Skip to main content

Full text of "La literatura española en el siglo XIX"

See other formats


Google 


This  is  a  digital  copy  of  a  book  tliat  was  preserved  for  generations  on  library  shelves  before  it  was  carefully  scanned  by  Google  as  parí  of  a  project 
to  make  the  world's  books  discoverable  online. 

It  has  survived  iong  enough  for  llie  copyíight  to  expire  and  the  book  to  entei'  the  public  doiiiain.  A  public  domain  book  is  one  thal  was  never  subject 
to  copyriglit  or  whose  legal  copyright  lerm  has  expired.  Whether  a  book  is  in  the  public  domain  niay  vaiy  country  to  counti^y.  Public  domain  books 
are  our  gateways  to  the  past,  representing  a  wealth  of  history,  culture  and  knowledge  that's  often  difficult  to  discover. 

Marks.  notalions  and  olher  marginaüa  present  in  the  original  volume  will  appear  in  this  file  -  a  reminder  of  this  book's  Iong  journey  from  the 
publisher  to  a  library  and  finally  to  you. 

Usage  guidelines 

Google  is  proud  lo  partner  with  libraries  to  digitize  public  domain  malcriáis  and  make  them  widely  accessible.  Public  domain  books  belong  to  the 
public  and  we  are  merely  Iheir  cuslodians.  Neveitheless.  this  work  is  expensive,  so  in  order  to  keep  providing  this  resource,  we  have  taken  steps  to 
preven!  abuse  by  commercial  pailies,  inchiding  placing  technical  restrictions  on  aulomated  quen'ing. 

We  also  ask  that  you: 

+  Make  non-commercial  tise  oflhe  files  We  designed  Google  Book  Search  for  use  by  individuáis,  and  we  request  that  you  use  Ihese  files  for 
personal,  non-cojnjnercial  purposes. 

+  Refrain  from  oulomated  qiieiying  Do  not  send  automated  queries  of  any  sort  lo  Google's  system:  If  you  are  conducling  research  on  machine 
translalion,  optical  character  recognilion  or  other  áreas  where  access  to  a  large  aniount  of  texl  is  helpful,  please  contad  us.  We  encourage  the 
use  of  public  domain  materials  for  these  purposes  and  may  be  able  to  help. 

+  Maintain  atliibiitioii  The  Google  "watermark"  you  see  on  each  file  is  essential  for  informing  people  about  this  project  and  helping  them  find 
additional  malcriáis  Ihrough  Google  Book  Search.  Please  do  nol  remove  it. 

+  Keep  it  legal  Whatever  your  use.  remember  that  you  are  responsible  for  ensuring  that  what  you  are  doing  is  legal.  Do  not  assume  thal  just 
because  we  believe  a  book  is  in  Ihe  public  domain  for  users  in  the  United  States,  that  Ihe  work  is  also  in  the  public  domain  for  users  in  other 
countries.  Whether  a  book  is  still  in  copyright  varies  from  country  to  country,  and  we  can't  offer  guidance  on  whelher  any  specific  use  of 
any  specific  book  is  allowed.  Please  do  nol  assume  that  a  book's  appearance  in  Google  Book  Search  means  il  can  be  used  in  any  manner 
anywhere  in  the  world.  Copyright  infringement  liability  can  be  quite  severe. 

About  Google  Book  Search 

Google's  mission  is  lo  organize  Ihe  world's  Information  and  lo  make  il  universally  accessible  and  useful.  Google  Book  Search  helps  readers 
discover  Ihe  world's  books  while  helping  authors  and  publishers  reach  new  audiences.  You  can  search  through  the  full  text  of  this  bookon  the  web 


al|http  :  //books  .google  .  com/ 


Google 


Acerca  de  este  libro 

Esla  es  una  copia  digital  de  un  libro  que,  durante  generaciones,  se  ha  conservado  en  las  estanterías  de  una  biblioteca,  hasta  que  Google  ha  decidido 
escanearJo  como  parte  de  un  proyecto  que  pretende  que  sea  posible  descubrir  en  línea  libros  de  todo  el  mundo. 

Ha  sobrevivido  tantos  años  como  para  que  los  derechos  de  autor  hayan  expirado  y  el  libro  pase  a  ser  de  dominio  público.  El  que  un  libro  sea  de 
dominio  público  significa  que  nunca  ha  estado  protegido  por  derechos  de  autor,  o  bien  que  el  período  legal  de  estos  derechos  ya  ha  expirado.  Es 
posible  que  una  misma  obra  sea  de  dominio  público  en  unos  países  y,  sin  embargo,  no  lo  sea  en  otros.  Los  libros  de  dominio  público  son  nuestras 
pueitas  hacia  el  pasado,  suponen  un  patrimonio  histórico,  cultural  y  de  conocimientos  que,  a  menudo,  resulla  difícil  de  descubrir 

Todas  las  anotaciones,  marcas  y  otras  señales  en  los  márgenes  que  estén  presentes  en  el  volumen  original  aparecerán  también  en  este  archivo  como 
testimonio  del  largo  viaje  que  el  libro  ha  recorrido  desde  el  editor  hasta  la  biblioteca  y,  finalmente,  hasta  usted. 

Normas  de  uso 

Google  se  enorgullece  de  poder  colaborar  con  distintas  bibliotecas  para  digitalizar  los  materiales  de  dominio  público  a  fin  de  hacerlos  accesibles 
a  todo  el  mundo.  Los  libros  de  dominio  público  son  patrimonio  de  todos,  nosotros  somos  sus  humildes  guardianes.  No  obstante,  se  trata  de  un 
trabajo  caro.  Por  este  motivo,  y  para  poder  ofrecer  este  recurso,  hemos  tomado  medidas  para  evitar  que  se  produzca  un  abuso  por  paite  de  terceros 
con  fines  comerciales,  y  hemos  incluido  restricciones  técnicas  sobre  las  solicitudes  automatizadas. 

Asimismo,  le  pedimos  que: 

+  Haga  un  uso  exclusivamente  no  comercia!  de  estos  archivos  Hemos  diseñado  la  Búsqueda  de  libros  de  Google  para  el  uso  de  particulares; 
como  tal,  le  pedimos  que  utilice  estos  archivos  con  fines  personales,  y  no  comerciales. 

+  No  envié  solicitudes  automatizadas  Por  favor,  no  envíe  solicitudes  automatizadas  de  ningún  tipo  al  sistema  de  Google.  Si  está  llevando  a 
cabo  una  investigación  sobre  traducción  automática,  reconocimiento  óptico  de  caracteres  u  otros  campos  para  los  que  resulte  útil  disfrutar 
de  acceso  a  una  gran  cantidad  de  lexlo,  por  favor,  envíenos  un  mensaje.  Fomentamos  el  uso  de  materiales  de  dominio  público  con  estos 
propósitos  y  seguro  que  podremos  ayudarle. 

+  Conserve  la  atribución  La  filigrana  de  Google  que  verá  en  todos  los  archivos  es  fundamental  para  informar  a  los  usuarios  sobre  este  proyecto 
y  ayudarles  a  encontrar  materiales  adicionales  en  la  Búsqueda  de  libros  de  Google.  Por  favor,  no  la  elimine. 

+  Manténgase  siempre  dentro  de  la  legalidad  Sea  cual  sea  el  uso  que  haga  de  estos  materiales,  recuerde  que  es  responsable  de  asegurarse  de 
que  lodo  lo  que  hace  es  legal.  No  dé  por  sentado  que,  por  el  hecho  de  que  una  obra  se  considere  de  dominio  público  para  los  usuarios  de 
los  Estados  Unidos,  lo  será  también  para  los  usuarios  de  otros  países.  La  legislación  sobre  derechos  de  autor  varía  de  un  país  a  otro,  y  no 
podemos  facilitar  información  sobie  si  está  permitido  un  uso  específico  de  algún  libro.  Por  favor,  no  suponga  que  la  aparición  de  un  libro  en 
nuestro  programa  significa  que  se  puede  utilizar  de  igual  manera  en  todo  el  mundo.  La  lesponsabilidad  ante  la  infracción  de  los  derechos  de 
autor  puede  ser  muy  grave. 

Acerca  de  la  Búsqueda  de  libros  de  Google 

El  objetivo  de  Google  consiste  en  organizar  información  procedente  de  todo  el  mundo  y  hacerla  accesible  y  útil  de  forma  universal.  El  programa  de 
Búsqueda  de  libros  de  Google  ayuda  a  los  lectores  a  descubrir  los  libros  de  todo  el  mundo  a  la  vez  que  ayuda  a  autores  y  editores  a  llegar  a  nuevas 


audiencias.  Podrá  realizar  búsquedas  en  el  texto  completo  de  este  libro  en  la  web,  en  la  página|http  :  //books  .  croogle  .  com 


LA  LITERATURA  ESPjVÑOLA 

EN  EL  SIGLO  XIX 


LA 


LITERATURA  ESPAÑOLA 


EN  EL  SIGLO  XIX 


P.  FRANCISCO  BLANCO  GARCÍA 


ProfsaoT  «n  «I  Keal  Colegio  del  EicorltL 


PARTE  SEGUNDA 

COH  LAS  LICENCIAS  BECEISABIAS 
S*a«ada  «dleléa. 


MADRID 

SAeiB  it  J«berm  HmiauoM,  fdlton*. 

CbxqNmwiHt,  ID. 

1903 


PARTE  SEGUNDA 


^^^"*'  '*^  "'*"  '*'  '*'  "'"  ''^  "i^  'i^  "i^^^ 


PARTE  SEGUNDA 


CAPÍTULO  PRLMERO 

TRANfTORMACIOSES    t>E  LA  LlTF.RATtTÍA  ESPAÑOLA  D^DB 
nm  A  IW  -CAfSA*i  WTGRIORE-S  V  KXTERrORES 


la    IIUrKrli*.      Ui     ■v»Btnil    ilr  ^nvlortm*  i>a   Huitrli.  -  !■•• 
|HTt*ilk-»a.      Nanra*  laHamrlK*  (raaBplrrnáica*.  -  OaaiUm 
patitUoa  J  anclaln  ilr  la  narjna,  -  IfMarlMlmta  raUltrt. 

He  recordado  en  otni  parte  que  Saintc-Beuvc  daba. 
por  dcTinítívnmcntc  concluido  en  1848  el  ciclo 
romántico  fTiinc<>s.  Otro  tanto  cíibe  deeir  del  es- 
puflul  i-on  bs  oportUDiis  «uilvi-daJes;  porque  L*n  uquetUí 
ferhn,  y  en  los  aflos  inmctliucunentc  posteriores,  es 
mando  «te  t-omíi-nzan  ¡1  notar  r.\f;igas  Je  inspirai-iOn 
na.-c!i.  vislumbres  de  nnnrti.- distinto  Jcl  hastii  entonces 
■  rnlizado,  Icndcndas  simuUrtnesis  en  los  autwcs  y 
en  d  piiMiro  A  eambinr  estilos  y  grustos,  y  A  adoptar 
una  ■ '■■  -•'  ■  riin  no  Nen  Jctmidií  al  pruielpio,  y  que  vie- 
ne i'i  con  las  mcKÍitn'.n-iones  lentamente  verifi- 
cadas en  bi&  esícriis  politicn.  socüil  y  rclíKiV*sa. 

L«s  rorifcos  lili  rumanlirismo  qUf  ;nín  vivían  rn- 
mudei-Jerun.  romo  Kuriiüa.  (V  scattmiM.Tíirun  ¡\  his  vxi- 
penrias  del  tiempo,  como  HnnzenbuM'h  y  GarcLi  Gu- 
tii-rfvz.  mientras  los  tópicos  y  txtrcmosiJadcs  drlaan- 
tiru-Kla  escuela  fueron  relegados  ¡1  los  novelones,  y  no 


8  UA  LITERATIIIL\  ESPAROI.A 

encontruhin  partiJarios  sido  entre  ¡luiorcilJos  de  última 
flia,  ;iunque,  jxir  desgracia,  lojjrasen  mucha  aceputcMn. 

La  inopia  de  cultuní  literaria  fue  el  cariictcr  seneml 
de  los  romAnticüs,  y  no  pocos  dejaron  de  svrlo  al  entre- 
ver en  el  estudio  Iiorízontes  cuya  existencia  no  suspe- 
t-|i«h:in.  La  edad,  que  no  iransiurre  en  vano  pora  los 
ingcnÍKs  su]K;riores,  el  trato  de  personas  crudlcaa,  y  aun 
el  fiimiliar  de  antí^uus  camamdíis  de  colegio,  contribu- 
yeron :l  re.<^(rcir  en  algunos  conspicuos  miemhrus  de  la 
Keneracidn  del  ano  3-")  los  jrruves  perjuicios  irrojiados 
por  la  ¡(rnoranjciii. 

Coiindo  el  Liceo  dtsapcirccúi.  y  en  la  marcha  del 
Ateneo  se  notaMn  síntomaíi  de  ostensible  decadencia, 
los  penittes  de  la  literatura  se  trasladaron  al  recinto  do- 
méstico, y  iiís  moradjujücalg-unus  prohombres  politices 
6  de  meros  litenitos  se  vieronionvertidii>  en  academias 
del  huen  giisto,  templos  de  Apolo  y  lugares  de  refugio 
para  las  musas,  donde  se  dcnochabn  ct  ingenio  en  sa- 
ladiis  improvisacionas,  si-  distutían  lus  obras  de  los  con- 
lcrtulíi>s.  y  sé  disertaba  sobre  tcmits  de  arte  y  erudición. 

Lu  m&*  jintígua  de  uücs  reuniones  '  era  taqúese- 
mnnalmente  se  constituía  en  la  casa  de  D.  Patricio  de 
la  EsLüsura,  calle  del  Amor  de  Dios,  Allí  cotifcrencia- 
lian  con  D.  Juan  Nicasio  Gallego,  el  mayor  en  txlad 
respet:idu  de  loduíi  los  asistentes,  los  oradores,  perio- 
dífttiu  y  poetas  del  jxinido  modenidd,  tales  como  Pache- 
co, Notetlal,  Dunusu  Conés,  Pastor  Díaz,  Bretón  de  los 
Herreros.  Ventura  de  la  Vega  y  Rodríguez  Rubí,  sin 
contar  con  otros  n<>  tan  conot-idos  il  la  síizón,  entre  ellos 
G<UiÍno  Tejado  y  González  F'odroso. 

Cisi  todos  los  literatos  que  concluyo  de  citar,  y  mu- 
chos cuyas  tirmas  constan  en  el  periótüco  £7  Btlén  y  en 
el  libro  L(t-i  Cim/ro  Navüi(ut<'S  (publiciidos  los  dos  en 


■    t)r  clliK  irau  mb  JeUnUnlaiio  el  Martii*¿,<dc  Mollit-cn  <u  ||bn,>  ^obtc 
lUttín  .le  (w  //c-nrrv*  !£mp>.  XXXVIl.  XI.  }■  XLtI,  dd  cml  vMiM  lMti»<lM 


inr  WL  siava  xíx  *t 

1-' "  Mc  los  que  recordaré  A  Amador  tic  los  Rios. 

D-  ; )-:l  R;tmir(a  Sjtavcdru.  actiuil  Duque  de  Riv:i->, 

D.  JoAijutn  Josí  Cen*ino,  D.  Aureliano  Fcrndndez-Oue- 
rra,  D.  Aniuniu  ("lil  y  Zarate,  D.  )uan  E.  Ilarizenbusch. 
D.  Modeslíj  Ijafucntc,  D.  Francisco  Navarro  Villoslaüa 
y  D.  Eugenio  ilc  Och<^Ki.  ucuüían  A  In  tcriulia  del  Mar- 
qués de  Molfns  en  lus  miércoles  de  todns  Ins  semanas. 
En  ellu  híHcrün  v^tta  de  in^cnío^^idad  y  iravL-sura  los 
'gníves  y  sesudos  hombres  de  Estido,  los  huniildes  jor- 
naliírus  ite  la  prensa,  los  versificadores  obscuros  y  pre- 
tntosos  y  los  poetas  de  alto  vuelo.  Las  tres  octavas  reít- 
Ie&  en  que  Ventura  de  la  Veg»  explica  el  mudo  de  hacet 
/fl*  sopan  di-  ajo,  el  soneto  de  Bretón  sobre  iguitl  asun- 
ta, T  Otros  con  píes  for7^dos  en  que  los  dos  insignes 
dr"~  ■*  -y  Ilartwnbuseh  cant¡\n  las  batallas  de  liis 
1,^  -  y  dt'  \Vaterl(>o.  y  Las  (nhcUv^  rfc  SatisAft, 
r«clamnn  lo^ir  de  preferencia  entre  los  jubetes  de 
Tít  ' '  y  modernít  liteíatur.i,  i  indican adem;'i> 

ut 1j  lenirua  y  de  lus  secretos  rítmicos  supe- 
rior a  todo  cneomio.  No  se  olvide,  (inalmcntc.  que  Ln 
muerítr  de  César  fue  leída  y  juzg^iida  i>or  primera  vc7 
Kti  umt  de  CALIS  a-sambleas  en  que  bacía  Je  anlitri<^n  el 
Afarqu¿-5  de  Mulins. 

El  es  quien  nos  ha  dmlo  ú  conocer  otTA-s  muy  scme- 
><!  .-onvoeaki  el  autor  de  Oott  .Uutra.  y  las  que 

pi-  :  Lí.  Aureliano  l-emiinUez-tluerray  11.  Manuil 
Caflctc  en  MI»  respectivos  domicilios.  De  las  de  FcmAn- 
dcz-<iuerni  se  habla  tambiiín  en  el  prólojio  con  que  el 
cntüticcs  reputado  critico  de  ¿V  Ueru/tlo  auioríztl  Im 
Primavera,  de  Sel(fas.  Los  tertulianos  del  futuro  bio- 
Cmfu  y  editor  de  Qucvl-Oo  se  eni^uUnban  en  disquisicio- 
nc-  '  ■■'■'  1,  aniiltsis  de  obras  clilsicas  anlÍK'Uíís  y 
I'i  I  udiiirtn,  rindiendo  A  la  ve/,  tributo  A  l:is 

inu»a«  conforme  al  ritual  de  los  simios  XVI  y  XV'II.  Uno 
de  li»  jOvcncíi  qne  alH  leían  versos  eni  .Antonln  .\maii, 
coya  mejor  obra  fue  quizA  el  haber  contribuido  jl  que 
los  de  SelgassulÍL-sende  la  obscuridad.  En  la  munida  de 


10  U^   UTSXAtVKA   E»rAKoU\ 

Cafíctf  alternaron  el  pianisia  Morphi  ron  el  bihlirtfito 
Zano  del  Valle.  Venturu  de  U  Vega  y  Campcamor  con 
el  americnno  Boralr.  que  inicmba  A  1q<;  demás  en  el 
conocimientü  de  la  literatuní  del  Nuevo  \fundo. 

La  mayor  pirle  de  los  poetas  jóvenes  no  iis;istin  A 
ninnun^  de  estas  reuniones  docuiü  y  arisioí-raüwK,  sino 
li  la  vergonzante  del  café  del  Príncipe,  que  sobrevivid 
poco  A  liis  del  Liceo,  y  desde  1854  rt  la  que  sostenía  con 
nimbo  D.  Grcíjorio  Cnmadu  Viltamil,  y  ri  la  no  menos 
famosa  del  caf^*  Ue  la  Esmeralda. 

Cruzada  fue  el  aitcr  rgo  de  Eulogio  norentíno  Sanz. 
.i  quien  acompaftrt  á  Berlín  «.«ando  el  último  fue  nom- 
brado.stcreiürio  de  la  Lef.'ici'in  española;  pero  no  tar- 
dó en  rcBTcsar  rt  Madrid,  donde  le  esperaba  la  colonia 
RTanadina,  compuesta  de  escritores  y  artistas  nacidos 
6  naturalizados  en  la  ciudad  de  la  Alhambra,  que  vi- 
nieron á  la  corte  en  1854.  ,v  entre,  los  cuales  los  había 
tan  de  buena  cepa  como  Josí  de  Castro  y  Serrano,  Pe- 
dro Antonio  de  Alarccín  y  Manuel  del  Palacio,  para  no 
hablar  de  otros  menos  conocidos.  Todos  ellos  se  congre- 
gaban en  el  piso  prindpal  de  una  casa  sita  en  1»  calle 
de  Lope  de  Vega,  y  próxima  rt  In  haliiíacirtn  donde 
compartian  esperanza>  y  amarguriLs  Luis  Iiguílaz.  An- 
tonio TnieKi.  el  pintor  Germán  Hernández  y  algunos 
mds.  Fundidas  las  dos  colonias  en  una,  aprendieron  ios 
individuos  de  entramáis  el  arte  de  la  esgrima  en  un 
salón  destinado  al  efecto  por  Cruxada.  y  convertido 
dcjipuís  'en  local  de  veladas  poéticas  donde  leían  sus 
composicíunes  Xilftez  dt  Arce,  Alarcón,  Trueba  y  Flo- 
rentino S:Lnz. 

El  OFifí  de  Ui  Esmeralda  (en  la  calle  de  la  Montera) 
fue  otro  punto  de  eibi  paní  la  juventud  diseminada  por 
las  Redacciones  de  los  periiVltcos,  las  otk'íniís  de  los 
ministerios  y  l¡ui  aulas  de  la  Universidad;  pero  tas  divi- 
siones politiciis  disolvieron  aquel  círculo  de  fraternidad 
literaria  antes  que  las  tertulias  y  los  tes  de  Cruzada 
Villa  mil. 


IL-t  EL  Mai.O  XIX  II 

Ea  tas  puMicnciúnes  pcrí^ícíis  de  In  ¿poca  se  la  vi* 
r«  ■  ■  -m  rUils  fidelidad  que  en  Ins  parciales  rcmi- 

BE- üc  literatura  intima,  siempre  VdgoA  y  du 

autentit'iUad  discutible. 

Lo»  partidos  moderado  y  profrresLsta  coniahun.  como 
en  los  dl:ts  en  que  se  consii luyeron,  con  sus  respectivos 
lárganos  en  \u  prensa.  Ei  Ctainrir  Público  (1844-1864), 
dirieido  por  Comidi;  Las  Sú\:aiades  (líSiO-ISfiti),  por 
D.Anecl  Fcrniínüez  de  los  Ríos,  y  La  fínría  (1854-1666). 
porD.  Pedro  Calvo  Asensio,  mantenúin  enhiesto  el  pen- 
Jáa  de  todas  las  libertades,  incluso  la  de  escribir  mal; 
mientras  ¿7  Jítra/i/o  en  sus  pcrstrimeriiis  (hasta  el  aOo 
Je  ISTA),  Lit  Espafia  (184S-186rt)  y  La  Época .  patrando  y 
iodi>  tributo  A  la.s  nir>das  mils  antll  iterar  tas,  abrían  algu- 
Tia  vcx  stts  puertas  a!  míríto  obscurecido. 

£/  Cnutrmpordttco  (t860-ltí63),  fundado  por  D.  Josí 
LaLv  AlbQireda.  se  honró  con  la  aureoLi  de  virido»  eolo- 
re»  que  U*  prestaba  la  colaburaci^n  de  girandes  ingenios, 
C"i'  -  allí  de  iTÍs;lIidits  en  mariposiLi,  y  entre  los 

qu-      .    -  ^ilúm  el  insigne  Ufícquer  y-el  litieo  Valem. 

LoR  tres  periódicos  que  representahm  el  llamado 
ii<-  mu  eran  de  los  mejor  pensados  y  escrítos.así 

f^r  aurón  de  Canjfa- Arguelles  y  AparisI,  como 

L.:  ,>¡sa,  en  que  D.  Pedro  de  la  Hoz  continuaki 

Ins  tradiciones  de  Balmes,  y  El  Pcnsatmcnto  E<fiarío/. 
¡de  alian  vibr.indü  Iíls  ñechas del  racio- 

icin.         .-  ---...L  disparadas  por  manos  tan  hábiles 

fcpmo  lat  de  Navarro  \'iUoslad»,  Gabíno  Tejado  y 
E.  /  Pcdroso. 

....V.ÍS  rcpublieaniLs,  que  se  encontraban  enion- 
[c€s.  en  istado  de  incubariAn,  fueron  defendidas  en  dos. 
[diariüi^  hauüladoí-es  por  Nicolils  Maria  Rivcro  y  Emilio 
'  :Jos  por  una  turba  de  periodistas  inci- 

■:i   los  más  de  fll-rs.   Asi  ¿íi  DlMHS'iÓél  y 

\  La  OtntiKrnda  sembraron  la  .semilla  de  que  habían  de 

M  '  -  hftrrores  de  IStó. 
;  -^  las  publicaciones  poUticas,  en  que  tas  letras 


12  LA  UTERATÜRA  ESPA.IOLA 

otnipabíin  puesto  iiccesorio  y  como  de  prestado.  cxisHe- 
roo,  desde  1850  A  1868.  numerosas  revistas  con  miXs 
vitalidad  que  las  de  ahora,  y  en  cujas  colecciones  viven 
jiTchivados  los  productos  del  arte  creador  y  de  la  critica 
seria.  I^s  últimos  volúmenes  de  £1  Srtnutiario  l*¿Hto- 
rt-sco  (que  feneció  en  1857}.  y  todos  los  de  Im  íiuslru- 
cióM  (líM^lOT)?),  acreditan  la  lnburtosid;id  puramente 
mecánica  de  Fcmrindez  de  los  Ríos;  pero  la  ]iarte  ma- 
terial de  Ostos  os  una  verdadera  lAstima,  una  serie  de 
caricaturas  con  andrajos.  Casi  lo  mismo  puede  decirse 
del  j\fusfo  rfr  tas  Familias  (1843-1867},  eclipsado  por 
AV  Aíuseo  C'w'ivrsaf  (Ifi.'iT-Ifíh'íJ.  que  precedía  Á  la  actual 
Jlustradón  Española  y  Amrricona. 

De  las  publicaciones  no  ilustradas  toca  la  primacía 
A  Lii  Ami'rita,  fundada  en  Itó?  por  los  hermanos  As- 
querino,  que  recogió  las  firmas  de  escritores  y  poetas 
pcrienccienies  á  todos  los  grupos  políticos,  y  justificó 
el  nombre  que  llevaba  Aiiltrarizando  la  literatura  de 
nuestras  perdidas  colonias  del  nuevo  Continente.  La 
A'tiista  Efi^afioia  ifc  Ambos  Mitihlos  i  Iti.i3-18ñ5),  la 
CrÓHica  tie  Ambos  Mundos  tl8<iO-1863).  la  Ncvísta  Ihé 
rica,  verbo  de  los  Iti-íiusístas  (1S61-1S62).  la  Revista 
fiispaNo-Aitiericatta  (.1864-1867)  y  otras  de  menos  enti- 
dad, dan  idea  del  movimiento  científico  y  literario  de  la 
corle. 

El  de  provincias,  siempre  ruin  y  desmedrado,  sólo 
alentaba  en  el  Diario  de  Harcrlona  y  la  Rcvi!>ta  de 
Catíiluüa.  en  la  fíe7iisla  de  Ciencias.  Literatura  y 
Artes,  de  SevHU  (lHjr>.18íiO).  y  en  periódicos  anodinos 
y  de  efímcrd  duración. 

El  yuf^o  impuesto  A  la  literatura  cspaflola  por  la 
supresión  de  los  Pirineos,  que  dijo  Luis  XIV.  no  se 
quebró  al  Uesap;irccer  de  la  eMena  el  ruinanücismo, 
sino  que  scfínía  siendo  de  tan  de  bronce,  tan  autoritario 
y  caprichoso  como  en  el  Instante  funesto  en  que  abdi- 
camos nuestra  autonomía  y  recibimos  el  primer  código 
del  buen  ^sto. 


tX  Rt.  8tCU»  XDC  13 

íri(-:i  francesa  coniinurt  reprcscnt^ídii  por 

cl  úü^: Je  Jersey,  &  quien  no  querían  ni  podían 

airebsitar  el  cetro  los  parnasianos  dirigidos  pi»r  Teófilo 
Caatier,  Teodoro  de  Banville,  el  autor  de  las  Odas 
/■««omAK/rífas.  Carlos  Kaudeliiirc,  el  satflníco  pesimis- 
ta de  las  Flores  del  $na¡.  y  Lt'funie  de  Lisie,  cuya  per- 
soniüidad  no  se  mostrú  de  relieve  hasta  la  publicación 
de  >UK  ültima<i  ohras.  Los  cuatro  pocrt:is,  unidos  en  me- 
dio de  sus  divergentes  aspiraciones  por  el  amor  &  la 
rima  rica.  A  la  habilidad  t<ícnica  de  la  vcrsificaciún, 
proceden  A  no  dudarlo  de  la  escuela  de  Mugo,  aunque 
aportase  cada  uno  de  ellos  su  respectiva  nota  indivi- 
dnn),  }-  juntos  proclamamn  un  dogma  que  no  aia^  dcs- 
u^Tado  al  maestro.  Todavia  menos  que  cf^ta  labor  colec- 
tiva alcanzó  á  perjudicarle  en  su  dictadura  la  apiiritJón 
dr  alfTUnos  ingenios  aislados  como  N'ictor  de  I^iprade. 
cantor  de  la  Naturalera  ysatirico  temible.  La  semejaiuKL 
mtre  los  precitados  autores  franceses  y  los  líricos  que 
he  de  presentar  en  los  capítulos  siguientes,  es  escasí- 
«ima  ó  nula;  como  que  apenas  se  leyó  en  España  á  tos. 
primeros  hasta  nuestros  días.  Lo  que  airacterizó  á  la 
fkocsla  Úrica  naci<mal  desde  el  afto  IftnO  fue  c!  regresa 
A  tos,  olvidadas  tnidícioncs  rlilsiras,  asf  en  sus  fuentes 
latinas  como  en  las  castellanas  de  los  siglos  X\T  y  XVIL 
Jil  nuMno  tiempo  que  contínuaKtn  las  Inllucncias  del 
período  romAntico  y  las  de  algunos  poetas  alemanes 
é  itolianoe,  como  Hcine  y  AlcJUtlí. 

En  t-ambio  nuestra  literatura  dramática  retlej<\  stice- 
Ivamcntc  el  neoclasicismo  de  Ponsard  y  Latour  de 
lint-lbars,  y  la  tendencia  Ülosótica  de  E.  Augier,  Du- 
mas  hijo  y  Victoriano  Sardou,  depurada  de  cscurtas  6 
(■  y  reg^^neradu  por  el   espíritu  cristiano. 

Lt_  :mH  tr^  éíita  que  nadie  p^xlrd  nfgar  A  los 

radares  de  £/  ianio  por  nenio  y  Lo  fiost/ívo;  pero 
rrtmo  no  deplorar  que  aun  ellos  rindiesen  parlas  á  la 
lodu  de  la  ii*'''  •'  '■"  francesa,  y  qoe  dos  de  l-i»;  mft'i 
[uLiiiK-s  y  pr.:  obfiís  de  Tamayu  estOn  inspira- 


14 


LA   I.TTSRA'nntA  E^U'AÜOLA 


das  ca  las  de  obscuros  dramacui^os,  inmensamentc 
Inferlorcs  al  refundidori'  No  hay  pani  quí  recordar  el 
copioso  número  de  piezas  traducidas  que  inundabun 
mieslro  leatro,  los  dramones  espeluznantes,  las  despre- 
ciables farsas  y  hasta  los  libreto?,  de  zarzuela,  pues  todo 
el  mundo  .sabe  que  los  de  Camprodón,  verbigracia,  estiín 
tommius  del  reperlorio  de  Scribe, 

La  novela  parisiense  nos  servía,  en  abundancia  de 
platos,  ifrost-ros  manjares  de  figón  que  arreglaban  ¡í  su 
modo  los  editores  >■  lus  períndisuis,  atiborrando  al  pú- 
blico con  páffiniLS  de  F'onson-du-Terrail  y  otros  follc- 
tinistas  de  la  misma  cuerda.  depravAnd<>sc  ;isi  el  Eusto 
de  la  muchedumbre  indocta  en  los  término»  que  indi- 
ca un  capitulo  de  la  primera  parte  de  e«le  libro.  Hl  sen- 
cimeatnIÍ!>mo  y  la  dÍ!>tini:íón  añstocráücti  de  Octavio 
Fcuillet  encontraron  buemí  acugida,  aunque  menos 
univcr&al.  pues  sólo  se  vertieron  ;d  ciistelluno  tres  6 
cuatro  de  sus  novelas,  como  también  alguna  de  J.  San- 
deau  y  de  Jorge  Saiid  en  su  segunda  etapa.  Contra  las 
groserías  realistas  de  E.  Feidcau  protestaba  con  ener- 
Kla,  en  un  artículo  de  ISIVí,  el  futuro  autor  de  £7  Escáti- 
ríaío,  El  rapíriÍM  Venetío  y  La  pródiga,  O.  Pedro  Anto- 
nio de  yUarcón,  cuyas  bellísimas  historiccis,  lo  mismo 
que  las  narraciones  de  Kemiin  Caballero,  respiran  orí- 
ginatidad  y  espaflolismo  por  todas  sus  líneas,  constitu- 
yendo las  unas  y  las  otras  el  iicdest:d  t.le  oro  sobre  que 
se  levant<>  después  la  novela  contumponlnea.  Idéntico 
carácter  de  independencia,  de  amor  patrio  y  i^ncillcí: 
primitiva  resalta  en  los  cuentos  de  Trucba,  sin  per- 
juicio de  que  fuesen  celebrados  en  todas  las  naciones 
cultas. 

En  resumen:  los  vientos  de  la  literatura  transpire- 
naica nos  trajeron  copiosos  gfrmenes  de  destrucción, 
esterilizaron  las  aptitudes  de  mñs  de  un  infrcnio,  corrom- 
pieron lavida  moral  <■  intelectual  del  pueblo  cspafiol.que 
nada  apenas  le  debió  de  sólido  y  fecundo  en  compensa- 
ción de  t^n  graves  daños. 


Kf  n.  siguí  xiz  1^ 

^-  influem-tas  directos  que  iu-.\i><}  dt  rea*ftiir 
v:  n  las  i:\tc-i"i-.'rL-s  Jcl  movimiento  pulitico,  su- 

i*íaJ  j  rcli^oso  que  üistinguen  y  singularizan  esta  fase 
de  nucstru  hi^rtoria  cuntcmpiir/mcii. 

Utístlc  que  eUiíTújo  üi;l  ccnenil  Narvííe?.  encadem^ 
b  íicn»  «voluciünnria  que  en  1S4.S  cslurud  puotoüc 
reproducir  en  tu  Península  los  horrürcs  simuluUiea- 
mrnte  acumuIaJus  en  l;i.s  ¡trnindes  mctrópuüs  Uc  Ui  cí- 
Hliznricín  europea  pí)r  la  dcmaiíu^ia  cosmtjpuliti,  ini- 
riitsc  en  EspafLa  una  reacciún  víKorora  y  a^ccnücncc, 
f.-;  ■■   Ja  en  espefial  por  el  Ministerio  Bravo  Mu- 

riJ-  ___L_.j  de  1S.)1— Dicicmlire  de  Is5"J),  que  mejuró 
lii  s>tunrii'>n  de  la  Hacienda  y  satisfizo  las  justas  recla- 
maciones del  sentimiento  catúUco  nacionid  por  nu-düo 
de  un  Cnncx>rdmü  i'un  la  Santa  Sede,  tjx  tradición  de 
t<is  partido-s  libei'ules  no  podía  transigir  con  las  repre- 
uODCs  de  una  autoridad  fuerte,  y  concluyó  por  obU- 
t^arU  ii  dimitir.  Ti":is  el  breve  mando  de  Ruticali,  Ler- 
snndi  y  «-I  Ct>ndi'  de  San  Luis  estudia  la  revolución 
del  54,  principio  del  htenlo  prof^esinta,  y  reaparece  la 
poUlica  tumultuaria,  demoledora  y  moiineswra,  ;\  que 
pu<w  ÜD  el  rompimiento  entre  Espartero  y  O'Donoell 
enléQ6. 

Desde  esia  feclut  h:ista  el  destronamiento  de  dofta 
bubel  n  alternan  en  el  poder  el  partido  moderado  y  el 
d(!  la  Unlf^n  Libenil,  formada  de  elümencos  discordan- 
tes y  SÍn  doctrinas  ñjns,  pero  oncmifcos  uno  y  otro  de 
penur^      "  '   'ales  y  auda<-iai.  extremosas,  por  lo 

(Oal  M.  :   :    1  los  anaiemat^  de  lo>  prof;resist:is, 

que,  alci{Ult>s  siscematícamente  del  inmo  legal,  eonclu- 
yemn  i  mirse  anlidin,^stii*05.  A  pesar  del  fcr- 

nt«-"''  -narioquc  desarrollaban  1í>s  trabajos  de 

-.'.  y  los  de  la  naciente  democracia;  A.  pe- 
sar de  las  mcdidu-s  a>'iin2adas  que  adoptú  el  liltimu  Ga- 
btoeic  O'Donnell,  ius  corrientes  can-scrvudorus  tenían 
mwha  tuerza  y, se  acrecentaban  con  la  misma  opiisirirVn, 
imp«.ini(.*ndu$ciil  Trono  y  d  tus  Gubiemoá. 


t6 


LA  UTERArUSA  BS'AffOLA 


En  la 


i  bien 


piirte  relativa  a  los  intereses  relij^iosos  es  i 
ostentible  la  Uncíi  que  separa  la  minoría  y  la  mayor 
edad  de  Isabel  U.  La  desamortización  eclesíAstica  y  la 
extinción  de  las  corporaciones  regalares;  la  guerra 
civil,  en  que  la  causa  católica  pareció  identificarse  con 
la  de  Carlos  V;  Li  hcwtiliUad  permanente-  del  liberalismo 
y  de  la  tradición,  representan  un  estado  de  cosas  que, 
sin  cambiar  de  faz  en  absoluto,  se  mudiiicó  por  grados 
aunque  con  inevitables  intercudcncius.  Bastan  á  de- 
mostrarlo las  distintos  relaciones  de  nuestra  monarquía 
constitucion.ll  con  la  Sant;i  Sede  durante  los  pontifica- 
dos de  Gregorio  X\'I  y  Pío  IX, 

Los  libros  de  Balmcs,  y  la  grandilocuente  oratoria, 
así  hablada  como  escrita,  de  Donoso  Corttís  y  de  Apa- 
TÍsi,  con  sus  presaírios  é  intuiciones,  y  hasta  con  sus 
sofismas  de  buena  fe.  dcsperuiron  del  sueflo  del  indife- 
rentismo volteriano  d  una  parte  de  la  generación  anui- 
mantada  con  las  doctrinas  de  la  Enciclopedia,  y  abrie- 
ron los  ojos  de  muchos  entendimientos  extraviados  A  la 
luz  de  la  verdad  cristiitna.  Mientras  en  el  orden  exte- 
rior y  politice  Uis  armas  espartólas  se  ponían  al  servicio 
del  Papa  en  I84S,  y  humillaban  once  anos  más  tarde  la 
soberbia  del  poder  marroquí,  haciendo  reverdecer  los 
laureles  de  la  Reconquista  at  májj^fco  ^{co  de  "San- 
tiago, y  cierra  Espafia";  mientras  el  Concordato  de 
litril,  á  despecho  de  Lis  posteriores  violaciones,  ser\'ía 
de  lazo  de  unión  entre  la  Iglesia  y  el  Estado,  surge  en 
el  seno  de  las  conciercias  un  movimiento  an:Uogo  de 
conversión  al  Catolicismo,  y  en  su  defensa  se  unen  la 
palabra  y  la  pluma  de  esclarecidos  ingenios. 

La  religión  de  nuestros  padres  honradamente  arrai- 
gada en  las  costumbres,  en  cl  idioma,  en  las  leyes,  en 
cl  hogar  y  en  la  vida  pública,  utiliza  en  la  primera  mi- 
tad del  siglo  presente  el  poder  de  la  inercia,  que  con- 
servó la  energía  acumulada  por  una  serie  de  generacio- 
nes; pero  tardó  biistaotc  en  ccílirsc  ta  armadura  p:ira 
descender  A  la  arena  de  la  discusión,  org-anizando  la 


B»  EL  SlOtO  XIX  17 

reástcnt'in  contra  los  atjujues  del  enemi(co,  y  deíen- 
Jtt'nJd  sus  alcilxart'S  con  ejérciios  úv  apósiolcs  laicus, 
miuilt-ncdDrfS  do  uiui  iTuz;iUa  universal. 

La  ortodoxia  militanic,  que  recibió  el  nombre  de 
ncjcaioli cismo,  participó  en  Espada  del  mísm^»  espíritu 
qoe  en  lüilia  y  l*rancia,  influyendo  no  p<K(i  en  nuestra 
litenirara.  La  descarada  franqueza  con  que  se  exhibían 
las  nee^iciones  racioniUisuis,  asf  en  la  ensenan»!  de  Ia« 
Universidades,  donde  plantó  sus  tiendas  el  kraasismo, 
como  en  los  periódicos  y  en  el  I*arlamcnto.  invadidos 
por  la  democracia  librepensadora,  contribuyeron  :1  que 
b  lucha  arreciara  ptir  una  y  otra  píirte.  extendiéndose 
d.  todos  lus  órdenes  de  la  actividad  intelectual.  En  el 
literario  predominó  hasta  la  revolución  de  IfiftH  la  ten- 
dencia cjtlólica,  ó  lo  cual  obedecieron  inconsciente- 
nK*nle  hasta  los  defensores  de  las  nuevas  ideas,  como 
Ayala;  aparte  de  aquellos  que.  como  Selgas,  Fcmiin 
Caballero.  Trucha  y  Tamayo.  no  necesiuiban  ser  in- 
foosíxucntes  ptmi  seguir  este  camino,  y  en  quienes 
estwbtm  de  ¡auerdu  el  corazón  y  la  cabeza,  el  instinto  v 
lits  convicciones  '. 


t-  uji^ikKkiurc^utcKtiintMitpB^uatuca^NtaoliiLn  influM«lnt 

ii  i.     ^  Upotftlro. 


!^ 


TOMO  n 


míi^mf^/^)!^^^^MMm 


O  '  '^.  ^-  •;•-- 


?íil.íi.,^,!.íü.jf;I.íi-.j?.I.ai  ^'„%_,^'.!.'í:¿._í.!1 


CAPITULO  II 


XL'KVAS   TR.Vl)!iríCL\S    EN     LA    POESfA    LIRICA 
V  1,.\  LETEXDA 


Srlcu,  Arnu  J  Zra.  Trurlm,  llarladii  y  Unrrnnlm.  Knxtllla.  Hanny  j  rl 
ll«n|i**il''AUknn.<>oaúli'ailrT>-jB(lB,  1Unu<'lilfl  Hulark),  Hd. 


Ü:\s  ventíijtií  que  del  romanlitNsmü  rcjxirtú  lii  put-- 
siíi  líric»,  iiunquf  griinües  sobru  todo  encomio, 
se  unieron  con  cicrtits  exageraciones  pernicio- 
sas, no  tanto  por  su  irascendencla  como  por  su  uni- 
versalidad; y  de  ahi  que  al  calmarse  la  üobrexcicacidn, 
compañera  de  tudits  las  crisis,  aun  las  mAs  fecundas  y 
lejfhlraas,  se  iniciara  una  tendencia  que  parece  de  re- 
troceso, pero  que  es  de  eclecticismo  sano,  de  recons- 
iruix'itín  nct^esaria,  atendido  el  ciirjtcter  demoledor  ^ 
irreflexivo  de  la  ípoca  precedente.  Al  buscar  la  grim- 
dlosídad  de  las  ideas  no  se  había  evitado,  como  era  jus- 
to, el  amiuicnimicnto  y  la  verbosidad,  la  hincbazón  y  el 
conceptismo;  lo  orijginal  degeneró  en  extravagancia;  y 
si  los  gnmdes  maestros  de  la  escuela  lo  son  hoy  mismo 
á  pesar  de  los  aOos,  los  extravíos  de  los  imitadores  hi- 
cieron precisa  una  contrancvolución,  cuyos  progresos 
comenzaré  .-1  rcsefUir  en  este  capitulo.  Los  que  la  lleva- 
ron al  terreno  de  la  poesía  lírica  y  narr;itiva  no  enm, 
fuerza  es  confesarlo,  gigantes  de  ^ran  uilla;  pero  con- 


BV  EL  SIGLO  XU  P 

virtii^nilusc  lín  colectivos  los  esfuerzos  parciales,  el  rc- 
sulrado  fue  prActieamcnte  seguro. 

Cn  foTiJo  comün  Ji-  ingcnmi  y  sencilla  nnturalidad 
h»  ani*  A  tudos  cn  mL-Jio  de  sus  diferencias,  lo  mismo  á 
los  apasionados  d<:  la  narmción  lejrcndaria  qyK  &  los 
íniírpretes  dt  Iii  pw^fa  popular  y  de  la  subjetiva  en  sus 
ianumerabU-s  rumiliv  aciones.  No  voy,  puey,  á  presenta!' 
A  una  )cgt<5n  de  apt^ole;;  borrascosos,  Colones  de  un 
nnc'vti  mundo  de  idea?;;  antes  bien  cl  primero  y  míís 
^in^n.,;..,  nombrt!  que  se  ofrece  A  la  memoria  ts  ti 
m  iiH'  de  Sellas  ',  el  cantor  de  la  inocencia  y  de 

I&»  Üvres. 

Joven  l.ibunos'j  i.'ntcrriiJu  en  cl  obscuro  rineún  de 
unii  jwuvincia.  *in  otros  i>íius  que  los  hurtados  ú  lus 
facflas  de)  d(a,  &in  otro  mentor  que  su  propio  estro,  sin 
n>  <ud<>  que  el  de  la  amistad,  fue  trusladundo  al 

pa,  -  ~i..is  cuant¡]s  poesías,  cuyo  mériio  singular  y 
Miz  destino  igínorabn,  y  que  juntas  formaron  Ca  Pri- 
tt$a\rra,  colerciAn  breve  i>eTo  de  muy  subidos  quila- 
M<^  L-sta  A  Nljidrid,  donde  un  amigo  de  Self?:as, 
cl  aficionado  A  las  musíis,  el  jovrn  Arnao,  la  dir^ 
1  conocer  tm  una  cerculta  literaria  A  que  por  cjLsuatfdad 
a-"  ■    í  nombnulo  crítico  D.  M.inuet  Carteie;  cl  cual, 

cn  --  i'i  de  las  M,*ncillas  composiciones  que  acababa 
tlir  saborotr.  invcrtú  algunas  en  un  diario  conservador, 


•    D-  Jnt^  K-^ff%t  y  Cjtr^tfn  Hírtí  .n  Mlln'n   -I  .iD»  UOI.  Hlío  hu»  irrlnv' 
^  c«i=  ;  ■  oilii;  piTTt'hulMilr  atwn 

■■''t'  '^  Jrní  (amllU.  *\t>  |vr|ut- 

iwurai  ib   ^uo  tf  wntia  dolAJa.  Kl 
I  -■'.  U  bOn  «uillUi  Jd  MlnlMtrlo  *•■  In 

i\±i^  ntl  nm  l«t  in««  Unte  JtipiM*  ib  "U  InllUnll^lma  (lunpalU  m 
In  (i-V«.   ■!(,  m!  iii    SLit'wiicuiiU.  tkitrini»ltanihi  n^uiL-Ua  C3iiera  d»n 
CteilU  «on>unu«unU>  loil»  careo  pollUc».  •^(Hvu 

—  ..  iiuitifw-  tí»  Jr-«n»nt(r  ninm  mi  IcndoiUii' 
7\'>r»crii('l'Vi  ik«rm|«fl6  la  SR-rvtartadr  la  Plmi 
.  •  "ilnrl*  pivvliKJ»  fnt  i-l  irrnif Bt  Hwllnrt  Caait"^ 
I    -kU  AcA^nia  IkkpaAolA.  faliiviit  fMn*-  ui  M^ 


31)  LA  UTERATDKA   ESPAÑOLA 

E¡  Heraliio,  honradas  desde  lucíro  con  la  benevolcnciii 
del  púWk-fi  y  los  cluiricvsde  discretos  jueces.  El  Ministro 
de  la  Gobcrruiciún.  D.  Luis  Jusí?  Sartorius.  Conde  de 
San  I-uis.  personaie  de  gran  si¡íti¡1icaci«^n  en  el  partido 
moderado,  antiguo  director  del  susodicho  periíidico.  y  A 
quien  unos  dan  y  otros  qüitiin  el  titulo  de  Mecenas, 
protegid.  [Kini  honra  suya  y  provecho  de  las  letras,  al 
¡íinonido  peromeriiísímo  vate. 

Salirt  A  luz  por  ím  Im  Priitutvcra  ílÑJiO);  saltú  m.-is 
tarde  Ei  Estío,  y  reunidos  en  un  solo  volumen  dieron  la 
vuelta  á  Espafla,  coronando  de  gloria  la  frente  del  poeta 
novel,  y  acallando  los  gritos  de  la  envidia,  que  en  un 
principio  le  hizo  blanco  de  sas  ataques  '. 

En  el  prólogo  con  que  iha  enr;ihe7Jida  ¿-a  Pr/ma- 
7'era  se  ptmderabn,  y  eon  razón,  como  prineipul  entre 
los  méritos  que  avaloran  las  poesías  ds  Selgas,  el  de  la 
originalidad,  t:uito  m:ís  ostensible  cuanto  menos  rebus- 
cnda;  mérito  no  disminuido  por  las  reminiscencias  que 
en  toda  almii  wnsibk*  dejan  las  primera*i  lecturas. 

^Buscaremos  en  lo.s  íobulistns  antiguos  6  moderno*; 
los  predecesores  de  Sclgus?  Tanto  valdría  suponer  que 
de  un  manantial  síiturado  de  rtcidos  corrosivos  puede 
bruia.r  un  arroyo  de  aguas  dulces  y  cristaliniís.  El 
apólogo  encierra,  por  lo  común.  las  amarguras  de  Iri 
experiencia,  y  viene  Á  ser  una  regla.  compcndío«>a  de 
bien  vivir,  dirigida  ¡\  la  inteliircnciu,  más  bien  que  á  la 
voluntad,  para  hacer  la  virtud  simpiítica  y  amable.  Por 
el  contrario,  este  último  fin  resalta,  con  exclusión  de 
cualquier  otro,  en  f^  Frimarcra  y  EJ  Estío,  cautiva  el 
ánimo  por  medio  del  lenguaje  y  de  los  encantos  de  la 
inoccJicia,  descubre  en  las  llores  el  candor  virginal,  de 
que  son  sfmbolo,  v  bafla  la  luz  purísima  la  imagen  de 


>  Othc  ediclonr^  van  pubtkariaa  dr  La  Frittatrr^  y  )3  Kilio.  I.i  tlltlma 
(HiuIrM.  IMR.  poilcrtor  á  U mocilc  d*-  StIbiI",  lonrn  ti  tono  I  ik  sus  pouiat, 
cooirlirtJido  por  oin  «lltDTv*  Kvn  oire  II  '/"Akm  t  Ikpfbu.  Cmo*  tnAUfiu.  M«- 
drM.  Ifaf). 


e»  Bi.  siGLu  nx  21 

b  bel]t.>zn  munil.  que  uiatus  han  pintado  coa  sumbrio 
«■efttt  y  repulsiva  ¡iduster.. 

De  La  Prítttairnt  dice  Oiftetc  cun  aciorio  qut; 
rcunc  "dos  cualidades  inip^nüinU.xinuu;,  pero  muy  difí- 
ciles d«  concpTUir:  el  espirimallsmo,  ta  vaguedad,  la 
metincólioi  lemum  de  las  pijcsía'í  del  Norte;  ia  gallar- 
día, lii  íresi'ura,  la  riqucz;),  la  pompa  de  l;is  poesüu  me- 
ridionales"; juicio  uxaeto  que  con  la  mbuna  verdad 
puede  aplicarse  d  £7  Eslío,  cuma  parto  de  la  propia 
musa  y  pvneneciente  A  un  género  totalmente  idiíntico, 
El  ulma  sudadora  de  SeUras  volaba  con  la  misma  fai'ili- 
dfu]  por  entre  Ui  bruma  que  A  tniV4>(^  del  hori/onic  ilu- 
minado pur  un  sol  de  fueeo;  sentía  y  cantalíij  Ui  hermo- 
sura de  la  naturaleza  en  todas  sus  manifestaciones, 
pero  prestándola  vid:i,  traduciendo  sus  confusoii  rumu- 
res  en  el  riimo  concreto  que  brot:»  del  espíritu  y  sólo  el 
1-s.níi-itu  entiende,  y  abril lantandu  el  panorama  de  la 
,id  cxtcrtuí-  El  hechizo  que  producen  talca  icso- 
nrí>  de  pociia  íngcnua,  de  candorosa  ternura  y  honda 
■•■^  ií'ilidnd,  se  siente  mejor  que  se  t-Nplica. 

atribuye  A  aumentiirlo  la  suíive  melancolía  que, 
A  tnanera  de  exquisito  perfume  se  mczclii  con  el  de  la.-s 
n<  <  uic  ronlirma  una  vez  mAs  Uí  cxL*>tem-ia  de  li;^ 

ni<  '^  liuus  de  atraiTÍ<)n  ( oo  que  ^c  apoderan  del 

ser  humano  la  tristeza  y  el  doloi ,  retlejadirí  y  ennuble- 
cidirs  pr»r  el  arte;  extraña  )xirado>ti,  si  no  fuese  A  la  ve?. 
fto  hecha  coastanie  y  universal.  No  por  otro  medio  la 
nuütfi  tfunquílu  y  humilde  de  L*i  Primavera  y  Ei  EsHn 
liX^  alguna  vez,  sin  pretenderlo,  en  las  inaccesibles 
cti"'--      If  la  sublimidad. 

■  jempliTs  I  onozeu  de  pesimismo  tan  inüínuan- 
Be  5*  hamano,  can  opuesto  A  la?;  crudeza»  de  Pascid 
y  ni  anitlí-iís  i<'>nno|;ism  de  la  i«^uela  de  Schopen- 
luiuer,  tun  •¿ujcesiivuy  profundo  ^-omo  el  que  informa 
lüs  iiulc(íiimo<í  terceto!;  de  la  introduccfdn  A  Im  Prima- 


22 


r.A    LITRBATtniA  PSPA^OI.A 


fKs,  por  ventuní,  el  sahio  mits  dichoso, 

Y  el  que  la  suene  A  las  riquezas  laaza 
Cuenta  muohoi  instantes  d<^  reposo? 

y  la  füpcransa  ai  fin...  ^qm'  es  la  tspcransa 
Más  que  la  (foioros<t  resis/eruia 
Qur  httcetnos  ul  flcsar  qu^  nos  alamsa-^ 

¡Ditlctl  inquietud!  ¡Triste  experiencia! 
¡Quién  pudiera  trocar  todas  sus  aiios 
Por  unas  breves  horas  i/e  Ínocchcíü! 

jY  por  qut-  d  la  vinud  Mimos  extraños? 
¿Por  qu¿  CHte  afán  tenemos  &.  una  vida 
Tan  llena  de  amarj^ura  y  desenjiaflos? 

La  bulUciiKU  juventud  convida 
A  le'StinftS  de  amor,  y  nos  iiffxx:e 
La  co^  de)  placer  apetecida. 

Hl  .lima  se  dilata  y  se  estreinece; 
Palpa  Ul  realidad,  rrtsgase  el  velo, 

Y  toda  la  Quíiia'in  des.'iparece. 
EníoOL-es  llega  el  matador  recelo. 

Entonces  llega  la  inquietud  «Jombría, 

Y  llciian  el  dolor  y  el  desconsuelo. 
Y  lento  llegii  y  perezoso  un  día, 

Y  otro  día  tambii*n,  y  todo  llega 
Sin  t4^rmíno  poner  .1  su  agonfa. 

Cl  amor  encartado  «c  repleca: 
Crece  la  ílor  de  los  recuerdos  triste. 
Porque  (-on  iri-üeí  l.1s;rimas  se  rie^a. 


Las  notis  de  alegría  sana,  de  platónico  amor,  de 
rcligi'-'siüad  sinecTíi,  que  se  unen  A.  la  vt;/df  lii  tristeza 
resi^naila  en  la  sinfonía ,tonniovLti6r¡i  de  los  versos  de 
Selffas,  han  dado  etcrnu  prestigio  á  las  composiciones. 
Antier  lirl  Porta,  arrullo  dignu  Jcl  Pctriirra;  La  mwies- 
tta  y  iü  Same  y  el  a'pn's,  que  han  ptisado  ya  A  las  :m- 
lolíijíías  de  la  moderna,  liieniiura  cspai^ola;  ta  espuma 
dd  agua,  serennia  que  conírgnca  con  las  mejores  de 
Zorrilla;  la  íniroducdón  A  E/  £stfo,  ¿7  rnisrñor.  Las 
cftrella^  y  La  inuigr». 

Desde  que  el  cantor  de  Laura  se  convirtió  en  jomn- 
lero  de  I:*  prensa,  enmudecieron  las  cuerdas  de  aquella 


XN  n.  &tCLO  xtx 


23 


lir.i  que  el  amor  paternal  volvió  ;i  pulsar,  arranc4nüo- 
\iA  las  vibrueiones  de  La  tuna  vacía  y  ;CJnsr.'.  y  por 
\as  que  últim.'imente  posaron  tas  ráfhgns^  sitfrjca!;  de) 
prologo  en  verso  con  que  pensó  (."nciibezar  una  nueva 
Cülwfión  de  pc^sías.  dostinaUa,  como  sus  ronceptuosos 
cuadrwi  de  costumbres,  á  retratar  de  perfil  los  Uesea- 
rrfos  y  fliiquezos  del  siglo  XIX. 

El  recuerdo  de  Selffus  evoca  el  de  Amonio  Arnao 
(lt£¡t^ltü^.i,  su  fratcrnaJ  umítiro,  poeL-i  de  escasa)  numen 
y  cuyas  obras  no  corresponden  ,1  su  indefensa  laborio- 
sidad ni  á  la  nobleza  de  sus  seniimicntos.  nunca  prosti- 
tuidos ú  impulso  de  la  vanidad  6  la  avaricia.  De  los  nu- 
merosoí.  libnis  en  verso  que  llevan  su  nombre,  ninjjunu 
quisA  Lio  valioso  como  himnos  v  qiujas,  el  primero 
CimblOn  en  el  urden  del  tiempo,  pues  salió  á  luz  en  líJSI 
(con  prólogo  de  Selgasj,  dejimdo  ver  los  rasgos  carac- 
terísticos de  Iji  personalidad  poética  de  Arnao;  el  dulce 
y  vago  sen  timen  til  Usmo,  el  esmero  y  la  pulcritud  lleva- 
dos hiuttu  la  exageración,  el  horror  á  toda  suerte  de 
violencias,  la  pleiura  de  lugares  comunes  y  In  insipidez, 
no  siempre  redimida  por  el  candor  ingenuo. 

Las  ñ/elntrcoíi'as  ',  coleccirtn  semejante  á  la  de  fíim- 
Hos  y  ijtuja¿,  los  lüos  Mi  Tatitr  ',  el  poema  lut  utrn- 
fmíla  dr  África,  laureado  con  accésit  por  la  Acjidemia 
I-  .  y  lii  cdiiiíiito  lie  ¡os  ctcftJo^,  novela  en  ver- 

s.-. .,,...;  un  bastante  aceptación  por  la  correspondencia 
que  existía  entre  el  espíritu  del  poeta  y  el  de  la  socieUad 
que  le  escuchaba  con  agrado.  Lxt  mismo,  nunque  por 
r  : — ■  ■  ,  sucedió  con  la  colección  religiosa  ',  cuyos 
ii  .nezcladosconlosgritosde  lasorgiasrevotuciu- 

nnriaü.  resonnron  dulcemente  en  Li  muchedumbre  que 
protestaba  conini  el  nteismo  oficial,  y  para  la  que  le- 


i    y-. 

'    ÍM  .J«.  fMaiMCoMfaiM,  por  D.  4iitaiü«  Ar«aq.UMlTM,IT.. 


24 


LA  LrreRATUKA   ESPAÜOLA 


nían  que  ser  muy  simp-'iticas  las  paráfrasis  de  Ins  pre- 
ces consa(íniiJ:is  ]>or  la  Iplc&in,  las  itradótifn  tlictidas 
pon^imxTo  fervor  místico,  Uh  <'!intus  A  la  Virgtm  y  Iha 
/¡artnonfas,  que  forman  la  úliima  sccf  iijn  de  La  voe  del 
creyente.  La  fe  pura  y  scncilln,  el  amor  casto,  el  respe- 
to íi  las  glorias  de  la  patria  y  la  antipatía  hacia  l;i  vida 
moderna,  y  hacúi  Uis  ideas  y  los  hábitos  stK'iales  incu- 
bados al  calor  del  materialismo  escéptico.  cristalizaron 
en  una  serie  de  sonetos  '  en  que  Arnao  varió  la  forma, 
ya  qQc  no  el  fondo,  de  su  inspiración.  Aquel  arte  di- 
fícil de  so^ener  cl  interC-^  ocultando  el  pensamiento, 
no  se  acomodaba  A  las  condiciones  in£:£nitas  de  una 
musa  todií  diaf¡inidad  y  candor,  y  cl  escribir  tiradas  de 
catorce  lincas  en  riimi  stír.'l  todo  lo  difícil  que  se  quiera, 
pero  nunca  serii  esci'ihir  buenos  sonetos.  No  m¡is  blan- 
da, aunque  sí  distíniii  censura,  merecen  las  Gofas  de 
rocío,  colección  de  madríg:alcs  publicada  inmediata- 
mente dcspuís  de  la  anterior '.  ConvcnUrí  ante  todo  en 
que.  no  estando  bien  deslíndadjis  líis  difcrenciiis  que  sc- 
panin  al  inadrijral  de  oirás  cura posicionciías  similares. 
sería  impeninente  disputir  sobre  la  oportunidad  de  los 
nombres;  pero  las  varijicioncs  sobre  un  tema,  cuando  no 
cstíln  realzadas  por  los  primores  del  dcM-mpcflo.  y  aquí 
lo  e.stiln  las  menos  veces,  tienen  que  fastidiar  pronto, 
aunque  entre  los  madrigales  haya  algrunos  tan  sentidos 
como  el  que  se  titula  Dulce  desengaño.  El  pensamiento 
de  la  poesía  .1  Víctor  Huíío.  y  tal  cual  versión  del  ita- 
liano, son  lo  mAs  selecto  del  volumen  jxisiumo  que  con- 
tiene las  últimas  inspiraciones  del  vate  murciano  *,  idén- 
ticas en  un  todo  A  sus  primicias. 

Profesó  Arnan  vcnladero  culto  A  la  poesía,  no  sólo 
en  su  fondo,  sino  en  su  í^rma  interna  y  extema;  estu- 
dió profunda  y  detenidamente  los  elementos  musicales 


■    r^  mina  de  iwNKiwfnttM.  M«<JiU,  ITh. 
«    M«drU.  WKi. 

rdofo.  UiLdrld.  im. 


ex  BL  &ir.LO  XIX  25 

dH  idíDfim  cubtclliino,  ucilizAnduIos  en  los  much<»  ver- 
sos que  CiH'rihid  destinados  A  ser  puestos  en  música,  y 
s*>bre  t'xJo  en  los  dnimiis  Hrieos/tow  /foiirifio,  Peiayo, 
Gustiuín  ci  Jiiti-no,  Las  ttat'rsííc  Cortéis,  La  murrU-  tfr 
Carrilaso,  etc.  Todo  esto  da  :»  sus  producciones  po^tí- 
scllü  de  unidad,  realzado  por  la  lirmeza  de  pro- 
,   .::-^  y  con^^CL■i^)nes  en  que  se  mantuvo  constanie- 
mente,  A  dcspccbo  de  las  mil  Wcisitudcs  por  que  pasa- 
ron el  íusto  del  publico  y  Uis  escuelas  literarias.  "Na- 
die advirciú  en  él  jamás  (dice  de  Amao  el  autor  de  li>s 
Heterodoxos  fspufíolcs)  dcsifrualdad  ni  desequilibrio 

ftro  lUida;  lo  que  prim:ipalmcnte  llamaba  lii  atención  li 
*iu''  I  que  le  traUist;,  era  una  perfecta  templan?jt 

y  li  i  ;  lie  futultíides  y  LonUitiones.  un  suave  y  Mcil 

I  ritmo  interiúr.  que  se  traslada  sin  esfuerzu  íl  las  pala- 
bras del  poeUi.  iRual  impresión  senliriin  siempre  sus 

,  lecturcs.  Amau  era  ante  todo  un  espíritu  disciplinado, 

icondicíAn  cnvidíahleí  condición  rarísima,  que  le  salvó 
de  todo  genero  de  an:irquí.'is  de  palubni  y  de  pensa- 
miento, y  que,  iisí  como  en  vida  le  libró  de  tener  ning'ün 
cncmi^q.  asi  tiunbifn  i'i  los  oji»s  de  la  pt»iteridad  te  h;Lr:'i 
Jnvalncnible  ante  lii  crítica  más  severa."  El  ide;ü  á  que 
lUpimKi  ts  el  que  expresan  aquellos  versos  de  su  poesía 
Amor  li  ftt  solí-tiltil: 

Sólo  iiuiero  en  paz  obscum 
Sentir  que  mi  vida  pasa 
Como  arroyo  solitario 
Bajo  la  verde  enramada. 

Mi»  i^nonido  que  el  anterior  vivió  y  mttrió  otro  poct» 
i!(t  piirlji  m;m'»dc  la  adversidad.  Vil  quien 
, . . ..  _.i.  ..i  hoysi  sus  amigos  no  hubiesen  coleccio- 
|nado  las  Obras  *w  vrnio  y  prosa  f/c  Francisco  Zea  '. 
Ktnriindolnü  con  eiicomJdsiico!»  artículos  de  Castro  y 

. 1  ,  y  Je  Florentino  Sanz.  La  deficiente  educación 

!  de  Xca,  %u  fantasía  calenturienta  y  v<>lcUnÍcu, 


in4.  i«u 


as  LA  CrrCRATURA  ESPAÜOLA 

y  el  estudio  tardío,  pero  intenso  y  profundo,  que  hizo 
üc  los  clAsicoís  espiíflole^,  se  reflejan  A  partes  ¡puiíles 
en  esis  obras  dp  heterogéneo  gusto,  por  Uls  que  cniziin 
alternativamente  nabe*;  Je  desaciertan  y  re1;lmpíigos  de 
Inspiraciún.  Con  este  último  nombre  encabeza  el  autor 
la  más  celebrada  de  sus  poesías,  en  laque  habla  el  incen- 
dio amenazando  consumir  la  creación,  y  dice  Dios  desde 
su  trono: 


¡Sube,  incendio  *-oraz!  Yo  te  contemplo. 

iLlet'A  Á  mi  en  tu  victoria! 
¡Un  paso  más!  Te  culjiart-  i-n  mi  templo 

Y  alumbrarás  mi  gloria. 


El  incendiu.  i-n  la  viüi<*in  del  poeta,  serrt  e!  ejecutor 
de  las  divinas  venítanz;is,  y...  nada  mAs  se  desprende 
en  substancia  del  arrebato  lírico  il  que  puso  Zea  el 
nombre  de  Inspiración.  Algo  semejante  ocurre  con 
£/  itia  ¡y  iie  Novieittfirc,  A  /as  cí/rW/íW  y  Tofn\<  y 
campanas,  por  no  citir  la  oda  ^  Cabrera  y  las  piezas 
dramáticas,  entre  las  que  híiy  una  graciosa  imitucii>n 
de  nuestros  antiguos  entremeses,  Ei  li/ah/o  airaitic. 

íVntes  que  .Antonio  de  Truebu  fuese  universiUmentc 
conocido  por  sus  cuentos,  había  hecho  su  entrada  en 
el  mundo  de  las  letras  con /i7//V/roí//' /os  íC/M/firfS  (1851), 
que  ali-an/.rt  en  bre\-e  tiem|W  inho  ediciones;  número 
caá  fabuloso  é  inverosímil  en  líspafta,  donde  la  afici<in 
A  la  lectura  es  tan  exigua.  V  no  sólo  los  españoles,  sino 
los  extranjeros,  y  relativ:unentf  más  los  extranjeros 
que  lt;s  esjKiñolts,  enaltecieron  y  propagaron  esos  tnu- 
tarcs,  que  su  autor  dio  A  la  luz  pública  sin  sospechar 
tan  benC'vola  acogida. 

La  poesía  popular  tiene  sus  achaques  y  sus  punios 
luminosos;  pero  nuestro  siglo  ha  tratado  de  rehabiltutr- 
la,  ora  embelleciendo  sus  mitos,  ñcciones  y  leyendas, 
ora  archivando  ron  .supersticioso  cuidado  cuanto  ella 
anima  con  su  aliento.  El  poeta  que  entre  los  esplendores 


aa  EL  SIGLO  XIX  27 

Je  aoa  ciTilizaciAn  reñnada.  como  Ui  que  alcanzamos, 
rcpr'-xluce  -en  sí  los  rasaros  y  propietlades  de  aquella 
mu-xa  impersonal  y  i-ülertiva  que  acompnfia  y  dirige  li 
Lis  nacñinaliüadcs  en  su  infancia,  constituye  un  caso- 
iknormal  y  simpAticu,  por  la  ley  de  los  contrastes,  paru 
d  complicadn  crítcriu  dv  la  ^poca  litenirüi  tnAs  ajena  A 
Iji  Ncnríllc?,  rúMiVa  y  vrímitivii.  fisto  explica  en  pjirte 
la  popularidad  de  que  disfruirt  Trucha,  el  cual  comenzó 
á  escribir  sus  cíinUtrcs  aín  haber  asistido  A  nin^n  aula 
de  Rct<\r¡ea.  estando  de  dcpcmlicnte  en  una  ferretería 
de  la  corte,  y  eüdcAndosc  á  diario  con  el  vul^^o  indcx-to 
que  conocín  y  amaba  al  t/o  Anión  antedi  que  supieran 
tic  &  los  Uterntas  de  úñelo.  Al  salir  de  la  obscuridad  1a.s 
ciipla.*  dL-  Trocha  obtui'ieron  los  sufrapios  de  las  clases 
ilustradas,  y  el  ñn^íido  «.íego  se  vi<^  ensalxndo  en  los 
periódicos  y  leído  en  todas  partes. 

Tructxi  inierpret<S  el  Mlm:i  del  pueblo  con  la  fres- 
cura y  la  ausencia  de  artificio,  con  la  íklelidad,  tan  di- 
fícil para  un  hombre  culto,  manifestadas  en  el  Libro 
ir  los  cantares  y  ES  libro  tte  fas  nto$itafías.  No  subscri- 
biré yo  nuni-a  iV  los  extremos  de  admíniciün  y  desdén 
de  que  suresivamentc  hxm  sido  objeto;  y  sin  dejnr  de 
recpn*-tcer  aquf  la  fusión  de  la  naturalidjtd  con  el  inte- 
r-"  ■  meque  I:i  ynn  dejrcneni  Ivistantes  veces  en 
Ti. ...;  ,'rosaifimo,  mientnis  el  otro  decae  lastimosa- 
mente. íQuiín  aíeai"li  el  intento  de  adonuir  con  su  poco 
du  orle  ks  cuneares  del  vulgo?  {ftuiín  negarla  lo  ad- 
mirable díí  In  ejecución  en  les  de  Trueba  si  no  tran- 
S'Jirie;^  demasindo,  y  sin  plausible  disculpa,  con  el  des- 
uUflu  pedestre  que  parí)  nada  ayuda  il  la  esponta- 
neidad? 

ÜifHatvufurativs  tos  tjue  crccu.  Pato  seco.  La  sc- 
rrama,  La  gorra  de  peto.  La  ttmurtia  i/r  ta  mora,  La 
ordftHtuza  militar,  son  títulos  de  oíros  u^nlos  can  tares, 
más  ó  menos  valiosos,  imprcífnados  de  dulce  y  exqui- 
sita sencillez,  de  li«s  que  el  üUimo  podríji  emparejar 
fon  laü  mejores  haladíis  idcmanas;  ninguno  quizA  es 


S8 


L.\   UTERArL-BA   KSPA.'ÍOLA 


tan  delicado  ni  uin  jirenuinuniiínte  espnflol  como  La 

Perejílcrn: 

Al  salir  el  sol  dorado 
Hsta  mañana,  te  v{ 
Cof;icQdo.  oiña,  en  lu  huerto 
Matttiiíi  de  perejil. 
Par;»  verte  tnAs  de  cercn 
En  el  iiuerio  me  metí, 
Y  snbr.is  que  eche  de  menos 
Mi  corazún  al  «nlir. 
Tú  debiste  de  encontrarle, 
Que  en  el  huerto  le  perdí. 
«DAmclo.  perejilera, 
»Que  le  lo  vengo  A  pedir.» 

La  forma  artística  de  Uin  bello  cantar  se  aplebeya  en 
otros,  no  sé  si  para  scfiruír  y  copiar  máíi  de  cerca  la  poe- 
sía del  pueblo.  Pero  si  no  quiso  ni  dcbiA  imitarla  Trueba 
en  los  defectos  prosódicos,  'ij'i  qué  conservar  los  resíi- 
bios  de  una  vulgaridad  floja  y  desmayada,  con  la  que 
no  van  ^njindo  sils  \'crsos  en  loznnía  y  pierden  en 
corrección? 

E¡  libro  tff  ¡as  montañas  '  rcpresenuí  en  cíite  .sentido 
alg^dn  progreso  con  relación  A  £7  libro  de  los  eaniares, 
y  trae  además  en  sus  alas  rumores  y  perfumes  del  noble 
RoUir  vascongado,  de  la  tierra  de  las  lluvias  y  las  liber- 
tóles, sin  dejar  de  ser  eco  de  otra  poesía  no  menav 
sana  y  de  amplio  y  universal  carActer:  la  poesía  del 
amor  inocente,  del  hogar,  del  patriotismo  y  de  la  fe 
cristiana. 

E$to$i  fueron  umbién  los  ideales  A  que  rindió  tri- 
buto de  cariño  y  entu.»iiasmo  el  tierno  y  elegante  líri- 
co, el  narrador  fácil  y  ameno  que  se  llamó  Antonio 
Hurtado  *,  y  que  sólo  en  los  líltimos  afios  de  su  vida  re- 
negó de  sus  antiguas  creencúis,  perdiendo  ul  mismo 


>     Madrid.  IM7. 

*    Xacid  cH  CüLvrr»  el  nlto  UGC  Kmik-L-M  vn  Mulrid.  tiento  CiM4o)cro  d» 
E-ttado.  rt  l«  dr  Junü>  út  XKk 


ttX  m.  SIGLO  XIX  29 

tirmpo  la  llave  del  misterioso  alcázar  donde  liiibía  sor- 
ido  las  ficciones  que  supo  vestir  con  espléndido 


\ún  ptTsistfci  hondani«rnie  arraigada  la  unción  A  las 
tÜMorluii  en  verso;  aun  &e  cuhivaban  por  adocenados 
irr'-  '  '  -  las  de  orientales  amoríos.  las  de  fantasía 
pi.  '  nuil  llam;idus  (ratfífi'oHalfs. lU-níispor  loeo- 

mün  df  anacTonisnrus  ¿-  inexactitudes,  cuando  comenzó 
Hurtado  su  preciüso  RcmaMero  de  HertuÍH^Cartéa, 
del  que  se  publicaron  varios  fragmentos  (1847/  en  B¡ 
^émix  Exinmrüo,  peritíJíco  de  Badajoz  '.  La  mismii 
clecci4^n  de  un  asunto  tan  gIurÍ(r.so  \  tan  poético,  sin 
mezcla  de  averiado  romnnticú^niQ,  estaba  anunciando 
al  émulo  del  Duque  de  Riv.ns,  cuya  labor  continuó,  sin 
perjuicio  de  ser  tíin  esponidne:imenie  galano  como  Zo- 
rrill:!.  A  quien  mAs  tardo  había  de  arrebatar  su  paleta 
multicolora  y  su  mílgitu  pincel  *. 

Los  Cantos  populares  A  La  Virgen  de  fa  Montaña. 
las  poesías  lincas  insertas  en  los  periódicos  de  Madrid 


*    temnies  -*t>ar«iii  bíM*frAlta<  pon*  (a  AUMna  A  <Mi  wwilwtt.  t.  11,  pft- 

Pri  rmlici  MHlAAín  aliado  cR  la  «BUi  prrcrdtntt  tamo,  ]aki«  con  1*  rd- 
msntni  ikl  fOfnaii'Li  Ul"m}«,  XXIV  nirc  l«*  <l(l 


30  LA  LtreitATURA    ESPAÑOLA 

y  los  [nigmtntos  del  fiontaticero  dr  fíerudtt'Corté^, 
juntamente  con  las  numei'iísns  pk-ziis  driimáticus  y  no- 
velas que  escribió  Hurtadu  untes  Uc  U  revolución  de 
1868,  parecían  aufrurar  el  buen  éxito  de  las  leyendas 
publícadiu  dos  afSos  mjis  tarde  *,  y  en  líis  que  el  color 
local  y  tic  ípiKa.  la  variedad  de  tonos  y  asuntos,  el 
vuelo  de  I:t  íantasia,  y  haila  la  sustitución  del  roman- 
ce por  otras  formas  poéticas  menos  trilladas  y  m.-ls  di- 
fíciles, basuiban  para  compensar  lo  anticuado  y  sospe- 
choso del  genero.  A  pes;u"  de  todo,  el  Matiriti  dratuático 
pasó  por  el  nubloso  horizonte  de  la  épocu  ret'olucio- 
naria  como  estrella  desprendida  del  firmamento  del 
romanticismo,  como  eco  débil  de  una  (.escuela  olvidada, 
y  como  cons.'ijfración  de  los  recuerdos  de  oir;i  ed;id, 
en  los  que  no  babfa  de  detenerse  la  que  con  febril 
impaciencia  so  ocup:iha  en  destruir  lo  posíido,  pi'cicn- 
diendo  arrancitr  de  raíz  el  árbol  de  las  tradiciones  es- 
pañolas. 

Dejando  apañe  toda  considcraeiAn  de  circunstm- 
cias  para  mirar  desde  la  tranquila  esfera  del  arte  este 
brillantísimo  panorama  de  \i\  corte  y  \'Ulu  de  Madrid 


Lo  mimioaBi  van  lia  Uwlw, 
Ot  pOlTO  j  il«  Mact«  WClMi 

Qbc  de  upain»  y  Aultr  nunSa*, 
F*Kcea  wacrlenua  notbtw 
SaHdudt  (m  «epulcroi. 

D*  Gitatimocín  y  Hcfiiiui-Can««  AUx. 

nciiima—  DMnuaBtMt, 

V  cono  M«lo*  *rbiHi«4 

Se  f  alauíi,  liulwii,  vitllin, 

V  *I  C*bo  «n  jMilMch&o  luin^ 
AatbM  »»lpican  la  itnra 
Cva  iwwoaw  puifutcin. 


Potrea  iMfirf  ütr(i>  uv*  MiannMtinfl  .Smaiiarte  PM*re*M  fiillolWiAL 
9*l^«t*tW>,  tío*  KtFt*  «  l^^TM  j  Ki^^fV^ntn  ¥<}!!»  Cfigt,  SÜ.'SÍS  y  llii. 

)    ttodrtl  Maaútíco.  Vot/nlán  4t  IcmmliM  d»  lof  Mf  (m  J  IV  r  XVII,  |W  Iton 
JafMto  iíilrHd»   kUdrtd.  líT». 


EN  BI.  SICUJ    XI3C 


31 


durante  loet  reinados  de  los  tres  últimos  Peiipes;  Uistni- 
yctido  la  vista  de  tus  puntas  de  Huminísmo  impucstiis 
por  d  scctnrio  incipiente  ul  poctji  vigoroso,  icúmo  no 
cm^   *  I  ron  aqufl  ruiidro  del  hogardonnísticü,  ilu- 

mii  .1  lurcs  du  lírmbiiindt,  en  qui:  se  diístaain  Uis 

Retiras  del  labriego  Pascual  Kodrígo  y  su  mujer,  go- 
zandu  de  Idülfa  ícÜcidad    primero,  estremer iiíndosc 

I  despuís  de  congoja  con  el  recuerdo  del  hijo  idolatrado 

I  que  sienta  (Aa/Ji  en  los  tercios  de  Flundcs,  y  por  remate 
de  su  haJtafloKi  hravum  gime  cautívu  de)  musulmiln  en 

'lo5  caIabo7os  de  Arjcel,  mientras  su  padre  blasfema  y 
*e  retuerce  de  dolor  hasta  que  ve  y  palpa  los  secretos 

I  lie  la  Providencia  divina,  que  te  trae  sano  y  sulvo  al 
hijo  de!  alma  por  medio  de  Los  Padres  df  la  Mertetí, 

I  de  Iuí;  futuros  lilKTf  idnrtó  de  Cervjinte^' 

En  otru  orden  de  sentimientos  son  también  ínterc- 
santÍsímH&  Uü;  muTaciones  que  llevan  por  epij^afc  Los. 
dos  F/rfs,  misteriosos  homónimos  cuya  amistad  lermi- 
na  con  el  :iM.-sinato  de  uno  de  ellos  cometído  por  su  ca< 
mamd.1.  A  quien,  tras  sigilosas  investigaciones,  absuel- 
ve la  )Ui(ici;»  de  l-elipe  II;  l'ti  ¡Iruui,!  otullodi-  lj>pe, 
en  que  el  Fínix  de  los  ingenios  remata  con  un  nisfío  de 
senil  bumorismo  la  tragicomedia  de  sus  amores  con 
Inils  de  Pftflioja.  h  quien  robrt  el  h^nor  un  mal  caballc- 
XM,  y  que  concluye  por  olvidar  sus  pcnasdando  Ui  mimo 
de  cspofiu  al  mismo  catisador  del  ultraje;  üh  fnnci-  di 
Qttev>fdo,  donde  el  poeta  misóg-ino  esjítirae  la  tizona 
to  defensa  de  una  dama  (lance  rigurosamente  históri- 
fü);  £7  fa€(dor  de  un  vutuerto  y  ri  dts/m'rdar  de 
agravios,  animada  uuCobÍoe:nifia  de  Cervantes;  En  la 

\soHtí>ra.  Ijt  Maya.  ¡^  ejítucióti  de  ttu  vaiido  íD.  Ro- 

Idrigo  Calderón);  iWwí-rfrrfr  Villatticdiatta.  referida  en 
íorma  epistolar  por  Adán  de  la  Parra  ñ  D,  Francisco 

¡de  Quevetio;  Fl  actnt  dr  Madrid,  imitación  libre  de  Li 
(nmusa  curm.'din  de  I,opc.  y  /-«.<  f^radaii  de  San  Fefipe, 
apiilbcia  de  D.  Agustín  Morcto. 

El  Madrid  dnimdtito  rivaliza  con  Ijls  mejores  pro- 


teo 


t.A  T.llEHATÜB.^  B8PA90LA 

Jucrioncí!  lí'í;i>nil;iri:4s  dt-  nut*;tni  m<.KUTn;i  líleratnn», 
sin  Jfsconiitr  los  Catiíos. del  irmaUor,  ni  l«s  Koitunnrs 
Históricos  tlcl  Duque  de  Rivas.  Citaré  en  abono  de 
esta  aseveración  un  frairniento  del  diálogo  (de  la  le- 
yendií  En  ¡a  suntíira)  sustenido  entre  una  madre  y  el 
miiLidorde  f:u  hijo,  á  quien  oculm  de  las  pesquisas  del 
Alcalde  por  nu  quebrtuiuir  I;í  psilubra  que  diú  ul  homi- 
eida  fugiiivo  cuando  ntin  no  era  conocedora  de  su  des- 
gracia: 

El  («culto dctttt  del  upU)  ...no  he  de  salir 
%m  vuestro  nombrr  saber. 

ELLA.(deMU  Ion).  Nunca.  (Cua  OfvcuJ 

—Dejad  que  rae  asombre. 
—Sellad  el  labio,  buen  hombre, 
queesigfs  un  desvario; 
yo  no  quiero  dar  mi  nombre 
ni  el  vuestro  saber  ansfo, 
—  Quiero  el  vuestro  bendecir. 
— Vo  el  vuestro  quiero  ÍHiiorar; 
que  al  saberlo,  sin  sentir, 
pudlérnle  maldecir 
y  o^  pudiera  denunciar. 
Y  porque  mis  confiado 
viváis,  eon  cautela  rara 
de  esc  lugar  recatado 
quiero  que  sal}(:aí»  tapado 
para  no  veros  la  cara. 

¿Lo  oís?  (Csfl  ikercla  ) 

{Rnifiiíiía)— ¡V'ucsiro  f  sclavo  soy!... 
Llenaré  vuestros  antojos. 
— ;Estáis  cubierto? 

—Lo  estoy. 
— I*ue3  ved  que  de  espaldas  voy 

[St  dlríg*  á  uaa  puma  «ecicu) 

para  alivio  de  mis  ojos- 
Quc  si  o»  llrgasen  &  ver, 
y  recordasen  la  densa 
que  aquí  me  acabáis  de  hacer, 
dudo  que  en  vuestra  defensa 
os  pudiera  Dios  valer. 
—Ya  salgo. 


E!t  BU  SIGLO  Xn 

— Scifiiid  en  pos. 
^-Ya  os  sigo. 

— ¡Xoche  íbneata!  is*  ntbit*!  tMtM.) 
—¡Qué  noche  para  los  dos! 
—Salid  por  la  pucrm  aquesta. 

'— Adi^S,  señoril.  (Salicnta.) 
(Sin  mir»il(-)— Id  COn  lliOS. 

Sonó  el  lijííTo  estitllido 
de  una  llave  alpo  apretada; 
salló  el  matndor  huido, 
y  la  d:ima,  aconfrojada, 
Innzó  lü  cerrar  un  tremido. 
V  &  sola»  con  <m  oríandad, 
mirando  al  cielo  exclamó: 

¡Wos  mío,  Dios  de  bondad, 
ante  tu  Inmensa  piedad 
aún  Soy  muy  pequefta  yo! 


33 


¡LAstima  profunda  y  elocuente  ejemplo  de  lii  nnor- 
qaia  intelectim3  ea  que  vivimosl  El  tierno  y  simpiUicu 
poeta  ti  cuyas  peregrinas  dotes  me  complazco  en  hacer 
jusiicía.  no  pudo  resistir  el  ddctírco  influjo  de  1u  pi-o- 
pig;)niJn  d«H"trinHl  que  el  escepticismo  del  Esiíido  mo- 
derno permtie  jí  todos  los  errores,  y  fue  victima  de  su 
propia  sensibilidad,  excitada  por  la  píntídii  de  sores 
qucridoa:,  y  que  de  la  nostalgia  punzadoru  y  tcn;t/.  le 
tOTojó  til  fondo  tie  los  delirios  espiri lisias.  En  rano  pre- 
tendí:! ennoblecerlos  e!  de.sdíchado  neófito,  purque  Iils 
inspinicMioe*  que  les  debió  no  son  mAs  que  destellos 
fritw  y  .ipagados  de  una  lAmpura  que  se  extingue,  ven- 
cid:!  por  la  imipciíín  de  las  sombras. 

Hace  ya  fflucliijs  aflüs  que  si*  deKpidW  de  las  musas 
D-  Vírente  Harnmtes,  otro  iníjenio  extremeflo.  ;1  quien 
Sólo  se  ctmoee  hoy  como  escritor  elegante,  avenía jadn 
trmdítn  y  miembro  numenuio  de  las  Academias  Rspa- 
ftttlu  T  de  la  HL'J.oria.  Sus  aficiones  A  la  Poesía  aplicadas 
di  cultivo  de  íttíneros  muy  desemejantes,  se  manifesta- 
r-*  jvimenimentc  en  una  cosecha  de  frutos  ¡\  medíu 
fiuonar.  los  del  volumen  de  tía/tulas  r^paAotoji,  dor; 

TOMO  II  ■* 


34  LA.  LmRATtTRA  ESPAÑOLA 

veoes  impreso  '.  Corazón  sano  é  impresionaHe,  intetí- 
SX'ncia  cuUivaila  con  el  estiulio  de  la  Liieraiiira,  sobre 
toilo  Irt  Ucl  presente  si^Io;  Uiles  stm  las  dotes  eon  que 
Barninies  conMba,  y  que  tal  cual  vez  le  sacaron  airoso 
de  la  lueíui  con  l:is  múltiplos  dificuliadcs  de  la  empresa. 
Si  todíis  cst;is  baladas  fuesen  como  la  que  se  titula  Et 
alma  c»  veía,  que  por  la  impíilpnble  suavidad  del  senti- 
miento rivalia»  con  El  velo  blanco,  de  Hartmann;  si 
cuando  menos  se  sostuvieran  en  la  apacible  medíocn- 
daü  de  La  aoiottdrhm,  Sania  /saM  y  MuriUo,  Cati- 
dotics  del  mfíí  rfc  Mayo,  f^for  traspiantmia  y  Esposa 
si'ii  dcsf>o^ar  (la  tiltimu  est:l  imitada  de  la  Fiaméc  dn 
timhidicr,  de  Víctor  Hugo);  si  el  perfecto  scñorio  de  lu 
forma  hubiese  dejado  decir  al  poeta  todo  lo  que  él  sen- 
tía y  pensaba,  entonces  la  colección  de  Baladas  espa- 
ñolas poseería  otros  míritos  que  el  relativo  de  haber 
aportado  una  \*ariedad  nueva  rt  Ui  flora  iwética  nacio- 
nal. No  hay  para  quC-  hablar  de  la  trivialidad  insfpidit 
i:on  iipuríencia  de  humorismo,  ni  de  las  ex  Inivagancias 
métricas  que  deslucen  ¡i  trechos  la  colecciún. 

Menos  comiwria  los  rigores  del  análisis  el  libro  de 
Barrantes  Üias  sin  sitl,  poesías  filosóíicas  que  se  sepa- 
ran mucho  de  las  baladas,  aunque  algfuna  ver.,  y  sólo  en 
la  forma,  afecten  cierto  parecido.  Algo  de  cbo  hay  en  la 
dedicada  A  los  poetas,  grito  de  horror  amincado  por 
los  excesos  de  la  fiera  revolucionaria.  Aquel  metro  en 
que  Jorge  Manrique  encerró  sus  quejas  A  la  muerte  de 
su  p;idrc,  legándonos  una  joya  custodiada  en  urna  in- 
moruil,  sirve  al  poeta  del  siglo  XIX  para  llorar  las  ago- 
nías de  la  patria: 

Vo  digo  *adtús»  á  l.i.  gloria, 
■  A  Espafla  que  se  Ueminiba: 
Adiós  todo. 

Pufblo  que  llenó  1.1  historia 

iisti  mejor  en  la  turaba 
Que  en  el  lodo. 


■    BalcdaM  upaÁolÉiM  (t*  VinaU  üamimti»  MftdHil.  iSSl-Seipiiida  cdidAo. 
Madrlil.  IM5. 


EN  EL  SIOLO  XIX  S 

A  U  luz  de  In  íc  csciulrífla  el  autor  los  senos  de  In 
sociedad  nctuul,  lanzando  A  su  frente  cl  encendido  nna- 
tctnn,  lo  misinr>  en  esta  t-omposición  qu<-  en  «trus  mucho 
nuLs  incorrccuis,  pcru  au  memw  intenc¡onad¡w. 

El  cantor  de  Las  cuatro  cíttai:ione:t,  D.  Eduardo  Tíus- 
IÍUm,  sc  distinguió hasti  estos  últimos  «ños  por  su  afición 
A  ta  p\.KrsIit  íntima  y  ps¡tológ:iea.  si  bien  fignm  entre  sus 
produeciuncs  un  Roniamero  de  la  guerra  de  África 
baño  menos  conocido  que  el  que  dirigió  y  coleccionó 
el  *.'  -  Je  Mülins.  Ln^  cuatro  cilariones  contienen 

ni\^  •  ■  vquisittí  seniimienlo  y  apasionado  amon'i  la 
Ktttimlerji,  Hunquu  no  la  busca  tanto  el  autor  por  si 
mt^ni:t  como  por  las  alias  ix>n  templar  iones  filosóficas  :i 
que  brinda  con  sus  cnc:mtos  y  misterios.  El  lia  deter- 
minado en  una  composición  cl  carácter  de  tcidas  Ijis 
wyus-,  carácter  sereno  y  razonador  propio  de  los  poeta** 
Kcptentrionales,  A  diferencia  de  los  que  recibieron  desde 
la  cuna  los  abracados  ó<u'Ulos  de  un  <^)  indeficiente  en 
loí«  políies  del  Mediodia.  Ln  intención  moral  escompti- 
Rera  inseparable  de  la  muwt  de  tlustillo;  pero  no  la 
flboga.  ni  la  umistra  por  los  suelos  de  la  impertinente 
pedaj^oeln.  sino  que  brota  de  ella  suave  y  espontánea, 
lo  mismo  que  la  forma  exterior,  sencilla  siempre  y  libre 
de  monotonías  fatigosas. 

La  tlltima  fase  del  ing-cnio  de  BustUlo  está  represen- 
tada por  cl  primoroso  romancero  satírico,  £/  O'ego  de 
ÜHettavista  *,  rasgueado  cun  la  pluma  de  Quevcdo.  y 
por  los  poesia-sque  scRinnalmcntc  estampa  en  e1  fron- 
tispicio del  Madrid  Cárnica.  Quien  :ispirc  A  conocer  bu 
lla^pLs  de  la  sociedad  ii»ntemp(ir.''<neíi  convertidas  en 
tcmtiít  de  arte,  ^jn  que  la  Itdelidad  de  ta  reproducción 

[estorbe  d  los  vuelos  de  la  inventiva,  ni  al  sabor  cseru- 
puluvimentc  castizo  de  la  forma;  quien  admire  al  gnin 

icquiv(x|uista  del  siglo  XVII,  y  guste  del  naturalismo 
viva/  V  palpitiinte  en  que  ha  tenido  tíin  escasos  conti- 


I    iá*it\^  um, 


36  UA  l-tTEJtATnu  ESPAÜOLA 

nn;iilores,  lea  los  versos  del  noxnamo  Ciego  y  le  hen- 
rhinin  Vas.  metlldns. 

Muy  üiras  aptitudes  quo  ias  de  Bustillo  fueron  Ins 
del  mnlognido  pocia  de  CartiiRena  Jostf  Míinínez  Mon- 
roy  (IS37-1861),  muerto  en  l:i  flor  de  la  edad,  y  cuando 
sólo  nos  pudo  legar  I:is  primieias  de  su  esplendido 
numen,  cuyas  fuerzas  asi  ahareaban  las  re^fiones  plíl- 
eldas  del  sentimiento  como  las  tcmpestuosíis  de  la  ins- 
piración social  ',  Su  pocsíii  £/  fñ'Hto,  publicada  en  las 
columnas  de  La  Crónica  (H  de  Noviembre  de  1858)  y 
reproducida  en  A*arios  periódicos,  le  ficarreó  una  fama 
prematura,  en  que  entraron  por  mucho  la  amistad  y  el 
compadrazí^o  político,  ya  que  le  tocase  su  pnrte  A  1u 
orÍEiniüídad  atrevida  de  la  composición.  Leyéndola  hoy 
con  i-l  mtis  hcnignu  y  favorable  criterio,  no  se  le  pue- 
den reconocer  otnks  condiciones  fuera  de  la  apuntada. 
y  aun  por  ese  respecto  adolece  de  indecisión  vaíía,  hija 
de  la  inexperiencia  y  no  de  la  profundidad  de  conceiv 
tos.  Aquella  alejroría  personificíidji  It^rra  tal  vez  iLsum- 
bramos  por  un  instante;  pero  luego  la  vemos  convertida 
en  vapor  tenuísimo  í  impalpable  que  se  esconde  d  la^ 
mris  sutiles  miradas.  La  forma  no  es  tampoco  muy 
correcta,  como,  ni  en  general,  la  de  todos  sus  versos, 
en  que  no  se  ha  de  atender  tanto  al  valor  alisolutft 
como  al  relativo,  y  íl  las  promesas  que  sobre  él  podían 
fundarse. 

Hn  Im  victoria  de  Tetiuíu  se  entreoí  .Vlonroy  A  los 
entusi.lsmos  bélicos,  muy  en  harmonía  con  su  carííc- 
ler.  excediendo  en  lo  que  apellidó  Horacio  os  tmif-un 
sonaionntt  í\  todos  los  líricos  que  cantaron  la  glorio- 
sísima campofla  de  Áírica.  j\llí  se  decía  de  la  Victoria 
que 


■  ^«uuMib  D.  JW  Ui»rUma  ihnmt.  MiblrlJ.  U6J.  Vnn  m-omiMAndu  tk 
umN  tM<llliclauMii|p«lfB  dclnuiirpor  l-jn II ln  Cji untar,  y  Ji  niiinercMtoiKMiMa- 
larl»^^  IIUHlmctMiwpor  «I  iniilünt  Haiitínbuick. 


BX  BL  SIGLO  XtK 

E*  el  beso  de  amor  qu^  ronco  brotn 
De  los  ardientes  labios  de  la  guerra. 

fVItí  csmmpiiKi  Mooroy  estu  f^ntencüi  sublime; 

Que  los  brnzo-s  del  déspota  se  ctermn 
Donde  los  brazos  de  In  Cruz  se  abren. 


sr 


No  me  dctcnürtí  A  analizar  los  frag-mcnios  .^/  icié- 
gra/o  tríMnco,  l£i  arle,  etc.,  notas  sueltas  del  himno 
4I  progreso  humano  que  llenaba  el  corazón  y  la  cabeza 
de  aquel  joven  precoz,  y  le  acrnían  con  mayor  imperio 
i|uc  1ji»  rtsucflas  frivolidades  Uc  la  entnida  en  el  mundo. 
I-' I-  n  Munroy  presi-ntian  un  Fk-rAnjícr  1^  un  Oiiín- 

tii  ,  Lipadu  A  inmiirlaliziir  Iits  i,onquÍ'>Uis  de  la  tiví- 
Ibad^Sn  y  la  libertad  de  lo»  pueblos,  no  parece  que  vnn 
fuera  de  ntzón;  aunque  no  fulla  en  estos  ensayos  cierta 
inata  laricdad  de  tonos,  sin  excluir  el  del  sentimiento 
mijful  y  rcligiuso.  por  el  que  apitreccn  inspirados  el 
fratcmento  A  la  V'irgrn  y  Lo  t/iw  tfi'cr  mí  madre,  serie 
<Ie  agradables  y  tiemísinuis  estrofas.  Como  dcsempefio 
el  cargo  de  critico,  y  no  e!  du  proíeui,  me  guardaré 
muy  bien  de  repetir  ó  refut:tr  ios  diifnunbos  y  pronos- 
ticos  cm  que  honnin  al  perdido  ingenio  una  parte  de 
[  «US  admiradores. 

Vive  y  tiene  asiento  en  la  Academia  Espaílola  el  an- 
ticuo Marque  de  Aqnón,  hoy  Duque  de  Rivas.  cuyos 
I  primeros  versos  se  daban  también  A  luz  hacia  la  miwd 
]^Xv\  siglo,  aunque  ni  entonces  ni  ahora  han  lujürnido  sino 
ly  cono  niímcix)  de  Icccores,  y  ístos  entre  la  nristo- 
fi-r-i'  ■  ""■  '  tjo  del  insitmc  creador  de  üt  moro  vxpó?il'> 
\y  i  ■  "O  h;i  cncontnulo  sólo  anim:  id  versión  bosdi 

fmliíercncla  en  la  opinión  pública,  que  mira  siempre 
ron  recelo  h  los  Títulos  poetas  y  no  acata  los  fallos 
l^radt^icos,  ni  aun  tratíVndose.  como  aquí,  del  heredero 
l-dc  un  hombre  simpjiíico  y  »rloriusisimo  en  nucsii-a  Lite- 
Iratura. 

Escritos  en  ffencnU  hace  muchos  aúos.uunque  reuni- 


38  LA   UTSRATCRA  EM-aAoLA 

dos  m.1s  tarde  en  colección  ',  no  celebran  al  amor  los 
vi-rsos  dfl  Duque  de  Rivas  ton  la  impetuosa  vehemen- 
cia de  la  juventud;  antes  obedecen  á  un  impulso  casi 
radiealmenie  contrario,  y  exhalan  un  perfume  de  tris- 
teza apacible  que  pudiera  creerse  engendrado  por  la 
experiencia  y  los  contratiempos  de  la  vida.  Va  en  1851 
componía  su  balada  A  un  <irb<U,  cuyas  melancólicas 
esu'ofas  parecen  arrcK-itadas  á  LThland.  sin  que  en  ellas 
se  proyecte  ni  un  rayo  siquiera  de  luz  meridíümd.  Pero 
(Cuún  poético  es  este  modo  de  <:ontemplar  la  natunüc- 
7JI,  en  que  el  espectador  la  asocia  á  su  propio  destino, 
V  diee: 


Cuando  la  muerte  mt  destino  amanse, 
Árbol,  -quiín  sabe  si  cacrAs  tamblt'n. 
Si  el  féretro  serás  en  que  descanse 
Mi  helado  pecho,  mi  marchiu  si^nl  * 

Si  se  entrejía  el  Duque  X  m¡is  plácidos  pensamien- 
tos,  es  pitra  volver  con  insistt-ncia  ;i  la  meditación  írni- 
VK  y  ñlosóftca,  ya  cultive  la  epístola  moral  íl  la  mane- 
ra de  Jovcllanus,  ya  entre  de  lleno  en  el  subjetivismo, 
emulando  á  Byron  y  Leopardl,  con  lo  sombrio  y  obs- 
curo de  las  tintas,  aunque  nunca  desoye  la  voz  de  la 
fe,  ni  amarara  el  Animo  del  lector  con  el  corrosivo  dejo, 
tan  frecuente  en  los  dos  colosos,  de  la  desesperación 
pcsimisui.  ¡Lástima  que  ;'t  la  superioridad  moral  de  los 
scmimientos  no  corresponda  la  perfección  de  la  forma, 
atestada  de  ripios  O  incongruencias  en  el  autor  es- 
panol! 


I    Anftr  y  *»íMf,  vttft4  ifa  D.  Sttriqiu  Jt  S¡uh<Ji^  Í>w}M  de  B¡tMt.  KUdri4, 
tSMi  L^itftu- cl  ilUcurv>  lie  conietiitclún  tli-l  >lnr\|u^  ik-  Mollnt  tt\  Autor. «1  In- 

y  H  Ivk'ln  Je  VaIcth  tobiv  U  «brA  vltndA,  inkcrin  ««   La  ;)iurr>iiSdn  OfuMoM 
f  i^fMrtoaiM  inAmcr»  cotrchpnaJIciiU'  «t  .10  4r  .\ti(n  Sr  IfTé/.  El  IIul|(k  Je  kl- 

VM  h*  |>at)|fc«(lo  niKv*  tdlrk^  <k  mu  ttni»».  <|<ir  loraiftn  tt  volMnrtí  LXXIJl 
(Ir  lü  aUttltkí  át  rjrriloreí  ciimUMM. 
<    IJi-  r->ia  pcMiu  h.i  hit'liD  aaa.ll<uFcctda  i-rud,  y  4iodk«litc«*lnJvKtk,cl 

«Olor  át  l«k  aiflii*  aríHocrálica». 


KH  Bl.  SIGLO  XIX 


:» 


Por  lo  demds,  el  tono  dominante  en  sus  quejas  cabe 
dentro  del  dogma  cristiano,  y  riun  dt*  ("-1  en  parte  recibe 
su  liliación,  poes  cristiana  y  misüíament^  se  puede 
nñrmar: 

Mayor  ventura  que  el  presente  alcanza, 

Cualquiera  tiempo  enciemí; 
Un  recuerdo  nn  m.-is  y  iin:i  cí>pcninza 

Es  U  dicha  en  la  tíerm. 

Oetiisü  sería  ponderar  cuanto  se  apsirca  ísia  de  la 
víTt  poesía,  toda  halados  y  colorido,  en  que,  A  difercn- 
cii  del  actual,  se  distinpaió  el  anterior  Duque  de  RIva»;. 
Sñn  cmtuirgo,  entre  i:is  dhnis  del  primero  se  registran 
tres  romances  y  una  leyend;!  histórica,  Zm  hija  lif 
Alime-uñM. 

La  sAtini  social  y  política  tuvo  sus.  rcprcstntantc!; 
entre  U*s  poetas  de  la  Rencraciún  literaria  que  voy  estu- 
diando. S»tn  célebres  en  &ste  sentido  las  improvlsaciii- 
nes  de  FemAndez  y  Oonzíllez,  los  varapnlos  que  Josí 
l7a  repartió  C\  todo*  lo»;  personajes  de  alguna  reprcswm- 
tacíAn  en  el  iM.'rÍódÍco  La  y/fiora,  y  en  los  que  se  deja 
adivinar  Li  mano  de  un  nuevo  Fljzaro,  que  conc!uyi'> 
por  suicidarse  rt  los  vcintiün  aflos,  y  varias  composicio- 
flt»  do  Eulogio  Horentino  Sanz,  una  espocialmenteque 
circulú  manuscriUí  por  todo  Madrid  y  preparó  la  rev'v 
Tiic4<in  del  iifiQ  M. 

Entretanto  se  dt-sKirdaKi  inquicut  y  retozona  por 
la-i  culumnas  Jd  Stinafiario  /'iníortsco  la  mu.síi  de  vn 
aprendiz  de  abofrado.  asiduo  lector  de  los  nnii^os  auto- 
res espaflotcs,  Qucvedo  en  miniatura,  pero  sin  bilis,  y 
má&Jiflcionndo  A  l:is  alegorías  que  A  las  personalidades 
o41osu>.  La  tisonomia  de!  .Ntadríd  que  yn  podemos  llamar 
iioti^o,  (otografíadjL  en  los  aflo*i  inmediatamente  ante- 
riorcft  Á  la  w-nída  de  las  anuas  Ji-l  Lozoya.  m-  estudiará 
^empre  con  fruto  en  los  Jíomutni-^  de  13.  Jos»!'  Cronz;!- 
kz  de  Tejada  ',  aunque  no  es  necesario  tal  aliciente 


.wra. 


40  LA   LtTKRAttieA  ESTA^DLA 

piíra  leerlos  con  la  dülcct<u-ión  que  se  experimenta  al 
sJiboreiir  ios  frutos  de  un  ingenio  rWo  en  travesuras  y 
Uuniíircs.  retrechero,  saleroso  y  de  cepa  castiza.  No 
desmienten  tampoco  $u  estirpe  las  Atmireónticas  de 
filtitua  moda  *,  caricaturas  del  niño  vendado,  parodias 
del  íunor  platónico,  idilios  vueltos  al  revés,  faUiíicin: io- 
nes del  género  de  Víllc^^ns  y  Meléndez,  mi\s  tesn'timiLs 
que  los  originales. 

Paríceme  oportuno  hablar  aquí  del  popularísimo 
Manuel  del  Pjüacio  ',  por  ra:ls  que  la  variedad  de  sus 
dotes  como  poeta  le  hacen  digno  de  figurar  en  muy 
distintos  !3TUP'>S  y  de  ser  considurado  por  muy  dilüren- 
tes  aspectos.  La  leyenda  y  la  catira,  el  soneto  y  la  ele- 
gía, la  copla  y  el  epigrama,  todo  lo  ba  recorrido  su 
fecundo  numen,  sin  fatigarse  en  el  transcurso  de  un 
periodo  ya  muy  largo  y  de  trabajo  continuo.  Veinte 
volúmenes  Ue  regulares  dimensiones  podrían  formarse 
con  sus  versos,  según  calcula  con  fundamento  el  sefior 
Sánchez  Moguel,  su  último  y  autorizado  biógrafo. 

Talacio.  asegura  el  mismo  critico,  pasa  y  pasará 
mucho  tiempo  iKirn  la  generalidad  solamente  como  poe- 
ta satírico.  A  ello  ha  contribuido  sobremimcni  la  cclc- 
l>rídad  que  alcanzaron  sus  versos  puliticos."  Desde 
las  Redacciones  de  los  periódicos  mAs  cxaltndos  de- 


vlnclit*.        I 


•  Uoilrtd.  lSi»>. 

•  N«i,-|(>(-n  r.:ri.lncl  Sltlr  Dtctcmbrf  ac  laXT.  Patóloi  nfloaile  la  Infaac 
vn  Saria,  VaIUíIdiM  y  la  Corulla,  irjitaitAnJiM  «  Iftt6  A  Madrid,  d«nlv 
Con«clnÜcMto  ■;«n  l«s  lltcrtto><  Jdwnvn  t*i:htn  llcicado*,  c«nia  fl,  dv  pravl 
Bn  GratiAjB,  rv-l Jcnvis  Je  mi  UmIllA  JrsUc  Uño.  formA  twnc  <iv  la  iiMi.-la«:l4n 
)a*mll  V  altere  iiw  mu  lakmlMoi  upodaran  ton  d  Kiulo  it  La  AtriAi.  t>c 
v«cUa  tn  U  oorw.coUboMcn  lospMl6Jlca>dfnMrátlico«y  cKlniprincIpatM 
nviibit  |(c«rirla«-  Uaipu^  ún  la  ivvolvctda  tic  tSCB  ««blami  nvlabtmiFnic 
U  rlila  )'  \ta  Ulim.^  de  Puinvto.  y  hny,  M  trtiba  Ar  mil  cncontradA^  viuldtadch 
fliplra  rne\  pailldocOR-tcrvidor  rl  ABUKUnaJvcnuladc  ta  H<ipan]alB. conf 
lnnle*dloi-«  rl  iimorA  Ua  ntUui».  Ba  ¡«dlvldoa  d«  itAnen.  eiMto.  (le  U  Acn- 
dcmU  E^tMAflU.  tV.  O^int  dt  Uamtitt  det  J^aela.  9vitd«9.  taneitnti  v  «vlo^ 
Madrid.  ItHf     Víladof  de  uCoAo.  Madrid.  l'^iM.-JUUaM  attlamOtieat.  \eST.t 


BK  EL  Sir.LO  XIX  41 

ícfldiA  la  democraria  con  no  menor  brfú  que  otn>s  ile^ 
(le  Fa  (ribuiui.  El  dominio  del  (.ronsonnnte  y  Iti  dura 
DcccMÜiiü  hirieron  de  Palixt-io  un  poeta  A  diiiriu,  un 
íjervo  de  ía  pluma,  que  usaba  y  abusaba  de  la  rima  con 
mú%  facilidad  aún  que  de  la  prosa.  Los  que  alainznron 
el  decenio  anterior  lí  la  rcvolueión  de  IB6ÍS  guiU"diin 
memori:!  de  aquellos  voladores  y  aecrodos  rasgos  i:on 
que  llenaba  Uis  publleacioncs  de  su  partido  el  infatiga- 
ble redactor  del  Gi'í  Blas  y  La  Disiiisiótt.  Nunca  como 
entonces  se  recrudecieron  las  luchas  políticas  en  Es- 
lafla,  nunca  hubiera  tenido  tal  alcance  esa  arma,  al 
parecer  inofensiva.  Ni  las  ideas  ni  I;is  personas  cwapa- 
bun  al  láti$;o  del  poeta  uibuno,  empeñado  sin  ce«;ar  en 
una  cruzada  que  hoy  mira  con  indiferencia  y  casi  con 
Arrepentimiento.  Aimque  se  censure  el  espíritu  á  que 
celoKimente  servüi;  aunque  muchas  de  estis  tineiis  des- 
iguale*» L-arezcim  de  tuda  valor  ariistieo,  y  estén  afea- 
das por  la  precipitación  y  las  consiguientes  p^ravfsimas 
incorrecciones,  PaLicio  mímeja  la  sátira  con  relativa 
destreza,  y  ahí  cst;l  paní  demostrarlo  la  celebrada  co- 
lección Ue  fisonomias  y  caricaturas  que  escribió  en  co- 
Uborucíón  con  Luis  Rivera,  y  que  con  el  siRnificativu 
titulo  de  Cabezas  y  talaba~as  tanto  morlificó  á  mAs  de 
un  cticopettdo  personaje  '. 

£1  infatigable  gladiador  cambió  de  aliclones,  d<1n- 
'  «105C  á  bcTcficIar  la  ven.i  del  sentimiento,  profus;imente 
dcmmada  por  sus  ultimas  pocsfas,  en  las  que  suelen 
hcnnanorsc  la  ligereza  y  sencillez  de  la  forma  con  la 
intensidad  y  trastendenda  del  pensamiento.  I-as  im- 
presiones mils  fugaces,  los  miis  impercepiit>lcs  ecos  de 
Ut  realtd^id,  Ui  historial  cotidiana  del  mundo  y  del  cora- 
aún,  c:M  es  lo  que  canta  el  poeta  en  sus  deliciosas  mcIo- 


*    e*  Ubfv  mveho  raá>  taro  4«e  H  Je  CloAoa»  y  mbhkMM  vi  poptt)utb«rv  j 
áMwaAC**^  W:  tMuUtd  Piit«<.-io  can  c«lc  iraaipjnntvrTitBnk:  Ot  TWüia  it 


42  LA  UTEBATtrHA  ESFAKoLA 

días,  lleven  6  no  este  título,  que  para  el  caso  no  es  in- 
dispensiblc.  Siempre  envuelto  en  la  atm(5sfeTa  de  un 
•ubjetivismo  melancólieo  <?  idealista,  gniba  hondamen- 
te en  cl  molde  de  la  rima  los  errAticos  movimienios  de 
la  reflexirtn.  dejando  adivinar  en  lo  que  dice  lo  que  no 
dice,  y  dando  A  las,  mAs  vuluares  ideas  aspecto  de  gran- 
deza y  originalidad. 

Donde  mjls  resaltan,  sin  embarg'O,  sus  eondieione-s 
de  pí)et)i  es  en  el  difícil  soneto,  que  cultiva  con  asidui- 
dad y  carino,  jugando  eon  las  aspcre/^x*;  del  artificio 
métrico  como  juef^an  manos  robustas  con  la  ponderosa 
mazii  de  bronce.  Si  un  buen  soneto  v;ile  por  un  lar^ro 
poem;i,  según  sentía  Boileau,  mucho  debe  de  valer  Ui 
colección  de  Palacio,  en  la  cual  to  esmerado  y  sobrio 
de  la  factura,  lo  ení-rpico  de  la  frase  y  lo  elevado  de! 
concepto  no  estorban  ú  la  transparencia  y  claridad  de 
la  expresi<^n,  que  pueden  rivalizar  con  las  de  la  prosa 
mfls  sencilla. 

Afi  tr'ra,  Kft  la  mucric  ácl  c<.citltor  Fifítwnts,  l'oj 
damúutis,  Stdln  imttutñoi,  TánUtío  y  Hasta  ei  fin,  n 
yan  en  lo  perfecto;  otros  que  sería  prolijo  citar  deja 
en  el  alma  del  lector,  ora  la  impresión  impalpable 
tierna  de  la  balada,  ora  la  enérgica  y  tempestuosa  del 
canto  bílico,  reinando  en  casi  todos  cl  elemento  perso- 
nal £  intimo,  que  Uinto  los  avalom.  Lo  insiga ificiin te 
de  la  idea  unas  veces,  y  otras  el  descuido  de  la  forma, 
destruyen  narcial  ú  totalmente  el  mírito  de  algunos, 
aunque  pueda  explicarse  aquello  de  ex  uu^nr  leoHf^m 
A  los  menos  favorecidos.  Palacio  hahetho  muy  conoci- 
da esa  v.iriedad  que  apellidan  í^ouvto  Jilosójico.  y  cuyo 
fin  es  colocar  enfrente  del  optimismo  candido  las  vul- 
garísimas escenas  de  la  vida  práctica.  Aunque  el  pro- 
cedimiento no  es  original  de  Palacio  ',  ni  deja  de  pre- 


*    Lbvmrli-Acnrli-lcle  XVII  D.  A|iu-<Un  dt-  Salniar  y  Tdini*.  itfltcn  á  tv 
*ci  parral  hAbtTie  InipIrAdo  *ti  Lope  dr  Vc^a.  Qnevctl»  y  alcdn  otn> 


B3t  BL  »GU>  XI.-C  43 

Mmtar  inconvenientes,  le  ha  validu  elogios  í  imicacio- 
nt^  qiu'  na  sé  si  senln  de  su  ajrnulo.  Distíngucnse  entre 
sus  s*mi-tos  filosóficos  lus  ^uo  titula  Meu&aje,  Al  lies- 
perlar.  Poesía  y  prosa,  Eí  atftor  idcai ,  A  un  critico  y 
El  néctar  úf  los  dioses,  que  recuerdan  insensiblemente 
tí  ítritiro  tono  de  Iglesias  y  Moralín,  cuando  nolu  in- 
cisiva sAxinx  de  Queredo. 

Recientemente  ha  venido  ú  dedicarse  Palacio  á  l.i 
tcycfldu  rom.lnticji,  propósito  que  no  estft  muy  con- 
forme con  el  gu-sio  dt  la  época  presente  y  que  no  le 
Biabo,  porque  en  ello  se  ha  npartndo  de  ?.yx  rocnci6n 
lefiflima.  Distan  mui-ho  de  ser  indi-scutihles  Ir*  man- 
danucntos  de  la  moda;  pero  el  que  los  inüiní;e  y  con- 
traria se  condena  ñ  si  propio  cuando  no  se  impone  con 
ol»ras  Je  miis  fuste  que  las  medianas  narnicíones  de 
nuestro  autor. 

Las  Onspas  que  senuiniílmentc  llenan  ¡üioru  un 
haeco  de  Los  Lunes  fie  El  Impnnial,  troimiden  en  ci 
lono  y  hasui  en  bus  ;ipnr¡cncia-s  mm  otras  m;inifestii- 
ekjnes  conocidas  del  ingenio  salado  y  morda?:  del  an- 
(íjnio  periodista  üemocrátieo.  Los  acerbo»  desengHfios 
dcLi  experiencia,  las  cabriolas  y  bufonadas  humorísti- 
cas, ta  nota  sentimental  y  la  docente,  las  lágrimas  y  la 
risa,  tixio  fundido  en  un  molde  elAstico  como  la  goma, 
hacrn  de  las  Chispas  una  lectuní  variada  é  interesan- 
te: pero  conviene  que  no  se  fatigue  tanto  el  eslabrin,  > 
que  sf  eüjfin  piedras  xnAs  A  prop<teito  que  al(f  un;u-  de  Ui  - 
empleaJns  por  el  poeta. 

Un  critico  extranjero,  Boris  de  Tannenbcrír,  cree 
vrr  en  I*alaeiu  los  canicteres  que  diüiíneucn  ii  \aÁp<ir- 
iMsioÉtos  de  la  literatura  írancesii.  Algo  se  les  aproxi- 
ma en  el  ornato  exterior,  en  el  artificio  del  verso,  en  Ui 
manera  de  cincelar  la  palabm,  pero  por  coincidencia 
fortuita,  y  no  por  imiuci^n;  pues  sin  contar  l¡ts  osten- 
sibles afkHones  de  Tolacio  A  la  poesía  tradicional  e?^ 
paAola  y  A  la  italiana  de  estos  últimos  años,  no  cabe 
decir  de  ¿1  .sin  injustíiia  \\\ic  inni<<la  en  el  altar  de  la 


44  LA  LITERATDBA  ESPAÑOLA 

rima  rica,  como  sus  predecesores,  el  vigor  y  la  virtua- 
lidad de  los  pensamientos  '. 


t  Las  postrimerías  del  romanticismo  seflatan  una  <<poca  de  florecimiento 
para  U  poesía  didáctica,  y  en  cspocial  para  la  fábala.  El  Insigne  Harticnhuscb 
naturalizó  en  castellano  muchas  de  distintos  autores  alemanes,  y  tas  publicó 
reunidas  con  otras  originales  suyas  en  1S48.  logrando  las  más  selectas  asom- 
broso número  de  ediciones.  Cuatro  aNos  después  salid  á  la  luz  una  colección  de 
fábulas  políticas  y  morales  por  el  magistrado  D.  Pascual  Femándei  Baexa 
Valen  mucho  más  las  de  D.  Miguel  Agustín  Prfnclpe,  osado  é  Infelli  merodea' 
dor  de  todos  los  géneros  literarios,  pero  que  en  éste  nos  dej6  muestras  no  In- 
dignas de  triarte  y  Samanlego,  ni  aun  del  mismo  Lafontatne.  Hay  que  afladir 
á  las  tres  enumeradas  las  obras  similares  de  Campoamor.  de  Carlos  Pravia  y 
Antonio  de  Trueba,  del  Barón  de  AndIUa,  de  D.  José  H.  Gutiérrez  de  Alba,  etc. 


CAPÍTULO  m 

lA  POESÍA  TK-VOICIONAI.  AJÍDALITEA  EN  SU  ÚLTIMO 
PEKfODO 


brarta  •rvüluiB:  Aprtrvbra,  KntlniCBrs  X»|iati.  RBvan.  .Imnilvr  áf  loo 
fUiH,  TrmñuAn  yliontiW,  KHiit.  FrrndailM  Ílapt*a.rHflrli>.  1»  hrnns- 
pHm  llrrrrrn  ;  F^pluM*.  I(m  n|KMu*  t.iBiun|HP.  I'iifii|itni>,  Jiialintuiiii.  Dr 
tiékrifl.  Hrrrrra  y  Kiililn.  MrrrMtn  il<*  VHIIU.  _  PivtM  Inili'prailifBlii; 
UpM  lisma.  AUrr4B.  (irllti.  Alralil»  y  ValluUmi.  liltutnl.  MMrhrft 
IU$*»m.  tUrria  («twlUm.  <'oBc*|irlitii  )*>t»v«ivna.  HoAmBita.  VftlArdr. 


Üv>  L-nsL'Aiuizas  de  D.  Alberto  Lista,  l«  vitalidad 
do  una  tnidictón  amurti^iíidn  por  el  ímpetu  del 
román liclsmu,  ptru  nuni-a  lotidmcnii*  exdnjfuí- 
da,  y  Ijl*  íníluencias  de  la  raza,  ücl  clima  y  de  la  san- 
fr*r,  fueron  las  causas  generadoras  de  la  cñurescencía 
{•óptica  que  se  dcsarroUií  en  las  espítales  de  Andatu- 
iía  a!  promediar  t'I  siulo  presente,  y  que  aún  no  ha 
itgouidu  su  íevundiUíid.  f-i  patria  úv  Herrera  y  de 
Riuja  resiste  á  U  invasión  del  cusmupolitismo,  y  con- 
«rn-n  en  su  literatura  alpo  del  carActer  que  Ifl  ha 
di&ttn^ído  y  la  di>;tinfi:u(-'  perfectamente;  alifo  Indes- 
inictiMe  y  superior  al  vaivín  de  las  teorías,  íi  las  vici- 
situdes de  los  tiempos  y  al  pasajero  y  cst<!ril  conven- 


úpurtunu,  necesaria  me  parece  esta  obser- 


vación  si  hemos  tie  explicar  las  evidentes  relaciones 
que  firuartliin  los  últimos  represen lanies  tic  ki  pocsia 
andaluza  con  sus  más  remotos  antecesores,  ya  se  res- 
trinja la  tk-nominariún,  como  hacen  miichus,  á  la  que 
se  suele  llíimar  rsciieía  srvUIana.  ya  se  extienda  á  la 
que  con  accidental  diversidad  de  matices  se  difunde 
por  lodo  el  Mediodía  de  España. 

El  exceso  de  lirismo,  la  gala  y  pulimento  de  la  fra- 
se, la  tendencia  A  lo  grandioso  y  épico  mils  bien  que 
A  las  intimidades  psicológicas,  la  opulencia  dest-riprl- 
vn,  el  inmoderado  níAn  de  pindáricos  arrebatamientos, 
que  por  lo  común  desfiguran  el  lenguaje  al  desfigurar 
1u  idea,  éatoi  son  los  principales,  no  los  únicos,  toques 
que  forman  el  cuadro  de  la  poesía  andaluza,  reducida 
por  esa  causa  li  los  limites  del  género  lírico  y  del  na- 
rrativo, pues  no  pasan  de  excepciones  las  cooiadisi- 
mas  obras  con  que  ha  enriquecido  nuestra  escena. 

Por  la  semejanza  aparente  y  parcial  que  hay  entre 
los  caracteres  de  esa  poesía  y  los  que  distinguieron  á 
la  romi'intica  en  sus  albores,  hubo  quien  las  procurase 
hermanar  mejorándolas  con  el  consorcio.  Pero  ya  fue- 
se marcada  preferencia  en  favor  de  la  una  ó  de  la  otra, 
ya  amor  de  patria  6  instinto  de  arte,  aflojáronse  poco 
íl  ptjco  los  lazos,  y  cami>ei>  libre  y  sola  la  musa  del  di- 
vino Herrera  en  el  suelo  donde  tuvo  origen.  A  este 
propósito  uhcdecieron,  quizá  sin  reflcxiiSn.  todos  tos 
poetas  que  ú  la  ligera  he  de  enumerar  en  este  capitu-* 
lo,  y  que  coadjTivaron  al  logro  de  una  empresa  común 
con  intenciones  y  íxito  muy  desemejantes. 

Para  unirles  aquí  me  bastan,  sobre  la  razón  del  mé- 
todo, cierta  comunidad  de  origen,  ciertos  y  generales 
signos  enumentdos  arril^a;  pero  excluiré  del  grupo  ;l 
algunos  poetas  que  parece  debieran  formarle,  y  que 
tendrían  cabida  en  otro  lugar  más  oportuno. 

Comenzando  pur  hi  escuela  sevillana,  que  es  donde 
se  nota  más  conformidad  y  consecuencia  en  medio  de 
ciertas  desviaciones,  vienesc  al  punto  A  la  memoria  el 


EX  BL  SIGLO  XIX  47 

nombre  de  Pucoie  y  ApezechcA.  que  imitó  A  su  maes- 
tro Listn  rn  lii  misma  épocu  üel  romiiniicismo,  y  mu- 
dius  afl(i!>  después  inidujo  en  verso  lo<t  dos  |)i'ímfro!>  ti- 
teos de  la  Eneida  y  algunos  de  ta  Escritura  ',  fon- 
funnándose  en  esto  ultimo  con  Ui  afición  A  la  poesía 
«apradíi.  distintivo  permanente  de  los  discípulos  de  He- 
rrera. 

Entre  ellos  debe  colocarse  también  ni  presbítero  y 
proffsor  de  Retórica  D.  Francisco  Rodrigue'/  Zap:ita 
llSUi-lti**!,  en  cuyo  canto  Débora  y  Barac,  &  pesar  de 
lur  cnidíis  y  desigualdades,  lucen  destellos  de  tnspira- 
cirtn  hiWicji'. 

Antes  de  183^  escrihian,  medio  abstraídos  del  movi- 
miento gencr;il  que  impulsaba  á  las  Ictnis  castelta- 
nas,  el  upreciahle  poeta  D.  Juan  J.  Bueno,  y  su  amigro 
D.  JosC-  Amador  de  los  Ríos,  el  futuro  y  portentoso 
t-rudiio  .1  oiiii-n  i.»doí.  conocen  *.  De  llut-in/  íí>ii  l^s 


I M  anur  <c*«l*d*nigite  t\  qor  4  mniiniwcMn  mn«crlba: 

ADIÓS 

Ha  hay  ni)  «ur  ni-  U  tiarr»,  el  liiiimiMiiri. 
OwlqaxB  aiclw*  auna  rfrvrbtra, 
Soa,  r«na  ni  >— tita  jr  U  C(cacl6a  ■ntara, 
RáCtfw  (asUva* <!•  ta  tlltnto. 

Di  la  nada  m  alaaraa  1  la  aevaaa 
MI  ■bmIm,  publicasda  *■  w  cattava 
^>  Mi«a  oiU  f  otna  arfl  lansax  p*dl(>a 
r*a  palabn  «afK,  o*  piiiia»liiaii 

Doqaiar  coHMipto  w  bwMiilafcl*  cltaeia, 
Ttft4a  •«  laalMnd  r  «»  MMf  pur», 
DMda**p«t«MuaInanal  pMKriio, 

V  *>  paui^  iiiai  *bi*»  lu  «ulaUBCU 
La  V—  Um,  \i>  pwxnw,  lo  funro, 
V  MB  mil  «lU  -.  la  *nt**,  la  tn£silO- 

Ka  I*  cJUsiin,  Ji  Sodricuiri  ZApalit  ae  cda.3>»a  mallltuj  de  Utent»*y  CV- 
^  CTtBtra» tvma  IKciiurt.  Camptlto.  F>W.  Pcfl«r*»iU.  tic. 

X  (MwvMb  tU  fomat  nrugiém  de  0.  /U»  AM  Smmi  v  0  AM  jH«<Br  *  Im 
kia*  It'vinK.  ISR- 1^1  mi»  ificaUnw*  Ja  ARui4ar  ntán  m.'^^iliUt  ■«  <m  v«- 
HB«  OUikMi  UW,  <«n  rxWNM  |-  kko  nciii»  prfloco <lc  D.  Joan  \'alt(A. 


48  I.A  MriniATntA  bspaRol^ 

cantos  .4  Srvtlla  y  A  ¡a  Pas,  de  entonación  solemne,  y 
de  tanto  sabor  á  Quintana,  como  indican  estos  versos 
de  Ui  segunda  composición: 

¡No  nii&3  lid,  no  más  lidt  Los  que  vcnncron 
En  Huesca  y  en  Las  Nnvas  y  el  Salado, 

Y  ante  sus  pies  postrado 

En  Xa.  hermosa  BailOn  al  galo  Weron, 

Y  cenizas  sus  fí^ilas  hicieron; 
Ij>s  hijos  de  Rodrigo  y  de  Pclayo, 
De  Alfonso  y  de  Gonzalo,  no  nacieron 
Para  lanzarse  el  rayo 

Y  desunirse  en  fratricida  guerra. 
■Patria  y  unión!  y  os  temblará  la  tierra. 

El  actor  de  !a  Historia  crítica  de  la  Literatura  rs- 
pañola  reunió  en  su  frente  los  laureles  de  Apolo  con 
los  de  Mincr\'a.  la  emoción  sincera  con  el  saber  sólido 
y  profundo;  y  sin  ¡ípsirdirse  en  todo  de  In  corriente  he- 
rreriima,  fue  uno  de  los  mrts  conspicuos  cultivadores 
del  romanücismo  histórico  á  la  manera  del  Duque  de 
Rivas,  y  adivinó  en  los  despojos  de  la  civilización  de 
los  sisólos  pasados,  no  sólo  lo  que  descubre  ta  ciencia 
escrutíidora.  sino  lu  que  está  reservado  d  las  intuicio- 
nes de  Ui  Poiísía.  Dstas  dos  fases  de  su  capacidail  inte- 
lectual se  completan  mutuamente,  y  son  como  el  cuer- 
po y  Iji  clave  de  un  mismo  edificio-  La  erudición  del 
arqueólogo  eminente  y  del  investigador  sagaz  dan  las- 
tre y  relieve  á  las  fantásticas  concepciones  del  artista, 
que  viviftca  con  la  magín  del  relato  las  páginas  de  la 
inerte  rrónira,  las  ceníz:»  de  los  héroes  y  el  polvo  de 
los  derruidos  monumentos. 

El  culto  de  la  antíg^Uedad  inspiró  A  Amador  sus  vs\i\% 
hermosos  versos,  los  de  las  epístolas  y  romances,  y 
hasta  cierto  punto  los  de  algun;is  composiciones  en  la- 
bia, como  la  que  se  intitula  A  ta  creación  dcf  Teatro 
espafíof.  ICntre  las  epístolas  sobresale  ta  dirigida  á  don 
Jacobo  María  Parga  con  urotiiv  de  un  viaje  que  ttizo 
éste  d  Salatnanca,  lamentación  melincólíca  en  que  p:ü- 


en  EL  siCLO  xa  4*1 

(ifta  el  espjritu  tic  Kodrífcti  Caro  y  lti  que  los  rerucr* 
doí  de  la  Aleñas  espaftola  hacen  exclamar  al  poeta: 


SI  an  (lempo  de  CtíiAa  el  alto  acento 
Reson<t  en  los  dorador  anesíMies, 
Asombrí)  úc  los  subios  y  portento. 

Desiertos  de  tan  ínclitos  varones 
Yacen  los  noWe*  prtnicos.  trocadas 
En  bloebre  silencio  sus  lecciones. 

Do  sos  precliiro*  timbres  despojadas, 
Las  musas  huyen  del  recinto  ameno 
Do  se  vieron  de  lauro  coronadas. 

Ijos  mitmioles  de  efire^ias  inscrípeíones 
Cubre  ignorante  polvo,  envilecidas 
Sos  glorixt  y  sus  (últiid'is  blasones, 

Tm  las  rabiosas  manos  sacudidas 
Arde  la  desimctor.-i  liurrlble  tea, 
Las  íábricafi  del  arte  deisiruldas. 

El  rico  alerce  entre  el  etícomhro  humea, 
Y  derrumbado  el  L-jipiu-l  lamoso, 
La  torre  de  cien  codos  ya  llaquea. 

El  humo  crece,  y  crece  el  espantoso 
Cruju*,  y  Iii  alta  bóveda  cayendo, 
GI  Mielo  gime  al  ^olpe  rrngoroso. 

AI  bárb.Tro  estallido  y  ronco  estmcndo 
IV  l««  ahiiTtas  tumbas  prolanadas, 
X'v.  J olor  sale  Irenieudo; 

\  jro  centro  levantadas. 

Entre  las  turbias  llamas  resplandecen 
De  cíen  héroes  las«iomhras  veneradiis. 

Faltiitn  ñ  Amador  el  dominio  de  la  vérsificarirtn,  in 
1i   "  ■   '    '     '  L.|Ue  Sillo  se  adquiere  con  el  ejerciflü 

<  .  .  '  I  Dancias,  m;\s  f;lcj|es;dc  manejar  que 
la  rinuí  pcrfcctn,  corren  cun  iksemlxtrazo  en  los  pri- 
fT  de  la  cdlcrcirtn  Lrt  f»iÍof>rtt  ttc/  iífy. 

^i;.,.  . — .  ...  -.  .;![a.  El  Hryylíi  ÍKÍi'íiÍa(\oi<trcsvc\V' 

lies  A  Don  I'cJro  I  de  Cn-itUln.  retratado  nquf  come 
rea  %-aleraso,  pero  cruel),  La  arrofit$tHÍ<ffrati(i'Sn 

K-  habla,  del  daelo  fnistmdo  entre  Kennco  de  Anjou 
roaM  n  4 


50  LA  LrmRAniKA  e^aRola 

y  Alfonso  V  de  Aj'agón)  y  la  kfs puerta  de  Zaj 
desafío  íie  Tarfe. 

Las  traducciones  de  los  Salmos,  en  que  Amador  si- 
gne el  original  hebreo,  no  desmerecen  de  las  del  mismo 
Fr.  Luis  de  León,  y  traen  á  la  memoria  la  esplendidez 
oriental  de  Herrera. 

Del  celebérrimo  novelista  popular  D.  Manuel  I'cr- 
nilndez  y  Gonzíilez  existen  numerosas  composiciones 
en  vcrsu  ',  nu  tun  invariablemente  ajusta^is  al  neo> 
cliLsioismo  fievillano  que  no  dejen  triLslucir  su  fíliaciún 
romilntica.  El  poema  1m  batalla  de  Lf Patito,  escriti»  en 
octava  rima,  le  acredita  de  poeta  filcil  y  entonado,  y  lo 
mismo  sus  canciones  y  melopeas,  de  voluptuaiiidad 
ílrabe  y  ritmo  tan  dulce  que  pudiera  prohijarlas  Zorri- 
lla *.  líl  íuc  unto  por  lo  mcnus  cumo  Herrera,  el  pr<»- 
lotipo  i\  quien  procuró  imitar  HcmAndez  y  González, 
y  con  tal  forttma  que  al^^imos  crUIcos  ;mteponcn  la 
colección  de  sus  versos  A  la  de  sus  novelas,  sin  excep- 
tuar las  mejores.  Fantasía  creadora  y  meridional,  ca- 
tíicier  irovadürcsco  y  como  formado  pura  hacer  rcvi- 


■    Pqo*^  rartot^  MiHlrlJ.  MT.— B  ftijbrw)  rtri  aa*/,  k]rvad>  Árabe.  Ma- 
drid. U»l. 
*    l.M<w  «I  «ipiJimtp  f  racnento  di-  lanuacc.  in>*  in  ua  ilTCluuia  út  dnUurm 

Balfa  oUjt*  JU  Xttfa. 
Tru  •!  ucHO  •>  poM 
SI  (ni   1  tn  sbMurn  oaiUB 
D«i(>lt«Ki  1«  «mlira  lnr«n*. 
El  iucimd*  U  tmria 
En  uImuIv*  (c*i>l*niUn« 
lUKtlMraadv  «pcrvc*! 
tica  nitro  di  la  noclK. 
Se  HDtnKua  U  Uu,  t\  dit 
\'í  a  ftluBibiu  i  uow  nfioM*, 
Y  U  liiiicMa  *c  «dUnda 
Llcnit»da  Im  hoiUoom. 
iBclU  Unpaiit  d<  plau, 
Que  tnua«alD  ncoirw, 
BfUla  *lcDip«t  OMt*  ti  bruna, 
l>M  w  tnvuelic  mM»  ra|><«n 
C»na  mniiitnaic  (*■• 
Qil*  I  velar  ai  K  dcicupl 


▼ir  b  Imagen  de  las  fdiuJcS  |>rctcridas,  condiciones 
pañi  U  descripción  vJvii  y  rum.^nüra,  todo  eso  dcnun- 
ñi  i\  un  eTi»n  poeta  leecndario.  perdido  quÍKA  por  la 
müJu  dirirct^-ii)!!  que  di<j  á  ^u  ingenio. 

Lns  odus  de  alto  meló,  tiin  del  irusto  de  los  poetas 
ÍIkin<»>cn  todas  ¿pociis,  se  tninsforman  en  la  noví- 
la  de  que  voy  hablando,  merced  al  innegable  induj'' 
tjuc  en  todas  pjirtes  ha  ejercido  Quintana.  Ya  he  citad 
aluún  ejemplo;  mas  ahora  se  nos  ofrecerán  tantos  y  tan 
e)  '•■  -,  que  hiuen  de  esta  observación  una  crítica 

*r        ,    '  i  y  cumún  i\  todos. 

La  oda  jf  la  gtvrra  tir  Stipaíla  contra  Marruecos. 
por  D.  Tomás  Reina  y  Reina  '  en  nada  rt  casi  nada  se 
dtstin^e  de  tas  que  inspin*^  aquel  glorioso  aconteci- 
miento il  nn;i  p<^trción  reducida  de  literatos  que,  rumo 
afrrupadiis  d  Li  «tumbra  de  una  Imndera,  cotaN>raKin 
por  entonces  en  una  publicaciiin  justamente  cCIebre. 

H^u  publicación,  que  contribuyó  no  poro  fl  resiau- 
mrln  antigua  escuela  herreríana.  es  la  fíevistade  Q'rn 
fías.  fMrratHra  y  Artes,  de  Sevilla  (.ISf^l^O),  que  di- 


Mlwtini  murmunnrtA  «om 
.  n  Ha.  (IV  1  tu  d>M*UH 
BiRcK»  At  plus  tivisp*. 

V  «n  U  uIuBi»  illx», 

Y  liuaiUIci  pUiMu  i«U(bI 

A  mi*  «n  M»  Mlimi'-m. 

^^v  <Ieaií«  lnllJan  tovufu* 
He  Notnji  «tTfypB.íum 

Slkv  el  falfM  i*  cien  mIc*- 


Jit(i-«laniv  Jriet  ih  AcolU«L  «do   InV. 


I  VLfi«fv  ■fTy  tlpilrní''!. 


52  LA  LtTEKATUHA  ESMÍOI-A 

rijfieron  D.  Manud  Caflcte  y  r>.  José  FcnirtnUc7.-Esp¡- 
no.  El  aniur  ii  las  opiniones  templatlüs  y  el  cclwticismo 
razonuble,  puesto  al  servicio  de  lu  tradk'iún  artíst¡t*:i 
que  se  pretendía  favorecer,  distinguieron  siempre  ft  la 
Revista  y  A  sus  redactores,  constantes  partidarios  de 
lus  misnuos  principios  vn  todjis  las  i»hnis  que  dieron  á 
luz  antes  6  después  de  la  mencionada  fecha. 

Hernández-Espino  cultivó  mAs  la  teoría  que  la  prAc- 
tíca  del  arte;  y  si  por  el  primer  respecto  merecen  clo- 
ífio  su  Historia  rfc  la  Ulcratitra  ispnrtola  y  sus  estu- 
dios críttcos,  en  cambio  las  composiciones  poíiicas  del 
modesto  profesor  no  son  muchas  ni  de  mucha  valia. 
Distiniíucnsc  entre  clUis  la  que  cunsajírú  A  la  iruerra  de 
África  por  su  libre  y  levantado  vuelo,  y  por  su  delica- 
deza la  dedicada  M  ittspirado  pintor  /iarloiomtf  Es- 
tdmu  AíiiriHo  '. 

Al  liablor  de  D.  Manuel  Cafleto,  cuya  reputación 
de  critico  csttt  muy  por  encima  de  la  que  g;o7^  como 
poeta,  no  querría  que  mis  pjilahras  se  tradujesen  por 
eco  de  maledicencias  pcriodisticas  impropias  de  una 
obra  cuya  primer  condición  debe  ser  la  impítrcialidad 
severa.  No  os  culpa  mía  si  resulta  desfavorable  al  autor 
el  juicio  que  espontáneamente  hacen  formar  partos  tan 
laboriosos,  y  en  que  tan  difícil  es  ver  el  enlace  de  la 
exuberancia  lírica  con  la  sencillez  y  la  corrección, 
como  la  oda  .4  Sh  .'ifajtslaí/  ia  fírina  f?.ahct  flru  n'- 
cucrdo  (fcf  28  fie  Juiio.  y  las  cpistol¡is  íi  Tamayo,  Á  lii 
CoQdcs.1  de  Vellc,  A  D.  Pedro  de  E^fla.  etc.,  etc.,  en 
las  que  se  adunim  la  intolerancia  pedafí<''íri»^.  \^^  re- 
peticiones molcstíLS  y  la  fallii  de  inspiniciiin.  No  me 
iiirevo  X  hoprar  con  el  nombre  de  clasicismo  ¡i  Ja  rijí'- 
dez  inerte,  interrumpida  p^r  fujraccs  é  intertadentes 
centelleos,  que  da  el  tono  en  la  breve  coleccJún  de 
FocÁÍas  publiaida  por  el  autur  co  1859. 


I    pBblfci4í*nUmlnma  Ktnnn.nwno  VI,  r^r-  '""  *!ií«lnitc». 


EX  EL  SlOlJÍ  XtX  53 

¡Con  menuH  «líñcultitü  se  Ice  In  que  cunsaf^ró  i\  La 

,/  '".'ífirt,  fiinalilu  por  In  miijestad  del  romance  en- 

f*.:,-.,  .,..iw,  >■  en  lu  que,  recordando  fl  los  insignes  capl- 

lune»  qutruiTch:it;ir<m  al  Océano  un  mundo  im^gnuo. 

a«  diriíie  á  los  indignos  sucesores  de  aquellos  héroes 

con  esta  valiente  alusión: 

Hablen  los  destrozados  monumento» 
Que  mnclicos  vándalos  injurian, 
Ardiendo  en  sed  de  inútiles  horrores, 
Tnilo  4c  Ift  soberbia  ú  de  la  duda, 
V  elLoM  dir.'tn  qué  llama  lo&  enciende 
Cuando  lii  antorcha  de  hi  fe  se  oculta. 

Pero  bi  obm  que  sobrevivini  A  Caílctc,  la  única  que 
le  acredita  de  poeta,  es  su  bellfsima  Imlada  AV  lir/yoí 
Seco,  piedra  de  lino  oriente  esmaltada  por  el  sentimien- 
tu  y  In  pi>e<iía.  y  que  no  desdice  jumo  .1  los  mejores 
lüttiT  alcm.ines.  Hiisui  la  íorma  strntilla,  atarea  y  deli- 
r3Ün  sienta  ax|ul  primorosamente,  y  sin  que  su  nntuni- 
lÍJ;u]  quede  ubscureeída  por  los  decaimientos  fatales, 
t.tn  mmunes  en  el  autor. 

Cuando  ¿1,  comenzaron  á  escribir  en  la  ciudad  de 
San  Fernandti  dutt  versííieadores  poco  conocidos,  que 
'•'  H'-iíritron  sus  dispusiciones  aunque  píjr  diversas  cau- 
Hl  uno,  después  del  triunfo  dramático  obtenido  en 
ti  representación  L*e  (nircía  rí  Cnlttntmaáor ,  ghra  de 
'    t.'s,  se  dedicó  ix  la  earrcrn  eclesiástica, 
■  t-ní>i  por  completo  sus  anURUus  aticiones. 
Salo  DOS  queda  aijc^una  que  otra  poesía  religiosa  ó  de 
coenrco.  entre  las  escritas  por  el  timo.  Sr.  O.  Sebastian 
Ho^rero  lispiniísi  de  los  \tf>nieros,  que  mi  is  el  nom- 
bre del  iUudida,  compafiero  de  Tassara  y  mAs  uirdc 
Obi.spodc  Vitoriii. 

De  st)  liemuino  D.  Uícro  conservamos  un  poema, 
_£/  Oiluvio,  publicado  como  postumo  en  Puris  el  aflu 
*,  y  conFormc  en  un  todo  con  el  carActer  de  In 


íVMiO.  *!■  i/aiTMrv».  cllstla  una  vAMOn  de  VUX  lipctia  ra  Xrrina. 


!>l  L.\    LITEfUniRA   esPA<!OLA 

escuela  sevillana,  de  que  eí  amor  era  feryoroso  secuaz. 
LX:  aquí  broiAn  siis  abierto»  y  extravíos;  pues  si  en  el 
corle  de  la-i  obliíradas  ocmvas  reales  hay  algo  que  elo- 
ÍTÍar,  en  cuanto  a)  fomlo  no  pasa  de  ser  el  poema  un  re- 
lato (le  humildes  vuelos  y  escasa  inventiva. 

Mayor  nombre  que  los  I  lerreru  aUanzaron  los  espo- 
sos I^marque,  autores  de  varios  libros  en  verso,  dife- 
rentemente apreciados. 

El  Sr.  D.  José  Lamurque  de  iSovoa  '  ha  cultivado 
con  prcfcrenciu  la  oda  majestuosa,  imitando  á  QuintJi- 
na  quííiri  más  que  A  ningún  otro  poeta;  y.  aplaúdase  6 
no  el  (jc^ncro.  fuerza  es  lonvenir  en  que  tiene  para  ¿1 
alientos  nada  comunes.  El  vuelo  lírico,  la  riqueza  de 
contrastes  y  harmonía,  la  tersura  y  facilidad  del  verso 
amenguan  los  lunares  de  sus  ctimpcisitione»;  líricas, 
entre  las  que  mereLc-n  pariicuUir  mención  las  intitula- 
das .4/  Mar  y  Ala  SaNt/stma  Virgen  María  en  .ifoni- 
serrat  *.  La  misma  robustez  que  A.  la?  odas  patrióticas 
de  Quintana  caracteriza  rt  la  presente,  con  mástl  pralo 
perfume  de  lus  sentimiemos  relÍRÍosos.  Tambií-n  ha 
heehü  resonar  el  Sr,  Lamarque  en  su  lira  la  cuerda  - 
i>picü-Icírondaria,  asi  en  Iru;  imitaciones  de  Zorrilla  co* 
mo  en  las  baladas  (El  iniior  feíutal ,  Ei  hijo  espurio,  ci- 
cíceru),  que  inserta  el  aflo  lütfí  una  Rcvi«sta  literaria  de 
la  corte  *. 

No  soy  el  primero  en  seflalar  In  semejanza  qae  exis- 
te entre  las  aficiones  poéticas  de  dofla  Antonia  Diaz 
y  Lamarque  y  las  de  su  distín^ido  esposo  \  En  el 


■    Pmjíml  SpvUla.  l|ir>7. 

fm  pvMko  fmr  pilmrra  vr(  ce  el  l^'foncn  jrvtíiio  ccfcttwM  pwr  lo  utrttwltt 
itead<nla  pira  «itnaalKtr  ti  MpsiMlg  awlctriarla  fU  «u  itutatacUm^  irte.  T^ 
rfaU.  IHU.  pAffH.  lili  J-  McDlFMtrft. 

•  i>M#kH.  ScvllLb  IfloT.  Har  olni  *t>U-i:i:loo  mXt  nvitütc  vinil  Utolr.di- 
ntff  narr AltM.  Kn  In-^  ilivtrriot  prúhiK'i^  >;"^  irte  van  iiiniticaitdat  U«  Ponía» 
4e  !■  írAnta  1.4m«r^iH  U  Jaii^n,  aanqo-  i-o*  .lUtloio*  crtitTki^  VI  ya  diado 
Frr«ilniJ(i.BiI.'rK>.  l,nU  VUutt  j  Fi:rr>-"niltí  Jt  '•j^'tIiíL 


KS  BL  SIGLO  XtX  '£> 

menclonatto  rcrtamcn  de  Lérida,  j  en  el  mismu  año  de 
iHfC,  fue  premiada  la  sefloTa  l^marqne  por  su  rasgo 
poético  María  en  AfoNscrraí ,  escrito  en  sonoras  octa- 
vos reales,  aunque  con  la  falta  de  inventiva  que  antes 
censuré  en  otro  poema  religioso.  Bien  es  verdad  que 
lo  angmtodel  espacio  no  permitía  A  la  autora  explüjTir 
so  ingenio;  pero  entonces  hemos  de  rcKijar  un  poco  la 
cntefrorfa  de  la  obra,  reduciéndola  A  las  condiciones  de 
narrariiün  lírica.  Este  mismo  juicio  es  aplicable  ;il  OiH' 
to  d  Potottia.  A  Lu  ítcstrufctótt  de  Nitmauda  y  /ti 
IriuMfo  rfí"  ín  sania  Cru3  en  ia<i  JVavas  de  Totos-o,  que 
rn  su  raleniía  emulan  ¡ilgunn  vez  los  alientos  déla  epo- 
pc)-»,  pero  no  en  su  disposición  y  conjumo. 

Los  afectos  religiosos  y  morales  han  ^liado  consuin- 
lemenie  la  musa  de  la  respetable  dama,  dando  oc:isión 
para  que  alguien  le  aconsejase  descender  ¡i  la  ardien- 
te arena  de  la  poesía  filosófica;  pero  la  seflora  I^i- 
marquc  ha  preferido  con  mucho  acierto  se^ir  e!  im- 
pulso Je  s«  voeuciún  propia,  y  el  ejemplo  de  Avella- 
ncUa  y  de  Cei  ilia  íírrhl,  antes  que  el  de  madama  Ac- 
fcerman  y  la  autora  de  Lelia,  de  las  que  en  todo  caso 
lA  MiHiraria  el  abismo  que  media  entre  ta  negaciún  y 
laíc. 

Varia,  elegrante  y  espll^ndida  es  la  ínspinutón  de  don 
NaTi-iso  Campillo,  que  como  ningún  otro  represento  en 
ta  c«.-Ufla  Sevillana  el  i-spírítu  eclíK'tico  y  tolerante, 
f.m  argistonado  de  la  pocsia  mtidemn  como  de  la  tradi- 
il.  ei:in  sus  respectivos  canieteres  '.  Su  afición  ¡I 
Hcrreni  no  es  mayor  que  la  que  profesa  A  Fr.  Luis  de 
LeúQ  por  jun  lado,  y  por  otro  ¡1  Zorrilla.  EspronccUn  y 
el  P.  Arólas,  recorriendo  los  tramos  todos  de  una  es- 
cala que  comienza  en  el  sensualismo  erótico  y  concluya 
en  U  snenr¡i>sa  y  mística  c»mtempl ación.  Desde  las  le- 
yes impuotiis  por  l-I  clasícbuno  rÍKuru!A)  hasüi  los  aire- 
TimlcnioK  de  la  musa  romántica,  todo  anda  aqui  entre- 


r^wttm  >*inU,  t«^     JlWwatfqwi—  CMIl,  t«tiT. 


S6  LA  iJi-a«,\TU8A  espaSola 

mezclado,  hi^  que  l-I  gustú  del  poeta  imprime  cierto 
Hellu  lie  uniüiid  l*ii  eluneiiius  tan  vuriados  que  se  traD.v 
parenta  en  la  disiK>siciún  general,  en  la  nitidez  de  las 
fonnits  y  en  Ul  modelación  de  Iti  fni>c. 

No  me  rt-tiero  al  íwxiUí  de  estos  últimos  años,  a<,-cr- 
bamcnte  discuiido  en  Uvs  g'aceülljts  de  los  perii^ieos. 
sino  al  de  las  odas  A  Aiurülo,  A  los  empatióles  en  Í85  9 
y  A  Dios:  ul  cantor  modesto  de  la  tnrlatictilfa,  f-a  pla- 
ya de  Saiüikar,  Uis  mclüdí;is  A  liosa  y  IC¡  a$if;ct  caí- 
do: tú  inliSrprete  fiel  de  V-  Hugo  y  L:im:irtinc,  í  imita- 
dor de  Zorrilla  y  el  Duque  de  Rivi^s  en  los  romances 
Sevilla  por  Satt  PVrtiaiido.  1  'alor  y  lealtad  rf  un  tiem- 
po y  El  pesrador.  Reconozco  las  desigualdades  y  los 
amiií^us  de  prdsiiísmu  que  existen  en  estas  y  otras  poe- 
sías de  las  colecciomidas  por  Campillo  en  lf«>7;  pero 
pueden  entreí«carie  algunas,  que  no  me  delendrtf  á 
cUisifícar  en  determinado  género,  porque  no  necesitan 
de  formalidad  tan  pueril  para  figurar  dignamente  entre 
las  joyas  del  moderno  rlasicismo.  Aludo  A  las  dos  com- 
jiosiciones  Al  fitvifrno  y  Al  Eslió,  seflnli idamente  lu 
última,  que,  por  la  sobriedad  de  las  palabras  y  por  el 
naturalismo  sano  y  viril,  parece  una  esmerada  trnduc- 
citSn  de  l;is  Ceórií/cas,  y  en  la  que  se  leen  octavas  como 
^ta: 

Tiempo  es  ahora  que  el  vellón  de  nieve 
Rinda  al  pastor  la  eAndtda  cordera, 
<¿üe  el  perezoso  buey  mugiendo  lleve 
La  mies  nutriü.'i  A  la  redonda  era, 
De  donde  esparaa  murmunmdo  leve 
La  seca  paja  ct  aura  más  liíjera. 
Cuando  con  duro  y  resonante  callo 
Huella  la  espiga  el  volador  caballo '. 

Campillo  ha  incurrido  en  el  mal  gusto  de  renun- 
ciar A  sus  antiguos  laureles  desde  que  perdirt,  con  la 


*  DtAoftdvcrtlritn  honor  Je  In  verdad.  4iMla«  4m  t)lili*<»  *mii<i  m  |m- 
tvotin  dcnaaladi).  ác  filo  'In  pii'UrJrTln  «a  nuctr,  i  «tro*  ion  cor  ^w  flnaltsa 
MiM(K-uiTxdci.d*iiAt<uabO>rU<,[K^-in-t  dv  Morailit  vi  padre. 


E.V  EL  StCLO  XIX  Zu 

Tirífinltlnü  de  sus  rrxwnciiis  y  scnümicntos,  la  de  aque- 
lt:i  ing^cniía  inspiraiirtn.  luyos  vestigios  en  vano  se 
buscarán  tn  la  udu  .4/  siglo  AI/A',  ú  en  los  versos  siiel- 
ios  df  La  imfyrrsión  de  hk  libro,  que  indehidamencc 
pont  el  aucor  sobre  sus  yacidas  /kw.-í/íis. 

Con  la  inexperiencia  propia  de  los  años  juveniles 
tuvo  D.  Juan  Justiníano  y  Arribas  ct  arrojo  de  compo- 
ner un  poema  épico  sobre  üo^cr  de  Flor,  escofficndo 
por  auía  al  cantor  inmortal  de  ím  Jera^léti  ¡ibrriada  '. 
justlniano  abrevió  con  prudente  acuerdo  las  haznfla^ 
de  su  híroc,  haciéndolas  convcrgt-r  j'i  Ui  toma  y  de- 
fensa de  lu  p\azíi  de  Nii.-ca.  y  aun  asi  resulta  monótona 
y  csuisada  la  narración,  cuyo  m^to  se  reduce  al  de 
I  li'W.  I-"ormjm  uno  muy  interesante  las  avcntu- 

Ul  -^  ,.laría,  esposa  de  Roger,  en  busca  det  cual  $e 
«xpooe  il  los  pcliííios  de  un  viaje  marítimo,  siendo 
s:ilrada  de  ellos  por  milagrosa  intervención  de  Dios* 
y  i'ondurtJu  i\  una  cueva,  y  m-ls  Lirde  al  palztcío  donde 
csiíi  el  har¿n  de  /Vlmanzor.  para  encontmrse  al  tin 
incitUime  y  fdix  en  lus  brazos  de  su  amante,  com- 
partiendo con  él  los  triunfos  y  la  muerte.  íís  también 
muy  hermasji  la  fijíura  de  Zuyni,  hija  del  sarraceno 
Ormando,  y  que.  según  el  pronostico  de  una  maga, 
rinde  el  postrer  suspiro  sobre  la  tumba  de  su  amado 
Jamci  Las  invenciones  de  la  fantasía  que  embellecen 
ei  poema  son  A  menudo  contrarías  A  los  datos  histó- 
licof;;  y  asi,  por  ejemplo,  en  Iils  dos  primcnus  edicione'* 
«le  la  obra,  Roger  no  perece  ast-sinadí),  sinoarrojAndost; 
volunciriumente  á  las  Uaniiis  '.  Incurre  además  el  autor 
«n  oíros  innumerables  defectos  de  fondo  y  forma,  como 
son  el  parecido  mutuo  de  varios  personajes,  la  ahun- 


Ak^fF  ik  n>t.  J'^tma  ilnUt<iia  ú  X  H   tit  Juina  ík>m  (mVI  II  per  D.  Jmb 

téintíaiUrUt.tít...  Srrffla.MA  Hay  «na  odlCtM  luitrrtM  rZa- 
»■*».  mu  1  «tnt  iMftlvrfnr  tM*driil.  !«&. 


S»  UA   MTUIATVRA  E&PASOIj^ 

itíinci»  üc  arengas  inútík-s,  la  abusiva  intcrvcnciúo  de 
las  iilejíorias.  cl  c-mpU'o  ctinstiintf  Je  la  wtava  reíd,  la 
prosaica  factura  de  muchos  versos,  y,  por  contrxsic,  la 
ampulosidad,  el  lirismo  y  la  hipérbole,  llevados  hasta  los 
últimos  limites. 

Siguiendo  los  principios  que  en  su  Rogcr  de  Flor, 
ha  compuesto  Justiniano  im  poemji  sobre  Hcrtitin'Cor- 
ti^s,  del  que  leyó,  aflosha.  un  fragmento  en  el  Ateneo  de 
Madrid. 

En  sus  composiciones  sueltas  '  distingüese  Jiisti- 
niano  por  el  harmonioso  corte  del  período  poético,  y 
por  lo  varonil  y  levantado  de  la  infipiracirtn,  cualidades 
que  en  Oí  denuncian  cl  estudio  constante  de  los  autores 
modernos,  tirntoacnso  como  de  los  antiguos. 

El  difunto  presidente  de  ta  Academia  de  Huen:is 
I-etras  de  Sevilla,  Ferniíndo  de  Gabriel,  publicó  un  vo- 
lumen de  poesías  '  muy  medianas,  raiís  de  una  vez  im- 
presas. La  elogia  al  modo  del  c]asicisfflt> antiguo,  la  oda 
religiosa  y  los  versos  de  circunstancias,  son  los  princi- 
pales componentes  de  la  mencionada  colección,  afeadíi 
por  viciosos  prosjiísmos  siempre  censurables.  í-  inespe- 
rados en  un  discípulo  de  Herrera.  Figurando,  como  figu- 
ran, en  primer  término,  no  andan  libres  de  c*  achaque 
Im  espada  y  la  líra,  A  la  Íuat*^itra<Í<iit  de  ¡a  rslat  un  de 
Aftirt'lh,  A  Ctmviníes  rn  lu-pattt^  y  .-I  la  f'urfstttta 
CoHCffKt'ÓH.  Ideas  y  arles  pertenecían  en  Fernando  de 
Gabriel  Aoiros  tiempos  muy  apartados  de  los  que  corren; 
por  lo  cual,  sin  enumerar  otras  causas,  no  encontraron 
eco  en  hi  bulliciosa  multitud  esas  notas  íntimas  y  sose- 
giidus.  Manejó  mris  diestramente  la  epístola  que  la  oda, 
la  dc^cima  que  el  soneto,  alcan/^tndo  muy  rara  vez  la 


>     fVJifd*.  .Sivftia.  lUfe. 

ntira  Stf9Sif~  TVDitttlaM.  nnm  rl  lilKr«ti(n<,  j  con  aiá^  pniM)ld«d  i|«e  itn\  IMK 
va  on  ailuala  Tccicnu  de  U  Xnítta  OmtmtMMtn. 


E»  EL  acto  XtX  J9 

cfusii^n  arüuro!ia  de  los  grandes  líricos,  reftida  coa  su 
habitual  temperamento  literario. 

El  prcsbiicro  Kcrrerii  y  Robles  es  uno  de  loemos 
conirtcrintilos  representantes  <Je  la  direceión  rcli^iosii. 
en  la  CicucUi  poétira  de  StvÜlu  ',  é  iírualmente  sigue 
aX  *-anr<»r  de  Heliodora  que  al  de  La  Profecía  dt¡  Tajo. 
Ko  se  busque  en  ^\  I»  errática  orÍKÍnalidud  de  los  infire- 
nios  indepi-ndicntcc,  hijos  de  si  propios  y  de  sus  obnis. 
porque  huye  tomo  por  instinto  de  eí«is  rejíiones  inex- 
plonid;is,  donde  son  tan  (áeiles  loscxinivios  y  tan  á  po- 
Ft».  reservado  el  11016710.  Muévese,  en  cambio,  con  hol- 
gura en  el  círculo  m.-ts  estrecho  de  la  imitación,  con- 
tentándose mt»destamcnte  con  revestir  de  nuevusformas 
Xas  ideas  que  poüí:unus  llamar  de  dominio  común.  Ese 
meticuloso  borrur  A  las  novedades,  que  de  suyo  obede- 
ce A  un  buen  instinto,  ha  engendrado  A  la  larea  entre 
alsunos  ingenios  sevillanos  un  uspiritu  de  sbitemíi  rrt;il 
avenido  con  In  lihcnnd  del  arte,  y  del  que,  si  hay  hon- 
rusas  cx*epi'iune'í  enumeradas  y  enaliecidjis  anterior- 
mente, no  laltan  tampoco  ejemplos  tan  conspicuos 
cirtDo  el  que  ahon)  se  ofrece  it  nuestra  consideración. 
V  cit  mis  deplorable  por  las  mismas  condiciones  de 
Pía  que  reúne  el  autor,  y  de  que  son  prueba  ostcn- 
(c  sus;  oUa.s  .-I  Xu4Slra  ¡Señora  de  la  AnííRua  y  .1  la 
4tcu¡ttda  CemepdÓM,  aimquc  no  siempre  la  frost- 
"la  ba^ta  ú  encubrir  en  ellas  la  inanidad  oculta 

Cttsi  no  debiera  incluir  en  este  «rupü  A  uno  poeiisii 
en  quien  puede  mas  la  fuerza  del  ineenio  propio  que  la 
inailJuiAn;  pt-ro  sí  es  verdad  que  en  Mercedes  de  Veli- 
Ita  rebotín  la  temurn  y  v\  apiLsionamiento  femenil, 
mfrecuenics  en  la  escuela  sevillana,  y  que  no  busca 


•    fl— I M  t<*>  I>.  ¿uU  Utrrtra  y  KuMm.  PrtwMtn.  S«vllU.  IK?J. 
'  ::  dr  Vlrxnii^,  rnNUniw»il«  la^nr  nmilelil  ütt  pti- 


40  LA  LITERA  rUSA  ESPAi^OLA 

con  tanlo  ahínco  U\  KcnndWoc-ucnc'm  como  la  intiiniüitit 
de!  aiccio,  no  es  í-Ma  suficiente  causa  para  nue  se  haya 
de  desconocer  su  filiación. 

Lo  que  deducimos  de  nqui  es  la  mayor  lilxrrtad  do- 
minnntc  entre  los  modernos  adalides  de  esta  c»-uela, 
sobre  iodo  si  se  parangiínan  con  los  que  la  formaban 
en  el  primer  tercio  de  este  slg:lo.  Las  preocupaciones 
sistemriiicas  subsisten  adn,  pero  no  con  el  predominio 
y  lit  univcriüdidud  de  otros  tiempi>s,  y  de  ciidn  día  mds 
van  bomindiíse  con  la  in-^ensible  rapidez  detfjdas  las 
•i'Oiuis  caducan.  Para  que  la  i-omunidad  de  principíat  y 
tradiciones  deje  de  ser  viciosa  (  infecunda,  no  ha  de 
consistir  sólo  en  la  oljstinadii  defensa  de  lo  antifjuo  con 
exclusión  de  ttKio  elemento  que  lo  m(»difique  y  perfec- 
•clone.  Desde  este  punto  de  vista,  así  como  dc1>e  elo- 
giarse el  movimiento  de  aproximación  A  que  he  aludi- 
do, asf  no  es  difícil  prever  que,  aumentándose  ptiula- 
timimeme,  conclnirú  con  1o  odioso  y  exclusivista  de  las 
literaturas  regionales  en  bencficin  de  la  (frande  y  glo- 
riosísima común  a  todos  los  espaflolcs. 

Lo  que  de  propio  debe  conservar  cada  reglón  y  aun 
«ida  poeta,  puede  deducirse  de  lo  que  son  en  la  misma 
Andalucía  algunos  ingenios  imiepniííieMiefí,  relacio- 
nados, no  obsiiinte,  merced  á  un  vínculo  secreto  que 
!%  ve  aunque  no  ?e  dcl^na,  y  de  que  forman  parte  esen- 
cial el  amor  de  la  pompa  y  el  colorido,  innato  en  Ins 
naiuralezas  meridioniües,  y  la  exaffcración  en  los  con- 
■cepcos.  «n  que  nunca  les  han  faltado  sucesores  A  Luca- 
flo  y  A  Góngora  dentro  de  su  patria. 

Sin  Animo  de  incluir  aquí  á  todos  ni  á  la  mayoría  de 
los  poetas  andaluces,  ¡k  unos  por  su  insignificancia,  y  á 
otros  por  reservarles  puesto  mñs  adecuado,  comenza- 
ré en  el  autor  de  las  décimas  Al  Dos  de  Mayó,  Ber- 
nardo López  García  '.  Joven  ago.stado  en  lo  mejor  de 
su  edad,  cuando  quizd  iban  A  toírrarsc  las  legitimas  es- 


<    fatMlV-  Jiifl.  ltlD.-S«r«>lavdl<:'.  Ja«n.  tMO 


En  EL  SIGLO   XIX  6f 

peranzH^  qut  hicieron  concebir  sus  pritncrtis  y  dcfec- 
inuMs  cnHiyus  no  h.i  de  juzf;ár^>le  ni  con  censoriníi 
mltistcz.  ni  tnmpoio  con  el  entusiiismo  de  sus  admim- 
(Jorcsi,  sinu  hiicicndo  conM:er  lu  que  hubieiu  sñJo  por  lo- 
{{He  fue  en  rcalidaii. 

Su  fuíEoíio  car;Uner  le  iirrastraha  insensiblemente 
mera  de  si,  impiditjmlule  la  Rrílexii''n  trannuiUi  y  psicu- 
Irtjriea,  de  donde  proceden  su  ineptitud  píira  Iti  poesía 
*abjcnva  y  su  propensión  al  ditirambo.  Los  triunfos 
de  la  guerra  y  de  la  fe  cristiuníi  hiülaron  co  hópex. 
García  un  tni«írprete  digrno,  pero  que  lo  nmoldahit  todo 
A  su  genialidad  ju^íscíea.  I-a  exuberancia  de  la  funta- 
^n,  el  lono  de  vidrtüf  arrebatado  y  la  vegetat-ión  pa- 
msicirLi  de  tropo»  y  frases,  en  que  la  grandiosidad  irae 
de  la  mano  la  hinchazón  y  el  gon^orlsmo,  despuntan  yu 
m  la  <Hlít  At  Af^ia.  inserta  en  el  periódico  La  Discnsiiíii 
ti  nflo  IiiW,  y  iampean  libremente  en  las  décimas  de 
Arfr.,  y  en  los  eancos  Poiotu'u,  £/  Mediterttíueo.  Ei  hf- 
roiy'tm  pníncn  y  /-«  fffljgtórt.  Y  para  que  resultara 
iplctamente  andaluz  el  tempenunenio  literario  de 

kpcz  Garcia,  iillern;in  cun  las  caldeadas  estrofas  de 
tía!,  himnos  las  humorísticas  notas  de  tos  sonetos  A  un 
f>:  y  A  Hit  mal  por/o  ronr^nlfro.  y  dt  lii  extra- 

0^1  ; .,  lición  qut  se  inüiula  ¿>f  cótuo  se  ptrnU-  atit- 
Mmr  geografía  itisf^rica  por  el  piso  y  ofi-os  acfiti^ti- 
/rs  lie  Jaétt. 

LugJir  y  ponderarión  cspc<"ialcs  corresponden  á  las 
dñimas  Al  ¡Jos  di-  .l/rtw.  que  t<ín  su  popularidiid  iisom- 
hruMi  han  invadido  &  toda  EspitAa  y  hasta  eiltpaudo  en 
r.  *  '  ' '  ■'■'  de  Nicasio  GalUtro.  aunque  no  han  fal- 
i.ii  '-y  C':intnidiitiiini.-s  miis  ú  men-'S  fundii- 

«Ib*.  Scuar  a  la  composición  el  poder -del  entustismo 
■ '  lívo.  por  ni»  decir  Címütíri^so;  algo  del  timbre 

dv c  cuando  estalla;  algo  de  toque  ü  somatén  y 

de  UtiSriirii3t  solemnidad;  algo  que  embriaga  cuino  el 
humo  de  la  pólvora  y  de  !a  sangre,  y  -que  hace  vibrar 
en  amplias  ondus  sunonis  lu  cuerda  Sensible  del  amor 


(Í2 


LA  UTEKATUKA  KSPAS0L.\ 


paitriu,  sería  evidente  sinraxón,  fuura  de  que  do  puedt- 
cxpUcitrse  por  esc  camino  un  renombre  tíin  universal, 
tiuc  en  tal  ai.so  dcbicnt  llamarse  preocupación  ridicula, 
Pero  tiin  grandes  rumo  el  mtírito  son  las  imperfeccio- 
nes en  el  fondo,  en  la  forma  y  hasta  en  la  gramAticu, 
C|uc  de  iodo  eneontraremos  algo  sin  salir  de  la  primera 
dCcima: 

Oigo,  patria,  tu  añicciún, 

Y  escucho  el  irisie  concierio 
Que  forman  tocando  A  miicrio 
I.a  campana  y  el  cnnón. 
Sobre  tu  invicto  pendan 
Miro  notantes  crespones, 

Y  elevarse  A  otras  ret^ione» 
Kn  estrofas  funerarias 

De  la  Iglesia  las  plegarlas 

Y  del  arte  las  canciones. 

Aun  no  haciendo  alto  en  otros  defectos,  difícilmen- 
te se  puede  transiijir  con  el  otr  aftÍccione.<,  ni  tíim]>u- 
vo  con  el  ^rniñ  de  amlm^iiin.  (untando  guerra,  y  dc- 
míts  frases  de  equivoco  ó  nulo  signilioando  que  abun- 
dan en  casi  todas  laü  estrofas.  \j\  misma  robustez  de  la 
insplnieirtn  se  confunde  A  las  vet'cs  con  el  clamoreo  de 
una  perorata  tribunicia,  A  lo  que  se  afladc  la  reix?t¡ci(>n 
molesta  de  ciertas  consonancias,  muy  afine  al  efectismo. 

Aunque  no  haya  conseguido  uintos  triunfos  en  la  1(' 
rica  como  en  la  novela,  sabe  D.  P.  A.  de  Alarcón  her- 
manar como  pocos  la  espontaneidad  con  el  aliflo,  y  la 
elevación  cun  el  sentimtenlo  *.  La  brillante/  de  ttwios 
que  cubre  con  lujoso  mamo  de  púpura  las  poesías  se- 
ria*; de  AlarotSn,  redime  y  ennoblece  los  asuntos  mAs 
pobres  y  iIcs;iirados,  y  arrebatando  Lt  fantasía  en  pos 
de  si,  la  llena  de  luminosas  y  placenteras  imágenes.  Ra- 
ra VQ7.  se  tropieza  en  este  <'aminocon  una  expresión  :*is- 
pent  ó  inculta,  pero  no  es  infrecuente  la  falta  de  cohe- 
rencia y  naturalidad. 


*    PMÉamm1a»9h»3»»fiMta»  MkdrlJ,  tSTu.-TwMimedieiMi  MadrM.  itCA. 


SICLO  XIX  fi3 

Xjsavótth»  c^ntudú  U  deslumhradur»  pumpa  de  1a 
lUiiumleTii,  apurando  para  «lio  los  vivido  colores  de  su 
palfU,  _v  respondiendo  ü  I:is  sol iiriuu' iones  del  mun- 
do exturlor  ames  que  A  la  conciencia  propia.  Si  al  paso 
se  ofrece  fn  dilicuUad  de*  una  pintura  exagerada,  le  s:i- 
cTiftca  fjtcilmenie  las  iaspi  rae  iones  del  buen  sentido. 
<ofno  se  ve,  por  ejemplo,  eri  las  odas  At  Oafatto  attdn- 
tüa  y  al  Mont-BInnc,  De  esta  úUi  niH  son  los  versos  ijuc 

Aquí  enmudece  hasta  la  voz  del  viento... 
Inmenso  mor  parece  el  horizonte... 
Única  playa  el  alto  firmamento... 
Anclada  nave  el  solitario  monte... 

Kt  Shs^t0  dfl  Moro,  cinto  laureado  en  |5úblicoccr- 
Lunen,  parece  un  trozo  escogido  entre  los  mejores  del 
pocmn  f^ranada.  La  súbita  evocación  de  aquel  perÍ<HÍ<> 
en  que  terminó  la  guerra  de  la  Reconquista  espiífio- 
ta  levnnti  at  poeta  sobre  si  mismo,  y  pone  en  su  boca 
■ü  que  transportan  el  ánimo  A  lus  cármenes  del 

.,  y  h;ilaganel  oido  con  una  música  toda  fugi»sidjid 

y  CLiUencia. 

Liis  poesías  humorísticas  de  Alarcón  constituyen  un 
medio  entre  la  jovialidad  de  todas  las  épotu4s  y  el  Au- 
fmmr  propio  de  la  presente.  Tiene  de  aqut^tla  el  chiste 
y  la  Irescura,  y  de  éste  la  movilidad  caprichosa  de  to 
Oiít  y  el  cnricter  persona!  ísimo.  Por  u>dos  ctmreptos 
residt:!  en  el  poeta.,  lu  mLsmu  que  «n  el  novelista,  la  fn- 
dtienetn  de  la  singre  andaluza,  germen  desushumora- 
<|tis  y  VUK  arroKilüs  líricos. 

n.H  nomhrede  Alarcón  es  inseparable  el  de  Grilo, 
VI  cordobés  en  toda  la  extensión  de  la  íiuse.  pue- 
1(1  p'»r  ti-mperamí-nio,  por  cduc.icitVn.  pof  hilbíto  ó  se- 
gunda n:tEuraleza,  que  remonta  el  vuelo  de  >iu  numen 
A  olturi'i  iniícoesibles,  y  se  í-omele  con  docilidad  d  to- 
dos stts  capriclios.  Es  Grilo  de  esos  hombres  en  quie- 
p  '  ii.ilidadc^  del  sexo  fuerte  estún  contrastiidiis 
|-  .  i  lemcnino,  y  la  imagimición  supera,  si  va  del 


64  LA  LITBR  ATURA  ESfAÍtOUl 

lodü  no  eclipsa,  Ins  dcm^  faculmdes  del  nlma.  Sus 
versos  deslumhran  como  un  sueflo  de  color  de  ro«ji¡ 
pero  se  desvanecen  con  el  más  ligero  contJicto  del 
iinálms. 

Cierto  escritor,  mmbiín  pocti,  ha  trazado  nccrca 
del  nuestro  (con  esa  almibarada  prosa  que  bu-sca  lo  ex- 
traordinario y  suele  parar  en  lo  ridUruIo)  una  semblan- 
za ó  cosa  í\sf,  de  que  transcribo  muestra:  "Otros  poe- 
tas hiillartfis  mis  enír^icos  y  viriles,  m.'is  audaces,  más 
profetas,  míis  correctos;  ninguno  Ic  supera  en  la  es- 
pontaneidad y  frescura,  en  d  color  brillante,  y  sobre 
todo  en  la  incomparable  sonoridad  harmoniosa  de  su 
rinuida  músiai.  Cumn  pompas  de  jabón,  de  un  soplo 
construye  la  redonda  y  cristalina  arquitectura  de  sus 
estrofas,  en  las  que  se  complace  en  juntar  todos  los 
iris  y  esplendores  de  la  \ida.  la  esperanza,  la  juventud. 
las  ilusiones,  los  perfumes  3'  todiLs  las  hermosas  objeti- 
vidades del  mundo  sensible...  Nfariposa  de  colores,  sus- 
pira y  vive  en  la  luz,  y  la  sombra  y  la  soledad  le  asus- 
tan... Ubre  de  todo  precepto  y  género,  su  inspiración 
amplia  y  elitstica  no  cabe  en  molde  alguno;  su  musii 
necesita  libertad;  no  admite  figurines,  ni  soporta,  corsíí 
ú  zapatos  apretados  '.'* 

I^'i  brilljmiez  de  la  imagen  y  el  rurooroso  halago  de 
la  rima  son  como  un  imán  para  Grilo,  &  quieií  pii«!c 
llamar*ie,  para  definirle  r.;>n  una  expresión  grAfica,  el 
Castelar  de  !a  poesía,  tan  esclavo  como  ti  Ucl  ritmo, 
tan  espléndido  y  monótono. 

Míis  vario  es  el  objeto  de  sus  poesías  en  que,  sin 
embargo,  predomina  el  elemento  descriptivo  sobre  el 
apasionado  y  de  afecto.  Lo  mi.smo  le  inspiran  los  ojos 
de  una  mujer  que  los  bramidos  del  Ocíano;  lo  mismo 
el  esplendor  de  la  natoinilcza  que  el  de  lii  Religión;  ya 
recuerda  La  mtu-rtf  <ic  Jfsih  y  ei  cnicitijo  de  su  ma- 


<    La  llMtrac(i>n  ISiyaMa  v  AwttneoMa,  «il»  1871,  mmn  [],  nOnt  SLVlt.pA- 


EJt  EU  SIÜLO  XW  (6 

drc;  ya  celebra  emu»;Ía-sniido  las  gloriaMle  la  industrii* 
en  la  perforación  del  Moui-Ceuis. 

El  KC  h»  retnicado  á  si  mismo  en  esta  décínm,  si  kc  la 
cnttcmle  n)  revés: 

No  soy  el  aura  sonora 
Que  en  inútil  embeleso 
Busca  ei  perfumado  beso 
De  la  flor  que  la  enamora; 
Ko  soy  la  bruma  incolor-a 
De  la  yerta  tradirión, 
KilJi  c&ndid.t  ilu^iiin, 
K¡  los  sueños  de  la  cuna. 
Ni  el  tibio  rayo  de  Luna 
Que  duerme  en  el  torreón. 

r 

CrOo  es  iodo  eso  que  i\  no  quiere  ser:  el  poeta  de  tas 
.  Huraii  y  ^liá  flores,  de  la  tradíctón  y  los  recuerdos  en 
lo  que  tienen  de  mi\.s  íntimo  é  impalpable;  ranbi  con  1.1 
dulzura,  pt-ro  tmnbii^n  con  la  ineunsclencia  de  un  nit- 
scfior.  La  p<)tentc  llni  de  NiJilc-2  de  Arce  ú  de  Espron- 
cctla  se  le  cae  muy  pronto  de  lus  nmnos,  porque  el  co- 
ni7A>n  y  la  fantasía  han  decidido  de  é\  para  siempre,  y 
co  vitno  Se  esforzaril  por  ir  un  contni  de  su  cstrcllii; 
pero  esta  especie  de  exclusivismo  espontaneo  no  se  le 
ha  de  Imputiir  d  defecto,  yn  que  tampoco  lo  tomemos 
por  pcrfi-ri  ii'm. 

PoLHiíjcik  emlx-lcsodores,  lindísimos  miniatnras.  tejí- 
dtVkde  rica  lilignma,  vistosos  juceos  de  luz  ó  inii^ot:i- 
H.-  --.  '■■--l-in  de  harmoníiis:  lodu  eso  abunda  en  las 
pi  íics  de  Orilo;  pero  en  cada  estrofa,  en  c;ul¡: 

Unen  acaw»,  se  encuentran  fnises  incorrectas  y  de  mal 
CT  ■  '  '  "Ta  de  -lu  luííar.  afcccaciún  y  monotonía, 
V  -----í  la  cUiridad  y  la  sinuixis.   Tiene  con 

'Hi  tontn  atinidad  por  sus  condiciones  poética'^ 
(.odio  por  haber  nacido  Kijo  el  mismo  cielo;  como  .1 
toni.  le  viihra  talonto  y  le  falti  rorrcccit^n;  como 

va  formando  una  c<;cuela  de  discipultis  v  admlradti. 

que  son  ti  un  tiempo  su  gloria  y  su  despret^ilgio. 

tnuo  n  5 


€6  L-A.  UTKRATCRA  BSPAROLA 

iOjalil  no  vendamos  por  aquí  &  parar  donde  paró 
vi  auior  del  PoUfema,  y  con  61  la  literatura  del  si- 
glo XVII! 

Achaques  son  cstus  comunes  tam^ién  A  las  obras 
poéticas  de  D.  Antonio  Alcalde  y  VaMad¡»rcs,  que  aún 
vive  y  cania,  sin  prometer  más  [Jara  lo  por  venir  de  lo 
que  hasm  ahora  va  ofreciendo  Á  la  censura  pública 
A  sus  Flores  dri  Guadutipavir  \  primicias  de  un  estro 
virgen  é  infarigíiblc,  se  sucedieron  un  sinnúmero  de 
cumpoític-iünes  sueltas  para  certámenes,  en  lus  que  ha 
lo(crado  una  serie  de  triunfos  no  interrumpida  '  n¡  en- 
vidiable. 

Rl  amor,  ti  guerra,  la  religión,  todo  le  inspira  igunl- 
monce,  y  á  todo  Ke  extienden  sus  facultades  uriísticas, 
aunque,  por  otra  parte,  no  se  sustraigan  siempre  :i  U 
vulgaridad  y  el  servilismo.  En  lupar  de  explayarse  por 
nuevos  horizontes,  se  pierde  en  variaciones  sobre  un 
toma  )"■•  agoüiJo,  desliendo  las  más  comunes  ideas  en 
un  mar  Ue  palabras  sonoras.  PruObanlo  suporabundan- 
lemcnte  sus  odas  6  cantos  A  Colón,  A  la  batalla  de  ¿c- 
paMo,  A  la  Concepción  tic  Nucsíra  Saifora,  y  otros  pa- 
recidos. Maneja  el  romiince  con  soltura;  pero  el  objeto 
de  sus  predilecciones  es  la  tentad  jra  décima,  si  bien 
domina  en  las  suyas  un  tono  cnf&tico  y  magistral  que 
se  aproxima  tanto  mis  i\  la  afectación  cuanto  que  no 
infrecuentemente  cede  el  lugar  al  ripio  y  ¡i  la  prosaica 
languidez.  Entre  las  obras  del  autor  sobresalen  dos  <> 
tres  pocraiías,  de  los  que  La /vente  del  olvido  es  acaso 
el  de  mayor  inventiva  y  originalidad. 

El  £faditano  Ginard  de  la  Rasa  muestra,  en  \aíi  Me- 
lodías de  otros  dimas  y  otras  composiciones  no  eolec- 
cionadris,  invencible  i>ropcnsifin  al  tono  lúgubre  ó  hin- 
chadij  que  rcnsunm  i-n  el  críticos  nada  sospechosos  y  , 


*    UtJiU  lU  tamní.  FvetlúM  jirnttaitai  en  uót  de  ntar<ata  MrtrtncM*,  Nsdrk). 
imc  TIcBC  oir«i  irarlos  l«Brt^*ila>  lutirrli^rmrnic. 


B.l  BL  SIGUO  XUC  67 

que  afen  constnntcmenie  sus  dotes  nrtfsitcas.  Así,  por 
ejemplo,  y»  llama  íí  la  \una 

Ln  ccjn  de  alg^n  ojo  místeríoso; 

jra  noe>  hublu  dc 

CQiindo  In  mar  se  alza  ronca, 
y  escupe  su  ira  A  la  tierra 
en  In  espuma  de  sus  ola&; 

jTH,  en  !in,  retrocede  en  sus  cantigiis  orientales  al  perío- 
do ikl^ido  del  ronuinü cismo. 

Mucha  mAs  transparencia  y  mis  inspiración  se  ve 
en  los  Cantón  y  Cui-utos  (1877)  de  D.  J.  Sánchez  Arjo- 
na,  imÍt;idor  de  Zurríl  la  así  en  los  arrebatos  líricos  como 
«n  la  nanacit^n  legendaria. 

Del  malí^rado  García  Caballero  (D.  Federico)  no 
fOL*  cumple  repetir  ciertos  encomios  exagerados,  cuan- 
do «m  tan  relativos  los  que  merecen  £/  ifrdugodr  Ta- 
ttlm/a  y  las  odas  M  Mémies  A'ihles,  A  la  Utertad,  ct- 
'."i.  Ln  dirigida  .■(  ¡a  Patria  obeilecc  más  iil  mcio- 
.  ihm-  que  A  la  pcisiOn,  descontando  y  todo  la  impenetra- 
blL'  nebulosidad  de  alg:uno!>  pensamientos. 

Pocofi  son  los  caracteres  de  La  poesía  andaluT»  que 
-.'/  ■  1  en  las  de  la  también  malograda  Concepción 
L  lui  '.deeu,v.i  liru  sólo  brotabim  ícmcnilcs  y  de- 

licados acentos  envueltos  en  aéreas  y  sencillas  forimus. 
.*>  rmcntada  por  uno  de  esos  dolores  que  se  con- 

í-,,..  ,.  -  /a  la  misma  vida,  sOlo  tuvo  tiempo  pam  pen- 
sar en  él.  revistiéndolo  sucesivamenie  con  Iíis  aparien- 
dc  rtvucrdo  desgurrador.  de  realidad  triste  y  de 
?Jt'  nosuilifia.  Las  ii{lhtta¿i  flores  ostentan  no  s-6 
ivc  mari  iiiiez,  l>itn  díscinuí  de  l;vs  rosadas  ilusi»>- 
n»  de  la  juventud,  y  no  exhalan  otro  aroma  sino  el  de 
!;■       '  nil  y  prematura  que  acarreó  por  fin  la 

v..  ^it  hada  piK-ti<i. 


•    ijm^mfbn»,  pofsUL  SfVllU.  un. 


66  LA    LJTERATCRA  ESI'aRoLA 

No  por  defecto,  como  la  Esle^Tirena,  sino  por  exce- 
so, se  apartii  <lc  los  enumerüdos  otro  íiifi^enio  andaluz 
idcntificnilo  con  el  tatito  Uc  Quintana  hastii  en  los  mAs 
imperceptibles  matices.  Desde  que  comenzó  &  diirse 
Á  conocer,  nada  hu  variado  el  uniforme  tono  de  Cario» 
Peflaranda  ';  hoy,  como  entonces,  adora  en  la  libertad 
y  en  el  progreso  con  un  fervor  que  parece  de  neófito, 
convirtiendo  sus  odas  en  Hreng:!is,  conforme  en  su  tiem- 
po lo  hi/o  el  cantor  de  Iii  Constitución  gadiuinii  y  de  la 
independencia  espaflola.  Su  lonu  inspirado  y  agrada- 
Ne  unas  veces,  otras  gárrulo  y  declamatorio,  se  estrella 
con  más  frecuencia  contra  el  ScHIa  de  la  hinchazón 
que  contra  el  Carybdís  de  la  vulgaridad.  En  su  tira  hay 
sólo  una  cuerda,  en  que  se  repiten  más  de  lo  debido  las 
mismas  vibraciones. 

De  D.  José  Velarde,  uno  de  los  mAs  discutidos  ix»e- 
ms  procedentes  de  la  ciudad  del  Betis,  he  de  hablar  con 
algtma  detención  para  no  confundirle  con  la  lurfja  tnifl- 
ta  de  versilicadiires  sin  conciencia  que  íi  m;inera  de  to- 
rrente nos  inundan. 

Coinciden  kus  inclinaciones  con  las  de  casi  todos  lo$ 
poctxs  sevillanos,  pero  con  vistas  al  romanticismo  y 
al  arte  filosófico  y  trascendental.  IZn  sus  composicio- 
nes legítimamente  poéticas  (porque  las  tiene  flojísi- 
m;uí  y  execrables)  reinan  el  lujo  descriptivo  y  los  alar- 
des de  profundidad,  y  se  advierte  el  esfuerzo  por  co- 
municar al  ritmo  poético  timbre  y  cadencia  musica- 
les; restiltando  de  aquí  una  tirantez  amanentda  é  in- 
natural, una  sucesión  de  espasmos  y  contracciones 
violentas,  un  efecto,  en  fin,  contrario  ni  que  con  tanto 
ahinco  se  procura.  No  acierta  Velarde  á  cambiar  de 
moldes,  y  por  eso  es  reprensible  como  sistema  lo  que 
•seria  diicno  de  Ion  como  variación  oportuna.  Léanse  A 
este  propósito  sus  décimas  Ante  mt  tructji jo, cuyaacn- 


■   AtoAmns  lira-  SerlIU,  ttrfi.~0éu.potrla* nriM.  .Mndrlil,  tíff^.-SU*- 
«ntpanfn.  ModriJ.  iWTi. 


EX  EL  SIGLO  XtX  69 

cencíos»  ullívez  se  <iviene  mal  con  tí  humilde  acáta- 
lo y  la  serenidad  que  convienen  á  la  pocttfa  rcU- 

Admirador  ardiente  de  Zorrilla,  le  sígui<}  paso  &  poso 
«n  sus  primeros  ensayos;  mas  hoy,  sin  desmentir  estas 
«•ndenriii*,,  fiíjuní  en  el  prupo  acaudillado  porNúflczde 
Arce.  Quiere  que  la  l'oesía  sea  instnunento  de  la  vcr- 
dud  y  del  bien,  como  Cl  ha  dieho  recientemente  ha- 
blando 4  5«  mtiíta,  y  antes  en  tn  epístola  al  autor  del 
ffaiHtNHdo  Lutio: 

¡Poeía!  Combatimos  el  delito; 
V  semejante  nuestra  voz  al  truc-no, 
Retumbe  en  In  extensión  del  infínfto. 

Todo  vicio,  iiunque  llegue  al  descnl'rcnn, 
Tiene  algunit  virtud  que  lo  combata, 
Como  llene  su  antidoto  el  veneno. 


Preocupado  por  la  intencíún  docente,  la  hiicc  inter- 
venir, no  siempre  á  proprtsito,  en  los  asuntos  más  libros 
y  que  con  mayor  dificultad  la  comportan.  Prueba,  nu 
obstante,  üe  que  nu  se  abogaron  así  sus  alientos  de 
otros  df;is,  son.  aparte  de  otros,  los  cantos  A  Muríllo  y 
A  la  mtiir/f  rfc  D.  José  MorvHO  Xiclo.  inspínidos.  ar- 
dientes y  eadenciiisos,  aiini|Ut  nu  limpios  de  toda  afec- 
tací4>n  inoportuna. 

Tanto  y  miW  que  /-os  Gritos  le  seducen  los  poemas 
de  Múflez  de  Arce,  .-1  cu}*¡i  imitación  ha  ido  publicando 
La  velada.  Fray  Juan,  El  úlíitno  beso,  Lai  vtMgansa, 
E¡  capiláM  fiarcia,  Lm  Mita  de  fifimez  Arias,  A  orí- 
tti3*  dft  mar.  etc.  La  distinción  que  no  sin  cauwi  ha  es- 
table* idu  entre  laslrycmtasy  los  poemas,  nada  dice  en 
contni  de  lu  unidad  de  carácter  y  modelo  d  que  todos 
olicdceen  con  liberas  ^variaciones.  El  tin  moral  mrts  o 
menos  embo/nUo,  la  falta  de  inventiva  y  hasta  el  gene* 
ro  de  verftiAc:tción,  me  excusim  de  emplear  otros  razo- 
nes si  se  necesitasen  liara  cosa  tan  evidente  de  suyo. 
Las  Uívendas  de  Vclardeen  nada  se  parecen  ú  las  del 


70  M  UTERATintA  E&PA5tOLA 

romanticismo,  y  sí  al  Rirímitmio  í.ulio,  El  vértigo  y 
/Jirtifiíi  Lobo.  Pero  la  (¡eneralidail  de  ellas  y  de  sus  poc- 
míts  distan  mucho,  por  otro  lado,  de  los  do  Nüftcz  de 
Arte,  ya  por  sus  dimensiones  homeopáticas,  que  depri- 
men y  desvirtúan  el  pensamiento,  ya  por  la  estasa 
trascendencia  del  mismo,  ya,  en  tin.  por  otros  defec- 
tos que  dejan  soLi  y  sin  ayuda  la  fecunda  habilidad  de 
vcrsificaüor. 

En  cl  pOQmii  Alfgria ,  último  de  los  de  Vclardc,  y 
cuyus  frufímentos  van  publícílndi>se  con  larcas  inte- 
rrupciones, se  destaca  el  realismo  ensayado  por  Nüfiez 
üc  Arce  en  Lm  pcfca  y  Maruja,  pero  con  liga  de  adul- 
tiTíiciones  lastimosas  que  dcsfitiiran  hi  indttlc  sjina  y 
patiítica  del  argumento.  I.iis  desventuras  de  la  heroinii, 
cuyo  nombre  lo  es  también  de  la  narración;  el  idilio 
tríVfiico  de  sus  ¡imores  con  Perieo.  y  hasta  la  pírdida 
tli'l  honor,  redimida  con  el  llanto,  y  que  hi  impele  á  íu- 
irarsc  de  la  casa  del  srílií  Jcronw;  V\  fisonomía  de  este 
ultimo  y  la  del  bendito  sacerdote  que  strve  como  de 
la/o  de  unifVn  entre  tridos  lo<  actores  del  drama,  sacu- 
den las  fibras  del  corazón  y  hacen  asomar  las  lágrimas 
á  los  ojos  sin  artificios  de  mala  ley.  «Por  qué  el  autor 
los  emplea  en  prolijas  y  á  veces  nauseabundas  des- 
cripciones? íPor  quO  ha  de  proilig-ar  los  colorines 
eromo  chillón  ó  de  friso  de  pared  quien  sabe  mojar  s¿ 
pinecles  en  la  paleta  de  Vclázquez?  jMo  es  un  dolor 
que  los  mas  brillantes  fragmentos  del  poema  cstín 
manchados  por  cierto  linaje  de  poesía  basta,  que  ora 
recuerda  los  delirios  de  Riltasar  Graeián  en  \st&  Selvas 
del  aÑo.  ora  la  pedestre  simptieíUíid  de  D.  Francis<'i> 
Gregorio  Salas  en  cl  Ofisenn/orio  nistícn.-'  Quizí  no., 
corrcspond:i  &  Velarde  toda  la  culpa  de  la  novísii 
evolución  do  su  ingenio,  que,  aun  amarrado  por  las  ca- 
denas de  la  falsedad  y  el  convenciünalismo,  tiende 
las  alas  por  el  horizonte  de  la  belleza  ideal;  quízA  estos 
defectos  del  vate  andaluz  son  hijos  de  la  sug^cstión 
ejercida  sobre  G  por  la  escuela  de  Zola,  cuyos  procc- 


ms  SL  UGU)  xuc  71 

^I05  parece  imiuu  sin  perjuicio  de  rechazarlos  en 


I  n  WA , 


Las.  pocsius  üe  D.  Juan  A.  Cfivcsuuiy,  el  precoz  au- 
IPT  dnunáiico  de  ¿7  esclavo  de  su  culpa,  colcerionaUíis 
rw:teincmeine(l890).  obedeix-n.porconrcsírtn  del  mismo 
al  Infltijo  de  Zorrilla,  Ndficz  de  Arce  y  Vclarde. 
K  infiera  de  aquí  que  los  calcus  (•  imitaciones  del 
srtior  Cavcscany  no  ostenten  el  sello  de  su  modesta  per- 
Mozlidad;  que,  si  busca  arrimos  y  modelos,  puede  re- 
clonar  como  propia  una  parte  del  mc^rito  que  avalora 
ks  poemas  La  confesión  y  María,  y  aljBrunos  versos  de 
circunstancias. 

El  lirismo  desenfrenado,  la  exaltaciún  nerviosa,  la 

iOcLttríii  del  color  y  de  la  miísiea,  y  la  carencia  de  las-' 

tre  intclcctufll,  explican  i-umplidiimentc  lo  que  hay  de 

Sí'-'i"  y  malo  en  las  rimas  de  Salvador  Rueda,  el  im- 

nable  escenógrafo  de  las  Costumbres  attdalusas ', 

trovador  apasionado  y  sin  escrúpulos  del  cierno  fctur- 

■'      V  actualmente  reo  de  un  Hi'tnuo  4  la  farnc  en 

:■  st'netos,  que  hasta  el  laxísimo  V;dera  ha  con- 

>  con  justa  acritud,  y  cuya  j^éncsis  hallaríamos 

^■n  i.1  eclipse  del  sentido  moral  y  en  el  prurito  del  es- 

rftndiüü,  que  proceden  de  una  indieestion  de  lecturas 

infecciosas^. 

L:ÍL-n  negará,  sin  emharj!;o.  el  sello  de  indivídua- 
.u.iu  que  ha  impreso  Rueda  á  sus  mrts  deplorables  ex- 
travíos, la  linura  de  scnsuciones,  ya  que  no  de  scnti- 
ttticniüü,  el  viKor  plástico,  Uisavíji  meridional,  la  opu- 
lencia ntatrrinliMa,  el  incendiario  calor  imaírimiiivo. 
que  laten  t:n  ta  primera  de  los  citadas  uhrítas,  en  lu  que 
SK  rotula  Estrelias  errantes  '.  en  los  recentísimos  Can' 
tos  tít  la  veitditrua  *.  y  hasta  en  el  poema  dramáiícü 


'  *    KjUc  («  (t  Ul«l«  qBL-  lia  punta  A  U  prlmrra  parir  iiInlCA  pahtlriLdaí  ^  «u 


72  LA  UTKRATURA   ESPaROUA 

£y  secreto?  '.  Así  como  han  sofocado  en  otros  el  gcx- 

men  de  la  inspimciún  las  espinas  de  los  estudios  didAc- 
ücüs,  asi  es  lásUma  que  «irccicsc  de  ellos  totalmen- 
te en  Ifi  adolescencia  cl  espíritu  soflador  del  humilde 
vate,  tnisludado  de  la  cierra  malagueña  á  las  Redac- 
ciones de  los  peri(klicos  de  la  corle,  sin  mis  guía  ni 
más  luz  que  los  del  instinto.  Algo  quizá  ganaron  en 
ello  SUS  fotografías  de  la  naturaleza,  por  lu  esiwntáncas; 
pero  de  alii  también  dimanaron  la  facilidad  para  dejar- 
se arrastrar  i>or  la  corriente  del  mal  ejemplo,  y  la  falta 
del  buen  gusto  sAlido  y  acentrado  que  hubiese  defendi- 
do al  poeta  contra  los  vértigos  de  la  fantasía.  Aceptán- 
dole tal  y  como  es,  aún  queda  mucho  que  aplaudir  en 
su  delicada  manera  de  observar  la  realid:id,  en  cl  ex- 
traño antrupomorlismo  con  que  da  vida  y  lengua  á  to- 
dos los  seres  de  la  creación,  y  en  la  hermosura  de  la 
forma  rítmica;  aún  cabe  esperar  que  con  los  afltís  se 
pucWe  de  ideas  su  entendimiento  y  se  corrija  la  viciosa 
exuberancia  de  su  estilo. 

Joven  como  Rueda  es  Carlos  Feniáodcz-Shaw  *, 
cuya  vocación  poética  despuntó  en  los  años  de  la  ni- 
fiC7,  y  que  á  los  diez  y  siete  apenas  cumplidos  cokccio- 
nal>a  un  tomo  de  poesías,  vagidos  de  un  uilento  con 
andadores  al  que  seria  cruel  híicer  cargos.  Nada  hay 
perfectq  en  los  cantos  .Veráu,  Al  fíimaiaya  y  Sueño 
til'  fílon'a.  ni  en  l;is  narraciones  Im  JiipnU  de  ¡as  Xa~ 
mis,  Doe  historian  en  una,  Jm  loca  i/cl  casHHo,  etc., 
ni  en  la  üccctún  de  /nfítnas,  pnni  no  hablar  de  utnis 
composirione.'i  de  fecha  jKistcrior,  entre  las  que  merece 
et  primer  puesto  la  consagnida  Al  so//c)  drl  JV/tígara. 
Pero  el  caudal  de  ideas  comunes  y  gastadas  se  encierra 
Jiqui  en  unji  forma  brillante,  aunque  no  muy  correcta, 
que  denuncia  [lor  lo  menos  finura  de  oído  y  conocimien- 
to del  mecanismo  de  la  vcrsilicación. 


•  Madrid.  I»*l. 

•  Poeii**  Mndrl4.  iwi 


BIT  EL  SIGLO  XIX  73 

No  ca  preciso  itumentar  este  cautlu];ü  üe  poetas  an- 
tiulucfs  '  para  hacer  ver  lo  quo  pueden  en  su  comün 
labur  iirtísüca  liis  influencúis  del  suelo  y  de  la,  tnidición, 
ctuujdo  Lin  vivas  y  lan  coní;cantes  permanecen  ;l  ües- 
pecho  de  los  sif;lo!>  y  de  las  revoluciones.  Gracias  & 
eslits  liizos  de  la  exii^enirión  en  el  foncepto  y  del  arti- 
ficio en  la  palal>ni,  nos  ixirecen  uno  solo  (salvando  bu. 
«túuncias  del  respectivo  nnírito  personal)  los  nombres 
áe  Velnrde  y  Grilo,  de  Herrera  y  Góngora.  de  St^neca 
V  Lucano. 


M 


-,-■.  A  VKtor  Hi«v  y  A  U'WJ  8)to«;  á  hn  4o*  Sii««rrrio  tD.  Baia.ii 

'   v.'i.potiii  irliutovirl  unafHotrotnuncicwtiMlo  y  nmcTio¡  a  Jon 

i  1 1.  af nvIuWr  itadoi'tor  *  l-n^efadow,  y  4  H  FmncWci»  Di»» 


'm^ 


CAPÍTULO  IV 


TRAOUCTORER  &  IMITADORES   DR  irEWB 


ni>r«-atin«  «»■(,  liil  y  Sani.  T.  y  l^niilti,    ttrrrrto.  I.Ii)t«<bI»  f  (':.  ' 
Buin. -fianUvu  A.  Bcniorr.  -  PbIk  IVrrs,  FrrTJ*.  l.aicvM«.  fVpoA.  Ih 
MTtvU.  PaU«.  >M  s  Pnt.  Sriiélvnla. 


YA  luin  pasado  &  ser  la^i^ires  comuncí;  de  la  historl 
lUcrarúi  el  contradictorio  temperamento,  la  nei 
rusisde  raiia,  el  descoco  audiiz,  los  rencores  ani 
cristianos  y  el  peculiar  humorismo  de  Enrique  Hein< 
cantor  ÍTancoalemrtn  del  futfrmc^ao  y  el  Regreso, 
rey  del  subjetivismo  lírico. 

Con  preferencia  íi  Mussct,  Víctor  Hugo  y  Bírar 
gcr,  pudo  llíimarle  Luis  Veuillot  "  el  z-entadtro  poeU 
pansicMSí,  aunque  no  es  la  poesía  de  Heine,  ingenua , 
melanc<>lica  sohre  todo,  sino  mas  bien  su  candente 
uccrada  prosa,  la  que  justifica  aquella  defmicii>n  que 
se  hizo  Ue  ti  al  llamarle  rtitsefior  tih-mtÍM  nutdaiin  en  ¡a 
pciiKa  tic  V'ottnire.  Antes  de  la  revolución  del  aílo  30  y 
de  la  moda  romántica  francesa,  ya  había  destronado 


■  U»  oamn  ,y  Po'O.  Hbro  iv.  vii. 


EH  «L  SIGLO  xn  7? 

el  romrimicismo  de  Goethe  (cn  su  primera  (?po- 
... ,  :iiIler,Klüpsiok,Novalis  y  los  hermanos  Schlegel. 
lüs  oinriones  del  nuevo  rcstaunidor  ao  cnin  clilsicas 
tii  roniAnticas,  inas  sí  ¡irofunüas  como  las  afjuas  del 
(Chin;  no  eran  el  eco  de  las  leyendas  monrtsticus  y  feu- 
dales:, pcru  haiHan  revivir  i'un  furma-S  nuevas  la  musa 
de  los  antiguos  mmtes>ingfrs. 

El  triunfo  de  Heinc  no  fue  universal,  ni  menos  con- 
scfruiUo  sin  srrave  y  empeñada  lufha.  aun  dentro  de  su 
patria;  por  eso  t{uiz:ls  tardó  tanto  en  ser  conocido  de 
las  dcm:ls  naciones. 

Mientras  los  poetas  y  filósofos  de  allende  el  Rhin  cn- 
rontmron  en  Francia  una  turba  de  comentaristas,  se- 
cuaces y  admiradores.  natUe  se  acordó  de  E.  llcine  '. 
'llostiL  que.  traslad  lindóse  idli  <:\  mismo,  dio  -X  conocer 
A  SUS  pocos  allegados  las  ignoradas  pdfrinas  del  Intcr- 
mcsso.  Tradújolns  en  prosa  Gerardo  de  Nerval,  como 
hídcron  con  las  demás  producciones  él  y  su  compaflcro 
Soint-RcnO  TuilLmdicr.  y  la  tentativa  no  fue.  por  cier- 
to, infructuosa,  como  lo  hubiera  sido  A  tnitarse  de  un 
poeta  mAs  culto  y  menos  amigo  de1  fondu.  Dicho  sea 
esto  contra  los  que  califican  A  Wt'tnv  de  segundo  Ho- 
mero y  elogian  la  elegancia  de  sus  formas,  en  que  no 
prn<airun  nunca  ni  él  ni  sus  más  entendidos  ínter* 
prctes. 

Fueron  desconocidas  en  Esparta  las  obras  del  gran 
poeta  hasia  que  Eulogio  Florentino  S;inz  sorprendió  el 
il^orado  tesoro  en  su  iñajo  d  Alemania.  Perdidamen- 
tr  en-imonido  de  <•!,  comunicó  una  pune  Wen  pequeña 
Ñ  ta  lengua  de  Oíslilla  en  esmenidisimíL';  estrofas.  No 
fue  Ostu,  como  muchas  que  la  slj^ieron,  tuia  tru- 
docciófl  de  traducciones,  sino  que  apnreoe  inspirmla  di- 
rectamente en  el  original  y  empapada  en  su  espíritu, 
aunque,  contra  lo  que  podía  esperarse  de  la  idoneid.id 


76  LA    14TSILATURA  CSPAfinLA 

y  lus  aficiones  Ue  Florentino  Sanz,  fue  muy  poco  loque 
tradujo,  y  no  tan  conocido  como  pedía  su  mCrito.  Por 
cstii  causa  juzgo  procedente  traslíidar  aquí  alírtina 
de  tales  canciones,  la  segunda,  por  ejemplo,  que  es  de 
nsupcrable  pcrfcccidn  ': 

jpor  qué,  djmc,  bien  mío,  Lis  rosas 

tan  pálidas  yacen? 
¿Por  qué  est.ln  en  su  césped  tan  muertas 

las  viola*  azules...,  lo  sabes? 
¿Por  qu^,  üime,  tan  débil  gorje» 

la  alondra  en  el  aire? 
¿Por  quí  exhalan  balsámicas  hierbas 

hedor  de  cadáver? 
-■Por  qué  lleca  tan  torvo  y  sombrío 

el  sol  .1  los  valles? 
¿Por  qué,  dime,  se  extiende  la  tierra. 

Cual  sepulcro,  tan  parda  y  salvaje? 
¿Por  quí  yazgo  tan  triste  y  enfermo 

yo  propio...,  lo  sabes? 
(Por  qu^,  aliento  vital  de  mi  alma, 

por  qué  me  dejaste? 

A  aljETunos  otros  poetas  alemanes  inicrpret<í  en  cj 
tellano  el  autor  de  Don  Francisco  de  Qufvcdo  dent 
Uc  su  género  favorito,  dando  así  muestra  de  una  poe- 
sía tan  poco  común  entonces  como  empalagosamente 
imitada  en  estos  últimos  años.  A  Hcine  en  particular 
le  bebió  los  alientos,  no  sólo  al  traducirte,  sino  al  imi- 
tarle en  la  pocsíu  que  Ilevn  por  epígrafe  í7  color  de  los 
OJOS,  y  en  las  ondulantes  y  himinosíis  estrofas  de  Tri  y 
yo.  sumamente  |>arccidas  A  aquellas  de  B(k-quer  que 
comienzan 

Si  al  mecer  las  obscuros  campanillas. 
Hablando  con  una  nueva  Ofelia,  le  dice  con  langut- 


■    nMutowi  4e  ¿nrtfsf  tMiu  mnmelOaá  ilii  akmdm  at  eatietttMo  par  B.  Sf 
ttgtn  RorfMlbio  San.  i  Kn  el  JVmm  üiKMrní.  nam,  «.  13  <lc  Mayo  dt  WT.l 


E»  BL  SIGLO  SU  77 

dcz  scQtünentnl,  que  se  transparenta  en  ]a  munma  e»- 
enicnira  Jel  verso: 

Si  entre  despierta  y  dormidat 
Lánjfoida  en  tu  dormitorio 
Percibieres  tu  nombre  en  los  auras, 

¡Soy  yo  que  te  nombro! 
S  de  amor  dulces  quimeras 
IJaman  de  tu  almohadu  en  tomo, 
y  responde  A  tu  voz  un  suspiro, 

¡Soy  yo  que  respondo! 
Si  en  sueílos  tu  frente  orea 
Tibio  de  un  nabello  el  soplo, 
Que  ni  turba  siquiera  tu  sueño, 

¡Soy  yo  que  te  tooo! 
Mas  sí  con  otro  soAando 
(Líbreme  Dios)  un  sollozo 
Rompe  acaso  tu  pérfido  sacAo, 

iSoy  yo...  que  me  ahogo! 

Coa  tan  perfecto  conocimiento  y  asimilación  del 
modelo,  no  e*  difícil  conceliir  cómo  pudú  ser  norcnti- 
no  Sanz  tfíiductor.  y  sran  traductor,  Ixistanie  mAs  qut* 
Codos  ctiantos  han  continundo  su  obra  hasta  nuesmis 
días. 

Diez  aflos  dcspui-s,  y  en  la  misma  Revista  que  las 
Ctmríonrs  ',  se  puMicri  una  traducción  parafrástica  y 
^umitmL'nti;  infiel  del  luterntesso^  hecha  sobre  In  de  Ge- 
rardo de  Serval  j'  afeada  con  lujo  de  frases  y  epítetos 
incohcrcnics  que  dcsiiíruran  el  texto.  despujAndülc  de 
MI  caractcristica  sencillez. 

Dejando  ;í  un  ladt»  aljiunas  versiones  parciales,  exi- 
jfc  particular  recuerdo  1»  qu<*  hizo  del  ¡lUcrmrsso,  el 
ftfgreso  y  La  ntttva  prinmvera  '  el  unti^o  rcdacti>r 
de  ES  Fmparcinl  D.  M.anuel  M.  Femándoz  y  González 


I DMnmU.  *Ao IMj. R1  mtfiíLtat  en  H.  MMitano  Gfl  y  S»imt, pocrA 


«t*«- 


'  ?■— ttowny  jwrwBi  Uñeta  db  Airif w  tttiiK.  UndríiL  197A.  V«  al  fmit*- 
n  r\  «nior.  nttnM  3  Mn  ivitafta4o.>J>crnn>1n  nlicUit.  lli». 


78  Uí   LIT8BATURA  ESfAÍtotJl 

(distinto  det  novelista),  autor  de  /^  ít'ra  dei  Gttatioí- 
ijtfivir,  colección  de  poesífis  anteriormenie  pubtÍL'adu. 
La  traducción  es  mtts  fiel  que  poética,  y  los  versos,  por 
lo  común,  duros  y  fultos  de  lima,  teniendo  adumils  la 
dcsventija  de  no  habcrst-  furmado  tanto  sobre  el  orÍ({i- 
mil  altmán  tomo  sobre  la  iradutxión  francesa,  Femiiii- 
dez  y  Gonxález  censura  con  acrimonia  los  defectos  de 
sus  untecesores  olvidándose  de  los  propios,  que  son 
constantes  y  de  oo  poca  trascendencia. 

También  ha  puesto  en  csistellano  los  Poemas  y 
Funlasias  '  de  lleíne  el  Sr.  D.  Josí  J.  Herrero,  quien 
ha  merecido  los  elog'ios  de  D.  Marcelino  Menéndcz  y 
Peliiyo.  Kl  traductor  no  echa  por  el  atajo,  sino  que  en 
todo  se  atiene  al  texto  original,  siendo  adem^  la  suya 
una  de  las  mils  completas  entre  las  traducciones  espa- 
ñolas conocidas.  Rivalizando  con  la  anterior,  y  en  la  Bi- 
blioteca Arte  y  Letras  (Barcelona,  IS85)  aparnrcció 
otra  de  D.  Teodoro  Llórente,  casi  al  mismo  tiempo  quc 
la  del  poeta  americano  Josó  Pérez  de  Bonaldc. 

Finalmente,  la  señora  Pardo  Razan,  de  cuyas  apti- 
tudes parala  poesía  hablan  muy  alto  el  poema  Jaime, 
y  tal  cual  hermoso  fragmento  descriptivo,  desdeñados 
mils  de  lo  justo  por  su  auiont,  ha  puesto  sus  priviJe- 
j^iadas  manos  en  los  versos  de  Hetne,  cons id  erándolos 
quizá  como  temas  de  estudio  linítüistico,  y  dándoles, 
sin  pretenderlo,  el  valor  de  miniaturas  restauradas. 

Atendiendi)  ü  lo  poco  que  se  estudian  entre  nosotros 
las  literaturas  extranjeras,  siempre  arguye  cierta  afi- 
ción A  Heinc  la  preferencia  de  hecho  que  se  le  concede 
en  esia  parte  sobre  lus  mismos  autores  franceses,  sin 
exceptuiu"  A  Lam.»rtine  y  Víctor  Mugo. 


I4o  laUril  i)r  ntAi  rtuAnr  (wr  ría  Je  nou  utr»  i,t>  iraJuc«>onr«:  la  d«l 
■lili  II,  pM  D.  AncH  Rodrleui'i  Chavci  i.MudrliJ.  IBTT),  y  la  <lc  variM  calil 
«tu»Kld»3dc  Hiiini,  .jsr  laciafA  Jjaini;C[arke(i  lU  eolcv'U^  Je  PotSÍeM 
■^lemanai.  {Tomo  VI  U"  U  HaUoUea  unturtil,  Mndiia.  IffJ.  ?.■  «dlcf^a.  I8Í79J) 


8M  ta.  sKiio  in  79 

Fncra  de  qac  existe  una  (atante  de  iniitadonrs,  no 
del  toju  in?l.}r¡os;i,  iip'Qpiída  bitjo  \ix  somhra  de  un 
poeta  simpático  p;ir:i  quien  empezaron  con  la  muerte 
los  honores  de  \n  jxipuljiridad,  Gustavo  A.  Bícqucr  ' 
forma  on  Núfte/  dv  Arce  y  Campoamor  un  triunviniio 
que  diripe  y  toiiJL-iis;4  todas  las  manifestaciones  de  lu 
Uríca  i^paAola  contemporánea.  Si  Bécquer  imita  ii  no 
A  Enrique  llelne  e?.  problema  que  resolvere  despuc-s; 
por  ahurn,  y  reconociendo,  como  no  puede  menos  dr 
rcconoeerse,  la  identidad  de  sus  cualidades  ariístic-.L'-, 
títíKi  sentar  como  indudable  que  el  primero,  y  no  el  sc- 
i^unda,  es  el  modelo  comtüunente  preferido  6  imitado 
por  nuestros  poetas. 

Excepcional  naturaleza  la  de  Ilécquer.  Hijo  de  la 
hcrmosi  A.ndalucía,  cuyo  sol  indeficiente  llena  los  es- 
pacios de  luz,  de  verdura  eterna  ios  prados  y  los  aires 
ele  perfume,  y  de  cuyo  feracísimo  suelo  brotaron  los  je- 
fes de  todas  las  exascraciones  litentrias,  desde  Sííneca 
-  '  -T-rino  hJista  Herrera  y  Gón^íXíi,  HOcquer  no  con- 
.  ninguno  de  los  ráseos  del  car.1cter  andaluz,  y  mi- 
dic  le  creería  tal  antes  de  leer  .su  biof^rafia. 


_<  Na<ili>  en  ScvItL*  ri  1T  át  BacroMc  IHKt.  A  lo-i  cinco  «Jla«  «k'  t-djtil  iKrdId 
I  paJix.  y  A  Ion  Bm^c  )  mnilo  qucilitMi  tarabliHi  liuerfanq  dr  miilir  y  ba)D 
I  iXe  asi*  «r<t»ri  >iui-  Ip  h.it'U  ucudo  -U  pila,  y  nw  irviii  úe  codtliiiur 
iitránil-l-  pcTo^ln  cniaprmdcr  bi->  lii<.ii«*<:tnnn  ik 'lorl  ititliU  nlAo  qur 
tnf.im  ,  rf\  :;i  íittirin  jr  A  V9  culilt»  luit>la  de  (oiiMKnir  Uida  la  ttdn.  Cntfrii' 
3  -■  Kii|*tlt)l-  iTa<>inJ6w  Ikir^virr  A  Sl'ililJ  rn  I>CU,  y  ntictl- 

i>n  la  niiTi:i.ÍAn  ib  ltl>  nr*  Nri('l<M>sk->.  •urlJa  Arl 

'•■.  Un  I»  R^lJ<.^lA^•lv  U  Wmiíi-'i -■    .iiurt  •■ 

'  i'iUd  L|wr  Ir  dliiiiii  MMAthnlr-it'  -i  i><"u> 

.    •.iFiiu  -.irwar  Kteclilft  •(■"'  •'*^nt>WI  en  el  nkiii.i».  i  t^r  j-    Vvnitftu 

tü.  l^iwnqMAiaJn  •»  tivnnaa»  Vdlrrtiui'-,   }  tu>  VMJ»  arU-aU£«*  i 

>    Avila  y  oiru>  clnJAilc^  niMitm>-nt.kIt>  J:  I4  IVnlasulii.  cimtrV 

r>BI  (I  hviTi   ililk|i>  itc  iVi'^jiirt.  i|ur  Uíl-.-it-V  rn  M.i>lrtd  t\  ™4i' 

1 '  ' '  .       I     .    (  pf  linrr>i  cdl-liM  ilr  tv>  ohra*.  RrUit* 

'  i-n  mil»  tlIilmiMk  aAo*.  ha*  li-tAa  A  tu 
:  mid  lAou.  pjfj^iíiA  aiJiHw  uju-upIcaJIda  y  ualrarMl  hik  la  guc  dlUni- 


80 


LA  LrTERATVRA   ESPAOoLA 


Y  no  s<>lo  pugna  la  índole  de  su  fisonomia  poeíieñ 
con  la  dtíl  cielo  y  el  clinuí  que  Ic  vieron  mifcr,  sinu  tam- 
bi<ín  con  sti  invencible  fnclinacidn  i  las  artes  plásticas, 
lie  que  d:in  buena  muestra  la  incoada  Historia  de  los 
templos  de  Bspetita  y  muchos  escritos  sueltos  que  no  es 
del  caso  enumerar.  ^Cómo  un  poeta  sevillíino,  un  aman- 
te de  tos  prodigios  pfctórícos  y  csculturalce,  se  aparta 
tanto  de  la  forma  exterior  para  abrazarse  con  la  idea 
pura,  con  ti  subjetivismo  mt-lamólico,  tan  común  en 
las  tenebrosas  regiones  que  bafia  el  Sprée,  como  desco- 
nocido en  las  márgenes  del  Darro  y  el  Guadalquivir? 
No  trato  de  explicar  esta  evidente  anonudía;  pero  sí  ad- 
vcrtifó  que  Bícqucr  siguió  naturalmente  los  rumbos 
que  lescftidaba  In  estrella  de  su  íne:cnio,  no  porque  A 
ello  le  forzase  una  educación  torcida  y  repu^emantc  A  so 
gusto. 

Ya  que  no  en  la  tradición  poética  de  las  escuelas 
andaluzas,  <sc  hallarjín  en  alguna  otra  de  las  cspaflulas 
verdaderos  í  inmediatos  precedentes  de  la  inspiración 
becqueriana?  Sidvo  alguna  que  otra  excepción  parcial 
y  de  poca  trascendencia,  puede  responderse  negatii'a- 
menie;  porque  si  el  subjetivismo  lírico  ha  hecho  atiijuna 
vez  fortuna  entre  nosotros,  no  es  sino  en  los  poetas  mís- 
ticos, como  San  Juan  de  la  Cruz  y  Fr.  Luis  de  León, 
dundf  deben  buscarse  sus  huellas. 

Fenómeno  es  csie  naturalísimo,  y  para  cuya  expli- 
cación no  hay  necesidad  de  acudir  d  los  consabidos  di- 
tirambos anti-inquisitoriales,  íí  las  tiranías  contra  la  li- 
bertad del  pens;ímÍento  y  demás  vejeces  progresistiis, 
que,  por  quererlo  explicar,  lo  dejan  todo  entre  som- 
bras; fenómeno  que  reconoce  por  fundamento  la  índole 
de  nuestra  raza,  ohjelivistn  de  suj'olsi  vale  la  expre- 
sión), esclava  de  la  forma  y  el  colorido  *.  En  nuestro» 


■    Por  «IvUar  ««ln«  •racilUt  vcnUiks  Ammutn  rl  Sr.  Rodrlcun  CTd 
tía  iVéhtfo  ft  Ui  Ot-rnidc  B¿^'qDcrl  imn  InlínMaJ  Jr¿r«itÍBO«,  iT^MOcIAt ; 
Cir,  rcárMndow  k  U  lírica  ¡.a^uUaiui  drl  ^kI"  ^VI.  (|ur  ^lo  ^c  tlnftml 


en  ID.  sierro  XIX 


Rl 


poetas  modernos.  Quintana,  Zorrilla,  Esproncedaysun 
infinhoK  tmiinJores,  se  palpa  esa  desafición  al  subjeti- 
risno,  que  ni  Bíícquer  ha  llegado  &  entronizar. 

Eso  no  quita  que  en  ¿I  sea  muy  simpático,  como 

mímente  lo  es;  pero  fijándose  en  su  extraordinaria 

'    <  n  su  rasi  absoluto  ensimismamiento  y  en  la  dul- 

tncolfa'  que  exhalan  sus  p.^nas,  se  admira  un 

traiple  de  alma  que  no  es  el  ordinario  de  los  artistas 

nuridionalo!;. 

Hora  es  ya  de  examinar  sus  Rimas,  sartal  de  pre- 
)'>yas,  que  lo  parecen  tanto  por  su  escaso  nume- 
ro romo  por  so  inmsparencia.  Las  notas  que  forman 
e«  poema,  aun  desprendidas  de!  conjunto,  lucen  una 
pIlMdíay  un  primor  c;u"acteristicos.  Bécquer  desde- 
Md  la  s^ndilocuencia,  en  que  als:nnos  ponen  el 
wsrito  principal  *  exclusivo  de  la  inspiración  lírica;  las 
•mociones  inlinitcí-imalesde  un  mismo  concepto  en  un 
nur  de  palabras  racías;  y  de  un  solo  toque,  en  una  sola 
~,  llcqpa  ásu  objeto  sin  preámbulos  ni  ampHlica- 
-..i  1  tíitraftas.  Pura  cxpresíir  un  afecto,  sobre  todo  si 
tu  honiLimente  radica  en  el  ánimo  como  los  de  Ins  Üé- 
Hfts,  no  hay  forma  como  la  que  en  clla*i  se  emplea,  a^- 
.tporosii  y  delicada,  que  se  filtra  impi-rccptible- 
^■n  L'l  espíritu,  y,  en  vez  de  agitarlo  con  violen- 
cia, le  sorprende  de  improviso.  En  la  literatura  cspa- 
flofci  sólo  se  podrían  entresacar  algunJis  composiciones 
de  GarciliLso.  y  sobre  todo  de  I-"r.  Luis  de  León,  que 
puedan  dar  Idea  de  esa  rapidex  en  las  tran^cíones  y  esa 
total  c omprcnsirtn  del  asunto. 

El  poeta,  encontnmdo  inadecuado  y  mezquino  el 
'icn^aje  común  de  los  hombres,  quisiera  escribir  el 


f  ta  del  M-  l-«n;  ct  dn  athtiitlr  *  dciptcho  coniTa  la  Iniolcrsncla  rvlIcioM  U^ 
«4lM  ciincrttiBc  Y.  {Mr*  nn  prtxeder  en  Inruilla.  aqurllo  ilc  i|Ur  A  Qnrvribi 
I  •»  U  MlW  M  a*h>«<4  pora  fwoaar  ltt»wwi«  «  iM]  MWNW/4.  A  Ul  |><int«  h* 
ttt'tf*J»  U  nAnmlo  tt«M4la  pr«fre>ÍifU. 

TOMO  n  6 


K2  UA.  I.ITKKATURA  ESPAÜOLA 

lümito  gi'íínitfcy  cxtraüo  que  palpita  en  lo  más  bondo 
de  su  alma 

Con  palabras  que  mesen  á  un  tiempo 
Suspiros  y  risas,  colores  y  notas. 

¿Y  qué  otra  cosa  .'^on  aquellas  imáRenes,  Tag:as  ^  In- 
coherentes si  se  miden  con  el  criterio  de  la  retórica 
vulg'ar,  pero  al  mismo  tiempo  bañadas  en  un  aroma  de 
irresistible  ixx-sia?  Aquella  sactn  volatiora,  aquella  ho- 
ja seca  que  arrebata  el  vendaval,  aquella  ola  giganit-, 
aquella 

Luz  que  en  cercos  temblorosos 
Brilla,  priixima  á  espirar, 

ltg:urHS  todas  con  que  s«  describe  ft  si  mismo,  son  pre- 
ludios de  un  nuevo  y  extraño  numen  que  todavía  luce 
más  variaciones  en  la  impalpable  rima  que  nos  descri- 
be la  inspiración: 

Sacudimiento  eitraflo 
Que  agita  \ii&  ideas, 
Como  huracán  que  empuja 
Las  olas  en  tropel. 

Ideas  sin  palabras, 

Palabras  sin  sentido, 

Cadencias  que  no  tienen 

NI  ritmo  ni  compás- 
Actividad  acnriosa 

Que  no  halla  en  que  emplearse; 

Sin  riendas  que  le  guíe 

Caballo  volador. 
Locura  que  el  espíritu 

Exalta  y  enardece; 

Embriajfuez  divina 

Del  genio  creador. 

Y  al  lado  de  esa  fiebre  voraz,  la  brtHante  ríemía . 
oro  que  la  enfrena,  el 

Hilo  de  luz  que  en  haces 
Los  pensamientos  ata; 


SN  BZ.  SIGLO  XIX  iSS 

'  et  JtartKom'osa  ritmo  que  eniierra  en  et  compás  las /h- 

!  gitivas  trotas,  la  ajracdón  recóndita  que  agrupa  esos 
inviuble^  átomos;  la  ra^dw,  en  suma,  principio  eterno 
del  orden  y  de  la  belleza.  jContradicción  notable!  Esos 

¡  rasaos  tan  espontáneos,  tan  libres  de  toda  traba,  incluso 
Li  del  condonante,  hala};un  cí\9.\  tanto  Xús.  oídos  como  la 
f%ntU!ita,  j'  parece  iiue  susiituyen  la  música  de  la  rima 

f  con  otra  distinta,  pero  de  muy  semejante  especie. 

H:^?!»  aquí  sólo  hemi>s  entrado  ea  el  vestíbulo  del 
pocmn,  pues  hi  unidad  del  pcn^imícnto  que  á  todo  01 
preside  comienza  á  manifestarse  en  ta  rima  consagrada 

I A  aquella  arpo  que  silenciosamente  duerme 

delftaldn  en  el  áq^lo  obscuro, 
jr  de  la.  que  nos  dice  Bécquer 

¡Cuánta  nota  dorinfa  en  .sus  cuerdas, 
Como  el  pájaro  duerme  en  Uis  rama:^ 
Esperando  La  mano  de  nieve 
Que  sabe  ornincurlal 

El,  iluminado  por  Vtr.  rayos  de  un  amor  virgen,  so 
cree  destinado  íi  hacer  resonar  los  acentos  nunca  oídos 
qoe  en  ella  se  esconden.  Ese  amor  no  es  el  fuego  de  la 
psisi<'>n,  !n  llamarada  ardiente  de  los  deseos  juveniles, 
la  volupluosidad  y  el  placer;  no  es  el  numen  de  Iwi 
cancos  orientales,  ni  el  oupidiUo  de  Safo  y  Longo,  de 
Cátalo,  de  0\*Ídlo  y  de  Tibulo,  ni  el  brutal  endiosa- 
mtefito  de  la  mujer  personificado  en  las  trovas  proven- 
2iiles,  ni  siquiera  el  amor  que  inspiró  a  Herrera  y  Gar- 
cfloso.  Es  el  fantástico  de  las  baladas  septentrionales 
tfmidci  y  reposado,  lleno  de  melancólica  ternura,  que 
se  emplea  mAs  en  llorar  y  en  buscarse  U  si  propio,  que 
<n  demimorse  por  los  objetos  exteriores.  Tal  es  el  sen- 
t  tJdo  Je  este  diálogo: 

Yo  üoy  un  sucflo,  un  imposible, 
Vano  fanUísina  de  niebla  y  luz; 
Soy  incorpórea,  soy  intangible; 
No  puedo  amarte.— lOb,  ven;  ven  tul 


M  LA  LIIERAITRA  E«PA!tOLA 

Una  mujer  así,  itoñaiJa  por  el  poeta,  le  da  la  norma 
de  sus  inspiraciones.  Kícquer  se  aplace  en  retratárnos- 
la con  los  colores  que  distinguen  A  las  heroínas  de 
Shakespeare,  formada  de  oro  y  «/rw  como  las  iizuce- 
nas;  dirigitíndola  aquella  peregrina  frase: 

¿Qué  es  poesía?  ¡Y  lú  me  lo  preguntas? 
Poesía...  eres  tú. 

La  historia  de  esii  pasión  pa-sa  por  los  do-;  citemos  pe- 
riodos de  bonanza  y  tempestad;  aquí-lla  breve  como  un 
sncflo,  ísta  feroz  <:■  impIacaWe  hasta  que  destruye  el 
aéreo  castillo  forjiído  por  la  imaginación.  Las  no|3s  de 
ales^ia  en  Búcquer  son  muy  escasas;  pero  la*  de  dolor 
brotan  espontAneamcntc  de  su  lini,  como  si  el  fondo  y 
la  forma  hubiesen  nacido  para  completarse  mutua- 
mente. Hoy  ya  son  del  dominio  común  aquellas  dos  ri- 
mas, de  los  que  una  dice: 

LoK  suspiros  soD  aire,  y  van  al  air«; 
Las  lág;riinas  son  ajjua,  y  vau  al  mar; 
Uime,  mnjcr,  cuando  el  amor  se  olvida, 
íSabes  tú  adtlndc  va? 

y  la  otru  comienza: 

Volverán  las  obscuras  golondrinas... 

parodiada  infinitas  veces  esta  última  por  los  gacetille- 
ros del  periodismo.  Perú  donde  Btfcquer  agotó  el  rico 
caudal  de  sentimiento  que  atesoraba  su  alma  infantil  y 
soñadora,  es  en  la  sombría  meditación  inspir:ida  por  el 
religioso  silencio  de  las  tumbas,  en  la  que,  dando  rienda 
A  la  imaginacíóQ  cngendradora  de  fantasmas  y  cuerpo 
&  sus  ficciones,  se  le  ocurre  pensar  en  los  cadtlvores  que 
le  rodean,  y  exclíima: 

Dios  mío,  iqué  solos 
se  quedan  los  muertosl 

La  sencillez  de  esta  admiración,  que  acaso  nos  pa- 


H.V  gt.  MftLO  «IX  H» 

rcdese  mal  A  no  str  tan  sincem,  es  un  dato  más  para 
t-om prender  i»  que  he  Hamaüo  cxcepcionid  niiiuntU'za 
de  Bt:cquL*r.  Hübíü  nncitto  cin  exclusivíimenu-  artUta, 
•que  nu  tuvo  tiempo  para  s«r  uira  i'osa,  consagraado  en 
el  fundo  dv  su  coriizón  an  romo  culto  perenne  al  genio 
que  le  in&pimlm. 

H:ista  en  sus  costumbres  y  en  su  naturaleza  físicu 
«lucdaron  hondamente  grabsidiis  Uis  huellas  de  ese  in- 
creíble ensimismamiento,  pues  viviú  enirogado  A  los 
recuerdos  de  \:i  historia  y  rt  la  nostalgia  del  amor:  se 
reñro  del  mundo  a  la  soledad  de  una  celda  sin  que  le 
tnovien  <.-!  espíritu  religioso,  y,  finalmente,  murió  en  la 
Itor  iU-  su  cdul  autcadü  por  una  dolencia  indelinible,  no 
tanto  como  lo  fue  su  corta  vida. 

Al  compararla  con  la  tormentosa  y  dramática  de 
Enrique  llcinc,  se  creerá  haber  hjdlado  un  argumento 
moral  contra  la  tiliBci4n  artística  del  poeta  espaílol.  El 
mi'imo  empeflo  que  hay  en  neg;tr  el  inüujo  de  B>Ton 
sobre  Espronceda.  se  pone  en  asegurar  A  las  rimas  de 
Gitnavo  A.  Btcquer  una  originalidad  ümnim'>da  tí  in- 
«JisctiUble '.  Ñola  juzgo  yo  tanto,  porque  comprendo 
■que  t-1  i>iitrÍ(it¡smo  debe  ceder  su  puesto  A  la  verdad,  y 
la  verdad  es  uqui  i-ontraria  A  L'i<.  al>solutas  de  estos  upo- 
logislíLs,  amigos  en  su  mayor  |xirte  d  admiradores  del 
poda  cspaflol,  pero  que  hastíi  ahora  nada  han  dicho  sri- 
liüamcnte  fundado,  y  mucho  menos  decisivo. 

Afirmase  que  HC-cquer  no  podía  imitar  A  Heine  por- 
que no  sabia  alem<tn.  Aunque  parece  íncrerble,  este  so- 
lí.r  Ti'  muy  v.Alldo.  y  todo  porquf  lut  quieren  ver 
MI  nadures  que  los  que  hoy  imiuin  A  Heine  de^- 


IZ^AwiLiar  M]  ntiEranpoctii  alTinin  a  .lalm  ponjr  rrrvrvba  IinlU'ln 
Cmu*<>.*«U<  anakcln-ta.  U  Hn  mlrp  I-m  4uh  ravt^  nurlu  wmrjjinia  • 
^   ■  "u^OMTiMfl.  l.onlKtinhuhinnaiirmndo.cnliiiJI* 

<«•  vtm  Unudvrn*  pm.^u  iirl'*  r*|iaAila.  Vatcn  y 

WliM  i.i|Li.  .Í14J.JI.»    La  lo»  Mliiftut  erlMcMilrl  etivlinlr  rvrllar  i;«tan« 
D.  KAtecl  U.  UfiL lian  wdcDoilealaiWh  con  slmu  novnlxl. 


H6  UA  UIEftATVSA  BSl'AÜOLA 

conocen  mmbién  la  lengiin  de  su  modelo,  ni  más  n¡ 

menos  que  los  innumerable?,  autores  de  balad:is  d  imi- 
laciíndc  (lUrger,  Hanmany  Uhland.  Además,  las  Ca«- 
a'ofurs  de  Klorenrino  Sanz,  y  una  de  las  primeras  ver- 
siones del  ÍHtertttfsso,  se  insertaron  en  Et  Afu^eo  Uni- 
vcrsítí,  revista  en  que  colaboraba  Uícqucr,  y  donde  pu- 
blicó sus  Rimas. 

Que  las  inclinaciones  mondes  del  poeta  alemán  y 
las  del  español  eran  distintísimas,  no  lo  negaré  yo,  y 
aun  por  eso  tomó  el  último  del  primero  la  nitidez  y  cl 
fondo  de  su  poesía,  dejando  In  corteza  amarg:a  del  cí^ 
ccptúi^mu  y  la  ¡rrcüción.  Cosas,  si  bien  se  mira,  muy 
separables,  porque  en  Hcine,  lo  mismo  que  en  Hyrun, 
Leopardi  y  otros  ciento,  hay  dos  personalidades  ^  de 
artista  y  la  de  sectario,  que  en  vano  pretendían  identi- 
ficar ellos  mismos.  Hcine  fue  una  simia  de  Voltaírc;  un 
traficante  en  creencias,  hombre  que  pisoteó  todu  U* 
stnto,  noble  y  elevado;  mas.  A  pesar  de  ello,  fue  un  ar- 
tista de  raza.  De  aquí  procede  lo  bueno  que  hay  en  su-s. 
poemas,  ;isí  como,  al  contrario.  Uus  notas  mal:imcnte 
llamadas  hKmorisíicas  son  á  la  vez  irreligiosas  y  an- 
tiestéticas. De  ellas  libertó  ¡1  Bécquer  su  instinto  de  lo 
sobrenatural,  aunque  enfriado  por  el  espíritu  del  siglo; 
de  modo  que  apenas  se  percibe  en  el  fondo  de  sus  afi- 
ligranadas rinuLs  )a  hex  envenenadora  de  la  blasfemia; 
y  aunque  habia  padecido  mucho  merced  &  las  ingrati- 
tudes humanas,  y  acaso  también  d  lo  exquisito  de  su 
sensibilidad,  nunca  le  hicieron  dudar  de  la  Providencia 
lOF  ripToresdel  infortunio. 

Por  muy  insigne  que  sen  un  poeta,  siempre  se  pue- 
den designar  su  origen  5'  sus  predGcesorcs,  y  no  es  in- 
juriar A  Becqucr  cl  considerarle  incluido  en  esta  ley 
general  cuando  tím  evidente  es  su  parecido  con  los  poe- 
tas alemanes,  y  mayormente  con  Hcine.  Dicho  sea 
esto  sin  negar  á  Bécquer  una  gran  dosis  de  originali- 
dad, aunque  no  t:m  grande  como  quieren  sus  fanriticos 
y  exclusivistas  admiradores.  Aun  mrts:  í-l  es  el  único 


4}tic  lo^ó  lUiimtlarsc  aquel  señero  extraño  <iin  tlar  en 
^EagCFBdoocs  risibles,  antes  bien  con.sorvando  siempre 
tendidas  las-  caerdiLs  de  una  ins pjraci<''n  í(\c\],  sobriíi  y 
vfflinenteneotc  pcrsoiml- 

Anteriores  á  las  Ritnas,  á  lo  menos  en  el  orden  de 
la  pablicacióQ,  son  las  Coplas  y  Quíja:^  de  D.  José  Pui^ 
y  P^rez,  quien  nos  dejó  argumento  inequívoco  de  su 
procedencia  en  un  articulo  meditado  sobre  la  tumha  de 
E.  Hcinc  '.  La  colección  yace  hoy  casi  por  completo 
ulvidiidií,  y  no  con  entera  injusticia,  porque  ahundií  en 
pensamientos  triviales  y  en  prosaísmos  de  forma  que 
fí^cqaer  c\ntó  sn^KÍa'i  ¡x  su  mituralc/^i  tan  elevada  y  tan 
de  artista.  Las  Coplas  de  í'uíg  lo  son  con  frct:ucnc¡a  en 
d  pevr  sentido,  y  súlo  de  cuando  en  cuando  le  levanta 
sobre  si  mismo  una  ráfaga  generosa  de  inspiración. 

Diga  lo  que  quiera  Fernández  y  GonzAlcz,  no  des- 
natundizó.  üm  torpemente  como  él  supone,  los  cantos 
de  Hcinc  D.  Augusto  Fcrran,  fitlus  Achatis  de  B¿r- 
quer,  y  autor  de  La  soledad  y  La  pen'sa.  Poco  antes 
de  tLs  Hmias  *  se  encuentra  un  an;ílisis  detenido  de  La 
soledad,  que  por  venir  de  tal  pluma  resumiré  cuanto 
roe  sea  posible.  Después  de  haber  dicho  que  escis  can- 
ciones representan  un  esfuery-o  paraelevurlas populares 
A  lu  cumbre  de  la  perfección  artística,  añade:  '"...sus 
cancares,  ora  brillantes  y  graciosos,  ora  sentidos  y  pro- 
fundos,  ya  se  traduzcan  por  medio  de  un  rasgo  apasio- 
nado y  valiente,  ya  merced  A  una  nota  melancólica  y 
raga,  siempre  vienen  a  herir  alguna  de  las  fibras  del 

razón  del  poeta. 

"En  ellos  hay  un  grito  para  cada  dolor,  una  sonrisa 
pora  cada  esperanzsi,  una  lágrima  para  cada  desenga- 
tto,  ttn  suspiro  paní  cada  re<'uerdo. 


■    mnu  A  trmitt»»  éáaVo  MetMir.  4  '  r.Hr    inren  l||.  pAstsa*  |CA>ia 


88  1.A  UrTCHATVIU  rsi>aSola 

"En  sus  manos  I:»  scneilln  ¡irpii  popular  recorre  to- 
ihx6  lo>;  gOnuros,  respunde  A  todo-s  1o^  conos  de  la  infi- 
nita escala  del  sentimiento  y  de  las  pasiones.  No  obs- 
tante, la  mismo  al  reír  que  al  suspirar,  al  hablar  del 
amor  que  al  exponer  algunos  de  sus  cxtniftos  fenóme- 
nos, al  traducir  su  sentimiunto  que  al  t'ormulHr  un;t  es< 
peranza,  t-stas  canciones  rebosan  en  una  especie  de  va- 
ga é  indennible  mclancolfa,  que  produce  en  el  ánimo 
una  seniiacióo  Jolorosa  y  suave." 

De  las  muestras  que  cita  Bécquer,  escojo,  como  si 
perior  á  todaí^,  la  que  si^ue: 


Pasé  por  un  bosque,  y  dije: 
«Aquí  está  la  solediid,,.* 

Y  el  eco  me  respondió 

Con  voz  muy  ronca:  <AqaI  estA.> 

Y  me  respondió:  «aquí  está», 

Y  entonces  me  ontr<5  un  temblor 
Al  ver  nue  hi  voz  salía 

De  mi  mismo  corazón. 


Sea  1»  que  quiera  de  su  valer,  no  me  parece  este 
naje  de  poesía  nacido  para  hacer  fortuna  en  el  pueble 
español,  pues  nada  menos  acomodado  ú  su  Icnfruaje  qu< 
esa  pasión  incolora,  ese  subjetivismo  cernido  y  de  ii 
posible  compreasiún  para  las  muchedumlircs  sin  que^ 
pretenda  negar  jI  éstas  el  conocimiento  del  corazón  hu- 
mano, tan  evidente  aun  en  tos  mfts  fugitivos  rasgos  de 
la  musa  popular. 

Semejante  A  los  Cantares  de  Kerran,  aunque  rot 
lada  con  nombre  distinto,  es  la  colección  Fuego  y  cet 
sas.  baladas  de  D.  lí.  fl.  Ladeve.se,  vulgarísimiis  por  Le 
jccncral,  lo  mismo  que  otras  varias  del  mismo  autor  ir 
rluidiui  en  diversas  publicaciones. 

El  poeta  gallego  L.  Sipos,  afectando  siempre  la  so- 
briedad de  formas,  característica  en  los  imlLidorcs  de 
Heíne,  aspiró  Á  combinar  la  melosa  dulziu'a  de  los 


en  EL  SIGLO  XIX  99 

cnntnrcs  apusíoniutos  con  ct  descafado  s:itfrÍco,  á  veces 
Utn  intK-ente  como  en  /ü  panto  tic  fisctictás  ', 

Alus  licrno  y  sentido,  y  sobre  todo  más  original,  es 
DitcíLiretc  (Angcl  María),  d  cuyas  cantilenas  llama  un 
crítico  'tan  ríciLs  de  sentimiento,  como  limpias  y  trans- 
tmrcnics  en  la  íorma",  y  que  al  (in.  si  alguna  vez  la 
(IcsL-uida,  no  vs  para  ensiirtar  un  cúmulo  de  insulsas 
vnciedades.  El  mismo  Bécqucr  no  se  desdeñaría  de 
reconocer  por  suyos  los  suaves  y  conceptuosos  verson* 
que  van  al  pie  de  la  pügina  ',  dignos  de  figurar  junto 
á  la  c:mclón  de  las  golondrinas. 

El  ingeniero  D.  Melchor  de  Paiau.  sin  perjuicio  de 
escalar  la.*;  verti^lnusas  cumbres  de  la  poesía  científi- 
ca \  O  de  constituirse  en  int(>rprctc  de  tradiciones  pia- 
dosos ^  ha  sido  ante  todo  el  primero,  entre  cuantos 
hnn  escrito  Cantaren; "  en  Esparta,  el  que  mejor  ha  imi- 
uiilo  las  breves  y  sencilliis  formas  del  arle  popular,  aun 
n!  desviarse  de  su  espíritu.  No  estaríl  de  mlis  truer  á  In 


*  DIBtK 

Dinc,  {cuil  laBUneAtii;!»  lucero. 
Rrillaado  (Ata  ■!  dajninuí  ti  allM 
Vknc  uca  tul  cauto  U  liu  tfave 
Uc  MoürwU' 
IMiw.  .1)04  cUia  iDU  lie  roclo 
Pu4o  t«ualu  wbK  iiuctBi  bi>B6* 
A  ■■•  IMa  4>  llamo  rtibaUnilv 
^  Fot  tu  melllla  plDiIa' 

Un*,  ikabri  ana  woiíh  tu*  vromMa 
De  vinud  j  «eMwi  la  *)t«r*ua, 
Qiaa  («iwlc*  tiulcat*)  OalM  taan 
Df  fa  anailu  caau' 
[ilw,  ,hsbrl  una  nulti  fua,  cstl  rá,  taipiít 
Aatar  tin  puro,  aénndó»  un  caieaf 
Dlaia,  ibabM  itacpt  >|im  iu)  mp»  «"la 
Cana  tu  el  alcu* 

*  J'tfMái»  ftMlea:  lUJriJ.  ISSl. 

«    e«i«««p*H:«k>iV2(MiaJCIilwr<t. 

*  C«o  euc  iluilo  publUO  «n  U(6  nw  hrrf  j  ntlmat>lr  calecdúa  poCUca.  a 
la  ^a(  •igwtd  U  Jr  Mnw  mMdcno. 


*)0  Ul  UTERA-rUHA  ESPAROLA 

memoria  del  lector  algunas  muestras,  qne  de  fijo  le 
serán  yu  conociüjLs: 

íln  Ib^  tosas  de  m  cara 
Un  beso  ncabaii  de  dar; 
Rosas  qac  pica  un  gagguio 

IVesto  se  deshojarán. 

iQué  no  Uorel  ¿Qué  me  importa 
Lágrima  menos  6  más? 
ii}n(  importa  que  llueva  ó  no 
Sobre  las  olas  del  mar? 

¡Qaé  honito  es  tu  semblante 
Por  el  llanto  homedecido! 
iQaé  bonicas  son  las  llores 

Salpicadas  de  roof»! 

G<Has  parecen  mis  lágrimas, 
Gotítas  d«  agua  de  mar 
Hn  lo  amargas,  en  lo  muchas, 
V  en  que  al  cabo  me  ahocarin. 

Palaa  no  es  propiíuncnte  un  imitador  de  Heii 
sino  algo  mucho  mAs  estimable  y  raro:  un  hombre  eru- 
dito que  supo  revestirse  de  la  impersonalidad  caracte- 
rística de  los  primitivos  burdos  populares,  y  que  ha 
hecho  llegar  sus  rimas,  no  sólo  &  tos  oídos  de  los  lite- 
ratos, ya  españoles,  ya  extranjeros,  sino  ¡i  las  clases 
más  humildes  de  la  sociedad,  entre  Lis  cuales  corren  de 
boca  en  boca  como  st  fuesen  producto  <lc  generación 
espont.-^nea. 

El  libro  A'oduntos  '  del  sevillano  Benito  Mas  y  Prat 
entra  en  el  estilo  de  Récqucr.  aunque  con  más  varie- 
dad en  los  cuadros  y  menos  tcndcnciíi  al  cnsLmisrau- 
miento.  Hl  autor  no  busca  exclusivamente  los  efectos 
de  noche,  sino  que  es  paisajista  y  apasionado  de  la  luz 
en  alfiímos  romances  descriptivos,  y  en  todas  ocasitv 
nes  robusto  versificador. 

■  scvidm,  tftn. 


Bit  EL  SIGLO  XIX  91 

LiK  ttimaSj  que  an  dolor  inumo  y  siaccro  ha  dicta- 
do i  la  mosa  antes  alegre  de  Ricardo  Sepülveda,  se 
aputan  mucho  de  la  elcíria  inidiciunal;  en  eüa'i  se  ha 
filirado  la  comente  germanka,  quizA  sin  intento  rcflc- 
livo  y  por  esponiiknca  asociación  de  lecturas  y  re- 

CTCTtloS- 

No  quiero  afladir  más  nombres,  seguro  de  haber 
elcgidu  todos  los  que  representan  con  alguna  origrinali- 
^  '    ntre  nosotros  un  gínero  destinado  á  morir  quizá 
.   j  "S  de  sus  mismos  cultivadores. 
Pocos  años  cuenta,  y  ya  son  tantos  los  abusos  comc- 
Woí  á  $u  sombra,  que  cl  púbüi-í»  desconfía  de  él  á  pe- 
ni ile  las  gencniles  simptitías  de  que  gozit  Kécquer. 
n  principa)  y  más  reconocido  propaK:aadista.   Una 
tuba  de  copleros  adocenados  que  se  creen  artistas  su- 
Nimcs  por  sAlo  expresar  un  concepto  plagiado  en  mise- 
Tttíes  versos  que  ni  siquiera  tienen  el  mérito  de  la 
rima,  inunda  las  revistas  y  periódicos  literarios,  re- 
tiúcndo  mi'is  tarde  en  insípidas  colecciones  los  perezo- 
50b esfuerzos  de  su  mus;i, 

El  gran  poeta  Kiinez  de  Arce  ha  clamado  con  la  ve- 
hemencia y  el  calor  de  costumbre  contra  los  que  él  tla- 
BB  "suspirillos  germánicos  y  vuelos  do  gallina",  mien- 
trttt  cl  crítico  Valera  abandona  su  benévola  sonrisa  de 
aprotxicit^n  pora  estigmatizar  esa  "mezcla  hlhrídíL,  ese 
ayuntamiento  monstruoso  de  Ins  lieilcr  alemanes  con 
tos  S4rj;uiüillas  y  rupias  Ue  fandango  anUaluziis".  So- 
brada mzOn  les  asiste,  ya  que  no  para  umi  censura 
universíil,  contni  todos  aquellos  que,  haciendo  con  las 
Ritmis  de  Bécquer  lo  que  ha  tres  ó  cuatro  lustros  hizo 
coo  las  leyendas  de  Zorrilla  el  fanatismo  romitatico, 
creen  acercarse  li  su  modelo,  cuando  s<Jlo  dan  vida  A 
risibles  caricaturas  é  infelicísimas  parodias. 

»<><>.,«<- 


SíSí. 


^^ 


CAPÍTULO  V 

LA     PORüiA    KILOSdFICA 

l'jkm|kOiiniar    >. 

POCAS  ñ^uras  cun  orígfínales,  t;m  clíficUes  de  ct 
cerrar  en  un  periodo  d  un  prrupo  dados,  como 
de  Oímpoíimor.  Y  no  escá  la  causa  prccisamí 
te  en  la  lDn^e^'idad  que  le  ha  hecho  actor  y  es( 
tador  de  dos  ó  tres  revoluciones  literarias;  pues  ahf 


■  Dm)  RniBfln  S<!  C(ltnp<^dl^l<>t'  y  L*Hm|Hiiv.i>rlo  niitjU  an  SatU¡  (iiV.<lurla.il  H 
31  lie  áepLtrmt'n  de  li*17.  Hutfidino  ih-  pñiK  Jí«dv  tn  etflci.  y  iuii>Iranlc  á  |c- 
Mfta  en  lo  aJoh-'k'rticlH,  inutiidiiv-  al  cumplir  lot  vcbíu-  uKm  i  Uailrid,  dnn- 
Oe  nin'rnKV  U  cirri-ni  du  Mmlkfna.  >jfli-  no  [ardahn  pn  il(^i;fjidjr  paiii  drdl- 
carK-  al  L'nllivn  ái  Ixh  muoxi,  convlrtl«njJt>w  <n  a-iiJun  Invufntmliirdri  rnlnn- 
vn  L-eUbff  Umo.  Chao  palllk-n,  inerme  ptoiilo  tn  el  paitUu  tanderadOk  t|uu 
k  tioinbrA  KobernaJM  de  Allcnnu-  y  Vi,tcMitla.  f  niá*  iHitlt  oDcUl  piiíacro  áe 
HAClMitht,  iin  ronuir  otra*  ntrKciti  Jv  rovnoa  Importaacta.  Sosuvo  m  Io«  p*- 
rlddlcAM  y  rn  el  Hurlainrnlo  luchiit  irH IJ Itlraaii  con  tn  di-aincrwdlt,  r  dnclc- 
hiuc  «Icfta  Umpo  (Igura  «i  vi  p«nMo  conservador.  S«s  vcphm  ^db  U  ni<Jor 
<lr  MU  blogtallu  y  el  ntralo  más  vjvo  itr  su  cArAcicr.  "CaHpcMinor  n>  iibi> 
.dt  les  po««s  p»tut  c«p*lloles cuya  tnnu  ha  (raipoado  In*  Irontenudc  ■■  t^ 
nlfuDla.  1.C  hun  i->tuJiiii1c>  cono  Ul  Ci^ino  y  PatU'il  to  IiaUa¡  1.  ^ctntt, 
A.  ik-TrtTcriM  y  virusa  Boilnik  Tnnnrnbt'rc. en  Frnniin.  ScrU  muy  Urc» 
cani1«in>r  Iim  miutlpln  irntiajov  tle  >:rltl««  iiurmirc  noMiii^t  w  hiui  cmimi- 
KmdA  al  autor  dr  la«  íblanif,  J'sdr  I>.  <:»»'' r<>tKil«  Lsvcrdc  luitu  Krvllla, 
dona,  P*lau,  V(tdc»  Municntfrch  y  d  P.  RcttUnio  tkl  Valle,  mi  ^<tctlio 
«uiPAflMw,  4  qatoD  i:iu  <«■  ciarlo  Conipoamsr  «n  la  «libiu  oJklta  de  «u. 


EN  BL  «CLO  XIX  W 

nemos  A  Zorrilla,  por  no  ciiar  :'■  otros,  que,  con  ser  con- 

icmporíineo  nuestro  pertenece  A  una  ípoca  ya  pasada. 
de  la  eiuü  no  es  posible  sacarle  s.in  violencia. 

ÍJi  distinción  es  obvia:  Zorrilla  tuvo  precursores  de 
todo  gúncro  y  (ue  imiculo  con  Kistante  perfección, 
mimlnis  la  personalidad  de  Canipoamor  aparece  sola  y 
Je  repente,  sin  otro  sequilo  que  el  de  algainos  pocos 
mal  lUintados  discípulos,  incapaces  hasta  de  comfn'en- 
dcrlc-  E^ite  fiero  c;u"¡lcter  de  independencia  le  coloca  en 
un  lagar  que  con  ninf^n  otro  comparte,  digan  lo  que 
(luieran  sus  detractores  zahorícs.  Tan  libre  es  y  tan 
hija  Uc  sf  propift  la  inspiración  de  Campoaraor,  que 
prefiere,  por  capricho  nada  común.  ¡I  la  imitación  el 
dcsUL'icrlü,  la  ridiculez  al  plagio. 

El  sello  de  la  originalidad  va  unido  constantemente 
con  otro  no  menos  visible,  sobre  el  que  he  de  adcUuitnr 
at^una^  ideas  muy  conocidas  ya.  pero  que  serAn  preli- 
mioar  necesario  y  síntesis  de  las  que  se  han  de  exponer 
méft  adelante. 

Ha  lafdo  en  i;racia  el  titulu  de  poeta  filósofo  aplí- 
cndo  á  Campaimor,  y  no  sin  motivo;  pues,  si  un  tanto- 
vaeu  y  ocasionado  &  confusión,  ¿-I  solóle  caracteriza 
adecuadamente  más  de  lo  que  pudienin  prolijos  exA- 
mcACS  y  afanuSH'i  tnvesti(;ae iones.  Iji  filosofía  es  su 
numen,  la  substancia  primera  de  todas  sus  inspiraciones: 
y,  como  si  temiese  no  ser  entendido,  c!  autor  se  apre- 
tura A  hacer  buenos  el  juicio  y  el  IcnRuajc  corrientes 
ac«rca  de  su  persona,  encomúmdu  con  énfasis  un  tanto 
cnifnL'igoso  la  utilidad  de  la  Metafísica  ',  aun  A  ries- 
go de  indisponerse  con  mcudí/^idas  y  prcsaicas  inte- 
ligencia--.   Knütndanse  como  se  quiera  tales  declara- 


r  Mtrr  la  «((«/trica  %  la  Paau  bo  <«Mcnitlo  nvlcntcnmic  citi 
I  Jasa  Vktonana  ctiUtou  potmi»  con  «p«moimscn>da»al,«<  U  qiir 


91  t.A  LnCKATURA  BSPaAoLA 

cienes,  siempre  qucúorün  muy  por  encima  de  todo 
mentíirio  la  preferencia  otorisrada  por  Campoamor  A 
Filosofía  sobre  los  demás  conocimientos  huouinos,  y 
empeño  por  aclimatarla  en  el  terreno  de  lu  Poesía. 

De  aqui  sus  paradojas  sobre  el  arte  docente  y  la 
insíRnificancia  del  ornato  rítmico,  llevadas  ti  tal  punto 
de  exageración  que  haríim  dudar  de  sus  condiciones 
poéticas  si  no  fueran  tan  excepcionales  y  evidentes.  Yo 
no  sí  si  por  alj^unu  de  e-s;is  paradojas  se  ha  creído  alfa- 
na vez  Cajnpuíunor  tan  lilósofo  como  artista;  pero,  si 
asi  es,  que  Dios  1c  absuelva  de  este  pecado,  y  que  no 
tenjía  <!oniinuacirtn  la  serie  de  ohras  comenKtda  en  Ei 
Persottalismo. 

No  falta  quien  las  tome  y  analice  en  serio;  mas  In 
upinlón  general,  interpretada  ü  maravilla  por  un  inst^ 
ne  escritor,  no  ve  en  ellas  otra  cosa  sino  humorismo 
p%tTO,  filosofía  am  geueris.,  que  sí-  parece  muy  poco  á 
la  vcrdadcnt.  Por  sí  alguien  estima  contnidictorío  el 
dar  á  Campoiimor  el  título  de  poeta-fiWsofo,  mientras 
le  niejBTo  el  de  filósofo  á  secas,  scr4  bien  deslindar 
sentido  de  entrambas  denominaciones. 

Ingenio  retozón,  festivo  y  maleante,  no  acierta  Ca; 
poamor  .1  contemplar  las  cosas  por  el  cristal  de  au- 
mento que  engendra  en  los  líricos  de  raza  un  entusias- 
mo casi  fan.itico  de  puro  exclusivista.  No  enturbian 
sus  ojos  las  Rasas  de  la  ilusión,  sino  que  las  va  rus- 
fiando  por  donde  las  encuentra;  sabe  regir  el  Peíraso 
de  la  faniasfa  impidit^ndole  triLspasar  las  fronteras  de 
la  realidad.  La  tendencia  al  análisis  comunica  lU  autor 
de  las  Doloras  cierto  aire  de  filósofo;  pero  entran  des- 
puOs  por  tanto  el  ingenioso  y  sutil  discreteo,  tan  fá- 
cilmente da  el  poeta  al  üaste  con  la  seriedad  y  la 
ífogía,  que  el  concepto  psicológico  se  evaiwra,  y 
moral  no  asusta  ni  aun  ."I  los  niños  de  lu  escuela,  com' 
dice  uo  crítico  muy  a^do, 

La  filosofía  de  Campoamor  cada  tiene  de  inflexible 
y  teórica;  es  la  filosofía  príiciica  del  hombre  de  mund 


BA  Bb  5ICLO  XTX  % 

i|iK  conoce  l:i  aguja  Uc  rretrear,  como  vulgarmente  se 
Jicc,  los  móviles,  las  perplejidades  y  misterios  del  co- 
míai  bumano.  t  Ji  unscfionza,  y  sobre  todo  lu  cnscHan- 
a  moral,  es  aquí  lo  de  menos;  y  si  alf^una  vez  viene  A 
lenninar  el  cuaUro,  no  es  porque  entre  en  las  intenciu- 
Bisdcl  pt>ctn.  FocIrA  él  disertar  i-uimto  (fUste  sobre  el 
«fie  doc'tnic,  aHlhinUose  entre  sus  más  fervorosos 
wkptos,  mas  no  le  pernmncce  tan  ñel  como  indican 
bts  apariencias.  No  es  lilosoto  en  el  sentido  de  adorador 
'•Vt  vc-rdadcs abstractas,  sino  en  el  de  satírico  inten- 
■  ¿  implacable,  y  de  otra  manera  no  tendría,  con 
^*turidad,  tantos  lectores  y  devotos. 

He  dicho  que  Campoamor  cnarbola  la  bandera  del 
irte  docente;  pero,  distinguiéndose  en  todo  del  servutu 
pKns,  truc  al  campo  de  las  doctrinas  estéticas  progra- 
n  propio,  formulas  de  su  exelusiva  invencitin,  y  ha 
fltmpuesto  una  Poi'íica  '  tan  atrevida,  tan  oripinal  y  tan 
ttlulatnentc  uutoritíiria  como  sus  versos.  En  ella,  y  en 
jtlRtinoscsrrítos  Je  Índole  parecida,  lanr^  los  rayos  de 
U  cjccomunión  contra  los  p;irtidar¡os  de  las  sonorida- 
des vncias,  adoradores  de  la  forma  estéril,  intérpretes 
«dio  de  ío  que  se  ve,  mientras  él  aspira  á  descubrir  lo 
V  no  sr  vp  y  á  hacer  notar  al  lector  rl  putiín  cu  </uc 
l*s  idfas  iíurttitiati  los  hechos,  mostrándole  el  camino 
fw  roHiíuce  de  to  real  d  lo  ulira-idcal  *.  Eí  arte  por  la 
idea  es  el  mote  que  inscribe  en  su  escudo,  y  del  que  son 
Urminos  complementarlos  la  concisirtn  ceñida  de  la 
frase,  y  tn  proscrlivión  de  la  superiluidad  y  aun  de  las 
lunplitk'aciones  retoricas.  En  conformidad  con  estos 
principios,  el  iasiRnc  humorista  ha  renunciado  A  la  em- 
rcs3  fAa'l  de  cunquísuir  la  inteligencia  y  el  cora/ón 
el  luUago  previo  de  los  sentidos,  y  concentnindo 
[m  el  fondo  la  vitididad  y  >:\  jugo  de  sus  poesías,  parc- 
:  que  las  escribe  con  tinta  simpática  y  que  deja  á  uula 


06  X.A  LITERATURA  ESPAROLA 

cual  el  derecho  de  enienJerlíis  como  j(U$te,  ó  como 
las  presenten  los  reactivos,  de  üu  perspií'aclii,  de 
poca  ú  mucha  trastienda,  de  la  fíohlf  ífs/rt  negada  ú  Iq^ 
Cándidos. 

Aludo  aquJ  al  Campoamor  verdadero,  al  de  las 
loras  y  \os  Pequeños  poema?,  porque  líimbién  escri 
all<i  en  sus  mocedades  muchos  versos  anacreónticos  & 
la  manera  de  Gil  Polo  y  de  Melíndez,  por  no  mencio- 
nar \o%  Ayes  liel  alma,  donde  la  candidez  idílica  cede 
el  lugar  á  otros  más  graves  afectos.  Lamentan  algu- 
nos, en  obsequio  de  la  literatura  y  de  las  buenas  costum- 
bres, que  el  autor  abandonase  este  su  primer  lamino 
por  el  otro  escabroso,  donde  h:i  encontrado  también  el 
de  la  gloria.  Yo  juzgo  que  no  está  el  peligro  en  cl 
género  precisamente,  sino  en  el  abuso;  y  en  cuanto  al 
valor  artístico,  bien  podemos  ceder  al  cantor  inspirado 
pero  monótono  de  los  primeros  días  por  el  origínalísimo 
de  las  Dolaras. 

Las  Fiíbn/as  ya  puede  decirse  que  pertenecen  á 
segunda  manera  de  Carapüamor,  no  sólo  por  el  carác- 
ter docente,  pro{ño  de  todos  los  fabulistas,  sino  por  la 
picante  malignidad  de  sus  moralejas,  tan  apartada  de 
la  sencillez  de  Esopo  y  de  la  uañ'ctéiW  1.41  Fontainc.  Hn 
Insuficiencia  de  las  leyes,  El  falso  heroísmo,  Amar 
por  la  apariencia  y  otros  varios  ejemplares  de  la  co- 
lección, late  el  germen  de  la  dolora  y  del  peque 
poema,  aunque  con  formas  rudimentarias. 

No  tardó  Campoamor  en  elegir  la  de  los  Cantare, 
y  en  ella  si  que  supo  remozar  el  adagio  del  pueblo 
las  coplílUis  de  ronda  con  el  discreteo  conceptuoso  y  las 
cavilaciones  petrarquistas,  íi  la  vez  que  se  aleja  del  es- 
píritu platónico  del  cantor  de  Laura: 

Penlf  media  vídrí  mía 
Por  cierto  placer  fatal, 
Y  la  otra  media  daría 
Por  otro  placer  igual. 


i 


:o- 

I 


ETt  BL  acto  XIX  *n 

Te  pintaré  en  un  cantnr 

ha  rueda  de  Inexistencia: 
Pecar.  hacLT  pfnitcncia. 
Y  luego  vuelta  A  empezar. 

Si,  como  se  sabe  yu, 
El  qae  etpera  desespera. 
Quien  como  ><)  nada  espera 
lCu.ll  s«  desesperará! 

Asi  son  casi  todos  estos  Cantares:  comentarios  á  la 
'sica  del  amor,  con  dejo  pesimista  que  á  veces  re- 
via  el  lenguaje  de  los  aolores  místicos,  y  á  veces 
coincide  con  el  carpe  dicmác  la  voluptuosidad  t-picú- 
rra,  lo  mismo  exactamente  que  posa  con  las  Dolaras. 
Y  ya  tenemos  delante,  como  una  esfinge,  csie  nom- 
bre que  insca'iibleincnte  he  repetido,  y  que  á  tantos 
alambicamientos  ha  dado  mareen,  cst¿-rilcs  casi  todos. 
Desde  que  Campoamor  dijo  de  \a  dulora  '  que  es  una 
composicióíi  fiO¿ti(a  en  la  euul  se  debe  hallar  unida  la 
Jíjgercaa  caM  el  sentimiento,  y  la  concisión  con  la  im- 
\  porfatrn'a  Jilo.^fica,  todo  el  mundo  se  ha  creído  con  au- 
turiclad  pcira  forjar  su  deílniciún  propia,  censurando,  co- 
rrigiendo ó  ampliando  la  del  inventor.  Con  el  deseo  de 
conciliar  todos  los  pareceres  y  decir  Li  ultima  palabra 
Vibre  el  asumo,  forjó  Laverde  este  conjunto  de  labe- 
rintica  fraseoIoRía  en  que  lo  superlluu  anda  ;i  iwrfiu 
fcon  lo  inexacto:  dolora  es  "una  composición  didfictico- 
rimMlic:!  en  verso,  en  la  que  harmoniz:m  el  corte  k^íi- 
d{»so  y  ligero  del  epigrama  y  el  melancólico  scntimien- 
¡  lo  de  hi  endecha,  la  exposición  rispida  y  concisa  de  la 
bnlnda,  y  hi  intenct<)n  moml  ó  lUosófítii  del  apólogo  A 
de  •    -       ^■Jla•■. 

I  iendo  de  que  no  es  siempre  propio,  y  mucho 

menos  exclusivo  de  la  balada,  aqucUo  de  la  expofi- 


pycOHMrH,  lutr  P  JBomAh  ib  Qtmnvtmor.  ib  In  AtnOmta  ApoAata. 


TDVO  n 


4B  tji  LtTKRAnrRA  espaAola 

cíÓH  rápida  y  coticisa.  yo  no  sé  qué  tienen  del  epigra-" 
ma  dyloras  como  La  dicha  es  ¡a  mut-tte,  ni  dt  la  cnüc- 
chji  el  Poder  de  la  f/elíesa,  y  ¡Xfás!...  ¡Más!,  para  no 
muUipliatr  inútilmente  los  ejemplos.  Serán  bien  conta- 
dos aquellas  ¡V  que  pucUu  apliciirsc  lii  definición  en  to- 
das sus  paites.  La  analúgfa  de  las duloriis <'an  estos  tres 
géneros  no  es  simultánea  ni  esencial,  por  lo  mismo  que 
puede  revestirse  de  muy  diversas  formas,  todas  igual- 
mente legítimiis.  Busfíir  al  definirla  rasgos  tan  caractc- 
risticos.  que  siempre  y  desde  luc^o  la  distingan  en  el 
fondo  y  en  las  apariencias,  equivale  A  coartar  el  inge> 
nío  y  A  introducir  en  el  arte  una  nomenclatura  tan  ri- 
dicula como  severa.  Si  entre  el  idilio  y  la  balada  no  se 
han  precisado  aún  la  linea  divisoria;  si  en  t^tc  y  otros 
muclios  casos  viene  á  ser  la  eucsiirm  puramente  de 
nombres,  <d  qué  perderse  en  inútiles  sutilezas  para  dar 
jt  la  dolora  una  representación  inconfnndible  que  nun- 
ca podrá  poseer? 

Aunque  parecen  vagas  y  confusas  las  antedichas  fra- 
ses de  Campoamor  para  calificar  el  gíoero  inventado  ó 
clasificado  por  él,  á  ellas  me  atengo,  ya  que  por  su  mis- 
ma víigucdad  abarcan  todas  \sí<í  diferencias,  dando  la 
claridad  positjle  al  concepto,  aunque  no  lo  concreten, 
cosa  que  tampoco  nos  hace  mucha  falta.  En  salicndodc 
aqui  iríamos  á  parar  á  las  argucias  de  escuela  y  al  ca- 
suismo  de  los  antiguos  preceptistas. 

El  distintivo  de  la  dolora  os,  pues,  el  enlace  de  la 
profundidad  con  la  ligereza,  del  sentimiento  con  la  bre- 
vedad, aunque  frisando  con  otras  especies  del  gínero  H- 
rtcu  y  del  mixto.  Ni  tan  inocente  como  la  balada,  ni  Luí 
sensual  como  la  anacreóntica,  repele  asimismo  la  ma- 
lignidad abierta  del  epigrama,  y  huye  la  delicadczadel 
madrigal  por  lo  exclusiva.  Risuefla  y  todo  en  las  apa- 
riencias, siempre  va  directamente  á  las  más  ocultas 
fibras  del  corazón,  cual  si  intcnUsc  seducirle  para  cla- 
var en  él  oculto  y  acerado  dardo. 

cOebe  reputarse  la  dolora  coma  enteramente  orÍ^i> 


SK  BL  SIGLO  XIX  9<> 

nal  creación,  de  lal  modo  que  ni  en  nucíttra  Literatura 
ni  en  los  extraflas  sic  le  pueda  encontrar  precedente  al- 
jftino-'  El  mi&mo  Campoamor  h¡i  depuesto  en  contra  de 
tal  suposicitin,  aunque  rechazando  con  energía  las  acu- 
saciones de  plagiario  que  á  deshora  vinieron  á  hacerle 
cícrtoü  críticos  sin  cabeza  '.  No;  aunque  originalísimo 
ea  los  procedimientos,  aunque  inimitable  casi,  no  ha 
crcAdo  ni  era  posible  que  crease  una  cosa  totalmente 
desconocida;  lo  que  hizo  fue  transformarla,  sistemati- 
zarla, djirle  un  nombre  y  una  fisonomía  propios,  como 
BjTon.  como  Víctor  Hugo,  como  Heinc,  como  todos  los 
grandes  poetas  del  presente  siglo.  Humorista  tambi<-n 
con  pontíis  de  cscíptico,  no  alcanza  la  sombría  eríin- 
dcza  deaqut^l,  ni  sigue  á¿ste  en  sus  salvajes  bulrmadas, 
q:uard.indo  un  término  medio,  mezcla  de  optimi.smo  y 
pesimismo,  menos  individual  y  mucho  mds  humano 
que  Lis  vintencins  y  extremos  de  los  dos  colosos. 

Campoamor  se  tui  ucostumbnido  &  reírse  de  las 
cosas  humanas;  pero,  aparte  de  que  abunda  en  afirma- 
ciones tan  rottmdas  como  las  negaciones,  nunca  es  su 
risa  cfecio  de  aquella  amarg^ura  de  ánimo  que  inspird 
á  líoita  y  A  D.  Juan,  sino  que  jisoma  A  los  labios  del 
poeta  con  t:tnta  frescura  é  impasibilidad  como  á  los  de 
un  Júpiter  olímpico,  A  Campoamor,  lo  mismo  que  á 
un  ht^roe  de  sus  poemas, 

l«  va  en  la  vida  bien  y  habla  mal  de  ella. 

Sí  se  fuesen  á  tomar  como  suenan  algunas  de  sus 
ímMTS,  vendríamos  á  deducir  que  no  cree  ni  en  la  dicha 
ni  en  la  sinceridad  de  los  afectos  humanos,  ni,  lo  que 
es  más  grave,  en  la  virtud  El  escepticismo  burlón,  con 
su  fnczcla  de  mural  utilitaria  y  egoísta,  os  el  puerto 
utlondc  se  ricíugia  y  el  pie  forzado  de  su  sistema. 


■    KafNMtoJarw  rfpllea  mi*  terrfbw.  dc«perifm  r  amcsain  qnr  l«  OtK 


too  LA    LIlBRATUtA   ESPAÑOLA 

ComcQZíindo  por  oefrar  el  amor,  foco  de  todos  los 
afectos  T  de  toda.-^  las  nobles  aspiraciones,  nada  deja  en 
pie  la  musa  demoledora  é  iconoclasta  de  Campoamor. 
Corolario  de  esta  tesis  es  proclamar  muy  alto  la  inríud 
ácl  egoísmo  y  de  la  inconsuincia: 

Que  la  incan.stancia  es  el  ciclo 

Que  el  Seftor 
Abre  al  fin  para  consuelo 
A  los  mártires  de  amor, 


Es  la  constancia  una  estrella 
Qae  A  oira  luz  más  densa  muere; 
Pues  quien  más  con  ella  quiere. 
Menos  Le  quieren  con  ella. 

Tan  rudas  invectivas,  capaces  de  l«fvantar  de  sus 
tumbas  á  Pyramo  y  Tisbe,  A  Romeo  y  Julieta,  y  &  tud;is 
las  divinidades  del  arte,  no  sígniBcan  nada  junio  á 
aquel  apotegma  materialista  en  que  reduce  todos  los 
múviles  de  las  acciones  humanas  d 

Calor,  hambre,  intcriís,  amor  «i  frío. 

Parece  que  olmos  A  un  discípulo  ¡mticipado  de  Compte 
ú  Spcncer  disputando  sobre  la  omnipotencia  del  tem- 
peramento, y  aniquilando  por  medio  del  análisis  la  pio- 
na, la  virtud,  la  esperanza,  esos  hermosos  sueños,  caan 
suelo  único  de  la  vida. 

Pero  no  siempre  tiene  el  escepticismo  de  Cam^ 
poamor  ese  carácter  gélido  y  sentencioso;  antes  blí 
estriba  con  frecuencia  en  las  severas  verdades  de 
fe,  llegando  il  convertirle  en  poeta  místico,  por  la  le] 
de  que  los  extremos  se  tocan.  Dl;;ase  si  no  tíc*ne  alj 
de  paráfrasis  bíblica  la  dolora  No  hay  dicha  en  h 
tierra: 

De  niño,  en  el  vano  aliño 
De  la  juventud  soflando, 
Pasé  la  niftcz  llorando 
Con  todo  el  pesar  de  un  njflo. 


Kx  El.  si<;i.o  XIX  101 

Si  empieza  el  hombre  pcnnndo 
Cuando  ni  un  mal  le  dcsvcln, 

;Ah.' 
La  dicJta  que  el  hombre  anhela, 

¿fyónde  estii? 

Ya  joven,  falto  de  calma 
Busco  el  placer  de  la  vida, 

Y  cada  ilusión  perdida 
Me  arranca,  ni  partir,  el  alma. 
Si  en  la  esiaciíin  mAs  rtoridji 
No  hay  mal  que  al  alma  iio  duela, 

¡Ahf 
La  dicha  que  el  hombre  anhela, 
¿DÓtu/í'  e$t4? 

La  paz  ron  ansia  importuna 
Busco  enla  vejez  incrle, 

Y  huscartf  en  mal  tan  luertc 
Junto  al  sepulcro  la  cuna. 
Temo  A  la  muerte,  y  la  muerte 
Totlos  los  males  consueta. 

¡Ah! 
La  dicha  que  el  itombre  anhela, 
^■Dándc  está? 

intimas  abjuraciones,  lui  dicha  es  la  muerte.  El 
mayor  castigo,  ctc^  etc.,  cstAn  iusímismo  limpias  de  la 
Icviulura  sensual  y  frívolü  que  hii  ihidu  origen  A  la  opi- 
nión corriente  sobre  la  ininoralidad  y  el  c^ipiritu  mal- 
sano ilc  \as  doloras.  B^  ingenÍos:i  lu  hipótesis  que  para 
Yindicnrlas  Á  su  manera  cxjiuso  el  Sr,  Laverde  Ruiz 
«n  un  artículo  *  en  que,  después  de  citar  Frases  como 
éstas; 

No  t&  mi  verdad  la  vcrdiid, 
No  es  mi  razón  la  mz<3n; 

La  virtud  es  inmortal; 
Si  el  mundo  es  un  cenagal 
Buscadla  siempre  en  la  altura; 


*    pBBdB  Umrm  «a  mu  autfM,  a  al  fraile  Oe  lu  Doton»  cb  Ik  eJiclM  de 


IOS  LA  LITKItATUKA  BSPA.^OLA 

razona  así:  "Campoamor  ha  ido  subiendo  proírrcsi  va- 
mente  (leí  mundo  de  los  sentidos  al  mundo  psicológico, 
y  de  íste  a!  de  lo  absoluto;  y  esos  tres  fi:rados  de  clcí*a- 
ción  moral  que  seflalan  indudablemente  otros  Ciuitos 
períodos  culminantes  de  la  vida  íntima  de  nuestro  poo- 
Ki,  mostrándonosle  epieúrco  al  principio,  eseépiito 
luego,  y  por  fin  creyente,  Horacio  antes.  Byron  des- 
pués y  Calderón  á  la  postre,  no  aparecen  inconexos  en 
las  Dotaras,  sino  que,  por  el  contrario,  derivados  unos 
de  otros  sucesivamente...,  vienen  á  formar  en  su  rela- 
ción fil'isófiea  una  verdadeni  trilogia.  un  solo  y  comple- 
to y  harmónico  organismo  literario." 

Semejante  defensa,  que  tendría  razón  de  ser  si  el 
conjunto  de  las  Doíoras  estuviese  tan  unido  y  compac- 
to como  las  partes  de  un  poema,  no  puede  subsistir  si- 
no con  muchas  atenuaciones.  La  supuesta  gradación  nu 
es  fonstjmte  ni  intencion:uJa;  cada  una  de  aquellas  ma- 
nifestaciones refleja  un  estado  de  ¡ínimo  distinto,  abso- 
luto ú  independiente  de  los  demUs,  sin  el  enlace  artifi- 
cioso que  se  les  titribuyo.  La  buena  ó  mala  tendencia 
de  las  /Jo/orai>  ha  de  encontrarse  en  cada  una  de  por 
si,  y  sólo  en  este  sentido  cabcdüiculparlíis. 

No  es  preciso  para  ello  remontarse  muy  alto,  sína 
considerar  bien  por  un  lado  cuánto  menos  inmoral  es. 
(ya  que  de  inmoralidad  se  trata}  la  preconización  del 
desengaño,  causa  del  aborrecimiento  A  los  phuerca, 
que  las  dilirámbicas  ulahinzas  de  un  amm"  siempre  sos- 
pechoso, cuando  no  pasiiiv;imente  repryl>ahle.  No  que 
haya  querido  hacer  Campoamor  sermoncillos  cortos  y 
en  verso,  sino  que  esc  fondo  de  escepticismo,  ctiando 
no  rebiisa  sus  justos  límites,  supone  Ó  conürma  las  mAs 
amargas  verdades  de  la  mística  cristiiinn.  Ijis  conse- 
cuencias de  las  Do/oras  revisten,  es  cierto.  fornuLS  de- 
masiado absoluta-s;  su  moralidad  tiene  mucho  sabor  epi- 
cúreo, pero  siempre  más  inocente  que  el  de  la  poesía 
erótica.  Por  otra  parte,  cuando  CamixMunor  nos  dice 
que  el  cariño  es  sólo  un  nombre,  que  la  dicha,  la  vir- 


HN  EL  SIGLO   XIX.  103 

tuü  y  la  esperanza  no  existen  cu  la  tierra,  está  nay 
lejos  de  negar  su  realidnd,  refiriéndose  únicamente  á  la 
cscasisima  .^uma  que  de  coda£  esas  cosas  suele  haber 
ca  el  olma  humana.  No  es  lugar  A  propósito  ]a  Poesía, 
como  la  son  las  obras  filosofeas,  para  andar  con  distin- 

i-s  y  minuciosidades,  y  de  ahí  que  la  falta  de  exac- 
,.;;U  resulte  tan  venial  en  la  una,  como  en  las  otras 
inexcusable. 

Lejos  de  mi  canonizar  los  atrevimientos  de  Cain- 
poauDor,  rayanos  ji  veces  de  la  bliLsfemia;  no  aíinnjirf 
tampoco  que  el  mejor  sistema  pnra  iipiinar  al  hombre 
ücl  placer  vedado  (^  insidioso  consista  en  matar  sus 
ilusiones,  ni  en  enseAarle  las  índuscrias  del  recelo  y  de 
ta  desconfianza;  pero  repito  que  no  es  este  extrt-mo  tan 
pclt^oso  como  el  que  eonsUin  temen  te  se  encomia  y  se 
pnictica. 

En  cuanto  al  mOriio  artístico  de  las  Dotaras,  poro 
he  de  añadir  á  lo  expuesto  y  A  lo  que  han  dicho  jueces 
imiarciales  y  competentes.  Gtinero  mnra vinosamente 
flexible,  mezcla  de  satírico  y  mural,  lo  mismo  recibe  en 
iDBnofideOimpoiimor  la  forma  lírica  que  la  dram.Uiía, 
lo  mismo  hace  reír  que  interpreta  las  mas  trascen- 
dcnialc-s  verdades  del  orden  práctico.  L;x  dolorx  excita 
el  interc-s  por  sus  apariencias  inpenuas,  por  la  im- 
portancia del  fondo  y  por  alf^o  mi)s  intimo  que  se  resiste 
al  anftltsis,  y  cuyo  se*Teto  no  poseen  Iíjs  imitadores,  ni- 
Iñinxio».  Por  esc  conjunto  de  cualidades  el  poeta  se 
identifica  con  sus  lectores,  haciéndoles  recibir  como 
propias  su.«  ideas,  nrninejindoles  d  un  tiempo  la  sonrisa 
y  la  espontanea  fnise  de  asentimiento.  Muy  píK-os  han 
neceado  ni  li  conocer  al  homhre  c<>n  m:^'^  profundidrid, 
ni  á  describirle  con  sencillez  m.1s  exacta.  El  humo- 
rismo  de  Campoamor  no  es  el  in.substancial  y  de  mero 
pasatiempo  con  que  se  divieiten  los  franceses:  no  es 
tampoco  la  expresión  de  un  esuido  violento  del  ilni- 
no;  siempre  encierra  en  si  un  elemento  de  univcrsa- 
Udftd  que  pora  iodos  sirve  como  de  espejo  5el  donde 


t04  LA  i.rmiiAnntA  Esi>Afioi.A 

contempliirse.  La  jwlabra  oportuna,  gTi^lícavíle  cor- 
tiintc  precisión  obcOecc  como  humüdc  sierra  al  pensa- 
miento sohcr.'ino,  tna^utahle  en  ajirudczas. 

No  por  aplicarse  especialmente  ú  la  dolora  deja  de 
convenir  este  juicio  íl  la  npcva  metamorfosi»  del  ínjfe- 
níocampoümorianoque  ín^  U:imn pef¡HiyÍt>  pornia  \  pues 
entre  la  una  y  el  otro  existe  i;»!  semejan/a  que,  apiirie 
la  diferencia  de  sus  dimensiones,  raya  casi  en  identi- 
üjid.  Lo  que  mrts  me  disgusui  en  el  pequeñn  poema  es 
el  nombre,  y  no  lo  repetiría  si  no  fuese  por  no  variar 
una  nomenclatura  üin  constante  como  caprichosamente 
conscri'ada  por  el  autor.  íA  quó  esc  galicismo  inütil  y 
audaz,  cuando  tan  fácilmente  podía  di^rscle  s;Lbor  cus- 
tcllano  con  srtlo  invenir  el  orden  de  las  palabras,  caso 
de  no  .-sustituirle,  como  ef;  jiLsto,  con  uno  de  los  muciios 
diminutivos  en  que  es  pródigo  nuestro  romance?  (O  es 
que.  alentado  por  el  ¿xito  del  neologismo  eioiora,  nuir- 
tirio  de  académicos  y  etimolugistas,  lia  querido  otra 
ver,  pTohitr  fortuna  en  su  mal  empicada  campaña  contra 
los  preceptos  srnimaticales? 

Una  cosa  se  sabe  de  cierto,  y  es  la  incorregible 
ten;icídad  de  Campoamor  en  la  cuestión  de  nombres,  lo 
mismo  que  en  todas  Uis  dcm¡\s;  así  que  no  he  de  perder 
el  tiempo  en  baldi-.  Intentando  ahora  definir  el  pequcüo 
pocnia,  nos  asalta  una  dificultad  no  menor  que  en  Iji 
dolora.  fundada,  entre  otras  catL^as.  en  su  mutuo  pareci- 
do. TambiO-n  el  peq  unto  poema  debe  hermanarla  ¡ige- 
rvea  con  el  setiiñmeitlo  v  ¡a  (oncixiÓH  con  la  int portan' 
da  filosójica:  también  reviste  ci  propio  carácter  de 
espontaneidad  y  frescura  en  liis  formas,  y  de  indiferen- 
tismo escéptico  en  el  fondo,  como  si  pretendiese  hacer 
la  labia  anatómica  del  corazón. 

Mucho  se  ha  disertado  sobre  el  pequeño  poema, 


«H  BL  sítiva  XIX  105 

aanque  no  tamo  como  acerca  de  la  dolom,  sin  que  faascí 
el  díi*  M  hajiin  puesto  de  :LCUen)Q,  ni  el  itutor  con  sus 
críticos,  ni  Iü&  misroo!;  críticos  entre  sí.  ^Hs,  como  al- 
guno pretende  ',  el  inttmto  de  Cnmponmor  llei'ar  &  la 
KSÍvm  del  arte  todo  lo  pequeño,  lo  microscópico,  aque- 
llo, en  tin,  A  que  en  la  vida  no  se  da  ningunji  importJin- 
cia,  psiin  demostntr  que  Ui  tiene  muy  recónditi  y  ttiis- 
eenderuaL'  Ese  introducirnos  en  el  pensamiento  vii^cn 
üc  la  criatura  inocente,  en  los  vajjos  recuerdos,  en  las 
aspiraciones  indetmibles,  en  tos  lances  mis  raros  y  al 
parecer  ínsígiiiftcantes,  ¿es  el  principal  constitutivo  del 
pequeAo  poema?  Aunque  íw  intente  justificar  ul  opi- 
fii6n  por  medio  del  análisis  minucioso,  no  vacilo  en 
considerarla  crri'inca  en  alguna  de  su.s  partes;  en  cUa 
«e  confunde  el  medio  con  el  tin,  y  lo  accesorio  con  lo 
principal. 

1^  idea  nuidrc  de  Cnmpoamor  no  ha  cambiado, 
aunque  se  transforme;  es  exactamente  la  misma  de  las 
Datoraa.  El  mundo  con  sus  hermosas  apariencias  y  su 
trlHle  realidad;  el  hombre  con  sus  hipocresías  veladas, 
con  sus  delirantes  ensueños  y  sus  múltiples  torpezas; 
una  como  divinidad  mellstufelica  parecida  á  la  suerte  6 
al  hadi).  prcsUlii-nJo  ¡i  nuestros  destinos,  y  hurlilndolos 
rodos  por  mrdiu  de  sas  ímprovisiidas  tramoyas  y  sus 
infinitos  servidores:  el  en^aflo  y  el  dolor  ocultándose  y 
rcproduc lindóse  por  doquiera;  tales  son  los  elementos 
que  en  una  6  otra  forma  componen  la  vasui  urdimbre 
de  i:$üi  poesía,  toila  malign[d:id  y  s:ircasmo.  Rn  cuanto 
A  la  Providencia,  ni  la  desconoce  ni  la  afirma,  prefirien- 
do siempre  la  L-arcajada  acremente  cíimlca  A  los  gran- 
de* priiblem.^s  tilosrtruos,  que  sabe  declinar  con  habi- 
lidad cuando  se  le  ofrecen  A  su  paso.  Habla  del  mun- 
do Dd  cual  lo  hnn  hecho  los  mortales,  y  por  eso  es  tan 
ÜrX,  aunque  imperfecta,  la  imagen  que  de  él  nos  ofrece. 


*    LoipaMa  AIm.  4nk-iik>  «abre  lo»  pttjmttmt  poma».  Intvrto  m  hw  BMm  itt 


106  IJl  UTESATtlRA  ttSPAJIOI.A 

Elige  SU  parte  defectuosa  y  ñaca,  y  todo  lo  vt  trastur- 
nado  de  pies  A  cabeza:  ht  upíníón  triunÍHndo  de  la 
verdad,  ía  carne  del  espíritu,  la  iníelicidad  de  la  espe- 
ranza; A  los  sabios  explotando  la  candidez  de  los  buenos, 
y  á  los  buenos  prestándose  A  los  caprichos  y  abomina- 
dones  de  los  sabios. 

Andan  tan  juntos  en  el  prqUtño  poema  lo  humo- 
rístico y  lo  tranco,  t|ue  no  se  sabe  si  reír  ó  llorar 
ante  aquel  contraste  do  la  ligereza  epignimíliica  con  la 
dolorida  lamontacíAn.  Sin  darse  cuenta  de  ello,  el  lec- 
tor va  evocando  todas  las  memorias  de  lo  pasado,  que 
acuden  en  inacabíihle  pjinunuiia  á  su  imaginación, 
como  si  el  poeta  hubiese  acerKido  con  el  modelo  ejem- 
plar de  las  almas  en  lo  que  todas  tienen  de  genérico  y 
esencial. 

Y  lo  que  mAs  admira  es  el  modo  de  fundir  la  na- 
turalidad incomparable,  y  al  parecer  antipoética,  de 
la  narración,  con  la  vaíruedad  ideal  de  los  personajes, 
que  parecen  sombras  condensadas  6  abstracciones  hi- 
jas de  un  cnsucflo.  ^Qiiién  conoció  nunca  hombres 
como  jwm  y  Pedro  Fcrnándc/^  ni  mujeres  como  Roi^i, 
Rosaura  y  Rosidía?  rV  hay  nada,  sin  eml>argo,  mAs  li- 
picamcnte  real  que  unos  y  ulras?  Las  escenas  de  El 
qiunto  tta  tNatar,  £1  trompo  v  ia  muñeca.  Dichas  stH 
Honibrf,  El  amor  y  El  río  Piedra,  por  no  extender 
mAs  las  ciliLs,  van  envueltas  ;isimismü  en  un  vuelu  fan- 
lúítico  donde  se  ven  di-svanccerse  las  íiífuras  mienlraH 
mAs  y  mi\s  se  fijan  las  idciw.  Ni  debe  esto  imputarse 
como  falw  .•'i  Cam|XKimor,  pues  es  un  gínero  de  realismo 
tan  legítimo  como  otro  cualquiera,  como  los  figurones. 
de  Molí&re  y  Moratín.  Los  incidentes  del  pnjutíño  poe- 
imi,  encaminados  siempre  A  la  demüstra<-iín  de  alguna 
verdad  práctica  (ya  se  h;*  dicho  en  qué  sentido),  resultan 
de  es;i  manera  míis  interesíintes  y  dnimiliicos,  por  lo- 
mismo  que  no  fe  necesita  deducir  del  caso  particular  la 
ley  constante,  sino  que  toman  cuerpo,  vida  y  palabra 
los  pensamientos. 


ES  El.  SICLO  XIX  107 

De  lo  mucho  originalJsimo,  inimidible,  cr  que  abun- 
dan los  pequeños  poemas,  no  dicen  uinto  todas  las  crí- 
ticas del  mundo  como  su  simplt  lectura.  Aquel  modo 
de  convertirlo  todo  en  el  elemento  de  arte,  aquella  mez- 
cla de  conversación  familiar  y  altísima  poesía,  aquellos 
ra^os  de  Íni;eTiio  dignos  de  los  humoristas  mAs  insig- 
nes, hacen  da  Camptamor  un  poeía  aparte,  más  que  en 
luü  anteriores,  en  esta  su  última  cvoluctáo  literaria,  co- 
rrcspondicmc  A  un  pcrtoilo  de  reñexivu  madure?:,  du- 
rante el  cual,  por  desdicha.  tambi¿-n  se  va  a^g^ntando 
«i  proetesión  ilimitada  el  mal  espíritu,  hasta  cierto  pun- 
to disculpable,  de  las  Dohras  *. 

Lqs  atHores  4c  tifta  .<anta  y  ES  iUettciado  Torrat- 
t>a  ',  son  dos  productos  típicos  de  la  musa  s*.'r(iil  di-  Cam- 
poumuT,  libre,  alborotada  y  resucita  como  la  de  un  jo- 
ven de  veinte  abriles,  eternamente  preocupiída  por  las 
rosas  de  Venus  y  por  su  efímera  duración,  sensual  y 
razooJidora  en  una  pieza.  La  confusión  y  el  dolorido  la- 
mento de  In  hermosura  femenina,  ajada  por  la  cnfer-^ 
mcdad.  y  que  esconde  en  el  claustro  su  verRÜenza  para 
no  ofender  los  ojos  del  amado,  proporcionan  al  in- 
cérprutc  amplísimo  espacio  por  donde  derramar  la  ve- 
na del  sentimiento  satunida  de  amiirgores  corrosivos. 
Sobre  Ui  urdimbre  que  entretejen  las  aventuras  del 
bruj4t  Torralba,  borda  Campoamor  ñligranas  de  poe- 
si&  sublime  y  tilosoltsmo  bastardo  al  pcrsoniftcar  en 
figuras  de  pljlstira  forma  y  vígoroíio  relieve  las  hnta- 
\\aa  del  cspiriiu  con  la  carne  y  de  lo  real  con  lo  ideal,  y 
el  tr«cncndo  problema  de  la  felicidad  humana.  Catali- 
na, h.-^  -.■  sucesivamente  del  amnr  tu-uíro  ron  el 
ángel  ■  :  ■,  del  amor  sexual  con  Torralli;i  y  del 
atD'jT  prohibido  con  el  mismo  /^quiel,  transformado  en 


al  OnnM  MwMaJ.  ud«i  «ul  u-lo mi  t\  clin  ltEu4« dltUNl* >l<  U rfc- 


*    a  Utnntta  nmOn.  f i^—n  t» uc*a  tvUtj.  MaJrU.  iWft 


lOK  Í.A  LITERATURA  ESPAÑOLA 

diablo,  buscíi  la  ilusión  de  la  gloria  mundana,  y  encuen- 
tra sfilo  lii  moene.  Un  proi-eso  anúlugo  empuja  á  To- 
rralba  ;l  separarse  del  espíritu  de  Cauüina,  á  emplear 
los  secretos  de  las  ciencias  ocultas  en  la  íorniación  de 
un  cuerpo  de  mujer,  bautizada  con  el  fuego  del  infier- 
no, y  a  tlej:ir  ffiistos*^»  I;t  vida  por  asco  de  to(>o  lo  que 
existe  en  el  mundo.  ¡Üxtraíla  concepciiín,  y  no  menos 
extraflo  credo  filosófico". 

Ya  habían  aparecido  algunos ;>í'V«<"rtí>.v/>wwfl5  cuan- 
do salió  íl  luz  otro  de  fisonomía  algo  semejante,  pero  de 
mayores  dimen^iiont-s  y  de  más  visible  tendencia  lilosó- 
flca  ',  con  el  extraño  nombre  de  £1  Drama  Umversai. 
Dificilisimo  de  clasificar,  así  en  el  fondo  como  en  la  for- 
ma, por  la  compleja  multiplicidad  de  sus  elementos,  ora 
parece  La  Divimí  Comedia  de  im  siglo  nuevo,  ora  la 
meditación  de  un  pensador  solitario  «í  idealista,  orucn 
.  fin,  un  ensayo  de  conciliación  entre  el  Evangelio  y  las 
misteriosas  tradiciones  de  los  pueblos  orientales  y  de  la 
filosofía  antigua. 

También  aquí  aparece  muy  subido  de  punto  el  amor 
Á  las  escenas  fantásticas  y  de  ultratumba ,  A  los  perso- 
najes aéreos  engendrados  por  la  fuerza  de  una  imagi- 
nación colosal.  En  su  viajo  al  mundo  invisible  no  va 
Camporimor  sostenido  siempre,  como  Dante,  por  las 
creencias  del  Cristianismo,  sino  que,  con  el  mágico  po- 
der de  su  palabra,  evucanuevas creaciones pobladasde 
seres  desconocidos,  arranca  el  secreto  de  su  existencia 
A  infinidad  de  astros  no  cliisificados  aún  por  los  sídnos 
modernos,  y  Iljinuí  en  su  auxilio,  ora  ó  la  metempsico- 
sis  do  Pitíigoras,  ora  A  las  risueflas  ficciones  heienicas, 
ora  á  los  sueños  de  la  tcurgia. 

¿Cómo  calificar  acertadamente  el  amor  de  Honorio 
ú  Soledad,  la  transmigración  á  la  tumba  de  su  amada, 
y  las  transí  urinaciones  que  en  él  se  obran  hasta  con- 


*    a  Dratmi  UnirerMl.  potma  m  oek»  ¡orfiadai.  Muí  rid.  1570. 2.*  cilk.  m  Ift 
ColcMüdn  de  BaiMlty.  a*«Uc.,  M*JrlJ,  1873. 


■n  BL  SICLO  XIX  IW 

verkirsc  en  cjpréü  y  en  Águila,  llegando  con  rApído 
iruelo  A  la  reffióo  de  la  atmosfera,  donde  se  oye  la  ver- 
dad df  lo  que  se  dice?  ¿No  serií  esto  más  que  un  ca- 
-prjcbo  sin  intención,  ó,  al  contrario,  ha  de  reputarse 
como  la  vestidura  exterior  Ue  un  eran  pensamiento 
filosófico?  Algo  obscuro  es  el  de  la  raicudón  por  el 
amor  que  se  manifiesta  en  la  última  parte  de  la  obra. 
cuando,  después  de  sus  aventuras  por  la  tien'a  y  de  su 
excursión  por  los  espacios  pUinctarios,  llcgíi  Honorio' 
al  valle  de  Josafíil,  y  al  ahrirstr  las  bocas  del  infierno- 
pora  tniyarle,  cae  sobre  su  frente  impura  una  lAgrima 
derramiida  por  su  madre  y  rccoírida  por  Soledad;  Iji- 
(^ima  regeneradora  que  le  lleva  al  cielo.  Obscuro 
e*,  repilo,  d  pensíimiento;  mas  no  purcce  ser  otro  el 
del  píxima,  en  el  que  exceden  con  mucho  los  primo- 
res de  ejecución  h  la  trascendencia  moral  ó  filo- 
srtfit-d. 

Díganlo  si  no  los  admirables  episodios  de  Teresína 
déla  Prtia,  Los  3fari/ut-ses  Jr  l'atvfrde.  Him  Fe-ruan- 
do Ruis  (te  Castro  y  Im  coM/rsiÓH  de  fíorinda^  este 
ultimo  sobre  todo,  del  que  podría  tener  celos  el  mismo 
Dante.  La  fnise 


No  volvii^  (t  darme  el  infeliz  Rodrigo 
Aquel  beso  en  los  ojos  que  me  daba; 


y  Ukoira 


Mas  por  la  sombra  os  juro  de  mi  madre 
Que  el  cómo  fué  no  sé;  yo  no  quería, 

van  cubiertas  por  el  cendal  de  tan  delicado  circunlo- 
qaio,  que  rivaliza  con  las  eternamente  célebres  de 
Francisca  de  Rimfni.  Díjíi^e  lo  mismo  de  La  crractótt 
dr  un  mutiiio  y  FJ  primer  idilio  de  un  inundo,  con  tan- 
tos otrOr;  gifip.intescus  cuadros  que  por  su  originalidad 
y  vigror  parecen  arrancados  de  ¡m  Divina  Comedia. 

Büsquesc  en  Et  Ürama  Universal  la  perfección 
parci.!!,  no  la  del  conjunto;  búsquensc  perlas,  pero 
dcíencíirzadas.  Por  la  falta  de  unidad,  y  casi  pudic-ra- 


110  U  i.rrEKATintA  bspa.^ola 

mos  decir  de  objeto,  no  debe  paranjronarse  con  nin- 
guna de  las  (frandes  epopeyas  umversalmente  celcbra- 
■das,  sin  que  po-scn  de  hipérboles  los  encomios  que 
•de  £1  se  harén  en  este  sentido.  Sí  Campoamor  es, 
como  ha  dicho  su  prologuista,  W  Ariosto  de  ios  es- 
píritus,  con  los  que  sabe  formar  una  ronda  sin  Go  á 
modo  de  caballería  andante,  esto  no  debe  enten- 
derse sólo  de  las  buenas,  sino  también  de  las  malas 
cualidades,  entre  ellas  la  abig:irrada  confusión  y  el  ge- 
neral desconcierto.  El  iircdominio  de  la  imaginación, 
cuando  no  hay  rienda  que  la  enfrene,  sirve  para  des- 
lumbrar  con  magnific:«  perspectivas;  pero  despoja  á 
las  obras  de  arte  de  la  solidez,  que  es  prenda  de  du- 
ración. 

En  p05i  de  las  Dolaras  y  de  los  poema.tí,  C:un- 
poamor  ha  creado  la  nueva  fórmula  poética  de  las 
Humoradas  ',  dísticos  ó,  &  lo  mAs,  tercetos  y  cuarte- 
tos, que  en  breve  espacio  desenvuelven  una  idea  ó  un 
sentimiento,  fotografías  inslaniíneas  de  un  estado  psi- 
cológico, recelas  de  viejo  contm  las  ilusiones  de  la  ju- 
ventud, memorias  del  viaje  de  la  vida  condensadas  en 
Sorbimos  de  pórfida  intención.  Las  Ilutnoradas  des- 
cienden alguna  vez  il  la  categoría  de  aleluyas  ramplo- 
nas, y  por  eso  se  han  creído  aptos  para  fidsilicarlas  cier- 
tos poclillas  aficionados  A  espigar  en  mies  ajena. 

Talento  fecundo,  original  y  rico  en  travesuras  y 
agudezas,  es  á  la  vez  el  de  Campoamor  indócil  y  re- 
belde á  toda  disciplina,  ó  inepto  para  el  cultivo  de  l^^f 
escena.  Comenzando  por  El  palacio  de  ¡a  verdad  y  1^^ 
dolora  dramática  Guerra  á  la  guerra,  y  concluyendo 
por  Dies  ira  y  la  estrafalaria  comedia  Cuerdos  y  fo- 
eos  ',  no  encontraremos  una  sola  excepción  A  esta  regla 
C^neral.  Campoamor,  como  el  más  inhábil  prlnclpian- 


*    Son  poMtcfton^.  v  aun  mO*  cnJebkeB.  ton  d4i  pkn>  dnnáUou  SI  kimof 
y  AM  m  McWac  la  üitUrta. 


EH  EL  SKLO  XIX  llt 

te*  desíMooce  los  resortes  del  interés  escóoíco,  se  pícr- 
«le  en  el  mor  <lc  un  lirismo  conccptuosD  y  Itabl»  por 
h--  -US  pt-rsonujcs,  que  surijen  i>ertre<'luiJ<>s  de 

^.  1  ^  y  equivui^uillüs  íi  fiilLt  Je   unit   lisonunita 

prvptn  y  peculiar  en  cada  uno. 

Disminuyen  estos  erarisimos  im-on venientes  en  la 
menciun.'ula  doloni  Guerra  d  la  guerra,  como  juícucte 
al  fin  que  nuda  tiene  de  drum^iuo  sino  e)  »er  repre- 
scntahle.  Y  A  (e  que  no  carece  de  gracia  el  (orneo  de 
injfenloííidad  entre  el  soldado  manco  y  el  cojo,  conver- 
tidas en  ana  tcmitüzad  ores  de  la  wru«rm  y  de  las  glorias 
mUiíures.  E^regimüi  Enrique,  lamen tilndosc,  il  su  com- 
puftcro  y  rival: 

De  ti  y  de  mf.  íqné  memoria 
Quediir.!  cadniii»  ultcún  diü 
Sea  esta  camieerfa 
Una  limnosura  en  la  historia? 

^-contesta  el  interpelado: 

Con  voz  por  el  llanto  ahogada 
Probaremos  A  la  historia 
Que  e<)  una  infamia  la  gloria, 
Y  mAs  la  md-s  oelebrada. 

Pero  falla  advertir  que  la  pregunu»  y  la  respuesta  son 
entrambas  de)  mismo  <-unu.  sin  conservar  de  diiUi>go 
mils  que  la  forma. 

(Y  íiu¿  decir  de  Aqultes  y  Jaime,  y  Don  tJI>oiñu  de 
Torrente,  con  todas  las  demás  futuras  que  forman  la 
trama  de  Cnerdos  y  iocos.'  Sacar  á  la  escena  cuatro  ne- 
cios de  prtíblem Ática  cordura,  A  i\ir  de  otros  que  pusun 
por  no  tenerla  y  haM'in  con  la  seriedad  de  un  lilíisofo 
(todo  ello  para  demostrar  la  tesis  de  ufoc  aún  no  sabe- 
ibn-i  M  son  locos  los  locos,  rt  los  que  se  lo  llaman), 
puede  tolerarse  sú\u  como  una  ocurrencia  bumoristíi.-a 
que  ni  aun  (¡ene  el  mírito  de  la  novedad;  mas  pensar 
en  la  n^^^^n  de  ser  de  aquellos  lances,  dignos  vcrdíulc- 
Tamentc  de  un  manicomio,  es  pensar  en  lo  excusado, 


112  T_A  LnSRATrKA  espaRola 

A  no  ser  tan  monótonas  y  de  tan  tToda  nusantropí», 
tnvicran  también  más  gracia  sentencias  como  las  que 
siguen: 

Si  fueroQ,  cual  se  aseienra, 
Locos  Sócrates  y  Taso, 
PreBuniami  desventura: 
iQ\xé  separa  en  este  caso 
Al  genio  de  la  tocurn?  ' 

Todos,  aunque  no  lo  vemos. 
Entre  locuras  vivimos: 
Cuando  locos,  las  decimos; 
Cuando  cuerdos,  laü  hacema'i  *. 

El  distintivo  cccmo  de  Campoamor,  aun  cuand<» 
mis  s*;  extravia  por  sendító  psira  í1  vctíaüas,  es  el  es- 
tilo. Ligero  6  grave  sef^ún  los  ticmpoü;  dotado  de  una 
movilidad  y  una  tersura  sin  semejantes,  aunque  conciso 
por  lo  común,  se  pliega  y  adapta  al  tono  narrativo  y  al 
sentencioso,  á  la  descripción  y  al  diAlc^o.  Enemigo  de 
dilaciones  y  redundnnc¡as,  presta  al  concepto  la  forma 
más  propiii  para  herir  la  mente,  descartándole  de  esas 
sonoras  vaciedades,  escollo  de  los  poetas  castellanos. 
No  porque  Cajxjpoamor  carezca  de  oído  rCtmico  (pues 
bien  lo  demostró  en  sus  primeros  ensayos  y  en  El  Dra- 
ma UtttiH-rsiü),  sino  por  un  descuido  que  fAciIraentc 
podría  remediar,  el  lenguíijc.  la  versific-acíón.  la  parte, 
digámoslo  asi,  material  de  sus  poesjas,  están  muy  dis- 
lantesde  la  perfección.  Si  los  ripios  fueran  parte  para 
quitar  la  fanuí  A  un  poeta,  hubiúrala  perdido  Cam- 
poamor; pues  no  se  necesitan,  A  la  verdad,  ojos  de 
lince  para  tnislucir  su  af  An  de  snlvar  A  tuertas  ó  á  dere- 
chas las  dílkuliades  de  la  rima.  El  purismo  en  la  len- 
gua, no  ya  entendido  á  ti  m;ineni  de  los  llamantes  y 
BÍstemAticüs  ¡trcaístas,  sino  dentro  de  sus  justos  límites, 
es  tma  de  las  cündiciones  más  de  desear  y  menos  fre- 


■    Acto  l.eM<ciut  XXI. 
•■  Ac»  n.  i-wmu  IV, 


ES  KL  SIGLO  XtX  113 

cuentes  en  las  Qbras  de  Campoamor,  rebelde  al  Tti£0 
auroritadvo  aun  en  cosa  tan  importante  y  puesta  en 
nuL*Jn. 

En  cambio  para  describir  los  efectos  del  alma  con 
todo  cl  dnuníitico  interís  de  que  son  susí-epiiblcs,  hay 
pocos  m;iestros  por  encima  de  íl.  Suya  es  este  arte 
difícil;  no  de  tantos  y  tantos  discípulos  como  ex;igeran 
las  faltas  del  modelo  trabajando  cuanto  pueden  por  des- 
acreditarle. 

Digámoslo  de  una  vez  para  desesperación  y  en- 
fnietula  de  todos  ellos:  no  es  sólo  Campoamor  «n  gnm 
poeta,  por  cuanto  ha  podido  resistir  su  f:tma  A  tantas 
profanaciones;  es  también  por  su  genialidad  personali- 
stma  el  mAs  inimitable  de  cuantos  ha  producido  Espa- 
fla  en  el  presente  siglo. 


TOinj  it 


CjVpÍtulo  vi 

LA  POLÍSIa   PlLOSf^KICA   Y  SOCIAL 


TUMira  ■  y  Kati  AchUm*. 

m  I  O  es  hacedero  el  elogio  de  Tassara.  Es,  en  mí  scn- 
J^J  tir,  unodf  los  grandes  líricos  de  este  sigla.  Es 
"  romAntico  y  clásico,  vehemente,  libre  en  su 
pensamiento,  pcrsonalísímo  en  la  concepción  y  en  d 
leneiiaje,  y  no  üi;smcr«:e  comparado  con  los  mejo- 
res cultivadores  de  la  tradición  diVsica.  Vuela  su  fan- 
tasía; pero  tan  fiícil  y  sostenido  es  el  '\'uelo,  que  pare- 
ce su  natural  manera  de  ser.  Tan  dura  es  su  Intuición 


■  D.  GttDrlel  GarcU  TivHinin*rti>ro  Sevilla  rn  unT^pl  nliMioaAo  rn  i|Uc 
■ncicrotí  Zorrílln  y  Cumpoiimcri.  CnrtA  c«n  apravoclikinlMt*  U«  HitmanlJn- 
Jn)  «o  In  iiü>inii  oludoiL  y,  d^paO  4c  terminar  MU  «studloii.  vino  i  UaJrlJ. 
(iMutc  tc<^n*nBn>il  la  pollltuí,  alnlllcraiuin  y  ni  pcrtodlima.  Kac  conniantc 
partidario  üc  Lm  Itlras nuKlf nula*  y  rnlailor  Or  B  Jbt,  Kl  Qirrto  liaeiMUl.  Si 
PaitatHeuo  y  IB  HtralHa.  Max  uMc  wdlú  í  cAiuk-cr  f  n  la  >.-ArTm  d)|>lMiuiU- 
ca  coiDO  SllaUtro  plcnlpotcncUrlo  de  EtpaDji  en  lut  Estados  UnMoa.  DtapuAi 
de  proMKlar  ron  «marKura  tu  mvIUClAn  ik  lasa,  y  ác  volvrr  lo*  ojm  al  u- 
liado  de  la  pDMla,  lalkcU  tn  M7S— Vátat'  FvetUu  d(  A  Oairtri  liirtia  ñuta- 
rcLOiteMUa  Armada  por  el  oator.  Madrid,  Í932.  Hay  cira*  i.-4ido«t*«  hrl:^a*  an- 
lortoracnic »  América  (|«« a«  dcboa  mlnnM coa  lanlannlWwia.  VeoMtaiB. 
bUala  OwwMpoMra  caAmiordiJ  Mctareeildo  pMiaD.  Gabrbl  (tartfo  liutara, 
ffvetaiiínat  paria»  poertatlntmUnMmlMto.  %evMU.  um. 


EK  81.  .SIGLO  XI JC  IK 

y  uin  WvB,  que  va  siempre  llena  y  como  poblaUu  üe  mil 
pcnsaunicniosquc  Ijisíf^ucn,  formando  enjambre  de  idcus 
«1  tomo  suyo,  Atluní  el  arte  por  el  arte,  y  es  proítta  y 
maestro  por  lü  sobi-ran-x  altez^i  üc  su  concepción.  En 
SUS  cernios  se  ve  pa-sar  hermosamente  reflejado  cuanto 
ha  sentido  Ui  sociedad  espartóla,  aborrecido  á  amado  el 
ecato  español  en  este  siglo  '." 

Tan  encarceiilas  como  todo  esto  son  las  alabanzas 

que  un  critico,  ya  difunto,  tributó  á  García  Tassara,  y 

aun  In  parchen  mis  las  de  otros  mucliüs.  t;ilcs  Lomi» 

Valen  y  Mcn(^ndez  Pelayo.  Afirma  éste  liaber  sldu  el 

poeta  espnñol  que  posey<>  en  más  alto  jE^rado  el  os  ntaf*- 

imiurum.  y  aquél  piensa  que  sólo  con  Tass;ira  y 

j  ü  de  versos  [Midenius  aspirar  al  primer  puesto  en 

Iji poesía  lírica  entre  todas  Lis  nH(.'ioneK  europeiis.  Hay 

■■\<,  afirmaciones,  con  su  tatito  de  verdad,  un  fon- 

■-    i»  iiip»*r|v>le  ootorin.  y  aun  casi  no  los  he  apuntado 

shw  para  rei'tificaTlas  en  un  examen  que,  si  no  tan  gc- 

I  para  con  el  poeta,  retntcarii  mils  lielmentc  su 

.tica  lisiinoniía. 

'-  n meramente,  jes  cldsieo  Tassara  coníonnc  a  la 

aás  corriente  acepción  del  calificativo?  Solo  ha  podido 

r  estíi  pjimdoja  (jracias  ii  alí^una  traducción  de 

- atores  latinos,  hija  de  los  conocimicntus  que  ad- 

qoiriú  en  ^us  mocedades,  pero  nada  conforme  con  su 
tnclinucirtn  nunca  desmentida  hacía  el  vuelo  impetuo- 
so de  la  escuela  andaluza,  combinado  con  la  gallardía 
bríc«:t  del  romüniii-isnio,  cuyos  primitivos  tiempos  ul- 
caiucó  vi  lírico  sevillano,  inspirándose  en  (A  Utstante 
mAs  que  en  la  sobriedad  griefi^a  O  latina.  Su  mtsniit  tom- 
p05ici«^n  Leyendo  á  llorado  indica  que  le  admiraba 
mas  como  espejo  de  las  costumbres  latinas  que  como 
tnacstro  de  la  forma,  y  afii  lo  demuestran  Ijls  miiKnífiCiis 


116  LA    UrEKATt'RA,  SSPANotJS 

sintesls  sobre  Ib  dccnüencia  del  Imperio  ronuino  y  lu 
proximidad  de  las  hordas  ralvajes  que  A  jwco  habían  Uc 
liiiuar  sobre  íl  las  raza'*  vírgenes  del  SeptontrÍ<;>n;  tema 
éste  de  sus  más  favorecidos,  y  que  desenvuelve  aqui 
con  potT.'Ls  pero  soberbias  pinceladas.  No  cabe  dada  so- 
bre la  íilíacirtn  artística  de  Tassara;  por  el  carácter,  por 
los  asuntos,  por  el  estilo,  por  todo,  es  romántico  de  los 
pies  &.  la  cabeza,  aunque  dcsdeftasc  la  mirración  leiofcn- 
dorúi  y  liLs  trovas  feudales,  no  menos  quclasorfifiasUel 
repertoriií  byroniano  con  sus  fíi^antes  df  1  vicio  y  sus 
apoieo&is  de  la  pasión  desenírcnada.  Pagando  tributo  ul 
giisto  reinuntc.  se  lo  asimilii  con  la  destreza  de  liis  gnui- 
des  urttslos:  y  aunando  la  troilitL-ión  con  lu  originalidad, 
supo  imprimir  en  sus  rimas  un  sello  propio  é  indeleble 
que  le  distingue  de  todos  los  románticos  españoles  y  no 
e^pafloles. 

M»y  en  su  vida  literaria  dos  períodos  que,  sin  upo- 
nerse.  son  distintos  entre  si  y  seftalan  la  vía  por  donde 
iba  su  musa  caminando  desde  la  infancia  á  la  juventud. 
y  de  la  juventud  ii  la  m:idurcz  perfecta  y  sazonada. 
Cierta  propensión  A  la  poesía  sagrada  y  á  la  erótica, 
con  dejos  de  eonfidcncia  íntima  y  personal,  es  la  nota 
distintiva  del  primer  período,  sin  que  ellu  ubste  para 
que  en  el  subsij^uicnte  entonase  tal  cual  melodiosa  can- 
ción A  los  dulces  recuerdos  de  su  infancia,  al  cielo 
abrasador  de  Andalucía  y  ni  mAj;ico  atmctívo  de  Lau- 
ra, visión  consoladora  formada  A  un  tiempo  jvtr  el  amur 
y  la  virtud.  Su  erotismo,  sin  que  pueda  llamarse  escla- 
vo sftlo  de!  sentido  y  torpemente  sensual,  es  arduro- 
so  y  vehementísimo,  exhalando,  no  los  quejidos  bLin- 
dos  del  Petrarca  y  Garcilaso.  sino  la  llamarada  que  ali- 
menta ci  conizOn  cuando  ama  de  vems  y  busca  fuera 
de  si  el  ctunplimiento  de  su  felicidad-  Pero  tanto  en 
ijis  canciones  er6tii-as  como  enlass-ipnidasdel  itirmen- 
toso  vidente,  va  envuelta  una  aíeccíin  engendrada  por 
_  el  subjetivismo  de  que  he  hablado;  afección  caprichosa 
pero  una  y  cien  veces  repetida,  y  que,  con  estribar  en 


El*  KL  sioLo  xa  117 

un  absurilü  filos<Jfico,  anda  acompaflada  de  tícrta  ar- 
tística y  íasrinadom  belleza. 

OtspuC-s  de  apurar  Tassitra  lodos  los  coloras  para 
retraiar  1'^  esplendores  de  su  pais  nativo,  y  el  placer  de 
que  hincheron  su  corazón  los  ojos  de  la  mujer  amada, 
»-;tmhÍ;i  detono  rcpcntinamenie,  execrando  lo  que  aca- 
Kt  de  divlniziir  y  puniendo  la  meta  de  sus  .ispirae iones 
.-quilín  lo  creeriaíl  en  trasladarse  á,las  regiones  hi- 
pcrbrtrcíis. 

donde  de  espanto  ¡^me, 

y  nn  dr  Linííaidcz.  nataralcza; 

<Iondc  el  aire,  no  estíl  emb;ils;imado  con  los  perFume* 
<  .t  , .  ,i^;,r^  sinoeon  loí.  de  la  planta  sah'aje.  y  el  eora- 

,  no  al  impulso  do  un  amor  muelle,  sino  de  otro 
espontáneo  y  rudo,  con  iJi  rudeza  virgen  de  los  pue- 
blos ■  '  "  '•.  Repit'»  qUe  e>ta  aspirm-ión  no  es  uiin 
rdc-i  .  i  i-.jera  como  las  bautij!.iUa%  hoy  con  el  nom- 
bre de  humorismo,  sino  reflejo  vivo  de  un  estado  pcr- 
janente  del  ánimo:  es  ansia  íjue  tiene  visos  de  pasiAn 
tin  (reno,  A  juzsmr  por  In  insistencia  y  el  fervor  i-on  que 
poeta  suele  expresarlít.  Sirvan  de  compartía  al  ante- 
rior 5  de  palpables  demostraciones  los  ejemplos  que 
siguen: 

Nacient  yo.  nnciem  en  las  raontaftiis, 

Yo  <|ae  admiro  su  mlMloii  belleza. 

Más  cercana  dr  tí  ¡naturalcía! 

Con  tu  luna,  tu  sol,  tu  inmeniiidad. 


I      No  hubiera  con  sa  aliento  corrompido 
Mi  fiitlet.' lente  «er  In  soeicdnd. 

Y  üirifíitfndtise  al  sol,  desea  verle 

En  donde  enciende  el  trrtpico  «a  nntorchii. 
En  la  pl:i>  a  hiperhr»re¡i  de  l.i  lierra... 

Trabajo  cuesta  el  creer  en  la  sinceridad  de  ules 
c:xcluinu(.' iones;  pero  no  es  suponible  tumixKro  que  tid 
icmencia  de  expixsirtn  encubra  solamente  una  puc- 
illdnd  nfcctadft  y  ^n  objeto.  Por  otra  parte,  In  verd/td 


lis  Lil   LirERATdU  ESPASOLA 

estética  no  t^,  i-omo  la  mctafisica.  radicalmente  opu«n 
hasta  rt  las  mAs  inocentes  liccíones;  ;mles  se  combii 
con  ellas  muy  frecuentemente,  porque  el  modo  de  sentir 
del  poeta  cuando  está  arrebatado  por  la  pasión,  que  le 
lo  dcsfiuuní  y  ¡ignindn,  no  es  romo  el  Tefiosadu  y  norms 
de  los  humbres,  sujeta  ñ  Ja  rellexión  y  el  anrtitsis;  y  bii 
se  concibe  que  molestado  por  la  prosaica  realidad, 
anheloso  de  ruqiptr  sus  aidenas.  aspire  i\  otro  estitd^ 
diferente,  íi  un   sueftip,  á  un   imposible  quizá,  com^ 
sea  poético  el  imposible.  Tal  es.  en  mi  juicio,  la  üni( 
defensa  que  cabe  hacer  de  ese  inocente  error  de  Tai 
sara,  calcado  en  parte  sobre  las  ideas  de  -Rousseau,  peí 
vestido  ron  hermosos  y  originales  conceptos,  y  men< 
convencional  que  las  Arcadias  piLstoriles  de)  siglo  XVII 
La  vocacirtn  del  poeta  social,  vocacirtn  imperiosa 
irresistible  en  el  cantor  de  Laura,  se  ve  aquí  Jespun^ 
tar,  aunque  no  sea  sino  por  contraposición  y  de 
layo,  porque  es;i  sotl  de  un  ideal  utúpico  proviene 
sa  indignación  contra  la  sociedad  que  le  rodea,  ca 
(¡ada  de  crímenes  y  tempestades;  del  bastió  que  le  in^ 
¡rfra  el  placer,  considerado  comn  único  y  supremo 
de  la  existencia.  Fue  Tassara  pesimista  hasta  un  ej 
■tremo  censurable,  y  de  ahí  que  por  rodas  partes 
viera  sino  temorts,  sombnis  y  amenazas,  y  que  en  me- 
dio de  las  conquistas  materiales  del  sifrlo  no  encontrara 
una  sola  senda  p:ira  el  bien  entre  las  muchas  que  aceU 
radamente  nos  arrastran  hacia  el  abismo.  Ve  la  fliosof 
convertida  en 

Cama)  matron.!  de  inlecundo  seno, 
Incapaz  de  engendrar  una  creenctn; 

la*!  artes  prostituyen  su  disrnidad  para  convertirse 
instrumentos  de  perversión  y  licencia;  en  las  razas  an- 
tes viporosas  y  robustas  va  penetrando  la  molicie  encr- 
vadora;  y  la  falta  de  prinriiMos,  la  confusión  de  las  ideas 
y  la  decadencia  moral  convierten  A  la  sociedad  mo- 
derna en  un  caos  sin  fondo  ni  salida.  Para  01  no  le 


BK   BL  SIGLO  XIX  119 

quc4ln  rcscTviulo  otro  destino  sino  el  de  tantas  cii'Oiza- 
■"t'finíuttó  y  Ue<T<*piuis:  Ih  !uch;i  con  los  pueblos 
_  -,  qui;  h:i  de  ser  el  medio  destinado  por  \:\  Pr'>- 
vidcnciu  para  su  total  ruina  y  dcsapartciún.  Hn  todoü 
retos  oasucflos  lucubres  cmpl«i  Tassara  cl  lengua- 
je airei'ido  y  ííisoinador  ile  la  proíecia,  y,  como  nue- 
vo Júpiter  en  su  Olimpo,  despide  rayo»  y  centellas 
cuntra  todo  lo  que  ven  sus  ojos,  creyendo  ya  asistir  A 
las  agonías  de  este  cuerpo  social,  anímico  y  corrom- 
pido, y  entonando  su  himno  fúnebre  como  los  Angeles 
en  cl  Apocalipsis.  Tal  es  el  espíritu  que  informa  sus 

Lfantos  .1  Xapoleé»,  A  Da>tU\  y  tantos  otros  como  le 

rEaspin>»u impaciencia  febril,  ayudada  poruña  intuici<>n 
poderosa  y  una  vena  inagotable. 

Debemos  dar  &  í.stc,  que  algunos  llaman  capriihu 
tic  Tassara.  la  misma  interpretación  que  al  mencionado 
orribu.  pues  ambos  proceden  de  una  raír,:  cl  melani-ó- 
lico  pesimismo,  que  sólo  deja  ver  una  parte  de  la  rca- 
lidjid,  cubriendo  la  otra  como  con  espeso  velo,  y  dando 
al  todo  un  aspecto  horripilante  y  fatídico.  Punto  de 
vi>ia  dcricientc,  como  lo  es  cl  del  optimismo,  propiu 

glambiín  de  almas  ardientes  y  soñadoras  en  que  pre- 
lumina  la  fantasía  sobre  la  razón,  y  fuente  abundosa 
de  poesía,  sobre  todo  cuando  el  pesimismo  no  se  funda 
rn  un  sistema  filosófico  y  d  priori,  ni  envuelve  la  ne- 
gación di;  una   F'rovídcnciíi  consoladuní,  sino  que  i-s 

rexcluslvamL'nte  engendrado  por  la  c<intempl:ición  do 
los  grandes  crisis  que  atraen  sobre  sí  mismas  las  nacía- 
les con  sus  torpezas  y  desenfrenos.  Y  en  esto  se  dts- 

Fljngve  TasKira  de  los  pseudu-liktsofüs  á  la  moda  y  del 
mismo  Lcopurdl,  en  cuya  egoísta  y  antipática  inspini- 
Jflo  no  cabe  el  desiniercíwdo  celo  por  la  buena  suerte 
los  demils  hombres,  ni  la  inquietud  por  intereses 
que  no  sean  propiíis  y  pcrsunaUsimos.  Los  dolores  de  la 
humanidad  sólü  arrancan  a  la  lint  del  gran  poeta  ita- 

l|r.ino  un  lamento  estí-ri!  y  sombrío,  mientras  encien- 
ta singre  v  la  ínnl!i.sin  Jel  esixtOol.  hariondole  pro- 


I2IJ  LA  UIERATÜRA  KSPAÜOI.A 

(TUnii^  en  cííos  ap<5í;trofes  nacidos  <Ic  un  corazón 
sano,  y  que,  bajo  Ui corteza  nmarga  del  desaliento,  ocul- 
tan un  deseo  generoso  y  ft-cundo. 

Pese  &  iiqucllii  exclamación  de  su  juventud 

¡Ayt  lU  verdad,  en  mi  razón  la  dada 
Se  aposentó  alffún  día; 
Yo  nuíse  ver  la  realidad  desnuda 
Del  mundo  en  que  vivfa, 

y  A  otras  confesiones  no  meno!>  explicita^,  Tassara  no 
sintió  el  aguijón  de  la  duda,  si  por  duda  se  entiende 
falta  de  fe  en  los  grandes  principios  morales  y  reli- 
>n(j«os,  la  onformedad  de  Byron,  Leopardi,  E-ipronc» 
y  ríúflez  de  Arce;  porque  su  escepticismo,  aparte  de  i 
un  tanto  retórico,  versa  mAs  bien  acerca  de  losdestint 
del  mundo  que  délos  medios  conducentes  para  rege 
nerarlo.  Si  a&í  no  fuese,  él  nos  hubiera  dejado  en  sus 
versos  las  huellas  de  esc  combate  ang:ustioso  entro 
Fe  y  la  razón,  cuando,  en  realidad,  apenas  si  de  61  buet 
mcmoriíi. 

Ni  en  sus  más  intitnas  quejas  se  siente  apnjcada  del 
todo  la  V07  de  la  esperanza,  aunque  alguna  vez  paj 
rczca  darle  el  adiós  último;  y  como  coroiuimiento  d< 
sus  magníficos  cantos  sociales,  impregnados  del 
pfritu  pesimista  de  que  antes  hablé,  aparecen  otroi 
Ue  opuestas  tendencias  al  parecer,  pero  nacidos  ei 
realidad  de  un  mismo  principio,  bajo  dos  formas  dúí' 
ilintas. 

El  poeta  que  veía  próximo  el  fin  del  universo  y* 
A  Dios  arrojado  de  ¿I,  y  vibrando  en  sü  diestra  el  rayo 
vengador,  siente  plisar  sobre  su  alma  la  brisa  dulce 
reposada  de  una  Hueva  ttispíraciÓM,  y  en  alas  de  ellí 
se  remonta  ¡d  cielo,  y  abre  sus  ojos  ¡1  la  luz  de  la  nueva 
aurora  que  ha  de  iluminar  al  hombre  ctmndo 
lv«  días  de  la  confusión  y  el  espanto.  En  su  líintHo  ni 
i\fc-ilas  es  donde  iirincipal mente  desenvuelve  esa  gran 
idea  con  aquel  tonn  solemne  que  es  en  Él  caracieristir 


ttS  EX.  SIGLO  XIX  121 

«o;  r  poreeJéndolo  ya  oír  al  nuevo  Rctlentor,  exclama; 

Luzhtrt  ha  vuelto  al  mundo. 
Y  Dios,  ^0  volverAÍ... 

Así  ntimifie¿ta  Tassara  el  ardor  de  su  fe,  lo  mismo 
«.niHndu  se  dcsalienti  que  cuando  oonfía;  asi,  al  tender 
In  vista  hacia  lo  por  venir,  no  se  contenuí  con  el  ¿quitan 
.•ui6p.^  del  escepticismo  ciesro,  ni  invoca  ü  la  íaUUÍdad, 
i-oco  do  los  pusiUnimcs;  sino  que,  iufticiera  ó  miscri- 
vordioíBi,  nos  presenta  la  mano  de  Dios  que  cascijEra 
con  riííor  y  perdona  con  misericordia  los  crímenes  dt 
)ii6  hombres. 

Traí-L-mof.  ahora  t-n  iírc-visima  síntesis  el  proceso  del 
«ron  puemu  loriiiadü  por  la  menie  creadür:i  de  Tassa- 
ra. y  del  que  son,  como  partes  sin  orden  fijo,  la  serie  de 
»naen(fic<i«  ciintos  A  ¡u  .nwrra  <Íc  Oriente ,  A  .Viipi}/fxín, 
■A  D.  Juan  Hotioao  Corít's,  A  Mirabeeiu.  A  Quintana,  y 
lüs  fríifimenios  de  l/n  diablo  nuis,  sobre  todo  Id  nutn/tt 
Mlla  y  A  Dai/íi: 

jAsial  iPatría  común!  iCuna  del  mundo! 
iProreüsa  ianiorul  de  las  oacionL'Sl 

"■■[•■  grito  de  admirariOn  y  entusiasmo  nació  de  lii 

'  la,  perenne  en  e!  autor,  de  que  al  Oriente  toi-a 

Pwetcrna  ley  de  la  ProvidencUi  decidir  los  destinos 

*l  mundo.  Reeuerdat  Bene«iíacos,  sombnis  de  los  anti- 

*'"''" '  "nquismdorcs,  loRendarias  proezas  de  las  Cru2a- 

[  vidumbre  y  esplendores  del  Califatu,  todo  rc\'i- 

''c  en  las  estrofas  A  la  f(Mrrra  de  Oritule,  atesiiguan- 

"tttta  falidica  profe»  (¡i  á  que  obodccen  ct  alfanje  de 

■Ícheroei-Ali  y  lot;  vjcrtitos  de  las  naciones  europeas. 

'^oliayconcilinciAn  ni  felicidad  posible  entre  los  mor- 

'■'«;  el  dolor  y  la  cuerrn  fueron  irrcmedjahle.s  des- 

** Mué  brotú  la  espina  del  pecado  en  »/  árbol  de  la  hU' 

"^^Vilíit/.  Podrí!  taclinrsc  de  obscuro  el  pensamiento 

daiDiiuiotc;  sedirA  que  parcec  fiebre  de  visionario  se- 

"*ÍaTitc  Afiofíilifi^is  de  Asia  y  Europa;  pero  jcuAn  vi- 


123 


LA  UTHSArVSA  BSPAfCOLA 


VOS  dcsiellüs  de  luz  deja  en  el  alma  ckui  rcsurrccctÁn 
tie  la  historia  que  eslabona  el  principio  y  el  fin  de  los 
seres,  y  va  recopienüo  cl  ¡ay!  de  las  Ecncracíoncs  has- 
ta que  sf  pierde  en  Ja  eternidad! 

Es  caraeterfstico  en  Tassara  el  trántUto  de  la  rc:tll- 
dad  concreta  ¡I  las  abstracciones  ideales  y  sinil>óllcns. 
Si  reiTonstruye  con  su  fantasía  la  trran  epope>'a  napo- 
leónica, es  para  fijar  lueso  la  atención  en  las  brumas 
de  lo  por  venir,  tuyus  arcanos  descubre  en  la  nist  de 
nuevos  biirbaros  que  no  necesiu  lanxar  el  Septentrión 
porque  se  hallan  ya  dentro  tie  Roma.  Si  le  suspende  la 
flgura  de  Mirabeau,  es  para  encerrarla  en  el  cuadro  de 
los  revoluciones  modernas,  y  concluir  con  ansiedad  y 
desconfianza: 

^D6nde  la  libcnad>  Tras  largos  d(as  , 
Volvió  de  Ruropa  A  Uoniinar  los  cielos; 
Mas  Aún  la  cubren  Tuaerarios  rolos, 

Y  elU  misma  engendró  cien  tiranías. 
*              Aun  levanta  su  frente  en  el  espacio 

Con  moles  de  triuoliintc  simetría 
El  excelso  cditicio  i|uc  debía 
Ser  Je  la  huinimi±td  el  gran  palacio. 
Mas  de  los  vientos  se  soltó  la  tropa, 
La  soberbia  armazt^n  yace  desnuda, 

V  el  mundo,  al  contemplarlo,  liembla  y  duda 
Si  es  ese  el  templo  6  el  panteón  de  Europa. 

íín  lii  oilii  -í  Qtiittiatia.  en  las  demris  de  esta  ctierda, 
y  hasta  en  los  vers<»s  amorosos,  gusta  Tassara  de  entre- 
mezclar los  mismos  auffurios  filosóficos  y  las  bríllanies 
pinceladas  de  efecto,  pertenencia  exclusíviimcntc  suya. 

Obra  monumental  en  este  sentido  y  m  lodos  es  la 
que  tituló  l'u  diablo  mds.  pura  viiyn  compa'.icii'm  hubo 
de  romper  la  pluma  de  doctrinario  equilibrista  y  abra- 
zarse con  las  afirmaciones  absolutas  de  la  verdad.  El 
humorismo  qoe  retoza  en  líis  tres  epístoUis  de  la  pri- 
mera parte  reúne  la  más  cómica  y  andaluza  originali- 
dad con  el  atractivo  de  ideas  profundas  y  sobrada- 
mente serias,  A  lasque  sirve  como  de  tnmsparcntc 


EN  EL  SIGLO  XIX  133 

cendal.  Los  cantos  Et  nuevo  Atiln  y  A  Oanie  son  rfl- 
fn^«  üe  hurncanado  torbellino.  aKTestes  y  sablímcs 
vibrn<H'»ni*s  dt*  un  ¡irptt  primitivü,  que  hubiesen  íij^ra- 
üo  üfiin-'Énicntf  t-n  un  dnimade  Sliak-ípcaro  Ojunto  i1  las 
dtl  Pttriiiso  Pentiiio  y  La  Divina  Cottitdia.  ¡Atlmlrablc 
CTvacitJn  la  del  nuevo  nzote  de  las  celestes  vene:anza<. 

Dcsícnditnic  de  Dios,  hiio  del  polo. 
Siempre  entre  dos  Inmensidades  solo; 

'  mcKclJi  de  guerrero  y  sacerdote  que  no  sólo  trac  de 
SO»  bosqocs  sed  de  tremendos  exterminiof,  sombras 
de  miHTic  y  díii-i  de  expiín-itSn,  sino  también  el  chatna 
rftirvtnr  rfc  ¡as  Macionrs.'  ¡Admirable  apostrofe  ludcl 
hfnnnü  A  la  niurva  fiomn.' 

Tú  eres  la  intelmencia: 

Vo  soy  Ui  ]*>.  yo  sny  la  Providencia: 
Kl  mundo  es  de  londn**.  ^';^  claiiro  aiioma 
t»c  la  edad  renaciente.  Atila  y  Roma, 
-Sobre  el  sepulcro  del  aniígno  mundo 
Que  sastetiti}  la  huntanidfld  e<)<.-lava, 
K-otícndraron  la  Europa  que  se  acaba; 
Tú  y  yo  sobre  otro  pueblo  moribundo 
tin  el  nombre  de  Dios  nos  iunlaremos, 
Y  otra  Europa,  otro  mundo  cntícndrarcmos. 

A)  dirí^rir»  il  Dante  acuden  A  los  labios  del  poeta 
las  nubiles  tonos  de  la  clcífia  y  el  La^daí^  ogiti  s/ir- 
raHStt..J  ecos  del  humano  dolor  que  nf  se  cxtiníiue  ni 

miticn.  Por  eso  c-i  mus  bello  el  contraste  del  mcn- 
ido  Himno  ai  Mt-íiías,  que  cierra  ron  las  visitones 
de  Ia  i^lorin  las  lobregueces  y  abismos  que  hasta  01  nos 
van  í'.'nil  II  citado. 

Aunqnc.  rL»;!  y  todo,  quedan  vacíos  en  el  famoso 
poema  del  diablo,  como  le  llamaban  el  autor  y  sus  aini> 
fi  t'tíuro  indicio  Ucl  encumbrado  luear 

di-.w^  .iv,uu.  .  r.u■^  .i¡>a  las  idei«%  madres  A  cuyo  servicio 
wnivo  siempre  su  géneros;!  inspiración. 

Mas  no  por  atender  timto  A  la  trascendencia  filo- 
iAfica  de  la  Poesía  lu  ahogó  en  un  mar  de  discusiones 


124  LA  >.rTfcltATlJSA  b-spaRoia 

profundas,  dcspojrtndula  de  las  elegancias  de  la  forma; 
antes  ÍTie  en  ellus  maestro  sohcrano,  ímulo  de  Herrtífa 
y  Quiniana.  de  ZuitÍIIü  y  E».pronceda,  tomando  de 
unos  el  arrebato  pind.lricü,  y  de  otros  la  rapidez  en 
las  transiciones,  el  afervorado  vuelo  del  espíritu,  la 
pompa  dcí;lum^^an^c  y  mairnlfica,  la  dicción  enOrgica 
y  encendida,  junto  lodo  con  ciert;!  esplendidez  exclu- 
sivamente Kuya,  que  es  lit  víhrac-ión  de  la  personalidad. 
No  por  esto  sot>rcpuja  Tassara  á  todos  los  líricos  de 
Europa,  como  parece  sospechar  Valcra,  ni  siquiera  á 
los  de  Espiífla  en  el  sijílo  XIX;  porque,  si  otros  faltasen, 
basui  y  sobra  iwira  el  easo  el  nombre  abrumador  de 
Núftcz  de  Arce.  Fue  Tassirasu  dicno  precursor;  pero 
con  mils  fe  y  menos  dotes  artísticas,  y  aun  en  el  mismo 
terreno  de  la  Poesía,  elige  el  tono  profítieo  que  desdefla 
Núflcz  de  Arce,  y  ffusta  de  esos  idealismos  vagos  que 
ceden  su  puesto  á  la  realidad  viva  en  el  gran  cantor  de 
los  Gr/fos  ít^i  coNifurlf.  La  figura  del  uno  parece  disi- 
parse cuando  se  eleva  á  las  regiones  de  lo  iaftnito; 
la  del  otro  permanece  inmóvil  y  grave  como  la  de  una 
divinidad,  superior  jí  la  impetuosa  oleada  de  la-N  pasionti. 
que  bullen  y  sultán  en  el  fondo  de  sus  estrofas.  No 
siempre  son  agradables  los  movimientos  variados  y  ra- 
pidlsimus  de  Tascara,  que  á  veces  se  convierten  en  sal- 
tos de  Tolatfn  y  contorsiones  epilépticas;  pero  siempre 
atrae  con  nuevo  hechizo  la  sublimidad  uniforme  y  se> 
rcna  de  Núflcz  de  Arce. 

Con  ambos  (igurrt  por  algún  tiempo  el  autor  de  los 
Ecos  Naciomiles.  Ventura  Ruiz  Aguilera  ',  cuya  ínspí- 


■  X*ck>tn  SulMiD'tni.M  vi  iiAi  \m.<.  Su>  tcwpnuuit  oUcIomcs  k  >n  llicratuna 
ne  h  implilIrriMi  conwniiif  y  ifioctuli  la  tamm  >lf  AlnlMna.  Qn  XMi,  rciuiiUi 
A  atian'fnaarU.  vino  A  .Modrli),  iltdli.^nil'.iu  il  la\  mui>n«  y  al  pirfnJIíBiD..  Ko* 
dr^F  cniaai;«*  nBprDiroUtncanvMwlJb  y  lEtraftarla  k  loibicUuedcACttinft- 
tlamlcnitn  coala  ruicrlón.  A  priai  Jv  MlnK^lMmcKkttla.obiuvo.  «iwrtf  Je 
la  ■.-ck-brtdaJ  rmnn  Ifttml'),  carx»*  T  ilUilndogc*  taipntuntc*,  cnifc  rltm  U 
illrrcditn  lid  Muwn  Ariti*fdliSBÍc<iN»claHii1  y  la  Gran  nof  dclulliclla  CaUili* 
£B.  MnrM  cftMtaaftMcnu  m  IMt 


ES   EL  SKLO  lux  Ife 

'mcfóQ  focuDdn  y  no  muy  Icvnnadji  recorrió  con  for- 
irann  constante  el  c¡imÍno  que  mAt'  filcil  y  hrevemenic 
[conilutx  A  la  popularidad.  Hn  vez  de  remontarse  iV  las 
luUums  do)  entusiasmo  lírico,  para  lo  cual  nunca  fue- 
tuB  muy  poderosas  sus  al;is.  di<>se  .1  interpretar  los 
afectos  espontáneos  y  colcttivos  de  la  multítud,  eomo 
\o»  anrtnimos  que  formaron  las  grandes  epopeyas  de 
laías  las  nacioocíí,  y  en  Hspana  nuestro  incomparable 
Romitm-eru.  La  musa  legendaria,  loamisima  en    los 
tiempos  del  romanticismo  é  inmurtaliziula  en  Los  can- 
tofiífsl  trovador,  muríú  con  Espronccda,  Arólas  y  Zo- 
mTln.  y  crn  inútil  empeño  el  de  resucitar  las  cantigras 
'h'i'-  dcrruidus  cisiillus  y  los  recuerdos  déla  KdaJ 
Así  lo  comprendió  el  autor  de  los  i^os  nacio- 
naits  '  al  revestir  las  tradiciones  antiEuas  con  el  carác- 
ter did:iciico  de  una  cierta  filosofía  vulgar  endcreza- 
Ja ;:  la  prap(i({acióQ,  por  el  arte,  de  la  moral  y  el  pa- 
~no.  Ambos  aparecen  brisados  en  los  Ecos  nacio- 
iéiir¿  Mil^rc  la  fe  (.Tb.tiana.  pero  súlo  hasta  cierto  pun- 
to:  p>muc,  como  nota  muy  bien  el  critico  porcuguér 
Luciano  Cordeiro  *,  es  el  de  Ruiz  Aguilera  uncristia- 
raeionalistn,  de  sJnrertdad  dudosa  y  que  se  pn^u 
^-"-Mvamente  delsentimii.-nto.  Verdad  que  el  poeta, 
eoíu  invocación  A  D$os,  hace  solenme  profesión  de 
iM  creencias  religiosas;  verdad  que  ha  cantado  las 
-  "K  i<  .-((stumbres  del  Ouolicismo;  que  nos  habla 
'  i-.-^^a  cs*-!avitud  y  redencjún»  y  de  nuestrus  lii- 
*ff<K  destinos;  que  )n  oración  es  para  él 

Vaso  lleno  de  Wgrimns 
V  de  alegrilla  cAMi 

'   A>r  -"-ImrrardlclOn.t  Son  ■«rtVBolw 

*<a*i'.-  >.  hifléá.  IU¡f»*a,MHtíéií,  paOt- 

^  réiMg  jiiiii»Mt  Hat»  tdlCTM.  Mti4rtt.  Bnifr  l<r*  iiiidiii.'(>>n*  riintith'[''i 


126  LA  UTBSAniKA  ESPAROLA 

Que  &  Dios  ofrece  c\  hombre 

De  amor  y  (rratitud  en  liomena)*, 

Tablft  áe  sus  naulragioii 

Cuando  1.a  rota  nave 

No  halla  pueno  en  la  tierra. 

No  ve  socorro  humano  viue  la  salve; 


\iCTQ  soo  muy  equjvocíis  todas  (fstiis  fnises,  y,  por  des- 
gracia, atcndieady  al  «spíritu  que  las  informa,  ubede- 
(-C11,  tiü  tanto  ;1  la  idea  citólíca  en  toüasu  integridad, 
como  li  las  vaguedades  del  teísmo  más  6  menos  divor- 
ciado de  la  enseñanza  evangélica.  Así  cstAn  fundadas 
<-n  el  aire  muchas  de  la^  que  proruru  incokar  el  poeta, 
lo  mismo  en  los  £<'ú^  que  en  sus  restantes  obras  por  lo 
cual  he  crcido  absolutamente  necesaria  esta  adverten- 
cia, no  sólo  en  el  terreno  de  la  ortodoxia,  sino  en  el 
puramente  literario. 

IX-  los  ICros  ttacioNaics  muchos  cstAn  consagriidos 
ttírcctamcnte  A.  la  moral  y  Ji  la  religión;  otros,  cum- 
pliendü  mejor  con  su  titulo,  recuerdan  nls'una  pjígina 
Rloriosa  de  nuestra  Jinii^a  ó  moderna  historia,  co- 
memtamk)  por  /fwwcrstw/A-í  y  concluyendo  con  Verga- 
ra  y  la  guerra  contra  Marruecos. En  cíelo  anterior  A  es- 
tis  dos  fechas  tljíuní  la  Historia  de  uitn  guítarni.rtístit 
glorioso  de  Trafalfrar,  que  nc»s  pinta  ei  poeta  otvíiíaiia 
V  sola  después  de  haber  excitado  tantos  y  tan  nobU 
afectos  con  sus  notas,  que,  a  manera  de  fuego,  aumcií^ 
laron  el  volcan  del  amor  piitriu  y  el  odio  al  usurp;idor 
extranjero  en  la  titánica  epopeya  de  1906.  Bn  el  mismo 
sentido  abunda  /?/  ^etienU  A'o  importa;  y  lleijandu  A 
épocas  mAs  recientes,  no  deja  de  exlialar  el  grato  pec^ 
fume  de  las  canciones  populares  La  Correspondenci 
tff¡  moro,  bien  que  la  deslucen  al^funos  prosaísmos 
necesarios.  Esta  erl orificación  de  los  sentimientos  na 
cionatcs  ofendidos  no  impide  que  el  poeta  execre  las 
ambiciones  injustas  y  las  escenas  de  sangre,  fruto  üe 
todait  las  guerras;  quc  nos  haga  llorar  con  el  soldado 
que  abandona,  quizá  para  siempre,  el  hogar  doméstico- 


Ett  BL  SIGLO  XIX  127 

«c  despide  de  Li  mailre  cariflosa  y  el  inocente  hcrma- 
»;  que  evoque,  en  fin,  una  serie  de  dolurcs  fnlimiw  uin 
^Ucniñ  de  ternura  eomu  de  poesía. 

Con  los  recuerdos  propiamente  nacionales  altemim 
loíí^decada  región  y  jMroviocia,  desde  \¡i  ííttita  s'i^iega, 
[que  con  sus  dulce?  sonidos  no  so  s;iK'  -■*/  Ifora  ó  >v'  tan- 
ta, tui^tii  U  ha/uda  df  Caíaiufia.  di^llugo  de  una  profun- 
didad lan  ífrnnde  como  su  delicadeza,  en  que  el  obrero 
•I  pr-iftifie  A  su  noble  madre  el  ivs//*(/o  nució  ¡ja- 

■-  .íi\  el  sudor  de  su  frente  por  medio  de  la  industria 

y  d  trabajo.  Todo  anda  A  una  en  esta  hermosii  baUída: 

^■eniimiento,  idea  y  disposición  simétrica,  al  mo- 

is  tonadiLS  %'ul}íare'í.  También  acarició  ApuÜera 

■:'>,  que  por  desgracia  lo  seni  siempre,  de  la  unión 

eoire  E-spofia  y  Portugal,— ese  rasgón  arrancado  üe 

•ntstro  manto  por  los  capriohoíi  y  las  vicisitudes  do  los 

lieoipos, —encerrando  su  pensamiento  en  \x\  Imagen  del 

dcspüMirio  entre  las  dos  naciones,  próximas  ya  A  eon- 

hBulir  tiernamente  sus  destinos.  Decía  esto  en  tB(i^\  y 

.iL'  n„  .;^  tit  cxtraflar.  dados  sus  ideales,  algún  que  otro 

-   Je  iberismo  progresista. 

Nq  contento  con  enaltecer  las  glorias  cspaflolas,  in- 
iwpTílA  .Aguilera  los  sentimientos  de  los  pueblos  opri- 
ttidot,  sentimicncos  que,  al  pertenoccrk-s  y  por  el  sa- 
Ipiulo  derecho  de  la  compasión,  se  hacen  en  clurto  mo- 
Acosmopi^litus.  Por  eso  no  desdicen  1;ls  t;sirof;ií  con- 
i^^Ctadias  á  irlanda  entre  Á'oucrMaJíirs  y  J.(t  rorr.-s- 
M^ruda  del  Mofo. 

De  los  Ecos,  que  con  tendencia  abiertamente  doctri- 

"i'-ícscní^uclven  una  icaís  mrts  ó  men'js  en  harmonin 

^  cxigenciíis  del  arte,  no  he  de  decir  mucho,  ya 

esto  me  conducírlu  A  discusiones  que  tienen 

■      I  lie  literarias,  ya  porque  las  moralidades  de 

,j  lü  mlsmu  las  de  los  Cmüares.  Rimas  varias, 

frías  y  Sd/irasj  suelen  reducirse  A  unas  poca*. 

■•JlOo  la  influencíji  de  los  esfuerzos  individuales  en  la 

obra  etcnuí  d-  indestructible  del  progreso,  la  redención 


128  LA  LtTBttATÜRA   SSPAl<ÍDUA 

<lcl  mundo  por  el  tralxtjo.  la  igiiaklaíl  tlt'  üererhos^ 
lx!res  comunes  ¡i  tixJus  lus  hümbres,  y  nmis  tales,  irr¡ 
prensibles  unas,  y  otras  de  sospethosa  procedencia. 

El  género  tle  los  Cantares,  extraordinariamente  fe- 
cundo en  nuestra  literatura  del  siglo  XIX.  estábil  muy 
conforme  con  las  aficiones  de  momlisut  tan  visibles  en 
Ruiz  Aguilera,  quien,  si  no  alcanza  en  ellos  la  fílosof  ia 
maleante  y  .•;»"  ¡íni»ris  de  los  de  Campoamor.  ni  ¡mita 
de  los  compuestoá  por  el  vuIro  la  exactitud  frrAlica  y 
pintoresca,  conserva  de  estos  ültimos  el  tono  unifor- 
memente scpcillo  en  cuanto  lo  permite  la  variedad  de 
los  asuntos. 

Ajenas  á  todo  otro  pensamiento  que  no  sea  la  ex- 
presión de  un  dolor  profundo  y  sin  limites,  aparecen 
las  Regias  '  de  Aguilera  como  una  nota  discordante 
entre  sus  hermanas  de  padre;  pero  ¡cuAn  dulce  no  re- 
suena esta  nota  en  todos  los  corazonesl  ¡de  cuiUitas  y 
^u&xi  hermosas  maneras  no  está  en  ellas  variado  un 
mismo  sentimiento!  El  poeta  consagra  el  libro  encero  A 
la  memoria  de  tma  hija  idolatrada,  ángel  del  hogar 
arrebatado  :l  su  caríflo  en  la  flor  de  la  juventud,  y  con 
tma  solicitud  casi  supersticiosa  nos  va  pintando  sus 
alegrías  de  antes  y  sus  tristezas  de  hoy,  fij.lndosc  en  la 
golondrina  qae  va^a  errante  buscando  el  amij^o  rostro 
de  oíros  tiempos;  en  el  saboyano.  cuya  miisica  fue  en- 
canto de  la  doncella;  en  los  juguetes  que  fonnalvm  el 
monumento  de  Navidad,  hoy  confundidos,  mudos  y  dis- 
persos. 1^1  pena  del  patlre  cariñoso  en  busca  de  un 
consuelo  y  una  espenmr-i,  llega  hasta  soñar  con  poéti- 
ca candidez  en  el  jardín  que  han  de  prepjirar  sus  ma- 
nos para  que  se  duerma  A  cusco  el  tttifíe/  de  la  tus  ben- 
dito, y  broten  en  su  boca  azucenas,  rosas  y  lirios;  como 
enlas  de  aquella  heroína  cantadn  en  los  antiguos  poemas 
ingleses,  y  en  los  modernos /rf/Z/os  de  Tennyson.  Tal  es 


es  EL  KICTXI  XIX  129 

[el  libro  de  las  Elenias,  tesoro  de  imaginación  y  sentí- 
míenco.  poema  dt  infioiía  ternura,  por  el  que  un  critico 
ha  apellidado  i\  Aguilera  i-l  UhlanU  de)  Mi-Jiodía. 

Las  Rimas  vanas  se  accrrun  mucho  á  los  Ei:os  na- 
^fJOMM/r^,  aunque  ostentan  formas  más  cultas,  entre  ellas 
Li  de  la  epístola  moral  scRÚn  la  fórmula  consagradíi 
pCT  nuestros  clásicos. 

Otra  cosa  son  las  ffarmott/as  y  Las  Estaciones  tlfi 

Mb>  \  á  las  que  informan,  respectivamente,  el  idealís- 

~    i-marttniono  y  la  exuberancia  descriptix'a,  aunque 

ntc  ísta.  pv.irquc  no  cabe  imitar,  con  un  insini- 

ntcnio  tan  pohre  como  las  leng-uas  modernas,  la  vivaz  ú 

■'íirablc  fuerza  de  significación  que  tienen  la  fra- 

^-  L^-a  y  latina.  Pero  si  al^io  valen  los  esfuerzos  pitra 

Tmcer  ese  imposible,  si  son  algo  mAs  que  un  capricho 

ilucciones  de  Fr.  Luis  de  León,  la  silva  A  fu 

-^■:HÍtura  itr  io  sana  tórrida,  y  cantáis  otras  joyas 

eofBo  han  producido  nuestras  escuelas  clAsicas  de  los 

trw  últimos  »glos,  y  en  el  presento  la  de  Andrés  Bello 

yiusdU*-ipuloK  de  E.spafl;i  y  Am(>rioa,  entonces  mere- 

rtcl  píivia  s:ilm;intino  un  iuji^ir  en  esa  pUyade  Kiorio- 

sst,  cuando  menos  el  de  inspirado  y  tiel  imicidor.  ¿Quif-n 

■n  i-as  JístafioHrs  lit'l  ailo,  con  sus  variados  con- 

y  sus  maj»nííiciis  escena,s,  lides  como  la  reculw- 

Ins  mieses  y  la  vendimia,  alfío  que  no  es  nfec- 

aciMibucóHcn,  y  sí  manantial  irrtstaflable  de  pocsia, 

de    "  r     -f.i  cmbriae^ndora  que  se  debe  .1  los  fecundos 

pe  ;,i  naturalcE;»:'  Si  el  autor  de  los  Efos  tian'a- 

'  ta^lés  acttdió  d  ella  sólo  por  casualidad,  no  faltnrá  quien 

jpottjpi  su  gloria  principal  en  est;i  desviación  momentA- 

iMMi  del  Cíimino  único  y  constante  que  siguió  en  casi  i->- 

¡  das  ms  obras  poólicas. 

No  puedo  pasar  en  silencio  la  deliciosa  Lcyenáu  lít 
[J^MimfMa  ",  que,  con  encerrar  un  fondo  no  muy  puro 


•    Uéárié.  ttr*. 


190  I^  LtrBRATURA    BSPAÜOLA 

por  la  lign  de  ciertas  ideas  ú  que  antes  hice  alttsión,  ha- 
blii,  sin  embargo,  al  espirítu  con  el  lenguaje  irresis- 
tiblí:  Ul-I  sentimiento,  muvíéndono»  A  entusiasmo  y  ho- 
rror, A  ligrimas  y  simpjitta.  La  nostalgia  del  hogar,  des- 
pertada en  el  que  gime  de  él  ausente  por  el  mágiro 
nombre  de  Xochebui-Ma.  compendio  de  tantas  y  tm 
dulces  ilusiones  como  atesora  la  infancia;  la  animada 
y  bulliciosa  alegría  que  pasa  A  ser  la  atmósfera  moral 
donde  respiran  los  hombres  en  aquellos  instantes;  el 
clamor  del  indigente,  que  en  vano  llama  :\  las  puertas 
de  la  avaricia  desdeñosa,  y  el  providencial  infortunio 
que  la  castiga;  el  generoso  desprendimiento  del  sacer- 
dote que,  con  el  manteo  roto  y  despedazado,  reparte 
A  los  ptibrcs  de  Cristo  el  ultimo  pedazo  de  pan  y  la 
última  moneda  que  posee,  toda  una  serie  de  conmove- 
doras perspectivas  estíi  ref1eja<Li  en  esas  breves  piígt- 
nas.  Y  subre  todo  en  la  final,  ¿(.¡uién  no  siente  herido 
«I  coniz<>n  A  la  vista  de  aquel  reo  de  muerte,  para  cu- 
yo rescate  nació  también  el  Salvador,  y  de  aquel  cru- 
cifijo que,  como  súbitamente  animado  ante  el  espec- 
táculo de  la  ingratitud  humana  para  con  su  ejemplo  y 
su  cariño,  parece  arrancar  del  pecho  rft*  piedra  td gri- 
mas líe  cristal  que  discurren  silenciosas  por  sus  me- 
jillas? 

Tránsito  grande  separa  esta  ingenua  y  melancólica 
inspiración  de  la  que  produjo  el  libro  de  l;is  Sátiras  \ 
que,  A  decir  verdad,  no  es  en  Aguilera  ni  muy  espon- 
tánea ni  de  muy  subidos  quilates.  El  seftaló  en  loa  Co- 
racícres  con  ra^os  inequívocos  el  punto  de  vista  en 
que  pretende  colocarse  como  censor  de  costumbres. 

jOh  Juvenall  Tú  al  menos,  cuando  &  santa 
Indignación  movido,  viendo  en  Roma 
Kenaccr  tnás  ínlame  oini  Sodonia. 


*    Comprnidc:  9itítat.  La  Jrcodlii  MxbnM.  OrMdaaikl^i^KVufwai.  Bfiígm* 
Ui  y  MWJl».  KoriM/iMltu  v  wrakM*.  Srrnada  edldAe.  M«dr14.  tST(. 


BX  BL  SIGLO  UX  tS 

Duras  cuerdas  haciendo  de  tus  versos, 

Amarrabiis  perversos  á  perversos. 

De  la  liistoria  sublimes  galeotes, 

Marcados  en  Li  e^spalda  y  en  la  frente 

Con  tu  sátira  ardiente 

y  el  ocíEro  verduífAn  de  tus  azotes; 

Tfl  al  menos.  Juveoal,  en  lagrandeZH 

[nsolenir  del  crimen  y  del  vicio 

Fundabas  la  razún  de  tu  ejercicio; 

Vicio  y  crimen  bastantes 

A  tu  i^nio  y  tu  cfllera  jugantes. 

Mas  hoy.  ¿qué  acento  varonil  se  emplea 

En  decir  al  garito  y  al  palacio 

Caía  qup  digna  de  ellos  y  de  *^1  sea?... 

Cuando  Mecenas  haya,  alg^ún  Horacio 

Aparecer  podrá  flexible  y  suave, 

vividor,  cortesano,  nada  grave. 

Esclavo  de  la  mesa  y  los  placeres 

Que  recete  á  to  sumo  uaas  cosquHIOSt 

Especie  de  p.isiíllas 

De  giíaní  ó  malvavisco,  por  ejemplo, 

Para  extirpar  un  cáncer  como  un  templo. 

Acaso  tcnm  A^ilcm  nicnos  de  Juvcnal  que  de  Ko- 
racío,  y  por  e^o  no  rcsuUú  tan  fecunda  la  rectitud  de 
sus  íntcDciunus  al  Ueeur  A  U  ejecucíiÍD  del  programa. 
No  se  hable  de  los  tercetos  endecasílabos,  dignos  de 
I  cualquier  principiante,  y  que  biiuttzú,  A  la  bui;nu  de 
Dios,  con  el  nombre  de  Siitiras,  aunque  el  afecto  de 
podre  no  le  impídíú  reconocer  Ui  deformidad  de  nljfu- 
iws.  Tampoco  hay  que  pedirle  cuenta  del  üempo  mal- 
gastado en  epigrama»  inocentes  y  letrillas  sin  sal.  Por 
su  trascendencia  en  el  fondo  y  su  valor  artístico,  úm> 
camcn»;  merecen  atención,  en  el  libro  de  las  Sii/ínrs, 
mi  cual  fraífmeoto  perdido  y  las  íglogas  de  La  ArcuUia 
moftfnm. 

Todas  tíenilun  i\  sustituir  la  hucúlica  del  Renaci- 
nüentu  por  la  pintura  franca  y  desenfadada  de  la  reali- 
dad, sin  pudorosos  velos  ni  tapujos  f.-ilaces.  Va  es  una 
porudia  de  los  siglos  dichosos  cantados  por  [).-dbuena 
y  MelOmlez  (OJra  edaií  Je  oro):  ya  un  dialogo  de  Pas- 


132  LA   LITEHATCBA  ESPASOLA 

lores  ai  natural,  en  quo  gruflen  y  ladran,  como  ello» 
saben,  dos  Batilos  transformados  en  Mamerto  y  Zao- 
caslargas,  y  una  Filis,  Nicolás»  por  nwl  nombre, 

Cara  de  carantoña, 
Cutis  lleno  de  rofta 
V  de  color  incferio, 
Ojos  en  blanco,  de  besugo  muerto; 

ya  presenciamos  una  reyerta  de  mellizos  en  el  claustro 
materno  (Los  mayoraagosj,  O  historias  de  miseria  cor- 
tesana y  erotismo  de  escalera  abajo  (Percances  fie  ta 
ii'i/íi.  Cangas  de  la  ^pocaj;  ú,  en  fin,  un  idilio  campe- 
sino á  porrazos  entre  el  perverso  hioceHÍe  que  los  da  y 
la  pacientísima  consono  que  los  recibe  fDn/rds  de  la 
crus  el  diablo). 

Cierta  abundancia  de  rima,  con  la  que  el  autor  su- 
ple y  remeda  el  donaire  esponti'mco  que  realmente  le 
faltabn;  un  conocimiento  del  mundo  bnstímce  exacto 
para  contrarrestar  el  optimismo  de  color  de  rosa  que  le 
distinffuia  en  sus  opiniones,  y  en  parte  también  la  at- 
mósfera del  ejemplo  que  puso  la  pluma  en  sus  manos, 
contribuyeron  i\  hacer  de  La  Arcadia  moderna  una 
ohrilla  picante  y  de  frtan  lectura.  A  pesar  de  que  el  tuno 
pasa  il  veces  de  familiar  A  tabernario. 

El  lector  ha  vislumbrado,  de  fijo,  el  consorcio  secreto 
que  viene  jl  establecer  vínculo  Je  nnidud  en  las  varia- 
das muestras  de  poesía  lírica  que  nos  deje»  Ruiz  Agui- 
lera: la  conformidad  existente  entre  el  hombre  y  el  ar- 
tista. El  apasionado  amor  A  deslumbradores  ideales,  asi 
el  del  hogar  y  la  patria  como  el  de  la  religión  y  la  hu- 
manidad, le  inspiraron  himnos  de  entusiasmo  sincero  y 
estrofas  varoniles.  iLóstinuí  de  aberraciones  morales 
que  pervirtieron  su  natural  honradez!  De  íl  se  podrá 
decir,  uniendo  el  encomio  ¡i  la  censura,  que  fue  el  pro- 
icresísta  más  poeLí  de  una  generación. 


CAPÍTULO  VU 


EL   NEOCLASICISMO   BN   LA   FOBSiA  LÍRICA 


Ta«  ritoilM  il*  l>a>Di|alBlD  y  d*  rferaU,  Kt  Sjlilrirh,  Mnr>.  Karall,  fl*iidl«1ia, 
IU4H  UB*a*,  C>IU>|B>,l.h<fwiB«,  Vxraáiidi-livxTB,  Moni-f^l,  Vtl^rk,  l^rrr- 

^«r.  ■«■N'BdPC  j  i>fl«j«,  Ten  «  laU,  CoUii4«,  el*. 
«  ■<  -1  se  ahoíTó  compiti;iincnte  la  tradición  cLisk-a  en 
1^1    el  piclagodel  román li cismo,  y.  por  residuos  de 
I*         la  edocxición  de  colegio  en  unos,  por  tcndem-ía 
f-instinii^-a  en  otros,  y  en  muchos  por  reacción  natu- 
|.nd  L'onEra  los  excesos,  víviú  siempre  entre  nosotros 
l^mpo  que  lo  defendió  con  escás.'!  gloría  y   sin 
[unlformiUud  de  propósito.  No  es  el  impulso  propio, 
Uino  la  tmitsción;  no  el  urte,  sino  el  anifício,  lo  que 
lt.-aniciiTÍ2a  esta  fíise  de  lu  moderna  lírica  c-astella- 
ni  son  en  Rencral  los  que  la  representan  verda- 
pfwUts,   sino  versificadores   y  enidiios  mAs  ó 
lineaos  aceptables. 

He  dicho  que  la  tendencia  clásica  fue  en  pane  hija 
[lie  \a  .intifTua  educación,  tnl  como  se  recibía  en  el  prí- 
'nier  tercio  de  siglo,  y  entre  los  ejemplos  que  pudieran 
luccr  iil  caso  citar(í  dos  títulos  de  España  que  quisie- 
ron Hemr  A  las  letras  el  modfranti'imo  de  sus  opinio- 
poliücas. 


134  LA  UTBIUTVaA  ESPAROLA 

Apcfuis  se  habla  ya  de  ¿V  cerco  de  Zamora,  ni  de  su 
autor,  el  Conde  de  Gdcndulain,  antes  Barón  de  BfgQe- 
zal.  que  en  público  y  ruidoso  certamen  obtuvo  el  pre- 
mio ofrecido  porta  Academia  Espaflota.  AlR'unos  de  Ios- 
concurrentes  no  premiados  dieron  á  luz  sus  poemas. 
pretendiendo  vindicarse  y  demostrar  injusto  el  fallo, 
mientras  Donoso  Cortés  confesaba,  con  exceso  de  mo- 
destia, haberse  quedado  él  mismo  inferior  al  Conde, 
no  precisamente  en  la  riquez;i  de  fondo  é  inspiración, 
sino  en  la  sobriedad  y  el  atildamiento.  !-a  Academia 
no  tuvo  á  bien  alentar  con  su  autoridad  las  manifes- 
taciones de  revolución  literaria,  y  antepuso  al  exacto 
observador  délas  reglas  sobre  losaraiRosdc  noveda- 
des, llam.'indole  pronto  á  su  seno  gracias  íl  este  solo 
triunfo,  pues  apenas  si  en  su  larj^a  vida  volvió  á  darse 
A  conocer  como  poeta  el  Conde  de  Gtlendulain  '. 

Más  laborioso  y  conocido  es  el  antiguo  MarquCs  de 
la  Pezuola.  despuC-s  Conde  de  Chestc.  Aspiró  A  unir  los 
latireles  del  campamento  y  la  política  con  los  que  pro- 
duce el  cultivo  de  las  musas,  no  tanto  por  la  esponta- 
nea originalidad  como  por  la  reflexiva  y  penosa  tarea 
de  intérprete,  que  ha  desempaftado  con  tanta  constan- 
cia como  escaso  fruto.  Dcspuís  de  rendir  parias  il  ia 
moda  bucólica, aún  no  desterrada  de  nuestro  sucio  cuan- 
do empezaba  íí  dar  al  público  sus  primeros  ensayos  coo 
el  nombre  de  Dalnuro.  abandonó  estos  juegos  infanti- 
les para  hacer  ima  versión  de  La  JeruíiaiéH  cotiquis' 
tada  '  menos  indigna  del  original  y  de  nuestro  buen 
nombre  que  las  dos  ó  tres  anteriormente  conocidas. 
Ni  por  el  mérito  intrínseco  n¡  por  el  lujo  tipognifíco  lo- 
gró la  general  aceptación,  sin  que  esta  frialdad  del  pú- 
blico se  haya  compensado  con  los  elogios  de  los  Inteli- 
gentes. Lo  mismo  sucedió  con  las  traducciones  de  Los 


■  TawDWa  cMtHM  va   Coal»  tfin  <n  U   eaucnc  Jcl  Coadc  <lc   Cainiro> 
Atifig*. 

■  Madrid.  IHSCí  D«*t«MO**«  tollo  itM9i»r. 


E»  UL  SIGLO  nx  13& 

¿MSiadas,  La  DitvHa  Comedia  y  el  Orlando  furioxo, 
■rtfrbnmente  rricirad.is  hasta  la  injusticia  por  I;i  tropel 
ligera  del  periodismo. 

Dices*  (leí  Conde  que  versifica  mal  y  expresa  obR- 
ctmuncntc  los  conceptos,  buscando  con  ojos  de  lince, 
nota  palabra  más  exacta  r  propia,  sino  la  menos  co- 
Brtn  í  inteligible,  molestando  asi  á  la  mayoría  inmen- 
nde  los  lectores  y  A  los  mismos  eruditos,  que  no  siem- 
pre pueden  scf^uir  sin  tropiezo  el  curso  de  aquella  locu- 
ci*i  caliginosa.  Tengo  para  mi  que  tales  cargos  no  ca- 
neen de  fundamento,  aunque  los  haya  exagerado  la  pa- 
rtió; que  los  arcaísmos  de  estas  traducciones  son  into- 
VfBbles  por  lo  innecesarios  y  frecuentes,  y  que  el  lector 
om  de  entender  a)  intérprete  entenderá,  y  acaso  con 
B«flo$  trabajo,  los  originales. 

Ko  s¿  si  dar  el  título  de  poeta  al  autor  de  las  Esce- 
xnsattíiaÍHsas,  D.  Serafín  íistíbancK,  cuyo  renombre 
*»pof  este  aspecto  harto  menor  quetl  de  regocijado 
JWaista.  Los  versos  que  cscriblú  antes  de  1831  no  sig- 
Bifiean  gran  rosa,  ni  aun  pariing uñándolos  con  otros 
drseginido  orden,  y  son  en  su  mayoría  piUidas  imita- 
iiones  de  MelOndez  Valdés,  fuera  de  lo  exclusivamente 
(iropiu,  que  es  la  versificación  inharmdnica,  no  enmen- 
dada por  la  experiencia  ni  por  lus  aflús.  tVrtcnccen  il 
ettn  época  las  anacreónticas  M  mar:  pocas  veces  an- 
o  un  espüniáneu  y  fácil  lisiéhanez  Calderón;  pocius 
ccn  tan  apasionada  vehemencia,  ni  escogió  asun- 
h»  tan  en  harmonía  con  su  carácter.  Bajo  las  sencillas 
y  DO  tanto  dcs.'Uifl;uIas  aparienria.s  de  estas  anacreón- 
ticas hay  un  fondo  de  apasionamiento  sincero,  que  des- 
aparece por  encanto  en  la  composición  al  P.  Artigas,  su 
maestro  de  lengua  árabe,  y  en  la  que  preparó  para  lu 
corona  poétím  consagrada  i  1»  Duquesa  de  Frías.  Hay 
en  aqnélla  trozos  descriptivos  no  despreciables,  com- 
pennindo  de  este  modo  la  falta  de  nervio  y  virilidad, 
mientras  que  la  última,  con  sus  pujos  de  filosofía,  su 
falta  de  unidad  y  sug  friísimas  lamentaciones  parece. 


136  LA  UTKKATtJIlA  BKPAÜOLA 

m.-i-s  quir  la  producción  Uhre  y  natura!  del  ingenio,  ait 
umpvdntdü  ilc  pulabras,  ó  si  se*  quiere  cdilicio  Je  mum- 
poslL-ria.  I-"JS  aixntos  que  iiTntncó  A  Lista,  Martíni-v,  de 
la  Rosa,  Donoso  Cortó»  y  otros  muchos  una  muerte  can 
•prematurii  C-  inesperada,  se  convierten  aquí  en  reflexio- 
nes ailtx-'enadas  subrc  la  inconsistencia  du  la  hcrmosur 
y  lü  ilimitado  de  la  eternidad. 

El  jíeniu  festivo  y  superficial  del  Solitaria  le  ataba 
los  vuelos  para  subir  A  las  altas  regiones  del  cntusia.s- 
mo  Hrico,  presentándole  otro  campo  miis  humilde  don- 
de pudiese  emular,  ora  el  rario  y  maleante  tono  de  los 
romances  quevedescos,  ora  el  pljicido  y  grave  de  losde 
Gónjjjora  y  Mcléndez.  Conservan,  sin  embargo,  es  tas.  - 
imitaciones,  como  huellas  de  un  pecado  de  oriji;en, 
falta  de  carácter  ixirsona!  y  la  dureza  de  la  forma.  V 
nejaba  Estíbanez  el  metro  hexasUabo  con  nig'una  f 
cuencia;  y  afladiendo  á  este  desacierto  la  ineptitud  y 
descuido  ixira  t<Jho  lo  que  fuese  harmonía  y  perfeccii 
en  lu  estructura  del  verso,  sacti  los  suyos  flojos,  lís; 
ros  y  discordíinlcs  ',  cosa  digna  de  censura  en  iod< 
tiempos,  y  doblemente  en  el  que  vi6  nncer  sk  Zorrilla 
García  Cutiiírrez. 

Sólo  permanece,  no  como  dechado  de  inspiraci 
sino  como  caprichoso  jufruete  y  argrumento  sininiUir 
la  riqueza  de  nuestro  idioma,  y  de  la  pericia  de  Esl 
lianez  en  mnncj^irlo,  aquel  cclebradisimo  soneto  q' 
enderezó  contra  su  antiguo  cumarada,  y  dcsputó  e: 
migo  irrcconciiiable,  el  bihlióülo  D.  iiartolomé  }• 
Gullardo  *.  Desde  que  escribió  Fr.  Diego  González 


■  VíMcd  tÍ(BUil»r)n«4MiiifolrMl4,rn  il  JtMAWiWo  Unl^rttto.  año  tfSi, 
pAglnn  7). 

■  Aitn(|tic  tu  coaocldoi  na«unl  dr  ruin  d  ivprodndrta  por  vía  de  nota: 


SONETO 

Caco,  cuco,  (wtuin,  MMbflnia. 
lasau  de  lu>  Uhrat.  ututo,  p*^ 
Dt  pa^tk*,  «ptnt  l«  ipuiila. 
Hurta.  cucMUipotlBtit,  tal*. 


E!t  BI.  SIGLO  XfX  137 

mm-ciilago  alevoso  no  »e  había  visto  un  alarde  üe  erv- 
di  iieniosUÍHiI  como  6ste,  en  que  parecen  ago- 

tuu  ..  ....  .'jIus  mc(ÍJus  ^ue  ^utninistm  el  iJicoiOQunú 

paru  expresar  unit  sul»  idea,  A  pesar  üu  los  obstáculos 
qiu:  se  opDSo  libremente  el  autor  con  la  reconüitc;! 
peres^ma  de  las  ron^wmancias. 

Pür  sus  extraOas  aventuras  3' por  su  compleja  fiso- 
nomía titcraria,  vive  aún  en  el  recuerdo  de  muchos 
D.  Jc«l'  Ji-Mquín  de  Moni,  hombre  fríu,  eckVticO  y  ni- 
zoniidyr,  en  cuyo  temperamento  entraban  por  más  las 
brumas  septentrionales  que  la  fogosidad  del  Mediodía. 
&i  Cadi/  nacii),  sin  embargo:  aunque  mur  joven,  tuvo 
t|BC  cmif^nu'  de  Espafla.  produciendo  fuera  de  ella  los 
nús,  conspicuos  frutos  de  su  numen,  que  coleccionó  pri- 
ntru  en  tm  tomo  de  leyendas  ',  y  mAs  tarde  en  otro  de 
"   "  1^  ',  ambos  sujetos  íi  una  misma  norma,  y  am- 
uy  poco  leídos  A  pesar  de  haber  aprovechado 
d  poeta  para  su  respectiva  publicación  el  furor  le- 
■ii»  en  su  periodo  de  apoíí*-*<>i  y  "^  decadencia 
nwnticismo,  tan  radicalmente  upuesto  A  la  par- 
i,i,  por  no  decir  frialdad,  de  las  composiciones  lí- 
ftros  del  académico  Kiiditany.  El  Prólogo  A  l:is  Leyen- 
ias  ísfxiHolas,  notable  por  la  tersura  y  limpieza  de  su 
dtiio,  es  en  cambín  muy  dcticJentc  como  exposición  de 
teorías  litctarías,  A  pesar  de  las  tendencias  concilíado- 
las  cun  que  pretende  velar  el  autor  la  poca  tijera  y  pre- 


UHlwcVi  km4»R«,  0tn»fmn 
Pala  Mc«f  lu*  titira*  MbiU,  (tila, 
Afgal  4i  blktluMcu,  |M«  iiXi^ 
Annada  tn  turto,  luckaila  («la  j  cala, 

lti>}Mpa*  un  arcMra  ca  b  brtciou» 
Um  ai»i»ca»  n  uk*  %%  •!  bwltUla, 
T«  p«nH  pat  oofban  una  maleta, 

Jaccw  <1b1  doa,  dal  cinco,  jr  por  HMlUa, 
V  al  fia  H  htlMrtí  c(ubu  i>k>  wi», 
L1«HU  O*  Ubm*.  Álfica  r  Kutofu . 


■     ítffM* ayahilM.  par  í>  JoM  JbtfwiN  ai  Mtfo,  l'aru.  tHO. 


138 


LA  LimATVKA  E»>AlIOLA 


cisión  de  sus  principios.  No  quiere  escribir  como  clási- 
co, ni  como  romiintico,  sino  como  lo  mandan  Dios  y  el 
.sentido  comün;  pero  insisto  en  que  este  afán  por  evitar 
los  extravíos  de  escuela  le  coloca  en  una  posición  soli- 
taria, buena  sólo  para  los  ingenios  creadores,  no  para 
otros  t;tn  medianos  como  el  suyo.  P;isión,  nervio,  in- 
terés, lodo  lo  4ue  nos  hechfxa  en  Arólas,  Zorrilla  y  Es- 
pronceda,  todo  está  ausente  de  estas  incoloras  y  de- 
sabridas narraciones,  cuya  lectura  apenas  es  posible 
continuar  mucho  tiempo  si  no  se  pasan  por  alto  las 
molestas  6  importunas  rellexíones,  los  episodios  sin 
substancia  y  las  tiradas  de  prosa  con  apariencia  de 
verso  de  que  están  sembradas  casi  todas  ellas.  Zafa~ 
dota,  Esenias  de  ios  íiempon  fcuiinles  y  Don  Opas, 
son  otras  tantas  pruebas  de  infelicísima  inventiva;  y 
eso  que  tanto  le  daba  adelantado  la  tradición.  Je  cuyo 
espirini  debía  constituirse  intC-rprcie.  Lo  mismo  que 
llamó  espaflolas  á  varias  de  estas  leyendas,  pudo  llamar- 
las  turcas  ó  cbinits;  pues  apenas  si  descubren,  no  ya 
el  simpático  y  respetuoso  amor  hacia  lo  pasado,  dis- 
tintivo de  Zorrilla,  ni  el  hondo  estudio  y  Ui  distinción 
exacta  de  cada  época,  que  dan  vida  á  las  relaciones 
de  Walter  Scott,  sino  ni  siquiera  los  más  indi.^pcnsa- 
bles  conocimientos  que  Moni  suple  ó  quiere  suplir  con 
aparatosas  declamaciones,  humorismo  sin  sal,  y  máxi- 
mas de  fabulista  adocenado.  Dispénseme  el  lector 
tanta  dureza  con  quien,  si  tuvo  encomiadores  entre 
cierto  linaje  de  truditos,  no  llegó  nunca  A  cautivar  la 
atención  del  pueblo,  como  la  cautivan  siempre  los  ver- 
daderos poetas  leKendarios,  que  saben  reflejar  en  las 
creaciones  del  arte  el  espíritu  de  las  gcneniciünes  pa- 
sadas. 

Fucrzame  la  justicia  A  no  ser  más  bemgno  con  la.s 
poesías  sueltas  de  Mora,  penetradas,  en  general,  como 
de  gélida  corriente  y  anemia  contagiosa,  del  más  anti- 
pático escepticismo  en  las  ideas,  y  la  más  lánguida  mo- 
notonía en  las  formas,  cualidades  á  que  seria  casi-  profa- 


eif  BL  SICL^  XIX  19S' 

nación  apUcAT  el  nombre  dtit  clasicismo.  Tres  6  cuatro 
(le  sos  odas,  /^  mwrte  áel  justo,  Los  Atidcs,  La  noche 
y  La  Verdad,  recuerdan  á  Fr.  LuLs  de  heón,  ó  m6& 
hlcn  i  Meiendez;  pero  á  la  no  muy  probable  sinceridad 
de  su  misticismo  le  falta  el  jujéese  entusiasmo,  alma  y 
viJa  de  la  verdadcni  inspiración  rclidiusíi.  Riizonador 
é  incrMulo  por  naturaleza,  hubo  de  jibandonar  Mora 
CSC  camino,  para  él  vedado,  y  em  pulid  ía  virga  censo- 
rina, no  con  el  hrlo  de  Juvenal  ni  con  la  provocante 
«onrisa  de  Bretón,  sino  con  otro  carílcter  apenas  cono- 
(.  id  o  entre  nosotros,  mezcla  de  indiferentismo  sajón  y 
fxuüiífnidad  volteriana,  aunque  sin  la  delicadeza  6nf- 
~  ima  del  patriarca  de  Femey.  No  se  crea  que  la  indig- 
!i,u  iún  de  Mora  reconoce  por  causa  los  srandes  críme- 
nes y  errores  del  mundo,  porque  lodos  ellos  no  bastan 
sacarle  de  su  normal  indiíercncia:  le  apuran  mus  las 
líftxageraciüncs  y  los  fanatismos,  liis  creencias  firmes  y 
radicales,  todo,  en  fín,  cuanto  no  sea  mirar  la  vida  por 
d  i-mtal  de  un  optimismo  comodón  y  risuefto.  Su 
lucja  favorita  va  directamente  contra  la  iniran5;igencia 
las  doctrinas  y  se  traduce  en  palabras  como  las  que 
liguen: 

Si  no  eres  de  VoUaire,  eres  de  Ignacio. 
Incrédulo  bas  de  ser  O  jesuíta: 
Entre  los  dos  extremos  no  hay  espacio. 

Hombre  sensnto  que  el  exceso  evita 
Y  usa  de  la  razón  el  puro  Idioma, 
De  ambas  facciones  el  enojo  excita  '. 

Las  exageraciones  en  titcnituní,  representadas  por 
escuela  romántica,  encuentran  en  fl  MelancóÜco  una. 
rn  tan  despiadada  como  las  que  en  La  Ofiimótt, 
m  los  Fragmentos  de  uh  poctna  y  en  otros  cien  luga- 
se  leen  contra  los  hechos  consumados,  contra  el 
[io  oniversui.  contra  los  excesos  del  periodismo, 
coatra  todo  lo  que  huele  A  demagogia  populachera. 


•    Mkivtt't**' 


lio  I.A   LlIVeATUSA   ESrAÜOLA 

Al  hublar,  por  ejemplo,  de  las  revoluciones  en  k 
mencionados  FraK'"ftiff>^'  de  ntt  pomta.^e  el  autor" 
con  la  si$:uicntc  üetiaruci<)n,  qut*  ixireccrta  prosii  si  nt 
fuefa  por  los  consonantes: 

En  esas  urründc»  crisis  se  proclamo 
Como  ley  el  nivel:  gntnde  mentira. 
Porque  la  lUerza  en  muchos  se  encarama 
Cuando  la  tuerza  en  mucho»  se  retira. 

Esto  no  impide  que,  después  de  inrunsahle  y  ñadí 
ariisticü  sermoneo,  proponga  por  ensertanía  suprema 
los  máximas  de  un  oicoísmo  utilitario  y  epicúreo  hastii 
los  milanos,  de  inocentes  «piiricncias  pero  cníicndra- 
do  en  realidad  por  un  principio  curruptor  y  disolvente. 

La  vidií  es  un  desierto,  ya  fte  sabe; 
En  pasarla  sin  pena  está  el  busilis '. 

Tal  es  el  códipo  del  insigne  moralista. 

Fue  Mora,  apiírtc  de  esto,  gran  aficionado  á  los 
mores  rítmicos,  y  advcrs-irio  tenaz,  en  !a  teoría  y  en  la 
priictica,  del  asonante  y  de  los  versK»  sueltos.  Apoyado 
en  las  que  él  llama  demostraciones  inconcusas  de  los 
filósofos  escoceses  (cuyas  doctrinas  propagó  entre 
nosotros),  considera  la  runa  como  medio  de  inspira- 
ción, cosa  bastante  discutible  en  la  mayoría  de  los  ca- 
sos, y  de  que,  si  bay  algunas  muestras  en  Lope  de  Veg^t 
y  Bretón  de  los  Herreros,  pueden  enumerarse  en  con- 
tra muclias  excepciones,  sin  rev'urrir  íi  otra  parte  en 
busca  de  ellos.  Es,  en  efecto,  tan  artificiosa  y  desagra- 
dable la  factura  de  los  versos  en  el  satírico  jí:tdit;mo, 
qne  apenas  existe  en  los  tiempos  modernos  un  poeUi 
cspaflol,  entre  los  de  primero  y  sefrunUo  orden,  que  por 
este  lado  no  le  lleve  muy  nouible  ventaja.  Tan  cierto  es 
que  no  bastan  ni  ct  ing'cnio,  ni  la  a^dcr^,  ni  el  estudio 
detenido,  á  infundir  en  el  alma  el  fuc^o  sagrado  de  la 
inspiración,  si  no  lo  enciende  con  su  soplo  la  inexorabU 
naturaleza. 


I    £a(dntM*a   lAbnU. 


ES  KL  S1CL0  XIX  141 

Nodebfa  hallar  cabida,  rijirii rosamente  hablando,  tn 
eiic  lufn^ir  el  egrcfflo   venezolano,  cantor  de  Colón, 
eraulü  de  Andrtís  Betlo,  y,  como  et,  timbre  de  la  litcra- 
tuia  htspano-americana,  D.  Rafael  Marta  Baralt.  Pero 
teniendo  en  cuenta  que  en  Espafia  comenzó  y  concluyó 
«  carrera  de  escritor,  que  tuvo  asiento  en  nuestra 
Academia  como  individuo  de  número,  y  que  inñuyó 
aJpiln  lanco  con  sus  composiciones  al  promediar  el  si- 
jjlo  -préseme,  no  serA   impropio  consaífrarle  aqui  un 
renicrdo.  Baralt  bebió  directamente  en  los  antig:uos 
modelos  castellanos  el  fondo  y  la  forma  de  su  poesía, 
y  sobre  todo  de  la  religiosa,  que  cultivó  con  una  sen- 
cillez difi^n^  de  nuestro  írran  si^Lo,  C  imitando,  más  que 
Á  nadie,  ú  Fr.  Luis  de  t-cón.  Esto  no  equivale  íi  negar 
sus  afinidades  con  el  autor  de  la  silva  A  la  agrtciütura 
de  ¡ti  sana  tórriila,  evidentes  sobre  todo  en  el  culto  ex- 
tremado y  religioso  déla  frase,  ni  la  amplia  libertad 
coa  que  siguió  el  ímpetu  de  la  lírica  moderna  id  tradu- 
cir el  himno  de  Gabriel  Rossetti,  Al  añodc  las  grandes 
ff^pfrnnzas.  ¡830. 

El  espíritu  de  imitación  amengua  el  vigor  subjetivo 
de  la  pocüía  de  Banih,  é  introduce  en  sus  mAs  gallar- 
das  estrofas  un  enjiimbre  dv  reminiscencias  arcaicas  y 
ouüiionanies  idioüsinos,  como  se  ve  en  la  oda  A  Colótt 
y  la  inspirada  por  el  cuadro  La  desesperación  tU  Ju- 
das, de  Germán  Hern;lndez.  En  la  última  reproduce 
así  ai  pensamiento  del  pintor: 


Al  pie  del  .Irhol  aftoso 
Que  sin  htifiís,  ^pfltíro,  «:  divisa 
En  alto  pedregoso. 
A  U  luz  del  reMmpag:o  indecisa. 
Abadas  miro;  del  des-nndc  cuello 
Un  laio  pfnde:  mís.isc  el  cabello 
V  al  cielo  insulta  con  íeroz  sonrisa. 

La  luenga  vcsiidura 
En  desorden  csiá:  muéstrase  el  pecho 
Latiendo  con  presura. 
Cual  oía  brava  en  reducido  lecho; 


142  LA  LtnsA-toaA  ■bpaRola 

Salidos  de  sus  cuencas,  arabos  ojos 
Eo  alto  fija  con  la  saAa  rojos, 

Y  á  Dios  .imaB^  en  su  infernal  despecho. 
El  ,ila  recogida, 

Junto  A  él,  de  espaldas,  su  custodio  llora 
Al  alma  ya  perdidji; 
El  arcánífel  rebelde  Tenjtadora 
Llama  dispone  en  el  sulfúreo  abismo, 

Y  el  tormento  de  Judas  eit  si  mismo 
Doblado  siente  que  su  ser  devora. 


Bntrc  tas  reliquias  que  de  la  escuela  sevillana  han 
llegado  hasta  nuestros  días  pudieran  figurar  los  versos 
del  eleptante  y  modesto  traductor  de  Valerio  Flaco, 
D.  Javier  de  LeAn  y  Bendichu  *.  La  versión  de  Los 
arfionauías  no  pasó  completamente  inadvertida,  il  pe- 
sar del  mi^nible  estado  y  la  decadencia  UDÍvcrsul 
de  los  estudios  clAsicos.  en  EspaRa.  j  á  pesar  también 
•de  la  ¿poca  ínfansta  en  que  aparcci<)  tan  esmerado  tra- 
bajo, qac  fue  cabalmente  la  de  nuestra  últiina  revo- 
hición- 

Humanista  insífi^ne,  y  más  humaniala  que  poeta, 
«studiú  Rendicho  con  escrtipvlo  y  detenimiento  c)  poe- 
ma de  C.  Valerio  Flaco,  y  lo  realzó  con  los  primores  de 
que  es  susceptible  la  octjiva  real,  metro  poco  conducen- 
te pitra  la  hüclidad  de  una  traducción.  Aunque  el  autor 
que  cIíríó  Bcndicho  no  es  ningún  modelo  de  primer 
orden,  esta  circunstancia,  lejos  de  amenguar  el  mérito 
del  interprete,  lo  sube  de  punto  al  ofrecerle  numerosas 
dtñcultades,  que  salva  con  ¡irrojo  y  gallardía.  Añádase 
que  valen  casi  i;into  como  el  texto  las  notas  é  ilustn»- 
ciones  que  le  acumpafían,  llenas  de  conocimientos  c\A~ 
sicos  naü;i  vulgares,  de  curiosas  noticias  y  de  excelente 
criterio,  y  nadie  negará  A  Ij)S  argonautas  un  lugar 


*  K«*  arg^fwwta',  po«Ma  (offcw  d«  Ctat«  VoXtrbt  floto,  tp«ift«M0  n  ttrie  eat- 
.tcUmo4a»4iivd«ccim«tatpor  />.  JdMtr  (b  l4i>«  J}aW(t4o  r  Wi^O*- MadrliJ.  1869. 
UM  Trai  tamot  en  S.*-HI  Qltimo  ca«(lon«  ■!  uito  Utino  orlcinftL 


BH  EL  SIGU>   nx  tO 

hanroso,  aunque  inferior  al  fí<rracio  de  D.  Javier  de 
BorgDS. 

Rasgos  sueltos  no  mAs,  caídos  de  la  pluma  en  mo- 
mentos de  ocio,  parei-en  las  poesías  del  fogoso  tribuno 
D.  Antonio  de  los  Ríos  y  Rosas  '.  La  epístola  á  Pastor 
Diaz,  y  dos  sonetos,  uno  A  Lisboa  y  otro  A  ¡a  opinión, 
son  lúe  frutos  más  sazonados  de  esta  mus;i  varonil,  que 
si  tuvo  sus  veleidades  románticas  merced  al  imperio  y 
fasrlnaJor  airaitivo  de  la  escuela  dominante,  buscó 
proniu  en  la  (ínllUa  precisión  del  clasicismo  la  forma 
m&s  conveniente  á  la  en^gica  austeridad  de  sus  con- 
cepciones, sin  ocultar  su  temperamento  oratorio  bajo 
las  vesciduRis  de  la  rima. 

En  el  certamen  abierto  por  la  Academia  Española 
d  uflu  Iá50  fue  premiado  con  medalla  de  oro  un  canto 
de  D.  Emilio  García  de  OUoquí  á  La  victoria  de  Bai- 
¡éM,  Despute  de  una  invocación  que  sejfunimentc  no 
fue  oída  por  el  cielo,  quiere  el  poeta  laureado  enalte- 
cer el  triunfo  de  las  ICavas  de  Tutosa  como  preliminar 
del  que  habiím  de  conseguir  los  españoles  en  el  mismo 
lu^ur  y  siete  siglos  mils  t:u-de,  comenzando  de  esta  ma- 
nera, inverosímil: 

Nn  paz,  nunca  sosiego 
Mohomnipii  Ren  Yacub,  torvo  africano, 
Di¿  á  Su  viólenlo  fuego: 
Siempre  ai  yu^o  inhumano 
Trayendo  á  Nazarctb  ¡y  siempre  en  vanol 

íípicse  la  enumeración  de  los  aprestos  del  /ítw 
afruiuw,  ii  pesar  de  los  cuales 

No  dr<*;ilirnta  al  pío 
Noble  Alfonso  del  ri^probo  la  audacia; 
Su  corazón  m&%  brío. 


144  LA  LITESATURA   ESPAKOI-A 

Sa  voz  míls  eficacia. 

Su  mcme  más  se  Hñrma  e-n  la  desgracia, 

A  eoantos  fe  mantienen 
En  el  nombre  de  Ciírio  fué  i  ganallos; 
Y  ya  animosos  vienen 
Con  armas  y  caballos 
Los  ungidos  y  Condes  y  vasallos. 

Si  alguien  creyera  que  están  escogidas  &  propósito 
los  estrofas  copiadas,  lea  las  UemAs  y  tropezad  con  mu- 
chas de  la  siguiente  factura: 

Dios,  que  infunde  en  sus  pechos ' 
Valeroso  desdt^n  al  enemigo, 
L>ió  voz  para  sus  hechos 

V  amor,  Ba(l(in,  contigo, 

Y  humilde  luentc  de  salud  y  abrigo. 

No  se  comprende  crtmo  la  Academia  distinguió  con 
sos  palmas  este  aborto  de  infame  prosa,  lleno  de  ripios, 
obscuridades  y  afccdiciones,  este  pecjido  de  lesa  gra- 
mática, ya  que  no  hablemos  de  poesía,  ni  cómo  el  se- 
ñor García  Olloqui  ha  tenido  audacia  para  estar  mal- 
tratando A  Ix'i  musas  un  año  tras  otro,  cumplitMido  la 
promesa  encerrada  en  estos  versos: 

...raieniras  yo  aliente 
No  el  clarín  de  los  hí-roes  en  reposo 
Yacer  verás,  ni  el  arpa  del  creyente. 

Al  cabo  de  tales  esfuerzos,  t'Mvita  Minerva,  ha  reu- 
nido tres  ó  cuatro  enormes  volúmenes  ",  que  no  leerán 
media  docena  de  personas,  y  que  comprenden  un  poe- 
ma en  diez  y  seis  libros  y  372  páginas  sobre  los  godos, 
y  un  sinnúmero  de  poesias  líricas  y  narratii'as  por  el 
estilo  de  La  victoria  de  BaiUn.  (Lástima  de  vigilias  es- 
téril es  y  rf<*.</«/é'rr.'ííírfo  amor  al  arte!  ¡Lástimade estudios 


>    Lm  ik  1»  «oldadoi  Fipaflolc». 

*    abnápUlivuatD.  SmummrrtnátOUoirU.  .\lMi«u<frla  d*Exrtta.  IWl. 
Al  tn  del  («100  in  tmlBT(a  promete  «Ira»  ikit,  ■)■«  no  sí  d  luit>TtL  pubtiCido. 


VX  EL  SIGLO   XIX  14S 

Iclásicw,  empicados  m  pueril  ejercicio  de  gimniísia  in- 
í  telcTtoal.  mes  deplorable  que  ct  injfreninso  delirar  de 
iGón^ora  y  Quevedol 

Tampoco  ta  sana  intcnci<in  TcUgiosít  y  patriótica 
I  que  olicnUL  c-n  lüs  poemas  de  D.  Joaquín  Jost?  Cervino 
[iJBSia  puru  redimir  los  pecados  conrra  el  arte  que  en 
todos  dios  abundan,  asi  en  La  Virfíf»  de  ios  Dotares  ', 
cono  en  La  vtctoha  tic  BoíUh  *  y  La  nueva  guerra 
pim'ca  ó  Espaüa  rti  Marruecos  *.  Este  dirimo  fue  pre- 
ndado por  In  Academia  Esp:iflola  en  el  certamen  que 
convocó  pftra  conmemorar  los  triunfas  de  España  en 
k  suerm  de  África  (1860),  y  eo  el  que  obtuvieron 
"í— '■•  -^nes  honoríficas  Aparisi.  Raimundo  de  Miguel  y 
_  ucl  Agustín  Principe,  adjudicjlndose  el  acctfsit  A 
D.  Antonio  Amao.  Creo  sincenunenic  que  los  poetas 
IMspaestos  A  Cervino  valían  poco,  pero  valían  mits  que 
fl;  y  Mí  lü  demuestra  el  terriWe  examen  analítico  de  la 
obra  laureada,  publicado  por  D.  Manuel  FemAndex  y 
''  "'"ilez  en  Museo  UnhTrsal. 

Nti  ha  rendido  uui  ciego  culto  A  la  afectación  erudi- 
to como  Cervino  su  amigo  D.  Aureliano  F.  Guerra, 
OfiK  cnsayoíi  métricos  datin  ya  de  muy  antiguo,  de 
'"■-!(  aparecieron  entre  nosotros  las  primitivas  imi- 
(■-:-.  del  romanticismo  transpirenaico.  Reilacior  de 
t*  Alkamüra .  periódico  granadino  identificado  coo 
Winevfis  doctrinas,  iHmtribuyó  ¡i  propagarlas  con  sus 
itnos,  que  oculiatKín  con  la  briosa  lozanía  la  falta  de 
fOtrección,  y  entre  los  que  descuella  por  su  extensiOfi 
l^srns  de  la  Plasa  .\'ue",Ht,  narración  legendaria  que 
t*  tSíí  preludia  los  Oih/os  tfcl  Irmnidor.  Loíi  her\-ores 
¡■Víniles  que  en  esta  ocasión  inspiraron  ¡i  Fernrtndez- 
I  palpitan  asimismo  en   lu  canción  erótica  A 
■>ra  *,  á  la  que  Canalejas  no  enconirabo  rival  en 


>.', 


•14.  UMA. 


tma  nAU  á  1u  ponU»  de  D.  Uuiutt  CaAetc  9«Ani.  tO<.  lU- 

70X0  a  to 


146  I.A  t,rrERAntKA  I£>íPa5!0I^\ 

nuestra  literatura,  y  que,  aptirtc  encarecimientos,  se 
Ice  con  agrado  y  simpatía.  Dominan  en  clin  el  afecto 
hondo  y  desbordado,  la  tersura  y  üescmlianiw>  de  las 
rimas,  y  la  rapidez  Je  los  vuelos  líricos  que  agita  >' 
atempera  la  pasión,  servida  pt>r  los  esplendores  del  co- 
lorido exuberante  y  de  la  más  exquisita  elegancia. 

Las  investigaciones  eruditas  en  que  poco  á  poco 
fue  engolfíndose  el  futuro  ilustrador  de  Quevedo  in- 
fluyeron, tanto  como  en  su  intdigencia,  en  su  buen 
gusto;  y  solicitado  por  lo<i  modelos  que  un  aflo  y  otro 
traía  entre  manos,  se  entregó  decididamente  á  su  imi- 
tación, naciendo  de  aquí  ese  sabor  de  antiptiedad  que 
nos  obtifr*^  .1  considenirle  como  un  rezagado  del  sí- 
0o  XVn,  el  siglo  de  sus  estudios  y  preferencias.  Lo 
mismo  en  sus  cincelados  romanees  que  en  el  ditirambo 
A/  3  ifp  OctHhre  de  JS55,  en  las  odas  A  Esfiaffa  y  A  la 
Trumijiiíuradó»  di'f  ScOor,  y  en  sus  viriles  sonetos* 
canta  una  musa  que  no  es  la  de  nuestros  días,  y  que 
aduna  la  enérgica  originalidad  de  Quevedo  con  la  pla- 
cidez y  melancólica  ternura  de  Rioja  y  Rodrigo  Caro. 
Implacable  censor  del  desenfreno  y  la  impiedad,  cuan- 
do el  honradísimo  acadímico  mira  á  la  situación  de  su 
ixttria,  lanza  el  rayo  que  enciende  la  inüignacióo,  A 
vuelve  los  ojos  ni  ciclo,  repitiendo  las  melodía?  del  arpo 
que  pulsaron  los  Profetas.  A  esc  intento  obedece  la  oda 
A  la  TraHsJitctiradótt,  donde,  si  las  primcnLs  estrofas 
son  hemianas  gemelas  de  la  Cattdótt  rf  ¡as  ruinas  de 
itálica,  y  el  corte  general  pertenece  á  la  escuela  aevi- 
llanii,  es  del  todo  hebreo  el  espíritu  que  )a  informa.  Eti 
lo  de  íisímilarse  el  estilo  de  nucrtros  antiguos  poetas, 
y  sobre  todo  los  que  vivieron  en  la  primera  mitad  del 
siglo  XVII.  no  tiene  rival  FerDínder-Guerra;  y  de  tal 
modo  parecen  haberse  fundido  en  ¿1  la  erudición  y  d 
numen  artístico,  que  podría  engañar  d  los  miís  linces, 
dando  por  encontradas  en  un  archivo  de  rancios  pape- 
les las  rimas  que  espontáneamente  traza  su  pluma. 
Con  la  diferencia  del  más  ó  el  menos,  otro  tanto 


E.V  BL  S1CL1>   XIX  147 

ocurría,  con.  Julio  MonrenI,  l'1  mismo  que  con  amor  y 

prolijidad  Je  pormenores  nos  dvscrihió  las  Costumbres 

dri  u'alo  Xl'/I.  al  par  que  hizo  de  sus  poa^ias  calcos 

fieles  del  conceptismo  y  la  malignidad  quevedescos. 

Dtl  gran  satírico  son  su  frase  culta,  vivaz  y  pinto- 

■%us  desenfados  y  burlas,  los  i-um-epti"<>s  é  in- 

■JaJos  de  sus  caftciones  amatorias,  el  derroche 

y  originalidad  de  los  epítetos,  y  la  atici6n  constante  & 

po&er  en  solfa  las  mAs  austeras  O  iocoatestablcs  ver- 

dailtt. 

¿y  «Jmo  juzgar  las  poesías  '  de  D.  Juan  Valera?  ¿Son 
bprftsa  rimada  que  dicen  algunos,  6  las  nuinifcstacio- 
ncs  dn  un  íns-enio  superior,  de  aquellos  guos  (equu? 
nuvtt  y//^//tr.  el  único  clásico  entre  los  que  va  produ- 
ciendo España  en  este  sl^lo,  como  dn  á  entender  Me- 
-  y  Pela  yo  con  liÍpérI>oles  dictadas  por  la  amistad? 
'    -  .  \iraflos  le  dclH.-n  de  pare^."cr  estos  encomios  como, 
BlUcIlas  cerwuras  li  quien  st^lo  cultiva  la  poesía  por 
'  nimicnio,  A  quien  destierrn  de  la  suya  las  imA- 
».wi'.>  Lual   si  fuese  igifsiit  ¡ttlfrana,  prefiriendo  la 
desnudez  de  las  ideas  absti  actas  al  vistor  del  senti- 
miemo. 

Valcni  es  un  csciíptiro  que  expone  las  teorías  de 
PítilEora-i  y  l'ljitón,  de  la  escuela  tcúrgicu  de  Alejan- 
dría y  del  misticismo  cristiano,  revolviéndolas  como 
Us  fiRuras  del  calidoscopio.  Léanse  los  versos  eróticos 
A  i-ttíla.  la  i)da  EÍ  J'itfgo  dhi'na,  ó  el  cuento  sobre  la 
beUtrza  ide:il  titulado  f^as  ai'tn/uras  de  Cide-Yahyc,  y 
•e  Tvnl  ni  erudito  que  dice  lo  mucho  que  sabe,  pero  no 
dice  lo  que  siente.  Xi  se  busque  tampoco  imidad  y  con- 
«rcuencia  en  tan  extraflo  modo  de  filosofar,  que  consti- 
tuye una  mitolüg-ía  m.ls  amplia,  aunque  no  menos  con- 
vencieren, que  la  de  los  autores  dilsicüs;  mitología  de 
mun.i,,^  iil<_-ales  en  los  que  habitan,  como  en  su  ¡ücázar, 


■    Uaáná,   OTA  ScfoitiatiUcUB.  conal  iliiiki  JcOwwftMci,  r«aHMn|ii«t- 


148  LA  LrrCRATCRA  BSPAfiOUl 

el  amor,  la  verdad  y  la  hermosura,  y  donde  se  atiende^ 
á  la  apariencia,  no  á  la  realidad  de  las  cosas. 

Aparte  de  las  poesías  originiiles.  que  al  ftn.  y  á 
sar  de  todos  los  vulgarismos  de  dicción  scñaladut; 
ellas  por  la  critica  menuda,  ostentan  sello  propio  6 : 
confundible,  ha  aclimatado  el  Sr.  Valera  en  nuest 
idioma  flores  anistiais  de  remotos  suelos  y  diferen- 
tes edades,  como  el  Pcrivif-Uum  Vencris,  haladas  de 
Uhlímd,  romances  de  Hcine,  y  fragmentos  de!  Fausto, 
de  Gi>{íthe,  El  Paraíso  y  laperi,  de  Tomás  Moore,  y 
varias  composiciones  de  J.  Russel  LoweI.  W.  Wetino- 
rc  Siory  y  John  Grccnleaf  Whitiier,  poetas  norteame- 
ricanos. 

Un  ejemplo  de  la  elasticidad  qae  posee  el  calificati- 
vo de  clásico,  con  que  se  designa  A  muchos  poetas, 
tenemos  en  D.  Gumersindo  Laverde  Ruiz,  pensador 
üriginaJisimo,  si  los  hay,  tanto  en  prasa  como  en  ver- 
so, y  que  tan  distintas  tendencias  representa  en  los 
suyos,  conocidos  hoy  gracias  al  esfuerzo  de  stis  admi- 
radores '.  Si  algo  de  unidad  puede  descubrirse  en  aque- 
llos, si  allí  domina  algún  carácter  permanente  y  genO- 
ríco,  es.  á  lo  que  juzgo,  la  antítesis  entre  el  fondo  y  la 
vxpresicín,  v;»ko  y  misterioso  el  primen»,  gráfira  ísta  y 
esmerada;  empapado  el  uno  en  las  nieblas  de  las  ficcio- 
nes imaginarías,  esculpida  la  otra  con  toda  1a  elegancia 
que  pueden  dar  de  si  la  laboriosidad  y  el  estudio.  La- 
verde  es  el  Ossijín  español,  lo  mismo  cuando  recuerda 
con  primorosas  y  desusadas  imágenes  las  gloriíis  de 
su  país,  que  cuando  sube  á  las  regiones  del  cielo, 
invocando  ron  pía  credulidad  al  astro  de  la  noche,  en 
cuyos  rayos  se  ve  descender,  como  el  bardo  de  Islandia. 
las  almas  de  las  personas  queridas,  y  hasta  cuando  vue- 
la, en  brazos  de  la  fe  cristiana,  más  allá  de  donde  se 


<    Ntafvno  t«n  lavoroM  como  WoKndn  y  Pcl*yc,  qnt  boMÚ  drtcnid 
rocntcderioDiiniirUciilaiobn  fianwofRrttrAM.  y  «i  hHque  4«|HMlt  lormu. 
ron  ri  JDlBrafto  an  Apota. 


EN  EU  SIGLO  xa  149 

ogTUpnn  tiis  aabes,  y  ruedan  los  astros  sobre  sus  ejes 

tle  oru:  A  hi  rcgiiin  de  lu?.  fmic-cesíhte  donde  se  uoah:in 

lo&dolorcs  y  llene  %u  asíeiitü  la  hienaveniuran7-i.;QuÍt';n 

hft  tcfdo  sin  curiosidad  y  ternura  la  deliciosa  baiada 

Laliuta  y  W  tirio,  historia  de  dos  amantes,  de  los  que 

el  nao  baja  &  la  tierra,  desde  el  lugar  de  su  expiación, 

paraa^Hirtar  al  otro  de)  vicio,  mientras  acompañan  su 

jHitica  lOb  esplendores  de  una  noche  serena,  el  mur- 

iBoIlo  de  las  auras  y  el  perfume  de!  simbúlico  lirio,  que, 

o(»í!i«nte,  hace  brolar  la  tierra  de  su  seno?  ¿Y  dónde 

h&lUr  creaciones  tan  pot^Ucas  como  la  de  codas  esas 

amantes  misteriosas  que  viven  lejos  del  mundo,  y  cuyas 

voces  siente  el  poeta,  con  la  candorosa  ingenuidad  de 

unniflú? 

Cciro  de  lirios  y  ¡iruccnas  trae, 

Bnjo  SUS  pies  la  inmensidad  Horece; 

Vierten  aromas  del  Edín  sus  labios, 

Gloria  sus  ojos: 

■-' "  >■  describe  en  Pac  y  misterio  A  la  visión  que  otro  s 
>e  le  ofrece  de  perverso  ettcaniaiior  cautiva.  Cada 
óna^cn,  coda  expresión  exhalan  una  fragancia  suavisi- 
wa,  mostrando  asi  Laverde  que  no  hay  género  radical- 
tiente  malo,  puesto  que  supo  dar  ioterOs  .1  uno  tan  con- 
^clvnal  y  ocasionado  A  abusos. 
'  .mo  pocüi  festivo,  víilió  poco  el  distinguido  cale- 
■íUii;  como  versifioidor,  le  pertenece  la  introducción 
ulgunos  caprichos  métricos  que  no  me  parecen  lau- 
•Its  ni  felices. 
Mucho  se  ha  discutido,  y  casi  siempre  con  la  ani- 
oujslilad  y  las  preocupaciones  de  secta,  sobre  las  poe- 
****  Ocl  que  tirios  y  troyanos.  impelidos  por  la  fuerza 
**b  Verdad,  juzgim  portento  de  erudición,  peritisimu 
*Wogbi[a  de  nuestras  cosas  y  crítico  sin  segundo,  don 
''^siVcUno  Menéndcz  y  Pelayo.  Contra  los  que  nief^an  en 
'^dotulo  su  personalidad  política  le  him  defendido  hrlo- 
^VAcate.  no  ya  sus  amigos  en  ideas  políticas  y  religio- 
^  sino  hombres  que  tanto  de  ellas  se  apartan  y  tanto 


150  LA   LITKRA-nlRA   ESPASOLA 

nombre  gozan  en  los  partidos  tihcnilcs  como  Valera  y 
Leupüido  Alas.  Que  Menéndez  ndorJi  en  algiln  c)nsi~ 
tismo.  todos  lo  afirman  y  v\  lo  ronfiesH.  JPcro  es  su 
clasicismo  el  contrahecho  y  retórico  délos  dos  últimos. 
siplos.  como  alpiiicn  da  A  entender?  No;  porque,  co- 
nocedor el  insigne  erudita  del  caos  que  medía  entre 
las  falsas  ímitacionc<;  T  la  inmacuUida  belleza  de  los 
modelos  anti^os,  busca  directamente  en  ésios  la  anhe- 
lada perfección,  sobre  todo  en  Horacio,  el  gran  maes- 
tro y  legislador  del  arte.  De  ahí  su  entusiasmo  por 
Fr.  Luis  de  León,  por  Andrés  Chenier  y  por  Cabanyes, 
como  enamorados  de  esa  misma  belleza  y  enemigos, 
de  toda  servidumbre;  de  ahí  que  ponga  al  primero  sobre 
todos  nuestros  líricos,  que  traduzca  los  idilios  del  se- 
gundo y  que  celebre  al  tercero  en  una  de  sus  odas. 

Esto  cuanto  d  las  aspiraciones  de  Menéndez  y  Pe- 
layo;  porque,  en  la  realidad,  yo  creo  que  tienen  mucho- 
de  modernas,  y  poco  de  ¡Uicas  «5  latinas,  sus  cunciones- 
amatürias  ¡l  Aglaj-a,  Lidia  y  Epicaris,  donde,  sin  que- 
rer, cae  de  golpe  en  la  mania  anilclíistca  del  arte  (I5cen- 
te;  su  epístola  á  Horacio,  atiborrada  de  teorías  filosóñ- 
eas  C-  históriciis,  y  hasta  la  que  dirigió  á  sus  amigos  de 
Símiimder.  á  lo  menos  en  las  diatribas  contra  la  raza 
germánica,  peligro  constante,  según  61,  de  la  ctiltura 
latina.  Ya  advirtió  Valera  que  no  hay  cosa  tan  contra- 
ria i\  la  pl.lcida  y  epicúrea  tranquilidad  del  cisne  de 
Venusa  como  la  fervorosa  candidez  y  los  juveniles  ar- 
dores del  imitador. 

La  naicrua  del  Sdhado  Santo  sí  que  es  un  dechado 
de  sobriedad  é  inspiración,  de  arte  sereno  y  majestuoso, 
donde  se  siente  hablar  á  Horacio,  pero  A  un  Horacio 
cristiano;  ilondc  en  magnifica  perspectiva  se  suceden 
las  tempestades  del  Occimo,  los  horrores  del  naufragio 
y  la  bendición  del  sacerdote  que  alcanzó  d  ver  á  las  des- 
graciadas víctimas;  donde  hay,  en  fin,  versos  de  ttmta 
dulzura  como  los  siguientes: 

Puso  Dios  en  mis  cántabras  montaflas 


SM  Xt.  &1GL0  XIX 


Auras  ür  inwrtatl,  tocas  de  nieve, 

Y  la  vena  del  hierro  en  sus  entrañas. 
Tejió  del  roble  de  Li  adusia  sierra, 

Y  no  de  frá^l  mirto,  su  corona. 


151 


En  Dn  uin  fervoroso  adorador  de  la  forma  como  Mc- 
nííndezy  PeUiyo  sorprenden  los  descuidos  de  vcrsifirw- 
cián,  que,  sin  embargo,  le  son  frecuentes,  con  nlgiina»; 
excepciones  como  ta  apuntada.  Al  traducir  A  Teócrtto, 
Prudencio,  A.  Chénier  y  Hugo  Fúscolo  pierde  el  sello 
de'  la  inspiracit^n  propia,  sín  sorprender  del  todo  la  de 
los  originales. 

Pero  si  el  impariente  espíritu  ju?cnil  le  ha  Impedi- 
do labrar  sus  ritreis  con  l.-i  escrupulosidad  necesaria, 
nadie  que  lea  el  epílogo  de  los  Heterodoxos  rs/iawo/c.-;, 
y  otras  cien  fUijíranas  líricas  en  prosa  de  la  misma  ex- 
celsa proíienie,  neganí  á  Menéndez  y  Pelayo  el  vi}(or 
áe  idea  y  pens.amiento,  y  la  vívidí^  frescura  de  imapi- 
TuiLHón.  quf  bxstan  &  acreditar  un  ;di11a  de  verdadero 
poecn. 

En  los  aflos  anteriores  á  su  reciente  fallecimien- 
to rlndi<í  culto  A  la  tradición  clilsica  en  versos  de 
laboriosa  factura  D.  Femando  de  la  Vera  6  Isla  ',  un 
tránsfui^dcl  romanücismo,  tan  enamorado  de  Zorri- 
Its  en  sus  mocedades,  como,  después,  de  Fr.  Luis  de 
LeiJn  y  Andrís  Bello.  Entoné  en  su  primera  ¿pí'cn  una 
«■le^fo  sobre  la  tumba  de  Enrique  Gil,  de  quien  fue 
arnt£:o  y  editor;  cantó  la-s  ruinas  de  Mt'rida,  el  abr;i/o 
de  Vergarft  y  la  muerte  de  Espronceda;  pero  una  nue- 
va corriente  le  inspiró  sus  traducciones  de  los  Sal- 
mos, los  rasgos  A  vuela  pluma,  y  sobre  (odo  los  so- 
netos. 

Son  los  nKJores  los  en  que  predomina  la  nota  psico- 
lógica (ím  aspiración  y  la  imftoiencia.  La  puesta  itti 


•     l«MM  *  i>  nMM»4*  4t  tm  r«r«  /  J(J«.  pr*c*aM*t  di  «ato  Mr^^M^n  *■ 
■WM>w  O.  /mi  ¿•rrtíU.  Sitimtla  tékUm.  UMlrlil.  MU  U  pHnirra  «-puliiriA 


ISS  t-A   UTKRATlTtA  USPASOI-A 

sol,  Recuerdo.  Los  dos  luceros,  Cotitraslr  dt  rstado^ 
nes,  Triste  despertar.  El  liattpo,  !m  i'ifclta  d  la  fe 
cristiana),  y  r;iyaríiin  cn  lo  perfecto  si  el  embiir.izü  Je 
ta  expre-^iiSn  no  empafíara  el  fulgor  de  las  Ideas.  Léase 
el  siguiente,  jiasando  deprisa  por  algunos  finales: 

• 

LOS  DOS  LUCEROS 

De  su  lecho  de  nácar  pura  y  ticlla 
Se  asoma  al  cielo  la  indecisa  aurora, 
Y  del  alba  el  lucero  la  enamora 
Con  dulce  brillo  al  despedirse  de  ella. 

FroQio  A  esa  tinta  suave  la  atmpella 
El  sol  con  lUmia  altiva  y  quemadora; 
Nfas  también,  cuando  se  hunde  y  descolora, 
Va  tras  él  consolándole  una  estrella. 

¡Dichoso  aquel  que,  cuando  ya  del  mome 
Huye  aprisa  la  luz  y  apenas  arde, 
Para  que  el  t-efto  de  la  sombra  afronte, 

Con  mirada  ni  turbia  ni  cobarde 
Vuelve  Á  hallar  sobre  el  pálido  horizonte 
Brillos  en  el  lucero  de  la  tarde. 

Venga  A  coronar  á  esta  prolija  serie,  donde 
ido  succdiéndose  los  más  conspicuos  íidoradorcs  ci< 
clasicismo,  uno  que  rivaliza  con  cuiílquiera  de  ellos 
grusto  y  discreción,  y  A  cuyo  variado  y  robusto  numen 
sirven  de  moderadora  ^fa  el  asiduo  manejo  de  los  el  A- 
-sicos  y  la  mAn  severa  cduciu-iiin  literaria.  Aunque  na- 
cido cn  las  monuiñas  de  .Santander,  paró  en  AmOríca 
D.  Casimiro  del  Collado  la  mejor  y  más  fecimda  parte 
de  su  vida,  y  allí  cedieron  las  viciosts  lozanías  de  una 
imaRlnación  extraviada  por  los  caprichos  propiosy  por 
el  ejemplo  de  Zorrilla,  al  difícil  arte  de  la  sabried^icl 
y  la  corrección,  arte  en  que  llegú  á  igualar  A  AndrOs 
Helio,  descollando  en  primera  linca  entre  sus  iniíui- 
dores  '. 


(    paula*  dt  D.  Caiti»fnntelOta»4»,ietaAeadfi*ia>ltiU»a.  wr 
^  ta  MfH  Oif^iol^  Madrid.  \m>. 


E."»  k:.  siglo  iix  153 

Dejemos  aparte  los  himnos  rotnilntícos,  á  pesar  Je 
sa  cnti:>nacidn  \'aroniI.  para  admirar  esa  joya  del  nrnla- 
dcro  clubicLsmo  que  so  Ibima  Licndo  ód  valie  patcrHo. 
Lieodo,  nombre  del  lugar  donde  tninscurrieron  los 
dios  bonancibles  de  la  infancia  del  poeta,  aparece  á  suk 
ojos,  dcsputís  lie  prolongada  ausencia,  con  el  halago 
roclanciilico  dt  los  ret'uerdos.  La  antig^  casa  soUiric- 
ga.  el  reK-tfiú  ju^etdn. 

La  s?lva  que  en  gracioso  laberinto 
Las  laderas  del  término  vestU, 

cuanto  fue  delicia  de  sus  moccdiidcs,  6  ha  desapareci- 
do, ó  está  desierto  y  solitario,  sin  una  voz  amiga  que 
responda  A  la  suya.  Al  impulso  de  encontradas  emocio- 
nes dice  asi: 

Valle  donde  benigna  suene  quiso 
Cercaran  mi  niftez  dicha  y  tcmurii. 
Cuando  goc*^  tu  paz  de  paraíso 
No  supe  viüorar  tanta  ventura. 

Después  maestra  dura 
EnseftiSme  la  ausenria  catre  zoiobras 
A  comprender.  .1  desear  tu  calma; 
V  vuelvo,  como  ves,  de  los  excraflos 
Coo  heridas  de  pcoas  en  el  alma, 
Con  la  escarcha,  en  el  rostro,  de  los  años. 

Todo  encarecimiento  resulta  inferior  á  lo  que  dice 
la  lectura  de  tiin  dulce  poesía,  en  Li  que  el  scntimícntü 
y  \i\  corrección  se  aunan  sin  cmlKirazjirsc  para  níida, 
7  la  sencillez  verdaderamente  homérica  de  la  narración 
cxciLsa  el  tumultuoso  conjunto  de  las  imiigenes  y  el  va- 
do de  las  frases  huecas;  poesía  srrandii>sd  que  dignifi- 
ca y  ennoblece  hasta  lo  más  insigniticante  y,  al  parc- 
[oer,  prosaico;  poesía  que  es  toda  naturalidad  y  lla- 
ncca,  porque  no  necesita  de  abigarrada-s  vestiduras  y 
oropeles  fascinadores.  Este  tono  um  hondamente  ele- 
g^hco  desciende  en  linea  recta  de  Rodrigo  Caro  y  de 
Tomjis  Gray;  pero  ni  la  sublime  canción  íl  las  ruinas 
de  Itálica,  donde  se  aspira  el  polvo  de  los  marmoles 


154  LA   LITEKATUKA    ESTAROLA 

ilcrrulclos,  y  se  ve  y  se  palpa  el  liesprtiasaiio  ajt/ih-aíro7 
ni  ElccmcMlrrtoife  aldea  con  su  elevaU;i  íüosofíu,  tienen 
el  carácter  subjetivo  y  personal  que  tanto  vigor  presta 
Á  la  clc^a  vcrUadera,  como  lo  tiene  £7  VfiUc  patento. 

No  menos  bella  es  la  Oda  d  México;  y  aun  en  las 
liras  de  La  Prñttavcra,  afeadas  por  ripios  como  el  in- 
vierno qu£  ae  pregona  en  ci  voícán  y  el  sol  qnc  contriS' 
la  ai  df¡o  en  esquives,  hay  primores  descriptivos  y  de 
lenguaje. 

Realzan  la  exquisita  sensibilidad  del  5t.  Collada 
un  g:usto  escrupuloso  y  un  gran  conocímíenco  de  los 
autores  líitinos  y  de  la  Icnguii  castcllanii,  que  poquísi- 
mos, t-ntre  nuestros  poetas  del  siglo  XIX,  lian  ma- 
nejado con  tanta  perfección.  De  ahí  esa  variedad  siem- 
pre fecunda  de  su  frase,  y  esas  audacias  tan  difíciles 
en  nuestros  verbosos  y  analíticos  idiomas,  y  piíra  las 
que.  Tío  sólo  no  es  obstáculo  la  rima,  sino  ayuda  y  últi- 
mo complemento.  iC6mo  no  aplaudir  á  quien  así  hu 
seniidu  é  idealizado  lavirieren  naturaleza  americana,  en 
vez  de  halagar  pasiones  poHücas  de  bastarda  proceden- 
cia, ó  de  encender  y  fomentar  el  fue^o  consumidor  de 
las  discordias  civiles? 

Ingenios  de  esta  talla  son  bastantes  para  honrar  al 
clasicismo,  demostrando  además  que  nu  es  de  suyo  j 
esencialmenteexclusivista.  Laaniifoia  escuela  atada  por 
lascadena^dela  RelóriCii,jam!LS resultaría  fecunda;  pero 
con  las  amplias  y  libérrima^  bases  .-obre  que  se  puede 
llevar  á  cabo  su  reconstitución,  será  un  elemento  de 
variedad  y  de  belleza,  un  contnipcso  li  la  denuigogia 
liteniria,  un  despertador  constante  que,  en  vez  de  gal- 
vanizar las  tradiciones  yertas  y  caducas,  descubra  á  la 
lantasfa  nuevos  y  dilatados  horizontes;  porque  el  cla- 
sicismo no  consiste  en  los  sueflos  mitológicos  y  la  ana- 
crónica fraseología,  argumento  gastado  de  muchos  que 
lu  combaten  sin  conocerlo,  ó  que  confunden  las  doc- 
trinas con  el  abuso  de  sus  defensores. 


jftr\'*-f^r 


■■  l^rff-I^P'H^ 


CAPÍTULO  VIH 


CL   TEATRO  DESrvUS  DEL  RO&I.VN  TI  CISMO 


TuHy«  >. 


HABLAR  de  Taraayo  es  hablar  de  un  muerto.  Liir- 
iios  aflos  hat-'e  que  ithandtmó  la  escena  el  ins- 
pínulo  autor  de  Virginia.  Locura  de  amor,  La 
riía-hnnhra.  Lxi  bola  de  tiitmr.  y  tantas  otms  produc- 
ciones H\iv  fueron  delicia  y  udmiración  del  público  en 
aquel  periodo  brillante  que  siguió  al  romanticismo,  y 
que  se  extiende  desde  lu  época  de  la  dominación  de 
los  niMlcntiloK  basta  la  revolurirtn  de  Septiembre."  Esto 


>  i '  Manatí  Tanayo  y  Baan  natlA  en  UnilrU  t-l  afl«  tR^  L«  clfViMWU»* 
-•lia  éK  pnvnr(«r  «  un*  tnmliu  <k  Ktnrrt  y  anioro  •1riimAiic<K.  lomcnio  oi 
(1  BTiA  r:-  ,i<'ti'»i  ilc^-tillita  T  prrwvtrmntr  par*  rl  mli-B,  CiunJn  non  no  i'nnU- 
bJ  I     idad  hIM  un  arrrclA  drl  lranvV%  may  .iplaudltlr'.  y  huhn  He 

■a)  !.>>m  b(>xA4  ilr  \a  madrt.  la  raitnml?  tvirli   l*nila  Joaquina 

|i«ai.  iH-iroiptOA  nia«  adrla&u  lU  onrl*^  <^  AilmlnltiiaiziM  iIb  jitanJatai 
■ai  Aftkiaací  liittariai.  ñi\  U'dc  Junio  de  Uff»  Incrnd  «oao  inJivklan  «k*  r<i> 
•MS  •«  U  A<a>dnnln  E*T>k6ola.  .)Ik  k  nombrd  *u   iwcrvtatlo  |><r|wti>o.   Pup 

•*r~  • —  t-<nlc  la  lUMIatrca  tk)  Innitiio  Je  Snn  ttlJn,  y  hoy  *»  P(t»w- 

V'-  'i-ai|Mr»t*tiM<Tlsltnonnnit<Tuin|(n[o(|i'l  UlMvtit»  D.  Atctamlio 

r><  .■■'    ^     \    f  ,  ,1  hatta  la  iTvnlB--«Aa  Ja  SiTrttatiiHrt.  üt*'*' 

m-t  1i<U.  F-l  ii.-lwaimntc  uv  aUolca  Ae  «hifDn 


IM  LA  LITEItArURA  ESrAKOLA 

que  dijo,  hace  aflos,  D.  Manuel  de  la  Rcvilla  ',  es  hoy. 
por  de?ffracin,  tancí  verdad  como  entonces,  pues  st- 
STUe  Tamayo  muerto  para  las  leti-as;  y  salvas  una  li  otra 
acta  académica,  redúceose  codos  sus  trabajos  al  anó- 
nimo, aunque,  scg:ún  cuentan,  muy  notable  que  em- 
pleó en  Ut  última  edición  del  Diccionariu  oficial  do  la 
lengfua  castelliina.  Sus  triunfo;?  dramiUícos  no  son  de 
los  tiempos  actuales,  sino  de  otros  relativamente  apar- 
tados; y  ni  su  gloria,  de  que  es  muy  p«-o  cuidadoso, 
ni  los  consejos  y  estímulos  mrts  apremiantes,  basUin  A 
sacarle  de  su  obstinado  y  casi  inexplicable  silencio. 

Sin  embarfiTo.  en  unas  poeas  obras,  que  en  su  mayo- 
ría tienen  asegurada  la  inmoruilidad,  recorrió,  y  siem- 
pre con  grandísimo  ¿xito,  desde  la  trag:cdia  clásica 
hasta  el  dnima  shakspeariano,  desde  la  alta  comedia 
hasta  el  humilde  proverbio  y  la  pieza  de  circunstan- 
cias. Fueron  sus  primei'as  tentativas  Juana  de  Arco, 
imitación  de  Schiiler  (1847);  E¡  5  de  Agosto,  drama  ro- 
mántico original;  Cna  apuesta,  comedia  arretíljida  A  la 
escena  espaOob  y  en  un  acto;  Una  aventura  df  Riche- 
tieii,  dn«na  calculo  sobre  otro  (raneas  de  Alejandro 
Duval:  y  Angeta  (13  de  Noviembre  de  1832),  drama 
en  cinco  actos  y  en  prosa  que  recuerda  el  conocidísimo 
de  Schiiler  Ititriga  y  amor,  y  sobre  cuya  origimUidad 
se  discutió  mucho  en  los  periódicos. 

Tamayo  volvió  después  los  ojos  ñ  la  muerta  tradi- 
ción de  Racine  y  AUieri,  que  en  Parts  intentaban  resu- 
vitiir  Ponsard  y  sus  discípulos,  y  que  en  Espafia  había 
inspirado  alpunas  obras  de  D.  JosO  M.  DU\7.  y  la  .'\vclla- 
ncda,  y  la  Sara  de  D.  J.  J.  Cervino.  Parece  mentira 
que  Tamayo  creyese  posible  la  restauración  de  la  anti- 
fíu;i  tragedia,  aunque  adaptándola  á  las  necesidades 
creadas  por  el  romanticismo,  concediéndole  la  va- 
riedad de  tonos  que  antes  no  poseía,  y  despojándola 


■    o.  JhiMwl  naoM  t  JBow.  artlciUo  IdcMIJo  ourc  taa  i 


lUwrviBs. 


EÜ  EL  SIGLO  XIX  157 

del  mulestn  ropiijc  con  que  %c  la  de»fif;urú  en  Europji 
de^t  el  siglo  XV'II.  Sin  nejrar  que  lal  convencionalis- 
mo procedía  de  conocer  impcrfcclaraenic  los  ttandcs 
modelos  de  la  antigüedad,  todavía  es  cierto  que  Ui  tru- 
icdifl  clüsica,  aun  en  su  mAs  amplúi  forma,  no  puede 
«menerse  con  (jloria  en  las  literaturas  de  hoy,  como 
togemlrada  al  fin  por  una  cívilizaciún  y  unas  costum- 
hm  distinrísimas  de  las  nuestnis,  ni  menos  fundirse 
con  el  dnima  moderno,  de  lo  qui-  sólo  podría  resultar 
un  pruducto  híbrido.  Las  razones  de  Tamayo  en  contra 
00  tienen  ronsisiencia;  pues  practicada  la  fusiún  dedos 
elementos,  como  é\  aconseja  ',  el  uno  habría  de  sacrifi- 
lardc  por  necesidad,  resultando  el  otro  casi  anulado  y 
períeciamenie  intitil.  No  es  esto  proscribir  el  estudio  de 
los  cljksicos,  sino  darle  su  verdadero  y  estable  víüor 
por  lo  que  se  refiere  al  conocimiento  del  corazrtn  hu- 
mao  y  al  insuperable  tw  quid  m'mis.  de  que  son  y  se- 
rdn  eternamente  dechados.  En  lo  denuis,  Shakspearc. 
ÍJípp  y  Calderón  deben  preferirse  A  Esquilo,  Sófocles 
J  Eurípides;  ni  da  A  entender  Tamayo  otra  cos;i  en 
^  prictica,  ses»  ctuU  fuere  la  intención  con  que  hizo 
1*  :ipoloíín  de  la  tnieedía,  al  dar  A  luz  la  única  suya 
<|i»  poseemos. 

i'irginia,  centésima  reproducción  de  un  arfirumcn- 
to  pistado,  aunque  muy  hermoso,  alcanzó  gran  6xito 
«o  Madrid  [7  de  Diciembre  de  lhó3) »,  al  revés  de  lo 
1"»  hubo  de  suceder  artos  adelante  con  I-a  muvrte  <ic 
^fiar.  sin  embargo  de  que  el  m£ríto  de  VirgiNia  estri- 
í*  prinrip;U mente  en  la  perfección  de  las  formas,  que 
V"  iy  común  no  sabe  aprecúiB  el  público.  Con  la  scgu- 
ridail  propia  de  los  enmdcs  ing"enius  dramatizó  Tama- 
haciéndola  humana,  la  personificación  tradicional 


*  Ca  <u  cuna  tn.MjtntKlCalteto.  que,  jonuincatccMitaCMiUaiBClAM.tof 

I  Mbre  I»  Irynilc  micaM  *  IVmUn  «a  bt  tidroisra  4nni4iifa  «w4(rna. 
panUa  dt  Jmta*  JTKutfM,  \.  L  pac».  «6  <f  dmknicU 


1S8  T.A  LITEAATUHA.  BSCAJTOLA 

del  estoicismo  íemcninu,  y  ü  Jos.  rasgos  felices  de  sus 
predecesores  aftadid  otros  fundados  en  el  amor  á  In 
honra  y  A  la  libertad.  Para  ennoblecer  A  su  heroína, 
-dAndole  un  cierto  carácter  de  ^andeza  moml  y  cstú- 
tica,  convirtió  á  Icjlio  de  desposado  en  marido;  cinuns- 
tiinein  que  pcrjudio»  mucho  A  las  rcclamíiciont^  que 
pur  lii  libertad  de  Virginia  hace  su  padre,  y  á  la  lernin- 
dczji  sublime-  de  lii  situación  última  en  que  Vlrg^inio 
clava  el  puñal  en  el  pecho  de  su  hija  cujindo  yn  no  le 
IK-Ttenece  el  derecho  de  vida  y  muerte  sobre  ella,  ex- 
clusivamente propio  de  ícilio.  Pero  con  todo  el  rigo- 
rismo-de l:i  crítica  que  ha  denuncijido  esta  inverosimi- 
litud contra  Isia  costumbres  de  la  sofiedad  romana, 
siempre  serA  admirable  el  JiAlogo  enuc  Virg^inia  y  su 
podre: 

^'I^GIK1A.  Ten,  mi  (rente  besa  (Dáttdoit  eí putíalj, 

Y  aoaba. 
ViRoiKio.  (Horrible  acero! 

VimihMA.  íFres  mi  padre? 

ViRGiKio.  ¿Lo  dudas  tú? 
V'iRcuciA.  I^  dodaré  .si  tiemblas '. 

Esta  vifforosa  austeridad  de  frase  recuerda  A  AIR^ 
ri.  de  quien  es  distintivo  y  en  quien  Ucíra  A  fastidi;ir 
por  su  eterna  munotonía;  no  así  en  Tamayo,  4U«  la 
i'ombina  con  la  exposición  razonada,  caminando  siem- 
pre A  igual  distancia  de  los  dos  extremos.  Por  todo  lo 
cual,  sumando  los  primores  del  fundo  con  los  de  estilo 
y  lenguaje,  qucdarA  la  Virtíinia,  A  par  del  EiHpo  y  La 
muerte  de  C/sar.  eomo  una  de  nucstriLS  mejores  trage- 
dias, si  ya  no  hemos  de  considerarla  en  absoluto  por 
la  mejor. 

El  buen  sentido  de  Tamayo  le  hizo  reconocer  des- 
pués del  triunfo  lo  ixrligroso  del  camino  que  hitbía  an- 
dado, y  las  ventajas  que  sobre  él  le  ofrecían  los  del 
drama  y  la  comedia  modernos;  y  comenzando  por  el 


<    Acia  V.  e««iu  Olllnul. 


Bit  BL  SIGLO  XIX  lü? 

dmma.  raiTibití,  en  colaboración  con  D.  AureUano  Fer- 
niVnüez-Ouerra.  el  admirable  que  lleva  por  título  Ím 
riia-kL'ntbra  (teatro  del  Principe.  "JO  de  Abril  de  1854). 
y  en  el  que  se  alian  1a  exactitud  del  retrato  y  cl  varonjt 
arranque  de  la  creación.  Doña  Juan.1  de  Mendoza,  la 
noble  y  altiva  dama  (con  la  que  tan  bien  supo  identiH- 
car»e  TetHlora  Lamadrid),  la  mujer  fuerte  que  inmo- 
la «US  afectos  amorosos  á  la  ley  del  honor,  desposan- 
do al  caballero  de  quien  ha  recibido  una  bofetada  en  el 
rostro,  y  al  que  anieriormenie  mcnospreiió,  para  que 
DO  pudieni  decir<;e  que  la  babfa  injuriado  ningún  hom- 
bre fueni  de  su  marido,  es  una  figura  de  alio  relieve, 
-con  \i\  que  forman  primoroso  grupo  D.  Alfonso  Enrl- 
qucz,  fl  poje  Vivaldo,  lícltri^n  y  María. 

Vh*aldo  alimenta  en  su  alma  una  pasión  violentísi- 
ma hacia  su  sefiora.  que  tampoco  es  roca  insensible, 
ni  deja  de  espcrimcniar  alg-o  de  aquella  incendiaria 
llitina:  pero  la  virtud  y  la  religión  bastan  para  que  la 
ricahembra  se  sobrep«>nga  d  sus  instintos,  desarme  la 
espada  de  los  celos  vcngadore»  que  D.  Alfonso  vu  á 
des*,-argar  sobre  cl  atrevido  paje,  traíera  ii  mA?.  nobles 
pcnsuoiientos  al  propio  Vivaldo,  que  empieza  á  corres- 
fiondcr  ul  desdeñado  amor  de  Marina,  y.  como  ¡ingel 
«Je  paz,  labre  con  su  siicrilicio  la  dicha  y  el  sosiego  de 
todos*. 

Kl  diólogu  del  drama  rt-une  ki  concisión  cliisica  con 
cl  idealismo  y  la  piicsia  espU:ndt>rüsa  de  lu  es«'uelu  de 
\jatK,  en  la  forma  que  indiairA  la  siguiente  esccn;t  en- 
tre cl  esposo  y  el  amante  de  doña  Juana  de  Mendoza; 

Ü»Alfoiwo.  ijCierLi  e»  mí  deshonra,  sí; 

iSirrvu  alevfl  ;Esposii  inlieUJ 
VlVAtOo.       ÓT amblen  tiene  celos  élt 

Sufra  lo  que  yo  sufrí.) 


■  La  xioAa  p.ivi  en  \a\  iktnfkM  do  D.  Jiun  I  ilv  CuitlIU.  j  na  fo  k»  Je 
t)  fNrfnt  I,  «nao  Jkr  draitD'JBOKnir  CíihUto  Hul^bstd.  piinlQ  que  dotk  la 
fiFUKt»  EM^aa  im\  dmmB  te  «uponm  mncriat  n  In  baialU  i¡k  Altutxamta  al 
"-•  '"  *  al  irUntr  opuan  de  ta  (IC»'licin)Ka. 


^        160 

LA  LITERATL'RA  SSPAROLA                     ^^^^| 

^^^^1        D.  Auwttw. 

(No  hay  duda:  de  verlo  acabo.)             ^^^| 

^^^H          VlVALDO. 

(Salgamos;  mi  safla  ardiente                ^^^H 

^^^^B 

Domar  no  pucdo.l                                   ^^^H 

^^^^H         D.  Ai.po.isD. 

Detente.                    ^^^H 

^^^^P           VlVALDO. 

Perdonnd.                                            ^^^H 

^^^^1        D.  Alfonso. 

(Relente,  esclavo.                  ^^^H 

^^^^B 

iOhl...  Me  alrtMitiiis  sin  razdn.              ^^^| 

^^^H        V.  Alfonso. 

A  mf  me  oTcnde  tu  lengua,                   ^^^H 

^^^^B 

Y  no  le  escarmiento....                            ^^^B 

^^^H          VrVALDO 

(¡Oh  mencuatí     ^^H 

^^^^V            Ü,  ALF0>C80. 

Porque  me  das  compasión.                   ^^^H 

^^^^1 

;Compasi6nl                                          ^^^H 

^^^^1         D.  Alpohso. 

CAiífiaHUÍndose.JiQuéatTtvimiaitoí          ^^ 

^^^^1            VlVALOtl. 

No  h.igais  de  piadoso  alarde.               ^^^| 

^^^^B         n.  Ai.rOKso. 

|Vil.  mal  iiacidu,  L-oburde!...                ^^^| 

^^^H      Viv 

Apurad  mi  surrímícnto.                       ^^^H 

^^^H        D.  Alfonso. 

De  eüo  trato.                                        ^^^B 

^^^^^         Vívalo». 

Pues    fe                        ^^^1 

^^^^^^w 

Que  si  se  me  apura  mAs                       ^^^H 

^^^^^^P 

V  olvido  quien  sois...                              ^^^^| 

^^^^^^   D.  Alfonso. 

•Qué  hará»?          ^^^H 

^^^^K        Vivalix}. 

Dios  lo  sabe,  y  yo  lo  s¿.                       ^^^H 

^^^^H           D.  AljrOKSO. 

^^H 

^^^^H 

MI  valor  probaros.                ^^^H 

^^^H           U.  AlJ'O.NSO. 

^Tú?                                                           ^1 

^^^^H         Viva  LOO. 

Ahora  mismo.                                    ^H 

^^^^1        D.  Alfonso. 

¿Dftndc?                 ^^H 

^^^^H 

^^^1 

^^^H        D.  Alfonso. 

^Provocarrou  usarás?                              ^^^H 

^^^H 

^^H 

^^^^1         D.  Alfonso. 

¿Y  pelear?                                            ^^^H 

^^^^H            VlVALDO. 

Y  mataros.                          ^^^H 

^^^^1            D.  ALF0.N80. 

Pues  ya  aquí,  tcnln  entendido,                    ^H 

^^^H 

No  h.'ty  vasallo  ni  liay  señor.                      ^| 

^^^^B 

Pues  vos  sois  el  vil  initdor,                       ^H 

^^^^B 

El  cobarda,  el  m.il  nacido.                    ^^^^| 

^^^H       D.  Alfokso. 

Haz  de  tu  impudent:ia  ^^la.                  ^^^H 

^^^^M 

Pronto  probarás  mi  furia.                            ^H 

^^^^M 

Kada  reparo:  la  injuria                           ^^^M 

^^^^M 

Con  quien  me  oiendc  me  iguala.         ^^^| 

^^^^m        D.  Alfonso. 

Dices                                               ^^^^^H 

^^^H            VirALDO. 

Fuerza  es                         ^^^^H 

^^^p           D.  Alfonso 

|Vengai)r.af                                     ^^^^^^^1 

^^Li            VlVALDO, 

Vengarme  quiero.           ^^^^H 

BU  EL  &1GLO  xa 


161 


D.  Alfoxso.  Ved  mi  copuda.  COcsnuddndolu,} 
[Vjvaudo.  Ved  mi  acero.  (Hacivntio  to  mtsmo.j 

Id.  AL-Kti.-fso.  A  matar,  pues. 
|ViVAJ,po.  o  fl  morir. 

>.  ALfo.TSO.  SI,  qae  en  matar  ¡vive  Díosl 

O  en  morir  mi  dicha  fundo. 

Btro  drcfü,  que  yn  en  el  mundo 

No  hay  lugar  para  los  dos. ' 

La  gloría  de  Tamayo.  compartida  aqu(  con  un  cola- 
boradur  ;1  quien  le  unen  los  lazos  de  una  amistad  casi 
nitemu.  hrílló  aún  con  más  intensos  y  paros  rcsplan- 
res  en  La  foctira  dfl  amor  {títr>5).  Desde  Calderón  y 
Lope  de  Vefía  acaso  no  conoció  Esparta  cosa  somejan- 
',  Parecía  ÍLiberse  derramado  sobre  l;i  frente  del  poc- 
m  novel  ta  inspinu-ión  ile  los  dos  fnpinte';  del  teatro 
«¥purt'.>l,  ami;:iihkmencü  unida  á  la  dv  Slmkspeare  y 
Scbiller,  con  algo  de  García  Gutiérrez  y  Harizenbusch. 
Algo  nada  m/is:  porque  Tamayo,  conocedor  profundí- 
I  simo  de  los  recui-sos  escénicos,  no  se  dejó  seducir  por 
L  la  pompu  h:UatrUcfla  que  sedujo  &  nucslros  romilntícos, 
By  pOMJ  empeño  en  la  x'cnlad  y  cojisccaencía  de  los  re- 
Ftnií'js,  en  el  an.'UiKis  psicutógico,  en  la  interpretación 

»úv  l'-rs  afectos,  cualidades  tan  difíciles  y  tan  descuida- 
<las  tvista  él  entre  nosotros.  Aquí  encuentro  yo  la  cln- 
Tc  pam  explicar  cómo  en  La  focrtra  de  amor,  y  en  casi 
fc lodos  sus  rcsuinies  dramas,  reemplazó  el  verso  por  Iíi 
Hfvou,  H  pesar  de*  lo  mucho  que  contribuyen  li  velar  el 
Híno  y  X  descubrir  la  otra  los  x-acios  y  decaimientos  del 
"fondo.  No  puedo  creer  casual  csíi  sustitución,  ni  menos 
mutiwida  por  la  diticulcad  de  la  rima,  que  tan  dicstra- 
mcnit-  numeja  Tamayo  en  otras  ocasiones,  por  ejemplo 
ca  La  btfta  de  ittt"l'i\ 

ArrÍt^>cado  cmixflo  el  de  transFomuir  en  l»s  tablas 
nM  iWtnomia  moral  tnn  conocida  como  la  de  Doftn 
Jmmu  lo  Loco,  la  infeliz  consorte  de  Felipe  el  lícrmo- 


.\'-\m  111. .—  twi   MI 

lOMO  II 


n 


1£C  I.A    UTfiKMURA   ESTABULA 

SO.  y  que  tanto  (jana  en  Interés  y  slmp:itía  al  conven 
lirse  su  locura  en  locura  de  amor;  amor  ardiente,  ^c- 
ncri>so,  dcsinteresiido,  ;iunquc  tan  sin  ventura  y  tan  nia- 
laincntc  rorrcspondido;  amor  cánUidu  y  celoso  como 
ti  de  un  niflo,  y  en  cuyo  fuego  se  transfiguran  y  digni- 
fican esas  nimiedades  t;in  sublimes,  esos  arrclKi oimien- 
tos irreflexivos  y  esa  omnisciente  prudencia  que  van 
dándose  la  mjino  en  el  decurso  de  la  obra.  No  entran 
en  el  afecto  de  DoiVi  Juana  el  raciocinio  de  convenien- 
cias sociales  que  pone  Calderón  tD  boca  de  todos  sus 
celosos,  ni  el  vehementísimo  y  arrebatado  impulso  de 
Ótelo,  sino  que  es  algo  mils  complejo  y  de  mils  difícil 
interpretación:  un  conjunto dt:  piisionesantit<fticiisi:as¡, 
aunque  muy  hondas  y  muy  humanas.  Vemos  Á  la  Kcl- 
na  sin  ventur;i  convenirse  en  Argos  del  esposo  infiel, 
seguir  cuidadosa  todas  sus  huellas,  descubrir  todos  sus 
secretos;  iK'netrur,  valida  de  recursos  ingeniosos,  en 
la  morada  donde  vive  su  rival;  arrostrar,  cuando  la 
tiene  en  palacio,  el  suplicio  de  la  evidencia,  y  atormen- 
tarse á  sf  misma  para  hacer  lugar  á  la  duda,  palpar  las 
infamia»;  del  Rey  y  pagdrseUis  con  nuevo  y  mils 
hemcnte  cariflo.  Sabe  que  la  tienen  por  loca,  y  al 
mo  tiempo  que  desh:ice  todas  las  maquinaciones 
SUR  rivales,  paret*e  darles  la  razón  en  aquel  monólt 
que  enorgullecer ia  al  primero  de  los  primeros  trille 
del  mimUo: 


«iLocft,  loea...I  ¡Si  fuera  vcrdadI;V  por  qué  no?  Los  i 
dicos  lo  aseguran,  cuantos  me  rodean  lo  creen...  Entone 
lodo  seríl  obra  de  mi  locura,  y  no  de  la  pcrlidia  de  un 
poso  adorado.  Rso...,  c<io  debe  üp  .ser.  l->lipp  me  ama;  ni 
ca  estuve  yo  en  un  mesón;  yo  no  be  visto  carta  mne^imn: 
esa  mujer  no  se  llama  Aldara,  sino  Beatriz;  es  deuda  de 
D.  Juan  Manuel,  no  hija  de  un  Rey  moro  de  Granada.  jCó- 
iiio  he  podido  creer  tales  disparates?  Todo,  todo,  electo  de 
mi  delirio.  Uíme  tií,  Murliuno  (tiiri sitándose  d  ruda  uno  de 
los /vrsonajts  ifue  nombra),  decidme  vosotros,  scflorcs; 
vos,  señora;  vos,  capitán:  tú,  esposo  mío:  ¿no  es  cierto  que 
estoy  tocar  Cierto  es;  nadie  lo  dude.  ¡Qué  felicidad,  Dios 


EX  a.  SIGLO  XIX 


»i3 


demo,  qué  frtlcldadf  Crci  qac  era  dcsgrncfadn,  y  no  ern 
ao;¡efa  que  eswbíi  local»  '- 

Pcfo  de  hecho  cI  Rey  se  había  cnamoniüü  pcrdi- 
lUmcntc  de  Aldara.  verdadero  nombre  de  la  supuesta 
Ikutrix:  y.  i\  trueque  de  t-i>nseifuir  su  correspondencia, 
(ksoin  el  insistente  curiTio  de  su  esposa  y  las  voces  de 
dcs^onicnto  que  cundiíin  en  derredor  suyo,  no  apiííríi- 
4ui  por  las  de  una  turb:i  de  eompnid^/s  iiüulaüvre?). 
JUdam  ndmitift  los  obsequios  de  Felipe,  no  porque 
■  if  tcaniíise,  sino  por  encelar  ¡I  la  Rctna,  ¡^  quien 
rival  suya  en  el  alecto  del  bizarro  D.  Alvar, 
'  constante  de  dofta  Juana  y  enemigo  de  adve- 
tlamencos  y  espartóles  degenenulos.  Gracias 
1  Almirante  de  Castilla  no  se  ve  nunca  ¡ibjin- 
la  causa  nacional,  por  cuyos  fueros  vuelve  el 
frito  de  ta  muhitud  im'laün,  siempre  que  se  le  prc- 
1'  hivstíírtí-  ^ 
-  -„:ilIo  cI  Rey  D.  Felipe,  desatada  la  trania  en  que 
It  ImbUn  enredado  sus  malas  pasiones  y  las  compln- 
de  sus  rtulicos.  siente  descender  sobre  el  cria! 
corazón  la  lluvia  bicnherhora  del  carino  hacia  la 
todo  lo  sacrificaba  por  ^1.  toma  la  acciOn  un  sesgo 
Enspenido,  tennín;lndose  con  la  muerte  del  monarca. 
itra  la  que  en  vano  lucha  la  inquieta  solicitud  de  su 
.  Las  sublimes  frases  Je  dona  Juana,  dtnrmr, 
mfo,  duermr...,  rfwfrwr..., dirigidas  al  ínjmimado 
iver.  cierran  con  broche  de  oro  este  pr.Kligio  escé- 
qoe,  con  fortuna  no  frecuente  en  las  cosas  de  Es- 
dio  en  pocoK  anos  la  vuelta  il  Europa,  entusias* 
ú  espectadores  y  críticos,  no  sOlo  en  los  puises 
r- '     :  ""rtdo^  con  nosotros  por  la  comunidad  de 
'  irías,  sino  tamhii^n  en  Alem^mia,  donde 
4poca  su  rci>rcsentaciOn '. 


r  par  U  iml«CE)i>4  d*  (ivlHvnno  llndimi.  Cm  i'aia 


IM  LA  UTElUn-RA  BSTAÜOLA 

En  ffijo  y  madre  palide<:i<>  la  estrella  de  Tamayo 
para  resurgir  con  nuevo  aspecto  en  La  bola  rfc  m'ti-r, 
dando  rt  conocer  la  comedia  de  costumbres  ajustada  A 
una  paula  que  no  era  la  Je  Muratin  ni  Iji  de  Bretón,  y 
de  que  apenas  había  precedente  en  nuestro  moderno 
Teatro,  fuera  de  fíl  hombre  de  mitmio.  La  rasiím  de  los 
celos,  realzada  con  lumbres  de  fj^loria  en  La  locura  rfc 
amor,  viste  una  nueva  fase  en  La  bola  de  m'eve.  Esa 
sospecha  infundada  que  al  principio  no  atormenta,  que 
paulatinamente  se  transforma  en  molesta  pesiídilla,' y. 
por  último,  en  encono  ciciro  é  irracional,  está  encar- 
nada en  dos  hermanos,  Luis,  enamorado  de  María,  y 
Clara,  de  Femando,  ambos  obstinadamente  incrOdulos 
a  las  mAs  sinceras  demostraciones  de  cariño.  La  suspi- 
cacia de  los  dos  cieg;os  voluntarios  les  induce  rt  ver  tu 
sus  respectivos  amantes  una  softada  reciprocidad  de 
afecto,  que  llega  á  ser  verdadera  para  eastipo  de  los 
culpados. 

<C<>mo  ponderar  debidamcnie  la  maestría,  la  naiu- 
mlidad,  con  que  van  eslabón iíndose  las  jíradaciones  de 
la  pasión  celosa,  hasta  provocar  el  duelo  entre  Luis  y 
Fernando,  hasta  convertir  el  desvío  simuItAneo  en  ley 
de  atracción  morid  paní  los  corazones  que  lo  sufren.' 
Fípurímonos  á  Taifa  con  coturno,  ú  fi  Mclpómenc  sin 
pufial,  y  ese  serA  el  símbolo  representativo  de  Lo  hola 
rfr  nievf.  Tamayo  ha  introducido  dos  soberbias  escul- 
turas femeninas  en  la  gíUcria  que  formaban  Otelu  y 
el  Tctrarca  de  Jenisalín,  con  otra  multitud  de  herma- 
nos menores;  ya  se  ve  que  aludo  A  Clara  y  á  Dona 
Juana  la  Loca. 

Hl  gran  dramático  tenia  bien  merecido  un  asiento 
en  la  Academia  EspafVola,  y  lo  ocupó  en  1859,  pro- 
nunciando ron  este  motivo  uno  de  los  más  oriKÍmi- 
les  y  hermosos  discursos  que  se  han  oído  en  lalcs  cir- 
cunstancias. Versa  todo  sobre  la  verdad  en  el  drama, 
asunto  difícil  que  extensamente  desenvuelve  el  autor, 
apelando  íl  los  principios  m;is  libres  de  estética,  y  á  la 


Elt  El.  SIGIA  XIX  165 

fampiracliín  del  arte  anti^o  y  propio  de  las  nuclo- 
iKs  paisanas,  con  el  moderno  víi-íñcndo  por  el  Cristta- 
-  ~     y  mas  amplio,  mAs  filos*>fico,  mfts  sublime  en 

ccpcioncs.  Mirando  desde  este  punto  de  visca  la 
diferencia  entre  el  clasicismo  y  el  romanticismo,  entre 

:imicnto  artístico  de  la  naturaleza  exterior  y  el 
— :,:.ritu  humano  con  suí  mundos  incógnitos,  sus  li- 
liaKw;  esfuerzos  6  insaciables  aspiraciones,  atribuye 
ron  toda  justicia  al  arte  moderno  la  palma  del  triunfo, 
''-""'■^  de  hacer  un  recuento  de  sus  tesoros  desde 

-are  y  Calderón  hasta  Gutfthc,  St'hillcr  y  el  Du- 
^lotilc  Kivu;.  Juzgados  se^n  este  criterio,  son  pam  él 
románticos  tt>tloA  los  grandes  maestros  de  la  escena, 
hiBtad  mismísimo  Muratin,  que  lo  es,  dice,  irontra  toda 
«ITOlunUld  '. 

El  repcrtoriu  de  Tamayo  después  de  ser  aradémico, 
t»s(Jlo  isiuala,  sino  que  excede  al  de  su  primera  época; 
poqnc,  sin  perder  nada  de  vigor  en  la  fantasía  crea- 
dom  y  el  genio  aniílítico,  iba  perfeccionando  su  cono- 
"í^'  :mo  de  los  recursos  teatrales,  y  purificando  hasui 

-  insignilicantes  pormenores,  en  el  crisol  de  un 
KQsio  escrupuloso  y  refinadísimo.  Cayó  en  sus  manos 
Una  obra  francesa.  Le  Dtic  Job,  de  León  Laya;  y, 
<quicn  lo  peDsíiria?  lo  que  quizA  hubiera  sido  uaduc- 
ciihi  uiliKcnada  y  ttr  ptnir  Imramlo.  se  convirtió  en 
■KCnlík-o  arreglo.  Je  los  que  mejoran  un  buen  nrigi- 
W  '^mirado  con  cien  ojos  para  encontrar  sus  Uncos  y 


nr*.^t  ntr  pjimtrlo  41K  mumc  en  cieña  nwiitni  mAo  tt  dbcurwr  «Scvic- 

'  iBtlc  driaiiOi'oi  A  icrrno  Inno  contcnlJ')  m  ctrcn  Je  Ititr», 

II  ]r  ■!  |Mrnta>  (Thi«llnat  «kim*,  rMrfCfVPi  modoniaai  imi. 

iili4»,  Un  <  BiJa  .(Ur  al  |<am'i  r  I»  lloilU.  ikv^i^Aa  A  iDt  (i^m,  na 

■  Mt  )^aiUvina,>lpciit\rar  luLita  la  lünil«.  m  ,ii»t  Jv  lo4a>««.n 

•■'•■iii  iviiiu  lú  nUipnviOM)  y  adnlroMi::  tocnoH  tir»o  de  Vmii  a^Oil. 

'*^>iiin.t;w  'nj>iiatiic«teai  n|i<Mi  ln(«rtnBlla:üi1e.  vniMel  carro  át  EUftV 

^,  toca  en  la  tlvrr».  f  v«ct*c  df<rtil(«ulo  Hsniíi,  A  conhMdlr- 

-   .1......1.    H«ntiint)el1n;  r|  Oim  n  raíMUar.t  tH*cuim«  Mi'dHM'O*  t- 

«^^  >4AMMf  «M  ta  <«r(>aA>  áailf  ;t  #;  la  Jtear  «inMfrwM  UImUMiv  ToiMO  n. 


166  LA  UfBRATtiRA  EVA^OLA 

sustiniirlos  con  bellezas,  Lo  positivo  va  encriminaao  .1 
rt*mh;tiir  en  su  rjifz  la  t-nferm«lad  epidOmici  que  alli- 
íít'  al  siglo  XIX:  la  tendencia  universa]  íi  nivelarlo  lody 
por  el  vil  y  proseo  rasero  Ue  los  placeres  roaterialcs. 
Al  apüirccc-r  tó  f>o¿itivo  en  t-sccna  (1862)  tcpía  i.| 
rhar  ton  un  n-fUtrUt»  tanabrumaUurtomu  el  de  / 
lo  por  ciento,  de  cuya  represen tatñón  primera  le  sepo^ 
raba  un  afto  srtlo,  tiempo  insuficiente  para  hacer  quetic 
ulviJara  un  triunfo  tan  esplíndido. 

Sin  embargo,  en  medio  de  la  afíniílad  del  prnpó- 
sitü  reina  gron  desemejanza  en  la  disposic¡<^n  gene- 
ral y  en  los  respectivos  personajes;  porque,  si  El  tanto 
por  ciento  ostenta  mayor  aparato,  como  para  resolver 
inapelablemente  una  tesis.  Lo  positivo  remueve  coR 
su  m.'igia  las  más  secretas  y  delicadas  fibras  del  c<r* 
raztin. 

|Qu(>  deliciosa  candidez  la  de  Cecilia,  lutnismu  cuaO" 
do  habla  A  impulsos  de  su  inocencia  que  ctiando  repite 
eun  palabra  torpe  al^o  de  la  jer(?a  positivista,  sin  com- 
prender el  alcance  de  un  idioma  tan  ¡Ispero  y  malso- 
nante en  sus  labios!  Al  ulr  de  ellos  las  nuone^  que  da  á 
Cecilia  su  padre  para  desdeñar  el  amor  puro  de  su  pri- 
mo Rafael;  iú  ver  próxinuí  á  ennegrecerse  la  rt»«idu 
nube  de  felicidad  que  iba  A  cubrir  tas  frentes  de  dus 
eriaturas  nacidas  píira  formar  una  alma  sola,  se  sienten 
cierto  frió  Rlacíal  y  aversión  instintiva  al  espectro  que 
se  pone  por  deliinie,  y  que  no  es  sino  el  becerro  de  or» 
adorado  por  lii  sociedad  moderna.  El  ¡rran  dramaturpj 
conjura  el  conflicto  que  podría  resxiltar  de  esta  situa- 
ción, é  introduciendo  al  Marqués  como  un  án^el  tute- 
lar, hac«  rico  al  desdeñado  Rafael,  discreta  y  avisada 
á  la  candorosa  Cecilia,  y  A  los  doí  contentos  y  f  ' 
volviéndonos  después  de  leve  rodeo  al  punto  de  p^- . 
al  idiUo  encantador  que  se  espera  desde  las  primcnu» 
escenas. 

Adviértese  en  las  comcdi;ui  de  Tamaj'o  xm  incre- 
mento progresivo,  no  pnecisamente  por  el  valor  ab: 


ES  ÍL  61CU>  SIX  167 

tvto,  sino  por  el  carActer  batallador  y  de  optiriuniUiiü, 
M  revés  de  lo  practicndo  por  Avala,  A  quien  siempre 
Intlioó  su  estrella  por  el  Áspero  camino  de  los  proble- 
ntu  achiles.  Triinsito  mils  difícil  que  üe  La  f>o/a  tic 
iñrvt  A  Lo  positivo,  hay  de  Lo  positivo  A.  Latuea  lie 
honor,  uno  de  tos  strande*;  pirniiof  iicocatálicos  que  no 
Je  acaban  de  perduruir  á  Taniiiyo  los  enemigos  de  sus^ 
ideiis.  En  Lances  de  honor  se  estigmatiza  esa  infame 

■  '   -ília  que  se  llama  duelo,  lialdón  de  liis  naeicvnes  ci- 

■  li/.iJas,  costumhre  de  salvajes,  y  brutal  apoteosis  del 
*Jtilo  sobre  la  inocencia.  Cuando  Ferrari  en  Italia  tnm- 
«íffw  con  la  odiosa  necesidad  impuesta  por  las  preocu- 
ríi-v,nes  sociales.  Tamiívo  la  condenaba  recia  y  varo- 
nini-n[i'.  levantando  un  monumento  al  arte  y  illa  moral 
pilNica,  que  vive  y  vivirA  á  despecho  de  improvisados 
Ariíitiiri*os. 

ün  hombre  de  bien  que,  mirando  sólo  íi  su  con- 
ciesrin.  dice  «¡temprc  y  &  todos  la  verdad,  y  consideni 
e)  acta  de  diputado,  no  como  un  medio  de  e.scalar  la^s 
■' V  del  iwxJer,  sino  como  una  carilla  molesta  y  espi- 
de encuentra  por  dos  veces  en  el  sagrado  del  ho- 
CW  con  la  arroKunte  provocación  de  tm  reto;  mas  pre- 
valido de  su  virttul  y  de  su  fe  rclÍgios;i,  contesta  ri»n 
el  ücsdén.y  la  rotunda  negjiUva.  Y  aquí  de  los  falsus 
deberes  sani'ionadoti  por  la  costumbre,  y  la  consplra- 
drtn  universal  dislra7-ada  con  el  nombre  de  convcnicn- 
«ria:  el  mundo  condena  al  hombre  honntdo,  y  cnsal/a  al 
provotador;  y  el  hombre  honrado,  que  siente  agolparse 
Asa  comziín  In  san^n'^-'  toda  de  las  venas  pidi&ndolc 
venpnn/^i,  que  ve  manchada  ku  frente  con  el  estigma 
de  1.T  reprobación  pühWca,  y  acotados  los  últimos  re- 
ran;u&  de  su  paciencia  sin  consefruir  nada,  como  no 
SCO  hacer  mAs  grande  su  deshonni,  sucumbe  .1  la  lon- 
tacián  y  se  decide  á  aceptar  el  duelo.  Pero  el  que 
«e  concertiihii  entre  el  infame  \'illena  y  el  honrado 
D'Fablrtn  no  ileija  á  vcrilicarse,  y  si  otro  entre  sus  res- 
pectivo» hijos  Paulino  y  Miguel,  mutuamente  enemis- 


LirBRA TI/KA  BSPAÍf 

tiíJos  por  el  Ueseo  de  vendar  ta  afrenta  de  sus  pndrc 
Cuaiido  éstos  UcRan  (I  socorrerles,  ya  ha  recibido  NI 
(juel  una  herida  de  muerte;  bien  que,  corriendo  con 
aceleración  del  temur,  ;iún  puede  la  virtuos;i  doflii  Ca 
Ueliiria  recoger  el  último  suspiro  de!  hijo  moribum 
después  de  lialxffle  hecho  reconciliarse  con  Dios  porl 
bendición  sacerdotal.  El  lujrar  de!  combate  lo  viene 
wrde  perdón  y  ¡irrepentímiento;  purque,  presenciiini 
aqucllJi  des^rradorii  escena,  se  pcrdoniin  los  dos 
mígos  irreconciliables,  siente  el  mismo  Villenu  renat 
en  si  la  fe  de  sus  primeros  aflos,  y  perdona  con  beroíi 
mo  de  neófito  un  bofetón  recibido  del  hombre  A  quien 
injurió  iniciando  con  ello  la  fatiUica  serie  de  timios  de- 
siistres. 

Salvando  la  inverosimilitud  de  este  incidente,  nada 
hay  en  Lances  de  honor  que  no  estí  dispuesto  con  maes- 
tría, hastii  el  entorpecimiento  do  la  acción  primitiva 
por  oint  inesperada;  pues  para  el  intento  de  1  "anuiyo, 
que  es  la  condenación  de  los  duelos,  no  pudo  bu-scar  nuls 
persuasivos  acusadores  que  á  los  dos  padres,  recono- 
ciendo en  sus  hijos  la  culpa  que  en  sí  no  reróOtKian. 
Ut  lucha  de  D.  l'íibián  consigo  mismo  y  con  las  aman- 
tes reconvenciones  de  su  esposa,  es  un  dechado  de  sj- 
luacioncs  dramáticas,  y  tanto  ellos  como  los  personajes 
subalternos  se  si>stienon  n  unn  alturasieraprcgr;tnUi( 
aunque  desig:ual. 

Pero  el  autor  de  tantas  niaríivillas  escénicas 
subir  más  alto...,  más  alto...,  y  desde  las  cimas  adon^ 
se  remontó  triíjoíd  Teatro  Un  drama  nuevo  (4  de  Nfcy 
lie  1867):  'esa  producción,  dice  RevUla.  en  que  todo 
ndmirnble  (incluso  el  lenguaje  sentencioso),  en  la  qi 
palpita  una  inspiración  gigante,  en  Ui  que  las  pasi( 
nes  humanas  vibnin  al  unisono  con  las  que  Shak.spca- 
re  pintara  en  sus  obras  inmortales,. y  la  fuerza  dramü- 
tica,  el  efecto  escénico,  el  terror  trágico  y  la  atrevida 
originalidad  de  las  situaciones  llegan  á  punto  altísimo 
de  perfección;  producción  que  hace  (xilpitar  todas  las 


Bt  EL  SICLO  XIX  169 

flbnis  del  corazón  hufnano,  y  que  lo  mismo  JirnincíL  lA- 
in'inias  de  tcrnum  y  de  piedad  que  gritos  de  terror  y 
espuniu;  produciión,  en  sumii,  que  basta,  no  ya  para 
gloriñcar  A  un  hombre,  sino  pant  enorgullecer  á  un 
puehiu."  Cito  este  párrafo  de  Revilla,  que  iwdríi  no  ser 
muy  correcto,  pero  sí  desinteresado  y  elocuente,  para 
decir  con  palabras  de  un  testigo  nada  sospechaso  lo 
<iuc  en  boca  mía  pudiera  serlo  de  parcialidad. 

Bien  que  no  necesita  de  encomios  (/m  tlrama  nuevo. 
donde  Tamayo,  al  introducir  en  la  escena  al  gran 
ir^co  Inglés,  pareció  arrebatarle  su  inspiración  crean- 
do peiNonajc^i  que  él  hubieni  tenido  par  suyos.  Como 
empiezan  por  li(fera*i  nutxíiillas  \\\s  tempestades  del 
ci*-*Io,  así  empiezan  aquí  las  del  alma  por  un  capricho, 
por  urtí  sorpresa  insignificante;  pues  si  el  tierno  ¿  in- 
felicísimo esposo  Vórik,  cuando  se  empella  en  repre- 
sentar un  papel,  para  el  que  Shakspeare  y  sus  com- 
pañeros le  niegan  aptitud,  mueve  más  A  risa  que  íl  eom  ■ 
pasión,  pronto  se  ven  acumularse  las  sombras  de  Ui 
dcffdichn  sobre  su  serena  frente,  hasta  que  le  llega  el 
casa  de  abarcar  con  la  mirada  atónita  toda  la  profun- 
didad del  abismo.  IIl  pcnsitmiento  capiUil  adonde  con- 
verge todo  el  poema  es  originalisimo,  y  de  tal  sublimi- 
dad tfiigiea,  que  túrbala  vista  y  hiela  la  simare,  hacien- 
do prorrumpir  A.  un  tiempo  en  gritos  de  horror  y  de 
cnta<ú.-ismo.  Cuando  Vúrik  (el  Conde),  Alicia  (Beatrizl 
y  Edmundo  (Miinfredo)  se  convierten  de  actores  de  im 
drama  imaginario  en  actores  de  otro  drama  tan  real,  t:ui 
tremendo  y  palpitante  de  interés;  cuando  to>  itpó?itro- 
fc4  al  amigo  y  A  lu  esposa  injieles  se  dirigen  repentina- 
mente d  los  mismus  personajes  que  ocujian  la  escena, 
dud.-i  uno  por  un  momento  si  la  ficción  es  verdad,  y 
todos  saben  que  en  las  represen  t;u:iuncs  de  Un  drama 
rruevo  siempre  caen  en  el  lazo  un  buen  número  de  es* 
pcctadores  de  entre  los  que  lo  son  por  primera  vez.  La 
CT  k'I  argumt-nto  represcnuí  un  asfuerzo  titrtnieu 

y  no,  du  CS.JS  que  sólo  aparecen  como  por  ca- 


17n  LA  UTERATtTRA  BSPAÜOl^ 

sualiüad  aun  en  los  grandes  maestros:  y  en  cuanto  á 
Tamayo.  bien  pucUe  asegurarse  que  Uh  drama  tturva 
es  hi  más  ¡uJmiriible  y  lu  nuis  aclminida  de  sus  obnis- 

¡Ví^rik!  ¡Alicia!  ¡Edmundo!  ¡Walionl  iShakspenrt'! 
¿Quií-n  puede  olvidar  esta  regia  familia  de  seres  á  los- 
i(uc  dio  forma  plástica  la  fantasía,  músculos  y  nervios 
la  idea,  y  la  pasión  sangre  y  movimiento?  Nunca  tvi- 
blaron  con  mAs  clucncncía  su  idioma  propio  hi  confia- 
da candidez  del  bueno  y  el  súbito  despertar  de  la  in- 
dignación dormida,  la  medrosa  conciencia  de  1<ys  cul- 
pables, y  las  vacilaciones  de  la  misera  voluntad  enra- 
denada  por  el  amor,  la  envidia  insomne  y  roedora,  lar- 
va del  corazón,  y  laamistid  inteligente  y  compasiva, 
con  cxpkísioncs  de  brusquedad.  L<«  conocedores  üc 
Shakspeare  y  su  teatro  pueden  aprender  mucho  toda- 
vía estudiílnUiílos  en  l'tt  tframa  nuevo. 

La  moilcstia  de  Tamjiyo  hizo  que,  acreditado  ya  de 
maestro  entre  Iíís  maestros,  no  se  dcsdefVaní  de  poner 
mano  en  una  obra  ajena,  Lafeu  aufom;€Ht,  refundién- 
dola con  el  título  de  No  hay  mal  <¡ur  por  hínt  tía  vptu 
ga.  si'iüra  redentora  y  sublime  del  mismo  género  <|ne 
LttHccs  tle  honor,  inspirada  también  por  el  espectáculo 
de  las  miserias  sociales,  y  penetrada,  como  de  perfume 
delicioso,  de  los  más  puros  sentimientos  cristianos.  El 
autor  nos  ofrece  dos  tipos  A  cual  más  perfectos  de  dcs- 
prcwupación  é  irreligiosidad:  el  del  hombre  vicioso 
que  da  por  buenas  cuantas  teorías  llegan  A  su  conoct- 
micnto,  como  sirvan  para  ensancharle  las  caminos  de! 
placer  y  la  liccncixi,  sin  quebrarse  la  cabeza  en  estu- 
diarlas, y  el  del  filósofo  hinchado  que  juzga  ít  la  huma- 
nidad pasada,  presente  y  futura,  des<le  las  alturas  de 
su  Olimpo,  y  diserta,  con  afre  de  orgullos»  suficiencia. 
sobre  todas  las  cosas  habidas  y  posibles,  disecando 
con  el  escalpelo  del  anílUsis  frío  los  secretos  del  cora- 
zón y  de  la  inteligencia.  Enrique  conserva,  en  medio 
de  sus  extravíos,  un  fondo  de  inclinación  hacia  el  bien 
que  no  se  advierte  en  la  rcflniída  malicia  de  Julián,  el 


ItN  EL  SIGLO  XIX 


171 


pensador  solitario  y  nebuloso  idálatni  de  su  miifnm 
cvgucdíid,  y  que  abrazit  el  absurdo  por  sisi<-ma,  no  por 
fa^üji-ni  descuido. 

Enrique  vs  viudo,  y  iicne  una  hiju  que  se  le  présen- 
la invocando  los  derechos  que  Julián  preconizabn  eo  un 
tibrd  suyo  rwlt'n  publicado,  y  cst;i  insolencia  razoniido- 
ra,  hijii  de  l¡i  malii  cdueaeión.  es  cl  primer  rayo  de  luz 
(|oc  viene  il  herir  sus  ojtis  para  hacerle  ver  cl  abismo 
donde  se  encuentra.  Rayo  de  luz  aumcnuido  por  otro 
•"'l'-  intenso:  la  ardiente  f  implacable  umvTtíu»  de  un 
I  'írt-  y  honrado  padre,  ron  cuya  hija  tiene  Enritiuc 
criminales  amores,  de  que  es  fruto  una  inocente  crú'i- 
Wra,  Ln  necíAn  entera,  poco  complicada  rumo  todas 
1^  de  Ta mayo,  gira  alredetUjr  de  este  incidente,  que 
parece  a^ra'v-arse  para  el  culpado  ante  la  enérgica  ac- 
í''uil  Jcl  viejo.  F.l  desafio  il  muerte  concertado  entre 
".'i  düs  y  la  prematura  del  niflo.  colman  tic  acerbas 
Wclcs  el  corazón  de  Enrique,  quien,  iluminado  por  la 
'-'"  >iíntcia  y  decidido  ya  A  morir,  escribe  A  Jullitn  y  A 
L-iM  un:i  cana  que  piensa  01  sea  su  leítamento,  y  en 
ju.  !(.«;  tlisuade  di-l  miurimonio  con  eMas  admirables 
i'i'.ii'r.í-.:  ■.  Mo  brotan  llores  en  el  corazún  del  impío. 
''  amar  ¡i  nadie  quien  no  ama  A  Dios.  Luisa.  Ju- 

.^.iraosqufesun  murihundo  el  que  os  habla.  Pur 

b  ntemurín  del  pcidre  y  del  íimigo.  jurad  obedecerme"  '. 

Pero  Dios,  sacando  de  males  bienes,  hace  que,  coian- 

di»  los  dos  amantes  leen  estupefactos  esta  carta,  por 

tiij'ís  conceptos  extrañísima,  se  les  presente  de  impro- 

nw  Enrique  dcirnmando  lil^imas  de  alegría,  reeon- 

cÍlí;iJo  con  el  hombT^*'  cuyas  canas  deshonrd  al  deshon- 

Híf  a  «I  hija,  y  decidiiloriUnr  á  c-sta  la  mano  de  esposo. 

Con  el  dcscnpaflo  de  Enrique  coincide  el  de  Julián,  que 

VK  en  tales  sucesos  la  intervención  de  la  l'rovidencin, 

empeíVada  en  traerle  A  la  senda  de  la  virtud  y  la  rcli- 

j?iOn,  y  coincide  la  felicidad  de  todos,  que  viene  rt  i-nl- 


<     \o«  Ul.  I 


.l\-. 


17''!  LA    UTERArVRA   ESPAÑOLA 

mar  la  deshecha  bornista.  Inúiil  es  decir,  habliindose 
de  TuoiHyo,  que  cstn  acción,  tan  dnim.'itica  dv  sny^ 
esi;i  realzadíi  por  riqulsirmm  lalx>rcs  de  estilo. 

No  obstintc  luibcrsc  representado  Ab  Aoy  mal  ipu 
por  hien  no  venga  en  el  aftu  tristemente  memonible 
de  1868,  obtuvo  un  Rnin  éxito;  el  último  que  puede 
contar  su  autor;  pues  /.os  homhreíi  de  hictt,  con  que  Se 
retifí}  definitivamente  de  la  escena,  fracaso  casi  por 
completo  ffTiicias  il  lo  tremendo  de  sus  consecuencias 
morales,  y  ív  la  üesolladora  critica  que  hace  de  preocu- 
paciones muy  á  b  moda.  El  público,  que  permicía  se 
fotografiasen  las  repufrnanccs  escenas  del  crimen  y  Iti 
prostitución,  quiso  demostrar  su  cómoda  virtud  conde- 
nando inexorable  ¡d  autor  dramático  que  se  atrevió  A 
llamarte  hipócrita,  r  aplaudía  con  furor  ú  los  bufos 
mientras  hacía  enmudecer  ú  Tamayo.  "Los  pers-majíríi 
del  drama  son  muastruosas  caricaturas",  decían  uisi 
todos  los  periódicos  liberales,  aunque  A  este  /toile, 
íoiU.'  DO  le  faltara  su  correctivo  por  parte  de  las  publi- 
caciones tradicionalisUis,  que  eran  entonces  números 
y  de  mucha  sipnificación  V 

AjETTióse  esta  polémica  hasta  desconocer  unos  tos 
ILicos  y  otros  las  perfeccíoncrs  del  drama,  que  si  no 
puede  figurar,  dígase  en  contra  cuanto  .se  quiera,  entre 
los  mejores  de  Tamayo,  tampoco  es  indigno  de  su  nom- 
bre. El  asunto  cstJl  Heno  de  asperezas;  liis  situacio- 
nes nuevas  y  dram.-^iiras  abundan;  pero  es  A  cosui  de 
la  verosimilitud,  y  eso,  por  otra  parte,  lo  mismo  que  la 
perfección  del  estilo,  era  lo  menos  que  podía  exigirse  A 
Tamayo.  Hombres  tic  hieti  como  D.  Lorenzo  de  V'elas- 
co.  el  conde  de  V'oluifia  y  Juanito  Esquivel;  nwlvadus 
como  Quiroga;  Quijotes  de  la  virtud  como  Damián 
Ortiz,  y  mujeres  como  Adelaida,  son  casos  aislados  que 
nada  demuestran;  aberraciones  de  la  ley  general,  tipo» 


(    Es  la  KcThu  la  andad  4e  Moa  piorno  Vt  Uto  D.  RamiMi  Naced»  I 


EK  KL  BüCLO  XUC  173 

«nejuies  A  los  qae  hoy  ptnutn  Eufrenio  Sell<^s  y  Leo- 
poldo Cano. 

De  este  pecado  orif;Ínal  nacen  como  de  raiz  otros 
mwhos.  porque  forzosamente  llcpa  á  ser  antipático  lo 
que  es  innatural ;  ni  se  requería  tantn  durczn  pam  ín- 
cutcnr  una  verdad,  aunque  fuese  muy  amarga.  Mas  no 
por  eso  se  justifica  la  conducía  observada  con  el  in- 
comparable poeta,  ya  porque  ios  censuras  obedecían 
A  un  fin  de  polftif-a  y  á  mezquinos  intereses  de  secta. 
yj»  purque  el  drama  era  en  si  mismo  bueno,  infinita- 
mente superior  A  cuanto  entonces  se  representaba,  sin 
contar  con  lo  que  se  merecía  de  por  sf  el  nombre  de 
Tamayo. 

Desde  aquel  dfa  romi^ií  su  pluma,  no  es  suponible 
qoetle  Indignación,  dejándola  ociosa  para  la  escena  en 
mis  de  veinte  aflos.  en  cuyo  transcurso  ha  ido  agi- 
gnnt.'ütduse  su  fiuna.  hasta  el  punto  de  conocer  por  la 
de  hoy  lo  que  pensanl  de  él  lu  posteridad.  Sin  entu- 
stiLsmtw  prematuros  ni  adulaciones  odiosas,  sin  rebajar 
en  nada  al  autor  de  Marola,  ni  A  los  de  Don  Ah'aro, 
Juan  LorntBo,  El  pitiial  ttvt  godo.  Los  amantes  de  7>- 
rttfi,  m  hombre  de  ttnnido  y  Ki  lauto  por  n'eu/o;  ain 
desconocer  que  es  muy  difícil  la  comparación  en  jféne- 
ros  tan  distintos,  puede  afirmarse  en  ricor  que  Tamayo 
ocupa  en  nuestra  literatura  un  puesto  superior  al  de 
todo»  ellos,  que  es  nuestro  primer  dramrtiito  en  el  si- 
glo XIX.  I¿1  ha  creado  La  locura  de  amor  y  Cu  (irania 
Huefo.  eiftendo  ft  sus  sienes  el  reverdecido  Lluro  de 
Siakspearc  y  Calderón;  i]  ha  traspasado  cumu  nin- 
e:iino  las  rronteriLs  de  su  pntrin,  haciendo  resonar  su 
nombre,  aunque  cspíiflol,  allí  donde  se  cultiva  ciarte 
y  «  ofrece  &  sus  Interpretes  el  tributo  de  la  admiración 
y  el  entustasTHO. 

Cuando  más  oIip«cinadamente  vinieron  il  tentar  su 
invencible  y  simpática  modestia,  tendió  sobre  su  fama 
cl  tupido  Velo  del  pieudónimo,  pensando  esquivar  así 
nti-n.  If-nr'i  v  lístjnjas;  pero  el  íul^or  del  genio  hizo  que 


174  LA  UmCATUICA  E»rAJ!OLA 

ul  punto  st  dtíjc'ubriese  A  Tamayo  en  El  otro,  ^ul 
íi<  Tai  y  Joaquín  íis/t'vaufz,  porque  enü'e  la  tiiferoDci;i 
de  los  nombres  perninnecia  una  ¿  idéntica  %u  persona- 
lidad literurin. 

Los  que  siempre  están  predicando  el  divorcio  entré' 
til  Poesía  y  la  Monil;  los  que  no  admiten  que  puedan 
ser  buenas  obras  las  obras  buenJis,  si  se  permite  el  re* 
trui^-ano,  trabajo  tienen  en  explicar  cómo  Tamayo  ha 
reunido  lo.s  dos  eNtremos,  dejando  caer  sobre  las  lla- 
mas de  la  emoción  apasionada  la  refrigerante  lluvia  de 
la  virtud,  haciendo  en  el  Teatro  In  apología  de  todo  lo 
frrandc  y  digmo  de  veneración,  sin  convertirse  en  hue- 
co ^^  insufrible  hierofantc.  Si  no  fuera  digno  de  sentir- 
se su  prolongado  silencio  para  el  amante  desinteresado 
de  la  belleza,  lo  seríit  para  los  que  buscan  en  las  ci  t-a- 
ciones  del  ing'enio  un  dique  :d  torrente  desbordado  d^l_ 
vicio  y  dé  la  impiedad  que  nos  inunda. 


S^^ 


ft;»   '^ — y. — z^ 


CAPÍTULO  IX 


BL  're.\tttO  bSSPUfíS  DSL  ROMANTICISMO  (COSTINU  ACIÓN) 


4ívzi,  dichoso  y  raro  equilibrio  en  que  se  comhina 
lo  más  templado  y  aceptable  de  las  audacias  ro- 
ntániicas  con  ei  acicalamiento  y  la  conrccción 
dd  clostrismo,  tuvo  y  tiene  en  muy  pocos  rcprcscn- 
tari^  tan  cnhal  y  gcnuina  como  en  el  egreso  autor 


U.  A4cUrdci  tApet  de  Ayata  naclú  ca  C«adalcmat  [St^lla}  et  1.*4c  Um- 
'  Bk  \33í  t  r>*4  lo*  OJI'»  ik  «i  nlnc<  en  VniitK^ri~U  (Badajoi).  F-'-^'ntr 
lo»  lu  L'nlrrnlA* J  Je  Iwvnli.  fK  «ImiiIc  tsimd  pkrlf  en  *l^ti«k  motl»..-- 
i  <AA  4  \oa«<,i  T  >iiH)«  p<w:ti>,  -vino  A  UxlrlJ  msrllc  4  kbdnJ'TiMr  il  iMtl'^i 
¡«bogaAapnr  loi  Uanlnili  ta  nccD4,  halUndo  m  piotcclor  crncroManí:! 
ti»t  \omAc  nal  taja  Ia  |u<n>iu>l  lltnnrU.  el  Conilc  Su  San  Lulv  Anta  ile 
O:  I     lO'»  mineaba  ni  Tratro  Eüpallol  <u  {irlmirr  ilram*.  Qk 

*-    -  "  bnh»  (k  |ui|i=>' <v>)  canJc*  <l9f to4  D.  ManiKl  CailMc, 

I     I'.  rn   SVdc   Cnrro  Je  IfAl.  ILinplraJo  rlt  cl  MlnUtrrlo  dr  la 

•  •'-'-  -iiicalioinaijar  si  trienio  pmgTcxl«I>.  •>■  ilcdl<:«i:on  nU» 

abtnc'i  •  nt-rthir  fiara  l»t  tiairoayra  td  ]tnma.  ■.'oInhoranJo.  «n»i]ur  be  sul- 
tlWJiwnTi.  I  TI  n  roiirf  Oih>(.  R<i>tv-ioi((\  iV  Daila^vi  cixnoitlruiJtJo  tu  liQ?, 
cia*n<<  . -))a  rn  U>  UUi  Jrl  noik-tanlUinn.ifBn  m  Uiarfcla  UsUn 

Uhcnl-  i:  i>i<S-.i  ui  |i4rtlilo  la  reralortMi  de  laóH,  mi  csyo^  pnrpntmU- 

^p*  U*a  A)-iUcrsn  ^ttt,  t*iVfMc>Jode»pil<*r]  UnniErUn  c«lrbt«  Jc  CA- 
A«,  Parole  'jK  nimba  opo  buvii««  «jqa  la  canJIJaiui»  4cl  t>uqiic  Jr  Moat- 
■taafcf  para  d  xn^oi  pvro  no  iHuiUIctnn  icln  iin^oknics  que  t«c*c  Mlnl**ro 


176  LA   LtrCRATCRA  RSPA^OLA 

de  Riaja,  El  tejado  de  vidrio  y  Consuf-lo.   Era  di 
Ayala  el  gusto  acendrado  cualidad  innata  y  excepcio- 
nal, y  por  ella  las  conuidas  obriLs  que  sjilieron  de  ^ 
plum^i  excitan  una  admiracitjn  unánime  y  sindístinct 
nps.  no  oiorgíiUa  A  otros  ingenios  de  mrts  empuje,  pei^ 
también  mAs  desigtmJes  y  menos  cultos. 

Y  lo  que  era  en  ¿1  natural  y  característico  llegó 
á  tiempo  y  en  circunstancias  tan  favorables  para  stí 
manifestación,  que  no  es  de  extrañar  se  haya  anticipa- 
do para  el  ¡lustre  poeta  el  juicio  de  la  posteridad,  con- 
tra lo  que  suele  suceder.  BrülO  Ayala  en  aquellos  días 
de  transición  en  que,  si  no  se  maldecía  de  las  pompas, 
efusiones,  y  alguna  vez  extravagancitis  puestas  sobre 
Los  cielos  en  el  período  antcríur,  se  buscaba  unu  moüifj- 
cacióo  saludable  que  las  hiciese  más  fecundas.  En  la 
gloriosa  pléyade  de  ingenios  que  realizaron  tai  empre- 
sa no  hubo,  propiamente  hablando,  unidad  de  propú^ 
sito,  y  de  ahí  el  carácter  indívidu;ilista  que  les  distíi 
gitc,  y  la  imposibilidad  de  incluirles  en  el  círculo  de ' 
escuela  y  una  aspiración  delL-rminadas;  pero  no  cal 
duda  que,  si  hay  entre  ellos  alguna  personalidad  de  mi 
grandeí5i  y  significaciún  {verbigracia.  Tamayo),  nb 
guna,  en  cambio,  tan  uniforme,  tan  consecuente  y  bit 
dcñnida. 

Son  muy  pocas  en  numero  las  poesías  líricas 


tn  el  primcT  flafclnt-u  ¡U  tn  Kc^iauriirtAB,  ptt-tdl J"  por  Clin-va»,  Se  3<««no 
iDcIor  iil  i-nrldcf  v  hi^U  *  U  ñ'oniioilii  de  A>nU  l3  Prv-ildcnvU  dd  Cmi 
ut.  que  <Jc««ni|M.-nat<a  hI  "tiii  rir  lU  Ir.tfprrotln  miivrlc  im  .Mijfld.  H  dui  Mi 
Bncfoae  1S7«--Eii  U  Oottfcl^di  atrit<iri4  Ctoi(«a>Mni  i*  bu  puMKndoln] 
menwlicliln  tomplt-iN  ilcU»  OSn»  de  Ayalfi. «n  ilcM  volflaunn,  por  dt 
ilgnb-ntir. 

■       n.        '  Et  ttjíuíu  A  rtttrb,. '  BCoiVU  lie  OutnUa. 

•  llt.       >         UHwu^to.    Li»  QtmmmH. 

•  V.        •  Kttatliipor  cUalv.  —  KlioKulctle  motrAamM. 

•  VL        >  OuUtM  V  PrnUiL—filntict»  Cdn  Aw». 
fnvttKU  tic  PomtiUa»- 


BK  EL  SIGLO  XLt  177 

Ayah  *;  pero  encierran  cales  primores  de  arte  (muy  por 
wirima  Mcmpre  de  la  inspiración],  que  todo  eloRÍo  de 
elhis  píirece  esipuo  y  menguado.  íín  cierUi  décima  de 
ilbomencerróunadeiiniciúndelamüíiica.que  h.i  llega- 
do i  hacerse  popular,  y  en  la  que  no  hay  modo  de  sn- 
nada  sin  perjuicio  del  fondo  «i  de  la  expresión. 
iJos  en  parte  para  el  gasto  de  casa,  como  íl 
dedil,  esto  es,  para  felicitaciones  y  compromisos,  están 
te  sonetos  de  Avala  muy  por  encima  de  las  vaciedades 
lisíKi;er!íS  O  do  cajón,  comunes  en  tales  circunstancins, 
y  altfunoB  exhalan  un  aroma  confortante  de  piedad  re- 
ligiosa. ^¿QuiOn  no  puede  recitar  aquellos  versos  que 
comienzan 

Dame,  Señor,  la  ürroe  voluntad, 
Corapiftera  y  sosten  de  la  virtud. 
La  que  sabe  en  el  ^oIPo  hallar  quietud, 
Y  en  medio  de  las  sombras  claridad, 

hermusa  plcgraria  A  In  que  ha  prestado  los  hechizos  de 

'    ""  ■  Ii-a  uno  de  nuestros  mris  conocidos  composJto- 
'  ■p;lrese  bien:  no  tienen  los  de  Ayala  las  cualida- 
des que  principalmente  distinguen  al  soneto;  les  falni 
t*  !Wt  es  entre  todas  esencial:  unidad  de  pcnsamicnio 
Címscrvada  de^e  el  principio  al  fin,  de  modo  que  se  le 
**pwe  siempre,  y,  al  de^-ubrirle,  nos  hiera  con  su  pro- 
funJiJad.  Sin  embaído  agradan,  y  es  A  fuerza  de  arte. 
'  '"  -7,T  de  encubrir  esc  pecado  origina!  con  el  afili- 
i>»  rop;tje  de  las  formas  y  con  la  alteza  de  los 
'->  cuncepu>s,  que  atraen,  siendo  múltiples,  como 
'•I  iui_si'n  uno  sillo. 

PcR)  la  i'jya.  exquisita  y  por  excelencia  de  Ayala  es 

lAvpii^toIa  que  dirigió.  MA  en  1S56,  A  D.  Emilio  Arrie- 

o.  iligna  rival  de  la  de  Rioja  (ó  quien  sea),  A  Fahto, 

■■'^■■'  illa  inspiraLla  en  el  desengttAo  Ülosófico  y  en 

estoicismo  cristiano,  que  descubren,  por  la  scme- 


"-  -9M  dr  iM  pctiBrrii*.  (llaUda  Amotu  í  'irrrrnhtroM,  IcycntU  Miitda  n 
>  ÍH  ttrr  O.  RwIrlKQ,  W  nnu  lo  tanoEncU  mnltntlca.  ilc  tan  ec  carA 

TOMO  n  12 


178  LA    LITEHATL'UA  CSPASOLA 

jan»i,  Im  huella  Je  b  imitíición.  Imitación  libérrioia  y 
v.n  el  mejor  de  los  scntidus,  con  lii  que  se  compadece  la 
diversidad  de  (ono  y  objeto;  pues  tan  visibles  son  los  de 
moralista  y  censor  ilspero  de  las  costumbres  ajenas  en 
el  múdelo,  como  el  subjetivismo  lírico,  de  intimidad 
honda  y  reposatUí,  en  el  imitador.  Middice  el  uno  de  las 
ambiciones  cortesanas,  y  busca  en  el  retiro  y  en  la  tem- 
planza de  los  deseos  una  defens:i  contra  los  cuidados 
insomnes  y  las  congojosas  ansLis  del  placer;  el  otro  re- 
sidencia con  autoridad  inexorable  sus  propias  acciones, 
describe  la  lucha  entre  el  mal  y  el  bien,  y,  al  recordar 
sus  llaquczas,  exclama: 

Perdido  tengo  el  crédito  conmino, 

Y  avanza  cual  gangrena  el  desalienta; 
Conozco  y  aborrezco  í1  mi  enemigo, 

Y  en  sos  brazos  me  arrojo  soñoliento. 
La  conciencia,  el  deleite  que  consigo, 
Perttirb;i  siempre;  sofocar  su  acento 
Quiere  el  placer,  y  lleno  de  impaciencia, 
üi  gozo  el  mal,  ni  aplaco  la  conciencia. 

Inquieto,  vacilante,  confundido 
Con  la  múltiple  Ibrma  del  deseo, 
Impávido  una  vez,  otra  cnrrido 
Del  vergonzoso  estado  en  que  me  veo* 
AI  mismo  Dios  contemplo  arrepentido 
De  darme  un  alma  que  tan  mal  empleo; 
La  hacienda  que  he  perdido  no  era  mía, 

Y  el  deshonor  los  tuétanos  me  enfría. 
Aquí  revuLlto  en  la  fatal  madeja 

Del  torpe  amor,  disipador  cans.tdo 

Del  tiempo,  que  al  pasar  súlo  me  deja 

Hl  disgusto  de  haberlo  maluastado; 

Si  el  hondo  nfiln  con  que  de  mi  se  queja 

Todo  mi  ser  me  tiene  desvelado, 

¡Por  qué  no  es  antes  noble  impedimento 

Lo  que  es  después  atroz  rcniordimiento> 

jVaiorl  y  que  resulte  de  mi  daíio 
Fecundo  el  bien;  que  de  la  edad  perdida 
Brote  la  clara  luz  del  desen^aflo, 
iluminando  mi  raz6n  dormida. 
Para  vivir  me  basta  con  un  año. 


K.V  EL  SIGLO  XSX 


Que  crtTojceer  no  es  alantrar  La  vI<1a. 
jjovon  murió  tal  vez  que  eterno  hn  ftícjo. 
Y  viejos  mueren  sio  haber  vivido! 


179 


Ni>  *e  sabe  qué  admirar  mfls  en  tan  bellas  octavas, 
si  e!  tonn  viironil,  austero  y  sentencioso,  ó  I»  expresión 
jfTflÚca,  sobria  y  escultural,  que  asi  di^sUcrra  de  lu 
Poesiij  ta  plítora  de  palabras  sin  oficio,  fardando,  en- 
tre Uk  diticiiluides  de  la  rima  y  las  impuest;is  por  tan 
peculiar  estilo,  ona  llaneza  corriente  y  nc  afectada. 
Esta  sola  epístola,  y  la  dirigida  &  D.  Mariano  Zabal- 
bani.  b!i»itan  pan»  colocar  li  su  autor  entre  nuesQ'Os 
primaros  líricos,  y  para  desmentir,  cuando  menos  en 
el  C31S0  presente,  bi  teoriu  de  que  los  ^nindes  poeCis 
dramáticos  no  saben  expresar  por  cuenta  propia  sus 
%cntímÍL-ntos  y  necesitan  de  ¡dgiin  personaje  en  quien 
trun5íunUÍrlos. 

Y  eso  que  Avala  tuvo  siempre  al  Teatro  una  afición 
decidida,  cie^a  y  casi  idolátrica,  escribiendo  para  él 
<Icsdc  9U  niñez  alírunstó  plccecitas  ',  aun  cuando  se  re- 
tirdascn  alffún  tiempo  los  primeros  lauros  que  recogió 
«m  la  difícil  ciirrcra.  Dos  iiflosdcspui!-s  de  representarse 
cl  rílcbrc  Don  Francisco  tir  Qncirilo  terminaba  Ayati 
Um  htmthre  de  Fsfndo,  luciendo  tambiin,  junto  con  lii 
I.  ■  '  -  1  moral  y  filnsótica,  el  idealismo  cahnllcresco 
ij.  X\'I1,  con  el  indis|H'ns»blc  síquiío  de  intri- 

(ins  p:ilacie8ras.  amores  ocultos,  altiveces  y  cnidns  de 
on  íav.irilu,  capricho*,  regios  y  maquinaciones  corte- 
sanas. Sabido  es  que  el  drama  anduvo  por  muchas  ma-* 
OL»  hitsta  nu;íar  A  Uis  del  entonces  reputadísimo  critico 
D.  Manuel  Ciiílete,  que  informó  sobre  aquól  en  sentido 
rrr-  •■-■■■  rabie,  contribuyendo  asi  jí  aceleniT  su  prime- 
r-.  nuicíón. 

Antes  Uc  Avala,  y  con  alffün  óxlto,  se  habtu  lle\-ado 
■ "  ts  la  historia  trflirica  de  D.  RodríRoOiíderón, 

*     «ft^a  |«-  ¡tmUí  mttrw.  M*  f-V  •!  "trillo,  Iv  torvna  y  H  ruíai,  1a*  dx  (fw 
mi^mt.  La  ^.-irrulaní   1 1. . 


180  tA  LimATUSA  espaRoui 

como  dije  en  otro  Ingar  de  este  libro;  pero  Ayida  la  mo- 
dificó notablemcnie,  para  adapiarl»  &  su  gusto  ariis- 
tico  y  «1  que  entonces  domintihii  en  la  generalidad.  Don 
Rodrigo  no  es  únicamente  el  ambicioso  que  Uega  al  po- 
der por  el  camino  de  la  intrigra,  ejemplo  triste  de  curtn 
etimcraíson  las  glorias  humanas,  sino  también  el  aman- 
te oculto  y  sincero  de  Matilde  de  SanUoval,  A  cuyo  ca- 
rifto  le  manda  iwsponer  sus  ambiciones  el  impulso  del 
corazón.  La  lucha  está  lacónicamente  expresada  por  cl 
protagonista: 

¡Palftdol  Rey  que  no  mande; 
¡mujer!  ¡arccto  divinol... 
es  placer,  pero  mezquino; 
es  tormento,  ptro  itrnndc  '. 

Don  Rodrigo  no  es  malo  en  t-l  fondo,  y  sus  rondel 
ct-ndencias  con  la  liviandad  del  I*rincipe,  y  susdefcctos 
todas,  no  proceden  de  la  depravación,  sino  del  ansia  de 
nombre  y  poderío,  duramente  castigada  por  los  rigo- 
res, de  Ui  suerte.  Unidos  asi  los  dos  ¡ispéelos  de  la  tlso- 
numia  moral  de  Don  Rodrigo,  no  se  vuelven  ú  separar 
en  todo  el  drama  hasta  el  momento  triste  en  que  te 
mano  del  infortunio,  hiriéndole  sin  compíi-sión.  le  arre- 
bala  todas  sus  esperanzas  y  te  arroja  en  la  estrechez 
sombría  de  un  calabozo. 

La  intención  moral  del  poeta,  perenne  distintivo  de 
¿'Sta  y  de  sus  futuras  obra*,  no  sólo  alcanza  al   ttii. 
mentó,  sino  al  modo  de  disponerlo  y  ft  las  circuí, 
cias  que  acompañan  al  desenlace.  El  hombre  de  lista- 
do que  en  las  alturas  del  poder  vivía  entre  penas  •■■    " 
sicUadcs,  menospreciado  y  menosprcciador  de  v 
conoce  á  la  luz  del  desengaño  cl  secreto  de  la  vcnla- 
dvra  fflícidad ,  que  halla  dentro  de  sí  mismo  después 
de  buscarla,  sin  fruto,  en  el  honor  y  los  placeres.  Sus 
mayores  enemigos  le  brindan  con  la  reconcíliaciún  y 
le  respetíin  como  si  en  él  admiraran  una  nueva  digrti- 


*  Acto  It,  tanaa  XXJI. 


EN  BL  StCLO  XUC  181 

(hit  superior  d  loJas  las  Uel  mundo.  No  nos  enconira- 
aqai  con  un  ilnumi  histi^rico  solumence,  aun  cuan- 
Ii  =ii*an  los  surL-íios,  siñio  cün  un  preludio  de  El  leja- 
■lí-ii,-  lidrfxi  y  El  tanto  por  a't'iito;  con  un  bosquejo  de 
la  íiiosof  (u  Ucl  comzón,  más  bien  qut  de  ísta  O  aquellii 
•Ictcrminndus. 
-  tiiiré  ulio  en  la  rapidez  y  atropethunienio  con 
cfl  ocasiones  se  desenvuelve  la  fábula.  El  lengua- 
muc^itra  las  exuberancias  y  frondosidades  de  un  li- 
'  -T  ,  inoportuno  y  propio  para  fascinar  A  principian- 
si  poco  extraña,  pues  aún  n<>  habían  pa>ndú  por 
^(«qucUa  scj^r  inexorable  y  aquel  rebusco  minucioso 
7    liii»  que  tal  gradu  de  perfección  le  dieron  al  extir- 
i.xwrablemcnte  t'jda  cbise  de  encrvadonts  redun- 
^buh-ias. 

i  lien  i  n  media  Lamen  te  .■í  t'n  hotnhn-  de  Estaiiolns 

'.VAS  Casi  I  fío  y  perdón  y  Los  dos  Gitstiiauc!^ ,  rc- 

'itadas  en  el  mismo  año  de  1851,  y  que  ^igniAcan 

maf  |<><ra  cosa  en  el  teatro  de  Ayala.  Ocupan  luego  un 

piTiudij  de  diez  aflos  la  serie  de  zitrzuelas  que  la  de»- 

apüdcTHdn  aHci«ín  del  público  arrancó  il  la  avara  mujsa 

del  poeta,  violeniamcnie  desviado  de  su  centro.  La  Es- 

t'úla  ,{c  Xfadríd  1IS.TÍJ  y  Guerra  d  muerte  f  Ifiü5).  que 

v;ii':!ün  la  vida  efímera  de  las  (lores;  ¿o5  CoiNiotcros 

liSlói.  cuya  relad^Ti  fama  se  debió  A  las  alusiones  que 

JtDí  se  tTeyerun  ver  contra  lox  pithicus  del  Cunde  de  San 

is.  y  que  exciuilxin  por  ic;iial  el  regocijo  de  los  pro- 

ístas  V  la  cólera  de  los  moderados,  v  El  conde  de 

'nlJa  {Í6íi6),  «.niyas  primeras  representaciones  die- 

lu^ar  A  una  prohibición  Inmedlaut  del  Gobierno, 

Forman  un  conjunto  nada  feliz  que  remata  de  la  peor 

psoaeni  en  Ei  a^jceule  de  Mníriworuoa  (\Stí2^. 

'la  traducción  f/aydi'c'  ó  et  sccrfto,  y  el 

dr^^i— i- --■•() /w/)tT;/«iK;i-,  escrito  en  colatxmíción 

0011  Antonio  Hurtada,  sobre  el  conocido  episodio  del 
Qmjoit,  Ayala  enriqueció  la  esi^cnu  española  en  l!^ 
con  su  Rioja.  hermoso  contraste  de  los  proyectos  de 


1S2  LA  I.lT1tRATL*HA  RSPARoLiV 

zarzuela  en  que  malírastaha  su  rica  inspiraci<5n .  Rioja 
es  la  apoteosis  de  la  nrtud  y  cI  htfoísmo  á  que  puede 
cntumbrarse  v\  alma  humana  entre  las  a<iperezas  y 
fnijiusidades  del  camino  de  lii  vida;  es  el  sitcrificiO' 
hecho  carne,  iomolando  la  dicha  propia  en  obsequio 
de  Xa.  ajena.  Pero  faltan  á  la  gTí'idiosidnd  de  esta  idcn 
moral,  para  su  üescnrolvimicnto.  la  lucha,  la  colisión 
de  piísiones  é  intereses,  la  intensidad  dnunrttica,  el 
claro  ohscuro  que  nos  atraen  y  «iubyugnn  en  L'n  hom- 
brtr  tic  Estado,  con  ser  y  todo  muy  superior  á  la  de  este 
drama  la  concepción  de  Rioja.  Lo  que  los  aproxima 
y  confunde  entre  sf  es  el  pred^wninio  del  elemento 
humano  sohrc  el  color  local  y  la  exactitud  cr(m<^líVi<."i. 
pues  el  poeta  sevillano  del  siglo  XAII  podria  su-süiutr- 
se,  con  ligeras  variaciones,  por  otro  personaje  de. 
su  misma  representación  moviéndose  en  distinto  esc^ 
nario. 

La  tendencia  moral,  que  en  Avala  era  irresistible, 
nece<ütaha  explayarse  sin  cohibiciones;  é  introducién- 
dose de  lleno  en  la  pintura  do  la  sociedad  contemporá- 
nea, produjo  £1  tejado  de  lidrio,  obra  desigual  y  de 
grandes  alientos,  que  demuestra  prácticamente  la  posi- 
bilidad de  hacer  nuevo  ú  Interesante  un  asunto  vulpar 
y  manoseado,  por  medio  del  arte,  que  todo  lo  exalta  y 
dignifica,  y  de  ocultar  la  intención  docente  identlficfln- 
dola  con  el  andar  mismo  de  la  intriga  en  sus  diferentes 
cambios  y  tninsieiones. 

A  esta  luz,  Ei  tejado  de  vidrio  es  un  portento;  por- 
que, ¿dónde  hay  míls  seguro  medio  de  hacer  odiosa  la 
culpa  que  rransfonnarla  en  delatora  de  si  mií^ma?  -:Dón- 
de  h¡iy  creación  míls  origimil  que  la  de  aquel  cínico  y 
desf.achacado  Conde  del  Laurel,  mofador  eterno  de 
las  virtudes  femeninas,  corrompido  6  insuperable  maes- 
tro en  la  ciencia  del  gralantco  y  la  seducción,  que  con- 
vierte en  imagen  suya  ¡1  un  jo\'cn  inexperto,  que  le 
inspira  y  dirige  sus  planes  de  campafla,  que  sigue  con 
infame  satisfacción  todos  los  pasos  preliminares  de  la 


tS  EL  SIGLO  xa  183 

onijuiRia,  y  cuando  Ui  ca.sua1id:id  te  Imcx*  ver  que  estú 
jucando  con  su  propia  honra,  que  et  tejado  roto  es  el 
Jr  su  casa,  que  la  esposji  infiel  es  su  misma  esposa, 
anida  &  él  por  el  vínculo  de  un  mittrimonio  secreto; 
cMndo  todo  esto  ve  y  palpti,  se  encuentra  con  el  dis- 
cipnlo  aprovechado,  que  le  aplici  los  principios  de  su 
csrnela,  atándole  las  manos,  la  lengua  y  el  eoraz<in? 

SI  casada  está, 
¿corno  accede  A  tu  demencia? 

pTcfTinla  el  Conde  &  Carlos. 

—Apenas  hay  dilereocia 
de  un  marido  á  una  mama, 

k  repilca  el  discípulo,  repitiéndole  las  palabras  con  que 
al  principio  le  había  alentado  su  Mentor,  y  aquello  prin- 
ripalmente  de 

0  contraste  divertido 
qne  forma  en  esta  borrasca 

Iln  fitíunt  de  t;irasca 
del  aleladn  marido, 
que  ni  sabe  lo  ^uc  pasii, 
ni  toma  parte  en  la  tiesta, 
hasta  que  el  pelo  le  tuesta 
el  incendl»  de  su  casa '. 
El  Kolpe  es  rudo  y  decisivo,  et  cambio  radical,  y 
oWui  la  soluciún  del  contiicio. 

I^  culpa  engendra  la  pena, 
pena  que  nadie  detiene: 
sólo  quien  honra  no  tiene 
puede  jagar  con  la  ajena  *. 

No  faltan  en  esta  admirable  comedia  ciertas  imper- 
fecciones, ciertjis  notas  Ásperas  y  aRudas,  jimio  con  la 
imíerosimitiiud  de  nljíunos  recursos;  pero  hay,  en  t~am- 
bk).  Impetuoso  y  recio  choque  de  pasiones,  alteza  de 
concepción,  maestría  técnica  y  sobriedad  en  la  forma. 

'  Acta  m.  •«:«•>  XI. 


t8J  1^  i.rreRAnrRA  sspaKoi^ 

El  argumento  ofrecía  algún  lado  flaco  y  otros  muy 
driosos,  en  los  que,  sin  embargo,  sabe  el  poeta  sost 
nerse  firme  casi  siempre,  sin  herir  los  ojos  con  el 
pectái'ulo  repugnante  de  la  degradación,  y  haciendo 
adivimir  lo  que  no  describe. 

Goza  £/  tattto  por  atufo  mAs  fama  que  Ei  tejado  i 
vidrio,  y  no  quiero  yo  combatir  la  apreciación  genenil; 
pero  tengo  por  m:ls  dramiUico  y  víg^oroso  el  contlicio 
del  último  drama  que  el  del  primero,  en  el  cual  &e  en- 
contrara, si,  milH  sCjÜda  trabazón  en  las  panes,  má&^ 
enredo  y  trascendencia;  pero  no  un  personaje  d,  h^ 
blando  con  propiedad,  una  situación  como  la  que 
poco  admiramos  en  El  tcjutlo  de  vidrio. 

£f  tatito  por  ciento  es  la  anatomía  fiel,  estudiada  y 
minuciosa  del  positivismo  avasidlador  que  nos  invade, 
y  por  obedecer  íl  un  intento  tan  eminentemente  so- 
cial no  cabe  con  hol{e:ura  dentro  del  hogar  doméstico, 
ocupando  en  realidad  un  espacio  mayor,  á  pesar  de  lus 
apariencias.  Los  personajes  que  interA*¡cncn  en  la  ac- 
ción, y  la  acción  en  si  misma,  van  supc-diíados  á  otro- 
elemento  de  oculta  é  irresistible  virtualidad  que  influ- 
ye en  ellos  y  en  ella,  y  que  es  el  verdadero  núcleo  en 
cuyo  derredor  ginm.  Piensan  alsfunos  que  el  mérito  de 
Ayala  está  en  haber  creado  encarnaciones  perfectas  de 
la  avaricia  febril  y  sin  entraflas;  pero  evidentemente 
no  cstA  ahí,  y  basta  reflexionar  un  poco  para  i>ersua- 
dirsc  de  ello.  Si  v\\  hubiera  sido  la  idea  del  autor,  sus 
avaros  serian,  de  deseos  y  obras,  infinitamente  peores; 
serian  criminales  de  los  que  convierten  el  oro  en  llanto 
de  sus  victimas,  ó  mi-^crablcs  ridiculos  como  los  dt 
Moliere  y  D.  Juan  de  la  Hoz. 

Pero  los  avaros  de  /T/  tanto  por  cirn/o  estAn  distan" 
tísimos  del  figurón  y  la  caricatura;  son  de  esos  avaros 
que  se  encuentran  en  todas  jxirtes  y  A  todas  horas,  y 
que,  sin  perfonificar  el  vicio,  siguen  sus  ÍnspÍracion( 
por  conveniencia  mal  entendida,   por  debilidad, 
moda  ó  por  coni:igio.  Con  lo  cual  ya  se  dejan  tnis- 


EX  BL  5IGL.0  XIK  18& 

iuctr  el  proposita  del  poeta  y  el  procedimiento  que 
u<a:  el  propó^to  es  ticmosU'ar  que  hoy  el  interés  ha  ve- 
;  iii.iíar  con  despotismo  irresponsable  to- 
.   ...:     in.  -  aspiraciones  del  atnia  bunmna;  que  no 
tlvbc  reputarse  ésta  aberración  individual  y  Ci'an$itorÍa, 
como  lo  ha  sido  siempre,  sino  que  forma  parte  de  nues- 
tni  existencia  social  y  se  ultra  en  las  co'itiirabres  al 
[amparo  de  la  civilización  y  las  conquistas  de  Ut  ma- 
teria. El  procedimiento  consiste,  no  en  cscoffer  una  re- 
prcsontución  típica  ilc  esc  egoísmo,  sino  vurias,  srra- 
üiutlmcntc  di>i>utsias,  para  dar  A  comprender  por  este 
mctliú  las  proporciones  del  coloso,  mostrándole  pre- 
sente en  los  neg;ocios  más  ordinarios  ili:  la  vida,   y 
co  ul  lenguaje  de  la  convcrsuciiin.  cumo  i;ni.-migoencu- 
bicrrto,  á  quien  se  tienden  los  brazos  porque  no  se  le 
conoce. 

Tan  claro  me  piírece  semejante  modo  de  inierpi'etar 
sentido  moral  y  ariísiico  de  £f  tanto  por  cicttío.  que 
reo  una  confirmación  de  él  ha*;ta  en  la  naturaleza  de  los 
[obstdculos  que  «usUenen  la  aeoión  desde  el  principio 
[kosia  el  fin  del  drama,  Andrés  y  Roberto  son  los  dos 
pefíwnajes  que  resultan  más  desairados,  cínico  el  uno 
\y  Til  usurero  el  otro,  ambos  empeftados  en  impedir  que 
¡«c  loifte  el  amor  reciproco  de  I'ablu  y  de  la  Condesa. 
IPero  en  el  coro  de  la  complicidad,  en  la  oposición  de 
Petra,  de  Gaspar,  de  Sabino  y  Ramona,  predomina  so- 
bre la  culpa  la  faudidad  de  las  preocupaciones  orriíncas, 
,4Ui*^:aado  el  espontáneo  tirito  de  la  concÍenci;i  el  af.in 
fdcl  ac^octú,  el  demonio  del  tanto  por  ciento,  que  apa- 
rece en  tiKlú  el  drama  como  un  agente  desligado  de  los 
ocru¿  y  mAs  robusto  que  eUos,  como  un  poder  anúnimo 
I  ¿  iodettniblc,  impuesto  li  la  mayor  parte  de  la  sotHedad 
en  forma  de  mílxinuis  universidmente  admitidas,  cuyo 
fruto  es 

esc  afán  de  enriquecer 
el  cuerpo  A  cosu  del  alma; 
ese  universal  veneno 


186  C.A   UTERATURA  BSPA^OUi 

de  la  coficleticia  del  hombre, 
qoe  nos  tupa,  con  t-l  nombre 
de  negocio,  tanto  cieno  '. 

Ahora,  cl  ponderar  d  tacto  s¡iig;ularÍsimo,  la  prcn- 
si(Sn  sagaz,  y  cl  arte,  en  suma,  con  que  se  va  desenvol- 
viendo !a  urdimbre,  y  se  concentran  en  una  sola  tantas 
y  tan  diícrcntes  personalidades,  adunadas  sólo  por  la 
hidropesía  del  negocio;  In  solidez  que  presta  tal  artifi- 
cio á  la  demostración  de  la  tesis,  no  reñida,  ni  mucho 
menas,  con  el  carácter  independiente  y  desinteresado 
de  la  belleza,  y  la  complicación  y  originalidad  de  los  re- 
cursos dntmdtícos;  el  ponderar  lodo  esto  sería  excusa- 
do tratándose  de  una  obm  de  Ayala,  y  de  obra  tan  «ni- 
vcrsalmente  aplaudida  desde  su  aparición. 

Porque  el  primer  triunfo  que  consiguió  en  136l  no 
fue  sino  preliminar  de  ocros^  como  el  regalo  de  umi  co- 
rona de  oro,  costeada  por  subscripción,  que  inició 
¿a  Iberia,  y  en  que,  contni  costumbre,  entraron  por 
muy  poco  las  miras  de  compadrazgo  político.  Si  no 
seftala  FJ  taHlo  por  ciento  la  cumbre  m:ls  excelsa 
adonde  llegó  ol  ingenio  de  su  autor,  en  aquel  drama  es, 
por  lómenos,  donde  aprovechó  como  nunca  la  madurez 
de  los  artos,  la  experiencia  del  mundo  y  el  conocimiemo 
del  corazón,  sin  contar  las  prendas  rigurosamente  lite- 
rarias. 

Dos  aftos  más  carde  ( I8e3)  dló  Ayala  d  la  escena  EX 
nuevo  Don  Juan ,  comedia  de  mírito  inferiur,  pero  üe 
igual  corte  que  El  tejado  d(  vidrio.  El  ¡auto  por  Kictf' 
to  y  Consuelo.  Elena  y  Paulina  de  una  píirtc,  D.  Juan  y 
Diego  de  otni,  son  figuras  que  no  desmienten  su  pro- 
cedencia, ni  la  afinidad  que  las  liga  con  las  de  las  tres 
obras  maestras  citadas.  El  intento  de  ridiculizar  al  osa- 
do Lovdace,  galanteador  de  una  mujer  casada,  está, 
muy  en  cl  carActer  y  el  habitual  sistema  dramático  de 
Ayala;  mas  por  esta  vez  le  faltó  la  asistencia  de  su  gc- 


>    Acw  IIL  tw«iu  oJiloift. 


E\  Ki.  siT.LO  nx  IH7 

nio  para  dar  unidad  aí  conjunio  y  ofrecer  en  las  situa- 
cioneü  rapitates  al^o  superior  ni  nivel  de  la  medianía. 
Lji  frialdad,  <i  fuiíndo  menos  falta  de  entusiasnn),  ron 
que  fue  acogido  El  nuívo  Don  Juan,  hirieron  en  lo 
VITO  el  amor  propio  de  Ayaln,  que  disparó  en  la  dedi- 
catoria &  Seigns  tos  dardos  de  su  ira  contra  los  envi- 
diosos. No  ha  de  achacarse  .1  esta  injusticia  imaginaria 
el  silencio  con  que  mortificó  A  sus  admiradores,  sino  i> 
las  aventuras  políticas,  ijue.  pervirtiendo  las  dotes  de 
Ayulo,  como  han  pervertido  lasdotanto^i  otr<»s,  pu^íie- 
ron  jldemAs  en  ostensible  contradiot^i.^n  :il  hombre  val 
artista. 

Mientras  permaneció  inactiva  la  musii  del  e^reíjio 
ümm:tiur$;o  se  hablaba  no  poco  sobre  su  silencio  y  so- 
bre la  obra  con  que  había  de  romperlo,  llcffando,  por  ñn, 
C9H$mlo  ÍI87»)  A  colmar  tantas  esperanzas.  La  lucha 
eterna  entre  el  politit^o  tornadizo  y  el  poeta  de  sanas 
tendencias  no  se  desmintiú  esta  vea,  aunque  algruicn 
quístese  ocultarla  con  gran  aparato  de  distinciones. 
CoH&nfio  es  un  alesrato  clocut-ntísimo  en  pro  de  Ui 
mbma  verdad  defendida  en  £7  tanto  por  ciento,  umi 
invectiva  contra  el  positivismo  de  Ui  vida  practica  y  la 
falta  de  lljezu  en  los  ideales:  y  en  cuanto  á  la  factura, 
hcrman;i  gemela  de  casi  todas  las  obras  de  .Avala,  scn- 
üda  sin  st-nsiblería.  djisica  sin  afcctaciún.  y  i-n  los  por- 
menores irreprochable. 

El  perüonaje  mus  estudiado  y  ;iriístico  de  la  come- 
día es,  sin  disputa,  Fernando,  el  prometido  de  Consue- 
lo, corazón  de  oro  que  no  acierta  á  arrastrarse  por  el 
fan)^  de  los  agios  y  las  vilezas;  que  busca  pura  amar- 
le oircí  dotado  de  su  misma  rectitud  y  pure/a,  y  que, 
íncnpíu  de  venderse  por  nada,  lo  es  tambiún  de  síspe- 
cbnr  que  pisotea  su  carino  la  inñel  y  voluble  hermo- 
sura, El  tormento  que  le  produce  la  pavorosa  reali- 
dad, tormento  conmovedor  y  muy  pgf  encima  del  de 
Patrio,  el  lunante  de  la  CoiKles:i,  tiene,  íl  pesar  de  su 
aparente  \rulsTuidad,  írrandísima  si^iñcacidn  por  Ip 


188  LA  MlSRAlUftA  BSPASOLA 

mismo  que  el  ^olpc  viene,  no  ¿c  una  mano  extrafln  y 
enemiga,  empeñada  en  impedir  su  ventura,  sino  U<r  una 
niujcr,  idülo  suyo  hasta  entuncus  y  ilc  no  malus  scnií- 
micntos.  dtrsIumhraOii  pvr  los  orujxrlcs  del  lujo  y  las 
promesa»  fascinadoras. 

Después  de  verificado  el  matrimonio  de  Ricardo  y 
Consuelo:  después  de  experimentar  ésta,  por  su  mal,  lo 
que  le  pronosticó  &u  verdadero  amante  entre  frases-de 
dulce  reconvención  y  de  infinita  ternura,  hay  una  si- 
tuación suprema  y  grandiosa,  rayana  con  lo  tri'tfíico.  lil 
amor  propio  ofendido  subiere  A  la  esposíi  de  Ricardo  un 
medio  para  atraerle  liacia  sí:  e$e  medio,  el  m.'is  ¡w^uro 
en  su  opioiíJn,  es  el  acicate  de  los  celos,  y  con  este  lin 
da  una  cita  ú  Fernando.  La  lucha  de  Fernando  consiíjo 
mismo  al  entrar  por  umi  senda  píira  él  incú^nita,  la 
resistencia  de  su  virtud  contra  los  estímulos  del  amor 
aún  no  extinguido  en  su  pecho,  y  de  la  venganza  que 
se  ofrece  ú  su&  ojos  como  el  mAs  exquisito  de  los  pla- 
ceres, aquellas  sus  frases  tan  hondamente  tristes  y 
sentidas^  son  de  una  grimdcT'.i  superior  A  todu  encare- 
cimiento. 

|Dichns  que  yo  merecí 
en  cambio  dv  amor  sincero: 
por  lanlo  obscuro  >iondero 
quí  tristes  llcgilis  A  md 

En  la  paz  de  hi  inocencln 
las  bu5c<i  mí  tierno  ufAn; 
£por  qué,  por  qué  se  me  dan 
á  costa  de  mi  concienciar 

Surge,  al  par  que  ral  deseo, 
de  la  vida  que  me  aguarda 
el  cuadro...  ¡V  no  me  acobardal 
lY  es  horrible!...  jSíl  Ya  veo 
el  acechar  escondido, 
la  perdurahle  talRÍn. 
el  placer  sin  ale^ftía. 
el  tormento  sin  ^etnido; 
afecto»  que  se  reprimen, 
eondJctos  que  la  impostura 


ZV  EL,  SICL4  XIX  tW 

protege,  y  como  -veniura 
suprenuí  ipar  en  el  crimen! 
(Pausfi  coriti.J 
(Cese  tu  Utircitrafio, 

{Con  ía  tttaiio  cu  ei  corasóu.J 
y  pr^amc  deciclido, 
6  virtud  para  el  nlvido, 
ú  Uxfnmía  par»  el  en^afto! 
Huir-..  MU  veces  luiirla, 
>•  el  papel  que  ah<ua  recibo, 
como  esclavo  logitivo, 
i  sus  pies  me  arrastrarf.*! 
jmil  veces!...  ¡Hoaor!...  ¡Deber!... 
Calle,  conciencia,  tu  grito; 

(Colpeiimiosi'  t»  i'l  ptxHo  con  ira.) 
si  no  impides  el  delito, 
-•por  qué  turbas  el  placer? 
Yo.:qué  he  ¡uradoí...  Me  espera... 
■yo  no  he  jorfldo  extinguir  ' 
ral  amor.  Ir*'.  ¡No  he  de  ir?... 
(Aunque  el  tnundo  se  opusiera! 
¡Abrd  el  alma  con  anchura 
sus  poros,  y  ¿atre  de  Heno 
el  delicioso  veneno 
de  que  el  miindn  me  natural 


La  caída  de  Femíindo  no  puede  hacerle  cerrar  los 
¡os  ante  el  abismo  en  donde  va  A  sumereírse:  la  no- 
lezii  de  corazón  le  sHiva  en  meiio  de  su  cxtraWo.  y 
renunciar  A.  tt  mujer  ajena  so  encargii  de  vengiirle 
1  d(Kf:u:liat»da  infidelidad  del  marido. 
El  carácter  dt*  Consuelo  es  un  prodÍR¡o  de  ol^s^-rva- 
t'\<fn  íniema,  en  el  que  se  nüircnn  las  pradaciopes  in- 
siensiblcs  <>e  la  culpa  naciente  y  veninl,  de  cuyo  ger- 
men brota  la  dejírncia.  Si  la  improsirtr  que  producen 
no  fuese  b:istantv  prueba  del  escrupuloso  esmero  con 
que  Avala  disponía  sus  comedias,  ahí  están  las  delica- 
das observaciones  y  notas  previas  con  que  trazA  e!  plan 


■      f^tVttlit 


I  XX. 


190  Ul  uti£Satvra  española 

áeCoNSuelo;  prtciosíi  curíoüiüíicl  litcniria  que  con  ñcl 
to  han  (ladú  A  luz  recientemente  sus  editores. 

La  situación  última,  la  rspaulosa  soifdad  en  que  ter- 
mina la  obra,  le  da  un  airilcter  inconfundible  con  el  de 
las  brctoníanas  y  umi  ¡ntcnsklad  maravillosa  de  colo- 
rido. Ayala  es  el  mAi»  i£«n"ií">  represenuince  entre  nos- 
otros de  la  alta  comedia,  superando  en  este  concepto 
al  mismo  Tamayo;  y  dipo  sólo  en  esie  concepto,  porque 
Tamayo  tiene  otras  glorias  mis  grnndes,  para  las  que 
no  scr\'ía  el  ingenio,  potente  y  sí  reflexivo,  pero  nu 
shakspeariano  de  su  ríviü. 

Lji  representación  de  Ayala  en  nuestro  moüer 
Teatro  os  casi  ln  misma  que  la  de  Alarcón  en  el  si 
g-lo  XVII:  la  del  poeta  elcganiísimú  que  purifica  y  en- 
cauza los  elementos  allegados  anteriormente,  impri- 
miéndoles el  sello  de  la  corrección  y  el  buen  gusto.  Esta 
tarea  paciente  y  fecunda  luce  en  ocasiones  más  que  la 
potencia  crcadorn,  por  cunnto  es  mils  accesible  ¡V  todos, 
y  no  muesirn  en  la  superficie  cíí.is  desigualdades  de  es- 
tilo y  esas  asperezas  desapacibles,  arG:^Imento  Uc  los 
Zoilos  y  los  críticos  A  rmáxaa  tintas  contra  los  Hércules 
del  arte  como  Shakspeare  y  Calderón.  -:Qui«fn  pondni 
hoy  E¡  si  íiv  tas  w'tlas  sobre  La  vítia  es  sucño  y  El  al- 
caide de  Znlttmca?  Con  todo,  un  Hermosilla  que  no  cn- 
•contrara  en  la  cumedía  tantos  defertos  como  en  los  don 
dramas,  quíziis  por  esto  sólo  le  otorgaría  una  preferen- 
cia injusUi.  Así  tambiOn  muchfis  obras  maestras  de  nues- 
tro antig:uü  y  moderno  Teatro  no  resisten  el  análisis  mi-  . 
nucíosü  y  de  pormenores.  <'omo  lo  resiste  Cot/s/w/o,  y 
valen  Íncompiír;d>lcniente  mñs.  Kn  el  romanticismo 
había  mucho  bueno  y  aprovechable  que  las  circunstan- 
cias, la  moda  y  la  preocupación  ligaron  con  la  escoria 
de  líis  cxiígeraciones  sistemiUicíis,  y  por  eso  fue  Km  ne- 
cesaria csua  obra  de  depuración,  que  levantó  el  nombro 
de  Ayala  il  las  cumbres  de  una  gloria  mils  modestii  que 
otras,  pero  tambiiín  menos  discutida. 


CAPÍTULO  X 


KL  TEATKO  IlESPUÉS  DEL  ROMANTICISMO  (cO.VTDíUALlds) 


Luí*  itr  Eicvilft*.  Nknl*v  ^rr*. 

SI  d  t;.tutliü  di*  las  costumbres  contcmporAnwis  en 
Ut  v^o^nu  fuv,  üumiuc  üI  pori^g  rúmi'miico,  pn- 
trimoDío  cxtlusivü  del  inmúrtal  BreWn  y  de  al- 
gunos con  tadísimos  imitadores  suyos,  en  cambio  nada 
habo  después  m.'Vs  íuvorccido  del  público  ni  de  lus 
aatoreii  ^uc  la  antes  desdeñada  comedia.  El  espíritu 
irefienil  y  ULoricntacióndd  gusto  litciiirio  se  apartaban 
dt!  vertiginoso  tumulto  de  Ins  pasiones  iTíífricas,  para 
adoptir  d  rumbo  de  la  emoción  trunquilii.  de  lus  scnli- 
oúcntüg  fik'iles  y  cúlet'tivos,  y  la  ejemplarid;id  moral. 
pi ■  ■  '  A  los  lontnistes  fuertes  de  luz  y  sombra  el 

cj'-,--:-  '  de  lu  vivía  ordinaria.  No  síJIo  lub  dos  grandes 
driiraaturcos  de  hi  nueva  generación  estudiados  en  los 
precedentes  capítulos;  no  sólo  Hnrtzenbusch  y  Garefa 
Outtt-rrez,  que  aUernativamenie  sacaban  sus  héroes  del 
punicón  de  la  historia  y  de  la.  superficie  sris  Je  hi  mu- 
dema  Nrguesía,  sino  la  muchedumbre  de  los  poetas 
menores  (gramlcs  algunos  en  otro  sentido,  como  Nú- 


192  IJt  UTERATORA  FSTAÍ 

nez  de  Arce)  á  que  he  de  pasar  revisDi,  dan  elocuente 
testimonio  de  In  reacción  veríficaüa  L-n  la  socícüad  v  en 
el  Teatro  dunuiie  los  dosdecenios  anteriores  A  la  revo' 
lucióit  de  1  SOS. 

Por  entonce*;  fue  cuando  brilló  con  efímeros  r< 
plandorcs,  seguidos  de  un  eclipse  total,  la  estrella 
autor  de  I  'erdades  amarf(as,  Alarcótt,  GraMolcma  y . 
cr US  fiel  ttMírítnoiiiO  '.  Tanto  y  mAsque  Aj'ala  y  Tama- 
yo,  aspiró  por  sistema  Luis  de  Eguilaz  A  Ui  ^enovac•il^n 
del  Teatro  por  medio  de  la  moral  y  la  filosofía,  impri- 
miendo a  sus  obras  dramñticns  serias  el  sello  didActlco 
y  trascendental  que  poco  A  poco  vino  i\  convertirse  cn 
costumbre.  Effuítaz  creía  de  buena  fe  que  el  Teatro  es 
tina  institución  moralizadora,  y  que,  al  dejar  de  serlo, 
deja  también  de  cumplir  con  uno  de  sus  fines  principa- 
les; el  espectador,  scg'iin  su  tcorfa.  no  busca  únicamente 
el  placer  estítico,  sino  A  la  vez  la  cnscflanza  provechosa 
y  aplicable  A  la  vida  prílctica.  Esto,  que  de  puro  discutí- 
do  es  boy  faticoso,  tú\'olo  é\  en  sus  primeros  aftos  por 
novedad  perefnina.  juzgAndose  inventor  de  un  nuevo 
arte  de  hacer  comedias,  difirámoslo  asf,  que  ya  era  :m- 
liguo  en  tiempo  de  Tcrcncio.  Cuando  Eguilaz  Ilegrt  A 


1  D.  Liili  dL  Ecullni  niii;iAcn  Suililcjtr  ilc  BMrramcilii  iCAiIlti.  el  «fio  1| 
ErttidlOlA  «rgnadn  unwftaniA m  el  tnMflBIo  df  )fm  Ae  U  Fimlvn,  dn 
priKisii  de-  prccc-i  locIlii«cl4«  ni  Ttaiio  con  In  plt<«:IU  P*r  <Hwr«  hatta 
iwm.tiac  rlaIlrp^cKtlUlda^lcIKlOIlú(l^dolncultc.  Ludtrvcct6ndctpnA4li 
ricliuuraJo  *  Intlsnc  hntnanUu  D.  Jaiin  M»tU  CaptiAo  (oncnu)  laa  tf 
dn  llTor>rU«  dr  Ripiilni.  41M'  conUaaarMí  mimlIcstAAdAt*  dccptrtí  do  su  n# 
d«  A  Bbdclil.  d<'i>dc  («OKai^  y  It-rmlofr  tn  farrcr»  Je  Lcjet.  DamktltBj'i  tn 
HlA  iBiüa  tiablUclOn  <K  la  t'jilk  ilc  Lope  dr  Vi-|¡ii,  y  nlrnuido  por  U  ainUI<4 
dumncnoiotí-M  límalo*  litcIplwiM.  comr»  Tilefo  Luiinc  >- Anioelodr  Trw- 
IM.  nptrímrntA  E^tullxi  Utx  ronmrtm  r{t.-iilt«d«3  de  la  (cnniu.  ut  rci  ilok 
cvfiMlndvn»  y  nJveon.  l»l  vv»  pr*"prf  4,  y  (ii  eonoli-<inU»  ■;oii  l»i  cdUorcí  y 
m  pobllco.  TlHi  larca  y  pcnwH  <Ptrrmi.4«d  mnrM  ri  porta  andatai  rn  ?l  itc 
JqHeiI»lS7J. -Rci^aiii-iDenunapiMIodo  ti  X««WI  ití Ktpntka  <im>n'\  Biir«t«. 
dí«  dtr  D.  Angrl  Lai*o  de  la  V«git,  cnn  «I  KiuU  do  Dtñ  Lui»  XfMai  Conttrrm 
rlMWltu*  •!(  nu  obn*  d/amáUt«t,-  trabaja  rtcomoidath  por  I*  afaunJaocli  do 
iluot  y  pwiTinon».  mucta»  mii  que  por  tu  r'^pirtta  criitcn.  SA\o  lujr  uiui  ^  tu* 
COmfWtlt  eokcrUn  de  lAh  Ubnu  áramálltiu  ilc  K^Iiu  (PArü,  1SU>.  - 


KS  EL  SIGLO   XIX  193 

Ift  candidez  de  su  error,  contando  entre  sus  pre- 
decesores itl  gran  dramiUiro  de  La  verdad  sospechosa, 
Otridabo,  sin  duda,  que  aquello  de  instruir  deleitando 
fue  úempre  el  temn  de  los  prct-eptístas  v  la  aspiradún 
dt  Li  escuela  clásica.  A  pesar  de  todo,  algo  de  inaudito 
y  sorprendente  tenían  cStos  procedimientos  en  aquellos 
dlss,  aunque  bien  frescos  estiiban  los  laureles  de  Ei 
k-mthre  de  mundo,  para  que  no  se  vinieran  &  la  memo- 
ria del  supuesto  innovadur  antes  de  presentirse  con  lii 
aadaria  y  las  pretensiones  de  tal. 
So  inoeprable  buen  sentido  y  su  moral  pnlciica  se 
'    L'ien  muy  poco  de  los  conocidos  en  el  Teatro  de 
-A.,.,  iijs  tiempos.  Carecía  Eguflaz  de  las  fuerzas  nece- 
sarias para  disponer  artísticamente  los  jírandes  con- 
ffitios  y  pavorosos  problemas  en  cuya  solución  tanto 
'-  ■'  '-Jan  los  urandes  dramAticos  modernos;  y  si  nlgo 
.Axi  con  defc.trezií,  nu  fue  el  temible  escaliwíln  mo- 
ral, qoc  descubre  hasta  las  más  ocultas  ñbras  del  cora- 
■'frece  A  los  ojtis  las  llagas  que  corroen  el  cuer- 
-    ut  sociedad;  sus  xspiracíones  no  son  tan  alta*;; 
SKixinscjos  son  de  hombre  de  bien,  pero  sin  aquella 
I  vital,  sin  aquel  movimiento  y  aquella  grandín- 
^kJ  lascinadora,  que  nunca  pueden  tí-ner  las  mjiximas 
filosofía  vulffar  y  cjiseni,  pnr  mucho  que  se  transfor- 
'  oen  y  relinen. 

Lu  mismo  que  á  Ayida  con  i'n  hombre  </»■  Enfado. 
««ifdirt  ú  Epuílar  con  su  primera  comedia  W-rdadvs 
«marfias,  ma  desdcftada  por  los  empresarios  como  fn- 
tvrecidii  después  por  el  público.  Joven  inexperto  en 
j^í-..  i;,(...  i-L,n  la,  conftiuiza  y  las  ilusiones  de  los  prí- 
m'  '.  mintió  dcrtiuncnte  la  inesperada  repulSii, 

qnr  bubiL-sc  sido  deñniíii'n  A  no  haber  parado  el  ma- 
nuscrito en  manos  del  bondadoso  I),  tíuecnío  de  Ochoa, 
prntcctor  de  j>rincipiante^  y  desalcntJidi>s,  y  cuya  in- 
Julircnciano  reconocUi  limites.  Bfruila/.  ha  pintado  con 
cro*M:i(}n  sin<_eni  la  que  produjeron  en  su  alma  acrra- 
deiida  lus  lavurrs  y  el  u-ariílü  dd  respctublc  anciano, 

TIUIO  u  13 


1^  LA  UTBKAntlíA  EST^VHOLA 

que  &  costa  de  sacrificios.  í  interponiendo  totla  su  re-' 
put:K'i(5n  literiiriii,  consiRuió  SJicar  ñ  h;i1v(»  la  obra  del 
]HiL'tu  nuvel.  Tras  del  primor  0xilo(2üdu  Enero  de  1853) 
obtuvo  muchos  otros  en  Madrid  y  en  provincias,  dan- 
do repentinamenie  i\  Egunaz  una  reputación  conside- 
rable, aunque  no  muy  duradera,  port^ue  no  se  basaba 
tunto  en  el  mi?rito  positivo  como  en  1ns  aficiones  do- 
minantes y  en  la  aquiescencia  de  críticos  y  periodis- 
tas. El  pensamiento  de  Verdades  untar  gas  no  tenia 
mucho  de  origimil;  la  acciún  rápida,  pero  poco  intere- 
sante, y  los  descuidos  de  forma,  en  la  que  nunca  Ucgú 
el  autor  A  ser  maestro,  no  cstAn  compensados  con  nin- 
^na  cualidad  sobresaliente.  Los  recursos,  en  cambio. 
no  pecan  de  i-ulfirarcs;  antes  bien  denotan  un  conoci- 
miento de  la  escena  que  salva  A  E^ulla/  en  muchíLS  oc*a- 
.siones,  y  que  constantemente  le  acompañó  en  sus  ulte- 
riores obras.  De  la  intención  moral  nada  hay  que  de- 
cir, sino  que  desde  ahora  comienza  á  ser  su  distintivo, 
y  no  iifcJidii  por  la  tendencia  pedagópca  tan  dincil  Ut 
eviutr  en  este  género. 

Don  Félix  es  el  hombre  ocperimcntado  il  quien 
duele,  pero  no  asombra,  In  ingratitud,  y  cuyos  nobles 
sentimientos  no  pueden  resistir  la  atmítefcra  infecta  de 
liui  intrij^is  políticíLS.  Su  hija,  Margarita,  es  un  ;tngcl.  it 
quien  cortan  sus  abis  las  ¡mpurc7.jis  de  la  realidad  y  la 
perdida  de  las  primeras  ilusiones,  tras  la  cual  viene  A 
i>orprcndcrle  la  ya  inesperada  ventura.  Luis  padece 
nn  espejismo  propio  de  la  juventud  al  sacrificar  el  amor 
que  juró  í  la  inocente  Margarita  en  aras  de  una  hri- 
llimte  posición  sociíil,  y  vuelve  por  el  aimino  del  des- 
engaño cruel  d  los  brazos  de  los  dos  únicos  sere.s  que 
correspondieron  al  dcsdCn  con  el  cariño.  Carlos  perso- 
nilica  la  ti<tición  hipócrita  del  que  adula  pora  medrar. 
No  cstAn  mal  disenados  fimpoco  Hortensia  y  Don  Ka- 
(^undo,  aunque  ¿ste  raya  en  la  caiicatura.  Talos  perso- 
najes, en  una  acción  regularmente  urdida,  con  su  tanto 
de  sentimentalismo,  su  perfume  de  virtud  y  su  inofen- 


KJt  RI.  ftr.LO  XIX  1% 

HTa  sAtira  de  costumbres  socúiles.  hastan  para  explí- 

c*r  U  repQtnci(}n  de  I  'frUtutes  amargas  y  de  su  autof. 

Pfricnercn  n\  Bénero  de    l'rriítKÍi'S  amargas,  Las 

prohibí  (lurtes,  Qtiiiroy  uo  piutío,  MctUiras  dulces.  La 

ame  árí  tHatrimonio,  Los  soidaíios  de  plomo  y  variiis 

«ras  comedias,  con  las  que  han  de  sumarse  los  dra- 

~  '   UarcóM.  /H  cabal  tero  dd  milagro,  La  •vaqui'ra  de 

'i'jfisa,  El  Patriarca  del  Furia,  Las  t/uerell  as  del 

Hry  Sabio,  La  payesa  de  Sarrfd,  etc.;  dos  piezas  de 

V-  his  conocidas  zjirzuclas  La  %iergnnaosa  en  Pa- 

t'l  mvti/icro  de  Suhisa  y  El  sallo  det  pasiega. 

liiriinaít  vino  A  ser  uno  de  ios  poetas  miniados  de  lu 

:.  sin  np:irlarse  del  camino  que  le  trazahan  dt 

"  .iFiu  las  incliiuiciones  propias,  cl  buen  fiísultaUo  de 

«  primcni  comedia  y  el  gusto  de  sus  admírnüores, 

V^^'  uunbi4;n  sin  exceder  tos  limites  de  la  humiJdc  rac- 

'  ■     Apnrte  de  La  criis  del  maihmonio,  tjue  rcí|uic- 

-  prolijo  examen,  son  quizá  Los  soldados  de  pío- 

•*>  T  Las  quírdlas  dfl  /tey  Sabio  las  obras  mejores  de 

I/.  Alguien  dcsdcflaril  como  empidacosamentc 

'-    Lis  dos  prini¡p;iles  figuras  que  intervienen  en 

A«  so/dados  de  plomo;  yo  creo  rigor  excesivo  el  con- 

'laü  en  absoluto  y  sin  ulenuacioncs.  Los  coloquios 

Clemencia  y  Carmen  '  no  llegan  á  la  encantadora 

iUidad  de  los  de  Tantiyo;  pero  conmueven  de  vcr- 

i.  j  no  pueden  calificarse  de  pueriles  tonterías  sin 

■  !fden  comprcndido>  en  el  nnatcma  los  dramas 

.■-: .  .:illcr  y  las  novelas  de  HernínCabiUIcro,  siilvandu 

jlodoladlstanciuquc  media  entre  ellos  y  lu  comedía  de 

tgniflaz.  Va  que  mcncioní  il  Tamayo,  no  puedo  dejar 

(Ic  advertir  la-;  Lifinidade?>  que  existen  entre  Lo  posili- 

fo  y  Jj}S  so/dados  de  plomo,  afinidades  grandes  en  cl 

fondo  aunque  no  en  los  procedimicntus,  porque  Tama- 

ro  €3.  m;U  rertexivo  y  tilosdfico.  habla  y  combina  el  pian 

ton  m;iyor  desU'eza,  y  da  A  sus  personajes  esa  indi%i- 


196  LA  UTratATURA  BSPAROLA 

ilUfiUduJ   poderosa  C  inronfundihlr,  rcscrviuL-i  A  I 
grandes  maestros. 

/mí  í/uerelias  iiei  Rey  Sabio  representa  otra  de 
dírc-ccíones  caractcrfsticíis  del  poeta  andaluz:  la  del 
drama  l^scórico  y  sentimental,  inspirado  en  las  grande' 
zas  de  Ui  historia  patria,  fastinador,  lírico  y  efectista, 
propio  para  excitar  la  simpatía  y  adhesión  de  las  mu- 
chedumbres, pero  no  siempre  adaptado  d  las  leyes  de 
la  \'crosimilitud.  ni  artísticamente  aceptable.  En  pos  de 
Alfonso  X  destilan  p<»r  et  teatro  de  Luis  l£^il:tx  otros 
personajes  ilustres,  formando  una  os(X;cie  do  PluuiTfO 
en  acción  ó  galería  Hiernria,  en  que  se  rinde  pleito 
menaje  al  ingenio,  realzado  tas  mi\s  veces  por  la 
^•cntu^n.  Así  el  autor  de  /-«  verdad  sospfcbosa,  c 
Lope  de  Vega  y  Tirso  de  Molina,  así  Et  cahaltero 
ttt/iíifíro.  Aiíusiin  de  Rojas,  como  Lope  de  Rueda  y  ] 
de  Timoneda,  prccursi^rcs  de  nuestro  pran  Teatro 
ciontü,  encontraron  un  panegirista  infatigable  que 
exhibió  en  h\s  tablas  coronados  de  gloría  ante  una 
neración  olvidadiza,  estragada  por  cl-corruptor  infl 
jo  dci  rosmopoUlismo  anliespiíflol,  heterogéneo  y  anáiv 
quico.  jLAstima  que  tal  nobleza  de  propósito  no  csi 
vieíe  scr^'ida  por  una  vena  poderosa  y  fecunda,  y  q 
los  retratos  hisli^ricos  del  autor  adolcwan  de  tan 
Tcs  pecados  como  sus  bien  intencionadas  pinturas 
costuml>res! 

Ninguna  de  ellas  valió  &  Bguílaz  tanta  fama  co 
La  crtis  drl  ttutiriniottio  (2S  de  Noviembre  de  tS6I). 
estimada  ya  hoy  como  en  sus  buenos  días,  pero  que.  fi 
pesar  de  todas  las  tTÍticas,  sigue  encantando  í  la  mul- 
titud, no  toda  de  amigos  ó  ignorantes.  La  apacible  vida 
del  hogar  y  sus  delicias,  contrapuesta  A  la  aparat 
esplendidez  del  gran  mundí)  y  las  enscflanKis  del  Ev¡ 
gelio  con  el  Inextinguible  brillo  de  su  hermosura,  co 
lituycn  el  fondo  de  la  comedia  de  Eguflaz,  presentada 
con  patética  sencillez,  aunque  no  sin  incorrecciones  y 
descuidos.  Al  caracterizar  A  F¿-Íix  y  Manuel,  y  A 


id^ 

I 


eir  7L  SIGLO  XIX  197 

respetivas  cspOisiSi  da  el  autor  muestras  de  juiciosa 
•  T.  y  experimentado  tino.  FiMix  no  es  el  vcrdupo 
..i .  iirañas  de  Mercedes,  i^omo  lo  habría  sido  á  caer  en 
manos  mhilbiles;  el  tipo  de  Enriqueta,  tan  laboriosa  y 
fottsian  temen  te  sostenido,  descubre  un  estudio  pstco- 
1..^^-,  intachable  y  una  sobriedad  en  las   tintas  no 
dificultosa. 
MeriTtdes  es  el  alma  de  la  comedia,  la  mujer  fuerte 
del  Evangelio,  que  lucha  incansable  con  los  horrores 
(lela  desgracia,  y  aumenta  con  la  resignación  sus  pú- 
dicos y  virginales  atmcrivos.  Sus  labios  destilan  cl  néc- 
tar de  la  más  simpiitica  mansedumbre,  su  amor  con>-u- 
gal  ruya  en  el  heroísmo,  y  llega,  por  fin,  á  convertir  al 
ifescuriido  padre  con  un  recurso  tan  comiin  como 
:ible  y  omnipotente.  Félix  sc  avergüenza  de  sí 
"iiMuii,  y  tiene  siempre  delante  de  los  ojos  la  reprcn- 
sjíii  cfica/-  de  sus  desnrdcnes  en  el  ejemplo  de  su  es- 
Itoa;  ni  las  diversiones  ni  el  juego  hacen  desaparecer 
apiri  lorceJor  eterno  de  su  concicncUi.  Merci.'dfs,  al 
Tw  A  su  esposo  entrar  en  cas:»  antes  de  lo  acostumbra- 
do, cree  haber  hecho  una  conquista;  pero  al  calavera  no 
Ichim  movido  los  buenos  propósitos,  sino  la  falta  de  di- 
nero, y  U  vuetuí  de  frases  equívocas  se  atreve  por  fin  á 
pedirlo  abiertamente.  Mercedes  sólo  dispone  del  que, 
impuesto  ¡i  interés  para  el  nlflo  y  en  nombre  del  niño, 
pntliem  se^^•i^le  mafiana  de  subsistencia  Ajiyuda;  al  re- 
cibirla FtMix,  debe  hacer  cuenta  que  recibe  una  limos- 
atdesu  hijo  para  disiparla  en  locas  prodigalidades. 
jC4mo  ide:ir  un  conflicto  mjls  humano  y  de  mayor  in- 
temidad  dramática?  La  solución  no  puede  ser  más  que 
ma  en  buena  lógica,  de  no  traspasar  los  límites  de  1u 
?erosimílitud:  el  hombre  ingrato  y  olvidadizo  se  rendi- 
riiantc  cl  deber  imperioso,  y  serfl  el  marido  mjls  fiel  y 
el  padrazo  mayor  del  mundo.  En  cambio,  las  locuras  de 
Eartqueta  traen  consigo  la  muerte  de  Alfredo,  A  quten 
K  la  da  Manuel  ofendido  por  In  conducta  de  aquella. 
Un  dcíeclo,  gravísimo  <-n  mi  sentir,  desluce  la  liso- 


196  tA  LITOTATl'HA  ESPASot^ 

nomía  moral  de  ^í^í^ctílJes  y  cl  tíncaniu  de  la  obra.' 
de  ser  Utn  lulorante  y  bcnévolíi  la  virtud  que,  ri-du- 
oii^ndoRC  &  un  estado  merumente  pa(;iv'o,  aparezca  poco 
menos  que  comu  cómplice  del  desorden?  <Ucbió  aque- 
lla csposii  consentir  los  de  su  marido  sin  exhalar  siqulirra 
una  queja,  aun  previendo  que  podría  ser  fecunda,  sin 
acudir  á  oiro  remedio  que  el  del  carifio  y  la  condescen- 
dencia pctiírrosa?  En  creerlO'  asi  estuvo  el  yerro  mfls 
imperdonable  del  poeta,  que  no  acertó  A  pintar  sino  un 
heroísmo  enteco,  femenil  y  meticuloso.  La  resi^uciOn 
de  Mercedes  carece  de  enercia  verdadera,  y  mAs  prirece 
engendrada  por  el  temperamento  y  el  hilbito  que  por  la 
conciencia  del  deber;  faltan  allf  la  integridad  y  la  Ür- 
mcza  que  levantan  al  alma  sobre  si  misma,  prestándole 
el  valor  necesario  para  los  rudos  coml'-ates  contra  el 
desfallecimiento  propio  y  las  provocaciones  de  los  de- 
más. Es  el  de  Mercedes  un  carácter  aeradable,  pero  de- 
lineado solamente  á  medias,  y  que  carece  de  muchas 
perfecciones  indispensables  A  la  virtud  sólida  y  legiti- 
ma. iCuAnto  no  granaría  ¿m  crus  del  matrñtiottio  si  el 
autor  hubiese  aprovechado  los  ricos  y  variados  ele- 
mentos que  le  depjtró  su  inventiva  paralabmr.  d  fuerza 
de  estudio  y  de  constancia,  un  monumento  de  gloría 
duradera,  pues  /t  todo  se  prestaban  las  proporciones  y 
la  naturaleza  del  asunto! 

Aparte  de  las  deficiencias  del  fondo,  hay  en  la  obríi 
de  Eguilaz  un  diluvio  de  versos  flojos,  ripios  y  cacofo- 
nfas  insoportables. 

Sin  carecer  de  ellos  el  diálogo  entre  Mercedes,  y 
Fí'lix,  en  que  remata  La  cruz  del  matrimom'o,  es  una 
de  las  escenas  mejor  pensadas  y  menos  mal  escritas,  y 
por  esü  seni  tambicn  la  que  citarO,  en  descargo  siquiera 
del  ri^or  con  que  las  he  calificado  en  conjunto: 

Féux.         jMerccdcs! 

Mp-KCRdcs.  ¡Féli:c! 

FéLix.  Se  han  Ido. 

Solo  me  encuentro  en  presencia 


£!«  ei.  StCtJO  XDC 


I49 


JAbscedbs 


FáLHt. 

Mte>cBDEa. 


F*ux. 

Féui. 

MEHCEnES. 

Félii. 

■hfKHCKDH». 


FBUX. 


Mnnxoes. 


de  ti,  que  eres  mi  concienda; 
de  tí,  qnc  me  Kas  redimido. 
Quisicni  ser  pcrdon.ido. 
¿Podrás  tú  olvidar...? 

|Por  Diast 
Pacs  entre  nosotros  dos, 
F¿\ix  mío.  ;qiie  ha  pasador 
-;Lo  olvidaste? 

Puede  ser. 
¡Mi  memoria  es  tan  escasa! 
SLis  repara:  en  nuestra  casa 
esi-l  todo  como  ayer. 
Mira  en  derredor  de  ti: 
allí  duerme  nuestro  nífto; 
aqui  vela  mi  cariAo:    (/¡ti  el  corasen.) 
mis  brazos  estAn  aqui.  ífírindámiolc  can  eltos.) 
i  Eres  una  santal 
(Sonriendo)      No. 
Oe  un  ahi«mo  me  h.-i<;  sacado. 
;Y  quién  en  eso  ha  ;¡anado? 
Yo,  Mercedes. 

¿Pues  y  yo? 
—Félix  mío,  si  el  deber, 
ai  Dios  mismo  no  exigiese 
qur  lo  que  he  hecho  yo  w  hiciese, 
lo  mismo  volviera  :1  iiacer. 
P<iri|ue  tú  eres  la  bondad; 
porque  tu  pecho  es  tan  sanio 
como  el  de  un  .1ngel. 

No  tanto; 

CCon  fiiearcsca  íngrituidad.) 

pof-  mi  propia  utilidad. 

—  Dime;  5Í  de  oira  manera 

hubiese  sido,  -'tendría 

en  mi  casa  rsta  ale¿rtar    (AtgQ  (onmovida^ 

Como  Enriijueta  me  viera, 

quii.1  entre  penlescxtraflas, 

sin  sosiego  ni  reposo, 

separada  de  mi  esposo, 

del  hijo  di'  'idas. 

Con  daros  i, 

con  llenar  de  ella  mi  pecho, 

nada  he  hecho. 


^^F 

LA  UTBR.\nVA  ESPAÑOLA                   ^^H 

^^1 

Maa  lo  has  hecho         ^^H 

^^^M 

porque  tú  eres  la  iKMidad.                    ^^M 

^^^^^       NÍERCEDES. 

No.  no,  Fétix;  porque  s<5                        ^^| 

^^^^^K 

que  es  de  la  mujer  el  centro                ^^H 

^^^^^H 

su  casa;  y  xi  de  c\\:i  dentro                   ^^^| 

^^^^^H 

la  dicha  lucir  no  ve,                          ^^M 

^^^^H 

por  más  que  tras  elLl  quiera                ^^H 

^^^^^^B 

correr  con  desvelo  ansioso,                ^^H 

^^^^^H 

es  Inútil,  es  ocioso                               ^^^| 

^^^^^V 

que  vaya  á  buscarla  luera.                  ^^H 

^^^V 

;Feliz  el  hombre  que  el  día    (Con  arrebato.. 

^^^^^_ 

que  en  el  buen  camino  entra,                     m 

^^^^^H 

con  una  mujer  se  encuentra                      1 

^^^^^V 

como  tú,  Mercedes  mía!                        ^^^| 

^^^^^K 

Mi  vida  A  li  consagrada                        ^^^| 

^^^^^^T 

me  pagaril  con  exceso                          ^^^| 

^^^^^F 

tanto  bien.                                          -^^H 

^^^M          Mercbdes. 

No  di)caá  eso,                       ^^H 

^^^1 

Que  me  pones  colorada.                       *^^^1 

^^K^      F6ux. 

Tú  me  has  mostrado  la  luz                   ^^^| 

^^^^^K 

hacia  la  cual  me  dirijo;                       ^^H 

^^^^^V 

tú  me  has  salvado.                               ^^H 

^^^V           Mkrcsdbs. 

[Pues  hijo!...                  ■ 

^^H 

Va  me  pesaba  lacruz.  (Con cariñosa con/ianí 

^HV 

Ejemplo  me  daba  Dios; 

^^^^ 

pero  bien  se  necesita.                                   M 

H                           FíLÜC. 

líe  hoy  más.  aunque  iigcrita,              ^^H 

^H 

llevémosla  entre  los  dos.                     ^^H 

■ 

(Haciéndole  una  caricia.)           ^^| 

^^^               h(BltC£OB&. 

iQué  reliz  soy!                                        ^^H 

^^B 

Tal  carifto                    •  ^^^| 

^^^B 

nccc-'5Íta  de  un  altar.                             ^^H 

^^H           Mercedes. 

.   \^o  ten^o.  Ven  ti  besar                         ^^^| 

^^^H 

la  frente  de  nuestro  niflo.                      ^^H 

^^H 

[Me  lo  como!  — Di  en  el  quitl:               ^^H 

^^H 

con  ¿1  aquí,  y  tú  del  brazo,                 ^^^ 

^^H 

(Huciemio  la  acción  iit  Uwar en brasosa^k 

^^^L^ 

y  ilíl  brasa  á  su  mujer.)                                 fl 

^^^v 

jlie  de  ser  lo  mSs  padrazo                           J 

^^^f 

que  pasee  por  Madrid!                      ^^H 

^^H           MeRCEoas. 

(Gracias,  Ditts!                                   ^^H 

^^^^             FÓLIX. 

V  no  te  asombre           ^^H 

■ 

de  lo  mucho  que  he  suTrido.                ^^H 

B»  Bi.  SIGLO  XIX  201 

Este  el  rcBaltado  ha  fiido: 
que  la  mujer.,,  h.i-sta  al  hombre 
mAs  pareoido  ni  demonio 
tmeca  en  todo  lo  contrario, 
si  llegar  sabe  al  Calrario 
con  la  cruz  del  fnatrimonio. 

La  obm  ofrece  puatos  de  vistn  de  üinegaMe  bellc- 
n,  y  no  debe  exiraflar  que  el  público  I;l  recibiese  en 
ia  primera  reprc-ienlacirtii  uon  un  entusiasmo  cxcesi- 
Tü,  propio  de  las;  impresiones  fuertes  y  repentinas,  que 
nodAQ  Iug:ar  al  nnitltsis  maduro  y  escrupuloso.  No 
li'  fue  á  Eíjtinuz  menos  favorable  el  voto  de  los  inteli- 
gences;  pues  además  de  habírsele  ofrecido  en  \n  nwhe 
^  «strctio  una  corona  Ue  laurel,  con  una  medalla  de 
(troy  felicitaciones  íiutiítffíífas  de  Harlzenbuw:h  y  don 
AíUMla  Duran,  casi  todos  lus  críticos  militantes  enal- 
twicTon  por  unanimidad  la  trascendencia  y  el  valor 
literario  de  La  crtts  dd  matrimonio.  Entre  los  que  re- 
«stieroo  A  la  corriente  de  la  opinión  estaba  el  acadí- 
mito  Cañete  ',  que,  apelando  ¡i  un  ex;imen  prolijo  é  in- 
iPtiblc,  \ixm6  sobre  la  comedia  una  serie  de  ucusacio- 
015  11(1  del  todo  impiirciales,  pero  sí  temibles  y  funda- 
***s.  El  tíem|>o  le  ha  venido  iS  dar  en  parle  la  razian; 
PWs  mientras  viven  y  vivirán  con  inmarcesible  juven- 
tud /,M  drama  tmn.'0.  Lo  positivo.  El  tejado  Ue  vi- 
^rjí).  El  tanto  por  denlo  y  las  demás  obras  macstra^í 
(ItAyala  y  Tamuyo.  piíni  no  recordar  Ijis  del  ronvin- 
títismo;  mientras  reciben  consurntcmcnic  de  propios 
jrcximftüs  un  tributo  de  universal  admiración,  va  decrc- 
cirodo  paulatinamente  la  que  excitó  La  cruz  drl  matri- 

mo. 

>i:'  ihIíó  desde  un  principio  con  Rguflaz  io  que  de»* 


rtmmtf.a9^1il(eofta90Utata<iLño\.  mlai.  SDj'  »(K«h«tn).  y  en 
rwcMitnimBr'nclactanwrBn  tSuntcamn  ia«  qni- inawrnm  (No  im- 

attt  4ttfttttáal  vnmnrtA.  cvisn  tncra  Ji- •prtc-.tt.  rl  bflln  |u«(a- 
IfVrii  prOfuio  i'l  aulur,  y  f<M4c<.oni|<eilr.  en  puato  A  pftmi^rc*  Je  ir«t^ 
I  f  da  ««too,  OM  U>  oKn*  úk  Cpmrltk.- 


2Ü2  LA   LirCRATÍTM  ESTASoLA 

pa^  y  en  imiyor  escala  con  Ech«garay:  objeto  de 

opuestas  y  csagcradas  pasioní-í,  nunca  vio  el  flogriosín 
la  censura,  uno  y  otra  dcsmediJus  y  violentos.  l*utlií 
oUidar  la  terTÍble  indirecta  de  £7  Padre  Cobos  ',  cuyo 
atrabUiario  pesimismos  nadie  perdomiba;  pero  siempre 
dcbiú  de  conseiTiir  en  la  memoria  como  un  espectro. 
y  como  punamlc  espina  en  el  ronizón,  cí  teniiz  empe- 
fio  de  otros  enemigos  míls  poderosos  en  deprimir  sus 
obras.  Ijis  nieblas  del  olvido  que  p(K'o  A  povo  han  ¡do 
envolviéndolas  no  parecen  disiparse  por  ahora,  cuandu 
l;í  indiferencia  para  con  el  antes  conocidísimo  dramjUi- 
co  se  va  conviniendo  en  verdadera  injusticia. 

A  par  de  Eguíliu!.  aunque  en  distinto  tono,  csc-ribl* 
para  el  Teatro  el  popular  \ari:iso  Serra  '.  ingenio  pre- 
coz y  fecundo,  cuyas  dotes  se  malpastaron  por  desgra- 
cia en  muchas  ocasiones,  dejitndonos  mAs  pniehas  de 
lu  qut?  hubiese  podido  ser,  qiie  de  lo  que  fue  realmente, 
abandonado  A  sus  genialidades  y  caprichos.  Aún  no 
contaba  diez  y  ocho  aflos  cuando  saHa  á  luz  la  colección 
de  sus  primeras  Poesías,  destellos  de  una  musa  jugue- 
tón:! y  fAcil.  que  recorre  con  holgura  el  sendero  de  la 
imitii<-i()n,  dando  espemn^is  de  volar  nlfHín  diu  sin  cl 
arrimo  ajeno. 


■  Kn  nlt  frriMlcn  v  Jíji>  >|iic  m  IB*  mm-Jis*  Jr  BguUat  rMn  U(-m|w«| 
hkI'jt  Im  aiftlnuf  lyrcM  d«  t«  ñíMm«*  cmomu  ilr  l«  ittinot  oclof,  parque  1»  i 
im  de  lu  cous  nuilnt  o  cl  ««harte. 

■  Nad»  en  UaJdd  cl  3J  de  Febrero  de  tSM.  t>nAf  m  nlflex  dlA  mi 
Mn>  laclItdMl  poriculm.»  pat*  Is  fmprovba^ldn  «i  vcrv»,  y  cnlllvó  g<w  ml| 
rct«ludv  todj»  Ut  Tnrintuihrt  dr  tu  FVn-.'iIh.  IMh'AJa  A  la  \'arretn  ilc  lu^ 
tnai.  ea  U  (jiu:  nnnc*  tinMn  ár  llr|ir  a  ti Kl Inzuí rw.  tomA  parle  cu  In  inaír 
vlAn  lie  VicHtTiro.  mas  Metí  r*'''  lumpriimivoii  pvrtVADlrh  y  por  c^lrlln  «V 
lurfio.  qiK-á  lmpulij>t  A.-itnin.-<mTi.^íl¿o  (Mlltkn.  Skmlo  e*pli4B  >k  cito 
[4dlA  y  obiUTo  U  nbwluta  pira  ocupar  nan  pliU4  itc  oScUI  m  rl  MAhtcrlo  < 
lii  C^otM-ruBcti^e.  fxi  InM  «.■  IrronriA  IniTfiKuní  <K  irotrcs;  prinxlirlinitir  la 
fcvfllud^n  lie  IF%H  ur  vlA  il'-ultat<fo  Je  t^t^■  fntgn,  y  tln  n>l>>  iie.rDr>M4  pam  vi- 
vir qus  kit  ¡pn  Ir  oltt<U  «  ya  latlunda  pluma.  Rnfemo.  pottrv  y  prlraJo  Jr 
tikln iiuatlla  dr  la  IkTrn,  volvió  lunoio»  A  Dio*.  uilrccindoM:  t  (tcrcli:M>.> ibr 
LfliUnni  plnlatlf  A  devola*  Jettaraw  En  1877.  j'a.uiinitod  Cuino  de  In  Píen- 
•dIrhDMa  li>crad«iindcMla<><)p3l.iMJrT«)ctrflelMlnlslcrlodeI''ootcnlo,  mn- 
/■l*  Strri  ro  Mnitrltl  eelrví:!  Jnrlo  ^  vis  laiKkoi  nmlfot  5- ftdmlndorc*. 


nn  UL.  SIGLO  XIX  S03 

Hoac  curapJicr»jn  towlmcntc  ni  entonces  ni  cuando 
(JclDcrrií'sü  poctii  lírico  nnci»'i  el  drarajltico,  imitador 
tJt  Urtuín,  df  Tirso  y  de  los  autores  franceses, siempre 
IncorreeiMe  en  sus  crriliicos  piros  y  múltiples  transfor- 
niatiunes.  "Cuatro  elementos  infurman  su  irrcKular 
-  -  rnrcrcvintísima  Teatro -diec  con  mróti  el  último 
lííj  y  piinf}£irist.'i  de  Scrra  '.—La  lectura  de  nues- 
tros dram. i  tict«  antiguos,  que  le  inspiró  obras  como  La 
tafír  Jf  lu  Montrra.  cuyo  primer  acto  es  Uin  K-Iloy  lo- 
iiffio  que,  si  los  otros  dos  correspondiesen  <l  su  ji:íillarda 
eiposicíOo,  no  hubiera  comedía  más  apropiada  pura 
ni  '  ir;i  y  tipo  del  talento  de  su  autor.  La  intluencia  de 
l^-t-i.tgenieii«nes  románticas,  que  se  ve  claramente  en 
B  Tfloj  t/f  Siiti  Pldfido  y  Cois  rl  liiobto  ii  (uchüladas. 
UithscTv-acitSn  y  copia  fiel  de  la  sociedad  en  que  vtvia. 
'  '  nU"  en  cometlias  tan  nalumUstas  como  E¡  amttr  y 
.  .ftí  y  .1  la  f>uerla  iit¡  (narie!;  y  el  humorismo 
rtiinifo  wniímenti]  de  ciertos  escritores  franceses.como 
''  ■  V,  do  euj-a  alición  hay  pruebas  en  sus  pasl- 

■;iv:os  El  Último  mutto  y  Xmíir  sr  muerv  ha^ta 
ITW  DioR  quiere," 

De  estos  cuatro  elementos  hay  que  descartar  algu- 
•^  "■ '  mo  iijntrarios  6  poco  conformes  al  tcmperamen- 
j.irin  del  autor.  A  imitar  el  Teatro  clilsico  espu- 
id  le  arrastraba  su  amor  á  la  lihercid  ortistiea  y  A  In 
llbtna  ustenUiciún  de  la  forma;  pero  k-  falto  el  tiempo 
7  la  paciencia  para  emjiaparse  en  so  espíritu,  y  aban- 
donó Li  tarejí  sin  üejarnos  otra  cosa  que  una  ó  dos  imi- 
■s  de  escaso  earilctcr.  y  alpuna  refundición  de 
II-  Molina.  A  los  rumAnticos  hís  conocía  Ixistuntc 
V  (ornando  por  modelo  ií  ZnrrílUí,  trazaba  las  •Xúa 
IcycoUus  drnmflticfts  de  que  ya  se  ha  hecho  racnción  y 
.|Ue  torturó  sin  íniio  su  brillante  y  reciH-ijadií 
.1  -  FxaKcrado  y  i\.  la  v«  frío  en  los  prucedimien- 


•    P^^MjmM  Dmata.  ••  lo»  Atdom  amt-Ulea*  6nt*w^*rAt,aM.  Xtmo  I.  !»*• 


204  LA  UTEHATVHA  BSPaRoLA 

tos,  como  sucede  ñ.  los  imirnUorcs  inhúbilcs.  pudo  con- 
vencerle ti  mal  éxito  de  Ules  tentiitivas  que  no  bastan 
el  empeño  decidido  y  ía  relativa  destreza  á  torcer  las 
inclinaciones  naturales,  sin  que  al  punto  se  note  la  Fal- 
s¡ficaci<ín. 

De  lus  pasillos,  para  los  que  no  pucJe  neffiírstle 
vocación  y  pust»  verdaderos,  acertó  Scrra  íi  sacar  pran 
partido  en  los  últimos  tiempos  de  su  carrera  dramática, 
luando  la  experiencia  v  los  desengaños  híibían  entur- 
biado el  río  de  sus  alegres  ilusiones,  cuando  ya  no  mi- 
mba  el  mundo  con  el  optimismo  risuefío  de  la  juventud. 
Nadie  entre  nosotros  le  ha  ¡ínialado  en  este  punto,  con 
ser  el  gí-nero  de  impurtacirtn  francesa  y  aparentemente 
fi-icil. 

Al  poner  en  solfa  los  alardes  de  falsa  democrnclft 
que  abop;an  por  la  nivelación  de  las  clases  sociales 
cuando  de  ellas  puede  sacar  provecho  el  egoísmo  pro- 
pio, sin  perjuicio  de  hacer  sentir  el  peso  de  irritante 
superioridad  sobre  el  ser  m.ls  d¿bU  CSi  tiltírtr»  numo}, 
ni  pun¿íir  con  el  estilete  de  la  ironía  delicada  el  pesi- 
mismo de  brocha  Rorda  de  un  suicida,  frustrado  que 
busra  la  muerte  aconsejando  fl  otros  nvir,  y  que,  por 
fin,  se  decide  á  adoptar  el  mismo  partido  {Nadie  sr 
muere  basta  que  Dios  (/uicre);  al  pintar  la  agonia  del 
ffcnio,  y  el  doloroso  contraste  entre  el  espíritu  que  crea 
y  el  cuerpo  que  padece,  simbolizado  todo  ello  en  el 
grlorioso  autor  de  Don  QmJoíc  (Ei  toco  tic  la  fíuardiHa), 
y  muy  singularmente  al  interpretar  los  sentimientos  de 
la  pobre  cicea  Aurora,  cuyo  corazón  vemos  abrirse  al 
amor  como  se  abre  A  la  luz  el  clliz  de  las  flores,  mien- 
tras la  ridicula  vieja  Jcsuiui  atrapa  A  su  antiguo  esposo 
Gim^s,  que  reniega  de  tal  encuentro  (en  la  lindísima 
halada  Luz  y  SQUitira):  en  tales  piccecitas  y  en  alguna 
mds  de  i^ual  corte  ostentó  Serra  la  vis  cómica  ligcni  y 
saladísima,  y  la  intuición  de  los  misterios  del  alma, 
unidas  por  el  la/.o  de  no  sí  quó  dulce  y  simpática  deli- 
cadeza. De  un  pensamiento  sencillo  y  á  veces  ajeno 


Elt  SI.  SICLO  XtX.  S(0 

hilo  brotar  raudales  de  sp^cia  y  de  ternura,  supliendo 
cDfl  tas  bellezas  de  ejecución  In  falta  de  oriK:m.'iIJüfid, 
r  elevando  Ut  zaníucla  d  la  rnayM*  altura  á  que  jami)s 
ha  rayndo. 

Erfas  variaciones  y  estos  escarceos  de  Scrm  no 
tasan  junios  a  hacerni>s  formar  exacta  idea  de  su  cnlcn- 
14, destinado  principalmente  ¿i  brillar  en  el  /;6nero  tómi- 
o>.  Tenia  la  vena  ¡na^ütuhJe  de  Bretón,  y  sus  dotes  de 
fb«T^■;ldor  minucioso  y  versificador  espontáneo.  No 
se  le  pida  A  Serra  la  descripción  de  los  fi^randes  con- 
flictos, las  pinceladas  de  Shiiksi)cíirc  ni  Ui  grandilocuen- 
cia de  Calderón:  nada  de  lus  alturas  sublimes  que 
■  i  .n  vírtiiros.  ni  dt-  los  cluKfues  en  que  estalla 
.  -iorn  la  clc-ctricidad  de  líis  pasiones.  Su  musa  es 
b  rralidtid  lüuia  de  todos  los  días,  sus  personajes  han 
lie  pertenecer  esencialmente  al  ^■lIIí^o  más  ó  menos 
''"•;!■'')  con  que  todo  cl  mundo  se  roat.  y  no  tiene  otro 
-    ijc  que  el  de  la  conversación  ordimiria,  conver- 
Odo  por  tH  en  insiTumento  de  un  arte,  cuyo  mérito 
""'  1  en  laniíturalidad.  La  cJase  media  con  susinfí- 
ii.itices.  el  cuartel,  la  calle  pública  y  la  cassi  de 
hiM^spcdes,  todos  los  que  pudiéramos  llamar  centros  ile 
las  ridiculeces  sociales,  le  atraen  irresistiblemente,  en 
i.»Vw  i'ticuentra  elementos  puní  su  obra,  y  tipos  donde 
.r  liis  chillonas  y  recargadas  Untas  de  su  pnlela. 
i'ur  los  militares,  sobre  lodo,  tiene  Serra  una  predl- 
kwión  característica,  f.lcilmentc  explicable  por  laseir- 
tiuistancias  y  el  tnatiu  tuuhifiíte  en  que  le  locó  vivir, 
ü/  qNrreryet  rascar...,  Kí  omor  yfa  (iacrta  y  Don 
T'.-':'  I,  por  nit  i'v[<*ndrr  la  enumeraci(>n,  efecto  y 

pT'.  !;ilesiirui'.'nc-i,  Rsta  ülttmíi,  con  sus  achaques 

y  descuidos,  inevitables  casi  para  el  autor,  ocupa  el 
primer  puesto  en  su  Teatro,  y  deja  ver  como  ninguna 
sit>  hut-n.-L';  y  m:üas  cualidades,  y  el  norte  aJonde  ten- 
dían sus  ináiint'js  poéticos.  Inocencia  y  Don  Tonuls  por 
una  parte,  ¿apata  y  Aniceía  por  otra,  son  creacio- 
Dcs  típicas  de  ese  pincel  renlisui  y  esa  retozona  íma- 


206  LA   I.ITCRATVHA  StiTAAoLA 

gjnación  que  todo  lo  huccn  ú  su  ímaj^en  y  semejaium. 
AIeü  hay  ii\U  que  tmscicndc  A  procctlimicnto  de  bro- 
cha gürdu,  y  iX  c&cnsez  de  gusto  rufimido  y  escrupuloso; 
pcru  ci|uii?n  no  lo  tolera  y  In  olvida  al  escuchar  el  (liA- 
logo  iinimadísimo,  y  encoQtrnrse  con  el  recurso  hdbil- 
menlc  preparado  y  el  lance  insuperablemente  cómico, 
y  la  rima  dócil  y  voliidnra?  Nu  hurífi  mucho  m&%  el 
mismísimo  Bretón,  aunque  arrendara  el  plan  y  rcfun- 
dicni  nljí'untt.s  versos  y  refrenan»  olriis  indiKrilidadescleí 
discípulii  dianas  de  explicación  y  disculpa.  Don  Toiutis 
es  una  comedia  pura  reir,  y  A  este  objeto  predominante 
se  síicrificnn  los  dcniíts  que  acaso  se  presentaron  á  la 
mente  del  autor,  Hn  cuaniy  al  f»mdo,  sin  negarle  la  in- 
j^cniosidad  qut-  rcalmenti;  lo  avalora,  -;cómo  no  recor- 
dar el  originjil  de  donde  consciente  6  inconsciente- 
mente estA  dcrivador  ;Cómo  no  pcnsir,  ante  la  fiarura 
de  Inocencia,  y  sus  retrecherías  para  vencer  el  desamor 
de  su  futuro  esposo,  en  las  tan  conocidas  escenas  <le  £3 
i/t'Siii'n  con  el  liesdi'tt*  El  autor  moderno,  tomando  una 
dirección  contraria  n  la  de  la  antigua  comedia,  no  la 
sl^uc  en  el  sutil  y  primoroso  análisis  del  corazón,  y  sólo 
atiende  á  provocar  con  hitante  mente  la  carcajada  por 
medio  de  los  liRuroncs.  El  descuido  y  la  precipitación 
con  que  íTakijaba  Serra,  setrún  confesión  un.-^nime  de 
sus  biógrafos,  su  vida  tempestuosa  é  inquieta,  su  carác- 
ter ligero  y  su  misnuí  facilidad  de  escribir  tiradas  de 
versos  y  escenas,  por  no  mencionar  el  poderoso  móvU 
del  intenís,  le  estimularon  á  producir  mucho,  antes  que 
ii  pr<Klucir  bien,  l^s  obras  que  desafian  los  rigores  del 
tiempo  y  de  la  censura,  aumentando  con  ellos  su  vnlor, 
suponen  mAs  fuerzas,  y,  sobre  todo,  mayor  tranquilidad 
que  las  de  que  C-1  disfrutó.  Poeta  ÍAcil  y  ameno,  acosado 
por  peticiones  y  exigencias  continuadas,  poco  amigo 
de  revisar  los  primeros  ensayos  de  su  pluma,  ;cómo 
extrañar  en  eUos  las  desigualdades  ¿  incoherencias  que 
sólo  hace  desaparecer  el  roce  de  la  lima"-  Así  se  ven  tan 
A  menudo  en  sus  comedias  hermosos  argumentos  des- 


E»  EL  SIGLO  XIX  207 

¡Ucídos  ó  csbozadus  soliunente,  cuantío  no  se  repro- 
Uttcco.  como  el  de  />í»«  Tomíía.  dos  y  tres  veces  con 
ütcniv  variantes  y  creciuiic  inhabilidad.  ^Vsí  no  hay 
atre  n^aíllos  una  que  pueda  proponerse  como  modelo 
Ten  que  no  resalten,  junto  á  los  espontáneos  vuelos 
de  tu  inspinición,  Uis  torpezas  y  los  extravíos  deplo- 

Por  lii  fecundidad,  lo  mismo  que  por  las  dotes  pc- 
ualiares  de  su  talento  Uraniiitico.  Scrra  figura  desde 
totyo  cnire  los  discípulos  fieles  y  aprovechados  de 
Rtcidn.  Como  ¿1,  era  apto  pora  desenvolver  un  mismo 
teniíi  en  distint-ts  obnis  con  variedad  y  perfección,  no 
tti  par.1  concebirlos  nuevos  y  úrífrinalcs;  como  ¿1,  te- 
tk  siempre  á  su  disposición  un  mundo  propio,  donde 
Mcr  explayarse  jl  su  gusto,  imag^inación  rLsucflit  y 
f ■^— 1  'i  verbosidad  chispeante  y  prodigiosa,  y  domi> 
-luto  stjbre  la  rima,  en  la  ^ue  no  enconin^  dl- 
iculiaües,  lúna  ayuda.  El  sello  brctoniano  que  dístln- 
Ifl».  obras  dnim.llicas  de  Serra,  se  extiende  hasta 
más  imperceptibles  pormenores,  aunque  nunca  per- 
nite  ver  las  huellas  del  plagio,  porque  eran  más  gran- 
i^t]Up  todo  eso  las  disposiciones  del  imitador.  Sino 
haliígadoá  la  posteridad  pórtenlos  de  inspiraeión  su- 
bióle, no  morirán,  cmambio,  tan  fAcilmentc  varias  de 
las  fiaras  á  que  dj^  vida;  si  no  fue  un  Moliere  ni  un 
tío,  ni  sup<.'  asimilarse  de  Bretón  m.is  que  la^^  cuii- 
les  externas  y  de  forma,  todavía  pueble  colocarse 
tulla  entre  lus  Unimúticos  de  segundo  orden.  El 
5  todo  entero,  con  algunos  actos  de  otra.s 
i5  suyas,  son  honra  y  Rala  de  nuestro  moderno 
o,  singularmente  por  esc  sabroso  buen  dtícJr,  y 
esa  vena  de  excelso  versificiidor  que  fue  inscpara- 
fcom»  natural  distintivo  de  su  mu.^t. 

inrorrccciones  t-on  que  esLíhi  afeadas  las  obras 
•tScrrasólo  indican  la  falta  de  sosiego  en  que  vivió 
tcmentc.  la  vertiginosa  fat^iÜdad  para  pRtducir 
impaciente  lígere<!a,  que  fueron  Jas  dos  ola:»  de  su 


206  LA   UTERATLltA  REPARoua 

espíritu  meridional,  tíui  abierto  A  las  impri'sioncs  del 
mundo  fxtcriür  como  inciipat  de  vidver  sobre  sí  mis- 
mo, é  imlcW-il  ií  toda  rellexión  y  disciplina.  'Alegre  soU- 
düdo  y  bohemio  maleante  en  sus  juventudes  (concluiré 
con  Manuel  de  la  Revilla),  poeta  mimado  del  público 
más  tarde,  viciima  después  de  penoKi  enfermedad,  t|ue 
convirtió  en  varón  de  doíorcs  al  que  anics  fuera  flor  y 
njiia  de  la  gente  desenfadada  y  de  buen  humor,  Marcisi> 
Serra  ofrece  cierta  semejanza  en  lo*  últimos  aflos  de 
su  vida  con  ;iquel  célebre  alemAn  afntncesido  que  aun 
dictaba  irúnicos  vereos  desde  el  le<hü  del  dolor:  con  el 
simpático  '  desvenim-ado  Enrique  Heine.  Pero  aq«t 
concluye  la  semejanza:  sí  al  humorista  alemiSn  arranca- 
ba el  dolor  gritos  de  desesperación,  risas  sarcisticas  y 
emponzofladas  srttirus,  ei  vate  espuflol  fue  siempre  sen- 
cillo y  bondadoso,  sobrelleró  con  resijfnación  las  do- 
lencias, el  desamparo  y  la  pobreza,  y  en  medio  do  su* 
más  asudos  dolores  sólo  brotó  de  su  pluma  ei  chiste 
fAcil,  galano,  inofensivo,  más  libre  que  inteocionndo,  y 
mfls  reEocijado  que  libre;  y  su  espíritu,  mjís  benévolo 
(quizü  por  ser  menos  profundo)  que  el  de  Ileine.  no  se 
vengó  de  sus  sufrimientos  azotando  con  látigo  «nn- 
gricnto  el  rostro  de  la  humanidad. 

"ííra  Serra  un  poeta  íácW,  calano.  cspontáncü.  sen- 
cillo, dotado  de  esa  inagotable  gracia  que  sólo  en  in- 
genios españoles  se  encuentra,  falto  de  idea  y  de  pro- 
fundidad (aunque  á  veces  sorgienm,  como  por  magia, 
en  su  cerebro  admirables  pensamientos};  apto  ]xini  pin- 
tar sentimientos  deitcadus  y  tiemus,  mas  no  para  ex- 
presar las  grandes  pasiones;  añcionado  ante  todo  jíl 
chiste,  que  siempre  manejó  con  soltuia  y  naturalidad, 
con  licencia  A  veces,  pero  sin  grosería  y  torpes  bufo- 
nadas. Mjincjabu  el  idioma,  si  no  con  pulcritud  aca- 
démica, al  menos  con  portentosa  facilidad  y  admirable 


GR  EL  SIC.LO  XIX 


209 


desenfado,  y  el  hacer  versos  era  para  él  cosa  tan  scn- 
dlUcomo  lo  es  el  formar  fritses  para  el  comtín  de  los 
mortales.  Ser  poeta  era  en  Serra  tan  natural  como  lü  es 
en  lüs  pojaros  ser  cantores,  y  su  poesía,  fruto  de  líi  ins- 
praclón  oaüva  mds  que  del  estudio,  brotaba  de  él  con 
anta  facilidad  como  el  afíua  de  los  manantiales.  Era  un 
twml>rc  nacido  pura  hacer  versos  y  decir  chistes,  en 
qirienera  tan  natural  esm  facilitad  que  casi  puede  de- 
cirse que  no  suponía  mérito"  '. 

No  quedaría  completa  la  semblanza  del  autor  sin  re- 
coger altfunas  de  las  inagotables  ocurrencias  rimadas 
^K,A  diario  y  como  inconscientemente,  brotaban  de 
la  incentiva  de  Sorra,  y  que  son  á  sus  versos  escritos 
ia  que  el  Kermcn  á  la  flor. 

Saboreaba  en  cierta  ocasión  el  müsico  Gaztambide 
■  'i'jerzo  opíparo,  mientras  le  contemplaban  cuatro 
,  -.-  mds  ú  menos  discutibles,  pero  todos  ellos  sin  un 
nano,  y  al  punto  exclamaba  Serra: 

Bebe  un  músico  Bordó, 

V  gasta  de  flor  el  pan, 

Y  lacayo,  y...  ¡quí  sé  ya...'. 
¡V  junco  al  músicu  rsián 
Cuatro  autores  sin  rtló! 

M  úüT  un  aviso  rt  otro  músico.  D.  Cristúbnl  Oudrid, 
improvisó  el  autor  de  Don  ToHt4s  la  siguiente  redon- 

dilU: 

Oudrid:  me  ha  dicho  Reguera 
Que,  al  acabar  \a  lunciAn. 
Subas  A  Li  Oirecciiün. 
Que?  en  la  Dirección  te  espera. 

En  un  juicio  de  faltas,  al  que  Serra  llamó  á  un  em- 
presario, llevando  como  hombre  bueno  A  D.  Francisco 


TOXO  II  1<1 


210  LA  UTERATinA  ESTARoLA 

de  Camprodón,  había  hablado  éste  del  asunto,  y  el  juez 
falló  en  contra  del  poeta  demandante,  que  dijo  6  su 
colega: 

[Camproddnt  me  has  dado  un  palo 
Con  ese  discurso  ameno; 
Yo  te  traje  de  hombre  bueno, 
Y  me  has  salido  hombre  malo. 


,»,T.'<H.  K>í<^>*"'."^>*<T?*'- 


CAPfTÜLO  XI 

EL  TEATRO  DGSPUfiS  DKl.  ROMASTICISMO  (cOKTIÍíUACÍÓn) 


rkn««UM  Mu.  l'koiv»)»*'  Trnímúfi.  )  lianiálMi.  Pmlon.  Naim  Rnva. 
Miu  4*  Atfx.  UttM»*»,  Urr*  ID.  l/nU  ll.l.  KMm  jp  K*liM«rri«. 


bA  tendencia  docente  y  filosófica  de  que  pjirticipó 
la  comedia  en  manos  de  Ayala,  Tamayo,  Serra 
y  E^Jlaz  se   filtraba  simultáneamente  en  el 
drama  histórico  y  el  de  costumbres  desde  que  en  IS48 

•  r¡(j  sobre  las  tablas  el  célebre  Don  Francisco  de 

■  io,  de  Eulogio  Florentino  Sanz  ',  coincidiendo 
prvcisamcnte  su  representación  con  las.  tumoltuosas 
«ccnns  que  en  Uis  calles  presenciaba  el  pueblo  de 
ifadrid.  y  que  eran  como  fugitivo  destello  de  la  con- 


•  .tacia  M  ArfnüD  tAiUa'  <l  11  ilc  Mnim de  1920.  «Hmirrano «An  nur iiIAo. 
r  fMltda  A  la  tutela  4c  un  [urK-ntc  limo  de  condUtOn,  tcoa  de  fonnai  t  InlUl 
MrfflUMladelMnreo^ltx.  panlvdncIniP-kMguracl  Sr.  CAsiro  ]r  ScmkBo * — 
ittkio  M  ftii  «>lo  >*  «MU»  áe  re^nriMii.  Lmi  fcWui«iea  nn  ni  tmor.  * 
I  IIWMb«  tío, ai  nvvUnlB  M«b  na  oto  bfcvl*lm«  dUl«rx  •— ScAor»»- 
•kiriJl*  nn  dM  c)  vIpI»,  ruiUi  Irnipiak  AwEnrBii  gncravktodon  Hlcmnc 
*rtM«.  -  Sxlnr  Ua.  coalntAlc  rl  >iui_-hsi-h(F,  yo  «a  w  lo  Iw  lUdo  á  oUa  Imgui 
«mU>U  it%wd.*KaMUy«*m*«A«cJauw,  r«l«ridM  porrt  «bB«bUfnlo, 


t  cnriHo  ilUoitM  de  mietucit*  al  d*  l«ff«  d«  D.  JUm^o  H«alm  Fx 


S12  LA   LITURATVKA  eSl'AÜOLA 

tla^acióft  ea  que  se  abrasaba  Europa.  Grajide  es  el 
valor  absoluto  del  drama,  pero  se  necesita  retroi^radar 
hasta  la  época  cíe  su  estreno,  y  apreciar  bien  twJiís  las 
cireunslancias,  para  darse  cuenta  del  entusiasmo  que 
excitó,  y  que  contrasta  con  el  olvido  posterior  tan  la- 
mentado por  el  poeta. 

Un  sello  de  prohtnda  originalidad  distingue  al  Doh 
Francisco  de  Quevedo  de  todas  las  obras  que  ocu  paron 
la  escena  espafiola  desde  1834  á  1S48.  No  sé  qué  alien- 
to innovador  se  siente  discurrir  por  aqueMos  cxtraflos 
diálogos»  tan  Ucnos  de  estudio,  de  intención  y  (iloso' 
fía,  y  por  las  situaciones,  el  estilo  y  la  versificación. 
Nada  tan  frecuente  hasta  entonces,  aun  éntrelos  mAs 
juiciosos  dramáticos,  como  las  exuberancia.s  de  un  li- 
rismo tentador  y  lujuriante;  nada  tampoco  más  con- 
trario á  él  que  la  precisión  nimia  y  monosilábica  y  la 
constante  sobriedad,  distintivos  de  Üon  Frutídsco  de 
Qtuvedo. 

Ilistórlco  por  los  personajes,  este  drama  anunció  en- 
tre nosotros  una  evolución  artística,  no  siendo  al  cabo 
cl  personaje  principal  sino  un  instrumento  por  cuya 
boca  habla  el  autor,  vertiendo  á  raudales  t;l  desengaflo 
y  la  misantropía.  El  gran  sítírico  aparece,  no  con  su 
rostro  festiva  y  provocante,  sino  con  otro  enlutado  por 
el  dolor,  y  al  que  asoman  de  cuando  en  cuando  1n<;  son- 
risas, pero  siempre  mezcUidas  con  los  desdenes,  cl  .«uir- 
casmo  y  la  amargura;  carácter  aiuicrónico  en  el  siglo 


u  dllMi)*  MI  canlctcr  qiM  «i  imiIa  varió  cmi  Io«  ailo*  iri  con  las  tMrílp<nM  ilr  !■ 
«K[H.'>li;svU.  Ht  V>Uadeltil,  dQ«4'*  lo'  nxidlnno  j  rcvolloeq  athulinnlc.  f»i>i> 
Fl«rai»ltiD  Swu  *  U  corle  paia  cotitaKiarir  A  tu  Mtm»  y  tí  iMrfodüaK<.  L« 
nvotacUn  dr  ISM  Ic  tilio  EncareaJo  >ir  NcsiKlmcn  Btcltn.  Dnraauíu  per- 
nuuieocriA  ea  At^imuiU  ntodld  U  literatura  dí  ».incl  paU.  intdudcftdo  al^U- 
nnicanctoivtcdcBatlque  ÍUiat  c«n  tu  piHccv-J^  iavy«>,i*  ti>ilaKUd«cncac 
tltno.  Los  Jo»  diTcnlM  anleiiorvn  á  U  mucclc  de  FlomUno  Saat,  ncnrrliln  rn 
;9iI«AbtlliJc  ttSi.  )o  tHroapant^lika>t>wiluio.il«Uiitl«flii>.bl|odrt>itctill«-o 
«cpliini  ili^  mpertorUttd,  qme  te  Inducía  á  cruM-M  InJiwtAnenic  pe«i«nc>>d«]'  A 
vJvIrcnlAÜMccMn  «m  ftriiütív  pnr*  so  (amo. 


EH  BL  SICLO  XIX  213 

*ellpe  IV,  y  perteneciente  en  realidad  a!  XIX.  Ahí 
kn  para  demostrarlo  estas  famosas  quintillas: 

...Es  fuerte  aparo 
Que  me  h:iy.in  de  perseguir 
Necios  siempre,  y  de  seguro 
Con  este  intame  conjuro: 
iQuevedo,  haccdnos  reir.> 
Y  es,  por  Dios,  contraste  horrendo, 

Y  aun  viceversa  neTando, 

Y  hasta  sarc:ismo  estupendo, 
Que  ellos  escucheo  riendo 
I^  que  yo  áigo  rabiando. 

Tal  vez  porque  se  desvien 
Suelto  un  chiste  insulso  y  Irío... 
Mas  de  gusto  se  deslíen, 

Y  tanto  A  veces  se  rien 
Que  al  (tu...  yo  tamblín  me  río. 

Kisas  hay  de  Lucifer.... 
|RÍsas  preft.tdas  de  horror; 
Que  en  nue^itro  mezquino  ser, 
Como  -su  ILinto  el  placer, 
Tiene  su  risa  et  dolorl 

jNecios,  los  que  abrís  Us  bocas, 
Abrid  los  ojos!...  QuizAs 
Ver -is  que  mis  risas  locas 
Son  de  lastima  no  pocas, 

Y  de  tedio  1.ir  demís. 
¡No!...  Con  su  chata  razón 

No  comprenden,  cosa  es  clara, 
Que  mis  chistes  »otas  son 
De  la  hie)  del  cornión 
Que  les  escupo  &  la  cara. 

S(:  los  necios  de  mil  modos 
Que  se  divierten  discurro 
Hasta  por  cogote  y  codos... 

Y  yo,  ni  divertirse  todos, 
Siempre  me  canso  y  me  aburro  '. 


La  mi.santrop)a  de  Qucvedo  no  equivale  ai  egoísmo; 


I  m.  nona  V  ti 


2U  LA  LITERATURA  ESPAÍlOLA 

y  «  desdeña  á  los  sicrr-os  del  rrimcn  y  de  la  ndulacicín. 
si  se  pone  enfrcnie  de  las  iilmncras  aspiracione*  de  un 
privado,  esgrimiendo,  mA'^  que  ninfi:uiia  otra,  el  arma 
de  la  burla  sangrienta,  también  se  rinde  ante  la  ino- 
cencia coronada  por  la  desventura.  Estas  dos  fases  del 
carácter  de  Quevedo  se  explican  y  compieun  mutim- 
mente;  lo  mismo  agrada  verle  sorprender  los  tenebro- 
sos planos  del  Conde-Duque  para  desbaratarlos  de  im- 
proviso, que  seguir  de  cerca  sus  esfuerzos  en  pro  de  la 
Infanta  Margarita  de  Sahoya,  robusto  estorbo  del  fa- 
vorito, almíi  varonil  y  ñ  pnieba  de  contradicciones.  Los 
rerursos  de  que  se  sirve  Quevedo  para  intimidar  íi  Olí- 
vares  tienen  algo  de  pueriles;  pero  no  sin  placer  se  es- 
cuchan los  comentarios  de  su  soneto  A  una  nariJS,  y  los 
de  la  carta  real  donde  va  la  condenación  del  privado, 
bien  ajena  de  su  pensamiento  y  del  de  sus  enemigos. 
Quevedo,  el  más  temible  de  todos,  que  ya  en  otras  oca- 
siones le  había  hecho  temblar  y  desdecirse  con  mostrar- 
le la  orden  de  asesinato  eontra  la  Infanta,  firmada  por 
el  mismo  Conde-i:)uque.  prende  en  sus  espaldas  el  es- 
crito en  que  constaba  haber  sido  ístc  parte  principalí- 
sima en  la  pérdida  de  Portugal;  el  Conde-Duqut-  no  lo- 
noce  la  estratagema,  y  jura  A  Quevedo  que  nunca  lle- 
garA  el  escrito  á  manos  del  Rey.  cuya  benévola  sonrisa 
le  asegura  más  y  m;is,  ahuyentando  sus  temores.  La 
sorprendente  conclusión  del  pliego  real,  que  descubre 
á  Olivares  cuan  fundados  estaban,  varía  repentinamen- 
te la  posici(}n  de  todos  los  personajes,  levanta  de  su  uha- 
timiento  A  la  Reina,  postrando  la  soberbia  de  su  enco- 
nado perseguidor,  y  deja  solos  y  frente  á  frente  á  Que- 
vedo y  A  la  Infanta  Margarita,  cuyo  mutuo  ú  ideal  amor, 
que  ya  de  muy  atrás  se  presiente,  da  lugar  A  un  nuevo 
drama,  tan  breve  como  de  hondo  y  palpitante  interés. 
¡Qué  sensación  no  causan  aquellas  frases,  que,  cruzan- 
do con  las  ap:irienci:is  de  un  relAmpago  fugaz,  dejan  en 
pos  de  sí  toda  una  serie  de  lamentables  ruinas,  no  me- 
nos lamentables  por  lo  más  ocultas! 


ES  SI.  Sir.LO  XIX 

^jQniV   A  3er  nnclmos  quizás 

sfempre  amantes... 
&(asc.  iSicRipre  bucnosl 

|Ay!  venturosos...  jamAsI 
Qi^Ev.  ¡Por  nué  yo  no  nací  mis? 
Marg.  ¿Por  qué  yo  no  nact  menos.' 


215 


Ese  morir  altogaito  á  la  orilla,  en  expresión  de  Que- 
Tcdn;  ese  anhelo  Imposible,  que  es  al  mismo  tiempo 
remora  y  desventura,  hiere  el  alma  como  tui  puftal  y 
«instituye  una  situación  digna  de  la  tmgedin.  Tal  os 
wta  joya  del  Teatro  moderno,  que  justamente  envane- 
riit*  su  autor,  de  cuya  musa,  A  juz^íar  por  tales  primi- 
cias, no  era  de  esperar  aquel  obstinado  silencio  con 
il«  intentó  castigar  la  supuesta  indiferencia  del  pü- 
Htco. 

Otro  drama,  Acltaques  de  la  twjrs.  y  los  frajímenios 
Jt  tmo  no  reprcsenaido,  La  escarcefa  v  el  puñal,  es 
l*lo  lo  que  produjo,  después  del  Oom  Franasro  rfir 
^uvedo.  Li  inspiración  dramittica  de  E.  Florentino 
Smiz.  Los  que  llegaron  it  eonocerlc,  sin  excluir  á  los 
«4?  amigos,  hablím  muy  mal  de  su  carícter,  tocado  de 
"r^llu  desdeñoso  y  exigente,  gracias  al  ctuil,  y  juz- 
gando inferior  su  renombre  a!  mérito  de  sus  obras,  se 
«B«tstill<^  en  im  Olimpo  inaccesible,  de  que  no  luvo  íl 
Men  salir  en  el  último  y  más  largo  periodo  de  su  rida. 
Q  Qttíi'ft/o  pcrsisiirí,  sin  embargo,  ya  que  no  en  la 
memoria  de  la  plebe  literaria,  en  la  de  lí>s  que  conoz- 
ain  nuestra  moderna  escena,  A  la  que  comunicii  un  tm- 
polsn.  mitad  hijo  de  su  ingenio  propio,  mitad  inspirado 
pw  los  inmortales  maestros  del  siglo  XVU. 

Lo  que  para  el  dmma  histórico  fue  Pon  Frandsro 
dt  Qurfedo,  lo  fue  para  el  sentimental  y  de  costumbres 
c\  qucr  tres  aliw  mAs  tarde  dio  á  la  escena  (IJv'^l),  titula- 
do Flor  de  tiH  día,  el  fecundísimo  poeta  de  Vich,  don 
Francitico  CamprodAn.  Las  lágrimas  que  hizo  derra- 
nur  el  infortunio  de  Diego,  desdeñado  por  Lola;  la 
coanoeiOn  que  un  i  versal  mente  excitaban  las  escenas 


216  LA  LITCRATVKA   B&TAROt^ 

rcputndas  entonces  como  de  inefable  ternura,  y  qac 
hoy  nos  parecen  cursis,  viven  como  recuerdo  en  Ui 
memoria  de  los  que  alcanzaron  las  primcr.-is  represen- 
taciones de  fior  de  un  día.  Pero  lo  que  repite  llega  A 
empalíigur  ú  la  postre,  y  eso  fue  lo  que  aconieciú  d 
Camprodón  con  la  segunda  parte  de  su  obra:  JSsfiñías 
dt'  una  flor  llenó  cumplidamente  su  título,  desacredi- 
tando los  di^rcteo^  y  la  melosidad  que  binto  agradaban 
en  un  principia.  El  autor  se  consagró  al  arenero  lírico, 
y  aumentó  nombre  y  fortuna  con  los  libretos  de  zarzu^ 
la  que  todús  conocen. 

En  D.  Miinucl  Fernández  y  González  encalcaba 
Htavismo  rom.'üitico,  que,  esgrimiendo  las  mismas 
mas  de  sus  célebres  novelas,  cautivó  A  un  público  bien 
desemejante  de!  que  había  aplaudido  />7h  Alvaro  y  £/ 
Trovador  con  su  copiosa  descendencia.  Muy  joven  aún 
llevó  Fernilndez  y  GonzAlez  ul  Teatro  lu  historia  de 
O.  Pedro  I  de  Castilla,  conquistando  en  la  ciudad  de 
Granada  una  reputíición  que  aumentaron  la  tragedia 
bíblica  Síiw>"fÍM  lI*48>  y  algunos  draraitas.  Utilizando  A 
su  modo  los  datos  de  la  Historia,  las  tradiciones  popu- 
lares y  los  recuerdos  cíiballcrest-os.  compuso  Don  f.ut's 
Osorio,  Como  padre  y  como  rey,  Avfuiurasj'mperi'a- 
Jes,  Cid  Rodrigo  de  Vivar  y  La  muerte  de  O'sneros. 
GiLllogo  á  que  deben  afladirse  Nerón,  Dudas  de  la  con- 
(ieticia ,  Los  encantos  de  Mcrltn,  E¡  Tasso,  Vtriato, 
etcétera .  De  todo  este  cúmulo  de  producciones  quedan 
en  pie  algunos  fragmentos  brillantísimos  de  la  tragedia 
Nerón  y  del  drama  Cid  Rodrigo  de  Vivar,  refundido 
en  IS74  con  ese  nombre,  y  que  cerró  dignamente  la  se- 
rie de  interpretaciones  teatrales  de  que  ha  sido  objeto 
la  gran  figxira  del  hOroe  castellano  A  partir  de  GuUICn 
de  Castro  y  Pedro  Comeille.  I''cmilndez  y  González  en- 
contral>a  acotado  el  asunto,  y  aún  acertó  á  extraer  de  él 
algo  que  no  se  ve  en  sus  predecesores:  á  hablar  de  nue- 
vo el  lenguaje  del  heroísmo  rudo,  de  la  hidalguía  y  el 
honor,  mezclado,  y  esto  es  lo  deplorable,  con  el  de  la 


KN  EL  lUCLO  XIX  217 

arn^ancla  riolentn,  A  que  propcntlicí  siempre  el  dramá- 

lico-aovclista. 
Dtscurtando,  odemds,  como  descartó,  algunos  episo- 

liú»  épicos  de  la  leyenda  medioeval,  privaba  Á  su  obra 

Je  grandes  elementos  de  belleza,  aunque  por  otra  p:ir- 
telii  hiciese  pinar  en  unidad  y  cohesión.  Los  antece- 
dcmes  de  U  fábula  ocupan  casi  todo  el  acto  primero,  en 
mu  de  cuyas  últimas  escenas  comunica  Diego  Lai- 
BC2  á  su  hijo  la  terrible  noticia  del  bofetón  descnrgrado 
sobre  el  rostro  del  venerable  viejo  por  c!  Conde  Loza- 
no. Ijis  leyes  del  honor  estAn  miis  stiavizadas  en  el  dra- 
BBde  Fernández  y  Gonzdler  que  en  el  de  Guillen  de 
Castro,  y  no  impiden  que  el  corazón  del  Conde  se  abra 
á  tot  sentimientos  de  piedad  paternal,  impulsándole  A 
rrthaziir,  mientras  puede,  el  reto  que  le  propone  el 
Cid,  y  que  cuesta  la  vida  al  padre  de  Jimena.  t-i  lucha 
catre  el  deber  de  la  hija  y  la  pasión  de  la  mujer  aman- 
K  la  admirable  situación  en  que  Jimena  va  &  clavar  el 
poftal  en  el  pecho  de  Rodrigo  sin  hallar  en  sí  fuerzas 
PVri  liíLcerlo,  y  la  lectura  de  las  dos  cartas  en  que  el 
Coode,  decidido  ú  morir,  había  bendecido  el  matrimo- 
"Wiie  ios  enamorados,  representan  tres  momentos  so- 
fcmncs  que  el  poeta  traduce  con  vibrante  y  concentra- 
^  sobriedad. 

No  es  el  ultimo  entre  los  atractivos  de  Orf  Roitrino 
^  Vivar  el  de  la  versificación,  siempre  numerosa  y 
nvaifante,  por  el  estilo  de  la  cita  que  va  á  leerse: 

Kev.  Con  vos  ansiaba  quedar 

&  solas. 
RofUiUio.  Yo  con  el  Rey. 

Rey.  Hablemos  d  baena  ley, 

Rdüxioo.   Mano  claro  os  he  de  hablar. 

O  mucho  me  engafto,  6  vos 

estnis  contra  mi  irritado. 

Me  mandasteis  desterrado 

un  arto,  y  me  «tuve  dos. 

Os  punzó  lo  de  Vivar 

cuando  de  vos  me  partí 


3)B 


LA  LTIEltATCRA  BSPaRoLA 


soberbio,  y  &  retar  fu( 

á  quien  me  Mcgíi  á  injariar; 

y  vos,  por  ello  enojado, 

me  escribisteis  en  un  pliego: 

«Salid  de  mis  reínon  luej^o 

por  un  arto  desterrado.» 

Obedeceros  ley  fue, 

y  como  ley  la  campU; 

por  un  ano  obedecí, 

por  otro  me  desterré. 

Pero  roienio;  &  raí  pesar 

siempre  estuve  en  vuestra  tierra, 

porque  os  gané  en  buena  gucfra 

la  que  he  Iletrado  A  pisar. 

For  tiecesitltui  batallo, 

y  una  vez  puesta  en  mi  síHa, 

se  Vfl  cHsauiharuío  Castilla 

delante  de  mi  cat»ilIo. 

Y  es  que,  aunque  os  llegue  A  enojar, 

aunque  me  nparti^is  de  vos, 

no  quiere  en  sus  juicios  Dios 

que  me  podáis  desterrar. 
Rev.  iSoberbio  hablaxst 

HoDiuco.  Pero  4  ley, 

como  hldalg'O  y  como  honrado, 

que  no  siempre  el  enojado 

hii  de  ser,  scrtor.  el  Rey. 
Rev.  Desenojaros  espero; 

podéis  hablarme,  seguro 

que,  aun  contra  raí,  yo  os  lo  jaro 

me  haWis  de  hallar  justiciero. 
Rodrigo.    Que  asi  os  mostréis  es  raz4^n, 

que  el  Key,  sertor,  t;irahién  yerra," 

&  un  hombre  sr  le  dcsticrrii 

por  rebelde,  por  fcWn; 

pero  al  hombre  que.  injuriado, 

venga  su  honor  como  puede, 

á  un  tal  hombre  se  concede 

m.1s  aprecio  por  honrado  '. 

No  está  desterrado  atin  del  repertorio  modí 


Ano  111.  (tcena  XV. 


m  lU.  3K.L0  xtx  219 

vlcorijso  cuadro  de  historia  que  se  ticuln  Im  campana 
í- .'  (  Áhmiáayna,  y  cuyo  estreno  (3  de  Nov-iembre  de 
'  'ue  en  su  épwa  un  acontecimiento  muy  ruidoso. 
El  obscuro  poeta  mallor^^uín,  de  cuyo  ingenio  brotó,  ta; 
bowba  D.  Juan  Palou  y  Coll,  y  no  ha  dejado  más  que 
aquella  y  otra  secunda  prodaccÍ«5o  escénica,  /-«  eapaüa 
yátanH,  hermoso  trasunto  de  la  fisonomía  moral  de 
Aüíins  March.  Nada  pierden  con  eso  La  campana  déla 
AltmuiavHa,  ni  las  afecciones  y  luchas  internas  que  dan 
viAi  ,1  la  acciíín  y  á  los  personajes,  en  ios  cuales  se  di- 
boja  i  trechos  el  perfil  calderoniano. 

Es  la  épocíi  de  D.  Pedro  IV  de  Aragón,  y  se  trata 
de  IJK  disensiones  civiles  que  ensangrentaron  las  tsla^ 
Baleares  en  su  reinado.  El  sentimiento  de  patlrc  y  la 
n^elldad  al  Monarca  aragonés  se  disputan  con  ig^ual 
fcrczíi  la  voluntad  del  Gobernador  Centellas,  al  oir  que 
^  hija  morirá  de  no  hacer  él  traición  d  su  palabra  y  A 
^  rarpo.  La  suerte  del  Principe  D.  Jaime  de  Mallorca, 
*"  '  'u  itud  de  su  madre  doña  Constanza,  lasímpatiadel 
inio.  la  terribíe  firanUezji  del  honor,  todo  contri- 
¡ye  á  agnmdar  el  valor  dramático  de  estay  las  siguicn- 
■tituacioncs,  diestramente  preparadas  por  el  poeta. 
critico  muy  perspitaz,  que  juzgó  d  Teatro  de 
y  Cüll  con  disculpjible  espíritu  de  amistad  y  pai- 
íje,  censuia  en  La  campana  de  la  Alwiulaytia  la 
ti  de  fidelidad  histórica,  aunque  añadiendo  con  en- 
tusiasmo: "En  compensación  de  este  defecto  radical,  la 
otmi  de  Palou  tiene  un  valor  dramAtlco  ú  todas  luce;; 
subido.  Su  cualidad   predominante  es  a^iuella  fuerza 
■rara  de  si  misma  que  suele  constituir  el  sello  caracte- 
rfulco  de  la  verdadera  potencia  Intelectual .  Tan  genui- 
nn  robustez,  artística  mente  moderada  por  cierto  ins- 
tinto sccTeio  y  maravilloso,  se  harmonizíi  en  este  dra- 
ma con  una  delicadeza  suave  de  sentir  sobremanera 
exquisita.  iCoosorcio  admirable  que  recuerda  aquel  pa- 
nal de  miel  qut  encontró  el  mAs  fuerte  de  los  hebreos 
en  la  boca  del  Icón!  Hn  La  campana  los  caracteres  se 


200  t,\  t-tTERATURA  ESfA.IOLA 

desarrollan  con  vigorosa  espontaneidad,  estalla  el  diA* 
logo  con  reconcentrada  enerpía.  la  palabra  hierve  sin 
solt:4r  el  freno  :l  su  exjiansivo  impulso,  y  la  acción  c:t" 
mina  con  paso  (irme  y  seguro  <1  su  originalísimo  des- 
enlance.  Imponderable  es  su  mérito  psicológico  si  se 
atiende  A  la  doble  y  complicada  lucha  que  traban  entre 
sí  pasiones  lle^-adas  &  su  apogeo  de  exaltación  y  senti- 
mientos intensísimos  '...*' 

El  mismo  amor  á  las  osadías  románticas  que  antes 
señalé  en  FemAndcz  y  González  informa  el  Teatro  del 
entonces  joven  Lilwrioso  y  aún  superviviente  periodis- 
ta D.  Coferino  Suitrez  Bravo.autor  de  losdramus  Aman- 
te y  cahalltro,  ¡Es  un  ángel-',  Jíurique  JII  y  Los  dos 
compadres,  y  de  las  comedías  í^«  nw/fn  conira  Esqni- 
lai/ir  y  EJ  Junar  df  ¡a  man/Ncsa,  con  al^na  más  de 
fecha  posterior. 

Su  fantasía  ardiente,  y  un  sí  es  no  es  tétrica  y  vaga- 
bunda, le  condujo  hacía  el  inmenso  cami»  de  las  tradi- 
ciones Icgcadarias,  con  las  que  cantas  cabezas  hnbia 
trastornado  ZorrilU,  y  que  íl  por  innata  afición,  y  fl 
despecho  de  modas  y  vicisitudes,  no  se  resignalia  &  dnr 
por  definitivamente  muertas.  Omito  lo  que  pudiera  de- 
cirse de  otros  frutos  no  muy  sazonados  de  su  inspira- 
ción para  hablar  de  Los  dos  compadres.  Verdugo  y  sc- 
pidturcro. 

Galería  de  visiones,  espectros  y  lubrcsrucccs;  tí 
es  aquí  triste  y  sombrío,  desde  el  lucrar  de  la 
hasta  la  iaz  de  los  personajes  y  la  sucesión  de  los  acon- 
tecimientos. En  el  fondo  la  muerte  de  D,  Alvaro  de 
Luna,  con  el  misterioso  s¿-quito  de  cmbü2uidos,  intrigas 
y  sobornos,  y  dlbujiindosc  sobre  aquíl  las  dos  siniestras 
imáETcncs  de  Garduña  y  Juan  Castríllo,  Ixtnada  la  una 
por  la  fosforescente  luz  de  los  cementerios  y  la  otra 


escefl 


>  t^rcM  <rMtat  g  ltí*mÍM  <If  OaUbrma  rarUM.  Tamo  L  r>laa  de  U«Uor- 
ca.  IBS?  ^pAclnu  ^0  r  271».  L*  crítica  áe  La  eanptmo  <U  ta  Atmmuvoa  ra  bi- 
■i«dl*unLMie  Mculda  «n  e>t«  nU«au>  (amo  de  la  de  Xa  ttp<^da  y  tí  iaiUL 


E»  El,  SIGLO  XU  221 

con  rojuüs  vapores  de  sin^e;  ¿quién  trazó  nunca  un 
cuadro  más  terrorifico? 

TomAs.  el  supuesto  hijo  del  vcrduieo.  rebelándose 
ñ  impulsos  de  su  síingrc  g"cnerosa  contra  la  tiranía  del 
nadnumto  j  la  opinión,  ostentando  en  su.s  fraf^ei^  dolo- 
ridas la  interna  amarfcura  y  Las  dcsierta.<:  soledades  de 
su  alma,  reconociendo  por  fin  á  su  verdadero  padre  en 
el  poderoso  Conde  de  Castro,  es  la  figura  más  lulcra- 
We  de  la  obra,  sobre  kt  que  vierte  algunos  rayos  de 
luz  y  de  csperíinxa.  Joven  ine.xpcrto,  no  podía  SuArez 
BfitTo  «sustraerse  á  las  engañadoras  apariencias  de  lo 
que  hoy  llaman  efectismo,  ni  á  las  galas  líricas  que  pro- 
ftisomente  dernimó  prcvalífndose  de  su  habilidad  en 
Us  dcseripciones  y  en  Ui  versificación.  Lo  que  fue  en 
tldesvfo  de  un  momento,  llcgti  á  convertirse,  andando 
iMaflo»,  en  sistema  normal  pora  la  escuela,  aún  hoy 
Humeros:»  é  importante,  de  Echegaray.  entre  cuyos  pre- 
dfctsores  debe  contarse  el  autor  de  Verdugo  y  sepul- 
turero. 

Mny  poco  escribió  para  la  escena  después  de  este 
drama,  entreteniéndose  más  en  las  luchas  del  periódico 
■iw  en  las  pacificas  de  la  Poesía,  y  sólo  despuOs  del 
hrjto  período  en  que  sucesivamente  figuró  como  re- 
díwor  de  EJ  Padre  Cobos,  Et  Fensantienío  Español  y 
fl  Stgio  FulHro,  quiso  afladir  un  laurel  A  su  ¡mtigua 
corona  de  poeta  dramático  escribiendo  en  colabora- 
cJbn  con  D.  EsteKín  Garrido  la  última  de  sus  comediíu»: 
ta  mttHcka  en  íafmtie. 

Al  incluir  aquí  el  nombre  de  D.  Gaspar  Niinez  de 
Arce,  hablaré  sólo  del  autor  dramático,  no  del  lírico  in- 
cccnpanible,  que  se  h:i  eclipsjidu  A  si  mismo  en  cierto 
modo,  porque  realmente  hay  un  abismo  entre  estos  dos 
iupeciir>  de  su  pcr^nalídad  literaria.  La  comedia  de 
costumbres  al  modo  de  Ayala  y  de  Tamayo,  y  el  dra- 
ma hiíiiórico  con  ixxs  visos  uunbicn  de  lilosoíía,  &ón  los 
dw  géneros  á  que  se  consagró  Niiftez  de  Arce,  ora  es- 
cribiendo por  cuenta  propia,  ora  en  colaboración  con 


SS2 


La  UIBRArVRA  ESPAÑOLA 


SU  amlpi^o  D.  Antonio  Hurtado.  Deudas  de  la  honra. 
Quien  debe  paga  y  Justicia  providumiai  se  intitulan  laB 
tres  cümediuc;  que  ha  colecciunuilo  ültimiimento  junto 
con  Jtí  hm  de  ¡eiia  ',  y  en  todas  esLl  de  resalto  la  ten- 
dencia docente,  la  afíci<>n  A  discutir  sobre  las  Uiblas 
problemas  irasccnden tilles  de  filosofía  y  de  moral  pú- 
blica; fin  equivalente,  aunque  menos  elevado,  al  que 
inspirA  los  Gritos  dei  combate.  Pero,  ¡cuánta  diferencia 
en  la  ejecución  entre  la  espontánea  é  iiTestaflable  vena 
del  poeta  Úrico,  y  las  cscsibrosidadcs  y  violentos  recur- 
sos del  dramático!  Justicia  proiu<hncial  apareció  poco 
dcspuís  de  la  revolución  de  186a;  mas  comprendiendo 
Núflcz  de  Arce  que  no  era  ese  el  terreno  dnmle  retaba 
llamado  ;l  anatemati/^^r  crbnenes  y  tiranías,  lo  abando- 
nó desde  entoncer,  retirándose  por  fin  del  Teatro  COD 
la  mejor  y  mSs  cclcbrda  de  sus  obras,  E¡  has  de  h-fía. 
Nada  tan  fastidios:imcntc  manoseado  por  poetas  es< 
pañoles  y  no  espíifioltrs  como  la  vida  pública,  y  privada 
de  Felipe  U.  que.  convertido  en  espectro  Infernal  por  la 
historia  protestante,  vino  á  parar  por  las  m.-ls  extraflas 
transformaciones  en  la  fanuisía  de  Alfieri,  Schiller  y 
Quintana.  Los  amoríos  del  Rey  prudente  con  la  Prin- 
cesa de  ííboli,  sus  crueldades  y  maquiavélicas  intrigas, 
la  luctuosa  muerte  de  Isabel  de  X'alois,  y  sobre  todo 
la  xaAs  trágica  del  Principe  Carlos,  fueron  lugares  co- 
munes que  nadie  se  atrevía  A  de^imcntir,  y  que  dentro 
del  arte  daban  vida  rt  las  mAs  al>surda5!  ficciones,  co- 
menzando por  las  de  autores  eminentísimos  y  conclu- 
yendo porliis  del  scrvum  pecas,  alentador  de  todos  los 
motines.  Niiñez  de  Arce  demostró  con  El  hnc  de  lefia 
que  no  era  necesario  acudir  á  inverosímiles  fábulas,  que 
por  entonces  había  desacreditado  ya  la  crítica,  para 
hacer  interesítntes  las  relaciones  entre  Felipe  11  y  su 
infortunado  hijo;  y,  sobreponiéndose  su  cordura  á  los 
instintos  pro^csistas,  no  quiso  sej^uir  las  huellas  de  su 


*    0>rw  4nimaÍUat  utogltiai.  MaMi.  iSft. 


SS  SL.  SIC1.0  XIX 


2Z3 


ami^o  y  corrclígionnrio  Calvo  Ascnsio;  antes  aprove- 
cbú  \aü  datos  rígiirus:imente  histf^rirojn,  hallando  en  ta 
rralklid  la  poesía  que  no  hallaron  otros  en  romiintlcos 
delirios.  Nada  de  alardes  librepensadores;  nada  del 
viacrúnico  indiíerenttsmo  en  relíf^lón  6  de  la&  pasma- 
rotas republicanas  en  que  se  kibtan  complacido  sus 
ptJccesores.  No  es  allí  E^íisiila  un  jxiísde  hipócritas  y 
druoi,  aunque  si  de  profunda  fe,  de  paflones  exalta- 
bas y  rencorosas,  de  sixnfírientas  y  continuas  represa- 
lias. No  es  Felipe  11  el  demonio  del  Mediodía,  el  Nerón 
ilesalmíido  y  sin  sentimiento,  que  sólo  vive  encerrado 
cacl  alcázar  de  su  eg^oísmo  y  que  se  entretiene  en  mar- 
Qftetr  inocentes  víctimas,  sin  excluir  las<A  su  sanare; 
o  el  Monarca  integro  <i  inliexible.  el  defensor  del  Cato- 
Ucismo,  cruel  por  convicción  y  por  conciencia,  si  vale 
li  frase;  y  aunque  resulten  indecisos  y  discutibles  los 
ftleamicntos  de  esta  risonijmía,  por  lo  menos  no  repe- 
hn  ai  desentoiuin . 

Por  otro  liido,  y  éste  es  el  grran  acierto  de  Núflez  de 
Arce,  no  aparece  Felipe  II  en  ¿V  /wj  de  It-tia  como 
Moiutrca  solamente,  sino  también  como  padre  amoroso, 
nntmriado  por  su  hijo  en  sus  más  caras  coavíccío- 
'Hipatías.  y  fatigánJosc.  sin  embargo,  para  rc- 
.1  su  obcdienci;i.  Es&t  lucha  intermí  entre  dos 
'Aertrs  es  harto  mAs  humíma  que  los  rermamientos  de 
«Cono  soñados  por  Schiller.  Don  Carlos  queda  jus- 
lafitente  miis  desfavorecido  y  sin  el  velo  de  la  ioocen- 
c»  y  el  infortimio;  pero  no  le  faltan  consejeros  que. 
Htimutando  su  imprudencia  y  aprovechjtndusc  de  sus 
Alias  condiciones,  le  precipitan  en  el  abismo,  nte- 
sbiikIo  su  culpii,  ni  tíimpoco  una  mujer  que  le  redime 
J^  enaltece  hasta  cierto  punto  con  su  amor  desintere- 
sado y  vircinal.  El  farsante  Cisneros.  tipo  admirable- 
nentc  dibujado  de  ese  rencor  profundo,  invisible  y  á 
lerte,  que  se  alimenta  é  identifica  con  la  sangre,  es 
creación  de  una  importancia  artística  que  sólo  se  com- 
•rende  bien  al  escuchar  el  grito  de  vencedora  alegría. 


2» 


LA  ).tTEKATtlRA  ESTaIVOLA 


clave  de  su  enifrmAtica  existencia  >■  de  »us  ocultas  as- 
piraciones, con  que  da  por  vendada  la  afrenta  de  su 
padre,  el  infeliz  dogmatizador  Don  Carlos  de  Sessa. 
Catalina,  la  generosa  mártir  de  an  amor  imposible,  la 
idctil  é  inseparable  compoflcra  del  Príncipe  en  su  pro- 
lonfrada  aconta,  honra  tanto  al  corazún  como  A  1a  ca- 
pacidad del  poeta. 

No  aspiraba  A  la  ventura 
De  llegar  A  mestra  allura; 
Mil  veces  y  esta  me  aHige, 
|AyI  perdonad  mi  locura, 
Gloria  y  grandeza  maldije. 
,  Mas  ya  puedo  sin  temor 
Dar  rienda  A  mi  desvarío. 
¡Sois  desgraciado,  seftort 
Sufrís,  {i(u¡<5n  vuestro  dolor 
Puede  disputarme?  jlís  mío! ' 

Asi  habla  Catalina  con  su  amante  cuando,  al  borde 
de  la  tumba,  desaparecen  todas  las  miras  posibles  de 
intcr£-s,  y  sólo  queda  en  pie  la  pasión  ardiente  y  avasa- 
lladora sin  una  manchíi  que  empañe  su  purc7^. 

Las  obras  que  en  colaboración  escribieron  N'úñex  de 
Arce  y  Antonio  Hurtado,  y  especialmente  los  dos  dra- 
mas históricos  Herir  cu  la  somhrn  y  La  jota  anij^one- 
sa,  dan  reunidas  las  perfecciones  que  separadamente 
adornaban  A  los  dos  ingenios.  Yo,  sin  embargro.  Juxgn 
HUv  no  tomrt  allí  tanta  parte  Ui  virilidad  robusta  de  £7 
has!  de  teña  y  Juslida  providencial  como  el  apasiona- 
miento y  la  delicadeza  de  Im  Maya;  es  decir,  que  los 
rasgos  salientes  de  estos  dramas  pertenecen  mus  S  Hur- 
tado que  A  Núfie?.  de  Arce. 

Herir  cm  ¡o  sombra  {íS66t  comprende  también  uno 
de  los  hechos  más  culminantes  en  la  vida  de  Felipe  II: 
su  enemi'"tad  con  el  secretario  Antonio  PiJrez,  coloca- 
da por  cierto  &  la  luí  do  un  criterio  nada  imparcial  y 
bien  contrario  A  la  historia.  Sobre  Antonio  Pérez  des- 


«    ActoV.vcmalV. 


EH  EU  SIGLO  XIX  ZS 

carenn  las  iras  injusus  del  Rey,  que  castiga  >mis  sus 
(*Í0£  gtu-  el  delito,  y  se  sirve  Á  este  fin  ücl  otiioso  espio- 
oiK.  convirtic-ndo  en  tnstrumcnco  <lc  ¿I  A  un  D.  Rfxlrí- 
eo,  fodre  de  Dicgro.  el  amante  de  la  hija  única  que  tic- 
oc  el  porscjfuido  setTctario.  La  lucha  entre  cf  amor 
Qial  T  los  impulsos  de  su  propio  corazón  hacen  de 
Diígo  un  tipo  de  extraordinaria  belleza  moral,  lo  mís- 
moenando  se  va  puriñcando  su  amor  por  la  desgracia, 
<ne  cuando  se  le  oye  contestar  A  las  instigaciones  Je 
sit  padre  para  que  acepte  la  protección  y  las  mercedes 
íelRcy: 

Esa  lorttina  me  inlama, 
Y  lu  rechazo... 

jVnir»  ha  dicho  uno  de  los  pcrsomues: 

E<  la  lortunn  del  mundo 
P4>rljdn  como  la  ola; 
Mal  está  coníti¡£o  mismo 
Quien  sus  impulsos  no  eofrenu, 
Pues,  irritndn  í  serena. 
Oculta  siempre  el  aWsmo  '. 

Vftkn  mds  en  esta  obra  los  rasaros  sueltos  que  la 
t'WUituiu  intima;  pero  es  en  todo  inferior  A  La  jota 
*^i(í>Hrsa,  representada  tambiín  en  ltíW>.  y  en  la  que 
Ufladniirahlc-i  rcsiikan  el  colorido,  la  vaiicdad  de  to- 
•bjr  la  intensidad  dnimiHica.  como  U  perfección  de 
1  y  el  comunicativo  iifctto  Je  patria  que  palpita 
-■  los  escenas.  Aquella  noble  democracia  espa- 
lda al  culur  de  In  fe,  que  unbi  los  intereses  y 
.lunes  de  todas  Uis  clases  sociales,  y  que  convir- 
liguerm  de  la  Independencia,  de  insurrección  dcs- 
a  y  motín  de  guerrilleros  bisoAos,  en  epopeya 
:e  díj^a  .de  un  nuevo  Homero;  aquel  triunfo  in- 
f  del  cntu>¡asmíj  sobre  la  fuer&'i,  se  vienen  ít 
con  Hu  miiur;il  expresión  cn  lus  vnriaüo^  y  bt- 
HÍRimüs  lances  de  este  drumn.  Allí  la  heroica  tntrepidejí 


1.  .<  it.««rtu  IV. 
lOHit  II 


ir» 


22b  LA  LITERATURA  BSPAXOLA 

de  la  nubleza  anticua,  represeauída  en  D.  Pablo;  olU 
el  irrellexiv'o  valor  de  los  jrtvcncs  que,  como  Martín, 
cambiaban  la  sotana  de  estudiante  por  los  arreos  dd 
recluta;  allí  el  afrancesado  Uc  buena  fe  sintiendo  por 
toda?  partes  la  persecución  de  un  pueblo  enfurecida; 
allf  este  mismo  pueblo  congregándose  tumultuosamen- 
te en  el  templo  de  la  Virgen  del  Pilar,  i/m  no  t/urrfa 
ser/rancesn,  y  sublimándose  con  t.'mtos  heroísmos  anó- 
nimos c-ncubiertos  por  los  barapos,  y  que  no  nos  ba  po- 
dido referir  la  HL'ítoría. 

A  par  con  el  gran  drama  de  las  calles  se  desenvuel- 
ve el  más  conmovedor  del  hogar  dom^tico;  la  noble 
seflora  que  da  por  muerto  al  hijo  de  sus  entrañas,  el 
esposo  que  escucha  las  reconvenciones  del  amor  ma- 
terno y  enjuga  las  furtivas  lágrimas  que  corren  por  &a 
rostro;  In  joven  enamorada  que  teme  por  la  existencia 
del  üueflo  de  su  curaxtín,  y,  como  remate,  la  íntspenida, 
apnrición  de  Martin,  nurora  de  unn  felicidad  que  nt> 
larda  en  inundar  de  júbilo  á  La  atribulada,  y  cristianísi- 
ma familia.  Tales  tesoros,  en  fin,  de  ;u*te  y  scniinüento 
hay  derramados  por  La  jola  aragonesa,  que  no  los 
encierra  mayores  la  colección  toda  de  Episodios  na- 
dotmlcs,  smnando  las  ventajas  y  desventajas  respec- 
tivas del  diálogo  y  la  narración. 

Tal  es  el  argoimento  que  me  asiste  para  no  atribuir 
tanto  esta  obra  A  Núñez  de  Axcq  como  A  Antonio 
Hurtado,  con  cuyas  aHcíones,  nunca  desmentidas  por 
los  recuenlúA  heroicos  y  cabaJlcrescos  de  nuestra  His- 
toria, tan  extremadamente  concuerda.  Porque  el  autor 
del  Afafiriil  dramático  lo  es  tambiín  de  Ei  aw'lfo  dti 
Rey  y  La  Afuya,  principio  y  fin  Je  sus  triunfos  cscénicm 
en  el  periodo  de  diez  y  siete  ó  dicr  y  ocho  uftos,  d 
los  que  produjo  ademrts  El  toistin  roto,  Hítenos  y  rra, 
daties.  La  voa  del  íorasón.  Entre  dos  ai^iias,  Naufra» 
gar  eii  tierra  firme,  etc.,  etc.  Cultivó,  es  verdad,  dis- 
tintos gOneros,  acaso  por  condescender  con  la  moda; 
pero  miró  siempre  los  dramas  de  la  Historia  con  espts 


ES  EL  SIGLO  XtX  SZ7 

'  ctiil  csriflo,  cscogriendo,  nojos  acontecimientos  ruidosos 
de  lu  pollcicii.  que  añcionan  A  genios  más  vehementes. 
>r¡idiis  traJifioncs  rctrionalcs,  UisanécUotas 
it-ria,  los  segundos  it^mínos  del  erranüioso 
cuadro  A  que  giLsta  de  dar  vireza  y  resalte  por  medio  de 
n  genial  y  el  mórbido  colorido.  Las  obras  de  Hur- 
— < .  r. .  deslumhran  por  la  sublimidad,  pero  atraen  con 
bitugiu  de  oculuí  simpatía. 
Ain  resonalxjn  los  aplausos  unAnimes  que  le  había 
■ ;  ■  =iaJa  Lti  Mayti:  tambÍL^n  los  mereció  el  arreglo 
■■/»  de  un  dramii  tan  manoseado  como  Intriga  y 
(WMT,  de  Schiller.  cuando  en  hora  pt^sima  cuyo  Hurca- 
1 1  tentación  de  idealizar  á  su  modo  Ins  absurdos 
i>las,  )i  que  rendía  culto  fervoroso,  brotando  de 
tste  contubernio  enere  sus  aptitudes  de  poeta  y  los  dcs- 
lé  SU  proseütismo  El  vals  de  Vfttsatut  (Dicicm- 
. .  „i  IS72),  cuyo  justo  mal  líxito  decidió  al  autor  4  re- 
tirarK-  pura  siempre  de  la  escena.  Metamorfosis  extra- 
fa  que  alcanzó  también  á  sus  producciones  líricas, 
con»  he  notado  en  otra  parte,  y  que  demuestra  una  vez 
nUscuón  ocasionada.s  son  l;usurganiz:u'iones  artísticas, 
tuamlo  no  se  dirigen  con  acierto,  A  las  veleidades  del 
1  ntaiismo  y  á  los  viínigos  y  cafH'ichosas  locura.<; 
-   Leonas  más  extravagantes. 
Algo  se  parece  A  Antonio  Hurtado  en  la  tendencia, 
ooen  el  mérito,  el  hijo  de  Fígaro,  D.  Luís;  M.  de  Larní, 
"f  ■  predilección  por  el  género  festivo  no  le  impidió 
.       ii  el  serio  con  escasa  fortuna.  Como  Hurtado, 
iraj^e  de  los  conAictos  extremos  y  de  las  pasiones  trági- 
cas, buscando,  vs\  en  la  tradición  romo  en  la  sociedad 
(nsentc,  los  asuntos  m.-ls  acomodados  á  ese  carácter, 
enemigo  de  tumultos  y  violencias;  pero  las  vaciedades 
de  un  sentimentalismo  trasnochado,  la  condescenden- 
cia con  el  mal  gu.sto  de  los  más,  la  intención  moraliza- 
doTH  comprometida  por  gravísimos  tropiezos,  y  la  infi- 
delidad psicológica  e  histórica  han  convertido  frecuen- 
temente los  dnunas  de  Larra  en  mosaicos  de  desaciertos. 


La  LlTBKATtKA  B&rA!!ciLA 

LoHusa,  Eí  cobatlcro  lit'  ffrgda,  Eh  palacio  y  en  ¡a  cá 
fie,  iiicftírvf  aturados  ¡os  <fue  lloro»,  U*ta  líígn'ma  v  Mil 
beso,  La  oructóu  <ic  la  tarilr.  Una  HUhe  riever/jtto,  £l 
amor  y  /a  mmia,  La  bolsa  y  p¡  (JOlsiUo  y  f¿J  rey 
mnttílo.  pueden  sen*ir  de  muestras  en  los  disiíntos 
pos  qac  forman  el  Tcacro  de  Larra,  descontando  las 
zuelas.  La  vena  cómica  y  la  melancolía  sentimental 
las  notas  cafacceri<;ticafi  de  codo  6Í,  ya  scpanidf 
confundiéndose  con  variedad  de  tonos  y  matice 
pieza  que  más  aplausos  valió  á  Lamí,  fue  La  orad 
la  tanic.  en  que  se  preconiza  y  exalta  el  olvido  de  las. 
injuriíis,  y  cuya  analogía  con  £i  cura  de  aldea,  drama! 
de  l*ÍTC7.  Kscrich,  repre^niado,  como  aquel,  en  Ii^,! 
di(i  margen  A  una  contienda  lileraria  sobre  supucsto< 
plagio,  resuelta  favorablemente  para  los  dos  autores. 

Han  sonado  juntos  en  las  tres  últimas  ilícatlas  los 
nombres  de  D.  Fnmcisco  Luis  de  Retes  y  D.  Francisca 
Pérez  Echevarría,  fallecido  este  último  recicntcmcnicj 
y  conocido  aqu¿l  como  autor  drilmatico  desde  IS46J 
ambos  adallde^i  del  drama  histórico  y  de  la  comedia  yi 
7^rzuela.  y  A  los  que  designo  este  lujepir  por  el  carilcier 
de  sus  obnis  antes  que  por  atender  á  la  cronología.  Lo! 
que  en  las  de  mancomún  pertenece  rt  Retes,  ha  de  scr| 
míis.  si  nu  mienten  las  señiu;,  la  concepción  y  el  deseo- : 
volvimiento  drami^tíco.  que  la  forma,  muy  en  consonan- 
cia con  los  dotes  de  lírico  y  narrador  que  distinguen  &  , 
Echevarría. 

Oírlo,  Doña  htés  de  Castro.  El  ñsgem'o  comí 
poder,  Justicia  y  no  por  mi  casa,  tales  son  las  ol 
que  por  si  solo  escribió  Retes  cuando  aún  no  se  ha' 
idcntiilcado  con  el  aller  cf^o  de  Va  última  ópoca.  Dec 
dómente,  su  incenio  le  conduce  mAs  por  el  camin 
Shakspearc  que  por  el  de  Molií^re  y  Bretón;  perú  n 
asi  ofrecía  serias  diücultadcs  el  enmendar  la  plana  al 
incomparable  irApico  infrias,  como  casi  parece  haber 
intentado  en  la  refundición  del  Olelo,  que  resultó,  c 
era  de  suponer,  inferiorísima  al  orífirina). 


EX  BL  &ICLQ  XIX  229 

Ethci-arria  luce  más  que  su  corapnftero  en  la  come- 
dia: ttíMisos  £7  centro  de  gravetUid.  Los  celos  de  iitta 
ttfja.  Las  quiHias  y  Lo  que  vale  eí  taicnto,  aunque  en 
etaúltinm  hay  bastante  que  censurar. 

la  ünica  personalidad  liteniria  resultante  de  aque- 
"     '  -  ha  producido  La  Beltramja,  La  FornarÍHa. 
.!  y  Doña  María  Coronel,  etc.,  oUriis  de  varia 
fomuri,  mjls  aJejada-í  de  la  perfección  quede  la  rulga- 
y  cuyas  deficiencias  de  fondo  encubre  mal  el  ro- 
!de  la  forma  exterior.  L'Hereu  determina  quizá  el 
pnnifi  m^sirao  íl  que  ha  Ilefrado  la  facultad  creadora  de 
Sfws  y  Echevarría,  con  no  ser  obra  tan  geniat  y  espon- 
tánea comu  otraí  anteriores  y  posteriores.  El  interés 
deldntnut  esttí  hasitdo  cq  la  rivalidad  de  dos  hermanos. 
I  ijuicnes  ha  hecho  desiguales  en  fortuna  la  ley,  pero 
-indo  al  menos  favorecido  el  amor  de  una  mu- 
,  Jien  entrambos  idolatran.  La  virtud  y  el  cariflo 
df  sa  madre,  por  cuya  ímaírinaciín  exaltada  han  cru- 
sombras  de  Caín  y  Abel,  convierte  las  nubes 
en  luz  de  ventura  y  fígociju.  Aparte  de  algu- 
,i>s  de  candidez,  son  muy  dignos  de  encomio 
I Aipiel cuadro  délas  virtudes  que  calientan  el  ho^ar  de 
'" '      'lii.  aquellas  patéticas  situíiciones  que  conmue- 
.  (-■ruzún  en  vez  de  dcspcdazíti'le  con  violentos 
[ncnrsos.  y  aquel  ornato  poético,  que,  no  por  to  tAíi& 
flrtCBente,  deja  de  ser  díeno  de  estima. 

No  pueden  equipararse  A  L'Hereu  los  dramas  histd- 

de  Retes  y  Echcvurria.  no  yn  los  mils  cndchlcji, 

|Co«B  El  frontero  de  Hacsa,  sino  ni  aun  Doña  Mnrfa 

\C»OHel,  ron  sus  epLsixlios  de  inierOs  eterno  y  *ms  pri- 

de  versiiitaíidn.  Tienen  un  inconveniente  tas 

artísticas  que  reproducen  un  hecho  htstúrico  unl- 

nte  conocido,  desciirtandü  y  todo  la  parte  que 

■  irigi nulidad ,  y  cf.  el  de  no  •vorprender.  ní  acaso 

tr,  con  siiiL\donc5  y  desenlaces  que  todo  el  mun- 

ki  pn"v¿  de  anteinanu.  Tal  sucede  con  la  Lucrecia  del 

l\o  XIV,  tan  superior  A  Ude  Roma,  como  «superior 


230  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA 

el  ideal  cristiano  al  del  paganismo;  su  fígura,  círcaíd£ 
de  luz,  ha  pasado  de  las  crónicas  á  la  tradición  comí 
una  de  nuestras  heroínas  legendarias.  Cabía,  sí,  en  l< 
posible,  no  en  las  fuerzas  de  los  autores,  transforma] 
este  argumento,  al  modo  que  lo  verificó  Tirso  con  el  di 
Im  prudencia  en  la  mujer.  Las  inclinaciones  todas 
buenas  y  malas,  de  Retes  y  Echevarría  contribuyeron  i 
hacer  de  su  Doña  María  Coronel  uno  de  tantos  drama* 
históricos,  no  destinados,  por  cierto,  á  la  inmortalidad 


CAPÍTULO  XII 


BL   DRAMA  LlRICO  Y  LA  ZARZUELA 


V  i  hisluriiir  ligeramente  un  gínvro  ürainátíco 

en  que,  sobre  no  hiiK-r  sidu  nunca  los  cspíiflulo* 

,mtty  afortunados,  no  entra  tanto  la  parto  íi- 

•^ttirla  como  la  muslciil,  siendo  para  el  caso  de  seeun- 

"•^ria  imporiiincia,  L-i  obra  del  poeta,  cuantío  se  une 

^"<>n  1)1  del  músico,  suele  quedar  obscure*"ida  ú  anulii- 

"^,  I»3r  ley  constante  de  que  sólo  pueden  enumerarse 

^Uy  pocas  excepciones  en  la  historia  del  Teatro  mo- 

''emo.  Concretándonos  á  la  misma  Italia,  cuyo  genio 

'Iftisical  no  ha  conocido  rivales,  impidiendo  A  todas  las 

^fí"-Tics  europeas  su  indiscutible  sobemnia.   /no  es 

>  '  que  en  ella  se  dehe  lo  principal  A  los  Ro!%Ínís, 

Venus  y  Donizettis,  y  lo  accesorio  á  los  Metastasios  y 

Romanis?  Y  eso  que  la  lengua  italiana,  por  su  harmo- 

íiiiKisimii  estructura  y  por  cierto  derecho  de  prescrip- 

*^i<Wi.  pareee  ser  la  hermana  inseparable  de  la  miisiea, 

5  p.iritcip;i  mrts  dírcetnmenie  de  sus  glojiíis  y  ventajas; 

'in  embJirfíu  de  lo  cual  nadie  so  ñja  apenas  en  el  libreto 

*e  DuN  fíitrjvitiMí  cuando  se  ju/^a  la  ópera  de  Moairt, 

ni  Bi  los  versos  de  Ssdvador  Cammaruno  cuando  se  ira- 

*a  itr  Tí  Trovatorr, 

Otra  cowí  sucedía  en  las  ¿glojpis  pastoriles  de  los  si- 


Ü31!  t^  UTEftiVTDtlA  ESPAÑOLA 

kIik  XVI  y  XVII,  donde  la  mtísica  solamente  f1)!:urjha 
como  adorno,  y  no  indispensable;  pero  mientras  en  Es- 
paña '  sipuiú  ostentando  ese  carrtcter  desde  Juan  de  la 
Encina  hasta  Lope  de  VefiTi  y  Calderún,  alboreaba  ya 
la  ópera  italiana  con  resplandores  dignos  de  su  fuiuru 
grandeza.  En  el  miserable  olvido  del  arte  nacional,  quu 
abítrca  todo  el  siglo  XVIII.  no  faltó  un  Farinelli  i|^ 
entretuviera  al  público  de  Madrid,  como  Lulli  lo 
con  el  de  Francia,  m:is  si  un  Quinault  que  aprove^-lisK?" 
tos  encantos  rítmicos  de  la  poesía  exsicUana,  [*roveyi; 
de  real  orden  en  el  ano  1800  que  la  letra  de  la  ópera  ft 
se  española,  sin  que  íl  nada  bueno  condujese  In  cjccü" 
ción  de  e5ta  providencia,  infrinjjida  m.1s  tarde,  dea 
ISOS  hasta  1$2-1,  en  que  renació  aquel  simulacro 
vida,  muriendo  definitivamente  en  Iíí26  al  establecí 
en  la  cc-rtc  la  famosa  compañía  italiana  presidido  pe 
Mercadantc. 

Sólo  un  recuerdo  muy  va|;o  se  consen'a  de  las  ápei 
españolas  compuestas  por  ct  sevillano  Manuel  Garc 
(Eí  reloj  de  madera.  Los  ripios  dd  maestro  Addtt, 
poeta  caíadisla.  etc.),  que  en  1S03  hubo  de  dejar  & 
patria,  consiguiendo  así  una  reputación  europea,  nodl 
minuída  con  los  anas.  Sobre  Ictni  italiana  componía 
Bjtrccluna,  desde  ISIO  hasta  IK27,  el  maestro  Carníí 
sus  operetas,  con  las  que  alternó  en  1824  El  triunfo  i 
tntwr.  música  de  Siddoni  r  libro  de  D.  JosC  AllegTetJ 

En  1331.'  escribid  otra  D.   Mari;mo  Jostf  de  I-ai 
con  el  titulo  de  £7  rapto,  puesta  en  miisíca  por  el 
tro  D.  Tomas  GenovC-s.  y  que  sólo  merece  recu< 
por  la  fecha  y  por  el  nombre  de  su  autor,  crítico  y 
sista  tan  eminente  como  mediano  alumno  de  las  mt 
Bastantes  artos  tratiscurrieron  sin  que  Ji  estos  mezqi 


*  l.n  tnat«Tta  de  ^wr  n4<*i  irnta  oli  nmplInmFnlr  dOachtnila  m  on  llhra  de 
•tur  loiiK)  parte  du  ««».■>  TiAUclaii  ¿a  iftn  ufaitOa  y  (a  huIm  ctramirtca  «n 
Hv<i>la  a>  tí  *tO<-  XIX.  Aprntu  huUfUo».  p^  Áutoaív  P**a  t  Ouái  M»- 
•Irid.  11H&. 


SIGLO  XIX  233 

w»  ensayos  sucediesen  otros  de  mis  vulor;  y  por  lo  to- 

í  los  libretas,  no  es  poco  signilimtivo  l*I  que  fue- 

...  .«iluinos  los  de  Uis  i5|>critó  fompucüuus  por  Uslava, 

el  eran  restnuntdor  de  nuestra  músJci  religiosa,  entre- 

IrniiJo  por  entonces  en  el  género  profjino. 

lioabtiii ,  ¡iltñno  Kry  moro  de  Crattada.   tal  era  el 

litalü  tif  la  primera  ópera  seria  rigurosamente  cspaflo- 

b,orí^nnl  de  D.  Mif^uel  <>onzítIez  Aunóles  y  de  Don 

ftilwsar  Siikiorü,  y  desconoi-fda  del  lodo  hasta  qu^  se 

ODDinjn  {Is45)  algunos  trozos  escogidos  en  las  rcunio- 

no  lie  fií  Uceo.  En  el  mismo  afto,  y  con  mayores  alien- 

n:irecirt  f'mtilta  i¡  el  asedio  de  Medina,  esfuerzo 

■'''-*  p;ira  cre;ir  nuestro  Teatro  lírico,  que  eclip- 

anteriores:  elogio,  en  verdad,  de  bien  poca 

;iclúQ.  A)  cabo  c)  poeta  D.  Crcj;orio  Romero  y 

tenía  alfjo  de  tal,  aunque  Espin  y  Guilliín 

'in  proywtiBta  arriesuad'j  que  un  i>n»n  cgm- 

pBiJtor,  especialmente   companínUole  con    Bsluva  '. 

ftos  antes  (IW'J)  de  terminar  so  ópera  habla 

.j-j  Espía  La  iberia  Musical  y  Lileraria,  revista 

o  que  fraternalmente  colaboraban  literatos  y  mft- 
>ÍaH  preparando  el  camino  para  la  fundación  de  la 
^Vm  cípanuhi.  A  i&:ual  designio  respondía  La  EspaAa 
¡fiiitaJ,  Smiirdad  qut  comenzó  sus  trabajos  en  1847 
•■jo  b  presidencia  de  Eslava,  y  que  no  tardó  mucho 
*t  Btorir. 

Como  resultndo  de  una  aspimción  universal,  y  quí- 
«1  tiunWín  de  las  transformaciones  por  que  ilm  pasan- 
do tu  escena  patri^fen  aquellos  dLis,  surgió  casi  de  r^ 
^le  y  sin  preptinitivos  la  asendereada  zarzueUt,  qoc 
toncxiraordiniiriu  incremento  cobró  A  partir  de  su  miV 
■■  infandu.  «Podían  satisfacerse  con  la  zarzuela  los  de- 
SRhdc  tantos  com" suspiraKín  por  lít  ópera  española,  ó 
«ra  el  nuevo  gt^ncro  un  capricho  sin   trascendencia 


*   Db  UtI  li«T  «Ira  tipct*.  tjMsu  f  ntdin  iwnat.  Jk  an  tal  S<a(Uil.  «o  «m> 


234  LA   UTERAIVRA  ESPACIÓLA 

artística,  sin  mAs  objeto  que  el  de  entretener  A  una 
multitud  voltaria  é  ignorante?  Muy  divididos  estiViin 
y  sig:uen  estando  los  pareceres  en  el  pitrticular;  rtro, 
aparte  prevenciones  y  apasionamientos,  quizá  la  zar- 
zuela no  dista  tanto  de  la  ópera  como  dan  á  encender 
algunas  Uiícrcncias  innecesarias  y  convcncionulcs, 
ni  tstil  tampoco  encerrada  en  cl  estrecho  círculo  de 
las  inconfrruencLis  bajo-cónücas;  porque  así  como  hay 
<ipcras  bufas,  asi  hay  zarzuelas  serias,  por  lo  menos 
en  los  limites  del  arte  y  de  la  posibilidad,  aparte  de 
qoc  ya  veremos  mAs  de  un  ejemplo  eñ  la  breve  enu- 
meración que  componan  las  proporciones  de  eslc 
capitulo. 

Tiene  Pefta  y  GoñÍ  por  fundador  ó  restaurador  de 
la  zarzuela  a)  maestro  Hernando,  y  con  él,  aunque  <ro 
menor  escala.  A  los  poetas  Pina  y  Lumbreras,  que  le 
escribieron  el  libro  de  Colegialas  y  soldados  (1849). 
Siguieron.^  después  el  de  El  duende,  original  de  Luis 
Olona,  con  música  del  mismo  Hernando,  y  otros  y  otros 
sinnúmero,  basta  el  punto  de  que,  no  halliUidose  de^ 
ahog:ido  el  nuevo  gCnero  en  los  teatros  existentes,  ni 
siquiera  en  el  del  Circo,  inaugunido  más  tarde  pí>r  una 
Sociedad  artística,  llegó  ¡1  entronizanwdeliniUvMmi-nte 
en  cl  que  llamaron  Teafro  de  la  Zar  suela,  abierto  por 
vez  primera  en  b  de  Octubre  de  líí56.  Para  entonces 
estaba  en  su  período  Álgido  el  furor  zarzuelero,  no  sólo 
entre  la  plebe  literaria  y  los  traduetores  adfK-enudos, 
sino  entre  los  m<^s  egrepios  representantes  de  la  dramA- 
tica  espartóla,  comenzimdo  por  Vefltura  de  la  ^'el^a, 
Rubí,  García  tiutiérrcz  y  demás  rezagados  de  la  grey 
romAntica,  y  concluyendo  por  Ayala,  Eguilaz,  Selgas 
y  Tamayo. 

Entre  ellos  cultivaron  la  zarzuela  con  mayor  afición 
Ayala  y  Ventura  de  la  Vega,  autor  el  último,  con  Bar- 
Weri.  ú<i  Jugar  cou  fuego,  celebérrima  en  sus  días,  y 
de  EstcbaHitto.  Laa  piernas  asNÍef.  etc.  El  nombre  de 
Hguflaz  va  unido  al  de  El  nioliuero  de  Subiea,  aunque 


EK  El.  SIGLO  XIX  23^ 

cüi  esta  zarzuela  exceden  los  primores  musicales  álos 
literarios. 

Muchos  más  poetas  cedían  al  c-mpujr  de  la  co- 
rriente, pero  sin  reportar  tan  buen  resultado  práctico 
cuino  Camprodón,  los  Olonas,  y  otros  autores  de  úl- 
tima fila,  cuyos  irlimfos  hacían  suponer  en  la  zarzuela 
ñnes  y  orígenes  populacheros.  Camprodón.  que  poscia 
todo  el  nmor  al  trabajo  propio  de  los  hijas  de  Cata- 
luña, logni  el  privilfjíid  de  ver  jfeneralizadas  sus  obras 
por  todas  partes,  y  juntamente  el  de  g;uiar  mSs  oro  en 
pü<:o  tiempo  que  los  tenidos  por  reyes  de  la  escena.  S 
dominó  asiit.  Los  diatnntiles  de  la  roroMa,  El  diablo  em 
ff  poder,  Qiu'eM  HUinda  mafida.  Los  dos  mellizos,  JéO' 
ríHa,  El  diablo  ins  carga,  y  Una  vieja,  productos  los 
unoKdesu  ml^ir  ingenio,  desperdicios  los  otros  del  mo- 
derno Teatro  fnincés,  en  el  quy  entni  íl  ?íico  como  por 
derecho  deconquista,  dicen  con  harta  frecuencia  lo  que 
puede  il  veces  la  fortuna,  ayudada  de  la  laboriosidad 
y  las  circunstancias.  Por  lo  demAs.  algunas desíiinadas 
ocurrencia*;  de  Camprod<3n  hicieron  raya  y  him  quéda- 
lo en  proverbio. 

Quizíl  era  mfis  poeta  el  autor  de  Don  Simón.  Las 

fagyares  y  Cataiina,  Luis  (liona,  cuyas  atiriones  pre- 
lomínantes  no  le  impidieron  cultivar  la  comedia  de 
costumbres  y  el  drama  histiírico,  aunque  demostrarKlo 
I'  isjt  aptitud  para  el  uno  y  la  otni.  Las  zarzuelas 

c  '  ,  :...,  que  ascienden  á  un  número  prodigiosa.  Ixr- 
cefíciadas  por  diferentes  músicos  estuvieron  en  boea 
tnie  muchos  aftas  (testigo  las  populnrísímas  coplas 
...  tMm  Sitnóu);  luias  veces,  como  aquí,  por  el  verso  y 
la  müíiii-a,  otras  por  el  verso  súlo.  y  otras  por  sola  la 
música,  como  en  el  consabido  frasrmento  de  fiT  posti- 
llón i/r  la  Rioja . 

D.  LuU  Mariano  de  Larra,  qucalranxóen  suh  moce- 
dades el  furor  zarzuelero,  se  aproveclid  de  él  en  obras 
«mo  Vm  ntihuste  y  uiui  /toda.  Timíos  son  raptus .  H  bar- 

trílio  dr  Lítvapit's,  CJtori^os  y  polacos  y  Juaudc  ¿/r- 


£36  LA  UTKRATURA  ESPAÑOLA 

biua.  En  una  de  las  no  cnomeradiis.  La  conquista  de 
Madrid,  se  ve  prácticamynu-  demostrado  c<Smü  la  zí 
Euela  no  t-s  esencialmente  cómica  ni  bula,  sino  que  a 
mite  todo  linaje  de  conflictos,  intereses  y  pasiones, 
excluir  los  mils  tráficos. 

No  scfTUia  tales  rumbos  D.  José  Picón,  el  regocija- 
do autor  de  Pan  v  toros  (1864),  libro  lleno  de  natura- 
lismo y  vida,  de  contrastes  estudiados  y  escenas  al  aire 
libre,  y  en  el  que  hay  algo  que  recuerda  los  saínetes  de 
D.  Ramón  üe  la  Cruz,  subido  de  punto  por  la  maravi^ 
>sa  interpretación  de  Barbierí.  Es  cl  gcniú  cómicoi] 

cspOñoL't,  trasliidandu  de  Las  pla;uis  á  Ih  escena  sud 
sos,  diálüffos  y  pormenores  :>in  mutilación  níncutia 
su  orieÍDalí3imo  conjunto;  ^cnio  de  que  son  más  des- 
mayados resplandores  t'n  viaje  eí  CochiHchina,  Memo- 
rias de  un  t:-<íudiatt/e  y  Anan/uia  cony/tfial. 

Vino  á  dar  nueva  forma  y  representación  ii  la 
/.uela  con  su  Teatro  político  y  social  D.  José  Gutierre 
de  Alba,  cuya;*  intencionadas  rei^islas  de  aílos  y  acon^ 
lecíitiientos  eran  en  la  escena  claros  y  visibles  indicio^ 
de  la  revolución  futura,  en  el  período  inmcdiatamcnl 
anterior  ri  Septiembre  de  Ií^jíí.  Los  desaciertos  de 
corte,  las  turpeJias  y  ambiciones  de  los  hombres  públ 
eos,  el  bÍ7JiDttnÍsmo  en  la  política  y  en  las  costumbre 
aparacen  aquí  fotografiados  con  harta  fidelidad,  junt 
mente  con  ciertas  enormidades  de  filosofía  profiresist 
«n  e•^ti1o  tabernario,  que  denunciitn  la  penetración 
el  aticismo  del  poeta.  Bn  Las  elecciones  de  uti  pu'ehU 
Afuera  pasíeleroa,  ¿Qtu'tUt  serd  el  Hey?,  hay  ahundaí 
tes  pruelutó  de  lodo,  y  muy  especialmente  en  la  iie\'ist\ 
de  uH  nmerio,  en  cuyos  coros  se  adminin  ínises  de 
exquisito  gusto  como  las  si|;uientes,  cantadas  por  los 
estudhintes  de  Madrid: 

Con  cl  aírccíllo 
de  nuestros  manteos 
se  ponen  furiosos 
carlifitaa  y  neoá. 


til  %L  SIGLO  xu  237 

El  aiAn  por  las  zarzuelas  se  extendió  por  toda  la 
Peninsula  cont^iando  á  los  literaturas  independientes, 
■•--nr.  la  catalana,  cuyos  pueías,  Víctor  R'ilaaruer,  el 

n.tor  de  Mí.miserrat,  y  el  famoso  Sera f i  Pitarra 
(D.  Federico  Soler),  cultivaron  el  peñero,  aunque  sin 
sran  resultado.  No  faltó  quien  se  opusiera  al  türrcnte 
de  la  aíicidn  universal,  y  sobre  todo  el  novelista  Alar- 
c4n.  que  con  verdadero  encarnizamiento  hizo  la  au- 

'    1  de  la  pobre  zarzuela  en  un  aniculo  célebre. 

'íwi>li;rAndo1a  fuera  del  arte  y  como  una  oberrncián 
Jel  gusto,  opuesta  ^  todo  proarreso  musical  y  literario. 
Por  lo  tocante  al  literario,  recordaba  l0!$  nombres  de 
■ '^"¡lirciistas  más  conocidos,  haciendo  resaltar  la  cir- 

.iiiM..uicia  de  no  haber  entre  ellos  un  dramAticü  emi- 
nente, como  sí  no  fuese  á  veceü  un  estorbo  esa  mis* 
nui  raidídnd  pnni  sobrcsiUir  en  el  teatro  libero  y  fn- 
niiliar. 

El  único  fundamento  de  tales  acttsaciones  era. 
como  siempre,  el  abnso  entraflado  en  todos  los  exclusj- 
f'vrnos;  pero,  bien  lejos  de  disminuir  ¿sic  cuimdo  tan 

<    >•..  ataques  le  dirigía  Alarcún,  ftie  Kimando  aul;i 

illu  mAs  cuerpo,  hasta  que  el  capricho,  la  moda  y  el 

[Tnriio  de  imitación  dieron  vida  ík  los  Bufos.  Inauíru- 

rwloscün  Li  represen  lación  de  EX  joven  Tvlématv  fJL'dc 

Septiembre  de  ÍH66),  libro  de  Ensebio  Blasco  y  música 

de  Ro^l.  Como  si  por  coincidencia  func'iUi  hubiesen 

tvnidu  A  mezclarse  las  heces  del  arte  con  las  de  la  poli- 

bca.  poco  después,  y  cuando  la  patria  se  desangrabíi 

entre  las  mturnnles  de  una  revolución  sin  ejemplo. 

j>       :    '  m  en  M.Klríd  tii-s  frivolidades  de  Offenlwch, 

»  II  la  e!M;"ena  impüdiros  t-nyendrus  ron  rhisti-K 

wmejantes  al  sarcasmo,  que  cumplían  asi  la  trií;te  ley 

de  totla-i  las  derndencias.  Pcpr  Hitlfí.   <lnimT,-a  tir 

BratttHlc,  Pascual   Üailíin  y  utraíi  mil    rapsudias  rt 

fsle  talle,  nlcnnrjiKin  el  apliiuso  que  no  se  concedía 

I  creador  de  l^'n  tiraina  mirto;  y  como  iln  supremo  al 

debía  sacTifícarse  iodo,  incluso  la  moral  y  las  con- 


^3H  LA  LITHSATtJKA   EUPaSoLA 

vcnicncias  sociales,  se  csL'ibleci(>  el  omnipotente  ha(*'r 
rvir. 

En  estos  últimos  afios  se  ha  visto  reaparecer  el  gé- 
nero cómico-lírico,  inundando  los  leatrillos  de  función 
por  hora  con  todo  linaje  de  despropósitos  ramplones 
y  bufonadas  arlcquÍne«Tis,  pnKlueto  ruin  de  Ii»s  inton- 
sos sietemesinos  del  Parnaso,  ó,  como  dice  el  Sr.  Oi- 
flete,  bazofia  atUilitttaria  con  que  se  va  exiragando  el 
ifuslo  eslético  de  nuestra  sociedad.  Las  revistas  calle- 
jeras, las  alegorías  ^^sniüas  t  sin  in^eniov  tes  parodias 
indecentes,  las  sfltiras  políticas,  en  que  el  odio  y  la 
mala  intención  ocupan  el  lupar  del  mérito  artístico; 
todos  los  delirios,  en  lin,  que  puede  engendrar  la  ímu- 
fCbmción  eiuienquc  de  una  turlia  de  poetastros  reflidus 
con  el  decoro  y  el  sentido  comün,  constituyen  hoy  tu 
pelic^ro  constance  pora  la  moralidad  pública,  y  un  obs- 
tilculo  paní  el  progreso  de  la  Ulenitura  dramíUií 
túonal. 

Causa  rubor  el  hecho  de  que  las  piezas  teatral» 
más  dÍRparntadas,  de  miVs  burda  estufa,  y  en  que  nt  si- 
quiera se  satisíacen  los  preceptos  elementales  de  Ui 
versificación  y  la  rima,  sean  tambiín  las  que,  en  alas 
<le  la  música  fácil  y  pe^fajosn,  han  llegrado  al  oído  de 
todos  los  cRpaflolcs  como  türmento  ó  como  halago.  El 
numero  colosal  de  representaciones  de  La  fcratt  vía . 
(que,  sin  embarco,  no  es.  ni  con  mucho,  lo  peor  en  s\i 
especie)  hace  formar  idea  bien  triste  del  vuIro  que 
aplaudió  aquel  cnfrcndro  para  aplaudir  después  otros 
más  miserables. 

Del  acervo  de  poetas.  difrAmosIo  así,  forjadores  de 
eopla.s  absurdas  y  esperpentos  cantables  liay  que  sc- 
pantr  A  unos  pocos  ingenios  de  cepa  castiza,  que  com- 
jíOnen  donosfjs  saínetes,  lindas  /-^rzuelas  y  cuadros  U- 
riciis  de  carrtcter  mAs  clevjulu.  Ric.irUo  de  la  Vega  (¿J 
¡os  toros! .  La  canaótt  de  ¡a  Loia .  De  Geía/e  a¡  Paraiso, 
ola  familia  iivt  tío  Maroma,  novillos  t-tt  Polvoranca ,  ó 
las  hija>  de  Paco  Ti-rnero.  Pepa  la  frescachona,  ó 


Ua  EL  SIGLO  XIX  ZA 

falegiaf  desenvuelto.  El  aHo  pasudo  por  a/iua.  A  ca- 
sarse focan,  ó  la  misa  d  grande  orquesta.  Bonitas  cs- 
tdm  las  IrVfS,  ó  la  istmia  del  inter/fCto.  El  seUor  Luis 
d  Tumbón  ó  despacho  de  hueiJOS  frescos).  Javier  de 
Burgus  (PotUica  v  tamomaquia,  CddiE.  'fra/aJgarJ. 
N(m>  y  Cülson  fTodo  por  ella),  TomAs  Luceflo  y  VHtil 
Aki.  ilejunUü  aparte  A  los  crejtdores  de  La  tempestad 
y  El  anillo  de  hierro,  saben  hallnr  el  efe<:io  c<tTnico,  el 
dUiW  inesperado  y  U  nom  patrióiicu  y  popular,  sio  va- 
lerse, por  lo  comün,  de  recursos  ilíciios  y  Kr^scros. 

Termimir»?  diciendo  cuatro  palHbntó  sobre  los  dUi- 
mK  prof^resos  de  la  Apera  espiiñola.  Entre  laí^  So<^jedii* 
d(s  fundadas  con  objeto  de  fomentarla  merece  atenciún 
el  Centro  Artístico  y  Literario,  que  por  los  aftos  ISWi 
y  W  lüjrró  dar  nuevos  pasos  en  el  difícil  camino  valíC-n- 
.  ,'  ■  un  certamen  público,  en  el  que  fue  premiado 
:   L'stro  üiibiaurre  por  su  Fernando  el   Empta- 

■MfO. 

La  represen lación  de  esta  ópera  en  lí>71  Ui«>  pie  d  los 
critjros  de  lodjis  castas  para  que  de  nuevo  disertasen 
sobfi-  el  <:ans;ibidu  tema  del  Teatro  lírico  li-spañol,  pe- 
CüaJo  casi  tpdos  de  radicales  en  su  optimismo  á  pesimis* 
Uto.  \Iorphi.  Castro  y  Serrano  '.  Romero.  Pe5a  yGofti, 
ywuiis  muchos  sostuvieron  el  debute  en  diverso  semi- 
no, dtsthigu  ¡(endose  los  pesimistas  por  exageraciones 
íoc.  juntamente  con  los  ar>rumento^.  resume  IVIla  y 
Gofli.  en  esta  forma  *;  "Por  supuesto  que,  it  decir  ver- 
Aul.  loa  uutorvs'de  los  escritos  citados  tienen  ruíón  que 
tes  sobra.  Son  cmL-is  las  dificultades  que  encuentran, 
tantos  le»  requÍMtos  que.  ücgrün  ellos,  son,  nos^ílo  nccc- 
sartuü.  sino  indispensables,  que  te  contiCMi  con  Iranque- 
n  íiri  articulista  haMa  coH  un  amiifoj  se  requiere  un 


>    L<«M>  Uk  euu*  ^  uno  y  «tm  ni  L4  n»»tracUm  ^i^^'-  t  ÁrntriOL^a 

»ia  urt.. 

«    {fe/«M<M«rurf(l«CKilUM«hia»«ramAycuia.dlrlcldM4Ur.  Kart  PU* 
ftt»  <b«  tltt'mtian  lU  U**rié.  ata  II.  «Mirra  Vt., 


2J0  LA  LtmCATVBA  mPASOUl 

valor  heroico  ^lara  no  desfallecer  bajo  el  peso  de  can  te- 
rribles angrurios.  Se  ha  presenuido  este  problema  como 
un  fantasmíi  atcmidor,  como  un  verdadero  coco  desti- 
nado Á  llevar  el  espwnto,  el  sdivfse  qiu'ett  pueda  A 
animosas  huestes  de  nuestra  juventud  mu&tcul, 

"El  libreto  de  la  ripera  debe  versar  sobre  tal  asun' 
escribirse  de  esta  manera;  el  corte  do  la  música  h:i  de 
ser  así:  los  ritmos  tendrán  este  carAeter,  la  melodía 
aquel  otro;  el  argumento  no  puede  tratarse  sino  en  tal 
ó  cual  forma;  el  compositor  se  ajustará  lí  estas,  aq 
Uas  y  á  las  otras  realas... 

"En  una  palabra,  voy  á  síntetizur  los  artículos 
se  han  escrito  hasta  ahora,  artículos  que,  si  yo  fu 
suspicaz,  me  ¡itrevcria  íí  creer  obedecen  á  una  c 
na:  la  de  matar  la  ópera  espafiola  extraviando  la  o| 
nirtn,  presentando  un  cúmulo  do  dificultades  insupe: 
bles,  llevando  el  asunto  ri  tm  terreno  absurdo,  h^laui 
de  Cpocas  generadoras,  de  Calderón,  Tirso,  Moratfai 
toílos  nuestros  celebres  autores  dnimáticos,   cuaní 
de  lo  que  se  debía  hablar  es  de  la  melodía,  harmonía 
instrumentacjíjn...  '" 

Hay  aquí  alKOina  especie  que  no  necesito  rectitkar 
ahora;  pero  es  bastante  justo  el  concepto  que  de  In  rtpe- 
ra  nacional  da  cl  critico,  oponiéndose  í\  los  que  toilo  b 
([uermn  espiíflol,  sin  excepctbir  la  procedencia  de  los 
iLsuntos,  como  si  Guillermo  Tell  hubiese  nacido  en  Ita- 
lia, como  si  en  esta  parte  no  fuesen  propiedad  nuestra 
El  Trovador  y  El  barftero  de  Snv'Ha.  "El  arte,  nfladía 
Pefia  y  Gofli,  es  cosmopolita,  no  admite  nacional idml es. 
Lo  que  aquí  ncccsiUmios  es  la  implantación  de  la  ópe- 
ra escrita  por  compositores  espníioles."  Fórmula  exac- 
ta si  va  en  ella  incluida  la  composición  poítica  junta- 
mente con  la  musical. 


GR  SZ.  SIGI.0  XIX 


241 


Aqn«tlo  de  que  con  cuatro   producciones  como 

Femando  i'l  Entplaaado  habría  suficiente  para  formar 

la  Óiwra  cspaflola,  no  pasa  de  hipérbole  inspirada  pvr 

b  úTcflexión ,  porque  mas  de  cuatro  no  inferiores 

oi  nUor  absoluto  se  han  ensayado  desde  entonces  ', 

sta  consefifuir,  X  lo  menos  en  su  plenitud,  el  suspirado 

objeto. 

Dejando  á  los  músicos  para  hiihlar  de  los  poetas. 
'  rrimer  puesto,  por  raíMín  de  antigftledad,  á  don 
Arnao,  que  ya  en  1859  obtuvo  un  premio  de 
k  Academia  Española  con  su  Don  Rodrigo,  en  el  que 
fiíCBÍcn  v\6  renacer  It)s  laureles  ele  Mctastnsio.  Al  ingre- 
saren la  mencionada  Corporación  disertó  Arnao  sobre 
d  drama  lírico  y  las  condiciones  que  para  él  posee  la 
lenena  castellana,  y  aOos  despuís  hizo  aparecer  casi 
siinuliáneíunenie  ¿as  Have$  de  Cortés,  La  muerte  de 
finala.-io  y  Gnzmáu  el  tiuvtio.  No  desatendió  Arnao 
^  leyes  de  la  versíticación.  necesarias  en  un  drama 
fcico,  pero  le  fiüiaba  e!  conocimiento  de  la  escena  y 
Él  fiKgo  de  la  inspiración;  y  reduciendo  Ijistimosjimente 
lis  proporciones  del  libreto,  producía  óperas  humco- 
píticas,  somo  las  llamó  en  cierta  ocasión  un  revistero, 
na  vigor,  sin  nervio  y  sin  interiís. 

junto  A  Arnao  debe  ñgurnr  D.  Mariano  Capdepdn, 
VK  ha  publicado  una  serie  de  dramas  Úricos  (aprovc- 
daíüs  en  parte  por  diferentes  compositores)  para  de- 
mostrar en  la  príictica  las  excelencias  rítmicas  y  mcl6- 
lUtudc  nuestra  lenf^ia.  El  propósito  del  poeta  quedó 
nwtMen  U'íllii'^^Jo  en  Ro^sicr  de  Ftor,  El  Cid,  Esct- 
P*^n,  fH  ftamfülo,  AUtridatcs,  Raqiul,  Ei  Comunero. 
Puauaganga  y  Pedro  Gil. 

Lii  copiosa  vena  de  Marcos  Zapata,  el  mfts  Hrtco  Uc 


IbjItUcgolJji  BtOiJc«y  ocrtlor  Jr  Bjifvclonn,  D.  ^ttlpc  fVtrrl).  iii.-iit<:t 
ht  irtli'Sia.  en  iro  ciuUras  y  Dn  [■rtl^s».  £m  Plrtnttt,  Mtn«  t)  U- 
i  da  D.  V  Iclor  OaUcacr. 

II  16 


243  LA  UTSKATtnU  ESPAJCOUi 

nuestros  modernos  dramatur$:os,  ha  invadido  también 
el  campo  de  la  zarzuela  seria,  después  de  rcvorrer  ol  del 
drama,  y  siempre  con  la  misma  fogosidad  constante  y 
pcrsonalísimu.  En  el  compositor  Marqués  ha  hallado 
5íapata  un  digno  Iniérprete  de  sus  ^-ersos;  mas,  descon- 
tando la  parte  de  gloria  debida  al  músico,  pocos  libre- 
tistas superarán  al  autor  de  Camoens.  El  amito  dt  hir- 
rro  y  El  reloj  de  Lucerna. 

Antes  que  Zapata  se  habia  dado  á  conocer  Ramos 
Carrión  con  el  arreglo  de  Marina,  que  sirvió  á  Arrie- 
ta  para  transformar  en  úpera  una  de  sus  zarzuelas 
más  inspiradas  y  populares.  Sobre  los  libretos  de  -Ca 
íetftpcs/ad  y  La  bruja,  puestos  en  música  por  Chapi, 
^  unánime  y  muy  lisongera  para  el  poeta  la  opinión 
de  los  inteligentes,  que  adminin  en  él  la  intensidad 
de  los  efectos  escénicos  y  la  maestría  en  los  porme- 
nores de  la  metrificación.  Ojalá  no  estuviesen  unos 
y  otros  deslucidos  por  ciertas  tendencias  que  no  pue- 
do menos  de  reprobar.  Por  lo  demás,  Ramos  Carri^n 
no  se  aficiona  exclusiva  ni  preferentemente  al  género 
serio,  sino  que  desde  muy  anti^ruo  paga  tributo  á  las 
variedades  bufas  y  de  espectáculo;  biiste  citar,  como  tcs-^ 
timunio  reciente,  Los  sobrinos  del  capitán  GratU. 

Quedan  preteridos  otros  libretistas,  pero  ninguno 
que  con  tan  sincero  y  perseverante  propósito  trabaje 
en  esta  empresa  de  vigorizar  nuestro  incipiente  Teatro 
Ifrlco,  cuyo  nacimiento,  atendidas  todas  la.s  circ:uns- 
tanclas,  quizá  preludie  una  época  de  total  emancipación 
é  inesperados  triunfos. 

(Es  esto  posible?  ¿Hay  medios  para  llegar  á  su  fácil  y 
pronta  consecución?  Creo  firmemente  que  sí,  y  que  la 
parre  más  espinosa  del  camino  está  j'a  recorrida,  aun- 
que resta  Ui  más  larga  por  andar.  No  es  infundada  la 
esperanza  de  que  tras  los  compositores  de  hoy  ven- 
drán otros,  con  más  precedentes  y  menos  dificuludes, 
á  consolidar  y  concluir  su  obra,  como  ha  sucedido  en 
naciones  menos  favorecidas  por  la  naturaleza  y  por 


Bíl  Et,  SK^LO  XDE  S43 

ti  arte.  Dicho  se  está  que,  siendo  nuestro  romani'e  un 
i^trurntíntci  tan  admirablemente  flexible  y  poderoso,  no 
Je  faltar  libretistas  cuando  nazca  un  Auber  ó  un 
)unnü.  ¿Qué  tiene  que  ver  en  este  punto  nuestra  ina- 
rütable  versificación,  igual  á  la  italiana  y  superior  A 
'  is  restnntes,  con  la  monotonía  fatigosíi  y  es- 
de  la  francesa?  La  lengua  de  Calderón  y  de 
'emuitus,  grave,  sonora  y  dtícil  en  la  expresi<5n  de 
lo*;  miis  encontrados  efei'tos,  no  alcanza  la  suavidad 
istosa,  pero   lambiún    indolente,  de   la  del   Petrar- 
y,  sin  embargo,  quizd  ese  aparente  defecto  sea 
inii  nueva  perfección  para  el  drama  lírico,  como  no 
••■•■TA  encerrarlo  en  e!  carril  de  las  ternezas bu- 
y  los  amoríos  mttológ:icos,  ú  la  manera  de 
[Quinault. 

iV  los  arjíumcntos?  Nimiedad  seria  pedir  que  todos 

«stuvienin  bíisados  en  la  historia  á  las  tradiciones  pa- 

VUs.  pero,  admitida  la  amplia  libertad  de  que  disfruta- 

nm  Lope  de  Vegra,  Calderón  y  sus  imitadores,  con  ser 

'  -  "i;\s  acabados  intérpretes  de  nuestra  nacionalidad, 

:■>>  tesoros  no  quedan  por  descubrir  en  esc  mismo 

Toiro,  en  las  consejas  del  pueblo,  en  las  historias  lo- 

y  rn  los  buenos  poetas  líricos  y  dramáticos  de  la 

¿poca!-  ;Nü  nacieron  de  Don  Alvaro  y  E¡  Tro- 

r,  dos  óperas  de  Vcrdi?  Este  procedimiento  ha  de 

el  más  conducente  para  el  progreso  del  Teatro  II- 

9;  y  en  cuanto  A  la  propiedad  y  variación  convenicn- 

iJpilc  lis  rimas,  no  queda  mucho  que  hacer  á  los  futu- 

<  poetas.  Cuando  llegue  a  la  altura  que  en  otros  pai- 

lelarte  de  Rossini  y  de  Mozart,  ningún  obstáculo,  y 

impchiu;  i'entajas,  le  ofrecerrt  la  Poesía  psira  dar  cabo 

tao  su  fecunda  unión  al  edilicio,  tuntas  reces  comcnza- 

•1*.  4c  la  É>pera  nocional. 

La  luita  de  oportunidad  y  de  espacio  me  x'cdan  til 

pianiumiento  de  los  milltiples  problemas  i  que  han 

ngen  las  teorías  revolucionarias  y  cl  ejemplo  de 

*  '-litr,  y  por  ¡(fual  motÍ\*o  me  abstengo  de  tercbr 


] 


244  LA  UTERATUEA  BSFAft'oi^ 

en  la  flamante  polémica  sobre  la  ópera  en  prosa,  tema 
complejo  y  que  no  se  resolverá  tan  pronto  ni  en  sentido 
tan  radical  como  pretenden  los  idólatras  y  los  enemigos 
de  la  versificación  lírico-dramática. 


.'/ 


CAPfTUJ-0  Xlll 


PBOKA   UGBHA 


Tri^a.  •Vpllitta'.CMMjitcrrMKi».  Uniera.  F.  llmKÚa.OrUfw  ^  Uonlll». 
VtvMMira.  ftaHria  y  Rn-nu^,  Vrrvinár*  fláprt,  llmrtisra  fpilriMa. 
U>*nla  4>l  l>iil«<ln,  TaboaiU.  IIiin  y  l'ntt,  UuihU.  K.  Sc-iMlvnda,  AruarHl, 


Y  A  dije  en  otm  parte  que  c-l  antiguo  género  de  cos- 
tumbres, manoseado  por  los  que  no  servían  para 
oua  cosa,  envejccici  rápidamente,  dejando  en  pos 
s(  copioso  rastro  dü  legajos  inútiles  y  soñolientas 
[pügínas;  pero  la  tradicf<)ii  de  Larra  y  Met^nero  Koma- 
Inos  no-w;  interrumpió  bruscíimente,  sino  que  se  ha  ido 
I  imn.'ííunnando  li  p:ir  con  el  periodismo  y  con  lo  que,  en 
l|[enerul,  puede  lUunorsc  prosa  Huera. 

Comencemw  por  la  fet-lia  perpetuamenie  celebre 
jdcl  bienio  progrcsislii  (Ii&4-ó6),  que  diú  vida  indirec- 
jtiunenté  al  juvenal  andnimo,  pesadilla  de  Ministerios 
ioíiaríos.  terror  de  la  patriotería  at-tífala,  y  musco 

Idc  -rr para  llorar  y  rcir,  Uanuido  £/  Padre  Cobos. 

¡Vi-  •  en  la  memoria  de  cuantos  lo  alcaazoron 

procesos  jurídicos  6  al  aire  libre,  murmuracio- 

ro<'  ',  quejas,  encomios  y  apoteosis  dv  que  si- 

Linu.  -  .-^:;iLnte  era  objeto  aquel  úrRano  de  la  opinirtn 


2J$  LA  UISRATUBA  ESTAflOLA 

pública,  de  cuya  fama,  en\Tielia  en  las  sombras 
misterio,  solían  hacerse  partícipes  los  farfantones 
en  eí  círculo  intimo  y  con  voz  muy  baja,  solían 
nicar  &  súgún  curioso  la  noticia  tJe  ser  ellos  los  qi 
res  del  sueltccito  A',  de  las  Indirectas  celebradas 
número  último,  ó  tal  vez  de  la  Fisotiotw'a  de  las  ¡e. 
Mes.  La  verdadera  Redacción  de  E¡  Padre  Cobits, 
madií  por  unos  cuantos  jí>venes  que  reunía  el  exmi 
iro  moderado  D.  Pedro  de  Egaffei,  quedó  p<ir  m 
tiempo  desconocida,  aunque  3'a  indiridmUmente 
quistaban  jusca  reputación  José  Sclg:as,  C«fcrini>  5i 
rcz  Bravo,  Esteban  Garrido.  E.  González  PcUt' 
F.  Navarro  VilJoslada.  y  algún  otro  entre  los  colal 
dores  menos  asiduos.  Fue  uno  de  ellos  Ayala.  &  la 
reaccionario  por  simpatías  personales,  pur  jrr.u     '  " 
temperamento  estético,  cuyas  inspiraciones  no  < 
ba  aún  el  brillo  de  la  carteni  ministerial. 

Tenia  Ití  Padre  Cobos  un  time  moderado  que  n» 
debe,  sin  t-mbargt»,  hacémaslc  considerar  como  anmi^ 
de  un  partido  exclusivamente  político:  era  la  contra- 
rrevolución encamada  en  el  periódico,  el  buen  seniidü 
en  todas  sus  aplicaciones,  la  protesta  viva  de  la  Esja- 
fta  no  representada  en  el  Congreso,  y  herida  en  su* 
más  puros  sentimientos  por  la  farsa  imix-rantc  y  el' 
desatentado  orgullo  de  rídículus  innovadores.  Pur  rso 
querían  ellos  limar  las  garras  del  león,  empleando  w* 
das  las  artes  imaginables  en  la  contienda;  por  eso  itpfi* 
laban,  aunque  en  vano,  A  la  persecución  mA&  odioa 
en  nombre  de  la  libertad,  si  bien  no  faluiron  elocuen- 
tisimas  voces  que  ante  los  tribunales  de  justicia  arru»- 
canuí  el  disfnu  con  que  se  escondían  las  vanidades  j 
torpezas  de  muchos  Ontones  por  calculo.  La  deíensí 
de  £V  Padre  Cübo:^  inm'Xtiilizó  en  la  conciencia  dtí 
pueblo  csi>anol  y  en  la  historia  del  foro  el  nombre  de 
D.  Cándido  Nocedal. 

¿Qué  decir  del  ingenio  derrochado  á  mnnos  llenas 
en  las  columnas  de  aquella  publicación?  A  difcrciu:^ 


SI*  EL  siaio  xa  247 

de  tontas  otros  como  consume  la  voracidad  del  tiempu, 
r'-.nsií.'ratlas  á  los  frivolos  iotereses  de  \in  dia,  conser- 
^'ü  Ul  aureola  de  un  prestigio  á  prucbíi  de  ataques  y 
PTKK-apaciones;  sus  rasgos  satíricos  se  transformaron 
ta  proverbios,  su  solo  nombre  en  un  símbolo.  No  hubo 
^arador-sloho,  ni  economista  huero,  ni  finchado  politi- 
stro  á  quien  no  alcanzara  el  tremendo  azote,  y  á  no 
puros  les  valió  una  frase  intencionada  las  perniciosas 
consecuencias  de  una  celebridad  nada  envidiable.  El 
Padre  Cobos  pertenece  por  estas  razones  ¡í  la  litera- 
tBii,  fuera  de  que  también  á  ella  extendió  sus  venga- 
'  res  rayos,  sin  perdonar  reputaciones  ni   nombres 
rr'  pius,  tales  como  los  de  Escosura,  Adolfo  de  Oístro, 
'*'h'Ki  y  Ventura  de  la  Vega.  Su  critica,  á  veces  ex- 
tremada, no  carece,  en  general,  de  fundamento,  y  se 
ftlelaató  A  Li  posteridad  manejando  el  escalpelo  en  lu- 
ptfdel  incensario,  y  contribuyendo  ;i  que  diminuyese 
U  plétora  de  elogios  mutuos  y  pestilentes  adulaciones. 
De  £J  Padre  Cobos  arranca  asimismo  una  serie  de 
periódicos  satíricos  que  imitaron  sus  procedimientos, 
y  en  los  que  figuraban  algunos  redactores  del  gran 
modelo.  No  aludo  aqui,  claro  estfl,  á  la  propaganda  soez 
de  la  caricatura  y  el  escAndalo,  que  embrutece  y  co- 
rrompe ai  vulgo,  y  que  hoy  mismo  está  inverosímil- 
mente representada,  sino  á  unas  pocas  excepciones  de 
Li  H'Dcral.  A  raiz  del  infausto  movimiento 

pe  .    ■-.  y  con  espíritu  abierLimente  antirrevo- 

lucjonario,  seoreronizóunacnizadiLdelu  prensa,  coque 
llevaron  la  mejor  parte  /-«  Mano  OaUta.  Dou  Quijote 
y  La  Qtrda,  con  escritos  de  Jitica  sid  y  exquisita  finura. 
Mis  circuliiciún  y  resonancia  alcanzaron,  entre  las  dis- 
tíotus  fracciones  políticas,  aquellas  periódicos  que  dc» 
Imdfjín  un¡i  ú  otra  A  cara  descubierta,  desde  £7  Pape- 
Uta  tuistit  £J  (Itl  Bla.t:  pero  no  he  de  entrar  en  este  te- 
rreno c-tmdcnte,  y  sólo  haré  constar  que  el  periodismo 
liirero  suele  dar  en  Rsmfla,  como  en  otras  partes,  fru- 
tos amargos  y  sin  sazón. 


943  LA   UTERATÜRA  ESPASoLA 

Entre  los  que  lo  han  cultivado  de  oficio  hay,  no  oibs-" 
Cunte,  algunas  personalidades  «n  que  debe  fijarse  ta 
atención  de  la  crítica. 

No  sé  si  incluir  en  este  grupo  i\  Sel^ros,  desde  lue^o 
&  título  de  injEfcnio  aislado  ¿  iniciador  de  una  seriedad 
humorísticii  que  pocos  pueden  asimilarse.  Las  Hojas 
sueltas,  las  ÜeUdas  tld  nuevo  Paraíso,  Cosas  dt¡  día 
y  Fisonomías  coHtempitr aneas  son  el  digno  remate  de 
su  campaftii  en  Ei  Padre  Cobos,  libros  de  filosofía  pe- 
culiar y  sin  precedentes,  Vi'ajes  ligeros  aírededor  de 
varios  asuntos,  romo  él  mismo  los  cnlifica,  panorama 
de  la  vida  moderna  en  sus  múltiples  fases  '.  Con  todas 
estaba  Selgas  mal  avenido,  y,  esgrimiendo  el  arma  po- 
derosa de  la  ironía  tolerante  y  benévola,  sncó  d  plaza 
las  ridiculeces  del  convencionalismo  social  y  de  la  mo- 
da, que  lian  venido  A  sustituir  al  antiguo  régimen  en 
las  costumbres. 

Sólo  la  lectura  puede  dar  idea  de  lo  que  es  en  este 
punto  Selgas:  un  hecho  cualquiera,  una  frase  vulgar, 
un  contraste  cogido  al  vuelo,  le  bastan  y  sobran  para 
desenvolver  sus  pereípinas  obser\*aciones  sintéticas, 
ora  haciendo  asomar  la  sonrlsii  A.  los  labios,  oru  esbo- 
Mndn,  (^mo  sin  querer,  un  tema  de  meditación  y  es- 
tudio. Muy  somero  se  lo  permitía  la  incesante  faena 
de  la  pluma,  y  muy  poco  le  debió,  á  juzgar  por  d  ca- 
rácter personalísimo  y  hasta  por  la  candido?:  maliciosa 
du  sus  ocurrcnciiis.  La  profundidad  que  parece  ence- 
rrada en  el  dogmatismo  sentencioso  de  la  expresión 
es  sólo  aparente,  cdando  no  resulta  un  ingenioso  so- 
Asma,  constituyendo  en  realidad  este  tro-siego  de  burlas 
y  veras,  delicioso  encanto  que  encadena  la  atención  y 
halaga  la  fantasía. 

Puestos  h  elegir  entre  los  Estudios  sociales  de  Sel- 


1  La  primcni  cdlcMn  de  loe  Sbja»  wutuu  uUA  i  bu  m  tMl.  La  Ultima,  asf 
<U  foo  U/Atit  sBi  Ubfo*  en  r\  mliMo  toiM,  u  Iva  taclntilo  en  tn  colcvcUo  d«  aiM 
OQriH  [íIcmIv  el  teño  W",  bajo  el  cplcr&i«  («inibi  tk  SHméiM  writUtf. 


EN  BL  StCLO  XtX  3J9 

gas,  todos  peirecen  mejores;  pero  quizás  debamos  que- 
clamw:  con  los  primeros,  con  las  preciosas  Hojaii  suel- 
tas, en  las  que  aparecen  todas  l;is  ideas  repetid:is  más 
tarde  con  divcreidad  de  adjuntos  y  pormenores  estudia- 
dos. Los  grandes  y  pequeftos  errores  del  siglo  XIX,  que 
preferentemente  le  merecían  lástima  ó  desprecio,  en- 
cuadran admirablemente  en  Lis  siluetas  de  fc"/  Pettsa- 
tm'ftito  libré,  La  guerra,  £1  crédito,  £7  dinero,  y  El 
bmtr;  allí  está  la  delinición  compendiosa  del  crédito  en 
estas  palabras,  tantas  veces  repetidas:  'Coloqúese  un 
doro  en  el  centro  de  un  circulo  de  espejos,  y  la  multi- 
plicAcidn  saltará  A  la  vista;  en  cada  espejo  aparecerá  un 
•nuevo  duro.  TratAndosc  de  duros,  ésta  es  una  verdade- 
ra especulaciún.  El  que  tiene  un  duro  tiene  muchísimo 
más  de  veinte  reales.  Tiene  tantos  duros  como  personas 
saben  quelü  tienen." 

Los  volúmenes  sigriitentcs  están  inspirados  por  lu 
misma  tendencia  hostil  al  siglo  del  i*apory  la  electrici- 
dad, en  cuya  fa^ituoNa  ostentaciíJn  echatu  de  menos 
Selgas  el  oxljceno  del  ideal,  no  creyendo  que  la  riluntro- 
píu  pudiese  reemplazar  A  la  caridad,  ni  el  culto  de  la 
niaterüi  al  del  espíritu,  ni  las  conquistas  del  saber  á  la 
hermosura  cicma  de  la  virtud.  Desde  el  punto  de  vista 
artistico  determinan  estas  semblanzas  im  gran  progre- 
90  rebitfviunente  &  los  antiguos  bambochazos  carica- 
turescos, con  sus  tipos  mutilados  é  inenes  y  sus  eternas 
dcKripr iones  de  ñsonomfa  ú  indumentaria.  No  negaré, 
sin  embargo,  que  la  abstracción  por  sistema  h;ni-  per- 
der aquí  A  los  figuras  en  relieve  lo  que  ganan  en  fuerza 
representativa. 

Sdgas  fue  ante  todo  un  humorista  inagotable  en  in- 
|reniosÍdad  y  travesura,  un  artífice  del  pens.'imientu  y 

1.T  palabra  cre-ido  para  el  conceptismo;  Quevedo  á  Ui 
loderna,  con  algunos  toques,  aunque  sin  la  frivolidad 
de  lo  que  se  llama  cam^'rir  entre  los  franceses.  Su 
estilo,  cortado  por  bruscas  transiciones,  sentencioso  y 
flpigramfttícú,  no  sienta  bien  &  la  majestuosa  y  grave 


250  LA    LlrBRATUBA  SSPARoLA 

lensrua  de  Castilla;  pero  es  viva  imagen  de  un  lempera- 
mento  literario  muy  letritiino,  y  corresponde  en  su  ner- 
viosa rapidez  y  sus  características  intcrcadencias  oL 
vuelo  libre  de  las  facultades  mentales. 

No  solamente  en  El  Padre  Ce^os,  sino  también  ea 
£?  PcHsatmcfíio  Espa/iol.  E¡  Siglo  Futuro,  E¡  Fénix, 
e!  Diario  tic  Harcdona  y  en  dos  libros  aparte  '.  ha 
dado  larera  muestra  de  sus  aptitudes  para  los  cuadros 
en  pequeflo  y  de  su  delicada  vena  satírica  D.  Cefcríno 
SuArcz  Bravo.  Quien  fije  la  atención  en  los  Perfilen  se 
itafortaics  y  en  el  misántropo  Vcneuillo  de  la  España 
dctitagógica,  4  en  otros  retratos  de  los  que  suele  trazar 
cl  autor,  no  puede  menos  de  reconocer  la  fidelidad  y  el 
piírctido  con  que  cstAn  proclamando  A  voces  los  nom- 
bres propios  de  sus  originales.  En  los  disparos  al  aire, 
quiero  decir,  en  los  sueltos  :i  modo  de  gacetilla,  sor- 
prenden el  fino  tacto  de  bis  alusiones  y  cl  golpe  cer- 
tero con  que  SuArez  Bravo  hiere  y  estigmatiza.  Cuando 
apda  á  los  recursos  doctrinales  disminuye  el  acierto, 
pues  no  suele  consistir  en  la  fuerza  del  raciocinio  el  va- 
lor de  estas  páginas,  que  entonces  precisamente  es 
cuando  adolecen  de  relati\'a  pesadez. 

Periodista,  y  periodista  de  toda  la  vid:i,  os  asimismo 
Gabino  Tejado,  como  lo  dan  A  conocer  hasta  sus  es*^Ti- 
tOK  serios  en  el  felicísimo  donaire  y  el  aparente  des- 
orden; pero  asi  como  de  la  gravedad  :í1  humorismo, 
pasa  del  humorismo  a  la  grayeUad,  siendo  en  la  prácti- 
ca adversario  decidido  del  arte  por  el  arte.  Tarea  In- 
terminable se  impondría  quien  intentase  enumerar  si- 
quiera las  manifestaciones  más  ft  menos  literarias  de 
su  laboriosidad,  aun  en  la  especie  a  que  ahora  nos  con- 
traemos; yo  sólo  me  permitiré  citar  como  un  dechado 
la  serie  de  impresiones  tituladas  La  Esfiaita  guc  scva.... 


EK  Et  SICLO  XIX  2M 

balliciosos  recuerdos  de  la  juventud  imprcg-nados  A  la 
Tez  tic  no  sé  qué  virginal  y  dulce  melancolía. 

lia  andado  h;tsta  fauct  poco  tiempo  dividido  entre 
las  esrahrosídades  de  la  jurisprudencia  y  la  política  un 
uncido  artículisca  de  La  /¡ustracíá»  E&pañola  y  £J 
Heraldo  (remota  fecha\  ¡i  quien  apctltdaMn  en  sus  mo- 
cedades V'ilisía  (D.  Manuel  Silvcla)  '-  Y  es  el  caso  qut* 
ra  crítien  de  costumbres,  encumbrada  hasta  las  nubes 
por  juwes  competentes,  descubre  un  instinto  un  pers- 
picaz y  un  pusto  tan  bien  educado,  que  no  debieron  que- 
dar ociosos  á  pesar  de  los  bártulos  y  los  expedientes. 
Admira  sobre  to<lo  en  Silvcla,  aparte  de  su  espontáneo 
Erracejo,  esc  sabor  castizo  lan  raro  en  el  día,  y  que  pro- 
ceJe  en  linca  recta,  ya  que  nodt- Cervantes,  de  los  bue- 
nos prosadores  del  sifflo  XVIII.  Nadade  laconismo  com- 
parto ni  de  aleluyas  agrnipados  en  discordante  formación 
i^C£Ún  la  moUa  íranccsa,  d  la  cual  prefiere  Velisla,  con 
muy  buen  acuerdo,  1n  rica  y  variada  amplitud  del  perio- 
do castellano.  E¡  perfecto  novelista,  Soür  de  Madrid, 
Literatura  in/iuiUsittutl .  El  abobado  de  pobres  y  El 
fíiretouario  y  la  Gaslroitomia.  suministran  curiosos 
ejemplos  de  lo  antedicho,  por  su  corte  original  no  menos 
quf  por  el  desenfado  en  l;i  ejecución  y  el  aticismo  sobrio 
de  Li  frase.  Mucho  híice  ya  que  Silvcla  arrinconó  la  plu- 

1  con  que  fueron  tnixadas  cstjis  pequeneces  juveniles, 
y  siMo  en  ocasión  reciente  í^alió  disfra^ido  de  Jiiatt  Fer- 
Htituiís  A  reñir  una  batalla  en  pro  de  la  Academia  Espa- 
flola  y  de  su  último  Diccionario,  olvidándose  de  sus  ino- 
centes chistes  contra  el  on/acotmit  y  la  sopaipa. 

Mucha  mayor  notoriedad  que  los  artículos  de  IV- 
tisla  conquistaron,  desde  su  aparición  en  La  Amé- 
rica (1862),  las  Cartas  transcemlenialcs  de  D.  José 
!'  r'i  y  -Serrano,  cartas  en  que  se  discutínn,  con 

j    iiiie  orijíinaliüad  y  curiosos  datos  üc  mond  y 
Cremastíscira,  los  problemas  del  lujo,  de  la  educación 


.  A>  «M«r(W  por  natbi.  Mmihii.  ia(7. 


ffl2 


LA  UTERATUBA  ESPASOLA 


de  la  mujer  y  del  matritnoniu.  El  autor,  que  estaba  sol- 
tero, acreditaba,  sin  embarco,  lal  suma  de  conocimien- 
tos sobre  la  maieria,  tal  perspicacia  y  sentido  práctico, 
tanto  ingenio  y  tan  buena  fe,  que  introdujo  verdadera 
perturbación  en  el  sexo  femenino  y  dio  al  masculino 
no  poco  en  que  pensar.  Sí  las  Carias  tratiscettit enla- 
tes han  perdido  con  el  transcurso  de  los  aftos  el  inte- 
rés de  actualidad,  tienen  para  nosotros  el  de  los  recuei 
dos,  según  ya  notó  el  autor  al  reimprimirlas  en  li 
A  pesar  del  tono  inofensivo  que  en  ellits  predomina  no 
filemprc  resultan  aceptables  por  su  fondo,  particular- 
mente en  lo  que  se  refiere  al  ideal  de  la  perfecta  casji- 
da  de  nuestros  días,  mal  contrapuesto  al  que  retratój 
Fr.  LuisUc  León. 

La  novela  del  Egipto,  serie  de  veridicJis  correspon- 
dencias  escritas  en  Madrid  al  inaugurarse  el  Canal  de 
Suez,  y  que  todo  el  mundo  leyó  como  descripciones 
de  un  testigo  ocular,  y  los  numerosos  artículos  de  cfw- 
tumbres,  viajes  y  erudición  culinaria  en  que  ha  lucido 
Castro  y  Serrano  su  habilidosa  travesura,  mezcla  de 
candor  y  sofistería  inconsciente,  no  agradan  tanto  como 
las  Cartas  transcendentales. 

Don  Santiago  de  Linicrs  '  comenzó  á  disttngruirsc 
como  escritor,  durante  el  último  periodo  rcvoluciünu- 
rio,  dentro  del  partido  tradicional tsta.  Sin  que  su  ma- 
nera de  pensar  y  escribir  deje  de  ser  persfjnal  y  pro- 
pia, parece  haberse  propuesto  en  algo  la  imitación  de 
SelgfRs,  á  la  que  con  efecto  ha  llegado,  no  s¿  si  casual 
6  deliberadamente.  Como  él,  busca  en  los  escritos  mtts 
ligeros  un  fin  superior  al  de  provocar  la  risa,  y  por  eso 
l>rclícre  á  las  arlequinadas  bufonescas  y  bajo-cómicas 
el  estilo  medio,  en  que  se  compenetran  la  scvcridíid  rc- 


■  TtHfa  (1  twMit*.  Brtvt»  üftttt*  (Merca  ib  lo  indi  imsoritoAt  fyt€  At^  tahtr  y 
di  J«  MiU  frtieíft  qut  Ot^  Igaonir  tí  himbrt  iMitanuí  pora  (4*&  fmrtttamimU  en 
bipalr{a,((i  t«  •Mifitod  V  m  ta /omUIil  MjidrlU.  tST6.— UnMuy  «andk«,  iqgMK. 
H»,  roigwi  if  Mnl«n»M  MimJm  OiÍ  aotunii.  MndrU,  IMÍ. 


Sexiva  y  el  buen  humor.  A  tal  sistema  obedecen,  no 
i"on  enicra  icTiald.'id,  las  escenas  de  La  Caridad  en  bai- 
le. En  coífu-,  I'rcsupitesto  y  Caracteres,  con  varias 
otnis  sorprendidas  en  el  retiro  del  bogar  doméstico  ó  en 
las  revueltas  de  la  vida  pública  *. 

La  ftrma  de  D,  José  Fernández  Bremón  va  hacién- 
dose inseparable  compañera  de  I:i  Crónica  semanal  que 
encabeza  los  números  de  La  Ilustración  Española  y 
Americana.  Kn  esa  crónica  se  cniierra  con  profusión  de 
comentarios  el  cadáver  de  la  noticia  muerta  en  el  día, 
como  las  flores;  se  archivan  los  nombres  que  ha  hecho 
célebres  cl  mírito  ó  la  fortuna,  y  sirven  de  notas  fina- 
les la  anccdoriUa,  el  diálogo  picante  y  l;i  broma  de  di- 
versos tonos  y  colores.  En  la  confusión  de  ideas,  y  en 
el  práctico  y  benévolo  escepticismo  que  hoy  sirve  de 
criterio  á  la  generalidad,  se  halla  el  motivode  semejan- 
te conducta,  perfectísima  encamación  del  Justo  medio 
en  todos  los  órdenes  á  que  es  aplicable.  Lo  cual  no 
equivale  á  ncjifar  los  elogios  que  se  merece  la  gracia 
infcenuu  y  candorosa,  tan  peculiar  del  amable  rí-vi<i- 

ICTO. 

El  mismo  oficio  ha  desempeñado  en  Los  tunes  de  El 
Intparctal  D.  José  Ortega  Munilla',  sólo  que  con  arre- 
glo á  un  plan  definido  y  con  menos  indecisión  en  el 
fondo  y  en  la  forma.  .Mardca  igualmente  de  observador 
y  de  estilista,  sobre  todo  de  estilista,  y  aun  por  eso  es 
tan  amigo  de  los  colores  que  agotaría  de  una  vez  los 
del  arco  iris,  y  busca  la  impresión  onomatopéyícn  y 
olorosa,  dirigiéndose  á  su  objeto  por  el  camino  de  las 
sensaciones.  No  se  puede  reproducir  con  más  poesía, 
una.  vez  por  semana,  el  proceso  monótono  de  hombres 
y  coNLs:  crímenes,  desgracias,  fiestas,  cambios  de  Mi- 
olsterio...  y  de  estaciones. 


*  HvtA  IJfiiUIIc»^  con  Llnlnsí^  IJrsi  y  (irociedtnlailoKicImitortfe  (VI- 
«MVMtBUlw.  [^  Jiuut  Ad(iK>  Lnndero. 

*  lian  algOn  tlimpo  qac  k  ■uattivyci  y  rin  tbwDotaja,  í*.  Folcrtcv 


LA  UTBBAtVRA  BSPAjtOLA 

Desde  el  I  'inje  cómico  rf  la  Exposición  de  París  y  tá" 
Galería  de  mal  rimamos,  hasta  Las  Tietidas  y  Tipt 
ynadrtleUoí,  ha  recorrido  Cirios  Frontauní  una  scn¿ 
uniforme  con  el  decidido  y  firme  propósito  de  la  verda- 
dera vocación.  El  mundo  cursi  de  exempleados  ham- 
brientos, viudas  olvidadizas,  pisaverdes  relamidos,  be- 
llezas en  expectación,  y  demás  naipes  de  esta  baraja  in- 
terminable, se  presenum  de  cuerpo  entero  en  exactas 
fotoírrafi;is;  y  las  llamo  asi  para  caraclcrirar  en  una  pa- 
labra l;ts  tendencias  del  apreciahle  narrador.  Su  inven- 
tiva y  sus  dotes  in'opiamentc  literarias  estñn  muy  por 
debajo  de  las  que  le  di^tingiien  como  intcírpretc  pasivo 
de  la  realidad;  tipos  y  diAlogos.  fondo  y  forma  se  apro^ 
ximan  al  pcrtU  ordinario  de  lo  que  se  ve  y  se  palpa  tod< 
los  dias.  De  aqui  la  apariencia  vulg'ar  y  la  falta  de  inte  ~ 
res,  compensadas  con  cierto  apacible  temperamento  en 
conformidad  con  el  predominio  de  las  medias  tintos. 

Casi  todo  lo  dicho  es  aplicable  ú  las  obras  festiva 
de  Manuel  Ossorio  y  Bernard,  el  autor  de  los  Cuadre 
de  giUiero.  del  I  'inJe  critico  alrededor  de  la  PHerta  dé 
Sol,  de  £m  Rcptiblica  deiasleíras,  Progresos  y  extra- 
vagancias y  Motiólogos  de  un  aprensivo.  Al  sacar  il 
plaza  las  locuras  y  fliiqucKis  de  varia  calidad  no  le 
^sla  ensaflarse  con  sus  víctimas,  ni  tocar  con  el  dedo 
en  la  llaga,  sino  divertir  al  lector  con  una  agudeza  de 
buen  tono.  SÍ  es  ameno  en  sus  pinturas  de  las  costum- 
bres madrileñas,  no  decae  Dimpoco  en  sus  afic¡oncs_ 
A  la  parodia  de  los  descubrí mientus  novísimos,  cnsayl 
da  por  Cl  con  bastante  rc-suli:idi)  sobre  asunttíS  como 
alma  visible,  He^coluctóu  ntimenlicia  y  Telefonía  y/G 
lografia.  Ahí  va  tu  didlog^o  posible  entre  un  futuí 
inquilino  y  su  casero,  para  cuando  se  vulgaricen  laíT 
aplicaciones  sorprendentes  del   teléfono,  que  hoy  s^^ 
proyectan:  **— Va  sé  quién  es  usted...,  mi  casero.— Efe^^f 
tivamentc,  y  quisiera  saber  cuándo  piensa  usted  pagar- 
me los  alquileres  que  me  del>e.— No  oigo  bien;  sin 
duda  el  aparato  no  funciona  regularmente.— Repit< 


BK  EL  SIGLO  XIX  Z» 

C|«e  (l»co  me  pague  usted  los  meses  vencidos.— Repito 
t|tte  nu  se  oye  unu  palabra  '." 

Estrenóse  en  la5  columnas  de  El  Imparciai  un  tuna- 

Uto  muy  avisado,  que  abora  usa  la  denominación  de 

Ftmaaflor^  t'uando  no  !a  míis  verdadera  de  Isidoro  Fcr- 

D&ndcz  Flore;;.  Con  los  Cartas  d  tni  //o  y  las  revistas 

poblioidas  en  aquel  periódico  comenzó  el  renombre  que 

'  ■  i?n  después  las  EnírePiiginas  de  Eí  Liberal,  y  El 

..'■-Jet  afio  de  ¿íi  Ilustración  Ibérica.  Las  inncga- 

Mts  condiciones  de  satírico  que  posee  Fernández  Fió* 

rezno  me  parecen  iodo  lo  españolas  que  yo  desearla; 

y  aun  prescindiendo  de  sus  extrai'íos  en  cuanto  adalid 

de  inaL-is  causa*,  veo  en  su  estilo  afectaciones,  des- 

«lyuniamientos,  esencias  de  tocador,  y,  en  suma,  los 

""':' ¡!)s  refinados  que  lleva  consigo  la  falta  de  na- 

iti:iU.  Sirven  de  contraj>eso  la  doMe  vista  de  lo  ri- 

dtcolo  y  el  tacto  envidiable  para  sintetizar,  en  lo  que 

cvFt-mandez  Flórez  un  consumado  maestro,  lo  mismo 

luc  en  la  invención  de  atrevidas  metáforas,  (frílficos 

pormenores  y  locuciones  delicadas,  que  forman  un  vo- 

'^t>uUrio  de  exclusivo  privilegio.  Hay  en  sus  croquis 

'•'natural  y  en  sus  fantasía*;  idealistas  algo  de  Richtor 

í  Heíae,  con  algo  también  del  Grccco,  si  vale  comparar 

^  iirtc  de  la  palabra  con  el  de  la  pintura:  mezcla  de 

*tetTicnios  insociables,  colores  fuertes  y  exubenmcia  de 

''''^*feinuci<in  rebelde  al  freno  del  orden.  Sólo  que  el 

"'''la  espaflola  de  FernaHjíor  repugna  las  perspectivas 

'^^^'iuus  y  espectrales,  careciendo  su  sonrisa  de  la  amar- 

í****»  germánica  y  lo  displicencia  sajona.  Resta,  por  fin, 

^Isignar  que  la  abundancia  forzosa  de  su  producción 

''tíS  en  ru/ón  inversa  de  su  valor  relativo;  es  decir,  del 

*l**t  tendría  Ileíjadií  Á  su  miulurez  y  sin  las  ímposicio- 

•^sUtl  deber  cuotidi;ino. 

El  conocido  autor  dramático  y  periodista  D.  Fer- 
**íUjdü  Martínez  Pedrosaeultiva  con  gusto  y  discreción 

-fVMmwrvMnMawMu.pii.  151.  MaJrid.  1197. 


as£ 


la 


I.TTERATL-RA  KSE>aA0I^ 

la  cual  entra  un  libro  r 
que  .1  cien  ItrgWLS  sf 


sátira  ligcrn,  en  la  cual  entra  un  libro  suyo  reciente, 
Perfiles  y  coiores  ',  que  .1  cien  !i*}fUiLs  st*  distingue  de 
los  con  que  suelen  aburrirnos  los  merodeadores  nficio- 
nados.  Miserias  cortesanas,  recónditas  Interioridades 
del  f¡,ran  mundo,  grotescas  fisonomías  del  natural,  con 
algo  también  de  romer¡:is  y  espectáculos  taurinos,  se 
mezclan  acertadamente  en  esta  amplia  galería,  bañada 
por  opulenta  luz  meridional  y  rea!z:ida  con  grandes 
primores  de  arte.  Xo  quisiera  yo  que  fuese  tamo  ni  tan 
astcnsible  el  empleado  en  buscar  y  repulir  las  frases, 
que  semejan  las  piececillas  laboriosamente  agrupadas 
de  una  incrosiaciín .  Semejante  censura,  que  en  primer 
término  se  dirige  al  Ditf logo- Prólogo,  no  estorba  al 
mérito  positivo  de  descripciones  tan  animadas  como 
Las  seUoras  del  café,  InMitos  y  nttótdmos.  Los  nues- 
tros y  El  santo.  Da  íl  conocer  la  primera  la  antítc-sis 
frccucntfsima  del  hambre  y  la  ostentación;  la  segunda, 
el  almacén  de  frutos  iliterarios  producidos  por  el  ansia 
implacable  de  hacer  papel  de  genio  en  la  comedia  hu- 
matta;  reflejando  las  dos  últimas  respectivamente  el 
proceso  cómico  de  la  popularidad  entre  el  infinito  nú- 
mero de  los  necios,  y  la  explotación  del  advenedizo  |m-o- 
vinciano  por  lit  hampa  que  se  burla  de  la  policía  en  lo. 
cafHtal  de  las  Rspaflas. 

Pero  esta  clase  de  nuestni  sociedad  y  otras  más 
encopetadas  han  encontrado  un  pintor  de  ofíc-io,  que 
responde  por  Seníimteutos  (Eduardo  del  Palacio),  en 
las  malhadadas  rcvisUis  de  toros,  y  que,  cuando  deja 
el  bárbíiro  cairt  con  que  divierie  d  la  gente  más  Ó 
tóenos  Jtamctica,  s;ibe  convertirse  en  estimable  artista. 
Inñnidad  de  artículos  suyos  sobre  lance-s  y  percances 
de  todos  los  diar  inundan  los  periódicos  de  Madrid, 
y  con  repetirse  forzosiunente  en  los  asuntos  y  carac- 
teres, no  le  faltim  nuevos  puntos  de  vista  para  conside- 
rar unos  y  otros  A  distinta  luz.  Los  chistes  que  cspon- 


*    Piitatkad»pCirtaaitttet«cii*Anc-jr  Uti»*.  B«ir<r«hqw.ttt£ 


E7C  EL  StCtX>  XIX  S7 

tdneamcnte  brotan  de  su  pluma  no  suelen  distinguirse 
por  b  delicadc7-a  y  el  esmero;  pero  en  su  traza  inculta 
llevan  indeleblemente  grabado  su  origen,  como  repro- 
ducciones fieles,  basta  el  exceso.del  lenguaje  popular. 

Pertenece  al  mismo  gremio  que  PjiIhcIo  un  hijo  de 
Galicia,  I.uisTiibofida,  que  prefiere,  por  excepción  entre 
sos  pabianos,  ti  iirte  de  hacer  reír  aJ  de  hacer  política. 
Pom  ello  le  bascan  su  mucha  ag^udcza  y  un  p:i5C0  ideal 
por  bis  guardillas  averiadas,  por  la  casa  de  hu^íspedes, 
por  la  tertulia  íntima,  ó  también  simplemente  por  la 
cAU«.  Es  amito  del  figurón,  en  parte  por  inclinaciones 
[sayas,  en  parte  por  la  idiosincrasia  de  los  tipos  que  sir- 
ven de  objeto  A  sus  estudios,  y  en  el  fondo  de  su  SiUira 
deja  vt-r  algo  del  escepticismo  que  engendra  el  cumcr- 
tío  con  una  porción  de  nuestros  semejantes.  Taboa- 
da  colabora  en  distintas  publicaciones,  y  especialmen- 
te en  c!  Mudriii  Cómico,  cuyo  cronista  sifi^Je  siendo 
hasta  lafctrha. 

D.  Hcnitu  Míis  y  i'rat,  escritor  andaluz  y  novísimo, 
Pft6crc  Iiis  columnas  üc  La  nusiración  Española  y 
initriraHa,  KJi  cuyos  últimos  vulúmencs  se  repite  cons- 
iMittmcnie  «u  firma  al  piedc  artículos  niAsó  menos  va- 
liosos y  en  no  escaso  número,  consagrados  á  la  historia, 
ilas  tradiciones  y  á  Uis  costumbres  de  su  país.  .\  juzgar 
pi^r  (üifunas  muestnis  no  parece  extraño  al  movimiento 
lataralista  con  su  dcspreucupición  en  achaques  de 
T^rA  ^Q  inmodentdo apego  A  las  nimiedades  de*;crip- 
-  &u  lenguaje  retorcido  con  pretensiones  de  pla.v> 
titidail.  Redvntemente  ha  escrito  Mas  y  Prat  el  texto 
' '       ' '' ■aclúo  por  cntregíLs  bautizada  con  el  nombre 
ra  íit'  Marfil  Sattíííiñna, 
B  patío  antiaitis,  del  joven  Salvador  Rued:i,  y  otros 
"tímlos  *;"  ;i-rÍores  y  de  la  misma  índole,  anun- 

•«n  nn  aji:  ..l:.,.Jo  continuador  del  Sotitario  y  de 
Ptrnán  Caballero,  decididamente  imprestonistn  (como 
*ora  dicen)  y  quizá  dom:*siaUo  poeu  para  serlo  en 
[^■Ma  Los  rumores  misteriosos,  impalpables  esencias 
TRUC  n  17 


296  I^  UTERArCRA  ESPAÑOLA 

y  secretos  dulcísimos  que  atesoran  el  ciclo  y  el  aire  del 
Mediodía,  se  confunden  en  el  alma  sofladora  del  uutur 
con  la  memoria  de  liis  fiestas  populares,  con  el  sonidu 
de  las  guitarros  en  lu  noche  tnmquíla,  y  los  encendidos 
coloquios  de  los  enamorados. 

También  delw  esuimparse  aquí  el  nombre  de  E.  Se- 
púlvcda.  por  sus  libros  aceri:a  de  La  vida  en  Madrid 
desde  1886,  cuyas  páginas,  descontando  otras  cualida- 
des, tendnin  piira  lo  por  venir  la  de  ofrecer  una  imagen 
perfccia  de  la  sociedad  en  que  vivimos,  y  podrán  con- 
siderarse como  crdnica  ilustrada  en  que  alternan  las 
habilidades  del  lápiz  con  las  de  la  pluma. 

De  análoga  especie  son  los  escritos  de  Kasabat  en 
£7  Resunieu,  El  llrraltlo  de  Madrid  y  Lm  ílustrariÓM 
Ibérica,  y  los  de  Mariano  de  Cavia  en  E¡  fJheral. 

Cavia,  cuyo  espíritu  superficial,  burlón  y  escípiio 
peirece  una  radia  de  viento  frío  colado  de  lo*--  Pirineos, 
naciá  en  Aragún  por  capricho  de  la  naturaleza,  que  le 
negti  todas  las  cualidades  de  aquel  noble  país,  y  le  in- 
fundió un  alma  g:emel;i  de  la  de  VolUaire,  rica  de  savia 
IntclcctiuU  yhu^-rftuvi  de  sentimiento,  condenada  á  ver 
á  los  hombres  como  una  comparsa  de  muñecos  de  tra- 
po, y  á  \Mz%six  todas  las  cosas  de  la  vida  como  partes  de 
una  comedia  bufa.  La  sátira  punzante  y  demoledora  de 
los  Platos  del  dfa  está  produciendo  en  nuestra  mcso- 
cracia,  y  en  una  porción  numerosa  del  pueblo  bajo  de 
Madrid,  los  mismos  resultados  que  producían  en  la 
Francia  del  siglo  X\''[[I  los  libelos  del  Patriarca  de 
Ferney  y  las  piezas  teatrales  de  Beaumarchais:  es  la 
piqueta  del  sarca^no  mordiendo  los  sillares  sobre  que 
descansa  el  orden  social;  es  el  relámpago  de  brilliuitc  y 
siniestro  colorido  que  presagia  tempestad;  es  la  cur- 
cajada  fúnebre  que  regocija  á  los  incautos  y  entristece 
4  los  pusilánimes. 

La  colección  dearriculos  titulada  AsotesygaUras  • 


•    Hadfld.  uní. 


tat  m.  SICL4  xtx  2S9 

irve  de   psmorama  sintético,   dande   se  contemplan 
[reunidos  los  cambiantes  y  matices  del  ingenio  de  Ca- 
via, y  se  da  á  conocw  el  fondo  de  su?  intenciones,  mal 
'velndo  por  la  transparente  penumbra  del  humorismo. 

La  ley  de  los  extremos,  que  se  tocan,  explica  la  se- 
incjjinTii  existente  entre  la  fisonomía  que  acabo  de  per- 
ftlar  y  la  del  temible  satírico,  anarquista  y  reaccionario 
una  pieza,  que,  con  los  motes  de  Miguel  de  £scaía- 
I  lía  y  VetMHCío  GotisiUcs,  y  con  su  lirma  g'cnuina  de  Ao- 
I  tonio  de  Volbucna,  ha  sostenido  solo,  reuniendo  el  cm- 
puK  y  la  fiereza  de  una  legión  afrucn'ida,  desiguales 
batallas  contra  instituciones,  clases  y  partidos,  causan- 
Uo  y  recibiendo  ticrídas  de  muerte,  y  manejando  &  la 
vtz  la  espada  del  raciuciniu,  las  vibrantes  flechas  del 
iitsalto  personal  y  el  irttigo  del  desprecio.  Desde  que  en 
In  Pvliltiíi  menuda  de  £7  Siglo  Futuro  se  destacó  de  las 
bnunas  del  anónimo  la  inconfundible  silueta  del  acera- 
do polemista;  desde  que  sus  cáusticas  sales,  aunque  dc- 
naniadas  en  un  periódico  antijífitico  para  el  gremio 
in_.-,i  [i^-apcruiron  en  lodos  los  paladares  goce  vivisi- 
.iR«a  de  renovarlo  diariamente,  viene  recorriendo 
*  Vaibaena  un  camino  erizado  de  abrojos,  sin  respetar 
(iÍBpin.i  conveniencia  ni  retroceder  ante  niu^fün  obs- 
Ucnltt,  Sale  primero  de  \i\  Redacción  de  El  Siglo  Futu^ 
n,  escupiendo  &  la  faz  de  su  director  invectivas  de  las 
^  dejan  manchas  imborrables;  inicia  en  las  columnas 
*fc£í  Imparaal  una  campana  contra  la  Academia  Es- 
I»ifl")I¡i  y  su  Diccionario,  interesando  á  la  muchedum- 
***  de  lectores  legos  con  áridas  controversias  filol<^i- 
.Tamaticalcs;  arroja  A  la  iilazadebí  maledicencia 
1  los  prestipiüsos  tiiulos  de  la  nobleza,  encem\n- 
n  la  caja  de  juf^uetes  de  los  Ripios  aristocráticos 
vcpilo  otras  dos  veces  la  misma  operación  con  los 
.  -.wif¿irf/iKiVos{1890)  y  los  A"//"/*»*"  f/í/^arí-s  (1891), 
r  oon&iBfUc  que  los  futuros  rasgos  de  su  pluma  se  aguor- 
fi  el  pavor  en  unos  y  la  impiíciencia  en  otros  que 
■■^i->r;i  lo  misterioso  desconocido. 


360  LA  t.rTEaATVRA  estaRola 

Valbuenn  tiene  de  su  parte  4  lodos  los  en\-i<]fosos, 
y  ñ  alBTunos  jueces  entendidos,  que  le  reconocen  sus 
míi'itos  y  le  repruebiin  sus  exiremosidrides,  apasíona- 
miento<t  y  virulencias;  pero  ha  suscitado  en  contra  suya 
innumerables  cncmiffos,  que  Ic  rebajan  ni  nivel  de  los 
libeli-itiis  desvergonzados,  y  le  niegan  cl  ap^uri  y  el  fue- 
go, y  hasta  la  razón  cuando  la  lleva,  El  fundiunento  para 
tanta  dívcrgrencia  de  opiniones  está  en  que  las  aptitu- 
des del  distinguido  escritor  son  esencialmente  satíricas, 
y  en  que  alrededor  de  él  se  extiende  una  atmósfera  de 
escándalo  que  no  permite  contemplarle  tal  y  como  es, 
sin  la  ilusión  óptica  de  las  simpatías  6  los  prejuicios. 

No  hay  quien  iguale  A  Valbuena  en  vrs  fornica,  en 
mágica  facilidad  para  provocar  lii  risa  franca  y  estrepi- 
tosa, en  castizo  y  donairoso  decir;  pero  á  la  consctni- 
ción  de  estos  fines  van  supeditados  medios  absoluta- 
mente reproK-ibles,  ardides  de  mala  ley,  ataques  en  que 
del  terreno  de  la  literatura  se  pasa  á  otros  vedados  y 
se  arrastran  por  el  lodo  las  reputaciones  más  dignas  de 
consideración. 

El  vocabulario  usuid  de  Valbuena  y  la  índole  de  sus 
estudios  recuerdan  A  los  humanistas  italianos  del  Rena-  ' 
nmicnto,  A  Poggio,  Lorenzo  Valla  y  Bartolomé  Fnrci; 
pero  todavía  le  encuentro  mayor  parecido  con  algunos 
representantes  del  catolicismo  laico  francés,  como  Drti- 
mont,  cl  autor  de  /j7  Frattfiajittiia,  y  J.  Barbey  d'Au- 
revilly,  paní  no  Iwblar  de  Luis  Veuillot,  cuya  ix'rsona- 
lldod  está  mucho  más  encumbrada.  La  ortodoxia  sin 
caridad  y  el  menosprecio  de  todas  las  conveniencias  so- 
ciales, el  odio  d  la  política  doctrinaria  y  á  las  opiniones 
eclécticas  y  conciliadoras,  combinado  con  cierta  debi- 
lidad para  con  los  enemigos  francos,  hacen  que  Valbue- 
na se  ensarte  con  los  católicos  conservadores  y  h.isti 
con  no  pocos  correligionarios  suyos  del  partido  carlista, 
mientras  prodiga  las  frases  de  benevolencia  A  libre- 
pensadores empedernidos.  ¿No  es  esta  conducta  seme- 
jante á  la  de  Dnunont  rebajando  al  Conde  de  Alun  y 


EN  BI.  SIGLO  XVL  361 

disoilponJo  á  RocheEort,  y  &  la  de  Barbey  J'AurcriUy, 
cuando  buscaba  paliativos  para  las  /"lores  fiel  ma¡,  de 
Baudelaire,  y  Las  jSIas/vnüas,  de  Richcpin? 

Rcnunciu  á  explanar  las  consideraciones  que  ante- 
ceden para  no  sitlirmede  la  esfera  del  arte;  s¿Jime  lici- 
to, sin  embarco,  aconsejar  á  Valbucna  que,  en  benefi- 
cio suyo,  de  la  Religión,  de  las  letras  y  de  Li  higiene 
moral,  emplee  la  fuerza  vcng:adoru  de  la  sátira  en  ba- 
rrer las  pestilentes  inmundicias  de  Las  Donünicalcs  y 
BUotin*. 


*   [It  p^iM  JV^fa  ponleit  CAtlUcaniv  namstoioi  libro»  de  vint^H.  como  lo* 

JtaM^b  *  mUa  .  li<72).  par  CnaUlnr,  m  l«i  4IK  el  dlllráoiblco  UiiHno  dd 

■Cit  1  ui  J^rrocftailorn  luiui^ia  halUmn  oblrloa  dljciKM  del  uno  y  Je  b>  Mni 

1"»  1'  — (.ii^l  Ar  luí  t>roi>oicloao.  timosfoniUadAic  la  hlpírttok  to  htrrmMii 

iiMlc».  y  el  Piaría  ib  tu*  Uttíaa  <k  la  aittrr»  Wc  A/rien  ClSVj,  Z>«  Jb- 

'-^'•.'Hfuta.r  lo  fi  lie  rtxrtontiiíailoittf  ante  la  aterra  aclS'i0t4iUoilcaaela 

«•ÜW  Unditi).  I^ril-.  y  id  JJrWOFrw.-MNntaKiraw  d  coAall»,  prMCtfld)!*  dr 

It^múalftwkrín  Ma'IHd.  U;j>.itinnl)iiauuRila>;i-Miia  JcPcJtoA.JcAt«fc4n. 

IMnMIua  ailinirablBntsiuUlwUadt  1p  Irivlmly  lo*al>lüBr,  lo  cdralcwy 

k>piuib:iL  lüiirc  U>  obni  ttmlUrv*  de  «cKutiilo  orJcn  k destacan,  piir  U  lai 

9^rf■^f^  tlu.  («Mrif  la  rl  *nl  ik  rvsoiM  cUnas,  «I  Wnf*  ai  iiUtri«r  «b  PtriM, 

':!,  1841%  y  lo»  RalwMf  vTíwMXadM  «obn  M- 

,  <   Fcccil  (Uiit»4Blap/.  rint»r  ncrrjMo  jr  dtll- 

oUmoid,  nan^Bs  ii«  pvci>  «man*falo.  il«1  paluijv  y  U«  couimbr»  ik  Miine) 


•T^sr* 


CAPÍTULO  XIV 


NUEVA  FASE  DE  LA  NOVELA   HISTÓSICA 


Frraaado  rtitxaf.  Iisifiir.  rinoTa*.  Vtccrtu,  Italainirr.  CionnUps  irí  Vi 
>'avam»  VllloulMln.  hmiarr,  A.  di*  Etolanlr.  I'a>t«lar.  «tP. 


LA  musa  de  Wattcr  Scott  Eue  ave  de  paso  en  la  ar- 
diente y  tempestuosa  atmósfera  del  romanticis- 
mo; pero  muy  en  breve,  y  en  dlai  de  mñs  serena 
calma,  ensayó  nuevamente  su  mclo  inspirando  á  una 
hueste  de  novelistas,  en  la  que,  A  par  de  los  aficiona- 
dos sin  vocíiciún  6  sin  talento,  se  cuentan  unos  pocos 
elegidos,  comparables  con  los  mAs  insignes  imitadores 
de  otros  países,  ya  que  no  lleguen  &  la  excclsítud  del 
modelo. 

Aunque  parezca  raro  encabezar  la  serie  coa  el 
nombre  de  D.  Fernando  Patxot  ',  misterioso  y  cele- 
brado autor  de  Las  ruinas  de  mi  convenio ',  en  nin- 
gtma  otra  parte  estarla  mejor  la  critica  de  este  li- 
bro, atendiendo  A  sus  excepcionales  condiciones.  De 


1  Nni-IJo  rn  Mn)i4B  [li>U  Ji^  Ucaomr)  d  Sldc  Septiembre  <k  1812. 7  muetI* 
(tt  Biitixliinii  el  .1  de  Aifíilo  >tc  I6M 

■  naturia  MintnqHfnlnca.  Uu  rttmof  'tt  ■/  enmaiM.  Darcrloaa.  ISit.  Z  ■  c>t|> 
CtfB  «unnuodo  »•  Xt  rlmuirm.  jmjt  Sor  ÁáHa,  thtd..  USo.  J~*MMdn  tn«i«a« 

BñnxJoaa,  \«&  la»  ntrnoa,  (t&i  y  Hi  clnmlm,  por  Ftman*»  PiOgvC  Ibid..  i.tTi. 


ES  BL  SICLO  XIX  263 

histérico  aunque  tnoüemo  asumo,  muy  poca  semvjan- 
**>  conserva  con  las  novehw  del  género;  mas,  por  otro 
^*ulo,  si  cl  autor  se  aproxima  A  las  románticos  france- 
ses eo  ta  rompí  ¡car  t(>n  é  interés  de  las  aventuras,  ni 
*Uneneso  pierde  su  independencia  y  su  originalidad, 
"ttjdadas  en  cl  ohjcto  que  pretendía  conseguir,  y  que 
"o  /uc  tanto  componer  una  obra  más  6  iiienos  litera- 
*"«■  como  perpetuar  en  ella  la  espantosa  catástrofe 
"í"  IK^,  excitando  la  piedad  hacia  las  victimas  y  la  in- 
'íigníición  contra  Uw  verdujjos.  l-as  rtiiHas  de  mí  con- 
*'*^io,  primera  parte  de  la  novela,  y  única  que  en  rea- 
'úJatl  la  constituye.  logró,  apenas  publicada,  un  éxito 
•ofprtndenu-  en  Espafla  y  en  casi  todas  las  naciones 
^^«^opcas,  siendo  traducida  al  francés,  al  alemán,  al 
'Wliíuio  y  A  otros  idiomas. 

I— a  elección  de  uo  asunto  tan  cercano  x  >3e  tan  pa- 

"""osa  importancia  es  cl  mayor  acierto  de  Patxot, 

1"í<ín.  cncuHerto  durante  muchos  aflos  por  el  velo  del 

^^íiniíno,  fue  tenido  unas  veces  por  fraile  írancLscano, 

'^^^\&  por  un  D.  .Manuel  Ortiz  de  la  Vejra,  nombres  to- 

'^''s  inventados  por  la  curiosidad  y  la  conjetura.  Mu- 

'■"O  contribuyeron  estas  circunstancias  externas  á  la 

""flísión  del  libro;  pero  algo  hsiy  en  él  más  hondo,  ori- 

|í*«l  de  tantos  entusiasmos,  y  es  la  ingenuidad  t  cl  ca- 

;  '*"■  «lel  scntimientu  en  que  allí  se  respira  como  en  de- 

l^tosa  aimrtsfera;  sentimiento  de  fuerza  irresistible, 

'^Hquc  á  veces  se  transforme  en  insípida  candidez  y 

'-'^adosa  sensiMcriii. 

Eso  acontece   en    li»s    primeros  capítulos,   dunde 

***<*inim  entre  celajes  lus  amores  y  melindres  piatOni- 

de  Manuel  y  Adela,  expuestos  en  interminables 

i^ogDS  y  cartas  almlharadas,  cuando  no  por  el  sím- 

^ico  lenguaje  de  \i\&  flores.  Pero  al  cesar  todas  esas 

^^«íooifruencias,  junto  con  la  impiedad  nheurda  é  inci- 

'1**^<;nte  de  M:inucl,  comienzim  ;l  sucederse  en  grada- 

^^^         '  rMUi  las  escenas  mrts  trrttíicas  y  conmovedo- 

'"•I  i;i  üliima  dtíspt'diíladcl  manceho  y  su  eníer- 


261  LA  UTlEftATUBA  ESPAÑOLA 

mcdad  colérica,  hastn  la  profesión  religiosa  y  ulterfo- 
res  aventuras.  Aquel  asistir  en  víila  A  sus  huoras  fúne- 
bres, aquel  layl  espantoso  exhalado  por  una  mujer  ín- 
cógrita  que  viene  á  herirle  en  el  momento  mismo  de 
consní;i"arsc  á  Dios,  son  preludio  digno  de  las  descrip- 
ciones subsiguientes:  la  matanza  de  los  frailes  con  su 
lúgubre  acompaílamiento  de  orgias,  maldiciones  y  Mas- 
fcmtits,   la  entrada  del  P.  Manuel  con  su  Mentor 
las  escondidas  catacumbas  del  monasterio,  la  mueri 
del  P.  José  á  los  golpes  del  a.scsino,  y  la  milagrosa 
ración  del  protagonista.  Hay  eo  ésta  tanta  ii-aricdad 
incidentes,  pcíigrus  y  cspcrímzas;  con  tal  viveza  de  es 
lorido  aparecen  ti  misterioso  fantasma  forjado  por 
soldadesca,  los  planes  del  piloto  y  de  Andrés  pora  sfS" 
var  A  su  antiguo  cünocido.  la  exposición  A  fracasar 
que  se  encuentran  cuando,  oculto  el  P.  Manuel  cnt 
los  escombros,  se  ve  ya  á  dos  pasos  de  sus  encarniza- 
dos perseguidores;  el  arrebatado  toque  de  la  cjím\ 
que  les  dispersa,  y  los  caminos  todos  por  donde  vi< 
&  esca{>drseles  su  victima,  que,  A  ana,  la  iroagínacíd 
y  las  pasiones  se  agitan  con  rápidos  esiremecimientt 
y  no  hay  manera  de  sustraerse  á  este  influjo  mtiltíplej 
concertado. 

[Y  qué  heroísmo  el  del  fraile  en  exponer  su 
para  salvar  la  del  piloto!  iQué  incidentes  los  que 
paran  la  conversión  del  empedernido  blasfemo!  A< 
30  no  la  justifican  iwr  entero,  acaso  quedan  algw 
vacíos  en  la  narración:  pero  todo  ello  se  da  al  olvido  i 
seguirla  con  creciente  impaciencia,  y  se  desest 
los  pormenores  ante  aquel  espectáculo  sombrío  y 
jestuoso  con  la  majestad  de  las  tinieblas  y  la  muei 
Ln  macíítrta  con  que  van  csUibonrindose  tales  escena 
con  acre^.'cntamiento  del  interés  y  sin  mengua  de 
verosimilitud,  compensad  disgusto  producido  por 
primeras  y  descoloridas  páginas  de  la  obra. 

En  cuanto  A  su  segunda  y  tercera  parte,  no  si 
afean  el  conjunto,  sino  que  apenas  contienen,  con  ser 


■n  KL  StGLO  XiX  ^A 

tan  largos,  an  solo  dato  imporiance  y  desconocido,  re- 
tlnciéoüosv  á  insol-sas  rariacJones  -sobrc  ud  ccma,  em- 
pnrejuda-s  con  d  bosquejo  inexacto  y  larKUisímo  de  los 
costnmbres  monacales,  y  la  historia  apologOtica  de  las 
tnlsmas,  en  que  nada  hay  bueno  fuera  de  la  intención. 
Si  uitE  mano  experta  mejorase  la  primera  parte,  in- 
troduciendo en  ella  lo  muy  pot^o  aprovechable  de  las 
(los  simientes,  ganarUin  la  novela,  la  relígitín  y  la  U« 
iwaiara.  No  menos  necesaria  sería  una  expurgacíón 
scnra  en  el  estilo,  que  por  lo  invariablemente  inculto 
ydesaliflado,  por  el  amasijo  de  voces  peregrinas  y  el 
nal  Curte  de  las  frn.'u^,  contrasta  dolorosamento  con  los 
priaiwcs  y  relativa  perfección  del  fondo.  iVsi  refundí- 
cl&¿a5  ruinas  lie  mí  convcfiío,  serían  lectura  tjín  ron- 
Venicijtc  á  las  personas  indoctas  por  sus  atnicüvos  y 
■"  -hablt  moralidad,  como  por  ese  concepto  y  por 
a  forma  íi  los  miís  escrupulosos  literatos. 
No  militaba  Patxot  en  ning-una  escuela  dctermina- 
*i  y  por  eso  dista  tanto  su  novela  de  las  que  entonces 
<*  «scribtan,  sin  que  se  encuentren  allí  rastro.s  de  imi- 
tídAn  como  se  encuentran  en  casi  todas  las  dcnAs. 
liKUicn  La  Dama  dcJ  Coiutc-Duque  ',  una  de  las  más 
Í^Ycs  y  descoloridas,  se  ve  esa  influencia  del  medio 
"«i^ieaie  que  por  todas  partes  se  respiraba,  itsi  en  el 
'snto.  que  desde  luego  nos  lleva  al  ast-ndcrcado  si- 
Jl*i>X\TI,  como  en  In  forma  de  la  narración,  que.  sin  ser 
rtirurníBunenie  la  del  inmortal  novelista  escoces,  obe- 
Ltundo  no  al  mismo,  &  algtmos  otros  de  los  mo- 
'IvIl-s  rn  boga.   El  amor  idealista  y  romiincesco  del 
tii-it  r  Herrera  hacia  I:i  calumniada  scfloru  de  Río-Be- 
-<:ubrc  ii\  estudióse»  imitador  de  nuestro  anticuo 
TeuTo  nacional,  del  que  cstiln  directamente  traslada- 
^w  damas  y  galles  con  todos  los  discreteos  amorosos, 
PWipccias  íntimas  y  avcntunis  de  encrucijada  consi- 


266 


LA  LtTEBATUKA  SSPASOLA 


guicntcs.  El  puso  cu  que  llcgfan  A  dcctarursc  su  posíún 
mntun  el  humilde  artista  y  la  encopetada  dama  del 
Conde-Duque,  es  de  un  efecto  que  hace  olvidar  la  iO' 
verosimilitud.  Repecto  al  mismo  Conde- Duque»  no 
queda  tan  adulterada  su  físonomm  que  no  la  rei'ono&- 
camos  en  la  insaciable  ambición,  en  d  desdeñoso  c*r- 
Kullo  para  con  sus  >ervÍdores,  y  en  el  dédalo  de  íniri- 
^illas  palaciegas,  causa  de  su  elevación  y  de  su  es- 
trepitosa caída. 

Junto  £i  Diego  Luque  debe  fijfurar  el  entonces  inci- 
piente literato  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo,  que  tn 
La  Campana  tic  fíuesca  '  se  mostró  émulo  poco  feliz  de 
Walier  Srotí,  apasionado  de  Ijis  tradiciones  popula- 
res, Bobre  todo  las  referentes  A  la  Edad  Medía,  y  eru- 
dito más  versado  en  arcaísmos  de  lenguaje  que  en  mis- 
terios psicológicos.  No  era  Cílnovas  entonces  el  ]>oUtÍco 
■de  universal  nombradla,  el  orador  parl:imcni:trÍo  ni 
el  publicista  de  hoy;  pero  ya  apunta  en  é]  la  reUexIva 
madurez  y  el  laborioso  estudio,  tan  reñidos  con  los 
hervores  de  la  juventud.  El  fondo  de  Ui  acción  no  esifl 
indeciso  y  mal  delineado,  como  pudiera  sospechíirse. 
sino  que  reproduce  con  bastante  exactitud  el  color  de 
la  ¿poca  en  que  se  desenvuelve.  El  alcázar  real  de 
Huesca  y  el  monasterio  de  Mont-./\ragón,  los  .Monarcas, 
los  ricos-homes  y  la  plebe,  el  tecnicismo  de  lu  indumen- 
taria y  de  la  guerra,  todo  está  colocado  &  buena  luz 
atmquc  sin  la  ilusión  mágica  del  arte. 

El  flaco  de  la  norcla  se  oculta  en  la  parte  más  ínth 
ma,  en  la  pereza  con  que  se  mueven  sucesos  y  perso- 
najes, en  la  pcjuide/.  del  diálogo  y  en  el  desapasiona- 
miento con  que  toca  y  refiere  el  autor  un  drama  tan 
rico  en  situaciones  y  tan  palpitante  en  interés.  No  hay 
modo  de  estudiar  con  más  fruto  que  en  este  arranque, 


OuWtft, CM cierto ^lo^ o«rf(Khi <ci  WD  v a/<Htoli>  tvHmaao  amtfaalOMrpQ  át 


ZS  EL  SIGLO  XIX  2S7 

Verdadero  ó  falso,  del  Rey  Monje  la  dtárüca  lucha  en- 
tre U  Monarquía  y  el  feudalismo,  y  el  vigoroso  desper- 
tar dt  L'i  una.  antes  misera  y  enflaquecida,  para  dar  por 
el  pie  á  la  fui-rza  del  colosii  sccrular.  El  partido  que  de 
aquí  podía  sacarse  era  inmenso;  pero  los  personajes  no 
ist&n  &  la  altura  de  su  representación,  y  lo  que  delMÓ 
fier  cuadro  de  grandiosas  proporciones  se  convierte  en 
esbozo  ligerfsimo  y  frta  reproducciiin  de  una  conseja 
para  noches  de  invierno. 

Entre  los  aciertos  del  novelista  se  distingue  la  des- 
cripcitín  del  almogávar,  simbolizada  en  el  rudo  y  va- 
liente Aznar,  descripción  conforme  en  sus  lineas  gene- 
rales con  los  datos  de  la  historia.  En  el  teireno  de  la  no- 
vela era  rasl  nuevo  im  tipo  tan  artístico  y  original,  que 
por  su  mismo  aspecto  de  rustiquez  primitiva  y  semisal- 
vaje  alainzíi  no  sú  qué  majestad  propia  suya  y  digna  de 
h  epopeya.  El  es  el  verdaderohéroe  de  la  novela;  fíl  quien 
«alva  al  Rey  monje  despuOs  de  su  coronación,  dando 
mueric  til  desbocado  cabídlo  en  que  iba  D.  Rjtmiro; 
*1  quien  te  arrancji  de  la  prisión  en  que  le  encierran  los 
oobks,  y  le  saca  victorioso  de  la  lucha  comcnza- 
ita  contra  ellos;  él  quien  ejecutíi  por  su  propia  cuenta 
la    terrible  justicia  de  cortar  sus  cabezas,  agrupán- 
dolas, para  formar  la  campana  famosa  de  que  habla  la 
iradirión.  Pero  la  figura  de  D.  Ramiro  result»  empc- 
queftccida,  endeble  y  i-ulgar  la  de  su  esposa  Dofla  Inés 
y  nial  (Jispuesio  el  desenlace. 

Olsí  se  perdonan  los  pecados  de  fondo  y  forma  en 
flUe  incurrió  el  Sr.  Cánoi'as  cuando  se  recuerdan  los 
f^^'iSimos  de  Henito  Vicceto,  del  infeliz  narrador  A 
H«ien  alguien  ha  apellidado  con  la  mejor  hucna  fe  el 
"OJter  Scoil de  Galicia '.  f>ij¿mse  de  él  que  fue  un  me- 
''«»-no  discípulo  de  Fernández  y  Oonzdlex  en  lo  que  <íste 


C^*  UlalfM*  tk  ¡iMíforU.  íllMlorla  raAoOrrcMu  <UI  tifia  XV.  MAJrlil.  UO!.  - 
"**•*  a4W.d(tpiU<d(lMrafiillM<«eii/a.  HM<i'4aeatalUf«<c<aikl<ltiCu.¥;.&U> 


J 


'^  t^  LITBKArtntA  espaRola 

tient'  (le  estrenioso,  y  quedaría  la  verdad  en  su  pumo. 
Descartando  la  pasión  revolucionaria  que  hierve  en 
/-os  hidalgos  de  Conforte,  nos  enconlramos  con  un 
Conde  de  Lentos,  medio  tirano  y  medio  tonto,  casado 
con  una  sflñdc  tierna  y  sentimental  (Udara  de  Courcl), 
que  se  enamora  de  uno  de  los  hidalgos  6  gnard¡;is  del 
castillo  y  comete  la  simpleza  de  contárselo  ^si  al  Con- 
de, su  esposo.  El  tal  Adonis,  Amaro  de  Villamele,  es 
hijo  nada  menos  que  del  .VLiríscal  Fardo  de  Cela,  caudi- 
llo principal  de  los  Hermanos  de  Galicia,  6  sea  de  una 
insurrccci(^n  democrjítica  del  ú^Xo  X\',  que  al  bueno  del 
autor  le  parece  ie:ual  á  las  del  reinado  de  Doña  Isabel  11. 
Sucede  además  que  algunos  hidalgos  hacen  tnücirtn 
al  Conde  de  Lcmos,  y  que  éste  mucre  peleando  ul  fren- 
te de  sus  tropas  contra  las  del  Marísad,  y  que  Ildara, 
después  de  muertos  su  marido  y  su  amante,  se  consa- 
^a  al  amor  platónico  del  última.  El  novelLsta  conoce 
que  los  lances  de  su  obra  son  inverosímiles,  y  echa  la 
culpa  al  cronista  &  quien  sigue  y  á  la  realidad  de  las 
cosas,  más  fecunda  á  veces  en  portentos  que  la  misina 
fantasía. 

Así  fue  siempre  Benito  Vfcccto,  y  bien  fiodríamos 
dar  todo  cuanto  dejo  escrito  por  unas  cuantas  piíginas 
de  Widtcr  Scott  auténtico,  mal  que  pese  á  las  decisio- 
nes ciegas  del  paisanaje. 

Lo  que  Vicceto  con  las  tradiciones  regionales  de  i 
licia,  practicó  Víctor  Balag-ucr  con  las  catalanas  y 
vénzales,  entregando  á  la  voracidad  de  un  publico 
rioso  y  cosmopolita  (quizA  mayor  en  America  que 
en  Espafla)  los  complicadísimos  relatos  '  La  ifii^la  dft 
cedro,  E¡  doncel  de  la  reitia,  La  espada  del  ntiterto,  EJ 
del  capuz  colorado,  La  damisela  del  castillo.  Un  c$ien~ 
ío  de  hadas,  El  dngel  de  las  centellas,  Eí  attciano  tfc 
FavcHcia  c-  Historia  de  un  pañuelo. 


>   Ciui  1M  ncocldot  por  «I  ««tor  pa»  tonur  Im  umot  X  XV  t  y  XX  Vil  ■!* 


ES:  El.  SIGUÍ  XIX 


3tfl 


Un  insigne  jurisconsulto  valenciano,  conoce<lor  co- 
mo pocos  del  Icnpufljc  y  )¡\^  costumbres  cspaflolas  cala 
Edad  MetlÜL,  probrt  A  imitar  d  uno  y  repri.>ducir  las  otras 
en  el  ensayo  que  lleva  por  titulo  Eí  caballero  de  la 
Almanaca  '.  Sólo  el  colector  del  Romancero,  D.  A^tis- 
tín  Darán,  3'  el  erudito  Hartzcnbusch  habían  intentado 
hasta  entonces  cosa  parecida,  y  en  verdíid  que  se  nece- 
sita esfuerzo  para  sostenerse  en  una  relación  tan  larga 
como  la  de  Gonzíilcz  del  Valls  sin  incurrir  en  traidoras 
infidelidades.  \áx^  descubriría  de  ñju  un  zahori,  aunque 
no  habían  de  ser  muchas  ni  de  {grande  significación,  en 
cuanto  se  puede  conjetumr  por  una  lectura  no  muy  re- 
posada ni  escrupulosa. 

Yo  no  sé  si  aquí  es  tan  principal  el  argumento  como 
la  forma;  pero  hay  en  íl  situaciones  tan  hermosas  y  pa- 
téticas, tal  intimidad  de  afectos  y  tan  simpático  candor, 
que  no  desdirían  en  obra  üe  mayores  alientos.  El  fí-rreo 
pero  generoso  corazón  de  Garcí-Pérez,  y  la  varonil  in- 
trepidc/.  de  Dofl:i  Sol;  los  luiln^os  y  tt-n  tac  iones  ron  que 
procuran  rendir  su  Iklelidad  mutua  Zahira  y  Aben- 
zulhcc  respectivamente,  y  dominando  sobre  todo  tu 
sencillez  no  afectada  con  que  el  autor  se  hace  eco  fide- 
lísimo de  las  creenciiis,  sentimientos  y  supersticiones 
propiosde  la  época,  trasladan  la  fantasía  j\  un  país  ideal, 
lleno  de  encantas  y  misterios. 

>!a5  >*a  es  hora  de  juzjpar  rt  nuestro  gran  novelista 
histiirico,  al  U'alter  Scott  de  las  tradiciones  vasciis. 
cuyo  pfluríoso  nombre,  hoy  un  tanto  obscurecido  por 
■prw»cup«ci(mi>s  di-  distinui  pnicedencta,  ha  de  colocar 
la  posteridad  en  un  lug^ir  muy  alto.  Ya  antes  de  184S 
era  conocido  de  propios  y  extraflos  D.  Francisco  Ki 
vnrro  Villoslnda  *  por  sus  obras  Pofla  Hiatica  de  .Vava- 


J^tI.^  MOvnultutbM'afi)^  Mjuln.).  Urri. 

•    N.  I   >  Nnvnnaicit  JiOiiaUrt  il*   intH.  lÍMuitliMa  «nnUtka 


270  LA  UntlIATUItA  RAPAltOLA 

rra  y  DoHa  Urraca  de  OisíiUa,  de  que  se  hicieron 
traducciones  &  varifts  lenguas,  Todas  las  prendas  que 
solicita  el  género,  lu  verídico  de  la  narración,  el  ctmv- 
cimiento  y  dibujo  de  1a$  lig'uras,  y  sobre  iodo  aquel 
acomodarse  á  las  costumbres  de  rentólos  sigrlos  y  civi- 
lizaciones, haciéndolos  sentir  en  vez  de  analizarlas 
fríamente,  descubren  al  novelista  de  raza,  que  no  lo  es, 
como  tantos  otros,  por  capricho  ó  por  añción  estéril. 
Allí  se  vela  Edad  \fedía  tal  como  Fue,  sin  velos  ni  re- 
ticencias, con  su  caráter  idealista  y  aventurero,  sus 
luchas  sangrientas  entre  raza  y  raza,  entre  institucio- 
nes é  instituciones,  sus  (frandezas,  crlmenesy  desigual- 
dades. IntríRasde  curte,  trajíedías  de  amor,  indómitas 
aristocracias  y  desenfrenos  del  populacho,  todo  apare- 
ce al  natural  jfracias  al  estudio  reflexivo  y  a  la  perspi- 
cacLa  propia  do!  verdadero  ingenio.  Sin  ser  aparatnsa- 
mcntc  conmovedores  y  cxtraflos, guardan  los  incidentes 
un  orden  inalterable,  obedecen  &  impulsos  y  pasiones 
de  verdad,  sucediéndose  con  rapidez,  pero  sin  violen- 
cias de  ninguna  clase. 

Dotla  Blanca  de  Navarra  es  una  cralería  de  escenas 
hermosamente  iluminadas,  así  en  lo  que  tiene  de  fic- 
ción como  en  lo  que  tiene  de  historia,  destacándose  en 
el  fondo  la  vire;inal  fisonomía  de  la  infortunada  Prin- 
cesa. No  a^.ida  tanto  como  la  primera  parte  la  sc(:nn- 
da  con  que  aumentó  su  obra  el  autor,  estimulado  por 


dattde  MAAOte  en  Septiembre  del  mluM  afl».  %*i  articoloH  ea  B  Ktfiaial,  t^ 
tlpaAa,  el  ütmaaafio  J'hit*rttat  y  en  mnchiUi  oka»  publloclonci.  y  bw  phmr- 
f«*  n(iv(ln%,  t(-<miro«  unn  re(iut«i~lc!in  HítMa,  uní  vena  loicnut  mfccatl'.  Dct- 
puA  de  hsK-T  «ido  lecmaria  ót\  Gflblrrtin  it  Aliva.  y  aiKisIvanienU  oflcUI 
tureem,  ■•(.|;aiEi<le  y  |>rlram><]«l  MlnUlTtto  >I?  Ik  (ícttirraiiciAi).  it^iuivlá  *  t<Hlo 
canco  pOtrUco  ta  IS&Sp«ia  lasiUr  £1  rMMMMiM*  Cvoaot.cti'cUnic  diario  ck- 
■WIcol  Un  arilculo  vonirn  el  vanüitlUmo  de  Rttli  ZonllU  inllü  i  Naiano  VI- 
ItMl>4ateToondu<-M'>A  lii<  príitanr<d<:l  Silndcro.  AHIlnJoalfMrtldocarilkt*. 
qtic  le  blia  Jipal.iJo  y  Hcnaikir.  lathO  tncnniaMr  por  rl  tríanfo  d«  M^  1J«U.  A 
!>■  que  eonUatM  firlinnilc  adhirlila  iIcm1«  t]  rvüro  d<l bofur,  docdc  rivc aleta- 
do  dd  iRiKiilo  e  inilllumle  A  Un  büUicoa  y  llenen»  de  1«  rama. 


BX  Bt  SIGtA  XIX  371 

el  ¿liio,  y  acaso  tamblt^n  por  lii  fccunilidad  del  asunto. 
Cuando  escrihtó  e*ítas  dos  novelas  era  Navarro  VÍ- 
UoJada  un  joven  de  Rrandes  aliemos  sobre  quien  Ü(^ú 
A  pfsor  to  dirección  de  tres  distintas  publicucionos,  en- 
tre ellas  el  &  Semamirio  Pitttoreaco  Español.  Sus  en- 
vidiables titlentos  de  novelista  estuvieron  «-¡osos  mu- 
chos afltis,  en  los  que,  consagráudoiic  de  lleno  á  los  afa- 
nes del  periodismo,  colaboro  en  El  Padre  Cobos  y  fvm- 
dO  £y  PrnsamfMto  España/,  donde  insertaba  artículos 
^^  política  cándenle  junto  con  la  famoyisima  serie  de 
los  Tixfos  vivos,  máquina  de  guerra  contra  la  hetero- 
doxia universitaria.  íiuscando  el  reposo  al  fin  de  esta 
^^^'írrem,  no  menos  abundante  en  glorijii;  que  en  amar- 
í^rjis,  volvió  Á  tomar  en  las  manos  la  pluma  de  su  ju- 
ventud,  y  de  esta  resolución  íelicisíma  nació  eo  la  ol>s- 
*^**ri0ftd  y  el  silencio  su  inmortal  Amaya  '. 

Cuando  aparcíió.  llegaba  íi  su  apogeo  la  novela  es- 
Polola  en  brazos  de  Caldos  y  I*crcüa;  pero,  aunque  son- 
'"Oje  el  decirlo,  la  Amaya  sólo  encontró  lectores  y  elo- 
■r*os  en  unJi  parte  del  público,  fuimada  eo  su  inmensa 
"^í^yoría  por  tus  correligtumirios  del  autor.  Las  Revis- 
^H  que  disertabiin  largo  y  tendido  sobre  íUoria  y  La 
^"tniíia  dr  León  Rock,  sobre  Salivt'lla  y  £3Í  cofia  de 
II  ^"^^€,  ni  siquiera  se  dignaron  saludar  la  obra  eo  que 
H  *^*^'vian  á  reverdecer  los  lauros  de  nuestro  primer  no- 
H  ^*íl¡sta  histórico.  Cierto  que  llejfaKi  A  deshora,  que  el 
H^*^*>t.»rn  estaba  soberanamente  de-úicreditado,  y  que  le 
H****stituían  otros  nuevos  más  en  harmonía  con  las  exí- 
^P^^c-ias  de  la  época;  pero  .{donde  está  la  dccanttda  li- 
j^^^J'tad  en  el  arle,  sí  en  diez  ó  veinte  aflos  se  convierte 
^^  motivos  de  desdtín  lo  que  fue  objeto  de  entusiasmos 
'■'■dientes?  Fuent  de  que  el  no  ser  esta  reserva  univer- 
cla  A  entender  que  en  ella  intervinieron  muchas 


**~  *«  nVátttiin.  Moilriil.  I8T9;nrw  lomo»  ea  8.»  Anm.  f  rw  iWoicni  »«, 


273  LA   UTSaATURA  ESPAfiOUl 

razones,  y  no  toUas  literarias,  sino  hijais  en  gran  parte 
úel  ranaiismo  de  secta,  que  no  queHa  rendir  tributo  de 
alabanza.  A  un  neocatólico  tan  resucUo,  aunque  de  umto 
valer,  y  que,  introduciéndose  descaradamente  en  el 
campo  neutral  de  las  letras,  apartaba  desdeñosa  sus  ojos 
del  rayo  d«  la  verdadera  inspíracitín. 

En  bien  conuidas  ocasiones  fue  más  oi^tcnKíhle  ta 
injusticia.  Dejemos  á  un  lado  los  pueriles  ejercicios  de 
retórica  sobre  si  cabe  la  epopeya  en  los  limites  de  la 
civilización  nctuid,  y  si  necesariamente  ha  de  cncerrar- 
RG  en  ésta  ó  aquella  forma  determinada,  quiera  decir, 
sí  son  posibles  las  epopeyas  en  prosa.  Discútanlo  lus 
nuevos  Hermosillas,  y,  sin  hacer  caso  de  sus  rcsolucio* 
nes,  dipamos  con  seguridad  que  el  fondo  de  lu  Aniaya. 
y  lo  mismo  los  caracteres,  el  objeto  y  los  episodios,  son 
rigurosamente  épicos  por  su  desusada  grandejíi  y  su 
aspecto  primitivo.  Se  respira  allí  iin  aire  de  sencillez 
ingenua,  patriarcal  y  homérica;  hay  en  algunos  cua- 
dros no  só  quí  inimitable  verdad,  emanada  directa- 
mente de  la  naturaleza  virgen,  sin  las  alteraciones  in- 
troducidas por  los  retinamientús  de  Lis  sociedades  adul- 
tas, y  otras  veces  sentimos  el  estruendo  de  las  institu- 
ciones que  caen,  y  el  conflicto  de  ¡deas  con  ¡deas,  y 
ejírcilos  con  ejércitos,  ó  presenciamos  el  ocaso  de  una 
civilJKacitSn  decrípita,  y  el  nacimiento  de  otra  fornuida 
sobre  sus  ruinas  por  la  fe  y  el  patriotismo. 

El  duelo  A  muerte  entre  el  Imperio  visigodo  y  los 
vascos,  convirtiéndose  en  fusión  venturosa  contra  los 
hijos  del  Islam,  el  triunfo  de  la  Cruz  sobre  los  hereda- 
dos y  seculares  odios  de  las  dos  rauís:  ¡qué  epopeya 
tan  magnífica  y  deslumbradora!  Así  lo  comprendi(>  el 
poeta  de  las  tradiciones  éuscaras,  que  ba  sabido  comu- 
nicarles el  soplo  de  la  inmortalidad,  encam  And  olas  en 
los  personajes  de  la  obra  sin  tropezar  con  los  escollos 
del  simbolismo  exagerado. 

Sirve  en  ella  como  de  centro,  al  que  convergen  to- 
das las  partes,  la  purisima  figura  do  Amaya,  en  cuyo 


BN  bx  SIGLO  XIX  273 

nombre  compeniiió  la  profería  los  destinos  de  la  Eus- 
caríu.  Corre  por  las  venas  üe  la  angelical  criatura  ln 
^Dfjc  goda  del  tlufado  R:injmirú  con  la  sangre  vas- 
erogada  de  su  madre  Lorea  tT'aula);  y  di  por  i*tü  illti- 
«oo  le  corresponde  el  dictado  de  hija  de  Aiior  (el  Pa- 
triarca \-enido  del  Oriente  y  fundador  del  pueblo  vas- 
^',  tócale  tJimbiín  una  parte  del  odio  con  que  los 
kihiíantesde  aquellas  niontiiftas  miran  A  su  persegui- 
•íor  Ranimiro.  A  pesar  de  semejante  prevención,  &  pe- 
^r  Ue  la  guerra  lemiz  que  mueve  la  pagana  Amagoya 
c^tr,!  los  derechos  de  su  sobrina,  vive  y  alienta  para 
ífef  enderlos,  y  para  custodiar  los  tesoros  de  Aiior,  una 
inu  jvr  en  quien  toma  la  fidelidad  aspecto  y  proporcio- 
»***  de  locura.  Contra  los  cuidados  de  Petronila  se  es- 
trellan las  pretcnsiones  del  judío  Eudón,  protegido  de 
Aí**agoya,  y  las  de  Teodosio  de  Gofli,  que  obtiene  la 
oirr—     '    "tra  Amaya  distinta  de  la  autentica.  En  vano 
li'  n  p\:rtida  de  los  israelitas,  y  la  debilidad  de 

íf^  godos,  y  las  preocupaciones  erróneas  de  los  vas- 
eoíigndus,  contrarí;m  los  designios  de  la  Providencia. 
Cari-iu  Jiménez,  el  caudillo  de  Aharzuza,  el  íormidu- 
Me  dt^belador  de  los  enemigí>s  de  la  Vasconia,  el  pu- 
•tor-íKo  amonte  de  la  hija  de  Ranimiro,  es  el  llamado, 
Juntamente  con  ella.  A  realizar  las  esperanzas  de  su 
pucW.1,  fundando  un  trono  que  scrvírjl  de  baluarte  íl  la 
(«tura  reconquista.  En  toda  la  serie  de  dnunítii-as 
!*Vt3itunL«í  que  preceden  al  anhelado  desenlace  domina 
*^*  íifiTira  de  Amaya.  tipo  de  ideal  hcrmosiu-a  realzado 
<^*Hi  los  atractivos  de  la  nacundera.  ta  virtud  y  lu  per- 
dón inmere<-ida.  envuelta  en  azulados  y  transpa- 
<tcs cendales,  sobre  lus  que  brilla  un  nimbo  de  ce- 
'este  luz:  tTeacÍ(>n,  en  suma,  digna  del  pincel  de  Mu- 
riUo. 

Caiii  t;in  teliz  como  la  de  Am;iya  es  la  de  su  esp<»0 
^Oa,  cuyas  It'í:cTiUjiTias  proí-Ziis  hacen  voIvlt  los 
^■íK.  no  A  £ji  flfftda,  sino  al  Romaijeero  español,  ú 
*"niW*n  á  lu  narración  bíblica;  alma  de  Ángel  en 


274  LA  LttBGATCRA   ESPAÜOI^ 

cuerpo  de  atleta,  héroe  de  la  fe  y  del  amor  que  rcfleju 
las  grandezas  de  Amaya  como  refleja  un  astro  los 
esplendores  de  otro  superior  y  más  luminoso.  De  su 
atolondrado  rival,  Teodosio  de  Gofli,  perpetrador  es 
inconsciente  de  un  pan-icidío,  y  luego  solitario  ej< 
piar,  encerrado  en  inaccesible  ffruta  y  redimido  dé  áF 
crimen,  no  tíinio  por  la  asidua  penitencia  como  por 
el  generoso  perdón  que  otorg^a  á  su  infame  conscjcru 
ya  murihundu;  de  este  mismo  consejero,  falso  Mesías 
de  Amagoya,  del  santa  Obispo  Marciano  y  demAs  pcrj 
sonajes  accesorios,  cabe  asegurar  que  cada  uno 
su  esfera  es  un  dechado,  y  que  todos  ae  mueveai 
compás  y  sin  embarazarse,  conservándose  ídénticr» 
i\  si  mismos  en  medio  de  los  mfc  diferentes  i:irci 
tancLis. 

El  fondo  de  la  noveUi  no  ofrece  racnos  variadas" 
deleitosas  perspectivas,  desde  la  tranquilidad  de  li 
montaflas  hasta  las  turbulencias  de  que  se  conviei 
en  teatro  la  Península  después  de  la  invasión  sar 
na  y  la  jomada  del  Guadalete.  La  signifícación  de  1( 
judíos  entre  los  visigodos,  sus  cAbalas,  arterías  y  disi- 
mulos aparecen  personificados  en  Abraham  Aben  Hez- 
ra  y  en  su  hijo  Ilud<)n.  En  cuanto  íi  las  creencias,  mi- 
tad pi-imiiivas,  mitad  supersticiosas,  del  pueblo  v';isco, 
y  especialmente  en  la  que  se  refiere  al  tesoro  de  Aitor^ 
producen,  por  su  lejanía  y  fabulosa  antigüedad, 
efecto  algo  semejante  al  de  la  Mitología  griega  y 
mana. 

Tal  es,  sin  contar  las  bellezas  del  estilo,  sicaí 
adecuado  al  objeto,  y  siempre  pulcro  sin  afeotaci< 
esta  novela  de  Amaya,  monumento  literario  cuyo  vs 
lor,  como  he  dicho  antes,  han  tic  estimar  en  lo  jus- 
to las  generaciones  futuras,  menos  preocupadas  qt 
la  presente. 

La  pUcida  y  serena  melancolia  connatural  en 
espíritu  del  tnalogrado  Becquer,  y  que  informa  tt 
sus  rimas,  le  inspiró  también  tina  serie  da  leyendas 


'ICf  RI.  SIGLO  XIX  fiS 

prosa  '  que  nlfunos  ponen  lobre  Uis  rinias  en  mérito  ll« 
iríario;  pero  como  hay  macho  de  pueril  y  caprichoso 
«üi  ^^sias  discusiones,  no  he  de  engolfarme  en  ellas 
pun^    DO  ocupar  inútilmente  l;i  atención  du  los  lectores. 
E->ti».s  leyendas  tienen  cercano  parentesco,  no  sé  si  de- 
bitfo    Á  la  casualidad,  con  los  cuentos  de  Hoffman,  que 
ya  «Jl  «sdc  I33^í  corrían  traducidos  en  castellano,  y  con 
alptxxias  baladas  alemanas,  cuyo  indeciso  y  vaporoso 
asp«.í-<:io  era  muy  simpático  Á  Beequer.  En  cambio,  y  á 
pcss^aT  de  las  apariencias,  dista  mucho  el  autor  espa- 
flol    Ocl  desmandado  Vizconde  d'Arlincourt,  porque  la 
afic  i<jn  de  uno  y  otro  A  lo  sorprendente  y  extraordina- 
t*»    Ttconoce  muy  diversas  causas,  y  no  es  en  Becquer 
ni    Xi  w  •¿i'^tcmAtica  ni  tan  exclusivisui  como  en  el  no- 
vL-\  i  -^ta  imncés,  sin  sumar  la*  diveríjencias  do  forma, 
qac2   son  muy  notables.  El  idealismo  en  que  rebosan 
la*   leyendas  es  dulce  y  reposado,  con  otros  fines  su- 
periores al  de  herir  la  fantasía  por  medio  de  espectros 
y  lobregueces,  como  lo  acostumbra  A  hacer  el  V'íz- 
íonde. 

Ej  precursor  mAs  inmediato  de  Ilecquer  es  Zorrilla, 
porque  ambos  poseen  ese  instinto  de  lo  misterioso,  esa 
aparente  credulidad  en  todo  cuanto  ha  forjado  la  fecun- 
da inventiva  del  vulgo,  csjí  facultíid  de  leer  con  los  ojos 
itilerlorcs  en  Lis  ruimis  del  desmoroniulo  castillo,  en  la 
9^ta  r^tednd  y  Iji  vetusta  aljadía,  cosas  veladas  para 
los  profanos  y  escritas  en  el  polvo  por  la  mano  de  los 
»irV>',.  íiecquer,  menos  ardoroso  que  Zorrilla.  ]ircfirii3 
la*  tradiciones  exiraflas,  y  sobre  que  se  cierne  algún 
Pftlw  incógBitü  y  sobrenatural,  íi  esas  otras  más  vero- 
'indlcíj,  en  que  sMo  intervienen  las  pasiones  humanas 
•;aB8U)t  loriau-sidadcs  y  violencias. 

tos  asuntos  son  genuitiamente  españoles,  si  se  ex- 


'  Cetoo:iuiia.hi«  «n  ti  tono  I  Ja  «a*  obra».  Bu  lu  cMTlMa  Un*  ni  MMa  ln> 


276  LA   LtTCRATt'RA  ESPAÑOLA 

ceptúan  losde  ¿íj  Creación  y  E3  caiidílfo  de  ¡as  mancas 
rojas,  referentes  á  la  historia  de  la  Indúi,  y  por  cler^KO 
interpretadus  con  ^an  exactitacl,  que  tiizo  A  nl^m^^oR  ' 
tomar  pur  iraducción  lo  que  era  parto  ori^injü  y  «         ^' 
pont:tneo.  Pulo  Dheli,  el  mngníñco  <»?nor  de  Osira.  v 

Siannah,  la  perla  de  Ornm::...  la  que  formó  Berma  ^iftl 
j7«  un  delirio  de  placer,  combñíamio  ¡a  genlfleaa  de  I 
paifttas  de  iVepouf:.  la  /¡exibihda/l  de  los  Juntos  a 
Gnngeít,  /«  esmeralda  de  los;  ojof^  de  una  Shíva,  ¡a  í 
de  un  díamoMfe  de  Gol  comía,  la  h^rtttonfa  de  una  r^^oio 
(¡te  de  verano  v  ta  esencia  de  un  lirio  salvaje  del  ^^mHi 
iHctlaya,  estas  dos  peregrinas  creaciones  parecen  íurx^  cq. 
dradas  en  la  fantasía  de  un  poeta  oricnuü. 

Las  demás  Leyendas  de  Jíecquer,  como  Maese  P^^*c- 
rea  el  organista.  La  crtts  del  diablo,  E!  Cristo  ér^^la 
Calavera,  y  El  Miserere,  están  cortadas  por  un  solo  ^Vft- 
Irón,  Impiílpiibles  y  sutiles  fantasmas.  íiparicioncs  it —  te- 
rradoras  que  sursrcn  en  medio  del  silencio  y  las  út^  ic- 
blns,  piilacios  encantados  donde  habitan  los  Rtiomos^  T 
las  sílfHles,  ensuedos  de  amor  ideal  que  despierian     los 
rayos  de  la  luna  con  sus  vagos  resplandores:  tales  ^son 
los  componentes  obligados  de  estas  leyendas.  Toteas 
obedecen  á  lo  que  antes  llamí  instinto  del  misterio,     ai 
af  An  de  ver  en  éste  oíros  mundos  poblados  de  seres  C^*" 
reales  como  el  hombre;  todas  encierran  en  el  fondo  l*  fi^ 
aspiración  A  lo  infinito,  de  esas  que  atormentan  ú  las.  ^• 
mas  sonadoras  como  la  de  liecquer,  mal  avenidas  c;**^ 
la  prosa  de  la  realidad. 

Por  esta  y  por  otras  razones  produce  tan  honda  i  í^" 
presión  Ei  Miserere,  esfuerzo  último  del  inffenio  p3t"i 
revestir  con  palabras  lo  que  sólo  cabe  en  el  idioma    '^^ 
los  espíritus.  ¡Qué  concierto  aquél,  entre  celestial    í 
salvaje,  arrancado  de  Iris  tumbas,  símbolo  de  las  d 
res  y  miserias  que  afligen  í\  toda  la  humjinidad!  ¡W 
imagen  tan  acabada  de  la  creación  en  el  arte  no  es^ 


obscuro  romero  empeflado  en  traducir  las  gíRnr^ 
ideas  grabadas  en  su  mente  por  el  canto  sepulcral 


H.V  EL  SICLO  XIX  277 

IcMcaUávercs  rcdinvos!  ¿Cuándo  se  expresó  con  más 
luleliduil  lo  que  es  la  fiebre  del  genio,  In  desesperada 
lucha  pcír  diir  form.T  ;'i  lu  que  no  puede  tenerla  por  su 
mi&ma  inefabilidad? 

La  prosa  de  Bocquer,  semejante  &  música  hablada  ó 
jk  choque  ritmico  de  perlas  y  cristales,  cautiva  ü  la  vez 
por  el  tesoro  de  I;ís  imiSgenes  descriptivas  y  por  la  har- 
tnoniosa  dulzura,  de  que  antes  había  dado  alguna  mues- 
tra Enrique  Gil. 

Muy  de  diversa  manera  entiende  las  bellezas  de 
estilo  y  lenguaje  el  reputado  escritor  montafiCs  cono- 
cido por  Jim»  García,  y  que  por  su  nombre  verdadero 
«e  llama  D.  Amos  de  Escutantc,  pintor  idealista,  en 
expresión  de  Mcnéndez  f'elayo,  rico  en  fenmraa  y 
dtitcadesas,  qtu  ha  eftvwHo  ei  paisaje  de  la  montoAa 
canl4brica  cm  un  vdo  de  suave  y  getitil  poesía.  Esiu- 
diosiálmo  de  la  lengua  castellana,  hnge  desconocer  las 
mutaciones  esenciales  introducidas  en  ella  por  el  lento 
ondJir  de  los  siglos,  y  desluce  el  mérito  de  sus  imi  tacto- 
n£s  rlás¡ca.<i  por  la  mezcla  de  vinahlos  modernísimos 
con  otros  anticuados,  de  que  no  quisieron  ya  us:ir  nues- 
tros prosistas  del  siglo  XVI.  De  este  purismo  afectado 
Adolecen  rus  cuadros  de  costumbres,  sus  relaciones 
de  viaje  '  y  la  leyenda  histórica  titulada  Ave  Aían\s 
Stel/a  '.  que  es,  entre  todas  sus  oirás,  la  mus  extensa  y 
iiprecLible. 

Su  argumento  se  entreteje  con  las  discordias  de  tma 

noWe  familia  montaftesa,  cuyos  dos  representantes, 

O.  Diego  y  D.  Alvaro,  pretenden  la  mano  de  una  misma 

tloncella,  iXTccit-nd"  el  segundo  ahugado  en  I:is  aguas 

*^kI  Saja,  conviniOndose  el  primero  ;mic?i  de  su  muerte, 

■tyodado  por  su  otro  hermano  Fr.  Rodrigo,  y  quedando 


■    Pt  Jtamtimom  ot  Barro.  —.Ori  B>ro<U  na«/.— QmIcu  b  ncMUhu.— A  tu 
,,  ■  UWJtnril  AtilO'  í-efttda  nmMfUM  ibl  (Cirto  XVII,  porAu*  Oarttm-— 


278  I.A  LITERATVIIA   SSPAÜOI.A 

así  trágicamc^nte  cxtioguido  el  linaje  de  los  Peres  de 
Ongrayo.  No  se  busquen  aqui  el  calor  y  el  apasiona- 
miento que  píircccn  írríitlúir  Uc  suyo  las  situaciones, 
sino  mils  bii-n  la  apaciMe  tranquilidad  i-on  que  se  «obrc- 
pone  ú  ellas  el  novelista,  desentendiéndose  de  las  mis 
culmimintes  para  pintar  un  paisaje  ó  una  marina  con 
verdadera  delectación  morosa. 

Si  se  cxceptiia  &  D.  EMego.  los  personajes  no  acci 
ríos  de  la  novela,  desde  Fr.  Rodrig:o  hasta  U."  Mencl 
esuin  respirando  bondad  y  sentimiento,  que,  discreí 
mente  variados,  no  empalagan  por  la  monotonía.  Fra^ 
Rodrigo,  con  su  inalterable  mansedumbre,  su  earíictcr 
de  pacificador  y  sus  admirables  virtudes,  recuerda,  aun- 
que de  lejos,  al  Fni  Cristófuro  de  /  protncssí  sposi, 
como  advirtió  ya  Meníndez  Pelayo.  En  medio  de  los 
primores  de  la  forma  tiene  Avv  Maris  Ste/la  el  defecto 
de  la  prolijidad  en  los  diálogos,  que  embaraza  y  A  tre- 
chos destruye  el  interés  de  los  incidentes  míls  conmo- 
vedores, resultando  la  accián,  aunque  tan  dulce  y  sim- 
pática, algo  pobre  y  como  desleída. 

Cosa  semejante  hizo  Emilio  Castelar  en  J^ra  Fi~ 
Upo  Lippi  '  al  referimos  los  amores  del  cílehre  pin- 
tor con  Lucrecia  Buti:  buscarse  un  tema  para  diser- 
tar laríío  y  tendido  sobre  el  Renacimiento  y  la  Ita- 
lia en  la  segunda  nfitad  del  si^lo  XV,  con  el  estilo 
amplificador  y  lujuriante  que  es  en  él  característico,  y 
que,  con  utras  razones  no  menos  poderosas,  habla 
muy  mal  de  sus  aptitudes  como  novelista.  Todavía  es 
inferior  á  la  precedente  la  novela  SantiaguíUo  d  Po- 
sadero, apología  de  tas  guerras  civiles  que  siguiíTun 
CD  Alemania  á  la  proclamación  de  la  pscudo-Keforma, 
serie  de  repugnantes  escenas  que  quieren  ser  panora- 
ma de  las  violenciiLs  feudales,  libro  farragoso  y  de  di- 
fícil lectura.  Varios  otros  del  mismo  género  lleva  pu- 
blicados el  Sr.  Castelar,  con  tma  vocación  tim  cons^ 


•    Barctloao,  1979. 


ES  EL  SIGLO  XIS  279 

tttCe  «mío  la  del  esciiso  publico  que  los  compra.  Sirve 
ti*  eaccepcién  honrosa  El  suspiro  fifi  moro,  donde  rea- 
P^recxn  brillantemente  coloridas  íUgrunas  trndicionts 
refe^r-cntcs  &  la  conquista  Ue  Granada. 

I— .-es  insignes  arqueftlojros  y  arabistas  D.  Francisco 

J.  Slmonet  y  D.  Rodrlsro  ,\mador  de  los  Ríos  han  vü]' 

gar^sEadú  la  historia  del  pueblo  musulmiin  en  Espafía 

jon^sindo  fci  erudición  con  el  ítrtc  namitivo,  aquél  en 

las     Kuirniciones  AltttaHsor  (1857).  Aterícu  (1858)  y  Co- 

tito»^  ,  y  Amador  en  la  titulad.-!  Ai-Caíar-ui-.^íatisur  (El 

paf  ^Mcio  encantado)  (IttóT»)  y  en  Jm  ieycmia  fiel   Rey 

ik^^^HeJo  publicada  recientemente  en  la  Biblioteca  Arle 

V  f^~<-tfas  ',  y  en  1;»  que  se  pinta  ron  nejeros  colores  al 

usurpador  Abu-Sald,  condenado  A  muerte  por  Don  Pe- 

üro  I  (Je  Castilla. 

En  Ei  monje  del  mottastcrio  de  Yttstc  *  describe 

Lí^anOrfi  Hern-ro  con  Linta  verdad  iomo  atractivo  los 

úUimos  momentos  del  Emperador  Carlos  V  y  la  caba- 

IICFCat-a  (í^ra  de,  D.  Juan  de  Austria,  completando  el 

L'nipi,  con  la  del  capitán  Biirricntos,  custodio  y  defcn- 

■•  f  Ufl  joven  kistardü.  y  la  del  ancíjino  Ruy  Gómez  de 

^wcla,  en  cuyas  venas  arde  un  odio  de  muene  contra 

*■  ^rítw  V  por  creerle  culpable  de  la  de  dos  descendien- 

'''~  ■•';.  Los  hijos  del  último  de  ellos,  Conrado  y 

1     ¡na,  iiman  á  D.  Juíin,  lo  tual  no  impide  que  se 

eoot^ipfip  un  duelo  entre  los  infortunadus  amigos,  opor- 

'""íXrnfnte  frustnido  por  lu  intervención  de  Ruy  Gú- 

P**^     y  por  las  solemnes  palabras  con  que  el  invicto 

"""tMfrador  jura,  ¡mte  el  sepulcro  de  las  víctimas,  no 

^"^^  podido  evitar  la  efusión  de  «mgre  que  mancha 

^^  ^la-íonesde  los  Várelas.  El  incipiente  amor  de  Mag- 

^^^■»ia  y  D.  Juan  se  desvanece  con  la  ausencia  del  fu- 

"""^^  venctfdor  de  Lepanto,  dejando  ver  en  Jejana  pers- 

I**^^4va  el  blanco  velo  de  la  doncella  convertida  en 


2H0  I^  LITSaATl'KA  E&PAÜOLA 

esposa  de  Jcsüs,  y  el  perfil  del  pajecillo  de  Yuste  a^ 
gaotado  con  las  proporciones  del  heroísmo. 
'  Con  el  mismo  espíritu,  aunque  en  forma  distinta  que 
Antonia  de  Truebti,  han  celebrado  las  tradiciones  de  su 
país  to?  novclistiis  vascongados  Jos£  M.  Guízueta  (La 
fiodna  lie  Noldátt.  Mastacarri ,  etc.),  Santiago  Mantel] 
en  La  dama  de  Anthoto,  Juan  V.  Araquistain  en  iJaui- 
Ita,  Laettiparaiada  de  írrasííftaí,  /jfs  cdnlabros.  Las 
frfS  o/f?í.  BcOtt-har-€o-(f¡aya,  La  hilandera  déla  ca- 
pilla '  y  en  £V  Jiasojauti  de  Etitttieta,  y  Vicente  AruataJ 
en  Los  últimos  ibrros,  leyendas  de  Ettskaría  ".  ^H 

Flnalmenic,  no  ha  faltado  quien,  siguiendo  las  hue- 
llas del  alemán  Jorg'e  Evers,  aprovechase  como  fuente 
de  inspiración  los  descubrimientos  egiptológicos,  pues 
no  a  otro  propósito  obedecieron  los  sabios  autores  de 
El  sortilegio  de  Karnak  \  José  R.  Mélida  é  1.  López.  A 
pesar  de  todo  la  novela  histórica  apenas  uene  hoy  vida 
en  Espafia,  y  el  escjiso  número  de  ellas  que  se  publican 
no  pasim  de  ser  desxiaciones  individuales  y  pasajeras 
del  realismo  imperante.  cons.iRTado  por  el  ejemplo 
los  autores  y  iwr  !a  alíciün  del  público. 


<    ThidMoM*  muíA-cdi^atrO*.  ToIi>m,  IdSS.  La  (Uilina  ifcl  rolnurtí  (¿a  i 
di  jroruMwN/  trtKA  MCftt*  cc  Veno. 

*  Madrid.  I88Z 

*  Madrid,  \»i. 


•4>f*^^»6"< 


CAPÍTLTLO  XV 


RKKACmittNTD  DK  I.A   KOVELA   DB  C0STUU8KES 


Df>  tL'nticin'iiis  simultáneas  predominaron  en  la  no- 
vi'la  cu;indo  comcnitíiron  ¡i  calnutr  lus  fervores 
románticos  en  los  pcrsomis  .scnsatus:  Ui  cjcmpla- 
rtdíid  doecnte.  y  el  amor  A  la  realidad  viva  y  concreta, 
^cspoftadü  en  cierto  modo  por  los  escritores  de  eos- 
tumhres.  Síntesis  y  personificación  de  las  dos  tenden- 
t»a  fueron  las  obras  de  una  mujer  ilustre  con  quien 


*  C(*  oK  nomliTT.  que  lo  o>  de  an  pocbkcillo  de  la  51jiai:li>.  (mnA  Wikw 
'  tkzrtiM  ámlM  CtxUl»  Uohl  ilc  Falm.  kl|«  del  erudito  hlipuiMlla  di- 
I  aptauo.  VliM  al  mando  U  üiXen*  n«v«liiiu  rl  31  d*  ntcl«tnt>f«  do 
I  MenP"*  '.^laa'i;  •rtrv  iu  nuiltc.  dfcr  lUi  hl^icnifo,  «allA  dr  ii*piill> 
cot*  en  nnc  rUu  Imipttla  BiMCIía  in  t«  entficflo  di'  i|iie  nadJe  U  Ui- 
*^P»rrUfwi|cfai.  Vuioaui>->ovená  ta4aer<ir  >u  luirln  adopUra.  jr  A  Im 
'laitMr  uo,  omtrata  «ainaMnra  coa  «1  C*pItAn  Ptandlo.  ditl  qne  ao  UnlA 
•n  aitbiar,  cxianJ»  McnlramcBlc  con  el  HanpiA  Je  Arco  llemMaa  j  coB 
^  <»i«iio  Arnta  ik-  AyaU.  Ij»  «oln»  l>o<i«  ImM  U  oliwio  d  Fctnia  CalM- 
'  c*  tI  áh-iíai  de  SvttlU  un»  mUeai-'bL  de  ijar  dUf  rniA  luua  la  iwnla> 
1^  UU.  IX-Mlr  nu  fcfku  ^tv\ó  mftdp<il*lmanii:nU'  rn  unutau  humlUf  de 
>  laplUl,  i-«ftanKi-loJ'Mii  (OcfiM  i  l«t  Uiiai  ituc  al  rr^oclHlcnuí  mli- 
'*l*a  «ftnu  de  i^nJaJ.  1^  inaerle  ilt  l-cni>lii  (T  dcAbtnilelSTDptuKi^ 
■  bu  MmfñllÉt  ót  qiuilUlruubacn  UxUa  iMniicloMa  i.-«lUu  — Apir> 


2S2  l.\   LITERATURA  ESfAftoi.A 

E&pana  contrajo  una  deuda  de  gratitud  moral  y  litcnt* 
ría,  aún  no  satisfecha  dt:ñntti\^imente. 

Era  el  aíIo  1S48,  el  mismo  en  que  apareció  sohre 
las  tablas  el  Don  Francisco  de  Qiteivdo,  de  Florentino 
Sanz,  cuando,  encubierta  con  el  provocante  cebo  del 
pseudónimo,  y  en  las  pilpínas  del  períódicu  madríleflo 
£7  Heraldo,  comenzó  Á  publicarse  una  novela  que  se 
(lamalxi  tte  costumbres,  pero  en  nada  semejante  ¡i  las 
que  por  entonces  corrüín  con  el  mismo  tfiulo.  Las  pA- 
ffiníis  de  fuego,  imitadas  de  Torpe  Sand,  E.  Suí,  Damos 
padre  y  el  Vizconde  d'Arlincourt,  que  timcaiiceptacióo 
aleanzaron  por  alffún  tiempo,  á  nadie  interesan  hoy  ea 
día,  mientras  vive  Im  Gai'toía  ú  despecho  de  vicisitu- 
des y  caprichos,  y  vivirA  hasta  que  no  desíiparezcao  cl 
buen  ifusto  y  cl  sentimiento  de  nuestra  naciomilidad. 
Al^o  permanente  y  de  inmarcesible  belleza  ba  de  hab«r 
en  esa  obra  para  que  no  hayan  podido  desacreditarla 
ni  el  encontrado  oleaje  de  las  üpinioncs,  ni  t:i  incredu- 
lidad, tan  mal  avenida  siempre  con  la  autora,  ni  sus 
propios  innegables  defectos.  Retrato  fiel  y  c-xnctt&ímo 
de  una  sut-iedad,  no  se  ven  en  /j:  ft'mtota  '  dcsborda- 
mientas  imaginativos,  lances  increíbles,  exíiltaciones 
nerviosas  ni  pasidn  efervescente,  pero  si  primoroso* 
calcos  de  costumbres,  sinceridad  de  afectos,  colorido 
local,  Verdad  y  consecuencia  en  los  caracteres,  y,  en 


comrkia*  <Iv  Femrtn  CMballcio  nin^rc»  taa  rcpnladM  cotna  llnrticnhanchii 
I'arkc4;n,  r)  ITu^iw  ilc  Rlru».  AparM,  ptt.  nr.. -il-  le  han  i.'«oi«fni>l(i  rrcloil» 
nrftir  n  R*p»*a  iSoh  ciiIadIntJirni-liiMrb:  H  Nocnkbcaik  D.  PvmUitodc  Cáti> 
liHel,  riH)  t|B>*  r%  moattecadn  In  nnn'ln  fA^tomM  UcffdaStmlt,  J  ti  leMO  pOt  ti 
Maiquf^  ik  rÍKULT«M  1-n  cl  Alineo  ¿r  MaJrtd  fftmdn  O^mlttn  jf  tu  mokíO  cm 
M  IICRp».  Mailríd.  t8W^.  Rn  Fnnrln  hd-trrnn  LonocTi  A  la  1lu*irc  rocrdors 
límannJ  úe  Lniin*-'-  Cario*  di'  Mnnutc  .íntonlo  dv  Lalour  f.  coa  ptt^WtlfV 
ríil>'!>  r1  CfHíJr  tinnnniwa  Avifimt, 

•  Im  Oaiitta.  íSrftia  »rti)iiMt  lU  miMsVh  «ipiiMa*.  por  nnán  OatatUr^ 
M«>lrlit.  IMI  <:Jos  loaioDi.  Uno  át  u  nlkl4n  de  UellNdo,  hhc  camprtAitc  toda* 
Ut  oMit*ilíUwiWni.«atsc<iaiuAt«pe«-D.  F.drUPatnMy  Af«M«hc*. 


EX  eC.  SICLO  XIX  2S3 

rewluciúft,  todo  aquello  que  entonces  se  esümaba  poco 
y  constituye  al  verdadero  novelista. 

El  argumento  de  la  novela  es  nn  marco  vuljfar,  pero 
<iue  encierra  una  pintura  inestimable.  Para  dar  A  co- 
noctrlos  destinos  de  la  Gaviota  y  Stein  huel(ran  mu- 
chos de  luftepÍ!;4>dioK  que  se  van  entretejiendo  con  la 
H«'Tia  de  los  amores  y  del' desdichado  matrimonio cn- 
I  rwndadosí^imo  m¿-dico  alemán  y  la  iracunda  hija 
»W  pescador  Pedro  Santalá:  pero  aihalmenie  en  los  bo- 
"  ''  ^  aciuirelas  y  psusajes  sueltos  está  el  mayor  eo- 
'     i'i  Je  La  <7ffVtr)ia.  Nada  más  urdinario  que  los  acto- 
res principales  de  este  drama,  y  tos  de  sepindo  térmt- 
'.  como  Fr.  Gabriel,  Momo,  Rosa  Mística  y  tantos 
nada,  por  lo  mismo,  que  mAs  perspiKicia  de- 
c  ni  miU  hofiilamcnte  conmueva  con  un  interís 
tnsndo  en  las  aéreas  construcciones  del  capricho. 
irho  tiempo  hacía  que  no  se  escuchaban  en  castellano 
iones  y  díAlotfos  utn  s,ibrosos,  de  tal  y  can  exube- 
rante colorido,  de  tanta  viveza  y  frescura,  caldcados  por 
el  espíritu  de  un  pueblo  como  el  de  Andalucía,  inímita- 
hleji,  en  fin,  por  su  misma  naniratid;ul.  FcrnAn  CaKjUe- 
ro  se  propuso  pintar,  y  pinto  realmente,  costumbres 
Cj^taitoUs  en  vez  de  Iniscurlns  en  los  cuernos  de  la  luna 
y  en  los  espacios  imapinnrios;  sils  creaciones  son  típicas 
por  la  fucnra  de  reprcsenutción,  pero  S4>n  A  la  vez  de 
€suiic  y  hueso,  y  se  mueven  con  el  irresistible  atractivo 
de  lo  que  se  ve  y  no  se  finge. 

No  me  parecen  ni  tan  exactas  ni  de  tan  ingenua  be- 
UcjCa  como  Um  escen:is  populares  las  aristocráticas  á 
qoc  nos  hace  asistir  li  Jtutoni,  iraslad.lndonos  de  Ví- 
llumar  A  SerÜlii,  adonde  va  tumbién  MarLsalada,  con- 
vmiiU  yn  en  esposa  del  angelical  Stein.  En  las  tcr- 
tolius  de  lu  Condesa  de  Al^ar  y  en  coda  aquella  elevada 
HOniJKfent  se  respira  un  aire  maIs.'ino  de  afectaeifin  y 
[rivolidud,  harto  menos  agradable  -.tue  el  de  la  campes- 
tre soledad  que  se  nos  describe  en  la  primera  parte.  Ya 
*ea  la  falta  del  novelista,  ya  del  orit^inal,  parece  que  la 


'ISM  LA   UtT«RATlíRA  ESPAÑOLA 

narración  sale  de  su  <:entro  cuando  á  las  saladísimas 
(K:urTenctas  de  Momo  y  d  las  plAticas  de  D.  Modesto 
Guerrero  con  Rosa  Mística  se  suceden  los  fríos  c^ist<^s 
de  Rafael,  y  las  conversüciúncs  del  General,  el  Duqiife 
y  la  Mnrqucsii.  Y  ya  en  el  mal  camino,  van  aumentan- 
do los  tropiezos  y  las  cjiiUas  hiista  llegar  al  extremo  cd 
los  amores  de  María  con  Pepe  \'eni,  referidos  con  pro- 
lijidad de  pormenores  por  una  mano  que  parece  in* 
creíble  haya  sido  la  de  Fernán  Caballero.  Sin  cmbaríro, 
y  á  pesar  del  voto  en  contra  dado  por  D.  Eugenio  de 
Ochoa  ',  el  carácter  de  Marisalada  se  sostiene  ló^fica  y 
^raUíutlmente;  aquella  alma  fría,  vulgfar  y  fosera  no 
puede  cmpiírejar  con  la  dulcísim-i  y  sofiadora  de  Stein; 
nvci.-sita  embriagarse  de  sensaciones  fuertes,  y  por  eso 
preñere  A  las  caricias  de  su  esposo  las  del  torero  bíctt 
plantado,  que  lacautivadcsdc  el  primer  instante.  Elsu> 
bido  color  de  algunas  páginas  de  La  Gavióla  no  des- 
truye del  todo,  ni  su  belleza,  ni  su  moralidad  Tundamcn- 
talcs,  reforr^idas  por  el  castigo  providencial  de  la  he- 
roína cuando  pierde  su  hermosa  voz  y  se  casa  con  el 
barbero  Ramón  Pérez.  ■ 

Sobrada  razón  tuvo  para  decir  el  mencionado  crld- 
code  La  Eüpnña.  li  pesar  de  sus  escrúpulos:  "No  es, 
pues,  repetimos,  un  literato  de  oficio,  como  la  mayor 
parte  de  los  que  entre  nosotros,  y  míU  aún  en  Francia, 
escriben  noveUts,  el  desconocido  autor  de  la  que  hemos 
examinado  en  este  y  en  nuestro  anterior  artículo;  mas 
si  se  decide  fl  cultivar  ésta  y  rt  publicar  nuevos  cua- 
dras de  costumbres  como  el  que  ya  nos  lia  dado,  cier- 
lamente  La  Gaviota  seni  en  nuestra  liieraiura  lo  que 
Wai'vrlcy  en  la  literatura  inglesa:  el  primer  albor  de 
de  un  hermoso  día,  el  primer  ftorón  de  la  gloriosa  coro- 
na política  que  ccftird  las  sienes  de  un  Walttr  Stott 
espaüoi," 


•    JWri*  er«(M  ik-  La  Oaulnfai.  laaerto  »  Im  ICqMtAa  (IM9.  rrproüucido  oí  U 
nJictdn  d«  UcUa'lo. 


KN  Kt.  SlOia  XIX  3S& 

No  tiirJó  en  cumplirse  la  profecía,  porque  en  muy 
CQoíudo  espacio  de  liempo.  y  ú  vuelUí  de  otras  relució- 
oes  m&s.  breves,  apíirecían  ontrc  el  iiplauM>  unánime 
de  «spnfiúles  y  extranjeros  Klta  ú  la  España  ircinta 
aion  ha.  Lágrimas.  Círntcnaa.  Uwt  en  otra.  Cosa 
aimplitía,   La  farisea  y  Las  dos  gracias.  La  ten- 
dencia docente,  que  tal  cual  ver  asoma  en  La  Gaviota. 
he  ciJa  día  más  desembozaila  y  terminante,  provocan- 
do himnos  ^  improperios,  aunque  no  estribase  ahí  la  ín- 
ferioriilaJ  de  las  ultimas  respetio  á  la  primera  novela 
déla  autora,  sino  en  el  menor  atractivo  y  novedad  dfe 
las  «cenas. 

Femiln  Caballero  perdi<S  necesariamente  al  trocar 
;.■;  i'<--miiiires  por  las  aristocráticAs;  y  esto,  que  ya  noté 
se  ve  con  toda  la  claridad  en  Eh'a  ',  novellta 
seotimcntal  que,  traducida  al  franc<-s,  lo  fue  asimismo 
Bl  nlcmAn  por  el  ctlebrc  Bardn  Je  Wolf .  carepo  npolo- 
giiXii  de  nuestra  anliiíua  y  moderna  literatura.  PenJó- 
nescnie  si  no  acierto  ¡I  ver  en  Ett'a  esa  creaciíSn  cncan- 
tadomde  que  tantos  han  hablado,  y  sí  sólo  una  fibrilla 
de  cartón  h/ibilmcntc  manejada  por  resortes  de  cíec- 
to,  pero  inerte  y  fría  á  pesar  de  todo,  por  cuanto  care- 
ce de  la  espontaneidad  que  acompafki  A  tus  pasiones  nu 
ficticiasS.  Las  mujeres  buenas,  y  aun  \a¿  santas,  no 
accesitan  ser  tímidits  ni  tontas,  y  bien  le  corresponde 
«1  tantico  de  ambos  cualidades  A  la  inocente  hu^^rfana, 
que  Qunc;!  pi-n<-Ii.i  mAs  allA  de  la  superlirie  de  lüs. 
cosas,  que  se  ai^iisnnut  y  se  desapasiona  con  \n  misma 
Cnciliduid,  y  &  quien  falta  casi  en  absoluto  la  energía, 
madre  y  compaftera  de  las  grandes  resoluciones.  Y  no 
porque  lo  sean  pdco  las  suyas,  en  las  que  se  rcfie- 
joD  opucsiisimos  esiaJcw  de  alma,  desde  la  c¡ind¡dcz  idí- 
lica, prupia  de  una  Ofelia  por  ímiL'iclón,  hasta  el  rnáüi  es- 
pantoso y  repentino  conocimiento  de  una  realidad  des- 
iDirmdora.  Ella,  se  diril,  la  hija  di:  un  baniUdo,  am- 


*   Ota  itfaiftViakt  treinta  «ks«  Ao.  M^  tu.  Ittíi 


236  LA  1JTEBATII8A  BSPASOLA 

parailt  por  la  caríilad,  no  puede  dar  so  mano  al  hijo  de 
ana  Miirquesa,  >*  lo  que  fue  pasión  huciu  Carlos  onti^  de 
conofcr  la  propia  des^raria.  se  convierte  en  desencaiV' 
to  jr  usplmcitSn  A  \»s  cosas  ilcl  ciclo. 

Mas  iy  A  i)uC-  la  violencia  provocad  va  en  las  declara- 
ciones de  la  Marquesa  irritada,  que  %ó\v  sirven  pam 
irritar  uimbién  al  lector  contra  aquel  orgullo,  miil  con- 
fundido, en  toda  la  novela,  con  el  privilegio  de  la  cuna, 
y  que  viene  A  dar  Impensada  solucidn  al  conflicto?  (Tan 
inmoral  y  anticrisriano  sería  que  una  jovtn  dL^sg'nicia> 
da,  pero  con  todas  las  cualidades  pam  hacer  la  felicidad 
de  un  hombre,  salvase,  en  alas  de  la  virtud,  de  los  m^ 
ritos  y  del  (¡eneroso  olvido,  las  distancias,  no  siempre 
infranqueables,  de  la  fortuna?  Y  si  esto  es  pedir  mucbo, 
¿d  quO  arrancar  tan  de  raíz  de  un  alma  inocente  la  se- 
milla de  un  amor  puro  é  inculpiiMe,  paní  encerrarla  en 
nn  convenio,  no  sin  el  adírts  melodramático  que  da  á  sti 
prometido  con  la  impa.iibílld;id  de  un  4ng«I  en  car- 
ne? Estos  misticismos  exaltado»,  cuando  no  son  petrtos 
de  la  gracia,  sino  imposiciones  de  la  sociedad,   ni 
a^adnn  ni  conmueven,  como  no  conmovería  una  afec- 
ción nerviosa,  resultando,  &  mí  ver,  contríuios  ¿  la 
letra  y  al  espíritu  del  Evangfelio.  Es  cosa  muy  común 
en  escritores  bien  intencionados  la  manía,  que  va  com- 
batió Veuíllot,  de  presentar  los  conventos  como  hos- 
I^tales  donde  van  sólo  li  parar  los  desheredados  del 
mundo;  pero  no  edifica  á  nadie  eso  de  acudir  ¡1  Dir«; 
cuapdo  todos  nos  desdeñan,  y  hace  formar  bien  pubrc 
concepto  del  sacrificio  sublime  que  lleva  consigo  la 
vida  religiosa.  No  puede  desconocerse,  con  todo,  qne 
en  la  obra  abundan  los  incidentes  drnmilttcos  y  lus 
delicadeces  femeninas,  distintivo  constante  de  Fernán 
Caballero. 

Extiéndese  la  censura  A  Lágrimas  *,  donde 


t   ld0ffBai«BaveUdecos(ainlm*eea(aBpanüic«m.  MmItU,  na- 


EM  BL  StCLO  XU  2S7 

bllin  Id  Teli^usiduü  tomu  ud  tinte  de  achacosa  y  en- 
fermiza no  muy  artístico,  ni  menos  conducente  :il 
buen  prupcisito  de  la  riuiora,  que  ni  siquiera  pondré 
en  tela  de  juicio.  Siempre  el  mismo  procedimiento  ex- 
tlusivista:  lus  mujeres  ^apus,  ríos  y  discretas,  para  el 
hcimbrr,  y  para  Dios  las  que  no  pueden  cons;ij{rnrse  Ú 
otra  cosa.  Si  no  fuese  falsi  la  supuesta  regla,  -;no  po- 
drijuí  dclinir  la  virtud  los  materialistas  como  un  estado 
-ico  connatural  i\  ciertas  organizacioneíí?  Com- 
,;.¡..,.Jv,  por  un  momento  &  Lágrimas  con  Rita  Alo- 
coz,  se  ilivide  entre  ambos  la  simpatía;  mas  respecto 
<le  aquella  tiene  mucho  de  la  compasión  que  excitan 
'  "-■  la  debilidad  y  el  infortunio;  porque  si  allí 
I-  La  conformidad  cristiana,  no  es  con  el  dnimii- 
tico  interés  de  las  luchas  internas,  sino  con  cl  de  la 
trrcsolutn  laneruídei:  engendrada  por  el  tempentmcto. 
fil  personaje  principal  estií  muy  distante  de  serlo  por 
I»  novedad  y  la  sÍEnificjición  artística,  y  antes  figuran, 
aula  cual  en  su  etfncro.  D.  Ro*iuc  de  la  Piedra,  Ti- 
'■'-      Cívico,  Rila  Alocixz  y  su  novio,  cuj*u  carta,  di- 
^n  parte  sí  y  en  parte  no  h  la  hija  de  la  Mar- 
quesa, con  aquella  introducción  en  que  se  supone  que 
inrmisiblc mente  la  ha  de  leer  d  pesar  del  sobrescrito, 
es  un  modelo  de  Índirect:ts  abrumadoras  y  anilltsis 
pslcolt^co.  El  demócnita  por  interth».  con  ribetes  de 
ipaliuite  dcsdeliüsü,  ave   raHCrent   que    por  untonces 
fcomenjtaba  &  piar  en  los  inconmensurables  campos  de 
[la   polftica,  está    [ñntado   con   tan   valieote  destreza 
::cianoQO  era  de  esperar  de  la  mano  siempre  delicada 
niln,  y  lo  mismo  cl  usurero  sin  entrañiis,  padre 
"aligado  y  siervodc  la  codicia.  LsiííTinwLs  tieuní 
d  fondo  de  este  cuadro  como  U  tfmida  y  ruborosa 
IscBsitivit  que  pliega  sus  hojas  al  contacto  rudo  de  la. 
icióo  y  el  menosprecio. 
jCtiAoio  niAs  no  vale  Ciemenda  *.  una  de  hks  mÚA 


,  «dveIa  lie  c«*tBi«bie».  Madrtit  ÍMH 


S8B  Ul  LtTBHA-nJBA  ESPAROt.A 

castigadas  entre  las  obras  de  Fernán,  y  rica  en  sentí- 
miento  de  bitenn  ley,  que  apenas  si  se  concierte  una 
sola  vez  en  sensiblería!  Amante  como  Elia.  perseguida 
por  una  fuerza  invisible,  y  blanco  de  domésticos  contra- 
tiepipos  como  Ldgrímas,  reúne  Clemencia  A  esas  eoD- 
dicionos  la  pariente  intrepidez  superior  A  todos  los 
obstáculos  que  se  produce  sin  vanos  alardes  ni  mti- 
jeriles  flaquezas.  La  protecci<Ín  que  recibe  excitn  en  so 
alma  la  gratitud  y  el  reconocimiento,  mas.  no  por  eso 
abdica  de  su  difi^nídad;  las  desgracias  no  la  encuentran 
insensible  como  «na  roca,  pero  sí  lo  suficientemente  ele- 
vada para  no  condenarse  &  la  inacción  y  A  los  demayw 
inútiles.  ¡Qui?  vivo  contraste  no  forma  de$dc  lueero  so 
no  desmentida  prudencia,  anticipilndosc  á  ia  edad  y  al 
sexo,  con  la  irreflexión  y  los  devaneos  de  sib  compaíle- 
ras  y  amifras!  ;Curtn  hermosos  los  primeros  amores  de 
aquel  corazón  virgen,  abierto  como  una  rosa  A  los 
ósculos  del  cariflo,  y  lacerado  al  punto  por  las  espinas 
de  una  desgracia  tan  irreparable  como  la  trágica  muer- 
te Ue  su  esposo!  Clemencia  aparece  Iwstíi  este  punto 
como  un  ángel  vestido  de  blancas  gasas,  de  los  que 
envia  Dios  ti  la  tierra  pura  demostración  de  su  bondad; 
pero  en  seguida  ofrece  otro  aspecto  no  menos  intere- 
sinte:  el  de  la  inocencia  no  ex pcri mentad;!  lucliando 
con  las  pesadumbres  de  la  triste  realidiíd! 

Tal  es  el  punto  de  partida  jmni  la  segunda  parte  dt 
este  idilio  conmovedor  en  que  la  luz,  alternando  con 
las  nubes,  resalta  más  par  el  contraste.  Clemencia,  con 
su  juventud  y  sus  dotes  morales,  llega  A  ejercer  irresfe- 
tibie  atractivo  sobre  un  hombre  que  no  la  merece,  pero 
que  logra  rendirla  por  un  momento,  el  indispensable 
para  un  dcsengaflo  radical,  principio  de  no  soñadas 
venturas.  Frío,  razonador  y  egoista  como  buen  ínglt^, 
desde  luego  empieza  por  repugnarnos  Sír  George  Per- 
cy  ft  pesar  de  todas  sus  retrecherías  y  traidoras  delica- 
dezas; pero  ni  en  su  intento  príncipcd  ni  en  las  palabras 
de  Clemencia  se  divisan  siniestros  resultados,  y  la  io- 


sa  EL  SIGLO  xvt  2!r^ 

qttfetuJ  por  separar  á  los  dos  personajes  es  plácida  y 
MlDKit.  como  todas  las  sensaciones  despenadas  por  la 
.  El  rompimiento,  que  se  ve  Uepar  por  instixntes, 
eo  el  escenario  otra  figura,  hermana  carnal  Ut  lA 
cDcia,  creada  por  el  corazón  y  la  caheza  de  la 
y  en  la  que.  por  fortuna,  se  aparta  mucho  la 
de  bien  de  la  candidez  y  la  iírnorancia.  Pablo 
ola  mitad  de  un  corazón  que  su  completa  con  el  de  su 
anante,  convertida  en  esposa  tierna  y  solicita;  y  uni- 
Am  pura  siempre  sus  futuros  destinos,  fonrluye  la 
obn  dirsiTihiendo  y  haciendo  adivinar  la.s  dulzuras  de 
«  enlace  bendecido  por  Dios»  y  sin  esas  violentas  con- 
'      '  s  y  es'js  vacíos  dolorosos  que  reprobé  antes  en 

Ijífcrñmts. 

Eotrc  las  novelas  laicas  y  los  cnadro»  Je  cosium- 

cn  el  repertorio  de  Fernán  un  lírmíno  medio, 

i..^-.-;itado  por  Ím  familia  de  Ali'aredn,  t'tt  servilón 

y  lot  libcra/ilo,  Una  en  otra.  Un  verano  tu  Bornos, 

nttícr:!,  distinguiéndose  sobre  todo  lii  primera  ohni  * 

pw  el  terror  afetiuoso  que  inspini  un  corarían  noble, 

tuioulo  pt>r  culpii  ajena  en  el  camino  del  crimen.  Breve 

4^el  cuadro,  pero  de  tan  salientes  y  vigorosos  tonos, 

■  al"*  olvidar  los  rasgos  de  la  terrible  historia. 

-1...  ayendo  quizas  ¡I  lo  mismo  la  rapidez  y  el  paso 

acRinrü  con  que  la  novelista  procede  vn  la  mirraciún. 

La»  horrores  hieren  mrts  por  cuanto  no  están  hacinados 

Tintura  ni  entre  sucedidos  extraordinarios;  ante*. 

í  ve  naeer  Uigiea  é  insensiblemente  por  un  conjun- 

[de  drcufls(.incins  de  las  que  forman  el  tejido  de  la 

ron  fin  providencial  y  expialorio  '. 
En  t.M  .<m'it'Ut  v  un  ¡ihn-ahtf  se  truslHdn  la  escena, 


■4k  2ir»nát,  oortUí  «rlNlMl  de  caMiwAm  i<»p«Ufn 


I,  «MliH  U  votMiInJ  de  iitaMiln,  ^e<i  U  vulub  v  j  «Itiuii'fit 

Riko  II  19 


1^  UTKftATURA  ESiPAJtOLA 

como  en  otras  obras  de  Femíln  Caballero,  al  primer 
período  di-I  ;;ig'lo  presente,  mando  comenzaban  ii  pw- 
minar  nuestras  disrordiiuí  politicas,  lo  mismo  entre  lo* 
tumultos  de  la  plaza  que  en  el  retiro  del  hog;ar.  Dentro 
de  01  ocurren  las  discusiones  del  liberalito  con  el  maes- 
tro de  escuela  >■  las  dos  amas  de  la  casíi,  caricaturas  de- 
liciosas que  sólo  han  podido  hacerse  sobre  modelos  au- 
ténticos; en  él  penetramos  con  curiosidad  y  vcncracfMi 
para  admirar  la  santa  influencia  de  las  ideas  religiosas 
sobre  las  almas  sencillas,  capaces  de  un  heroísmo  in- 
cógnito por  la  endiosada  filosofía.  Aquel  arrostrar  Ins 
privaciones  y  la  miseria  por  no  usar  de  una  cantidad 
que  con  razón  pudieran  llamar  suya,  se  impone  ron  la 
fuerza  irresistible  de  la  virtud  que  desconoce  su  propia 
valor,  y  que  estima  deber  de  fiícil  cumplimiento  !u  que 
merece  llamarse  resolución  sublime.  F-n  el  efecto  mocaJ 
y  en  el  artístico  entnm  por  mucho  las  mismas  vulfcarcs 
apariencias  de  los  personajes,  que  no  son,  como  en  tan- 
tas novelas  fie  tesis,  fantasmas  incorpóreos  hechos  de 
encargo  para  demostrarla- 
La  casta  sencillez  que  transpiran  todas  las  escenas 
de  (7ti  vrratto  f«  Bortios  '  les  da  un  aspecto  medio  idí- 
lico y  p:itríarcal,  que  á  cien  leguas  descubre  la  inter- 
vención de  una  mano  femenina  en  el  delinear  los  puros 
contornos  de  tan  agraciadas  ñ(?urds  como  Qtrlos  Pefia- 
rreal  y  Félix  de  Vea,  como  Primitiva  y  Serafina.  De 
casi  nulo  que  es  aquí  el  enredo,  aunque  sustituido  por 
otro  linaje  de  intcríís  mus  difícil,  pasa  en  Lady  Virgi- 
nia A  una  imiv)rtancia  tal,  que  no  sin  alffuna  violencia 
va  desenvolviéndose  en  reducido  numero  de  págltuts 
llenas  de  vida,  pasión  y  movimiento,  El  amor,  el  cri- 


di-l  lu|ac  dr  >u  nai:ÍRiknlo  para  ImUcm  cu  (ktaiM  4«  Bap^Aa.  Al  rccrcMar 
Vnituni.  Jcxilrfla  i  lU  «ntleita  ootIa  tflrlra,  nuuleoUmlO  can  Rita  tvtad»- 
no»  v)%{>*i:bnnuv  Je  Int  h«p  «Uf ifca  Knita  Intultar  pQbl(catn(flt«  4  Pétreo.  \^ 
Ini  drl  nlirAjailn  npaco  1«  l>dnt*  á  itsi  murrir  d  vt  rival  f  d  aU*t>rKi  ti  «hi 
cnsJHlia  «•:  'i>iiilhr>:hom,  mwfcnde  al  Da  •rrepeatldo  m  na  cadalxi. 
■    Madíld.  1«e& 


K»  a.  scGLo  xn  291 

nicn  y  tu  peakencia  de  la  señora  de  Amim  ponen  unu 
vez  más  üc  resalto  las  dotes  narrativas  de  Fernán, 
igualmente  flexibles  que  extraordinarias,  para  no  hablar 
muia  de  la  intcncián  que  hace  de  tan  bella  novelíta  un 
libro  de  propnjeandu  untiiirotcstantc.  Sólo  por  comple- 
tar eític  enojoso  recuento  citaré  el  título  de  (/na  en 
oirá  \  conjunto  de  dos  relaciones  totalmente  dLstinuis, 
aunque  excediendo,  como  siempre,  la  popular,  en  que 
intervienen  Manuel  Diez  y  el  hijo  de  Juan  de  Mena,  á 
la  otni,  que  es  vivo  retrato  de  la  aristocracia  impro- 
vÍHula. 

No  resulta  novela  en  todo  rigor  la  serie  de  diálogos 
Cosa  fumpiiiia...  sato  en  la  otra  vida  ',  diálogos  proli- 
jos y  de  trascendencia  moral  harto  visible,  aunque  pura 
y  sin  manclia  como  en  toda&  las  obras  de  Fernán  Cab»- 
Uero.  l^'t  ancianidad  experimentada  convenciendo  prác- 
ticaroente  á  la  irreflexiva  juventud  de  una  verdad  tan 
trlme  y  evidente  como  la  de  que  no  hay  un  solo  hombre 
feliz  sobre  la  tierr:i,  hace  de  aquellos  diillogos  un  reper- 
torio de  máxím:is  y  dichos  agudos.  Aunque  alli  hablan 
dos  Interlocutores,  en  Ut  realidad  hay  tuto  solo,  la  auto- 
ra, que  no  cambia  un  lipicc  el  estilo  ni  se  acuerda  del 
dialogo  hasta  que  se  desp'.icha  d  su  gusto  con  una  diser- 
tación, siempre  impertinente  en  el  lenguaje  familiar. 
En  cuanto  al  fondo,  algo  se  podría  censurar  el  que  los 
hechos  vayan  amoldándose,  de  grado  6  por  Tuerza,  á 
un  plan  preconcebido;  pero  en  pocas  verdades  existe 
tan  irrecusable  derecho  pitra  deducir  de  los  casos  par- 
ücularcs  la  ley  hja  y  universal.  En  un  lado  la  muerte, 
«n  otro  el  deshonor;  en  todos  la  desgracia  beijo  diferen- 
tes aspectos,  y  ya  o*:ulla,  ya  descubierta,  destruyendo 
\as.  miU  grutas  esperanzas,  los  ensueflos  más  dulces  de 
(clicidad.,.;  al  termínsir  la  lectura  de  este  libro  siente 
uno  la  indefinible  melancolía  de  las  baladas  ulemaiuus. 


•  Uadrlit.  UKl 

*  IfBJrld,  vaa 


LITEBATVRA  ESPA!t< 

junto  con  la  respetuosa  humiltíicit^n  que  infanden 
misterios  de  I»  existencia,  aun  dcspuds  de  ilumina 
por  el  sol  del  Cristianismo. 

El  análisis  de  Lafarisrtt,  l.ns  dos  (Iracia.<.  y  alg 
otra  nrfvela  de  Fernán  Caballero,  no  ser\'lria  más  que 
para  poner  de  relieve  la  obsesión  pediiírúírica  experi- 
mentada por  l;i  insipne  nove!í<;ia;  pero  la  sincen'dad  de 
sus  eonvÍrt:ioncs,  su  mismo  intento  de  obrar  bien,  no  de 
servir  á  los  caprichos  de  la  moda,  y  la  comunicaciva 
persuasión  que  sabe  dar  .1  sus  escritos,  son  caiisji  de  qui- 
en (p*an  parte  aparezcan  libresde  ¡ifectacíones  y  melin- 
dres sistemáticos.  Mientras  aljrunos  aurores  extrmjcros 
se  constituían  en  defensores  de  cierto  cristianismo  vago. 
enteco  y  de  salón,  iidapiablc  á  todo  peñero  de  intereses 
y  costumbres,  y  forjado  en  los  senos  de  enfermizas  ima  - 
urinaciones,  la  autora  de  LágrinMs,  L-ristiana  de  verdad, 
que  no  podía  iransifrir  con  esas  hipocresías  eclícticas  y 
de  nuil  ffusto,  buscaba  siempre  la  solidez  y  pureza  de 
doctrina  con  que  hizo  tan  gran  servicio  A  la  Moral  como, 
á  la  IJtcratura, 

Perú,  sin  perjuicio  de  volver  más  adelanlf  so 
este  punto,  tócame  ahora  hablar  de  los  cuadros  de 
costumbres,  timbre  indeleble  de  Ift  gloria  de  Fcmdn,  y 
píira  los  que.  hasta  ella,  ningijn  autor  había  mostnuln 
tan  mfiraviltüsa  aptitud  ni  l;m  dccididaufición.  Al  decir 
costumbres  me  refiero,  ya  se  enlfende.  A  las  populares, 
conformándome  en  esto  con  la  misma  denuminaclón 
empleada  por  la  autora.  Amante  hasta  el  delirio  de  la 
educación  cristiana  y  de  las  iradiciones  informailas  en 
su  espíritu,  conocedora  de  estas  tradiciones  en  sus  más 
puras  fuentes  é  insiírni  ficantes  circunsiancias,  dióltrs 
ron  tndíi  propietlad,  al  trasIadíiTlai  al  papel,  el  nom- 
bre de  cuadros,  pues,  en  efecto,  nada  hay  allí  de  nue- 
vo fuera  de  la  pintura,  siendo  el  fondo  reproducción 
exactísima  de  vivos  y  verdaderos  oriijinales.  Los 
llam:idüs  escritores  de  costumbres  que  precedieron 
&  Fernán,  no  pensaban  sin»  en  las  de  un  circulo  muy 


1 


un  El.  »ioLO  XIX  S93 

rcstringUlo  de  1»  sotTtedad;  y  «□  cuanto  á  la  parte  d« 
i'IU  miis  haj;i  O  inexplorada,  súIü  la  retrataron  en  infie- 
les caricaiuras  por  cierta  cíiltis¡m,'i  y  señoril  aversión 
A  iluminarla  con  los  resplandores  de  un  arte  &  que 
cnfan  dar  mAs  legitimu  empleo.  Preocupación  neeía 
tjuc  se  encargaron  de  desarrcditar  Stmóa  Vcrtíe.  El 
üititnoioH^udo,  Di  (ha  y  suertf,  Lutas  C^rcfa  y  l'til- 
fiartdad  y  nohlrsa  '. 

Un  «olo  iiUísimu  pens:imiento  p«lpjtu  en  iodos  es* 
tw  ciuidrus,  y  á  una  sola  intención  ubtxlecen:  la  de  de* 
mostrar  prácticamente  cuan  consoladora,  irreemplaza- 
ble y  práctica  es  la  enseñanza  de  la  Religión  en  esa 
aran  míivoría  tiel  ffínero  humano,  incapaz  de  compren- 
der \qs  profundidades  de  la  Filosofía  y  los  cánones  de 
la  moral  independiente.  Para  el  pobre  labrador  cargado 
de  hijo»  y  de  pesíidumbrcs,  (i  quien  apenas  dejan  Ubre 
las  faemis  del  trabajo  el  ttcmpu  indispcns:ible  ;U  reposo 
de  la  nü<:be;  para  la  mujer  iicnorantc,  para  el  niño  dé- 
bil, i^tra  todos  los  desheredados  del  mundo,  gí.  la  Reli> 
tfión  munil  descendido  del  cielo,  alivio  de  todos  los  do- 
lores, ciencia  sublime,  remedio  único  y  sacratísima 
esperánzu.  Fernán  Oiballero  nos  introduce  en  el  tugu- 
rio miserable,  y  bajo  los  míseros  Hampos  nos  muestra 
¡nc0gnii(js  herotsmos,  eoraz-tmes  síinos,  crecm;i:is  fir- 
mes, consuelos  inefables,  y,  en  el  fondo  de  tanuí  abnc- 
igacirtn  resignada,  un  venero  de'poesia  oculto  entre  vi- 
les apirienrias. 

¿Cal)»;  una  creación  de  míls  belleza  mor;d  que  la  de 
SimCtn  Verde,  con  su  amor  fecundo  y  generoso  a  Dios, 
In  familia  y  á  lodos  los  hombres,  sin  exceptuar  si- 
|uicra  al  que  lia  amargrado  su  vida  con  violencias,  pro- 
vocaciones y  calumnias?  Cuando  le  vemos,  rendido  de 
*;tnvin(,  ¡o  y  de  muli-sti¡ts,  dar  dt:  mimo  .1  las  excusas  y 
reseuiimíenius  Jcl  amor  propio  ofendido  para  visitar 


>  ■   Q^aáhm  Jt  «Mrusi.'irM.  f»r  ff*im  tUaU«fo  (dM  taiiio«l.  BlAJrId,  VttCL 


do  laliio  con  la  I«  (¡atan  t"""; "  ^encill»-  <^  , 

de  5»  <»»*''  '      Lcrlf  con  »»  "^"0  N;«la  >llf •^  '*'' 

J0S6  T^"^^^"' '^^l  olucV6n  para  ^'f'^'^^^^^  ^ntes  reu« 


ina-    ^ 

¿»  ^  '-  ta'^"  -»o.  .  >a  7  :rcÍ»«ercs  .n«=^ 

I.MCBS  fio" '"        ^  calor  de  1»  ^as  aras  se  sw 

,iWcí,  «""P^'t  rf  erar  conc?"-  "U,"Vtütia,  y  1'« 

-rlreo  ftr.c.en.^^t:  ^^^^0  del  arUs».^ 
conozcan  \a  teto^'  ^M 


a  ML  tanto  XIX 


5Xi 


V  iMesa  *.  La  tia  Ana  es  unu  de  esas  encamaciones 
líI^a-N  qui-  nu  lleiran  &  olvidarse  nuncu,  siempre  en  la 
misoa  sublime  cumbre  desde  qae  aparece  en  la  escena 
ttasta  que  la  vemos  morir  con  la  muerte  de  los  justes. 
Ai{iKJln  fe  tnquchrantahlc  en  la  providencia  de  Dtos, 
B^ielU  resignación  sok-mne  y  como  de  máriir,  ilumina 
fMi  pcrefiTÍnos  resplandores  la  historia  de  sangre  en 
QUtle  toca  ser  tres  veces  víctima.  El  crimen  que  arre- 
l«ió  U  vida  &  su  esposo  y  d  su  hijo,  crimen  oculto  por 
rooclio  tiempo  á  sus  sospechas  y  á  las  investidle  iones 
de  la  justicia  humana,  llega  á  descubrirse  merced  A  un 
(rtijtinto  de  providenciales  circunstancias,  y  más  tarde 
*<de.<ubTen  asimismo  sus  perpetradores.  La  merecida 
condena  de  los  culpados  pone  en  mano  de  la  heroína 
liTcnjiranza  que  rt  priws  le  estii  pidiendo  su  corazón; 
ma  palabra  suya  equivaldrá  á  la  vida  6  A  la  muerte... 
^uf  del  perdón  {generoso  y  de  la  virtud  santa  escon- 
didos entre  los  andrajos  de  una  mendif^a!  Sólo  sabrá 
pafir  ta  -ibsoluciún  de  los  asesinos.  Pero  al  querer  ellos 
fobrlr  la  desnuder  y  saciar  el  hambre  de  su  bienhe- 
chora, como  pago  del  bien  ijuc  ha  hecho,  escuchjirán 
esa  ircmcadu  contestación;  ¡Pago/  ¡Eso  no!   Yo  tto 
vaido  la  sajtarc  de  mi  hijo. 

íQuién  no  se  inclinará  respetuosamente  ante  un 
rncbtu  que  tan  altíis  y  maravillosas  ideas  defiende  por 
bwíi  de  esos  ignorantes  sabios?  ¡V  pensar  que  no  son 
cans  escepcioniücs,  ó  furjados  á  capricho,  los  que  re- 
'üre  ta  egregia  novelista,  sino  ejemplos  de  infinitos 
"iros,  consecuencias  prácticas  de  la  educación  rcligio- 
«» tal  romo  ha  sido  y  sigue  siendo  en  ISspaíla  por  la 
BDBolcordin  de  Dios,  y  A.  pesar  de  todas  las  rcvolu- 
ooocs*  No  se  requiere  creer;  hasta  sentir  para  que 
^pierte  honda  simpatía  esta  mal  llamada  plebe,  &  la 
(jueintcnia  dar  lecciones  una  civilización  falsa,  que,  en 

i  pMkd  por  prUnrtm  vri  «n  Sc«IUft  (tSAll  ctM  nna  dnOcaiorU  «I  Bu4n 


cxso  de  triunfar,  seria  un  lamentable  r*>[roc€fSO. 
tiene  de  extraflo  que  en  la  misma  Alemania,  y  en  otros 
países  no  católicos,  hallasen  frrata.  acoRiüa  estos  be- 
Iltsimoí:  cuadros  de  costumbres,  aunque  no  fuese  sino 
por  causas  artfsciciu:,  por  el  atractivo  de  todas  las  cu- 
sas buenas  y  nobles.  Realmente,  Fcmfln  Cnballcr" 
estndtú  con  solicitud  y  constancia  increíbles  al  pucbl'j 
espaflol.  y  principalmente  el  ¡mdaluz;  sus  hilbitos,  sus 
tradiciones,  su  peculiar  y  expresivo  lenjíiiaie,  su  Liema 
y  profunda  poesía,  sus  mü:cimas  encerrados,  como  el 
oro  en  la  tierra,  bajo  la  scnciUa  forma  del  rcfrAn.  Nun- 
ca fue  ni  más  ní  menos  ori^inul  que  en  sus  cfw-'cnus. 
populares;  nunca  mus,  porque  casi  no  contaba  con  pre- 
decesores i\  quienes  imitar;  nunca  menos,  porque  nadíi 
fimtíiscft  á  su  arbitrio.  corttcnLAndose  con  trii='  '-^ 
al  lienzo  la  realidad  toda  entera  »Von  sus  de- 
dades. 

Cunde  abura  no  sé  qué  corriente  de  antipalia  contra 
Fernán  Caballero  por  sus  aticiones  al  arte  docente  y 
porque  en  sus  libros  ne  va  por  /odas  patics  é  Rottta,  pe- 
cado con  que  no  transigen  f^icilmcnte  los  mcnosprecia- 
dorcs  fanáticos  de  nuestro  canlctcr  nacional  inspirado 
por  el  Catolicismo. 

Cierto  que  en  las  novela»  largas  de  Fernán  se  tro 
pieza  frecuentemente  ron  declamaciones  pedafftiK'- 
cas.,  no  siempre  de  buen  efecto,  y  que  la  ÍhíihcÍóh  re- 
salta casi  tanto  como  la  belleza  literaria;  pero  e«to,  que 
ü  veces  es  una  perfección  cuando  no  se  i^nvíerte  erx 
sistema,  merece  á  todas  luces  ínrmiíamente  mds  di<^ 
culpa  que  las  invectivas,  tambiC-n  sistem.lticas,  contra 
todo  lo  que  es  cristiano  y  español,  ensal^idas  hasta  lii<4 
nubes  por  tan  imparcialrs  críticos.  Fuera  de  que  aquc 
Iki  intención  cstit  por  lo  comiia  velada,  aunque  irresisti- 
blemente, y  por  la  lúgfí'a  de  los  hechos  se  desprenda 
de  la  narración.  Si  no  se  palpase,  no  acabaríamos  de 
crtícr  que  hasta  tal  punto  condujeran  en  Espafla  A  los 
hombres  de  lo  revolución  las  preocupaciones  de  secta, 


KM  EÜ.  SIGLO  XIX  297 

cn  oírn>  piirtcs,  no  mediando  el  ésiímulo  dd  amor 
;0.  enmudecieron  ante  el  virKÍnal  idealismo  de  esta 
tura.  Mas,  pese  á  quien  pese,  ella  seeuiril  coosti- 
mdo  un  titulo  de  orgullo  para  los  csp¡\,ñ<t\cs,  un  pro- 
constante  contra  los  que  intentan  pervertir  nucs- 
costumbrí'*;:  y  si  alcTin  día,  no  lo  quiera  ol  ciclo, 
an  d  desaparecer,  en  nin^íuna  parte  se  buscaríl  su 
in,  ni  con  más  avidez  ni  con  mayor  fortuna,  que 
las  obnis  de  Fernán  Cahallero,  símbolo  de  Lxs  xiriu- 
catnicterfsticus  de  nuestra  r¡i/.u. 
'ero  no  es  sc)1ú  el  espíritu  ÍrreUf;io<u)  el  que  Llene  de- 
radaln  guerra  al  glorioso  recuerdo  de  Cecilia  BOhl; 
fs  uimbfín  la  basuirda  e^iütíca  naturalista,  que,  redu- 
cienüo  los  límites  de  iñ  nrjvela  A  los  de  un  eeniírulo,  til- 
<ta  de  falsed:td  todo  lo  que  no  ostentii  el  sello  de  1a  gro- 
ia.  y  llama  candido  ú  cuanto  no  entra  cn  el  círculo 
brutal  y  obsceno.  Hasta  algunas  inteligencias 
riorcs  que  no  acatan  ciciramcnte  los  veredictos 
parcialidad  injusta  de  la  escueta  francesa  contem- 
ea,  se  han  dejado  contagiar  del  corrompido  ano- 
te que  nos  persigue  3'  en  que  nos  movemos,  y  mal- 
vn&s  ó  menos  á  la¿  •  '  color  de  rosa  cn  que 

envueltas  las  i  ■  '  ■  de  la  novelista  un- 

za. No  se  quien.:  :.  -.  ^.^  :.„j.  cn  ellas  mayor  suma 
crdnd,  mayor  reíípelo'itl  dualismo  de  lo  bueno 
lo  malo,  factores  integrantes  de  la  vida  del  individuo 
y  de  la  especie  humana,  que  en  los  sucios  y  mal  olíen- 
ciuidros  de  lu  pornografía  parisiense,   accptiulos 
US  admiradores  como  reproducción  catxd  y  única 
lie  del  micftM'osmus  de  la  cixilización   moderna, 
dentro  del  dogma  naturalista,  que  no  ve  en  el  arte 
la  realiitad  d  travos  dr  un  lemperamento,  caben 
mnta  holgm-a  los  optimismos  de  FcrnAn  Caballero 
10  la  desesperanzada  lobreguez  moral  de  Zola  y  sus 
dores. 
acusación  vulg:tr  contra  los  galicismos  y  las  In- 
clones  de  lengtiaje.  que  efectivamente  pululan 


k.i  ■     ■  ■  ■  ■   I  .  .  1  •.«Xi 


M)s^-^ 


CAÍ'ÍTULÜ  XVI 


CUraíTOS  V   NARRACIONES  CORTAS 


■kiJv«*UB«  rrtm»4a  \M.  Ar  I<w  Manto*  Alvan-nV  .tBlnnlo  drTrui'tia.('iu^ 

^1»  RakU,  r„  NaKllIto.  Rix  ilr  llUno.  Kali  Axitllrra.  HarUr-nlnutrli.  <.'«»■ 

tM  )  Hrrraao.  »ra&B<lpi  flrrni^n.  Corllu.  UaM»  CMrna.  CJUBpiU*.  H 


EL  cuento,  flor  que  tan  esponiáncamcnte  brota  en 
la  selva  de  los  pueblos  primitivos  coma  en  los  pen- 
siles lie  las  civilizaciones  adultas,  murió  encrc 
Aúfiotros  con  las  frialdades  ncadénúcas  del  sigLo  XVIII, 
y  DO  lleva  A  renacer  en  toda  la  <?poca  romiVnticu,  aun- 
que en  contra  se  citen  Uis  escasas  dem'jstrac iones  que 
did  de  sí  en  tal  ú  cual  nuvelísia  de  fama. 

De  CueMtoít  en  prosa  caltQcó  Mijfuel  de  los  Santos 
Alvarez  sus  TtnJaft'vas  t/tt-rarias  '.  entre  las  cuides  nos 
cncitntnimos  con  Ln  proíetcioH  <ie  un  .'m.ftrr,  relación 
liomortsctca  que  dala  ya  del  aOo  IÓ40.  y  con  las  poste- 
riores y  del  mismo  runo,  Amor  paterna!,  Gacfta  srn- 
timeMial  de  ¡^  de  Scpliembre  de  teífi3,  Ajíomas  de  ¡a 
Corte,  El  Hombre  sin  mujer,  etc.  Aquella  mezcla  de 

Wh  UmUM,  uca. 


300  LA    LITKRATUBA    RSfA.^OI.A 

frivolidad  y  misantropía,  qué  nos  sorprende  en.  el  íioti 
^ptan,.  ik-  BjTon,  en  S/  diablo  mmufo^  tic  EspronctUii, 
y  en  el  poema  Marta,  ilc  nuestro  autor,  hjirc  cimbiér 
de-«stos  Cuentos  ett  prosa  un  manjar  affridulce,  un  pa- 
noram.1  trag'icOmicu  üe  la  vida,  en  tt  que  la  dcsgraciti 
y  pl  dolor  visten  de  arlequín,  y  hasui  Ui  muerte  afeita 
en  su  mano  cascabeles  bufos,  Las  htstoneuis  referida* 
por  Atvarez  son'híjaü  de  un  espíritu  iuniírtfzido  pur  la 
triste  experiencia,  encamaciones  del  esceplicisrao  su- 
perficial que  jio  ve  en  todas  partes  sino  el  triunfo  de' 
mal  bajo  müliiplcs  formas.  La  protecdón  de  un  sastn 
nos  presenta  la  historia  de  dos  hermanos  jóvenes  > 
desheredados,  para  quienes  la  ilusión  del  amur  estú  il 
punco  de  hacerse  impo>>ible  por  la  indíg;encia  en  qiH 
st  ven  sumidos.  Uno  de  ellos.  Rafael,  está  prendado  d( 
Wna  muchachil  rica,  cuya  mano  cree  perdida  luista  qu< 
cierto  Coronel  viejo  le  propone  un  sistema  ndmirabU 
para  salvar  la  situación:  el  de  acudir  á  un  saistre  d< 
conñan/ji  que  le  vista  a  la  última  moda  y  de  ftadu 
Con  esto,  no  sólo  se  logra  el  matrimonio  de  Rafael 
^no  lambió  el  de  su  hermana  con  un  iÍeuIo  üe  Cbs< 
cilla.  Pero  he  aquí  que  se  muere  aquella  inopin'a3a- 
mentv  y  se  acaba  la  dicha  de  los  personajes  de  I2 
novela.  "Un  sastre  djó  ta  felicidad  A  Rafael— exchunn 
el  autor.— ¡Tal  seríl  la  felicidad  cuando  la  puede  dai 
□n  sastre!  ¡Pohrc  género  humano!  Eso  que  llama»;  feli- 
cidad os  una  eosjt  que  puede  deberse  á  cualquiera 
pero  la  verdadera  felicidad  sólo  se  debe  fl  Dios,  que  is 
el  que  dispone  de  los  sentimientos  de  los  hombres 
cuando  El  quiere  que  uno  sea  feli2.  le  hace  tonto,  y  S4 
concluyó.''  ;Vsi  suelen  resultar  las  salidas  de  tono  cot 
que  van  matÍ7.ados  los  cuentos  de  Alvarez,  chistas  a 
que  la  jjrracía  y  el  sabor  caítizo  de  la  frase  van  de  U 
mano  con  la  exasperación  sistemática,  y  tal  vez  con  Js 
blasfemia.  fl 

Si  con  alguna  de  estas  obríllns  se  suman  la  tradur 
rión  de   Hnffmann   hecha  por    D.  Cayetano 


en  ct,  sKiM  xíjc  301 

* 

M^emfo  y  editor  tic  I.arra,  las  leyendas  en  prosa  üe 
Enrique  Oil,  ("Vonziilez  Pcdroso,  ÍWrmiidez  de  Castro 
(D.  José)  y  cl  Marqués  df  Molins.  tendremos  reunido 
todo  f1  caudal  de  nuestra  lit<.'ratura  en  tan  rica  materia, 
hasta  que,  junto  con  jEÍ  U'bro  de  los  caulares,  que  marea 
li  testmirarión  de  la  poesía  popular,  aparecieron  otros 
tn  proK*  y  del  mismo  autor,  encaminados  a  reproducir 
í  imítur  las  variadas  y  pintorescas  narraciones  que  al 
Hmorde  la  lumbre  6  á  la  claridad  de  la  lumi  entretienen 
li  curiosidad  de  los  niflos  y  los  viejos. 

Antonio  de  Trueba  '  naci<i  con  la  m¡Ss  ardiente  y  de- 
cidida vocación  para  el  género,  y  con  todas  las  dotes 
^ttetsíge:  alma  impresionable  y  soñadora,  delicadeza, 
tcmoni  o  intensidad  dt:  sentimiento*^,  candidez  ingenua 


I  Ea  Us  S*tat  iwuUvrnUte)  que  poMIcft  pnro  «om  dv  «■  moertt  <ÍM 
fri*iiii<t  Ktt^ájota  y  Aturitaia.  9>  Ji?  Snrrn  dr  vs*'i  aümaPa  lo  >)(i«  uan*- 
"l^jl  tarttÍiMM*:I4«)C9iiMdaioOvi«slJaolrn>,uu>bkr  •MI  punid»  JvKxnUnw 
tkaVM-niicl  rn  ta  Norhí^iarna  iJclSI'';  pito  icnKi?  ratrairK  patiicDUrri,  qor 
^<ih*.tA|tatl«  tulUlJx!  del  acunlo.  p«nr|t7Tqu«  u<T  wt  afta  «^doíittMirn 
liigitr  ik  mi  narlmirntA  l«i-  MoAtrlIana.  fcUert^'K  <if\  <aiK'c^>  A* 
,^!-:.  ^..,  m  U«  BiMiiii«k1<>Rnt  ^  ViccnyH  ..-  A  U  nlnJ  ik  i|nLn«t  oflrs  \af 
)  por  Ms  pabre*  y  li«iirHili>mn>  piiJfr%  a  Madrid,  >lnndp  w.-  ('olocftcn 
ü«d«  fcm^iTia.  hurUBdo^il  lurAoy  á  U<>oi.-npii<rtnBnt<4adI1«Bip» 
4Éa  pnrm  ikJ»:ar|c>  4  U  IccInriL  t  Vtdr  StHHt  ciiRHni^  Ji  Inarrtar  tívntn 

Rn  IH:>.t  cntM  «l  la  R(d>(<'iAn    Je  ta  OarrftpoKtlmtla  Aiióiira/it  ■!■ 
,  1^  I  '.   .  '.^  fllll  iMicTc  «Aan,  durante  In*  (Miabn  itahu  d  lu(  ain  nil' 

io«   Pni«  •■nt'HiHi  Ii'Mm  t'aiiulii  ya  r<m  dnAn  Tc|i:«íi  de 
,  4ur  tui  'i  <  .<      cv  'I>Mlt  la  ilUkc  y  unu  cumpaArr.!  ih  üiilnm  5 

.■IktTtia  dil  pr>  .  <  ^1'  4|iia<<iiJu  crin  tí  aambiim\eu\o  ili'  Archivn» 

-Aatíiiii.  Vltcnyii     ■  '"'  Trntb»  Jtti  aA«-i.<4iKiUú4iT 

I'  '•.  y  l'llt  cnn  If  itn'w  Jtl  h'tar  y  In  (loUincl^M 

I  túrñ-rt  .Ir  ni  Intanvla,  I, .«i  rT->  u,  11  j<  |>iI¡lu  a«  hicirmn  gvr  n-  p[|v«*r 
^^  iIp'I  prlm^rn  .)i-  .iiJlliilo*  ¿ate'"-   ■''^'U¡; -inAi-W  é  dctnr  *TI  Mirto  rttBl  v 
-  »  ll¡f;i.  t  »  afwJUk-n  J*  Kw  la.f  íM  va.>M'<. 
r  al  d  tnA*  pr^Canilo  Jr  su»  acnilmlcaluT.  r  1   ¡ 
>!««••  U  Uctlditd  lur  «Innpiv  liiMn  tciurilaJa  A  DoAa  Ikatirl  II  5-  a  au 
»niniAUMjB.K&cl(llilitioprt1n4oilc(iavtJa    1874- IM»/ ao  •.-««TrueM  J<: 
r,  «lutalo  frtno  Je  >u  1i(bc>W<MÍ(la.I  «viim  ro«o*  litro*  y  mA.'  immmr-a^ 
>  dr  unU>  «Tuvln.  Invnn*  rti  K>«  pcflAdlCf»  4(-  UtU^ao  y  cfl  /«  flaa- 
Mi  V  ¿MrbaMi.  A  U  c»n1  anvfit  «u  inttu'lona Ja  aiiu>bl«aniru  do* 
*a*U*án»onr. 


sos 


LA   UTCRAIinCA  ESPAÑOLA 


y  como  de  lufio,  amor  inafrouiblc  y  vehemente  hacia 
aquella  bendita  rejridn,  cuya  l>clleza  ha  sabido  trastn- 
dar  lan  primorosamente  á  sus  narraciones.  Su  patria  le 
saliMlú  con  siitisfacciún  y  orgullo  apenas  pudo  conocer 
las  hermosas  páginas  que  le  ¡ha  consagrando  su  pintor 
y  su  pi>et;i;  lísijafia  toda  üupo  discernirle  de  la  turbo- 
muIUi  que  con  ol  vino  á  mezclarse  lumuItUüKimentc,  y 
all.1  en  Lis  naciones  que  súlo  nos  mencionan  para  mo- 
farse de  nuestras  filorias.  donde  se  desconoce  por  com- 
pleto nuestra  literatura,  y  seflnladamonte  la  moderno, 
se  leyeron  con  uviüez  los  humildes  cuentos  de  Antón  ft 
de  ios  cantarrs,  lo  mismo  que  las  novelas  de  la  inolvi- 
dable Fernán  Caballero.  Junios  compartían  el  fa^'ordel 
público  y  el  aplauso  universal,  sobre  todo  en  el  decenio 
anterior  á  la  revolución  de  Septiembre;  pero  la  moda. 
que  es  inexorable  en  sus  fallos  ¿  injusticias,  aspirii  .1 
destronar  poco  ú  poco  el  nombre  de  Trucha,  sin  que 
folten  en  este  concierto  de  oposición  voces  muy  respe- 
tables y  autorizadas  '. 

I.as  acusaciones  son  tan  varias  como  caprichosas. 
y  es  preciso  examinarlas  bien  para  que  quede  en  su 
'puesto  la  verdad.  Comencemos  por  la  critica  que  ser- 
virá de  fundamento  h  la  dcfcrsii. 

Una  de  las  excelentes  cualidades  que  en  Trucha  se 
admiran  es  la  fecundidad  ',  no  estéril  como  en  tnoios 
otroK,  sino  siempre  lg;ual  i\  sf  misma,  dócil  ¿  incansable 
ayuda  del  iníjenio.  Hermanos  de  padre,  hijos  del  cora- 
zón mils  que  de  la  intelig'encía,  estas  libros  son  tan  unos 
en  el  objeto  y  en  la  forma,  de  tal  modo  reflejan  los  mis- 


*  Rlr«t«  Icticr  i|«c  Irtcluii  en  r>k  DAmria  mI  Insigne  Hcnfadrí  PtUjro,  qm. 
■ItiRiik'  pato  r  como  al  dnsalrc.  ha  drjad»  «n)iar  «Iminai  Inan  tau;'  (Ifiü- 
fteadiru  «a  vt  TritlAf  a  *  la»  Mriw  mmpttHu  St  bu  |uil*itiiA  D.  }.  it.  dt  IVtolk. 

■  He  aquí  lw>  Uluh«>  de  klgiansii  tic  uu  obn*^-  Citraíai  di  e»lar  de  ra«c  [ItifiSl. 
Mmtiw  mmpeiiaiM  ■,tí6C¡\  C««nlo«  cb  «driM  oHO'^'  Cuadat  pt^mttrt».  Jtlmo» 
t9f»lM  papalant,  Xnmdmet  fMjMldrn.  CMaKM  é»  Wn*  y  wmtriim.  omM  Inclu* 
Ao%  en  La  AaUUd  IH<Mm4,  a  fáUn  f  la  «Aa««(ia  <IST9,  JtarUtoNa  (11(74^ 
iáMHa  por  jMn  lUNt,  ele. 


KM  BL  Sir.LO  XIX  3K1 

mos  sentimicnios  y  aspiraciones,  que  juzgajrei  primero 
qac  se  nombre  es  juzgar  A  los  dcmils.  Súlo  una  línea 
dÍTisoria  pudiera  Irazarse  que  separa  las  narraciones 
i;cnui  ñamen  te  vascongadas  de  las  que  presentan  c-ordc- 
ter  nuls  abstracto  y  universal.  Esta  separación  no  pasa 
de  recurso  metódico,  porque  en  la  realidad  no  csld  tan 
dcñnidii  y  terminante. 

Trucha  fue  antes  que  nada  el  felicísimo  intí-rprete 
ic  un  £;ran  pueblo,  donde  viven  todas  las  virtudes  do- 
méstíais  y  patriarcales,  todo  el  aliento  de  una  raza 
nrirgen  ef  indomable,  todos  los  tesoros  de  la  vida  cris- 
rttuna  en  su  miis  alto  grado  de  pureza.  El,  que  los  cono* 
da  como  pocos,  que  respirrt  aquellas  auras  de  íituivc  y 
delicado    perfume,   supo  también    comuniatr   con  l;i 
.ma^a  de   la  descripción  y  el    entusiasmo  las   emo- 
ciones de  su  alma,   y  ha   inmortalizado  los   lugares 
londe  se  deslizó  su  infancia,  los  valles  risucftos,  las 
atas  bL'incas,  el  insuperable  conjunto  formado  por 
hermosuní  de  la  naturaleza,  unida  á  la  herm^sun 
moral.  El  afecto  iTasto,  ideal  y  purísimo  de  los  aman- 
|left  y  esposos;  la  tranquilidad  plAcida  <^  inalterable  del 
domestico;    la   sencillez   y   el   pudor,    todo  lo 
jc  traasforma  y  ennoblece,  ese  es  el  patrimonio  de 
nqneU'i  privilegiada  raza,  esos  los  elementos  que  conv 
MKíen  las  relaciones  de  Trucba,  cautivando  insensible- 
POte  la  euríasidad  y  la  simpatía.  AI  ver  á  aqucllu-i  an- 
ciano». cAndídos  é  inocentes  como  niños;  ú  aquellas 
res,  tan  ricas  de  amor  y  de  l;\grimas;  A  aquellos 
pcncsquc  casi  desconocen  los  auninus  de  la  disolu- 
ción, con  sti  eterna  alearía  y  sus  patriarcales  rcgoci- 
jos  no  hay  corazón  que  no  se  conmueva  ni  frente  que 
I  se  incline.  La  felicidad,  que  tan  mal  se  remeda  en 
¿rendes  mctrópoli.s  del  lujo  y  la  ostentación,  vive 
escondida  en  el  desiireciado  recinto  de  esos  aldeas,  en 
taca  corazones  cerrados  A  la  ambición  y  al  crimen. 
Semejantes  escenas  no  se  tinten,  ni  se  pintan  sin  tiu- 
berUft  visto;  hay  aquí  algo  um  natural,  tan  bumiuio  £ 


304  LA   LtTESATVRA  SSPAflOLA 

inimitable,  qae  excluye  loda  idea  de  Invención  y 
percherfa . 

Como  otros  escritores  de  nuestras  provincias  septí 
trionales,  Truetxi  tenía  horror  Á  la  emigración,  al  at 
dono  de  las  caricias  nwiemales  por  la  incierta  íortuna 
con   que   suefl:)  la  destentada  juventud;    pud¡énd< 
afirmar  de  aljcunos  cuento-i  suyos  que  no  son  sino 
mentarío  de  nquclla  exclamación  de  Lista: 

iDichüso  el  que  nunca  ha  visto 
Más  rio  que  el  de  su  patria, 
Y  duerme,  anciano.  &  la  sombra 
Do  pequefluelo  juyabn! 

El  que  va  para  las  Indias,  parece  que  lleva  consigo  la 
maldición  del  cielo;  pierde  las  afecciones  y  costumbr 
de  su  infancia,  se  cnpolfa  en  el  piílago  de  los  aifi^ 
comerciales,  y  adquiere  sus  riquezas  A  costa  de 
del  alma.  Los  indianos  de  Trueba,  ó  son  hi  escoria 
país,  ó  corren  inexpcrt<íS  tras  de  su  propia  üesventuí 
prcsentíindose  en  uno  y  otro  caso  bajo  un  aspectq 
sombrto  y  desconsolador.  Sólo  Pereda  le  ha  cjtc 
pintando  uliro.  sí  no  mfls  triste,  más  repugnante  en  t^ 
am:irguisima  slitini  de  fioH  OoHsalo  GoMsdlca  tic  /| 
Gottzalera.  Pero  la  inquina  del  primero  no  parece 
rlgirse  únicamente  contra  las  tierras  de  allende  \\ 
mares,  sino  que  también  se  extiende  á  las  ciudiidcs 
Castilla,  y  sobre  todo  á  Madrid.  PodrA  haber,  y 
de  hecho,  en  tales  quejas  su  parte  de  exítgeracíón; 
resulta  al  cabo  muy  disculpable  si  so  la  considera  ni 
cidade  predilección  sanuimenie  egoísta  al  sueldo  naut^ 
y  á  los  sabores  y  olores  de  la  Iterrucn. 

Esta  predilección  no  llefía  rt  confundirse  con  el  ex^ 
clusiiismo,   porque  también  supo  Trueba  cambiar 
escenario  üe  su  monuitta  por  el  de  las  llanuras  de  C{ 
tilla,  pintando  bajo  otra  forma  la  grandeza  y  el  he- 
i;oÍiuno,  las  virtudes  modcst;is  y  la  desconocida  ventura. 


BM  EL  SICIO  XtX  'dOS 

En  tos  Cuentos  campesinos  hay  tanto  que  sentir  y  ad- 
nirar  como  en  los  mejores  de  Trueba,  con  no  hacerse 
caá  mención  en  ellos  de  las  costumbres  vascongiulas. 
La  feliciiiitd  domestica  es  un  cuadro  ou»  natural  y  tan 
ingenuo,  que  no  descubre  et  más  minlmo  rastro  de  esii 
afectacián  de  que  tanto  hablan  los  críticos.  A  quienes 
puulen  contestar  con  sus  personas  El  tío  Cachaba  y 
compafleros.  Para  hacer  reir  A  quien  no  tenga  ganas 
>hf  c&uln  Los  TomiUareses  con  el  Conde  de  Picos-Al- 
tos, donde  se  retrata  al  rÍvo  la  fatuidad  pedantesca 
de  los  que  especulan  con  la  candidez  de  los  pueblos. 
Kad),  en  fin,  cabe  idear  mus  dramático  y  sentido  que 
los  borrachos,  cuento  en  que  Truoba  se  excede  A  .si 
nlano,  y  que  nadie  acaba  de  leer  sin  lágrimas  en  los 
ojcs  ante  la  horrible  tragedia  final  con  que  quedan  cas- 
tigados los  vidos  y  condescendencias  del  desdichado 
Lorenzo. 

Las  Narraeioncs  populares,  los  Cuentos  populares, 
S  algunos  otros  sueltos  y  por  el  mismo  estilo,  consti- 
íDJen  una  variante  muy  disrna  de  con.síderac¡ón  en  las 
«bnts  de  Tnieba.  MAs  curiosos  que  sentidos,  con  mñs 
I  isidud  que  belleza  descriptiva,  descnvu<^lvensc 
-'  t:i  país  abstracto  donde  coloca  el  vulgo  todo  lo  que 
fiífft;  y  aunque  alguna  vez  parecen  circunscritos  A 
<l«UTminada  hicalídad,  nuncü  es  para  reproducirla  y 
PihsuUi  en  el  rtnimo  del  lector.  Las  fAbul<Ls  invcnta- 
por  la  experiencia  y  el  conocimiento  de  la  vida, 
trdatos  fantásticos  con  que  se  embellece  el  prosaico 
do  en  que  nos  movemos,  las  inocentes  mentiras 
que  la  piedad  ha  procurado  sensibilizar  los  miste- 
rios y  verdades  de  la  religión,  tales  son  las  fuentes  de 
doojc  sacó  Trueba  esta  porción  de  sus  cuentos,  tan 
"PTtviable  acaso  aunque  nn  tan  apreciada  cnmu  las 
^«Tids,  ¿A  quiín  no  cautiva  aquella  credulidad  infan- 
*  que  se  trasluce  en  la  descripción  de  pormenores, 
razonamienius  y  en  el  estilo  del  autor?  Y  cuando 
^'-•i.-.i¿  ser  malicioso  en  medio  de  su  candidez  constan- 
tuto  u  20 


306  LA  UTBKAZVirA  ESPAÑOLA 

I 

te,  ¿no  parece  convertirse  en  un  nuevo  La  Fontaíiié, 
con  sus  inimitables  y  ai  parefor  aniíti-tiras  perfeccio- 
nes? De  mi  Sí'  decir  ijue  he  recordado  muchas  veces  la 
naívi'té  del  gran  fabulista  al  leer  los  Cuentos  y  Narra- 
nones  populares,  y  no  conozco  autor  nlpjno  que  le 
vaya  tan  A  los  alcances  como  Trueba,  quien  iiroba 
mente  no  pens<5  nunca  en  imitarle. 

Hasta  tal  punto  se  iUenc)ñc<>  cl  slmpíltico  autor 
conpnUo  con  lo  humilde  y  lo  pequeflo  en  todas  sus 
ses.  que  no  acert<>  .1  escribir  novelas  de  verdad,  aungitc 
otra  cosa  indi<{uen  las  proporciones  materiales  d 
ffunas  de  sus  obras.  No  hiiblcmos  de  l^s  fi/jasfte/ 
una  de  Ins  más  sosas  imitaciones  que  ha  engendrad 
añcíón  al  srÉnero  de  Walter  Scott.  Marisanía  y  El 
Mu  y  la  chaqueta  bastan  para  demostrar,  por  dústiñ» 
camino  que-  Las  hijas  dei  Cid,  las  escasas  dotes,  por 
no  decir  la  incapacidad  de  Trueba  como  novelista.  Di- 
^lasc  de  Marisauta  que  es  un  panorama  deleitoso  de 
bellezas  morales  y  artísticas;  pero  ;d(Snde  estrt  d  nú- 
cleo, la  acciiSn  y  la  unidad  propios  de  la  nov 
<C(Jmo  encontrarlos  tampoco  en  el  truncado  relal 
en  las  interminables  digresiones  de  FJ  Kabdn  y  ia  n 
qufía,  reconociendo  y  todo  los  primores  característi- 
cos de  estos  que  apenas  me  atrevo  A  llamar  pecados  ni 
caídas?  No  era  esclava  Fernán  Caballero  del  intrréá 
que  tanto  adoran  los  lectores  indoctos;  pero  sabía 
citar  otro  msis  difícil  y  más  esencial  para  el  novel 
cl  que  resulta  de  la  verdad,  representación  y 
cuencia  en  los  caracteres,  y  así  fue  algü  más  que  uña 
insiisne  escritora  de  costumbres,  al  píuso  que  Trueba 
ha  tenido  otro  renombre,  aunque  ese  .tea  tan  mero 
y  envidiable. 

Ahora  veamos  los  carpos  de  sus  censores,  comí 
zando  por  el  mfts  irritante  y  repetido,  que  es  el  de  nfec- 
tacit'jn  y  sensiblería,  injustamente  atribuidas  á  loscui 
tos  Ue  AulÓH  rl  de  los  cantares,  sobro  todo  los  consí 
dos  a  la  descripción  de  su  país  natal.  Hay  corazoi 


BU  EL  SIGLO  XJX 


307 


Je  hielo  que  tienen  por  ridíj-ulu  irxlo  lo  que  es  tit-mo 

lioso,  y  miden  las  afecciones  de  los  dcmils  por 

!u  de  las  propias;  hay  críticos  que  traducen  por 

L  rías  y  Qoñeces  los  que  en  Trueba  son  desahogos 

legítimos  del  sentimiento,  y  sonríen  desdeSosos  ante 

<)  candor  y  la  inocencia,   Iluso  y   optimista  llaman 

üiTds  veces  a!  autor  por  haberse  empleado  en  pint;ir 

las  costumbres  de  un  pueblo  modelo;  mas  como  esos 

seflorcs,  6  no  lo  reconocen  tal,  ó  no  lo  han  visto,  ó  se 

enpeflan  en  su  negativa />i>''V'('^>'''>  juran  que  ese  pueblo 

tu  existe  sino  en  la  fantasía  de  sus  admiradores.  Pero 

ralulmente  el  distintivo  de  Trueba  es  el  realismo,  A 

''-'-■  uxaffcrado,  que  coloca  d  par  de  la  virtud  el  victo, 

'  ubre  en  Ui  vida  rural,  no  sólo  sus  encantos,  sino 

tiuiihién  su  parte  más  prosiiica,  desconocida  p«ra  los 

forjwlorcs  de  éRlog-as  é  idilios  empalafrosos;  salvo  que 

vm  no  fallar  ú  la  verdad,  con  no  omitir  Tnicba  nada 

«  sus  descripciones,  brota  de  ellas  cierta  hermosura 

1,  de  que  sin  motivo  nincruno  se  le  hace  corito  como 

I  fuese  defecto  imperdonable. 

No  hay  forma  di-  demostrar  á  muchos  ignorantes 
rr-:Mimidos  de  doctos  que  en  Espafla  existen  aún  re- 
Wlíis  de  las  virtudes  y  grandezas  de  otros  tiempos. 
Trj'iLise  de  visionarios  á  los  que  en  cllaa  creen,  á  los 
■{Be  ba  ven  y  las  admiran,  cuando,  en  lo  que  á  Trucha 
refiere,  habría  podido  ln.s  mils  veces  ciwr  los  tipos 
[;6ríf^nales  cuyos  retratos  nos  ofrece  en  sus  narnicio- 
i:  tal  es  el  sello  de  fidelidad  y  exactitud  que  las  ava- 
Caso  de  ser  exclusivamente  obra  de  su  imasfimt' 
o,  dcscubririjm  «n  íl.  si  no  las  dotes  de  ubscn^udor 
Icndidu,  algo  miis  admirable  é  ijifrecuente:  el  genio 
lur  de  lo»  grandes  artistas,  con  lo  que  nada  per- 
líria  en  el  cambio. 

Pciu  hjty  otro  arifumcnto  mis  decisivo  ú  favor  de 

Tnieba,  y  es  el  que  resulta  de  cominirarle  con  los  exa- 

'  'res  y  profanadores  del  sentimienuí,  con  los  nove- 

..-..i-  y  dmin:tturg;os  rt  la  /arí«íív«M/,  plaga  de  todas  las 


308  U^    UTElitATURA  ESMSOLA 

literaturas,  y  principalmente  de  !a  moderna.  ¿Qué  re- 
lación existe  entre  la  naturalidad  encantadora  y  casi 
extremada  del  uno,  y  los  nnificios  y  melindres  de  los 
otros,  entre  aquellos  personajes  tan  aproximados  i 
la  realidad,  y  estos  muñecos  de  cera,  en  que  parecen 
resortes  mecánicos  tos  impulso;  de  la  pasión)*  Las  lá- 
grimas que  tal  ves  arrancan  las  tramoyas  de  falso  sen- 
timentalismo á  aljíün  lector  inexperto  tienen  mtictio 
de  pasajeras  é  intranquilas,  mientras  la  impresión  que 
sabe  Trucba  llevaí'  al  Animo  es  á  un  mismo  tiempo 
reposada  y  honda,  y  hace  asomar  las  Wgriroas  A  los 
ojos,  á  la  vez  que  el  corazón  rebosa  de  alcgxía  y  de 
temuni.  No  ncgarí  que  alfruniís  veces  decae,  y  que  el 
apasionamiento  por  las  cosas  de  su  tierra  le  conduce  & 
censurables  extremos;  pero  esto  no  es  sistemático,  ni 
mucho  menos  obedece  al  propósito  de  desfigurar  á  sa- 
biendas la  verdad  con  el  fin  de  hacer  efecto,  como 
suele  ahora  decirse.  Trucha  era  incapaz  de  estas  men- 
tiras literarias;  sólo  expresa  lo  que  siente,  y  si  hay  en 
ello  falsedad  ó  exageración,  ^1  fue  el  primer  engafíado. 
|0h,  y  cuan  disculpable  no  aparece,  por  todos  los  a^ 
pectos,  el  idealismo  que  se  le  atribuye,  hoy  que  la  n*« 
vela  se  harta  con  las  heces  de  la  lujuria  y  del  crimen, 
ayudando  con  sus  ínfulas  docentes  al  absurdo  determi* 
nismo  materialista!  No  lean,  no,  esos  libros  escritos 
con  el  ;ilma  los  que  en  ella  no  creen,  los  que  niefran 
la  existencia  y  hasta  la  posibilidad  de  la  virtud;  perú, 
gracias  á  Dios,  no  le  faltan  ni  le  faltarán  adminidorcs 
al  pintor  insigme  de  las  monuifVíi'.  éuscaras  '. 

Cuando  eran  más  leídos  en  Espafla  los  de  Trueba, 
daba  á  luz  sus  cuentos  en  varias  publicaciones,  fre- 
euentemenle  á  beneficio  del  anónimo,  el  infeliz  Carlos 
Rubio  •,  que  sin  duda  debió  de  proponerse  por  modelo 


1    Acnulmi'ntc  k  Imita  con  Mi«tant»  cMCUtiid  D.  Ricardo  BeCiTrv  de  Bea> 
Xo*.  iitM  ha  sIJe  A  la  v<i  <1  mejor  M^it<^(<'  <lv  Tm^ii. 
■    Coleccloondoi,  rain  uiidc  i>d  on  Tvlitnkrn.  M«>lrM.  I8M>. 


EN  BL  SIGLO  XIX  309 

á  Jloffmunn,  Andersen  li  otros  ^tutores  por  el  mismo  es- 
tilo, scfrün  es  de  fantásiico  vi  que  comúnmente  emplea 
ai  mils  ni  nicnos  que  la  rcl;u-i(>n  y  los  pertíonajes,  toJo 
dio  perteneciente  ji  regiones  nunca  descritas  por  los 
geógrafos,  cuando  no  A  las  de  la  alegoría  retórica  y  el 
«mboli-imo. 

Hdu^trdo  Bustillo  '  no  se  aparta  sistemáticamente  de 
la  tierra  tirme  de  la  realidad  ordinaria,  y  acierta  A 
hallar  la  belleza  en  los  centros  sociiOes  de  donde  pare- 
ce haberla  desterrado  la  pros;i  de  la  ipialdad.  También 
prcocapa  A  Bustillo  la  tarca  de  cnscftar,  aunque  no  sue- 
len ser  escabrosas  sus  moralidades.  Con  tales  prendas 
se  hermana  un  estilo  terso,  f;lcil  y  abrillantado  por  re- 
flejos de  límpida  y  suave  elefrancia. 

£1  C^cncral  Ros  de  Glano  persoiUticó  la  antítesis  más 
completa  del  pcnio  literario  meridional;  en  su  pro- 
sa oarrativa,  md.s  aún  que  en  sus  versos,  se  amalganm 
lu  estrambótico  con  lo  nuevo,  y  lo  disparatado  cou 
lo  profundo,  constituyendo  el  total  un  log-ogrifo  tndea- 
Cifmble.  un  caos  de  palabras  sin  sentido,  ima  arquitec- 
tura peregrina  coronada  por  la  esfinge  del  misterio. 
A  quien  haya  tenido  aguante  para  apurar  las  mortales 
¡mis  de  los  Iípis<Mlios  militares  *  y  EJ  doctor  Jm- 
a  ',  escritas  con  Jisulufítin  de  opio,  se  le  puede 
cflire^r  sin  escrüpulo.  como  libro  de  entretenímien- 
10,  la  Anaiftica  de  Sanz  del  Rio.  Es  de  ver  el  caudal 
de  fila>ofia  derrochada  por  Ros  de  Olano  en  pintu- 
ras anecdóticas  de  la  primera  guerra  civil  y  de  Ui  cam- 
pafla  de  África,  pinturas  que  hubieran  resultado  in- 
teresantes con  s<)lü  copiar  lu  que  en  una  y  otra  pre- 
sencii»  como  testigo  de  vista.  Asi  y  todo,  se  sufren 
mejor  los  Spis-odios  núUtares  que  los  esotéricos  y  ar- 


•  n  taro  cmJ.  wmtuui»  1  hKMM  de  amWmVm.  U*drU.  ism. 

*  Hwtrt'l.  iMt.  Lmt-Ktrniinálaprinera  pKTT»  civil  «(MblICAnmaMín 
(IMU  <•  •!  |k-rUJka  «  /•wMmtckl*. 

1    kUJflJ.  l«ú». 


310  LA  LITERAnilA  BSTAROLA 

chisuciles  embolismos  de  E¡  doctor  tañttfla,  aun  de 
pues  de  saber  que  éste  representa  A  los  charlatiuies  i 
baucadores,  y  I:i  extíltica  Luz,  amada  y  perdida 
Jüsef,  lii  espcr.inz.-i  por  que  lucha  el  hombre  sin  fruít 
y  los  callos  del  clérigo  D.  Cleofás  las  muserias  de 
vida  ordinaria.  El  cuento  de  Ros  de  Olano  Ín<;pIrA 
Castclnr  una  tanda  de  reflexiones  poéticas  dadas  A  \\ 
en  ÍM  Discu^ón.  y  varios  otros  artículos  laudatorios 
diferentes  compjidres  del  General,  yendo  muy  en  br 
ve,  y  á  pesar  de  todo,  á  engrosar  las  librerías  de  d> 
seclio. 

De  raós  notoriedad  gozaron  los  Pfoverbios  ejentpU 
res  y  Proverbios  cómeos  '  de  Ventura  Ruiz  Aguiler 
Notables  por  lo  ingenioso  de  la  invenciún,  por  la  lit 
pieza  del  estilo,  y  A  veces  por  la  profundidad  del  seni 
miento,  aparte  del  fin  moral  que  tanto  preocupaba 
autor  en  sus  obras,  íucrun  y  serAn  leídos  ton  agrá* 
proverbios  tak-s  i'omo  Anlojamc  ios  daios  hui'spedc 
A¡  tfue  ai  cíelo  escupe  en  ¡a  cara  le  cae.  El  beso  de 
das.  Herir  por  ¡os  mistttos  Jilos  y  Amor  de  padre, 
detnds  es  lu're.  En  cuanto  á  los  Proverbios  cánticos, 
desmienten  la  buena condic¡(Ín  de  Aguilera,  y  lo  ¡ni 
te  y  Wen  intencionado  de  su  sátira,  en  la  que  apenas 
se  descubre  una  g-ot:»  de  hiél.  Críticos  tan  autorizad" 
en  la  materia  como  Pérez  Oaldt^  lian  hecho  de  es 
cortas  é  interesantes  narraciones  elogios  que  sería 
go  reproducir. 

No  he  encabezado  este  capítulo  con  el  nombre 
Hartzenbusch  porque  sus  Cuentos  '  son  posteriores 
primer  periodo  de  su  vida  literaria.  Ya  imitando  o- 
habilidad  de  erudito  consumado  el   Icnuuaje  de 
siglos  medios,  ya  en  esmerada  prosa  académica,  slt 
prc  srnibA  en  estos  fugaces  ra^os  de  su  pluma  el  se" 
de  una  corrección  exquisita,  iíl  g^usto  narrativo  de : 


«   D«3  untos.  llMlrfd.  lasi. 

•    Cumtitt  y/4ftala«  akfMita  nUrldn.  Madrid.  tSte. 


8X  BL  StGLO  xa  311 

teotnisch  dcblú  de  formarse  más  en  \a  lectum  de  los 
.iDtorcs  nlcmane»  que  en  la  de  los  espartóles,  como  de- 
noiK  su  afición  á  lo  rajiravilloso  con  cieno  «irAcier  que 
oimca  hasta  entonces  habla  sido  frecuente  en  Esparta. 
Entre  tales  cuentos,  alguno  de  extensión  considerable, 
Jescuella  indiscutiblemente  La  hermosura  por  casti- 
go, donde  la  agudeza  de  ingenio  y  el  primor  de  Ui  in- 
vención se  unen  á  lo  intencionado  de  la  f  Abula  y  al  más 
exquisito  buen  dt^  ir.  Joya  de  uinto  precio  lia  sido  ante- 
puesta por  Menéndez  Pelayo  íV  los  mejores  cuentos  de 
AfuScrsco,  entre  los  cuales  no  desdiría,  por  lo  menos,  el 
de  Hartzenbusch. 

También  he  de  citar  las  Historias  vulgares  con  que 
desde  hace  ya  mucho  tiempo  ha  wupaUo  las  columnas 
(le  las  Revistas  madrilcflas,  y  sobre  todo  de  L(,  Hms- 
traríón  Eapaüola  v  Amrrfcnnft,  D,  fosé  de  Castro  y 
Serrano,  sin  lijjir  la  atención  del  público  no  erudito. 
Loti  Antonios,  Blases,  Vicentes  y  otros  personajes  que 
6guntn  en  tales  historietas  son  de  esos  que  enctientra 
uno  en  todas  partos,  sin  que  quiera  yo  fundar  :iqu{  una 
acusación '  contra  el  novelisui.  Hartas  son  las  que  íor- 
«nila  mentalmente  cualquier  lector  rcs'ífnadn  de  umi 
llistoria  vulgar  (parece  que  el  autor  se  ha  hecho  adrede 
crftíco  de  si  mismol  contra  la  pesadez  y  monotonía  que 
suele  abrumarlas.  No  hay  más  sino  que  al  Sr.  Castro  y 
Serrano  te  ha  parecido  que  csiribír  larKo  es  sinónimo 
di:  escribir  bien,  y  que  el  toque  de  la  perfección  consi?- 
le  en  decir  lo  menos  posible  en  el  mayor  número  de  pa- 
Ubras.  Sólo  as!  se  comprende  que  A  veces  emplee  tantas 
inútiles,  cuando  no  incongruentes,  que  la  acción  y  los 
hírocs  permanezcan  /«  statu  ifuo  mienlras  diserta  el 
mitor  sobre  Agricultura,  Administración  ó  Politicn,  y 
que  bi  piírte  accesoria  mupe  el  puesto  de  la  principal. 
Los  incidentes  urdimirius  de  la  ^'lila  hieren  miis  la'  cu- 
riosidad y  el  sentimiento  que  csuls  Historias  vuigarcs . 
en  cuyos  intermínablt-s  párrafos  se  con\'¡ene  el  asunto 
en  tema  ó  muiivo  p:tra  hablar  sobre  todas  la-i  cosas  del 


312  1.A    LtTSRATVRA  BSPA^OLA 

mundo  risible,  bcíanse  comu  prueba  Eí  mtxiftar  qtan- 
io.  Vicente,  ó  cualquiera  Je  las  no  cítaJas. 

Es  preciso  reconocer  que  Oístro  y  Serrano  sabe 
eomuntcar  á.  su  prosa  cierta  rapidez  y  solnint   mi 
.-igradables,  pero  mal  empleadas.  Sin  la  corrccciiín 
un  acad<;-mico  purista,  sin  la  majestad  Uel  antiguo  le: 
guaje castelkmo,  su  estilo  tiene,  no  obstante,  la  etegan- 
ciu  del  moderno,  tal  como  lo  gastan  los  periodistas  no 
adocenados. 

El  actual  revistero  de  La  Ilustraa'óH  Espafiola  y 
Americana,  Fennindez  Brcmón,  parece  ir  olvidando 
sus  alioiones  y  laureles  de  cuentista,  y  lo  es,  no  obstan- 
te, de  tanta  valla  como  otros  más  celebrados  *.  Imitador 
de  Uickens,  más  bien  que  de  los  alemanes,  hay  en  41 
mucho  de  personal  y  típico.  Como  si  estuviese  en  su 
propio  elemento  vuela  por  tos  países,  ya  lóbregos,  ya 
encantadores  de  la  ficción,  y  son  de  ver  M  habilidad 
con  que  se  sostiene  en  tales  alturas,  el  intcrís  que  des- 
piertan sus  héroes  y  heroínas,  la  atrevida  novedad  de 
las  situaciones  y  la  característica  belleza  del  cünjunto. 
Quien  haya  acompafiado  A  Mr.  Dansatit,  medico  aeró- 
t>atti,  ó  asistido  A  las  curiosísimas  escenas  de  Cna/nga 
(ir  diablos  (dos  de  los  primeros  cuentos  que  insertó  en 
la  mencionada  Revista),  reconocerá  la  justicia  de  estos 
encomios,  que  deben  hacerse  extensivos  A  toda  la  c^ll 
lección.  ™ 

Otra  dio  íi  luz  el  mulogrado  Carlos  Cocllo,  de  Cueti' 
toa  iítviTOs/ttu/cs  ',  en  los  que  es  mAs  de  celebrar  lo 
peregrino  del  sistema  inventado  ó  adoptado  por  el  au- 
tor, que  lo  excelente  del  desempeAo.  Interpretando  ai 
revís  la  regla  fundíimcntal  en  el  arte,  del  estudia  y  co- 
nocimiento del  corazón  humano,  nos  presenta  A  los 
hombres  con   instintos  y  cai'acteres  díame iralmcntc 


■    MaJr1.t.  IS7U.  O^m.  HAdrld.  iK3.  Stftftda  (lUeita.  Uidrld.  M». 
*    MotUIJ,  IBM 


KN  BL  SlCtO  XIX 


313 


ofocscos  A  Iw  que  suelen  gobernarlos,  y  :il  mundo 
rxlo  tu]  como  nu  lo  Weron  ojos  murtales  desde  Ad/tn 
hasta  la  fecha.  Ya  se  lome  comí)  simple  capricho  de 
ingenio,  ya  como  embozada  siltira  de  la  realidad,  la 
Idea  de  los  Cuantos  invcrosímiUs  no  deja  de  ser  acep- 
taMe. 

El  critico  valenciano  D.  Pereffrin  GarcíR  Cadena 
truslado  A  sus  cuencos  las  cualidades  que  le  dístlngruíuo, 
la  í^msibilidad  extremada,  el  idealismo  vago  y  nebu- 
loso, y  la  encendida  frase  que  tal  sello  de  personalidad 
é  independencia  imprimen  á  ti>dos  sus  escritos.  Las  víc- 
timas (/«7  ííieai,  titulo  genérico  que  da  ú  ima  serie  de 
pereeriníis  narraciones.  La  rotula  de  mi  tio,  y  casi  todas 
lus  demás,  abundim  en  iXTsonajcs  al>stnifctos,  mejor  di- 
riomos  pasiones  pcrsonl&cadits,  todos  A  cien  Icg^uas  de 
la  realidad,  no  teniendo  otra  sino  la  que  les  prestó  la 
ai:alonula  ííuitnsia  de  donde  brotaron. 

Muy  diferentes  sun  los  Cuentos  de  Narciso  Campi- 
llo ',  que  sabe  fymunicarles  lii  movilidad,  gracia  y  tra- 
vcsan»  dol  genio  espuftol,  y  del  andaluz  en  particular. 
Nada  de  obscuridades  y  pcsadcct-s;  allí  e-S  iodo  diafani- 
daid  y  tran.sparencia,  desde  el  estilo  desenvuelto  y  grá- 
fico, hasta  las  consecuencias  prilctlcas  de  la  narración, 
que  vienen  A  servirle  de  complemento.  El  desenfado  de 
■Campillo se  parece  mucho  al  de  Valera,  aunque  debe 
<le  entrar  por  m<1s  en  el  parecido  la  coincidencia  espon- 
t4iicA  que  la  imitación.  E¡  bergantín  Carita,  Los  tres 
perros.  El  tabaco,  t^na  ganga  y  Las  noches  largas  de 
Córdota  se  leerían  con  placer  convenientemente  expur- 
[cndos;  pero  en  Uis  Jos  rolecciones  de  Campillo  se  tro- 
,  pieza  A  lo  mejor  con  rasgos  dignos  de  Boceado,  y  con 
Hlinln  cuento  incaliñcable  por  lo  verde  y  antirreli- 
Ifioso. 

Mace  aflos  que  La  JtustractÓH  Católica,  de  Madrid, 
pnblicabn  una  tiernfsíma  antícdotn  sobre  la  nifVez  de 


•    DiMétftMaAniMM.  li4<tiM.  IKTaAbcTiMnMiKM.  Madrid,  taBL 


3U 


Uk  I.rrEKATURA  B!U>A!tOtA 


Fr.  Ltiis  de  Granada,  referida  antes  por  muchos  de  sus 
biógrafos;  pero  um  posciiJo  del  a<íunto  estaba  el  incóg- 
nito autor,  que  Ei  lujo  de  ¡a  /ai'attdera  se  reprodujo  in- 
numerables veces.  Desde  entonces  el  P.  Conrado  Mui- 
fios  se  dio  á  escribir  cuentos,  y  fue  considerado  por 
Trueba  como  uno  de  sus  discípulos  fieles  y  aventaja- 
dos '.  A  fl  mAs  <iuc  i\  ningún  otro  recuerdan  la  simpá- 
tica Cttndidez  y  el  sentimiento  profundo  de  Los  vhHch- 
íes.  Dos  cielos,  Caridad,  Ciento  Por  u/io.  Las  ¡oitíerías 
de  Carias  y  ;Si\v  tux'irsc  madre!...  Hl  encamo  de  estas 
escenas  se  funda  precisamente  en  la  ingenuidad  cando- 
rosa que  llega  al  corazón  con  cl  irresistible  atractivo 
del  lenguaje  y  tos  recursos  infantiles,  retratados  del  na- 
ttiral  y  sin  mezcla  de  elementos  extraflos,  porque  el 
autor  no  cmpufia  la  palmeta  de  pedagogo,  inculcando, 
sin  echarla  de  tal,  las  verdades  eternas  de  la  moralcrís- 
tiana.  I.o  que  algi'm  descontentadizo  podría  tildar  son 
ciertos  asomos  de  exagerado  idealismo  y  afectación  sen- 
tímenCa),  de  que  tan  difícil  es  conservarse  incólume,  y 
en  efecto,  no  me  parecen  limpios  de  osa  mancha  algu- 
nos di.1Iogos  que  es  innecesario  especificar,  y  :ilgün 
personaje  como  Carlos,  el  rivul  de  Roque,  tan  inferit 
á  éste  en  el  terreno  del  arte  como  superior  por  sus  :inJ 
g(?licas  virtudes.  Bl  P.  Muiños  ha  acertado  con  su  vo* 
cación,  y  superadas  como  tiene  las  principales  dific 
tades,  el  tiempo  y  la  experiencia  harAn  lo  dcmAs. 

Líi  vena  humorística  de  Fcrttanflor ,  que  cuando 
muevo  libre  y  por  sí  sola  ofrece  á  la  vista  mil  capriclit 
sos  juegos,  ya  como  lluvia  de  irisados  maticc-s,  ya  coi 
corriente  de  revueltos  giros,  se  resiste  indócil  A  eolrí 
«n  el  cauce  de  tm  relato  seguido  y  lópco.  ;\sí  lo  vienen 
é  patentizar  los  Cuentos  rápidos  *,  en  los  que  las  defi- 
ciencias de  la  observación,  la  inverosimilitud  de  U 


■  Boro»  de  vMtityma.  OmmIm  tMraiM  dom  Im  nUam.  Vitlta4nlM.  tfflS. 
gaaáa  c4lcMn.  VattjulolM.  lOBb. 

■  BiimlonN.  UH. 


E!C  EL  SIGLO  XIX  315 

lances,  y  la  incoherencia  líel  fonüf,  contrastan  con  los 
chispazos  de  ingenio  y  la  pcrcsrina  frracia  de  In  frase. 
La  sociedad  madrilefla  tiene  muy  fw>coquc  agradecerá 
qnien  ha  intentado  retratarla  en  los  bocetos  snriricos  de 
/ji  escalcfa,  Final  de  acto,  iü  tttittttro  6 ,  Soreít'ta,  Eí 
pobrt  Jacinto  Peres,  La  opimón.  etc.,  de  los  cuales  se 
desprende  que  para  el  pesimismo  de  Fernanflor  apenas 
existe  nada  bueno  en  la  aristocracia  ni  tm  la  burguesía. 
ni  siquk-ra  en  la  clase  popular. 

En  el  mismo  afto  que  los  Cuentos,  rápidos  salieron  A 
laz  los  de  J.  I^pez  Valdemoro,  Conde  de  las  Navas  ',  d 
quien  la  condición  de  primerizo,  ó  t\\xizÁ  la  sospechosa 
abundancia  de  libros  semcjanics  al  suyo  en  la  cubierta. 
priv<í  de  contar  con  tantos  lectores  y  entusiastas  como 
pide  la  justicwi.  Tengo  para  mí  que  Alarctín  hubiera  fir- 
mado sin  esíTiipuIo  atgumw  cuentos  de  La  docitia  dd 
fraiU.  el  primero  y  el  último,  verhipracia  (Tapón  y  La 
fúSa  Aractti).  El  desdichado  Tapón,  fruto  del  amor  li- 
bre, alma  heroica  en  cuerpo  deforme,  payaso  A  la  fuer- 
za, platínico  adorador  de  una  muchacha  A  quien  arran- 
ca de  las  garras  de  un  tigre,  entregíindose  por  ella  A  la 
muerte,  sin  merecer  la  mas  ligera  seftal  de  aprobación 
O  Rratiiud  por  parte  de  la  hermosísima  estatua  de  car- 
ne, y  cumpliendo,  yacadíivor,  la  promesa  que  había  he- 
dió de  volver  ft  visitar  A  la  Patronn  de  su  pueblo,  sim- 
boliza una  tragedia  de  las  que  no  se  ven  ni  se  oyen  re- 
ferir sin  emoción  profunda. 

Fuera  int«rmimih!e  este  capítulo  si  quisiese  incluir 
efl  úl  los  nombres  de  todos  los  que,  con  mfts  ó  menos 
fortuna,  se  dedican  d  escribir  cuentos;  mas.  aparte  de 
que  para  muchos  '  quedan  rescn'ados  otros  lugares 
donde  podré  hablar  de  ellos  con  amplitud  y  holgura,  la 
restante  mayoría  no  requiere  particular  mención.  Me 
rcBcro  aqaf  á  los  autores  que,  ú  por  seguir  la  moda,  4 


*    UkáttuaítiJrmU».  ÍMMnnrtM  y  ana  Auurltivw  bi  parece  Umltia,  UW. 
«    CooM  AlMv4n.  Valcra.  d  P.  Cokimii.  cic. 


316  LA  LITERATUBA  ESPAÑOLA 

por  exigencias  editoriales,  ó  por  otros  motivos  n 
literarios,  pervierten  y  vulgarizan  un  género  que  : 
antoja  fácil  porque  no  han  llegado  á  conocerle.  E 
cuentos  libres  y  picantes,  que  tan  desdichadan 
abundan,  no  hay  para  qué  hablar  en  un  libro  serio, 
no  sea  para  levantar  la  voz  contra  las  segundas  i 
clones  ó  la  desembozada  lubricidad,  que  los  conviei 
obras  de  propaganda  antisocial  y  antiartística. 


s^^-gsflSiAgaBs-^, 


?'»vv*,"."7'rer 


^jt- 


\^''^-,',W.Vtf¿ft 


CAPÍTULO  XVII 


U  «lÜTICA  V  lj*S  LETRAS  DBSPITÉS  DE  LA  REVOLUCIÓN 


Ti^ni  Blniíltro  Af  U  hiitteris  contunparABot.— El  lllrr*  penMunlernto  jr 
la  dMiamcU.  -  Lm  tfl*r»loii<«  drl  Airara.— 111  perlodliMO.— iIiUmm 


ÜAB  rondescendoncias  peligrosas  con  el  espíritu 
revolucionario,  mal  compcnsadiis  por  la  tardía 
represión  que  inütUmente  ensayaron  los  tiliimos 
Minifaros  Ue  Dona  Isabel  11,  baswn  A  explicar  cómu 
K  desbordó  la  lava  del  volcí\n  formado  por  los  odios  y 
las  pasiones  de  partido,  y  A  losanti^os  pronunciamien- 
tos y  á  los  motines  de  cuartel  sucedió  la  tremenda  cri- 
sis de  Iri68.  cuyos  resuluidos  no  previeron  suí  mismos 
adalides.  Así  que  desaparecen  de  la  escena  el  prestigio- 
no  valor  de  Narvúcz  y  el  maquiavelismo  de  O'DonncIl. 
loeíaa  cuerpo  los.  tantasmas  apocalípticos  sonado*  p(»r 
la  intuición  de  Apjirisi,  se  oye  aíiin/ar  medroso  el 
nimtir  de  guerra  y  exterminio,  y  cruje  en  sus  cimiento» 
e)  aportillado  edificio  de  la  Monarquía  española,  cada 
vcí:  m¡\^  indefenso  desde  el  dUi  en  que  dio  entrada  A  las 
libertades  sin  Dios. 

El  desgobierno  imperante  que  desde  el  triunfo  de 
Alcolcn,  con  diferentes  matices  y  formas,  sólo  atendió 
á  balngar  bajas  pasiones  ú  instintos  populacheros,  al 


31S  U\  LITERATURA  ESPAÍtOUi 

par  que  amordazaba  ¡I  los  defensores  y  representantes 
de  la  verdad  reltt^iosa  y  del  orden  social,  no  debe  coD- 
siderarsc  como  pcirt^ncesis  aislado  en  la  historia  de  la 
España  de!  sifflo  XIX,  sino  miis  bien  como  realizacÍ<Sn 
de  ideales  nebulosos  y  no  bien  definidos,  por  los  que 
lucluiron  muclio<;  hombre<;  que  hubiestm  de  ellus  re- 
nefifado  conociondolos  mejor;  como  remate  de  una  ca- 
dena cuyo  primer  eslabón  fue  el  Código  de  1812,  y 
como  principio  de  la  nueva  era  en  que  el  libcntltsmo 
y  la  democracia  anticristiana  se  exhiben  con  sw  ^enuí- 
na  faz,  sin  disimulos  veri^onzantes  ni  farisaicas  hipo- 
crcsííis. 

Comenzada  la  obra  de  demolición  por  las  Juntas 
revolucionarias  y  el  Gobierno  Provisional  de  Serrano, 
que  inauguró  sus  funciones  en  4  de  Octubre  de  ltj68, 
proseg:uida  por  las  Cortes  Constituyentes  del  b%  por 
los  Ministros  responsables  de  D.  Amadeo,  por  los  cua- 
tro Presidente»  de  Li  República  destituidos  en  menos 
de  un  afio,  y  por  la  nueva  Regencia  del  Duque  de  la 
Torre,  no  hubo  ley.  ni  derecho,  ni  institución  de  an- 
tiguo origen,  contra  que  no  atentase  In  furia  de  los  Ic- 
gisLidorcs  ó  de  la  plebe.  De  Iiabcr  continuado  mucho 
tiempo  el  vandalismo  de  abajo  y  la  aquiescencia  de 
arriba,  nuestros  monumentos  artísticos  serían  un  mon- 
tón de  escombros.  las  costumbres  y  uadiciones  de  nues- 
tros padres  recuerdos  confinados  al  panteón  de  la  His- 
toria, y  Esjiafta  entera  aquel  presidio  suelto  de  que  ha- 
blaba, no  sé  si  prof fóticamente,  O'Donnell. 

El  empuje  de  la  reacción  política  y  reli(;ia<wi  igua- 
ló en  intensidad  al  de  la  anarquía.  El  pueblo  creyente 
y  pacífico,  que  veía  vulnerados  sus  sentimientos  y  afec- 
ciones mA%  profundos,  ^taqueados  oficialmente  los  tem- 
plos, escarnecida  la  Re1irri(>n,  au'opcUada  la  dignidad 
sacerdotal,  reconocido  legalmente  el  concubinato,  en- 
tronizado el  desorden,  inerme  Ui  justicia,  protestó  con 
ira  conu-a  aquel  estado  de  cosas  y  se  agru|>ó  en  torno 
de  la  bandera  que  simbolizaba  el  regreso  &  la  tradi- 


BK  EL  SlQUi   XIK  319 

Htíti.  Iní:enie  muchedumbre  de  jóvenes  bisónos,  conver- 
tida tlf  sühito  en  ejército  fürmidahle,  luchaba  en  Uis  pro- 
vincias tiel  Píorte,  en  Valencia,  Ai-agún  y  CautiuftH,  no 
por  la  adhesión  á  ami  perstm»  ó  A  una  forma  de  Gobier- 
nu,  no  por  interestrs  egoístas,  aunque  puedan  coniarsc 
muchim  exocpcioneüen  este  sentido,  sino  por  necesidad 
imperiosa  de  represalias,  por  instinto  de  conser>'aci<Jn 
moral,  por  aversí()n  A  las  ideas  innovadoras,  de  las  que 
habla  recordó  £spaft:i  tan  abundante  cosecha  de  lil^frí- 
mas  y  sanare.  Tul  es  la  (jenuina  5ÍBrniticaci6n  del  alza- 
mieiilo  y  de  la  guerra  carlistas,  íl  los  que  se  adhirieron 
activamente  ó  con  la  simp;itía,  además  de  los  veteranos 
de  la  primera  guerra  civil,  numerosos  exdefensores  de 
la  destronada  hija  de  Fernando  VTl,  Ministros,  Genera- 
les y  escritores,  y  el  núcleo  de  una  grran  parte  de  la 
clase  media  y  de  toda  la  población  rural.  En  aquellos 
«lias  de  pavorosos  y  supremos  combates,  no  quedaban 
más  que  dos  campos:  el  üc  la  Revutución  y  el  de  Car- 
los VII. 

£1  grito  de  Sacrunto  proclamando  Rey  de  Bspafla  A 
Don  Alíoaso  (2'í  de  Diciembre  de  1S74J  vino  d  calmar 
Citerior  y  materialmente  la  tempestad;  la  guerra  civil 
íuc  decreciendo  con  rapidez  A  pesia  de  algunos  recru- 
dectmtentoti  parciales  y  momenuVncos;  el  nuevo  Trono 
nnstiiucional  se  «lianza,  no  tanto  por  sf  como  por  la 
bnpc'tencta  de  los  partidos  exiremos,  y  por  el  concurso 
de  los  elementos  revolucionarios  que  se  proponen  rea- 
lizar al  amparo  de  In  Momirquia  lo  que  no  pudieron  con- 
seguir cu^indo  eran  dut'ños  del  mando. 

Fortuiui  ó  delIlH-radamente,  la  Restiuración  se  ha 
uncargadu  de  consolid:u'  las  conquistas  de  los  princí- 
(Hos  democr-'^ticos  y  prepararles  el  terreno  para  ana 
victuiin  deünitiva.  El  cambio  de  ilabinetes,  presididi>s 
purOlnovas  ó  .Scigastn,  representa  las  oscilaciones  de 
rWTucoso  ó  avance,  que,  en  defmiiix'a,  siempre  conclu- 
yen por  la  admisión  de  una  libertad  más,  ora  de  con- 
ciencia, ora  de  la  ci\tedra,  ya  |H'rmiticndo  la  proiiagim- 


320  1.A  UTESATUIIA   ESPANOI.A 

da  de  club  y  de  periódico,  ya  ampliñndo  la  ley  det  «oi- 
fragiu  univerKiI. 

Corolarios  pr Árticos  de  semejante  laxitud  van  siendo 
la  difusión  rápida  de  toda  clase  de  ideas  disolventes,  eJ 
deÑcrédito  del  principiode  autoridad,  el  caos  individua- 
lista que  invade  las  esferas  de  la  vida  pública,  las  divi- 
siones y  subdivisiones  atomísticas  de  los  partidos,  y 
principalmente  la  disminución  progresivadel  sentimien- 
to religioso  y  del  sentimiento  monárquico.  Por  la  mis- 
ma suavidad  de  formas  con  que  se  efectúan  los  cambios 
mAs  radicales  en  el  organismo  del  Estado,  no  se  dejan 
ver  tan  A  las  claras  como  cuando  se  pretendió  imponer- 
los violentamente  y  sin  medidas  preparatorias;  pero, 
retrogradando  un  poco  con  la  consideración,  no  ya  á  los 
tiempos  del  antiguo  rOgimcn,  sino  á  los  del  reinado  de 
Doña  Isabel  11,  ¿á  qui¿-n  no  se  alcanza  que  hemos  anda- 
do mucho  y  muy  de  prisa  en  el  camino  de  las  reformas, 
y  que  cada  día  se  asemeja  menos  la  Espada  de  ñn  de 
siglo  á  la  España  tradicional? 

Tan  hondamente  arraigaron  en  la  leg-islación,  las 
costumbres,  el  arte  y  la  literatura  nacionales,  así  la  fe 
cristiana  como  el  respeto  A  la  rcídezii.  que  el  liberalis- 
mo no  se  atrevió  desde  lui-go  A  combatirlos  de  frente, 
é  ideó  monstruosas  amalfriunas.  transacciones  hábiles. 
para  ilusionar  á  los  incautos  y  hacer  -^nablcs  d  la  largra 
los  funestos  dogmas  del  "JS  en  la  patria  de  San  Kernan- 
do.  L;i  imidad  católica  y  la  1eg;itimidad  monúrquicii 
obtuvieron  la  sanción  mñs  ú  menos  explícita  de  las  di- 
ferentes Constituciones  que  se  registran  en  nuestra  his- 
toria hasta  el  aflo  18b9;  los  mismos  hombres  que  arroja- 
ron de  España  &  los  Borbones  anduvieron  solicites  en 
busca  de  un  Rey  de  comedia,  deparado  al  fin  por  la  Casa 
de  Saboya.  De  los  ensayos  de  República  conservan  los 
españoles  recuerdos  amarguísimcís  y  luctuosos,  que  se- 
guramente no  inducirían  de  suyo  á  repetir  tas  experien- 
cias si  no  hubiera  sido  tan  imprevisora  y  desatentada  la 
conducta  de  los  prohombres  de  la  Restauración. 


mi  BL  SIGLO  xtx  321 

CoDscnüdos  por  ella,  van  agigantándose  en  proerc- 
siín  ascendente  la  dcmatrofria  y  cI  librcpcnwimiento,  y 
se  desbordan  impunes  en  la  tribuna  y  en  la  prensa,  en 
la  enseñanza  oñcial,  en  los  tratados  cientiñco»  y  en  las 
obras  literarias.  Sobre  las  ruinas  del  kj-ausismo  pedan- 
tesco y  bufo  se  dieron  fita  todas  las  aberraciones  de  la 
filosofía  pjim  crieir  de  consuno  la  Ribcl  de  nuestra  ei- 
TÜización  contemporánea,  educando  una  gcncr&ctdn 
descreída  que  adora  en  Alian  Kardec,  en  Comte,  en 
Schopenhaucr...  en  Budha  y  en  Mahoma  antes  que  en 
Jesucristo.  A  par  de  la  blasfemia  culta  de  las  aulas  uaí- 
versiiarias  y  de  otros  centros  docentes,  cunden  en  las 
hojas  de  Las  OominicaU-s,  El  MoHn  y  su  numerosa 
descendencia  los  gritos  de  guerra  sin  cuartel  contra  la 
"Religión  que  las  anatematiza  y  el  doctrinarismo  que  las 
consiente.  Calumniar  al  clero,  hacer  la  apología  del  pu- 
fial  y  de  la  matan/a  de  los  frailes,  embrutecer  al  pueblo 
y  &  las  lectores  semí- ilustrados,  y  despertar  en  ellos 
lastintos  de  ferocidad  salvaje,  constituyen  el  propi^sito 
de  atiaclLis  publicaciones  que,  A  ciencia  y  paciencLi  del 
Gobierno,  se  exhiben  y  pregonan  en  las  calles.  A  com- 
plctiir  este  horrible  cuadro  viene  el  nefando  comercio 
de  aseriioií  en  que  el  impudor  y  la  pomüí»Tafm  especu- 
lan con  la  flaquexa  de  la  juventud,  enseñiindole  los  ar- 
canos y  refinamientos  del  vicio,  y  cnccnagándola  en 
(.  '     '       ontinas  de  la  disolución. 

,  no  obstante,  en  honor  de  la  verdad,  que  la 
tolenincüi  para  con  las  idens  y  las  instituciones  se  h:i 
hecho  extensiva  á  las  comunid.'»dcs  rcliposas,  que  en 
el  Proftsonulo  oficial  csciüi  rcprcsentadíis  l:ts  tenden- 
cias católicas  y  de  orden,  yi\  que  lo  esK-n  Ij^ialmenle 
tos  opuestas,  y  que  el  bien  podría  manifestarse  sin  co 
híbícjones.  pujante  y  fecundo  en  todíis  las  esferas,  si  n^ 
lo  impidieran  la  desunión  y  apatía  de  los  que  lo  dc- 
Qcnden. 

Me  he  detenido  un  tmilo  A  Iwísquejjir  el  cstíidn  polí- 
tico y  religioso  de  EspaHa  dunmie  el  ñlllmo  cuarto  del 
lOMo  n  .!1 


322  LA  LlTBitArURA  BSTAÜÚLA 

siplo  XIX,  porque  re  inüispensuble  conuL-erlo  en  sus" 
lincas  generales  para  apreciar  en  su  justo  valor  las 
producciones  de  nuestra  literatura  contemporánea,  en 
la  cual  se  refleja  con  extraordinaria  fidelidad.  Bien  al 
contrario  de  lo  que  aconccciú  en  la,  C-poca  del  romanti- 
cismo, cuando  los  pi)Ctn.s,  con  ran'simxs  excepciones, 
volvían  tos  ojos  A  lo  pasado,  en  vez  de  interesarse  por 
los  trascendentales  acontecimientos  que  prcsci\ciaban, 
y  casi  todos  los  géneros  literarios  solían  revestir  carác- 
ter arqueológico  ú  idealista;  hoy  el  certamen  de  la 
pluma  se  unlversaliza,  y  litó crciicloncs del  árlese  tiflcn 
con  los  matices  de  las  convicciones  y  sentimientos  del 
individuo,  y  la  impasihilidad  marmórea,  no  menos  que 
el  Uirorcio  entre  la  personalidad  del  hombre  y  la  del  es- 
critor se  van  haciendo  ímjxwihlcs. 

Los  íoí-os  di!  irnidiati'ín  ^uc  directamenie  han  in- 
fluido en  la  cultura  general  y  en  las  nuevas  direcciones 
del  pcnsíimientü  científico  y  literario  [como  tambíón  en 
la  pedantería  y  el  escepticismo  cursi  de  los  sabios  A  la 
violeta)  han  sido  los  centros  públicos  de  discusión,  y  los 
periódicos  y  revistas. 

El  Ateneo  de  Madrid  y  los  de  algunas  capitales  de 
provincia  han  formado  con  sus  enseñanzas  el  criterio 
y  el  gusto  de  nuestra  juventud,  sometiéndola  A  indefi- 
nida iTiriodad  do  corrientes  doctrinales,  desde  la  cató- 
lica hasta  la  positivista.  Por  lo  que  se  reliure  A  Madrid, 
la  batalla  entre  la  ortodoxia  y  el  libre  pensamiento  en 
las  cjítednis  y  las  secciones  del  Ateneo  ofrece  una  des- 
igualdad palmaria,  debida  al  rclnumiento  sistemático 
de  los  tradlrionalistas,  para  quienes  la  a1¡anz:i  con  sus 
aíínes  del  partido  conservador  eonstituiria  una  especie 
de  suicidio  político.  En  cambio  el  Círculo  de  la  Juven- 
tud Católica  oyó  resonar  la  voz  de  onidorcs,  poetas  y 
literatos  insignes,  divididos  por  accidentales  aprccia>- 
ciónos  ajenas  al  dogma,  y  entre  los  que  se  contaban 
Pidal  y  Meníndcz  Pclayo  junto  á  Not'edal  y  Navarro 
Villoslada,  Selgns  y  Linicrs,  Tamayo  y  Fernández- 


BTt   El.  SIOLO  XiX  323 

Cuerra  janto  A  Giibino  Tejado,  Antonio  de  Valbucna, 
V'jiIcQtín  Gómez  y  Franciscu  Sánchez  de  Castra.  Al 
consUtuirsc  Iíl  Unltín  Católica  se  fracciona  este  gran 
núcleo  de  fuerzas,  convirtiéndose  la  ufleja  cuestión  dí- 
ná5it¡c3  en  manzana  de  discordia  y  pretexto  \inni  acer- 
lus  luchas  de  i.-:iriicter  personal. 

Entretanto  los  conservadores  de  pu.'a  raza  no  deja- 
ron de  írLVuentar  el  Ateneo,  que  les  debió  su  vida  y  su 
fama  precisamente  en  el  período  de  l^óiJ,  á  IS/ñ,  cuan- 
do los  hombres  de  la  Revolución  entuban  entretenidos 
con  las  agitaciones  del  Piirhimento  y  de  las  calles,  y  no 
tenfan  humor,  segiin  dice  Rafael  María  de  Labra,  para 
las  cspecitiacioties  íranquilns.  Aparte  de  alpiuios  pro- 
fesores como  el  mismo  Labra,  Tubino,  Revilla,  y  hasta 
cierto  punto  Víilera  y  Canalejas,  el  resto  de  ellos  lo 
ojnsiiluian  Cañete,  Rosell,  Maldon;ido  Macjmaz,  Bena- 
ridcs,  ViLinova,  Bravo  y  Tudela  y  el  P.  Sánchez  di- 
Tiyiendu  la  Institución  C;inuv;ís  del  Castillo,  y  la  sec- 
tii.n  de  Ciencias  morales  y  politicéis  Moreno  Nielo.  Los 
üisi  ursos  presidenciales  del  futuro  jefe  del  partido  con- 
servador \  1S71Í-I873)  y  del  último  de  los  oradores  cita- 
do-; [I87t»-l!i7Sl,  coinciden  en  su  fondo  conciliador  y  doc- 
trinario, tal  vez  favorable  a  los  principios  racionalistas, 
y  tal  otra  ü  las  eternas  verdades  del  Cristianismo. 

Después  de  la  Restauración  se  han  planteado  en  las 
nirresponUicntes  secciones  del  Ateneo  lodos  los  proble- 
mas científicos  y  .sociales  que  agitan  la  Europit  mo- 
denui.  y  se  ha  discutido,  por  lo  que  toca  ¡i  la  Literatu- 
ra, sobre  la  decadencia  del  Teilro  español,  el  estada 
presente  de  nueslra  poesia  lírica  en  general  y  la  rcli- 
in'osu  en  paiticular,  sobre  el  naturalismo  en  el  ortc.  so- 
bre si  la  forma  poética  está  ó  no  llamada  fl  desapare- 
cer, etc.,  etc. 

Desde  el  año  1SK4  cuenta  ct  Ateneo  con  casa  propia 
j  acrece  en  vit:didad,  de  <^ue  ha  hecho  ostensible  alar- 
de en  publicaciones  como  la  serie  de  conferencias 
históricas  acerca  de  La  EspaOn  iltl  siglo  XIX,  serie 


334  LA  UTCRAnmA  ESPASOtJI 

forzosamente  desigual,  pero  que  contiene  unos  pocos 
trabajos  brillantísimos.  La  misma  dcsigUíiIdad  se  echa 
de  ver  en  las  veladas  literarias,  en  las  que  alternan 
Tcrdaderos  poetas  con  rimadores  pedestres.  Sin  em- 
bargo, ninguna  insiliueirtn  anilloga  puede  rivalizar 
con  el  Ateneo  en  la  importancia  de  sus  tarcas,  ni  en 
la  exterior  engendrada  por  el  aprecio  y  la  atención  del 
publico. 

Iji  prensa  periódica  en  su  última  etapa  ha  coadyu- 
vado también  poderoiísimamcnte  á  la  difusión  de  todas 
las  doctrinas  y  al  sostenimiento  de  causas  é  intereses 
encontrados. 

Con  la  revolución  de  IRbS  surgió,  como  para  ser  su 
verbo  en  el  orden  intelectual,  la  íftvista  de  España, 
que  todavía  dura  después  de  pa&ir  por  algiln  cclip?*, 
aunque  sin  el  prestigio  de  otros  días.  Seis  aAos  despuOs 
de  la  precedente  apíireciólii  Revista  fiitropea,  publica- 
da por  los  editores  Medina  y  Navarro  haiíta  el  1880,  y  en 
la  cual,  lo  mismo  que  en  la  Contemporéfwa ,  de  D.  JosO 
del  Pcrojo.  se  insertaron  infinitas  traducciones  alema- 
nas, inglesas  y  francesas  como  medio  de  propiignr  toda 
suerte  de  tcoríiis  exóticas.  Perojo  se  proponía  dar  el 
golpe  de  gracia  al  krausismo  y  entronizar  la  escuela 
neokantiana,  que  ñ  muchoji  renegados  de  la  de  Sanz  del 
Rio  sirvió  de  puente  para  dar  consigo  en  la  positivista, 
según  aconteció,  por  ejemplo,  ó  Manuel  de  la  Kovillii^ 
tan  insigne  critico  como  voluble  é  insignificante  mere 
deador  de  la  ciencia  ftlosófica.  La  Revista  Contemporá- 
nea pasó  á  ser  propiedad  de  un  personaje  conscn-ador. 
D.  Josí  de  Cárdenas,  y  conservadora  es  actualmente  &u 
Redacción,  de  la  que  forman  parte  el  distinguido  inge- 
niero Rafael  Alvarez  Sereix,  el  caletlrítlco  del  Institu- 
to del  Cardenal  Cisncros  Soler  y  Arqaís,  y  otros  escri- 
-  torcs  de  la  misma  procedencia,  salvo  algún  intraso  ene- 
migo de  la  Religión  y  la  Sint-ixís,  como  el  orondo  cx- 
tremcrto  NicoUs  Díaz  y  Pérez. 

Ln  ¡lustrado»  Espaiiota  y  Autrricana,  que  sucedió 


RN  EL  SIGLO  XI£  325 

eo  1870  al  Museo  Umversal,  ha  llenado  su  texto  con  las 
(ToJuccioncs  literarias  de  cuíintos  estriben  en  Iti  Pe- 
nínsula, y  en  Ultramar,  desde  los  maestros  indiscutibles 
basta  los  aprendices  del  montón.  La  Rex-ista  Hispano- 
Ameri<aHa,  nacida  en  1881 ,  disfrutó  una  primavera  bri- 
llante pero  efímera. 

Por  su  carácter  predominantemente  ameno  se  dis- 
tinguen ahora  La  Espaiia  Moderna,  que  se  iníciú  en 
18á9,  y  el  A'un>o  Tcairo  Critico,  que  por  sí  sola  redacta 
«loDa  Emilia  Pardo  Bazán. 

Contra  el  espíritu  más  6  menos  libre  y  heterodoxo 
de  tas  antedichas  publicaciones  han  luchado  los  católi- 
cos, no  sólo  insertando  en  ellas  artículosde  sana  tenden- 
cw,  sino  fuDtlando  La  Dr/fHsa  de  la  Sociedad,  diripda 
por  E.  Carlos  M .  Perier  en  sentido  algo  liberal,  La  Ciu- 
dad  dr  Dios  y  La  Ciencia  Cristiana,  p;ira  las  que  lo- 
gró reunir  D.  Juan  M.  Orii  y  Lam  una  pléyade  lucidi- 
nmn  de  escritores,  sobre  todo  para  la  última,  iniciada 
en  lí>77,  y  herida  de  muerte  por  la  funesta  excisión  de 
inicgristas  y  mestizos;  Aa  ílusíradÓN  Cníólica,  la  Re- 
vista de  Madrid,  órgano  de  la  Unión  Católica,  la  Revisi- 
ta Agttstimatta  (hoy  ¿a  Ciudad  de  Dios),  que  cuonLi 
iwce  años  de  holgnda  y  próspera  existencia,  la  Revista 
Calasaitcia,  que  dan  á  luz  los  Padres  Escolapios,  etc. 

En  provincias  no  pueden  rejíistrurse  publicaciones 
de  %x-rd¡idera  importancia:  las  de  ííarcelona,  si  se  ex- 
ceptiian  las  consjiíjradas  á  fomentar  ci  movimiento  ca- 
Ulunisui,  como  Lo  Cay  Sat)€r  y  La  Rcftaíxfptsa,  se  re- 
ducen a  La  llustraciótt  Ibérica,  La  IlustracióM  fíispa- 
íta- Americana  y  La  Hormiga  de  Oro,  que,  como  La 
Revista  Popular  y  Dogma  y  Razón,  se  mueve  sólo  en 
el  circulo  de  la  propaganda  religiosji;  la  Revista  de  Va- 
lencia, fundada  en  IHSI,  refleja  con  exactitud  el  movi- 
miento intelectual  de  la  ciudad  del  Turiu,  lo  mismo  que 
d  ya  finado  Miisro  Halear  recoció  en  sus  páginas  las 
m.ls  oIorosiLs  llores  de  la  literatura  mallorquína.  Podría 
aiiirRar  este  catálogo  de  publicaciones  regionales  citan- 


336  LA   UTERATURA    ESPA.IoUA 

do  otras  varias  como  La  Jtu^tracidu  Galliga  y  Asiu- 
rimta,  la  Revista  de  Asturias,  etc.;  pero  me  creo  dis- 
pensado de  hacerlo  en  gracia  de  la  brevedad. 

Por  idínüca  razón  me  abstendré  de  penetrar  en  el 
d<Sdula  de  la  prensa  diaria  de  Madrid.  AdcmAs,  todo  cl 
mundo  sabe  que  La  Época  y  La  Iberia  sim  los  dos  ór- 
£ano,s  respectivos  del  Kindo  conservador  y  el  fusiünis- 
ta,  y  mantienen  la  misma  política,  poco  más  ú  menos, 
que  antes  de  la  crisis  de  1868;  que  La  Fe  continúa  las 
tradiciones  de  Aa  Espt-raiisa,  que  EX  Sif^io  Futuro  se 
crcfl  para  sustituir  A  Fi  Pettsanuítito  Español,  y.  des- 
pués de  predicar  la  lntransí(tencia  carlista,  se  separ* 
del  partido  de  este  nombre,  fundándose  ron  tal  motivo. 
por  orden  de  Don  Carlos,  El  Correo  Español, ■  que  Aa 
CorrespoMfieHcia  y  E¡  hupardaí  son  los  dos  peri<idi- 
cosde  mayor  circuliición  en  la  Península,  siguiéndoles 
de  cerca  Ei  Liberal,  republicano  independiente;  El 
Gl(ü>o,  de  Castelar;  El  Resumen.  El  Heraldo  de  Ma- 
drid. El  Correo,  Im  ühíóu  Católica.  El  Movimiento 
Cat ótico,  etc. 

El  cúmulo  de  ideas  y  sentimientos  infiltrados  como 
san^c  nueva  en  el  organismo  de  la  Literatura  por  la 
marcha  de  los  acontecimientos  políticos,  por  las  últimas 
variaciones  de  la  cicncúi,  y  por  los  vientos  de  la  discu- 
sión hablada  ó  escrita,  serena  6  tempestuosa,  no  cabe 
en  los  estrechos  moldes  de  una  síntesis  nípida  y  super- 
ficial. Baste  A  mi  prop<>sito  advertir  que  la  era  contem- 
poránea es  de  combate,  y  que  en  las  letras  se  preocupa 
más  con  cl  oleaje  diario  de  la  vida,  y  los  intereses  pal- 
pitantes de  la  actualidad,  que  con  las  visiones  y  los  re- 
cuerdos de  lo  pasado. 

lln  ta  lírica  se  irguió  la  musa  de  Nünez  de  Arce 
para  anatematizar  los  crímenes  y  horrores  de  la  dema- 
gosria  en  triunfo,  y  congregó  al  derredor  de  s¡  á  otros 
poetas  menores,  no  todos  identificados  en  cl  ftmdo  con 
su  modelo.  La  Religión,  el  patriotismo,  cl  amor  y  las 
aspiraciones  eternas  del  alma  han  tenido  intérpretes 


B.1  U.  SIGLO  XDC  327 

no  siempro  inspirados  que,  al  recaleniar  manjares  de 
que  ya  se  encuentra  hastuida  la  pcneración  presente, 
dieron  origen  al  Uescrítlito  de  la  forma  puéiica,  y  :ü 
reinado,  dispuesto  por  muchas  más  cúncaus:is,  del 
análisis  y  de  la  prosa. 

En  el  Teatro  penetr<i  el  realismo  &  medias  y  en 
compaftia  de  las  exagcniciones  románticas,  todo  ello 
personificado  en  el  turbio  aunque  poderoso  genio  de 
Eehe^aray,  cuya  razón  busca  lo  verdadero  con  ansie- 
dad febril,  mas  cuya  fantasía  desordenada  sólo  se  muc- 
re á  f!:usto  en  el  alcázar  de  hermosas  mentiras  y  esplen- 
didos delirios  calderonianos.  Las  imitaciones  de  Eche- 
garay,  Ayala  y  Tamayo,  y  de  los  modelos  de  la  fipoca 
rumántica,  cunstituyen,  junto  con  el  género  familiar  y 
bofo,  las  principales  direcciones  de  nuestra  novísima 
litL-ratura  dramátii-a. 

Pero  el  ejemplo  de  Francia  y  el  Ímpetu  irresistible 
de  lu  moda  han  dado  á  la  novela  el  cetro  de  que  hacía 
siglos  estaba  desposeída,  y  la  representación  de  las 
creencias  rcligiosíis,  de  las  aspiraciones  reformistas  y 
del  gusto  general  dominante,  á  üi  vez  que  la  crítica, 
tans:*Ja  de  mirar  Iiacia  atrAs,  asumía  el  papel  del  ma- 
■  io  con  sus  responsabilidades,  tratando  de  dirigir 
-  -r'iuión  del  publico  y  de  los  mismos  autores. 


^í¿ 


i;íi;*J:;TiT?í?:'a:->:  a:  a;**  »*  t-ít-rri : 


CAPÍTULO  x\au 


LA  POESÍA  Pn-OSÓFICA  Y  SOCIAL 


Nkft«t  de  Are*  ■. 

CASO  raro  que  un  artista,  dcsconücicndo  cl  ii 
pulso  (le  su  vocíicíón,  la  tuerza  ó  la  deje 
activa,  em|ieñ:Índose  en  labor  tan  fatigosa  coi 
es  lucliar  contra  lo  tnslintívo.  contra  lo  que  espon- 
táneamenie  brota  de  la  naturaleza.  Tal  cuentan  que 
pas<V  &  Malebrache  y  a  La  Fontaine  con  sus  talentos 
para  la  investigación  y  la  poesía,  res]x:ctívaniente, 
hasui  que  el  despertador  de  una  circunstancia  feliz  los 
vino  ú  descubrir  &  sus  poseedores  y  al  mundo  todo. 


*    Bn  V'ültadolld.  caaa  del  gru  pocln  li.-grndarl«  ZorllU.  >lao  Uflit 
■itieilo,  rl  din  4  Je  Asonin  J<  \ÍU,  ct  prlndfc  d«  nueilrus  UrIroH  i 
D.  líatpnr  NiUlc^  d<  Arc«.  Siendo  nlflo  ladarla.  pai>6ccasutaralUni' 
\a  vtc)ii  dudaJ  Di«iBBi«ntal,  ih-uuyiiKDlnnno  yaubtcrocjinUteritiieilartnl 

IU»cn  ti  ttcl  tnemlo  pnxot  qii«i  Im  qulmT  »im*  hacia  rtpmcniar  iin4ri 
aptfloilhKMnu).  y  i  Ion  JiM-lnarv«  trntialu  rn  lu  Kcd.iccMn  di'l  pi^rliMIcoi 
IrAo  Kl  Oiurr^aar  <iln  hU>>  rrvoflMtidaclonM  qiu  U del  (irajiío  vnkr  p^rwiniil. 
No  uirdiS  Niinm  Ji-  Arce  m  «dquldr  >v¡niiai.'(<^  doptrlHlHla  por  -nu arilculi^i 
taValbtfiít.  JcCiüro  .XsmisIo.  Durante  Ib  cucrra  de  Alrica  ■corapaflA  cmf 
tu) tómente  al  GL-nrnlO'Dofiiwtl,  y  lu*  comtponMl  iM  antedicho  diario  pro- 
xreaUtn.  En  1^  icprovntó  for  rrliüc-ra  «ci  eatao  diputada  áVnIUdoIld. 
Dtipu^dcU  vrilU  Ji-  \iM  di-scmpclti  I»  vnrG^idc  CotMnuidordrlli 


BU  EL  SIGLO  XIX  329 

No  Sé  si  podrA  decirse  lu  mismo  del  gran  poeta  de 
los  Gritos  del  comhaíe,  La  úifinia  tamentadÓH  dr  Lord 
ByroH,  El  vértigo  y  La  fitíica.  \'eime  :iDos  estuvo  re- 
presad;! aquella  corriente  ¡mpetuosii,  que  en  muchos 
menos  ha  recorrido  tanto,  siempre  con  la  misma  pu- 
janza, con  el  mismo  insuperable  éxito;  y,  lo  que  más 
asombra,  esos  veinte  iiftos.  no  lo  fueron  de  estuciunu- 
niento,  sino  de  gnin  actividad  en  otros  rumos  üe  litera- 
tura, para  los  cuales  eran  evidentemente  menores  sus 
fuerzas  y  monos  apta  su  condición. 

El  ardiente  polemista  de  La  Iberia,  el  autor  dramá- 
tico que  produjo  Dfttdaa  de  ¡a  fwnra,  Justicia  provi- 
itmcial  y  AV  ha3  df  leña,  sijlo  hübía  ensayado  su  nu- 
men, futra  de  las  tablas,  en  diálogos  jocosos  Ue  un 
pesimismo  negro  y  desalentado  &  la  manera  de  Lco- 
Ittrdi.  dÍAiog:os  de  ultratumba  que  compendian,  exa- 
eeráadolas,  la^  miserias  de  la  vida  humana,  y  tienden 
*  probamos  la  superioridad  de  Los  irracionales  sobre 
«■■1  hombre  por  la  mayor  suma  de  una  íelicidad  anti- 
lética  O  imposible.  Hizo  bien  Núftcz  de  í\rcc  en  no 
mezclar  esas  rapsodias  con  los  (aritos  del  eomfiate  *;  y 
na  la  que  por  ria  de  muestra  introdujo  allí,  con  ser 
menos  extravagante  que  otras,  como  Líi  desf(racia  y  la 
ttMÍura,  todavía  desdice  no  poco  y  ocupa  ün  lujsar  in- 
merecido. 

No  fueron,  ni  la  brisa  leve  de  los  primeros  amores, 


UMh  Plreaor  Jri  UUHtnIoiSi'  UlKiimdr  v  .'icircuirlodtia  PictiJcncLa  tlc-l 
iSaMcituí  4  mlt  (Ir)  eoliM-ilt'  KuaJí  dt  IKTI.  Slfwlraijnut  (tdIucImh*  ddfiai- 
ttia  pt:^¿rf*itia,  trctwvi^  U  Irtcnlídad  |>racfUBa4a  vn  KAfwlUi,  y  mccfli 
iMB  U  'tarví»  ■]<  nui»B*r  cii  un-j  Jv  U-t  Ctahlnttri  pn-ildM'»  por  S<i|piiiit. 
LAd  ponini  Oc  NdCti  de  AKt  tian  lo^t'itda  m^yoT  (nituno  qur  Im>  de  ninfiUi 
mn  ■n)OT  «iMBfrl.  nvitsU  f^nUMvlBi'oiooMi  AiUflca.  KRAn  lepatmli» 
ri  l«biUiii«  nfincfo  Jtr  uUclan»  meMmJUt*  rn  i»«j  pot^a•  aAov  AdcmA.*,  vi  IIuh- 
I  tCKiMtM  d«1oi  OrilMdcJ  n»*t4tf  cntonnc  nn  cnilc4dlc»o4ed  en  Mencitilcf 
1^  Ittara.  i|a»  le  CAiuagTO  la  maniTCllm;)  M-molanni  ttincfia  m-l  imtio  II  dr 

•    thOm  <ht  onaAolr.  pvtol»  par  D.  G»of<"  ÜMtt  ilc  Anv.  lUdrM,  IHnk  U 
I  iHOm  táiOOm.  teM*  hoj  tuim.  a  di  tttlV 


330  LA  UTBEtATCRA  ESPAÑOLA 

ni  el  apacible  viento  de  la  inspiración  religiosa,  los  que 
ajpuiron  las  recias  y  vibrantes  cuerdas  de  estn  podenv 
sa-  lira,  sino  el  impetuoso  simoún  de  la  revolución,  las 
discusiones  aculonulas  del  libro,  las  tempestades  del 
Parlamento,  las  luchas  políticas  y  las  ambiciones  des- 
bordadas, el  rumor  siniestro  de  Ui  blasfemia,  los  char- 
cos de  sangre,  Ui  marejada  de  las  iras  populares,  qnc 
aborto  juntos  el  periodo  más  nefasto  de  nuestra  his- 
toria moderna.  Tuvo  Núflez  de  Arce  notas  de  júbilo 
para  las  grandes  acciones,  pero  muy  contadas  en  rela- 
ción con  los  anatemas  que  le  nrranaibti  cl  espcctdcalo 
de  decadencia  universal,  de  fraudulentos  a^ias,  de  des- 
vergüenzas <■  infamias  encubiertas  con  el  haraposo  y 
desgarrado  manto  de  la  libertad.  Tan  adecuadamente 
como  de  Qucvedu,  puede  decirse  de  Núflez  de  Arce: 

Fue  su  san^ienta  sátira  cauterio 
Que  aplicó  sollozando  al  patrio  imperio 
Mísero,  KanfH'enado  y  moribundo. 

El  presagió  en  1666,  dos  años  antes  de  que  estallara 
la  revolución  de  Septiembre,  su  vergonzosa  esterili- 
dad para  todo  lo  bueno,  nacida,  no  de  una  causa  urtili- 
cial,  psisajeni  y  extrafla,  sino  de  estar  corrompida  su 
raíz,  de  ser  aquélla  la  explosión  de  insaciadas  vengan- 
zas y  bizantinas  rivalidades;  él  advirtió  á  tiempo  que 
la  libertad  no  nace  de  un  cambio  en  las  formas  políti- 
cas, mucho  menos  si,  basada  en  optimismos  ideológicos, 
se  opone  al  modo  de  ser,  á  los  sentimientos  y  U'adicio- 
ncs  seculares  de  la  nación  en  que  se  ensaya.  Pasaron 
dos  anos,  y  sin  advertir  con  el  gran  poeta 

Que  cuando  un  pueblo  la  virtud  olvida 
Lleva  en  sus  propios  vicios  su  tirano, 

forjaron  los  descontentos  aquella  tragicomedia  coa  su 
lúgubre  cortejo  de  maldiciones  y  de  ruinas;  y  viendo 
NúQcz  de  Arce  tristemente  cooñrmados  porta  roaUdad 


TitL  mc.io  XIX  33t 

sus  ratícinios  convirtió  en  látigo  las  cuerdas  de  su  tira, 
Hngrlando  sin  picditd  &  la  revolución  cuando  cntzaba 
las  ailles  coronadií  de  flores  y  en  la  cmbriHg'ucz  de  sus 
apetecidos  triunfos. 

Al  entonar  el  elogio  fúnebre  de  Ríos  y  Rosas,  el  tri- 
bono  fogoso,  el  revolucionario  unionista  í  inconse- 
cuente, pero  de  indomable  pecho  y  de  cierta  honra- 
dcj  simpática  que  pocos  posej-eron  ni  en  su  p:irtido 
ai  en  los  dcm.ls  de  la  coalición;  al  contemplar  cómo 
dormía  el  varríii/iirrtí-  cuando  declinaba  rt  5o/  de  la 
faina,  midió  los  limites  del  abi»imo  A  cuyo  bórdese 
em-onintbíi  aquella  sociedad,  víctima  de  sus  propios 
excesos. 

1.a  revolución  avanzaba  como  la  marea;  el  descoco 
rompirt  al  fin  la  máscara  de  la  hipocresía,  y  entonces 
d  poetn,  en  alas  de  su  generosa  indignación,  la  mal- 
«lijü  en  e^m>  Estrofas,  candente-;  como  el  fueffo,  ajfudas 
como  puflal  de  dos  filos,  rumorosas  y  potentes  como 
ittolns  del  Océano.  La  osadía  de  Juvcnnl,  la  sátira  de 
Ouwedo,  la  viril  entonación  de  Quintana  y  la  íníml- 
üWc  sobriedad  de  Dante,  se  dieron  la  mano  para  pro- 
tlocírias,  y  asi  salieron  ellas,  preíUdas  de  ideas,  resiñ- 
nodü  iras  y  sarcasmos,  presentando  la  verdad  al  des- 
BDdú  y  sin  reticencias.  Iji  tencua  castellana  iiarccc 
aftioarse  de  si  misin;i  en  tales  manos,  y  nadie  encarece- 
rá bastante  "aquella  rotundidad  como  de  ariete",  scgfün 
[la  define  un  critico  ¡nsifrnc.  aqticl  andar  A  un  tiempo 
[llesembanizado  y  solemne,  ¡uiuellii  cadenciii  casi  mu- 
[stcikl  de  puro  numerosa.  Habla  el  poeta  de  la  revolunón, 
dice: 

No  es  In  rcvolucirtn  raudal  de  plata 
Que  fertiliza  U  extendida  vega; 
Ea  sorda  inundación  que  se  desata; 
No  es  viva  luz  que  se  dilunde  grata. 
Sino  conTuso  resplandor  que  cie^a 
Y  tormentoso  v*':rtigo  que  mala. 

tabla  de  la  libertad,  de  aquella  blanca  virpen  qtie 


332  LA  UrCKATUBA  ESPAitOLA 

columbro  tn  sucflos, /wím/í  dt  perenne  glorio  y  ángel 

vengador  que  (-asiiga  á  Iüs  tíranos  con  la  historia  corno 
con  hierro  enrojecido,  y  al  ver  su  imagen  arrastrada 
por  el  populacho  y  sumida  en  los  más  inmundos  loda- 
zales, excliunii  con  ín<iig;naci()n: 

mas  ¿quf  dip^o?. . . 

No  eres  la  libertad;  disfraces  fuera; 
Liconcia  desdeñada,  vil  ramera 
Del  motín,  te  conozco  y  te  maldigo. 

Todo  es  íjrandiosu  en  estt?  monumonto  de  la  [loesfa 
castellana;  1u  cuerda  do  Li  inspiración,  siempre  flexible 
y  altisonante,  ora  produce  vibraciones  suaves,  ora  esta- 
lla en  violento  chasquido,  y  jKirece  romperse  cuando  al 
punto  torna  A  su  natural  y  prístino  eittado. 

Bien  pueden  considerarse  las  Estrofas  como  el  can- 
to mas  inspirado  entre  los  que  Núñez  de  Arce  dedicó  á 
la  revolución  ospafloUi.  De  ellos,  y  fuera  délos  enume- 
rados, merece  honrosa,  aunque  no  principal  mención, 
el  que  lleva  por  titulo  A  Emilio  Castelar,  cuadro  don- 
de se  reflejan  los  ültimos  sucesos  de  aquella  sanijTicnta 
historia:  \i\  barbarie  cantonalista  y  el  período  de  insu- 
rrección  anárquicí»,  al  que  había  de  suceder,  como  l<>- 
gico  desenvolvimiento,  una  dictadura  mílitíir  irrespon- 
sable y  efímera. 

Pero  apartemos  los  ojos  de  esa  cenagosa  charco, 
porque 

Nunca  la  ruin  bajeza  h^  merecido 
Censura  eterna,  sino  eterno  olvido; 

busquemos  algo  de  mAs  significación  en  el  seno  misma 
de  la  demagogia,  que  si  no  merecen  atencidn  sus  des- 
enfrenos, la  piden  forzosamente  sus  raciocinios.  Na 
cabe  exhibirlos  más  de  bulto  que  en  el  diillogo  París, 
donde  mutuamente  se  recriminan  un  huraués  de  los 
que  nada  ven  sino  por  el  prisma  de  su  epicúreo  utilita- 
rismo, que  piensan  detener  A  la  hiena  revolucionaria 
con  espadas,  caQones  y  gendarmes,  y  se  entregan  at 


BM  BL  SIGLO  XtX  333 

'saeflo  de  la  indolencia  sobre  el  cr.lter  <Ic  un  volcán;  y 
un  lifHtafiofío  de  los  que  no  se  comentan  con  fórmulas 
Ricín*  y  ¡iltisonanics,  de  los  que  busmn  la  consecuen- 
cia con  el  prindpio.  y.  abrazados  al  absurdo,  no  lo 

I  uboiKlottan  con  tímida  irresulución.  Quíz.1  desentona  un 
poco  en  este  diálogo  la  sequedad  de  raciocinio;  pero 
al  Iftdo  de  Ift  precisión  silogística  hierve  la  lava  de 
la  pasión,  que  revienta  elocueniisima,  salvaje,  subli- 

imemcfite  feroz,  en  la  arenfra  impi'ecatorta  del  dema- 
coeo contra  la  metrópoli  del  vicio  bañada  porlasa^ruas 

I  del  Scoa.  Nunca  se  demostró  tan  bien  cómo  las  blancas 
alas  de  !a  Poesía  pucdin,  á  la  manera  del  SíjI,  ixrnctrar 
en  el  infecto  estcrquiUnio.  abrillantando  su  pureza  en 

I  vcx  de  mancharla  con  inmundicias.  Si  suenan  allí  vehe- 
mentes los  gritos  de  la  discusión,  no  es  i^ira  aho- 
gTir  el  aliento  del  poeta  con  virtiéndole  en  declamador 
vulgar,  sino  para  IcvunLirle  sobre  si  mismo,  haciendo 

[que  el  numen  poético,  la  imagen  delicada  y  el  verso 
fAcIl  sírviin  de  riquísima  vestimenta  <1  un  i>ens:imiento 

;  digno  de  ella  pur  sus  colosdcs  propiírciones. 

Con  esca  poesía  nervuda.  ípica  y  escultural '  ha 
hermanado  NiSflez  de  Arce  otra  de  muy  diferente  natu- 
raleza: la  poesía  íntima  y  psicológica  de  Tristezas,  y  la 

I  Epístoia  sobre  La  duiia.  Trist^^ras  es  un  poema  de  do- 

!  lor  y  de  ternura,  donde  surgen,  como  por  evocación  de 
un  mai^o,  los  recuerdos  de  la  infancia,  los  vidrios  trans- 
parentes y  la  filigrana  de  las  caiednilts  góticos,  la 
calma  y  la  obscuridad  del  templo  sagnid»,  la  oración 

¡que  sube  d  los  cielos  como  una  vir^tM  sin  mancha: 


■  ■  1  ij  lili  Mlf*rt.  nw,  ^ln  eirhiiri!»i.  no  pirilr  anin""*"'»  i1 

a^^  .  ,  r^t'^'lv  ni  i  T'iíJrku,  Kl  a  ^ard,  i>nn  <i'rpi3n.ta.  ramaatTp- 

ImbI  ti^i  •■'.  '^,  (I  Hltrrtrt  'Ktnr  aolej*  un  cranlkn- 

U  i|b    \  .<  rrnlMDD.  i<  nonsimo-ji  UnnsInarliM  ou« 

Mi-<*  i«r  Ki*ri:i  V  •.'7111  puní')  pi:>r  Mieivl  Aii4¡Tt.,Ubii|«ilo  po' 

flur  ...    V'elAiqUrc  MnbrcJilo  jtor  llntORtlo  r- fllunitrada  |H>r 

IfasiicnaadL*  ílWtb»  Htfart»  aobrt  ha  fMfv«  iM  eviticU.  -  Ktf(<U  fA*n«f«a, 
l.imf.  t\     nnm.  "Vi  ' 


331  l^  tUGRATDRA   ESPAÑOLA 

ttnJo  contrastando  con  las  vacilaciones  y  angrustias  de 
un  corasón  acostado  por  el  esceptii-isino,  sin  csperun- 
zas  Y  sin  fe,  que  siente  obscuro  y  desolmio  un  ciclo  an- 
tes lleno  para  ¿1  án/iügorcs  y  hanttonfas.  Apenas  ca- 
be leer  con  ojos  enjutos  csii  confusión  sentida,  ardiente 
y  dolurosii,  donde  tantas  otriLS  se  adivinan,  donde  upa- 
vecen  en  su  repuírnanie  desnudez  el  indiferentismo  re- 
lí^oso  y  la  falla  de  ideales  lijos  y  elevados,  como  úlce- 
ra gangrenosa  que  corroe  el  corazón  de  nuestra  socie- 
dad. Lo  mismo  pasa  con  Ul  Episíoia.  en  que  se  Juntan 
con  La  queja  individual  y  propia  del  poeta  las  que  Ic 
inspira  el  espettáeulo  de  tantas  otras  victimas  de  osa 
duda,  que  él  asemeja  ya  Á  las  tumultuosas  y  embrave- 
cidas aguas  de  una  inimdaciún,  ya  al  reptil  cuyo  diente 
se  clava  en  lo  mrts  hondo  de  las  entrañas. 

Vetando  su  pens^imientu  en  la  alegoría,  quiso  tra- 
zar en  Raimundo  Lult'o  la  misma  historia,  que  tal  in- 
lluencia  tiene  sobre  Nürtez  de  .-Xtoe  acaso  por  haber- 
la leído  muchas  veces  en  el  fondo  de  su  ser;  la  man- 
zana tcnudora  de  la  ciencia,  nrrebatíindo  al  hombre 
hacia  sí  y  dándole  A  gusuir  luego  las  heces  del  dcsen- 
fi-arto.  Sin  embaríío  de  lo  cual,  y  de  que  el  poeta  ex- 
plica (i  su  modo,  en  una  introducción,  el  sentido  ínti- 
mo del  poema,  pocos  lectores  habrán  dejado  de  olvi- 
dar la  advertencia  A  las  pocas  líneas,  pues  la  pasión 
tan  verdadera  y  tan  humana  de  aquel  desventurado 
mancebo  no  permite  reparar  en  sutilezas  extrañas  al 
asunto.  Ni  ¿ste  ios  necesita  tampoco  para  que  muchos 
episodios,  como  el  de  la  entrada  en  el  templo,  la  carta 
de  la  doncella  y  el  desencanto  pavoroso  de  Raimundo 
Lulio,  rivalicen  en  invención,  en  poesía,  y  en  el  arte 
sctTctisimu  de  decir  poco  para  hacer  adivinar  mucho. 
con  las  mejores  de  la  Divina  Comatia.  Niiñcz  de  xVrce 
ha  sabido  hacer  de  la  leyenda  que  tontas  veces  recor- 
daron nuestros  ascí-ticos,  un  poema  inmortid,  quizá  lo 
mejor  que  íl  ha   producido  nunca,   como  quiere   el 
Sr.  Mcn(índez  Pclayo,  dado  que  en  esto  de  pi'efer encías, 


KM  EX.  SIG1.0  XIX  3S& 

y  sin  salimos  üel  caso  actual,  entran  por  mucho  las 
afici'nnes  indivitluiílcs  de  cada  crítico. 

Sin  embargo,  iil  ararccer  los  Grifos  del  combate,  fue 
ton  unilnimc  el  aplauso,  fueron  tan  escasas  y  por  lo 
:n  tan  ajenos  al  arce  las  censuras,  que  puede  con- 
,;,->. i. kfsc  éste  por  uno  de  los  triunfos  más  gloriosos  é 
indiscutidos  de  nuestra  historia  literaria.  De  tales  cen- 
<;uras  dos  son  las  mAs  repetidas,  y  una  sola  de  ellas  con 
fund-'iniento,  A  mAs  de  que  Ui  otra  fue  prevenida  y  am- 
pliamente contestada  por  el  autor  en  el  nervioso  pre- 
facio que  encabeza  los  Orílos  del  combate.  Díccsc  '  que 
una  poesía  tan  sierra  de  la  realidad,  tan  empeñada  en 
corregir  y  amoncsuu-,  resulta  empalagosa,  y  que,  coma 
til  cabij  no  dejan  de  ser  razones  las  de  Núñcz  de  Ar- 
ce porque  anden  cubiertas  por  el  deslumbrador  ropaje 
del  verso,  todas  ellas  vienen  á  coseflur,  dcspu¿-sdc  mu- 
chos roileos.  lo  que  enseña  en  pocas  palabras  un  libro 
dcntfñco.  Esto  mimifícsUL  una  ignorancia  crasísima 
sobre  las  nociones  m;is  c-lemcnLiles  del  arte.  ¿Quiín  no 
ve  que  con  ese  criterio  se  destruyen  por  su  base  to- 
dos los  géneros  de  poesía,  ya  que  las  Mestmas,  de 
Tirteo,  y  las  Stfttras.  de  Juvcnal,  y  la  Divimt  Come' 
dio,  y  los  citnttcos  de  Vr.  Luis  de  León  ú  San  Juan  de 
la  Cruz,  y  las  odas  inatrlOticas  de  Quinuna,  y  todos 
tos  versos,  en  fin,  que  añrman  algo  y  á  algo  tienden 
(sin  excepttutr  siquiera  los  pastoriles  y  amatorios)  pu- 
dieran reducirse  A  huniilüe  prosa  sin  perder  un  ¿Itomu 
de  su  fondo,  ni  cosa  alguna  que  no  sea  Ui  forma  artísti- 
ca? Al  poeta  no  le  toca  tanto  convencer  como  pcrsua- 


»r.>.  iKira  ni>  itctmmllr  ctta  vm  «u  nfidmtniM.  conrimia  por  nrK'*r  '* 
I  it-  ■!•  fTMlH  gup  iliTpIuri  Nan«i  i1b  Aivc  y  pan  tí  «un  ilc  t'iilKS  toa 
'»n  y  U  laplolnJ  JH  prncnlt,  )'  U>  bU'frmlM^  de  loi  «a- 
Itse  inAi  i|UL-  |<iii«  llarar.  Asi  »e  miiEiiia  un  mnl  ai  ciüilo 
>  i)a>  i't  lUnu  iliinaMton.it,  poirnalitldo  loa  n^irtllcf 
I  coBNUm  *l  UUrrtrt  por  Ia  miV  •**'  lomo.  lOMUitUra- 

jKc.-JfaWain  OiniTM,  «d»  UCÍ.  Uno  IV,  Bttm.  i04 


336 


LA  LITeSATUBA  BÜTARoLA 


dir,  ni  hablar  s<^lo  al  encendimiento,  sino  al  corazón;  su 
lenguaje  deLx;  ser  el  Icngu.ije  del  cniusiasmo  sin  dejar 
de  ser  el  de  la  verdad, 

Y  con  esta  adición  doy  ú  entender  que  si  no  le  níe- 
fro  ninfifuno  de  sus  privilcícios,  si  reconozco  que  no  es 
sayo  el  terreno  de  la  investigación  científica,  no  It 
considero,  sio  embargo,  libre  para  estampar  todos  loe 
desatinos  y  licencias  que  se  le  antojen.  Tení:o  por  ab- 
surda la  irresponsabilidad,  como  de  reyes  constituciona- 
les, que  Hcinc  otorgaba  á  los  hijos  de  Apolo;  y  por  eso, 
en  medio  del  deleite  con  que  me  embriagan  los  (fri- 
tos del  cottil/ate.  no  puedo  menos  de  reconocer  las  enor- 
mísimas inconsecuencias  en  que  Íí  cada  paso  incurre 
el  poeta,  tales  como  el  deplorar  las  impiedades  y  horro- 
res de  la  revolución,  al  mismo  tiempo  que  bendice  sus 
principios,  sus  hombres  y  su  bandera;  el  sacar  íi  Ui  ver- 
güenza los  excesos  de  hoy,  considerando  otros  análo- 
gos y  de  íccha  mu}*  reciente  como  conquistas  de  la  ci- 
vilización; el  llam;ir  libertad  degenerada  y  ramera  del 
motín  íl  la  libertad  revolucionaria,  y  entonarle  íl  esa 
misma  con  otros  nombres  ditirambos  pomposos  y  mag- 
níficos. Inconsecuencias  todiusqiie  iifean  los  cantos  de 
Núfiez  de  Arce,  habbmdo  m.is  en  pro  de  su  corazón,  y 
de  la  rectitud  de  sus  miras  y  carácter,  que  de  la  esta- 
bilidad y  buena  dirección  de  sus  ideas. 

Numen  tan  abundante  y  robusto  no  había  de  con- 
tentarse con  sólo  un  tono,  aunque  tan  rica  y  esplén- 
didamente variado  como  en  los  Critos  del  combate;  asf 
que  en  pos  de  ellos  y  del  Raimtnido  Lidio  apareció 
un  poema  de  menores  dimensiones  que  éste  y  de  cn- 
Tácier  casi  encontrado;  un  idilio,  no  íl  la  manera  út 
Teócrito  y  Longo,  antes  bien  Ubre  dt-  sus  mórbidas  y 
provocantes  desnudeces,  ni  menos  ¡dmibarado  como 
los  del  pseudoclasicismo  con  las  ílofteces  bucólicas_ 
de  marras,  sino  verdaderamente  campestre  y  cot 
vetlor,  perteneciente  il  la  familia  de  /irruían»  y  Pon 
ua,  de  fivan}¡rltna  y  Ul-  Min-ya.  como  ha  dichu  Me- 


EK  El.  &IÜLO  XIX  337 

oioiivz  y  Pclayo.  Cierto  que  no  alcanza  ni  el  perfil  clá- 
sico de!  poema  alemán,  ni  el  interís  del  norteamericano, 
ni  la  sencillez  casi  homérica  que  imprimió  en  el  suyo  el 
principe  de  los  modernos  trovadores  provenzales;  pero 
de  los  tres  participa  algo,  y  es  sobre  iodo  un  ensayo  fe- 
liz de  poesía  realista  en  el  buen  sentido  de  la  palabra, 
ensayo  que  tiende  á  introducir  en  el  vocabulario  poéti- 
co algo  del  que  emplean  los  labnulorcs  <ie  Castilla,  se- 
gún  expresión  del  insigne  crítico  mencionado. 

Otra  cusa  es  Li  £JegÍa  íi  la  muerte  de  Alejandro 
Hcrculano,  el  austero  ú  intencionado  narrador  de  las 
cmdicioncs  ponugucsas,  y  cuyo  carácter  tanta  scme- 
jaaza  tenia  con  el  de  Núnez  de  Arce.  ^Vmigo  el  poeta 
dv  la  revolución  ni  más  ni  menos  que  su  héroe,  subli- 
ma en  <]  las  virtudes  cívicas,  la  espartana  é  indomable 
eatcreKfl,  y  va  evocando,  al  par  de  sus  hechos  propíos, 
los  de  los  personaje»  ¡i  que  dio  vida  su  ima};ínaci<>n, 
ücskIc  el  sacerdote  Eurico  hasta  el  arquitecto  ciceo  de 
ím  bóveda.  Hay  en  la  Elegía  algo  del  arranque  varu- 
oil  que  nos  suspende  en  los  Gritos,  pero  es  más  sobria 
la  forma,  como  conviene  al  clAsico  terceto,  sin  dejar  de 
ser  nitidií  y  tríuisparcnte.  El  final  cncierní  una  usplni- 
ciíin  hacia  la  unidad  de  esos  dos  pueblos  que  nacir- 
ron  pitra  ser  uno,  que  acaricia  el  sol  con  un  mismo 
bc«o,  y  que  tienen  una  sola  bandera  y  una  misma  his- 
toria 

En  La  úi(ima  lamentad mt  fie  Lord  Byron  (\&7S) 
ensayó  Núnez  de  /Vrcc  la  epopeya,  tal  como  &  su  juicio 
debe  entenderse  en  las  mtxlemas  literaturas.  Así  prefi- 
rió la  queja  (niima  y  :imar<ru,  ta  indecisión  ^mgustiosa, 
tos  lucha.s  del  espíritu,  en  fin,  al  choque  violento  de  la.*; 
annas,  d  los  conquistas  bélicas  celebnidas  en  otros 
dios,  y  precisamente  fue  Á  busaír  un  personaje  marnvi- 


■•  pvn  íifíS;  U  üT'irtii  <ii  U  ml>nu  /(iMtrartM,  y  »nbn>  turto*  co  un  rirlirtn 
WW^MluiMUd»  vdfiu «dMonn. 

TOHO  U  ^ 


338  LA  LITERATURA  BSPAfiOLA 

llí><;nmente  itpto  para  el  incentu;  poeta,  soldado  y  aven* 
lurero,  encarnaciún  pcrfocia  de  su  siglo.  Cierto  que 
para  eniifrandecer  A  su  liérüc  hubodcimitiUirle,  cerran- 
do voluntariamente  los  ojos  A  tantas  torpeza^;  momles 
como  afean  la  vida  de  Lord  Byron,  fijándolos  sólo  en 
sus  desventuras,  que  forzosíimonte  habían  de  haceile 
simpíltico,  y  en  su  entusiasmo  |xjr  la  libertad  de  Grecia, 
condensado  en  aquel  hermoso  rasgo  final: 

Grecia  me  espera; 

Doblo  aate  so  tnrortunio  La  rodilla; 
V  mientras  llore  oprcsa  y  desolada. 
Lira,  déjame  en  paz,  ven^a  una  espadal 

Cuanto  A  la  parto  descrípilva,  pocas  veces  rayú  tan 
alto  Núfle/  de  Arce  como  en  los  versos  que  le  inspiran 
el  recuerdo  de  las  glorias  hclínicas,  y  más  aun  los  de- 
nodados ¿-  infelicísimos  esfuerzos  de  las  ciudades  some- 
tidas A  la  tiranía  turca  por  reconquistar  su  independco- 
cia;  la  trágica  muerte  de  los  suliotas  y  el  arrojo  de 
aquellas  madres,  digno  de  Sagunlo  y  de  NumaDcia;  toda 
la  espantosa  dattsa  de  ¡a  muerte,  en  que  siempre  se 
conserva  el  poeta  &  la  altura  del  asunto. 

Otras  veces,  antes  de  entrar  en  este  episodio,  decae 
la  inspiración,  y  hay  series  de  octavas  de  lento  andar 
y  trabajosa  factura,  sin  laEO  que  las  una  entre  s[  y  for- 
jadas como  al  acaso;  cosas  todas  tanto  más  de  cxtraflar 
en  Núnez  de  Arce  cuanto  menos  frecuentes,  atendiendo 
A  lo  connalunil  que  le  es  el  lenguaje  ixxítico. 

Algo  parecido  debe  dei^irst:  do  La  selva  otsctnra 
(1879)  en  algunos  pasajes,  aunque  bien  puede  atribuirse 
aquí  A  las  exigencias  del  terceto  tí  á  la  vaguedad  pro-' 
pia  Je  Uis  alegorías.  ;Quit^a  sabe  si.  instintiva  ó  inten- 
cionadamente, quiso  el  imitíidor  de  Dante  reproducir 
en  un  idioma  ya  formado,  rico  de  dicciones,  rotundo  y 
barmünioso,  las  asperezas  que  se  notan  en  el  modelo, 
procedentes  de  íl  en  parte,  y  en  parte  de  no  haber 


KX  EX,  SIGLO  XXX  339 

tenido  apenas  predecesores  en  el  manejo  de  aquel  tos- 
cano  tan  melifluo  en  Iiis  estrofas  de  Tasso  y  el  Petrar- 
ca? Sea  como  fuere,  Ndftcz  de  Arce  ha  introducido 
entre  nosotros  el  terceto  dantesco  lo  mismo  en  £m  selTM 
ohscura  que  en  Raimundo  Luíio,  empresa  difícil  por 
la  misma  exuberancia  pomposa  de  nuestra  Icnguii  '■  Con 
la  forma  del  maestro  se  asimiló  su  exiraOo  y  dot:trinal 
simbolismo;  y  como  Dante  buscó  A  Virgilio  para  qu^ 
le  condujera  por  las  tenebrosas  regiones  creadas  por 
so  fantasía,  así  buscó  X  Dante  su  imitador,  y  puso  en 
sn  boca  p;iUibras  qu*.*  C-l  no  tiubieni  desdeñado.  Arre- 
batóte la  inmaculada  ñgura  de  Beatriz,  sin  luicerle  per- 
der uno  solo  de  los  rayos  que  coronan  su  frente  en  el 
Parmtiso,  y  personiHcó  en  ella  todo  lo  sublime,  todo  lo 
que  un  medio  de  los  afanes  de  esta  vida  nos  hace  recor- 
dar otra  mejor. 

Nancz  de  Arce,  que  á  pesar  de  ciertas  Ideas  ha  de- 
fendido siempre  con  ador  la  causa  del  espiritualismo, 
y  que  con  tan  varonil  elocuencia  denuncia  repetidas 
veces  la  falta  de  caracteres,  la  anemia  moral  y  el  des- 
fallecimiento cfíóísta  que  nos  consume,  ha  intentado 
oponerles  un  dique  en  sus  versos,  y  Á  ese  propósito 
tfbcdcce  La  sth'a  obscura.  En  otras  composiciones  se 
habla  contentado  con  llaKt-Iar  el  vicio;  aquí  nos  mues- 
tra de  Heno  lo  que  él  esiima  su  antídoto.  Hentrtz  es  d 
amor  purisimo  y  la  esperanza  indefectible,  y  la  luz 
nmoriis;t  que  conduce  li  los  extraviados,  y  cl  aliento 
que  fintilica  i\  los  díbiics;  es  cl  idcid  de  la  virtud  y 
MI  recompensa,  el  estímulo  en^endrador  de  los  altos 
pensamientos  y  las  acciones  heroicas;  ideal  hermoso  y 


1    CMtlMmindMM  CDM  «I  Sr.  MmMdct  PcIbj-o  vn  ntmmxt  l«  iHHUBcla 

1.  no  ponlv  Aitmliir  nm  iru  Unlt-Q  <\  c|cmiil«  de  P«uila  tn  la  J> 
K  i>4lliui  oittM  «ntcrlofc»  .i|ii(cn  lo  crüycr*!  ea  dot  Iryniila»  ronuui- 
'     '-MM  éi  t—  y  ím  «MUflu  mUatfMO,  dcb(d«a  mficvtlvanMite  al  Do* 
^a*  4i  KrtM  y  at  0«i|ne  d«  IUv««. 


3J0  LA  LirntAniiCA  eSPAJtOLA 

deslumbrador  en  sí,  pero  infecundo  y  deficiente,  como 
no  Ínflu{dD  por  la  savia  de  la  fe  cristiana. 

Es  tal  la  aficirtn  de  Nüflet  de  Arce  A  la  poesía  do- 
cente, que  la  cncrcverd  hasta  en  el  gíncro  mAs  refrac- 
tario, en  Ul  leyenda.  De  todas  esas  grandes  rerdiides 
que  forman,  di^iimoslo  n.tt.  el  pntrimonio  de  la  huma- 
nidad, y  que  6\  tanto  preconiza,  es  perenne  dcmostra- 
■ci<5n  el  acento  de  la  conciencia,  que  nunca  muere  aun- 
que se  mitigue,  ni  cesa  de  amonestar  al  hombre  cu 
medio  de  sus  crimínales  extravíos.  Piirccc  la  pcrsoni- 
ík-aciún  de  ellos  Juati  rff  Tobares,  la  figura  má.-i  culmi- 
nante de  £?  vériigo  (1879) ':  hermano  cruel  y  sin  enera- 
rías, déspota  ccfludo  que  stílo  goza  con  el  clamor  de  las 
víctimas  que  encierran  sus  calabuüos.  sin  otro  móvil 
que  el  odio  rencoroso  y  brutal,  sin  otra  satisfacción  que 
el  exterminio  y  la  sangre.  Perseguidor  fiero  de  su  her- 
mano D.  Luis,  DO  le  ablandan  quejas  ni  súplicas,  ni  si- 
quiera la  memoria 

de  aquellas  noches  de  invierno 
en  que,  al  amparo  de  Dios, 
juntos  oraban  lo»  dos 
en  el  regazo  materno. 

El  verdugo  necesita  saciar  su  cólera;  insulta  y  hostiga 
iü  inocente,  cuyos  pesares  envidia,  y,  nuevo  Caín,  le 
hiere  sin  piedad,  pcns;Hndo  que  ha  de  quedar  tranquilo 
con  evadir  la  vindicta  de  la  justicia  humuna.  Pero  el 
crimen,  convertido  en  implacable  y  tenaz  remordimien- 
to, desgarra  el  corazón  de  luán  de  Tahares,  y  coi 
sangriento  fantasma  vaga  en  tomo  suyo  haciéndot 
huir  de  los  hombres  y  de  sí  mismo,  porque,  donde  quie- 
ra que  va.  le  siguen 


'    PwBUt  iQdUulo   mtmtnblcnKHU  po<   KíiImI  C«lra  m  d  Teatro  Su- 


BK  HL  SICLD,  JUX  311 

loft  ojos  del  nuevo  Abel 
de  cternn  sombra  cubiertos; 
siempre  fijos,  siempre  abiertos, 
siempre  clavados  en  éL 

El  frairicida  se  derrumba  en  un  precipicio  al  impulso 
de  su  conciencia,  de  es¡i  conciencia  A  cuyo  cargo  puso 
Uiitó  el  resarcimiento  de  todas  las  injusdciíts  y  la  re- 
compensa de  todas  las  virtudes,  haciéndola  á  un  mbmo 
tiempo 

delator,  juez  y  verdu^  '. 

Concepto  altísimo  que  realzan  insuperables  primores 
de  forma ;  pues  las  décimas  de  E¡  vértigo  son  las  col  um- 
^nasde  i  IC-rcules  de  la  versiíicación  por  su  espontaneidad 
■  tersura,  por  su  cadencia  rítmica  y  por  la  combiniición 
le  palabras,  frases  y  períodos,  siempre  variada,  hula- 
lefla  y  perfectisima. 
DuetVo  de  la  rima  y  de  sus  secretos,  no  quiso  el  f^ran 
poeta  convertirse  en  esclavo  suyo;  y  así,  pom  dar  unn 
jcbamíls  de  lo  flexibles  que  son  sus  aptitudes,  cultivó, 
Icspute  del  costoso  terceto,  de  la  sonora  octava  real  y  la 
nrtiflciosa  décima,  el  verso  suelto,  entronizado  en  Es- 
pítña  por  el  clasicismo  intransigente,  anticuado  por  la 
^invasión  romántica  y  vuelto  al  esplendor  de  sus  mcjo- 
es  días  por  Núi^cz  de-Arce,  que  desalió  esta  vez  las  iras 
de  muchos  encomíAdorcs  suyos  cerrando  los  oídos  A  por- 
fiadas censuras. 

No  fueron  pocas  las  que  por  esta  causa  excitó  La  vt- 

a'áit  tic  Fr.  A/ariin  {IS80) ',  maravilladecolorídoy  amt- 

fais  psicolócico,  aunque  no  los  acompfiflc,  como  sería 

desear,  la  fidelidad  histórica.  r^Quién  duda  que  N'úAez 

de  Arce  ha  forjado  un  Lutero  ñ  imagen  y  semejanza 


t    a  MrUfa  ha  proiSikrldo  un*  InAnldaJ  Je  leytndM  en  JWlBMW.  niUlitiM 
mnuí  Jttl  vni  va  <,x(ia(;i(U  «leniu  Je  AiMonlo  Hurtndoen  tgmt  meUo. 

•     Bl  pilnM:r  liA^mcntu  dr  cUr  poma  «c  fubllcd  UmbMA  Cfl  «I  jlliMHttfM 


312  LA   LnCftATURA  BSPAÜVLA 

propia,  desicarrado  por  el  torcedor  di-  la  dudu,  no  en  eT 
Sentido  genérico  que  conviene  A  todiis  l;uí  <ípoca«;,  sino 
en  el  que  caracteriza  A  las  llamadas  de  transición,  y 
muy  principalmente  al  siglo  actual?  Los  mtiviles  que 
impul-saron  á  Lutcro  al  proclíicnarsu  reforma  no  fueron 
lus  c-MTiipulos  ni  l:isv:iCÍl;i(Íones  lnter¡ures,sino  el  amor 
propio  despechado,  la  insubordinación  presuntuosa  y  la 
lujuria  sin  freno;  ahí  está  la  historia  demostrándolo  con 
irresistible  elocuencia. 

En  loque  ha  hecho  bien  Núflez  de  Arce,  es  en  pintar 
la  duda,  no  con  Faz  hosca  y  sombría,  sino  ron  el  halaga 
propio  de  todas  las  tentaciones,  y  asi  resulta  tan  poético 
d  ósculo  frío  que  imprime  la  visión  en  el  pá-lido  y  sudo- 
ruso  rostro  del  fraile.  La  roca  adonde  le  conduce,  y  d 
cuadro  de  naciones  en  tropel  qtie  hace  desfilar  nntc  so 
vista,  son  hijos  de  una  fantasía  creadora  y  gigiinto;  pero 
guardan  muy  poco  enlace  con  líi  acción  del  poema,  y 
sólo  sirven  para  embarazarla  con  inútiles,  bien  que  no 
can.^do.s,  episodios. 

No  significa  mucho  entre  estas  joyas  Uernátt  rl 
Lobo,  pero  si  La  pesca  (1894),  ensayo  de  poesía  natu- 
ralista como  cl  Idilio,  pero  de  mayores  proporciones 
y  m!Ís  feliz  ejecución.  Si  estrt  lo  sumo  del  arte  en  decli- 
nar los  extremos  del  idealismo  caprichoso  y  de  la  imi- 
tación grosera,  Núflez  de  Arce  lo  ha  conseguido  m.-ís 
en  (^ta  que  en  ninguna  de  sus  obras  anteriores,  porque 
allí  la  elevación  del  asunto  y  la  nobleza  de  los  persona- 
jes traían  Lt  inspiración  de  la  mano;  pero  aquf  el  autor, 
caminando  siempre  al  lado  de  la  prosaica  realidad, 
jamás  se  acerca  á  eila  si  no  es  para  dcpurarlii,  convir- 
tiéndola en  poesía  robusta,  como  ^rhol  que  crece  al  aire 
libre  combalido  por  los  huracanes;  poesía  que  no  tiene 
el  perfume  de  las  ñores  de  jjtrdín,  sino  que  iranspim 
por  todos  cuatro  costados  el  olor  acre  de  la  costa,  y 
parece  impregnada  en  los  efluvios  marinos,  y  nacida 
entre  el  rumor  de  la  marea  y  los  bramidos  de  la  tem- 
pestad. 


BN   EL  dlGLO   XIX  343 

jQné  delicioso  idilio  no  forma  aquella  enamorada 
pareja,  mn  ajena  &  las  ambiciones  y  tan  ufana  de  sí 
misma,  con  su  franco  cuohíchwi,  sus  geniales  y  pliici- 
das  expansiones,  realzado  todo  ctuí  la  esperanza  del 
chiquitín  futuro  A  quien  ya  parecen  ver,  el  padre  lu- 
rhando  con  las  olas,  y  la  madre  ofreciendo  ¡i  Dios  la 
hostia  stmta  de  los  altarest  ¡Qué  simpatía  despierta  el 
hoorado  Mit;ucl  cuando  suefla  con  el  hatillo  de  prín- 
CTpc  que  ha  de  traer  su  hijo,  con  la  pesca  rica  y  abun- 
dante que  ha  do  darle  su  próxima  excursión,  y  con  la 
risueíla  perspectiva  que  ha  de  presentar  pronto  su  do- 
mistico  Edén!  El  episodio  del  marinero  &  quien  se  ha 
muerto  su  hija,  y  que  no  tícnc  siquiera  con  que  darle 
sepultura,  enternece  tanto  como  el  desprendimiento  de 
Mífifuel,  que  consafifra  al  socorro  del  aílíg^ído  padre  el  tra- 
bajo de  un  día.  El  llanto  que  brota  de  tales  corazones, 
y  surca  esos  rostros  curtidos  por  la  intemperie  y  sere- 
nos ante  la  furia  de  los  mares,  semeja  la  oculta  savia 
que  fluye  h;ijo  la  Aspeni  cortez;i  de  un  Árbol. 

Pero  donde  el  poeta  se  excede  A  sí  mismo  es  en  lu 
descrípcldn  de  la  tempestad;  de  aquella  ¡dtemativa  en- 
tre la  esperanza  y  el  desaliento;  de  aquella  generosa 
rcsoloctiin  con  que  se  lanza  el  ministro  de  Dios  al  abis- 
mo para  salvar  &  los  infelices  náufragos;  del  esposo 
i|oc  siente  latir  su  corazón  con  la  proximidad  de  una 
dicha,  tan  fácil  --intes  romo  ahora  imposible,  y  de  In  es- 
pora amimte  que,  rígida,  sin  senlido  y  con  los  ojos 
abiertos  como  para  absorber  la  inmensidad  de  las  aguas, 
presenc'u  aquel  espectáculo  defjarrador,  uin  diíi'rente 
de  los  que  hasta  entonces  recrfab;in  su  fantasí^i.  Todo 
esto,  escrito  con  el  corazón  más  que  con  la  pluma,  es 
artístico  porque  es  humano,  sin  que  falte  tampoco  el 
colorido  local,  que  apenas  tiene  semejante  en  nuestnt 
litcmtura  si  no  es  en  las  Eszittas  ntotitafíesas  y  otros 
libros  análogos  de  Pereda. 

Dcspuís  de  La  pesca  aparecieron  algunas  estancias 
del  p<>ema  Lusbel,  y  cumpleto  el  que  se  titula  Maru- 


^4  LA  urcitATintA  KSrARoLX 

ja  (1886),  episodio  vulgar  Uc?l  que  acertó  á  extraer  Nú- 
flez  de  Arce  raudales  de  poesía  familjar  y  casera,  ha- 
ciendo i'ibrar  la  nota  regocijada  con  ieves  maik-es  pa- 
téticos, lo  niL<;nio  que  en  otras  ocasiones  había  inter- 
pretado  los  grandes  sentimientos  colectivos  co  la  to- 
nunte  bocina  de  las  bat:iUas. 

¿A  qué  causa  obedece  c1  silencio  proloncrado  con  que 
Núfiez  de  Arce  mortítica  á  sus  adoradores?  Sin  tratar 
de  invcsti(rarlo,  harí-  constar,  de  nuevo  y  por  remate  de 
este  capitulo,  mi  admiración  sincera  hacia  el  estupen- 
do vcrsiücador  y  el  Úrico  que  subyuga  curando  no 
convence,  y  mi  protesta  contra  los  vapores  de  hctcro- 
dúxíiiL  que  empañan  la  transparencia  y  el  brillo  de  <nis 
honradas,  pero  deílcientes,  convicciones  espiritualistas. 


'(^^^^' 


^  >#^: 


CAPÍTULO  XIX 

LA  POESÍA  FILOSí^KICA  V  SOCIAL  (CONTINUACnJif) 


CMoN  Hnkla.    Alrrali  liAllua».    B*rirlH.    lUvIUa.  .rnmrt.    IUbmI 
Brl».    It«j  mu.-(JkbJnaTid«da. 


COK  el  de  N*úflC7.  üe  Arce  deben  unirse  varius  nom- 
hrcj;  menas;  gloriosos  sin  duda,  pero  que  repre- 
sentan un  erupo  importante  llatnado  á  serlu  mus 
cm  tos  dfas,  dada  la  boga  en  que  están  las  obras  del 
nue&tro  y  los  imitadores,  No  quiere  esto  decir  que 
I")  s«in  todos  las  poetas  que  voy  á  juzgar:  pues  unos 
apurecicrün  untes  que  él,  en  otros  se  notan  tenden- 
cias y  filiación  artística  muy  desemejantes,  y  casi  lo- 
dos  aprecian  de  diversa  manera  el  estado  de  nuestra  so- 
dcdad. 

Nü  habían  de  sonar  muy  bien  las  cnCrgicas  apóstro- 
fo de  Núñez  de  Arce  A  la  eorrupcíón  de  las  costum- 
bres, A  la  venalidad  política  y  á  nuestni  universal  de- 
cadencia, originada,  scsrún  el,  por  la  re\"oluci<Sn,  en  los 
oídos  del  que  fue  su  corapaflero  en  la  prens;i  y  fogoso 
profrresista,  CnrXiy^  Rubio,  alma  de  fuego,  á  quien  las 
vicisitudes  df  una  vid,t  ¡ixarusa  impidieron  depurar 
su  pusio,  tocado  de  hinchazón  y  propenso  A  las  exage- 
raciones. Bien  se  conoce  en  todo  lo  que  de  íl  conser- 
vamos, tanto  en  su  olvidado  drama  Kiensi  como  en 


346  LA    UTEKATUKA  ESrARt)LA 

]as  poesías  Úricas,  más'  célebres  por  sus  Idcns  aviinza- 
Uíisquc  por  su  vafor  llierario.  Distinguióse  por  ambos 
títulos  lü  elegía  >í  unas  mvs,  cuya  historia  no  han  olvi- 
dado los  que  serian  de  cerca  los  planes  revoluciona- 
rios del  General  Prlm,  con  quien  se  hallaba  entonces 
Carlos  Rubio  en  calidad  de  secretario,  compartiendo 
con  él  la  esperanza  del  triunfo,  las  alcernativas  de  la 
insurrcccirtn  y  las  penalidades  del  destierro.  Nadie  ig- 
nor.i  lo  que  pasó  en  la  intentona  de  IS66,  y  cómo  desde 
Inglaterra  comenzó  Prim  A  disponer  la  otra  que  dos 
aflos  adelante  obtuvo  un  éxito  tan  triste  para  Espoíla. 
Pues  en  estas  circunstancias  escribía  Rubio,  que  ahoni 
prorrumpe  en  los  dolientes  aycs  del  proscripto,  ahora 
en  la  dura  invectiva  del  tribuno,  siempre  desman- 
dado y  sin  freno.  Exclama  dirigiéndose  A  su  admirctda 
Mbióttr 

Asilo  ofreces  plácido  y  sef^aro 
Al  proscripto  ea  tu  hogar,  donde  luctcnie 
Ve  de  la  libertad  el  fuego  puro. 

Y  no  se  iuzga  de  su  patria  ausente. 
Porque  es  la  libcnad  la  patria  sama 
De  todo  corazón  y  toda  mente. 

Vuelve  los  ojos  A  Espafla  y  evoca  los  recuerdos 
más  felices  días,  y  le  parece  ver  esc  suelo  bendito,  cu- 
bierto de  glorías  y  tan  distante  de  é\  por  su  mala  suer- 
te, subyugado  por  un  espectro  que  tiene  en  su  deret^hu 
el  crucifijo,  ^»ilo  de  mía  espada  enrojecida  cu  HotUe 
sanare, 

Y  en  la  izquierda  la  copa.  que.  labrada 
Por  todos  los  demonios  déla  orgía, 
De  impurez.-is  sin  lin  esiA  colmada; 

divisa  el  poeta  todo  esto,  y  esuílla  en  iracundas  malí 
ciones  comparando  bis  que  él  juzgaba  vilezas  del  parti- 
do imperante  con  las  de  Luís  XI,  Cain  y  líaltasar. 

I-a  elegía  entera  es  un  programa  político  donde  se 
dibujan  los  horrores  de  la  tragetiia  revolucionaria,  y  dtí 


EK  EL  SICLO   KIX  S47 

ahi  que  alcanzase  a<]uélta  tanta  bog'a  entre  los  partido? 
dt  oposifión,  corriendo  ¡i  sombra  de  tejado  y  conquis- 
tando una  impofLuicLu  que  L-n  parte  conserva  á  titulo 
(le  curiosidad  histórica. 

D.  Josí  Alcalá  Galiano,  poeta  muy  poco  fecundo 
hasta  aquí,  y  &  quien  Rcrilta  tuvo  por  una  gran  espc- 
ranzu,  se  dio  A  con<xcr,  primero  como  tradm-ior  de  Hy- 
moD.  y  en  ÍHtfí  con  uim  oda,  ó  cosa  así,  A  la  aholiciÓH 
de  la  tsclazutiid,  oda  muy  mediana  por  el  prosaísmo 
de  los  vcrscfe  y  lo  trivial  de  las  idcAS,  pero  que  el  es- 
píritu de  secta  levantó  hasta  liis  nubes.  AlcaU  Gaita- 
no  conserva  hoy  integro  el  carácter  que  entonces  ma- 
nifestó Je  procresisia  íervoroso  y  í1  ow/rflwfí.  defensor 
roastantedc  las  llamadas  ideas  modernas,  librepcnsiidor 
furibundo  y  enemigo  de  las  religiones  f>osiÍíva!i,  como 
dicen  hoy  los  que  no  tienen  ninguna.  Este  pn»grcso  es 
cxtraordinür lamente  elástico  y  transciende  il  un  pan- 
teísmo vulgar,  refugio  de  todas  Um  cabezas  calientes 
que.  sin  estudios  serios  y  con  brillante  imaginación,  se 
dejan  fascinar  por  una  poesía  falsa  y  contrahecha,  y 
quieren  compcas:ir  con  el  entusiasmo  y  la  persuasión 
fervorosa  las  incoherencias  del  raciocinio. 

Como  Castelar  en  sus  abigarrados  discursos,  así 
Álcali!  Galiano  en  sus  versos  gusta  de  recorrer,  fl  gui- 
sa de  hábil  funamhulu,  lu  linea  que  separa  en  el  espa- 
cio y  el  tiempo  los  prin<  ipios  y  el  fin  de  la  creación,  y 
ora  compt-ndia  en  síntesis  históricas  .>«/  .ifí'«rr/j;  las  vl- 
cúitudes  y  progresos  de  la  humanidad,  ora  sucftu  con 
el  concierto  sublime  y  la  harmonía  suprema  que  escon- 
de en  sus  senos  el  destino,  y  que  aceleran  día  por  día 

'  los  adelantos  lUosóHcoü  y  los  descubrimientos  cicntfti- 
COB  de  la  generación  presente.  El  lelCgrafo  y  el  vapor 

|e£trechar<'in,  en  sentir  del  poeta,  las  distancias  de  pue- 

iMosy  razas,  uniéndol.LS  lixlas  en  perfecta  fraternidad, 
loA-s  que  no  la  voz/atfdfíca  fsic)  del  misionero  llcvan- 

[du  A  extnifíos  c)Ím;LS  un»  religión  de  paz  y  de  amor, 
odiu  brutal  contra  todo  lo  que  no  es  materia,  este 


3J8  LA   UTBiCATVSA   GPaKOLA 

empello  de  suprimir  en  el  hombre  la  aspiración  al  cie- 
lo, sustituyen di>U  con  la  felicidad  del  sentido  y  li>s  pro 
f:rcsos  materiales,  se  truduecn  en  üeclamacloncs  del 
peor  gusto. 

De  A.lcalá  Galiiino  es  tnmhii^n  un  librcjo  humorísti- 
co bauíi/ado  con  et  nombre  de  Estereoscopio  social ', 
tras  de  cuyos  cristales  desfilan  en  vertiginosa  danza  "las 
doncellas  inocentes,  las  esposas  desen^nieltas.  los  atro- 
ces ó  confiados  maridos,  los  viejos  verdes,  los  segundo- 
nes epicúreos,  los  enamorados  mancebos  y  los  scftores 
positivistas,  así  como  los  filósofos  fastidiosos  y  los  poe- 
tas tristes.. ."  Asi  lo  asegura  el  prologuista  del  Estereon* 
copio,  Pérez  GaldOs,  quien  ademAs  ve  rebosar  el  inge- 
nio por  todas  las  pdiginas  del  tomíto  y  por  ninguna  tas 
tendencias  sectarias  del  autor,  precisamente  lo  contra- 
rio de  lo  que  á  mí  me  sucede. 

Cierta  expedíclc^n  para  rimar  de  que  da  prueba  A1- 
calA  Galíano  en  el  Esterer/scopio  y  en  algunas  poesías 
serias,  como  El  tifdti,  escrita  en  fácik-s  alejíindrinos, 
forma  extraño  contraste  con  la  durezti  Uo  los  versos 
sueltos  ó  asonaniados  de  sus  iraducciones  byronlanas  ', 
que,  sin  embargo,  poseen  el  mérito  de  la  fidelidad.  Por 
elmismoprocedimicntoha  traído  Alcalá  Galíano  ú  nues- 
tro idioma  cantos  escogidos  de  Lcopardi,  A  quien  profe- 
sa singular  cariflo.  pero  sin  porlicipor  de  su  desespe- 
nuizada  filosofía. antes  bien  miríindo  los  tiempos  moder- 
nos &  través  de  una  candidez  bonachona  y  ciega. 

Mds  deplorable  que  esta  candidez  es  cl  pesimismo 
negro,  sin  fe  en  la  Providencia  ni  en  el  hombre,  infa- 
mador nato  de  toíto  grandeza  y  sien'o  del  capricho; 
religión  de  corazones  ruines,  viciosos  y  desesperados, 
calamidad  de  muchos  grandes  ingenios  y  característica 
del  siglo  presente.  Gracias  á  Dios,  el  pesimismo  ea 


•    M9d(td.UR?. 
pr6U>9v  de  D.  Marulhm  Xrn^áu  FtKno.  HaJrfd.  UM. 


KS  KI.  SICLO  XIX 


3W 


Esptifl»  nunca  hn  sido  cumo  en  otras  naciones,  ni  tJrne 
por  intírprctcs  A  un  Byron  ni  á  un  Leopardi,  porque 
tiastn  L'I  misniQ  Espronctdu  rendía  culto  á  tdciilcs,  ma- 
les sin  duda,  pero  muy  diferentes  del  egoísmo  cnci-va- 
tior,  y  en  cuimto  A  Nünez  de  Arce,  no  es  posible  des- 
ooccr  cl  espíritu  viril  y  comunicativo  que  palpita  en 
medio  de  sus  dudas  y  desdit-ntos.  Pesimista  resuelto  A 
la  manera  de  Ileine,  de  Lcopardi  y  Leconte  de  Lis- 
ie, sijlo  ha  habido  uno:  foaquín  M.  Bartrina  ',  nacidn 
fTCcisamcnie  en  Cataluña,  el  país  de  los  caracteres  ra- 
dicales é  indiscipliiuidos,  amigos  de  la  afirmación  ó 
la  negación,  y  opuestos  A  las  utenuaciones  y  medios 
tintas. 

Emanadas  de  un  mismo  principio,  tres  son  las  no- 
tos dominantes  en  los  versos  de  Joaquín  Bartrina:  el 
ateísmo,  el  materialismo  y  la  misaniropin.  Su  aversión 
1  Dios  se  manifie^ia  de  soslayo  en  forma  de  dudas  «í  de 
burlón  y  grosero  cinismo,  con  base  pseudoeientifiea, 
pero  en  realidad  muy  poco  desemejante  de  la  blasfe- 
miu  tabernaria.  IVsman  t^  indif^nan  los  alardes  de  im- 
friedad,  con  visos  de  prematura  omnisciencia,  en  que 
promimpc  el  autor  sólo  porque  había  leído  y  mal  di- 
ferido cuatro  nociones  de  Fisiolojiria  y  las  obras  de  Car- 
los Darwin  *. 


V4AW  (l^t1M  cu  frsfd  y  t«r*a  ib  fX /«aqai's  IlaHa  JIorfrAM,  MCofUai  y  eo^. 

4»  nraa  «^ln  htxks  piir  t-l  «ui<rf  riw  el  iftiilii  ilr  Ale».  T  •)<■■'  hn  tisUo  lisvU 
•WMlni  n]l>:ta*c«.  IndAS  l«f rrws  14  Hirrotnna:  U  OlUna.  qWtMfvA  ta  vHU. 
••  WA.}  UpriMwrii,  «(ttmnifhlNM,  cick<>«lliii>anK->. 


Sé  qm  el  nkat  qat  «■riamla  1m  <kcí»b«i 

Z*  laiiiii  utrtlkl, 
Qm  Un  Untan*  voi  !■•  «untiflim 

Onl  tBCn  titrÍBili 
Qm  la  vtiiwd  4IW  *)  bU*  al  boakn  Inelam 

Y  ll  victo,  Mld  Mil 

Panlailw  da  alMnlna  y  ÍMm 
Sn  cam  prapcnlAn 


3S0  t^  UTERATVIIA  ESPAfiOLA 

Por  cierto  que  en  una  compostcidn  contra  cJ  natu- 
nilista  inglC-s  le  reprende  sus  aseveraciones  solire  la 
descendencia  simiana  del  hombre,  quien,  en  concepto 
de  Baririna.  es  mucho  menos  sensible  y  caritativo  que 
el  mono.  Digna  lilosoffa  de  quien  se  atrevió  A  escribir 
el  siguiente  aforismo: 

Kl  hombre  al  hombre  olvida, 

Si  le  cd  indtíereate,  cuando  muere, 

Y  si  le  debe  algúu  favor,  en  vida. 

Alguna  vez  nos  sorirrcndc  el  atrabilííuHo  poeta  ca- 
talán con  relámpagos  de  pelegrina  agudcui  y  espíritu 
analítico;  poro  aun  entonces  le  perjudican  la  desnudez 
con  que  exhibe  1:ís  ideas,  el  ;üfc  pedantesco  de  SU| 
rioridad  y  el  desaliño  selvático  de  la  forma. 

Los  que  comparan  A  Itartrina  con  Hcinc  no 
reparado  en  que,  ademils  de  ser  ijeine  tan  artista, 
tenia  esos  pujos  de  hierofante,  y  hablaba  contra  üio> 
y  contra  los  hombres  con  In  caprichosa  volubilidad  del 
que  atiende  sólo  A  las  impresiones  del  momento.  El  frío 
razonar  de  Bartrina  sólo  se  concibe  en  un  alma  seca  é 
insensible;  sus  blasfemias  sólo  se  parecen  A  las  de  Hei- 
ne  en  ser  blasfemias;  y  sí  .algo  imitó  de  l*1  fue  lo  malo, 
y  entre  lu  malo  lo  peor,  al  revés  de  Reequer,  que  se 
asimiló  el  jugo  poético  sin  los  principios  disolventes 
que  lo  corrompen.  Bartrina  es  por  esa  causa  muy  poeu 
conocido  fuera  de  Catalufta,  y  de  ello  deben  felicitarse 
lu  Poesía,  la  Religión  y  el  sentido  común. 

Esas  almas  de  lítelo  que  se  empeflan  en  est^alar  el 
templo  del  arte  nunca  !o  consiguen  sino  A  medi.14,  por 
mucho  ingenio  que  derrochen  en  el  logro  de  sus  aspi- 
niciones.  Prueba  de  ello  el  elegante  crítico  de  la  Revt's- 
ta  Cotttemportíitea,  Manuel  de  Revilla,  literato  de  inte- 
ligencia dócil  y  Hexible,  pero  medianisirao  filósofo  y  no 
mucho  mus  poeta,  aunque  afirmen  lo  contrario  sus 
amigos  y  cncomiadorcs.  La  suma  de  conocimientos  li- 
terarios que  poseyó  Rcvílla,  y  su  trabajada  y  ccmpcs- 


RH  M.  SI6L0  XU  35t 

taosa  existencia,  on  la  que  tamo  hubo  de  padecer  y  lu- 
char, hicieron  que,  al  tru«Jadar  al  pape!  sus  combates. 

¡Íntimos  y  las  variadísimaf;  transformaciones  de  sus 
ideas,  surg-ieni  csponti'ineümenie  una  sombra  do  la  ins- 
piración que  su  naturaleza  le  ncgaLxi,  pero  que  en  el 
terreno  de  las  simulaciones  era  un  dechado.  Revilla  apa- 
rentaba ser  poeta  aun  cuando  de  hecho  nu  lo  fuese. 

Ganas  le  tenían  los  autorcillos  Á  quienes  trituró  con 
so  austera  y  desenfadada  critica,  y  que  quedaron  chas- 
queados al  aparea  er  Dudas  y  tristeaas  *,  escudadas  con 
un  prólogo  encomiástico  de  Campoamor,  faltas  de  vida, 
es  verdad,  pero  con  cierto  bamix  tstí-tico  y  de  buco 

;  sentido  que  las  bacía  relativamente  invulnerables.  Los 
tomas  fundamentales  del  libro  son  el  entusiasmo  por  el 

:  progreso,  y  los  terrores  de  la  duda,  tan  sincera  por  lo 
menos  como  en  Nüñcz  de  Arce,  pues  Rcvilla  estudiaba 

I  los  problem¡ts  (ilosóticos  y  sociales  con  aticiün  decidida, 
aunque  sin  el  suficiente  detenimiento,  y  la  misma  rapi- 
dez de  comprensión  le  hacía  propender  ¡i  un  sincretismo 

<  caliginoso,  A  una  scmtcíenciji  que  martiriza  el  entendi- 
miento en  vez  de  sjitisfaccrlc  ".  No  creo  que  las  suyas 
puedan  llamarse  ¡k)¡oras  como  l;is  de  Cimpoamor,  y 

I  bien  hizo  éste  al  reconocer  en  aquéllas  fisonomía  pecu- 


II  I/ítttaot,  poai'otik  J&nweidc  ta  Jt«i(fia,amii>uprdb0«(Mi>.  JMMM 
o/.  MaiIrlJ.  u;<V.  J.*  oJlctdn.  aitdfld.  I(K.-Uitr  jiitll»ro  kc  habla 
>  aaiiTS  en  In  Jtti^la  Bámpta  ((«ina  IV.  nOnero  K.*.  pndiMlMila  un j 
[nrtosa  Jitpou,  po^trrrn  vctnltlc  vldn  i)«c  dlí  cii  Evpiifln  el  kr^uiiUino.  y  «n 
llBi|Ur  (Ornaren  parte,  lir  un  lad»  C<uiak-M»  cnn  la  m«^x1JuIIl^rc  ^indertdM 
lávatemprv.  oíros  <Iim  kniu^KUiH  murbnwAiohursras.  y  rifliKi»»  KrvtlU.  ni 
||lB,q«f  A  1*  uiAn  ra  am  nrokaallanB;  yJe  In  o\r»  L'junpoamor  mln,  i|ik 
f  t«|MnJI<í  «m  uii  tisBi0rl*wi>  uin  wallcntt  y  ilcKBliiildtlQ  roaiv  «Idrl  p(6loK«, 
|an»airan-lo  *  Ln  inl>rm  srcta  pi>r  loa  «iwloi  ct)  tu*  nrilculw  ¡A  la  lateia> 
lÁ  <a  IfUtfal  y  KrpUo  iw  é  Ai  iimtfftx-  Kl  t,  ItuU  nar  (nrclA  m  la  pok-nilrn  ni> 
I  rra^vln»  «|tii-^  r1  «IUbuIji  prrifrwoT  dn  ^elijiK^i  D,  IJucn'r^foilo  l^iavrrJ*.  i-slAllro 
j  MiintinuiibtJt  frrrkiiic,  <univloda  4«il(ndcrBU  mUmantriari  Ciinal<í^s«. 
I  rVMittr  todiM  moH  ilocunctito*  en  loa  lomen  IV  j  V  ilc  la  iDcnclaaMU  JtxrMí 
f  AcajWK/ 

*    Ciando  pnfiArabd  U  M^unJ*  «Ufldn  Av  Duitu  f  Milfi*'  •ra  y«  rnUIO- 
ImoM  m^llltfiaU. 


LA  UTEBATL-RA  BSPAfiOLA 

liar  y  propia,  pues  la  licrcreza  y  el  humorismo  epicúreo 
del  modelo  nada  tienen  que  ver  con  la  filosofía,  super- 
ficial si,  pero  gnive,  de  Dudas  y  frisUsas. 

La  discusión  informa  el  libro  de  ReviUa,  aunque 
alguna  vez  se  une  con  ella  el  sentimiento;  en  su  mutua 
lucha  siempre  sale  triunfando  la  razón  f^obrc  la  fe,  sin 
que  velo  alguno  encubra  las  ideas  máb  osadtLsií  irreli- 
giosas. El  motivo  de  la  elección  aparece  soberanamente 
infundado,  pero  el  autor  no  se  siente  con  Ánimos  para 
ir  fontra  la  corriente,  y  se  excusa  con  el  absurdo  por' 
que  sí  ác  Las  dos  bargueras,  aunque  nos  dig'a  en  utra 
ocasión: 

Vo  las  vendas  arranqué, 
Y  el  alma  perdió  el  sosiego 
AI  perder  amor  y  le. 
¡Fciis  ct  qitc  vive  ciego/ 
/  DesveMíurado  ei  que  -vt! 

Cuanto  de  razonador  y  ftlosófico  el  numen  de  Revi- 
lia,  tiene  de  impetuoso  y  cnívgirw  el  del  [xx'ta  valliso 
letimo  Emilio  Ferrari,  joven  cuya  celebridad  data  de 
su  primer  lectura  en  el  Ateneo.  Ya  antes  habfa  publi- 
cado versos  muy  dignos  de  atención,  entre  los  que  figu- 
ran los  consagrados  á  Cervantes,  viriles  y  harmoniosí- 
simos,  si  bien  afeados  por  ciertos  alardes  intempestivos 
de  profundidad  esotérica,  y  las  octavas  á  La  tmisa  mo- 
(írma,  comentario  grandilocuente  de  unas  palabras  de 
Núftez  de  Arce. 

La  leyenda  sobre  el  matrimonio  de  los  Reyes  Ca- 
tólicos fDos  cetros  y  dos  atinas)  y  la  oda  A  la  batalla  de 
l.epanto,  scrrtn,  mientras  exista  la  len^a  de  Castilla, 
Qorones  inmarcesibles  de  ki  corona  p043tica  de  Ferrari- 
Color  locnl  sin  prolijas  nimiedades  en  la  una;  entusias- 
mo generoso  en  la  otra,  y  en  ambas  versificación  irre- 
prochable, tanto  en  la  apostrofe  levantada  eorao  en  las 
descripciones;  tales  son  las  prendas  qae  las  separan  de 
la  literatura  cursi  y  de  repetición  ó  segunda  mano. 

lin  11SÍ4  leyó  Kerrari  en  el  Ateneo  de  XLadrid  el 


En  EL  Str.LO  XIX  363 

pocntitii  Pedro  AManio,  en  el  qac  se  dibuja  á  medias, 
mutÜAÜJi  en  sus  conturnos  y  fnlscada  en  su  represcnta- 
diln  fundiimentfil  por  las  simpaiífiíí  revolucionarias  det 
autor,  \n  silueta  del  tempestuoso  dialccdco  del  si- 
glo Xi(.  Serta  superfluo  discutir  1(iscnormtd:idcs  histó- 
ricas y  scfl-Uíir  Iiis  anacronismos  ídi-olrtjricos  L-n  que  ha 
incurrido  el  poeta  valHsotetano  iransfundíendo  su  alma 
profrfa  en  la  del  héroe,  y  haciéndole  hablar  y  pro- 
dodrsc,  no  como  un  hereje  más  6  menos  resucito  ilc  la 
Edad  Medía,  sino  como  un  demúcraut  librepensador  y 
tic  olub. 

Perú  apartaado  los  ojos  de  tan  radical  deficiencia,  y 
hasLi  concfdicndo  una  parte  de  razón  :i  Leopoldo  Alai 
respLH:iü  de  los  cargos  tíramatiailes  y  de  pormenor  acu- 
mulados en  un  articulo  vi*nenoso  contra  el  poema  de 
RTrari,  totlavín  hay  que  reconocer  en  ésto  imaginaclún 
tropií-ai  y  brillantísima,  dotes  do  versificador  cstupen- 
Ju,  on  tjue  srtlo  cede  á  XúíVcE  de  Arce,  y  pusto  y  manos 
óe  rerdndero  artista  para  cincelar  la  estrofa,  ddndulc  el 
TtJicvc  r  pulimento  de  una  escultuní  de  alabiistro.  El 
ilQc  no  sienta  tos  primores  de  forma,  la  euritmtu  y  la 
icfsura  de  aleunos  (ragmentos  del  Pairo  Abelardo, 
La  murttf  de  ÍIi/>afia  '  y  lu  recién  publicada  Aitgoría 


I  LUU  nHUr\trn  Je  les  Uctinil>lBm  141  >)Ue  rtLá  r^ 


iO*  tirttU,  mili  .  -     II       ■■.!    '1     I   i'!f-<(KU, 
CufM  (thalluí  •  111 1  J  "ir 

jIJatM  poní*  lu  ncuenLi  lumi  M  ii  miniotu, 
NlalcalMikia  ■innbt*e*rntUc«n>i«a' 

I1U  Cdlfi»*  «  ncarlin  ■>  tntua»  ■■■•(■«dw: 
TM  lioHiun  (•Kifnlin(4,|>ant«ao,  «1  •hfalul; 
L«*Ulu  ucirciimltiiciul  ptrUa  dMgtaiutlia 
D<M«olt*I*cl«nn*nrl  naaina  uut. 

Ta  (Imii  1  iwlo  BD  slou    Par  d  «u  liDptri^  cjntvn 

Lm  »■»•.  c«ae  htiuoi.  l(ic»a*  «  reiuttcaii. 
n  *tH  h^U  la  lu  ittiui  Jtl  tlralu  tttt  li  toil 
£buUi  «■(«(■tuilMitt  JeuiU  Irvnda 


23 


354  LA  LrreRATDKA  ESPAitOLA 

//¿■ú/úrlo',  nú  sábelo  ijuc  son  versos,  ni  Jístin^ír  de  co- 
lores y  sonidos  en  materia  de  poesía  castellana. 

Al  seguir  las  huellas  del  autor  de  Ei  v>'rligo  no  ha 
abdicado  de  su  propia  y  errática  personalidad  Manuel 
Rctnu,  <'uyas  prtmcriis  poesías  andan  coleccionadas  en 
dos  volümcncs  •  de  agriidiiblo  lertiira  por  la  ingeniosi- 
dad del  fondo  y  tos  atrevimientos  déla  forma,  y  que  ob- 
tuvieron regular  acof^ida.  La  niusu  de  Reina,  que  pos- 
teriormente se  buscó  un  cuasi  domicilio  en  La  flus- 
/fació//  Española  y  Anu-ricami,  imprime  cierto  sellu  de 
ligereza  á  twlo  lo  que  loca,  sin  excluir  el  ROncro  socíjU, 
que  con  predilección,  aunquv  no  exclusivamente,  culti- 
va. Es  amigo  de  los  objetos  múltiplos  «i  agrujíidos, 
de  las  antítesis  y  las  comparaciones,  que  coiisticuyun 
en  él  verdadera  mania;  ha  catalogado  ¡as  musas  espa- 
fíoias,  la  Miísiai  de  las  naciones  modernas,  las  nuirai 
lias  de  la  Alhambra,  y  sería  capaz  de  hacer  lo  misiii< 
con  las  csirellas  dul  firmamcniu.  Sin  que  pueda  consi- 
derarse como  un  prodi)]¡-io  su  versiñcuciOn,  Üra  A  r«- 


\  dU  tul  cerriinr**  «gu»,  rt  caÍb  cnt^vil  coáA 
K.I  pcihadi  una  ninfa  qtm  Ktblii  tu  ctitul. 

^Saluit,  Hilada  nnilit!  íft  Jonu  y  ^  C«ria4o 
t1««*4A  pf  1a*  mart*  ifuc  artüllKhtje  á  U  vea. 
Tu  í4h1*  fui  uUjid*  como  un  injiiento  ^IÍaIo 
Dona»  U  fono«  «liara  tu  *ii(ihI*  dwuiuJct. 

Ti»  ti«in|iaa  icnonfon  al  mal  )  la  trialiuj 
Par*  MB  S1JÚ4,  «bdi'M  íi«  ^■vsnciid  ün  ^, 
La  tilia  «ta  ua  IribdK»  r«mKi!e  á  la  hcUtia, 
La  bmerlv  tía  dulce  «usíio  poE  l^rmioo  k  un  ícttltu 

Knirc  lu>  [>iiraa  niaiiu*  I*  liw*  (ut  aaduUnW 
Su*  rl<a*lDflcH¡<iim  dot^ufíira  Jet|i]«^, 
F<t«  *«[b«  d«1  vaiti,  fue  filmo  palpIuDM, 
[■ti  l)Iiiuu>  que  i  lut  ct«l«  U  pJtilrjt  ltvB*(4. 

Cu  ai»  bualla  taja  ira  ud«  tobn  el  Wno 
El  «aldt  de  mu  Vanu*  Jr/*itri  al  puuí 
LMcliiipa>qiMeD«aiiill(niiil«iiBr4»dt  niCMrOi 
C<iiMGlacÍ4a  d<  M(iclb>  nibUiMi  ft  («rmai. 


(    rtWMiMnUiMrM.  X.  awmMMOtUH.^— Kn  (I  omifv.  MadtKL  ia9r 

>    j<nila»UJ|riiíl<pfw.-CMnoif  «cwmlcu,  Maloiilt  n«Mtni4p«ra,  miHaprA. 


tat  EL  SIGLO  XIX  355 

solver  Uíia  dificultad  rítmica  que  alifunos  ponsideraa 
insuperable:  In  de  dar  Üexibilidnd  y  harmonía  ul  roman- 
ce cnJcnisflabo,  lenguaje  propio  de  la  tragedia  olüsica. 
y  que  apt-nas  ha  manejadu  nadie  con  dcstrcKi,  fuera  del 
Duque  de  Rivas  en  £1  moro  expósito. 

Concluyanlos  con  los  imitadores  de  Niiñcz  de  Arce. 
Lo  es  muy  de  corazón  el  periodista  gallego  Nicanor 
Rey  y  Día/.,  autor  du  una  Epístola  ji  D.  Emilio  Alvarez, 
sobre  El  ptuhlo  y  ta  rcvolmión  ',  por  el  estilo  de  La 
duda,  de  la  que  tiene  copiosas  reminiscencias.  Rey  Díaz 
contempla  con  pavor  cl  advenimiento  de  la  anarquía, 
que  avanza  sin  cesar  prevalida  del  número  y  de  1u 
fucT7^i,  gracias  al  concurso  de  las  clases  populares,  so- 
íivUintada-i  por  el  solisma  y  las  promesas  utdpiais.  Sin 
fe  cristiana  ni  creencias  salvíuloras,  el  mal  no  tiene 
remedio  en  lo  hum;mo;  y  apareciendo  como  aparecen 
jn  los  primeros  indicios  de  la  conflagración  Inminen- 
te, no  debe  llamarse  ni  fanático  ni  profeta  ul  que  jiro- 
cnra  atajar  sus  pasos,  que  no  son  otros  sino  los  de  la 
Kevolutiíin  atea  y  demoledora.  Lejos  de  halagar  el  au- 
tor las  ambiciones  sin  freno,  fustiga  con  tmfasis  retó- 
rico ú 

.>. laiuulülud  inqnietai 

Nauseabunda  baí-jinte  desgreílada, 
Insensible  A  los  cantos  del  poeta, 
De  vino  y  lodo  y  sangre  salpicada. 

El  volumen  de  poesiiis  rotulado  Hierro  yfncffo  * 
qae  concluye  de  dar  á  Ui  estampa  Rey  Díaz,  es  de  una 
mediocridad,  por  no  decir  insiífniticancia  deplorable, 
debida  al  martilleo  de  un  mismo  tema  variado  en  lodos 


t  ei  dutof  k  ti»  NURblkdc  Hte  tltul»  por  U  de  n»«/ei.  -  Uvrccd  1  lu  Umm 
«OTntfTAdonu  <k  la  ep4st<»ln  no  fue  prtmlaJa  en  un  ci:tt»B*B,  mlni  Knft» 
|mkc*  ft|,'"i>tMi  cl  bina*o  bccüano  liv  la  li><iilcr<l«>  Ind«kvlo  AnnoMo.  KMiir 
^  out  «fRiUcacidn  apolof«Uca  rmpolrnda  Oi- M>Mnnu«  jr  ile*«tlBiM.q«i  m 
hm,  funia  c«n  U  J>M»ls,  m  lA  ItintratU»  UulJiyftf  4'lHi'taM  (votameo  Oí. 

•    UAdrlJ.  ISMX 


356  LA  UTBECATCBA  ESPAÑOLA 

los  tonos,  al  ca<5tico  iruiriduje  de  la  jerffii  progresista 
con  el  cristiiinismo  siti  gftierís  de  Castelar,  y  Ú  los  nu- 
merosos descuidos  métricos  salvados  en  la  fe  de  erratas 
con  otros  no  menos  garmfíiles. 

La  difusión  en  el  arte,  de  la  verdad  católica,  único 
antidolo  contra  el  veneno  i3c  las  ideas  con'uptoras,  úni- 
co adversario  rcviuclto  que  puede  degollar  la  serpiente 
de  1n  imarqufa,  apenas  ha  encontrado  hasta  In  fecha 
genuinos  representantes,  por  haberse  cciVido  los  poetas 
reliíiiosos  rt  la  efusión  de  afectos  trunijuilos,  según  la 
pauta  tradicional. 

Uno  de  las  muy  contados  que  descendieron  d  la  san- 
grienta liza,  embrazando  el  escododela  fe  v  esgrimien- 
do la  espada  de  la  poesía  contra  los  errores  y  las  con- 
cupiscencias del  mundo  moderno,  fue  el  ardoroso  po 
Icmista  Gahini)  Tejado,  que  acaba  de  morir  entre  la 
indifercnclT  del  público  olvidadizo,  amante  de  frivolidad 
des  estrepitosas  y  pasajeras,  y  desdefloso  para  con  el 
mérito  realzado  por  la  modestia.  Nu  bastó  al  insigne 
discípulo  de  Donoso  Curtes  luiber  sobrepujado  A  todos 
los  inidiK'iures  españoles  del  siylo  presente,  ni  derra- 
mar en  el  piélago  de  la  prenda  diaria  torrentes  de  agn- 
deza  ú  Inpenio,  ni  habernos  legado  insignes  míKlelos  de 
prosa  castiza,  para  impedir  que  le  olvidas»  la  genera- 
ción contemporánea.  íQue  había  do  suceder  con  las 
rimas  de  Tejado,  consideradas  por  ti  mismo  como  pasa- 
tiempos apenas  merecedores  de  la  publicidad? 

Y,  sin  embargo,  luiy  entro  ellas  alguna  oda  clásica 
notable  ',  y  cierto  poemita  fragmentario  en  que  una 
inspiración  robusta,  si  bien  desiguul  y  poco  ejercitada, 
celebra  los  triunfos  de  la  Ijílcsia  católica  y  la  cp'-pv -va 
de  sus  trabajos  por  la  civilización '. 

El  poeta  se  considera  fiislado  en  medio  de  tm  »Í£]o 


>    L»  in»rrbt  en  Jd  UbtrínU,  tUutadn  Paltnh  m  ki  M«n/aCB<  f  que  ilcbla 
lomar  parte  dr  ua  llbrfl  no  ])abllcad«,  »  lo  i|ur  tri-n. 
•   a  Irlmufv,  nuayo  poítko  ck  (MMmo  THaá».  MiulriO,  1t77. 


H^  BL  SICLO  XIX  357 

menüípffcüitlijr  de  las  grandezu»»  cristianas,  y  de  ahf 
d  tono  de  melancolía  suave  que  va  consiaiiicmcnu' 
unido  al  Ue  la  inUifíiiiiciún;  mas,  como  si  quisiera  apar- 
tar la  vista  de  ese  abismo  sin  fondo,  ia  vuelve  bacía  lii 
región  del  hien  y  de  la  esiieranuí,  hacia  la  mística  lu/ 
que  conduce  A  los  pueblos  A  su  prosperidad  verdade- 
ra. El  lümno  l'mal  á  la  Iglesia  católica  y  al  Pontificado 
contrasta  por  la  dulzura  de  su  lirismo  (ú  la  que  no  co- 
rresp«jnde  la  de  las  versos,  y  es  muy  de  sentir)  con  el 
lono  agrio  y  juvenatesco  de  otras  ixiries  del  poema. 
Doy  traslado  de  la  fmprecact<ln  &  Europa,  que  proba- 
blemente desconocerán  mucbos  de  mis  lectores: 

Seco  el  laurel  en  In  c»ducn  frente. 
Qoe  el  Sol  ya  no  ilumiita  del  Calvario, 
Mejor  es  que  le  vuelvas  indolente 
t)e  eterna  servidumbre  en  el  sudario. 

Uobla,  en  rosas  bañada,  tus  lesiines: 
To»  mtisicaa  y  danzas  peregrinas 
Sígante,  coronada  en  tus  jardines 
Por  mano  de  tus  bellas  Mcsalina*. 

Apuní  p1  eiiliit  que  te  ofrece  [Jaco. 
Liba  liisfluresque  tu  Wnus  ama. 
No  cures  si  li  tus  puerlas  espanaco, 
ccm  su  enjambre  .-icrvil,  A  muerte  llama. 

No  cures  si  el  eunuco  en  los  umbrales 
De  CSC  tu  mismn  bari^D  el  bicrro  añlu; 
Deja  que  alld  en  sus  antros  boreales 
Tome  el  corcel  á  relinchar  de  Atila. 

.^u¿  te  asusta?  ;Nü  crecen  cada  hora 
[  J^    ilantres  de  tiett-s  preiorianos? 
De  tas  nave»  la  mole  nijridora, 
jNo  puebla  los  domados  Océanos? 

iHo  le  abre  sus  riquísimas  emmftns 
La  [Jerní,  dÓcUá  tu  voí  potente? 
Líi  roca  de  las  vírecncs  montañas, 
¿No  se  rinilp  A  tus  plani.is  obedicateV 

¿No  sabes  tú  llevar  lir-  toan  en  zona 
Con  las  alas  del  rayo  tus  acentos/ 
¿No  es  un  cielo  en  la  tierra  la  corona 
Oue  ajíuardan  tus  altivos  pensamientos? 


358  LA  UTEfiATVRA  CSPaROLA 

¿No  ere»  quixA  tú  miürriH  RqnrUa  obscura 
Divinicind  qae  el  símbolo  ñn0a, 
Y  hoy  ya,  tiel  liomhrc  soberano  hechura. 
AI  sEmbolo  caduco  desafía? 

Si;  1(1  vencps,  tú  triuntas  y  tú  Imperas, 
Roza  augusta,  inmortaU  Tuyo  es  el  mundo, 
Tú  rob;is  al  arcAngcl  sus  banderas. 
Tú  dominas  al  báratro  profundo. 

Duerme,  pues,  al  rumor  de  los  gorjeos 
Que  alzan  las  aves  de  lu  Edén  logrado; 
Duerme,  y  suefla  feliz  nuevos  trofeos 
Que  sublimen  lu  ser  divinizado. 

Llene  el  mundo  la  \oí  de  los  cantares 
Que  en  las  ondas  modulan  tus  sirenas. 
Escucha:— «Con  su  Dios  y  sus  aliares 
Caigan  del  orbe  antiguo  las  cadenas. 

•Cesa  ya  de  tronar,  voz  inclemente. 
Que,  aiíá  inventada  del  Hiná  en  la  cumbre, 
De  tanto  siglo  corazón  y  mente 
Sujetaste  con  dolo  A  ser\'idnmbre. 

»Y  calla  tú  tambi¿^n,  turba  nacida 
Para  t;emir  al  pie  de  los  osarios; 
Quema,  en  fin,  esa  historia  rarcnmida 
De  tu  Cristo,  tu  Cruz  y  tus  Calvarios. 

•¡Hombre  ú  gozar  en  libertad  nacido! 
Tú  eres  tu  solo  juez;  quien  le  lo  niega, 
De  ridiculo  miedo  al  yugo  uncido 
Con  amenara  hipócrita  te  entrega. 

•Jove  ó  Jesús,  Alah  ^^  Hrahma  se  llame, 
Supiste  al  fm  i^ue  Dios  no  es  más  que  un  nombre. 
Redime,  pues,  tu  servidumbre  infame, 
jViva  la  libertad!  Dioses...  el  hombre.» 

Después  de  estas  estrofas  viene  el  siguiente  soneto: 


¡Rayo  del  alto  Juez!  ¿Por  qué  en  el  seno 
De  la  nube  encerrado  vengadora, 
Tardas  en  descender,  si  it  cada  hora 
Te  anuncia  al  mundo  amenazante  el  trueno? 

¿El  vaso,  por  ventura,  no  está  Heno, 
SeAor,  de  la  .luslícin  aterradora? 
¿La  iniquidad  que  en  las  entrañas  mora 
Del  hombre  {guardar  puede  más  venen»^ 


EN  EL  SIGLO  XIX  3^ 

Si  está  escrito,  Señor,  que  al  fin  perezca, 
No  más  con  sus  blasfemos  desvarios 
Permitas  que  te  insulte  y  que  padezca 

Esta  infeliz  generación  de  impíos. 
Y  pues  en  ti  es  piedad  que  más  no  crezca, 
¡Desciende,  ira  de  Dios,  desciende  á  ríos! 


Quien  tales  vibraciones  arrancó  á  su  lira  en  un  hu- 
milde ensayo,  ¿no  merecerá  la  condonación  de  leves  pe- 
cados contra  la  eufonía  y  el  orden  lógico  de  las  palabras, 
facilísimos  de  remediar  por  otra  parte? 


CAPÍTULO  XX 

C'I.TIMOS     DGTKRSEKTANTCS    VK    LA     rOBHÍA      RRUCIOSA 


Ap*rLit.  i'oll  j  Mu-i.  Urutx.  sAnitirjt  úr  Cwlto,  la>  IT.  Mnlii 
r  drl  VaIIp. 


ÜA  rutina  habítUiU  da  por  definitivamente  enterra- 
das las  variaciones  de  que  es  susceptible  en  la  lí- 
rica el  sentimiento  de  lo  infinito,  y  afirmíi  que 
está  muda  en  la  Espufta  y  la  Buropa  del  sÍeIo  XIX  el 
arpa  divina  de  Fr.  Luis  de  León  y  de  Níanzoni,  T.os  tícm- 
pos  que  curren,  se  diec.  son  de  transición  y  duda,  fatal 
y  absolutamente  opuestos  A  la  intluencta  de  la  fe  cristia- 
na en  las  bellas  artes;  y  cunden  estas  rellcxioiías  en  boca 
de  engreídos  racionalistas  y  creyentes  desalentados, 
ocult;mdo  bajo  las  apciricnciiis  de  evidente  verdad  mu- 
cho de  discutible  ó  absolutamente  infundado.  El  sol  de 
la  fe  declina  ¡cómo  negarlo?  en  el  horizonte  de  las  na- 
ciones que  se  llaman  cultas;  pero  el  mUmo  acrecenta- 
miento del  mal  contribuye  fl  hacer  viril,  robusta  y  con- 
centrada la  resistencia,  que  es  cada  día  más  visible  y 
más  fecunda  en  esperanz¡is  consoladoras. 

En  el  terreno  del  arte,  basta  recordar  que  los  albo- 
res del  romanticúmo  bajo  una  de  sus  principales  fases 
coinciden  con  el  retorno  A  esa  fe  que  inspiró  La  MesiH' 
da,  las  Harmonios  reU'giosas,  Los  Mtirlires  y  los  Him^ 


Ktt  KL  SIGLO  XIX  361 

ffiu  sarros,  por  no  decir  mida  de  nuestra  Literatura, 
domlc  volvieron  á  renacer  con  nueva  belleza  las  mis- 
ticus  tlores,  heladas  por  el  viento  del  exelusivismu 
greco-romano. 

Al  abrirse  el  .sisólo  actual,  una  pléyade  de  poetas 
cantan  A  María  en  la  ciudad  de  Herrera  y  Muríllo;  vie- 
ne el  período  ramrtntico,  y  aparecen  como  interpretes 
de  la  poesía  sagrada  Zorrilla  con  una  turba  de  imita- 
dores, AruljLS  y  la  Avellaneda;  persiste  la  nota  religiosa 
«m  la  escuela  sevillana  y  en  todos  los  grupos  literarios 
de  Andalucía;  y  entre  loa  ingenios  independientes  que 
ñoreeieron  después  del  romanticismo,  recibían  de  la 
(estis  inspirac-ioncs  Ayala,  Selgas,  y  en  general  cuan- 
tos alg^i  han  signiticado  en  su  tiempo,  fuera  de  unos 
■pocos  en  quienes  no  podía  trazar  hondo  surco  la  idea 
de  lo  divino. 

Al  presentar  aqui  reunidos  A  los  ilUimos  represen- 
tantes de  nuestra  lírica  religiosa,  no  creo  tampoco  pres- 
tar un  argumento  ii  los  que  la  creen  m->ribunda  y  de- 
cadente, pues  l>astan  tres  ó  cuatro  nombres  de  los  que 
aquí  fi^  ciLin'in  para  imponer  silencio  &  los  que  así  ha- 
tean por  torpeza  irreflexiva  ü  orgulloso  desdén. 

El  insigne  y  nunca  bien  llorado  Aparisi,  aquel  cora- 
x6a  tan  de  niflu  c-n  el  sentimiento  como  varonil  en  sus 
propdsítus,  tan  espontáneamente  urtbta  y  tan  abierto 
A  las  impresiones  de  la  1»t:llcza,  había  naciün  para  la 
poesía,  aunque  las  a/arosas  vicisitudes  de  la  política 
ithogaran  loa  gérmenes  depositados  en  t^l  por  la  natu- 
raleza. Poesía  son  muchos  Peusmm'cuíos  de  Aparisi 
escritos  en  prosa;  poesía  los  rasgos  de  su  admirable  y 
pcrsü nal f sima  dociicn<-Ía.  que  nu  es  la  elocuencia  del 
foro,  ni  la  del  Parlamento;  y  poesía,  no  versos  sola» 
mente,  tos  pocos  y  por  Ümar  que  nos  ha  legado  '.  Niflo 


*    Úbriu  ik  D.  ÁMknUu  Awmitt  f  HHí)nrt9.  lomo  i.  Madrid.  1*71  Al  nn»l  <lc 
«M«  lamo,  r  dMpqf*  de  U  Bntlela  blAfrdlIra  f  lt>*  PmtamltiUitt,  m  imcnimmR 


36S  LA   LinCSATUKA  ESPAÑOLA 

aún,  pedía  con  instíincia  A  su  madre  un  libro  de  cííos;  y 
al  abrirlu  pur  vez.  primera,  tropezando  con 

el  dulce  lamentar  de  dos  pastores, 

se  enamoró  ciesamente  de  Garcílaso,  comenzando  .1 
imiiarle  en  almibaradas  cantilenas. 

Robustecida  sa  musa»  se  consagn)  á  celebrar  los 
triunfos  de  la  Rfüípón  y  de  la  patria,  ora  imitando  el 
tono  bíblico  y  arrclvitado  de  Herrera,  ora  la  mansa  dul- 
zura de  Fr.  Luis  de  León,  pues  de  arabos  poseía  algunas 
cualidades,  bien  que  sin  alcanzar  la  asiática  opulencia 
del  uno,  ni  la  sobriedad  horaciana  del  otro.  1-a  des- 
igualdad de  estilo,  Uis  frases  hechas,  los  raspos  pro- 
saicos, la  desmayada  frialdad,  los  ripios  y  las  Ucencias, 
denuncian  que  no  cinceló  Aparisi  sus  poesías  como 
era  debido,  y  asi  salieron  de  incorrectas  y  desarrenla- 
das,  A  pesar  del  fuego  lírico  que  las  caldca.  L;is  mejo- 
res, las  consagradas  A  la  ^ruerra  de  África  y  iS  Bailen, 
escritas  para  los  certámenes  promondos  por  la  Acade- 
mia Espíiñola  en  dos  solemnes  ocasiones,  no  cstdn 
inmunes  de  estos  achaques,  aunque  A  veces  se  les  so- 
breponga y  los  haga  desaparecer  ta  fuerza  nvasnll 
dora  de  la  inspiración.  TrorOs  huy  en  el  canto  A  BaiU 
que  recuerdan  las  odas  patrióticas  de  Quintana;  oíros 
al  padre  de  la  escuela  sevillana,  y  sus  canciones  Á  ia 
batalla  de  /wfiaiiío  y  Izh  la  muerte  drl  Rey  Doh  SebaS' 
lian;  los  consaírnidüs  á  Napoleón  jsirecen  mds  amcna,-^ 
Tss,  y  vaticinios  fatídicos  de  videute  que  apostrofes  i 
poeta;  porque  cuando  Aparisi  se  exalta.  lo  mismo  en' 
sus  cantos  que  en  sus  peroraciones,  parece  que  aban- 
dona las  regiones  del  mundo  inferior,  que  asciende 
basta  el  01im[)o  en  alas  de  la  fant:isía,  y  que  de»Je 
allí  truena  como  Júpiter,  en  vez  de  indig^narse  coma  los 
mortales.  ¡Lástima  que  tales  disposiciones  sólo  hayan 
producido  frutos  por  sazonar,  primicias  A  las  que  pre- 
cisamente fáltalo  mAs  extemo  y  relativamente  f^ícil:  el 
trabajo  de  la  lima!  No  middigamos  por  ello  de  su  vida 


EX  KL  SIGt^  XIX  363 

públlcn,  tan  rica  de  heroísmo  y  abnegfaciAn,  y  en  la  que 
ronquistó  la  corona  de  orador  eminentísimo  y  la  de 
hombre  de  bien. 

Este  úliimo  título  es  ¡guídmente  el  que  míis  honra  al 
difunto  historiador  de  U  sátira  provenga!,  proruptista, 
rrítíco  y  poeta  D.  Jos¿  CoU  y  Veh¡,  cuyo  gusto  ecléc- 
lieu  lo  mismo  se  iba  tras  la  deliciosa  sencillez  del  maes- 
tro I..cdn,  que  tros  la  pompa  de  Lista  y  la  entonación 
dt!  Quintana,  sin  excluir  tampoco  A  ZoiTilIa.  Coll  y 
Velii  escribió  muchos  versos  ',  nosierapre  tan  limados 
[como  harían  creer  los  conocimientos  teóricoi  de  raélri- 
¡ca  e«pa0ola,  que  acredito  en  sns  excelentes  DitíJogos 
'literarios,  modelo  de  lucidez  y  penetración. 

Poco  después  de  la  revolución  de  Septiembre,  cuan- 
do la  fiebre  de  las  pusiones  fln;trquie:i!%y  anticri>;ciiuuis 
esparcía  prtr  do  quier  el  luto  y  la  desolación,  dejitee  oir, 
entre  la  asordante  gritería  de  las  saturnales  parlamen- 
tarias, los  movimientos  políticos  y  1a  litemtuní  popu- 
rhera,  una  voz  solemne  y  melancólica:  era  la  de  un 
'cisne  que  preludiaba  su  propia  afi-onía.  En  las  columnas 
de  La  ilustración  EspaiioJa  y  Amcncana  aparecieron 
tmos  cantos  religiosos  ñrmados  con  el  modesto  é  indcs- 
[Cílrable  nombre  de  l^rnii^,  íQuiín  CíiLarmig.',  pre- 
funtó  la  curiosidad  de  sus  admiradores;  y  sólo  se  les 
contestaba  con  el  silencio,  mientras  corrld  con  crecien- 
le  fama  el  afurtunadu  pseudónimo,  cuyo  velo  se  des- 
corrió dfl  toda  con  una  ocíuiión  tristísima:  la  de  haber 
puesto  el  poeta  Hn  &  sus  dias  por  el  suicidio(1874).  Añá- 
dase la  lyesente  al  número  de  las  inconsecuencias  hu- 
manas, si  inconsecuencia  fue,  y  no  deducción  lógica  de 
lo?,  mismos  sentimientos  en  que  rebosan  sus  poesías, 
tí  desenlace  de  tan  lújnihrc  truc^edia:  y  repitiendo  de 
pasada  lo  que  todos  saben,  que  Larntig  no  era  sino 
IJ.  Liiir,  A.  Ramírez  Martínez  y  Güertero,  compadezctl- 


colaDoradnr. 


364  LA  LÍTERATURA  BSPAÍIOLA 

münos  de  01  al  recorrer  una  rez  mAs  las  maravillosas 
nunca  marchitas  pilíi'niís  de  ese  libro,  todo  de  uro  ', 
se  llanw  Las  mujert^s  dt-l  Evatij^clio. 

La  Madre  del  Verbo  encamadü,  Lis  dos  hermanas 
Marta  3-  \fagdalena,  la  bija  de  Jairo,  la  Samariíana  y  la 
Verónica,  van  liosqiiejando  con  su  aparición  el  poema 
maravilloso  que  comienz;i  en  líeltfn  y  termina  en  e^ 
Calvario,  y  dejan  adivinar  un  fondo  de  luz  sobre  el  qi 
se  destaca,  ora  severa,  ora  aptieible,  la  faz  de  Dios  hi 
cho  hombre,  que  llora  y  ensena,  araa  y  sufre  y  se  coi 
padece.  Larmiff  bebe  en  el  Ev:mgelio  su  inspiruciúi! 
sencillamente  casta  y  hondamente  persuftsK*a;  habla 
alma,  cuyas  mrts  secretas  fibras  remueve,  en  vez  de 
lagar  con  fígruras  :\  los  ojos  y  con  sueños  á  la  ima^t 
cidn.  Es  Úrico  de  infinita  ternura  en  el  canto  J  Marín 
y  dramático  en  el  dcX<7  SawarHaua,  y  scmicpico  en  U 
restantes  por  lo  elevado  de  la  narración,  pese  ¡I  las  i>r( 
porciones  exiguas  del  espacio  en  que  se  desenvuelve 
sin  perjuicio  de  combinar  estas  cualidades  coa  tanta 
rapidez  como  invisible  destreza,  Ko  relata  con  lu  sc-<tuc- 
dad  A  que  eran  tan  ocasionados  alanos  temas,  sino 
con  aquella  unción  mística  que  todo  lo  penetra,  con 
aquella  seductora  candidez,  suave  como  la  luz  del  cre- 
púsculo, que  b;iña  con  sereno  fulgor  bis  más  insignifi- 
cantes e:ícenas.  AI{;o  hay  allí  que  se  siente  mejor  que 
se  analiza,  it  saber:  el  espíritu  de  la  iristezii  con  sus 
múltiples  formiis,  y  el  anhelo  por  inquirir  ha-tta  en  sus 
ültimiis  consecuencias  la  filosofía  del  dolor,  de  ese  dolor 
que,  siendo  la  más  grande  y  la  mrts  iremend§  de  todas 
his  realidades,  perenne  misterio  de  la  vida  y  problema 
indcscifridile,  es  tamb¡«?n  el  principal  entre  los  elemen- 
tos artísticas,  como  el  que  mA&  vive  y  se  nutre  de  la 
verdad  humana.  No  se  busquen  en  otra  parte  el  sentido 
íniinn).  i  I  sello  de  originalidad  y  las  perfecciones  qi 


gunda  e(Ikl>^4l.  Oladrld,  láTl 


US  BL  SlCtO  XIX  3ti& 

avaluran  Las  nmjcrcs  del  Ex'angrUo:  de  ahí  bimbíín 
su  i-nrácter  suhj'ctivo.  derivado  de  que  nuncn  dewipn- 
rcti:,  ni  en  la  narración,  ni  en  las  aentenciíLs.  ni  un  l-I 
(lij^log^o,  1n  personalidad  del  poeta;  antes  siempre  estil 
üciiintc  üc  los  ojos,  ceñida  con  el  velo  fünebre  de  Ib 
desgi-jicia. 

La  tr^K'iea  muerte  de  Larniig;  dice  bien  que  no  cnin 
arcctadas  sos  quejas;  pero  liasta  oirías  para  creer  en  su 
simeridnd,  y  ptim  sentir  en  el  alma  \\n  reflejo  de  lo  que 
i\  sintió  um  hondamente,  y  ctm  uin  manivillosa  fidelidad 
Inturprütaba.  V  ahora  véase  la  prueba  de  lo  dicho;  véa- 
se cómo  la  simptitía  por  el  dolor  informa  y  vigoriza  la 
musit  de  Litrmig,  inspirándole  sus  conccptus  más  delica- 
dos y  felices.  Ya  estl  acudiendo  A  la  memoria  del  lec- 
tor esta  octava  del  canto  A  María: 

;Ah!  Tú  etfs  el  dolnr  vohtndo  al  cielo. 
Bajel  que  boga  en  tormentosos  mares; 
Tú  sabes  de  la  vida  el  desconsuelo; 
Td  sabes.  Madre,  lo  400  son  pesares; 
Es  un  valle  de  Uliírimas  el  sucio, 

Y  el  dolor  cfcfrr  ey/itr  tn  los  allures: 
Tlijliistc  iM  liolor  nimbólo  santo, 

Y  tú  at  llorar  eimtti'cisle  ti  lUtitto. 

¡Y  cuAntii  ternum  no  hay  en  aquellos  dos  versos: 

y  no  le  olvides  del  ^uc  tn'mc  triste 
F.n  este  valU*  doiidc'  lü  y^cmiste! 

Vja  intimidad  de  su  pena  no  impide  á  Larmig  re- 
montarse ft  la  causa  de  todas  las  que  aHigen  al  género 
humano: 

El  liomhrc  drlíaqaíi^;  nublfí  el  pecado 
La  viva  luK  d(*  la  divina  [»rai-ja, 

Y  e!  Rey  uiiiver^il  de  lo  creado 
Es  el  doliente  Kcy  de  la  dcsjf  racia. 

I^  nota  pesiaiiata  resuena  insistente  en  Las  mujeres 
dgí  Evangelio,  y  estA  &  veces  fuera  de  su  lugar,  dcmos- 

Irimdü  la  irresistible  predilección  que  hacía  ella  sentía 
Lormig;  predilección  que  le  produce  grandiosos  efet- 


366  LA  I.ITBBATURA  E&PA.^Oi^ 

tos  en  el  terreno  del  arte,  pero  que,  si  bien  se  cjsiuJia, 
es  demasiado  exclusivista  para  inspiraiía  únicamente 
en  el  dogma  cristiano,  cuya  amplitud,  al  mostrarnos  los 
dolores  de  la  vida,  los  sabe  hermanar  con  las  alegres 
iniui('tone<;  de  la  esperanza. 

Kn  cuanto  á  la  forma  de  estos  poemas,  tan  insepa- 
rable del  fondo  como  de  el  direciíunente  emanada,  con 
razón  se  admira  y  admirará  aquel  sano  clasicismo  en 
que  ni  la  elegancia  perjudica  á  la  sencillez  y  esponia- 
ncidad,  ni  el  relieve  de  !a  imagen  denuncia  el  cralxijo 
penoso  de  quien  desbasta  y  cincela,  ni  la  expresión,  por 
ser  elevada,  deja  de  ser  precisa,  clara  y  transparcnK 
Las  mujeres  iie!  E-vanfielw  no  parecen  tiinto  de  estí 
üempos  como  de  nuestro  sigrlo  de  oro;  por  el  candor  y  ^ 
ta  ingenuidad  del  estilo,  asi  como  en  la  profundld; 
psicoli'ígica,  reflejan  los  angustiosos  combates  cngea-' 
grados  por  el  individualismo  moderno. 

Transcurrieron  algunos  aflos,  y  Larmig  tuvo  un  su- 
cesor de  .su  misma  talla  en  el  aplaudido  creador  de 
Hermenegildo  y  Thettdis,  D.  Francisco  Silncliez 
Casti'o,  que,  si  hasta  entonces  había  probado  foiiui 
en  laa  lides  dramáticas,  liallúndola  benévola  y  amistosa. 
quiso  diir  una  prueba  de  sus  aiuituüi-s  para  la  lírica,  y 
esa  pniciía  tan  acabada  y  conclu\'ente  fue  el  Oiittíeo 
al  homhre  '. 

El  pocmii  La  Iglesia  (atóliea,  que,  siendo  el  autor 
muy  joven,  ubtuvo  el  premio  ofrecido  por  la  Academia 
de  la  Juventud  Cairilica  de  Madrid  p¡u'a  conmemonir 
la  celebración  del  Concilio  Vaticano,  y  conocido  prin- 
cipalmente por  el  fragmento  Los  mártires:  la  oda  i\  la 
Inmaculada  Concc¡K"Íón  de  María,  y  otras  del  mismo 
gusto  y  acrisolada  corrección,  constituían  un  preludio 
digno  del  Ohiíico,  que  A  su  vez  venia  íi  rivalizar,  sin 
mucha  desigualdad,  con  los  Gritos  del  combate,  y  ú  ser 
expresión,  no  de  dudas  estériles  y  lamentaciones  egois- 


KMiiu,\m. 


m:i  BL  SIGLO  xuc  367 

cas,  sino  de  creencias  vírgenes  y  enteras,  de  dulces  y 
vivincuJoras  espcran/jis. 

Ciertos  críticos  de  uno  y  otro  bando,  mcticuloso-i 
los  unos  y  los  otros  zalioríes,  creyeron  ver  en  el  entu- 
siasmo del  poeta  católico,  por  la  Efrandeza  y  la  digni- 
dad del  hombre,  ínclinaciüncs  al  natunilísmo  ri:lit;Íos<j 
y  simpiitías  para  con  el  que  llaman  e.spíriiu  del  siglu; 
pero,  'Cómo  negar  que  si  el  Cristianismo  nos  descubre 
las  profundidades  de  la  miseria  encerrada  en  nuestro 
icr.  viciado  por  la  culpa,  nos  muestra  asimismo  la  ex- 
celsiiud  de  nuestro  origen  y  el  valor  de  nuestro  desti- 
no? SíJlo  por  ignorancia  <^  mala  fe  pudo  achacarse  & 
SAnchezde  Gistro  la  mAs  remota  connivencia  con  la 
negación  racionalista,  cuando  sus  versos  son  paráfra- 
sis unas  veces,  y  otras  compendio  de  la  verdad  evangé- 
lica, y  siempre  exhalan  d  perfume  de  la  ingenuidad 
convencida. 

Un  análisis  breve  nos  convencerá  de  ello  y  de  los 
subidos  quilates  que  avaloran  el  Cántico.  Ábrese  con  la 
coDlempIacidn  roposiida  de  la  oaturalezji;  tal  como,  al 
declinar  la  pompa  del  día  en  el  horizonte  lejano,  apare- 
ce &  los  ojos  del  poeta,  que  finge  encontrarse  sobre  una 
roca,  azoiiida  por  las  olaí  del  mar  Cantábrico.  Íjí  mag- 
niÜca  pcrspe<Hiva  del  ciclo,  la  faz  espantable  del  Océa- 
no, la  inmensidad  ofrociondosele  doquier  bajo  diversas 
y  elocuentes  formas,  le  hacen  preguntarse  á  sí  mismo 
pr,-  '  _  rificación  que  le  alcanza  en  aquel  cundro,  sig- 
nii  i-iH  pequeña  que  le  obliga  A  exclamar: 

V  me  llaman,  burlando  mi  tormento, 
< 'insano  de  la  tierra  el  Océano, 
C^r.'tno  de  polvo  vil  el  firmamento- 

Pero  al  bajar  con  ia  frente  cotifuMditía,  párase  A 
contemplar  el  golfo,  donde 

A  In  luz  del  crepúsculo  vago 
Blancas  velas  bogando  se  ven, 
Como  el«ies  que  cruzan  el  lago 
Y  se  mecen  en  dulce  vaivén. 


36S  LA  UTERATDRA  ESPAÍtOUV 

La  fiierzji  es  vencida  por  el  ingenio,  y  bastan  un  an- 
ciano y  unos  ntftos  paní  rolwr  sus  lesoros  al  imtumable 
colusu;  el  íítomo  invisible,  A  quien  ln<ui]tHlxin  el  cíelo 
y  la  tierra,  lleva  dentro  de  sí  algo  que  le  hace  supe- 
rior A  los  dos.  A.  los  labios  del  poeta  acude  la  musa  del 
entusiasmo: 

Cese,  eese  mi  triste  desvelo; 
Sea  un  himno,  Sefior,  mi  cantar. 
Tú  le  díRte  á  esta  sombra  del  sucio 
Pensamiento  ra.-ts  alto  que  el  cielo. 
Corazón  mils  profundo  que  el  mar- 


El  hi;mbrc  triunfando  de  la  materia  y  hiuitínd 
servir  ñ  sus  fines;  grabando  en  perpetuos  caracteres 
palabra  indócil;  haciendo  brotar  á  su  conjuro  la  chiftpa 
clí'Ctrica;  dando  alas  al  gig-ante  de  hierro  animado  por 
el  vapor,  que  cruza  por  las  eniraflas  de  la  tíciTa  y  lanza 
d  los  aires  el  erito  de  victoria;  escudríñiuido  lo  más  al- 
to del  ciclo  y  lo  mjls  pnifundo  de  los  abismos  como  rey 
absoluto  del  orbe,  ccflido  de  corona  inmortal  por  la  ma- 
no del  Criador:  tal  es  el  asunto  que  va  dc-sen^'olvién-  _ 
dose  en  e)  CdttUco  con  abundimcia  de  lirismo  arrebuü^H 
dor,  de  intuiciones  grandiosa-s.  de  uala,  pasiún  y  har- 
monía, que  parecen  arrebatarnos  íí  más  alias  esfei-as 
en  pos  de  un  estro  nacido  para  cantar  las  glorías  de  la 
edad  presente.  Kl  tono  Cpico  y  solemne  <Je  esa  parte 
del  Cántico  al  hombre  demuestra  que  hoy  en  día  es 
posible  !a  epopeya  de  la  civilización,  de  la  ciencia  y  del 
trabajo,  cosas  todas  muy  distintas  del  materialismo 
burdo,  que  en  vano  pretende  identificarse  con  ellas 
para  sus  fines  peculiares  y  bastardos.  Los  que  creen 
incompatible  la  Poesía  con  el  conocimiento  de  la  natu- 
raleza, haciéndola  vivir  ünicamentc  del  misterio,  que 
nos  la  ocu1t:i  desfigura ndula,  palpen  aquí  ct'imo  su  idea- 
liza hasta  lo  m.ls  prosaico;  cómo,  sin  desmentir  las  ex- 
plicaciones de  un  físico  escrupuloso,  se  dice  tiellisfma- 
mente  del  paran*ayos: 


KM  Et.  SIGLO  XtX  3fi9 

Mas  mientrnA  mnnde  e]  iris  de  Dios  la  le  jarndn, 
Adn  pnede  su  granjera  el  hombre  recordar; 
Que,  si  su  Tuerza  es  déWA,  sabrá  con  mano  oseíAa 
El  sizno  de  su  Imperio  clavar  en  su  morada, 
y,  en  viéndole,  va  el  rayo  sus  plantas  &  besar. 

Al  penetrar  en  los  senos  del  coni7-ón,  ínvestijpindo 
[la  causa  de  sus  luchas  y  contradicciones,  y  el  objeto  A 
que  tienden  sus  ansias;  al  hablarnos  de  la  culpa  prirai- 
Itiva,  de  su  redención  y  de  la  nueva  atmósfeni  moral  en- 
que  respirA  el  espíritu  después  de  la  muerte  del  mis- 
[mo  Dios,  no  se  sostiene*  SAnchcit  de  Castro  A  la  altura 
londe  se  habla  remontado,  siendo  mfls  trilladas  las 
[  ideas,  menos  brilliinte  la  imai;en,  mAs  apíig^uln  y  mus- 
do  el  wlorido.  quizíís  por  no  ser  nuevo  el  aríjumento. 
¡El  fimil,  consagrado  á  caniítr  los  triunfos  del  arte,  me- 
|fe<:e  la  mistna  censura,  y  no  sé  si  le  alcanzar.1  i(rual 
'dcfensn. 

TnL-i  un  vuelo  tan  arriesgado  y  feliz  sintió  Sánchez 
de  Castro  el  desaliento  mortal  que  esteriliza,  la  apiUica 
Indiferencia  que  ahofra  en  flor  los  generosos  entusias- 
mos por  el  arte.  Muchos  afios  antes  de  que  una  muerte 
prematura  i  inesperada  arrebatase  al  simpático  profe- 
sor de  la  Universidad  Central  '  luibía  decidido  ¿stc  vi- 
vir retirado  del  mundo  de  la  líteriiturn  militante,  sin 
dejar  de  5cr\'ir  A  la  buena  causa  en  otras  esferas. 

(>uiiíís  ha  contagiado  esc  desalíenlo  al  que,  no  por 

amor  de  hábito  «^  preocupaciones  de  amistad,  sino  por 

_ convicción  sincera  y  profunda,  considero  desde  hace 

ios  ados  como  continuador  de  una  tradición  nunca 

[lotcrrompida  en  la  Orden  ñ  que  Tambi^^n  me  gflorío  de 

[pertenecer.  No  es  tan  aplaudido  como  debiera,  ni  como 

lo  son  muchos  poetíllas  de  agua  chirle,  el  P.  Pr.  Conra- 

[do  Muiflos  y  Sdcnz,  á  pedir  de  haber  obtenido  en  mu- 

lofi  certámenes  premios  más  merecidos  que  gloriosos. 


(    eiJUI<i4cD(daMM«<leina.S4HChM4cC«trAlMMit(UUliloM  IWrat 

TOMO  n  24 


370 


LA  UTERATUKA  ESPA.^OLA 


Bien  quisiera  ncnüir  A  ki  irresistible  elocucncfit  de 
los  ejemplos;  pero  no  consienten  baccrlu  con  ampIiwJ 
•los  limites  A  que  forzosamente  he  de  sujctiumv,  y  el 
avisado  lector  adivinará  lo  que  no  indico  por  lo  que. 
con  la  hrcvcdad  posible,  ir6  ofreciendo  ú  su  conside- 
ración. 

Ctrvatties  cu  Argel  ae  titula  la  primera  enlte  las 
composiciones  laureiidas  del  P.  Muiftos  ',  y  en  la  que 
aparecen  sintetizados  los  caracteres  que  le  habían  de 
disünitciiir  siempre:  íjemilleic  y  elegancia  en  líis  formas, 
sentimiento  más  que  profundidad,  esmero  en  d  \txi- 
Kuajc.  brillantez  y  galanura  en  la  versificación.  ¡Quí 
plrtcida  y  serena  cxclumación  la  de  los  primeros  cunr* 
tctos! 

jVivícra  el  genio  en  la  región  dícliosa 
Que  allá  en  su  mente  arrebatada  crea, 
Y  aUi  explayara  la  mirada  ansiosa 
Do  inspirnción  sublime  centellea! 

M;is  siempre,  siempre  con  el  alma  herida, 
Atormentada  de  murtal  anhelo, 
Cruza  llorando  pI  yermo  de  la  vida 
En  busv:a  de  su  patria,  que  es  el  cielo. 

Lo  propio  sucede  en  las  odas  A  la  Fe  y  La  convi^- 
siótt  de  San  Agustín,  donde  &c  ven  imágenes  como  ésta, 
referente  t\  los  dilaciones  que  ponía  (x  la  gracia  el  coru- 
7jC*ti  del  angustiado  joven: 

Mañana  eterno  que  á  su  vista  huía 
Como  en  Lt  Libia  ardiente 
Huye  de  la  sedienta  caravana 
El  engafloso  lajfo  transparente. 

Al  cantor  la  guerra  de  la  Independencia  csp.iñola, 
emula  el  P.  Muíflos  la  ptndílrtca  elevación  de  Gallego 


I   Puede  locrte.  cono  ludas  la*  dm  ik,  cola  JtivMi  iUnutbitaMOcomlBCB^ 
te  ÍA  tMáti  (1«  IHaJ  aHeatran  Dota  d  dui  «n  que  ui  aoMt  las  cwiecdona. 


E¡t  KL  SIGLO  XIX  371 

y  de  Quintana,  [ifliidicndo  al  e'DUisíitsmo  Mlícu  el  reli- 
gioso, «luc  hermusca  tanto  lu  oda  romo  ln  dcsfíguran  el 
iÍcsli!ÍroÍt.nto  nimio  y  la  vcrbosidud  pomposa,  recursos 
vanos  pitra  llenar  el  vacío  del  pensamiento. 

La  baíalla  de  Acínas,  leyenda  histórica  de  pobre 
inrcodón,  no  atrae,  como  las  de  Zorrilla,  por  el  irre- 
sislíble  intcn^s  y  el  vigor  del  colorido;  pero  tiene  epi- 
sodios de  mu3'  buen  efecto,  y  partes  rigorosamente 
líricas  que  todo  lo  compensiin  con  ventaja. 

No  dirí  yo  que  exceda  en  valor  A.  las  anteriores  la 
odtt  .4  Santa  Teresa  de  Jesús,  linica  premiada  entre 
las  sinnúmero  qae  concurrieron  al  certamen  promovido 
en  Salamanca  para  conmemorar  el  centenario  de  la 
^oríosu  Doctora  avllesa;  pero  su  tono  es  msSs  intimo, 
dulce  y  afectuoso,  recuerda  más  el  de  Fr.  Luisdc  León, 
A  quien  el  pueta  invoca,  y  llega  A  tocar  en  las  regiones 
del  misticismo  sublime,  de  donde  brotó  ta  ¡tama  de 
oMor  xt'va. 


Dulce  es  tener  el  conizóii  herido 
Si  es  el  amor  divino  i|uien  le  liierc; 
Que  es  el  amor  atmósfera  del  alma, 
Con  él  vive  feliz  y  sin  él  muere. 
Tii  lo  dijiale,  tú,  mujer  bendita: 
Entre  el  borror  de  la  mansión  maldita. 
Aun  en  la  eterna,  inextinguible  biqjaera. 
El  Jefe  inmundo  de  la  grey  precita 
So  sería  infeliz  si  amar  pudiera. 

El  pensamiento  de  Santit  Teresa:  pobre  del  dctnomo 
porque  no  Puede  amar,  ntmca  se  ba  expresado  lan 
iirnte;  ahoni  v¿asc  una  muestra  de  acabada  des- 
. .  .,,.ión  psicológica; 

Padecer  ó  morir,  fue  tu  div'isa; 
Dios  le  otorgó  el  vivir  paní  tormento, 
P;ira  que  mírtir  fueras 
Con  m.inÍrio  de  ;unor  profundo  y  lento. 

lOh!  que  es  temible  congojoüa  muerte, 
At  pobre  corazón  enamorado. 


373  LA  LITERATtltA  ISil>Af)OLA 

Entre  cadenas  arrastrar  so  suene 

Ausiintc  de  su  AmatJo: 

Verle  qüiz-ls  que  en  loníananiji  asoma, 

Y  SMitir  dp  sus  ojo^  los  rc6nos 

Y  oír  su  acento,  y  aspimr  ai  aroma; 

Y  al  lanzarse  en  pos  de  ¿I,  ver  con  desvio 
Su  hermosa  faz  desparecer  de  lejos, 

Y  estrecharen  los  braios  el  vacío. 

El  P.  Muiflos,  que,  á  pesar  de  ¡U^iinas  caídas  lo- 
mcntiiblcs,  tiene  tanta  inteÜgCDcía  como  imagfimtcidn, 
y  que  luí  cilucíido  la  umi  y  la  otrn  con  la  severidad  de 
sus  estudios,  no  corre  desolado  en  pos  de  los  oroixilcs 
con  que  frecuentemente  se  reviste  la  poesía  contempo- 
ránea, y  sólo  ha  escogido  de  ella  la  varia  y  brillajiie 
fecundidad  de  la  inspiración,  y  cl  artificio  de  la  rima, 
mientras  acude  A  los  grandes  modelos  del  siglo  XVI 
en  busca  de  la  corrección  y  la  claridad,  desdeñadas 
por  el  scn-um  pecus  de  las  letras.  Con  todo  eso.  su 
inexperiencia  ó  su  sangre  juvenil  le  arrastran  A  imitar 
míls  al  cantor  de  Padilla  qtic  ul  de  Lt*  noche  st-rrua. 
y  de  ahi  ciertos  rasgc«  de  afectación,  de  fc^osidad  in- 
disciplinada, y  más  que  todo  de  lo  que  ya  he  dicho  an- 
tes: de  verbosidad  y  desleimiento.  Las  odas  de  alto  vue- 
lo, tras  un  período  de  boga  extraordinaria,  han  venido 
Á  p;uar  en  descrédito,  gnicias  Á  lu5  íníinitos  abusos 
que  de  su  nombre  se  han  amparado,  y  por  esto  quizA 
no  son  apreciadas  en  todo  su  valor  las  del  P.  Muiños 
y  Sdenz,  ni  distinguidas  de  otras  que  sólo  en  el  iium- 
bre  se  les  parecen.  Yo  le  aconsejaría,  no  precisamente 
para  evitar  confusiones  ó  seguir  los  versátiles  capri- 
chos de  la  opinión  pública,  sino  para  mejor  beneticiar 
su  talento,  que  mudase  de  rumbo  y  cultivara  otros  gv- 
neros  más  conformes  con  cl  gusto  y  las  aficiones  de  la 
i-poca. 

Así  lo  practica  en  parte  otro  agustino,  más  joven  y 
no  menos  poeta,  dueHo  de  los  arcanos  que  se  encierran 
en  la  gama  de  colores  y  sonidos  del  lenguaje,  con  cu- 
yos elementos  pitucos  teje  visK^as  ñlígraoas,  y  cu- 


Ks  Ei>  SIGLO  xa  373 

y«  temas  musicales  (ies<:ni*uelve  en  g^raus  melopeas. 
El  r.  Fr.  Resiituto  del  Valle,  que  es  á  quien  roy  alu- 
diendo, posee  adcm;\s  imaffinación  creadora  y  sinj^lar 
instinto  de  U  bclle/A.  L.'l  debJUdiid  de  b.tbcr  concurrido 
Á  numerosos  certámenes  acuiHfcinnda  de  la  fuituna  dd 
triunfo,  no  debe  hacer  sospechosos  los  cantos  Úricos 
del  P.  Valle  que.  aun  en  temas  impuestos  y  como  de 
pie  forzudo,  se  levanm  de  la  esfera  de  lo  ^Tilgar.  En  la 
seguridid  de  que  á  las  primicias  corresponderán  Lis 
manÍfesuicione:s  ulteriores  dv  una  musn  que  timtu  pro- 
mete, y  por  el  temor  de  incurrir  en  amistosos  apiísiona- 
micnios,  dejuré  que  los  años  confirmen  mis  encomios  y 
mis  esperanzas. 

Como  el  medíocríbus  esse  poctts de  Horacio,  tie- 
ne cspccialísima  aplicación  cuando  se  tram  de  lo  divino, 
no  quiero  mencionar  A  muchos  autores  que,  con  la  me- 
jor intencit'in  del  mundo,  y  sin  más  condiciones  que  el 
atrevimiento  candido,  se  entrometen  en  un  terreno  que 
tes  esuk  prohibido.  La  pla^  de  los  poetas  gerundianos, 
siempre  temible,  lo  es  con  doble  motivo  en  este  giínero, 
porque  conscituye  en  blanco  de  la  rechilla  las  creencias 
jn&s  venerandas;  y  hoy,  como  siempre,  estamos  en  el 
JelHT  de  demo(;ti"nr  íi  sus  enemifíi>s  que  en  ell'is  se  halla 
escondida  la  virtud  rcg:eneradora  del  arte,  bien  lejos  de 
que  sin*an  de  obstáculo  á  su  majestad  y  engrandeci- 
miento. 


-;ií— 3M6— i'> 


CAPÍTULO  XXI 


MAS  SOBKE    LA    LÍRICA  CONTKMPOR4  MEA 


TMaloro  Llsrpntr.  V.  W.  Ijnrrnl,  Kntclrtrh.  .MPOTrr,f«lviiiiv,  iHí.-  ffpvol». 
Tatinadn.  ('o^llo,  Kloira,  Anaorma.  riwir».    Balan.  Kifanln  )iU.  Sñiirl 
MkdrtKal.-IVivIlBN  Valonrla.    Ímh  piírUnArí  .UnlHAVániira.. 

ENTKI-:  la  muchedumbre  de  aficiüiuulos  &  la  lírica 
que  han  puesto  su  correspondiente  tomito  en  los 
escaparates  de  las  librerías,  ó  su  tirma  en  las  co> 
lumnas  de  fM  Ilusíradíít/  Española  y  Atitrrícana,  nos 
quedfi  aún  tjut  cntrcsjicar  una  respftablc  minoría  de 
poetas,  enteros  ñ  fraccionarios,  grandes  ó  chicos,  pero 
poetas  de  todos  modos. 

íCómo  olvidar  al  rey  de  nuestros  traductores  en 
verso,  al  valenciano  Teoiloro  Llórente,  en  cuyas  sono- 
ras y  delicadas  rimas  han  cabido,  sin  apretura  ni  aho- 
go, las  concepciones  gigantescas  de  Longfclow,  Byron, 
íii'hilicr,  Goethe,  Heinc,  Lamariinc  y  Víctor  Hugo? 
¿Cómo  negar  á  las  Leyendas  de  oro  '  la  misma  ala- 


1  lifftniliudt  om.  Poetla* df  ¡lu  prbvipala  iroJort» narfrma*  errt{((ai<B  rima 
carfettmo.  Dndc  t97!V  nm  puhUrailsH  lrf-^(<ilÍ<.-tMic«  de  ttic  libra:  la  SttlnA. 
corregida,  nodcnprT  con  aiimo,  loinu  p«ricdcUSf>Ui(fMaKb<l<i  (loao  V. 
•m  aflo)  qae  Imprlnuroi  VnkiKla  el  editor  AiufloT. 


EX  m.  SIGLO  XIX  335 

h)pza  que  tributa  Cervantes  &  la  rcrsiii}n  Je  Amittta 
por  D.  Juan  «Je  JrtureKui?  Apoderarse  con  liriosa  valcn- 
lia  dt'  una  idea  ajena,  rcctlentarla  y  fundirla  en  una 
forma  riimica,  comparable  A  veces  con  la  del  original, 
rs  tarea  que  supure  cjtsi  tanto  como  la  elaboración  del 
material  poético  y  un  amor  al  arle  muy  poco  común. 
Por  este  procedimientü  han  adquirido  carui  de  natura- 
lexa  en  Ei^pafta^cantos  y  narraciones  de  dktintísima 
frTugcnie.Lativlinrífilla,E//¡ic,s:o(ifl  cielo  (de  V.Hugo), 
Ostar  de  Alha  i.de  Byron)  y  Exalsior  (de  Longfelow). 
Esta  Aliima  poesía  luce  en  los  versos  de  Llórente  una 
p^cci•nl^n  y  una  firmeza  esculturales,  mientras  en  La 
bohardilla  cede  su  puesto  el  monótono  golpear  del 
alejandrino  al  ajíraciado  y  flexible  movimiento  de  es- 
trofas como  la  siguiente: 

Imponente,  severa,  misteriosa. 
Se  alxa  la  i;.'lesia  altiva; 
En  sus  muros  dibújase  la  ojiva. 
Como  una  flor  abierta. 

Y  de  calada  piedra  hermosa  rosa 
Las  hojas  desplegó  sobre  la  puerta. 
En  la  bóveda  enorme 
De  su  na^-e  sombría, 
Santos,  AniTfrles,  vtrpenes,  el  cielo 

Y  el  infierno  dwforme. 
Se  mueven  y  oonfunden 
Cual  sucAu  de  ii;¿itada  tantasla; 
Pero  DO  adrada  tanto  al  alma  mía 
La  Iglesia  venerada. 
Con  sus  arcos,  sus  vidrios  de  colores, 
Sus  Wmparas  de  libios  resplandores. 
Su  torre  audnz,  su  esplvndida  fachada, 
Oimo  ese  coarto  estrecho  y  encumbrado 
En  donde  suena  música  tan  suave, 
Cual  si  estuviera  un  ave 
Cantando  en  el  alero  del  tejado  ', 

Lo  que  desa^rrada  en  esta  prc-ciosa  colección  es  cl 


*     ttm  im mtwt «( la ot^tw 'i V.  iíMiTrcr|«U(daMin>rtMMMr40pUi:dcTSra 


376  LA  LttERATttKA  ESrA.^OLA 

trecuúntc  empleo  del  romance  endecasílabo,  que  de  ^o 
no  preferiría  cl  Sr.  Llórente  iratjlndosc  de  composicio- 
nes suyas;  la.  brusca  succsiún  de  coritas  y  pausan,  mal 
avenidos  con  Lt  harmonía,  y  acaso  también  la  excesiva 
libertad  en  las  alteraciones  y  parafr;isis  en  que  se  sacri- 
lica  la  interpretación  fiel  i^  la  elcg^incia. 

Previas  tales  ejercicios,  aspiró  l-Iorente  á  nada  menos 
que  traducir  en  verso  el  Fausto,  de  Goethe,  proyecto 
acariciado  por  él  de  muy  atrás,  cuando  asistía  con  es- 
casa afición  á  las  aulas  univcrsitaiias,  y  que  realizó 
Fcl¡/.mentc  siguiendo  las  huellas  del  italiano  Ajidr<^$ 
Maffei '.  El  celebérrimo  doctor  de  la  leyenda  alemana 
viste  con  holguní  la  ropilla  de  los  héi'ocs  de  nuestro 
antiguo  Teatro,  y  las  cnrei'esadas  frases  y  arcanos  co*- 
ccptos  del  Júpiter  Cic  Wcímjir  se  reproducen  sin  ^run 
desventaja  en  cuartetos,  romances  heroicos  y  g:alUirü()s 
versos  octosnal>os.  Si  se  toma  en  cuenta  la  falta  de  pre- 
decesor y  modelos  en  tan  audaz  é  improba  tarea,  es  el 
de  Llórente  algo  más  que  un  modesto  ensayo,  y  así  lo 
reconocerán  cuantos  sepan  apreciar  el  mérito  y  tat 
diUcuItaües  de  las  versiones  poéticas. 

Hn  el  volumen  intitulado  Amorosas,  los  \'ersos  á* 
In  juvfíiluíi  y  otras  muchas  composiciones  sueltas,  se 
descubre  por  igual  el  cspontAneo  y  fecundo  numen  de 
Llórente. 

\^denci:mo  como  él,  y  como  él  apasionado  de  las 
musas,  canto  su  umijío  V.  \V.  Querol '  p;iru  los  pocos 
que  no  necesitan  de  la  autoridad  ajena  ni  de  los  eno- 
míos  de  guardarropía,  que  reparte  la  prensa  despótica- 
mente, pora  tos  que  saben  escoger  los  lecturas  sin  cl 


I  AmCd,  irvftOU  <te  Am  WiAJaug  fivedn.  trnduelilo  por  D.  Ttodnra  UormlM, 
PrOttrú  ihiV.  BaiCirkiniL  KOlhleta  •  Arlt  ^  Ulrtut ,  \i>tfi. 

■  Mag*....  cvH  un  pr^ivtfV  M  £m:iw.  Sr  D  JYibv  X  itr  diMFCAi...  Vftlat. 
cU.  IM7T.  Dctirn  Ipulnante  toaiBnw  rn  cucni*  la  pocu.i  <ii*'  tucen  duitf, 
lavrru  «i  un  almana^Dr  de  Xa  Ihultairftn,  y  ti  brico  (fuimiivín  p&iiumo'm 
4NC  Qar/ol  cajiut  cl  Ji-tcubrimiepio  Ja  U  Ani>!rlvji-  iCa  la  Arate  Votknw. 
NoTlcabfc  <k  \tfXi,  páp.  3M  y  3W.) 


Ett  EL  StOLO  XUC  377 

vcnnl  reclamo  de  las  gacetillas.  El  que  Valera  y  al^n 
Otro  critico  ponderasen  la  corrección  elepancisima  de 
(^uerul  nu  podía  bastar  para  conquist:irle  la  gloria  que 
íi  ütros  se  regala  t^ontra  todo  fuero  de  justicia,  }'  quizú 
sonó  aquel  nombre  por  primera  vez,  y  comoextraflo  en 
los  oídos  de  muchos,  cuando  lej'eron  la  notícút  de  haber 
muerto  el  poeui  que  lo  Uevab;»  (IfíS^}.  línfrastuido  du. 
r.uitc  los  últimos  aflos  de  su  vida  en  la  prosa  de  los  ne- 
Rocios  comerciales,  no  desminiiú  nunca  el  autor  de  Eí 
rrh'pae,  las  Cartas  tí  Ataría  y  La  Jirsla  df  Vrtttis,  ni 
aun  en  los  versos  escritos  al  azar  y  |>or  en<mrgo,  aque- 
lla lubitidad  tiícnica  que  no  .se  confunde  en  01  con  la  pa- 
labrería sonora  3'  sin  objeto,  aquella  estima  del  arte  que 
no  le  permite  desmanes  ni  caídíis. 

No  cabe  leerle  ni  hablar  de  él  sin  recordar  A  Quinta- 
na, cuya  amplia  y  rozagante  estrofa  fue  el  molde  S  que 
se  adaptaron,  como  corriente  de  oro  fundido,  la  profu- 
sa vnricdad  de  afecciones  que  en  su  espíritu  atesoraba 
al  hogar  doméstico,  A  la  mujer,  &  la  í*atria  y  á  la  Rcli- 
p«jn.  Sentia  Qucrol  lo  bello  en  todas  sils  fases,  sin  per- 
juicio de  dominarlo  para  que  pudieran  entrar  todas  den- 
trodc  un  estilo  y  una  expresión  uniformes;  amaba  por 
ierua!  la  pureza  de  línciuí  y  la  intensidad  del  ci:>lorido;  era 
iJolatm  de  Ui  rima  abundante  y  acendrada,  huyendo 
tan  de  veras  del  ripio  y  las  consonancias  Mcili^s,  que 
suele  pecar  por  el  extremo  contrario.  Con  ser  sus  poe- 
sías bien  poco  numerosas,  y  con  dominar  en  ellas  la 
mutua  semejanza  aludida,  encierran  elementos  de  pro- 
.  ncia  clásica  con  otros  modernos  y  novísimos,  pri- 
iu"n.>as  imitaciones  de  la  poesía  hebrea  y  pensamien- 
tos y  palabras  que  podría  usar  Hatt'm  hablando  nuestro 
lenguaje.  No  es  indica  de  ¿I  la  explicación  del  sim- 
b'ili'imo  oculto  en  la  leyenda  de  Venus,  que  desen- 
vuelve Qucrol  dramiltii.iimi:nit!  en  un;i  composición 
bcUísima ': 


tAfMla  A  t'ffMu,  i<HMk»iU  tM  el  Álmamiiti  ib  La  Mitttmüii  (tlOW. 


378  I.A  LITERATUBA   BSPASoLA 

Vmus  DO  (tic  1h  meretriz  Impura, 
ano  el  místico  emblema 
De  lii  iiiL-fs;mií'  y  rpiiaciente  vida 
Que  eternamente  dura 
D;l  casto  amor  bajo  la  ley  suprema. ' 
Venus  es  la  escoodidn 
Fuerza  qac  late  en  todo, 
Alma,  por  arle  misleríoso,  unida 
Del  cuerpo  vil  al  deleznable  lodo; 
Es  cl  consorcio,  el  plácido  himeneo. 
La  infatigable  creación,  la  esencin 
Que,  por  secreto  modo. 
Vivida  alienta  el  peninaí  deseo. 
Venus  es  la  existencia 
Que  audaz  la  muerte  (vasajem  tronca, 
Pero  que  entre  sus  brazos 
Naturaleza  con  amantes  lazos 
Perpetua  engendra  sin  cansarse  nunca. 

TambiOn  hny  en  Mnltorca  quien,  sustiayCndose 
parte  i\  V.x  iníluencia  del  Renaatnietito  en  bo^ra,  prefie- 
re formar  con  los  que  piensan  y  cantan  en  el  fran  idií>- 
ma  naLÍünül.  Junto  a!  pocia  reglonalisia  Miguel  Costa  y 
Llobera,  y  con  tendencias  bien  diferentes,  podemos  ci- 
tar A  Juan  Luis  Estclrich,  coleccionador  de  una  Antoio- 
f;(a  de  pactas  Uncos  tíaiíairos,  tradncidos  cu  verso  '. 
muchos  por  ¿-I  mismo,  que  ha  encontrado  en  esta  labor. 
quiiíii  inconscientemente,  un  medio  dq  fijar  la  confusii 
abundancia  de  ideas  y  las  oscilaciones  de  forma  y  estilo 
que  ofenden  en  sus  Pritn/cias  *.  Con  mis  estudio  y 
menos  indecisión  dejanl  de  serle  esquiva  la  Beltcsa  re- 
cóndita de  que  tan  amargamente  se  queja: 

Su  amanto  soy,  y  ral  existencia  ignora, 
Siento  cl  ansia  sin  lin  de  l'rometeo; 
Sueno  la  luz,  y  se  obscurece  el  día; 
Cojo  cl  buril,  y  mU  ideales  puros 
Hl  calor  en  los  mármoleü  engendran 
V  el  monstruo  sólo  mis  callosas  manos. 


•    Pnliiu  4c  Maltorvj.  IWi. 


Joven  y  mallorquín  como  Esteirich,  descubre  Juan 
Alcover  en  sus  Poesfas  '  un  gusto  mAs  acrisolado  y 
uniforme,  unn  fant:tsia  esplíínüida  y  educada  con  co- 
piosas y  bien  dieeridas  lecturas,  y  un  dominio  de  la 
versiíicacit^n  que  honraría  A  cualquier  poeta  castellano 
de  nacimiento.  Tal  vez  se  asoma  á  los  jardines  de  Cam- 
poamor;  pero  de  ordinario  prefiere  libar  las  flores  del 
sentimiento  y  la  ilusif^n  fascinadora  A  embriagarse  con 
tos  corrosivos  jugos  de  la  dada  y  el  desencanto.  El 
mismísimo  Antonio  de  Valbucna  no  tuvo  reparo  en 
colmar  de  elogios  las  poesías  de  Alcover,  analizando 
su  pocmita  £t  nido  con  justlñcada  dt'lcctncÍ<Sn,  y  co- 
piando el  delicioso  apólogo  La  nube  y  la  fuente,  que 
también  ofrenx»  ¡I  mis  lectores: 

TrOmuIa  de  placer  ana  fontana, 
Al  beso  h.iU{;»Uor  se  sonreía 
Del  &ol  de  la  mañana. 
Mas  de  pronta  una  sombra  se  interpuso 
Entre  el  amante  y  ella, 

Y  con  rumor  confuso 

Así  l:t  luente  dice  y  se  querella: 

—¿Por  quí  de  mi  tesoro. 

Por  qué  del  recalado  sol  del  estío, 

0»e  en  mí  hañah;i  sus  cabellos  de  oro, 

Me  privas  importuna?— 

1-n  nube  respondió:— ¿Del  seno  mío 

No  -tabes  tú  que  brota 

ti  a^a  que  destila  gota  á  gota 

Ese  pcAasco  azul  sobre  tu  cuna> 

¿No  sabes  irt  que  el  sol  que  le  embelesa 

ExtiniTuiéndotc  va  cuando  te  besa? 

No  lloros,  pues,  ingrata. 

Porque  el  materno  amor  que  te  da  vida 

Guardarte  quiera  del  amor  que  mata.— 

listrrmceió  la  selva  obscurecida 
ÍMiiÉl  y  fresco  viento; 
Suspiríi  su  follaje  movedizo, 

Y  la  nube,  llenando  el  firmamento. 
Sobre  la  tierra  en  llanto  se  deshilo. 


'    r*kn  «c  Mnllom,  Vm. 


390 


LA  LITERA-TORA  SSPASOLA 


El  amor  a\  dialecto  y  A  todas  las  cosas  do  la  tierra 
es  mrts  Intonso  y  exclustv¡«a  en  Cataluña  que  en  las 
otras  dos  regiones  hermanas,  y  los  ooniados  versifica- 
dores que  se  resuelven  A  abandonarlo  piensjtn  rcal- 
menie  en  cataWn  y  traducen  su  verbo  interior  en  frase 
castellana  con  la  premiosa  diticiiltad  de  un  1iisp»nófilo 
extranjero.  No  contaré  entre  (as  excepciynys  á  Jaime 
Martí-Miquel,  el  infatigabLc  traductor  de  Poemas  y 
Por.tíaf:  <le  los  primipalcs  atUores  y  extrattjrros,  é 
quien  no  ap-adecerían  mucho  su  ser^'¡cio  Lord  Byron. 
Walter  Scott,  Víctor  Hug-o,  Musset...  y  León  XIIL 
Aunque  significa  algo  míU  el  nombre  de  Juan  Tomás 
Salvany  que  va  al  frente  de  dos  voliimcncs  en  verso,  y 
aunque  en  los  dos  hay  diamantes  revueltos  con  escoria 
y  Calco,  padece  el  incenio  que  los  ha  producido  los  acha- 
ques, al  parecer  contrarios,  de  la  hinchazón  v  el  prosaís- 
mo, se  eleva  del  suelo  con  la  misma  facilidad  que  des- 
ciende hasta  él,  y  por  el  deseo  de  mantener  las  cuerdas 
de  la  lira  en  rígida  y  violenta  tensión  consigue  sólo  que 
estallen  en  vibraciones  inhiirmónicas.  El  idioma  de  la 
naturaleza  y  del  espíritu,  con  cuya  esponti'inea  elocuen- 
cia atina  Salvany  en  ocasiones,  excluye  los  adornos 
postizos  y  el  hablar  ttorrcttíto,  con  que  se  hacen  osten- 
sibles los  desfallecimientos  de  la  inspiración- 
Poeta  de  certámenes  llamaría  yo  á  D.  José  Devolx, 
qlie,  con  efecto,  ha  obtenido  en  ellos  muchas  coronas, 
si  sobre  unos  y  otras  no  pesítra  el  justificado  desvía 
con  que  hasta  la  mus  laxa  benevolencia  ha  de  mirar  la 
apoteosis  del  mal  gusto  y  la  prosa  rimada,  hecha  por 
obscuros  jueces  en  la  persona  de  más  obscuros  agra- 
ciados. El  Sr.  Devols  obtuvo  premio  en  los  Juegos 
Florales  con  que  se  solemnizó  el  primer  matrimonio 
de  D.  Alfonso  XU  (1878)  por  el  Ayuntamiento  de  Ma- 
drid, y  cuyo  Jurado  eonsticufim  ilustres  miembros  de 
los  Reales  Academias  Espaflola  y  de  la  Historia.  La  oda 
laureada,  EJ  amor,  descn\*uelve  un  plan  demasiado  ex- 
tenso, y  es  de  ejecución  desigual,  rdpida  y  fricil  rt  tre- 


BM  EL  SIGLO  XIX  3^ 

chós,  deslucida  en  otros  por  lugares  comunes  y  tautolo- 
gías. Hity  al  final  algunas  estrofas  que  encierran  en  ger- 
men la  composición  .-í  ¡a  tntijcr.  presentada  en  un  cer- 
tamen de  Burgos  por  el  roUmo  autor  y  que  mereció  et 
accésit.  Por  último,  al  Sr.  Devolx  adjudicó  la  Academia 
de  la  Lengua  el  primer  premio  ofrecido  A  la  mejor  pue- 
sta que  conmemorase  Uis  j^lorias  de  D.  Pedro  Odderón 
tic  I»  Barca  en  su  segundo  centenario,  sufriendo  este 
dictamen  vivos  ataques  de  algunas  publicaciones,  mien- 
tras era  en  general  recibido  con  silencio  sospechoso, 
equi^iilente  A  la  indiferencia. 

Con  motivo  del  ajíendereado  centenario  dedicó  al 
gfnin  poew  de  Im  ^ida  es  suelto  otra  oda,  premiada  en 
diez  ó  doce  cerulmenes,  un  D.  Nicolils  Taboada  y  Fer- 
nández, imitador  de  Quintana  en  el  estilo  y  las  ideas, 
amigo  de  la  declamación  oratoria  3*  los  anatemas  con- 
tr.1  los  muertos,  tan  esmerado  en  la  factura  de  los  ver- 
sos como  deficiente  co  ct  fondo.  Con  el  titulo  de  Albo- 
res, poesías  prctmnttas  ^  itii'riilas  '  ha  coleccionado 
ISK  mejores  y  las  peores,  entre  las  que  descuella  la  an- 
teriormente citada. 

Carlos  Coello,  el  autor  de  los  CtwHtos  ittvcroí^imilfS, 
&  quien  ya  conoceremos  wmbiOn  como  dmm¡ítico,  dejó 
en  5U  temprana  muerte  una  reputación  de  sonetista 
que  no  carece  en  absoluto  de  fundamento,  aunque  la 
híiyn  exagenido  mucho  la  amistad.  Escojcfa,  no  siempre 
con  acierto,  los  rasgos  finales,  prcpar.-lndolos  hábil- 
mente, pero  sm  cuidarse  tanto  de  ta  naturalidad.  El 
soneto  i\  D.  Francisco  Salas  en  h\  muerte  de  su  hijo, 
termina  así: 

Huye  el  vano  placer,  amigo  artero. 
Sembrando  fa  vergüenza  de  maflana. 
Cual  la  lanza  de  Aquilcs,  el  sincero 
Dolor  la  herida  que  produce  sana; 
Que  el  hombre  templa  í  golpes  el  acero, 
Y  A  golpes  templa  Dios  el  .lima  humana. 


*    Ukdrld.  VfÜ. 


3RS  LA  UTEKATUBA  ESTAÜOLA 

El  adiós  de  CdcUo  á  las  musas,  repique  de  casoibc- 
les  que  no  parecía  prcsairiar  cl  de  la  campana  fúnebre, 
es  cl  jócosu  cuento  en  verso  I^s  trc^  lurntatias,  que 
inserid  el  Alntanaqtie  de  La  Ilttstradóu  para  1888. 

Al  tropezjir  aquí  con  Eusebio  Blasco,  iicrdonen  sus 
devotfts,  no  él,  que  habla  de  si  mismo  con  laudable  mo- 
destia, si,  decidido  A  administrar  justicia,  y  aun  no  evo- 
cando la  negra  sombra  de  los  Atpegio.t.  proscritos  hoy 
de  las  librerí.'Ls,  no  Mepo  ¡i  reconocer  tampoco  en  lus  So- 
Irdadrs  •  ni  en  las  Poesías  /estivas  *  cl  alicnt<.'  de  una 
personalidad  que  sienta  y  piense  por  cuenta  propia. 
Blasco  se  acuerda  con  excesivo  empello  de  Becquer  y 
Campoamor,  ralamdo  liis  rímxs  y  las  doloras,  como 
quien  no  sabe  andar  su  camino  sin  atender  al  trazado 
de  la  guía,  como  principiante  inexperto  que  no  se  atre- 
ve A  confiar  en  sus  fuerzas.  Esta  observacicm  se  refiere 
A  las  Solctlailfs,  descontando  una  poesía  A  la  Virgen  del 
Pilar,  otra,  aftadída,  ¡i  los  prodigios  de  la  industria  (Las 
ferrerfas),  y  cuyos  alejandrinos  suenan  mejor  que  el 
Htulo,  y  las  que  no  estAn  precisamente  ímiíadas  de  un 
autor,  sino  de  muchos.  En  los  bambochazos  de  las  Poe- 
s(aa  festivas  brotan  los  chistes  con  espontaneidad,  pero 
tal  vez  rt  expens:is  del  pudor  y  de  la  gramiUica,  llejían- 
do  entonces  l;is  libertades  para  con  el  uno  y  la  otra,  y 
la  amplísima  laxitud  de  criterio  que  se  permite  cstiUu: 
Blasco,  á  los  límites  de  lo  intolemWc. 

Por  el  fervor  y  la  asiduidad  con  que  se  consagra  & 
la  Poesía,  da  indicios  de  tomarla  en  serio  Luis  de  .\n- 
sorena,  en  cuyas  sombrías  producciones,  que  por  con- 
tnidicción  extrafta  ocupan  frecuentemente  las  colum- 
nas del  Madrid  Cótniio,  centellean  ráfagas  de  luz  no 
siempre  procedentes  de  hi  imitación.  Cosas  de  ayer  y 
E3  puñal  df  Alhacctc  están  diciendo  cuáles  son  las  filo- 
sofías, y  cuAles  los  modelos  preferidos  por  el  autor.  El 


•    Madrid.  1876. 
■    Madrid,  ism. 


un  Ru  sicIjO  XIX  3B3 

p-énoro  cHmpoamoríano  sin  la  grada  y  hi  flexibilidad 
t|Uc  le  son  prop¡;is,«y  con  ck-rto  dejo  de  austera  eleva- 
ción mural,  tiene  en  Ansorena  un  cuUiv.-idor  asitluo  y 
ri*Uitiv:imvnte  afurtun:ido. 

Mucho  tiempu  antes-  que  apareciese  en  !ms  ¿jittes 
lie  E¡  Jmparria!  [1  de  Septiembre  de  1891 )  el  artictUo 
de  Federico  Balart,  en  que  nos  Imblnbn  con  justo  en- 
carwimiento  de  Cn  /tai/usgo,  el  del  autor  de  Dédato, 
Gonzalo  de  Castro,  conocía  yo  algunas  composiciones 
de  este  poeta  que  me  hicieron  formar  de  él  una  idea 
muy  aproximada  á  las  apreciaciones  del  celebrado  críti- 
co. Como  ^1,  entiendo  que  la  (acuitad  predominante  en 
Castro  es  la  ¡m;iff  i  nación,  de  cuya  savia  brout  el  capri- 
choso pero  esplendido  ramaje  de  metáforas  y  descrip- 
licnes  características  en  el  autor;  que  "esa  factütad 
imag-inativa  tiene  á  su  servicio  un  vocabulario,  no  siem- 
pre rlínirosamente  exacto,  pero  siempre  rico  de  nom- 
bres correctos,  de  adjetivos  pintorescos,  y  sobre  todo 
de  verbos  expresivos  que,  un:is  veces  en  sentido  pri>- 
pio  y  otras  en  sentido  ñgurado,  comunican  .il  estilo 
rid;t,  calor  y  movimiento",  y  que  no  falta  á  Castro  pora 
ser  poeta  de  primera  fila  nada  más  que  el  arte  de  com- 
poner, por  cuyo  defecto  "'muchas  de  sus  poesius,  ó  des- 
carrilan, iJ  desmayan,  ó  Sic  desvanecen  á  nuestra  vista 
cuando  más  cebados  nos  tienen  en  su  lectura".  Hl  fon* 
do  mciunalista  de  algunos  versos  y  la  afectación  de 
grandcjuí  y  originalidad,  son  otras  dos  cosas  que  me 
desagradan  en  Castro.  Como  muestra  de  sus  aptitudes 
servirá  la  siguiente  deímición  teúrlco-práctíca  de  la 
Poesía; 


¡1^  Poesía!  Impulso  bendecido, 
Tal  VC2  de  Dios  el  misterioso  rastro. 
Nace  en  el  corazón,  como  el  latido, 
Y  se  pierde  en  el  cíelo,  como  el  astro. 

Vibra  sin  cuerdas,  sin  buriles  labra; 
Condcns.-ici<'>n  pasmosa  de.  las  artes, 
Su  cuerd.!  y  su  buril  son  la  palabra. 


3M  LA  LrmiIATUItA.  BSfAAOCA 

Us  la  santa  elocuencia 

De  todo  lo  creado  é  increado* 

\Ln  idea  y  el  tattdo  hechos  cadencia! 

[El  Inmortal  espiritn  rítnado! 

Y  el  alma,  y  los  espacios,  y  La  tierra. 

Cunnto  f^iarda  en  su  (onda  el  universo, 

Con  su  poder  lo  encierra 

En  una  linea  mAKÍca...,  en  el  verso. 


Federico  lialart,  que  ha  servido  de  heraldo  al  aulor 
de  Dé<iaJo,  escribe  también  hermosas  poesías,  inspira- 
das por  ese  sentimiento  profundo  y  melancólico  que 
dejan  en  el  alma  las  ruinas  üc  la  felicidad,  por  esc  amor 
purísimo,  casto  é  inmaterial,  que  es  como  la  sombra  Jel 
bien  perdido,  revolando  en  torno  de  la  memoria  y  de 
jando  en  ella  altemativiimcntc semilla  de  dolores  y  iU< 
grlíis  de  terror  y  de  cspernnzí».  El  antifcuo  redactor 
de  Gil  Blas,  el  escritor  punzante  y  cáustico  que  pare- 
ce disponer  de  un  sexto  sentido  para  descubrir  el  ras- 
tro de  lo  cómico,  así  en  las  obnts  de  la  naturaleza  como 
en  las  del  arte,  hu  tejido  sobre  In  tumba  de  su  esposa 
una  carona  de  -siemprevivas  regada  con  llanto  de  los 
ojos  y  sanirre  del  coraj:ón,  como  si  jamils  hubiese  ver- 
tido su  pluma  una  crota  de  hicl;  habla  el  lenguaje  del 
misticismo  cri'>tÍano,  y  de  la  fe  resipiada  y  tranquila, 
como  si  su  inteligencia  no  $e  hubiera  asomado  i.  tos 
abismos  nebros  de  la  duda,  y  sabe  destüjir  de  la  mirra 
del  infortunio  las  mieles  de  la  confidencia  psicológica 
y  el  arrobamiento  contemplativo.  Al  hacer  Balai't  á  su 
esposíi  muerta  la  /^tH/tíiiaÓM  <lc  sus  canciones,  Je  dice 
con  sencillez  conmovedora: 


lel^ 

4 


Desde  que  abandonaste  nuestra  morada, 
De  la  mortal  escoria  purificada. 
Transformado  está  el  fondo  del  alma  mía, 
Y  voces  nign  en  ella  que  antes  no  ofa. 

Todo  v-'Uluuo  en  la  tierra,  y  el  mar,  y  el  viento, 
Tiene  matiz,  «ri»ma,  lorma  ú  acento, 


1 


Bf«  EL  SICLO  XIX 

IV  mi  Animo  abntido  turba  la  calmn. 

V  ea  canción  se  convierte  dentro  del  alma. 

Ya  lo  vtó:  las  canciones  que  te  consairro 
lin  mi  mente  han  nacido  por  un  milagro. 
Nada  en  ellos  es  mío,  todo  es  don  tuyo; 
Por  eso  á  tí  de  binojos  las  restituyo. 
¡Pobres  liojas  caldas  de  la  arboleda. 
Sin  su  verdor  el  alma  desnuda  queda! 

Pero  no,  que  arin  te  deben  mis  amarjfuras 
OtTíUi  Tn.ls  delicadas,  otras  mrts  puras. 
Canciones  que.  por  miedo  de  profanarlas, 
Ga  ol  aliTbi  conservo  sin  pronunciarlos. 


3S 


V  todavía  nos  bítbla  el  poeta  de  otras 

Dmciones  sin  paUíbra,  sin  pens;»miento. 
Vajeas  emanaciones  del  sentimiento, 
Silencioso  gemido  de  amor  y  pena 
Que  en  el  fondo  del  pecho  callado  suena; 
Aspiración  ronTu-ia  qac,  en  vivo  anhelo. 
Ya  es  c.nnción,  ya  ple;;ari.i  que  .sube  al  cielo; 
Inquietudes  del  alma  de  amor  herida, 
Vagos  presentimientos  de  la  otra  vida; 
Estasis  de  la  mente  que  á  Dios  se  lanza: 
Luminosos  destellos  de  la  esperanza; 
Voces  que  me  ase;íuran  que  podré  verte 
Cuando  hI  mundo  mi.*)  ojos  cierre  la  mucrir; 
¡Canciones  que,  por  santas,  no  tienen  nombres 
En  ta  leoicua  grosera  que  hablan  los  hombrea! 

Esas  de  mi  esperanza  fijan  el  polo;— 
I V  ¿sas  fion  las  que  guardo  para  mi  sólo! 

Paisanos  de  íialart,  quiero  decir,  nacidos  en  Murcia, 
son  otros  dos  poetas  Á  quienes  el  tiríVntco  silencio,  y 
t)UÍzá  lu  susf  ícacin  de  la  opinión  ante  Lodo  libro  de  rtma^ 
00  auiiirirado  por  una  firma  ilustre,  negaron  la  hojaUc 
Iaun:l  que,  en  mi  juicio,  les  corresponde.  De  uno  de  ellos, 
Ricardo  Gil,  disentí  el  mencionado  critico  de  ¿o^  /.ím<'5 
de  Ei  fiit parcial  (ló  de  Septiembre  de  ItW),  cinco  aflos 
después  de  publicadas  las  pocsúis  De  ¡os  qm'uct  lí  ltí.< 

lONO  u  25 


-  tí6  LA  LITERATURA  ESfAÜOLA 

trri'nía,  diciendo  asi,  después  de  copiar  dísiintos  trag- 
laentuK  fscogidos: 

"1^1  (jmtH:i/»n  de  nuestro  poeta  siempre  os  sincera  y 
profunda,  pero  casi  siempre  reprimida,  con  lo  cual,  lejos 
de  dehilitiirsc,  adquiere  la  fuerza  de  un  licor  reconcen- 
trado. 1^  delicadeza  es  uno  de  los  modos  que  tiene  Je 
funcionar  la  fuerza... 

"Desmenuzarlas  obras  de  un  poeta  como  Ricardo 
Gil,  no  es  dar  idea  de  su  mérito.  Despedazadas  de  esc 
modo,  des;»parecc  uno  de  sus  principales  méritos:  la 
composición.  Nadie  supera  il  nuestro  poeta  en  la  elec- 
ción de  asumo,  ni  en  la  distribución  de  las  partes  que 
cada  uno  da  de  si.  Sus  temas  son  siempre  poéticos,  su 
composición  es  siempre  lój;^ca,  es  decir,  acomodad?  al 
fin  que  se  propone,  y  ese  fin  nunca  deja  de  ser  artísti- 
co, aunque  la  obra  resulte  además  iluminada  por  al£:ún 
pensamiento  profundamente  moral.  Kl  sentimiento  da 
calor  íitodassus palabras,  yelestilocs^empre  un  ropa- 
je flexible  que  se  ciñe  al  pensamiento  del  modo  mils  con- 
veniente para  modelar  sus  formas  sin  destigurarlas." 

No  ha  tenido  (anta  suerte  como  Ricardo  Gil  el  autor 
del  Roitiantrro de  Don  Alvaro  fíasátt,  primer  Marqués 
de  Santa  Cruz  de  hStulda  ',  Ricardo  Sánchez  Madrisrul. 
Omulodcl  Duque  de  Rivosy  de  Zorrilla,  narrador  cniu- 
siaíita,  más  Úrico  que  ¿-pico,  de  antiguas  pero  inmarc*< 
sibtes  proezas  espaflolas. 

en  esc  romance  altivo 
de  antigua  y  noble  prosapia, 
cuya  scncílic):  ingenua, 
eayas  robu!)t.ii>  estancias, 

SoH  privilejiio  que  tienen 
habla  y  gloria  c-.istellanas, 
como  coa  ellas  nacido 
al  fragor  de  las  batallas. 

Lu  toma  del  hábito  de  Santiago,  el  socorro  de  Mal- 
ta, las  haxinus  de  la  conquista  de  Portugiil  y  las  islas 


■    UnJrU,  IH»). 


SIGLO  XIX  387 

Tcrcvras,  los  ümbvcs  grucireros  y  poltUcos  que  ag:[$:an< 
tan  \it  soberbm  figura  de  Don  iVJvaro  de  Bazán.  acrecen 
también  la  Tena  de  su  panegirista,  que,  al  referir  con 
gallardía  y  dcscmbanizu  los  hechos  contenidos  en  la 
historia  de  su  héroe,  ora  \ix  esculpe  en  raíaos  concisos 
j  esculturales,  ora  los  pinta  con  la  vivacidad  de  un 
lieny.u  flamenco,  ora  los  canta  con  fjrandilocuencia  he- 
rreríona.  La  pesadez  de  algunas  enumeraciones,  la  ex- 
cesiva ntriedad  de  las  asonancias  y  el  des;dÍento  prosai- 
co, que  tal  %-ez  cortan  los  vuelos  á  la  musa  de  Sitnchez 
Madrigal,  no  quitan  para  que  sus  romances  se  hom- 
breen sin  gran  desventaja  con  los  de  C/n  casteilaao  ¡eat 
y  A  buen  jties  mejor  íi'síígo. 

Tampoco  es  celebridad  fastuosa  la  de  Carolina  Va- 
lencia, dulce  y  simpática  po<:tÍsa  que  desde  el  retiro  de 
sti  hopar  (porque  ni  reside  siquiem  en  la  corte)  tuvo 
el  arrojo  de  lanzar  al  público  un  libro  de  Foesfus  ' 
empapadas  en  los  aromas  del  romanticismo,  tejidas  de 
plegarias  religiosas,  ensueflos  de  amor  ideal,  visiones 
dtt  ios  siglos  muertos,  serenatas  trovadorescas  y  arru- 
llos orientales;  inspiradas  canciones  de  un  Zorrilla  fe- 
menino que  ama  con  apasionada  ternura  los  eternos 
encantos  de  la  Madre  Naturaleza,  y  los  de  la  Historia  y 
la  Rcligjt^n  de  nut-stros  padres;  hojas  verdes  y  lozanas 
desprendidas  del  í^rbol  de  un  corazón  sano  y  nutrido 
por  la  savia  de  !a  fe,  el  patriotismo  y  el  amor.  Los 
que  estiman  mortal  toda  culpa  contni  el  Decálogo  de 
la  modjt,  no  perdonanln  A  Carolina  Valencia  sus  aSeio- 
ncs  A  mirar  hacia  atrás  y  hacia  lo  alto,  ni  su  desdén 
pora  con  ]¡i  realidad  presente;  pero  quien  busque  el  rt- 
fugio  del  ideal  para  sustraerse  á  la  pesadilla  horrible  del 
pesimismo  que  nos  invade,  quien  desee  respirar  auras 
(niras  y  salutíferas,  y  embri;taarsc  d<:  piTÍumcs.  notas  y 
colores,  y  volver  ¡I  sentir  1;ls  impresiom-s  que  haya  ex- 
perimentado en  la  lectura  de  los  Cantos  del  /rovador, 


r«k>Kla,  Í9)K< 


386 


r™\.  LirERATUBA  ESrAÜOLA 


el  poenuí  Granada  y  Las  mujeres  det  Ei'atigelfo,  sin  la 
molestia  de  la  repetición,  y  con  el  sefluela  de  lo  desco- 
non'do,  acuda  A  estas  Poesías  de  una  mujer  que  reúne 
el  nombro  y  la  inspiración  de  la  Coronado  con  el  tono 
viril  y  las  plausibles  audacias  de  la  Ax'cllancda. 

Pocos,  muy  pocos  son  los  que  conocen  y  utilizan 
el  valor  onomatopíyico  de  las  pukibras  como  la  seflora 
Valencia,  cuya  alma  es  un  arpa  cólica  de  la  que  nacen 
las  rimas  como  agua  de  manantial  copioso;  síilo,  sí. 
debe  la  autora  ponerse  en  guardLi  para  que  su  espon- 
taneidad no  la  arrastre,  sc(;ún  1u  ha  hecho  hasUi  nqul, 
á  imitar  los  caprichos  seniles  de  Zorrilla,  seflalada- 
mente  el  de  apilar  las  consonancias  por  medias  doce- 
nas, alardcjmdu  dt-  una  híibítiJad,  disculpable  en  el  in- 
signe maestro,  pero  que  fdcilmcntc  degenera  en  juego 
de  niños. 

La  generalidad  del  publico  no  suele  ahora  karersr 
cargo  de  las  poesías  serias  que  salen  d  luz  (j-  en  mu- 
chos casos  no  le  falta  razón  para  conducirse  asO-  En 
cambio  agota  ejemplares  de  los  numeres  del  Madrid 
Cómico  y  otros  periódicos  harto  menos  decentes,  y  se 
descalza  de  risa  con  las  líneas  desig^ualcs  en  que  se 
retratan  A  carbón  escenas  cursis,  flamencas  ó  de  vida 
airada.  Hay  unos  pocos  ingenios  que  en  el  antedicho 
papel  semanal  insertan  versos  de  intachable  factura. 
donairosos  y  perfectamente  cincelados;  pero,  aun  pres- 
cindiendo por  un  instante  de  las  frecuentLsímas  faltas 
de  respeto  A  la  moral  y  al  decoro,  en  que  suelen  abun- 
dar por  desgracia,  y  que  son  cebo  de  la  malicia  y  es- 
cuela de  corrupción  para  la  juventud,  ¿pueden  clusifi- 
cjiTse  buenamente  en  ningún  género  poíiico  Uls  chusca- 
das de  Sincslo  Delgado,  el  pontiriee  del  gremio,  de 
Perez  Zúniga,  López  Silva  y  cien  mils  ',  que  hacen  con 


)  BntTT  cUn  JoM  Eslnüll  jr  Luli  Royo  y  VfUanurva.  v¡r  no  Bicvniíi  cntn 
1M  rrdftclom  de  plnntlIU  de\  MaiirU  Otmko.  Kl  i>r1niero  w  ha  dudo  á  i-nnocrr 
por«mctun[>«AiM  librepensadoras,  y  «1  *tguiulAc-i  autor  dd  gniclMO  OfiAMU- 
lo  JAwcAm  <k  iMo.  El  attdsBo  de  U  fmM  y  «I  drMmbanxo  on  la  rJccvcMn 


EN  EL  SIGLO  XIX  389 

la  rima  lo  que  Taboada  con  la  prosa,  y  MecacHis  y  Ci- 
lla con  el  lápiz? 

La  nota  festiva  ha  vivido  siempre  á  título  de  varían- 
te  entre  las  infinitas  manifestaciones  en  que  puede  ex- 
teriorizarse la  inspiración  poética;  pero  cuando  mono- 
poliza el  puesto  de  todas  las  demás  y  ejerce  funciones 
docentes,  y  se  hermana  con  la  grosería  y  el  cinismo..., 
entonces,  ó  corrompe  el  gusto  y  las  costumbres  de  la 
sociedad,  ó  indica  que  ya  están  corrompidos  y  extra- 
viados. 


mmprwn  en  el  SovMma  BipeJo  y  Doetrinat  <U  caholterot  en  doce  remanecí,  por  tí 
taekUUr  Don  DUgo  de  Briagat  [Madrid,  1887},  manojo  de  fltchas  satíricas  con 
qne  te  acreditó  una  vei  más  el  a^do  Ingenio  de  Santiago  de  LtntorH.  Tbdo  en 
ftrpMo,  finalmente,  se  rotula  an  libro  recentísimo  de  Vital  Aia,  hermano  ge- 
Bek)  de  sos  comedias,  pasillos  y  saínetes. 


w^!-^ 


^^^crr^^^Jáfe^^^^s/ 


^^"-^^^¿^^(^áe^^^ 


-^^ 


rz 


CAPITULO  XXII 
Oltihas  bvolucionrs  du  va  utiíratura  dramática 


KrhfcMKjr  I  y  ni  m<ii«-U. 


T  A  revolución  de  IH(i8,  rebosando  los  límites  de 
JLj  la  política  y  extendiéndose,  como  invasor  Ocia- 
no,  &  todas  las  manifestaciones  de  la  vida  so- 
cial, coincide  en  la  esfera  del  arte  con  el  ecliiise  de 
la  inspiración  sana  y  luminosa,  con  la  apoteosis  del 


*  D.  }<t^  Kchcfptny  tuic\6cn  MAdrld  cIbRa  ItOS;  per«pBt4lMd»i 
cnMurda,  (iicuyo  InmKulo  «e  ginivi  de  bachiller  -UldooMlD 
msitell  lascirni.'L»<iciiiciaH.  IncrcOcn  la  üacdcW  di-  CamlniM.  cIi-MqH 
eativ  AUS  candi  «cipo  ICA  por  In  arillcucliln  asidua  y  d  Ingenio  penetrante.  K  ] 
dncoaflos,  y  vn  rl  dv  IMíL  Urmlnaba  la  camr*  Je  lajcnlnií.  iJcnilo  dc>ttn«iliv 
>ucnl vanen Ur  ti  vurlaH  provlni-laa,  hanla  qutr  v«lvi4  4  MailrU  CQ¡no  prQfcwrt 
de  la  anlnHclia  Eicnclx.  oi  la  >|ue  le  k  t-onflaron  iHiIiniax  claan  lie  Mairiiuu 
tlcaí  panu  )■  ajillnulai.  En  ttwdlo  Je  ut»  i-Kpllcartomr«.  y  ii  ta  tu  qoe  rompo- 
lUa  l«mtnm<M  tratntlo*  dentllkon  de  {{ran  TepuiacMn  '^n  GciwAa,  ic  coatriifTi^ 
al  estadio  itr  la  Bconomla  política,  y  iian  le  muitM  alciln  i.-tpAi.-io  de  Hrmpo 
para  devorar  llhrtn  J«  Liuratnra.  bkn  tiaedP  foña*etnn  \oi  Ia(ur«>  lauírlea 
de  autor  dtiunáiJco.  Al  euatlar  In  rcvoluclAn  At  1W>N  luc  HcbcexTAy  unn  de 
'li*  irA*  (crTOfWMjn  adepto»,  y  la  itr»l*  como  Dlrvclor  de  Obra»  pública*  y  M(- 
nlMrodcFoiBfflto.  VoWU  *  dcacmpelLir  cna  cnncra  ni  tS73,  y  iwcch  ■nr'^^ 
da^puf*  la  óe  Hacknda.  qiw  huMi  de  abandonar  al  proclaman»  la  RcpohHca. 
KiBÍ(rad«  A  Path,  dond*  compaso  cu  drama  R  lOra  lal^auHa,  MfnUcro  j»or 
tercera  TU  en  leTJ,  y  dude  cnUm^Tt  alejado  d«  Vv  parüdM  y  db  La  rhU  pA- 
Mtciu  oontcntú  A  ncrjbir  para  «1  irairo  con  una  «ctltldad  pnxUcloMi,  (|ne  na 
paf«cc  scotaiU  baau  la  leCtia. 


SN  El.  SIGLO  XIX  391 

vicio,  y  la  prostitución  de  la  Poesía,  coyas  doradas  vcs- 
tidanis  se  arrastraban  por  c!  lodo  de  las  calles,  y  de 
cuyos  labios  aridecidos  sólo  brotaron  la  vulgaridad 
demoledora  y  el  cliiste  obsceno.  Ante  tan  lúgubres 
perspectivas  enmudeció  la  exigua  falange  de  los  que 
supieron  en  días  más  serenos  perpetuar  las  glorio- 
sas tnidicioncs  del  Teatro  csimflol,  invadido  entonces 
por  la  parodia  arlequioescn  y  las  frivolas  locuras  de 
Offenbach. 

Tamayo,  el  creador  sublime  de  I/h  drama  nuevo 
y  Lo  positivo,  dio  por  terminada  su  carrera  con  la  es- 
trepitosa silba  que  le  valieron  Los  kombn'S  tie  bien; 
Ayala,  que  había  vendido  su  primogenitura  A  los  hom- 
bres del  desgobierno  triunfante,  arrinconó  la  lira  para 
no  verse  obligado  á  convertir  sus  cuerdas  en  axote 
vengador;  los  dramáticos  de  menor  talla  seguían  la 
consigna  del  silencio,  ó  so  dedicaban  A.  cosechar  los 
laureles  de  una  popularidad  efímera  y  deshonrosa. 
Alguna  vez  cruzaron  por  bis  tiibUis,  como  fugíiccs  me- 
teoros que  servían  para  que  mejor  se  conociese  l:i 
abyección  general,  producciones  nuevas  de  antiguos, 
maestros  que  se  llamaban  Gitrcia  Gutiérrez  ó  N'úflez  de 
Arce. 

Toda  anarquía  trac  de  la  mano  una  dictadura,  todo 
tSesbordamícnto  una  reacción.  Para  despertar  en  el 
público,  que  se  dejaba  conquistar  por  el  grosero  atrac- 
tivo de  los  Bufos,  el  germen  de  la  adormecida  emoción 
estética;  para  remover  las  fibras  del  sentimicniu  y  sus- 
tituir la  innoble  carcajada  por  los  latidos  del  corazón, 
cmn  neccsiirios  el  uso  de  un  procedimiento  heroico, 
cl  irresistible  atiiquc  de  nervios,  el  sangriento  apítrato 
de  la  tragedia  con  el  puflal  en  una  mano  y  el  veneno  en 
Th  otra,  de  modo  que  la  violencia  de  tos  revulsivos 
diese  paula litiamen te  lugar  á  una  resDiuracíón  urtls- 
tíca,  muy  difícil  de  conseguir  por  medios  directos. 

No  sé  si  nizoniuria  así  el  poeta  que  desde  el  puerto 
de  la  emigración,  y  en  la  hora  miis  crfüca  de  cumplir 


393  LA  LITBSAtUftA  SaPASOLA 

el  pr<^rama  indicado,  diú  ú  la  escena  espnftola  la  pri- 
mera olrrn  de  una  serie  que  lo  realiza  en  codas  sos 
partes. 

D.  José  Eche^aray,  cuyo  nombre  comenzó  A  sonar 
tm  la  Gloriosa  de  Septiembre  como  uno  de  los  prohom- 
bres del  partido  radical,  y  cuyo  famosísimo  di>>cursa 
parlamentario  sobre  el  qncnuuitro  inquisitorial  y  la 
ittuisa  de  pelo  incotnbustible  vivirrt  tanto  como  la  pre- 
sente generación,  dcspuiís  de  haber  sido  comcntíiUo 
en  todos  los  tonos  por  la  prensa  callejera,  inició  en 
el  Teatro  una  revolución  quizá  más  violenta  que  la 
política  á  cuyos  intentos  hiibia  servido. 

No  estarán  de  sobra  estos  datos  para  explicar  el 
éxito  alcanzado  por  Echegaray,  los  odios  y  los  entu- 
siasraos>que  excita,  unos  y  otros  apsisionadisimos  6 
injustos,  aunque  sobrado  frecuentes  en  esta  tierra, 
donde  lodo  vive  y  se  mueve  al  impulso  de  una  pulí- 
tica  implacable  'y  tortuosa.  En  el  ci'anscurso  de  los 
diez  y  siete  aOos  que  Echegaray  Heva  cons;if;rados  A 
la  escena,  se  han  oído  estallar  con  inusitado  lujo  de 
admiraciones  ridiculas  ó  injustiñcados  desdenes  todos 
esos  i^itos  de  oposición  ó  apoyo,  conformes  A  los  en- 
contradas sentimientos  que  á  i-ada  uno  inspiraba  el 
Jnier(}s  de  bandería.  Mirado  el  asunto  de  lejos,  con 
ojos  de  serena  imparcialidad,  es  fácil  descubiir  en  él 
la  complicación  de  un  drama  de  muchos  personajes  y 
lleno  de  peripecias,  cuyo  desenlace  no  ha  llegado  to- 
davía. 

Era  el  afto  1874,  y  cuando  el  furor  bufo  declinaba 
visiblemente  entregó  Echegaray  su  primer  obra  X  la 
escena.  Disfrazóse  con  el  anagrama  de  Jorge  Haycseca, 
que  pocos  descifraron,  si  bien  ¿V  Ittipardal  advirtió 
que  no  el  supuesto  desconocido,  sino  un  personaje  po- 
litico  muy  famoso,  em  el  verdadero  autor  de  E¡  h'ffro 
talonario.  Aunque  el  argumento  de  la  comedia  pecaba 
de  vulgar,  y  las  situaciones  de  violentas  y  amañadas, 
los  periodi&tas  y  revisteros  hablaron  de  ella  con  elo- 


KH  BI.  StOI.O  XIX  3^ 

y  mostrando  curiosiúad  por  descubrir  al  aaúnímo 
dmmaturgo. 

Con  esw  primera  tentativa  no  entró  Echegaray  de 
lleno  en  el  camino  que  con  tanta  fortuna  había  de  reco- 
rrer; aunque  moviendo  los  resortes  de  enérgica  pasión, 
aún  estaba  lejos  de  I:is  lobregueces  iniciadas  con  su 
segunda  obra,  La  esposa  ild  vengador,  drama  histúri- 
coquc,  no  por  su  color  de  ípoca,  sino  por  el  time  caba- 
lleresco de  la  acción  y  su  ninguna  conformidad  con 
tis  costumbres  del  día,  recordaba  los  tiempos  del  ro- 
mán licismo. 

I-os  personajes  p¡irecen  movidos  A  impulso  de  la  fa- 
talidad;  y  si  tienen  pasiones,  no  son  tas  que  comúnmen- 
te agitan  A  los  hombres,  sino  otras  violentas  hasta  el 
delirio,  pero  fríamente  razonadoras,  y  por  lo  mismo, 
innaturales.  Lo  es  mucho  la  de  D.  Carlos,  el  protago- 
nístu  del  drama,  al  enamorarse  frenéticamente  de  Au- 
rora. In  bija  de  su  mayor  enemigo,  el  conde  Pacheco; 
al  síicrificar  ese  amor  en  las  aras  de  un  odio  tradicional, 
dando  muerte  al  Conde  cuando  comienza  á  sentir  el  es- 
timulo de  la  pasión,  y  todo  en  cosa  de  pocos  momentos. 
casi  sin  luchar  consigo  propio,  sin  reparar  en  que  su 
crimen  ahoga  en  flor  todas  sus  cspcranzíis.  Y  esto  por 
lo  que  at;iñ(r  al  acto  primero  del  dnima,  pues  en  los  dos 
rcsbmte^i  aparece  D.  Carlos  con  el  nombre  de  D.  Lo- 
rcnro,  pretendiendo  el  poeta  hacer  mds  vciosimil  con 
este  disfraz  el  apasionado  amor  de  Aurora  al  matador 
de  su  padre. 

Femando,  enaraonido  también  de  Aurora,  luibla  con 
ella,  ron  Carlos  y  consigo  mismo  de  una  manera  tan 
helada  y  repugnantemente  egoÍi!>ta,  que  no  es  posible 
«upuner  en  él  una  sola  centella  de  amor,  ni  aun  sensual 
y  degenerado.  El,  que  con  una  perseverancia  inconce- 
WWe  lucha  con  su  rival,  seguro  de  que  jamás  podrá  su- 
plantarle, vuela  Sí  las  encantadas  orillas  del  Ganges,  y 
:dll  se  hace  con  un  (litro  para  dilatar  las  pupilas  de 
Aurora  y  conseguir  que  reconociera  en  el  supuesto  Lo- 


3M  I^  I^TBOATURA  ESPAflOLA 

Tcn7,o  A  D.  C^los  de  Quirós.  El  por  por  qué  de  tan  má- 
(Hca  avcntum,  digfuse  on  estas  palabras  de  Fernando,  di- 
rt^dos  á  la  joven: 

El  cadáver  de  tu  podre, 
de  rojo  sangre  el  torrente, 
la  viáUi  del  matador, 
de  la  luz  el  resplandor 
hirifndotc  de  repente, 
asaltaron  tu  pupila 
'  y  de  horror  la  contrajeron, 

pero  no  la  destruyeron. 

No  quiso  reparar  el  poeta  en  que  sólo  se  necesitaba 
una  pnlabni  de  Femando  (euyo  silencio  se  justifica  mal) 
para  destruir  de  un  golpe  la  ventura  de  los  dos  aman- 
tes, pues  con  decir  el  vcnladcro  nombre  de  I-orenzo 
podía  consegruir  lo  propio  que  con  el  maravilloso  filtro. 
Pero,  iadónde  ib¡i  A  parar  entonces  el  interés  de  la  fá- 
bula, bas.ido  tínicamente  en  confusión  tan  pueril? 

Entretanto  el  forjador  del  filtro,  con  la  imperturba- 
ble serenidad  de  una  estatua,  y  como  si  nada  le  doliese 
el  hacer  infeliz  á  Li  mujer  querida,  dice  en  un  extrava- 
gante monólogo; 

¡Pobre  Aurora!  Anhela  ver, 
y  así  conspira  en  su  dafio, 
sin  llegar  á  eompronücr 
que  el  dolor  del  desengaAo 
será  su  primer  placer. 

por  mi  honor, 

que  no  dudo  oí  un  instante; 
antes  que  verte,  ¡oh  dolurf 
en  los  brazosdc  otro  amante, 
muerta  te  quiere  mi  amor. 

Las  frases  de  ternura  y  apasionamiento  que  profi* 
re  Femando,  no  se  harmonízím  bien  con  su  egoísnio 
de  razonador  filósofo,  más  empeñado  en  destruir  la 
ventura  ajena  que  en  labrar  la  propia.  Con  estos  re- 


EN  EL  SICLO  XU 


396 


paros,  que  ni  son  leves  ni  todos  los  merecidos,  pierde 
mucho  en  interés  lii  situación  final,  compuesta  de  bc- 
IlcEas  y  absurdos,  de  idealismo  exaltado  y  proyecciontat 
de  linterna  mdRÍca.  Aurora  ve  A  Carlos  por  medio  del 
filtro  casi  en  la  misma  forma  que  le  vio  al  terminar  el 
acio  primero,  "iluminado  por  la  lámpara  del  Cristo,  el 
cabello  en  desorden,  la  espada  en  la  mano";  pero  aque- 
lla inesperada  visión,  horrorizándole  y  todo,  no  la  hace 
retroceder  en  suamoroso empeño,  especialmente  cuan- 
do Carlos,  vengando  en  sf  mismo  el  crimen,  se  abre  el 
pecho  con  la  daga.  Todo  lo  cual  arranca  A  la  infeliz 
amante,  después  de  su  matrimonio  ante  la  cruz,  este 
grito  de  frenesí,  de  horror  y  de  piedad  filial: 

iQaé  mAs  vencanza  qucríis! 
¡El  ha  sido...  y  es  mi  amor! 
1?1  ha  venjíado  &  mi  padre; 
yo  Soy  ante  Dios,  ¡oh  madre! 
ia  esposa  del  vengador. 

El  genio  desigual,  aparatoso  y  esencialmente  ro- 
ntántíco  de  Echcg:aray,  ensayó  en  la  Última  noche  el 
draiTUí  de  costumbres  con  tendencias  al  realismo,  que 
aquí,  como  en  otras  obras  suyas  posteriores,  no  pasa 
de  ta  superficie,  resolviéndose  al  cabo  en  idcabMción 
vaga  y  metafísica.  Un  hijo  del  siglo  p;ira  quien  no  hay 
mAs  Dios  ni  más  ley  divina  n¡  humana  que  los  monto- 
nes de  oro;  un  mal  esposo  que  es  li  la  vez  padre  des- 
amorado. Tenorio  repugnante  y  personificación  di- 
todas  las  infamias:  uhí  csiil  el  procaKonista  de  la  Últi- 
ma Mochc.  ¿Cunsiguió  el  autor,  como  sin  duda  se  pro- 
ponía, fundir  esos  elementos  en  un  solo  personaje,  ó 
es  estatua  sin  vida  lo  que  parece  fig:ura  humana?  Car- 
los entra  en  la  misma  categoría  que  otros  héroes  de 
Echef^nray:  s;intos   6  criminales  que,    partiendo  de 
opuestos  extremos,  van  igualmente  A  parar  en  lo  Impo- 
ísfble;  seres  en  cuya  concepción  sólo  ha  tomado  parte 
la  fnntjisía  sin  el  concurso  de  la  inteligencia  y  del  sen- 


3%)  LA  LITEKATUKA  ESTA.'SOLA 

timicnto.  A  este  vicio  orgtlnií'o  y  de  constitución  in- 

termí  se  une  la  inexperiencia  del  autor,  quien  sobre  Eí 
prólogo  de  un  tiranta,  título  exacto  de  la  UHima  nocltc 
en  su  primitiva  redacción,  anterior  en  muchos  aflos  al 
estreno,  hubo  Je  uflaüir  un  Epfíoieó.  donde  ct  Lovcta- 
ce  de  lus  tres  primeros  actos,  á  solas  con  la  concien- 
cia y  lüsachaqucíi  de  la  decrepitud  física,  llalla,  por  tin, 
un  consuelo  tardío  en  la  presencia  de  su  familia,  con- 
tra cuya  felicidad  luchó  en  otro  tiempo. 

Tras  esüi  excursión  por  las  temerosas  profundida- 
des de  la  sociedad  moderna,  vuelve  Echejfaray  é.  lo» 
abandfmados  lares  del  romanticismo  histórico,  y  en 
ellos  sorprende  las  visiones  sombrías  de  En  el  puño  de 
¡a  fspuíifi,  sobre  las  qae  se  defitaca  una  aureola  de 
lux,  reflejo  de  Esquilo  y  el  EX-mte.  Como  la  critica  se 
fijó  exclusivamente  en  iJis  muga  i  ficen  cías  del  drama, 
desatendiendo  las  sombras  y  lu  endeblez  de  sus  partes, 
veré  de  recorrerlas  prop-esivamente  para  evitar  los 
inconvenientes  de  los  fallos  sintácticos  que  fx  le  pni- 
digaron  en  líi75. 

Un  suceso  de  nefanda  memoria  ha  enemistado  á  lu 
cosa  de  Moneada  con  la  de  Orgaz.  D.  Juan,  el  repre- 
sentante de  ¿sta,  profanó  en  su  castillo  A  doila  Violan- 
te, la  espasa  de  D.  Kodrigo  Moneada.  I^os  dos  viven 
ya  en  tranquila  paz  cuando  aquel  infame  les  Tiene  á 
pedir  la  mano  de  I^uiti  Mejia,  joven  protegida  por  los 
nobles  marqueses,  que  pensaban  enlazarla  con  su  hijo 
Fernjmdü.  Ui  presencia  de  Orgaz  turba  tan  apíiciblcs 
ensueños  y  da  lugar  A  una  serie  de  tr;^ici<-'as  aventuras, 
ora  por  l(.»s  recuerdos  de  su  antigua  vida  y  por  su  obs- 
tinada pasión,  ora  por  el  carácter  escrupulosamente 
noble  de  D.  Rodrigo  y  el  vehemeniísimo  del  joven 
Femando. 

Hay  de  un  cabo  á  otro  contradicciones  muy  repa- 
rables, y  sin  las  cuales  se  reduciría  A  la  nada  el  interés 
de  la  acción.  Dofta  Violante,  Iji  esposa  recatada  y  ma- 
dre carift(ís:i,  no  sabe  impedir  el  duelo  entre  su  hijo  y 


E.V  BL  StCUO  XIX  397 

el  de  Orgaz  sino  dando  A  éste  cita  ca  su  mi&ma  casa  y 
de  nofhe,  sin  reparar  en  el  pelijEtro  de  que  la  viese  don 
Rodrigo,  cuya  pundonorosa  hídalguia  debía  ser  harto 
conocUl:!  p:ira  su  espos».  Por  casualidad  se  presentan 
LjUira  y  Femando  antcf:  que  el  sefior  de  Moneada,  y 
cuando  éste  proyunta  por  la  culpable,  calla  Fernando, 
hace  lo  mismo  \'iolan  te,  que  podía  maniíestar  la  verdad 
ún  desdoro  suyo,  y  viene  d  recaer  la  acusacÍ<Jn  sobre  la 
inocente  Laura.  El  de  Ürpaz,  que  tiene  entre  las  manos 
su  dicha,  asiente  A  la  calumnia,  sin  prever  que  en  su 
amada  se  uniría  al  desamor  de  antes  el  odio  de  ahora 
para  negarle  su  corazón. 

El  escudero  Xuño,  fidelísimo  siempre  &  sus  señores, 
nov-uilacn  Ucvarelbilkrtcdelacitaámanusdcüríraz; 
pero  iniando  éste  se  lo  de^nielvc,  joh  prodífcio!  entonces 
es  fu;mdo  le  entran  las  sospechas  de  si  \'iolante  scrA 
otra  Heatríz,  la  desdichada  esposa  de  quien  corrí;i  Una 
Infausta  y  tradicional  leyenda  entre  la  familin  de  los 
Moneadas.  Ñuño  se  decide  y  lee  el  billete,  dejando  pasar 
el  tiempo  sin  decir  una  palabra  &  D.  Rodrigo,  h:Lsta  que 
se  cfe<iúa  el  matrimonio  de  Laura  con  Fernando,  y 
viene  A  la  fortalezii  de  Orgaz  desafiando  A  D.  Juan  y 
muriendo  al  cabo  en  la  demanda. 

Em  el  puño  de  la  espada  se  oculta  el  fatal  billete,  y 
,tsi  lo  indicó  NuRo  con  letra.s  de  santcrc,  mand.indo 
enirejiar  el  arma  íi  D.  Rodrigo. 

Porque  neccsitabii  el  poeta  d  Femando  le  hace 
nsaltar  el  castillo,  donde  entra  recitando  esta  ^ungo- 
riña  imprecación: 

Va  del  abismo  salí 
snbre  vuftutru»  trepando 
loa  que  la  torre  goardaift, 
dragones.  t;ritos  y  endriagos, 
y  cicnlas  del  aire  lueron 
vuestras  melenas  y  garfias. 

Todo  este  aparato  es  un  preludio  para  el  indispensable 
,  g<^p*  th'  tjecto,  di  tima  aspiración  de  la  novfsinuí  cs<:uc- 


398  l-A  LITERATURA  BSPASÍOU^ 

U.  Cuando  el  Conde  de  Org^az acepta  el  reto  de  Feman- 
do púnese  entre  los  dos  Viólame,  evita  con  ahinco  el 
choque  de  I;is  espiíUas,  y  dirigiéndose  A  su  hijo  le  hace 
la  sigiúenie  espantosa  manifestación: 

¡Deten  el  hierro  faonUcidaf... 
iPárael  brazol...  jCaijca  inerte!... 
]]Tú  no  puedes  dar  la  muerte 
A  quien  te  ha  dado  la  vidaü 

De  pronto  apitrece  en  la  escena  el  puflal  de  Ñoño,  con 
el  que  Femando  se  atraviesa  el  pecho,  y  que  tambiún 
tnisca  D.  Rodripo  por  suponer  allí  ocultos  misterios; 
mas  cuando  de  <M  intenta  apoderarse,  Ic  suplica  su  hijo 
moribundo  que  no  lo  h'iga  y  que  se  lo  deje  introducir 
consigo  en  la  tumba.  Concéde.<»lo  todo  el  de  Moneada, 
olvidado  de  su  carácter,  de  su  apellido,  de  su  hístorí;i. 
de  su  honor  y  sus  sospechas,  y  Femando  puede  decir  A 
su  madre  con  entrecortado  acento: 

¡|Ya  está...  tu  honra...  asegurada... 
del  sepulcro  en  el  arcano..., 
que  siempre  tendrí...  mí  mano 
En  el  puño  de  la  espada!! 

Reifia  en  el  desenlace  y  en  las  catá.strofes  que  lo  prc 
paran  el  horror  melodram.itico  más  bien  que  la  tráglc 
sublimidad,  y  una  y  otro  se  impusieron  con  imperios 
dominio  á  los  espectadores  y  A  la  critica. 

Tales  esfuerzos  exigían  una  tregua,  que  el  autor  s( 
proporcionó  trasladando  In  atención  de  su  fatigado] 
espíritu  desde  las  vertiginosas  cimas  de  la  tragedia 
los  plácidos  vergeles  del  idilio.  No  íalta,  sin  embargo,J 
la  nota  sentimental  en  l/n  aot  que  Mace  y  un  sol 
tHMcrc,  sacrificio  de  un  amor  inocente  por  el  desenfraflo, 
siquiera  medien  las  mfts  h:ilapüeflas  compensaciones.! 
Al  mismo  gíncro  pertenece  el  afiligranado  cuadro  Jrfs 
de  pas.  que  se  representó  en  1877.  Con  esto  demostró 
Echegaray  que  sabfu  escribir  comedias,  pero  no  hacer 


ER  EL  SIGLO  XtX  399 

reif ,  contra  lo  que  tí  Il<%ú  á  inuginíirsc  al  cnfircndrar 
las  monstruosas  cariraturas  de  Correr  rn  pos  de  «w 
i'deai  (i^'fH). 

Para  cuando  se  escrcni>  la  segunda  de  estas  comedúis 
(6  lo  que  hayan  de  Uanuirse)  ya  había  reñido  el  autor 
una  campal  y  tremenda  batalla,  en  que  su  probado  atre- 
vimiento Ik-gú  A  temeridad  csLandiilos;!  y  ataque  en 
reírla  contra  el  buen  sentido.  Cétno  empieaa  y  cómo 
«íaíw  (primera  parte  de  una  irilosria)  Índica  en  Eche- 
jfaray  una  nueva  fiise,  más  bien  adversa  que  favorable, 
á  su  talento  dramático,  y  en  que  las  situaciones  terro- 
ríficas v;)n  suiH-dttadas  al  planteamiento  de  los  mal  lia- 
maduN  problenu'iüswiules. 

El  asunto  de  Cómo  empiesa  y  cómo  acaba  es  el  amor 
Indefinible  de  una  mujer,  y  la  deshonra  de  un  marido 
bonachivn,  a  quien  involuntariamente  asesina;  todo  ello 
preparado  con  lujo  de  enlradits  y  salid;is,  de  luchits  en 
que  In  pasión  se  exhibe  ¡iv:uialladoni  y  como  irresisti- 
ble, y  en  que  l¡i  culpable  c:lsí  no  lo  parece  gracias  á  sus 
eentimientoK  generosos,  ah(%:tdos  por  la  llaqueza  y  por 
el  poder  de  la  ocasión. 

No  voy  A  eniunerar  aquí  las  escenas  crudamente 
naturalistas  ú  mAs  bien  jrroseras  y  repuirnantes,  de  que 
ya  htJ:o  Revilla  una  disección  cruel.  Tam{x;cu  insistiré 
en  la  falsedad  intrínseca  de  los  caracteres,  y  principal- 
mente el  de  Mnfidatcnn,  rayano  A  veces  con  el  sensua- 
Usmo.  otnis  enaltecido  por  un  sentimiento  de  digniditd, 
y  siempre  inconcebible  y  antit<ítÍco. 

Admitiendo  y  todo  los  datos  que  ofrece  la  pro)rresÍva 
marcli:!  de  Ui  acción,  no  hay  defensa  para  el  desenlace, 
coya  friiddad  horrible,  hija  de  laabstníccíónyel  cúlculo, 
hiere  el  alma  como  la  punta  de  un  pufUil. 

El  error  de  Míif;dalcna,  que  pretendiendo  matar  á 
Enrique  Je  Torrente  mata  íi  su  mismo  esposo,  es,  adc- 
«IUU>  de  inverosímil,  ¡uiticstíticú  y  profundamente  In- 
mural.  A  este  error  llama  Echefraruy  •'eminentemente 
simbólico  V  artístico,  y  resultado  lógico  de  la  tcrque- 


400  l.^  UTERAT1.1RA  ESPAÑOLA 

dad  de  M.igd.ilcna,  y  de  sa  empcflo  en  atajar  cl  mal 
con  ei  mal,  y  no  con  la  expiación";  5"  aflade  más  ade- 
lante: Ma  lógica  del  crimen  marcha  por  un  eje  fatal  € 
invariable  que  d  priori  es  determinada,  por<iue  es  La 
lógica  de  fenómenos  en  que  no  impera  lu  libertad". 
Defensas  tan  torpes  empeoran  la  mejor  causa,  cuanto 
más  la  presente,  que  es  absolu  Limen  te  indefendible. 
£Se  demuestra  con  esa  palabrería  rana  la  intima  y 
necesaria  conexión  de  la  muerte  de  Pablo  con  el  crimen 
de  Nfrtgdulcnii?  ¿Se  demuestra  que  clUi  haya  de  ser  por 
necesidad  la  causa,  si  no  c¡  instrununto  tifia  muerte 
de  su  esposo,  como  pretende  el  celebrado  dramaturjjo? 
Un  crimen  involuntario,  ípuede  hacer  otra  cosa  que 
contraerías  fibras  del  corazón,  puede  reputarse  castigo 
necesario  de  otro  crimen? 

Y  si  de  moral  se  trata,  ^no  hubiera  sido  más  ejem- 
plar el  arrepentimiento  de  Magdalena  que  su  resolución 
de  matar  A  un  hombre,  aun  siendo  este  hombre  un  se- 
ductor infame?  ;Es  justo,  por  otra  parte,  que  el  esposo 
honrado  resulte  muerto  á  manos  de  su  propia  mujer? 
¿Es  esta  la  manera  de  presentar  amíible  la  virtud  y 
ahorrecihte  el  pecado? 

Tras  el  discutido  triunfo  de  Cómo  empieaa  ycónto 
acatm,  y  el  míis  modesto  de  £7  gladiador  de  Rdveua. 
arreglo  del  alemán  en  un  acto,  se  aplaudió  con  dcUríu 
en  el  Teutro  Rspíifiol  (22  de  Enero  de  1877)  la  produc- 
ción más  auténticamente  uiiginal  de  cuantas  habla 
concebido  Echefraray,  In  cifra  mrts  exacta  de  su  ífenio 
A  la  vez  sonador  y  matemático,  ó  locura  ó  santidad  es 
como  un  edificio  de  dos  cuerpos,  cada  cual  de  opucs- 
tlsimo  orden  y  sistema;  es  la  combinación  extrafla  de 
las  vagrucdadcs  informes  que  engendra  la  fantasía,  con 
la  rijridez  severa  de  los  pjarÍBmos  y  los  postulados 
de  la  r:i2ón.  El  drama  encierra  un  problema  escrito 
con  variedad  de  expresiones  en  la  conciencia  del  pro- 
taíronista,  hasta  que.  por  la  sustitución  de  unas  á  otras, 
leemos  en  la  última  la  pavorosa  fórmula  en  que  se  uorn 


EX  SL  SIGLO  ZtX  401 

las  dos  mitades  tlfl  lítulo,  O  locura  ó  santidad.  {Quién 
es  el  exmíRo  agente  de  esas  transformaciones?  El  fnia- 
lismo  sin  entradas,  el  dios  :i  quien  se  complace  el  poe- 
tu  en  oírecer  I;is  de  sus  victimas  en  sangriento  y  estéril 
holocausto.  Para  ello  amontona  los  incidentes  fortuitos, 
eleva  el  delwr  A  la  ciuegoria  de  lo  imposible,  y  borra 
las  inllcxioncs  de  su  aspecto  relativo,  no  dejando  rer 
sino  Li  Knen  recta;  convierte  en  negra  y  fatídica  som- 
bra el  claro  obscuro  de  la  vida  humana ;  traza,  en  fin. 
contra  sus  intenciones,  la  imag:cn  verdadera  del  estoi- 
cismo kantiano,  que  aspira  á  suplantar  por  el  orgullo  la 
c&cada  divina  de  la  fe. 

El  ya  mencion.ido  juguete  Iris  de  pas  y  el  drama 
Para  tal  ctdpa  tal  pena,  compuesto  diez  uflos  antes 
con  el  titulo  de  La  hija  natural,  llenan  el  espacio  de 
nueve  meses  que  medió  entre  el  estreno  de  O  Jorura  ó 
sanSidad  y  el  de  ¿x>  qttr  uo  puede  decirse,  segunda  par- 
te de  una  trilug-ia.  • 

Hay  en  este  drama  ternura  y  sensibilidad,  hay  sitoa- 
ciooes  trdg"¡cas,  cnrartcres  bien  delineados;  la  acción 
es  conmovedora,  aunque  concluye  violentamente  y  con 
el  obligado  suicidio.  Pero  el  mayor  defecto  de  la  obra 
es  el  tipo  de  Gabriel,  alma  fría,  tan  apasionado  de  la 
vintbid  y  la  rectitud  que  las  busca  cuando  y  en  donde 
no  debe  buscarlas;  no  porque  dejen  ellas  nunca  de  ser 
veníad  y  rectitud,  sino  porque  aquel  iluso  las  confun- 
de frecuentemente  con  sus  caprichos  y  a\-eniunidas 
opiniones.  Un  hijo  rt  quien  su  madre  no  puede  conUir 
muí  violencia  plenamente  involuntaria,  inculp.ible  ante 
la  uprecLícidn  del  ofendido  esposo,  un  hijo  :isí  no  deK* 
figurar  en  la  escena,  porque  es  excepción  repugnante 
lie  una  ley  grabada  por  Dios  en  la  conciencia  humana. 
Ofrecía  el  conflicto  una  solución  natural  en  las  inge- 
DUas  explicaciones  de  Eulalia  al  escC-ptico  Gabriel;  pero 
como  no  llegan  sino  incompletas  y  A  destiempo,  la  har- 
monía esperada  cede  el  lugar  A  la  catástrofe  que  de  an- 
temano dispuso  el  poeta. 

TOMO  u  3b 


402  tA   lUrrüRATURA  ESPAÑOLA 

Y  es  que  la  musa  trágica  de  Echcgaray,  cncmífpi  de 
la  luz.  no  sufre  ni  aun  los  resplandores  del  crespdstnilo. 
¿Qué  otra  cosa  dicen  las  lünubres  perspectivas  de  En 
p{  pitar  y  rn  la  crns,  AJgtimis  rvces  aquí,  Morir  por 
un  despertar,  En  el  snto  tic  la  ttUierU',  Bodas  triigicas. 
Mar  sin  orillas  y  La  muerte  en  ios  labios.^  Evocar  de 
la  sepultura  las  sombra^í  de  los  siglos  pretéritos,  dar  vt- 
dii  &  las  traifcdias  ocultas  en  los  abismos  de  la  Historia 
ó  en  la-i  tortuosidades  del  mundo  psicolóírtco,  recons' 
truyendo  tradiciones,  resucitando  la  casuística  del  ho- 
nor sin  escrúpulo  de  confundir  la  sociedad  presente  con 
las  pasadas;  tales  proccdimienios,  habituales  en  el  vigo- 
roso dramático,  se  dirigen  en  las  ohras  indicadas  ú.  lines 
cuj'o  mutuo  parecido  rcconiKc  un  origL-n  mAs  próximo 
<iuc  la  miíima  fraternidad:  el  de  ser  hijos  de  un  solo  y 
prolongado  alumbramiento. 

A  pesar  de  la  quijotesca  campaña  de  Clarín  en  pro 
de  Mar  sin  orillas,  ni  óstc  ni  ningün  otro  draaw  de  los 
del  írrupo  log:ró  tan  excelente  acogida  como  la  leyenda 
triijrií.'a  Eu  el  sího  de  la  muerte. 

Palpitan  en  ella  una  inventiva  poderosa,  una  inspira- 
ci6n  g:ie:antc,  aunque  descarriada  y  sombría;  tiene,  ca 
fin,  de  malo  el  pertenecer  A  un  género  que  amoniona 
los  errores  por  sistema,  haciendo  así  antipiiüco  lo  que 
pudiera  ser  artística  y  conmovedor.  Aquel  D,  Jaime, 
Conde  de  Argclcz,  tan  caballeroso,  tan  ap;tsionado  y  tan 
leal;  aquella  Beatriz,  en  cuya  alma  ant«s  pura  se  van 
filtrando  las  seducciones  del  crimen  con  sum:i  maestría, 
con  maestría  perniciosa  pintadas  por  el  poeta;  aquel 
Manfredo,  idólatra  de  una  hermosura  cuyas  llamas  con- 
cluyen por  abrasarle,  y  aquel  Key  tan  Rey  y  tan  infle- 
xible, forman  un  cuadro  torplsimamente  afeiulo  por  U 
inmerecida  muerte  de  D.  Jaime  y  por  las  historias  de 
tumbas,  esqueletos  y  endrL-igos. 

Y  llegó  la  noche  del  19  de  Marzo  de  1881,  y  con 
ella  El  gran  Galeota,  el  draina  moHStrtu>,a&í  llamado 
con  muy  diversas  significaciones,  el  drama  que  valió  6. 


E.1  BL  atCLO  XIX  403 

Ecbe^aray  los  renombres  da  aeguuUo  Shafisprare,  gr- 
ti/o  fxd'ptional  V  mr  comprendible  en  el  cfraUo  míni- 
mo ítf  ia  nnluraifcn  ¡lutnana,  pofta  de¡  porvenir,  y 
cvr<f&  de  no  menor  encarecimiento. 

No  esui  lu  verdad  ni  con  los  atolondnidofi  enco- 
miaseis, fü  con  tos  ilctractores  sistemáticos  que  todo 
lo  bAllíui  censurable  en  el  drama,  todo,  hasta  la  versi- 
ficación y  el  titulo,  siendo  así  que  aquélla  se  distingue 
por  su  espontaneidad  y  eralanura,  y  el  se^ndo  resulta 
justilicado.  De  los  personajes  se  ha  dicho  que  no  estiia 
delineados  ni  aun  A  medias,  que  son  abstracciones  sin 
vida  L-nircndradíis  por  un  cerebro  matemático  y  dcs- 
pruvístus  de  sensibilidad;  pero,  aunque  haya  algu  üc 
cierto  en  esas  acusaciones,  nu  pueden  admitirse  &' 
buho  sin  injusticia  y  apasionamiento.  Lo  verdadera- 
mente falso  e^  la  tesis  de  que  la  maledicencia  hace 
efectivas  las  culi>as  que  ha  inventado,  siendo  la  socic- 
diul  c<^mp1icc  y  Gideoto  de  lo  mismo  que  condena.  En 
el  transcurso  de  I;i  act-íón  Teodoni  y  Kmcsio  justifican 
hasta  cierto  punto  con  su  conducta  las  voces  que  de 
ellos  corren;  D.  Julián  es  un  zafio  que  pasa  de  una  obs* 
linacirtn  rt  otra  no  menos  insensata;  pues  si  al  principio 
no  concibe  las  simpatías  de  lo  que  Waxtia  fuego  y  estopa 
un  adagio  popular,  de  repunte  se  hace  incrédulo  h  las 
protesta^  más  apasionadas  y  vehementes  de  su  misma 
esposa.  Esta  no  debió  presentarse  en  casa  de  Ernesto 
s:tbicndü,  como  sabía,  los  peligros  á  que  voUmiaria- 
nento  y  sin  necesidad  entregaba  su  amenaz;idu  honor. 
Y  en  ruímio  al  propio  Ernesto,  ^no  delata  su  antiguo  y 
arraigado  amor  hacia  Teodora  en  el  vehemente  apos- 
trofe con  que  termina  el  dramJi,  despuég  de  haber 
protestado  juntos  de  su  inocencia  ante  el  lecho  del  mo- 
ribundo D.  Juli.-ln?  • 

Seftala  B  ^mri  Caíeoto  el  punto  m;lximo  de  apojceo 
en  la  gloria  escénica  del  i»eta  fecundísimo,  que  de  en- 
tonces acil  h.-i  continuado  produciendo  sin  irefrua.  Me 
limitara,  para  nj  proceder  en  intinito,  ri  la  cnumem- 


401  LA   UTERATCRA  ESPAÑOLA 

ciiSn  rápida  de  sus  obras  mñs  aplaudidas  en  estos  últi- 
mos diez  íiflos.  Abre  la  marcha  Ilaroldo  e¡  Xormnmio, 
á  cuyo  estreno  en  ISHl  pcrjudictí  considerablemente  la 
proximidad  de  Ei  gran  Galeota,  aunque  hermoseen 
aquella  leyenda  alcrunos  caracteres  grrandiosos  y  to- 
ques magistrales.  Los  dos  curiosos  impertí tinttfS  y 
Conflicto  ftitrr  dos  deberes  (1882);  el  estudio  tríig'Co  ^** 
milagro  ett  Efíipto,  m  que  se  descubren  las  huellas 
de  una  investig:íirl(5n  laboriosa  (1883),  y  el  casi-provcr- 
bio  cOmiro  Piensa  mal  y  acertarás  (18íU),  preparan  et 
advenimiento  de  Vida  alegre  y  muerte  triste  {7  Enero 
de  1885),  si^o  ostensible  de  progreso  en  la  inspira- 
ción de  Echc^aray,  que,  como  Anteo,  cobra  fuentas 
'con  el  contacto  de  la  rwilidad.  Comparando  el  calavem 
que  hace  aquí  de  protagonista  (Ricardo),  víctima  de 
sus  desafueros,  y  azotado  por  los  rigores  del  dolor  que 
nuce  de  las  entrañas  del  vicio,  con  el  banquero  Carlos 
de  la  lltima  noctie.  se  palpan  las  diferencias  que  sepa- 
ran del  sír  humunt»  y  del  soplo  vital  de  la  i-rearirtn 
artística  los  engendros  inanimados  y  la  inercia,  que 
aspiran  inütilmcnce  a  suplantarlos.  ;C<^mo  explicar  que 
desde  las  :d  turas  adonde  log;ró  encumbrarse  descendiera 
Echegaray  tan  hondo  en  ias  terribles  caítfcis  de  Ei  ban- 
dido I.isa»dro  y  /V  ttuda  rasa  (1886),  ó  que  cediese  & 
la  llaqueza  de  hala^r  Iils  pasiones  antirrclifriosas, 
medio  único  de  salvar  drama  tan  descosido  y  vulíraroie 
como  Dosfattatismos,  olvidándose  de  un  tercer  fana- 
tismo, en  cuyo  obsequio  trazó  las  caricaturas  de  D.  Lo- 
renzo y  D.  Martin? 

Después  de  tal  aborto,  parece  una  maravilla  cual- 
quier cosa...  que  no  sea  El  Conde  Lotario:  por  ejemplo, 
Aí7  realidad  y  el  ddirio,  imitación  de  los  príM'cdimicn- 
tos  de  Shakspí'rtre.  afeados  con  exageraciones  í  inve- 
rosimilitudes üe  mid  ^usto. 

Lo  sublime  en  lo  vulgar,  resurrección  espléndida 
del  por  tanto  tiempo  eclipsado  numen,  se  aplaudió  en 
Barcelona  (4  de  Julio  de  1888}  antes  que  en  Miidrid. 


£^i  EL  SIGLO  XIX  4(£) 

Ptrasíimicnto  elevado  y  relativamente  oriffinal,  acción 
tunJuclilít  con  destreza,  personajes  verdaderos  y  bien 
estudiados,  conflictos  de  interCs  sumo,  diálopio  sobrio 
y  rica  vcrsilkaciúfi:  todo  se  reúne  en  este  hermoso 
^ruiulro,  fuya  mAs.  densa  sombra  está  en  el  rei'urso  del 
dudo,  empleado  para  enaltecer  la  figura  de  D.  Bernar- 
do de  Montilla.  cuando  se  transforma  en  fiebre  de  ven- 
ganza la  mam^a  ordinariez  de  su  carácter.  En  pos  áe 
Ln  SHNime  en  lo  vulgar  vienen  luego  Manauíiaí  que 
MO  Sf  nfioia,  simbolizando  en  su  título  la  fecundidad  de 
su  autor,  Los  rígt'Uos  'JííSMj,  Sivtnprt-  ni  riiiúitin  ilSOO) 
y  Un  tritito  incipiente  (1891). 

SirmptffH  ridffiífo  tiendo  ¡i  hacer  buenn  una  lesis 
pesimista:  la  de  que  ct  hombre  virtuoso  y  honrado  no 
paedc  hallar  el  puesto  que  le  corresponde  en  la  socie- 
dad, cuyas  torpeziís  expía,  de  ley  ordinaria,  una  victima 
inculpable.  Tan  pavoroso  aforismo,  hermano  gemelo 
del  que  se  desprende  de  ó  loiura  tí  $a»tiílaii,  va  cimen- 
tado en  tina  E.lbula  hábilmente  conducida  d  trechos, 
pero  sin  oi'ultar  su  falsedad  inlrinscca. 

Bn  cnmbio,  lu  ültinrui  victoria  csc<.*nica  de  Echcgaray, 
likque  ronsigulrt  con  Uttcrflico  iucipieute  [pues no  hay 
que  hablar  del  dntnuí  fnigmenuirio  cuyo  prólc^o  y  pri- 
mer acto  van  represen  til  nd  ose  en  Vidladolid,  con  inter- 
mcdioít  lartuísiiiKts),  conlirnia  una  \vr.  miis  que,  i:uando 
su  talento  deja  de  encapricharse  con  lo  monstruoso 
d¡jifr.izadi>  du  .sublime,  y  se  entrega  A  las  inspiraciunes 
de  la  rcídidad  humana  y  elocuente,  dispone  de  recursos 
para  todo,  sin  excluir  los  gi^neros  i\  que  es  más  refnic- 
lariíj.  ¡El  autor  de  Eu  el  piíilo  tir  la  rtipaita  y  En  e¡  seno 
de  !a  ntucríe  robando  ¡i  Moratin  su  aguja  de  oro,  y 
bordando  con  ella  una  sjHíiíi  liieniria  contra  nuevos 
Don  Jlerm^genes,  y  contra  los  viciosos  exclu$ivi.<uno<i 
de  es4uelaí  Admiremos  en  ta  ductilidad  de  faculmde.*;, 
acreditada  así  por  Hchegaray,  A  uo  dramattugu  que  se 
ba  equivocado  muchas  veces,  pero  que  sale  de  la  esfera 
de  lo  vulgnr. 


406  LA   tJT^RAniKA   ESPAÑOLA 

He  recordado  con  la  posible  celeridad  la  serie  de 
triunfos  colosales  v  mínimos  que  va  recomendó  en 
su  carrera  dramátiai  el  inKeniem  poeta.  {Qué  ffliro 
prodiffioso,  á  quC'  deidad  I>enélic-a  influirán  en  la  turba 
de  sus  admiradores  para  que  ít  el  sólo  se  haya  rerer- 
vado  la  apoteosis  que  nunca  consiguieron  Zorrilla, 
Hartzenbusch,  Garcfn  Gutiíírrez,  Avala,  ni  Tamayo? 
Desear  temos,  pan»  satisfacer  fl  esta  pregunUi,  la  hipó- 
tesis que  atribuye  A  Antonio  Vico  y  í  Rafael  Cali-o  el 
origen  de  la  jfloría  y  la  popularidad  conquistadas  por 
Echcg-aray,  Tampoco  se  ha  de  creer  que  una  y  otra 
sean  exclusivamente  tributo  rendido  por  la  revoluciúa 
al  hombre  que  la  defendió  en  otros  dhi»  y  hoy  la  re- 
presenta en  el  Teatro.  Sin  negar,  ni  mucho  menos,  a 
los  indicada!!  influencias  su  represen tacJón  parcial  en 
esee  extraño  concierto  de  alabanzas  sinccra.'>  y  serviles 
adulaciones,  hay  que  incluir  unte  todo,  entre  Iils  cau- 
sas que  mí'is  han  agieaniado  las  naturales  proporciones 
de  la  figura  de  Eche^ray,  el  obstinado  retraimiento 
de  los  dos  6  tres  autores  insignes  que  pudieron  eclip- 
sarle, la  escasa  talla  de  ciuintos  con  Ol  han  compartida 
el  imperio  de  la  escena,  las  circunstancias  que  le  acom- 
pañaron en  su  presentación  y  ulteriores  Rlorias,  y, 
finalmente,  las  condiciones  especiales. de  la  novísima 
dramaturgia. 

No  es  ésta,  contra  lo  que  sin  reflexión  se  afirma, 
mero  calco  del  realismo  franccs  ñ  la  manera  de  A,  Pu- 
mas (hijo)  y  Victoriano  Sardou.  ni  menos  se  inspira 
en  los  principios  promulgados  por  Zoia,  y  llc^ndos  por 
el  y  por  sus  discípulos  desde  la  novela  A  las  tablas. 
No;  A  pesar  de  engaftadoras  apariencias,  A  pesar  dy  los 
apositos  que  se  arnmca  rt  vista  del  espectador  y  de 
los  atrevimientos  de  otra  clase  que  se  permite  Torrente 
en  Crimo  nnpiesa  y  cómo  acaba,  j- aunque  se  samen 
tambiOn  ^-arias  escenas  ilc  Mar  sitt  orillan  y  las  demás 
que  todo  el  mundo  recuerda,  siempre  s»1e  A  flote  sóbre- 
la ola  cenagos:»  el  temperamento  sohador  é  Idealista 


E»  BL  SIGLO  XIX  407 

de  Echt)í:u*iy;  siempre  resuluin  los  suyos  dramas  de 
Ipibincíi;,  que  ;iumontyn  ó  disminuyen  I:is  impurez;is 
de  la  vida,  pero  que  no  se  dirigen  ñ  copiarlas  por  sis- 
tema preconcebido. 

íHay  nada  mds  contrario  al  espíritu  de  aquellos  que 
el  de  observación  frút  y  anjilisis  severo,  canon  prioui- 
rÍD  y  funduTncnt;il  del  niiturulismo  en  sus  múltiples  va- 
riedades y  matices?  cNo  es  la  imaj^tnación,  entre  las 
rncultades  de  Echcg-aray,  la  mfls  exuberante  y  caracte- 
rística, la  que  interviene  como  madre  en  el  acto  gene- 
rador de  pasiones,  sentimientos,  intrigas  3*  personajes? 
De  tan  exclusiva  intervención  nacen  precisamente,  asi 
los  recursos  con  que  deslumhra,  como  las  violencias 
que  le  son  habituales;  ptinoramas  máfficos,  visiones  es- 
pectrales, todo  lo  que  scAala  una  desviación  del  tér- 
mjnü  medio  y  de  la  ley  ordinaria. 

A  riesgo  de  C5candalizar  A  los  enemigos  de  nove- 
dades, me  atrevo  A  decir  que  el  te;ttro  de  Echegaray, 
más  que  de  Sluilcspearc  y  Calden^n,   inmeasjimcnte 
más  que  de  l.i«  evuela'i  realista  y  naturalista,  arranca 
de  Víctor  Hujco.  La  misma  irreg:ular  y  monstruosa 
grandeza  en  amlios.  el  mismo  aspecto  de  bosque  en- 
muraDadü  y  primitivo,  íguid  cnf:isis  declamatorio;  ha&- 
ta  se  identifican  en  los  propüsiios  de  redención  moral 
j  en  la  manera  de  realizarla.  Hcniatii,  Marión  Delor- 
mr,  Lucricía  Borgta  y  l^s  burgraves  son  los  herma- 
nos mayores  de  ¿m  esposa  (/<■/  vengador,  En  >■/  stno 
dr  la  mwrtc  y  Eí  baudútn  Lhatidro;  y  allí  donde  Eche- 
Riy  no  evoca  tos  fantasmas  del  romanticismo,  es 
II  cnsiiyar  en  una  ficticia  sociedad  contcmpíTiínca 
los  sinf^tilares  específicos  prodigados  en  Los  Misera- 
bles, salvo  las  dlsianclis  que  hay  entre  la  forma  narra- 
tiva y  el  diálogo  dramAtico.  El  pt>et:i  írancís  y  el  es- 
panol  van  de  acuerdo  en  atribuir  &  la  defectuosa  confi- 
tinición  del  ctierpo  social  la  responsabilidad  de  los  crí- 
menes y  dcsventurxs  que  lo  inv:ulen;  por  eso  son  Km 
OLisolventes  las  preJicacioncí^  de  uno  y  otro  al  presen- 


A'yi  LA  LtmtATCRA  ESPAÑOLA 

lar  las  energiiis  del  bien  y  la  vlrnid  oprimidas 
pre  ¡Ktr  l'1  fiituUsmo  terrible  de  las  circunsumcias,  y  oí 
exacerhiii"  los  rencores  del  individuo  contra  lo  que  le 
rodea,  en  vez  de  combatir  derec humen  te  los  malo» 
instintos  que  (¡erminan  en  la  soledad  del  corazún. 

La  funesta  tendencia  docente  de  Echegaray  se  re- 
l>roduce  en  una  turba  de  imitadores,  por  lo  general  de 
escasa  importancia,  aunque  haya  entre  ellos  aljBrtín  poe- 
ta de  Tcrdad,  como  el  aplaudidísimo  autor  de  £i  tutdo 
gordiano.  No  es  toda  uniforme  la  labor  dramática  de 
Eugenio  Selles,  porque  costaría  no  poco  descubrir  en 
La  lorrf  de  Talavera,  y  aun  si  se  quiere  en  Malda- 
tlcs  giit'  son  justicias,  al  futuro  admirador  y  discípulo 
de  Echcgarny.  En  este  último  drama,  sin  cmbarsro,  fib 
desenvuelve  una  acción  vigorosa,  aunque  sencilla,  lu- 
ciendo adem.ls  el  autor  sus  dotes  de  inspirado  lírico  y 
versificador  admirable. 

Grandes  esperanzas  hizo  concebir  Scllfe  con  Mat- 
dadts  tjuf-  sntt  Justinas;  pero  las  Ilcnd  con  C/  nudo  ¡íor- 
diatio  (2>i  de  Noviembre  de  ItiTS).  sí  iwr  un  momento 
se  dejan  aparte  las  imposiciones  de  escuela  y  los  inijos 
pseudofilosrtficos  con  que  estíS  enturbiada  una  corrien- 
te ti'iple  de  poesía,  sensibilidad  y  talento  dramático. 

Con  esto  queda  dicho  implicitamentc  que  el  autor 
pretendiií  resolver  un  problema  social  por  medio  de 
violentjis  situaciones;  pero  tan  grande  como  la  torpe- 
za del  dramaturgo  sombrío  y  trascendental  es  el  nu- 
men del  poeta  apasionado  y  conmovedor,  cualidades 
íunb;is  que  se  compenetran  y  hostilizan  en  la  celebra- 
da obra  de  Eugenio  Scltí-s.  Conocer  el  problema  plan- 
teado en  ella,  y  declarar  absurtla  la  solución  í  iireme- 
diable  el  fracaso,  es  todo  un;i  misma  cosa  en  buena 
ley  de  crítica  y  moralidad. 

A  nada  menos  se  arroja  el  autor  '  que  A  justificar 


EH  EL  SICLO  XU  409 

la  muerte  violenüi  üe  una  mujer  adúltera  por  el  cspo< 
so  ofendido,  que  dice  después  del  crimen; 

Dé  el  juez, 

O  medios  .i  mi  bonradcz, 
O  indulgencia  .1  mi  delito. 

Seria  exorbitíintc,  si  no  fuera  ridiculo,  pedir  de  la 
justicia  humana  imposibles  tan  imposibles  como  el  cas- 
tigar culpas  que  no  conoce,  6  por  falta  de  delator  y  de 
testimonios,  ú  por  la  intrínseca  naturaleza  de  las  mis- 
mas, ó  por  alípSn  otro  obstáculo  á  fuerzas  humanas  in- 
superable. Y  con  respecto  á  la  muerte  de  la  esposa 
infíel,  i(qui<:-n  duda  que  es  tan  lesiva  como  el  mismo 
crimen  para  la  honra  del  ofendido?  <<5uién  no  ve  en  me- 
dio tan  desproporcionado  para  lavar  afrentas  el  segurf- 
«tmo  de  hacer  más  pública  la  antes  encerrada  en  el 
rfrculü  de  unas  pocas  familias?  Todo  esto  mirando  el 
negocio  en  cuanto  perjudicial  paní  el  injuriado;  por- 
que si  la  supuesta  máxima  de  moral  que  invoca  al  dar 
muerte  á  lu  infiel  se  pusiera  en  práctica  todos  los  días, 
¿cuántos  Ótelos  y  Lopes  de  Almeida  harüm  A  una  es- 
posa víctima  inocente  de  barl>aros  furores?  V  ya  que 
«sto  no  acontezca  en  la  sociedad  actual,  mn  poco  celosa 
por  1os  intereses  de  la  virtud,  ¿cómo  no  temer  que  un 
esposo  mal  htiUado  con'su  suerte,  6  quimil  pretendiendo 
saciar,  sfn  miedo  á  la  opintdn  pública,  sucios  y  crimi- 
nales apetitos,  bañase  con  sangre  inocente  el  tálamo 
conyugal? 

Pero  afirmo  de  nuevo  que  en  E¡  »it4o  gordiano  hay 
tonta  exuberancia  de  poesía  como  falta  de  sentido  co- 
mún; di'íralú,  entre  otros  ejemplos,  la  forma  varonil  y 
fftáfica  con  que  va  envuelta  la  siguiente  apología  del 
naturalismo: 


m  >IUt  y  CiMira  U  jvrauíUn  rmenl  en  oiui  nlUní  sutuda  de  m|imIou» 


410  LA  UTERATURA  BSPAROLA 

ScvBRO.  Ni  aerada  tras  el  tcl6a 

ver  como  en  cltnica  losa 

la  cavidad  asquerosa 

del  humano  corazón. 
Fenn.       Si  es  malo  el  ori^nal, 

¿qué  culpa  tiene  el  pincel? 

íes  fiel  el  retrato? 
Sev.  Es  Reí. 

Fsfca.     Luego  conoces  el  maL 

Al  autfir  se  k*  olvidó  que  los  retratos  en  Uieratuní 
deben  reunir  otras  condiciones  fuera  de  la  lidcliJaU, 
pues,  de  lo  contrario,  nos  hasta  ver  el  objeto  (y  en  estos 
casos  no  es  difícil),  resultando  perfectamente  inútil  In 
ÍDto^aff». 

Cuando  Selles  se  oMda  de  ser  filósofo  psu-a  ser 
poeta,  se  adelanta  á  sti  maestro  Eohegíuny.  Cierto  que 
Á  Cste  pertenece  en  rigor  la  grandiosa  escena  V  del 
acto  11,  en  que  María  dcsKarra  el  corazón  de  Julia  con 
una  relación  inocente  que  ella  no  cree  pueda  aplicarse 
A  su  madre;  cierto  que  lid  sítiuición  se  encuentni  subs- 
tancialmcnte  en  Cómo  empicha  y  cómo  acaba;  pero,  sX 
no  me  cnsraño,  hay  míis  vida  en  el  imitador  que  en  el 
modelo. 

¿7  tiudo  gariliaiio  y  su  autor  son  vivientes  argu- 
mentos de  lo  que  pueden  el  extravío  del  gusto  y  el 
ansia  desmedida  de  agradar.  Entre  los  alucinados  por 
el  brillo  fosfórico  de  la  nuera  dramaturg'ia,  nlngumi 
merece  tan  proftmda  compasión.  Scllís  ha  sido,  por 
desgnicia,  liarto  consecuente  en  cl  fídso  derrotero  don- 
de alrdnzó  .su  falsí  gloria:  de  £/  mtdo  gordiano  y  £/ 
cielo  ó  el  suelo,  descendía  liasLi  Las  csrultnras.  df  car- 
ue,  de  aquí  hasta  Las  vengadoras,  mosaicode  olisceni- 
dades  repulsivas. 

Después  de  Sellís  hay  que  nombrar  A  Leopoldo 
Cano,  entre  otras  razones  porque  ast  lo  exige  la  cos- 
tumbre, que  ha  hecho  de  estos  dos  nombres,  y  el  de 
EcJiegaray,  una  trinidad  inseparable.  No  siempre  per- 
teneció al  gremio  cl  autor  de  /-«  jmsiottaria;  y  aun  de»«| 


BK  EL  SIGLO   XtX  411 

caruuulo  las  tcntad\-as  Un  filósofo  en  fiambre  y  Eí  rmís 
sagrado  deber,  no  faltó  quien  considerase  tos  cariKitu- 
rescos  horrores  de  ¿o?;  laureles  de  ¡tu  poeta  como  sAti- 
m  del  naevo  arte  de  escribir  para  el  teatro,  viendo  en  lo 
exujíeriiilo  de  la  imitación  Indudables  tendencias  á  la  pa- 
rodia. Pero  vino  dcs^puós  el  scnnrtn  dialogado  sobre  Lxi 
opiHión  púbiifa,  en  que  se  achacan  ó  esia  respetable se- 
flora  las  culpas  y  desdichas  de  las  buenas  piezas  que  in- 
tervienen en  una  acci»ln  incaliiiciible,  y  ya  no  pudo  du- 
<larse  del  verdadero  proposito  del  poeta,  quien  sólo  mo- 
mentáneamente se  desvió  de  41  en  La  mar: posa. 

La  idea  ítindamcntal,  stis  nuevos  y  dramáticos  re- 
cnrsús,  sus  v-ontrastes  y  aífradablc  forma,  realzan  el  m¿- 
rilo  de  ana  comedia  que  pudiera  llamarserf/'íiwhr.  aten- 
dida la  situa<¡ón  final.  I -a  felicidad  es  la  mariposa,  que 
revolotea  t-n  lornu  del  protagonista  Luis,  presentAndo- 
scle  como  tin  el  alma  de  una  mujer,  y  como  medio  en  un 
billete  de  lotería,  en  la  corona  de  poeta  y  en  la  cruz  de 
militar.  Cuando  iba  á  tocar  las  alas  de  Ict  taaripor^a,  se 
le  encapaba  ésta  de  entre  las  manos  por  una  serie  de  in- 
cidentes que  truecan  en  ilusión  la  que  él  creyó  corona- 
miento de  su  dicha.  Sospecha  Luis  de  su  amante,  la 
sospecha  se  conrierte  en  intuición,  y  cuando  ve  en  otra 
mujer  antes  desdefljida  la  realidad  de  sus  ensueños,  elLi, 
la  inocente  Martina,  muere  de  ^zo,  sin  atreverse  A 
creerle  verdadero. 

Poto  cuando  descarcó  sobre  Leopoldo  Cano  la  tem- 
pestad de  lisonjas  y  ditirambos  que  forja  la  consigna  en 
el  Olimpo  de  Iji  prensa,  fue  en  el  estreno  de  La  pa- 
sionaria (ISf«),  i-ner^ndro  melodramiíiico  con  puntas 
de  íatínete  bufo,  en  el  que,  conforme  al  ritual  de  la  es- 
eticla,  les  toca  pa^r  á  las  personas  decentes,  Justos, 
Angelinas,  Perfectos  y  Lucrecias,  simbolizados  en  los 
ilcl  drama,  picaros  opresores  de  la  inocencia  en  forma 
de  mujer  prostituida.  Montlidades  ;m.-llogas  se  inculcan 
en  las  dos  obras  posteriores  de  Cnno  (omitiendo  La 
meterte  de  LucredaJ  que  llcviin  por  titulo  Trata  dr 


41:2  LA   I.IT1ISATI'KA  BSPAfiOLA 

blnucoS'  y  Ooría  (1888).  En  esta  última  predominan 
con  íinpc>3'Íuso  exclusivismo  las  consiibidas  personiñc.i- 
ciones  alegóricas,  y  se  reparten  A  diestro  y  siniestro 
los  síieíazos  de  la  sátira  pesimusta  contra  las  diferentes 
clases  sociales.  Y  son  doblemente  lastimosos  tales  des- 
propóivitos  por  lo  mismo  que  prometían  al^o  bueno,  el 
amor  de  Gloría  al  escultor  y  lu  solicitud  con  que  logra 
tifiarCitrlc  de  los  lazos  tendidos  por  la  falsa  amistad  y 
la  seducción  traidora,  haciendo  que  triunfe  el  mérito 
del  artista  con  sOIo  enviar  su  estatua  Á  la  Exposición. 
en  la  que  se  le  adjudica  un  premio  ¡i  pesar  de  los  cnvi- 
diosos.  ^^B 

Aquí  y  en  otras  ocasiones  patentiza  Leopoldo  CamP 
que  es  poeta  de  alguna  inventiva,  de  llorido  y  concep- 
tuoso ingenio,  tan  capaz  de  interpretar  el  idilio  como 
la  s:Uira.  ;Por  qué  se  obstina  en  malversar,  como  hijo 
pnWigo,  esas  venas  de  metal  no  siempre  despreciable, 
en  construcciones  de  barroquismo  aparatoso,  y  sin  la 
base  inconmovible  de  la  realidad,  única  que  respeta  la 
corriente  de  los  aflos  al  arrasar  los  aéreos  cnscíllus  de  la 
muda? 

Tji  celebridad  de  Echejfaray  ha  iníluído  mucho  mis 
que  su  verdadero  miíiito  en  otros  varifjs  dramaturgos 
de  que  no  debo  hacer  enumeración  exacta.  Muchos  no' 
han  entrado  de  lleno  en  el  camino  de  la  imitación,  y, 
por  tener  sólo  imporumcia  como  autores  libres  y  origi- 
nales, hallarán  cabida  en  lugar  m.ls  oportuno. 

De  los  no  comprendidos  en  está  excepcián  es  e! 
poeta  andaluz  D,  José  Sánchez  Arjona,  menos  conoci- 
do como  dramático  que  como  Krico,  por  cuyo  üliímii 
respecto  posee  estimables  dotes.  De  dram:itico  le  acre- 
ditó su  obra  Veuanuza  atnipUda,  pensada  y  escrita 
A  lo  Echegaray.  iíl  joven  Femando  que  desafía  á  un 
Conde  (caI>almento  el  deshonrador  de  su  madrej,  llcjía 
rt  saber,  para  colmo  de  desdichas,  cómo  de  esos  amo- 
res ilícitos  nació  Laura,  la  mujer  querida  de  su  co* 
razón,  y  en  la  que  reconoce  á  su  propia  hermana.  El 


ZH  BL  KJCIjO  XIX  413 

titulo  de  Vrugansai Mttiffliíía  sl- refiere  principiilmcnte 
al  Conde,  que  tiene  t:n  el  descubrímicnco  de  sus  mal* 
dadcs  el  castigo  merecido,  la  perdición  de  su  hija 
Laura. 

Filntmcntc  se  pfxlrí»  aumentar  este  catálogo  con 
los  numhres  de  Emiliu  Ferrari  (La  Justicia  del  acaso), 
Reus  y  Vahamonde  (Morir  dudando),  Luís  Rscnideroy 
José  Velilla,  dos  in¡fenios.  sevillanos,  autores  del  drama 
A  espaldas  de  fa  ley,  y  sobre  todo  Joaquín  Dícenta, 
coya  dudosa  inspiración,  probada  A  medias  en  £V  sui- 
cidio de  Werthcr,  palideció,  resistiéndose  con  brillan- 
teces prestadas,  al  idear  las  situaciones  culminantes  de 
La  mejor  ¡ey. 

Todavía  resultd  más  falso  y  aniícstíiico  que  el  dra- 
ma anterior  el  que,  con  escándalo  de  las  per->onas 
senratas,  se  representó  cuatro  noches  en  el  Teatro 
Español  (Noviembre  de  1890),  y  que  lleva  el  sierüfica- 
tiro  epígrafe  de  Los  irresponsables.  Un  periódico  re- 
sumía así  su  arrúmenlo:  Tclipc  Cari-njal  tuvo  la  des- 
Br.icia  de  casarse  ron  una  mujer  que  al  poco  tiempo 
de  contraer  matrimonio  puso  en  olvido  sus  más  saca- 
dos deberes.  Felipe  sorprende  el  adulterio,  maUt  al 
amante,  ven  tanto  escapa  la  mujer.  Aver^unzado  de 
que  su  nombre  vaya  de  una  en  otra  boca  acompañado 
de  deshonra,  Felipe  abimdona  la  corte  y  se  establece 
en  un  pueblo  cerca  del  cual  existe  una  linca  donde 
vive  D.  Anselmo  con  su  hija  Miu'sarita.  Felipe  se  ena- 
mora de  Margariui,  feta  le  corresponde,  y  tras  proceso 
más  breve  que  militar  sumaria  es  seducida.  CiítIos.  jo- 
ven ingeniero,  piírienic  de  D.  Anselmo,  se  presenta  en 
1a  finca  A  solicitar  Ui  mano  de  Margarita.  Carlos  cono- 
tia  de  antiguo  ■\  Felipe;  tfste  le  refiere  su  triste  histo- 
ria, y  le  ruega  que  guarde  el  secreto  comu  cumple  ha- 
cerlo A  un  caballero.  Pero  Carlos,  al  ver  que  Margarita 
una  Á  Felipe,  cuenta  la  historia  de  óste  ü  D.  Alselmo. 
Felipe  es  arrojado  de  la  finca;  Margarita  acude  .A  rasa 
de  Felipe,  donde  es  sorprendida  por  su  padre.  .Allí  sabe 


A\i  LA  UTERATCRA   BSPAJÍOLA 

D.  Anselmo,  por  confesión  de  Felipe,  que  Margaríti 
está  deshonrada;  quiere  matar  de  un  tiro  al  seductor; 
pero  Margarita  se  interpone,  recibe  el  proyectil  y  cae 
muerta."  A  quien  declara  irresponsables  íí  los  dos  tór- 
tolos ya  le  pueden  echar  nudos  K<JrdÍ;ínos,  pues  él  se 
dará  mafia  para  cortai'Ios  con  la  espitda  de  una  versiiicn- 
ción  gongorina  (aunque  en  ocasiones  briosa)  y  senten- 
cias dignas  de  cualquier  presidiario. 

El  drama  Los  irreí^pom^abUs  indica  un  grado  de 
descenso  inverosímil  en  el  barómetro  de  la  moralidoíd 
y  el  arle  escCnicos.  Atendiendo  á  la  caducidad  propia 
de  todas  las  aberraciones,  no  sé  en  quO  ha  de  parar  U 
entronizada  por  licbcgaray,  aunque  por  el  número  de 
sus  representantes  todavía  ha  de  promover  grandes  ba- 
tidLas  y  engendrar  obras  de  trascendencia  y  monstruos 
abominables,  que  encontrarán  apologiaü  en  el  amor  de 
la  novedad  y  en  el  espíritu  sectario. 


w 


^ 


te- 


f 


CAPÍTULO  xxni 


OLTIHAS  BVOLUCIOKES  DB  la  LITBRATVR&  DiLUlATlCA 
(CONtlNUACUto ) 


n  drsaia  liliil¿rl<«  >'  <lr  raoniDlirva.  KanAn  Social.  Trifilo.  Zapata,  *i^ 
am.  .tAkc-lw*  ür  Castra.  IVraaadMi  Brrasa.  (^laliaa,  HM-raní,  Kaurlv 
«•  A<«fta.  ?Í«T*  7  CaImmi.  «te. 


\ 


NiJicvtiA  modilicación  profunda  y  trascendenutl 
ofrece  el  Teatro  contemporáneo  que  no  quede 
registrada  ya  en  esta  historia.  Contrayéndonos 
al  dramu  en  sus  distintas  manjfcstucíuncs,  no  es  el  de 
boy  sino  un  remedo  lict  y  constiuitc  del  romántico  y  del 
que  creó  la  musu  Je  Ayala,  T;imiiyu  y  sus  imitadores. 
Por  una  parte,  la  mi<«ma  afíciún  A  nuestras  tradiciones 
nacionales  y  lcgrcnd;irias  procKis  que  en  las  obras  de 
Zorrilla  y  García  Gutiérrez;  por  otra,  el  mismo  espíritu 
de  observación  y  an.'ílisls  ^1  mismo  i'stuJiu  dv  1:ls  cos- 
tumbres reinantes,  que  en  Lo  positivo.  LaHCt-s  tic  honor 
y  £i  tanto  por  ciento.  Con  EcJiegaray  y  su  escuela, 
aunque  al  uno  y  &  la  otra  debe  hacerse  extensiva  la 
observación  precedente,  lum  coexistido  otros  int;enÍos 
en  que  es  mas  visible  el  sello  de  la  imítaciún,  y  que, 
«iepanuios  por  el  abismo  de  las  ideas  y  las  intenciones, 
sin  dnimo  de  hacer  causa  común,  guardan,  no  obstante, 
entre  si  las  suficientes  analogías  para  que  su  agrupa- 


416  L\   Lin^RATL-RA  ESPAÜOLA 

cidn  en  este  lugar  no  resulte  efecto  del  capricho  ó  de  las 

cxigencijis  del  mítodo. 

Ocupado  en  las  lides  pcríoUíslicas,  que  tan  híen  dicen 
con  su  carílcter  enérgico  y  batallador,  olvida  Ramón 
Nocedal,  el  director  de  £7  Siglo  Fn/uro,  sus  antiguos 
triunfos  dramíiticos,  que  do  tiene,  por  lo  visto,  intento 
de  renovar.  La  modestia,  la  desconfianza  ü  otras  razo- 
nes atendibles  le  indujeron  A  adoptar  en  su  primer  en- 
sayo para  la  escena  aquel  vulgarísimo  pseudripimo  con 
que  dicen  se  encubría  la-nuijesiad  de  Felipe  IV  en  sus 
verdaderas  cS  falsas  imitaciones  de  Caldetiio.  C/n  inge- 
nio d/'  cata  forte  se  llamaba  .1  sf  mismo  el  poeta  novel 
que  en  1868  hacia  representar  la  castiza  comedia  El 
JHes  de  su  eattsa,  imitación  sobria  de  nuestro  Teatro 
clásico,  con  algo  de  su  platónico  idealismo  y  su  galanu- 
ra de  forma,  líl  piíblico  y  los  críticos  de  todas  castas 
convinieron  en  eruUteceria  como  se  merecía,  á  pesar  de 
la  boga  que  iba  alcanzando  el  género  bufo;  con  lo  que 
nadie  atinaba  era  con  el  nombre  del  autor,  atríbuyi-n- 
dose  la  obra  á  varios  de  los  mAs  conocidos,  y  con  iri-sis- 
tcncia  al  Marquís  de  Molins.  Nadie  pensó  en  el  redactor 
de  La  Coustaticia  hasta  que  le  citaron  sus  nmig-os 
Caftcte  y  FcrnAndez-Guerra  [D.  Aureliano)  con  motivo 
de  juzgar /-o  Cnnttafi&la,  última  produccÍ<Ín  del  ínc<^- 
nito  dramaturgo. 

i'ublit-ada  antes  de  su  primerd  representación  '  con- 
tra la  costumbre  universal,  sólo  pudieron  apreciar  su 
mérito  im  número  muy  reducido  de  personas  cuandu, 
sin  pretenderlo  el  autor,  apitreció  la  comedia  sobre  las 
tablas  en  los  días  de  m¡is  fervor  revolucionario.  Las 
manifestaciones  csciinclalosas  y  el  clamoreo  de  la  mos- 
quetería adocenada  y  venal  llegaron  i\  un  grado  de  fre- 
nética exalutciún,  inverosímil  casi,  desconuciendu  lo 
que  es  en  Espafla  la  tiranía  de  un  partido  dominante. 


t    ta  Otraiutots.  iMuMt  n  Int  netH  y  m  pnta,  »rlft»tl  ib  mi  t^fento  de 


BM  BL  SIGLO  XIX  417 

"cnando  se  le  resiste  con  deniietlü  y  sin  hip«lcritas  ate- 
ntutciimes.  Para  los  hombres  sensatos  nada  puetle  sig- 
nificar la  estrepitosa  silba,  á  la  que  no  faltó  uimpoco 
una  reparación  inmediata  y  espléndida;  antes  sirve  para 
poner  de  relieve  la  verdad  y  la  belleza  de  la  obra. 

Aunque  en  ella  se  exhiben  píUéiicaraenle  los  exce- 
sos del  periodismo  calumniador  y  demasrO^ico,  no  se 
vaya  á  creer  que  la  tesis  se  plantea  al  descubierto  ni 
que  ahoga  el  interés,  como  acontece  con  tanuí  frecuen- 
cia. La  fíbula  está  dentro  del  curso  ordinario  de  las  co- 
sas; los  tipos  son  de  una  realid:id  artística  indiscutible; la 
catástrofe,  natural  y  bien  preparada.  Eduardo,  el  jo- 
ven seducido  ú  inconsciente  criminal  que  ve  con  terror 
expuesta  por  su  propia  mano  &  la  execración  pú- 
blica la  honra  purísima  de  su  madre;  la  angelical  Maríii. 
que  entrega  su  corazón  A  quien  cree  digno  de  él,  des- 
cubriendo al  cabo  la  inicua  trama  que  lleva  al  seno  de 
BU  fiunilí;!  horrores  y  calamidades  tnaudiiO-s;  la  lucha 
dramática  á  que  da  lugar  la  repentina  y  espantosa  tran- 
sición; las  mismas  liguras  de  D.  Rafael,  el  reriodísta 
incrédulo,  y  de  los  dos  honrados  esposos,  D.  Antonio 
y  dofla  Tgnacia;  la  gradación  y  oportunidad  de  los 
fontnistcii,  la  maestria  con  que  se  desenvuelve  el  ar- 
SVmenlo,  la  apasionada  y  propia  vehemencia  del  len- 
guaje,—todo  parece  indicar  en  La  Carmañola  un  co- 
nocimiento del  arte  que  no  es  patrimonio  de  la  inex- 
periencia y  los  pocos  aflos.  Por  muchas  y  muy  distintas 
causas  Nocedal  admiraba  ninio  como  cualquiera,  y  pro- 
eurd  imitar  como  pocos,  al  eximio  Tamayo,  de  cuya  úl- 
tima obra  Los  ¡lonihres  tic  hien  hac  ía  por  aquellos  mis- 
mos tiempos  la  vigorosa  defensii  que  en  otra  parte 
he  mencionado.   La  finidad  de  La   Carntafíota  '  con 


*   IXMíuiaelCUctCcaiuafrOáLciamuAobidot  UrBOKHilWuKMiincl  pr* 
TOMO  U  27 


418  I.A  [.rrCRATÜRA  KSTA^OLA 

Lances  de  honor,  No  hay  tnal  que  por  bien  no  venga  y 
otros  dramas  de  su  insigne  modelo,  se  extiende  A  los 
míls  mentidos  i>ormcnores,  prescindiendo  de  la  identi- 
diid  de  jdí-iis  y  la  .semejanza  de  procedimientos.  Hasta 
la  preferencia  dada  A  la  prosa  sobre  el  verso  debióde  ser 
calculada  en  Nocedal,  que  tambiín  siguió  &  Tama- 
yo  en  su  absoluto  alejamiento  de  la  escena,  y  en  vez  de 
intcrprerar  conflictos  de  arte,  se  encarg:ó  de  crearlos 
reales  y  ía"avisimos  en  el  terreno  de  la  política,  como 
inspirador  olicíoso  del  inte^ismo  y  hoy  su  auttScrata  In- 
discutible. 

La  misma  autoridad  crítica  que  &.  Nocedal  apadrina 
á  Carlos  Cticllo  íl&V)-lftíS].  el  malo^ado  autor  de  Iji 
mujer  propia,  Eí  príncipe  Hmnlet,  Roque  Ouinart,  La 
'  monja  alférez  y  Im  mujer  ñe  César.  Con  moiivu  del 
estreno  de  esta  última  comedia  (28  de  Enero  de  1838) 
Tiflrt  el  difunto  D,  Manuel  Cnfiete,  en  su?;  críticas  de  La 
Ilnsíracitíu  Espafíola  y  Americana,  uno  de  aquellus 
combares  si  que  le  inclinaron  su  amor  &  los  que  él  es- 
tímaba  lucros  de  la  verdad  y  la  justicia,  su  dosdeflosa 
indiícrencia  para  con  la  opinión  de  los  mds,  y  su  ten- 
dencia á  derrocar  ídolos  y  dar  la  mano  ñ  los  débiles.  Por 
lúf  ico  proceso  de  pasiones  exacerbadas,  vino  á  resul- 
tar calamitoso  y  contraproducente  el  apoyo  del  discuti- 
do critico  para  el  no  menos  discutido  dramaturfro,  cuyas 
primeras  producciones  le  habían  creado  una  atmós- 
fera de  disfavor  merecido  en  parte.  Pero  en  cambio 
La  mujer  ite  CVíar,  Uesenvolviendo  atinadamente,  con 
recursos  sólidos  y  buRuinos,  una  tesis  contraria  A  la 
de  El  gran  Galeoto,  demostrando  que  vale  más  para 
una  mujer  ser  honrada  que  parccerlo,  presentando  A 
este  propósito  una  heroína  (Elena)  que,  como  la  Con- 
desil de  Et  tanto  por  ciento,  es  adorada  de  verdad  y  con 
celoso  cariflo  por  otro  nuevo  Pablo  (el  pintor  Andrés), 
mientras  se  conjuran  contra  los  dos  amantes  la  male- 
dicencia procaz,  la  astucia  de  los  parientes  de  lílcna  y 
^a  despechada  pasión  de  quien  sofió  con  hacerla  su  es* 


e»  SL  SIGLO  KtX  419 

posa,  y  desntandü  el  nudu  de  tan  terribles  obsUlcuios 
por  la  eacrgía  salvadora  de  la  sinceridad  y  de  la  mo- 
cencía,  consiituye  un  i>oema  patóiico,  vaciadu  en  mül- 
tles  convencionales,  y  desigual  en  sus  píirtes  cunstitutU 
vns,  pero  hermoso  y  conmovedor  en  conjunto. 

Muy  otra  que  la  Ue  Coello  es  la  idiosincrasia  artís- 
tica del  poeta  aragonés  Marcos  Zapata,  cuya  celebridad 
comenzó  al  representarse  el  cuadro  heroico  ¿m  capnia 
di"  Lamina  (Ití71),  síntesis  de  las  grandezas  y  siniestros 
que  constantemente  hablan  de  distíntruirle.  Kcprodu- 
ciendo  en  él  un  tenaa  gastado  y  aptísimo  pam  arrancar 
los  aplausos  de  la  patriotería  revolucionaria,  no  lo  ha- 
c«n  allí  todo,  sin  embargo,  los  ditirambos  tribunicios; 
hay  verdadera  piísLón,  hondo  sentimicntu  y  galanura 
de  forma  en  medio  de  los  relumbrones  falsos  y  las 
inepcias  melodnunii ticas. 

Mis  graves  incongruencias,  por  no  decir  desatinos. 
hay  que  perdonar  en  £7  castillo  dt  Sí wfíinc as.  apología 
Itirasa  de  las  Comuuidaúcs.  donde  igualmente  se  ad- 
'miran  lus  arrebatos  del  poeta  lírico  que  se  lamentan 
los  errores  del  inexperto  dmmáiico.  I.,a  acción  comien- 
za üespmHi  de  la  rota  de  Villalar.  y  su  principal  interdi 
estriba  en  la  suerte  del  comunero  Maldonado,  á  quien 
trata  de  salvar  del  cadalso  el  Conde  de  Benavente. 
cu>-a  hijii  Is.'ibel  est.1  ciega  de  amor  por  el  vencido  pa- 
lio de  las  libertades  cisicUanas.  A  la  nota  de  traición 

que  incurre  Maldonado  para  con  los  de  su  partido, 
lesvanecida  por  el  e«.clarecimiento  de  la  verdad,  su- 
tnien  la  pC'rdida  de  las  ilusiones  cifradas  en  el  amor  de 
ihcl  y  la  terrible  sentencin  de  muerte  firmada  por 

ríos  V  contra  todas  las  promesas  de  indulto  a  fíivor 
del  comunero. 

Entre  los  atropellos  históricos  y  las  violentas  hipér- 
boles que  forman  Lt  trama  de  £7  rastilla  de  Simamas, 
deslumbru  el  ;iurco  brillo  de  una  versificación  como  la 
4)ac  se  admira  en  el  siguiente  parlamento  de  Maldona- 
ilo,  pintura  de  la  batalla  de  VMlalar: 


-KO 


LA  I-rTBRATKRA  BIPaSoLA 

—Día  triste.— El  suelo  blando, 

Copiosa  y  tcnnz  la  lluvia, 
Húmedo  el  aire  siDiando, 

Y  las  niihc-s  eclipsando 
Del  sol  la  madeja  rubia- 
Firme  y  dispuesta  la  seattf. 

Llega  al  harranco  fatal... 
Busca  paso...,  y  diligente 
El  ejírcíto  imperial 
Nos  cierra  harranco  y  puente. 

Entonces  embravecido 
En  ambas  pane.'í  estalla 
El  rencor  mal  comprimido..., 

Y  entre  el  pavoroso  ruido 
Da  comienzo  la  batalla. 

iQuiíín  puede  el* odio  atajar 
De  aquellos  pechos  lebriles 
Que  llevaban  al  chocar 
Esc  (Uror...  peculiar 
De  l;is  discordias  civiles? 

Aquel  feroz  embestir, 
Aquel  duro  arremeter, 
Aquel  tenaz  resistir, 
La  manera  de  caer, 

Y  hastn  el  modo  de  morir. 


Una  infernal  herrerta 
Todo  el  campo  Hcmcjuba; 

Y  al -tronar  la  artillería. 
La  tierra  se  est remecía 

Y  el  espacio  retemblaba. 

Y  desde  la  puente  al  cerro, 
Provocada  por  el  hierro. 
La  sanifre,  en  su  curso  franco. 
Rolo  su  caliente  encierro, 
Enrojccfa  el  barranco. 

«¡Arribat»,  clama  potente 
El  animoso  Padilla; 

Y  arriba  sube  la  gente, 

Y  &  la  traición  aporlilln, 

Y  echa  á  la  traición  del  puente. 
'|Mas  todo,  todo  se  allana 

De  la  fuerza  á  la  opreslúnt 
Dc$de  luuL  altura  cercana 


EX  EL  Sir.LO   XIX  42t 

Iba  mermando  el  caAóa 
La  lealtad  castelUna. 

Y  ante  Li  mucnc  y  su  imperio, 
Qucdi't  ;t[  fin  wnio  roníe 
En  fúiiL-tirc  cautiverio, 

V  aquel  tétrico  paraje 
Convertido  en  cementerio. 

Padilla  íue  acribillado; 
Bravo,  en  su  inmortal  latifjfn. 
Como  fiera  acorralado; 

Y  yo  caí  ensangrentado 
Entre  la  turba  enemiga. 

jMas  queda  en  pie  la  traición, 
La  patria  sin  restaurar, 
Castilla  §iin  corazi'tn!... 
y  en  su  funeral  crespón. 
El  cadalso  en  Vlllalar; ' 


De  casi  todo  el  drama  está  ausente  el  colorido  de 
I,  indispensable  en  un  cuadro  tan  conocido  y  en 
"Sjue  tan  mal  sientan  las  inridelidaJcs  históricas.  El  em- 
pefiü  de  convenir  el  teatro  en  cáteira  de  política  bu- 
llan^fuera  ba  sido  fatal  para  los  intereses  del  arte  legi- 
liai'f,  y  aún  no  hii  muerto,  como  lo  demuestran  el  ejem- 
plo presente  y  otros  muchos  más,  c<n  aliciftn  il  lo5  lu- 
gares comunes,  que  tiende  A  suplantar  la  suhlimíd,id 
verdadera  por  las  falsas  brillanteces  que  fascinun  &  la 
multitud. 

Uia  incondicionales  ponderaciones  ditiríimhtca.s  que 
se  prodigaron  al  dnimnturgo  aragon^?»  por  sus  primc- 
nw  lentativas,  han  impedido  sti  enmienda;  asi  que 
desde  í¿¡  solflnrio  de  Vusté  hasta  /ui  piedad  de  uua 
KeiHa  (cuya  ruidosa  protiibiciún  fue  un  acontecimiento 
púlítico)  y  Un  cttHdtUo  de  ia  Cru-?,  íutci;Io  del  drama 
catalíln  Olgcr,  casi  en  nada  ha  variado  ni  progresado 
el  ingenio  del  vigoroso  autúf.  Sus  galeri.'is  de  persona- 
jes históricos  ofrecen  de  ordinario  la  misma  serie  de 


•    A'.lu  III,  P*cra*I\'. 


422  tA  UTERAnniA  ESPA.<!OLA 

gmndezas  6  inconstdernrioncs,  el  mismo  nfíin  de  kater 
poütico  í  destiempo,  la  mi-tma  potencia  rr«idür;i, 
idéntiru  abuso  de  las  galx*;  de  dicción.  Fl  lalunU»  p:ira 
esculpir  la  rima,  encerrando  en  ella  un  peníyimiento  vi- 
ril ó  delicado,  prestando  A  la  pocsCa  la  cadencia  y  el  ha- 
lago de  la  música;  el  efectismo  de  ta  forma,  que  nunca 
es  desagradable  aun  cuando  extravíe;  la  vehemencia 
lírica,  propia  de  dramáticos  españoles,  aunque  no  de 
Én"andes  dramáticos;  tales  son  tos  distintivos  de  Zapat:i, 
fruto  legítimo  de  su  carAcier,  y  de  que  no  se  puede 
despojar  ni  aun  escribiendo  zarzuelas,  porque  consti- 
tuye pitra  él  una  necesidad  el  construir  sus  versos  de 
una  sola  manera:  la  mejor. 

Mucho  más  dúctil  es  la  musa  de  Valentín  Gómez. 
aragonés  como  Zapata,  pero  de  opucstísimas  ¡deas  en 
rctipón,  política  y  literatura,  y  partidario  en  la  pr;U:tica 
de  un  edcírticismo  sano  y  del  mejor  gusto/  Deseuntan- 
do  una  halada  lírico-dramática  por  el  estilo  de  las  de 
Narciso  Serrii,  puede  considerarse  como  el  estreno  de 
Gómez  en  bis  tablas  La  HOirla  í/iV  auior,  crt  que,  alter- 
nando la  tv's  cómica  con  la  importancia  del  pensamien- 
to, se  inicia  el  camino  medio  que  habfa  de  seguir  des- 
pués el  poeta. 

No  sería  ahsoluüimenie  impropio  dar  el  título  de 
drama  á  La  novela  dtl  amor:  pero  no  importa  adop- 
tar cualquier  nomenclatura  con  tal  que  observemos 
desde  ahora  cómo  preponderan  en  Gómez  la  graveílad 
y  el  sentimiento  sobre  la  sátira  y  el  chiste.  La  dama  {lel\ 
Rey  fue  el  fruto  de  la  evolución  natural  y  espimt-Anca 
que  experimentó  su  instinto  dramiltico,  consagnido 
desde  entonces  fl  asuntos  nobles  y  de  visible  trasceti- 
dent'ia  monil,  según  lo  demostraron  l'n  alnta  ár  hielo. 
El  Celoso  rfc  ai  mismo  y  Arturo.  De  ¡oUo  utt  poco  parc- 
ee  haber  sido  la  divisa  del  poeta,  d  juzgar  por  los  mül- 
tiples  elementos  que  entran  en  sus  obras,  y  lo  variado 
de  líis  fuentes  donde  ha*  bebido  su  inspiración,  aparte 
de  lo  exclusivamente  propio  y  original.  Recuerdan  á 


Sat  EL  SIGLO  XIX  J23 

rrimayo  y  Ayala  la  sencillcE  y  ordenada  disposiciAn  de 
lasiir^umentijs,  A  Calderón  y  García  Gutiérrez  las  ele- 
gancias de  forma,  y  ul  ciud  vez  se  llega  á  columbiar 
la  energía  InOexiblc  del  mismo  Echcgaray. 

Lajior  del  espino,  cuadro  hisióríro  en  un  artt».  que 
se  cstrenú  en  el  Teatro  Espaflol  el  18  de  Mirzu  de  iaS2, 
vale  inmensamente  masque muchiKdramasaparatosos 
y  de  empcñü,  y  cnmspira  un  delicioso  y  suave  pi-rfume 
de  violeta  oeulta  en  la  soledad  del  bosque  y  rodeada  de 
jaramagos.— Después  de  la  victoria  de  Brihuega.  con- 
seguida por  las  tropas  de  Felipe  V  en  la  guerra  de 
sucesión,  trAt;isc  de  prender  y  cistigar  al  piraui  Mar- 
tín Vargas,  cílebre  por  sus  crímenes  y  desafueros,  y 
por  el  heroico  valor  que  desplegó  en  las  lilas  del  ejér- 
cito inglt!*.  I'erseguitlo  y  acorraliido  como  una  íicra, 
viene  ¡I  buscar  refugio  en  la  morada  del  hidalgo  Pedro 
Alonso,  octogenario  ciego,  que  vive  en  compañía  de 
SD  niela  EU'ira,  ílngel  de  candor  y  pureza,  ídolo  del 
anciano  y  prometida  del  joven  Diego.  El  pirata,  acogi- 
do por  la  doncella,  cuOntale  una  historia,  de  la  que  se 
desprende  que  une  á  los  dos  el  vínculo  mils  santo  de 
ta  naturaleza,  el  que  existe  entre  un  p;»dre  y  su  hija. 
Ei  supuesto  \'arg;is,  cuyo  mimbre  verdadero  es  Juan 
Alonso,  había  huido  de  la  casa  paterna  después  de  po- 
ner su  mano  en  el  rostro  del  hombre  á  quien  debía  el 
ser,  y  se  apresuró  ti  amontonar  delitos  para  atudar  tí 
primero.  Reconocido  ya  por  Elvira  y  Pedro  Alonso, 
entra  Diego  con  sus  soldados  en  la  CAsa  para  apode- 
rara del  criminal,  &  quien  condena  irrcmisíMemenie 
una  orden  de  Felipe  V,  mostrada  por  Diego  á  su  novia 
y  ttl  anciano.  De  ni|uí  un  conlticto  supremo,  que  se 
úgnivn  y  compli(^l  al  manííeslar  Diego  sus  dudas  so- 
bre la  veracidad  del  pirata  en  sus  declaraciones,  que 
el  mismo  Juan  Alonso  quiere  contradecir  preseni.-in- 
dose  como  un  impostor.  Este  iu-did  nu  ^sui  para  con- 
trarrestar la  elocuencia  con  que  los  corazones  de  El- 
vira y  de  su  abuelo  reconocen  y  defienden  al  culpado; 


JISÁ  VA    LITERATUbA    ESTACÓLA 

quien,  al  expiar  con  la  muerte  sus  maldades,  puede 
ofrecer  ante  el  Tribunal  divino,  no  sólo  su  arrcpenci- 
micnto,  sino  el  perdón  del  ultrajado  padre  y  de  la  hijl 
abandonada. 

Uh  alma  de  füeh  cumple  demasiado  bien  con  su  tí- 
tulo; porque,  sin  que  deje  de  ser  verosímil  el  caráctcr_ 
de  la  heroína,  no  sabe  acomodarlo  el  autor  A  sQ  intcnl 
originilndusc  de  aquí  alguna  violencia  en  el  desenliic< 
I*or  lo  demiis.  la  exposición  rápida  y  vijíorosa,  el 
(fiiiU'a)  af^rupamtento  de  los  personajes,  y  la  creacU 
felicísima  del  de  D.  Román,  son  pruebas  de  un  ingenia 
grande  y  maduro,  sin  rival  entre  losdc  segundo  urdec 
Aludí  imtcs  á  la  ínñuencia  de  Echcgaray;  y  aunque  n^ 
afirmo  en  absoluto  que  U  ha  experimentado  Valentín 
Grtmez.  me  lo  pers.uadun  muchxs  cscenris  y  situación* 
de  Ei  ct'ioso  de  sf  ttu'smo,  sin  desconocer  por  eso  si 
relaciones  con  0/eh  y  A  secre/o  agravio  secrtta  ven- 
fíntisa.  El  problema  que  se  propusieron  resolver  Shaks 
peare  y  Calderón,  rada  cual  A  su  manera,  apari 
muy  modiltcado.  Ni  la  pasión  del  moro  venccianí 
ni  las  inflexibles  máximas  del  honor  A  que  obedc 
los  hcíroes  de  nuestro  antiguo  Teatro,  encajan  en  Ic 
moldes  de  la  sociedad  moderna;  y  comprendiendo! 
así  G<.mez,  encerró  la  fábula  en  otra  esfera  inferior 
mus  reducida. 

¿41  íry  di!  fafjtersa,  El  mayordomo  y  los  meloUrs 
mas  extranjeros  arreglados  por  el  autor  (E¡  soldotfoi 
San  Mara'al,  El  perro  del  Hospicio),  no  marcan 
progresión  ascendente  que  había  derecho  íí  esperar  ál 
sus  incuestionables  aptitudes;  ]H'ro  no  i  ellas,  sino  A  las 
extraviadas  alíciones  del  día,  hn  de  acJiacarse  la  culpu 
de  Lil  estacionamiento.  Rn  la  actualidad  parecen  absor- 
ber del  todo  íi  Valentín  Gómez  las  rudiis  y  cuotidia 
tarcfis  del  periodismo. 

I-a  escena  patria,  hu¿rfiuia  de  su  valioso  apoyo,  lo 
recobrará  en  pl;izo  m/is-ó  menos  breve;  quien  la  había 
dejado  para  siempre,  aun  antes  de  hjijar  al  sepulcro, 


KS  EL  SIGLO  13.x  -tSK 

era  el   creador  de   Tfieudis,  Francisco   SAnchcz  de 

Castro. 

Con  su  nombre  upiirccía  en  1374  el  apreciablc  drama 
histórico  Ln  mayor  venjiansa,  que,  con  haber  logrado 
bcLKtante  buena  acogida,  no  puede  parangonarse  con  el 
Hermenegildo,  primer  triunfo  de  consideración  obte- 
nidu  por  el  novel  dramaturgo.  En  Im  mayor  vengatisa 
hay  algunas  situaciones  de  gran  hermosura,  proceden- 
tes de  la  idea  fundamental;  pero  es  Idnguidu  el  movi- 
miento y  borrtjsa  l;i  pintura  de  los  personajes. 

En  cuanto  al  Hermenegildo,  hay  quien  le  tiene  por 
superior  x\  Thendis  en  la  parte  rigurosamente  dramá- 
tica; y  en  verditd  que  el  autor  saca  de  la  fííbula  el  par- 
tido posible,  eni reteniéndose  más  en  et  buen  efecto  del 
ctinjunto  que  en  las  bellezas  parciales  y  de  mero  ador- 
no, ffermntegiítio  (16  de  Noviembre  de  1S75)  supone 
esíuemo  viril  y  laboriosa  gestación  interna,  sujiediui- 
dos  A  tan  arduo  empeño  como  es  el  hacer  viable  en  el 
Teatro,  y  animar  con  I;ís  intermitentes  oscilaciones  de 
la  lucha  dramúüca,  d  un  personaje  que  representa  la 
perfección  moral  en  su  grado  más  alto:  la  santidad.  El 
hecho  de  no  haber  tocado  Lope  ni  Calderón,  ni  nin- 
gún otro  autor  de  comedias  devotíis,  íl  la  figura  de  San 
Hermenegildo,  debió  poner  en  guai'dia  á  Silnchez  de 
Castro  contra  la  fascinación  ejercida  sobre  su  espíritu 
por  los  rayos  de  gloria  que  circuyen  las  sienas  del  in- 
TÍcto  mártir  visigodo.  Tiene  algo  de  repugnante  la 
ffucrnt  armada  entre  un  padre  y  su  hijo,  y  las  razones 
que  justifican  la  del  católico  Prfncifíe  no  caben  des- 
nliügadamenie  en  el  drama,  cuya  esencia  pide  acción  y 
movimiento  en  vez  de  discusiones  y  api>lpgías,  Et  ca- 
rácter del  híroe  y  el  de  Leoviglldo,  aunque  por  divcr- 
60&  motivos,  no  se  destacan  con  el  relieve  necesario; 
8on  indecisos  y  (altos  de  individualidad,  ^ixír  cwi  lu- 
cen doblemente  el  estudio  y  la  habilidad  concentrados 
por  el  poeta  en  Ingunda,  como  esposa  y  como  cris- 
liana.  Por  elLi  adquiere  intenso  valor  trágico  el  mar- 


436  LA  LltERArUBA  ISSPA.IOLA 

tirio  de  San  Hermenegildo,  quien  le  dice  en  hermoso 
apústroíc: 


Un  llores,  rtngel  del  cielo, 

Con  esa  ternura  amante: 
Ko  mates  en  un  instante 
La  esperanza  por  que  anhelo; 
Fuiste  mi  bien,  mi  consacio, 

Y  no  sé  vene  sufrir... 
iAhl  Yo  esperé  resistir 
tiasta  el  fin  como  resisto, 

V  después  de  haberte  visto 
No  voy  íl  saber  morir  '. 

TkcHdis,  estrenado  en  el  Teatro  Espafiol  el  20  de 
Novlemlire  de  IS7S.  perpetuará  el  nombre  de  Sánchez 
de  Castro  más  tiempo  del  que  suelen  durar  los  am-ifla- 
dos  éxitos  producidos  por  las  preocupaciones  y  la  moda 
ptisajera.  cCómo  olvidar  aquel  memorable  concierto  de 
entusiiismo  con  que  fue  recibido  desde  su  primera 
represeniíteiún?  Callaron  los  rigores  de  Li  crítica,  calla- 
ron los  odias  y  rivalidades  mezquinos,  mientras  Rerilla, 
nada  sospechoso  de  parcialidad,  saludaba  en  el  joven 
poeta  al  restiiurador  de  nuestro  decadente  Teatro,  y  la 
inmensa  mayoría  de  los  periodistas  y  revisteros  ponían 
sobre  sus  cabezas  la  afortunada  ubra,  en  cuya  pondera- 
ci<>n  no  se  quedaron  atríls,  ya  se  supone,  l'^^  ait:ini.l--c  del 
que  llaman  tico-caioüdsnto. 

La  concepción  del  Ttn-mlis  es  verdaderamente  cal- 
deroniana, y  envuelve  un  problema  filosófico  cuya 
sublimidad  no  columbraba  siquiera  el  gacclíllero  qae 
intentó  ridiculi7flrla  con  chistes  btifos  y  citas  del  dítt' 
dido  de  \'o]tí»irc.  Al  hablar  de  problema  filo<tíífico  no 
quiero  decir  que  el  autor  llevara  ;U  TtMtro  lus  sequeda- 
des de  la  Ciencia  6  \n  Ca.suisttca,  sino  que  en  el  terfcno 
del  arte  se  lanza  á  escudriñar  los  hondos  misterios  de 


I    Arto  III.  n*»i(iVtll. 


la  líberind  humana,  cetnn  de  los  píiadcs  trjtgicos  &  par- 
tir de  Esquilo.  El  mcxio  con  que  la  Providencia  sabe 
emplear  para  sus  secretos  fines  la  voluntad  desorde- 
niula  del  hombre  se  simboliza  y  encarna  en  el  incons- 
ciente parricidio  del  protasonlsui',  que  podrá  ofrecer, 
sí,  puntos  flacos  y  lunares  de  alguna  importancia,  pero 
que  en  lo  substancial  es  una  creación  de  grandiosidad 
índücutíhlc. 

Tuscia.  la  mujer  injiisuimente  repudiada  por  Theu- 
(lis,  y  Bitlta,  Xa  amante  de  Eurico,  son  los  dos  angeles 
que  quieren  contener  el  brazo  justiciero  del  que  aspira 
A.  vengador  de  su  padre  y  se  convierte  en  su  asesino  '. 
Balta  parece  la  Oíelia  de  un  nuevo  H:iinlet,  menos  orí- 
gimd,  sin  duda,  que  la  de  Shak^jM'-are,  pero  nu  tan  inútil 
para  tu  »ccí6n  como  imn^inalKL  el  criticustro  qtte  la 
llamo» yí ;?«/"«  vestida  <lc  bhiitco  qtw  arrastra  la  cota  y 
los  eHdcca^^tiabo^  por  lit  csvcuo,  acutiicmlo  í¡íemprc  que 
kay  a/fíUHa  desgracia  que  Itorar.  Eeas  impertinendas 
satíricas  valdríjín,  si  aljro  valiesen,  contra  Iti  virjfinal 
fieura  de  la  obra  inglesa,  á  la  que,  pcrr  fortun;i,  habían 
de  hacer  muy  poco  daño:  no  deja  de  ser  honrosa  la 
compolUa. 

Una  respuesta  semejante  se  puede  dar  A  la  infundíi- 
4Ía  acusaciiin  de  que  el  Tlirmiis  atenta  ú  los  ciVnones 
del  drama  histórico  por  no  corresponder  á  un  tiempo 
fijo  y  determinado,  como  si  Fuese  el  intt-nSi  esrénlco 
cosa  de  cronología  é  indumcnmria,  y  como  si  dentro  de 
la  historia  no  tuviera  MK-rtid  el  poeta  para  fingir  nom- 
bres y  personaji-s  con  tal  de  evitar  la  inverosimilitud  y 
el  nnarronjsmo.  Además  hay  dramas  que  teniendo  un 
fin  nii^s  alto  de  loque  puede  serlo  la  representación  viva 


1  ruKTta  bu  {irocvnuto  i|iir  Kurlcu  nowp>  ri  rrniiulprnaioafrff  Ji-  «a  pailn. 
j  £V9UtRatÍca  vl«BetiUficr«iuiitd«>lai|ucMillninah(.T«HlB(a  j  i,  .|avh>Ma 
«Un  BiBctti  pM  TbriiJU,  *c  ik^ldc  á  «MUr  «I  Hvf  IcniHHnde  ¡41*%  k  dvci*  la 
«tu,  r  icAlIta  tM  p>opd%lto('«aniI'.>TtMii<lun.'«dfTcnfiai:rrle  por  hl¡ay  ár«> 

ifir  con  B«ttn.  « la  m  qor  rfintnti'tM  *  TuwLt  ra  nt  Jrrvchfn  y  >IIcbIiI«iI 

rIMna. 


J3S  LA  LtTERATUHA  BSPAltOLA 

yexaciHilc  una  épo«i,  sólo  deben  llamarse  hLstdrtcas 
por  la  fcfha  en  que  se  supone  veríílcarse  la  accirtn. 
^En  qui?  anales  consta  la  existencia  del  Segismundo 
üe  La  vida  es  sueño,  ní  qué  relaciones  tiene  con  la  Po- 
lonia de  verdad  la  fantaseada  por  Calderón?  ¿Se  dirft 
que  el  género  es  híbrido  y  de  mala  ley?  Pues  renuncie- 
mos Á  las  glorias  de  nuestro  gran  Teatro,  y  aplaudamos 
las  restricciones  de  Voltaire  y  Moratín  contra  el  incon- 
mensurable genio  de  Shakspeare. 

1^1  signíiicaciún  del  nicmiis  no  estriba,  cierto,  en 
su  fidelidad  histtjrica,  aunque  tampoco  le  afean  ios  dts- 
jiarates  que  estilaban  los  dramrtiiccs  españoles  del  si- 
glo XVII,  sino  en  la  profundidad  del  pensamiento  gt!- 
nemdor  y  en  la  hermosura  Uel  adorno  político.  En  este 
punto,  sin  cmbai'go,  no  suscribirá  á  las  aseveraciones 
cniusíaslas  de  Revilla,  que  considenibii  Ae  f>rim<'r orden 
In  vcrsiflcaci-Jn  de  la  obra.  Tampoco  me  hacen  el  me- 
jor efecto  las  aplaudid  fsúnas  dtíeiinas  que  pronuncia 
el  hCroe  en  circuí; tanctas  nada  á  propósito  para  filo- 
sofar tan  A  lo  Ini^o,  lo  mismo  exactamente  quepusu 
con  el  protagonista  de  La  vida  es  sueño.  Hl  monólogo 
de  Eurico  envuelve  una  apoteosis  de  la  libertad  hu- 
mana: 

Libre  sintiéndome,  el  vaelo 
de  mi  anlielar  s«  agiganta; 
que  nada  l'ucrxn  ó  quebranta 
mí  e-"*per.in7.T  ni  mí  .nnbelo. 
Ni  el  mundo,  ni  el  mismo  ciclo, 
aunque  anonade  mi  brío, 
nrriistrard  mi  albedrfo. 
ni  lo  forzara  ñ  ceder; 
que  suyo  serS  el  poder, 
pero  el  querer  será  mío  '. 

Con  todas  sus  tachas  de  fondo  y  forma,  Thaidis 
fue  la  aurora  esplendida  de  un  sol  con  cuyos  arrehole* 


'     Acto  I,  rannn  X. 


e»  El.  SIGLO  XIX  4?) 

luminosos  habría  imanado  mucho  la  escena  pAtria,  pero 
ijue  se  hundiíV  ya.  sin  tocar  al  ceait,  tai  el  ocaí»  eterno 
de  Ui  muerte. 

El  inofensivo  humorista  José  Fernández  Brcmón 
[hizo  sus  primeras  armas  en  la  escena  manejando  exclu- 
sÍTamcnti:  el  resorte  dd  scntimienio.  Peligroso  desig- 
nio 4|uc  abre  üe  par  en  par  la  puerta  A  los  aburos  melo- 
Idmnulticos,  y  que  stMo  el  i-uitUido  continuo  y  la  delicada 
<*  infrecuente  discreciíín  pueden  llevar  íl  feliz  tí*Tmirio- 
L^  graves  caídas.  Por  fortuna,  el  autor  de  Dos  hijos  y 
\Lo  que  Mo  ve  ¡a  Justicia  sabe  coiunover  sin  raelín* 
l^cs  ni  recursos  de  efectismo  nofto.  El  santo  carino  del 
[lu^Lr  le  ha  sugerido  :tre:umentos,  diálogos  y  frases 
Ique  no  se  pueden  analir^ir  sin  profanación.  Eldnima 
,  Pttst'tin  de  viejo  tiende  á  idealizar  un  sentimiento  que 
I  parecía  exclusivo  patrimonio  de  la  musa  cúmica,  y  á 
[hacer  simpático  el  amor  con  amifiíis  y  achaques.  Dos 
afios,  no  bien  cumplidos,  después  que  la  obra  antece- 
dente se  puso  en  escena  La  Cnis  Roja  (19  de  Noviem- 
hro  de  1H*X)),  cuyo  asunto  est.1  bi:is:ido  en  las  terribles 
I  colisiones  entre  cristianos  y  judíos  que  ensangrenwron 
cl  reino  do  Portu^l  A  principios  del  siglo  X\l.  Lo^ 
procedimientos  dramiUicos  de  Fernandez  BremOn  no 
I  contentan  il  la  (rene  ral  iUad,  nt  suelen  merecerá  loscri- 
ticos  mAs  que  una  benevolencia  libia,  6  inspirada  por  la 
i  amistad  personal. 

Mucho  peor  se  Iwbla  y  escribe  acerca  de  Mariano 
[Catalina  desde  que  sus  tremendos  fracasos  en  la  esce- 
na, y  la  aparición  de  sus  insusunc iales  pocsias  Úricas, 
!  y  «u  prematuro  ¡n^reso  en  Li  .\cademia  Espjtnola,  y  los 
,cuotidiani>s  saetazos  de  la  prensa,  han  hecho  ohidar 
hasta  los  relativos  ciclos  tributados  por  Revilln  al  dm- 
ma  A'o  hay  tmrn  fin  por  mal  (omino,  que  loirró  excelen- 
te acüKida  en  1S74.  'VMv  drama,  decía  cl  insipnc  criti- 
co, se  parece  ñ  esas  mujeres  que,  siendo  hermosas  y  en- 
amiadoras.  nu  tienen  una  faccírin  buena.  El  drama  no 
tiene  idea  oí  carácter,  y  hormiguea  en  inverosímilitu- 


430  LA   UTStUTUKA  ES1*A.VOLA. 

des  tle  todo  gínero,  «parte  de  ser  un  edificio  Icvuntado 
sobre  wn  cimiento  de  arena,  y.  sin  emharE\>,  en  conjun- 
to el  drama  es  bueno.  La  vigorosa  inspiratiún  del  uutor 
ha  logrado  hacer  itn  cdifíc-to  compuesto  de  malos  matC' 
ríales  y  erigido  sobre  deleznables  cimientos,  y  ¡1  pesar 
^c  esto  es  hermoso. 

„Una  pusíún  inconcebible  despertada  en  tina  hora  en 
el  coraión  de  un  hombre  maduro  y  corrido  por  una  mu- 
jer desconocida;  unos  celos  promovidos  por  una  frase 
jacdmcioKi  fundada  en  un  descubrimiento  cisuai,  cuya 
primera  idea  se  encuentra  en  el  prccí<KD  pocmita  de 
Campoamor,  /m  itiiumnia,  tales  son  los  fundamentos 
del  drama.  Y  píira  que  esto  se;i  posible,  es  necesario  ad- 
mitir una  serie  de  improhiibles  casualidades  y  de  no  pe- 
queñas; inveruRimlIltudes,  sin  Iílr  cuales  todo  el  artilk-iü 
de  la  obra  vendría  rApidumcnte  al  suelo. 

„Pero  ¿qué  importa?  Otro  tamo  sucede  con  los  dm- 
mas  y  las  novelas  de  Víctor  Hugo.  Hxamin»dog  en  de- 
talle, son  un  conjunto  de  disparates;  y,  sin  embargo, 
arrebatan,  eml>cle»ui,  deleitan,  y  su  famusobrevÍ\-trA  A 
la  de  otras  mucha.<i  obras  harto  m.ls  correctas.  ,\si  acon- 
tece al  drama  del  Sr.  Catnlina.  Analizado  detenídauncn- 
tc,  n«j  resiste  A  Itis  ataques  de  la  critica;  visto  en  conjun- 
to, observase  en  él  inspiración,  interOs,  sentimiento.  El 
drama  es  bueno  por  tanto." 

No  se  puede  afirmíir  lo  propio  de  los  desdichudisimu^ 
que  produjo  el  autor  mus  adelante. 

Casi  iil  mismo  tiempo  que  Catalitm,  se  dahii  á  cono- 
cer con  el  drama  histérico  fut  virgen  de  la  Lorcua  rf 
fecundo  poeta  murciano  D.  Juan  José  Herranz.  Pintan- 
do una  ve?:  mils  la  ínmortid  fí^ra  de  Juana  de  Arco, 
no  podía  evitar  el  recuerdo  terrible  de  Schillcr,  yaft 
contentií  con  las  supurticialt.-s  bellezas  de  la  forma.  E! 
autor  ciinocia  las  dificultades  del  género,  y  se  consa- 
gró al  de  costumbres  en  Im  sMperpcit  del  mar.  El  alnt» 
y  d  cuerpo,  etc.  Sin  de-clararse  abiertamente  discípulo 
de  Echcgaray,  se  le  acerca  Herranz  en  el  uso  y  abuso 


BN  EL  SIGLO  XIX  43t 

de  los  resortes  trA^icos,  y  en  lo  sombría  confomiiición 
tie  los  fiersonaje?.  Después  de  lar^o  periodo  de  silcnrío 
se  ha  presentado  nuevamente  al  público  con  Las  tres 
cmcef  {ItWÍ),  imitación  libre  de  La  bota  de  nieve. 

Triunfo  bien  extruflo  fue  el  que  consiguitS  Rosario 
de  Acuftft  con  su  Riettm  el  tribuno  (1K76),  nbrii  en  que 
reatan  mits  lo-*  aLirdes  dcmoi'T Áticos  que  el  eonoci- 
mienio  de  la  escena.  ^\  el  protagfonista  y  las  tiaras 
accesorias  pjf^tn  de  la  mcdtaníii,  ni  los  amoresdc  ttquél 
están  hicn  delineados;  y  por  lo  que  hace  A  los  desahogos 
de  Rienzl  y  sus  aptistrofes  á  la  libertad,  na  hacía  muchos 
ftllOK  que  en  otro  drama  con  el  mismo  tema  había  pre- 
cedido ú  la  poetisa  el  malogrado  Carlos  Rubio.  El  ta- 
lento de  doOa  Rosario  ha  concluido  en  punta,  como  las 
pirámides.  Las  atenciones  y  lisonjas  que  le  prodigó  la 
galanteria  en  1S76,  le  hicieron  concebir  de  sí  propia 
una  idea  equivocada;  y  ansiando  A  toda  costa  inmoi  ta- 
lizarse,  formó  una  alianza  ofensivo-defeniíiva  con  los 
herc)Ot(íS  cursis  do  La^  Dominicales,  escribió  á  desta- 
jo versos  y  prosas  incendiarios,  y  anunció  en  los  Ciir- 
teles  un  dramón  archinecio  que  delata  con  elocuencia  e! 
la.'ítimoso  cstado'mcntal  de  la  autora. 

Casi  ninguno  de  los  poetas  acrupados  en  este  ca- 
pítulu  cumplió  las  esperanzas  clfradxs  en  sus  prime- 
ros ensayos;  en  casi  todos  fue  la  inspinición  llama- 
rada subitánea  y  fugaz,  no  sujeta  A  proceso  lógico  y 
gradual,  .sino  manifeslada  de  ima  sola  vez,  ó  con  eclip- 
acs  totales  ó  parcLiles.  El  repertorio  dramático  del  ilus- 
tre marino  D.  Pedro  de  Novo  y  Colson  nos  presenta, 
en  sentido  opuesto,  las  sucesivas  etapas  de  un  iogctilo 
<iue  se  estudia  y  perfecciona  á  sí  propio;  los  tanteos 
de  Iji  inexperiencia,  las  evoluciones  progresiras,y,  final- 
mente,  el  vuelo  seguro  de  quien  toca  la  meta  y  con- 
quisui  el  ideal  por  largo  tiempo  acariciado.  Desde  el 
medroso  y  repulsivo  cuento  La  manta  tírl  (abatió,  has- 
ta la  excelente  tragedia  romdntica  Vasco  NúHez  de 
Balboa,  hubo  de  dar  el  autor  un  paso  de  gigante;  pero 


432  tX  LITERATURA  ESPACIÓLA 

quizíí  no  «.'s  menor  el  trecho  que  separa  la  comedia  (Th 
arcbinulfottario,  con  ser  y  lodo  su  asunto  tan  original  y 
bm  bello,  del  drama  La  bofetada,  estrenado  en  el  Teatro 
Español  (13  de  Febrero  de  1890),  y  en  cuyas  numerosas 
representacitmes  se  repitieron,  en  progreülón  ascen- 
dente, los  aplausos  que  parcelan  exclusiva  pertenencia 
de  Echegaray  y  sus  secuaces. 

El  juicio  del  pilblico  no  se  engañó  por  esta  vez,  ol 
es  un  dnima  de  tantos  el  que  Iliunó  tan  poderosamente 
su  atención  y  removió  sus  entusiasmos  sin  acudir  hI 
■repertorio  del  efectismo  y  la  neurosis  arüñcia].  Nada 
de  tragedia  cómica  con  abísrarrados  colorines,  nf  de  me- 
lodrama destilando  sangre;  i'<4uí  no  se  confunde  la  emo- 
ción estética  con  los  ataques  convulsivos,  porque  el  ati- 
lor  tiene  el  buen  susto  de  herir  derechamente  el  alma 
sin  perturbar  los  nervios.  La  obra  es  de  buena  raza, 
como  casi  todíis  las  de  Tamayo  y  algunas  de  Echegaray. 
aunque  no  ijjualc  por  su  fonna  A  las  del  primero,  que 
gozan  en  este  punto  el  privilegio  de  lo  inimitable. 

La  hnfviatia  no  resuelve  nin^n  problema  socioló- 
gico: es  el  drama  de  conciencia,  interpretado  con  la  pe- 
netración lúcida  y  la  firme  seguridad  de  quícn  sabe 
leer  claro  en  sus  senos  í  intimidades.  líl  cíuííId  del  ena- 
morado ante  quien  se  cierra  para  siempre  el  cielo  njiul 
de  la  esperanza;  la  pasión  celosa,  que.  cotno  Dios,  hie- 
re (fottifc  ttuíít  ama.  y  lleva  en  los  remordimientos  y  las 
dudas  icmiccs  su  miis  terrible  aistíg-o;  la  fuerza  de  la 
sangre,  sobreponiéndose  A  todos  los  desvía-fos  y  obce- 
caciones del  entendimiento  y  la  voluntad;  el  Instinto 
filial  ahogando  la  fiebre  de  la  veng'anza,  y  el  instinto 
de  padre  cediendo  &  las  dulces  solicitaciones  y  ú  los 
destellos  de  una  verdad  tan  deseada  como  acus:idünL  y 
tremenda:  en  esos  sentimientos  eternas,  porque  son  nji- 
turales,  se  fundan  las  situaciones  de  La  bofclnda  y  el 
interés  vivísimo  que  despicrtím.  Sólo  he  de  protestar 
contra  la  tendencia  lastimosa  á  confundií'  el  sentimien- 
to del  honor  con  la  barbarie  del  duelo,  y  protesto  con 


B.f  EL  SICLO  XIX  433 

\ 

ito  mayor  causa  cuanto  que  la  sitnciún  de  ese  dísfra- 

sadft  salvaitsmo  por  medio  de  la  escena  L-ontribuyc  á 
afianzar  las  preocupaciones  sociales  que  lo  admiten. 
elcvAndoIo  á  la  esfera  de  un  deber. 

Fuera  de  esto,  todo  es  admirable  en  los  caracteres 
del  Marquís  y  de  su  hijo;  caracteres  complicados  y  de 
difícil  estudio,  en  los  que  la  consecuencia  consipo  pro- 
pios no  se  limita  Á  la  uniformidad  de  procedimientos  y 
lenir^ajc,  tal  como  se  entiende  vulgarmente,  sino  que  es 
vigoroso  sello  de  una  ptrn^onalidud  y  vinculo  superior 
queenlttzaaparentescontradiccioncs.  En  Albcriu  luchan 
el  amor  arraigado  á  Mar^rarita  con  el  deberdc  respetarlo 
mando  ella  ya  no  es  libre;  el  recuerdo  santo  de  la  virtud 
y  la  temun»  de  una  madre,  con  la  horrible  certeza  del 
asesinato  perpetrado  en  la  inocente  víctima  por  el  hom- 
bre que  la  llamó  su  esposa,  y  que  se  niega  á  reconocer 
A  Alberto  como  hijo.  E!  M.irqués.arnistnido  poreloleajt- 
de  t;inias  y  contrapuestas  emoíiones,  con  el  torcedor 
contínuo  de  la  desesperación  en  sus  encraflas,  Infeliz 
Ótelo  que  daría  toda  su  sangre  por  saber  que  fue  puní 
la  mujer  inmolada  á  sus  furores,  es  una  creación  cuya 
trúgica  sublimidad  se  va  agigantando  de  escena  en  es- 
cena basta  el  fmal  de  la  obra,  discretamente  oculto  entre 
la  penumbra  de  lo  misterioso. 

No  menos  contribuyen  &  enaltecer  cl  mOrilo  de  La 
boj'ftada  el  artiticio  con  que  estftn  graduados  los  acon- 
Iwímitntos,  y  el  paralclí^mu  y  l:i  hiirmónica  (.-«rreip^vn- 
dencta  de  sliuaciones.  Cuando  en  la  illtima  del  acto 
scí^ndo  está  Alberto  escuchando  lo  historia  de  la  noble 
dama,  cuya  muerte  violenta  le  refiere  el  Doctor,  ve  ístc 
aparecer  al  Marqués  en  la  puerta,  y  exclama:  ;Ah ,  tt 
i/<->fonoct(íotfuc  me  f  rajo  arríe  .«n  Íec/io.'—,;Mip<Nirff.', 
grita  Alberto. —S/;  yo/uf  quien  la  mató,  le  contesta 
stt  padre.  Difícilmente  podría  idearse  otra  dcclaraci<in 
que,  con  miis  s<-Kuro  efecto  y  mrts  sobrio  líiconitmo. 
recordara  los  friLses  con  que  termina  el  acto  primero  y 
los  que  sir\'en  de  desenlace  al  drama. 

TOMO   It  S8 


434  LA  UTERATirOA  bspaSola 

Todos  saben  que  en  el  título  de  La  bofetada  se  alude 
á  la  que  el  Marqutfs  da  á  Alberto  para  Uemostnirle  que 
no  es  su  hijo,  constituyendo  Ja  misma  pacienci»  de, 
Alberto  en  no  devolverle  el  ultraje  \ix  prueba  moral  y 
humana  de  todo  lo  contrario.  La  simple  indicación  de 
este  oriíiinai  y  hermosísimo  recurso  draraíltico,  bastii 
para  formar  concepto  de  lo  que  vale. 

Novo  y  Cobion  no  quiso  enfralanai'  su  drama  con 
el  vistoso  ropaje  de  la  versificaciíJn,  propósito  que  no 
del»  condenarse  y  para  el  que  le  asistirían  sus  razo- 
nes. Se  privo  asi  de  un  medio  maravilloso  pora  fasci- 
nar y  hasta  para  producir  efectos  de  buena  ley;  pero, 
A  cambio  de  tales  desventajas,  le  diA  el  empleo  de  la 
prosa  la  faciliJad  de  decir,  por  boca  de  sus  persunujcs, 
todo  lo  conveniente  y  nadíi  mí^s,  cerrándole  el  cumino 
de  las  exubcruniias  líricas  y  la  afeciaciAn  sentencio- 
sa; de  ahí  la  es|x}ntaneidud  y  el  movimiento  del  üiAlo- 
Cfo,  que  corre  sin  apreturas  ni  tropiezos.  Tratándose  de 
obras  como  Ijí  hofflada,  hay  derecho  á  ser  nimio  en 
exigencias  y  reparos;  y  por  lo  mismo  que  merece  tan- 
tos encomios  en  la  [«irte  substancial  y  en  la  tócnica, 
desañnan  más  las  imperfecciones  de  forma,  los  cndera- 
sflalMJs  inoportunos,  escapados  de  la  pluma  contra  l.i 
voluntad  del  autor,  y  los  galicismos  intolerables,  de  esos 
que  van  introduciendo,  como  una  plaga,  en  el  idiomik 
castellano,  la  conversación  ordinaria  y  las  lecturas 
francesas. 

Algunas  refundiciones  esmeradísimas  del  antif 
Teatro  español,  y  varios  dramas  sociales  como  £7  taso 
eterno,  Ei  crédito  drí  -vicio  y  La  baíatta/i  de  ¡a  tv'da, 
indican  en  Luís  Calvo,  hermano  de  los  insignes  actores 
de  iífual  apellido,  persistente  y  fecunda  vocación  para 
la  escena;  pero  no  van  comprendidas  en  este  elosrio  ios 
tendencias  morales  de  que  tal  vez  se  ha  hecho  intC-r- 
prete. 

Como  demostración  de  la  escasa  líjeza  de  ideales 
que  hoy  vemos  en  nuestra  literatura  dramática,  y  de 


CAPÍTULO  XXIV 

I 

ULTIMAS  EVOLVaOSES  DE  l.A  LrrERATl-^\  DKAM-^TICA 

(conclusión) 


CarríÚD,    Sniilinlflian,   Blux-o   jKsHrlilOi.   (inapMir,    \'-K»  llUt«r4v  ir  Int. 

Lnrrfln.  Itiincwh  V(ia)  AM.  P.  Pínv.  Patrnclft,  CKvMtanjr,  ErIifearBjr 
tu.),  «to. 


SI  c!  mimero  lo  supliera  todo,  no  potlría  hablnrse 
oon  justicia  de  la  decnilencia  y  el  m:il  estaüo 
en  que  parece  Iiallaise  la  comcdin  coniemporil- 
nea  ú  contar  desde  la  muerte  de  Bretón.  Pero  sigtiien- 
do  Tamayo  con  su  silencio  de  siempre,  impcíIidosEíruI- 
\¡a  y  SeiTíi  de  continuar  su  mixícsto  piípel  de  imitiido- 
ros,  entregado  Avala  &  los  ufanes  de  la  política,  muer- 
tos tfxtos  material  ó  moralmcntc,  sólo  han  enriquecido 
la  escena  en  el  transcurso  do  can  Inrgo  periodo  con  tnl 
cual  obra,  A  manera  de  despedida  tíltiraa  ó  canto  de 
cisne  moribundo.  Los  autores  cómicos  que  han  hecho 
el  gasto,  como  si  dijéramos,  desde  aquella  memorable 
íccha,  ó  son  compañeros  rczas:ados  de  Bretón,  que  bri- 
Hallan  menos  cuando  ól  vivía,  ó  aficionados  jóvenes, 
entre  los  que  no  hay  uno  con  fuerzas  pitra  continuar 
su  obra.  Ya  se  entiende  que  hablo  aquí  de  la  comedia 


E»  EL  SIGUO  XIX  437 

pura,  y  por  extensión  de  las  vurieUiiües  cümprendiilus 
en  el  genero  bajo-cOmico. 

Por  orden  de  prioridad  cronotágicB  ocupa  el  primer 
pnestú  de  la  afi^nipación  D.  Josií  Marco,  que  hizo  ya  sus 
primenis  armas  mucho  anees  de  la  revolución  de  Scp- 
tíembre.  Ei  peor  t'fttrtm'go,  que  fue  su  estreno,  estii  cor- 
lada por  e)  mismo  patrón  que  todas  sus  hermanas  de  pa- 
dre: la  intención  moral,  no  fastidiúsa  ni  slstcmi'itica,  el 
graicju  culto»  aunque  nada  fibundantc  ni  cspontilnco, 
el  esmero  en  la  disposición  del  conjuntD  y  la  ausemiia 
de  pompas  y  adornos  Úricos,  para  no  decir  de  poesía, 
tales  son  los  caracteres  que  distinguen  las  comediiLs  de 
Marco,  cuya  serie  constituyen,  entreoirás,  JJhfríaH en 
lacaiiena,  Jil  ^o¡  de  invierno,  ¿Cómo  Ita  tle  ser!.  Los 
Jiacos,  Ei  mauicomio  modelo.  La  pava  trufada,  Aiüln 
V  Eva,  A  pesca  ílc  un  marido,  ¿Se  puede?.  Los  couoa- 
mjfjitus  y  líohirio  el  diablo. 

Soa  defecros  graves  y  continuos  de  Marco  la  propen- 
sión A  la  caricntura,  y  el  gusto  de  convertir  en  héroes 
y  heroínas  de  sus  comedias  á  una  serie  de  Íioml>res  ca- 
nijoü  y  senuritas  cursis,  que,  no  porque  en  la  realidad 
abunden,  deben  llei'arsc  A  tas  tablas  tan  constantemen- 
te y  por  sistema.  Aquel  pobre  diablo  de  D.  Bonifacio 
en  EJ  peor  t'Mifwigo,  ni  más  ni  menos  que  el  ebunisia  y 
pRtrioni  León  en  Ei  manicomio  moilelo,  y  el  benditísi- 
mo y  apocadísimo  D.  Prudencio  en  La  feria  délos  mu- 
Jerts,  sólij  pUL'den  ser  excedidos,  en  punto  A  ridiculez. 
por  los  apéndices  femeninos  que  respectivamente  les 
nurtiriz^m.  Casi  siempre  ha  de  s;ilir  míilparnda  la  mujer 
en  las  comedias  de  Marco;  porque,  ó  bien  es  la  insufri- 
ble marimacho,  que  arregla  y  dcsarreg;la  la  cusa,  ten- 
tando la  paciencia  del  inocente  marido,  ó  bien  la  solté- 
ttina  que  hace  los  imposibles  para  pcs«.'arle.  ó,  a  lo  sumo, 
Ib  resignada  mártir  de  la  fortuna,  con  sus  pretcnsiones 
de  viriuosn.  que  ha  aceptado  del  ciclo  este  don  &  costa 
de  1<M  dem.^.  incluso  la  sal  del  bttutismo.  Líi  candidez 
que  furma  la  quinut  esencia  de  los  personajes,  cua  ex- 


a 


438  LA  LITERATURA  SSÍ'aSoI-A 

ccpc  íón  de  uno  ó  dos  por  comedia,  podría  tolerarse  como 
recurso  excepcional  y  accesorio;  pero  cin  lofítimosa- 
mente  prodífi:ada,  caasa  la  atenci<ín  conlu  \'Ul^:ar  y  mo- 
nótono de  las  perspecti%'as. 

Aunque  no  libre  de  esc  pecado,  ñútanse  en  Los  co- 
ttodfiuctttos  rapidez  de  situaciones,  variada  sucesión 
de  fisonomías,  y  sobrio  y  uxucto  naturalismo.  Sin  que 
el  pensamiento  sea  del  todo  origrinal  ni  la  forma  muy 
escofrida.  la  concepción  y  el  desenvolvimiento  del  plan 
descubren  una  mano  hábil  y  experimentada.  V  ya  que 
hablo  de  forma,  no  pasarit  sin  advertir  que  el  ¡lutor  no 
se  le  mucstrd  tan  devoto  como  es  costumbre  en  nues- 
tro Teatro,  y  que  si  bien  dialoga  con  soltura,  rinde 
tributo  A  un  prosíiísmo  desmayado  y  de  ramplona  fami- 
liaridad. 

Compaflero  de  Marco  en  sus  primeros  días  fue  el  au- 
tor de  /jíí  Cortf  de  Doña  Urraca,  Dott  Jíamórt  dr  ta 
Crue,  La  fiiwtra  causa.  En  la  piedra  de  toque.  Herida 
eneí  a/tna,  Los  pretendientes  y  ¿17  miera.  Cultiva  Emi- 
lio Alvarez  casi  todas  l.is  variaciones  de  la  comcdi;),  des- 
de la  ñlosófica  hasta  la  de  circunstancias,  ya  remontán- 
dose &  las  alturas  del  sentimiento,  ya  adaptando  su  fle- 
xible musa  ít  las  exifi^encias  del  efímero  jufpttíte. 

La  sencillez  característica  dt-  las  obras  en  prosa  y 
verso  de  Carlos  Frontaura  lo  es  partlcularmonto  de  las 
escritas  para  la  escena,  en  las  cuales  se  advierten,  junto 
Á  la  insig^iiñcancia  y  casi  nulidad  de  la  acción,  la  ternu- 
ra de  las  situaciones  parciales  ó  la  espontaneidad  y  gra- 
cia del  chiste.  También  ha  compuesto  zarzuelas. 

Mis:uel  Ramos  Carrión,  olvidando  el  aticismo  de  los 
grandes  modelos  y  el  arte  difícil  de  la  sobria  naturali- 
dad, sacríñc»,  al  cmpeflo  por  hacer  rcir  á  toda  c< 
mtfritos  y  cualidades  inaccesibles  rt  la  apreciación  de  I 
multitud.  León  y  Leona ,  Cada  loco  ton  su  tema,  Los  se-' 
aoritoa,  El  iunvno  mandamiento,  y  en  general  los  ju- 
gructcs,  pasillos  y  comedias  que  brotan  de  su  fecundo  in- 
g'enio,  no  descubren  esfuerzo  ni  dificultad  de  ninguna 


Slf  BL  SIGLO  XU  A39 

especie,  como  engendrados  a)  calor  de  una  musainfatl- 
gubk'.  Ramos  Carridn  es  un  vastago  legitimo  de  !a  anti- 
gua cvpn  i.'sii;ifitila,  con  la  s;ivia  de  Quevei"o,  Tirso  de 
Molina  y  D.  RamOn  de  la  Cruz.  No  quiere  esto  decir 
que  no  estudie  y  procure  imitar  A  los  autores  franceses, 
cuj'a  franca  despreocupación  se  produce  con  harta 
üdelidnd  en  el  asiduo  compañero,  Mentor  en  otros  días, 
de  Vluil  Aza.  Los  que  tratan  con  intimidad  al  autor  de 
Xo  Bruja,  le  llenen  por  aficionadísimo  al  doícc  far- 
m'ertíe,  y  explican  por  esta  pasividad  de  su  tempera- 
mento la  costumbre  que  ha  observado  de  escribir  en 
rolaboracWn.  M¡i.s  quiííii  que  sus  comedi;uí  tWfw  (en  el 
doble  sentido  de  la  palabra)  sus  conocidísimos  libretos. 

Rafael  Gaicía  Saniistcban  siente  invencible  propcn- 
sióa  al  efectismo  de  la  caricatura,  y  le  molestan  poco 
los  escrúpulos  de  fondo  y  forma;  es  imo  de  cantos  inge- 
nios, indóciles  y  fecundos,  que  se  agitan  en  el  campo  de 
la  escena  con  el  firme  propósito  de  arrancar  aplausos, 
promoviendo  el  buen  humor  por  todos  los  caminos 
posibles.  A!  pretender  oTra  cosa  recientemente  con  su 
liaría  Egipíiaca,  experimentó  el  fracaso  que  era  de 
prever. 

Autor  antiguo  y  experimentado,  constante  en  sus 
buenas  y  malas  condiciones,  errático  t  inagotable,  no 
pítrcce  sino  que  Euscbio  Hhtsco  adquirió  en  algún 
tiempo  la  obliuación  de  escribir  í1  Jestíijo  arliculos  de 
periódico,  libros  y  piezas  teatrales,  para  gowu"  luego 
las  caríciíts  de  la  pereza  y  el  descanso.  Lu  anlifzua  espa- 
Ñoia.  La  mnji-r  de  Iflísci  y  £7  amor  couMípado  prece- 
dieron cT'ínoU'igiramenre  i'i  la  q,uc  casi  todos  reputan 
por  In  m(U  importante  obra  del  autor.  El  pailiwio  blan- 
co^ coronada  por  muchos  y  merecidos  éxitos  después  de 
pasadas  las  cii-cunstanci;is  de  su  primcm  representa- 
ción, y  qae.  sí  bien  recuerda  demasiado  un  proverbio  de 
Musset,  est.l  dlestnimente  adíiptada  A  nuestro  Teatro. 

Conforme  A  la  ingeniosa  teoría  de  Scríbe  sobre  los 
grandes  resultados  producidos  por  causas  pequeñas. 


440  LA    LITEBATURA  BSPA.^OLA 

l?iastan  en  la  obra  de  Blasco,  p.nni  enix-üar  uiui  fAtmla 
llena  de  confusiuncs  y  pcrípeciiis,  Jos  pañuelos  que  sira- 
boU/an  respertivamenie  los  santos  atractivos  del  hogar 
doméstico  y  tas  Inquietudes  roedoras  de  1n  inftdcHdad 
conyugal.  El  pañuelo  blanco  que  borda  la  niña  Kusita, 
como  obsequio  A  su  padre,  sirve  A  la  asiuia  Clara  para 
encelar  &  éste,  3-  tejer  una  cadena  de  incidentes  cómi- 
cos que  terminan  por  el  adiós  dado  por  el  Conde  A  sus 
trapícheos,  y  con  su  firme  resolución  Ue  vivir  en  ade- 
lante para  su  mujer  y  sus  hijos.  Otro  píifluelo con  listas 
azules,  regalo  de  la  viuda  bizca  á  (|uien  ronda  el  mari- 
do intiel  de  la  Condesa,  sirve  de  argumento  deUnltivo 
para  demostrar  el  pocaJu  del  culpoiblc.  Clara,  que  se 
ha  propuesto  arreglar  aquel  mairimonio  desavenido, 
manda  A  la  Condesa  dar  un  pasco  níx-tumo  para  yvr- 
suadjr  al  Conde  de  que  su  mujer  se  ha  ido  al  baile. 
en  uso  de  su  libertad  y  derecho,  y  de  que  le  engufta 
con  un  amante.  ¡Cuál  no  es  el  asombro  del  Conde  al 
verqueel5('/í(ír/V(?r(íf/<3í.elsupuestorÍval,  es  su  mismo 
hijo,  A  quien  la  Condesa  ha  sacado  Jel  colegio,  y  que. 
efectivamente,  la  besó  con  efusión,  como  habla  dicho 
el  criado,  y  que  la  misteriosa  donante  del  pañuelo  blan- 
co es  la  hija  del  empedernido  Tenorio!  Blasco  deja  sin 
los  debidos  justificantes  algujias  de  estas  equivocacio- 
nes; pero  las  hace  perdonar  en  obsequio  A  su  trn- 
TTcsuní  y  il  la  belleza  monil  del  pensamiento  de  lu 
obni. 

Nú  ha  cesado  de  producir  desde  aquella  fecha, 
pero  son  partos  endel>!es  y  para  el  día,  insiga  ¡licjuites 
por  su  brevedad  ó  por  la  precipitación  con  que  cstiin 
concebidos;  tales,  en  fin,  como^  mittlo jíimnla la viOa, 
El  aitsiuto,  I^  rosa  amaríH ti.  Ei  bastón  y  ti  sombrero, 
SoJftluií,  Pobre  porfiado,  etc. 

Siempre  la  misma  vena  chispeante,  hermana  menor 
de  la  de  Bretón  y  Narciso  Sorra,  el  mismo  raudal  de 
gracias,  equívocos  y  todo  linaje  de  ocun-cncias;  pero 
siempre  también  la  misnuí  torpeza  en  la  disposición  del 


Hn  EL  SIGLO  XIX  441 

plan,  en  la  conducción  Uc  la  fábula  y  en  la  verdad  y 
cfHísecucnria  de  los  caracteres.  Fclifcs  arpumc-ntos  las- 
limoütmcnic  inulversíi4os;  escenas,  ya  delkadiis,  ya  de 
relieve,  y  A  tas  que  falta  poco  para  ser  inmejorables, 
junto  á  olriis  de  factura  desdiebadisinuí;  los  destellos 
de  la  inspiración  obscurcvidos  por  espesas  sombras;  cl 
contraste  y  la  irregularidad;  tal  es  cl  resumen  gcncnil 
que  pticde  aplicarse  A  las  obras  dram/ilicas  de  Easebio 
Blasco. 

A  pesar  de  los  vacíos  del  fondo,  y  los  dispara- 
tes |!TiunatÍcales  y  de  otros  géneros  que ,  por  desgni' 
fia.  no  son  tan  ruros  en  las  comedias  del  autor,  hay 
en  las  más  desairadas  huellas  de  iaspimciún  y  i'is  cá- 
rnica, de  maestría  en  el  manejo  del  diálojfo  y  la  versi- 
caclón. 

Se  diíciitc  mucho  la  originalidad  de  Rlasto.  y  sus 
obras  dramiUicas  abundan  en  reminiscencia.s,  que  ma- 
las lenguas  traducen  por  plagio  maníüesto,  y  que  pocas 
veces  pasan  inadvertidas,  por  ser  los  originales  casi 
siempre  franceses  y  de  los  que  todo  el  mundo  conoce. 
Esta  ctrcuQStancíadji  lugar  á  comentarios,  y  disminuye 
cl  valor  de  lo  que  pone  de  su  cuenta  Bhisco,  que  hu- 
biese se^i^idu  otra  conducta  si  no  hiciera  tan  poco 
aprecio  de  su  reputación,  si  no  se  hubiese  apudentdo 
de  £1  una  costumbre  inveterada,  y  sobre  todo  si  cuida- 
se mAs  de  la  corrección  que  de  la  fecundidad. 

Sólo  me  resta  aftadir  que  pica  üil  cual  vez  en  filo- 
sofo, patrocinando  tests  de  democracia  trasnochada  y 
ciur&i;  pero  ya  que  se  le  hayan  de  ivrdooar  los  pecadfis 
veniales,  que  no  oiga,  por  Dios,  al  enemigo  que  le 
ÍDspir<l  su  Soledad  cuando  intente  hacerle  reincidir  en 
cl  mismo  crimen. 

Mds  destemplada.  Univcrsíi!  y  dcscortt-s  que  c<in 
Bbtsco  ha  sido  la  censura  con  Enrique  Ga'ipur,  autur 
e<>mico  de  otra  talla,  saj:onadfsimo  en  sus  chUtes  ¿  in- 
corregible en  sus  imperfecciones,  y  jiara  quien,  después 
de  una  temponida  en  que  coserh(>  abundantes  laureles 


442  LA   UTEKATUIU  ESTaAOLA 

y  en  que  su  nombre  llegó  ú  convertirse  en  ^arantia  Uc 
iriunfo,  vino  la  de  súitcmiltjca  y  terrible  oposLci<ín. 

En  el  teatro  Ue  Enrique  Gaspar  encama  un  realis- 
mo pcsimistn,  que  se  diferencia  de)  de  Dumas  bijo,  y 
del  de  Sardou,  porque  participa  más  de  la  sAtira  que 
de  la  tesis  docente.  Cuando  aún  preduminjib»  en  la  es- 
cena  española  el  sentimentalismo  dulzón  y  empalago- 
so, Gaspjir  se  arriesgó  A  exhibir  en  ellu  las  fotu^ntfíiut 
al  desnudo  de  Las  arciinsíaiirias  (1B67Í,  en  que  cienos 
tutores  confiscan  la  herencia  de  una  pobre  muchacha  á 
quien  fingen  amparar,  ocultando  el  robo  con  el  manto 
de  la  hipucresia,  pero  sin  evadir  el  custijro  condignn  de 
su  culpa.  lj\  censorina  severidad  del  autor  se  acentúa 
en  ¿41  ¡mita.  Don  Ratnóny  d  sefíor  Ramón,  La  catt-ca- 
Hottiattia  y  Et  t-stótftago.  para  renovar  sus  procedímicn- 
los,  después  de  muchos  aflos,  en  /-o/íj  (ItJfió)  y  Las  ptr- 
sonas  dfcctttes  (1890).  alegato  éste  formidable  contra  las 
costumbres  de  la  socied;id,  baraja  de  naipe*  s;ilpÍcjulos 
de  cieno,  f!;eneralizaci('in  sistemática  del  vicio  que  abun- 
da, si,  y  contag^ia  como  virus  ponzoñoso,  pero  no  tanto 
como  supone  el  autor  de  la  comedia.  Para  ser  en  todo 
realista,  el  Sr.  Gtispar  truena  conlr:i  las  pompas  del  li- 
rismo, y  hasta  abc^i  en  la  teoría  y  en  la  priU'tica  por  el 
predominio  de  la  prosa  sobre  el  verso  en  el  teatro;  e 
incurriendo  en  el  mis-mo  error  que  Zola,  parece  creer 
que  la  imitación  de  la  naturaleza  se  reduce  á  copiar  lo 
malo,  lo  repulsivo  y  lo  sucio,  y  tortura  su  irmcgable 
talento  al  encerrarlo  ea  Las  prisiones  de  un  molde  úi 
co  y  convencional. 

El  gran  dramático  de  £/  hombre  de  mundo  y  La 
muerte  4e  César  legó  al  Teatro  cspaflol,  juntamente 
con  sus  producciones,  im  heredero  de  su  nombre  y  de 
su  gloria  en  el  popular  sainetcru  Kiairdo  de  la  Vega» 
steudo  y  lodo  las  aficciones  de  éste  tan  distintas  de 
de  su  padre.  Con  sus  libros  para  música  ha  propor- 
cionado A  los  más  distinguidos  maestros  de  Madrid  te- 
mas i-  inspiración  pitra  zarzuelas  y  juguetes  líricos,  que 


ES  EL  SIGLO  XIX  443 

por  su  sidatla  ligereza  obtienen  aplausos  y  represenm- 
tiuncs  sin  numero.  Las  comedias  (ó  cosa  asi)  qnc  constí- 
luj'cn  otni  rama  de  su  teatro,  no  obedecen  tampoco  & 
rnAa  leyes  que  A  las  del  humorismo  Kumht^n,  picante  y 
regocijado  de  que  no  hablan  los  legisladores  rígidos  del 
gusto  y  la  poesía.  El  pueblo,  sin  embargo,  y  con  cl  pue- 
blo muchos  entendidos,  consiguen  que  Ricardo  de  la 
Vega  rivalice  en  fama  con  cl  mismísimo  Rchegaray,  de 
cuya  s;mírrit-nta  dramaturgia  es  srftira  uno  de  los  partos 
míis  geniales  de  nuestro  autor  Ci^  abueia):  y  si  con  este 
motivo  le  retiraron  su  amistad  y  benevolencia  algunos 
«pcisionados  del  ídolo,  no  ha  dejado  de  seguir  boyante 
ri  nuevo  D.  Ramiin  de  la  Cruz,  como  le  llaman  sus  ad- 
miradores. Y  en  verdad  que  no  escascan  las  analogía.? 
entre  la  gente  airada  de  antaflo  y  la  de  hogaño,  ni  entre 
los  sainetcsque  extasiaban  a  los  madrilcnosde  la  época 
de  Carlos  IV,  y  los  que  hoy  lleva  A  las  tablas  el  supuesto 
imitador.  Hago  extensivos  los  elogios  de  Ricardo  de  la 
Vega  ií  Ttim-ls  Lureho  y  Javier  de  Burgos,  de  los  cua- 
les no  dLscurrirO  en  particular  por  no  repetirme  inútil- 
■mente;  pero  nada  hay  en  el  repertorio  del  primero  que 
exceda  á  ¿os  valientes  del  tíliimo.  para  citar  tm  ejem- 
plo conocido  de  todos.  , 

Nadie  olvida  tampoco  las  revistas  estudiantiles,  sfttí- 
ras  escénicas,  tan  chistosas  como  inofensivas,  todo  el 
tello  aunque  mondtono  teatro  de  Vital  Axa,  teatro  que 
se  cclebraxía  como  simb<>lica  columna  de  Hércules  ;i  no 
luiher  nacido  en  Asturias  sti  autor,  sino  en  la  indispen- 
sable metrópoli  parisiense,  malgastando  su  talento  en 
insulsos  vaudrxitlt'S.  A  la  memoria  del  lector  c^iún  acu- 
dietido.sin  duda,  tipos  y  escenas  do, 'iSflsMrfcwrt/cwfíí- 
li<af!,  Aprobados  y  fiuspeusos,  lü  psirietitc  df  todos. 
S&ft  Sebastián,  mártir.  El  sombrero  de  copa,  Eí  Si-fior 
Gobfftiador,  etc.,  etc.  ¡Qué  donosura,  qué  flexibilidad  y 
qu¿  riqueza  la  de  su  inextinguible  caudal  poético!  Bn 
esta  parte  no  le  excctlcn,  ni  Blasco,  ni  Narciso  Serra.  ni 
naUic.  fuera  de  Hretón,  bca  lo  que  quirrn  d>-  ntras  cua- 


•14-1  LA  UTERATVRA   ESPAÑOLA 

Hdaücs  no  menos  dignas  de  esñimí,  compensadns  en  & 
por  esl;i  c¡isi  úniai  y  t:in  valiosa. 

Y  nu  es  quv  dest'ien  Jn  liasui  la  bufonada  proi-az,  gro- 
nem  6  malsoníinte;  pues  si  pueden  y  deben  censurarse 
rasgos  menos  cultos  en  sus  comedías,  distingüese  en 
general  por  la  delicadeza  conceptuosa  de  las  alusiones, 
y  la  fmura  y  comedimiento  de  la  forma,  en  cuanto  caben 
dentro  del  tigurún  y  de  los  exigeocios  peculiares  de  cada 
asunto.  Si  no  posee  el  aticismo  moratiníano,  ni  la  admi- 
ralíle  vena  y  el  conocimicnio  de  la  rima  que  nos  asom- 
Iwan  en  fiV  pdo  de  la  dt'hesa  y  MuéreU  y  verás,  se 
mueve  con  holgura  en  otra  esfera  más  humilde  y  más 
adecuada  d  su  card^tcr. 

¿Quién  puede  olvidar  al  pedantísimo  Fermín,  rival  de 
D.Elcutcrio,  al  viejo  Cosnie.it  Paco,  el  incorregible  hol- 
gaxjln  y  buscarruidos,  á  toda  la  galería  cscolarqitc  hasta 
para  hacer  reír  alas  piedras  en  ^I^ro/>arfo5V5M.'i^r«Sfis, 
obrilln  por  otra  parte  modcsui  y  baladí?  (Dónde  encon- 
trar los  motlelus  de  aqudlos  incidentes  tan  originjiles  y 
oportunos?  ^Dónde  l:m  inagotable  tiroteo  de  chistes  de- 
liciosos y  felicísimas  ocurrencias,  tan  rico  y  tan  variado 
museo  de  ingeniosidad?  VíuilAza  ha  tenidocl  buenacuer- 
do  de  no  acercarse  al  género  elevado,  para  el  que  se  re- 
quiere un  poder  de  concepción  y  de  síntesis  incompEití- 
hle  con  la  sencillez  nativa  de  su  ingenio.  Al  fin  su  arce 
«s  legitimo,  aunque  no  de  grandes  aspiraciones,  de  lo 
que  no  ptnlrAn  vanuglorlarí^  otros  que  las  tienen  mis 
subidas,  y  que  vienen  á  parar  en  lo  cómico  sin  preten- 
derlo. ^M 

La  gran  vía,  csr  talistnán  de  la  España  coniempeV 

ranea,  extendió,  inmortal  i  ¡^¡^ndole  &  su  manera,  el  nom- 
bre de  Felipe  Pérez,  que  para  entonces  ya  habia  hecho 
representar  las  comedias  Recurso  de  easactóH.  Con  tus 
y  á  libsiuraíi  y  Ei  aV/üo  Jt:itiir,  un  buen  númeio  de  ju- 
guetes cómicos  y  cómico*! ¡ricos,  y  una  serie  de  fan- 
tasías ligeras,  bautizadas  con  distintos  nombres.  La 
lihima  obrilla  que  ha  dado  &  la  escena  (,Pfiiltos  rf  ¡a 


BX  EL  SlGtO  XUl  4C 

mart)  lüiunda  en  situaciunes  bien  j;niduadas  y  primores 
de  versificación,  ya  que  sea  trillado  el  fensnmienco  que 
desenvuelve. 

No  es  tan  esencialmente  cómtcíi  la  musa  de  Cefcrino 
Patencia  como  la  de  los  poetas  de  que  acabo  de  hablar. 
Después  del  terrible  fracaso  que  hubo  de  sufrir  en  Ef 
cura  df  San  Aitíouio,  comenzó  á  manifestar  en  Carre- 
ra de  obstáculo.^  Ins  raras  y  envidiables  aptitudes  de 
observador  hílbil  y  esperto,  de  poí'ta  no  vulgary  versi- 
ficador intachable,  conlirmadas  en  Ei  gtutrdtdn  de  fa 
(asa.  CariHo»  que  malati.  y  La  Charra .  t\\xc  tan  alio 
ponen  su  nombre  entre  los  de  nuestros  dramáticos  mo- 
dernos. La  nota  característica  y  predommante  en  sus 
obras,  ni  más  ni  menos  que  en  las  de  Ayala.  si  bien  en 
^mdo  muy  inferior,  es  el  ^sto  purísimo,  diseminado 
por  totULs  panes  á  manera  de  fluido  sem i-espiritual  í  in- 
coercible, que  así  en  el  fondo  como  en  la  forma  graba 
el  sello  de  la  corrección  clílsica,  cercenando  las  tenta- 
doras superfluidades  y  tos  'vHolentos  desentonos.  Sus 
personajes  carecen  del  atractivo  fascinador  engendra- 
do por  las  pasiones  tumultutísiis  y  lo*  choques  silbitos  é 
inesperados,  pero  cumplen  perfeciumínie  con  lo  que 
cada  uno  representa,  son  naturales  y  humanos,  íí  dife- 
rencia de  los  que  estilan  los  geii/'os:  al  uso.  Su  diálogo 
es  un  modelo  de  sobriedad,  y  hermana  con  olla  las  per- 
fecciimes  del  romííntico,  sin  adoptar  los  excesos  del 
inoportuno  lirismo.  Para  que  las  semejanz;is  con  el  autor 
de  Cottsufíosean  nuiyores,  también  el  repertorio  de  Ce- 
ferino  Falencia  tiene  de  exiguo  tnnio  como  de  excelen- 
te, t:imbicn  rinde  A  la  sana  moral  el  culto  que  en.  tantas 
ooisiimcs  es  prend;i  de  acierto. 

El  íxiio  mAs  considerable  e  indiscutldo  de  Pnlencla 
fué  el  de  EJ  guardidtt  dt  ta  cam,  no  sólo  por  la  inter- 
pretación que  dio  al  papel  de  Carmela  la  insitrne  actriz 
Marfa  Tubau.  despuís  esposa  del  autor,  sino  porque  ti- 
pos como  el  de  ta  joven  toquilla  y  caprichosa,  Ui  madre 
Indolente,  frivola  y  literata,  el  padrazo  torpe  que  Iils 


446  LA   LITCRATtlIlA  RSFAJtOLA 

tolera,  el  L-xpcrto  D.  Justo  y  su  hijo,  el  novio  de  Car- 
mela, acrcüitan  un  pincel  delicado  y  un  pulso  firme  y 
ílc  macíitrü. 

No  podían  ser  más  felices  los  auspicios  con  que  se 
presentó  en  la  escena  Juan  A.  Ca%'estaoy,  obteniendo 
en  tos  día,s  de  la  niñez  un  triunfo  como  el  de  £/  escía%>o 
de  su  culpa.  En  esta  comedía,  que  bien  comporti»  el  tf- 
tulu  de  dnimu,  peirecia  despuntar  la  aurora  de  una  tns- 
piruciíin  virK^n  y  precoz,  que,  superados l<>s  obstAcuIos 
déla  cJad  y  la  inexpeiiencía.  superaría  mmbicn  otros 
menos  temibles.  El  poeta,  casi  oifto,  acertaba  á  trazar 
un  cuadro,  con  sus  toques  de  sano  realismo,  muy  honro- 
so pitra  un  principlante.  Miis  pronto  pasó  d  concierto 
de  alabanzas,  dando  tugar  íi  1;is  discusiones  sobre  la  orí- 
finalidad  de  la  obra  después  de  aplaudida,  y  al  valor 
de  las  que  le  sucedieron,  e-xtremAndose  el  rigor  tan- 
to como  se  extremó  la  benevolencia.  Primero  E¡  Ca- 
nino, donde  hay,  en  verdad,  frecuentes  é  imperdo- 
nablt-s  caídas,  y  mucho  efectismo  cursi  y  amañado,  y 
después  Sobre  qiii^n  viene  e¡  castigo,  que  nu  merecii} 
tan  uniJnime  des:iprol>aeión,  contribuyeron  etlcazmence 
al  doscrídíto  del  poeta.  El  drama  histórico  Pedro  el 
Jiastardo,  escrito  en  colaboración  con  D.  Josí  Velar- 
de  {\i$S&),  no  bastó  pura  rehabilitar  al  autor  de  £/  escla- 
ZH>de  sri  (U¡pa, 

D.  Miífiíel  Echeifaray  es  un  poeta  tan  original  y  tan 
desbordado  en  su  gCncro  como  el  homónimo  que  hoy 
recoge  en  España  el  cetro  del  drama  trftg^ico,  y  no  t^us- 
ta  menos  el  uno  de  provtKar  la  risa  que  el  otro  de  he- 
rir profundamente  las  tibras  de  la  sensibilidad  con  d 
arma  de  sus  tremendas  catAstrofes.  Aun  si^fucn  coro- 
partiendo  el  dominio  de  la  escena;  pero  mientras  el 
éxito  de  Un  critico  incipiente  recuerda  el  de  El  fíraii 
Gattoto,  decae  un  tanto  la  estrella  de  D.  Mi^iel,  que 
nunca  ha  sido  muy  viva  y  resplandeciente.  Obnis  en 
<iue  palpiten  la  pasión  intensa  y  el  sentimiento  Icffftimo, 
hijas  de  la  meditación  y  el  estudio,  y  de  una  g'ran  fa- 


BX  EL  »[GU>  XIX  447 

cultnd  creadora,  no  se  busquen  en  el  ciimulo  de  las  su- 
3'as.  sin  exceptuar  las  mejores.  I^  aficióa  de  Echega- 
fay  á  lo  hajo-cúmico  es  decidida  y  fauíl,  obligái>dolc  & 
torcer  el  curso  espontáneo  de  los  argumentos,  A  dcsfí- 
gtirar  con  afeites  posti:!os  la  ñsonomín  de  los  persona» 
jes,  recargAndoIo  iodo  con  lasm;isas  de  color,  y  destru- 
yendo asi  la  suavidad  y  hermosura  de  los  contornos. 
La/uersa  iis  ««  wAo.  Sí»  familia,  En  primera  clase, 
Vivir  r»  grande,  etc.,  y  úUimamente  I.a  creúrmiai , 
adolecen  de  ciertos  pecados  de  origen,  identifirados 
«■asi  con  el  ingenio  del  Sr.  Echegaray. 

No  le  acusara  de  las  frecuentes  prostituciones  A  que 
toncos  descienden  sólo  por  transigir  con  feas  concupis- 
cencias y  e£lrag:idos  paladares;  lo  que  sí  se  necesita 
cooíesar  es  i)ue  las  nobles  intenciones,  ocultas  en  sus 
dram<-^ticas,  no  estAn  conformes  con  lo  trivial  de 
,  ejecución,  y  que,  por  sendas  contrarias  A  las  s<-guidas 
por  su  hermano,  viene,  como  él,  á  dar  en  la  falsedad  y 
el  convencionalismo. 

Talla  y  el  dios  Momo  cuentan  con  mil  adoradores 
oUls,  retirados  unos,  y  otros  en  actual  servicio.  Perte- 
necen al  primer  grupo  el  acerado  y  nervioso  periodis- 
ta Leandro  Herrero  y  el  autor  de  Uis  vetcfas  (sátira 
politiía  representada  en  1870),  Dr  gustos  no  hay  nada 
escrito.  La  caja  de  Pandora  y  los  Diálogos  de  saiÓH, 
FcrnAndcz  Martínez  Pcdrosa.  En  la  clase  de  autores 
militantes  tiguran  Antonio  Silnche?.  IVrez,  quu  lleva  at 
Teatro  sus  condiciones  de  persona  inteligente  y  dis- 
creta, observador  asiduo  de  la  sociedad  y  prosista  ame- 
no y  castizo;  Francisco  Flores  García,  que  aun  en  los 
juguetes  y  pasatiempos  se  distingue  de  la  turba  adoce* 
nada,  ejcmptar  curioso  del  pocut  autodidacto  que  sube 

ílirconel  talento  y  el  estudio  la  falca  de  una  cam- 

y  un  titulo  universitario;  Eduardo  S.  Castilla,  mis 
conocido  como  di  rector  de  la  revista  Blanco  y  Xegro; 
Josí  Jackson  y  VeyAn,  que  ha  heredado  con  el  apelli- 
do el  buen  humor  de  su  padre;  l"'nmcist:o  Pleguezuelo, 


•UA  LX  UTBaATUUA  KSPAJtOLA 

cayo  primer  cnsiyo.  Mártires  y  dvlittcHent  es.,  noanun- 
cialxt  al  (Teador  de  una  comedia  tan  hermosa,  sin  fal- 
sos relumbrones,  como  Margarita,  y  Rafael  Torróme, 
á  quien  alzó  Caflete  sobre  el  pavés  al  estrenarse  La  Jie- 
bre  tteJ  dfu,  confesando  su  culpa  ante  un  esperpento  lla- 
mado, por  mal  nombre,  Kt  .tentitío  común.  Y  aun  que- 
dan sin  íiiniar  numeros<«  autores  cómicos  de  ocasión 
que  viven  domiciliados  en  este  Olimpo  de  la  comedia, 
aunque  «isi  siempre  en  los  pisos  liajos  de  la  C-aricalum, 
el  pa«iÍllo,  el  saínete,  la  parodia,  el  cuenco,  el  cuadro  y 
el  juífueic. 

Aquí  vive  tiimbiOn,  en  la  categoría  de  los  (//o.':f^£  Mtf- 
ttores,  el  hutmo  de  Pina  Domínguez  (Mariano),  y  conste 
que  no  k-  llamo  así  por  malicia  6  s«^unda  intención.  El 
sf  que  las  suele  prodigar  en  sus  pasatiempos  teatrales, 
picantes  como  la  guindilla  y  de  un  matiz  verde,  que  si 
en  ocasiones  aparece  un  poco  desmayado,  por  lo  común 
rompe  toda  ciase  de  cendales.  Sus  admiradores  suelen 
equipararle  fi  Bretón  con  la  candidez  del  mundo;  sus 
émulos,  que  tampoco  le  faltan,  han  hecho  en  Cl  cruele» 
experiencias  de  anntomia. 

Como  se  ve,  no  es  njula  lisonjera  la  impresión  irc^ 
nerat  que  dejan  en  el  ¡inimo  la  plétora  de  medianías,  el 
retraimiento  de  los  poetan  de  mAs  esperanzas,  y  la  ex- 
tinción casi  total  del  genio  luminoso  y  creador,  triple 
motivo  de  la  decadencia  de  nuestro  Teatro,  A  la  que 
también  concurren  cl  fabuloso  incremento  de  los  espec- 
citculos  innobles,  populacheros  y  de  baja  estofa,  y  el 
extravío  de  una  gran  parte  del  público,  que  no  sólo  los 
sufre,  sino  que  también  los  r[e,  p:iea  y  aplaude.  QuízA 
se  abusa  de  la  hipérbole  al  comparar  el  estado  actual 
de  la  escena  española  con  cl  que  a1canr.ó  en  otros  días; 
pero  no  cabe  tlesconoccr  que  yace  atacada  de  anemia 
senil,  y  necu<>ita  de  nuevos  elementas  que  le  infundan 
sangre  y  vida.  Por  otra  parte,  y  no  ya  en  Espato,  sino 
en  otras  naciones,  se  advierte  cierto  indiferentismo 
hacia  la  literatura  dramrttica  fomentado  por  insignes 


escritores,  y  que  sirve  de  barómetro  para  conocer  Im 
gustos  de  la  época. 


El  ane  de  la  declamacirtn  en  la  segunda  mitad  del 
siglo  XIX  vivió  largo  tiempo  con  tas  reliquias  del 
romanticismo,  y  continuó  enorgulleciéndose  con  los 
prestigiosos  nombres  de  Julián  Romea,  ^falilde  Diez 
y  Teodora  Lamadrid,  que  aún  no  ha  muerto  para  el 
mundo  ni  para  la  gloria.  Va  en  1844  se  había  hecho 
apl;iadir  del  público  madrílcflo  otro  actor  insigne, 
JoíUfuIn  Arjona,  despuís  de  recorrer  triunfalmenie  las 
capitules  andaluzas;  pero  cuando  se  destacó  su  carac- 
ceristica  personalidad  de  la  masa  común  de  los  artistas 
adocenados,  fue  al  i  ñau  [.airarse  el  Teatro  Español  por 
la  iniciativa  del  Ministro  Conde  de  San  Luis  {IH4% 
é  intcTprctnndo  maravillosamente  el  D.  Diego  de  £7  sf 
de  las  ttiiias,  y  E¡  avaro,  de  Scribe.  En  el  antedicho 
coliseo,  en  ct  de  los  Itasilios  (llamado  después  de  Lope 
de  Vega)  y  en  el  de  Variedades  estrenó  Arjona  las 
primeras  producciones  de  Aj-ala,  Tamayo,  Eguflaz  y 
otros  dramaturgos  de  la  nueva  generación;  pero  su 
celebridad  se  funda  principalmente  en  el  desempeño  de 
algimfts  piezas  traducidas  6  de  escaso  ^'alor,  como  La 
escala  de  la  vida,  de  Rubí,  El  tío  Tararira  y  La  aÍiU-a 
de  SaH  Loreuso,  melodrama  en  que  asombró  li  cuímtos 
le  vieron  fingir  la  mudez  patética  del  cabo  Simón.  En 
la  escuela  de  Arjona  se  educaron  Femando  Ossorio, 
Victorino  Tamayo  (el  Yortk  de  Uh  drama  nuevo)  j  el 
acttia)  continuador  de  tas  tradiciones  de  aquel  maestro 
excelente.  EmilioMario.  Con  estos  actores  compartieron 
la  cstimarión  dfl  publico  D.  Josí  Calvo  {Apio  Cíaiidio 
en  I  'irginia,  Dmjiiv  de  Lerma  en  f '«  hotnhrc  de  Estado), 
cuyo  apellido  habían  de  inmortalizar  sos  hijos,  Antonio 
PUarroso,   Míuiutl  Catalina,   inteligente   director  de 
escena,  y  las  actrices  María  Rodríguez  (tíortcmia  en 
lOHO  u  29 


Ul  UTEKATL'RA  SSPaSOLA 

Verdades  amargas.  Dolores  en  El  tejado  de  vidrio^ 
etcítera),  Mercedes  Buzón  y  muchas  más. 

Cuando  una  plújrade  de  poetas  nuevos  vino  i 
transformar  el  Teatro  espaflol,  surgió  también  otra 
de  actores,  mermada  hoy  por  la  muerte  y  las  volun- 
tarias defecciones.  Emilio  Mario,  que  perpetúa  como 
una  herencia  el  recuerdo  de  Arjuna,  personi6ca  d 
estudio  escrupuloso  é  incesante,  la  imitación  de  la 
naturaleza,  el  esmero  en  los  pormenores,  y  ha  desco- 
llado sin  ri\'al  en  la  cpmedia  de  costumbres.  Su  noví- 
sima anión  con  Antonio  Vico  hace  presagiar  malas 
consecuencias  á  los  que  conocen  lo  anlitiítico  de  sus 
aptitudes  respectivas.  Vico,  Á  pesar  de  su  flexible  talen- 
to, nació,  como  Rafael  Cairo,  pura  la  declamación  tu- 
multuosa, enérffica  y  efectista,  que  avjisalla  irresisti- 
blemente Á  un  auditorio  meridional.  I.a  conjunción  de 
«stos  dot>  astros  de  la  escena,  A  partir  de  1879,  avivo 
los  resplandores  con  que  cada  cual  había  brillado  en  su 
esfera  sinfifular  y  propia;  y  á  la  vez  que  exhumaba  las 
joviis  de  la  literatura  dramática  nacional,  desde  Lope 
de  Ve£ra  hasta  Zorrilla,  difundió  el  neo-romanticismo 
de  Echvfraray,  velando  sus  deficiencias  con  hermoso 
manto  de  luz.  Separadamente  se  había  exhibido  cada 
cual  en  obras  de  su  particular  repertorio»  por  ejemplo, 
Vico  en  Ai?  capilla  de  Ltiuiisa,  A.7  castillo  de  Simancas 
y  £/  mottasterio  de  Vusté,  de  Zapata,  y  Calvo  en  rf 
Hermenegildo  y  el  Tliciulis,  de  Sánchez  de  Castro. 
Con  los  dos  eminentes  artistas  colaboró  Elisa  Boldün, 
constituyéndose  asi  una  tríada  irrcempLizable,  pero 
que  se  deshizo  pronto  al  morir  Calvo  y  retirarse  de  las 
tablas  la  aplaudida  actriz.  Cairo  dejó  tm  heredero  de 
sus  elorias  en  su  hermano  Ricardo,  á  quien  itcompafla 
Donato  jimínez,  y  ñ  la  Boldün  sustituyó  jwr  túgúa 
tiempo  Elisa  Mendo/a  Tenorio,  que  Á  su  vez  tiene  por 
succsora  d  Maria  Tubau,  ornamento  del  Teatro  de  la 
Princesa  en  la  actualidad. 

Como  no  trato  de  presentar  una  galería  completa 


EN  El.  SIGU)  XK  451 

de  actores ',  sino  sólo  una  resefla  á  vuela  pluma,  me 
contentaré  con  apuntar  los  nombres  de  Balbina  Val- 
verde,  Matilde  Rodríguez,  Josefa  Guerra  y  María  Gue- 
rrero, y  los  de  Ramón  Rosell,  Pedro  Ruiz  de  Arana, 
Sánchez  de  León,  Mendiguchia,  etc.,  etc.,  protestando 
de  que  las  pretericiones  obedecen  únicamente  á  la  ra- 
zón de  la  brevedad. 


'    CotutUtesc  In  mny  interesante  que  se  eitá  Vn^llcando  en  U  revlst»  Itiu- 
trada  Btmeo  y  Stgrti. 


CAPÍTULO  XXV 

LA   NOVELA  COSTBKíPORAKBA 

Aluv^B-^KI  Padre  CvlawL 

Po«  cimii  del  dcscrátiito  de  la  forma  poética,  del 
tibio  razonar  y  los  alardes  de  buen  Sftttído,  que;  A 
toda  prisa  van  invadiendo  en  la  presente  genera- 
ción el  puesto  t>cupadü  antes  por  la  efervesreneia  líri- 
ca, la  enttisíasta  admiración  y  el  idealismo  en  sus  dlv 
tintas  fases;  por  cima  de  la  debilitación  que  experimen- 
tan los  grandes  ideales  colectivos  de  la  fe,  l¡i  patria  y 
el  amor  desinteresado,  y  del  vuelo  cada  vez  m:is  atre-' 
vido  que  toman  las  pasiones  egoístas,  y  todo  lo  que 
tiende  A  aislar  al  iodiriduo  de  %vsí  semejantes,  se  alza 
victorioso  C*  indiscutible  el  imperio  del  arte  literiirto 
mils  en  consonancia  con  nuestrtí  sitimcíón  social:  la 
novela. 

A  impulsas  del  amor  propio,  y  no  sin  razones  d<9 
bastante  solidez  y  paso,  suele  protestar  la  Estítiea  de 
nuestros  días  contra  la  definición  que  reduce  la  novela 
¡1  la  oprobiosa  categoría  de  epopeya  bastardeada,  y  la 
contina  íí  los  ínfimos  escalones  del  arte  literario.  Bn 
vano  se  objeta  que  fue  desconocida  para  los  griegos 
de  las  edades  homéricas  y  del  siglo  de  Pcriclcs,  y 
para  los  romanos  del  tiempo  de  Augusto;  que  HcUo- 


!■  I    ■   ^^^^^^^B 


B.T  BL  SICLO  XII 


453 


(loro  y  Longo,  to  mismo  que  PctronJo  y  Apulcyo,  son 
InJícadores  de  decadencia  moral   y  artística.  Todos 
van  conviniendo  en  que  la  novela,  como  producción 
reñnada,  heterogénea  y  complicadísima,  sólo  brota  y 
medra  al  calor  de  las  civilizaciones  más  aranzadaü  y 
nuulanis,  con  su  choque  de  intereses  y  pasiones  con- 
trapuestos, con  su  f(:rvidit  é  impetuosa  corriente  de 
heehos  é  idens,  y  con  el  aparato  cíe  sus  progresos  cien- 
ifCcijs  C-  industriales.  Nunca  romo  ahora  lia  podido  va- 
,  nagloriarse  la  humanidad  de  su  sat>er  y  su  dominio  de 
[lii  natiu-aleza;  pero  ;se  negará  que  con  este  universa! 
[impulso  de  avance  coexiste  otro  de  descenso  rápido  y 
[aterrador  cuyo  punto  Ue  parada  es  el  abisma?  ¿Qué 
[indican  la  lucha  íi  vida  ó  muerte  dt*  instituciones,  psir- 
jüdos  y  clases,  la  confusión  babílóníc-a  de  sistemas  y 
'teorías,  la  enfermedad  que  aqueja  A  cuantos  respiran  el 
^corrompido  ambiente  moral  de  Ijis  grandes  poblacio- 
y  que,  relajando  la  fibra  del  rarúcter,  relaja  tara- 
[1)Í4n  los  vínculos  de  la  familia  y  del  Estado?  ;Xo  es 
[cierto  que  la  ola  ncera  del  pesimismo  ha  cubierto  el 
jiimndo  de  visiones  lóbrcg-as  y  espectrales,  y  que  la  tra- 
Imade  1a  rida  va  perdiendo  los  hilos  de  oro  con  que  la 
«:xürnaba  la  fanta^iía,  y  sustituyéndolos  con  el  estambre 
[irtirdu  y  prosaica  de  la  realidad? 

Quédese  aquí  la  discusión  &  que  darían  margen  es~ 
[tos  prciyrunlas,  aunque  c¡ment;id;is  en  una  experiencia 
innivcrsal  tan  triste  como  indudable:  y  sin  avanzar  ha^- 
cl  fondo  obscuro  de  las  cosas,  sin  seflalar  el  mistc- 
iHosu  la/o  que  une  los  dos  extremos  de  la  cultura  y  la 
[barbarie,  ni  la  pendiente  resixiUidiza  por  donde  ruedan 
[las  sociedades  desde  la  virilidad  consumada  A  la  decre- 
[pitud  anímica,  conste  simplemente  el  hecho  si^nüQca- 
[tivo  de  que.  cuando  la  epopeya  se  ha  hecho  imposible, 
Ijr  el  aliento  lírico  luiquea  teniendo  que  pedir  su  apoyo 
u  la  musa  d¿bil  del  escepticismo,  y  el  Teatro  no  acier- 
[ta  &  sejíuir  los  derroteros  gloriosos  de  ÍNifiwles,  Shaks- 
re  y  Calderón,  ni  siquiera  los  de  SchlUer  y  Hugo, 


454  LA  I.tTEKATtrRA  ESPAÑOLA 

Zorrilla  ó  García  Gutiérrez,  el  árbol  de  la  novela  se 
desarrolla  en  mil  ramiÜcacioDes  y  rinde  á  diario,  sin 
que  se  le  a^fote  l:i  s:ivia,  la  enorme  cantidad  de  fru- 
tos necesaria  para  jiHmentar  el  espíritu  de  una  geno- 
raclún. 

Por  lo  que  A  España  toca,  bastarían  las  produccio- 
nes de  Fernán  Caballero  para  hacer  ver  que  la  no- 
vísima e\'olucitín  novelesca  contaha  t-on  valiosos  pre- 
cedentes. Pero  hubo  un  escritor  de  los  que  con  más 
brío  y  fortuna  descendieron  al  palenque  del  arte  trtt- 
iJenrioso,  y  que  antes  había  alcanzíido  los  tiempos  de 
Cecilia  BOhl,  compartiendo  con  ella  las  simpatías  de 
inftnitos  lectores;  un  aventurero  ilustre  que,  como  po- 
lítico, empezó  en  demagogo  y  concluyó  en  conserva- 
dor, y,  como  literato,  fue  subiendo  sraduiümcnte  la  es- 
cala que  porte  del  bajo  fondo  de  la  bohemia  y  termina 
en  los  majestuosos  recintos  académicos.  Ese  escritor. 
ese  aventurero  afortunado,  se  llamaba  Pedro  Antonio 
de  Alarcón  '. 

"Yo no  soy— escribía  él  con  sinceridad  y  lecíiimo 
orgniUo— discípulo  de  ningün  D,  Alberto  Lista  grande 
ni  pequeño."  Y  en  realidad  de  verdad,  Alarcón,  como 
tantos  otros  fcenlos  meridionales,  .se  lo  debía  todo  &  tí 
mismo:  su  inventiva  Ínafi:ocable  y  vivaz,  su  Instinto  de 


■  Vino  al  monde  ni  GMdli,  A  10  de  Maneo  de  M&S.  Sa  bunllhi.  que  rra  de 
aveitdeacU  noblr.  pero  «lo  blene*  de  fortuna,  podo  apenas  iwiportar  lo*  casiiM 
laoddtlilrooK  <]Uc  huela  el  dexpabUtulo  miuicvtw  m  m»  (studloi,  Sl^ulú  j<rlaK- 
To  A]iirc4a  lo»  4r  JurtcprudirncUi  y  A  poco  los  ¿e  Tn>lot(la.  pera  mnnllot^aAp 
«InoT»^  una  voi-«L-t(Sn  fíraic  j  ctcImlvUla  pnra  el  i.*a1ll«-o  de  lai  Icinu.  A  Id» 
tUet  y  Dcho  aftoa  de  edad  haMn  embarronado  ya  inüallo*  plltjoi  de  papri  «o* 
varwut  y  priHai  i<  todoi  llüa^M.  qae  niái  larde  hnbU  de  coailtAor  at  Iu>co- 
EntoaccHi  »<n  «nbarco,  caa»l|)u(í  que  »c  irTrciicn taran  do«  dramas  tujm  tn 
üaMlli.  patadcaado  ca  loi  vliorv*  dr  im  patamu  Us  prtmlcb»  dr  la  relcbffr- 
dad.  En  unUa  «on  Torcuato  Tanaco  toada  KlKevát  OtttijeUt,  prhMfco  qai 
redactaban  lo*  do«  antisos  en  llaaJIx,  j*  w  tmrdmia  M  CA.IlJ.  ¡'ara  mn  cfih 
dad  Batl4  Atarean  de  bt  laj-a  naial  en  Enero  de  1863,  y.  tnnuurrltUspocwtar- 
nuuiu  »  vliKi  i  U  oottc.  No  lardo  n  reeruar  i  «u  poli  poi  baber  calda  m|> 
dad»;  pero  ni  ItnIlU  le  n<díaiia,  y  luí  AUn:ú(i  k  vlclr  1  Graaada.  doade  for- 
m6  p*rte  de  la  (ftmoM  Our4a,  y  loBdO  aa  perlMIco  rrvoluc^owitloi.  Ttailüda- 


ett  SL  sisLO  ztx  455 

moJeliir  criatams  humanas,  su  f^to  exquisito  y  certe- 
ro, y  p;irteííe  su  eilucacidn  intelectual,  naciJa,  porge- 
ner.icii>n  fspontAnea,  de  heteroKéneas  lerturas  y  Jel 
consciTcio  con  a1guno<;  amif^os  tnAn  cstudioROS  que  él. 
Aprenili<i  el  francOs  sin  gramática  ni  diccionario,  los 
versos  Je  Zorilla  y  Esproncedíi  oyéndolos  recitar  4  los 
cómicos  de  la  lcnfi:ua  que  pasaban  por  su  pueblo,  y  las 
teorías  y  prácticas  del  arte  literario  en  las  novelas  de 
Wnlter  Scott,  Dumas  (padre),  Víctor  Hugo,  Batzac  y 
Jorpe  Sand.  Fue  escritor  antes  de  asomarle  el  bozo,  y 
con  el  talento  innato  y  la  experiencia  se  creó  una  retóri- 
ca de  su  exclusivo  privilcg-io. 

Aquí  cstíi  la  clave  para  explicar  la  antítesis  aparen- 
te y  la  uniformidad  cfcctivadc  los  procedimientos  y  fór- 
mulas A  que  procuró  adaptar  sus  producciones,  y  el  em- 
pcRú  heroico,  rayano  de  la  terquedad,  con  que  en  sus 
confesiones  ó  Historia  de  tm's  libros  tiró  ú  dejar  bien 
sentado  cómo  había  sido  siempre  el  mismo,  y  profesado 
iguales  ideas,  arremetiendo  contni  los  críticos  que  le 
afeaban  sus  ap^)sla^í;l^  y  i-aüíicabon  de  este  modo  su 
conversión  de  última  hora  al  neocatolicismo  ultramon- 
tano, ó  síase  á  la  pura  y  verdadera  ortodoxia. 

Desquitado  aquel  paréntesis  de  atlentura  dcmagó- 


4a<«KaBda  vct  i  Midrtd.  dlrlElAoiroitc  cuRii41«tnwi  undencuif  ilfm4e<>0- 
ew,  S  UMm,  y  hnbo  de  Aatlnw  *  c«iu«c«tfi<U  d«  Iim  «■crlia*  «tampUt» 
en  a,  Jcl)li7n4»  U  vida  A  ]a  (cMcroalilik^  J«  *u  rival,  et  po«U  Heribcrt»  Carctn 
^■QMTntci.  Almtllkt  U  cncrra  de  .Xff1c«,allitdK  AlNrcdnconinTotunuiilo 
f  p(M  ea  alcnit»  iV  Un  «rrlMín*  ituli  ([Inrlotai  y  rin|;icft«itft).  ASIüido  doidr 
«uancoA  U  Unlrtn  t.lbrnl.  tlrvtAt  i.upiartlJocoMlapIunudlrl(lenila«l  dls- 
f  to  La  fi«tilit<u  Ka  tikA  t.-«iir«to  iBii(rlm#iilA.  y  drbJc  cAt«n«a  w  Istcln  tn  un 
lafiKicr  lian  (riinlnn  ^tir  n-  habU  de  ri-rtcji«(  tn  *m  ebnw  Utcrarliif-  Al  de- 
rramMnr  t\  imiw> Or  t\>na  liaNl  ti  Jri<ii.]fi^  la  catiJIdatnn  dr  M<Min»««itr. 
Ta  cml  «0  l<'  imr'''ii3.  il<~-.i><>/t  dr  Ir  Ki*i>iiriid¿n,  ñprnt  «ntrr  \ot  .:on*«rva- 
l(N*m.  IIWa«  l^v<tB^n.  <t<-i  l^(>  pi'IKK'B*  no  «ollrivn  it  Alarcdn  nincunti  carVra 
«tnhlcfUl.  al  J<-  v:;iiti>  Ir  lubtlnn  Judo  tMt<>tlnl>>l.  i  no  l>*nrrtB  cauíq/Ú*- 
Uila  crní  4ut  pt<j>tn< '  ti.T-.i.  I-I  intlenc  noituua  iKupaba  en  uilMi  tn  ta  Ac^ 
dr«U  EtpiRnU  tlculf  lI  ait-^  IS77,  y  tallcHd  «n  M&dtlA,  tm«  UlTkb  y  («flO'kJ 
MUnonlaiJ,  rl  19  «k  julio  it:  1»n. 


456  t.A  MTBRATURA   BATAÍEOI.A 

pica  que  caldeó  el  espíritu  y  la  sangre  juvenil  de  AJar- 
c^a  en  sus  primeros  escarceos  de  poUtico  y  escritor,  sus 
ideas  reliífiosas  y  literarias  c-ambiaron  nmy  poco,  aun- 
que Uls  distintas  circunstancias  en  que  uparecicron  res- 
pectivamente sus  libros  hicieran  creer  otra  cosa  A  L-í 
generalidad.  Asi  como  en  un  lucrar  libre  de  las  oscila- 
<Jones  térmicas  de  la  atmósfeni  experimenta  el  orga- 
nismo humano  diferentes  sensiicioncs  relacionadas  con 
la  akeraci'in  de  su  propia  temperatura,  y  que  se  atribu- 
yen erróneiimcntc  al  inalterable  recinto,  así  la  opiniAn 
pública,  tan  reaccionaria  antes  de  la  crisis  septembrina 
como  febril  y  tumuttuos;i  después,  achacó  al  ambiente 
moral  de  las  obras  de  AJarcún  los  desequilibrios  brus- 
cos que  A  ella  la  agitaban.  Yo  no  negaré  los  reiaíí- 
ros  cambios  de  postura  que  adoptó  Alarcón  en  las  su- 
cesivas etapas  de  su  vitbi;  pero  en  el  fondo  codüduú 
siendo  su  personalidad  idi^ntica,  á  sf  misma  y  lógica  en 
su  desenvolvimiento. 

En  ose  fondo  entraban  como  partes  constitutivas  un 
sedimento  de  fe  cristiana,  amalí^amado  con  el  espíritu 
del  siglo  y  las  ilusiones  liberales;  un  cspafioUsmo  rancio, 
intransigente  y  ó  toda  prueba,  y  una  sed  de  lo  ideal  que 
sólo  se  sittisfacJa  con  la  visión  de  vastos  y  luminosos 
horizontes,  y  que,  naturalmente,  buscábalas  doHcade- 
jais  morales,  rclHílAndose  ante  el  menor  asomo  de  gro- 
seria  y  vulgaridad. 

Tal  se  nos  presenta  Alarcón  en  las  Revistas  de  Ma- 
drid y  los  artículos  de  costumbres  que  insertó  en  los 
periódicos  madrileños  al  emprender  su  carrera  de  autor, 
y  que,  en  número  bastante  reducido  por  la  expurgaciún 
severa,  íornuin  el  ramillete  de  Cosas  g  He fueroH. 

El  Diario  df  nú  lesligo  ¡le  ¡a  guerra  df  A/rifa,  de 
cuya  primera  edición  se  tiraron  .50.000  ejemplares,  con 
un  beneficio  líquido  de  más  de  90.000  duros  para  la 
empresa  editorial  de  Gaspar  y  Roig,  produjo  en  la  Pe- 
nínsula una  explosión  de  entusiasmo  de  que  dan  fe 
las  20.000  cartas  recibidas  y  quemadas  por  Alarcón  & 


BN  BL  SIGLO  XCX  457 

BQ  salida  de  Tetuda.  Semejan  los  apuntes  del  Diario 
ona  <;infon{a  sobre  motívos  patrióticos,  ó  bien  an  lien- 
zo de  no  muy  clásico  dibuja,  pero  si  de  hermoso  colo- 
rido; un  i\lbum  de  notíciiis  inconexas,  que  en  su  mismo 
desorden  y  en  su  procedencia  llevan  una  fianza  de 
exactitud.  Para  comprender  los  fines  y  el  carActer  de 
aquella  campafla  no  Iiay  otro  libro  miís  á  propósito  que 
el  de  Alarcdn,  ni  donde  más  A  lo  viiro  estén  retratados 
el  entusiasmo  y  la  energia  del  ejírcito  español.  I^  des- 
cripción de  un  asalto  <>  una  escaramuza,  alternando  con 
la  de  la  Nochebuena  co  el  campamento  cristiano;  los 
episodios  de  co5rambrc&  moriscas;  las  relaciones  de 
Jos  principales  hechos  de  anmis,  escritas  con  la  preci- 
pitarían y  la  viveza  de  quien  usa  indifcrentcincntc  la 
pluma  y  el  arma  militar;  las  inspiraciones  pasajeras  del 
inomciito  clavadas  en  el  papel;  el  andiir  suelto,  marcial 
y  desmandado  del  estilo,  todo  un  conjunto  de  prendas 
«tractcrísticns  hacen  del  Diario  algo  así  como  una  no- 
vela con  su  unidad  de  acción,  sus  variadas  peripecias  y 
su  singular  atractivo. 

Y  vamos  con  £/  finai  de  Norma,  que  es  cronológi- 
camente el  primer  éxito  de  Aiarcdn,  sobre  Codo  de 
los  novelescos.  Sin  más  noticias  del  mundo  que  las  que 
dan  los  libros  y  con  mucho  viento  en  líi  cabeza,  hil- 
vanaba Alarcón  este  enjícndro  á  los  diez  y  sci»  anos  en 
Guadix  ',  y  lo  saturó  de  romancescas  aventuras  y  va- 
porosos idealismos.  Los  amores  que  dan  vida  y  movi- 
miento á  la  acción,  no  habían  de  pcilenccer  al  mundo 
de  la  prosa  familiar,  sino  al  privilcifiado  de  losarti.s- 
tns,  porque  artistas  son  tanto  Seniífn  como  Lxi  hija 
dr¡  rielo,  los  dos  remilgados  héroes  de  esui  historia.  El 
se  enamora  de  ella  perdidamente  al  oiría  cantar;  per- 
seguido por  el  recuerdo  la  busca  con  insacLible  y  loca 
curiosidad,  lanzi'indo^  por  desconocidas  sendas  a  true- 


r|KAIIc4  pBf  pHiacni  vvt  «a  1166. 


458  IJ^  UntKATURA  KSHAltOLA 

que  de  cncontrarUt,  y  to  consigue  por  fin  Enlacias  A  un 
//irfi/  pro  Qtto  de  los  que  sabe  repartir  Alarcdn  de  tre- 
cho en  trecho  y  á  manera  de  excitantes. 

Pero  la  correspondencia  no  podía  venir  luego,  sino 
después  de  grandes  dilaciones,  motivadas  todas  por  la 
dcclarüción  de  Brunilda  &  Serafín  de  no  pcrtcnccersc 
ella  á  sí  propia,  sino  al  misterioso  personaje  que  Ui 
acompaña,  presunto  salvador  de  su  padre,  que  le  pro- 
metió la  mano  de  I¡i  doncella  en  un  momento  solemne 
y  á  costa  de  su  propia  vida.  Para  que  todo  resulte  igual- 
mente curioso  y  original ísimo,  lo  es  hasta  el  tu^ar 
adonde  nos  traslada  el  novelú^ta,  que  camhia  los  pensi- 
les de  las  ciudades  andaluzas  por  el  hielo  eterno  de  ln& 
comarcas  boreales.  Muévese  en  ellos  Serafín  muy  ú  ru 
salior,  siempre  en  busca  del  anhelado  tesoro,  y  unas 
veces  le  pierde  casi  al  tocarlo  con  las  manos,  otras  le 
columbra  JilUi  A  lo  lejos  y  entre  las  nieblas  de  la  e.spe- 
ranza,  cuando  por  arte  de  encantamiento  Uega  á  descu- 
brir que  el  prometido  de  Biiimlda  no  es  de  ningún 
modo  el  valeroso  Runco  de  CAUx.  sino  el  asesino  que 
alevosíimentc  le  di<5  muerte,  dejándole  sepultado  entre 
los  témpanos,  donde  llefrii  &  verle  Serafín.  ¡Y  qu£  de 
peripecias  no  surgen  de  aquí,  alegres  nunque  costosas, 
para  el  artista  softador,  y  fatales  para  el  disfrazado  ctí-_ 
mínal!  Lle^ra  aquél  á  ver  il  su  amada  en  el  critico  m< 
mentó  en  que  va  á  entregarla  á  su  rival  la  bendición  de 
sacerdote;  lucha  A  brazo  partido  con  las  circunstanciaste 
y  como  um  homba  de  f  tugo  lamra  sobre  la  concurren- 
cia su  espantosa  declaración,  que  apoya  después  la  an- 
ciana madre  del  verdadero  Rurico. 

Pedro  .Marcón,  ya  que  fuese  idealista,  no  gustaba  del 
pesimismo  tétrico,  y  remata  EIJínoI  de  Noritta  con  el 
casamiento  de  Serafín  y  Hrunflda,  como  s¡  dijérami»s. 
con  color  de  rosa  que  dcsviriüa  el  raal  efecto  cau?i;ido 
por  el  fondo  obscuro  de  la  novela.  En  poco  la  esti- 
maba su  autor  si  hemos  de  tener  por  sincems  las  ma- 
nifestaciones que  hizo  ii  este  propósito  en  más  de 


EH  EL  «ICLO  XIX 

iH-asidn;  pero  las  copiosas  tiradas  de  El  fitiai  de  Nor- 
ma st  han  repartido  y  sís:ucn  repartiéndose  como  pan 
bendito,  no  sOlo  en  Espato  y  América,  sino  también  en 
Francia. 

Aunque  no  subscribo  A  la  excomunii5n  cernida  que 
fulmina  la  señora  Pardo  EUizAn  contra  c)  airandcado 
capricho  juvenil  dc-1  gran  noveh'sta,  estoy  muy  confor- 
me con  ella  en  posponerlo  á  las  novelas  cortas,  á  esos 
dijes  primorosos  que  valen  por  una  corona  de  bri- 
llantes. 

Las  condiciones  ingénitas  de  AlarcOn.  su  incompa- 
rable calentó  narrativo,  la  alquimia  para  ti'ansmutar  en 
oro  de  ley  la  pasta  arcillosa  de  los  msts  desairados  asun- 
tos, y  la  intensidad  de  color  y  el  temple  ehístico  del  es- 
tilo, bucen  de  las  XoveJas  cortas  '  un  mnseoen  que  hay 
algo  deleitoso  para  todos  los  gustos,  hasta  los  estraga- 
dos. Los  Oi^utos  amatorios  rebosan  de  un  realismo 
fresco  y  picante,  aunque  no  siempre  castizo,  contra  lo 
que  imaginaba  el  autor,  que  A  la  cuenta  leía  en  sus  mo- 
cedades tantos  libros  franceses  como  es;pafSi>k'S,  Im  co- 
mfHdatiora,  El  coro  de  ánades,  E¡  clavo.  La  beííesa 
iáeat,  Et  abraso  de  Vergara  y  Tic...  rae...  son  hijos 
do  una  inventiva  amaestrada  en  la  ciencia  del  mundo,  y 
(¿rtil  en  travesuras. 

En  Uis  Hísloriiias  nacionales,  tejido  de  anécdotas 
caiiosas  y  heroísmos  antónimos,  cuadro  de  las  costum- 
bres esp.aflolas  en  tiempos  nada  lejanos  de  los  presentes, 
hay  un  sello  de  verdad  humana  que  contirma  lasaseve- 
rwTiones  de  AlarcOn  en  la  Historia  de  mis  Ubros  sobre 
\ñ  exariitud,  tradicional  ó  documentada,  de  El  carbo- 
nero alcalde,  E¡  ajraitcvsado,  ¡\'iva  el  Paf>a!,  El  ex- 
íraHJero,  El  dngi'l  de  la  guardia,  La  hHtrnaventHta, 
La  corneta  de  llaves,  etc.  EX-  estos  encantadores  boce- 


•    MíWtew  wrla»  tU  D.  ftifrtí  4.  <lf  Atarte,  /rf—fu  MrUi Otmtot  oMtíftoHaa 
iMkAU.  t»1);  mgumda  Kric  ¡tMorttía»  iMciMwki  (U«ilrld.  tsettt;  tnwra  «crfci 


460 


LA  UTEKATUBA  SSPaHOLX 


tos,  CD  que  tal  vez  palpita  el  hálito  de  la  epopeya,  A  las 
fantasmajíorías  de  la  A'arract'ottes  iuverositaHes^  hay 
un  abÍMTio  áa  distancia. 

Entre  las  historietas,  de  trasnochada  caballería  an- 
dante unas,  y  otras  mordicante;;  y  picarescas,  que  sue- 
len vender  los  ciegos  en  las  plazas  püNicas,  muy  pocíis 
se  ban  hecho  tan  populares  como  la  üc  Ef  correfíidor 
V  la  molíHera,  que,  en  pliego  suelto  y  detestablemente 
versificjida,  sigue  cundiendo  por  las  aldeas  gr.índes  ú 
chicas,  y  cuyos  datos  fundamentales  coinciden  con  los 
de  El  sombrero  4e  trís  picos  \ 

Al  apodenurse  AJarcdn  de  la  historia  la  ha  remoza- 
do, eso  si.  dando  nuevo  ser  y  vida  á  los  personajes,  y 
esparcido  por  toda  la  novela  un  torrente  de  .sal  anda- 
luza, de  bizarrías  y  de  malignidad  española  á  la  antiiarua 
usanr^,  que,  para  evitar  equivocaciones,  no  debiera 
llamarse  naturalismo.  Porque,  rcstringríOndosc  boy  el 
uso  y  la  sifoiificación  de  este  vocablo  á  la  escuela  de 
Zola,  nos  expondríamos  A  estiiblecer  parentescos  ab- 
surdos de  supuciita  consiinguinidad  literaria.  ¡Qu(*  dis> 
crepancia  no  hay  entre  la  alegría  genial,  desenfadada  y 
retozona  de  Alarcón,  y  el  sensualismo  tétrico,  repug- 
nante y  de  enfermería,  distintivo  de  la  novísima  secta! 
¿Quó  tit-ncn  que  ver  el  Corregidor  y  la  setui  Fr»íti¡uiíu 
con  el  cura  Mourct,  Nana.  Mad.  Hovary  y  Germinia  La- 
certcux,  ni  aquellos  gut'ti  pro  quo  can  ingeniosos  con 
estas  obscenidades  í;istem.1  ticas  y  estos  pujos  de  tiloso- 
fia  social,  determinista  y  fisiológica?  Allí  el  deseo  de  la 
mujer  ajena  aparece  tímido  y  vergonzante,  excitado  por 
la  ocasidn  y  la  hermosura;  aquf  es  algo  mucho  m,1s  bru- 
tal: es  el  iTÍunfu  del  instinto  sobre  l;i  razón,  triunfo  com- 
pleto é  irresistible;  es  el  comercio  asqueroso  de  los  pía- 


*  PublIc^wpoT  primeen  vecen  la  Kertrta  Bitropea-S  wmbftro  4*  Iré»  pf* 
«H.  flülotia  wttoiKra  dr  ■«  mutdUú  9M  axta  ck  rooMiKw.  aeriu  akma  (01  v 
WiM piudi.,  tM»dr1d,  IiC-1.1  Ndiru  que  rne«la  (Mba  no  *r  tiaMipublIcadoadn 
t,'At»mno4r. 


KN  BL  SIGLO  XIX  46t 

ccresde  la  carne,  rcglumentitdo  por  una  falsa  rivíliai- 
ddn  que  reduce  A  arro  en  la  suma  deln  fcUcidfid  las 
cantidades  del  pudor  y  la  conciencia;  allí  es  un  efecto 
criste,  pero  pasajero,  de  las  malas  inclinaciones:  aquí 
una  enfermedad  endímica  y  permanente  que  se  des- 
arrolla como  un  cAncer  en  las  cntraflas  de  !a  sociedad. 
£■/  sombrero  dr  tres  picoa  es  de  otra  filiación  muy 
db:tinta  de  la  que  hemos  seflalado  á  los  Cnentos  amato- 
rios: arranca  de  la  :intigua  ^novela  picaresca,  que  no 
ha  tenido,  propiamente  hahiando,  ni  imitadores  ni  mo- 
delos en  otras  llternturas,  como  planta  tan  indígena  y 
tan  exclusivamente  propia  de  nuestro  suelo.  A  buen 
seguro  que  AJarcón,  cu¡mdü  se  consagró  A  vestir  con 
naevu  forma  un  relato  uin  popular  y  castizo,  no  tu- 
fo en  cuenta  para  nadH  los  fines  esotéricos  y  UemAü 
cánones  de  la  que,  con  razón  ú  no,  llaman  escuela  natu- 
ralista. 

Pero  mientras  Alarcón  se  entretenía  con  estos  deli- 
ciosos jubetes,  iha  concluyéndose  d  más  andar  el  pe- 
ríodo de  la  literatura  pacifica,  y  comenzaba  i  reflejarse 
en  el  arte  algo  de  las  espantosas  luchas  sostenidas  en 
las  aulas,  los  I^rlamentos  y  las  calles.  La  novela  reci- 
\)\6  con  la  tremcndií  crisis  de  1368  un  bautismo  de 
Sangre,  y  desde  entonces  fue  intóri>retf  de  los  d'>s  prin- 
cipios que  dividieron  á  EspaAa  como  dividen  A  toda 
Europa:  el  principio  católico  y  el  racionalista.  Los  mis- 
mos escenógrafos  de  costumbres  trocaron  el  campo 
neutral  de  sus  obser\*aciones  por  el  reñidísimo  de  la 
controversia  religiosa;  y  A  pesar  de  que  no  !e  inclinaba 
por  allí  su  estrella,  t;imbÍOn  descendió  AJjircón  A  la  tiza 
con  su  famosa  novela  !3  (■salm/alo  '. 

Enumerar  los  dicterios,  sarcasmos  y  violencias  de 
toda  especie  que  cayeron  sotn^e  ella,  raya  en  lo  impo- 
sible; a  tal  puniu  df  invcrosimiliiud  llegii  en  esi;i  cir- 
cunscanciael  fanatismo  revolucionaro,  herido  en  mitad 


t  Jtiüná.  isn. 


463  LA  urmsATUitA  bsta^ol.^ 

del  cora7ún  por  una  apología  (horribitc  dicitt!)  de  los 
jesuítas.  Se  censuraron  sus  tendencias  como  de  hosti- 
les á  todo  progrreso  y  pro p:iK'Jd oros  de  un  misticismo 
malwuio;  y  c-n  el  afán  do  rebajar  la  obra  hasta  el  sucio, 
se  le  ncgiiTun  hasta  stis  prendas  lUcrorías,  dicit-ndose 
de  los  personajes  que  eran  engendros  de  febril  y  des- 
orientada fantasía. 

Pero  una  parte  del  público,  no  compuesta  sólo  de 
latraniotitaiio-:,  protestaba  enírgicamcntc  contra  tan 
injusto  clamoreo,  ag^otando  las  ediciones  de  la  obra  y 
dándole  el  puesto  que  tenazmente  «ic  le  regateaba.  £1 
mérito  de  lü  escándalo  nu  es  de  las  que  pusun  con  d 
día;  y  cuando  tan  rudamente  se  le  combatí*}  sin  arre- 
batarle su  popularidad,  bien  puede  decirse  q.ue  no  cun- 
scfruirá  el  olvido  lo  que  no  consiguió  la  persecución,  y 
que  ha  de  vivir  muchos  años,  yn  que  no  como  monu- 
mento de  nuestra  literatura  contemporánea, 'como  uno 
de  sus  mis  sa/onados  y  legítimos  frutos. 

Primeramente,  el  conflicto  que  da  vida  á  la  novela 
no  deja  de  ser  tal  conflicto,  y  por  cierto  muy  humano, 
interesante  y  de  honda  verdad  estática,  porque  lo  nie- 
guen ignorantes  gacetilleros,  incapaces  de  ei^uírse  un 
poco  sobre  el  fuego  de  Lis  mezquinas  preocupaciones 
sectarias,  para  contemplar  las  serenas  regiones  del  es* 
piritu.  iCüsa  irritante!  Esos  predicadores  molestos  de 
la  verdad  natuntUi^ta,  que  !>e  escudan  siempre,  para  de- 
fender todos  los  absurdos  y  aberraciones,  con  el  pre- 
texto ünicw  de  que  existen,  no  quieren  reconocer  que 
también  existen  las  cimas  luminosas  de  la  conciencia  y 
el  rotmdo  interior  del  alma,  con  sus  aspiraciones  infi- 
nitas, su  energía  culta  y  su  amplitud  para  el  sacrificio. 
Taoui  y  mjls  rcalidjid  tienen  Fabijln  Conde,  Lázaro  y 
el  P.  Manrique,  que  los  héroes  y  heroínas  de  lupana- 
res ó  tabernas  tan  prolÍj:unenie  descritos  por  la  enfer- 
miza novela  parisiense;  fuera  de  que  siempre  hay  más 
belleza  allí  donde  el  bien,  desput^s  de  prolongada  lucha, 
concluye  por  triunfar  del  mal,  que  allí  donde  cst^l  .inu- 


BM  EI«  SIGLO  XU  463 

lado  rodo  poder  de  resistencia,  y  el  vicio  toma  as- 
pecto de  estado  patolói^co  y  neurosis  bereüitaria.  ¿He- 
mos de  resignarnos  á  creer  que  ya  aingún  joven  extra- 
viado puede  volver  á  la  fe  y  á  la  virtud,  ni  aun  por  el 
R^liro  y  áspero  camino  de  la  desgracia,  ó  que  levantar 
los  ojos  al  cielo  en  busca  de  perdón  y  lenitivo  es  tonte- 
ría excusada  y  de  corazones  raquíticos,  sueño  de  los 
que  no  se  atreven  con  el  revólver  suicida? 

Para  los  que  no  tengan  tan  muertas  las  espcranKis. 
¿no  es  tierno  y  conmovedor  el  reíalo  que  liuce  Fabiíln 
de  sus  desventuras  y  tristezas,  y  la  sublime  resig:nación 
de  Lázaro,  y  las  confortantes  palabras  del  jesuíta?  íNo 
es  <:stc  drama  íntimo,  más  bii:n  que  un  hecho  aislado, 
un  símbolo  donde  otros  añalejos  se  representan?  ¿No 
es  feta,  aun  á  los  ojos  del  más  impenitente  iniTiklulo, 
una,  cuando  menos,  de  las  soluciones  que  pueden 
darse  al  problema  más  trascendental  de  todor  los  pro- 
blemas? Los  personajes  de  Sí  escándaio  andan  muy 
lejos  de  ser  cadáveres  momificados  ó  figuras  de  estu- 
co; hierve  en  su  pecho  la  lava  de  las  pasiones,  ven  des- 
atarse, contra  su  propósito,  el  viento  de  la  maledicen- 
cia pública,  aunque  todo  lo  arrostren  con  la  vista  fija 
en  el  cielo.  Mudanzas  de  fortunayde  pensamientos  como 
las  de  Fabián,  se  presencian  á  diario;  heroísmos  como  el 
de  Lázaro  son  mucho  menos  comunes;  pero  no  sólo 
caben  dentro  de  los  límites  de  la  posibilidad,  sinq  que 
realmente  existen  para  honra  eterna  del  cur:iy.óii  huma- 
no. Y  hoy  que  se  exhiben  con  lujo  de  circunstancias 
todos  los  refinamientos  del  t-rimen,  y  que  una  esí.-uelíi 
de  novelistas  se  dedica  á  estudiar  prolijamente  la  parte 
de  itestia  que  hay  en  el  hombre,  ^no  será  permitido 
recrear  el  ánimo  con  la  contemplación  de  las  grandezas 
encerradas  en  la  enerc:ia  de  la  voluntad  cuando  Dios  lu 
nyudn  y  la  sostiene? 

Tan  de  rigurosa  estética  son  los  elementos  compo- 
nentes de  El  r$cííH(iaIo,  que  sólo  el  positivismo  burdo 
V  alcornoqucfio  puede  tacharles  por  de  mojigiUeria 


464  LA   UTEBATURA  ESPaNoL-A 

afeminada  y  convencional,  siendo  así  que  representan 
los  más  etnerosos  j  espontóncos  instintos,  y  las  mAs 
sublimes  aspiraciones.  Vo  conñcso  que  hay  allí  araa- 
grosde  sensibleria.  y  cierta  atmósfera  de  idealismo  qae 
ah<^  y  bastardea  los  impulsos  natumlcs  de  la  pa-sirtn; 
que  los  caracteres  no- ostentan  verdadera  energía, 
ni  están  formados  de  una  sola  pieza;  pero  estos  acci- 
dentes tocan  mAs  ñ  la  i>ersona  del  novelista  que  A  las 
condiciones  del  asunto  elegido,  y,  aun  cxaueriindolos. 
no  justifican  las  intemperancias  de  que  Á  aqiit^l  se  hizo 
objeto  '. 

Más  endeble  que  Eí  escdtidtilo  es  la  obra  posterior. 


>  Ko  xin  dcMcnidablc  sorprcvi  tw  vlilo  tai  el  I«tkd  y  prccloto  BMDdIo  nae 
hft  cnnaerado  á  AUrcAn  )■  atitara  del  .Vnnw  Itetro  CriUsa  ■  nOinPtx»  de  Srp- 
(Irmbrc.  OcMtotv  y  NovUinbic  de  1091j,  y  k  vUcHb  im  «Kud<t&  «bNCrvacim» 

na,\t»¿*»  por  bt  brfllBnw  oricbrcrlii  dd  oUlo.  ctcniu  c^>ccl«s  t|n  <lcfci)<g| 
patlblc,  y  rf^no*  ataiiBrii  qor  laminKo  l>  iMim.  ciundo  inrno«  m  U>  ituc  h 
refiere  á  n  MC4nd<tio.  Au»nbn«ie  U  tcAora  Fardo  lUiáa  dp  que  Badio  «niM  4e 
«lU  hutÑPw  tv^rnAa  tn  qur  Iit  ■olnclén  Axix  por  LAMr»,  r  •.'onrinnadt  por 
p|  r.  Manrítiac.  ni  proMcnin  de  itl  FaMán  Conde  podía  4  no  rdwblUUi  U  tan» 
ilr  BU  difunta  padnr  y  hermliii  iu  nombro  y  hi*  Wenc*.  no  o  wluctún  In^pIraAi 
en  lo  morvkl  .:>l6lli'a.  ^Inoi-n  In  it  Jantrnio^  KntiiK.  El  cau>  man)  d(  ipic  w 
\TDU  puede  numlrsr  cu  cüioi  t^ttnlno«:  El  Gearnil  PvmAo'}«i  dt  Lata. 
«IcnrcailadrdcfpndrTBnn  pUu  fucnc  ituianu  U  prlniLTa  enirtr.-i  ctvit.  nun> 
luve  retaclc«ie«  ilfcluii  con  la  Din)cr  drl  ii-fc  pollilco  de  lii  mKnia  clMlaJ,  y 
¿Me,  «n  vene*""'  "=  vnkdc  Inl»  IndoitríniqDr  el  Genrrnl  mucn;  linan«s  d« 
Im  caillxiat,  r<l*cdn  iBÍamaJo  Inlnslaim-nie  cierno  iraMoi  i  )n  r'ttia.  El 
CdmpliC"  di-l  }c(c  político  rvllcn.  andando  ct  ilcmpn.  A  KaMán  Cmclr  la  if  rcta- 
d«ta  hlitorlu  ÜL-t  CFncral,  y  Ir  propcine  un  molla  de  volvcrpui  la  hmiraitel 
difantu.  i.*n)i<lR«aJo  A  cM  lin  píacbíu  y  JoCuvMntM/OiM*— ^Pianlí  Kfvtnc  te 
riloB  FaMiln  en  Intcivt  precio  y  para  coBiitUr  con  la*  cslgcncU*  Jr  U  rlc^d 
filial?— Miaro  j  rt  P.  Haartquc  nssKcIvniíiwr  aa.  focrf  taniohiitilna  tuvho 
ciutt(|u>er tMIo^a  medlBn>inc«(r Inttntiln,  La  «Aom  Pnrin  Rniannn  >..  flm 
en  qaccIaitrunKnto  A>iutlr*d*  ).4caro  para dcfmder  mi  «ttilcncla  «In  pichl- 
tili-liln  divina  dr  bastar  cl  bk«  pot  »l  canftbio  del  niaL  de  <-un)r4lr  «1  pmcptg 
t|ne  manda  llannr  jnufrc  y  wit4rr*  pur  U  Uitraci-Kin  <IcI  qav  pinbttw  teVMMr 
/atiof  ImUmovIM  V  Mralfr.  Ka  oi"  parMV  tan  MCttro  al  tan  CMiÍe>t«e  con  ta 
Ttxdad  icolcdca  nqtidki  dt  qavíaCroirldHa*  MnM  AMan£»,p  tMlmi  Imlihtn 
ttquc'tmil'  tt  an  Ao'iaAiY  «vnie  W  vw  mtilc  «n  i^itt»,  ct«w  M#nK^i  ana  maa 
MMM ri que «Mrri^a  anii  cfadod.  Toda*  la*  tinlalrraidc  Lácarn  y  todoi  Inxlk- 
lABimciidH  I*.  MiinHqu<  w  prrtlan.  itn  embargo,  iiuia  Inlcrpwtadúti  luilit- 
mi  y  Gti  nada  ilLsc«ii(umi«  ác  Ut  tcyca  rnc^'l^'*''  ^  ^mplemcate  naonliorlaa 
del  llvaaxclio. 


EN  EL.  SICLO  XU  -MS 

qne  el  celebrado  novelista  roraló  £7  rn^o  íÍú  ¡a  bola, 
con  meiertos  fines  artísticos  y  religiosos.  Considcrfl- 
roola  algunos  como  réplica  dada  por  el  autor  li  los  que 
le  IlamaKín  ueo  desde  la  publicación  de  E¡  esalH- 
áato;  otros  la  pusieron  sobre  las  nubes  sin  hacer  una 

fesiún  tan  expitcica;  pero  la  opinión  general  viú 
defectos  gravísimos,  horrores  de  melodrama,  in- 
consecuencias caprichosas  y  vacilaciones  de  princi- 
piante. La  figura  de  ^tanuel  Venegas,  el  Hércules  que 
hace  de  protagonista,  y  más  aún  la  de  Soledad,  aman- 
te suya,  que  llega  A  solicitarle  dcsputfs  de  pertenecer  -Á 
otro  hombre  y  que  muere  en  brazos  de  Vencgíís  no 
se  sabe  cómo;  todií  la  trama  de  la  obra,  compuesta  de 
increíbles  atrocidades,  la  colocan  á  gran  desnivel  res- 
pecto de  la  precedente,  pese  á  algunas  situaciones 
felices,  A  algiin  ciirilctcr  bien  sostenido  entre  los  se- 
cund;irios  y  á  lo  que  se  contiene  en  la  Hisíorta  <ic  mis 
libros  sobre  la  loiura  inicia)  del  protagonista. 

Pan»  demostrar  una  reí  más  la  variedad  de  sus  ap- 
titudes se  entró  Alarcón  por  el  género  de  costumbres 
sin  intenciones  docentes,  á  lo  menos  visibles,  y  lam- 
Wén  sin  propíisitos  tnisccndcn tales.  En  L»  Pródiga 
predomina,  por  el  comrario,  un  lono  de  uniforme 
templanza;  no  las  ínfulas  magistrales,  ni  tampoco  I;i$ 
desnudeces  del  naturalismo  al  uso.  Y  eso  que  tam- 
bién se  trata  aquí  de  las  miserias  que  un  día  y  otto,  y 
con  diversidad  de  pormenores,  nos  refieren  los  natu- 
ralistiLS  mAs  conspicuos;  pero  en  La  Pródiga  va  acom- 
pafljida  la  culpa  del  castigo,  y  el  mal  no  ofrece  aspecto 
fatalLsta  y  desconsolador.  Presidió  il  La  Prédiffa  el 
desenfrenado  vagucir  de  la  fantasía  forjando  un  mun- 
do distinto  di*l  en  que  nos  movemos:  Julia,  la  hcroinu, 
cstA  vnriaila  en  el  molde  bjToniano,  y  en  ira  en  la  gale- 
ría de  I:ls  mártires  del  amor,  cuyos  pecados  se  origi- 
nan de  emplear  mal  los  tesoros  de  ia  sensibilidad  apa- 
sionada y  la  imaginación  inquieta.  Es  una  mujer  de 
historia  que  se  ha  sncriticado  fi  sus  admiradores  y  muc- 

lOUO  u  'tO 


466 


LA  UTBRATtnU  ESTAÜOLA 


re  por  ul  último  de  ellos.  La  atracción  del  carlfto  Irre- 
sistible entrt  el  diputido  Ouillermo  de  Loja,  que  pasa, 
con  motivo  de  las  elecciones,  por  el  retiro  donde  vívc 
Julia,  y  la  resignada  beldad  que  había  resucito  poner 
fin  A  sos  extravíos,  surge  de  la  primer  entrevista  y 
concluye  en  unión  ilegal  reprohada  por  tos  buenas  al- 
deanos,  serv'idores  ó  favoreeidoK  de  Im  Pródiga.  Tan 
i  nsifrni  ficante  obstáculo  como  este  coro  de  recelos  7 
suspicacias,  destruye  los  planes  de  felicidad  suflados 
por  los  liíroes  de  la  novela,  y  les  hace  comprender 
que  no  se  han  substraído  á  las  maltas  opresoras  de  la 
sociedad,  y  que  no  es  sólo  la  madre  naturaleza  quien 
ve  y  fiscaliza  sus  actos.  Al  sombrearse  el  idilio  con 
los  colores  de  la  tmg'cdia,  lo  desenlaza  pronto  el  sui- 
cídio  de  la  protagonista,  criatura  desdichada  hacia  la 
quíf  no  disimula  Alarcón  cierta  indulgente  y  pater- 
mU  benevolencia,  hurto  peligrosa  en  el  terreno  de  la 
moral. 

Desde  el  aflo  IWl  en  que  dio  el  ser  í  £/  Cafnídn 
W-tu'Mo  y  La  Pródiga  hasta  el  día  de  su  muerte,  vivió 
retraído  el  novelista  guadijeflo,  y  sin  escribir  otra  cosa 
que  la  Historia  de  mis  ¡ihros.  Si  la  fecundidad  de  su 
pluma  no  fue  extraordinaria,  tampoco  sacrificó  nun- 
i-a  el  esmero  y  la  corrección  al  pueril  afiín  de  multipli- 
car las  páginas  ó  á  otros  más  conti'arios  al  arte.  No  se 
busque  unidad  iibsolut:i  de  propósito,  fuera  de  la  que 
ya  indiqué,  en  las  obras  de  Alarcón,  porque  su  incenio 
vivo,  errjltico  y  accesible  á  todo  gíncro  de  inclinacio- 
nes, fue  amoldilndose  á  ésta  ó  &.  aquélla,  volviendo  A 
veces  á  recorrer  el  camino  andado,  y  otro»  hmziVndose 
por  uno  incógnito  y  difícil.  Romántico  en  Ei  final  dt 
yarum,  realiscn  mUs  que  naturalista  en  El  sombrero  de 
tres  /í/ros,  cultivador  de  la  novela  docente  en  El  escdu- 
dalo,  y  de  la  de  costumbres  en  El  Mirlo  dr  la  bola,  y  La 
Pródiga,  casi  siempre  muestra  inclinaciones  y  simpa- 
tías por  el  idealismo,  y  busca  más  lo  gr:itu  de  la  ficcióo 
que  el  relieve  de  las  figuras.  Presenció  y  promovió  el 


EN  ex.  SICLO  XU  i67 

renAcímiento  de  lu  novela  en  su  úlctmo  periodo;  pero 
so  verdadero  lugar  no  ha  de  buscai'se  entre  Pereda  y 
GaldO^s,  ni  entre  la  turba  de  sus  respectivos  imita- 
dores, sino  UQ  poco  más  alto  que  todos  en  el  orden  de 
tas  fechas,  precediéndoles  ¡uites  de  acompañarles,  y 
sirviéndoles  de  iazu  para  llegar  hasta  FernAn  Caba- 
llero. 

Parcccnl  extraño  que  presente  yo  aquí  formando 
grupo  con  Alarcón  al  P.  Luis  Coloma  ';  pero  nadie 
cnmo  un  jesuíta  puede  emparejar  con  el  autor  de  ese 
paneítíricü  de  la  Compañía,  que  se  llama  £/  escéndalo; 
y  fU  A  esto  se  aiíadcn  el  gracejo  andaluz,  el  realismo 
idealista,  la  tendencia  docente  y  muchas  más  notas 
ciiracteristícas  de  entrambos  eximios  narradores,  y  la 
circunstancia  de  haber  llegado  el  uno  al  cénit  de  la 


<  fcnt  4c  la  Fronlcra  fue  U  patrU  M  «KUrvddo  auwr  de  fV«Ml<ta. 
KkM*  elide  Borro  de  noi.  InsrcíMNi  á  l«i  dixr  alM  ca  U  HKiicla  rirpan* 
Mria  luval.  pcre  aotanlA  «e  nulricnUrt*  C«nio  «lamno  de  Derecho  de  bt 
Vatvcr*!'!'')  tcvillana.  MIcntrsn  •tricul'  vu*  nlndli»  forvnim  «alttviibii  lan- 
tdtn  con  cntiulMino  U  smcna  liicmlnra  baro  U  dlicccMn  de  ftntún  OíAdlIcr», 
CM  qvkai  It  oniA  «mlMcd  stKiiMi9iilin«,  cacicU  4c  carino  nilal  y  «raeradCn 
dídtfCfpalD-DiNnIHlladors  M»dridd»paéidPticrmUuutnc*i-f*n,  «tinwri- 
M4  <ii  «1  Coir^o  de  übaKiiJiM,  poro  sin  Dr*rc<t  d«  tnl.  y  coMka|¡iándo»t  en 
carnw  y  alraa  d  lo«  BancjiM  Je  pTopaeaad«  üKondna  duniOK  el  j«rfoi1p  quc 
■RDMÜd  InitdlaUnmli;  i  ta  RcsIanraclAo.  Enioacc*  bailó  ocaiMn  dt  t<•'I(r^'■ 
<toaaf  el  esnoclnkaio  del  nwado.  y  «tpecialmcntc  Jr  la»  coalnmbnK  iniíKt>- 
oAUcati  que  hnMa  iii<lq<ilrl<lo  en  Sevilla  InciKtiModo  t»»  ealoac*  y  tcriaUak 
ORte  CMBo  li«  anlB»  iii-  la  Vnlvenidad,  ^  Im  vclntlti^*  aflm  <iibú  ci  faturo 
P.  Cdlsnara  lu  CompaAla  i1«  Jr>a(  i  i:n(Vhcriwti<rU  doalnddoiItMiixupUca 
«ri  la  v4ara  l'anln  Rii.-tn:  -PoCii  aoln  di-  hrrtrlc  i'l  rayo  de  U  (ntcla  hlHMe 
otvlpc.'ba  un»  bala  ik  nrv-llrtTi  (ají  Hntrcmaiu  >|u«  Ion  medico*  te  coaccdlaii 
mt  liiviB*  ih  t  Ma  no  mal,  BsCc  lance  lo  Aiiltiuircran  alsunusá  DtlvteflDHW 
maaa.  pnn  loa  tncl«f  inlofaiailo»  Okofuraii  tita»  Cntiinna  w  hhid  A  il  nUmo 
ln*<>lunUtU*a<«<U  i-n  ocatlOn  de  ntar  llmplaado  «1  anna  m'Mi  ciuirl«.  Sea 
ooian  qulott,  v  *u>i  ncirpiando  la  lUilaui  eipUcaddn  por  acnUlla  y  venxumll. 
LoU  Cotúoia  vl<>  In  niiienc  muy  de  ccVca.  y  al  Jcjar  d  lecbo  dd  Jolor  mi  tewv 
iMIda  eitaDa  (otnuLja,  y  efa  (mrocahle  \a  prapúdto  de  ealrar  eo  la  Con- 
palUa  de  J*MU„  .•  Bl  rr'flo  >le  la  W»cr>((a  del  c^cbrc  cKilivr  >t  cvoooilra  tfi 
Ift  iraUlaurld»  dr  «us  obra*,  putadaí  al  prucliHa  de  tAVa  lo*  lenom  itrv«ioa> 
ytalehrmmnoilmIaqiwaectpUlvnMm  lai  llbtvna»  ICMpniawn><r)<mptarra 
¿a  Hi^aMüd- 


I.\  LmRATORA  ESTAftOLA 

celebridad  cuando  la  muerte  arrebataba  al  oiro  de! 
mundo,  las  relaciones  se  estrechan  y  casi  imponen  el 
deber  de  inscribir  al  recién  renido  at  palenque  de  las 
letras,  junto  al  atleta  que  en  él  acaba  de  saicumbir. 

El  P.  Coloma,  al  igrual  de  Alarcón,  se  hal>ía  adies- 
trado en  la  gimnasia  de  tas  novelas  cortas  antes  de  tra> 
zar  un  cuadro  do  grandes  proporciones;  pero  los  frag- 
mentarios bocetos,  miniaturas,  paisajes  y  apuntes  del 
natural  dejan  ver  ya  el  trazo  flrmc,  la  seIecci<Sn  exqui- 
sita y  el  vigor  de  tonos  magistralmcnle  combinados  en 
Pequeftcccs. 

Prescindiendo  de  los  Solaces  de  tnt  £<.lu<iiatiíe,  que 
salieron  &  luz  cuando  aún  no  estaba  decidida  la  va- 
cación relig-íosa  y  literaria  del  autor.  escren<>se  ¿ste 
en  el  pulpito  de  la  novela  con  E¡  prittter  bat'le  (ItílM), 
ensueflo  místico  que  ofreció  í  sus  lectores  El  Mett- 
sajero  dd  Corasen  de  Jcsü^,  y  con  el  que  empalma- 
ron gradualmente  Rauoijue,  Polvos  y  iodos^  /Pos  tí 
los  muertos!.  Cafti,  La  mal t-di renda,  y,  c<m  interme- 
dios que  ni>  citaré,  PüaliHo.  La  fiorriona.  Por  un 
piojo...  y  Pequeneces... 

El  instinto  seguro  del  P.  Coloma  le  hizo  conocer  el 
inmctiso  alcance  social  de  la  novela,  espada  de  dos 
filos  esgrimida  en  pro  del  bien  y  del  mal,  y  que  él  dcs- 
envainabii  resueliamente  como  paladín  del  catolicismo- 
Las  pííginas  de  El  Mensajero  llevaron  por  todos  los  Ám- 
bitos de  Esparta  la  voz  Insinúame  del  jesuíta,  ora  pa- 
tética y  grave,  ora  surcada  por  las  vibraciones  de  la 
indignación  y  el  sarcasmo,  ya  como  blando  roclo  de 
plegaria,  ya  como  chispa  eléctrica  que  abnu«i  y  aniqui- 
la. El  auditorio  del  P.  Coloma  estuvo  restringido  largo 
tiempo  ü  los  límites  del  hogar  doméstico,  de  las  casas 
de  educación  religiosa  y  de  los  opulentos  recintos  aris- 
tocráticos; se  componía  de  algunos  devotos  maduros, 
de  muchísimas  de\'ocas,  auténticas  6  mundanas,  y  ái 
adolescentes  próximos  il  hacer  su  entrada  en  el  mun-l 
do.  Todos  hubieron  de  encontrar  ptxleroso  atractivo] 
t 


RK  a.  SIGLO  xa 


<u/) 


cfi  la<i  historietas  del  mlsinnera  novelista,  que  acertó  á 
convertirlas  en  m.'injar  apetitoso  para  tan  distinto  gé- 
nero Je  paladares. 

En  la  Colecdón  de  iecturas  recreativas  '  se  atribuye 
harto  mayor  importancia  que  en  la  generalidad  de  las 
novelas  al  elemento  religioso  y  sobrenatural;  juegan 
otros  resortes  desdeftailos  por  el  indiferentismo  racio- 
nalista; se  retratan  con  interés  afectuoso  las  travesuras 
infantiles:  se  aspiran,  en  fin,  auras  frescas  y  prímave- 
Talcs  que  üilaum  ios  senos  del  corazún  y  purificaD  ti 
misma  hediondez  del  vicio. 

Pero  el  más  intolerante  mcnosprcciador  de  la  litc- 
Tatnni  devota  tropezara  en  líis  Lt'xturas  recreativas 
con  tal  gallarda  silueta,  primor  descriptivo  <}  delicade- 
za psicológica  que  le  obliguen  á  descubrirse  con  respeto 
ante  el  simpAlico  mentor  de  la  juventud  e^tolar  y  del 
sexo  ícm'inino.  Kanoquc,  ab;mUonado  por  sus  padres 
naturales,  el  tío  Oinijo  y  la  tfa  Cachatuí,  recogido  por 
una  piadosa  viuda,  estupefacto  al  conocer  de  súbito  la 
prisión  y  condena  de  los  dos  criminales  á  qiuenes  debía 
el  ser,  y  enscftando  á  su  madre  el  Credo  antes  de  que 
la  infeliz  suba  al  cadalso,  es  una  figura  de  relieve  que 
se  esculpe  con  ntógus  imborrables  en  Iti  imaginación 
in.1s  bcrroqueftii.  Cunito  Pencas,  el  de  Polvos  y  lodoa. 
relatando  ante  un  concurso  de  señoritos  nobles  y  hol- 
ganines  sus  aventuras  de  torero  en  París  de  Fran- 
cia, y  las  palabnis  que  había  dirigido  al  Srñó  tVapo- 
ieóH  imtcs  de  matar  tm  toro:  "Brindo  por  bu  y  por  la 
mujer  del  fm  y  por  el  bucesito  chico":  y  el  regalo  que 
había  hechu  de  su  traje  al  príncipe  imperial,  y  el  seflo- 
ril  dí-sd¿n  con  que  habta  recibido  íÍ  Monsiú  Coliflor, 
haciendo  una  torda  de  los  billetes  que  le  presentaba 
como  pago  de  su  ñnezit  indumentaria,  pegándoles  fue- 
go en  el  velón  y  oficcitíndosclos  paní  encender  el  ci- 


Cen  «Mril  iKia  pabLIcA  el  P.  Calima  mi  plfincrot  (•«yo*  dcasvt^U.  (Cur- 


470 


LA   MTERATVílA  BsrASOLA 


garro;  este  Cunito  Pencas,  dtgfo,  no  cede  en  lo  salero- 
so y  bien  plantado  A  ninírún  personaje  de  los  cartones 
de  Coya.  El  baile  üe  piñata  U:nJo  por  la  condesa  de 
Santa  María  (alias  la  Gorriona),  instigada  por  sus  lo- 
trigantes  sobrinas,  como  reto  de  ñdclidnd  borb<>aica 
lanzado  d  un  Sancho  Panza  de  la  í  poca  de  Don  Amadeo, 
&  quien  cuelgan  falsamente  la  prohibición  del  minué  á 
la  espaflola  las  pérKdíis  que  lo  preparan;  los  cscrüpn- 
los  nobiliarios  y  reUffiosos  de  la  condesa,  y  su  pjivoroso 
desencanto  a!  sorprender  una  conversación  soez  de 
aquellos  jóvenes  tan  ñnos  y  corteses  á  quienes  había 
abierto  ella  los  salones  de  su  casa;  todas  las  escenas  de 
La  Gorriotia  anuncian  ya  el  maduro  talento,  la  ¡men- 
ción social,  la  vena  satírica  y  el  desenfado  cultísimo,  de 
que  el  P.  Coloma  había  de  ofrecer  pronto  inolvidable 
demostración. 

Saltemos  por  encima  de  los  Cuentos  para  irtüos,  y 
délas  narraciones /^orMw^/'ff/o,,.  y  Juan  Miseria,  pue* 
ya  estii  vibrando,  como  aguda  nota  de  clarín,  en  mis 
oídos  y  en  el  del  lector,  el  celebérrimo  vocablo  Pe~ 
qutñeces... 

Así  bautizó  el  Padre  ima  nox'ela  escrita  tambiín 
para  El  Mt^usaj'ero,  donde  la  leimosy  saboreamos  los 
antiguos  admiradores  del  autor,  aunque  no  se  acorda- 
sen entonces  de  ella  la  mayor  parte  de  los  literatos  de 
oficio. 

A  poco  se  reunían  los  fragmentos  desperdigados  de 
Kc^nsia  en  dos  lindos  volúmenes  '  que  llamaban  con 
su  teniíHlora  cubierta  la  atención  de  los  inmseunies  en 
los  escapjirates  de  las  librerías  de  Madrid;  susurraron 
frases  de  misterio  en  los  círculos  y  tertulias;  recordá- 
base el  encarecimiento  con  que  Emilia  Pardo  Baz 
había  ponderado  ta  superioridad  del  casi  incógnito  n< 


<  Bilbao,  uní.  Hoy  s^Tcnile  U  cuftru  cidlclón,  haMcftdo  *IJa  muj' i-oplawi» 
Ua  mu  ■atcrloiv*,  Lm  %tauk  iMal  de  lu  cmira  ilniíla»  axctcnilo  A  HkWO 
■ItsipUrTK 


I.f  BI.  SIGLO  XLE  471 

veHsta  sobre  el  ilustre  Pereda,  Palacio  ValUés  y  ttiíti 
^nanli  en  la  pintxiTii  Ue  costumbres  ¡irisiocnliicar;  se 
acnmulAen  las  cui>c*zu5  y  en  la  atoK^sfcni  enorme  cun- 
tídad  (le  fluido  etCctrico,  desarroUndo  simultáneamente 
por  las  cuviluciones  políticas  y  el  bizantÍt\ismo  literario, 
yestoIM  la  tempestad  en  rcUmpafi:os  de  odio,  6  adhe- 
sión entusiasta,  en  truenos  de  vtvas  ó  mutras,  y  en  llu- 
via de  artículos  ó  folletos,  y  de  cuchicheos  confidencia- 
les 6  acalorada  discusión. 

'  Desde  que  apareció  impreso  El  escdutialo,  de  Pedro 
Antonio  de  ^Marcón, —escribía  Luis  Alfonso  '  atcomen- 
apcnus  la  marejada,— es  decir,  desde  hace  diez  y 
.  uRus,  no  se  había  publicado  en  Miidriú  novela  que 
tanto  ocupase  y  preocupase  ta  atención  pública  como 
ff(7iír^fí-.s\..,dcl  P.  Luis  Coloma. 

^Tíngase  en  cuenta  antes  de  pasar  adelante,— afla- 
ü&i  d  ceJebraUu  critico— una  circunstancia  ímportanti* 
ítimn:  jesuíta  era  el  verdadero  protagonista  de  £/  cscán- 
'i/a¡o;  jesuiUL  es  el  autor  de  Pcqttf Heces.  No  puede  pe- 
dir mAs  la  Compaflia  de  Jesús;  nadie,  aun  en  el  terreno 
literario,  agita  la  opinión  tanto  como  ella. 

,Si  asi  ha  sucedido  en  este  caso;  si  el  libro  de  este 
autor  ha  logrado  resonancia  mayor  que  los  de  otros  no- 
velistas de  (íran  valer  y  fama,  no  consiste  sOlo  en  el 
mthitu  intrínseco  de  la  obra;  consiste,  además,  en  di- 
versídad  de  causas  que  concurren  al  mismo  (in. 

.Trátase  en  primer  lugar  de  la  novela  Je  un  clérigo, 
hecho  que  en  otros  tiempos,  desde  los  de  /-a  lozana  au~ 
ilaJusa  h¡ista  los  de  Fray  Gmint/io  ilf  Campabas,  no 
hubiera  producido  Ui  menor  extraflezii  por  lo  usual, 
pero  que  hoy  por  lo  Inusitado  sorprende  y  choca.  Anu- 
dase que  la  nox'cln  no  es  como  pudo  imagrinar  el  lector 
tratándose  de  un  eclesiástico,  un  libro  devoto  en  forma 
amena,  ni  una  homilía  disfrazada  de  relato  entrátc- 


Em  ta.  AfMS^t  21  <le  Unta  de  IML 


472  LA  ur»«ATUHA  sspaSola 

nido,  ni  siquiera  ana  narración  circunspecta,  timora- 
ta  y  honestísima  al  modo  de  I.as  tardes  de  ¡a  (irán- 
ja.  ó  siquicm.  siijuicra,  al  modo  de  los  cuadros  de  cos- 
tumbres de  Fernán  Caliollero;  de  ningiin  modo:  Pegue- 
iícces...  recuerda  mucho  más  &  Zola  que  á  Goldsmith; 
y  si  el  fin  es  muy  religioso,  los  medios  no  pueden  ser 
más  profanos. 

nAgríffucse  á  lo  expuesto  que  la  novela  no  trata  de 
la  g'ente  plebeya,  ni  del  estado  llano,  sino  de  las  clases 
aristocráticas  y  pudientes,  de  la  sociedad  cortesana, 
que,  por  estar  más  ó  menos  torpemente  descrita  en  li- 
bros recientes  de  autores  muy  conspicuos^  había  dado 
ocasltin  A  ruidoszu;  polémicas.  Considérese,  además,  que 
de  un  individuo  de  la  Orden  de  San  Ignacio  de  Lo- 
yola,  al  cargo  de  la  cual  corre  la  educación  de  los 
hijos  de  la  mayor  parte  de  las  casíis  nobles  y  acauda- 
ludJLs,  pstrlia  la  diatriba  más  terrible  y  más  despiadada 
que  contra  los  padres  de  aquellos  hijos  se  ha  escrito 
nunca.  Tííngase,  por  ultimo,  en  cuenta  que,  como  del 
libro  se  colige  y  fuera  del  libro  se  tiene  por  uverig'uado, 
cl  autor  de  Pequeneces,.,  "ha  sido  cocinero  antes  que 
fmile." 

En  tales  términos  apreciaba  un  redactor  de  La  Épo- 
ca ',  del  diario  oficial  de  la  aristocracia  española,  los 
violentísimos  y  encontrados  sentimientos  que  despertó 
la  novela  del  discutido  jesuíta. 

Pero  el  motor  m<Vs  poderoso  del  escándalo  que  con&* 
tituyc  la  historia  externa  de  Pegueileces.,.,  fue  I»  cu- 
riosidad malsana  y  contagiosa  de  esa  muchedumbre  que 


■  A  iliillk  EmiUd  P«fik>  DAtln  •:sik  lit  eli>rí«  Ji-  Ka^rr  llaiwulo  antn  .\<^ 
tmdU  lo  ■tinil'Vn  Jcl  pdMK»  %al>iv  Pr^uolocM...  Ea  d  nUmcrffdDl  XMw  Jtallra 
oriUcu^  carmiwadlenic  al  mes  de  Abril.  ItiKrItf  ua  UrKo  muJIo  Mbi*  U  obn. 
y  lO  aiiloT  can  d  Ululo  d(  Vn  JiutUa  mumtMa.  votidlo  qnv  muy  tvIniulUo  jr 

;implLido.  liC  i:Mivlrtl6  «n  f6ÍUlo  dr  or»  fEl  f.  J.tUt  CoUna Bicvr%/4m  y  a- 

íwUo  <Hlttv.  -MUf M.  Mln  «So),  FoOttívo  Bula»  átxnú  «on  la  aplcmo  .■  Udo- 
fcoáetti-ia  acivMnsitifmJo*  sobtr  PttudiKU...  n  Lo»  tnm  lüt  ¡tt^ottat  (tB  >■  30 
(li;  AtMtl  dr  imi\  D«Ndc  d  ilU  7  KiM«  el  18  it  eOe  HtMia  mMfou**  •Mena  ^ 


mt  El.  SIGLO  XIX  473 

se  vv  en  todas  partes  y  en  niojruiui,  la  fUcalización  anó- 
nima soliv'ianiada  por  tan  irresistible  scfluclo  como  es 
la  honra  de  personajes  blasonados. 

Desde  que,  por  inducciones  maliciosas  y  secuelas 
arentunidas,  se  sustituyeron  los  nombres  y  a]x;llidos 
de  la  novela  con  otros  de  personas,  vivas  ó  muertas, 
pero  de  carne  y  hueso;  desde  que  se  creyó  halwr  topa- 
do con  la  clave  cuya  existencia  negaba  el  autor  de  ante- 
mano y  con  insistente  energía,  no  hubo  ya  diques  ni 
cümpueruis  que  contuviesen  el  oleaje  de  la  murmura- 
ción universal. 

Pasaron  los  días  en  que  el  no  haber  leído  Pequene- 
ces era  como  salir  á  la  calle  sin  sombrero.  Calmada  la 
efeT^'esccncia  de  los  ánimos,  no  es  tan  difícil  como  an- 
tes condensar  en  breves  conclusiones  el  ^Tilor  moral  y 
literario  de  aquella  obra  de  sinji^ulares  destinos. 

El  P.  Coloma,  no  hay  que  dudarlo,  se  propuso 
atajar  la  ^dnf:rena  de  la  corrupción  que  invade  las  mAs 
encumbradas  esferas  de  la  sociedad,  y  A  ese  ftn  e^-hó 
mano  de  las  medicinas  convenientes,  decidido  ¿  utili- 
zarlas sin  repulgos  ni  contemplaciones.  La  sátira  inci- 
siva y  cruel,  el  consejo  en  forma  directa  ó  indirecta, 
las  conminaciones  de  castigos  eternos  y  temporales,  y 
las  prumesas  de  perdón  para  los  arrepentidos,  son  re- 
cursos de  que  -se  sirve  el  novelista,  quizA  rcbasimdo  al- 
guna vez  los  lindes  de  la  moderación,  pero  sin  desmen- 
tir su  noble  intento. 

Que,  por  lo  risible  y  recientes,  se  prestan  los  he- 
ellos  narrados  d  srlosas  malévolas:  que  Jacobo  Saba- 


U  printcim  puna  >K'  Sí  0*r«káo  át  MittrU  un  |itlcl«  pAbllcn  y  cnBiiadii:iDfio 
ttAm  la  ancndrnMda  novela.  Kuun  la&ndola  nUi  béa  por  *d  loado  y  alcnlAca- 
ddnqiM  p«r  ui  v>l«r  uthik-o,  MpjttlAnd  U.  Jnan  VaIeib  lat  áJÜniM  coa  la  ta- 
lR>c|aurfUltnA  carui  ir  CitrrUA  jlüari»»  al  P.  L»U  Ottomt.  Otr«i  m(l  ncritoTf 
tvrdAron  en  la  nipcAada  iroMIlFOda,  nitrc  oDoi  el  P.  Fr.  C«atadn  Nniau*  jr 
S4MII  coa  ello  ccao  TVMincfi  LatrilStadt  •ftqualUtm'..,  |íp*fMA«M  itr  Id  er*. 
Hm  flA  «hwlarf  4t  l>*-.  3)  de  Abril  de  \»n¡.  at  ^uf  i-^himu}  U  «rflvra  Panto 


474  LA  UrCRATORA  ESPAÜOt-A 

dell  resulta  la  encaroacióo  del  mal  esposo,  del  rufián 
elegante  y  el  político  venal;  y  su  querida  Carrita  Albor- 
noz la  de  lit  casada  infíel,  reina  de  la  moda,  que  por 
sólo  esta  cualidad  se  sobrepone  ft  la<!  damas  dignas  y 
decentes;  y  el  marquOs  de  Villamelón,  marido  de  Cu- 
rrita,  representa  A  otros  muchoí;  tan  imbéciles  y  ciejíos 
como  01,  y  los  demAs  personajes  responder  A  un  sim- 
bolismo susceptible  de  apUcaciooes  concretas;  que,  por 
referirse  la  acción  á  la  ípoca  de  D.  Amadeo  y  pintar  á 
lo  rivo  las  maniobras  de  la  aristocracia  alfonsina,  que 
prepararon  la  Restauración,  quedan  t^sta  y  sus  hombre» 
clavados  en  la  picota;  que  los  dotunierttos  históricos  y 
sociales  de  Pequcüeccs  frisan  en  crudeza  con  Ion  del  na- 
turalismo fruncís,  aunque  siempre  vayan  rcpruljadus 
por  la  censura  condigna,  y  nada  contengan  que  ni  re- 
motamente excite  los  bajos  instintos  de  la  concupiscen- 
cia sensual,  todos  esos  y  muchos  mAs  cargos  qiK-  abultó 
la  mala  fe  servida  por  la  ruindad  del  entendimiento  y 
el  coiazdn,  se  explican  satisfactoriamente  á  la  luz  del 
proposito  moralizador  y  correccional  que  prcsidiii  al 
libro  del  P.  Coloma.  Mo  se  curan  las  lacerías  tapándolas 
con  velos  de  compasión  ó  de  compltcidail. 

Por  oira  parte,  al  aplicar  el  cauterio  ft  l:i  podredum- 
bre de  luí»  vicios  refinados  y  elegantes  no  disimula  ni 
apadrina  los  de  las  clases  medía  y  popular,  sin  entrar 
tampoco  en  odiosíis  compiiraciones  que  no  compor 
la  Índole  de  un  relato  novelesc-o. 

El  saldo  final  de  tatorce  mujeres  perdidas  por  ttem- 
to  veinte  tmtjeres  honradas,  y  aun  el  otro  de  baatatilKS 
buenas,  pocas  ntalas.  muchas  que,  .hiendo  de  /ns  prime- 
ras, &c  parecen  d  ins  segí4ntías,  expresiones  numéricas 
del  concepto  que  merece  al  autor  la  aristocracia  feme- 
nina de  Pequeneces:,  no  pueden  tildarse  de  injuriosí 
ni  depresivos. 

Los  remedios  prácticos  que  prescribe  el  P.  Coloi 
y  en  particular  el  apartamiento  de  justos  y  pecadorc 
seríln  todo  lo  impracticables  y  utópicos  que  se  qui< 


BN  El.  «CLO  Z1X  475 

pero  nada  dice  esto  contra  ta  rectitud  de  miras  y  la  in- 
flexible enterezsi  de  principios  en  que  van  ¡nspirados. 

No  menos  int-ichable  y  diáfano  que  la  intención  pe- 
dagógica de  Pequeneces,  brilla  su  mOrico  como  concep- 
ción artística.  Mucho  es  haber  dado  en  el  hito  de  la. 
noveln  de  alto  coturno,  y  esclarecido  la  neblina  que  im- 
pedía contemplar  en  su  verdadero  ser  el  mundo,  frí- 
v(^o  y  grande  tí  la  par,  de  las  costumbres  aristocráticas. 
El  P.  Coloma  I¡is  conoce  como  testijjo  presencial  y  las 
reproduce  con  mágica  exactitud  de  pormenores,  aun- 
qnc  se  baya  discutido  alguno  de  ellos. 

Con  ta  originalidad  de  Ft'qucfíeces  se  hermanan  la 
verdad  y  consecuencia  de  los  caracteres  principales,  si 
se  exceptúa  el  de  Jacobo  Saixulell,  afeado  por  ciertas 
desviaciones  anormales  que  no  pasaron  Inadrertidas 
poní  el  autor.  Curritn  Albornoz  puede  alternar  con  las 
más  excelsas  figuras  de  mujer  que  ha  producido  la  nove- 
la contemporánea,  y  así  lo  procUima,  con  su  autoridad 
de  artista  y  desenora,  Rmilta  Pardo  Bazán.  Los  bocetos 
caricaturescos  como  VillumelAn  y  el  tío  Frasquito,  su- 
plen con  la  gracia  lo  que  les  haya  sustraído  de  realidad 
la  hipérbole  satírica,  y  el  coro  de  los  personajes  de  se- 
gundo tírmino  se  mueve  con  holgura,  no  por  simple 
arbitrar ietlad  del  rramuyista  que  lus  dirige. 

Desde  luego  sumo  entre  las  perfecciones  de  Peque' 
Heces  ese  Interés  irresistible  que  aprisiona  y  seduce  la 
voluntad  del  lector;  ese  interiís  que.  cuando  se  basa, 
como  aquí,  en  la  fecundidad  üc  inventiva  y  en  la  total 
comprensión  del  asunto,  no  tiene  nada  que  ver  con 
los  disparatados  lances  de  las  publicaciones  por  en- 
tregas. 

Nadie  se  híi  atrevido  á  negar  al  P.  Coloma  la  maes- 
tría, en  el  manejo  del  diálogo.  En  lo  referente  al  es- 
tilo se  le  han  escatimado  los  elogios  con  avara  taca- 
fleria;  se  le  ha  pulverizado  en  el  grosero  almirez  de  un 
análisis  impertinente  su  prosa,  incorrecta,  si,  hasta  el 
dcsftUfio  y  plagada  de  cacofoofos.  pero  tronspareDic  y 


476  LA.  LITSBATURA  BSPAROLA 

animada,  flexible  y  pintoresca,  penable  por  las  leyes  de 
la  Gramática,  no  por  las  de  la  Retórica. 

Si  Pequeneces  vale  mucho  como  libro  aislado,  ¿cuán- 
to valdrá  como  cabeza  de  una  serie?  Ya  nos  lo  dirán  las 
futuras  hermanas  de  aquella  primorosa  novela. 


4 


díVj/i 


K^'i-VAS 


«^ 


CAPÍTULO  XXVI 

LA  NOVELA  CON  TÉMPORA  MEA 


PnLiTico.  periodista,  escritor  ameno  y  elegnntc,  cri- 
tico de  alia  fama,  hombre  de  mundo  y  Bombrc  de 
letras,  todo  esto  tinhía  .sido  este  admirador  del 
Júpiter  de  Wcimur.  ruyii  amplitud  inmensa  de  ínceniu 
emula  en  cierto  modo.  Pero  no  se  mostraba  satisfecha 
la  arobiciiín  del  polígrafo  ¡nsí^rnc  que,  cuando  parecía 
ajotada  su  virtualidad  creadora,  la  difundid  en  produc* 


•  li.  Jiuin  VAkrKauí'liSco  Cabra  i,C«nktlu' rl*ll«  1877.  dt  nptik' lantliu.  un- 
%•■  prvpotclpnd  ana  «liKii(I¿n  dlpta  Jr  mi  huih.  I^  Ii»  pflVaUi  litl  atttpr,  \ 
leAiiUdaBieniP  cu  pifUa  Jfmtaií  y  toa  ttiutanw  >iil  <Xott»t  faiuUva,  Ilav  c^ccnis 
BliflraiU*  CD  ten  fccticrJoi  ih-  lu  pala  biibI  y  wii  piuncre*  «flox.  Un  Mrtlacn 

GraniMla.  Dciltcado  va  un  pttn.  Ipln  á  \a  <í»nxr»i-A  tffti,  klgiiiA  luica  ta  dlplo 
nUliTA,  f  «cratpttBft  «1  nui])ir  (Ir  RKa*  «Iriutn  íHir  (-ffilwjadr-r  iV-  KkiMAa  m 
K4tNLln,  i  U  vel  qw  •KpvrnlM  tu  siitta  aiiwih-r,  cotí  «1  itin'K-tralfvio  dr  IrM 
dijli:«>  Bflr(«>  Ull'*"*  «  iUtUunf>«.  1,1  rr^Ukni-U  m  t.Uho*.  Hl<>  Janslrv. 
Dnr«lc  y  Snn  PcicrsburKt-.  hlic  ilc  Valrra  «n  «froiUador  Inicllsoiic  de  Iiu 
HUraiutu  modernas  nos  üeBcanocUa».  dn  qni-  c«ic  i:«iin>>i>(<tlil>an)  pFTti*dt< 
rav  ni  «bMlnu  demlnln  tic  Ib  IubItm,  la  frani'r^  y  Ut  miuAoU.  Ur  vntlLa  « 
Mj.IrM.  }-lra*  krc*v  tap-^  de  tkmpoi  tonoA  |>iin<^  ilc  la  RrfncrlAn  ikiSíW, 
l«ow(tnM  iinvr  {HitlOillca  dr  Idca.i  mayUN-talu.  fm  iivc  Indlicciamcnir 
«cr*U  a  lot  U-turi  ui  (fci  madtratitloxi  l'n«Aoil<io»  a  U«  &!*■  d«  la  L'nton 
Liberal,  lu*  Ftivlii.lo  un  IlteA  p»i  ti  t^abliu4c  OT>i>nn*tl  t  FntiKisrt  m  calMajl 


478  LA   LITEBATiniA  BSTAJIOLA. 

ciones  sellaüas  por  la  juventud  eccma  del  espíritu,  y  la 
madurez  de  las  canas. 

No  era  difícil  presagiar  al  futuro  novelista  cu  la 
hermosura  plástica  y  descriptiva  del  estilo  de  Valera, 
eo  el  insuperable  buen  sentido  de  que  alardea  ronsuin- 
temenie,  y  en  todos  aquellos  rasgos  inconfundibles  que 
constituyen  su  fisonomía  moral  y  le  dan  una  persona- 
lidad aparte,  conseguida  por  muy  pocos.  Su  vocacÍ<)o 
en  este  punto  se  manifestaba  bien  definida,  y  no  creo 
que  el  haberla  seguido  fervorosamente  merezca  e! 
nombre  de  gentjUidad  caprichosa,  como  el  afirma  entre 
burlas  y  veras,  y  suponen  muchos  que  no  saben  leerle 
entre  lincas. 

Estos  mismos,  sin  exceptuar  A  los  mAs  bravos,  se 
ven  confundidos  ante  un  argumento  de  tanta  fuerza 
como  Pepita  Jiméncs.  Desde  que  por  primera  vez  se 
publicó  en  la  Revista  de  España  \  los  entendidos  salu- 
daron respetuosamente  en  su  autor  á  un  gran  novelis- 
ta, cultivador  de  un  g¿-nero  novísimo,  y  civsi  diriamos  il 
su  uso  píirtíiular.  Por  la  diAfami  y  escultural  belleza 
de  los  formas,  no  menos  que  por  la  supresión  absoluta 
y  radical  de  los  burdos  procedimientas  empleadas 
hasta  entonces  en  la  novela  espaflola,  parecta  Pepita 
Jim¿i¡€sWnma.áTi  á  despertar  únicamente  la  afición  de 
la  exigují  aristocracia  Uccraria,  capaz  de  valuar  su  mC- 


di>  Ulabtro  plmlpotcn darlo.  Adb«fUo  «J  teranlMaiMito  de  \90i.  n«iiilrc*i4n 
Olnctor  dr  Inatrncdiii)  pAbtlcA  y  nkabro  de  U  Cnmlsldn  cnc*rB»da  da 
Dlrpcrr  4  Don  AnuiiSco  la  coroitN  de  EipallA.  Vnlcrn  acrpiú  laiti  unS*  lA 
leK*l<'l*<)  ■Hoit^tnu  émuo  <kl  pnrUdú  Xbrrvl.  y  ba  <(d«  («bajador  en  LtkhM. 

Washington  y  BtixurlKk.  tsl   Idk  vlcUlliklca  polItlfBi,  al  <l  <Aniatki.i»  Ji  Ufta 

ei«4  a*Rnj(siLi  ni  la  roMiltifi  «nrnradi-  na  ft-aombrvHlta  y  onlicoMlauaK 
iMia^ldcriJ'i.  bailan  A  («lüIr  la  actividad  tk  Vnlira.  ta«  ttx-iin<la  hoy  coiaoca 
•«1  aAo9  JnvMllm.  de  Int  q«»  tamM«B  coAicrví  tnifffrns  U  vIvKMdiuL  la 
sracia  oaliUlioa  y  d  dovMiUdo.  La»  nr>vc;iu  d-- Valer»  ulAn  rrunlda*«ii 
trea  volüRicDn  de  la  CI*le»Ma  de  turtton*  toMtUanM.  iMadcld.  le»B-ian,) 

•  TomoiiXXXVn  j-XXXVni.  nmncrotdc»  dr  Maieo.  15  5  2S  d«  AMU. 
V  13  d<  Mayo  ik  ISJI.  DnplWa  i«  han  bnpnao  kan»  iMfv«  «dlcloBcs,  aleoBa* 
aBaMoataiJoaii. 


EN  SI.  CTCLO  UX  479 

ñto.  Y,  sin  embargo,  ínvailíó  atrevida  el  folletín  del  pe- 
riódico, y  salvando  las  fronteras  es  boy  apreciada  en 
la  pairúi  de  Zola,  en  la  de  Dickens  y  en  la  de  Nkinzonl; 
alcnnza,  en  fin,  los  honores  de  la  popularidad. 

Conviene  dar  A  conocer  el  origen  de  esta  obra,  lo 
que  pudiéramos  llamar  su  historia  íntima,  y  para  ello 
tntnscribiré  una  de  las  varias  coniesiones  que  ha  he- 
cho Valera  sobre  el  asunto:  "Escribí,  dice,  mi  primera 
noTcIa  sin  caer  hasta  el  fin  que  era  novela  lo  que  es- 
cribía. 

"Acababa  yo  de  leer  multilud  de  libros  devotos. 

"Lo  poítico  de  aquellos  libros  me  tenia  biH^hizado, 
pero  nu  cautivo.  Mi  fantasía  se  exaltó  con  tales  lectu- 
ras; pero  mi  frío  corazón  si^ió  en  libertad  y  mi  seco 
espiritii  se  atuvo  á  la  razón  severa. 

"Quise  entonces  recoger  como  en  un  ramillete  todo 
lü  más  precioso,  ó  lo  que  mAs  precioso  me  parecía  de 
«qnelliis  flores  místicas  y  ascéticas,  é  inventé  un  per- 
sonaje que  las  recog-iera  con  fe  y  entusiasmo,  juzgán- 
dome yo  por  mi  mismo  incapaz  de  tal  cusa.  Así  brotó 
-espontánea  una  novela,  cuando  yo  distaba  tanto  de 
querer  ser  novelista  '." 

Cuantos  estén  familiarizados  con  las  obriis  de  Va- 
lera recordarán  las  añciunes  que  muestra  A  la  especu- 
lación scmifilosófica.  y  cuan  exirafio  conjunto  fornum 
SOR  Opiniones  utilitirias  y,  A  la  par,  archicspi ritualistas. 
Ecléctico  hasta  la  temeridad  y  el  imposible,  no  deja 
nunca  de  predicar  la  alianza  de  los  dos  mundos,  que  no 
puede  creer  en  oposit-ión;  éste,  material  y  sen>iihle,  con 
sus  dos  habitadores,  la  comodidad  y  el  deleite,  y  aquel 
otro  donde  colocaba  Platón  á  las  (deas  madres,  y  todos 
lijs  hombres  la  suma  de  sos  ensueños  y  esperanzas.  El 
cristianismo  de  Valera  no  se  extiende  hasta  lUmiar  sin 
restricciones  valle  de  lAgrimas  al  pUmeta  que  habita- 


DuUuiodA  d«  ja  OMMdSKdfr  Jtai*». 


480  1^  LnCRATUItA  CSrASoLA 

mos;  la  ddda,  por  otra  pane,  no  ha  cerrado  sus  ojos 
A  los  inefables  atractivos  de  la  religión  y  la  tüosoffa. 
Plotfno  do  guante  blanco,  con  las  alas  del  sentido  estO- 
üco  abiertas  A  toda  especulación  generosa,  y  poco  des- 
contento de  lina  exístenrUi  que  no,  le  ha  hecho  akin- 
donar  sus  preocupaciones  optimistas,  lánzase  imper- 
turbable por  el  justo  medio,  que  viene  á  ser  la  lUtíma 
palabra  de  su  credo  ñiosófíco. 

No  se  conceptúen  inútiles  estos  prcliminnres,  pues 
catKtlmcnte  viene  aquí  Á  refundirse  cuanto  hay  de  mAs 
típico  en  las  novelas  de  Valera,  quien,  tomando  cons- 
tantemente la  palabra  por  todos  sus  personajes,  desco- 
noce el  secreto  de  ocultar  tras  de  ellos  las  preferencias 
y  los  ideales  propios.  Aunque  partidario  del  arte  por  el 
arte,  gusta  de  íiacer filosofía  Linto  como  el  mismísimo 
Campoamor;  es,  como  él,  pecaminosamente  infi:enuo, 
y,  conocedor  profundo  del  hombre  y  de  In  socicdAd» 
sabe  excitar  pasiones  y  sentimientos  á  que  no  puede 
menos  de  responder  la  picara  natumlczii  humana,  cu- 
yos Hacas  aprovecha  para  conquistarla  por  el  asenti- 
miento y  la  simpatía. 

Pepita  _/f>«('//^5' nos  explicara  las  sinuosidades  y  los 
arcanos  del  sistema.  El  misticismo  insidioso  de  esta 
obni  es  un  misticismo  al  revés,  una  rehabiliuiciún  muy 
velada  del  deleite  sensual  frente  á  las  aspiraciones  del 
espíritu,  un  ensayo  de  conciliacidn  entre  la  moral  cris- 
tiana y  la  epictírca.  Porque,  si  Valera  parece  prohijar 
los  ideales  de  nuestros  grímdcs  ascc^ticos,  no  lo  hace 
sin  aíladirles  su  levadura  falsamente  plal<^nica  y  sus 
corolarios  prácticos,  que  b;Lstan  para  destruir  todo 
aquello  que  en  apariencia  los  contraria. 

Es  D.  Luis  de  Vargns  el  héroe  de  la  novela,  un  jo- 
ven rico,  discreto,  bien  parecido  y  con  ánimos  de 
consagrar  todaí;  sus  j^randeü  dotes  al  servicio  del  cíelo. 
La  educación  recibida  en  casa  de  su  ifo,  el  Deán,  y  en 
el  Seminario,  le  tuvo  completamente  embebido  en  sus 
estudios  teológicos  y  su  oración  continua,  reduciendo 


EN  EL  SIGLO  XIX  481 

d  circulo  de  aspiraciones  á  ser  un  santo,  y  quizá  tam- 
Uén  un  sabio.  Al  partir  á  su  pueblo  paro  pasar  una  tcm- . 
florada  en  compañía  ^Je  su  padre,  comten;:.tn  ú  batirle 
fiimultáneamtiUe  1o^od^jd<;  del  buen  ricacho,  las  ad- 
mixaciones  y  deferencias  de  todos,  pero  mAs  aún  las 
miradas  de  cierta  viudita  verde,  que  extrema  los  :tUt- 
qocs  para  con  é\  títnto  como  los  desdenes  paní  cron  los 
üemd.s.  ¡Pobre  misionero  en  ciernes  que  se  creía  levan- 
tado sol>re  lafí  miserias  de  la  realidad,  y  que  ya  casi  se 
siente  amíUidolas  con  irresistible  y  fervyoso  amor! 
¡Pobres  ilusiones  místicas,  tan  fervorosas  y  tan  puras, 
dcshechiLs  como  la  nieve  por  los  rayos  que  despiden  los 
ojos  de  Pcpitii!  Un  vano  acude  á  los  remedios  que  U- 
aconsejan  sus  libros  el  recalcitrante  tedlogu;  en  vanu 
reúne  \»s,  fuerzas  de  su  org:uÍlo  y  su  virtud  comluitida. 
Va  a  adoptar  el  recurso  heroico  de  JosC;  pero,  ¡cómo 
resistir  á  Uis  1rtgrim.is  y  al  carino  de  un  diabla  tan  se- 
ductor y  tan  IwIIo!  No;  tiene  que  ir  A  despedirse  de  Pe- 
pím,  aunque  con  bi  mente  llena  de  siloginnos  irrefuu- 
bles,  que  ac'al>ar;ín  di-  convencerla  y  eunsoI:irla. 

Los  silogismos  de  Luis  ceden  ame  los  de  la  viuda, 
y  aunque  rechaza  con  alRún  valor  las  primeras  embes- 
tidas, sucumbe  tinte  el  fiero  espectáculo  que  se  ofrece 
A  sus  ojos  y  ante  la  estratagema  irresistible  con  que  le 
hace  caer  en  sus  redes  la  bella  enemiga,  tmgiondo  como 
que  Ic  deja  libre  el  campo.  Bonitas  habrían  salido  tales 
escenas  A  caer  en  manos  de  al^ri^n  discípulo  de  Zola, 
que  rttrataní  al  desnndo  lo  que  encubre  el  Sr,  Valent 
ctm  cendales  idcidÍRtas. 

Pero  todavía  tiene  que  decir  la  última  palabra  no  sí 
si  6U  candidez  ú  su  malicia,  puesto  que  en  <i\  son  estos 
t^rminiK  per fec tímente  sinónimos.  No  le  duele  ¡qué  le 
ha  de  dolerlla  caída  del  estudiante,  cunx'eriidu  en  un 
Adonis  con  sus  ribetes  de  matachín  y  pendenciero,  y, 
sin  embarco,  no  permitiría  ü  su  cruJicíón  mística  que  le 
deje  sin  una  disculpa  fundada  en  el  P.  Arbiol..,  y  hasta 
en  Santa  Tcresu.  Luís  fue  un  ore:uUoso  que  presumía 
lowo  n  II 


482  LA  LITSt&rUBA  bspaKola 

llevar  A  cnbo  por  solas  sus  fuerzas  lo  que  es  obra  cxclü- 
fiiVci  Je  la  lanicia;  pues  he  aquí  por  quC-  le  haaband 
do  Dios,  dejándole  entre  la  turba  de  los  cristianos 
perfectos,  en  vez  de  subirle  á  las  regiones  donde  siúlo 
se  moniricstn  A  los  escogidos.  jCon  qué  habilidiü  discu- 
rre el  novelista!  Ij»  lásiima  es  que  al  cabo  viene  á  Híé- 
tcrsc  iruiciiin  á  si  mismo  con  aquella  mal  disímuluiLt 
simpatía  que  muestra  liacia  su  pareja,  y  aquellos  vcrsl- 
tos  de  Lucrecio,  y  todo  aquel  ambiente  semipafi^anu  que 
?e  respira  hacia  el  final... 

¿Cree  sinceramente  el  Sr.  Valcra  que  su  libro  no  »a 
sino  contra  Ins  falsas  voc:ic¡ones  al  Sacerdocio,  y  qnc 
no  hay  en  ¿1  elementos  muy  diferentes  de  I;t  hipocre»ta 
mistíca?  Si  lo  cree,  no  he  de  ser  yo  quien  enuble  la  dis- 
cusión sobre  el  particular,  pues  harto  me  he  distraído 
en  escarceos  y  digresiones. 

Impv^irtaba  dejar  bien  explicado  y  fuera  de  duda  cómo 
el  misticismo  de  Pepita  Jiménex  es  un  misticismo  iU 
revés;  y  juzjíada  la  novela  en  cuanto  A  sus  fund:imen- 
tos,  súlo  debe  afladii'sc  que  en  esto  de  analiaar  las  lios 
interiores  del  espíritu  con  stm  sombras  y  tortuosidades, 
no  cabe  ir  mAs  allá  ni  sutilizar  con  más  intención  y  dqj^H 
Hcndez:i.  Ya  nos  seduce  el  autor  con  pereiírinas  dísqul^ 
siciones  de  astTética  trascendental;  v-a  traza  un  boceto 
que  no  dcsdcciria  en  los  Diálogos  de  Platón;  ya  viste 
con  exquisitos  adornos  las  paradojas  brillantes  de  la  es- 
cuela alejandrina;  ya,  en  lin,  reproduce  en  raaravillosos 
calcos  las  ideas  sublimes  de  RiTadencira,  Granada  y 
Fr.LuisdcLcón.Neírar  condiciones  de  nox'eÜsta  A  quien 
asi  tdionda  en  las  profundidades  del  alma  humana,  y  t;tn 
claro  sentimiento  posee  de  la  realidad  en  todas  sus  ma- 
nif estaciones,  raya  en  lo  absurdo  y  lo  ridiculo. 

¿Y  cómo  cloffiar  debidamente  aquel  decir  incompa- 
rable en  que  se  aunan  la  serenidad  cUisica  y  el  arre- 
bato vivacísimo  de  los  estilistas  modernos?  Lus  más 
insignes  prosadores  del  sijclo  XVT  ucepturían  por  sunis 
páginas  enteras  de  Pepita  /init'Hi-s:  que  tampoco  oíre- 


Bis   ZL  SICLO   XIX  483 

cen  á  la  escrupulosa  censura  ningún  resabio  de  afecta- 
ctóo  *  servilismo,  nada  que  desfigure  el  propósito  de 
asímttiir  la  belleza  allí  donde  se  encuentre,  y  recoger 
Ias  llores  de  todos  los  pensiles. 

El  ser  Pepita  Jiménes  lo  primero,  y  sin  duda  wm- 
bién  lo  mejor,  que  ha  producido  Valera  como  novelista, 
inñuyó  mucho  en  la  mala  ventura  de  Las  ilusiones  del 
doctor  FmtstíMo  '.  Con  esta  obra  estuvo  A  pique  de 
perder  cuanto  con  aquélla  ganó,  salvo  la  fama  üe  cier- 
üis  dotes  indestructibles  que  nadie  se  atrevió  á  negarle; 
mas,  ft  pes;ir  de  todo,  se  afearon  en  la  historia  del  doc- 
tor el  raciocinio  frío  y  monótono,  la  tendencia  filosófica 
demasiado  visible  y  al  desiubierto,  la  escasez  de  interés, 
y  lo  vago  y  contradictorio  de  tos  C4iracteres.  Encastilla- 
do RcvUIa  en  las  oposiciones  de  una  Estética  ruin  y  su- 
perficial, digna  de  cualquier  mediano  estudiante  de  Re- 
tórica, no  supo  estimar  en  lo  justo  la  personalidad  del 
protagonista  á  pesar  de  haberla  analizado  con  suma  dis- 
creción. 

El  doctor  Faustino— decía—'cs  algo  flotante,  inco- 
loro, inconsistente-  como  la  sombra,  que  resiste  al  aná- 
lisis, que  se  escapa  de  entre  las  manos;  algo  que  obra 
sin  sa1>cr  por  qué,  piensa  sin  saber  qu<í  pienso,  y  A  pun- 
to fijo  no  sabe  si  siente;  algo  que  podrá  existir  en  la  rea- 
lidad, pero  que  carece  de  valor  y  de  belleza  en  el  te- 
rreno del  arte,  donde  lo  primero  que  se  exige  son  figu- 
ras acentuadas,  vigorosas,  activas,  que  ¡nicrcsca  y 
conmuevan  al  contemplador".  Esta  exigencia aforisiica 
dd  malogrado  crítico  no  tiene  fundamento  alguno,  y 
ahí  están  pitra  desmentirla  los  tipos  simbólicos  de  todas 
la&  líteraluriLS,  scfLiladamcnte  el  HattUet  de  Shakspea- 
rey  el  Fausto  de  Goethe,  cuyo  hermano  menor  es  el 
hOroe  de  Valera.  En  la  Postdata  adjunta  A  Lastiusto- 
Hcs  díl  doctor  Faustitto  van  expresadas  mis  ideas  so- 


UMáx%a.vax 


4tU  LA  LirSRATURA   ESPAÑOLA 

brc  el  particular,  que  coinciden  cnteramcntccon  lasdd 
aucor.EI  discutido  personaje "rcpresenta.como  hombro, 
A  loda  la  freneracidn,  mi  contemporánea— afirma  Vale- 
ra— :  es  un  doctor  Fausto  en  pequeOo.  sin  m;iííia  ya,  sin 
diablo  y  sin  poderes  sobreña  tundes  que  le  den  auxilio. 
Es  un  compuesto  de  los  vicios,  ambiciones,  eiisuefios, 
escepticismo,  descreimiento^  concupiscencias,  etc.,  que 
afligen  ó  alliíjieron  á  la  juventud  de  mi  tiempo.  Kn  él 
reúno  los  tres  tipos  ó  formas  principóles  bajo  que  se 
presenta  el  hombre  de  dicha  fjcneraciín  y  de  cieña  cla- 
se, si  c)as€  pueden  formar  los  que  gastan  Itvitn  yno 
chaqueta.  En  su  alma  asisten  1a  vana  ñlosoffa,  la  ambi- 
ción poKticayla  manía  aristocrática.  Vasí  que  hay  hom- 
bres mejores;  pero  yo  no  quería  escribir  la  vida  de  un 
simto.Só  tambÍ4!n  que  loshay  jnils  ridículos;  pero  no  que- 
ría yo  hacer  una  novela  enteramente  cómica  3*  de  fiíjo- 
rón.  V  sé  también  que  los  hay  mil  veces  más  odiosos  y 
malvados;  pero  si  D.  Faustino  lo  fuese  dejaría  de  ser 
algo  cómico,  como  yo  quería,  y  dejaría  carobit^n  de  te- 
ner algo  de  Íntcrc5imtc  y  de  patótico,  como  me  conve- 
nía que  tuviese  para  mi  plan  de  novela,  ú  de  lo  que  yo 
entiendopor  novela  A  pesar  de  los  críticos.  D.  Faustino, 
dado  mi  plan,  no  podía  ser  sino  como  es:  Fausto  es  más 
grande,  pero  también  es  más  egoísta,  más  pervertido  y 
más  pei'aminosü." 

Valera  ha  hecho  de  su  doctor  un  hidalgo  sin  cauda- 
les, ILsto  pero  enfermo  de  voluntad,  enamorado  del  bien 
y  débil  ante  las  seducciones  del  vicio,  sutil  annli/ador 
de  sus  propias  acciones,  mitad  incrédulo  yraitad  supers- 
ticioso, vera  i-Jigics  del  hombre  moderno  con  sus  gran- 
des aspiraciones  y  su  impotencia  moral.  Hl  doctor  cae 
también  en  las  redes  del  eterno  fewenino  bajo  la  tri- 
ple fase  de  amor  ptatdnico  é  idealista,  personiñcado  ea 
María,  de  cupidillo  tra^^eso  é  inconstante,  aunque  se 
llame  Constaiiía  la  mujer  que  lo  representa,  y  de  afi- 
ción camal  y  colosa,  porque  lal  es  la  que  InHama  rt  Ro- 
sita. La  facilidad  con  'que  la^  tres  se  entregan  al  doctor 


B^  EL  SIGL.0  XiX  485 

FAustino  no  cstú  suficiememente  razonnüa,  pero  con- 
tribuye á  enaJtcccrlc  como  hombre,  y  á  poner  de  relie- 
Te  sus  ñuquczns  de  conducta.  Cuando  ul  protagonista 
vuelve  aJ  camino  recto  y  á  la  fe  de  su  iníancia,  y  dcs- 
pou  A  la  nuls  noble  de  sus  amantes,  ü  aquellu  María 
que  si^nitkaba  para  él  la  encarnación  ideal  de  1a  belleza 
ydcl  bien,  p<yÓin  finalizarla  novela  adecuaiiimente;  pero 
d  autor  prcürio  fur7.ar  Ui/iuta  de  In  consecuencia  en  el 
carácter  del  nuevo  Fausto  que  traiciona  la  fidelidad 
«inyupU,  y  remala  con  el  revólver  la  serie  de  sus  tor- 
pezas y  extravíos. 

Aunque  ofendido,  y  no  sin  razón,  Valera  por  las 
insinuaciones  de  la  critica,  &  poco  nos  ofrecía  otra 
novela  menos  trascendental  y  mils  hiimana,  en  que, 
con  formar  la  tesis  el  núcleo  principal  de  la  acción, 
'.9C  reviste  de  gnuides  y  poderosos  atractívos.  !Ün  ari- 
deces acadt-miciis  y  sin  pujos  de  filosofismo  adc^cenado. 
£7  íotm-tulaiior  Mftuiü^a  '  (cuyo  argumento  recuerda 
al  de  CJ  locura  ó  santidad,  sin  las  deplorables  cxagera- 
ciones  de  este  último)  reúne  la  imponente  represen- 
tación de  las  leyendas  tradicionales  con  el  carácter 
genuino  de  U  novela  histórica,  y  el  ajviraio  de  los  pro- 
blemas filosóficos  transformados  en  elemento  de  arte. 
Desde  un  principio  excita  poderosamente  la  atención,  y 
ocupa  por  ¡tíujil  la  intelíRencia  y  el  sentimiento,  llegan- 
do &  presentar  A  los  ojos  del  lector  una  fábula  de  alguna 
complicación,  mérito  que  no  calilicaril'  de  insigne,  pero 
si  infrecucncc  en  el  autor. 

Los  personajes  son  de  una  grandeza  excepcional,  en 
nadA  amigares,  T  en  algo  dignos  del  coturno;  sobre  lodo 
el  Cwmcíidadur  y  dofla  Blanca,  que  represenum  una 
lucha  i\íi\¡a  y  á  muerte,  engendrada  i  la  vez  por  las 
pasiones  religiosas  y  por  la  aniipatia  invencible  que  ha 
venido  &  sustituir  en  el  corazón  de  entrambos  el  afecto 


■    MaJrM.  1107. 


486 


LA  LtTEHATVRA   ECSrA^OLA 


criminal  de  otros  días,  oculto  aún  en  las  ctaieblas  del 
misterio.  AI  encontrarse  otra  vez  frente  A  frente  el  des- 
creído volteriano  y  la  fervorosa  católica,  una  nube  de 
reconvenciones,  quejas  y  remordimfontos  se  ve  surgir 
del  fondo  de  sus  rxilabras  ardientes  y  de  incisiva  rapi- 
dez; otra  nueva  tragedia  parece  ir  á  desenvolverse,  tan 
terrible  como  la  que  le  precedió. 

Doña  Blanca,  la  intolerante  y  severísima  esposa  de! 
bendito  D.  Valentín,  tuvo  la  descracia  de  rendirse  A 
los  pérñdos  ha1ag:os  del  Comendador,  siendo  fruto  de 
sus  amores  la  bella  C  inocente  Clara,  cuyo  verdadero 
padre  desconoce  el  reputado  por  tal,  Hija  Única  y  here- 
dera de  un  capital  muy  considerable,  va  A  disfrutar  úc 
bienes  que  no  son  suyos;  contingencia  pravisima  que 
preocupo  igualmente  A  dofta  Blanca  y  al  Comendador, 
aunque  de  distinto  modo.  Piens;i  aquélla,  para  encubrir 
su  infamia  y  la  de  su  familia,  en  casarla  con  el  )uiricn- 
te  m¡is  próximo  de  D.  Valentín,  con  el  esUifermo  don 
Casimiro,  tentando  después  nuci-os  caminos  para  ha- 
cerla entrar  en  un  convento:  D.  Fadríque.  en  cambio 
(ó  sea  el  Comendador),  resiste  con  la  tenacidad  de  su 
carácter  y  la  entereza  del  airiflo  paterno  á  éste  que  61 
juzgTi  asesinato  moral  y  resolución  Impuesta  por  al>> 
surdos  terrores. 

lícnunciu  á  enumerar  las  valeniísíraas  escenas  que 
de  tan  magnífico  contraste  hace  nacer  el  novelista;  no 
nos  tenía  acostumbrados  su  pluma  retozona  y  alcfn'e  A 
los  diíiloífos  que  por  aquí  abundan,  ni  al  enérgico  estilo 
qno  eonstantcmcnte  emplea.  Copiemos  umi  piSglna, 
modelo  de  cortante  y  íspera  vehemencia,  y  escrita  en 
un  tono,  que  si  no  es  el  de  Shakspcare,  rivaliza  sin  des- 
ventaja con  el  de  Víctor  Hugo: 

"Dofla  Blanca  se  incorporó  en  la  cama,  miró  con 
ojos  extraviados  d  Lucía  y  rt  Clara  y  al  fraile,  y  habló 
de  esta  manera: 

—¡Vete,  Valentín!  ¿Por  qué  quieres  matarme  con,  tu 
presencia?  Mátame  con  un  puflal...  con  una  pistola. 


nr  EL  sicuo  XIX  487 

Échame  tina  soga  al  cuello  y  ahórcame.  No  seas  cobar- 
de. Toma  la  debida  venganza. 

—Sosiégate,  doña  Blanca,  iniemimpió  el  fraile,  ú 
quien  ella  se  dirlf^fa  como  si  fticra  D.  Valentín.  Sosié- 
gate; lu  marido  está  fuera...  Idos,  muchachas,  anadió 
diríKiéndose  A  las  dos  amigjis.  Dejadme  solo  con  la  en- 
fermu,  A  ver  sí  Ic^ro  que  se  sosiegue. 

Clara  y  Lucia,  romo  ai  estuviesen  allí  clavadas,  mi 
se  movieron.  Dona  Blanca  prosiguió: 

-  Ten  valor  y  mütíune.  Tu  honra  lo  exige.  Es  nece- 
sario que  mates  Rtmbién  ni  Comendador.  EstA  conde- 
nado. Se  iril  al  infierno  y  me  llevará  consigo. 

— iMadre,  madi-e,  üd.  delíral,  exclamó  Clara. 

—No,  no  deliro.  Y  tú,  necio,  afladió  dirigióndosc  al 
fraile,  ¿eres  ciego?  ¿No  la  ves?,  y  seflalaba  con  el  dedo 
á  su  hija.  ¡Cómo  se  le  parece!  iDios  mío!  iCómo  se  Ic 
parcce!  Es  un  retrato  suyo.  jApilrtate  de  mi  vista,  vivo 
testimonio  de  mi  vergüenza! 

Clara,  lU-nd  de  horror  y  de  ansiosa  curiosidad  &  la  vez, 
ota<1  ^iumadreypugnabí^  parcomprendcr  iixlu  el  arcano 
tremendo.  Al  sonarlas  últimas  palabras  que  iban  dirigi- 
das á  ella,  se  cubrió  Clara  el  rostro  con  ambas  manos." 

Si  es  cicrlot  como  dicen,  que  Valcra  necesita  violen- 
tarse para  hablar  de  asuntos  patéticos,  y  que  raciocina 
mucho  y  sitmte  poco,  oo  ha  i>odido  disimular  mejor  lu 
falta,  ni  aproximarse  más  &  la  verdad  psicológica  por 
la  intuición  lúcida  del  pensamiento. 

No  quiero  yo  traerá  examen  el  intrincado  problema 
que  envuelve  lu  narración  de  Ei  comcndaiior  Mituio^a^ 
y  en  cuyo  planteamiento  agou  Valera  los  recursos  de 
su  ingeniosidad  casuística,  procurando  suplir  el  ctíIctÍo 
inflexible  de  la  moral  con  otro  acomodaticio  y  sobera- 
namente habilidoso.  Como  la  tare;i  es  delicada  t^  impro- 
pia de  este  lugar,  la  abandono  deiididamente,  y  um- 
bién  las  dcmfls  observaciones  que  la  novela  admite, 
para  decir  dos  palabras  nada  mJls  sobre  la  que  se  JntituLi 
Pasarse  de  listo. 


Ese  optimismo  á  prucbu  de  desengaños,  que  m 
identifica  con  el  temperamento  del  insig^nc  escritor,  y 
que  con  tanta  frecuencia  le  conduce  al  borde  del  prc- 
ctptrio,  resalta  de  un  modo  especial  en  la  |>res<*nte 
obra,  compuesta  de  elementos  monU  y  artísticamente 
falsos.  El  ]X;brc  diablo,  que  se  devana  los  sesos  f>ensan- 
do  en  lu  mujer  que  Dios  le  dio,  y  de  que  íl  se  conccp- 
rúa  indigno,  y  la  misma  mujer  que  con  tanta  indo- 
lencia Se  entretiene  en  jupir  con  el  fuego,  dcjándtwe 
querer  de  un  Tenorio  formidable,  aunque  sin  rendír- 
sele lotalmenie,  son  dos  creaciones  que  wMo  se  pueden 
oirurrir  al  Sr.  Valera,  quien  se  pone  después  muy  for- 
mal A  defender  la  causa  de  su  heroína.  Las  razones  no 
convencen  A  nadie,  claro  estíí,  y  i\  pesar  de  ellas  bus- 
cará todo  el  mundo  el  prototipo  de  la  esp<js:i  liyl  entre 
las  que  no  se  asemejen  A  doña  Beatriz;  y  en  cuanto  A 
los  hombrcj;  á  quienes  toque  en  suerte  el  papel  de  már- 
tires, pocos  imitarán  el  estéril  sacrificio  de  D.  Braulio, 
aun  siguiéndole  en  Ui  serie  de  razonamientos  que  le 
determinan  ü  saicidorse,  no  tan  infundados  como  su- 
pone el  novelista  cuando  nse^ra  que  el  infeliz  se  fiase 
fie  listo. 

Doña  Lut  '  reproduce  con  variedad  de  tonos  las 
disquisiciones  místicas  do  Pepita  Jinu'ttejr,  á  cuyo  don 
Luis  sustituye  el  P.  Enrique,  pasando  el  ceftidor  de  Ve- 
nus íi  la  romántica  señorita  que  da  nombre  y  ser  A  la 
novela.  Alentado  qui/A  por  el  ¿.^íto  de  su  primera  ten- 
tativa, el  autor  avanz:t  un  paso  m/is  y  pone  resuelta- 
mente el  dedo  en  la  llaga,  en  \c/.  de  contentarse  con  las 
itisinuac  iones  tímidas  y  el  vacilante  lUosofar  de  otros 
tiempos.  No  es  ya  el  amor  humano,  sensual  y  ceflsufa- 
ble  si  se  quiere,  pero  licito  en  e!  fondo,  el  vicCorío6o 
adversario  del  amor  divino,  síno  otro  francamente  cri- 
minal que  en  vano  pretende  disculparse  con  palabras  y 


aptru.  (Madrid.  I8T9,) 


Kf  BL  StaUO  XIX 


489 


luaciones.  El  amartelado  fraile  cae  vencido  de  1^ 
hertnüsura  femenina  y  de  la  flaqueza  propia  por  un 
proceso  fácilmente  explicable  y  muy  parecido  al  que 
jra  conicmplnmos  en  Prpita  Jim¿nca.  DufUi  Luz  no  es 
solamente  una  mujer  bien  {larecidn  y  con  las  míi&  ultas 
condiciones  posibles;  posc«  asimismo  es<?  tesoro  ile  dis- 
creción y  de  ciencia  infusa  que  líberalmente  otorga  el 
Sr.  Valera  á  sus  heroínas;  discurre  con  elevada  profun- 
didad acerca  de  abscrusos  problema;»  psicológicos,  y 
escucha  con  religiosa  atención  al  fraile,  que  \q&  expo- 
ne admirablemente  en  sus  tertulias.  Los  dos  se  entien- 
den demasiado  bien,  por  desgracia,  y  pasan  de  la  teo- 
ría á  la  práctica  del  amor,  aunque  sin  comunicarse  re- 
eípr-jcamente  sus  ocultos  sentimientos,  por  una  senda 
que  tapiza  de  Hores  la  intencionada  mano  del  novelista , 

La  caída  ücl  P.  Enrique  esta  dispuesta  con  maes- 
tría» y  resulta  al  cabo  coomovcdora  por  lo  mismo  que 
es  tan  natural  y  tan  humaíui,  sin  que  con  esta  confv- 
si<}n  quiera  yo  absolver,  ni  mucho  menos,  el  espíritu 
que  infornm  A  la  novela.  Si  la  triste  historia  que  con 
prolijidad  se-  rcHere  en  el  diario  intimo  del  Padre  y  en 
los  concíihks  cxclanvu' iones  de  doíla  Luí:  concluyera  en 
d  arrepentimiento  ó  en  cualquier  otra  especie  de  rcha- 
bttitaclón  miral,  nada  habría  aquí  de  censurable;  pero 
tí  mismo  carácter  espiritualista,  etéreo,  quintescncia- 
do  y  pulcro  de  la  p;Lsión  que  une  las  almas  Je  dofta 
Luz  y  el  Padre  Manrique,  y  la  súrdída  g^roserlu  de  don 
Jaime  Pimcntc!,  el  cahiiUcro  ¡i  quien  dit^  aquiMla.  chK"'- 
Dada,  ^u  mano  de  esposa,  contribuyen  Á  legitimar  apa- 
rentemente el  bfso  estampado  por  do/ka  Luz  sobre  el 
rostro  del  fraile  moribundo,  victima  infeliz  del  interno 
fuego  abnisador  cuyas  expansiones  cohibidas  le  devo- 
ran. No  puedo  persuadirme  de  que  Valora  haya  pre- 
tendido en  esta  nov«l»  combatir  el  celibato  del  clero, 
ya  que  no  sean  muy  vchementc-s  uis  escrüpulos  de  or< 
todoxta.  Como  ariisLt  y  psicúlugo  analiza  con  pasmo- 
sa at^uridad  A  sus  dos  héroes,  sin  cuidarse  de  favore- 


490  LA   LiTERATORA  BSFARoLA 

cer  ó  lastimar  ning^ún  interés  ítico  v  religioso,  y  signe 
su  camino  con  entera  indiferencia  respecto  de  los  co- 
rolarios que  puedan  inferirse  de  la  íáhula. 

Es  la  que  desenvuelve  Videra  en  sumo  erado  res- 
boliidizii  y  v¡drii>s.i.  y  coincide  substancial meme  con 
la  de  una  novela  célebre  de  Zola;  pero  el  autor  de  fhUa 
Lus  supo  resistir  A  la  atraccidn  del  abisma,  por  lo  cual 
no  le  debemos  sino  elc^os.  El  pec«d«.t  de  amor  no  lle- 
va consigo  el  conveniente  cstijnna  de  reprobación  ab- 
soluta y  sin  distinciones;  pero  tampoco  se  exhibe  con 
el  cínico  descaro  y  la  vehemencia  brutal  y  fisÍolú|rica 
que  en  la  novela  aludida  y  en  otras  muchas  del  prtjpio 
genero  y  análogas  tendencias. 

A  formar  la  reputariún  que  ¡toza  Valera  como  no- 
velista han  contribuido  algu  sus  midiciosos  y  originu- 
Ifsimos  cuentos,  en  que  emula  la  intención  de  Swift  y 
la  fvracfa  de  VolKiire,  proi-urando  encerrar  Iwjo  l;is  ele- 
S^cias  de  la  forma  algún  aforismo  de  los  que  com- 
ponen el  evangelio  de  sus  opiniones.  Los  personajes 
proceden  del  mundo  ideal  donde  nacieron  Vanderden- 
dur,  Robinson  Crusoe  y  los  hí'roes  liliputienses;  ««n 
abstracciones  personificados  que  dejim  en  libertad  al 
autor  para  mancjarla<t  íl  tni  antojo.  Ei  pájaro  tyerde  re- 
cuerda las  maravillosas  narraciones  con  que  todos  nos 
hemos  entretenido  en  la  infancia,  y  parece  una  imita- 
cÍ4$n  de  la  literatura  oriental  por  el  estilo  de  la  de 
Becquer,  aunque  menos  brillimte  y  fascinadora.  Var- 
scitdrs,  tiende,  como  el  Cándido  y  el  .Vtcromcgas,  a  de- 
mostrar una  tesis  filosdfica  con  esa  filosofía  de  sentido 
prüctico  en  que  el  autor  se  complace,  imitando  coa 
corrcípondientes  variaciones  A  su  móflelo  francCs.  ET' 
rasíTo  caiacterístico  é  inconlundible  de  Valera  en  uilcs 
cuentos,  lo  mismo  qne  en  todas  sus  narraciones,  es  la 
mezcla  de  seriwlad  í  ironía,  de  candidez  infantil  y  es- 
cepticismo corrosivo,  de  que  cíisi  nunca  puede  ó  quiere 
prescindir. 

AI  mismo  género  fantástico,  ide:U  ¡sin  y  tendencioso 


EN  EL  SIGLO  XIX  491 

pertenecen  esas  otnis  minicitiiras  labradas  en  miirinol 
pentélico,  que  se  llaman  Aselirpifíctna  (en  que  el  filiiso- 
fo  Prwlo  cambia  las  asperezas  de  la  vJriud  huraftii  por 
los  hjilagos  del  amor),  Copa  (condenación  det  pe-slmis- 
mo  lanzado  por  la  mujer  de  Kudha  A  nombre  dc1  pro- 
feso cristiano)  y.  hasta  cieno  punto,  la  chistosa  ha- 
lorada  FJ  bcrnu-Jítto  prehistórico  '. 
La  Impresirtn  general  que  llevan  at  ánimo  las  obras 
tic  Valora,  singularmente l:is  narrativas,  escomo  la  que 
produciría  en  admiradores  inteligeníes  un  museo  de 
esculturas  priepas;  impresión  de  serenidad  aogiista  e 
imperturbJible,  de  vida  primaveral,  de  pompas  y  verdo- 
res sobre  ios'  que  no  tienen  imperio  la  sombra  ni  la 
tristeza.  El  equilibrio  perfecto  de  las  facultades  psíqui- 
cas, realitado  por  la  erudición  más  selecta  y  el  instinto 
para  lilwr  las  flores  íle  la  hermosura,  han  defendido  al 
autor  de  Pepita  Jiwénea  (ron  ira  las  enfermedudas  del 
espíritu  moderno,  que  más  6  menos  contag:Ían  d  casi 
Jos  los  pensadores  y  artistas  de  la  presente  penem- 
Í6n.  No  caben  en  el  alma  de  Valera  las  lobrefíueees 
apocalípticas,  ni  en  su  estilo  la  neurosis  endémica  que 
aspira  k  pasar  plaza  de  refinamiento  elegante.  ¡Lástima 
grande  que  la  idolatría  de  la  forma  y  el  racionalismo 
(Uos4ñco  venffan  á  enturbiar  los  raudales  de  «racia  y 
poesía  atesorados  en  tan  culto  y  pere^no  inpeniul 

Sean  tas  distracciones  de  la  \-ida  pública,  sean  las 
mordeduras  de  la  critica  descortés,  sea,  en  fin.  la  in- 
constancia de  su  ánimo  ó  el  temor  de  perder  el  renotn- 
brc  adquirido,  las  causas  que  tienen  reducida  al  silcn- 
cii)  su  musa  de  novelador,  Valera  no  da  scftalcs  de 
querer  romperlo,  y  á  bien  que  no  necesita  añadir  nada 
A  su  repertorio  para  figurar  dignamente  al  lado  de  Pe- 
reda j  IVrcz  Caldos.  Igualándoles  en  la  pureza  del  pus- 
to  y  en  los  condiciones  de  estilo  (por  no  decir  que  les 


*    Lo*  CWaMr,  ddUopn*  y/unfofUj  de  Vakrn  diiAm  fauiM««  ni  n  iinBu  dr 
mMweWü  *  vttntm  ciiHHawn, 


493  LA  UTESATVKA  ESPAÑOLA 

excede),  le  falra,  la  incomparable  potencia  descriptiva 
del  primero  y  la  inniición  poderosii  del  últimu.  Asegú- 
rase que  las  facultades  del  espíritu  hiimiino  crecen 
unas  &  cxiHrasus  de  otras,  y  yo  no  vacíUiri»  en  contar 
como  uno  de  los  ejemplo*;  tnñs  Insignes  el  de  Valera, 
que  con  toda  su  QexibiÜdad,  mil  veces  demostrada,  rin- 
de también  su  tributo  d  las  leyes  del  exclusiWsmo.  Su 
ingenio  vivo,  razonador  y  portentosamente  fecundo,  y 
su  comprensión  rápida  y  clarísima,  de  que  son  traspa- 
rente c'spejü  las  palabHLs,  superan  con  mucho  en  vigor 
A.  las  potencias  efectivas,  ó  como  si  digiramos,  cordia- 
les. Salvo  una  ú  otra  excepción  íeliz,  Valera  se  aproxi- 
ma A  las  llamas  del  sentimiento  y  la  pasión  sin  recibir 
sus  influencias;  suple  con  perspicacia  lo  que  nu  sabe 
crear;  discurre,  sutiliza  y  agota  los  recursos  todos  para 
llegar  con  su  bella  frase  al  fondo  del  corazón;  pero  sólo 
lo  conquista  de  pasada,  il  viva  fuerza  y  como  por  asalto. 
Rebosan  de  su  pluma  el  donaire  y  la  elegancia,  no  los 
raudiücs  del  llanto  consolador. 

Oiro  inconveniente  le  nace  de  su  mucho  saber:  el 
de  modelar  los  personajes  á  su  propia  semejanza,  Im- 
ciiSndoles  á  todos  ig-ualmente  discretos,  elegantes  y 
cultísimos,  y  poniendo  en  sus  labios  el  idioma  de  loa 
héroes  y  los  diuses.  IX-  aquí  la  uniformidad  del  diálo- 
go, en  el  que  nunca  desaparece  la  fi^uní  del  autor;  de 
aquí  la  escasez  de  movimiento  y  vida.  Valera  tiene  en 
su  mano  el  poder  incondicional  de  producir  la  belleza 
plástica,  y  la  que  se  deriva  del  estudio,  la  ing-cniosidad 
y  los  reñnamienios  artificiosos,  sin  remontarse  A  las 
alturas  de  la  sublimidjid  vcrdadem. 

E.sta  limiíación  de  facultades,  que  no  es  justo  se 
compute  entre  los  defectos,  en  nada  ol>sta  al  signifi- 
cado altísimo  de  Pepita  Jiméttes  y  otras  hermanas  de 
origen,  ni  á  que  su  común  progenitor  ocupe  uno  de 
los  lugares  de  preferencia,  no  comp;irtido  con  modelos 
ni  discípulos,  entre  nuestros  grandes  novelistas  y  pru- 
SMlores  cuntempon^neos. 


».--ía?^)fss;>^ 


<p 


CAPÍTULO  XXVII 


LA   NOVELA  CONTEUPORAN  8.\ 


P^rMUmldúNi. 


CKHiiS'  al^tnos,  con  error  palmario,  que  cl  ínnr- 
gablc  florecimiento  de  la  novclji  española  en 
niie<itros  üías  tuvo  por  eausii  la  crisis  potUita 
y  rellgltísí»  de  IBíri,  y  citan  como  prueba  (la  única  que 
merece  discutirse)  cl  carácter,  la  ¿-poca  de  pubHcactón 
y  las  tendencias  novísimas  y  francíimcnte  revoluciona- 
rias de  cuantu  ha  esi-riio  el  autor  de  (¡loria  y  iVartattt^- 
ttt,  D.  Benito  PC-rez  GaldíJs.  Comienzo  por  confesiit  que 
todo  ello  hubiese  sido  más  raro  4  más  dificil  alg^unos 


•  XmMmi  La*  l**tinit*  rivlm  Canarlitk)  cf  «Ko  tM\  Dntuif*  Ji-  (tnnlfi«r 
tMcunilh»  <tc  srinnilÉ  morfitaut.  Tino  A  Matlrtd  (tM$  y  cufu>  la  nrrcrm  dv 
Ufe».  P^coaotn^c  u  revolaclOM  4*  ScpilcmMT  eonentiiancrlblr  pon  'I 
pAt>IIe«.  atlBqne  *ln  fijar  •IcHnttlvainciKeCl  c«filt«  de  la^aMrOaAtt»  bi«U«*CI»- 
notUlvrarlnv  DtsJ?  ^uc  taU4  tluc  In/MimMt  ilcorfliuudpreKiItc.  <>«Ulii~ 
no  ha  (rvtiloiV- 'millar  ol  tTrrld»  niUnrrii  ilr  *i»»  novctan  nsle  kn  t^nalllili* 
wv  (lira  mu  que  dlpaiBito  caiá  mrratiM«tr  4inAranfa  rnn  Im  IUKlrMtaa«  Un 
intlfDn  it>ntf«  d<  D.  JnuT  Marta  Pcrnlfl,  «lahk  y  ■:ino  Ac  grnla.  mnial|«dc  tam 
r\IilWi:l"«r-  *i-if.il<T»a»,  y  lan  rerolactonnrto  m  las  ¡"icaí  romo  Mil»n  lo*  t|i»r 
han  lcl.li>  iBuliinicra  ilr  uuobra^.  Loa  paoommai  >iiir  aÉrvrn  TfirlUidfloiMln 
tntibt  ilelu*  y-  ■rn'.iil'»  üe  rr.f<3L  y  «U  ontmitda  HRCHldn  «flaU  lot  lnearr« 
(lonilt  d  auifii'  Iia  tr:ilJo  id  roMefli^ni  y  Ob«ervaUi(U>.  fijaiioa  vn  Madrl.l  f»! 

mncho  ikiapo,  Jeipv^cii  Tgkilo,  oonaria  Ac  ^«fft  «Twrrtf.  r  Brtu&lsimtc 
•u  Sanuadcr. 


494  LA  UTeKATUKA  b&paSola 

afios  antes,  aun  cuando  bien  sin  tmbos  corrían,  du- 
rante ]a  i]ominaci<>n  moderada  y  Li  unionista,  los  Tn&s 
absurdos  engendros  de  Sué  y  Jorge  Sand;  pero  et  pun- 
to de  la  dificultad  no  es-tá.  ahi:  está  en  demostrar  <jue 
el  arte  hubiese  perdido  con  esa  relativa  coacción  de  la 
autoridad  y  las  costumbres,  y  que  Pérez  Galdós  no 
pudo  ser  un  buen  novelista  sin  ser  al  mismo  tiempo 
el  antípiltico  defensor  de  disolventes  ideas,  cuyo  alcan- 
ce quizás  no  comprende.  No  sólo  se  distinguen  esos 
dos  respectos,  sino  que  el  uno  estaría  perfc-ctamenie 
sin  el  otro,  pues  las  pasiones  extrañas  al  arle  no  lian 
hecho  más  que  torcer  una  inspimcidn  tan  fecunda  y 
optiienta. 

Asi,  tengo  por  ima  circunstancia  fortuita  el  que  haya, 
sido  en  1671  cuando  se  publici)  la  primera  novela  de  Cal- 
dos, pues  ni  en  ella  ni  en  las  que  inmediatamente  le  si- 
guieron hasta  Gloria  aparece  de  relieve  la  tendencia  ú 
resolver  (6  á  involucrar)  problemas  sociales  y  religio- 
sos, y  cuando  se  publicó  Gloría  había  pasado  ya  la  épo- 
ca de  la  revolución.  Cierto  que  allt  se  siente  latir  su  es- 
píritu, y  que  en  este  libro  germinan  ideas  anteriormente 
sembradas  en  el  campo  de  la  discusión;  pero  ai  la  in- 
fluencia es  innegable,  no  Jo  es  menos  que  debe  reputar- 
se daflina  >■  perjudicial  por  un  Uidu,  y  por  otro  perfec- 
tamente inútil.  Pereda,  por  ejemplo,  no  ha  necesitado, 
para  ser  quien  es.  apelar  h  tales  recursos. 

He  aludido  íl  la  primera  obra  de  Galdós,  y  con  esto 
quiero  significar  su  primera  novela;  pues,  aunque  ya 
apreciado  como  escritor  elegante,  crítico  y  humorista 
de  buena  ley.  al  aparecer  La  fotUatm  de  oro  y  El 
nudas  ',  se  dejó  aparte  todo  cuanto  no  fuera  admirar 
al  restiurador  de  nuestra  decadente  novela.  No  son 
(^stas  sino  las  primicias  de  G;üdós,  y  x-nlen,  mils  que 
como  realidad,  como  promesa  cumplida  liasui  cierto 


I    It  mutat,  kttUri»  i*  Mk  fotfMt  ib  imMHU.  MultU.  I87L  Publlctulo  nnic« 


E.1  KL  sicu>  xnc  445 

■ptmtó  en  los  Episotlios  nacionales,  cuyas  dos  series 
compictó  con  Increíble  Uibüriasidad  en  el  espacio  de 
seis  anos  ÍI870-J883) ',  beneficiando  en  ellos  xm  tesoro 
biesplotado  y  abuniUmtfsJmo:  la  epogxrya  de  nuestra 
lucha  con  Napoleón,  c:int:iUu  por  nuestros  líricoü  mAs 
bisignes,  pero  de  que  se  hablan  acordado  poco  los  no- 
velístAfv.  Alcanzaban  mucha  boga  en  Francia  los  fío- 
moNS  tuílimtaitx ,  de  Erkinann-Chatrian,  con  sus  bri- 
llantes esrenas  y  sus  fíeles  reproducciones  histCíriciis, 
asi  del  periodo  revolucionario,  como  del  Imperio  y  la 
Restauración,  y  otraa  más  modernas  y  cándenles,  en 
qav  no  quisieron  los  narrudorcs  ocultar  sus  ideales 
abiertamente  dcmocrii ticos.  Deseoso  de  hacer  lo  misino 
coa  las  glorias  espiíAolas,  ünlt6  Pérez  Galdós  el  proptJ- 
siio.  no  ios  procedimientos,  y  elijiió  un  cuadro  mis 
breve  y  estrecho,  Uescendiendo  en  01  hasta  los  más 
in&ifrni  ficantes  pormenores  y  apurando  los  recursos  de 
In  descripción. 

IX-  las  do.s  serie»  que  componen  los  Episodios 
Madotiaics,  la  primera  abarca  principalmente  el  pe- 
riodo que  corre  desde  el  alzamiento  de  1808  hasta  la 
reñida  de  Fernando  Vil  &  E^píifla;  pero  antes  traza  el 
autor  un  bosquejo  del  espíritu  y  las  custurabrcs  domi- 
nantes, en  que  sirven  de  fondo  la  Corte  de  Carlos  IV, 
ta  haialla  de  Trafalgar  y  la  misteriosa  caida  del  favo- 
rilo  Godoy.  El  personaje  principal,  quiero  decir,  el  que 
faablu  en  toda  esta  serie,  es  un  veterano  obscuro,  Ga- 
briel de  Araceli.  nacido  en  Cádiz,  educado  entre  I» 


1  mini  snii-  t.  Tra/iOvar.-lt.  La  QmU  ib  Oarto»  ir.—Ul.  Ki  It  tta 
Ikfiv  f*ifilt  ViiVD.  ^  I V.  SitfM>_V.  Xafatéón  r»  ai»Mrllb.~VI.  Xa'ofMo.  ~ 
Vil.  AmMi—Vnt.  (VkNt— IX.  Am  MaHim  *t  amr»c^u4^~1ti.  Ia  Wolta  út 
4rafki. 

MatavA  niia. -t  JO  rT*'r<Ü*  A'  ihr -MX-'-n  Vnndrtu  <k  M*  (wrMMM* 
m  nN.-t[l.  la  ttvMttde  immv  -IV.  0  OrimA  IMnMc.  -V  (3  7  de  JMIto- 
VLioffiM  MMttlMdt^oN  teto.- VIL  «ibrrwA/w¿f.  VUI.  t^wiiiMirt. 
«miloa— IX.  /«tivMfMWM.-lL  í%  Jitrrtmi  w«t  y  olp^tno»  JnUtt  mimm.—LM 
fdidM  ík  tojo  Je  iM  ^dtodlm  mant^atm,  ilattnuu  ¡hw  Im  Iwnuau  i/UtU*, 
«NKni4't  |>nblKni«<  por  «tivcM «>  IBU  yUtnlaAmUtb. 


4Qtl  LA   LireRATVRA  ESPAROLA 

Uccpcla  de  los  barrios  bajos,  y  que,  despuCs  de  entrar 
al  servicio  de  un  rapit:in  de  marimí,  D.  Alonso  Gutié- 
rrez dii  Cisniepa,  asiste  al  comNite  de  Trafaípar.  siendo 
testigo  de  aquel  glorioso  de*;astre.  Sus  inquietas  aspira* 
cienes  le  llevan  á  ifadrid,  donde  tiene  por  ama  á  ana 
ctímica  del  te;ítro  del  Príncipe,  la  Pepita  Gonzrtlcz,  co- 
nociendo asi  muy  de  cerca  ia  Corle  de  Carlos  IV,  la 
fusi<:>n  lenta  de  las  clnseü  «¡ocíales,  los  enredos  de  Pa- 
lacio, los  trapicheo?  y  aventuras  de  la  aristocracia  his- 
tíycicn  y  Ini;  incri}rus  de  las  compaflias  teatrales.  Esta 
situaci<\n  le  pone  en  contacto  con  una  condensa  tan  en- 
copetada como  lU'iana  £■  intrigante,  que  A  la  postre  re- 
sulta ser  la  madre  de  una  pobre  nina,  novia  de  Ca- 
bricliUo.  y  que  con  su  amor  le  empuja  &  desaliar  todos 
los  rífcores  de  la  fortuna.  El  héroe  pasa  por  una  serie 
de  vicisitudes  larga  do  coniar,  y,  consaírríVndose  ú  1* 
milicia,  toma  parte  en  casi  lodos  los  hechos  de  armas 
principales  de  la  guerra  contra  Napole^Q.  En  la  his- 
toria íunorosa  tie  Gabriel  con  Ints  se  encierra  un  dra- 
ma con  sus  peripecias  de  duelo,  rapto  y  auafíMortsis, 
y  que  coincide  con  el  del  campo  de  Kitalla  en  los  ob^ 
táculos  y  el  desenlace. 

La  caída  de  Godoy,  el  2  de  Nfayo  de  ItíOS.  el  heroís- 
mo de  generales,  guerrilleros  y  plebe,  las  explosiones 
de  la  elocuencia  en  las  Cortes  de  Oldiz,  lo  gnmdc  y  Id 
pequeño  de  aquel  agigantadísimo  periodo,  aparecen 
ante  tos  ojos  confusa,  aunque  cnírgicameotc  evocados 
pur  la  pluma  del  novelista. 

No  Tccordarí  aquí  las  figuras  accesorias  que  su- 
cc-sivamente  van  complicando  la  acción;  pero  hay  cu 
esta  primera  serie  de  Episodios  uno  en  que  Araccli 
cede  la  palabra  d  su  amigo  Andrés  Marijuáo,  r  por 
el  que  corre  un  aliento  sanamente  realista.  I-;»  relucitin 
del  sitio  de  Gerona  es  la  epopeya  lúgubre  del  tuimhre 
en  cuadros  de  admirable  maestría,  ya  se  atienda  al  in- 
terés vivísimo  que  despiertan  los  personajes,  ya  al  vi- 
gor y  colorida  con  que  están  retratados,  ya  al  agrupa- 


B^f  EL  SIGLO  XU  497 

miento,  el  contrasie  y  Ut  perfección  de  \a&  escenas. 
N&da  tuD  elocuente  para  formar  idea  cabal  Ue  lo  que 
íue  aquel  glorioso  asedio  como  estas  páginas,  llen;ts 
de  verdad  y  de  pasión,  donde  se  ven  y  se  palpan  las 
fígaras  gKLcúis  &  su  rigorosa  plosticidíid.  íjis  inleriorl- 
dttdcs  del  hoK^ir  doméstico  invadidas  por  la  miseria;  lu 
familia  de  inocentes  huérfanos,  d  par  de  la  que  compo- 
nen una  Joven  enferma  y  su  padre,  cuyo  supersticioso 
amor  á  la  hija  de  su  alma  cobra  las  proiwrc iones  del  de- 
lirio calenturiento  y  de  la  ferocidad  sublimemente  sal- 
vaje; la  mezcla  de  lo  eútnico  y  lo  trágico  en  la  caza  de 
ratones  en  que  se  emplean  los  dos  niflos  Nlanolet  y  Bu- 
doret;  la  irmpriCm  de  los  animalejos  acaudillados  por 
napoleón,  y  la  estratajeniacon  que  esac-ídopor  el  labci 
su  nutjestad  imperi;i);  las  alucinaciones  pueriles,  forma 
del  patriotismo,  y  la  lucha  titánica  entre  el  valor  indo- 
mable y  el  instinto  de  conserviR-ión,  sirvan  al  novelisti 
para  •dfrr-.inda.r  hasta  lo  sublime  la  realidad  histórica,  y 
la  hazañosa  leyenda  del  Cobernailor  Alvarez  de  Castro. 
El  lector  olvida  que  le  estA  hablando  Andresillo  Mari- 
jUiln,  y  vuelve  insensiblemente  l:i  atención  al  narrador 
verdadero,  sin  atender  tampoco  ú  las  excusas  y  protes- 
tas de  Gabriel  de  Araccli.  Pero  esto  de  la  forma  aulo- 
bioRTílfica  que  GaldOs  tuvo  ii  bien  adoptar,  pide  comen- 
tario uparte. 

Sin  duda  encontró  en  ella  algo  que  le  deslumhró  y 
le  hizo  desconocer  los  praves  tropiezos  .'i  que  le  expo- 
nía irremediaMcmente.  Ventíija  es  que  en  lugar  de  ex- 
plicarse el  autor  por  si  núsmo,  aunque  valiCndosc  de  la 
hi-iiorln,  fi.ís  h.iga  presenciar  los  hechos,  dándonos  una 
prenda  de  iiilclídad  en  lo  al-tonado  del  testigo  que  vio 
lodo  cuanto  relata,  y  no  tiene  neccsidíid  para  hacerlo 
de  acudir  ¡\  otra  fuente  dísünCii  de  su  memoria.  Poro  en 
cambio,  ¡cuAn  inverosimü  no  parece  tjue  escriba  como 
escribe,  teniendo  en  cuenta  su  nacímieoto.  vicisitudes 
y  proíesiíin,  y  que  se  haya  encontrado  siempre  en  la.t 
circonsiancias  mejores  para  ver  y  apreciar  los  sucesos! 

TOMO  u  32 


498  LA  UTERATtntA   RSPASOLA 

[Cuan  Inverosímil  que  en  su  humilde  condición  alcance 
los  mrtviles  ocultos  y  los  pormenores  para  ¿1  hunutna- 
mente  incognoscibles! 

Ademas,  aunque  esto  no  va  sólo  contm  la  forma 
aulobiogxáfica,  sino  también  contra  el  afán  de  desen- 
volver una  sola  acción  en  muchos  volúmenes  y  entre 
un  sinnümvrii  d<;  incidentes  coropleíamente  extraños 
fl  la  misma,  ;c<5mo  suponer  que  el  héroe  llegue  siem- 
pre d  tiempo  y  en  sazrtn  á  todas  partes,  que  sü  mueva 
de  una  á  otra  con  holgura  y  libertad  inconcebibles,  y 
que  entre  los  horrores  de  la  guerra  le  sobre  tiempo 
pfira  i'er  6  representar   tan  distintos  papeles?  A  la 
vez,  el  argumento,  principal  ó  secundario,  pues  no 
s6  en  realidad  cómo  llamarle  (quiero  decir,  los  desti- 
nos de  Gabriel  de  Araccll),  camina  con  una  lentitud 
soflolicnta.  que  hace  perder  casi  del  todo  la  atención, 
entretenida  en  miVs  interesantes  objetos.  15c  aquí  que 
el  propio  Gabriel,  Inés,  Amaranta  y  todos  los  actore» 
de  este  drama  aparezcan  siempre  á  última  hora  y  comf* 
por  escotillón,  que  sus  6sononüas  estén  en\Tteltas  en 
infranqueable  penumbra,  y  que  no  puetLi  uno,  después 
de  tanto  ir  y  venir,  ni  conocerles,  ni  interesarse  por 
ellos. 

A!  protagonista  de  la  primera  serie  le  falta  talla;  el 
de  la  segunda  es  positivamente  antipático,  A  pesar  de 
las  maliiis  habílidos¡is  con  que  Galdós  pretende  idca- 
liKirlc.  Salvador  Munsalud,  hijo  espurio  de  t).  Fer- 
nando Garrote,  afrancesado  por  temperamento  y  por 
el  poder  de  las  circunstancias,  y  amante  de  la  hennosíi 
Jcnura,  la  prometida  de  Carlos  Garrote,  encuentra  en 
¿stc,  y  iM>r  distintos  conceptos,  un  formidable  rival.  íji 
inquina  entre  los  dos  hermanos  es  tenaz,  rencorotm  y 
A  miierte;  cstíl  como  unida  .1  su  ser,  identificada  con  la 
estrella  de  su  destino,  y  recibe  calor  é  incremento  de 
tas  encontradas  opiniones  políticas  &  que  rinden  culto. 
Monsalud.  calculador  y  reflexivo,  tiene  concentrada  en 
Ift  calaza  las  energías  del  corazón,  y  no  se  apasiana 


EN  EL  SIGLO  XIX  4W 

por  ninguníi  cosa;  Naviirru  es  la  personificación  del  fa- 
naü^mu  por  un  lüt-al:  cefludo,  á-spcro  é  inquebrantable, 
pero  rapaz  de  amar  y  de  sentir.  El  uno  es  la  serpiente 
astuta  que  sabe  fingir  y  resguardarse;  el  otro  es  el  león 
enfurecido  que  necesita  la  lucha  p:ira  vivir.  La  historia 
de  los  dos,  lu  mismo  que  Li  de  euanios  se  relacionan  con 
ellos,  reproduce  en  breve  la  de  toda  Espafta,  al  revés  de 
lo  que  sucede  en  la  primeni  serie  de  los  Episodios,  y  de 
ahi  que  no  deban  aplicárseles  en  rigor  los  mismos  repa- 
ros y  observaciones. 

El  cnpftulo  de  los  cargos  que  pudieran  hacerse  á  las 
dos  figuran  culminantes  y  á  las  que  con  ellas  se  relacio- 
nan, sería  inicrmíniíblc  y  de  mucha  jíra vedad.  Con  no 
distinguirse  Gnld^s  como  creador  de  grandes  caructe- 
r€S,  jamis  los  Im  producido  tan  ¡m]XTfectos  y  conira- 
tlictoriys.  Se  necesiuiria  un  volumen  entero  para  nouir 
los  antítesis  á  que  van  sometidos  por  el  falseamiento  de 
lógica  ó  por  la  pasión  sectíiri;i.  Con  los  rasgos  geoe- 
^talcs  que  parecen  propios  de  Mons;ilud  y  Garrote, 
hay  otros  diamctralmenie  opuestos  que  ponen  en  tor- 
mra  el  espíritu  del  lector  menos  avisado.  Salvador 
Mimsalud  siente  hacia  jcnara  una  pasión  ardiente,  que 
en  ocasiones  se  trueca  en  desvío  inexplicable;  expone 
sa  vida  y  sus  mhs  caros  intereses  por  defender  ideales 
en  que  no  cree;  es  il  la  vez  liberal  exaltado  y  cs- 
ctfptico  menospreciador  de  todos  los  partidos;  aborrece 
á  su  enemigo  Garrote,  y   pone  en  juego  todos  los 
medios  de  salvarle  con  una  abncgaiúón  desinteresada, 
que  seria  admirable  si  no  resultara  absurda.   Parece 
que  el  ingenio  de  Galdós  se  complace  en  colocar  fren- 
te á  los  dos  adversarios,  y  mi  pintar  repetidas  veces 
como  irremisible  el  choque,  para  sortear  la  üílicultad, 
perdonando  la  vida  á  entrambas  generosamente.  A 
Garrote,  en  cambio,  le  toca  pagar  las  malas  intenciones 
de)  novelista,  que  se  ha  empefladu  en  hacer  de  él  una 
caricatura  de  broclia  gonhi,   ó  más  bien  un  borrón 
de  tinta,  aunque  en  opuesto  sentido  que  Monsatuü, 


SOO  IJl   LITERATURA  ESTAfiout 

una  ñera  sin  entronas  que  paga  tn  odio  los  beneficios, 
y  un  fnnático  sin  ronviccioncs.  De  Jenam,  la  heroína 
conspiradora,  que  ha  ganado  las  simpaiúis  de!  autor 
sólo  por  ntT  grunpa  y  discreta..,,  habría  mucho  que  ha- 
blar: es  fuerte  cosa  absolver  asi  auna  pecadora  tan  ira- 
penitente.  Galdós  atendía,  sin  duda,  A  su  conciencia  de 
historiador  y  novelista,  y  halló  fácil  otorgar  la  miseri- 
cordia de  que  Cl  mismo  necesitaba,  Porque  el  tipo  de  U 
dicha  scftorano  cede  en  materia  de  contradice  iones 
los  de  Carlos  y  Salvador;  la  famo«i  partidaria  del  alisoí 
lutismo  se  entretiene  en  facilitar  la  fuga  de  los  rerolu- 
cionaríos,  dice  pestes  del  partido  en  que  milita,  y  á  la 
postre  reúne  en  sus  salones  A  la  flor  y  nata  del  doctri- 
narismo  moderado. 

I-os  personajes  accesorios  no  lo  son  tanto  que  A 
veces  no  ocupen  por  largo  tiempo  la  atención  de  tos 
lectores:  tal  sucede  con  Pipaón,  el  cortesano  venal;  Pa- 
tricio Sarmiento,  encarnación  del  progresismo  candi- 
do, ignorante  y  populachero;  Gil  de  la  Cuadra  y  su 
hija  Sola,  D.  Benigno  Cordero,  Pcpet  Armengot,  Sor 
Teodora  de  Aransís  y  otros  por  el  estilo.  La  trama  se 
desenvuelve  con  m,-ls  rapidez  ú  inienciún  que  en  Ih  se- 
rie primera,  y  haj*  allí,  no  uno.  sino  muchos  pnKtjes 
abiertamente  románticos  por  lo  ideal  y  cxtraflo  de  In.s 
avenruTds,  y  desembozsidamente  revolucionarios  por  la 
tendencia.  No  niego  que  haya  podido  exLstir  ese  mons- 
truo de  hcnnosura,  de  hipocresía  y  de  crueldad  que  ha 
querido  encerrar  Galdós  en  un  convento,  pero  la  ale- 
vosía calculada  con  que  procura  la  muerte  del  cabeci- 
lla os  inverosímil;  sólo  puede  creerse  en  su  posibilidad 
como  se  cree  en  el  de  las  aberraciones  humanas. 
Galdós  da  al  traste  en  esta  serie  de  los  Episodios  na- 
cionalefi  con  la  seriedad,  con  la  buena  fe  y  con  los 
procedimientos  de  observación  directa,  p;ira  deslum- 
hrar con  otros  que  no  me  atrevo  ¡i  definir,  convirtién- 
dose en  imitador  de  Kemftndez  y  González  y  Ay 
de  Izco. 


BR  EL  SICLO   XIX  501 

La  lectum  de  una  ubra  tan  imperfecta  sólo  nlcitn- 
zara  Á  satisfacer  el  gusto  de  Iüs  que  en  ella  busquen  un 
entreten imien  10,  bueno  ó  malo,  sin  detenerse  en  Incon- 
secuencia de  los  caracteres,  y  en  otras  cualidades  que 
no  sean  el  interés  burdo  de  la  intriga,  y  el  vertiginoso 
espejismo  engendrado  por  la  sucesión  y  variedad  de  Ijis 
decoraciones. 

Demuestran  los  episodios  tiacíoHoJes  una  fccundi< 
dad  ú  toda  prueba,  como  que  constan  de  msts  de  siete 
mil  píiginas  y  se  escribieron  en  menos  de  seis  aflos,  de- 
jando Ubres  las  facujtaUes  del  autor  para  alternar  esta 
publicación  con  la  de  otras  novelas  todavía  más  leí- 
das y  menos  dignas  de  serio.  Do/ta  Perfecta,  Glorio  y 
Lafamiiia  lie  Lcóm  Jíodr,  trinidad  esencialmente  una. 
más  que  por  la  filiación  artística,  por  el  deplorable  es- 
píritu y  las  abominables  aspiraciones  que  representan, 
dieron  U  vuelta  á  España  en  alas  de  la  celebridad,  hija 
del  escíindalo,  despertando,  no  las  conciencias  dormi- 
d&s,  como  dicen  ciegos  y  sistemAttcos  admiradores, 
sino  los  fatales  gérmenes  esparcidos,  en  hora  mengua- 
da, por  el  soplo  de  las  revoluciones. 

Dotla  Perfecta  '  es  el  cumplimiento  del  programa 
CD  una  de  sus  partes;  es  un  conato  infeliz  que  tiende  A 
demostramos  la  incompatibilidad  de  la  fe  católica  con 
los  deberes  maternales;  y  no  se  diga  que  semejante  pro- 
pósito no  estJl  declarado  allí,  porque  lo  está  de  hecho 
y  de  un  modo  inequívoco,  iwsc  A  todas  tis  alcnuacii>- 
ncs  y  reticencias.  ¿Quí  significa,  si  no,  el  principal 
personaje  de  este  drama  sangriento?  Para  quien  no 
cierre  los  ojos  A  la  luz,  dona  Perfecta  no  es  un  tipo 
ideal  y  escogido  al  acaso,  sino  que  representa  y  supo- 
ne otros  muchos  en  la  intención  del  autor;  y  digo  sola- 
mente en  la  intencíAn  del  autor,  porque  en  la  realidad 
no  se  ven  s¡n«i  muy  conuida^;  veces.  Y  si  es  un  mons- 
mio  una  madre  que  p;int  n:ula  liune  en  cuenta  l:t  feli- 


■  UntiriiL  mra 


502 


LA  LtTEBATntA  ESPASOI.A 


cidad  de  su  hija,  iqué  diremos  de  las  peripecias  que 
dan  vida  A  la  narracíún,  y  muy  espc?ci:ilmente  del  ase- 
üínato  de  Pepe  Rey?  Yo  no  creo  que  haya  presencia- 
do un  ca.so  parecido  el  novelLsta;  pero,  aunque  así  fue- 
ra, ;cdnio  no  reparo  en  que  una  novcLi  con  ínfulas  do- 
centes debe  ame  todo  no  desentenderse  de  la  lógica, 
como  íl  se  desentiende,  ni  demostrar  la  regla  por  la 
excepción,  la  inirinsec:i  maldad  de  líis  creenciiis  por  los 
supuestos  crímenes  de  algunos  cre5'entes?  Todas  las 
figuras  de  este  escenario,  que  debía  colocar  el  autor  en 
Sierra  Morena,  son  indiscutiblemente  absurdas,  y  por 
serlo  tanto  no  permiten  fijar  la  atención  en  tul  cual  be- 
lleza episódica.  Rosario,  la  novia  de  Pepe  Rey,  encabe- 
za la  serie  de  esas  heroínas  sofíadas  por  Guidos,  cu\-a 
personificación,  tan  tristemente  célebre,  no  dir¿  en  lu 
literatura,  sino  en  la  crónica  escandalosa  de  Espai^a. 
Ue\'a  un  nombre  para  nadie  desconocido:  se  llumi^H 
aorta.  ^^1 

Cuando  apareció  la  primera  parte  de  esta  novela  ', 
lanzaron  un  grito  de  triunfo  los  periodistas  y  gacetille- 
ros de  la  revolución;  aquello  fue  un  echar  Iils  campa- 
nas á  vuelo  y  la  casa  por  la  venfcma,  una  orgía  de  elo- 
gios, compstracioncs  y  ditirambos,  l^o  que  no  alcanza 
el  mtfritn  de  los  Episodios  nadotialcs.  lo  alcanzaron  las 
tendencias  disulvcntes  de  Gloria,  y  una  oleada  de  po- 
pularidad vino  A  levantar  sobre  las  nubes  al  desile  en- 
tonces adalid  de  la  heterodoxia  en  la  novela,  al  ene- 
migo ardiente  del  dogma  católico  y  de  nuestras  costum- 
bres tradicionales  por  él  informadas. 

T?asta  anunciar  el  argumento  para  ver  lo  que  hay 
en  ól  de  fantasmagoría  ideal  inventada  A  capricho,  y 
con  proi>ósitos  muy  ajenos  al  arte.  Gloria  es  una  joven 
inquieta  y  descontentad  i  xa,  por  no  decir  más,  á  la  que 
sólo  falt»  el  birrete  del  doctorado  y  los  pantalones 


■    MHdríd.  1S77. 


I 


EN  Bt'  SIGLO  XIX  303 

podcf  entrar  en  los  Academias  y  los  Ateneos;  es  el  «i- 
pirltu  de  la  contradicción  y  la  peU^uilería,  Trente  &  U 
candidez  y  el  apocamiento  encarnados  en  un  tiu  suya 
obispo,  por  nombre  D.  Ángel  Lantignia,  que  habla  con 
ella  de  teologías,  laíitudinarismos  y  otros  exrC5ios.  El 
hermoso  ángel  con  faldas  tiene  tanto  del  serafín  en  el 
omori^mo  de  querubín  en  la  ciencia,  y  htíte  aquí  que 
se  presenta  en  Ficábriga  (pueblo  de  la  geografía  moral 
lindante  coD  los  cerros  de  Ubedii  y  las  Batuecas)  un 
descrracúido  niíufriígo,  judio  por  miis  senas,  que  al  ele- 
var sus  ojos  A  Gloria  encuentra...  cuanto  deseaba..  De 
estos  amores  resulta  lo  que  era  de  esperar:  una  ciLitu- 
ra,  que  es  el  cuerpo  del  delito,  choque  entre  la  pasión 
y  los  intereses  religiosos,  lances  romAnticos  en  que  el 
novelista  siempre  se  pone,  ya  se  ve,  del  Ijido  de  los 
inocrutcs,  y  descarga  tajos  y  mandobles  contra  el  des- 
carado /artaíis  tno. 

Los  caracteres,  que  son  en  su  mayoría  de  brocha 
gorda  y  sin  ningün  atractivo,  represenlíui.  pant  la  críti- 
ca racionalista,  todo  lo  que  su  autor  pretende,  resultan- 
do de  uquJ,  según  ella,  una  aitástrofe  inevíuible,  bellí- 
sima y  de  signiticacirtn  profunda  por  lo  mismo  que  no 
está  busc^du  ariiñciosamente,  sino  fundada  en  Ui  reali- 
dad de  las  cosas.  Encomios  tales  no  tienen  fundamento 
ni  disculpa;  porque  ¿dónde  cstíl  el  necesario  enlace 
entre  los  amores  trAgicosde  Gloria  con  Dimiel  Morían, 
y  Ia  verdad  doíimUtica,  intransigente  de  suyu-*  ¿\o  se 
TC  que  por  csic  camino  se  pueden  escribir  send'ts  obras 
contra  todas  y  cada  «na  de  las  virtudes,  sin  excluir  el 
pudor  y  la  decencia,  pues  ambos  se  oponen  muchas 
veces  á  loe  deseos  de  una  pasión?  Por  otra  pnrte,  jquí 
gentes  y  qué  cosas  uin  extrufias  y  nunca  vistas  las  de 
la  famosa  novela!  ¿Cómo  admirarse  de  los  desatinois 
que  se  propalan  en  el  Extranjero  sobre  nuestras  cop- 
tumbres,  cuando  esto  escribe,  no  sé  por  qué,  un  hom- 
bre que  hiice  profesión  de  describirlas  y  de  tan  robus- 
to y  eminente  ingenio?  Con  razón  aobnuia  dice  Me- 


Mi  LA  rJTERATUttA  BSTaSoi.^ 

nénácz  Pclayo  ':  'Gloría  ha  sido  traducida  al  nlcmAn  j 
al  inglés,  y  no  dudo  que  antes  de  mucho  hiin  de  to- 
marla por  su  cuenta  las  Sociedades  bíblicas  y  repartir- 
Ih  en  hojitas  por  los  pueblos  juntamente  con  el  Atuirés 
Dumt  (novela  del  género  de  doria),  la  Auatoutfa  de 
ia  Misa  y  la  Sah'aaóii  del  pecador.^'' 

Mudados  los  nombres  y  alpunas  circunstancias,  Im 
familia  de  I^ón  Rock  *  es  hermana  j;:emela  de  Gloria, 
salvo  que  el  lonflicto  se  supone  entre  dos  esposos:  él 
virtuoso,  simpático,  y  al  tín  librepensador  {porque  aquí 
son  sinónimas  estas  palabras),  ella  católica  ferviente 
con  ribetes  de  pscudo  misticismo  y  cncmigra  de  jioi 
dades  en  materia  de  rcliítiún.  A  haber  hecho  una  hl 
tona  fiel  y  que  retratase  de  algiSn  modo  las  creencii 
tuyo  proceso  forma,  debería  Gaidds  poner  en  el  cora- 
z<>n  de  Marfa  Egipciaca  el  amor  paro  hacia  su  espoB 
eterno  y  superior  íi  todas  las  vicisitudes,  que  es  en 
Cristianismo  precepto  escncijd,  consecuencia  y  saX\ 
jlfuardia  del  matrimorio;  pero  entonces,  '[en  dónde  ha^ 
llar  esas  altas  lilosofías  y  esos  pujos  de  reforma  soi-ia 
Así,  pues,  mutila  y  desfigura  torpemente  la  imafjfen  < 
la  verdadera  esposa  cristiana,  la  eleva  .1  las  regiones  dp 
unsí  vida  mística,  falsa  y  concrahecha;  hace  surgir  de 
aquí  la  enemistad  entre  León  Roch  y  Mitria,  echando 
sobre  la  última  codo  lo  odioso,  y  dejando  para  el  pri- 
mero la  rcsicnación  y  el  desinterés,  introduce 
nueva  amante  que  le  asedia  con  su  carino  hasta  obli- 
garle ó  infringir  sus  deberes;  pero  el  adulterio  no  se 
con.suma,  y  el  héroe  se  concilia  con  su  consorte,  cu] 
mpido  fallecimiento  viene  á  renuitar  tan  larga  cadci 
de  desventuras.  Yo  no  sé  si  esto  es  una  apología  del 
vorcio  en  circunsbmcías  apuradas,  6  una  rcprobac 
de  la  vida  ascética;  poro  de  fijo  es  un  libro  de  proj 
ganda  ímpia  en  que  el  arle  entra  por  mucho  mem 
que  la  teridettaa. 


•    Midr14.  IHrR 


ex  BL  sKxjy  XIX  90& 

V  basta  de  enf^enüros  amafludami^ntc  tra<u:enden- 
lales,  porque  el  Oitolici*ínio  y  la  moral  no  necesitan  de 
mis  defens;i5,  ni  es  ^ste  lugar  para  semejante  género  de 
discusiones,  que  me  impide  prolongar  la  índole  parifica 
de  Marianeta  *.  Así  Intitula  Galdós  un  estudio  de  ínti- 
ro<i  y  dt'I¡<'ad(i  análisis,  que  recuerda  los  do  algunos 
(frandcs  maestros,  pero  sin  incurrir  en  el  plagio,  ni  si- 
quiera en  la  ÍmitacJ<:^n;  estudio  que  exornan  los  arabes- 
cos y  filigranas;  literarias,  y  los  tesoros  del  sentimiento, 
de  la  poesía  y  del  estilo. 

Marianela  es  una  cria  tura 'nacida  en  la  miseria,  y  en 
la  que  los  tesoros  del  espiritu,  la  discreción,  la  agude- 
za, los  instintos  elevados  y  las  aspiraciones  generosas 
tienen  por  cárcel  un  cuerpo  ruin  y  despreciable;  y 
como  comprende,  así  el  valor  de  entrambas  cualidades, 
como  el  desnivel  con  que  se  encuentran  en  su  persona, 
se  Índif::na  consigo  misma  y  considera  A  todo  el  mundo 
con  derecho  A  hacer  otro  tanto.  Tierna  y  apasionada 
hasta  el  delirio.  llega  A  amitr  como  ella  sabe  al  scflorito 
Pablo  Pcnitguilas,  ciego,  de  quien  se  constituye  en  in- 
separaMf  compañera  y  fiel  ayuda,  obteniendo  igual  co- 
rrespondencia y  amor.  Ansia  PaWo  recobrar  la  vistji 
par  adminir  d  la  que  ijl  conccptda  la  más  hermosa  de 
las  mujeres,  vislumbrando  pur  la  del  alma  la  hermosu- 
ra del  cuerpo:  la  diestra  mano  del  mtHltco  comienza  la 
obra,  que  llega  á  término  dichoso;  pero  ¡oh  dolor! 
coando  parecía  irse  íl  realizar  el  idilio,  se  coni'iertc  en 
lúgubre  drama.  La  protección  tierna  y  cariflosa  con 
que  la  prometida  de  Pablo  fiivorece  h  la  pobre  huérfa- 
na es  como  ruin  limosna  en  compensaciíin  de  un  gnm 
tesoro  perdido,  y  el  amor  de  la  virtuosa  Florentina  á 
su  primo  traspasa  como  un  dardo  el  corazón  de  Ma- 
rianela,  que  sucumbe  por  fin  al  peso  de  la  desdicha  y 
la  vergOenza,  asesinada  por  los  ojos  de  Pablo.  Todo 
esto,  descrito  con  pasión  y  viveza  casi  Uricns,  lleva  h1 


•    Uiulr  i.  tgi*. 


506 


LA  LirratAruHA.  espaSola 


almn  .ilgo  así  como  nunor  lejano  de  sinronfu  cxtriifta  y 
melancrtlifn,  sensaciones  y  rellejus  de  la  vida  del  espf- 
riíu,  ondas  de  luz  descompuestas  en  mil  Uiíerentes  co- 
lores, que  juntos  vienen  A  confundirse  en  uno  solo  si- 
niestro  y  espectral. 

El  espíritu  de  Mariaiieiu  es  pesimista,  cuando  me- 
nos en  el  deKcnliice;  jorque  si  el  [x^simismo  no  consiste 
en  descubrir  los  antinomias  y  contradicciones  de  la 
cxL<ttencla  cuando  son  reales  y  positivas,  las  sombras 
del  cuadro  esi.^n  recargadas  desmedidamente  y  de  pro- 
pósito, quedando  en  la  n:trntción  un  vacío  profundo,  de 
esos  que  sólo  se  llenan  con  la  esperanza  cninquila,  ma- 
dre de  la  rosipnación,  y  por  faltar  esta  luz  vivísima 
result¡tn  tan  lóbrci^üs  y  desconsoladores  el  amor  y  la 
muerte  de  Marianela. 

Del  desaliento  malsano  pasó  Galdós  al  naturalismo 
A  la  francesa  en  La  desheredada  *,  cuya  liliacíún  por 
esta  parte  no  cabe  poner  en  duda.  Isidora,  víctima  de 
sus  aspiraciones  y  de  las  injusticias  humanas,  luctianUo 
por  reconquistar  un  título  de  nobleza  cuya  posesión 
cree  pertenecería,  y  i>crdicndo  con  ísta  todas  Iils  ilusio- 
nes forjadas  en  su  fantjtóía.  pobre  criatura  envenenada 
por  las  heces  de  la  dÍsoIuc¡<Vn  y  la  desgracia,  pcrii-tT-'-t- 
á  CSC  infierno  social  explorado  por  Zolay  sus  imiiiu!?- 
res,  bien  que  no  les  siga  Pírez  Galdós  en  los  refina- 
mientos y  rrudezas  del  estilo. 

Ei  amigo  Manso  *  es  producción  más  espimtAnca, 
en  cuyo  proti^onísta  quizás  se  propuso  et  autor  tra- 
zar los  planos  de  una  reconstitución  de  la  Etica  con- 
furme  al  espíritu  de  las  teorías  modernas,  sustituyen- 
do la  vrrtt:d  iTÍstíana  por  la  virtud  filosófica.  Míiximo 
Manso  se  consagra  á  la  educación  de  un  joven  que 
llega  .1  adquirir  renombre  brillante,  y  al  amor  do  la 
mujer  misma  hacia  la  que  siente  su  maestro  una  incU-, 


*    Hulrtd,  UN. 

■  UodrU.  tan. 


nación  poderosa  é  irresistible,  sacrí6cada  en  obsequio 
de  la  felicidad  ajenü.  S«rá  sólo  conjetura  mta,  per» 
aqttí  hay  vislumbrcí  de  moral  laica  e  independíente; 
el  hi^roe  de  Caldos  obedece  menos  al  catecismo  que 
al  imperativo  categórico,  y  aun  por  eso  resulta,  no- 
del  todo  inverosfmil,  pero  sí  de  hielo  (i  estuco,  sin  esa- 
oficacia  persuasiva,  incompatible  con  el  egoísmo  de  la 
virtud  que  vive  de  fórmulas  rígidas  y  deberes  abs- 
tractos. 

En  las  tres  obras  sipuienies  de  üaldós,  JlÍ  doctw 
O-Htem  (1883).  Tormento  (lííÉW)  y  J^dP  ffr/«i'rt.'t  (1884), 
resalta  más  el  entronque  de  los  personajes  y  aun  su  re- 
petida aparición  en  escena,  que  hacen  de  las  Xoivlas 
t.tpAíiotas  (OHiemporátii-as  algo  asi  como  La  comedía 
Jtuwana  de  lbl7:ac  y  Los  Rottgott-Aíacquart  de  Zola. 
£7  doctor  Centeno  es  un  dechado  de  análisis  psicoI6- 
Igico»  que  á  veces  se  extrema  hasta  raus;tr  fatiga.  En 
Tormento  se  complican  los  hilos  sueUo:>  de  la  narración 
«ntcríor.  y  los  amores  del  clCrigo  A  palos,  D.  Pedro 
\  Poto,  transformados  en  dcis'ríum  tremáis,  se  desenvuel- 
ven con  lujo  de  brutales  y  cínicos  pormenores.  Ampa- 
Iro,  el  ídolo  de  Polo,  es  noWa  del  inexperto  y  riquísimo 
Agustín  Caballero,  que  no  puede  hacerla  su  esposa  y  la 
hace  su  querida.  La  de  Brhigas  retrotrae  la  acción 
unos  cuantos  aftos,  hasta  los  en  que  enin  niA>is,  aquella 
^faría  Egipciaca  y  sus  hermanos,  con  quienes  hicimos- 
contx'imiento  en  La  familia  de  León  ftoch.  En  Rosalía 
Pipaón,  la  protagonist:!,  se  proyectan  juntas  las  som- 
bras del  luju  corruptor  y  de  la  infidelidad  conyugal, 
cruelmente  castigados  por  las  recriminaciones  de  una 
I  prostituta,  ante  quien  se  ve  precisada  ¡1  humillarse  la 
I  esposa  de  Uringas. 

Cuanto  TnAs  se  ax-anza  en  la  lectura  de  la  colección, 
lAs  de  cerca  se  tocan  las  hediondeces  del  nniuralismo, 
el  propósito  de  convertirla  en  archivo  de  crisis  ner- 
rfoaas  y  vicios  patológicos,  en  crónica  de  una  sociedad 
inómica  y  corrompida,  sombrío  panorama  de  dolen- 


ÍS08  LA  tJTKKATURA  ESVJiüOlJt. 

cias  morales,  y  galería  de  hestias  humanas,  en  las  que 
6  sobra  ó  se  oculta  del  todo  la  existencia  del  espíritu. 
La  impiisibilidad  del  novelista  cede  alfíiina  ve/,  el  pues- 
to A  la  inducción  doctrinal,  inspirada  de  ordinario  por 
la  Fisiolopia  pura. 

La  relación  autobiográfica  de  Lo  prohibido  ',  mala- 
mente considerada  por  alguien  como  un  himno  d  la  vir- 
tud, celebra  s6\o  las  ventajiís  del  temperamento  síino  y 
el  equilibrio  de  los  humores.  De  tres  hermanas  ¿  quien 
intenta  seducir  un  primo  suyo  tan  llcnu  de  pasiones 
bestiales  como  de  ríque^uts,  ríndcnse  dos  al  que  en  nino 
ataca  los  desdenes  de  la  tercera.  Examinando  6,  Eondo 
la  resistencia  teníiz  de  Camila  y  la  gríidación  con  que 
se  exacerban  los  deseos  del  recuestador,  asistimos  á  una 
lucha  muy  humana,  pero  nu  £1  la  cxhibici<>n  de  un  ejem- 
plo que  sea  para  imitado.  / 

lin  los  cuatro  volúmenes  de  Forttmaia  v  Jacinia 
(Dos  historias  (te  casadas)  *  se  explica  bien  el  criterio 
moral  y  estético  de  Galdás  á  vuelta  de  interminables 
genealogías  y  amplificaciones.  Entre  Fortunata,  la  que- 
rida de  Juiínito  Santa  Cruz,  y  Jacinta,.su  verdadera  es- 
posa, representa  aquélla  el  amor  vcdjido  que  no  se  ol- 
vida y  siempre  parece  g:ratjú,  y  su  rival  la  monomanía 
de  la  maternidad  junto  á  la  indulgencia  mt-ls  6  ipenos 
patente  con  los  extravíos  de  los  dos  adúlteros.  Con 
las  familias  de  Amáiz  y  Santa  Cruz  alterna  en  impor- 
tancia la  de  los  Rubín,  en  cuyos  tres  vAsisigos  (Nicolíls 
el  cura,  Juan  Pablo  cl  carlista  convertido  á  i'ruudhon, 
y  MaxI  el  Quijote  infeliz  que  intenta  ta  redención  de 
Fortunata  y  la  hace  su  mujer,  viéndose  de  ella  bur- 
lado) clava  GaJdds  encaraizaJamente  la  punta  de  su 
escalpelo  y  luce  sus  habilidades  anatómicas.  No  nece- 
sitaba tratar  con  tan  san^icnto  desprecio  al  pobre  Ma- 
xi  para  estudiar  su  locura,  que,  por  cierto,  estít  muj- 


•    Madrid,  1089. 


GM  EL  SlCtM  XtX  509 

bien  pintida.  No  sé  si  decir  tú  mismo  de  la  cosa  de 

» recogidas  y  de  los  tipos  accesorios,  dofia  Guillerminii 
Píichcco,  doda  Lupe,  González  Feij6o,  el  escoptico  ca- 
larera  Moreno-Isla,  cl  anplómano  galanteador  de  Ja- 
cinta, losé  Izquierdo  fPíatótt).  HstupiflA,  etc.  En  el  de- 
inirso  de  la  novela  se  suceden  primorosas  vistas  de 
Midríd  y  de  In  vida  de  la,  corte,  y  es  lAstinaa  verlas 

■  deslucidas  por  las  espesas  manchas  que  sobre  ellas 
B  arroja  el  sensualismo  leOtl  y  pornográfico. 

■  .ifiau  '  debe  considerarse  como  un  juguete  labrado 
por  el  genio  de  la  íronia,  que  asoma  su  faz  desdeñosa 

Iá  la  morada  triste  del  cesante.  Las  páginas  consagra- 
das á  los  ensueños  de  Luisito  Cadal<»),  el  nieto  de  Vi- 
Uaamil,  se  diferencian  considerablemente  de  las  que 
escribió  Diclícns  en  David  Coppcrfiehl  con  cariñosa 
solicitud  por  los  intereses  de  la  infancia. 
La  iticáguita  '  y  La  realidad '  acumulan  nuevos  da- 
tos para  el  conocimiento  de  Madrid  íntimo  y  la  bisto- 
rin  dr  la  proslítucirtn,  asi  Iji  del  hurdcl  como  la  apnren- 
I  (emente  honríida.  Kntrettíjese  la  primera  novela  con  una 
serle  de  cartas  dirigidas  por  Mhnolo  Infante  JÍ  un  tal 
Equis,  A  quien  comunica  sus  impresiones  y  la  descrip- 
ción de  las  personas  que  ordinariamente  trauí.  El  autor 
de  las  cartas  csti^  cnamonido  de  su  prima  Augoista,  la 
esposa  del  inefable  Ororxo,  A  quien  se  la  disputan 
(aitibién  HITOS  amantes.  Uno  de  ellos,  Federico  Viera, 
aparece  muerto,  no  se  sabe  si  por  suicidio  6  por  asesi- 
nato, hasta  que  presenciamos  lo  primer»  en  RmUdad. 
La  forma  dr;im;itii'a  de  esta  novela  da  Ui^ar  ¡i  muchos 
inconvenientes  v  inverosimilitudes;  p^Tu,  aun  admi- 
Ufándolas  de  grado,  no  bastan  todas  las  trascendentales 
filosofías  del  mundo  para  justificar  caracteres  tan  ex- 
traordinju-ios  como  el  de  Viera,  esclavo  del  honor  y 
ciiballero  .andante  de  la  moralidad,  al  par  que  vicioso 


•  MadriJ.  iw«. 
■  lUdrid.  \9fí. 
>    U>.1ib1    li^t. 


por  ixtriíUa  Joble,  y  el  de  Orozco,  que  resuelve  la  anü- 
nomiu  del  bien  y  el  mal  en  1h  síntesis  de  un  ideul  abs- 
tracto y  un  estoicismo  burdo,  que  suprime  la  sensibili- 
dad y  dignifira  la  culpa.  A  Orozco  oo  le  parece  mal  que 
su  esposíi  la  haya  cometido,  sino  que  se  nieg'ac  á  coa- 
fesársela,  y  al  hablar  con  la  sombra  del  difunto  Viera 
hace  la  apología  del  amor  libre. 

Tres  volúmenes  en  S.°,  de  400  pAeinos  cada  uno, 
forman  la  última  novela  '  que  Gald6s  ha  socado  de  su 
in-odigrioso  telar,  y  en  la  qnc  no  desmiente  ni  sus  afi- 
ciones de  observador  sutil  enamorado  de  las  micros- 
cópicas pequeneces  de  la  vida,  ni  sus  alitfdcs  de  psicó- 
logo con  puntas  de  hipnotiriidor,  que  busca  en  l.i-s  alu- 
cinaciones y  pesadillas  los  secretos  6  intimidades  de 
la  conciencia,  ni  so  volterianismo  de  escalera  abajo, 
que  esgrime  el  estilete  de  la  ironía  impusible,  más  bien 
que  la  espada  de  las  convicciones  hondas  y  fijas,  ni  su 
temperamento  burgués  reñido  con  toda  luz  de  ideal  y 
todo  asomo  de  elevación  y  grrandcica. 

La  biografía  de  Attgeí  Guerra  es  la  del  hombre 
desequilibrado,  hOroé  de  aventuras  quijoieíM-as  y  utó- 
pica-s  que  &e  bate  como  un  bravo  por  el  triunfo  de  la 
república,  y  por  no  renunciar  A.  sus  opiniones  vive 
alejado  de  su  anciana  madre.  Al  morir  ella,  y  tras  bre- 
ve lapsM  de  tiempo  la  niña  O'óu,  hija  del  ideóloifo  de- 
mócrut:i,  concéntraiíe  el  caríflo  de  t*sie  en  Lrr¿  ó  Loren- 
za, la  in.'ttiiutriz  que  habla  sido  de  Ción,  y  &  quien  en 
vano  hace  Ángel  Guerra  proposiciones  de  matrimonio, 
renunciando  íl  vivir  con  su  querida  Dulce  ó  DiHcenom- 
bre.  En  Toledo,  adonde  se  trasladan  los  principales 
personajes  de  la  rnirración,  toma  Lerú  el  habito  Uc 
monja  del  Socorro,  sin  que  por  esto  cesen  las  visitas 
de  su  platónico  adorador,  que  la  consulta  y  la  oye 
como  11  un  oráculo,  1-a  intimidad  va  en  aumento  cada 
día,  y  de  esta  aproximación  de  los  espíritus  y  de  la 


Jafti  (/Mr/u  Modiid,  t8M. 


KM  ti.  SIGLO  XIX  511 

atntósfem  mística  conque  envuelven  al  antígno  revolu- 
cionaria los  TTCuerdos  seculares  y  las  pompas  litúrgicas 
de  \íi  ciudaJ  de  los  Concilios,  nacen  en  íl  un  nuevo 
estado  de  alma,  un  sallo  atrfls  interior,  un  reverdeci- 
micnio  de  las  creencias  catúlicas,  fomenindas  por  la 
insinuante  r  dulce  frase  de  LerC-.  Ángel  Guerra  se 
Introduce  en  los  senderos  de  la  perfección  cristiana, 
llevado  de  la  miino  por  el  serafín  de  carne,  A  cuyo  inílujo 
no  acierta  íi  sustniersc,  yllofra  á  aceptarla  proposición 
de  hacerse  ck-rigo  y  fundador  de  una  confraternidad 
benéfica.  Al  realizar  su  épico  cnsueflo  de  caridad  tro- 
pieza con  los  sarcasmos  de  la  maledicencia  púWica  y 
con  liL  ingratitud  de  sus  mismos  favorecidos,  dos  de  los 
cuales,  en  connivencLi  con  otro  menos  valiente  aunque 
no  menos  infame,  sorprenden  en  un  asalto  nocturno  & 
Aneel  Guerra,  intirit^ndoledespués  de  robarle  una  heri- 
da quc  le  acarrea  lii  muerte. 

Los  escarceos  y  digresiones  infinitos  de  que  va  sal- 
picado este  sencillísimo  argumento;  los  rtrholcs  genea- 
lófiicos  que  parecen  formados  para  impetrar  una  dis- 
pensit  de  consanguinidad  en  causa  de  matrimonio  futu- 
ro; la  ebullición  de  seres  humanos  que  se  cntrccnizím 
por  las  piSginas  de  la  novela  como  ejército  de  infusorios, 
y  In  indecisión,  por  no  decir  heterogeneidad  i  inconse- 
cuencia, de  los  caracteres,  contrastan  con  el  vigor  de 
las  descripciones  puramente  plásticas  de  personas  y 
cosas,  y  con  hi  vibrante  harmonía  y  la  (legibilidad  del 
estilo,  en  el  que  se  rellej.tn  las  mAs  intrincaJias  sinuo- 
sidades del  mundo  psicológico,  y  las  mAs  fug¡itv:L*^  im- 
presiones de  la  realidad  externa.  Es  decir,  en  términos 
concretos,  que  los  accidentes  valen  aqui  mucho  mAs  que 
el  fondo. 

No  Uay  m:inera  de  disculpar,  por  ejemplo,  lus  con- 
tradicciones que  ofrece  la  conducta  de  Ángel  Guerra 
dcspuc^K  de  convertido,  ya  entregándose  &  los  arrebatos 
de  la  piedad  mrts  exaltada,  ya  diciendo  ni  cura  D.  Juan 
Casado  im  montón  de  disparates  y  herejías,  y  con- 


(e&ándosc  como  de  cumplido  cuando  se  halla  A  las 
puertas  de  la  eternidad.  Menos  aún  se  concílx:  que 
Lcré  sostuviera  relaciones  íntimas  con  quien  en  rigor 
nunca  dejó  de  ser  su  amante  y  muy  por  lo  humano, 
ni  que  se  las  consintiesen  en  una  comunidad  religiosa, 
ni  que  L-n  el  clero  toledano  existan  los  ítfios  cJu^iLUtu- 
rescos  retratados  por  el  autor  de  Ángel  Guerra,  que, 
A  fuerza  de  recargar  las  tintas  y  prodigar  los  ptumeno- 
res,  rinde  parias  A  un  idealismo  extremoso  y  de  la  peor 
especie. 

No  tardará  en  acrecerse  la  enorme  suma  de  novelas 
que  de  veinte  aftos  ;icá  ha  producido  el  seflor  Pérez 
Galdós  con  fortuna  creciente  para  su  bolsillo  y  su 
fama. 

ó  mucho  me  equivoco,  ó  estamos  enfrente  de  un 
novelistíi  que,  por  su  manera  de  ser  y  de  escribir,  se 
apait;i  infmito  de  tas  condicíoaes  artísticas  y  aun  étnicas 
que  distinguen  il  la  Htciatura  castizamente  española. 
Caldos  tiene  del  tipo  de  sajón  la  impasibilidad  fria  y  el 
humor  aristocrático,  desconociendo  el  entusiasmo  cor- 
dial y  la  risa  franca  de  Pereda  y  Fernán  Caballero,  En 
Caldos  imperan  las  facultades  intelecmales  sobre  las 
afectivas,  cuando  no  las  anulan;  ve  muy  claro  y  sicoic 
muy  poco;  se  exalta  con  la  imaginación,  no  con  la  vo- 
luntad y  con  los  nervios.  Aunque  ingk-s  por  tempera- 
mento, no  se  confunde  con  Dickens  y  Tackeray,  de  los 
que  le  dividen  muchos  rasffos  de  carácter  personal,  y, 
sobre  todo,  el  abismo  naturalista.  La  sociedad  que  le  lev 
no  es  escrupulosa  como  la  brilílnica,  ni  le  impone  la  obli- 
gación de  instruir  y  moralizar. 

Difícilmente  se  juzgar/l  li  Caldos  sin  mezclar  de 
alguna  manera  al  hombre  con  el  novelista,  ya  que  él 
ha  elegido  una  bandera  ú  cuya  sumbra  milita,  convir- 
tiendú  sos  Libros  en  arma  terrible  de  combate.  De  ahí 
los  apasionamientos  con  que  se  le  cn.salza  ó  deprime, 
considerrtndole  unos  como  imitador  vulgar  y  otros 
como  insuperable  muestro.  Yo,  que  he  reprobado  con 


RK  EL  SIGLO  XUC  &I3 

'  energía  sus  pecados  naiuralisuis  y  docentes,  que  no  des- 
[coRüzco  lo  grave  de  sus  tropiezos  en  el  fondo  y  en  elcs- 
lUo,  me  coloco  desde  luego  entre  los  admiriidorcs  de  su 
ingenio. 

Que  es  grande  y  fecundísimo  el  de  Pérez  GaldÓs,  lo 
cstAn  diciendo  muy  nlto  tantas  producciones  como  han 
brotado  de  su  pluma  en  espacio  de  tiempo  rclaliviuncn- 
te  breve,  y. que  de  valer  desigual,  y  muy  raras  veces 
extraordinario,  forman  en  conjunto  el  retrato  cabal, 
falsiñcado  ó  trechos,  de  la  España  contemporánea . 

¡Lástima  que  tan  poderosas  fuerzas  se  hayan  empe- 
i  fiado  en  luchar  illa  desesperada  contra  la  religUin,  el  es- 
píritu y  las  tradiciones  de  nuestra  raza,  esterilizándo- 
se pora  el  bien  y  prestando  sombra  ü  todos  los  errores 
y  miseriiis  encubiertos  con  el  profanado  nombre  de  li- 
bertad; Evidentemente,  si  alffiin  fruto  de  arte  legitimo 
y  duradero  cabe  esperar  del  insigne  escritor  (y  cabe  aún 
esperar  muchos),  no  ha  de  nacer,  no,  de  los  caprichos 
trascendentales,  ni  de  los  procedimientos  de  foiogrHfí!» 
realisut,  sino  de  la  Iut:  indeficiente  que  comunicim  A  las 
obras  de  arte  las  grandes  ideas. 


TOMO  u 


33 


■3— 


t 


«n-Tj^-í 


CAPÍTULO  xxvm 

LA  NOVELA  CONTEWORAKEA  (CONTINUACIÓN) 


i>»r«<lk  t. 


BiRv  podemos  pcrdúTiHr  el  sinnúmero  de  rapsodias 
insulsas  de  que  se  olimentú  por  largos  aftos  el  ge- 
nero de  fostumhres,  sí  se  considera  que  A  él  se 
deben  las  obrají  más  lozaniis  de  Fernjin  Caballero  y 
liis  delartisui  insigne  de  quien  voy  .-I  hablar,  no  con 
t:i  amplitud  y  la  competencia  que  él  se  merece.  Tanto 
como  novelista,  y  suponiendo  de  contado  que  entre 
las  dos  denominaciones  na  hay  opi>R¡cÍrtn,   sino  casi 


*  D.  Jai4  Marli  ób  Penda  n*<ia  tti  PfffuKo,  pT«*l(id*  ét  SAntMMbr,  ^ 
lau  Cuniú  U  witiinda  casrflanta  «a  Siifiiflndcr,  y  iomcsmI  cb  la  «anc  U  ca- 
mrta  d"  titcmlrní civil.  A  la  cut hobo  de  prcÍLtlf  «I  Ubrr y  njmMeimáa nJicA 
Ib  bcllcta  BitliUcA.  NnJa  •leitnrtlctilar  úlrtct'Ha  vtda  hmiii  l> pu1>lk'u:t4n  iV 
Uft  Burruit  /tmitai<*»t  'I9M1,  óooJc  »c  lUO  A  •¡•taovit  íoon  r-..-t)iur  lí'  cwiíinii- 
tirpt-  Cntiiianlcntulc ■Ictudí  dcln  pniltlL-n.  lumO.  •.'on  loilo, potiu  dr  1 1  <rTi^< 
rln  cmtlIMn  m  ti  ConifTeíO  unir»  de  atHllur  lu  wnmida  fncrr»  civil.  t_íi.  ■  i 
l«rvlenlcy  JucBo  de  unA  gr^n  f^rtuan.  rivc  rrllrado  tm  iMfoiiAii  oatAl.  >lM4r 
caerte  >u>  ni4rnTl1lo»ni  obnuporMaor  aj  an<  rstn  ntojcun  SnatlIttaH*.  Sa 
id  bombK  fcUc  tiac  ciitit  burlan  y  vcnu  noa  ildcrlbtd  Horvcfo.— Cono  bloKra* 
flajwioanniJafcatwTloráTlcliltaJcKk  iMano»,  W«aedtaapvo~panpKDft- 
>tl«  lo  Jcw;on»{c— rl  b«>'«io  de  Pcrolu  •iix:  tiaaA,  por  vía  ik  fraioipi  i  Cl  «bar 
<li  ht  tlerrwM,  el  plncci  dlscretlalniv  dt-  Ptrcí  Gnld^^  •...  o  Aniabix  nKitno  f 


identlUad,  es  Peretla  un  gmn  escritor  de  costumbres, 
DO  s6Io  en  los  cuadros  sueltos,  donde  no  tiene  lucrar  la 
duda,  sino  en  aquellos  de  sus  libros  en  que  U  unidad  de 
la  composición  pudiera  obscurecer  la  importune ia  de  la 
porte  dcstriptiva  y  episfkUca.  Juzgar  el  Don  Gonaalo, 
E¡  sabor  de  la  íi<rrH<a,  Pedro  Sánchea  y  SotUesa  por 
la  originalidad  y  los  atractivos  de  la  fábula,  sería  un 
error  imperdonable;  como  que  cabalmente  por  la  aplica- 
cxim  de  este  criterio  no  entenderá  jamAs  ni  á  Pereda,  ni 
A  nineuno  de  nuestros  verdaderos  novelistas,  el  vulga- 
cho admirador  de  Feroilndez  y  GonziUcz  y  de  su  per- 
versísima escuela. 

Si  fuframi»  á  creer  en  engañosas  aj-ciriencias,  y  en 
la  sinceridad  de  algumis  declaraciones  que  van  al  fren- 
te de  los  libros  de  Pereda  en  forma  de  prólogos  ó  de- 
diaitorias,  le  cunsiderarlamus  discípulo  de  Mesonero 
Romanos,  de  Trueba,  de  Feruiln  Caballero...  ¡ilusoria 
espejismo  de  perspectiva!  El  es  hijo  y  educador  de  sf 
propio,  y  el  sello  de  indiridualidad  omnímoda  que  ad- 
miramos en  sus  obras  basta  para  desvanecer  cualquie- 
ra sospeiíha  en  contrario,  muy  explicable  adem/is  por 
las  circunstancias  en  que  hizo  su  primera  presentación 
ul  público,  y  por  el  sentimiento  de  gratitud  que  con 
lazt^n  manilicsta  ú  sus  encomiadoros ,  bautizándoles 
con  el  dictado  de  maestros.  Lo  serían,  á  lo  sumo,  en 
cuanto  libaron  A  inspirarle  la  conciencia  de  sus  apti- 
tudes creadoras,  no  en  trazarle  derroteros  por  los  que 
niuica  les  siguió. 


«•MllMMdoYiltrccnlamianta,  cDfi  bl|«i«y  pcriUn.  Ac «« cftewr ^■■■■«ln- 
•lamcats  cs»>nal  )-  <rrvanm<o.  Torc  un  tct  rato  vtja  buena  ptniutm  y  ecatll 
cAbru.  van  voloaa  y  roi)4Ua.  al  l-obI  »  hn:ewirio  Jar  t\  tratamtaiui  Je  luaiW- 
TtsModiMeJp  lrnipcfBin<«lo>  ncrvloví}*.  luy  i|Ue  poalcrpirlM  a  Indn^paní 
4mx  dlptoflU  d<  hwiL'ii  ■!  de  ofti  HoUxv,  a  quien  (ircBentemoitr  n  pndco  ttiven- 
4rt  canta  •  (on  nino*  panifocielc  ipillen  tie  la  cabe»  mil  aprtnilanrt  y  nu- 
iiUu.  May  folra  In  Aic«  qoe  InJat  tutxti*  raéniuM  ooo  preir'^tn  Jle  U  pcrna.  y  k 
1v  nvela  p*ra  enraiic  mía  nKilItliui  «llamcfibi  provtn:ti<i*«  para  el  •n'illiM.  ei 
ifecli.  HM  «  MBU  media  oiUlar  -k  i,-«arUlla»  y  !(■«  no>  bapi  man  m«cU.<- 


516  LA  UTCRATiniA  BSTASoLA 

Corrían  con  aplauso  universal  los  libros  de  Truebu 
y  de  FcmAn  Caballero  cuando  Pereda  comenzó  á  es- 
cribir cl  primero  de  los  suyos  en  el  orden  cronológico, 
\as  Escenas  tfwataiiesas  (1864)  ',  que  tardó  mucho  en 
ser  conocido  y  apreciado  fuera  de  la  provincia  de  San- 
tander. No  hay  dificultad  en  la  explicación  de  tal  injus- 
ticia; como  que  lo  incógnito  del  escenario  y  del  autor, 
d  realismo  franco  de  que  éste  alardeaba  dentro  de 
justos  límites,  y  la  fisonomía  de  aquellos  híroes  mdos 
y  andrajosos,  eran  más  para  herir  á  la  rutin;i  que  íi  la 
curiosidad,  principalmente  por  no  ser  cosa  de  allende 
los  Pirineos.  Cuando  Pereda  hacía  insertar,  seis  años 
mils  tarde,  sus  típicos  bocetos  en  la  Resista  de  España 
(La  mujíT  (¡ei César,  Las  Brujas,  elc.l,  eran  contadísi- 
mos  los  que  conocían  su  nombre,  aun  entre  la  ^ente 
de  letras.  Y  no  obstante,  en  concepto  de  un  juw  tan 
irrecusable  como  Meníndez  Pelnyo,  nada  ha  producido 
el  autor  que  supere  &  La  leva,  que  figura  ya,  con  otros 
diamantes  de  exquisito  viilor,  en  aquella  obra  íRnora- 
da.  En  La  leva  es  donde  por  primera  vez  hacemos  co- 
nocimiento con  Tremontorio,  esa  soberbia  figura  ar- 
tística que  hubiera  envidiado  Shakspeare,  Rin  asido 
al  tcrrufio  de  la  mar  como  la  oscm  á  Li  peña,  y  en 
cuyo  entrecortado,  enérgico  y  pecuüarísimo  lenguaje 
se  adivina  toda  una  raza.  Cuantas  veces  le  ha  hecho 
hablar  el  novelista  (porque  vuelve  í\  aparecer  en  obra.s 
posteriores),  otras  tantas  creemos  estar  frente  &  un 
hombre  de  carne  y  hueso,  costando  no  escasa  violen- 
cia cl  disipar  la  ilusión.  Bien  que  del  todo  no  lo  es,  ni 
cabe  que  en  una  ú  otra  forma  dejara  de  existir  el  viejo 
y  honradote  marino  que  tanto  nos  conmueve  y  enra- 
rifia.  Como  en  el  gríncro  de  La  ¡wa  ha  escrito  despufe 
el  autor  mucho  y  muy  bueno,  interrumpo  la  tarca  para 


*    Sc  tian  laiprt«> en  la  «UcMo  conrpleM  de  mii  0>nw.  La  t^suulaHrkil 
tan  OíotM  \a.\\b  il  IBC  en  1:871  ctm  vi  iiiula  de  Tfpo»  tryolufA. 


BK  EL  Sir.LO    XIX  517 

copiar  unu  parte  de)  prólugü  de  Mcnéndcz  Pcluyo,  en 
que  ¿stf  encomia  otra.s  tentativas  juveniles  de  su  g)i>- 
riosu  paisano. 

"Más  serenos  y  apacibles,  menos  trágicos  y  apasio- 
nados son  los  cuadros  rurales,  en  cuya  riquísima  serie 
descuellan  dos  verdaderas  novel;is  i)rimorosas  y  acaba- 
das aunque  de  cortas  dimensiones:  Situm  citiqun  y 
Blasones  y  talegas.  Entre  los  más  breves  no  se  sabe 
ouúl  esct^er,  porque  totlo  es  oro  acendrado  y  de  ley; 
yo  pongo  delante  de  todos  Zm  Rohta,  Et  ifia  4  de  Ottu- 
bre  y  Al  amor  de  los  iiaones,"  "Entre  la  publicación 
de  tos  dos  series  de  Escenas  tuoftíafíesas —conimúa.  el 
prologuista— mediaron  muchos  aftos.  Todavía  pasaron 
mAs  antes  que  Pereda  se  decidiese  ñ  abandonar  sus 
jándalos,  sus  mayorazgos  y  sus  raqueros,  y  ñ  ensíuichar 
el  nuHo  de  sus  empresas  imaginando  fábulas  de  mayor 
complicación  y  cuadros  m^  amplios.  Hizo  entretanto 
algunos  Snsoyos  (fra»i4iíi-os  (verdaderos  cuadros  de 
costumbres  en  diálogo  y  en  verso),  los  cuales  andan 
coleccionados  en  un  libro  ya  rarísimo;  y  pura  pro* 
bur  sus  fucruis  en  trabajo  de  más  empeño,  compuso 
los  tres  narraciones  que  llenan  el  volumen  de  los  Bo- 
íríos  al  iftiip/e  '.  AlU  aparecitV  por  segunda  vez  la  pin- 
toresca, ingeniosísima  y  mordicante  novela  de  costum- 
bres políticas.  Los  hombres  de  pro,  preludio  de  Do/t 
GoMsolü  y  glorioso  trofeo  de  la  única  campjifln  electoral 
y  de  la  única  aventura  política  de  Pereda.  Publicada 
esta  novela  en  día  de  tremenda  crisis  y  de  exacerba- 
ción de  los  ánimos,  y  escrita,  no  ciertamente  con  par- 
cial injusticia,  pero  si  con  calor  generoso  y  comunica- 
tivo b:ista  en  los  durísimos  at^iqucs  que  encierra  con- 
tra el  sistema  parlamentario,  aparecía  en  su  primera 
edición  un  tanto  sobrecargada  de  reflexiones,  en  que 
el  autor,  contra  su  costumbre,  se  dejaba  ir  á  hablar 
por  cuenta  propia  como  en  libro  ó  folleto  de  propa- 


M»4tia,  UTt. 


518  LA  LITERATURA  SSPA^OUA 

j^nda...  Se  dirá  que  In  novein  sif^ic  siendo  política  y 
que  esto  la  üaíia;  pero  aunque  sea  cierto  que  Uis  ideas 
políticas  salen  de  los  límites  del  arte,  équl4?n  duda  que 
las  extravagancias  y  ridiculeces  de  la  vida  pública 
caen,  como  todas  las  demAs  rarezas  humaníis,  bajo  la 
jurisdicción  del  sjiiirico  y  del  pintor  de  costumbres? 
¿Por  qué  no  ha  de  describirse  una  escena  de  club  <>  de 
comicios  electorales  como  se  describe  una  escena  de  ta- 
berna <S  de  mercado?" 

Conforme  con  este  juicio  de  Menéndez  Pelnyo  sobre 
Los  h(mU>rís  de  pro,  y  antes  de  entrar  en  la  que  él 
llama  segunda  época  del  frran  escritor  monraflés,  men- 
cionaré la  brc\-c  colección  de  Tipos  trattshuniauíes  •; 
donde  Pereda  fotografió  Uis  htrtcrogíncas  fisonomías 
de  la  colonia  de  tontos  y  desocupados  que  frccucrnt:in 
periódicamente,  y  con  muy  distintos  fines,  su  provin- 
cia, desde  el  zafio  campesino  y  el  barbero  ilustrado, 
hasta  los  aristócratas  de  similor  y  las  cursis  damiselas. 

Poco  tanlaíxm  en  salir  del  telar  /ti  hury  SHe¡to.„  y 
Don  Gonzalo  OottzáUz  de  la  Gonsalcra  ',  libro  aqtlél 
que  desentona  por  muchas  cauwis  en  el  repertorio  del 
autor,  al  paso  que  el  otro  es  de  lo  mds  auténdcAmcn- 
tc  realista,  de  lo  mejor  pensado  y  esnito  que  hay  en 
nuestra  literatura  contemporánea,.  Ei  bmy  siivl/o,  de 
asunto  trascendental  y  \idrioso,  como  que  reprodu- 
ce hasta  los  últimos  pormenores  de  la  vida  del  solterón 
epoista  amigo  de  los  placeres  y  no  de  las  carfpis  del 
matrimonio  legal  y  como  Dios  ordena,  descubre  en  la 
ejecución  lo  errado  del  camino  que  en  mal  hora  esco- 
gió el  novelista  privado  de  sus  habitualc^í  recursos, 
del  aire  de  la  montada,  donde  tínicamente  respira  con 
holgura;  del  colorido  y  los  aromas  del  paisaje;  del 
mundo  real  cuyas  imágenes  llenan  hatnpadoras  su  f:m- 
tasfa.  Lanzándose  repentinamente  á  otro  ideal  y  al 


*    SMUMlcr.  1077. 
■   Madrid,  l87ll-tM% 


EK  EL  SICIX)  XIX  519 

tMCto,  cuyos  misterios  le  eran  desconocidos,  la  c:iida 
fue  irremisible;  Uw  personajes,  &  fuerza  de  exagenicio- 
nes  y  grotescas  pinceladas,  se  le  convinieron  en  cari- 
caturas;  la  acción  resaltó  pobre  y  tin  poco  repii£:nante. 
GetIcÓn,  Sólita,  Judas,  Caifas,  Herodcs.  etc.,  son  fiífurai 
inertes  y  simbólicas  con  un  simbolismo  iriviiil  que  no 
convence  ni  interesa.  En  cuanto  al  pensamiento  gene- 
rador y  la  Intención  moral  de  la  novela,  sólo  me  atre- 
veré &  decir  que  uno  y  otra  debieron  velarse  alg^n 
tanto,  y  asi  serían  míls  sobria  la  descripción  de  ciertas 
hediondeces  y  mejor  preparado  el  desenlace.  £/  buey 
suelto,  con  codas  sus  deñciencias  y  sin  contar  los  pri- 
mores de  dicción,  contiene  pasajes  llenos  de  tis  cómica, 
y  está  escrito  por  un  maestro  que  no  se  desmiente  á  si 
propio  en  sus  mayores  extravíos. 

El  DoH  Con::it¡o  le  restituye  A  su  natural  elemento;  y 
aunque  sa  visible  tendencia  HmnrK;ó  á  muchos  directa  ó 
indircct;imente  aludidos,  hubieron  de  desarmar  A  la  cri- 
tica aquella  serie  inacabable  de  descripciones  sin  uicha, 
de  sercíi-iípicos  y  esculturales,  y  aquella  acabada  pcrfcc- 
cióo  en  cl  conjunto  y  los  componentes.  D.  Román,  el 
patriarca  de  aldea,  encarnación  de  las  virtudes  tradi- 
cionales, del  espíritu  amplio  y  ¡generoso,  que  para  todos 
da  y  á  todos  atiende;  Don  Gonzalo,  el  pednntón  insu- 
frible, mezquino,  incapaz  hasta  de  lo  malo,  siempre  que 
no  es  trivial  y  supone  alg:unos  alcances,  con  más  torpe- 
zas en  cl  cniendimiento  y  cl  corazón  que  oro  en  lus 
repletas  arcas;  Don  Lope,  carácíer  excepcional  y  gigan- 
tesco, nu  absurdo  ni  inverosímil  siquiera,  como  podría 
haberlo  sido  en  manos  inh/ibiles;  Patricio  Ri^íüelta,  el 
intrigante  pHleto,  cuya  astucia  serpentina  suple  con  cre- 
ces los  ardides  retóricos  de  la  erudición  allc|;adiza  y 
verbosa;  Gorio,  Carpió,  Lucas...,  todos  son  reproduc- 
ciones del  natural,  coloridas  con  el  pincel  de  X'elázquez. 
\jx.  farsa  política  en  su  vergonzosa  desnudez,  sin  los 
engalladores  trapos  de  púrpura  que  suelen  encubrirla, 
nunca  fue  ¡i/otuda  con  t:in  implacable  crueldad,  ni  bra- 


5Q0  LA  LltSRATtntA  BSPAÍÍOI^ 

MK  míLs  hcrciilcoí*  empuñaron  el  látigo  de  Jurenal  y  de 
Quex'edo.  Bien  conocia  Pereda  la  historia  de  Coteruco, 
cuyos  elementos  imaginarios  debieron  de  reducirse  li 
un  simple  trueque  de  nomlires. 

De  la  rei'íproca  dependencia  de  acontecimientos  nace 
además  un  interés  creciente  y  vivísimo:  salvo  la  nota 
línal,  que  no  satisface  del  todo,  las  mus  cercanas  A  ella 
forman  una  sinfoniíi  aterradora  que  raya  en  lo  sublime. 
Los  hilos  de  la  narración  se  unen  mAs  eslTechamcme 
que  en  otras  obras  de  Pereda,  y  es  bien  extraño  que  na_ 
lo  aUvirüesen  los  que  hnllan  defectuoso  en  esta 
el  Oon  c:ou!:a¡o.  donde  apenas  sc  rompe  la  unidad  de 
pu(i5  de  b  exposición,  sin  que  por  eso  falte  d  los  episo- 
dios la  magia  del  pincel,  tan  insuperable,  por  ejemplo, 
en  los  diálogos  de  Carpió  y  Gorio,  pora  no  ciiar  ca| 
tulos  enteros  de  la  novela. 

F.n  la  que  siguió  inmediatamente  ít  Don  Gonzalo 
Gon^dles  de  la  GoHsalcra  con  el  título  Dr  tal  palo  tai 
astilla  ',  tuvo  el  autor  el  honrado  propósito  (indudable 
si  se  atiende  á  las  circunstancias  en  que  se  esrdbió)  de 
neutralizar  el  escándalo  producido  en  España  por  la 
Gloria  de  Pire?:  Galdós,  No  es  connatural  A  Pereda 
el  géneni  que  ensayaba  por  primera  vez  franca  y  des- 
embo7.adamentc;  pero  sin  salirse  de  los  dominios  del 
arte  con  la  descarada  libertad  de  su  rival,  arrebatán- 
dole los  datos  del  problema,  que  igualmente  planteaban 
los  dos.  aunque  con  contrallas  tendencias,  vistiendo 
galas  pictdricas  las  arideces  trascendentales,  logró 
ceder  A  Galdós,  digan  lo  que  quieran  los  panegirisií 
sistemáticos.  La  concesión  que  A  los  adversarios  Iwcc 
Galdós  en  la  familia  de  los  Lantigua  ¿a  muy  infertor 
en  generosidad  á  la  de  los  PefiaiTUbia  en  Pereda;  y  sin 
discutir  la  verosimilitud  de  estos  Últimos  personajes, 
cualquiera  ve  que  el  carácter  de  Pcmando  entra  en  ella 


«  w&dríJ.  tm. 


Kx  n.  SIGLO  XIX  52t 

amcho  mejor  que  el  üel  judío  Daniel,  y  que  todos  co- 
nocemos ejemplares  como  el  primero,  mientras  el  sc- 
f^indo  es  rarísimo  sobru  todu  pondcraciún,  para  no  de- 
cir cnsuefto  quimérico  de  la  Fnntiisí».  Y  si  Águeda  es  la 
virtud  desabrida  (no  lo  nejuraré  del  todo),  ¿qut5  diremos 
de  la  pedantería  y  las  locuras  de  Gloria?  TOnjíiisc,  ade- 
más, bien  entendido  que  en  Pereda  es  yerro  accidcotnl 
lo  que  en  Galdós  necesidad  forzosa,  dadas  la  manera  de 
ser  y  las  condiciones  de  su  hcroínií. 

Lo  que  justamenic  se  ha  ccn<>urado  en  la  novela  ul- 
tratnoittnna  es  la  solucióa  del  conflicto,  que  viene  d 
desvirtuar  la  tesis  del  autor  y  casi  resulta  contrapro- 
ducente. El  suicidio  de  Fernando,  aunque  se  considere 
como  tremendo  castigo  de  la  Providencia,  produce 
en  el  ánimo  una  impresiún  desagradable,  y  tiene  un  as- 
pecto de  violencia,  que  hubieran  podido  evitarse  con 
íadlidad.  A  quien  no  conociese  las  arraigadas  y  puras 
creencias  religiosas  del  insí^e  novelista,  quizd  1c  ha- 
rte sospechjir  algo  de  transsicción  con  el  enemigo  esto 
golpe  desesperado  y  de  ¡stilvese  el  que  puataf  Cierto 
que  la  obcecacÍ<)n  de  Fernando  nada  lienc  que  ver  con 
1»  credibilidad  de  la  fe;  j^ero  no  faltO  quien  insinuara 
que  Pereda  había  querido  salir  del  atolladero  cortan- 
do el  nudo  en  vez  de  dcsittJirlo. 

Para  Macabco,  para  las  pinturas  de  X'oldccines  y 
Pcrojales,  en  que  sólo  el  autor  sube  excederse  á  si  mis- 
mo, no  puede  haber  más  que  alabanzas.  En  no  abando- 
nando <^1  la  tierm  montañesa  tiene  que  agradar  íorEo- 
samcnte;  porque  la  %nbracii3n  del  sonido  entonces  no 
tanl»  parece  suya  cuanto  inspirada  por  algún  numen 
superior  que  de^di-  el  inmediato  valle  ha  tendido  el 
vuelo  sobre  su  cabeza. 

Ignoro  si  Pereda  quiso  rt  no  quiso  contesuir;  pero 
contestó,  y  cun  tunden  temen  te.  en  El  ^^alior  de  la  tic- 
TTHcn  '  á  los  que  le  acusaban  de  seco,  frío  t  incapaz 


t  MBdrtd.  im¿ 


522  LA  t-itEKATuaA  espaRola 

de  hacer  mentir  las  ternuras  y  enloquecimientos  del 
amor,  dcmostrundoque  le  eran  tao  conocidos  los  sccre* 
tos  y  el  idioma  del  alma  como  el  mudo  y  silencioso 
de  líi  niituraleza  extema,  que  lo  mismo  sabe  herir  las 
fibras  más  sutiles  y  delicadas  del  sentimiento,  que  re- 
tratar los  contornos  y  el  colorido  del  paisaje.  Y  sin  ne- 
ce^dad  de  recurrir  á.  los  rctinamitintos  que  la  cultura 
añade  á  las  pasiones,  antes  bien  sorprcndi^^ndolas  <-n 
sus  gérmenes  y  en  su  manifestación  espontánea,  nos  las 
presenta  vivas,  palpitantes,  en  su  virgen  ó  idílica  puré* 
za,  con  )ii  cncimtadom  sencillez,  patrtmctniu  de  lus  lite- 
ratunis  primitivas,  <omo  un  nuevo  Virgilio,  ó  más  bien 
como  un  Teúcrito  resuciuido.  Cuando  parecía  sepulta- 
da en  el  olvido  la  poesta  bucólica,  t^l  le  infundió  nuevo 
y  vital  aliento,  despojándola  del  artificio  cortesano  para 
volverla  .1  su  nativa  rusticidad  sin  afeites  postizos  y 
compostunus  de  mal  gusto. 

Copias  fifi  uatural  intituló  Pereda  d  su  liliro,  y  en 
esta  denominación  exact{s!ma  va  incluido  su  mayor 
dogio.  Rl  cielo  inmenso  y  la  dilatada  llanura  «ton  los 
grandes  testigos  y  espectadores  de  las  esc-enas  que  se 
desenvuelven  en  las  páginas  de  El  esceMario,  A  niúiio 
de  sinfonía,  Vtia  {iesfioja.  etc..  etc.  En  cuanto  A  los 
actores  del  drama,  no  se  s:ibe  donde  escoger;  pero  ti- 
pos como  D.  Juan  y  D.  Pedro,  y  bclle;!as  como  Ana  y 
María,  podemos  encontrarlos  fácilmente  en  las  ol>ras 
anteriores  del  novelista;  lo  característico  en  £(  aabordc 
¡a  tierruca  son  los  amoríos  de  Nisco  y  Catalina,  aun- 
que parezcan  alas  veces  de  secundaria  importancia.  Yo 
brindo  á  todos  á  que  le;m  la  Efí¡oga  entre  los  dos  re- 
ñidos amantes,  y  decidan  si  es  posible  expresar  con 
más  variedad  y  delicadeza  de  toques  la  caricia  blanda  y 
el  halago,  miü  encubierto  por  las  reprensiones,  con  que 
el  amor  Terdadero  corresponde  á  la  fría  puflaluila  del 
desdén.  j\l  escuchar  el  soberbio  diálogo  de  Vun  dt'íhoja; 
al  ver  á  Nisco,  curado  ya  por  la  decepción  más  ami 
caer  ensangrentado  en  los  brazos  de  Catalina, 


rante  de  dolor  >'  de  carlAo,  parece  mezquina  toda  ad- 
miración hacia  eí  gran  artista  que  asf  sabe  hacer  sen- 
tir, levanutndo  el  lenguaje  rustico  A  la  esferade  lamas 
alta  sublimidad. 

De  los  encuentros  entre  D.  Juan  de  Prezancs  y  don 
Pedro  Mortora  surgen  dos  reiratos  de  cuerpo  entero; 
en  aquíl  vemos  moverse  la  red  nerviosa,  agitada  de 
continuo  por  la  corriente  elóctrica  de  la  pasión.  D.  Pe- 
dro recuerda  involuntariamente  al  noble  Pérez  de  la 
Ltosta-  Ambos  demuestnin  maestría  suma  en  el  empleo 
del  claro-oscuro,  y  que  no  es  el  autor  como  tamos  otros 
de  los  que  dividen  A  los  hombres  en  dos  categorías  úni- 
cas, de  hC-rocs  y  de  criminales. 

¡Y  D.  Valentía!  Cervantes  mismo  no  se  habría  des- 
deñado de  ser  el  padre  de  este  nuevo  Quijote,  amarte- 
lado de  ideales  no  menos  abstractos  que  doña  Dulcinea 
y  herido  por  los  yangüeses  de  Cumbralcs  como  el  hi- 
dalgo de  la  \fnnchn.  La  ^tríoteria  Cándida.  buUan^e- 
ra  y  progresista  no  ha  tenido  una  representación  tan 
cahsil:  ahí  están  el  enmohecido  sable  de  Luchfina.  el  ca- 
saquín  v  el  chaleco  a2ul,  la  tez  arrugada,  los  verdosos 
ojos  y  el  M^ote  de  pábilos.  Cuiindo  sale  li  la  escena  esta 
singularísima  figura,  es  imposible  contener  la  carcajada. 
[Pobre  admirador  de  D.  Baldomcro,  machacando  como 
en  un  yunque  en  el  egoísmo  del  hijo  que  no  se  siente 
inllamadü  al  recordar  su  nombre  de  pila!  ¡Y  sus  fil(pi' 
ras  al  bueno  de  Juanguirle,  el  alcalde,  explicando  las 
leona*:  del  do  ttt  dcf,  de  la  libertad  santa  y  los  derechos 
individuales!  Pereda  no  abandona  &  D.  Valentín  asi 
como  quiertí,  ni  le  h:irc  la  gracia  do  restituirle  comple- 
tamente el  juicio  iti  uriiciiio  mnríis;  le  maui  de  la  ma- 
nera más  cómica,  absotpiíndole  como  historiador  con 
unas  cuantas  frases  de  lAstima,  que  son  la  última  y  ma- 
gistral pincelada  de  este  cuadro. 

Sería  cosa  de  nunca  acabar  si  se  quisiese  reducir  it 
minucioso  y  concreto  análisis  lo  que  hay  de  sorpren- 
dentemente bello  en  £J  sabor  át  la  Uerrttca,  que,  si  no 


!^  LA  UTlíKArURA   BSTaROLA 

«s  la  llor  miis  pura  del  ing'cnio  de  Pcrcila,  como  dijo 
Pérez  Caldos  cuando  utin  no  existía  5íi//7rjfl,  basta  para 
honrar  por  si  sola  á  un  autor  y  A  una  literatura. 

En  Pctiro  Sditches  '  hace  I*ereda  una  excursión  fue- 
ra de  la  montana,  como  si  quisiese  avisarnos  que  no  ne- 
cesitaba de  ella  para  ser  quien  es.  ó  quizrl  por  huir  de 
la  monotonía,  pecado  de  que  en  verdad  no  debía  arre- 
l>eniirse,  porque  en  su  vida  lo  comctiri.  El  protaKonisla 
casi  pertenece  &  la  historia;  quiero  decir  que  no  es  ri- 
gurosamente contemporáneo,  y  que  personiGca  una 
España  de  que  apenas  queda  ya  memoria:  la  Es(Xifta 
<lcl  afio  54,  de  las  áiMecncias  pctutistdareíi  y  los  telé- 
Ktaíos  Ópticos,  de  la  milicia  nacional,  el  fanatismo  es- 
parterism  y  los  motines  minúsculos  (en  comparación 
con  los  qire  después  hemos  presenciado).  Bn  la  nutübit>- 
grafía,  cómica  y  elegiaca  á  la  vez  de  Pedro  Sánchez, 
asistimos  á  las  heroicas  luchas  del  provinciano  incxiier- 
lo  que  llega  íl  la  corte  sin  más'  protección  que  la  pro- 
blem.Hica  de  un  personaje  hinchado  por  la  vanidad,  Ex- 
plot:tr  las  columnas  de)  periódico,  echar  teña  A  la  ho- 
guera de  la  anarquía,  eafniscai-se  en  tumultos  de  barri- 
cada y  en  la  política  de  campanario,  son  los  resortes 
que  valen  li  Pedro  Sjlnchez  una  credencial  de  íjobema- 
dor  y  la  blanca  mano  üe  una  hija  del  mismísimo  Valca- 
zuela,  de  aquel  semidiós  por  quien  había  sido  rechazado 
en  otros  t¡empi>s.  Del  infelicísimo  matrimonio  con  la 
mujer  sodada,  y  de  la  fortuna  de  estar  en  candelero,  no 
saca  otro  fruto  el  experiodista  montanas  que  acerbas 
ilusiones  y  una  herida  en  su  honor  conyugal,  tenazmen- 
te lijM  en  la  memoria  y  cicíitrizada  íl  duras  penas  por  el 
díctamo  de  los  aflos. 

Sin  duda  la  dramática  biografía  de  Pedro  Sánchez 
cala  mAs  hondo  en  ct  espíritu,  evoca  recuerdos  más 
vi\-os  y  íamiliares,  y  ejerce  más  intensa  atracción  sobre 
la  ffeneralidad  du  los  lectores  que  las  pinturas  rurales 


>    HAdfid,  tfiW. 


XK  BL  StCUI  XIX 


52íi 


y  costcflns  del  soliinrio  de  Polanco,  pero  no  reproduce 
Un  Tígorosamcntc  la  personalidad  del  autor,  ni  conser- 
va tan  puro  el  aire  de  fumilíji.  Votur  por  la  superiori- 
úñd  de  la  (p-andiosit  novela  cortesana  de  Pereda  sobre 
todas  las  restantes  equivale  i.  confundir  nucirá  impre- 
sidn  subjetiva  con  el  objeto  que  la  produce.  Conste,  sin 
embargo,  que,  A  juzgar  por  la  primera,  destrabada  del 
escrupuloso  raciocinio,  no  despojari't  yo  á  Pedro  Sáu- 
ches  del  cetro  y  la  corona  que  le  ha  otorgado  Emilia 
Pardo  Baziin. 

Todavía  resultaba  l^ereda  deudor  insolvente  ccm  el 
público  mientras  no  le  entregú  la  ansiada  íioffír^a  ', 
donde  era  fama  que  el  autor  había  de  ag^otar  I:is  fuer- 
xas  de  su  inírenio,  no  conocido  del  todo  por  las  obras 
anteriores.  Despu<^s  de  pinmr  tantas  veces  y  con  tan 
inimitable  perfección  la  vida  y  las  costumbres  del  cam- 
po, s<>Io  de  ligero  había  tocado  enl:is  marítimas,  crean- 
do alanos  seres  como  Tremontoria,  que  estaban  pi- 
diendí»  comjvinía.  ¡V  qué  buena  se  la  deparó  su  padre! 
Sotilesa  es  un  proi,ligio  continuado  desde  la  primera  lí- 
nea hasta  la  última;  podría  tenerse  como  fórmula  y  pro- 
grama de  un  nuevo  arte  de  tiacer  novelas  si  el  ^utor  no 
se  hubiese  reservado  el  secreto  y  la  propiedad  exclusi- 
va. Pcredií  se  encargó  de  enscftar  á  los  que  nu  lo  síiben 
y  presumen  Siibcrlo  rurtl  es  el  natunilismo  de  vcrdjid,  y 
en  quií  se  distingue  del  ficticio  y  de  copia,  ostentando 
en  RUS  mismas  audacias  censurables  {que  las  ticnel  los 
rasgas  de  una  indi  vid  u:üidad  poderosa,  por  tos  que  ni  d 
los  ciegos  debe  permitírseles  meninr  el  nombre  de  imi- 
tación. 

Casi  se  obscurece  la  figura  de  Sotlleza  entre  tantas 
y  can  soberbias  como  le  hacen  cortejo  en  los  primeros 
capítulos  de  la  novela;  pero  no  tarda  en  asormir  su  com- 
plejo y  sutilísimo  carácter,  igual  A  los  mejores  de 
Sthendal  y  Balxac.  Las  conferencias  del  Pde  Poíiiiar 

t    MMtHJ,UB5.    ' 


596  LA  LtTERATUBA  BSPAfSOtJ^ 

con  I»  rminiiclH  ele  cafres  que  le  escuch»n,  descubren  i 
un  ani-Hta  nada  asutíUidizo,  aunque  luego  vienen  cosas 
más  sucias  y  más  g^ravcs,  sin  causar  asco  ni  a)  que  las 
dice  ni  A  los  que  las  leemos.  Entre  estas  cosas  contaré 
il  Muergo,  la  bestia  humanal,  como  dirían  los  discípulos 
de  Zola;  pedazo  de  cíirne  bauiiz:ida,  pinni  usjir  del  len- 
gtiaje  corriente;  zafio,  grosero,  embrutecido,  sin  mas 
indicio  de  ser  animado  que  el  movimiento:  pcrsona|e, 
CD  fin,  de  los  que  no  pueden  entrar  en  ninguna  novela 
idealista  y  de  buen  tono.  Lo  estupendo  es  ver  cómo  Pe- 
reda locrra  hacerle  interesante;  cómo  en  tan  nbyectA 
criatura,  y  sin  contradecirse  á  si  mismo,  halla  nobles 
y  humanos  instintos;  oimo  acierta  á  transformarle 
con  el  contacto  de  la  luz  que  irradia  de  liis  palabras  y 
del  cariño  de  Sutileza.  Este  cartflo,  que  parece  absurdo 
I?  incomprensible,  es  de  lo  más  artístico  y  hermosamen- 
te ideado  que  ocurre  en  el  libro,  aunque  do  le  faltan  sus 
lunares,  como  el  brutiil  atrevimiento  de  Muerg-o,  que 
reprime  Sotileza  con  la  vara. 

En  Andrés  yeo  yo  el  punto  menos  luminoso  de  la  no- 
yela:  su  pasión  por  bi  hermosa  caHealtcra  ofrece  algo 
de  irreflexivo  y  caprichoso  atolondramiento,  y  toda  su 
naturaleza  mornl  un  tinte  de  vaguedad  que  no  guarda 
relación  con  el  asombroso  relieve  y  la  intensa  vida  de 
ctmnto  hace  y  dice  Cleto  en  sus  hervores  amorosos, 
cuyo  premio  es  el  anhelado  sí  de  Sotile?^.  Y  no  es  que 
esté  mal  delineado  el  tipo  de  Andrés,  sino  que  desento- 
na en  el  eunjuniu.  asf  como  en  otras  circtmstancias  hu- 
biese tenido  oportunidad,  y  consiguientemente  mayor 
grado  de  belleza. 

Tío  Mochelin  y  consorte,  ni  m.1s  ni  monos  que  Ixs 
hembnis  de  Mocejón,  encuentran  allí  su  ambiente  pro- 
pío;  y  asi  las  Iniallas  al  airo  libre,  como  el  encerra- 
miento de  Sotileza,  dan  lugar  d  un  movimiento  tan  dra- 
mático, que  deja  suspensa  la  atención  y  poblada  la 
faniasia  de  imágenes  y  adivinaciones.  Ese  es  el  ane 
verdadero,  ésa  Ui  vida,  ésa  la  confusión  del  bien  y  el 


BX  81.  SICU>  XIX 

mal  que  en  ella  t-xi&tc,  no  con  los  celajes  risuefios  ni  con 
la  sombria  desesperación,  en  que  respectivamente  suc- 
Aim  la  optimista  candidez  y  el  pesimismo  sistemiUico. 
No  pertenecen  loshírocs  de  Pereda  ni  rt  Ui  Arcadia  sen- 
timental de  los  poctiis  bacülicos,  ni  al  aquelarre  donde 
se  hunde  la  novela  determinista  y  fisiológrica;  son  peda- 
zos de  lii  realidad  que  la  retratan  en  sus  ínBnitiis  mimi- 
festaciones,  y  sin  el  exclusivismo  de  los  que  sólo  ven  lo 
deforme  6  lo  bello,  por  suprimir  lo  que  les  ofende,  lo  que 
i:onlraría  sus  preocupaciones. 

Si  Pereda  no  hubiese  tenido  Wen  sentada  su  reputa- 
ción de  observador  delicadísimo  é  incomparable,  basta- 
ría ii  Kiimirsííl''*  Solilesa;  tal  es  de  jugoso,  vivaz  y  pjil- 
picanio  su  modo  de  describir,  y  tal  de  honda  y  difiííl  el 
análisis  Intimo  del  alma  con  su»  misteriosos  senos  y 
recónditas  energías.  I-os  horizontes  y  el  fondo  de  estos 
nuevos  cuadros  en  nada  ceden  á  los  de  Ooh  Gonzalo  y 
El  sabor  de  ¡a  tierruca;  mutuamente  se  completan  y 
juntos  resumen  los  múltiples  y  pintorescos  aspectos  de 
la  montafVa.  Viendo  el  novelista  lo  que  vale  Sotiicsa 
como  copia,  casi  se  muestra  desdeñoso  ron  los  profanos 
que  no  hayiui  conocido  la  vida  del  antiguo  mareante  de 
Santander,  y  los  cabildos  de  raarnis,  en  lo  que  no  está 
completamente  falto  de  niz<>n.  Mus  pura  entrar  en  el 
pernio  de  los  lectores  y  admir^ores  se  requiere  mucho 
mcnus,  y  lo  mismo  para  sjiber  que  no  es  de  todos  A/m- 
c/tíir  f>t-rrofi  de  esta  caUutura.  Pues  quO,  ^no  basta  el 
instinto  de  lo  bueno  para  saborear  esta  narración  entre 
homérica  y  shalcspiriima,  y  para  ver  que  no  puede  ser 
fulgida,  y  que  no  da  frutos  tan  sazurnidos  el  convencio- 
nalismo rctc^ricM?  f  I>cjaríl  de  ser  pocmit  de  exquisito 
vtdor  estc^tico  el  que  contemplamos  con  los  ojos  del 
alma,  i^  mudarAn  de  esencia  los  elementos  que  lo  com- 
ponen, porque  se  desconozcan  los  prolotipift  ií  que  hubo 
de  conformarse  el  Rnm  artifíce? 

Si  todo  es  pt-rfecto  y  atiabado  en  Sotiiesa,  no  sé 
cómo  hemos  de  calificar  diffnamen le  loque  constituye 


508  LA  LrTESAnntA  kspaÍíoui 

su  mérito  mAs  conístante:  el  estilo  y  la  diceii'>n.  Verdad 
que  siempre  fue  Pereda  en  este  punto  babllfsuno  maes- 
tro, ú  quien  deben  mucho  míls  de  lo  que  se  cree  la 
novela  y  los  novelistas  contemporíineos,  segain  ya  ad- 
virtió una  autoridad  de  tanto  peso  c-omo  Pérez  Galddo. 
La  propiedad,  viifor  y  nobleza  del  diálogo  eran  cosa 
dc<»:onocida  entre  nosotros  antes  de  Pereda,  y  ora 
se  sustituían  con  el  altisonante  discreteo  de  Acade- 
mia, ora  con  la  vulgaridad  pedestre,  grosera  y  cruda- 
mente fotográfica,  que  los  merodeadores  literarios  lla- 
man naturalidad  y  exactitud.  FáciJ  es  condenar  los  dos 
extremos  y  hablar  teóricamente  sobre  el  medio  justo 
y  equidistante  de  entrambos;  pero  reducir  A  la  prAc- 
cica  este  aforí.^mo,  hacer  hablar  A  cada  personaje  con- 
forme á  sus  antecedentes  y  á  lo  que  piden  las  circuns- 
tancias, supone  una  aptitud  rarísima,  una  discreción 
y  un  tino  que  no  dan  todos  \oñ  preceptos  del  mundo. 
El  conse$^uirlo  »in  modelos  ni  predecesores,  y  sin  má& 
guia,  que  trl  instinto  sccuro  y  practico,  como  lo  consi- 
guiú  Pereda,  es  una  de  las  cosas  que  demuestran  la. 
vocación  altísima  y  el  genio  creador.  Nada  sobra  nt 
falta  en  este  lenguaje,  que  es  siempre  el  más  apasio- 
nado, el  más  exacto  y  filosófico,  que  reproduce  los 
caprichosos  cambios  y  la  sencillez  ruda  de  In  fnLsc 
popular,  y  en  ella  traduce  los  infinitos  tonos  de  la  paslúa 
y  el  sentimiento. 

Pedro  Sdiuhes  y  Sottlesa  ciñeron  las  sienes  de  su 
padre  con  aureola  radiante  de  esplendores,  ante  los 
que  cegó  la  envidia  avergonzada,  con  ílnimo  de  tomar 
el  desquite  en  la  primera  coyuntura,  y  lo  tomó  con 
uinuí  mayor  delectación  cuanto  que  La  AíotiídtveM ' 
enfrascaba  A  Pcieda  en  un  mundo  desconocido,  ron 
escollos  como  los  del  Cantábrico,  de  verdosas  v  pro- 
fundas aguas,  tendidas  sobre  un  lecho  misterioso  cu- 
yos secretos  no  era  fácil  adivinar.  Aspiraba  el  atister o 


■  u>afij.  un 


en  EL  SIGLO  xíx  32*} 

y  nervioso  castellano  de  Polanco  6,  fla|felar  desde  su 
retiro  los  vicios  de  -la  sociedad  cortestuui  en  su  clase 
más  pudiente  y  prcstifíiosa,  A  rayar  con  el  negro  tizén 
de  Ui  sátira  los  cuarteles  de  Ioe  blasones  aristocrrt ticos; 
preparó  su  caja  de  colores,  mojó  en  ellos  su  pincel, 
pero...  no  tenia  delante  ios  modelos  vivos  de  otras  ve- 
ces; la  imag-inacion  sólo  se  los  presentaba  cn\"ucltos  en 
la  bnimo<»i  lejanía  de  las  ^neralizoc iones  abstractos, 
7  al  bosquejar  las  li^:tiras  no  tomaban  la  encamación 
incíLintc  y  fresca  de  las  de  su  autor.  La  M^nfíílvfs  se 
escribió  con  arreglo  á  apuntes  de  cartera,  y  llenando 
por  esfuerzo  iKismoso  de  intuición  lo  que  en  ellos  no 
constaba,  aunqUL-,  así  y  lotlo,  no  valían  tanto  lus  peri- 
follos de  la  opulenta  dama  como  la  vefciimenta  humil- 
dísima del  Piír  Poiinar.  6  los  andrajos  de  Muergo,  ni 
como  el  mediocre  avío  burguds  de  Pedro  Síinchez. 

¡Cosa  cxtrafln!  Los  mismos  que  con  tenacidad  ha- 
Man  aconsejado  A  Pereda  que  dilatase  el  campo  de  lu 
observación,  fueron  los  primeros  en  aplicar  el  lente 
microscópico  y  el  espejo  multiplicador  de  doce  canis 
á  los  lunares  de  La  Afonttífvts.  (Cómo  demostrar  más 
elocuentemente  que  aquellas  manifestaciones  no  enm 
dcsiniere«cidas  ó  cuando  menos  que  no  eran  ra:comi- 
bles  ni  discret;is?  ¿A  qué  encarrUiu"  el  numen  creador 
del  artista  por  derroteros  caprichosos?  ¿A  qué  pres- 
cribirle receuis  y  leyes  contrarias  ;i  su  Índole  nativa? 

Perdóneme  la  e(rregia  autora  de  Ln  cuestión  patpi' 
ta»t€,  que  en  las  pi^ginas  de  este  libro  habló  del 
ktttrto  üe  Pereda  "bien  regado,  bien  cultivado,  oreado 
por  aromíiticas  y  salubres  auras  campestres.";  "pon* 
huerto,  al  fin,— ha  dicho  ella  misma,— no  extensa  lla- 
nura ni  dilatado  parque";  yo  no  alcanzo  á  divisar  por 
qo6  el  m<'TÍio  de  una  novela  ha  de  agrandarse  ó  achi- 
carse segiín  los  limites  del  escenario  en  que  se  des- 
nrrolln,  ni,  sobre  todo,  por  qué  ha  de  encerrar  menores 
elementos  de  belleza  la  perspectiva  de  las  costumbres 
provincianas,  del  mar  inmenso,  de  costas  y  campiAa'i, 

TOMO  u  'M 


530  i^  LireRATUKA  espaSola 

luí  comí)  revive  tn  las  obras  de  Purcda,  que  el  abi| 
rrado  microcosmuA  de  las  grandes  poblaciones. 

El  novelador  de  la  montaña  coIuml>r»i  esponirtneñ" 
ó  reflexivamente  la  contradicción  en  que  incurrían 
sus  críticos  al   pedirle  estudios  sociológicos,  O  cosa 
así,  negándole  competencia  para  realizarlos;  y  reple- 
f^^ilndose  en  sus  naturales  dominios,  ofreció  ni  p:Lhular 
y  olfato  de  ios  golosos  caladores  literarios  La  puctU' 
ra  ',  «mfortante  y  exquisito  manjar  que  recordaba 
A  Sotilfsa  en  lo  variado  y  selecto  de  los  inRredientcs. 
Aquel  tirano  avaricioso  de  D.   Baltasar  W  fierrtigo, 
precipitado  en  la  rompiente  de  las  olas  desde  la  pefla 
altisíma  donde  soflrt  hallar  ipnorados  tesoros;  aquella 
Intfs— flor  delicada  do  tan  espinoso  cardo— que  rompe 
con  viril  cncrefa  la  clausura  impuesta  por  la  depravada 
voluntad  de  su  padre,  y  logra  unirse  con  el  indiano  que 
la  adora,  y  á  quien  el  amor  hizo  vanidoso  y  venial- 
mcntc  embustero;  la  comparsii  de  los  personajes  se- 
cundarios, D.  Alejo  el  cura,  Marconcs  el  scminarísia 
(en  quien  Pereda  se  ensaña  con  inverosímil  hidrope- 
sía de  denuestos  y  caslicos),  Juan  Pedro  ci  Lebrato  y 
su  hijo  Pedro  Juan  ef  Josco,  QuÜino  y  Pilara;  el  am- 
biente, la  luz  y  el  aroma  salino,  todo  es  di^no  del  Pe- 
veda,  de  los  mejores  tiempos. 

Las  acusaciones  de  dccudencia  que  se  han  lanmdo 
contra  tf!  ñ  prop'isito  de  Nubes  de  estío  *  y  A¡  primer 
vitelo  *,  reconocen  por  origen  la  falta  de  enlacre  y  sol- 
dadura en  los  capítulos  de  la  primera  de  estas  obras, 
quizA  tambiín  los  latiffazos  crueles  que  en  ella  se  re- 
parten, y  el  temple  idílico,  risueflo  y  vaporoso  de  la 
segunda.  Reeiín  salida  de  las  prensas  Xubt-s  tic  esíio, 
discurrió  Emilia  Pardo  Biuón  acerca  de  Los  resque- 
mores de  Pereda  (Los  Lunes  de  El  Im parcial,  9  de  Fe- 


•  MmIHiL  W9\. 

*  UarcrfMin.  \W\,  Do*  long». 


EN  EL  SIGLO  XK 


531 


brero  de  IS91).  Oando  pie  A  éste  para  cerrar  contra  su 
ilustre  contradiciorat  que  &  su  vez  replicó  pero  sin  de- 
volver el  solpe.  Encuentro  deplorable  y  aciago  por  dc- 
más,  que  impidió,  no  á  la  recta  voluntad,  sino  al  despe- 
jado entendimiento  de  la  autora  del  Nuevo  Teatro  Crf- 
jtco,  ver  hondo  y  claro  en  las  diáfanas  intimidades 
de  Ai  primer  vucio;  circunstancia  que  no  le  permitió  as- 
pirar el  blando  aroma  del  jazmín  y  madreselva,  confun- 
dido con  el  de  plantas  bravias  y  cíkusticas,  pero  do- 
mini'indolo.  que  fiotu  por  las  páginas  de)  último  libro  de 
Pereda. 

Extremoso  anduvo  el  autor  de  Pedro  Sánchez  contra 
los  chicos  df  In  prensa  [frase  suya  que  se  ha  estereoti- 
pado); pero  había  por  mcLlio  algo  mus  que  su  ncnMosa  é 
irascible  condición:  había  injusticias  y  vejaciones,  y  ol- 
vidos que  Pereda  no  cita,  porque  no  habla  en  caus:i  pro- 
pia, ni  era  su  ánimo  satisfacer  mezquinos  egoísmos  per- 
•(onales,  y  que  citaré  yo  recordando  dos  casos  particu- 
lares, cifra  y  compendio  de  otros  muchos. 

Sin  poner  en  tela  de  juicio  ni  por  un  momento  lasal- 
uis  prendas  intelectuales  y  mondes  que  adumahim  ú 
D.  Manuel  de  la  Revilla,  ¿no  constituye  un  hecho  muy 
significativo  oí  que,  habiendo  recorrido  los  altos  y  bajos 
de  la  literatura  de  sus  dias,  no  consagrase  siquiera  una 
pdgina  '  al  manivíUoso  crejidor  <Ie  EsceHas  montañe- 
sas, El  buey  suelto,  Don  Gonsalo  Gonaútes  de  la  (hm- 
saiera  y  De  tai  palo  ¡al  astiüa,  libros  todos  anteriores 
al  fallecimiento  del  crítico  de  la  Revista  Coutempord' 
uen?  Y  si  alguien  explica  el  silencio  de  Revilla,  ¿cómo 
expHcarrt  las  furiosas  arremetidas  con  que  el  desdicha- 
do autorcilio  de  La  Resienta  honró  por  entonces  al  gran 
novelista,  ni  el  aire  pedantesco  de  protección  con  que 
posteriormente,  y  echándola  de  amigo  imparcial,  ha 
disertado  acerca  de  Sotilesa  v  La  Montálvee/ 


■    A  lo  amM  n  Mn  obra*  cokcdOuídSB.  f  crao  poilar  aaccnrar  i|iic  unpo- 
cWMi  klnxiln  «itlculasurlw. 


532 


LA  LITEBATintA.  BSFAÍtOLA 


No  cabe  duda:  los  veredictos  y  reticencias  de  los  pe* 
fiódicos,  his  ideas  religiosas  y  potidcas  de  Percdu,  y  sa 
condición  de  escritor  provinciano,  disminuyeron  por  de 
pronto  su  gloria  externa,  y  aun  hacen  que  se  1c  discuta 
y  se  le  posponga  por  algunos  A  Pérez  Galdds,  injustí&í- 
luamente,  á  lo  que  yo  entiendo. 

Lugar  era  ¿stc  para  decir  algo  sobre  la  tan  debatida 
cuestión  del  naiunilismo  de  Pereda,  si  no  hubiese  ya 
indicado  mi  parecer,  y  si  no  considerara  como  última 
palabra  to  que  tan  amplia  y  atinadamente  escribe  Me- 
néndez  y  Pelayo  en  cl  prt'ilogo  A  las  Obras  del  gran  no- 
velista santanderino.  Pugnan  de  frente  todas  ellas  con 
las  de  7.ola  y  su  grey,  en  que  mienrras  ístos  obt-decen 
al  fUstcmadet  pesimismo  absoluto,  al  amor  de  lofeopm* 
lo  feo,  es  la  realidad  pata  Pereda  un  conjunto  variado, 
y  casi  diríamos  harmónico,  &  lo  menos  en  la  esfera  del 
arte,  donde  cl  mal  se  desarrolla  al  lado  del  bien,  pres- 
tándole mayor  hermosura  por  el  contr.isle.  Partiendo 
de  principios  tan  nidicAlmente  opuestos,  no  puede  se 
uno  el  término  final.  Pereda,  como  cristiano,  admite." 
estudia  y  ens:ilza  el  libre  albcdrio  en  cl  hombre,  crc-j 
yéndole  capaz  de  la  virtud  y  cl  heroísmo,  al  revés 
lo$  que  le  consideran  como  un  animal  perfeccionado. 
No  busca  para  fondo  de  sus  cuadros  las  lól^regas  man- 
siones donde  recibe  culto  eí  vicio  en  todas  sus  formaS|_ 
ni  reduce  el  amor  ú  \a  categoría  de  instinto  sexual, 
hace  de  sus  jn-rsonajcs seres  corroídos  por  la  lujuria; 
moviéndose  en  sentinas  putrefa<tas. 

A  cambio  del  hastio  enervante  y  de  las  negras 
dillas  del  naturalismo,  rebosa  en  !as  novelas  del  gran 
autor  monlaOés  el  pUicer  dulce  y  tranquilo  de  todo  lo 
delicadamente  bello.  Aquella  atmósfera  corrompida  por 
los  hedores  de  la  concupiscencia  desenfrenada  no  pue- 
de compararse  con  esta  otra,  en  que  siempre  se  aspi- 
ran aire  puro,  perfumes  suaves  y  embriagadores.  Rtien- 
tras  Natía  y  Madama  Bovary  y  los  demás  modelos  pa- 
risienses, llcv:m  arrastrando  la  imaginación  por  k 


cernéales  de  los  centros  popu!osos.  Uondc  rcinu  una  cí- 
viUzítción  dccadcntf'y  refinada,  las  Escenas  nwntañe' 
sos,  Don  Gottsído,  El  sabor  de  la  ticrruca  y  Siotilísa 
nos  dan  &  gustar  l-I  idilio  de  In  eiunptña  ó  la  epopeya 
del  tralmjo,  Ideales  (¡anos  y  fecundos  que  nada  tienen 
que  ver  con  el  cansancio  del  espíritu,  subyugado  por  la 
despótica  fatalidad  de  la  materia, 

Está  en  lo  justo  Pereda  al  desoír  á  gus  mentores  ofi- 
ciosos. El  se  ha  conocido  A  sí  mhmo  mejor  que  nadie. 
A  los  reclamos  de  la  novedad  afortunada  puede  oponer 
la  verdad  inmutable;  al  lema  de  naturalismo,  que  es  al 
fin  cosa  de  ayer,  gastada  en  menos  espacio  que  un  figu- 
rín, el  lenKide  uatitraJesa,  que  es  de  lodos  los  tiempos 
y  de  todas  las  latitudes. 


H 


^m^^^if^^^^^^^^f^ 


CAPÍTULO  XXIX 


EL  NATITÍAUSMO  EÍJ  LA  NOVELA 


Urteica  Miiallla,  Palai-lo  ValdÑ.  EBiUn  r«nlii  nawU,  VicAa.  Hr. 


JC4  ei  es  fácil  precisar  con  acierto  los  caracteres  del 
JA|  innovador  sistema  literario  que,  con  el  nombre 
^  de  naturalismo,  invadió  no  ha  muchos  aílos,  como 
tromba  de  fuego,  los  campos  de  la  novela.  La  va- 
guedad é  inconexión  de  sus  principios  le  convierten 
en  Proteo  multiforme,  á  quien  viste  cada  cual  se- 
gún  su  frusto,  sin  excluir  &  los  fundadores  y  padres 
erares  de  la  escuela,  que  no  quieren  ó  no  saben  expo- 
ner sus  doctrinas  ton  la  lucidez  y  la  firmeza  debidas. 
Léanse  los  libros  de  crítica  y  las  narraciones  del  mis- 
mísimo Zola;  compárense  ion  los  de  sus  imitadores,  y 
nadie  serA  capaz  de  resolver  sí  el  naturalismo  es  una 
cosa  nueva,  desconocida  hasto  nuestros  tiempos,  ó 
una  resurrección  de  antiguas  teorías,  nunca  muertas 
del  todo,  aimque  sí  transformadas  en  c!  decurso  y  con- 
forme á  las  cxígcncííis  de  cada  siglo.  Micntnis  la  mayo- 
ria  de  admiradores  y  adversarios  ve  en  el  autor  de, 
los  Kotigoít-Mncquart  y  de  Pot'Bouille  al  repreí 
tante  genuino  del  arte  naturalista,  otros  comienzan 
tUstoria,  no  ya  con  Ralzac  ó  con  Sthendal,  sino  con  1( 


BN  BL  SIGLO  XtX  535 

creadores  del  Parnaso  hclOnico,  entresacando  después 
lo  que  más  les  place  en  la  tíicraiura  latina  y  en  las  mo- 
dernas. Tal  autor  hay  entre  los  del  gremio  que  no  teme 
reprobar  en  Zola  ctianto  tiene  de  más  oriffinal  y  carac- 
terístico, y  le  hulla,  por  otra  i>urte,  con  facilidad  asom- 
brosa un  sinnúmero  de  predecesores,  para  demostrar 
así  que  no  es  ésta  una  moda  mjís,  sino  un  conjunto  de 
máximas  eternas  en  cuya  observancia  estriba  la  futant 
regeneración  de  In  novela. 

Vaya  iodo  por  Dios.  Pero  entonces  no  sé  áqaé 
vienen  esos  ínfulas  maj^istrales  con  que  noí;  habla  Zola 
de  su  innovación  y  sus  aspiraciones,  esa  (fuerra  A  lo 
existente  propia  de  rcvoIucionari«>s  anarquistas,  ni  ese 
excusado  neologismo  con  que  bautizan  ñ  su  escuela, 
cuyo  prestigio  de  ayer  y  descrédito  de  hoy  tiene  por 
causa  principalísima,  si  no  única,  la  versatilidad  del 
público  que  liacc  ruido.  Algo  hay,  es  cierto,  en  el  des- 
coco dr:  Aristófanes,  en  las  obscenidades  de  Petronio, 
en  el  cinismo  de  Kabolai:>  y  en  los  audactiLs  descripti- 
vas de  Quevedo,  que  preludia  al  naturalismo  de  nues- 
tro» días;  pero  abundan  más  las  distinciones  que  los 
semejanzas,  y  éstas  á  su  vez  son  muy  generales  y  de- 
ficientes. La  historia  lo  dirá  muy  pronto,  cuando  haya 
pasado  totalmente  el  naturalismo;  porque  pasará  sin 
duda,  como  pasaron  los  caprichos  clAsicos  y  las  turbu- 
lencias romAniicas  en  un  período  no  muy  apartado  de 
nosotros. 

Podríamos  considerar  el  natm^ilismo  contemporá- 
neo como  conjunción  de  dos  clementi.)s  afines:  la  nega- 
ción pesimista  en  el  fondo,  y  la  desnudez  absoluta  en 
las  formas.  Cuidando  ante  todo  de  hacer  fitosojía,  y 
estableciendo  por  base  el  dotcrminismo  radical ,  la  tranR- 
misión  patológica,  hereditaria  é  inconsciente  del  vicio, 
estudia  la  vida  con  In  indiferencia  del  anatómico  que 
analiza  un  cadáver,  reputando  los  Idealismos  de  la  vir- 
tud, del  siicrificio  y  la  religión  como  fantasmagoría  y 
cuento  pueril,  indignos  de  iigurar  en  el  arte  verdadero. 


536  LA  Ll-neATVftA  bstaSola 

que  se  nutre  sólo  de  laTcalidad.  Pese  11  quien  pese, 

les  son  !a  teoría  y  la  práctica  de  Zola,  por  mñs  que  tra 
ten  de  sunvi/ítrla  algunos  de  sus  discípulu!;  con  ínt( 
pretaciones  benignas  í  infundadas.  De  ahí  losdi 
sos  efectos  de  la  novela  naturalista  y  el  inusitado  favor" 
con  que  la  recibieron  los  adalides  del  positivismo  bur^ 
gfués  por  un  lado,  y  por  otro  la  clase  proletaria,  qi 
mira  en  tales  libros  canonizadas  sus  utopias  y  consagra- 
do el  culto  de  la  materia. 

Ya  se  enciende  que  aquí  me  refiero  ul  naturalismo 
francés,  el  imitado  entre  nosotros;  pues  en  Italia,  por 
ejemplo,  reriste  una  fisonomía  distinu,  r  no  se  da  A 
conocer  tanto  en  prosa  como  en  los  versos  de  Giosu^ 
C&rducci  y  Olindo  Guerríni  {L.  Stcchctti).  Los  esi 
flolcs  no  negaron  est'i  vez  el  asiduo  tributo  que 
costumbre  rinden  &  la  moda  transpirenaica,  y  siR-uierí 
las  huellas  de  Zola  con  el  mismo  entusiasmo  que  ea . 
otros  días  las  de  Sué,  Dumas  y  Víctor  Hu£:o.  A 
traducciones  atropelladas  y  chapuceras  se  unieron  U 
ensayos  de  imitación,  tímidos  y  vergonzantes  las  mj 
veces,  algunas  desembozados,  pero  procedentes 
parte,  por  dicha  ó  desdicha  nuestra,  de  muy  ilustre" 
origen. 

La  pluma  hoy  ociosa  de  D.  José  Ortega  Munilla 
se  ejercitó,  al  par  que  en  trabajos  periodísticos, 
una  serie  de  narraciones  arrumbad;^  por  la  indifert 
cia  general  *.  Su  filiación  naluralisra  no  está  siet 
pre  definida,  y  si  bien  se  trasluce  en  lo  Intcmperaní 
y  recargado  de  la  pintura,  y  en  cienos  pujos  de  filos 
fía  trascendental,  va  contrarrestada  por  un  fondo 
cundídex  infantil  y  soñadora.  Mils  amigo  ol  autor  de 
los  escarceos  retóricos  que  de  la  descripción  tritrica  j 
nauseabunda,  no  atina  A  andar  con  dcsembara^.o 


■     La  Cfgarra,  Sor  tiueÜa  (conltniucldn  3t  £«  OVnrroJ,  B  fr«t  éít*<ia,  imtto 


RD  a.  SIGLO  XIX 

los  lo7.adales  del  sensualismo,  y  se  queda  en  una  sltua- 
fción  desairada  i(uc  le  hace  molesto  cuando  pretende 
affradar,  merced  á  lo  monótono  y  mal  c-scojiitlo  de  los 
asuolos,  A  las  oscilaciones  funambultscas  del  relato,  y 
iil  mismo  refinamiento  del  estilo,  con  su  exirafia  é  in- 
temperante omamentacldn. 

La  Cigarra  {\H1%  libro  con  que  se  anunció  Orte- 
ga Munilla  como  creador  de  novelas,  lirvc  de  vestíbu- 
lo A  una  segunda  parte,  Sor  Lucila, i\\ie  es  la  refundición 
número  1.000  dt-  tcm;is  triviales  y  manoseadas,  en  cuyo 
desL-nvuIvimicntu  rcsnltan  la  pasión  irreligiosa  y  las 
vulgaridades  de  gacetilla.  Retroceder  hasta  la  famosa 
Aftiam'a  y  los  desahogos  antimunjilcs  del  riimanticis- 
mo,  denotará  cualquiera  cosa  menos  originalidad  y  buen 
gusto,  y  lo  mismo  debe  decirse  de  las  sosísimas  humo- 
radas con  que  el  autor  se  descuelga  &  cada  paso.  De  la 
acción,  casi  nula  dt*  puro  sencilla,  y  de  los  personajes, 
que  parecen  i^  i;s¡X'Ctrus  ó  caricaturas,  nada  bueno  cabe 
elogiar.  Así  D.  .A,cisclo  Aflorbe  con  su  carActerdtogxo 
y  SU5  simplezas  de  niflo,  comodona  Ana  y  Víctor,  y  Sor 
Lucila  y  el  gig:intesco  P.  Amaro,  no  se  han  fundida 
en  el  troquel  de  la  realidíid  viviente,  sino  en  el  de 
una  imaginación  febril  y  sin  atadero.  Este  P.  Ama- 
ro recuertla  A  Ior  curas  gordinflones,  idiotas,  de  sotana 
raída  y  llena  de  rapo,  que  con  varícüed  de  muticts  sue- 
len prodigar  Zola  y  sus  copistas. 

Entre  ellos  se  ah'stó  el  director  de  Loít  Lunes  de  El 
Jmpurciai,  calcando  primero  algunos  incidentes  de  Una 
pttgíftn  lie  amor,  y  atreviéndose  mus  tarde  á  espesar 
I  las  sombras  de  sus  cuadros  novelescos,  á  fundir  los  co- 
!  lores  de  su  paleta  en  el  negro  mate  de  carbón,  y  &  ama- 
sar el  cieno  corrompido  y  la  podredumbre  apestosa  de 
[Us  cloacas  sociales.  Pero  contra  el  propósito  de  Orte- 
ga Munilla  se  rebelaron  li  una  su  cabeza  y  su  tempe- 
ramento, hasta  convertir  es;i  historia  de  la  prostitución 
'que  se  titula  Qeopatra  Pena  eo  borroso  mosaico  de 
Inexperiencias  y  contradicciones. 


536  LA  LITERATURA  BSPAÍtOLA 

Siempre  han  canicteriziido  al  autx)r  la  falsa  riqueza 
irop«.il0(fica,  los  afeites  posiúos  ^  dislocación  de  la 
frase,  y  el  afñn  üe  ver  en  tudas  partes  miis  de  lo  que 
realmente  hay,  y  de  atormentarse  A  si  mismo  y  á  sos 
lectores  para  hallar  una  c-ompnración  inaudita  y  estru- 
na,  nn  (jolpe  de  efecto  6  nn  período  estudiadamente 
musical.  Es  un  Goncourt  menos  escrupuloso  en  acha- 
ques Ernunaticatcs  y  retóricos  que  los  uutores  de  Grr- 
ntima  Lacertcux,  y  míis  idólatra  aun  del  colorido,  con 
evidentes  reminiscencias  castclarinas,  en  que  no  se 
ñjan,  sin  duda,  los  que  le  elogian  por  su  ori(>:inali<Jad. 
Pocos  habrá  que  si(ran  sin  disgusto  en  las  obras  üe  Or- 
teíra  Munilla  la  serie  de  brillantes  vaciedades  y  recur- 
sos pictóricos,  con  que  se  esfuerza  en  suplir  la  ¡luscncía 
de  mds  altos  dotes  y  en  distraer  la  atención  del  objeto 
principal. 

No  tiene  esas  exag'eradas  preten^ones,  y  es.  sinem- 
barpro,  mucho  más  autiíntico  novelista,  firmando  Pa- 
lacio Valdés,  convertido  igualmente  al  naturalismo, 
aunque  muy  A  mcilíiis  y  con  capitales  restricciones. 
Observador  minucioso  y  atentu  de  la  realidad,  algo 
filósofo  y  humoristíi,  enemigo  de  tramoyas  y  complica- 
ciones, hasta  pecar  por  el  extremo  contrario  de  la  sen- 
cillez nimia;  psicólogo  y  pintor  de  la  naturaleza  exicr- 
na,  á  partes  iguales;  tal  se  viene  mnnifesumdu  desde 
su  pi  imer  tentativa  novelesca  '  este  lujo  de  Asturias, 
naturalizado  en  tierrasajona  por  excepcional  prii'itcgÍQ 
entre  autores  españoles. 

Marta  y  María  '  representa  la  lucha  entre  el  idea- 
lismo de  la  virtud  y  las  conveniencias  de  la  vida  prflc- 
rica,  entre  la  virginidad  religiosa  y  el  amor  humano, 
personificados  respectivamente  en  las  dos  heroína';  de 
la  novela.  El  Sr.  T*alacÍo  Valdés  ha  caído,  al  hacer  el 


(    Huñaril^Oelaric,  norria rtnpmmatletUotr^ttmfttnM.'HKiiiii.Mmi. 
■   Uamíana. »«. 


EN  EL  SICl^  XtX  5^ 

retrato  de  María,  en  irranUes  errores,  inevitables  casi 
para  los  profanos  (y  peor  si  son  im-redulos)  que  foten- 
Uin  fienetrar  tuista  sus  iotimidade^  cu  el  santuario  del 
misticismo;  pero,  con  honradez  y  delicadeza  digims  de 
elogio,  huyú  de  tíis  iníames  caricaturas  que  tanto  pri- 
van actualmente.  Harto  mis  enterado  t|nc  Palacio  Val- 
dés  en  cl  asunto,  y  con  la  aptitud  que  pueden  dar  estu- 
dio 6  ingenio  reunidos,  no  acertó  Valera  A  evitar  en 
Pepita  Jiménez  y  Dofia  Lns  esas  irremediables  faltaí^ 
que  notamos  en  Marta  y  María.  Por  lo  demás,  y  aparte 
los  reproches  que  de  suyo  merece  cl  cí-ncro.  no  es  este 
libro  de  lo  peor  que  cabe  dentro  de  íl,  ni  carece  de  es- 
pontaneidad y  brío  en  la  narración,  aun  descontando  las 
bcllezíis  que  pudiéramos  llamar  episótlicas . 

El  /liiiío  de  un  ettfcrnto  despide  jti  un  perfume  acre 
y  malsano,  viniendo  A  ser  en  deñnitiva  una  historieta 
repugnante  con  toques  acertados.  I£n  el  dnimo  del  auior 
deslizáronse  por  esta  vez  los  haíaeos  de  sirena  con  que 
le  brindaban  las  aficiones  dominantes,  y  se  dejó  arras- 
trar por  cl  las  mucho  más  allá  de  lo  justo,  aunque  la  se- 
ducción no  se  prolongó,  como  era  de  temer. 

Por  fortuna,  el  perspicaz  instinto  de  Palacio,  su  va- 
riada complexión  artfitica  y  su  empeño  de  no  someterse 
al  yugo  de  un  gremio  ó  comunión  cerrados,  le  abríim 
camino  expedito  donde  ensayar  su  espontáneo  y  mo- 
desto numen  de  novelador.  Persuadióse  una  voz  más 
de  que  en  el  corazón  humano  no  vibra  únicamente  la 
cuerda  del  amor  fisiológico  y  bestial,  sino  también  líis 
de  pasiones  generosas  y  purísimas,  y  A  riesgo  de  que 
le  recltazaran  los  fan.-iticíjs  de  Zola  por  soñoliento  y 
cursi,  ó  quizU  por  aptWtaUi  y  retrñgradu,  escribió  an 
Idilio  de  verdad.  Impregnado  de  ciistlsímas  ternuras  ', 
y  considerablemente  obscurecido  por  los  incompara- 
bles fulgores  de  Solitesa,  con  la  cual  vino  &  diirsc  la 


■   AMiMniiib(MlvB.VnK)rfMiM».  Mad(M.  UH^ 


SM  LA  LITERATURA  GSrAfiOLA 

mano  en  el  orden  cronológico  de  aparición.  Int<íroa£e 
Palacio,  al  igual  que  Pereda,  por  los  piinonimas  del  mar 
y  de  la  í-osla,  y  estudia  con  carino  las  co^ítunibres  de  ud 
pueblo  de  pescadures,  y  una  historia  ordinaria  de  no- 
TÍOS  contrariados,  que  sirve  de  tema  fundamental.  Las 
luchas  de  Josí,  el  protagonista  que  da  nombre  A  la  no- 
vela, con  el  cancerbero  de  su  madre,  con  los  rigores  de 
la  suerte  y  con  la  furia  de  las  olas,  para  conseíruir  la 
mano  de  su  adorada  Elisa,  y  el  heroísmo  con  que  sufre, 
y  se  resigna,  y  triunfa  de  la  adversidad,  prestan  á  la 
novela  un  matíj;  ¿pico,  combinado  con  la  exactitud  rea- 
lista, y  embellecido  por  la  aureola  del  sentimiento  reli- 
gioso. 

Redüceae  la  labor  de  Palacio  á  cortar  de  la  iticon- 
mensurable  tela  de  la  realidad  heterogéneas  porciones, 
de  urdimbre  basta  ó  lina,  suaves  ó  ¡ispcras.  scgün  el 
orden  eon  que  se  le  entran  por  los  ojos  y  solicitan  el 
bordado  de  la  fantasía  y  de  la  pluma.  Con  semejante 
plan  se  explican  los  aciertos  y  desaciertos  del  novelista 
asturiano,  la  encontrada  índole  üe  sus  obras  y  el  interno 
vinculo  de  unidad  que  mutuamente  las  aproxinKi. 
Añádanse  Á  esto  la  lentitud  calculada  y  complacencia 
morosa  con  que  Pal.icio  desenvuelve  los  argumentos, 
muliiplicandü  sin  prisa  las  pájfinas,  deteni¿-ndosc  en 
preliminares,  rondando  el  conflicto  y  esparciéndose  en 
é\  una  vez  que  se  presenta,  aplazjmdo  la  solución  hasta 
que  se  cae  de  su  propio  peso;  afl-ldase,  por  otro  capí- 
tulo, el  tacto  singular  para  cubrir  con  luminosos  y 
transparentes  velos  de  poesía  los  seres  y  las  escenas 
más  humildes,  y  la  prosa  de  la  ordinariez  fiuniliar  más 
adocenada,  y  tendremos  en  la  mano  la  clave  p;ira  dar- 
nos cuenta  de  por  qué  seducen  y  por  qué  cansan  los 
cuatro  tomos  de  Rfvcriíay  Maxitmna.  L-a  observación 
puede  estenderse  á  Ei  cuarto  poder  y  á  las  novelas  an- 
teriores y  posteriores  de  Palacio,  aunque  no  en  la  mis- 
ma medida. 

Confírmansc  Ijis  inducciones  anteriores  con  el  pro- 


BN  BL  &ICLO  X.IX  34L 

|()[rama  ó  profesión  de  fe  que  va  al  frente  de  /-a  her' 
\rnaHa  de  San  Sulpicio  ',  y  en  el  cuaJ,  A  vuelta  Je  indc- 
ifendibles   paradojas  que  nu  es  del  casu  discutir,  se 
[retratan  fidel i s ¡mámente  el  espíritu  y  los  procedimien- 
Itos  del  autor.  La  obrn  de  suyo  representa  un  grado 
máximo  de  tensión  en  Iük  facultades  creadoras  del  no- 
|Vel)sta,  y  el  esruerxo  más  vigoroso  de  que  h^in  sido 
capaces  hasta  la  focha;  es  la  reproducción  vivaz  y  ca- 
liente de  las  impresiones  que  deja  en  la  retina  de  un 
I  hijo  del  Norte  el  mílgico  panorama  de  las  pompas  y 
;  esplendores  meridionales.  Al  referir  los  amores  del 
poeta  írallego  Zeferíno  Sanjurjo  con  la  sevillana  Gloria 
Bermúdez,  ha  transfundido  Palacio  en  el  primero  su 
propia  alma  y  sus  sentimientos  y  lenguitie.  eligiendo 
para  el  caso,  como  mAs  adecuada  é  impersonal,  la  for- 
ma de  autobiografía.  Ningún  andaluz  de  nacimiento 
hubiese  descrito  el  cielo,  el  ptiisaje  y  las  costumbres  de 
su  país  con  la  sinceridad  reflexiva  y  la  apasionada 
emoción  que  el  híroc  de  La  hermana  de  San  Sulpicio, 
de  cuyo  n-lati)  s*.-  dcstitcu  la  ciudad  del  Guíid^dquívif 
como  una  JMVt-n  hechicera  y  juguetona,  ya  ceñida  con 
el  manto  de  polvillo  de  oro  que  le  regala  el  sol.  ya  ba- 
ftjtndose  en  las  aguas  de  su  opulento  rio,  ya  modulan- 
do canciones  y  endechas  de  amor  al  sonido  locuaz  y 
melancólico  de  sus  guitarras.  El  patio  y  la  reja,  el  día 
y  la  noche  de  aquel  clima  voluptuoso,  los  encantos 
poéticos,  el  cini'ímo  desfachatado  y  la  superficialidad 
característica  de  sus  moradores,  encuentran  en  Zcrcri- 
no  Sanjurjo,  O  mAs  bien  en  Palacio  Valdíls,  un  plmor 
entusiasta,  pero  sobrio,  original  y  concienzudo. 

Tales  elogios  se  contrapesím  con  las  severlsimas 
censuras  &  que  soo  acreedores  e\  tono  de  ironía  volte- 
riana reinante  en  muchos  pasajes,  no  sólo  opuestos  á 
la  Religión,  sino  i\  lii  EstC-tica  y  A  la  verosimilitud;  el 
bailoteo  de  Gloria  delante  de  su  novio  siendo  aún 


*   Uulrtit  tn>.  D(»  loaiM. 


MZ  LA  UTBRATVRA  SSPA5tOL\ 

monja,  y  I«  tenüenciii  á  poner  en  caricjuura  del  nudú 
mis  bufo  y  Uestlk-liado  la  vida  de  convento  y  la  auto- 
ridad maternal,  harto  jusiirtcadas  en  la  narnicián  por 
IBS  tTurcsuras  de  aquella  jovenzuela  aisquivanu  y  ca- 
prichosa. Si  /-«  fu-rttinna  tie  San  Sulpido  tuviera  se- 
cunda parle,  el  misno  novelista  hubiese  seflalado  pro- 
bablemente i:is  malas  consecuencias  dct  matrimonio 
entre  Gloria  Hermüdez  y  su  adorador. 

Con  ¿rt  Espuma  '  y  La  Fe  ',  novísimos  cnfrcndros 
de  Palacio  Valdés.  ha  sufrido  rudo  KOll>e  su  fama  de 
autor  sensato  é  indc|x-ndientc  ■  por  entremeterse  j1 
pintar  medios  sociales  que  no  conoce,  y  echarla  de  sec- 
tario impenitenle,  rabioso  y  pérfido.  Para  satirizar  los 
vicios  aristocráticus  se  necesitaba  un  libro  de  mayor 
cminijc  que  )a  galería  de  miserables,  conveacíonal  y 
fantástii'ii.  de  1m  ftspuntit.  En  cuanto  il  ta  defensa  del 
ateísmo  ramphin.  denominada  La  Fe  por  antífríisís,  y 
que  debería  estar  ilustrada  con  los  cromos  chitiuncsdc 
£3f  Afotift,  sólo  he  de  apuntar  que  el  cura  predilecto  del 
novelista,  entre  los  muchos  que  presenta,  cí^  im  maja- 
granzas iy:n«ranu-  que  desconoce  las  mrts  elementales 
Tioc-ioncs  de  Geop'afía  y  estudios  bíblk'os,  un  beato 
que  se  hace  incrCdulo  íí  las  primeras  de  cambio,  y 
vuelve  U  su  primitivo  ser  porque  si.  porque  le  da  un 
vuelco  el  corazón;  un  mártir  sandio  que  se  deja  enga- 
itar por  una  histf-ricii  mojigata,  y  va  á  dar  con  stis 
inocentes  huesos  en  el  presidio,  donde  le  deja  encerra- 
do el  inventor  de  este  melodrama  sainetesco. 

Y  varaos  ya  h  la  tigum  más  excelsa  del  naturalismo 
espaftol. 

A  tirios  y  troyanos  cxtrafló,  y  mucho,  que  una 
escritora  como  la  que  tra2ó  las  piiginas  idealistas  y 
eatálícas  de  Sau  Francisco  de  Asís ',  sin  renegar  de 


*  Barealaiia,  nni.  UoctoiM». 

*  ibdfHí.  uns. 

■    Ba  lo*  ¿fHiilM  aitiMotrifioM  qm  drvca  4«  pRUmlnAT  A  Lm  fon*  ib 
VU«a.  no  caiuliciM  doAa  EmlIU  Panto  Qautn  ni  loitat  y  U  techa  ée  an  nacJ- 


BN  EL  irciM  XIX  543 

sus  Ideas,  y  crkI  rasi  en  nombre  de  la  virtud  y  de  la  sana 
i  liicraiura,  saliese  d  defender  el  atacado  sistema,  así  con 
!  la  teoría  como  con  la  práctica.  El  enttisíasmo  de  dofla 
Emilia  Pardo  Kazan  no  le  impide  estigmatizar  el  deter- 
minÍ!>mo  y  otros  errores  capitales  de  Zola,  estando  por 
otro  lado  libre  de  ellos  la  mayor  parte  de  sus  novelas. 
{Quién  sabe  si  la  moda,  y  no  el  convencimiento  firme, 
hnbrA  arrastrado  su  poderosa  inteligencia,  cuando  tales 
vacilaciones  y  tan  escasa  uniformidad  encontramos  en 
sus  procedimientos?  Por  de  pronto,  la  señora  Pardo 
Kazan  ha  manifestado  rads  de  una  vez  que  no  quiere 
figurar  en  este  ó  el  otro  g^rupo  determinado,  que  en 
materia  de  realismo  simpatiza  con  la  tradición  espaflo- 
la,  que  1c  repuja  la  estrechez  de  las  imitaciones  vul- 
gares, y,  por  fin,  que  ú  diferencia  de  sus  concéneres, 
no  gusta  de  falsificar  la  naturaleza,  presentando  sólo 
su  pane  deforme,  sino  de  reproducirla  toda  entera  con 
sus  infinitas  varíeüudcs,  apart/indosc  así  también  de  los 
'  que  estima  candideces  del  idealismo. 


laMnn:  toe  d  primero  l>  Corulla  (MrOaiado  v»  U*  MOitliu  de  la  autora  con 
el  aMn^r«  pnoi^'a  de  JViiniwiU/.  y  cormpoodc  Itk  tccundii  al  Jin  Ib  de  9tp- 
IknbK  tl<  tATil.  SiK  tnr^Uafi  a&cloací  lltcmrli»  bc  t(iida|croB  en  udo«  Tcral- 
tn  bUfrindcH  pnf  l»*  tiHinlos  it  ion  opafioM»  ca  Marrtircov  t  la  ftftClan 
I  davorat  roa  iHiimclanvia  <wintM  llDmn  llrKahan  Á  (tu  luno».  CoMda  tn  uai 
'  mtl«dA«r  eo«  «■  Umilla  A  Uadrtd.  donde  ftttatcla  Im  rtccebt  FcvotaidMta- 
ikn  jr  tof  1114 MI  lo«rial»B<*  Jr  Im  ^rí^Mcln>:U,  pii-ocupAadow  ni*  mu  U  p»1t- 
UCa  y  tM  teatro»,  iiuc  cm  el  rMuiUn.  I>t»ru£i  i|r  la  calda  Je  j\ma<l€r.  hU»  un 
Viaje  por  Franela,  InslalnTa  o  llalla^  leCUntUndoM  pornte  mnliii  m  ««  alma 
to*  f^naenii^  ifl  ii|U>>lonantk«ta  artlatiee.  qiii.>.  atiit*  ár  onajarm  lUrr»  f 
tntoi.  fnrrini  •afiMlhlo4  á  ana  atndslon  de  Kvntiail  icittlcvttiBl  y  4):  cdnc*- 
clOa  cUoiíAca  y  ratonada.  Ea  1976  InliMA  Id  «eríc  Je  t«.-  ^uNlcaci«n«^  roa  ol 
t\flBM;ri)  ■*>>>(«  el  P.  FdtÓD.  premiado  en  MI  certamen  de  Ovfedn,  y  al  fur  dicnle- 
Kiucho*  aTtlculo*  fn>rit'vv  n\  lA  Oiflute  OMiOMI,  di-  ModriJ.  lK«Jii  CtU 
IQ  kan  cunMailo  natablcmente  bu  liln*  de  la  ««0»  l^nto  UaiAn  «n 
cft  ycBUlrtatmn.  poei  ea  puntad  f*ll|lilaiMk»y  motivo  ruonaMcpars 
posef  ta  Uta  de  )tilclo  w  nrtedoala  ealAlli;».  (^ulea^dlrri  fUe  •««]■  U*  ««lla- 
nta» Je  tu  ptunuL  la  tnlranalgmclacarllala  y  el  Idcallunu  pudoi«irfi  si  HWK  aoB 
fMuaelU  tloi  afldcnaHax  tut  ba  rvpadlado  dcGatiIíamenic.  Al  bMrM  regí- 
dmela m  MailDit  ka  awsuraitn  «w  InSa)»  «obre  U>  Irtra*  con  la  tnndairlMi  del 
AWm  nafro  Cria»  j  lat  i«rtnUA«  de  mnnar»  y  anlua*  nitc  confrrcn  «n  ■■ 


54-1  LA    tJTEKATUSA   ESPANoLA 

Parece  mtntira,  pero  en  el  primer  ensayo  con  que  se 
dio  h  conocer  1h  renombrada  escritora  como  novelista ', 
se  cncucnlfiín  mi^s  candideces  de  esas  que  en  Víctor 
liugo,  Alarcón  y  Julio  Vernc.  ¿Qu<?  hay,  en  cambio,  de 
común  entre  el  alumno  de  Medicina  que  se  enriquece 
con  el  diamante  obtenido  por  su  sabio  profesor  A  costa 
de  la  vida,  y  arrojado  en  un  pozo  por  la  novia  de  Piis- 
runl  LóiK-z,  para  abandonarle  y  encerrarse  en  un  con- 
venio; qui?  hay.  repito,  de  comün  entre  este  héroe  fun- 
tilscico  y  lüc  de  Zola,  por  no  decir  nadn  de  aquel  ítna- 
crónico  alquimista  á  quien  la  autora,  mal  enterada  de 
su  fe  de  bautismo,  hace  vivir  después  de  Lavoisier  y 
Damas,  dubiendo  de  ser  por  las  scfias  «nicrior  en  no 
sé  cuántos  aflosr  El  tal  doctor  O'narr,  I'aracclso  del 
siglo  XIX,  pertenece  á  la  familia  de  los  GilUat  y  los 
Ruricos  de  Calix.  hijo  de  una  imaeínaciún  exaltada  y 
potentísima.  May  en  Pascual  Ijópcz  flacos  evidentes, 
fruto  de  la  inexperiencia;  pero  muesti-a  asimismo  todas 
las  bueniui  cualidades  que  de  entonces  acaban  distin- 
guido íl  la  autora:  maestría  en  la  composición,  recursos 
descriptivos  inagotables,  rapidez,  donaire  y  tersura 
en  el  estilo,  aunque  aveces  adolezca  de  amanerado  y 
arcaico. 

La  obra,  con  ser  buena,  prometía  otras  mejores,  y 
muy  pronto  vino,  en  efecto,  a  eclipsarla  Un  viaje  de 
novios  *,  en  que  la  dosis  de  naturaliiímo  ha  de  ser  ho- 
meopática, scfftln  han  tardado  en  descubrirla  criticos 
tan  sagraccs  como  interesados  en  el  asunto.  Al^o  de- 
muestran en  contrario  el  tono  eeneral  de  incipiente 
pesimismo,  y  tal  cual  escena  de  subido  color  entre  las 
ultimas;  pero  todos  estos  son  muy  leves  indicios,  y 
acaso  podrían  encontrarse  otros  mus  claros  en  la  pro- 
lijidad y  corte  de  las  descripciones,  y  en  ciertas  ctia- 


Aotca  se  bahU  putilloidn  tii  U  ütnMta  de  anula. 
*    MadrlJ.  \»H. 


EK  EL  StCLO  XIX  bVt 

formn  exterior  que,  no  por  lo  insignífiríin- 
(cs,  Ocjiín  de  ser  características.  De  la  forma  exterior 
proceden,  cfccriramentc,  los  encantos  y  las  ímperfer- 
ciones  de  esta  novela,  en  la  que  su  autora  aspiró  más 
A  escribir  bien  que  A  conmover  mucho.  Los  perso- 
najes no  son  aquí  lo  principal;  son  los  Moiñ'os  sobre 
que  versan  Interminables  y  harmoniosas  meloclia£  se* 
mipoí-ticas,  en  que  está  calculado  el  efecto  rítmico  y 
explotados  los  recursos  qu^  con  la  palabra  puede  «su- 
plir el  .sonido  musical  y  los  colores  de  la  p»leta.  La  ac- 
ción entretanto  se  interrumix»  y  pierde  de  vista,  y 
sólo  cuando  le  parece  bien  A  In  autora  viene  A  reanu- 
^darse,  para  terminar  en  aquel  desenlace  que  no  era  di- 
Icil  prever,  y  que  separa  A  los  reclOn  casados  por 
ina  fatal  combinación  de  circunstancias  sobria  y  dis- 
retamtnte  referidas  antes,  contra  lo  que  aconseja  y 
ractica  el  naturalismo. 

De  í-I  habla  en  el  prólogo  la  seflora  fardo  Bazán: 
íro  en  un  sentido  tan  amplio  y  freneml,  que  ni  por 
imo  denota  afición  dcterminaüa  á  Zola  ni  &  ninjíün 
^tro  modelo  extraño.  No  es  tan  indeterminado  el  ca- 
Cíicter  de  JUi  tribuna:  aquí  si  que  hay  situaciones  pi- 
eanies,  Icng-uajc  atrí-vido  y  populiKhcro.  ambitnte  oa- 
turalistn  de  verdad,  denunciando  &  leguas  »i  liliación 
y  oricm,  que  nadie  puede  desconocer.  Cracijis  al  buen 
instinto  y  á  las  ideas  de  la  autora,  no  desciende  la  he- 
roína tan  bajo  como  las  del  figurín  parisiense;  no  es 
una  máquina  de  carne  animada,  sin  otro  destino  que 
•I  placer  y  el  padecimiento  físicos. 

Segundo,  el  ]>ri)iaíri»n  i.sta  de  Ei  cisne  de  I  'ilatiioria  '. 

Uble  y  amartelado  Imitador  de  Bécquer.  el  amado, 

'tío  amante,  de  la  infelicísima  Lcocjidia,  tiene  de  ro- 

1ÜC0  menos  de  lo  que  teme  Iji  autora;  y  en  todo 

se  des\'ímece  muy  pronto  el  tal  romanticismo  en- 

et  espeso  vapor  de  tantos  cuadros  realistas  comu 


añ 


fU6  t^   LimRATUHA  IUPAÜOI.A 

abundan  en  la  novela.  Lo  que  hay  en  estos  mismos 
es  que  la  exapreración  les  presta  un  lintc  ideal,  comün 
á  todas  lus  monstruosas  aberraciones  de  la  fantasía  ii 
todo  cuanto  iransi-iendc  el  ordtn  de  la  realidad,  ya  sea 
por  mutilarla  á  capricho,  ya  por  afladirle,  como  aquí 
ííucede,  rasgos  y  circunstancias  que,  aun  cuando  po- 
sibles, no  comporta  la  verosimilitud.  En  fsc  sofludor 
é  indcrmiblf  Scjírundo  son  muclio  más  realistas,  quie- 
ro decir,  se  creen  mejor  las  ex traras anclas  de  pwla 
misántropo  que  las  relaciones  con  la  maesua  y  con 
Nieves,  frías  las  uníis.  tortuosas  y  sensuales  las  otras, 
é  ígualmcntL-  inexplicables  todiisl  La  maestra  ofrece 
una  lisonomía  tan  repugnante  y  atroz,  que  no  bastan 
A  darle  valor  artístico  los  esfuerzo*  heroicos  de  la 
autora.  El  estupro  de  los  primeros  aflos,  las  caricias; 
que  prodiga  el  poeta,  recompensadas  con  el  cortés  y 
gt'lido  desamor;  aquella  existencia,  víctima  del  pade- 
cimiento y  el  desengaño,  aquel  conjunto  cspantosoj 
de  desórdenes  físicos  y  morales,  píwlrá  tenerse,  que 
yo  no  lo  tengo,  por  retrato  de  exactísima  fidelidad, 
pero  no  cabe  dentro  del  arte.  De  sobra  comprende  la 
señora  Pardo  Razíln  que  éste  no  tolera  algunas  cosas 
muy  comunes  en  la  vida  priiclica,  y  que  no  son  sus 
procedimientos  los  de  la  fotografía.  El  suicidio  del 
final  demuestra  nuevamente  lo  que  han  notado  muchos . 
criticos  en   Zola  y  sus  secuaces:  que  el  naturalismo 
no  puede  olvidar  su  procedencia  rumiintica  aunque  la 
niegue. 

La  novela  transpiremiica  seguía  ejerciendo  irresis- 
tible atnicci<)D  en  el  ánimo  de  la  ilustre  escritora,  cu- 
yas aptitudes  narrativas,  en  cambio,  se  depuraban  pro- 
gresivamcncc,  sugiriendo  &  su  oído  el  drama  patético 
de  Los  J'a20s  de  L'lloa ',  y  prcsi^.licndü  A  una  gestación 
terminada  en  parto  felicísimo  por  lo  que  A  ellas  toca^ 


■    Buccioaa.  iñ&i.  Ui»  toiOM. 


SJt  IL  SIGLO  XtX  &47 

aunque  contrariado  por  la  hada  maléfica  del  espíritu  Ue 
partido. 

El  virgiliano  Suut  lacryttiie  rerum  acude  espontá- 
neamente A  la  memoria  del  lector,  que  presencia  en 
Los  Pacos  de  Hloa  la  descomposición  de  tos  antiguos 
organismos  socialcH,  no  ya  al  rudo  ^olpe  del  liacha  re- 
volucjomiria,  sino  por  virtud  de  la  inercia  y  por  la  iro- 
nía de  los  anos,  que  sonríe  con  desdf^n  ante  todas  las 
C'randczMs  humimus.  En  el  defrencrado  vastago  de  los 
MoscoAus,  que  extrae  como  ta  oruga  los  últimos  jugos 
del  noble-  solar  de  sus  mayores,  profanándolo  con  sus 
■vicios  y  i<jri>e/-as;  en  aquel  irafli'm  fornido  y  vigoroso, 
que  solamente  con.scrva  du  su  estirpe  los  instintos  des- 
póticos de  señor  feudal,  no  el  aliento  de  los  combates, 
ni  la  superioridad  de  alma,  ni  siquiera  el  barniz  de 
cultura  intelectual  adquirido  con  el  trato  de  gentes;  en 
aquel  Marqués  atado  por  el  instintu  A  una  concubi- 
na de  baja  estofa,  cuyas  halagos  le  separan  de  su  mujer 
legfiima,  esquilmado  por  la  turba  de  cafres  que  se 
mantiene  dentro  y  :i  la  sombra  de  su  casa,  y  burla- 
do en  sus  anhelos.  Incluso  el  de  la  diputación  A  Cor- 
tes; en  aijuel  microbio  moral  y  en  su  insignificancia, 
se  personíliiM  una  decadencia  lúgubre  de  la  que  no 
está  ausente  la  poesía,  pero  U  p<iesia  del  estrago  y  In 
desolación;  se  ve  y  se  palpa  el  eclipse  de  una  ra^Ji,  y 
como  que  se  asiste  d  los  funerales  de  la  aristocracia 
histórica. 

Quien  fue  capaz  de  concebir  y  pl;inear  tan  hermoso 
asuniy,  lo  hubiera  sido  de  crear  un  put^ma  novelesco, 
ray.uiu  de  la  epopeya,  íi  poco  que  cerccniíra  la  raigam- 
bre de -episodios  inútiles,  y  b:iftara  la  luz  Ideal  los  per- 
sonajes, en  vez  de  embadurnarlos  con  m.'^is  de  color. 
i<;)ué  Uiminusos  pimoramas  rumies,  qu6  cuadros  de 
género,  quí  torsos  y  bustos  los  que  recrean  la  \ista  en 
Los  Pasos  de  Uiloa!  La  fiesta  de  Naya  y  la  comida  en 
casa  df  D.  Eugenio,  y  üi  conversación  de  sobremesa, 
las  luchas  i!t.'i.ni>rrtlts  entre  los  carlistas  partidarios  del 


>M  UA   LITSKATUtU  BSPAXOLA 

Marques  con  su  terrible  cacique  Rirlxtoinn,  y  los  lic- 
fensorcs  de  la  revolución  capimneados  por  el  no  me- 
nos terrible  Trompeta,  que,  á  última  hora,  y  &  pes 
de  la  vijíilancia  de  sus  rivales,  sabe  escamotear  la  mb^^ 
teriosa  urna;  la  galerfa  de  erupos  humanos  que  co- 
mienza en  Nucha,  la  dtsdeflada  cspossi  del  scflor  de  los 
Pazos,  y  en  Julián,  su  consejero,  cnramac-íín  de  las 
virtudes  sai'erdoiales,  tan  honrado  como  asuKUidizo;  y 
que  termina  en  Isabel,  la  hermosa  mole  de  carne  que 
enamora  y  prostituye  d  su  amo  D.  Pedro  Moscoüo,  y 
en  Perucho,  el  diablejo  nacido  de  estos  ilícitos  amores, 
y  Primitivo  el  administrador,  que  los  explota;  los  en- 
cantos del  paisaje  galleg-o,  y  las  intorioridades  de  la  vi- 
da de  la<;  aldeas,  no  se  pueden  pintar  con  ira/.a<;  mj)s 
seguros  ni  más  gallarda  exactitud.  Entre  las  novelas 
provmcianas  y  regionales,  solamente  las  de  Pereda  ex- 
ceden en  quilates  artísticos  y  perfección  absoluta  A 
Lús  Pasos  líe  l/lloa. 

Hasta  aquf  lo  que  pone  la  autora  de  su  cuenta,  y  aun 
he  omitido  en  la  partida  del  Aaiwr  los  primores  y  mara- 
villas de  dicción,  ó  más  bien  los  doy  por  supuestos,  tra- 
tándose de  quien  se  trata;  en  el  t/ef»e  hay  que  sumar 
cierto  desorden  6  desequilibrio  de  composición,  y  so- 
bre todo  los  atrevimientos  descriptivos  y  fraseológicos 
de  esos  que  no  toleran  los  ojos  ni  los  oídos  de  una  per- 
sona bien  educada,  y  que  no  autorÍKirá  nunca  el  ejenr- 
pío  en  contrario  de  autores  famosos. 

Por  idéntico  motivo  repele  y  asusta  la  continuación 
que  ideó  la  señora  Pardo  BazAn  como  complemento  A 
Los  /•'cíjrt/.s  f/f  l,7Joa,  y  queci>n  el  signifinitivo  epígrafe 
de  La  iitaiín-  Xtüitralcaa  ',  y  A  la  vez  que  traduce  en 
páginas  tic  sublime  encanto  las  vagas  sinfonfas  y  los 
impalpables  rumores  del  mundo  físico,  deduce  las  últi- 
mas consecuencias  de  las  premisas  sentadas  en  la  pri- 
mera parte  de  la  obni.  Quedábamos  en  que  el  Mia-_ 

•    Barcelona,  tW7.  üo«  Umot. 


EX  EL  SIGLO  XIX  M9 

qués  tenía  tíos  hijos,  uno  natural  habido  en  la  roza- 
gante Subcl.  y  ulra  del  matriraümo  con  su  prima 
Nuchii;  pues  I»  señora  Pardo  Bauln  ha  querido  unir  las 
almas  y  los  cuerpos  de  los  dos  ínconM'lenics  herma- 
nos por  el  vínculo  de  un  amor  incestuoso,  nacido  de 
la  fatalidad  imperaüva,  sexual  y  ñsiolúgtca,  e&ireciía- 
do  por  la  convivencia  y  ta  atracción  recíproca  del 
temperamento,  y  consumado  al  impulso  de  las  cir- 
cunstancias, entre  los  ac':u'i  ciado  res  bra:ws  de  la  natu- 
raleza, y  los  mói'bidos  utractii-os  de  una  vefcetaciún 
lasciva  y  exuberante.  lma};ínese  un  drama  de  argu- 
mento monstruoso  y  ejecución  bellísima,  ó  un  esquele- 
to disforme  revestido  de  púrpuní,  ó  un  pedazo  de  sa- 
yal recanuidu  de  filigranas  y  con  marco  de  oro  y  pe- 
drería; cualquiera  de  los  tres  símiles,  ó  los  tres  juntos, 
hariin  íurniar  concepto  de  la  extraña  conjunción  que 
suelda  el  fondo  repulsivo  y  la  Corma  incomparable  de 
esta  ígloíra  en  prosa  de  ta  mils  fina  veta  metálica.  Y 
lo  peor  es  que  la  aurora  no  se  satisface  con  la  caída  de 
Manolita  y  Perucho,  sino  que,  arrastrada  jH>r  la  velo- 
cidad del  movimiento  adquirido,  falsea,  en  mi  sentir, 
el  carácter  de  la  adolíscente  cuando  nos  la  describe 
horruri^iUa,  hasu  el  paroxismo,  de  la  culpa  cometida, 
y  suspinindo  con  afíin  por  el  objeto  de  su  aborrecible 
umur. 

Nada  mils  difícil  que  la  selección  práctica  entre  lo 
sano  ó  bueno,  y  lo  corrompido  ó  reprobable  de  un  sis- 
tema cuyas  mallas  opresoras,  como  anillos  de  serpien- 
te, se  han  aferrado  con  tenucidad  al  espíritu,  aunque 
éste  sea  muy  libre  y  despejado.  Mil  veces  prutestó  la 
[lynuí  escritora  coruñesa  contra  las  cxtremosidades  y 
toserías  y  contra  los  principios  filosóficos  de  Zola, 
[aun  al  admitir  parte  de  sus  procedimientos,  y  he  aquí 
[que.  por  la  rcsbatadizíi  pendiente  de  la  It^ica,  viene  A 
parar  en  la  Mma  del  dcterminismo  al  escribir,  no  sólo 
Atf  madrí-  .VíiiurnJtsa,  cuya  conclusión  trae  A  la  me- 
moria los  mitos  y  leyendas  hetiInicoS'  de  Edipo  y  Mirra, 


560 


1^   LITEKATl'RA  esf  aXouA 


sino  también  fnsoíación  '  y  Morriña  ',  A  pesar  Je  que 
las  travesuras  amorosas  de  la  primen»  narración  vienen 
á  finaltzar  en  la  Vicaría,  y  <Jc  qae  en  la  scgtmda.  flotan 
vagos  celajes  de  idealismo. 

Comprendo  que  impresionaran  desagrada bl emente 
&  dofta  Emilia  Pardo  BazAn  el  silencioso  desdín  y  lu 
miopía  incurable  de  los  críticos  de  bajo  vuelo,  que  no 
acertaron  á  analizar,  ni  siquiera  á  comprender,  ki  ra- 
diante hermosura  moral  de  los  dos  personajes  que  com- 
parten el  intcrís  de  los  lectores  en  los  estudios  psicoI6- 
(Hcos  ífna  crÍ5liana  '  y  La  prueba  *.  Idealizar  A  un  frai- 
le proyectando  el  resplandor  de  la  virtud  honda,  sincent 
y  amable  sobre  Lt  tosquedad  de  su  aspecto  exterior; 
detenerse  á  estudiar  el  carActer  de  una  mujer  cuyo 
temple  heroico,  fortalecido  por  la  eracia  y  por  los  sa- 
bios consejos  sacerdotales,  la  impulsa  d  contraer  ma- 
trimonio con  un  hombre  que  le  es  física  y  moralmenre 
antipático,  y  A  resistir  á  la  pasión  oculta  que  le  inspira 
su  sobrino,  yá  convertirse  en  solícita  enfermera  de  su 
esposo;  hacer  que  brote  de!  contacto  con  las  lacerías 
físicas  el  úleü  del  curiflo,  en  el  que  se  desvimwe  la 
aversión  instintiva  de  los  nen'ios  y  la  sangre  alboro- 
tados; engendrar  criaturas  artísticas  como  el  P  More- 
no y  Carmen  Aldao,  siquiera  sea  con  estricta  sujeción 
á  los  datos  de  la  vida  real  y  it  las  leyes  do  la  verostmi- 
Üttid,  son  delirios  ascéticos  para  las  intelÍEencias  meta- 
lizadas en  cuyo  angosto  seno  no  caben  las  nociones  de 
grandcTíi  y  elevación. 

Pero  lo  que  patentizaron  victoriosamente  Utuí  cris- 
tiana y  La  prueba,  A  pesar  de  lo  desdibujadas  que  sa- 
len las  fíffi»'!*s  de  scíjundo  término,  fue  la  inmensa  su- 
perioridad del  ^cíiio.  de  la  Inventiii'a,  de  las  hiculta- 
des  creadoras  que  constituyen  el  opulento  patrimo- 


•  BarcelmuL.  )8M. 
■  UaKddo*.  IWV. 

•  Maditd.  IIM>. 

•  Uailtlil.  mí'. 


EH  El.  SIGLO  JCIX  SÜI 

nio  jncclcrtuul  de  la  ilustre  dama,  sobre  los  Ídolos  de 
barro  ante  los  que  se  rebajó  A  quemar  incienso.  Hoy 
dominu  su  cspiricu  con  mayor  imperio  y  serenidad 
que  en  otros  días,  las  encrespadas  olas  que  Ir  hicieron 
7-ozobrar;  hoy,  como  nunca,  va  rompiendo  ron  ludos 
los  compromisos  de  escuela;  salo  le  falta  on  tanto  de 
e  crupulosidad  en  la  elección  de  asuntos,  persuadién- 
dose de  que  no  son  dignos  de  su  mágica  pluma  los  inci- 
dentes anómalos  de  la  existencia,  ni  los  casos  de  Medi- 
ciña  legal. 

Si  el  nattiralismo  zolesco  encierra  superabundanü- 
Slina  cantidad  de  aberraciones  inmorales  y  antiestíticas, 
ít|Ué  serii cuando  asume  la  representación  del  magisterio 
y  empufia  la  piquet;t  demoledora,  y  desde  Ut  tribuna  del 
libro  arenga  á  las  muchedumbre*;  indoctas  y  fAeiles  de 
seducir?  -Con  tal  aspecto  se  produce  en  las  novelas  de 
un  prosista  castizo,  jugoso  y  acrisolado,  si  lus  liay,  y  en 
quien  la  corriente  del  periodismo,  y  las  contagiosas  lec- 
turas extranjeras  6  extranjerizadas,  y  el  odio  ing«ín¡to 
&  ia  tradición  y  á  la  autoridad  en  (odas  sus  fases,  han 
respetado  ese  baluarte  único  donde  se  refugia  el  ardsta 
&  despecho  del  sectario.  Al  pie  del  diseño  ligcrisimo  que 
precede  cualquiera  suple  el  nombre  de  Jacinto  Octavio 
Picón,  pródigo  malversador  de  un  ingenio  al  que  podría 
y  debería  dar  mus  alto  destino. 

¡Lamcnuible  fatalidad!  Por  no  a^  qu£  monstruosa 
amalgama  de  ensueños  utópicos  y  aspiraciones  refor- 
mistas, nacidos  del  conocimiento  del  mundo  en  su  parte 
mAs  lúgubre  y  fea.  Picón  se  ha  armado  paladín  de  las 
causas  perdidas  y  las  paradojas  antisoiMales,  y  partiendo 
de  un  erróneo  proi>ósito  inicial,  llega  A  los  últimos  coro-  , 
larios  con  la  imperturbable  sangre  fría  de  quien  sabe 
lo  que  deñendc  y  se  resiste  A  emplear  artiíicios  para 
ocultarlo.  Sus  mercancías,  ya  lo  contiec  él.  son  de  los 
le  en  ningün  caso  toleran  los  reglamentos  prohibiti- 
ros  de  la  religión  y  del  hogíir  crisü'ano;  pero  calial- 
lenie  el  combatir  A  la  una  y  al  otro  entra  en  sus 


3B2 


LA  LITeKATUKA  eSTAHoLA 


cAIcuIds  como  fin  primordial  <S  recurso  estratifico,  y 
as(  lo  advierte  en  los  títulos  y  preliminares  de  sus 
novelas  para  que  no  se  llame  Á  engaño  quien  tenga 
ojos  y  oídos.  Aparte  las  ciuiUdades  de  narrador,  tiene 
la  de  una  sinceridad  .1  toda  prueba,  y  un  horror  sefla- 
lado  á  los  doctrinarinmoK,  suavidades  y  medias  tintas 
de  los  que  no  se  atreven  A  elegir  de  una  vez  entre  Cristo 
y  Barnibás. 

Cada  tiovela  de  Picón  '  es  como  estrofa  suelta  de  un 
himno  y  de  una  síitira:  himno  el  imior  sexual,  libre, 
instintivo  y  desligado  de  las  trabas  que  lo  coartan,  y  las 
instituciones  que  lo  rigen  y  dignifican;  sátira  contm 
estas  mismas  instituciones,  contra  su  carácter  religioso 
ysobrcmuural,  y  su  tendencia  represiva  y  de  sacrificio. 
Por  eso  el  autor  de  La  honrada  escoge  preferentemente 
como  objetos  de  obscrvaciún  A  los  sacerdotes  y  A  las 
mujeres  perdidas;  ve  en  los  unos  la  antítesis  de  sus 
ideales,  y  les  compadece  ó  les  ataca;  considcm  á  las 
otras  como  víctimas  del  desquiciamiento  universal  que 
conmueve  los  cimientos  de  las  sociedades  enfermas 
y  caducjis,  y  aboga  en  pro  del  ejército  de  Venus;  idea- 
lizíi  los  pecados  de  la  carne,  defiende  el  adulterio  ca 
cuanto  significa  la  reivindicación  de  la  mujer  ultra- 
jada que  se  despide  del  tirano  domístico  y  se  echa  en 
brazos  del  amante,  y  reproduce  los  sofismas  g;)stuüos 
y  sentimentales  de  Dumas  hijo,  y  de  Víctor  Flugo,  á] 
favor  de  las  pecadoras  rehabilitadas  por  el  amor  y  la 
desventura, 

No  acabo  de  comprender  la  obcecacidn  mental  ni 
las  ilusiones  de  perspectiva,  que  en  una  inteligcncti 
^  tan  clara  como  la  de  Pií-tín  presentan  invertido  el  pa- 
norama de  la  realidad,  y  alterados  los  colores  y  lu  po- 
sidún  de  lOR  objetos.  Su  último  libro  Dulce  y  sabrosa, 
cuento  verde  en  el  que  no  faltan  delicados  matices  de 


K]f  «L  MOLO  XtX  :XÍ3 

andl  üUs  y  arabescos  de  estilo,  extrema  la  pasión  ontica- 
Ulica  y  los  impudores  libidinosos  hasbi  el  sucritcgio  y 
la  blasfemia.  Pero  m  entristece  el  hecho  aislado  de  que 
un  novelista  dt-  íuste  se  extravíe  |>or  ton  tortuosa  senda, 
el  ser  éste  un  signo  de  los  tiempos  que  alcanzamos  y  del 
escepticismo  dominante,  rompe  el  corazOn  de  pesar  y 
cic(;:a  de  liigrimas  la  vista. 

Mucha  menos  tallíi  que  el  autor  de  £Z  cttetrugo  mide 
Cl  de  La  regenta,  disforme  relato  de  dos  mortales 
tomos  que  alguien  calificó  de  arca,  de  Noé,  con  per- 
sonajes de  todas  las  especies,  y  que  si  en  el  fondo 
rebosa  de  porquerías,  vulgaridades  y  cinismo,  delací 
en  la  forma  una  premiosidad  violenta  y  ciuisíida,  di]j;n:i 
'de  cualquier  principiante  cerril.  Malhumorado  Oa- 
rin  por  la  aco^^ida  que  tuvo  su  primer  novela,  se  dio  A 
elaborar  otra,  que  ha  aparecido  al  cubo  de  seis  aftos. 
cayendo  como  losa  de  plomo  sobre  su  reputación,  aca- 
bándole de  desprestigiar  entre  la  media  docena  Ue  es- 
paflole^i  optimistas  que  no  esperaban  de  <&\  tan  mons- 
truoso fetü,  verdadera  pelota  de  escarabajo,  amasada 
sin  arte  alguno  con  el  cieno  de  inverosímiles  concupis- 
cencias, caricatura  del  naturalismo,  en  que  la  impoten- 
cia para  luchar  con  Zola  en  otro  terreno  se  suple  con 
la  exageración  disparatada  del  vicio.  Leopoldo  Alas  se 
propuso  que  nndic  le  echara  el  pie  delante  en  lo  que 
toca  A  amontonar  ntr<K-Ídades,  é  hizo  que  los  malva- 
dos de  Sn  lim'co  hijo  fuesen  A  la  vez  tontos  de  ca- 
pirote. Fuera  de  eso,  el  lector  no  acata  de  enterar- 
se nunca  del  camino  por  donde  va  A  tirar  la  narra- 
ci¿n,  y  martirizado  por  aquel  logogrifoy  aquella  prosa 
igualmente  inrernales,  tira  uimbi<ln  el  rolurnt-n  de  Ins 
manos. 

Entre  lus  amigos  optimistas  del  autor  asiuríanu 
aludidos  ante^.,  hay  uno  que  ha  di&pantdo  contra 
aquél,  con  la  mejor  intención,  el  epigrama  sangriento 
que  se  contiene  en  estas  palabras:  Ci-abIn  ks  mucho 
mAü  NUVftltST  a  ot-u  cKf-ncü. 


&&4  LA  utskatusa  aarAftoLA 

Renuncio  i  prolongar  esta  reseña  con  los  nombres, 
poco  y  en  mala  parte  conocidos,  de  viirios  escribidores 
que  han  Imlludo  en  el  naturalismo  un  medio  T>nra  salir 
de  la  olKcuriüad,  vertiendo  A  granel  laR  contadas  espe- 
cies que  caben  en  sus  empobrecidos  y  aní-mtcos  cere- 
bros, lanzíindo  A  la  voracidad  lujuriosa  de  algunos 
lectores  los  hediondos  comistnijos,  las  htrvientcs  gusa- 
neras con  que  se  sacian,  para  irritarse  de  nuevo,  los 
estímulos  de  la  sensualidad.  No  a  la  critica  literaria, 
sino  ít  la  policía,  toen  hab^-rselas  con  los  productos  no- 
civos del  contrabando  novelesco. 

Semejante  aplicación  de  los  principios  naturatistis 
con  su  bagfajc  de  papel  impreso  que  sirve  de  pasto  á 
érente  corrompida  y  holtrazana,  no  totalmente  indico 
de  ella,  quizá  sea  menoí^  lamentable  que  )a  difusión  de 
libros  verdaderamente  literarios,  donde  el  veneno  está 
hábilmente  rcfmado  y  oculto.  Como  7,ola  y  Flaubert.  y 
!>,iudt-t  y  los  ("loncouri,  son  sus  tres  primipalts  imita- 
dores en  España,  no  folletinistos  asalariados  y  traduc- 
tores hambrientos,  sino  raza  de  estilistas  conocidos  de 
todo  el  mundo,  antes  y  después  de  pervertir  tan  lasti- 
mosamente su  vocación.  Merced  A  esta  circunstancia  se 
aplauden  ó  se  discuten  en  la  sociedad  culta  y  entendbla 
ciertas  cosas  que  de  otro  modo  se  condenarían  al  des- 
precio sin  contemplaciones  y  sin  examen. 

El  naturalismo.  A  pesar  de  todo,  no  producirá  un 
Dante  ni  un  Homero;  vendrá  A  ser,  A  lo  sumo,  la  triste 
y  cxacui  representación  de  un  período  de  decadencia, 
la  historia  documentada  del  vicio,  eí  vertedero  donde 
quedarán  archi\'adas  las  inmundicias  de  la  f>:enenición 
presente  p;ira  conocimiento  de  las  futuras.  Como  siste- 
ma, el  naturalismo  nació  exclusivista  y  no  puede  repre- 
sentar la  inagotable  fecundidad  del  arte;  sentando  cofno 
axioma  preliminar  y  linico  la  imitación  de  la  naturale- 
za, la  desfiííura  horriblemente  en  la  práctica,  y  sólo  ve 
en  el  hombre  y  en  la  sociedad  su  parte  odiosa,  negan- 
do sin  razón  las  hermosuras  que  puede  admirar  y  Iuk 


K.t  KL  SIGLO  XIX  9&& 

berQfsmos  que  no  comprende.  En  el  estrecho  círculo 
en  que  le  encierran  sus  prcocupiíciones  caben  las  he- 
roln;is  de  burdel,  los  necios  y  los  infames  ""  ^  la^ 
alma-s  capaces  del  sacriftcio,  lo*:  que  sufren,  aman  y 
sucflao  por  la  nostalfíiíi  del  bien.  El  natuniUsmo  se 
propuw  tamhiín  enseñar,  y  cmparent(>  ron  la  burda 
tU<>sofXu  positivista,  íjacicodo  resucitar  al  arte  docente 
con  todaA  sus  pedanterías  y  sin  ningwia  de  sus  venta- 
Jas.  Nunca  el  progreso  de  las  naciones  modernas  ha 
sido  ton  sangrientamente  Bagclndo  como  en  1a  impla- 
cable anatomía  de  la  novela,  que,  con  prolija  minuciosi- 
dad y  sarcA&tica  indiferencia,  le  presenta  nbuludas  las 
deformidades  de  su  urganízacirin.  At  naturalismo,  en 
fin,  le  corresponde  una  parte  muy  prineiixd  t-n  este 
desaliento  que  enerva  y  entumece  el  espíritu,  cortando 
su  libre  y  gnindioso  vuelo  por  las  esferas  de  lo  ideal, 
en  este  dcsctiuillbrio  nervioso  que  íl  exaccrb<>  al  estu- 
diarlo, en  este  envilecimiento  de  caracteres  Comentado 
par  los  lecturas  perniciosas,  y  en  el  eclipse  parcial  de 
la  fe,  y  la  cxcitaciiín  de  la  concupi-scencia,  doble  plaga 
que  aflige  A  nuestra  sociedad  y  hace  temblar  por  la 
suerte  de  las  generaciones  futuras. 

Ya  hn  entrado  en  mi  período  de  calma  el  movimicn- 
10  febril  que  hace  muy  pocos  aflos  ímperabíi  en  el 
mundo  de  las  letras;  ya  van  destronando  al  efímero  mo- 
tfn  naturalista  direcciones  aiin  no  bien  determinadas  y 
que,  si  han  üc  ser  fecundas,  tampoco  deben  retrogra- 
dar á  los  verjeles  paradisíacos  del  idealismo  infantil, 
sino  afirmarse  de  nuevo  en  el  solido  apoyo  ile  la  reali- 
dad como  medio  de  subir  i  lo  alto.  Asi  ha  entendid4> 
siempre  la  labor  de!  ¡u-te  el  pnncipe  de  los  novelistas 
españoles'  contemporáneos,  Pereda;  así  la  vnn  enten- 
diendo tos  antiguos  imitadores  de  Zula,  y  en  particu- 
lar ios  más  ilustres. 


-  •vv\,tS5j'w** 


CAPÍTULO  XXX 


L\  NOVELA    COVTE)in>OR,ÍHEA.— (COKCLUSIÚk) 


fWfpks.  SuAivt  Bn>T«,  r\  Mmvjb^  ir  Fl]carr>Mi.  NaT«rrcte.  r«l« 
j  PvirvIAa.  L.  Albiaxa,  t'rrr<liM.  Itarüa.  rtc. 


PAR.\  la  construcción  del  ostentoso  edificio  de  nu 
tra  novela  contemporánea  han  traído  sus  piedras 
rcspectiv'iis,  unos  de  mArmoI  ó  jaspe,  otros  berro- 
queñas y  sin  prove<iio.  innumerables  artífices  que  no 
acnbariii  yo  de  puntualizar  en  muchas  pilginus,  pero 
entre  los  que  se  levantan  de)  suelo  unos  pocos,  ya  por 
su  propia  virtud,  va  por  circunstancias  externas  que  en 
Ia  historia  no  deben  pasar  inadvertidas. 

¿Deja  de  ser  curioso,  porque  ü««,  triste,  el  hecho  de 
que  entre  Lis  obras  de  Selgas  ocupen  mAs  de  la  mitad 
de  los  vijlúmenes  larguísimos  relatos  novelescos  dig- 
nos de  Montcpin,  y  que  tienen  su  público  de  devotos 
y  compradores?  [Malhaya  el  diablo  familiar  que  asi  ex- 
travió al  Quevedo  minúsculo  de  Kl  Patírr  Cobos  y  lí\s 
Hojas  sueltas!...  ¡Cuánto  habríamos  ganado  con  que 
los  rimeros  de  cuartillas  consumidos  en  La  matisana 
df  oro  ',  E/  ángel  de  ¡a  guarda  6  Historias  coMtemf>o- 


■   Madrid.  \ga.  SH«  (MOM. 


BK  EL  SIGLO  XU  557 

rduras.sc  hubiesen  cuajaüoJefiligranaitn  vcrso.como 
Ins  tlf  La  primavera  v  el  estío.  6  de  apuntes  y  observa- 
ciones conceptistas  en  prosa!  v\lgo  de  esto  último  hay 
en  líis  novelas  de  Selgas,  cuyo  inpeniü  no  sabía  des*- 
mentirse  del  todo  A  si  mismo;  algo  hay  t:imbién  de 
.ibundancia  y  donosura  fraseológicas;  pero  ^quíi^n  la  A 
buscitr  las  perliLv  wulciis  en  aquel  océano  de  puerilida- 
úesi  Como  esbozo  sin  concluir,  con  diillofiros  bien  con- 
ducidos y  tal  cual  escena  cómica  muy  aceptable,  merece 
ser  citada  la  novela  p«istuma  .Vona.  La  palabra  sub- 
rayada es  el  apodo  con  que  conocen  en  su  casa  A  la 
faeroCna,  ángel  humano  de  los  quü  solía  idear  Selgas, 
y  A  quien  hace  sombra  la  hermana  mayor,  hermosa 
como  Venus  y  mala  como  Caín.  dtsponiOndose  las  co- 
sas de  modo  que  Nona,  destinada  A  entrar  en  un  con- 
vento, le  quita  el  novio  (i  la  primogi'niti».  convertida  en 
monja  por  arte  del  andnimoquc  escribió  el  ultimo  capí- 
tulo de  la  novela,  confirme  al  plan  concebido  y  no  rea- 
lizado por  ct  autor. 

Si  fVira  el  Selgas  de  Ln  tnanza/ta  Jt-  oro  no  h«n  te- 
nido una  palabra,  ni  buena  ni  mala,  los  críticos,  han  de- 
dicado muchas  al  novelista  de  Guerra  síh  cnafte¡,  don 
Ccfvrino  SuárcK  Bravo.  A  quien  ya  di  á  conocer  como 
escritor  ligero  y  humorístico. 

Las  altas  Corporaciones  docentes.  Ixduartcs  mura- 
dos de  la  aristocracia  de  las  letras,  alcan/nn  ¡iquí  y  en 
todas  partes  d  privilegio,  no  siempre  envidiable,  de 
uiui  oposicidn  ruda  y  sin  irvgtiJi,  que  &  menudo  umis- 
tra  ln  opinión  de  los  miis,  y  triunfa  irresistiblcmcniv 
en  las  batallas  cumjiiües  del  periodismo.  lii>y  es  ki 
Academia  lisp,iftolji  el  blanco  principal  de  los  ainques, 
dirigidos  unos  por  la  mala  fe  cnvidlttsa  é  ignorante, 
habilísimos  otros  y  en  que  so  emplea  una  suma  dt 
energías,  cuya  sicni(ii.!ición  y  ¡dcancc  í.-s  ¡mpo-iiblí: 
desconocer. 

Habíanse  viiio.   nu  sin  protesta,  luurfadus  en  los 
concursos  públicos  del  ilustre  Cuerpo  po«mas  de  Cer- 


986  L*  LITCHATORA  ESPAÑOLA 

vino  y  odas  de  OUoqui;  pero  nunca  la  cdlera  tle  los  aipni- j 
víftdos  ni  la  oñcÍoí.idad  de  perturbadores  ociosos  esta-' 
liaron  on  tan  violento  unisono  comoal  utoi^arscr  el  pre- 1 
mío,  tantas  veces  negado,  de  la  novela,  üistinjiuiendo  Li 
<le  un  escritor  militante  y  bien  conocido,  cxromdntlco  | 
que  no  pc-rdit^  nuni-a  Uts  ¡tfícioncs  de  sus  primeros  dtas, 
aunque  las  disimulara. 

Rotúlíisc  la  obra  Guerra  siu  cuartel,  y  era  su  autor 
don  Cefcrino  Suílrcz  Bravo,  circunstancia  esta  üUima 
que  previno  desfavürablemente  el  ánimo  de  los  enemi- 
gos, aun  antes  de  que  se  publicase  la  novela  '.  E^cspu^ 
vino  la  disección  por  Ápices,  jumo  con  la  burla  despia- 
dada, sin  perdonar  siquiera  los  pareados  de  Gon^^alo  de 
Bercco  que  la  encabe^jin.  Gíncro,  se  decía,  trasno- 
chado é  híbrido,  ar^^umento  floAo  y  de  candidez  inve- 
rosímil, caracvcresdc  figurín  y  contradictorios,  dijUo- 
gos  y  pinturas  como  del  AíUííío  tic  ¡os  taños  6  Las  pá- 
ginas til-  ¡a  infancia,  estilo  y  lenguaje  empedrados  dt 
frases  hrihas  iV  de  mal  tfusto,  cuando  no  de  solecismos 
y  nixftbolugías.  Y  mientras  la  prensa  de  Wtjo  vuelo  con- 
venía en  abro>>o&las  palmas  del  triunfo,  loa  franceses  y 
los  alemanes  se  encargaban  de  traducir  el  asendereado 
libro. 

Es  siempre  muy  ni;ü  consejero  la  pulón.  Algo  hay 
(|ue  puede  servir  de  fundamento  A  tan  arrehatadas  de- 
cUtmaciimes;  miLs,  aun  li  riesgo  de  parecer  inocente  y 
sin  experiencia  en  achaques  de  idealismo,  conñvso  con 
sinceridad  la  emociún  relativamente  grata  que  por  dis- 
tintas razones  produjo  en  mí  una  lectura  becha  á  la,  veri 
dad  con  prevenciones  favorables,  de  las  que  procurar* 
ahora  dcsentenderme. 

El  fondo  del  cuadro,  que  se  va  {j^radualmente  desen- 
volviendo en  la  narniciOn,  es  histórico  nada  míis  que  A 
medias,  y  casi  pmdi''' ramos  llamarlo  de  costumhi'cs  con- 


•    0iHr/o,*la  rwuUt.  Xafcla  i)ri#i«ul  A*  J>.  0/*rUi»  Snártt  l^w,  prtmtoM 
rot  U»  AmJ  .imddwlii  eftatmta.  hlnJHJ.  tSSS. 


BN  EL.  SIGLO  XIX  SIA 

temponlncHs.  Trátase  cíe  un  odio  heredado  entro  indi- 
viduas de  la  mism»  fiímilia,  y  que,  comenzando  por  ua 
desafio  frairicida  y  una  muerte  irágica.  concluye  por  la 
expiación  noble  del  crUnen,  y  el  idilio  de  do<^  amantes 
separados  hasta  entonces  por  un  abismo  sangriento 
que  iliMiiina  a)  cabo  la  aureola  de  ínespemdu  felicidad. 
Luis,  y  Mercedes  sn  promcilda,  encamaciones  del  va- 
lor y  la  virtud  sin  matices  ni  término!:  medios,  son  de- 
chados de  perfección,  tal  como  los  concibe  In  generosa 
inexperienem,  siempre  en  mituü  del  pelíf^o  y  siempre 
superiores  A  él,  ht-roes  de  una  pie/a  que  no  him  cono- 
cido en  sf  los  desraltecí  míen  tos  y  caldas  de  la  humana 
fraj^Udad.  La  mala  estrella  del  emimorado  Lují;  le  opo- 
ne UD  rival  que  no  lo  está  menos  de  la  misma  Mercts- 
des,  ta  cual,  en  un  momento  de  abnegac¡*in  suprem;i, 
se  decide  ¡i  renunciar  &  sus  ensueños  y  esptranz;Ls  fu- 
turas pora  evitar  un  duelo  inmíocntc  entre  su  primo  y 
el  desi.leflado  Tavira.  A  lo  lejos  suem*  el  rumor  de  la 
(Tuerra  civil,  A  la  que  entrambos  corren  con  bien  dis- 
tintos impulsos,  utíitado  Luis  por  las  uleadaü  (kl  entu- 
siasmo, y  su  enemigo  pof  lii  6ebre  de  un  rencor  íncx- 
tii^ffviblc.  Allf,  peleando  >^jo  contrarias  Kindents,  se 
hallan  el  soldado  de  la  Reina  y  el  de  Carlos  V.  Luis 
cae  prisionero  y  está  al  alcance  de  Femando  (Tavira}; 
pero  la  inter\'CDCÍón  de  un  personaje  misterioso  1c  per- 
mite estapnr.  literalmente,  en  una  lancha.  Una  impre- 
visión juvenil  en  cierta  arriesgiula  vt.'üu  íí  .Vlcrccdes, 
que  lia  acudido  al  teatro  de  la  g^uerra,  le  trae  de  nuevo 
&  la  mano  de  los  carlistas,  sin  que  aparezca  por  ninfiu* 
na  parte  la  posibilidad  de  la  salvación  y  del  remedio. 
Elnutor  lo  encm-ntra,  sin  embarco.  encomendilndoHc  A 
Dumas.  y  he  aquí  el  descomxido  del  lance  anterior 
volviendo  &  la  escena  con  el  mismo  oliciu  y  con  más  in- 
romprensible  solicitud,  acudiendo  A  la  prísit^  de  Luis. 
y  o<'up:lndulu  en  su  luínir  [virii  facilitarlo  la  fua:a.  El  fa- 
vorecido teme  piir  lasueruídcNU  libertador,  y  no  vacila 
en  prirbvntursc  al  bravo  ZumalacurrcKUi.  asumiendo  la 


S60  LA  UTBSATVKA   BSI>Alt01.A 

responsabilidad  do  lo  ocurríclo,  y  también  csm  vex  se 
«Uva  por  milagro.  Aun  le  espera  el  illtimu  y  más  teml- 
bU"  encuentro  con  Fernando  Tavira,  quien  en  lucha 
peT!;onaI,  y  antes  de  anaat'ct(Sn  reñidísima  entre  tos  dos 
cjorcitos,  hiere  á  T-uis  y  se  dispone  &  mntEirlo.  cuando 
detiene  al  agresor  la  navaja  de  un  asesino  qoe  le-armn- 
ca  la  vida,  dcj:\ndo1e  tendido  en  medio  del  campo.  Resta 
una  aclarací<)n  línal:  el  hombre  pue  impidió  tan  á  cosm 
suya  la  muerte  de  Luis  era...  el  que  se  la  habla  d;ido 
&  su  padre,  W  I^ayo,  que,  para  ocultarse  mejor,  hahia 
hecho  cundir  los  rumores  de  la  surit,  en^nando  d  la 

misma  Mercedes  y  A  su  primo. 

Este  Uu-go  proceso  de  incidentes,  ]KTi[M:(:iafíy  artag- 
ttosis,  entrelazados  como  hilos  de  complicad  (sima  ur- 
dimbre, supone,  ya  que  no  so  quiera  conceder  otr» 
cosa,  una  inventiva  sapaz  y  fecunda  en  recursas,  aun- 
que semejante  moneda  se  valúe  hoy  íl  precios  muy  hajos 
merced  A  la  bancarrota  de  los  que  me  atrevo  á  llamar 
millonarios  üe  la  imaginación.  El  pimto  flaco  de  Gue- 
rra  sin  aiarttl  est;i  en  haber  llcfiadu  larde  y  como 
rebusco  do  almoneda,  cuando  en  ttem|ios  no  lejanos 
se  la  habría  tenido  por  intachable  ejemplar  de  la  moda 
corriente  en  materia  de  novelas.  Hoy,  pa]*a  conseguir 
una  imparcialidad  relativa,  necesitamos  hacer  c!  vacío 
en  torno  nuestro,  y  retro|rradar  con  la  varilla  md^'ca 
de  la  abstracción  unos  cuantos  aftos  que  parecen  si- 
glos, Pero  ,ino  hablamos  convenido  con  el  tiránico  Boi- 
leau  en  que  fodos  los  géneros  son  buenos  excepto  rf 
fastidioso?  Dígase  que  el  predilecto  del  Sr.  Suárez 
Bravo  es  mtís  fi\cil  que  el  actual  de  paciente  observa- 
ción psicol<^Íca  (en  el  que  también  caben  muchos 
convencionalismoí;  y  falsificaciones,  pero  muchos),  y 
en  esie  terreno  la  discusión  senl  plJiusible  y  niciiinal, 
no  menoK  que  beneficiosa  pnra  el  autor. 

HílWese  de  coincidencias  amanadas  y  de  Inverosi- 
militudes; que  ahí  tenemos  li  los  porsonnjos  de  A'o- 
vcntit  y  irrs  y  ¿os  Miserables  (ejemplo  gráfico:  las  me- 


£N  KL  SIGLO  XIX  5M 

tamorfosi»  de  Juiui  Valjcan),  lontrayí-ndonos  A  obras 
conocidas  de  todos,  y  en  la  literatura  cspnflola  basta  con 
recordar  los  Epfsodiofi  nadouaifs  de  GaUlús,  así  la 
primera  como  la  segunda  serie,  ¿Son  mils  absurdos  ú 
menos  concebibles  los  sucesivos'  reconocimientos  de 
Tavira  y  Alvarado,  y  tas  andanzas  y  peregrinaciones 
de  Mercedes,  que  los  amorfos  de  Cossette  y  Mario  de 
Pontmercy.  ó  las  aventuras  de  Gabriel  de  Araccli,  Sal- 
vador MonsaluU  y  Carlos  Navarro?  Ni  en  unos  ni  en 
otros  me  ag:rada  el  procedimiento,  por  lo  que  lüiy  en  C\ 
de  íal?o  y  exclusivista;  pero,  en  ley  de  equitativa  pro- 
porción, no  cabe  encontrarlo  sublime  y  ridiculo  según 
las  conveniencias. 

Más  que  estas  consideraciones,  sirven  de  defensa  d  la 
obni  premiada  multitud  de  escenas  que  luiblan  A  la  sen- 
sibilidad menos  impresionable  en  el  persuasivo  idiomu 
de  la  p;iíión,  aunque  no  siempre  corresponda  el  modo 
de  numcjar  el  diilloso.  Entre  otros  ejemplos,  nos  sen'i- 
rían  el  desafío  de  Luis  en  el  primer  capítulo,  su  visita 
á  Mcrccdcp.  su  fu¡ra,  y  aisi  todo  lo  que  hace  y  dice  ei 
Rayo  dtrt^tle  que  aparece  en  Li  narractún,  deM-iirti\ndosc, 
por  supuesto,  lo  mal  preparado  de  algunos  incidentes. 
Aquí,  como  en  infinitas  novelas  de  la  misma  chise,  no 
se  busca  el  Intcrís  progresivo  y  ordenado  que  se  une 
con  el  andar  tranquilo  y  natural  de  las  aconlcc^miento^, 
sino  las  vehementes  sacudidas  que  proceden  de  los  cam- 
bios -iúbitüs  en  la  decoración  exterior,  y'en  lu  concicnciu 
de  los  personajes. 

No  descenderé  á  examinar  las  imperfei-cioDCS  de 
forma  y  de  lenguaje,  que  existen  en  realidad,  y  que 
con  ensaflamientu  abuluirun  los  mcrodcadures  de  ga- 
ceiilU-  liPiicndo  yo,  en  resoluc  ion,  que  Guerra  sin 
cuarlct  no  alnmza  los  merecimientos  necesarios  para 
justiflcar  el  fallo  de  la  Academia  Española;  pero 
como  proJuctu  de  una  funuisía  ;Lrdieme  y  fe(.unda, 
y  de  un  ingenio  vivo,  perspicaz  y  discreto,  atrae  con 
magín  emlX'lesadoni  A  lodo   lector,  que  se  deja  ir 

TOMO  u  36  , 


56S  LA  LltERATCftA  ESf>Af!OLA 

tras  de  sus  primerus  impresiones,  no  deteniéndose  ik 
razonarlas. 

Dentro  de  la  novísima  fi^eneración  literaria,  aunque 
sin  norte  fijo,  milita  el  Marqmís  de  Figucroa,  j>>ven  que 
ha  hecho  su  entrada  en  el  mundo  de  las  Iclriis  t»n  tres 
novelitas;  Ei  ultimo  estudiante  ',  Autom'a  Fu^tts  '  y 
La  yis€omiesa  de  Armas  *.  Obedece  la  pripiem  á  un 
cierto  sincretismo  ücl  antiguo  género  picaresco  &  la 
española,  con  la  tendencia  analitica  de  pasiones  7  carac- 
teres. Ambrosio  Trucha,  el  protagonista,  alumno  de 
Derecho  en  la  Universidad  de  Santiago,  conoi'ido  por 
su  buena  sombra  en  el  tapete  verde  y  en  asedios  amo- 
rosos, se  estrella  contra  la  bondad  y  el  candor  de  la 
única  mujer  que  ha  «ibido  resistirle.  Cómo  la  pruden- 
cia y  sencillez  de  Pelusa  se  convierten  á  los  ojos  del 
f;alantendor  en  intolerables  desdenes,  y  oJmo  Ambro- 
sio paga  con  desensahos  las  culpas  de.  sus  f.-ÍciU-s  ct 
quistas,  son  fenúmcnos  que  explica  el  autor  cumplida 
mente. 

Por  las  escenas  de  Auíonia  Fufrtea  circulan  rdfá- 
gsis  de  naturalismo,  en  conjunción  con  elementos  espi- 
ritualistas y  cristianos.  Si  los  tropiezos  de  la  heri/ina, 
que  la  conducen  gradualmente  al  abismo  de  la.  pros- 
titucidn,  están  estudiados  &  la  luz  de  su  temperamento 
lascivo,  y  de  las  leyes  de  herencia  y  raza,  el  novelista 
no  reconoce  en  los  estímulos  físiolúgicos  la  fuerza  deter- 
minante y  necesaria  que  Icffatribuyc  el  fatalismo,  y 
lado  de  Antonia  la  gitana  infeliz,  víctima  de  sus  pasío-" 
nes,  presenta  !l  su  compaOcra  María,  que  se  hace  supe- 
ilor  á  ellas  por  la  práctica  de  las  virtudes  y  la  piedad 
rclifiiosa. 

En  La  Viscomiesa  de  Armas  aumentan  las  propor- 
ciones del  escenario,  y  se  descubre  una  intención  pro- 
funda y  decidida,  en  medio  del  ambiente  frivolo  y 


■    MaJfU.  tSfiS. 
'    VlLá\¡a.i9S¡. 


BM  El.  SIGLO  XIX  Sb3 

supcrñcinl  que  envuelve  &  lo$  personajes  y  ila  ct  tono 
ú  los  acontecimientos.  -;Qué  es  sino  la  VÍ2condcsÍta  ale- 
p-e  y  munJami  Uesile  sus  primeros  aftos,  coquemc- 
lit  cuando  adolfscenie,  que  sacrifica  su  felicidad  en 
aras  Ucl  tentador  becerro  de  oro;  esposa  de  equívoca 
fama,  unida  s4Jlo  por  el  íntcri^s  &  tui  alcornoque  pensan- 
te, y,  en  lo  demás,  sícrva  de  la  galantería  y  la  aduta- 
citín,  cftn  la  libertad  que  da  la  incumblc  ceguera  de  un 
marido  imbécil? ¿Qué  es  sino  la  encarnación  de  toda  una 
especie,  harto  numerosa,  por  desgracia?  ¿Y  qué  es  la 
obra  sino  un  estudio  intimo  de  la  alta  sociedad,  por 
mano  tan  experimentada  como  imparcíal  y  puco  be- 
névola? Tal  mujer,  sometida  A  la  ¡ntlucncia  de  una 
educación  fal:ia,  sin  míts  lastre  en  su  cahe/^i  que  los 
arrebatos  de  la  sangre  juvenil  y  los  vértigos  de  ta  va- 
nidad, camina  por  sus  pasos  contados  á  una  derrota  se- 
gura, y  cae  lógicamente  apenas  se  ofrece  A  sus  ojus  la 
fruta  vedada.  El  Tenorio  que  fija  la  atención  de  Isabel 
es  un  tipo  cursi  y  presumido,  anglómano  que  avasa- 
lla la  optniún  de  los  elegantes,  héroe  risible  del  sport, 
de  la  moda  y  de  los  salones  aristocráticos. 

No  podía  faltar  á  su  puesto  Luis  Tirol  en  el  baile 
preparado  por  la  de  Armas,  y,  en  efecto,  allá  vw.  provo- 
iiinüo  Uis  murmuraciones  de  sus  rivales  y  l:is  sangrien- 
tas del  Sexo  femenino.  Pero  en  sustitución  del  sim- 
pHcísimo  Paco  Puentes,  esposo  nominal  de  ta  Viz- 
condesa, surge  como  vengador  del  agravio  el  primo 
de  isla,  el  desdefiado  Jaime,  que,  A  impulso  del  despe- 
cho celoso,  siente  renoi-arse  la  herida  abierta  en  su 
alma  por  el  matrimonio  de  Isabel,  y  propone  un  lance 
de  honor  al  aforlumido  libenino.  Los  ojos  de  Paco  no 
se  abren  aún  con  tan  espsmiosa  vergüenza,  hasui  que 
una  cana  de  su  mujer  á  Tirol  le  pone  en  las  manos  el 
cuerpo  del  delito;  y  ante  la  negra  perspectiva  de  su  pu- 
blica difamación,  junio  con  las  exigencias  de  sus  acree- 
dores, seda  la  muerte  por  no  sobrevivirá  tantas  ruinas. 

Me  he  detenido  un  tanto  en  el  análisis  de  La  Viscott' 


T^   UTEHATITIA 

desa  rfr  Aniiafi  porque  puede  consíUcrarso  como  un  ;ui- 
teccdcnic  justificativo  de  Prifuriícces,  yaque  el  Mar- 
qués de  Figucroa  coincide  en  parte  con  el  I'adre  Colo- 
ma,  aunque  sin  propósitos  moralízadores. 

Para  que  haya  niiU  variedad  en  este  panorama  vea- 
mos la  nota  espiritista,  representada  por  María  de  ios 
Angeles  ',  producción  de  un  artillero  literato  y  autor 
de  otras  muy  diferentes  en  intención  y  Ciir.lcter,  romo 
Las  liavi'S  dd  Estrecho,  Et$  tos  montes  de  la  Mancha 
y  Desde  V'ad-Ras  d  Sei^Va,  acuarelas  de  ¡a  campafía 
de  A/ rica. 

En  María  de  los  Angelen  ha  tenido  D.  José  Xava- 
rrete  la  endiablada  ocurrencia  de  amaljiamar  el  cace- 
íismo  de  AIlan-Kurdee  con  una  relación  verídica,  seíjiln 
dice  él  mismo,  lo  que  también  he  oído  ai;egurar  ¡^alj^icn 
muy  enterado  y  competente.  En  cuanto  lo  permiten  el 
espíritu  de  propajranda  y  la  idea  Reneradoni  del  Libro, 
todavía  se  vislumbran  en  íl  asomos  y  toques  de  arte 
verdadero,  como  estrellan?  solitari;is  en  el  fondo  de  una 
obf;curtdad  sin  limites. 

Mas,  asi  y  todo,  ¡qué  ncffro,  qu¿  doloroso  cuadro, 
propio  sólo  para  producir  la  neurosis  artificial  en  ima- 
ginaciones enfermas,  no  forma  aquel  terrible  desfile  de 
la  eran  scflora  prostituida,  del  t;ihur  sin  entraftas, 
del  hijú  pródigo,  asesino  y  suicida  x'ulgar,  y  de  su  ama- 
da, que  cae  sucesivamente  en  los  abismos  del  amor  im- 
posible, la  deshom-a,  el  delirio  y  la  locura!  Parecen  per- 
sonajes de  la  flalcrCa  fiinthre  de  espectros  y  somhnis 
ensangrrtUadas,  con  que  tanto  dio  que  dc<:ir  en  1831 
D.  .-Vgustin  Pérez  Zaragoza,  ó  robados  A  un  dríima  de 
V.  Durangc.  Kn  vano  se  replicitrA  que  tales  escenas 
son  verdad  pura,  salvo  la  sustitución  de  los  nombres; 
pues  no  siempre  lo  que  es  verdad  cabe  en  el  nrtc,  ni  son 
impresiones  trágicas  todas  las  que  lo  parecen,  ni  las 
cat4strofe.s  espeluznantes  tienen  nada  que  ver  con  td 


•    MmIHJ,  uu 


EA  EL  SCU)  XIS  S6Ü 

terror  sublime,  ni...  Shakspeare.  en  fio,  es  Ayguals 
de  Izio.  (Que  la  Marquesa  de  Villjirana  y  BcrníirJo,  lo 
mismu  que  Julio  y  Muría  de  los  Angeles.  Rita  y  Bar- 
tolo, doña  Petra  y  el  padre  Tragaba udloncs,  fueron 
como  el  nuve)i«iia  dice?  Tanto  p«or,  ya  que  se  añade 
el  mal  tino  en  la  eleocíi^n  del  asunto  &  la  torpeza  de  no 
saber  presentarlo. 

No  se  miente  siquiera  el  diiUogo,  tejido  á  la  conti- 
nua de  Erases  hueras  é  hinchíizones  líricas  en  i>rüsa, 
cuando  no  lo  su-stituycn  los  monólogos  det  mismo 
pallo  y  un  tímtico  más  inverosímiles,  ó  las  reproduc- 
ciones escrupulosamente  fieles  del  idioma  canallesco. 
Tamiwco  es  este  lugar  para  ocuparme  en  perfiles  de 
expresión  y  escrúpulos  ^amaticales. 

Contra  lo  que  sí  he  de  protestar,  «s  contra  In  ten- 
dencia ruin  á  escarnecer  las  creencias  religiosas  del 
pueblo  cspaflol,  como  si  el  Catolicismo  se  personificara 
en  el  clíriKO  iiínorante  y  faccioso,  en  la  beata  con  ri- 
betes de  Celestina,  y  en  la  mujer  del  gran  mundo, 
que  se  complace  en  casar  la  disolución  con  las  nove- 
nas. Con  la  ironía  solapada  concierta  aquí  el  prosclí- 
tísmo  cursi  y  de  mal  gusto,  en  que  bajo  la  másaira  de 
Imparcialidad  fingida  asoman  la  cara  los  Instintos  del 
sectario. 

No  sé  qué  fatídico  sortilegio,  probablemente  el  mis- 
mo que  pesó  alguna  rez  sobre  la  reputación  de  Pere- 
da, ha  perseguido  la  de  otro  nuvclisut  de  sus  ideas, 
aunque  de  muy  inrcríor  categoría.  La  veriliid  es  que 
D.  Manuel  Polo  y  Pcyrolón  '  no  oculta  jiunjls  Ins  urnm> 
de  su  escudo,  ni  como  polemixui  cicnttftco  nt  como  li- 
icnico,  sino  que  en  todo  y  por  todo  hace  gala  de  su 
acendrado  y  ferviente  catolicismo.  Las  Cosí  timbre  spo- 


«Ida— Lm  «MiiiM,  V1^  <  ii'tu  aiMfoociAk,  itndt&l.  MT*— Jberaiww 


SfiÓ  LA   UTKRATÜHA    KSPAÍlOI-A 

pillares  de  ¡a  sierra  de  Albarracíti,  serie  Ju  cuadros 
con  que  se  dÍ<S  á  conocer,  anunciaban  ya  &  un  üiscíputo 
avenliijado  de  Trueba  y  Fernán  Caballero,  con  las  do- 
tes suficic-nies  para  ver  y  dcscrihir  por  ruenca  propia. 
Pero  ni  La  t/a  Levitico  (historia  de  ligrima.^  y  re>.lgna- 
cldn),  ni  ninguno  de  estos  felicísimos  ensayos  igualaa 
en  intención  y  grftcia,  en  riqueza  y  vivacíilaü  de  colo- 
rido, íí  la  deliciosa  novelita  que  al  poco  tiempo  compa- 
so el  autor,  honrada  con  tres  ediciones,  y  con  un  cnco- 
miilsttco  informe  de  la  Academia  E(;pafiúla. 

Los  mayos,  sencilla  y  poética  pintura  de  una  ci 
Cumbre  popular  en  las  olvidadits  montanas  de  que  quie- 
re ser  cronista  el  Sr.  Polo  y  Peyrolón,  nada  tiene  que 
ver  con  los  novelones  de  tesis  trascenüentalt-s,  En- 
carna la  acción  en  los  amores  de  dos  aldeanos,  com- 
batidos por  el  mal  genio  de  sus  respectivos  padres  y 
que  contra  viento  y  marca  se  resuelven  en  matrimo- 
nio. Josí,  hijo  del  tío  Tcjeringo,  vive  y  alienta  para  su 
vecina  María,  ¡i  cuya  madre  llaman  en  el  pueblo  la  tia 
Moftohueco,  cuando  hete  aquí  que  por  una  chilindrina 
se  insultan  mortalmenie  los  irascibles  protreniíores  de 
los  novios,  ventilándose  el  negocio  de  sus  dífcrerxías 
en  un  chistosísimo  juicio  de  faltas.  Como  sí  no  bastase 
este  contratiempo,  al  hacci"se  en  el  pueblo  la  clcccidn 
y  el  sorteo  .de  las  mayas.  Josó  tiene  que  rendirse  ante 
un  rival  m¡ls  rico,  que  ofrece  por  María  una  suma  de 
dinero  superior  á  la  contenida  en  los  bolsillos  del  des- 
venturado mozo.  Complícanse  las  dificulüidcs  del  no- 
Wazgo  con  las  pelamesiLS  del  tío  Tcjeringo  y  !a  irá 
Moflohueco,  y  rotas  las  comunicaciones  entre  Jos¿  y 
Marfil,  Mega  el  instante  en  que  la  doncella  va  k  entre- 
gar su  mimo  A  Andríís  el  cojo;  pero,  imies  de  pronun- 
ciar el  5/' de  su  esclavitud,  la  voz  de  la  conciencia  pro- 
pia, y  la  intervención  inesperada  del  am:inte  preferido, 
impiden  que  se  consume  el  asesinato  moral  de  aque- 
llos dos  corajwnes  que  habían  nacido  para  ser  uno,  y 
cuyo  amor  santifica  luego  la  bendición  del  sacerdote. 


EN  BL  SIGLO  XIX  567 

Mil  incidentes  UpicoR,  entrelazados  en  la  narración 
como  rosas  de  primavera,  dan  A  Les  mayos  una  fres- 
cura y  un  hechizo  realiados  por  el  color  local  y  por  la 
ingenuidad  candorosa  del  estilo.  ¡Elocuente  coinciden- 
cia! El  pueblo  espaRoI,  en  medio  de  las  múltiples  dife- 
rencias engendradas  por  el  clima,  las  costumbres  y  la 
tradiciiSn,  es  el  mismo  en  lis  relaciones  andaluzas  de 
Ferndn  Caballero,  que  en  las  vascongadas  de  Truebii, 
que  en  las  aragonesas  de  Polo  y  Peyrolón. 

Dejando  ístc  sus  cuadritos  de  gónero  por  los  vas- 
tos lienzos  de  la  novela  Sí>cial,  compuso  las  que  llevan 
por  titulo  SacrautetUo  y  concubitiaio  y  Sólita  ó  atnorcs 
archi-plaíóttícos .  para  rendir  pleito  homenaje  muy 
disfrazado  y  medroso  á  la  motla  nalunilista  con  su 
reciente  narración  Quien  huiI  amia,  ¿cÓnto  acaba?  ' 
Me  apresuro  A  declarar  que  los  atrevimientos  de  Polo 
y  Peyrolún  nada  contienen  de  adverso  á  las  leyes  éticas 
y  religiosas,  nada  que  manche  el  pensamiento  ni  el  co- 
ra/ón.  Así  y  todo,  desdice  el  escalpelo  en  las  manos  de 
un  discípulo  de  Fernán,  nacido  para  pintar  risueflos 
escenarios  campestres  y  rurales.  Condimenta  Polo 
mejor  las  agridulces  viandas  del  género  cómico-senti- 
mental, que  los  forifsimos  platos  de  la  mesa  natura- 
lista. 

Asegúrase  también  que,  en  sus  entustusmos  de  cre- 
yente, suele  forzar  un  poco  la  tendencia  pedagógica  el 
autor  de  Sacramento  y  conctih/naío,  retrayendo  fi  mu- 
chos de  acercarse  A  la  mercancía  por  odio  al  pabellón. 
Lo  cierto  es  que  la  tesis  de  la  novela  citada  últimamente 
va  embebida  en  un  relato  sabroso,  natural,  grífico  y 
sobrio,  de  escenas  vistas  y  no  fantaseadas  A  placer,  por 
lo  cual  su  eficacia  demostrativa  hubiese  quedado  intac- 
ta, aunque  fuese  otro  el  titulo  de  la  obra, 

Luis  Alíonso,  el  atildado  redactor  de  La  Época  y 
La  Jluslracióti  Espaffola  y  AmcncuMa,  trac  H  la  Liic- 


■   Vakaaa,  Mir. 


lyfS  Ul  IJTEKATintA  ESPA5iOt.A 

ratura  el  espíritu  consen'ador  de  sus  ideas  púliticas, 
que  iibumina  los  desentonos  y  busca  siempre  el  ídcalís- 
mi)  rletrantc  <-ün  el  hami/,  de  la  civilización,  lal  como  ly 
pide  la  iilUi  sociedad  en  nuestros  días,  lil  jxitn'm  Feui- 
llet  ha  ser^'ido  para  cortar  la  fina  tela  de  sus  Historias 
cortesanas  (El  fíuantv.  Dos  carias.  La  mujer  <k¡  Teno- 
rio, La  confesión  y  Oos  yociii-s-buciiafi).  Tema  obliga* 
do,  espíritu  pciíerador,  medio  ambiente  y  criterio 
moralidad,  concéntranse  aquf  en  el  principio  tínico  del 
amor,  hacia  el  cual  siente  el  novelista  una  atracción 
intensa,  y  con  cuyos  excesos  transige  de  un  modo  muy 
peligroso,  aunque  siempre  guardando  las  buenas  for- 
mas, y  sin  detenerse  en  las  persiiectívas  repugnantes. 
Luis  AHunso  tiene  hal>ilid:id  especial  para  los  contras- 
tes dram;^  ticos  y  las  soluciones  inesperailas;  dispone  los 
datos  de  la  narración  de  suerte  que  el  lector  la  devore 
hasta  el  final  y  que  en  su  alma  deje  profunda  huell 
Todas  las  histori;is  cortes;ioas  concluyen  con  tclAo  rs 
disimo,  cuando  ron  mayor  avidez  vamos  siguiendo 
juego  de  las  figuras. 

Tono  distinto,  aunque  no  opuesto,  es  el  de  los 
Cuentos  raros  ':  caUficatlvo  hfen  justificado  por  la  pe- 
regrina mc7cla  de  realidad  y  fantasía,  que  rcgtüu  sa 
composición  y  contenido,  y  que  d  trechos  trae  á  lo 
memoria  la  maneni  de  Hdgardo  Poe.  ;Tipo  de  mujer 
cstraílo  y  curioso  el  de  Sarah  Whim,  lar  estatua  her^H 
mosa  é  impasiMe  que  sacrifica  A  un  capricho  la  vidfl^ 
de  su  amante  Dickson,  sepultado  en  la  cascada  de 
Montmoix'ncy  al  ir  A  coger  las  florecillas  en  que  puso 
su  antojo  la  fría  beldad!  Al  pretender  su  amor  el  Rar6n 
de  Aldaya,  no  lo  consigue  sin  someterse  &  otra  prueba 
no  menos  terrible,  aunque  de  éxito  feliz.  Saiah  se  ba 
propuesto  cenar  con  el  aspirante  meritorio  en  una 
jaula  de  ñeras,  con  un  lc¿n  y  una  leona  sueltos  por 


>    Mmlrltl.  im:t.El|irtm«;R>ilctod0«ci£aMMit>a(/itA  ti*»». 


K»  BL  SIGLO  XIX  ÍSM 

testigos:  el  Barón  pacta  y  cumple  lo  pActaüo,  aunque 
haciendo  ndurmcccr  previamcote  &  los  anímaliios  con 
la  do^l*t  üc  moi'ñnu  necesaria  pura  ímpcdií'  los  resulta- 
dus  de  su  ferm-idad. 

Hl  vigor  y  novedad  de  ínventira  se  asocian  en  Luis 
Alfonso  con  la  soltura  para  narrar  y  la  exactitud  de 
pormenores.  Dcstle  l'1  punto  de  vista  mor;il  no  resultan 
sus.  producciones  t;in  calMites,  aunque  siempre  anden 
lejos,  muy  lejos  de  la  impudicia  pomoRTálíca. 

Federico  Urrecha,  para  no  desmentir  su  proc-cden- 
cia  periodisiíca,  comenzó  escTibiendo  novelas  de  folle- 
tín, á  las  cuales  siguió  Después  del  tombate,  reiación 
cotticmpordHra  *,  que  determina  en  el  autor  una  nueva 
manifestación  conciliadora  y  algo  equívoca.  Aun  no 
desaparecen  en  ella  los  choques  estudiados  de  la  pa- 
sión, ni  los  personajes  hablan  y  obran  de  propia  cuen- 
tii,  ni  la  verbosidad  del  novelista  sabo  ocultarse  cuando 
debe.  Y,  sin  embíirgo,  hay  un  sello  de  cncrf{ica  indi- 
vidualidad en  el  viejo  marino,  en  Romiin  y  hasta  en  Vir- 
ginia, quien  con  sus  bniscos  cambios  de  conducta,  con 
sus  desdenes,  sus  celos  y  su  horrible  venganza,  perma- 
nece más  idi5ntica  ií  st  misma  y  máá  mujer  de  lo  que 
índica  la  hctcrogcniridad  de  tales  sentimientos.  La  feli- 
íridad  pers»milÍi-adacnSolita,  y  arrastrando  con  la  atrac- 
ción de  lo  imposible  el  corazón  del  int;eniero  y  el  de 
su  tío,  ambos  tan  llenos  de  amarguras  y  desiltLsiones, 
fornuí  un  cuadro  de  naturulL-za  altamente  dramática. 
Sobre  todo  al  completarse  con  el  matrimonio  de  Luís 
y  la  hermosa  huérfana.  Si  esta  idea  nn  descovolvicsr 
con  arte,  sin  sjíltos  é  impacientes  transiciones,  aún 
tendríamos  que  censurar  eu  Urreeha  algún  alarde  de 
drspreocníKU'ióti  y  de  condescendencia  con  lo  que  lla- 
man espíritu  moderno. 

Dos  novelas  andaluzíus,  /:/  gii.-mno  </<■  /m  [\(tS^)  y 
JLa  rtja  (IS^),  han  brouulu  de  U  pluma  nerviosa  y 


'    MM4rl<l.  10»^ 


570  LA   UTKKATUItA  BarAÜOl.A 

colorista  que  tra76  los  cuadros  de  El  paito  anáaius,  ES 
délo  aiegre.  Bajo  la  parra  y  Granoiia  y  Sevilla.  En  el 
cerebro  de  Salvador  Rueda  hay  un  ruiseñor  de  arpndn 
lengua,  que  modula  infatÍKaWe  lis  harmonías  de  nues- 
tro clima  meridional,  y  traduce  en  sonidos  todas  las 
excitaciones  de  la  sensibilidad,  todos  tos  cambL'intes 
del  iris,  toda  la  belleza  atesorada  en  el  cielo  díAfano. 
en  el  paisajf  seductor  y  en  las  costumbres  de  Andalu- 
cía. Que  la  imagen  y  el  concepto  que  visten  de  hipér- 
boles desaforadas  en  la  prosa  de  Rueda,  que  su  v-x-a- 
bulario  y  su  sintaxis  le  precipitan  en  el  gongorismo; 
eso  no  basta  para  que,  en  la  lucha  por  la  expresión 
plástica  de  la  esquiva  realidad,  salga  muchas  vcc<;s 
iriunfndor.  Lo  que  hasta  ahora  no  ha  acertado  A  crear 
Rueda,  son  Icgitimos  seres  humanos  de  vida  propia^ 
sin  penumbras  de  abstracción  y  vaguedad.  Ni  la  at 
ción  sexual  del  tío  Sebastian  y  su  subrina  Cnnch;i  eiT 
El  gHsatto  de  ¡US,  ni  los  amores  de  Rosalía  y  Itemardo, 
combatidos  por  el  padre  de  la  muchacha  en  La  reja, 
descubren  al  verdadero  novelista,  aunque  sí  al  escenó- 
grafo que  de  antemano  conocíamos. 

Como  la  novela  cstA  á  la  orden  del  día,  no  tienen 
cuento  los  frutos  que  arroja  sin  tregua  al  mercado  lite- 
rario. Un  rebu«o  prolijo  onlres:iraría  aún  del  montón 
ingente  que  aquéllos  forman  Lm  bien  escritas  Hisia- 
rías  Ho%¡ctrscas  de\  actual  Duque  de  Riras,  el  interesan- 
te relato  de  D.  Pedro  de  Novo  y  Colson,  £■'»  ntaritm  drJ 
sifilí)  XÍX,  ti  paM'o  dcntijico  por  el  Océano,  la  imi- 
tación que  hizo  Valentín  Gómez  de  Mayne  Reíd  en  La 
casa  (íe  una  orquídea,  los  ensayos  de  Ángel  Salcedo 
para  cristianizar  el  naturalismo,  anteriores  en  fecha  A 
Pfqtufieccfi...,  y  poco  mAs  que  se  haya  podido  sustraer 
á  mis  investigaciones. 


-•>W>J 


^i^ 


'««- 


i- 


CAPÍTULO  X\XI 


LA  EEUDICIÓK  T  LA  CR(TICA  SABIA  (lau-lMIJ 


» «olrrti>iV4  ilr  U  Rlhllnlcra  4i-atiritrM  lí>tuiS<ilH(  V>41k.  najTanK»'.  llArt' 

Cjulr»,  Pnlnrui,  IV>»II,  vIrA -OtriM  rredlK»  iMUá.  ttfflM  f  *tr>,  Cult  y 
V»hl,  La  Hnrrrm.  l.'>iialFja*i.-l«DnitlccM  <tr  la  r*mrU  wTlIlunik  (IVr- 
nisdrí  fj'pinv.  Awvlvr  dr  l<»  Kiv*.  Oift«1«|.— Iioit  «-rvkBtlilKH  «Tnblav, 
lUnj>Mi*a,  \*rnii|<i.  rl  lliirlurTIirliiiaMiia.  lj«L<  Vlilart, Hr.i.  -Ihut  i-ntkw 
MllitNilMa  ((■■lllrraiv  t'ortnn.  lámti  y  ÜMiM-rv 


Ala  inconsciente  espontaneidad  característica  del 
romanticismo,  sucede  un  periodo  de  reflexión  y 
!mrtUs¡.s  beneficiosa  pam  la  literatura  como  clen- 
ria.  aunque  como  arle  perdiese  el  aroma  primavcnü 
que  la  había  distinguido.  En  pus  de  las  llores  l)t-|^ui  Ioh 
frutos  sazonados;  y  el  ingenio  español,  al  replegarse  so- 
bre sf  mismo,  se  consagra  A  los  penosos  trabajos  de  la 
investigación,  al  pasíi  que  domina  nuevos  horizontes  en 
la  csíeni  de  bi  Poesía. 

Iji  creación  de  una  BiMiotecadc  Autores  Empatia- 
tes,  gloria  de  dt)s  catalanes  '  que  no  desmintieron  el 
proverbial  tesón  de  su  tierra,  célebre  uno  de  ellos  por 


1    D.  UwfiAveatuní  C  AtVNM  y  D.  Haiwel  HKnOtntyr*.  Arltuu  rtilrA  m 
Uso.  n  Unu. 


572  LA  LirHRATURA  ESPAftOLA 

fia  saber,  y  ci  otro  por  su  «udariii  y  su  fortuna,  viene  & 
ser  el  monumento  m&s  gmndíoso  tev^intado  en  este  si- 
glo íl  las  letras  castel lanas,  y  el  más  completo  resumen 
de  su  hUtoria.  En  esta  Biblioteca  han  estampado  su  fir- 
ma ilustres  y  profundos  críticos,  aunque'  con  ellos  se 
mezclasen  algunos  pigmeos;  sin  esta  Biblioteca,  la  o\ 
de  Ticknor  hubiera  sido  única  guía  en  multitud  di 
■cuestiones  obscuras  O  importantísimas  que  involucra 
aquel  sabio  extranjero;  dormirían  en  el  polvode  los  ar- 
chivas multitud  de  libros  inéditos  ó  extniordlnarúi- 
mente  raros  que  hoy  esiíüi  al  alcance  de  lodoK,  y 
hubieran  detenido,  quizá  por  mucho  tiempo,  las  coi 
quistas  de  la  erudición  reveladora  del  i>cnsamiento  na- 
cional. Verdad  que  hay  épocas  y  géneros  enteros  poco 
6  mal  represenuidos  en  la  colección;  verdad  que  la 
parte  consagrada  al  Teatro  adolece  de  incorrecciones 
y  deficiencias  lamentables,  y  que  en  algunos  volúmenes 
esiil  la  importancia  del  asunto  en  razón  inversa  del 
desempeño,  reducido  sólo  A  una  descuidada  reimpre- 
sión con  miserables  aüvcrtencias.  Pero,  aunque  supon- 
gamos en  el  editor  intentus  de  lucro,  lo  que  para  él  fue 
meraincía,  lia  sido  ganancia  para  los  autores  y  lec- 
tores, por  mucho  que  exageremos  et  capitulo  de  car- 
gos, y  aunque  se  afíadan  otros  A  los  que  acabo  de  in- 
dicar. 

Algunos  de  los  prologuistas  que  colaboraron  en  la 
Hibltüteca  de  Rivadeneyni.  tenían  más  de  bibliófilos 
eruditos  y  rebuscadores  de  obras  antiguas,  que  de  ver- 
daderos críticos,  y  por  eso  no  ocuptu'án  aquí  el  espacio 
que  les  correspondería  por  su  mérito  absoluto. 

Rntnin  en  esta  cutcgoria  D.  Enrique  Vedia  y  don 
Pascual  dayangos,  que,  ademiis  de  batxir  traducido 
del  inglés  y  adicionado  copiosamente  la  Historia  de  la 
literatura  fspaifoía,  de  Ticknor  ',  coleccionaron,  el  pri- 
mero los  ¡Hit orladores  privütivon  de  Itidias,  y  el  se- 


■   Mudrld.  i8Si-l«i. 


BM   BL  SKLO  XIX  573 

ETundo  la  Gran  con^tísta  de  (^tramar,  los  Libros  de 
caballería  y  los  Escritores  en  prosa  anteriores  al  si- 
glo XV.  Gavanzos,  demosti'A  en  los  preliminares  dt- 
La  graff  conquista  dr  L'Hrawar  que  esta  obra  no  pudo 
escribirse  en  el  reinado  de  Don  Alfonso  el  Sabio,  sino 
posten urmcnte,  quizá  en  el  de  Fcmundu  r\*.  fin  el  dis- 
curso sobre  los  libros  de  caballerías  los  divide  en  los 
consabidos  ciclos  bretón,  carloi'ingio  y  greco-asiáti- 
co, atribuye  A  las  costumbres  y  A  la  constituctún  social 
de  la  lidad  Nfedia  la  parte  principal  en  el  orítren  de! 
espíritu  cabciUeresco,  y  explica,  por  las  circunstancias 
excepcionales  en  que  vi  /ia  Esp:iAa,  el  que  fue^^e  una 
de  las  naciones  ni.1s  tardías  en  admitirlo  y  Iieneficiar- 
lo  como  elemento  artístico.  Reduce  al  ciclo  grcco-asiA- 
tico  todos  los  libros  de  caballerías  originariamente 
espiíftoles,  y  expone  respecto  del  Antadis  de  Caula 
los  arjíumenios  mis  sólidos  que  hasta  hoy  se  han  invo- 
cado contra  la  tradicJún,  que  lo  súpome  escrito  en  por- 
tuííuís  por  Vasco  de  Lobeira.  Con  igual  novedad  de 
datos  estudió  las  versiones  del  Librode  CaÜlu  ^  Lhmta, 
(traducido,  en  su  concepto,  del  úrabc,  y  no  del  latín,  ni 
castellano)  y  las  obras  de  varios  prosistas  del  i-tfflo  XV. 
Caynngos  hn  publicado  en  inijIC-s  cl  catiUogo  de  ma,- 
nuscritos  españoles  existentes  en  cl  Museo  de  Londres, 
y  ftg^ru  asimismo  como  uno  de  nuestros  mas  insifrnes 
oiicntalistas. 

D.  Juan  E.  Hartzenhusch,  inclinado  por  su  i-strella 
al  estudio  de  la  historia  literaria  y  provisto  de  un  buen 
caudal  de  noticias  menudits,  uftadió  A  sus  triunfos  di^- 
niilticos  el  de  depurar  las  ubras  de  Tirwo  de  Molina, 
Calderón,  Alarcón  y  Lope  de  Vega,  compulsando  tex- 
tos, formando  una  biblíoeraftn  estimable  de  ediciones 
y  tejiendo  A  cada  poeta  una  corona  de  cIorÍos  entresa- 
cados iXc  los  criticosespaflolcs  y  t-xtranjcros.  El  se  ciftó 
por  .>u  parte  i\  la  tarea  de  compilador,  porque  los  bre- 
ves prólogos  l^  ti  u^ítrac  iones  que  afladc  A  ntipmos  vo- 
lilmenes  no  dim  Ideo,  ni  aun  Imperfecta  y  sumaria,  del 


^74  JJlk   LtrniATVIlA  BSPAROUV 

Teatro  del  siglo  XV'll,  El  esiudio  sobre  Alarcón,  que  es 
el  flnico  amplio  y  relutivajnenie  cabal,  había  siUo  com- 
puesto por  Hartzenbusch  para  su  ingreso  en  U  Ac»- 
demia  Espaflola.  Anteriormente  también,  y  con  Ui  ayu- 
Uu  de  D.  Agustín  Durjin,  hahia  dado  íi  luz  el  Teatro 
escogido  de  Fr.  Gabriel  Téltes  (18:ií»-1842)  incluycnOo 
en  di  piezas  distintas  de  las  contenidas  en  la  Bibiioteca 
de  Autores  Hspañoivs.  El  sistem;i  adoptado  por  Hart- 
zcnbUEcb  en  estas  reimpresiones,  y  subido  de  punto  eo 
las  enmiendas  al  Quijote  de  Ccr\*anies,  ó  "wa  el  afán  de 
sustituir  la  lección  corriente  por  otras  rebuscadas,  y  lo 
<|ue  dijo  un  autor  por  to  que  pudo  ó  debió  decir,  indu- 
ce d  desconfiar  tiasta  de  stis  aciertos. 

En  los  hermanos  Fernández-Guerra  (D,  Aureliano 
y  1).  Luis}  coexistieron  siempre,  con  la  fraternidad  de 
la  sangre,  la  de  aficiones,  estudio  y  «stilo.  el  aire  tie  fa- 
milia que  pudiera  hacer  pas-'ir  p(»r  de  una  sola  pluma 
las  produtciunes  de  entrambos  si  no  ñus  constase  de 
lii  diversidad  de  origen.  Laboriosos,  circunspectos, 
enamorados  desde  su  juventud  de  las  aniitrQcdades  y 
rarezas  bibliográficas,  conocedores  profundos  Ue  la 
Literatura  cspaflola  clilsica,  y  en  especial  de  la  del 
siglo  XVII,  en  la  que  por  curioso  efecto  del  atavismo 
cstJÍn  inspiradas  su  manera  de  pensar  y  de  escribir, 
nbsinüdos  de  la  sociedad  presente  y  en  comercio  inti- 
mo con  las  sombras  de  Cervantes,  Quevcdo  y  .\Jarc(ip. 
no  parece  sino  que  al^ún  ingenio  de  la  corte  de  Feli- 
pe IV  les  contd  al  oido  lo  que  p.isaKi  por  entonces  en 
los  corralva  del  Principe  y  de  la  Cruz,  en  las  fiestas  de 
Palacio  y  en  las  Academias  y  Justas  literarias,  cúmo  se 
vivía  en  publico  y  en  privado,  y  cuáles  fueron  la  suerte 
y  las  vicisitudes  de  cada  poeta. 

A  D.  Aureliano  debemos  la  edición  clásica,  la  única 
que  hoy  debe  leerse,  de  las  Obrus  Je  D.  Fruiídsto  ¡te 
íjumrtio  y  ViHe^as  (ISTj'J-IííV?),  aunque  sólo  comprende 
las  en  prosa  por  una  desgracia  que  nunca  se  deplorara 
bastante.  El  Disturso  preUnuitar,  el  catálogo  de  edi- 


J 


EX  KL  SIGLO  XIX  S75 

dones,  las  notas  explicativas  y  la  colección  esmeradí- 
síma  del  cexto,  son  indicios  de  (n^Aintesca  labor,  tanto 
mÁs.  meritoria  cuanto  más  difícil,  atendiendo  ¡il  descui- 
do con  que  se  hicieron  las  impresiones  antecedentes. 
iLástima  que  el  colector  ao  se  extendiera  á  escribir 
una  monografía  acabada  sobre  el  eran  satírico,  qur 
habría  resulLido  quizá  superior  á  la  reciente  del  hispa- 
nófilo  francés  E.  Merimiíe!  El  ilustre  biógrafo  y  editor 
de  Quevedo  no  le  juzgó  con  ta  amplitud  que  debía  es- 
perarse de  su  indiscutihle  competencia,  pero  continuó 
esclareciendo  las  nieblas  de  nuestra  historia  política  y 
literaria. 

Su  discurso  de  recepción  en  la  Academia  de  la 
Lcnguíi  demostró  inapelablemente  que  el  delicadísi- 
mo cantor  de  I-a  cierva  y  la  tórtola,  el  barhilier  Fran- 
cisco di.-  la  Torre,  fue  una  personalidad  aparte,  distinta 
de  la  de  Quevedo,  quien  publicó  por  vez  primera  las 
poesias  del  bachiller  como  publicó  las  de  Fr.  Luis  de 
León,  y  con  el  mismo  objeto  de  contener  lu  corriente 
invasora  del  mal  KUsto,  contra  lo  que  había  siipuestn 
D.  Luis  José  V'ehVzquez,  confundiendo  disparatadamen- 
te al  ¿mulo  de  Goreilaso  con  et  autor  de  Los  sueños  y 
la  PertHoin.  TambiCn  vn  unido  al  nombre  de  D.  Aiirc- 
Uano  FcniAndcz-Gucrra  el  descubrimiento  de  que  la 
Canción  4  ¡as  ñauas  de  Itiüica,  ya  orifrinal,  j-a  refun- 
dida, no  es  de  Ríoja,  sino  de  Rodrigo  Caro,  descubri- 
miento que  en  su  primera  parte  era  conocido;  no  asi  la 
circunstancia  de  ser  uno  mismo  el  autor  y  el  re  fundidor 
de  aquella  joya  pof^tícii.  En  artículos  sueltas  y  discur- 
sos de  irniKirianciu  ha  derramado  í).  Auroliano  lOpiosu 
luz  sobre  otros  temas  similares  de  ta  historia  litei'uriu, 
que  antepone  de  ordinario  A  los  de  verdadera  crí- 
tica. 

De  su  hcrmiuio  D.  Luís  FcmAndez-í  lucmi  poseemos 
la  edición  de  CcmciUas  esconüias  de  D .  AjiHstin  Morv' 
tú  y  Cafmita  (lB5b),  Incluida  en  la  EUhUotccn  de  Kivade- 
ncyra,  y  un  excelente  libro  sobre  Doit  JtutH  JfHta  tia 


576  L.A   l.lTCRATimA    ESTAROLA 

Aiarcótt  y  Mendoia  *,  premuído  por  la  RcaJ  AradcmÍH 
Española.  La  vida  de  Morcto,  sobre  la  que  EantHfcearoa 
en  atrevid;i'í  leyendas  muchos  trovadores  y  biógrafos 
adocenados,  haciendo  al  autor  de  £3  itc^íétt  con  el  lieS'- 
rf^H  asesino  del  poem  Italcisar  Elisio  de  MedinÜIa,  Fue 
reconstituida  con  singular  esmero  por  ol  Sr.  Fernan- 
dez-Guerra, que,  al  presentar  al  homhre,  desruido,  ó 
poco  menos,  aJ  dramático,  contcntAndose  con  ügerf- 
simas  indieaciones  y  nlguna  novedad  paradójica  é  io- 
admLsible.  Debe  recaer  la  misma  censuní  sobre  el  es- 
tudio de  AJarcón,  tesoro  de  noticias  é  in  ves  tasaciones 
personales,  cuadro  vivo  de  la  Espafla  del  siglo  X\'^I1, 
monumento  de  constancia  y  sólida  erudición,  pero  falto 
de  todo  canicicr  moderno  y  de  la  conveniente  genera- 
lización sintítica,  ú  lo  que  contribuyen  la  sobreabun- 
dancia de  datos  y  el  atildamiento  arcaico  del  estilo.  Ko 
obstante,  la  tigura  dp  Alarcón,  tan  maltr:iiada  por  la 
dcsdefliisa  indifcrenria  de  sus  contemporáneos,  quedará 
esc:ulpida  en  las  pii^inius  de  esta  obni,  por  Ijls  que  pasa- 
ran unidos  en  vínculo  indisoluble  el  ll(?rue  y  el  biój 
A  la  memoria  de  la  posteridad. 

Uh  mucho  m^s  variado  y  anteno,  aunque  no  tan 
regrino  como  el  de  los  hermanos  Fcmímdcz-Cae 
el  4';unlid  de  conocimientos  que  desde  sus  moccdadc 
viene  pr.>dig;indo  en  diíeri-nies  formas  el  actual  Mu 
qués  de  VaUnar,  D.  Leopoldo  Augusto  de  Cueto, 
en  lfí39  insertaba  en  los  periódicos  literarios  de  MadríJ 
artículos  de  critica  libera  y  sobre  las  noved:idcs  del 
diíi,  en  los  que  se  echan  de  ver  el  lino,  la  perspicacia  y 
el  buen  Biisto,  relln;idus  dt^spués  considerabk- mente 
hastit  la  fecha  de  su  ingrestj  en  la  Academia  Española. 
El  discurso  que  pronuncií"!  con  este  motivo,  consagra 
(lo  d  las  obras  de  Quintana,  es  un  dechado  en  su  gé: 


*    VUária.  1871.  El  Sr.  F«niAtMle(-Cuf  rra  IiaIUa  n^iiti'llilo  ceatUcmNeatctt- 
M  mU  Dbrn.  qiM  m  Mrg*  á  rcImpríiMlnt  ¡peí  [11IIA  de  nBtorl 


E.\  EL  KICLO  XIX  577 

ro,  esta  manivillüsiimente  concebido,  escrito  con  cít- 
enle sobriedad,  y  libre  de  anuincramientos  y  afecta- 
ciones. El  Sr.  Cueto  proferí  y  defiende  con  inquebnin- 
table  fe  el  principio  de  libert:id  en  el  arte.  It»  ;LpUc;i 
siempre  con  dlscreci^^n  y  acierto,  y  d  ^1  subordina  lo<i 
elemeniñ!v  constitutivos  de  la  belleza  manifestada  en 
fl  lenguaje.  Conocedor  profundo  de  I¡i  Literatura  chi- 
sten y  de  las  eurupeiis,  de  la  Estt^ticit  alemann  y  de  üus 
represt-niiintes;  enemigo  de  pueriles  preferenciu&  enti  > 
lo  antiguo  y  lo  recienie,  lo  nacional  y  lo  exiranjern, 
idealist:!  sin  esaRcraciones  y  cristiíino  sin  alardes  de 
pedacogín,  representa  todo  lo  contrario  del  ideal  acii- 
dímico,  tJíI  como  de  ordinario  se  entictíde.  En  la  misma 
Corporación  tan  censurada  en  este  concepto,  ha  leído 
el  Marqués  de  Valmar  trabíijos  de  alta  critica,  ú  uno 
de  Ii;s  cuales  hice  referencia  en  otro  lugar:  íl  Disciir- 
•^  uccrológtco  tiíeraho  cu  dosio  del  Exento.  Stitor 
Viti/ue  <i<  Riv<ts.  En  lu  Revue  áes  dcux  mondes  ha  dado 
&  conocer  autores  y  obras  espartólas  con  superior  cri- 
terio. Por  fin.  empleó  la  madurez  de  sus  aflos  y  talen- 
ta»*  en  la  magnífica  colección  de  Paetas  líricos  tiet 
sigla  Xi'ff/{ÍSh<^lS7h).  precedida  de  un  Bosqiirjo  his- 
tórtio  írftico  que  desmiente  lo  motlesto  del  epíjjTOfe 
con  el  oixlen  y  abundancia  de  jins  dalo^,  y  con  li  t-qui- 
librada  porporcit'in  entre  las  apreciaciones  de  conjunto, 
y  las  correspondientes  A  cada  poeiíi,  y  que  debe  con- 
siderarse como  una  monografía  acabada,  aunque  minu* 
ciosn  hjista  el  fastidio.  Entre  nuestros  i:riiicos  son  muy 
contados  los  que  pueden  seguir  con  paso  tan  típne  y 
tan  comprensiva  miradíi  como  el  Sr.  Cueto  el  pciraJe- 
H^jno  entre  la  Litcraiuní  cítstcllana  y  las  dcmris  neolati- 
nas; muy  contados  los  que  están  en  condiciones  de  em- 
prender siijuiera  un  estudio  como  el  que  encabeza  las 
OtiUigas  del  Rey  Sabio  en.  la  edición  df  la  AiTidemía 
de  la  Lengua '. 


roMO  II 


37 


STH  1.A   LtrrKATL'KA  estaSola 

El  zunor  ú,  los  ciúticos  esf>uflules  (lUv  g:uiabit  \a  plu- 
ma ele  D.  Ramón  de  Mesom-io  Romanos  ni  tniz.ir'  sus 
cuaJros  Uc  costumbres,  se  mfmilícstíi  laínbitn  tn  la 
A'df>ü/it  ojeada  sobre  ¡a  lüsloria  del  Teatro  rspaiioí, 
que  publicó  en  el  Sftnamtrío  J'intorfSi'o.  Loh  imatro  \'«> 
lúmcnes  de  DramálUos  routttnparditcos  i/f  Lope 
Vcfía.  y  Dríiniiítitos  pliítcriorts  d  Lapt:  de  X'cfiu,  «ii 
se  encarnó  de  ordenar  ¿  ilustrar  paní  lii  liiblióUra  de 
Autores  lL':<pailolrÁ,  y  en  cspecinl  liis  ApunUs  biui^rd- 
/icos  y  cr/it'cos  de  los  poeU'L*.  im^lufüos  en  amhas  aniulM- 
güis.  encierrají  algo  de  nuevo  y  curioso,  si  bien  pecnn 
de  deficientes,  y  lo  mismo  el  Itidice  alfahctr'to  de  la:>  co- 
mediáis, traifeditis.  anlo.t  y  Ziirstteltts  del  Teatro  anti- 
guo español-  En  la  reptiida  fUtlNotcca  le  pertenecen 
tamhitín  los  iweiiminares  ;i  las  Comedias  escogidas 
Don  Frmici3eo  de  Rojas  Zorrilla  flSííl),  coleccidn  hi 
cha  por  igual  proccdimienio  ljUc  la>i  anicriorL-«.  En 
inieijgcneia  de  Mesonero  Romanos  existió  siempre  algo 
(Je  levadura  pseudo  clásica,  aunque  01  se  defendiera 
«stc  cargo  con  la  absurda  confesión  de  que,  al  juzgn 
producciones  ajenas,  no  reconocía  autoridad  niníjuna 
sino  la  del  buen  gusto,  olvidándose  de  todas  las  teorías 
y  todas  las  escucUis.  Por  otra  parte,  no  estaba  en  .Meso- 
nero muy  arraigada  lu  vocación  de  crítico,  y  sólo  su 
excelente  memoria  y  sus  retrulares  conocimientos  le 
sacaron  menos  mal  de  tan  difícil  empresa. 

Hn  el  transcurso  de  los  cuarcnLi  aftos  que  compU 
tim  la  vida  literaria  de  D.  Adolfo  de  Castro,  no  Im  d< 
mentido  nuncji  sus  tendencias,  di}rámoslo  así,  arqueo- 
lógicas, su  pasiAn  por  lo  raro  í  insólito,  ni  su  afán  de 
desiutori/jtr  creencias  universales,  sin  temor  &  Li  po- 
lémica y  al  escándalo,  ya  valiéndose  de  un  descubri- 
miento innegable,  ya  de  una  superchería,  ya  de  una 
observación  in¡fen¡os;i  en  que  suple  e^  número  de  pruir- 
bas  por  la  fuerza  demostrativa.  Parece  que,  d  imitación 
del  jesuíta  Hardouin,  se  desdeña  de  emplear  su  pluma 
en  estampar  un  dato  ya  conocido,  y  que  por  serlo 


ILf  KL  siGU)  XIX  379 

|)íerde  para  Castro  todo  valor.  La  public-ación  de  los 
Saítn-IfS  di:  D.  Juan  de¡  Casttfio '  y  las  Poesías  dr  don 
Ptdro  Calderón  dr  ¡a  Barca,  con  aHotacioiieü ,  \  iitt  dis~ 
curso  por  afit'ndice  sobre  Jos  plagios  quvde  antiguas 
(otm-dins  y  ttoirla<  cspntlnla^  corm-fiY»  f-esage  at  fscrt- 
tiir  su  Gi¡  tilas  de  Sanl/iiana  ',  es  lii  prim(.'r;i  esi:ara- 
moza  con  que  se  anunció  A  la  curiosidaú  de  los  doctos 
el  nomhre  de  D.  Adolía  de  Castro.  Tres  uflos  m;is  tirde 
diú  ú  luz  el  f;iinoso  Buscapié  del  Quijote ',  ^ureido  con 
I»  suficiente  habilidad  pura  que  se  dejura  engañar  unu 
pane  del  público,  hasta  que  atacado  de  burlas  y  de  veras 
el  supuesto  opilsculü  de  Cerrantes,  y  sobre  todo  pc-rlos 
traductores  de  Ticknor  y  por  D.  Cayetano  A.  de  ia 
Barrer»,  quedt}  pntentiz:ida  su  rccienttí  rabricación,  y 
descubierta  Li  travesura  del  editor  á  costu  de  su  ve- 
racidad. 

En  1^2  ilustró  copiosíunentc  la  cdicidode  \vi&  Aven- 
ras  de  (iH  Jilas,  salida  de  las  prensas  de  FcmAndcz  de 
los  Ríos,  resolviendo  definitivamente  el  lititríu  sobre  la 
nac itinídiJad  de  la  novela  de  Lesrtgfe,  su  verdadero  pa- 
dre, é  Indicando  punto  por  punto  los  hurtos  que  en  ella 
se  ingirieron  de  obras  espartólas.  Al  mismo  tiempo  or- 
denabik  para  la  Bibliotcia  de  Autorts  E.->pai¡oJt3  '  la 
colección  de  Poetas  líricos  de  ios  siglos  XVI  y  XVIi. 
acerbamente  criticada  por  Kt  Padre  Cobos,  y  cuyo  se- 
gundo volumen  aparece  en  MG7  precedido  de  Varias 
obstrvaríoiic.t  sobre  ali;umts  particnlariilades  de  la 
pttesia  espailola.  En  ellas  vindica  para  Cerí'antes  el  tí- 
tulo de  p«jela  j-babla  de  la  literatura  aljamiada, con  otios 
extremos  bastante  cHri»>st)s,  que  cvimpens;in  asi  la  falta 
de  enlace  mutuo  y  el  desaliño  de  la  redacción. 

Kn  la  contienda  relativa  á  la  auieniicidad  del  Crn- 


>  tUJIí.  IMk 

*  Ciuiii.  líua 

>  Kn  ilU  ini.liir''' umlOi^n  un  tcM»»  ilc (kir&MldodM  UAtfvfr^ika» i1tti^ T ou^ 


580  LA  UTSXATCKA  ESPAÑOLA 

ttín  epistolario  intervino  D.  Adolfo  de  Castro  (I8S! 
para  oponer  á  Fern.1n  Gómez  üc  Cibdare:iJ  un  nc- 
auti>r  del  siglo  XVII,  el  muestro  Gil  r.onxíili-'z  D;u 
aunque  scmcjajitc  íii]>6tc«iis  apenas  ha  tenido  partida- 
rios. 

No  ju2ffo  procedente  aumentar  el  catálogo  de  in- 
ventos mAs  6  menos  ndmisibles  debidos  iil  inTatigable 
escritor  fradilano;  pero  he  de  citar  siquiera  el  fulict"?  en 
que  se  propone  demostrar  que  La  epfsfofa  ti  Fnhio  »o 
es  í/f  /Ci'oj a, -sino  del  cupitAn  Andrés  Fcrn;lndez  de 
Andradc  (IWó),  y  la  strie  de  tentativas  para  adjudicar 
al  dramático  D.  Juan  Ruiz  de  Alan'ón  In  paternidad  del 
Quijote  de  Avellaneda.  Sin  conceder  entero  crédito  «i 
tas  aseveraciones  del  5r.  Castro,  ni  confundir  las  sotl3^H 
Iczas  rebuscadas  con  la  demostracirtn  autí-ntíca,  aún 
tiene  míritos  positivos  pi»ra  que  se  le  reconozni  cama 
uno  de  los  más  afortunados  exploradores  de  nuesinus 
antig^Uedadcs  lltcntrías,  bien  que  su  criterio  estético  y 
su  adocenada  manera  de  escribir  no  guarden  propor- 
ción con  su  laboriosidad. 

Al  simp.-ilico  periodista,  redactor  de  Et  Patfre  Ca- 
bos y  de  £r  PeHuam/ru/o  ¿.'sfiañol,  D.  líduardoOon/.i- 
lez  Pcdroso,  cabe  la  slori^i  de  haber  inundado  de  lux 
el  origen,  desenvolvimiento  y  significación  genuína  de 
los  Autos  sacrameutútfs,  desvaneciendo  las  esci*plica-( 
6  calumniosas  imputaciones  de  qae  habían  sido  objem 
por  parte  de  Moratín  y  Sísmondi.  flay  que  leer  el  ad- 
mirable discurso  preliminar  al  lomo  XLV'III  de  la  B: 
blioicea  de  Rivadeneyra,  para  eomprender  lo  que  v; 
lian  el  corazón  y  la  pluma  de  Pedroso,  y  el  vuelo  d 
áfíuiía  con  que  supo  remoDt:u-se  íl  las  cimas  de  la  lilo- 
sofia  social,  y  sorprender  el  verdadero  retrato  de  la 
antigua  España,  donde  fanta(;eaban  los  poetas  y  aplaii* 
dían  las  muchedumbres  aquellas  composiciones  subli- 
mes, que  desdeftó  el  volterianismo  superlicinl  del 
glo  XVIU.  Hacer  ver  que  las  fipuras  alegóricas  prece- 
dieron al  drama  eurarfsticu,  se(;uirlü  paso  ú  pa-cy  en  su 


ES  EL  «CIjO   XIX  SBt 

infiíncia  (desde  Gil  Vicente  hasta  Lope  de  Ve^a),  en 
la  juventud  (Lope  y  sus  contemporáneos)  y  en  )a  virí- 
liüuü  (Caldcr^^n  y  los  suyos):  cntudiar  á  un  tiempo  la 
historia  artística  del  auto  y  la  decoración  escénica  con 
que  se  representaba:  tales  son  las  líneas  g^eneraies  de 
este  trabajo,  en  el  que  se  encierran  filigranas  de  exqui- 
sito rator.  así  por  el  fondo  como  por  la  forma. 

Mencionaré  de  corrida  :l  otros  eruditos  que  también 
trabajaron  en  la  Bibliote<a  de  Autores  Españoles.  Don 
Cayetano  Rosell  urdenú  las  colecciones  de  Poemas  épi- 
vos.  yovflísíc.s  poíiírnorcs  (i Cervantes,  tíistorííiíiores 
dr  suffsos  particuÍareji,...ol'ras  $iodranuitícas  de  Frey 
Lupe  Fdüx  de  l'rjio,  y  Crórucas  de  los  /^ryes  de  Oístí' 
Ha  dffuir  D.  M/ottso  ei  Sabio  kasda  los  Católtcos  Don 
Ft-rmttidoy  Doña  isabcí.  D.  Cílmlido de  NoceUíd  ilustro 
■con  superior  maestría  lar.  Obras  de  D.  Gaspar  Melchor 
4ft'  finvllniíos;  pero  los  prólogos  del  primero  y  segundo 
volumen  s.on  niiis  bien  históricos  que  literarios.  Lo  mis- 
mo sucede  con  los  estudios  de  D.  Vicente  de  la  Fuente 
sobre  Santa  Teresa,  de  D.  Joaquín  de  Mora  sobre  Fray 
Luis  de  Granada,  y  de  D.  Pedro  F.  Monluu  sobre  d 
i^idrc  Isla.  A  D.  Justo  Sancha  debemos  la  antología  ti- 
tulada Romuuccro  y  cancionero  sai^radoA ,  y  á  D.  Eus^ 
taquio  I^fm;indcz  de  Navarrctc,  el  conocido  biógrafo  de 
(larcilasü,  un  excelente  y  largo  Üasquejo  histórico  so- 
bre ¡a  novela  española.  No  hay  que  decir  nada  de  don 
Francisco  Pi  y  Margall,  ni  de  líis  estupendas  semblanzas 
O  borrones  de  tinta  que  consagró  al  P,  Mariana  y  á  San 
luán  de  la  Crtu,  ni  de  su  impcrdonahle  descuido  al 
reimprimir  las  obras  de  Fr.  Luis  de  León,  con  los  de- 
fectos de  las  peores  ediciones,  sin  compulsar  y  hasta 
sin  conocer  la  del  P,  Fr.  Antolín  Merino.  Asi  y  todo, 
no  deja  de  poseer  el  Sr.  Pl  alguna  aptitud  pura  la  crí- 
tica de  artes  y  la  puramente  literarLt.  D.  norencío 
Jancr,  en  fin,  descuella  como  hábil  paleógrafo,  y  des- 
pués de  publicar  por  separado  ¿a  danza  de  la  muer- 
Je  conforme  al  códice  del  Escorial  (Paris,  t856  \,  y  el 


582  LA  LITERATtíKA  ESI'aSOLA 

Poetiia  fie  .U/onso  Ottretio  (Madrid,  IS6ÍÍ},  coleccionó 
los  Podas  casteUattos  anteriores  at  siglo  XV 

[Jfaníbcise  entretaniti  C.-itiilufia  de  contar  en  el  nu- 
mero ilt  sus  hij(>s  al  viin^n  inüijpic,  cuyo  nombre  repi- 
ten hoy  con  vener.'icitin  los  snbíos  espaflolos  y  extran- 
jeros, al  Dr.  D.  Manuel  Milu  y  Fontamüs,  cuya  mo- 
destn  vida  (I81S-ISH4)  sólo  se  empleo  en  el  cultivo 
incesante  y  desinteresado  de  las  letras  '.  En  la  Hur  de 
su  juventud  redactabc»  yii  un  conii>endio  del  Artr  po/- 
//¿•d  (184-1),  que,  í\  pe'yir  de  sus  escasx';  dimensiones  y 
de  estar  dispuesto  en  la  sencilla  forma  de  diálopo,  en- 
cierra gran  oiudal  de  doctrina  sobre  los  primeros 
principios  de  la  Estítica,  la  versificación,  y  la  poesía  en 
sus  distintos  jréneros.  En  este  libro  despunta  cl  since- 
ro estriño  que  constantemente  sintió  Mil»  hacia  cl  arle 
y  las  tiadicioncs  populares,  y  que  le  indujo  d formar 
su  prciioso  Roiuaticcrlifo  catiddtt  Í1S4H).  refundido 
auinenlad't  por  ¿-I  poco  antes  de  su  muerte. 

Los Elatteutos de iittrai uru  y  el  manual  de  Estdfiiti 
y  Teoría  literaria  '  inician  en  España  la  resuiuraciAn 
de  tan  difíciles  y  desdeflados  estudios  sobre  amplías  y 
filosóficas  bases,  no  en  todo  ajenas  al  idealismo  ger- 
mánico, pLTo  en  las  que  predomina  un  tspíritu  de  se- 
lección prudente.  Milri  no  es  discípulo  de  Kant  ni  de 
Hegct,  aunque  adopte  en  ocasiones  las  teorías  de  en- 
trambos modificindolas  *;  y  sin  contentarse,  como  cl 
primero,  con  la  psicología  de  la  belleza,  trata  ordena- 
damente de  Eslt'lica  suhjftivti  real^  Estética  subjetiva 
y  Estética  subjetiva  artistica.  En  algun;is  de  sus  con- 


•  V.  KoHti-i  dt  ta  i-fila  V  tÉfTita*  a*  D.  JAtnarl  UM  >  PontmaU.  par  D.  Jlto- 
ffUte  finMO  r  Ot  '■  JnrMbMM,  /tt7.  El  Sr.  UoxVidti  ;  PfU)-->  puMlcú  un  nfin 
•lt«IMK^<lUini>]  il«  Un  OírwMMpMiudc  UltiL  iwonKlÉcntln  Ilcn4r  cl  ii)ilm<^ 
von  un  larxo  cslndlo  sobre  cl  411c  foc  -lu  ciirí(i<»o  «Aotro. 

*  Vnn  y  otra  «bra  ae  han  injptr.w  dUilEUO  vtcc*  con  inoiltllcacIoiM»|>m~_ 
lun<ln«  tñ  r\  Uilo  y  ca  cl  Ulula. 

^    Til  *ac<sic cM  UlfWmnU'fiíulkUdilafii». COAUAvlaiAfl  del»' 
CB  nuil«iiiállCQrdloáinlc«,  ttc> 


elusiofic^i  coinciUe  con  los  escolásticos,  ^inífularmcnte 
con  Santo  Tomás  y  sus  recientes  comentaristas,  y  mani- 
fiesta íjrftn  aprecio  al  libro  Raggiom  del  hfllo  del  P.  Ta- 
piircUi,  y  ri  las  confercnciiis  del  V.  FClix  sobi"e  el  arte. 

Otra  cloria  y  no  menos  pura  y  brill-inie  que  la  de 
sus  trabajos  didilctifos,  obtuvo  Milií  con  los  que  llevan 
por  títul^í  Observan om-s  sobre  ¡a  poesía  />opuiar  i  18W), 
Ims  frovuílons  en  España  (1861)  y  La  poesia  heroico- 
poptüar  cusleUatta  (1874),  donJc  ciimpciin  un  juií-io  só- 
lidu  y  maduro,  y  una  sT.in  fuerza  de  intuirión.  Píisro» 
en  el  Olttmo  de  ellos  la  acumulacii^n  de  datos,  aunque 
para  la  generalidad  resulte  su  lectura  difícil  y  pocu 
amena,  A  lo  cual  contribuye  tambíc^n  la  obscuridad  del 
estilo.  Por  lo  demAs.  d  miíríto  del  eminente  jTofi-sor 
de  Barcelona  es  de  los  que  iibruman  y  no  pueden  dis- 
cutirse, de  los  que  tienen  más  resonancia  fuera  que 
dentro  de  la  Península,  quizá  por  haberse  publicado 
varios  y  luminosos  artículos  suyos  en  re\'isius  de  It;i- 
lia,  Francia  y  Alerminia.  Lf»  orígenes  de  las  literaturas 
nefllatin.xs,  la  formación  de  las  opopcyns  nacionales, 
lo*  por  tanto  tiempo  destleñados  monumentos  de  la 
poesia  medioeval,  constituyen  el  tema  predilecto  de 
Mili,  y  A  explanarlo  con  amplitud  en  lo  relativo  a  Es- 
pafla  dirigió  su  atención  y  sus  profundos  conociralen- 
tos,  So  por  eso  despreció  1n  untisUedad  clAsitra.  grie^ 
y  romanii,  ni  fue  victima  del  exclusivismo  absurdo  que 
sacrifica  el  arte  de  forma  en  aras  del  eüponlrtnoo  y  pri- 
mitivo, 6  viceversa,  sino  que,  por  su  bien  eqaUibrnd:i 
crítica,  tan  legítimo  era  el  género  de  la  fiíaiia  y  In 
Odisea  como  el  de  la  Efwiila,  y  éste  comn  el  del  poema 
del  Cid.  Mit.1  practíc'i  respecto  de  nuestra  poesía  C*picü- 
popupar  lo  que  Gastón  París  y  León  Gauticr  respecto 
de  la  francesa,  calcando  la  senda  abierta  por  los  sabios 
dt'  Alemania  desde  principios  del  siglo  X.IX. 

De  los  cantares  de  gesta  hace  dimanar  los  roman- 
ces primitivos,  ú  más  bien  unos  y  otros  venían  A  ser  lo 
mismo  en  su  concepto;  de  modo  que  cm  el  poema  tlel 


Cid  no  sr  hallan  romances,  sino  que  es  umt  serie  <Ír 
romances,  ó.  si  se  quiere,  titt  romance  largo.  Opinubci 
MilA  asimismo  que  la  poesía  popular  no  fue  en  un  prio- 
cipio  patrimonio  de  Ui  plebe,  que  la  píüubra  romance 
tardó  mucho  en  adquirir  el  signififí'dí»  especial  que 
hoy  le  damos,  y  que  en  V.is  piímítivíis  übms  ^XHíifcas  tas- 
telUma<;  influyeron  la  audición  y  el  recuerdo  de  Ins 
francesas,  aclarando  prodipriosiimente  una  cuestión  In- 
t'olucrada  por  el  espíritu  puntilloso  de  nacionalidad. 

Si  la  Conciu^^ión  y  las  fíiistraciones  del  estudio  tir 
ta  poesía  hcroico-popular  casíe/iana  encierran  tesoros 
de  incalculable  valor,  no  menos  sorprenden  la  seguri- 
dad y  el  dominio  comprensivo  del  asunto,  con  que  el 
autor  reconstituye  los  materiales  üe  cuya  aulomeración 
se  componen  los  mitos  Ic-jienüiirio-;  de  Iti  Rey  Roiiri- 
go,  tíernaldo  del  Carpió,  Fernán  Goti^dlc:^  y  sus  suce- 
sores Los  fu/antes  de  Lara  y  £7  Cid  \  para  no  hablar 
de  lo  referente  A  los  Rotname.-i  históricos  lutrios,  A  los 
ciclos  carlovinfjio  y  hreitin.  y  A  los  Romances  naveU-s-^ 
eos  y  cabaUerescos  sueítos. 

Una  condición  rarísima  y  un  defecto  capital  se  dan 
la  mano  en  loe  estudios  de  Milá  sobrt  la-í  leyendas  ¿pi- 
cas castellanas,  á  saber:  el  candor  iníaniil  que  le  liacía 
apto  para  saborear  las  delicade/jis  del  arte  primitivo,  y 
el  upe^ü  tenaz  &  la  concisión  de  la  írase,  con  lo  que 
envuelve  al  lector  en  un  laberinto  de  abreviaturas  y-, 
referencias,  bastante  pí»ra  gucbrantiir  la  voluntad  y 
^usto  míls  decididos. 

No  sólo  el  libro  magistral  sobre  la  vida  y  escritos  del 
autor  de  Los  trovadores  en  España,  sino  también  los 
Apuntes  para  una  historia  de  ¡a  sdtira  en  aff('"'os  pue- 
tttos  de  la  autitíüedad  y  de  ¡a  Edud  Media,  y  las  me- 
morias literarias  de  El  i>.  Vicente  Garda,  Rector  de 


I  S«iftl>mcMiM<|tMl«r«4Bt.-i:t4«td>-lnO<lH'«arAM'iafXl|to«4a«CB««* 
poslnrtar  al  p>>uiu  ilr  3íym  Cti,  «an^iM  dn  ntniíkrin  xtMto  veíOu  MnmJo 
Il!U|ra. 


BK  El.  SICLO  XtX  ñfi& 

I  'atlfoxonut  y  de  Ansias  Afttrcli  v  su  épom,  acreditan 
al  venerable  profesfir  hixuclonfe  D.  Jaitiuín  Rubio  y 
Ors  de  erudUo  insigne,  tan  apw  pira  «1  ¡m.lli.iis  como 
para  la  inducf  ion.  Despuíís  de  iniciar  con  sus  poesías  la 
/fvnm'xensa  cauílana,  ha  historiado  sus  precedentes  y 
primeras  miinÍfest;iciones  con  la  competencia  de  testi- 
go presencial  O  irn-i-usabie. 

Amigo  y  compatriota  de  MilA  y  Rubio  fue  D.  José 
Col!  y  V'ehl,  el  autor  de  los  Eicmentos  dv  ¡iteralnra 
OHSTt,  texto  de  KeiiJriea  y  I'oética  que  rompe  con  la  au- 
toridad de  Hermosilla  y  que  aun  no  ha  perdido  su  opor- 
tunidad para  ta  segunda  enseftnnza;  el  hinortndor  de 
J.n  stUtra  provett::al,  el  filrtsofo  y  prosodista  ronsuroa- 
d«,  en  cuyos  Diiílogo.<  /ifrranos  '  se  esponen,  con 
igual  originalidad  que  agudczíi  y  acierto,  los  principios 
de  la  mOiricji  castellana,  y  s<!  distinR^en  las  sutiles  no- 
ciones del  tono,  la  cantidad  y  el  acrnto  por  medio  de 
ingeniosísimos  recursos.  Aun,i)ue  el  asunto  de  In  obro 
no  es  de  critica,  hi  Siibe  apiiair  CoII  y  Vehi  incidentid- 
mcnte  con  la  misma  discreción  y  el  mismo  delicado 
gusto  de  que  dej6  muestras  en  el  paralelo  entre  I-Vay 
Luis  de  León  y  Quintan»  (muy  favorable  á  aquel),  y  en 
el  mencionado  estudio  sobre  La  ^díira  proi'etisai . 
iLrtstima  qut.  pur  nu  haberse  coleccionado  sus  papeles 
postumos,  no  poseamos  todos  los  frutos  de  aquel  gran 
talento,  arrebatitdo  por  muerte  prematura,  que  se  Ucvd 
con  él  un  gran  coni/^n  y  un  gran  carilcter! 

Para  conocer  en  su  parte  cxlema  la  lítcrulumdntmil- 
tica  española  no  existe  obra  mis  completa  que  el  CVi/rf- 
logo  bihüofinijicoy  taogrd/KO  di-l  Tiatroauli ano  espa- 
ñol, flfi^dt'  ítti  orifcni  ÍMsta  mediado-^  dti  stg¡o XVHf, 
por  D.  Cayetano'  Alberto  de  Ui  Harrcra  *,  complemento 


■    \.t¡  CAMi  t0li«rlal  Je  UaMtaiM  bn  {lAItcaiU  nta  obr«  iDmadeaa  US). 
VID  on  prAloicndcUrnAdrí  Prlnyo.  y  «a  miimm  iIcuuIb  dUJofp,  ipie  Imcni 

•   Mkdriil.  Vm. 


586  1J\   IJTKHATURA  BSPA^OUV 

indispensahle  de  U»  del  alerriiin  Adolfo  de  Schack.  Am- 
bas rcpresenUin  una  labor  paeíentísiraa,  aunque  se  dl- 
ferencjen  por  su  <'nrácler,  que  es  en  una  de  inventario 
minuciuKo,  y  en  otra  de  uprociacitín  sintótk-a;  anilwi*^ 
seriin  In  base  sobre  que  neecsiiriamente  ha  de  edifirar 
quien  aspire  A  \r  g^Ioria  de  liistoríador  definitivo  de 
nuestra  escena.  Ademrts  del  referido  Catríiogo.  que 
bastaría  de  suyo  para  rescatar  del  olvido  el  nombre  Uc 
su  autor,  lo  fue  la  Barrera  de  una  biografía  de  Rioja,  y 
de  otra  muy  amplia  de  Lope  de  Vcjía,  premiada  hace 
afios,  y  que  va  al  frente  de  las  obras  del  portentoso  ('ra- 
matico  en  l¡x  eiticiún  que  publica  lu  Academia  Espii- 
flola. 

Miembro  conspicuo  de  aquella  generación  universi- 
taria que  cümicnKi  eijn  el  nuigisterio  de  S;knz  del  Río,  y 
que  invadió  primero  los  aulas  públicas  para  ocupar, 
dcspuCs  de  la  rcvolueirtn  de  IWíí,  las  tribunas  del  Con- 
greso y  los  e*<-afl0jí  minislerialcs,  fue  D.  Francis*^o  de 
Paula  Canalejas  uno  de  los  pocos  que  preñríeron  las  so- 
ledades del  pensamiento  cientfñco  al  fraeor  de  la^  con- 
tiendjispoUticasy oratorias.  »unque  sus cnscrtanais  ora- 
les y  escritas  están  informadas  por  el  principio  revolu- 
cionarlo. I-a  Literatura  y  la  Filosofía  se  disputaron  SQ 
inlcllfrencia  ton  i^ual  imperto,  aünííndose  en  a"nbina- 
clrtn  extraña,  que  explica  la  simultaneidad  de  las  cvolu- 
clones  por  que  pasaron,  rn  uno  y  otro  leiTenu.  las  ideas 
del  infortunado  profesor.  Dentro  del  Icrausismo  ortodo- 
xo nadie  conociú  y  expuso  mejor  que  él  las  teorías  de  la 
Estética,  y  aun  se  permttíú  el  lujo  de  estudiar  los  adc 
lantos  de  la  Filología  moderna,  y  de  ampliar  los  cono- 
cimientos  de  Literatura  espaflola.  adquiridos  en  las 
obras  de  su  maestro  D.  José  Amador  de  los  Ríos.  Sin 
embíirfío,  y  A  consecuencia  del  dogmatl&mo  y  el  níngtln 
amor  A  la  crudicirtn,  propios  de  la  secta  filof  Afica  A.  que 
se  había  afiliado,  se  dejalia  llevar  Canalejas  á  las  gent- 
ralluaciones  precipitadas  y  deslumbradoras.  Su  curio- 
sidad le  impulsó  í)  se^ír  con  atención  el  muvlmientci 


KX  Kf.  SlfiLO  XII  S87 

intelectual  de  las  naciones  cultas,  A  tomar  nota  de 
los  «Utemas  nuevos,  y  &  examinar  los  que  lograban 
fortuna;  y  al  caho  ile  tan  tahoriusa  carca,  vaciló  el  edi- 
ficio de  sus  antiguas  convicciones,  y  fue  después  víc- 
tinuí  de  una  enajenación  mental.  En  mcdiu  de  la  vague- 
dad que  caracteri/;i  sus  escritos,  todiivta  ostenUi  cua- 
lidades de  pensador,  critica  y  estilista  en  ht*;  dos  partes 
del  Curso  í/i-  ÜíerafHra  griícral,  en  los  Estudios^  iff 
Filosofía,  Politita  y  Literatura  ',  en  los  artículos  sobre 
Ij>s  poemas  í/ifMtilfrt'SCOS  y  tos  h'hros  tte  taballvría^ 
que  insen«>  en  la  ft'rvista  Europrn.  y  en  sus  disciifí«< 
académicos'. 

Im  escuela  sevillana  proiiujo  en  el  periodo  á  que 
voy  haciendo  referencia  críticos  de  gran  oom(>radla 
como  D.  }osC'  Fernandez  Espino,  D.  Josc  Amiidor  de 
los  Ríos  y  D.  Manuel  Caflctc,  desde  que  el  primero  y 
el  último  fundaron  In  Jtnt's/a  rfc  deudas,  itUruInra  y 
artes. 

De  Fernandez  Espino  poseemos  coleccionados  tos 
Estudios  (If  ¡ilcralura  y  de  crítica  *  que  tratan  Sr/hn' 
la  ¿tijiueuda  de  íu  poesía  en  ¡a  historia.  De  la  mural 
tu  g¡  drama,  Sotirr  et  origen  de  ¡a  cttiotión  (rd^ica 
(que  hace  consistir  en  la  simpau'u  del  hombre  hacia  cl 
hombre),  y  en  que  se  estudian  el  Teatro  de  la  monja 
ffroifiwiia  y  Im  Jrru:^aÍiUt  libertada.  El  autor  publicó 
mus  tarde  un  incompleto,  aunque  excelente.  Curso 
histórico  de  literatura  espaOola  '. 

P.»r  encima  de  tudos  los  nnmhre-í  mcnriiinado*;.  sin 


■  MMrM.  I(RV. 

■  Entre  k>»<H*íl|wi(*tr^<»floW-t  .1t  Kmuw  ^ar  Knn  prof>aB«-lo  .ii«i»wirt««» 
wtítloi*  dtbcn  Kt  clli»ila>  l>.  Pni«cbc«  y  l>.  Ilctmcnrcltito  Tilnrr.  Un  cdinto 
ndlotmniiF  i'onirahn  rmlomlna  m  !«■  Batovot  trílín»  de  D.  namrrilnd» 
tjiínriK  iLaitri.  IW/>.t,  rti  í/h  qar  te  ten  dltcttt^i  «rtlmlP*  «nhtr  Lm  Pula*** 
4c  C*aipnanini,  Ua  píxilKi  <h  P"Aa  V^HiMlnna  ,^r^lln<'  y  la  Hl*lar*i  4*  (4 
aiUta  tUerufU,  |x>r  1).  Fruntlvc  Trnulniki  y  G<in«Alrj,  |<iiit4in«nt(  cun 
«UM  de  niomtu  6  ttmtvni^a  pttbUcH. 

>    Sevilla  iwe 
«    S*»IIU,  1671. 


:V)8  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA 

exceptuar  el  de  Milá  y  Fontanals,  descuella  el  de  don 
José  Amador  de  los  Ríos ',  como  personificacitVn  dd 
C5tutiic>  iinulítico  y  la  filosofía  dd  arte,  ¡iplicados  A  la 
histoi'iii  literaria  de  ]a  Pcnin^iilu,  eomu  sabio  urdenudur 
de  los  materiales  <ilk-gndos  por  sus  predecesores,  y 
eociclupedia  viviente  en  que  se  condensaron  hisadqui* 
sicioncs  de  todos  ellos  para  recibir  forma  imperecedera 
y  orgitnica.  Ya  que  la  envidia  postuma  no  ha  respetado 
la  gloria  de  tan  insigne  var<ín.  cumple  &  sus  admirado- 
res enaltecerla  con  la  simple  enumenjción  de  los  servi- 
cios que  le  debe  el  conocimien  lo  cieniifico  de  la  cultura 
espanula,  asf  en  la  esfera  de  las  artes  plásticas  como  en 
la  de  las  letras.  Descontando  sus  pcreprinas  investiga- 
ciones solire  los  monumentos  arquitectónicos  cleEsiMOa, 
sus  dos  obras  sobre  los  judíos,  sus  monografías,  discur- 
sos y  artículos  de  revista,  bastan  píira  inmortalizarle  Iosl 
siete  voltímcnes  de  la  I/t'staritt  crífim  ríe  la  iitt^aíMra 
tfnpaiiola  ',  A  que  sinieron  de  heraldo  la  traducción  de 
la  de  Sismondi  con  numerosas  adiciones  %  y  la  publica- 
ción de  las  Obras  ileí  Afarf/nifs  <le  Satttí¡¡fina  *, 

No  es  la  Hií.¡uria  trUica  de  Amador  de  los  Rfo6, 
como  algunos  fingen  creer,  compilación  indiges.ta  de 
datos,  ni  consiste  su  valía  en  los  numerosos  dcscubri- 
mienioij  bibliogriiticos,  ó  en  las  rectílicía-iones  de  fe- 
chas y  conceptos  con  que  nos  sorprende  U  cadu  piigi¿ 
na,  y  que,  por  lo  evidentes,  nadie  se  atreve  á  negar. 
Obedece  i\  un  plan  superior  y  profundamente  pensado, 
Cieñe  por  doble  base  la  realidad  esterna  de  los  acon- 
tecimientos sociales,  y  los  principios  de  la  Bsi¿lica; 
hace  rctlejar  en  la  producción  literaria  el  genio  y  las 


Kueprolc^M-dL-  lUntoria  crlUc»  de  la  UtcnOura  or"fl<MAvn  la  UnlTcraUkd 
Central,  c*  Indlddua  de  \a\  Roln  AutdcmUí  <lc  lii  Hliioila  y  4c  S«n  FrniHit. 
.la.  Fnlk-tlA  in  S«vm>  il  17  Je  Fítwro  de  1878. 

•    Mihlrl-I.  téoM^tirn 

9    Sctillu.  t»ll-1»U. 

«   Madrbl,  ttKL 


ax  EL  SIGLO  nx  SfiS» 

[costumhri-s  nndunalcs  cqh  sus  vicísitifdrs  y  modlñrft- 
tcioncs;  atiende  A  la  ve?,  til  mérito  absoluto  y  hI  rcltiti- 
'vo,  al  fondo  y  A  la  formii;  enaidenn.  quizií  ron  exceso 
|de  rigor  sistemíiticu.  las  diferentes  panes  del  conjunto; 
itraza  con  maestrffi  los  ciiractercs  distintivos  de  cada 
[edad  y  cudií  ¡XTÍfítli»:  y  cim  ser  pürcialcs  <^  defectuosos 
lüs  trnlvijus  que  hubo  de  utilizar,  dióiil  suyo  en  muUl- 
[tuddc  casos  el  privllegiu  de  lo  irreformable. 

Nada  üe  particular  ofrecen  los  capftniw;  consapra- 
'^do*:  íi  la  manifestación    hi<;p:tno-Uit>na  clásica;   pero 
sobre  la  visigoda  expone  Am;idor  una  serie  de  refle- 
ixiones  origimilLsímas  que  arrojan  \*iv'n  luz  sobre  los 
[orígenes  de  la  literatura  propiamente  espaflala;  y  con- 
j  cede  A  la  tradición  isidoriana  la  intiuoncia  no  inte- 
i  rrumpida  que  realmente  nivo  por  espacio  de  muclioK 
I  siglos.  Aprivia  despuOs  los  efectos  de  la  ¡nni^i<*»n  mu- 
Isutmanay  de  l;i  luchado  la  Reconquistit,  yin  infancia 
I  de  nuestra  poesfn  épica  inspirada  por  el  sentimíent»» 
religioso  y  patric^tlco,  nacida  ú  iu  sorabra  de  la  Igle- 
[sia  y  respirando  la  ardiente  atmósfera  de  tos  <:ombates. 
Con  tale^  precedentes  ri-sulta  obvia  y  esponi;inca  In 
UolQcíún  del  inirincado  problema  sobre  el  itacimlenio 
i  de  la  rima,  que  habían  contribuido  A  involucrar  las  ea- 
vilacíones  de  algunos  ingcnius  descarriados,  y  se  de- 
muestra que  la  vcrsificjicián  latino-cclcsiústica  con  cl 
[adorno  del  consonante  y  desviada  del  cauce  €-WsÍco. 
'  fue  cl  modelo  de  la  que  adoptó  cl  naciente  idioma.  El 
autor  de  la  //rs/c>r/'fffr///V<7  niega  en  términos  demasia- 
jdo  alisolutos  la  imitaci<}n  de  ios  autores  franceses  por 
los  csiTcifldk-s  del  Portmi  iic¡  Cid  y  sus  s¡milíin.iii.  pero 
[refuta  bien  \i\s  exageraciones  de  Damas  iiinard  y  el 
I  Conde  de  Puymaigrc.  Con  igual  lucidez  descubre  cl 
entronque  del  arte  vutgiir  y  cl  erudito,  la  aparición  de 
la  forma  lírica  y  del  simbolismo  oricntnl  (siglo  XHI); 
la  del  elemento  caballereíico  y  Iu  alegoría  al  estilo  del 
[Dante  (siglo  XIV);  la  aurora  del  renacimiento  tm  las 
icones  de  D.  Juan  II  de  Castilla  y  D.  AUonso  V  de 


ytO  LA   UTFOtAntHA  KSPA^OLA 

Aratrón,  y  hi  eontraría  suerte,  en  fin,  de  la  LiterntTtrn 
4:n  liis  rcinHÜus  üc  Enrique  IV  y  Uu  lo»  Reyes  C:itú)Íi:iH, 
Ln  falUi  de  salud,  de  calma  y  üc  recursos,  impidió  á 
Amador  Je  los  Ríos  Li  continuación  de  su  obra,  puní  hi 
40e  u-nra  dispucstis  copiosas  apuntaciones  y  aun  co- 
meiiz-idos  alpunus  capítulos.  No  hubrjí  que  lamentii 
sin  embcirgo,  este  mal  accidente  si  cumple  con  su 
pósito  de  contemplar  la  Hif-torin  crítica  déla  UterattT' 
ra  española  el  in>iignc  MOneiidez  Peliiyo, 

Para  hacer  plena  justicia  &  Amador  de  los  Ríos,  no 
iMmlCiré  las  imperfecciones  de  m\^  hutto  que  afenn  so 
extraordinario  mérito,  y  ijue  consisten  en  la  su>:iitucii:in 
frecuente  del  criterio  artístico  por  el  histúrico,  en  las 
repeticiones  inútiles  de  una  misma  idea,  en  ti  estilo 
amazacotadtt  y  [>aljibioro  que  dificulta  la  inteliffencin 
de  muchos  ptisajes,  y  en  el  bíuni;;  de  íílosofía  tras- 
ccdental  l^»jo  el  que  se  ocultiin  verdaderos  sofísmas  4 
vulgaridades. 

La  tempestad  de  recriminaciones  y  desdenes  que 
ha  descarsrado  en  estos  últimos  tiempos  sobre  la  repu- 
taritln  de  D.  .Hinuel  CaDcte  (1822-t9')lí  no  debe  oí 
puede  impedir  que  se  enaltezcan  con  juslicia  las  rele- 
vimtc:i  prendas  de  car.'ii:ter,  lalx)rÍosÍdad  <;  inteligencia 
que  acompitftaron  ix  su  larga  carrera  üc  escritor,  tni- 
ciiidit  li  l< is  diez  y  seis aflo» ion  la  dirección  del  pcriótJico 
La  Aureúlti,  y  proseguida  entre  combates  y  contradi* 
dornas  que  hubieran  rendido  ¿k  nn  temperamento  m< 
nos  varonil.  La*,  publicaciones  de  Sevilla,  Granada 
Madrid  insertaron  sus  primeros  artículi»,  inspirado!? 
en  las  mismas  idejis  que  los  que  escribió  despuís.  Fd 
Getül,  Im  Alhambra  y  la  ficiista  de  ciencias,  tUcraíit- 
ra  V  arfes,  por  un  lado;  Ln  Jttit'n'ca,  E¡  HeraMo,  y  casi 
todos  los  órg^anos  de  la  política  moderada  por  otro  *, 
dieron  á  su  Ikma  un  prestigio  que  tas  corrientes  de- 


(    Rcili-n  vünJ  Jo  i  ln  i-en«.  itiflibJdii  espli>.-d  cu  <t  Aimii-o  riM7-1ien:  nn  enn» 


ax  UL  SIGLO  xu  Sfll 

locrátícas  vinieron  ít  atacar  con  irmudiui  furia.  E^isabn 
;;aflctc  por  ser  la  personificación  del  fausto  académico, 
Id  purismo  en  las  ideas,  en  l:is  turmas  y  en  el  ient'utije, 
fy  de  la  intolerancia  idealista,  que  se  unía  en  01  eon  la 
hdefensu  de  ki  ortodoxia  calólica  y  monárquica.  Pasaba 
[ififualmente  por  muy  amigo  de  sus  nmisros,  d  quienes 
«encumbró  cun  int^'c-sanics  ditinimbos  cuando  contaban 
I  con  míritos  propii»^,  presen  lindóles,  f,uando  ao,  Isajo 
leí  aspecto  más  halagüeño  y  simpático,  siquiera  íucse  ú 
'costa  de  la  impaivialídad.  Citansc  como  prueba  sus 
I  farragosas  revistas  teatrales  en  La  Hu.\tratiótt  Espa- 
I  itota  y  AttirricatM,  y  los  innumerables  prólogos  que  su 
excesiva  bondad  ti  sus  relaciones  sociales  le  arnmciLTon 
I  para  otros  tantos  vohimcnes  de  verso  y  pi"osa  zonzos, 
que  se  eternizan  en  los  cstiaixiratcs  de  las  librerías,  ó 
I  Van  A  engrosar  los  montones  de  viejo. 

Y  no  Min  ETatuitos  i-stut;  cargos,  por  muclio  que 
loe  di<iculpe  la  inclinación  il  atabur  )o  que  en  algún 
modo  nos  interesa  y  pertenece.  I'ero  en  cambio  pre- 
senta Caflete  como  título  de  gloria  el  haber  reconocido 
siempre  la  inspiración  y  el  talento  donde  quiera  que 
los  enconii'O.  sor  prendí  candólos  más  de  una  vez  en  el 
reüro  de  U  motlestia;  porque,  .-cómo  olvidar  que  á  61 
debieron  sus  primeros  triunfos  Selg;is  en  Ím  pnttunvra 
y  pJ  rsllo,  y  AyaL'i  en  f'u  ¡wmhic  lU-  E^^iadi).' 

Desde  lii»  hasta  su  muerte,  apenas  hay  obro,  ni 
acontecimiento  liiurariu  ñ  ;inistico,  que  no  ju^cisc 
con  mils  ó  menos  amplitud ,  siempre  U  la  claridiul  de 
nobles  y  luminosas  ideas,  siempre  en  conformidad  con 
un  criteriii  tijo.  Si  se  dejó  seducir  por  lus  aparien- 
cias deslumbntdorasy  pt>r  el  espíritu  de  partido,  nadie 
podríl  a»  u.*iarle,  con  verdad,  de  inconsecuente,  de  ndo- 
railor  del  (Jxito  y  esclavo  de  la  opinión,  y  ah(  están, 
para  desmentir  ii  quien  tal  diga,  las  briosjts  caropaftus 
sostenidas  por  «.'I  difunto  aciidímico  contra  d  scniiraen- 
tnlismo  exagerado  de  liguflaz,  contra  el  neo-romanti- 
cismo de  lichcgnray,  contra  lo  que  él  llamaba  liasofia 


'if^¿  LA   LITESA.mRA  ESTAÜOLA 

aHiiírtcraria  de  los  teatrillos  por  hora,  contra  Ui  no- 
vela muunilista  en  su  ptríoJode  apogeo;  cíimpíifia.sA 
diario,  en  las  yuc  st-  intcrcaiban  los  nombres  propif--,  \' 
de  que  1c  resultaron  numcrosíis  aniip¡ttííis. 

La  critica  de  Cañete  con  todas  sus  virulencias  y 
puerilidades,  es  scrUt  y  Imnnida,  6  impone  respeta 
hasta  cuando  más  se  extravía.  No  es,  sin  embargo.  U 
critica  mis  acerlada,  ni  sabe  pn^iur  de  In  snperñdc  al 
fondo  para  deseritrafiíirlo.  ni  reconstituir  sus  tU-mento* 
primordiales  para  dar  nueva  vida  y  s¿r  nuevo  A  la 
concepción  del  urti<itn.  Es  prolijamente  minuciosa;  pero 
en  el  sentido  vulíiar  y  rudimentario  de  dividir  la  ohra 
en  partes,  secciones  y  momentos,  pcirn  acomodarLi  vA 
encasillado  simétrico  de  la  preceptiva;  es  tiel  y  exacta, 
pero  apelando  al  procedimiento  sencillo  de  copiar  tas 
ideas  y  las  palabras  del  autor. 

Cañete  estudia  ianihic-n  las  f:ises  de  nuestra  Litera- 
tura, distintas  de  la  contemporánea,  y  muy  particiilar- 
menie  la  historia  del  Teatrn  español  anivs  de  Lope  de 
\'ega,  suhre  la  cual  poseiii  multitud  de  datos  peregri- 
nos, aunque  no  acabó  de  consagrarle  la  ohra  eompleui 
que  tenia  prometida.  Entretanto  han  de  consultarse  su 
discurso  aca^lOmico  Se.tffrc  r!  tlnima  nit\i(ioso  esfiotivi 
ai/írs  y  liispuí's  tfc  Jjjpe  tff  yrgn  ',  sus  prúlogos  a 
las  Farseas  y  ¿gíofiaa  de  Lucas  Femánde?  y  la  St^afina 
de  Miguel  de  Ciu-vajal,  y  sus  estudios  sobre  Jaime  Ft- 
rruz  (autor  del  Atüode  Caín  y  Abcf,,  d  maestro  Alunso 
de  Torre-s  y  Francisco  de  las  Cu«vns  '.  El  UiborioiiO 


I  Rn«l'dHáeDanttrla"rcrrrvotac(nn»  Vfbllc»»  de  SL-t^McUn  dcliiifM' 
C».  t»«n**  «1  -to  Ow*M«rr».  y  r»  <»V«  «C  a  IMMKM .  .**  fUTTCi|oiBi>  .^t•w1tl^. 
fVA«*r  íH  i-l  i"mo  I  Jo  ta»  «rtiofíat  Ar  Al  ArñOeKía  Kn^ttln.) 

•    Vía»,-  tMn»  it(  í.  )fii»"<J  OíAtU,  loro*  11.  TUiíru  wp«S«í -fií  ti!-' 
.tNilriJ.  t!>Cl.   Kn  U  U)(W(iuw  itf  vn^ilBtei  ttulelUniHJ  \dunil>  ,1t  lor  i   . 
r(«nMn<<-n  "te  «ot«iiiMt.  y  drl  rti-L«tNO  ijuí-  nvMKkiio  «  el  ti-«í>  • 
dramn  (ííiitkiw  mpiiftcl.  hnHfixdnCftnitouflalIgíra  r<^Mlt»  «rlilce-t>i'^ 
lie  Afü'-iln  lie  Hojit*  VlllAdraaJo.  ««wr  de  S  rlq/í  «(orftW*.  fAlmuactmt  »lr- 
ÍM  ¡lutiran*K partí  ¡l«J 


KM   EL  SICLO  XIX  393 

\co  díi  ruriiísas  nucirías  del  motUí  ron  que  se  cfec- 
luoron  nuestras  primitivas  reprcsfnwcionL's  sacras  y 
patentiza  lo  absurdo  de  la  acusacicjn  lanzada  por  Mar- 
tínez de  la  Rüsíi  contra  el  yríbunal  üol  Siinto  Oficio,  al 
ha(;LTlc  cauMinte  de  la  supuesta  Ucrndc'nc¡íi  del  Teatro 
cspaflul  en  la  primera  mitad  del  siglo  XVI. 

La  bibliografía  cervamcsca,  después  de  tos  maf;is- 
trales  trabajos  de  D.  Marifo  FemAndez  de  N'avarrete 
y  D.  Diego  Clemenrín,  se  aumentó  con  otros  de  diver- 
sa índole,  muchos  de  ellos  originales  de  los  autores 
juzgados  en  e*;te  capítulo.  Se  distinguieron  en  la  mis- 
ma uurca  D.  l'rancisco  Tubinu  (Cervantvs  y  ei  Qjiijo- 
tej,  que  combatiú  con  éxito  la  tan  acreditada  opinión 
que  identilíca  al  falso  Avellaneda  con  el  dominico 
Fr.  Luís  de  Aliaga,  y  adelantó  algunas  observaciones 
sobre  Ui  interpreto  ion  de  la  inmortíd  novela  (dejiindo- 
DOs  también  una  i'olumínosit  fííston'a  íte¡  renací wir uto 
literario  en  Catalutin,  tíalearesy  X'nlenda);  D.  Nicolás 
Díaz  de  Henjumca,  autor  de  La  tstofeta  tic  L'riíouda  ' 
y  La  verdad  sohre  ct  Qtu'jott  *,  que  ú  cosca  de  grandes 
fatigíLs  y  desvelos  consiguió  involucrar  la  vida  de  Cer- 
vanies,  apoyándose  en  alusiones  recónditas,  supuestos 
anagramas  y  conceptos  pueriles,  pitra  hacer  dü  iiijuel 
cristiano  ingenio  una  especie  de  tilóeofo  librepensador, 
y  del  Quijote  un  libro  autobingrAfiro  y  un  lonjunto  de 
simlxlismus  i^  embolismos  creados  en  la  ednrl  nuMii- 
gita  de  Madrid  ú  de  la  tierra  *;  D.  Jos<5  Muría  Aseniio 
de  Toledo.  A  quien  debemos,  entre  otras,  una  excelen- 
te monografííi  sobre  El  Conde  Uc  Lttrws.  protector  de 
Cervantes  *.  y  D.  Miirifino  Pardo  de  Figucroa  feí  Í>oc- 


it  JTirNn.  Pittnrtu  ncmn  drt  ^atvtitim  4i  hvIoMrro.  jr  VAitot  nrtlnili»  ti" 

<    ll«<lr  J.  DCV. 

>    Sfrusn  OiMrr^^íriMM  «An  Uff};.  I)n|iinM>i  «irikayd  «4  tMStIé  de  Atdlft» 

•  «XUJtlJ,  l«n. 
lOHÚ   I» 


&IAI  LA  LITERATURA  SSPAÍÍDT^ 

tor  TliL-bussem},  que  en  sus  célebres  Drotipiattas  Uabtó 
Jt'I  Quijote  con  la  ori]Erin.^Iiüad  y  la  donosuin  caracio- 
rí'iticx<;de  su  pluma.  D.  Jerónimo  MurAn  Ot*<»3)ytIoD 
Rnmón  León  Mííinez  (lS7b}.  ^¡rector  ístc  de  la  Crótti' 
ca  fíe  los  cervantista!;,  cierran  haRCn  hoy  lii  .serle  Je  Ijift- 
jíT'ifos  tnit'i;iil¡i  ton  Mayans.  La  ídolniTín  hacút  fl  mnn- 
co  dtí  r.i'píinto  sf  cunvirtió  para  algunus  aJmir:i Jures 
«ítravindos  en  enfermedad  cunia^osa,  y  hubo  quico 
dirertíise  acerca  de  su  prríc/ti  i(íof!r<ÍJiai  [D.  Fermín 
Cabitllero),  y  quien  le  considerara  como  tedloRo  (don 
José  Slwirbi),  sin  faltar  tampoco  quien  tomase  en  serlo 
estos  alardes  de  Ín£:eniosidad,  é  infructíferos  pasacicm* 
pt'i.s,  por  confundir  cosas  tan  distintas  entre  si  como  el 
genio  creador  y  la  omnisciencia. 

Prudente,  sensato  y  comedidD.  A  la  vez  qnc  conoce- 
dor de  ruanto  han  dicho  sobre  Cervantes  los  autores 
e-spafiolcs  y  extranjeros,  tiene  Luis  \'idan  el  mérito  de 
haber  condensado  en  substanciosas  monoffrafias  la  his- 
toria que  podríamos  llamar  postuma  de  su  héroe,  y 
esclarecido  el  carácter  t-pico  del  Quijote  i\  la  luz  de 
las  moilernas  chisiticac iones  literarias.  Infatigable  en 
robar  al  olvido  las  glorias  de  la  patrLi.  V'id^iri  tas  po- 
pulariza en  escritos  ligeros  de  periódico,  haciéndolas 
llegar  en  csui  forma  á  los  oídos  del  vulg^o  reíractario 
A.  la  erudición.  Como  polemista,  suele  inclinarse  a  la 
p;iradoja;  como  crítico  al  día,  us;i  de  un  criterio  bcnc- 
voluntisimo,  sobre  todo  si  los  autores  juzgados  visten 
uniforme  militar. 

Sólo  la  vertigina<M  rapidez  con  que  se  atropellan 
acontecimientos  ú  ¡mpt-L-íioncs  en  el  torfatMIino  de  la 
vida  moderna,  puede  explicar  el  naufragio  de  una  me- 
moria tan  poco  enaltecida  y  tan  di^^nu  de  serlo  coino 
la  del  mulJorquín  Guillermo  Forleza(lS30-l873J  ',  « 


EX  CL  HinLU  XIZ  3% 

coya  idiosincrasia  intclcctují!  y  monil  se  fundieron  la 
causcicidad  y  Li  iniuición  Je  L:irru,  liis  tormén towis 
a^Ilacidtics  de  la  pa<tiAn  sin  freno,  el  arraigado  espiri- 
tualismo,  y  la  idolatría  de  lo  bello  en  todas  sus  manife\> 
laciones.  Aun  sin  hacer  alto  en  sus  poesías  catalanas. 
bastan  para  la  ífluria  de  Korteza  su  acabado  estudio  de 
Capmatiy,  que  premiíS  la  Academia  de  Buenas  Letras 
de  Ittrcelona,  sus  .idmirables  observaciones  sobre  la 
decadencia  de  la  I.iieratura  espaflola  despuOs  del  ro- 
manticismo, su  defensa  de  Fernán  Caballero,  y  las  hu- 
moradas satíricas  que  se  conservan  en  sus  escritos,  6 
por  comlucto  de  la  tradición  oral. 

Antes  que  Korle¿a,  estrenó  sus  armas  de  periodista 
literario  D.  Juan  Maflé  y  Flaquer,  recogiendo  íl  la  par 
de  Milu,  en  el  Diario  tie  BarccJotia.  la  herencia  de  su 
comOn  y  fratemítl  trolcga  Pablo  Piferrcr,  luchando  con 
rtidü  tesón  en  pro  del  arte  católico,  revolviéndose  con 
fiereza  contra  el  romanticismo  disolvente  de  Víctor 
Hugo  y  el  inmoral  contralxtndo  escénico  de  La  dama 
4c  las  camelias,  á  la  voz  que  saludaba  con  simpatía  y 
efusión  los  primeros  versos  de  Sclpas  y  la  primer  obr.i 
Uramiitica  de  IScuilaz  '.  Afea  los  ensayos  críticos  de 
.Mafíé  y  Raquer  cierto  desaliño  de  forma  qur  se  corri- 
fíió  al  enfrascarse  el  autor  en  las  contiendiLs  políticas, 
A  lus  que  k-  arrastrabíi  su  eondicíún  belicosa,  enardeci- 
da püT  el  iTspfritu  y  las  n cees IcUidcs  de  pariido. 


ira  -a  -j  o  c-O'  a-o^^ir^fc:^g-y-tt  Jt  3'  a-'ít-rit-^ 


CAPÍTULO  XXXTl 

OLTINOS   KEVKIíSKNTASTES   DK   la    CKÍT1i:a    I.fTlíKAKI\ 


■"rttlnM  araiViBli-fli:  CIlDorit*.  Vnlrrii  y  ílrnriHlrx  rripjro.  -  CríUroa  pri-lo- 
ili*tiu>:  UPTlIla.  Umrtin  ('■a<>na,  .i'Uriu-.  TiiUíl»  VahU-*.  UaUrt.  ItuDII. 
PerniadFi  l1<Wx.  TlrAn,  I.alD  AU»lii><i.  Sdachrs  PÉn-x.  «Unía  Rawila. 
rtrfltn.-  Kmitia  Pnntn  Baxán,  H«Ba|cral)fl*  fnik*>rir  Kulihi  >  U«rk. 
H  Hurqa^  di-  ftKHnran.  BlHiii'ailP  lun  RIim.  Mp.  — CiilIraH  lu<iTrl<iiuiai>s: 
Vxart,  ítanU.  ftvofip,  «te 

Alas  rudas  faenas  de  la  eruclici6n  y  las  investiga- 
ciones bibüo¡;nlficas.  A  la  bú«H|ueda  de  lo  pe- 
regrino en  el  eiimpo  de  nuestra  iintigun  lilc-_ 
ratnra,  sucedití  en  la  critica  literaria.  &  pardr  del 
jacliftmo  de  la  revolución  septembrina,  un  cnmhin" 
radical  que  simiiltAncamente  provocan  el  af^n  ilecíUid>^ 
por  lo  contemporáneo,  el  afrances:imienio  con  visos 
Uc  epidemia,  y  el  choque  de  doctrinas  i  idc:iles  contra- 
puestos, en  que  no  entran  só\o  los  intereses,  del  arte, 
sino  tunbítín  los  de  la  relijíión  y  la  política.  Ai  estudiu 
de  los  libros  polvorientos  sustituj-e  el  de  los  que  tuda- 
vía  (fuardan  fresco  el  olor  de  la  linia  de  imprenta,  y  ú 
las  discusiones  sobre  ta  autcniicídad  de  un  escrito,  y  el 
nombre  de  un  autor  incófirnilo.  utiíis  mAs  vivas  y  ar- 
dientes, aunque  con  frecuencia  no  menos  efímeras. 
Hasta  el  estilo  y  la  manera  de  juzgar  picnlen  aquel 
sello  de  hicj-Atico  reposo  ó  de  reminiscencia  clilsica  qu»¿_ 
caracterizi5  al  periodo  antecedente  para  adquirir  el 
de  la  lucha,  y  renovarse  con  audaciiis  de  txpresidn,  rc^ 


SN  KL  SlüLO  XIX  5^ 

nejo  de  las  audacias  üel  pensamiento.  Cuando  estaba 
en  su  ap<^igeu  ia  gloria  de  Ayala  y  Tamayo,  «Je  Fernán 
Cihallero,  Selgas  y  Trueta,  el  püWico  se  reducía  A 
admiiirles  y  á  agotar  la?  edidones  de  sus  obras;  pero 
lo  crítica  apenan  las  analizaba  sino  supcrfícialmcntc  y 
ir  compromiso.  En  Cíimbio,  esos  mismos  autores  han 
sido  después  estudiados  y  discutidos,  y  los  mds  moder- 
nos, como  Echefíaray,  Pereda  y  GaldtSs,  excitan,  al  pro- 
ducir algo  nuevo,  tempestades  periodísticas  en  las  que 
tal  VC7  sobrenada  altrün  juicio  que  conlirmarA  la  pos- 
teridad. Con  esto  adelanta  muy  poco  la  difícil  labor  con 
que  los  buzos  de  lo  pasado  pueden  preparar  la  hoy  casi 
imposible  empresa  de  escribir  una  historia  cabal  de  la 
Literatura  española. 

Por  la  misma  razón  son  tan  dig:nos  de  aplauso  los 
muy  contados  eruditos  que  imitan  el  ejemplo  de  los 
colectores  de  la  Riblioteca  de  Rivadeneyra,  y  los  que 
de  entre  tStos  hacen  gala  de  conservar  sus  antiguas 
aficiones,  A  pesar  de  la  indiferencia  del  público. 

Bien  si  que  no  agradará  á  todos  el  ver  estampado 
aquf  el  nombre  de  D.  Antonio  Cánovas,  nombre  que  va 
convirtiéndose  en  bandera  de  combate  para  amigos  y 
enemigos;  pero  es  justo  reconocer,  pese  A  tales  apasio* 
namientns.  que  el  célebre  estadista  conoce  como  pocos 
la  literatuní  pairi;»  y  las  extranjeras,  y  que  su.h  obras 
de  critica  encierran  jfran  copia  de  datos  originales,  y 
frutos  de  sabia  ubscrvación  encerrados  en  la  amar- 
ga cascara  de  un  gusto  nada  refinado  y  un  e>iilií  ca* 
Itginoso.  Dn  lástima  seguir  la  fusión  y  el  dcLsenvolirl- 
mienta  simulL-ineo  delocxceleniey  lo  vulgar  en  los  dis- 
cursos académicos  del  Sr.  Cánovas,  y  lo  mismo  en  et 
extenso  prólogo  á  la  colección  de  Auform  líratmílicos 
rotitcHipnní ticos  '.  Trata  íste  ttei  orífífH  y  vicisitudes 


*    VMvel  vniaum  Aritt  f  Uttm,  ra\r*  Ib» «tmiiiM  Sr. Clnoca* pttblk*- 
Rl  titiKl(aBObr((lTr«tn>npiinalt>MittT«itaddDRl  lniiKtf«  pi' '"'r"^^"'- 


ffíR  LA   LITERATURA    ESPAÑOLA 

ttfi  /^atui'iio  Tfatro  español,  y  afirmase  en  él  que  el"" 
verdadero  propi'tsito  de  Lupe  ile  \'eK«  y  de  su&  imiUi- 
dores  no  fue  copiar  las  costumlires  del  siglo  XVIi,  sino 
el  idea]  caballeresco  que  en  parce  habbi  desertado  dt 
ellas  pam  refugiíirse  -en  la  opinión  de  las  irliiscs  ele 
vudtis,  y  que  continuí'»  ínrorniando  el  cíípírttu   y  losl 
ideas  del  pueblo  español  durante  el  siglo  XVII I,  sin 
desapareeer  siquiera  en  el  presente,  antes  bien  dand< 
vida  y  perdurable  atractivo  A  las  más  hermosas  prt 
duccíones  dminíiticas  de  los  poetas  contemporáneüsJ 
Podrá  discutirse  en  todo  ó  en  parte  la  tesis  del  antorj 
pero  Ui  novedad  y  lus  profundos  conocimiencos  con^ 
que  estñ  indicada  y  desenvuelta,  ni  menos  el  mOrii»  dc^ 
algunos  pormenores,  como  el  de  haber  dado  ú  eonucei 
A  un  apologista  do  la  libertad  escénica,  llamado  don' 
Luis  Morales  y  Polo,  que  en  el  Epitome  itc  lo»  hccitos^ 
y  lUdiaít  del  Emperador  Trajatio  (Valladolid,  1684) 
adelanta  á  los  corifeos  del  romanticismo. 

Harto  menos  interescrntes  result;in  los  estudios  det^ 
Sr.  Cánovas  sobre  aiffunos  literatos  modernos,  de-s^lc  el 
poeta  cubano  Heredia  hasta  Moreno  Nieto  y  Rcvillu,  sti 
exceptuar  los  dos  tomos  titulados  El  soülario  y  .** 
tiempo,  en  los  que  preponderan  con  mucho  las  codsÍ- 
deracioocs  de  color  politico,  la  disculpable  exaeeracidí 
de  los  mOrilos  del  biografiado  y  la  abundancia  de  lu- 
gares comunes  sobre  los  aciertos  críticos,  que  son  muy^ 
infrecuentes. 

Si  la  elevada  representación  de  D.  Antonio  Cánc 
vas  como  jefe  de  piU"tÍdo  da  origen  íi  las  vulgares  dia- 
tribas con  que  son  continuamente  asaeteadas  sils  obras, 
el  escepticismo  benévolo  y  la  aparente  candidez 
D.  Juan  Valera  van  sirviendo  de  impenetrable  escude 
A  su  justísima  reputación  de  crítico  ',  no  menos  que  á 


I    Apinc  ilclMnucliManlcatM  incito» qar  con  MfttmM  npcrtccm 
nad)^  en  prriir.Jli.-ui  y  nrbiM.  «Mk»  Imtim  l6»  *i|tulcni^  ribr«  ót  \'t 
atBdÍM  etiltta»  i«^rt  UUratmrAfotUUa¡f  eottumbrtt  •i«mMff  nx  dnu  ^  Mndrld,  IUi,li 


lia  <lc  novelista  3'  escritor  clásico.  VerdaJcni  uncic-lo- 
[liedia  viviente  en  asuntos  literarios,  es  á  la  vez  un  nn>- 
Idelodc  tina  cducari¿n  social.  Su  Qlumu  parece  mojníla 
en  bandolina  siempre  que  iniza  un  nombre  propio,  y 
nun  al  discutir  principios  y  sL^temiis  huye  con  ext)ui- 
rsito  esmero  de  inferir  la  más  ligera  herida,  á  no  ser 
¡cuando  el  advcrsíirio  le  saca  del  terreno  neutral  del 
■optimismo con  alirmacioncs rt negaciones  rotundas, que 
Een  lo>  oídos  de  Valera  producen  el  efecto  de  la  mds 
Intolerable  disonancia.  Sólo  i\)r  esta  causa  ha  dejado 
deslizar  algunas  gotiLS  de  hicl  en  sus  crfticxs  de  Arntrisí. 
leí  representante  de  la  intransigencia  catdlica,  de  PÍ  y 
NtorEiUI.  el  Proudhon  espaflo).  y  de  Linlers,  el  autor  de 
Tofio  rl  mundo.  sdtir,i  amarguísima  de  las  ideas  libera- 
les. Por  lo-demíls,  la  laxitud  de  criterio  que  admiramos 
-en  las  Cartas  atnrrícauos,  para  citar  un  ejemplo  bien 
reciente  y  de  que  todo  el  mundo  se  acuerda,  no  recu- 
Doce  límites,  y  hasta  hace  poner  en  duda  la  sinceridad 
'de  algunos  elop^ios.  Los  mismos  ataques  A  la  escuela  na- 
tuniHstn  que  c«mticnen  los  Apliufrs  srthrr  rl  mtn-oartr 
de  i'seribir  novelas  parecen  envueltos  en  algodón  en 
ranvt,  scgtín  abundan  l.ts  restricciones  y  l.as  suavidades 
tlel  estilo,  y,  sobre  todo,  dejan  A  salvo  los  procedimien- 
tos de  lofi  imitadores  que  Zola  tiene  en  EspafUi, 

yo  no  sé  si  este  afán  de  conciUíU"  extrem"s  procede 

I  de  verdadera  convicciún,  ó  sirve  de  velu  al  desdon 

irrinicü,  como  pretenden  alcunos  zabories  de  intencíi> 

ncs  ajenos;  poro  de  lijo  no  entienden  así  las  alabanzas 

de  Videra  aquellos  A  quienes  Uis  dirle:e. 

Puede  en  este  sentido  fomentarse  con  ellas  la  inju:i- 
liflcada  í'anidad  de  p->etillas  y  literatos  intonsos,  pero 
¡cuAnio  aprende,  en  L-ambi<>,  bi  generalidad  de  los  lec- 
tores y  cuánto  gana  la  Literatunt!  A  propósito  del  libro 


vémmmam  4t  tmrOir  moMtiu 

jrww. 


más  baladi  y  soporífero  extrae  Valcra  de  su  erndicWn 

copiosos  y  tr;ms  paren  tes  raiidaies  de  doctrina,  hiice 
que  circulen  condcnsido;»  en  fecunda  y  amcnu  síntesis 
IfiK  Ultimáis  conclusiones,  los  descubrimientos  novísi- 
mos de  In  investigación  literaria  ócientílicn.  y  Uei^á 
naturalizar  en  Espnña  obras  y  autores  que,  du  '>tru 
modo,  quizá  no  tnispasuríiin  nuestVHS  fronteras.  S<Wa_ 
C5  de  lamentar  en  empresa  tíin  meritoria  la  üilt» 
cM-rijpulo  con  que  procede  el  !nsifi:ne  acadómieo,  pi 
el  cual  no  liay  disünctiin  de  moros  y  rrisiianos,  ni  de 
venenos  y  antidolos,  cuando  se  atraviesan  los  intereses 
del  arte. 

Consiste  además  el  mCrito  de  V'alera  en  prusiar 
amenidad  A  todi^  lo  que  toen  con  la  varilla  mil^ica  de 
su  ingenio,  en  escoger  las  flores  de  la  belleza  y^  del  arte, 
despojándolas  de  las  espinas  del  tecnicismo  y  del  anA- 
lisis,  en  hermosear  l:is  verdades  mcls  abstrusas  con  el 
rLsuetlo  manto  de  la  ficción  genial.  Diserta  sobre  Lite- 
ruiuní  en  el  mismo  tono  que  sobre  l="ilosoffíi  y  Crema- 
tistic:i,  preocupándose  menos  de  enseñar  que  de  ngru- 
dar,  haciendo  ffíila  de  opiniones  pereffrinas,  y  tnezcl:ui- 
do  con  la  cuestión  principal  multitud  de  accesorios 
incidentales,  siempre  instructivos  ó  de  sinirular  cncnn- 
to.  lis  un  autor  de  catiarríes  pulcro  y  ¡uristocrrttico,  que 
encanta  á  las  mujeres  instruidas  y  A  los  hombres  pere- 
zosos, que  empica  en  sus  obras  las  cortesanías  del  trato 
social,  y  ha  logrado  por  este  camino  Uf  que  no  se  logra 
por  otros  más  difíciles. 

El  estilo  de  V'alera  como  critico,  no  Huye  con  lü 
misma  facilidad  que  en  la  prosa  narnitiva  y  el  discre- 
teo filosófico;  carece  de  aquella  precisión  gráfica  y 
uqucl  relieve  que  le  aftadlrian  nuevos  quilates  de  valor 
absoluto,  pero  A  costa  de  la  oripinnlidad. 

Con  el  de  Volcni  se  enlarui  un  nombre  quv  estA  por 
encinvi  de  toda  disctisiún,  que  escribirán  con  caracte- 
r<:s  de  oro  las  futuras  íreneraciones  y  que  es  el  orgullo 
de  la  presente;  porque  v;i  nn  hay  pasiones  n-'líiir.i'i. 


CN  Bl.  SIGI-O  XIX  601 

nf  'xlíns  tnÍ!¿erab)cK,  ni  rctirenriiLs  intert^sadaK  que  nie- 
guen en  iilui  voz  el  prodigioso  mí-rito  de  D,  Marcelino 
Mcnéndez  y  Pelayo  '.  Pasaron  ya  aquellos  tiempos  «i 
que  dc^de  la  Inclusa  del  periiKiismo  le  caliticahnn  los 
gacetilleros  de  ratón  de  bibliotecas  y  rebw^ndor  ocio- 
so de  píipeles  viejos.  La  serie  de  estupendas  publíca- 
dofles  con  que  ha  ilustrado  nuestra  historia  reliposa, 
polítiea  y  literaria;  el  criterio  personal  isimo  y  eminen- 
temente ñlosOñco  con  que  ha  sabido  dar  vida  á  los 
materiales  allegados  pur  sus  propios  esfuerzos;  Itw  rau- 
dales de  rieni-ia  que  brotan  de  su  pluma;  la  amplitud 
y  elevaciiin  de  ^us  ideas;  los  laureles  unidos  de  pensa- 
dor ori^nnal,  polemista  ardoroso  6  irresistible,  crítico 
sin  rival  en  EspJifta.  bibliófilo  y  erudito  omniscienie. 
hisEoriadur  de  dí>iica  y  elcjrantc  sobriedad,  y  estilista 
en  quien  la  miigin  y  el  brillo  de  la  expresión  se  her- 
manan con  la  naturalidad  ingenua  y  encantadora;  el 
número  de  volúmenes,  en  fin,  eon  que  ha  demo^virado 
que  en  ¿1  no  se  cumplen  las  leyes  de  relación  entre  la 
ediid  y  la  ciencia,  entre  el  tiempo  y  el  trabajo,  le  colo- 
can en  la  esfera  superior  del  Renio,  adonde  no  pueden 
ya  llcjrar  los  dardos  de  la  envidia  impotente,  hacen  de 
él  una  representación  viva  de  la  España  tradicional, 
íniyo  e<ipfrltu  parece  haber  resucitado  en  el  suyo,  de- 


•  Tfíilo  rl  maa.ln  rnti'^er  Lh.  IimIso^  fulminan  Ir*  df  «u  bfw**  ¡r  elotl»»»  «^" 
NaAl  en  SaniHB^k-r  «I  Jin  -1  Jt  Vovlrtnbn-  dr  ttVh  y  viirv)  m  ■  I  In^lilntn  dr  U 
HilHitu  dcJiítl  bl  Ktianil4  tn^tíUuifA.  Vui  atuinnu  di  U  F«i-vllitil  Je  TiiowrU 
y  LclT«<i  i-n  ln  L'nlvTi>li]ji<l  ilc  Unicokinn  doiunUr  in  aam  de  IS7I  y  IKi?.  y 
wrmlMo  •'1  UtdrídMi  i'itmnhaaui  el  Doc<«fHila  Inciiulrc.  hAbimJn otounUa 
«n  clU  vt:liiikua((r>  prtinla.  ^rJinnriii  y  tm  cilTAar>ltn<itl>''>.  El  A^runUl- 
nilntta  y  lu  ni|nua>'litn  |ifoi  julUi  Ji  S.iataa>lrt  le  ^'vn^^(ll^mn  una  autiTTfi» 
Cita  pmjMxjiav  Ti-L'nittru:  la>  pilTiiiiuH^  lllbltolcvit  dr  Kurnpo.  yniirndd  ««u 
ClrviinMUKla  vldtA  •u<Yiilvii|»rnlr  á  Pnluic^l,  Italfa.  FrAticU  ^  HVIkIcD, 
itcvpliinile  moIilluJ  át  üix'ummliM  nUHviw  á  í»  HUtotlB  y  I»  Lltrralur* 
pitiln*.  A  loi  tnmililAf  «non  oMvv»  In  cát«drA.  q«r  actmilninilc  d'ncinpcfta, 
J«l  Dact»ni^«  do  FllnwlU  y  t.nraa  n  la  Untrer^hUd  C«a<nil;  *  l«t  vcbí- 
tlvhf*  InernA  m  I»  AnifeisN  e«|>*Aolii  v^iim  IndlrliliM  i<r  ttMnais  j  ac- 
«iftlncBtc  tp  o  u«M<n  d*  U  d<  U  llliiori*.  jr  la  dr  ClmtlM  Monln  f  P»> 

UUCMI 


602  t.\  un£KATl?(íA  KSfAÍtOLA 

jando  ailn  espado  libre  donde  cnben  desahogüdamcaU; 
el  iJcal  clAsico  y  c!  del  munü(t  moderno,  y  le  han 
in«^>rUiIizaüo  en  Tida.  d<indole  derecho,  si  alg-iinn  v 
puede  tenerlo  un  mortal,  ñ  l¡i  üpúteosis  que  hoy  se  em- 
plea y  se  prostituye  en  los  adulndores  del  error  trian-  . 
fantc. 

Joven  crn,  casi  un  niño,  cuando  nparcctd  en  pú 
cocomo  hrioso  defensor  de  la  ciencia  i-spaAola  el  q¡ 
después  había  de  ser  uno  de  sus  preclaras  timhrcs.  En' 
el  ataque  y  en  la  defensa  acreditó  Mentíndez  Pclayo,  no 
sólo  ta  pi  (xligiosa  suma  de  conocimientos  que  río  osaban 
negarle  sus  propios  adversarlos,  sino  también  una  pers- 
picacia y  un  lino  admiraWt-s,  y  una  mirada  sintciica 
que  harmoniza  los  múltiples  elementos  suministradü«i 
por  su  rastfsima  erudición,  haciéndolos  servir  al  plan 
de  una  ñlosoffa  de  la  historial  de  Espafla  lábilmente 
opuesta  íi  la  que  inventiiron  los  legisladores  de  C:\Ji7, 
y  que  después  perpetuaron  ta  ignorancia  y  la  popula- 
chería progresistas,  I^s  lugiares  comunes  de  la  barba- 
rie inquisitorial  opresora  del  pcnsumientu,  de  la  tiranin 
religiosa  y  política  de  laOisa  de  Austria,  del  nwriiro- 
log'io  de  sabios  perseguidos  por  la  alianza  dcspóiíra  del 
Altar  y  el  Trono,  se  convirtieron  en  leyendas  forjadas 
por  el  liberalismo  iluso,  y  dasmentidas  por  mil  y  mil 
nombres,  mrts  ó  menos  ilustres,  que  la  península  iWri- 
ca  puede  oponer  d  los  que  otras  naciones  veneran  y  en- 
salzan con  el  entusiasmo  de  la  piedad  filio)  y  la  exage- 
ración del  píitriotismu.  Hombres  de  tanta  fama,  entre 
las  huestes  liberales,  como  D.  Gumersindo  Azcilratc, 
D.  Manuel  de  la  Revílla,  D.  Nicoli\s  Salmerón  y  D.  José 
del  Per'>jo,  hubieron  de  rendir  sus  armas  ante  el  impro- 
visado adalid  de  una  tesis  para  ellos  inaudita. 

Los  proyectos  y  las  polémicas  de  ía  cicHCin  ¡-¿pa- 
tloia  constituyen  el  programa  que  Mcnéndez  Pclayo  ha 
ido  cumpliendo  en  todas  sus  obras,  >'  que  les  pres- 
ta un  sello  de  grandiosa  unidad,  un  carácter  de  cicló- 
peo edilicio  consagrado  a)  culto  de  la  nacionalidad  Íb6- 


Kv  Bt.  sacLo  xtz  rMt 

El      "       ■  nadiJT  íjuc  rcanc  los  materiales  dispcr- 

en  U      iiiavi  y  los  aichivus.  es  tambU'n  aiiísU 

oe  les  tía  forma  y  airíiciivo;  con  la  privlIcgiaUn.  memo- 

ta  y  ta  infaiigable  taboriúsidaJ  (tcl  aT(|uc«llo(>;«,  t'an 

fJQnt<is  la  inmicii'm  del  critico  y  el  clasico  gu^to  del  he- 

IfcnUtu.  El  sentimit-oto  de  la  bellezji  rige  y  domina  cun 

bcmno  ímperiu  todas  \¡t&  fncultad^  de  MvQCndcz  Pe- 

lavu,  y  curona  de  purí>;ím(ni  rc^^pliin JmVcs  1  '    ~  dt* 

la  hiMiografíi»  y  la  exhumiicitin  de  los  i>  ■~\\víí 

ncados  de  las  capas  geolúgicus  niuc  amontona)  sobre 

ellos  el  transcurso  dé  los  siglos. 

Ábrese  la  serie  Ue  líts  publicaciones  del  insiirn^  «cii- 
ÜCmico  con  los  £¿titdros  (ríiieos  sobre  fserítorrb  ifioH- 
atígses,  y  versa  el  primero  de  todos  ',  ünic«  publica- 
do, sobre  la  vida  y  obras  de  D.  Telesforo  Tnieba  y 
Cosío  (179^-1835),  novelista  que  cons¡|rtiÍú  con  sus  na- 
ciones en  inglés  emular  los  triunfos  de  Waltcr  Seo». 
Las  noiicKis  y  apreciaciones  que  encierra  este  libru  fe- 
unen,  Á  sus  m45ritos  de  otra  especie,  el  de  Li  uricíDíili- 
dad  casi  absoluta. 

La  münojírafíii  Horacio  en  España  *  ofrece,  bajo 
tan  modesto  titulu.  multitud  de  datos  peregrinos  sobre 
los  traductores  ú  imitadores  del  cisne  de  Vcnust  en 
España,  Portugal  y  la  América  espaflola,  y  ndemiVs  su- 
ple en  no  puc;is  ocitsiones  las  dcficienciiis  de  liis  liisio- 
L  rias  generales  üc  nucstni  Litcratum.  N'iuln  se  ha  cscri- 
Bco  sobre  Fr.  Luis  de  Lcún  ni  tim  vigoroso  ni  tan  prufun- 
Hdo  como  las  páginas  de  oro  que  aquf  se  le  dcdiciin,  y  no 
"son  de  menos  valor  las  consagradiLS  al  muIugniUo  juvcn 
catalina  Manuel  Cab.inyes.  cuyo  renombre  postumo  se 
debe,  en  gran  parte,  A  Meníndez  PeUiyo.  Apemí»  hay 


* 


>    K«nuuidar.  tl% 

JlHVUf»Lu  u!|[-t.)r  ¡Ulifflil.  MAm  dn»  InntDV  punir  eoi\- 

IjtucvA  [nr  lili  laBUinEr«bfe>  aiIIMann  c«a  i|i*c  va  tMrli]u>.^ik  •v^ti  i 


«1)4 


Uk.  (.ITBKAnTKA  fsCAÍtOLA 


un  poeta  notable  entre  los  nuestros  que  no  aparc7Ci 
retrntjiJo  con  breves  y  mae¡siraU-s  pinrel: idas  en  c«a 
copiosa  galería  que  siempre  se  Ice  coa  placer  y  se  i  on- 
fiulti  lun  fruto. 

El  exagerado  clasicLsmo  de  la  profesiún  de  fe  con 
<iue  terminad  Horacio  en  Es pttña ,  liÍr.oerccTáinuchu$ 
que  su  Jiuior  me n<t> preciaba  el  arte  crisiiano,  y  en  ge- 
neral el  de  cuantos  no  han  setpiido  fielmente  la  tradl- 
cirtn  íjrieca  y  latina;  pero  no  tardaron  en  desmentir 
estas  preocupaciones  ernineas  las  magnificas  cunferen* 
oías  sobre  Calderón  y  sh  teatro  ',  pronunciadas,  con 
motivo  del  centenario  del  gran  poeta,  en  el  Círculo  de 
la  b'niíín  Católica,  conferencias  en  que  domina  un  cri- 
terio elevado,  libre  de  estrecheces  doctrinales,  y  en  las 
que  si  no  se  hace  plena  justicia  al  teatro  calderoninno, 
es  por  razones  ajenad  :1  todo  exclusivLsmo  cst(^tico,  y 
(jue  dcmuescr:in  una  libertad  de  juicio  en  nada  opuesui 
á  la  ortodoxia  aitólica  del  autor. 

LtJK  prólogos  con  que  ha  encalví/ado  muctuLv  obra^ 
Literarias,  cediendo  mAs  de  lo  justo  :i  las  solicitaciones 
de  sus  amigos,  los  estudios  insertos  en  la  Sib/iofem 
clásica  de  Navarro  y  en  las  principales  revistas  de 
.Vladrid,  formíirían  reunidos  gruesos  voltlmenes  de  sana 
doctrina  y  pasmosa  erudición,  de  los  que  sólo  uno  ha 
querido  incluir  en  la  Colección  ¡le  escriíorts  castelia. 
Hos  '.  Cierto  que  cD  él  hay  joyas  de  tan  subido  precio 
como  el  discurso  de  recepción  en  la  Academia  de  la 
Lengua  sobre  los  poetas  místicos  españoles,  y  los  estu- 
dios  sobre  Rodrigo  Caro,  Martínez  de  la  Kosa  y  Núfle/. 
de  Arce,  escritos  los  dos  últimos  para  la  antología  de 
Autores  drattuHicos  contemporáneos. 

Bl  temperamento,  esencialmente  artístico,  de  Mc- 
néndez  Pelayo  embelleció  con  las  (lores  de  la  literatura 
la  nuigistrul  Historia  Ue  los  hcIcrodoAos  ispaHoíes 


'    Mndrli.  US). 

*    CUiHttM  (b  rriiks  itttrorU.  Miultia.  lÜtU. 


ES  BL  SMLO  XU  ñCb 

II,  en  la  qoc  hay  cnpinilos  «iicros  ar«rsaííos  do 
'«BiJenie  nreiui  tie  Ias  düscusionc^  relieii^sis.  y  que 
»oo  cooio  (reseca  oasis  pora,  común  deleite  Jcl  luirra- 
dor  y  dclos  lectores.  Juan  de  Valdfe.  el  abale  Mir<-hc- 
na.  el  canónico  Blünco.  y  l-o  opuesto  sentídu  Itilmcs  y 
Donoso,  ixux-ccn  ri.-^ucitAr  de  sus  tumbas  ni  fonjuro 
de  una  crítica,  yu  bcnf  r^ln.  ya  cntusiastn.  y  siempre 
tascinadon. 

Pcfu  no  es  posible  detenerse  A  acompaharbí  en  tn- 
les  excursiones  furtivas,  ni  ftiquiem  seguir  cl  vuelo  de 
d^la  caudal  con  que  hii  recorrido  la  Histo^éa  de  tas 
idra.'i  rsMicas  rit  España.  Un  libro 
Uirla  pjtra  nn;i!iz;ir  esta  obra,  cuya  i  j 

objeto  hubieran  negado  en  redando  machos  que  ni 
lerrta  cambian  hoy  de  opiniAn.  vcncidtis  ptir  la  luprKi 
de  los  hechos.  Ahí  está  como  índice  elocuunu*  de  una 
sola  fiise,  obscura  y  olvidada,  de  la  ciencia  esp^inola. 
como  un  inventarío  p:ircial  de  sus  tesoros,  descubiertos 
entre  las  polvorientas  pflKinas  de  San  Isidoro  y  sus  dis- 
cípulos, de  los  tiU'xioíos  Árabes  y  judíos,  de  Rami'-n  I  .ull, 
Kaimundo  de  &ibunde  y  Auslas  March,  de  los  pr^>tun- 
dos  teólogos  es<*olrts[ico*í  posteriores  al  Reniicimiontu. 
de  li>s  grandes  preceptistas,  como  el  I'incianu,  que  su- 
odclanuin  rt  Lcssing:,  de  los  poeins  y  prosadores  de  los 
cuatro  últimos  siglcí.  dy  todos  aquellos  que  con  miVs  ó 
menos  fortuna  estudiaron  los  misterios  de  la  belleza 
natural  y  artística.  No  sería  difícil  seflalar  alcrunn  som- 
bra en  este  vastísimo  cuadro,  pero  de  esas  que  indienn 
exceso  de  capacidad  en  la  mente  que  c>  ^^  :' 
mano  que  ejecuta .  .Vsi  la  Hhtoria  rfr-  ¡a»  ¡<i 
se  convierte  á  trechas  en  historia  de-  la  Utcmtuná:  asi 
cl  orden  riguroso  de  los  airnipacioncs  parciales  se  que- 
branta en  favor  de  una  de  ellas  y  en  perjuicio  de  las 
demás;  así  íl^unm  al  lado  de  los  autores  miciunalcít 
muchos  que  no  lo  son  y  que,  aun  habiendo  promovido 
revoluciones  lím  hondas  en  la  Ciencia  como  Kaní  y 
Meucl,  no  debían  ser  conmemorados  í'on  la  jTfiHjidad 


£06  LA  UTERATCBA  ESPaROLA 

^•on  que  lo  hace  Meaéndez  al  consagrar  üos  voltin» 
íntegros  j\  los  motlernos  tñitndistasde  tisiítica  en  Ate-^ 
miitiKi,  IntíUuerru  y  Krancia.  ¡Levtís  «.mibrits,  &  la  ver- 
Uad.  que  se  disipsm  cuando,  en  vez  de  ¡ipreciur  el  con- 
junw.  n'>s  dclclcamos  en  la  contemplación  de  coda  un:i 
<le  sus  partes! 

Xo  es  Ui  tenacidad  del  patriotismo,  sino  la  voz.sc- 
vrcni  de  ta  justicia,  la  ifue  hoj  proclama  en  todas  los 
regiones  donde  se  conoce  el  idioma  de  Cervantes  el 
valor  excepcional  de  Mcnéndez  Pelayo  y  de  sus  nsom- 
hrosiis  producciones.  Pese  ¡I  la  irivola  indiferencia  pa- 
risiense, i]uc  no  &c  ha  dif^nado  saludarlos,  resuenan  hoj 
en  i'Kla  la  liuroiM  rvibiii  mufhos  testimunius  que  de- 
ponen ti  favor  del  insiíjne  íianuindcrino,  y  aun  en  l*nm- 
cia  hay  quien  le  conoce  y  admira.  Conocerle...,  eso  es 
tiimbién  lo  que  necesitjín  cuantos  compatriotas  suyos 
le  rcbítjun  oponiéndose  &  la  corriente  de  una  opiníún 
que  acahiiríl  por  ser  la  de  todo  el  mundo  civilizado. 
Cuando  en  él  se  íorme  la  dinastía  breve  y  gloriocaí  de 
los  reyes  de  la  crítica  en  la  época  aciuHl,  no  podrA 
omitirse  el  nombre  de  Menéndez  Pelayo.  verdadero 
nombre  de  legión. 

Cumpiirado  coa  el  defensor  de  ¡n  dcnn'a  cspailota, 
desmereie  mucho  su  distinguido  rival  de  otros  tiem- 
pos, D.  Manuel  de  la  Revílla  ',  muerto  ya  para  desgra- 
cia de  las  letras,  cu.andoaún  cabía  esperar  mucho  de  su 


<  Kvtiit  m  Madrid  ul  :%  de  Octubre  dr  lAW..  Bl  nadln  Hmo^Nic  fwc  b 
dnluí  'HupAiMii  ilv  au  JavcnluJ.  l-'t^i4cmMoavtBtii)it4oitI<tnaD(lc  FlIovitU 
y  1.^1  rs»  ID  l«  Untvcr«UAd  Cunutl.  Urvlao  UllcL-iicUtur»  m  itm.  yVsm- 
•JnAilrcIncnxn  ti^KJAiUtowal  inlstna  lIcMlio  á  vonnccf  cononrnJarriWrl»- 
dliiu  JeUliutv  Irmwiitiiait*  rvrotui-binitrtati-  A  pV4itr<]«  pwaMvt  o  m  tS76  U 
i:Alca[4  Ac  LIlL-fuluní  tfcncí*!  y  u.raltntn  m  l«  ialkm«  L'aJvt:r»M«J  ik'  Madrid. 
Soii'UvIdul  d«  rmp.-iií'Unlltli.  pnlltku  jr  11  turarlo  «;  iwinlfi-iit6  •tmuUAitm» 
raontc  rn  niiiltltuil  dr  tiabUiatlntiis  i>in|.MicM.  cono  «a  tn  Krrttta  aMmyoré- 
nm,  FJ  i»9bi.i!\c-.y*n  lit<><:cintl<fidiut)i:l  AimiKK  Vloumu  jr  uiumaluindM 
ntenlal,  J«  qm  »t  vl4  tlbrr  rn  lo»  útiJmoa  «ivwa  Je  tu  vija,  laUtvIO  in  Bl  Kmv- 
rUI  el  M»  U  út  Si-pirtmbnr  do  tSM. 


E»  SL  aiaut  XXX  607 

tálenlo.  Era  la  de  Revilla  una  de  esas  natura Icíüví  im- 
presionables y  apasionadas,  que  se  asllxian  por  cniel 
fpuilklad  respirando  el  venenoso  ambiente  de  In  vida 
moderna,  que  sienten  la  sed  de  los  ^^randes  ideales  y 
iipliran  Km;  labios  :i  iod;is  Ins  corrientes  do  la  novedad, 
sin  sustraerse  nunca  al  suplicio  de  Ti'tnulú,  que  se  api- 
tan  entre  las  risueñas  perspectivas  forjadas  por  la  ilu- 
sión, y  Jos  negros  vapores  con  que  las  cubre  el  aliento 
del  pesimismo.  En  ki  época  de  los  iTovadores  romAnli- 
cos  hubiera  sido  uno  de  ellos,  imitador  qu'izÁ  de  lt>Ton 
y  Espronceda,  maldecidor  teórico  del  muuUo  y  de  los 
tiombrcS;  criado  en  la  atm(>sfcra  de  la  Universidad,  el 
Ateneo  y  la-»  Redacciones  de  periódico,  sus  orgías  no 
fueron  las  del  placer  bruud  y  cnluquecedur,  sino  las 
del  píipel  impiesoy  délos  sisiema-scieniíficüs.  [jimusa 
del  íindlisis  tue  su  consuinie  inspiradora  y  su  verdug:o. 
Ui  que  le  regido  una  celebridad  bíeo  cara  A  precio  del 
trabajo  forzado  y  de  las  ihtffas  y  trístesas  íntimas,  la 
que  puso  en  su  mano  aquel  esi^'alpelo  con  que  desc^tr- 
naki  la  obra  de  arte,  y  le  díctú^us  bocetos  literarios  y 
MUS  decisiones  de  Juez  sobre  et  mérito  de  tos  dem.1s, 
pero  tiimbi^n  ¡ay!  la  que  le  hÍ7o  recorrer  el  caívíu'io  de 
lo»  absurdos  filijsúliciis,  la  que  jugó  con  su  cdndida 
credulidad,  imponiéndole  la  adoración  do  pasajeros 
Idoltjs  que  él  mismo  sc  aprcsurabii  ú  quemar  en  aras 
de  los  consagrados  por  otra  nuei'a  moda,  la  que  le 
hírii^,  en  Gn,  por  fio  nids  pirado  había,  reduciendo  il  la 
impoiencin  aquel  cerebro  en  que  vivían  ¡uchivadüs  y 
en  pucna  los  pensamientos  y  las  Ujiptracfones  mds  con- 
iradictoriofi. 

Las  doies  de  critico  fueron  sicmin'e  lus  predomi- 
nantes en  Revilla,  y  en  ello  convienen  los  mismos  que 
aparcntrm  negarlo,  puesto  que  las  oratorias  encumia- 
dji?  por  Urtrht,  y  las  de  asimilación  sincrCticn  que  Gon- 
7-Uez  Semino  admira,  por  encima  de  todo,  en  la  perso- 
nalidad de  su  an\lgo,  se  resuelven  al  cabo  en  una  ten* 
denciii  sola:  la  del  examen  y  la  dÍMUsión,  A  cuyo 


60B  1^  LITERATURA  ESCAROLA 

servicio  estuvieron  la  pulalíra  fAcil  y  In  plumit  del  mu- 
loírriiilo  profew)r.  Sus  rApiítas  transiciones  del  rretlt» 
kruusistíi  :i]  neo- kantiano,  y  de  Cste  (il  jHísitívismo;  hi^ 
meUimorfosis  á  que  le  sumetiú  su  duetilidad,  y  que  tan 
hríllrtniomente  cxponia  en  arllculos  y  diücursos.  obe- 
decen ai  instinto  ilc  la  critica,  que  le  condenó  A  ver  las. 
cosas  por  ;uspcctos  distintos,  scgiin  las  circunstancias  y 
síltiaciones  en  que  se  colocaba. 

Por  lo  que  toca  A  la  LitenitUTH.  Iils  creencias  Je  Kc- 
\illa  fueron  miís  firmes  en  esie  terreno  que  en  el  dt-  la 
Filosofía,  aunque  en  la  apreciación  concreta  de  ubnu  y 
autores  nianifcst<5  también  algunas  veleidades,  confor- 
me se  ve,  por  ejemplo,  al  comparar  enirc  sí  los  ;intit»:- 
tícos  juicios  que  formulo  sobre  la  dnimaiuryria  de 
Echegaray.  V,  sin  embargo,  era  tan  ingenuamente  sin- 
cero al  afirmar  como  al  negar,  puesto  que  no  partía 
déla  voluntad,  sino  de  la  inteligencia,  aquel  extraño 
juego  de  opiniones,  con  el  que  Kevilla  se  engañaba  á 
sí  propiu  antes  que  á  sus  lectores.  En  elogio  de  él,  y 
en  confirmación  de  su  sinceridad,  ha  de  confcssirsc  que 
rara  vez,  y  acaso  nunca,  saerlflcú  sus  convicciones  d  los 
intereses  pcironale.í  6  de  bandería,  y  que  se  apresu- 
raba á  reconocer  el  mtírito  allí  donde  tTCfa  encontrar- 
lo, aunque  fuese  en  un  enemigo.  No  se  por  quú  se  le 
atribuyó  en  vida,  y  .w  le  sigue  atribuyendo,  una  pro- 
pensión ji  la  censura  violenta  y  al  encono,  puramente 
imaginaria,  ya  que  de  ordinario  se  di.stinguia  por  una 
benevolencia  sin  límites  para  con  los  autorcíUos  insig- 
nilicanies  y  por  una  admiración  ídolAtrica  &  los  maes- 
tros. 

No  negaré  que  padeciese  eclipses  la  estrella  del 
optimismo  que  le  guiaba;  pero  los  procedí  mienros  de 
su  crítica  no  eran,  como  suponen  los  ofendidos  por 
ella,  ú  inciii^ices  de  olvidar  agiavios  verduderus  ó  hi- 
potéticos. 

.Vliis  que  jH»r  las  (.".impafias  íi  dtai"io  mantenidas  en 
la  tribuna  y  en  la  prensa,  suV)s!stÍri\  b  fama  de  RcvíHa 


£5  EL  $tOLO  .MX  bO^f 

por  los  Pritu-ipios  de  literatura  general  ',  excelente 
libro  de  lexto  ü  pesar  de  suk  lunares,  plagiado  en  oíros 

I  análogv»  y  de  fecha  novísima;  por  la  serie  de  semblan- 
jias  que  con.'i.ififrú  i\  Ioü  modernos  literaios  cüpnftoles, 
destie  Ayalu,  Harczenbusc-h,  Mesonero  Romanos  y  Va- 
Icra,  hasta  Ntinez  de  Arce,  GaldOs  y  Echcgnray,  y  por 
estudios  de  esiéiiai  ó  de  historia  literuria  lan  luminosos 
como  £7  ualurultsiMo  vh  el  arte.  E¡  comepio  í/c  lo  có- 

I  mico,  -:E1  condenado  por  desconfiado  es  de  Tirso  de 
Molino.'  (Revilla  atribuye  lí  Lope  de  Vega  aquel  subli- 
me drama  teológico).  Aw  i*tlerpreíoción  simbólica  del 
Quijutc,  De  lUaumis  tfpiítioties  nuevas  sobre  Cervan- 
tes y  ti  Quijote  (contra  D.  NicolAs  VHaz  de  Ilenjumea), 
y  Ei  upo  íefieHflnrio  del  Tenorio  y  5«s  manifestacio- 
nes cu  las  modcriras  literaturas  *.  En  las  dos  series  de 
Críticas  de  D.  Manuel  de  la  Rtiilla,  publicadas  por  el 
Sr.  Oipdepón  *,  hay  también  a1^uno!>  artículos  estima- 
bles sobre  Alarct^n,  BLisco.  Cano  y  Masis,  Gustavo 
llublxird,  Siínrhei:  de  Castro,  etc. 

El  HermcnegildQ  y  el  TJieuttis  del  último  poet» 
mencionado.  Ui  mayor  parte  de  los  drama*,  de  líche- 
guniy  y  sus  ímiíadorcs,  y  en  neneral  Uis  obras  repre- 
sentadas en  los  teatros  de  Madrid  desde  1872  A  IfttiS, 
dieron  maceria  para  una  wrie  de  crónicas  en  La  Jíns- 
/ración  Empanóla  y  Americana,  al  difunto  literato 
valenciano  D.  Pcre^fn  Garcia  Cademí,  crónicas  demás 
apariencia  que  fondo,  de  estilo  charolado,  recompues- 
to, no  siempre  inteligible,  y  en  cuya  eufónica  suavidad 
van  envueltos  ataques  n)uy  duros,  nsf  para  los  cultivii- 


>  llailttit,  ttfTT  iwsinidn  nlICliMlr.  fit  M«IB  H  >Id  ou  4bni  tUc  rKTtlO  pw 
D.  !■«)«*  Atcáoutni  GarH*.  y  de  tad*  dta  hnf  unm  lt'^nnng^lt^^l  «i««  fcclmi» 
(MmItIJ.  IfiM:. 

•  V.  (UrM  tf<  tt.  Manatí  i¡t  tn  Rtrilla,  ema  priloft  4tt  brm>.  Sr.  O.  an/mu» 
Ctivn*  éii  Ouiniu  y  «■  ducu/M  prdlWaor  <b  J)-  ('rAaaw  <AniAta  Arrom. 
MaiIHJ.  IM.  U<<a  rolccf-l'ta,  .InJ»  i  Im  jwr  rl  AWuo,  m  lMnmplott«l««  r 

TOMO  ti  3* 


6tl>  LA  LITGRATUSA   ESFASOLA 

Jotos  del  nco-romantiri>;mo,  cumy  para  los  reprc£«ncitn- 
tes  del  gúncio  hajo-cdmico. 

Mivntrits  oficiubiin  du  críticos  serios  RcviUa  y  Gar- 
cía Cadciui,  ajxirecio  en  las  columnas  de  Ei  Solfro  Li 
lirm:L  de  Clarín,  que  resulta  identlAcari^e  con  la  de  Leo- 
I>oldo  AUis,  f  ol.tliurador  enionccs  do  la  ffe^-isla  Euro- 
pea, joven  rei-icn  salido  df  las  aula-i,  que  :i  la  vez  hafa- 
jaha  los  problemas  del  Derecho  y  In  moralidad  en  jerfpi 
brausUta,  y  los  nombres  propios  de  las  personas  de 
viso  en  virulentos  ataques  que  aaibíiron  por  hacerle 
famoso.  Desde  aquella  f¿eíi:i  no  ha  cesado  un  punto  de 
verter  raudales  de  Unta  y  hilis  sobre  el  papel.  Uc  ;dzar 
la  voz  en  las  publicaciones  de  bajo  ^Tielo  con  motivo 
de  cuiüquier  acontecimiento  literario,  convir  ti  endose  d 
si  propio  en  juez  inapelable,  señor  feudal  de  horca  y 
cuchillo,  baratero  de  puñal  envenenado,  y  tlómtitc  con 
encargo  de  enseñar  ¡i  todos  los  liabit;intcs  de  EspoAa  y 
sus  Indias. 

Nü  neg:aré  yo  ¿cómo  nesrarlo?  que  los  paliques  y 
los  libros  de  Leopoldo  iVlus  Imn  disfrutado  de  srran  nu- 
luridad  entre  la  novísima  generación  de  literaiws  incl- 
pienies.  La  difusión  de  los  periódicos  en  que  colabora 
le  han  hecho  temible  jxim  cuantos,  bien  ó  mal,  mane- 
jan la  pluma.  Pcru  las  campañiLs  Je  Clariti  no  hiui  sidu 
nunca  de  x-erdadera  crítica,  sino  de  dífiunacidn  calum- 
niosa, que  11  la  larga  resulta  contraproducente.  Para  íl 
no  existen  más  reglas  de  arte,  de  moralidad  y  decoro 
social  que  los  caprichos  de  su  temperamento,  y  las  su- 
gestiones de  su  amor  propio,  haKigiido  ú  ofendido.  ¡Qdií 
atrocidades  diría  contra  Calderón  y  Cervantesi  si  se 
hubieran  e»¿criiu  en  nuestra  éixjca  el  Don  Quifole  y  La 
vida  es  sueño,  y  cómo  se  habría  cebado  en  Uis  erratas 
de  imprenta! 

Hace  Ixistante  tiempo  que  estA  agotado  hasta  el  in- 
genio de  mala  ley  con  que  alucinaba  .1  sus  devotos,  y 
cada  vez  se  va  desprcstÍjíi;mdo  mjis  entre  ellys.  sobre 
todo  desde  In  inolvidable  polémica  con  Federico  Bo- 


KS  F.L  SIGLO  XnC  bll 

lart-  Sin  duüa  se  han  r^'ruJecJdo  en  Oarhi  hiibituiiles 
dolc^ncias  hepáticas,  6  ^ic^  comienza  ft  ser  victimado 
un  lamentable  rcblanJcciiniento  cerebral. 

Lo  peor  es  que  el  autor  de  Su  único  fiijo  tiene  for- 
mada una  escuela  de  orates  ijue  coI>ran  su  tanto  cimn- 
i6  en  los  oHcinas  de  ciertos  peri*^icos  por  hablar  mal 
de  aquello  qac  no  b^Kh  ij  la  altura  de  su  incivil  caletre, 
y  por  vociferar  como  endemoniados  en  lenguaje  mixto 
de  Ktrricada  y  mancebía. 

Con  el  mismo  espíritu  y  menas  acrinionia  que  Leo- 
poldo Alas  cultivó  la  crítica  su  paisano  y  compaAero 
Arniiuido  Palacio  ValdOs.  que  abandonó  sus  primitivas 
tareas  piira  dedicfirse  A  la  de  novelista.  Sin  embargo, 
en  los  perfilen  y  semblanzas  de  Los  aradores  dtr/  Ate' 
neo  ',  Los  noxr/i.'.las  efifiaÑoírs  *.  Nttín>o  viaje  ai  Par- 
naso *  y  ¿o  Ulrrattira  en  IS8J  se  dcstabren  una  finura 
de  tacto,  una  dclÍL-adrza  irónica  y  un  gusto  correcto, 
que  valdrían  m.1s  si  estuviesen  libres  de  preocupacio- 
nes sectarias.  lít  prúlogo  que  va  al  frenlede  La  hirma- 
tia  df  San  Stdpício  contiene  ideas  orlginalísimas  sobrt! 
la  belleza  y  el  arte,  urróneas  sin  duda,  pero  hijas  a!  fin 
de  un  ingenio  observador  que  sabe  pensitr  por  cuenuí 
propia. 

Algunos  artliulns  dt  periódico,  publicados  entre 
largas  interrupciones,  han  sido  lo  bastante  para  poner 
de  manlüesto  las  peregrinas  dotes  críticas  de  D.  Pede- 
rico  Bftiart ',  y  distinguirle  de  la  turbamulta  de  los  que 
desempeñan  el  mismo  oHcio,  pero  con  muy  otros  prtwre- 
rfimientos.  No  ciihc  oividnr  la  rechilia  en  que  triturnhn 
la  Historia  de  ta  literalttra  contrmpordnra  en  KspaHa, 


>    Mit.tHJ.  laTK. 

■>    MndrM,  l?79 

*  Xüiiitm  PiIfbo  iMiit\iii  14  iB.i  IA)1.  Coolnha  liUt  j  noavr  i.i)iuijn  Urcn 
*  \»  rorlr.  rdAcHi<nlladi>ic  i'0ii  U  tmmiuJ  ItlrrnrlA  •!•<  ai|iuil  llntpa  So*  rrl 
■lna*tJ-til':a*«p«nt:l>n  DaíI*  d  UKI  •n'tliHfl.UI»!  i«  t>r<la<(, Onutl»*  c«i 
dinniiKnhno  4»  Xa^ih.  C««  d  dv  OwIviiím4  coMt»ii>>  DiUanan  f^ptmmeta 
fio,  y  1  potx>  tonaata  pirte  dr  la  BeilaccUn  ^l  UUJUm-  tVtJt  Cntru  luou 


6I¡Í  LA  UTERATimA  ES1>AÍ!01A 

por  Gustavo  HuhtKird,  ni  la  soberbia  elevncitfn  tie  cri- 
terio con  que  aprecirt  el  drama  de  Efhegjira3'  En  fl 
puño  lie  In  fapadti,  aun  <üenüo  ;*  todo  disM'utibltti  lus 
consecuenciris  píiriiculares  que  iníerín  do  sus  conside- 
randos. DcspiiCs  de  un  largo  periodo  de  iníicdón  han 
reverdecido  los  laureles  de  Bal;irt  en  Iji*;  filiü-    ■ 
brc  La  Jixpoáició»  tic  fíe/las  Arte?^  (Luí  Jiti.ifi  ■ 
pafiola  y  Antcrícotta,  1890).  aobrc  I&  Poética  de  Cum- 
p<ximor,  y  la  novela  Pequeneces  i.cn  Los;  Liines  de  E¡ 
Jmpar<ia¡),  etc.  Crítico  eminente  de  artes  plflfititas  y 
de  LitLTuturu,  conocedor  profundo  de  las  particularida- 
des técnicas,  sube  reducir  ú  su  común  principio  de  ori- 
een  las  distintas  maniftístaeioneíi  de  lo  I>ello.  sin  ri-vurrir 
A  las  absunlas  mctjifunis  con  que  sucli-n  hablar  de  Pin- 
tura los  literatos,  de  Poesía  los  pintores,  y  muchos  de 
lo  que  no  entienden.  Cuanto  brota  di-  Va  pluma  de  Ba- 
lart  ostenta  el  fello  de  madurez  y  cordura,  de  sincera 
convicción  y  sólido  razonamiento,  que  se  impone  A  las 
inteligencias  más  obtusas  ó  rebeldes.  Esos  capriclios 
risibles,  esiis  bruscas  salidas  de  tono,  esas  Intemperan- 
cias de  lenguaje  que  suelen  estilar  los  críticos  ¡mpre- 
sionisuLS,  oculumdo  su  crasa  Í|:nor;mcia  en  materia  de 
arte  con  perfidias  O  sandeces,  no  encajan  tn  los  mol- 
de* severos  de  los  juicios  de  lialari.  No  ponderará  él 
con  la  candidez  enfática  de  i^evilla  las  excelsiis  jn-crro- 
gativas  y  los  arduos  deberes  del  smert/oao  y  la  «i/s/íím 
del  crítico;  pero  jamíls  ha  sitcrificado  los  que  estima 
dlct:imenes  de  la  verdad  en  aras  del  compadnufiro  po- 
lítico, de  la  condescendencia  amLstosii,  ni  de  otro  mó- 
vi\  honesto  ó  disculpable.  f-(an  existida  escritores  má» 


SppUnnnn>(li-IMn>'0«ittaii6itu«  camp.ifltH>>corItleacnn  fMwwi.  Inicrmn- 
pidM  iluranu  \t>it>  rl  ptrtoJo  r«volBClsnarl«,  )-  (trniaibidiu  mi  Kt  tíM*  det- 

rl<:lú«itlv  RalmiA  el  mundo  ihr  litiktn*  ItiW.duianiir  im  cnuün  el  luitlitvo 
dcMiVniU  irvahró  el  tnorv  iIf  U  li-vrlk(tiiAa  antr  lo  lantut  J'    i  <  .,■ 

i|iNtk(4  iqnka  ha  fnmortalluulo  con   .ii>i  *vi-ton,    \c«bH  >!<  ¡Su 

»<;4>kHilccnu*wrKi1odcla  Btp*ftotA. 


KK  EL  SlGlXt  XIX  613 

sabios;  ningfiino  m.-ls  circunspecto,  mAs  escrupuloso  y 
cbncicnicado,  miSs  digno  de  que  se  Ic  crea  haju  su  pa- 
]nbru. 

La  honradez  de  Hidart  va  acomp-a fiada  Ji-  un  injienin 
piüfundü  y  sagacísimo,  de  una  imaginatiún  íúvúi  y 
lozann,  de  un  gusto  refinado  al  que  no  se  substraen 
íltomij*;  ni  perfiles,  y  de  «na  erudición  distTedimcnte 
aprovechada  sin  el  menor  viso  de  pedantería.  Firmo  en 
los  principios  fundíunentales  de  la  Estética  y  la  Kona 
razOn,  deduce  sus  consecuencias  y  los  aplica  al  caso 
concreto  con  maravillosa  lucidez,  con  amplia  y  com- 
prensiva mirada,  que  se  transpii rentan  en  el  estilo  ÍAcil, 
^lano  y  pinturesco. 

En  la  misma  cateRorfa  que  Balan,  pero  ocupando 
un  puesto  inferior,  entr;m  los  conocidos  periotlistas 
D.  Pedro  Boflll,  D.  Isidoro  Fcmíindcz  Flórez,  D.  Jacinto 
Ocuivio  Pirón  y  D.  Luis  Alfnn-so.  Bofill  rt'dacüi  ahora 
las  Velatias  teatrales  de  La  Época,  después  de  haber 
$ido  en  Ei  Clotm  un  como  sustituto  de  Revilla,  mcnc» 
sabio  y  toíís  ameno  que  su  predecesor.  Fcrnílndcz  Fló- 
rez no  acicrui  á  prescindir  de  su  innata  propi:nsi>>n  al 
humorisniü,  y  suele  hacer  frases  A  propósito  de  im  cua- 
dro, una  escultura,  un  libro,  ó  un  acontecimiento  tca- 
tnd ,  lo  mismo  que  si  se  tratara  de  otro  cualquier  asno- 
to;  pr«cnde.  en  suma,  lucir  su  ingenio  antes  que  refle- 
jar con  fidelidad  v\  espíritu  y  In.-^  ründtrioncA  de  lu  obra 
que  exíunina,  y  eso  aun  at  dejar  el  terreno  de  la  critica 
lipera.  como  sucede  en  sus  dos  estudios  de  Zorrilla  y 
Tamayo. 

Picdn  escribe  con  soltura,  vigor  y  rapidez  ncrWoin, 
y  descubre  puntos  de  visüi  nuevos  y  sorprendentes. 
Nu  sólo  entiende  y  (rata  de  Literatura,  sino  también 
de  las  demds  bellos  artes.  iCosa  extrafla!  Todo  lo  que 
tiene  Picón  de  intransigente  en  las  ideas,  y  de  anar- 
quista en  Religión  y  en  Moral,  lo  tiene  de  blando  ante 
Ins  obras  de  los  autores  m.ls  renidos  con  su  manera  de 
penKnr.  Cwmdo  ejerce  dv  critico  se  oUHda  de  sus  odios 


6t4 


LA  UTmifiírvitA  espAÍlbu 


y  prcdilwtiüncs,  y  si  aletina  vez  peca  de  pnrcüi!  í  in- 
justo,  es  portaccesoUe  benevolencia,  >■  sin  Uistlnguir  de 
amíETo»  y  adversarios.  Al  exponer  teorías  prcscntíi  el 
mismú  cúnsurcio  entre  los  funestos  errores  de  Fondo  y 
la  brillíiniez  de  estilo  que  ya  seilidí  en  sus  novelas. 

Luis  Alfonso,  cí  narrador  de  lie^  títsiorías  cortesa- 
nas, posee  la  misma  variedjid  de  aptitudes  que  neón. 
y  A  ellas  debemos  un  excelente  libro  sombre  Mun'llo, 
innumerables  estudios  sueltos  de  Esti^-tiea  upiieada, 
notiui  íic  viajc-s  artísticos,  bioffrafias  literarias,  tTiini- 
cas  teatrales,  etc.,  iodo  ello  impregnado  de  aristocrá- 
tica pulcritud.  Siempre'  ha  preferido  Luis  Alfonso  el 
aislamiento  de  la  independencia  al  horizonte  estrecho 
de  las  handerfas  que  imponen  la  abdicación  del  criterio 
propio.  Si  colee (:Íon.ise  sus.  aftiVubw  de  critica  des- 
de Ifi'l  hasta  la  fecha,  tendrüimos  en  vUus  una  historia 
fraífmcniaria  del  arte  y  de  la  literatura  contemporá- 
neos, y  una  mue.^tra  curiosíi  de  los  debiites  á  que  díú 
origen  el  naturalismo  en  su  ai>:irición. 

Para  apurar  la  materia  que  iruigú  entre  man*>s  me 
detendría  A  hablar  de  Antonio  Sánchez  Ptírcz.  antiguo 
director  de  Í7  Solfeo,  y  en  quien  la  levadura  de  las 
ideiis  disolventes  no  ha  bastado  rt  corromper  la  sencilla 
elefrancía  del  estilo,  alg^o  semejante,  en  lo  desenfadadla 
y  correcto,  al  de  aleriwos  prcsadores  costcllanofi  de 
otros  djas.  y  que  concuerda  con  su  modo  de  criticar, 
benevolentísimo  por  sistema,  nada  profundo  y  Wgo- 
roso,  pero  sí  perfectamente  razcmado  é  inieügible. 
Leopoldo  Garcín-Ramiín  respira  el  medio  ambiente 
del  natural  i.smu  francC-s,  ha  estudiado  á  sus  mils  nota- 
bles representantes,  y  es  autor  de  dos  ligeras  mono- 
(trafiíLs  sobre  el  poet:t  Juiín  de  Rirhcpin  y  el  novelista 
Cuy  de  .Maupos-^anC.  AlurdeandemtKlernistasenel  mis- 
mo sentido  Rafael  Altamira  en  el  periódico  .salmeronia- 
no  La  Justicia,  y  Luis  Ruh  Anuido  ''Paltitrrfu  de  O'i" 
va) en  El  ffi5umcti  y  en  la  iíevtsta  Coii/eiitf>ordtira.  En 
ésta  y  otras  publicaciones  se  extienden  á  V.i  biblio- 


t 


KX  El,  Nir.1.0  XIK  «>I5 

grafía  literaria,  lo  mismo  qu*  n  lacieniflíra.  la  aciiviJjui 
fecunda  y  el  saber  enclL-IopíJfco  de  Rafael  Alvar«!  Sc- 
reix,  talento  privilegiudo  y  de  raní  perspicacia,  unido  í 
un  corazAií  exccsivamenti;  bondadoso.  También  se  se- 
ñala entre  los  pcriodlsias  jtívenes  el  salmimting  Kran- 
dsco  H.  ViUcga<i  (Zeda),  que  en  la  fírv/íí/a  de  España 
y  en  La  Época  hn  insertado  artículos  de  mucho  fuste  y 
esmerada  forma. 

Uno  de  los  temns  que  man  privaron  en  nuestra  criii- 
ca  de?ide  la  ap:iríd6n  de  /.'A^sorntnotr,  dlrt  pie  á  doffci 
Emilia  Pardo  Buzan  para  tejer  la  serie  de  deliciosos  so- 
fismas bímtizados  con  el  cplirrafcdc  LaaKsíióttpaipi' 
ratr/c  ',  sofismas  que  corren  traducidos  en  ta  Icnirua  de 
Zola  y  que,  si  dejan  entrever  un  armazón  de  palmarias 
füotradicciones  rtcubierio  cun  hilos  de  oro,  runsUtu- 
ycn  el  más  elocuente  alegfato  que  cabía  presentar  en 
pro  de  (an  mala  causa.  Es  irstc  un  libro  que  se  deja  leer 
con  la  misma  drU-ctacidn  morosji  que  iodos  los  de  la 
esclarecida  autora  ^uUe^,  aun  disintiendo  de  sas 
peregrinas  opiniones,  junio  ron  üis  cuales  apiircícn 
i\  nuestra  vista  las  semblanzas  de  los  principules  cul- 
tivadores de  la  novclji  en  Francia  y  en  Espafta.  La 
lectura  de  ¿m  citcstiún  palpitatüe,  del  trabajo  sobre  Las 
epopeyas  crisítaiut.t.  y  de  algTini»s  ráseos  de  critica  di- 
seminados en  las  obras  Jl  pie  lU  ¡a  lorrc  Eiffill,  Por 
Frantia  y  por  AlentaMia.  y  De  mí  tierra,  hacía  temer 
que  la  scfloni  Pjirdu  Büzdn  se  equivocase  al  fijar  su  vo- 
cación literaria,  prefiriendo  el  gínero  de  Jorge  Sand  al 
tic  Sainte-Beure;  de  tal  manera  resplandecen  en  esas 
páginas,  escritas  al  desgaire,  la  intuición  annlitioi,  y  el 
ligor  y  ta  exactitud  de  los  trozas  con  que  dcstrríbe  las 


*    .Uaürlil.  ISKL  Scp(it<llc«T<>ii  prlVtKJcnÍM  IÍm(«.    Elilrta:<. 
i^f  tlint  mlulliv  n.  Pnoi'lKf)  t>la/  y  Cannncn  cuntc^to  A  1^  i\. 

La  (.tn>e<A  CtUlíit^n.   ,AA«t  IHM-IWikj  .An(«  hi<t>ia  «<r1io  otnj*  no  nm-r». 


616  LA  LlTBRArUR.V  esPAlíOLA 

ptrs<m;LS  y  liis  ideas.  Con  la  apiíririrtn  del  \'uevo  Teatro 
CrUico,  alarde  pjismoso  de  saber  y  de  aciivídad,  se  h:m 
confirmado  las  inducciones  A  que  se  prescalxin  anály- 
gros  estudios  sueltos  de  la  insigne  escrilora.  Bastarían 
los  consagrados  en  aquella  revista  mensual  A  Pereda, 
Alarcón  y  el  P.  Coloma  para  labrar  la  fanut  de  un  autor 
por  el  tino,  la  comprensión  sintóiícn  y  los  prioiúres  de 
frase  que  en  ellos  resplandecen. 

Coloca  A  la  critica  entre  las  ramificaciones  del  nnc 
literario  la  seflora  P:irUo  Bazíln,  y  en  este  sentido  la 
caltivn  ella,  renovando  la  conceprión  que  trata  de  ona- 
\\7.Ar,  {mintiendo  lo  que  %\íh\ú  el  espíritu  en  que  fue  en> 
gendrada,  y  diindonos  A  K^stax  la  K-lleza  refleja  c<»n 
nuevos  matices  sobreañadidos  á  la  del  modelo  en  que  se 
inspira.  Sólo  falta  Á  los  juicios  de  la  ilustre  dama,  lüira 
ser  inmejonibles,  mayor  cantidad  de  ind«pendoncia  res- 
pecto de  los  errores  afortunados  y  dominantes. 

Entre  ios  publicaciones dcestos últimos aflos  fig-unin 
las  de  aleunos  críticos  nuevos  que  muestran  en  cspe- 
ranzíi  lo  que  podrían  dar  de  sí  llegados  A  la  madurez. 
Kct-ucrdo  el  erudito  £.<//i<ít'o  sobre  Atincrtottte  y  ¡a  eo- 
lecdóii  auacreóutica,  v  ¿■u  inJUifncia  fu  la  literatura 
antigua  y  moácrtta  \  por  D.  Antonio  Rubio  y  Lluch, 
autor  asimismo  de  una  Memoria  acerca  de  Et  smSí- 
micutü  del  honor  en  v¡  teatro  de  Calderón  *  y  un  nutrido 
discurso  en  que  se  estudia  El  reuacttnietitú  cJefst'eo  en  Ja 
literatura  catalana  ';  Ins  conferencias  Fernán  Caballe- 
ro y  la  novela  en  su  tiempo  y  De  la  fioesia  regional 
gallega,  dadas  en  el  Ateneo  de  Madrid  por  el  Mai'quís 
de  l'"'igueroa,  y  dos  trabajos  de  la  señorita  Blanca  de  los 
Ríos,  uno  inserto  en  La  EspaHa  jl/orfcriia  (1889)  sobre  el 
tipo  legendario  de  Don  Juan,  y  otro,  que  laautom  pro- 
mete, consiijinido  A  Tirso  de  Molina. 

Aun  citaré  la  memoria  de  D.  Antonio  Srtnchez  Mo- 


•  BaKdofiB,  10». 

•  Darcdona.  UKC 
s    Barcelona.  189». 


eic  EL  sicto  XIX 


61: 


j»uel  sobre  el  Fausto  de  GiKtlu-  y  /ti  mdgicv  praili^íoso 
de  Calderón,  premiada  por  la  Academia  de  hi  Historia, 
y  los  dos  libros  de  D.  Ángel  Lasso  de  la  Vcfrn  referen- 
tes á  la  escuela  poética  sevillana  desde  el  siglo  XVI 
hasta  el  XIX.  Mfls  inieresantcs  quizA  son  las  investiga- 
ciones que  ha  hecho  el  mismo  autnr  sobre  nuestro  TeJi- 
tro  clisico  nacionnl. 

Las  inlluencía'i  transpirenaiía-s.  el  riíjarisnuj  de  la 
ciencia  aplicado  al  arte  y  A  la  Liicranira,  el  método  ex- 
perimental, ya  d  la  manera  de  Taine,  ya  á  la  Je  Zola,  d 
espíritu  antirromAntico  y  positivista,  constituyen  el 
alma  de  la  crítica  barcelonesa  en  la  actualidad.  6  impe- 
ran sin  rival  en  sus  más  ^enuinos  representantes,  Jos¿ 
Vxart  y  Juan  Sarda. 

Yxart  viene  publicando  anualmente,  desde  l!*«.  sen- 
dos volúmenes  con  el  titulo  de  E¡  año  ptniínfo.  Letras 
V  artes  eti  Barcelona  ',  ca  los  qve  examina  las  produc- 
ciones y  vicisitudes  del  regionalismo  y  la  reuní. vettsa 
en  Catalufla,  comprendiendo  ¡[¿ualmente  A  Valencia  y 
las  líalciires.  Verda^uer,  Mílida.  Soler,  Llórente,  Mi- 
guel Costil  y  otros  muchos  mantenedores  de  la  bandcm 
enarhúlada  por  Arihau.  ocupiui  su  correspondiente  lu- 
gitr  en  estas  reseftas  peritidicjis.  en  donde  lo  hay  uim- 
bi^  para  los  escrítus  en  prosa,  para  las  compañías 
teatrales  madrileflas,  para  las  F,x posiciones,  y  p:ir.i  loda 
suerte  de  Casos  v  cosas  que  llaman  la  atenciiin  en  la 
ciudad  condiil.  La  benevolencia  con  que  son  recibÍdo>> 
en  Madrid  los  trabajos  de  Vxart  no  basta  A  arrancarle 
una  muestra  de  gratitud  y  cariRo,  ni  d  suavízjir  el  cono 
despectivo  con  que  suele  luiblar  de  ludo  lo  que  perte- 
nece fl  Castilla.  Si  algo  le  mem:c  aprecio  en  nuestra 
moderna  literatura  nacional  es  ln  que  tiene  de  francesa, 
ó  más  bien  de  reallsla,  puesto  que  él  sk  gloria  de  por- 
"tonecer  A  su  tfpoca  y  abomina  de  todos  los  Idealismos. 


tnáOBtióa  d>  I«h  Prcmat  de  ackUtár. 


£18  LA  LrrSRATVBA  ei¿*Altoi.A 

Los  nntfgjto^  mai-sfros  »^i  gny  anitrr,  vurUo  Kuhi" 
y  Ors,  Aí:uilo  y  oíros  adoradores  de  I:i  tniclición  his- 
tórica, encuentran  poca  ú  nln^na  siinp.'itfa  en  Vxart, 
que  gfuarda  )i\  suya  pura  los  pintores  del  mundo  con- 
lempuríinc-o  y  de  sus  costumbres,  para  los  amanics  de 
lo  verdadero  y  lo  natural,  como  se  llaman  á  &i  mísmus 
los  que  anhelan  por  el  dcñnitivo  reinado  de  la  prosa. 
Aunque  la  (TUdiciíJn  del  celebrado  critico  es  especial 
de  obras  francesas  y  catalanas  nunlernísimas,  se  extien- 
de también  á  la  Literatura  española.  En  cl  estilo  hay 
oro  de  ley  entre  una  multitud  de  diamantes  falws,  hay 
decaimientos  lastimosos  y  ampulosidad  Úrica  que  con- 
trarrestan cl  mírito  üc  numerosas  obscr\'aciones  deli- 
cadHS  y  profundas. 

Con  menfw  elevacitin  que  Yxart.  le  í^ijíue  Je  cerca, 
aunqut-  no  escribe  con  tanto  desenfado  y  lanuí  bri- 
llantez, D.  Juan  Sard^  cuyos  estudios  se  concentran 
también  en  cl  moviiflícnio  literariu  de  las  regiones 
levantinas,  sin  perjuicio  de  hacer  furtivas  excursiones 
por  fuera  de  esos  acouidos  dominios,  en  los  que  con 
gusto  preferente  explaya  su  actividad.  Lo  que  él  ha 
fallado  sobre  los  maestros  m.1s  conspicuos  de  In  poesía 
catalana,  lo  que  dijo  de  La  Atitluíttía  en  los  días  de  su 
apariciún,  va  cunvirii(>ndose  co  juicio  un:ínime  de  los^ 
inioHgentes,  y  creo  que  rcslstir.-l  al  oaml>io  de  los  tiem- 
pos y  las  ideas,  aunque  el  autor  no  haya  obtenido  mo- 
m en tt)nea mente  los  triunfos  qtle  se  logran  con  las  ben* 
^aUis  de  la  ingeniosidad  aparatosa  y  con  el  uso  hábil 
de  la  caja  de  truenos.  No  ocultaré,  sin  embargo,  que  el 
patriotismo,  la  intransigencia  doctrinal  y  las  preocu- 
paciones propias  y  del  publico  para  que  escribe  ciefron 
&  S<trdi\,  apasionándole  en  pro  ó  en  contra;  que  cl  aná- 
lisis peca  en  él  de  prolijidad  y  vulgarismo,  y  que  sU 
prosa  resulbi  algo  innatural  y  dislocada. 

Pero  es  un  portento  de  clasicismo-y  de  pureza  si  se 
la  cumpara  con  la  del  filósofo  bilíngrüe  Pompeyo  Ge- 
ner,  positivista  rabioso,  que  ha  querido  remomr  con 


lentejuelas  arnuicados  del  manto  Je  Comte  y  Liitré  et 
agujereado  haiidcrin  prüRresUcí  en  una  serie  de  dtcla- 
nticiones  contra  Hspafl;i  '  dignas  de  cualquier  medi;ino 
estudiante  de  colero.  El  clima  y  el  une  rutinario  son 
los  dos  íjranda':  facture*  do  lii  clviliy^ición  6  de  la  deta- 
denria  de  un  pueblo,  según  Ids  de^ubrimienios  de  este 
petulíinie  rapsudista,  que  si  no  da  idea  de  lo  que  han 
sido  La  lüeraíitra  caílfiíatia  ni  LaíiUraturaciitcilaHti 
(-■w  (■/  sif^ln  XIX  (epígrafes  de  dus  de  sus  Hurcjíaf.}, 
sabe  tronar  ea  e:imbÍo  cuntnt  la  reliRi^n  y  contra  el 
idioma  de  Cervantes,  pidiendo  carta  blanca  para  loOa 
suerte  de  impiedades  y  neologismos  (en  ínlerís  jropio. 
ya  se  comprende). 

Mucho  m.ls  cuidadosamente  que  Gener  sifcuen  el 
moderno  renacimiento  catilAn  D.  Melchor  de  Paiau, 
que  A  la  vez  iraw.  de  obras  casttilaniis  en  sus  Acotití- 
nmiHloí  /tfiranoít.  y  D.  K.  .\(¿)ucl  v  Radia,  critico 
juicioso  í  inteligente  del  Diario  at-  fíarct/oiia,  y  cuyas 
aliriones  decidida»  le  llevan  al  estudio  de  las  artes 
piüs  ticas.  ^ 


'  Utrtíf».Kti»-t'ai4trritlcvmd'vtlmK^tM'iMt*trfvM«*.tÍaT<:-^m'.i!V- 


Jí, 


RESUMEN 


•u-i  o  tles¡ipareci<'»  el  romanticismo  español  de  la  es- 
l\i  tena  sin  L;ivu%hi>ndü  sureo  en  todas  las  mani- 
*  festacionps  del  une  literai-io.  Pucra  ác  que  las 
(rlori'ísiis  liifunis  de  ITarucnbUM-h,  ílarcía  Outitírrcz, 
Hretón  de  lús  Herreros,  Zorrilla  y  oirás  pr-»y«cijin  su 
luz  hasta  en  los  umbrales  de  la  edad  rigura^^mcntc 
coniemponlnea.  hoy  mismo  se  deja  sentir  el  inilujo  de 
\n  pléyade  romántica  en  lus  natural isia^i^eulistaí;  mjU, 
impenitentes-  x 

A  pesai'  (le  eso,  cnfri^íronse  al  promediar  el  si- 
glo X!X.aljíiinos  entusiasmos  del  periodo  anterior,  se 
imcleuú  todo  aquello  que  tenía  viso*;  de  miiscurnda  efí- 
mera, mottn  de  escuela  y  Sehrc  demoledora  para  dar 
paso  íi  una  reacción  de  sensatez,  orden  y  mesura  iiue 
Te$|>etú  l:is  conquistáis  sólidjis  y  duraderas  de  lii  gene- , 
ración  del  año  35. 

Ln  lírica,  rechazando  los  vértigos  y  turbulencias,  se 
viste  de  seocillc^  c:tnderos:i,  hundiéndose  tal  vez  en  el 
prosiísmo,  6  rehabilita  la  Uespre?tiR:Íada  forma  neo- 
clásica, ó  busca  en  Keine  y  en  otros  modelos  (íermáni- 
oos  la  nota  subjetiva,  producto  raro  y  exótico  en  cli- 
mas meridionales,  ó  crea  con  Campoamor  un  conccp- 


tísniü  filosófico  derfchamenif  opuestu  d  b  eotonai-íón 
gr;in(lil{KU(.*nte  Je  Herrera  y  de  <¿uint!in.-i,  Entretanlo 
se  quedan  sin  cultívadoro£  los  géneros  épicos,  ntin  e' 
de  la  leyenda,  con  excepción  de  tai  cual.rezíipada  imi- 
tador de  Zorrilla. 

En  el  teatro  se  entroniza  In  tcndenciti  docente,  oru 
en  la  forma  de  morulidud  casera,  ora  desenmiftand»» 
problemas  socúilcs,  y  haciendo  In  anatomía  de  los  vi- 
cios engendrados  por  los  reinamientos  de  ta  cultura; 
ya  resucitando  las  formulas  de  Alarc«5n  y  Moratin,  ya 
Imitando  los  procedimientos,  no  el  espíritu,  de  los  au- 
Cores  franceses,  mientras  daban  alguna  muestra  de  si 
el  drama  histórico  y  caballeresco,  y  la  irasredia  al  modo 
de  Hacine  y  Corneille,  <>  bien  al  de  Ponsard  y  Latour 
de  Saint-lbars. 

A  medida  que  las  producciones  esencialmente  poé- 
ticas fueron  in\'adidas  por  la  severidad  reílexiva,  doc- 
trinal y  metódica,  perdiendo  en  hclltza  L-spontjínea  lo 
ijue  líííníiron  en  tiasccndcniia,  y  aproximándose  ú  la 
realidad  tanto  como  se  apartaban  de  las  cumbres 
del  idealismo,  romcn/íiron  A  desarrollarse  los  gínne- 
nes  de  tu  novela,  no  la  fantií^tii")  y  delirante  dv  Dumits, 
Su¿  y  Víctor  Hupo  (ú  \a  cual  tampoco  le  faltaban  nt  le 
faltap  ^us  favorecedores),  sino  la  de  costumbres  fami- 
liares, con  aspecto  ídiliro  y  prop<Jsitos  de  pedagogía 
crisüami. 

Ta!  uniformidad  en  la  esfera  de  la  creación  artística, 
tal  predominio  de  la  razón  subrc  los  dcshordamiento»; 
ttnSriluicos  y  geniales,  debían  ir  acom|"m fiados,  y  lir 
fueron,  de  una  eflorescencia  de  investigaciones  erudi- 
tas, archivadas  en  las  obras  monumentales  que  se  lla- 
man liUtUtitfia  iÍL-  Autores  Españoles,  IJisiona criiU 
íif  Ja  tt'trritttira  esftaOoJa,  etc. 

Con  la,  revolución  de  l&fwí  todo  cambia  y  vacila,  todo 
se  remueve  y  tramíorma:  las  instituciones  políticas,  los 
intereses  religiosos,  las  espct'U Uniones  de  la  ciencia  y 
las  distintas  fases  del  arte  literario.  De  la  densa  y  cal- 


m 


K!S  UA   I-flHRATVlUl  BSPaSüLA 

dfadii  aunúsfera  d»:  las  tempestades  fifirlumcntaria*  y 
pwiodislicas  se  desprenden  efluvios  que  InHamaii  el 
corazón  y  el  cerebro  de  escriiores  y  poetas. 

Reapjireícífi  lípien estrofa  de  combate,  no  para  con- 
ducir las  mut-bedumbres  A  una  muenc  gtcniüRi  en 
defensa  de  la  patria,  sino  pnra  execrar  la  lícenciosiij 
embriaguez  de  üan^re  y  los  brutales  det;enfrentis  de  li 
impiedad  y  el  crimen,  para  entenar  lúgubres  endecha!; 
sobre  montones  de  ruinas  y  rendirse  ante  los  altaríyi  de 
1u  duda.  luis  almas  felices  en  quienes  arde  la  lAmpant 
bendita  de  la  fe  se  acercan  A  su  luz  y  calor  piwa  subs- 
traerse &  las  sombras  5*  al  frío  de  Jas  negaciones  domi- 
nantes; no  falta  quien  ensaye  ó  rcpiíí»  los  cantos  de 
sicrcnidad  y-calma,  propios  de  utrosdÍJLs  menos  turbu- 
lentos quelos  actuales;  pero  el  ardor  Úrico  se  extingue 
entre  la  bruma  ^ris  di-  la  pasividad  y  c)  indiferent¡sm<.> 
burgueses,  y  hasta  el  artiftiiii  rm'trirn  ^ii:  v,-i  lonside- 
randu  como  antii^ruulla. 

Por  la  escena  escmflola  han  sopladu  itualmenlc  vien- 
tos de  deoidencin,  avtvnndu  bil  ve/  alalia  chtspar-o 
oculto  entre  las  cenizas  del  romanticismu.  levantando 
del  polvo  las  llores  de  la  moralidad  instructiva  y  bien- 
hc*:hi>pi.  y  los  abortivos  frutos  del  impudor  scnstial. 
En  los  mismos  aciertos  parciales  de  algunos  autores 
drnmñtlcos  se  echan  de  ver  la  ausencia  de  criterio  y 
■orienuicióo  se^ros,  y  bi  desconfiada  timidez  con  que 
se  manejan  los  mAs  opuestus  resortes,  por  ignorar  curtí 
de  ellos  corresponde  Á  las  exigencias  del  público. 

Decididamente:  hemos  llegado  al  imperto  del  aníl- 
li^s  y  de  la  prosíi,  y  la  novela  de.  costumbres  y  la  cri- 
tica al  minuto  vienen  A  recoger  los  despojos  de  la 
poesía  lírica  y  del  drama.  Novela  y  crítica  proünce 
con  febril  prccipitacitin  la  pluma  de  nuestros  autores 
míls  lefdüs  y  respetados;  noveU  y  «.Titicji  piden  los  gru- 
pos de  doctos  y  de  afirionados  que  pasan  por  inteligen- 
tes. Y  si  hay  mucha  suciedad  y  mucho  fárrago  entre 
los  libros  que  sudan  las  prensas  pnra  sntisfaccr  la  Je- 


h.N     KL    -M'.I.O    XI.V 


023 


mandu  de  los  Iwtures,  huy  tiimbiOo  oto  acendrado  y 
perlas  de  subido  valor. 

Entre  nuestros  novelistas  vive  ul  heredero  lejfítimy, 
por  línt-n  recta,  de  Cervantes,  cuyo  pinrel  nunca  había 
caído  en  manos  tan  dignas  de  usarlo  como  las  de  Po- 
Tcáiv,  vive  un  émulo  de  Dickens  y  Balzac,  que  valdría 
mucho  míis  de  lo  que  vate  si  estuviera  libre  de  apasiy- 
namicntúM  seclario.*;;  viven,  íimilmente.  un  orit;inalisÍino 
hombre  de  mundo  que  personifica  c!  ideal  griego  A  la 
nmneni  de  Goethe,  y  una  mujer,  honra  de  su  sexo,  es- 
ütista  incomparable,  d  quien,  »in  adulacitin  de  nintruna 
elasc,  se  puede  llamar  la  Staíl  apañóla.  S¡  añadimos  A 
la  cuenta  los  litt  tnt'ttorcs  que  cultivan  el  grénerrt  nove- 
lesco, se  deducirá  que  nunca  ha  llorecido  ésic  en  nues- 
tra patria  con  tan  fecunda  intensidad.  Ya  que  no  se 
eücribit  hoy  un  nuevo  Don  Quijote,  se  eseril>cn  libros 
como  Sf)íiíf^(z  que  no  n'pudinrfa  el  inmortal  manco  de 
Lcpanto. 

No  están  representadas  tnti  bien  como  la  novela  la 
critica  sabia  y  milit:inte;  perú  son  gloría  de  la  edad 
coniempi>r;inea  el  erudito  m.-i-;  i>iírientoso  de  que  enire 
nosotros  haiv  memoria  en  io  que  va  de  ^i)ítu  i,Menéndei: 
Ptíayo),  y  el  juez  mAs  sensato  6  ¡mparcíal  de  artes  y 
letras,  que  hemoB  tenido  desde  los  tiempos  de  Larra 
tBiUart). 

Al  dar  por  terminada  mi  obru,  no  me  cumple  hacer 
el  oficio  de  agorero,  pronosticando  renucimíentt^s  ni 
decadencias;  sólo  advertirá  que  en  un  plazo,  que  pe 
ahora  no  me  es  dable  prefijar,  apiireeerA  un  estudie 
complemento  del  presente  y  consagrado  A  las  líleru- 
luras  regionales  6  hispnno-nmericanas. 


FIN 


^ ^ !^í3taK£±sp^t 


ÍNDICE 


Capítulo  FtaiíE&o.—  Tratts/ormacfont:s  de  ta  tiUrattt- 
rn  csfmHolu  de  IS50  d  líftyS.^Causas  interioresy 
f.TÍtfríori-s.=L¡is  tcnulias  literarias.— I-a  juventud 
de  provincia»  en  .Ifadriü.— I.»s  publicaciones  periA- 
dii-a*.— Nuevas  ínllucncios  transpirenaicas.— Oim-  y^ 
hios  poUUcos  y  sociales  de  la  naci6n.— Kcnacimien- 
U)  católico 7 

C.M'.  W.—Xucvas  Unáettcias  ett  te  poesía  tirica  y  la 
f<ytfMt/a.=Selga9.  Amao  y  Zea,  Trueba,  Hurtado  y 
Barrantes,  ftiistilloi  Monroy  ycl  Marquísde  AuAÚn, 
C.onxAXcz  de  Tejiida.  Manuel  del  Palacio,  etc 18 

CaJ'.  in.-  /m  /Xícs/fi  Iraificiotuii  aHthtlttca  en  su  litti- 
itio  pvrloito.=Íiicuvla  KeviUana:  Apezechea,  Hodrf- 
;;iiez  Zapata,  Bueno,  Amador  de  loiS  Ríos.  FernAn* 
líez  y  Gonsález,  Reina,  Fernandez  líspino.  Cañete; 
los  hermanos  Herrero  y  Espino&a,  los  esposos  La- 
marque.  Campillo,  Justinianií,  I?e  Gabriel,  Herrera 
y  Koblc-i,  Mcrccdc-s  de  Vt-lilla.— Poetas  indepen- 
dientes: 1-rtpez  García,  AUrcrtn,  Grilo,  Alcalde  y 
Valladares,  Ginard,  Sánchez  Arjona,  García  Caba- 
llero, Concepción  F,stevarena,  Peñaranda,  Velarde, 
Cavcstany,  Rueda,  Shaw,  etc.- 45 

Cap.  XV .— Traductor fs  t'  imitadoras  Je  W«'íw.=Flo- 
rentino  Sanz,  Gil  y  S;ui3[,  rem;indei  y  Gonzrtleí, 
Herrero,  Llóreme  y  Emitía  l'ardo  Ba£.la.~-Guíitavo 
A.  Bécquer.— t'uijí  Pérez,  Ferr.'ín,  Ladcvese,  Sipo«, 
Dacurrete,  Palitu,  Mas  y  F'rat.  Sepillvedji .,      74 

Cap,  W—La  poesía  ftlosvfica.=Ci\m^t>-¿m>iV **2 

TOUO  n  40 


hZTi 


LA    LITERATURA  ESPAÑOLA 


Cap.  VI.— /ji  poesUi  filosófica  y  social.  ^Tissara  y 
Ruiz  Aguilera ll-l 

Caí-.  Wi.— El  H€ociasicÍ&mü  en  la  poesía  flfica.^\jai 
Condes  Je  Gllendulain  y  de  Clieste,  el  Solitario, 
\lor.i,  Barali,  Hondirho,  Ríos  Rosas,  Otloqul,  Cer- 
víou,  Fcrnándex-Guerra,  Monrcal,  Valera,  Lavcr- 
de,  Mcníndrz  y  I'cljiyn,  Vera  i  Islii,  Collado,  etc..     133 

Cai'.  VIH.— £/  Tealro  después  del  romaniirisnto.— 
Tanuiyo IS5.^_ 

Cap.  iX.—El  Teatro  des/wés  del  romanficisino  fcon- 
limtaa'Ón).=Ayi\\n. 173. 

Cm'.  X.  —  FI  Teatro  después  del  rotnanlieistno  (cMili- 
ímacñi«  !.=LuÍs  de  I-gudiu!,  Narriso  -Serní IMI 

Caí*.  yíX.-fr'í  Teatro  dz-apui^s  del  romnulicimtto  (eoH- 
/i««rt67(lH,i.=l-"lorent¡no  Sanz,  Cimproddn,  Feni.-ta- 
dez  y  Gonzdlcí,  Palou,  Suárcz  Bravo,  Núflez  de 
Arce,  Hurlado.  Larr»  (D.  Lais  M.),  Reics  y  Eche* 
varrfn 211 

Caí*.  Wl.— El  drama  lírico  y  la  zarsuela ^^ 

Caí*.  "ÜM.- Frosa  lif;era.=£t  Padre  Cobos  y  los  pír- 
riiidicos  similares.— Sellas,  Suílrez  Bravo,  Cihino 
Tejado,  Velisla.  Castro  y  .Scrraiío,  Linicrs,  F.  Bre- 
rnón,  Órlela  y  Munillii,  Fronlaura,  Ossorío  y  Ber- 
iiard,  lVm;indcz  FK^rrz.  M;ininí-z  Pcdrosa,  Eduar- 
do del  Palafio,  Talxindn,  Mas  y  I'ral,  Rueda,  E.  Se- 
púlvedit,  Abiiscal.  Cavia.  V'ulbuenii.  c(c 215 

Caí*.  XIV.— A'Mtftvj/iiStfiyr  la  naveta  /usliiríca.='Fer- 
nando  Paxot,  Luqoc,  Cflnovas.  Vicccio,  Balapuer. 
Gon2lÍtez  del  Valis.  Navurro  Villoshída.  liícqucr, 
A.  de  H?u-alamtr.  Casteliir,  cu- 363 

Cap,  XV.'JftiNatrhnltafu  de  la  novela  dt'coslttnttvas. 
=Fcrnfln  Ciihallero 281 

Cir.  XW.—Cuentas  y  narraciones  corias.=Vn  byro- 
ntaiio  rezagado  (M.  de  los  Sanios  Alvarcí),  Antonio 
de  Truelia,  Carl(>s  Rubio,  F.  Buslillo.KosdeOlano, 
Rulz  Aíuikrn,  Híirtzcnbusch,  Castro  y  Serrano,  — _ 
FcmAn  jez  nrenión,  Coello,  ílarcía  Cadena,  Cnmpi- 
Ito,  el  P.  Stuiflos,  I".  F'lórez,  Lúpez  VaWenion>,eic..    299 

Caí*.  XVU.—LítpoUficaylas  letras  después  de  ¡a  re- 
voíiuühi  de  /.vótS'.— Cuadro  sintético  de  la  historia 
contenipor.'ino-a.— Bl  libre  pensamiento  y  la  demo- 
eracía.— Las  di-wiiBiones  del  Ateneo.-El  periodis- 
mo.—Ultimas  modas  en  liieraiura 317 


EN  El.  fttCLO  XIX  Ii27 

Cap.  X\'III.— ¿41  fkasia  Jilosáfica y  socia/,=tÍ{iñcz  de 
Arce '. 328 

CAr.  XW.—La  fitrcsUt  fiiosáfita  y  socút¡  {continua- 
ciónJ.^Carioñ  líutiio,  Alcalá  Oaliano,  B:tnrina,  Ke- 
villa,  Ferrari,  Manuel  Kema.  Rey  Dfaz.GabinoTe- 

Mo % 3*í> 

Caí*  XX.— tV/íinos  rtípnscMtanigs  de  ta  pofsia  reti- 
jy/()s»i.-  Aparisi,  Coll  y  Vohi,  Larmfg,  Sjínchfz  de 
Ciisirn.  los  Pr.  Muidos  y  del  Valle ."Wl 

Cap.  XSl.—Más  si'brcla  lírica  contcmfiorduííi.^Tco- 
duro  Llórente,  \'.  W.  Querol,  Ksieirích,  Aleover, 
Salvany,  etc.,  Devolx,  Taboada,  Coello,  Blaaea,  An- 
«orcna,  Castro,  Balan,  Ricardo  Gil,  S:ínche2  Madri- 
gal, Curolio;i  \'alencia.  Lo.s  poeui-í  del  Mmiriii  CA- 
mico 'JÜA . 

Cac.  XKlX.—  l'Himtís ci^ÍHcíancs de ía Wteraiura tira-     ,/ 
OT(fl(ra.=lirheg:tniy  y  su  escueta 390 

Cai".  XXUI.  —  í.'//i/M//A  (r¡W«r("Mf:s  i/r  lu  iiit-'raínra 
tirumútiíit  {contiii¡fíUit''n:.—  E\  drama  lii&tóricu  y  de 
coistumbrí^, -Rnmón  Nov'cdal,  Ci>cllo,  Znpatn,  Gó- 
mez, S:lncher  de  Castro,  Fcroilndcz  Hrcmón,  CjiUli- 
nu,  Merrnnz,  RA^iiria  de  Acuíla,  Xovo  y  Colsan.  etc.    JI5 

Cap.  XXW'.-  t'ltimas  tfi>t)iucéoití'$  df  la  liti-ratura 
lirattititica  'cotirtiisitÍH_K  =  [.oa  pioneros  ciJniícii  y  ha- 
jo-íómieo.— Marco,  Alv-irex  (li.).  Frooinurii,  Ramos 
CarriiVn,  Siiniisiebaii.  Blasco  (Eu*ebio),  Cispar, 
Veea  (Ricardo  de  la»,  Liiceíio,  Uarfiros,  Vital  Aza, 
F.  Pírer,  Pitlencía.  Cavestnny,  Echenigay  iM.i.elc.    l-T"' 

Caí'.  XXV.'-La  novHii  contattpordnfii.-^t^XjítcAw.  el 
Padre  Coloro.! 4j2 

Cap.  XX\'l.— /-«  noixia  íoHtfmporáHea  (contrnua- 
ritf«  i.=V.ilem 4 477 

Car.  XXVII. -/-íi  ttov*ía  contttmporátUM  Iconlinua- 
c/áM.í— Pí-n*»  t;ald4ts 4<0 

Caí*.  XX\'lll.-  /.íj  not-^a  contemporánea  {ctrntirnta- 
ciíí«,.'.=Pereda 514 

CaI".  XXIX.  -fi  nuturalismu  en  la  twivía.~Oncna 
Munilla,  l'^lacio  Váidas,  EoilUa  l'arüo  BazAn,  1*1- 
e«>iuctc ^ • TOA 

CAr.XXX.-Lii  Hoitla  conlentr  *  "  '.  ■"•»). 
=Selgas.  SuArex  Bravo,  el  M  ain, 
Niívfirreie,  Polo  y  PeyroWn,  U.  AU«i&o,  Crrccha, 
Rueda,  cic •  -  • . .    M6 


tí3» 


LA    LmutATL'BA.   EíPASoLA 


W»i. 


Cav.  XXXI.  La  cruiUviótt  y  la  crilicn  sabia  f'/V.íO- 
/.Vo.y,>.=!,os  «."Oledores  de  la  Biblioteca  do  Autore* 
Espafioics  [Vcdia.  CayaiiEOS,  Harzenbusch.  los  her- 
manos l-'cmándoí-GucMTa,  Cueto,  Me&ooero  Roma- 
nos, Castro,  Pedroso,  Rosell.  etc.).=Otros  eruditos 
(Mili,  Riibió  V  Ora,  Coll  y  Vchl,  La  Barrera,  Cana- 
lejas).—I.^s  críticos  ác-  la  escocia  sevillana  (Femao- 
deí  Espino,  Amador  de  los  Ríos,  Cnflete).— Los  cer- 
vantistas (Tubino,  Benjumea,  Ascnsio,  el  Doctor 
The'bussem,  Luis  Vidart,  etc.).— Dos  críticos  mili- 
tantes (Guillermo  Forteza,  Mafttf  y  Flaquer) r>71 

Cap.  XNXII.— /-7/íí«ofl  representantes  de  fa  rriticalt- 
Itfrana.-Crit'icm  acn  di  micos:  Cílnovns,  Valera  y 
Mcnóndcz  Pclayo.- Críticos  periodistas:  Revillu, 
García  Cadena,  Ctarht,  Palacio  Valdés.Balart,  Bo- 
fill,  Fernández  Rórez,  Picón,  Luis  Alfonso.  Sán- 
chez Pírez.  Garcia  Ramrtn,  etc.— Emilia  Pardo  Ba- 
zrtn.— Monogralt.is  rrdieiis  de  Rubi^  y  Lluch,  el 
Xlafíiití-s  de  Figuero:i,  Blnnca  de  los  Rfo«,et<'.— Crl- 
licos  barceloneses;  Yxart.  Sardít,  Gcncr,  etc. ffib 

KfCSt'HKX ti2tk 


índice: 

m  lísountiiEs  KspASftu^s  kn  ki.  siglo  xix 

MBNcrON.vnoS  EN  ESTA  OBRA 


EiMCfil.  U,  358. 
Acatlft,  Itofluto  d«,  il,  4SI. 
Aitnitó,  TomlU,  I,  fiS,  372. 
AUrcóa,  Titliv  Aotuuio,  (,  1*3, 

I9t— U,   «3,  SST,   3fll,   «6». 

niA. 

¿Jt.  ÚA3,  fi(l7,  OOU,  AlU. 
Alba,  Juan  •ln.  I,  m». 
AIcbU  (íRllnno,  Antonio,  I,  30, 

M,  83,  811,  «it,  m,  lAO,  «II, 

XWñlá  f  !ft.llnno,  Jo»^,  It.  347. 
AlcaUdo    VAlIndivnwt,   .A»t(iniii, 

n,  flí. 
Alcutvr,  JuRtí,  U,a't). 
Att*.  Jo»é  .MiKu«J,  1,  s»:i. 
A)«|[n-1,  JiiKr,  II,  m. 
.Uoii«v,  Ju9<>  V'ü:unt«>,  I,  Ti. 
AUonso,  Lai«,  U,Ma,4Tt,  &«7, 

AJonao  Martlnnt,  MbhoqI,  I.  II. 
Alluml»,  lUtm^\.  U.  AU. 
Alv«r«S,  )-:mUlu,  It,  U9, 


AlvariMi  ^¡)iiio,  RouiuBlda,  I, 

SOI. 
AlvarrsS«r«ix,  HJilm«l,  Q,  9'H, 

Ala. 
Aniii(|«r  d»  loH  KftM,  José,  t, 

431— ti,  17,  AM,  WT,  «W. 
.Vuutdoi  dv  lúe  Uíoa,  KixlrlKti, 

An»orciiit,  t.tlÍK,  TI,  38S. 
Aparlal  y  liallkiro,  Anioalo,  II, 

a'SI.  AOI». 
Afuii».  Vicente,  U,  M(). 
Arat|uíB(ain,    Juan     V..    Ui 

iVrilMiu,  nuMiKveulun  Cu-Ioh' 

I,  «3,  43a.  115— ü,  571. 
.Vrí»,  .ItiHii,  I.  -jr.n,  3i'>fi,  1171. 
Arjoiift,  MiuitiHl  Morí»,  I,  31. 
.IctnoMio,  ludalwhi,  U,  SfiA, 
AnniAo,  liobostiMna,  U,  MT. 
Anuo,  Antonio,  I,  14— D,  U. 

»l. 
ArolM,  I,  149,  I?»,  m,  Bftll^ 

U.Sfll. 
Arriata,  Jatn  Bautlata,  f,  40, 

M. 
.VrrisU,  Ai^stiu,  I,  40». 


^^^r           bSO                                  LA   LITKRATORA   E.HI'A.^OLhX                     ^^^^^^^H 

^^H          .^ri-Ani/,  Tt-r<-r«,  \.  303. 

itaiil  d«  fftlM'T.  Juan  >V>i1J»,  I.          V 

^^^^K             leeneUi  Ji>  Tul^xl*'.  .Ii"''  Msrdi. 

Kit,  111,414.                                        ■ 

^^1 

ttoix.  VK-enle,  I,  m,  S4fl,  ^73,          1 

^^^B           AvnllAiiO'l*,   <>i*nrtMia  iit>nii-r 

ttoftijfiiTum),  itiiFjiar,  1,  in.         ^^H 

^^H              *li:,  1,  1>8,   Itifi,  a^u,  ;t7<l— ]J, 

lloruu,  JftótiUiiii,  1,  *Íd8.                ^^^1 

^^H 

KTtii/in  dn  loai  lltinvtnw,  MbbohI, 

^^^B          Affni»!*  <!<:  Ik'o,  Wriic«>*l»».  1, 

I,  V.'.,  -Jfi,  KB,  lOH,  íTi,  .101, 

^^H          s8n-n,  600. 

aS9,»f,l),40ll,  4  la-n.  84, 30A. 

»0n,  -Jl>7,  ^-J«,  4¡(a,  441,  1^30. 

^^^^p 

Huerto,  Jdftit  J.,  U,  4>. 

HuritiiH,  Javier  dn,  l.áft,  74i  V^. 

^^M          ItnUca»-,  Vl«tvr,  I,  IM.  360- 

41>K. 

^^H 

Huti^uf,  .iKVler  de,  ll,  :£30,  4l'i. 

^^H          balar.  Ft>4emv,  U.  983.  S84, 

IIa^tillo,  lidUM'tf».  U,  »•"•.  30!».     H 

^^H 

^^M 

^^H            tturult,  Hnfu-l  María,  H,  MI. 

^H 

^^H             liaron  <ln  AiiiIUln.  11, 

^^H 

^^H           l^itrruiiti»,  Viwolo,  I.  SM— ti, 

C*haU(^>,  rormiii,  11,  i^t.                  B 

^^H 

Cnbnií^va,  3<Aniul,  T,  'i><— n       ^^ñ 

^^^H           n*rrvr«,  Caj-fUnu  A.  de  iñ,  It, 

AO».                                                      ^H 

^^H              «711,  -VU. 

CxjlgAl,  1,  71.                                  ^H 

^^^B           lUriHnH,  Joatiuii)  M..  1,  I8U — 

ChIvo,  Lulo,  11,  4M4.                       ^^B 

^^H 

Cdvn  A-«ii«to,  IVdro,  I,  IIH.            'W 

^^^H         llccernxln  IV'ii>roa.  lUnrdo,  U, 

Cftiupillu,  Nart-Uu,  It  Ü,  .11».          1 

^^H 

Caai|>ü«inur,  1,3118,  917-11,  U.            B 

^^^^K           Jt6nt\a»T,   ühfuivh    -V^   II,  Tt), 

1KI.  3'>l,  IftD.  ñH*.  n-ju.                       ■ 

^^H^ 

('amiiiiritón,  Frsuilaro,  II,  SIU»          H 

^^^^E     '■ 

3I¿,  23á,  :IM.                                     B 

^^^^^^m                   ■'  ti"  CakIiv,   S<mf:  1, 

r»iialii)iw,  Fr«tiri«<c<j  «1»  1'.,  U.     ^^B 

^^V          iHO— n,  »<M. 

X3»,'Ut,iSS.                        ^^M 

^^^^^         Offniíúdi'x du  ('uU\j,  $«lvii<lur, 

r.ñño,  LL-npoldo,  It,  410,  tHt9.       ^^H 

^^H^       I.  tul,  IlfO. 

fWluovtuí  ttiil  ruullo,  Anluiiiu,       ^H 

^^^^^H  Ilfrvlitis.                      I,  iim. 

1,  7-tq,  «un— II,  MU,  838.  ^»7,  flH 

^^^^^^r    B4itnui»,  Juiü    Mnriii,  1,  Í14,  iñ. 

^^1 

^ 

C»nr>tv,  T.  13fi,  144,   lAl,  JiM—    ^^B 

^^^B          lÜBUoaAsfnjn,  lli««r<lb>,  U,  42ñ, 

11.  -.V,  3-,M,3-J9,  44K,XST,£1M).   ^^H 

^^H            lÜsMTO,  RiiMiliKi,   n.  337,  2S'Í. 

>ii,  Miiriaiiii,  11,  241,         ^^^B 

^^H 

Caiiió,    .lu*a  VrftDOlico,    I,.  ^^H 

^^H          ]i][»ruU.  Antonio,  i,  9ilB. 

.   1 

^^H           Itvtill,  IV-dtu,  U,  «13. 

Cariinl-ciro,  Ji>ti¿   Marín,  1,  TR>-         H 

^^H          ttokl  el»  t'Dliar.  t>ril]a^  1,  ftx, 

100,  XUI,  8117.342.                               1 

^^H               SSI,  4D1,  438-0,  3S\, 

CKrrUl"y  AÜNirntra,  M.  I,  173.          B 

^^H               M',   472,  fiía,  5I4,&IR.  Me, 

CiwU'liu,   t'jnnid,  U,  3iM,  3TH.  ^H 

^^H 

^^1 

.H 

^^^^^M                                              BL                                                            tíSl         ^^1 

H 

H            CHMro,  Adolfo  di>,   I,  410~U, 

^^1 

Ditiurmlis  Anptl  3lurfa,  0,  80,               ■ 

H                n',  &7B. 

De  ilaliríd,  Fcmandu»  Tl,bi.             ^^H 

^M              ('antTA,  KntiK-lMv  do  P.,  I,  8S. 

I>r-K<ii.|»,  «-inwl.»,  II,  3KK.                    ^^M 

H             rustrí),  < 

<)\.  .limé,  U,  (Pi».                          ^^1 

H            CaatTo 

^^1 

H 

Dl^ti,  J'.mA  )brín.  1,  'JOS.                      ^^H 

^1          Omi'ov  .)iv.,o---, J^>^ile,l,:iiM). 

DUa  C»nii<}ita,  Frau«toco,  U,       ^^H 

^M            Caiitro  y  t^nrunu,  .lowt,  11,  2&, 

^^H 

V             »ti,  :»i,3ii. 

IKu  dv  Ikujouie^,  Nicolás,  U>        ^^H 

^^            Cmiiliua,  Mminnu.  U,  i2U. 

5t>3,  nou.                                        ^^H 

^B            4'avcifltiny,  Juan   A,,    D,    TI, 

Piuxl^uiarqm-,  AiitoiumH,  *>&.          ^^^| 

H 

r>inx  Virvs,  NU-oliU,  n,  :r.'t                 ^^| 

H            ^ltvil^  Mariano  de,  n,£Sd. 

OicvniB,  JuMiinJii,  n,  ÍM                   ^^| 

^1            Corto  IVu),  iunn,  T,  aiiH. 

tiiincKl,  Carina  •■.,  I,  :J6W,  :i'.r.i^         ^^H 

^H            Cnrvinn,  Ji)8r>  .luw|iili),  M,  I4ó. 

,^^1 

H            Clvk,  Jilut«,  n,  78. 

linnoMi  Corlan,  1,  Ul,  tm,   IT7,        ^^H 

^1         civiumdii,  iHcjfo,  r,  «ra— n. 

:i]U,  i;t:í-ll.  lA,  131.                    ^^| 

H 

L)u(]ai«  de  VtUb,  I,  112,  SM—        ^^H 

H            Oielln.  Cu-1i«,    n,    nu.    -Inl, 

^^H 

H 

l>u<|u«  dv  lUvsH,  1,  «0,  133,  ISA^         ^^H 

^1            Col'ittm,  1'.  l.ulN,  ti.  ti\7,  ntA. 

-JAS,  2TÜ.  SlÉI,  S-Jil,  aftO,  430—         ^^M 

^H           €oll,  tinMiiar  KcrnAiiilu,  1,  3¿V, 

^^M 

H            Culi  y  Vold,  Jow,  n,  3<»,  &SS. 

Daiino  d(>  Rix-M  (bljo).  O,  «7^       ^^| 

H            CuUiulü,  CuBiuilru  del,  U,  Ifil. 

^^H 

H            CumclU,  1,  «J. 

DurAu,  A)iu»tru,  I,  B3,  S».  1 11,       ^^H 

H             Oorornido,  {'■nilint,  1,  08,  Itffi, 

3TA,  -100,  lia^n,  ¿01,  M9,       ^^M 

■ 

^^1 

^1             Oomdl,   F^rnandii,  I»  M,  DS, 

^^1 

H 

^H 

H           CorüulB,  Jaan.  t,  x'S. 

^^1 

^B            Corteo,  rny^lnmi,  II,  itoo. 

EfliPiftiriiy,  JoM^  ilij,  11, 337,  iiiii,         ^^H 

H             <Vi«cii }'  Vbvo,  TX,  i,  Sút. 

no,  412,  4lft,  43-i,  400.  AAt..         ^^| 

H            (Wt*  y  Lkibortí,   Mi|^«],    11, 

ÍV7,  non,  noo,  <;i2.                      ^^H 

H 

tVlH^iLniy,  Ml^uvl.  ll,  44».              ^^^| 

^B^       Cueto,  ij»!oj>oIdíi  Aiixiirio  di*,  I, 

Rl^iflni,  1.a»,  I,  Wl-n,  234,   '^^''^^^l 

^^^L         I»,  lU,  180,118— U,A»,»;il. 

■JU,                    &»5.                             ^^H 

(ÁCisu  CiUlriU4u,  F^lix,  I,  TU        ^^M 

^^B 

^^1 

l->calnnU;,  Aai<V  át>,  U,  3TT.               ^^^| 

^^^       CbuTDpr,  MAtililr,  1,  Sfi». 

ttM^uMorit,  Karctoit  d«  U,  I,  'i9y        ^^^M 

H            OUesK",  Cnnd»  <!<•,  T,  394,  S'M— 

as».                                           ^^B 

H          n,  u-i. 

&coiiiini,  Patricio  do  In,  1,  Bti,                 1 

^^^V            630                                 LA   LrTERATOItA  BSPAKOLJ^                    ^^^^^^^^| 

^^^^^H  Arr&nb,  Tere^,  1. 

'  r,  JUAU  NtMuOr^^l 

^^^^^^F  AiiíjnHiu  lii-  Tulrthi,  JuR.^  31«ría, 

^^1 

^ 

Bolx,  VieeiHp,  I,  105,  3«fl,  STS.         ■ 

^^^H          Avellaat^la,  itortrutlli  tMnec 

Uonu  f>4rai)n,  nwi|ijir,  1,  4Q.        ^^^ñ 

^^H               dv,   t,  V6,   l«ti,  SfiU,  9Til— 11, 

lli^rno,  JrróniuK).  I,  ¿<S.              ^^^| 

^^H 

Riwton  i\c  Ion  ílfTTom»,  Mnnoi*!,    ^^B 

^^^H            A>KUlil(«  id  Isrtí,  WaacMlw).  T, 

[.  ;'5,  -.Mi,  uH,  iw,  a7".  »'U        1 

^^■^          '  S»0— n,«00,  U6. 

aiS.SAO,  II)!),  112— It,  14.  W8,            1 

■UK.  307,  .U».  4aiV,  14;i.  fRM,  ^J 

^^^v 

H«l«n«,  JiiAtt  J.,  ti,  47.                   ^^H 

ISiiri(tM,Jiivlcrilv,l.¿fi.74i8flW,  ^^M 

^^H           BftlAiruer,  Vklor,  1,  101,  »»— 

1 

^^H         n,  ^3', 

niit^ns,  JavIci  (le,  M,  i3».  443.           ■ 

^^H           llnUr,   KiHli^rk»,  II,  »8»,  »Ht, 

Bn-»ill..   F-I.jiit.I..,  n.  a:.,  nuil,     ^J 

^^H                       aiü,          GiH. 

^^1 

^^H           lluriill,  líntHGl  MniiA,  1[,  141. 

^H 

^^H           Itwrón  áv  Aiuillln.lf.  l(. 

^^M 

^^H           llNrrntitw,  VicvnU',  1.  883-11, 

C'fll-»ll<rrtf,  Fpniíüi,  D,  iUí.            ^^ 

^^H 

C»L»iiyL*s,    Manuel,  t,  IU-1— Ll.     ^M 

^^^B            Uarrvrn,  Cayetano  A.  4»  Ib,  13, 

^H 

^^^^1 

Cajigal,                                           ^H 

^^H           DnrtrJDO,  J<?iquiu  M..  I.  IS3— 

Calvu,  Lula,  H,  431.                     ^H 

^^H 

Cnlvii  .^ívtinto,  tVcIro,  I,  'MÜ. 

^^^B          lleci-rro  tlu  Iti-uimi,  Itknnlu.  II, 

Chui[i(1Ii),  Niurixii,  U,  ^^,  XlJ. 

^^H 

OiiiipiMintor,  I,  208,  NIT^n.^l, 

^^^B           IUciuw>  (■■ii'biVD  A.,  11.  7U, 

M,  arii,  461),  «*7.  ft'jt). 

^^H                      SfiO. 

(-'Mniti-odón ,  PnmdiK-o,  11,  910, 

^^H           Iloñn.  CrinMitií  <]<•,      43. 

2IS.  '¿¡i;,.  2ftA. 

^^^H           [ttTiii it'Ji'x  (!«■  l*Mtrv,  Ju«<>,  1, 

('«Tiali.<}ít>4,  rnLUi'tsi-O  d«  ]\,  U. 

^^H             im-ü. 

115,  HXl,  S5L,  íiHrt. 

^^^k         SiQrniúá*¡t  4«  CmU-o,  Salvador, 

C«lio,  U'^lwMo,  II,  lio,  «OV. 

^^B 

CAnuvuHiIol  rajiUllo,  Antonio. 

^^^V          DiudruA,  PulrucUiiu,  |,  3S3. 

J,  HM,  3*ífi  -ü,  'JAA,  BS»,  AttT. 

^^H             ltliiii>:i>,  Jiüíit  MnrU,  I.  31,  SA. 

0UU, 

^^H                :\M,  4tlí. 

Oftnwl.-.  J,  14(1.   m,  IfiL   I.'.8" 

^^H             lUauro  A«i,tii}i>,  UíviU'ÚO,  U,  135. 

Ii..fl2,  aas.ía,  418.  W7..-.U.I. 

^^H           BIml'O,  Kiwebio,   a,  337,  SS2. 

OaptlcpAn,  .Muriitnu,  U,  341.        ^^H 

^^H                  43 'J,  COU. 

Curl>ó,    .liinn    KranuiBCu,    Lr^^H 

^^^B           Itofíirull,  Antouiu,  1,  3it$. 

^H 

^^H           ntflll.  LS^dru.  U,  r>l3. 

Cnninhirn,  .[ti*-    Murim,   1,  71"  ^^W 

^^B            Jlühl  ik  Pnlwf,  (VrUU,  1,  82, 

10(1,  3»\.  -MT,  iH-J.                               1 

^^H                SKt,  -tlil,  43S-J],  SBI,    ir,l. 

CíPrilloy  AUM»rtM.ií.  «.  1,  ns.         ■ 

^^K              4«;.  4'3,  fiia,  614, 'tlA.SaS. 

OiwUlar,  KuUlo,  II,  2A1,  27».         1 

^^^^              CC7,  602, 

nio,  347.                                            1 

^1 

^^^^^H                                           BS  KL  «fiLO  XI S                                       ffli                V 

^^^^nmUllo  y  A)'0u»«.,  Jvti  «luí,  1, 
Cuti-o,  Adulfo  <)e,   I,  «10— Q, 

^H 

Lincnrrttlv,  AnjivI  MitriK,  D,  9i*.        ^^| 

J«7,  ATí*. 

I>»  ii*brk-l,  FMiiaudti,  Lt,  b9.           ^^M 

OBtttra,  Fhuicloro  dp  P.,  1,  88. 

IMkwIoi  í^lneftiii,  11,  iR9,                  ^^^ 

Onairo,  tiniunlodr,  ti,  sm. 

Ih'VoH.  JUW<,  11,  380.                        ^^M 

Curtro  Ab  Muntula,  Ituanliit,  I, 

¡iliina,  Mnuurl  i.,  I,  tH,                  ^^M 

%VI. 

tuna,  J'>Ȏ  Murlu,  I.  -M-S.                     ^^M 

Oiwtfo  j  Otozco,  Jut^  lie,  1, 240. 

IHnx   Ciiriii"iia,    Fnini  ínr'i.    11.         ^^^| 

Caalruy  M-iranu,  Jun^,  TI,  3A, 

7S,  «1».                                                   ^H 

2.10,  i/>l,3ll. 

Dita  ilv  IWujiiiiir-*,  Nii-Liiw,  Ui         ^^H 

I?uialina,  Mttrlnni],  U,  4SU. 

uva,  oou.                                    ^1 

PavRsttiny,  Junn    A,,  11,    TI, 

I>Jiix  ramnri^tv                    tf,  J>n.              ■ 

«1. 

|t(ft)t  ¡Vh-Í.  N; Jl,                     ^J 

Cavia,  Mnriniio  <1l<.  11.3^6. 

iKcenl».  Jimialii,  U.  113.                ^^M 

Cerro  Pom,  .luKn,  I.  3RI1. 

Uiincel.CAtltwii.,.!,  260.  XtW,       ^H 

Oürvino,  Ji^wi  Juvqtitii.ll^  I4i>. 

^H 

ClArk,  Jsinti-,  II,  78. 

Itunu»..»  OoHi^,  1,  ni,  M,  I7T.      ^^| 

Cleinuuclu,    L'lcj^o,   t,    «13—11, 

3111,  133-U,  1«.  1^1.                     ^^1 

un. 

L>aqiie  (le  I^M,  I,  IID,  3»iV~       ^^| 

Oufllo,    <^nH..<      II,    ÍI2,    381, 

^^M 

-   «18. 

Vwiw  útí  Rlv«s,l.S«,  in,  IHA.       ^^1 

Cblonix,  r.  1  UL-,   U,  «T,  Blft. 

3>-.e,  aro,  sin,  süa,  sko,  i:í<i—       ^^| 

f\íll.  tlaKpai-  Fi-rtiaiiilu.  1,  Míi, 

|[,  &a».                                 ^H 

rviii  y  Vfhi,  Jii**.  II,  sf.3,  nu. 

t>iiilii«  lie  KivM  <liiji»),  11,  a~,     ^^1 

OtlUdii,  Ciutimlni  dt-l.  11,  1^3. 

^^1 

CVwvHa,  t,  M. 

Lhirán,  Ajtnníii,  I,  SS,  BU,  1  Ifl,       ^^| 

(V>roaftli>.  C^mllna,  1,  9»,  199, 

37»,  «<».   «IS— 11,    Zitt,  -SU».       ^^M 

*V2. 

^H 

CcirrKill,   KeroHndu,  1,  flO,  M. 

^^H 

IT8. 

^H 

OaruwJa,  Jusn,  1.  373. 

^^H 

Oott*«,  Cil>«Wau.  ir,  3(W. 

EdiNTUitr,  Jon:>  A*f,  n,  i»^',  :fvii.      ^H 

Om»  jr  Voy»,  liL,  1,  san. 

lio,  412,  41&,  433,  4r>ri,  MI.        ^H 

(kMftn  r   UulxTa,   Mtxuvl.    ti, 

^^1 

»T». 

Kcl-'                                II,  14».               ^^M 

Curto,  Lrojuldu  AiicuMo  rlc, ), 

Eltulliu.   (.ni».  I,  2t*l-II,   2SI,    "'^^l 

1»,  IC«,  1SU,31»— U.m.ftTA. 

•M.\,  lltr,  ^^il,  A»&.                            ^^M 

Y.w\mj  Ctsmilán.  IVIlx,  T,  71.       ^H 

He 

sr.3,  tou.                                       ^H 

t^csluilp,  .\iuii(ii)o,n,íT7.              ^^M 

Clw-rtK^r,  H«lU.l«,  I.JWa. 

V*iet>tim,  Xatt-inti  de  li.  I,  WH                 ^ 

^L     (niostr.  Cunde  Je,  l.a*i.  ;ía"- 

SA».                                                                 1 

^^B 

buMum,  Patriólo  <!•  U,  I,  VR,              ■ 

^^H^              lx%                                   UA  L.ITEKATUKA   ESPaSoLA                              ^^^^^| 

^^H                  inO,  ITI,   178,  aci,  381,  SfiS, 

F«rnáiiHe2.(iai>rra,l^iB,  n,Ii7-l, 

^^H 

fi7fi. 

^^^1            KK'Uil«iy>,  Luía,  IS,  tlS. 

Furdiiidflx  S««',  Carlm,  n,  7*J. 

^^^B           Kflpn»icmla.  Juni  de,  1,  64,  67, 

Fnrráit,  AnjruMu,  TI,  M. 

^^H                  8U,  Ufl,  »8,  109,  IH,  IfiV,  1711, 

Kprnirí,  Kmilt»,  D,  :i59,  4IS. 

^^H                  |U(I,  I&P,  3-J3,.1A0— n,  A6, 130, 

Fcrrer  dil  lUo.  Amonio,  I,  IXÍ, 

^^H                  ISi,  3IU, 

3Ü0,  »'J:),  :t/>4l,  129. 

^^H            FtfliiU,  l\>dro,  I,  6t,  as*. 

FloTN,   AnCoQlo,   I,   UT.  8«l. 

^^^B            K«t(ÍbuiM  Caidorón,  Fer«nn,  1, 

4s:i. 

^^H                lio,  100,  i):t»,  3^á,  M&,  36«, 

Flon»  Ar«iinj*.  Fninciwo,  I,  WM). 

^^H 

Flor«dk   (íarHs,   Frjinclwo,    II, 

^^H            fÍHVlrirli,  Juan  Liii«,  TI,  ¡178. 

447. 

^^H           l':0teviu«tia,  ConwpoióB,  íl,  07. 

ForlOBA,  Guilkrntv,  H,  3I«.  330. 

^^H             ICstnitK.  Jone,  n,  S88. 

SH-I.                                                        ^ 

^^^^H 

Fraiiqu«lo,IUn)<>D,  I,  SU.           ^^M 

^^^^ft 

Kntiilauní,    Círltw,     11.    SB4.    ^^ 

438.                                                         1 

^            FwtKl,  Pablo.  U,  'J«l. 

Fuente,  Vicente  de  la,  II,  SÜt.         M 

^^^H            Ftfnullunu,  Amnli»,  1,  W¿. 

J 

^^^H             Fi>mámlex   [triimóu,  Joaé,  11. 

M 

^^H                -JóS,  .113,  420. 

^^^H            t'«rnin<k<3'.  il>-  Hiti*xA,   Tnxciinl, 

U.  UülmiuMKlR,  .loxinlns,  1,»W, 

^^B 

<iálvaJ!  riihror»,  Morú  ICosa,  (, 

^^^K            FAmltndof!  do  loa  Kloc,  Aiw-l, 

4.-.,  ftS. 

^^H               ],  103,  <dS— TI,  1 1, 6;o. 

Unlltutlu,  Bartulóme  Jo«t',  1.  S4, 

^^^^m           Fiurnáiidiiic  át-  N&viutciI«,  Biiota- 

:IC,  75,  ll>:.  3;JB,4U1I— a,  |.1fi.     , 

^^H                 u. 

GiilK-ico,  Junn  Nlnv^o,  t,  13.  U7. 

^^^H            P«riiá»(Ivs  Ae  Nnvarr^to,  Mur- 

84,  10»,  vjt,  -Mí',  :thi,  sav, 

^^H 

»Aa,  4nu,  41R— 11,  ít,  01. 

^^^H           Fernindet  ]->piiio,  io»i,  U,  ¿3, 

UarcU,  Pwlro  do  A.,  U,  flOlí. 

^^ft 

(ínrcfn  Cebnllero,  Federico^  U, 

^^^^1           FvniiuiíuK  Fl^rvii,  Ltidvrv,   I, 

117. 

^^^F                3»l~U.  aSA,  314,  «13. 

liiirclii  Omlttrui,   PfKtrín,    U, 

^^^^1             F«niAD(lcix  T  .tloiiEák'x,  Frau- 

HI3,  *HM>. 

^^^B                  rtecu,  U,  fiíi7. 

i-íanís  >le  OUoqDl,  Rinlllo,  U, 

^^^H            Femando»  r  Qonuálex,  MaDucl, 

I». 

^^m                 l,»8il~-Il,  30.  fiO,  -Jlfl,  soo, 

liarcüi  do  (|aevedo,  .loa*'  UmI- 

^^H 

l«-U>.  1.  I»l,»4«— n.4íi6. 

^^^H             Fonidadex  y  Goiisálos,  Mannol 

itnrctu  ((utiérri'X,  ,\nlonÍo,   1, 

^^1 

n.  31.1,  'ai,  :in,  sas,  37o. 

^^^H            Femiodes-Onerra.,   Aureliona, 

43:t— U,  2Ht,  40(1,  154,  030. 

^^H             1,  :í4»,  aA9-u.  i*n,  na,  674. 

itan-bi  (.Bdcvenc,  K.,  □,  M. 

^^H            FernAadcx-tíiiorr*,  Joa^i  1,  &7, 

Clárela  OatlvwoB,  IftniMilo,  f, 

^^K^ 

2an. 

^^^^^^H                       ES  KL  Sir.va  XIX                              6^       ^| 

^^V^mn  buiKín ,  l>-oi>oMo,   II, 

lñ>llUÍI«£  Ell[H>,  t,  íH.                            ^H 

^H 

iiijiitilox  IVilr-iwo.  K.,  TI,  3tn,        ^H 

^H  UatviA  8«iilljtvbaii,  KftEorl,  11, 

3DI,  28».                                                 ^1 

^H 

tiODxálBi  ■erriuiUf  Criíano,  U,       ^H 

^H   iittrotn  EupJtOt  Manuel  B.,  1, 

^H 

^H         ll»,aA-i,4l3. 

(íonxalo  Morón,  li'ertnln,  1, 102,        ^^M 

^^V   4ínnJ)i  cuello,  Tomás,  I,  TI. 

^1 

^H     t  liu-la  Villnlu,  Ja»é,  I,  lUlB,»)-.!, 

tiorottIlKit,  MuniiM  hJItianloj  I,        ^^M 

^H 

^^^M 

^H    líurtda,  )->lel>wi,  U,  34(1. 

UrsMl,  Anftvift,  I,                        ^^^H 

^^m    tloopkr,  F-rkiltiuv,  U.  441, 

i.irtlo.  Antanio  F.,  TI,  *S».            ^^^H 

^H^    Oft^an^EOfl,  P«W4ifll,  1,  4X0— n, 

litiitiAl'li,  Juan  de,  1,  70,  Ifi».         ^H 

^H        «72. 

(iltHI  y  Itrtil«,  .[(>»<'•.  1.  IVI.                ^H 

^^1    U«iiiir,  ruluiwyt/,  11,  SIB. 

liflvii<Iitliiiii,('utiili>  lie,  11,  181.        ^^M 

^H    ÚU,  Ulduro,  I,  3GB,  STI. 

Vtatiúnvt,  MlKUfl,  II.  ~X.                  ^^ 

^H    GU,  Kicordo,  D,  !t8«. 

tlattérrcs  i»  Albo,  -lo»A  Miríft,       ^H 

^^1    líU  y  CUTBRi-u,  K»rii)U«,  1,  lOt, 

n,  44,  3M.                                    ^^H 

^H       U:i,  IQO,  17V,  314,  sas,  snT, 

^^^H 

^B          4ÍA-U,  801. 

^^^1 

^^B     UU  y  t'aax,  Mariioo,  U,  77. 

^H 

^K    Gil  y  Z&rale,  Antouln,  L,  (Ut, 

lliirtZPiíhiiM-b,  Juan  Kai;p*iiii>,        ^H 

^H        »II,SM,4flT. 

I,  fU,  IftT,  :»7,  370.  IP,  41(1.        ^1 

^V    Glnard  d«  ;b  Rme,  iur«4tl,  U, 

430,  «3»— 11.44,301,  MV,  SI»,        ^| 

^H 

ion,  A7.3,  a(K>.  D:io.                    ^M 

^^B    l>1n«r,   FrancídM  v  tlennenp- 

ll^rrnnx,  Jnan  }iteé¡  11,  4^0.             ^^M 

^H     itUiiu,  n,  M7. 

fienrrn    r    lliililc»,    Lulü,    11.        ^^M 

^H    Ooixucu,  Jo«^  M,,  11.  :ltio. 

^M 

^H     (ióm«£.  Vatenlin,  II,  S-ia,  422, 

lI»n-i<ro,  .linao  .1.,  IT,  Td.                      ^^| 

^H 

1  lbri«n>,  I>>an<lro,  U,  S7l>,  44T.       ^H 

^^P     iMmt<s  il«  U  CoTliiu,  Soté.  I, 

I1i>nvru;  l^«])liioiiH,  IK«cu,  II,       ^^M 

^B 

^1 

^^1     liAinox  HsrmoaiUa,  JoM',  1,  42, 

HiifTmi}-  l-j«]thi(iKa,  fi^iutilA»,       ^^M 

^H        74.  lOD,  t-J3,  30fi~fl,  6B&. 

u,a.                                   ^M 

^^H     UAiiKtit  Ijiml<Tru,  JtiKii,  II,  'JM. 

Mhlalgo,   Kéllx    Mu-I»,    i.  >7<^^^| 

^^M     (fOOsAlfw,  Jimti  ti,,  I,  AT. 

^^^H 

^H      CuniAlAx  Aurkil"!',  Mt^^et,  II, 

Hii«iil'lf>,  NtrnUa,  1,                   ^^^| 

^H 

Iluiri.  Jori  Mnrfn.  1,  V\S.                 ^H 

^H      ti,>n9ill«c  Cftrvftjnl,  Tomd*,  1, 

Murtwto,  Antualo,  (,  384— U,       ^H 

^H 

18.  2»,  2»,  1141.                           ^1 

^H     tionr^toK  <I«>I  CvtlUo,  I,  71. 

^^^H 

^^ft     tiortuálnii  <l«l  VallM,   Mxtiano, 

^^H 

Ibu  AUaro,  Manuel,  I,  Kfti.       ^^^H 

^H 

iM,  ,Io<ff,  n,                           ^^^1 

^^^^^^V            634                                          LITRKAIVK.1  KSTAÜOtMl                        ^^^^^| 

^^^^B 

LÚ1»ui!fllva,IÍ,S»l9.             ^^H 

I^ic»  Rol.'j,  Uan».ii,  I,  «a.  mS?« 

^^^^^B           JiU'Icsitn  y  \'ryán.  .liW,  H,  447. 

rj)]>ex  VaIiU<iii(>r(i,  .T.,  Cumlfla»! 

^^^^^^H          Jtiaer,  nutvticln,  II,  RSl. 

Nunui.  II,  .1t&.                             ■ 

^^^^H                      I'slilt>  ilf,  I, 

txiKiiiui,  K»ri<iu«tii,  I,  sim.         1 

^^^^^B         /wTtr,  Camilo, 

Lnrrao.  ToiMLs,  U.  tiO,  tM.      1 

^^^^^H         JantlnlHiiit  j-  ArrtbiiB,  Joan,  D, 

LnmltreTiU),  n,  'JH.              ^^H 

^^^H 

r.uiiiiv.  TlPK'ii  II.  ^<l"i-           ^^^1 

^^^^1 

^H 

^^^^H         i^l>rA,  ICaIiu'I  Maiü  de,  U,  »SU. 

LlNtiiu,  IV  K-ioiirdn,  1,  IOt<r^^| 

^^^^H         Ls  CalK-.  Tfwikiro.  1.  dS. 

l.lor4>nU!>.  Tt<>j<luro,  il,  78.  4^^| 

^^^^^H                          Modisto.  T,  v¿, 

^^H 

^^^^^H 

^H 

^^^^^^1          T^tiiftrqiie  thi  Novoa,  Josó,  ÍI, 

^^^^H 

SIUüpliBMgii,  CuUUnn,  1,  üWl. 

^^^^H          Urra,  I.uia  M.  dv,  □,  »3T,  üSC. 

Miinox,  lÍMU^n  1..,  ü,  5W4. 

^^^^^1         Ijirrn,  Mnríuio  Ju«^  <le,  1.  I<X>. 

MMflidn«..lt.t*é.I.  40,  a.ll.Wí. 

^^^^H              lOV,  117,                     liVl»,  £tT, 

M*ltaii.t.  l'cdr«,  1,  18»,  442. 

^^^^H             3HI,  X»ft.  S»h. 

MitnU'li,  gH.»tÍ!txo,  II.  2}iU.          1 

^^^^H 

M&At^  y  l''liiilU*>r|>'UHii,  11.  -''J-J. 

^^^^V 

Mon-o,  JiJtrf,  n,  437. 

^^^^^H           Jjua»  de  tn.  Vv^a,  Aiigel,  1,  3U 

M&mi»l,  Manticl  Muri'*,  i.  »^. 

^^^^H 

407. 

^^^^^H          J^ivenlo,  UiiincrMinila,  D,  IQI, 

Manimos  rlc  FI)(arTDii,  il,  SSX. 

^^^^V 

Órt2.  51 C. 

^^^^^H          Ij«jn  y  I1«0(Ucli<:i,  JuvIei-  d«,  11. 

Msniui^H  <lt>  Molii»,  I,  6K,  )47. 

^^^^H 

278,  -ZO»,  9U,  MU— U,  301^ 

^^^^H          IJiiiimi.  SanUnKii,  U.  2«Z,  »2Z, 

4  IR. 

^^^^H 

M»rl)'.\U(|uM.  Jnln»-.  11,  3a4^H 

^^^^H          UM»,  A\h»Tto,l,          W,  lOü, 

M&iUu  Villu.  ^\iiuiiü<j,  I,  ai^^l 

^^^^B 

Slcirtiutii  <.'-(*loinci,  1*.  VieenU-. 

^^^^H                «(»,  KM,  413,  »0,  43&. 

I,  *8- 

^^^^H          Li>|>eii.  Joniv,      43(1. 

lí«rCinc-t  i|u  1n  Roen,  FVnttuüKu, 

^^^^^H          \j'i\iet  ili>  Ayala, 

I,  7:1,  l'M),  BIV,  MI,  41U,  4», 

^^^^H                         Ai»— n,    17ñ,  3.14, 

r.ÍW,  A04. 

^^^^H                                  8U1,  404,  4i&,  440, 

Martliii^  LAime,  Podro,  I,  400. 

^^^^H 

MnrUntB  Münroj*,  Jlmc,  II,  Sfl. 

^^^^^H          I^pOK  >lu   l*efiftlvvr,  Juut,  1, 

Martínct   rixlroeit,  F«ruudo, 

^^^^B 

n.  2.V>,  UT. 

^^^^H          Ló[>«ii  Omcl».  Berniii-do,  H,  RO. 

MKrllii«2   VUlerKU,  Jbui,  I, 

^^^^^H         l/!pp«>8  I'vlnfrfn.  (Hiitus,  t.  i>b, 

i'HN, 

^^^^H 

^^^^^^^^H 

MtM  y  l'nit.  tkiilto,  IL,  DO,  3S7. 

ES  EL  SIGLO  XIX 


63r> 


MaKfiaiiéH,  Joeflfa  de,  I,  W2. 
Matute  y  Gaviria,    Faustino, 

r,  ai. 

Mauíy,  Juan  Nínría,  I,  108. 

Mélida,  José  IL,  U,  380. 

Mendívil,  Pablo,  I,  412. 

Menéndez  y  Pelflyo,  Marcelino, 
I,  aj,  27,  40,  53,  79,  80,  104, 
12.1--II,  H9,  302,  311,  322, 
329,  334,  337,  339,  346,  603, 
616,617,  518,  5.12,  GOl,  023. 

MeiMjneru  Romanos,  lliimón  de, 

1,  43,  44,  7.),  85,  95,,  100,  101, 
2110,  33G,  337,  843,  424-n, 
515,  578,  609. 

Milá  y  Foiitanálf,  Manuel,  1, 
104,  122,  433— U,  582,  635. 

Miüano,  tebastiíiii,  I,  49,  76, 
100,  334,  409. 

.Aliiiuel  y  Bftdia,  F.,  II,  019. 

Monluu.  l'edro  F.,  U,  581. 

Momea),  .lulio,  I[,  147. 

Mor  de  Fuentes,  .To«é,  I,  4C,  75, 

02,  361,  352. 

Mora,  Jusé  Joaquín  de.  I,  402— 

II,  137,  681. 
Moran,  .rpióninio,  II,  594. 
Moreno  I.ó¡h;ü,  K.,  T,  173. 
Moieiio    Xielo,   .los^,    II,    323, 

698. 
Morera,  Francineo  I.uih,  I,  208. 
MuiñoK,   Fr.   Conrady,  U,  314, 

369,  473. 
Mnuárrlz,  Jo.xé  Luis,  I,  409. 
MtiiiladiiH,  .Juan    Federko,  It, 

298. 
Mui<s<}  y  \  aliente,  .Towií,  1,  53, 


XftvaiTO  Villoclada,  Frandni.o, 

1, 101,  360,  387— 11,  246,  269, 

322. 
Neiía  de  Mowquera,  Antonio,  1, 

349. 
Xocedal,  Cándido,  II,  240,  581. 
Nocedal,  Kanióii,   M,   172,  41(1. 
Sombela,  .Inlio,  I,  390. 
Novo  y  ColKon,  Pedro.  11,  239, 

431,  670. 
Núñez  Arenas,  Isaac,  I,  353. 
Núiloz  de  Arce,  Gaspar,  U,  124, 

221,  230,  328,   W.),  355,  604, 

609. 
NúñeB  de  Prado,  José,  If,  73. 
Xiiñez  Díaz,    Francisco  de  P., 

I,  38, 


Ochoa,  Eugenio,  I,  72,  139,  148, 

176,  258,  334,871,  422,  427— 

n,  247,284. 
Ochoa,  J.  A.  lie,  1,  371. 
Olive,  Pedro  María,  I,  100,  408. 
Olona,  José,  I,  300. 
Olona,   Luis,    I,  300  — n,  234, 

235. 
Orellana,   Francisco  J.   de,   1. 

382. 
Ortega  y  Frias,  Raun'm,  f,  390. 
Ortefía  y  MunilJa,  Jost^,  II,  2-)3. 

536. 
ürli  y  Lara,  Juan    Manuel,  II, 

325. 
Ottnorio  y  Rernard,  Manuel,  II, 

254. 


AI 


P 


Navarrclc,  .losé,  TI,  7:J,  664.  Pacheco,   .loaquín    F.,    I,    178, 

Nitvam-te,  líiifae!  M.  de,  U,  73.  269,  268. 

Niivuri-ete,    Ltamón   de,    I,  2G6,  Palinio,    Ivluardo  del,   II,  266. 

383.  PaIai.-io,  Manuel  del,  II,  10,  40. 


■ 

6.%                              LA  LtTBBATURA  ESI'AROLA                            ^^| 

^^^^B 

FtlaclM  VaJtlfrs,  Anusmlo,  n. 

Pidal,  Pedro  Jú^,  I,  tO»,  l«7 

^^^^^B 

4Tl,«t8,fllI, 

ViO.  4S1, 

^^^^^K 

l-Klaii,  Mcldiur,  U,88.  eifl. 

I'.I..rr.T.  l'ablo.  I,  IW.  4aa-n 

^^^^^^ 

l'nleiicU,  C'«icriuu,  U,  itá. 

fififi. 

^^^^^B 

l'Nluu  y  r«ll,  Juan,  I!,  :1I'J. 

Pliu,  IL  XSi. 

^^^^H 

Ennlo   Riiuln,   KmiliK.   U.   T6, 

Pinn  Oominíi-unc,  MorlaBO.  U 

^^^^^^p 

»Ui,  4S».  4ft4,  4«7,  170,  4T3, 

448. 

^^^^H 

i'i,  t'ú,  rtiifi,  &ao,  £43,  ni¿. 

Plf^iitfxuelo,  Fraadaco,  U,  AIT, 

^^^^^B 

ñXi. 

Polo  f  Pvyrolún,    Muiuol,  U 

^^^^H 

rardn  dr  Ftf;aen>a,  Mmiuio,  U, 

AflA. 

^^^^^H 

ata. 

Pnviii,  Cotrua,  II,  «4. 

^^^^H 

t'Kitk]  rimvDlr'l.  Nicotik.  1. 420. 

^Príncipe,   MIcimI   Af^uMia.  1 

^^^^^1 

I'anvil'>,  Flowncio  Liiih,  I,  U'Jl. 

W!*,  JTI— IJ.4». 

^^^^^B 

TMlin-  DfKX,  ^U-(fini»(]tm,  1.  ISO, 

Piirntey  .\ pi-wi-h^a,  Kertnln  A 

^^^^^1 

18:,  3T«. 

Ir,  1,  H-11.»:. 

^^^^^B 

fuixul,  tVjiiaiido,  11,  362. 

PntttiUt  y  Itrsñas,  Jusé  Ja,  I 

^^^^H 

l'cdn-II.Í-oUiK.,U,a41. 

l»fi. 

^^^^^H 

Peflji  y  Cíoni,  Antonio.  11,  'i-IS. 

Puig  P<>rmt,  JoM,  n,  87. 

^^^^^B 

3:M,  :>»1,  »U. 

^^B 

^^^^^B 

P&ral,  Jtiaii  «ImI,  l.SUO. 

^H 

^^^^^B 

["en"]»,  José  Marít  <]<-.  U.  343, 

^^^^K 

407,471,  4b3,  i9»,  ata,  SU, 

Uuwlnido.JoM  M.,  L,  tUA,  S» 

^^^^^V 

MO,  iUft,  r<Bfi,  SST,  AlO,  das. 

493,  4Si. 

^^^^^B 

1><!rA)!,  tVIipi*,  U,  444. 

Quwol,  V.  W-,  n,  8T«. 

^^^^^B 

VéTvz.  PasfUnL  1.  Wtó,  «.14. 

QaitiKtiiJi,   Mnnurl  .Tüch-,  I,   i 

^^^^^B 

PéRX  ■)«   Bontl'le,    .lo«ié,     U, 

Sn,  GO,  )M,  12»,  3»l,  tm.  41)0, 

^^^^H 

18. 

4ft<t— 11,  Al,  &4.  134,331.  3i3 

^^^^^B 

Hkr  lie  Cunitio,  Manoftl  X., 

1177.  MI, 

^^^^^H 

I,  M. 

^^^^H 

í'4yr«s  Mi«vaTTÍn,Krftti<'úicv,  [I, 

R 

^^^^^1 

2-i». 

^^^^H 

]'6nx  Uoldóv,  Bvnilu,  1,  348— 

UaiufroK  Miu-Un«s  y  (iQerlcro 

^^^^H 

n,  348,  4n7,  491,  4IKt.  .-Vlfi, 

l,vi«A.,II.Sft3. 

^^^^K 

520,  SUR,  ftSa,  S97.  flO»,  (t'ia. 

UBDine  CuTión.  Miguel,  11,  »a 

^^^^^B 

P^n-x  Zuraj^juí,   AfraHlln,   If, 

4:i8. 

^^^^^m 

Si'.4. 

lUnv-i'l .  Jotrf.  1,  TI. 

^^^^^M 

I'íre»!  'AüñigA,  n.  S88. 

Keliia,  .Miknuel,  TI,  3r»f . 

^^^^^P  - 

IViier,  Cttrlos  M,.  H,  3S&. 

Itelim  )-  Ib-íns,  Tumáfl.  II,  ftl 

^^^^^B 

l>«mio,  J<>»6<]el,lI,3S4. 

I{«inwu,  réUx  Jcw»,  1.  3:1,  U 

^^^^^B 

Pl   y  MurKBll,   K..  I,   318—0, 

4O-J,4UT.40«. 

^^^^^B 

581,  .»«». 

Kvnipnli-nii  y  Kico,  Mariano,  I, 

^^^^^^ 

l'teúii,  .tuMÍ,  n.  33A. 

Ji7,  100. 

^^^^H 

Picto.  Jfk-iuto  (>rUvio,  Ü,  MI, 

[|i>t4«,   FranctMQ  Uní»  de,  II 

1, 

«13. 

T¿». 

EN  BC  SIGLO  SIS 


I 


Vulifuatiaúv,  Emilio,  U, 

418. 

ItiTVtlIii,  .lux-  lie  lii,  I,  f.H,  lOft. 
Ib-Yilta,  Maiiovl  (Jr  Id,  I,  31'— 

U,   aWt,  KM,  3M,    S«>,   420, 

Cai.úfiS,  iMft. 
lt«y  IHai,  Nicanor,  Ü,  ^óá. 
Itllrat  y  PoaXnvTTÍ.  Antonio,  I, 

Hícm.  KUnc&tlal'V.  I.  2lfl.«IG. 
{Uc«  ItoMuí,  Aalonio  dv  tiw,  U, 

l«3. 
1{ív«dcii«'>Tii,   Adolfo.  D.   301. 
iUiet  V  roiiiot.  Jüfti|uiu,  I,  IIH. 
Uu'lrkifii*^'!  Com'a,  Bura^,  U, 

8(1,  8A. 
HoilríguPt  (.txvec,   Anjiel,  U, 

78. 
|{u(lríi;ucs  de  AtcIUuo,  \'Í£fa- 

te,  i,  At. 
Gvlneai»  ltaM.Totn&«,  I,  VS, 

S90,  «M,  8fi0~n,  U34,  441». 
RoríuutfiHoUt.  K.,  I.  DtO. 

If.  47. 
itoldáu,  Jone  3lAhK,  I,  H?,  102. 
lUitni'tu   I.arraAit^m.  4ir(<|^iriu, 

I.  10],  184,  -¿US,  8r>l-U.  3S3. 
Rdiniw,  JnlUl»,  I,  IK!. 
Itoino,  Ju'liie  -I'jeié.  I,  TI. 

KoB  d*  Olano,  Amonio.  1,  1*0, 

líl,  lííí-n.  80«. 
Rona  (íonxAlfx,  Jim»   ■)«  I»,  I, 

son. 

KoKwU,  rAyoUuc.  £81. 

tioy'í  y   Villiinm-tíu,   I.nbi.  ti, 

lltililo,  Cnrliw,  a.  SDB,  940,  481 . 
Knl)l4  7   Utich,  Antonio,  II, 

Ain. 
Kubtó  )r  Ottf,  JoHiiulJi,  1, 90»— 

II,  Ut¿.  lilti. 

tCuli   Aüullvr»,    V«ittiirii.    II, 

ni.  aiu. 


Kuiít  \umli},  iMlit.  U,  ttU. 
Hued»,  FalvaJcir,  II,   71,  3&T, 
&T0. 


^abatflT.  Pedre  de,  1,  MS. 
SAri  di^  Mflviir.   PauBtínR,  I, 

falax  y  ijuiroi:»,  Jurluto,  1, 187. 
líiilcvílo.  Augvl,  II,  Í70. 
talvi.  Vli>enu>-.  1.  lOU. 
falTBny,  .Inan  'tomim,  U,  Ü»). 
t-uii-ba.  JiiNto,  U,  'iSl, 
EáiiutMv  AIImiitíd,  Juné,  L,  Sil* 
f^ánchwt  Arjobft,  Jom!,  ü,  67. 

4ia. 

SánclwK  BtrliOrO,  KMndsra,  1. 

43,  C8. 
KAncbez  Cutillu,  l-ldunrdo,  U. 

*lT. 
finrliM  Je  Ckstro,  Friuioiscw, 

n,  3S3.  30B,  43».  ir.O.  «Olí, 
Cáncbos  31adri)f«l,  Üiciirdo,  II, 

SíMl, 
C¿u(-li«t  3lo|{R«l,  Anluiijo,  il, 

(tin. 

Sánrlirx   Mrcz,   Aoloiiio,   U. 

447.  itll. 
SniiI^i»  Alvnn'E,  Mljcuot  do  loa. 

1.  iTs.  mo— II, awy. 
Csiik,   Kulogto  riifri-nUno,   I, 

21i|-II.I0,Sü,7ft,8ií,aiI,2P2. 
Baña  IVtus,  José,  1,811. 
B«r<U,  Jtian.  II,  filT,  ittb. 
tRTiDAii.  Aiiiniihi.  I,  4-1,  Til. 
»tteni>jmll,  JuiíiiAuwulo.l,  162. 
fcUarlri,  Jumó  Marju.  U,  AU4. 
l««0?l»,  Aitlonió  M»ríi,  I.  ftO. 

2»r.  S4(l. 
tvIlTM  V  CKnrwni,  Juaé,  U,  lU, 

-i34.  «n,  -jw.  asa.  MI,, v^, 
i»),  ftS5,  ía*. 

Í-..IIAW,  língnnki,"  U.  41». 


^^^1             fÜlB                       LA  i.rrmiATCRA                                   ^^^^H 

^^H              9e|>últ«d«,  B.,  n,  tí». 

^ 

^^H               Spi>ú)v««1a.  Ilk-nnlo.  ti.  91. 

^ 

^^H             Sern.,  Nsn-iM,  t,  :Jti|— 11, -103. 

rrr«(-bii,  F<>(l6rlM.  U.  ír^,  .'.nv.     ■ 

^^B              ^iciltn.  MnrtJino  Jontf,  I.  Sá'i. 

1 

^^H               SíK»*,  M*i>u-I,  r  7/>,  *li. 

^ 

^^H              gllvctn,  MhiiuxI,  11,  Xll. 

■ 

^^^B               SimoTiol,  rrnuftK'ú  J..  D.STU. 

\'ttlt>ocuia,  .Viilunlo,  U.  89,  :1S«, 

^^H               SlnuL-H,  yiuríii  <l"l  Pilur,  1,3111. 

3Í3,  aTíP. 

^^H                              I.»:",  Ll,  99. 

Vnlt'uría.  Cnii>ILiiii,  11,  3S7. 

^^^^             Sulnr,  Ki'4ÍKrÍi-4i,  II,  X(T. 

Vilrní,  JiiMi,  1,   mt»,  íaj— u. 

^^^B            ÜaliT  y  Aniu^Ji,  Cnrhw,  II,  SU. 

HT,  aas,  ans.  .itt,  47»,  «n, 

^^^W               ftilU  y  Vi|lnnti»vii,  ItliIitM»,  1, 

MU,  .V.'S,  CiW.  MS, 

^^^1                          6t.  ^>,  :íj'. 

VnlIntliirt'B,  I.híh  y   ((«tiiún,  t. 

^^^H                 ?tíuirt«it,  JoM'.  1,  .ill,  »4't. 

64,  lAU,  ü^ll.  2DII.  »no,  308. 

^^^^^_      6uAtex  UnitKt,  Cvlerino,  IT,  :»), 

V»!!»-.  Kr.  IlMiliíino  cid,  U,  373, 

^^^^H 

Vargm»  Pom-e,  Jo94,  I,  40. 

\><li».  Knrüiuo.  1,  43fi— IT,  .•.74, 

^^^v 

V>gH,  Qit:nr<lo  d«l»,  II,  'J^Ü,  4tS> 

Wga,  VtMituriiilela,  l,l(Hi,3Tu, 

^^ft              TnlwMdti.  Luí»,  U,  3CT. 

MIU -u,  aa^.  347. 

^^^H            Tabifoda  y  Tenidnilt-t,  NIiroláH, 

Ve>1iin1i<,  JoM^,  II,  11».  US.         ^^M 

^^B 

Vclilln.  .T*.íd.S  U.  113.            ^ 

^^^^L^      Tftmayü  y  Ituos,  Siauíuvl,  1, 13A, 

V«llIIx,  MitratxlM  il«,  II,  ¿V. 

^^^^K        ■sM,  sm.  ;i2!t- rl.  t.'^ñ,  ssi, 

Vrm  r  InIo,  I-'.  i)p  l«,  tt.  I£l. 

^^^^V                              :tUI,   406,417,  483. 

vircMo,  ii^mt»,  n,  ar.7. 

^ 

Vfiliu-t,  l,i)ÍM,  n.  úUt. 

^^H              'l'ai-U,  Kueonío  de,  I,  XT,  Rft,  U6, 

Villnauftva,  .J.  Ij)ivnw\,  I,   iy. 

^^^H              Tilm)i.'i>  V  Mat4--w.  Torrnato,  I. 

Villar  T  Miu'lss,  .Mitnuffl,  1.  IHo. 

^^H 

Vlllftnijjii.  lr<i<lurM,  1,  aW. 

^^H              Timnru.  lintn-U'l  0.,  I.  v:i,  182, 

Villfcus,  >'mni'bi.v  1'..  U.  AIA. 

^^H 

ViMl  JIM,  U,  S^,  88S.  49». 

^^^^^      TkjS'Í».  (ial'inu.  t.  3fi3, 433—11, 

^^1 

^^^^B                           SW. 

1 

^^^^^^      Tía, 

^^^^1            Torrvnli-.  Marianu,  I,  9!i3. 

YxnH ,  ioeé,  Q1                         ^^H 

^^^H            Tnm-k  Ainnl.  VMix.  1.  104. 

^^^^1 

^^^B            Torrumtt,  tlnfiu;),  U,  118. 

^B 

^^^H            Trifineto»,  Cilndldo,  t,  M. 

^^H             Tiilitno.   P.M..I.  n-n,  Í3», 

/n[iiitM.Miir.-.H<.ll.',i4I,'IIt>,4M). 

^^^H 

/.■•ll,  Franrw.  o,  11,  3A. 

^^^f           TruFl*»,  Antoniu.  II.  17,fi1,  44, 

Zurrillft,  Jone,  J,  7(1,  ftl,  IíS,  101, 

^^^              401.  &I&,  ¿in.  M«,  :,M,  í>i)7. 

145,  14l(,    lili,  W3,  270,  SU, 

^^^H          TriK-lw  y  i'-otía,  Tiiltwfoio,  U 

3Í2,  3o(».  au,  4:1»— u,  aíá. 

^^H 

801,45»,  4K1,  45&,  «I«,  fíV}. 

/ 


% 


í