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Full text of "La irrupción de los pobres en la Iglesia : documentos del Congreso Internacional Ecuménico de Teología (São Paulo, Brasil, 20 de febrero al 2 de marzo 1980)"

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LA  IRRUPCION 

DE  LOS  POBRES  EN  LA  IGLESIA 


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POBRES  EN  LA  IGLESIA 


Documentos  del 

Congreso  Internacional  Ecuménico  de  Teologia 
(Sao  Paulo,  Brasil,  20  de  Febrero  al  2 de  Marzo  1980) 


Cuadernos 


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LA  IRRUPCION 
DE  LOS 
POBRES 
EN  LA  IGLESIA 


Documentos  del 

Congreso  Internacional  Ecuménico  de  Teología 
(Sao  Paulo,  Brasil,  20  de  Febrero  al  2 de  Marzo  1980) 


Departamento  Ecuménico  de  Investigaciones 
Apdo.  339-S.  Pedro  Montes  de  Oca 
SAN  JOSE  — COSTA  RICA 
Teléfonos;  22-07-37  y 22-74-12 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2016 


https://archive.org/details/lairrupciondelosOOinte 


CARTA  A LOS  CRISTIANOS  QUE  VIVEN  Y 
CELEBRAN  SU  FE  EN  LAS  COMUNIDADES 
CRISTIANAS  POPULARES  DE  LOS  PAISES  Y 
REGIONES  POBRES  DEL  MUNDO 


Nosotros,  los  que  escribimos  esta  carta  para  Uste- 
des somos  cristianos,  laicos  de  las  comunidades  cris- 
tianas populares,  pastores,  sacerdotes,  y obispos, 
hombres  y mujeres,  negros,  blancos,  autóctonos  e 
indígenas,  venidos  de  diferentes  Iglesias  Cristianas  de 
42  países,  de  América  Latina,  Africa,  Asia,  Caribe  y 
América  del  Norte.  Estuvimos  reunidos,  en  nombre  de 
Jesucristo,  aquí  en  San  Pablo,  Brasil,  del  20  de  febrero 
al 2 de  marzo  de  1980,  en  espíritu  de  mucha  fraternidad 
para  orar,  estudiar  y reflexionar  juntos  sobre  los  llama- 
dos de  Dios  que  nos  llegan  a través  del  Clamor  de  los 
pobres  de!  mundo  entero,  sobre  todo  de  la  América  La- 
tina. 


Nuestros  hermanos,  venidos  de  América  Latina, 
Asia,  Africa  y de  las  minorías  negra  e híspana  de  Améri- 
ca del  Norte,  nos  contaron  la  situación  de  los  pobres, 
de  los  négros,  de  las  mujeres,  de  los  pueblos  indígenas 
de  sus  países.  Y todos  juntos,  vimos  que  i a pobreza 
existente  en  América  Latina  y en  el  resto  del  mundo  no 
es  el  resultado  del  destino,  sino  que  es  el  fruto  de  una 
gran  injusticia  que  clama  ai  cielo  como  la  sangre  de 
Abel  asesinado  por  Caín  (Gén.  4, 10).  Vimos  también 


3 


que  la  causa  principal  de  esta  injusticia  debe  ser  en- 
contrada en  el  sistema  capitalista  que,  como  una 
nueva  Torre  de  Babel,  (Gén.  11,1-8),  se  yergue  sobre  él 
mundo  y controla  la  vida  de  los  pueblos,  favoreciendo  a 
unos  pocos  que  se  enriquecen,  cada  vez  más,  a costa 
de  la  pobreza  creciente  de  otros.  Y por  eso  es  que  los 
pueblos  empobrecidos  de  nuestros  países  viven  un  ver- 
dadero cautiverio  dentro  de  su  propia  tierra. 

Pero  vimos  también  otra  cosa  más,  que  nos  da 
mucha  esperanza  y que  queremos  compartir  con  uste- 
des, a saber:  que  la  fuerza  de  la  vida  que  viene  de  Dios 
se  está  manifestando  exactamente  en  aquellos  luga- 
res donde  la  vida  es  oprimida,  esclavizada  y crucificada 
en  el  calvario  del  mundo.  En  efecto,  en  todas  las  partes 
del  mundo  pobre  y sobre  todo  aquí  en  América  Latina, 
los  pobres,  cristianos  y no  cristianos,  están  despertan- 
do, queriendo  sacudir  el  yugo  de  la  esclavitud.  Y los 
cristianos  están  percibiendo  que,  en  nombre  de  su  fe 
en  Jesucristo,  ya  no  pueden  concordar  con  esta  si- 
tuación. Por  eso,  en  medio  de  esta  lucha  por  la  libera- 
ción, ellos  se  están  reuniendo  en  comunidades  para  re- 
novar su  fe  en  Jesucristo  y así  ser  un  fermento  en  esta 
masa  que  busca  su  liberación.  Como  Abraham  y 
Moisés,  ellos  se  están  levantando,  procurando  formar 
un  nuevo  pueblo,  una  nueva  tierra  renovada,  donde  la 
bendición  de  la  vida  que  viene  de  Dios  sea  de  hecho  re- 
cuperada para  todos  (Gén.  12,1-4).  Se  están  organizan- 
do y luchando  en  los  movimientos  populares  para  que 
todos  puedan  tener  trabajo,  pan,  casa,  salud,  educa- 
ción; para  que  puedan  tener  vida  en  abundancia  como 
Jesús  lo  desea  (J. 10,10).  Están  luchando  por  una  si- 
tuación en  la  que  el  pueblo  sea  dueño  de  su  producción 


4 


(Is.  65,22)  en  que  puedan  vivir  en  casas  por  eiios  mis- 
mos construidas  (Is.  65,21)  y comer  del  fruto  de  la  tierra 
por  ellos  mismos  trabajada  (Is.  62,8-9)  una  situación  en 
que  todos  puedan  vivir  en  paz  en  las  colinas  de  su  pro- 
pia Tierra  (Salmo  71,16).  Quieren  una  Tierra  donde  to- 
dos puedan  participar  del  poder,  ser  sujetos  de  su  pro- 
pio destino,  y así  alabara!  Dios  creador  por  el  don  de  la 
vida.  Muchos  ya  dieron  su  vida  por  esta  causa.  No  pu- 
dieron ver  la  llegada  del  nuevo  día,  pero  lo  saludaron 
desde  lejos  (Heb.  11,13).  Otros  fueron  presos,  tortura- 
dos y exiliados.  Pero  todos  lucharon  y todavía  luchan 
en  la  fe  de  que  la  vida  es  más  fuerte  que  la  muerte  y en  la 
esperanza  de  que  su  sangre  derramada  dé  su  fruto  en  la 
liberación  de  sus  hermanos. 

Ahora,  reflexionando  sobre  todo  esto  que  está 
aconteciendo  hoy  en  nuestros  países,  nosotros  cre- 
emos que  ustedes,  luchando  y sufriendo  con  valentía 
en  los  movimientos  populares  y viviendo  y celebrando 
con  alegría  su  fe  en  sus  comunidades,  están  siendo  la 
Buena  Noticia  de  Dios  que  ya  se  anuncia  en  el  mundo 
entero.  Ella  ya  llegó  a los  oídos  de  los  pastores  de  la 
Iglesia,  reunidos  en  Puebla  y en  Oaxtepec.  En  Puebla 
ellos  reconocieron:  “ni  todos  nosotros  nos  hemos 
comprometido  bastante  con  los  pobres;  ni  siempre  nos 
preocupamos  con  ellos  y somos  con  ellos  solidarios” 
(1.140).  y dijeron  todavía:  “El  compromiso  con  los 
pobres  y oprimidos  y el  surgimiento  de  las  Comunida- 
des de  Base  ayudaron  a la  Iglesia  a descubrir  el  poten- 
cial evangellzador  de  los  pobres,  en  cuanto  éstos  la  in- 
terpelan constantemente,  llamando  a la  conversión,  y 
porque  muchos  de  ellos  realizan  en  su  vida  los  valores 
evangélicos  de  solidaridad,  servicio,  simplicidad  y dis- 


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ponibiUdad  para  recibir  el  don  de  Dios”  (1. 147).  En  Oax- 
tepec  afirmaron:  “Confesamos  que  nuestra  indiferen- 
cia delante  del  clamor  de  los  sectores  más  olvidados, 
más  oprimidos,  y necesitados  de  nuestros  países 
contradice  las  exigencias  del  Evangelio.  Nos  unimos 
para  hacer  un  llamado  a los  cristianos  de  América  Lati- 
na, para  que  respondan  a las  exigencias  de  la  justicia 
del  Reino  de  Dios  en  un  discipulado  obediente  y radi- 
ca!”. 

Asi,  a través  de  ustedes,  el  rostro  de  Cristo 
resplandece  nuevamente  sobre  el  mundo  (2  Cor.  4,6). 
Ustedes  son  la  carta  de  Cristo,  reconocida  y leída  por 
todos  los  hombres,  escrita  no  con  tinta,  sino  con  el 
Espíritu  del  Dios  vivo,  no  en  tablas  de  piedra,  sino  en 
tablas  de  carne  y de  corazones  (2  Cor.  3,2-4).  A través 
del  testimonio  de  ustedes,  Jesús  evangeliza  a los 
pobres,  abre  los  ojos  a los  ciegos,  libera  a los  cautivos 
(Luc.  4, 18-19)  enfrenta  a los  poderosos  de  dominación, 
y recupera  la  vida  para  todos.  Hoy  como  en  tiempo  de 
cautiverio,  el  Dios  que  resucitó  a Jesús  de  la  muerte,  es- 
tá escondido  en  medio  de  la  historia,  del  lado  de  los 
pobres,  trabajando  y liberando  a su  pueblo  con  fuerza 
victoriosa  que  vence  la  Muerte  y recrea  la  Vida  (Is. 
43,18-19). 

Nosotros,  reunidos  en  este  Congreso,  asumimos 
la  lucha  de  ustedes  y pedimos  al  Padre,  para  que  uste- 
des tengan  la  valentía  y la  alegría  necesaria  para  conti- 
nuar en  la  misión  que  ya  están  realizando:  anunciar  a 
todos  los  hombres  la  Buena  Noticia  de  que  el  Reino  de 
Dios  está  llegando  (Me.  1,5)  los  ciegos  ven,  los  cojos  an- 
dan, los  leprosos  son  curados,  los  sordos  oyen,  los 


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müertos  resucitan , los  pobres  son  evangelizados  (Mt. 
11,5)  y están  evangelizando!  ¡Feliz  aquel  que  no  se  es- 
candaliza con  esta  noticia!  La  resurrección  que  viene 
de  Dios  ya  está  en  camino,  en  la  vida  crucificada  de  tan- 
tos hermanos. 

Las  señales  de  esta  resurrección  están  visibles  en 
los  sepulcros  vacíos  de  los  millares  de  desaparecidos, 
en  la  sangre  derramada  de  tantos  mártires,  sobre  todo 
en  Guatemala,  El  Salvador,  Argentina,  Chile,  Uruguay, 
Paraguay,  Haití  y tantos  otros  lugares;  en  las  luchas  de 
los  pobres  por  la  tierra  y por  sus  derechos;  en  la  resis- 
tencia silenciosa  de  tantos;  en  la  revolución  victoriosa 
de  Granada  y de  Nicaragua,  donde  el  pueblo  conquistó 
su  libertad,  para  poder  ser  libre;  en  el  pueblo  y en  las  co- 
munidades ausentes  de  este  congreso  pero  que  tam- 
bién están  en  la  lucha  por  un  mundo  más  justo  y más 
fraterno,  como  las  de  Cuba  y de  otros  pueblos;  en  fin,  en 
el  pueblo  pobre  oprimido  que  de  tantas  maneras  se  or- 
ganiza para  enfrentar  las  dominaciones  que,  cada  vez 
de  nuevo,  procuran  aplastar  las  tentativas  del  pueblo. 

En  todo  esto,  el  Reino  de  Dios  viene  avanzando, 
con  su  justicia  y su  verdad,  juzgando  el  mundo  y denun- 
ciando a los  poderosos.  Como  en  el  tiempo  del  cautive- 
rio, los  cristianos  deben  sacarse  las  vendas  de  los  ojos 
y procurar  ver  esta  gran  Buena  Noticia  de  Dios,  que  hoy 
se  anuncia  en  el  mundo  entero  a través  de  los  pobres 
(Is.  42.19,21). 

Fue  todo  esto  lo  que  nosotros  reflexionamos  en 
estos  días  de  estudio  y de  oración.  Pedimos  a ustedes  y 
a nosotros  mismos,  que  en  esta  lucha  nunca  olvidemos 


7 


a aquellos  que  son  más  pobres  que  nosotros  y a los  j 
pobres  de  Asia  y de  Africa.  Que  siempre  estemos  aten- 
tos al  clamor  de  Dios  que  nos  llega  a través  de  millones 
de  pobres  del  mundo;  que  continuemos  siempre  ce- 
lebrando nuestra  fe,  leyendo  la  vida  a la  luz  de  la  Pa- 
labra de  Dios;  que  nunca  nqs  olvidemos  de  que  las  co- 
munidades cristianas  populares  son  como  el  “ensayo 
del  Reino”,  donde  el  mundo  debe  poder  ver  el  “pueblo, 
la  tierra  y la  bendición”  que  Dios  desea  para  todos  los 
hombres  y donde  las  propias  Iglesias  encuentran  un 
motivo  para  su  conversión  y constante  transformación. 

Y finalmente  que  nunca  nos  cerremos  solos  nosotros 
en  nuestros  propios  intereses,  dividiéndonos  en  luchas 
Internas,  sino  que  nos  organicemos  en  una  lucha  co- 
mún para  sacar  el  pecado  del  mundo,  el  gran  pecado 
social  del  sistema  capitalista  que  mata  la  vida  de  tan- 
tos hermanos.  Procuremos  vencerlo  por  la  unión  de  to- 
dos, cristianos  de  varias  Iglesias  y no  cristianos  de 
buena  voluntad  que  como  ustedes  luchan  por  la  victó- 
ria  de  la  vida  sobre  la  Muerte,  pues,  “quien  no  está 
contra  nosotros  está  de  nuestro  lado” (Me.  9,40).  El  ene- 
migo común  de  todos,  este  sistema  capitalista  depen- 
diente, es  como  el  dragón  del  Apocalipsis.  Las  pe- 
queñas y frágiles  comunidades  son  como  la  mujer  que 
gime  en  los  dolores  del  parto  para  generar  una  vida 
nueva  que  vence  a!  dragón.  (Apc.  12). 

¡No  tengan  miedo!  ¡Cristo  resucitó!  ¡El  está  vivo! 
El  nos  garantizó:  yo  vencí  el  mundo.  Estaré  con  ustedes 
hasta  el  fin  de  los  tiempos.  (Ef.  J.  16,33;  Mt.  28,20). 


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DOCUMENTO  FINAL  DEL  CONGRESO 
INTERNACIONAL  ECUMENICO  DE  TEOLOGIA 


INTRODUCCION 


1 . Reunidos  en  San  Pablo,  entre  el  20  de  febrero  y el  2 de  marzo 
de  1980,  cristianos  de  42  países,  celebramos  el  IV  Congreso  Inter- 
nacional Ecuménico  de  Teología  convocado  por  la  Asociación 
Ecuménica  de  Teólogos  del  Tercer  Mundo. 

Simultáneamente  compartimos  nuestras  reflexiones  con  las 
comunidades  cristianas  reunidas  en  la  Semana  de  Teología,  reali- 
zada todas  las  noches  en  la  Pontificia  Universidad  Católica  de  San 
Pablo. 

Asistimos  alrededor  de  180  personas  entre  laicos,  obispos, 
pastores,  sacerdotes,  religiosos  y teólogos  de  diversas  Iglesias 
cristianas.  Los  participantes  proveníamos  de  comunidades  cris- 
tianas populares  de  América  Latina,  Caribe,  delegaciones  de  Afri- 
ca, Asia  y de  las  minorías  étnicas  de  U.S.A.,  así  como  observado- 
res de  Europa  y América  del  Norte. 

Este  IV  Congreso  fue  antecedido  por  los  Congresos  de  Dar- 
es-Salaam  (Tanzania)  en  1976,  Accra  (Ghana)  en  1977  y Colombo 
(Sri  Lanka)  en  1979. 

2.  En  esta  oportunidad  el  tema  de  nuestra  reunión  fue 
‘‘Eclesiología  de  las  Comunidades  Cristianas  Populares”.  La 
reflexión  que  realizamos  partió  de  la  rica  experiencia  de  estas  co- 
munidades eclesiales  de  base,  signo  de  renovación  en  las  Iglesias 
del  Tercer  Mundo;  y estuvo  centrada  particularmente  en  América 
Latina.  En  esta  experiencia,  nos  hallamos  profundamente  ligados 


9 


a nuestras  Iglesias  y Pastores,  fieles  al  llamado  de  la  Palabra  de  ) sil 
Dios  y a la  inserción  de  las  comunidades  cristianas  en  la  vida  de  ■ d' 
nuestros  pueblos.  , m 

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3.  Católicos  y protestantes  de  diversas  Iglesias  reconocemos  ' P 

una  búsqueda  común  en  la  implantación  del  Reino  de  Justicia  y 
Paz.  Al  reflexionar  sobre  la  práctica  de  las  comunidades  cristianas 
populares  hemos  compartido  días  de  oración  comunitaria  alaban- 
do al  Señor  por  todos  los  signos  de  liberación  e intercediendo  por  1' 
aquellos  que  sufren  las  penurias  del  cautiverio.  = 

4.  Desafiados  por  la  Palabra  de  Dios  que  llega  a nosotros  a tra- 
vés de  la  Biblia  y de  la  historia  de  nuestros  pueblos,  como 
miembros  de  la  comunidad  de  Jesucristo  damos  testimonio  del  re- 
sultado de  nuestro  trabajo. 

5.  Queremos  expresar  antes  nuestra  profunda  gratitud  al  Sr. 
Cardenal  Don  Pablo  Evaristo  Arns  por  la  fraterna  hospitalidad  con 
que  nos  recibió  en  ámbito  de  su  Arquidiócesis. 

Agradecemos  también  los  mensajes  de  apoyo  recibidos  del 
Rev.  Philip  Potter,  Secretario  general  del  CMI  (Consejo  Mundial  de 
Iglesias),  del  cardenal  J.  Willebrands,  Presidente  del  Secretariado 
para  la  Unión  de  los  Cristianos,  y del  Obispo  Federico  Pagura,  Pre- 
sidente del  Consejo  Latinoamericano  de  Iglesias  (CLAI). 


I)  Irrupción  histórica  de  ios  pobres 

A.  Los  movimientos  popuiares  de  iiberación 

6.  La  situación  de  sufrimiento,  de  miseria,  de  explotación  de 
las  grandes  mayorías,  concentradas  especialmente,  pero  no 
exclusivamente,  en  el  llamado  Tercer  Mundo,  es  tan  evidente  co- 
mo injusta. 

7.  Sin  embargo,  el  proceso  histórico  más  importante  de 
nuestro  tiempo  empieza  a ser  protagonizado  por  esos  mismos 
pueblos,  verdaderos  “condenados  de  la  tierra”.  Su  opresión  tiene 


10 


raíces  en  la  explotación  colonial  de  la  que  fueron  víctimas  por 
siglos.  Su  lucha  por  la  vida,  por  su  identidad  racial  y cultural,  nega- 
da por  el  dominador  extranjero,  es  tan  amplia  como  la  dominación 
misma.  Sin  embargo,  su  decisión  y su  capacidad  de  liberación  hu- 
mana tienen  hoy  un  alcance  nunca  antes  igualado,  como  se 
prueba  en  el  caso  reciente  de  Nicaragua. 

8.  En  el  contexto  del  Tercer  Mundo,  las  clases  populares 
emergentes  impulsan  movimientos  sociales,  y a través  de  sus 
luchas  forjan  una  conciencia  más  lúcida  de  lasociedadglobalyde 
sí  mismos. 

9.  Estos  movimientos  sociales  populares  expresan  mucho 
más  que  una  reivindicación  económica.  Se  trata  del  hecho  nuevo, 
en  los  términos  que  hoy  reviste,  de  la  irrupción  masiva  de  los 
pobres  en  cada  sociedad.  Ellos  son  las  clases  explotadas,  las  ra- 
zas oprimidas,  los  seres  que  se  desea  mantener  ausentes  y desco- 
nocidos en  la  historia  humana  y que  cada  vez  con  mayor  decisión, 
muestran  su  propio  rostro,  expresan  su  palabra  y se  organizan  pa- 
ra conquistar  por  sí  mismo  el  poder  que  les  permita  garantizar  la 
satisfacción  de  sus  necesidades  y la  creación  de  verdaderas  con- 
diciones de  liberación. 

10.  En  el  caso  de  América  Latina,  junto  al  movimiento  obrero 
industrial  —cuya  fuerza  es  tradicionalmente  reconocida—  y de  la 
organización  sindical  de  los  campesinos  que  se  extiende  cubrien- 
do amplias  masas  empobrecidas,  aparecen  nuevás  formas  de  or- 
ganización obrera,  oposiciones  sindicales  más  amplias  y movi- 
mientos sociales  populares  originados  en  los  barrios,  aso- 
ciaciones de  vecinos,  clubes  de  madres,  movimientos  contra  la 
carestía  de  la  vida,  por  habitación,  salud,  etc.  Surgiendo  desde  lo 
más  profundo  de  nuestro  pueblo  pobre,  las  nacionalidades  autóc- 
tonas oprimidas  se  afirman  en  su  vieja  identidad  y las  razas  oprimi- 
das pugnan  por  sacudir  su  opresión  étnica  en  el  interior  de  este 
movimiento  popuiar  de  conjunto.  Proceso  complejo  y disconti- 
nuo, con  avances  y retrocesos,  pero  que  muestra  una  tendencia 
ascendente  que  es  señal  de  esperanza. 

11.  A medida  que  el  movimiento  popular  se  desarrolla,  se  co- 
loca la  cuestión  fundamental  de  formular  un  proyecto  histórico, 

11 


que  se  basa  hoyen  la  crítica  al  capitalismoy  a la  dominación  impe- 
rialista. Ese  proyecto  encierra  una  exigencia  radical  de  democrati- 
zación, en  la  construcción  de  un  sistema  político  en  que  el  control 
popular  sobre  los  gobernantes  y al  poder  popular  sean  una  reali- 
dad efectiva. 

B.  Estructuras  de  dominación 

12.  Esta  marcha  del  pueblo  en  el  Tercer  Mundo,  se  hace  en  el  ¡ 
marco  del  capitalismo  dependiente.  Ahí  los  sectores  que  detentan 
el  poder  económico,  político  y cultural  ejercen  su  dominación  ! 
sobre  la  sociedad  a través  de  un  enorme  número  de  estructuras,  j 
instituciones  y mecanismos  que  se  reproducen  a nivel  nacional  e 
internacional,  que  varían  según  los  países'y  regiones:  propiedad 
de  tierra  desigual,  concentración  de  las  riquezas  y de  las  innova- 
ciones técnico-científicas,  carrera  armamentista  con  su  produc- 
ción de  instrumentos  de  muerte  y destrucción  de  la  vida,  transna-  i 
cionalización  de  la  economía,  etc.  A nivel  internacional  eso  se  re-  I 
aliza  por  los  mecanismos  monetarios,  empresas  multinacionales,  i 
clubes  de  decisión  política  de  los  países  ricos  (Ej.  Trilateral),  lie-  ¡ 
vando  al  endeudamiento  creciente  a los  países  del  Tercer  Mundo,  j 

13.  En  las  sociedades  africanas,  asiáticas  y latinoamerica- 
nas, dentro  de  las  características  de  cada  región,  las  estructuras  ■ 
internacionales  combinadas  con  las  estructuras  nacionales  del 
sistema  capitalista,  producen  un  proceso  de  desarrollo  excluyen- 
te,  desarticulado  y concentrado,  con  el  empobrecimiento  de  las  ; 
mayorías,  aumento  del  costo  de  vida,  inflación,  desempleo,  sub-  i 
alimentación,  deterioro  de  la  cal  idad  de  vida,  sobre-explotación  de  : 
la  mujer  y de  los  niños,  etc. 

14.  Los  sectores  dominantes  ejercen  su  poderen  la  sociedad,  , 
buscando  introducir  en  toda  la  población  determinadas  actitu- 
des y comportamientos  a través  de  la  educación  formal,  de  los  me- 
dios de  comunicación  de  masas,  de  los  partidos  e inclusive  de  las 
organizaciones  populares.  Se  va  conformando  así  un  tipo  de  so- 
ciedad con  sus  valores  y estilos  de  vida  materialista  y utilitarista. 

1 5.  Además  de  eso  se  da  una  concentración  del  poder  en  esta- 
dos autoritarios  que,  de  arriba  para  abajo,  se  colocan  como  tuto- 

12 


res  de  la  sociedad,  penetrando  inclusive  en  la  vida  privada  de  los 
ciudadanos.  En  América  Latina  se  justifican  a través  de  modelos 
de  democracia  restringida,  meramente  formal  o de  Seguridad  Na- 
cional. 


Las  instituciones  políticas,  en  todos  sus  niveles,  restringen  y 
tratan  de  controlar  las  posibilidades  de  participación  de  los  gru- 
pos y clases  populares  en  la  toma  de  decisión  y en  las  posibilida- 
des de  cambio  social. 


16.  Es  importante  subrayar  la  implacabilidad  de  toda  una  se- 
rie de  mecanismos  de  dominación  más  sutiles,  frecuentemente 
subestimados  en  los  análisis,  que  producen  formas  de  desigual- 
dad y discriminación  entre  negros,  indígenas  y mujeres.  Hay  que 
hacer  notar  que  los  diferentes  mecanismos  no  se  contraponen  o 
yuxtaponen  unos  a los  otros,  sino  al  contrario,  se  articulan  en  una 
misma  estructura  global  de  dominación.  Las  poblaciones  negras, 
los  pueblos  indígenas  y la  mujer  del  pueblo,  durante  siglos  y 
todavía  hoy,  siguen  doblemente  oprimidos,  luchando  sin  embar- 
go, más  que  en  el  pasado  por  su  liberación.  Estos  mecanismos  no 
responden  en  forma  determinista  ni  lineal  a los  intereses  de  domi- 
nación, sino  que  engendran  contradicciones  que  los  sectores  po- 
pulares pueden  aprovechar  en  su  camino. 


17.  En  verdad  estas  estructuras  y estos  mecanismos  de  domi- 
nación siguen  ritmos  diferentes,  de  acuerdo  con  diferencias  de  na- 
cionalidades y de  regiones  y principalmente  según  la  capacidad 
de  respuesta,  en  términos  de  organización,  de  conciencia  y de 
lucha  de  las  fuerzas  sociales  populares  emergentes.  Así,  estas 
fuerzas  van  ocupando  cada  vez  más  lugares  en  las  diferentes  insti- 
tuciones de  la  sociedad. 

♦ 


18.  Además  se  puede  constatar  que  este  sistema  de  domina- 
ción vive  una  crisis  permanente,  ya  desde  sus  comienzos,  y se  va 
haciendo  cada  vez  más  aguda  en  las  últimas  décadas  con  el  forta- 
lecimiento de  los  sectores  populares. 


13 


C.  Movimiento  popular  y comunidades  eclesiales  de  base 

19.  Crece  cada  vez  más  en  América  Latina,  el  número  de  cris- 
tianos que  expresan  y celebran  explícitamente  su  fe  en  Cristo  y su 
esperanza  en  el  Reino  de  Dios,  al  interior  del  movimiento  popular. 
Surge  una  corriente  eclesial  y popular  que  se  va  expresando  en  di- 
ferentes formas  de  vida  y de  comunidad  cristiana. 

20.  La  irrupción  del  pobre  se  da  también  dentro  de  la  Iglesia  ya 
establecida  produciendo  una  transformación  religiosa  y eclesial. 
La  Iglesia  vive  así  el  juicio  de  Dios,  que  irrumpe  en  la  historia  libe- 
radora de  los  pobres  y explotados.  Es  un  tiempo  de  gracia  y de  con- 
versión eclesial,  fuente  inagotable  de  una  nueva  y exigente  expe- 
riencia espiritual.  En  la  lucha  del  pueblo,  la  Iglesia  redescubre 
siempre  más  su  identidad  y su  misión  propias. 

21.  La  corriente  cristiana  al  interior  del  movimiento  popular  y 
la  renovación  de  la  Iglesia  a partir  de  su  opción  por  los  pobres  son 
un  movimiento  eclesial  único  y específico.  Este  movimiento  ecle- 
sial va  configurando  diferentes  tipos  de  comunidades  eclesiales 
de  base,  donde  el  pueblo  encuentra  un  espacio  de  resistencia,  de 
lucha  y de  esperanza  frente  a la  dominación.  Allí  los  pobres  ce- 
lebran su  fe  en  Cristo  liberador  y descubren  la  dimensión  política 
de  la  caridad. 

22.  Las  comunidades  eclesiales  de  base  o comunidades  cris- 
tianas populares,  son  parte  integrante  del  caminar  del  pueblo,  pe- 
ro no  constituyen  un  movimiento  o poder  político  paralelo  a las  or- 
ganizaciones populares,  ni  pretenden  legitimarlas.  Las  comunida- 
des cristianas  ejercen  dentro  del  pueblo  de  los  pobres,  a través  de 
la  formación  de  la  conciencia,  de  la  educación  popular  y del  de- 
sarrollo de  valores  éticos  y culturales,  un  servicio  liberador,  asu- 
midos en  su  misión  específica,  evangelizadora,  profética,  pastoral 
y sacramental. 

23.  La  Iglesia  rescata  los  símbolos  de  esperanza  del  pueblo, 
manipulados  secularmente  por  el  sistemade  dominación.  La  Igle- 
sia celebra  la  presencia  del  Dios  de  Vida,  en  las  luchas  populares 
por  una  vida  más  justa  y humana.  La  Iglesia  encuentra  al  Dios  de 


14 


los  pobres,  enfrentando  los  ídolos  de  la  opresión.  La  Iglesia  acoge 
el  Reino  como  Don  gratuito  del  Padre,  en  la  construcción  de  la  fra- 
ternidad y la  solidaridad  de  todas  las  clases  oprimidas  y dé  las  ra- 
zas humilladas  por  este  anti-Reino  de  la  discriminación,  de  la 
violencia  y de  la  muerte,  que  es  el  sistema  capitalista  dominante. 

24.  La  manifestación  histórica  de  los  pobres  que  se  apropian 
del  Evangelio  como  fuente  de  inspiración  y esperanza  en  su  lucha 
por  la  liberación,  está  profundamente  enraizada  en  la  tradición 

' bíblica.  Lo  cual,  por  lo  demás,  puede  ser  fácilmente  verificada  a lo 

largo  de  la  historia  de  las  Iglesias  cristianas. 

• 

25.  En  el  Antiguo  Testamento,  toda  la  historia  de  un  pueblo 
que  se  libera,  es  narrada  desde  la  perspectiva  del  éxodo  de  una  si- 
tuación de  opresión  en  dirección  a un  espacio  y un  tiempo  de  liber- 
tad, abundancia  y fraternidad.  Lo  mismo  ocurre  en  el  Nuevo  Testa- 
mento, donde  la  enseñanza  de  Jesús,  como  nos  la  presenta  el 
evangelista  Mateo,  empieza  con  las  Bienaventuranzas  de  los 
pobres  (Mt.  5.  2 a 1 1)  y termina  con  la  sentencia  definitiva  de  que 
Cristo  solamente  puede  ser  encontrado  en  las  prácticas  concre- 
tas que  redimen  al  pobre  de  su  condición  de  explotado,  de  oprimi- 
do, de  hambriento,  en  definitiva,  de  despojado  de  su  dignidad  hu- 
mana y de  hijo  de  Dios  (Mt.  25,  31-40). 

26.  Todo  el  relato  bíblico  nos  revela  que  la  lucha  de  los  pobres 
por  su  liberación  son  signos  de  la  acción  de  Dios  en  la  historia,  y 
como  tales  son  vividos  como  gérmenes  imperfectos  y provisorios 
del  Reino  definitivo.  Loscristianostienen  laresponsabilidaddedi- 
cernir  la  acción  del  Espíritu,  que  impulsa  la  historia  y suscita  las 
anticipaciones  del  Reino  dentro  de  cada  sector  del  mundo  de  los 
pobres. 

II)  Desafío  a la  Conciencia  Eciesial 

27.  Este  camino  de  sufrimiento,  de  conciencia  y de  lucha  de 
nuestro  pueblo,  nos  plantea  como  cristianos  y como  Iglesia  cues- 
tionamientos  y desafíos.  Por  un  lado,  debemos  entender  ese  cami- 
no a la  luz  de  la  Revelación  de  Dios  a lo  largo  de  la  historia.  Por  otro 
lado,  nuestras  maneras  de  vivir  y comprender  la  fe,  son  interpela- 


15 


das  por  la  vitalidad  y creatividad  de  los  movimientos  populares  y 
las  comunidades  eclesiales  de  base.  Más  en  particular,  necesita- 
mos actualizar  y profundizar  nuestra  eclesiología,  y esto,  princi- 
palmente en  tres  líneas: 

a.  la  relación  profunda  entre  el  Reino,  la  historia  humana  y 
la  Iglesia. 

b.  la  evangelización  y las  comunidades  eclesiales  de  base. 

c.  el  seguimiento  de  Jesús. 

A.  Reino,  historia  humana  e igiesia 

28.  Por  nuestra  fe  sabemos  que  la  historia  colectiva  que  vivi- 
mos con  nuestro  pueblo,  con  sus  contradicciones  de  dominación 
y liberación,  de  segregación  y fraternidad,  de  vida  y de  muerte, 
tiene  un  sentido  de  esperanza.  Aquí  queremos  “dar  razón  de 
nuestra  esperanza”  (1  Pedro,  3,15). 

29.  El  Dios  en  quien  hemos  creído  es  el  Dios  de  la  Vida,  de  la  li- 
bertad y la  justicia.  El  creó  “la  tierra  y todo  lo  que  en  ella  se  con- 
tiene” al  servicio  del  hombre  y de  la  mujer,  para  que  ellos  vivan,  co- 
muniquen la  vida  y transformen  esa  tierra  en  hogar  para  todos  sus 
hijos.  El  pecado  del  hombre  que  se  apropia  de  la  tierra  y asesina  a 
su  hermano,  no  destruye  el  designio  de  Dios  (Gén.  2-4).  Por  eso  él 
llama  a Abraham  para  ser  padre  de  un  pueblo  (Gén.  12  y ss.)  y a 
Moisés  para  liberar  a ese  pueblo  de  la  opresión,  hacer  con  él  una 
alianza  y encaminarlo  a la  tierra  prometida  (Exodo, 
Deuteronomio). 

30.  Jesús  proclama  a ese  mismo  pueblo  la  presencia  nueva 
del  Reino  de  Dios.  El  Reino  que  él  muestra  con  su  práctica  me- 
siánica  no  es  sino  la  voluntad  eficaz  del  Padre  que  quiere  la  vida 
para  todos  sus  hijos  (Lucas  4 y 7, 18-23).  El  sentido  de  existencia  de 
Jesús  es  dar  su  vida  para  que  todos  tengamos  vida,  y en  abundan- 
cia. Esto  lo  hizo  solidarizándose  con  los  padres,  haciéndose  pobre 
(2  Cor.  8,9:  Fil.  2,7)  para  desde  dentro  de  la  pobreza  anunciar  el 
Reino  de  la  liberación  y de  la  vida.  Las  élites  religiosas  y los  jefes 


16 


políticos  que  dominan  al  pueblo  de  Jesús,  rechazan  este  Evange- 
lio: ellos  “quitan  de  en  medio”  al  Testigo  del  amor  del  Padre,  y 
“dan  muerte  al  Autor  de  la  vida”.  De  esta  manera,  colman  la  medi- 
da del  “pecado del  mundo”  (Hechos  2,23y3, 14-15;  Rom.  1, 18-3.2; 
Juan  1,5  y 10-11;  3,  17-19). 

31.  Pero  el  amor  de  Dios  es  más  grande  que  el  pecado  del 
hombre.  El  Padre  lleva  adelante  su  obra  para  el  mismo  pueblo 
judío  y para  todos  los  pueblos  de  la  tierra  por  la  resurrección  de  Je- 
sús de  entre  los  muertos.  En  Jesucristo  resucitado  se  da  el  triunfo 
definitivo  sobre  la  muerte  y la  primicia  de  “la  nueva  tierra  y el 
nuevo  cielo”,  ciudad  de  Dios  con  los  hombres  (Apoc.  21, 1-4). 

32.  La  presencia  del  Reino  no  es  tangible  para  nosotros  de  la 
misma  manera  como  lo  fue  para  los  compañeros  de  Jesús  (1  Juan 
1),  ni  podemos  ver  todavía  la  plenitud  del  Reino  que  esperamos. 
Por  eso  el  Señor  Resucitado  derrama  su  espíritu  sobre  la  comuni- 
dad de  sus  discípulos:  para  que  con  su  misma  vida  la  Iglesia  sea  el 
cuerpo  visible  de  Cristo  entre  los  hombres,  que  revela  su  acción  li- 
beradora en  la  historia  (Hechos  2;  Cor.  11-12;  Ef.  4). 

33.  La  realización  del  Reino  como  designio  último  de  Dios  pa- 
ra su  creación,  se  experimenta  en  los  procesos  históricos  de  libe- 
ración humana. 

El  Reino  posee  por  un  lado  carácter  utópico,  nunca  totalmen- 
te realizable  en  la  historia,  y por  otro  lado  se  anticipa  y se  concreti- 
zaen  las  liberaciones  históricas.  El  Reino  impregna  y atraviésalas 
liberaciones  humanas  manifestándose  en  ellas,  pero  sin  identifi- 
carse con  ellas.  Las  liberaciones  históricas,  por  el  hecho  de  ser 
históricas,  son  limitadas,  pero  abiertas  a algo  mayor.  El  Reino  las 
sobrepasa.  Por  eso  es  objeto  de  nuestra  esperanza  y podemos  en- 
tonces orar  al  Padre:  “Venga  tu  Reino”.  Las  liberaciones  históri- 
cas encarnan  el  Reino  en  la  medida  en  que  humanizan  la  vida  y ge- 
neran relaciones  sociales  de  mayor  fraternidad,  participación  y 
justicia. 

34.  Para  entender  la  relación  entre  Reino  y liberaciones  histó- 
ricas puede  ayudarnos,  de  modo  analógico,  el  misterio  de  la  encar- 


17 


nación.  Así  como  en  el  único  y mismo  Jesucristo,  la  presencia  de 
Dios  y del  hombre  conservan  cada  una  su  identidad,  sin  absorción 
ni  confusión,  asíacontece con  la  realidad  escatológicadel  Reinoy 
de  las  liberaciones  históricas. 

35.  La  liberación  y la  vida  que  Dios  nos  ofrece  sobrepasa, 
pues,  todo  lo  que  podemos  alcanzar  en  la  historia.  Pero  no  se  nos 
ofrece  fuera  de  esa  historia  o sin  pasar  por  ella.  Por  otra  parte,  es 
demasiado  evidente  que  en  el  mundo  hay  también  otras  fuerzas 
que  son  de  opresión  y de  muerte.  Son  las  fuerzas  del  pecado,  per- 
sonal y social,  que  rechazan  el  Reino  y niegan  prácticamente  a 
Dios. 

36.  Todo  hombre  es  llamado  por  la  palabra  del  Evangelio  a 
acoger  el  Reino  como  dorr,  convirtiéndose  de  la  injusticia  y de  los 
ídolos  al  Dios  vivo  y verdadero  anunciado  por  Jesús  (Me.  1,15;  Jn. 
16,3;  1 Tes.  1,9).  El  Reino  es  gracia  y debe  ser  acogido  como  tal,  pe- 
ro es  también  exigencia  de  vida  nueva,  de  compromiso  en  la  libera- 
ción solidaria  de  los  oprimidos  y en  la  construcción  de  una  so- 
ciedad justa.  Por  eso  decimos,  que  el  Reino  es  de  Dios,  es  gracia  y 
obra  suya,  pero  al  mismo  tiempo  es  exigencia  y tarea  para  el  ser 
humano. 


37.  El  Reino  es  el  horizonte  y el  sentido  de  la  Iglesia.  Es  urgen- 
te recordarlo  hoy  desde  el  Tercer  Mundo:  la  Iglesia  nO  existe  para 
sí  misma,  sino  para  servir  a las  personasen  orden  al  Reino  de  Dios, 
para  revelarles  el  dinamismo  del  Reino  que  atraviesa  su  historia, 
para  testimoniar  la  presencia  de  Cristo  Liberador  y de  su  Espíritu 
en  los  hechos  y los  signos  de  vida  que  se  dan  en  el  caminar  de  los 
pueblos. 


Para  cumplir  esa  misión,  la  Iglesia  procura  seguir  a Jesús  op-  ! 
tando  como  él  por  los  pobres  de  la  tierra,  “poniendo  su  tienda”  I 
entre  ellos  (Jn.  1,14).  Así  puede  vivir  en  forma  densa  y significativa  | 
la  realidad  nueva  del  Reino.  Desde  allí  puede  ser  testigo  creíble  y I 
sacramento  viviente  del  Evangelio  del  Reino  para  todos  los  ! 
hombres.  j 

18  I 


1 


38.  El  Reino  también  juzga  a la  Iglesia.  La  provoca  a la  conver- 
sión, denunciando  sus  contradicciones,  su  pecado  en  las  perso- 
nas y en  las  estructuras.  Le  hace  confesar  sus  yerros  históricos, 
sus  complicidades,  sus  traiciones  a la  misión  evangelizadora.  En 
este  de  humilde  confesión,  la  Iglesia  encuentra  la  gracia  de  su  Se- 
ñor que  la  purifica  y la  alienta  en  su  camino. 

B.  La  evangelización  y las  comunidades  eclesiales  de  base 

39.  Una  comunidad  es  cristiana  porque  evangeliza;  esa  es  su 
tarea,  su  razón  de  ser,  su  vida.  Evangelizares  una  actividad  diversa 
y compleja:  una  comunidad  cristiana  está  liamada  a evangelizar 
en  todo  lo  que  hace:  por  las  palabras  y por  las  obras. 

40.  Evangelizar  es  anunciar  el  verdadero  Dios,  el  Dios  revela- 
do en  Cristo:  el  Dios  que  hace  alianza  con  los  oprimidos  y defiende 
su  causa,  el  Dios  que  libera  a su  pueblo  de  la  injusticia,  de  la  opre- 
sión y del  pecado. 

41.  La  liberación  de  los  pobres  es  un  camino  doloroso,  marca- 
do tanto  por  la  pasión  de  Cristo  como  por  los  signos  de  resurrec- 
ción. La  iiberación  de  los  pobres  es  una  historia  inmensa  que  abar- 
ca la  totalidad  de  la  historia  de  la  humanidad  y ie  da  su  verdadero 
sentido.  El  Evangelio  proclama  la  historia  de  la  liberación  total 
presente  en  los  acontecimientos  actuales.  Ella  muestra  cómo 
aquí  y ahora  en  medio  de  las  masas  pobres  de  América  Latina  y en 
todos  los  pueblos  marginados  Dios  está  liberando  a su  pueblo. 

42.  Puebla  habló  del  “potencial  evangelizador  de  los  pobres” 
(1147).  Con  esta  expresión  Puebla  quiso  valorizar  la  experiencia  ri- 
ca y múltiple  de  numerosas  comunidades  cristianas,  ya  que  esa  vi- 
vencia fue  la  que  permitió  redescubrir  la  realidad  de  una  evangeli- 
zación hecha  por  los  pobres. ’Los  pobres  —pueblo  oprimido  y 
creyente—  anuncian  y muestran  la  presencia  del  Reino  de  Dios  en 
su  propio  caminary  en  su  lucha:  la  vida  nueva,  la  resurrección  que 
se  manifiesta  en  sus  comunidades  es  el  testimonio  viviente  de  que 
Dios  está  actuando  en  ellos.  Su  amor  a los  hermanos,  a los  enemi- 
gos y su  solidaridad,  muestran  la  presencia  activa  del  amor  del 
Padre.  Los  pobres  pueden  evangelizar  porque  a ellos  han  sido  re- 
velados los  secretos  del  Reino  de  Dios  (Mateo  11,  25-27). 


19 


43.  La  evangelización  hecha  por  los  pobres  encuentra  en 
América  Latina  su  lugar  privilegiado  en  una  experiencia  concreta: 
las  comunidades  eclesiales  de  base.  Estas  comunidades  son  lu- 
gares de  encarnación  de  una  Iglesia  que  fiel  a su  vocación  nace 
constantemente  de  la  fe  del  pueblo  desde  los  “no  invitados  al  ban- 
quete”(Lc.  14, 15-24).  En  ellas  se  realiza  laevaluación  de  la  vida  de 
fe  en  un  compromiso  concreto,  en  ellas  se  celebra  la  esperanza  de 
los  pobres  y se  comparte  el  pan  que  hace  falta  a tantos  hermanos  y 
en  el  cual  se  hace  presente  y se  reconoce  la  vida  del  Resucitado. 
Lugares  privilegiados  en  los  cuales  el  pueblo  lee  la  Biblia  y hace 
suyo,  en  sus  propios  términos,  en  sus  propias  expresiones,  el  men- 
saje. Permite  momentos  de  encuentro  fraterno  en  los  cuales  Dios 
es  reconocido  como  Padre.  El  aspecto  comunitario  está  unido, 
pues,  a la  tarea  evangelizadora,  al  llamado  a hacer  discípulos  y for- 
mar una  asamblea  de  discípulos,  una  Iglesia  a partir  de  los  pobres. 


44.  La  evangelización  no  tiene  como  finalidad  la  formación  de 
pequeñas  élites  ni  de  grupos  privilegiados  en  la  Iglesia.  Ella  se  diri- 
ge a la  muchedumbre  de  ovejas,  sin  pastor,  como  dice  Jesús  (Mat. 
9,  35):  esto  es,  a las  masas  abandonadas,  desposeídas  de  todos 
los  bienes.  Por  eso  las  comunidades  cristianas  se  renuevan  en  el 
movimiento  que  las  impulsa  a buscar  a los  más  explotados  entre 
los  pobres.  La  evangelización  de  las  masas  se  hace  dentro  de  la 
■perspectiva  de  la  opción  preferencial  por  los  pobres. 


45.  De  este  modo  ella  contribuye  significativamente  a la 
transformación  de  la  masa  en  pueblo.  Por  otro  lado  las  multitudes 
humanas  no  son  individuos  aislados,  los  pobres  son  humillados 
colectivamente  en  aquello  que  los  reúne  y hace  su  identidad:  en  su 
cultura,  en  su  lengua,  en  su  raza,  en  su  nación  y su  historia,  y tam- 
bién doblemente  en  el  caso  de  las  mujeres. 


La  evangelización  es  actividad  concreta  que  se  dirige  a perso- 
nas concretas  y aquí  y ahora.  Por  eso  ella  asume  la  liberación  de 
los  pobres  en  la  liberación  de  su  cultura,  de  su  lengua,  de  su  raza, 
de  SU' sexo.  Las  comunidades  cristianas  populares  son  primicia 


20 


del  pueblo  entero  a cuyo  servicio  están.  En  ellas  el  pueblo  pobre 
descubre  mejor  su  identidad,  su  valor,  su  misión  evangelizadora 
dentro  de  la  historia  de  liberación  de  los.pueblos.  La  universalidad 
del  anuncio  del  Evangelio  pasa  por  ese  proceso  histórico  y por  ese 
compromiso  de  la  comunidad  cristiana. 

C.  El  seguimiento  de  Jesucristo 

46.  Las  masas  siguen  a Jesús  y admiran  el  bien  que  hace  a to- 
dos. (Hech.  10,38),  son  las  primeras  en  escuchar  la  buena  nueva 
del  Reino.  Jesús  “agrupa  en  torno  a sí,  a unos  cuantos  hombres  to- 
mados de  diversas  categorías  sociales  y políticas  de  su  tiempo. 
Aunque  confusos  y a veces  infieles,  los  mueve  el  amor  y el  poder 
que  de  él  irradian:  ellos  son  constituidos  en  simiente  de  su  Iglesia; 
y atraídos  porel  Padre,  inician  el  camino  de  seguimiento  de  Jesús 
(Puebla,  192). 

La  fuerza  del  Espíritu  lleva  a una  conversión,  a un  cambio  radi- 
cal de  vida;  se  constituye  así  una  comunidad  apostólica,  germen  y 
modelo  de  las  primeras  comunidades  eclesiales.  En  el  designio  de 
Dios,  los  ricos  y poderosos,  para  recibir  el  Evangelio  debieron 
aprenderlo  de  mujeres  y hombres  del  pueblo. 

47.  Estas  primeras  comunidades  dan  testimonio  de  Jesucris- 
to y enseñan  el  camino  para  seguirlo:  Jesús  fue  pobre  y vivió  entre 
pobres  y les  anunció  la  esperanza.  Se  trata  de  una  esperanza  me- 
siánica,  diferente  a la  de  algunas  erróneas  representaciones  de  su 
tiempo,  pero  fiel  cumplimiento  de  la  promesa  de  su  Padre.  El 
Mesías  anuncia  el  Reino  de  Dios,  es  decir  a un  Dios  que  se  revela 
como  tal  porque  reina  haciendo  justicia  a los  pobres  y oprimidos. 
Separara  Dios  de  su  Reino  es  ignoraral  Dios  anunciado  por  Jesús. 
Un  Dios  que  convoca  a los  hermanos,  desde  los  más  pobres  y 
abandonados.  Jesús  proclama  que  ellos  son  bienaventurados  y 
que  el  Reino  les  pertenece  por  un  don  gratuito  y preferencial  del 
Señor.  Este  don  trae  la  exigencia  del  compromiso  por  la  justicia. 

48.  La  buena  nueva  que  anuncia  a los  pobres  el  fin  de  la  opre- 
sión, de  la  mentira,  de  la  hipocresía  y del  abuso  del  poder,  es  tam- 
bién mala  noticia  para  quienes  lucran  por  el  abuso  y la  injusticia. 


21 


Por  eso  los  poderosos  persiguen  a Jesús  hasta  la  muerte.  Jesús 
“quiso  ser  la  víctima  decisiva  de  la  injusticia  y del  mal  de  este  mun- 
do” (Puebla,  194)  y así  practicar  lo  que  había  enseñado:  que  nadie 
ama  más  que  el  que  da  la  vida  por  otros.  Por  un  amor  tan  grande  se- 
remos reconocidos  como  sus  discípulos.  Tales  son  “las  exigen- 
cias de  la  justicia  del  Reino  de  Dios  en  un  discipulado  obediente  y 
radical”  (Carta  a las  Iglesias  cristianas  y organismos  ecuménicos 
de  América  Latina,  Oaxtepec,  México,  24.9.78). 

49.  Las  primeras  comunidades  recorrieron  el  camino  libera- 
dor de  Jesucristo  proclamándolo  como  único  Señor;  llegaron  al 
martirio  por  rechazar  el  culto  idolátrico  a los  poderes  de  este  mun- 
do. Hoy,  muchas  comunidades  cristianas  populares  en  el  Tercer 
Mundo  recorren  el  mismo  camino  de  seguimiento  de  Jesús.  Rehú- 
san aceptar  los  mecanismos  de  dominación  que  enriquecen  a ios 
sectores  y países  podeosos  con  la  pobreza  de  los  débiles  (Cf.  dis- 
curso de  Juan  Pablo  II  a la  Conferencia  Episcopal  de  Puebla); 
reclaman  para  los  oprimidos  y explotados  la  justicia  y la  dignidad, 
el  trabajo  y el  pan,  la  educación,  el  techo  y la  participación  en  la 
construcción  de  la  historia  de  cada  pueblo.  Desde  esta  lucha  libe- 
radora estas  comunidades  experimentan  al  Señor  como  vivo  y pre- 
sente; sienten  la  acción  del  Espíritu  que  al  mismo  tiempo  llama  al 
desierto  de  la  prueba,  y envía  a evangelizar  a pobres  y oprimidos, 
con  la  valentía  de  un  nuevo  Pentecostés. 

50.  En  el  seguimiento  de  Jesús  no  se  separa  nunca  la  expe- 
riencia espiritual  de  la  lucha  liberadora.  Al  interior  de  este  proceso 
se  experimenta  a Dios  como  Padre,  a quien  es  ofrecido  todo  es- 
fuerzo y toda  lucha;  de  quien  viene  la  valentía  y el  coraje,  la  verdad 
y la  justicia.  La  confianza  filial  asegura  que  si  el  Padre  resucitó  a 
su  Hijo  para  demostrar  la  verdad  de  su  Palabra,  también  dará  la  vi- 
da a quien,  en  el  camino  de  Jesús,  entregue  su  vida  por  los  demás. 

51.  Como  a Jesús  se  ha  perseguido  a quienes  denunciaron  la 
existencia  de  miseria  y opresión.  Esta  denuncia  deso  imascara  la 
falsa  ilusión  de  un  progreso  creciente,  despreocupado,  feliz. 
Anuncia  además  que  los  pobres  reclaman  justicia.  Son  verdades 
incómodas  que  no  hay  que  silenciar. 


22 


52.  El  camino  de  Jesús  que  recorren  las  comunidades  ecle- 
sialesde  base  es  un  camino  de  fe  en  un  Dios  a quien  no  vemos  y de 
un  amor  al  hermano  a quien  vemos.  No  está  en  el  camino  de  Jesús 
quien  dice  creer,  pero  no  ama,  o quien  dice  amar,  pero  en  la  prácti- 
ca no  la  hace.  Por  eso  los  mártires  de  la  justicia,  que  dan  su  vida 
por  la  libertad  de  sus  hermanos  oprimidos,  son  también  mártires 
de  la  fe,  porque  aprendieron  del  Evangelio  el  mandamiento  del 
amor  fraterno,  como  signo  de  los  discípulos  del  Señor. 

III)  Exigencias  y Cuestionamientos 

A.  Espiritualidad  y Liberación 

53.  Durante  nuestro  encuentro  hemos  dedicado  largos  mo- 
mentos a la  celebración  común  de  nuestra  fe  y nuestra  esperanza. 

54.  Creemos  que  el  cultivar  la  espiritualidad  o vida  según  el 
Espíritu  de  Jesús  es  una  exigencia  fundamental  de  cada  uno  de 
nosotros  y de  las  comunidades-cristianas.  Muchos  de  nosotros  y 
de  nuestras  comunidades,  vivimos  la  búsqueda  de  la  espirituali- 
dad cristiana  dentro  de  la  nueva  situación  de  la  Iglesia  en  el  Tercer 
Mundo. 

Por  su  importancia  capital,  pensamos  que  el  tema  de  la  espiri- 
tualidad debe  ser  retomado  en  futuros  encuentros,  escritos  y reali- 
zaciones. 

55.  Debemos  ayudara  nuestras comunidadesavivirde  lagran 
tradición  espiritual  de  la  Iglesia  que  hoy,  como  en  cada  época,  se 
encarna  y expresa  asumiendo  los  actuales  desafíos  de  la  historia. 
Así,  podemos  hablar  de  una  “Espiritualidad  de  la  liberación”.  De- 
bemos vitalizar,  y aun  a veces  recuperar,  la  espiritualidad  cristiana 
como  la  experiencia  original  que  lanza  a los  cristianos  y a las  co- 
munidades populares  al  compromiso  evangelizador  y político  y a 
la  reflexión  teológica. 

56.  Ello  implica  ir  superando  los  dualismos,  ajenos  a la  espiri- 
tualidad bíblica;  fe  y vida,  oración  y acción,  compromisos  y tareas 


23 


diarias,  contemplación  y lucha,  creación  y salvación.  La  espiri- 
tualidad no  es  solo  un  momento  del  proceso  de  liberación  de  los 
pobres,  sino  la  mística  de  la  experiencia  de  Dios  en  todo  este  pro- 
ceso. Significa  el  encuentro  con  el  Dios  vivo  de  Jesucristo,  en  la 
historia  colectiva  y en  la  vida  cotidiana  y personal.  La  oración  y el 
compromiso  no  son  prácticas  alternativas,  se  exigen  y refuerzan 
mutuamente.  La  oración  no  es  una  evasión,  sino  un  modo  funda- 
mental de  seguir  a Jesús,  que  nos  hace  siempre  disponibles  para 
al  encuentro  con  el  Padre  y para  las  exigencias  de  la  misión. 

57.  La  Espiritualidad  reclama  también  hoy  de  nosotros  que 
IOS  enriquezcamos  con  las  grandes  tradiciones  religiosas  y cultu- 
ales del  Tercer  Mundo.  Todo  esto  nos  irá  enseñando  a introducir 
apoesía,  lamúsica,  losimbólico,  lafiestay  laconvivencia,ysobre 
odo  la  gratuidad,  en  la  celebración  de  nuestra  fe. 

58.  Los  agentes  de  la  evangelización  no  han  de  celebrar  para 
el  pueblo,  sino  con  él.  El  pueblo  nos  evangeliza  transmitiéndonos 
la  mística  de  su  fe,  de  su  solidaridad  y de  sus  luchas. 

59.  La  espiritualidad  que  hoy  buscamos  revitalizar,  quiere 
acentuar  el  amor  de  Dios  que  nos  llama  a seguir  a Jesús  y que  se 
revela  en  el  pobre.  En  las  luchas,  en  la  entrega,  en  el  martirio  del 
pueblo,  Jesús  es  seguido  hasta  el  sacrificio  de  la  cruz,  pero  tam- 
bién hasta  su  resurrección  liberadora. 

60.  La  espiritualidad  que  queremos  recrear,  hace  de  la  opción 
solidaria  por  los  pobres  y oprimidos  una  experiencia  del  Dios  de 
Jesucristo.  Todo  esto  exige  de  nosotros  un  constante  éxodo  inte- 
rior y un  cambio  de  lugar  social  y cultural.  Nos  compromete  a vivir 
las  consecuencias  políticas  y económicas  del  mandamiento  del 
amor. 

61.  La  Eucaristía  o Cena  del  Señor  ha  de  ocupar  el  lugar 
central  de  nuestras  comunidades,  junto  a la  Palabra  de  Dios  pues- 
ta en  común.  Celebradas  entre  los  pobres  y oprimidos,  son  prome- 
sa y exigencia  de  la  justicia,  de  la  libertad  y la  fraternidad  por  las 
que  luchan  los  pueblos  del  Tercer  Mundo. 


24 


62.  Para  las  comunidades  cristianas,  María,  la  madre  de  Je- 
sús, se  presenta  sobre  todo  como  la  mujer  pobre,  libre  y compro- 
metida del  Magníficat,  como  la  creyente  fiel  que  acompañó  a su 
Hijo  hasta  la  Pascua.  Para  las  comunidades  católicas,  los  santos 
de  su  devoción  se  convierten  en  familiares  del  Reino  y compañe- 
ros de  camino. 

63.  Nuestras  comunidades  cristianas  populares  han  de  cre- 
cer en  su  dimensión  contemplativa.  En  la  oración  estas  comunida- 
des del  Tercer  Mundo  deben  agradecer  el  don  de  la  naturaleza  y la 
vida,  como  expresión  del  gozo  que  nos  producen  y del  respeto  que 
nos  merecen.  Y agradecer  también  con  alegría  y valentía  en  la  his- 
toria el  don  de  la  comunión  con  el  Dios  que  todo  lo  alienta. 
Nuestras  comunidades  cristianas  además  de  vivir  la  oración  de- 
ben educar  para  ella.  Abiertas  a la  vida  recogerán  en  la  oración  el 
clamor  del  pueblo  que  pide  justicia  y busca  sin  descanso  el  rostro 
de  su  Dios  liberador. 

64.  Reafirmamos  la  eficacia  evangelizadora  y libertadora  de 
la  creación,  en  nosotros  y en  los  pueblos.  Creemos  en  su  eficacia 
humanizadora  en  las  luchas.  Creemos  que  la  contemplación  cris- 
tiana da  sentido  a la  vida  y a la  historia,  aun  en  los  fracasos,  e im- 
pulsa a aceptar  la  Cruz  como  camino  de  liberación. 

B.  Persecución,  represión  y martirio 

65.  La  Iglesia  que. renace  por  la  fuerza  del  Espíritu  entre  las 
clasesexplotadasyoprimidasde  nuestros  pueblos,  mantiene  viva 
la  memoria  peligrosa  de  los  mártires,  que  entregaron  su  vida  como 
el  signo  del  amor  mayor  (Juan  15,13).  Con  una  sensibilidad  cris- 
tiana esta  Iglesia,  recupera  así  la  tradición  de  las  más  antiguas  co- 
munidades eclesiales,  y alcanza  aquí  el  centro  de  la  fe  cristiana;  el 
rescate  de  manos  de  un  mundo  impío,  injusto  e idólatra,  de  la  me- 
moria calumniada  de  aquel  excluido  de  la  sociedad:  Jesús  de  Na- 
zareth. 

66.  El  asesinato  de  Jesús  (Hechos  5,30),  además  de  matar  su 
vida,  intentó  difamarlo  y asestar  un  golpe  mortal  a su  causa:  “Ha 
blasfemado”  (Marcos  14,64);  “si  no  fuera  este  un  subversivo  no  lo 


25 


traeríamos  ante  tu  tribunal”  (Juan  18,30);  si  no  vigilan  su  sepulcro 
con  soldados,  ‘‘vendrán  sus  discípulos  y lo  robarán  y dirán  al 
pueblo  que  ha  resucitado  de  la  muerte”  (Mateo  27,64). 

67.  Los  poderes  dominantes  del  tiempo  de  Jesús  tuvieron 
terror  al  recuerdo  del  asesinado.  Sin  embargo,  el  sepulcro  vacío  y 
la  fuerza  del  Espíritu  que  hace  presente  a Jesús  resucitado  en  me- 
dio de  sus  amigos,  suscitaron  la  fe  pascual  que  liberó  a los 
discípulos  de  un  temor  paralizante  y cómplice.  Hombres  débiles 
anunciaron  con  vigor  que  el  asesinado  ‘‘fuera  de  los  muros  de  la 
ciudad”  (Hebreos  13,12),  ‘‘este  Jesús  a quien  Ustedes  crucifica- 
ron, fue  resucitado  por  Dios  y hecho  Señor  y Mesías”  (Hechos  2, 
33,  36). 

68.  La  ‘‘manera  de  vivir”  o “camino”  que  los  discípulos  anun- 
ciaban, aquella  igualdad  de  pensar  y de  sentir,  de  tener  todo  en  co- 
mún y no  permitir  la  explotación  de  nadie,  aquella  “eficacia”  en  el 
anuncio  de  Jesús  resucitado,  en  una  palabra,  aquella  aproxima- 
ción al  Reino  que  constituyen  las  primeras  comunidades  cris- 
tianas (véase:  Hechos  4,  32-35)  fue  perseguida  y reprimida  por  los 
mismos  que  habían  asesinado  al  Señor.  Unidos  en  la  comunidad 
de  vida,  en  la  oración  y en  el  compartir  del  pan  (Hechos  2,42),  los 
que  antes  estaban  silenciados  por  el  terror,  entraron,  llenos  del 
Espíritu,  en  la  resistencia  y proclamaron  que  “hay  que  obedecer  a 
Dios  antes  que  a los  hombres”  (Hechos  5,30). 

69.  En  todo  el  Tercer  Mundo  hoy  las  clases  populares  y las  et- 
nias  oprimidas  resisten,  se  organizan  y luchan  para  construir 
tierras  de  justicia,  de  trabajo  y de  vida  compartidos  y humanizan- 
tes. Están  así  obedeciendo  a Dios  que  quiere  que  los  hombres  vi- 
van y dominen  la  tierra  como  herederos,  como  hijos  que  se  sienten 
en  un  hogarde  hermanos.  La  Iglesia  que  renace  en  este  pueblo,  en 
lucha  espontánea  y organizada,  comparte  esta  lucha  y muchas  ve- 
ces la  impulsa  con  su  fe  inconmovible  en  el  amor  de  Dios  que  ga- 
rantiza el  sentido  absoluto  de  esta  lucha. 

70.  Por  eso  la  Iglesia  sufre  la  misma  represión  que  las  clases 
dominantes  desatan  contra  el  pueblo.  Esta  represión  desencade- 
nada por  odio  a la  justicia,  por  odio  a la  dignidad  de  los  hombres, 


26 


es  lo  que  llamamos  hoy  persecución  a la  Iglesia.  A los  torturados, 
desaparecidos,  exiliados,  presos  y asesinados  de  este  pueblo  te- 
nemos derecho  a celebrarlos  como  mártires.  Son  obreros,  campe- 
sinos, indios  y negros,  hombres  y mujeres,  niños  inocentes  entu- 
siasmados ya  por  el  proyecto  histórico  de  sus  padres.  Y a los  cate- 
quistas, delegados  de  la  palabra,  líderes  de  comunidades  cris- 
tianas, sacerdotes  y pastores,  religiosos  y religiosas,  y obispos 
mártires,  tenemos  derecho  a celebrarlos  como  héroes  sacrifica- 
dos del  pueblo  de  los  pobres. 

71.  Cuando  nuestra  Iglesia  no  acepta  vivir  de  esta  vida  entre- 
gada generosamente  por  la  causa  de  Dios  en  la  causa  de  las  cla- 
ses hoy  explotadas  y oprimidas,  cuando  se  deja  paralizar  por  el  te- 
mor y no  recuerda,  con  el  pueblo,  a sus  mártires,  tenemos  derecho 
a preguntarnos  si  tiene  ojos  nuevos  para  reconocer  al  Señor  cruci- 
ficado en  los  rostros  desfigurados  de  los  empobrecidos  del  Tercer 
Mundo  (véase:  Puebla,  nn  31-39). 

72.  Tenemos  derecho  a preguntarnos  si  como  Iglesia  practi- 
camos la  oración  de  agonía  que  Jesús  practicó,  la  oración  de  la  su- 
misión al  Padre  y de  la  resistencia  al  opresor,  la  oración  que  dio  a 
Jesús  la  fuerza  para  caminar  a la  cruz,  de  la  que  Dios  lo  resucitó. 
Tenemos  que  preguntar  a nuestra  Iglesia  si  reconoce  en  el  dar  la  vi- 
da por  los  amigos  el  amor  mayor. 

73.  Sin  embargo  damos  gracias  al  Señor  porque  aumentan  los 
pastores  y las  comunidades  que  anuncian  la  muerte  de  sus  márti- 
res y la  prolongan  con  su  propio  testimonio. 

C.  Unidad  de  las  Iglesias  a partir  de  los  pobres 

74.  La  mayor  división  y desunión  que  sufre  el  Tercer  Mundo  es 
el  pecado  de  la  injusticia  por  el  que  “muchos  tienen  poco  y pocos 
tienen  mucho”  (Puebla,  Mensaje  a los  pueblos  de  América  Latina). 
Esta  injusticia  traspasa  y divide  también  a todas  nuestras  Iglesias 
y les  hace  tomar  posturas  contradictorias. 

75.  Constatamos  con  alegría  que  en  el  servicio  solidario  a la 
causa  de  los  pobres,  participando  en  sus  justas  luchas,  en  sus 


27 


sufrimientos  y en  su  persecución  se  está  rompiendo  la  primera 
gran  barrera  que  ha  dividido  por  tanto  tiempo  a las  diversas  Igle- 
sias. Muchos  cristianos  redescubren  el  don  de  la  unidad  el  en- 
contrar al  único  Cristo  en  los  pobres  del  Tercer  Mundo  (Mt.  25).  La 
promoción  de  una  liberación  integral,  el  sufrimiento  común  y el 
compartir  la  esperanza  y alegría  de  los  pobres  han  puesto  de  re- 
lieve todo  lo  que  los  cristianos  tenemos  en  común. 

76.  En  esta  opción  por  los  pobres  y en  la  práctica  de  la  justicia 
hemos  profundizado  las  raíces  de  la  fe  en  un  solo  Señor,  una  sola 
Iglesia,  un  solo  Dios  y Padre.  En  el  seguimiento  de  Jesús  confesa- 
mos a Cristo  como  el  Hijo  de  Dios  y hermano  de  todos  los 
hombres.  En  la  lucha  de  una  vida  justa  para  los  pobres  confesa- 
mos al  único  Dios,  Padre  de  Todos.  En  el  compromiso  eclesial  con- 
fesamos a la  Iglesia  de  Jesucristo  como  su  cuerpo  en  la  historia  y 
como  sacramento  de  liberación. 

77.  En  esta  fe  y en  esta  práctica  las  distintas  comunidades 
cristianas  populares,  católicas  y protestantes,  compartimos  un 
mismo  proyecto  histórico  y escatológico.  Esa  fe  y esa  práctica  nos 
hacen  avanzar  en  la  unidad  a nivel  de  la  evangelización  de  la  ce- 
lebración litúrgica,  de  la  doctrina  y de  lateología.  Si  es  verdad  que 
los  pobres  nos  evangelizan,  es  también  verdad  que  ellos  abren  el 
camino  hacia  nuestra  unidad.  Ellos  aceleran  el  cumplí  miento  de  la 
última  voluntad  de  Jesús:  que  todos  sean  uno;  que  todos,  católi- 
cos y protestantes,  y más  aún,  todos  los  hombres  y mujeres  de  to- 
das las  razas  y culturas,  lleguemos  a formar  el  pueblo  de  los  hijos 
de  Dios. 

D.  Iglesias  y pueblos  del  Tercer  Mundo 

78.  En  este  congreso,  de  encuentros  tan  profundos,  hemos 
constatado  un  notable  desconocimiento  recíproco  y una  falta  de 
permanente  comunión  efectiva  entre  nuestros  pueblos  e Iglesias 
de  Asia,  Africa,  América,  Caribe  y de  las  minorías  étnicas  de  U.S.A. 

79.  No  podemos  dejar  de  reconocer  en  cada  uno  de  los 
Pueblos  e Iglesias  del  Tercer  Mundo  identidades  y contribuciones 
propias  en  el  proceso  de  la  liberación:  por  los  sufrimientos,  luchas 


28 


y logros  de  sus  Historias  respectivas  y por  la  riqueza  específica  de 
sus  Culturas.  Angulos  diferentes  del  rostro  de  una  Humanidad 
pobre,  oprimida  y abierta  a la  contemplación  y a la  esperanza. 

80.  De  hoy  en  adelante  nos  comprometemos,  para  ser  fieles  a 
esta  hora  del  Evangelio  y de  los  pueblos  pobres,  a una  mayor  inter- 
comunicación y a ayudarnos,  con  nueva  eficiencia  y en  espíritu 
ecuménico,  dentro  del  proceso  liberador  que  viven  las  Iglesias  en 
el  Tercer  Mundo. 

81.  Todos  estos  procesos  tienen  un  marco  global  a nivel  de 
construcción  de  la  historia.  El  pueblo  de  los  pobres  en  el  Tercer 
Mundo  se  esfuerza  penosamente  por  alcanzar  la  unidad  en  la 
lucha  común  contra  toda  forma  de  colonialismo,  neocolonialismo 
e imperialismo.  Las  Iglesias  deben  estar  comprometidas  con  este 
esfuerzo. 

E.  Conversión  y estructuras  de  la  Iglesia 

82.  La  Iglesia  no  está  invitada  a renovarse,  sino  llamada  a con- 
vertirse de  sus  pecados  personales  y estructurales,  asimilados 
del  espíritu  de  “este  mundo”  (véase;  Romanos,  12,2). 

83.  Si  la  Iglesia  no  se  convierte  en  sus  estructuras,  la  Iglesia 
pierde  credibilidad  y fuerza  de  profecía.  Una  Iglesia  no  puede  optar 
por  el  mundo  de  los  pobres  y oprimidos  permaneciendo  rica  y do- 
minadora. (Medellín,  Pobreza;  Puebla,  1140). 

84.  La  novedad  del  Espíritu  de  Jesús  resucitado  exige  una 
Iglesia  siempre  nueva  al  servicio  del  mundo  nuevo  del  Reino.  Para 
que  la  Igtesia  sea  capaz  de  liberarse  a sí  misma  y ser  sacramento 
de  liberación,  debemos  imitar  en  nuestras  estructuras  eclesiales 
el  nuevo  modo  de  convivencia  que  Jesús  inauguró  (véase:  Filipen- 
ses  2 y Mateo  18, 15-35;  20,  25-28;  y 23, 1-12). 

85.  En  las  estructuras  ministeriales,  esta  novedad  obliga  a la 
Iglesia  a acoger  como  don  del  Espíritu  los  nuevos  ministerios  que 
las  comunidades  requieren  y generan.  En  esta  visión  nueva  la 
discriminación  que  la  mujer  sufre  en  las  Iglesias  no  se  justifica  ni 
bíblicamente,  ni  teológicamente  ni  pastoralmente. 


29 


86.  La  libertad  de  los  hijos  de  Dios  que  Jesús  nos  enseña  con 
su  palabra,  con  su  vida  y con  su  muerte,  es  evidente  que  se  ha  de 
ejercer  también  dentro  de  la  misma  Iglesia.  Ello  implica  no  aceptar 
pasivamente  en  la  Iglesia  la  coerción,  y ayudar  al  pueblo  cristiano 
a no  ver  como  rebeldía  lo  que  solo  pretende  ser  libre  fidelidad  evan- 
gélica. 

F.  Luchas  especificas  y proceso  global  de  liberación 

87.  La  Iglesia  del  Tercer  Mundo  ha  de  comprometerse  con 
aquellas  luchas  de  liberación  que  asumen  los  intereses 
específicos  de  etnia,  raza  y sexo  dentro  del  marco  global  de  la 
lucha  de  los  pobres.  Los  pueblos  indígenas,  los  pueblos  negros  y 
la  condición  de  la  mujer  del  pueblo  han  de  merecer  siempre  de 
nuestra  Iglesia  una  especial  dedicación  y una  atención  creciente 
de  nuestra  Teología. 

88.  La  Iglesia  debe  contribuir,  a partir  de  su  fe  y de  la  caridad 
evangélica,  para  que  esas  diferentes  luchas  sean  verdaderas 
alianzas  de  fuerza  del  pueblo  oprimido,  sin  hegemonías  absorben- 
tes que  a su  vez  se  hacen  opresoras.  Debemos  cooperar  pau-a  que 
esta  gran  alianza  y este  respeto  mutuo  se  hagan  efectivos  desde 
ya  en  el  proceso  de  lucha  global. 

89.  Por  misión  propia,  la  Iglesia  anunciará  y estimulará  en  es- 
te proceso,  aquellos  valores  evangélicos  que  defienden  la  vida  y la 
libertad  de  la  persona  humana  que  abren  espacios  de  comunión 
con  el  Padre  y con  los  hermanos,  y que  han  de  contribuir  original- 
mente a forjar  el  hombre  nuevo  en  la  nueva  sociedad. 

90.  La  Iglesia  como  Jesús,  estará  siempre  gratuitamente  pre- 
sente entre  los  más  débiles  y marginados,  y será  siempre  crítica  y 
libre  frente  a los  grandes  poderosos  de  este  mundo. 

G)  Algunas  Aclaraciones 

91.  La  participación  de  todo  el  pueblo  de  Diosen  la  vida  inter- 
na de  las  Iglesias  cristianas  se  hace  cada  vez  mayor.  La  forma  de 
esta  participación  en  las  estructuras  actuales  de  las  Iglesias  no 
fue,  en  estos  días,  objeto  de  estudio  detallado.  Pero  se  constata 


30 


con  alegría  la  manera  cómo  nuestros  obispos  y pastores  toman, 
por  iniciativa  propia,  medidas  eficaces  que  hacen  esta  participa- 
ción siempre  más  amplia  y efectiva  al  interior  de  la  comunidad 
eclesial  y en  su  orientación  pastoral. 


92.  Las  Iglesias  cristianas,  como  instituciones,  no  deben 
restringirse  a una  parcela  de  la  sociedad,  en  detrimento  de  la  uni- 
versalidad del  mensaje  de  Jesús.  En  el  carpintero  de  Nazareth, 
Dios  hizo  su  opción  por  los  pobres  y oprimidos.  Ser  pobre  es  voca- 
ción de  toda  la  Iglesia.  La  comunidad  eclesial,  sin  embargo,  está 
abierta  a todos  —al  joven  rico  y a Zaqueo—  siempre  que  ellos,  por 
exigencia  evangélica,  estén  dispuestos  a asumir  las  aspiraciones 
liberadoras  de  los  oprimidos  (Le.  19, 1-10). 


93.  En  nuestras  sociedades  del  Tercer  Mundo  hay  una  grave 
división  que  niega  la  fraternidad  evangélica,  debido  a la  existencia 
de  diferentes  clases  sociales.  La  conversión  al  Evangelio  de  Je- 
sús, no  obstante,  no  se  limita  a tomar  conciencia  de  que  es  nece- 
sario estar  al  lado  de  los  oprimidos.  Esa  es,  sin  duda,  una  exigen- 
cia del  Señor,  que  despide  a los  ricos  con  las  manos  vacías  y sacia 
de  bienes  a los  hambrientos.  La  conversión  cristiana  implica, 
sobre  todo,  la  apertura  a la  palabra  de  Jesús,  acogida  en  la  fe,  vivi- 
da en  la  esperanza  liberadora  y que  se  concretiza  en  el  amor  que 
transforma  al  ser  humano  y a su  mundo. 


94.  Debemos  alabar  al  Señor  por  la  participación  de  los  cris- 
tianos en  la  construcción  de  sociedades  justas  y fraternas.  La  libe- 
ración y sus  implicaciones  socio-políticas,  así  como  las 
categorías  de  análisis  que  la  definen  no  se  agotan  en  las  teorías 
sociales.  Antes  de  que  las  ciencias  sociales  hablasen  de  libera- 
ción, el  pueblo  de  Dios  la  realizaba  en  el  Egipto  de  los  faraones.  La 
liberación  es  el  centro  del  mensaje  bíblico.  En  el  horizonte  de  la  ex- 
pectativa pascual,  la  liberación  no  se  reduce  a este  o a aquel  mo- 
delo político,  sino  que  traspasa  toda  historia;  y alcanza  su  plenitud 
en  la  manifestación  del  Reino  asegurado  por  la  práctica  liberadora 
de  Jesús  y por  la  bondad  misericordiosa  del  Padre. 


31 


95.  Clausuramos  nuestro  congreso  y terminamos  este  docu- 
mento confortados  por  la  promesa  de  Jesucristo  a sus  seguidores: 
“No  tengan  miedo,  yo  he  vencido  al  mundo.  Yo  estaré  con  Ustedes 
hasta  el  fin  de  los  tiempos”  (Juan  16,  33  y Mateo  28,20). 


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«La  fuerza  de  la  vida  que  viene  de  Dios  se  está  manifes- 
tando exactamente  en  aquellos  lugares  donde  la  vida  es 
oprimida,  esclavizada  y crucificada  en  el  calvario  del 
mundo.  En  efecto,  en  todas  las  partes  del  mundo  pobre 
y sobre  todo  aqui  en  América  Latina,  los  pobres,  cris- 
tianos y no  cristianos,  están  despertando,  queriendo  sa- 
cudir el  yugo  de  la  esclavitud.  Y los  cristianos  están  per- 
cibiendo que,  en  nombre  de  su  fe  en  Jesucristo,  ya  no 
pueden  concordar  con  esta  situación». 


DATE  DIJE 


OEMCO  38-297 

BR115.U6I57  1980 

La  irrupción  de  los  pobres  en  la  Iglesia 

Princeton  Theological  Seminary-Speer  Library 


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