LA IRRUPCION
DE LOS POBRES EN LA IGLESIA
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POBRES EN LA IGLESIA
Documentos del
Congreso Internacional Ecuménico de Teologia
(Sao Paulo, Brasil, 20 de Febrero al 2 de Marzo 1980)
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LA IRRUPCION
DE LOS
POBRES
EN LA IGLESIA
Documentos del
Congreso Internacional Ecuménico de Teología
(Sao Paulo, Brasil, 20 de Febrero al 2 de Marzo 1980)
Departamento Ecuménico de Investigaciones
Apdo. 339-S. Pedro Montes de Oca
SAN JOSE — COSTA RICA
Teléfonos; 22-07-37 y 22-74-12
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CARTA A LOS CRISTIANOS QUE VIVEN Y
CELEBRAN SU FE EN LAS COMUNIDADES
CRISTIANAS POPULARES DE LOS PAISES Y
REGIONES POBRES DEL MUNDO
Nosotros, los que escribimos esta carta para Uste-
des somos cristianos, laicos de las comunidades cris-
tianas populares, pastores, sacerdotes, y obispos,
hombres y mujeres, negros, blancos, autóctonos e
indígenas, venidos de diferentes Iglesias Cristianas de
42 países, de América Latina, Africa, Asia, Caribe y
América del Norte. Estuvimos reunidos, en nombre de
Jesucristo, aquí en San Pablo, Brasil, del 20 de febrero
al 2 de marzo de 1980, en espíritu de mucha fraternidad
para orar, estudiar y reflexionar juntos sobre los llama-
dos de Dios que nos llegan a través del Clamor de los
pobres de! mundo entero, sobre todo de la América La-
tina.
Nuestros hermanos, venidos de América Latina,
Asia, Africa y de las minorías negra e híspana de Améri-
ca del Norte, nos contaron la situación de los pobres,
de los négros, de las mujeres, de los pueblos indígenas
de sus países. Y todos juntos, vimos que i a pobreza
existente en América Latina y en el resto del mundo no
es el resultado del destino, sino que es el fruto de una
gran injusticia que clama ai cielo como la sangre de
Abel asesinado por Caín (Gén. 4, 10). Vimos también
3
que la causa principal de esta injusticia debe ser en-
contrada en el sistema capitalista que, como una
nueva Torre de Babel, (Gén. 11,1-8), se yergue sobre él
mundo y controla la vida de los pueblos, favoreciendo a
unos pocos que se enriquecen, cada vez más, a costa
de la pobreza creciente de otros. Y por eso es que los
pueblos empobrecidos de nuestros países viven un ver-
dadero cautiverio dentro de su propia tierra.
Pero vimos también otra cosa más, que nos da
mucha esperanza y que queremos compartir con uste-
des, a saber: que la fuerza de la vida que viene de Dios
se está manifestando exactamente en aquellos luga-
res donde la vida es oprimida, esclavizada y crucificada
en el calvario del mundo. En efecto, en todas las partes
del mundo pobre y sobre todo aquí en América Latina,
los pobres, cristianos y no cristianos, están despertan-
do, queriendo sacudir el yugo de la esclavitud. Y los
cristianos están percibiendo que, en nombre de su fe
en Jesucristo, ya no pueden concordar con esta si-
tuación. Por eso, en medio de esta lucha por la libera-
ción, ellos se están reuniendo en comunidades para re-
novar su fe en Jesucristo y así ser un fermento en esta
masa que busca su liberación. Como Abraham y
Moisés, ellos se están levantando, procurando formar
un nuevo pueblo, una nueva tierra renovada, donde la
bendición de la vida que viene de Dios sea de hecho re-
cuperada para todos (Gén. 12,1-4). Se están organizan-
do y luchando en los movimientos populares para que
todos puedan tener trabajo, pan, casa, salud, educa-
ción; para que puedan tener vida en abundancia como
Jesús lo desea (J. 10,10). Están luchando por una si-
tuación en la que el pueblo sea dueño de su producción
4
(Is. 65,22) en que puedan vivir en casas por eiios mis-
mos construidas (Is. 65,21) y comer del fruto de la tierra
por ellos mismos trabajada (Is. 62,8-9) una situación en
que todos puedan vivir en paz en las colinas de su pro-
pia Tierra (Salmo 71,16). Quieren una Tierra donde to-
dos puedan participar del poder, ser sujetos de su pro-
pio destino, y así alabara! Dios creador por el don de la
vida. Muchos ya dieron su vida por esta causa. No pu-
dieron ver la llegada del nuevo día, pero lo saludaron
desde lejos (Heb. 11,13). Otros fueron presos, tortura-
dos y exiliados. Pero todos lucharon y todavía luchan
en la fe de que la vida es más fuerte que la muerte y en la
esperanza de que su sangre derramada dé su fruto en la
liberación de sus hermanos.
Ahora, reflexionando sobre todo esto que está
aconteciendo hoy en nuestros países, nosotros cre-
emos que ustedes, luchando y sufriendo con valentía
en los movimientos populares y viviendo y celebrando
con alegría su fe en sus comunidades, están siendo la
Buena Noticia de Dios que ya se anuncia en el mundo
entero. Ella ya llegó a los oídos de los pastores de la
Iglesia, reunidos en Puebla y en Oaxtepec. En Puebla
ellos reconocieron: “ni todos nosotros nos hemos
comprometido bastante con los pobres; ni siempre nos
preocupamos con ellos y somos con ellos solidarios”
(1.140). y dijeron todavía: “El compromiso con los
pobres y oprimidos y el surgimiento de las Comunida-
des de Base ayudaron a la Iglesia a descubrir el poten-
cial evangellzador de los pobres, en cuanto éstos la in-
terpelan constantemente, llamando a la conversión, y
porque muchos de ellos realizan en su vida los valores
evangélicos de solidaridad, servicio, simplicidad y dis-
5
ponibiUdad para recibir el don de Dios” (1. 147). En Oax-
tepec afirmaron: “Confesamos que nuestra indiferen-
cia delante del clamor de los sectores más olvidados,
más oprimidos, y necesitados de nuestros países
contradice las exigencias del Evangelio. Nos unimos
para hacer un llamado a los cristianos de América Lati-
na, para que respondan a las exigencias de la justicia
del Reino de Dios en un discipulado obediente y radi-
ca!”.
Asi, a través de ustedes, el rostro de Cristo
resplandece nuevamente sobre el mundo (2 Cor. 4,6).
Ustedes son la carta de Cristo, reconocida y leída por
todos los hombres, escrita no con tinta, sino con el
Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en
tablas de carne y de corazones (2 Cor. 3,2-4). A través
del testimonio de ustedes, Jesús evangeliza a los
pobres, abre los ojos a los ciegos, libera a los cautivos
(Luc. 4, 18-19) enfrenta a los poderosos de dominación,
y recupera la vida para todos. Hoy como en tiempo de
cautiverio, el Dios que resucitó a Jesús de la muerte, es-
tá escondido en medio de la historia, del lado de los
pobres, trabajando y liberando a su pueblo con fuerza
victoriosa que vence la Muerte y recrea la Vida (Is.
43,18-19).
Nosotros, reunidos en este Congreso, asumimos
la lucha de ustedes y pedimos al Padre, para que uste-
des tengan la valentía y la alegría necesaria para conti-
nuar en la misión que ya están realizando: anunciar a
todos los hombres la Buena Noticia de que el Reino de
Dios está llegando (Me. 1,5) los ciegos ven, los cojos an-
dan, los leprosos son curados, los sordos oyen, los
6
müertos resucitan , los pobres son evangelizados (Mt.
11,5) y están evangelizando! ¡Feliz aquel que no se es-
candaliza con esta noticia! La resurrección que viene
de Dios ya está en camino, en la vida crucificada de tan-
tos hermanos.
Las señales de esta resurrección están visibles en
los sepulcros vacíos de los millares de desaparecidos,
en la sangre derramada de tantos mártires, sobre todo
en Guatemala, El Salvador, Argentina, Chile, Uruguay,
Paraguay, Haití y tantos otros lugares; en las luchas de
los pobres por la tierra y por sus derechos; en la resis-
tencia silenciosa de tantos; en la revolución victoriosa
de Granada y de Nicaragua, donde el pueblo conquistó
su libertad, para poder ser libre; en el pueblo y en las co-
munidades ausentes de este congreso pero que tam-
bién están en la lucha por un mundo más justo y más
fraterno, como las de Cuba y de otros pueblos; en fin, en
el pueblo pobre oprimido que de tantas maneras se or-
ganiza para enfrentar las dominaciones que, cada vez
de nuevo, procuran aplastar las tentativas del pueblo.
En todo esto, el Reino de Dios viene avanzando,
con su justicia y su verdad, juzgando el mundo y denun-
ciando a los poderosos. Como en el tiempo del cautive-
rio, los cristianos deben sacarse las vendas de los ojos
y procurar ver esta gran Buena Noticia de Dios, que hoy
se anuncia en el mundo entero a través de los pobres
(Is. 42.19,21).
Fue todo esto lo que nosotros reflexionamos en
estos días de estudio y de oración. Pedimos a ustedes y
a nosotros mismos, que en esta lucha nunca olvidemos
7
a aquellos que son más pobres que nosotros y a los j
pobres de Asia y de Africa. Que siempre estemos aten-
tos al clamor de Dios que nos llega a través de millones
de pobres del mundo; que continuemos siempre ce-
lebrando nuestra fe, leyendo la vida a la luz de la Pa-
labra de Dios; que nunca nqs olvidemos de que las co-
munidades cristianas populares son como el “ensayo
del Reino”, donde el mundo debe poder ver el “pueblo,
la tierra y la bendición” que Dios desea para todos los
hombres y donde las propias Iglesias encuentran un
motivo para su conversión y constante transformación.
Y finalmente que nunca nos cerremos solos nosotros
en nuestros propios intereses, dividiéndonos en luchas
Internas, sino que nos organicemos en una lucha co-
mún para sacar el pecado del mundo, el gran pecado
social del sistema capitalista que mata la vida de tan-
tos hermanos. Procuremos vencerlo por la unión de to-
dos, cristianos de varias Iglesias y no cristianos de
buena voluntad que como ustedes luchan por la victó-
ria de la vida sobre la Muerte, pues, “quien no está
contra nosotros está de nuestro lado” (Me. 9,40). El ene-
migo común de todos, este sistema capitalista depen-
diente, es como el dragón del Apocalipsis. Las pe-
queñas y frágiles comunidades son como la mujer que
gime en los dolores del parto para generar una vida
nueva que vence a! dragón. (Apc. 12).
¡No tengan miedo! ¡Cristo resucitó! ¡El está vivo!
El nos garantizó: yo vencí el mundo. Estaré con ustedes
hasta el fin de los tiempos. (Ef. J. 16,33; Mt. 28,20).
8
DOCUMENTO FINAL DEL CONGRESO
INTERNACIONAL ECUMENICO DE TEOLOGIA
INTRODUCCION
1 . Reunidos en San Pablo, entre el 20 de febrero y el 2 de marzo
de 1980, cristianos de 42 países, celebramos el IV Congreso Inter-
nacional Ecuménico de Teología convocado por la Asociación
Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo.
Simultáneamente compartimos nuestras reflexiones con las
comunidades cristianas reunidas en la Semana de Teología, reali-
zada todas las noches en la Pontificia Universidad Católica de San
Pablo.
Asistimos alrededor de 180 personas entre laicos, obispos,
pastores, sacerdotes, religiosos y teólogos de diversas Iglesias
cristianas. Los participantes proveníamos de comunidades cris-
tianas populares de América Latina, Caribe, delegaciones de Afri-
ca, Asia y de las minorías étnicas de U.S.A., así como observado-
res de Europa y América del Norte.
Este IV Congreso fue antecedido por los Congresos de Dar-
es-Salaam (Tanzania) en 1976, Accra (Ghana) en 1977 y Colombo
(Sri Lanka) en 1979.
2. En esta oportunidad el tema de nuestra reunión fue
‘‘Eclesiología de las Comunidades Cristianas Populares”. La
reflexión que realizamos partió de la rica experiencia de estas co-
munidades eclesiales de base, signo de renovación en las Iglesias
del Tercer Mundo; y estuvo centrada particularmente en América
Latina. En esta experiencia, nos hallamos profundamente ligados
9
a nuestras Iglesias y Pastores, fieles al llamado de la Palabra de ) sil
Dios y a la inserción de las comunidades cristianas en la vida de ■ d'
nuestros pueblos. , m
i'
3. Católicos y protestantes de diversas Iglesias reconocemos ' P
una búsqueda común en la implantación del Reino de Justicia y
Paz. Al reflexionar sobre la práctica de las comunidades cristianas
populares hemos compartido días de oración comunitaria alaban-
do al Señor por todos los signos de liberación e intercediendo por 1'
aquellos que sufren las penurias del cautiverio. =
4. Desafiados por la Palabra de Dios que llega a nosotros a tra-
vés de la Biblia y de la historia de nuestros pueblos, como
miembros de la comunidad de Jesucristo damos testimonio del re-
sultado de nuestro trabajo.
5. Queremos expresar antes nuestra profunda gratitud al Sr.
Cardenal Don Pablo Evaristo Arns por la fraterna hospitalidad con
que nos recibió en ámbito de su Arquidiócesis.
Agradecemos también los mensajes de apoyo recibidos del
Rev. Philip Potter, Secretario general del CMI (Consejo Mundial de
Iglesias), del cardenal J. Willebrands, Presidente del Secretariado
para la Unión de los Cristianos, y del Obispo Federico Pagura, Pre-
sidente del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI).
I) Irrupción histórica de ios pobres
A. Los movimientos popuiares de iiberación
6. La situación de sufrimiento, de miseria, de explotación de
las grandes mayorías, concentradas especialmente, pero no
exclusivamente, en el llamado Tercer Mundo, es tan evidente co-
mo injusta.
7. Sin embargo, el proceso histórico más importante de
nuestro tiempo empieza a ser protagonizado por esos mismos
pueblos, verdaderos “condenados de la tierra”. Su opresión tiene
10
raíces en la explotación colonial de la que fueron víctimas por
siglos. Su lucha por la vida, por su identidad racial y cultural, nega-
da por el dominador extranjero, es tan amplia como la dominación
misma. Sin embargo, su decisión y su capacidad de liberación hu-
mana tienen hoy un alcance nunca antes igualado, como se
prueba en el caso reciente de Nicaragua.
8. En el contexto del Tercer Mundo, las clases populares
emergentes impulsan movimientos sociales, y a través de sus
luchas forjan una conciencia más lúcida de lasociedadglobalyde
sí mismos.
9. Estos movimientos sociales populares expresan mucho
más que una reivindicación económica. Se trata del hecho nuevo,
en los términos que hoy reviste, de la irrupción masiva de los
pobres en cada sociedad. Ellos son las clases explotadas, las ra-
zas oprimidas, los seres que se desea mantener ausentes y desco-
nocidos en la historia humana y que cada vez con mayor decisión,
muestran su propio rostro, expresan su palabra y se organizan pa-
ra conquistar por sí mismo el poder que les permita garantizar la
satisfacción de sus necesidades y la creación de verdaderas con-
diciones de liberación.
10. En el caso de América Latina, junto al movimiento obrero
industrial —cuya fuerza es tradicionalmente reconocida— y de la
organización sindical de los campesinos que se extiende cubrien-
do amplias masas empobrecidas, aparecen nuevás formas de or-
ganización obrera, oposiciones sindicales más amplias y movi-
mientos sociales populares originados en los barrios, aso-
ciaciones de vecinos, clubes de madres, movimientos contra la
carestía de la vida, por habitación, salud, etc. Surgiendo desde lo
más profundo de nuestro pueblo pobre, las nacionalidades autóc-
tonas oprimidas se afirman en su vieja identidad y las razas oprimi-
das pugnan por sacudir su opresión étnica en el interior de este
movimiento popuiar de conjunto. Proceso complejo y disconti-
nuo, con avances y retrocesos, pero que muestra una tendencia
ascendente que es señal de esperanza.
11. A medida que el movimiento popular se desarrolla, se co-
loca la cuestión fundamental de formular un proyecto histórico,
11
que se basa hoyen la crítica al capitalismoy a la dominación impe-
rialista. Ese proyecto encierra una exigencia radical de democrati-
zación, en la construcción de un sistema político en que el control
popular sobre los gobernantes y al poder popular sean una reali-
dad efectiva.
B. Estructuras de dominación
12. Esta marcha del pueblo en el Tercer Mundo, se hace en el ¡
marco del capitalismo dependiente. Ahí los sectores que detentan
el poder económico, político y cultural ejercen su dominación !
sobre la sociedad a través de un enorme número de estructuras, j
instituciones y mecanismos que se reproducen a nivel nacional e
internacional, que varían según los países'y regiones: propiedad
de tierra desigual, concentración de las riquezas y de las innova-
ciones técnico-científicas, carrera armamentista con su produc-
ción de instrumentos de muerte y destrucción de la vida, transna- i
cionalización de la economía, etc. A nivel internacional eso se re- I
aliza por los mecanismos monetarios, empresas multinacionales, i
clubes de decisión política de los países ricos (Ej. Trilateral), lie- ¡
vando al endeudamiento creciente a los países del Tercer Mundo, j
13. En las sociedades africanas, asiáticas y latinoamerica-
nas, dentro de las características de cada región, las estructuras ■
internacionales combinadas con las estructuras nacionales del
sistema capitalista, producen un proceso de desarrollo excluyen-
te, desarticulado y concentrado, con el empobrecimiento de las ;
mayorías, aumento del costo de vida, inflación, desempleo, sub- i
alimentación, deterioro de la cal idad de vida, sobre-explotación de :
la mujer y de los niños, etc.
14. Los sectores dominantes ejercen su poderen la sociedad, ,
buscando introducir en toda la población determinadas actitu-
des y comportamientos a través de la educación formal, de los me-
dios de comunicación de masas, de los partidos e inclusive de las
organizaciones populares. Se va conformando así un tipo de so-
ciedad con sus valores y estilos de vida materialista y utilitarista.
1 5. Además de eso se da una concentración del poder en esta-
dos autoritarios que, de arriba para abajo, se colocan como tuto-
12
res de la sociedad, penetrando inclusive en la vida privada de los
ciudadanos. En América Latina se justifican a través de modelos
de democracia restringida, meramente formal o de Seguridad Na-
cional.
Las instituciones políticas, en todos sus niveles, restringen y
tratan de controlar las posibilidades de participación de los gru-
pos y clases populares en la toma de decisión y en las posibilida-
des de cambio social.
16. Es importante subrayar la implacabilidad de toda una se-
rie de mecanismos de dominación más sutiles, frecuentemente
subestimados en los análisis, que producen formas de desigual-
dad y discriminación entre negros, indígenas y mujeres. Hay que
hacer notar que los diferentes mecanismos no se contraponen o
yuxtaponen unos a los otros, sino al contrario, se articulan en una
misma estructura global de dominación. Las poblaciones negras,
los pueblos indígenas y la mujer del pueblo, durante siglos y
todavía hoy, siguen doblemente oprimidos, luchando sin embar-
go, más que en el pasado por su liberación. Estos mecanismos no
responden en forma determinista ni lineal a los intereses de domi-
nación, sino que engendran contradicciones que los sectores po-
pulares pueden aprovechar en su camino.
17. En verdad estas estructuras y estos mecanismos de domi-
nación siguen ritmos diferentes, de acuerdo con diferencias de na-
cionalidades y de regiones y principalmente según la capacidad
de respuesta, en términos de organización, de conciencia y de
lucha de las fuerzas sociales populares emergentes. Así, estas
fuerzas van ocupando cada vez más lugares en las diferentes insti-
tuciones de la sociedad.
♦
18. Además se puede constatar que este sistema de domina-
ción vive una crisis permanente, ya desde sus comienzos, y se va
haciendo cada vez más aguda en las últimas décadas con el forta-
lecimiento de los sectores populares.
13
C. Movimiento popular y comunidades eclesiales de base
19. Crece cada vez más en América Latina, el número de cris-
tianos que expresan y celebran explícitamente su fe en Cristo y su
esperanza en el Reino de Dios, al interior del movimiento popular.
Surge una corriente eclesial y popular que se va expresando en di-
ferentes formas de vida y de comunidad cristiana.
20. La irrupción del pobre se da también dentro de la Iglesia ya
establecida produciendo una transformación religiosa y eclesial.
La Iglesia vive así el juicio de Dios, que irrumpe en la historia libe-
radora de los pobres y explotados. Es un tiempo de gracia y de con-
versión eclesial, fuente inagotable de una nueva y exigente expe-
riencia espiritual. En la lucha del pueblo, la Iglesia redescubre
siempre más su identidad y su misión propias.
21. La corriente cristiana al interior del movimiento popular y
la renovación de la Iglesia a partir de su opción por los pobres son
un movimiento eclesial único y específico. Este movimiento ecle-
sial va configurando diferentes tipos de comunidades eclesiales
de base, donde el pueblo encuentra un espacio de resistencia, de
lucha y de esperanza frente a la dominación. Allí los pobres ce-
lebran su fe en Cristo liberador y descubren la dimensión política
de la caridad.
22. Las comunidades eclesiales de base o comunidades cris-
tianas populares, son parte integrante del caminar del pueblo, pe-
ro no constituyen un movimiento o poder político paralelo a las or-
ganizaciones populares, ni pretenden legitimarlas. Las comunida-
des cristianas ejercen dentro del pueblo de los pobres, a través de
la formación de la conciencia, de la educación popular y del de-
sarrollo de valores éticos y culturales, un servicio liberador, asu-
midos en su misión específica, evangelizadora, profética, pastoral
y sacramental.
23. La Iglesia rescata los símbolos de esperanza del pueblo,
manipulados secularmente por el sistemade dominación. La Igle-
sia celebra la presencia del Dios de Vida, en las luchas populares
por una vida más justa y humana. La Iglesia encuentra al Dios de
14
los pobres, enfrentando los ídolos de la opresión. La Iglesia acoge
el Reino como Don gratuito del Padre, en la construcción de la fra-
ternidad y la solidaridad de todas las clases oprimidas y dé las ra-
zas humilladas por este anti-Reino de la discriminación, de la
violencia y de la muerte, que es el sistema capitalista dominante.
24. La manifestación histórica de los pobres que se apropian
del Evangelio como fuente de inspiración y esperanza en su lucha
por la liberación, está profundamente enraizada en la tradición
' bíblica. Lo cual, por lo demás, puede ser fácilmente verificada a lo
largo de la historia de las Iglesias cristianas.
•
25. En el Antiguo Testamento, toda la historia de un pueblo
que se libera, es narrada desde la perspectiva del éxodo de una si-
tuación de opresión en dirección a un espacio y un tiempo de liber-
tad, abundancia y fraternidad. Lo mismo ocurre en el Nuevo Testa-
mento, donde la enseñanza de Jesús, como nos la presenta el
evangelista Mateo, empieza con las Bienaventuranzas de los
pobres (Mt. 5. 2 a 1 1) y termina con la sentencia definitiva de que
Cristo solamente puede ser encontrado en las prácticas concre-
tas que redimen al pobre de su condición de explotado, de oprimi-
do, de hambriento, en definitiva, de despojado de su dignidad hu-
mana y de hijo de Dios (Mt. 25, 31-40).
26. Todo el relato bíblico nos revela que la lucha de los pobres
por su liberación son signos de la acción de Dios en la historia, y
como tales son vividos como gérmenes imperfectos y provisorios
del Reino definitivo. Loscristianostienen laresponsabilidaddedi-
cernir la acción del Espíritu, que impulsa la historia y suscita las
anticipaciones del Reino dentro de cada sector del mundo de los
pobres.
II) Desafío a la Conciencia Eciesial
27. Este camino de sufrimiento, de conciencia y de lucha de
nuestro pueblo, nos plantea como cristianos y como Iglesia cues-
tionamientos y desafíos. Por un lado, debemos entender ese cami-
no a la luz de la Revelación de Dios a lo largo de la historia. Por otro
lado, nuestras maneras de vivir y comprender la fe, son interpela-
15
das por la vitalidad y creatividad de los movimientos populares y
las comunidades eclesiales de base. Más en particular, necesita-
mos actualizar y profundizar nuestra eclesiología, y esto, princi-
palmente en tres líneas:
a. la relación profunda entre el Reino, la historia humana y
la Iglesia.
b. la evangelización y las comunidades eclesiales de base.
c. el seguimiento de Jesús.
A. Reino, historia humana e igiesia
28. Por nuestra fe sabemos que la historia colectiva que vivi-
mos con nuestro pueblo, con sus contradicciones de dominación
y liberación, de segregación y fraternidad, de vida y de muerte,
tiene un sentido de esperanza. Aquí queremos “dar razón de
nuestra esperanza” (1 Pedro, 3,15).
29. El Dios en quien hemos creído es el Dios de la Vida, de la li-
bertad y la justicia. El creó “la tierra y todo lo que en ella se con-
tiene” al servicio del hombre y de la mujer, para que ellos vivan, co-
muniquen la vida y transformen esa tierra en hogar para todos sus
hijos. El pecado del hombre que se apropia de la tierra y asesina a
su hermano, no destruye el designio de Dios (Gén. 2-4). Por eso él
llama a Abraham para ser padre de un pueblo (Gén. 12 y ss.) y a
Moisés para liberar a ese pueblo de la opresión, hacer con él una
alianza y encaminarlo a la tierra prometida (Exodo,
Deuteronomio).
30. Jesús proclama a ese mismo pueblo la presencia nueva
del Reino de Dios. El Reino que él muestra con su práctica me-
siánica no es sino la voluntad eficaz del Padre que quiere la vida
para todos sus hijos (Lucas 4 y 7, 18-23). El sentido de existencia de
Jesús es dar su vida para que todos tengamos vida, y en abundan-
cia. Esto lo hizo solidarizándose con los padres, haciéndose pobre
(2 Cor. 8,9: Fil. 2,7) para desde dentro de la pobreza anunciar el
Reino de la liberación y de la vida. Las élites religiosas y los jefes
16
políticos que dominan al pueblo de Jesús, rechazan este Evange-
lio: ellos “quitan de en medio” al Testigo del amor del Padre, y
“dan muerte al Autor de la vida”. De esta manera, colman la medi-
da del “pecado del mundo” (Hechos 2,23y3, 14-15; Rom. 1, 18-3.2;
Juan 1,5 y 10-11; 3, 17-19).
31. Pero el amor de Dios es más grande que el pecado del
hombre. El Padre lleva adelante su obra para el mismo pueblo
judío y para todos los pueblos de la tierra por la resurrección de Je-
sús de entre los muertos. En Jesucristo resucitado se da el triunfo
definitivo sobre la muerte y la primicia de “la nueva tierra y el
nuevo cielo”, ciudad de Dios con los hombres (Apoc. 21, 1-4).
32. La presencia del Reino no es tangible para nosotros de la
misma manera como lo fue para los compañeros de Jesús (1 Juan
1), ni podemos ver todavía la plenitud del Reino que esperamos.
Por eso el Señor Resucitado derrama su espíritu sobre la comuni-
dad de sus discípulos: para que con su misma vida la Iglesia sea el
cuerpo visible de Cristo entre los hombres, que revela su acción li-
beradora en la historia (Hechos 2; Cor. 11-12; Ef. 4).
33. La realización del Reino como designio último de Dios pa-
ra su creación, se experimenta en los procesos históricos de libe-
ración humana.
El Reino posee por un lado carácter utópico, nunca totalmen-
te realizable en la historia, y por otro lado se anticipa y se concreti-
zaen las liberaciones históricas. El Reino impregna y atraviésalas
liberaciones humanas manifestándose en ellas, pero sin identifi-
carse con ellas. Las liberaciones históricas, por el hecho de ser
históricas, son limitadas, pero abiertas a algo mayor. El Reino las
sobrepasa. Por eso es objeto de nuestra esperanza y podemos en-
tonces orar al Padre: “Venga tu Reino”. Las liberaciones históri-
cas encarnan el Reino en la medida en que humanizan la vida y ge-
neran relaciones sociales de mayor fraternidad, participación y
justicia.
34. Para entender la relación entre Reino y liberaciones histó-
ricas puede ayudarnos, de modo analógico, el misterio de la encar-
17
nación. Así como en el único y mismo Jesucristo, la presencia de
Dios y del hombre conservan cada una su identidad, sin absorción
ni confusión, asíacontece con la realidad escatológicadel Reinoy
de las liberaciones históricas.
35. La liberación y la vida que Dios nos ofrece sobrepasa,
pues, todo lo que podemos alcanzar en la historia. Pero no se nos
ofrece fuera de esa historia o sin pasar por ella. Por otra parte, es
demasiado evidente que en el mundo hay también otras fuerzas
que son de opresión y de muerte. Son las fuerzas del pecado, per-
sonal y social, que rechazan el Reino y niegan prácticamente a
Dios.
36. Todo hombre es llamado por la palabra del Evangelio a
acoger el Reino como dorr, convirtiéndose de la injusticia y de los
ídolos al Dios vivo y verdadero anunciado por Jesús (Me. 1,15; Jn.
16,3; 1 Tes. 1,9). El Reino es gracia y debe ser acogido como tal, pe-
ro es también exigencia de vida nueva, de compromiso en la libera-
ción solidaria de los oprimidos y en la construcción de una so-
ciedad justa. Por eso decimos, que el Reino es de Dios, es gracia y
obra suya, pero al mismo tiempo es exigencia y tarea para el ser
humano.
37. El Reino es el horizonte y el sentido de la Iglesia. Es urgen-
te recordarlo hoy desde el Tercer Mundo: la Iglesia nO existe para
sí misma, sino para servir a las personasen orden al Reino de Dios,
para revelarles el dinamismo del Reino que atraviesa su historia,
para testimoniar la presencia de Cristo Liberador y de su Espíritu
en los hechos y los signos de vida que se dan en el caminar de los
pueblos.
Para cumplir esa misión, la Iglesia procura seguir a Jesús op- !
tando como él por los pobres de la tierra, “poniendo su tienda” I
entre ellos (Jn. 1,14). Así puede vivir en forma densa y significativa |
la realidad nueva del Reino. Desde allí puede ser testigo creíble y I
sacramento viviente del Evangelio del Reino para todos los !
hombres. j
18 I
1
38. El Reino también juzga a la Iglesia. La provoca a la conver-
sión, denunciando sus contradicciones, su pecado en las perso-
nas y en las estructuras. Le hace confesar sus yerros históricos,
sus complicidades, sus traiciones a la misión evangelizadora. En
este de humilde confesión, la Iglesia encuentra la gracia de su Se-
ñor que la purifica y la alienta en su camino.
B. La evangelización y las comunidades eclesiales de base
39. Una comunidad es cristiana porque evangeliza; esa es su
tarea, su razón de ser, su vida. Evangelizares una actividad diversa
y compleja: una comunidad cristiana está liamada a evangelizar
en todo lo que hace: por las palabras y por las obras.
40. Evangelizar es anunciar el verdadero Dios, el Dios revela-
do en Cristo: el Dios que hace alianza con los oprimidos y defiende
su causa, el Dios que libera a su pueblo de la injusticia, de la opre-
sión y del pecado.
41. La liberación de los pobres es un camino doloroso, marca-
do tanto por la pasión de Cristo como por los signos de resurrec-
ción. La iiberación de los pobres es una historia inmensa que abar-
ca la totalidad de la historia de la humanidad y ie da su verdadero
sentido. El Evangelio proclama la historia de la liberación total
presente en los acontecimientos actuales. Ella muestra cómo
aquí y ahora en medio de las masas pobres de América Latina y en
todos los pueblos marginados Dios está liberando a su pueblo.
42. Puebla habló del “potencial evangelizador de los pobres”
(1147). Con esta expresión Puebla quiso valorizar la experiencia ri-
ca y múltiple de numerosas comunidades cristianas, ya que esa vi-
vencia fue la que permitió redescubrir la realidad de una evangeli-
zación hecha por los pobres. ’Los pobres —pueblo oprimido y
creyente— anuncian y muestran la presencia del Reino de Dios en
su propio caminary en su lucha: la vida nueva, la resurrección que
se manifiesta en sus comunidades es el testimonio viviente de que
Dios está actuando en ellos. Su amor a los hermanos, a los enemi-
gos y su solidaridad, muestran la presencia activa del amor del
Padre. Los pobres pueden evangelizar porque a ellos han sido re-
velados los secretos del Reino de Dios (Mateo 11, 25-27).
19
43. La evangelización hecha por los pobres encuentra en
América Latina su lugar privilegiado en una experiencia concreta:
las comunidades eclesiales de base. Estas comunidades son lu-
gares de encarnación de una Iglesia que fiel a su vocación nace
constantemente de la fe del pueblo desde los “no invitados al ban-
quete”(Lc. 14, 15-24). En ellas se realiza laevaluación de la vida de
fe en un compromiso concreto, en ellas se celebra la esperanza de
los pobres y se comparte el pan que hace falta a tantos hermanos y
en el cual se hace presente y se reconoce la vida del Resucitado.
Lugares privilegiados en los cuales el pueblo lee la Biblia y hace
suyo, en sus propios términos, en sus propias expresiones, el men-
saje. Permite momentos de encuentro fraterno en los cuales Dios
es reconocido como Padre. El aspecto comunitario está unido,
pues, a la tarea evangelizadora, al llamado a hacer discípulos y for-
mar una asamblea de discípulos, una Iglesia a partir de los pobres.
44. La evangelización no tiene como finalidad la formación de
pequeñas élites ni de grupos privilegiados en la Iglesia. Ella se diri-
ge a la muchedumbre de ovejas, sin pastor, como dice Jesús (Mat.
9, 35): esto es, a las masas abandonadas, desposeídas de todos
los bienes. Por eso las comunidades cristianas se renuevan en el
movimiento que las impulsa a buscar a los más explotados entre
los pobres. La evangelización de las masas se hace dentro de la
■perspectiva de la opción preferencial por los pobres.
45. De este modo ella contribuye significativamente a la
transformación de la masa en pueblo. Por otro lado las multitudes
humanas no son individuos aislados, los pobres son humillados
colectivamente en aquello que los reúne y hace su identidad: en su
cultura, en su lengua, en su raza, en su nación y su historia, y tam-
bién doblemente en el caso de las mujeres.
La evangelización es actividad concreta que se dirige a perso-
nas concretas y aquí y ahora. Por eso ella asume la liberación de
los pobres en la liberación de su cultura, de su lengua, de su raza,
de SU' sexo. Las comunidades cristianas populares son primicia
20
del pueblo entero a cuyo servicio están. En ellas el pueblo pobre
descubre mejor su identidad, su valor, su misión evangelizadora
dentro de la historia de liberación de los.pueblos. La universalidad
del anuncio del Evangelio pasa por ese proceso histórico y por ese
compromiso de la comunidad cristiana.
C. El seguimiento de Jesucristo
46. Las masas siguen a Jesús y admiran el bien que hace a to-
dos. (Hech. 10,38), son las primeras en escuchar la buena nueva
del Reino. Jesús “agrupa en torno a sí, a unos cuantos hombres to-
mados de diversas categorías sociales y políticas de su tiempo.
Aunque confusos y a veces infieles, los mueve el amor y el poder
que de él irradian: ellos son constituidos en simiente de su Iglesia;
y atraídos porel Padre, inician el camino de seguimiento de Jesús
(Puebla, 192).
La fuerza del Espíritu lleva a una conversión, a un cambio radi-
cal de vida; se constituye así una comunidad apostólica, germen y
modelo de las primeras comunidades eclesiales. En el designio de
Dios, los ricos y poderosos, para recibir el Evangelio debieron
aprenderlo de mujeres y hombres del pueblo.
47. Estas primeras comunidades dan testimonio de Jesucris-
to y enseñan el camino para seguirlo: Jesús fue pobre y vivió entre
pobres y les anunció la esperanza. Se trata de una esperanza me-
siánica, diferente a la de algunas erróneas representaciones de su
tiempo, pero fiel cumplimiento de la promesa de su Padre. El
Mesías anuncia el Reino de Dios, es decir a un Dios que se revela
como tal porque reina haciendo justicia a los pobres y oprimidos.
Separara Dios de su Reino es ignoraral Dios anunciado por Jesús.
Un Dios que convoca a los hermanos, desde los más pobres y
abandonados. Jesús proclama que ellos son bienaventurados y
que el Reino les pertenece por un don gratuito y preferencial del
Señor. Este don trae la exigencia del compromiso por la justicia.
48. La buena nueva que anuncia a los pobres el fin de la opre-
sión, de la mentira, de la hipocresía y del abuso del poder, es tam-
bién mala noticia para quienes lucran por el abuso y la injusticia.
21
Por eso los poderosos persiguen a Jesús hasta la muerte. Jesús
“quiso ser la víctima decisiva de la injusticia y del mal de este mun-
do” (Puebla, 194) y así practicar lo que había enseñado: que nadie
ama más que el que da la vida por otros. Por un amor tan grande se-
remos reconocidos como sus discípulos. Tales son “las exigen-
cias de la justicia del Reino de Dios en un discipulado obediente y
radical” (Carta a las Iglesias cristianas y organismos ecuménicos
de América Latina, Oaxtepec, México, 24.9.78).
49. Las primeras comunidades recorrieron el camino libera-
dor de Jesucristo proclamándolo como único Señor; llegaron al
martirio por rechazar el culto idolátrico a los poderes de este mun-
do. Hoy, muchas comunidades cristianas populares en el Tercer
Mundo recorren el mismo camino de seguimiento de Jesús. Rehú-
san aceptar los mecanismos de dominación que enriquecen a ios
sectores y países podeosos con la pobreza de los débiles (Cf. dis-
curso de Juan Pablo II a la Conferencia Episcopal de Puebla);
reclaman para los oprimidos y explotados la justicia y la dignidad,
el trabajo y el pan, la educación, el techo y la participación en la
construcción de la historia de cada pueblo. Desde esta lucha libe-
radora estas comunidades experimentan al Señor como vivo y pre-
sente; sienten la acción del Espíritu que al mismo tiempo llama al
desierto de la prueba, y envía a evangelizar a pobres y oprimidos,
con la valentía de un nuevo Pentecostés.
50. En el seguimiento de Jesús no se separa nunca la expe-
riencia espiritual de la lucha liberadora. Al interior de este proceso
se experimenta a Dios como Padre, a quien es ofrecido todo es-
fuerzo y toda lucha; de quien viene la valentía y el coraje, la verdad
y la justicia. La confianza filial asegura que si el Padre resucitó a
su Hijo para demostrar la verdad de su Palabra, también dará la vi-
da a quien, en el camino de Jesús, entregue su vida por los demás.
51. Como a Jesús se ha perseguido a quienes denunciaron la
existencia de miseria y opresión. Esta denuncia deso imascara la
falsa ilusión de un progreso creciente, despreocupado, feliz.
Anuncia además que los pobres reclaman justicia. Son verdades
incómodas que no hay que silenciar.
22
52. El camino de Jesús que recorren las comunidades ecle-
sialesde base es un camino de fe en un Dios a quien no vemos y de
un amor al hermano a quien vemos. No está en el camino de Jesús
quien dice creer, pero no ama, o quien dice amar, pero en la prácti-
ca no la hace. Por eso los mártires de la justicia, que dan su vida
por la libertad de sus hermanos oprimidos, son también mártires
de la fe, porque aprendieron del Evangelio el mandamiento del
amor fraterno, como signo de los discípulos del Señor.
III) Exigencias y Cuestionamientos
A. Espiritualidad y Liberación
53. Durante nuestro encuentro hemos dedicado largos mo-
mentos a la celebración común de nuestra fe y nuestra esperanza.
54. Creemos que el cultivar la espiritualidad o vida según el
Espíritu de Jesús es una exigencia fundamental de cada uno de
nosotros y de las comunidades-cristianas. Muchos de nosotros y
de nuestras comunidades, vivimos la búsqueda de la espirituali-
dad cristiana dentro de la nueva situación de la Iglesia en el Tercer
Mundo.
Por su importancia capital, pensamos que el tema de la espiri-
tualidad debe ser retomado en futuros encuentros, escritos y reali-
zaciones.
55. Debemos ayudara nuestras comunidadesavivirde lagran
tradición espiritual de la Iglesia que hoy, como en cada época, se
encarna y expresa asumiendo los actuales desafíos de la historia.
Así, podemos hablar de una “Espiritualidad de la liberación”. De-
bemos vitalizar, y aun a veces recuperar, la espiritualidad cristiana
como la experiencia original que lanza a los cristianos y a las co-
munidades populares al compromiso evangelizador y político y a
la reflexión teológica.
56. Ello implica ir superando los dualismos, ajenos a la espiri-
tualidad bíblica; fe y vida, oración y acción, compromisos y tareas
23
diarias, contemplación y lucha, creación y salvación. La espiri-
tualidad no es solo un momento del proceso de liberación de los
pobres, sino la mística de la experiencia de Dios en todo este pro-
ceso. Significa el encuentro con el Dios vivo de Jesucristo, en la
historia colectiva y en la vida cotidiana y personal. La oración y el
compromiso no son prácticas alternativas, se exigen y refuerzan
mutuamente. La oración no es una evasión, sino un modo funda-
mental de seguir a Jesús, que nos hace siempre disponibles para
al encuentro con el Padre y para las exigencias de la misión.
57. La Espiritualidad reclama también hoy de nosotros que
IOS enriquezcamos con las grandes tradiciones religiosas y cultu-
ales del Tercer Mundo. Todo esto nos irá enseñando a introducir
apoesía, lamúsica, losimbólico, lafiestay laconvivencia,ysobre
odo la gratuidad, en la celebración de nuestra fe.
58. Los agentes de la evangelización no han de celebrar para
el pueblo, sino con él. El pueblo nos evangeliza transmitiéndonos
la mística de su fe, de su solidaridad y de sus luchas.
59. La espiritualidad que hoy buscamos revitalizar, quiere
acentuar el amor de Dios que nos llama a seguir a Jesús y que se
revela en el pobre. En las luchas, en la entrega, en el martirio del
pueblo, Jesús es seguido hasta el sacrificio de la cruz, pero tam-
bién hasta su resurrección liberadora.
60. La espiritualidad que queremos recrear, hace de la opción
solidaria por los pobres y oprimidos una experiencia del Dios de
Jesucristo. Todo esto exige de nosotros un constante éxodo inte-
rior y un cambio de lugar social y cultural. Nos compromete a vivir
las consecuencias políticas y económicas del mandamiento del
amor.
61. La Eucaristía o Cena del Señor ha de ocupar el lugar
central de nuestras comunidades, junto a la Palabra de Dios pues-
ta en común. Celebradas entre los pobres y oprimidos, son prome-
sa y exigencia de la justicia, de la libertad y la fraternidad por las
que luchan los pueblos del Tercer Mundo.
24
62. Para las comunidades cristianas, María, la madre de Je-
sús, se presenta sobre todo como la mujer pobre, libre y compro-
metida del Magníficat, como la creyente fiel que acompañó a su
Hijo hasta la Pascua. Para las comunidades católicas, los santos
de su devoción se convierten en familiares del Reino y compañe-
ros de camino.
63. Nuestras comunidades cristianas populares han de cre-
cer en su dimensión contemplativa. En la oración estas comunida-
des del Tercer Mundo deben agradecer el don de la naturaleza y la
vida, como expresión del gozo que nos producen y del respeto que
nos merecen. Y agradecer también con alegría y valentía en la his-
toria el don de la comunión con el Dios que todo lo alienta.
Nuestras comunidades cristianas además de vivir la oración de-
ben educar para ella. Abiertas a la vida recogerán en la oración el
clamor del pueblo que pide justicia y busca sin descanso el rostro
de su Dios liberador.
64. Reafirmamos la eficacia evangelizadora y libertadora de
la creación, en nosotros y en los pueblos. Creemos en su eficacia
humanizadora en las luchas. Creemos que la contemplación cris-
tiana da sentido a la vida y a la historia, aun en los fracasos, e im-
pulsa a aceptar la Cruz como camino de liberación.
B. Persecución, represión y martirio
65. La Iglesia que. renace por la fuerza del Espíritu entre las
clasesexplotadasyoprimidasde nuestros pueblos, mantiene viva
la memoria peligrosa de los mártires, que entregaron su vida como
el signo del amor mayor (Juan 15,13). Con una sensibilidad cris-
tiana esta Iglesia, recupera así la tradición de las más antiguas co-
munidades eclesiales, y alcanza aquí el centro de la fe cristiana; el
rescate de manos de un mundo impío, injusto e idólatra, de la me-
moria calumniada de aquel excluido de la sociedad: Jesús de Na-
zareth.
66. El asesinato de Jesús (Hechos 5,30), además de matar su
vida, intentó difamarlo y asestar un golpe mortal a su causa: “Ha
blasfemado” (Marcos 14,64); “si no fuera este un subversivo no lo
25
traeríamos ante tu tribunal” (Juan 18,30); si no vigilan su sepulcro
con soldados, ‘‘vendrán sus discípulos y lo robarán y dirán al
pueblo que ha resucitado de la muerte” (Mateo 27,64).
67. Los poderes dominantes del tiempo de Jesús tuvieron
terror al recuerdo del asesinado. Sin embargo, el sepulcro vacío y
la fuerza del Espíritu que hace presente a Jesús resucitado en me-
dio de sus amigos, suscitaron la fe pascual que liberó a los
discípulos de un temor paralizante y cómplice. Hombres débiles
anunciaron con vigor que el asesinado ‘‘fuera de los muros de la
ciudad” (Hebreos 13,12), ‘‘este Jesús a quien Ustedes crucifica-
ron, fue resucitado por Dios y hecho Señor y Mesías” (Hechos 2,
33, 36).
68. La ‘‘manera de vivir” o “camino” que los discípulos anun-
ciaban, aquella igualdad de pensar y de sentir, de tener todo en co-
mún y no permitir la explotación de nadie, aquella “eficacia” en el
anuncio de Jesús resucitado, en una palabra, aquella aproxima-
ción al Reino que constituyen las primeras comunidades cris-
tianas (véase: Hechos 4, 32-35) fue perseguida y reprimida por los
mismos que habían asesinado al Señor. Unidos en la comunidad
de vida, en la oración y en el compartir del pan (Hechos 2,42), los
que antes estaban silenciados por el terror, entraron, llenos del
Espíritu, en la resistencia y proclamaron que “hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres” (Hechos 5,30).
69. En todo el Tercer Mundo hoy las clases populares y las et-
nias oprimidas resisten, se organizan y luchan para construir
tierras de justicia, de trabajo y de vida compartidos y humanizan-
tes. Están así obedeciendo a Dios que quiere que los hombres vi-
van y dominen la tierra como herederos, como hijos que se sienten
en un hogarde hermanos. La Iglesia que renace en este pueblo, en
lucha espontánea y organizada, comparte esta lucha y muchas ve-
ces la impulsa con su fe inconmovible en el amor de Dios que ga-
rantiza el sentido absoluto de esta lucha.
70. Por eso la Iglesia sufre la misma represión que las clases
dominantes desatan contra el pueblo. Esta represión desencade-
nada por odio a la justicia, por odio a la dignidad de los hombres,
26
es lo que llamamos hoy persecución a la Iglesia. A los torturados,
desaparecidos, exiliados, presos y asesinados de este pueblo te-
nemos derecho a celebrarlos como mártires. Son obreros, campe-
sinos, indios y negros, hombres y mujeres, niños inocentes entu-
siasmados ya por el proyecto histórico de sus padres. Y a los cate-
quistas, delegados de la palabra, líderes de comunidades cris-
tianas, sacerdotes y pastores, religiosos y religiosas, y obispos
mártires, tenemos derecho a celebrarlos como héroes sacrifica-
dos del pueblo de los pobres.
71. Cuando nuestra Iglesia no acepta vivir de esta vida entre-
gada generosamente por la causa de Dios en la causa de las cla-
ses hoy explotadas y oprimidas, cuando se deja paralizar por el te-
mor y no recuerda, con el pueblo, a sus mártires, tenemos derecho
a preguntarnos si tiene ojos nuevos para reconocer al Señor cruci-
ficado en los rostros desfigurados de los empobrecidos del Tercer
Mundo (véase: Puebla, nn 31-39).
72. Tenemos derecho a preguntarnos si como Iglesia practi-
camos la oración de agonía que Jesús practicó, la oración de la su-
misión al Padre y de la resistencia al opresor, la oración que dio a
Jesús la fuerza para caminar a la cruz, de la que Dios lo resucitó.
Tenemos que preguntar a nuestra Iglesia si reconoce en el dar la vi-
da por los amigos el amor mayor.
73. Sin embargo damos gracias al Señor porque aumentan los
pastores y las comunidades que anuncian la muerte de sus márti-
res y la prolongan con su propio testimonio.
C. Unidad de las Iglesias a partir de los pobres
74. La mayor división y desunión que sufre el Tercer Mundo es
el pecado de la injusticia por el que “muchos tienen poco y pocos
tienen mucho” (Puebla, Mensaje a los pueblos de América Latina).
Esta injusticia traspasa y divide también a todas nuestras Iglesias
y les hace tomar posturas contradictorias.
75. Constatamos con alegría que en el servicio solidario a la
causa de los pobres, participando en sus justas luchas, en sus
27
sufrimientos y en su persecución se está rompiendo la primera
gran barrera que ha dividido por tanto tiempo a las diversas Igle-
sias. Muchos cristianos redescubren el don de la unidad el en-
contrar al único Cristo en los pobres del Tercer Mundo (Mt. 25). La
promoción de una liberación integral, el sufrimiento común y el
compartir la esperanza y alegría de los pobres han puesto de re-
lieve todo lo que los cristianos tenemos en común.
76. En esta opción por los pobres y en la práctica de la justicia
hemos profundizado las raíces de la fe en un solo Señor, una sola
Iglesia, un solo Dios y Padre. En el seguimiento de Jesús confesa-
mos a Cristo como el Hijo de Dios y hermano de todos los
hombres. En la lucha de una vida justa para los pobres confesa-
mos al único Dios, Padre de Todos. En el compromiso eclesial con-
fesamos a la Iglesia de Jesucristo como su cuerpo en la historia y
como sacramento de liberación.
77. En esta fe y en esta práctica las distintas comunidades
cristianas populares, católicas y protestantes, compartimos un
mismo proyecto histórico y escatológico. Esa fe y esa práctica nos
hacen avanzar en la unidad a nivel de la evangelización de la ce-
lebración litúrgica, de la doctrina y de lateología. Si es verdad que
los pobres nos evangelizan, es también verdad que ellos abren el
camino hacia nuestra unidad. Ellos aceleran el cumplí miento de la
última voluntad de Jesús: que todos sean uno; que todos, católi-
cos y protestantes, y más aún, todos los hombres y mujeres de to-
das las razas y culturas, lleguemos a formar el pueblo de los hijos
de Dios.
D. Iglesias y pueblos del Tercer Mundo
78. En este congreso, de encuentros tan profundos, hemos
constatado un notable desconocimiento recíproco y una falta de
permanente comunión efectiva entre nuestros pueblos e Iglesias
de Asia, Africa, América, Caribe y de las minorías étnicas de U.S.A.
79. No podemos dejar de reconocer en cada uno de los
Pueblos e Iglesias del Tercer Mundo identidades y contribuciones
propias en el proceso de la liberación: por los sufrimientos, luchas
28
y logros de sus Historias respectivas y por la riqueza específica de
sus Culturas. Angulos diferentes del rostro de una Humanidad
pobre, oprimida y abierta a la contemplación y a la esperanza.
80. De hoy en adelante nos comprometemos, para ser fieles a
esta hora del Evangelio y de los pueblos pobres, a una mayor inter-
comunicación y a ayudarnos, con nueva eficiencia y en espíritu
ecuménico, dentro del proceso liberador que viven las Iglesias en
el Tercer Mundo.
81. Todos estos procesos tienen un marco global a nivel de
construcción de la historia. El pueblo de los pobres en el Tercer
Mundo se esfuerza penosamente por alcanzar la unidad en la
lucha común contra toda forma de colonialismo, neocolonialismo
e imperialismo. Las Iglesias deben estar comprometidas con este
esfuerzo.
E. Conversión y estructuras de la Iglesia
82. La Iglesia no está invitada a renovarse, sino llamada a con-
vertirse de sus pecados personales y estructurales, asimilados
del espíritu de “este mundo” (véase; Romanos, 12,2).
83. Si la Iglesia no se convierte en sus estructuras, la Iglesia
pierde credibilidad y fuerza de profecía. Una Iglesia no puede optar
por el mundo de los pobres y oprimidos permaneciendo rica y do-
minadora. (Medellín, Pobreza; Puebla, 1140).
84. La novedad del Espíritu de Jesús resucitado exige una
Iglesia siempre nueva al servicio del mundo nuevo del Reino. Para
que la Igtesia sea capaz de liberarse a sí misma y ser sacramento
de liberación, debemos imitar en nuestras estructuras eclesiales
el nuevo modo de convivencia que Jesús inauguró (véase: Filipen-
ses 2 y Mateo 18, 15-35; 20, 25-28; y 23, 1-12).
85. En las estructuras ministeriales, esta novedad obliga a la
Iglesia a acoger como don del Espíritu los nuevos ministerios que
las comunidades requieren y generan. En esta visión nueva la
discriminación que la mujer sufre en las Iglesias no se justifica ni
bíblicamente, ni teológicamente ni pastoralmente.
29
86. La libertad de los hijos de Dios que Jesús nos enseña con
su palabra, con su vida y con su muerte, es evidente que se ha de
ejercer también dentro de la misma Iglesia. Ello implica no aceptar
pasivamente en la Iglesia la coerción, y ayudar al pueblo cristiano
a no ver como rebeldía lo que solo pretende ser libre fidelidad evan-
gélica.
F. Luchas especificas y proceso global de liberación
87. La Iglesia del Tercer Mundo ha de comprometerse con
aquellas luchas de liberación que asumen los intereses
específicos de etnia, raza y sexo dentro del marco global de la
lucha de los pobres. Los pueblos indígenas, los pueblos negros y
la condición de la mujer del pueblo han de merecer siempre de
nuestra Iglesia una especial dedicación y una atención creciente
de nuestra Teología.
88. La Iglesia debe contribuir, a partir de su fe y de la caridad
evangélica, para que esas diferentes luchas sean verdaderas
alianzas de fuerza del pueblo oprimido, sin hegemonías absorben-
tes que a su vez se hacen opresoras. Debemos cooperar pau-a que
esta gran alianza y este respeto mutuo se hagan efectivos desde
ya en el proceso de lucha global.
89. Por misión propia, la Iglesia anunciará y estimulará en es-
te proceso, aquellos valores evangélicos que defienden la vida y la
libertad de la persona humana que abren espacios de comunión
con el Padre y con los hermanos, y que han de contribuir original-
mente a forjar el hombre nuevo en la nueva sociedad.
90. La Iglesia como Jesús, estará siempre gratuitamente pre-
sente entre los más débiles y marginados, y será siempre crítica y
libre frente a los grandes poderosos de este mundo.
G) Algunas Aclaraciones
91. La participación de todo el pueblo de Diosen la vida inter-
na de las Iglesias cristianas se hace cada vez mayor. La forma de
esta participación en las estructuras actuales de las Iglesias no
fue, en estos días, objeto de estudio detallado. Pero se constata
30
con alegría la manera cómo nuestros obispos y pastores toman,
por iniciativa propia, medidas eficaces que hacen esta participa-
ción siempre más amplia y efectiva al interior de la comunidad
eclesial y en su orientación pastoral.
92. Las Iglesias cristianas, como instituciones, no deben
restringirse a una parcela de la sociedad, en detrimento de la uni-
versalidad del mensaje de Jesús. En el carpintero de Nazareth,
Dios hizo su opción por los pobres y oprimidos. Ser pobre es voca-
ción de toda la Iglesia. La comunidad eclesial, sin embargo, está
abierta a todos —al joven rico y a Zaqueo— siempre que ellos, por
exigencia evangélica, estén dispuestos a asumir las aspiraciones
liberadoras de los oprimidos (Le. 19, 1-10).
93. En nuestras sociedades del Tercer Mundo hay una grave
división que niega la fraternidad evangélica, debido a la existencia
de diferentes clases sociales. La conversión al Evangelio de Je-
sús, no obstante, no se limita a tomar conciencia de que es nece-
sario estar al lado de los oprimidos. Esa es, sin duda, una exigen-
cia del Señor, que despide a los ricos con las manos vacías y sacia
de bienes a los hambrientos. La conversión cristiana implica,
sobre todo, la apertura a la palabra de Jesús, acogida en la fe, vivi-
da en la esperanza liberadora y que se concretiza en el amor que
transforma al ser humano y a su mundo.
94. Debemos alabar al Señor por la participación de los cris-
tianos en la construcción de sociedades justas y fraternas. La libe-
ración y sus implicaciones socio-políticas, así como las
categorías de análisis que la definen no se agotan en las teorías
sociales. Antes de que las ciencias sociales hablasen de libera-
ción, el pueblo de Dios la realizaba en el Egipto de los faraones. La
liberación es el centro del mensaje bíblico. En el horizonte de la ex-
pectativa pascual, la liberación no se reduce a este o a aquel mo-
delo político, sino que traspasa toda historia; y alcanza su plenitud
en la manifestación del Reino asegurado por la práctica liberadora
de Jesús y por la bondad misericordiosa del Padre.
31
95. Clausuramos nuestro congreso y terminamos este docu-
mento confortados por la promesa de Jesucristo a sus seguidores:
“No tengan miedo, yo he vencido al mundo. Yo estaré con Ustedes
hasta el fin de los tiempos” (Juan 16, 33 y Mateo 28,20).
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«La fuerza de la vida que viene de Dios se está manifes-
tando exactamente en aquellos lugares donde la vida es
oprimida, esclavizada y crucificada en el calvario del
mundo. En efecto, en todas las partes del mundo pobre
y sobre todo aqui en América Latina, los pobres, cris-
tianos y no cristianos, están despertando, queriendo sa-
cudir el yugo de la esclavitud. Y los cristianos están per-
cibiendo que, en nombre de su fe en Jesucristo, ya no
pueden concordar con esta situación».
DATE DIJE
OEMCO 38-297
BR115.U6I57 1980
La irrupción de los pobres en la Iglesia
Princeton Theological Seminary-Speer Library
1 1012 00209 9382