{ AUG ' o 1983
oe: la ioleisia
EN LA
CIVILIZACION BE VEIEZUELA
CONFERENCIAS
PRONUNCIADAS EN LA SANTA IGLESIA METROPOLITANA
DE CARACAS
POR
MIONSEINOR NICOLAS E. NAVARRO
Protoiiotario Apostólico ad instar parüciimntivm.
LOS DOMINGOS 4, 11, 18 Y 25 DE MAYO DE 1913, COMO
HOMENAJE A LA
mmm mm
EN EL XVI CENTENARIO DE LA PAZ DE LA IGLESIA
PRECEDIDAS DE DOS PASTORALES DEL ILLMO. Y REVMO. SEÑOR
ARZOBISPO DE CARACAS Y VENEZUELA
ACERCA DEL GRANDE ACONTECIMIENTO
CARACAS
TIP. «LA RELIGIÓN»
1913
de: la iglesia
EN LA
civiiizAcios DE mmm
CONFERENCIAS
PRONUNCIADAS EN LA SANTA IGLESIA METROPOLITANA
DE CARACAS
POR
MONSEÑOR NICOLAS E. NAVARRO
Prutoiiotario Apustólico ad inf/ar ¡taiticipantinta.
LOS DOMINGOS 4, 11, 18 Y 25 DE MAYO DE 1913, COMO
HOMENAJE A LA
EN EL XVI CENTENARIO DE LA PAZ DE LA IGLESIA
PRECEDIDAS DE DOS PASTORALES DEL ILLMO. Y REVMO. SEÑOR
ARZOBISPO DE CARACAS Y VENEZUELA
ACERCA DEL GRANDE ACONTECIMIENTO
CARACAS
TIP. «LA RELIGIÓN»
1913
PASTORAL INICIADORA DE LAS FIESTAS CONSTANTINI ANAS
Nos, Dr. Juan Bautista Castro,
POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTOLICA,
ARz^OBispo de: caracas y vcne:ziue:l.a
Al muy Venerable Capitulo Metropolitano, Clero y fie-
les de la Arquldlócesls.
Salud en Nuestro Señor Jesucristo.
La Santa Iglesia, como lo ha dispuesto el Sobera-
no Pontífice Pío X, ha consagrado este año de 1913 a
celebrar el XVI'' centenario de la aparición de la Cruz
en el cielo a Constantino, y de la libertad dada por él
a la religión cristiana, a consecuencia de la victoria
que obtuvo sobre Majencio, tirano de Roma, en virtud
de aquella memorable aparición. Fué un aconteci-
miento, amados hijos, que resonó en todo el mundo
entonces conocido, del cual hablaron los historiadores
de la época, y que empezó a cambiar la faz de la tierra
con el triunío de la Cruz.
La sangre de catorce millones de mártires había
enrojecido el imperio romano durante tres siglos; los
perseguidores y los tiranos se sucedían sin cesar; se
contaron diez persecuciones en grande, para lograr
el exterminio de la religión de Jesucristo: la última,
sobre todo, presidida y ordenada por el emperador
Diocleciano, fué colosal, y se esculpió por ella una
— 4 —
inscripción en honra del mismo emperador que decía:
A Diocleciano por haber borrado el nombre cristiano:
nomine christiano deleto.
Pero ¿quién puede luchar contra Dios? ¿qué fuer-
zas por grandes o potentes que sean podrán hacer
retroceder al Altísimo en la ejecución de una obra
suya? Se llenó la medida de los crímenes de los per-
seguidores; el inmenso holocausto de los mártires atra-
jo la misericordia del cielo, y apareció la Cruz fúlgida
y bella como signo eternamente vencedor. Dios esco-
gió a Constantino para que fuese el libertador de su
Iglesia, y Constantino cumplió admirablemente la
misión recibida.
Hé aquí la historia:
El 5 de mayo del año 311, acompañado de la re-
probación universal, murió uno de los más crueles
tiranos y de los más feroces perseguidores del Cristia-
nismo, el emperador Galerio.
A su muerte fué compartido el imperio romano
entre Constantino, Majencio, Maximino y Licinio.
Constantino era hijo del emperador Constancio Cloro;
a la muerte de su padre, acaecida en 306, había
sido proclamado emperador por el ejército en York.
Majencio era hijo del emperador Maximiano Hercúleo,
quien se había visto obligado a abdicar el imperio en ^
305. Maximino y Licinio, sobrino de Galerio el prime- '
ro, aventurero oscuro el segundo, hab'an sido nom-
brados Césares por el mismo Galerio en 305.
Majencio gobernaba a Roma. Había comenzado
bien; habíales devuelto la libertad a los cristianos, y,
según el testimonio formal de Ensebio, hasta había
fingido convertirse al cristianismo. Mas no tardó en
entregarse luégo al arrebato de sus pasiones. La ca-
pital reclamaba, pues, un libertador. Constantino de-
seaba serlo y sólo esperaba la ocasión favorable, oca-
sión que le presentó Majencio, ligándose contra él con
Maximino. Alióse Contantino con Licinio y se puso en
camino para Italia; hubo algunos combates en que
salieron con ventaja las tropas de Majencio; por último,
— 5-
Constantino, armándose de todo su valor y resuelto a
cualquier acontecimiento, se aproximó a Roma. Siendo
sus fuerzas menores que las de Majencio, experimentó
la necesidad de un auxilio superior, y pensando a qué
divinidad podría dirigirse, consideró que los emperado-
res que en su tiempo se habían mostrado celosos por
la idolatría habían perecido miserablemente; y que su
padre Constancio que había honrado en toda su vida
al único soberano Dios, había recibido de El muestras
sensibles de protección; resolvió, pues, adherirse a ese
gran Dios y le pidió con instancia se hiciera conocer
de él, y extendiera sobre él su mano protectora. Oran-
do estaba así con todo su afecto, cuando llegada la
tarde, y empezando a declinar el sol, vió sobre éste en
el cielo una cruz luminosa en que se decía: «Por este
signo vencerás», prodigio que fué también contemplado
por los soldados.
Todo el resto del día lo pasó Constantino ocupa-
do en esto. A la siguiente noche se le apareció
Jesucristo con el mismo signo que había visto en el
cielo. Ordenóle que hiciera de aquello una imagen de
la cual haría uso en todos los combates. Al día
siguiente mandó el emperador a buscar joyeros y,
sentándose en medio de ellos, les explicó la figura
de la insignia que quería hacer: es el famoso lábaro de
que habla la Historia.
Véasela descripción que de ella hace Eusebio, his-
toriador contemporáneo que afirma haberla visto varias
veces: «Era un asta prolongada revestida de oro y
provista de una antena transversal a ¡semejanza de
cruz. Por encima, en el extremo de ía misma asta,
estaba fijada una corona de oro y pedrerías. En el
centro , de la corona estaba el signo del nombre salu-
dable (de Jesucristo); es a saber, un monograma
designando este nombre sagrado con estas dos
primeras letras entrelazadas, la P (R) en medio de la
X (Ch). Esas mismas letras acostumbró usarlas
desde entonces el emperador en su casco. En la
antena del lábaro oblicuamente atravesada por el
-6 -
asta estaba colgado un velo o tejido de púrpura, enri-
quecido con piedras preciosas, artísticamente combi-
nadas entre si, que desiumbraban con su brillo, y con
bordados de oro de indescriptible belleza. Este velo
era igualmente largo y ancho, y en su parte superior
tenía el busto del emperador amado de Dios, y
los de sus hijos, bordados en oro, o mejor dicho,
eran tal vez sus medallas en oro pendientes de la
bandera.
El Emperador siempre usó este saludable estan-
darte como signo protector del poder divino contra
sus enemigos, e hizo llevar a todos los ejércitos in-
signias ejecutadas por el mismo modelo. Escogió en-
tre sus guardias a quinientos de los más fuertes y va-
lerosos, animados al propio tiempo de temor de Dios,
para que se mantuviesen siempre al rededor de este
estandarte y lo llevaran alternativamente. Afirma Eu-
sebio haber sabido del mismo Constantino que jamás
fueron heridos los que lo cargaban.
Confiando en la divina protección, y en la virtud
del signo saludable de la cruz, no vaciló ya Constan-
tino en atacar a Majencio.
Esta Cruz, amados hijos, insignia y señal del
cristiano, con la cual cubrimos todos los días nuestra
frente y nuestro pecho, es también nuestra fuerza,
nuestra victoria, y esperamos que será también nues-
tra interminable glorificación: Jerusalem la vió en el
día sangriento del Calvario, sosteniendo el cuerpo
inmolado del Hijo de Dios, que consumaba en ella el
sacrificio inmortal de nuestra redención; la vieron
después Constantino y su ejército iniciando la éra de
la libertad cristiana, y la veremos todos en el cielo
cuando llegue su triunfo definitivo y universal y Jesu-
c. isto venga a juzgarnos. Felices los que la vean
entonces sin temor!
El culto de la Santa Cruz es de los más populares
y simpáticos entre los hijos de la Iglesia: se recuerdan
los homenajes que se le tributan en el mes de mayo;
las cruces fijadas públicamente en calles, plazas y
— 7 —
montes se ofrecen como signo de paz a las miradas
del transeúnte y del viajero, y acaso no hay hogar
cristiano donde falte una Cruz.
Siguiendo, pues, el impulso de Roma, amados
hijos, vamos a celebrar con nuestro particular entu-
siasmo católico, el XVI*" centenario de la libertad de la
Iglesia y el triunfo de la Santa Cruz. No dudamos que
vuestro gozo con el anuncio de esta solemnidad se
manifestará grande y lleno de fé, para tributar los
homenajes de vuestra piedad al Estandarte de nuestra
redención, signo sagrado en que nos hemos de salvar.
Declaramos, pues, abierta en nuestra diócesis la
celebración del XVI° centenario de la aparición de
la Cruz a Constantino, celebración que se extenderá
durante todo el año en la forma siguiente:
Las conferencias para hombres que predicaremos
en San Francisco en la semana de Pasión, versarán
este año sobre tan grande acontecimiento, a fin de que
sea comprendido, penetrado y abrazado en toda su
importancia y trascendencia. Invitamos para ellas,
como siempre, a los hombres; pero en esta vez aun a
los no católicos de Caracas.
En todas las misas en que lo permita la rúbrica
se dirá en todo este año la oración de la Misa votiva
de la Santa Cruz, cambiándola en el tiempo pascual
como el Misal lo indica.
En lugar de las misas pro pace que se cantan en
las Cuarenta Horas, se cantará también en este año,
Misa votiva de la Santa Cruz con Gloria y Credo, co-
lor encarnado y sin ninguna conmemoración, ni aún
del Santísimo, porque la divina Hostia y la Cruz son
un solo y mismo misterio.
Se organizarán durante el año varias obras cató-
licas que respondan a las necesidades de las almas.
La fiesta central y principal se celebrará con la
mayor pompa en Nuestra Santa Iglesia Metropolitana
y en toda la Arquidiócesis el domingo 14 de setiem.bre,
día de la Exaltación de la Santa Cruz.
Que Dios bendiga esta celebración, amados hijor.
— 8 -
como bendijo la del Año Jubilar del Santísimo Sacra-
mento!
Estas nuestras Letras serán leídas en la Santa
Iglesia Metropolitana y en las demás de la ciudad el
domingo cuarto de Cuaresma, 2 de marzo; y en las
foráneas, el primer día festivo después de su recibo y
se fijarán en los canceles.
Dadas, firmadas, selladas y refrendadas en nues-
tro Palacio Arzobispal de Caracas a 25 de febrero de
1913.
t JUAN BAUTISTA
Azobispo de Caracas.
Por mandato de Su Señoría Ilustrísima.
Pbro. M. a. Pacheco
Pro-Secretario.
PASTORAL DK ANUVCIO DE LAS CONFERENCIAS
Ños, Dr. Juan Bautista Castro;
POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTOLICA,
ARZOBISPO DE CÁRACAS Y VENEZUELA
Al muy Venérablé Capítulo Mefropolitanó, Clero y fíe-
tes de Ict Arcjurdiócesíís,
Saluá en Nuéisírb Señor Jesucristo.
Entre las obras' con' qtie varíios a honrar en este
año a la Santa Cruz, sagrado altar de nuestra reden-
ción, será la primera la celébracíón del mes de mayo,
que le está consagrado y que en esta vez tendrá
especial solemnidad. En nuestra Santa Igtesia Metro-
politana habrá [unciones extraordinarias en que se
desplegará esta celebración, y que formarán el centro
de las demás que hayan de celébrars en Caracas y
en toda lá Arquidíócesis. Sé'e^tá fabricándo una cruz
monumentál que tendrá: en su parte superior uná
reliíjuiá de la verdaderá Crüz^ y que recibirá los
homenajes de los íieles en nuestra Catedral durante
eF expresado mes, y será; adornáda por diversas cpr-
póraciones de sénóVas y señbritas^de esta ciudad.
Esperamos que este primer hónlénaje solemne que
vamos a. tributar ' a la; Santa Cruz será edificante y
saFudable para las almas.
Pero como lo sabéis, aniados hijos, no queremos
— lo-
que todo sea festividad, sino que estos actos dejen me-
moria provechosa y de gloria para Dios, y contribuyan
a levantare! edificio espiritual de nuestra salvación. Por
esto, en cada uno de los cuatro domingos del mes de
mayo, en la función y ejercicio de la tarde. Monseñor
Nicolás E. NaVíirro, pronunciará una conferencia his-
tórica de ilustración y fuerza para afirmar nuestra fé.
¿Cuál será el tema?
Será: Los hcicficios que Venezuela ha reeibldo
de la Iglesia Católiea que son los bene fíelos de /a Cruz.
Tema verdaderamente original; nadie lo ha abor-
dado plenamente, que nosotros sepamos: se ha
hablado de los beneficios de las Letras en nuestro
país, de los beneficios de las Artes, de los beneficios
de las ciencias, de los beneficios de la industria y del
comercio, del desenvolvimiento de nuestra civilización
con todos estos elementos; pero no se ha dicho nunca
nada en perfecto cuacro, de cómo formó la Iglesia a
Venezuela; cómo nuestra patria vivió en el hogar
católico próspera y feliz; cómo cuanto ella tiene toda-
vía de bueno lo debe a la Iglesia, y cómo lo que la ha
hecho desgraciada han sido sus rebeliones contra
Dios y la divina Ley, y la persecución declarada a la
Madre cariñosa que la calentó en su seno y le abrió
senda anchurosa de uq progreso que la hubiera llevado
a la meta de la felicidad. T
Qué! ¿no escucháis decir todos los días q::e !a
Iglesia es el obstáculo, que el clericalismo es el ene-
migo, que es necesario sacudir un yuge que nos hizo
desgraciados y esclavos? Pues es tiempo de empezar
a echar abajo esa armazón de mentiras sacrilegas,
colmadas de ingratitud y de injusticia, que han venido
expresándose en todos los tonos desde la seredad
de la tribuna y de la enseñanza hasta la rechilla bur-
lesca y escarnecedora de la calle; de tal manera que
se considera a la Iglesia por muchos, como instítudón
apenas tolerada, que no tiene que esperar sino el últi-
mo go'- : -a desaparecer.
L a de reparación es. pues, la que va a em-
— 11 -
pezarse con las conferencias de Monseñor Navarro,
que servirán de base a un libro que todavía no se ha
escrito, y en el cual quedará consignado para el pre-
sente y para el porvenir lo que ha sido la acción bien-
hechora de la Iglesia en nuestra Patria. Pedimos do-
cumentos para esta grande obra.
Os invitamos, pues, amados hijos, para el mes
de mayo en nuestra Santa Iglesia Metropolitana. No
se celebrará sino en los domingos con la Misa solem-
ne a las 9 de la mañana y la función y la conferencia
de la tarde a las 4 y media.
El día 3, sin embargo, habrá fiesta con sermón
Se prohibe, por tanto, en los domingos del mes
de mayo, todo ejercicio y acto religioso de cualquiera
naturaleza en los templos y casas religiosas de la ciu-
dad, inclusive el Mes de María.
Los Venerables Párrocos y demás Rectores de
iglesias invitarán a los fieles a concurrir a la Catedral,
particularmente en la tarde.
La Santa Cruz será adornada el primer domingo
por las Celadoras de la Santa Capilla.
El segundo, por las «Hijas de María>» de la pa-
rroquia de Santa Teresa.
El tercero, por las «Hijas de María» de Las
Mercedes.
Y el cuarto, por las señoritas Landáez Amitesa-
rove.
En los demás templos y parroquias de Caracas
pueden también ofrecerse homenajes a la Santa Cruz
en la forma y en las veces que se quiera, siempre
que no coincidan con el de la Catedral. Expónganse
en algunas ocasiones las reliquias auténticas de la
verdadera Cruz, advirtiéndolo a los fieles.
Deseamos que las cruces públicas que hay en la
ciudad sean también adornadas y festejadas con par-
ticular devoción en todo el mes de mayo.
Estas nuestras Letras serán leídas el próximo do-
m ngo 27 de los corrientes en nuestra Santa Iglesia
Metropolitana y en las demás iglesias de la ciudad:
- 12 -
y en las parroquias foráiieas el primer día festivo
después de su recibo, y se lijarán en los canceles.
Dadas, firmadas, selladas y refrendadas en nues-
tro Palacio Arzobispal de Caracas a 21 de abril de
1.9ia
t JUAN BAUTISTA
Arzobispo de Caracas.
Por mandato de Su Señoría Ilustrísima,
Pbro: Manuel A. Pacheco
Pro-Secretario.
^ <y7 KíO ^} ^ rxv VV7 <:y7
La influencia de la Iglesia
' EN LA
GIYILIZAGION DE VENEZUELA
PRIMERA CONFERENCIA
LA OBRA DE LOS MISIONEROS
El presente año recuerda éntrelas efemérides cristianas uno
de los hechos más gloriosos en la historia di la Iglesia. Aquella
vitalidad maravillosa que infundió Jesucristo en su obra para que
mantuviese el orden sobrenatural en la tierra hasta la consumación
de los siglos; aquella divina fuerza con que esa singular ins-
titución debía propagarse entre los hombres, venciendo todas las
resistencias y superando por modo incontrastable todos los obs-
táculos, habían sufrido ya la prueba más ardua que al poder
humano fuera dable escogitar. El mar rojo de las persecuciones
estaba felizmente atravesado, y tras la magna efusión de sangre
que una constancia trisecular le impusiera para regar el campo
de su íutura labor, podia ya entonarse el cántico de los redimidos
y flamear a todos los vientos, entre las aclamaciones de prínci-
pes, tribus y pueblos, el estandarte sagrado que con éxito tan es-
tupendo condujera las legiones de mártires a la victoria. Sí, era
el momento de la alegría y del triunfo después de la tristeza y el
reñido batallar; el pasajero eclipse de la tribulación terminaba y
la faz radiante del Salvador se dejaba contemplar nuevamente,
para que la aflicción se trocase en regocijo, y la ley de su ina-
gotable fecundidad quedase bien afirmada en la Iglesia, y nadie
pudiese arrebatar su gozo definitivo al apóstol en medio de las
luchas venideras de la fe.
El Cristianismo había, pues, conquistado su puésto soberano
en el seno de las naciones, e imponiéndose con el derecho más
perfecto al reconocimiento legal de su valor religioso y de su
eficacia civilizadora, era necesario fuese declarado en posesión de
sus destinos inmortales, era necesario comenzase con toda libertad
el desarrollo e influjo de esa Institución que llevaba dentro de
sí misma, puestos por su Divino Fundador, todos los elementos
de su perdurable organización sobre la tierra. Tal es, en suma,
la significación del gran acto del emperador Constantino, cuyo
décimo sexto centenario se festeja actualmente por el mundo
católico, provocando con harto consuelo de las almas los home-
najes más devotos al Signo augusto de nuestra redención y las
esperanzas más alentadoras en el triunfo de la Iglesia sobre los
enemigos que ahora la conturban.
— 14 —
Por el Edicto de Milán, promulgado a principios del año
313, después que en 23 de octubre de 31?, Constantino, fuerte
con el signo celestial, venciera tan gloriosan ente al tirano Majen-
cio a las puertas mismas de Roma, la religión cristiana obtuvo
carta de naturaleza en el Imperio, repará onse las injusticias co-
metidas contra sus seguidores y aboliese aquella legislación
represiva que el despotismo y la crueldad pagana sancionara en
tres siglos contra los adoradores del Dios Crucificado. La estul-
ticia de la cruz prevalecía en fin sobre la sabiduría del mundo y
una éra de paz, libertad y elevación para las almas comenzó a bri-
llar entonces en medio de los pueblos.
¿Cuál fue, en efecto, para la humanidad el resultado de la
libre expansión del Cristianismo, ocasionada por el famoso edicto
constantiniano? Las verdades sublimes de la teología católica se
ofrecieron con toda su sencillez a par que insondable profundidad
a la contemplación de las inteligencias, pudiendo la razón hu-
mana penetrar en los misterios de Dios sin incurrir en los mons-
truosos errores que a los más excelentes ingenios de la anti-
güedad extraviaran; una moral purísima, basada en las enseñanzas
de aquella misma teología, com.enzó entonces a regir las costum-
bres de la humanidad, transformando por completo las ideas so-
ciales de los hombres y sus relaciones entre si; un culto religioso
fesplandeciente de santidad, eminentemente razonable y por todos
respectos ennoblecedor, sustituyó como por encanto a las san-
grientas hecatombes antiguas y a aquellas horrendas orgías en que
la divinidad santificaba todos los excesos y el envilecimiento
de la criatura corría parejas con el absoluto desconocimiento del
Creador. En una palabra, el Cristianismo enderezó y satisfizo
plenamente las aspiraciones latentes del hombre hacia una vida
superior, así en el orden terrenal como en el orden u'traterreno:
por su disciplina en las costumbres fundó y llevó adelante un
linaje de civilización que es el único verdadero y dil cual la
humanidad ¡Dios saa bendito! jamás podrá ya desligirse, aun
pretendiendo desc3no:erlo o desvirtuirio; por sj acció i deificante
pudoolnir to i is las ex'^ injíis relig' Jel !i )ni jre, propDr-
cionanio a cada alma la perfección conforme a su capacidad al
satisfacer en su infinita variedad los múltiples deseos de esa
misma perfección, desde el nivel ordinario de la justicia que
consiste en la observancia de la ley sin graves transgresiones
Ge ella, bástalas cumbres altísimas de la unión mística, que no es
dable alcanzar sino a las almas privilegiadas cuyo vuelo de
águila las sublima, tras una larga serie de exquisitas purificacio-
nes, hasta contemplar de hito en hito al sol mismo de la perfección
soberana; por su autoridad indeficiente y de continuo alerta, pudo
prevenir todo error en la doctrina y toda perversión en el culto,
de suerte que ni la herejía prevaleciese en su seno ni la supersti-
ción o idolatría, tergiversando el sentido de sus prácticas exterio-
res, extraviase la sencilla fe de sus adeptos y convirtiera en causa
de degradación moral lo que no es sino maravilloso instrumento
de espiritual elevación.
Ahora bien, la Iglesia ejerció desde el primer momento esa
influencia eficaz en el mundo y con la asombrosa prontitud que
— 15 -
S I virtud divina le procura, adquirió el dominio de las almas, pe-
netró hondamente en las conciencias y acompañó encauzándolo
el progreso de las nuevas sociedades hacia la meta de sus glorio-
sos destinos. Verdad y vida como es, no podía sino infundir su
espíritu en el desarrollo social y político de los pueblos: por eso
la veis, desempeñando ese papel grandioso que llena las páginas
de la Hiitorij, poner s i sello espiritual en todas las legislaciones,
fomentar todos los progresos legítimos, aun en el orden tem-
poral, hasta el punto de que las naciones modernas no pueden
menos de llamarse cristianas y es el nombre de cristiano el único
que sirve para prestigiar la excelencia de la moderna civilización.
¿Cuál fue la forma en que el Cristianismo llevó el conocimiento
de si propio y su virtud transformadora en lo religioso y en lo
moral a las nuevas raza'^ que pedían ya su puésto en los anales
del género humano? H y un nombre consagrado para designar
al Apóstol en estos prjcesos de cristianización: se ha llamado
Misioneros a esos héro ís del Evangelio en medio de las naciones
infieles, y la historia cel :bra con grandes elogios la obra por ellos
realizada en los diverso; períodos de la duración que hasta hoy
se han venido cumpliendo. El Misionero llevó siempre la per-
suasión de la palabra evangélica más en la santidad de su vida
y en el ejemplo de sus prodigiosos sacrificios por la salvación de
las almas, que en el aparato de una ciencia deslumbradora; cien-
cia apta, a la verdad, para ostentarse en un medio saturado de
cultura intelectual, co no fueran Roma y Atenas, pero del todo
inútil para ejercerse e itre gentes de bien poco cultivada menta-
lidad, como fueron de ordinario aquellas enire quienes la predi-
cación del Misionero huoo de efectuar sus conquistas.
Esta consideración me trae de la mano al asunto particular
a que quiero dedicar la presente conferencia. En la obra de
civilizar a Venezuela tuvieron parte muy activa Religiosos de va-
rias Ordenes monásticas que, haciendo servicio de Misioneros,
procuraron con los m dios que tuvieron a su alcance, reducir al
cristianismo y a las prácticas de una vida social bien ordenada a
las tribus indígenas en toda la extensión de nuestro territorio.
¿Qué eficacia tuvo aq lella labor y cuál fallo debe prevalecer en
la historia respecto d^ esa participación de los misioneros en la
formación de nuestra n icionalidau?
Yo he recorrido los escritos de quienes entre nosotros hanse
dedicado al estudio á<t nuestros orígenes, llenando páginas más
o menos brillantes co:i el fruto de sus lucubraciones históricas, y
encuentro que míen ras los unos, con gran acopio de datos y
un sentimiento de alta equidad, honran la memoria de aquellos
héroes y proclaman sin reboso haber pertenecido «al elemento
evangélico la conquista pacífica de Venezuela, la reducción de
las tribus indígenas y la verdadera creación de la colonia venezo-
lana» (1), los otros juzgan con el mayor desprecio los esfuerzos
del misionero o cuando más, a vueltas de algún elogio bien poco
apreciable, reducen a la míni na expresión el valor de su tarea
civilizadora. Divergencia de criterios que se explica por el afec-
(1) Arísíidcs Rojas. Orígenes Venezolanos, vol., 3, p. 83.
— 16 -
to o desapego que los autores tienen a la religión católica; aun
cuando la predisposición contra ella no debiera llegar hasta ne-
garle sus merecimientos e imputarle mezquinamente como demé-
rito lo que solo fué el resultado de peculiares ciicunstancias.
¿Quién no apreciará la importancia de la labor evangélica
en Venezuela, al confrontar la abnegación del Misionero con la
conducta atroz y sanguinaria del conquistador desapiadado?
¿Cómo no admirar, mientras se considera el espectáculo horrendo
de aquella conquista, en que las pasiones más brutales se desen-
frenan y los cuadros más abominables de inhumanidad quedan
trazados, el sacrificio de aquellos Religiosos que, siendo los
únicos representantes de un altruismo sagrado en medio de aquel
desbordamiento de codicias, abandonan sus vidas al azar de los
acontecimientos, para perecer unas veces víctimas de su caridad
apostólica y otras en aras de la venganza, inmolados al furor
que la crueldad de los aventureros provocara? ¿Y cómo no
explicarse suficientemente, al recuerdo de tanta infamia cometida
contra el indígena, la conducta del misionero colonizador, se-
parando sus poblados del contacto con el europeo; por lo mismo
que la mentalidad del indígena era tan exigua y mientras el des-
arrollo social del país no presentaba garantías de que ese contacto
le fuese provechoso? Basta contemplar lo que hoy, a nuestra
vista, ocurre en materia de explotación del indígena americano
por los aventureros del comercio o de la política, sin dejarle en
cambio la menor partícula de civilización, para comprender cuan
injustos son los cargos de los escritores a que me he referido
contra los misioneros, por la incomunicación en que dicen haber
tenido a sus neófitos respecto deJ mundo civilizado!
Lo cierto es que solo la Iglesia Católica se ha interesado viva
y eficazmente por la suerte de nuestros aborígenes. Desde el
insigne Fray Bartolomé de las Casas que empleó un celo quizás
a las veces intemperante para protegerlos, hay que nombrar
siempre a los Religiosos como a los únicos verdaderos amigos
del indio. Ellos se esmeran por reducirle a la vida civil, ellos le
enseñan a practicar las industrias más necesarias para el sos-
tenimiento de esa vida, ellos le dan la instrucción rudimentaria
a que su capacidad mental se presta, ellos, en fin, proporcionan
a su alcance intelectual el conocimiento y práctica de la relrgión.
Yo no he podido menos de sonreír al tropezar en los escritos a
que he hecho referencia con brillantes párrafos en los cuales es
censurado el misionero por no haber hecho brotar a su conjuro
ciudades admirables, llenas de soberbios edificios y provistas de
todos los adelantos del progreso actual (2), cuando tan escasamen-
te prosperaban, por los conocidos motivos de abandono en que
e^tas regiones fueron tenidas por la metrópoli, los centros prin-
cipales de la pcbiación colonial; yo no he podido menos de
s ntir una ingrata impresión al leer apreciaciones como ésta:
«Encerrado (el capuchino) en su escasa cultura, en su dogma y
en la estrechez de preocupaciones de los reales mandatos, que
(2) Baralt. Resumen de la Historia de Venezuela, t. I, p. 284
sig., edic. de 1887.
I
— 17 -
ordenaban como en la Cédula de 22 de setiembre de 1.639, que
cfuese la palabra evangélica la que sujetase y recobrase a los
gentiles y a los apóstatas», no era de esperar éxitos positivos a
una empresa que .... venía viciada de errores y apreciaciones
desprovistas de todo fundamento civilizador y ajenas a todos los
datos de la posibilidad» (3); yo no he podido menos de entriste-
cerme al ver que, en el afán de desconceptuar la obra de los Re-
ligiosos, no pudiendo desconocerse algunos de sus beneficios, se
les acusa de estar «imbuidos en todas las preocupaciones del
más intransigente Catolicismo» y se habla en seguida de la «ra-
dical esterilidad* del régimen por ellos establecido, para oponerle
un programa de colonización en que se tuviera más cuenta,
entre otras cosas, con el amor de los indios a la poligamia que
no se le dispensan en los pueblos (4). Es cuanto cabe! Apenas son
explicables semejantes aberraciones de criterio por una aversión,
verdaderamente radical, a la Iglesia Católica y por el culto faná-
tico que se tributa a las llamadas ideas modernas; y sería lamen-
table que una tal filosofía de la historia prevaleciese, pervir-
tiendo el juicio de las sucesivas generaciones.
Una legislación admirable, que constituye la mayor honra
de la Madre Patria en su gobierno de América y a la cual jamás
se escatimará el aplauso, provocada fué por el interés que los
Religiosos pusieron en favor de los indígenas. Sí, las Leyes de
Indias serán el monumento imperecedero del espíritu que animó
a los misioneros en la colonización de nuestros países, y si su
cumplimiento no fué siempre fiel, si a pesar de ellas fueron los
indios tratados tan indignamente, no sería justo echar sobre
los Religiosos el fardo de la culpabilidad. Sean, por el contrario,
ellos siempre bien alabados, y merezca particularmente el aplauso
de los siglos el grupo de frailes dominicos que con su informe
sobre el maltrato de los indios provocaron el beneficio de aquella
legislación! (5).
Ni será tampoco jamás ocasionada a censura la conducta que
los Romanos Pontífices observaron respecto de los indígenas
americanos. Desde el primer momento los tomaron bajo su pro-
tección, reconociéndoles los derechos propios de la humana
criatura y por ende la aptitud para participar, siendo bautizados,
de los bienes espirituales de la Iglesia; y la más grave pena
eclesiástica, la excomunión, fué fulminada por los Papas contra
los que se dedicaran al infame tráfico de esclavizar aquellos
indígenas, así como penaron también con privación de Sacramen-,
tosa los que de cualquier modo los perjudicasen medrando de
su trabajo (6).
(3) Eloy G. González. Historia Estadística de Cojedes (des-
de 1771), p. 34.
(4) Gil Fortoul. Historia Constitucional de Venezuela, t. I,
p. 42-43. Cf. Informe del Gobernador (D. Manuel Centurión).
Cülecc. Blanco Azpurúa, t. I. p. 452.— v. Eloy G. González, op, cit.
(5) Fray Juan de Torres, Fray Martin de Paz, Fray Pedro de An-
gulo v Fray Bartolomé de las Casas. Colecc. Blanco Azpurúa, iA,p.3S.
(6) Gil Fo.tOLil. Op. cit., p. 37.
— 18 -
Y esa voz paternal y anparadora de los Vicarios de
Cristo en pro de los derechos del aborigen americano, no ha
cesado de hacerse oir, con la misma libertad y entereza con que
la Iglesia abogó siempre por los fileros ultrajados de la humana
dignidad. En nuestros días, cuando el mundo se engrie tanto
con su pregonada conquista de los derechos del hombre, mientras
un examen juicioio dejaría hartas dudas al respecto, sólo una voz,
la voz autorizada y solemne del Santo Padre Pío X, ha sido solí-
cita para protestar contra los horripilantes desafueros que en ese
punto se cometen todavía en algunas partes, promoviendo al
mismo tiempo los medios eficaces para reparar tamaño escán-
dalo! (7).
Como última parte de esta conferencia yo qui ro comprobar
con hechos mis afirmaciones sobre los beneficios sociales qae
Venezuela debe al paso del Misionero por su territorio. Si pasea-
mos, en efecto, la mirada por toda la extensión del suelo patrio,
encontraremos dondequiera los vestigios de ese paso y junto
con el grato recuerdo del Religioso la obra perdurable en que
ese recuerdo fue grabado. Es cosa innegable que la mayor parte
de los pueblos del interior de Venezuela le deben su existencia, y
es cierto también que si muchos centros di población que tu-
vieron ese origen, no subsisten hoy, la razón de tan lamentable
caso no puede atribuirse a la impericia del Misionero.
Asentemos desde luego que la eficacia de la colonización a
punta de espada fué nula en ese interior del país y que con
bastante generalidad pudo aplicarse en Venezuela esta respuesta
de un Obispo de Puerto Rico sobre una cuestión que en la
materia se le propusiera: «Que no necesitaba esta tierra de ser
conquistada con armas, que con religiosos de San Francisco que
viniesen a predicar a lo> indios, con la Cruz y apostólicamente
los pacificarían y reducirían a Dios» (8).
Los Franciscanos Observantes y los Capuchinos, tuvieron, en
efecto, a su cargo la evangelización y reducción a pueblos de un
gran número de tribus en el Oriente, Sur y Centro de nuestra hoy
¡flamante República, y por más que con criterio estrecho y a las
veces burlete ) se juzgue al presente el resultado de su obra,
ninguna mezquindad de juicio podrá oscurecer ni el heroísmo
de su empeño ni el mérito de su labor, por escaso que, cote-
jado con el progreso actual, pueda considerarse aquel resultado.
Yo recorro la lista de pueblos que forman nuestros Estados
Anzoátegui, Monagas y Sucre y encuentro que en su mayor parte
fueron fundados por los Misioneros, y apoyado en el dato autén-
tico de que para fines del siglo XVIII llevaban ellos fundados
en esas regiones «sobre setenta pueblos con más de cuarenta y
cinco mil habitantes de pura raza indígena», adhiero con mucho
gusto a esta conclusión: «Franciscana es, por tanto, la civiliza-
(7) Encíclica a los Arzobispos y Obispos de la América
Latina, De conditione Indorum, 7 de junio de 1912.
(8) D. Fernando Lobo, Ob. de Pto. Rico, al Rey de España.
Cf. Las antiguas misiones de Cnnianá y Maturin. Tip. La Verdad.
San Juan, Pto. Rico. 1892, p. 21.
— 19 —
ción del Oriente de Venezuela y en sus historias ha de constar
siempre que el noventa por ciento de sus poblaciones surgió al
impulso de los hijos del patriarca de Asís» (9). Yo detengo la
vista en nuestras vastas regiones de Guayana y reconozco la
justicia que siempre f je tributada a la constancia heroica del
Misionero para penetrar primero en aquellas comarcas incultas y
en seguida para establecerse y hacer prosperar sus fundacio-
nes, hasta el punto de que ellas sean consideradas como el ejem-
plar por excelencia entre nosotros de esa labor colonizadora.
Más de veintiún mil indios llegaron a tenerse allí bajo el régi-
men de la Misión en los muchos pueblos creados, ejercitándose,
con la lentitud propia de su condición selvática, en las artes
necesarias para ser elevados a una situación civil más perfecta,
provistos de elementos y recursos abundantes para la vida mate-
rial, y con formas de respeto a la dignidad de la naturaleza humana
que fueron siempre desconocidas a la rudeza del fiero conquis-
tador. Los documentos abundan en confirmación de este aser-
to (10). Estas Misiones capuchinas de Guayana tuvieron además
una importancia capital para la fijación de las fronteras de nuestro
territorio patrio, habiendo merecido al respecto esta apreciación
que no puedo sino aplaudir, aunque haya sido estampada para
poner remate a un juicio crítico bastante acerbo de la perso-
nalidad del Misionero: «Sobre la tumba de los Capuchinos, Ve-
nezuela está obligada a depositar coronas de agradecimiento.
Esos Frailes salvaron la integridad de la Patria. En nuestra
cuestión de límites con la Guayana Inglesa, el único argumento
sólido e incontestable que pudimos presentar para justificar
nuestro derecho sobre Guayana fue la obra que allí hicieron
los Misioneros. A ellos Ies debemos no haberlo perdido todo.
Hasta donde llegaron los Religiosos en su misión evangélica,
puede decirse que llegaron nuestras fronteras. Al plantar la
Cruz fijaron los linderos de Venezuela* (11). Yo tiendo por último
la mirada sobre las extensísimas comarcas que formaron un día
la provincia de Caracas, y a pesar de la «impresión pesimista» (12)
que pueda traslucirse en el lenguaje del A-lisionero por las difi-
cultades de su ministerio y el éxito relativamente escaso de sus
afanes, encuentro que su labor fué admirable, qre fueron subli-
mes los arrestos de aquellos hombres para corregir los hábitos
silvestres de unas gentes al parecer irremediablemente dege-
neradas, y que cuanto pudo lograrse en materia de colonizacióit
se logró a virtud de aquel tesonero ahinco; de suerte que bien
ha podido asegurarse que la base de la población venezolana
para la época de la Independencia había sido suministrada por
nuestra raza indígena y que los ciento veinte mil indios puros
(9) Las antiguas Misiones de Cumaná y Maturin, pág. 51 y 52.
(10) Cf. entre otros, Report of Don Eugenio de Albarado, da-
ted Divina Pastora, April 20, 1753. (Printed from tronslation of a
certified copy of the original in the ^Archivo General de Siman-
cas», «Secretaria de Estado*, bundle 7390, folio 12.
(11) L. Duarte Level. Historia Patria:— Las Misiones, p. 170.
(12) Gil Fortoul. Hist. Const. p. 41.
— 20 —
entonces existentes habían sido salvados de la mortan lad de la
conquista y estaban en su mayor parte redjcidos en lo posible
a vida civilizada por la obra de los A^isioneros (13).
He dado una ojeada, muy rápida a la verdad, porque más
no me permite la índole de estas conferencias, a la labor elemen-
tal, llamémosla así, de la civili;íación de nuestra patria por medio
de la Cruz, y encuentro que es preciso concluir en elogio de esa
penosísima labor. Sí, a pesar de cuanto se escriba contra los
procedimientos del Misionero en la realización de su empresa, —
partiendo de predisposiciones injustas, confrontando sus resul-
tados con los que pudiera ofrecer igual empresa en nuestros
días, trazando planes ideales de reducción que admiran como
parto de la fantasía pero que bien enseña la experiencia cuanto
son de ilusorios, zahiriendo la sencilla fe del apóstol o su
carencia de recursos materiales o científicos para remediar ciertas
necesidades de sus neófitos, exigiendo para el indio reducido una
cultura superior que hoy mismo nos cuesta a nosotros tanto
trabajo adquirir,— a pesar de todo eso, lo cierto es que la evan-
gelización del territorio venezolano fue una labor meritísima y
que aquellos rudimentos, por exiguos que parezcan, de civili-
zación y de cristianismo que los Misioneros pusieron en el alma
rehacía de nuestros indígenas, fueron el fermento vital que les
sirviera más tarde para formar la masa de nuestra nacionalidad.
Por otra parte, las noticias que poseemos de los pueblos que
fundaban los Misioneros, recomiéndanlos bastante de expertos
colonizadores: al régimen de las Misiones se debe el haber acre-
centado el apego a la propiedad raíz, la estabilidad de habita-
ciones, el amor a una vida suave y pacífica (14); el sistema de
misiones conservó un número mayor de indios y los educó en el
cultivo de la tierra y pastoreo de ganados (15); y si nos referimos
a la solicitud del Misionero para levantar el nivel moral del indí-
gena, yo no veo, por ejemplo, que sea más encomiable el empeño
que hoy se pone en «salvar la raza» de los estragos del alcoho-
lismo, que los conatos poco menos que inútiles de aquellos bendi-
tos frailes en quitar a sus neófitos lo que ellos ingenuamente
llamaban «el vicio de la borrachera» (16).
Antes que censurar acerbamente o juzgar con soberano
desprecio, como lo han hecho algunos de nuestros talentosos
escritores contemporáneos, la obra del Religioso misionero en
el territorio patrio, preciso es añorar como lo hicieron otros
historiadores con mejor acuerdo, aquella egregia institución, y
celebrando las gestas preclaras de esos heraldos meritísimos de
la Cruz y de la civilización en nuestro suelo, hacerles la justicia
a que son acreedores y honrarnos a nosotros mismos reconocien-
do la grandeza de sus servicios.
(13) Cf. Colecc. Blanco Azpurúa, t. I, pp. 283 y sig.
(14) A. de Humbolt, Voy age aux régions equinoxiales du Noii-
veau Contincnt, cita de Gil Fortoul.
(13) Gil Fortoul, op. cit. p. 42.
(16) Fray Félix de Villanueva, informe de 1778.
SEGUNDA CONFERENCIA
LOS OBISPOS Y EL CLERO
Me prometo en esta segunda conferencia exponer el influjo de
la Iglesia en la gestación de la nacionalidad venezolana consi-
derada en la for.na más elevada de su desarrollo social.
Desde este punto de vista es preciso presentar a la iglesia
constituida en su jerarquía y ejerciendo por medio de sus re-
presentantes caracterizados, la acción social correspondiente en
ios varios linajes de una noble actividad humana.
Pues bien, yo afirmo que el episcopado y el clero presta-
ron una conti rjución inapreciable ala implantación y manteni-
miento de la civilización en nuestro país, y que por manera nin-
guna estuvo la Iglesia ausente de los progresos hacia la cultura
que en nuestra precaria situación colonial pudieron alcanzarse.
Desde luego es un hecho que sin la eficaz intervención
de la autoridad episcopal, con la gran suma de respeto que
de sí misma imponía y con el pleno apoyo que a su ministerio
prestaba el gobierno de la Metrópoli, el establecimiento de una
verdadera sociedad habría sido imposible en nuestro territorio;
ya que la anarquía fue el estado continuo de las primeras
gentes colonizadoras y la degeneración hasta el salvajismo
parecía la consecuencia fatal de aquel desbordamiento de sus
pasiones brutales. Yo adopto sin reserva las conclusiones
acerca de este punto estampadas con motivo del centenario de
la Independencia por uno de nuestros más aventajados juriscon-
sultos, y que ya en otro trabajo he tenido el gusto de propo-
ner a la atención del mundo: «Fue casi exclusivamente por el
«influjo de la Iglesia como pudieron arraigar en el país los
«hábitos de la vida civilizada, que a no ser por ella habrían
«perdido los conquistadores, como en efecto en mucho los aban-
«donaron al ponerse en contacto con el salvajismo indígena.
«Probablemente la aventura de la conquista habría terminado en
«feroces guerras civiles si no hubiera la Iglesia hablado
«a la conciencia de aquellos hombres y avivado así el senti-
«miento de la justicia y del deber, que en el ardor de la con-
«quista había quedado en ellos supeditado por bajas pasiones.
«... A esa obra y la de inculcar en los indios y escla-
«vos africanos los principios morales y religiosos, bases de la
«civilización, dedicaron los primeros Obispos venezolanos ex-
«traordinarios esfuerzos. Enorme resistencia encontraron y para
«realizar su misión civilizadora tuvieron que hacer uso no solo
«de los medios de la persuasión y la dulzura sino también asu-
«mir de hecho una especie de dictadura para quebrantar abusos,
«dar protección a los débiles, castigo a las iniquidades y echar
— 22 —
«las bases, en fin, de una sociedad inspirada en la justicia y no en
«la fuerza. Mucho lograron en ese sentido y si la obra no que-
«dó al fin sólidamente realizada, no fue por falta de esfuerzos
«suyos sino porque era en extremo dificultosa.
«La protección de los Obispos y luego los trabajos de los
«misioneros salvaron de una total destrucción la raza indígena
«y a ellos se debe que hubiera podido quedar en número sufi-
«ciente para formar la base étnica de nuestra población. A los
«Obispos se debió también que en las pequeñas comunidades
«anárquicas y tormentosas que fundaron los conquistadores,
«primeros núcleos de la nacionalidad venezolana, reviviese el
«dormido sentimiento de la justicia del hombre europeo, civili-
«zado por el cristianismo, que en los trópicos había retrogradado
«tan espantosamente al ponerse en contacto con las razas pri-
«mitivas. Son verdades que tendrá que proclamar la historia» (1).
Yo no me detendré a recorrer la lista de esos meritorios
Prelados, que todos se afanaron por darle forma estable a las
varias agrupaciones coloniales puestas bajo su jurisdicción,
impeliendo hacia todos los progresos, alzando voz enérgica
contra todos los desmanes, promoviendo el reinado de las sanas
costunibres y fundando una organización religiosa que fué lo que
dió cohesión y harmonía a los elementos diversos que debían
integrar la sociedad venezolana. Pero sí me fijaré en un hecho
de suma importancia para mi propósito, porque noto cierta
tendencia a desconocerlo y en la injusticia del empeño que se
tiene por enaltecer los adelantos actuales, blasfemando de todo lo
pasad'^, se oscurece el mérito del influjo efecti, j que el elemen-
to eclesiástico tuvo en la adquisición de nuestra primera cultura.
El hecho es, pues, que la mentalidad venezolana despertó al
conjuro de la Iglesia y que todo el desenvolvimiento intelectual
que se produjo en nuestra patria durante el régimen colonial
—en la carencia absoluta de recursos que se padecía— y que
luego ¡lustró a la República en las primeras épocas de su exis-
tencia, debe atribuirse a las luces y a los esfuerzos del Clero.
Yo reviso nuestros anales y encuentro que mientras los
misioneros se gastaban infundiendo a sus neófitos el conoci-
miento de la religión y acostumbrándolos al habla castellana, no
sin ejercitarse ellos a su vez y de un mo.^o científico en el
aprendizaje de los idiomas indígenas (2)— lo cual nadie negará
(1) Dr. Pedro M. Arcaya. El Episcopado en la formación de
la sociedad venezolana. *La Religión*, 5 de julio de 1911.
(2/ El capuchino P. Carabantes, uno de los más célebres
Misioneros de nuestra región oriental, publicó las tres obras si-
guientes: Diccionario de lenf^uas indígenas; Gramática, Arte y
Vocabulario de la lengua de los indios Caribes en la Nueva
Anda'ucia y Sermones en lengua de los indios Caribes. El P. Fran-
cisco de Tauste, otro célebre misionero capuchino, publicó una
obra con este titulo: Gramática, Diccionario y Catecismo en la
lengua de los Chaimas. (Las antiguas Misiones Capuchinas de
Cumaná y Mafurii, pág. 53 y 54).
- 23 -
ser ahinco en pro de la c iltura,— los Obispos y sacerdotes se
dedicaban solícitos en los centros sociales más elevados a pro-
porcionar instrucción y ejercitar en las nobles tareas de la inte-
ligencia, a una juventud q ic no hallaba en otra parte el estímu-
lo para tales faenas. «Sin disputa alguna, ha dicho uno de nues-
tros escritores más renombra Jos, la ins.rucción elemental y de
idiomas comienza en Caracas con los conventos y con los pre-
lados .... La cooperación del clero, como agente de instruc-
ción, descuella no solo en el desarrollo del Seminario, y después
en la Universidad de Caracas, sino también en las escuelas de
primeras letras, regentadas por los frailes en los mismos con-
ventos, con el carácter de educación privada y gratuita ....
El primer colegio de niñas durante la Colonia fué obra de un
clérigo, el Pbro. M dpica; y los estudios matemáticos se abrieron
en la Universidad de Caracas bajo el dictado de un sabio capu-
chino, del Padre Andújar, uno de los maestros que tuvo Bolívar
antes de su salida de Caracas en 1798» (3). Y bien es recor-
dar aquí, para que se vea con cuánta ligereza se ha hablado
de la «escasa cultura» del Misionero, que ese mismo Padre
Andújar, «afamado por su mucha erudición*, fué a morir misio-
nando en Parapara, regiones del Orinoco, adonde se había tras-
ladado con su «hermosa librería y sus instrumentos de Física» (4).
Porque es preciso proclamar también que si hubo libros
entonces en Venezuela, éstos se hallaban solo en las bibliotecas
de los conventos y del obispado, y que no estaban allí esos
libros en inútil depósito sino para alimentar la inteligencia de una
generación deseosa de saber; la cual allí efectivamente alcanzó
toda la cultura clásica que ha dado justa fama a las letras vene-
zolanas, asi como en las aulas ya dichas se adquirió la ins-
trucción científica que en aquellos tiempos era posible al vene-
zolano poseer.
Yo sigo revisando nuestros anales y hallo que solo un
viejo fraile franciscano, el Padre Puerto, fue encontrado por
Humbolten Caracas poseyendo algunas noticias de la astronomía
moderna; y hallo al Padre Sojo, espíritu progresista que gustrba
de dar buena acogida a los peregrinos del saber, como fundador
entre nosotros dei arte musical; y hallo que son sacerdotes los
que porfían por introducir en las cátedras universitarias los
nuevos métodos de enseíianza filosófica (5); y hallo que los es-*
tudiantes encuentran fuera del recinto universitario, no satisfechos
del régimen cancelarial, cátedras públicas en los conventos para
cursar sus estudios; hallo, en fin, que en el momento de entrar
la Universidad en nuevas sendas de progreso, surgida ya la pa-
tria a vida independíente, es entre las manos de un .sacerdote
ilustre como comienza a ejercer esa fecunda actividad, y es
bajo la autoridad de ese sacerdote que se obtiene sean supri-
(3) Arístides Rojas, Orígenes Venezolanos, t I, pp. 307 y 310.
(4) Ibíd. p. 318.
(5) Cf. Historia de la üníversidad Central de Venezuela, por
el Dr. Juan de D. Méndez y Mendoza, t. I. pp. 116-18.
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midas las trabas que pudieran impedir el futuro desenvolvimiento
del egregio Instituto (6).
Por último, para completar esta rápida revista de la signifi-
cación del clero como factor nada despreciable en el desarrollo
de la intelectualidad venezolana, es preciso no olvidar que en
los primeros tiempos de la República brillaron en la Iglesia va-
rones de cultura superior que ya en el Parlamento, ya en los
consejos del Gobierno, ya en las cátedras de enseñanza, ya en
la tribuna sagrada, ya en las altas dignidades eclesiásticas,
honraron las sagradas vestiduras y fueron nobles paladines de
la civilización y del patriotismo. Los nombres de Avila, Talavera
y Garcés, Alegría, Espinoza, Méndez, Fortique, tomados así al
azar, recuerdan talentos y caracteres poderosos con que podrán
ufanarse en todo tiempo los fastos de la mentalidad nacional.
Y valga en elogio de todos lo que el príncipe de nuestros
historiadores dice de aquel Doctor José Antonio Montenegro, a
quien llama «el bueno, el afectuoso, el sabio, que fomentó las
reformas literarias con sus propios trabajos, alentó la juventud
estudiosa con sus consejos, su ejemplo y sus escasos bienes de
fortuna» y tuvo la gloria de contar entre sus alumnos y favo-
recidos a los hombres que se distinguieron más en Venezuela
por la virtud y por la ciencia en aquellos primeros días de su
vivir autonómico (7).
Cuanto he dicho hasta ahora demuestra como en la formación
social de Venezuela no menos que en el fomento de su cultura,
lo mismo en la época de la colonia que en los días de su liber-
tad, ha tenido la Iglesia una parte muy activa, pudiendo con
toda verdad decir e que la Cruz ha presidido el proceso de
civilización de nuestra patria. ¿Por qué, pues, se ha notado en
estas últimas décadas el empeño cada vez más insistente en
desconocer esa influencia civilizadora de la Iglesia y negarle
toda eficacia saludable a su acción pública, y eso en nombre
de la ilustración general, en beneficio de la cultura científica y
del progreso social? Yo creo que eso se debe en mucho a un
principio de reacción excesiva contra las ideas sociales del tiempo
pasado, a un espíritu de imitación indiscreta para aceptar sin
reserva todas las teorías modernas en orden a la religión, al
prurito en fin de aparecer muy llenos de luces fomentado por
el temor pueril de que se nos juzgue atrasados si hacemos
profesión de buenos católicos. Triste situación la de unos en-
tendimientos que reniegan de las tradiciones religiosas de su
patria por seguir sugestiones extréñas, cuando lo glorioso es-
taría en acoger todos los legítimos progresos y apropiarse todas
las verdaderas conquistas de la ciencia, enalteciendo con ello el
patrimonio de creencias que nuestros mayores nos legaran!
No es que yo me forje ilusiones: yo sé y lo he dicho otra
vez y ha sido la preocupación atormentadora de mi vida, que
la Iglesia ha padecido entre nosotros sus períodos de languidez;
(6) Cf. Dr. Juan de D. Méndez y Mendoza, op. cit., t. I,
pp. 359-362.
(7) Baralt. Resumen, t l, p. 429.
-2S-
yo sé que, ocupado en los quehaceres de un ministerio absor-
bente, nuestro escaso clero no ha tenido ya tiempo para dedi-
carse con asiduidad al ejercicio de una alta labor científica; yo
sé que ante el reclamo de las necesidades del servicio ordinario,
ios Prelados llevaron a veces quizás demasiado lejos su benig-
nidad respecto a la excelencia de condiciones en los sujetos
promovidos al clericato; yo sé, en fin, que en el desconcierto
de nuestro primer siglo de vida nacional, la Iglesia ha sufrido
funestos contragolpes, perdiendo valiosos elementos, siendo
objeto de malos procederes, obligada a soportar el sonrojo de
bien poco gratas apreciaciones: pero nada de eso, que tampoco
ha sido suerte exclusiva del orden religioso entre nosotros,
podrá jamás echar por tierra la obra del Clero en la civilización
venezolana, su influjo de siempre en pro del bien público y la
inmanente virtualidad de la iglesia para proseguir su obra bien-
hechora a pesar de los obstáculos que hayan obstruido su ca-
mino.
¿Quiero decir acaso que todo progreso científico está vin-
culado a la profesión de fé católica? No, la ciencia como tal no
es patrimonio de ningún credo, pudiendo muy bien existir en
todos los campos religiosos; y precisamente por esto resulta
tan fuera de razón el intento de arrancar la fe de un pueblo
so pretexto de ciencia y de progreso. La iglesia Católica no
rechaza ningún adelanto científico : ella los acoge todos, de
todos se sirve y sus hijos tienen plena libertad para dedicarse
a las sabias investigaciones, contribuyendo, como contribuyen
cada día, a aumentar gloriosamente el acervo de los humanos
conocimientos. La iglesia Católica solo pide al hombre de ciencia
lo que tiene perfecto derecho a pedirle: que respete sus dominios
y no invada una jurisdicción qqe no le corresponde, que sea
reservado en sus conclusiones para no fallar desde luego en
contra de la fé, definiendo como dogmas científicos teorías de-
ficientes cuya flaqueza quedará a poco comprobada; ya que los
conflictos aparentes entre la ciencia y la fé se resuelven siempre
en harmonía y jamás una verdad científica propiamente dicha se
hallará en real oposición con las verdades reveladas perfecta-
mente bien entendidas.
Por esto, no puede uno menos de indignarse ante el prurito
de descatolizar las inteligencias presumiendo de ilustrarlas, ante el
conato de desprestigiar la religión declarándola enemiga de la
cultura de los entendimientos. ¿No se da continuamente el espec-
táculo en el seno de las naciones católicas, de una máxima cul-
tura intelectual y de una enseñanza literaria y científica que no
le va en zaga a la que se obtiene en cualquiera otro medio
social? ¿No tenemos ante la vista los más excelentes institutos
de educación que, informados por el espíritu religioso, no ceden
a ningún otro en brillo de resultados, y acogen todos ios pro-
gresos e innovaciones convenientes a la perfección de los mé-
todos pedagógicos, y los practican con notable éxito sin que
ello perjudique en nada a su religiosidad? ¿Hay acaso un solo
sabio digno de este nombre que se haya visto precisado a
abandonar sus creencias católicas por serle ellas obstáculo para
-26-
el cultivo de su sabiduría? Ah! gracias al Cíelo, bien podemos
mirar de frente todas las conquistas de la ciencia desde el pe-
destal de nuestra fé, en la seguridad plenísima de que ninguna
luz del saber humano será poderosa a desvirtuar las claridades
que esa te irradia sobre los grandes problemas que intercsañ al
destino del hombre, y cuya solución por completo escapa a los
recursos de la investigación científica. Sí, preciso es proclamarlo
muy alto, no es la ciencia lo que hace al hombre incrédulo: se
es incrédulo o porque se ha educado el hombre fuera de la re-
ligión, o porque tiene éste de la religión una noticia harto su-
perficial, o porque un saber limitado o postizo lo engríe y des-
vanece, o porque las pasiones insanas reclamando una satisfac-
ción irracional repugnan el freno que la religión sola puede im-
ponerles.
Termino esta conferencia haciendo votos por que desaparezca
de la atmósfera mental de nuestra patria ese miasma de incredu-
lidad que perturba muchos cerebros y trastorna la serenidad de
muchos criterios, ejerciendo un influjo harto dañoso en las nuevas
generaciones. Nuestra institución social está basada en los prin-
cipios religiosos, la Iglesia Católica ha influido eficazmente eri
el desarrollo de nuestra civilización y hoy, como siempre, su
acción es innegablemente propicia, a pesar de ciertas decadencias^
al aumento de la cultura nacional. Desligar a la sociedad ve-^
nezolana de su tradición religiosa, junto con ser flagrante' ingra-1
titud. sería labor antipatriótica, ya que el concepto del patrio-
tismo está vinculado en el apego a todas las venerables ins-
tituciones en que se informaron las costumbres del pueblo a que
pertenecemos. Con ese razonable apego es perfectamente com-
patible el progreso, porque éste, tratándose de' entidades inva-
riables, no puede darse sino en las formas accidentales que se
adaptan sin dificultad a las modificaciones del tiempo.
Nada tienen, pues, que temer de las creencias religiosas
los espíritus cultivados; antes bien les cumple honrar con su
ilustración la fe que nuestros antepasados nos legaron, esa fe en
la cual solo hallarán el resorte de su buena conducta privada y
pública y en que está toda la garantía del orden y de la felicidad
social.
En la próxima conferencia consideraré bajo esta faz de su
influjo moral la obra de la Iglesia en nuestro pais.
TERCERA CONFERENCIA
LA IGLESIA Y SU INFLUJO MORAL
La influencia más propia de la Religión se ejerce induda-
blemente en el orden de las costumbres, y nadie hasta hoy ha
podido negar que el cristianismo prescribe al hombre una dis-
ciplina moral perfectisima, capaz de elevarlo al más alto grado
de austeridad, promoviendo en la sociedad un reinado ideal de
rectitud y limpieza de conciencia. Si acaso alguna critica ha
suscitado el sistema moral del Evangelio habrá sido la de ha-
llársele demasiado perfecto, la de no condescender con las fla-
quezas de la humanidad, la de su contradicción en muchos casos
con la conducta de quienes lo profesan; pero nadie negará tam-
poco que la moral cristiana ha tenido siempre en el mundo los
más cumplidos practicadores y que esos ejemplares nada escasos
de la perfección moral, hallados en todas las categorías sociales,
ejerciendo un influjo eficacísimo sobre la gran masa de los fieles,
han contribuido poderosamente a establecer el prestigio del bien
en el desarrollo de las costumbres públicas. Y eso es cabalmente
lo que se llama civilizar, pues la civilización no tanto consiste en
los adelantos materiales cuanto en el progreso espiritual: aquéllo
es lo secundario, ésto es lo principa]; aquéllo constituye el es-
plendor y atavío sin duda muy deseable de la civilización, ésto
constituye la " civilización en sí misma y faltando, a pesar de
todo brillo exterior, los pueblos, sufren decadencia y la ruina
habrá de ser su suerte inevitable. La Justicia, esto es, la rectitud
moral, lía dicho el Espíritu Santo, eleva a la nación; mas el pe-
cado hace miserables a los pueblos (1).
¿Cómo no reconocer, pues, desde el primer momento la
importancia capital que las costumbres cristianas tienen para la
vida de los pueblos? Y si se considera que la implantación de
esLÜS. costumbres fue en nuestra patria, como lo ha sido en todas
partes, la solicitud perenne de la Iglesia ¿cómo no admitir
la influencia decisiva de ésta en la obra de nuestra civili-
zación?
La .religión ha sido el fundamento del hogar venezolano.
Bendecido y áfirmado por ella, ese hogar se erigió siempre como
un santuario de virtudes, para el. cumplimiiento de deberes sa-
cratísimos, con la conciencia de las más graves responsabilidades
contraídas ante Dios y en capacidad de realizar santamente todos
los sacrificios que las vicisitudes de la vida pudieran imponer.
Por esto en ese hogar se rindió siempre culto a los grandes
(1) Prov. XIV, 34.
-28-
sentimíentos que dignifican al hombre, y de éí salieron los
fuertes caracteres que en los días épicos de nuestra existencia
nacional ilustraron con virtudes civicas el nombre de la patria.
Los fundadores del hogar venezolano estuvieron muy lejos
de ignorar que toda la grandeza y excelencia de esta institixión
tiene su apoyo en Dios, y que es del Cielo de donde proviene para
la familia toda la auréola que la santifica, todo el prestigio que
hace siempre amables los sagrados nexos por ella establecido?.
Nuestros padres estuvieron bien penetrados de que su función
augusta los constituía sacerdotes, para ofrecer a Dios votos
y preces en favor de aquellos que el mismo Dios ponia bajo su
autoridad, y por esto no se desdeñaban de cumplir sus deberes
religiosos; los constituía profetas, para dar a sus hijos leccioi.es
de porvenir, interpretándoles las enseñanzas del pasado y di-
rigiéndoles el juicio sobre el movimiento de las cosas presentes,
y por esto huyeron de la vana superficialidad para formar hom-
bres capaces de continuar una noble tradición social; los cons-
tituía reyes, para dirigir a los suyos, dirigiéndose ellos mismos,
hacia la eternidad, y por esto practicaban la austeridad de
costumbres y disciplinaban su conducta para servir de ejemplares
vivientes a aquellos que tenían obligación de educar.
Yo atribuyo a esa austera educación, imbuida en todas las
graves ideas que el cristianismo profesa, la fuerza de carácter y
la magnanimidad de acciones que brillaron en los hombres qué
nos hicieron patria, a pesar de cualesquiera descarríos de pasión
o influjo fatal de doctrinas filosóficas. Sí, aquellos varones
preclaros, como ha dicho el más ilustre de nuestros historia-
dores (2) de uno de nuestros más esclarecidos patricios, dotados
de alma fuerte y profundo apego a la religión, consiguieron
cerrar su corazón a las erróneas doctrinas morales del filosofis-
mo, mientras que prendados de los nuevos ideales políticos
quisieron hacer de ellos la base de nuestro régimen gubernativo.
Por eso la religión católica no fue en manera alguna desco-
nocida sino altamente proclamada por los fundadores de nuestra
nacionalidad, por eso realizaron ellos sacrificios tan heroicos
e hicieron tanto alarde de abnegación en el curso de su afdüá
empresa, por eso se expi'ica aquella ilusión de ideologismo (3)
con que renunciaron a sus privilegios y consagraron sus riquezas
y su vida a promover la libertad de sus conciudadanos.
Permitidme, pues, repetir aquí lo que en otra ocasión escribí
porque ello constituye la concretación de mi pensamiento al
respecto: *Venezuela'se formó socialm¿nte bajo el magisterio de
«la iglesia Católica, y en virtud de ese magisterio tuvimos un
<^pueblo morigerado, en donde la honestidad de costumbres halló
«cultivadores, en donde el hogar fue santuario, en donde las
«necesarias diferencias sociales estuvieron admirablemente sua-
«vizadas por el sentimiento augusto de la fraternidad cristiana,
«muy superior en eficacia a todos los modernos humanitarismos,
«y en donde todas las virtudes cívicas, que no pueden forjarse
(2) líaralt. Resumen, 1. 1, p. 430.
(3) Cf. Gil Fortoul. ///s^ Const, I, p. 91.
- 29 -
«sino al calor de la fe en las realidades trascendentales, hallaron
«egregios paladines que realizaran en su honor limpísimas ha-
«zañas» (4).
Diríase que aquellos padres de la Patria comprendieron muy
bien la suprema importancia que para el orden social dentro del
régimen democrático tienen los principios religiosos, cuando en
el Acta de la Independencia inscribieron como el primero de sus
deberes el creer y defender la Santa, Católica y Apostólica re-
ligión de Jesucristo. «Una democracia, en efecto, según la vieja
palabra de Polibio, es un estado en donde vive la Religión y, por
la Religión, la autoridad de la familia, el respeto de los ancianos,
la obediencia a las leyes y la sumisión verdadera de todos a la
autoridad general de la mayoría» (5). Y yo os digo, todo eso,
religión, espíritu de familia, respeto, obediencia, nadie puede
predicarlo eficazmente sino la Iglesia Católica. Si, mientras nicás
agitada se halle la sociedad, mientras más perturbada esté, mien-
tras mayor número de libertades acepte en su seno, mayor nece-
sidad tendrá del Cristianismo y de las virtudes que él inspira,
más forzada ce verá a echarse en sus brazos, más apreciará y
llamará en su auxilio la tranquila, serena, omnipotente virtud de
la Religión y de la Iglesia.
Tenemos la satisfacción de que en este punto no han sido
los adversarios del Catolicismo los que menos claro han visto
y con menos elocuencia pregonado las excelencias de la religión
como sustentáculo de la moral pública y, por ende, la subsis-
tencia perenne de ella en el seno de las naciones. El fundador de
la escuela crítico-positivista contemporánea, uno de los ingenios
más brillantes de nuestra época, ha escrito la siguiente página
que condenso, y la cual verdaderamente honra a la f nura de su
criterio:
«Hoy como ayer, el Cristianismo va efectuando su obra
«de reemplazar en todas partes el egoísmo por el amor del
«prójimo. Ni su substancia ni su empleo han cambiado. El es
^todavía el órgano espiritual, el gran par de alas indispensable
«para levantar al hombre sobre sí mismo, sobre su vida rastrera
«y sus hori.íontes limitados; para conducirle al través de la
«paciencia, la resignación y la esperanza hasta la serenidad ;
«para llevarle, más allá de la templanza, la pureza y la bondad,
«ha>ta el desasimiento y el sacrificio. Donde quiera y siempre,
«al faltar esas alas, las costumbres privadas o públicas se degra-
«dan: el egoísmo brutal y calculador recobra en seguida el as-
«cendiente, la crueldad y la sensualidad despliegan toda su au-
«dacia, la sociedad viene a parar en hervidero de todas las co-
«rrupciones. Cuando ha contemplado úno de cerca ese espec-
«táculo, puédese valorar lo aportado por el Cristianismo a nues-
«tras sociedades modernas; lo que en ellas ha introducido en
«materia de pudor, de mansedumbre, de humanidad; lo que en
«ellas ha mantenido respecto de honradez, de buena fe y de jus-
«ticia. Ni la razón filosófica, ni la cultura artística y literaria, ni el
(4) Patria e Iglesia. La /?í?//^/d/7, 5 de julio de 1911.
(5) Pohblo.—Annal., L., N^^ 1.
^30-
«mismo honor feudal, militar y caballeresco, ningún código, nin-
«guna administración, ningún gobierno, es capaz de suplirle en ese
«servicio» (6).
¿Qué puede efectivamente dar en cambio de la influencia
religiosa todo otro orden de principios para el temple de ios
ánimos y para la moralidad social? Yo pongo el oído a los
nuevos sistemas que se nos ofrecen para la formación moral del
ciudadano, y atiendo luego a sus resultados prácticos, sin en-
contrar, nada que a dichos sistemas pueda recomendar: no son
esos ideologismos capaces de ilusionar para el sacrificio, sino
prestos siempre a ceder ante el reclamo del interés personal, a
declararse vencidos ante las imposiciones del más grosero
egoísmo. Yo vuelvo, por el contrario, los ojos hacia los princi-
pios religiosos y considero su actual eficacia en la dirección de
la conducta, y encuentro que a pesar de un aflojamiento inne-
gable de la energía moral, a pesar de mucha burda falsificación
de religiosidad, es siempre allí donde la religión se respeta, dónde
las bellas virtudes se practican, dónde brilla la pureza de con-
ciencia, dónde la rectitud de procederes tiene secuaces, dónde,
en fin, son capaces todavía de producirse los grandes gestos
morales que salvan la dignidad humana y redimen de la ignominia
a las sociedades.
Ah! importa sobremanera no perder de vista ese hecho, si es
que se tiene verdadero amor de la patria y se quiere poner
eficaz contrapeso al desastre moral que el desbordamiento de
las concupiscencias provoca en el seno de los pueblos. No es
posible, en efecto, negar que el aumento de comodidades y
goces que ofrece hoy el progreso científico e industrial, envuelve
una de las más formidables tentaciones a la honradez de proce-
deres y a la honestidad de las costumbres. Poned, pues, al
hombre en presencia de la atracción que los triunfos de ese
progreso necesariamente causan, y privadlo al mismo tiempo de
la fuerza de resistencia indispensable para no disfrutar sus
ventajas sino por medios lícitos y solo en proporción de esos
medios, y veréis desarrollarse dentro de la sociedad espectáculos
harto degradantes para la personalidad humana, y veréis con
el decaimiento de las grandes virtudes públicas precipitarse las
naciones en el abismo de la ruina. Entonces aparece entre los
hombres la predilección por el bienestar, que imprime su sello
en toda la vida privada, «en el amor de la familia, en la regulari-
dad de las costumbres, en el respeto a las creencias religiosas y
aun en la práctica tibia y asidua del culto establecido, predilec-
ción que permite quizás todavía la honradez pero que prohibe
el heroísmo, sobresaliendo en formar hombres correctos y co-
bardes ciudadanos». Entonces abunda sobre todo esa categoría
de hombres a quienes el simple bienestar no satisface y que
han menester del goce sin medida; hombres en quienes una sed
insaciable de oro se despierta como consecuencia natural de
esa avidez de placeres, precipitándose en ellos los deseos, sin
(6) H. Taine. Les origines de la France contemporaine: le
régime modernc, t. II, pp. 118 y 119.
-31 -
regla y sin término, hacia todo lo que promete ese oro, única
nobleza ya, único honor, sola consideración, objeto supremo
de la vida. Imaginad ahora los excesos, las bajezas, las in-
justicias, los eclipses de conciencia necesarios para alcanzar
semejante fin y alcanzarlo sin tardanza, y considerad luego
adonde iría a parar pronto una sociedad en cuyo seno no exis-
tiera el espíritu de verdadero sacrificio, que solo la divina
religión procura. Porqus no hay remedio, la ley del sacrificio es
ineludible sobre la tierra: o se sacrifica el placer, el bienestar,
la vida misma para guardar incólume la integridad moral, o se sa-
crifica esta integridad, virtud, honra, nombre, todo, en aras del
bienestar, del lujo y del placer. Lo que hay que buscar primero
es lo que da personalidad a los pueblos, y lo que da perso-
nalidad a los p jeblos es la elevación de los pensamientos, la be-
lleza de los sentimientos, la grandeza heroica de los caracteres.
Lo demás es aquella «aíiadidura» que el Evangelio ofrece cuando
exhorta al hombre a buscar ante todo «el reino de Dios y su
justicia». Pero ¿qué queréis que resulte cuando no se busca
sino la añadidura dejando no solo en olvido sino hasta en el
mayor desprecio ib que debe ser primero?
Yo os digo, pues, en verdad, guardaos muy bien de sustraer
Vuestras conciencias de los dictámenes de la moral religiosa : la
Iglesia Católica es la única que tiene en el mundo el poder di-
vino de moderar los desenfrenos del corazón humano : cualquier
otro principio que se intente sustituirle es del toJo ineficaz y
aun contraproducente. Nuestra patria fue formada en las pres-
cripciones de esa moral, y si algo tiene derecho a sentir es solo
el que sus ciudadanos no hayan siempre ajustado a ellas su
conducta. Introducid en seguida cuantos progresos queráis en
los demás órdenes y nada tendréis que temer: la moderación
será el sello de nuestra vida social, cada cual permanecerá en
el puésto que le corresponde, gozando de su parte de felicidad
con el debido sosiego, y, aplacado el insano furor de las
codicias, el proceso ascendente de las aptitudes se efectuará sin
saltos regresivos ni perturbadores choques, todo lo cual redun-
dará indiscutiblemente en dicha y gloria de la m.isma patria. De
otro modo yo no podría exhalar sino lúgubres lamentaciones sobre
nuestra futura suerte, y contemplando una catástrofe más o
menos próxima, repetiros esta sentencia de un célebre escritor (7),
con la cual quiero terminar la presente conferencia:
Aun cuando triplicárais la velocidad de vuestros ferrocarriles,
aun cuando os sirviérais de vehículos todavía más rápidos y
admirables, aun cuando peifeccionárais vuestras alas surcando sin
peligro alguno los espacios aéreos, aun cuando hubiérais de
eclipsar con vuestros futuros descubrimientos todo lo que hoy
os llena tanto de orgullo; si no resucitáis a Dios en las almas,
(7) Mgr. Bou^auc^. Le Christianisme et Ies temps présents,
t. I, p. 269.
-32-
si no restablecéis en ellas la adoración, la plegaria, el sacrificio,
el desinterés, el desprecio de la tierra, perderéis la sociedad, pre-
cipitándola en uno de esos abismos que son mitad fango y mitad
sangre!
En la próxima conferencia os expondré, conforme a mi ma-
nera de ver las cosas, el estado actual de la influencia religiosa
en la civilización venezolana.
CUARTA CONFERENCIA
LA ACTUALIDAD RELIGIOSA EN VENEZUELA
En la rápida revista que he venido pasando de los beneficios
que nuestra patria debe a la Iglesia Católica, habéis podido notar
que, sin desconocer yo ciertas deficiencias debidas a causas
extrínsecas y no imposibles de remediar, la impresión que me
resulta es completamente satisfactoria. Sí, Venezuela no tiene mo-
tivo ningimo para quejarse de haber surgido a la vida civilizada
en brazos del catolicismo; y hoy, en la plena actividad de su
vida nacional, en el empuje magnífico de su aspiración hacia el.
ideal perfecto de un pueblo consciente, no lo hay tampoco para
desestimar el valor de la influencia religiosa ni para sustraer este
elemento piincipalísimo de entre los que contribuyen a esa for-
mación de nuestra conciencia social. Yo intento en esta última
conferencia hablaros de esa importancia actual del catolicismo
en el desarrollo de la cultura patria, para poner así justo remate
a la obra que me propuse con estas disertaciones.
Permitidme ante todo asentar que la Iglesia, al reivindicar sus
sagradas prerrogativas, ha sido entre nosotros un noble ejemplar
de entereza y una alta enseñanza de protesta contra las vulnera-
ciones de la justicia. Reconocida desde el primer momento por
el Estado en posesión de sus derechos como religión del país y
en la plenitud de facultades que le incumbe para ejercer su juris-
dicción espiritual con la debida amplitud, circunstancias fatales
vinieron pronto a producir violentos choques entre esas dos
potestades, perjudicando a la mutua harmonía y creándola la
Iglesia una situación difícil en presencia del Poder constituida.
No es esta la ocasión de fallar acerca de los motivos que provo-
caron aquellos conflictos y de la manera como se procedió en su
mantenimiento o solución; la historia hará el reparto equitativo
de responsabilidades, y puestos a un lado los apasionamientos,
dirá hasta qué punto fueron suficientes aquellos motivos o discre-
tos aquellos procederes. Pero una cosa es indudable: que los
Prelados y sacerdotes que fueron actores en dichos conflictos
obra ron por dictamen de conciencia, que fue la causa sublime
del decoro de la Iglesia lo que ellos tuvieron en mira defender,
y que por tanto su actitud altiva en tales coyunturas y la
firme constancia con que sobrellevaron los infortunios consi-
guientes, fueron muestra sublime de abnegación y de patriotismo.
Yo saludo desde esta cátedra a esas figuras egregias de Prelados
y sacerdotes que en el curso tormentoso de nuestra vida nacio-
nal representan la falanje heroica de los perseguidos por amor
-34-
a la justicia; yo honro aquí la memoria de esos gallardos pala-
dines que no vacilaron en sacrificarse per la dignidad déla
iglesia, y recordando que hubo entre ellos varones con aptitudes
preciaras de entendimiento y corazón que pudieran continuar la
prestigiosa tradición social de nuestro clero, lamento las causas
que troncharon en flor tan bellas esperanzas, impidiendo además
por largo tiempo aquella «selección» y aquel «esfuerzo depura-
dor» tan indispensable en el seno de la Iglesia como en el seno
de las democracias, paia la eficacia de su obra y la efectividad de
sus beneficios.
Pero la Iglesia jamás sucumbe y ella se alza pronto de sus
postraciones, merced a su inmanente vitalidad indefectible, para
continuar eficazmente su obra espiritual en medio de la sociedad
que tuvo la dicha de ser por ella educada. lunca faltó entre
nosotros, ni aun en los períodos más críticos de persecución
o de decaimiento para la Iglesia, el apego tenaz de nuestro pueblo
a sus creencias religiosas o el representante autorizado y
digno de la austeridad y de la cultura en nuestro clero. Vene-
zuela supo siempre separar la cuestión religiosa de todas sus
luchas intestinas y los mismos conflictos a que antes me referí,
siendo más bien de significación personal que de valor
trascendente, no perjudicaron a la unidad de la fe ni enardecieron
los odios domésticos entre nuestros conciudadanos. La Iglesia, a
Dios gracias, ha guardado siempre en su maternal gremio a todos
los hijos de esta amada patria, manteniendo así un vinculo
divino de fraternidad nacional que prevalece sobre todo rencor
de facciones políticas, sirviendo al fin para que todos los vene-
zolanos se encuentren dentro de una misma familia, disfruten de
unos mismos bienes espirituales, participen de unas mismas
sagradas bendiciones. Es cierto que ha habido y hay entre
nosotros quienes hanse colocado ante la Iglesia en actitud de
rebeldía alardeando de profesar los principios más radicales, como
dicen, en materia religiosa, pero notad bien que "iWos pertenecen
tanto 3 las unas como a las (*tras parcialidades y por consiguiente
no son sino individuos particulares representantes de un crite-
rio puramente personal, que en manera ninguna expresa una
doctrina de partido, por más que alguna vez hayan querido
ellos mismos asumir esa alta personería: ellos no son, en suma,
sino hijos descarriados o pródigos de la Iglesia, como siempre
los habrá, y que en su mayor parte, pasado el espejismo de la
vanidad, del respeto humano o de la falsa ciencia que los des-
lumhra, restitúyense de nuevo al regazo de esta Madre aman-
tisima.
No, entre nosotros no existe la división social desde el punto
de vista religioso: nuestros pocos incrédulos, por más que se
cuenten en las filas de lo que se llama la intelectualidad vene-
zolana, no pueden caracterizar en esto a la sociedad, la cual,
por lo contrario, cúrase bastante poco desús desatinos y compa-
deciendo sus alardes de impiedad, solo atiende al valor que en
los otros órdenes de importancia tengan ellos en su seno. Hase
notado que hay entre n )sotros una verdadera resistencia al error
en materia religiosa, y es esta una observación exacta: el buen
- 35 -
mentido de nuestro pueblo, creado por la educación profunda-
mente cristiana que trae desde su origen y la cual ha sobrena-
dado en todos nuestros naufragios sociales y políticos, le ha
hecho comprender siempre mu> bien que no es en sus sagradas
creencias donde puede hallarse obstáculo para el desarrollo del
progreso nacional, que ninguno de los males que ha sufrido
provínole de su amor a Jesucristo y a la Iglesia, que son muy
pocas las garantías que le brindan, para promover su felicidad,
ios que intentan seducirlo hiriéndolo en el amor propio al acu-
sarlo de fanatismo y superstición, y que cualesquiera defectos
en el ejercicio del ministerio eclesiástico que puedan comprobarse,
son pasajeros y fácilmente remediables, como de continuo la
Iglesia misma los remedia, sin que ello perjudique en nada a la
excelencia y santidad de la religión. Por esto Venezuela persiste
tranquila en la posesión de su fe católica, a pesar de la algazara
que a veces levantan los d3 la exigua mesni Ja sectaria; por esto
se inquieta poco del daiio que alguna vez hagan, en la seguridad
de repararlo en seguida; por esto resultará siempre exótico en
nuestro país el elemento de disidencia religiosa que en su suelo
quiera sembrarse.
Llegado a este punto, permítaseme rendir justiciero testimo-
nio a los gobiernos de la República, por el feliz acuerdo que
tuvieron siempre de atender a ese reclamo religioso del país, coo-
perando en obras que meior sirviesen a la saludable influencia de
la Iglesia en el seno del listado, prestando gustosos auxilio a las
necesidades del culto, no desligándose en fin de sus buenas rela-
ciones con la misma Iglesia aun al introducirse en la legislación
cultual patria principios que parecieran exigidos por una mayor
expansión del progreso material.
Tal es la verdadera situación religiosa de Venezuela: por esto
ella choca al criterio de muchos que consideran las cosas desde
afuera sin darse cuenta exacta de nuestro medio social; por esto
para el sectarismo envanecido constituye un estado de languidez
impropicio a las grandes conmociones sagradas; por esto otros la
consideran como un fenómeno raro en nuestros días y un estado
ideal para el catolicismo en un pueblo; por esto yo declaro que
realmente es ella una situación muy a propósito para que la Iglesia
ejerza su acción civilizadora, a condición tan solo de tener en su
seno sujetos cada vez más aptos, por la excelencia de su espíritu
y la alteza de su patriotismo, para hacerlo hermosamente.
¿Qué nos dice la estadística actual del progreso religioso en
níjestro país? Algunas de las prácticas antiguas de nuestra reli-
giosidad podrán haber desaparecido, pero no con ellas ha desa-
parecido su espíritu; en cambio otras prácticas no menos excelen-
tes las han sustituido, y mi opinión es que, a pesar de muchas de-
ficiencias, estamos mejor al respecto que antes: es un optimismo
que espero conpartiréis conmigo: tenemos una piedad si no más
sólida más activa, bien que no le falte su inevitable dosis de fri-
volidad; una instrucción religiosa más generalizada y más extensa,
tanto en lo elemental como en lo secundario, lo que hace más fácil
el sostenerse en las creencias y menos daííoso el contacto de las
ideas hostiles; una prensa católica, exigua si se quiere, pero que
-36-
no desempeña mal su on'cio cuando es preciso enfrentarse al
error o alertar conUa la infiltración de doctrinas perniciosas; ins-
tituciones de enseñanza, de caridad, de culto y celo apostólico
que difunden sus saludables efectos en la sociedad, contribuyendo
muy eficazmente a mantener en ella el suave olor de Jesucristo; un
cl .ro, en fin, que va esforzándose en po derse a la altura de su mi-
sióri y corresponder por las obras de su ministerio a las exigencias
del tiempo en que vivimos.
¿Que hay que luchar y que es preciso tener en cuenta la ta-
rea hostilizadora de la incredulidad y de la desmoralización? La
iglesia no temió jamás la lucha; es en medio del combate cuan-
do mejor rearzi s i obra porque entonces los operarios no duer-
men. V nadie dirá jamás qae el ideal de ella fuisa reprimir la ac-
tividad razonable de sus hijos para poder mantenerlos en su se-
no. No, la Iglesia es la vida espiritual para la hu nanidad y debien-
do infu.idirle esa vida en todos los períodos de la duración, adapta
plena:n?nte la forma de su influjo y el carácter de sus institucio-
nes, a las urgencias sociales de cada época. Yo me reiría de los
que tuviesen como supremo desiderátum para nuestra vida religio-
sa el volver a aquella inercia patriarcal de los días de la Colonia,
imaginándose buenamente que aquel rumbo tradicional de festi-
vidades y holgorios religiosos constituye todo lo deseable en la
materia y que terminado eso ya no tiene la Iglesia más nada que
hacer en esta tierra. Por fortuna, todavía no cuento edad suficiente
para aferrarme como un náufrago a los recuerdos del pasado y,
sentado de espaldas al presente, añorar las excelencias irreem-
plazables del tiempo ido; no, yo no reniego de mi tiempo, reco-
nociendo y todo como el primero sus defectos; yo miro además
de cara al porvenir, en la seguridad plena de que nos traerá
bien, porque la Iglesia no tendrá nunca que declararse en banca-
rrota en presencia de los progresos del mundo.
¿Qué necesitamos para que tan gratos presagios se cumplan?
Que todos los elementos religiosos de nuestra patria se adunen
para mantener y llevar adelántela divina labor, cada uno en el
orden y sitio que le corresponde, archivándose con la honra que
merezca todo cuanto ya es incongruo y arcaico: adquiera el
clero cada día mayor inteligencia de las necesidades de su tiem-
po; extiéndase por todo el territorio nacional, para ejercerse con
la misma eficacia que en los grandes centros de población, la
actividad de esas meritísímas instituciones que llevan la enseñan-
za, la piedad, el alivio de las humanas miserias y la moraliza-
ción de costumbres como fruto bendito de su labor; multipliqúen-
se los medios de salvar las víctimas de la corrupción y del vicio,
consecuencia inevitable del empeño perenne del mal por preva-
lecer entre los hombres; levántese el nivel religioso de los pue-
blos, dándoles una noción más perfecta de sus creencias y de
sus deberes y eliminando aquellas de sus prácticas que más bien
perjudican a la devoción por ser incompatibles con el resultado
civilizador del culto divinó; ejerza siempre la mujer venezolana
con delicadeza y discreción su amable apostolado en el hogar y
en la sociedad, segura de que mientras no deponga el cetro
que le confieren su virtud y abnegación, fomentada y fortalecida
- 37 -
por su piedad, no caerá jamás en descrédito la religión en nues-
tro país; hágase, en fin, la obra de Dios con amor, con desinte-
rés y plena confianza, y mi riente visión del porvenir se tornará
pronto en la más consoladora y satisfactoria realidad.
Repito que me siento animado de un sincero optimismo y
gozo en augurar para la religión en mi patria un porvenir bri-
llante, desentrañándolo del estudio mismo de los acontecimien-
to^. Yo participo del sentir de uno de los más ilustres apologis-
tas conté nporáneos, para quian las transformaciones delmuid^
moderno han sido preparadas por la Iglesia, siendo ellas «el fruto
lentamente madurado del Evangelio, la consecuencia de la apli-
cación de sus principios divinos a las cosas sociales*; y por
ende, s el cristianismo sufre momentáneamente las sacudidas
provenientesde su propio impulso, en definitiva será él quien, mo-
derando los excesos, restablecerá el equilibrio, en definitiva será
el aroma de la religión lo que preservando esas transforma-
ciones de todo peligro, las tornará benéficas y fecundas. No hay
motivo, pues, para echarse a lamentar sin esperanza la perdi-
ción de la tierra y llorando la suerte de una actual humanidad
irredimible, sentarse a invocar el fin del mundo como única solu-
ción del problema religioso contemporáneo. Jeremías profetizó la
catástrofe de su pueblo y lloró sobre las ruinas humeantes de la
ciudad santa, pero predijo al mismo tiempo la nueva gloria de
la casa de Jacob y el regocijo de la alabanza con afluencia de
nuevos bienes en el templo del Señor (1).
Para eso la Iglesia no necesita modificar su constitución ni
atentar en modo alguno contra la integridad de su doctrina,
como pretenden aquellos sus malos hijos que, ganosos de pac-
tar con el error, han mendigado de la filosofía herética teorías
absurdas y adaptádoles un concepto más absurdo todavía del
dogma católico, creando esa caricatura de religión que el Sumo
Pontífice Pío X condenara tan ruidosamente bajo el nombre de
Modernismo. No, la Iglesia no tiene para qué traicionarse en el
desempeño de su divino encargo; porque el alma humana es tan
inmutable como Ella, siendo siempre las mismas sus exigencias
religiosas y encontrando en todo tiempo su plena satisfacción
dent o del ámbito del Catolicismo. La Iglesia da al alma humana,
lo que ni el progreso de las ciencias, ni el brillo de las artes, ni las
ventajas del comercio, ni las comodidades de la industria, ni los
cambios sociales, ni las transformaciones políticas pueden sumi-
nistrarle: en el conjunto de sus dogmas y en la inefable realidad
de sus misterios, le proporciona cuanto ansia saber respecto de
Dios, del mundo y de sí propia; en su código moral le designa
el funda nento, le traza la norma, le propone el motivo, le mues-
tra el ejemplo, le procura, en fin, los medios de la perfección; en
la variedad de su culto ofrece maneras de honrar a Dios con-
forme al gusto de cada espíritu, de sue te que ninguna aspira-
ción religiosa necesita salir fuera del Catolicismo para colmarse,
pues en su seno tienen cabida y logro cuantas son posibles para
(1) Redemit enim Dominus Jacob. . . . et laudabunt in monte
Sion: et confluent ai bona DominL—jerem. XXXI, 11, 12.
— 38-
atender a los derechos de la Divinidad y a los reclamos de la
pro; la aliTia. La Iglesia, en una palabra, tiene consigo a Dios, no
habiendo, por confesión de uno de sus mis encarnizados ene-
migo?, quien sepa adorarlo como ella, y por ende, según el mis-
mo adversario lo l a declarado: «como ni la razón ni el corazón del
hombre ha-i sab"do librarse del pensamiento de Dios que es lo
propio c'e !a Iglesia, la Iglesia, a pesar de sus agitaciones, per-
manece indestructible (2). Para destruirla sería preciso, pues,
acabar prir.ero con Dios y yo dejo a vuestra cordura el juzgar si
es ello torea de fácil ejecución. Concluyamos, por tanto, con el
apologista a que antes me referí:
«La humanidad y el Cristianismo viajarán siempre junto?, se-
«guirán el curso de los ríos, atravesarán los mares, visitarán las
«tierras desconocida?, ce mo el joven Tobías y el ángel Rafael:
«la humanidad siempre joven, siempre ardiente y osada, siempre
«hastiada de lo que sabe y aspirando a lo que no sabe, cosa
«de lo que no hay por qué censurarla, pues constituye el signo
«de su nobleza y de su crgen divino; y a su lado el ángel Rafael,
«amando tiernamente al viajero que se le ha confiado, indicándole
«los verdaderos caminos, distinguiendo los peligros que le ame-
«nazan y sabiendo apartarlos, preparando los remedios que
«exigen sus imprudencias, y, después de haberle conducido feliz-
«mente al término de su viaje, restituyéndole sano y salvo a su pa-
'<dre, es de^ir, a Dios» (3).
Llegado también yo al término de mi cometido, no puedo
sino volver los ojos para saludara esa Cruz gloriosa, en cuyo ho-
nor emprendí este trabajo y por cuya virtud lo he traído a feliz
remate. Os la he hecho contemplar salvando los residuos de
nuestra raza primitiva, aportando la redención de que ella fue
instrumento para toda la humanidad a esa porción del linaje adá-
nico que los mares tuvieron escondida por siglos y sujeta a la
degeneración en virtud de quien sabe qué arcano providencial; os
la he mostrado presidiendo a la formación de nuestra nacionalidad
e infiltrando en el alma de la patria los principios legítimos de
la civilización; la he presentado a vuestros ojos como el paladión
sagrado que protegerá siempre la excelencia de la sociedad y la
harmonía de la familia venezolana. Ah! esa Cruz reconcilió al
mundo con Dios por los méritos del Redentor que de ella pen-
diera; esa Cruz, oscurecida e insultada durante los tres siglos de
la persecución idolátrica, surgió al fin resplandeciente y triun-
fadora pira no abatirse jamás en medio de las luchas que las
rebeldías humanas contra Dios hubieran de suscitarle. Ahora
se cumplen diez y seis siglos de ese portentoso hecho y flameante
a'ui la divina Enseña, nada tenemos que temer los que marcha-
mos en la vida a su sombra. Combatimos porque la vida es
(2) Proudhon.— De la justice clans la Révolution et dans
VEglise, t. I, disc. prel. § III.
(3) Mgr. Bougaud. Le Christíanistre et les temps prjsents,
t. V., p. 401.
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lucha; y si deploramos pérdidas no es por causa de la Iglesia
misma sino por amor de los desgraciados que perecen.
Salve, pues, oh Cruz preciosa! protege siempre a nuestra
patria con tus efluvios santificadores, alúmbrala con tus celestiales
irradiaciones; mantenía en una completa fidelidad a la Iglesia Ca-
tólica, en una perfecta sencillez de fe que la haga repeler como
por instinto toda novedad doctrinal, en una obediencia ejemplar
a la autoridad del Romano Pontífice y de los legítimos Pastores;
hazla vivir por último en una adaptación plena de costumbres a
los preceptos de esta religión católica, que siendo el amparo y
sostén de todo el orden humano tiene en sí para el hombre pro-
mesas infalibles de felicidad respecto de la vida presente, como
las tiene respecto de la futura!
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