenos Aires, aunque quien lo
pretenda sea Buenos Aires mismo. Eso es lo que se llama
Revolución de Mayo.
Desgraciadamente la idea contraria anidó en los hom-
bres dirigentes, ya que no en el pueblo, de la ciudad ini-
ciadora.
No era Buenos Aires, según aquellos hombres, quien
debía pertenecer á los pueblos que la defendían ; eran los
pueblos quienes debían pertenecer á Buenos Aires. He
aquí el grande y funesto error.
La idea de que esa capital continuaba siendo la sede
nata de toda soberanía y autoridad, por el sólo hecho de
haberlo sido como sede colonial, y por voluntad del Rey
Nuestro Señor; el concepto de que todo debía someterse
al arbitrio y dirección, no ya del pueblo ríoplatense, sino
dé los hombres que en Buenos Aires ocuparan el poder,
y dispusieran, pública ó secretamente, secretamente sobre
todo, de los destinos del pueblo americano, se hizo carne
en los hombres de Mayo.
Tu miedo aumenta el número de mis enemigos, dice
Macbet. Esa idea aumentaba e"l número de los enemigos
de América, y con ellos morirá.
LA FECHA INICIAL 127
Pero no por eso el 25 de Mayo de 1810 deja de ser la
cifra inicial de gran revolución, ni la ciudad de Buenos
Aires su capital gloriosa.
11
Una de las resoluciones adoptadas el 25 de Mayo,
además de la convocación de todos los pueblos del virrei-
nato para que enviaran representantes á fin de resolver
libremente de sus destinos, y después de reconocer la
Junta provisional de Gobierno constituida en Buenos
Aires, fué la formación y el envió inmediato de ejér-
citos, que difundieran la revolución por todo el terri-
torio de la nación, y sofocaran las resistencias que á sus
propósitos se opusieran. Esas expediciones se llamaban
auxiliares, es decir, colaboradoras ó centro de apoyo de
los elementos populares que se adhirieran al movimiento
de emancipación.
Una de ellas se dirigió hacia el Noroeste, hacia la pro-
vincia del Alto Perú, que será más tarde una nación
independiente ; esa expedición debía cruzar, en línea diago-
nal, el territorio argentino. La otra, bajo las órdenes de
Belgrano, se dirigió hacia el Nordeste, á la provincia del
Paraguay, que también formará un estado soberano. Más
tarde se dirigirá otra hacia el Sur, hacia el otro lado del
Uruguay y el Plata, hacia la provincia Oriental, que, como
el Alto Perú y el Paraguay, será también nación, y cuya
capital, Montevideo, es el núcleo principal de resisten-
cia á lo iniciado el 25 de Mayo en la Capital del virreinato.
Mucho nos convendrá saber, antes que todo, y aun-
que sea á la ligera, quién resiste en Montevideo y por
128 ARTIGAS
qué resiste. Veamos lo que es el 25 de Mayo de 1810 en
la futura capital del Uruguay. El punto es tan intere-
sante como complejo, y reclamo para él vuestra atención
toda entera.
Montevideo, como todo el pueblo oriental de que es ca-
beza, no sólo adherirá entusiasta, dentro de ocho meses,
á la iniciativa de Mayo, sino que, conducido por Artigas,
le imprimirá su verdadero significado — independencia —
le dará sus primeras glorias, y conservará su espíritu,
cuando los mismos iniciadores renieguen de él ó pierdan
su fe. Resiste, sin embargo, en los primeros momentos, la
iniciativa de Buenos Aires. Y es muy de notar que la resis-
tencia es unánime; no son sólo los españoles, que han de
sostener empecinados la causa del rey, quienes se oponen al
movimiento; son también los nacionales, que, mañana no
más, serán sus más obstinados sostenedores.
¿ La causa de ese fenómeno ? . . . Fijaos bien en esto,
amigos artistas, porque mucho se vincula con lo que he-
mos hablado, y con lo que vamos á hablar.
Los españoles de Montevideo resisten el movimiento
de Buenos Aires porque dudan, y no sin mucha causa,
de la fidelidad al rey que sus iniciadores proclaman.
Los orientales, porque dudan, también con fundamento,
de la fidelidad y del respeto á los pueblos que aquel
debe entrañar.
Los españoles temen ver sustituido el virrey, y el rey
por consiguiente, por el pueblo americano. Los orienta-
les temen ver sustituido un virrey por otro virrey, el
español por el bonaerense.
Producido el movimiento de Mayo, Montevideo no
permanece impasible, ni mucho menos; se conmueve
profundamente, observa lo que pasa en Buenos Aires,
y se dispone, no á obedecer la autoridad de la capital,
LA FECHA INICIAL 129
así se llame Junta ó virrey, pues no reconoce más auto-
ridad que la del rey, sino á adoptar una resolución pro-
pia, libre y consciente.
Tanto el virrey Cisneros como la Junta, que conocen
bien el carácter de aquel pueblo, le envían sus repre-
sentantes.
El virrey, antes de su caída, y al sentirla inminente,
le pide adhesión y apoyo, por intermedio de su secre-
tario, que llega fugitivo á Montevideo el 24 de Mayo.
La Junta, una vez depuesto el virrey, le reclama el reco-
nocimiento, y el envío de un diputado; pero no lo hace
por simple comunicación escrita, como á los demás pue-
blos del virreinato, sino enviándole un comisionado es-
pecial, el capitán don Martín Galaín, que llega á la ciu-
dad oriental, el 31 de Mayo, con toda clase de expli-
caciones.
Al enviado de Cisneros, de cuyos actos no quiere ha-
cerse solidario antes de conocerlos y juzgarlos, contesta
Montevideo, después de larga deliberación: "que está
dispuesto á tomar todas las medidas conducentes á la
conservación del orden y de los derechos sagrados de
Fernando VII ' ' ; pero le ordena que salga inmediatamente
de Montevideo. Al enviado de la Junta ¿qué le contes-
tará? El caso es arduo. Montevideo no tenía por qué sor-
prenderse ante lo hecho, pues la Junta de Mayo en Bue-
nos Aires no era sino la repetición, como hemos visto,
de la de Setiembre en Montevideo. El Cabildo delibera,
y no se cree habilitado para resolver el punto. Convoca
al pueblo, llama á Cabildo abierto, es decir, se integra
con los principales vecinos. El Cabildo se realiza el 1.° de
Junio, bajo la presidencia del gobernador Soria. En él se
discute larga y acaloradamente; los ánimos están muy
agitados; hay allí muchas reservas mentales. Se llega, por
9. Artigas.— i.
130
fin, á una solución por simple mayoría, con grande opo-
sición: la Junta de Buenos Aires será reconocida, pero
condicionalmente, con ciertas- limitaciones; éstas serán fi-
jadas por una comisión especial, que les dará forma, y las
someterá de nuevo á la aprobación del Cabildo.
Pero en esos precisos momentos, el 2 de Junio, llega á
Montevideo un buque, el bergantín "Filipino", con la
noticia de haberse instalado en Cádiz, en reemplazo de
las Juntas, un Consejo de Regencia, y con comunica-
ciones de éste. Era lo que deseaba el gobierno, el ca-
bildo, el pueblo montevideanos: una ocasión cualquiera,
así fuera la más inconsistente, para proceder por sí
mismos, y para no verse obligados á consagrar el dere-
cho que parecía arrogarse Buenos Aires de someter á
su autoridad á Montevideo, no teniendo la delegación
directa del rey. De rey abajo ninguno. No se vacila ;
se lee en voz alta, en la plaza mayor, la proclama de
las autoridades españolas, que invitan al pueblo ameri-
cano á reconocerlas; se las reconoce sin pérdida de
tiempo, y se aclama el Consejo de Regencia. Salvas de
artillería, repiques de campanas, juramento solemne de
las tropas, aclamaciones del pueblo. Y siempre, eso sí.
¡viva Fernando VII!
Es claro que la contestación á la Junta de Buenos
Aires se imponía, y el Cabildo la acuerda el 2 de Junio :
que Buenos Aires reconozca ante todo, como Montevi-
deo, el Consejo de Regencia; que se declare, á la par de
Montevideo, vasallo del rey, sin pretender sustituirlo,
y entonces se hablará del envío de diputados, etc.
El Cabildo resolvió, pues, suspender su deliberación,
hasta conocer la actitud de la Junta de Mayo y del pue-
blo de Buenos Aires ante los nuevos sucesos de España.
La Junta de Buenos Aires insiste premiosamente, y en
LA FECHA INICIAL 131
la forma que cree más eficaz. No sólo contesta en una
larga y bien fundada comunicación, sino que desprende
de su seno á su propio secretario, el doctor don Juan
José Paso, uno de los varones más conspicuos del movi-
miento de Mayo, y lo envía á convencer á Montevideo
con su influjo y la elocuencia de su palabra. El Cabildo
resuelve darle audiencia inmediatamente, el mismo día.
El mensajero habla con pasión y grande elocuencia;
relata los sucesos ocurridos en Buenos Aires, da las
razones por las cuales no se ha reconocido el Consejo
de Regencia que en Montevideo ha sido proclamado.
El Cabildo, después de oirlo, le intima se retire á su alo-
jamiento de extramuros, y resuelve que, "desde que la
diputación venía al pueblo, debía convocarse á éste, en
la parte más respetable del vecindario, para que, ins-
truido por el diputado, delibere lo que estime justo."
El Cabildo abierto tiene lugar el 15 de Junio. Allí
está todo el pueblo. Las personas más caracterizadas
se sientan al lado del gobernador y de los cabildantes:
allí están Soria el gobernador, y don José de Salazar,
jefe de la marina, y las autoridades eclesiásticas, La-
rrañaga y Pérez Castellano, y don Nicolás de Herrera,
ministro de la Real Audiencia, y Elias, tesorero de Go-
bierno, y los miembros del Cabildo: Salvañach, Aram-
burú, Vidal, Illa, Ortega, Más de Ayala, de la Peña,
Pérez, Vidal y Benavídez; y los ciudadanos Lucas José
Obes, y Mateo Magariños, y Juan J. Duran, y Acevedo,
y de las Carreras, y Costa, y Gómez Neira, Méndez, etc.,
etc. Es realmente un senado de gran respetabilidad;
tiene personalidades como las más ilustres del movi-
miento de Mayo : Herrera, Obes, Larrañaga, Pérez Cas-
tellano, Magariños.... El diputado de Buenos Aires
exhibe sus credenciales, en que la Junta le da plenos
132
poderes, y lo presenta, por su inteligencia y su pureza
de intenciones, como la mejor prueba de su vivo an-
helo porque la unión de ambos pueblos se realice;
porque pueda la patria "presenciar el tierno espectáculo
que prepara Buenos Aires á la entrada del represen-
tante de Montevideo en compañía del de la Junta."
Paso hace briosos esfuerzos por arrastrar el Cabildo á
su opinión ; sus razones son las mismas que ha consignado
la Junta en su notable comunicación, redactada por su
secretario Moreno, pero realzadas por el brío del orador.
Y son razones poderosísimas, irrefutables. La Junta orga-
nizada el 25 de Mayo no ve, en las noticias recién llega-
das, en la formación del Consejo de Regencia, nada que
pueda conmover los fundamentos en que descansa. El
fundamento principal de su existencia es la carencia, en
España, de una entidad que sea representante genuina
del rey prisionero. Si las Juntas no lo eran ¿cómo ha de
serlo el Consejo que de ellas procede?
¿Pero Montevideo cree que ese Consejo de Regencia re-
presenta efectivamente al rey?
Sea, contesta Buenos Aires. Eso no debe obstar á nues-
tra unión. Nosotros también lo hemos acatado tácitamente,
y lo proclamaremos desde el momento en que estemos segu-
ros de que ese Consejo entraña la voluntad del rey que
hemos jurado, y cuyos derechos defenderemos hasta mo-
rir. "Lo sustancial, agrega Buenos Aires, es que todos
permanezcamos fieles vasallos de nuestro augusto monarca
don Fernando VII, indiscutible para todos; que cumpla-
mos nuestro juramento de reconocer al gobierno de Es-
paña legítimamente constituido, y que, entre tanto, es-
trechemos nuestra unión para socorrer á la metrópoli,
defender su causa, observar sus leyes, celebrar sus triun-
fos, llorar sus desgracias." Con ese motivo, el orador
LA FECHA INICIAL 133
habló de los peligros que corrían los pueblos del virrei-
nato si no se unían reconociendo la Junta de Buenos Ai-
res. Dijo que esa alianza era necesaria para precaverse
de posibles ataques de la corte portuguesa, etc., etc.
Todo eso, y mucho más, decía Buenos Aires en su nota,
y expresó, con grande elocuencia, su ilustre representante
ante el Cabildo de Montevideo.
Y todo eso era de lo más concluyente que puede ima-
ginarse; nada mejor fundado, nada más lógico.
¿Pero conocéis algo más inconsistente que la lógica
en ciertas ocasiones, mis amigos artistas? ¡La lógica de
las palabras! La palabra es un huevo, de donde puede
salir lo mismo un caimán que una paloma. ¡La fidelidad
al rey! ¿Quién es el rey? Los españoles de Montevideo
■creían que era uno; los americanos que era otro. Pero
españoles y americanos estaban absolutamente confor-
mes en una cosa : en que el rey no debía ser Buenos Aires.
Eso era allí lo esencial; lo demás se resolvería entre
españoles y americanos de Montevideo. Y eso fué lo
que allí predominó, teniendo por órgano principal á don
Mateo Magariños, que llevó al Cabildo el eco del pueblo
de Montevideo, que, como el de Buenos Aires el 25 de
Mayo, se agitaba frenético en la plaza, mientras el Ca-
bildo deliberaba. Magariños, españolista radical dominó
el Cabildo "con su elocuencia tempestuosa. " El pueblo
sostiene, decía Magariños, "que no se debe aceptar la
Junta de Mayo, porque ella pretende ejercer su poder
como sucesora de los derechos del virrey, y Montevideo,
en esa solución, no reconoce sino sus propias y legítimas
autoridades. ' '
El comisionado de la Junta del 25 de Mayo fué recha-
zado. El Cabildo abierto resolvió: "que, entre tanto la
Junta no reconociese la soberanía del Consejo de Re-
134
gencia que había jurado el pueblo de Montevideo, éste
no podía ni debía reconocer la autoridad de la Junta de
Buenos Aires, ni admitir pacto alguno de concordia ó
unidad. "
Ahí tenéis, mis amigos, lo que fué el 25 de Mayo de 1810
en Montevideo: algo así como la repetición del Cabildo
abierto de 1808.
Después de eso, los españoles se aprestaron á defender
por sí mismos á su rey, y los orientales á hacer lo propio
con el suyo, que no era el mismo, por más que ambos
llevaban el nombre de Fernando VII. La misma cascara,
el mismo huevo, al parecer ; pero del uno saldrán los empe-
cinados españoles; del otro. . . del otro saldrá Artigas, el
hombre absolutamente sincero, el héroe.
III
Entre tanto, sigamos las expediciones auxiliares que
la Junta de Buenos Aires ha enviado para difundir el
movimiento de Mayo: la que se dirige al Norte, hacia el
Alto Perú, la que va al Paraguay, y, por fin, la que vendrá
á la Banda Oriental.
La primera expedición emprende su marcha. En el ca-
mino, tropieza con una conspiración en pro de la reac-
ción puramente española, encabezada por Liniers en Cór-
doba, y la ahoga en la sangre de la primera tragedia que
mancha el territorio. Las instrucciones de Moreno, las del
apócrifo Plan de Operaciones de que hemos hablado, co-
mienzan á ponerse en práctica: los ilustres conspiradores
son fusilados por orden expresa de la Junta Central de
Buenos Aires, que, inspirada por el espíritu funesto, se
presenta implacable ante el clamor social que pide cle-
mencia. No hubo clemencia.
LA FKÜHA INICIAL 135.
El ejército sigue su marcha hacia el Norte, pues del
Perú, de la gran capital del dominio español, tiene que
venir el enemigo. Y es preciso cerrarle el paso hacia
Buenos Aires. El ejército sigue bajo las órdenes de Bal-
caree y de Castelli, sucesores de Ocampo y de Vieites,
que resistieron la ejecución de Liniers y sus compañeros.
El ejército auxiliar cruza por territorio indiferente. El
sol del 25 de Mayo no aparecía por aquellas soledades. La
noche era profunda y sin estrellas ; la aurora estaba lejos.
La expedición no era, pues, auxiliar de nadie ; era conquis-
tadora del desierto.
Sólo al llegar á Salta, allá en el Norte, encuentra el
concurso popular; allí vive un caudillo local, Martín Güe-
mes, que ha reunido milicias, y caballos y ganados, con
los que acrece, por intermedio del gobernador intendente,
los elementos del ejército conductor del mensaje de liber-
tad. Esa expedición sigue hacia el Norte; penetra en el
Alto Perú ; llega á Cotagaita, y allí choca con el ejército
español, al mando del general Córdoba, que rechaza al de
Buenos Aires. (27 de Octubre).
Se rehace éste con algunos contingentes recibidos de
Jujuy, y los dos ejércitos vuelven á encontrarse de nuevo,
algunos días después, el 7 de Noviembre, en los campos de
Suipacha. Solo media hora de lucha hubo en esta acción
campal de las armas argentinas, que obtuvieron allí la
primer resonante victoria. Cuarenta muertos, ciento cin-
cuenta prisioneros, toda la artillería enemiga, una ban-
dera y los bagajes, quedan en poder del vencedor.
Este no fué generoso. Tampoco fué aquí clemente, por
desgracia. El intendente de Potosí y los generales venci-
dos, Córdoba y Nieto, fueron fusilados en la plaza de
aquella ciudad. ¡Maldito espíritu infernal que entene-
brece la gloria! Tampoco fué grato el recuerdo que dejó
136
el vencedor en la sociedad del Alto Perú; no fué popu-
lar. Ese recuerdo había de reforzar el germen de inevi-
table desmembración de esa región andina, que allí no
podía menos de existir por leyes naturales. Esa provincia
formará la provincia de Bolívar, Bolivia. Su libertad no
vendrá, pues, á ella de Buenos Aires; vendrá del Norte.
Bolívar, Sucre, serán sus héroes.
Como consecuencia de la batalla de Suipacha, el domi-
nio de la Junta se extendió hasta el Desaguadero, límite
de los verreinatos del Perú y Buenos Aires. Las cuatro
intendencias del Alto Perú se declararon por la revolu-
ción. Pero la posesión fué fugaz; seis meses después, los
ejércitos libertadores serán deshechos por los españoles
en los campos de Huaqui.
IV
La segunda expedición, la dirigida hacia la provincia
del Paraguay, á las órdenes de Belgrano, penetró tam-
bién allí en territorio enemigo ; pero de un enemigo capaz
de desorientar al mismo diablo, cuanto más á Belgrano, que
allí debía encontrarse con el caso más extraordinario de
patología social que presenta la historia americana: un
pueblo vigoroso, conducido como un autómata por un
monstruo extraño, mezcla de arcángel y de gato furioso,
de mirada suave y siniestra, llena de fuego frío, de luz
obscura, del eterno contraste, de la eterna negación-, una
mezcla de Ariel y Calibán. ¡ Qué extraño personaje este que
vamos á conocer ! Tenía alas — debemos creeerlo — alas de
piel membranosa ; pero tenía también una zarpa escondida
en la piel, llena de escalofríos, y blanda como una caricia
mortal. No fué el enemigo español; fué ese extravagante
LA FECHA INICIAL 137
troglodita paraguayo, con el pueblo en las garras, quien,
al sentir el paso de Belgrano, sacó la cabeza de entre la
cálida selva, y salió al encuentro del ejército auxiliar,
para destrozarlo en un abrir y cerrar de ojos. Se llamaba
don Gaspar Rodríguez de Francia.
No es tarea fácil, antes la creo en extremo difícil, si no
imposible, averiguar de qué procedía, cuándo y cómo ha-
bía sido engendrado tan extraño y contradictorio ser en
aquella región apartada, con la que nada tenía de común ;
pero de lo que os narre y diga, mis amigos artistas, seca-
réis vosotros las consecuencias que os parezcan más ra-
zonables. Sobre este don Gaspar Rodríguez de Francia,
que es preciso conozcáis para el contraste, se ha escrito
mucho, como no podía menos, y cada cuafl. ha pensado
según su leal saber y entender. Carlyle se extasiaba ante
el fenómeno éste, que apenas entrevio al través de infor-
maciones deficientes, y en el que quería ver algo de su
Cronwell. A mí me recuerda quizá aquellas marmóreas
esfinges descritas por Gautier, que afilan sus garras en
el ángulo de sus pedestales, que nos miran con los ojos en
blanco, con una intensidad que asusta, y sobre cuyos lomos
leonados se ven como estremecimientos; su cuello de
mujer palpita, como si allí latiese un corazón.
Resumamos los hechos ; Belgrano y su ejército de 1.000
hombres, entre los cuales descolló por su heroísmo un
primo hermano de Artigas, que pronto morirá por la pa-
tria, fué inmediatamente destrozado por el ejército ene-
migo en Paraguarí, el 19 de Enero de 1811. Se fortificó
aquél 60 leguas más abajo, en la margen izquierda del
Tacuarí y allí sufrió el descalabro definitivo: capituló,
prometió retirarse al otro lado del Paraná, y se retiró
para siempre de aquella tierra intangible.
138
¿Quién lo había hecho pedazos? Se dice en las histo-
rias generales de América, malas como toda enciclope-
dia, que el ejército que venció era el de don Bernardo
de Velazco, gobernador español del Paraguay. Eso es
no ver sino las apariencias, y repetir lo que dijo el pri-
mero que habló de historia paraguaya sin conocerla, ó
poniéndola al servicio de otras historias.
No hubo tal : Velazco abandonó el campo ; allí concluyó
su autoridad. Quien venció á Belgrano fué el Paraguay,
el ejército paraguayo, conducido, en primer término, por
el coronel don Manuel Anastasio Cabanas. Al lado de
éste, lucharon también allí, como jefes bizarros, Gamarra,
Juan Antonio Caballero, Pascual Urdapilleta, Fulgencio
Yegros, Luis Caballero y muchos otros, todos bravos pa-
raguayos, que figurarán en su tierra.
Pero todos esos combatientes obraban ya dentro del
círculo mágico de la esfinge, ó dragón, ó como queráis
imaginarlo, que todo sirve en el caso. Fué el aliento de
fuego de esa esfinge ó dragón quien allí venció á todo
el mundo : á españoles, á argentinos, y á los mismos para-
guayos: fué don Gaspar Rodríguez de Francia.
Es menester que aclaremos esto.
Recordad, mis amigos, la repercusión del 25 de Mayo
en Montevideo; la resistencia de esta ciudad á someterse
á Buenos Aires, etc., etc. El mismo sentimiento de los
orientales hacia la capital del virreinato, y por causas
análogas, existía en el Paraguay. Éste se sentía persona
distinta de las demás, y no sin razón, por cierto. El Pa-
raguay, lo mismo que la Banda Oriental, no fué jamás,
como se ha dicho, provincia argentina; fué una goberna-
ción dependiente del virrey del Río de la Plata en los úl-
timos tiempos del virreinato. Así como la Banda Oriental
LA FECHA INICIAL 139
vivió abandonada y siendo la vaquería de Buenos Aires
durante el coloniaje, el Paraguay vivió casi aislado de
las demás provincias, cuyas influencias sobre él fueron
nulas. Por otra parte, el paraguayo se consideraba de un
origen étnico distinto del argentino ; hasta la conservación
del idioma guaraní en el pueblo, pues allí no se enseñó
el castellano, constituía una barrera fundamental.
No queriendo, pues, sustituir un gobernador extranjero
por otro tan extranjero como él, no vio en la expedición
de Belgrano sino el espíritu de conquista de Buenos
Aires, y rechazó esa expedición, con el propósito de con-
quistar por sí mismo, y para sí mismo, la independencia.
Pero ese espíritu, que en la Provincia Oriental animaba
á muchas almas, en el Paraguay, bien que difundido en
el pueblo inconsciente, estaba concentrado en las sole-
dades negras de un alma sola, y de un alma que de tal
manera absorbía á todas las demás, que se las devoró á
todas, y se llevó la causa de la independencia á sus pro-
fundidades psicológicas, guarida llena de noche glacial,
y habitada por varias familias de serpientes.
Vais á ver, mis amigos, cómo los esfuerzos de Artigas
por evitar el injusto predominio de la oligarquía ó co-
muna de Buenos Aires en su patria oriental, lejos de lle-
varlo á matar el nervio popular con la tiranía, ó á separar
á su pueblo de la defensa común, lo induce á ser el primer
capitán de esa defensa, á buscar alianzas con todos los
pueblos libres, incluso el de Buenos Aires, á ponerlos
por testigos y jueces de la santidad de su causa, á des-
pertar en ellos el sentimiento de su propio ser y del res-
peto mutuo, á luchar animoso por la causa de todos los
americanos, que considera una sola nación, á difundir, á
la faz del mundo, los más amplios principios de libertad,
de democracia, de gobierno propio.
140 ARTIGAS
Don Gaspar Rodríguez de Francia es todo lo contrario :
él proclama el principio vital ; hace la independencia del
Paraguay; es preciso reconocerlo. Pero no sólo separa á
éste de España, y de Buenos Aires, y de los orientales,
y de los argentinos, sino del mundo entero ; se lo lleva en
las garras; lo secuestra del contacto de los vivientes, po-
niéndole por muralla la distancia, el desierto, y la misma
guerra sostenida por Artigas en defensa del derecho de
todos. Nada sería eso, si se lo llevara para hacerlo feliz
en alguna manera, mientras evitaba, por medio del aisla-
miento, los ataques posibles á su independencia. Pero nó:
lo encierra en la obscuridad de su tiranía inverosímil, y
allí se entretiene, durante treinta años, en matar en él,
con deleite felino, todo germen de vida : hombres y prin-
cipios de civilización, relaciones exteriores é interiores.
Así como os dije lo que fue el 25 de Mayo en Monte-
video, es preciso que os haga saber lo que fué en la
Asunción, capital del Paraguay. Aquí, como allá, el go-
bernador español Velazco, al recibir la comunicación de
la Junta Revolucionaria de Buenos Aires, convocó una
asamblea popular; pero esa asamblea no era como la de
Montevideo: estaba constituida por más de 200 hom-
bres. . . y don Gaspar Rodríguez de Francia.
Ahí lo tenéis sentado, con su figura tenue y distinguida,
con su cara caucásica, pálida y aquilina, con sus cabellos
que empiezan á blanquear, pues tiene 45 años, sus labios
muy finos, sus manos de dedos muy afilados, su actitud
de perpetuo acecho, y sus ojos, sobre todo, sus ojos cla-
ros, policromos, sin patria ni sexo, cuyas miradas brillan y
LA FECHA INICIAL 141
se apagan, se van á las profundidades del alma á recoger
algo, y vuelven de ella derrepente, transformadas en un
relámpago mortal, que se hunde en los otros ojos huma-
nos y los hace cerrar. Había nacido en la Asunción; pero
fué á estudiar á Córdoba del Tucumán. De allí volvió
con los grados de maestro en filosofía y doctor en Sa-
grada Teología; se aplicó especialmente al estudio del
derecho; fué, en el Seminario de la Asunción, profesor
de latinidad y de teología; llevaba traje talar, y leía y
estudiaba los enciclopedistas franceses, Rousseau espe-
cialmente, la historia de Roma de Rollin. Aquel hombre,
en la Asunción del Paraguay, era un exótico; su supe-
rioridad en inteligencia, en ilustración y en carácter, en
carácter sobre todo, era allí aplastadora. Allí no había
contrapeso posible; ese hombre no tenía raíces de ningún
género en aquel pueblo americano, indígena en sus siete
octavas partes, que hablaba en guaraní.
Ahí lo tenéis sentado en la asamblea convocada por
Velazco, para apreciar el 25 de Mayo de 1810. Él lo hace
todo, y lo seguirá haciendo todo hasta dentro de treinta
años, en que el pueblo paraguayo, al oir decir que Francia
ha muerto solo y encerrado, á los 84 años de edad, no se
atreverá á escuchar la noticia, menos á darle crédito, y
menos aún, á penetrar á ver el cadáver, por temor de que
abra los ojos, y derrame su mirada, más llena de muerte
que cuando estaba viva.
En esa asamblea de que hablamos, celebrada el 24 de
Julio, ya sugirió Francia la idea de la caducidad del po-
der español, y la independencia absoluta del Paraguay;
pero, eso no obstante, se resolvió "guardar fidelidad al
Consejo español de Regencia, como en Montevideo, y
conservar amistad con la Junta de Buenos Aires, pero sin
reconocerle superioridad."
142
Llega entonces la expedición de Belgrano, y es destro-
zada por los paraguayos. El gobernador Velazco puede
darse por caducado, como el virrey Cisneros en Buenos
Aires. En la noche del 14 de Mayo de 1811, una conspi-
ración, encabezada por don Pedro Juan Caballero, pero
hecha por Francia, depone al gobernador Velazco, y lo
sustituye por don Valeriano Zeballos y el doctor Rodrí-
guez de Francia. Imaginaos quién mandaría allí. Los que
realizaron el movimiento, todos los prohombres del Para-
guay, Yegros, Caballero, Estigarribia, etc., etc., declara-
ban que su propósito era unirse á Buenos Aires; pero
Francia pensaba de otro modo. Convocó un Congreso de
la Provincia, que presidió él y Zeballos; pronunció en él
un discurso empírico, empapado en las doctrinas de Rous-
seau. El Congreso acordó crear una Junta de Gobierno,
de cinco miembros, y formar con Buenos Aires una so-
ciedad fundada en principios de igualdad. Pero el doctor
Francia no quería eso, y como formaba parte de la
Junta de Gobierno nombrada, aniquiló con una de sus
miradas á sus compañeros, y, contra la resolución del
Congreso, se dirigió á Buenos Aires en una nota célebre,
de 20 de Julio, firmada por los cinco gobernantes, en que
le notificaba la absoluta independencia del Paraguay. En
ella establecía la doctrina que hubiera debido unirlo con
Artigas y los pueblos que éste va á acaudillar; pero esa
doctrina, al abrigarse en su espíritu, como si se muriera
en él de terror y de frío, pierde toda su virtud. Allí decía
Francia que el Paraguay había resistido la expedición de
Belgrano buscando su natural defensa; que, caducado el
poder supremo, éste recae en la nación; que la confede-
ración de la Provincia del Paraguay con las demás de nues-
tra América era natural y conveniente ; pero que las des-
graciadas circunstancias ocurridas entre Buenos Aires y
LA FECHA INICIAL 143
la Asunción la habían dificultado; que, en consecuencia,
había sido preciso que la Provincia recobrara sus dere-
chos usurpados, para salir de la antigua opresión, y po-
nerse á cubierto de una nueva esclavitud de que se sentía
amenazada. "Se engañaría, concluye, quien imaginase
que la intención de la Provincia del Paraguay había sido
entregarse al arbitrio ajeno, y hacer dependiente su
suerte de otra voluntad. En tal caso nada habría adelan-
tado, ni reportado otro fruto de su sacrificio que el cam-
biar una cadena por otra, y cambiar de amo."
Con ser esto tan claro, Buenos Aires no acabó de com-
prenderlo : la conciencia de su derecho virreinal heredi-
tario, tan irracional y funesto, y la ilusión de que en el
Paraguay existía otra persona además de Francia, lo in-
dujeron á sustituir la conquista por la diplomacia, para
dominar el Paraguay. ¿No existía allí un Congreso con
tendencias á la unión? Envió, pues, una misión diplomá-
tica, formada de los doctores Belgrano y Echeverría; dos
conspicuos personajes.
"¿Leoncitos á mí? ¿A mí leoncitos y á tales horas?
Pues por Dios que han de ver esos señores que acá los
envían, si soy yo hombre que se espanta de leones." Así
hablaba el Caballero de la Triste Figura.
Buenos Aires no sabía, indudablemente, con quién se
tomaba. Francia encerró á sus diplomáticos en un círculo
mágico; no vieron otra cosa que él; fueron muy agasa-
jados. Aquél los visitaba durante la noche; ellos le pa-
gaban sus visitas en su estudio, donde lo encontraban ro-
deado de libros, y frente al retrato de Franklin, que allí
tenía ; pasaron por todo cuanto él quiso : reconocieron, en
un tratado, la independencia de la Provincia del Paraguay
de la de Buenos Aires, sin perjuicio de consignar el deseo
de estrechar los vínculos que unen y deben unir ambas
344
provincias en una federación y alianza indisoluble, que las
obliga á auxiliarse mutuamente contra cualquier ene-
migo de la común libertad.
¿ Queréis creer, mis amigos, que, después de esto, toda-
vía tentó Buenos Aires un nuevo esfuerzo de conquista
diplomática en aquella tierra, con ocasión del Congreso
que, en 1813, dos años después, fabricaba Francia para
sus fines propios ? ¡ Todavía mandó al doctor don Nicolás
Herrera, un nuevo leoncito, con el objeto de obtener el
envío del representante paraguayo al Congreso General
de las Provincias unidas ! ¡ Representante paraguayo ! Lo
que allí se hizo fué : confirmar la declaratoria de indepen-
dencia; romper la alianza celebrada con Buenos Aires;
cambiar el título de Provincia del Paraguay por el de
República del Paraguay; adoptar armas y colores nacio-
nales y poner todo eso en manos de su autor y dueño.
Se creó, como gobierno, un Consulado de dos miembros:
Francia y Yegros. Como el de Bonaparte y Siéyes. Fran-
cia se desembarazó de su compañero cónsul, y, al año
siguiente, 1814, se hizo aclamar dictador temporal prime-
ramente, y vitalicio, perpetuo, eterno, después.
Y se llevó el Paraguay á su guarida. Y allí lo tuvo au-
sente de la tierra durante treinta años. El mundo sólo
sabía de él, por los lamentos que, de vez en cuando, se
oían salir de allí; ejecuciones precedidas de suplicios;
espantos pálidos en el aire. La gente no podía mirar al
dictador cuando pasaba, rodeado de su escolta, por las
calles solitarias; ponía la cara contra la pared.
Veréis, mis amigos, cómo sólo un hombre en el mundo
hubiera podido ponerse enfrente de don Gaspar Rodrí-
guez de Francia, salvar al pueblo paraguayo, incorporarlo
á la gloria del común esfuerzo, sirviéndole de núcleo he-
roico como sirvió á otros : Artigas ... ¡No pudo ser !
LA FECHA INICIAL 145
Eso fué, mis amigos, la expedición enviada por la
Junta de Mayo al Paraguay, á las órdenes de Belgrano.
VI
Quédanos por conocer la otra expedición auxiliadora,
enviada por esa Junta de Mayo : la que, formada de los
restos del ejército del Paraguay, unidos á regimientos
destacados en Entre Ríos, fué destinada á prestar au-
xilio á la región oriental del Uruguay y el Plata, bajo
el mando del mismo Belgrano.
Al fin hemos llegado al núcleo popular, vivo, de inde-
pendencia republicana.
Penetrad en esa región, amigos artistas, y allí veréis
otro mundo. Allí sí que la expedición pudo llamarse con
propiedad auxiliadora, aliada de un pueblo lleno de sol,
movido en sus propias entrañas por el espíritu de Mayo
directamente. Allí iba á encontrar una nación homogé-
nea, característica, nutrida de libertad: el pueblo y la
región que os he hecho mirar con tanta intensidad en
todas mis conferencias, á fin de que los reconocierais en
este momento histórico.
Allí encontraréis, por fin, á la cabeza de ese pueblo, no á
don Gaspar Rodríguez de Francia, hosco, sombrío, exó-
tico, encerrado en sí mismo, sino al hombre más directa-
mente iluminado por el sol meridiano, al personaje re-
presentativo de todos los pueblos platenses, incluso aquel
anónimo que, el 25 de Mayo de 1810, se presentó en la
plaza de Buenos Aires á deshacer lo que habían hecho
los proceres: Artigas.
¡ Artigas y Rodríguez de Francia !
El supremo contraste.
Arfig es.— i.
146
Belgrano mismo manifestaba su entusiasmo ante el
espectáculo del levantamiento en masa del pueblo orien-
tal. "Siendo Montevideo la raíz del árbol, decía, debe-
mos ir á sacarla ; añadiéndose que, para ir allá, tenemos
todo el camino por país amigo, cuando aquí, en el Para-
guay, todos son enemigos. Para esta empresa necesitamos
fuerzas de consideración y los auxilios prontos; y aun
cuando no se consiga más que desviar á Elío de todas sus
ideas en contra de la capital, habremos hecho una grande
obra. "
En esa ingenua frase del gran Belgrano, amigos artis-
tas, está condensada la historia política de nuestra inde-
pendencia con relación á la argentina. ¡Oh, no! Ya sabrá
el pueblo oriental hacer algo más que salvar la capital
del virreinato; está dispuesto á salvarse á sí mismo ante
todo. Y bien sabe que es él mismo quien tiene que sal-
varse. Al llegar Belgrano, el pueblo oriental está ya le-
vantado en masa al grito de libertad; en su cielo ha lu-
cido, á la par que en Buenos Aires, y acaso antes, el sol
del mes de Mayo. Ese pueblo, y no la expedición auxi-
liadora, será el que, conducido por un hombre que tiene
la visión del porvenir, librará las batallas campales de
la independencia, dominará con la rapidez del relám-
pago todo el territorio de la patria, y dará á la causa
del 25 de Mayo su más resonante victoria. Ésta levan-
tará su espíritu, que empieza á desfallecer, y encerrará
el dominio español, como en un calabozo de hierro, en
su propia formidable ciudadela.
Ese pueblo es el que os he ido describiendo hasta en
sus raíces, amigos artistas, y el que os pide forma para
su alma heroica; ese hombre que concentra su espíritu,
es Artigas, nuestro férreo Artigas. ¡Oh! ¡Si yo consi-
guiera que lo amarais, para que pudierais comprenderlo !
LA FECHA INICIAL 147
¡ Que lo vierais pasar siquiera, en el fondo de mis pala-
bras, como una visión de lo invisible!
Artigas, como os he dicho, ha sido muy calumniado,
muy duramente injuriado. Se aprovechó el desamparo en
que quedó su recuerdo, y contra él se envenenaron las
fuentes de la historia. En él se nos ha ofendido á nosotros
mismos, á los orientales. Y sentimos una sed muy grande
de agua de montaña, de vindicación y desagravio.
Vuestro mármol tiene que ser vengador y resonante ;
más resonante que medio siglo de palabras insensatas, más
que el coloso aquel de Mennon, que cantaba al ser herido
por el sol. Tiene que disipar la noche con su blancura
luminosa.
Es preciso que ese mármol haga el día.
El día es la proximidad de una estrella.
CONFERENCIA VII
ARTIGAS
Su origen. — Su carrera. — Semblanza de Artigas. — La tradición
doméstica. — El Deán Funes. ' — El capitán de blandengues. —
Las invasiones inglesas. — La reconquista de Buenos Aires. —
Artigas ante el movimiento de Mayo. — Su adhesión á la revo-
lución de Mayo. — Los enemigos del Uruguay. — España y Por-
tugal. — Buenos Aires.
Mis amigos artistas :
Artigas, á quien ya habéis visto aparecer un momento
en las invasiones inglesas de 1806 y 1807, tiene 46 años
en el momento en que os lo muestro ; comienza á encanecer.
Ha nacido en la ciudad de Montevideo, y casi con ella, el
19 de Junio de 1764: menos de cuarenta años después
de su fundación. Ahí está la casa solar en que nació; es
solar verdaderamente, si las hay. El abuelo del héroe, don
Juan Antonio Artigas, hidalgo de Zaragoza, viene de Es-
paña á Buenos Aires, en 1716, después de larga y honrosa
carrera militar, tradicional en su familia. Según Menén-
dez y Pelayo, la voz artiga significa adoctrinado. Quizá
no sea del todo aventurado suponer, según eso, que la fa-
150 ARTIGAS
milia de Artigas procede de árabes ó moros convertidos.
Este dato nuevo puede tener algún interés.
Don Juan Antonio Artigas, que forma parte de la Com-
pañía de Caballos Corazas del capitán don Martín José
de Echauri, es uno de los fundadores de Montevideo. Lo
vemos figurar entre sus primeros vecinos, declarados de
casa y solar conocido; se le adjudica una de las treinta
manzanas que forman la planta de la ciudad recién nacida.
Pero aun antes de fundada ésta oficialmente, ya estaba
allí avecindado el abuelo de Artigas, con su esposa y sus
cuatro hijos ; esa familia es la primera agrupación de hom-
bres civilizados que se fija en Montevideo. Aquí viven,
"con casa de firme, con edificios de piedra cubiertos
de teja y otras oficinas, con plantíos y arbolados, y con
estancia de ganados mayores en los campos", las fami-
lias de Artigas, Carrasco, Burgués y Callo, que son una
misma, (la esposa de Artigas era Carrasco) y que allí
estaban cuando los otros pobladores llegaron á fundar
la ciudad, en 1724. Con ellas residían, desde 1723, dos
misioneros de la Compañía de Jesús, que evangelizaban
á los indios tapes.
Fué, pues, la familia de Artigas, la primera que en-
cendió hogar estable en Montevideo; ella es, en ese sen-
tido, la fundadora de la ciudad, como lo será de la na-
ción el nieto del hidalgo soldado de coraceros, natural
de Zaragoza. Éste forma parte, como alcalde, del primer
Cabildo ó gobierno municipal constituido por Zabala en
1730; y tanto él, como su hijo mayor, don Martín José,
padre del fundador de la patria, prestan grandes servi-
cios militares á la colonia, dejan honroso vestigio de su
paso por los más encumbrados puestos de nuestra vida
cívica incipiente, y son miembros conspicuos del primi-
tivo patriciado oriental.
151
Es bueno que conozcáis, por razones que yo me sé, y
que ahora me reservo, ese abolengo de Artigas.
Os lo presento en 1811, al adherirse á la revolución de
Mayo, ocho meses después de iniciada en Buenos Aires.
Es capitán de caballería; Ayudante Mayor del Regi-
miento de Blandengues ; el grado más alto á que pueden
aspirar los criollos en el ejército colonial.
Ha ingresado en la milicia á los 32 años, en 1797. Muy
bueno será que precisemos esta fecha, porque ella nos
permite dividir su historia en tres épocas características:
su vida piivada, desde su nacimiento en 1764, hasta ese
año 1797 ; sus 14 años de carrera militar, que terminan en
1811; y. por fin, su grande historia.
Las viejas patrañas, en que se ha presentado á Artigas
como un ente mitológico desde la infancia, se han desva-
necido. No hay tales aventuras extraordinarias. Artigas
no fué velado por águilas en su cuna, ni amamantado por
ninguna loba. Su buena madre, doña Francisca Antonia
Arnal, le dio su leche. Su padre, don Martín José, es tam-
bién militar; ha prestado grandes servicios; pero tiene
el pecado original: es criollo, y, como su hijo, no ha po-
dido ascender sino á lo que éste ascendió: á capitán de
caballería. Bueno es que advirtamos eso: que Artigas es
segunda generación de americanos. La posición de su
padre es holgada y decorosa, gracias á su trabajo: tiene
su casa en la ciudad, una barraca ó depósito de frutos,
campos y ganados; posee tierras heredadas de su padre
en Chamiza, otras denunciadas por él en Casupá, y las
de su esposa en el Sauce. Puede dar á sus hijos, en el
convento de los franciscanos, la mejor instrucción que
entonces se adquiría, y que, si no era grande, era la
que entonces constituía un hombre culto. La que recibe
el cuarto de sus hijos, el que á nosotros nos interesa,
152
es más esmerada que la de sus hermanos. Éstos se con-
sagran muy pronto al trabajo de campo ; aquél perma-
nece en la ciudad, y es compañero de estudios de Nicolás
de Vedia, Melchor de Viana y otros.
Os ofrezco el manuscrito más auténtico que he encon-
trado, para que deduzcáis la primera educación de Artigas
por el carácter de su letra, mucho más correcta, como lo
veis, que la de muchos proceres civiles, cuanto más mili-
tares, de entonces. En ese documento veréis también la
firma de Manuel Francisco, el mayor de los hermanos.
Su abuelo > materno, don Antonio Arnal, ha advertido
sin duda esas tendencias literarias de su nieto predilecto,,
é instituye una capellanía en su favor, creyendo ver en él
un futuro sacerdote ; un prelado acaso. En cuanto al con-
cepto que de él tuvo siempre su padre, baste decir que le
donó en vida el usufructo de un solar, en que Artigas
construyó su casa, y lo designó después albacea en su
testamento.
Artigas tiene veinte años ; ha de pensar en su porvenir.
No son amplios, por cierto, los horizontes que se abren
ante él. Los puestos de la administración pertenecen á
los españoles; la iglesia y la milicia son las dos únicas
carreras. Artigas no se siente inclinado á la carrera ecle-
siástica ; no utiliza la capellanía instituida por su abuelo.
Nada más visible que su vocación y sus aptitudes milita-
res ; pero .... el militar no se hace en América ; pertenece
al rey. se forma á su lado, viene armado y galoneado de
ultramar. Uno se imagina lo que hubiera llegado á ser
Artigas si, dejando su pobre tierra, se hubiera incorpo-
rado á los ejércitos de Europa, como lo hicieron otros ame-
ricanos que allí se educaron. No la dejó, felizmente : no
dejó su tierra .... Y á eso debemos el haber tenido en él
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AUTÓGRAFO DE ARTIGAS
Oopla fotográfica de un expediente que existe en la Escribanía de Gobierno y Hacienda de Montevideo
ARTIGAS 153
algo más que un gran general, recamado de oro y gana-
dor de batallas.
Aquí quedó, encerrado en la plaza fuerte de Monte-
video, aprisionada á su vez en su granítico cinturón de
murallas y cubos artillados, con su formidable ciudadela
por broche, y erizado de las púas de sus trescientos caño-
nes ó más. La vida, de portones adentro, era sencilla y
monótona : funciones religiosas, corridas de toros, revistas
militares; saraos de vez en cuando, honrados por la pre-
sencia del Gobernador, don Joaquín del Pino, futuro vi-
rrey del Plata; paseos por las murallas ó las costas. Las
puertas de la ciudad se cerraban al anochecer, y nadie
entraba ni salía. Sabemos de la vida del joven Artigas
en esa época; de sus aficiones y costumbres. Era afable,
y atencioso; muy dado á la sociedad; vestía con esmero,
á lo cabildante, como entonces se decía, con su coleta, y
su casaca bordada ó su chaquetilla de alamares ó trenci-
lla fina en el pecho, y su pino en la espalda.
Pero lo que constituía el lujo de los jóvenes de enton-
ces, y les ofrecía ocasión de ostentar elegancia y bizarría,
era el caballo. Poseer y montar caballos briosos, casi indó-
mitos y bien enjaezados ; salir al campo, en alegres cabal
gatas, y entrar de regreso por el portón de San Pedro
con aventuras que contar, devolviendo con arrogancia el
saludo de ojos amables, era el triunfo de los elegantes
criollos, que estaban convencidos de su innata superio-
ridad como jinetes sobre los europeos ó chapetones, y lo
juzgaban rasgo distintivo del americano.
Artigas iba á menudo á los campos de sus hermanos y
parientes; compartía sus faenas como deporte atlético-
se adiestró en ellas; desarrolló su fuerte organismo, se
hizo gran jinete: domaba un potro; enlazaba un toro
salvaje; boleaba un avestruz.
154
Se resolvió, por fin, á consagrarse seriamente á los tra-
bajos de campo, convencido de que la carrera de las ar-
mas, á la que se sentía inclinado, era inaccesible para él.
En esos trabajos invirtió diez ó doce años : de los veinte
á los treinta y dos de su vida. Su actividad fué extraordi-
naria; trabajó y negoció en Misiones, en el Arapey y
Queguay, en Soriano especialmente; recorrió y dominó
todo el territorio de la provincia ; conoció bien su tierra :
hombres y cosas; formó entonces esa imaginación topo-
gráfica que será su rasgo característico ; fué pastor, caza-
dor, más bien, de animales bravios, y conductor de hom-
bres, más fieros aún. Esas faenas de campo, en aquel
tiempo, eran una conquista del desierto, una constante y
peligrosa aventura. Artigas adquirió, por su honradez,
su inteligencia y su valor, la autoridad, el prestigio, la
nombradía, que serán el fruto verdadero de esos sus diez
años de labor y de prueba.
En cuanto á los productos que acopiaba, cueros, astas,
grasa, crin, eran remitidos por él á su padre, que los de-
positaba y negociaba en su barraca; muchas veces eran
llevados por él mismo á Montevideo, donde descansaba
algún tiempo, cultivaba sus amistades, y, sobre todo,
sentía renacer su vocación á las armas.
Se encuentra precisamente en Montevideo, en 1797.
cuando se crea un nuevo regimiento, llamado Cuerpo Ve-
terano de Blandengues, destinado principalmente á de-
fender las fronteras contra los portugueses y los con-
trabandistas, y á proteger, contra los salvajes y malhe-
chores, los vecindarios de los campos que reclamaban
amparo. Artigas, estimulado por hombres influyentes,
se resuelve, por fin, á seguir su vocación: ingresa en el
nuevo regimiento como simple soldado meritorio, ó ca-
dete. El 10 de Marzo de 1797, en que tal sucede, es el
día inicial de su nueva vida.
155
Se ha dicho que ingresó al ejército con el grado de capi-
tán. Nada más inexacto. Fué simple soldado distinguido.
Se le confiaron, es cierto, las funciones de teniente, pues
ya gozaba de un 'alto concepto; pero el grado no se le
otorgó sino un año después, en 1798. En cuanto al de
capitán, con que lo encontramos al iniciarse la revolución,
trece años de labor y de méritos le fueron necesarios para
obtenerlo. Fué capitán el 5 de Setiembre de 1810. No ne-
cesitó Artigas más experiencia que la propia, para com-
prender que, sin patria independiente, no había ni podía
haber patria para los americanos.
Los méritos contraídos por él en su carrera militar es-
tán amplísimamente documentados. Lo vemos en todas
partes desempeñando las comisiones más laboriosas, im-
portantes y difíciles : en los dos solos primeros años de ser-
vicio, recluta, por sus prestigios, doscientos hombres para
su regimiento; persigue contrabandistas y malhechores,
guarnece las fronteras contra las invasiones portuguesas;
su presencia es orden,, autoridad, garantía. Leemos en
un proceso auténtico: El teniente Artigas recibe orden
de prender á un sargento ; éste se resiste ; se atrinchera
en una casa. Artigas no pasa adelante; da cuenta del
caso al Gobernador; le dice que sólo dando muerte á
aquel hombre será posible arrestarlo, y pide autoriza-
ción expresa para ello. No fué necesario: el rebelde se
rindió por persuasión al noble teniente. En 1803, la
Comisión representativa de los hacendados del país pide
al virrey Sobremonte que se sirva enviar al teniente de
Blandengues José Artigas, y sólo á él, en protección de
los campos. "Éste se ha portado, dicen los hacendados,
con tal celo y eficacia, que, en breve tiempo, experimen-
tamos los buenos efectos á que aspirábamos, viendo susti-
tuido el temor y sobresalto por la tranquilidad de espí-
ritu v seguridad de nuestras haciendas." Los hacendados
156
se comprometen á abonar de su propio peculio los sueldos
de Artigas, y, algún tiempo después, "en manifestación
de su justo reconocimiento" le acuerdan espontánea-
mente un donativo ó gratificación extraordinaria de qui-
nientos pesos.
Recordaréis, mis amigos, lo que hemos dicho sobre las
tendencias y empresas de Portugal en la frontera del
Norte. Si no se pone remedio inmediato á sus avances,
la región oriental será arrebatada á España. Don Félix
de Azara, el ilustre sabio, que se da cuenta del problema,
propone, el año 1800, como remedio, un vasto plan de
fundación de pueblos en esa amenazada frontera. El vi-
rrey lo aprueba; nombra al mismo Azara Comandante
General de la Campaña, y pone á sus órdenes al teniente
Rafael Gascón, y, por pedido del mismo Azara, al Ayu-
dante José Artigas "en quienes, dice, concurren las cua-
lidades que al efecto se requieren." Azara pensó en levan-
tar el mapa de la región fronteriza ; pero, á fin de evitar
demoras, confió á Artigas la tarea de dirigir el reparto
de tierras, asistido del agrimensor ó piloto de la Real Ar-
mada, Francisco Más y Corucla.
Yo atribuyo grande importancia á ese contacto de Ar-
tigas con Azara; á la activa participación de aquél, sobre
todo, en la obra y el alto pensamiento de éste. Estoy per-
suadido, sin embargo, de que el problema, en toda su ex-
tensión, era dominado con mayor intensidad por Artigas
que por el mismo Azara.
Artigas tenía en la imaginación el mapa de una patria
futura; es fuera de duda; lo estaba trazando, al realizar
el plan del ilustre sabio. La visión del que sería fundador
de esa patria se transparenta en la pasión con que lucha
entonces contra los avances del portugués, y aún contra
ARTIGAS 157
la desidia ó indiferencia de sus propios jefes españoles,
en la defensa del territorio; esa desidia, que en algunos
llegaba al pacto venal con el enemigo, lo desespera, lo
desalienta, pone la imprecación en su boca. La actividad y
la pasión que vemos entonces en Artigas se explican. ¿ Qué
podía importar á los españoles un pedazo más ó menos
de territorio colonial en estas Américas? Ellos tenían su
tierra, su verdadera tierra del otro lado del Atlántico.
Una plaza fuerte en Europa compensaba con creces la ce-
sión de un millón de kilómetros de desierto americano.
Artigas es otra cosa; él no tiene más tierra que ésta
que defiende: este germen de su futura patria indepen-
diente es todo para él. Se vé claramente que él ya no es,
desde ese período de su vida, el simple ejecutor del pen-
samiento español, que trata y contrata en Europa sobre
el destino de estas regiones; que cede las Misiones orien-
tales, con todos sus hombres y contra la voluntad de éstos,
al portugués, como se cede una jaula de pájaros salvajes,
y que le hubiera cedido todo, sin excluir Montevideo, si
así lo hubiera exigido la política europea. Es evidente,
de toda evidencia, que la defensa eficaz de esa región
oriental, limítrofe del portugués, no puede venir del otro
lado del Atlántico, ni siquiera del otro lado del Plata.
O la defienden los orientales, ó desaparece fundida en el
dominio portugués. Ya veremos eso con gran claridad.
Artigas ha pensado mucho en ello ; ha aprendido, en la
observación de hombres y cosas, en la honda comunicación
consigo mismo, lo que no se aprende en libros, lo que no
hubiera sabido, si, formado en Europa, hubiera regresado
con entorchados y condecoraciones reales.
Nos encontramos, en este momento, con una crisis en
la vida del héroe. El 10 de Marzo de 1803, está éste en
158
Montevideo, y gestiona su retiro del ejército ; pide, en una
larga y fundada exposición, ser agregado á la plaza, con
sueldo de retirado. Invoca sus servicios, que enumera, y
el estado de su salud. El rey le niega el retiro, porque
no quiere privarse de su concurso. El bizarro teniente,
(pues sus servicios no lo han hecho ascender en su ca-
rrera), vuelve á campaña, como ayudante del coronel don
Francisco Javier de Viana, hijo del antiguo gobernador,
honesto caballero, que lo distingue especialmente; pero,
en Marzo de 1805, desde su campamento de Tacuarembó,
á cien leguas de la Capital, reitera su pedido de retiro.
Lo obtiene, por fin. Vuelve á Montevideo, donde el gober-
nador Huidobro lo nombra oficial del Resguardo, con
jurisdicción del Cordón al Peñarol.
¿Qué es eso? ¿Abandona Artigas la carrera militar?
¿ Estaba realmente enfermo ?
Lorenzo Barbagelata, en un precioso estudio que le de-
bemos, nos ha revelado la causa de esa crisis. El 31 de
Diciembre de ese año 1805, Artigas, á los 41 años, con-
trae matrimonio con su hermosa prima Rafaela Villagrán,
á quien amaba con pasión. El teniente retirado soñaba en
la dicha doméstica. No pudo ser. La felicidad no era para
él, porque no es compañera de la gloria. Un año después,
al nacer su hijo único, la joven madre, atacada de enaje-
nación puerperal, es arrebatada para siempre de los bra-
zos de su esposo.
Éste vuelve á la vida de soldado con esa herida en el
alma. Herida incurable. La soledad será su compañía ; la
patria su solo amor fecundo. Ya hablaremos, si la ocasión
se presenta, que sí se presentará, de esas tristezas del
héroe.
159
Así lo encontraron las invasiones inglesas de que hemos
hablado: vestido de teniente de Blandengues.
Cuando, en Noviembre de 1805, se supo en Montevideo
que un convoy inglés andaba por las costas brasileñas, se
tomaron precauciones; se formó un nuevo escuadrón de
caballería. El gobernador Huidobro lo puso á las órde-
nes de Artigas.
Ese convoy precursor atravesó el Atlántico, y cayó so-
bre el Cabo de Buena Esperanza, que fué arrebatado á
los holandeses; pero ya sabéis cómo, al año siguiente, en
1806, el nublado descargó también sobre el Río de la Plata,
y cómo se proyectó sobre sus relámpagos la figura bizarra
del teniente Artigas; lo vimos en la reconquista de Bue-
nos Aires, en el Cardal, en la brecha de Montevideo.
Nada menos aventurado que afirmar, mis amigos ar-
tistas, que, en el momento en que nos encontramos, el de
la revolución de Mayo, José Artigas es el oficial más bi-
zarro y mejor conceptuado del ejército colonial. Ya tuvi-
mos ocasión de conocer el concepto que de él tenía Ma-
riano Moreno. Don Rafael Zufriategui, que, en 1811, in-
formaba, como diputado de América en las Cortes de Cá-
diz, sobre la situación del Río de la Plata, relataba la
angustia causada en Montevideo al saberse que Artigas
y Rondeau habían abrazado la causa americana: "Es-
tos dos sujetos, decía con ese motivo, en todos tiempos
habían merecido la mayor confianza y estimación de todo
el pueblo y jefes en general, por su exactísimo desempeño
en toda clase de servicios ; pero muy particularmente don
José Artigas, para comisiones en la campaña, por sus di-
latados conocimientos en la persecución de vagos, ladro-
nes, contrabandistas é indios charrúas, que causan males
irreparables, é igualmente para contener á los portugueses
que, en tiempo de paz, acostumbran usurpar nuestros ga-
160
nados, y avanzar impunemente dentro de nuestra línea."
El año 1818, el mariscal de campo don Gregorio La-
guna proyecta y presenta al rey, que lo aprueba, un plan
de reconquista del Plata insurreccionado, y dice en sus
instrucciones: "Será uno de los primeros cuidados del
general atraerse á su partido al guerrillero don José Ar-
tigas . . . Este Artigas era, el día de la revolución, ayu-
dante mayor de un regimiento de caballería, y tomó el
partido de los insurgentes; después el rey, conociendo el
mérito de ese oficial, lo indultó y ascendió al grado de
brigadier ... He aquí uno de los puntos más esenciales
para la reconquista, y en el que el general debe emplear
todo su talento para ganárselo . . . colmarlo de beneficios,
graduaciones y mando, pues haciéndolo así, no solamente
le sobrará todo á nuestro ejército, sino que, con su ayuda,
se conseguirá la destrucción de todos los rebeldes de aquel
hemisferio."
Hé ahí un mariscal español que coincide con Sarmiento,
el americano, cuando éste afirma que Artigas hubiera sido
el Bolívar del Plata, si los españoles llegan á él.
II
Eso era, pues, José Artigas, mis hermanos artistas,
en el momento en que os lo tengo que hacer conocer per-
sonalmente.
Ahora os debo su retrato, es decir, el alma de ese ca-
pitán, hecha visible en un cuerpo. Que, ó yo sé poco, ó es
eso lo que debe entenderse por un retrato : luz interior limi-
tada por una forma; revelación de lo superior en lo infe-
rior, de lo grande en lo pequeño; transparencia, carácter,
expresión ; lo invisible percibido por los ojos ; el silencio
21 DE HATO DE 1811
Artigas frente á Montevideo después de 1-as Piedras
Cuadro de Carlos María Herrera | Club Oriental de Buenos Aires
161
hecho sensible al oído . . . Creo que por ahí, más ó menos,
se va á la inaccesible noción de forma estética, ó arte, ó
belleza concreta, ó como se llame.
Vosotros necesitáis algo del cuerpo de Artigas, para en-
cerrar en él á Artigas. Toda la iconografía que poseemos
se reduce al apunte de viajero, que generalmente se atri-
buye al sabio francés Bompland, y que figura en el atlas
de la obra de Demersay El Paraguay. Es á éste á quien
debe atribuirse, pues. Os ofrezco ese recuerdo gráfico
del héroe casi nonagenario, que, como lo veis, no es
más que la silueta de una ruina. Juan Manuel Bla-
nes, nuestro insigne artista nacional, la ha restaurado con
inteligente penetración, y nos ha legado el gran retrato,
que también os ofrezco, fidelísimo en su indumentaria.
Tras é] han venido otros artistas, más ó menos afortuna-
dos: Juan Luis Blanes siguió de cerca á su padre en el
lienzo inconcluso de la Batalla de las Piedras que existe
en nuestro museo, y que también os muestro; Diógenes
Hequet ha evocado al héroe, con amor y discreción, en
sus numerosos cuadros; pero es Carlos María Herrera
quien me parece haber sentido con mayor intensidad la
persona de Artigas en el valiente cuadro que también os
presento. Podéis mirar también, si os place, el busto
modelado por mi hijo José Luis. Es obra de niño; pero
algo expresa, me parece, en su balbuciente ingenuidad.
Vosotros, mis amigos, nos debéis ahora vuestro Artigas,
el vuestro, la revelación, en un hombre de hierro, del hom-
bre vivo que se levante en vosotros al llamado de mis pa-
labras, si éstas tienen el poder de llamar. Espero que me
creeréis, si os digo que yo he visto á Artigas en alguna
parte, y aún en más de una; bien sabéis con cuánta pre-
cisión se ven esas cosas: lo invisible convertido en visión.
Artigas me ha mirado, se ha movido en mi presencia,
11. Artigas.— i.
162
me ha revelado su carácter, sus actitudes, y hasta el co-
lor de sus ojos, en lo mucho que escribió. Por lo que os
dije de su educación, comprenderéis que ese alumno de los
Padres Franciscanos no era un literato. Es evidente, sin
embargo, que el gran caudal de documentos que poseemos
con su firma han sido redactados por él personalmente.
Eso no lo confunde el hombre medianamente experto en
achaques de hermenéutica literaria. Esos documentos son
suyos, exclusivamente suyos; no se les puede confundir
con los emanados de los que lo rodean. En ellos se le ve lu-
char con la falta de técnica ; pero, en medio de sus énfasis
y redundancias, propias de la época, por otra parte; al
través de lo que Carlyle llamaría su dialecto, aparecen su
fisonomía y su carácter permanentes con nitidez perfecta.
Pero, para ver bien á Artigas, contamos, además, con
las descripciones que de él nos han hecho los que lo vieron.
Todos, Larrañaga, Cáceres, Díaz. Funes, Robertson, todos
los que lo trataron, se sintieron movidos á ensayar el
retrato de aquel hombre singular.
El sabio Larrañaga, que amaba al héroe, nos dice que
"era hombre de estatura regular y robusto, de color bas-
tante blanco, de muy buenas facciones, con nariz aguileña,
pelo negro, y con pocas canas."
Don Vicente Fidel López, que odiaba á Artigas con
miedo cerval, dice que ' ' el óvalo de su cara era perfecto,
tirando á ser agudo, aunque no mucho; pero lo bastante
para ser pronunciado. Su cabeza muy regular, bastante
desenvuelta, y enteramente conforme al mejor tipo de la
raza caucásica ; su perfil era sumamente acentuado y clá-
sico. . . " Todo eso y nada, me parece que es la misma
cosa. Es ese un pobre retrato impersonal.
Artigas era de estatura mediana; no tenía contextura
atlética, ni siquiera robusta; su aspecto era más bien de-
ARTIGAS 163
licado; su cuerpo era más encorvado que erguido; sus
modales, actitudes y movimientos muy reposados. Tenía
la cara ovalada, aguileña la nariz, los ojos grandes y cla-
ros, pardos azulados; era fina la comisura de sus labios,
pero el superior muy amplio ; la tez pálida, linfática ; poco
poblada la barba; el cabello escaso y fino, ligeramente on-
dulado, y de un color castaño claro, rubio dicen algunos ;
la calvicie precoz le dilató la frente, amplia de suyo, de
parietales deprimidos.
Veamos de penetrar en lo interior.
"Su conversación, nos dice Larrañaga, tiene atracti-
vos; habla quedo y pausado; no es fácil sorprenderlo
en largos razonamientos, pues reduce la dificultad á
pocas palabras, y, lleno de mucha experiencia, tiene una
previsión y un tino extraordinarios."
Cuando yo leía esa auténtica descripción, sentía mo-
verse en mi memoria la magna página en que Carlyle
nos retrata su Mahoma.
"Sus compañeros le llamaban el Ami/n, el creyente,
un hombre de verdad y fidelidad; verdadero en todo
cuanto hacía, en todo cuanto hablaba y pensaba. También
notaban que, en todo lo que decía, daba siempre á enten-
der alguna cosa. Hombre más bien taciturno, y, cuando
nada tenía que decir, silencioso; pero oportuno, discreto,
sincero cuando hablaba, y siempre esclareciendo la cues-
tión : único modo digno del discurso. Carácter grave y
franco; pero al mismo tiempo cordial, amable y hasta jo-
eoso y amigo de la risa de vez en cuando."
Salvo lo de taciturno, yo veo mucho de Artigas en ese
árabe Mahoma, conocido de Carlyle. No me gusta lo de
taciturno, porque nos desvía del carácter que buscamos;
nos sugiere la idea de sombrío, ceñudo; la de impasible,
sobre todo.
164
Y no es eso lo que vio en Artigas el inglés Robertson,
por ejemplo. " Pienso, dice, que si los negocios del mundo
entero hubieran pesado, sobre sus hombros, hubiera proce-
dido de igual manera. Parecía un hombre abstraído del
bullicio, y era, bajo ese punto de vista, semejante al más
grande de los generales de nuestra época, si se me permite
la alusión."
Eso ya es otra cosa: abstraído, pensativo, en comunica-
ción constante consigo mismo. Eso sí: eso es perfecta-
mente suyo : era un ambulante, un viajero silencioso de
soledades psíquicas.
Pero no era un impasible; nada más ajeno al carácter
de este hombre estoico. Me han llamado mucho la aten-
ción las persistentes referencias á su sensibilidad, que
hallamos en los que lo vieron. Artigas reía poco; sólo de
vez en cuando, y moderadamente, sin carcajada; he no-
tado, en cambio, que los observadores de su vida afectiva
nos hablan con frecuencia de su llanto. Yo encuentro muy
interesante el llanto en ese solitario intrépido y fuerte.
Don Joaquín Suárez, por ejemplo, al hablarnos de su hon-
radez, y de que jamás faltó á su palabra, nos dice que era
muy sensible con los desgraciados ; el Deán Punes advierte
su extrema sensibilidad; el general Díaz nos lo pinta con-
movido en alto grado. Pero, más que todo eso, me ha
interesado lo que dice el coronel Cáceres en sus Memo-
rias: "Se acordaba, con lágrimas en los ojos, de Valde-
negro y Ventura Vázquez; decía que eran hombres que
hubieran sido muy útiles al país, si no hubieran sido ve-
nales y ambiciosos."
Juzgo que hallaréis en todo esto motivo de meditación.
Venales y ambiciosos. . .
Cuando sepáis que Artigas vivió y murió en la mayor
pobreza, como un anacoreta; cuando lo veáis preferir el
ARTIGAS EN 181
Estudio al carbón de Juan Mi
ARTIGA8 165
honor á los honores, desdeñar el renombre y la gloria per-
sonales, y hasta impedir que se levantaran las calumnias
que contra él forjaban sus enemigos, no podréis menos
de convenceros de que estáis en presencia de una alma so-
litaria, original y compleja si las hay. En ese odio á todo
lo que es ambición y venalidad que arranca lágrimas á
Artigas; en ese desprendimiento de todo interés humano,
veréis la fuente de una fortaleza y de una tenacidad en el
propósito y la acción, que sólo los insensatos confundirán
con la estúpida soberbia, ó con la vanidad de los prepo-
tentes.
Artigas no fué un soberbio ; no había en él ni un átomo
de lo que puede constituir un tirano ó un déspota. Fué
enemigo de las apariencias ostentosas; si bien siempre
vistió con decencia, nunca usó insignias ni entorchados;
el deleite del predominio, el abuso de autoridad, la inso-
lencia, el placer de menospreciar á los hombres eran tan
ajenos á su carácter como el servilismo ó la humillación
ante quien pretendía erigirse en autoridad sin derecho.
Nadie ha sido más respetuoso y sumiso que él de toda su-
perioridad real y verdadera; pero nadie más altivo ante
las falsas grandezas.
Y yo os aseguro, mis amigos, que, si no fué el orgullo
el móvil de su vida, mucho menos lo fué el deleite sen-
sual. Sus costumbres fueron morigeradas y sencillas; era
muy sobrio en la mesa: no bebía vino: no se le conoce
drama alguno pasional: ni siquiera afecciones vehementes
ó privanzas.
Yo no sé si con estos elementos he conseguido evocar
en vosotros un hombre real, un carácter ; pero, por sí ó
por nó, quiero, como complemento, y como comprobación
166
al mismo tiempo, de lo que os he dicho, que leáis conmigo
esta encantadora tradición doméstica que debemos á una
anciana sobrina de Artigas, doña Josefa Ravía, que to-
davía llamaba tio Pepe al héroe de las Piedras, y que, á
los 93 años de edad, dictaba sus recuerdos en la forma
ingenua que veréis, y es preciso conservar. Tengamos pre-
sentes esas páginas, transparentes como el agua que corre.
"Por relaciones de familia — *dice la anciana — sé que,
en sus primeros tiempos, tío Pepe se ocupaba en sus es-
tudios aquí en Montevideo; sus hermanos, don Manuel
y tío Cucho, (don Cirilo), se ocupaban en las estancias
I de su padre, don Martín Artigas, que se sentía cada vez
I más achacoso, y había confiado los quehaceres de campo
|á esos sus hijos."
' ' Tío Pepe iba á las estancias por vía de paseo ; en ellas
adquirió relaciones de familia con los Latorre, de Santa
Lucía, y los Pérez, del valle del Aiguá. Repitió esas visi-
tas al campo, y fué tomando afición á sus faenas; pero
como no tuviera en las estancias de su padre una colo-
cación estable, se ponía de acuerdo con los Latorre y los
Torgueses, con don Domingo Lema y don Francisco Ra-
vía, y salían á los campos de don Melchor de Viana, con
autorización de éste y del gobernador de Montevideo, á
hacer cuereadas, utilizando también las gorduras y las
astas. ' '
"También tenía autorización del gobernador para sa-
/ car de Montevideo medias-lunas (cuchillos curvos) con
que desgarretaban los animales, pues los paisanos no
estaban avezados á desgarretar con los cuchillos, y el que
lo hacía era muy aplaudido por los compañeros."
1 ' Las medias - lunas eran hechas por el herrero don
Francisco Antuña ; y como hacía muchas más de las que
tenía autorización para llevar al campo, las pasaba clan-
167
destinamente don Francisco Ravía por el Portón. Tío
Pepe decía que esas medias-lunas eran para armar á los
paisanos y defender á la patria. Con ese mismo fin, sa-
caban continuamente para el campo cuchillos de marca
mayor."
Suspendo un momento la lectura, caros artistas, para
haceros notar que esas medias-lunas y cuchillos de marca
mayor, enhastados en cañas, serán las lanzas de las caba-
llerías orientales en las primeras batallas de la indepen-
dencia, las vencedoras en San José y las Piedras. Tened
en cuenta que Artigas preparaba este parque primitivo,
mucho antes de la revolución de Mayo. Es muy útil que
lo tengáis en cuenta.
"En cuanto al carácter personal — continúa la an-
ciana — lo tengo muy presente, porque desde niña he
estado oyendo grandes diálogos de tía Martina Artigas,
hermana de tío Pepe, con mi tía Josefa Ravía, sobre el
carácter, hechos y costumbres de aquél, hasta la época
que voy refiriendo. Todos decían que tío Pepe era muy
paseandero, y muy amigo de sociedad y de visitas, así
como de vestirse bien, á lo cabildante, y que se atraía
la voluntad de las personas por su modo afable y ca-
riñoso."
"Su traje era análogo al de cabildante; su fisonomía
abierta, franca y hasta jovial. Era de estatura regular y
de cuerpo delgado ; usaba buen pantalón y buena bota ;
nunca quiso usar espuelas grandes, que eran las de moda
entre los mozos de campo, ni llevar el cuchillo á la cin-
tura, pues fué de los primeros que lo usaron entre ca-
ronas" (piezas de la montura del caballo). "Usaba el
sombrero sobre el redondel de la cabeza; pero cuando
galopaba á caballo ó entraba en las lidias de campo, se
lo echaba á la nuca. Su fisonomía era simpática, y ya
168
en esa época, y ocupado en los labores referidos, las jó-
venes de Montevideo se disputaban su persona. Tío Pepe
y tío Martín eran muy blancos, y tenían el cabello cas-
taño ; tío Cucho y tío Manuel eran morenos. ' '
"Sus antecedentes en la familia eran excelentes, hasta
el punto de que todos los parientes lo consideraban como
el jefe de ella."
"La casa de don Martín Artigas era visitada por todos
los parientes, y estaba situada en la calle Washington,
inmediata á la plaza de toros, en que aquel tenía un
sitio de preferencia y concurría con su familia."
"Como una prueba de la vida holgada que en aquella
época tenía la familia de Artigas, está el gran número
de ganados mansos que poseía antes de la guerra de la
patria, y las grandes ventas que hacía don Manuel, su
hijo mayor, quien entregaba á su padre fuertes cantida-
des de onzas de oro, que contaba hasta en presencia de
las visitas."
"En cuanto á la afirmación que se ha hecho de que
tío Pepe haya abandonado la casa paterna contra la
voluntad de su padre, que lo quería á su lado en Monte-
video, para entregarse á los trabajos de campo, baste
saber que don Martín Artigas era el que recibía en Mon-
tevideo las carretas de cueros que mandaba tío Pepe del
campo. Eran conductores de ellas, don Francisco Ravía,
don Domingo Lema y don Manuel Latorre con sus es-
clavos. Don Martín vendía la carga, la metalizaba, y re-
partía su importe."
"He citado el traje habitual y el modo de vivir hon-
rado de tío Pepe Artigas. Ahora hablaré del traje que
usaba desde que fué nombrado oficial del regimiento de
Blandengues. Parece que hubiera tenido de antemano
vocación por la carrera militar, pues desde el primer día
ARTIGAS
que se puso la casaquilla de blandengue no se le vio otro
traje en Montevideo, pues además de la que había reci-
bido en su regimiento, se había mandado hacer otras
iguales, una que guardaba en el Cordón, en las casas que
hoy llaman de Lomba, y que entonces se llamaban de
Artigas, y otra que guardaba en la Aguada, para mudarse
á cada paso, é ir á los bailes con su compañero insepa-
rable, el buen patriota don Manuel Pérez, á cuya esposa,
tía María del Carmen Gomar, acostumbraba Artigas dar
bromas por esos bailes, por más que don Manuel era un
excelente y fiel esposo, aunque de genio jovial y amigo
de diversiones."
"Don José Artigas, en la época en que fué oficial de
Blandengues y comisario de la Unión y de la Aguada,
por el año 1806, vestía lo mejor posible; usaba lujosa
camisa de hilo de Holanda, chaleco de raso, y ricos pa-
ñuelos de seda de bolsillo, muy en uso entonces."
v La anciana que nos da estos ingenuos y preciosos re-
cursos para la evocación del héroe oriental, vivo y bien
visible, dice también "que recuerda haber visto los fracs
con que su tío Pepe concurría á los bailes, y que, otras
veces, el traje que llevaba, como el de todos los jóvenes
decentes de su tiempo, era, cuando no usaba casaca
larga, una chaquetilla ajustada al cuerpo, con más ó
menos bordados de trencilla fina en el pecho, y un gran
pino bordado en la espalda; pantalón ajustado sobre
la caña de la bota, rico chaleco de raso y corbata."
Demos gracias, amigos artistas, á la buena nonage-
naria que nos ha dejado el tesoro de esos sus áureos re-
cuerdos, que nos permiten ver tan de cerca al gentil
capitán de Blandengues, que algunos amables historia
dores han presentado como un salvaje troglodita.
Pero es preciso que os lo haga ver mejor todavía, para
170
terminar. Busquemos á alguien que lo haya mirado con
mayor intensidad que la buena anciana. Encontramos al
célebre Deán Funes, procer de la independencia argen-
tina, doctor de la Universidad de Córdoba, é historiador
de autoridad única acaso en su época, que parece haber
visto algo en el fondo de los ojos claros del libertador
oriental. El retrato que de éste nos hace es magistral en
su intensa sobriedad de tonos fundamentales. "Artigas
— dice — es un hombre singular, que reúne una sensibi-
lidad extrema á una indiferencia al parecer fría; una
sencillez insinuante á una gravedad respetuosa; un len-
guaje siempre de paz, á una inclinación innata á la gue-
rra; un amor vivo, en fin, por la independencia de la
patria, á un extravío de su verdadera dirección."
No hay duda, amigos artistas: Artigas era un hombre
singular, un hombre extraño. El historiador argentino
vio su rasgo heroico: era un solitario; tenía un extravío
clásico, con relación al Deán Funes y á los togados colo-
niales que con él sentían y pensaban, respecto de la inde-
pendencia. Fué un enigma para su época, como lo son
todos los hombres sin época, absolutos; pero ya no lo es;
ya no es enigma; está descifrado.
III
Ese es el hombre que estaba formado en la Banda Orien-
tal, cuando, en el mes de Mayo de 1810, el virrey Cisneros
fué depuesto en Buenos Aires. Vigodet, el gobernador
de Montevideo, primero, y Elío, el virrey enviado á su-
ceder á Cisneros, después, repudiaron á la Junta de Mayo,
como sabemos, é hicieron de la ciudad oriental el centro
de resistencia monárquica absoluta.
CABEZA DE ARTIGAS
Busto en bronce de José Luis Zorrilla de San Martín
171
Artigas, por su parte, clavó los ojos en el movimiento
de Buenos Aires, y, si bien se sintió arrastrado á él, no
renoeió del todo su visión en las declaraciones del 25 de
Mayo. Nó: la libertad por él soñada, y para cuya con-
quista formaba su arsenal de lanzas primitivas, no se lla-
maba Fernando VII ; el objeto de la revolución no era ni
podía ser el "conservar esta parte de América á su Au-
gusto Soberano el señor don Fernando y sus legítimos su-
cesores" como lo decía el juramento á que se habían ligado
los primaces de la revolución, y era la fórmula, más ó
menos sincera, adoptada en toda América. Él, que era
un hombre real, sentía gran repugnancia hacia todo lo
que no era verdad. Y no era tal el mensaje del dios inte-
rior de que era depositario, y que sonaba en su oído al
dar todas las horas. Desfigurarlo le parecía una profana-
ción. Por eso Artigas siempre calló; fué un silencio. No
hay en toda su vida de libertador una sola palabra de
reconocimiento al rey; ni una sola. Y él es el primero que
desconoce tal entidad expresamente, bárbaramente ; el pri-
mero, como lo hemos dicho, que pronunció las palabras
de Henry: César tuvo un Bruto; Carlos I un CronwelL
y Jorge III . . .
Por otra parte, en el movimiento iniciado por Buenos
Aires él no veía perfectamente garantido lo que cons-
tituía la esencia de su pensamiento: la autonomía del
pueblo oriental; la supresión, y no el cambio de dueño
para la patria. Él veía con toda nitidez en ésta un estado,
una provincia, como entonces se llamaba á tales estados;
(Provincia de Chile, Presidencia de Quito, Gobernación de
Caracas, etc., etc.), un organismo íntegro, una persona
colectiva, con todos los atributos esenciales de la persona :
con libertad, con propiedad, con dignidad, con destino
propio y no supeditado á otros destinos, fin de sí misma,
172
y no medio para que otros consiguieran el suyo. En ese
concepto, la provincia oriental era exactamente lo mismo
que la provincia occidental ó la provincia de Chile: her-
manas que se emancipaban.
Nadie mejor que Artigas conocía y sentía, sin em-
bargo, la incompatibilidad de caracteres entre las dos
hermanas del Plata, fundada en las causas profundas
que os he hecho notar en mis anteriores conferencias : es-
tructura étnica y geológica, edad, tradiciones, educación,
fortuna, intereses, relaciones con la madre común. Él sen-
tía la tendencia de Buenos Aires á considerar como de-
pendencia suya á Montevideo ; á mirar á su hermana con
cierto altivo desdén que la ofendía; á arrebatarle sus glo-
rias privativas, y hasta á perjudicar sus intereses, favo-
reciendo el puerto de Buenos Aires, puerto único, á expen-
sas del de Montevideo, simple plaza fuerte.
Nadie mejor que Artigas conocía, pues, la resistencia
del pueblo oriental, desde la capital hasta el último con-
fín del territorio, á compartir con su opulenta y altiva
hermana occidental la casa común, y á no tener la propia,
por más modesta que fuera. Puede afirmarse que la resis-
tencia de Montevideo hacia Buenos Aires no era inferior
á la que le inspiraba España misma. El pueblo no hu-
biera sacudido el yugo de ésta para cambiarlo por el de
aquélla ; no sé si hubiera preferido ser español. ' ' Sería muy
ridículo, dice Artigas, que el Estado Oriental, no mirando
ahora por sí, prodigara su sangre frente á Montevideo,
y mañana ofreciera á un nuevo cetro de hierro el laurel
mismo que va á tomar sobre sus murallas. La Provincia
Oriental no pelea por el restablecimiento de la tiranía
en Buenos Aires."
He ahí. mis amigos artistas, el problema planteado, no
ARTIGAS 173
por Artigas ciertamente, sino por la misma naturaleza
de las cosas.
¿Debía Artigas, á pesar de todo eso, despertar á su
pueblo para adherirlo al movimiento del 25 de Mayo?
¿O debía hacer lo que el doctor Rodríguez de Francia en
el Paraguay?
Artigas no vaciló: debió hacer lo primero, y lo hizo.
Él vio, desde el primer momento, una garantía que
le permitía prometer la libertad á su pueblo sin engañarlo ;
la vio, con toda precisión, en la analogía de costumbres,
de ideales, de estructura sociológica entre los diferentes
pueblos argentinos, con excepción de los magnates de Bue-
nos Aires, y el oriental. Ese vínculo entre los pueblos
argentinos y el oriental era mucho mayor que el que exis-
tía entre aquéllos y la capital del virreinato. Si bien en
aquéllos no se reunían las condiciones necesarias, como
en Chile ó en Bolivia ó en el Uruguay, para formarse es-
tados independientes; si bien formaban con Buenos Aires
una entidad geográfica casi imposible de disgregar, pues
era Buenos Aires el puerto único de aquella inmensa re-
gión, había en ellos energías bastantes para rechazar toda
imposición de la capital que significara la sustitución del
despotismo. El fenómeno que existía en el Uruguay, exis-
tía también en las provincias argentinas: no rechazaban
éstas menos el yugo de Buenos Aires que el de España.
Era preciso, sin embargo, empezar por sacudir éste, y,
para ello, la unión se imponía por la ley natural; pero
el único vínculo posible de unión era la federación, ó,
para que las palabras no nos sugestionen, el respeto mu-
tuo entre las unidades sociológicas, más ó menos embrio-
narias, pero vitales, que ellí existían.
174
En esa idea, pues, de federación ó autonomía provin-
cial, estaba la garantía de la independencia oriental, si
ella llegara á peligrar por obra de la capital del antiguo
virreinato. No era imposible que ésta, dándose cuenta
clara de la esencia de la revolución, supiera conciliar
el esfuerzo común con la autonomía regional y con la
democracia; pero si así no fuera, y Buenos Aires, como
no era tampoco imposible, llegara á pretender susti-
tuirse á los odiosos virreyes, ó á traicionar la causa
de la independencia, Artigas siempre tendría apela-
ción para ante aquellos pueblos, que acudirían á él,
y al pueblo oriental, movidos por afinidades natura-
les, en defensa de sus derechos. Artigas y su pueblo
serían entonces, y no Buenos Aires, el verdadero nú-
cleo de la revolución de Mayo. Lo fueron.
No entregaba, pues, á su pueblo completamente desar-
mado á su rival; cuando menos, estaba firmemente re-
suelto á no entregarlo: le juró fidelidad en el fondo de
su alma, y no fué perjuro.
IV
Pero no era eso todo : otro peligro, otro enemigo iba á
caer sobre su patria al rebelarse contra España y des-
prenderse de ésta : el enemigo secular, mucho más odioso
para el pueblo oriental que España misma, mucho más
odioso : Portugal.
Portugal, durante dos siglos, no había cesado, como
hemos dicho, de hacer tentativas para pasar la maldita
frontera de la línea divisoria, y dar á sus dominios por lí-
mite arcifinio el Uruguay y el Plata. Su centro de cul-
tura estaba muy lejos, allá en Río Janeiro. Al Uruguay He-
175
gabán sólo las incursiones de sus paulistas bandoleros y de
sus contrabandistas, que habían hecho abominable al ene-
migo portugués. Artigas precisamente, con sus milicia-
nos orientales, había sido, como lo sabéis, el defensor
de vidas y haciendas contra esos invasores.
Y Portugal, que sólo esperaba su hora para repetir
sus tentativas, creyó que el alzamiento de las provincias
platenses contra España, había marcado esa hora. El rey
don Juan VI, regente entonces del reino, por incapaci-
dad de su madre doña María de Braganza, y perseguido
por Napoleón, había establecido su corte en Río Janeiro ;
era aliado de Inglaterra, que tenía acreditado en la corte
á lord Strangfort como agente diplomático. La mujer del
rey portugués, la princesa Carlota, persona muy poco reco-
mendable, dicho sea de paso, era hermana de Fernando VII.
Había, pues, aquí en América, una más que mediana
propiedad de la sangre real, disponible para esos monar-
cas: las tierras platenses, que parecían escapar al domi-
nio español, y sus accesorios: hombres, pueblos, tierras y
Ambos príncipes pensaron en hacerla propia : don Juan
y su esposa; cada uno por su lado. La princesa Carlota,
á título de ir á "conservar aquellos dominios para su
augusto hermano", pensó en hacer un reino para sí
misma en la región platense, recordando acaso que ese
había sido el primer pensamiento de Belgrano y otros.
Para ello envió emisarios al Uruguay, proponiendo su
regia instalación en Montevideo, y su apoyo contra Bue-
nos Aires; mandó sus propias joyas, para que fueran
vendidas; regaló la primer imprenta que llegó al país,
con el objeto de defender los derechos del rey, su augusto
hermano, y secundar sus propósitos.
El rey Don Juan, por su parte, ofreció también su con-
176
curso, sus armas portuguesas, para defender, por supues-
to, los derechos de España, los sagrados intereses de Fer-
nando. Las armas estaban prontas; un ejército se acer-
caba ya á la frontera uruguaya. Defendería así todo el
virreinato, pero recogería, como gaje de la victoria, el
territorio oriental, su ensueño. La bandera portuguesa
sustituiría á la española en la ceñuda ciudadela de Mon-
tevideo ; España, en cambio, conservaría la suya en las for-
talezas del Callao, y en los alcázares de Buenos Aires.
Artigas, el capitán de Blandengues, el compañero de
Azara, en la defensa de la frontera española, contra las
irrupciones portuguesas, sentía todo eso con más in-
tensidad que nadie. El Uruguay estaba amenazado de ser
portugués; lo hubiera sido, sin duda alguna, en definitiva,
como lo fué transitoriamente, si allí no hubiera estado
ese bárbaro de Artigas; si éste no hubiera sustituido la
línea imaginaria de Alejandro VI por un foso de sangre
de su pueblo, inmolado á la patria.
Y no había tiempo que perder; era urgente la resolu-
ción de adherirse ó nó á la iniciativa de Mayo ; el movi-
miento insurreccional contra la metrópoli española pal-
pitaba, en Montevideo y en los campos: la simiente
esparcida por el mismo Artigas brotaba ya de la tierra.
El gobernador de Montevideo, Vigodet, había sido sus-
tituido por Elío, bravo caballero sin miedo y sin tacha,
que llegó de España en Enero de 1811, nombrado virrey
por la Junta de la Península, y estableció su sede en Mon-
tevideo. De aquí se dirigió á la Junta de Buenos Aires
reclamando su obediencia. — La Junta no lo reconoció. Y
estalló la guerra.
El elemento nacional, con todos los síntomas de la fie-
177
bre americana, se agitaba de tiempo atrás en Monte-
video; pero con el carácter diferencial del de Buenos
Aires que notamos oportunamente. El principio de ac-
ción ó agente dinámico esencial en el movimiento de
Buenos Aires fueron los jefes militares. El pueblo los
secunda; pero aparece en segundo término. En Monte-
video las cosas pasan al revés : el pueblo está en primer
término; son los hombres doctrinarios los que han de
secundarlo. En la banda occidental del Plata, es la ciu-
dad la que conquista los campos; en la oriental son los
campos los que expugnan y recuperan la ciudad.
Hubo un momento en que se creyó poder hacer en Mon-
tevideo lo que en Buenos Aires: un motín militar mane-
jado por los proceres civiles, y tras el cual se levantara
el pueblo. Se creyó encontrar el equivalente de don Cor-
nelio Saavedra en los comandantes de dos cuerpos de in-
fantería, don Prudencio Murgiondo y don Balbín Va-
Uejo, que, instigados por los hombres de Mayo, fraguaron,
en Julio de 1§10, la conspiración de que habla Mariano
Moreno en su Plan de Operaciones que conocéis; pero
no pudo ser: el gobernador Soria descubrió esa tenta-
tiva de motín ; sus jefes fueron desterrados, y el agente
instigador huyó á Buenos Aires.
El elemento nacional ó patriota existía en la Banda
Oriental como en Buenos Aires; pero no concentrado en
la cabeza, sino difundido, como la sangre, por todo el or-
ganismo. Desde que en 1809 había sido disuelta la Junta
que nació del Cabildo Abierto de 1808, y sustituida por
el Gobernador delegado de España, el elemento nacional
se había organizado: sus primeros directores habían sido
don Joaquín Suárez, don Pedro Celestino Bauza, don
Santiago Figueredo, Cura de la Florida, y don Francisco
Meló. Pero eso no se concentraba en Montevideo, ni con-
12. Artigas.— i.
178
taba con sus fuerzas organizadas; unidos á los Barreiro,
Larrañaga, Araucho, y á los frailes franciscanos de Mon-
tevideo, se movían los García Zúñiga, en Canelones ; y los
Bustamante y Pérez Pimienta y Aguilar, en Maldonado;
y los Escalada, Haedo, Gadea, Almirón, en el litoral del
Uruguay; y los Curas Párrocos de Colonia, Paysandú,
Canelones, San José, etc., en sus regiones respectivas. Y,
en todas partes los Artigas : Manuel Francisco, Manuel . . .
y el otro, el capitán de Blandengues.
Era eso, y no los batallones, lo que era preciso mover y
organizar: y para ello era menester una cabeza; pero ca-
beza viva, parte integrante del organismo, irrigada por su
sangre.
Fué pues, un error, suponer, como se supuso un mo-
mento, que esa cabeza había aparecido en la persona del
doctor don Lucas Obes, asesor letrado del Cabildo, joven
brioso y elocuente, entidad muy análoga á los promotores
del movimiento de Mayo. Precisamente por eso, el doctor
Obes estaba contraindicado ; él era una entidad genérica ;
una parte de un todo ; no el todo mismo, el depositario de
un mensaje, el héroe.
El virrey Elío no vio eso; ni siquiera lo sospechó, me
parece. Creyó que don Lucas Obes era el peligroso; lo
encerró en la fortaleza, y lo desterró á la Habana.
Los patriotas que quedaban eran vigilados y persegui-
dos; Larrañaga, Suárez, Lamas, sólo vivían á fuerza de
precauciones. Muchos de ellos acudían á la protección
del bien conceptuado capitán de Blandengues José Ar-
tigas, que intercedió por algunos; pero se hizo sospe-
choso.
¡El capitán Artigas!
Todas las miradas se dirigen á él, las recelosas de los
españoles, y las anhelantes de los patriotas. Los primeros
179
no quieren manifestar sus recelos por no precipitarlo;
los segundos ocultan sus esperanzas, por no comprome-
terlo. ¿ Cómo piensa ? . . . ¿ Qué hará ? . . . Desde los hom-
bres de letras que han sido sus compañeros de estudios
y amigos de infancia; desde los oficiales de la guarnición
y los jóvenes de la sociedad culta, hasta los habitantes casi
nómades de los campos, todos sienten que Artigas es el
hombre. Pero él permanece impenetrable, sólo con su dios
interior.
Con él va á la Colonia de guarnición con sus Blanden-
gues, á las órdenes del coronel Muesas. De allí dará su
contestación, acordada en la comunicación consigo mismo ;
la que esperan de Montevideo. La forma en que contestará
estará de acuerdo con el carácter que os he descrito, y con
el que reveló toda su vida : el que distingue á los hombres
intensos que llamamos héroes, á los depositarios de la rea-
lidad que está en el fondo de todas las apariencias. La
acción y la palabra coexisten en esos hombres ; el verbo es
carne.
Una noticia, que fué un trueno, cayó derrepente en
Montevideo, y se difundió por los campos: Artigas había
fugado de la Colonia; se había adherido á la revolución
de Mayo. La del Uruguay tiene, pues, su cabeza.
Ya os hice saber, por los informes de Zufriategui en
las Cortes de Cádiz, y por las del mariscal Laguna, entre
otros, la impresión que produjo en la causa española la
defección de aquel simple Ayudante Mayor de Blan-
dengues.
Veremos después los esfuerzos que se harán para recu-
perar al desertor; pero bueno es que conozcáis, desde
ahora, la contestación de Artigas á la primera tentativa
180
que hace Elío para reconquistarlo, no bien regresa de
Buenos Aires, como conductor de su pueblo: "Vuestra
Merced sabe muy bien, contesta Artigas, cuánto me he
sacrificado en el servicio de su Majestad; que los bienes
de todos los hacendados de la campaña me deben la ma-
yor parte de su seguridad. ¿Cuál ha sido el premio de
mis fatigas? El que siempre ha sido destinado para nos-
otros. Así, pues, desprecie Vuestra Merced la vil idea que
ha concebido, seguro de que el premio de mayor conside-
ración, jamás será suficiente á doblar mi conducta, ni
hacerme incurrir en el horrendo crimen de desertar de
mi causa."
He ahí, mis amigos, el temple de la resolución que mueve
á ese capitán que se fuga de la Colonia. En esa frase
"el premio que siempre ha sido destinado para nosotros''
están sus agravios; no los personales, sino los de nosotros.
Personalmente puede obtenerlo todo; todo se le ofrece, y
se le ofrecerá; pero los derechos del pueblo americano no
serán reconocidos. Como Washington, cuando dijo "nada
puede esperarse de la justicia de la Gran Bretaña," Ar-
tigas está convencido de que nada hay que esperar para
nosotros, de la de la metrópoli española, nada. Por eso
ha tomado su resolución. Y ésta será inquebrantable.
El Ayudante Mayor Artigas había llegado á la Colo-
nia procedente de Paysandú. Al llegar, comprendió que
su situación era ya insostenible ; sus pasos eran segui-
dos; el virrey Elío había declarado la guerra á Buenos
Aires el 8 de Febrero.
De acuerdo con el cura de la Colonia, doctor Enrique
Peña, su amigo y confidente, y con el teniente Horti-
guera, su compañero de armas, resolvió lanzarse á la
ARTIGAS 181
empresa. Hablan las historias de una disputa entre Mue-
sas y Artigas ; afirman otros que el libertador fué preso
y se evadió. No lo creo, porque la firma de Artigas fi-
gura, el mismo día de su defección, en la lista de su
regimiento.
Ese día fué el 15 de Febrero; no el 2 como también
se ha dicho. Acompañado del doctor Peña y de un negro
esclavo de éste, tío Peña, abandonó la Colonia; recorrió
nueve leguas, y fué á refugiarse en un bosque cercano
al Cerro de las Armas, sobre el Arroyo de San Juan.
De allí, por intermedio del cura, se dirigió al rico pro-
pietario de aquellos campos, don Teodosio de la Quintana,
quien le proporcionó un baqueano. Chamorro, puso á sus
órdenes algunos hombres, á cuya cabeza iban dos de
sus propios hijos, y le regaló una tropilla de excelentes
caballos.
El capitán de Blandengues, transformado en Liber-
tador del Uruguay, emprende su primera marcha con el
primer ejército de la patria, un puñado de negros lan-
ceros; se dirige hacia el Norte, hacia el río Negro; atra-
viesa éste por el paso de Tres Arboles, y busca la costa
del Uruguay. En el trayecto, anuncia á sus amigos la
buena nueva: su próximo regreso; les da la cita de la
patria. Cruza el departamento de Soriano ; pasa por Mer-
cedes y por Paysandú, y deja allí á Ramón Fernández
la orden del inmediato levantamiento. Esa orden es cum-
plida á los pocos días, pues, como lo veréis, ocho ó diez
después de pasar por allí el Libertador, tiene lugar el
Grito de Asensio, dirigido por Fernández, que acababa
de recibir la consigna, y que comunicó inmediatamente el
suceso al caudillo.
Artigas cruza entonces el río Uruguay, y pisa territo-
rio occidental ; llega á Nogoyá. desde donde envía ochenta
182
soldados á los hombres que han cumplido sus instruccio-
nes en Asensio, y de allí se dirige á Buenos Aires, donde
anuncia á la Junta su presencia, y el levantamiento en
masa de su pueblo, del pueblo oriental que, para ser dueño
de sí mismo, ofrece su alianza al occidental, su hermano,
por intermedio del que será el hombre de nuestra América
atlántica, la forma personal de la revolución de Mayo.
CONFERENCIA VIII
L HOMBRE Y LOS HOMBRE
Artigas ante la Junta de Buenos Aires. — En busca de la inde-
pendencia republicana. — ¡Jefe de los orientalesl — Estado de
la Junta de Mayo. — Las discordias. — La extinción del espí-
ritu de Majo. — Doscientos pesos y ciento cincuenta soldados.
— Teniente coronel.— El libertador. — En el suelo de su patria.
— La Calera de las Huérfanas.
Mis amigos artistas:
Creo que estáis habilitados para apreciar, en toda su
intensidad, la escena en que el protagonista de este dra-
ma se presenta ante la Junta de Buenos Aires, y le ofrece
su espada. Es un cuadro lleno de color y de movimiento ;
un acto de exposición, en que las figuras cobran su tono
relativo, su significado y su interés. Confesemos que la de
Artigas, que vemos en el primer plano, se nos ofrece muy
llena de carácter en su simplicidad épica.
Bien se ve que quien ha entrado en el salón de sesio-
nes es un héroe, es decir, un sincero, un ingenuo. Él
ofrece "llevar el estandarte de la libertad hasta los mu-
ros de Montevideo" y pide auxilio de municiones y di-
184
ñero para sus compatriotas. Pero desde el primer mo-
mento se advierte que aquel hombre de la región oriental
es un extraviado clásico, como lo dijo el Deán Funes;
un elemento extravagante. Un héroe tiene siempre algo
de un bárbaro, indudablemente.
Todos los miembros de la Junta, patricios puros, figu-
ras consulares, clavan los ojos en los ojos claros, llenos
de pensamientos impenetrables, de aquel altivo y sereno
capitán de Blandengues, mezcla de hijodalgo y de pe-
chero, de patricio y de centauro americano. Dice que
busca la independencia de su patria. Pero eso dice
poco.... ó dice demasiado. ¡La independencia! Tam-
bién dijo el Deán Funes que Artigas tenía un amor
vivo por la independencia, pero con un extravío clá-
sico de su verdadera dirección."
¿Cuál era la verdadera?
He ahí el gran problema que, lejos de ser claro, se
presentaba más que medianamente oscuro.
Nadie menos que la Junta, cuyos miembros miraban
al recién llegado, podía resolverlo, porque en ella no
había un pensamiento, ni sobre el modo de obtener la
independencia, ni aun sobre la independencia misma. Ya
hemos estudiado eso con detenimiento. Ya sabemos que
allí no estaba el hombre.
Y Artigas se presentaba lleno de entusiasmo, como si se
tratara de la cosa más sencilla del mundo. La voz entu-
siasmo viene de en theos, un dios interior. "El hombre
puede embriagarse de su propia alma, dice Víctor Hugo;
y esa borrachera se llama heroísmo." Víctor Hugo suele
ser un poco enfático en sus imágenes; pero creo que ésta,
con no carecer de énfasis, no deja de tener su intensa
verdad. Hay una embriaguez de alma en la idea fija, en
la obsesión del hombre inspirado, héroe, genio, poeta, vate
EL HOMBRE Y LOS HOMBRES 185
ó como queráis llamarle, que todo es uno. Artigas no podía
darse cuenta de que se presentaba en un momento inopor-
tuno; allí no había nada que se pareciera á embriaguez
de alma.
Precisamente en el momento en que aquél ofrecía su es-
fuerzo heroico, y el de su pueblo, el espíritu revoluciona-
rio sufría congojas en Buenos Aires, y quebrantos de
muerte.
El Mefistófeles blanco, de que os hablé días pasados,
soplaba en los oídos de los proceres: éstos comenzaban á
creer que acaso aquella rebelión, iniciada sin orden expresa
del Rey Nuestro Señor, era sugestión diabólica, ó cosa
parecida. La idea de un acomodamiento en cualquier
forma ganaba terreno. La fe en el pueblo,, de que Arti-
gas estaba poseído ; la esperanza de hacer de él la base
de una nueva nación ; el pensamiento del 25 de Mayo,
en una palabra, si es que 25 de Mayo significa indepen-
dencia democrática, era una llama que allí moría, so-
plada por el pálido espíritu.
Eso sólo vivía y vivirá, para siempre jamás, en la mirada
tranquila de aquel extraño capitán de Blandengues, ebrio
de alma, que busca ingenuamente la independencia de la
patria republicana. Y nada más.
Es, pues, un hombre peligroso, un alucinado quizá.
Aquel hombre se llama Jefe de los Orientales.
¡Jefe de los orientales! ¿Es decir, Jefe de una provin-
cia argentina, que debe someterse al destino de las de-
más, de Córdoba, de Cuyo ó de Entre Ríos, y recibir, por
consiguiente, la libertad que Buenos Aires quiera darle,
ó someterse á perderla si éste no se la otorga? Sólo así
podría aceptarse á ese Jefe de los Orientales.
Pero Buenos Aires no se equivocaba al mirarlo á los
ojos. Ese capitán de Blandengues no parece convencido
186
de eso; viene resuelto, y resuelto á todo, con una con-
vicción madura, que parece inquebrantable. Jefe de los
Orientales quiere decir, para él, conductor de un pueblo
de varones, que se desprende, no de otro pueblo americano,
sino de la madre europea, y que, para la consecución del
propósito común, ofrece su alianza á un hermano, que ha
proclamado el primero, animosamente, aquel propósito,
y que ya no puede volver atrás.
II
¿Y á cuál de las tendencias de la Junta hubiera debido
someter sus intenciones ese Jefe de los Orientales, para
ser persona grata?
Esa Junta ya había decretado la destitución del Ca-
bildo de Buenos Aires, y el destierro de sus miembros y
la confiscación de sus bienes, y hasta la pena de muerte
contra los que contrariaran sus propósitos. Allí estaba la
fracción de Saavedra, que éste presidía, y tenía sus par-
tidarios. Allí la de Moreno, su ilustre secretario, que ha-
biendo combatido á Saavedra, por atribuirle tendencias
á rodearse de la majestad real, había sido vencido en la
pugna, y acababa de ser extrañado del país, pero dejando
en Buenos Aires sus parciales.
¿Debía ser Artigas de los saavedristas ó de los more-
nistas, que serán más tarde federales y unitarios? Bel-
grano, miembro insigne de la primera Junta, había
aceptado el mando de la expedición al Paraguay, para
huir, según su propia confesión, de las irremediables di-
sensiones del cuerpo de que formaba parte. Pero esas
disensiones lo siguieron: el 5 de Abril de 1811, antes de
cumplirse un año de la revolución de Mayo, una revo-
EL HOMBRE. Y LOS HOMBRES 187
lución intestina, ó asonada, ó motín militar, estallaba en
Buenos Aires, y se imponía á la Junta de Gobierno. Los
vencedores, entre otras imposiciones, llamaban á Belgra-
no á juicio de responsabilidad, le arrebataban el despa-
chó de brigadier general con que había sido honrado, y
dejaban acéfala la expedición destinada á prestar auxilio
á la región oriental.
Para que os deis cuenta, hermanos artistas, de la na-
turaleza del núcleo dirigente ante el cual Artigas ofrece
su espada á la patria, buscando independencia para ella,
dejadme leeros siquiera esta página de la Historia de
Belgrano, del general Mitre. Así veréis la realidad de
Artigas, que ha sido tachado de anárquico. "Apenas ha-
bía transcurrido un año, y ya la arena revolucionaria se
veía abandonada por sus más esforzados atletas. Moreno,
el numen de la revolución, había expirado en la soledad
del mar. Alberti, miembro de la Comisión de Mayo, había
muerto antes de ver consolidada su obra. Berruti y
French, los dos tribunos del 25 de Mayo, estaban expa-
triados como unos criminales. Rodríguez Peña, el nervio
de la prédica patriótica en los días que precedieron la re-
volución ; Azcuénaga, que tan eficazmente había coope-
rado á su triunfo; Vieytes, el infatigable compañero de
Belgrano en los trabajos que prepararon el cambio del
año 10, todos ellos eran ignominiosamente perseguidos,
y calificados, por sus antiguos amigos, con los epítetos de
fanáticos, frenéticos, demócratas furiosos, desnaturaliza-
dos, inmorales, sedientos de sangre y de pillaje, infames,
traidores, facciosos, almas bajas, cínicos, revoltosos, in-
surgentes, hidras ponzoñosas y corruptores del pueblo. '
Esa pugna continuará sin cesar, encarnizada, implaca-
ble, mis amigos artistas ; allí no aparecerá el hombre hasta
que no surja el tirano; las revoluciones, los motines, las
188
asonadas, las conspiraciones políticas, se seguirán sin
interrupción en el seno de aquel núcleo, en el que subi-
rán y bajarán los caudillos políticos, gracias muchas ve-
ces á la intriga, y con prescindencia de los altos intereses
de la causa americana.
No es, pues, posible que el capitán de Blandengues
que os estoy haciendo ver en presencia de la Junta de
Buenos Aires, tome partido en ella, ni jure allí la sumi-
sión incondicional de su pueblo á ninguna de esas frac-
ciones. El es el orden : viene á pedir recursos para liber-
tar á su patria, y aceptará los que le den y de quien se
los dé, pues está dispuesto á libertarla con esos hombres,
sin esos hombres, y contra esos hombres; él es el hombre.
III
Se acepta, por fin, su ofrecimiento; le dan doscientos
pesos y ciento cincuenta soldados. No es munificiente el
socorro, fuerza es confesarlo ; pero Artigas toma los sol-
dados y el dinero. Le dan el grado de teniente coronel.
No es muy excelsa la graduación, que digamos ; él es mucho
más en el ejército español, y pronto podrá ser lo que
quiera. Pero acepta el grado ; también Washington aceptó
el de general francés, sin dejar por eso de ser Washington,
el americano. Lo ponen á las órdenes de Belgrano, á quien
confían la expedición á la Provincia Oriental, dándole por
segundo á Rondeau ; y á las órdenes de Belgrano se coloca
Artigas sin reservas mentales. No será él, por cierto, quien
inicie las disensiones. Estalla en Buenos Aires la revolu-
ción de Abril, de que acabo de hablaros, la primera sub-
versión, que obliga á Belgrano á dejar el ejército, para
responder en Buenos Aires de sus actos en el Paraguay;
EL HOMBRE Y LOS HOMBKES 189
se nombra en su reemplazo, para mandar la expedición á
la Banda Oriental, á Rondeau, camarada de Artigas, y
nombrado, como él, teniente coronel, pero más moderno,
con menos servicios, y sin arraigo ni prestigio alguno en
el pueblo uruguayo No importa ; Artigas acepta eso
sin observación, por tal de acudir donde la patria lo es-
pera. Todo lo acepta, todo lo obedece, y parte para Entre
Ríos á situarse en la costa del Uruguay, dispuesto á cru-
zarlo en cuanto reúna los elementos necesarios para pisar
el suelo de la patria. Eso es lo que él quiere ; él está sin-
tiendo, como el ruido de la marea, el rumor del pueblo
oriental que se está levantando á su voz, y que cuenta con
él. Y es preciso que vaya á ponerse á su cabeza.
El 7 de Abril de 1811, cruza Artigas el río, burlando
los cruceros españoles, y pisa el suelo que busca. Desem-
barca, por fin, en la Calera de las Huérfanas.
La independencia de la República del Uruguay ha co-
menzado, amigos artistas. La revolución de Mayo no puede
ya volver atrás; su pensamiento integral habita la con-
ciencia de un soldado caballero.
CONFERENCIA IX
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL
Mil ochocientos once. — El Grito de Asensio. — El levantamiento
en masa. — En torno de Artigas. — El Colla. — San José. —
La victoria de Las Piedras. — En las puertas de Montevideo. —
El primer sitio. — Negociado con Portugal en Río Janeiro. —
El plan monárquico. — Artigas, el sólo inmune. — Tentativas
de seducción. — El auxilio de Portugal á España. — La invasión
primera. — Tratados. — El armisticio. — Abandono del pueblo
oriental. — Fernando VII restaurado. — El pueblo en torno de
Artigas. — Con la patria á cuestas. — El éxodo del pueblo orien-
tal. — Esquema demográfico. — Horda de confesores y de
mártires. — El gaucho. — El campamento del Ayuí. — Arti-
gas mira al Paraguay. — Los pueblos occidentales ven de
cerca al hombre oriental, y reconocen á su caudillo.
Amigos artistas:
El momento en que Artigas pisa de nuevo tierra del
Uruguay, en la Calera de las Huérfanas, es un momento
solemne de nuestra historia. El año 1811 es el año clá-
sico de la patria oriental. El levantamiento en masa, el
grito de Asensio, San José, Las Piedras, el primer sitio
192
de Montevideo, el abandono del pueblo al enemigo, su
emigración en pos de su profeta, que va envuelto en su
nube. . . Tomad todas esas cifras, oh amigos artistas,
porque tenéis que hacerlas pasar por el fuego lustral en
que se funda el hierro de las entrañas de América; de
ellas tiene que brotar el pujante acorde inicial del himno
que cantará vuestro mármol sonoro ; de ellas la línea pal-
pitante, el movimiento y la expresión heroicos.
Al desembarcar el libertador en la Calera de las Huér-
fanas, el pueblo oriental afluye á él, como acuden las mo-
léculas hacia el centro que debe darles cohesión, y distri-
bución, y funciones orgánicas: vida.
Al converger á Artigas, la multitud se le presenta ar-
mada ya, y con sus primeras obras realizadas: obras de
varón.
La partida del Jefe de los Orientales para Buenos Aires
había dado la señal del levantamiento espontáneo. El hé-
roe partió el 15 de Febrero. El 28, su espíritu animaba un
grupo de algo más de un centenar de hombres, acaudi-
llados por dos campesinos, Pedro Viera y Venancio Be-
navídez, quienes, incitados por don Ramón Fernández,
gobernador militar de la región, y que acababa de reci-
bir las órdenes de Artigas, se congregaron á orillas del
arroyo de Asensio, allá en la costa del Uruguay, y, entre
gritos de entusiasmo, y agitar de lanzas primitivas, pro-
clamaron la independencia de la patria.
El comandante militar, don Ramón Fernández, adhiere
con sus fuerzas al Grito de Asensio; el grupo armado se
mueve hacia la villa de Mercedes, engrosado con la ad-
hesión de todos los hombres válidos que se le pliegan en
el camino armados de sus lanzas, y toma la población ¡
depone la autoridad local, y la sustituye por una inde-
pendiente.
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 193
En ocho días, Viera y Benavídez se encuentran al
frente de un ejército de más de quinientos hombres, brota-
dos de la tierra, que sigue aumentando de día en día. Viera
se dirige al Norte ; Benavídez al Sur, hacia la Colonia, que
tomará más tarde. En Paysandú se realiza una reunión
revolucionaria que es sorprendida y deshecha ; Maldonado
se subleva allá en el Sur, sobre el río de la Plata, casi en el
Atlántico ; los sublevados, entre los que figuran don Ma-
nuel Francisco Artigas — hermano del libertador — y
don Juan Antonio Lavalleja, toman por asalto la plaza,
rinden la guarnición, capturan á su jefe que ponen luego
en libertad. A las puertas de Montevideo, á cuarenta qui-
lómetros de la ciúdadela, se alza en armas Canelones; y
allí cerca, Casupá y Santa Lucía. Aquí preside el pue-
blo otro Artigas, don Manuel; otro procer: don Joa-
quín Suárez. Durazno, en el centro del país ; Tacuarembó
más arriba ; Cerro Largo allá en el Norte oriental, sobre
la frontera portuguesa; el Pantanoso junto á Montevideo,
á cuyas puertas llegan los rebeldes con Otorgues; las
Misiones allá en el otro extremo del Norte occidental.
Todo se alza sacudido por una ráfaga de viento: es un
espíritu.
Y todo eso se realiza en menos tiempo del que yo em-
pleo en narrarlo.
Y por todas partes surgen capitanes, caudillos, con-
ductores. Los unos, son gérmenes de futuros proceres de
la patria; los otros, formas inconsistentes y fugaces. Son
los Artigas, Lavalleja, Rivera, Larrañaga, Oribe, Suárez,
Barreiro, Escalada, Otorgues, Bicudo, Baltavargas, Ra-
mírez, cien y cien nombres que se encienden, y que repre-
sentan la larga escala de todos los elementos de aquel
país, desde el procer caballero, vestido del frac colonial;
desde el sacerdote, revestido de su túnica sagrada, hasta
13. Artigas— I.
194
el indio semirdesnudo ; desde el militar identificado con
su uniforme y devoto de la disciplina, hasta el cabecilla
ó caudillejo montaraz é indómito ; desde el artillero que
vive con el alma de su cañón, hasta el gaucho armado
del lazo y de la boleadora de piedra, ó de la lanza entonces
más usual : un cuchillo ó una rama de tijera de esquilar,
aquellas medias lunas ó cuchillos de marca mayor que
Artigas sacaba de Montevideo, enhastados en una caña
de tacuara.
Pero en todo ese fermento heterogéneo hay una homo-
geneidad casi absoluta de pensamiento ; allí está pura
la idea de la igualdad de los hombres, de la aptitud na-
tural del pueblo para darse sus mejores gobernantes,
aptitud que se identifica con el instinto social, ingénito
en el hombre ; la idea republicana nativa, sin influencia
extraña, hija legítima de la naturaleza humana no con-
taminada. Hay también otro sentimiento instintivo, in-
deliberado, en esa multitud: el primado indiscutible del
Conductor que se esperaba, y que es aclamado al llegar :
Artigas.
II
Artigas, al desembarcar en las Huérfanas, mira todo
eso que lo rodea, desde lo alto de su caballo de batalla, y
con la cabeza sobre el pecho. Mira también largamente
su propio pensamiento . . .
La llegada del héroe, reconocido por todos, dio nuevo
empuje á las operaciones del pueblo armado. El 20 de
Abril, Benavídez, al frente de su división, rinde un des-
tacamento español de ciento treinta soldados en el Colla,
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 195
y toma prisionero á su jefe. Su triunfo resuena en el aire
como un grito.
Una fuerza española de ciento veinte hombres, con un
cañón, se encuentra en el Paso del Rey, cerca del pueblo
de San José, á las órdenes del teniente coronel Busta-
mante. Era el núcleo formado por el virrey Elío para
impedir, desde un punto céntrico, la incorporación de los
patriotas. Artigas conoce el hecho, y ordena, desde Mer-
cedes, á su primo hermano don Manuel, que, uniendo á
sus fuerzas todas las partidas de los distritos inmediatos,
vaya á ocupar San José.
Don Manuel va á buscar allí su doble victoria: el
triunfo y la muerte.
Reúne sus tropas á las de Baltavargas, y ataca á Bus-
tamante. La lucha es encarnizada y tenaz por ambas
partes.
Los españoles ceden, y huyen á atrincherarse en el pue-
blo de San José, donde reciben refuerzo, hasta formar
una división bien armada y municionada. También Ma-
nuel Artigas ha recibido el contingente de Venancio Be-
navídez, y ambos se preparan á tomar el pueblo por
asalto. Lo asaltan en la mañana del 25 de Abril.
El fragor de ese combate resonó en todo el Plata
como una aclamación; aún resuena en las estrofas del
himno que cantan los argentinos á su patria. Allí corrió
la primera sangre de Artigas: el bravo don Manuel cayó
herido sobre las trincheras enemigas; murió por la pa-
tria. Buenos Aires decretó que su nombre fuera escrito
en la Pirámide de Mayo, erigida en su plaza principal.
Allí está escrito.
Cuatro horas duró la encarnizada lucha. Bravos eran
los veteranos españoles, y veteranos parecían los bisónos
soldados del Uruguay. Éstos triunfaron por fin : penetra-
196
ron en el pueblo, desalojando al enemigo de sus posicio-
nes avanzadas en que resistía bizarramente; se apodera-
ron de las trincheras; pusieron en derrota al enemigo.
Cien prisioneros, dos piezas de artillería, gran cantidad
de armas y municiones quedaron en poder del vencedor.
¡San José!
Artigas sentía todo aquello á su alrededor, y, con la
cabeza sobre el pecho, marchaba, a) paso de su caballo, en
línea recta hacia el Sur, en que clavaba de vez en cuando
los ojos. Allá, en la falda de su cerro, estaba Monte-
video, su ciudad natal, ceñida de su cintura de cañones.
Artigas veía su granítica ciudadela en que flameaba el
pabellón español, sus cubos, su larga muralla, sus fuer-
tes destacados, su foso profundo. Era un modelo de ar-
quitectura militar aquella ciudadela, uno de los baluartes
principales del dominio colonial de América.
Artigas marchaba tranquilo á cumplir su promesa:
arriar ese pabellón de la ciudadela de Montevideo. Cami-
naba en línea recta, seguro de sí mismo.
Sólo 450 soldados lo seguían; el resto de las milicias
orientales, que ascendía á más de 2.000 hombres, estaba
diseminado por el país. Era necesario, sim embargo, que
él personalmente entrara en batalla.
El español le ofreció la ocasión que buscaba ; salió de
las murallas de Montevideo, y se atravesó al paso del jefe
de los orientales.
El capitán de fragata don José Posadas, con un ejér-
cito de 1.230 soldados, con buenas armas y abundantes
municiones, y con cinco piezas de artillería, se había
acuartelado y fortificado en Las Piedras, pequeña po-
blación situada á tres ó cuatro leguas de Montevideo.
Artigas pide á Rondeau, que ha pasado de Buenos Aires
con el ejército auxiliar, dos compañías de infantería para
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 197
librar un combate. Rondeau le envía las dos compañías:
250 hombres del batallón llamado de Patricios.
Artigas acampa en Canelones, el 12 de Mayo, con 700
hombres y dos piezas de artillería. Con fuerzas tan infe-
riores no debe jugar la suerte de sus armas, empeñando la
batalla, y ordena á su hermano Manuel Francisco, desta-
cado en Maldonado, y en camino de Pando, se le incorpore
á marchas forzadas, con 300 jinetes que lo siguen.
Inútiles fueron los esfuerzos de Posadas por evitar la
incorporación, aunque tuvo por aliada una copiosa lluvia
que empezó á caer desde la noche del 12 hasta la mañana
del 16 ; la junción de los dos Artigas se realizó el 17 á la
tarde, y el día 18 de Mayo, casi en el primer aniversario
del movimiento de Buenos Aires, salió el sol de la batalla
de Las Piedras, sol de Mayo en su plenitud.
No os describiré la batalla, mis amigos artistas, con el
tecnicismo militar; eso anda en los libros, y yo no escribo
un libro. El terreno es allí ondulado; el que ya conocéis
como característico del Uruguay: pequeñas colinas; los
horizontes abiertos; el cielo azul. El arroyo de Las Pie-
dras, festoneado de bosques, aparece y desaparece en el
fondo de las colinas como una cinta verde. Los orientales
miramos ese campo, mis bravos artistas, como cosa de sim-
plicidad homérica; cuando lo recorremos con infantil so-
berbia, creemos en nosotros mismos.
Artigas triunfó en Las Piedras ; dio á la revolución su
primera victoria en el Plata, muy superior, por sus pro-
porciones y trascendencia, á la brillantísima que hemos
visto obtener por el ejército auxiliar hace pocos días en
Suipacha, allá en el Alto Perú.
En Suipacha se luchó media hora. Todo el día se comba-
198 AKTIGAS
tió en Las Piedras ; hasta la puesta del sol. Artigas reveló
en esa función de guerra las condiciones de un gran ca-
pitán, como las reveló en el resto de sus campañas. Pero
yo tengo empeño, mis bravos artistas, en no haceros ver en
él al general. Hay muchos generales. Y Artigas es Artigas.
Nó : no pongáis á nuestro héroe en la batalla como en su
principal teatro de acción ; no lo pongáis ni aún en el mo-
mento en que, muerto su caballo por un casco de granada,
y siendo el blanco exclusivo de toda la infantería enemiga,
avanza á pie, para mostrar á sus soldados la inmunidad
que comunica el valor, y señalando con su espada el sitio
desde donde lo mira intensamente con sus ojos negros la
victoria.
Artigas no mandó muchas batallas: eso es un accidente
de su persona. No era un lancero. Su gran valor era pro-
verbial; pero todo hombre, por el hecho de serlo, tiene el
deber de ser valiente. Artigas tenía un deber muy supe-
rior á ese : el de revelar á los hombres su mensaje.
¿ Queréis, sin embargo, verlo un instante en el campo de
batalla, una vez por todas siquiera, aquí en Las Piedras?
Miradlo en el momento en que, ya entrada la tarde, Posa-
das, el jefe enemigo, que ve á su alrededor 97 de sus sol-
dados muertos y 61 heridos ; que se encuentra envuelto por
todas partes por los patriotas triunfantes, y se siente des-
moralizado, hace levantar bandera de parlamento. Tan es-
trechado estaba, que es Artigas personalmente quien, en-
vainando su espada, le intima á voces que se rinda á dis-
creción, prometiéndole su vida y la de todos. Así lo hizo el
bizarro jefe español. Pero Artigas no recogió personal-
mente la buena espada de aquel hombre de bien, leal á su
patria y á su rey. Como tributo de hidalgo respeto, envió
á un sacerdote, al capellán don Valentín Gómez, á recoger
como objeto sacro aquella espada.
HOMENAJE AL VENCIDO
Artigas en Las Piedras — Detalle del cuadro de Juan Luis Manes
(Museo Nacional de Montevideo)
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PCEBLO ORIENTAL 199
Posadas se entregó á discreción, con 22 oficiales y 342
individuos de tropa. Del resto de su ejército, una parte
quedaba postrada en el campo; la otra se dispersó. Las
pérdidas de los patriotas fueron 11 muertos y 23 heridos.
En poder de Artigas quedan 462 prisioneros, con sus jefes
y oficiales, y cinco piezas de artillería, armas, municiones
y bagajes.
Para juzgar de esas cifras, mis queridos artistas, es ne-
cesario que las consideréis con relación al teatro de la
acción. Son muy grandes. La batalla de San Lorenzo, pri-
mera resonante victoria de San Martín, el gran capitán
americano, se libró entre 200 ó 300 hombres por ambas
partes. Y es un fasto glorioso de la revolución de
América.
Notemos un rasgo final en este combate, que consuela
las congojas provocadas en el espíritu por la ejecución de
Liniers y la de los vencidos en Suipacha : ni una gota de
sangre manchó las manos del vencedor de Las Piedras.
Artigas personalmente defendió á los fugitivos, é hizo
de ello siempre un título de honor; lo consigna expre-
samente en el parte de la victoria. Después de la ba-
talla, se verificó el canje de los prisioneros, el primero
realizado en América, de acuerdo con las leyes de la
humanidad, y de la guerra. La humanidad, mis queri-
dos artistas, fué el rasgo característico de ese hombre
de bien. Nadie lo superó en esa virtud; muy pocos lo
alcanzaron. En esta acción de guerra, como en todas,
sin una sola excepción, el héroe oriental pudo incluir
su victoria entre sus buenas acciones.
200
III
La batalla de Las Piedras retempló en toda América
el espíritu de la revolución. La Junta de Buenos Aires
se sintió reconfortada de los desastres de Belgrano en
el Paraguay; confirió al vencedor el grado de coronel,
y le decretó una espada de honor; el nombre de su vic-
toria, como la del otro Artigas en San José, suena,
junto con los de San Lorenzo y Suipacha y Tucumán,
en las estrofas del himno (pie hoy canta el pueblo ar-
gentino, y enseña á cantar á sus niños al recordar sus
efemérides de gloria. Pero, como vamos á verlo, la Junta
de Buenos Aires gestionaba ya un arreglo con las cortes ;
quería volver atrás. Y aquel vencedor de Las Piedras
parecía querer ir solo adelante. Era una pieza extraña
al tablero en que Buenos Aires jugaba su partida, una
pieza de hierro demasiado pesada. Aquel hombre comen-
zaba ya á estorbar, indudablemente ; una autoridad que
no emanaba de Buenos Aires radicaba en su persona,
y era de presumir que la espada de honor que se le
había regalado, y el grado de coronel, no fueran bas-
tantes para imprimirle la docilidad necesaria.
Y así era, efectivamente : Artigas reclamaba otro pre-
mio para el animoso esfuerzo de su pueblo. El precio
de la batalla de Las Piedras debían ser las llaves de
Montevideo, y fué inmediatamente por ellas. El 21 de
Mayo, tres días después de la victoria, hace acampar
su ejército en el Cerrito, colina inmediata á la plaza,
y él golpea con el puño de su espada la puerta hermé-
ticamente cerrada de la ciudadela, cuyos cañones sacan
la cabeza de los agujeros de sus troneras, y miran silen-
LAS PIEDRAS Y KL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 201
ciosos y asombrados aquel hombre audaz, que así inte-
rrumpe el sueño secular de sus bronces taciturnos ....
Artigas tiene la persuasión de que la caída de la plaza
es inevitable ; nadie mejor que él conoce sus fortificaciones,
sus elementos de resistencia, el modo eficaz de expugnarla ;
mil veces, desde su primera infancia, ha cruzado aquel
puente levadizo, recorrido aquellas murallas, oído tronar
aquellos 310 cañones que ahora, echados en las almenas,
con las fauces abiertas hacia el campo, lo miran silen-
ciosos. Se sentía seguro del éxito ; allí debía terminar
el dominio español en el Uruguay. El pueblo oriental,
dueño de sus destinos por su propio esfuerzo, será el
más poderoso aliado de su hermano occidental, el nú-
cleo de independencia en el extremo austral del con-
tinente.
Se dirigió, pues, á Rondeau, pidiéndole, á fin de aprove-
char la desmoralización del enemigo y los elementos con
que éste contaba, — sólo 500 hombres y las dotaciones indis-
pensables para la artillería — apurara su marcha, ó le
enviara refuerzos, armas y municiones sobre todo, para
asaltar la plaza. Artigas está seguro del triunfo; lo
manifiesta en una nota memorable; completamente se-
guro. Una lucha terrible se libraba en su espíritu; sen-
tía impulsos de proceder por sí solo; ya comenzaba á
recelar de los propósitos secretos de su aliado occiden-
tal ; pero no debía romper con éste ; la alianza le era
necesaria.
Rondeau rechazó la idea del asalto, aunque 5000 volun-
tarios orientales acompañaban su ejército, y los patriotas
de la plaza reclamaban el golpe. El jefe del ejército auxi-
liar llegó al Cerrito, y tomó el mando de las fuerzas sitia-
doras, dejando al jefe de los orientales en segundo tér-
mino, y con escasos elementos; lo más escasos posible.
202
Ya os explicaré ampliamente, mis queridos artistas,
la razón de ésta y de muchas otras postergaciones de
Artigas, por más que ya las habéis penetrado. Rondeau
era un patriota, era un animoso capitán; pero era un
conductor de soldados, no un conductor de hombres.
Si tuvierais que modelar su estatua, os bastaría con
plasmar la de un bizarro jefe impersonal, la de un noble
uniforme. Era Rondeau de carácter apacible ; había cur-
sado la carrera de letras, y estado en España, donde
obtuvo el grado ele capitán español. Ahora es un nú-
mero brillante del ejército argentino ; será en Buenos
Aires personaje político; será todo, menos caudillo po-
pular.
Artigas comprendía que era Rondeau, y no él, quién
debía mandar el ejército sitiador. La tierra y el puebio
que él conducía, á pesar de las causas que os he hecho
tocar hasta en las entrañas de aquélla, no eran recono-
cidos por el dueño del ejército auxiliar.
Y eso era natural. El patriciado predominante en
Buenos Aires, no podía reconocer á Artigas; le falta-
ban atributos, apariencias, y le sobraban realidades.
"El escéptico, dice Garlyle, no es capaz de reconocer
un héroe, aunque lo vea y lo toque; el doméstico espera
ver en él carrozas, mantos de púrpura, cetros de oro,
cuerpos de alabarderos, séquito de magnates, y banda
correspondiente de trompas y chirimías. En el fondo,
tanto el doméstico como el escéptico esperan lo mismo :
la pasamanería y las chirinolas de algún vastago de
reconocida realeza. El rey que se les presente sencilla-
mente, y de ruda y no fantástica manera, que llame á
otra puerta: no será rey."
Artigas se sometió, pues: á las órdenes de Rondeau.
formó con su pueblo en la línea sitiadora de Montevi-
IX HERIDO ESPAÑOL
Detalle de la Batalla de las Piedras de Juan Lula Blanes
I Museo Nacional de Montevideo |
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 203
deo, viendo desvanecerse en el aire la visión de gloria
que lo llamaba desde lo alto de las murallas artilladas.
Lejos de mí, oh amigos artistas, el deprimir á los proce-
res de Mayo, porque no fueron sino hombres. Su conjunto
debe animar el bronce; pero sólo su conjunto. El hierro,
al fundirse para ellos, podrá cobrar la forma heroica;
pero no la forma humana personal. Sólo Artigas puede
resistir la prueba del hierro fundido; sólo esa forma hu-
mana puede salir incólume del baño lustral, y solidificarse
para la inmortalidad en la inmersión del fuego.
Buenos Aires y Artigas eran dos rivales desgraciada-
mente ; éste era la independencia republicana, la idea fija,
el propósito genial inquebrantable, la realidad futura;
aquél era el tanteo, la desconfianza en el propio pueblo
argentino, siempre heroico, y que, como lo veréis más
tarde, no haUó más jefe que el mismo Artigas. Buenos
Aires era el simple cambio de dueño, la idea negativa:
la expulsión de España, si las circunstancias lo permi-
tían, para sustituirla por una monarquía más ó menos
tributaria, por un príncipe cualquiera de reconocida rea-
leza, como dice Carlyle. Artigas era la idea positiva: la
independencia absoluta, la coronación del verdadero rey
prisionero: el pueblo americano.
Es preciso decir, oh amigos artistas, en cuál de esas dos
entidades está la reaMdad de la revolución de América; á
cuál de ellas conmemora la cifra del 25 de Mayo.
Pero la tierra oriental no era considerada persona por
los proceres de la occidental; sus destinos tenían que so-
meterse al de los demás, y no había de tomar interven-
ción en ellos sino por la fuerza.
204
IV
En esos momentos precisamente se estaban jugando esos
destinos en la corte de Río Janeiro, donde la Junta de
Buenos Aires tenía acreditado, como agente, á don Manuel
de Sarratea, el más escéptico de todos sus miembros.
Allá en la corte estaba el Rey de Portugal, don Juan VI,
vastago de reconocida realeza, con la ambición secular, que
conocemos, de esa su realeza, en el alma: llevar al Plata
la frontera portuguesa. Allí estaba la princesa Carlota, la
hermana de Fernando VII, con su ambición personal de
formarse un reino para sí en el Río de la Plata. Allí estaba
el marqués de Casa Irujo, personaje innocuo, represen-
tante de las Juntas Españolas. Allí estaba, sobre todo, Lord
Strangfort, agente diplomático de Inglaterra, aliada de
España contra Napoleón, y que allí velaba por los inte-
reses políticos y comerciales de su patria: conservación,
por ahora al menos, del dominio español en América, y
ventajas comerciales en ésta para Inglaterra. Lo único que
allí no estaba eran los pueblos que derramaban su sangre
por la libertad, el pueblo oriental, sobre todo. Y es preci-
samente de los destinos de éste de lo que allí se trata, en
primer término, pues es éste el que se ha levantado en
masa, y jugado el todo por el todo: la vida por la li-
bertad.
La Junta de Buenos Aires, desde el mes de Abril, antes
de la bataPa de Las Piedras, negociaba un arreglo con
Portugal, tendiente á sacudir el yugo español, pero echán-
dose en brazos de doña Carlota de Borbón, que presidiría
en «1 Plata un gobierno monárquico constitucional. Es
claro que, en ese caso, el Uruguay sería portugués.
Para realizar ese plan, se había nombrado, como
LAS PKDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 205
agente, á ese don Manuel de Sarratea, caballero corte-
sano de alcurnia, anheloso de hacer figura entro los
grandes, que presentó sus credenciales el 22 de Abril,
y llevaba instrucciones dobles: ó pedir la mediación
de Inglaterra y Portugal para el cese inmediato de la
guerra civil, admitiendo la Junta la obligación de ha-
cer propuestas para reincorporar á la monarquía es-
pañola las provincias revueltas, ó negociar con Portu-
gal la erección de una monarquía bajo el cetro de Doña
Carlota, que resignaría la corona en su hijo de 13 años,
don Pedro de Braganza, el futuro emperador del Brasil
independiente.
Portugal entrevio una vez más, en esta última gestión,
la realización de su ensueño: el Río déla Plata como fron-
tera; estimuló (¡cómo nó!) la negociación. Pero allí estaba
el embajador inglés, que discutió con Buenos Aires, y con
Portugal, y con el mismo representante de las Juntas Es-
pañolas, que no veía el caballo de Troya que Portugal
quería introducir en el Uruguay con su ejército. Strangfort
se opuso imperiosamente, en defensa de España, su aliada,
á los planes de Portugal. Éste, vencido por la diplomacia in-
glesa, comunicó á Buenos Aires que, á menos de someterse
á España, debía perder toda esperanza de protección por-
tuguesa. Sarratea se adhirió entonces á la tendencia ingle-
sa, en manos de cuyo embajador puso su representación,
é hizo saber á todos que la Junta estaba dispuesta á cele-
brar un armisticio, sobre la base del reconocimiento de
Fernando VII.
La Gran Bretaña triunfaba, pues, en defensa de Es-
paña, aunque no por amor á ella; triunfaba de Portugal,
de Carlota, de Buenos Aires, del mismo atolondrado repre-
sentante español.
206 ARTIGAS
Pero alguien había de quien no se había triunfado:
Artigas, el pueblo oriental, á quien nadie representaba
en Río Janeiro.
Artigas estaba allá, en el extremo Sur, con ese pueblo
oriental, palpitante como un corazón. Y aquello era algo,
¡vaya si era algo! Aquello era todo en ese momento. El
héroe libraba la batalla de Las Piedras, y daba grandes
golpes con el pomo de su espada en las puertas de Monte-
video, que vacilaban en sus quicios, y resonaban como un
grande escudo. Renunció al asalto de la plaza, como he-
mos visto ; pero no á su propósito de libertad. Era el
rebelde, el pensativo rebelde, que amontonaba piedras
para escalar el Olimpo; rebelde á España, á Inglaterra,
á Portugal, á Carlota, á Buenos Aires, al mundo entero.
¡ Rebelde ! . . . Sí, lo será toda su vida ; pero rebelde sin
ira, reflexivo. Era la realidad rebelada contra la aparien-
cia; la verdad alzada contra la mentira; era el rebelado
olímpico, encadenado por ladrón del fuego sacro. Las
ondinas bajarán del cielo á acompañar su divina soledad.
El virrey Elío, que veía las cosas de más cerca, quiso
vencerlo también á él, y acudió al recurso satánico, á la
tentación. Envió á Artigas, nombrado coronel por Buenos
Aires después de Las Piedras, dos comisionados que le
hicieron las ofertas que ya conocemos: el grado efectivo
de general, el gobierno militar de toda la campaña uru-
guaya, todos los honores del caso, una gruesa suma de di-
nero, etc. Artigas contestó "que consideraba aquello
como un insulto hecho á su persona, tan indigno de quien
lo hacía como de ser contestado." Y envió el comisio-
nado á ser juzgado en Buenos Aires. Él no sabía de las
gestiones que Buenos Aires tenía pendientes.
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 207
La situación de Elío en Montevideo se tornaba cada vez
más premiosa. Vigodet había sido desalojado de la Colo-
nia, caída en poder de Benavídez que la sitiaba.
Toda la esperanza de Elío se cifraba entonces en la pro-
tección que había demandado y esperaba de Río Janeiro.
La princesa Carlota había acudido á su demanda, y obte-
nido del rey una orden para que el capitán general de Río
Grande, don Diego de Souza, invadiera sin demora el
territorio del Uruguay ''en defensa de los derechos de
su augusto hermano", según decía. Souza llevaba, ade-
más, el cometido de invitar á la Junta de Buenos Aires
á aceptar la mediación negociada por Sarratea, á fin de
hacer cesar las desavenencias con España. Es claro que,
estando allí Lord Strangfort, el objeto ostensible era de-
fender al amado Fernando VII; pero Portugal decía re-
servadamente, por otra parte, á Buenos Aires "que estos
dominios no volverían al yugo español, aunque Fernando
recuperara el trono de sus padres."
Era lo que en ese momento deseaba Buenos Aires: un
vasallaje que sustituyera al de España.
Souza, agente apasionado de la política de Carlota, ene-
migo de España y de Buenos Aires y de Artigas y de la
revolución americana, invadió el territorio del Uruguay
con su ejercito pacificador, que constaba de 3.000 hom-
bres, y dos baterías montadas, el 17 de Julio de 1811.
Los sitiadores de Montevideo, ignorantes de ios manejos
de la Junta y del desaliento que en ella acababa de causar
el desastre de Huaqui, pensaban en oponerse al paso del
portugués, y en apresurar la toma de la plaza ; pedían re-
cursos á Buenos Aires ; éste prometía, pero los recursos no
llegaban. Y el portugués avanzaba, devastando el país. Las
poblaciones huían ante el invasor odiado, incendiaban sus
208
viviendas, arreaban sus ganados, hacían el vacío al conquis-
tador. Comenzaba el éxodo del pueblo oriental.
Y Elío perfeccionaba las fortificaciones, y retemplaba
á los suyos, y enviaba una escuadrilla á bombardear á Bue-
nos Aires.
El Directorio mandó entonces comisiones que tratasen
con Elío; que le revelasen, sobre todo, el objeto verdadero
de la invasión portuguesa, Pero en esos momentos llegó á
Montevideo la noticia de haber sido derrotada en Huaqui,
en el Alto Perú, la expedición que había vencido en Sui-
pacha, y todo arreglo fué rechazado. Vino, poco después,
la noticia de que las autoridades realistas habían sido de-
rrocadas en el Paraguay, donde se había formado un go-
bierno propio, dispuesto, al parecer, á entenderse con
Buenos Aires, y esa noticia quebrantó de nuevo los bríos
de los realistas montevideanos. Por fin apareció resuelto
el embajador inglés en Río Janeiro : éste formuló un ulti-
mátum; era necesario concluir con aquel tejemaneje: in-
trigas de doña Carlota, tanteos de Buenos Aires, invasio-
nes de Portugal. Y todo terminó. Retiro inmediato de los
ejércitos portugués y argentino que ocupaban la Banda
Oriental ; cesación del bloqueo de Buenos Aires ; abandono
en manos de Elío de todo el territorio oriental, y aun de
una parte del occidental; suspensión completa de hostili-
dades. Eso quería el inglés. Y eso se hizo. Elío se dispuso
á ejecutarlo.
Lo único en que no se había pensado fué en el modo de
deshacerse de ese extravagante Artigas, que allí estaba
con su mensaje en el alma, con su fe de niño bárbaro.
¡Y vaya si era el caso de pensar en eso!
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 209
El pueblo oriental había salido al encuentro del por-
tugués invasor, al que tenía la convicción de poder repeler.
Pero también en esa resistencia, Artigas se vio maniatado
por la necesidad de conservar sus buenas relaciones con
Buenos Aires : libraba sus batallas en todas partes ; las fa-
milias seguían huyendo ante aquél; el país se despoblaba.
En esa situación, el centro directivo de Buenos Aires, que
desde el 25 de Mayo de 1810 había ya sufrido dos modifi-
caciones, reveladoras de su anarquía y de su impotencia,
dejó el puesto á un triunvirato. El 25 de Setiembre se
formó éste, y en él estaba Sarratea, que volvía de Río
Janeiro: mandaba allí, por consiguiente, la influencia de
Strangford. Se envió á Montevideo, sin demora, una comi-
sión, encabezada por don José Julián Pérez, para a justar
con Elío el armisticio convenido en Río Janeiro; se im-
partieron órdenes á Rondeau, para prepararse á retirar
inmediatamente las tropas sitiadoras. Elío recibió con
gran deferencia al comisionado; Rondeau se preparó in-
mediatamente á obedecer. . .
Pero entonces apareció la entidad con que no se había
contado: el pueblo oriental. Entonces se vio que no era
posible restituir á sus hogares, bajo la protección del vi-
rrey español, á aquel pueblo, que había vencido en San
José y Las Piedras; que, buscando sinceramente su liber-
tad, se había levantado en masa y estaba resuelto á morir
si no vencía. Entonces tocó Buenos Aires el error de haber
creído que aquel territorio que estaba al otro lado del
Plata y del Uruguay, era una provincia sojuzgada por sus
armas, cuando no era eso, sino el núcleo providencial in-
contaminado de libertad que os he descrito en mis con-
ferencias anteriores. Y lo vais á ver, oh amigos artistas,
en su momento eterno. Buscaréis mármol para detener
14. Artiga».— i.
210
ese instante en la forma heroica, y no lo hallaréis bas-
tante perdurable.
En cuanto supo que de lo que se trataba era de su aban-
dono á la tiranía española y portuguesa, un escalofrío reco-
rrió las carnes de aquel pueblo. Se crisparon sus nervios ;
se hincharon sus arterias; sintió zumbar en sus oídos la
voz del vacío, y sus ojos abiertos, y encendidos en una
enorme interrogación, se clavaron en Artigas. Este bajó
los suyos, y dejó caer la cabeza sobre el pecho. Ya había
hablado con el agente de Buenos Aires, y le había dicho
"que él se negaba absolutamente á intervenir en aquellos
tratados, que consideraba inconciliables con las fatigas
del pueblo oriental."
Y quedó silencioso . . .
Pero el pueblo nó. ¡ Clamor del mar, viento del Sur que
sopla el trópico ! . . .
El pueblo pidió ser oído, y fué oído ; no podía menos de
ser oído. Rondeau convocó á una asamblea popular, á la
que concurrió Pérez, y Artigas también.
Y el pueblo clamaba : aquellos tratados no eran suyos ; no
los quería. ¡ No los quería ! . . . Si era su destino el quedar
abandonado á la tiranía de Elío y los portugueses, acep-
taba el abandono, pero no la tiranía. Quedaba otro tér-
mino hábil para aquel pueblo : la muerte.
El delegado de Buenos Aires vio una verdad encendida
como una brasa de fuego en el fondo de los ojos de aque-
llos hombres; aquel fuego no mentía. Manifestó enton-
ces que la situación del ejército sitiador era comprome-
tida que se hallaba entre dos enemigos , que se
esperase la resolución de Buenos Aires que se en-
viarían toda clase de socorros. . . .
¿ Es entonces una medida estratégica . . . ? dijo el pueblo
oriental respirando, y queriendo acaso engañarse á sí mis-
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 211
mo. ¿ Se trata sólo de luchar por la patria en otra parte . . .
lejos de las murallas. . . ?
i Pues sea ! gritó. Que se levante el sitio. Que el ejército
auxiliar se vuelva á su capital, á Buenos Aires, pues así se
le ordena. Pero el pueblo oriental se queda, se queda
armado aquí, en el campo, aunque se levante el sitio
de la ciudad ; se queda aquí, agarrado á su tierra, abra-
zado á su tierra, como á su madre, que le tiende los
brazos.
Y la gente miró á Artigas. Y Artigas, alzando al fin la
cabeza, dijo serenamente que sí, que él también se quedaba,
que él no podía ni quería abandonar á sus hermanos.
Y el pueblo, proclamando en aquel acto á Artigas Jefe
de los Orientales, protestó "no dejar la guerra en la
Banda Oriental hasta extinguir á sus opresores, ó morir
dando con su sangre el mayor triunfo á la libertad."
El delegado de Buenos Aires, convencido de que aquello
era realmente una voluntad, determinó tratar el asunto en
una conferencia con Artigas. En ella le prometió el con-
curso del gobierno central para el logro del propósito de
los orientales; le ofreció toda clase de socorros para llevar
adelante la guerra; le protestó la admiración del gobierno
hacia su pueblo.
VI
El sitio de Montevideo se levantó ; se levantó cuando la
plaza sólo tenía víveres frescos para quince días, y dos-
cientos pesos en las arcas públicas.
El ejército sitiador emprendió su marcha hacia San
José. Artigas y los tres mil orientales que lo seguían mar-
chaban resueltos; solos ó acompañados iban á combatir;
iban, pues, á vencer ; creían ver despuntar de nuevo en el
212 ARTIGAS
horizonte el sol de Las Piedras ; el armisticio no sería rati-
ficado en Buenos Aires . . .
Pero lo fué; lo fué inmediatamente, en Montevideo y
en Buenos Aires. Ese 23 de Octubre de 1811, en que se rati-
ficó el tratado, es recordado por Artigas como un día ne-
fasto, que él contrapone al 28 de Febrero, en que se dio el
Grito de Asensio, calificado por él mismo de "memorable
día de la Providencia, que no puede ser recordado sin
emoción." Los tratados lo contenían todo, todo lo triste:
reconocimiento pleno de Fernando VII y su descenden-
cia legítima; desocupación completa de la Banda Orien-
tal, hasta el Uruguay; restablecimiento exclusivo de
la autoridad de Elío. . . y todo lo demás. Y, para mayor
garantía, esa autoridad de Elío salvaba el río Uruguay : la
provincia de Entre Ríos, Arroyo de la China, Ghialeguay y
Gualeguaychú, entraban también en su dominio.
Al saber eso en San José, la indignación del pueblo
oriental cobró un carácter sombrío ; vio al ejército auxiliar
levantar el campo, y dirigirse silencioso con Rondeau á
la Colonia, donde se embarcó para Buenos Aires. Se fue-
ron con él los fugitivos orientales que pudieron hacerlo,
los más pudientes, los más afortunados: trescientas per-
sonas.
Se fueron, y el pueblo oriental, que no podía ni quería
dispersarse, se quedó solo en torno de Artigas. Éste no se
fué, oh. éste no se fué. ¡ Qué se había de ir ! . . .
( Y qué debía hacer, entonces ? . . .
{ Dirigirse, cubierta la cabeza de ceniza, á las puertas de
Montevideo — que ayer no más hacía resonar con los gol-
pes de su espada vencedora en Las Piedras — á pedir á
Elío, el dueño y señor, alguna compasión para con aquel
gentío indigente y abandonado?. . . ¿Aconsejar á éste que
fuera á reconstruir, bajo la protección del enemigo, sus
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 213
miserables casas incendiadas, y á recoger sus ganados
if.
¡Santa memoria de Artigas!. . .
Yo, que os lo he hecho mirar sólo de paso en el campo
de la batalla gloriosa, amigos artistas, quiero que miréis
ahora largamente á ese hombre angular. Aquí especial-
mente comienza á tomar el carácter original y grande
que lo distingue de todas las otras figuras coetáneas:
el de portador de una revelación ó mensaje casi sa-
grado: el de fundador de pueblos.
Cuando el pueblo sintió el frío de su abandono, una
idea, como un inmenso latido, se movió en todos los cora-
zones, y subió de ellos en un acorde de cuerdas vivas. No
consta que haya sido una idea personal de Artigas ni de
nadie; fué de otra persona que estaba en la multitud;
de la misma que, el 25 de Mayo de 1810, apareció con
su revelación en la plaza de Buenos Aires.
Y la idea palpitaba, viva como un astro: todo, menos
volver á la esclavitud.
Se resolvió abandonar el suelo de la patria, para vol-
ver por él.
Y Artigas tomó entonces á su pueblo, á todo su pueblo,
y lo cargó en sus hombros de gigante. Y dijo ¡vamos!
Y se lo llevó á cuestas al través de la patria oriental.
Y al través de los enemigos que la invadían. Y que
segían avanzando hacia Montevideo, mientras las fami-
lias campesinas inermes huían ante el invasor, como un
rebaño, y afluían á la sombra del profeta.
Y Artigas cruzó con su preciosa carga el patrio río
Uruguay.
Y la banda migratoria de los héroes fué á posarse allá,
del otro lado del caudaloso río, en el arroyo del Ayuí,
en la provincia de Entre Ríos.
214
Y los héroes eran mujeres, y eran niños, y eran viejos,
muy viejos algunos. Y eran soldados, y eran familias, la
misma familia de Artigas, sus ancianos padres, su her-
mana primogénita doña Martina.
Y eran indios semi-salvajes, y eran proceres, Suárez,
Barreiro, Bauza, Monterroso. Y eran los franciscanos ex-
pulsados de Montevideo por amigos de los matreros ....
y era Artigas.
La población del Uruguay quedó reducida á la tercera
parte ; á menos de la quinta parte de sus moradores, decía
el gobernador español.
Porque es preciso saber que el gobernador de Montevideo,
como represalia de la batalla de Las Piedras, ordenó, una
vez establecido el asedio por el vencedor, que fueran arro-
jadas de la ciudad sitiada las familias de todos los pa-
triotas en armas. Y fueron arrancadas de sus casas, y
echadas al campo, y dejadas en una noche gélida de in-
vierno, junto al foso de las murallas, sin llevar otra cosa
que lo puesto: ni ropas, ni abrigos, ni enseres, ni recurso
alguno. Vanas fueron las reclamaciones de Artigas, en
nombre de la humanidad. La larga procesión de señoras
y niños y viejos traspuso, volviendo atemorizada la ca-
beza, las puertas de la ciudadela, que se cerraron tras ella,
y cruzó el campo desierto, y se acogió al campamento de
los sitiadores.
Y ahí van ahora esas familias, incorporadas á la grande
caravana.
Las gentes de los campos que huían desde el Sur ante
el invasor portugués, que todo lo arrasaba, se incorporaban
al núcleo caminante. Y lo engrosaban las que venían del
Norte y del Oeste. Y como los arroyos van al río, y el río
va hacia el mar, por todos los caminos se veían venir las
pobres caravanas: una carreta conducida por una mujer.
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 215
cubierta con un poncho, que allí lleva el grupo de sus hijos
desnudos, todo cuanto le quedaba en el mundo-, un viejo
que, montado en su caballo transido, golpea en vano con
los talones los hi jares del animal ; un grupo de gente sobre-
saltada que camina á pie, que cruza anhelante y exhausta
los campos sin sendas, que busca rumbo mirando las leja-
nías impasibles y mudas ; una tropa de ganado arreada por
sus dueños ; y otra tropa más allá ; y un rebaño de ovejas
conducido por un muchacho; y otra carreta destechada,
seguida de un grupo de perros, los fieles amigos de los
niños fugitivos ; y otro de jinetes, que miran los horizontes
sobre las colinas solitarias, por ver si se aproxima el in-
vasor
Todos se acogen á Artigas; todos quieren ir á su lado,
seguirlo adonde quiera que vaya.
T en las lomas, ó allá en los bajos, humeaban de trecho en
trecho, á largas distancias, las viviendas abandonadas, el
rancho de barro y paja incendiado por sus dueños, ó las
sementeras, que nadie recogerá. El sol alumbraba la sole-
dad; las noches parecían dobles al envolver el suelo del
Uruguay. El ombú, el guardián solitario de las ruinas,
quedaba pensativo sobre las cumbres ; los ganados innume-
rables, yeguadas, millares de vacas multicolores, ovejas
blancas, manchaban los declives de las colinas, las orillas de
los arroyos; el terutero gritaba en los aires; el avestruz y
el venado dominaban la tierra; la cigüeña se alzaba del
juncal, y era señora del cielo azul. . . . Sólo faltaba el
hombre.
Mirad un cuadro auténtico entre mil : el general portu-
gués invasor comunica su impresión al ministro en Río
Janeiro. "Llegué á la villa de Paysandú. dice; sólo en-
contré allí dos indios viejos. Todo este pueblo es de Ar-
tigas. ' ' Imaginaos, amigos artistas, esos dos indios viejos
216 ARTIGAS
sentados en la soledad. El cuadro es sencillo, pero intenso :
hace inclinar la cabeza. No sé si tiene cierta paradógica
analogía con el de aquellos augures de barba blanca que
estaban sentados, inmóviles, en los pórticos de Roma aban-
donada; los bárbaros invasores los creyeron estatuas, sím-
bolos; se apearon de sus potros, se acercaron; tocaron las
barbas de los viejos. Los augures, irritados por aquella
profanación, golpearon á los bárbaros con los báculos. Los
invasores no se atrevieron á matarlos. ¡ Esos dos indios
viejos de Paysandú! ¿No les halláis algo de pájaros augú-
rales, lechuzas ó ratones, ó lagartos de sepulcro?
El cuerpo de la patria oriental ha quedado inmóvil,
como el de una muerta desnuda; sus ojos no brillan, su
pulso no late. Pero su alma no ha dejado la tierra. ¡ Oh
viejo augur, pensativo Artigas, alma peregrinante de la
muerta !
El Gobierno de Buenos Aires, al suscribir el tratado de
Octubre, se dio cuenta de la responsabilidad en que incu-
rría al abandonar aquel pueblo, después de haberlo inci-
tado al levantamiento heroico; pero nunca se imaginó lo
que iba á suceder; estaba asombrado al verlo. Nombró á
Artigas — como si ya no lo fuera — jefe principal del
ejército en armas, y de las familias que abandonaban el
país; dejó á sus órdenes el cuerpo veterano de Blanden-
gues y ocho piezas de artillería; lo designó Gobernador
del territorio de Misiones, con residencia en Yapeyú ; en
todas sus comunicaciones comenzó á llamarlo espontánea-
mente General Artigas; lanzó un manifiesto de admira-
ción hacia el pueblo que lo seguía.
' ' Pueblo y conciudadanos de la Banda Oriental ' ' —
decía la Junta al publicar el tratado con Elío — " la Pa-
tria os es deudora de los días de gloria que más la honran.
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 217
Sacrificios de toda especie, y una constancia á toda
prueba, harán vuestro elogio eterno. La Patria exige en
estos momentos el sacrificio de vuestros deseos . . . . "
VII
¡El pueblo, y los ciudadanos de la Banda Oriental!
Ningún momento más oportuno que el actual, mis ami-
gos artistas, para que conozcáis y veáis lo que es eso, el
pueblo de la Banda Oriental, de quien tan deudora se re-
conoce, y no sin causa, por cierto, la Patria toda argen-
tina. Nada más propicio, para formar su esquema demo-
gráfico, que sorprender y fijar con energía la mancha de
color que nos ofrece la multitud que camina en pos de Ar-
tigas. Ahí va todo: tipos, indumentaria, enseres; razas,
caracteres, costumbres, estado social; familias, soldados,
proceres, muchedumbres anónimas, animales; líneas, colo-
res, expresión, movimiento, vida colectiva; toda la gama,
toda la lira. Con verlo, sabréis más que estudiando mu-
chos libros de estadística.
Distinguid las tres razas que formaban nuestra escasa
población ; ahí van. La blanca ó europea, la superior, des-
tinada á prevalecer, tiene su exponente en Artigas mismo,
en sus padres y hermanos, en sus acompañantes inmedia-
tos. Suárez, Barreiro, Lamas, Monterroso, Anaya, Rivera,
Lavalleja, Otorgues, Bauza; en las familias salidas de
Montevideo, en los campesinos altivos, de barbas y cabe-
llos negros ó rubios, de ojos horizontales, de tez curtida
por el sol, pero irrigada por limpia sangre caucásica, que
se ven en la multitud, mezclados á otros tipos lampiños,
color de cobre, de pómulos salientes y frente estrecha, de
ojos pequeños y casi oblicuos, de cabellos rígidos y ne-
gros, de mirar hosco, huraño
218
Aquellos son los hijos de los hidalgos conquistadores,
los criollos. Los otros denuncian la segunda raza; son los
indios aborígenes conquistados, la desgraciada estirpe
extinguida que fué dueña de esta tierra.
Esas dos razas no se odiaron aquí á muerte, como en la
América inglesa; muchos indios permanecieron salvajes
y fueron devorados por el desierto; pero no pocos se re-
dujeron á la civilización. Y la mujer indígena fué la com-
pañera del hombre blanco; encendió el fuego del hogar
campesino. Y ahí van los mestizos que nacieron al calor
de ese fogón. En unos predominan los rasgos antropoló-
gicos europeos ; en la mayor parte los americanos : la ma-
terna sangre indígena enciende miradas negras aun en el
fondo de ojos azules ; el medio es el -aliado de la raza que
él mismo forma, y conforma, y defiende por regresión
atávica.
Observad, por fin, mis amigos, los tipos de la tercera
estirpe, de la etiópica; ved esos pobres negros que pasan
mezclados á los demás jinetes, ó como servidores de las
familias; el blanco de los ojos y el marfil de los dientes
brillan en la piel negra y en las bocas pulposas ; el apre-
tado y crespo vellón de los cabellos redondea las cabezas
de hierro forjado ; en la masa oscura de la carne, clarean
las palmas casi blancas de las manos. Esos no son hom-
bres de esta tierra; fueron arrancados á su sol africano,
é importados como esclavos. Se les pudo robar la libertad :
pero no el privilegio de ser hombres, y también héroes,
seres de nuestra especie, hermanos de los ladrones que
los trajeron. Y padres ó madres de los hijos de éstos ; tam-
bién padres y madres. La sangre africana se fundió con la
europea y con la americana. Todos los matices del hibri-
dismo antropológico, van, pues, en esa masa que con el
nombre de pueblo oriental, camina en torno de Artigas.
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 219
Y todos ellos reclaman su puesto en la apoteosis del
ciclo heroico.
Bien es verdad que ese cuadro se ha borrado en el
tiempo; la gota aquella de sangre indígena ó africana,
mucho más escasa en el Uruguay que en los otros pue-
blos americanos, se ha diluido ya, y casi perdido, en el
aluvión de sangre caucásica que ha inundado nuestra tie-
rra; pero el pasado no obra menos que el porvenir sobre
el presente; lo que fué, es; como es lo que será. ¡El
pasado ! ¿ Acaso es otra cosa que un presente que está
en segundo término? El pasado no está detrás de nos-
otros, como suele creerse, sino delante ; lo que ha muerto
nos precede, no nos sigue.
La gloria, de quien sois sacerdotes, amigos artistas, es
la dominadora del tiempo, el eterno presente. Mirad, pues,
con intensidad, ese pueblo que va pasando al través de
los caminos, cruzando ríos, atravesando bosques. Lo ve-
réis envuelto en una nube enorme de polvo, llena de rui-
dos, que pasa al ras del suelo, siguiendo lentamente las
ondulaciones de las colinas; la punta ó la cabeza pene-
tra en el monte que franjea el río ; reaparece del otro
lado, sobre la loma opuesta, mientras la multitud se
arremolina en el vado, y la larga cola va descendiendo
á él, desde el lejano horizonte en que se pierde.
Y tramonta nuevas colinas, y atraviesa nuevas selvas,
y vadea nuevos ríos.
La marcha es penosa y lenta, por lo complejo de los
órganos locomotivos; unos van á caballo, otros á pie, los
otros en vehículos más ó menos groseros : carros destecha-
dos ó cubiertos de cuero, rastras tiradas por caballos, acé-
milas cargadas. Una estridente sinfonía de voces y ruidos
sale de aquello: la carreta primitiva se mueve oscilante,
dando tumbos y crugiendo; parece que, con sus ejes de'
220
madera, y sus ruedas macizas, se queja dolorida, larga-
mente, de la dura tracción de los bueyes. En sus convul-
siones, sacude todo cuanto lleva dentro, hombres y cosas;
en ellas van los mejor parados: las familias expulsadas
de Montevideo, los viejos y los niños, los rendidos por
el cansancio, los enfermos. Los conductores á caballo
clavan sus largas picanas en los lomos de las bestias,
cuatro, seis, ocho bueyes, y las azuzan con gritos. Los
pelotones de ganado salvaje, novillos, vacas, caballos,
carneros, que mugen, balan, entrechocan los cuernos con
ruido de granizo, ó hacen retemblar el suelo bajo el
martillo de los cascos innumerables, pasan arreados
por jinetes que galopan, que cierran la huida á los que
amagan dispersión, reincorporan á los dispersos, empu-
jan hacia un paso difícil á los que se resisten y arremo-
linan. Los perros acosan al ganado, ladrando. Los mucha-
chos, negros, blancos, cobrizos, alternan con los hombres
y con los perros en la faena; se ven jinetes de diez años,
y aún de menos, casi tan desnudos como el potro que mon-
tan y rigen con destreza; cachorros de centauro alado.
Van también mujeres á caballo con sus hijos en brazos ; y
mujeres armadas de lanza, con sombrero en la cabeza y cu-
biertas con el poncho ó capa americana: una tela con un
agujero en el centro, que se introduce por la cabeza, y cae
en largos y graciosos pliegues, desde los hombros hasta el
anca del caballo. Los hombres visten como pueden ; se cu-
bren á medias: una vincha ó lienzo blanco atado á la
frente, les retiene los cabellos como un vendaje, que les
da un aspecto de fieros convalescientes ; una camisa de
lienzo les cubre el cuerpo; un pedazo de jerga ó de ba-
yeta de color, ceñido á la cintura, el chiripá, les en-
vuelve los muslos, dejando libres las piernas, desnudas,
ó defendidas por una especie de guante de piel de ca-
LAS PIEDKAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 221
bailo sobada, la bota de potro, que no envuelva los dedos
agarrados al estribo; en la cintura llevan ceñidas las
boleadoras, y atravesado á la espalda el cuchillo. Un
viejo con un niño en brazos y una mujer á la grupa ; jine-
tes con el caballo de tiro ó de repuesto; cargueros ó ani-
males en cuyos lomos se amontonan los utensilios que se
han podido salvar : ropas, monturas, trevejos ; destacamen-
tos de gente armada de lanzas, de sables ó trabucos, ó fu-
siles de formas varias; los escuadrones de Blandengues;
las 8 piezas de artillería; nuevas carretas, tambaleantes y
quejumbrosas... todo camina lentamente, camina hacia
el Norte. Los días caniculares, con su viento soplado por
el trópico, tostaron los átomos de aquella sofocante pol-
vareda ; las noches tempestuosas, llenas de pánicos flotan-
tes, se aparecieron en el camino; las lluvias torrenciales
de Noviembre y Diciembre inundaron la caravana sin am-
paro, empaparon las ropas, los enseres, desbordaron los
ríos que se presentaban invadeables, campo afuera. Se
esperaba entonces á que las aguas bajaran lo suficiente
para dar paso. Y caía la multitud al vado: un declive
cenagoso entre los árboles; una corriente profunda; una
barranca salvaje del otro lado. Descendían las carretas
por la pendiente resbaladiza y áspera, sostenidas por lar-
gos maneadores ó cuerdas de cuero trenzado, para evitar
el derrumbe, y tiradas, desde la orilla opuesta, por otros
jinetes, en previsión de un estancamiento de los bueyes
en medio de la corriente. Y la carreta descendía, se hun-
día en el fango, en el agua, se tumbaba ó nó, trepaba
por fin tambaleante la barranca, entre los gritos de
los arrieros y los clamores de las mujeres.
Las penurias de aquellas jornadas fueron muy grandes.
Muchos murieron por el camino ; las cruces que quedaban
solitarias detrás de la caravana, marcaban la sepultura
222
de los rezagados para siempre; también nacieron niños
en las carretas ambulantes ó debajo de ellas, y comenzaron
á mamar á caballo. Pero la muerte y el dolor no engendra-
ban desaliento; la tradición nos ha transmitido fielmente
el espíritu que, como el dios propicio en los poemas homé-
ricos, descendía sobre aquella multitud, la fe en Artigas,
que era en ella entusiasmo y fortaleza. ¡ Oh, la buena pri-
mera patria peregrinante! Se la ve hacer alto, tras los
días de fatiga y sufrimiento, en la margen montuosa de
algún arroyo, y se piensa en los cantos de Ossian, en los
sacrificios de Ulises ó Eneas á los dioses inmortales, ó á
las divinidades tutelares de la raza.
El cuadro es homérico.
Se han desuncido los bueyes, desensillado los caballos,
que pastan atados en estacas ó en las matas de flechilla
bien arraigadas ; se . han enlazado y abatido los novillos
que han de comerse, encendido los fogones. Estos llamean
entre el humo, bajo los árboles, junto á las carretas, en
la orilla del arroyo, en una extensión de dos leguas: loa
costillares de la res salvaje ó los trozos de carne extraídos
con el cuero, se asan á fuego lento, ensartados en los asa-
dores de hierro ó en ramas aguzadas, y clavados en el
suelo; en las calderas hierve el agua; las familias, servi-
das por negrillos ó indiecitos ó chinas, toman mate, la in-
fusión de yerba que suministra todo el alimento vegetal;
los hombres cortan con los cuchillos los trozos de carne
que primero se asan ; los bueyes rumian lentamente, echa-
dos en la loma; las caballadas pacen dispersas; los teru-
teros gritan en el aire; el olor del zorrino, mezclado al
humo de los fogones flota en el ambiente ; del suelo sube el
fresco olor de los pastos húmedos. La multitud siente el
consuelo de la tarde declinante, y ve encenderse las es-
trellas, entre los copos de pequeñas nubes ó en las solé-
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 223
dades celestes, de las que descienden, como lluvias, los
silencios. Y en algunos fogones se oyen punteos de gui-
tarra ... y algún canto de voz humana, triste como un
quejido. Y todo se duerme, por fin. Yo miro, mis artistas.
á esa patria peregrinante, dormida á la luz de las conste-
laciones amigas. El cuadro es sagrado ; la Cruz del Sud
resplandece amable en un extremo del cielo; el alfa del
Centauro, Sirius y Canope y Orion, con sus Tres Marías,
en el cénit; Venus declina, como un cirio bendito, en el
horizonte del Norte, sobre la última colina.
Algunos hombres rondan el ganado, custodian las ca-
balladas en previsión de alguno de esos pánicos nocturnos
de las bestias, que las convierten en avalanchas espanto-
sas. En el remanso del río, iluminado por la luna, los ji-
netes que pasan detienen sus caballos para que beban;
uno que otro pájaro nocturno grita, de vez en cuando, en
el silencio del bosque lleno de sombras; los centinelas ve-
lan, esperando la aurora, con el caballo de la rienda,
ó con los brazos sobre el recado y la cabeza entre los
brazos ....
Pero el que vela día y noche, y está en todas partes, es
Artigas. Todos lo ven, todos lo oyen. Artigas casi no
duerme; es el espíritu de las horas. Aparece casi impen-
sadamente en todas partes: en medio á las faenas, en el
vivac de los soldados, en el rodeo, en el fogón de las fa-
milias; tiene para el campesino una fiera palabra criolla
de aliento, una amable de consuelo para las señoras ame-
drentadas, para los enfermos; ofrece un pedazo del chu-
rrasco 6 carne asada que él come, á los que van á verlo
á su tienda de ramas; acepta el mate que le ofrecen en
los diferentes fogones á que llega. Todos le llaman " mi
General *'. El está á caballo antes de brillar el lucero;
antes de que suenen los clarines el toque de aurora ; antes
224
de que el crugir de las carretas, y las voces del rodeo, y
el grito de los teruteros, y el canto de los venteveos y las
calandrias, despierten la multitud para reemprender la
jornada.
Él era el baqueano, el conocedor del terreno y del rumbo,
al mismo tiempo que el pensador; sabía cómo debía un-
cirse una carreta, evitarse el peligro en un paso difícil,
enfrenarse un potro, enlazarse ó desgarretarse un novillo,
repararse la cureña de un cañón; él era, por fin, quien
primero trepaba las colinas más lejanas, y, desde la al-
tura, observaba los horizontes, como rastreando al ene-
migo con la mirada.
Porque es preciso no olvidar que los portugueses, que
habían invadido el territorio oriental, so pretexto de au-
xiliar á los españoles, lejos de acatar el armisticio de que
hablamos, celebrado con Buenos Aires, continuaban en la
posesión de la tierra, y salían al paso de aquel pueblo que,
como una selva que arrastra sus raíces, se ponía en salvo
con Artigas, llevando el Arca de la Alianza, la ley del
Sinaí, el maná sagrado. El caudillo formaba el cuadro
protector con sus soldados veteranos, con sus blandengues,
su artillería. Y lanzaba contra el agresor injusto, por su
frente, por sus flancos, por su retaguardia, sus pelotones
de gauchos, que, luchando y muriendo, despejaban el ca-
mino, arrojando al portugués; lo desalojaron de Merce-
des, Concepción, Salto, Belén, Curuzú Cuatiá, Mandisoví.
¡ Los gauchos ! He aquí, mis amigos artistas, que se nos
presenta el hombre representativo : el gaucho. Os debo
hacer sentir con grande intensidad esa figura, porque es
nuestro tipo homérico.
El gaucho fué, con los potros, y los toros, y los aves
na
K¡
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LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 225
troces, el habitador de nuestros campos ilimitados, sin
más fruto que el espontáneo de esos ganados innumera-
bles, ni más vivienda humana que el rancho aislado en
el desierto. No es la raza lo que lo distingue : lo mismo es
el hombre caucásico de barba negra, que el hijo engen-
drado por él en la mujer india que comparte la soledad
de su choza de tierra y techo pajizo. Tampoco es la posi-
ción social; si bien es pobre, se le concibe propietario de
campos y ganados, sin perder por eso su carácter. Lo que
imprime al gaucho su sello es el medio, el momento histó-
rico, el método de vida. Es el hombre andante, el que,
como personero nuestro, tomó posesión real de nuestra
tierra; es el cazador de ganados en los campos abiertos,
sin más arma que las boleadoras, serpiente alada de tres
cabezas, que se agarra como un grillo á las patas del ani-
mal. Caza caballos salvajes, que monta á medio domar;
sobre el lomo de éste, caza el toro montaraz, la vaca y el
novillo, á los que detiene de los cuernos con su lazo, y
abate y desuella y despedaza con su cuchillo. El acto de
apropiación del ganado por el hombre se reduce á traerlo
á rodeo, es decir, á rodear al galope trozos de millares
de reses, á fin de separarlas de la gran masa sin dueño,
é impedir su dispersión en la extensión ilimitada, ó su
refugio en el bosque.
El gaucho pertenece á la tierra por intermedio de su ca-
ballo, que modifica hasta la estructura de sus órganos:
le levanta los hombros, le encorva las espaldas, le arquea
las piernas, le regula los movimientos. Como se ven las
alas en el pájaro que camina, se percibe el caballo en el
gancho que anda á pie. La nómade faena determina, por
otra parte, la índole de sus ideas, las imágenes de su fan-
tasía, su vocabulario, los giros de su lengua, los temas
únicos de su conversación; le imprime el instinto de li-
15. Artigas.— r.
226
bertad, le limita las necesidades, le determina la indus-
tria. Ésta se reduce á levantar y quinchar ó techar con
paja el rancho de tierra cruda, á fabricar los aperos ó
arneses rústicos del caballo, á estaquear ó estirar las pie-
les secadas al sol, á trenzar las largas túrdigas de cuero
del lazo, ó las cuerdas de las boleadoras, á coser con tien-
tos la vaina del cuchillo, á cortar las caronas de suela, ó
sobar las pieles de carnero ó cojinillos que cubrirán la
montura, ó las de yegua que le envolverán las piernas.
Cuando el gaucho no está á caballo, no hace nada, gene-
ralmente. ¿Y qué ha de hacer? Toma mate, junto al fogón,
toca la guitarra, juega á la taba, el dado primitivo, for-
mado por una choquezuela de vaca, que da ó quita la suerte
según caiga en un sentido ó en otro.
Con esos elementos, fácil es determinar la pasión domi-
nante ó el motor de esa ambulante vida. El hombre se une
á la mujer por amor, sólo por amor; conquista su corazón
con la ostentación de su destreza, de su valor, de su capa-
cidad para grandes hazañas. Os imaginaréis los trágicos
idilios de esos amores nómades. Se oyen punteos de gui-
tarra y choques de puñal. El hogar así formado no rete-
nía al hombre ; éste lo arrastraba, más bien, consigo,
como lo vemos en el éxodo. La mujer sigue al soldado
cuando es posible ; es la cantinera gaucha, y llega tam-
bién á ser combatiente : ya la hemos visto armada entre
la muchedumbre. Cuando no puede seguir, se queda
con sus hijos en el rancho abandonado, á la luz de las
estrellas; muere con ellos de miseria, mientras el padre
muere voluntario por la patria.
¡ El pobre gaucho !
En el cuadro heroico que estamos trazando, en el éxodo
del Pueblo Oriental, ese hombre es todo: él es el que
arrea y carnea los ganados, y asa la carne, y la distribuye
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 227
á la muchedumbre hambrienta; es el que conduce las ca-
balladas, y se arroja á nado en los pasos profundos, y
construye las chozas ó enramadas con las horquetas del
monte, para que en ellas se asile el grupo de las familias
patricias, nuestras abuelas, que vieron en ese hombre, en
el buen gaucho, en el buen paisano, al amigo, al pode-
roso amigo; es el que queda aplastado bajo el potro que
rueda; el que cae atravesado por la lanza enemiga, y
degollado al caer ; el que muere, luchando con el cuchillo,
dentro del cuadro enemigo en que cayó desmontado en
la carga homérica, como un pájaro herido en las alas
Todos esos que veis en el éxodo, mis amigos, todos esos
van á morir así; morirán por la patria que no verán, y
á la que nada pedirán por su sangre
"Si Esparta hubiera combatido en Maratón, dice Paul
de Saint Víctor, hubiera entregado á los cuervos los cuer-
pos de los ilotas muertos en sus filas. La noble Atenas
concedió una tumba de honor á los esclavos que perecieron
por su libertad."
El gaucho americano, amigos míos, tendrá su tumba,
más grande que la de Atenas, ó no merecemos tenerla
nosotros.
Él no fué la civilización, es cierto; pero jamás recono-
ceré como hombre de juicio á quien no vea en él otra cosa
que la barbarie. Oh, nó : nuestro gaucho no es el bárbaro,
el destructor exótico ; mucho menos el ilota, la carne para
cuervos. Él es nuestro hombre, el hombre nuevo, el ger-
men de la nueva patria americana, que, si tiene un rasgo
diferencial, es ese precisamente : el no haber tenido, por
fundamento sociológico, ni . el bárbaro, ni el siervo, sino
el gaucho libre, la célula de su democracia ingénita.
Ese hijo de la naturaleza, con ser un primitivo, un in-
consciente, no fué la plebe antigua, el siervo de la gleba
poseído por la tierra ; no fué el vasallo que debía tributo
á su señor. Sus defectos, porque no pudo menos de tener-
los, fueron los inherentes á su excelsa cualidad. Seguirá
al caudillo ; pero no como la mesnada á los ricos-hombres
ó señores feudales; no porque le da pan, ó librea con es-
cudo señorial, sino porque ofrece un empleo á su prurito
de libertad, y hasta le hace sentir la dignidad de una
vaga misión surgente en su nebulosa subconciencia. Y
es en esta subconciencia de los pueblos, donde, como las
semillas en el misterio de la tierra, germinan las apa-
riciones de la historia.
El gaucho vio en Artigas un ser superior, pero de su
especie, carne de su carne; él bien comprendió que Arti-
gas lo amaba sinceramente; sintió la diferencia entre ese
hombre y los que, no teniendo con el campesino americano
otro vínculo que el del menosprecio, lo reniegan, para no
contaminarse, después de utilizarlo. Ese y no otro es el
secreto del culto profesado á Artigas por el gaucho: el
vínculo de amor, alma de todo lo que se engendra, espí-
ritu del universo. En los tiempos primitivos lo hubieran
adorado como á un dios. Los Prometeo, los Odino, los
semidioses del Norte, no fueron otra cosa: benefactores
del hombre, raptores del fuego de Zeus para los morta-
les; genios ó divinidades protectoras de la estirpe des-
amparada.
Os lo repito, amigos: todos esos que veis, todos esos
esforzados gauchos, van á quedar muertos en el campo.
Pero sus cuerpos no serán alimento de los cuervos ; ten-
drán tumba en esta patria, y no de esclavos.
No otra cosa es el monumento de Artigas, que os manda
alzar la patria de aquellos gauchos. Ser un homérida,
aunque sea el último, es bella cosa, dice Goethe en un
verso célebre. Nosotros lo seremos de esa legión de com-
EL (iRITO DE ASEXSIO
Er. TÍKK..E Imi'kks.-na!, Estatua dé) lioceto de Felipe Mental!.
Proyecto de monumento para la lindad de Mercedes
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 229
batientes que camina con el profeta ; ella fué la primera
guardia noble de la patria recién nacida; ella acompañó
sus primeros desamparos ; le dio á mamar su sangre, como
la hembra del tigre da su leche ; ella, la pobre turba cam-
pesina, ha continuado esa lactancia de fiera hasta ago-
tarse; se va hundiendo en la nada, sustituida por otros
hombres, mientras la patria crece nutrida de anónimos
heroísmos, de heroísmos gauchos.
Hoy, al ascender Artigas en la historia heroica, sale
con él, por la puerta de las visiones estéticas, esa su pri-
mitiva guardia noble, vestida de sus harapos. Glorificado
y transfigurado por la muerte, aparece aquel hijo ambu-
lante y sin codicias de la soledad y del desierto, pan ácimo
de sangre que comió nuestra victoria, y vino nuevo que
bebió para ser diosa; soldado, holocausto, caballero, des-
nudo y altivo cortesano del rey futuro.
Yo quiero que sintáis, y que améis, y que saludéis con-
migo, mis bravos artistas, á ese pobre gaucho de mi tierra.
Si es cierto que se va; si ya se ha ido para siempre, que
los últimos que queden contemplen la resurrección en
bronce de su raza. Que escuchen mi despedida; que me
oigan á mí, el rapsoda, el homérida, que quiero inocu-
laros, amigos míos, todo mi amor á esa figura de otros
tiempos; á mí, pobre soldado de la aurora, que rinde
el tributo de la Patria á aquel héroe misterioso de la
sombra.
Aloi, soldat de l' aurore,
A ioi, héros de Vomore.
230 ARTIGAS
VIII
El tratado de Octubre había sido celebrado de mala fe
por todos: españoles, portugueses, bonaerenses; por to-
dos. Ni los españoles de Montevideo, realistas empecina-
dos, estaban dispuestos á dejar de considerar como reos
de lesa majestad á los americanos, ni doña Carlota, que
protestaba contra el armisticio, abandonaba su ilusión de
ser reina del Plata, ni Portugal renunciaba á su ensueño
secular, ni Buenos Aires decía verdad ni mentira al pro-
clamar á Fernando VII, ó á Carlos IV, si era Carlos IV,
como decía Kivadavia, y no Fernando VII, como decían
los otros, el rey legítimo proclamado.
Lo único que allí había de sinceridad plena era aquel
hombre que, buscando libertad, cruzaba con su indigente
pueblo las colinas de su tierra. Él, y su errante caravana,
eran la sola intrínseca realidad, la sola simiente viva.
La caravana llegó, por fin, al sitio en que debía cru-
zarse la anchura del Uruguay, para dejar la patria. Y allí
lo cruzaron lentamente; los hombres á nado ó agarrados
á la crin ó á la cola de los caballos ; las familias en hom-
bros, ó en balsas ó en pelotas de cuero. Se echaron al agua
las caballadas, los ganados; se pasó todo cuanto se pudo;
el resto quedó amontonado de este lado del río. Cruzaron
el cauce las familias primeramente; las tropas después,
Artigas, por fin, con su estado mayor. Muchos años des-
pués, el sabio Saint Hilaire, pasaba por aquellos parajes.
Los habitantes de la comarca le señalaban el sitio por donde
Artigas había cruzado el Uruguay con su pueblo; se lo
mostraban como un lugar sagrado. ¡Por aquí pasó! le
decían los pocos habitadores de la comarca desierta.
De allí, antes del paso, se dirigió Artigas al gobierno
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 231
del Paraguay; le narró todo lo acaecido en una nota me-
morable: el nacer de la patria oriental, el levantamiento
espontáneo del pueblo, sus abnegaciones y heroísmos; le
mostró al enemigo portugués, como el peligro común á
orientales y paraguayos; le propuso la alianza de ambos
pueblos.
Esa nota, del 7 de Diciembre de 1811, mis amigos, es
nuestro primer rescripto de emancipación; todo el pro-
f ético pensamiento de Artigas está consignado en ella;
caducidad de toda dinastía, de toda corona; independen-
cia democrática de todo el virreinato; y, dentro de ella,
independencia de la Provincia Oriental, aliada ó confe-
derada con sus hermanas; expulsión de todo poder ex-
tranjero.
''Cuando las revoluciones políticas, dice Artigas en esa
memorable nota, han reanimado los espíritus abatidos por
el poder arbitrario, temerosos los ciudadanos de caer de
nuevo en la tiranía, aspiran á concentrar la fuerza y la
razón en un gobierno inmediato, que pueda, con menos
dificultades, conservar ilesos sus derechos."
"La sabia naturaleza ha señalado los límites de los
estados. La Banda Oriental tiene los suyos. Ésta es la
aliada, la hermana de Buenos Aires. Los orientales han
jurado un odio irreconciliable á toda clase de tiranía ; han
jurado no dejar sus armas, mientras todo extranjero no
evacué el país "
Esa es la primera Declaratoria de Independencia del
Río de la Plata ; la primera de la Independencia Oriental
al mismo tiempo. Cuando conozcáis, mis amigos, la histo-
ria del Plata; los escepticismos, los desfallecimientos,
las negaciones de los hombres; cuando sepáis que, diez
años después de esto, los primaces de la revolución, toda-
vía negarán al pueblo americano todo poder para ser
232
germen de vida nueva, y trabajarán por la monarquía
europea, entonces os daréis cuenta de lo que es esta
Visión del porvenir, que conduce á Artigas de la mano.
Todo cuanto hagamos en adelante, en sentido de inde-
pendencia, no será otra cosa que la reproducción, la soli-
dificación en el caos, de esa primera y última palabra de
este vidente obstinado.
Y dice Jehovah al profeta bíblico: Tibi dabo frontem
duriorem frontibus eorum.
Y te daré una frente más dura que sus frentes.
IX
Artigas, poseído por el espíritu, está, por fin, del otro
lado del Uruguay, entre las palmeras, algarrobos y que-
brachos de los bosques de Concordia: en el Campamento
del Ayuí. El patriarca y su pueblo permanecerán allí ca-
torce meses, después de los cuales regresarán á la patria
por el mismo camino que llevaron, y conducidos por la
misma visión.
El cuadro que ofrecía ese Campamento del Ayuí, espe-
cie de enjambre volador posado en un árbol del camino,
no puede menos de llamar la atención. Pensad, primera-
mente, en que diez y seis mil personas era mucha gente en
aquella época; mucha gente, os lo aseguro. Meditad
especialmente en el carácter sociológico de esa muche-
dumbre.
El agente confidencial que el gobierno del Paraguay
envía entonces á Artigas describe aquello en cuatro pala-
bras: "Toda la costa del Uruguay, dice, está poblada
de familias que salieron de Montevideo, unas bajo las ca-
rretas, otras bajo los árboles, y todos á la inclemencia
LAS PIEDRAS T EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 233
del tiempo; pero con tanta conformidad y gusto, que
causa admiración y da ejemplo."
Con los elementos que ya poseéis, podéis desarrollar ese
cuadro. Allí se permaneció todo el verano de 1811, el
crudo invierno de 1812, y el nuevo verano que precedió
á 1813. Todo lo que hemos visto en el viaje se ofrece aquí
en una nueva interesantísima actitud. Las familias ocu-
paban el primer plano; los soldados tenían sus cuarteles,
y hacían ejercicios militares; como escaseaban las armas,
los soldados de infantería se adiestraban con palos á
guisa de fusiles; los de caballería fabricaban sus lanzas.
Todos obedecían á sus jefes, Rivera, Lavalleja, Manuel
Francisco Artigas, Otorgues, Blas Basualdo, Ojeda. Los
indios acampaban á lo lejos en sus aduares.
Aquel campamento, colonia, colmena, ó como queráis
llamarle, ocupaba una extensión de varias leguas; bajo
los árboles, en las carretas, en chozas de paja y barro, vi-
vía el pueblo oriental. Una choza, mayor que las demás,
era el templo, en que los sacerdotes celebraban los divi-
nos oficios ante la multitud; delante de ella, se alzaba
una horqueta de madera de la que colgaba una campana,
cuyas voces se unían á las lejanas de los clarines, en la
aurora, á medio día, al caer la tarde. El Ángelus aquél
tenía también su melodía, su original melodía. Yo, por
mi parte, le encuentro insuperable belleza. La vida fué
de labor, de angustias, de miserias; faltaba abrigo en in-
vierno; escaseaban los alimentos; hubo allí hambre, des-
nudez, desamparo. Pero un principio ordenador circu-
laba por aquel organismo de nueva especie, y le conservó,
sin el más mínimo quebranto, su cohesión vital y el ca-
rácter de sociedad civilizada. Allí se protegía el derecho ;
se administraba justicia; se hacía caridad.
Para daros una idea del orden que allí supo inocular
234
Artigas, quiero que conozcáis el bando que pregonó, al
aplicar la pena de muerte á dos delincuentes debidamente
juzgados, en el comienzo de aquella emigración.
Dice así:
"Si aún queda alguno mezclado entre vosotros que no
abrigue sentimientos de honor, patriotismo y humanidad,
que huya lejos del ejército que deshonra, y en el que será,
de hoy más, escrupulosamente perseguido. Que tiemblen,
pues, los malvados, y que estén todos persuadidos de que
la inflexible vara de la justicia, puesta en mi mano, cas-
tigará los excesos en la persona en que se encuentren.
Nadie será exceptuado, y en cualquiera, sin distinción
alguna, se repetirá la triste escena que se va á presentar
al pueblo, para temible escarmiento y vergüenza de los
malvados, satisfacción de la justicia, y seguridad de los
buenos militares y beneméritos ciudadanos."
Los orientales dejaron una huella bien profunda de su
paso en aquel pedazo de tierra argentina. En ésta veían
reproducida la propia; una nota característica entre va-
rias, y al parecer insignificante, les denunciaba, sin em-
bargo, que no estaban en su tierra.
Quiero detenerme á haceros notar, especialmente, esta
nota pintoresca que se presenta á mi imaginación, y que
parece cosa de risa. No lo es del todo; ella os recordará
cosas serias de que hablamos al principio. Los orientales
peregrinantes, los niños sobre todo, miraban con curio-
sidad, en aquella tierra, un habitante que les era desco-
nocido : la vizcacha. Es éste un animal, un extraño roedor,
algo mayor que un conejo, que vive en la banda occiden-
tal del Uruguay. Y aquí está lo interesante del caso : ni
uno solo cruza el río.
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 235
En la tierra occidental, en la andina, esa vizcacha os
una plaga ; sus excavaciones invaden el suelo por todas
partes, y todo lo destruyen ; en la oriental es extranjera ;
no se ha conocido una sola que haya sentido el instinto
de ir á taladrar con sus diabólicos dientes la tierra que
se extiende del Uruguay al Atlántico. Salen las vizcachas
de su cueva al caer la tarde ; se posan en los bordes de su
excavación, esperando la luna; se ríen con ésta cuando
aparece, mostrándole sus incisivos blancos; caminan len-
tamente, silenciosas, á pequeños saltos; parecen visiones
grises y negras, brujas sardónicas. La lechuza llamada
vizcachera las suele acompañar, y grazna ó chilla, como
un demonio de ojos amarillos, en la puerta de las cuevas,
posada en el montón de tierra de la excavación. Esa fi-
gura de animal extranjero, la vizcacha, parecía estar allí
para recordar á los orientales, á los niños especialmente,
que aquella tierra, si bien amiga hospitalaria, no era su
tierra; que eran allí viajeros, peregrinantes, desterrados;
les hacía advertir que el olor de los pastos no era allí
exactamente el mismo que el del otro lado, ni la lengua
en que se hablaban los árboles, uno con otro, ni las can-
ciones que cantaban los pájaros al sol.
Y los punteos de las guitarras pensaban en la otra pa-
tria, y sonaban, entre las notas de la gran naturaleza, fie-
ramente nostálgicos, y anunciando el regreso libertador.
Yo siento en eso un gran motivo sinfónico, un original
Nocturno del Ayuí, que el arte recogerá. Me guardaría
bien de decir estas cosas nimias, si no hablara con artistas ;
pero vosotros sois bien capaces de comprender que ese
motivo sinfónico no es menos interesante, ni menos serio,
que el sociológico que voy á exponeros. Dejemos, pues, las
niñerías, y hablemos de lo que todo el mundo entiende,
porque es más grosero.
236
El Gobierno de Buenos Aires envió su agente, como el
del Paraguay, á ver el campamento de Artigas. El comi-
sionado, que lo fué don Nicolás de Vedia, cuenta, lleno
de asombro, lo que allí vio, y describe el mismo cuadro
que el enviado paraguayo. "Allí está toda la Banda
Oriental", dice en su informe. Y, notando los efectos
de éste, nos dice: "La viveza con qué pinté al gobierno
las buenas disposiciones que yo había notado en Artigas,
y en la multitud que lo circundaba, fué oída con som-
bría atención. Después supe que el Gobierno no gustaba
que se hablara en favor del caudillo oriental."
¿Por qué no querrá Buenos Aires que se hable bien de
ese esforzado capitán que venció en Las Piedras, y fué
condecorado con una espada de honor por la Junta de
Gobierno ?
Es preciso que penetréis bien la razón, que me parece
muy clara, de ese ceño sombrío de Buenos Aires, ante
las buenas disposiciones de Artigas, y del disgusto en oír
hablar bien de su persona. Con penetrar bien en eso, ha-
bréis comprendido todo, mis amigos, todo lo que otros no
han querido comprender.
Artigas, desde su sede del Ayuí, se pone en comunica-
ción con el gobierno del Paraguay; recibe subsidios de
éste : tabaco, yerba mate, telas, que cambia por elementos
bélicos. El Paraguay lo trata como á jefe de un estado
amigo.
También recibe auxilios de Buenos Aires, y se apresura
á retribuirlos con expresivas manifestaciones de amistad,
de cortesía, de gratitud. No sólo eso: hace todo cuanto es
LAS PIEDRAS Y EL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL 237
humanamente posible por estrechar su alianza sincera con
la vieja capital. Cuando ésta envía á su campamento á
Ventura Vázquez con algunos auxilios. Artigas le da el
mando de su mejor regimiento de blandengues; cuando
las convulsiones de la ciudad erigen nuevos directores ó
primaces, él, ajeno á la política interna del otro estado,
se apresura á reconocer el hecho. Promete acudir al se-
gundo sitio de Montevideo, bajo las órdenes de quien Bue-
nos Aires designe ; está dispuesto á secundar todo esfuerzo
de su aliado; procede con discreción admirable; quiere
hacerse amable á aquellos hombres, hacerse perdonar el
delito de tener un pensamiento.
Todo es inútil; el ceño sombrío no se desarruga para
con él. Es que Artigas lo da todo . . . menos lo que no
puede dar: la personalidad de su pueblo.
Y eso es, precisamente, y no otra cosa, lo que quieren
los hombres que predominan en Buenos Aires: lo demás
les importa poco. Ellos creen, ó quieren creer, que eso
que lleva Artigas, ese pueblo oriental, es nada ó menos
que nada: una cantidad negativa, el obstáculo, y no la
base, de la obra emprendida. Gauchos, indios, pobres ....
Nó, eso sólo puede servir para morir, y ser comido de
los cuervos después de Maratón.
Comprenderéis que eso era un error, mis amigos, un
deplorable error. Nadie en el orbe terráqueo, nadie, yo
os lo aseguro, hubiera hecho mayores esfuerzos que los
que hizo Artigas por evitarlo. Él quería conciliar, bus-
car la resultante de todas las fuerzas vivas ; creía, como
Bolívar, en la vitalidad del pueblo, en su fuerza, en su
capacidad orgánica para crear sus propios medios. Todo
fué inútil: aquellos hombres no creían en nada de eso;
sin monarquía no había patria posible; ellos no podían
reconocer un rey en el pueblo menesteroso del Ayuí. Fal-
238
taba en Artigas lo que dice Carlyle: alabarderos, banda
de trompas y chirimías, sangre real.
Pero los pueblos argentinos, sin excluir el mismo de
Buenos Aires; los de las provincias de Entre Ríos y Co-
rrientes; los de Santa Fé y Córdoba, del otro lado del
Paraná; y los del centro de la gran planicie; y los que
vivían en la falda de los Andes, todos miraban aquello
del Ayui, y sentían como una misteriosa revelación : creye-
ron en sí mismos por obra de Artigas.
El fenómeno sociológico del nacer de la autoridad por
acto indeliberado, libre pero necesario al mismo tiempo.
del pueblo, se realizó allí. Artigas era la autoridad
porque era; lo obedecerán, porque lo obedecerán. Los
pueblos occidentales, al ver de cerca á ese hombre inspi-
rado, creyeron oir voces dentro de sí mismos. El légamo
sagrado, que dice Esquilo, sintió el soplo de vida, y pal-
pitó en la primitiva oscuridad, en que pasan los misterios
de la generación.
CONFERENCIA X
FRENTE A MONTEVIDEO
La federación y el unitarismo. — Origen de la federación interna
en la Argentina. — La federación de Artigas. — San Martín y
Alvear. — La Logia Lautaro. — Ruptura del armisticio. — Las
campañas sobre los Andes. — Belgrano. — Tucumán y Salta. —
Artigas en el Ayuí. — El triunvirato y Artigas. — El delito de
Artigas. — La guerra de Buenos Aires contra él y su pueblo.
— Sarratea. — Rondean. — Batalla del Cerríto. — Artigas y Ron-
deau en la cumbre del Cerrito. — El segundo sitio de Mon-
tevideo.
Hermanos artistas:
Si es intensa la mirada de los pueblos occidentales sobre
Artigas y su nación, peregrinantes en el Ayuí, no lo es
menos, bien que de diferente naturaleza, la que tienen en
él clavada, los iniciadores de la revolución residentes en
Buenos Aires.
Ese enorme factor, el conductor de enjambres populares,
no entraba en los planes de esos hombres; los perturba,
los desbarata. No hay que hacer con él; es una pieza de-
masiado grande, como hemos dicho.
240 ARTIGAS
En Buenos Aires, donde se espera todo de las combina-
ciones políticas secretas y no del esfuerzo popular, se cree
que el medio racional de llevar adelante la tentativa ini-
ciada en Mayo no puede ser otro que la completa pasi-
vidad de las masas, inclusos sus inmediatos conductores,
y su juiciosa sumisión á las decisiones de quienes predo-
minen, por la revuelta interna, en la comuna de Buenos
Aires. Debía inocularse en el pueblo la fiebre revolucio-
naria, el furor de los combates, que dice Esquilo; desper-
tarse en él la fiera heroica; pero ésta tenía que ser una
fiera virtuosa, continente, amable, dispuesta á dar su san-
gre y obedecer. Eso era lo justo, lo racional, y lo sólo
eficaz: domesticar la tempestad, y atar los vientos en el
establo.
Aquellos hombres partían, por otra, parte, del supuesto
de que todo el antiguo virreinato del Plata era. y debía ser
para siempre, una sola nación, y un solo compacto estado,
dependiente de Buenos Aires, desde el Alto Perú y el
Paraguay, hasta la Banda Oriental. Todo lo que no fuera
ese concepto empírico era desorden, anarquía y hasta trai-
ción, crimen digno de muerte.
No es del caso apreciar ahora si eso hubiera sido ó nó lo
más conveniente, ni lo que de eso hubiera salido. Lo vere-
mos después. Pero sí es el momento de adquirir la per-
suasión de que la realidad no era esa. No había tal na-
ción, ni mucho menos tal estado, en estos países.
Creo que hemos visto con bastante claridad, hasta en las
entrañas de la tierra, cómo la Banda Oriental era una
nación tan distinta de la occidental trasplatense como lo
era ésta de la trasandina, Chile ó Bolivia, ó como aquélla
lo era de la tropical portuguesa.
No insistamos más en esto; vosotros estáis ya conven-
cidos de que lo que es entre la región oriental y la occi-
FRENTE Á MONTEVIDEO 241
dental del Plata no había tal unidad sociológica, y mucho
menos política, dependiente de Buenos Aires.
¿Pero existía en la otra banda, entendiéndose por tal
Ja inmensa región situada entre los Andes y el Plata?
; Kx istia la unidad social y política en lo que es hoy re-
pública federal argentina? Eso es lo que nos conviene
precisar ahora.
Convengamos en que allí no concurrían las causas pro-
fundas que obraban la separac;ón de los dos pueblos ribe-
reños del estuario. Dice Ramos Mejía: "La nacionalidad
argentina resulta así un hecho que tiene el fatalismo y la
estabilidad de la causa física, de donde en parte procede.
Sin abusar de la metáfora, puede decirse que es un orga-
nismo con esqueleto de montañas, y en cuyas venas circula
sangre caliente de volcanes." Creo que tiene razón el
escritor argentino: sangre de volcanes andinos. Es la
misma causa física que yo os he indicado como base de la
nacionalidad oriental. Sí: allí existía una enorme unidad
geográfica, cuando menos, con su puerto necesario en Bue-
nos Aires ; éste, si bien menos importante que el de Monte-
video, lo era en sumo grado para aquella enorme región
mediterránea. Por eso sus habitantes fueron y aun son
llamados porteños, los del puerto, los de la sola puerta de
salida.
Pero si allí existía una unidad geográfica y, si queréis,
geológica, con sangre de volcanes, nada estaba más lejos
de la realidad que la unidad sociológica, y mucho menos
política, con su núcleo natural de cohesión en Buenos Ai-
res, que querían ver aquellos hombres del puerto ó
porteños.
Dado, pues, aunque no concedido, que éstos, los por-
16. Artigas.— i.
242 ARTIGAS
teños, hubieran sido realmente los incólumes depositarios
de la idea madre democrático-republicana ; supuesto, si-
quiera por un momento, que allí residieran efectivamente
la gran visión del porvenir, el héroe colectivo, la unidad de
pensamiento y de acción, el espíritu de orden y de respeto
á la autoridad, la virtud y la ciencia y la civilización ejem-
plares, el hecho es que los distintos pueblos argentinos sólo
concebían la acción común, conciliada con la propia auto-
nomía ; sin ésta no entendían la independencia ni podían
amarla.
¿Acontecía eso porque los tales pueblos eran bárbaros?
No ha faltado quien lo haya afirmado ; la federación en
el Plata no tuvo otra madre según ellos: la barbarie, la
ignorancia. Mucho decir es eso, me parece.
Ha habido historiadores argentinos, y no de los menos
afamados, por cierto, que han dicho gravemente, y para
deprimir al hombre oriental, que ese concepto de fede-
ración en el Río de la Plata fué sólo una invención de Ar-
tigas. Vosotros pensaréis lo que os parezca sobre el respeto
que merecen esos graves autores. Yo los considero, en este
caso, unas pobrísimas personas.
Convengamos, ante todo, que si tal concepto hubiera
sido realmente una invención de aquel conductor de pue-
blos, él sería, por ese solo hecho, un hombre extraordina-
rio, lo que se llama un genio ó cosa parecida.
Pero bien sabemos que eso no se inventa. Artigas no
inventó semejante concepto, si ya no es que tomemos el
término invención en el sentido de descubrimiento ó en-
cuentro de la realidad oculta ó confusa. En ese sentido.
Cristóbal Colón es el inventor de las indias orientales.
Pero bien comprendéis que no es esa la acepción del
título de inventor atribuido á Artigas, sino el de propa-
lador de embustes, y perturbador ó enemigo del orden na-
FRENTE Á MONTEVIDEO 243
tural de las cosas. Pues bien : en ese sentido, los verdaderos
inventores 6 perturbadores de la natural armonía no fueron
otros, yo os lo aseguro, sino los que quisieron imponer como
realidad lo que sólo era ente de razón, como dicen los esco-
lásticos, hijo inconsistente ó de la ilusión ó de la soberbia
ensimismada : la unidad social y política de aquella tierra.
El inmenso territorio, mayor que la mitad de Europa,
que se extiende entre las altiplanicies del Perú y el Cabo
de Hornos por un lado, y entre los Andes y el Plata por
otro, no constituyó, ni pudo constituir semejante unidad.
Es conveniente que sepáis, mis amigos, el verdadero ori-
gen de la federación argentina, y que os iniciéis siquiera
en el génesis de su formación social y política.
Hemos visto que ese magnífico territorio, que hoy forma
el suntuoso y bien ganado patrimonio de nuestra nobilísima
hermana ultraplatense, fué inventado, y colonizado, tanto
por los descubridores del Río de la Plata que subían hacia
el Perú, cuanto por los que, viniendo del Pacífico, y tra-
montando los Andes, bajaban por sus contrafuertes orien-
tales al encuentro de aquellos, en busca de una salida por
el Mar del Norte, como se llamaba entonces al Atlántico.
Esos animosos descubridores españoles repartían las tie-
rras que iban descubriendo, fundaban ciudades, la Asun-
ción, Santa Fe, en el litoral; Córdoba del Tucumán en
el Centro; Mendoza en la falda de los Andes, etc., etc.:
levantaban fuertes, creaban los cabildos, nombraban jefes
y alcaldes, los unos con independencia de los otros. Esas
gobernaciones que allí existieron. Paraguay, Tucumán,
Cuyo y Buenos Aires, estaban separadas, no sólo por el
desierto y la enorme distancia, casi infranqueable enton-
ces, sino por intereses locales, por inclinaciones y necesi-
dades diversas. Se gobernaban por sí mismas; aun dentro
de cada gobernación, los Cabildos ó Municipos, sin per-
244
juicio de reconocer al virrey, como representante del
dueño y señor de todo aquello, obraban con autonomía,
se dirigían directamente al rey cuando lo estimaban opor-
tuno, se prestaban mutuo auxilio en las guerras contra
los salvajes, se cambiaban recursos; pero defendían celo-
samente sus franquicias, sus privilegios, su persona co-
lectiva. La defensa del territorio estaba á cargo de jefes
militares nombrados por el Cabildo; éste compraba las
armas y municiones á otras provincias cuando no exis-
tían en la propia.
Todos custodiaban su propia jurisdicción, hasta el
punto de prohibir la extracción, sin permiso de la auto-
ridad local, de criminales refugiados; creaban impues-
tos, señalaban el valor de las monedas. Las mismas dis-
posiciones reales eran resistidas, cuando menoscababan
las facultades de la ciudad; ésta formaba una especie
de código propio de las reales cédulas que le acordaban
privilegios ó franquicias.
Había allí mucho del régimen foral de las provincias
españolas, y, si queréis, mucho de las ciudades-repúblicas
antiguas ó medioevales.
Esas ciudades mediterráneas argentinas no tenían, fuera
está de duda, la importancia del puerto; más alejadas del
mundo europeo, no contaban con los recursos de que aquel
disponía para su progreso material ; pero eso mismo hizo
que, concentradas en su región, cobrasen un carácter in-
teresantísimo, que aun hoy es el verdadero fermento de
la nacionalidad. Hasta la misma lengua común española,
que era el vínculo más enérgico que las unía, tomaba
caracteres varios, por la cadencia ó acento musical con
que era pronunciada en una ú otra provincia, y que aun
hoy, dentro de la unidad nacional, distingue á los dife-
rentes estados de la federación argentina. No tenían
FRENTE Á MONTEVIDEO 245
esas ciudades la relativa opulencia, sólo muy relativa
por cierto, y muy circunscrita al recinto urbano, de la
ciudad de Buenos Aires; pero no por eso carecían de tin
respetable patrie iado local, ni de tradiciones seculares, ni
de servicios y glorias propias como agentes de civiliza-
ción. La familia santafecina, la cordobesa, la tucumana,
la salteña, y todas las demás, eran tipo de virtudes,
santuario de tradiciones, fermento verdadero de patria.
La grandeza de Buenos Aires, sus patricios, sus togados,
lejos de inspirarles el sentimiento de sumisión, les desper-
taba el de nativa altivez del hidalgo pobre, pero de limpia
estirpe, doblemente altivo ante el desdén ó el injusto agra-
vio del hermano mayor ó legitimario. Aun en el día de
hoy, las provincias argentinas, sin menoscabar su senti-
miento nacional, escriben su propia historia, recuerdan
su origen y sus glorias locales, sin excluir las colonia-
les, se enorgullecen de sus héroes, se precian de su anti-
gua cultura social, de sus grandes virtudes domésticas,
de sus costumbres patriarcales llenas de poético colorido.
Y tienen razón.
He ahí, mis amigos, el verdadero origen de la fede-
ración argentina.
Lejos de mí el afirmar, que, dados tales antecedentes, la
organización política federal es su consecuencia necesaria
ó fatal; bien pueden concebirse, y en el hecho existen, es-
tados unitarios en tales circunstancias. Pero nadie podrá
afirmar, reclamando respeto, que el federalismo en tal caso
es una invención ó embuste, y mucho menos que lo razo-
nable y bueno es imponer, per fas aut nefas, la unidad
política. Para imponer el Corán por la cimitarra son ne-
cesarios un Mahoma y un pueblo nómade, aislado del uni-
verso, adorador de las estrellas y agrupado en aduares.
Y ni en Buenos Aires apareció el profeta, ni las ciudades
246
mediterráneas eran aduares, ni el pueblo argentino, pese
á todas sus imperfecciones, era en absoluto, al rayar la
independencia, la masa idólatra de los desiertos árabes.
Si recordáis que Mitre, intérprete fiel del sentir y pensar
del patriciado de Buenos Aires, no considera que Monte-
video fuese un núcleo urbano capaz de dar cohesión á la
población de la Banda Oriental, fácil os será daros cuenta
del concepto en que serían tenidas las ciudades mediterrá-
neas argentinas. Y más fácil aún el comprender cómo y
por qué ese hombre Artigas, que cae en la banda occiden-
tal con su pueblo á cuestas, y acampa en el Ayuí, es ob-
jeto de grande atención primero, y de acatamiento des-
pués, por parte de esos núcleos autónomos argentinos.
Éstos acabarán por aclamarlo su gran caudillo con el
título de Protector de los Pueblos Libres, y por someterse
espontáneamente á su autoridad; espontáneamente, y, si
queréis un término más propio, digamos instintivamente,
indeliberadam.ente, en modo irresistible.
Nó; eso, que es el verdadero germen de la federación
argentina, de la patria argentina, no fué invención de
nadie ; no era Artigas quien dictaba aquella ley de bio-
logía social. El héroe oriental no hizo sino leerla en la
esencia de las cosas, y obedecerla, y promulgarla, y de-
fenderla, y hacerla prevalecer como base de indepen-
dencia absoluta en la Banda Oriental atlántica, y de
independencia republicana, y organización federal in-
terna, en la occidental andina.
Se ha dicho también que Artigas, al dar á los pueblos
occidentales la protección que le pedían, buscó la hege-
monía de la Banda Oriental ó de Montevideo en el Plata.
Eso de hegemonía me tiene muy sin cuidado. Yo desdeño
las palabras deshabitadas, y os confieso que aún estoy por
saber, á ciencia cierta, el sentido de ese vocablo genérico:
FRENTE Á MONTEVIDEO 247
hegemonía. Os he expuesto fielmente el fenómeno; podéis
llamarle equis ó jota, 6 como mejor os parezca. Lo que hay-
de cierto es que Artigas fué el depositario, el héroe del
pensamiento angular, que es hoy la base de la federación
argentina ; y lo fué, porque todas esas leyes de biología
social que os he sugerido hallaron habitación, y forma per-
sonal, y fuerza eficiente, en ese nieto del fundador de
Montevideo, la ciudad democrática; él fué caudillo en-
tre los pensadores,, y pensador entre los caudillos; fué
el hombre autóctono, sincero, el hombre tipo de la raza
caucásica, arraigada, como un árbol vivo, en suelo ame-
ricano.
Yo os prometo haceros ver eso, mis amigos, como estáis
viendo ahora estas mis manos, y yo veo las vuestras. Veréis
entonces cómo lejos de ser Buenos Aires quien, como se ha
dicho candorosamente, dio independencia á la Banda
Oriental, fué ésta la que, sin dar ni quitar nada á nadie,
porque no se da la libertad á quien no la tiene, consti-
tuyó el núcleo verdadero de la común independencia,
al serlo de la resistencia contra el escepticismo de los
hombres, y al custodiar la fe en sí mismos de los robustos
pueblos argentinos.
Esta es la gran verdad que debéis encender en los ojos
de vuestra estatua.
II
Para fijar el tono de esa idea, que es fundamental,, yo
quiero haceros ver bien, amigos artistas, dos personajes
que acaban de desembarcar en Buenos Aires, en el mo-
mento en que nos encontramos; mientras Artigas está en
el Ayuí: principios de 1812. Esos dos hombres, que vienen
248 ARTIGAS
de Europa y serán famosos, son el teniente coronel don
José de San Martín, y el capitán don Carlos de Alvear.
El primero, que tiene 34 años, no será ciertamente aquel
hombre Washington, la plenitud del hombre, el hermano
de Artigas, que hemos visto allá en el Norte, y cuya espada
pensaba como un espíritu de acero; no será tampoco esc
frenético Bolíva,r, que os he hecho conocer; pero será un
gran capitán, un excelso capitán hispano-americano.
El segundo, es un joven oficial de 22 años, gallarda y
exótica persona.
San Martín era hijo de un coronel español, gobernador
militar de las Misiones, y de una noble porteña, según
la sugestiva frase de López. Nació allí en 1778 ; pero á
los ocho años de edad, se fué con sus padres á España,
para no volver hasta el momento actual, en que, sin más
vínculo con el país americano que su residencia, pisa de
nuevo la tierra en que accidentalmente nació. Se educó
en el Colegio de Nobles de Madrid; allí formó su espí-
ritu; recogió las impresiones perdurables que siguen al
hombre en la vida, y forman su carácter y sus anhelos.
A los 25 años, pasó á Cádiz, como ayudante del gobernador
de esa plaza. Éste fué encargado de una operación militar
sobre Portugal, y el joven oficial San Martín lo acompañó
en esa empresa, donde reveló sus dotes relevantes. En Se-
villa se incorporó al ejército del general Castaños; fué
infante ligero en el Regimiento ele Murcia, y en el de
Campo Mayor ; comandante de caballería en el de Drago-
nes de Numancia ; estuvo á bordo de la real fragata Doro-
tea, donde se halló en el sangriento encuentro de ésta
con el navio inglés León. Fueron sus generales los mas
grandes de España: Castaños, el Marqués de Compigny.
el Marqués de la Romana; asistió á la batalla de Bailón,
donde su conducta le conquistó una mención honrosa ;
FRENTE Á MONTEVIDEO 249
en el campo de batalla de Albuera alcanzó, por su bi-
zarría, el grado de comandante efectivo. Era reservado
y taciturno; su carne era fría: el alma no se transpa-
rentaba en ella, acaso porque el cuerpo era opaco, acaso
porque el alma no era luminosa; era un militar de raza,
un técnico inspirado ; pero no era una grande inteligencia.
No era elocuente. Fué toda su vida, — como no podía
menos, — monárquico ; creyó siempre, como brillante saté-
lite, en el resplandor del rey. nuestro señor.
Libertador del Pacífico, ofrece lealmente al virrey la
solución del conflicto sobre la base de un príncipe de la
sangre, que se pediría á España, para; ocupar el trono del
Perú ; él mismo se ofrece á ir á Europa en su busca. Ese
hubiera sido el desenlace del esfuerzo americano, si los
jefes del ejército español no hubieran rechazado la pro-
puesta. Él se retiró de Lima, manifestando que estaba
cansado de oir decir que quería coronarse. Nó: nada más
lejos de su espíritu ; él era un hombre leal, un hombre hon-
rado; creía sinceramente, con devoción, en el mito de la
realeza de la sangre, y él no la sentía en sus arterias; se
consideraba un hombre, no un rey.
Sarmiento vio bien á San Martín, en el parangón que
hace de éste con Bolívar y con Artigas, y que os hice co-
nocer anteriormente. No era un caudillo americano.
Alvear era otra cosa muy distinta ; éste joven se sentía
todo: astro, cielo azul, armonía. Hubiera aceptado la co-
rona de rey, y también la de emperador, como la cosa más
natural del mundo. Había nacido en 1789. también en las
Misiones, en la Eeducción del Santo Ángel Custodio; pero
no era un misionero. Su padre, don Diego de Alvear y
Ponce de León, de nobilísima alcurnia, con rico mayo-
250 ARTIGAS
razgo en Andalucía, contiguo al de la marquesa de Mon-
tijo, madre de la Emperatriz de los Franceses. Coronel
de Ingenieros de su Majestad, vino al Plata de Comisa-
rio Real y Astrónomo, en la demarcación de límites entre
España y Portugal, hecha según el tratado de 1777. Des-
empeñó su comisión, y volvió inmediatamente á Europa,
donde su hijo Carlos se educó desde su infancia en la corte,
en contacto con los grandes. Era todavía un niño, tenía 17
años, y ya su alta posición y su bizarría lo hacían brillar
en las batallas, y ganar el grado de alférez de Carabineros
Reales, cuerpo de gran distinción, después de tomar parte
en los combates de Talavera, de Sevenes y de Ciudad Real.
Cuando vuelve á la tierra americana, en que nació por
accidente, á los 22 años, parece un joven dios, un bello
Marte adolescente; los dorados de su uniforme centellean,
y lo envuelven en luz; tiene los ojos amables y la tez fina;
es verboso, y sus palabras tienen el desdén trascendente del
Olimpo; ama á la gloria con amor voluptuoso; anhela la
inmediata posesión de su belleza helénica; quiere arras-
trarla á sus brazos, besarla en los ojos y en la boca, antes
de merecer la caricia de su alma, Tiene la convicción de
que, como el rey su carácter sagrado, lleva él en su sangre
su propio triunfo en América : es un conquistador.
Excusado decir que sólo la idea monárquica podía ser
digna de tan alta persona. Y así lo fué: buscó la real y
áurea corona como la mariposa á la luz. Cuando predominó
en Buenos Aires, rogó á Inglaterra que viniera por la co-
rona del Plata. Él hubiera sido, á no dudarlo, un Lord
ejemplar. Jamás cabeza alguna hubiera llevado la peluca
inglesa con más elegancia; hubiera sido un marqués, y
hasta un príncipe como muy pocos. ¡Oh Apolo, real
arquero
En Buenos Aires había ambiente propicio para ese hom-
FRENTE Á MONTEVIDEO 251
bre. Ya os he descrito el carácter de ese remedo de corte en
América. Si no todo lo que acababa de dejar al lado de
los infantes reales en Madrid, algo podía hallar ese joven
efebo en Buenos Aires, que satisficiera sus monárquicas
nostalgias; algo de lo que, en concepto de tales hombres,
constituye la sola base de una nación: los chirimbolos
de que habla Carlyle.
Pero fuera de la capital, ¿qué había de ver ese joven
principe en estos países ? ¿ Qué había de ver sobre todo en
ese pobre Artigas, hijo legítimo de la tierra americana,
simple hombre honrado, que jamás había visto un príncipe
en carne mortal, y que cruzaba las colinas de su patria con
su pueblo indigente en hombros, todo manchado de san-
gre? ¿Había de reconocer un rey en ese pueblo, ni en
pueblo alguno?
Comparad, artistas amigos, esas figuras, y no tendré que
esforzarme mucho en demostraros las causas de la lucha
que vais á presenciar entre ellas.
Ya os creo felizmente habilitados, después de nuestras
largas conversaciones, para contestarme sin vacilar la seria
pregunta : ¿ en cuál de esas entidades antagónicas veis vos-
otros el verdadero espíritu de la independencia americana
iniciada el 25 de Mayo de 1810? ¿En cuál de ellas hay luz
de astro nuevo, si es que el sol de Mayo lo és?
Es preciso, oh artistas amigos, que, al oir la pregunta,
sintáis moverse en vuestras entrañas la respuesta, como un
ser vivo tocado por un aguijón ; si la sentís alzarse como
un canto, como un grito musical en el silencio de vuestro
espíritu, el dios interior que debe hablaros ha despertado
en él ; escuchadlo : tenéis á vuestro Artigas. Herid la pie-
dra, fundid el bronce; la forma heroica descenderá de la
región de las madres, y será genio en el fuego y beso de
amor en el cincel.
252
III
Voy á daros un elemento más de juicio, para vigorizaros
en la respuesta : es preciso que lo tengáis.
Becordaréis, quizá, la frase de Bolívar: "A la sombra
del secreto no trabaja sino el crimen."
Los militares recién venidos á Buenos Aires, adoptan,
para comenzar su acción, el procedimiento tenebroso : fun-
dan una especie de logia política secreta, cuyos miembros
son reclutados principalmente en el partido que domina la
acción popular : se llama la Logia Lautaro. En sus miste-
rios se resolverán los destinos de los hombres americanos;
los pueblos estarán sometidos á magistrados más lejanos
que los de España, á los que nunca han visto. Es claro que
el pobre Artigas no tendrá entrada en ese Consejo miste-
rioso. Ni Artigas, ni los pueblos.
La logia será monárquica; tiene iniciación, neófitos so-
metidos á un ritual, grados de revelación política, en que el
secreto va rasgando paulatinamente sus velos, hasta descu-
briré en su plena desnudez al llegarse á la logia matriz.
Si un hermano asciende al gobierno de un estado, no podrá
tíomar resoluciones graves sin consulta de la logia ; no podrá
nombrar diplomáticos, ni generales, ni gobernadores de
provincias, ni jueces, ni funcionarios eclesiásticos, ni jefes
de cuerpos militares. Un hermano que llega á general de
ejército ó gobernador de provincia tiene la facultad de
crear logias dependientes, compuestas de menor número
de miembros. El auxilio mutuo es de regla; la revelación
del secreto de la existencia de la logia, por palabras ó por
señales, tiene "pena de muerte por los medios que se
hallen convenientes. ' '
Aquellos Cabildos, me refiero sólo á los Cabildos Abier-
FKENTE Á MONTEVIDEO 253
tos, bullentes plebiscitos que fueron el germen de la revo-
tación de Mayo y de la de toda América, se han transfor-
mado en conciliábulos secretos; los hombres más conspi-
cuos de la patria occidental argentina se afiliarán á la
logia; los de la oriental le serán extraños. Los clubs y las
tertulias políticas de Buenos Aires, donde se formaba la
opinión por la discusión pública, se refundirán en la logia;
la juventud bonaerense, sobre todo, caerá en sus fauces.
El primer presidente de ese sanhedrín es el joven Al-
vear; San Martín va detrás, es vicepresidente; el alférez
Zapiola, venido de Europa con los dos, es el secretario.
Es el viejo espíritu, el del viejo soberano, que viene á
ahogar al nuevo recién nacido.
"San Martín, — dice Mitre, — creyó haber encontrado
en la logia el punto de apoyo que necesitaba la política.
Alvear, con su talento de intrigas y sus ambiciones impa-
cientes, se lisonjeó de tener en su mano el instrumento
poderoso que necesitaba para elevarse con rapidez."
¡Pobre Artigas, el americano!
IV
Y volvamos ahora á la historia. El armisticio de Octubre
Jll, que levantó el sitio de Montevideo, y provocó el
éxodo del pueblo oriental, se rompió muy pronto. El sitio
Be reanudó en 1812.
¿Por qué se rompió el armisticio?. . . Es pueril buscar
musas en detalle: se rompió porque, como antes os lo he
dicho, ninguno de los signatarios obró allí sinceramente;
había nacido roto. Para juzgar la historia, es necesario con-
siderar las grandes masas de sucesos, y éstos se presentan
muy claros en este caso. España y Portugal eran aliados
254 ARTIGAS
naturales, como lo comprendéis; defendían su monarquía
y sus colonias.
España tenía que reconquistar su acervo andino, y, para
recuperar el virreinato del Plata, debía seguir y siguió el
camino trazado por sus descubridores para conquistarlo:
salir del Perú, bajar del Norte, por los contrafuertes de los
Andes, á las llanuras argentinas, cruzar éstas, y llegar á
Buenos Aires, para reponer su virrey.
Salir de Buenos Aires, trepar los Andes, y llegar á Lima,
era el camino contrario que tenía que hacer la patria
americana.
En la época del descubrimiento, los conquistadores par-
tían de los Andes y del Plata, los unos al encuentro de los
otros, para abrirse mutuamente el camino. En la indepen-
dencia, también españoles y americanos marchaban los
unos al encuentro de los otros, pero para cerrarse mutua-
mente el paso.
En esos choques está el núcleo de las insuperables glo-
rias argentinas. La gran patria occidental se abrirá camino
hasta la sede del virreinato del Perú; trazará esa senda
con un reguero de sangre de héroes. Ya habéis visto á sus
ejércitos, después de la revolución de Mayo, luchar y ven-
cer en Suipacha, allá en el borde del alto Perú ; los habéis
visto después caer víctima, de una traición en Huaquí, y
dejar de nuevo abierto el camino hacia el Plata al invasor.
Pero éste encontrará cerrada la senda en Tucumán, (Se-
tiembre de 1812) y después en Salta, (Febrero de 1813)
donde Belgrano, uno de los más amables corazones de Amé-
rica, dará á su Patria; plenitudes de gloria, y abrirá otra
vez el paso á sus armas hacia el último baluarte andino.
Es muy grande ese flujo y reflujo de la llanura argen-
tina, que va á escalar la cordillera, y choca en ella, y retro-
cede, y vuelve á chocar, haciendo espuma de sangre. Vilca-
FRENTE Á MONTEVIDEO 255
pugio (Octubre de 1813) y Ayohuma (Noviembre de 1813)
allá en el alto Perú, y Sipe-sipe después (1815), serán
rocas en que se deshará dos ó tres veces más la onda do
libertad, dejando penetrar de nuevo, hasta Jujuy y hasta
Salta, el torrente español que baja de la montaña. Los
caudillos argentinos, cuyo arquetipo es el formidable .Mar-
tín Güemes, formarán entonces un baluarte de arena.
Y lucirá la estrella de San Martín, austral estrella.
Él desviará la marea ascendente de su cauce oblicuo ha-
cia la meseta central del Perú, y la encauzará en línea
perpendicular al eje de los Andes, que partirá con su
espada. La espada de San Martín y la cordillera, formarán
la cruz del sur sobre la tierra americana.
Y por esa abra de mueva creación, pasará el torrente á
Chile; y caerá en Chacabuco; é inundará á Santiago de
libertad.
Y allí se arrojará en el mar. Y, como los grandes ríos
que adelantan en el océano sin confundirse con él, el alu-
vión argentino, en el que irán muchos soldados orientales,
de que Pagóla el animoso será el tipo, fundido con el chi-
leno, irá en el mar, y asaltará triunfante el último peñón
del dominio español en el Perú.
. Todo esto no era posible, sin embargo, dejando detrás
al Montevideo español, aliado á Portugal, y dueño del
mar y de los ríos. Montevideo era el punto de mira de
los enemigos que venían del Norte andino: su conserva-
ción era su estímulo; su caída debía ser y fué su que-
branto. La toma de Montevideo, que vais á ver muy
pronto, repercutirá en el Norte, y el enemigo retroce-
256 ARTIGAS
derá; resonará en el Perú, y determinará la insurrec-
ción de Cuzco, (Agosto de 1814) que, si bien fugaz y
degraciada, es el primer acto de la independencia peruana.
Pero Buenos Aires miraba á Montevideo como un de-
talle, como un medio para realizar su fin ; sacrificará esa
ciudad, y su región oriental, como se sacrifica un batallón
en el plan general de una batalla, en caso de ser ello con-
veniente ó necesario á sus propósitos.
Artigas era lo contrario: Montevideo y su región eran
su patria, toda su patria: éste era el fin supremo de su
esfuerzo. Y hubiera dejado de ser un héroe benéfico, para
convertirse en un traidor, si, como base de toda acción
oonjunta, no hubiera asegurado, ante todo y sobre todo,
la vida y la libertad del pueblo que en él depositaba su fe.
He ahí el problema.
Ese indigente pueblo oriental, tendido en el Ayuí, es el
punto de apoyo, el contrafuerte indispensable, en la bóveda
enorme que levantan los obreros de la independencia ame-
ricana. Era, pues, necesario debelar á Montevideo; era
menester reanudar el sitio. Y, para ello, era indispensable
recurrir á Artigas, reconocer á Artigas ... ó deshacerse
de él.
Fué ese un momento de sombría indecisión para el
triunvirato de Buenos Aires. Allí, en la costa occidental,
estaba ese Jefe de los Orientales, el vencedor de " Las
Piedras ", á quien se había decretado una espada de ho-
nor; que había sido nombrado gobernador de Misiones,
y auxiliado con algunos elementos, para conducir á su
pueblo; allí estaba el general Artigas, como lo llamaba
el mismo triunvirato, al defenderlo contra españoles y por-
tugueses del cargo que éstos le hacían, presentándolo
como causa de la violación de un armisticio que todos
querían violar. El triunvirato se encontraba ante una
FRENTE Á MONTEVIDEO 257
alternativa de hierro: ó reconocía á Artigas y á su
pueblo como entidad aliada pero soberana, ó destruía á
arabos como enemigos; ó enviaba al Uruguay elementos
auxiliares del pueblo oriental, reconocido siquiera como lo
había sido el paraguayo, y como los enviará al pueblo
chileno ó peruano, ó lanzaba sobre él soldados conquis-
tadores.
El triunvirato vaciló, sin embargo. Comenzó por remitir
algunos auxilios al Jefe de los Orientales. Éste los aceptó
con el alma abierta; dio, como hemos visto, al comisionado
que los condujo de Buenos Aires, don Ventura Vázquez,
el mando de su mejor escuadrón de Blandengues, y pro-
metió marchar al sitio de Montevideo, en unión con el
ejército auxiliar, y sometido al general que se designase.
Envió en seguida el triunvirato un comisionado, don
Nicolás de Vedia, al campamento del Ayuí, para explorar
la disposición del Jefe de los Orientales, é informar exac-
tamente sobre sus elementos de guerra, y sobre qué era
aquello que estaba en el Ayuí.
Ya hemos visto que, según lo dice Vedia, la viveza con
que éste pintó la buena disposición de Artigas, y de la
multitud que lo circundaba, fué oída con sombría atención
por el Gobierno. Éste no gustaba que se hablara en favor
de aquel hombre ni de aquella multitud.
Una circunstancia más preocupaba al triunvirato. El
gobierno independiente del Paraguay, en que comenzaba el
predominio del doctor Francia, había estado en comunica-
ción con Artigas en el Ayuí; le había enviado al capitán
Laguardia, para que combinase con él un plan de opera-
ciones, que asegurase la frontera del Uruguay y del Para-
ná contra los portugueses; le había remit'do algunos auxi-
lios para su pueblo, tabaco, yerba, etc. Artigas había co-
rrespondido, remitiendo algunos elementos bélicos, y, sobre
17. Artigas'.— x.
258
todo, reiterando sus grandes y cordiales protestas de afecto
al pueblo paraguayo.
El pensamiento de Artigas, que éste no trataba de ocul-
tar, se revelaba, pues, con toda claridad. El capitán La-
guardia comunicaba así á su Gobierno los detalles de su
recepción :
"Fué tain general la complacencia del ejército con la
unión del Paraguay, y el General tan obsequioso y adicto
á la provincia, que me tributó los mayores honores, que
por ningún título yo merecía. A distancia de diez leguas
del campamento, mandó tres capitanes y á su secretario á
recibirme y acompañarme; á las dos leguas, el mayor
general y tres tenientes coroneles ; y luego el General, con
toda la oficialidad y la música, á distancia de dos cuadras,
á pie, recibiéndome con un abrazo al encontrarnos."
Sarratea, que era presidente del triunvirato que man-
daba en Buenos Aires, se había dirigido á Francia con ese
motivo, diciéndole: "La generosidad con que V. S. ha
auxiliado á nuestro ejército del Norte, que tan acertada-
mente dirige el general don José Artigas, ocupa nuestra
gratitud ; pero " en ese pero estaba el espíritu oculto.
El triunvirato prescribía á Francia que se comunicase
directamente con el gobierno central, no con el general
Artigas, á fin de alejar las ocasiones de dar pábulo á la
intriga y la mordacidad. Francia contestó diciendo que,
en adelante, se excusarían tales comisiones, para alejar
toda sospecha. Pero un nuevo emisario paraguayo, don
Martín Bazán, fué enviado á Artigas, y el emisario fué se-
cuestrado y registrado en Buenos Aires, cuyo gobierno
reclamó del del Paraguay. Francia contestó diciendo que
el Paraguay ejercía un derecho al enviar sus misiones á
Artigas "pues una provincia libre é independiente puede
hacer alianza y concluir tratados, sin estar obligada á dar
FRENTE Á MONTEVIDEO 259
cuenta á nadie de sus operaciones y pactos con las otras
aliadas. Que ningún pueblo tiene el derecho de mezclarse
en el gobierno de otro, porque sería hacer injuria á su
independencia el ingerirse á ser juez de su administra-
ción."
No es difícil imaginar el efecto producido en la oligar-
quía de Buenos Aires por esa doctrina, que será, sin
embargo, el fundamento de las naciones que hoy existen,
y todos glorifican en el Río de la Plata.
Fué un triste momento, amigos artistas, aquel en que el
triunvirato, en la alternativa de reconocer ó destruir á
Artigas, que lealmente deseaba la unión, concillada con la
vida de su patria, optó por lo segundo; fué un triste
momento. Se condensó el error sociológico incubado de
tiempo atrás en las metrópolis coloniales: la falta de fe
en el pueblo, y la convicción de que los gobiernos de esas
metrópolis eran los herederos de los virreyes; virreyes
sin rey. El triunvirato no creía posible la formación de
una nación sin rey. Artigas lo creía posible; era precisa-
mente su visión. Y ese fué el delito que le trajo el odio y
la injusta guerra de Buenos Aires.
La resolución de destruir á Artigas y al pueblo oriental,
considerados como un obstáculo, fué, pues, inevitable; sus
raíces eran muy hondas. El triunvirato nombró con ese
objeto á su propio presidente, al señor don Manuel Sarra-
tea, como general del ejército que debía reanudar el sitio
de Montevideo. Sarratea era una malísima persona. Los
historiadores de su país lo tratan con gran desprecio. Ni
era general, ni era nada ; sólo era el enemigo de Artigas, y
él depositario de la política predominante en la capital.
Artigas, grande como siempre en ese momento, reconoció.
260 ARTIGAS
sin embargo, á Sarratea, como había reconocido á Belgrano
y á Kondeau. Y esperó sus órdenes, dispuesto á cumplirlas.
Él sólo quería la libertad de su patria, y estaba pronto á
darlo todo por ella; todo, menos la patria misma. Bien
sabía el libertador oriental que Sarratea no era su amigo ;
pero jamás imaginó que en sus propósitos estaba, no sólo
el de desbaratar su ejército, sino el de deshacerse de él
por cualquier medio, sin excluir el de atentar contra su
vida.
Lo que menos preocupaba á Sarratea, era la reanudación
del sitio de Montevideo. Acampado en el arroyo de la Chi-
na, en la costa occidental, pasaba sus días y sus noches en
grandes fiestas y diversiones, que contrastaban con las
miserias del Ayuí.
¡ Grandes fiestas ! Se divertía como el rey. La política
interna de Buenos Aires, donde Alvear y San Martín echa-
ban por tierra al triunvirato en una asonada, era su prin-
cipal preocupación. Pensó primeramente en abandonar la
empresa del sitio de Montevideo, y acudir á Buenos Aires,
para evitar el motín que se preparaba ; pero producido éste,
fué al sitio.
No lo hizo, sin embargo, sin tentar antes la destrucción
de Artigas, enemigo peor que Alvear y que San Martín, y
aun que Vigodet.
Por medio de intrigas, de dádivas y seducciones, le anar-
quizó el ejérc'to que había formado con tantos esfuerzos
y sacrificios, el ejército oriental; provocó la defección de
varios de sus jefes ¡ le arrebató lo mejor de sus tropas, el
cuerpo de Blandengues, que Artigas había confiado á Ven-
tura Vázquez, y que fué declarado nacional, la división
de Viera, de ochocientos hombres, y varias otras. El resul-
tado fué feliz, pero no completo. Artigas reclamó en vano.
Pero quedaba aún con un núcleo poderoso de fieles : Otor-
FRENTE A MONTEVIDEO 261
gués, Rivera, Lavalleja. Manuel Francisco Artigas, Ojeda,
Basualdo, permanecían á su lado.
Pensó entonces Sarratea en cumplir hasta el extremo las
instrucciones que traía : apoderarse de Artigas, y, si eso no
era fácil, matarlo. Llegó hasta insinuar á Otorgues la idea
de ser el ejecutor de las justicias que venían de Buenos
Aires.
i Pobre pequeña gente ! ¿ A qué matar á Artigas ? ¿ A qué
romper el vaso que contiene el nuevo espíritu, si no hacéis
otra cosa que sembrar éste en el viento, que es inmortal por
lo impalpable. ¡ Matar apariciones !
La figura serena del hombre Artigas se engrandece
más, cuando se ven las sombras rondar agazapadas en su
torno.
Xo pudieron matar á Artigas; no se atrevieron. Tenían
más miedo de matarlo que él de morir. Decid á Roma que
habéis visto á Mario sentado sobre las ruinas de Cartago.
No se atrevieron.
El general Artigas lo supo todo, absolutamente todo;
nada nuevo para él. Devolvió á Sarratea, con oficio, los
despachos de coronel que había recibido de Buenos Aires.
Se reservó sólo el otro carácter, el de origen más alto. Pero
no por eso sacrificó la causa de su patria oriental; su
alianza con la occidental era necesaria. Se limitó á separar
á Sarratea del mando del ejército aliado, en la forma que
veréis más adelante. Fué su primer acto de Presidente de
la República del Uruguay. ¿Qué menos podía hacer por
ahora? Después hará el resto. El éxito de toda empresa
depende de saber el tiempo que es necesario para realizarla.
262
VI
Rondeau había sido enviado por Sarratea. como van-
guardia del Ejército Auxiliar, á poner sitio á Montevideo.
Llegó á la plaza el 20 de Octubre de 1812, y allí encontró
ya á Culta, uno de los caudillos de Artigas, que, con un
puñado de gauchos, la asediaba.
Allí se dio inmediatamente, dos meses después, la segun-
da gran batalla del Río de la Plata, la del Cerrito, hermana
de la de Las Piedras.
Es preciso que hablemos un rato de esa batalla del
Cerrito.
Iba á decir, amigos artistas, que lo que allí triunfó fué
la ausencia de Artigas. Pero nó: allí triunfó Rondeau;
suya es la gloria. ¡El bravo Rondeau, el buen Rondeau!
Era casi un grande hombre; en el Cerrito fué un gran
capitán, un bravo soldado de la patria.
Los españoles sitiados, notaron la ausencia de Art;gas
entre los sitiadores. Rondeau estaba solo, y lo creían es-
caso de elementos. Lo suponían también, y no sin funda-
mento, desprevenido, en la noche del 30 de Diciembre
de 1812. Y en la mañana del 31, abrieron las poternas de
la fortaleza, y salieron resueltamente, con las banderas
desplegadas, y formando tres legiones. Eran 1600 soldados
y ocho piezas de artillería. ¡Los valientes tercios espa-
ñoles ! . . . .
Aun no había salido el sol. Los sitiadores dormían; al-
gunos centinelas tomaban mate. Los animosos sitiados sor-
prendieron y arrollaron las avanzadas orientales; apresa-
ron en ellas á Baltavargas ; deshicieron el batallón número
6, núcleo principal de la vanguardia, en la misma falda del
Cerrito ; barrieron con todo cuanto se opuso á su paso de
FRENTE Á MONTEVIDEO 263
vencedores, y escalaron la cumbre de la abrupta colina, en
la que clavaron el pabellón español triunfante.
Las campanas de Montevideo, cuyos habitantes presen-
ciaban la acción desde las blancas terrazas ó azoteas, co-
menzaron á cantar victoria; las salvas de la ciudadela y
del cerro saludaron al pabellón vencedor, que se proyec-
taba á lo lejos sobre el cielo. Pero la canción de hierro
cesó pronto; los colores españoles se vieron sustituidos
por los de la patria en la cumbre del Cerrito. Ron-
deau que,. enardecido y hermoso como un ágil espíritu del
fuego, había conseguido rehacer los batallones dispersos,
llevó personalmente una carga á la bayoneta; escaló la
cumbre con su bandera. Volvió á ser desalojado por el
bravo Vigodet, y volvieron las campanas de la ciudad á
cantar su aleluya; pero de nuevo enmudecieron, para no
volver á cantar.
Los veteranos españoles conservaron su posición largo
tiempo; pero los fuegos de la infantería patriota, y las
cargas inverosímiles, absurdas, de las caballerías, que vola-
ban como bandadas de pájaros irritados en torno de la
colina, los obligaron á desalojar ésta, y á emprender, á
las 10 de la mañana, una desastrosa retirada hacia la
plaza, cuyas puertas se cerraron tras ellos con estrépito.
Muchos caídos quedaron en el campo, muchos; entre
ellos estaba Muesas, el bizarro brigadier español. ¡Gloria
rirfis!
El 26 de Febrero, dos meses después de la batalla, lle-
gaba Artigas con sus orientales á la línea sitiadora. Arti-
gas y Rondeau se abrazaron en la cumbre del Cerrito, en-
tre el alborozo de la multitud. Eran el pueblo oriental,
de regreso en la patria, después de su bíblica emigra-
264
ción, y el occidental, de vuelta á su puesto de honor y
sacrificio en pro de la causa americana.
Montevideo, con los codos sobre sus ya tambaleantes mu-
rallas, con la cabeza entre las manos, y con los ojos de sus
trescientos cañones, mudos y atónitos, clavados en las va-
gas lejanías azules, miraba aquellos dos hombres que se
abrazaban á lo lejos: el inexpugnable Artigas; el buen
Eondeau.
Y el Montevideo español, sin perder el brío que tiene
en la sangre, y que ha de manifestar en veinte meses de
asedio riguroso, ve desvanecerse en el aire su esperanza,
como la última estrella, muerta por sumersión en la luz.
¡Las Piedras y el Cerrito!
CONFERENCIA XI
EL PENSAMIENTO DE ARTIGA
Artigas regresa á la patria con su pueblo. — Separación de Sa-
rratea. — Nueva tentativa de seducción. — Artigas emprende
la organización del Estado oriental. — La Asamblea Constitu-
yente de Buenos Aires. — Los diputados orientales. — Las for-
mas de su elección. — El Congreso del Peñarol. — Discurso de
Artigas. — Declinación del sol de Mayo en América.' — Las
memorables instrucciones de 1813. — La visión de Artigas.. —
Eechazo de los diputados orientales en el Congreso. — Se
ordena levantar el segundo sitio de Montevideo. — Segundo
Congreso en la Capilla de Maciel. — Artigas se retira de la
línea sitiadora. — Salva la democracia. — El Quijote siniestro
— La sentencia de muerte contra el héroe y su pueblo. —
Segnj d' immensa invidia...
Amigos artistas:
El segundo sitio de Montevideo va á durar veinte me-
ses: del 20 de Octubre de 1812, al 25 de Junio de 1814,
en que la plaza caerá en poder de los sitiadores. Artigas
lo sostendrá hasta el 21 de Enero, cinco meses antes de
la capitulación.
Ya os he hecho mirar especialmente á vuestro modelo,
amigos artistas, en sus actitudes marmóreas ; he procurado
2GG
haceros aprovechar los momentos en que adquiere todo su
carácter, su expresión intensa, su movimiento estético.
En este año 1813, desde el momento en que se incorpora
al segundo sitio, hasta el en que se retira de él con su
pueblo, cobra Artigas todas sus proporciones; su pensa-
miento solar brota ya conglomerado de la sombra caótica,
y, separando las tinieblas de la luz, empieza á regular los
días y las noches de ía patria oriental organizada.
Artigas, al repasar el Uruguay con su ejército, viene
con dos propósitos bien definidos: primero, desalojar de
Montevideo al usurpador de la soberanía oriental; se-
gundo, hacer respetar ésta, y darle su organización demo-
crática.
No se trataba, pues, de sustituir un dueño por otro. Era
necesario que el pueblo oriental no se viera obligado otra
vez á abandonar su tierra, y ya hemos visto que, para
ello, no podía contar sino condicionalmente con Buenos
Aires. Ese pueblo debía tomar lo que era suyo, y arran-
carlo de manos de cualquier detentador injusto. Y, sobre
todo, valerse por sí mismo, no quedar en absoluto á mer-
ced de otro.
El primer acto que realizó Artigas, en el ejercicio de
su autoridad en el Uruguay, fué, y no podía menos de
ser, la separación de Sarratea. Ya sabéis que Artigas y
Sarratea son incompatibles : el uno ó el otro ; el pueblo
oriental, ó la otra cosa.
Sarratea se dirigió á Montevideo, seguido por Artigas de
cerca; llegó el primero al Cerrito, y el segundo acampó á
alguna distancia. El ejército oriental, casi aniquilado en el
Ayuí, había renacido más vigoroso que nunca, en torno de
su núcleo de rotación : tenía 4.700 hombres. El buen Sa-
rratea creyó que Artigas iba á ponerlo á su disposición, en
territorio oriental, como lo había hecho en el occidental.
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 267
Cuando menos, ese era el deber de Artigas, desde que el
buen Sarratea traía sus papeles en forma de Buenos Ai-
res. . . . No,, no creáis, amigos artistas, que os hablo en
broma: ese ha sido el criterio de más de un historiador
para juzgar á Artigas. Sarratea era el legítimo ; los
triunviratos y directorios de Buenos Aires, que subían
y bajaban y se devoraban los unos á los otros, eran los
legítimos; la Logia Lautaro era la legítima: todos esos
señores eran los legítimos sucesores de Fernando VII
ó de Carlos IV. Artigas, que nada quería con Carlos ni
con Fernando, era el ilegítimo, el usurpador, el mal-
vado; debió poner su cuello y el de su pueblo á la sa-
grada cuchilla de la legitimidad y de sus sagrados re-
presentantes: Sarratea, Alvear, la logia y demás.
Pero Artigas no pensaba así ; él no creía más en la legiti-
midad originaria de Buenos Aires que en la sagrada de
Fernando VII ; él no creía en más legitimidad americana
■ pie la emanada del pueblo. Vosotros diréis quién tenía
razón ; quién encarnaba, sobre todo, la revolución de 1810.
Hizo saber á Rondeau, que iba á incorporarse á las fuerzas
sitiadoras de su ciudad natal; pero previa destitución de
Sarratea, cuyo auxilio no era necesario. Rondeau compren-
dió que era preciso obedecer á Artigas, porque tenía razón,
y, además, quia nominar leo. Porque Artigas había comen-
zado á demostrar que podía dar sanción á sus actos de jefe
del estado: había comenzado por hostilizar á Sarratea en
su marcha, y por demostrarle la conveniencia, la necesidad
de su retiro. Éste lo había prometido : era un sagaz diplo-
mático, j Las diplomacias que rodearon á Artigas ! Se ini-
ciaron negociaciones, pero fueron falaces. Al llegar al Ce-
rrito, el triunviro bonaerense, viendo fracasadas sus
diplomacias, anatematizó á Artigas, hasta dictar un
bando que lo declaraba traidor y fuera de la ley. Éste
268
apretó algo más: arrebató al ejército sitiador sus caba-
lladas, é impidió la llegada á él de nuevos refuerzos;
probó, con el menor perjuicio posible, que tenía ele-
mentos para sancionar sus órdenes.
Todo eso no era una declaración de guerra á Buenos Al-
res; eran simples represalias, actos de jurisdicción y de
imperio, realizados por quien era depositario de la auto-
ridad nacional.
Vigodet, el gobernador español de Montevideo, impuesto
de las disidencias entre Artigas y Buenos Aires, recurrió
de nuevo á la tentación. Envió comisionados al primero,
llamándole su fiel amigo; todo se le proponía, todo se le
ofrecía : amistad, los grados militares que deseara, el carác-
ter de único general de la región oriental, con facultades
de formar cuerpos, despachos en blanco para que designara
cuantos oficiales fueran de su agrado, recursos de todo gé-
nero : dinero, gente, armas, municiones, vestuarios . . . amis-
tad sobre todo, unión con sus hermanos los orientales de
Montevideo, y en contra de Buenos Aires. ¡ Qué no hu-
biera dado España por recuperar su antiguo capitán de
blandengues !
Artigas despachó agriamente al portador de la nota.
"¿Qué me importa — dijo — el carácter de comandante
general de la campaña, si el voto unánime de sus habitantes
me señala más altos destinos?" Escribió, sin embargo, en
el margen de la nota en que contestaba la propuesta de
soborno: "Sirva para la vindicación del Jefe de los
Orientales, que rechazó esto en las circunstancias más
apuradas."
Y volvió á pensar en la organización de su pueblo.
Rondeau obedeció al jefe de los orientales : encabezó una
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 269
conspiración en el ejército; hizo saber á Sarratea que,
siendo su presencia un obstáculo para la incorporación de
Artigas, y ésta indispensable para el éxito de la campaña,
haría bien en abandonar el ejército, y designar un susti-
tuto. Sarratea comprendió su situación: se fué, y designó
como sustituto á Rondeau. Artigas acató á Rondeau en
ese carácter.
Voy á violar, amigos artistas, mi propósito de no mo-
lestaros más de lo justo con documentos ; quiero haceros
conocer el siguiente, que poseo original, y que es nuevo
en la historia. Leámoslo, porque es sugestivo. Es una
nota dirigida Al Comandante General don José Artigas,
y firmada, como lo veis, por el triunvirato de Buenos
Aires: Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y An-
tonio Alvarez Jonte. La suscribe Tomás Guido como
secretario.
Notad que es del momento en que nos hallamos : 17 de
Febrero de 1813. Y dice así:
" Habiendo resuelto el Superior Gobierno, de acuerdo
con la Soberana Asamblea, dar una nueva dirección á
las fuerzas sitiadoras de la Capital, por reclamarlo así
los sagrados intereses del país, ha comunicado con esta
fecha la orden consiguiente al General don Manuel de
Sarratea, para que, con la brevedad posible, mueva sus
tropas en retirada, y retroceda hasta el punto que se le
indica. Más como sería muy sensible que los enemigos
dejasen de sentir las privaciones y miserias á que los
había reducido el sitio, es de absoluta necesidad el que
V. S., sin pérdida de momentos, pase á ocupar los pun-
tos que hoy cubren las fuerzas de la Capital. Y para que
V. S. pueda obrar con el lleno de facultades análogas á
ese nuevo empeño, ha tenido á bien este Gobierno nom-
brarlo Comandante General de los Orientales."
270 ARTIGAS
"Es pues llegado el tiempo de que V. S., rindiendo
cuantos sacrificios reclama la causa santa de la libertad,
haga conocer á Montevideo la importancia de los es-
fuerzos de las tropas de V. S. y la inutilidad de su re-
sistencia. ..."
"Con motivo de haber resuelto la Soberana Asamblea
la misión de uno de sus miembros, plenamente autori-
zado, para transar las dificultades que agitan esa Banda,
se espera el resultado de su diputación. ... y, entretanto,
se lisonjea el Superior Gobierno de que V. S. proporcio-
nará al referido Sarratea los auxilios de caballada y
boyada que hubiere á su alcance, para que, con pronti-
tud, se emprenda la retirada, contando V. S., y las tro-
pas de su mando, con toda la protección y amparo que
le dispensarán este Gobierno y los habitantes de la
Capital. ' '
"Dios guarde á V. S. muchos años."
Creo que esa nota os revelará el carácter y represen-
tación de Artigas. Éste accedió á todo: dio caballos, y
bueyes, y todo cuanto necesitó Sarratea para retirarse.
Y él ocupó su puesto de sacrificio en pro de la causa
de la libertad, como jefe de su pueblo, reconocido al fin
por Buenos Aires, como lo veis.
Ya hemos visto á los vencedores de Las Piedras y del
Cerrito abrazarse frente á los muros de Montevideo, entre
las aclamaciones de los dos ejércitos aliados, y del pueblo
oriental.
II
Sarratea, lleno de rencor exacerbado contra el héroe,
se fué á Buenos Aires, donde se incorporó, como miem-
bro influyente, á una comisión allí formada con el ob-
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 271
jeto de convocar y animar la Asamblea General Cons-
tituyente, que debía llamar á todos los pueblos del Plata,
para darse su organización política.
Es el caso, pues, de pensar en esa Asamblea General
Constituyente. Artigas la deseaba con sinceridad. No de-
seaba otra cosa : un sitio elevado, visible de todas partes,
en qué encender la lámpara de su pensamiento: inde-
pendencia; reconocimiento de la personalidad y de las
energías de los pueblos para obtenerla. Toda la verdal;
todo el porvenir.
Inútil pensamiento. En Buenos Aires está el espíritu de
su enemigo, que es legión. No es sólo Sarratea el que allí
espera á Artigas en la asamblea constituyente: allí está,
como arbitro supremo, aquel joven teniente Alvear, venido
de Europa el año anterior, cuyo carácter y significado os
he hecho conocer ; es el presidente de la Logia Lautaro, el
derrocador del gobierno, el áureo portador de las grandezas
señoriales europeas, el que, dos años más tarde, colocado por
la Logia en el puesto de Director Supremo, ofrecerá las
Provincias Unidas á Inglaterra, suplicándole que las tome ;
allí está don Bernardo de Monteagudo, tribuno de grandes
palabras sin habitante, organizador de la Logia, que es
ahora un demagogo, y será mañana un monárquico apa-
sionado; allí está don Vicente López, y Vieites, y Bel-
grano, y Rivadavia, que, dentro de un año, irán á Europa
á rogar á Carlos IV que venga á América por su pro-
piedad; y Posadas, que por nada quiere república sino
monarquía, pues no concibe la autoridad ejercida por
hombre con quien se esté familiarizado ; allí están muchos
de los que, tres años más tarde, constituirán el Congreso
de Tucumán, que será monárquico. Todo eso está allí.
¿Pero dónde está el espíritu del 25 de Mayo de 1810?. . .
Como bien lo comprendéis, amigos míos, allí no puede
272
tener representación el pueblo oriental de Artigas. Artigas,
en aquel eentru, está condenado de antemano ; su sentencia
está escrita, sentencia implacable, irrevocable. Si el pueblo
oriental ha de tener representación en esa asamblea consti-
tuyente, será necesario buscar otro pueblo oriental, no el de
Artigas, es decir, la no realidad. Ya habéis visto que, como
decía Vedia en su informe, el pueblo oriental estaba todo
entero en el Ayuí, en torno de su profétieo conductor.
No es, pues, necesario preguntar qué destino espera á los
diputados orientales, cuando se presenten en Buenos Ai-
res, con toda sinceridad, á cooperar á la organización ge-
neral: están rechazados de antemano. Lo fueron. ¿Sabéis
por qué ? Por defectos en la forma de su elección :
porque Artigas había influido en ella. ¿Y sabéis lo que
son formas, amigos artistas ? Meditad un poco en eso :
formas. Ya sabéis cómo andaban esas pobres formas en
Buenos Aires, donde, según decía Posadas, y era ver-
dad, todo se hacía por medio de asonadas tumultuosas.
Nó: el defecto de los diputados orientales no estaba en
ellas: estaba en los fondos, en las profundidades. Allí no
había sinceridad, no había realidad ; los historiadores que
han tomado eso á lo serio, eso de formas, pragmáticas, etc.,
no han sido tampoco sinceros; digámoslo en honor de su
buen sentido.
Yo no sé, mis buenos amigos, si Artigas, en esos momen-
tos históricos, creyó ó nó en la sinceridad del llamado hecho
por Buenos Aires á los pueblos, para que se constituyeran
libremente. Era, sin embargo, muy capaz de creer en ella.
El era, ante todo, una fe, y pudo creer en la aparición de
un hombre de fe en la asamblea que se proyectaba en Bue-
nos Aires.
Sea de ello lo que fuere, el Comandante General de los
Orientales comunicó á Rondeau su propósito de convocar
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 273
un congreso, no sólo para que el envío de diputados pu-
diera realizarse, sino para que ese congreso representara
á la Provincia Oriental, y designara sus autoridades,
una vez que la desalojaran totalmente los españoles,
como tenía que suceder muy pronto. Sólo esa entidad
podía, por otra parte, reconocer la asamblea constitu-
yente de Buenos Aires, enviar á ella los representantes
que se pedían, y someter el pueblo oriental á sus leyes.
Hizo, pues, la convocatoria en forma tal, que no es po-
sible dudar de la intención, ni de la esperanza que
abrigaba.
Pero Buenos Aires no quería eso, ya lo sabéis, sino
la sumisión lisa y llana de Artigas, considerado simple
agente, en su propia tierra, de quien mandara en la ciudad
occidental; mero ejecutor de sus órdenes. Lo contrario, la
formación de un organismo oriental, era acto de rebe-
lión contra la legitimidad.
III
Los diputados elegidos por los pueblos de la Banda
Oriental llegaron al campo de Artigas, en el Peñarol,
el 3 de Abril de 1813. El 4 se reunieron para oir las ex-
plicaciones del procer.
Y es en este momento en el que quiero que veáis á este
hombre extraordinario, amigos artistas. Va á dar forma
al mensaje divino de que es depositario, y tiene que re-
velar y cumplir.
Artigas abre y preside nuestro primer senado. Está en
un modestísimo salón, rodeado de los hombres de pensa-
miento de la patria : Larrañaga, Barreiro, Suárez, Duran.
18. Artigas— i.
274
Méndez, Vidal, etc. Una asamblea bien respetable, por
cierto.
Ese primer senado uruguayo, amigos artistas, es propicio
al relieve luminoso; pero yo me empeño en no distraer
vuestra mira¡da en el conjunto, para que la concentréis en
vuestro hombre. Hay una gran diferencia entre esos patri-
cios que constituyen la asamblea, y ese hombre Artigas que
los preside. Aquéllos, como sus equivalentes de la Asam-
blea de Buenos Aires, son un pensamiento elevado, una
doctrina adelantada, una lección aprendida en buenos li-
bros ; éste es una fe, una visión brotada del conocimiento
de los hombres y las cosas ; aquellos son traductores ; éste
es conductor de un mensaje interno, recibido en la comu-
nicación consigo mismo, con la vida, con el dios interior
de que os he hablado tantas veces; aquéllos eran idea,
pero idea muerta, árbol sin raíces; éste era idea viva,
arraigada en el alma, idea y acción compenetradas, pa-
sión, lo que se llama pasión; aquéllos podían cambiar
de pensamiento, discrepar de él en la acción, vivir sin
él; Artigas nó, porque vida y pensamiento son en él la
misma cosa ; vivirá con su pensamiento como con su sangre ;
obrará según él, por la misma razón porque respira, según
aquella sangre sale del corazón y regresa á él transformada
por la combustión vital. Eso y no otra cosa es lo que se
lla¡ma genio. El pensamiento del grande hombre emana de
las profundidades de su ser, como e'l árbol de las profun-
didades de la tierra. Así como éste no muestra sus raíces,
sino su ramaje, su flor, su fruto, para probar su comunión
con la tierra, con la vida universal, el héroe ofrece su vida
en acción, en flor, en fruto, como prueba de su armonía
con la armonía de los orbes. Sus razones, las raíces de
sus ideas, no son accesibles muchas veces en el presente :
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS
sólo el tiempo escarba la tierra, y las pone al ñu de ma-
nifíesto, en el momento floreal de las memorias.
El íntimo pensamiento de Artigas es palabra en su boca
y luz en sus ojos, cuando, al inaugurar el congreso, dice á
aquellos hombres que lo rodean: "Mi autoridad emana
de vosotros, y ella cesa por vuestra presencia soberana.
Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: he
ahí el fruto de mis ansias y desvelos ; he ahí también todo
el premio de mi afán. Por desgracia, agrega, va á contar
tres años nuestra revolución y aún falta una salvaguardia
del derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hom-
Invs. Toda clase de precauciones deben prodigarse cuando
se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la pro-,
bulad de los humanos."
En ese memorable congreso se acordó reconocer la asam-
•onstituyente de Buenos Aires, é incorporarse á ella.
Ese reconocimiento descansaba en el concepto incontrover-
tible de que aquella asamblea era, y no podía menos de ser,
la ejecutora del pensamiento esencial de la revolución de
Mayo, y, en especial, la garantía de la autonomía oriental,
que los orientales no podían poner en discusión. Pero
por más que eso podía considerarse tácitamente incluido
en la declaración del Congreso del Peñarol, éste quiso ha-
cerlo expresamente. Además de exigir la continuación del
asedio riguroso de Montevideo con Rondeau, y la devolu-
ción de elementos bélicos, dijo: "Será reconocida y garan-
tí !a la confederación ofensiva y defensiva de esta Banda
con el resto de las provincias unidas, renunciando cual-
quiera de ellas la subyugación á que se ha dado lugar por
la conducta del anterior gobierno. En consecuencia de di-
276
cha confederación, se dejará á esta Banda Oriental en La
plena libertad que ha adquirido como provincia compuesta
de pueblos libres ; pero queda desde ahora sujeta á la cons-
titución que emane y resulte del Soberano Congreso Gene-
ral de la Nación, y á sus disposiciones consiguientes, te-
niendo por base la libertad."
Se aclamó á Artigas como el jefe indiscutible del Estado;
se organizó éste con todos sus resortes. Rondeau reconoció
el hecho consumado.
Pero se redactaron, además, las instrucciones que debían
regir, en la asamblea de Buenos Aires, la conducta de los
representantes del pueblo oriental.
¡Las instrucciones del año xm! Ellas son, mis amigos
artistas, el milagro de aquel momento histórico. Una con-
juración, de las cosas más que de los hombres, las ha tenido
ocultas hasta ayer no más, á pesar de la gran difusión que
en su tiempo recibieron. Fueron halladas en los archivos
de la Asunción, en copia refrendada por el mismo Artigas,
hacia el año 1867 ; se publicaron por primera vez en 1878.
Los historiadores, amigos ó enemigos de su autor, han es-
crito sin conocerlas. Advertid, sin embargo, la claridad que
proyectan sobre la misteriosa figura de ese hombre sin-
gular, ó, más bien, la luz de pensamiento que encienden
en el núcleo de su sombra, que aparece así como una nube
iluminada.
Recordad que estamos á principios del año 1813. Si tu-
viéramos tiempo de recorrer las distintas regiones de Amé-
rica en ese momento, y darnos cuenta del estado de ia
revolución, ese estudio nos sería verdaderamente útil. El sol
de Mayo se ponía en todas partes ; el triunvirato de Buenos
Aires, sin pensamiento ni propósito fijo, andaba á tientas.
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 277
tropezando en las tinieblas, buscando ó esperando al hom-
bre que no aparecía. En la Asamblea Constituyente bri-
llarán resplandores inconsistentes y fugaces. Don Ber-
nardo Monteagudo, por ejemplo, que allí aparece como el
genio del nuevo espíritu y sucesor de Moreno, acabará
renegando del principio republicano ; esa asamblea consti-
tuyente no constituirá nada, porque no tiene fe firme;
no declarará la independencia, ni mucho menos; está atada
á la antigua metrópoli por el espíritu tradicional monár-
quico; no quemará las naves; las calafateará para el pro-
bable regreso al puerto de salida; hará reformas impor-
tantes, pero reformas en el organismo español. No hay
que hacerle cargos por eso ; era lo natural, lo humano. El
genio autóctono no estaba allí; allí no había más que
reflejos de espíritus remotos.
Artigas, más vidente que sabio, dicta entonces sus ins-
trucciones; traza en ellas, con la misma seguridad que
Jefferson y Washington, las cifras del evangelio repu-
blicano. No son ellas una opinión; son una evidencia, un
grito imperioso, una intimación de luz que vibra en las
tinieblas. Son el porvenir, armado de todas armas, que
aparece en el presente, como una sombra iluminada que es
preciso obedecr.
Esas instrucciones son la primera y la última palabra
del hombre de Mayo ; en ellas está su visión : la visión que
veréis siempre á su lado, llevándolo de la mano.
Comienzan por establecer que los diputados orientales
deben pedir "la inmediata declaración de la independen-
cia absoluta de estas colonias, las cuales quedarán absuel-
tas de toda obligación de fidelidad á la corona de España
y familia de los Borbones. Y que toda conexión política
entre aquéllas y el estado de España es y debe ser total-
mente disuelta. Xo aceptarán, en sustitución del régimen
278
abolido, más forma ele gobierno que la republicana, ni más
sistema que el de confederación de los distintos estados
soberanos del Plata."
Eso está muy pronto dicho. Hoy nos parece la cosa más
natural del mundo, desde que es eso lo que ha sucedido, y
debía suceder. Pero en 1813, eso era un desgarrón audaz
del velo del porvenir, era el secreto manifiesto que todos
miran, y sólo los iluminados ven. En ninguna región de la
América austral se había hecho una declaración igua! ni
parecida. Sólo en la región de Bolívar, allá muy lejos,
se moría por esa fe. Fernando VII seguía reinando mo-
ralmente entre nosotros. Belgrano y Kivadavia irán á
Europa antes de un año á reconocer á Carlos IV. Des-
ahuciados en Europa, Belgrano pensará en coronar un
descendiente de los reyes incásicos. Lo esensial es que
sea rey. Me extendería demasiado si os recordara los
casos concretos ; pero bástenos recordar que la declaración
de independencia de las Provincias Unidas del Plata será
hecha sólo tres años después, el 9 de Julio de 1816. por
el Congreso que se reunirá en Tucumán. Esa fecha es la
cifra gloriosa de la República Argentina.
La declaración de Tucumán se hizo, sin embargo, tras
largas vacilaciones y temores; y los mismos proceres que
la formularon, lejos de declarar, como Artigas, la susti-
tución del régimen colonial por la forma republicana, pug-
naron, entonces y después, por el establecimiento de una
dinastía europea en el Plata. Ellos, que hoy son, y no sin
causa, glorificados en su patria, no creían, sin embargo,
en el pueblo, como fuente posible de soberanía y de orga-
nización.
Eso ha dado ocasión á que, comparándose la historia
del Plata, con la del Orinoco, donde Bolívar abrigó siem-
pre la nueva fe, se haya afirmado que es allá, en el Norte,
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 279
y no entre nosotros, donde se encuentra el núcleo de la
independencia americana. Convengamos en que eso pu-
diera afirmarse si se estudia nuestra historia del Plata sin
Artigas. Pero la historia del Plata sin Artigas, amigos
míos, no es la historia del Plata ; está mutilada, y también
calumniada. Esa brecha que algunos han creído ver en
nuestros fastos ríoplatenses es sólo aparente. El pensa-
miento de Artigas, no el de sus enemigos, fué la pasión
de los pueblos todos argentinos, el motor de su acción
heroica. Este Artigas fué el inspirado conductor de todos
ellos, el mensajero. Estas sus Instrucciones, que estamos
estudiando, son el verbo de esos pueblos. Y fué por eso
por lo que Sarmiento, sin darse cuenta del problema, reco-
noció en ese hombre, que él no miró bien, el Bolívar de
nuestras tierras platenses; fué por eso, no por otra cosa.
Artigas es y será el héroe ; él vio la verdad intrínseca de
nuestra vida, la suprema realidad permanente.
Y la vio con tal precisión, que la República Argentina,
después de cuarenta años de luchas y tiranías, provocadas
por el antagonismo entre la capital y las provincias, sólo
ha podido darse su organización definitiva con su consti-
tución de 1853. Y esa constitución, amigos artistas, es, en
sus líneas fundamentales, la reproducción de las ins-
trucciones que dio Artigas, como Presidente del memo-
rable Congreso del Peñarol, á los diputados orientales, el
año 1813.
En éstas se consignaba, además de la declaración funda-
mental, lo siguiente : No se admitirá más sistema que el de
confederación, para el pacto recíproco de las provinc'as
que formen el estado. Se promoverá la libertad civil y
religiosa en toda la extensión imaginable. Como el objeto
280
del gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y
seguridad de los ciudadanos y de los pueblos, cada pro
vincia formará su gobierno bajo esas bases, además del
gobierno supremo de la nación. Así éste como aquél, se
dividirán en poder legislativo, ejecutivo y judicial, que
siempre serán independientes. El gobierno supremo en-
tenderá sólo en los negocios generales del estado. El resto
es peculiar del gobierno de cada provincia. Quedan abo-
lidas las aduanas interprovinciales. El despotismo militar
será aniquilado para asegurar la soberanía de los pueblos.
La capital se establecerá fuera de Buenos Aires.
Todo esto ss refiere, como lo veis, á la estructura del con-
junto de los estados confederados ; pero Artigas estableció
la del estado oriental de una manera especial y precisa. En
esas admirables instrucciones, comenzó por trazar las fron-
teras de su Patria, que él veía arraigadas en las entrañas
de la tierra. El territorio, dijo, que ocupan estos pueblos
de la costa oriental del Uruguay, se extiende desde los siete
pueblos de Misiones, que hoy ocupan injustamente los por-
tugueses, y que á su tiempo deberán reclamarse, hasta la
fortaleza de Santa Teresa. Ese será, en todo tiempo, el te-
rritorio de este estado.
¡Hoy no lo es, amigos artistas, hoy no lo es! Ya veréis
más adelante por qué los orientales no poseemos íntegra
la legítima herencia del padre Artigas.
La Provincia Oriental, continuaban las instrucciones,
entra en una firme liga de amistad con cada una de las
otras, para la defensa común, para su libertad, para la
mutua y general felicidad; pero retiene su soberanía, su
libertad é independenc;a ; retiene todo poder, jurisdicción
y derecho que no sean expresamente delegados al conjunto
de las provincias, unidas á su congreso. El estado oriental
tendrá su constitución territorial, y sancionará la general
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 281
de las provincias unidas que forme la Asamblea Constitu-
yente. Podrá levantar los regimientos que necesite, nom-
brar sus jefes, organizar sus fuerzas.
Por fin, se establece que la constitución general asegu-
rará á las provincias la forma republicana de gobierno, y
garantirá á todas y cada una de ellas sus derechos, su se-
guridad, su soberanía.
Ahí tenéis, amigos míos, el pensamiento de Artigas. No
me parece indispensable á mi propósito el establecer, de
acuerdo con el tecnicismo jurídico, si en ese pensamiento
estaba el concepto de un gran estado federal ó el de
una confederación de estados. Héctor Miranda ha escrito
sobre eso, y sobre las memorables Instrucciones en general,
un libro lleno de sólida erudición y de mérito. Pero eso es
accidental para nosotros. A nosotros nos basta con saber
que, en aquel pensamiento, estaba la independencia repu-
blicana de todos estos estados desprendidos de la metró-
poli española; lo mismo la del Uruguay que la de la
Argentina; lo mismo la de Bolivia que la del Paraguay.
La unión ó separación de esos estados, en una forma ó en
otra, será obra accidental de los sucesos. Lo esencial aquí
es la personalidad, la vida de todas y cada una de esas
entidades sociológicas. Y eso era lo que estaba, sin duda
alguna, compenetrado de evidencia, en la visión profética
del héroe.
IV
Se ha dicho que no fué Artigas quien trazó las instruc-
ciones de 1813. ¡ Cómo si todos los grandes hombres lo hu-
bieran hecho todo por su mano !
Pero bien ; si no fué Artigas el que abrigó, y dio forma y
282
custodió ese pensamiento, debe haber existido, en la Banda
Oriental, otra persona á quien debamos atribuirlo, pues
no se concibe un pensamiento que no radique en una per-
sona, en una conciencia. Dígase, pues, quién es ese otro,
y lo proclamaremos el héroe. Pero el hecho es que ese tal
estada allí, sólo allí, en el congreso oriental de 1813, y es
preciso encontrarlo; el hecho es que iba con Artigas, en
Artigas era conciencia permanente, y verbo, y acción . . .
¿Dónde está, pues, ese otro hombre superior, que se es-
conde en Artigas? ¿Cómo se llama?
Ninguno de los estadistas, más ó menos preparados, de
Buenos Aires, indicó, ni remotamente, esa doctrina, cuyo
origen es hoy bien conocido: bien sabemos que ella no es
otra que la constitución de Estados Unidos. Y mal podían
aquellos indicarla, porque no la conocían. Rivadavia, el
más ilustrado de todos ellos, era, como lo dice don Andrés
Lamas, un discípulo de los filósofos y revolucionarios fran-
ceses; no concebía ni conocía más sistema de gobierno
que el unitario, el centralismo absoluto: monárquico pri-
meramente; republicano, por fin, cuando no se pudo
menos. Se ha pretendido atribuir á Mariano Moreno
el conocimiento, y hasta la adopción del pensamiento
de Artigas; para ello, se ha llegado hasta á intercalar
en sus escritos un párrafo que no figura en La Gaceta
de Buenos Aires de que fueron tomados. Pero nó : hoy la
luz es meridiana. Héctor Miranda, en el libro que os he
citado, examina los hombres que hubieran podido ser los
autores de esas instrucciones. ¿Fué Larrañaga? ¿Ba-
rreiro ? ¿ Monterroso ? Ninguno de ellos pudo ser ; creo que
la demostración de Miranda es concluyente al respecto.
Y, en ese caso, la consecuencia se impone. No solamente
fué Artigas, y solo él, quien proclamó el vital principio,
ignorado de los demás, sino que, por proclamarlo y de-
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 283
fenderlo, fué objeto de persecución y de odio. Artigas y
la Banda Oriental fueron el holocausto ofrecido al triunfo
de esos principios, alma mater de la república triunfante.
La visión del hombre oriental, para los hombres de Bue-
nos Aires, era una proterva visión, una Dulcinea del To-
boso, pero fatídica ; una emperatriz de la Mancha, pero no
como la primera, inocente labradora sin pasiones, sino vo-
luptuosa y palpitante, capaz de arrastrar al pueblo á sus
brazos, y estrangularlo en ellos como una hermosa fiera.
Era la anarquía. El caballero que la amara, no sería el ino-
cente andante de la Mancha, símbolo de toda abnegación
generosa, destinado á ser la burla de arrieros y venteros
y Sanchos Panzas; no debía ser tratado por los duques
opulentos como objeto de regocijadas parodias caballeres-
cas, sino considerado criminal y peligroso, reo de lesa pa-
tria americana, y condenado á muerte.
Artigas era el caballero, el Quijote siniestro. Reo será
de muerte.
Inútiles fueron sus esfuerzos por que los diputados orien-
tales se incorporaran á la asamblea constituyente á hacer
oir al menos la voz sincera. Ya os he hecho saber quiénes
son lo que esperan en Buenos Aires á los diputados orien-
tales: ya sabéis pues, lo que allí va á acontecer. Se pre-
sentaron por primera vez. y fueron rechazados: había
defectos de forma en la elección. Artigas convocó al pue-
blo por segunda vez. para que ratificara los poderes de
sus diputados. El pueblo los ratificó. Por segunda vez fue-
ron rechazados.
Buenos Aires, como antes lo hemos visto, no quería eso,
sino la otra cosa. Y no pudiendo obtenerla, y á pretexto
de que se anunciaba la llegada k Montevideo de refuerzos
284 ARTIGAS
de España, resolvió por segunda vez levantar el sitio,
abandonar de nuevo la provincia oriental á su propio des-
tino.
En el mes de Mayo, se ordenó á Rondeau el retiro inme-
diato del ejército auxiliar. Rondeau logró paralizar la eje-
cución de esa inconsiderada medida; pero la orden fué rei-
terada y confirmada, aún antes de recibirse el parte ofi-
cial de la llegada de los refuerzos españoles.
Se ordenó á Rondeau terminantemente que levantara el
asedio, y se embarcara con el ejército en la Colonia, donde
ya estaban prontos los transportes necesarios. Rondeau in-
sistió, demostró, triunfó. No pudo resistírsele ; el sitio con-
tinuó.
Es verdad que el gobierno de Buenos Aires quería des-
tinar las tropas del asedio de Montevideo á reforzar las
que, allá en el Norte, resistían la invasión del español que
venía del Perú; pero eso demuestra, una vez más, lo que
antes os he hecho ver con claridad, amigos artistas : que la
provincia oriental no era necesaria para la integración del
gran virreinato español-andino; que éste era lo principal
y aquélla lo accesorio ; que la región oriental sería siempre
abandonada, si así lo exigían los intereses de la occidental;
que eso era lo que se pretendía de Artigas ante todo : el sa-
crificio de la patria oriental, siempre y cuando así lo re-
clamara la existencia de la occidental. Y Artigas no debía
querer, ni quiso jamás tal cosa. Él es, ante todo y sobre
todo, el jefe de los orientales; ese fué su crimen. Esta
patria que hoy tenemos, mis buenos artistas, ésta y no otra
alguna en el mundo, fué la que palpitó en sus entrañas de
héroe, la que él parió con dolor, la que él defendió con alma
de leona. ¡ Sacrificarla porque así lo exigía la guerra que se
hacía en el Norte ! . . .
¡ Artigas, padre Artigas ! . . . Habrá patria para todos, ó
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 285
no habrá patria ... ¡La habrá para todos ! Y la habrá, pre-
cisamente porque la hay para los orientales.
Buenos Aires consintió, por fin, en que el sitio de Mon-
tevideo continuase. Pero era necesario entonces que la
condición sine qua non se cumpliese: ordenó á Rondeau
que enviase representantes á la asamblea constituyente;
pero que fuera él, y nadie más que él, quien presidiese
la elección según sus instrucciones.
Artigas hizo entonces el último esfuerzo.
¿Vivía aún en su alma fuerte la esperanza de conciliar
la soberanía oriental y la soñada patria republicana con el
núcleo dirigente de Buenos Aires, con el buen Sarratea.
con el espléndido joven Alvear?
Cuesta creerlo; pero el hecho es que, invitado por Ron-
deau, accedió á suscribir con éste la nueva convocatoria al
pueblo oriental.
¡ Inútiles tentativas ! Rondeau, de acuerdo con sus ins-
trucciones, hizo de aquella asamblea, que reunió en la
Capilla de Maciel, y no en el campo de Artigas, como es-
taba convenido, y que presidió personalmente, el más po-
deroso recurso para aniquilar á aquél, presentándolo
ante sus mismos compatriotas como un espíritu díscolo é
irreductible. El carácter de ese Congreso de la Capilla
de Maciel está trazado por el ilustre Pérez Castellano,
actor en él. "En la puerta del salón, dice, estaba de fac-
ción un ayudante que. á la menor señal, podía llamar ocho
ó diez dragones, que no hubieran dejado títere con ca-
beza ..." "En la elección de diputados no se tuvo por
objeto el bien de la provincia oriental, sino presentar un
documento de subordinación al gobierno de Buenos Ai-
res." Y concluye diciendo que "en el seno de la asam-
>86
blea se echaba bien de ver, por el general silencio que se
hacía en torno de las cuestiones importantes, que entre
los concurrentes no había la libertad necesaria para tales
casos, y que sólo enmudecían de terror y espanto."
Rondeau procedía con sinceridad, sin embargo: él creía
en la soberanía de Buenos Aires. Ya sabéis que él no
veía sino las apariencias ; nadie hablaba dentro de él ; todo
le venía de afuera. Sólo más tarde, cuando los hechos le
hagan tocar con la mano la realidad que ve Artigas, se re-
belará contra Alvear; pero en este momento — y nada
tiene de extraño — no cree en Artigas. En este momento
rompe con él, y llega á decirle en una de sus comunica-
ciones: "Son muy dignas de V. S. las reflexiones que me
hace. Ojalá que bastaran á acallar pretensiones, si no injus-
tas, intempestivas é inoportunas, cuando menos, y que
ellas tuvieran poder para refrenar la imprudente licencia
con que algunos díscolos, llenos del espíritu de discordia
que los anima, se complacen en sembrar imposturas, con
la idea de fomentar la desconfianza y la división, teniendo
el descaro de zaherir los respetos de un gobierno que los
llena de beneficios, gobierno del que dependemos, y sin el
cual ni aún respirar podemos."
Este bravo de Rondeau era un hombre ingenuo, indu-
dablemente. Pero cuidemos mucho de no tener ahora ni
un pensamiento que no sea de glorificación para el hom-
bre honrado que venció en el Cerrito.
Sí, bravo amigo, candoroso amigo; el pueblo oriental
puede respirar también sin el gobierno de Buenos Aires.
Prescindirá de éste, y buscará directamente al pueblo
occidental, al pueblo argentino, su hermano, su aliado,
que lo llama y le pide protección contra la comuna de
la capital. Éste sí que reconoce á Artigas; lo reconoció
en Las Piedras; y lo vio de cerca y lo reconoció en el
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 287
Ayní. Y ahora, sobre todo, ahora que ha visto su pensa-
miento escrito en sus instrucciones, reconoce y aclama en
él al sólo intérprete de la revolución de Mayo, al sólo
conductor que lleva á la nueva patria, á la tierra pro-
metida.
Artigas ha agotado los recursos para conservar los inter-
mediarios entre el pueblo oriental y el occidental argen-
tino. Ha llegado, pues, el momento de recurrir directa-
mente á éste. Va á tomar de nuevo en hombros á su patria ;
de nuevo va á hacerla cruzar el Uruguay; pero ya no
para pedir protección, sino para darla.
En Enero de 1814, el sitio de Montevideo puede darse
por terminado. Artigas sabe que la plaza caerá en manos
de los sitiadores : cayó, efectivamente, cinco meses después.
Está convencido, por otra parte, de que, entrando él
como uno de tantos números del ejército vencedor, los ca-
labozos de la ciudadela lo esperan con sus mandíbulas muy
abiertas. ¡ Si antes de entrar, su propia vida está en peli-
gro ! . . . ¡ Si en esos momentos está Sarratea en Río Ja-
neiro, gestionando con lord Strangfort un nuevo armis-
ticio para entregar el Uruguay al dominio español, y una
alianza para aniquilar á Artigas, cuya resistencia á tal
entrega será segura ! . . .
¿Debe el jefe de los orientales reconocer y acatar in-
condicionalmente la oligarquía de Buenos Aires, y librarse
inerme á sus enemigos, con su ejército, en su propia tierra,
entrando con ellos á Montevideo?. . .
¿Debe romper las hostilidades con Rondeau, exponién-
dose á que éste cumpla la amenaza que le ha hecho de
288
levantar, una vez más, el sitio de la plaza, si no se somete ?
Los dos extremos serían funestos.
Adopta entonces una de sus resoluciones geniales, más
en la realidad de las cosas que la del éxodo, más todavía .-
en la noche del 20 de Enero de 1814, se retira de la línea
sitiadora de Montevideo. Él sabía, y lo sabe hoy la histo-
ria, que su presencia no era ya indispensable para debelar
la plaza, que estaba agotada.
Sale solo, disfrazado de gaucho ; pero en cuanto sus lea-
les notan su ausencia, lo buscan, lo siguen, lo encuentran,
lo rodean. Los orientales todos, incluso los Blandengues,
dejan el sitio, y van á donde está el alma de la patria.
En ese momento, grande para Artigas, éste salvó, una
vez más, la democracia en el Río de la Plata, junto con la
independencia oriental.
Ese retiro con su ejército del sitio de Montevideo tiene
mucha analogía con el que realizó con su pueblo en el
éxodo. Allí salvó al pueblo entero ; aquí salva al ejército.
Hoy se ve eso con claridad meridiana. Vais á ver, amigos
míos, cómo quien entrará á Montevideo, dentro de cinco
meses, no será Eondeau, el vencedor del Cerrito, sino Al-
vear, el joven príncipe, con su armadura de plata, con
su nimbo de estrellas áureas. Se presentará á recoger las
llaves de hierro de la patria ciudadela., expugnada por
los hombres de Las Piedras y el Cerrito ; despojará á Mon-
tevideo de todo elemento de fuerza, lo tratará como ene-
migo, lo dejará sojuzgado, y volverá á Buenos Aires á
recoger aclamaciones. Allí soñará con arrebatar á San
Martín su visión de gloria : su expedición al otro lado de
los Andes. Y correrá á la empresa, y fracasará en ella, por-
que el ejército, á las órdenes de Rondeau precisamente,
lo rechazará. Y volverá de nuevo á Buenos Aires, donde
se constituirá en un dictador de 28 años. Entonces ofre-
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS
cera á Inglaterra el cetro del Plata, como solución del 25
de Mayo de 1810.
Si Artigas hubiera permanecido hasta el fin del asedio
en la línea sitiadora ; si se hubiera resignado á penetrar
en Montevideo, caballero en un cisne, entre la nivea escol-
ta y el suntuoso séquito de Alvear; si no hubiera salvado,
en su persona y en su idea y en el ejército de orientales
que lo han seguido, la idea y el núcleo de resistencia del
pueblo oriental contra el espíritu escéptico de Buenos
Aires, es evidente, de toda evidencia, que ni la república
hubiera nacido entonces en el Plata, ni hoy existiría, como
pueblo independiente, esta nuestra patria oriental: sería-
mos portugueses.
Se concibe, amigos artistas, que, en aquella época, hubie-
ra quienes no pudieran penetrar en el pensamiento de Ar-
tigas; dejaría éste de ser hombre superior, si todos sus
pensamientos hubieran estado al alcance de todos ; no sería
árbol vivo si mostrara sus raíces. Pero que hoy, después de
abiertas las entrañas de la historia, haya quien no vea la
llama que arde sobre la cabeza del héroe cuando se retira
del segundo sitio de Montevideo, entre las sombras de la
noche, es algo que maravilla al sociólogo.
Al saber la separación de Artigas, el gobernador español
cree llegada, por fin, la coyuntura de sobornarlo, y recurre
de nuevo á la tentación. Expide una proclama invitando á
los orientales á unirse como hermanos : promete premios á
todos, y manda proposiciones escritas á Artigas, asegurán-
dole grandes ventajas personales y políticas. La plaza
sitiada cifra todas sus esperanzas en la misión enviada
al gran caudillo; dice Figueroa que los mismos españoles
empecinados le llamaban héroe y santo, cuando esperaron
19, Artigas.— i.
290
que aceptase las amplias propuestas que se le hacían . . .
Todo fué inútil. Una vez más, Artigas y el pueblo recha-
zan la sugestión.
El criminal Quijote lleva á la grupa de su cabalgadura
á la princesa heredera de Fernando VII; es la adorable
bastarda de sangre real en el sentido de realidad, la de
ojos hondos, llenos de miradas negras : la democracia ame-
ricana. Hay ojos que piden y ojos que toman. La heredera
secuestrada y salvada por Artigas tiene de los segundos;
su belleza morena, llena de sol de Mayo, no figurará en el
séquito del vencedor de Montevideo : ó entrará como reina,
ó no entrará ; ella es la sola vencedora.
VI
Era, pues, necesario condenar á muerte al seductor. Se
formó en Buenos Aires el tribunal que debía dictar la
sentencia. En esos momentos, precisamente, la colectividad
que allí gobernaba, y que, como sabéis, no pudo hallar su
propia cohesión, resolvió abandonar la forma colectiva,
y adoptar la unipersonal. Era preciso buscar un hombre
que gobernara; aquello no marchaba.
Pero . . . | dónde estaba ese hombre ?
La logia Lautaro, sometida á la influencia del joven
Alvear, se encargó de hacerlo aparecer. Lo halló, feliz-
mente, en la persona de un tío de éste, don Gervasio An-
tonio de Posadas, que fué elegido, por la asamblea, Su-
premo Director de las Provincias Unidas.
Para conocer á este Primer Director Supremo que en-
gendra, por fin, en Buenos Aires, la revolución de Mayo,
tenemos sus Memorias, que acaban de publicarse, y que
son un tesoro. Este señor Posadas fué una víctima, ana
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 201
verdadera víctima. Con su cara plácida y bonachona, llena
de candores, y sus ojos amables y pacientes, y su levita
negra de solapas coloniales, y su amplia corbata blanca,
era uno de esos hombres que parecen nacidos para abuelos.
En todo había pensado este excelente caballero, menos
en ser Gobierno, y mucho menos revolucionario; y mu-
chísimo menos republicano. Notario mayor de la Curia
Eclesiástica, desde hacía más de veinte años, fué sacado de
entre sus legajos amigos, para llevarlo de diputado por
Córdoba á la Asamblea, á pesar de que él pedía á gritos
"que nombrasen otro individuo desocupado é idóneo,
pues él estaba impedido por su oficio de notario." No
hubo más remedio que ceder, agrega; "parece que había
un formal empeño en incomodarme, en meterme y com-
prometerme en la revolución, y en sacarme de mi casa
y atenciones." Anduvo en volandas, como un genio del
aire. A los seis meses, era presidente de la asamblea; al
mes inmediato, vocal del Poder Ejecutivo; á los cinco
meses, Supremo Director.
Sus Memorias no son otra cosa que una constante la-
mentación sobre las pellejerías que le ocasionó el malha-
dado gobierno de esta ínsula platense, que duró sólo un
año, el 1814, en que pasó las de Caín. Las memorias em-
piezan así: "No tuve la menor idea, ni noticia previa. Yo
vivía tranquilo en mi casa, con mi dilatada familia, dis-
frutando de una mediana fortuna, y ejerciendo el oficio
de Notario Mayor de este obispado desde el año 1789. Me
hallaba ocupado y entretenido en las actas del concurso á
la vacante silla magistral de esta Santa Iglesia Catedral en
el mes de Mayo de 1810, cuando recibí esquela de convite
á un Cabildo Abierto (Era el mes de Mayo de 1810).
No concurrí por hallarme legítimamente ocupado."
292
"Después supe, etc., etc.". . . . Así ingresa en la revo-
lución de Mayo el Primer Director Supremo de las Pro-
vincias Unidas. Él declara francamente que dijo que aque-
llo nada le gustaba, pues allí no había plan ni combina-
ción alguna; en aquella celebérrima Junta, son sus pala-
bras, los gobernadores no se entendían.
Y tiene razón que le sobra el señor Posadas para no
hablar bien, como no habla, de aquel toletole político en
que se veía, por obra de birlibirloque. Él era un hombre
de bien, y prestó servicios, que le fueron pagados con pe-
rrerías. Lo dice con encantadora ingenuidad en sus Me-
morias: "Yo no era un genio; no tenía los talentos nece-
sarios para el caso ; pero dormía muy poco, algo discurría,
y consultaba lo que ignoraba."
Fué tratado, sin embargo, con una crueldad inaudita
una vez caído del poder. La relación que nos hace de sus
penurias es realmente conmovedora . . . Pero él, á los ocho
días de subir al gobierno, firmó la ya preparada senten-
cia de muerte contra Artigas, y éste no se ha quejado, ni
poco ni mucho, que yo sepa, á pesar de haber dormido
menos quizá que el señor Posadas.
Todo puede ser perdonado á éste, sin embargo, en ob-
sequio á la ingenuidad con que nos revela lo que allí pa-
saba. Artigas se retiró del sitio de Montevideo; pero los
que no se retiraron asediaban de tal manera al pobre
Director Supremo con sus exigencias y sus discordias y
sus ambiciones, que ellos, sin retirarse del sitio, eran los
verdaderos rebeldes. Posadas los considera tales, cuando
menos. Después de narrar los dolores de cabeza que le daban
las disensiones en el ejército del Norte, dice : "No eran me-
nores los disgustos que me causaba el ejército sitiador de
Montevideo, cuando lo mandaba Rondeau. Don José Arti-
gas abandonó el sitio con la división de su mando ; los de-
KL PENSAMIENTO DE ANTIGÁS 293
más jefes renunciaban sus empleos, y nada bastaba á
aquietarlos. . . "
Posadas se daba á todos los diablos; escribía á San Mar-
tín, á French, á Rondeau, á Soler, por ver de satisfacer
sus ambiciones y apaciguarlos. "Mi amado hermano, es-
cribe á French, acabo de recibir su apreciable del 4. . . .
Seguramente usted ha olvidado que yo estoy aquí sentado
contra los sentimientos de mi corazón, y lo mismo se ha
olvidado Rondeau, á quien ya he escrito sobre su infernal
renuncia. Soler también renuncia de oficio. Con que, n á
ustedes les parece, admitiré las tres renuncias, y me iré á
mandar los tres regimientos."
Pero entre todas las comunicaciones de Posadas, todas
ellas llenas de la luz que yo difundo en lo que os digo,
ninguna más expresiva que la dirigida al coronel don Mi-
guel Estanislao Soler. "Mi amigo del alma, le dice, ya
no sé con qué palabras he de hablar á los hombres. Algún
demonio se ha metido en esta casa. Rondeau renuncia;
French y usted renuncian; Artigas renunció y nos des-
trozó 500 hombres. Los oficiales que ha hecho prisioneros
me escriben que los he sacrificado estérilmente, porque
la causa de Artigas es justa. Belgrano renunció, y está
enojado. San Martín dice que á su mayor enemigo no le
desea aquel puesto. Díaz Vélez ha renunciado y está eno-
jado. ¿No es esto cosa de locos? ¿Se puede así marchar á
ninguna empresa? "
¡Los oficiales prisioneros proclaman que la causa do
Artigas es justa! Convengamos en que esta declaración
no carece de interés, por más que sepamos, mejor que los
oficiales prisioneros, lo que es la causa de Artigas.
A pesar de todo esto, Posadas tuvo que ser el aérente
de ese demonio que él sospechaba alojado en la Casa de
Gobierno de Ruónos Aires.
294
El fué el encargado de dictar la sentencia de muerte
contra ios vencedores de Las Piedras, raptores del fuego
sacro; contra ese Artigas, cuya causa era justa. La sen-
tencia es hermosa por lo implacable, sentencia de vam-
piro. Aunque todas las olas del mar, convertidas en san-
gre, corrieran por las arterias de Artigas, no tendría éste
sangre bastante para aplacar la sed de esa sentencia.
Vosotros sabéis, mis queridos artistas, que la magnitud
de un hombre se juzga, tanto por los que lo aman, como
por los que lo aborrecen: juzgad del tamaño de Artigas
por el odio de su sentencia de muerte.
Comienza ésta por un largo preámbulo, en que la adul-
teración de los hechos notorios llega á un grado tal de
candor, que hace pensar en la cólera de un niño felino.
¿Recordáis, amigos míos, aquel sereno capitán de Blan-
dengues, grado equivalente al de general en el gobierno
colonial, que os hice conocer al principio y que había sido
indicado por Moreno como el hombre necesario, por sus
talentos y prestigios, para levantar el pueblo oriental y
adherirlo á la revolución de Mayo? ¿Lo recordáis en
la Calera de las Huérfanas y en la batalla de Las Pie-
dras, en que salvó á Buenos Aires y á la revolución? Pues
ese capitán, jefe de los orientales, es, en ese preámbulo, un
' ' humilde y prófugo teniente, que vino á implorar el so-
corro de Buenos Aires en los comienzos de la revolución ";
él es un injusto agresor de los portugueses, cuando defen-
día contra éstos á su pueblo, y Buenos Aires, llamándolo
General Artigas, apoyaba su conducta; él es un desobe-
diente á Sarratea, al buen Sarratea. cuando, unido á Hon-
dean, lo obligó á separarse del sitio; es, por fin, un sospe-
choso de connivencias con el gobierno español
Y por todo eso, el señor Posadas decreta :
KL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 295
"1.° Se declara á don José Artigas infame, privado de
sus empleos, fuera de la ley y enemigo de la patria.
' '2.° Como traidor á la patria, será perseguido y muerto
en caso de resistencia.
"3.° Es un deber de todos los pueblos y las justicias, de
los comandantes militares y de los ciudadanos de las pro-
vincias unidas, el perseguir al traidor por todos los medios
posibles. Cualquier auxilio que se le dé voluntariamente
será considerado como crimen de alta traición. Se recom-
pensará con seis mil pesos al que entregue la persona de
don José Artigas, vivo ó muerto.
"4.° Los comandantes, oficiales, sargentos y soldados
que sigan al traidor Artigas, conservarán sus empleos y
optarán á los ascensos y sueldos vencidos, toda vez que se
presenten al general del ejército sitiador ó á los coman-
dantes y justicias de las dependencias de mi mando, en el
término de 40 días, contados desde la publicación del pre-
sente decreto.
' '5.° Los que continúen en su obstinación y rebeldía des-
pués del término fijado, son declarados traidores y enemi-
gos de la patria. De consiguiente, los que sean aprehendi-
dos con armas, serán juzgados por una comisión militar, y
fusilados dentro de las 24 horas."
Todo eso está firmado por el muy bonachón del señor
Posadas; pero éste no fué su autor; él así lo dice, y yo
se lo creo á pie juntillas.
Imagínese todo el rencor y el odio comprimido que es-
taba depositado contra el héroe oriental y su pueblo, en el
fondo de las almas que dictaron eso, y el destino que le
hubiera cabido si penetra con Alvear en Montevideo, dis-
persando su ejército. No podía ser ese un odio reciente;
los cachorros no rugen así ; era un odio y un rencor muy
296 ARTIGAS
viejos, muy profundos: rugido de fiera anciana; de tigre
octogenario, muchas veces secular quizá, y que ruge en
lengua extranjera. Los tigres americanos no tienen tam-
poco esa voz.
Artigas es, pues, un ajusticiado, privado del agua y del
fuego ; su cabeza puesta está á precio. El pueblo oriental
queda emplazado por cuarenta días. Si en este término no
se presenta desarmado ante su severo protector, será fusi-
lado á las 24 horas. Será recompensado si se presenta : se
le dará un buen premio, empleos, ascensos y sueldos de-
vengados.
¡Los sueldos de los soldados orientales, que, muriendo,
nos dieron patria!
¡ Oh amigos, amigos artistas ! No os imagináis lo que me
conmueve pensar en eso. ¡ Si sintierais lo que yo, al pensar
en los sueldos de esos pobres ajusticiados que siguen á
Artigas !
Son ahora tres mil hombres; después serán ocho mil, y
todos morirán por la patria.
¡ Sus sueldos ! ¿, Recordáis aquel ataúd, descomunal por
lo grande, que quería Enrique Heine para enterrar su
amor y sus infortunios? Imaginad ahora vosotros el mo-
numento que tendríais que fundir, si tuvierais que em-
plear en él todo el oro que no pagamos á los soldados de
Artigas !
Esos soldados no tenían sueldo como los tenían los sol-
dados de Washington; ya lo veréis más adelante. Artigas
no tuvo sueldos; vivió muy pobre; murió muy pobre; lo
enterraron de limosna.
Nó: el pueblo oriental no fué á buscar sus sueldos á
Buenos Aires. Amó más que nunca á Artigas; su amor
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS 297
se transformo en culto, y se resolvió á morir con él. Nadie
lia sido más odiado ni más amado que ese hombre.
Para él está escrita, amigos artistas italianos, no para
Bonaparte, la estrofa marmórea de vuestro Manzoni:
Segno d'inmensa invidia,
E di pietá profonda;
D'inestinguibil odio,
E d'indomato amor.
CONFERENCIA XII
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO
La revolución en Chile. — José Miguel Carrera y Juan Martínez
de Rosas. — O'Higgins y Macke&a. — Los tratados de Lircny. —
Carrera y O'Higgins. — Caída de Chile en Rancagaa. — San
Martín. — Chaeabuco. — Carrera errante por el mundo. ■ — La
continuación del sitio de Montevideo. — Brown. — Montevideo
estrangulado. — Capitulación de la plaza. — Aparición de Al-
vear como libertador. — ¿Artigas en el séquito de Alvear?
Amigos:
Tengo mucho interés, ahora más que nunca, en que os
deis cuenta bien exacta de la existencia de estas dos na-
ciones de lengua española, que han nacido á ambos lados
de la profunda cuenca del Uruguay y el Plata: la occi-
dental y la oriental; la inmensa región andina que se
extiende de los Andes hasta aquella gran cuenca hidro-
gráfica, y la nación atlántica, mucho menor que aquella
territorialmente, que va del lecho de los grandes ríos al
océano.
Ambas tienen sus metrópolis como sabemos : Montevideo
y Buenos Aires.
300
Buenos Aires está en poder de su dueño, si bien á nom-
bre de Fernando VII, desde el 25 de Mayo de 1810 ; Mon-
tevideo va á estarlo, por fin, á nombre propio, muy pronto.
Artigas, el ajusticiado, tomará en breve posesión de
la plaza, y coronará en ella á la heredera legítima que
lia robado; á la sola soberana que él ha reconocido y
salvado: la democracia americana independiente.
Ambas tendrán que continuar la 'lucha por la indepen-
dencia, sin embargo ; Buenos Aires contra el español, que
insiste en decirse su señor natural, y que, partiendo de
Lima, su gran sede colonial, bajará por los contrafuertes
de los Andes en dirección al Plata ; Montevideo, una vez
desalojado el español, tendrá que luchar contra el portu-
gués, que también se cree su dueño, y que vendrá de
Río Janeiro, su sede real en la región atlántica.
El pueblo argentino occidental se cubrirá de gloria en
el Norte, á pesar de los desastres que acaba de experimen-
tar en Vilcapugio y Ayohuma, y del que sufrirá en Sipe-
Sipe ; cruzará los Andes, y pasará á Chile con San Martín ;
recogerá los laureles de Maipú, y, coronado con ellos, dará
cima, á la campaña del Perú, donde se encontrarán los dos
héroes andinos: San Martín y Bolívar.
El pueblo argentino oriental emulará esas glorias del
occidental en su lucha con el portugués. Pero no encontrará
á Bolívar : luchará solo, y caerá sacrificado á la traición y
el número; pero salvando el germen de la futura patria.
Dentro de esa guerra contra el enemigo exterior, es-
pañol el uno, portugués el otro, va á empeñarse la lucha
entre el gobierno de Buenos Aires y toda la Provincia
Oriental, lucha provocada no tanto por la estupenda con-
denación á muerte de Artigas y de todo su pueblo, cuanto
por el antagonismo fundamental que representan Artigas
y el Directorio de Buenos Aires : es la lucha de la fe contra
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO 301
el escepticismo, la de la democracia republicana, la verda-
dera independencia, contra la monarquía.
Artigas acudirá en apoyo del pueblo argentino occi-
dental, que es también víctima del gobierno que manda en
su metrópoli. Éste llamará en su auxilio, contra Artigas.
al enemigo portugués, al que estimulará á la conquista del
Uruguay, haciéndolo ejecutor de la sentencia de muerte
dictada contra el pueblo oriental, que él no puede ejecutar.
Esc es el problema que vais á ver planteado, amigos
míos.
Ya estáis vosotros plenamente aleccionados para no con-
fundir, como otros lo han hecho, esa lucha por la vida
propia y por la democracia argentina, que empeña el pue-
blo oriental contra el Directorio de Buenos Aires, con
otras luchas que estallaron en el seno de la revolución
americana, y que son guerras intestinas.
Quiero haceros conocer someramente, sin embargo, para
que veáis íntegro el cuadro de la revolución de América,
y porque se vincula á la vida de Artigas, la independencia
y la lucha interna de Chile.
La revolución tiene allí el mismo origen que en Bue-
nos Aires: formación de Juntas de Gobierno para cus-
todiar los derechos de Fernando VII. Como en Buenos
Aires, se desata allí la guerra interna, provocada por las
ambiciones de los hombres: José Miguel Carrera lucha
con Juan Martínez de Rosas, proceres ambos chilenos.
El primero predomina al fin, y dirige la guerra contra
España, que, de.ide el Perú, envía sus ejércitos por el
océano Pacífico, y los desembarca en el Sur del territorio
chileno, de donde emprenden su marcha hacia Santiago.
Carrera, después de breve resistencia, es depuesto por
302
sus compatriotas, y tomado prisionero por las españoles.
Lo suceden O'Higgins y Mackena en el mando del ejér-
cito; pero éstos, cuando esperan la victoria de sus armas
sobre Gainza, el jefe español, reciben orden de cesar en
las hostilidades. Se han celebrado los tratados de Lircay,
(Mayo de 1814) en que Chile, bajo ciertas condiciones,
reconoce su dependencia del rey de España. — Aquí tam-
bién interviene el representante inglés, Hillyar.
José Miguel Carrera, fugado de su prisión, reaparece
de nuevo en Santiago, y promueve allí otra revolución;
depone al gobierno, y él mismo se coloca á su cabeza:
es la guerra civil. El bando caído llama á O'Higgins. —
Éste combate con Carrera y es vencido. Cuando se pre-
para á renovar la batalla, sabe que España desaprueba
los tratados de Lircay, y envía un nuevo ejército al mando
de Osorio, para restablecer su autoridad sin condiciones.
Carrera y O'Higgins marchan entonces unidos contra el
enemigo común, á las órdenes del primero. Pero la recon-
ciliación no es sincera por ambas partes. O'Higgins, si-
tiado en Rancagua, hace una resistencia homérica. Es-
pera á Carrera, que debe venir en su auxilio; lo ve acer-
carse por el Norte ; pero luego advierte, con asombro, que
Carrera se retira, y que deja caer muerta á Rancagua.
Muerta, sobre el glorioso escudo. De su dos mil defen-
sores, sólo quedan trescientos, que se abren paso con el filo
de sus sables entre las compactas líneas sitiadoras, con
O'Higgins resplandeciente á la cabeza.
Chile cae de nuevo en poder de España (Octubre
de 1814).
Dos años después, (Enero de 1817) descenderá San
Martín de los Andes, precedido por los guerrilleros chi-
lenos, de que es tipo y ejemplar el bizarro Manuel Ro-
dríguez, y comenzará en Chacabuco la libertad definí-
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO 303
tiva de aquel heroico pueblo Pero estamos hablaudo
de la guerra intestina.
José Miguel Carrera no tomará parte en el acto final
de la libertad de su patria: O'Higgins, el compañero de
San Martín, el soldado de Chacabuco y de Maipú, pre-
dominará allí á título de gloria.
Aquél, después de abandonar á su rival en Rancagua,
traspuso, fugitivo como él, la cordillera de los Andes, y
se embarcó en Buenos Aires para los Estados Unidos,
en busca de recursos con que volver como libertador á
su tierra. Los obtuvo, y llegó con ellos á Buenos Aires,
donde esperaba completarlos con los emigrados chile-
nos, sus parciales, que allí lo esperaban. Entre éstos esta-
ban sus dos hermanos, Juan José y Luis. Esos recursos,
unidos á los de San Martín, hubieran sido fecundos ; pero
ni Carrera quería ofrecer á San Martín la gloria de liber-
tar á su patria, ni Buenos Aires á Carrera la ocasión de
entrar en ella, donde podía reanudar la lucha civil. El
gobierno de Buenos Aires desbarató con toda energía la
expedición de Carrera: fueron San Martín y O'Hig-
gins quienes vencieron en Chacabuco, y quienes pene-
traron vencedores en Santiago.
Los Carreras se sintieron heridos en el corazón. Los
dos hermanos de José Miguel parten entonces de incóg-
nito para Chile, con el ánimo de derrocar el gobierno
de los vencedores. Son apresados en Mendoza, y fusilados
el 8 de Abril de 1818. Primer acto de una tragedia llem
de noche.
Un mes más tarde, estalla en Santiago un motín popu-
lar contra. O'Higgins, para provocar un cambio de go-
bierno. Lo acaudilla, entre otros, Manuel Rodríguez, el
animoso precursor inmediato de San Martín. El motín
es sofocado; preso el impertérrito Rodríguez, es asesinado
304
por sus guardias en Tiltil, al ser conducido de Santiago
á Quillota.
Quedaba don José Miguel confinado en Montevideo
por Buenos Aires. Convencido de que la muerte de sus
hermanos es la obra de la logia Lautaro, la misma que
ha condenado á muerte á Artigas, cobra todo el aspecto
de un arcángel vengador.
Porque Carrera era, sin duda, de los seres ígneos, de
agilidad fulgurante: era legión. Cree que Artigas es su
hermano; busca su alianza. No le había mirado á los
ojos, sin duda alguna; Artigas no es venganza, no es
impulso determinado por causas exteriores; es un silen-
cio grande, el único grande, ya os lo dije al principio.
Artigas no tiene por qué ni para qué acudir al grito
de aquel inflamado dragón 'alado, que pasa por el aire
como un meteoro : nada tiene de común con él.
Pues si no es su hermano, será su enemigo. Carrera
concita contra Artigas á los caudillos argentinos que lo
aclamaban y obedecían; pero después de contribuir á
la caída del héroe oriental, no consigue que aquéllos lo
sigan: el arcángel se queda sólo, siniestro, envuelto en
sus alas membranosas crepusculares, sentado en el de-
sierto, en la Pampa. La desesperación se sienta á su lado.
Allí se le aparecen los indios salvajes, y él los llama con
el dictado de hermanos, con el nombre de esperanza. Co-
mienza, con ese concurso, una guerra caótica, buscándose
paso hasta Chile. Es vencido por el gobernador de Men-
doza. Es fusilado en el mismo sitio en que, tres años an-
tes, lo habían sido sus hermanos. Es un trágico personaje
este hombre. Tiene hoy su estatua de bronce en Santiago.
O 'Higgins ha sido el matador de Carrera y sus hermanos.
San Martín, coautor de esa tragedia, que reviste caracteres
siniestros. O 'Higgins hace pagar al anciano padre de los
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO 305
Carreras las balas con que han sido fusilados sus hijos;
el anciano paga y muere en seguida; las familias de los
muertos son perseguidas. ¡ Sombras peregrinantes en la
noche de la historia!
O'Higgins gobierna en Chile durante seis años; pero
al fin, una nueva revolución se alza contra él. La acau-
dilla Freiré, el general más glorioso de su tierra, des-
pués de O'Higgins. Éste abdica. Su abdicación es el oro
de su gloria.
En la capital de Chile, mis amigos artistas, tiene hoy
O'Higgins su monumento de granito y bronce: el héroe,
á caballo, salta las murallas de Rancagua. Muy cerca de
éste, se levanta el de Freiré, sereno y noble. Cerca de
ambos está José Miguel Carrera, cubierto con su dólman
de húsar, que, como un ala rota, le cuelga del hombro;
José Miguel Carrera, el fusilado en Mendoza. Ahora acaba
de levantarse la estatua de Manuel Rodríguez, el asesinado
en Tiltil.
Por todas partes la apoteosis de los ajusticiados.
Todos esos fueron chilenos, que lucharon entre sí, sin
dejar de luchar por la patria común.
¡José Miguel Carrera!... Su delito podía acaso defi-
nirse: quería, en primer lugar, la libertad de Chile bajo
su dominio ; y, en segundo lugar, la libertad de Chile.
Os he narrado esos hechos, porque quiero haceros medi-
tar, amigos artistas, sobre la diferencia fundamental y la
distancia inconmensurable que media^ entre esas guerras
intestinas — análogas á muchas otras de la independen-
cia americana — y la que acaba de declarar Buenos
Aires al Jefe de los Orientales.
Allá, en Chile, no luchaba ningún chileno contra San
Martín en defensa de la persona de la patria ; tampoco
20. Artigas.— I.
306
batalló nadie contra él, en defensa del pueblo chileno
al darse su forma de gobierno: San Martín fué un con-
quistador de Chile contra los españoles, no contra los
chilenos. Hoy San Martín tiene también su estatua en
Santiago.
El general argentino sintió, al cruzar las altas cum-
bres de los Andes, que allí atravesaba una frontera; no
pretendió borrarla con su espada. No lo hubiera conse-
guido tampoco, porque los chilenos, como los orientales,
tenían también la suya. Es O'Higgins, jefe de los chi-
lenos, pero incomparablemente menos representativo que
Artigas, como jefe de los orientales, es O'Higgins el que
queda designado como director supremo del estado, tras
la expulsión de España. San Martín hará otro tanto en
el Perú, aunque no encuentre allí un indiseutido jefe do
los peruanos.
Cuando, acompañado del almirante Cochrane y del
szeneral Las Heras, desembarque en el Perú, á la cabeza
del ejército libertador, se dirigirá á sus soldados y les
dirá: "Ya hemos llegado al lugar de nuestro destino, y
sólo falta que el valor consume la obra de la constancia.
Pero acordaos de que vuestro deber es consolar á Amé-
rica, y que no venimos á hacer conquistas, sino á libertar
á los pueblos que han gemido trescientos años bajo tan
bárbaro derecho. Los peruanos son nuestros hermanos y
amigos; abrazadlos como tales; respetad sus derechos,
como respetasteis los de los chilenos después de la ba-
talla de Chacabuco."
¿Por qué no se procedió así con los orientales y con
Artigas, el del levantamiento- en masa, el del éxodo, el de
Las Piedras? La cuenca del Uruguay y el Plata no es,
como lo sabéis, una divisoria menos profunda que la del
divortium aquarum de los Andes; esas honduras hidro-
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO 307
grá ticas son montañas invertidas. El pueblo oriental, por
otra parte, no había hecho menos esfuerzos que el de
Chile ó el del Perú por su propia libertad. La patria os
68 deudora de las glorias que más la honran, había dicho
Buenos Aires á ese pueblo después de Las Piedras. No le
¡c reconoció, sin embargo, el derecho á ser persona; tenía
que someterse ó morir.
¿Sentís, amigos artistas, la enorme diferencia entre Ar-
tigas por un lado, y Carrera. O'IIiggins. Freiré, Manuel
Rodríguez I
Jamás tendré por hombre discreto á quien llame lucha
intestina, y no rechazo de un opresor injusto, la que Ar-
tigas sostendrá contra Buenos Aires.
Vamos á ella, que ya nos urge.
II
Las tentativas de arreglo intentadas por Vigodet con
Artigas y Otorgues han fracasado. El español se ha con-
vencido de que lo que conduce á Artigas no es la ambición
de mando, ni de riquezas, ni de honores. En la última de
<-sas tentativas, Artigas propuso un arreglo con la plaza,
p ro sobre la base siguiente, que, como es de presumirse,
escandalizó á los realistas: renuncia á la sumisión al rey;
formación de un Congreso independiente, separado le
España y de Buenos Aires.
Pero Montevideo conserva aún el dominio del mar y
de los ríos. Es preciso arrebatarle ese último recurso. El
Qobierno de Buenos Aires arma una escuadrilla; monta
»m ella el viejo Brown, <'] marino irlandés don Gui-
llermo Brown, un nobilísimo caballero del mar, un her-
mano del viento que sopla las olas. Es capaz de arrancar
ARTIGAS
con los dientes la espoleta inflamada de una bomba na-
vegante, el torpedo primitivo, que llevaba la corriente.
Creo que alguna vez hizo algo parecido ese impertérrito
domador de olas y de fuego. Apuntaba los cañones con la
pipa en la boca, y encendía la mecha, Sus maniobras eran
simple preparación del abordaje. Después de su gran
victoria, del Buceo, escribía á su gobierno, sonriendo con
su flema irlandesa, que "como los españoles se habían
propuesto cortar el pescuezo, nada menos, á todos los que
estaban en la escuadra, la tripulación había sido armada
con largos cuchillos." Si Brown no hubiera nacido irlan-
dés, hubiera sido gaucho marítimo. Las balas enemigas
le rompieron una pierna, y él no dejó caer la pipa de la
boca, y siguió mandando el combate, tendido en el
puente del " Hércules ", sobre un colchón.
Era mucho hombre aquel viejo almirante, hermano de
Nelson. Porque Brown era todo un almirante, un marino
genial, con su cara mofletuda, sus cabellos rojos, sus
labios finos y sus pequeños ojos encendidos y penetran-
tes. Era mucho hombre aquel viejo lobo marino. Cuando
algunos años después, durante la guerra civil, sitia con
su escuadra á Montevideo, sabe que en la plaza sitiada
ha muerto el general Martín Rodríguez, procer de la
independencia, y hace poner á media asta la bandera de
los buques, para que lloren la muerte de su glorioso ad-
versario.
La escuadra española fué destruida por Brown, com-
pletamente destruida.
Montevideo, que había sufrido penurias indecibles, ham-
bre, peste, angustias mortales, quedó estrangulado: la
tierra y el mar se daban las manos, se ceñían á su lomo
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO 309
de granito, y le hacían erugir los huesos. Los ojos se le
saltaban de las órbitas como á un ahorcado.
Rondeau, el general sitiador, el vencedor del Cerrito,
iba, pues, á recoger solo la gloria de la jornada, iba á
entrar en la plaza sin el vencedor de Las Piedras, sin el
pueblo oriental, que estaba condenado á muerte. La vic-
toria definitiva de Brown frente á Montevideo tuvo
lugar el 14 de Mayo de 1814; el 18, el almirante vence-
dor recibía de Vigodet la proposición de un armisticio,
que aquél transmitía á Buenos Aires.
Y el mismo día 18, como caído de las nubes, aparecía
en aquel teatro, con un ejército de 1.500 hombres, el
conquistador que ya os he anunciado, el joven coronel
don Carlos M. de Alvear. Venía á reforzar el asedio, y á,
sustituir á Rondeau. Lo enviaba el señor de Posadas, di-
rector supremo del Estado, á recoger los laureles del largo
sitio. Rondeau fué destinado al ejército del Perú.
Un mes después, el 21 de Junio, capitulaba Monte-
video, y se entregaba al coronel Alvear que, por ese
tiempo, era promovido á brigadier, y declarado con los
suyos "Benemérito de la patria en grado heroico." —
Así decía la medalla acuñada al efecto.
i Cuántas cosas raras se hace decir al bronce!
No sólo eso tenía reservado el señor Posadas para su
sobrino ; le quedaba aún el poder supremo, y éste era tam-
bién para el afortunado joven. Seis meses después, el 9 de
Enero de 1815. se lo entregó. Alvear, después de su en-
trada en Montevideo, se hizo nombrar de nuevo sustituto
de Rondeau en el mando del ejército del Perú. Fué á
buscar su nuevo cargo, en el que creía disputar á San
Martín su futura gloria. Pero Rondeau ya estaba conven-
cido de que Artigas había tenido razón, como ya lo está
el mismo Posadas. Rondeau y su ejército se rebelaron
310 ARTIGAS
contra el gobierno, rechazaron á Alvear, y éste tuvo que
volverse á Buenos Aires. Fué entonces cuando, por in-
fluencias de la logia Lautaro, subió el brigadier Alvear
á la cumbre del poder supremo. Quince días después de
su elevación, firmaba, con la mayoría de su Consejo de
Estado, dos notas en que ponía las Provincias Unidas del
Río de la Plata á disposición del gobierno inglés, pidién-
dole que las salvara, á pesar suyo, de la perdición á que
marchaban. En esas notas, dirigidas al Ministro de la
Gran Bretaña, Alvear declaraba á las Provincias Unidas
inhábiles para gobernarse por sí mismas. "Estas Provin-
cias, decía el conquistador de Montevideo, el rival reful-
gente del traidor Artigas, desean pertenecer á la Gran
Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno. Ellas
se abandonan, sin condición alguna, á la generosidad y
buena fe del pueblo inglés, y yo, estoy resuelto á sostener
tan justa solicitud." Más adelante recordaba á Ingla-
terra, que ella, la protectora de la libertad de los negros
de África, no debía dejar entregados á su propia suerte
á los pueblos del Plata, que se arrojaban en sus brazos
generosos. Y terminaba diciendo: "Es necesario que se
aprovechen los momentos; que vengan tropas para impo-
nerse á los genios díscolos, y un jefe plenamente autori-
zado, que dé al país las fórmulas que sean del beneplá-
cito del rey y de la nación."
¡ Oh, Washington! ¡Bolívar! ¡Oh. Artigas, bárbaro Ar-
tigas!
Al mismo tiempo. Rivadavia y Belgrano y Sarratea.
vagaban por Europa, enviados por Buenos Aires, en
busca de un príncipe para el Río de la Plata. Carlos IV,
padre de Fernando VII, debía ser. como sabéis, el rey
de la monarquía platense y del Perú y Chile; después
había de ser don Francisco de Paula, hermano de Fer-
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO 311
nanclo; después otros, y otros más; cualquiera que fuese
de sangre real. Si vierais, amigos artistas, que triste fué
la odisea diplomática de esos proceres del 25 de Mayo
de 1810!... Todo fué inútil: corrían los años 14 y 15;
Napoleón había caído en Waterloo. Inglaterra y España
eran amigas; el Congreso de Viena restauraba la legiti-
midad ; Fernando VII era el único dueño de América,
á justo título; la Santa Alianza
No hablemos más de eso por ahora ; es muy largo y de-
plorable; miradlo y pasad, amigos míos. Y si quisierais
imponeros de algo más, sabed, si es que ya no lo sabéis
por presunción, que, entre las instrucciones dadas por
Alvear á García, su embajador en Río Janeiro, estaba la
de gestionar allí la ocupación de la Banda oriental por
los portugueses, á fin de deshacerse de Artigas y de los
orientales, que eran el gran obstáculo á la realización de
aquellos planes, los genios díscolos contra los que se pe-
dían tropas inglesas.
Tal era el libertador que, como San Martín en San-
tiago después de Chacabuco, entraba vencedor en Mon-
tevideo después del sitio de veinte meses sostenido por
Artigas y Rondeau, los vencedores de Las Piedras y el
Cerrito.
¡Y ha habido, amigos artistas, quien no ha compren-
dido la causa ni los efectos de la separación de Artigas de
la línea sitiadora de Montevideo ! ¡ Quien ha creído que el
héroe oriental debió entrar en la plaza, caballero en un
cisne blanco, confundido entre el séquito de Alvear!
CONFERENCIA XIII
EL CARÁCTER DE ARTIGAS
La dominación porteña. — Violación de la capitulación. — En país
conquistado. — Nueva tentativa de seducción de Artigas por el
virrey de Lima. — "Yo no defiendo á su rey". — El caudillo
de los caudillos. — Pensamiento y carácter de Artigas. — Psi-
cología del hombre. — Su ambición. — Su fe y su visión pro-
féticas. — Acción constante y resistencia. — El protectorado so-
bre las provincias. — Derogación de la sentencia de muerte. —
Buen servidor de la patria. — Tentativas falaces de arreglo. —
Celadas traidoras.
Comprenderéis, amigos míos, que la dominación ex-
tranjera no terminaba en el Uruguay, por más que ter-
minara la española, con la entrada de Alvear en Monte-
video. Era triste, más bien, arrojar á la madre, madre al
fin. para ver los propios derechos arrebatados por un
hermano. Si hubiera sido posible que Montevideo de-
seara volver á ser español, en ese momento hubiera abri-
gado tal deseo.
Dice Mitre, en su Historia de San Martín, que los direc-
torios de Buenos Aires "al dar la señal de la guerra ofen-
siva en 1817, y reconquistar á Chile, impusieron á su gene-
ral por regla de conducta infundir á los pueblos, liber-
314 ARTIGAS
taclos por sus armas, que ninguna idea de opresión ó de
conquista, ni intento de conservar la posesión del país
auxiliado, la llevaba fuera de su territorio." Así lo hizo
San Martín también en el Perú, según lo hemos visto.
Desgraciadamente no se pensó aplicar esa doctrina á
los orientales . . . ¡ Por qué no se hizo, Dios mío !
Alvear se condujo muy mal, oh, muy mal. con la madre
expulsada, en primer término.
Los bizarros españoles defensores del rey en Monte-
video eran dignos de otra despedida: Artigas no hubiera
hecho eso. La plaza fué entregada á Alvear bajo capitu-
lación formal. Según ésta, el gobierno de Buenos Aires
recibía á Montevideo en depósito, y reconocía la integri-
dad de la monarquía española y á su legítimo rey el señor
Fernando VII; enviaría diputados á España para un
ajuste definitivo. La guarnición de la plaza se retiraría con
los honores de la guerra ; no se sacaría ni armas ni muni-
ciones ni pertrechos, ni se enarbolaría más bandera que la
española, etc., etc.
Todo eso fué violado por el vencedor, una vez dueño
de la ciudad : se enarboló el pabellón argentino ; se arrestó
á Vigodet y se le envió á Río Janeiro, donde formuló
una enérgica protesta; se trataron como prisioneros de
guerra los soldados españoles, á quienes se quitó las
armas y banderas, y se les enroló en los cuerpos de Al-
vear; se enviaron á Buenos Aires los jefes y oficiales y
trofeos, etc., etc.
Pero los orientales, cuya expulsión no era menos nece-
saria que la de España para el gobierno de Buenos Aires,
no fueron tratados con mayor lealtad; nó, no fueron tra-
tados como hermanos y amigos desgraciadamente.
Como Artigas había evitado caer en Montevideo. Al-
vear había escrito á Otorgues, capitán de aquél, invi-
EL CARÁCTER DE ARTIGAS 315
tándolo á intervenir en la capitulación, y á recibirse de
la ciudad en nombre de los orientales. Le protestaba,
por lo más sagrado que hay en el cielo y en la tierra, la
sinceridad de sus sentimientos. "Mi estimado paisano y
amigo, le dice en nota de 7 de Junio de 1814, "nada me
será más lisonjero y satisfactorio que ver la plaza de
Montevideo en poder de mis paisanos, y no de los godos.
á quienes haré eternamente la guerra."
'' Mándeme dos diputados que vengan á tratar con los
de Montevideo.'*
11 Yo, por mi parte, me obligo solemnemente á su cum-
plimiento, protestándole por lo más sagrado que hay en
el cielo y la tierra, de la sinceridad de mis sentimientos."
" Crea que la franqueza de mi alma y la delicadeza
de mi honor, no me permiten contraerme á nimiedades.
Que vengan luego, luego, los diputados, para concluir
esta obra."
¿A qué tanto juramento, diréis vosotros, mis amigos,
á qué tanto juramento, por el cielo y la tierra?
Otorgues se aproximó á Montevideo, y así lo hizo saber
á Alvear. Éste entretuvo con parlamentos al jefe oriental,
y, llegada la noche, cayó sobre él y lo hizo pedazos.
Volvió entonces vencedor á la plaza, y la trató como
ciudad conquistada: se la llevó á Buenos Aires. Se apoderó
de cuanto en ella existía; arrebató á los particulares sus
armas finas que destinó á sus oficiales; envió á Buenos
Aires ocho mil doscientos fusiles, trescientos treinta y
cinco cañones, las cañoneras de la flotilla y otros ele-
mentos de guerra, avaluados en la suma de cinco millones
y medio de pesos. Hasta la imprenta que existía en Mon-
tevideo, fué enviada á la capital del virreinato. "Con la
adquisición de Montevideo, dice el director Posadas en
sus memorias, nos hicimos de un soberbio armamento de
316
que carecíamos, y de una considerable porción de dinero,
que tanto ha contribuido á aumentar los fondos del estado,
pasándose además á esta capital muchos pertrechos de
guerra, de que estaban llenos aquellos almacenes." Se hizo
cesar al gobernador intendente de Montevideo, y se envió
uno de Buenos Aires, don Nicolás Rodríguez Peña. Éste
destituyó á todos los miembros del Cabildo, y los sustituyó
por otros de su agrado, que nombraron á Alvear Regidor
Perpetuo de Montevideo. Hasta los porteros fueron re-
emplazados. Se impusieron contribuciones, exacciones de
todo género al vecindario .... ¿ Con qué se defenderán
ahora Montevideo y la Banda Oriental, en caso de ser
atacados por el extranjero?
¡ Oh ! Ya los defenderá Alvear, ó los que triunfen en
Buenos Aires, si juzgan conveniente defenderlos.
Artigas está condenado á muerte, por haber juzgado
que no debía entregar su ejército y su pueblo á esos her-
manos libertadores .... No hablemos de eso con demasiada
extensión, amigos míos; es penoso.
II
Vamos á hablar, en cambio, de algo más grato; vamos
á ver á Artigas en otra noble actitud.
Ninguna coyuntura más propicia para que el español
tentara de nuevo al Jefe de los Orientales. Entre la con-
quista bonaerense y la dominación española; entre el
tiránico hermano y la vieja madre, ¿no podría Artigas
quedarse con ésta?
El virrey de Lima, que no podía sospechar ni remota-
mente lo que había en el alma fuerte del héroe oriental,
lo creyó así, é hizo que el general Pezuela, jefe del ejér-
EL CARÁCTER DE ARTIGAS 317
cito del Perú, le escribiera invitándole á la unión. Un
comisionado, munido de credenciales, entregó á Artigas
un oficio que decía: "Estoy impuesto de que usted, fiel
6 su monarca, ha sostenido sus derechos combatiendo
contra la facción; cuente usted, lo mismo que sus ofi-
ciales y tropa, con los premios á que se han hecho acree-
dores, y, por lo tanto, con los auxilios y cuanto puedan
necesitar. Para todo acompaño las instrucciones á que
se servirá contestar".
Un poderoso aliado se ofrecía, pues, á Artigas contra
el Directorio que lo había condenado á muerte con su
pueblo, y que los condenará siempre; estaba cuando
menos en situación de iniciar, directamente con España,
las negociaciones que Buenos Aires ansiaba realizar para
coronar un príncipe en el Plata, como solución dé la
revolución de Mayo. Él, con los pueblos que lo obede-
cían, y no Buenos Aires, hubiera podido realizar esa
solución.
Si se piensa en lo que hubiera sucedido si Artigas hu-
biese aceptado esa alianza que le ofrece reiteradamente
España; si uno se imagina al caudillo oriental y su
enorme prestigio en el Plata puestos al servicio de la causa
española, entonces parece que cobra mayor relieve su fi-
gura incorruptible de libertador republicano. Recordaréis
lo que decía al respecto el mariscal español don Gregorio
Laguna: " Con la ayuda de Artigas se conseguirá la
destrucción de todos los rebeldes de aquel hemisferio."
Yo os pido que meditéis un poco, amigos artistas, sobre
lo que pasaba en el alma de Artigas en esta ocasión, y
en todas las otras, que son muchas, en que se le presen-
taba la tentación. Advertid bien toda la fe que ha sido
necesaria en el héroe para rechazarla, y para no trai-
cionar jamás, ni aún en las circunstancias más difíciles.
318
la causa del pueblo. Pensad en eso. Artigas no confunde
el directorio de Buenos Aires con el pueblo argentino
occidental; éste es su aliado, su único aliado contra
aquél. No bien aparece la seducción extraña, su visión
interna se le aparece y lo mira intensamente. Nó, Artigas,
á pesar de su difícil situación, no vaciló ante las proposi-
ciones de Pezuela. Ved su memorable contestación:
" Han engañado á U. S., contestó, han engañado á
U. S. y ofendido mi carácter, cuando le han informado
que yo defiendo á su rey . . . Yo no soy vendible, ni quiero
más premio por mi empeño que ver libre á mi nación del
poderío español; sólo cuando mis días terminen, dejará
mi brazo la espada que empuñó para defender la pa-
tria "
" Vuelve el enviado de U. S., prevenido de no cometer
otro atentado como el cometido con su visita."
Notad bien eso, si os parece, amigos artistas : ' ' Han
engañado á TJ. S., y ofendido mi carácter, cuando le han
informado que yo defiendo á su rey."
Artigas no reconoció jamás á Fernando VII. Vos-
otros ya conocéis su pensamiento: él había dicho en otra
ocasión: con los porteños podré entenderme; con los
españoles, nó.
Él no recurrirá jamás á los enemigos exteriores para
combatir al interior americano. Para luchar con el Di-
rectorio estaban los mismos americanos, los hermanos
occidentales, que eran víctimas del mismo enemigo que
Artigas, y que, aunque con menos intensidad que éste,
sentían que. en la absorción por Buenos Aires de su pro-
pia autonomía, estaba, no sólo la pérdida de esa auto-
nomía, sino el fracaso de la revolución de Mayo.
EL CARÁCTER DE ARTIGAS 319
En ese caso estaban, en primer término, las provincias
occidentales de Entre Ríos y Corrientes, Santa Fe y Cór-
doba. Todas ellas sentían la necesidad de resistir á Buenos
Aires; pero ninguna de ellas tenía el hombre que debía
conducirlas. Todas conocían en cambio á Artigas : lo habían
visto en el Ayní, cuando se acogió con todo su pueblo á
la tierra occidental; habían visto las instrucciones que
dio á sus diputados, y en ellas reconocieron su propio
espíritu. Artigas era, pues, el rcx, en el amplio sentido
de que habla el pensador inglés, en sentido de realidad:
el jefe, el capitán, el que está por encima de los otros hom-
bres ; aquel á cuya voluntad debe estar subordinada nues-
tra voluntad ; el hombre hábil, idóneo, que nos provee de
práctica y constante enseñanza, y nos dice, al día y á la
hora, lo que debemos hacer.
; Quién no ve la gravitación natural de las cosas en
esa afluencia de todas esas moléculas homogéneas en
torno de ese núcleo de atracción?
Artigas aceptó, y no podía menos de aceptar, la pro-
tección que le pedían aquellos pueblos contra el espíritu
absolutista, que ora triunfaba, ora era derrotado en
Buenos Aires mismo. ¿Cómo no había de aceptar, si esa
su autoridad sobre las provincias occidentales era pre-
cisamente la garantía de la independencia oriental, y la
salvaguardia de toda la revolución de Mayo?
Artigas era, pues, el hombre de todos los argentinos
orientales ó atlánticos, y el hombre de las cuatro quintas
partes de los argentinos occidentales ó andinos, es de-
cir, de todos los occidentales, con excepción de los hom-
bres formados en las universidades coloniales, ó en las
cortes europeas, ó en contacto con las realezas pasadas.
Se han confundido los caudillos ó jefes locales de las
provincias argentinas que aceptaron la protección de Ar-
320
tigas, con Artigas mismo, y se ha llamado á éste cau-
dillo, y caudillaje á su pensamiento genial. No se ha que-
rido confundir, sin embargo, á los caudillos argentinos
que secundaban al directorio con el directorio mismo. Éste
no era caudillo, aunque disponía de algunos caudillos, y
hubiera querido disponer de todos los existentes para lle-
varlos sin resistencia al pie del trono inglés, español ó por-
tugués.
Es que Buenos Aires se sentía herido en su dignidad
de sede ó corte colonial, con virreyes, universidades, au-
diencias y grandezas señoriales, ante la idea de que aquel
pobre hombre oriental fuera el depositario del porvenir.
Esa idea lo sublevaba hasta el paroxismo. Eso no era,
porque no podía ser. Y sin embargo, esa era la realidad,
la verdad intrínseca que ya se ha abierto camino en la
historia; todo lo demás era apariencia, forma deshabi-
tada, vanidad de vanidades.
III
Artigas era el pensamiento y el carácter. Cómo y de qué
elementos se formó en ese hombre extraordinario ese pen-
samiento y ese carácter, es una cuestión que me parece
insoluble. Los que han pretendido resolverla han dicho
más de una necedad. Hay quienes han visto en él un
ignorante, un analfabeto, porque no le ven la toga, el
título académico, los chirimbolos; los otros se han empe-
ñado en presentarlo con suficiente ilustración y prepara-
ción intelectual para haber concebido una doctrina polí-
tica, un plan de acción y organización ; éstos se empeñan
en averiguar qué libros pudo haber leído. ¡Libros! "Lo
que se sabe mejor, dice Chamfort, que leo citado por
EL CARÁCTER DE ARTIGAS 321
Morley, es: primero, lo que se ha adivinado; segundo,
lo que se ha aprendido por la experiencia de los hom-
bres y de las cosas; tercero, lo que se ha aprendido no
en libros, sino por libros, es decir, por las reflexiones
que ellos nos hacen hacer ; cuarto, — y es el grado más
bajo de conocimiento — lo que se ha aprendido en los
libros ó con maestros." Las formas, en los documentos
de Artigas que leemos, son accidentales, son diferentes,
según sean de uno ú otro de sus secretarios ó conseje-
rus, ó del mismo Artigas, cuyo estilo personal se dis-
tingue perfectamente, como hemos dicho, en la inmensa
mayoría de los numerosos papeles que han llegado hasta
nosotros ; pero, al través de todas las formas, se ve siem-
pre él pensamiento invariable, el espíritu, el carácter,
la acción de Artigas, en todo ese fárrago de escritos.
No ha faltado, por fin, antes ha sobrado, quien sólo
ha visto en el héroe oriental un ambicioso, un impostor
sin conciencia, y sin más móvil que el anhelo salvaje, ó
poco menos, de predominio personal.
¡La ambición! Jamás tendré por hombre mediana-
mente discreto al que ¡no sepa distinguir entre el simple
deleite de ser más que los demás, y que. siendo relativo,
es ruin é infecundo, y la tendencia imperiosa á desen-
volverse según la magnitud de las dotes que el ser humano
siente en su propia naturaleza, aunque esas dotes sean
superiores á las de los otros hombres. Si no es esta última
la misión que el hombre tiene sobre la tierra, ¿cuál es
entonces ?
Y eso, el anhelo de llenar la propia misión en el mundo,
no es raquítico sino muy grande ; es la suma de los deberes
del hombre. El deleite que ello proporciona no es sensual;
es todo lo contrario del sensualismo.
21. Artigas.— i.
322
Atribuir ambición á Bolívar, pongo por caso, que muere
soñando en la restauración de su poder, puede expli-
carse; pero atribuírsela á este Artigas, á quien habéis
visto rechazar los halagos del virrey, y vais á ver morir,
como un anacoreta, en un destierro voluntario, pobre,
desdeñoso de toda gloria y de todo bienestar, eso me pa-
rece, cuando menos, una grandísima simpleza.
Descartado, pues, por innocuo, ese cargo de ambicioso
atribuido á Artigas, ¿dónde encontraremos el gran mo-
tor de su vida?
Si no nos es fácil analizar, para hallar sus elemen-
tos componentes, el pensamiento y la creencia de un hom-
bre vulgar, ni aun nuestro propio .pensamiento, ¿cómo
pretender hacerlo con los del hombre superior?
Tanto valdría querer averiguar los átomos de la tierra
de que parten; todos y cada uno de los elementos que for-
man la nube en que el vapor terrestre se condensa, y que
vuelve á caer en forma de lluvia ; cuáles las flores en que
bebió la abeja el azúcar de que formó su miel, y cuáles las
sustancias impalpables que formaron el perfume de la
flor, que es como el armonioso pensamiento del árbol.
Para Carlyle, la creencia no es otra cosa que el ejercicio
saludable, la acción vigorosa de la inteligencia humana;
para llegar á creer se sigue un procedimiento misterioso,
indescriptible, según él. Se nos ha dado inteligencia —
dice — no para que cavilemos y argumentemos solamente,
sino para que veamos y estudiemos las cosas, con el fin
de obtener algunos conocimientos precisos sobre las mis-
mas, de manera que podamos desde luego comenzar á
obrar con el asentimiento de nuestra conciencia.
Yo creo, mis amigos, que, en la creencia, aun en lo
relativo al orden puramente natural, hay algo más que
la acción vigorosa de nuestra inteligencia, por más que
EL CARÁCTER DE ARTIGAS 323
ésta sea el único medio de conocimiento. Es preciso creer
en la existencia de la inspiración genial, de ese dios inte-
rior de que tanto os he hablado. "Haz un sitio para el
misterio, dice el misterioso Amiel; no te ares entero con
la reja del examen, sino deja en tu corazón un pequeño
ángulo en barbecho para las simientes que aportan los
vientos; roba un rinconcito sombrío para las aves del
cielo que pasen ; ten en tu alma un lugar para el huésped
que no esperas, y un altar para el dios desconocido."
Si Artigas creyó, con incomparablemente mayor ener-
gía que todos los proceres del Plata, en el poder eficiente
del pueblo para formar una nación, la oriental especial-
mente; si él vio con intensidad lo que los demás no vie-
ron, y amó con pasión lo que los demás odiaron, y ordenó
lo que los demás querían destruir, no fué sólo porque
caviló y argumentó; los demás habían cavilado tanto ó
más que él. Fué porque vio la aparición que brotó en su
alma de la simiente que cayó en ella desde el viento que
utre las nubes: la patria democrática. Y los compo-
nentes de esa visión, y el proceso seguido para arraigar
y crecer en la conciencia, son realmente, como dice el
inglés, misteriosos, indescriptibles. Yo os he indicado antes
algunas ele las causas sociológicas por las cuales parece
natural que fuera en Montevideo, la ciudad desheredada,
la ingénitamente democrática, y no en Buenos Aires, la
ciudad señorial, donde naciera el hombre con la visión
do la independencia americana,.
Pero no es necesario que analicemos demasiado el fenó-
meno, para dar fe de su existencia. El hecho es que el
hombro predestinado apareció allí. Poned la mano sobre
la cabeza de todas las patrias americanas, y sentiréis en
todas ellas el calor del pensamiento y del carácter de Ár-
ticas. Alsrnien — no me acuerdo quién — ha dicho que la
324 ARTIGAS
historia es una mezcla de necesidad y de libertad. Creo
que tiene razón.
Han engañado á Usía — dice Artigas á Pezuela — y
ofendido mi carácter, cuando le han dicho que " yo de-
fiendo á su rey."
¡ El carácter ! Pensad un poco en eso, amigos míos : el
carácter. Artigas es, sin duda alguna, el de la persona-
lidad americana, formado por las influencias complejas
del medio ambiente.
Si lo observamos bien, -el carácter no es otra cosa
que la manera constante de pensar^ de sentir y de obrar
de una persona. El carácter es, para el alma, lo que es
para el cuerpo la fisonomía, las actitudes, los movimien-
tos, el aire de familia. Y todo esto depende de un
gran cúmulo de circunstancias: influencias étnicas; he-
rencia ; organización fisiológica ; medio ambiente físico,
orgánico, doméstico, social ; educación ; cultura. Pero el
carácter en el hombre depende, además de todo eso, de
la propia y espontánea actividad voluntaria; es ésta la
que experimenta la influencia de los factores antedichos,
pero sin ser absorbida por ellos. Al través de todas
esas influencias persiste el hombre, la conciencia indivi-
dual depositaría de la revelación. El carácter es, por
consiguiente, la garantía de encontrar, en los momentos
de prueba, un pensamiento, una acción, un hombre que
ajuste sus actos á su conciencia, á su razón, á su visión,
sin ser agente pasivo de las circunstancias, ó de la ajena
libertad. El carácter es acción constante y resistencia:
opera según el propio pensamiento, según la propia mi-
sión en la tierra ; rechaza los motivos determinantes de
EL CARÁCTER DE ARTIGAS 325
índole inferior, que contrarían ó enervan los de razón, de
justicia, de consecuencia con el propio destino.
Artigas era un carácter, una fisonomía moral imposible
do confundir con otra alguna. Siempre lo veréis, igual á
sí mismo, con el pensamiento fijo en su misión, desdeñoso
de todo lo que no concurre á su desempeño. La constancia,
la resistencia, se revelarán hasta en sus últimos días. No
morirá trágicamente: morirá durante treinta años, que
serán una permanente renovación de su prof ético holo-
causto.
IV
Las provincias argentinas podían reconocer á Artigas;
el patriciado de Buenos Aires, nó. Pero el hecho se im-
ponía : Artigas triunfaba ; era dueño de las Provincias
de Corrientes. Entre Ríos y Santa Fe, cuyos conductores
se habían puesto bajo su protección. El Directorio de Bue-
nos Aires había mandado contra él á Holemberg; y
Otorgues, enviado por Artigas á su encuentro, lo había
derrotado en Entre Ríos, lo había hecho prisionero, y en-
viado, con buen número de oficiales, al campamento del
Jefe de los Orientales, que, consecuente con su nobilísimo
carácter, puso á todos ellos en libertad.
Si no se destruía aquel hombre, todos los planes del
Directorio de Buenos Aires, monarquía inglesa, prín-
cipe español, reyes incásicos, etc., etc.. todo fracasaría;
vendría el caos republicano, la independencia absoluta,
es decir, la muerte. Era, pues, necesario aniquilar á Ar-
tigas por cualquier medio; sofocar en él al dragón demo-
crático.
326
Se pensó en vencerlo por engaño. Una vez tomado
Montevideo, se le invitó á la paz. Para ello se comenzó
por una insinceridad grotesca: el Director Supremo, no
solo derogó su decreto de seis meses antes, en que decla-
raba á Artigas traidor, infame, etc., etc., y que ponía á
precio su cabeza como la de un lobo, sino que dictó
uno nuevo, en que se reconocía como un error lamentable
é injusto lo que antes se había dicho y hecho ; se declaraba
al Jefe de los Orientales buen servidor, de la patria, y se
le reconocía en su grado, con más el título de comandante
general de la campaña de Montevideo.
Ya veréis repetirse, con deplorable frecuencia, esas tris-
tes palinodias en Buenos Aires, con relación al héroe
oriental. Eso da pena, francamente. Pero es un signo de
la ausencia allí de todo carácter ; imprime un gran relieve
á la figura de Artigas. Todo da vueltas en torno suyo : él
está inmóvil, sigue su órbita.
No juzgo necesario deciros, amigos artistas, que todo
eso no tenía consistencia alguna. Nosotros no lo cree-
mos. ¿ Lo creyó Artigas ? — Yo supongo que, si no lo
creyó firmemente, llegó una vez más á concebir alguna
esperanza de realizar, con todos los hermanos occidenta-
les, su inviolable ideal. Eso estaba muy en su carácter.
Los grandes hombres tienen de esas ingenuidades á cada
paso: el genio no tiene edad, porque no crece; es un
niño de larga barba nevada. Bien es verdad que, en ese
momento. Artigas no sabía á ciencia cierta de la misión
de Belgrano y Rivadavia á Europa, con el objeto de
coronar un rey del Plata, y menos aún de la de García
á Río Janeiro, para entregar el Uruguay á Portugal.
El hecho es que envió á Alvear tres comisionados, para
arreglar pacíficamente la contienda. Eran tres proceres:
don Tomás García Zúñiga. don Manuel Barreyro y don
EL CARÁCTER DE ARTIGAS 327
Manuel Calleros. Alvear los recibió con los brazos abier-
tos... ¡Oh amable persona!
El joven príncipe americano se disponía á burlarse de
aquéllos, para él, pobres hombres. Les habló de la nece-
sidad de la paz entre hermanos; les prometió villas y
castillos ; les protestó su amor á Artigas, el grande hombre,
el gran patriota; aceptó todas las bases de pacificación por
ellos propuestas; les manifestó su firme propósito de
retirarse inmediatamente de Montevideo, para dejar á
éste en poder de sus dueños naturales, y hasta les hizo
presenciar el comienzo del embarque de sus tropas con
destino á Buenos Aires.
¡ Cuánto se habrá divertido el joven magnate con la pa-
rodia que entonces organizó!
Las tropas bonaerenses salieron, efectivamente ; se em-
barcaron en presencia de los delegados de Artigas ; pero,
mientras éstos creían que zarpaban para Buenos Aires,
aquéllas desembarcaron por otro lado, en el mismo terri-
torio oriental, en la Colonia. Como las comparsas de
teatro.
De allí, de la Colonia, Alvear. en combinación con el
coronel Dorrego, que había ido á situarse en el centro del
territorio, se lanzó á destruir el campamento de Otor-
gues, que confiaba en los arreglos pendientes. Dorrego
cayó sobre él. lo sorprendió, lo hizo pedazos, le apresó
artillería y bagajes, tomó entre los prisioneros á la misma
familia de Otorgues, que fué tratada indecorosamente, y
volvió vencedor á la Colonia, donde celebró, con no me-
nos falta de decoro, su fácil victoria. Aquellas fiestas han
dejado recuerdo perdurable. No me parece conveniente
recordar ahora sus detalles, que hacen sangrar el corazón.
Aquí tenéis que leer sólo en el timbre de mi voz, amigos
míos. ¡La pobre familia de Otorgues! Yo os hablaré de
328 ARTIGAS
eso lo menos posible; sólo lo indispensable para reivindi-
car la memoria de Artigas, del héroe más humano, más
honesto, y más caballeresco de América, cuando la calum-
nia acose demasiado su figura inmune.
Esa era la realidad, la sola realidad. Ya lo veis, mis
amigos artistas; la guerra es inevitable. ¿Quién podrá
decir que es provocada por Artigas?
Vamos á ella, pues; á la segunda independencia de la
patria oriental.
CONFERENCIA XIV
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA
La campaña de Guayabos. — La guerra á muerte de Buenos Aires
contra Artigas. — Los orientales tratados como asesinos é in-
cendiarios. — Campaña de exterminio. — El pueblo oriental se
defiende en masa. — Soler y Dorrego. — Otorgues. — Eivera y
Lavalleja. — Los dos vastagos de Artigas. — La campaña. —
Carácter de la guerra. ■ — La batalla de Guayabos. — La derrota
de Dorrego. — Entrega de Montevideo. — Retirada del hermano
conquistador. — Despojo y explosión. — La patria libre por fin.
— Su pabellón y su escudo en la ciudadela de Montevideo. —
Con libertad ni ofendo ni temo.
Mis amigos:
Desde el momento en que penetra Alvear en Monte-
video, ha terminado la primer campaña de Artigas, la
empeñada contra la metrópoli española. Hemos visto cómo
ha comenzado la segunda, la inevitable contra Buenos
Aires. Esta campaña, que llamaremos de Guayabos, por
la gloriosa batalla que le puso término, duró sólo ocho
meses: Alvear entró en Montevideo en Junio de 1814;
la batalla se librará en Enero de 1815. Pero esa empresa
de guerra no cede, en transcendencia y en gloria, á nin-
guna de las que constituyen la personalidad del héroe.
330 ARTIGAS
Imaginaos por un momento á Artigas muerto ó ven-
cido en esta campaña con su pueblo; suponed á las pro-
vincias argentinas faltas en ese momento histórico del
núcleo de cohesión y de acción formado por el héroe y el
pueblo oriental. Es evidente, de toda evidencia, que, sojuz-
gadas las provincias por la comuna de Buenos Aires, y
triunfante el espíritu de ésta, la República Argentina no
hubiera nacido entonces ; la Oriental hubiera sido provin-
cia portuguesa.
Esa verdad, mis queridos artistas, como las cosas que
van saliendo de la neblina cuando ésta se disipa, ha ido
surgiendo de la historia, cada día más clara: estábamos
al lado de ella, y no la veíamos; oíamos su voz, y no la
reconocíamos.
La nación argentina, por iniciativa de Buenos Aires, va
á reunir el memorable Congreso de Tucumán, memorable
porque en él se declarará (9 de Julio de 1816) la indepen-
dencia de las Provincias Unidas. En ese Congreso estallará
la pugna entre las tendencias federalistas de las provin-
cias, y las centralistas de los patricios de Buenos Aires.
Allí se verá, con toda evidencia, que el espíritu de Artigas
es el de toda la nación argentina; allí se manifestará y
estallará la antipatía de las provincias contra la comuna
bonaerense. Ésta representa en ese Congreso el espíritu
monárquico ; Belgrano y San Martín son sus sostenedores
más gloriosos. El grande, el honrado Belgrano, se estre-
mece ante la idea de que pueda ser proclamada la repú-
blica en el Congreso de Tucumán; para él, la república
significaba la ruina de la patria, la pérdida de toda inde-
pendencia. El Congreso comparte esa idea; uno sólo de
sus miembros, fray Justo de Santa María de Oro. la
rechaza.
Sólo el instinto popular salvó entonces la democracia re-
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 331
publicaría; pero es indudable que sólo Artigas salvó al
instinto popular. Éste estaba disperso, difuso, incoherente,
en la masa argentina inorgánica; hubiera sido aniquilado
por el organismo político de Buenos Aires, cuyo espíritu
triunfó en el Congreso, si otrai entidad, también orgá-
nica, viva, no hubiera existido frente á él. Esa entidad
viviente era el pueblo oriental, que circulaba en las arte-
rias de Artigas, y que, en la campaña de Guayabos, sim-
ple contienda local al parecer, contrapesaba y vencía al
Directorio de Buenos Aires, y á Belgrano, y á San Mar-
tín, y al Congreso de Tucumán, y salvaba el fundamento
de lo que al fin ha predominado y llamamos patria.
Veamos, pues, esa Campaña de Guayabos, 6 del Gua-
yabo, como otros la apellidan.
II
Alvear, vuelto de Montevideo, en que queda de gober-
nador el coronel Soler, estaba en Buenos Aires desde
Octubre de 1814. Allí predominaba en absoluto en la
asamblea constituyente, é inspiraba al director Posadas,
á quien pronto sucederá. Bien comprendía éste, que en
ese mismo tiempo redactaba las instrucciones con que Bel-
grano y Rivadavia iban á Europa en busca de un rey,
bien comprendía^ que la campaña que iba á iniciarse
contra Artigas y sus orientales era la decisiva. "Es
Deeerario," — oficiaba, al coronel don Miguel Estanislao
Soler, nombrado capitán general del ejército y gober-
nador intendente de Montevideo, "que todos los elementos
se concentren, y que esa campaña se concluya en tres
meses. Los orientales deben ser tratados como asesino^
é incendiarios Todos los oficiales, sargentos, cabos
332
y jefes de partida que se aprehendan con las armas
en la mano, serán fusilados, y los demás (es decir, el
pueblo oriental) remitidos con toda seguridad á esta
parte del Paraná, para que sean útiles á la patria en
otros destinos."
Creo que nada puede darse de más categórico como pro-
grama, de exterminio.
Soler comunicó á sus subalternos la decisión superior,
y dictó medidas complementarias para su fiel ejecución :
muerte, á las cuatro horas de ser aprehendido, á todo el
que, directa ó indirectamente, auxiliara al enemigo; á
los que no comunicaran á la autoridad su proximidad; á
los que condujeran pliegos de los sublevados. Confisca-
ción y destierro á los que tuvieran correspondencia de
palabra ó por escrito con Artigas, á los que ocultasen
caballos, etc., etc. Si el reo era una mujer, se le enviaría
á Buenos Aires, para ser encerrada allí en un hospital.
Era la guerra á muerte declarada al pobre hermano
demócrata, y éste comprendió que tenía que luchar por
la vida.
El odio a'l nombre de Buenos Aires y á su ejército
levantó de nuevo en masa al pueblo oriental; los veci-
nos que no estaban en armas, huían á los montes á la
aproximación del ejército enemigo, arreaban el ganado,
incendiaban los campos para privar de alimentos y forrajes
á los porteños y dificultar sus marchas.
Todo el mundo, incluso las mujeres, era auxiliar de
Artigas, y enemigo del invasor, al que desorientaban y
extraviaban hasta los niños: se repetía la resistencia al
portugués en el éxodo. Soler escribía al director: "Nada
podemos contra un enemigo protegido por toda la po-
blación, que mira á nuestra tropa como extranjera."
Desertaban los soldados y los oficiales, tenientes, capita-
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 333
nes, sargentos mayores; las partidas exploradoras no
volvían; las tropas se pasaban á Artigas en el momento
del combate; los mismos españoles que formaban en las
filas de Buenos Aires, dejaban éstas, y se amparaban á
las orientales.
Observad esto, amigos artistas, y no lo confundiréis
con una guerra civil : esto tiene todo el carácter de una
guerra de independencia. Confundirlo con las tendencias
puramente federativas de las otras provincias argenti-
nas, es no ver sino la superficie, las apariencias vacías.
Aquí es el caso de que recordéis todo lo que hemos
visto en el fondo subterráneo de nuestra América. Los
historiadores argentinos superficiales han ensalzado á los
caudillos argentinos, y hasta los han sobrepuesto al pro-
cer oriental, porque aquéllos, cuando menos — dicen —
si bien odiaban el centralismo de Buenos Aires, no ten-
dían á la separación definitiva. Pero precisamente esa
es la gloria de Artigas, eso es lo que hace de éste una
entidad distinta de aquéllos: el fundador de una patria
destinada á llenar una misión propia en la historia de los
pueblos. Vosotros ya sabéis por qué Artigas no es ni Güe-
mes, el caudillo local, ni Alvear, el príneipe excéntrico ; él
es la realidad futura : la patria argentina democrática ;
la patria oriental independiente.
Ya hemos estudiado por qué Córdoba ó Mendoza no
podían ser naciones, y el Uruguay debía serlo. Va, pues,
á jugarse, en la campaña de Guayabos, la suerte de la
patria oriental, y la de la democracia platense. Artigas,
en ese período de nuestra historia, toma un carácter de
serenidad maravillosa. No hay en él rencor; hay sólo
una triste amargura, porque él ama, como nadie lo ha
amado más que él, ni tanto como él, al pueblo argentino.
Cuando toma oficiales enemigos prisioneros, los mira sin
334
odio; les hace leer en su presencia el decreto de guerra
á muerte de Posadas, y los pone en seguida en libertad.
No derrama una sola gota de sangre, ni una sola, fuera
del campo de batalla.
El héroe oriental se ha colocado, para dirigir la cam-
paña, en el Norte, sobre la costa del Uruguay. Desde
allí, ve la región occidental al otro lado del río, donde sus
legiones se dirigen á Buenos Aires, y la oriental, en que
sus hombres tienen en vista á Montevideo.
Las fuerzas del Directorio están bajo el mando supremo
del coronel don Miguel Estanislao Soler. El coronel Do-
rrego, uno de los militares más brillantes y animosos del
ejército argentino', debe ser el principal ejecutor de su
plan de campaña; el coronel Hortiguera lo secundará.
Las huestes de Artigas son mandadas por Rivera, La-
valleja, Otorgues, Bauza
Es preciso que miréis, amigos artistas, á los dos pri-
meros de esos hombres, siquiera sea de paso, pero, con
mucha intensidad.
Otorgues, deudo cercano de Artigas, aunque fué el
primer gobernador de Montevideo, y acaso por eso mis-
mo, porque no debió serlo, está aún en nuestra historia
como una estrella humeante: no brilla; parece querer
hundirse en la sombra que brota de ella misma. Si Artigas
fué deprimido, ¿qué mucho que lo haya sido, con impla-
cable saña, este bravo de Otorgues ? El porvenir hará lucir
su memoria, sin embargo. Los orientales no olvidarán ja-
más que el tosco caudillo, aunque incapaz de penetrar en
toda su extensión el hondo pensamiento de Artigas, estuvo
siempre al lado de éste, y luchó mucho por la patria y
sufrió mucho por ella: todo cuanto puede lucharse, todo
cuanto puede sufrirse.
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 335
.Miremos ahora, con mucho amor, á esos dos jóvenes
soldados, Lavalleja y Rivera, los más amables capitanes
del profeta. ¡ Oh, los bravos héroes ! ¡ Hombres de bien !
Ellos, como Artigas, brotaron de las profundidades étni-
caa y sociológicas de nuestra tierra; son la expresión ge-
uuina de nuestra vida. Lavalleja es hijo del fundador
de la villa de la Concepción de Minas, como Artigas lo
fué del de Montevideo; tenía 28 años cuando, á las órde-
nes del hermano de Artigas, se incorporó al levantamiento
de 1811.
Rivera es lo mismo. Ambos comenzaron juntos, en ei
mismo escuadrón, con el mismo espíritu, á servir á la
patria; los dos han entrevisto la visión de Artigas; la
sienten en las venas, en los glóbulos rojos de su san-
gre; son almas hermanas de la del profeta, son de su
raza. Ellos condensan, en sus nombres, en sus caracteres,
en sus esfuerzos, todo el carácter y el esfuerzo y el res-
plandor reflejo de todos y cada uno de los que, en torno
de Artigas, forman nuestra legión heroica primitiva.
Los estoy viendo á todos en mi imaginación; siento el
impulso de mostrároslos uno por uno; pero la difusión
es la enemiga del mármol que engendra la línea expre-
siva. Mirad sólo á Lavalleja y á Rivera; en ellos están
todos los buenos y todos los bravos.
Desde que comenzaron su rotación, han girado sin cesar,
como asteroides ígneos, en torno del astro; se han empa-
pado en su luz, y la conservarán cuando aquel se ponga
en su horizonte.
Y en ellos, como en el Josué de los hebreos, volverá á
lucir el recóndito pensamiento de Moisés. Y según se
acerquen ó se alejen de él, sus figuras históricas serán
más ó menos resplandecientes ó apagadas. Pero pasarán al
través de los eclipses, y realizarán el pensamiento del hom-
bre oriental. Y quedarán por fin encendidas en el cielo de
la patria: estrellas fijas, astros polares.
III
La campaña de Guayabos, que ha estudiado notable-
mente Lorenzo Barbagelata, y que yo quiero trazaros en
una línea lo más nítida posible, es el tipo de la guerra ame-
ricana, en que el caballo es el verdadero proyectil, más rá-
pido que el plomo ; guerra de audacias, de marchas y con-
tramarchas inverosímiles, de sorpresas temerarias, de irrup-
ciones torrenciales. Lo que la distingue es la carga del pelo-
tón de caballería, semejante á un vuelo sesgo de pájaros.
La masa de lanceros, como un cañaveral que lleva el
viento, se acerca en línea recta, crece, cobra formas va-
rias, se detalla, va á estrellarse contra el enemigo ; pero de
repente, como la golondrina que roza el suelo, tuerce el
rumbo en una curva tangente á la línea contraria, se aleja,
casi se pierde en el horizonte, para reaparecer de improviso
por otro lado, sin perder el impulso que llevaba, y acer-
carse, y agrandarse de nuevo, y chocar por fin cuando
halla entrada propicia, y derramarse como una ola sobre
el enemigo, para destrozarlo ó destrozarse á sí misma, y
desparecer pulverizada. Es el Sabbat militar fantástico,
en que las brujas, que cabalgaban sus palos de escoba ó
sus esqueletos de corceles difuntos, son sustituidas por el
hombre semidesnudo, inclinado sobre el cuello del caballo
sin domar, de largas crines, de ojos espantados resplande-
cientes, y de nariz humeante; por el flotar del poncho y
el tremar de la lanza primitiva; por el enjambre sonoro
y casi aéreo de hombres que gritan con alaridos, de caba-
llos que bufan, de lanzas que se entrechocan.
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 337
Dorrego y Rivera, protagonistas en esa justa homérica,
son dignos el uno del otro; son dos bravos. Ambos son
audaces y astutos, ágiles, sobre todo; tienen el vuelo del
halcón, aparecen y desaparecen, caen del aire sobre su
presa.
Artigas, situado en la costa norte del Uruguay, atiende
el desarrollo de las operaciones encomendadas á Blas Ba-
sualdo, Ramírez, y otros jefes, sobre la Banda occidental ;
y, al mismo tiempo, y ante todo, dirige las que se desarro-
llan en el territorio oriental. Rivera está situado en el
centro de éste; frente á él, en la capilla del Durazno,
acampa Dorrego ; Otorgues opera en el Sur, amenaza á
Montevideo ; el comandante Gadea en el Oeste, á lo largo
del Uruguay; otros capitanes secundarios recorren el te-
rritorio.
Artigas ha ordenado á Rivera que ataque á Dorrego, y
busque en el sur la incorporación de Otorgues. El río
Negro, caudaloso y profundo, separa al capitán occidental
del oriental ; una lluvia copiosa lo ha desbordado ; sólo aso-
man las copas de los árboles del bosque, sumergidos en su
margen ; el agua invade la llanura detrás de él ; está campo
afuera, invadeable paria quien no tenga alas. Pero eso es
precisamente lo que da carácter á esta clase de guerra : las
alas, los caballos y los jinetes aéreos.
Dorrego se echa sigilosamente al río con toda su divi-
sión; lo atraviesa á nado en seis horas; pisa la ribera
opuesta, con la firme persuasión de sorprender á Rivera,
que está en un cardal, frente al paso de las Piedras; cae
sobre Rivera. Pero éste, que oye el paso del enemigo en el
aire, lo ha sentido con el tiempo apenas suficiente para
evitar el desastre ; salta á caballo, y se retira en orden ha-
cia el Norte, librando encarnizados combates parciales en
todos los vados, en Tres Árboles, en los brazos del Salsi-
22. Artigas. — i.
338
puedes. Este nombre es una sugestión. Lavalleja, cuyo
valor temerario fué clásico en aquellas luchas, conduce las
guerrillas de retaguardia, en contacto con las avanzadas
enemigas. Es él el que cierra los pasos, mientras el grueso
de la división es salvada por Rivera.
Dorrego ha errado el golpe. Después de una persecución
de doce leguas, sus hombres están rendidos, sus caballos
extenuados. Rivera no se ha fatigado, no se fatiga nunca:
ha continuado su retirada en medio de la noche. Al ama-
necer está yia muy lejos. Desensilla su caballo sudoroso y
jadeante á orillas del Queguay, allá muy al Norte, cerca
del campamento de Artigas.
Los centauros, empapados y semi desnudos, han encen-
dido sus fogones á orillas del monte de talas y espinillos;
la carne de la res salvaje se asa en el suelo ; los soldados
toman mate y cantan al son de la guitarra los cantos im-
pregnados de las tristes victorias de la Patria ; las estrellas
estivales de Noviembre se desvanecen en luz de aurora.
Homero y Ossian oyen el canto, desde el borde de sus
nubes, y reconocen, en la voz de los gauchos orientales,
el inconfundible tono de los rapsodas ó de los bardos
sinceros que anuncian las nuevas patrias.
Dorrego advierte que ha avanzado más de lo conveniente ;
recurre á Entre Ríos en busca de refuerzos, y no los consi-
gue; no puede seguir adelante sin dejar abandonado su
flanco izquierdo y su retaguardia; no debe aventurar una
acción, pues sabe que el enemigo ha sido reforzado. Retro-
cede entonces, y el perseguido se convierte en perseguidor.
Rivera, que ha recibido de Artigas 300 hombres, entre ellos
200 blandengues, lo mejor de las tropas orientales, una
pieza de artillería y las milicias de Gadea, vuela en pos del
enemigo, que ha retrogradado hasta el río Negro. Las gue-
rrillas perseguidoras, conducidas por Lavalleja y Bauza,
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 339
doblan las avanzadas de Dorrego, y las empujan hacia
Mercedes; Dorrego abandona la villa precipitadamente, y
se refugia en Soriano. para agrupar sus elementos disper-
sos. No es posible : el ágil enemigo no le da un momento de
reposo; está ya cerca, y lo obliga á continuar su huida
hacia el sur; en ella, en un pequeño entrevero, Dorrego
está á punto de caer prisionero al vadear el Bizcocho.
Tampoco puede sostenerse en San Salvador, como espe-
raba ¡ se corre á las Vacas, más al Sur, donde disputa el
paso al enemigo durante tres horas de porfiada lucha. Es
desalojado, y sigue, sigue hacia el Sur. Se encierra, por
fin, tras los muros de la Colonia, sobre el Río de la Plata.
Durante su retirada, ha perdido 400 hombres, entre muer-
tos, heridos y dispersos, é inutilizado sus caballadas. El
primer acto de este drama clásico está terminado.
Rivera deja á Lavalleja, con 200 hombres, en obser-
vación de Dorrego, y regresa al Norte, á buscar á Ar-
tigas.
Soler, el Comandante Militar, que se había dirigido á
la Florida á observar el desarrollo de las operaciones de
Dorrego y prestarle auxilio en caso necesario, recibe, el
8 de Diciembre de 1814, el oficio en que éste le comunica
su desastrosa retirada; acumula á las suyas todas las
fuerzas de que puede disponer — 230 hombres de Horti-
guera, 270 fusileros á caballo, 160 granaderos de infan-
tería, 60 soldados del número 10, y 50 artilleros que se le
envían de Montevideo — y, reunidos con Dorrego en San
José, acuerda, en consejo de jefes, un nuevo plan de
campaña.
Dorrego recibe orden de buscar y atacar á Artigas
donde quiera que lo encuentre. Éste- se halla en el norte,
340
atraída su atención por los acontecimientos de la Banda
Occidental del Uruguay, donde Perugorría, caudillo de
la Provincia de Corrientes, ha desconocido su autoridad.
y Valdenegro, enviado por Buenos Aires como gobernador
de la provincia, ha derrotado á Blas Basualdo, capitán
de Artigas, y amenaza caer sobre éste por la espalda. Ar-
tigas sube hacia el Norte, envía recursos é instrucciones
á Basualdo, y éste, después de derrotar y hacer prisionero
al caudillo rebelde, restablece en Corrientes el predominio
de Artigas. Perugorría fué condenado á muerte, previo
consejo de guerra.
Artigas vuelve de nuevo la vista hacia la Banda Orien-
tal. Dorrego avanza en su busca; ha cruzado el río Negro
forzando los pasos, después de librar combates con éxito
vario.
Ha subido hasta el Queguay, donde recibe refuerzos de
artillería de Valdenegro; ha acampado, por fin, en las
caídas del Arroyo Arerunguá, á media legua del Paso de
Guayabos ó del Guayabo, y cerca del cerro del Arbolito,
que domina el campo.
Al día siguiente, en la mañana del 10 de Enero de 1815,
sus descubridores le anuncian que una partida enemiga
está en el paso del arroyo. Dorrego cruza éste tras la par-
tida, que se repliega sin hacer resistencia, pues su propó-
sito es el de atraerlo. Y del otro lado, á 400 metros del
arroyo, halla formado al enemigo, que lo espera, que
anhela el combate decisivo.
Artigas ha enviado allí todos los elementos de que ha
podido disponer, y que están al mando de Rivera. Mil
doscientos hombres de cada parte van á librar la acción.
Rivera estaba en orden de batalla: la infantería en el
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 341
centro, en ala; detrás, una pieza de artillería, servida por
60 hombres; en los flancos la caballería; en el izquierdo
los blandengues mandados por Bauza, y algunas milicias
apoyadas en una zanja, y protegidas por un corral de
piedra; en el derecho las milicias de Soriano, Mercedes
y Paysandú, y el escuadrón de Lavalleja.
Dorrego tendió rápidamente su línea de combate: á la
derecha los granaderos á caballo, en el centro el número
3, una pieza de artillería y los granaderos de infantería;
en el costado izquierdo los dragones ; 50 hombres á caballo
constituían la reserva.
Lavalleja inicia el combate á las 12 del día, rompiendo
el fuego con vigor, amagando cargas y simulando reti-
radas, para atraer al enemigo hacia una hondanada en que
están los blandengues de Bauza. Los orientales, protegi-
dos por el corral de piedra, son desalojados, y en vano
intentan repetidas veces recuperar la posición, conser-
vada por los granaderos á caballo. Dorrego avanza hacia
allí con toda su línea, y se empeña un combate de fusi-
lería que dura varias horas. Un grupo de europeos, en-
cabezados por un sargento, se pasa en ese momento á
las filas orientales. Rivera amaga entonces una carga con-
tra la caballería enemiga, y simula, como Lavalleja, una
huida para atraerla, como la atrae, por fin, al sitio en que
está Bauza con sus blandengues. Éste secunda bizarra-
mente el propósito de Rivera. Los blandengues reciben al
enemigo con nutridas descargas, que lo hacen volver grupa,
con la intención de rehacerse en la altura; pero aquéllos,
saltando á caballo, cargan, sablean y deshacen los escua-
drones enemigos, que Dorrego intenta, pero no consigue,
reanimar. En ese momento, la caballería oriental lleva
una carga pujante contra la infantería enemiga que ha
quedado en descubierto; penetra por su flanco, arrollan-
342
dolo todo; la empuja en dispersión sobre los escuadrones
deshechos por Bauza, y que en vano pretende reorganizar
Dorrego. Todo es arrollado por las lanzas de Rivera y
Lavalleja, incluso las reservas, que han llegado á detener
y proteger á los batallones destrozados. El desbande se
hace general; los enemigos huyen aterrorizados hacia el
paso. "En el momento en que nuestras tropas dieron
vuelta, dice Dorrego, los enemigos se mezclaron en nues-
tras filas, y como por lo general venían desnudos, la tropa
los conceptuaba indios, habiendo cobrado sin motivo un
gran temor."
Inútiles fueron los esfuerzos del jefe occidental para
iniciar una retirada en orden. El pánico, "que desbarata
las cohortes y precipita las derrotas" iba detrás de sus
soldados; éstos descargaban sus armas contra los oficiales
que pretendían contenerlos y reorganizarlos. "Era tal el
pavor que se había apoderado de la tropa — dice Dorrego
— que huía de sólo la algazara del enemigo. Yo mismo he
visto cerca de 60 hombres corridos por sólo cinco que
los acuchillaban, sin que siquiera se defendieran."
Las pérdidas del ejército vencido fueron grandes: 200
muertos y heridos, 400 prisioneros y dispersos, 2 carros
de municiones, un cañón; hasta el manuscrito del diario
de Dorrego cayó en manos del vencedor. Dorrego repasó
el Uruguay con sólo 20 hombres. Soler, que recibió en
Mercedes la noticia de la derrota, emprendió una marcha
desastrosa hacia Montevideo.
La segunda independencia del Uruguay está consu-
mada.
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 343
IV
El hermano trasplatino ha sido desalojado, con el
mismo título con que lo fué la madre trasatlántica.
Buenos Aires, desgraciadamente, no acaba de conven-
cerse, sin embargo, de la verdad intrínseca cuyo reco-
nocimiento hubiera sido, en el Plata, lo que en el Pa-
cífico el de la personalidad de Chile ó del Perú; no se
convence de que la provincia oriental es una persona
idéntica á la occidental. Lo único de que se persuade
es de que la conservación de la conquista de Montevi-
deo es imposible, y se resuelve á abandonarla.
En el mismo momento en que se libraba el combate de
Guayabos, el joven Alvear tomaba posesión, en Buenos Ai-
res, del cargo de Director Supremo de las Provincias Uni-
das, que el director Posadas había abandonado el día an-
terior, para "retirarse — decía — al silencio de su casa,
á meditar en la nada del hombre, y dejar á sus hijos
consejos por herencia." Era la fórmula del desaliento.
Es, pues, Alvear quien tiene que entregar á Artigas las
llaves de Montevideo. La elevación al poder, en Buenos
Aires, de ese joven dictador es precaria; sólo consigue
conservarse en él á fuerza de despóticas violencias, y
sosteniendo una lucha intestina en la que caerá dentro
de tres meses, al pretender buscar el desquite de Gua-
yabos. Se somete, pues, á tratar con Artigas, y le envía
comisionados á ofrecerle la paz, la unión. ¡La unión
de Alvear y de Artigas para la consecución de un ideal
común !
El Jefe de los Orientales acepta los parlamentarios.
Exige el retiro de las tropas de Montevideo y de Entre
Ríos para cesar en las hostilidades. Alvear se persuade de
que nada es posible hacer con aquel hombre inconmo-
344
vible. Con él no hay protectorado posible de Inglate-
rra ni de potencia alguna civilizada. Se resuelve, pues,
á entregar á los orientales su tierra: ordena la inme-
diata evacuación de Montevideo. Las tropas de Buenos
Aires se van; pero se van llevándose todo cuanto les
es posible arrebatar de lo que allí ha quedado: artille-
ría, armas, municiones. Es preciso desarmarlo, aniqui-
larlo todo, en aquel foco de infección republicana; hasta
los archivos son entregados al populacho, que los dis-
persa y destruye.
Los jefes han recibido orden de echar al agua todo ele-
mento de guerra que no sea posible transportar. En ese
caso está la gran cantidad de pólvora depositada en unas
robustas construcciones de piedra llamadas bóvedas, cuyas
ventanas se miran en la bahía. Una catástrofe espantosa
tiene lugar:- los soldados, provistos de palas, arrojan
precipitadamente la pólvora al mar, por las ventanas
de los depósitos; choca una pala en la piedra del muro,
salta una chispa, y una explosión formidable, que sa-
cude los cimientos de la ciudad, anuncia á sus habitan-
tes consternados, el fin de la dominación porteña en el
Uruguay. Tres polvorines han volado ; el humo, como
una maldición de las noches subterráneas, sube al cielo
y envuelve la ciudad: 120 cadáveres han quedado se-
pultados bajo las ruinas.
Las tropas de Buenos Aires se van silenciosas, al son
de sus lúgubres tambores, dejando el recuerdo de una
dominación mucho más angustiosa que la de España.
Se van el 25 de Febrero de 1815. El 26, los soldados
uruguayos, mandados por Otorgues, que ha recibido de
Artigas el nombramiento de gobernador militar de la
ciudad, toman posesión de la metrópoli oriental.
Los orientales, dueños por fin de su tierra, recogen lo
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 845
que ha quedado de la ciudad reconquistada: lo que la
hermana conquistadora no ha podido arrebatar ó des-
truir. Ha quedado bastante,, sin embargo ; basta y sobra
para enarbolar la bandera.
En la ciudadela de Montevideo se levanta solemne-
mente, al fin, el primer pabellón de la patria: la ban-
dera de Artigas. Es preciso que os deis cuenta, amigos
artistas, de lo que esa bandera significa; es menester
que os la deis muy exacta, y sin dejaros llevar de las
fipariencias. Esa bandera, en la fortaleza de Montevi-
deo, representa, notadlo bien, el primer acto de plena
soberanía de la revolución de Mayo; su primera apari-
ción ante el mundo. En la Banda Occidental, encabezada
por Buenos Aires, no ha sido aún declarada la indepen-
dencia, y mucho menos la república. La primera, se de-
clarará en Julio de 1816; la segunda, la república, no
será adoptada francamente tampoco entonces. En Bue-
nos Aires se gobierna todavía, con más ó menos since-
ridad, pero expresamente, á nombre de Fernando VII.
Eso es lo que hasta ahora representa, pues, ante los de-
más pueblos de la tierra, como se declarará en Estados
Unidos, el pabellón creado por Belgrano, que allí se
ostenta: la monarquía. Belgrano es, y será monárquico.
Artigas ha desalojado de Montevideo ese pabellón, lo
mismo que el español, para hacer flotar el suyo, el que
simboliza su declaración de independencia absoluta, y
el principio republicano, proclamados por él y por su
pueblo en 1813. Es Montevideo, por consiguiente, la pri-
mera capital emancipada, sai jaris, en el Río de la Plata ;
la primera metrópoli republicana que se gobierna á
nombre propio, sin reserva mental alguna. Esa bandera
346
que allí se enarbola es la primera absolutamente libre,
lo que se llama libre, de la América austral.
Sobre la clave de la fortaleza española, el escudo real
de castillos y leones y flores de lis, cederá su puesto al
coronado por la cimera de plumas de avestruz ameri-
cano, y cortado en dos cuarteles: en el jefe ó cuartel
superior, un sol naciente brota del mar; en el inferior,
un brazo desnudo sostiene una balanza que se proyecta
en campo blanco. ¡Día nuevo de libertad y de justicia!
En la orla roja, el pensamiento, todo el genial pensa-
miento de Artigas ha tomado la forma heráldica en este
lema ó divisa luminosa:
Con libertad ni ofendo ni temo
Aquí tenéis, amigos artistas, un dibujo de ese escudo
nuevo, concebido por Artigas.
Y también la bandera, la que se alzó en la antigua
ciudadela: tres bandas horizontales: de azur, como dice
el arte antiguo, la alta y la baja; blanca la central;
tronchadas todas tres por una roja diagonal, del ángulo
superior diestro al inferior siniestro : barra de gules,
diría, en su lengua, el viejo heraldo del blasón.
Es preciso que miremos largamente ese estandarte,
amigos míos; hablaremos de él, quieras que nó.
Si advirtierais en mí un si es no es de emoción can-
dorosa al hablaros de él, es preciso que me miréis con
piadoso corazón. Yo bien me sé que, al detenerme en
estas pequeneces, corro el peligro de rayar en el énfasis
ingenuo. Y eso es de mal gusto para algunos; bien lo
sé. ¡Qué le hemos de hacer!
Yo debo ser sincero con vosotros; de algo me ha de
servir, alguna que otra, vez, estar conversando con ar-
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 347
tistas, y no con luguleyos, mercaderes, retóricos ó con-
tadores patentados.
Vosotros conocéis tanto como yo, y acaso más que yo,
el ignoto poder de las banderas sobre las almas senci-
llas. Y la mía lo es ; confieso que lo es.
Pues bien: nosotros, los orientales, poseemos hoy nues-
tra bandera nacional, la que simboliza la patria, y es
conocida de todo el mundo. Es ésta, que aquí tenéis,
listada de azul y blanco : cuatro barras de azur en campo
de armiño; nueve franjas bicolores, con el sol de oro
cenital en el ángulo diestro superior. Convengamos en
que es hermosa. No hay nada más amable entre las no-
bles criaturas que diluyen sus colores en el aire. Esta
encantadora bandera, que aman y conocen los niños y
los ancianos, y las tierras y los mares remotos, es el sím-
bolo, pujante y laborioso, de la patria soberana, defini-
tiva, constituida ; es la bandera viva. Bendita sea.
¡Pero esta vieja de Artigas, que desprendo conmovido
de la antigua ciudadela para ponerla en vuestras manos!
¡Esta que beso en vuestra presencia, amigos míos, por-
que sois mis hermanos en la belleza, .... esta es nuestra
bandera muerta. Esa larga y roja cicatriz, que atraviesa
sus tres bandas, es la herida de gloria que la mató. Murió
de libertad. La historia que os estoy enseñando no es
otra que la de esa bandera, amigos míos; la de su vida
y la de su martirio.
¡Muerta! Pues bien, nó. Yo os aseguro que no lo está:
vive la vida de los dioses inmortales, la subterránea del
mito heroico, la interminable, la insondable del silencio,
que, como lo digimos otra vez, es el estado divino, el
eterno, porque todo ruido es limitado y pasajero.
¡Nuestra bandera de Artigas!
El pabellón listado, que hoy enarbolamos para dis-
348
tinguirnos, es la patria que nos protege, la pujante, la
llena de sol; es objeto de amor y elemento también de
trabajo, de progreso y bienestar. Pero la otra, la que
sangra por su grieta diagonal, esta de Artigas que os
estoy mostrando, esta es inútil, no sirve para nada. Y
por eso es lo que es: sólo amor, gloria, belleza. Es ob-
jeto de contemplación, tesoro, culto, abolengo, signo de
fiera estirpe, de noble raza.
Esa es también nuestra, amigos míos; lo será siempre.
En nuestros días de recuerdos nacionales esa vieja ban-
dera reaparece en nuestros aires, pasa por ellos goteando
recuerdos de su herida, y se vuelve, cuando el sol se
pone, á su inmortal silencio. . . .
Si esta patria llegara á peligrar algún día, oh amigos,
entonces se vería bien como la bandera de Artigas no
está muerta. Será para los orientales, lo que el viejo cru-
cifijo, recogido de las manos de la madre yacente: no se
mira á menudo ; sirve poco ó nada en la vida cotidiana ....
pero sirve para morir.
Algo de eso está escrito me parece, en la divisa miste-
riosa que grabó Artigas en su escudo :
Con libertad ni ofendo ni temo
O yo sé poco, ó es ese el lema más perpetuo que pue-
blo libre pudo adoptar.
¿Cómo formó nuestro Artigas esa frase inconsútil?
¿Dónde y cuándo se le apareció?
Bien Bien Pasemos á otra cosa, á asuntos
de más peso. Bastante tiempo hemos perdido, para los
hombres sabios, filósofos, personas ocupadas, diligentes
rebuscadores de documentos, etcétera, en hablar de es-
LA SEGUNDA INDEPENDENCIA 349
tas cosas que parecen niñerías : escudos banderas
Casi no me explico como yo, hombre serio, me he sen-
tido conmovido al daros el escudo y el olvidado pabe-
llón de Artigas. Y hasta he llegado á creer que podía
provocar en vuestro organismo, por simpatía fisiológica,
la misteriosa vibración del mío.
Pasemos, pues, á lo muy serio pero sin dejar de
convenir, una vez más, en que la divisa es noble.
Y es serena y fuerte, como el mar sin límites:
Con libertad ni ofendo ni temo
CONFERENCIA XV
EL GOBIERNO DEL HÉROE
El Hervidero. —La Meseta de Artigas. — Purificación. — Artigas,
arquitecto de patrias. — Religión de Artigas. — Las tristezas
íntimas del héroe. — La esposa enferma. — El hijo. — El templo
y la escuela. — Anécdotas. — Gobierno de Artigas. — La vida
social en Montevideo. — Artigas y Larrañaga. — La Biblio-
teca.— El Protector en su despacho. — Títulos y tratamien-
tos.— Desinterés del héroe. — Los honorarios del Libertador.
Artistas amigos:
El 26 de Febrero de 1815 se enarbola, en la ciudadela
de Montevideo, el pabellón de la primera patria ríopla-
tense independiente, de la patria de Artigas.
El 20 de Enero de 1817, apenas dos años después, esa
bandera será arrancada de allí, y sustituida por otra.
¿Volverá á flotar en ese muro la de oro y llama de la
metrópoli española?
Ese fué el ensueño de los españoles residentes en Mon-
tevideo, que, día á día, esperaron, por largo tiempo, la lle-
gada de una escuadra que había de venir, que no podía
menos que venir: los buques fantasmas. Eran entes de
352
razón; no llegaron nunca. Nó: la gran señora Hispania
no volverá más, como dueña, al hogar emancipado de
sus buenos hijos uruguayos, que la despidieron con vi-
gor, pero sin odio ; no volverá más como dueña, sin por
eso perder el carácter de madre. Artigas no la odió ja-
más por ser España, y mucho menos por ser madre,
sino por negarse á serlo de un hijo digno de su sangre.
Que fué América quien, al desprenderse de España,
hizo á ésta madre verdadera de nobles seres de su es-
pecie.
Tampoco la bandera inglesa volverá á flotar en el ba-
luarte uruguayo, ni tiene por qué ni para qué, la muy
exótica; no volverá, yo os lo aseguro, á pesar de que,
como lo sabéis, el director Alvear la está llamando, no
sólo á Montevideo, sino también á Buenos Aires y á todo
el virreinato.
¿Será entonces la blanca y azul de Belgrano, la del
estado occidental ?
Nó, mis amigos ; ahora menos que nunca. Si eso hubiera
sido posible, la campaña de Guayabos, tan injustamente
provocada, hubiera roto todo vínculo político entre los
hermanos de ambas márgenes del Plata, por más que.
como España madre, no han dejado ellos de ser herma-
nos, ni dejarán de serlo. Pero no era posible. Recordad
lo que os dije cuando os expuse la situación especialí-
sima de este territorio atlántico subtropical; no lo de-
béis perder de vista ni un instante, si queréis permane-
cer en la región de las causas, obscura y silenciosa, en
que se engendra la historia.
El pabellón que va á venir no puede ser otro que el
portugués. Vosotros lo sabéis, y sabéis el por qué.
EL GOBIERNO DEL HÉROE 353
Esta tierra oriental forma parte geológicamente de la
enorme isla ó continente del Brasil, del levantamiento
atlántico, distinto del gran macizo andino; ya os lo dije al
principio. Recordad que el instintivo ensueño de Portugal
es hacer suyo todo ese continente, dando por límite á sus
dominios el Río de la Plata, que lo recorta por el sur, y
lo separa del continente occidental.
El portugués cuenta con ese factor geológico que atrae
á su seno la provincia oriental ; pero prescinde de los otros
factores que la separan con doble energía : el climatérico,
el sociológico, y el histórico, el histórico sobre todo, que
son la sugestión inmediata, determinante de la acción
en los pueblos.
Portugal esperaba su hora, y ésta no podía ser otra que
aquella en que la provincia oriental se desprendiera de la
unión con las demás provincias españolas de la región
occidental, sus hermanas; la hora en que aquella se en-
contrara sola, abandonada, entregada acaso por sus afines.
Ahora la cree sola, la considera, y no sin causa, abando-
nada, y va á lanzarse sobre ella.
Pensad bien en esto, yo os 'lo ruego, mis amigos artistas ;
pensaid bien en esto, que es de capitalísima importancia.
Sólo así comprenderéis lo que aquí podría llamarse el
secreto manifiesto de Goethe, — manifiesto á todo el
mundo, y visto sólo por los héroes, según el sociólogo
inglés — y que no es otra cosa que el huevo de Colón
de nuestra tradición española. Sólo así comprenderéis
por qué Artigas, el vidente, después de hacer al Estado
Oriental dueño de sí mismo, no aceptará su desmem-
bración absoluta é inmediata de los demás estados río-
platenses, sino que, por el contrario, luchará por la au-
tonomía dentro de la alianza ó federación; pugnará por
imponer ésta, en nombre, no sólo del pueblo oriental,
Artigas.— l.
354
sino también del argentino, á los que pretendan prescin-
dir de la voluntad de éste en la solución del gran pro-
blema.
La desmembración absoluta, la soledad de la provincia
oriental, entrañaba su caída en poder del extranjero,
como la soledad de todos los otros estados americanos, ó
de cualquiera de ellos, significaba la caída en poder de
España del que se encontrara solo primeramente, y de
todos los demás después. La unión, el mutuo auxilio,
la federación ó como queráis llamarle, era ley intrín-
seca de la revolución americana, constituía su propia
esencia. Hablo de la federación internacional, que no
debe confundirse, según ya os lo he dicho, con la
forma de organización política interna de los distin-
tos estados; hablo de la federación transitoria, for-
mada por el común esfuerzo contra los enemigos co-
munes de la independencia, y que el genio visionario
de Bolívar llegó á creer posible como organización per-
manente del continente americano; hablo quizá de la fede-
ración del porvenir, que acaso vinculará á todos los pue-
blos ibéricos en un propósito solidario, sin que pierdan
por eso su personalidad.
El estado occidental argentino, con su cabeza en Buenos
Aires, y con su vasto organismo extendido desde los Andes
hasta la cuenca de los grandes ríos que desaguan en el
Plata, tendrá sus cuestiones de organización interna, que
resolverá en forma de federación entre sus distintas pro-
vincias; pero no hay que confundir esa federación con la
federación de que hablo, la de Artigas, formada por las
distintas naciones americanas en defensa de la indepen-
dencia común; no hay que incluir, entre esas provincias
del estado occidenal, al estado oriental argentino, cuya
cabeza es Montevideo, y cuyo territorio se extiende entre
EL GOBIERNO DEL HÉROE 355
aquella cuenca de los grandes ríos y el Océano Atlántico.
Xo tengo por profundo conocedor de la historia al
que dice, pongo por caso, que San Martín con los ar-
gentinos, incluidos entre éstos los de la región orien-
tal dieron libertad á Chile, ó que éste y los ríopla
tenses la dieron al Perú. No es tampoco muy digna
de respeto la afirmación según la cual Bolívar, el hé-
roe venezolano, dio libertad á cinco repúblicas, y todo
lo demás que ha solido decirse por ahí. Lo que todos hicie-
ron fué dar libertad á la América hispánica, darse la liber-
tad á sí mismos, combatiendo el incendio ó extirpando el
hormiguero, no sólo en casa ó campo propio, sino también
en la casa ó en el campo del vecino, de donde había de
propagarse de nuevo. No era, pues, un servicio el que pres-
taban los libertadores al cruzar fronteras y respetarlas
después: era un deber de solidaridad americana el que
cumplían.
En ese deber estaban los estados occidentales del Plata,
Buenos Aires especialmene, con relación al oriental, su
hermano; residía, pues, en éste, un derecho perfecto, co-
rrelativo de aquel deber. Y era ese derecho el que ejercía
Artigas, al acaudillar las provincias occidentales de Entre
Ríos, Santa Fe, Córdoba, etc., y aun la de Buenos Aires;
al fomentar y difundir en ellas el espíritu de autono-
mía, germen de la futura federación interna, y al im-
poner con ellas, á la oligarquía gobernante en Buenos
Aires, el cumplimiento del deber de mutuo auxilio, que
estaba en las mismas entrañas de la revolución de
América. Eran los pueblos argentinos, que casi uná-
nimemente seguían á Artigas, y no la oligarquía de la
comuna porteña, los que entrañaban el alma de la re-
volución de 1810. Eso me parece evidente; es el se-
creto manifiesto.
35ti
Desgraciadamente, Buenos Aires era el centro de los
recursos, y, sobre todo, el de la política secreta, el de la
diplomacia ignorada de los pueblos. Y ésta será la que.
en un momento dado, triunfará.
Con esa llave, mis queridos artistas, seguiréis abriendo
la puerta de la historia argentina, que es necesario abrir
de par en par. Ha estado cerrada mucho tiempo á los
profanos.
II
Desalojados del Estado Oriental todos los extraños, el
fundador de la patria no entra, sin embargo, en Montevi-
deo, á vestirse de los atributos exteriores de la realeza, ó del
poder, y á ser aclamado y proclamado Presidente, ó
Gobernador, ó Director Supremo, ó cualquier otra cosa
por ese estilo. Cuando el General San Martín dominó
en el Perú y penetró en Lima, creyó honradamente que
sólo con una monarquía podría consolidarse la nueva
patria, y recurrió él mismo á la ostentación propia del
régimen monárquico; á los accidentes ó abalorios.
' ' No obstante su sencillez espartana, dice Mitre, acusó,
en su representación externa, esa influencia enfermiza. Su
retrato reemplazó al de Fernando VII en el Salón de Go-
bierno. Para presentarse ante la multitud con no menos
pompa que los antiguos virreyes, se dejaba arrastrar en
una carroza tirada por seis caballos, rodeada de una
Guardia regia; y su severo uniforme de granadero á ca-
ballo se recamó profusamente de palmas de oro."
Artigas es la antítesis de todo eso. Él distingue bien
los accidentes de las sustancias ; vive en la plena realidad
de las cosas, y sabe que la conservación y el afianzamiento
de la independencia oriental no está en la apariencia, en
EL GOBIERNO DEL HÉROE 357
'os títulos ó chirimbolos de que se rodee el hombre que la
ha creado y la custodia, sino que está en otra parte. Toda
illa estriba en el triunfo del principio democrático, iden-
tificado con la autonomía regional de las provincias occi-
dentales, y en la derrota de la tendencia absorbente de
Rueños Aires, que es la monarquía española, ó inglesa, ó
cualquier otra más ó menos transitoria, en las provincias
argentinas. Y. como su consecuencia, la monarquía portu-
guesa en la oriental, es decir, la muerte.
Artigas vio eso con intensísima claridad. Él, que no
tenía participación ninguna en los secretos de la Santa
Alianza ríoplatense, no sabía á ciencia cierta, como
lo sabemos hoy nosotros, que el director Alvear, de
acuerdo con su consejo, gestionaba en esos momentos
la entrega incondicional de estos países á Inglaterra.
Tampoco sabía de las gestiones que se hacían enton-
ces por Sarratea, Rivadavia y Belgrano, que ya cono-
céis, ni de los sanhedrines que se realizaban en Río Ja-
neiro para entregar 'la Banda Oriental á Portugal. Pero
él veía todo eso ; lo veía dentro de sí mismo por intuición
profética, por revelación de su dios interior. Él no debía
entrar ahora en Montevideo, como no debió entrar con el
séquito de Alvear. Su puesto, hoy como entonces, estaba
en otra parte. No debía aceptar gobiernos ni preeminen-
cias civiles ; tenía otra cosa que hacer : defender la inde-
pendencia de su patria en las provincias occidentales, y
cumplir para con éstas el deber de mutuo auxilio contra
los enemigos, así fueran interiores ó exteriores, de la de-
mocracia americana, sinónimo de independencia ; acau-
dillar esas provincias, que lo han aclamado, y prestarles
el apoyo oriental, en la lucha que sostienen con la oli-
garquía.
En esas provincias, Artigas ha triunfado; este es el
358
momento ele su apogeo. Corrientes, Entre Ríos y Santa
Fe lo obedecen, y le dan el título de Protector de los
Pueblos Libres; Córdoba sigue el ejemplo: lo aclama su
libertador, y escribe ese título en la hoja de la espada de
honor que le consagra. Si quisierais ver esa espada por
curiosidad, ella existe en nuestro Museo Nacional.
Artigas deja en Montevideo el gobierno en las manos
de Otorgues, como gobernador militar, y en las del Ca-
bildo, como representación del pueblo, y él va á colocarse
allá en el Norte, en la costa del Uruguay, entre las actua-
les ciudades de Paysandú y el Salto, treinta leguas al
norte de la primera y seis al sur de la segunda, en el sitio
donde el río toma el nombre de Hervidero, á causa de
los espumantes remolinos ó rompientes que forma la co-
rriente en las asperezas de su cauce. Allí, en la costa orien-
tal, está la que se llama Meseta de Artigas, abrupto pro-
montorio saliente, en forma de pirámide trunca, de 45
metros de altura, que recorta á pico sobre el río sus pode-
rosos bancos horizontales de arenisca colorada, cimentados
en tosca consistente y dura. Desde la cumbre de ese
torreón natural, además de dominarse los canales del río
hasta tiro de cañón, y más allá, se ven las tierras de
ambas márgenes: las altas barrancas acantiladas y las
verdes colinas orientales, de este lado; las costas depri-
midas y las fértiles llanuras entrerrianas, del lado
opuesto.
Al norte de esa atalaya estratégica, corre el arroyo del
Hervidero, que se derrama en el Uruguay; y, entre el
arroyo y la meseta, estableció Artigas su cuartel gene-
ral, y fundó, á mediados de Mayo de 1815, con el nombre
de Purificación, la que puede considerarse primera capi-
tal de la República, como residencia que fué de su pri-
mer mandatario supremo. Aquél será el centro de sus ope-
raciones en ambas márgenes del Uruguay ; centro estraté-
EL GOBIERNO DEL HÉROE 359
gico, sobre todo si se tiene en cuenta que, como lo esta-
bleció Artigas en sus instrucciones del año 1813, los
límites del Uruguay eran, por el norte, la línea divisoria
de los dominios españoles y portugueses. El estado com-
prendía, por consiguiente, las misiones orientales : toda la
región atlántica subtropical de que tanto hemos hablado.
Es preciso que nos detengamos, mis bravos artistas, á
mirar en este momento al fundador de la patria oriental,
ya que estamos en el caso de fijarnos especialmente en
sus actitudes estéticas. Nada más mitológico que esta pá-
gina de nuestra historia.
Artigas, al trazar el circuito de Purificación, tiene un
carácter homérico, que lo aleja del presente, y lo coloca
entre aquellos fundadores de pueblos que iniciaban su
empresa cavando y defendiendo los fosos de la ciudad
primitiva, y cerrando con un muro el sagrado recinto,
que la leyenda poblará de sus superaciones heroicas. Puri-
ficación es la ciudad uruguaya; no es hija de conquis-
tadores; es la primogénita. Allí no flameará más pabe-
llón que el de la patria, y desaparecerá con él, como
un pájaro que se posó una tarde al pasar. Hoy apenas se
ven en aquellos lugares algunas piedras y cimientos de
murallas, de construcciones primitivas : depósitos de muni-
ciones, capilla, cementerio. La hierba crece sobre esos
vestigios ; la soledad los rodea. Y los ganados pacen por
aquellas colinas. Con el andar del tiempo, esa ciudad ha
de retoñar en sus gloriosos escombros.
En los tiempos remotos, en que el aire estaba lleno de
dioses, como dice Homero, la ninfa Egeria hubiera descen-
dido á la cumbre del pequeño promontorio del Uruguay ;
Artigas habría desaparecido en una nube. Vosotros, los
360
artistas, los rapsodas de la línea, podéis creerlo así cou
sinceridad, si queréis. No es una mentira; es la forma
estética, es decir, ajena á la vida práctica, objeto de simple
contemplación, de una verdad ó de una realidad intrín-
secas.
El trazado de la villa, comprendida en él la meseta, es-
taba protegido, al norte, por el arroyo Hervidero, al oes-
te, por el Uruguay, al sur y al este, por fosos profundos, y
por baterías colocadas en los ángulos aparentes. Era la
Eoma cuadrada de la patria oriental. Al pie del promon-
torio, y defendidas por éste, como las primitivas poblacio-
nes medioevales por el castillo feudal del picacho inac-
cesible, se extendían las viviendas de barro sin cocer y
paja, en su mayor parte, de Purificación. Una construc-
ción poco más sólida que las demás, de tres ó cuatro habi-
taciones, era la residencia del Jefe de los Orientales, cuya
vida, entonces como siempre, fué de una sobriedad espar-
tana. Los habitantes de Purificación lo veían cruzar solita-
rio las callejuelas del pueblo, determinadas por estacadas
de postes desiguales y toscos que cerraban sus parcelas, y
dirigirse á la Meseta, al paso de su caballo. Iba vestido de
su chaquetilla de blandengue, y cubierto por su poncho
de campaña, de color claro. Lo veían subir lentamente hasta
la cumbre, cuando el sol se ponía en las pampas argentinas ;
allí permanecía largas horas solitario, á la sombra de
los pequeños arbustos que coronan la meseta. Miraba la
corriente del Uruguay, en que se enfriaban las sombras
trémulas de la barranca, las azules lejanías occidentales ;
las verdes colinas de la patria. Miraba sobre todo, en
su propio pensamiento, el reflejo melancólico de un por-
venir incierto. Su fe triunfaba en él, sin embargo, la fe
que lo acompañó hasta el fin.
Nada más peregrino que el carácter de aquella pobla-
EL GOBIERNO DEL HÉROE 36]
ción, que vivió y desapareció para siempre con su fun-
dador. Mezcla de colonia y reducción de indios, de campa-
mento fortificado y de parque ó maestranza, de prisión
política y de residencia de altas personalidades, ese centro
original de sociabilidad refleja lo más intenso del pensa-
miento del héroe.
Artigas reúne allí una multitud de indios guaycurús.
que ha reducido á la civilización, y que lo siguen como á
un dios, con la fe del hombre primitivo, tan inclinado
á divinizar las fuerzas naturales, el sol, las estrellas,
el viento; la superioridad de su propio semejante sobre
todo. Aumenta ese plantel con 400 indios abipones que,
acaudillados por sus cuatro caciques, se acogen á él;
pone á todos ellos á labrar la tierra; los estimula al
trabajo; hace de esas gentes y sus familias el núcleo
de una ciudad, y, de esa obra, el título para él de
supremo honor y patriotismo. Así se lo dice el Cabildo
de Montevideo, al que se dirige en una hermosa nota, de
22 de Julio de 1816, pidiéndole la remisión de útiles de
labranza, arados, picos y palas "para que empiecen estos
infelices — decía — á formar sus poblaciones y empren-
der sus tareas. Y es preciso también — agregaba — que
U. S. me remita semillas de todos los granos que se crean
útiles y necesarios para su subsistencia."
Yo quisiera haceros conocer ese documento, al menos
ese. entre mil que poseemos, y en que se reconoce el estilo
personalísimo de Artigas, para que percibierais lo que
hay en éste de realmente grande y original. En esa nota,
del 22 de Julio, el héroe insiste en lo que constituye la
obsesión de su espíritu: el problema de la población. Sus
doctrinas, dignas de un sociólogo, sorprenden á quien mira
algo más que las apariencias. Para Artigas, un estado es,
auto todo y sobre todo, un conjunto de hombres, ó, más
362
bien, de familias, con un rasgo común diferencial. Y como
disiente de los que juzgan que ese elemento ' ' hombre ' ' debe
importarse de Europa para que sirva de base á la nueva
patria americana, no concibe la formación de ésta, sino
por medio de la conservación de los hombres y familias
que la pueblan. A ninguno desdeña ; en todo ser humano
ve la unidad sociológica de la patria que está formando.
Quiere arrancar al indio á su vida nómade, y agruparlo,
y hacerlo cristiano; desea educar, educar todo cuanto sea
posible, á sus coterráneos; quiere " que sean los orienta-
les tan ilustrados como valientes ' ' ; desea, como Bolívar,
pero con más insistente energía que Bolívar, ver formarse
una fuerte raza americana, que sirva de tronco á los in-
gertos futuros, y á las futuras transformaciones progre-
sivas.
Ese su pensamiento no se limita á la patria oriental;
abarca toda la argentina, las provincias que creen en él,
sobre todo, y cuyos futuros destinos son, tanto como los
de aquella, el objeto de sus anhelos.
Él es el verdadero arquitecto ó constructor de pa-
trias, que utiliza, como precioso elemento, lo que los
otros desechan ó destruyen; no forma sólo soldados para
la muerte; quiere economizar hombres para la vida.
¿Dónde aprendió Artigas esas altas doctrinas? Debe-
mos suponer que fueron despertadas en él por el ilustre
sabio don Félix de Azara, quien, en 1800, planteó al vi-
rrey el problema de la población, lo convenció de su im-
portancia, y, comisionado para resolverlo, se consagró con
pasión á la empresa. Recordaréis que Azara tuvo en Arti-
gas su principal colaborador ; le confió la tarea de repartir
tierras, entregar su lote á cada poblador, preparar los tí-
tulos, etc., etc. La influencia del insigne historiador y
naturalista ha perdurado, sin duda alguna, en el gran
EL GOBIERNO DEL HÉROE 363
caudillo; pero no es menos evidente que éste obraba, sobre
todo, por inspiración propia, recogida en la vida, en el
estudio del supremo libro.
Muy poco estudiado ha sido Artigas bajo ese concepto;
cuando lo sea, y lo será plenamente, su figura cobrará
proporciones desconocidas. Vosotros, mis bravos artistas,
podéis adelantaros al porvenir. Yo os aconsejo que os
detengáis á mirar un buen rato á ese hombre original,
rodeado de sus familias indias en el Uruguay, poniendo el
arado en manos de los salvajes, y dándoles semillas que sem-
brar. Es la raza que poblaba América, la raza agonizante ;
muy pocos la quieren, muchos la execran ó la desdeñan, aún
cuando le piden su sangre. Ya os hice ver cómo Was-
hington no mandó indios; cómo fueron exterminados por
allá. Por todas partes se extinguía la pobre estirpe indí-
gena. Muchos no creían hombres á esos indios. Artigas sí ;
los creyó hombres y los amó; hasta habló su lengua: Ar-
tigas se expresaba con facilidad en guaraní. Ellos, en
cambio, lo juzgaron un semidiós, le dieron toda la san-
gre que les pidió. Y él hizo de ellos soldados.
Porque es preciso tener en cuenta que hizo soldados
de los pobres indios ; tenían su disciplina, obedecían á su
jefe, no eran salvajes en las filas.
Ya veréis cómo, cuando Artigas, vencido y abandonado
de todos, se hunda en la sombra paraguaya, los indios de
las Misiones, los últimos amigos, saldrán á su encuentro
y le pedirán la bendición, como si vieran en él al gran
sacerdote de un dios, ó al dios mismo; la revelación de
lo divino en la carne.
Refiere Saint Hilaire, en la narración de su viaje á
Río Grande, que vio allí un niño indio del Uruguay, que,
caído prisionero en la guerra contra Artigas, servía de
paje al gobernador portugués. El indio estaba bien ves-
364
tido, bien tratado; tenía su bonita librea azul con botones
dorados. El viajero francés le preguntó si estaba contento.
El niño bajó la cabeza.
— ¿Deseas algo? le dijo.
—Sí.
— ¿ Y qué es lo que más desearías ?
— Irme con Artigas, contestó el niño, irme con Artigas !
III
Pero los tiempos de Artigas no eran los de las mito-
logías norsas. Él no se convierte en Odino. Estamos en
tiempos cristianos, y Artigas es un cristiano.
Al daros este dato, advierto que nada hemos hablado
hasta ahora sobre ese punto interesantísimo: la religión
de Artigas. Y, si mi información no ha de ser deficiente,
es menester que os ofrezca ese elemento de juicio.
Carlyle juzga que la religión es el hecho más impor-
tante para juzgar de un héroe. Bien es verdad que él
no entiende por religión el credo eclesiástico ó los artículos
de fe religiosa suscritos por aquél, sino la creencia prác-
tica, ó el sentimiento íntimo, determinante de todos sus
actos, sobre sus relaciones con el misterioso universo de
que forma parte. " Esa es su religión, dice, ó, tal vez,
su escepticismo ó no religión; la manera en que él se
siente espiritualmente relacionado con el mundo invisi-
ble ó no mundo."
Yo me explico por qué no se me ha presentado hasta
ahora la ocasión de ofreceros tan importante factor para
la resolución del problema psicológico del héroe que estu-
diamos : es que lo he creído implícitamente dicho, al habla-
ros de su educación y de su vida. Hubiera dejado de ser la
Eu G0BIEKXO DEL BÉBOE 365
entidad humana que os he presentado como brotada de las
profundidades de su tierra, si no hubiera tenido arraigada
en las de su espíritu la religión católica, tradicional en su
país. Ella era la base de la sociedad y de la familia his-
pano-americanas ; modelaba las costumbres, y compene-
traba la educación y la instrucción que entonces se recibía.
En los archivos de la Orden Tercera de San Francisco
de Montevideo, he leído la profesión en esa orden de los
padres de Artigas, la de su hermano y su esposa, doña
Rafaela Villagrán. No he hallado la suya; pero sus vin-
culaciones con la comunidad franciscana, en cuyo colegio
se educó, y la adhesión de ésta á su persona y á su causa
son notorias, como lo es el concurso que le prestó el clero
secular unánime; los curas sobre todo.
No ha faltado quien, en presencia de ese hecho, haya
querido presentar á Artigas como inspirado, si no sojuz-
gado, por frailes apóstatas y malvados. Los nombres de
los virtuosos sacerdotes que lo acompañaron, Peña, La-
rrañaga, Lamas, Ortiz, Figueredo, Monterroso, Barreiro.
Gómez, y los de todos los curas párrocos del país sin ex-
cepción, que fueron sus entusiastas auxiliares, protestan
contra esa inconsistente invención. Nadie ejerció ni pre-
tendió ejercer influencia predominante sobre el espíritu
de Artigas, por otra parte. En aquella época, las doctri-
nas regalistas, emanación de las antiguas monarquías,
eran corrientes aun en el clero ; si fuera el caso de buscar
doctrinas al respecto en Artigas, esas doctrinas reiralis-
tas serían, más que otras, las que en él encontraríamos
como vestigio de su educación colonial. Pero ellas no
tenían nada que ver con el sentimiento religioso que
analizamos en Artigas; ese sentimiento no era en él un
producto de lo que Carlyle llama la parte argumentativa
ó externa de su espíritu, sino que brotaba unido á todos
866
sus demás afectos, y de la misma fuente psíquica. Sus
actos de religión no eran actos de controversia ni pro-
fesiones de fe : eran emanaciones espontáneas de su vida
íntima.
En los estados del Norte, en los de Bolívar, las profe-
siones de fe religiosa, la proclamación expresa de deter-
minados dogmas de la Iglesia, que se escribían en las cons-
tituciones, presumían la contradicción; más que testi-
monio de piedad, parecen proclamaciones de principios
sociales, ó protestas contra los que querían presentar la
revolución americana como obra herética ó infernal.
En el Río de la Plata, la fe católica me parece menos
argumentativa, más ajena á la idea de combate. Su más
ferviente adicto es el general Belgrano; éste la proclama
á cada paso con fervor de apóstol, declara á la Virgen
de las Mercedes patrona de su ejército, atribuye á su in-
tercesión las victorias de la patria, inclina ante ella
solemnemente sus banderas.
San Martín no tiene la religiosidad de Belgrano ; pero,
inducido expresamente por éste, rinde su tributo á la fe
popular; también él pone su bastón de general á los pies
de la Virgen del Carmen, declarada patrona de su ejér-
cito como del chileno.
Yo creo que también en religión, aun en la más sincera,
puede existir algo que pudiera llamarse el énfasis teatral ;
existe la vanidad ó el orgullo espiritual.
Artigas no ofreció esas solemnes manifestaciones de re-
ligiosidad ; menos ferviente que Belgrano, y más sincero,
mucho más, que San Martín, sus actos de religión no te-
nían el carácter de acciones extraordinarias, ni menos el
de recursos resonantes.
Eran en él tan naturales y espontáneos, como los que res-
pondían á los afectos domésticos, con los que se confundían.
EL GOBIERNO DEL HÉROE 367
El más amable y fiel cronista de nuestras tradiciones,
don Isidoro de María, afirma que Artigas "era devoto de
la Virgen del Carmen." Ese dato, recogido de la fuente
doméstica, y que parece de escasa significación, no lo es
para el sociólogo ; por él se penetra en las intimidades de
aquel espíritu. Esas devociones ó formas del culto, aparte
de su significado religioso, tienen uno psicológico, y aun
sociológico, que el historiador no puede desdeñar. Ellas son
tradición doméstica, persistencia de un oculto sentimiento
delicado, caliente de hogar, al través de los hechos de la
vida, unidad de carácter, de eso que llama Carlyle " con-
ciencia de la relación del hombre con el no mundo.'' Es,
por consiguiente, en esos afectos domésticos, más aun que
en sus actos públicos, donde encontramos las profesiones
más sinceras de fe en Artigas, por más que también las
hallemos en aquéllos.
Os ofrezco, por ejemplo, esta carta, que debo original
á Lorenzo Barbagelata, dirigida por el gran caudillo á
su madre política, doña Francisca Artigas, desde este ca-
serío de Purificación en que estamos, precisamente. Está
fechada en 1.° de Mayo de 1816. En ella dice:
" De Rafaela (la esposa enferma), sé que sigue lo
mismo. ¡Cómo ha de ser! Cuando Dios manda los traba-
jos, no viene uno solo; Él lo ha dispuesto así), y así me
convendrá. Yo me consuelo con que esté á su lado, porque
si Vd. me faltase, serían mayores mis trabajos. Y así, el
Señor le conserve á Vd. la salud. ' '
No creo que disuene, amigos míos, esa nota melancó-
lica, en medio á nuestra narración homérica; antes la
juz<ro necesaria á su estructura orgánica. Ella nos da el
acorde en tono menor, que diría un músico, de la he-
roica sinfonía que se va desarrollando en mis palabras,
y que debéis escuchar íntegra. Sólo así sentiréis con
claridad los pasos de un hombre de carne y hueso que
camina sobre la tierra, y que lleva un corazón.
Esa carta que hemos leído, nos conduce á recordar con-
gojas íntimas del héroe ; aquellas de que os hablé al prin-
cipio, al haceros saber el matrimonio de Artigas con su
prima Rafaela Villagrán. Artigas soñó entonces en la feli-
cidad ; una fugaz hora de sol brilló en su vida tormentosa.
Os dije que su joven esposa, al ser madre, un año des-
pués, le fué arrebatada para siempre, por esa enfermedad
que llaman locura ó delirio puerperal, y cuyo germen mor-
boso se ignora aún. Se pierde la conciencia del yo; el es-
panto relampaguea en el cerebro, y alumbra apariciones;
se hiela la vida inteligente y la afectiva, la afectiva sobre
todo ; muere el amor ; el alma se sumerge en esa noche con
intermitencias ; entra en sus tinieblas y sale de ellas, como
la luna al través de las nubes. Cuando reaparece, comienza
por desconocerse á sí misma y á los seres que más amó;
se esfuerza por penetrar en sus propias tinieblas, y el es-
fuerzo la postra, y reabre la herida misteriosa del cerebro.
Ocurre una mejoría; el día se va haciendo lentamente;
raya una aurora pálida de inteligencia y de amor; se
cree en la proximidad del día psíquico ; pero la noche cae
de nuevo, con sus relámpagos y sus apariciones negras.
Y el alma huye espantada, y la herida del cerebro se hace
mortal . . .
Artigas había perdido para siempre á su esposa; pero
no la esperanza de recobrarla. Y ésta no hacía otra cosa
que diluir en los años el dolor de las horas aciagas. Las
horas nos quedan para llorar los instantes.
¡La esperanza de la tierra! ¿Es realmente una fuente
de felicidad? ¡Oh hombre, dice Isaías, el profeta de las
EL GOBIERNO DEL HÉROE 369
siderales estrofas ; oh hombre ! Desde que te destete tu
nodriza; desde que te aparten del pecho que te nutre,
aguarda tribulación sobre tribulación . . . aguarda también
esperanza sobre esperanza!
Esa esperanza atribulada acompañó á Artigas. Quien
lo sigue como yo lo he seguido, siente, de vez en cuando,
cómo gotea, en ciertas horas de su vida, la negra sangre
de esa herida que lleva consigo. Obligado á alejarse de
la mujer que amó, vuelve primeramente á su faena de
blandengue ; recorre los campos desiertos ; acaudilla des-
pués á su pueblo; libra las batallas de la patria; pero
su pensamiento insiste en su perdida felicidad, que no
cree desvanecida para siempre.
Leamos esta carta que, desde el Paso de Polanco, es-
cribe á su madre política, el 16 de Agosto de 1809 :
"Mi más venerada señora: Aquí estamos pasando
trabajos; siempre á caballo, para garantir á los veci-
nos de los malévolos. Siento en el alma el estado de mi
querida Rafaela. Venda Vd. cuanto tengamos para asis-
tirla, que es lo primero, y atender á mi José María,
que para eso he trabajado."
Ese José María es su hijo, cuya educación recomienda
y encarece constantemente en sus cartas; en todas éstas,
aun en medio á los azares de su vida, se reflejan sus horas
de melancólicos recuerdos. Aquí tenemos una, entre mu-
chas, dirigida á don Antonio Pereyra, después de la cam-
paña de Guayabos. ¿Qué ha sido de mi desgraciada fami-
lia? pregunta ante todo. He aquí otra llena de carácter.
Es de 1818. Artigas, en el fragor de la lucha suprema,
escribe á su familia, y envía de regalo á su hijo, con ex-
presiones de cariño, un pequeño tití ó mono salvaje que ha
conseguido allá en el Norte ; remite algunos modestos
obsequios á su familia, yerba mate, frutas. Esas cartas
24. Artigas. — I.
170 ARTIGAS
domésticas me hacen conocer á Artigas, yo os lo aseguro,
mucho más que las pragmáticas y documentos oficiales.
En ellas se ve como su espíritu fluctúa entre la ilusión y
el desencanto. Recibe en 1815, una noticia favorable so-
bre la salud de su esposa, y escribe con jovialidad á su
madre : ' ' Expresiones á Rafaela ; dígale que no sea tan
ingrata, y que tenga ésta por suya." Le llega, en 1816, la
noticia de la reaparición del mal que se creía vencido, y
entonces escribe esa doliente, pero resignada carta, digna
de un asceta cristiano: ''Dios lo ha dispuesto así, y así
me convendrá."
Artigas, en su misión de constructor de pueblos, proce-
dió de acuerdo con esos sus hondos sentimientos.
En Purificación levanta, como núcleo de sociabilidad,
el primer templo erigido por la patria independiente. Ya
os imaginaréis, mis bravos artistas, que esa construcción
no era una maravilla de arquitectura ; pero era un templo ;
allí se adoraba al Solo Dios. Su fundador pide á Monte-
video la inmediata remisión de una imagen de la Concep-
ción, y los ornamentos y paramentos sacerdotales necesarios
para el culto. Con su asistencia, se celebra allí, en Octu-
bre de 1815, la primera misa, á la que concurren las tropas
y el pueblo; oficiaba fray José Benito Lamas, que había
llegado el 30 de Setiembre, con el carácter de capellán
del General don José Artigas, en compañía del presbí-
tero Otazú, y que será más tarde vicario apostólico de
la República. Lamas era uno de los franciscanos expul-
sados de Montevideo por el gobernador español. Las
tropas continúan asistiendo á misa todos los días fes-
tivos. Allí aprende el pueblo á luchar pro aris et focis.
Junto al templo, el procer oriental erige la escuela,
para la que el Cabildo le remite textos y útiles de ense-
ñanza, y que está á cargo del mismo fray José Benito
EL GOBIERNO DEL HÉROE 371
Lamas. Los vecinos pobres de la región, atraídos por aquel
núcleo, se van replegando á él con sus familias. La villa
crece de día en día.
Pero la original población del Hervidero no es sólo
cuartel general, campamento fortificado, colonia y resi-
dencia del primer magistrado oriental. Es también una
especie de cárcel correccional, que suple la falta de la que
debiera existir en Montevideo, y, muy especialmente, lugar
de destierro ó confinamiento de los enemigos de la patria.
Artigas quiere tener allí, bajo su vigilancia inmediata,
á los que pueden ser elementos de destrucción de su obra,
ya como agentes de reacción española, ya como pertur-
badores del orden político interno; exige premiosamente
del Cabildo de Montevideo que le sean remitidos los cul-
pables, y le reprocha más de una vez su poco celo en
observar su mandato. Eso dio ocasión á que los enemigos
del héroe forjaran una leyenda, en que Artigas figuraba
eonsnmando crueldades con sus prisioneros. Esa leyenda
insidiosa aparecía verosímil, en Buenos Aires sobre todo,
donde las ejecuciones de Liniers y de Alzaga, y las ven-
ganzas políticas sangrientas, ya de Alvear, ya de sus
vencedores, llenaban la imaginación popular. Pero nó:
Purificación era el reverso de la vieja Capital colonial:
allí no se derramó una sola gota de sangre, ni una éola',
un se cita el nombre de una sola víctima. Algunos ciuda-
danos fueron reducidos á prisión, y puestos después en
libertad; muchos estaban allí sólo confinados, y hasta se
les permitía ir á Montevideo en busca de sus familias, y
regresar con ellas dentro de un plazo determinado.
X;ida como la tradición anecdótica para darnos idea
del carácter de esa población. La tradición es copiosa, y
372
nos ha sido conservada, con todo su color, por el ina-
preciable don Isidoro De María.
Nos encontramos con un talabartero español, Castro,
que, con la cabeza alborotada por el vino, se echa en Mon-
tevideo á la calle dando gritos de ¡Viva España! ¡Viva
Fernando VII ! Barreiro lo remite á Purificación. No es
eso lo que Artigas quiere ver á su lado principalmente.
Encuentra al pobre hombre, y le pregunta la causa de su
prisión.
Señor, le dice Castro, yo estaba borracho, y di un viva
á España y al Rey.
Pues mire usted, amigo, le dice Artigas sonriendo, aquí,
hasta los borrachos gritan Viva la Patria; pero á usted
lo autorizo á gritar ¡ Viva España ! porque también tengo
por aquí algunos godos, y, como están bien seguros, no
hay para qué disgustarlos.
— No, señor, también yo gritaré Viva la Patria . . .
Bien, bien. . . Está usted en libertad; voy á mandarlo
á su casa ; pero lo malo no es lo que usted grita, sino lo
que usted bebe . . . Vayase en paz, y no vuelva á alegrarse
con exceso.
Muy distinto es el carácter de otro preso con quien
nos hallamos en Purificación ; allí está el doctor don Lucas
Obes, llamado por Artigas para dar cuenta de su admi-
nistración en el período de Otorgues. Según referencias
de don José Benito Lamas, que acaso le sugirió la idea,
el doctor Obes aprovechó el día de San José, onomástico
de Artigas, y dedicó á éste algunos versos. Convengamos
en que el recurso empleado no es de los que denuncian
mucho temor. El doctor Obes fué puesto en libertad, y
restituido á Montevideo.
La anécdota es varia. El buen sastre Reventós, enviado
también, como Castro, y por causas análogas, decía á
EL GOBIERNO DEL HÉROE 873
De María: Estaba mejor en Purificación que en Mon-
tevideo con Otorgues; el General Artigas me destinó
de ranchero, con la sola obligación de ir á misa de tropa
todos los domingos. Estuve ahí un mes, y luego me
mandó libre á la ciudad.
si con eso tenéis bastante, como yo lo creo, de anéc-
dota colorida, pasaremos á otra cosa más importante.
IV
Desde esa primera capital de la República, Artigas go-
bierna el nuevo Estado, informe aún. Su principal em-
peño es apresurar el momento de darle forma política
definitiva.
Ese momento no llegó; todos los malignos elementos se
conjuraron para no dejarlo en su tierra; la invasión por-
tuguesa, incitada por Buenos Aires, cayó inmediatamente
sobre él, como lo veréis. Pero ese fugaz período de go-
bierno y administración nos permite entrever lo que ha-
lúa en aquel espíritu extraordinario; lo que hubiera hecho
ese hombre en otro ambiente. No tuvo ni elementos, ni
tiempo, ni reposo; "tuvo que modelar su obra en barro,
en vez de cincelarla en mármol; le faltó la materia; pero
no la inspiración."
Como os lo he dicho, fué Otorgues el designado por
Artigas para tomar posesión de Montevideo, y gobernar
allí en su nombre. Nadie ignora lo que es, en cualquier
parte del mundo, una soldadesca vencedora; la de Otor-
gues no era, por cierto, ni podía ser una excepción. Mon-
tevideo tuvo que ser víctima, por consiguiente, en los pri-
meros momentos, de las brutalidades de aquella gente,
cuyo jefe, aunque de origen urbano, y pariente cercano
374 ARTIGAS
de Artigas, era un hombre rústico, que, contra lo que su
jefe esperaba, fué incapaz, porque no lo quiso ó no lo pudo,
de reprimir las torpezas de sus muchachos. No faltaron
gentes, por otra parte, y no de los gauchos, por cierto,
que creyeron poder continuar, en provecho propio, y en
nombre de la Patria, los abusos de la administración por-
teña: se sacaba dinero del vecindario, del español sobre
todo, y no se rendían cuentas claras, ni mucho menos.
Aquello fué un desbarajuste.
Lo que eso ha servido á los enemigos de la causa orien-
tal para deprimir á Artigas, no es para narrado ; las tro-
pelías de la soldadesca de Otorgues, sobre todo, han sido
pintadas con los más vivos colores, con un celo virtuoso
implacable: se le ha quitado al Diablo para ponerle á él.
Cualquiera diría que en Montevideo se vio lo que en parte
alguna se ha visto, y que ese período de gobierno fué una
larga tiranía de Artigas.
Nada de eso es verdad. Lo es, sin duda, que la solda-
desca cometió depredaciones; hubo soldados que entraron
en las tabernas, bebieron, y se fueron sin pagar, diciendo :
"la Patria paga"; las familias vivían encerradas, para no
exponerse á sus groseras tropelías ; pero allí no hubo tira-
nía. En primer lugar, no se quitó la vida á nadie, ni cose
parecida; pero sobre todo, aquella angustiosa situación
duró solo cuatro ó seis meses, el tiempo necesario para que
los abusos llegasen, fidedignos, á conocimiento de Artigas.
Si de algo sirven, por ende, en nuestra historia, esos cuatro
ó seis meses de desorden, es precisamente para poner de
relieve la autoridad y los propósitos del gran caudillo.
No bien llegó á su noticia lo que ocurría en Montevideo,
destituyó á Otorgues, su deudo, su primer jefe, en térmi-
nos que se pasaron de severos; envió en su reemplazo, de
comandante militar, al honesto Fructuoso Rivera, y de-
EL GOBIERNO DEL HÉROE 375
signó, como delegado civil, á don Miguel Barreiro, caba-
llero sin tacha y magistrado integérrimo, cuya adminis-
tración fué ejemplar. Hizo más: llamó á juicio á los que
habían administrado dineros públicos, y, cuando sus cuen-
tas no fueron claras, los castigó con no menos severidad
que á Otorgues. Bueno será que leamos, porque lo merece,
la comunicación que dirige Artigas á Barreiro, al reves-
tirlo de su representación. Es una especie de programa de
gobierno que os conviene conocer.
"Señor Delegado don Miguel Barreiro:"
"Los sucesos ocasionados por ios reiterados desórdenes
de que ha sido víctima esa ciudad por los desaciertos del
jefe que burló mis disposiciones, y mi permanencia nece-
saria en campaña para repeler al enemigo, me han puesto
en el caso de separarlo inmediatamente, fijándome en la
persona de Vd. para reemplazarlo en su empleo."
"Y aunque tengo plena confianza en su honorabilidad
y rectitud, creyendo, como creo, que Vd. desempeñará la
delegación del gobierno con toda aquella moderación que
debe existir en el carácter del funcionario público, sin em-
bargo debo recomendarle, muy encarecidamente, que ponga
Vd. todo su especial cuidado, y toda su atención, en ofre-
cer y poner en práctica todas aquellas garantías necesarias
para que renazca y se asegure la confianza pública, que se
respeten los derechos individuales, y que no se moleste ni
se persiga ó' nadie por sus opiniones privadas, siempre que
los que profesan diferentes ideas á las nuestras no intenten
perturbar el orden y envolvernos en nuevas revoluciones."
"Aunque verbalmente he suministrado á Vd. todas
mis órdenes, he creído, no obstante, conveniente reiterar
lo más esencial por medio de esta nota, para que tenga
Vd. siempre presentes mis deseos de proporcionar la tran-
376 ARTIGAS
quilidad á los ánimos de los vecinos, que han sufrido
tanto con las peripecias de la revolución. ' '
"Así es que, en ese camino, sea Vd. inexorable, y no
condescienda en manera alguna con todo aquello que no
se ajuste á la justicia y á la razón; y castigue Vd. seve-
ramente, y sin miramientos, á todos los que cometan
actos de pillaje, ó atenten á la seguridad ó á la fortuna
de cualquiera de los habitantes de esa ciudad."
"Esperando que sabrá Vd. interpretar bien estos de-
seos, aprovecho la oportunidad para asegurarle mi con-
fianza en sus medidas al respecto, congratulándome, con
este motivo, en saludarlo y repetirme affmo amigo,
José Artigas."
Algunos han dicho que Artigas gobernaba arbitraria-
mente, y hasta le han llamado tirano, porque se reser-
vaba intervenir, en última instancia, en las resolucio-
nes de los Cabildos. Según las leyes españolas, los
capitanes generales tenían hasta atribuciones judicia-
les. Durante 300 años no existió, con atribuciones efec-
tivas, sino el ejecutivo del virrey ó del gobernador,
dice un escritor entre otros muchos. Ellos se ocupaban, en
efecto, exclusivamente en hacer cumplir los estatutos y
decretos que, sobre las más triviales materias de adminis-
tración, dictaba el Consejo de Indias y los reyes de Es-
paña. Aquel poder fué el único omnímodo, y giraba soli-
tario en la órbita de los atributos indecisos del gobierno
colonial ; porque, en efecto, las leyes de Indias eran ' ' una
extraña amalgama de disposiciones incongruentes y á
veces contradictorias " ejercidas caprichosamente, lejos
de todo contralor superior.
¡Aplicar á Artigas los preceptos constitucionales de
EL GOBIERNO DEL HÉROE 377
hoy! ¡Investigar si, en la patria aquella recién nacida,
los poderes ejecutivo, legislativo y judicial estaban debi-
damente separados y garantidos en su independencia!
Creo que es exigir algo más de lo justo.
Me parece que os he citado alguna vez la opinión de
Sarmiento, según la cual "la autoridad se funda en el
asentimiento indeliberado, que una nación da á un hecho
permanente."
Ningún hecho permanente más natural é indiscutible
qne la supremacía de Artigas, y el asentimiento indeli-
berado de su nación.
Él había dicho, sin embargo, á los representantes del
pueblo, en el congreso del año 1813: "Mi autoridad ema-
na de vosotros, y cesa por vuestra presencia soberana."
Lo había dicho con plena sinceridad: Artigas era, ante
todo y sobre todo, un hombre sincero. Hacer una verdad
orgánica de aquella declaración es su ideal. Cuando se es-
tudia, amigos artistas, esa época del gobierno clásico del
héroe, tal como lo estudia Carlyle, se vé, con toda cía
ridad, que el supremo anhelo del fundador de la patria,
después de asegurar su independencia, no es otro que
el de formar y organizar la entidad en cuyas manos
debe y quiere colocar la autoridad que está en las suyas
por la fuerza incontrastable de las cosas, y por el asen-
timiento indeliberado del pueblo.
Su autoridad es tan indispensable como indiscutible ;
desaparecer Artigas y desaparecer la patria oriental en
ese momento, es la misma cosa. Pero Artigas no hace un
gobierno absoluto; todo lo contrario. Conserva la auto-
ridad y el influjo necesarios para dar un núcleo de uni-
dad, de cohesión y de vida á aquel organismo inarticu-
lado é incipiente; hace sentir ese influjo cada vez que la
disolución lo amenaza; pero no ahoga en él la vida es-
378 ARTIGAS
pontánea ; la estimula, la tonifica, y, sobre todo, procura
inocularle el espíritu democrático que ha de ser su alma •
quiere el gobierno propio, el de los más aptos, de los
más honestos, designados libremente por el pueblo. Para
eso procura dar á los Cabildos de toda la República, al
de Montevideo especialmente, con el que sustituye al go-
bernador intendente que fracasó con el gobierno de Otor-
gues, el mayor número de atribuciones ; los incita á des-
empeñarlas con libertad, se dirige á ellos en términos de
respeto, y hasta de acatamiento ; les pide recursos, jamás
dispone de éstos por sí mismo ; les recomienda las obras
de progreso, la protección del pueblo, la de los deshereda-
dos principalmente, la escrupulosidad en la administra-
ción, la conservación, sobre todo, de la idea y del senti-
miento de patria, y del deber de defenderla hasta el sa-
crificio.
El Cabildo de Montevideo es elegido por todos los de-
más cabildos del país, unidos á electores de la ciudad;
éstos son uno por cada cuartel de la capital y extramu-
ros. Artigas no cesa de encarecer el respeto á la libertad
de sufragio, y de estimular su ejercicio. El pueblo co-
menzaba así á ejercitarse en la vida institucional, y se
ve con toda claridad que Artigas no desea otra cosa:
crear y vigorizar la entidad que debe sustituirlo en el
mando político; no ser él necesario á la vida de la na-
ción que creaba.
Es de ver, por otra parte, la vida nacional y social que.
en ese fugaz período de existencia de la primera patria,
se desarrolla en Montevideo. Aquella sociedad, de una
cultura tan elevada como la de una capital moderna,
ofrece un espectáculo interesantísimo: parece una vieja
sociedad libre.
EL GOBIERNO DEL HÉROE 379
Aquí me encuentro, entre mis tradiciones y documentos
domésticos, á don Juan Benito Blanco, que hace bordar
por manos amables, que no cobran su labor, el primer
escudo, el coronado por la cimera de plumas, para el
morrión de sus granaderos. Las familias del país se reú-
nen á celebrar los triunfos de la patria, mientras los
españoles se congregan por las tardes, en la muralla
que da sobre el mar, á ver si aparece, en el horizonte,
la escuadra reconquistadora que esperan, y que no puede
tardar, con su bandera española al tope. Esos son los
que Artigas quiere tener en Purificación. El pabellón
de Artigas, el de la banda roja diagonal, es aclamado
por el pueblo. Se celebran fiestas sociales, saraos
animadísimos y llenos de cortesía, en obsequio del pa-
triarca libertador, ausente en el Hervidero; en ellos bailan
los rigodones de honor los caballeros y las damas cuyos
apellidos son el sedimento de la nación: Pereyra, Rivera,
Larrañaga. Ellauri, Maturana, Chopitea, Lapido, Trápani,
Lamas, Aldecoa. Bauza Ya han aparecido los bardos
de la nueva patria: Araucho é Hidalgo, soldados poetas,
son su verbo musical; el primero representa personalmente,
en la Casa de Comedias, el 25 de Mayo de 1816, su drama
Sratimientos de un Patriota; el segundo da á las tablas su
monólogo en verso, Filian. La sociedad los aplaude. Sus
inspiraciones patrióticas balbucientes son el tema que
anima las tertulias de la tarde en el Paseo de la Alameda.
Artigas que, como sabéis, era un caballero por su origen,
por su educación y por sus relaciones de familia y de in-
í'aneia. no va á la capital colonial; só>lo desea ver nacer y
tener ocasión de secundar las iniciativas cultas y progre-
sistas de Montevideo. El sabio Larrañaga va á visitarlo en-
tonces en Purificación. La descripción que de él nos hace
está llena de carácter. Es recibido por el procer, é invitado
380
á comer por él, en una pobre habitación: una mesa, unas
cuantas sillas, una vajilla de loza, cucharas de hierro
estañado, constituyen todo el ajuar del fundador de la
patria. Pero Larrañaga observa su corrección en el ves-
tir, y, sobre todo, la afable dignidad de sus maneras,
la elevación de sus ideas, y el alto reposo y la pondera-
ción de su carácter.
íPor qué la tenacidad de Artigas en no presentarse en
Montevideo?
Una anécdota, que nos ha conservado la tradición, os
dará la clave de eso, y de mucho más.
El hecho tenía lugar en las Piedras. Artigas se había sen-
tado á la mesa, en compañía de sus más cultos oficiales,
y de algunas personas civiles, cuando se le anunció la
llegada de uno de sus caudillos campesinos, portador
de un parte verbal. El que llegaba era un gaucho bravio;
había recorrido treinta y cinco leguas en veinticuatro
horas, y venía transido, jadeante y sin comer. Artigas
se separó de sus comensales; tomó un trozo de carne
asada, que se puso á comer con su cuchillo de campo,
y entonces hizo entrar al gaucho mensajero. Le ofreció un
pedazo del asado que comía. El gaucho sacó su cuchillo,
y comió, en compañía de Artigas, y mientras desempeñaba
.su comisión, de aquella simbólica carne asada.
Creo que el cuadro es homérico. El gaucho ríopla-
tense vio siempre, en aquel hombre, un ser superior,
pero un ser de su especie, digno de amor, al par que
de respeto. Eso es lo que el héroe quería: no humillar
al pueblo; estar en él; ser considerado un semejante
por los más desgraciados; ser la forma personal, amable
para todos, para esos desgraciados especialmente, de la
Patria por que morían.
EL GOBIERNO DEL HÉROE 381
La comida que Artigas ofreció á Larrañaga, en Puri-
ficación, tenía un carácter muy distinto de la que ofreció
al gaucho hambriento.
Allí, entre otros pensamientos, le indicó el insigne sabio
oriental la conveniencia de fundar en Montevideo una
biblioteca pública. Artigas acogió la idea con entusiasmo.
lo incitó á realizarla sin pérdida de tiempo, á ponerse para
ello de acuerdo con su delegado Barreiro. La biblioteca se
inauguró el 25 de Mayo de 1816, y su inauguración formó
parte de grandes festejos populares y sociales que se
realizaron, en los días 24, 25 y 26, en conmemoración de
la fecha inicial de la revolución. Larrañaga hizo allí, en
un discurso memorable, la apología del Jefe de los Orien-
tales. Éste, por su parte, para incorporarse en espíritu al
acto realizado en Montevideo, dispuso que, en ese día, el
santo y seña del ejército fuera el siguiente: "Sean lot
orientales tan ilustrados como valientes.''
Yo quisiera que pudierais conocer, mis amigos, la co-
rrespondencia, que poseemos, de Artigas con Larrañaga;
en ella nos ha quedado la huella de la inteligencia y de
los anhelos de progreso moral y material alimentados
por "el hombre más extraordinario, después de Francia,
según dice Robertson, entre todos los que figuran en
los anales del Río de la Plata."
Y pues el nombre de Robertson acude á mi memoria,
recuerdo que nadie nos ha descrito como él, en sus
Letters on Paraguay, la figura de Artigas en Purifi-
cación.
Los hermanos Robertson, emprendedores comerciantes
ingleses, se establecieron, en 1815, en las Provincias Uni-
das: en Entre Ríos. Corrientes, Paraguay, etc. La empresa
era audaz y arriesgada, allí como en cualquier parte del
mundo que se hallara en circunstancias análogas. Uno
382
de los Robertson remontaba el río Paraná, en un barco
cargado de mercaderías, cuando éste fué detenido y se-
cuestrado por partidas artiguistas. El Comandante de la
escuadrilla británica en el Río de la Plata, Jocelin Percy,
reclamó ante Artigas, y éste satisfizo plenamente la recla-
mación. Quedaron, sin embargo, algunos perjuicios por
indemnizar. Quiso entonces Robertson conocer y ponerse
en relación directa con Artigas, "con un hombre, dice,
que se había elevado á tan singular altura de celebridad,
y cuya palabra era ley, en ese momento, en todo el ancho
y en todo el largo del antiguo virreinato de Buenos Ai-
res." Fué, pues, personalmente á Purificación, con una
carta del capitán Percy, y otra de un amigo personal del
gran caudillo.
Llegó, por fin, al Hervidero, y grande fué su sorpresa
al hallarse, en la amplia y rústica tienda de campaña
del héroe, con la escena siguiente: "El Protector, dice,
estaba dictando á dos secretarios, que ocupaban, en torno
de una mesa de pino, las dos únicas sillas que había en
toda la choza, y esas mismas con el asiento de esterilla
roto. ' '
"Para completar la singular incongruencia, el piso de
la choza (que era grande y hermosa) en que estaban
reunidos el General, su estado mayor y sus secretarios, se
veía sembrado de ostentosos sobres de comunicaciones
procedentes de todas las provincias, (distantes algunas
de ellas 1500 millas de ese centro de operaciones) y di-
rigidas á Su Excelencia el Protector."
"En la puerta estaban los caballos jadeantes de los
correos, que llegaban cada media hora, y los caballos de
refresco de los que salían con igual frecuencia."
El comerciante inglés se sorprende de la calma y segu-
ridad con que Artigas, en medio de aquel ambiente, des-
EL GOBIERNO DEL HÉROE 383
pachaba sus asuntos. "Pienso, dice, que si los negocios
del mundo entero hubieran pesado sobre sus hombros,
habría procedido de igual manera. Parecía un hombre
abstraído del bullicio, y era, de este solo punto de vista,
si me es permitida la alusión, semejante al más grande
de los generales de nuestros tiempos."
Y Robertson continúa:
"Al leer mi carta de introducción, (la particular) Su
Excelencia se levantó de su asiento, y me recibió, no sólo
con cordialidad, sino también, lo que me sorprendió más.
con los modales de un caballero, y de un hombre real-
mente bien educado. ' '
"Iniciada mi conversación, la interrumpió la llegada
de un gaucho; y, antes de transcurrir cinco minutos, ya
el General Artigas estaba nuevamente dictando á sus
secretarios, engolfado en un mundo de negocios, al mismo
tiempo que me presentaba excusas por lo que había ocu-
rrido en la Bajada, y condenaba á sus autores."
i las aun que el cuadro gráfico, con ser tan lleno de
color, considero preciosa esa descripción de la actividad
intelectual del héroe, que nos ofrece el señor Robertson.
Como lo veis, es su pensamiento personalísimo, su inspi-
ración directa, lo que poseemos en sus numerosos docu-
mentos. Yo quisiera haceros conocer algunos de estos
para haceros penetrar en ese espíritu.
Leed, por ejemplo, esta comunicación dirigida al Ca-
bildo de Montevideo; recordad que el Jefe de los Orien-
tales es reconocido, como Protector, por las provincias
argentinas occidentales: "Sería benéfico, escribe al Ca-
bildo, la multiplicación de la vacuna, tanto en nuestra
provincia como en Entre Ríos, Corrientes y Misiones,
donde la viruela hace fatales estragos. Espero con bre-
vedad todos los virus que V. S. pueda mandarme, para
384 ARTIGAS
repartirlos en estos pueblos y en todo el Entremos,
debiendo cuidarse de su seguridad en el acomodo."
"Espero igualmente los dos tomos, que V. S. me ofrece,
referentes al descubrimiento de Norte América, su revo-
lución, sus varios contrastes y sus progresos hasta el año
1807. Yo celebraría que ese libro tan interesante lo tuviese
cada uno de los orientales."
¡Extraños anhelos los de este hombre Artigas! ¡La His-
toria de Estados Unidos en manos de todos sus compa-
triotas! ¡Original idea! En cuanto á eso de la vacuna,
yo os aseguro que sólo Artigas pensaba en preservar
de la viruela á los pobres de las provincias occidenta-
les, lo mismo que á los de la oriental.
Pero notemos una iniciativa de Montevideo, que Artigas
no secunda. El Cabildo acuerda por unanimidad, siguien-
do el ejemplo de las provincias occidentales que han acla-
mado al héroe oriental, dar á éste y reconocerle la repre-
sentación, jurisdicción y tratamiento de Capitán General,
con el título de Protector y Patrono de la libertad de los
pueblos. Algún tiempo después, aquella corporación pidió
para sí misma el título de Excelencia, que le correspondía
desde la reconquista de Buenos Aires. ¡El título español!
Es indudable que el fundador de la patria fué muy poco
comprendido por sus contemporáneos, y no es extraño. Con-
viene que, en este caso, al menos, conozcáis los términos tex-
tuales en que contesta Artigas; quisiera que los leyerais
dos veces, cuando menos: "Es superfino — dice al Ca-
bildo — que empleemos lo precioso del tiempo en cues-
tiones inútiles ; los títulos son los fantasmas de los esta-
dos, y sobra á esa ilustre corporación tener la gloria
de sostener su libertad, sobre la base de su derecho.
EL GOBIERNO DEL HÉROE 385
El Cielo quiera proteger nuestros votos, y, mientras
se acerca tan feliz momento, es mi parecer que II. S.
ajuste su tratamiento al que hoy conservan los demás
cabildos. Por lo mismo he conservado yo hasta el
presente el título de simple ciudadano, sin aceptar la
honra con que me distinguió el Cabildo que U. S. re-
presenta. ' '
Bueno es que recordemos que otro tanto hizo Artigas
con el título de Protector de los Pueblos Libres, que le
acordaron las provincias occidentales. Jamás lo usó en
los actos realizados en nombre y representación de esas
provincias; se limitó á expresar que éstas estaban bajo la
protección de la Provincia Oriental, y se atribuyó sólo la
dirección de su política.
¿Veis bien al hombre, amigos artistas? ¿Sentís un ca-
rácter, un carácter marmóreo?
Para sentirlo en toda su virtud, nos sería muy útil
recordar hasta qué punto estaba arraigado el tradicional
formulismo colonial español en América. Esa ponderación
de criterio, que concilia los atributos esenciales de la auto-
ridad eficaz con el desdén hacia los aparatos exteriores,
sólo se ve en este hombre Artigas. Ya hemos recordado el
proceder de San Martín al respecto, cuando sustituye
el retrato del rey por el suyo, y adopta la carroza do-
rada. El primer presidente de la Junta de Buenos Ai-
res, don Cornelio Saavedra, fué acusado de rodearse
de los atributos de la dignidad real; don Gervasio Po-
sadas, nombrado primer Director Supremo, júzgase poco
acatado por algunos empleados que no cumplen la fór-
mula del besamano y la salutación, y tira un decreto
en que les increpa el atentado, y fija una audiencia
"á la una de la tarde, para que se apersonen, con todos
25. Artigas.— I.
386 ARTIGAS
sus oficiales, en la sala principal de este palacio, á llenar
sus deberes."
Y pasemos á otro aspecto de la figura que estudiamos.
El Cabildo indica á Artigas un ciudadano, don Pedro
Elizondo, como el más apto para el desempeño de un
puesto administrativo; pero le hace saber que no le es
adicto. ' ' Si halla U. S. en ese ciudadano, contesta Artigas,
las cualidades precisas para la administración de fondos
públicos, es indiferente la adhesión á mi persona. Pón-
galo U. S. en posesión de tan importante ministerio, y á
U. S. toca velar sobre la delicadeza de ese manejo. Es
tiempo de probar la honradez, y de que los americanos
florezcan en virtud. Ojalá que todos se penetrasen de esos
mis grandes deseos por la felicidad común."
Para comprender, mis amigos artistas, el fenómeno
que entraña esa escrupulosidad de Artigas en la admi-
nistración, sería necesario que hiciéramos un estudio de
las corrupciones coloniales, y de las que se siguieron en
las administraciones patrias. Eso está escrito; pero no
cabe en nuestras conversaciones, ni es grato recordano.
La situación de Artigas le hubiera permitido ser uno
de tantos señores de vidas y haciendas; hubiera podido
imponer contribuciones sin responder de su inversión, ó
rindiendo cuentas de gran capitán. Excusado es decir que
os podría recordar casos por docenas de docenas en la
revolución americana, como en todas las habidas y por
haber. Artigas no hace eso ; no lo hizo jamás. Vivía en la
pobreza; pedía recursos al Cabildo, pero le recomendaba
la mayor economía, y, sobre todo, la más extrema parsi-
monia en imponer gravámenes al pueblo. "El sólo nombre
de contribución, decía, me inspira aversión irresistible."
EL GOBIERNO DEL HÉROE 387
¿Os parece esto una leyenda? Lo parece, sin duda al-
guna. Y es una verdad. Artigas vivió y murió pobre ; sus
manos, que no tuvieron una mancha de sangre, tampoco
estuvieron manchadas de oro.
Tengo llenas las mías de esos elementos de juicio so-
bre el carácter del héroe que debéis interpretar, amigos
artistas; sólo vacilo en la elección, para vosotros, de los
más sugestivos. Tomad uno al azar. Artigas contesta la
carta en que uno de sus fieles se duele de las calumnias
que fraguan contra el héroe oriental algunos de sus ene-
migos. Esas calumnias llovían sin cesar, implacables.
" Deje usted que hablen y prediquen contra mí, le con-
testa ; eso ya sabe usted que sucedía aún entre los que me
conocían, cuanto más entre los que no me conocen. Mis
obras son más poderosas que sus palabras, y, á pesar de
suponerme el ser más criminal, yo no haré más que pro-
porcionar á los hombres los medios de su felicidad, y
desterrar de ellos aquella ignorancia que les hace sufrir
el yugo de la tiranía. Seamos libres, y seremos felices."
Artigas, preocupado sólo de defender la patria, nunca
se ocupó en defenderse á sí mismo; estando, por otra
parte, la prensa monopolizada por sus enemigos, apenas
pudo levantar los cargos que oficialmente se le hicieron.
Siempre despreció los demás. "No necesito, escribió una
vez, vindicarme en el concepto público; y mucho menos
asalariar apologistas.1'
Yo quisiera, mis amigos, haceros conocer personal-
mente á ese hombre de bien; haceros oir el timbre de
su voz, ver el color de su mirada, sentir el contacto de
388
su mano, que os tiende muy abierta, con la franca in-
genuidad del hombre sincero.
En la plenitud de su predominio, vive frugalmente ;
sólo conserva cierta corrección en el vestir, desde aque-
lla época de su juventud en que nos lo describía su an-
ciana sobrina. Eso daba á su porte un aire de distinción
que, como lo habéis visto, hacen notar todos los que lo
visitaron en esa época. Era modesto y afable, pero ene-
migo de todo desaliño, refractario á toda familiaridad
grosera, que engendra menosprecio ; la carcajada, el grito
desapacible, la explosión ruidosa de la pasión eran aje-
nos á su carácter ponderado, armonioso y sobrio.
Es pobre, tan pobre como todos los suyos. Su anciano
padre, don Martín José Artigas, de rico estanciero que
fué hasta el momento en que acompañó á su hijo liber-
tador en la bíblica emigración del pueblo oriental, se ha
convertido en un vecino indigente; la viuda de su primo
hermano don Manuel, caído en la batalla de San José,
aquel cuyo nombre está inscripto en la pirámide de Mayo
de Buenos Aires, vive en el mayor desamparo; la misma
familia del héroe, su esposa enferma, su hijo pequeño,
su suegra, habitan un pueblo de campo, en la escasez.
Ninguno de ellos se juzga acreedor de la Patria; todos
callan ; sobre todo Artigas.
El cabildo de Montevideo determina, por fin, espontá-
neamente, invitar á la esposa del procer á residir en la
capital, y le señala una pensión de cien pesos mensuales,
á más de amueblarle la casa, y costearle la educación de
su hijo.
Artigas no se juzga con derecho á tanto. Él ha recha-
zado las ofertas reiteradas del opulento virrey español,
riquezas, grados, predominio ; pero acepta, para su mujer
y su hijo, la protección de la patria, y, al recibir la co-
BL GOBIERNO DEL HÉROE 389
municación del Cabildo, contesta: "Ordeno con esta
fecha á mi mujer y suegra que admitan solamente la
educación que Usía proporciona á mi hijo; que ellas
pasen á vivir en su casa, y que reciban de Usía sólo cin-
cuenta pesos para su subsistencia. Aun esta erogación
— créalo Usía — la hubiera ahorrado á nuestro estado
naciente, si mis facultades bastasen para sostener aque-
lla obligación; pero no ignora Usía mi indigencia, y,
en obsequio de mi patria, ella me obliga á ser generoso,
al par que agradecido."
La viuda de Manuel Artigas, el héroe caído en San
José, recibe treinta pesos mensuales, y el derecho de
ocupar una casa del estado.
En cuanto al anciano padre de Artigas, es éste quien
indica la remuneración de sus sacrificios por la patria:
pide al Cabildo que, si no hay inconveniente, lo auxilie,
como á los demás que están en su caso, con cuatrocientas
ó quinientas reses de las destinadas á repartirse entre los
estancieros patriotas, "pues le era doloroso oir los la-
mentos de su padre, á quien amaba y veneraba, y no se
atrevía á proceder por sí mismo en el asunto, temiendo
se atribuyera á parcialidad lo que era obra de la razón.'"
V dejemos esto; me parece que es bastante
CONFERENCIA XVI
EL CORAZÓN DEL HÉROE
El apogeo de Artigas. — Tentativa de incorporar el Paraguay á su
influencia. — Francia y Artigas. — Sobre Buenos Aires. — Caída
de Alvear en Fontezuelas. — Los vencedores y el vencedor. —
Homenajes á éste. — Las venganzas. — Los crímenes de la
gloria. — Venganza de Artigas. — No soy el verdugo de Buenos
Aires. — Bases de paz. — Derechos basados en el antiguo régi-
men.— "El año 1816 será el año feliz de los orientales. "—La
franja roja diagonal de la bandera.
Creo, mis amigos artistas, que hemos dejado bien clara-
mente establecido el carácter del primer presidente, ó jefe
supremo, ó soberano legítimo, ó como queráis llamarle, de
ese estado oriental del Uruguay y el Plata que habéis
visto nacer de la madre democracia.
Afirmemos que Artigas es el primer magistrado repu-
blicano de esta parte de América. Su nombre es lo de
menos. Carlyle le llamaría rex, en el sentido de rector, re-
gente, conductor ; del más apto, del que nos marca la con-
ducta. No es menos accidental la primera forma provisio-
nal de su gobierno ; la forma definitiva, en éste como en
todos los casos, y como todas las formas, brotará espontá-
392
neamente de la esencia; y la esencia, en el gobierno do
Artigas, es la democracia. La forma espontánea será,
pues, la república, como la natural en la oligarquía pre-
dominante en Buenos Aires tenía que ser la monarquía
constitucional, y el despotismo en el doctor Francia del
Paraguay. Ya hemos visto, desde nuestra primera con-
versación, el cómo y el por qué de esas ingénitas tenden-
cias, al examinar la estructura, sociológica de Buenos
Aires y Montevideo y la Asunción.
Artigas se preocupó inmediatamente de realizar aquella
forma en toda la región sometida á su influjo. Ésta no se
limitaba á su patria oriental ; el predominio del héroe sobre
las provincias occidentales se consumó como el cumpli-
miento de una ley natural. No sólo había aquél dominado
la mesopotamia argentina, comprendida entre los ríos Uru-
guay y Paraná, sino que, salvando este último, y mucho más
allá, regía los destinos de Santa Fe y de Córdoba. Esos es-
tados ó provincias, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Cór-
doba, se habían acogido expresamente á su protección, y lo
aclamaban como el sólo capaz de arrebatarlas á la ab-
sorción de las logias secretas de Buenos Aires, que, por
colectivo instinto, rechazaban. Las demás provincias,
hasta la falda de los Andes, se sentían misteriosamente
atraídas á la órbita lejana de aquel ígneo capitán, y
sentían su influjo, como el de una mole en rotación.
Vosotros, mis amigos artistas, que conocéis las tendencias
de los consejos de Buenos Aires, ya habéis echado de ver.
á buen seguro, la causa subconsciente de ese receloso sen-
tido popular argentino, que, temeroso de lo que en Buenos
Aires se esconde, busca á Artigas, se acoge á él, se refugia
en él, y á su suprema dirección se entrega.
Artigas había realizado su vasto plan político: las pro-
vincias, bajo su protección, habían vencido á Buenos Aires,
EL CORAZÓN DEL HÉROE 393
y conservado su derecho á disponer de sí mismas. Las
multitudes aclamaban al hombre oriental; los goberna-
dores, sostenidos por él, lo obedecían y confiaban en él,
y esperaban sus órdenes.
El campo abierto á la actividad del héroe se extendía.
pues, desde el Plata hasta los Andes; era enorme. Como
lo dice Robertson. su palabra era ley en todo el largo
y todo el ancho del antiguo virreinato. Pero lejos de
sobrecogerse al verse solo en tan magna empresa, quiso
realizar un pensamiento que revela la amplitud y clari-
dad de su visión genial, y la fortaleza de su ánimo. En el
concierto de aquellos pueblos, que serán, en Artigas y por
Artigas, el núcleo de la independencia democrática argen-
tina, faltaba uno, que entraba como elemento esencialí-
simo en el vasto plan del héroe: el Paraguay.
El Paraguay estaba encerrado en su caverna : el doctor
Francia, con los ojos amarillos encendidos bajo los pár-
pados, asomaba la cabeza en la sombra. Nadie se atrevía á
provocarlo.
Y la alianza con el Paraguay era necesaria, tanto para el
mismo Paraguay, cuanto para la Banda Oriental. El Pa-
raguay es la provincia septentrional, la que toca, allá en el
Norte, con las fronteras naturales de la patria de Arti-
gas. A ésta pertenecían, como sabéis, las Misiones Orien-
tales, territorio español detentado por Portugal. Esa
provincia del Paraguay tiene, por consiguiente, con la
oriental, un vínculo de especial solidaridad : un enemigo
común que las atisba: el portugués. Son aliadas, tienen
que serlo. Artigas ve eso con claridad meridiana. Allá.
en la frontera paraguaya, está su futuro ineviiable
campo de batalla, en que orientales y paraguayos deben
luchar por la vida. El Paraguay tiene, pues, que vivir,
que incorporarse á la acción gloriosa de los pueblos
394
presididos por Artigas. Éste no deja un momento de
pensar en él; esa idea es una obsesión de su espíritu.
Recordad, mis bravos artistas, que nos encontramos en el
año 1815. Sólo Artigas hubiera podido arrancar el Para-
guay á su tirano, pues allí, el hombre no había aparecido.
Bien será que recordemos también ahora las misiones
diplomáticas enviadas al Paraguay por Buenos Aires en
1811 y en 1813, con el objeto de arrebatar al monstruo su
presa por medio de halagos. Todavía en estos momentos en
que estamos, el 20 de Enero de 1815, el Director Alvear,
al mismo tiempo que ofrecía á la corona de Inglaterra la
propiedad del Plata, se dirigía respetuosamente al dicta-
dor del Paraguay (mucho más respetuosamente que á
Artigas, por cierto) describiéndole una situación llena
de peligros, zozobras y amenazas para la América es-
pañola, y suplicándole enviara á territorio argentino
toda la fuerza efectiva que pudiera, y también socorros de
armas y efectos del país, para ayudar á los enormes gastos
que eran precisos para rechazar la invasión española que
amenazaba. Francia, en contestación á tales pedidos, tapió
más herméticamente su guarida, y se hizo conferir la dicta-
dura perpetua. Era un gran original ese caballero Francia.
Fué entonces cuando Artigas, que sabía muy poco de
súplicas, resolvió penetrar personalmente en el Paraguay,
y salvarlo de la tiranía. Inició una conspiración contra el
dictador. Invitó á los caudillos paraguayos á vivir.
Yo quiero imaginar, mis amigos artistas, cuan distinta
hubiera sido la historia de ese esforzado pueblo paraguayo,
que vivió cincuenta años bajo el yugo de tres despotismos
consecutivos, si, en el momento histórico que os narro, Ar-
tigas hubiera logrado incorporarlo á la acción heroica po-
pular, desligando los brazos á sus hipnotizados caudillos.
Sil: el Paraguay hubiera tenido caudillos, es decir, palpi-
EL CORAZÓN DEL HÉROE 395
tac ion de vida. No los tuvo; no tuvo turbulencias. Fué la
inmovilidad sepulcral.
Yo os haré ver, por otra parte, mis amigos, cuan distinta
hubiera sido la acción del mismo Artigas, y el destino de
su tierra, y el lote territorial de la América española, si, al
descargar sobre la banda oriental el nublado de la invasión
portuguesa, que Artigas veía en el horizonte, hubiera
éste eontado con la alianza de esa nación paraguaya.
de valor insuperable. ¡Oh! Las fronteras de las herma-
nas hispánicas serían hoy muy distintas de lo que son:
las de todo el mundo hispánico.
Y que el pueblo paraguayo, á no ser la fascinación de
Francia, hubiera secundado, al par de las provincias occi-
dentales argentinas la acción de Artigas, es algo de que
no puede dudarse. Bien sentía ese pueblo que el Jefe de
los Orientales no abrigaba el propósito de conquistarlo, y
bien se le alcanzaba que una era la causa de orientales y
paraguayos. Artigas no hubiera sido rechazado cierta-
mente, como lo fué Belgrano, en aquella tierra. Con solo
presentarse; con solo mirar intensamente á los ojos de
aquellos hombres, y decirles su mensaje, pueblo y cau-
dillo hubieran formado un héroe solo.
No pudo ser. Artigas no pudo atravesar la frontera
paraguaya.
Mejor que narraros el hecho, quiero comunicaros un
pintoresco documento, casi nuevo en la historia, y que os
impondrá del asunto, más y mejor de lo que yo pudiera
hacerlo. Es el proceso inédito, que llega ahora á mis
manos, levantado por Francia contra don Manuel Ata-
nasio Cabanas, primer campeón militar del Paraguay,
vencedor, como recordaréis, en la batalla de Tacnarí.
El proceso se inicia en 1822, y la sentencia que en él
recae está fechada en Agosto de 1833, es decir, después
396
de muerto el procesado. Es de notar que Artigas estaba ya
en poder de Francia, pues se había refugiado en el Pa-
raguay.
Puesto que oportunamente os hice conocer la sentencia
del Director Posadas, en que se ponía á precio la ca-
beza del Jefe de los Orientales, bueno es que conozcáis
esta del Dictador Francia, hermana de aquella, y no
menos llena de color y de estética expresión. No me
digáis que es larga y chabacana. Es una pieza intensa,
que debéis conocer, quieras que nó. Artigas lo necesita.
Y dice así:
Asunción y Agosto tres de mil ochocientos treinta y tres.
'' Resultando que Manuel Atanasio Cabanas, muerto sin
herederos, ha sido un traidor á la Patria y al Gobierno
por haber mantenido correspondencia con el malvado cau-
dillo de bandidos y perturbador de la pública tranquilidad
José Artigas, y haberse encargado de reunir y aprontarle
gente de auxilio para cuando viniese, según sus ridículos
ofrecimientos, á tomar la República, llevarse la cabeza del
Dictador, y ponerlo á él y á otros en el gobierno; cuya
nueva infamia y ruindad cometió el citado Cabanas des-
pués que no quiso tomar parte alguna en la revolución que
aquí se hizo para extinguir el mando de España, cuando
avisado del cuartel en que se habían reunido los patricios
para que viniese á incorporarse con ellos, no sólo se enfadó
con el portador del recado, sino que, con descarada vileza,
respondió que vendría en siendo llamado por el Goberna-
dor, que era el europeo Velazco; no obstante lo cual, el pre-
sente gobierno por exceso de bondad le dio los daspachos
de Coronel, aun sin mérito, sin servicio ni suficiencia, com-
EL CORAZÓN DEL HÉKOE
probándose con tan infames procedimientos que era un
verdadero enemigo de la Patria y que, resuelto á auxiliar
al Caporal de ladrones y salteadores Artigas, estaba dis-
puesto á quedarle vilmente subordinado y tenerle sometida
la República, como era consiguiente, á fin de que después
no le despojase de su soñado Gobierno, en que él y otros
atolondrados con quien igualmente estaba en correspon-
dencia, como también consta de autos, creían en su delirio
y necedad que pondría á unos y engrandecería á otros sin
reflexionar por su inepcia que lo que intentaba era ver si,
al abrigo de algunos simples infatuados y embaucados con
el aliciente y engaños de varias y disparatadas ofertas,
lograba introducir sin peligro al Paraguay sus cuadrillas
de miserables bandoleros y facinerosos, á robar y saqaear
cuanto pudiesen para remediar sus miserias, su pobreza y
sus extremas necesidades como hacían en otras partes, vi-
niendo últimamente, después de tanto ruido, alboroto y
afectada valentía ó fanfarronada, cuando se vio arruinado
y perseguido de muerte aún de los suyos por consecuencia
y efecto natural de sus desórdenes, locuras y desatinados
procedimientos, á implorar la clemencia y amparo del
mismo dictador, cuya cabeza había ofrecido llevar, el cual
reventando de generosidad, sin embargo de que el alevoso
y bárbaro malévolo no era acreedor á la compasión, no
solamente lo admitió sino que ha gastado liberalmente cen-
tenares de pesos en socorrerlo, mantenerlo y vestirlo, ha-
biendo venido desnudo, sin más vestuario ni equipaje que
una chaqueta colorada y una. alforja, sin que los ruines,
aturdidos y revoltosos que fundaban en él las mayores espe-
ranzas de gobierno, ventajas y adelantamientos, le hubiesen
hecho la menor limosna ó socorrido en agradecimiento de
sus grandiosos ó graciosos ofrecimientos, viéndolo en tal
angustia y fatalidad que acaso la Providencia ha permitido
para que los ilusos ó deslumbrados, los facciosos, los depra-
vados encubiertos y los deseosos de trastornos políticos
abran los ojos y entiendan que las gentes de otros países,
envidiando y odiando al Paraguay por no haberse sometido
á sus ideas de logro predominio y conveniencia, lo que
desean y buscan es la ocasión de entrar á apoderarse del
estado engañando á los incautos y simples, subyugar é
imponer leyes á los paraguayos, extraer y sacar riquezas
caudales y la plata que solo aquí corre todavía, y final-
mente llevar gente para sus empresas y servicios, para des-
pués reírse del Paraguay y mofar orgullosamente á las
paraguayas :
En virtud de todo, se declaran confiscados y aplicados á
gastos públicos y servicio del estado todos los bienes que
aparecieran corresponder al citado Manuel Cabanas ó ser
de su pertenencia en su fallecimiento; y á ese efecto,
se expedirán las providencias convenientes, rompiéndose
igualmente el insinuado título de Coronel de que se ha
mostrado indigno y sin honor para obtener semejante
<>rado cuya denominación tampoco se le ha de poder
dar en lo sucesivo."
FRANCIA.
Policarpo Patino,
Actuario del Superior Gobierno.
No diréis, mis amigos artistas, que hemos perdido el
tiempo al leer ese documento precioso, con ser él tan des-
hilvanado, y exigir tan largo aliento para ser leído de un
tirón.
Según el expediente, la correspondencia sostenida por
Cabanas con Artigas, y las gestiones de éste para preparar
su entrada al Paraguay, tenían lugar en el momento en
que nos encontramos de esta historia precisamente : el
HL CORAZÓN DEL HÉROE 399
año 1815. Artigas, desde la provincia de Santa Fe y
Entre Ríos, gobernada á la sazón por Candiotti, bus-
caba el hombre paraguayo á quien poder trasmitir su
mensaje de libertad, y armarlo caballero de su patria:
Cabanas, Caballero, Yegros . . . cualquiera de los bravos
de 1811.
No pudo ser : la. mirada de Francia estaba en todas par-
tas y helaba la sangre. Nadie se atrevió á secundar á
Artigas; éste no pasará la frontera del Paraguay, sino
para buscar en él su sepulcro; se refugiará en las garras
de Francia. Veréis entonces el más extraño fenómeno:
Francia, que habrá hecho correr la sangre de los pro-
ceres paraguayos, al saber que Artigas, el facineroso,
el caudillo de bandidos, el que buscaba su cabeza, es
su prisionero, ni siquiera lo mirará á los ojos. . . ; reven-
tará de generosidad, y no atentará contra la vida de aquel
foragido ; lo respetará como á cosa sagrada.
II
Artigas tuvo que desistir, en ese momento cuando
menos, de la libertad del Paraguay. Su obra principal
estaba en Buenos Aires. Tenía que incorporar esa pro-
vincia, la más importante de todas, al conjunto de las
provincias hermanas; hacer prevalecer allí, en el centro
vital del organismo, el espíritu americano, y derrocar,
por consiguiente, á Alvear, que, como sabéis, pensaba
ii ese momento en entregar el Río de la Plata á In-
glaterra, y era la encarnación más genuina del escep-
ticismo oligárquico.
Pero era menester que Alvear fuese vencido, en la
capital, como lo habían sido sus agentes en las provin-
cias, y como Artigas quería lo fuese el doctor Francia
400
en el Paraguay: por el mismo pueblo de Buenos Aires.
Y eso fué lo que acaeció. El joven director, presa de un
frenesí patológico, ejerce una dictadura sangrienta; pero
no puede sostenerse. El cadáver del oficial Ubeda ama-
neció un día colgado en los balcones del cabildo. Ese
cuadro es intenso, y lo dice todo: era un Sábado de
Gloria, día en que, según vieja costumbre, se colgaban
unos muñecos ó mamarrachos de paja, llamados Jadas,
en odio al Iscariote, que traicionó al Divino Maestro.
Los primeros transeúntes de Buenos Aires que, por
la mañana, vieron, en el balcón del Cabildo, el cadáver
de Ubeda, que se balanceaba en el vacío, lo creyeron un
judas admirablemente bien hecho. Cuando la espantosa
realidad se difundió, el pueblo de Buenos Aires desfiló
silencioso bajo los pies del muerto colgado; pero, lejos
de intimidarse, se exacerbó. Uno se imagina lo que
hubieran dicho de Artigas los historiadores, si éste hu-
biera sido capaz de hacer algo parecido á ese siniestro
Judas ó á otros de su especie.
Alvear se ha hecho odioso, tanto en la capital como
en Entre Ríos, y Santa Fe, y Córdoba, y en todas las
provincias. El espíritu democrático circulaba en Bue-
nos Aires, difuso en el pueblo, con tanta energía como
en los demás estados; allí existirá siempre una oposi-
ción, animada del espíritu de Artigas. Pero no se for-
mará el núcleo vital; el centro democrático popular
será siempre una nebulosa no espiral; el ambiente de
Buenos Aires no había producido, ni podía producir,
como personaje reinante, un Artigas; su naturaleza
cósmica, y su fuerza centrífuga, tienden naturalmente á
otra forma. Artigas tiene que ser odiado allí, no por el
pueblo, pero sí por la oligarquía que allí se conglomere.
Vais á tocar ese fenómeno sociológico con la mano, amigos
EL CORAZÓN DEL HÉROE 401
artistas. Alvear caerá ; caerá por obra de Artigas, que el
pueblo de Buenos Aires ha llamado en su protección por
órgano de su cabildo; pero no por eso los sucesores de la
dictadura se refundirán en el héroe oriental, ni compren-
derán su carácter, ni su pensamiento, ni su mensaje.
Tracemos rápidamente los hechos, el cuerpo de la his-
toria, que es lo accidental, á fin de conocer su alma, que
os lo que debe hallar forma en vuestra creación estética.
III
Alvear, que ve su situación insostenible, va á jugar
la partida donde debe jugarla. Envía sus tropas al en-
cuentro de Artigas, que, acudiendo al llamado del pue-
blo de Buenos Aires, como ha acudido al de los demás
argentinos, ha cruzado el Paraná. Después de ocupar
Santa Fe, emprende su marcha victoriosa sobre la capi-
tal. El ejército de Alvear va á su encuentro, al mando
de los coroneles Alvarez Thomas y Valdenegro ; pero
éstos que, al par del cabildo, están en connivencia con
Artigas, confraternizan con éste, se sublevan en Fonte-
zuclas, al Norte de la Provincia de Buenos Aires, el día
13 de Abril, é intiman á Alvear el inmediato abandono
de su cargo. El cabildo de Buenos Aires encabeza el 15
un movimiento popular, al que se adhieren las tropas,
proclamando la caída de la dictadura, y la disolución
de la Asamblea. Alvear, rechazado por los pueblos,
abandonado por su ejército, sin opinión ni fuerza, huye
á refugiarse en un buque inglés; huye sólo con su fami-
lia, abandonando á los suyos. El Cabildo se erige en
gobernador; se designa, como Director Supremo, á Ron-
deau, que manda el ejército del Alto Perú, y, en su ausen-
26. Artigas.— i.
402
cia, á Alvarez Thomás, cabeza del pronunciamiento. El
mismo San Martín, el antiguo compañero de Alvear y
futuro general de los Andes, ha adherido á la sublevación
de Fontezuelas.
El cuadro de ese momento histórico es muy interesante.
Una convulsión de alegría epiléptica, con mucho de infan-
til y nb poco de siniestro, pues las venganzas de los vence-
dores son terribles, recorre todo el territorio platense, desde
Buenos Aires hasta el Alto Perú. En torno del derrumbe
de la situación de Alvear se forma una especie de sahbat
fantástico: fiestas cívicas y religiosas, demostraciones mi-
litares y del pueblo, gritos, algarada, cruce de comunica-
ciones bombásticas. Ese cuadro hubiera sido cómico, si no
hubiera tenido tanto de trágico. El vencedor se entrega en
Buenos Aires á toda clase de venganzas con los vencidos:
encarcela, saquea, fusila, deporta. Todos se apresuran á
protestar su adhesión al nuevo gobierno, y al ausente Li-
bertador Artigas: los caudillos, los cabildos de las pro-
vincias, los generalas de los ejércitos. El gobernador de la
remota provincia andina de San Luis dice al cabildo de
Buenos Aires, que es tal el contento de aquel pueblo, que
"por algún momento la razón no fué dueña de sí misma."
El de Córdoba le hace saber que, después de respirar esa
provincia el aire de la libertad, á la sombra del generoso
y valiente Jefe de los Orientales, no faltaba otra cosa
á su felicidad que ver al pueblo de Buenos Aires libre
del peso que lo oprimía. El cabildo afirma que las almas
de los ciudadanos se han elevado al colmo de la alegría ;
que la provincia obraba con independencia de las com-
binaciones del gobierno caído, gracias al sostén de las
armas orientales, que, sin manchar su libertad, dejaron
al pueblo dueño de sí mismo, sin más deber que el de
sostener el sistema de nuestra libertad; pero que, con
EL CORAZÓN DEL HÉROE 403
la nueva situación, la unión de todos en ese propósito
•eré una verdad.
El mismo Gobernador de Montevideo. Otorgues, y el ca-
bildo, envían á Buenos Aires sus plácemes y manifesta-
ciones de júbilo.
Bd medio de todas esas explosiones frenéticas, sólo una
entidad permanece serena, casi impasible como una es-
finge, dueña absoluta de sí misma, con los ojos fijos en
su visión interna: Artigas. Él era, sin duda alguna, el
derrocador de Alvear; su espíritu triunfaba. Pero esa
era sólo la mitad de su obra, la negativa; faltaba la otra
mitad, la más importante, que él no verá realizada : ele-
var en Buenos Aires al hombre de pensamiento y de
carácter, capaz de realizar allí la idea de la revolución
de Mayo: la libre intervención de los pueblos en la so-
lución de sus destinos; la democracia.
Para daros cuenta de esa claridad de visión del hom-
bre oriental, es conveniente, mis amigos, que conozcáis
la forma en que hace conocer la caída de Alvear al
cabildo de Montevideo. Él, personalmente, puede estar
muy satisfecho ; ha sido objeto de manifestaciones de
apasionada adhesión por parte de Buenos Aires; el
rabudo, que, días antes, el 5 de Abril, había sido for-
zado por Alvear, so pena de mandar fusilar 300 per-
sonas si su orden no se cumplía, á dictar un bando infa-
mante contra Artigas, hizo quemar el inocente bando
en la plaza <ie la Victoria por manos del verdugo. Fué
una escena muy curiosa, sin duda alguna: dio fe del
acto el alguacil mayor y el escribano; las tropas t'or-
maron cuadro en torno de la hoguera vindicadora; el
Director Supremo solemnizaba el auto de fe desde las
galerías del cabildo. Fué cosa 'real ni eii te interesante:
404
algo así como lo que había hecho Posadas con la sen-
tencia de muerte de Artigas, que, como lo recordaréis,
también en estupenda forma revocó. El Cabildo encargó
á Londres una cincelada espada para obsequiar al Jefe
de los Orientales; el bando difamatorio de Alvear se
sustituyó por uno nuevo, largo, bombástico, insípido.
— "Ciudadanos, decía al pueblo de Buenos Aires: libres
vuestros representantes del duro despotismo que tan
gloriosamente acaba de destronar, es un deber suyo
reparar los excesos á que lo arrastró su escandalosa
opresión. Empeñada la tiranía en alarmar al pueblo
contra el que inicuamente suponía invasor injusto de
nuestras provincias, precisó con amenazas á esta cor
poración á autorizar con su firma la infame proclama
del 5 del corriente. Ella no es más que un tejido de
imputaciones las más execrables contra el ilustre y bene-
mérito Jefe de los Orientales don José Artigas. Sólo vues-
tros representantes saben con cuánto pesar dieron un paso
que tanto ultraja el mérito de aquel héroe, y la pureza
de sus intenciones."
Así sigue la proclama, y termina : ' ' Ciudadanos : depo-
ned vuestros recelos; vuestros verdaderos intereses son el
objeto de los desvelos de vuestro ayuntamiento, y, para
afianzarlos, procede de acuerdo con el Jefe de los Orien-
tales; la rectitud de intención de este invicto general es
tan notoria, y la ha acreditado de una manera tal, que no
puede dudar de ella;" etc., etc.
¡Invicto General, ilustre y benemérito Jefe, héroe
purísimo Palabras, palabras, palabras, que nos tie-
nen muy sin cuidado !
Convengamos, mis amigos, en que todo esto es triste; no
os lo cito, por cierto, para gloria de Artigas, pues él era
el primero en desdeñarlo, como todo lo de su especie.
EL CORAZÓN DEL HÉROE 405
Mirad, pues, en qué términos comunica éste el suceso
al cabildo de Montevideo: "Me es muy satisfactorio
comunicar á Usía, que los opresores de Buenos lires
han sido derribados. La pretendida Asamblea General
Constituyente fué disuelta por sí misma, y el General Al-
vear destinado á bordo de una fragata de su Majestad
Británica, heridos todos por la indignación del pueblo. En
la Municipalidad se halla refundido el Gobierno de aque-
lla provincia. Usía hallará en tan afortunado suceso el
triunfo de la justicia pública, y el resultado de nuestros
constantes esfuerzos por conservarla inviolable. Mis com-
binaciones han tenido una ejecución acertadísima, y espero
que el restablecimiento de la tranquilidad general apare-
cerá muy pronto. Yo ya he repasado el Paraná, y circulado
las órdenes precisas para que hagan lo mismo las fuerzas
que había hecho avanzar desde la ribera occidental. Sin em-
bargo, por ahora es preciso limitarnos á eso sólo, por cuanto
aún no se ha formalizado tratado alguno que fije la paz;
yo no perderé instante en comunicar á Usía cuando llegue
el momento de sellarla; y mientras tanto, tenga Usía la
dignación de acompañar mis votos, reuniendo á esos dignos
ciudadanos en torno del santuario, á consagrar el presente
suceso, que agrega un laurel más á la, brillante corona de
nuestros afanes y desvelos."
Notemos bien eso, amigos, notémoslo bien: "aún no se
ha formalizado tratado alguno que fije la paz," es decir,
nada hemos hecho, mientras no se haga una verdad del
evangelio republicano del año 13 : la autonomía del estado
Oriental, y la alianza de éste, en pro del común propósito,
con los demás estados hermanos, Buenos Aires inclusivo.
¿Comprenderán eso Alvarez Thomás y las hombres polí-
ticos que con él predominan? ¿Lo aceptarán, sobre todo?
406
¡ Vana ilusión ! . . . Todos aquellos hombres, cuál más
cuál menos, son la ingénita negación de Artigas. Alvares
Thomás es tan enemigo de éste como Alvear y Posadas y
los otros ; es, como todos éstos, el reverso de la medalla de
a,quél. En Buenos Aires se ha realizado una revolución
política, pero no una transformación social ; ha habido allí
sólo un cambio de hombres dentro del elemento exótico, que
así puede aceptar la posibilidad de hacer del pueblo
argentino una nueva nación republicana, como creer en
los milagros de Mahoma. No hay más hogar para esa fe
germinal que la mente profética de Artigas.
Hasta el Coronel don Nicolás de Vedia, el condiscí-
pulo de Artigas y detractor de éste, es el Fiscal Militar
que allí aconseja las persecuciones. Ya veréis todo esto
detallado más adelante.
Por lo pronto, . úrgeme mucho haceros conocer el con-
cepto que del Jefe de los Orientales se han formado
sus actuales aliados bonaerenses.
¿Sabéis lo que ofrecen á ese hombre Artigas, que vais
á conocer como el más generoso y más humano de los héroes
que labraron la independencia americana, para congra-
ciarse con él, y demostrarle que conocen y aprecian su
carácter? No 'lo podréis conjeturar, si yo no os lo digo. Le
dan parte en las venganzas de que ellos gozan; le envían,
cargados de grillos, y con el proseso preparado, á siete de
los jefes vencidos, escogidos entre los que más se han seña-
lado como enemigos de Artigas: siete hombres vivos. Han
elegido bien. El envío, pongo por caso, del coronel don
Ventura] Vázquez, que va entre los siete engrillados, es
inteligente. Este Vázquez no es otro que el patricio aquel
que, traicionando una vieja é íntima amistad, había de-
sertado de las filas de Artigas, con el escuadrón que
éste había confiado á su lealtad.
EL CORAZÓN DEL HÉROE 407
Ahora veamos lo que proponen al libertador, como base
de pacificación, y para demostrarle que penetran su recón-
dito pensamiento y sus ambiciones. Le ofrecen el recono-
cimiento, por Buenos Aires, de la absoluta independen-
cia de la Provincia Oriental, de que él es jefe indiscu-
tido; la ruptura, por consiguiente, de su alianza natu-
i;il. necesaria, con los demás estados, es decir, la sole-
dad ; lo que hubiera causado la pérdida de todas las
naciones de América, de Chile, del Perú, de Colombia :
lo que espera Portugal, precisamente, para caer sobre
el territorio que ambiciona en el Plata.
¡ Y no ha faltado quien haya creído que esa base de paci-
ficación, pudo, y hasta debió, ser aceptada en aquel mo-
mento ! Artigas debió encerrarse en su tierra, gozar de
su triunfo, por el tiempo que éste pudiera prolongarse,
y abandonar los demás pueblos argentinos al predomi-
nio absoluto de Buenos Aires.
Yo me imagino, amigos míos, la amargura de aquel hom-
bre Artigas, al ver así desconocido su magnánimo carácter,
y, sobre todo, al ver que su pensamiento era hasta ese
punto inaccesible á los demás hombres. Nó; Artigas no
tuvo el ofrecimiento á gran favor, ni mucho menos.
Quiero que os detengáis á mirarlo un rato, en ese
instante de melancólica tristeza; es también un mo-
mento marmóreo. Artigas se nos ofrece, como el Moi-
sés de Alfredo de Vigny, envuelto en su nube, solo ....
" Triste et seul dans ma gloire "
No lo comprenden, ni lo comprenderán; Artigas jamás
buscó riqueza ni predominio personal; mucho menos ven-
ganzas.
Quiero que nos detengamos, un rato al menos, mis ami-
408
gos, en este rasgo, el más amable acaso, de su carácter : en
su vida afectiva, en su humanidad.
IV
No existe, en la historia de la guerra, un soldado más
cabailleresco, ni un vencedor más clemente que el fundador
del Uruguay.
Un varón ilustre, que tenemos en . nuestra historia
como tipo de honestidad, y que conoceréis más ade
lante, don Joaquín Suárez, nos ha dicho en sus apuntes
autobiográficos: "El General Artigas ha sido el primer
patriota oriental; fué un amigo á quien hice mis obser-
vaciones; puedo decir que he sido el único á quien él
ha oído. Si cometió algunos errores, no ha sido por
ambición miserable, sino por llegar á ver á su patria
independiente. En ese sentido, ha obrado siempre como
hombre honrado. Jamás faltó á su palabra. No era san-
guinario, y sí muy sensible con los desgraciados."
Eso que dice Joaquín Suárez, con su ingenuidad de
hombre limpio de corazón, es, para nosotros, la verdad,
por el solo hecho de decirlo él. Suárez nunca dijo sino
la verdad. Y nadie mejor que él conoció á Artigas. Y
el retrato de Artigas era el único que decoraba los mu-
ros de su dormitorio cuando murió. Nada es, sin em-
bargo, su testimonio, y el de muchos otros concordantes.
Guerra, Larrañaga, Cáceres, etc., sobre la humanidad
del esforzado caudillo, al lado de la convicción que uno
mismo se forma, en el estudio de su vida y de su muerte,
de su carácter y de sus hechos. Sorprende, yo os lo
aseguro, la imposibilidad en que se han visto los de-
tractores de ese hombre bueno, cuando han querido ha-
KL CORAZÓN DEL HÉROE 409
llar un caso concreto, uno solo, de crueldad, que echarle
en cara. Lo natural hubiera sido hallarlos, sin embargo.
Qae no es frecuente la coexistencia del valor guerrero
y la piedad.
Lo sabe todo el mundo: las entrañas de la guerra, si es
que las tiene, son demasiado frías para engendrar cora-
zones abrigados; su símbolo es la Palas Atenea, ceñida
de su casco de oro, y con la cabeza cortada de la Gor-
goxia en el centro del escudo. No tiene sexo; concibe
sin amor; pare sin dolor. Su hija primogénita es de
mármol; diosa inmortal. Se llama Gloria. Y es hermana
de la muerte.
El je marche effaré des crimes de la Gloire, dice Víctor
Hugo.
Los crímenes no dejan de ser crímenes por ser la
gloria quien los comete ; la humanidad, deslumbrada al
principio, los calla; pero no los absuelve. Y, tarde ó
temprano, también la joven marmórea diosa comparece,
despojada de su casco de oro, ante la justicia.
"Jamáis rodear des morts n'attire les lions"
Sí. mis amigos; nada de extraordinario hubiera sido
hallar manchas de sangre en la memoria de Artigas.
La «ruerra americana no fué, ni pudo ser, una excep-
ción en la historia de la guerra. En la región del Norte,
sobre todo, en la de Bolívar, las inmolaciones sangrien-
tas hacen volver la cabeza. Los generales españoles juz-
gan que sólo hay un medio de triunfar de los rebeldes:
el exterminio, la repoblación. Los nombres de Boves,
de Monte verde, de Yáñez, deben incluirse entre los de
la fauna carnicera.
Siniestras fueron las represalias de Bolívar. Declaró
410 ARTIGAS
la Guerra á muerte. ¡Esos ochocientos rehenes fusilados
en una hora ! . . . .
Uno, dos, diez centenares de mujeres, y de viejos, y de
niños, son inmolados una y diez veces.
Oid este toque lúgubre de campana mortal. Es una
proclama del gran libertador, exacerbado por una inmo-
lación de sus hombres y de sus viejos y de sus mujeres,
de todo su pueblo, consumada por el enemigo. "Espa-
ñoles! Contad con la muerte aun siendo indiferentes.
Americanos! Contad con la vida aun cuando seáis cul-
pables."
Creo que con eso tenéis bastante para juzgar de aquellos
lívidos espantos. Pasemos rápidamente sobre esos recuer-
dos.
La guerra no fué de esa ferocidad en el Río de la Plata.
Las circunstancias fueron menos premiosas ; Buenos Aires
no oyó jamás un tiro español. No fué allí, sin embargo,
donde halló Artigas el ejemplo de sus clemencias. Conocéis
el Plan de operaciones aconsejado por Mariano Moreno á
la primera Junta, y, lo que es más auténtico, lo habéis
visto llevado á la práctica; sabéis bien cómo fueron sa-
crificados Liniers y sus compañeros, al iniciarse la revo-
lución de Mayo. La primera victoria de la patria argen-
tina, Suipaclia, tiene el estigma doloroso de la sangre
de los jefes vencidos, que habéis visto fusilar, de acuerdo
con instrucciones expresas de la Junta, en Potosí. En
1812, un terror espantoso recorre las carnes de Buenos
Aires: el español don Martín de Alzaga ha fraguado
una inicua conspiración; los conjurados pagan con la
vida la frustrada tentativa; durante muchos días sus
cadáveres cuelgan en las plazas públicas; los procesos
cabalgan en las furias aladas; el terror es tal, que los
españoles se apresuran á vincularse por matrimonio á fa-
EL CORAZÓN DEL HÉROE 411
ínilias del país, para hacer olvidar el delito de serlo. Riva-
davia, que muy pronto gestionará la reconciliación con
España, preside todo eso. Si queréis recordar ahora la
sentencia de Posadas, que paga seis mil pesos por la
cabeza de Artigas, y sus instrucciones para la campaña
de Guayabos, podéis hacerlo, pues las conocéis, y el re-
cuerdo es oportuno. Y cuando conozcáis en sus detalles
la muerte en Mendoza de José Miguel Carrera y sus
hermanos, veréis sangre de héroes salpicar las manos
de otros héroes, cuyos nombres no pronunciaremos aquí.
Y si os narraran la muerte, en las calles ó en el patí-
bulo, de los prisioneros españoles confinados en San
Luis, Carretero, Ordóñez, Primo de Rivera, Morgado,
Berganza, etc., que son sorprendidos en una imprudente
y criminal tentativa de evasión, sentiríais inevitable
escalofrío, ante la sangre de aquellos héroes. La figura
dolorosa, sobre todo, de un oficial adolescente, casi un
niño, que, loco de terror, es obligado á renegar de su
nombre y de su patria, á trueque de conservar la vida,
inspira gran piedad. Y en la cara frígida, siniestra, de
don Bernardo de Monteagudo, especie de Robespierre
ó de Marat patriota, que incita y precipita esa inmola-
ción y muchas otras, veríais la máscara trágica impla-
cable, que hace su mueca horrible tras la noble cabeza
de la gloria americana.
¡Et je marche effaré des crhnes de la gloiret
Bien es verdad, amigos míos, apresurémonos á decirlo,
que esos horrores fueron, en general, provocados por los
del enemigo ; no lo es menos que la dureza de los tiempos,
<Hic hacen el deber oscuro, y las necesidades de la guerra,
los explican ó atenúan. Pero es glorioso para América
poder proyectar, sobre esas oscuridades, la figura de un
412
héroe inmune. Y ese no es otro que Artigas, el hombre
genuinamente americano, el corazón autóctono. La Amé-
rica entera ha de reclamarlo para sí; ha de reclamar
su corazón.
Lo habéis visto, al revés de lo acaecido en Suipacha,
respetar y hasta rendir su homenaje al vencido, tras la
batalla de las Piedras; canjear los prisioneros, defender
personalmente á los bravos caídos del enemigo. Leed
siquiera estas palabras del parte oficial de la batalla;
"La tropa enardecida hubiera pronto descargado su
furor sobre las vidas enemigas, para vengar la sangre
de sus hermanos; pero, participando de la generosidad
que distingue á gente americana, cedió á los impulsos
de nuestros oficiales, empeñados en salvar á los ren-
didos." El coronel Hollemberg y quince oficiales, pri-
sioneros de Artigas, son puestos en libertad sin condi-
ciones; ya conocéis la carta de esos oficiales á Posadas,
el Director Supremo, en que le dicen que los ha sacri-
ficado sin razón, porque la causa de Artigas era justa ; el
general Viamont, y veintiséis subalternos, caen en po-
der de Artigas, y recobran su libertad sin ser tocados
en un cabello.... Y volverán á combatir contra él..
Los episodios son numerosos, la anécdota colorida y
expresiva. Pero no debemos alejarnos demasiado de
nuestra narración histórica, y nada más conducente á
ver de cerca el corazón de Artigas, que el momento en
que nos encontramos: el en que el partido bonaerense
vencedor de Alvear envía engrillados al caudillo orien
tal, siete de los jefes vencidos, sus encarnizados ene-
migos.
Tengo aquí, en mis manos, un capítulo de las memorias
inéditas del Teniente General don Antonio Díaz, Sargento
EL CORAZÓN DEL HÉROE 413
Mayor entonces, Comandante de los Guías del ejército de
Alvear, y que llego á ser general de la república. Era es-
pañol, y sirvió á la patria americana ; fué un hombre de
bien y de valía. Nadie mejor que él puede darnos cuenta
del caso ; él, como enemigo de Artigas, fué uno de los elegi-
dos para formar parte del presente remitido á éste; uno
de los engrillados. El capítulo es largo, y lleno de in-
genua belleza; siento de veras que no quepa su lectura
íntegra en nuestra conversación, que prolongaríamos
demasiado ; pero es fuerza que os lo extracte, y os lea
siquiera algunos fragmentos sugestivos ; los que os su-
ministren líneas y colores. Que tal es mi misión: hace-
ros ver y oir al hombre Artigas.
Comienza el General Díaz á dar cuenta de la impresión
causada en Alvear por el pronunciamiento de Fontezudas;
de su capitulación ; de su huida bajo la garantía del cónsul
inglés, dejando á todos los suyos á merced del bando ven-
cedor. Nos presenta á éste entregado á sus venganzas : en-
grilla á las personas más notables de la situación caída:
ministros, miembros de la asamblea, empleados civiles,
jefes del ejército. Se piensa en fusilar, sin forma de pro-
ceso, á diez de los presos por delito de facción; se levan-
tan los banquillos; pero al fin, sólo se fusila á un pobre
teniente coronel, don Enrique Pallardel, el más desvalido
y falto de apoyo, y se pone á precio de dinero el rescate
de la vida de los demás, sin perjuicio de aplicarles la
pena de destierro perpetuo. Don Gervasio Antonio de
Posadas, el Primer Director Supremo que ya conocéis,
nos da en sus memorias, de que os hablé en otra oca-
sión, muchos detalles sobre estas persecuciones. Él
es uno de los caídos con el bando de su sucesor. Lo
arrancan de su casa, donde vivía retirado y enfermo ; lo
arrastran de cárcel en cárcel; le embargan los bienes: !e
414
remachan una barra de grillos en la cama en que está
postrado. "Yo no pude conseguir, dice, un médico, ni
medicamento alguno... me introdujeron un sacerdote
franciscano que vivamente solicitaba confesarme, y usa-
ron de todo el aparato conveniente á hacerme entender
que se trataba, como efectivamente se trató, de quitarme
la vida, á mí y á otros muchos que habían engrillado ...
No pudiendo matarnos, trataron de robarnos, y una noche
se entró al cuarto de mi prisión un hombre extraño. . .
Vino á pedirme sesenta mil pesos si quería libertar mi
vida, etc., etc."
Dejemos las memorias de Posadas, por interesantes que
ellas sean, y volvamos á las de Díaz. Las escenas que
éste nos describe, acaecidas en las horas en que, encerrados
los presos durante muchos días en un calabozo, sin luz
alguna, oyen el oleaje que ruge fuera, son dignas de
Silvio Pellico. Esperan la muerte que flota sobre sus
cabezas; casi la desean, desde el fondo de aquella oscu-
ridad, sobre todo cuando saben la de su infortunado com-
pañero Pallardel. Se embargan y se saquean los bienes
de los vencidos; y, por más que — según lo afirma el
mismo Díaz — los hombres de la revolución no eran menos
enemigos de Artigas que los anteriores gobernantes, se da
parte á aquel en el festín, enviándole á sus enemigos,
cargados de cadenas.
Entre éstos estaba yo, dice Díaz. Habíamos sido con-
denados á muerte primeramente; nuestras vidas habían
sido sorteadas con dados ; la suerte cayó sobre nuestro ,
compañero y amigo Enrique Pallardel que, aunque tan
inocente como nosotros, sufrió el suplicio ; se nos conmutó
la pena por la de destierro; se cambió ésta, por fin, en la
de remisión á disposición de Artigas, á quien habíamos
hecho la guerra por orden del gobierno.
EL CORAZÓN DEL HÉROE 415
" El General Artigas, dice Díaz, asombrado de un pro-
Ceder tan indigno, rechazó el horrible presente, declarando
que no tenía motivo alguno para quitarnos la vida, pues
como militares, habíamos cumplido con nuestro deber ha-
ciéndole la guerra, siendo el gobierno el único responsable
de ella y de los medios inicuos de que se había valido para
aniquilarlo; y, finalmente, que si aquellos jefes habían
dado algún motivo á los que gobernaban en Buenos Aires
para matarlos, que él no era verdugo de los porteños. Este
rasgo, agrega Díaz, de un caudillo reputado sangriento por
esos mismos hombres que querían hacerlo instrumento de
su odio, merece que demos un paso restrospectivo, á fin de
detallar este hecho con todos sus episodios, en el cual se
destaca, á grandes rasgos, el proceder del Jefe de los
Orientales."
También yo tengo que detenerme en esto, mis amigos
artistas. No extrañéis que lo haya hecho y lo haga. La
calumnia cometida por historiadores que pasan por hon-
rados, ha sido implacable contra Artigas, y éste reclama
vindicación luminosa. Un siglo, que ha permanecido si-
lencioso, quiere cobrar voz en estas palabras que os
hablo, amigos artistas; un siglo sordo-mudo, quiere rom-
per á hablar en mi boca. ¡Oh, la palabra! Es más dura
que el mármol que vosotros golpeáis con el martillo.
Derramemos, pues, en nuestro cuadro, toda la luz y
toda la sombra. Yo tengo que ofrecer al héroe calum-
niado, como holocausto propiciatorio, la pena que á mí
mismo me causa el narraros estas miserias, para ofre-
ceros el enorme contraste.
Loa prisioneros son arrojados en el fondo de la bodega
de un barco que parte. No saben adonde los llevan.
Durante el viaje conocen su destino: van á manos de
416
Artigas. Vamos á estar, por fin, en presencia de éste.
Miradlo bien, mis amigos artistas, que es un enemigo suyo
quien os lo muestra ; completad los informes de éste con el
conocimiento que ya tenéis del hombre ; recordad su figura
enigmática, sus movimientos graves y personales, su fina
cabeza caucásica, sus ojos claros, pensativos, su palabra
franca y reposada. Nunca lo podréis ver más de cerca que
en este momento.
La descripción de Díaz es insuperable en su ingenua
sencillez, y este momento de Artigas tiene una gran melan-
colía.
Los presos han llegado á su destino, en la costa oriental
del Uruguay; están en el rancho que les sirve de cárcel.
Uno de los centinelas avisa, por fin, que viene el general.
Leamos el texto de Díaz: " Después de saludarnos —
dice — permaneció algunos momentos en silencio, fiján-
dose detenidamente en cada uno de nosotros. El coronel
Vázquez estaba en un extremo, y el general pasó rápida-
mente por aquél, con quien tenía el motivo de rensenti-
miento que antes hemos hecho conocer, fijándose des-
pués, con alguna atención, en los otros cinco que no
conocía."
Va á hablar, amigos míos, el gaucho selvático que nos
describen las historias americanas corrientes.
"Tenía un papel en la mano. Luego tomó la palabra, y
dijo : Siento, señores, ver con esos grillos á hombres que
han peleado y pasado trabajos por la causa de la patria.
El gobierno de Buenos Aires me los manda á ustedes para
que los fusile; pero yo no veo los motivos. Aquí me dice
(señalando el papel que tenía en la mano) que ustedes me
han hecho la guerra ; pero yo sé que no son ustedes quienes
tienen la culpa, sino los que me la han declarado, y me
llaman traidor y asesino en los bandos x en las gacetas.
EL CORAZÓN DEL HÉROE 417
porque defiendo los derechos de los Orientales, y los de las
otras provincias que me han pedido protección."
"Si es que ustedes me han hecho la guerra, otro tanto
hacen mis jefes y oficiales; éstos obedecen lo que yo les
mando, como ustedes habrán obedecido lo que sus supe-
riores les ordenaron .... Y si hay otras causas, yo no
tengo nada que ver con eso. ..."
"No soy verdugo del gobierno de Buenos Aires."
"Luego preguntó á cada uno de los jefes que no co-
nocía, que eran cinco, por sus nombres y empleos. To-
dos, al satisfacer su pregunta, agregaron que no se
habían hallado en ninguna campaña contra él. Aunque
el General Artigas sabía muy bien que yo no me hallaba
en ese caso, cuando me tocó contestar, le dije que había
hecho la campaña contra él. El General Artigas contestó
solamente: "Ya lo sé; es lo mismo."
"Animados por la favorable disposición que anunciaba
su modo de expresarse, le hicimos una breve relación de los
acontecimientos del 15 de Abril, y del espíritu de venganza
que caracterizaba todos los actos de los nuevos gobernantes,
respecto de los jefes y demás empleados de la anterior
administración."
"Después de algunos momentos de silencio, el General
Artigas dijo: Sí quien hace eso.... y volviéndose
luego hacia mí, me dijo: En el pueblo de la Bajada se
dijo que usted y otros jefes, hasta diez, habían sido fusi-
lados, cuando la caída del general Alvear."
"Y después de otro intervalo de silencio, prosiguió:
¿Ha visto usted el pago que han dado los porteños á nues-
tro amigo don Ventura?. ..."
"El Coronel Vázquez, á quien se hacía aquella alusión
por la deserción con su regimiento, quiso hablar algunas
palabras, para explicar ó disculpar su conducta; pero el
27. Artiga».— i.
418
General le interrumpió diciendo: Eso ha pasado ya."
"Y, fijándose con prontitud en el anciano coronel Bal-
bastro, le preguntó cuántos años tenía, y en qué ejército
había servido. Contestó éste expresando su edad, y la cam-
paña del Perú y batallas en que se había encontrado des-
de 1810."
"El General Artigas permaneció algunos momentos
callado y como pensativo, y dijo, acompañando la si-
guiente exclamación, con una sonrisa de desprecio:
¡Vaya! Ni entre infieles se verá una cosa igual! . ..."
"Nos preguntó en seguida si teníamos algún sirviente.
y, con ese motivo, el coronel Fernández le expresó, en
pocas palabras, el tratamiento que habíamos recibido, y
el coronel Balbastro le manifestó el disgusto que le cau-
saba estar encerrado, avanzándose hasta significarle la
mortificación que le causaban los grillos á su edad, y
en el estado de su salud, y el deseo de que nos los man-
dara sacar."
"La indicación, poco discreta, á la verdad, en tales
circunstancias, causó al General Artigas algún emba-
razo, y francamente, nos dijo entonces, que si estuviera
en sus manos, habría mandado que se nos quitasen los
grillos desde que bajamos á tierra ; pero que eso depen-
día de los diputados del congreso de Buenos Aires, á
cuya disposición, y no á la de él, nos hallábamos. Por
fin añadió : Veremos si podemos arreglarnos con las
proposiciones de paz de que vienen encargados."
"Se despidió en seguida, diciendo que daría orden para
que se nos proporcionaran las comodidades que fueran
conciliables con las circunstancias que había indicado, y
exhortó con especialidad al anciano Coronel Balbastro á
tener conformidad y paciencia."
"De ahí á un cuarto de hora, entró el comandante
EL CORAZÓN DEL HÉROE 41!»
de la guardia con dos soldados, y nos dijo que, de orden
del General, ponía éstos á nuestra disposición, como
asistentes. — Que la puerta quedaba abierta, por orden
también del General, pudiendo nosotros mismos entor-
narla después de las 8 de la noche. Como era uno de los
Ineses más rigurosos de invierno, y estábamos con poco
abrigo, pedimos, y se nos concedió, tener fuego, agre-
gando á esa condescendencia la de permitirnos salir ú
tomar el sol."
"La paz entre el General Artigas y los revoluciona-
rios de Buenos Aires era el fundamento de las espe-
ranzas que nos había hecho concebir aquel jefe; su
intención, en ese caso, era la de quedarse con nosotros,
y ponernos en libertad, según más adelante nos lo in-
dicó él mismo; pero la paz no pudo ajustarse, y fuimos
devueltos á Buenos Aires."
"A los doce días de nuestro arribo á Paysandú (el 18 de
Junio de 1815) vino á nuestra prisión, á las nueve de la
mañana, un ayudante del General Artigas, para anun-
ciarnos que un bote estaba junto á la orilla del río para
conducirnos á bordo, y luego nos pusimos en marcha
haeia aquel paraje."
"El General Artigas se nos acercó en la mitad del
eamino, con varios jefes y oficiales que le acompaña-
ban, y dio solícitamente su brazo como apoyo al corone]
Baibastro. que estaba algo enfermo."
" Aprovechamos aquella ocasión para expresa!1 al Ge-
neral nuestra gratitud por su generoso procedimiento
haeia nosotros, de lo que pareció quedar muy pene-
irado. Nos dijo entonces que, si hubiera podido t^ner
fogar la paz. no habría tenido inconveniente en poner-
nos en libertad; pero que los diputados porteños no
420 ARTIGAS
habían querido avenirse con las proposiciones que les
había hecho."
Ahí tenéis á Artigas, mis amigos artistas ; ese es el hom-
bre; creo que lo habéis visto bien de cerca. Los virtuosos
de Buenos Aires, lo mismo que el amable dictador Ro-
dríguez de Francia, lo han tratado de inculto, de bárbaro
y sanguinario .... y hasta de facineroso. Y como tal ha
ingresado en la historia americana. Creo que ya hemos
encendido la luz suficiente para ahuyentar, para siempre
jamás, esas rampantes tinieblas exteriores.
Los jefes devueltos por el Jefe de los Orientales pasaron
por Buenos Aires, y, si bien salvaron la vida, fueron in-
mediatamente deportados, con plazo de 48 horas, y con
la prevención de que sería fusilado cualquiera que se
atreviese á volver al territorio de las provincias unidas.
Ahora es el caso de saber por qué no pudo concer-
tarse la paz entre Artigas y Buenos Aires, con ser el
primero, como lo sabéis, el factor del nuevo gobierno
Artigas, hermanos artistas, no pudo aceptar las bases
de paz de Buenos Aires, por la misma razón porque no
pudo aceptar su presente siniestro ; por la misma razón :
porque éste era el desconocimiento brutal de su corazón, y
aquéMas el de su pensamiento genial. Y todo lo era el de su
carácter y de su misión profética. Buenos Aires no podía
aceptar tampoco las bases de Artigas en 1815, por lo
mismo que no aceptó sus instrucciones en 1813; porque
eran la encarnación de un pensamiento radicalmente
antagónico al que representaba su oligarquía : la sobe-
ranía popular.
EL CORAZÓN DEL HÉROE 421
Veamos, pues, al procer oriental tornar en consideración
el segundo testimonio de amistad que le envía Buenos Ai-
res; la base que le propone para cimentar la paz entre el
estado occidental y el oriental.
Das comisionados de Alvarez Thomás — Pico y Riva-
rola — han llegado al campo de Artigas, como lo dijo éste
á sus prisioneros. El jefe de los orientales, para con-
certar las bases de arreglo, comienza por plantear su idea
madre ; por colocar su piedra angular. Todo lo demás
es accidental. El primer artículo de su proyecto decía:
"Será reconocida la convención de la Provincia Orien-
tal establecida en el acta del Congreso del 5 de Abril
de 1813, del tenor siguiente: La Banda Oriental del
Uruguay entra en el rol para formar el estado denomi-
nado Provincias Unidas del Río de la Plata. Su pacto con
las demás Provincias es el de una alianza ofensiva y defen-
siva. Toda Provincia tiene igual dignidad é iguales privi-
legios y derechos, y cada una renuncia al proyecto de sub-
yugar á la otra. La Banda Oriental del Uruguay está en el
pleno goce de su libertad y derechos; pero queda sujeta
desde ahora á la constitución que sancione el Consejo Ge-
neral del Estado legalmente reunido, teniendo por base la
libertad."
Como lo veis, mis amigos, esa base de pacificación es la
idea fundamental de Mayo ; la independencia, y la forma
representativa republicana.
Artigas llegó quizá á esperar — aunque ya hemos visto
que con poco vigor — que la caída de Alvear, producida
por él en Buenos Aires, lo había aproximado, cuando
menos, á la realización de su ideal.
¡ Vana esperanza ! Lo que ha triunfado en Buenos Aires
no es eso, ni nada que á eso se parezca ni aproxime. Allí
está la sede del espíritu exótico, el núcleo de las combina-
422
eiones políticas secretas, y de las diplomáticas, más secretas
aún; la negación del pueblo, es decir, todo lo contrario,
absolutamente lo contrario de lo que Artigas representa.
Alvarez Thomás, sociológicamente considerado, es el su-
cesor legítimo de Alvear á quien ha derrocado, y de Po-
sadas, y de Sarratea, como será el antecesor legítimo de
Balcarce, y de los hombres que van á reunirse en el Con-
greso de Tucumán, que serán monarquistas, enemigos de
la soberanía del pueblo, y de Pueyrredón, que será el ele-
gido por ese Congreso para regir á las provincias unidas.
En el otro círculo de acción, en el otro mundo, está
Artigas.
Al rededor de Alvarez Thomás se ven los mismos
hombres dirigentes que rodearon á Posadas y á Sarra-
tea. Ya hemos dicho que don Nicolás de Vedia, el ene-
migo de Artigas que conocemos, es el Fiscal Militar que
aconseja los atropellos. Y, sobre todo, está todavía en
Río Janeiro, y permanecerá allí, el mismo agente diplo-
mático enviado por Alvear á entregar las provincias del
Plata á Inglaterra, el mismo que continuará, como re-
presentante de Alvarez Thomás. y de su sucesor Bal-
carce, y del sucesor de éste, Pueyrredón, gestionando
la misma entrega á España, á Portugal ó á cualquier
otro. Y Rivadavia y Belgrano están en Europa, gol-
peando las puertas de Fernando VII, y de Carlos IV,
y de la Santa Alianza, en busca de un señor para estos
pueblos. ¿Cómo conciliar eso con el bárbaro Artigas?
La aceptación de las bases de paz propuestas por éste
significaría, por consiguiente, un cambio radical, no
sólo político sino sociológico; y no hay efecto sin causa.
La antigua capital señorial del virreinato no ha podido
convertirse, por obra de birlibirloque, en núcleo demo-
crático; no ha podido ver quebrantada, ele la noche á
EL CORAZÓN DEL HÉROE 423
la mañana, la convicción que abriga de que Buenos
Aires no es una de las provincias ó estados de la uuión,
sino que es, y debe ser, el único núcleo de la nueva
patria, la única entidad deliberante. Su puerto, tiene
que tener el absoluto predominio económico, como en la
época colonial ; su gobierno, el absoluto predominio polí-
tico : debe ser el único pensamiento. Todo lo demás ha de
ser acción y obediencia á su supremo impulso. Ya veréis
á Buenos Aires pretender disponer, en sus combinaciones
diplomáticas, no sólo de la suerte de las provincias del
Plata, sino aún de la de Chile, sin anuencia del pueblo
chileno ; de la del Perú, sin la del peruano ; de la de toda
América. Resistirse á eso. es anarquía, es crimen. Es el
crimen de Artigas.
A la proposición de éste, contestan inmediatamente los
delegados de Buenos Aires con la siguiente estupenda base
primera, que no era improvisada por ellos, como lo com-
prenderéis : Buenos Aires reconoce la independencia de la
Banda Oriental del Uruguay, renunciando á los derechos
que por el antiguo régimen le pertenecían.
Se comprometía, además, á cooperar, con todos los
elementos que fueran de su resorte, para que la Orien-
tal llevara adelante la guerra contra los españoles, fijé-
monos bien, contra los españoles, contando con la reci-
procidad.
¡Renunciando á los derechos que, por el antiguo régimen,
pertenecían á Buenos Aires sobre Montevideo, sobre la
Provincia ó Estado Oriental ! . . . . Bien será que penséis,
mis amigos, en esos derechos de Buenos Aires, basados en
el antiguo régimen, y que recordéis las razones que tuvo
Montevideo, cuando se inició la revolución de Mayo, para
424 ARTIGAS
rechazar al enviado de la Junta de Buenos Aires, y que no
fueron otros que la tendencia que imputaron á Buenos
Aires de sustituirse á los virreyes, de tener derechos, basa-
dos en el antiguo régimen, sobre Montevideo. Esos malha-
dados derechos de un hermano sobre otro hermano, al
emanciparse ambos de la madre común, que se atri-
buye Buenos Aires, nos dieron muchísimo que hacer.
"El Paraguay, dice Juan Bautista Alberdi, argentino
ilustre, se levantó como se levantó Buenos Aires, y
Chile, y toda la América: sección por sección. No por
impulsión de Buenos Aires, (esto es pueril) sino por-
que, para toda América, surgió la independencia del
mero hecho de caducar España, su dominador común."
No será tampoco incongruente que meditéis un momento
en ese reconocimiento de la independencia de la Banda
Oriental, que ofrece Buenos Aires á Artigas, como base
de paz.
Y la independencia del mismo Buenos Aires, ¿quién la
reconoce ? ¿ Quién puede reconocerla, si aun no ha sido pro-
clamada, pues sólo Artigas ha pedido la declaración de in-
dependencia en sus instrucciones del año 13, y Buenos
Aires, no sólo ha continuado gobernando á nombre de Fer-
nando VII, sino que tiene en esos momentos á Belgrano y
Rivadavia gestionando la vuelta de América al dominio
monárquico europeo ?
¡ Reconocimiento de la independencia de la Banda Orien-
tal!.. . Eso, como lo veis, y como lo veréis más claro des-
pués, tiene todo el carácter de un sarcasmo. Esa indepen-
dencia de sus hermanos no es tal independencia para la
Banda Oriental; es, en ese momento, el abandono de ese
estado á su propio destino, la soledad de que antes os he
hablado como contraria á la esencia misma de la revolución
americana, pues ésta imponía la unión, la solidaridad, no
EL CORAZÓN DEL HÉROE 425
romo una concesión gratuita de uno á otro estado, sino
como un deber mutuo continental.
Artigas no sabía en ese momento, á ciencia cierta, que
él Directorio de Buenos Aires estaba gestionando en Río
Janeiro la entrega de la provincia oriental á Portugal;
pero lo presentía. Y al rechazar el presente griego de la in-
dependencia que se le ofrecía, lejos de renunciar á la inde-
pendencia verdadera de su patria, pugnaba por poner en
acción el único medio de obtenerla y conservarla, y que
allí, como en todos los demás estados de la América
hispánica, no era otro que la unión, la confederación,
el mutuo auxilio, la solidaridad ó como queráis lla-
marla, de todos los pueblos americanos, unidos en un
propósito común de independencia y democracia.
Aunque me tachéis de antiestético, mis amigos artistas,
yo quiero haceros meditar en esto, en este rechazo de la
independencia oriental. Algún espíritu frágil ó perezoso
ha creído ver en eso la disolución de Artigas como padre
de la patria uruguaya. Es preciso que nos demos cuenta
de lo que significa esa palabra federación, empleada en
este caso por Artigas, para dar forma á su visión genial.
Que no sea yo quien os lo explique; cambiaremos de
estilo, para dar mayor nervio á la atención. Es Sar-
miento, en el Facundo, el que habla. "Cuando la auto-
ridad, dice, es sacada de su centro, para fundarla en
otra parte, pasa mucho tiempo antes de echar raíces. . . "
" La autoridad se funda en el asentimento indeliberado
que una nación da á un hecho permanente. Donde hay deli-
beración y voluntad no hay autoridad. Aquel estado de
transición se llama federalismo, y, después de toda revo-
lución y cambio consiguiente de autoridad, todas las na-
ciones tienen sus días y sus intentos de federación."
"Me explicaré. Arrebatado á la España Fernando VII,
42ü
la autoridad, aquel hecho permanente, deja de ser, y la
España se reúne en Juntas Provinciales, que niegan La
autoridad á los que gobiernan en nombre del rey. Eso es
federación de la España. Llega la noticia á América, y se
desprende de la España, separándose en varias secciones:
federación de la América."
* • Del virreinato de Buenos Aires salen, al fin de la lucha,
cuatro estados: Bolivia, Paraguay, Banda Oriental y Re-
pública Argentina : federación del virreinato . . . . " Deten-
gámonos aquí un momento. Sarmiento olvida que, algunas
páginas antes, ha dicho., en el mismo libro, que el territorio
del virreinato del Plata ó Provincias Unidas, era el que se
extendía de los Andes al Plata y el Uruguay, y tenía por
límite septentrional el Paraguay y Bolivia. Éstos y el
Uruguay estaban, pues, en la federación de América, como
Chile ó el Perú ó Venezuela, no en la del virreinato.
Y sigamos leyendo. "La República Argentina se di-
vide en provincias, no por las antiguas intendencias,
sino por ciudades: federación de las ciudades."
"No es que la palabra federación signifique separa-
ción, sino que, dada la separación previa, expresa la
unión de partes distintas."
Me parece que Sarmiento ve bastante claramente, y lo
dice bien. Esa era pues, la federación, la unión en el pro-
pósito común de independencia proclamada por Artigas.
Lejos de negar con ella la independencia ó personali-
dad de las partes que tenían las condiciones de per-
sona internacional, presumía esa personalidad indepen-
diente. Y no tenía por qué hacerla volver á nacer, pa-
rida sin dolor, por quién no era ni podía ser su madre.
Y eso es precisamente lo que no quiere Buenos Aires:
no quiere reconocer la unión de personas distintas. La
democracia, sobre todo, es, para la comuna bonaerense,
una aspiración anárquica.
EL CORAZÓN DEL HÉROE 427
Los comisionados de Alvarez Thomás se retiran. No
hay paz posible con Artigas. Es preciso aniquilarlo, á él
y á su patria, para salvar el resto de la América espa-
ñola, por medio de la monarquía.
El procer oriental se queda solo una vez más con su
visión. ¿Será realmente un fantasma, un ensueño? ¿O es
quizá un genio infernal, hijo del pasado y de la noche, y
no del porvenir y de la aurora, que lo atrae á sus tinieblas?
¿Es un imposible, acaso un crimen, pensar en dar á estos
pneblos americanos una intervención eficiente en la crea-
ción de las nuevas nacionalidades, y deben ser éstas sólo
fruto de arreglos diplomáticos de los señores que tienen
su sede en Buenos Aires, y que negocian ante las cortes
europeas ? . . .
Artigas no vacila ; su fe no se quebranta. Cree en las
palabras que su visión le dice al oído; sigue creyendo en
el espíritu de la revolución de Mayo. Es un obstinado, un
bárbaro.
Realiza, sin embargo, una nueva tentativa de pacifica-
ción; él no quiere la guerra con sus hermanos. Convoca,
en la Concepción del Uruguay, mi congreso de represen-
tantes de las provincias que obedecen á su influencia —
Santa Fe. Entre Ríos, Corrientes. Córdoba. Y ese con-
greso envía á Buenos Aires cuatro diputados, á acotar
los recursos para evitar la guerra. En Buenos Aires se
repite la escena de la recepción de Alvear á los comi-
sionados Orientales en Montevideo. Puesto que esos di
putados no traen la sumisión incondicional de sus comi-
tentes á lo que se resuelva en Buenos Aires, no son dig-
nos de respeto.
Tuvieron que retirarse. Nos retiramos en paz, dijeron á
Alvarez Thomás. Yo quedo con ella, contestó irónicamente
el Director Supremo, que se juzgaba perfectamente se-
pnro en su puesto.
428 ARTIGAS
VI
Alvarez Thomás y sus hombres tenían motivos para
hablar á Artigas con sangrienta ironía en ese momento, y
para esperar tranquilos las resoluciones que éste adop-
tara con sus orientales. ¡Tenían motivos! Todo estaba
preparado para no temer á Artigas.
Yo quisiera, mis amigos, no tener que hablaros de esto.
Llego á esta hora de tinieblas con gran tristeza; quisiera
(pie no sonara en el tiempo. Pero esas tinieblas son nece-
sarias para que, sobre su fondo obscuro, se proyecte la
forma luminosa del héroe oriental, y se ofrezca á vuestros
ojos con su nimbo histórico.
El gobierno de Buenos Aires reanuda la campaña de
Alvear contra el hombre oriental, interrumpida por la
.sublevación de Fontezuelas; envía, como antes, sus ejér-
citos á las provincias protegidas por aquél. Pero esos
ejércitos, que se hacen odiosos por sus abusos é inso-
lencias, "por sus excesos horrorosos", como decía el
general Belgrano, son vencidos. El General Viamont,
que manda uno de ellos, es tomado prisionero y enviado
con veinte oficiales al campamento de Purificación que
ya conocéis; allí está preso algún tiempo, y es puesto
después en libertad, según el proceder constante del
héroe.
No hay, pues, fuerza humana, capaz de arrancar de
esas provincias el alma de Artigas. Éste mira, con la
frente levantada, el campo de su influencia sobre los
pueblos que se extienden desde las Misiones hasta el
Plata, y desde el Paraná hasta el Atlántico ; cree firme-
mente que aquel potente núcleo de democracia se exten-
EL CORAZÓN DEL HÉROE 429
derá, hasta comprender todas las provincias unidas que
arden de su espíritu ; no excluye, por cierto, de esa
unión, á Buenos Aires, donde su pensamiento sigue fer-
mentando, y es el alma de un partido poderoso, que
puede vencer. Su ensueño se proyecta en el porvenir.
Según ese ensueño, los pueblos soberanos del Plata, fuer-
tes en esa unión, rechazarán victoriosos toda tentativa de
restauración monárquica europea ; la presunción de Sar-
miento se realizará: si los españoles vuelven al Plata.
nuestro Bolívar será Artigas. El Plata, así unido y
compacto en la idea republicana, alma mater de la, inde-
pendencia, realizará, después de hecha su organización
interna, la alianza con los demás estados americanos. Una
vez terminada esa obra común, se desprenderán los distin-
tos estados, según la voluntad de los pueblos, determinada
por leyes étnicas, geográficas, sociológicas: Colombia, lo
mismo que Chile, el Uruguay lo mismo que el Ecuador ó
el Perú. Artigas, mis amigos, ha soñado la obra de San
Martín ; pero más aún la de Bolívar su hermano, y más
todavía la de Washington ; en su ensueño, él ha cruzado.
como San Martín, los Andes; ha ido. desde el Sur, en busca
de Bolívar, que bajaba desde el Xorte. Y Bolívar y Artigas
se han encontrado. Pero no se han separado, como Bolívar
de San Martín; se han reconocido, y se han llamado her-
manos, hermanos en la creencia de que el pueblo ame-
ricano es germen suficiente de nuevas patrias, sin nece-
sidad de dinastías importadas. Ese es el ensueño de
Artigas, amigos míos, ensueño vago, inconsistente, pero
luminoso, que se trasparenta en todos los documentos
que entonces se escribían.
Ved lo que. al rayar el año 1816, escribe, de su cuartel
general, al muy ilustre Cabildo Gobernador de Monte-
video: "II»' recibido los dos partes que Usía me incluye.
490 ARTIGAS
relativos á las noticias últimas adquiridas de las potencias
extranjeras."
"Celebro que Usía convenga conmigo en que es difícil
que ningún extranjero nos incomode, y en que de nuestro
sosiego resultará necesariamente el orden y adelanto de
nuestro sistema."
"Acaso la fortuna no nos desampare, y el año 1816 sea
la época feliz de los orientales."
¡La época feliz de los Orientales! ¡ El año 1816 ! Leed de
nuevo esas palabras, mis amigos ; tienen la luz más trans-
parente del alma de Artigas. Yo veo en el fondo de ellas,
como en ningunas otras, proyectada toda la grandeza
de ese espíritu. Porque en ellas está el rasgo clásico del.
genio: la sinceridad, iba á decir la inocencia, que acom-
paña á la visión. Artigas no podía creer aquello de que
no había elemento alguno en su propia alma. En ese
momento, en que afirma que no ve, á pesar de ver todos
los horizontes, la posibilidad de que el extranjero inco-
mode á la patria, una invasión extranjera, armada de
todas armas, formidable, incontrastable, va á caer sobre
la patria oriental recién nacida, que se encontrará sola
ante el invasor.
¡ Sola !
Sí. sola, independiente para morir; será la única pa-
tria sola en el mundo hispánico de la América del Sur.
Artigas tendrá, mal de su grado, la independencia que
le ofrecía Buenos Aires, como prenda de amistad.
■„ Y las demás hermanas de América ?
Amigos : esa formidable invasión es la portuguesa, Y ella
viene de acuerdo con el directorio de Buenos Aires; es su
aliada monárquica contra Artigas, el rebelde, el inque-
brantable rebelde, el raptor de la princesa heredera de
Fernando VII: la democracia americana.
EL CORAZÓN DEL HÉROE 431
Mientras Artigas luchaba á la luz del sol, sus enemigos
le minaban la tierra que pisaba. Alvear y Alvarez Thomás
seguían una negociación en Río Janeiro, tendente á en-
tregar á Portugal la BanCla Oriental, á trueque de que
aniquilara á Artigas. Fué larga y laboriosa la empresa ;
pero al rayar el año 16, ella estaba terminada. Ya podía
Artigas tentar sus fuerzas: le habían cortado el cabello
mientras dormía.
Nó creáis, mis amigos, que voy á clamar, con este motivo,
á la traición.
Os voy á exponer los hechos; pero os voy á indicar
causas más profundas que la voluntad ó la deslealtad
de los hombres, en esta entrega de la Banda Oriental
al portugués, consumada por algunos hermanos. Ella
tenía por causa algo más que el escepticismo, el des-
aliento ó la felonía de algunos hombres. Éstos no se da-
ban cuenta de ello ; no se la ha dado hasta ahora la
historia; pero esa causa existía y vosotros ya la cono-
céis. Ya os he dicho, mis amigos, que la Banda Oriental,
el estado atlántico subtropical, si pertenece sociológi-
camente al mundo andino hispano-americano. geológi-
camente, étnicamente, pertenece al mundo atlántico, al
que cupo á Portugal. Puede pues ser abandonado al
portugués, sin que aquel pierda su integridad geoló-
gica. Su incorporación á la familia hispánica, ó su se-
paración de ella, es accidental para la capital del virrei-
nato. Ésta estará dispuesta á proteger su incorporación á
la familia hispánica; pero sólo con el saldo de sus fuerzas,
después de terminada su propia obra, después de todo.
Entonces pensará, no en cooperar á la libertad de esa
Banda Oriental atlántica, sino en incorporarla á la heren-
cia argentina como por añadidura.
Portugal, por su parte, lo único que deseaba era ver á la
432 ARTIGAS
Provincia Oriental desprendida de las demás, para caer
sobre ella. Kecordad la proposición de paz hecha á Artigas
por Alvarez Thomás : reconocimiento de la independencia
del Estado Oriental, es decir, lo que esperaba el Por-
tugal, con quien el Directorio de Buenos Aires seguía
las gestiones tendientes á traer la invasión portuguesa
contra Artigas; reconocimiento de la independencia, y
auxilio para luchar contra España. Eso era lo que ofre-
cía Buenos Aires.
Es preciso, sin embargo, que, en este momento, os
inculque una vez más, con toda la energía de que soy
capaz, lo que ya os he dicho, mis amigos: no confun-
dáis los directorios políticos, las logias secretas, las oli-
garquías exóticas que rigen las cosas en Buenos Aires,
con el pueblo argentino.
Éste es también el pueblo de Artigas, siente unáni-
memente que el vínculo sociológico que lo liga con los
orientales es superior á la frontera geológica, como lo
es el que lo liga con Chile y el Perú, á pesar de los
Andes.
El pueblo argentino luchará, por esa causa, contra
sus directorios, mientras Artigas saldrá al encuentro
del Portugués.
El héroe oriental no se equivocaba: el año 16 será la
época feliz de los orientales: el ciclo de sus mártires.
Vais á ver cómo sangra la franja diagonal de su ban-
dera.
Fin del Tomo I
índice del tomo i
Pag.
Origen de bste libro y
Cauta CONFIDENCIA] XI
CONFERENCIA T
INTRODUCCIÓN
Objeto y carácter de estas conferencias. — El dios interior. — La
ciudad de Is. — El pasado ante el presente. — El gran ca-
lumniado de la historia americana. — La misión de los rap-
sodas. — El atractivo de la frivolidad 1
CONFERENCIA II
EL TEATRO
Origen de los pueblos de América. — El continente americano.
— Su estructura. Su reparto entre España, Portugal é In-
glaterra.— La línea de Alejandro VI. — La América del
Sur. — El mundo atlántico y el mundo andino. — El lote de
España y el de Portugal.— La cuenca del Amazonas. — La
del Plata y sus tributarios. — La región andina. La atlán-
tica tropical. — La atlántica subtropical. — Buenos Aires y
Río de Janeiro. — Montevideo. — La tierra de Artigas. — Su
carácter. Descripción de BU territorio. — Geología, etnolo-
gía, fauna, flora. Sus límites naturales 18
CONFERENCIA III
KN LA REGIÓN DE LAS MADRES
La geología y la historia. — La mtelequia ó el alma de las na-
ciones.— La ciudad. — Las ciudades americanas como nú-
cleos de estados independientes. — Buenos Aires, Montevideo
y Río Janeiro , 39
28. Artigas.— i.
434 índice
Pág.
CONFERENCIA IV
WASHINGTON
La independencia de América. — La América inglesa. — El
indio. — Washington y Artigas. — Washington, Franklin y
Lafayette. — El apoyo de Francia. — Los Estados Unidos
de América. — El primero en la paz y en la guerra y en el
corazón de sus conciudadanos 63
CONFERENCIA V
MIL OCHOCIENTOS DIEZ
La América española. — Los Estados Unidos Hispánicos no
eran posibles. — La desmembración total de la metrópoli y
las desmembraciones parciales. — La región oriental del
Plata. — La doble lucha con España y Portugal. — España
ante la emancipación de sus hijos. — Sus títulos y sus pre-
tensiones.— Su derecho imprescriptible. — Napoleón. — El
rey prisionero. — La independencia española. - La indepen-
dencia americana. — 1810. — Los dos núcleos. — Venezuela.
— Bolívar. — El Río de la Plata, — El 25 de Mayo de 1810.
— El espíritu de Mayo 75
CONFERENCIA VI
LA FECHA INICIAL
La revolución de Mayo en Montevideo. — El enviado de Buenos
Aires ante el Cabildo de Montevideo. — Las expediciones
auxiliares. — Al Alto Perú. — Al Paraguay. — A la Banda
Oriental. — Suipacha. — Don Gaspar Rodríguez de Francia.
— La revolución de Mayo en la Asunción. — El doctor Fran-
cia en su guarida. — Independencia del Paraguay. — El des-
pertar de la Banda Oriental. — El pueblo matinal 121
ÍNDICE 435
PAg.
CONFERENCIA VII
ARTIGAS
Su origen. — Su carrera. — Semblanza de Artigas. — La tradi-
ción doméstica. — El Deán Funes. — El capitán de blanden-
gues. — Las invasiones inglesas. — La reconquista de Buenos
Aires. — Artigas ante el movimiento de Mayo. — Su adhe-
sión ¡V la revolución de Mayo. — Los enemigos del Uruguay.
España y Portugal. — Buenos Aires 149
CONFERENCIA VIII
BL BOMBBB Y Los HOMBBB8
Artigas ante la Junta de Buenos Aires. En busca de la inde-
pendencia republicana. ¡.lefedelos orientales! — Estado
de la Junta de Mayo.— Las discordias. La extinción del
espíritu de Mayo. — Doscientos pesos y ciento cincuenta
soldados. — Teniente coronel. — El libertador. — En el suelo
de su patria. - La (.'alera de las Huérfanas 188
CONFERENCIA IX
LAS PIBDRAS Y BL ÉXODO DEL PUEBLO ORIENTAL
Mil ochocientos once. — El Grito de Asensio, El levantamien-
to en masa. — En tomo de Artigas. — El Colla. — San José.
1 a victoria de Leu Piedras. — En las puertas de Monte-
video.— El primer sitio. — Negociado con Portugal en Río
Janeiro. — El plan monárquico. — Artigas, el sólo inmune.
— Tentativas de seducción. — El auxilio de Portugal á Es-
paña. — La invasión primera. —Tratados. — El armisticio. —
Abandono del pueblo oriental. — Fernando VII restaurado.
— El pueblo en torno de Artigas. - Con la patria á cuestas.
— El éxodo del pueblo oriental. — Esquema demográfico. —
Horda de confesores y de mártires. — El gaucho. — El
campamento del Ayuí. — Artigas mira al Paraguay. — Los
pueblos occidentales ven de cerca al hombre oriental, y re-
conocen á su caudillo 191
436 ÍNDICK
P4g.
CONFERENCIA X
URENTE Á MONTEVIDEO
La federación y el unitarismo. — Origen de la federación in-
terna en la Argentina. — La federación de Artigas. — San
Martín y Alvear. — La Logia Lautaro. — Ruptura del armis-
ticio. — Las campañas sobre los Andes. — Belgrano. — Tucu-
mán y Salte. — Artigas en el Ayuí. — El triunvirato y Arti-
gas. — El delito de Artigas. — La guerra de Buenos Aires
contra él y su pueblo. — Sarratea. — Rondeau. — Batalla del
Cerríto. — Artigas y Rondeau en la cumbre del Cerrito. —
El segundo sitio de Montevideo 239
CONFERENCIA XT
EL PENSAMIENTO DE ARTIGAS
Artigas regresa á la patria con su pueblo. Separación de Sa-
rratea.— Nueva tentativa de seducción. — Artigas emprende
la organización del Estado oriental. — La Asamblea Consti-
tuyente de Buenos Aires. — Los diputados orientales. — Las
formas de su elección. — El Congreso del Peñarol. — Discur-
so de Artigas. — Declinación del sol de Mayo en América.
— Las memorables instrucciones de 1813. — La visión de
Artigas. — Rechazo de los diputados orientales en el Con-
greso.— Se ordena levantar el segundo sitio de Montevideo.
— Segundo Congreso en la Capilla de Maciel. — Artigas Be
retira de la línea sitiadora. — Salva la democracia. — El Qui-
jote siniestro. — La sentencia de muerte contra el héroe y su
pueblo. — Segno d? immensa itwidia 265
CONFERENCIA XII
EL TRIUNFADOR EN MONTEVIDEO
La revolución en Chile. — José Miguel Carrera y Juan Martí-
nez de Rosas. — O'Higgins y Mackena. — Los tratados de
Lircay. — Carrera y O'Higgins. — Caída de Chile en Ranea-
ÍNDICE 437
Páir.
ipni. San Martin. (' haca buco. — Carrera errante por el
inundo. — La continuación del sitio de Montevideo. — Brown.
— Montevideo estrangulado. — Capitulación déla plaza. —
Aparición de Alvcar como libertador. — ¿Artigas en el sé-
quito de Alvcar? 299
CONFERENCIA Mil
BL DABÁCTHR OBI AliTHlAS
La dominación porteña. Violación de la capitulación.- En
país conquistado. Nueva tentativa de seducción de Arti-
gas por el virrey de Lima. ■-"■ Yo no duendo ñ mt rey". —
El caudillo délos caudillos. — Pensamiento y carácter de
Artigas. Psicología del hombre. Su ambición. — Su fe y
su visión proféticas. — Acción constante y resistencia. — El
protectorado sobre las provincias. -Derogación (lela sen-
tencia de muerte. Buen servidor de la patria.- Tentativas
falaces de arreglo. ( 'ciadas traidoras 313
CONFERENCIA XI Y
LA SKdlNDA IM)KI'KM>i;\( IA
La campaña de Guayabos, La guerra á muerte de Buenos
Aires contra Artigas. — Los orientales tratados como asesi-
nos é incendiarios. — Campaña de exterminio. El pueblo
oriental se defiende en masa. Soler y DorregO.— Otorgues.
Rivera y Lavalleja. — Los dos vastagos de Artigas. La
campaña. Carácter de la guerra. La batalla de Guaya-
bos.— La derrota de Dorrego. — Entrega de Montevideo. —
Retirada del hermano conquistador. —Despojo y explosión.
La patria libre por fin.— Su pabellón y su escudo en*
la cindadela de Montevideo. Can libertad m ofendo ni
trino 328
438 ÍNDICE
Pág.
CONFERENCIA XV
EL GOBIERNO DEL HÉROE
El Hervidero. — La Meseta de Artigas. — Purificación. — Arti-
gas, arquitecto de patrias. — Religión de Artigas. — Las tris-
tezas íntimas del héroe. — La esposa enferma. — El hijo. —
El templo y la escuela. — Anécdotas. — Gobierno de Artigas.
— La vida social en Montevideo. — Artigas y Larrañaga. —
La Biblioteca. — El Protector en su despacho. — Títulos y
tratamientos. — Desinterés del héroe. — Los honorarios del
Libertador 351
CONFERENCIA XVI
EL CORAZÓN DEL HÉROE
El apogeo de Artigas. — Tentativa de incorporar el Paraguay
á su influencia. — Francia y Artigas. — Sobre Buenos Aires.
— Caída de Alvear en Fontezuelas. — Los vencedores y el
vencedor. — Homenajes á éste. — Las venganzas. — Los crí-
menes de la gloria. — Venganza de Artigas. — No soy el
verdugo de Buenos Aires. — Bases de paz. — Derechos basa-
dos en el antiguo régimen. — " El año 1816 será el año feliz
de los orientales. "—La franja roja diagonal de la bandera. 391
F 2725 .A7 Z67 1910 v.l
Zorri lia de San Martin,
La epopeya de Artigas
47087894
SMC
Juan
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