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Full text of "La influencia de la iglesia en la civilización de Venezuela : conferencias pronunciadas en la santa iglesia metropolitana de Caracas"

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{       AUG  '  o  1983 


oe:  la  ioleisia 

EN  LA 


CIVILIZACION  BE  VEIEZUELA 


CONFERENCIAS 

PRONUNCIADAS  EN  LA  SANTA  IGLESIA  METROPOLITANA 

DE  CARACAS 

POR 

MIONSEINOR  NICOLAS  E.  NAVARRO 

Protoiiotario  Apostólico  ad  instar  parüciimntivm. 

LOS  DOMINGOS  4,  11,  18  Y  25  DE  MAYO  DE  1913,  COMO 
HOMENAJE  A  LA 

mmm  mm 

EN  EL  XVI   CENTENARIO   DE  LA  PAZ   DE  LA  IGLESIA 


PRECEDIDAS  DE  DOS  PASTORALES  DEL  ILLMO.  Y  REVMO.  SEÑOR 

ARZOBISPO  DE  CARACAS  Y  VENEZUELA 

ACERCA    DEL    GRANDE  ACONTECIMIENTO 


CARACAS 

TIP.  «LA  RELIGIÓN» 
1913 


de:  la  iglesia 

EN  LA 


civiiizAcios  DE  mmm 


CONFERENCIAS 

PRONUNCIADAS  EN  LA  SANTA  IGLESIA  METROPOLITANA 

DE  CARACAS 

POR 

MONSEÑOR  NICOLAS  E.  NAVARRO 

Prutoiiotario  Apustólico  ad  inf/ar  ¡taiticipantinta. 

LOS  DOMINGOS  4,  11,  18  Y  25  DE  MAYO  DE  1913,  COMO 
HOMENAJE  A  LA 

EN   EL  XVI   CENTENARIO   DE  LA  PAZ   DE  LA  IGLESIA 


PRECEDIDAS  DE  DOS  PASTORALES  DEL  ILLMO.  Y  REVMO.  SEÑOR 

ARZOBISPO  DE  CARACAS  Y  VENEZUELA 

ACERCA   DEL    GRANDE  ACONTECIMIENTO 


CARACAS 
TIP.  «LA  RELIGIÓN» 
1913 


PASTORAL  INICIADORA  DE  LAS  FIESTAS  CONSTANTINI ANAS 


Nos,  Dr.  Juan  Bautista  Castro, 

POR  LA  GRACIA  DE  DIOS  Y  DE  LA  SANTA  SEDE  APOSTOLICA, 

ARz^OBispo  de:  caracas  y  vcne:ziue:l.a 


Al  muy  Venerable  Capitulo  Metropolitano,  Clero  y  fie- 
les de  la  Arquldlócesls. 


Salud  en  Nuestro  Señor  Jesucristo. 

La  Santa  Iglesia,  como  lo  ha  dispuesto  el  Sobera- 
no Pontífice  Pío  X,  ha  consagrado  este  año  de  1913  a 
celebrar  el  XVI''  centenario  de  la  aparición  de  la  Cruz 
en  el  cielo  a  Constantino,  y  de  la  libertad  dada  por  él 
a  la  religión  cristiana,  a  consecuencia  de  la  victoria 
que  obtuvo  sobre  Majencio,  tirano  de  Roma,  en  virtud 
de  aquella  memorable  aparición.  Fué  un  aconteci- 
miento, amados  hijos,  que  resonó  en  todo  el  mundo 
entonces  conocido,  del  cual  hablaron  los  historiadores 
de  la  época,  y  que  empezó  a  cambiar  la  faz  de  la  tierra 
con  el  triunío  de  la  Cruz. 

La  sangre  de  catorce  millones  de  mártires  había 
enrojecido  el  imperio  romano  durante  tres  siglos;  los 
perseguidores  y  los  tiranos  se  sucedían  sin  cesar;  se 
contaron  diez  persecuciones  en  grande,  para  lograr 
el  exterminio  de  la  religión  de  Jesucristo:  la  última, 
sobre  todo,  presidida  y  ordenada  por  el  emperador 
Diocleciano,  fué  colosal,  y  se  esculpió  por  ella  una 


—  4  — 


inscripción  en  honra  del  mismo  emperador  que  decía: 
A  Diocleciano  por  haber  borrado  el  nombre  cristiano: 
nomine  christiano  deleto. 

Pero  ¿quién  puede  luchar  contra  Dios?  ¿qué  fuer- 
zas por  grandes  o  potentes  que  sean  podrán  hacer 
retroceder  al  Altísimo  en  la  ejecución  de  una  obra 
suya?  Se  llenó  la  medida  de  los  crímenes  de  los  per- 
seguidores; el  inmenso  holocausto  de  los  mártires  atra- 
jo la  misericordia  del  cielo,  y  apareció  la  Cruz  fúlgida 
y  bella  como  signo  eternamente  vencedor.  Dios  esco- 
gió a  Constantino  para  que  fuese  el  libertador  de  su 
Iglesia,  y  Constantino  cumplió  admirablemente  la 
misión  recibida. 

Hé  aquí  la  historia: 

El  5  de  mayo  del  año  311,  acompañado  de  la  re- 
probación universal,  murió  uno  de  los  más  crueles 
tiranos  y  de  los  más  feroces  perseguidores  del  Cristia- 
nismo, el  emperador  Galerio. 

A  su  muerte  fué  compartido  el  imperio  romano 
entre  Constantino,  Majencio,  Maximino  y  Licinio. 
Constantino  era  hijo  del  emperador  Constancio  Cloro; 
a  la  muerte  de  su  padre,  acaecida  en  306,  había 
sido  proclamado  emperador  por  el  ejército  en  York. 
Majencio  era  hijo  del  emperador  Maximiano  Hercúleo, 
quien  se  había  visto  obligado  a  abdicar  el  imperio  en  ^ 
305.  Maximino  y  Licinio,  sobrino  de  Galerio  el  prime-  ' 
ro,  aventurero  oscuro  el  segundo,  hab'an  sido  nom- 
brados Césares  por  el  mismo  Galerio  en  305. 

Majencio  gobernaba  a  Roma.  Había  comenzado 
bien;  habíales  devuelto  la  libertad  a  los  cristianos,  y, 
según  el  testimonio  formal  de  Ensebio,  hasta  había 
fingido  convertirse  al  cristianismo.  Mas  no  tardó  en 
entregarse  luégo  al  arrebato  de  sus  pasiones.  La  ca- 
pital reclamaba,  pues,  un  libertador.  Constantino  de- 
seaba serlo  y  sólo  esperaba  la  ocasión  favorable,  oca- 
sión que  le  presentó  Majencio,  ligándose  contra  él  con 
Maximino.  Alióse  Contantino  con  Licinio  y  se  puso  en 
camino  para  Italia;  hubo  algunos  combates  en  que 
salieron  con  ventaja  las  tropas  de  Majencio;  por  último, 


—  5- 


Constantino,  armándose  de  todo  su  valor  y  resuelto  a 
cualquier  acontecimiento,  se  aproximó  a  Roma.  Siendo 
sus  fuerzas  menores  que  las  de  Majencio,  experimentó 
la  necesidad  de  un  auxilio  superior,  y  pensando  a  qué 
divinidad  podría  dirigirse,  consideró  que  los  emperado- 
res que  en  su  tiempo  se  habían  mostrado  celosos  por 
la  idolatría  habían  perecido  miserablemente;  y  que  su 
padre  Constancio  que  había  honrado  en  toda  su  vida 
al  único  soberano  Dios,  había  recibido  de  El  muestras 
sensibles  de  protección;  resolvió,  pues,  adherirse  a  ese 
gran  Dios  y  le  pidió  con  instancia  se  hiciera  conocer 
de  él,  y  extendiera  sobre  él  su  mano  protectora.  Oran- 
do estaba  así  con  todo  su  afecto,  cuando  llegada  la 
tarde,  y  empezando  a  declinar  el  sol,  vió  sobre  éste  en 
el  cielo  una  cruz  luminosa  en  que  se  decía:  «Por  este 
signo  vencerás»,  prodigio  que  fué  también  contemplado 
por  los  soldados. 

Todo  el  resto  del  día  lo  pasó  Constantino  ocupa- 
do en  esto.  A  la  siguiente  noche  se  le  apareció 
Jesucristo  con  el  mismo  signo  que  había  visto  en  el 
cielo.  Ordenóle  que  hiciera  de  aquello  una  imagen  de 
la  cual  haría  uso  en  todos  los  combates.  Al  día 
siguiente  mandó  el  emperador  a  buscar  joyeros  y, 
sentándose  en  medio  de  ellos,  les  explicó  la  figura 
de  la  insignia  que  quería  hacer:  es  el  famoso  lábaro  de 
que  habla  la  Historia. 

Véasela  descripción  que  de  ella  hace  Eusebio,  his- 
toriador contemporáneo  que  afirma  haberla  visto  varias 
veces:  «Era  un  asta  prolongada  revestida  de  oro  y 
provista  de  una  antena  transversal  a  ¡semejanza  de 
cruz.  Por  encima,  en  el  extremo  de  ía  misma  asta, 
estaba  fijada  una  corona  de  oro  y  pedrerías.  En  el 
centro  ,  de  la  corona  estaba  el  signo  del  nombre  salu- 
dable (de  Jesucristo);  es  a  saber,  un  monograma 
designando  este  nombre  sagrado  con  estas  dos 
primeras  letras  entrelazadas,  la  P  (R)  en  medio  de  la 
X  (Ch).  Esas  mismas  letras  acostumbró  usarlas 
desde  entonces  el  emperador  en  su  casco.  En  la 
antena  del  lábaro  oblicuamente  atravesada  por  el 


-6  - 


asta  estaba  colgado  un  velo  o  tejido  de  púrpura,  enri- 
quecido con  piedras  preciosas,  artísticamente  combi- 
nadas entre  si,  que  desiumbraban  con  su  brillo,  y  con 
bordados  de  oro  de  indescriptible  belleza.  Este  velo 
era  igualmente  largo  y  ancho,  y  en  su  parte  superior 
tenía  el  busto  del  emperador  amado  de  Dios,  y 
los  de  sus  hijos,  bordados  en  oro,  o  mejor  dicho, 
eran  tal  vez  sus  medallas  en  oro  pendientes  de  la 
bandera. 

El  Emperador  siempre  usó  este  saludable  estan- 
darte como  signo  protector  del  poder  divino  contra 
sus  enemigos,  e  hizo  llevar  a  todos  los  ejércitos  in- 
signias ejecutadas  por  el  mismo  modelo.  Escogió  en- 
tre sus  guardias  a  quinientos  de  los  más  fuertes  y  va- 
lerosos, animados  al  propio  tiempo  de  temor  de  Dios, 
para  que  se  mantuviesen  siempre  al  rededor  de  este 
estandarte  y  lo  llevaran  alternativamente.  Afirma  Eu- 
sebio  haber  sabido  del  mismo  Constantino  que  jamás 
fueron  heridos  los  que  lo  cargaban. 

Confiando  en  la  divina  protección,  y  en  la  virtud 
del  signo  saludable  de  la  cruz,  no  vaciló  ya  Constan- 
tino en  atacar  a  Majencio. 

Esta  Cruz,  amados  hijos,  insignia  y  señal  del 
cristiano,  con  la  cual  cubrimos  todos  los  días  nuestra 
frente  y  nuestro  pecho,  es  también  nuestra  fuerza, 
nuestra  victoria,  y  esperamos  que  será  también  nues- 
tra interminable  glorificación:  Jerusalem  la  vió  en  el 
día  sangriento  del  Calvario,  sosteniendo  el  cuerpo 
inmolado  del  Hijo  de  Dios,  que  consumaba  en  ella  el 
sacrificio  inmortal  de  nuestra  redención;  la  vieron 
después  Constantino  y  su  ejército  iniciando  la  éra  de 
la  libertad  cristiana,  y  la  veremos  todos  en  el  cielo 
cuando  llegue  su  triunfo  definitivo  y  universal  y  Jesu- 
c.  isto  venga  a  juzgarnos.  Felices  los  que  la  vean 
entonces  sin  temor! 

El  culto  de  la  Santa  Cruz  es  de  los  más  populares 
y  simpáticos  entre  los  hijos  de  la  Iglesia:  se  recuerdan 
los  homenajes  que  se  le  tributan  en  el  mes  de  mayo; 
las  cruces  fijadas  públicamente  en  calles,  plazas  y 


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montes  se  ofrecen  como  signo  de  paz  a  las  miradas 
del  transeúnte  y  del  viajero,  y  acaso  no  hay  hogar 
cristiano  donde  falte  una  Cruz. 

Siguiendo,  pues,  el  impulso  de  Roma,  amados 
hijos,  vamos  a  celebrar  con  nuestro  particular  entu- 
siasmo católico,  el  XVI*"  centenario  de  la  libertad  de  la 
Iglesia  y  el  triunfo  de  la  Santa  Cruz.  No  dudamos  que 
vuestro  gozo  con  el  anuncio  de  esta  solemnidad  se 
manifestará  grande  y  lleno  de  fé,  para  tributar  los 
homenajes  de  vuestra  piedad  al  Estandarte  de  nuestra 
redención,  signo  sagrado  en  que  nos  hemos  de  salvar. 

Declaramos,  pues,  abierta  en  nuestra  diócesis  la 
celebración  del  XVI°  centenario  de  la  aparición  de 
la  Cruz  a  Constantino,  celebración  que  se  extenderá 
durante  todo  el  año  en  la  forma  siguiente: 

Las  conferencias  para  hombres  que  predicaremos 
en  San  Francisco  en  la  semana  de  Pasión,  versarán 
este  año  sobre  tan  grande  acontecimiento,  a  fin  de  que 
sea  comprendido,  penetrado  y  abrazado  en  toda  su 
importancia  y  trascendencia.  Invitamos  para  ellas, 
como  siempre,  a  los  hombres;  pero  en  esta  vez  aun  a 
los  no  católicos  de  Caracas. 

En  todas  las  misas  en  que  lo  permita  la  rúbrica 
se  dirá  en  todo  este  año  la  oración  de  la  Misa  votiva 
de  la  Santa  Cruz,  cambiándola  en  el  tiempo  pascual 
como  el  Misal  lo  indica. 

En  lugar  de  las  misas  pro  pace  que  se  cantan  en 
las  Cuarenta  Horas,  se  cantará  también  en  este  año, 
Misa  votiva  de  la  Santa  Cruz  con  Gloria  y  Credo,  co- 
lor encarnado  y  sin  ninguna  conmemoración,  ni  aún 
del  Santísimo,  porque  la  divina  Hostia  y  la  Cruz  son 
un  solo  y  mismo  misterio. 

Se  organizarán  durante  el  año  varias  obras  cató- 
licas que  respondan  a  las  necesidades  de  las  almas. 

La  fiesta  central  y  principal  se  celebrará  con  la 
mayor  pompa  en  Nuestra  Santa  Iglesia  Metropolitana 
y  en  toda  la  Arquidiócesis  el  domingo  14  de  setiem.bre, 
día  de  la  Exaltación  de  la  Santa  Cruz. 

Que  Dios  bendiga  esta  celebración,  amados  hijor. 


—  8  - 


como  bendijo  la  del  Año  Jubilar  del  Santísimo  Sacra- 
mento! 

Estas  nuestras  Letras  serán  leídas  en  la  Santa 
Iglesia  Metropolitana  y  en  las  demás  de  la  ciudad  el 
domingo  cuarto  de  Cuaresma,  2  de  marzo;  y  en  las 
foráneas,  el  primer  día  festivo  después  de  su  recibo  y 
se  fijarán  en  los  canceles. 

Dadas,  firmadas,  selladas  y  refrendadas  en  nues- 
tro Palacio  Arzobispal  de  Caracas  a  25  de  febrero  de 
1913. 

t  JUAN  BAUTISTA 

Azobispo  de  Caracas. 

Por  mandato  de  Su  Señoría  Ilustrísima. 

Pbro.  M.  a.  Pacheco 

Pro-Secretario. 


PASTORAL  DK  ANUVCIO  DE  LAS  CONFERENCIAS 


Ños,  Dr.  Juan  Bautista  Castro; 

POR  LA  GRACIA  DE  DIOS  Y  DE  LA  SANTA  SEDE  APOSTOLICA, 

ARZOBISPO   DE  CÁRACAS   Y  VENEZUELA 


Al  muy  Venérablé  Capítulo  Mefropolitanó,  Clero  y  fíe- 
tes  de  Ict  Arcjurdiócesíís, 

Saluá  en  Nuéisírb  Señor  Jesucristo. 

Entre  las  obras'  con'  qtie  varíios  a  honrar  en  este 
año  a  la  Santa  Cruz,  sagrado  altar  de  nuestra  reden- 
ción, será  la  primera  la  celébracíón  del  mes  de  mayo, 
que  le  está  consagrado  y  que  en  esta  vez  tendrá 
especial  solemnidad.  En  nuestra  Santa  Igtesia  Metro- 
politana habrá  [unciones  extraordinarias  en  que  se 
desplegará  esta  celebración,  y  que  formarán  el  centro 
de  las  demás  que  hayan  de  celébrars  en  Caracas  y 
en  toda  lá  Arquidíócesis.  Sé'e^tá  fabricándo  una  cruz 
monumentál  que  tendrá:  en  su  parte  superior  uná 
reliíjuiá  de  la  verdaderá  Crüz^  y  que  recibirá  los 
homenajes  de  los  íieles  en  nuestra  Catedral  durante 
eF  expresado  mes,  y  será;  adornáda  por  diversas  cpr- 
póraciones  de  sénóVas  y  señbritas^de  esta  ciudad. 
Esperamos  que  este  primer  hónlénaje  solemne  que 
vamos  a. tributar '  a  la;  Santa  Cruz  será  edificante  y 
saFudable  para  las  almas. 

Pero  como  lo  sabéis,  aniados  hijos,  no  queremos 


—  lo- 


que todo  sea  festividad,  sino  que  estos  actos  dejen  me- 
moria provechosa  y  de  gloria  para  Dios,  y  contribuyan 
a  levantare!  edificio  espiritual  de  nuestra  salvación.  Por 
esto,  en  cada  uno  de  los  cuatro  domingos  del  mes  de 
mayo,  en  la  función  y  ejercicio  de  la  tarde.  Monseñor 
Nicolás  E.  NaVíirro,  pronunciará  una  conferencia  his- 
tórica de  ilustración  y  fuerza  para  afirmar  nuestra  fé. 
¿Cuál  será  el  tema? 

Será:  Los  hcicficios  que  Venezuela  ha  reeibldo 
de  la  Iglesia  Católiea  que  son  los  bene fíelos  de  /a  Cruz. 

Tema  verdaderamente  original;  nadie  lo  ha  abor- 
dado plenamente,  que  nosotros  sepamos:  se  ha 
hablado  de  los  beneficios  de  las  Letras  en  nuestro 
país,  de  los  beneficios  de  las  Artes,  de  los  beneficios 
de  las  ciencias,  de  los  beneficios  de  la  industria  y  del 
comercio,  del  desenvolvimiento  de  nuestra  civilización 
con  todos  estos  elementos;  pero  no  se  ha  dicho  nunca 
nada  en  perfecto  cuacro,  de  cómo  formó  la  Iglesia  a 
Venezuela;  cómo  nuestra  patria  vivió  en  el  hogar 
católico  próspera  y  feliz;  cómo  cuanto  ella  tiene  toda- 
vía de  bueno  lo  debe  a  la  Iglesia,  y  cómo  lo  que  la  ha 
hecho  desgraciada  han  sido  sus  rebeliones  contra 
Dios  y  la  divina  Ley,  y  la  persecución  declarada  a  la 
Madre  cariñosa  que  la  calentó  en  su  seno  y  le  abrió 
senda  anchurosa  de  uq  progreso  que  la  hubiera  llevado 
a  la  meta  de  la  felicidad.  T 

Qué!  ¿no  escucháis  decir  todos  los  días  q::e  !a 
Iglesia  es  el  obstáculo,  que  el  clericalismo  es  el  ene- 
migo, que  es  necesario  sacudir  un  yuge  que  nos  hizo 
desgraciados  y  esclavos?  Pues  es  tiempo  de  empezar 
a  echar  abajo  esa  armazón  de  mentiras  sacrilegas, 
colmadas  de  ingratitud  y  de  injusticia,  que  han  venido 
expresándose  en  todos  los  tonos  desde  la  seredad 
de  la  tribuna  y  de  la  enseñanza  hasta  la  rechilla  bur- 
lesca y  escarnecedora  de  la  calle;  de  tal  manera  que 
se  considera  a  la  Iglesia  por  muchos,  como  instítudón 
apenas  tolerada,  que  no  tiene  que  esperar  sino  el  últi- 
mo go'- :     -a  desaparecer. 

L         a  de  reparación  es.  pues,  la  que  va  a  em- 


— 11  - 


pezarse  con  las  conferencias  de  Monseñor  Navarro, 
que  servirán  de  base  a  un  libro  que  todavía  no  se  ha 
escrito,  y  en  el  cual  quedará  consignado  para  el  pre- 
sente y  para  el  porvenir  lo  que  ha  sido  la  acción  bien- 
hechora de  la  Iglesia  en  nuestra  Patria.  Pedimos  do- 
cumentos para  esta  grande  obra. 

Os  invitamos,  pues,  amados  hijos,  para  el  mes 
de  mayo  en  nuestra  Santa  Iglesia  Metropolitana.  No 
se  celebrará  sino  en  los  domingos  con  la  Misa  solem- 
ne a  las  9  de  la  mañana  y  la  función  y  la  conferencia 
de  la  tarde  a  las  4  y  media. 

El  día  3,  sin  embargo,  habrá  fiesta  con  sermón 

Se  prohibe,  por  tanto,  en  los  domingos  del  mes 
de  mayo,  todo  ejercicio  y  acto  religioso  de  cualquiera 
naturaleza  en  los  templos  y  casas  religiosas  de  la  ciu- 
dad, inclusive  el  Mes  de  María. 

Los  Venerables  Párrocos  y  demás  Rectores  de 
iglesias  invitarán  a  los  fieles  a  concurrir  a  la  Catedral, 
particularmente  en  la  tarde. 

La  Santa  Cruz  será  adornada  el  primer  domingo 
por  las  Celadoras  de  la  Santa  Capilla. 

El  segundo,  por  las  «Hijas  de  María>»  de  la  pa- 
rroquia de  Santa  Teresa. 

El  tercero,  por  las  «Hijas  de  María»  de  Las 
Mercedes. 

Y  el  cuarto,  por  las  señoritas  Landáez  Amitesa- 

rove. 

En  los  demás  templos  y  parroquias  de  Caracas 
pueden  también  ofrecerse  homenajes  a  la  Santa  Cruz 
en  la  forma  y  en  las  veces  que  se  quiera,  siempre 
que  no  coincidan  con  el  de  la  Catedral.  Expónganse 
en  algunas  ocasiones  las  reliquias  auténticas  de  la 
verdadera  Cruz,  advirtiéndolo  a  los  fieles. 

Deseamos  que  las  cruces  públicas  que  hay  en  la 
ciudad  sean  también  adornadas  y  festejadas  con  par- 
ticular devoción  en  todo  el  mes  de  mayo. 

Estas  nuestras  Letras  serán  leídas  el  próximo  do- 
m  ngo  27  de  los  corrientes  en  nuestra  Santa  Iglesia 
Metropolitana  y  en  las  demás  iglesias  de  la  ciudad: 


-  12  - 


y  en  las  parroquias  foráiieas  el  primer  día  festivo 
después  de  su  recibo,  y  se  lijarán  en  los  canceles. 

Dadas,  firmadas,  selladas  y  refrendadas  en  nues- 
tro Palacio  Arzobispal  de  Caracas  a  21  de  abril  de 
1.9ia 

t  JUAN  BAUTISTA 
Arzobispo  de  Caracas. 

Por  mandato  de  Su  Señoría  Ilustrísima, 

Pbro:  Manuel  A.  Pacheco 

Pro-Secretario. 


^  <y7  KíO  ^}  ^  rxv  VV7  <:y7 


La  influencia  de  la  Iglesia 

'         EN  LA 

GIYILIZAGION  DE  VENEZUELA 


PRIMERA  CONFERENCIA 


LA  OBRA  DE  LOS  MISIONEROS 

El  presente  año  recuerda  éntrelas  efemérides  cristianas  uno 
de  los  hechos  más  gloriosos  en  la  historia  di  la  Iglesia.  Aquella 
vitalidad  maravillosa  que  infundió  Jesucristo  en  su  obra  para  que 
mantuviese  el  orden  sobrenatural  en  la  tierra  hasta  la  consumación 
de  los  siglos;  aquella  divina  fuerza  con  que  esa  singular  ins- 
titución debía  propagarse  entre  los  hombres,  venciendo  todas  las 
resistencias  y  superando  por  modo  incontrastable  todos  los  obs- 
táculos, habían  sufrido  ya  la  prueba  más  ardua  que  al  poder 
humano  fuera  dable  escogitar.  El  mar  rojo  de  las  persecuciones 
estaba  felizmente  atravesado,  y  tras  la  magna  efusión  de  sangre 
que  una  constancia  trisecular  le  impusiera  para  regar  el  campo 
de  su  íutura  labor,  podia  ya  entonarse  el  cántico  de  los  redimidos 
y  flamear  a  todos  los  vientos,  entre  las  aclamaciones  de  prínci- 
pes, tribus  y  pueblos,  el  estandarte  sagrado  que  con  éxito  tan  es- 
tupendo condujera  las  legiones  de  mártires  a  la  victoria.  Sí,  era 
el  momento  de  la  alegría  y  del  triunfo  después  de  la  tristeza  y  el 
reñido  batallar;  el  pasajero  eclipse  de  la  tribulación  terminaba  y 
la  faz  radiante  del  Salvador  se  dejaba  contemplar  nuevamente, 
para  que  la  aflicción  se  trocase  en  regocijo,  y  la  ley  de  su  ina- 
gotable fecundidad  quedase  bien  afirmada  en  la  Iglesia,  y  nadie 
pudiese  arrebatar  su  gozo  definitivo  al  apóstol  en  medio  de  las 
luchas  venideras  de  la  fe. 

El  Cristianismo  había,  pues,  conquistado  su  puésto  soberano 
en  el  seno  de  las  naciones,  e  imponiéndose  con  el  derecho  más 
perfecto  al  reconocimiento  legal  de  su  valor  religioso  y  de  su 
eficacia  civilizadora,  era  necesario  fuese  declarado  en  posesión  de 
sus  destinos  inmortales,  era  necesario  comenzase  con  toda  libertad 
el  desarrollo  e  influjo  de  esa  Institución  que  llevaba  dentro  de 
sí  misma,  puestos  por  su  Divino  Fundador,  todos  los  elementos 
de  su  perdurable  organización  sobre  la  tierra.  Tal  es,  en  suma, 
la  significación  del  gran  acto  del  emperador  Constantino,  cuyo 
décimo  sexto  centenario  se  festeja  actualmente  por  el  mundo 
católico,  provocando  con  harto  consuelo  de  las  almas  los  home- 
najes más  devotos  al  Signo  augusto  de  nuestra  redención  y  las 
esperanzas  más  alentadoras  en  el  triunfo  de  la  Iglesia  sobre  los 
enemigos  que  ahora  la  conturban. 


—  14  — 


Por  el  Edicto  de  Milán,  promulgado  a  principios  del  año 
313,  después  que  en  23  de  octubre  de  31?,  Constantino,  fuerte 
con  el  signo  celestial,  venciera  tan  gloriosan  ente  al  tirano  Majen- 
cio  a  las  puertas  mismas  de  Roma,  la  religión  cristiana  obtuvo 
carta  de  naturaleza  en  el  Imperio,  repará  onse  las  injusticias  co- 
metidas contra  sus  seguidores  y  aboliese  aquella  legislación 
represiva  que  el  despotismo  y  la  crueldad  pagana  sancionara  en 
tres  siglos  contra  los  adoradores  del  Dios  Crucificado.  La  estul- 
ticia de  la  cruz  prevalecía  en  fin  sobre  la  sabiduría  del  mundo  y 
una  éra  de  paz,  libertad  y  elevación  para  las  almas  comenzó  a  bri- 
llar entonces  en  medio  de  los  pueblos. 

¿Cuál  fue,  en  efecto,  para  la  humanidad  el  resultado  de  la 
libre  expansión  del  Cristianismo,  ocasionada  por  el  famoso  edicto 
constantiniano?  Las  verdades  sublimes  de  la  teología  católica  se 
ofrecieron  con  toda  su  sencillez  a  par  que  insondable  profundidad 
a  la  contemplación  de  las  inteligencias,  pudiendo  la  razón  hu- 
mana penetrar  en  los  misterios  de  Dios  sin  incurrir  en  los  mons- 
truosos errores  que  a  los  más  excelentes  ingenios  de  la  anti- 
güedad extraviaran;  una  moral  purísima,  basada  en  las  enseñanzas 
de  aquella  misma  teología,  com.enzó  entonces  a  regir  las  costum- 
bres de  la  humanidad,  transformando  por  completo  las  ideas  so- 
ciales de  los  hombres  y  sus  relaciones  entre  si;  un  culto  religioso 
fesplandeciente  de  santidad,  eminentemente  razonable  y  por  todos 
respectos  ennoblecedor,  sustituyó  como  por  encanto  a  las  san- 
grientas hecatombes  antiguas  y  a  aquellas  horrendas  orgías  en  que 
la  divinidad  santificaba  todos  los  excesos  y  el  envilecimiento 
de  la  criatura  corría  parejas  con  el  absoluto  desconocimiento  del 
Creador.  En  una  palabra,  el  Cristianismo  enderezó  y  satisfizo 
plenamente  las  aspiraciones  latentes  del  hombre  hacia  una  vida 
superior,  así  en  el  orden  terrenal  como  en  el  orden  u'traterreno: 
por  su  disciplina  en  las  costumbres  fundó  y  llevó  adelante  un 
linaje  de  civilización  que  es  el  único  verdadero  y  dil  cual  la 
humanidad  ¡Dios  saa  bendito!  jamás  podrá  ya  desligirse,  aun 
pretendiendo  desc3no:erlo  o  desvirtuirio;  por  sj  acció  i  deificante 
pudoolnir  to  i  is  las  ex'^ injíis  relig' Jel  !i  )ni jre,  propDr- 
cionanio  a  cada  alma  la  perfección  conforme  a  su  capacidad  al 
satisfacer  en  su  infinita  variedad  los  múltiples  deseos  de  esa 
misma  perfección,  desde  el  nivel  ordinario  de  la  justicia  que 
consiste  en  la  observancia  de  la  ley  sin  graves  transgresiones 
Ge  ella,  bástalas  cumbres  altísimas  de  la  unión  mística,  que  no  es 
dable  alcanzar  sino  a  las  almas  privilegiadas  cuyo  vuelo  de 
águila  las  sublima,  tras  una  larga  serie  de  exquisitas  purificacio- 
nes, hasta  contemplar  de  hito  en  hito  al  sol  mismo  de  la  perfección 
soberana;  por  su  autoridad  indeficiente  y  de  continuo  alerta,  pudo 
prevenir  todo  error  en  la  doctrina  y  toda  perversión  en  el  culto, 
de  suerte  que  ni  la  herejía  prevaleciese  en  su  seno  ni  la  supersti- 
ción o  idolatría,  tergiversando  el  sentido  de  sus  prácticas  exterio- 
res, extraviase  la  sencilla  fe  de  sus  adeptos  y  convirtiera  en  causa 
de  degradación  moral  lo  que  no  es  sino  maravilloso  instrumento 
de  espiritual  elevación. 

Ahora  bien,  la  Iglesia  ejerció  desde  el  primer  momento  esa 
influencia  eficaz  en  el  mundo  y  con  la  asombrosa  prontitud  que 


—  15  - 


S  I  virtud  divina  le  procura,  adquirió  el  dominio  de  las  almas,  pe- 
netró hondamente  en  las  conciencias  y  acompañó  encauzándolo 
el  progreso  de  las  nuevas  sociedades  hacia  la  meta  de  sus  glorio- 
sos destinos.  Verdad  y  vida  como  es,  no  podía  sino  infundir  su 
espíritu  en  el  desarrollo  social  y  político  de  los  pueblos:  por  eso 
la  veis,  desempeñando  ese  papel  grandioso  que  llena  las  páginas 
de  la  Hiitorij,  poner  s  i  sello  espiritual  en  todas  las  legislaciones, 
fomentar  todos  los  progresos  legítimos,  aun  en  el  orden  tem- 
poral, hasta  el  punto  de  que  las  naciones  modernas  no  pueden 
menos  de  llamarse  cristianas  y  es  el  nombre  de  cristiano  el  único 
que  sirve  para  prestigiar  la  excelencia  de  la  moderna  civilización. 

¿Cuál  fue  la  forma  en  que  el  Cristianismo  llevó  el  conocimiento 
de  si  propio  y  su  virtud  transformadora  en  lo  religioso  y  en  lo 
moral  a  las  nuevas  raza'^  que  pedían  ya  su  puésto  en  los  anales 
del  género  humano?  H  y  un  nombre  consagrado  para  designar 
al  Apóstol  en  estos  prjcesos  de  cristianización:  se  ha  llamado 
Misioneros  a  esos  héro  ís  del  Evangelio  en  medio  de  las  naciones 
infieles,  y  la  historia  cel  :bra  con  grandes  elogios  la  obra  por  ellos 
realizada  en  los  diverso;  períodos  de  la  duración  que  hasta  hoy 
se  han  venido  cumpliendo.  El  Misionero  llevó  siempre  la  per- 
suasión de  la  palabra  evangélica  más  en  la  santidad  de  su  vida 
y  en  el  ejemplo  de  sus  prodigiosos  sacrificios  por  la  salvación  de 
las  almas,  que  en  el  aparato  de  una  ciencia  deslumbradora;  cien- 
cia apta,  a  la  verdad,  para  ostentarse  en  un  medio  saturado  de 
cultura  intelectual,  co  no  fueran  Roma  y  Atenas,  pero  del  todo 
inútil  para  ejercerse  e  itre  gentes  de  bien  poco  cultivada  menta- 
lidad, como  fueron  de  ordinario  aquellas  enire  quienes  la  predi- 
cación del  Misionero  huoo  de  efectuar  sus  conquistas. 

Esta  consideración  me  trae  de  la  mano  al  asunto  particular 
a  que  quiero  dedicar  la  presente  conferencia.  En  la  obra  de 
civilizar  a  Venezuela  tuvieron  parte  muy  activa  Religiosos  de  va- 
rias Ordenes  monásticas  que,  haciendo  servicio  de  Misioneros, 
procuraron  con  los  m  dios  que  tuvieron  a  su  alcance,  reducir  al 
cristianismo  y  a  las  prácticas  de  una  vida  social  bien  ordenada  a 
las  tribus  indígenas  en  toda  la  extensión  de  nuestro  territorio. 
¿Qué  eficacia  tuvo  aq  lella  labor  y  cuál  fallo  debe  prevalecer  en 
la  historia  respecto  d^  esa  participación  de  los  misioneros  en  la 
formación  de  nuestra  n  icionalidau? 

Yo  he  recorrido  los  escritos  de  quienes  entre  nosotros  hanse 
dedicado  al  estudio  á<t  nuestros  orígenes,  llenando  páginas  más 
o  menos  brillantes  co:i  el  fruto  de  sus  lucubraciones  históricas,  y 
encuentro  que  míen  ras  los  unos,  con  gran  acopio  de  datos  y 
un  sentimiento  de  alta  equidad,  honran  la  memoria  de  aquellos 
héroes  y  proclaman  sin  reboso  haber  pertenecido  «al  elemento 
evangélico  la  conquista  pacífica  de  Venezuela,  la  reducción  de 
las  tribus  indígenas  y  la  verdadera  creación  de  la  colonia  venezo- 
lana» (1),  los  otros  juzgan  con  el  mayor  desprecio  los  esfuerzos 
del  misionero  o  cuando  más,  a  vueltas  de  algún  elogio  bien  poco 
apreciable,  reducen  a  la  míni  na  expresión  el  valor  de  su  tarea 
civilizadora.   Divergencia  de  criterios  que  se  explica  por  el  afec- 


(1)  Arísíidcs  Rojas.  Orígenes  Venezolanos,  vol.,  3,  p.  83. 


—  16  - 


to  o  desapego  que  los  autores  tienen  a  la  religión  católica;  aun 
cuando  la  predisposición  contra  ella  no  debiera  llegar  hasta  ne- 
garle sus  merecimientos  e  imputarle  mezquinamente  como  demé- 
rito lo  que  solo  fué  el  resultado  de  peculiares  ciicunstancias. 

¿Quién  no  apreciará  la  importancia  de  la  labor  evangélica 
en  Venezuela,  al  confrontar  la  abnegación  del  Misionero  con  la 
conducta  atroz  y  sanguinaria  del  conquistador  desapiadado? 
¿Cómo  no  admirar,  mientras  se  considera  el  espectáculo  horrendo 
de  aquella  conquista,  en  que  las  pasiones  más  brutales  se  desen- 
frenan y  los  cuadros  más  abominables  de  inhumanidad  quedan 
trazados,  el  sacrificio  de  aquellos  Religiosos  que,  siendo  los 
únicos  representantes  de  un  altruismo  sagrado  en  medio  de  aquel 
desbordamiento  de  codicias,  abandonan  sus  vidas  al  azar  de  los 
acontecimientos,  para  perecer  unas  veces  víctimas  de  su  caridad 
apostólica  y  otras  en  aras  de  la  venganza,  inmolados  al  furor 
que  la  crueldad  de  los  aventureros  provocara?  ¿Y  cómo  no 
explicarse  suficientemente,  al  recuerdo  de  tanta  infamia  cometida 
contra  el  indígena,  la  conducta  del  misionero  colonizador,  se- 
parando sus  poblados  del  contacto  con  el  europeo;  por  lo  mismo 
que  la  mentalidad  del  indígena  era  tan  exigua  y  mientras  el  des- 
arrollo social  del  país  no  presentaba  garantías  de  que  ese  contacto 
le  fuese  provechoso?  Basta  contemplar  lo  que  hoy,  a  nuestra 
vista,  ocurre  en  materia  de  explotación  del  indígena  americano 
por  los  aventureros  del  comercio  o  de  la  política,  sin  dejarle  en 
cambio  la  menor  partícula  de  civilización,  para  comprender  cuan 
injustos  son  los  cargos  de  los  escritores  a  que  me  he  referido 
contra  los  misioneros,  por  la  incomunicación  en  que  dicen  haber 
tenido  a  sus  neófitos  respecto  deJ  mundo  civilizado! 

Lo  cierto  es  que  solo  la  Iglesia  Católica  se  ha  interesado  viva 
y  eficazmente  por  la  suerte  de  nuestros  aborígenes.  Desde  el 
insigne  Fray  Bartolomé  de  las  Casas  que  empleó  un  celo  quizás 
a  las  veces  intemperante  para  protegerlos,  hay  que  nombrar 
siempre  a  los  Religiosos  como  a  los  únicos  verdaderos  amigos 
del  indio.  Ellos  se  esmeran  por  reducirle  a  la  vida  civil,  ellos  le 
enseñan  a  practicar  las  industrias  más  necesarias  para  el  sos- 
tenimiento de  esa  vida,  ellos  le  dan  la  instrucción  rudimentaria 
a  que  su  capacidad  mental  se  presta,  ellos,  en  fin,  proporcionan 
a  su  alcance  intelectual  el  conocimiento  y  práctica  de  la  relrgión. 
Yo  no  he  podido  menos  de  sonreír  al  tropezar  en  los  escritos  a 
que  he  hecho  referencia  con  brillantes  párrafos  en  los  cuales  es 
censurado  el  misionero  por  no  haber  hecho  brotar  a  su  conjuro 
ciudades  admirables,  llenas  de  soberbios  edificios  y  provistas  de 
todos  los  adelantos  del  progreso  actual  (2),  cuando  tan  escasamen- 
te prosperaban,  por  los  conocidos  motivos  de  abandono  en  que 
e^tas  regiones  fueron  tenidas  por  la  metrópoli,  los  centros  prin- 
cipales de  la  pcbiación  colonial;  yo  no  he  podido  menos  de 
s  ntir  una  ingrata  impresión  al  leer  apreciaciones  como  ésta: 
«Encerrado  (el  capuchino)  en  su  escasa  cultura,  en  su  dogma  y 
en  la  estrechez  de  preocupaciones  de  los  reales  mandatos,  que 


(2)  Baralt.  Resumen  de  la  Historia  de  Venezuela,  t.  I,  p.  284 
sig.,  edic.  de  1887. 


I 


—  17  - 


ordenaban  como  en  la  Cédula  de  22  de  setiembre  de  1.639,  que 
cfuese  la  palabra  evangélica  la  que  sujetase  y  recobrase  a  los 
gentiles  y  a  los  apóstatas»,  no  era  de  esperar  éxitos  positivos  a 
una  empresa  que  ....  venía  viciada  de  errores  y  apreciaciones 
desprovistas  de  todo  fundamento  civilizador  y  ajenas  a  todos  los 
datos  de  la  posibilidad»  (3);  yo  no  he  podido  menos  de  entriste- 
cerme al  ver  que,  en  el  afán  de  desconceptuar  la  obra  de  los  Re- 
ligiosos, no  pudiendo  desconocerse  algunos  de  sus  beneficios,  se 
les  acusa  de  estar  «imbuidos  en  todas  las  preocupaciones  del 
más  intransigente  Catolicismo»  y  se  habla  en  seguida  de  la  «ra- 
dical esterilidad*  del  régimen  por  ellos  establecido,  para  oponerle 
un  programa  de  colonización  en  que  se  tuviera  más  cuenta, 
entre  otras  cosas,  con  el  amor  de  los  indios  a  la  poligamia  que 
no  se  le  dispensan  en  los  pueblos  (4).  Es  cuanto  cabe!  Apenas  son 
explicables  semejantes  aberraciones  de  criterio  por  una  aversión, 
verdaderamente  radical,  a  la  Iglesia  Católica  y  por  el  culto  faná- 
tico que  se  tributa  a  las  llamadas  ideas  modernas;  y  sería  lamen- 
table que  una  tal  filosofía  de  la  historia  prevaleciese,  pervir- 
tiendo el  juicio  de  las  sucesivas  generaciones. 

Una  legislación  admirable,  que  constituye  la  mayor  honra 
de  la  Madre  Patria  en  su  gobierno  de  América  y  a  la  cual  jamás 
se  escatimará  el  aplauso,  provocada  fué  por  el  interés  que  los 
Religiosos  pusieron  en  favor  de  los  indígenas.  Sí,  las  Leyes  de 
Indias  serán  el  monumento  imperecedero  del  espíritu  que  animó 
a  los  misioneros  en  la  colonización  de  nuestros  países,  y  si  su 
cumplimiento  no  fué  siempre  fiel,  si  a  pesar  de  ellas  fueron  los 
indios  tratados  tan  indignamente,  no  sería  justo  echar  sobre 
los  Religiosos  el  fardo  de  la  culpabilidad.  Sean,  por  el  contrario, 
ellos  siempre  bien  alabados,  y  merezca  particularmente  el  aplauso 
de  los  siglos  el  grupo  de  frailes  dominicos  que  con  su  informe 
sobre  el  maltrato  de  los  indios  provocaron  el  beneficio  de  aquella 
legislación!  (5). 

Ni  será  tampoco  jamás  ocasionada  a  censura  la  conducta  que 
los  Romanos  Pontífices  observaron  respecto  de  los  indígenas 
americanos.  Desde  el  primer  momento  los  tomaron  bajo  su  pro- 
tección, reconociéndoles  los  derechos  propios  de  la  humana 
criatura  y  por  ende  la  aptitud  para  participar,  siendo  bautizados, 
de  los  bienes  espirituales  de  la  Iglesia;  y  la  más  grave  pena 
eclesiástica,  la  excomunión,  fué  fulminada  por  los  Papas  contra 
los  que  se  dedicaran  al  infame  tráfico  de  esclavizar  aquellos 
indígenas,  así  como  penaron  también  con  privación  de  Sacramen-, 
tosa  los  que  de  cualquier  modo  los  perjudicasen  medrando  de 
su  trabajo  (6). 


(3)  Eloy  G.  González.  Historia  Estadística  de  Cojedes  (des- 
de 1771),  p.  34. 

(4)  Gil  Fortoul.  Historia  Constitucional  de  Venezuela,  t.  I, 
p.  42-43.  Cf.  Informe  del  Gobernador  (D.  Manuel  Centurión). 
Cülecc.  Blanco  Azpurúa,  t.  I.  p.  452.— v.  Eloy  G.  González,  op,  cit. 

(5)  Fray  Juan  de  Torres,  Fray  Martin  de  Paz,  Fray  Pedro  de  An- 
gulo v  Fray  Bartolomé  de  las  Casas.  Colecc.  Blanco  Azpurúa,  iA,p.3S. 

(6)  Gil  Fo.tOLil.  Op.  cit.,  p.  37. 


—  18  - 


Y  esa  voz  paternal  y  anparadora  de  los  Vicarios  de 
Cristo  en  pro  de  los  derechos  del  aborigen  americano,  no  ha 
cesado  de  hacerse  oir,  con  la  misma  libertad  y  entereza  con  que 
la  Iglesia  abogó  siempre  por  los  fileros  ultrajados  de  la  humana 
dignidad.  En  nuestros  días,  cuando  el  mundo  se  engrie  tanto 
con  su  pregonada  conquista  de  los  derechos  del  hombre,  mientras 
un  examen  juicioio  dejaría  hartas  dudas  al  respecto,  sólo  una  voz, 
la  voz  autorizada  y  solemne  del  Santo  Padre  Pío  X,  ha  sido  solí- 
cita para  protestar  contra  los  horripilantes  desafueros  que  en  ese 
punto  se  cometen  todavía  en  algunas  partes,  promoviendo  al 
mismo  tiempo  los  medios  eficaces  para  reparar  tamaño  escán- 
dalo! (7). 

Como  última  parte  de  esta  conferencia  yo  qui  ro  comprobar 
con  hechos  mis  afirmaciones  sobre  los  beneficios  sociales  qae 
Venezuela  debe  al  paso  del  Misionero  por  su  territorio.  Si  pasea- 
mos, en  efecto,  la  mirada  por  toda  la  extensión  del  suelo  patrio, 
encontraremos  dondequiera  los  vestigios  de  ese  paso  y  junto 
con  el  grato  recuerdo  del  Religioso  la  obra  perdurable  en  que 
ese  recuerdo  fue  grabado.  Es  cosa  innegable  que  la  mayor  parte 
de  los  pueblos  del  interior  de  Venezuela  le  deben  su  existencia,  y 
es  cierto  también  que  si  muchos  centros  di  población  que  tu- 
vieron ese  origen,  no  subsisten  hoy,  la  razón  de  tan  lamentable 
caso  no  puede  atribuirse  a  la  impericia  del  Misionero. 

Asentemos  desde  luego  que  la  eficacia  de  la  colonización  a 
punta  de  espada  fué  nula  en  ese  interior  del  país  y  que  con 
bastante  generalidad  pudo  aplicarse  en  Venezuela  esta  respuesta 
de  un  Obispo  de  Puerto  Rico  sobre  una  cuestión  que  en  la 
materia  se  le  propusiera:  «Que  no  necesitaba  esta  tierra  de  ser 
conquistada  con  armas,  que  con  religiosos  de  San  Francisco  que 
viniesen  a  predicar  a  lo>  indios,  con  la  Cruz  y  apostólicamente 
los  pacificarían  y  reducirían  a  Dios»  (8). 

Los  Franciscanos  Observantes  y  los  Capuchinos,  tuvieron,  en 
efecto,  a  su  cargo  la  evangelización  y  reducción  a  pueblos  de  un 
gran  número  de  tribus  en  el  Oriente,  Sur  y  Centro  de  nuestra  hoy 
¡flamante  República,  y  por  más  que  con  criterio  estrecho  y  a  las 
veces  burlete  )  se  juzgue  al  presente  el  resultado  de  su  obra, 
ninguna  mezquindad  de  juicio  podrá  oscurecer  ni  el  heroísmo 
de  su  empeño  ni  el  mérito  de  su  labor,  por  escaso  que,  cote- 
jado con  el  progreso  actual,  pueda  considerarse  aquel  resultado. 

Yo  recorro  la  lista  de  pueblos  que  forman  nuestros  Estados 
Anzoátegui,  Monagas  y  Sucre  y  encuentro  que  en  su  mayor  parte 
fueron  fundados  por  los  Misioneros,  y  apoyado  en  el  dato  autén- 
tico de  que  para  fines  del  siglo  XVIII  llevaban  ellos  fundados 
en  esas  regiones  «sobre  setenta  pueblos  con  más  de  cuarenta  y 
cinco  mil  habitantes  de  pura  raza  indígena»,  adhiero  con  mucho 
gusto  a  esta  conclusión:  «Franciscana  es,  por  tanto,  la  civiliza- 


(7)  Encíclica  a  los  Arzobispos  y  Obispos  de  la  América 
Latina,  De  conditione  Indorum,  7  de  junio  de  1912. 

(8)  D.  Fernando  Lobo,  Ob.  de  Pto.  Rico,  al  Rey  de  España. 
Cf.  Las  antiguas  misiones  de  Cnnianá  y  Maturin.  Tip.  La  Verdad. 
San  Juan,  Pto.  Rico.  1892,  p.  21. 


—  19  — 


ción  del  Oriente  de  Venezuela  y  en  sus  historias  ha  de  constar 
siempre  que  el  noventa  por  ciento  de  sus  poblaciones  surgió  al 
impulso  de  los  hijos  del  patriarca  de  Asís»  (9).  Yo  detengo  la 
vista  en  nuestras  vastas  regiones  de  Guayana  y  reconozco  la 
justicia  que  siempre  f  je  tributada  a  la  constancia  heroica  del 
Misionero  para  penetrar  primero  en  aquellas  comarcas  incultas  y 
en  seguida  para  establecerse  y  hacer  prosperar  sus  fundacio- 
nes, hasta  el  punto  de  que  ellas  sean  consideradas  como  el  ejem- 
plar por  excelencia  entre  nosotros  de  esa  labor  colonizadora. 
Más  de  veintiún  mil  indios  llegaron  a  tenerse  allí  bajo  el  régi- 
men de  la  Misión  en  los  muchos  pueblos  creados,  ejercitándose, 
con  la  lentitud  propia  de  su  condición  selvática,  en  las  artes 
necesarias  para  ser  elevados  a  una  situación  civil  más  perfecta, 
provistos  de  elementos  y  recursos  abundantes  para  la  vida  mate- 
rial, y  con  formas  de  respeto  a  la  dignidad  de  la  naturaleza  humana 
que  fueron  siempre  desconocidas  a  la  rudeza  del  fiero  conquis- 
tador. Los  documentos  abundan  en  confirmación  de  este  aser- 
to (10).  Estas  Misiones  capuchinas  de  Guayana  tuvieron  además 
una  importancia  capital  para  la  fijación  de  las  fronteras  de  nuestro 
territorio  patrio,  habiendo  merecido  al  respecto  esta  apreciación 
que  no  puedo  sino  aplaudir,  aunque  haya  sido  estampada  para 
poner  remate  a  un  juicio  crítico  bastante  acerbo  de  la  perso- 
nalidad del  Misionero:  «Sobre  la  tumba  de  los  Capuchinos,  Ve- 
nezuela está  obligada  a  depositar  coronas  de  agradecimiento. 
Esos  Frailes  salvaron  la  integridad  de  la  Patria.  En  nuestra 
cuestión  de  límites  con  la  Guayana  Inglesa,  el  único  argumento 
sólido  e  incontestable  que  pudimos  presentar  para  justificar 
nuestro  derecho  sobre  Guayana  fue  la  obra  que  allí  hicieron 
los  Misioneros.  A  ellos  Ies  debemos  no  haberlo  perdido  todo. 
Hasta  donde  llegaron  los  Religiosos  en  su  misión  evangélica, 
puede  decirse  que  llegaron  nuestras  fronteras.  Al  plantar  la 
Cruz  fijaron  los  linderos  de  Venezuela*  (11).  Yo  tiendo  por  último 
la  mirada  sobre  las  extensísimas  comarcas  que  formaron  un  día 
la  provincia  de  Caracas,  y  a  pesar  de  la  «impresión  pesimista»  (12) 
que  pueda  traslucirse  en  el  lenguaje  del  A-lisionero  por  las  difi- 
cultades de  su  ministerio  y  el  éxito  relativamente  escaso  de  sus 
afanes,  encuentro  que  su  labor  fué  admirable,  qre  fueron  subli- 
mes los  arrestos  de  aquellos  hombres  para  corregir  los  hábitos 
silvestres  de  unas  gentes  al  parecer  irremediablemente  dege- 
neradas, y  que  cuanto  pudo  lograrse  en  materia  de  colonizacióit 
se  logró  a  virtud  de  aquel  tesonero  ahinco;  de  suerte  que  bien 
ha  podido  asegurarse  que  la  base  de  la  población  venezolana 
para  la  época  de  la  Independencia  había  sido  suministrada  por 
nuestra  raza  indígena  y  que  los  ciento  veinte  mil  indios  puros 


(9)  Las  antiguas  Misiones  de  Cumaná  y  Maturin,  pág.  51  y  52. 

(10)  Cf.  entre  otros,  Report  of  Don  Eugenio  de  Albarado,  da- 
ted  Divina  Pastora,  April  20,  1753.  (Printed  from  tronslation  of  a 
certified  copy  of  the  original  in  the  ^Archivo  General  de  Siman- 
cas», «Secretaria  de  Estado*,  bundle  7390,  folio  12. 

(11)  L.  Duarte  Level.  Historia  Patria:— Las  Misiones,  p.  170. 

(12)  Gil  Fortoul.  Hist.  Const.  p.  41. 


—  20  — 


entonces  existentes  habían  sido  salvados  de  la  mortan  lad  de  la 
conquista  y  estaban  en  su  mayor  parte  redjcidos  en  lo  posible 
a  vida  civilizada  por  la  obra  de  los  A^isioneros  (13). 

He  dado  una  ojeada,  muy  rápida  a  la  verdad,  porque  más 
no  me  permite  la  índole  de  estas  conferencias,  a  la  labor  elemen- 
tal, llamémosla  así,  de  la  civili;íación  de  nuestra  patria  por  medio 
de  la  Cruz,  y  encuentro  que  es  preciso  concluir  en  elogio  de  esa 
penosísima  labor.  Sí,  a  pesar  de  cuanto  se  escriba  contra  los 
procedimientos  del  Misionero  en  la  realización  de  su  empresa, — 
partiendo  de  predisposiciones  injustas,  confrontando  sus  resul- 
tados con  los  que  pudiera  ofrecer  igual  empresa  en  nuestros 
días,  trazando  planes  ideales  de  reducción  que  admiran  como 
parto  de  la  fantasía  pero  que  bien  enseña  la  experiencia  cuanto 
son  de  ilusorios,  zahiriendo  la  sencilla  fe  del  apóstol  o  su 
carencia  de  recursos  materiales  o  científicos  para  remediar  ciertas 
necesidades  de  sus  neófitos,  exigiendo  para  el  indio  reducido  una 
cultura  superior  que  hoy  mismo  nos  cuesta  a  nosotros  tanto 
trabajo  adquirir,— a  pesar  de  todo  eso,  lo  cierto  es  que  la  evan- 
gelización  del  territorio  venezolano  fue  una  labor  meritísima  y 
que  aquellos  rudimentos,  por  exiguos  que  parezcan,  de  civili- 
zación y  de  cristianismo  que  los  Misioneros  pusieron  en  el  alma 
rehacía  de  nuestros  indígenas,  fueron  el  fermento  vital  que  les 
sirviera  más  tarde  para  formar  la  masa  de  nuestra  nacionalidad. 
Por  otra  parte,  las  noticias  que  poseemos  de  los  pueblos  que 
fundaban  los  Misioneros,  recomiéndanlos  bastante  de  expertos 
colonizadores:  al  régimen  de  las  Misiones  se  debe  el  haber  acre- 
centado el  apego  a  la  propiedad  raíz,  la  estabilidad  de  habita- 
ciones, el  amor  a  una  vida  suave  y  pacífica  (14);  el  sistema  de 
misiones  conservó  un  número  mayor  de  indios  y  los  educó  en  el 
cultivo  de  la  tierra  y  pastoreo  de  ganados  (15);  y  si  nos  referimos 
a  la  solicitud  del  Misionero  para  levantar  el  nivel  moral  del  indí- 
gena, yo  no  veo,  por  ejemplo,  que  sea  más  encomiable  el  empeño 
que  hoy  se  pone  en  «salvar  la  raza»  de  los  estragos  del  alcoho- 
lismo, que  los  conatos  poco  menos  que  inútiles  de  aquellos  bendi- 
tos frailes  en  quitar  a  sus  neófitos  lo  que  ellos  ingenuamente 
llamaban  «el  vicio  de  la  borrachera»  (16). 

Antes  que  censurar  acerbamente  o  juzgar  con  soberano 
desprecio,  como  lo  han  hecho  algunos  de  nuestros  talentosos 
escritores  contemporáneos,  la  obra  del  Religioso  misionero  en 
el  territorio  patrio,  preciso  es  añorar  como  lo  hicieron  otros 
historiadores  con  mejor  acuerdo,  aquella  egregia  institución,  y 
celebrando  las  gestas  preclaras  de  esos  heraldos  meritísimos  de 
la  Cruz  y  de  la  civilización  en  nuestro  suelo,  hacerles  la  justicia 
a  que  son  acreedores  y  honrarnos  a  nosotros  mismos  reconocien- 
do la  grandeza  de  sus  servicios. 


(13)  Cf.  Colecc.  Blanco  Azpurúa,  t.  I,  pp.  283  y  sig. 

(14)  A.  de  Humbolt,  Voy  age  aux  régions  equinoxiales  du  Noii- 
veau  Contincnt,  cita  de  Gil  Fortoul. 

(13)  Gil  Fortoul,  op.  cit.  p.  42. 

(16)  Fray  Félix  de  Villanueva,  informe  de  1778. 


SEGUNDA  CONFERENCIA 


LOS  OBISPOS  Y  EL  CLERO 

Me  prometo  en  esta  segunda  conferencia  exponer  el  influjo  de 
la  Iglesia  en  la  gestación  de  la  nacionalidad  venezolana  consi- 
derada en  la  for.na  más  elevada  de  su  desarrollo  social. 

Desde  este  punto  de  vista  es  preciso  presentar  a  la  iglesia 
constituida  en  su  jerarquía  y  ejerciendo  por  medio  de  sus  re- 
presentantes caracterizados,  la  acción  social  correspondiente  en 
ios  varios  linajes  de  una  noble  actividad  humana. 

Pues  bien,  yo  afirmo  que  el  episcopado  y  el  clero  presta- 
ron una  conti rjución  inapreciable  ala  implantación  y  manteni- 
miento de  la  civilización  en  nuestro  país,  y  que  por  manera  nin- 
guna estuvo  la  Iglesia  ausente  de  los  progresos  hacia  la  cultura 
que  en  nuestra  precaria  situación  colonial  pudieron  alcanzarse. 

Desde  luego  es  un  hecho  que  sin  la  eficaz  intervención 
de  la  autoridad  episcopal,  con  la  gran  suma  de  respeto  que 
de  sí  misma  imponía  y  con  el  pleno  apoyo  que  a  su  ministerio 
prestaba  el  gobierno  de  la  Metrópoli,  el  establecimiento  de  una 
verdadera  sociedad  habría  sido  imposible  en  nuestro  territorio; 
ya  que  la  anarquía  fue  el  estado  continuo  de  las  primeras 
gentes  colonizadoras  y  la  degeneración  hasta  el  salvajismo 
parecía  la  consecuencia  fatal  de  aquel  desbordamiento  de  sus 
pasiones  brutales.  Yo  adopto  sin  reserva  las  conclusiones 
acerca  de  este  punto  estampadas  con  motivo  del  centenario  de 
la  Independencia  por  uno  de  nuestros  más  aventajados  juriscon- 
sultos, y  que  ya  en  otro  trabajo  he  tenido  el  gusto  de  propo- 
ner a  la  atención  del  mundo:  «Fue  casi  exclusivamente  por  el 
«influjo  de  la  Iglesia  como  pudieron  arraigar  en  el  país  los 
«hábitos  de  la  vida  civilizada,  que  a  no  ser  por  ella  habrían 
«perdido  los  conquistadores,  como  en  efecto  en  mucho  los  aban- 
«donaron  al  ponerse  en  contacto  con  el  salvajismo  indígena. 
«Probablemente  la  aventura  de  la  conquista  habría  terminado  en 

«feroces  guerras  civiles  si  no  hubiera  la  Iglesia  hablado 

«a  la  conciencia  de  aquellos  hombres  y  avivado  así  el  senti- 
«miento  de  la  justicia  y  del  deber,  que  en  el  ardor  de  la  con- 
«quista  había  quedado  en  ellos  supeditado  por  bajas  pasiones. 

«...  A  esa  obra  y  la  de  inculcar  en  los  indios  y  escla- 
«vos  africanos  los  principios  morales  y  religiosos,  bases  de  la 
«civilización,  dedicaron  los  primeros  Obispos  venezolanos  ex- 
«traordinarios  esfuerzos.  Enorme  resistencia  encontraron  y  para 
«realizar  su  misión  civilizadora  tuvieron  que  hacer  uso  no  solo 
«de  los  medios  de  la  persuasión  y  la  dulzura  sino  también  asu- 
«mir  de  hecho  una  especie  de  dictadura  para  quebrantar  abusos, 
«dar  protección  a  los  débiles,  castigo  a  las  iniquidades  y  echar 


—  22  — 


«las  bases,  en  fin,  de  una  sociedad  inspirada  en  la  justicia  y  no  en 
«la  fuerza.  Mucho  lograron  en  ese  sentido  y  si  la  obra  no  que- 
«dó  al  fin  sólidamente  realizada,  no  fue  por  falta  de  esfuerzos 
«suyos  sino  porque  era  en  extremo  dificultosa. 


«La  protección  de  los  Obispos  y  luego  los  trabajos  de  los 
«misioneros  salvaron  de  una  total  destrucción  la  raza  indígena 
«y  a  ellos  se  debe  que  hubiera  podido  quedar  en  número  sufi- 
«ciente  para  formar  la  base  étnica  de  nuestra  población.  A  los 
«Obispos  se  debió  también  que  en  las  pequeñas  comunidades 
«anárquicas  y  tormentosas  que  fundaron  los  conquistadores, 
«primeros  núcleos  de  la  nacionalidad  venezolana,  reviviese  el 
«dormido  sentimiento  de  la  justicia  del  hombre  europeo,  civili- 
«zado  por  el  cristianismo,  que  en  los  trópicos  había  retrogradado 
«tan  espantosamente  al  ponerse  en  contacto  con  las  razas  pri- 
«mitivas.  Son   verdades  que  tendrá  que  proclamar  la  historia»  (1). 

Yo  no  me  detendré  a  recorrer  la  lista  de  esos  meritorios 
Prelados,  que  todos  se  afanaron  por  darle  forma  estable  a  las 
varias  agrupaciones  coloniales  puestas  bajo  su  jurisdicción, 
impeliendo  hacia  todos  los  progresos,  alzando  voz  enérgica 
contra  todos  los  desmanes,  promoviendo  el  reinado  de  las  sanas 
costunibres  y  fundando  una  organización  religiosa  que  fué  lo  que 
dió  cohesión  y  harmonía  a  los  elementos  diversos  que  debían 
integrar  la  sociedad  venezolana.  Pero  sí  me  fijaré  en  un  hecho 
de  suma  importancia  para  mi  propósito,  porque  noto  cierta 
tendencia  a  desconocerlo  y  en  la  injusticia  del  empeño  que  se 
tiene  por  enaltecer  los  adelantos  actuales,  blasfemando  de  todo  lo 
pasad'^,  se  oscurece  el  mérito  del  influjo  efecti,  j  que  el  elemen- 
to eclesiástico  tuvo  en  la  adquisición  de  nuestra  primera  cultura. 

El  hecho  es,  pues,  que  la  mentalidad  venezolana  despertó  al 
conjuro  de  la  Iglesia  y  que  todo  el  desenvolvimiento  intelectual 
que  se  produjo  en  nuestra  patria  durante  el  régimen  colonial 
—en  la  carencia  absoluta  de  recursos  que  se  padecía— y  que 
luego  ¡lustró  a  la  República  en  las  primeras  épocas  de  su  exis- 
tencia, debe  atribuirse  a  las  luces  y  a  los  esfuerzos  del  Clero. 

Yo  reviso  nuestros  anales  y  encuentro  que  mientras  los 
misioneros  se  gastaban  infundiendo  a  sus  neófitos  el  conoci- 
miento de  la  religión  y  acostumbrándolos  al  habla  castellana,  no 
sin  ejercitarse  ellos  a  su  vez  y  de  un  mo.^o  científico  en  el 
aprendizaje  de  los  idiomas  indígenas  (2)— lo  cual  nadie  negará 


(1)  Dr.  Pedro  M.  Arcaya.  El  Episcopado  en  la  formación  de 
la  sociedad  venezolana.  *La  Religión*,  5  de  julio  de  1911. 

(2/  El  capuchino  P.  Carabantes,  uno  de  los  más  célebres 
Misioneros  de  nuestra  región  oriental,  publicó  las  tres  obras  si- 
guientes: Diccionario  de  lenf^uas  indígenas;  Gramática,  Arte  y 
Vocabulario  de  la  lengua  de  los  indios  Caribes  en  la  Nueva 
Anda'ucia  y  Sermones  en  lengua  de  los  indios  Caribes.  El  P.  Fran- 
cisco de  Tauste,  otro  célebre  misionero  capuchino,  publicó  una 
obra  con  este  titulo:  Gramática,  Diccionario  y  Catecismo  en  la 
lengua  de  los  Chaimas.  (Las  antiguas  Misiones  Capuchinas  de 
Cumaná  y  Mafurii,  pág.  53  y  54). 


-  23  - 


ser  ahinco  en  pro  de  la  c  iltura,— los  Obispos  y  sacerdotes  se 
dedicaban  solícitos  en  los  centros  sociales  más  elevados  a  pro- 
porcionar instrucción  y  ejercitar  en  las  nobles  tareas  de  la  inte- 
ligencia, a  una  juventud  q  ic  no  hallaba  en  otra  parte  el  estímu- 
lo para  tales  faenas.  «Sin  disputa  alguna,  ha  dicho  uno  de  nues- 
tros escritores  más  renombra  Jos,  la  ins.rucción  elemental  y  de 
idiomas  comienza  en  Caracas  con  los  conventos  y  con  los  pre- 
lados ....  La  cooperación  del  clero,  como  agente  de  instruc- 
ción, descuella  no  solo  en  el  desarrollo  del  Seminario,  y  después 
en  la  Universidad  de  Caracas,  sino  también  en  las  escuelas  de 
primeras  letras,  regentadas  por  los  frailes  en  los  mismos  con- 
ventos, con  el  carácter  de  educación  privada  y  gratuita  .... 
El  primer  colegio  de  niñas  durante  la  Colonia  fué  obra  de  un 
clérigo,  el  Pbro.  M  dpica;  y  los  estudios  matemáticos  se  abrieron 
en  la  Universidad  de  Caracas  bajo  el  dictado  de  un  sabio  capu- 
chino, del  Padre  Andújar,  uno  de  los  maestros  que  tuvo  Bolívar 
antes  de  su  salida  de  Caracas  en  1798»  (3).  Y  bien  es  recor- 
dar aquí,  para  que  se  vea  con  cuánta  ligereza  se  ha  hablado 
de  la  «escasa  cultura»  del  Misionero,  que  ese  mismo  Padre 
Andújar,  «afamado  por  su  mucha  erudición*,  fué  a  morir  misio- 
nando en  Parapara,  regiones  del  Orinoco,  adonde  se  había  tras- 
ladado con  su  «hermosa  librería  y  sus  instrumentos  de  Física»  (4). 

Porque  es  preciso  proclamar  también  que  si  hubo  libros 
entonces  en  Venezuela,  éstos  se  hallaban  solo  en  las  bibliotecas 
de  los  conventos  y  del  obispado,  y  que  no  estaban  allí  esos 
libros  en  inútil  depósito  sino  para  alimentar  la  inteligencia  de  una 
generación  deseosa  de  saber;  la  cual  allí  efectivamente  alcanzó 
toda  la  cultura  clásica  que  ha  dado  justa  fama  a  las  letras  vene- 
zolanas, asi  como  en  las  aulas  ya  dichas  se  adquirió  la  ins- 
trucción científica  que  en  aquellos  tiempos  era  posible  al  vene- 
zolano poseer. 

Yo  sigo  revisando  nuestros  anales  y  hallo  que  solo  un 
viejo  fraile  franciscano,  el  Padre  Puerto,  fue  encontrado  por 
Humbolten  Caracas  poseyendo  algunas  noticias  de  la  astronomía 
moderna;  y  hallo  al  Padre  Sojo,  espíritu  progresista  que  gustrba 
de  dar  buena  acogida  a  los  peregrinos  del  saber,  como  fundador 
entre  nosotros  dei  arte  musical;  y  hallo  que  son  sacerdotes  los 
que  porfían  por  introducir  en  las  cátedras  universitarias  los 
nuevos  métodos  de  enseíianza  filosófica  (5);  y  hallo  que  los  es-* 
tudiantes  encuentran  fuera  del  recinto  universitario,  no  satisfechos 
del  régimen  cancelarial,  cátedras  públicas  en  los  conventos  para 
cursar  sus  estudios;  hallo,  en  fin,  que  en  el  momento  de  entrar 
la  Universidad  en  nuevas  sendas  de  progreso,  surgida  ya  la  pa- 
tria a  vida  independíente,  es  entre  las  manos  de  un  .sacerdote 
ilustre  como  comienza  a  ejercer  esa  fecunda  actividad,  y  es 
bajo  la  autoridad  de  ese  sacerdote  que  se  obtiene  sean  supri- 


(3)  Arístides  Rojas,  Orígenes  Venezolanos,  t  I,  pp.  307  y  310. 

(4)  Ibíd.  p.  318. 

(5)  Cf.  Historia  de  la  üníversidad  Central  de  Venezuela,  por 
el  Dr.  Juan  de  D.  Méndez  y  Mendoza,  t.  I.  pp.  116-18. 


-24- 


midas  las  trabas  que  pudieran  impedir  el  futuro  desenvolvimiento 
del  egregio  Instituto  (6). 

Por  último,  para  completar  esta  rápida  revista  de  la  signifi- 
cación del  clero  como  factor  nada  despreciable  en  el  desarrollo 
de  la  intelectualidad  venezolana,  es  preciso  no  olvidar  que  en 
los  primeros  tiempos  de  la  República  brillaron  en  la  Iglesia  va- 
rones de  cultura  superior  que  ya  en  el  Parlamento,  ya  en  los 
consejos  del  Gobierno,  ya  en  las  cátedras  de  enseñanza,  ya  en 
la  tribuna  sagrada,  ya  en  las  altas  dignidades  eclesiásticas, 
honraron  las  sagradas  vestiduras  y  fueron  nobles  paladines  de 
la  civilización  y  del  patriotismo.  Los  nombres  de  Avila,  Talavera 
y  Garcés,  Alegría,  Espinoza,  Méndez,  Fortique,  tomados  así  al 
azar,  recuerdan  talentos  y  caracteres  poderosos  con  que  podrán 
ufanarse  en  todo  tiempo  los  fastos  de  la  mentalidad  nacional. 

Y  valga  en  elogio  de  todos  lo  que  el  príncipe  de  nuestros 
historiadores  dice  de  aquel  Doctor  José  Antonio  Montenegro,  a 
quien  llama  «el  bueno,  el  afectuoso,  el  sabio,  que  fomentó  las 
reformas  literarias  con  sus  propios  trabajos,  alentó  la  juventud 
estudiosa  con  sus  consejos,  su  ejemplo  y  sus  escasos  bienes  de 
fortuna»  y  tuvo  la  gloria  de  contar  entre  sus  alumnos  y  favo- 
recidos a  los  hombres  que  se  distinguieron  más  en  Venezuela 
por  la  virtud  y  por  la  ciencia  en  aquellos  primeros  días  de  su 
vivir  autonómico  (7). 

Cuanto  he  dicho  hasta  ahora  demuestra  como  en  la  formación 
social  de  Venezuela  no  menos  que  en  el  fomento  de  su  cultura, 
lo  mismo  en  la  época  de  la  colonia  que  en  los  días  de  su  liber- 
tad, ha  tenido  la  Iglesia  una  parte  muy  activa,  pudiendo  con 
toda  verdad  decir  e  que  la  Cruz  ha  presidido  el  proceso  de 
civilización  de  nuestra  patria.  ¿Por  qué,  pues,  se  ha  notado  en 
estas  últimas  décadas  el  empeño  cada  vez  más  insistente  en 
desconocer  esa  influencia  civilizadora  de  la  Iglesia  y  negarle 
toda  eficacia  saludable  a  su  acción  pública,  y  eso  en  nombre 
de  la  ilustración  general,  en  beneficio  de  la  cultura  científica  y 
del  progreso  social?  Yo  creo  que  eso  se  debe  en  mucho  a  un 
principio  de  reacción  excesiva  contra  las  ideas  sociales  del  tiempo 
pasado,  a  un  espíritu  de  imitación  indiscreta  para  aceptar  sin 
reserva  todas  las  teorías  modernas  en  orden  a  la  religión,  al 
prurito  en  fin  de  aparecer  muy  llenos  de  luces  fomentado  por 
el  temor  pueril  de  que  se  nos  juzgue  atrasados  si  hacemos 
profesión  de  buenos  católicos.  Triste  situación  la  de  unos  en- 
tendimientos que  reniegan  de  las  tradiciones  religiosas  de  su 
patria  por  seguir  sugestiones  extréñas,  cuando  lo  glorioso  es- 
taría en  acoger  todos  los  legítimos  progresos  y  apropiarse  todas 
las  verdaderas  conquistas  de  la  ciencia,  enalteciendo  con  ello  el 
patrimonio  de  creencias  que  nuestros  mayores  nos  legaran! 

No  es  que  yo  me  forje  ilusiones:  yo  sé  y  lo  he  dicho  otra 
vez  y  ha  sido  la  preocupación  atormentadora  de  mi  vida,  que 
la  Iglesia  ha  padecido  entre  nosotros  sus  períodos  de  languidez; 


(6)  Cf.  Dr.  Juan  de  D.  Méndez  y  Mendoza,  op.  cit.,  t.  I, 
pp.  359-362. 

(7)  Baralt.  Resumen,  t  l,  p.  429. 


-2S- 


yo  sé  que,  ocupado  en  los  quehaceres  de  un  ministerio  absor- 
bente, nuestro  escaso  clero  no  ha  tenido  ya  tiempo  para  dedi- 
carse con  asiduidad  al  ejercicio  de  una  alta  labor  científica;  yo 
sé  que  ante  el  reclamo  de  las  necesidades  del  servicio  ordinario, 
ios  Prelados  llevaron  a  veces  quizás  demasiado  lejos  su  benig- 
nidad respecto  a  la  excelencia  de  condiciones  en  los  sujetos 
promovidos  al  clericato;  yo  sé,  en  fin,  que  en  el  desconcierto 
de  nuestro  primer  siglo  de  vida  nacional,  la  Iglesia  ha  sufrido 
funestos  contragolpes,  perdiendo  valiosos  elementos,  siendo 
objeto  de  malos  procederes,  obligada  a  soportar  el  sonrojo  de 
bien  poco  gratas  apreciaciones:  pero  nada  de  eso,  que  tampoco 
ha  sido  suerte  exclusiva  del  orden  religioso  entre  nosotros, 
podrá  jamás  echar  por  tierra  la  obra  del  Clero  en  la  civilización 
venezolana,  su  influjo  de  siempre  en  pro  del  bien  público  y  la 
inmanente  virtualidad  de  la  iglesia  para  proseguir  su  obra  bien- 
hechora a  pesar  de  los  obstáculos  que  hayan  obstruido  su  ca- 
mino. 

¿Quiero  decir  acaso  que  todo  progreso  científico  está  vin- 
culado a  la  profesión  de  fé  católica?  No,  la  ciencia  como  tal  no 
es  patrimonio  de  ningún  credo,  pudiendo  muy  bien  existir  en 
todos  los  campos  religiosos;  y  precisamente  por  esto  resulta 
tan  fuera  de  razón  el  intento  de  arrancar  la  fe  de  un  pueblo 
so  pretexto  de  ciencia  y  de  progreso.  La  iglesia  Católica  no 
rechaza  ningún  adelanto  científico :  ella  los  acoge  todos,  de 
todos  se  sirve  y  sus  hijos  tienen  plena  libertad  para  dedicarse 
a  las  sabias  investigaciones,  contribuyendo,  como  contribuyen 
cada  día,  a  aumentar  gloriosamente  el  acervo  de  los  humanos 
conocimientos.  La  iglesia  Católica  solo  pide  al  hombre  de  ciencia 
lo  que  tiene  perfecto  derecho  a  pedirle:  que  respete  sus  dominios 
y  no  invada  una  jurisdicción  qqe  no  le  corresponde,  que  sea 
reservado  en  sus  conclusiones  para  no  fallar  desde  luego  en 
contra  de  la  fé,  definiendo  como  dogmas  científicos  teorías  de- 
ficientes cuya  flaqueza  quedará  a  poco  comprobada;  ya  que  los 
conflictos  aparentes  entre  la  ciencia  y  la  fé  se  resuelven  siempre 
en  harmonía  y  jamás  una  verdad  científica  propiamente  dicha  se 
hallará  en  real  oposición  con  las  verdades  reveladas  perfecta- 
mente bien  entendidas. 

Por  esto,  no  puede  uno  menos  de  indignarse  ante  el  prurito 
de  descatolizar  las  inteligencias  presumiendo  de  ilustrarlas,  ante  el 
conato  de  desprestigiar  la  religión  declarándola  enemiga  de  la 
cultura  de  los  entendimientos.  ¿No  se  da  continuamente  el  espec- 
táculo en  el  seno  de  las  naciones  católicas,  de  una  máxima  cul- 
tura intelectual  y  de  una  enseñanza  literaria  y  científica  que  no 
le  va  en  zaga  a  la  que  se  obtiene  en  cualquiera  otro  medio 
social?  ¿No  tenemos  ante  la  vista  los  más  excelentes  institutos 
de  educación  que,  informados  por  el  espíritu  religioso,  no  ceden 
a  ningún  otro  en  brillo  de  resultados,  y  acogen  todos  ios  pro- 
gresos e  innovaciones  convenientes  a  la  perfección  de  los  mé- 
todos pedagógicos,  y  los  practican  con  notable  éxito  sin  que 
ello  perjudique  en  nada  a  su  religiosidad?  ¿Hay  acaso  un  solo 
sabio  digno  de  este  nombre  que  se  haya  visto  precisado  a 
abandonar  sus  creencias  católicas  por  serle  ellas  obstáculo  para 


-26- 


el  cultivo  de  su  sabiduría?  Ah!  gracias  al  Cíelo,  bien  podemos 
mirar  de  frente  todas  las  conquistas  de  la  ciencia  desde  el  pe- 
destal de  nuestra  fé,  en  la  seguridad  plenísima  de  que  ninguna 
luz  del  saber  humano  será  poderosa  a  desvirtuar  las  claridades 
que  esa  te  irradia  sobre  los  grandes  problemas  que  intercsañ  al 
destino  del  hombre,  y  cuya  solución  por  completo  escapa  a  los 
recursos  de  la  investigación  científica.  Sí,  preciso  es  proclamarlo 
muy  alto,  no  es  la  ciencia  lo  que  hace  al  hombre  incrédulo:  se 
es  incrédulo  o  porque  se  ha  educado  el  hombre  fuera  de  la  re- 
ligión, o  porque  tiene  éste  de  la  religión  una  noticia  harto  su- 
perficial, o  porque  un  saber  limitado  o  postizo  lo  engríe  y  des- 
vanece, o  porque  las  pasiones  insanas  reclamando  una  satisfac- 
ción irracional  repugnan  el  freno  que  la  religión  sola  puede  im- 
ponerles. 

Termino  esta  conferencia  haciendo  votos  por  que  desaparezca 
de  la  atmósfera  mental  de  nuestra  patria  ese  miasma  de  incredu- 
lidad que  perturba  muchos  cerebros  y  trastorna  la  serenidad  de 
muchos  criterios,  ejerciendo  un  influjo  harto  dañoso  en  las  nuevas 
generaciones.  Nuestra  institución  social  está  basada  en  los  prin- 
cipios religiosos,  la  Iglesia  Católica  ha  influido  eficazmente  eri 
el  desarrollo  de  nuestra  civilización  y  hoy,  como  siempre,  su 
acción  es  innegablemente  propicia,  a  pesar  de  ciertas  decadencias^ 
al  aumento  de  la  cultura  nacional.  Desligar  a  la  sociedad  ve-^ 
nezolana  de  su  tradición  religiosa,  junto  con  ser  flagrante'  ingra-1 
titud.  sería  labor  antipatriótica,  ya  que  el  concepto  del  patrio- 
tismo está  vinculado  en  el  apego  a  todas  las  venerables  ins- 
tituciones en  que  se  informaron  las  costumbres  del  pueblo  a  que 
pertenecemos.  Con  ese  razonable  apego  es  perfectamente  com- 
patible el  progreso,  porque  éste,  tratándose  de'  entidades  inva- 
riables, no  puede  darse  sino  en  las  formas  accidentales  que  se 
adaptan  sin  dificultad  a  las  modificaciones  del  tiempo. 

Nada  tienen,  pues,  que  temer  de  las  creencias  religiosas 
los  espíritus  cultivados;  antes  bien  les  cumple  honrar  con  su 
ilustración  la  fe  que  nuestros  antepasados  nos  legaron,  esa  fe  en 
la  cual  solo  hallarán  el  resorte  de  su  buena  conducta  privada  y 
pública  y  en  que  está  toda  la  garantía  del  orden  y  de  la  felicidad 
social. 

En  la  próxima  conferencia  consideraré  bajo  esta  faz  de  su 
influjo  moral  la  obra  de  la  Iglesia  en  nuestro  pais. 


TERCERA  CONFERENCIA 


LA  IGLESIA  Y  SU  INFLUJO  MORAL 

La  influencia  más  propia  de  la  Religión  se  ejerce  induda- 
blemente en  el  orden  de  las  costumbres,  y  nadie  hasta  hoy  ha 
podido  negar  que  el  cristianismo  prescribe  al  hombre  una  dis- 
ciplina moral  perfectisima,  capaz  de  elevarlo  al  más  alto  grado 
de  austeridad,  promoviendo  en  la  sociedad  un  reinado  ideal  de 
rectitud  y  limpieza  de  conciencia.  Si  acaso  alguna  critica  ha 
suscitado  el  sistema  moral  del  Evangelio  habrá  sido  la  de  ha- 
llársele demasiado  perfecto,  la  de  no  condescender  con  las  fla- 
quezas de  la  humanidad,  la  de  su  contradicción  en  muchos  casos 
con  la  conducta  de  quienes  lo  profesan;  pero  nadie  negará  tam- 
poco que  la  moral  cristiana  ha  tenido  siempre  en  el  mundo  los 
más  cumplidos  practicadores  y  que  esos  ejemplares  nada  escasos 
de  la  perfección  moral,  hallados  en  todas  las  categorías  sociales, 
ejerciendo  un  influjo  eficacísimo  sobre  la  gran  masa  de  los  fieles, 
han  contribuido  poderosamente  a  establecer  el  prestigio  del  bien 
en  el  desarrollo  de  las  costumbres  públicas.  Y  eso  es  cabalmente 
lo  que  se  llama  civilizar,  pues  la  civilización  no  tanto  consiste  en 
los  adelantos  materiales  cuanto  en  el  progreso  espiritual:  aquéllo 
es  lo  secundario,  ésto  es  lo  principa];  aquéllo  constituye  el  es- 
plendor y  atavío  sin  duda  muy  deseable  de  la  civilización,  ésto 
constituye  la "  civilización  en  sí  misma  y  faltando,  a  pesar  de 
todo  brillo  exterior,  los  pueblos,  sufren  decadencia  y  la  ruina 
habrá  de  ser  su  suerte  inevitable.  La  Justicia,  esto  es,  la  rectitud 
moral,  lía  dicho  el  Espíritu  Santo,  eleva  a  la  nación;  mas  el  pe- 
cado hace  miserables  a  los  pueblos  (1). 

¿Cómo  no  reconocer,  pues,  desde  el  primer  momento  la 
importancia  capital  que  las  costumbres  cristianas  tienen  para  la 
vida  de  los  pueblos?  Y  si  se  considera  que  la  implantación  de 
esLÜS.  costumbres  fue  en  nuestra  patria,  como  lo  ha  sido  en  todas 
partes,  la  solicitud  perenne  de  la  Iglesia  ¿cómo  no  admitir 
la  influencia  decisiva  de  ésta  en  la  obra  de  nuestra  civili- 
zación? 

La  .religión  ha  sido  el  fundamento  del  hogar  venezolano. 
Bendecido  y  áfirmado  por  ella,  ese  hogar  se  erigió  siempre  como 
un  santuario  de  virtudes,  para  el.  cumplimiiento  de  deberes  sa- 
cratísimos, con  la  conciencia  de  las  más  graves  responsabilidades 
contraídas  ante  Dios  y  en  capacidad  de  realizar  santamente  todos 
los  sacrificios  que  las  vicisitudes  de  la  vida  pudieran  imponer. 

Por  esto  en  ese  hogar  se  rindió  siempre  culto  a  los  grandes 


(1)   Prov.  XIV,  34. 


-28- 


sentimíentos  que  dignifican  al  hombre,  y  de  éí  salieron  los 
fuertes  caracteres  que  en  los  días  épicos  de  nuestra  existencia 
nacional  ilustraron  con  virtudes  civicas  el  nombre  de  la  patria. 
Los  fundadores  del  hogar  venezolano  estuvieron  muy  lejos 
de  ignorar  que  toda  la  grandeza  y  excelencia  de  esta  institixión 
tiene  su  apoyo  en  Dios,  y  que  es  del  Cielo  de  donde  proviene  para 
la  familia  toda  la  auréola  que  la  santifica,  todo  el  prestigio  que 
hace  siempre  amables  los  sagrados  nexos  por  ella  establecido?. 
Nuestros  padres  estuvieron  bien  penetrados  de  que  su  función 
augusta  los  constituía  sacerdotes,  para  ofrecer  a  Dios  votos 
y  preces  en  favor  de  aquellos  que  el  mismo  Dios  ponia  bajo  su 
autoridad,  y  por  esto  no  se  desdeñaban  de  cumplir  sus  deberes 
religiosos;  los  constituía  profetas,  para  dar  a  sus  hijos  leccioi.es 
de  porvenir,  interpretándoles  las  enseñanzas  del  pasado  y  di- 
rigiéndoles el  juicio  sobre  el  movimiento  de  las  cosas  presentes, 
y  por  esto  huyeron  de  la  vana  superficialidad  para  formar  hom- 
bres capaces  de  continuar  una  noble  tradición  social;  los  cons- 
tituía reyes,  para  dirigir  a  los  suyos,  dirigiéndose  ellos  mismos, 
hacia  la  eternidad,  y  por  esto  practicaban  la  austeridad  de 
costumbres  y  disciplinaban  su  conducta  para  servir  de  ejemplares 
vivientes  a  aquellos  que  tenían  obligación  de  educar. 

Yo  atribuyo  a  esa  austera  educación,  imbuida  en  todas  las 
graves  ideas  que  el  cristianismo  profesa,  la  fuerza  de  carácter  y 
la  magnanimidad  de  acciones  que  brillaron  en  los  hombres  qué 
nos  hicieron  patria,  a  pesar  de  cualesquiera  descarríos  de  pasión 
o  influjo  fatal  de  doctrinas  filosóficas.  Sí,  aquellos  varones 
preclaros,  como  ha  dicho  el  más  ilustre  de  nuestros  historia- 
dores (2)  de  uno  de  nuestros  más  esclarecidos  patricios,  dotados 
de  alma  fuerte  y  profundo  apego  a  la  religión,  consiguieron 
cerrar  su  corazón  a  las  erróneas  doctrinas  morales  del  filosofis- 
mo, mientras  que  prendados  de  los  nuevos  ideales  políticos 
quisieron  hacer  de  ellos  la  base  de  nuestro  régimen  gubernativo. 
Por  eso  la  religión  católica  no  fue  en  manera  alguna  desco- 
nocida sino  altamente  proclamada  por  los  fundadores  de  nuestra 
nacionalidad,  por  eso  realizaron  ellos  sacrificios  tan  heroicos 
e  hicieron  tanto  alarde  de  abnegación  en  el  curso  de  su  afdüá 
empresa,  por  eso  se  expi'ica  aquella  ilusión  de  ideologismo  (3) 
con  que  renunciaron  a  sus  privilegios  y  consagraron  sus  riquezas 
y  su  vida  a  promover  la  libertad  de  sus  conciudadanos. 

Permitidme,  pues,  repetir  aquí  lo  que  en  otra  ocasión  escribí 
porque  ello  constituye  la  concretación  de  mi  pensamiento  al 
respecto:  *Venezuela'se  formó  socialm¿nte  bajo  el  magisterio  de 
«la  iglesia  Católica,  y  en  virtud  de  ese  magisterio  tuvimos  un 
<^pueblo  morigerado,  en  donde  la  honestidad  de  costumbres  halló 
«cultivadores,  en  donde  el  hogar  fue  santuario,  en  donde  las 
«necesarias  diferencias  sociales  estuvieron  admirablemente  sua- 
«vizadas  por  el  sentimiento  augusto  de  la  fraternidad  cristiana, 
«muy  superior  en  eficacia  a  todos  los  modernos  humanitarismos, 
«y  en  donde  todas  las  virtudes  cívicas,  que  no  pueden  forjarse 


(2)  líaralt.  Resumen,  1. 1,  p.  430. 

(3)  Cf.  Gil  Fortoul. ///s^  Const,      I,  p.  91. 


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«sino  al  calor  de  la  fe  en  las  realidades  trascendentales,  hallaron 
«egregios  paladines  que  realizaran  en  su  honor  limpísimas  ha- 
«zañas»  (4). 

Diríase  que  aquellos  padres  de  la  Patria  comprendieron  muy 
bien  la  suprema  importancia  que  para  el  orden  social  dentro  del 
régimen  democrático  tienen  los  principios  religiosos,  cuando  en 
el  Acta  de  la  Independencia  inscribieron  como  el  primero  de  sus 
deberes  el  creer  y  defender  la  Santa,  Católica  y  Apostólica  re- 
ligión de  Jesucristo.  «Una  democracia,  en  efecto,  según  la  vieja 
palabra  de  Polibio,  es  un  estado  en  donde  vive  la  Religión  y,  por 
la  Religión,  la  autoridad  de  la  familia,  el  respeto  de  los  ancianos, 
la  obediencia  a  las  leyes  y  la  sumisión  verdadera  de  todos  a  la 
autoridad  general  de  la  mayoría»  (5).  Y  yo  os  digo,  todo  eso, 
religión,  espíritu  de  familia,  respeto,  obediencia,  nadie  puede 
predicarlo  eficazmente  sino  la  Iglesia  Católica.  Si,  mientras  nicás 
agitada  se  halle  la  sociedad,  mientras  más  perturbada  esté,  mien- 
tras mayor  número  de  libertades  acepte  en  su  seno,  mayor  nece- 
sidad tendrá  del  Cristianismo  y  de  las  virtudes  que  él  inspira, 
más  forzada  ce  verá  a  echarse  en  sus  brazos,  más  apreciará  y 
llamará  en  su  auxilio  la  tranquila,  serena,  omnipotente  virtud  de 
la  Religión  y  de  la  Iglesia. 

Tenemos  la  satisfacción  de  que  en  este  punto  no  han  sido 
los  adversarios  del  Catolicismo  los  que  menos  claro  han  visto 
y  con  menos  elocuencia  pregonado  las  excelencias  de  la  religión 
como  sustentáculo  de  la  moral  pública  y,  por  ende,  la  subsis- 
tencia perenne  de  ella  en  el  seno  de  las  naciones.  El  fundador  de 
la  escuela  crítico-positivista  contemporánea,  uno  de  los  ingenios 
más  brillantes  de  nuestra  época,  ha  escrito  la  siguiente  página 
que  condenso,  y  la  cual  verdaderamente  honra  a  la  f  nura  de  su 
criterio: 

«Hoy  como  ayer,  el  Cristianismo  va  efectuando  su  obra 
«de  reemplazar  en  todas  partes  el  egoísmo  por  el  amor  del 
«prójimo.  Ni  su  substancia  ni  su  empleo  han  cambiado.  El  es 
^todavía  el  órgano  espiritual,  el  gran  par  de  alas  indispensable 
«para  levantar  al  hombre  sobre  sí  mismo,  sobre  su  vida  rastrera 
«y  sus  hori.íontes  limitados;  para  conducirle  al  través  de  la 
«paciencia,  la  resignación  y  la  esperanza  hasta  la  serenidad  ; 
«para  llevarle,  más  allá  de  la  templanza,  la  pureza  y  la  bondad, 
«ha>ta  el  desasimiento  y  el  sacrificio.  Donde  quiera  y  siempre, 
«al  faltar  esas  alas,  las  costumbres  privadas  o  públicas  se  degra- 
«dan:  el  egoísmo  brutal  y  calculador  recobra  en  seguida  el  as- 
«cendiente,  la  crueldad  y  la  sensualidad  despliegan  toda  su  au- 
«dacia,  la  sociedad  viene  a  parar  en  hervidero  de  todas  las  co- 
«rrupciones.  Cuando  ha  contemplado  úno  de  cerca  ese  espec- 
«táculo,  puédese  valorar  lo  aportado  por  el  Cristianismo  a  nues- 
«tras  sociedades  modernas;  lo  que  en  ellas  ha  introducido  en 
«materia  de  pudor,  de  mansedumbre,  de  humanidad;  lo  que  en 
«ellas  ha  mantenido  respecto  de  honradez,  de  buena  fe  y  de  jus- 
«ticia.  Ni  la  razón  filosófica,  ni  la  cultura  artística  y  literaria,  ni  el 


(4)  Patria  e  Iglesia.    La  /?í?//^/d/7,  5  de  julio  de  1911. 

(5)  Pohblo.—Annal.,  L.,  N^^  1. 


^30- 


«mismo  honor  feudal,  militar  y  caballeresco,  ningún  código,  nin- 
«guna  administración,  ningún  gobierno,  es  capaz  de  suplirle  en  ese 
«servicio»  (6). 

¿Qué  puede  efectivamente  dar  en  cambio  de  la  influencia 
religiosa  todo  otro  orden  de  principios  para  el  temple  de  ios 
ánimos  y  para  la  moralidad  social?  Yo  pongo  el  oído  a  los 
nuevos  sistemas  que  se  nos  ofrecen  para  la  formación  moral  del 
ciudadano,  y  atiendo  luego  a  sus  resultados  prácticos,  sin  en- 
contrar, nada  que  a  dichos  sistemas  pueda  recomendar:  no  son 
esos  ideologismos  capaces  de  ilusionar  para  el  sacrificio,  sino 
prestos  siempre  a  ceder  ante  el  reclamo  del  interés  personal,  a 
declararse  vencidos  ante  las  imposiciones  del  más  grosero 
egoísmo.  Yo  vuelvo,  por  el  contrario,  los  ojos  hacia  los  princi- 
pios religiosos  y  considero  su  actual  eficacia  en  la  dirección  de 
la  conducta,  y  encuentro  que  a  pesar  de  un  aflojamiento  inne- 
gable de  la  energía  moral,  a  pesar  de  mucha  burda  falsificación 
de  religiosidad,  es  siempre  allí  donde  la  religión  se  respeta,  dónde 
las  bellas  virtudes  se  practican,  dónde  brilla  la  pureza  de  con- 
ciencia, dónde  la  rectitud  de  procederes  tiene  secuaces,  dónde, 
en  fin,  son  capaces  todavía  de  producirse  los  grandes  gestos 
morales  que  salvan  la  dignidad  humana  y  redimen  de  la  ignominia 
a  las  sociedades. 

Ah!  importa  sobremanera  no  perder  de  vista  ese  hecho,  si  es 
que  se  tiene  verdadero  amor  de  la  patria  y  se  quiere  poner 
eficaz  contrapeso  al  desastre  moral  que  el  desbordamiento  de 
las  concupiscencias  provoca  en  el  seno  de  los  pueblos.  No  es 
posible,  en  efecto,  negar  que  el  aumento  de  comodidades  y 
goces  que  ofrece  hoy  el  progreso  científico  e  industrial,  envuelve 
una  de  las  más  formidables  tentaciones  a  la  honradez  de  proce- 
deres y  a  la  honestidad  de  las  costumbres.  Poned,  pues,  al 
hombre  en  presencia  de  la  atracción  que  los  triunfos  de  ese 
progreso  necesariamente  causan,  y  privadlo  al  mismo  tiempo  de 
la  fuerza  de  resistencia  indispensable  para  no  disfrutar  sus 
ventajas  sino  por  medios  lícitos  y  solo  en  proporción  de  esos 
medios,  y  veréis  desarrollarse  dentro  de  la  sociedad  espectáculos 
harto  degradantes  para  la  personalidad  humana,  y  veréis  con 
el  decaimiento  de  las  grandes  virtudes  públicas  precipitarse  las 
naciones  en  el  abismo  de  la  ruina.  Entonces  aparece  entre  los 
hombres  la  predilección  por  el  bienestar,  que  imprime  su  sello 
en  toda  la  vida  privada,  «en  el  amor  de  la  familia,  en  la  regulari- 
dad de  las  costumbres,  en  el  respeto  a  las  creencias  religiosas  y 
aun  en  la  práctica  tibia  y  asidua  del  culto  establecido,  predilec- 
ción que  permite  quizás  todavía  la  honradez  pero  que  prohibe 
el  heroísmo,  sobresaliendo  en  formar  hombres  correctos  y  co- 
bardes ciudadanos».  Entonces  abunda  sobre  todo  esa  categoría 
de  hombres  a  quienes  el  simple  bienestar  no  satisface  y  que 
han  menester  del  goce  sin  medida;  hombres  en  quienes  una  sed 
insaciable  de  oro  se  despierta  como  consecuencia  natural  de 
esa  avidez  de  placeres,  precipitándose  en  ellos  los  deseos,  sin 


(6)  H.  Taine.  Les  origines  de  la  France  contemporaine:  le 
régime  modernc,  t.  II,  pp.  118  y  119. 


-31  - 


regla  y  sin  término,  hacia  todo  lo  que  promete  ese  oro,  única 
nobleza  ya,  único  honor,  sola  consideración,  objeto  supremo 
de  la  vida.  Imaginad  ahora  los  excesos,  las  bajezas,  las  in- 
justicias, los  eclipses  de  conciencia  necesarios  para  alcanzar 
semejante  fin  y  alcanzarlo  sin  tardanza,  y  considerad  luego 
adonde  iría  a  parar  pronto  una  sociedad  en  cuyo  seno  no  exis- 
tiera el  espíritu  de  verdadero  sacrificio,  que  solo  la  divina 
religión  procura.  Porqus  no  hay  remedio,  la  ley  del  sacrificio  es 
ineludible  sobre  la  tierra:  o  se  sacrifica  el  placer,  el  bienestar, 
la  vida  misma  para  guardar  incólume  la  integridad  moral,  o  se  sa- 
crifica esta  integridad,  virtud,  honra,  nombre,  todo,  en  aras  del 
bienestar,  del  lujo  y  del  placer.  Lo  que  hay  que  buscar  primero 
es  lo  que  da  personalidad  a  los  pueblos,  y  lo  que  da  perso- 
nalidad a  los  p  jeblos  es  la  elevación  de  los  pensamientos,  la  be- 
lleza de  los  sentimientos,  la  grandeza  heroica  de  los  caracteres. 
Lo  demás  es  aquella  «aíiadidura»  que  el  Evangelio  ofrece  cuando 
exhorta  al  hombre  a  buscar  ante  todo  «el  reino  de  Dios  y  su 
justicia».  Pero  ¿qué  queréis  que  resulte  cuando  no  se  busca 
sino  la  añadidura  dejando  no  solo  en  olvido  sino  hasta  en  el 
mayor  desprecio  ib  que  debe  ser  primero? 

Yo  os  digo,  pues,  en  verdad,  guardaos  muy  bien  de  sustraer 
Vuestras  conciencias  de  los  dictámenes  de  la  moral  religiosa :  la 
Iglesia  Católica  es  la  única  que  tiene  en  el  mundo  el  poder  di- 
vino de  moderar  los  desenfrenos  del  corazón  humano  :  cualquier 
otro  principio  que  se  intente  sustituirle  es  del  toJo  ineficaz  y 
aun  contraproducente.  Nuestra  patria  fue  formada  en  las  pres- 
cripciones de  esa  moral,  y  si  algo  tiene  derecho  a  sentir  es  solo 
el  que  sus  ciudadanos  no  hayan  siempre  ajustado  a  ellas  su 
conducta.  Introducid  en  seguida  cuantos  progresos  queráis  en 
los  demás  órdenes  y  nada  tendréis  que  temer:  la  moderación 
será  el  sello  de  nuestra  vida  social,  cada  cual  permanecerá  en 
el  puésto  que  le  corresponde,  gozando  de  su  parte  de  felicidad 
con  el  debido  sosiego,  y,  aplacado  el  insano  furor  de  las 
codicias,  el  proceso  ascendente  de  las  aptitudes  se  efectuará  sin 
saltos  regresivos  ni  perturbadores  choques,  todo  lo  cual  redun- 
dará indiscutiblemente  en  dicha  y  gloria  de  la  m.isma  patria.  De 
otro  modo  yo  no  podría  exhalar  sino  lúgubres  lamentaciones  sobre 
nuestra  futura  suerte,  y  contemplando  una  catástrofe  más  o 
menos  próxima,  repetiros  esta  sentencia  de  un  célebre  escritor  (7), 
con  la  cual  quiero  terminar  la  presente  conferencia: 

Aun  cuando  triplicárais  la  velocidad  de  vuestros  ferrocarriles, 
aun  cuando  os  sirviérais  de  vehículos  todavía  más  rápidos  y 
admirables,  aun  cuando  peifeccionárais  vuestras  alas  surcando  sin 
peligro  alguno  los  espacios  aéreos,  aun  cuando  hubiérais  de 
eclipsar  con  vuestros  futuros  descubrimientos  todo  lo  que  hoy 
os  llena  tanto  de  orgullo;  si  no  resucitáis  a  Dios  en  las  almas, 


(7)  Mgr.  Bou^auc^.  Le  Christianisme  et  Ies  temps  présents, 
t.  I,  p.  269. 


-32- 


si  no  restablecéis  en  ellas  la  adoración,  la  plegaria,  el  sacrificio, 
el  desinterés,  el  desprecio  de  la  tierra,  perderéis  la  sociedad,  pre- 
cipitándola en  uno  de  esos  abismos  que  son  mitad  fango  y  mitad 
sangre! 

En  la  próxima  conferencia  os  expondré,  conforme  a  mi  ma- 
nera de  ver  las  cosas,  el  estado  actual  de  la  influencia  religiosa 
en  la  civilización  venezolana. 


CUARTA  CONFERENCIA 


LA  ACTUALIDAD  RELIGIOSA  EN  VENEZUELA 

En  la  rápida  revista  que  he  venido  pasando  de  los  beneficios 
que  nuestra  patria  debe  a  la  Iglesia  Católica,  habéis  podido  notar 
que,  sin  desconocer  yo  ciertas  deficiencias  debidas  a  causas 
extrínsecas  y  no  imposibles  de  remediar,  la  impresión  que  me 
resulta  es  completamente  satisfactoria.  Sí,  Venezuela  no  tiene  mo- 
tivo ningimo  para  quejarse  de  haber  surgido  a  la  vida  civilizada 
en  brazos  del  catolicismo;  y  hoy,  en  la  plena  actividad  de  su 
vida  nacional,  en  el  empuje  magnífico  de  su  aspiración  hacia  el. 
ideal  perfecto  de  un  pueblo  consciente,  no  lo  hay  tampoco  para 
desestimar  el  valor  de  la  influencia  religiosa  ni  para  sustraer  este 
elemento  piincipalísimo  de  entre  los  que  contribuyen  a  esa  for- 
mación de  nuestra  conciencia  social.  Yo  intento  en  esta  última 
conferencia  hablaros  de  esa  importancia  actual  del  catolicismo 
en  el  desarrollo  de  la  cultura  patria,  para  poner  así  justo  remate 
a  la  obra  que  me  propuse  con  estas  disertaciones. 

Permitidme  ante  todo  asentar  que  la  Iglesia,  al  reivindicar  sus 
sagradas  prerrogativas,  ha  sido  entre  nosotros  un  noble  ejemplar 
de  entereza  y  una  alta  enseñanza  de  protesta  contra  las  vulnera- 
ciones de  la  justicia.  Reconocida  desde  el  primer  momento  por 
el  Estado  en  posesión  de  sus  derechos  como  religión  del  país  y 
en  la  plenitud  de  facultades  que  le  incumbe  para  ejercer  su  juris- 
dicción espiritual  con  la  debida  amplitud,  circunstancias  fatales 
vinieron  pronto  a  producir  violentos  choques  entre  esas  dos 
potestades,  perjudicando  a  la  mutua  harmonía  y  creándola  la 
Iglesia  una  situación  difícil  en  presencia  del  Poder  constituida. 
No  es  esta  la  ocasión  de  fallar  acerca  de  los  motivos  que  provo- 
caron aquellos  conflictos  y  de  la  manera  como  se  procedió  en  su 
mantenimiento  o  solución;  la  historia  hará  el  reparto  equitativo 
de  responsabilidades,  y  puestos  a  un  lado  los  apasionamientos, 
dirá  hasta  qué  punto  fueron  suficientes  aquellos  motivos  o  discre- 
tos aquellos  procederes.  Pero  una  cosa  es  indudable:  que  los 
Prelados  y  sacerdotes  que  fueron  actores  en  dichos  conflictos 
obra  ron  por  dictamen  de  conciencia,  que  fue  la  causa  sublime 
del  decoro  de  la  Iglesia  lo  que  ellos  tuvieron  en  mira  defender, 
y  que  por  tanto  su  actitud  altiva  en  tales  coyunturas  y  la 
firme  constancia  con  que  sobrellevaron  los  infortunios  consi- 
guientes, fueron  muestra  sublime  de  abnegación  y  de  patriotismo. 
Yo  saludo  desde  esta  cátedra  a  esas  figuras  egregias  de  Prelados 
y  sacerdotes  que  en  el  curso  tormentoso  de  nuestra  vida  nacio- 
nal representan  la  falanje  heroica  de  los  perseguidos  por  amor 


-34- 


a  la  justicia;  yo  honro  aquí  la  memoria  de  esos  gallardos  pala- 
dines que  no  vacilaron  en  sacrificarse  per  la  dignidad  déla 
iglesia,  y  recordando  que  hubo  entre  ellos  varones  con  aptitudes 
preciaras  de  entendimiento  y  corazón  que  pudieran  continuar  la 
prestigiosa  tradición  social  de  nuestro  clero,  lamento  las  causas 
que  troncharon  en  flor  tan  bellas  esperanzas,  impidiendo  además 
por  largo  tiempo  aquella  «selección»  y  aquel  «esfuerzo  depura- 
dor» tan  indispensable  en  el  seno  de  la  Iglesia  como  en  el  seno 
de  las  democracias,  paia  la  eficacia  de  su  obra  y  la  efectividad  de 
sus  beneficios. 

Pero  la  Iglesia  jamás  sucumbe  y  ella  se  alza  pronto  de  sus 
postraciones,  merced  a  su  inmanente  vitalidad  indefectible,  para 
continuar  eficazmente  su  obra  espiritual  en  medio  de  la  sociedad 
que  tuvo  la  dicha  de  ser  por  ella  educada.  lunca  faltó  entre 
nosotros,  ni  aun  en  los  períodos  más  críticos  de  persecución 
o  de  decaimiento  para  la  Iglesia,  el  apego  tenaz  de  nuestro  pueblo 
a  sus  creencias  religiosas  o  el  representante  autorizado  y 
digno  de  la  austeridad  y  de  la  cultura  en  nuestro  clero.  Vene- 
zuela supo  siempre  separar  la  cuestión  religiosa  de  todas  sus 
luchas  intestinas  y  los  mismos  conflictos  a  que  antes  me  referí, 
siendo  más  bien  de  significación  personal  que  de  valor 
trascendente,  no  perjudicaron  a  la  unidad  de  la  fe  ni  enardecieron 
los  odios  domésticos  entre  nuestros  conciudadanos.  La  Iglesia,  a 
Dios  gracias,  ha  guardado  siempre  en  su  maternal  gremio  a  todos 
los  hijos  de  esta  amada  patria,  manteniendo  así  un  vinculo 
divino  de  fraternidad  nacional  que  prevalece  sobre  todo  rencor 
de  facciones  políticas,  sirviendo  al  fin  para  que  todos  los  vene- 
zolanos se  encuentren  dentro  de  una  misma  familia,  disfruten  de 
unos  mismos  bienes  espirituales,  participen  de  unas  mismas 
sagradas  bendiciones.  Es  cierto  que  ha  habido  y  hay  entre 
nosotros  quienes  hanse  colocado  ante  la  Iglesia  en  actitud  de 
rebeldía  alardeando  de  profesar  los  principios  más  radicales,  como 
dicen,  en  materia  religiosa,  pero  notad  bien  que  "iWos  pertenecen 
tanto  3  las  unas  como  a  las  (*tras  parcialidades  y  por  consiguiente 
no  son  sino  individuos  particulares  representantes  de  un  crite- 
rio puramente  personal,  que  en  manera  ninguna  expresa  una 
doctrina  de  partido,  por  más  que  alguna  vez  hayan  querido 
ellos  mismos  asumir  esa  alta  personería:  ellos  no  son,  en  suma, 
sino  hijos  descarriados  o  pródigos  de  la  Iglesia,  como  siempre 
los  habrá,  y  que  en  su  mayor  parte,  pasado  el  espejismo  de  la 
vanidad,  del  respeto  humano  o  de  la  falsa  ciencia  que  los  des- 
lumhra, restitúyense  de  nuevo  al  regazo  de  esta  Madre  aman- 
tisima. 

No,  entre  nosotros  no  existe  la  división  social  desde  el  punto 
de  vista  religioso:  nuestros  pocos  incrédulos,  por  más  que  se 
cuenten  en  las  filas  de  lo  que  se  llama  la  intelectualidad  vene- 
zolana, no  pueden  caracterizar  en  esto  a  la  sociedad,  la  cual, 
por  lo  contrario,  cúrase  bastante  poco  desús  desatinos  y  compa- 
deciendo sus  alardes  de  impiedad,  solo  atiende  al  valor  que  en 
los  otros  órdenes  de  importancia  tengan  ellos  en  su  seno.  Hase 
notado  que  hay  entre  n  )sotros  una  verdadera  resistencia  al  error 
en  materia  religiosa,  y  es  esta  una  observación  exacta:  el  buen 


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mentido  de  nuestro  pueblo,  creado  por  la  educación  profunda- 
mente cristiana  que  trae  desde  su  origen  y  la  cual  ha  sobrena- 
dado en  todos  nuestros  naufragios  sociales  y  políticos,  le  ha 
hecho  comprender  siempre  mu>  bien  que  no  es  en  sus  sagradas 
creencias  donde  puede  hallarse  obstáculo  para  el  desarrollo  del 
progreso  nacional,  que  ninguno  de  los  males  que  ha  sufrido 
provínole  de  su  amor  a  Jesucristo  y  a  la  Iglesia,  que  son  muy 
pocas  las  garantías  que  le  brindan,  para  promover  su  felicidad, 
ios  que  intentan  seducirlo  hiriéndolo  en  el  amor  propio  al  acu- 
sarlo de  fanatismo  y  superstición,  y  que  cualesquiera  defectos 
en  el  ejercicio  del  ministerio  eclesiástico  que  puedan  comprobarse, 
son  pasajeros  y  fácilmente  remediables,  como  de  continuo  la 
Iglesia  misma  los  remedia,  sin  que  ello  perjudique  en  nada  a  la 
excelencia  y  santidad  de  la  religión.  Por  esto  Venezuela  persiste 
tranquila  en  la  posesión  de  su  fe  católica,  a  pesar  de  la  algazara 
que  a  veces  levantan  los  d3  la  exigua  mesni Ja  sectaria;  por  esto 
se  inquieta  poco  del  daiio  que  alguna  vez  hagan,  en  la  seguridad 
de  repararlo  en  seguida;  por  esto  resultará  siempre  exótico  en 
nuestro  país  el  elemento  de  disidencia  religiosa  que  en  su  suelo 
quiera  sembrarse. 

Llegado  a  este  punto,  permítaseme  rendir  justiciero  testimo- 
nio a  los  gobiernos  de  la  República,  por  el  feliz  acuerdo  que 
tuvieron  siempre  de  atender  a  ese  reclamo  religioso  del  país,  coo- 
perando en  obras  que  meior  sirviesen  a  la  saludable  influencia  de 
la  Iglesia  en  el  seno  del  listado,  prestando  gustosos  auxilio  a  las 
necesidades  del  culto,  no  desligándose  en  fin  de  sus  buenas  rela- 
ciones con  la  misma  Iglesia  aun  al  introducirse  en  la  legislación 
cultual  patria  principios  que  parecieran  exigidos  por  una  mayor 
expansión  del  progreso  material. 

Tal  es  la  verdadera  situación  religiosa  de  Venezuela:  por  esto 
ella  choca  al  criterio  de  muchos  que  consideran  las  cosas  desde 
afuera  sin  darse  cuenta  exacta  de  nuestro  medio  social;  por  esto 
para  el  sectarismo  envanecido  constituye  un  estado  de  languidez 
impropicio  a  las  grandes  conmociones  sagradas;  por  esto  otros  la 
consideran  como  un  fenómeno  raro  en  nuestros  días  y  un  estado 
ideal  para  el  catolicismo  en  un  pueblo;  por  esto  yo  declaro  que 
realmente  es  ella  una  situación  muy  a  propósito  para  que  la  Iglesia 
ejerza  su  acción  civilizadora,  a  condición  tan  solo  de  tener  en  su 
seno  sujetos  cada  vez  más  aptos,  por  la  excelencia  de  su  espíritu 
y  la  alteza  de  su  patriotismo,  para  hacerlo  hermosamente. 

¿Qué  nos  dice  la  estadística  actual  del  progreso  religioso  en 
níjestro  país?  Algunas  de  las  prácticas  antiguas  de  nuestra  reli- 
giosidad podrán  haber  desaparecido,  pero  no  con  ellas  ha  desa- 
parecido su  espíritu;  en  cambio  otras  prácticas  no  menos  excelen- 
tes las  han  sustituido,  y  mi  opinión  es  que,  a  pesar  de  muchas  de- 
ficiencias, estamos  mejor  al  respecto  que  antes:  es  un  optimismo 
que  espero  conpartiréis  conmigo:  tenemos  una  piedad  si  no  más 
sólida  más  activa,  bien  que  no  le  falte  su  inevitable  dosis  de  fri- 
volidad; una  instrucción  religiosa  más  generalizada  y  más  extensa, 
tanto  en  lo  elemental  como  en  lo  secundario,  lo  que  hace  más  fácil 
el  sostenerse  en  las  creencias  y  menos  daííoso  el  contacto  de  las 
ideas  hostiles;  una  prensa  católica,  exigua  si  se  quiere,  pero  que 


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no  desempeña  mal  su  on'cio  cuando  es  preciso  enfrentarse  al 
error  o  alertar  conUa  la  infiltración  de  doctrinas  perniciosas;  ins- 
tituciones de  enseñanza,  de  caridad,  de  culto  y  celo  apostólico 
que  difunden  sus  saludables  efectos  en  la  sociedad,  contribuyendo 
muy  eficazmente  a  mantener  en  ella  el  suave  olor  de  Jesucristo;  un 
cl  .ro,  en  fin,  que  va  esforzándose  en  po  derse  a  la  altura  de  su  mi- 
sióri  y  corresponder  por  las  obras  de  su  ministerio  a  las  exigencias 
del  tiempo  en  que  vivimos. 

¿Que  hay  que  luchar  y  que  es  preciso  tener  en  cuenta  la  ta- 
rea hostilizadora  de  la  incredulidad  y  de  la  desmoralización?  La 
iglesia  no  temió  jamás  la  lucha;  es  en  medio  del  combate  cuan- 
do mejor  rearzi  s  i  obra  porque  entonces  los  operarios  no  duer- 
men. V  nadie  dirá  jamás  qae  el  ideal  de  ella  fuisa  reprimir  la  ac- 
tividad razonable  de  sus  hijos  para  poder  mantenerlos  en  su  se- 
no. No,  la  Iglesia  es  la  vida  espiritual  para  la  hu  nanidad  y  debien- 
do infu.idirle  esa  vida  en  todos  los  períodos  de  la  duración,  adapta 
plena:n?nte  la  forma  de  su  influjo  y  el  carácter  de  sus  institucio- 
nes, a  las  urgencias  sociales  de  cada  época.  Yo  me  reiría  de  los 
que  tuviesen  como  supremo  desiderátum  para  nuestra  vida  religio- 
sa el  volver  a  aquella  inercia  patriarcal  de  los  días  de  la  Colonia, 
imaginándose  buenamente  que  aquel  rumbo  tradicional  de  festi- 
vidades y  holgorios  religiosos  constituye  todo  lo  deseable  en  la 
materia  y  que  terminado  eso  ya  no  tiene  la  Iglesia  más  nada  que 
hacer  en  esta  tierra.  Por  fortuna,  todavía  no  cuento  edad  suficiente 
para  aferrarme  como  un  náufrago  a  los  recuerdos  del  pasado  y, 
sentado  de  espaldas  al  presente,  añorar  las  excelencias  irreem- 
plazables del  tiempo  ido;  no,  yo  no  reniego  de  mi  tiempo,  reco- 
nociendo y  todo  como  el  primero  sus  defectos;  yo  miro  además 
de  cara  al  porvenir,  en  la  seguridad  plena  de  que  nos  traerá 
bien,  porque  la  Iglesia  no  tendrá  nunca  que  declararse  en  banca- 
rrota en  presencia  de  los  progresos  del  mundo. 

¿Qué  necesitamos  para  que  tan  gratos  presagios  se  cumplan? 
Que  todos  los  elementos  religiosos  de  nuestra  patria  se  adunen 
para  mantener  y  llevar  adelántela  divina  labor,  cada  uno  en  el 
orden  y  sitio  que  le  corresponde,  archivándose  con  la  honra  que 
merezca  todo  cuanto  ya  es  incongruo  y  arcaico:  adquiera  el 
clero  cada  día  mayor  inteligencia  de  las  necesidades  de  su  tiem- 
po; extiéndase  por  todo  el  territorio  nacional,  para  ejercerse  con 
la  misma  eficacia  que  en  los  grandes  centros  de  población,  la 
actividad  de  esas  meritísímas  instituciones  que  llevan  la  enseñan- 
za, la  piedad,  el  alivio  de  las  humanas  miserias  y  la  moraliza- 
ción de  costumbres  como  fruto  bendito  de  su  labor;  multipliqúen- 
se los  medios  de  salvar  las  víctimas  de  la  corrupción  y  del  vicio, 
consecuencia  inevitable  del  empeño  perenne  del  mal  por  preva- 
lecer entre  los  hombres;  levántese  el  nivel  religioso  de  los  pue- 
blos, dándoles  una  noción  más  perfecta  de  sus  creencias  y  de 
sus  deberes  y  eliminando  aquellas  de  sus  prácticas  que  más  bien 
perjudican  a  la  devoción  por  ser  incompatibles  con  el  resultado 
civilizador  del  culto  divinó;  ejerza  siempre  la  mujer  venezolana 
con  delicadeza  y  discreción  su  amable  apostolado  en  el  hogar  y 
en  la  sociedad,  segura  de  que  mientras  no  deponga  el  cetro 
que  le  confieren  su  virtud  y  abnegación,  fomentada  y  fortalecida 


-  37  - 


por  su  piedad,  no  caerá  jamás  en  descrédito  la  religión  en  nues- 
tro país;  hágase,  en  fin,  la  obra  de  Dios  con  amor,  con  desinte- 
rés y  plena  confianza,  y  mi  riente  visión  del  porvenir  se  tornará 
pronto  en  la  más  consoladora  y  satisfactoria  realidad. 

Repito  que  me  siento  animado  de  un  sincero  optimismo  y 
gozo  en  augurar  para  la  religión  en  mi  patria  un  porvenir  bri- 
llante, desentrañándolo  del  estudio  mismo  de  los  acontecimien- 
to^. Yo  participo  del  sentir  de  uno  de  los  más  ilustres  apologis- 
tas conté  nporáneos,  para  quian  las  transformaciones  delmuid^ 
moderno  han  sido  preparadas  por  la  Iglesia,  siendo  ellas  «el  fruto 
lentamente  madurado  del  Evangelio, la  consecuencia  de  la  apli- 
cación de  sus  principios  divinos  a  las  cosas  sociales*;  y  por 
ende,  s  el  cristianismo  sufre  momentáneamente  las  sacudidas 
provenientesde  su  propio  impulso,  en  definitiva  será  él  quien,  mo- 
derando los  excesos,  restablecerá  el  equilibrio,  en  definitiva  será 
el  aroma  de  la  religión  lo  que  preservando  esas  transforma- 
ciones de  todo  peligro,  las  tornará  benéficas  y  fecundas.  No  hay 
motivo,  pues,  para  echarse  a  lamentar  sin  esperanza  la  perdi- 
ción de  la  tierra  y  llorando  la  suerte  de  una  actual  humanidad 
irredimible,  sentarse  a  invocar  el  fin  del  mundo  como  única  solu- 
ción del  problema  religioso  contemporáneo.  Jeremías  profetizó  la 
catástrofe  de  su  pueblo  y  lloró  sobre  las  ruinas  humeantes  de  la 
ciudad  santa,  pero  predijo  al  mismo  tiempo  la  nueva  gloria  de 
la  casa  de  Jacob  y  el  regocijo  de  la  alabanza  con  afluencia  de 
nuevos  bienes  en  el  templo  del  Señor  (1). 

Para  eso  la  Iglesia  no  necesita  modificar  su  constitución  ni 
atentar  en  modo  alguno  contra  la  integridad  de  su  doctrina, 
como  pretenden  aquellos  sus  malos  hijos  que,  ganosos  de  pac- 
tar con  el  error,  han  mendigado  de  la  filosofía  herética  teorías 
absurdas  y  adaptádoles  un  concepto  más  absurdo  todavía  del 
dogma  católico,  creando  esa  caricatura  de  religión  que  el  Sumo 
Pontífice  Pío  X  condenara  tan  ruidosamente  bajo  el  nombre  de 
Modernismo.  No,  la  Iglesia  no  tiene  para  qué  traicionarse  en  el 
desempeño  de  su  divino  encargo;  porque  el  alma  humana  es  tan 
inmutable  como  Ella,  siendo  siempre  las  mismas  sus  exigencias 
religiosas  y  encontrando  en  todo  tiempo  su  plena  satisfacción 
dent  o  del  ámbito  del  Catolicismo.  La  Iglesia  da  al  alma  humana, 
lo  que  ni  el  progreso  de  las  ciencias,  ni  el  brillo  de  las  artes,  ni  las 
ventajas  del  comercio,  ni  las  comodidades  de  la  industria,  ni  los 
cambios  sociales,  ni  las  transformaciones  políticas  pueden  sumi- 
nistrarle: en  el  conjunto  de  sus  dogmas  y  en  la  inefable  realidad 
de  sus  misterios,  le  proporciona  cuanto  ansia  saber  respecto  de 
Dios,  del  mundo  y  de  sí  propia;  en  su  código  moral  le  designa 
el  funda  nento,  le  traza  la  norma,  le  propone  el  motivo,  le  mues- 
tra el  ejemplo,  le  procura,  en  fin,  los  medios  de  la  perfección;  en 
la  variedad  de  su  culto  ofrece  maneras  de  honrar  a  Dios  con- 
forme al  gusto  de  cada  espíritu,  de  sue  te  que  ninguna  aspira- 
ción religiosa  necesita  salir  fuera  del  Catolicismo  para  colmarse, 
pues  en  su  seno  tienen  cabida  y  logro  cuantas  son  posibles  para 


(1)  Redemit  enim  Dominus  Jacob.  .  .  .  et  laudabunt  in  monte 
Sion:  et  confluent  ai  bona  DominL—jerem.  XXXI,  11,  12. 


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atender  a  los  derechos  de  la  Divinidad  y  a  los  reclamos  de  la 
pro;  la  aliTia.  La  Iglesia,  en  una  palabra,  tiene  consigo  a  Dios,  no 
habiendo,  por  confesión  de  uno  de  sus  mis  encarnizados  ene- 
migo?, quien  sepa  adorarlo  como  ella,  y  por  ende,  según  el  mis- 
mo adversario  lo  l  a  declarado:  «como  ni  la  razón  ni  el  corazón  del 
hombre  ha-i  sab"do  librarse  del  pensamiento  de  Dios  que  es  lo 
propio  c'e  !a  Iglesia,  la  Iglesia,  a  pesar  de  sus  agitaciones,  per- 
manece indestructible  (2).  Para  destruirla  sería  preciso,  pues, 
acabar  prir.ero  con  Dios  y  yo  dejo  a  vuestra  cordura  el  juzgar  si 
es  ello  torea  de  fácil  ejecución.  Concluyamos,  por  tanto,  con  el 
apologista  a  que  antes  me  referí: 

«La  humanidad  y  el  Cristianismo  viajarán  siempre  junto?,  se- 
«guirán  el  curso  de  los  ríos,  atravesarán  los  mares,  visitarán  las 
«tierras  desconocida?,  ce  mo  el  joven  Tobías  y  el  ángel  Rafael: 
«la  humanidad  siempre  joven,  siempre  ardiente  y  osada,  siempre 
«hastiada  de  lo  que  sabe  y  aspirando  a  lo  que  no  sabe,  cosa 
«de  lo  que  no  hay  por  qué  censurarla,  pues  constituye  el  signo 
«de  su  nobleza  y  de  su  crgen  divino;  y  a  su  lado  el  ángel  Rafael, 
«amando  tiernamente  al  viajero  que  se  le  ha  confiado,  indicándole 
«los  verdaderos  caminos,  distinguiendo  los  peligros  que  le  ame- 
«nazan  y  sabiendo  apartarlos,  preparando  los  remedios  que 
«exigen  sus  imprudencias,  y,  después  de  haberle  conducido  feliz- 
«mente  al  término  de  su  viaje,  restituyéndole  sano  y  salvo  a  su  pa- 
'<dre,  es  de^ir,  a  Dios»  (3). 

Llegado  también  yo  al  término  de  mi  cometido,  no  puedo 
sino  volver  los  ojos  para  saludara  esa  Cruz  gloriosa,  en  cuyo  ho- 
nor emprendí  este  trabajo  y  por  cuya  virtud  lo  he  traído  a  feliz 
remate.  Os  la  he  hecho  contemplar  salvando  los  residuos  de 
nuestra  raza  primitiva,  aportando  la  redención  de  que  ella  fue 
instrumento  para  toda  la  humanidad  a  esa  porción  del  linaje  adá- 
nico  que  los  mares  tuvieron  escondida  por  siglos  y  sujeta  a  la 
degeneración  en  virtud  de  quien  sabe  qué  arcano  providencial;  os 
la  he  mostrado  presidiendo  a  la  formación  de  nuestra  nacionalidad 
e  infiltrando  en  el  alma  de  la  patria  los  principios  legítimos  de 
la  civilización;  la  he  presentado  a  vuestros  ojos  como  el  paladión 
sagrado  que  protegerá  siempre  la  excelencia  de  la  sociedad  y  la 
harmonía  de  la  familia  venezolana.  Ah!  esa  Cruz  reconcilió  al 
mundo  con  Dios  por  los  méritos  del  Redentor  que  de  ella  pen- 
diera; esa  Cruz,  oscurecida  e  insultada  durante  los  tres  siglos  de 
la  persecución  idolátrica,  surgió  al  fin  resplandeciente  y  triun- 
fadora pira  no  abatirse  jamás  en  medio  de  las  luchas  que  las 
rebeldías  humanas  contra  Dios  hubieran  de  suscitarle.  Ahora 
se  cumplen  diez  y  seis  siglos  de  ese  portentoso  hecho  y  flameante 
a'ui  la  divina  Enseña,  nada  tenemos  que  temer  los  que  marcha- 
mos en  la  vida  a  su  sombra.  Combatimos  porque  la  vida  es 


(2)  Proudhon.— De  la  justice  clans  la  Révolution  et  dans 
VEglise,  t.  I,  disc.  prel.  §  III. 

(3)  Mgr.  Bougaud.  Le  Christíanistre  et  les  temps  prjsents, 
t.  V.,  p.  401. 


—  39  — 


lucha;  y  si  deploramos  pérdidas  no  es  por  causa  de  la  Iglesia 
misma  sino  por  amor  de  los  desgraciados  que  perecen. 

Salve,  pues,  oh  Cruz  preciosa!  protege  siempre  a  nuestra 
patria  con  tus  efluvios  santificadores,  alúmbrala  con  tus  celestiales 
irradiaciones;  mantenía  en  una  completa  fidelidad  a  la  Iglesia  Ca- 
tólica, en  una  perfecta  sencillez  de  fe  que  la  haga  repeler  como 
por  instinto  toda  novedad  doctrinal,  en  una  obediencia  ejemplar 
a  la  autoridad  del  Romano  Pontífice  y  de  los  legítimos  Pastores; 
hazla  vivir  por  último  en  una  adaptación  plena  de  costumbres  a 
los  preceptos  de  esta  religión  católica,  que  siendo  el  amparo  y 
sostén  de  todo  el  orden  humano  tiene  en  sí  para  el  hombre  pro- 
mesas infalibles  de  felicidad  respecto  de  la  vida  presente,  como 
las  tiene  respecto  de  la  futura! 


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