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Full text of "La Mujer : periodico escrito por una sociedad de Señoras y dedicado á su sexo."

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\ño I. 



Domingo 3 de agosto de 1831. Núm. 1 




LA MU JEB, 

PERIÓDICO 

«scrito por una sociedad de Señoras y dedicado á su sexo» 



Este periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid en las libre- 
Vías de Monier y de Cuesta, á 4 rs. al mes; y en provincias 10 rs. por dos 
meses franco de porte, remitiendo una libranza á favor de nuestro impresor, 
¿sobres de franqueo. 

Cumpliendo lo ofrecido en el prospecto vamos á dará 
luz el primer número, en el cual nos parece conveniente 
esplicar nuestro pensamiento con la debida atención. 

Ni vamos á pedir la emancipación de la mujer, ni á es- 
tablecer una cruzada para usurpar al hombre sus atribu- 
ciones: aceptamos las cosas tal como se encuentran, y ya 
que nos ha locado la suerte de nacer en esta hermosa y privi- 
legiada porción de la tierra, en que los hombres generalmen- 
te hablando nos prodigan sus galanterías, su carino yeonsi 
deracion, pongámoslo que esté de nuestra parte para pre- 
sentarnos á sus ojos dignas de su amor, de su protección v 
de su confianza, y declaremos guerra sin tregua ni descanso 
á los tiranos y malvados, opresores y disfamadores del sexo 

Este es todo el problema que nos proponemos resolver, 
ofreciendo de vez en cuando á nuestras suscritoras cuadros 
donde puedan aprender cómo deben producirse las mujeres 
eñ la sociedad, cuáles son sus atributos, sus obligaciones y 
sus deberes, para lo cual contamos con toda mujer pensado- 
ra que sin temor de salirse de la esfera que le está marcada 



— 2 — 

nos comunique sus ideas y reflexiones que siempre hallarán 
abiertas las pagínasele nuestro periódico. 

Mujeres nacimos, y de saberlo ser nos debemos pre- 
ciar; este será nuestro tema favorito; y puesto que al nacer 
no tuvimos la facultad de elegir sexo, y debemos renunciar 
á la esperanza de hallar aquel famoso unicornio que con la 
virtuosa punta de su cuerno convirtió en gallardo joven a 
una linda y fugitiva princesa; lo que mas que todo nos inte- 
resa es aprender á guardar nuestro delicado puesto, parti- 
cularmente á las solteras con los amantes y á las casadas con 
sus maridos, base en que estriba lodo el porvenir y la feli- 
cidad de la mujer. 

Algo hemos leido y mucho se ha escrito sobre los pun- 
tos que nos proponemos ventilar; pero como estamos deci- 
didas á escribir por inspiraciones propias, si bien nos espo- 
nemos á decir algunas sandeces y vulgaridades, tal vez lo- 
gremos improvisar alguna que otra originalidad ó esclare- 
cer verdades que andan algo ocultas. 

Nuestro estilo no será ciertamente el mas correcto, y si 
bien el familiar y festivo nos será el mas propio y adapta- 
ble, trataremos con la circunspección debida todas aquellas 
materias que por su naturaleza lo requieran, no precipitán- 
donos á poner en discusión los asuntos de mayor importan- 
cia sin el detenimiento con que deben ser meditados. 



Leido el anterior artículo en reunión preparatoria que 
tuvimos el 20 del pasado, produjo tal sensación á la mas 
joven de nuestras consocias la frase de «guerra sin tre- 
gua etc.» , que nos atronaba los oidos repitiéndola en di- 



— 3 -* 
ferentes loaos, sia ocuparse de otra cosa; hasta que por úl- 
timo nos prometió componer un himno bajo aquel tema, 
que traeria arreglado para hoy 2 de agosto en que se cele- 
bra la inauguración de nuestra vida periodística. Concluida 
la sesión se sentó al piano, y preludiando á su inaDera can- 
tó el siguiente 

HIMNO. 

CORO. 

Al arma! al arma! 
Venid mujeres; 
Vuestros deberes 
Voces os dan: 

Y al hombre reprobo 
Que á amar acierte 
Con brazo fuerte 
Castigo dad. 

(Al llegar aquí se empeñó nuestra joven amiga en que 
las demás repitiésemos estos versos en forma de coro, y por 
no disgustarla accedimos á su estraña pretensión, haciendo 
un quinteto mas propio de un festín que de la seriedad que 
requería tan formal reunión, pues además de haber entre 
nosotras quien en su vida había saludado una nota, sona-* 
ban voces ya cascadas, de medio siglo de buen uso.) 
Odio eterno al soez jactancioso, 
Nunca demos oido á su amor; 
Que su labio cruel, ponzoñoso 
Cual la víbora, muerde el honor. 

Con el vil seductor alianzas 
No trabemos, huyamos de él; 
Harto tiempo de sus asechanzas 




Triste víctima fué la mujer. 

Sin recelo del afeminado 
Burlarémonos ante su faz; 
Y con rostro severo, indignado, 
Miraremos al reprobo audaz. 

Guerra cruel declaremos al necio! 
Acabemos, mujeres, con él! 
Nuestras armas serán el desprecio, 
Los sarcasmos, la burla, el desden. 

Y primero que á algún importuno, 
Seductor, jactancioso, ó vil, 
Prefiramos no amar á ninguno, 
Prefiramos solteras morir. 

MUJERES CELEBRES. 



Haremos mención de ellas en nuestras publicaciones, 
bien para citarlas como modelos en las diferentes materias 
que debemos tratar, bien para referir las virtudes y hechos 
heroicos que las distinguieron; y en este primer número 
vamos á cumplir un deber sagrado, aunque con el desaliño 
propio de nuestra insuficiencia, poniendo en primer término 
como modelo de magnánima beneficencia é inagotable bon- 
dad á la augusta joven que para gloria de la nación y honor 
de nuestro sexo ocupa el trono de las Españas, ya enjugan- 
do las lágrimas de cien familias sumidas en la mayor mise- 
ria á consecuencia de un voraz y horroroso incendio, va 
usando de su real prerogaliva á favor de los desgraciados 
ilusos y mal aconsejados que pretendieran rebelarse contra 



sus imprescriptibles derechos en los campos de Colmenar. 
Auu resuenan en nuestros oidos aquellas gratas y encanta- 
doras palabras con que contestó á su secretario al manifes- 
tarle este no había en sus arcas dinero bastante para socor- 
rer males de tanta cuantía. ¡¡Que se vendan mis alhajas!! 
Mujeres poderosas! he aquí un modelo de generosidad sin 
límites en la nieta de Isabel la primera, que también abria 
sus arcas para aliviar los males de sus pueblos, de los des- 
graciados; para tentar grandes empresas que eternizaran su 
nombre, su reinado, su gloria! 

Isabel II a la corta edad que cuenta es ya célebre por su 
innata generosidad, por su bondadoso corazón, por aquellos 
rasgos de humanidad y sublime clemencia que hacen gran- 
des á los reyes. Los últimos hechos de que acabamos de ha- 
blar bastarían por sí solos á eternizar su nombre, si centena- 
res de hechos de igual género que á ellos han precedido no 
lo hubiesen ya inmortalizado. Y esto conociendo tan solo 
los dulces y sagrados sentimientos de hija, ¿qué será siendo 
madre? He aquí por qué un año hace la entera nación es- 
pañola participaba del profundo dolor que afectaba el cora- 
zón de la augusta señora; y he aquí por qué hoy esta mis- 
ma nación se alegra y entusiasma pensando en la gran di- 
cha que le espera. 



Mas de una vez me habia lamentado á mis solas y con 
mis amigas de la degradación en que incurre la mujer, y 
de los males que resultan, no solo á las familias sino tam- 
bién á la sociedad en general, por el olvido y abandono, y 
mejor pudiera decirse, por la fatal y perniciosa preocupa- 
ción de no darse en nuestra España la educación, la esme- 



c — 



de las 



rada educación que jas instruyese en el mecanismo 
labores propias á su sexo, cultivase su entendimiento y 
formase su corazón y sus costumbres, tal y como es nece- 
sario para desempeñar el gran cargo á que están llamadas, 
y cuyo fin se propuso el Supremo Ser al formarlas. Pues si 
bien es cierto que la parte culta y acomodada.se esmera en 
educar á sus hijos, según su clase y el objeto á que los des- 
tina, no lo es menos se ocupan mas de cultivar so entendi- 
miento que su corazón, olvidando uno y otro en sus hijas. 
Y ¿por qué, decía yo muchas veces, por qué se han de ol- 
vidar estos padres y muchos ignorar que no son menos n' 
de menor importancia los deberes de estas en sociedad? 
¿Creen por ventura que si el hombre es llamado para des- 
empeñar los destinos del Estado, la mujer se ha de reducir 
solo á lo que bueno ó malo vé en su casa, según la clase á 
que pertenece? No, y mil veces no; esto es un error y una 
ignorancia crasa, tanto mas notable y perjudicial en el si- 
glo en que vivimos: sí, en el siglo XIX, en el que tanto se> 
desarrolla el saber por medio de la prensa; en el que se des- 
pierta ese gran deseo de leer en todas las clases, y mil v 
mil obras científicas, novelas recreativas, odas alusivas, pe— 
riódicos de todas clases y matices se examinan: á este siglo 
repito, y á la convicción de varias amigas mias estaba re- 
servado el combatirlo, mas el modo de hacerlo era nuestra 
duda y obstáculo. La timidez propia de nuestro sexo, la 
falta de instrucción necesaria nos impedía formar ó escribir 
una obra que instruyese en sus deberes á la mujer en todos 
los estados de su vida, manifestando la utilidad de ella, y 
combatir así el error que nos proponíamos. 

Mas si esto era imposible para mujeres de solo una edu- 
cación regular, atendiendo á los grandes conocimientos que 



se exijen para escribir una obracientífica-nioral, no es di- 
fícil contribuyendo cada una por su parte redactar un pe- 
riódico en el que se recopile cuanto sea conducente á ellas. 

Confieso con la franqueza que me es propia que desea- 
ba se realizase esta idea por mis amigas, y no dudaba de 
su buen éxito, pues todo el bello sexo creo está interesado 
en contribuir á este proyecto, tanto mas cuanto su objeto 
único es sostener, defender y enseñar sus deberes en gene- 
ral, para recordarlos á las señoritas bien educadas, y para 
enseñarlos á las que no lo estén; pero jamás pensé lomar 
parte, ni podia tener la pretensión á ello, pues con once 
lustros que cuento, y varios achaques, me creia suficiente- 
mente escusada del honor que mis dignas y celosas compa- 
ñeras me dispensan, el cual no puedo menos de admitir, 
porque si bien conocen ini ningún talento, no se les puede 
ocultar alguna esperiencia por mis años. Tortura es para 
mí ciertamente; y para complacerlas deseara poseer un ta- 
lento profundo, un corazón mas vivo y una virtud sólida, 
para que aquel se espresase con la fluidez debida, este con 
el calor y buen deseo que le anima se reverberase, y esta se 
infundiera en todas, que es mi mayor deseo, pues la virtud 
es el don precioso, la margarita escogida, la perla sin pre- 
cio que debe hallarse en toda mujer, y la prenda única que 
puede hacerla feliz. 

Deseando pues conseguirlo en cuanto me sea posible, 
no me ocuparé de otra cosa que de sus deberes y derechos. 
Sí, amigas mias; bien sabida es la influencia moral que tie- 
ne la mujer en la sociedad; nadie debe ignorar el fin que 
Dios se propuso al formarla sacándola déla costilla de Adán: 
quiso fuese su compañera, compañera que participase de 
todos sus bienes, que consolase en la aflicción y enferme- ^< 



— 8 - 
dades á su esposo, que fuese recreo y ventura de este, 
jamás su sierva ó esclava que tiranizase, á pesar de haberle 
preceptuado á ella su obediencia al hombre; quiso en fin 
que conociendo su deber fuese la virgen prudente, la mu- 
jer fuerte y la viuda santa que nos describen los libros sa- 
grados. 

He aquí los tres principales estados de la mujer, y de los 
que deberé hablar para que sea hija obediente é instruida 
en el temor de Dios, que es la verdadera sabiduría, donce- 
lla honesta, esposa fiel, buena madre, viuda y anciana ve- 
nerable. 

Pluguiese al cielo coronar mis esfuerzos y que lo que mi 
mal cortada pluma grabe, se afirme en el corazón de esa 
media y bella porción del género humano á que pertenez- 
co, y logre quitar la preocupación en unas y la degradación 
en otras, consiguiendo así que cada cual, ya pertenezca á la 
alta clase, ya á la inedia, ó á la mas pobre, unas y otras co- 
nozcan sus deberes y se eleven al grado y rango que el 
Omnipotente se propuso. No me valdré de otros modelos 
que los que me proporcionen los libros saDtos é Historia 
Sagrada, manantial saludable y fecundo para mi objeto. 
Ojalá produzca cuanlo me propongo! Si bien no me espre- 
se con la cultura é ingenio de una pluma docta, al menos 
procuraré con la sencillez de mi insuficiencia espresar mi 
concepto, manifestar sus utilidades, y buenas consecuencias 
á cada una en particular y á todas en general; por lo que si 
solo atienden á la pureza de mi propósito y doctrina, no se 
defraudarán mis esperanzas, y podrán disimularme los de- 
fectos de mi lenguage, si no es tan correcto cual deseo. 

Creo haber en este primer número manifestado el objeto 
que me propongo, carísimas y laboriosas amigas mias, se- 



guu el cargo que me habéis encomendado: si el objeto llena 
vuestro deseo nada mas anhela vuestra amiga y servidora 
que continuará, 

JACOBA. 



i 



DEBERES DE LAS VIEJAS PARA C0\ LA SOCIEDAD. 

Escribamos lo que sentimos, sin ánimo de ofender á 
nadie, sin pretensión de elevarnos á censoras de las que nos 
adelantan en edad y pueden ser nuestras maestras, y sí solo 
con el firme y sincero propósito de cooperar también por 
nuestra parte á ese adelanto hacia el bienestar de la socie- 
dad humana que se llama progreso, en cuanto lo permitan 
nuestras débiles fuerzas y nuestra limitada instrucción. 

¿Qué son pues las viejas en la sociedad? 

Un mueble sobrante y que no está mas de moda, según 
unos; un ente ridículo de quien cualquiera puede mofarse 
impunemente, según otros; una preciosa alhaja que puede 
tener muchísimo valor, según nosotras. 

La mujer en la primavera de su vida, si no por su her 
mosura por su juventud, puede ser objeto de las mas gra 
tas ilusiones de un hombre: á los 2a anos puede hacerle 
completamente feliz: á los 3o puede compartir con él las 

penalidades y azares de la vida: á los 45 es cuando la 

mujer debe empezar á dar pruebas de abnegación, de cor- 
dura y de generosidad. De abnegación despreciando las fu- 
tilidades de un mundo que ya la abandona; de cordura me- 
ditando bien lo que hace y dice, y de generosidad renun- 
ciando espontáneamente ciertos derechos de galantería y 
pretensiones en favor de las jóvenes que vienen sucedién- 
dola «n el teatro de las galanterías. 



— 10 — 

En este ultimo estado de la vida, pues, nos vamos á exa- 
minar nosotras mismas. 

No pretendemos que se llame vieja una mujer á los 4-5 
años; pero va ya empezando á envejecer: sus mejillas son- 
rosadas no son las de otro tiempo; su pelo ó deja ver algún 
vacío ó descubre alguna lista blanca que hace un sensible 
contraste con el color bellísimo de otros dias; su frente, 
surcada por alguna indiscreta arruga, va marcando la hue- 
lla del tiempo; sus ojos no brillan como antes; las sonrisas 
no son tan frecuentes porque podrán descubrir alguna falta 
entre las perlas que adornaron su linda boca. Todo en (in 
empieza á conjurarse en esta época contra la que hace poco 
llamaran emanación bellísima de la Divinidad, obra destina- 
da á ser el encanto de la mitad del género humano, suspiro 
de los héroes, inspiración de los poetas, delicia, alma y vi- 
da de los corazones sensibles; pero flor caduca destinada 
también como esta á perder muy pronto el imperio de sus 
perfumes y de sus hechizos. 

A los cuarenta y cinco años, repetimos, la mujer no es 
precisamente vieja, pero vieja le dicen las de quince, veinte 
y cinco y aun treinta y cinco; y los que como en un jardín 
de flores buscan siempre la última que presenta su ser á las 
caricias de los céfiros, vieja la llaman y lo será tal vez. lia v 
sin embargo especialidades: muchas mujeres conservan <> 
aparentan frescura hasta mas allá de los cuarenta y cinco, 
pero es tan reducido el número, y el arle se manifiesta á 

veces tan claramente que es menester convencernos de 

que á la edad indicada es gloria ocupar el puesto que nos 
pertenece y dejar el suyo á quien nos debe reemplazar. 

En efecto; ¿qué opinión podemos formar de las que 
próximas á contar medio siglo quieren parecer jovenallas 



— 1! — 

todavía y llamar la atención como aquellas? Una opinión 
muy pobre, muy desventajosa; v en estas encontramos las 
viejas superficiales y vanidosas, que pretenden á toda costa 
ser loque ya no son, teniendo fuertemente agarrado aun 
el cetro de la belleza, que el tiempo ha carcomido y que se 
reduce á polvo entre sus manos. 

Nada mas ridículo en la sociedad que una vieja fatua y 
presumida, olvidada de sus años, sin reparar en sus hijos y 
en los hijos de sus hijos, v exigiendo adoradores, galanteos 
y homenages de todas clases. Fastidia con sus galanterías, 
empalaga con los relatos de sus triunfos, asusta con sus 
declaraciones amorosas, espanta con sus repetidas sonrisas, 
y con sus lánguidas miradas y repentinos desmayos... ha- 
ce reir. 

¿Y cómo no reírse á vista de tanta eslravagancia y de- 
bilidad? ¿Cómo no llevar el ridículo estas estacionadas aves 
de rapiña que todo quieren dominarlo y avasallarlo, sin 
apercibirse de que son el blanco de la común irrisión? No es 
verdad que la sociedad sea injusta con esta clase de viejas; 
son ellas las que buscan la severa censura, el menosprecio 
y el castigo debido á sus caprichos no moderados por los 
años, y á su ambición aumentada con la edad. 

Y aunque asi hablando, no se crea que alimentamos la 
mas mínima antipatía contra las viejas: nosotras, como arri- 
ba hemos dicho, las consideramos como las mas preciosas 
alhajas de la sociedad-, cuando cumpliendo con los deberes 
que esta les impone encontramos en ellas madres amorosas, 
esposas discretas, amigas leales y consejeras esperimenta- 
das. Cuales son estos deberes los diremos en el próximo 
número. (Se continuará.] 

ANA MARÍA, 






— 12 — 

Cou el mayor placer insertamos á conlinuacion las be- 
llísimas poesías con que nos han favorecido dos de nuestras 
suscritoras, muy conocidas en los círculos literarios de esta 
corte por sus grandes talentos poéticos; dando al mismo 
tiempo las mas espresivas gracias á dichas señoras por el 
favor con que se han servido honrar nuestras páginas. He- 
las aquí: 

AL AMOR MATERNAL. 



Casta imagen sonrosada 
De la inocencia infantil, 
Cogollo puro y gentil, 
Tu sonrisa inmaculada: 

Entre gratas sensaciones 
Vierte tu esencia divina; 
Que eres pura y peregrina 

Y elevas los corazones. 
Cuando una madre suspira 

Y en raudo vuelo se agita. 
El alma pura medita 

Y en su sonrisa respira: 
Mira su hermoso esplendor 

Su mirada trasparente, 
Que se lija blandamente 
En las prendas de su amor. 

En su frente candorosa. 
Como el aura virginal. 
La corona celestial 
Contempla madre amorosa. 



— 13 — 

Eu lu santo frenesí 
Magestuosa inspiración 
De celeste sensación 
Te rodeé siemprejsí. 

Gloria á la que en luto y llanto 
En solitaria mansión. 
Con mi plácida canción 
Se disipa su quebranto: 

Que al ver esas lindas flores 
Espléndidas de belleza. 
Cual manantial de pureza 
Disiparon tus dolores. . 

El divino firmamento 
Con su manto purpurino, 
El pasage peregrino 
Ve del aura matinal: 
En infantiles cabezas 
Gloriosa corona agita 

Y su marcha precipita 
En su carro celestial. 

No del bullicioso mundo 
La grandeza me alucina, 
Ni su esplendor me fascina 
Con su aciaga claridad, 
Que su fuego delirante 
Nos subyuga poderoso, 

Y nos muestra impetuoso 
Su sombría crueldad. 

Mas si de mi pobre lira 
Escucháis el triste acento, 



Al estinguirse entre el viento 
Delirante el corazón: 
Cifra en seres inocentes 
El esplendor de esperanza, 
El cielo veréis os lanza 
Grata y pura sensación. 

Si sus candorosas frentes 
Sella el labio delirante, 
Tu corazón siempre amante 
Madre! brilla de placer: 
Un arcángel de alegría 
Con su sonrisa amorosa 

Y con su luz misteriosa 
Tu mente suele mecer. 

Oh! divinas sensaciones, 
Portento de la natura, 
Imagen sencilla y pura 
De cariño maternal, 
Fija tu impávida frente, 
Fíjala pura en el cielo 

Y te sirva de consuelo 
Su aureola celestial. 

Entre el murmullo lejano 
Se estingue mi pobre acento, 
Éntrelos ayes del viento 
Escucho linda canción: 
Angeles puros y bellos 
Con plácidas armonías 
Iluminen vuestros dias 

Y os fascinen de ilusión. 

Miiuliu B. ile l'Vrruiit. 






— Ib — 

LA INMORTALIDAD. 

¡Ya todo se acabó! mirad al hombre 
Que se entregó al estudio con desvelo; 
Solo queda la cifra de su nombre, 

Y uu puñado de polvo en este suelo! 
¡Ya todo se acabó! el postrer sonido 

Que despide esa fúnebre campana, 

Le llama ¡ay triste! á la mansión de olvido 

Do el sueño eterno dormirá mañana! 

Y al par que ese sonido plañidero 
Se estingue su memoria dolorosa: 
Hoy su pérdida llora el mundo entero. 
Mañana ni una flor habrá en su losa! 

Que este frivolo mundo al que hoy admira 
Mañana olvida, como tierno infante. 
Roto juguete con desprecio mira, 

Y algún nuevo joyel busca anhelante. 

A su ánimo voluble y siempre inquieto 
Nada le importa que inferior le sea; 
Basta la novedad, basta un objeto 
En que pueda fijar su errante idea. 

Del que cobija ya triste sudario 
Se pierde en este suelo la memoria. 
Solo resta la piedra del osario, 
Que al porvenir revelará su historia. 

Si á la posteridad tal vez lograra 
Su memoria legar esclarecida; 
¿Cual es el pobre premio que alcanzara 
Del triste afán que consumió su vida? 

Que mañana al cruzar el peregrino 
Ese campo cubierto de despojos, 
Se detendrá tal vez en su camino 

Y en esa piedra fijará sus ojos. 
Vago recuerdo evocará ese nombre 

Que entre nombres ilustres ya figura, 

Y prosternado ante el saber del hombre 
Con flores ornará su sepultura. 

Mas si siguiendo audaz en su porfía 
Osara levantar la piedra helada; 




~16 — 
Cómo lleno de horror contemplaría 
Del que admiró la deleznable nada.' 

¡Ceniza y corrupción es lo que queda 
De esa existencia ha poco tan lozana! 
¿Qué le importa al vil polvo que conceda 
Un lauro á su saber la raza humana? 

¿Qué le puede importar ese murmullo 
Que elevará tal vez la edad futura, 
Su nombre proclamando con orgullo, 
Mientras yace en humilde sepultura? 

Para esto consumió su vida ansiosa 
Al trabajo entregada y la vigilia, 

Y en alas de su mente jactanciosa 
Que era estatua olvidó de pobre arcilla 

¡Mísera humanidad! esa cabeza, 
Que en su orgullo tal vez del Armamento 
Pretendió analizar la alta grandeza, 
¡Es juguete de un átomo de viento! 

¡Misera humanidad! En su locura 
Piensa dictar su lev al orbe todo: 
¡ Llega la muerte con su faz impura, 

Y el gigaute inmortal vuelve á ser lodo! 

Porqué tanto afanar? ¿por qué consume 
En incesante afán su \ida el hombre, 
Desbechando de amor grato perfume 
Para alcanzar esclarecido nombre? 

¿Por qué tanto afanar? ¿por qué ambicioso 
Vuela el triste mortal tras gloria vana? 
¡Gozad tranquilos de un vivir dichoso, 
Antes que suene la fatal campana! 

Ángel* Cirnftüi. 



MADRID 1851. 

Ini pronln «lo tlou .los«- TruJIllo , hijo, 

Calle de María Cristina, número 8. 



\ño I. Doin'iugo 10 de agosto de 1851. Núm. 2 

LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de Señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid en las libre- 
rías de Monier y de Cuesta, á í rs. al mes; y en provincias 10 rs. por dos 
meses franco de porte, remitiendo una libranza á favor de nuestro impresor, 
A sobres de franqueo. 



Hemos leído en el Anunciador una especie de comuni- 
cado que desde su principio nos proporcionó momentos de 
buen humor; pero cuando llegamos á algunos puntos y des- 
cubrimos ciertas ideas é intenciones entonces sí que no 

hemos podido contener la carcajada! Lo único que de su 
contenido hemos sacado en limpio es que el autor, que ha 
abusado del nombre de nuestras suscritoras, es digno tan 
solo de ser llevado á una escuela de primera enseñanza, á 
una deesas escuelas donde se aprende educación, urbani- 
dad v cortesía. 



DEBERES DE LAS VIEJAS PARA CON LA SOCIEDAD. 



(conclusión. ) 

«Escribamos lo que sentimos» , dijimos en nuestro pri- 
mer artículo sobre este interesante y delicado tema, y lo 
que sentimos en efecto seguimos escribiendo. 



i 



— -1 — 



Las mujeres que lian pasa tío de los Va años no son pro- 



piamente viejas; pero caducan va como 



la flor, v andan á 



pasos agigantados hacia la total mina de su imperio en las 
regiones de la hermosura y del galanteo. Necesitan pues 
conformarse con su destino y cambiar en cierto modo su 
vida anterior para ron la sociedad. Deben por consiguien- 
te tener en lo que vale esta sociedad misma que ayer les 
brindaba toda clase de bomenages, buscándolas y acatando 
su voluntad, y bov no les hace caso ó las menosprecia, di- 
rigiendo siempre sus miradas hacia el sol que nace, no al 
que se pone. Toda mujer pues de talento y corazón debe 
tener en cuenta á los cuarenta y cinco años, mas que todo 
su propia dignidad, comportándose de modo que donde no 
haga falta no esté de sobra, y que los prestigios de la ber- 
raosura y de la juventud sean subrogados por todas aque- 
llas cualidades que concillan el respeto y la veneración. 

Creemos de consiguiente que las mujeres desde la in- 
dicada época mas que en las anteriores debieran conside- 
rar como deberes que la sociedad reclama de ellas: 

La renuncia de grandes pretensiones en el mundo ga- 
lante; el DO hacer ostentación de aquellos dones de la na- 
turaleza que deseados y buscados en la juventud empalagan 
en la edad madura; frecuentar los bailes tan solo ruando 
las conveniencias lo exijan, con lujo la que pueda gastarlo, 
pero sin cargazón de flores y moños; apreciar en las jóve- 
nes lo que en otro tiempo era digno de aprecio en ellas; 
prever mucho y hablar poco; ser discretas, tolerantes y no 
pesadas; compadecerse de los errores ágenos, acordándose 
de los propios; ser justas consigo mismas para serlo ron las 
demás, guiar la juventud por la senda de la honestidad, 
del honor, déla virtud: ser amigas sinceras, esposas fieles 



y madres cariñosas, resuellas, atrevidas, educando á sus 
hijos para el bien de la sociedad y orgullo de la patria. 

Es indudable que teniendo presente cuanto de paso de- 
jamos dicho en atención á los reducidos limites de nuestro 
periódico, no debiera haber mujeres á quienes llamándolas 
viejas se las designara como el blanco de los tiros y piro- 
pos de mal género de los varios círculos de la sociedad. 
Sin embargo las hay, aunque su número, á no dudarlo, 
vaya disminuyendo de dia en dia á causa del benéfico in- 
flujo del progreso, que derrama su luz regeneradora sobre 
todas las clases de la sociedad humana, desarraigando pre- 
ocupaciones inveteradas y conveniencias mal entendidas; 
las hay todavía y las habrá hasta que un orgullo necio, una 
vanidad tonta y un egoísmo sin término dejen lugar á la 
sana razón para que esta haga ver clara y sencillamente á 
las ilusas de nuestro oprimido y siempre mal juzgado sexo 
que la mujer en todas las fases de su vida merece el apre- 
cio del sexo fuerte y el cariño del suyo cuando sabe llenar 
la misión á que Dios la ha destinado y comprende altamen- 
te su propia dignidad. 

No faltará acaso quien leyendo estos pobres pensamien- 
tos nos venga objetando que la mujer es débil, ó que cier- 
tas estravagancias y desmanes, especialmente en su edad 
madura, son inherentes á su innata debilidad. Error, dire- 
mos nosotras, fatal error! La mujer es fuerte tanto como 
puede serlo cualquier hombre, no en su físico, formado 
para amansar la fiereza de este compañero suyo y prepoten- 
te dueño, sino en su espíritu, en su alma, capaz de las mas 
sublimes inspiraciones, así como de los mas triviales pensa 
míenlos. Su fibra es sensible y recibe con mayor facilidad 
las buenas ó malas impresiones; pero su voluntad es de 



— 4 — 
hierro, y cuando en un propósito se afirma no hay fuerza 
humana que pueda retraerla. ¿Cuánios héroes n6 han reci- 
bido la ley de una mujer? ¿y cuántos y cuánios hombres no 
merecen tampoco el honor de ser puestos en parangón con 
ella? 

Lo que necesita la mujer á la par que el hombre es la 
educación. Que se eduque; que se inculque en su corazón 
desde la niñez el sentimiento de lo bueno, de lo justo, de lo 
honesto; que se le enseñe el camino que debe recorrer para 
alcanzar su felicidad; que se le presenten continuos mode- 
los de nobleza, generosidad y abnegación; que se le diga 
francamente quien es ella y cuál es su misión en la tierra: 
sepa que su familia es la nación, y su patria el mundo: 
aprenda en tiempo á despreciar las futilidades mundanas y 
¡i dar á los placeres de la vida el valor que tienen en reali- 
dad. Edúquese, repelimos, y la mujer será siempre la glo- 
ria de su sexo y la felicidad del hombre, y llegada á la edad 
de que nos hemos ocupado, tomará con orgullo en la so- 
ciedad el puesto que le corresponde, y recibirá agradecida 
los homenages debidos á la esperiencia, á la virtud, al mé- 
rito. 

ANA MARÍA. 

MUJERES CÉLEBRES. 



doSa mama coronel. 



Brotan de vez en cuando de entre las generaciones hu- 
manas algunoe seres escojidos por el Criador para alentar 







— 5 — 

al débil y fortalecer al bueno en el áspero camino de la vir- 
tud. 

Su alma es fuerte; encierra mas germen divino que las 
de las otras criaturas mortales, y los generosos sentimientos 
que crea, las grandes acciones que inspira, quedan por 
siempre grabadas en el libro de los tiempos para consuelo 
y guia de la ciega humanidad. Son flores lozanas que mu- 
cho después de muertas purifican y embalsaman aun la pes- 
tilente atmósfera de la vida. 

El heroico rasgo del cual vamos á ocuparnos hoy, y 
que es y será admirado de las edades, probará mejor que 
nuestras débiles palabras la proposición que acabamos de 
asentar: y la circunstancia de ser española la matrona que 
tuvo bastante valor y fé para ejecutarlo, al par que nos 
llena de orgullo es lo que nos ha movido á escojer este tipo 
entre los numerosos y brillantes que de seres pertenecien- 
tes á nuestro sexo presentan todos los siglos y todas las na- 
ciones. 

Doña María Coronel, esposa del noble don Juan de la 
Cerda, vivía en Sevilla en 1333. La fama de hermosísima 
que en España tenia era sobradamente justificada: y el ta- 
lento, la discreción y virtudes de que se hallaba adornada 
realzaban hasta el eslremo aquel interesante dote. Reinaba 
á la sazón en Castilla don Pedro el Cruel; aquel rey licen- 
cioso cuya voluntad no conocia freno, y que valido de su 
poder y del temor que su nombre infundía, atrepellaba la 
virtud donde quiera la hallase, si siquiera servia para satis- 
facer momentáneamente alguno de sus torpes caprichos. 

Tuvo un dia ocasión de ver á la hermosa doña María, 
y desde entonces ardió su corazón en criminales deseos. 
Vana fue la resistencia de la que el rey destinaba para víc- 



— r. — 
lima; inútiles los esfuerzos Je su virluil, infructuoso el aro- 
ma de pureza y castidad que exhalaba y que al mismo vicio 
imponía respeto. El pecho de don Pedro era un infernal re- 
ceptáculo de gigantescas pasiones, y cuando estas estalla- 
ban en toda su furia, de nada valían cuantos obstáculos hu- 
manos pudieran oponerse á su desbordamiento. Sin embar- 
co, aun quedaba un refugio grande y sagrado á doña Ma- 
ría para poner dique á las intenciones del rey: acercarse á 
su Dios. Acosada y perseguida, como la pobre cierva délos 
bosques, se prosternó delante de los altares, y las puertas 
de un convento de Sevilla se interpusieron entre ella y el 
audaz monarca. ;Pero todo fue en > ano! La. violenta pasión 
de este despreció escudo tan sagrado de la virtud, y despe- 
ñada y ciega trató de robar de los brazos de Dios la pobre 
refugiada, arrancándola del monasterio. ¿Dónde podia di- 
rigir su vuelo la tímida gacela para evitar las garras san- 
grientas del águila? ¿Dónde hallar un asilo que pudiera de- 
fenderla? Por desgracia no existia en la tierra. Debía ceder 
por fin? ¿Debia ser empañada su pureza, ultrajada su casti- 
dad y escarnecida su virtud? Ah! no: en aquel desesperado 
momento el cíelo la envió una de sus inspiraciones, la úni- 
ca que podia salvarla y se salvó. 

Fijado por don Pedro el día en que debia consumar el 
negro crimen que meditaba, llegó al convento que guarda- 
ba á doña María; mandó á sus siervos hacer pedazos sus 
puertas y penetró violentamente en el sagrado recinto. Una 
sonrisa infernal vagaba por sus labios; sus ojos brillaban 
con lodo el fuego de su torpe pasión, y cuando ordenó á la 
superiora del monasterio que condujese á doña María de- 
lante de su presencia, temblaba su voz de placer. Iba á ver 
colmado el mas ardiente deseo de su alma; el mas rudo ins- 









Mnto de su torpe materia! De repente se abre una puerta: 
llega una mujer hasta el rey, y cotí voz abogada por el do- 
lor, le dice: Yo soy doña María Coronel; aqui me tenéis! 
Don Pedro horrorizado dio dos pasos atrás, y quedó mudo 
de terror. El rostro de la infeliz estaba todo ensangrentado; 
sus bellos ojos cubiertos de heridas, su boca y narices hor- 
riblemente desgarradas, sus mejillas punzadas por nume- 
rosas partes; y el conjunto de todo el semblante, en otro 
tiempo tan bello, era tan monstruoso que inspiraba horror 
y repugnancia. 

La infeliz doña Marta se había destrozado con una 
crueldad heroica para afearse á los ojos de! monarca, <-s- 
tinguiendo su pasión, y lo había conseguido por completo. 

El rey don Pedro conoció aunque tarde lo sublime, lo- 
do lo grande de tan heroica acción, tembló y huyó espan- 
tado para siempre. 

JULIA 



SOBRE LA MANERA DE VESTIR. 



Tres cosas son eu nuestro concepto las que deben do- 
minar mas principalmente en el vestido de la mujer: ele- 
gancia, buen gusto y sencillez. 

Por elegancia no entendemos nosotras lo que vulgar- 
mente suelen entender algunas personas, que creen hallarla 
solamente en los lujosos y ricos atavíos; sino que mas que 
en ninguna otra cosa creemos consiste en su corle y modo 
de llevarlos. La elegancia, según nuestra clasificación, pue- 
den tenerla todas las clases, lodos los estados v todas las 



— 8 — 
edades; ella uo es mas que cierto aire delicado que reveía 
finura de la persona. Tan elegante puede ir una gran 
ñora vestida de rica blonda ó terciopelo, como la mujer 
del artesano con el modesto traje de percal ó muselina. 

El buen gusto puede decirse que es el principal agente 
de la belleza artificial; pero desgraciadamente no siempre 
se ve destacarse en ella sus bellas pinceladas. Por buen gus- 
to entendemos la buena elección en los colores, el acierto 
en combinarlos, la gracia en la colocación de los prendidos 
y nada de exageración, porque de ella procede un aire que 
nada favorece. Esto lo sabe cualquiera persona fina; pero 
>in embargo vosotras mismas, queridas lecturas, os habréis 
reído mas de una vez de lo mal vestidas que van algunas 
señoras con lujo, v que por su clase deberían saber ves- 
tirse. 

La sencillez es á nuestros ojos el adorno que realza 
mas la belleza. En efecto; ¿qué cosa mas bella que una mu- 
jer sencillamente compuesta? La naturalidad ron que se 
adorna hace creer que toda su belleza es propia y en nada 
debida al arte. La mujer cuando joven necesita de muy po- 
cos adornos, pues la naturaleza perdónesenos esta fran- 
queza la tiene bien engalanada; en caso de no serlo debe 
manifestar su talento no haciendo uso de adornos aglome- 
rados, para no manifestar que quiere suplir ron ellos la 
belleza real. La siguiente décima, que aprendimos en nues- 
tra niñez, parece compuesta mas que para la lectura para 
el adorno de la mujer: 

El mas lucido primor 
De este arle y otros mas 
Tan solo lo alcanzarás 
Cuando lo ocultes mejor; 






— 9 — 
Porque el natural vigor 
Que el estudio te procura 
Logra su mayor altura 
Cuando á fuerza de saber 
\o hay quien llegue á conocer 
Oue el arle le dio hermosura. 



ROSA. 



UN MES Ei\ LA ALDEA . 



r 



Introducción. 

El mundo es hijo de la inmensa sabiduría de Dios 

la filosofía es el producto de las indagaciones de los cálcu- 
los del hombre. La primera de estas creencias iluminaba 
mis pensamientos, como el sol resplandece desde su órbita 
en el gran espacio del orbe, cuando sus rayos vivificadores 
doraban la superficie de los montes. Aquel vaporoso velo 
que cubría las montañas de caprichosos matices, aquellos 
pedruscos tachonados por sus diáfanos rayos, hacían que 
las ideas tomasen atrevido vuelo, para luego descender des- 
de el vasto imperio de las ilusiones á la nada de mi insufi- 
ciencia. Por uno de aquellos arcanos que no podemos des- 
cifrar, en uno de estos momentos de exaltación llegaron 
hasta mis oidos los ecos de las campanas de una vecina al- 
dea, que esparcían por el viente sus melancólicos tonos co- 
mo queriendo armonizar en mi alma el mágico embeleso 
de la religión con la admiración que producen en mí los 
encantos de la naturaleza.' ' 

Entonces mis ojos se fijaron en aquellas pobres casas. 



en 



KSiXuo d-Uy- r fc-<~~ti -e-n-*^ 1 - <- | f o hci - 



— lü- 
quc lal vez encerraban tantos tesoros de amor. Leia la sen- 
cilla historia de sus moradores en aquellas rústicas cabanas; 
pero ¿cómo podré espresar lo que en aquellos momentos 
de santa contemplación pensó la mente? Cuando las inspi- 
raciones del alma son puras la imagen de Dios se muestra 
radiante á nuestros ojos; en estos instantes supremos el co- 
razón escucha una voz que le grita: delente, pobre nave- 
gante, sujeto á las borrascas del corazón, y no le atrevas á 
profanar los divinos arcanos con arrogante audacia; pero 
no, la convicción pura de. tu bondad me reanima en medio 
de las tinieblas que me circundan; poique tu fuego divino 
es el que enaltece el alma: sin tí el entendimiento humano 
fluctúa sin apoyo, los pensamientos son débiles, porque no 
son hijos de esa razón justa que nos marca nuestro deber, 
sujeto á tus inspiraciones, á esos avisos espirituales que ani- 
man nuestra conciencia é iluminan nuestra razón. 

¡Oh hermosa naturaleza! todo en tí es armónico y puro: 
si considero las cristalinas aguas de tus tranquilos riachue- 
los, si respiro la fragancia de tus llores, si miro el cielo ta- 
chonado de estrellas, si contemplo la sonrisa del atrevido 
rapaxuelo que corre en pos de su sombra, lodo me revela 
tu poderosa mano. ¡Oh bella naturaleza! lú eres la imagen 
de Dios: .salve á tí! A tu vista el corazón se dilata, quiere 
surcar el gran espacio de tu inconcebible creación; medir 
las distancias, las colosales dimensiones del universo. De- 
tente, pensamiento mió: ¿a dónde te lleva tu entusiasmo, á 
dónde tu arrogante audacia? Quieres espresar, poner en 
movimiento las tiernas afecciones del corazón; pues bien, 
deja que tu frente impresa lleve la huella de la meditación, 
que lus escritos no sean hijos de una inspiración atrevida y 
'•dosa; perfecciónale, pensamiento mió, con el estudio y la 



— II — 

delicia, y si liegas hasta el período feliz que marcan lautos 
iluslres varones , alza atrevido lu vuelo y retraía á los 
hombres. 

O por otra parle, si meditamos, si queremos profundi- 
zar esas máximas que destruyen la mas santa de las espe- 
ranzas, si queremos rechazar esos terribles sofismas que 
conmueven la sociedad, la sabiduría se alza imponente y 
nos dice: el pensamiento tiene sus derechos incontrastables; 
podemos combatirle ; pero su libertad es hija de la razón 
del entendimiento, lo mismo que la tierra se vivifica por los 
ardientes rayos del sol; pero nosotras podremos compren- 
der la intensidad dé esas doctrinas que conmueven la socie- 
dad y ponen en movimiento el mundo científico? Creo que 
nuestra misión debe ser mas tranquila: respirar la fragancia 
de las flores, 'engrandecer esas afecciones llenas de santa 
inspiración que nos ennoblece, é iluminar esos seres que 
eslraviados por caminos en que la idealidad los aparta del 
deber se precipitan. Espíritus adormecidos en el sueno del 
error, despertad: escuchad el sencillo gorgeo de los paja- 
rillos, emblema de la inocencia que debe albergarse en 
nuestro corazón; mirad el curso siempre metódico de los 
planetas, que nos indican que en la pureza de nuestras cos- 
tumbres debemos guardar la misma regularidad que la na- 
turaleza en sus diversas formas; contemplad esas colinas 
iluminadas de diáfano resplandor, que nos dicen todas estas 
maravillas son el pensamiento de Dios; es grande, es el uni- 
verso: nosotras, humildes seres que nos doló de inteligen- 
cia para conocerle, debemos venerar las escelsas máximas 
de sus doctrinas, tanto en nuestras acciones como si quere- 
mos grabar las sensaciones de nuestra alma eu el papel. 
¡Qué conmoción no sentimos cuando nuestros pensamicn- 



— 1¿ — 

los miili'ii el \asto imperio de los acontecimientos! Presen- 
tarlos á los ojos del inundo embellecidos para que la rela- 
ción de las pasiones que le humillan y envilecen no hieran 
nuestros sentidos, esta debe ser nuestra constante tarea, 
nuestro mas firme pensamiento: dejemos á los hombres re- 
generar el mundo y mostrarse al juicio de las edades veni- 
deras mas ó menos recomendables; nosotras entre tanto di - 
>inicemos las pasiones; la caridad sea nuestra antorcha, y la 
pureza de nuestras acciones, la santidad de nuestros pensa- 
mientos nos elevarán sobre las frivolidades del mundo, 
^alalia B. €l«» Ferranl. 



En cualquiera disensión, 
En lodo pleito ó querella 
Que turba la humana unión. 
No falta nunca un bufón 
Que pregunte: ¿Quién es ella? 

Quieren con esto hacer ver, 
Como por via de chanza. 
Que cual otro Lucifer 
Siempre la pobre mujer 
En todo lo malo danza. 

Incautos! reflexionad , 
Y hallareis que es un deber 
Lo que apellidáis maldad: 
¿No decís que la mujer 
Es vuestra cara mitad? 

Pues siendo esto asi verdad 
Es consecuencia á mi modo 
De pura necesidad 
Que donde se encuentre el lodo 
Se halle también la mitad. 

HESPERIA. 



— 13 — 

POESÍAS. 



POR LA PERDIDA DE SU HIJA 

¿Por qué, di, con vago anhelo 
Elevas triste y llorosa 
A laf bóveda del cielo 
Tu mirada dolorosa, 
Do se pinta el desconsuelo? 

¿Por qué tu pecho oprimido 
En la noche placentera 
Entrega al aura un gemido, 
Que á Dios lleva lisonjera 
En sus alas escondido? 

¿Qué buscas en esas nubes 
De celestial hermosura? 
¿Buscas tal vez los querubes. 
Que son de la virgen pura 
Fieles nuncios de ventura? 

¡Pobre madre! en su dolor 
A la nube, al aura, al cielo, 
Les pregunta con fervor 
Por la prenda de su amo^. 
Que no encuentra en este suelo! 

¡Pobre madre! en su lugar 
Se alza tumba funeraria. 
Y entregada á su pesar 
Nunca cesa de entonar 
Una fúnebre plegaria! 

Recuerda de pena henchida 



-11- 

Aquella Blanca hechicera 
Que fué el ángel ilc su vida, 
Con la gracia lisonjera 
Del candor embellecida. 

¿Por qué en edad lan temprana 
ltobó la muorle su encanto?... 
Ay! enjuga el triste llanto. 
Que la virgen soberana 
I.a acogió bajo su manto. 

Era pura y candorosa 
Como un arcángel divino; 

Y esta tierra dolorosa 
Ofrece vida angustiosa 

A un arcángel peregrino. 

La virtud de mil abrojos 
Halla sembrada su senda: 
Que da el mundo en sus enojos 
Lulo al alma por ofrenda. 

Y triste llanto á los ojos! 

¡Ay del que aquí su ventura 
Cifra tan solo y su gloria 
En la celeste ternura. 
Que le paga en amargura 
Del mundo la 1 vil escoria! 
. ¡Ay de aquel que sin mancilla 
A la virtud busca ardiente. 

Y al mirar que el ^icio brilla, 

Y el universo ferviente 
Ante él dobla la rodilla: 

Con afán triste y profundo 
Quisiera romper los lazos 



— la — 
Que le sujetan al mundo, 

Y á Dios volar tremebundo 
Buscando paz en sus brazos! 

¡Triste, muy triste es sentir 
El pecho de amor henchido, 

Y hallar en su atroz sufrir 
Desden por do quier y olvido: 
¡Triste, muy triste es vivir! 

Refrena pues tu amargara: 
Los suspiros son agravios 
Para el Dios que con ternura 
El cáliz de la amargura 
Ha apartado de sus labios! 

En tu destierro penoso 
Por ti, pobre madre, llora, 
No por el ángel hermoso. 
Que á los pies de Dios implora 
Que le ampare bondadoso! 

En la mansión de la calma 
Para aquellos que lloraron 
Dios resena eterna palma; 
Y confunde en solo un alma 
Las almas que aquí se amaron! 

.Inoróla CraMti. 






A 1¡V LIRIO. 

¿Por qué en tus hojas, 
mi bello lirio, 
lágrimas tristes 



— 16 — 
pone i'l rocío'.' 

Tú, que eres gala 
del valle umbrío, 
gotas derramas 
de llanto impío! 

¿Tal vez del aura 
no eres querido, 
v huye tus besos 
ron vuelo esquivo? 

La mariposa 
de manto rico 
¿ya tus colores 
no encuentra lindos? 

Dimc que tienes, 
mi bello lirio; 
¿por qué derramas 
tu llanto impío? 

Mas ¡ay! que el lloro 
que tú has vertido 
te torna hermoso, 
fresco y altivo. 

Mientra el que surca 
raudal sombrío 
por mi semblante 
descolorido, 

Deja señales 
tras su camino, 
que tristes claman: 
«;Ved su marlirio!» 



A. 






MADRID 1851. 

iiniin'iilu €!<• «Ion Jo»«- Triijlllo , hijo. 

Calle de María Cristina, número 8. 




Año I. Domingo 17 de agosto de 1851. Núni. 3 

«— ^B«—— lili I I WM I I I lili ■■!■— !■— . 

LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de Señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid en las libre- 
rías de Monier y de Cuesta, á 4 rs al mes; y en provincias 10 rs. por dos 
meses franco de porte, remitiendo una libranza á favor de nuestro impresor, 
«5 sellos de franqueo. 



Sin abrigar la presunción de que nuestra débil voz con- 
quiste para la mujer el puesto y la consideración que me- 
rece, pero guiadas sí del laudable deseo de contribuir á ello 
con nuestras escasas fuerzas, vamos á esponer en una serie 
de artículos el priucipal motivo que le impide llenar cumpli- 
damente la misión benéfica á que la destinó la Providencia, 
egerciendo el suave influjo que le corresponde, indicando 
á la vez los medios de corregir este mal. 

Si por dicha conseguimos que fijen su atención sobre 
este asunto personas de mayor ilustración y mas autoriza- 
das, y que ocupándose de él seriamente pongan remedio, 
nuestras aspiraciones quedarán satisfechas, nuestro traba- 
jo completamente recompensado. 

Entre las mil contradicciones que se observan en la so- 
ciedad es quizás la mayor conocerse y confesarse la impor- 
tancia de los deberes de la mujer en las diferentes situa- 
ciones de su vida, al paso que ni se le enseñan á ella, ni se 
le facilita su cumplimiento por medio de una conveniente 
educación; y descuidándose esta completamente, ó pres- 



— a — 

láodosela contraria á lo que debiera ser, se le exige la mas 
rígida exactitud en esos mismos deberes que no se le en- 
señan. 

Para corroborar esta verdad basta que dirijamos una 
mirada á la educación que, con algunas escepciones, se 
da hoy alas jóvenes en las diferentes clases de la sociedad, 
empezando nuestra tarea por la superior, por la mas se- 
lecta y elevada. 

¿Qué es pues lo que constituye esa que se llama esme- 
rada educación? ¿Qué relación existe entre esos frivolos 
conocimientos con que se llena la mente de la niña y las 
obligaciones que tendrá que cumplir la esposa, la madre? 
¿Cuáles son las máximas que se la inspiran? ¿Cuál en fin el 
objeto propuesto por sus directores? 

Todos los conocimientos en que estriba la instrucción 
son puramente de adorno; por únicas máximas se infunde 
la de lucir; el esclusivo propósito es formar una joven que 
brille, que deslumbre en la sociedad. Como si toda la vida 
se redujera á los primeros años de la juventud, parece que 
solo se educa á las jóvenes para esos fugaces años; para 
después nada, ni una máxima útil, ni una palabra que le 
revele. los deberes que luego tiene que cumplir. Y llega la 
joven á ser esposa, y las consecuencias de su educación y 
la falta de sólidos principios de virtud se dejan sentir muy 
pronto. 

La joven asi educada no ve en el matrimonio mas que 
un nuevo medio de brillar, un estado que le permite cam- 
biar sus adornos de flores por adornos de perlas y de bri- 
llantes, una manera sencilla de adquirir indefinida libertad 
para entregarse sin freno y sin descanso á los placeres, si 
no criminales siempre, frecuentemente peligrosos. 



I 



Habladle de la felicidad doméstica, y no os entenderá; 
describidle las delicias que proporciona esa sociedad íntima 
de familia, y juzgará que le contais una historia de las Mil 
y una Noches; atreveos á indicarle la conveniencia, la obli- 
gación en que está de dirigir su casa, Je ser realmente el 
ama de ella, y airada os volverá el rostro tomando á insul- 
to el título que no desdeñaron las nobles matronas castella- 
nas, y creyéndose humillada y envilecida egcrciendo el 
cargo de que hicieron gala hasta las reinas de Castilla. 

¿Cómo dirigirá su casa la mujer desvanecida que sin otro 
móvil que su vanidad se adormece con el triunfo de hoy y 
sueña alcanzar otro mañana? ¿Cómo establecerá el orden 
en su familia la que tiene desordenada la cabeza? ¿Cómo 
difundirá la paz y ventura entre los que la rodean la mujer 
de inquieto corazón y que solamente sabe vivir en el tor- 
bellino de los placeres? 

El esposo no tarda en disgustarse no hallando en la ca- 
sa la quietud, la grata felicidad que buscaba; echa de me- 
nos la dulce compañera que se imaginó, y culpa á la infe- 
liz por las faltas de los que la educaron. Los hijos... oh! los 
hijos son dignos de lástima por haber nacido de una madre 
que apenas conocen; de una madre que los aparta de su la- 
do por no privarse de los placeres, entregándolos á manos 
mercenarias; de una madre cuyo seno estuvo seco para 
ellos; de una madre, en fin, que no llegó á sospechar son 
mas dulces las delicias que se hallan en el cumplimiento de 
los deberes de madre, que cuantos placeres puede ofrecer 
la sociedad. Los hijos no sienten amor á esa madre; el es- 
poso la mira con disgusto; la joven brillantemente educada 
llega á verse en el aislamiento y el desprecio. Oh! y gra- 
cias si no tiene mayores penas que lamentar, si las conse* 



cuencias de esa superficial y frivola educación uo son mas 
fatales. 

Diariamente vemos y lamentamos los aciagos resultados 
de tan perjudicial educación; también los ven los padres, 
V sin embargo cuando se hallan en estado de evitar á sus 
hijas tan triste porvenir ¿qué hacen?... enloquecer de goio 
al oirías cantar con dulce voz, montar á caballo con gracia, 
ó pintar con soltura una mariposa.... ¿Será posible que no 
lleguen á ser precavidos? 

(Se continuará.) 






Un diario de esta corte nos invita á que con franqueza 
varonil espliquemos fu que consiste esa hidrofobia de tomar 
el pendingue de la casa paterna ó conyugal que se ha apode- 
rado de algún tiempo á esta parte del bello sexo de la corte; 
pues según él, debemos saberlo'de buena tinta, y conocer 
bien a fondo el remedio que convendría oponer á semejante 
mal. 

Vamos á complacer á nuestro cofrade, si no con la va- 
ronil franqueza que apetece, pues las franquezas varoniles 
solamente pueden sentar bien á los varones, con la necesa- 
ria al menos para ser bien entendidas. Usando de ella le» 
diremos de paso que encontramos algún tanto peregrina, 
mas bien que peregrina hipocrítilla, la ocurrencia de pre- 
guntarnos ellos la causa de acontecimientos en que tienen 
la principal parte los hombres: tanto valdría, y perdónen- 
nos la comparación, que preguntara el verdugo á su vícti- 
ma el motivo del sacrificio. 

Entrando en el fondo de la cuestión les haremos obser- 
var que, segun los hombres repiten cien y cien veces, la 



mujer es el reflejo de la sociedad en que vive, los hombres 
dan las leyes, establecen las costumbres, moralizan ó cor- 
rompen; la mujer en la dependencia en que se halla sigue 
el impulso que el hombre dá, es la cera en que se impri- 
men las ideas, las opiniones, las virtudes ó los vicios de los 
hombres en cuya sociedad se encuentra. 

No está todavía muy lejano el tiempo en que la morali - 
dad, la subordinación á los padres v á los esposos, eran las 
ideas que dominaban nuestra sociedad; la mujer entouces 
se consideraba condenada al sufrimiento, y la mujer en- 
tonces era con frecuencia víctima de la tiranía paternal, era 
la esclava de su esposo, pero se resignaba á sufrir, y si al- 
guna vez se rebelaba, si abandonaba la casa paterna era 
públicamente, pues lo hacia para encerrarse eu un conven- 
to, para consagrarse á Dios utilizando en provecho de su 
salvación el sacrificio de sus inclinaciones. 

Llegó el tiempo en que el hombre tuvo por convenien- 
te rebelarse contra todas las tiranías, lo mismo contra la de 
los reyes que contra la de los padres, y al proclamar la li- 
bertad política proclamó otras ideas que habian de destruir 
la ciega subordinación de las hijas y de las esposas. La indi- 
ferencia religiosa cundió también rápidamente; las costuin- 
bres tomaron un rumbodiferentedelquehabian llevado; antes 
se recomendaba la virtud, el sufrimiento; después se pro- 
clamó la felicidad, el placer. En la educación ocurrió e| 
mismo cambio; las madres, renunciando al respeto que ha- 
bian exigido hasta entonces, estableen una ilimitada fran- 
queza con sus hijas; las llaman sus amigas y hasta sus con- 
fidentas. Los esposos entablan sus pretensiones amorosas en 
las grandes reuniones; y apenas unido á su esposa, en vez 
de ser un amigo vigilante que aconseje y que esmerada- 



— 6 



mente evite los peligros de su compañera, él mismo la con- 
duce hasta la puerta de las grandes reuniones, de los pun- 
tos en donde su virtud ha de sufrir retios ataques, y allí la 
deja abandonada á sí misma sin hacerla otro encargo, ni 
otra recomendación que la de que se divierta; ¿cómo ha de 
incurrir en el ridiculo de ser el galán de su propia esposa? 

Estas son las costumbres actuales; esto hacen las ma- 
dres, esto hacen los esposos; mas á pesar de ello no dejan 
alguna vez de acordarse de que pueden ejercer la tiranía 
que en otro tiempo se usó, y lo hacen con mas violencia, si 
cabe, que en aquellos tiempos; poro la hija y la esposa 
emancipadas ya, digámoslo así, de la subordinación que 
antes se profesaba, careciendo de las firmes ideas reli- 
giosas que entonces las sostenían, son inducidas por los 
hombres de mundo, tan esperimenlados en engañarlas, que 
tantas protestas hacen, que tantos juramentos emplean, que 
de tan reprobados medios se valen para arrastrarlas al mal, 
¿qué estraño es que sucumban? ¿Quién dejará de escusar su 
error? Educada la mujer tan superficialmente, sin conservar 
en su alma máximas de moral y religión que apenas le die- 
ron, ¿le queda otra puerta para huir de la tiranía que abor- 
rece que el crimen de la fuga, ó el crimen del suicidio? 

Estos son pues los motivos que precipitan á las mujeres 
en ese fatal abismo. Quiere saber nuestro colega el medio 
de evitarlo; se lo diremos. Una educación moral y religio- 
sa cual conviene y cual no se dá. La renuncia délos padres 
y de los esposos á dar esa ilimitada libertad á sus hijas y es- 
posas en un principio, y á convertirse de repente en vio- 
lentos tiranos, exigiendo que se sometan sin réplica á su vo- 
luntad; y por último, que sobre los hombres dedicados á 
'educir y desmoralizar nuestro sexo, que se consideran sin 






méritos si oo cueutan algunas víctimas de su libertiuage, 
caiga ia reprobación y el desprecio de la sociedad entera. 

Si nuestros apreciables colegas quieren contribuir á que 
estos medios se realicen, desde luego les prometemos que el 
mal llegará á corregirse. 

JACOB A. 

MUJERES CÉLEBRES. 

MADAMA COTTIN. 

¡Cuan dulce es el trabajo que hoy nos proponemos des- 
empeñar! ,Coq qué placer tomamos la pluma para tribu- 
tar nuestro humilde y cariñoso homenage á la célebre es- 
critora, á la virtuosa mujer cuya memoria será venerada 
por siempre en el mundo! 

¿No la conocéis, lectoras queridas? No ha llegado á 
vuestras manos un bello libro que los hombres tienen en 
grande estima? No habéis devorado alguna vez con vues- 
tros ojos, empapados en delicioso llanto, la inmortal historia 
de las cruzadas! No han interesado vuestro corazón los cas- 
tos y desgraciados amores de la virgen cristiana, de la pu- 
ra Matilde, y del generoso infiel? ¿Y no os habéis imaginado 
que la que trazó en ese libro tan santas y hermosas inspira- 
ciones debia reunir en el alma todos los dotes de los án- 
geles? 

Si tal ha sido vuestro pensamiento, no habréis hecho 
otra cosa sino avalorar con justicia á la mujer cuyo nombre 
encabeza nuestro artículo. 



— 8 — 
En la villa de Tonneins, de Francia, vio por primera ver 
a luz del sol Sofía Reslaud, conocida mas generalmente 
por Mad. Cotlin, en 1773. Educada esmeradamente en 
Burdeos, mostró desde muy niña las aventajadas disposi- 
ciones de su ingenio, y se desarrolló en ella una pasión so- 
brenatural al estudio. Miraba con desden los juegos de la 
infancia, las inocentes distracciones de su edad; y en vez de 
correr con sus compañeras por los jardines de su colegio 
se la veia frecuentemente pasar su viJa ansiosa por algún 
libro, sentada á la sombra del árbol mas retirado del parque. 

Merced á una aplicación tan constante llegó a adquirir 
Sofía muyen breve una instrucción sólida y profunda; pera 
tan esquisila era su modestia que le disgustaba y servia de 
tormentóla distinción con que naturalmente era tratada. 

Casada á los 17 años de edad ron Mr. Cottin, opulento 
banquero de Paris, fué trasladada repentinamente al fausto, 
á la esplendidez y al movimiento de vida que le brindaba su 
fortuna en la capital de Francia; sin que sus dulces inclina- 
ciones, ni sus sencillos placeres sufrieran por esto la menor 
alteración. 

Viuda al contar 20 años, de un esposo á quien amaba 
en estremo, se entregó con mas ardiente afán al estudio á 
fin de enjugar las lágrimas de su dolor; pero ni aun sus 
íntimos amigos hubieran logrado jamás la dicha de apreciar 
con exactitud sus talentos, ni de ver un borrador escrito- 
por su mano, si una feliz circunstancia no hubiera hecho- 
traición á su reservado carácter. Lucharon en su pecho la- 
modestia y la caridad, y el campo quedó por la última! 
.Cuán digna y hermosa fué la batalla! 

El incidente de que hablamos parece que sucedió como 
signe: 






— 9 — 

Un amigo de nuestra escritora fué comprendido en uno 
de los terribles decretos que dictaban por entonces los revo- 
lucionarios. Sofía, que jamás habia podido ver una desgracia 
sin prestarle alivio, trató de salvar al sentenciado; mas para 
ello se necesitaba dinero, y la generosa dama era muy po- 
bre; pues la crecida fortuna que la dejó su esposo habia des- 
aparecido por completo en los vaivenes de la revolución. 
Entonces fué cuando, venciendo su resistencia escribió en so- 
los quince dias y dio áluz su primera novela, Clara de Al- 
ba, y sus productos sirvieron para coronar con éxito feliz la 
noble acción que se habia propuesto. 

¡Piasgo tan sublime basta para poner en relieve el ca- 
rácter celestial de Mad. Cottin. 

Después de esta publicación se lanzó resueltamente al 
palenque literario, y caminó por una senda continuada de 
flores y laureles. 

Su Matilde ó memoria de las Cruzadas elevó su reputa- 
ción literaria al mas alto grado, y las admirables páginas de 
esta obra se leyeron con avidez y entusiasmo en todos los 
ámbitos de la tierra; y aun cuando después escribió algu- 
nas otras, fueron oscurecidas por el inraorlal resplandor 
que aquella derramaba. 

Pero como los seres parecidos á Sofía viven muy poco 
en la tierra, porque el cielo los reclama para sí, la arreba- 
tó la muerte en la flor de su edad, cuando apenas contaba 
treinta y cuatro años, y el mundo la lloró sin consuelo. 

Recordemos nosotras sin cesar su dulce nombre y rin- 
damos alabanza eterna á sus inapreciables virtudes y ta- 
lentos. 

JULIA. 







— 10 — 

EDUARDO. 

Era uoa borrascosa noche de invierno; los vientos so- 
plaban desenfrenadamente por opuestos lados, y la lluvia, 
que caia á torrentes, se introducía gola á gota por las hen- 
diduras del antiguo techo de la bohardilla de una medio ar- 
ruinada casa de la calle de la Encomienda. 

¡Espectáculo doloroso! A la incierta luz de una lampa- 
rilla, que chispeando amenazaba apagarse de un momento 
á otro, una mujer que no pasaba de los 2a años, sentada a 
la cabecera de una pobre cama, estenuada por el insonnio y 
las privaciones, con los ojos inmobles, la rica cabellera des- 
compuesta y colgando hasla los hombros, y con las manos 
lánguidamente posadas sobre la cabeza de un niño de seis 
años, que medio echado en el suelo y medio en su rodilla 
sollozaba amargamente, velaba á un hombre joven tam- 
bién, que se hallaba tendido sobre aquel miserable lecho, y 
que habia dejado ya de existir. Aquel hombre, aquel ca- 
dáver, era el esposo de la infeliz mujer, el padre del des- 
graciado niño. 

Martin de M., artesano honrado, buen marido y padre 
cariñoso, habia pasado los seis años que llevaba de matri- 
monio ocupado en su trabajo y con el solo afán de propor- 
cionar á su reducida familia el necesario alimento, con 
aquellos inocentes placeres que forman la felicidad de la 
clase menesterosa; pero desde algún tiempo el trabajo ha- 
bia empezado á escasearle, llegando por último á faltarle 
del todo. Para mayor desgracia una cruel enfermedad se 
apoderó del pobre Martin, que obligado á desprenderse de 
todo lo mejor que tenia se hallaba reducido á la mas de- 
plorable miseria. Magdalena, su desdichada esposa, no ha- 



— li- 
bia dejado de procurarle su curación, ya coa los escasos 
productos de sus manos, ya con los ausilios de la caridad 
aSena, á lo cual anadia ella todos los cuidados de una con- 
sorte afectuosa. Pero todo halda sido en vano. El destino 
inexorable había decretado la muerte del honrado artesano, 
y la sentencia sehabia ya cumplido en aquella misma noche. 

Después de un rato el niño levantó la cabeza, y miran- 
do á su madre y sollozando todavía: — Mamá, le dijo, tú 
me has dicho que papá no se despertará mas? — No, hijo 
mío, contestó Magdalena saliendo de su mortal abatimien- 
to. — Y por qué, mamá? añadió el niño. — Porque ha muer- 
to, muerto para siempre! repitió la madre con el acento del 
mas profundo dolor. — Diosmio! muerto!... ha muerto mi 
papá!... Y prorumpió en un arrebato de llanto. 

Magdalena tomó entre sus manos la cabeza del niño, y 
bcsáudola con la mas grande efusión del amor maternal: — 
Eduardo mió! esclamó, ah! si yo pudiera llorar como tú! . . . 
Pero no llores, hijo de mi alma... Dios lo ha querido así... 
Es menester conformarse con su voluntad. 4. Tú eres huér- 
fano, Eduardo, huérfano de padre has perdido tu prin- 
cipal sosten, y yo mi mejor amigo Sin embargo, no es 

esta la sola desgracia que te espera... Eduardo mió... hijo 
de mis entrañas! Tu madre no tardará tal vez en seguir á 
tu desventurado padre. . . y tú. . . tú, ángel mió. . . tú te que- 
darás solo... en el mundo... solo!... Dios mió, tened pie- 
dad de nosotros! Y la pobre mujer, estrechando convulsi- 
vamente contra su seno á la infeliz criatura, cayó desma- 
yada con el niño sobre el cadáver de su marido. 

En aquel momento la puerta, empujada suavemente, se 
abrió, y una mujer vestida de negro con una toca blanca 
penetró en la bohardilla: después se oyeron pasos en la es- 



— ti — 

culera; dos hombres entraron, y á una indicación suya en- 
volvieron en una especie de sábana el cadáver, y llevándo- 
selo consigo desaparecieron. 

-No hay duda, dijo la recien llegada, la infeliz está 
desmayada y he llegado á buena hora para que la separación 
del cadáver de su marido le sea menos dolorosa. Y sacando 
de entre sus brazos al niño, que se había quedado como 
ulunlido y sin poder pronunciar palabra, hizo respirar á 
Magdalena un liquido vivificador que llevaba en un pequeño 
frasco de cristal. — Valor, hermana mía, añadió, cúmplase 
la voluntad del Señor. — Sí, contestó Magdalena con voz 
apagada, cúmplase... vo no pertenezco mas ácste mundo... 
pero mi hijo... mi Eduardo... ¿qué será de él? — Dios lo 
amparará, hermana, confiad en Dios. Valor, Magdalena, 
valor. — Si, valor... Dios... lo amparará... que yo lo vea. .. 
quiero darle el úl ti... mo beso... Eduardo... mío... 

La hermana de la caridad conoció que la vida abando- 
naba á Magdalena, y tomando en seguida al niño en sus 
brazos aproximó su cara á la de la madre, diciéndole: — 
Besa á tu mamá, Eduardo. La inocente criatura echó sus 
tiernos brazos al cuello de su madre y la llenó de besos; 
pero los labios de esta permanecieron inmobles. Magdalena 
había exhalado el último suspiro. 

La hermana de la caridad cubrió el rostro de la difunta, 
y alejando con trabajo á Eduardo de aquella mansión de 
dolor y entregándolo á una vecina, se arrodilló junto al 
lecho y rezó Después fué á cumplir con los últimos debe- 
res que la religión impone para con la humanidad 

Serian como las cuatro de la tarde del siguiente día: e| 
rielo estaba nublado, y soplaba un aire insensible pero seco 
y frío, romo el que saliendo de la fatal garganta del Gua- 



— 13 — 
darrama es causa de la mas terrible enfermedad que afecta 
amenudo la población de Madrid. Los paseos públicos esta- 
ban casi desiertos, y solo en el Prado se veian de cuando 
en cuando algunos earruages ocupados por algunas de las 
mas atrevidas beldades de nuestra aristocracia. Entre ellos 
Labia uno descubierto, en el cual á pesar de ío crudo de) 
dia se paseaba una hermosa dama seguida de un lucido 
acompañamiento. De repente un niño como de seis años de 
edad, burlando sin duda la vigilancia de quien lo tubera 
á su cuidado, se llega presuroso hacia él, y levantando los 
brazos grita con acento desgarrador: 

— Por piedad, señora! llevadme á mis padres; me lian 

separado de ellos amparadme, señora! Y lloraba 

amargamente. La dama, sobrecogida por tan imprevista 
escena, manda al instante detener su carruage, y llamando 
á sí al niño lo toma de la mano, diciéndole con voz ange- 
lical: — No llores, querido mió; dime qué te sucede, qué 
quieres; no tengas miedo, yo te ampararé. — Quiero mis 
padres, repuso el niño. — Y dónde están? quiénes son? pre- 
guntó la dama. — Han muerto y yo quiero ir cou ellos, aña- 
dió el niño llorando cada vez mas fuerte. 

A esta respuesta el semblante de la hermosa dama pali- 
deció y se sonrosó al propio tiempo: su sensible corazón ha- 
bía comprendido toda la desgracia de la inocente criatura, 
y con acento entrecortado por la emoción, y mientras las 
lágrimas asomaban ya en sus hermosos ojos, le dijo:— No 
llores, hijo mió, yo no puedo devolverle tus padres, pero 
desde hoy seré tu madre. Y se lo llevó consigo en el coche. 

Aquella dama era Doña Isabel II de Bordón, á quien 
la Providencia habia destinado para ser la protectora de 
Eduardo. ANA MARÍA. 



— 14 — 
EL DESENGAÑO. 



¡Qué alegre es la sociedad, 
Madre, con cuánto placer 
Brindan allí á la mujer 
Amor y felicidad! 

— Tras el placer escondido 
Está el dolor. Hija mía; 
No hay allí tanta alegría 

Ni amor cuanto lias presumido. 
— Siempre pintada la risa , 
Vi en el rostro de las bellas. 
— Yo sé que ocultaban ellas 
El llanto coq su sonrisa. 
— Las dicen tan dulcemente 
Los mancebos sus amores.... 

— Y áspides bajo esas flores 
Se ocultan traidoramente. 
— Si oyeras tú sus acentos 
Seductores, sus protestas... 
— Palabras, hija, funestas, 
Disimulados tormentos. 

— Madre, como eres anciana 
La sociedad te disgusta, 

— Sé lo que ofrece, y me asusta 
Te parezca tan galana. 

Y la niña descreída 
El consejo desdeñó; 
Pero pronto lamentó 
Su grata ilusión perdida. 

Marchita de su beldad 
La rosa temprana y pura. 
Llorando con amargura 
Maldijo la sociedad. 







— 15 — 

FLORICULTURA. 

¿Qué mujer no es amante de las flores? ¿Cuál no desea 
adornarse con esas preciosas galas de la naturaleza, y em- 
balsamar con su perfume la atmósfera que respira? ¿Qué 
cosa hay mas bella que una flor, con sus vivos colores, con 
sn fragante aroma? ¿Qué mujer al ver una hermosa flor no 
desea poseerla? ¿Y cuál no gusta de cultivarlas? Las flores 
en Gn nos sirven de consuelo en la tristeza, de compañía en 
la soledad, y cuando estamos alegres parece que queremos 
compartir con ellas nuestra felicidad. 

Por eso hemos destinado una sección de nuestro perió- 
dico para hablar de floricultura, y empezaremos hov esta 
grata tarea haciendo algunas observaciones generales, re- 
servando para otros números hablar del cultivo de cada 
planta en particular y de las precauciones que deben to- 
marse según las épocas para el cuidado de todas en ge- 
neral. 

Cuatro reglas generales deberán observarse para que ni 
se pierdan ni se esterilicen. Primera: Gran prudencia y cui- 
dado en el riego, porque lo mismo se pierde una planta por 
el esceso que por la falta de humedad. Segunda: No aglo- 
merar muchas plantas en una sola maceta, porque se crian 
enfermas y raquíticas por la falta de jugo. Tercera: Podar 
y despuntar toda planta que lleve demasiado foílage y lo- 
zanía, pues de lo contrario el mismo vicio la hará perecer 
prematuramente. Cuarta: Cuidar de remover la tierra una 
vez alo menos en cada estación, y en la de invierno sacar 
parte de la ya cansada y reponerla con otra nueva. 

Con estas reglas generales, á que limitamos hoy nues- 
tras observaciones, pueden estar seguras nuestras amables 




suscritoras de que no se les perderá ninguna planta, y con- 
servarán, los balcones adornados con sus hermosos y verdes 
foilagts: concluyendo nosotras recomendáBdoles la buena 
elección de horas para el riego y la buena colocación de las 
mácelas en sus balcones, para que tan inocente entreteni- 
miento no les ocasione disgustos por las molestias y aun 
desgracias que pueden ocurrir por falta de cuidado en am- 
bas cosas. 

r-r » M t l«i 

Hace dos noches que paseándonos por el Prado, tuvimos 
el disgusto de ver á uno de esos jóvenes entre pollos y ga- 
llos i|tic según ellos mismos aseguran son calaveras de buen 
gusto y tienen gastado el corazón) el cual se entretenía ino- 
/centemente en leer una carta de mujer, con el auxilio de un 
farol, á una media docena de individuos tan dignos como 
él, escitando notablemente su hilaridad. 

— Diablo chico, gritaba uno de ellos, sabes que tu ama- 
da es eminentemente trágica! que amor tan romántico, tan 
tremebundo! Si eso enternece y hace llorar á borbotones. 

— Por fuerza su corazón es un mosaico de cabecillas de 
fósforos! decia otro de ellos. 

— Oh! de carbón de piedra! 

— Esa pobre muchacha morirá de combustión espanto- 
sa! aseguraba el primero. 

Nosotras indignadas apretamos el paso y nos alejamos 
de aquel sitio; pero aun oíamos á lo lejos las carcajadas y 
burlas con que se ultrajaban los mas secretos y sagrados 
sentimientos de una mujer, y nos compadecimos de ella. 

Aprendan este ejemplo nuestras candidas hermanas y 
sírvales de general escarmiento. 



MADRID 1831. 

Imprmtn il<- don Jdm> i rnjlllo , hijo, 

r.allc de María Cristina, número S. 



Año I. Domingo 24 de agosto de 1851. Núm. 4 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



tscrito por una sociedad de Señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid en las libre- 
rías de Monier y de Cuesta, á 4 rs. al mes; y en provincias 10 rs. por dos 
meses franco de porte, remitiendo una libranza á favor de nuestro impresor, 
ó sellos de franqueo. 



Siguiendo en nuestro propósito, empezaremos hoy ocu- 
pándonos de la educación que recibe la mujer de la clase 
media en nuestra sociedad, esforzándonos en indicar los de- 
fectos de que adolece. 

Aunque imperfecta por su índole y de apariencias mas 
oscuras que la que se dá á la alta clase, es infinitamente me- 
jor en su fondo, y sus resultados son mucho mas lisonjeros: 
' porque educada prácticamente la joven que pertenece á esta 
esfera al lado de la que le dio el ser; ligada mas intima- 
mente á la dulce vida de familia, y sin hallarse rodeada de 
ese lujo fatal, de esa molicie que adormece los sentimientos 
del alma y ahoga los impulsos mas generosos del corazón, 
conserva por lo general ilesa la pura idea de la virtud. 

Pero hemos dicho que esa educación es imperfecta, y 
por desgracia tememos no habernos equivocado. Todo lo 
que se enseña á la juventud de que hablamos, es bueno, es 
conveniente; pero le faltan tantas cosas necesarias que 
aprender! nociones tan sagradas que adquirir para labrar 






su felicidad! La voz de la religión, de la virtud y de la ti- 



lle 



de tarde 



tarde 



giua moral 

la culpa suya por cierto; sino de ese siglo falto de fé, de 
ese sigío superficial, material y tumultuoso, que apaga tan 
santos acentos con el vano ruido de su fastuosa carrera! 

Y ved á esa clase nacida para la virtud, arrebatada por 
el espíritu de ostentación. Vedla descontenta de su suerte, 
siempre ambicionando mentirosa grandeza y lujo: y si mi- 
ráis mas allá, vedla acaso caer en el hondo abismo de la in- 
moralidad y del vicio por querer asir el maulo de esos fata- 
les fantasmas. 

En cuanto á la clase ínfima hablaremos muy lijeramen- 
te de ella, porque vacila nuestra pluma al querer trazar los 
peligros, los males, los sufrimientos que eternamente la ase- 
dian. 

Rodeada cu lu general al nacer de miseria y necesida- 
des, su familia no cuida jamás de enseñarle los mas ligeros 
rudimentos de educación; su alma se forma ante el vivo 
ejemplo del vicio y del mal: su corazón muere antes de la- 
tir, y las palabras deber, religión, virtud, son ecos vanos 
que nunca comprende. Obligada á buscar su subsistencia, 
en vano la reclama de la sociedad en cambio de su trabajo. 
La sociedad no la oye: y si alguna vez la ocupa, solo la re- 
lie una miserable limosna; porque según su opinión el Ira- 
bajo de la mujer no debe ser retribuido! Entonces algunas 
desgraciadas ven delante de sus ojos un fatal camino que 
conduce á la comodidad, á veces al lujo, y. . . 

;Au infeliz de la que nace hermosa!... 
Se arroja sin vacilar al cieno del mas inmundo de los vi- 
rios, y después ¿Os contaré el porvenir que la espera? 

AJO no! Entreguemos al silencio ese horrible v repugnante 




cuadro, y no cesemos de clamar para conseguir el alivio 
de lan horrorosos niales. 

Se continuará. 



CARTA DE CAROLEVA MRILLAC A SU PADRE. 



Por la carta que traducimos del francés, y que á con- 
tinuación insertamos, verán nuestras amables suscritoras á 
qué conduce una pasión amorosa, y cuan fácilmente se 
equivoca la mujer que dando oido á su amor confia ciega- 
mente en el ídolo de su corazón. El hecho que en dicha 
cariase espone esestraño. pero cierto. 

«Al fin, padre mió. mi querido, mi buen padre, pue- 
do escribiros segura de que mi carta llegue á vuestras ma- 
nos. Por fin, después de un forzoso silencio de mas de un 
ano, vuestra pobre Carolina se os puede acercar nueva- 
mente!... Oh! mi único y verdadero amigo! ¿por qué os he 
abandonado? ¡ Ay de mí! el mal colocado afecto que me ar- 
rancó de vuestro lado ha recibido un cruel galardón. Cuan- 
do la última vez os escribí de Genova mi pasión me aluci- 
naba todavía; y ahora, que miro atrás y reflexiono sobre 
varios acontecimientos de mi vida, los veo todos en su ver- 
dadera luz: eran de tal naturaleza que habrían podido in- 
fundir sospechas á cualquiera otra mujer cuya confianza 
no hubiese sido tan ilimitada como la mia, cuyo amor no 
hubiera sido tan vivo como mi amor hacia el hombre á 
quien con orgullo llamaba mi marido! 

El supo con esteriores demostraciones de ternura cau- 
tivarse mi corazón hasta el punto de hacerme rehusar todo 
enlace ventajoso que me proporcionaba vuestra brillante 



posición, y yo pensaba lan solo como él quería, y no veía 
sino con sus ojos! Este amor ciego no me permitía obser- 
var un hecho importante, y era que después de casada uo 
solo no me habia presentado á ninguno de sus parientes, 
sino que tenia el mayor cuidado en no formar nuevas re- 
laciones, evitando hospedarse en las fondas mas concurri- 
das por los estrangeros de categoría, viajando por Italia y 
deteniéndonos muy poco tiempo en las ciudades donde lle- 
gábamos, como para no ser reconocido ó buscado por al- 
guien. Y como que me aseguraba que habríamos acabado 
nuestro giro en Italia visitando el Piamonte, y que una vei 
unida á su familia habría yo necesariamente formado parte 
de la buena sociedad italiana, todo esto me parecía tan na- 
tural, que no se originó en mí la menor sospecha de lo que 
debía sucederme. Asi estaban las cosas cuando subimos á la 
diligencia para abandonar á Florencia. 

Entonces me anunció él su destino á Niza y su idea de 
dirigirse á Genova. De esta ciudad yo os escribí pocas ho- 
ras antes de que nos embarcásemos en el bajel que debía 
conducirnos á Niza. Pero nosotros no debíamos locar en 
esta ciudad. Se navegó muy lejos de ella, y viendo él que 
yo estrañaba esta circunstancia me dijo que el viento era 
contrario y nos empujaba á alia mar. El marco se apoderó 
de mí, sumergiéndome en tal abatimiento que me quedé 
insensible á cuanto sucedía alrededor mío; y cuando des- 
pués de veinte y cuatro horas de martirio pregunté si ha- 
bíamos llegado, se me contestó que el viento seguía con- 
trario. El malestar me habia puesto en un estado entera- 
mente insensible, y creo se me hubiese suministrado un nar- 
cótico, pues no me acuerdo con claridad de los días y de 
las noches que estuvimos navegando. 



— 5 — 

Cuando me desperté de mi letargo me encontré en un 
espacioso pabellón de campaña, tendida sobre riquísimos 
cojines y rodeada de esclavas vestidas segun la costumbre 
de Oriente. Me levanté no sé como, y dirigiéndome ala en- 
trada del pabellón llamé á mi marido; pero nadie me con- 
testó, y un negro que estaba allí de centinela con el sable 
desnudo respetuosamente me hizo volver atrás y me con- 
dujo á sentarme de nuevo en los cojines que habia abando- 
nado: en esto sin embargo pude conocer, por lo que al 
vuelo vi, que estábamos en un campamento y que no se 
veía el mar por ningún lado. A mis preguntas, á mi llanto, 
á mis gritos nada se me contestó; pero una terrible esplica- 
cion del enigma me fué dada por el negro, que al cabo de 
un rato me presentó una carta en cuya letra reconocí al 
momento la de mi marido, y que ponia en el sobre: A la 
señorita Maullad Hela aquí sin comentos, mi querido pa- 
dre, pues su contenido es demasiado claro para necesi- 
tarlos: 

«Cuando recibáis esta carta estaré demasiado lejos de 
vos y os será imposible comprender el idioma de las perso- 
nas que os rodean; por esto es menester que os dé algunas 
esplicaciones acerca de vuestra actual situación. Tenéis ta- 
lento bastante para comprender cuál es vuestro estado, y 
no dudo que aceptareis gustosa el porvenir que os be pre- 
parado. 

"Para empezar á familiarizaros con vuestro destino os 
diré antes de todo que no sois mi esposa, porque yo estoy 
casado hace cuatro años y tengo esposa é hijos en mi tierra, 
que no es ni Francia niPiamonte; y la pasión que os he 
manifestado es una solemne mentira. Yo amaba á vuestra 
madre y me declaré á vos á fin de dar un colorido á mis 



frecuentes visitas eu vuestra casa, y vos caísteis en mis' la- 
zos. Pero ella, á quien le descubrí mi amor, me desechó 
con desden, amenazándome además con que, si no la libra^ 
ba de mi presencia, avisaría a su marido de lo que ella lla- 
maba mi presuntuosa insolencia. Yo obedecí, y me marché 
con la venganza en el corazón. 

«Poco os importa saber en donde estuve hasta mi nue- 
va aparición en Aulevil. Todos los papeles que yo presente 
ai general Marillac. vuestro padre eran documentos falsos; 
mis propiedades una mentira; nuestro casamiento era fingi- 
do. Solo era verdad la fortuna de vuestra madre que me 
confiasteis, y que me ha proporcionado el gusto de pasar 
algunos meses en compañía de una de las mas hermosas y 
seductoras mujeres de Francia. 

«Sois ahora propiedad del emperador de Marruecos, el 
mas amable de los príncipes musulmanes, al cual os lie ven- 
dido por una cantidad equivalente á vuestra hermosura y 
mérito. No es la primera vez que he podido ser útil al em- 
perador de este modo. Pero hacia tiempo que el ilustre 
Abderahman deseaba una hermosura europea para su ha- 
rem, y vos me habéis puesto en el caso de poder satisfacer 
este su ardiente deseo. Si tenéis prudencia y sabéis condu- 
ciros para con vuestro señor, y le profesáis la mitad del 
cariño que me habéis tenido á mi, os aseguro que seréis su 
primera favorita, haréis cabeza de su imperial serrallo y 
vuestros hijos serán príncipes de la sangre real de Marrue- 
cos; pero si os oponéis á sus deseos Abderahman sabrá cas- 
tigaros. 

"Os digo todo esto para que podáis conformaros con 
vuestro destino, puesto que cualquiera intentona de fuga 
os será imposible. Y dado que os podáis íugír, ¿á dóade 









iríais? ¿quién os recibiría en Francia? Carolina Marillac, 
que ha vivido seis meses con un hombre casado y que ade- 
más era un judío, y que después se ha fugado de un harem, 
no encontrará en Europa quien la acoja, mas que fuese su 
propio padre. No esperéis que él pueda pedirme cuenla de 
vuestra dote ó vengarse de mí, porque nunca sabrá donde 
buscarme ni encontrarme, pues mi solo cuidado en esta mi 
candida y franca declaración ha sido ocultaros en qué parle 
del orbe he nacido. En el imperio de Marruecos se me co- 
noce con el nombre de Aron Ben Ishmael, mercader respe- 
table. 

«Mostraos pues una heroina, aceptad lo que la Provi- 
dencia os envia y sed agradecida á (firmado,, ^Irom lien Ish- 
mael. .. alias, Manuel Pernetly.» 

(Se continuará.; 
ANA MARÍA. 






I5H^<« 

MUJERES CÉLEBRES. 



DOÑA MARÍA PACHECO. 



No siempre la debilidad y la impotencia han sido el pa- 
trimonio de nuestro sexo. También se han albergado algu- 
na vez el valor y el entusiasmo en el corazón de la mujer;. 
también ha palpitado su seno bajo la guerrera cota, y se ha 
alegrado su oido con el clarin de las batallas: y asi como 
las plantas crecen mas lozanamente en la tierra virgen, así. 
esos nobles instintos, que solo pertenecen al hombre, son 
llevados hasta la heroicidad cuando nuestra débil naturale- 
za se apodera de ellos. 



— 8 — 

Mil ejemplos de esta verdad ñus ufrece la historia desde 
muy antiguo, v no es España la que menos puede gloriarse 
de haber engendrado alentadas y valerosísimas mujeres. 

Distingüese entre ellas la muy celebre señora doña Ma- 
ría Pacheco, viuda del infortunado comunero Juan de Pa- 
dilla; pero su fama seria ma\or y mas duradera si en sus 
hechos no apareciese alguna mancha de vengativa crueldad. 

Nació esta señora Inicia los fines del siglo XV, y nada 
de interesante ofrecen los primeros años de su juventud: 
pero desde que entregó su mano al bizarro defensor de la 
Santa Liga se dio á conocer por sus singulares talentos y 
por la exaltación de sus ideas políticas. Nunca sin embargo 
hubiera sido tan halagado su nombre por el aura popular, 
si el infortunado suceso de Villalar y la trágica muerte de 
Padilla no hubieran puesto en movimiento sus enérgicas 
pasiones. 

Doña María amaba en estremo á su esposo, y grande, 
inmenso debió ser el dolor que recibiera cuando leyó la 
carta que el desgraciado le dirigió desde la capilla, poca» 
horas antes de morir: ¡aquella notable carta en que tan 
bien espresada está la grandiosidad de ideas y sentimiento» 
del noble caudillo, que tanta ternura respira; y en la que se 
leen los siguientes párrafos! 

«Quisiera tener mas espacio en que escribiros algunas 
cosas para vuestro consuelo; pero ni á mi me le dan los 
verdugos, ni yo pretendo que haya dilación en recibir la 
corona que espero. Vos, señora, como cuerda llorad vues- 
tra desdicha y la de la patria, y no mi muerte, que siendo 
ella como es, de nadie debe ser llorada. Mi ánima (pues otra 
cosa no tengo) dejo en vuestras manos. Vos, señora, haced 
de ella como con la cosa que mas os quiso en el mundo!» 



i 



- 9 — 

Los ojos Je doña María permanecieron enjutos al leer 
esas sublimes y sentidas palabras, pero asomó por ellos ef 
fuego de la venganza, de esa horrible pasión que acababa 
de apoderarse de su pecho, y que debia ser el ardiente, e\ 
esclusivo anhelo de su futura existencia. 

La ciudad de Toledo era la única que, animada por el 
obispo de Zamora, persistía en la defensa de la causa santa. 
Numerosas tropas reales se aproximaban á sus muros, y era 
una loca temeridad tratar de oponerse al enorme poder de 
Carlos V. En situación tan crítica tomó doña María el man- 
do de la ciudad, se apoderó del alcázar y mandó degollar a 
tos dos hermanos Aguirre porque habían retardado la en- 
trega á los comuneros de ciertas cantidades que por su 
eonducto se les habían remitido. 

Con una prodigiosa actividad agitó doña María el es- 
píritu de las comunidades, y al ponerse al frente de los to- 
ledanos les arengó apasionadamente, escitándolos á un;i 
desesperada resistencia, y pintando con sombríos colores 
el aciago porvenir que de no hacerlo les esperaba. 

Reanimados los comuneros con sus enérgicas palabras, 
hicieron una salida; y mostrando un valor prodigioso arro- 
llaron á las tropas del rey, que mandaba don Antonio de 
Zúñiga, hasta Yepes y Ocaña; quemando los pueblos de 
Villarica y Villaluenga, y talando infinidad de posesiones. 
La lucha no obstante era muy desigual y debia terminar en 
breve. 

Reforzado el ejército de Zúñiga, volvió á estrechar el 
sitio; y habiendo perdido los sitiados en una salida que in- 
tentaron 1 300 hombres, se vieron precisados á capitular, 
desanimados y faltos de aliciente. Cuentan algunos histo- 
riadores que durante este sitio, y hallándose doña María. 



— 10 — 
exhausta de recursos los reclamó de los canónigos, quienes 
los negaron; pero impulsada por su carácter violento los 
encerró en la sala capitular, y al cabo de tres dias, acosa- 
dos por el hambre, ofrecieron 600 marcos de plata. 

Doña María se negó resueltamente á toda transacción; 
se guareció en el alcázar y lo defendió valerosamente hasta 
que fué tomado por las tropas reales. Entonces se retiró á 
su casa á continuar su resistencia; pero per fin se vio obli- 
gada á emprender la fuga, y la logró felizmente marchando 
á Portugal disfrazada de aldeana. 

Residió algún tiempo en Braga, donde se sostenía á es- 
pensus del arzobispo, y después se trasladó á Oporto, donde 
murió de miseria en 1 322. ¡En todos tiempos ha sido la 
desgracia inseparable compañera de las almas grandes y de 
los talentos privilegiados! 

Dejó dispuesto que la enterrasen al lado de su marido; 
pero lo fué en la Seo de Oporto, leyéndose sobre su tumba 
el siguiente epitafio: 

De su esposo Padilla vengadora, 

Honor del sexo, yace aquí enterrada: 

Muriendo en proscripción se vio privada 

De. ir cual quiso á la tumba de su esposo; 

Pero Sonsa y Ficorhoo, sus criados, 

Le procuraron sepulcral reposo. 

Luego que el cuerpo consumido fuere. 

Bajo una losa deben verse unidos 

Los restos de consortes tap queridos. 

JULIA. 

Nos pregunta cierto cofrade por qué causa van adquir- 






-11- 

riendo las mujeres uso y propiedad sobre ciertos trages que 
solo pertenecen al sexo fuerte, tales como pantalones, capo- 
tas, corbatas, sombreros, botas y gabanes: y aun cuando 
nosotras negamos desde luego la existencia de ese ataque 
á la guardaropia varonil, que tanto aterrorizan nuestro co- 
lega, nos proponemos sin embargo satisfacer sus Juilas 

Cuando él mismo nos esplique 

por qué con fiera ballena 

su humanidad pone en pena 

tanto doncel alfeñique: 

por qué una semana entera, 

sin que su paciencia acabe, 

pasa el otro varón grave 

en rizar su cabellera: 

por qué de su rostro enjuto 

el muerto color profana; 

por qué su cabeza cana 

viste de color del luto; 
y por qué en fin, ciertos bravos descendientes de Pelayo. 
del Cid y del gran Capitán, no solo han perdido la fiereza 
de sus antepasados, sino que dan tormento á su imaginación 
á fin de apropiarse las costumbres y basta Tas acciones y 
maneras que siempre han distinguido á nuestro sexo. 

POESÍAS. 



I 

Ya bajan las sombras, ya llega la noche. 
De triste campana lo anuncia el clamor: 



— 12 — 
Espera á los fieles la ermita del valle; 
Ven, hija, y al cielo suba nuestra voz. 

¿No escuchas el canto del ave escondida 
Allá en la ramada del verde jardín? 
¿No oyes de la fuente el tierno murmullo 
Con que se despide del prado al huir? 

¿No ves á la luna clavada en el cielo, 
Vertiendo torrentes de pálida luz? 
¿No ves las estrellas que tristes vacilan 

Y bellas tachonan la bóveda azul? 

Pues aves y fuente, y luna y estrellas 

Con sabio lenguaje adoran á Dios 

Ven, bija, lleguemos al templo del valle, 

Y al rey de los cielos suba nuestra voz. 

ROSA. 



Por una verde campiña 
Hacia la pradera hermosa 
En busca va de una rosa 
Llena de gozo una niña. 
_ 

Sin que apenas siente el pié 
Sóbrenla arena, ligera 
Corre y llega á la pradera, 
Y entre mil rosas se ve. 



— 13 — 
Tu Jas, y á cual mas lozana, 
Muestran llenas de rocío 
Las hojas que al soplo impío 
Del cierzo caerán mañana! 

La niña con gran placer 
Contempla el paisage muda, 
Y entre tantas flores duda 
Sin saber cuál escoger. 

Cuando, mecida al arrullo 
De la brisa, ve una rosa 
Que acariciaba amorosa 
Al mas gallardo capullo. 

No produjo otro primor 
Tan bello jamás natura: 

A besarla se apresura 

Y ay! se deshoja la flor. 

Y suspirando, « ¡ay de mí! • 
Esclama la pobre rosa; 
«Porque nací tan hermosa 
«Tan desventurada fui!» 

A su acento una mirada 
Llena de angustia y dolor 
Fija la niña en la flor 
Por el suelo deshojada. 

Y al contemplar sus despojo» 



• u- 

Tan cruel es su congoja. 
Que le arranca cada hoja 
Una lacrima ¡i sus ojos. 

Y al ¡r á sallar ligera 
Un arroyo sosegado 
Ve en el agua relralado 
Su rostro cuan bello era. 



Y • ¡ay de mí!» la triste queja 
Recordando de la rosa. 
Dice al verse tan herniosa; 
«jAj de mil» y huye — y so aleja! 
HESPERIA. 



I y 

¡iPOBRE JOVEN!! 

Nos inspira esta esclamacion la fatal ocurrencia acae- 
cida ha poco en San Sebastian, y de la cual se han ocupa- 
do todos nuestros colegas masculinos. 

Parece que una joven de la población, muy conocida 
por su belleza, se encontraba en un baile hace algunas no- 
ches. Un caballero la solicitó por pareja y ellá'dcsgraciada- 
mente accedió; pero apenas habia dado la orquesta la señal 
de movimiento, cuando un militar joven también se lanzó 
furioso sobre la desventurada y hundió un puñal en su co- 
razón, dejándola muerta en el acto. Can inesperada catás- 
trofe llenó de confusión \ espanto i\ iodos los concurrentes, 
el que después, como era natural, 1 se ha difundido por toda 
la población. 

La mano del matador fue guiada por la violenta pasión 



— 15 — 

de los celos, pues amaba apasionadamente á su víctima y se 
hallaba en relaciones con ella. Desvanecido el loco frenesí 
que le indujo al crimen, dicen que se halla inconsolable y 
que sin cesar evoca coníra sí toda la severidad de la lev. 

Estéril y tardío arrepentimiento, que ya no arrancará 
de la tumba, á la que tan temprano ha bajado á ella, ni en- 
jugará las lágrimas de una familia desolada! 

«Las mujeres v los niños lloran, los hombres matan» 
ha dicho un célebre novelista francés. Y en efecto ¿qué es 
la débil mujer cuando se halla envuelta en el terrible torbe- 
llino de las pasiones? ¿qué es ante el hombre, á quien las 
mismas enloquecen, pero que le prestan fuerza en su locu- 
ra? Nada! Un frágil juguete en manos de un niño: un pe- 
dazo de cera delante del fuego. 

Por eso las jóvenes deben huir horrorizadas de ese fa- 
tal torbellino! Por eso sus madres, á quienes alumbra la luz 
de la esperiencia, deben servir de guia perenne á sus ines- 
pertas hijas, si no quieren que llegue un dia en que acaso 
tengan que lamentar una desgracia tan terrible como la que 
hoy nos afecta. 



Leemos en los periódicos de esta corte: 

Cada dia llega á nuestros oidos un nuevo rasgo de los ge- 
nerosos sentimientos que abriga el corazón de la augusta se- 
ñora que para dicha y gloria del pueblo español se sienta en 
su trono. Hasta en las cosas mas insignificantes se conoce su 
magnanimidad y su clemencia. Un pobre inválido, de los del 
cuartel de Atocha, llamado J. B. , recibió hace pocos dias un 
hermoso cordero blanco, que como recuerdo de su cariño le 
enviaba su anciana madre, criado por ella misma en su lu- 
gar. Al recibirlo concibió el pensamiento de ofrecerlo á S. M.. 
en prueba de su gratitud por haberle dispensado la gracia de 
acogerle en aquel piadoso establecimiento, y con él se dirigió 



— 16 — 

á Palacio, cuyas escaleras parece que los ceutinelas se llega- 
ban á permitirle que subiese. Instó mucho, y logró al fin lle- 
gar á la antecámara, donde como es consiguiente halló une- 
Tos obstáculos; pero enterado del caso nn gentil-hombre que 
estaba de guardia á la sazón, lo hizo presente á S. M., que ha- 
abiéndolc mandado entrar al instante, le recibió con su acos- 
tumbrada amabilidad, dignándose aceptar el obsequio que le 
hacia. Cuando el agradecido inválido, lleno de gozo y profun- 
damente conmovido con las dulces palabras de cariño, cru- 
zaba para marcharse la antecámara, se acercó á él uno de los 
dependientes de Palacio, que en nombre de S. M. puso en 
sus manos mil reales. 

El antiguo militar, arrasados los ojos de lágrimas, bende- 
cía el nombre de S. M., que así aliviaba la pobreza de su an- 
ciana madre, á quien envió acto continuo la cantidad que de 
tan augustas manos acababa de recibir. 

FLORICULTURA. 

LA DALIA. 

Esta lindísima flor fue descubierta en Méjico en el año 
de 1789 por el barón de Humbold, quien remitió algunas 
maestras al jardin botánico de Madrid, y de este se repar- 
tieron á toda Europa. Se descuidó mucho en un principio 
el cultivo de esta hermosa gala de la naturaleza, y fueron 
muv escasos los adelantos que se hicieron en su educación; 
pero recientemente ha adquirido una grande importancia 
en la jardinería, merced á la belleza de sus colores y i lo 
variado de su especie. 

La dalia se desarrolla y crece ventajosamente cuando se 
planta en tierra arenosa prudentemente abonada. Es amiga 
de las auras suaves y de los climas templados; pero vegeta 
muy penosamente en los frios países del norte. Hoy abun- 
da mucho en los jardinesde Madrid, y aconsejamos á nues- 
tras lectoras la cultiven con preferencia á otras flores, rin- 
diendo tríbulo á su singular hermosura. 

MADRID Í85Í 

Imprenta de «Ion Jone Trujlllu , hijo, 

Calle de María Cristina, número 8. 






LA MUJER, 

APERIÓDICO 

escrito por una sociedad de Señoras y dedicado á so sexo. 



Este periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid en las libre- 
rías de Monicr y de Cuesta, á 4 rs. al mes; y en provincias 10 rs. por dos 
meses franco de porte, remitien .'o una libranza á fayor de nuestro impresor, 
ó sellos de franqueo. 



A NUESTRAS SUSCRITORAS* 

Agradecidas las rodadoras de La Mujer á la favorable 
acogida que el bello sexo ha dispensado á su periódico, no 
solamente con un número bástanle considerable de suscri- 
ciones y en cuya lista tienen la alta honra de hallar los au- 
gustos nombres de SS. MSI., sino prestándose además 
ya á contribuir con sus trabajos literarios al mejor éxito de 
la publicación, ya también á servirles de corresponsales en 
diversos puntos de las provincias, encargándose de dar cir- 
culación á los prospectos y de recoger suscriciooes, agrade- 
cidas, repetimos, á tantos favores y distinciones y deseosas 
de manifestar su profundo reconocimiento, en cuanto sus 
recursos lo permitan, han acordado hacer de tiempo en 
tiempo á sus suscritoras algunos regalitos, empezando por 
darles pata mediado de setiembre una elegante litografía. 



— 2 — 

Bosquejada aunque muy ligeramente en los números 
anteriores la educación que la mujer recibe en las diferentes 
clases de la sociedad, y espueslas las fallas de que adolece, 
réstanos indicar cuáles son sus obligaciones, para después 
deducir qué es lo que debe enseñársele si ha de dar cumpli- 
miento á las obligaciones que contrae con la sociedad, con 
su familia y consigo misma. 

' Siguiendo el mismo orden que hasta aquí hemos llevado, 
nos ocuparemos primero de la mujer de alta clase; de esa 
mujer que mora en los palacios rodeada de todo el fausto 
de la riqueza, y que cual una reina solamente se ocupa en 
recibir los homenages de la pequeña corte que diariamente 
y á toda hora la rodea para pagarle el tributo de la mas re- 
finada adulación. 

¡Oh! qué graves son las obligaciones de la mujer colo- 
cada en esa alta posición, ya la haya llevado á ella en sus 
alas la fortuna, ya la deba á una serie no interrumpida de 
Ilustres y poderosos ascendientes; ¡qué grave error el suyo 
si por acaso se juzga, como ordinariamente sucede, dcsii- 
nada únicamente á apurar todos los goces que inventara la 
molicie, á discurrir nuevos y difíciles caprichos que satis- 
facer, y á imponer sus eslravagantes leyes al cortejo que 
la cerca! 

Esas riquezas que llama suyas y que incesantemente 
prodiga, solo debian pasar por sus manos para aliviar las 
penas de sus hermanas indigentes, do sus hermanas sí, por 
que hermanas suyas son la infeliz mendiga cubierta de ha- 
rapos que demanda el sustento á la puerta de su palacio, y 
la mujer perdida que allá en su inmundo cubil es un ana- 
tema vivo de la que derramando locamente sus riquezas no 
dedicó un átomo de ellas para impedir que cayese en tan 



— 3 — 
hediondo abismo cuando era tiempo, ni después para arran- 
carla de él. Vuestras hermanas son, grandes señoras, por 
mas que la idea os haga estremecer; vuestras hermanas á 
quienes debéis de obligación parte de vuestras riquezas; 
vuestras hermanas que os acusarán implacablemente el dia 
de la justicia y de la espiacion. 

Vosotras, grandes señoras, ignoráis que en esa socie- 
dad donde vivís existe tanta miseria y tanta degradación; 
vosotras rodeadas del fausto y de la abundancia ignoráis 
que al lado quizá de vuestra casa mueren de miseria mu- 
jeres tan dignas como vosotras, ó se hunden en el cieno 
del vicio por no morir de hambre jóvenes tan bellas como 
vosotras; ignoráis que hay niños que mueren de necesidad 
por encontrar seco el seno de su madre infeliz, esposos que 
se entregan al crimen por no hallar otro medio de dar pan 
á sus hijos; ignoráis que bajo esa sociedad brillante que 
aparece á vuestros ojos se ocultan tantos males, y que la 
Providencia puso en vuestras manos esos tesoros, no para 
disiparlos inútilmente, sino para aliviar con ellos tanta pe- 
na, tanto dolor. 

Oh! temblad, grandes señoras, temblad pues han de 
caer sobre vuestra cabeza todos los males que pudisteis 
evitar con vuestro oro y no evitasteis; temblad por la in- 
mensa responsabilidad que contraéis; pero no, no es toda 
la culpa vuestra; los que os rodean y procuran hacer mas 
densa la venda que cubre vuestros ojos, los que os educa- 
ron descuidando enseñaros lo grande de las obligaciones 
que contraíais siendo ricas y poderosas, y apagando quizá 
los gérmenes de bondad que abrigaba vuestro corazón, los 
que adulan vuestros caprichos y estravian vuestra razón, 
son los verdaderos responsables de vuestras faltas. 



— » — 

¿Sabéis lo que debéis ú la sociedad que os acata y os 
respeta cuando aparecéis en medio de ella? Pues le debéis 
un respeto igual al que os concede, que ti ¡bulareis no os- 
tentando esa profusión, ese boato que es un escarnio délas 
desgracias y la miseria que la aquejan; le debéis mas, le 
debéis parte de vuestras riquezas, que estáis obligadas á 
consagrar para aliviar las desgracias de las familias infelices 
que pueblan esa sociedad; le debéis además ejemplos de 
virtudes y bondad, pues por lo mismo que la sociedad vé 
en vosotras personas á quienes la Providencia colmó de 
beneGcios, justo es que vea también que estáis colmadas de 
virtudes. 

Debéis á vuestra familia también grandes obligaciones: 
la primera establecer el orden en vuestra casa para e\ilar 
la prodigalidad, pues todc lo inútilmente gastado se lo de- 
fraudáis á los menesterosos; debéis educar ¡i vuestros lujos 
en las máximas de virtud y religión, para que después sean 
los verdaderos padres de los pobres y apoyo de los desgra- 
ciados; debéis á vuestros esposos la felicidad que podéis 
prestarles y que no les proporcionarán seguramente vues- 
tras disipaciones, vuestros triunfos, ni vuestros devaneos. 
Y en fin os debéis á vosotras mismas todo el decoro que lia 
de rodear á una alta señora, toda la virtud con que lia de 
corresponder á la clase á que pertenece, ó á la ilustre familia 
de que procede. Y por último debéis ser (an vigilantes de 
vosotras mismas como que tenéis siempre cien miradas fijas 
sobre vuestras menores acciones, para imitarlas si son bue- 
nas, para escarneceros si son malas. 

Ejemplos, aunque no muchos por desgracia, tenéis que 
imitar; nobles damas honran nuestra nobleza, distinguidas 
matronas hay entre las elevadas por la fortuna que son de- 



— 3 — 
chado de virludes, y se hallan consagradas á cumplir dig- 
namente la misión que la Providencia les cometió; sus nom- 
bres ya figuran al frente de establecimientos benéficos, ya 
asociados á todas las nobles acciones que llevan por fin el 
alivio de la humanidad, son el mas bello timbre de nuestra 
sociedad. Imitadlas vosotras las que os halláis en posición 
ue hacerlo; imitadlas y cumpliréis con los deberes de vues- 
tra suerte; y las hendiciones del cielo y de la tierra lloverán 
sobre vosotras. 






En la Esperanza del lunes 2o hemos visto trasladado 
un artículo, que al Ancora de Barcelona dirije un su cor- 
responsal de Lérida, el cual la emprende con el prospecto 
de nuestra publicación, como una de las tres que redacta- 
das por mujeres se han anunciado de poco acá. 

El'bueno del corresponsal del ,-liicora, se horripila y se 
espeluzna al ver llegado el tiempo en que, al decir suyo, 
se hacen los mas insensatos esfuerzos para pervertir el uso 
de la razón; y entre apostrofes al orgullo de la mujer y la- 
mentaciones porque queremos esclavizar al hombre para 
despreciarlo luego; y después de asegurar que no sabemos 
uu mole de las grandes verdades que contienen los sagrados 
libros, y de llamarnos filósofas despreocupadas, dá en nom- 
bre de la religión el alerta á las buenas señoras, para que 
no se hagan nuestras cómplices, encomendándolas que mas 
que sahages amazonas feorno sin duda debemos ser noso- 
tras) quieran ser dóciles Esteres para honrar á su sexo, que 
en nada puede perder mas de sus gracias que en la desen- 
voltura y en la irreligión. 

Seguramente no nos ocuparíamos del delirante remití- 



— « — 

do del corresponsal del Ancora, que debe ser victima dp 
alguna picara filósofa despreocupada, que después de es- 
clavizarle le habrá despreciado dejándole por ende perver- 
tido el uso de la razón; si no le viésemos trasladado á la£ 
columnas déla Esperanza, por lo cual no podemos escu- 
sarnos de contestarle. 

Confesamos sinceramente que nos ha sorprendido sobre 
manera que un periódico tan celoso por euaulo tiende á 
la corrección de las costumbres, y al triunfo completo de 
nuestra santa religión, acoja tan sin examen un remitido 
en que á nombre de la religión sé desacredita, se calumnia 
y se difunde la alarma contra una publicación cuya prin- 
cipal tendencia es procurar la mejora de la educación de 
nuestro sexo, haciéndola basar principal y esclusivamenle 
en las ideas religiosas y en las máximas de moral mas rí- 
gidas y mas firmes, ¿lian leído los números de nuestro pe- 
riódico publicados hasta hoy? Si los han leido ¿por qué nos 
calumnian? Si no los han leido ¿por qué noscondenan? Qué 
religión es esa en cuyo nombre hablan, que tanto dista de 
la religión cristiana cuya primera virtud es la caridad? 

¿Será acaso el promover esa alarma contra nuestro pe- 
riódico porque lo redactan mujeres? ¿Desde cuando pues 
ha sido patrimonio esclusivo de los hombres el predicar la 
verdad? ¿desde cuando el presentar los males y pedir su 
corrección? Si ellos, los hombres, que podían, que debían 
pensar en la educación general y en la particular de nues- 
tro sexo, adoptando los medios de corregir los males de 
que adolece, lo descuidan completamente, entregados como 
se hallan á ese infierno de la política que absorbe todos sus 
sentidos y potencias, ¿quién estragará que conociendo nos- 
otras por esperiencia la intensidad de ese mal, que hace | a 






desgracia- de la mujer en todos los estados de la vida social, 
nos alcemos para que el mal sea corregido y la mujer sepa 
ser buena y llegue á ser feliz? ¿Quién? Esos hombres que 
invocan lo mas augusto que se abriga en el alma del hom- 
bre para usarla como arma contra nuestra humilde pero 
bien intencionada publicación, solamente porque es obra de 
mujeres. ¿Acaso la predicación de la Magdalena fué menos 
fructuosa por salir de boca de una mujer? ¿Tienen menos 
unción, menos santidad las obras de Santa Teresa que las 
de otros Santos Padres, por ser escritas por una mujer? 
¿Distingue Dios la oración que se eleva hasta su trono¿ es- 
timando en menos la que procede del alma de una mujer? 

Pero á qué molestarnos si no ha de entendernos el que 
echa mano de lo mas grande que el hombre abriga en su 
alma, de la religión, para combatirnos; de esa religión cu- 
ya principal virtud es la caridad; de esa religión cuyo pri- 
mer precepto, según repelía San Juan el discípulo amado 
á los primeros cristianos, es amarse unos á otros. A esto 
es preciso callar y que el público juzgue. 

Pero ya que no al corresponsal del Ancora, á la Espe- 
ranza sí y á los demás periódicos ilustrados que conocen es 
una necesidad imprescindible la corrección de las costum- 
bres, y cuanta es la influencia que en ellas ejerce la mujer, 
les rogamos apoyen nuestra sana intención coadyuvando al 
santo fin que nos hemos propuesto. Seremos chasqueadas, 
como suelen serlo muchas de las que confian en los hom- 
bres? 

JACOB A. 



-8- 

CARTA DE CAROLLYA MAR1LLAC A SC PADRE. 






(Coiitliinacioit.) 

Esta es la carta que recibí, mi querido padre. Yo tiem- 
blo todavía al copiarla. Es imposible deciros qué diversas 
sensaciones produjo su lectura en mi corazón. Solo me 
acuerdo que caí desmayada como herida de un rajo: una 
gran revolución debió verificarse en mí, y la calentura y el 
delirio no tuvieron sin duda la menor parte, pues no me 
acuerdo absolutamente de nada. 

Un dia en que empecé á, reconocerme á mí misma, cuar 
si despertara de nn largo sueño, me hallé tendida sobre un 
lecho en el mismo pabellón, estando á mi lado una anciana 
que me velaba. Me sentia demasiado débil para levantar hi 
cabeza del cojin y hacer resistencia, cuando poco después 
me pusieron en una especie de camilla cerrada por corti- 
nas toda alrededor. Viajé así por muchos dias en un com- 
pleto estado de postración mental y corporal, descansando 
por la noche en un pabellón, sin ver otras personas que la 
indicada anciana y el negro eunuco, que me ponía y saca- 
ba de la camilla. Finalmente llegó el término de nuestro 
viaje, y me depositaron en nna espaciosa cámara morisca. 
Entonces comprendí que me encontraba en el real harem 
de Fez, y sin ninguna esperanza de poder salir de allí. 
Yo estaba hecha un esqueleto, incapaz de sostenerme en 
pié ó moverme sin que alguno me ayudase; no estaba en 
disposición de ser vista por el dueño que me compró, y por 
este motivo se me dejó tranquila. 

La anciana me visitaba dos veces al dia. Hasta entonces 
babia guardado un riguroso silencio conmigo, y á los es- 
fuerzos que yo hacia para hacerne comprender me había 



_ 9 — 

contestado siempre poniéndose el dedo índice delante de ios 
labios, indicándome así que me callara; pero un dia, con- 
movida por mi dolor, me dirigió algunas palabras en idio- 
ma francés, que es una corrupción del español que hablan 
los judíos de Berbería, y merced á las lecciones que de la 
lengua española babia lomado de vos, pude comprenderla 
en parte y establecer con ella alguna comunicación. Supe 
que era una judía, y que era la que tenia cuidado de las 
mujeres del harem: pude saber también que el emperador 
habia ido hacia las fronteras del imperio á una cita que te- 
nia con Abd-el-Kader, y que le habia mandado que hicie- 
ra todo lo posible para que a su vuelta me encontrase en- 
teramente restablecida de mi salud. Pero Dios, que protege 
la inocencia y ampara á los desgraciados, quiso en su in- 
mensa bondad alejar el golpe que me amenazaba, envián- 
dome un castigo que me salvó de la deshonra, peor todavía 
que la muerte. Durante la ausencia del emperador se de- 
clararon las viruelas en el interior del palacio, atacando con 
una rapidez espantosa á cuantos habitaban en él, y la vís- 
pera de la llegada de mi señor á Fez fui atacada de la cruel 
enfermedad. Cosa eslrana! el mal no me mató: las demás 
mujeres del harem, que vivían felices y contentas y se glo- 
riaban de su suerte, perecieron miserablemente; pero en 
mí el principio vital era tan fuerte que salí vencedora del 
mal, deplorando que la naturaleza me hubiese dotado de 
un físico capaz de resistir aquella enfermedad y lo inmenso 
de mi dolor. Sin embargo mi rostro se quedó algo desfigu- 
rado y descolorido, y deberán pasar todavía algunos meses 
antes que vuelva á tomar su natural apariencia. 

Padre mió , os juro que me contemplaba con gusto 
en el espejo, porque esta momentánea deformidad me 



— 10 — 
servia de egida en una posterior degradación! 

Puesto que eslaba condenada á vivir, aproveché los 
intervalos de tiempo que me concedía mi enfermedad eu 
cautivarme el ánimo de la judia. Ella era una buena mujer, 
y cuando le conté que se me Labia hecho una tan bárbara 
traición todas sus simpatías fueron para mí. Pero ella, co- 
mo la mayoría de su raza, se hacia espugnahle mas fácil- 
mente por el lado de la avaricia que por pl do los buenos 
sentimientos. Esto sabiendo, le prometí una gran recom- 
pensa si encontraba un medio para libertarme; y aunque 
incapaz de comprender que la tierra ofrece condiciones mas 
envidiables y sublimes que la de una favorita del solían de 
Marruecos, ella sin embargo me prometió sorvirme apenas 
se presentara una ocasión oportuna. En Fez no habia es- 
peranza de que se presentase la menor oportunidad, puesto 
que no hay cónsules, y solo en Tánger es en donde están 
establecidos los consulados de las naciones europeas. Siu 
embargo me mantuvo su palabra. 

Un dia vino á decirme que había llegado una caravana 
de mercaderes procedente de Timbuctoo, y que entre los 
viajeros se encontraba un hermano suyo que debia ir á 
Tánger para atravesar el estrecho de Gibraltar por asuntos 
de comercio; que si yo queria escribir al cónsul francés en 
Tánger mi carta llegaría con la mayor seguridad á manos 
del cónsul por medio de su hermano. Acepté al momento, 
y habiéndome ella misma proporcionado lo necesario para 
escribir hice al cónsul de Tánger una Gel esposicion de mi 
desgracia, rogándole viniera pronto en mi socorro. 

Ali ! querido padre mió, no podéis imaginaros cómo mi 
corazón se entregó á la esperanza después que la anciana 
judía me dijo que habia entregado mi carta á su herma- 



— ti- 
no, y que este le habia asegurado que el cónsul francés ía 
recibiría al momento que la caravana hubiese tocado en 
Tánger. Me parecía ya verme reclamada por el cónsul- y 
puesta en sus manos; abandonar á Fez y viajar con él hacia 
Tánger; dirigirme después á Marsella, pasar á París y — 
precipitarme entre vuestros brazos!.. Pero el tiempo pasa- 
ba y ningún resultado habia producido mi carta. Yo no to- 
maba en consideración la gran distancia que media entre 
Fez y Tánger y la lentitud con que se viaja por aquellas 
países. Empecé á desconfiar de la fidelidad de mi encarga- 
do y de la misma judía; y falta de toda esperanza, la deses- 
peración iba casi apoderándose de mí , cuando una noche 
la judía vino á anunciarme que el cónsul francés residente 
en Tánger acababa de hacer su pública entrada en Fez. 

5e continuará. 
ANA MARÍA. 



UN MES EIV LA ALDEA. 

(COXIISVACIÓS.) 

CAPITULO PRIMERO. 

El reloj de la aldea da pausadamente las nueve; las nue- 
ve repite una voz temblorosa con cierto recogimiento y 
suspira; aquel suspiro que tal vez encierra todos los secre- 
tos de un corazón, parece se prolonga con el silencio que 
reina entorno de este ser. Esta criatura, entregada á sus 
meditaciones, es una mujer de melancólico aspecto; nada 
risueño la rodea; allí no hay flores; allí no hay mas que 
tristeza y oscuridad; una vela de resina ilumina la frente 
pálida de la anciana, porque la mujer á que nos referimos 



frisaba en esa época de la vida en que han muerto todos 
los ensueños de flores, todos los ensueños de felicidad: ¡tris- 
te frase que encierra toda una vida de sufrimientos! triste 
frase que oprime nuestros sentidos como un hierro canden-- 
te, porque nosotras también veremos desaparecer la aureo- 
la rosada que nos ilumina, y como ella nuestros sedosos 
cabellos emblanquecidos: las ilusiones del alma habrán 
muerto, y solo las reproducirá la memoria como una blan- 
ca fantasma, que unas veces entristecerá nuestros amorti- 
guados ojos, y otras hará asomar la sonrisa á nuestros pá- 
lidos labios. ¿Qué conciencia por pura que sea no se alarma 
ante ciertos recuerdos? ¿Y qué boca no sonríe ruando el 
pensamiento reproduce aquellos primeros sueños de la vi- 
da? ;("iiánt,i ternura encierran! ¡(Jué hermosas son aquellas 
inspiraciones que nacen con el aura de nuestra mísera exis- 
tencia y hacen latir un corazón virgen. ¡Un corazón vir- 
gen! Santa palabra que diviniza la mujer, porque las sen- 
saciones del corazón en esos momentos de la adolescencia 
son tan puros como la trasparencia de los rayos del sol: 
ella conoce su valor, el valor de su blar"a corona; el azahar, 
esa flor bella, la simboliza á los ojos del mundo, que de 
rodillas adora su inocencia y venera su castidad. 

Mas si la mujer, emblanquecidos sus cabellos, vierte 
una lágrima en el instante en que la miramos; si su fisono- 
mía espresa los recuerdos de que está poseída, y un vago 
temor se refleja en sus ojos, pesadilla incurable en las al- 
mas timoratas, nuestro pincel la delineará con piedad'j 
porque ahora que la miramos en un anchuroso aposento, 
donde la contradicción coloca al lado de nna grandeza ma- 
nifiesta la oscuridad y Ta pobreza, ese tinte de melancolía 
parece bien justificado. 



— iS — 

Todo cuanto miramos personifica la miseria y la gran- 
deza, el esplendor y la oscuridad: justo es desenvolver es- 
tos dos pensamientos tan contradictorios. La grandeza está 
en los muros que la rodean; el pavimento de mármol des- 
truido en ciertas partes por la huella de los siglos, su ele- 
vada bóveda, la majestad de su arquitectura, revelan uno 
de aquellos salones de las edades pasadas, y sus muebles 
escasos y carcomidos representan la miseria del decaimien- 
to de nuestras glorias artísticas, de nuestras glorias en ge- 
neral. Allí, donde la inteligencia alzaba soberbios torreo- 
nes, alíí moraba el héroe que velaba á la victoria y cuya 
diestra destruía al sarraceno; el noble queria que su mora- 
da tuviera las gigantescas formas de sus pensamientos. La 
cruz de Cristo, gritaba, se ostentará de pulo á polo mientras 
haya brazos como ei mió para esta santa cruzada. La inte- 
ligencia del artista, inspirada por estas ideas de fé v de glo- 
ria, alzaba castillos arrogantes como sus poseedores: el hé- 
roe y el artista se unian; el valor y la inteligencia inmorta- 
lizaban su gloria. 

Pero la mujer que miramos en medio de estas ruinas de 
histórica grandeza está pobremente vestida; su traje humil- 
de revela su vida de adhesión consumida en holocausto del 
señor de aquella orgullosa y pobre morada. En las prema- 
turas arrugas de su frente, en la pureza de sus miradas, en 
el aseo que por todas parles nos muestra la lucha de una mano 
solícita que quiere detener el paso de la destrucción, y lue- 
go la religiosa atención con que escucha el mas impercep- 
tible ruido, porque siempre cree oir la voz de su seüor que 
le ordena respeto y obediencia, ¡cuánta es su virtud, cuán- 
to su esplendor! Yo miro este pobre ser, olvidado en un 
rincón de la tierra, y comprendo su abnegación; toda la 



-H- 

abnegacioa que encierra el que bendice la mano que le ha- 
ce consumirse en I.Vmiseria y se arrastra á sus pies. María, 
este nombre tan suave como tu mirada, y tan puro como 
el firmamento en apacible noche, los ángeles le repitieron 
sobre tu cuna, y mi corazón le repite sin cesar, porque la 
imagen perfecta de la virtud donde quiera que se halle ins- 
pira siempre respeto y veneración: sí, María, tú ennoble- 
ces hasta la misma servidumbre; tú no obras nunca por 
cálculo, sino por bondad; pero al lado de estas bellas cua- 
lidades me duele ver esos pensamientos siempre timoratos, 
esa inteligencia que hoy cree y mañana duda; sin voluntad 
propia, el juguete de otros seres mas ilustrados, esta es la 
oscuridad, esta es la imperfección de María, esta es en fin 
la servidora de aquel destruido edificio, esta es la mujer 
llena de bondad; corazón generoso, pero sin conciencia de 
su propia dignidad, sin esa dignidad que Dios ha colocado 
en el corazón del hombre para que conozca su valor y pue- 
da bendecirle. 

; Cuánto tarda! esclamó María, y muchas lágrimas inun- 
daron su rostro; ¡pobre ángel mió! ¡oh noche de tristes re- 
cuerdos! En aquel momento en que aquella mujer se la- 
mentaba tan tristemente, una figura seductora apareció, 
uno de esos seres qne parecen predestinados para hacer la 
felicidad de los mortales en este valle de lágrimas. 

Valaün K. «le Ferrunl. 



¡SIN ESPERANZA! 
¿Qué es io que siento aquí, Dios soberano? 
¿Qué fuego se derrama por mis venas? 



-1S- 
¡Eq combatir su incendio yo me afano 

Y resistir su imperio puedo apenas! 
¿Qué es lo que siento aquí que me atormenta? 

¿Qué es lo que turba mi tranquila calma? 

¿Qué imagen á mis ojos se presenta? 

¡Ay que á su aspecto se ha rendido el alma! 

Amo no hay duda. . . nuevo amor rae abrasa 

Ante quien mi razón se ofusca y cede, 
Un amor que los limites traspasa , 

Y que mi esfuerzo sofocar no puede! 

¿Quién ha encendido esta funesta llama? 
¿Quién tal hoguera fomentó en mi pecho? 
¡No es hoguera, es volcan el que me inflama! 
¿Mis antiguos recuerdos que se han hecho? 

Me consumo, me abraso, no resisto 
La lucha desigual que me devora. 
¡Apártate de mí...! porque te he visto 
Fatal imagen que mi pecho adora! 

Do te has ido? do estás, sombra querida? 
No me abandones, no, que yo te llamo; 

Sé tú mi defensora, tú mi egida 

Perdón si te olvidé., ¡ciega te amo! 

En vano es el luchar, que ya no alcanza 
A sofocar mi amor mi ardiente anhelo; 
Condenada á vivir sin esperanza 
Sordo será á mis ruegos siempre el cielo! 

Amar sin ser amada, consumirse 
En llama sempiterna, abrasadora, 
Ante él de indiferencia revestirse 

Y ocultar este amor que me desdora! 
Contemplarle á mi lado, oir su acento, 



— 16 — 
encontrar su mirada penetrante, 
Y no poder decirle lo que siento 
Fingiendo á par mi lengua y mi semblante! 
¡Oh Dios de compasión, salvador mió. 
Contempla de mi pecho la tormenta: 
O calma tú el rigor del hado impío, 
O dame un corazón que menos sienta! 

Angola Gmitl. 



CHARADA. 

Una suscritora nos remite para su inserción la signiente 
charada, cuya solución admitiremos en el número inme- 
diato. 

Cuatro como mi primera, 
Con doce hermanos mayores, 
Dan placer, dan sinsabores, 
(Esto lo entiende cualquiera.) 
Quien con mi segunda quiera 
Hacer amigos se engaña; 
Mi todo es de tal calaña, 
Que hace servicios al hombre, 
También le injuria su nombre, 
Y hay millares en España. 

María Villazan. 



MADRID 1851. 

Imprenta «te don Jote Tnijltln, iilju. 

Calle de María Cristina, número 8. 



Domingo 7 de setiembre de 18S1. 



ft'úra. 6. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo, 



Este periódico sale todos losdimingosise suscribe en Madrid Hl tas librerías de Muníer j de Cuesta, á 1 rs. al raes; j eo provin- 
cias 10 rs. por dos meses franíu dü pune, remitií nju unahbranM a finir de nuestro impresor, ó sellos de franqueo. 



ADVERTENCIA. 

Decididas á deslinar á la mejora de esla pu- 
blicación las utilidades que pueda reportar, seguí) 
ofrecimos, empezamos hoy el segundo mes Uc nues- 
tra carrera periodística ensanchando la forma mate- 
rial del periódico, no obstante el aumento de gas- 
tos que lia de ocasionar. Ademas de esla mejora, 
interpretando tos deseos de nuestras amables suscri- 
toras, y sin reparar tampoco en el crecido gasto que 
nos ha de originar, hemos determinado dar inensual- 
lutíiile un figurín de las úl limas modas de Paris en 
lugar de la litografía que por una vea habíamos ofre- 
cido en el número anterior, con cuyo figurín y 
una revista quincenal de modas, que nos remitirá 
una nuestra corespopsal de Paris estarán las sus- 
critoras al corriente de Sas novedades que ocurran 
en este punto tan importante para las damas. 

Guiadas del mismo deseo de complacer á las que 
nos han favorecido, y aunque también á costa de 
sacrificios pecuniarios, hemos adquirido la propie- 
dad de algunas novelas originales que llenarán la ul- 
tima hoja de nuestro periódico, alternando con otras 
traducidas de las mas interesantes que publiquen los 
novelistas estraugeros. Tampoco descuidaremos dar 
cabida á las revistas de teatros y á cuantas noticias 
puedan interesar á nuestras lectoras. Y últimamen- 
te destinaremos una sección del periódico para la 
inserción de anuncios de los establecimientos de 
manufacturas, adornos y demás productos de perso- 
nas de nuestro sexo, en lo cual á la vez que liaremos 
un importante servicio á las mujeres que llenas de 
habilidad yacen en la miseria por ser desconocidas, 
lo haremos también á las damas que necesitando de 
tus trabajos carecen de ellos por ignorarlos, ó los 



pagan exorbitantemente viéndose en la necesidad 
de acudir á esos establecimientos en que el hombre 
espióla la habilidad de la mujer por una mezquina 
retribución, enriqueciéndose con su trabajo. 

En tin. nuestro periódico desde boy, sin perder 
de vista su principal objeto de conquistar para la 
mujer el puesto y la consideración que te correspon- 
den, abogando no por su eniacipaeioa, como se ha 
supuesto, sino pur su instrucción y su bienestar, j 
procurando no dejar de ser ameno y agradable, será 
«le un;i utilidad evidente para la mujer en todas las 
clases de la sociedad: la dama de alto rango, la de 
mediana clase, la artista, la mujer del pueblo, halla- 
rán aquí en los artículos doctrinales, en las revistas, 
en las novelas, en los figurines, en la publicidad de 
los anuncios y en la ardiente defensa de sus intereses 
cuanto puedan desear para su recreo ó su utilidad. 
Felices nosotras si llegamos á alcanzar el fin lauda- 
ble que nos proponemos, correspondiendo á la defe- 
rencia con que ha sido acogido nuestro pensamiento. 



: ii**- 



Según el orden con que vamos tratando el gra- 
ve asunto de ta educación que en la actualidad re- 
cibe nuestro sexo, correspóndenos hoy esponer las 
obligaciones de la mujer de la clase medía, las cua- 
les si son ciertamente mas modestas que las de la 
dama de alto rango, no les ceden por cierto en gra- 
vedad ni en importancia. 

La clase media es, por decirlo asi, la que llena la 
sociedad; la alta clase por reducida, el pueblo por 
desgraciado, apenas se divisan en lo que se llama 
sociedad; de la clase media es de donde salen los 
hombres que ejercen los destinos y las profesiones 
liberales y las ciencias; de ella salen el clero y los 



1 

e sr i i i uus , y los hombres át Iry. y los diputados, y 
los ministros, y en fin cuantos manejan, y dirigen , 
y figuran en «lo que se liara» sociedad- i í 

t graves serán pocs las obliga clone- « de las 
mujeres q-¡ ni .1 esa l lase, y en la cual ya 

como madres. Ta como espOí una influen- 

cia cuyos limiles no pueden fijarle? 

La madre de euvo lado no se aparta rl niño bas- 
tí la edjd en que estudios de imnortanria lo c\ 
la madre, cuyas matimas sé imprimen en la a 
de su hijo indcleblenictile, ejerciendo un influjo ura- 
nínvido en todas las acciones Je SO vida, en su mo- 
ralidad, en sus CJSlumbres, ;iüánlo tino, cuanta 
esmero no debed? Icncr, cuanta prudencia y ruñóla 
virtud no necesita al prestar cía primera educación 
cuyas consecuencias se dejan sentir toda la vida? 
¿Cuánto cuidad» no debe emplear para corregir á 
tiempo los vicios de una mala índole, los defectos de 
un carácter violento? ¿Cuánto para evitar se impri- ! 
man en aquella alma lan pura aun como impresio- I 
naide los gérmenes de las malas pasiuiu-s. impost- ! 
bles ¿e desarraigar mas Larde, y que por ronse- ¡ 
cuencía precisa lian de causar la desgracia por Inda 
la vila del que no logró ser corregido á tiempo? I Ihl 
Si las madres reflexionasen la trascendencia de esos ¡ 
primeros pasos que el niüo da en la vida; si llegasen ! 
á convencerse de maulo puede variar Ja suerte fu- 
tura de su» hijos por el poro acierto en dirigir esa 
primera educación que de ellos reciben, ya proceda 
de ttttrilidCi va de un cariño lan cseesiio como mal 
entendido; ¡cómo aplicarían toda s¡t inteligencia pa- 
ra ejercer con todo esmero ese sagrado deber, ese 
deber delicadísimo que solo pueden desempeñar las 
buena* madres dedicándose á él esclusi* ámenle, 
apiii aiid'j todas las fuerzas de su talento y siendo 
■oxiliailas por la Providencia, que nunca abandona 
i quien pone de su parte cuanto puede para Henar 
cual corresponde sus obligaciones' 

Si además consideramos los deberes de esa mis- 
ma madre cwn respecto á la salud y al desarrollo 
físico de su bijo; el incesante cuidado que debe em- 
plear para evitarle las enfermedades lan frecuentes 
en la infincia. bijas generalmente del descuido ó do 
un cariño mal entendido; su vigilancia para evitarle 
tas desgracias que lainespericncia le puede acarrear; 
el t-ludio que debe barrr de aquella tierna natura- 
laxa para adivinar sus dolores, para prodigarle los 
remedios que solo una buena madre sabe aplicar, 
aventajando con su instinto maternal Id ciencia de loa 
quo tan frecuentemente se estrella en las 



enfermedades de la infancia; y si estos importantes 
deberes no se pueden llenar por la mujer sin estar 
debidamente preparada p"r una esmerada educación 
,iB e&lruñorá aeasu que instsl.iiiqs lauto cji recomen- 
ílnr se cultive rl i nleiuíiuiienlo j|c forme el corazón 
de lai que después lian de cumplir deberes lan sagra- 
dos, b n de ejercer tañía influencia en el hombre y 
por consiguiente en la suciedad colera? 

Considérese luego á la madre, influyendo sobre 
su lujo hombre ja. que lia de ifiípebsail 
falencia que todo buen hijo debe á SU madre; con- 
sidérese el ascendiente que la esposa ejerce sobre 
su esposo; mídanse las consecuencias, y siga en el 
abandono y el descuido Ja educado» ÚS l ; > mujer, y 
la sociedad de dia en dia irá desmoralizándose, y 
cuando se pretenda corregir ya no será posible. 

¡Y qué diremos de las obligaciones de las moje- 
res del pueblo? Si manifestamos que también son de 
¡jr.-ui importancia, de grave trascendencia, no fallara 
quien acoja con sonrisa desprcriadora nuestra idea, 
porque no fallan personas irreflexivas a quienes no 
oenrrirá que la mujer de! pueblo que en vei de im- 
buir dsus hijos ¡deas de virlud y de sania resignación 
pora soportar los trabajos v las penalidades de su si— 
tuarion, les inspira odio á las clases ricas, aversión 
al trabajo, y que dejándolos criarse cu la mas abso- 
luta ignorancia forma hombres que lian de llevar 
después á las masas del pueblo su desmoralisarion, 
sus viciosyel rencor contraías clases superiores, que 
miran como usurpadoras de su bienestar, inspirando 
el ardiente deseo de vengar los agravios que juzgan 
consecuencia de! odio y desprecio con que se imagi- 
nan que los miran las clases acomodadas; no siendo 
en realidad sino las condiciones necesarias de la vi- 
da de los pueblos. Después de eslas reflexiones ¿ha- 
brá aun quien considere poco importante la educa- 
ción de tas mujeres del pueblo? 

Hemos bosquejado ligeramente la educación que 
la mujer recibe en la actualidad en las diferentes cla- 
ses de la sociedad; acabamos de esponer las obliga- 
ciones qilc tiene que llenar en cada una de ellas; los 
limites de nuestro periódico no nos permiten calen- 
demos boy mas. En el número siguiente rspondre- 
fnoj el plan de educación que en nuestro concepto 
deberia adoptarse, como complemento i los artículos 
que sobre este importante asunto hemos insertado 



3 



3i& Q®®®P¿¡>&* 

0anEtí)5. 
i. 

Suave es ni despuntar de la mañana, 
Cuando el aura se cuece blanda V pura, 
Cruzar ron firme plañía la llanura 
Que Je vistosas fl »fes se engalana; 

Ostenta el cielo su malí/, de grana; 
La aljofarada yrliasu frescura 
infunde á los sentidos, y hermosura 
Y fuerza y esperanzado oijier tuina. 

Mas cuando el sol, cumplida su carrera. 
Con tibia luí se esconde en el ora su, 
Yernos al empolvad.» peregrino, 

Dudoso atin del albergóte qué le espera. 
Mover el lento y fatigado paso 
Midiendo con los ojos él cambio. 



Suave es también al despuntar el dia 
De la in?sperln edad, (oda ilusiones, 
Surcar del anchi.) intuido las regiones 
Con libre viudo, sin Inmor ni guia: 

Hierve la sangre» brota la osadía; 
Báculo son '!"! alma las pasiones, 
Y adorna de engañosa I .mes 
Cada escena la uva fantasía. 

Mas ya agotado el juvenil alíenlo, 
Cuando se ¿cérea la vejez helada, 
Fecunda en penas, rica en desengaños. 

Gira su vista rn Ionio r! pen«ainicnío 
Ansioso de enconlrar fija morada, 
Donde ocultar el peso de lósanos. 

A. G. 



MUJERES CELEBRES. 



DOÑA BLANCA DE BORDÓN. 



Esta interesante y noble princesa, cuyas virtu- 
des han quedado grabadas con caracteres eternos en 
la historia, y cuyo infortunio ha arrancado tantas 
inspiraciones á las nrpa-s de los poetas, fué hija de 
Pedro I, duque de Borbon, y vino al mondo por los 
anos de 1338. 

Desde su primera edad comenzó á brillar en !a 
corte de Francia por su hermosura y por su dulce y 
bondadoso carácter. Jamás salia uua queja de 
ca; jamás sus bellos ojos ni su frente juvenil copia- 
ron la espresiun del enojo, y era Blanca la esperan- 
za de su familia y la alearía de sus gentes. ¿Quién 
hubiera podido ver entonces. las turuien losas nubes 
que se amontonaban sobre la cabeza de la amable 



niña, leer cu su porvenir, ai pronosticar la triste 
fama que después babia de alcanzar eu la tierra? 

Solo contaba quince anos, esa edad 68 que la jo- 
ven alma rodeada de ilusiones de ventura hace de la 
vida un paraíso, cuando so concertaron las bodas do 
l).' Blanca con el rey D. Pedru de Castilla, llamado 
el Cruel; y el acercar tan delirada criatura al vio- 
lento fuego de las pasiones del impetuoso principe, 
era epadeparia á morir abrasada por el rayo en el 
verdor de su primavera. Asi fue en verdad! 

Cuaudo la desvenlurada princesa llego ú España 
ocupaban al maudo los impuros y escandalosos amo- 
res de D. Pedro y de la Iiermdja D.* María de Pa- 
dilla; y embriagado este en tan criminal pasión, ha- 
bía escuchado con desvío y hasta con pesar los 
grandes elogios que de su joven esposa llegaban sin 
cesará sus oídos; pero mas por razones de estado que 
por otra alguna, vióse en la precisión de abandonar 
j Jos brazos de su favorita y partir á reunirse coa 
r D.' Blanca, que acababa de pisar el sudo de la cor- 
te de Cutida. La notable beimusura y escogidos do- 
tes de esia, que ponderan con gran calor los histo- 
riadores de aquel tiempo, parece que al pronto hi- 
cieron alguna impresión ea el ánimo del rey, y los 
nobles castellanos concibieron la esperanza de que 
su mudable corazón iba á fijarse. 

[Yapo, pensamiento! Dos dias solos habían pa- 
sado, y lodos los labios murmuraban con indigna- 
ción del proceder mas villano y cruel que mancillo 
su conduela durante su vida. Dos días solos! y de- 
jaba ya precipitadamente el casto lecho de su inte- 
resante y pura esposa para encenagarse en los bra- 
zos de la Padilla, Jamás la historia ha presentado tan 
lastimoso ejemplo como el que entonces ofreció 
D, a Blanca. Viuda tan en breve de un esposo por 
quien ya se había interesado su sensible corazón; 
escarnecida, humillada en todo lo que tiene de mas 
sagrado el alma de una mujer; abandonada en un 
[iais cstrafio al público ludibrio; desvanecidas tan 
brnscamente todas sus mas gratas «recocías, ¿jjuién 
podrá indicar siquiera, aunqne emplee los mas som- 
bríos colores, el terrible dolor de la infortunada 
princesa? Vosotras, amables lectoras, que tenéis un 
corazón como el suyo, y que conocéis toda la deli- 
cadeza dejas libras quede un solo golpe le corla- 
ron, acaso lo podréis adiriiiar. 

Viéndose doña Blanca en tan infeliz y amarga 
situación se retiró ¡i la viíla de Medina al lado de su 
madre política doña María; pero don Pedro instiga- 
do tal vez por su ainanle, no vio con gusto esta de- 






terminación, y con asombro de sus reinos mambí 
prender violentamente á la infon uñada princesa. I,i 
hizo conducir ¿i Arevilo y de »1M al alcázar de To- 
ledo, por ser punió mas fuerte; donde para llevar á 
colmo la injuria y la mora quede» bajo la vigilancia 
de don Juan Fernandez l unes Irosa, lio Jo ¿afta Ma- 
rte Padilla. 

Esta disposición tan injusta movió los pechos de 
lo» nobles toledanos, y se declararon defensores de 
doña Blanca, á quien retiraron ñ la catedral, sin 
que bastasen tos esfuerzos de! encargado del rey 
para arrebatarla de tan sagrado asilo. Las SsBoraj 
de Toledo, conmovidas como se bailaban por la ju- 
ventud y desgracia de la ilustre prisionera, también 
apoyaron ton ardor tan generoso movimiento, y lle- 
varon su entusiasmo basla el punto de escita r á sus 
bijns j esposos á defenderla con las armas en la 
mano. 

Se reunió en efecto muy en breve, un ejército de 
7,00U grades con muchos masinlautes, y declararon 
solemnemente ai rey que desde entonces dejaban de 
obedecerle cunto soberano si no se apartaba de doña 
María y sus favoritos: pero don Pedro despreció tan 
audaz amenaza, y volando en alas de cólera vino so- 
bre Toledo y la tomó. 

¡Terrible era so enojo; terrible debia ser también 
el ímpetu de su venganza! Aprisionó á s-j hermano 
don Fadrique, á doña Leonor, ti don Juan de Ara- 
gón y a otros muchos caballeros y les bizo dar muer- 
te, ¡Yojaláque el negro crimen de fratricida y tanta 
■lustre sangre derramada hubieran aplacada la impía 
sed de venganza que devoraba su pecho! Pero no 
fué asi por desgracia. 

Respetó por entonces la vida de D.' Manco, v 
la arrastró do prisión en prisión y de castillo en cas- 
tilto romo al reo tn.i - criminal. \.i i-rj sin embargo 
presumible qne se prolongase por mucho tiempo su 
agonfa; porque el rey la había señalado con su fatal 
dedo como ríclima. Asi fué que el dia » de noviem- 
bre de 1361 los habitantes de Medina Sídonia ha- 
blaban horrorizados de un crimen espantoso que 
acababa de perpetrarse en el rastillo: el cráneo de 
una mujer hermosa, jóf ene ¡nocente había «¡do he- 
cho pedazos por b pesada maza de un ballestero. 
Oln»» contaban que había perecido envenenada con 
yerbas. De lodos modos ya no existia D.' Blanca de 
Barbón! 

No faltan algunos historiadores que empeñado* 
en justificar todos los actos de D. Pedro han tratado 
de mancillar la nmaoña de la desventurada reina, 



suponiendo que la requirió de amores D. Fadrique 
cuando la condujo a España, y que ella se mostró 
blanda i su pasión. Semejante calumnia no ha en- 
contrado sin embargo eco alguno, desmentida como 
se halla por las virtudes de todos reconocidas que 
adornaban .i la princesa, y que fueron suficientes á 
encender una sublevación como la de Toledo, y por 
el carácter cruel, tiránico y sanguinario de su espo- 
so, que á tantos crímenes le indujo sin causa de nin- 
gún género. 

Se han escrito algabas tragedias sobre el asunto 
de que hoy nos ocupamos. Entre- ellas hay una en 
que se traza con tal maestría el carácter de D," Blan- 
ca, se la adorna de (anta poesía, de lanío sentimien- 
to, que nunca hemos podido leer sin derramar li- 
grimas de ternura algunos trozos de ella. Su autor 
es I). Dionisiu Solis, que injustamente olvidado por 
el público, tiene hoy ya alguna de la fama que me- 
rece, gracias ,i los esfuerzos del distinguido literato 
I). Juan Eugenio llarlzenbuscb. 

«■lia, 



h MI AJIfiO.,,, 

Hny un lazo sagrado y misterioso 
Que forjó en su bondad el Dios del cielo, 
Y une dos almas en un sueño licrmoso. 
Une dos almas con un mismo anhelo. 

Un laxo que ¡ti viajero fatigado, 
Que va cruzando el mundanal camina 
De espinal y de abrojos rodeado, 
Ofrece ropa do plocer ái\ ¡mi, 

Y esUlaxo ¡le dubas y ventura 
Tan puro como el Dio* que lo creara. 
Sin (líetela de pesares ni amargura, 

Es i, i santa amistad dulce y preclara. 

¡Cuan hermoso es vivir cuando una mano 
Anhelante, sincera y bienhechora. 
Sabe calmar el pensamiento insano 
Que roe el corazón V Ir devora! 

; Caán hermoso es vivir con la confianza 
Deque hay un ser sensible y generoso, 
Que junta con la nuestra su esperanza, 
Y enjuga nuestro llanto bondadoso! 

Que es lazo fuerte, celestial, divino, 

Fec lo en inefables emociones. 

El que en adverso y funeral deslino 
Estrecha dos amantes corazones. 

Y el poderoso Dios del firmamento 
Que me miraba triste y desvalida. 
Sintiendo compasión de mi tormento 
A tu vida feliz unió mi vida! 

Desde entonces, amigo generoso, 
lie recobrado mi tranquila calma, 



Pues volviste ;i rai mente el sueño hermoso 

Y su dulce espasiou volvíale al alma. 
¡Cual hermano te ame! mi solo anhelo 

Era verte á mi lado, oir tu acento, 

Y escuchar tus palabras de consuelo 
Un bálsamo ofreciendo á mi tormento. 

Vulví á pulsar mi lira abandonada 

Y mi alma con la Una confundida, 
Nueva fe cobra y suelta embelesada 
Dulce querella de entusiasmo henchida. 

Dios te bendiga pues, hermano mío. 
Gozosa acepto tu amistad ferviente: 
Formemos pues contra el destino impío, 
Una unión sania, iueslinguible, ardiente! 

¡Es tan dulce cuando el alma 
Se agita desespera ila, 
Encontrar una mirada 
Que consuele su dolor; 
Es tan dulce en el quebranto 
Escuchar Voz lisonjera, 
Que nos diga: Apere, «pero, 
Vendrá otro tiempo mejor', 

Y que nos vuelve á entreabrir 
Ese misterioso cielo, 

Que cubriera el desconsuelo 
Con su man lo la ti eral; 

Y que nos muestra anhelante 

De la gloria el premio hermoso. 
Que en un porvenir dichoso 
Trueca el presente fatal; 

Y soñar junios los dos; 
Soñar gloria, dicha, amores, 
Cubrir de mentidas (lores 
El tiempo que ha de venir; 
Que embriagada con el prisma 
De una halagüeña esperanza, 
El alma entonces se lanza 
Tras su hermoso porvenir' 

Y Dolando arrebatada 
Por un cíelo de ventara. 
Todos los goces apura 
Que puede ofrecerla Dios! 
Ven, que anhelante te espero. 
Ven, oh mi amigo y soñemos, 
Que del cielo gozaremos 
Sonando junios los dos! 

Mas ¡ay! que pronto perdida 
Lloraré tanta veiilura, 
Porque pobre niña oscura 
Tu vuelo no seguiré; 

Y tras locas esperanzas, 

Y mil hermosos ensueños 
Que voy formando halag íieños, 
Solo olvido alcanzaré! 

Peroá tí, mi fiel amigo, 
La fama reserva un nombre, 
Que al par de tu genio asombra 
A cuantos alumbra el sol. 



Ceñirá tu altiva frente 
Lauro eterno, y tu memoria 
Será un recuerdo de gloria 
Para este pueblo español. 

Entonces alegre, ufano 
Con tu nombre enaltecido, 
Condenarás al olvido 
La pobre amiga de ayer! 

Y en vano de su retiro 
Elevará trjsle canto, 

Que atestigüe su quebranto 

Y su humille padecer. 

¡Oh no, no, nunca me olvides, 

Y aunque en medio de ia gloria, 
Guarda siempre en tu memoria 
Mi recuerdo por piedad! 
Guarda siempre 3a memoria 

De tu oscura pru tejida, 
One lii caí ¡ñu c< mi \ ida. 
Es mi gloria tu amistad! 

Adiós pues, y si algún día 
Nos separase el deslino. 
No diré que en mi camino 
No he encontrado comnasron. 

Y si á li mi fiel amigo 
Teagoviare el desconsuelo, 
Ñu olvides que en este suelo 
Aun te queda un corazón! 

Angela (,i-3i,l. 



CARTA ÍIE CAROLINA MARILLAC A SU PADRE. 

■ i * >^ — 

í*c:mIn«.Uiii.) 

Oh! padre mió. que noche de angustias aquella! 
Me quedé levantada y escribí oiro reíalo con los mas 
eslensos pormenores de lo que me había sucedido, 
en la duda de que el cónsul no hubiese recibido el 
primero. Pero no hubo necesidad de nueva apela- 
ción, A la mañana siguiente el gefe de los eunucos 
me condujo al Diván, en donde, presente el visir del 
emperador, me eníregó al cónsul francés, el cual 
pagó por mi rescate la cantidad equivalente á la en 
que el emperador me había comprado del inicuo 
Pcrnelly. Yo hubiera podido ser feliz en aquel mo- 
mento si la felicidad no estuviese ya desterrada del 
corazón de Carolina Marillac! Aquel mismo dia 
abandonamos a Fez y durante nuestro viaje á Tan - 
ger nuestro cónsul me dijo que desde el momento 
en que recibió mi carta no tardó un instante en 
ponerse en marcha para ir á reclamarme personal- 
mente al emperador de Marruecos, en nombre de su 
propio soberano, como subdita de Francia, puesta 
ilegalmente en su poder, é ilegalmenle custodiada 
en su harem. En la audiencia que le acordó el empe- 



c 



radar, el cónsul le habla declarado que «n el caso 
de no ser atendida su r«rl»íjariün so habría hecho 
de este asanlo una cuestión nacional, «menasaridu ,il 
emperador que se turnaría una determinac-ion algo 
mu rigurosa que e! reciente bombardeo de H 
dor. ft no se me ponía cu el término Je veinte y 
cuatro liuras bajo la protección de Francia, repre- 
sentada en la persona de su tamul. Hubo una gran 
discusión en ti Diván antes qne se accediera á la jus- 
ta solicilud. pero lodo se awi 'lia misma 
entro isla. » (H ronsecuenria de haberlo indicado 
asi el emperador, el cónsul deíolvió cu nombre de 
mi familia la caiilid.nl dfl dinero empleada en la 
compra de mi persona, y de (sus modo quede libre 
en las manos lie mi amable prulertor, sin olru ves- 
lido que el que llevaba, pues no es iiH'Ufslcr dr.-im; 
que el hombre que no tuvo reparo en venderme me 
Labia despojado de lodos mis vestidos, alhajas y di- 
nero, 

Eu esle oslado llegue, á Tánger acompañada por 
el esceleníe hombre que se fia conducido, conmigo 
romo un padre, y par¡i que su llotuLid traspasase lo- 
do» bu limites no qmo dejarme hasta tiibraltar, en 
donde me puso ;i bordo de un buque de vapor fran- 
cés, qrré' torando tn Cádiz se dirigía ¿i Marsella. Me 
dio dinero suficiente para llegar á mi casa y me re- 
comendó a la protección del «apilan. lio ¡legado sin 
novedad ,i M irsella y muy pronto estaré entre vues- 
tros brazos. Mi corazón se despedaza pensando en lo 
que li.ib. i> sufrido por causa de vuestra desdichada 
Carolina, Acaso me Libréis llorado como muerta (y 
habría sido incjuí!,; peto punca habréis podido 
creer que yq li.iy a tenida una parlo voluntaria on c| 
«ilrnciu ijue os lu hecho ignorar mi destino por laa 
largo tiempo! Oh! podre liliu, olvidad lo quo lialtcis 
»yfu lo por mi sin mi culpa; j cuando la que fue en 
otro día vuestro orgullo y la alegría de vuestro co- 
razón vuelva 3 ¡a rasa paterna, ¡ají cuan distinta 
de la que -.din. pobre,, desgraciada, perono culpable, 
abrid vuestros braios y haced que ewueuüe en 
Tacslru seno un refugio a laníos males. 

Ctiouau M\fuj.ic. 

Aquí concluye la carta de la dcav enturada Caro- 
lina; pero i unu n<j «lujamos que su lectura habrá 
drvj>' > ,¡ íiiUréi en nuestra* sensibles 

*»t- , . cual fué la suer- 

te de La engañad i joven J partir de. Haricllrt, vamos 
a acabar con lo que j^ac la LLtciu ik doiuiu Lc- 
esos I'jiuj !u la caí la ¡lili aja. 

Lo que iujj afligía al anciana gem ral SI anille al 



I 



leer 9a carta de su bija era la eonv íceíon de la abso- 
luta imposibilidad i¡e poder alcanzar al malvado que 
le habia engañado é insultado tan bárbaramente en 
la persona de Carolina, para Vengarse Je él. Ilabia 
rl traidor imaginado y realizado su proyecto con la 
astucia de un dcninuio. ¿Donde encontrarlo? ¿A qué 
tribunal denunciarlo? Todo lo que quedaba al gene- 
ral era la triste esperanza de estrechar culi-e sus bra- 
zos á su desventurada hija. Cita esperanza íin ota- 
cía un bálsamo que endulzaba el amargo cáliz 
de sus desgracias. «Yo ¡a han'! feliz! ■ repelía él eu 
alta voz, leyendo y volviendo a leer Ja carta de Ca- 
rolina: después poniéndola sobre la mesa, y enju- 
gándose los ojos, ta levantó de la silla y npoi adu en 
su bastón pasó á arreglar el elegante cuarto de Ca- 
rolina, iii.j hhI.j iiJi i poner en su antiguo lugar lodo lo 
que mas había preferido siempre ella. Sus llores, sus 
pájaros, el piano, el arpa, los libros, los bastidores 
de bordar, y eirun lodo lo que antes le bebía perte- 
necido. "Si, v.i |,! haré tan feliz que olvidará á esc 
mnii-h-nu. y soln se acordará del pasado cotuo si hu- 
biese sido un sueno.» Y parándose delante; del re- 
trato de su bija, proseguía diciendo: «Mi querida 
Carotina, mi hermosa y buena Carolina! Tu ¡iidre 
creerte capuz de la menor falla... á tí, que has sido 
siempre pura como nn ángel... A ti? No!... nunca, 
hija mial Maldición al que le ha engañado!! Dios lo 
pasligajá; yo le demando ante el tremendo tribunal 
de Dios! Ahí tú sonríes nuevamente á tu anciano 
padre, añadió después de una larga pausa, durante 
la cual había quedado absorto en la contemplación 
de la pintura, sin apercibirse de que alguien había 
abierto ron sigilo la puerta y entraba en el cuarto. 

1 ' -pues de, un ahogado sulkno una mano tem- 
blorosa se posó sobre el hombro del general, que 
volviéndose vio una seünrn que estaba a su espalda. 

—Padre! — Carolina! fueron las palabras que, á 
un mismo tiempo salieron de sus labios, y lodo lo 
que en aquet momento padre é hija pudieron de- 
cirse. Pero mientras el general abría sus brazos pa- 
ra estrechar contra su seno á su querida bija, el llan- 
to vino en auxilio de la abatida naturaleza, v lloran- 
do desconsoladamente los dos, aliviaron con un mar 
de lágrimas su oprimido corazón. 

— Cu lin, dijo el general luego que pasil el pri- 
mer ímpetu de la emoción; en tin, bija mia, noso- 
tros podemos ser felices aim! Si. Carolina, » pesar 
délo que ha eurcdídfl boj , ., nosotros 

días de felicidad, pues que n ;,„,];, | CI}<! _ 

mos que reconvenirnos. Yo be encoutrado á mi 






I 



querida hija, y á donde ella quiera ir yo la seguiré 
siempre, la vigilaré y le liaré tantas y tantas caricias 
como ningún padre en el mundo las habrá hecho 
nunca i una liija! — ¿Y por qué debemos partir, pa- 
dre mió? dijo Carolina con una melancólica sonrisa; 
quedémonos en donde estamos; ya el mundo se aca- 
bó para mi, y solo me queda el consuelo de amaros 
lauto cuanto merecéis, 

Carolina tenja razón, y el general no quiso con- 
tradecirla. La felicidad no volvió á visitar sus cora- 
zones, pero reinó en ellos la paz y la tranquilidad. 

Ama naris, 

EL NIÑO DORMIDO. 

Cesa, manso viento, 
cesa en tu sonido; 
callad, dulces ü\es, 
que duerme mi niño. 

Ha poro que el llanto 
nubló sus ojitos; 
brotaba su boca 
dolientes gemidos. 
Mas ahora su seno 
palpita tranquilo, 
deliciosa calma 
en su frenle miro, 
y en sus labios vaga 
de placer el brillo, 
¡Callad, mansas auras, 
que duerme mi niño! 

Cuan puro y hermoso 
se encuentra dormidol 
¡Qué iellas visiones, 
qué ángeles tan lindos 
con alas de rosa 
y mantos de armiño 
velarán su sueño 
inocente y pió! 
;Mas, ayt ¿qué he escuchado? 
oh! cielo, un suspiro! 
¿Tan pronto las penas 
mortales, Dios mió, 
bailaron albergue 
«i su seno limpio? 
Ya sé que en sus lejei 
ordena el destino 
que en la breve vida 



índoslos nacidos 
padezcan despiertos, 
suspiren dormidos; 
mas quiebra esas leyes 
que duerme mí niño! 

¡Y será posible 
que en el turbio rio 
di.- Seras pasiones 
y de negros vicios 
se anegue algún día 
capullo tan lindo? 
Pero no leamos 
el tremendo libro 
que con crudo dedo 
escribe el destino, 
y de tiernas (lores 
con bello tegido 
llagamos guirnaldas 
para el gozo mió. 

En tanto, mansa aura, 
cesa en tu sonido; 
callad, dulces aves, 
que duerme mi niño! 



LIY MES EN LA ALDEA. 

(COSTIX DACIÓN.) 

Algunos días han trascurrido... Marta, sentada 
en aquel mismo salón donde la encontramos por pri- 
mera vez, medita.,.. En frente de ella un joven de 
rubia melena, de ojos espresivos, llenos de inteli- 
gencia, la contempla cariñosamente; su traje humil- 
de se compone, de un. pantalón de pana, chaqueta de 
ia misma tela, una faja y una boina. Esta provincial 
vestimenta nos da á conocer las montanas que le vie- 
ron nacer; las que miramos siempre con religioso 
silencio, porque ellas fueron teatro de una lucha ter- 
rible, que hacia latir dolorosamenle nuestrocorazon, 
porque en (odas partes veíamos la sanere preciosa 
de nuestro» hermanos: pero ahora que queremos 
analizar el carácter particular de uno de sus hijos, 
diremos que su humilde traje no guardaba armonía 
con sus delicadas maneras. En sus hermosos ojos, 
que varían á cada momento según las impresiones 
de su corazón, se ve una «"e esas organizaciones que 
se rebelan contra el destino y dicen nin'íro srr, v 
llega el diaque son; porque tíenen una convicción 
profunda de su valor. Estos seres privilegiados los 
hallamos en todas las clases de la sociedad; pero á 
veces el destino no los ayuda y pasan desapercibi- 
dos: así no es eslraño que encontremos aquí bajo el 



rustico sayal del hijo Jcl valle el hombre que agilar.i 
un pneblo de senriUos y laboriosos aldeanos; su* pa- 
labra* harán salir Je la inacción un puñado de hom- 
bres que sin Su lenguage inspirado hubieran perma- 
ii- ¡.Id tranquilamente en Mis rabadas. Pero osle jo- 
ven de ancha y despejada frente. Junde refleja leída 
la evallaciun Je sus pasiones, a) dirigirse ;i María, su 
voi , que oirás iws rugirá como el bramido Je la 
tempestad, libraba varonil poro muí cariñosa. 

— Estov seguro, mi buena amiga, que en este 
instante adivino vuestro pcnsamiriilu; ;.no es cierto, 
liaría, uae pensáis u la señorita?— Sí, Pedro, píen- 
lo ahora, siempre, en ella: ¡pobre flor cu el desier- 
to! V la buena mujer enjugó las lagriaas ¡pe roda- 
ban por sus nsjillsf.— Y porque llorar, Úuia, por 
(tur llorar por ella? Y los ojos de Pedro lomaron una 
utntfia espresioa, y sin embargo continuo, coma si 
hablara de un ser vulgar, dé una de esas niñas obje- 
to de adoración para los que solo admiran en la mu- 
jer su mirada de fuego o su p¡¿ diminuto, hacienda 
del ser mas bello de la creación un objeto dfi pasa- 
tiempo o capricho; en reí de adorar el Ser espiritual, 
el que realiza (odat las ilusiones. Indas I- 
zas de la viJa. ¿Quién sino ellas comprende lodo el 
valor del amor, de ese amor casto que se diviniza y 
que aparta lejos de si Inda idea material; ese amor 
que une do* almas, las purifica y las hace entrever 
el eirlo, pero un cielo tan puro como la sonrisa ino- 
cente de ios ángeles, * Luego esa ternura que es el 
embeleso del bogar domestico, quién sino vosotras 
lo comprende y lo derrama en el corazón de vuestros 
hijos.' No descendáis jamas del hermoso pedestal en 
que la modestia, os coloca, porque aquel dia será 
horrible para vosotras, habréis perdido esa aureola 
divina que os rodea de pretittgM) y que os aproxima 
a lo* inscles; escuchemos mientras ese fatal momen- 
lo nu llega el tímido eco de vuestra inteligencia, 
porque el corazón de la mujer, de la mujer pura, es 
un raudal de inspiración, 

Pedro «i hallar de una de esas criaturas encan- 
tadoras que hasta su memuria inspira religiosa ve- 
neración, daba á sus frases una ironía que la pobre 
anciana no podía al pronto comprender bien, — Por 
qué ItoiaU, Haría, por qué llurais.' respoudedme.— 
l'ues bien. Pedro, lloru y debo de llorar, ¡mrqiic yo 
la amo con ese delirio con que las madres ¡unan a sus 
hijos, i Ks estraíiu ipie yo adore á la señorita como si 
fuera mi propia hija! ,Xu la he criado. m> he visto 
su primera sonrisa, nu he recogido en nombre de mi 
pobre señora las primeras palabras que sus labios han 
balbuceado? ¿Xo he presenciado como ese inocente 
capullo ha llegado a ser la mas hermosa de las Dores 
del valle? Oh! Pedio, tú no puedes comprender toda 
la generosidad que ca< ierra su alma; !ú nunca has 
podido oír de sus labios esas palabras llenas de cari- 
dad t*0 evangélica que la nacen buena sin par, sin 
compañera. Cuando mi señor la daba todas aquellas 
lecciones qtte yo no comprendía, pero que sin cesar 
repetía porque esa querida niña las «apresaba con 



tanta gracia que confieso era muy felii, soñaba pan 
ella otro porvenir que el de eslnr .siempre encerrad 
entre estas tristes montanas; jo laminen me aprovt 
■ liaba de aquellas máximas que Ida repelía, porque 
insensiblemente las iba comprendiendo, y veia oír 
mundo que estaba lleno de delicias. Mi amo cons- 
tantemente repetía á su hija: no olvides que 
[muí Jo que me precisa trazarte está lleno de sinsa 
lunes, y cada una de sus rosas encierra un millón 
espinas.» Pero á mi, le lo confieso, la descripción 
de él me bacín daño, «tibiera deseado vtrlé— "í¡e 
bien, Mana, gritó IVilrn. ¿qué lime río que utrnn 
I ui lagrimas? — Tiene mucho; lii ronorrs el urgulh 
de nuestro anuí, de mi amo diré mejor, (v liaría r 
puso encarnada como si sus labios hubieran proferí- 
do una blasfemia); tú has visto ese joven que acom- 
paña boy ,-i Ja señorita... — Si, dijo el juicu oprimien- 
do et brazo de la pobre mujer m una manera que la 
hi/.o gritar; si. le lie i islo; dime, Ida Je ama? ama á 
ese hombre? responde. Y cada vei la opresión era 
mas terrible. María le miró asustada. — Pobre Pedro! 
abura lo comprendo lodo: amas un imposible, amas 
tin ángel; descubre tu cabeza y ponte de rodillas, v 
considera que le amas en el riel». 



llalAlla B, Se Feír*«t. 






Después de discurrir muy razonablemente ha en- 
contrado una amiga nuestra la solución du la cha- 
rada que inseríamos en nueslro anterior número, y 
es como sigue; 

Desconozco por demás 

en mi inteligencia baja 

las leyes de la baraja, 

o la primera es un as; 

la que se viene detrás 

es un no como una loma, 

y el que ambas palabras loma 

forma un asno con su un ion. 

Ahí leñéis la esplicacion 

sin faltar punto ni coma, 



ADVERTENCIA. 

Suplicamos a nuestras ^preciables suseriloras 
provincia que no hayan satisfecho el importe de sus 
suserteiones. y carezcan de posibilidad de hacerlo 
por medio de libranzas de correos, qne lo verifique 
en sellos de franqueo, dirij ¡endose á nuestro impre- 
sor don Jos¿ Trujilio. 



: 



MADRID ts.-,i 

Iniprrnln <l«» iltiti Jote Trnltllo. hijo. 

Calle de ildiia Critlirta, ii limero 8. 



Año 1. 



Domingo 14 de setiembre de 1851. 



Núm. 7 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periiidíco sale lodos los domingos; sesuscribc en Madrid en las librarías de Monicr y de Cuesta, i i rs, atines; r en provin- 
cias 10 rs. por dos IIMMS Cráneo do pune, rcinilieu ounalibran/a i favur denueslro impresor, 6 sellos de franqueo. 



Cúmplenos hoy trazar el plan de educación que 
creemos debería adoptarse para que la mujer cum- 
pla sus obligaciones de manera que su influencia en 
la sociedad sea benéfica, y ella encuentre la felici- 
dad que no proporcionan por cierto los saraos, los 
festines, ni los triunfos de la vanidad, y que única- 
mente hallarán en el cumplimiento del deber, en el 
amor de sus lujos bien educados y de sus esposos, 
que corresponderán sin duda con cariño y estima- 
ción á la espnsa digna que aumenta su felicidad en 
los tiempos de próspera fortuna, y comparle sus pe- 
nas y las consuela en los cunlraliempos de la vida. 

No se crea, sin embargo, que presumimos de 
doctoras y nos envanecemos con la idea de presen- 
tar una obra maestra, un plan completo de educa- 
ción; nada de eso, pues ni la índole, ni los limites de 
la publicación para que escribimos lo permilen, ni 
tampoco nos consideramos con las fuerzas y los cono- 
cimientos que tamaña empresa exige. Tarea es esa 
que dejamos para que la desempeñen hombres que 
tengan la ciencia, la profundidad y la esperiencia 
necesarias, limitándonos nosotras á hacer algunas 
indicaciones sobre tan delicado punto, y esto porque 
creemos urgentísima la reforma, pues vemos que 
de dia en día cunde mas el abandono en que se ba- 
ila la educación de nuestro sexo, crece en razón di- 
recta la desestimación y poco aprecio en que va ca- 
yendo, su malestar en todas las clases de la sociedad 
v el abandono con que se mira tan importante asun- 
to por ¡os hombres; por esos mismos hombres que 
después exigen de nosotras tantas virtudes, tan es- 
tricto cumplimiento de obligaciones que no se nos 
enseñan, al paso que si se cuidan alguna ven de las 
mujeres es, con raras escepciones, para seducirlas 
v corromperlas. 



Júzgase generalmente !o mas perfecto la educa- 
ción que se da en los colegios, y los padres que pue- 
den creen haber hecho cuanto es imaginable, lle- 
vando á ellos sus bijas y teniéndolas allí basta que 
tienen edad para lom.ir estado. Dase por terminada 
la educación de aquella joven, y sin embargo igno- 
ra cuanto debe saber para ser una buena esposa, 
una buena madre; no por culpa de las directoras, 
sino porque ni de ellas se exige que presten otra 
instrucción que la enseñanza ele algunas labores, ni 
lodos sus esfuerzos son bailantes para instruir en 
lo que no pi;ede aprenderse en sus establecimíenlos, 
muy buenos, muy útiles para la enseñanza de las. 
labores de nuestro sexo, pero que dejan un gran va- 
río en la educación que solamente pueden llenar los 
padres; pero estos no se ocupan de semejante cosa, 
pues conociendo instintivamente lo grave de esta 
obligación transigen con su conciencia delegándola 
en personas eslrañas. 

Nada diremos de las que se educan sin salir de 
la casa paterna, pues su educación depende de las 
circunstancias de las madres. Feliz aquella que de- 
bió el ser á una madre instruida, vigilante y llena de 
esperíencia. que comprendiendo sus sagrados debe- 
res no aparta de su lado á su hija hasta dejarla en 
poder de su esposo, y que en vez de escílar su va- 
nidad desde niña, ensenándola únicamente á ador- 
narse y á agradar con prendas o superficiales, ó mas 
perjudiciales que útiles, la instruye en sus deberes, 
haciéndole comprender que los esfuerzos de la mu- 
jer no han de dirigirse únicamente á parecer buena, 
sino á serlo en realidad. Feliz la hija de esta madre, 
que la sociedad calificará de rígida, pero que es dig- 
na de toda alabanza. 

Por de pronto el primer mal que se echa de ver 




la educación de lis majen-* es la falta de método; 
por eonsiguienle lo primero que debe hacerse es 
metodizarla, arreciarla i O" pl""> *>. «*>g«Pld<> 
los medio* mas ademados para obtener el lin prin- 
cipal que lo» padre* te piopoueo, que sin dnda eí 
que su* hijas sean bnenas J felicei, 

Es esrusada *lecir que l.i educación debe basar 

.. . *a 
en luí principios > mávimaí de nuestra religión; sin 

embargo de la indiferencia religiosa que hoy reina, 
ni una sola madre existirá que no empiece inslru- 
rendo .i sus hijos en los principios de nuestra sania 
religión. Hasta aquí lodo va bien, todas las madres 
i (informes, A esta instrucción, religiosa, que 
no debe de abandonarse basla que la niña es ja mu- 
jer, deben seguir los con oe i míenlos propios del se- 
xo, sin desdeñar ninguna de las ocupaciones domés- 
ticas, ninguna. Cualquiera que sea lasuerlede la 
mujer siempre esta enseñanza es indispensable; con 
ella sabrá en la felicidad ordenar su casa, y no será 
la esclava de sus criados, y si sobrevienen las des- 
gracias ¿cuánto menores serán para la que se basla 
.1 si misma, que para la que no sabe hacer lo que 
no puede mandar? 

Después de esta instrucción indispensable es ne- 
cesario mostrarle lambicn qué es esto que se Huma 
sociedad, la posición que ocupa en ella y las gra- 
de ber es que la ¡(apune, de que en urliculosanto— 
riores nos liedlos ocupado: y uu para envanecerían 
Laceria ambicionar mejor fortuna, como ordinaria- 
medie sucede, sino para formar su corazón v que 
cumpla tan inquiríanles obligaciones. Supuestos los 
conuLiiiuijilu! de leer, escribir, ek. . es también 
eom emente que aprenda esos milodoí sencillos de 
aliviar las tijeras indisposiciones de su familia, es- 
pee i al me tile las de lus niños, que sepa su propio ¡dio - 
DU por principios, aritmética, geografía y dibujo, 
T esta no para lucirse , ni solamente por el re- 
creo que le pueden proporcionar, riiio para que 
icpa preparar con esta primera instrucción á fus 
niños, si llega á ser madre; pues según nuestra 
opinión, los bijas do deben separarse de sus ma- 
drea hasla la edad en que ya deben haber adqui- 
rido «toa prime ros conocimientos y ellas ser quien 
se los rn*cñe, pues ningún maestro alcanza á conci- 
lio li severidad y la dulzura necesaria para tan 
tierna edad, ni para hacerse comprender y ser creí- 
do como una oíadrr. En Inglaterra e»U e»la práctica 
nwy seguida, allí las madres mm generalmente los 
primeros preceptores de sus hijos; asi U educación 
infle* llera untas ventajas i lai de otras naeronei. 



t IJ'L 



Es cierto que allí las mujeres no se creen escusad 
de atender á las ocupaciones domésticas por ser ins- 
irnidss. pero abrigamos la dulce ronuanza de que io 
mismo sucederá en nuestra nación si como espera- 
mos llega ,i difundirse la ¡oslrucóvn en nuestro se- 
xo, pues no eeden las españolas á nadie en buen jui- 
cio tu en talento. 

Nada decimos de loscotioriniientosde puro ador- 
no; estos lus dejamos al buril juicio de los padres. 
que deben tener gran cuidado en no sacrificar lo ne- 
cesario á lo indiferente, y en que la educación de 
sus bijas en esta parle corresponda á la posición so- 
cial que ocupan'. 

Juzgamos que estas breves iinlic.H iones, csplfl- 
nad'i- después por los padres, latí interesados por 
sus bijas, son suficientes sí se utilizan para que la 
joven educada bajo file plan corresponda á cuanto 
de la mujer se puede erigir en la actualidad, alcan- 
zando la influencia que le corresponde y mayor fe- 
licidad de la que altora generalmente disfruta. 

>-» »t »i««« ■ 

Una de nuestras «preciables suscr lloras de pro- 
vincia nos lia favorecido con el articulo que á con- 
tinuación insertamos. Algunos oíros tenemos de se- 
ñoras que nos han dispensado igual favor; pero co- 
mo no es posible ¡aseriarlos lodos á la vez, los ire- 
mos publicando por el orden de fecha cotí que se 
nos han dirigido. 

lie aqui el artículo á que nos referimos: 

Sin ser mí ánimo poner á cubierto con la su- 
ciedad las jóvenes esposas que por falta de educa- 
ción adecuada á esc estado son un conjunto de or- 
gullo, roquete na y demás cualidades que constilu- 
H'u l.i desgracia de las familias y el trastorno gene- 
ral de su casa, mi pobre y corlo talento desea pre- 
sentar algunos de toa motivas que influyen en la des- 
cuidada educación que nos lamentamos se da gene- 
ralmente á nuestro seto. 

■ No es tan raro encontrar padres que animados 
de lo.-- íeiiümícDtos mas, loables procuren inculcar e 
instruir ¡i su joven bija desde que descansa en el 
regazo maternal las i tiras mas religiosas, predispo- 
niendo aquel tierno corazón para acciones grandio- 
sas. Cimentándolo en estos principios, y recogiendo 
en la corta edad de aquel ser vivificado con su háli- 
to amoroso el fruto de estos afanes, unido al placer 
que inspira lodo cumplimiento de un deber sagrado, 
procura adoruar su ídolo de todo lo que contribuye 
á deiarrollar el germen de aquella júten planta, pa- 



dicada á nna lectura Virtuosa é instructiva, o á una 
conversación interesante de donde pudiera sacar 
niii\imas que !u induzcan á cumplir los deberes que 
ha jurado y se ha propuesto sostener. 

« El amor propio de este hombre combatido por 
el orgullo va colocando tas piedras que unidas al fio 
abarán la barrera que los ha de separar y hacer la 
desgracia de la que era merecedora de mejor suerte. 
Todas las relevantes prendas que la adornan toman 
otra forma á los ojos de él. La constancia en el des- 
empeño de las obligaciones domésticas no es apre- 
ciada, pues siempre encuentra circunstancias que la 



ra que admita las ideas mas sublimes de la misión 
que le toca desempeñar en este suelo: esposa! madre! 
A la par que le ponen de mani Tiesto estas y otras 
obligaciones ornan su espíritu con la instrucción y 
su persona con las gracias, sicnJo indispensable pa- 
ra el complemento de su verdadera, religiosa, sabia 
y Gna educación. 

"La joven, ávida de remunerar los liemos cui- 
dados con que han rodeado su cuna y sus años in- 
fantiles una madre cariñosa, cuya sola idea se cifra 
en el vastago de su tierno amor, y un padre á quien 
no han adormecido ¡os honores ni distraído los cui- 
dados en que coloca á su seio la respectiva posición I desvirtúan, v con sn ironía le manifiesta ser forzada 
«ue ocupa en sociedad, no se contenta con recibir- ' en un talento tan sublime, é bien le hace compren- 
is, sino que abre su corazón con espansion, admi- der adolecen sus acciones de la presunción que le 
te con delicia lo que le osponen sus cariñosos pre- lian prestado los elogios de ios caros autores de su 
ceptores y supera si es posible su solicito cuidado. , vida. Estos según las leyes de la naturaleza han des- 
¿No han de tener estüs padres la consoladora espe- aparecido á esa fuerza inmutable que nos separa de 
ranza de que c) caro objeto de su Citrino, después Je ' todo lo que amamos; pero va llevan clavado el dar- 
constituir la felicidad del esposo que elija, gozará do emponzoñado, y saben que el tierno objeto de 
de una vida risueña y apacible, rodeada de su fanij- sus desvelos no es tan feliz como su corazón les prc- 
lia y con ios placeres inefables que estas cualidades sagiara. 

le aseguran? « Sintiendo la falta de los solos seres de quienes era 

(Todo desaparece como las nubes impelidas por comprendida, cubriendo de amurosos besos una lier- 

el huracán La joven da su mano á u» ser de na criatura, laque fué hija y es esposa se encuentra 

quien se cree amada; el mundo le llama hombre madre, pero se desalienta al refle\ionar el destino 
probo, porque no es capaz de cometer lo que este que han teñid, ¡ sus relevantes cualidades, fluctúa 
califica de infamia; su talento lo dedica á desempe- , entre el amor entrañable á sus padres y el inconce- 
ñar los deberes que la sociedad exige de él con de- ! bible á su hija, duda sí aquello! se habrán equivoca- 
do cuando quisieron adornarla de dotes poco roma- 
nes, y duda si deberá darle á esta niña la educación 
vulgar y ligera con que reconoce mas relices á mu- 
chas de las compañeras de su infancia. Si quiere se- 
guir las inspiraciones de su corazón teme el sarcas- 
mo de su esposo; y al fin decae y no tiene el valor 
suficiente para inculcar en su hija lo que á ella tan 
fatal le ha sido, y es preciso decirlo, con dolor pro- 
cura olvidarlo.... 

«Esto es lo que desearía combatiese una pluma 
mejor corlada que la mía, y que con frases de las que 
interesan al corazón hicieran comprenderá esta mi- 
tad del género humano que no desmayen aunque se 
les presenten esos obstáculos, porque si bien es muy 
común encontrar hombresquft mirándonos como so- 
lo destinadas á sus placeres ven con injusto desden 
las cualidades que por desgracia no nos son genera- 
les, los hay también que saben apreciar este mérito, 
y una madre está obligada á toda clase de sacrificios 
por dejar cimentado en sus bijas que no es incompa- 
tible con nuestras virtudes domésticos la instrucción 



lenimienlo y precaución, cualidades suficientes para 
que esta sociedad le mire como un compañero digno 
de la joven que adornada de esas cualidades intere- 
santes ya descritas se considera feliz con merecerle 
la elección. 

"Pero el alma de este hombre es fría y egoísta, 
gastada por pasiones que son admitidas en sn seso, 
pero que no por eso dejan de causar menor estrago. 
Elige esposa para cumplir nn deber que considera 
contraído ya en su posición, y para conservarla es- 
timación que lodos le dispensan. No puede menos 
de dar la preferencia al verdadero mérito que no le 
es dado desconocer; mas en su corazón abriga la 
idea general de que el talento de la mujer no debe 
desarrollarse, que debe ceñirse á futilidades y des- 
echarlo seriodesu educación. No aprecia la abnega- 
ción que su joven esposa hace de sus encantos, gra- 
cias é ilusiones; ¿y por qué? Porque las considera 
obligatorias; y mejor querría verla ocupada en com- 
poner un prendido que realzase sus hermosos cabe- 
llos Ó un vestido que ajustase su airoso t*Ue, que de- 



j las gracia* de »doroo, siempre regidas por la mo 
deslía, cualidad indispensable para todas las de mi 
wiu que deseen merecer la estimación general. 



la* «warrllor*- 



A VENECIA. 



Ved la encantada Venecia 
A flor del t&M dufnnda, 
Cual mía estrella raída 
De l,i luiirda clcrnal. 
Cual bella flor que campea 
Sobre alfombras de verdura. 
Cual masa que en noche oscura 
Gruía rl límpido cristal. 

Ved las olas mormurantes 
Que en carrera vagarosa 
Besan su plava arenosa 

Y se duermen á sus pies: 
Ved romo elevan su frente 
Esos altos campanarios, 
Cual gigantes temerarios 
De las nubes al¡ través, 

Y esos negros torreones 
Cun sus metálicos ojos, 
Que a la ciudad por despojos 
Rindieron mil naves, mil; 

Y de esas gandul as bellas 
Amarradas en la «trilla 
Ved cual la brisa sencilla 
Besa la vela gentil. 

Solo interrumpe el silencio 
Mili' reina do (|iiícr profundo. 
Del biiln; fatal v inmundo 
£1 ahullido sepulcral, 

Y el murmullo de las olas 
Que con losares del vienta 
Forman mágico concento, 
Melodía celestial. 

[trilla la luna ea el cielo 
Cual nocturno centinela, 

Y en luí mármoles riela 
Su nacarado fulgor. 

, Cuan hermoso es contemplar 
Sumido en sueño profundo 
Ese caloso del mundo 
Que fué del urbe terror! 

Con su estrellada diadema 
De azur, de rubí y topacios, . 
Con sn manto de palacios, 

Y con sn alfombra de mar; 

Y ver la ciudad coqueta 
De latastros al reflejo. 
Asomarse ai claro espejo 

Su hermosura á contemplar; 

Y aparecer en lat ondas 
Mil ciudades y mil cielo». 
Cual hermosos terciopelo* 



Bordados de estrellas mil; 

Y casas, y campanarios, 
Jardüica y chapiteles, 

Y góndv'a» y bajeles 
En remolino gentil. 

Y ni infiltrar de las aguas 
Ostentarse y confundirse, 

Y otra vez reproducirse 
Para borrarse otra vez. 
Oh! sé bendita mil veces, 
Venecia la encantadora, 
Que en ti el Eterno atesora 
Toda su a loria y mi pe»». 

Parece que de otros climas 
Mil genios la transportaron, 

Y en e! golfo la dejaron 
Cual abandonada flor: 

Y miedosa y zozobrante 
En lus aires supendida, 
Espera su muerte ó vida 
Ue manos d'' su Creador, 

Tal vei está pronunciada 
En el cielo tu condena, 
.Miniaría esa luí serena 
Tal vez tío id alumbrará: 
Quizás esc dulce sueño 
Se termine con la muerte, 
¿Mas que importa si su suerte 
Cumplida en el mundo osla? 

¡Pobre vieja derrengada, 
No has perdido tu hermosura. 

Mu perdiste tu ventura 

Y tu renombre anterior! 
¿Donde han ido, di, tus glorías? 
¿Tus soldados valerosos? 
¿Tus pendones victoriosos? 
¿Donde ha ido tu esplendor? 

En vez de ceñir laureles 
Tus ¡nii'blij!. x.ni vegetando. 
Cas cadenas arrastrando 
De, oprobiosa esclavitud. 
Llora, Venecia infsliee, 
Llora, llora desolada; 
De tu libertad sagrada 
Solo queda el ataúd! 

Manchados ron el polvo del osario 
Los que adornan su sien secos laureles, 

Y envueltos en su fúnebre sudario 
Despiertan ;.iv! lus paladines fieles. 

Míralos leían lar su faz marchita, 

Y con acenln sepulcral y hueco 

Cual te gritan: ■ Fenecía, estás maldita, • 

Y maldita do quicr repite el eco. 

¿Te estremeces por fin? iergues lu frente 
En la que infamia se miró esculpida? 
¡Despierta pues, y en tu entusiasmo ardiente 
O [umftfl d Ubi rtad, grita atrevida! 

Corre á las armas, ve; sacude el yugo 





Con que empañaron lu gloriosa historia: 
Derriba de su liono á lu verdugo, 

Y cubre lu baldón con la victoria. 
Corre á las armas, vé; de! estrangero 

Derrumba el solio y las inicuas leyes, 

Y grita con orgullo al mundo enleru: 
«.Yo hay esclavos aqiti: todos son reyes!* 

¡Pero en vano es el soñar 
Con un porvenir de gloria; 
La página de tu hisíoria 
Para siempre se cerró! 
Ya no hay para lí combates. 
Ni renombre ni laureles. 
Solo anhelas los joyeles 
Que el liranu te arrojó. 

Te contentas con vivir 
Entre bailes y festines; 
Tus osudos paladines 
Han muerto ya para lí! 
Tu enervadücorazon 
No palpita al oir su nombre... 
¿Qué vale al fin un renombre 

Y una gloria baladí? 
¡Oh vergüenza, oh deshonor! 

¿\ r son estos, los guerreros. 
Tan osados y altaneros, 
De lan grande corazón, 
Que pasaron á otros climas 
De acero cubierto el pecho. 
Por hallar el mundo estrecho 
A su gigante ambición? 

¡Oh! pluguiese á Dios que al menos 
Sí á esclavitud le condena, 
Si esa pesada cadena 
Debes por siempre arrastrar; 
Pluguiese á Dios pues le niega 
Un porvenir halagüeño. 
Que fuese mortal tu sueño 

Y le tragase la marl 
Adiós, adiós! que de ti 

Apartar quiero los ojos. 
Pues roe causa mil enojos 
El mirar tu deshonor; 
¡Pobre vieja derrengada! 
Queda en paz, pues que la suerte 
De ir en busca de la muerte 
Te ha negado hasta eí valor! 

Queda en paz: duerme tranquila, 
Ya que cifras tu ventura 
En la gala y hermosura 
Que lau poca prez te dan. 
Duerme, duerme descuidada 
Envuelta en espesa bruma 
Sobre lu lecho de espuma, 
Ya que es inútil mi afán. 

Y al despertar soñolienta 
De los astros al reflejo, 
Asómale al claro espejo 



Tu hermosura á contemplar, 
Y lu estrellada diadema 
De azur, de rubí y topacios, 
Con tu manto de palacios, 
Tu bella alfombra de mar! 

Angela «;r;i««i. 
BALADA. 

¡Llegad á oir e¡ canto de la pequeña ave ama- 
rilla! 

Hubo un tiempo en que volaba libre por las so- 
litarias selvas; pero los hombres llegaron codiciosos, 
la tendieron artificiosas redes y la encerraron en 
cárceles de racial; porque conocieron que su tierna 
voz dulcificaba los pesares del alma. 

Desde entonces es compañero de la mujer. Le 
cuenta dulcemente los tormentos de su cautividad; 
loma ron placa: el cebo que le présenla la mano de 
su amíga, y cuando escucha su iw 6 sicote sus pa- 
sos pica el hermoso plumagede su pecho en muestra 
de alegría. 

Un dia, Amalia, la bella nina de azules ojos v 
dorados cabellos, cayo enferma en el lecho del do- 
lor. Su frente abrasaba con el ardor de Ja fiebre: su 
mirada era de fuego y nunca el sueno cerraba sus 
párpados. ¡Pobre niña! Su madre agoló el amargo 
raudal de Las lágrimas, y los doctores mas ancianos 
pronosticaron su muerte. 

Pero ovo tus dulcísimos acentos y sus ojos se 
empaparon en copioso llanto: despertó su corazón 
á la vida, sus mejillas se sonrosaron y recobró la 
salud. Amalia habia comprendido lu consolador lea- 
guage, porque estaba enferma de amor. 

Llegada oir el canto de la pequeña ave ama- 
rilla. 

Vedla guardar con su amante seno su reciente 
cria. ¡Cuan contenta está! Acaricia sin cesar á sus 
hijuelos, los entretiene con su apasionado cauto, y 
no se aparta de su lado sino para sorprender la vo- 
ladora mosca y traerla á sus piquitos. 

¡Inocente madre! Ignora que alimenta una linda 
raza de esclavos, que un dia gemirán como ella en- 
tre las rejas de una eterna prisión, y que no mati- 
zarán con su pluma ge la verdura de los Lilaques pa- 
ra que fueron nacidos. 

Llegad á oir el canto de la pequeña ave ama- 
rilla. 

Mas los hombres nos hicieron un inmenso bien 
cuando llegaron codiciosos ala gran Canaria, leudie- 




roo sos redes y nos trajeron lan lindo compañero: 
porque al menus cuando nuestro corazón padece, 
podemos fijar nuestros ajo* en los suyos, sin encon- 
Inr U espre»ion de N mofa f> del tf «preció, y nues- 
tras tristes suspiros siempre son contestados ¡rar sus 
tneUnroliras quejas. 






Sí, ti! Los queahrisais peiares en el alma, (le- 
pad presurosos i uir el caolode la pequeña ave ama- 
rilla y seréis aliviados en vuestro dolor. 



l'na susrntora de Rarretona nos remite los si- 
guientes renos dedicados ¿ nuestra amable colabo- 
radora l( señorita doña Angela ürassi, tos rúales 
nos apresuramos i insertar run rancho gusto en tas 
columnas de nuestro humilde periódico. 

Cuando llegó liernfsima á mi ujifo 
La i ur de la inspirada poetisa 
Dulre como el murmullo de la brisa 
Que huyendo besa 1* fragante flor: 
El corazón latió tinliendo el fuego 
Que el amado placer al pecho inspira, 

Y alcé del polio mi olvidada lira. 
Llena Iíi mente de divino ardor. 

Yo anhelaba en hnpl.ii ida quimera 
Un canto de alabanza dar al viento. 
Pero mi trova se turnó en lamento 
Cual no de las muidas funeral. 

Y connri al través ilr mi amargura 
Que la sombría vw de mi tristeza 
Ensalzar no podia la belleza 

De la tuja lan pura y celestial. 

El ángel del dolar sobre mi cuna 
Con loca lana desplegó sus alas¡ 
Uiómc la tierra abrojos, y sus galas 
Naturaliza para mí ocultó. 
En vano del cariño los halagos 
Con perdurable afín Je mandé al mundo: 
¿Sufrimiento, pesar, duelo profundo 
Solo á mirostru coa desden lanzó! 

;Que mucho que ai cruzar después la vida. 
Los ojos lijos en mi turbia estrella. 
Ostente del dolor la triste huella 
Estampida en mi frente juvenil? 
^Que mucho av ! que en el lloridoTalle 
Si el cielo l.i uepi la aur a serena. 
Pernea deshujuta la aifteeaa 
Cuaodoapenas bnllaba el sol de abril? 

Por eso loiqne enhrMoi 4c U dicha 
Con regalada calma se adurmieron, 
El honda <an ajada prorumpirron 
Al escuchar mi legra inipiraeion. 



Y era que los dichosos no entendían 
Que herida del dolor por los agravios, 
Abundoso brutalia de mis labios 
El duelo que escondía el corazón. 



Tú empero bella cantora, 
Tú la mujer peregrina, 
En cuya sien se atesora 
La ardiente llama divina: 
Tú que con candidos ojos 
tío i es en la rosa abrojos. 
Ni ponzoñosa serpiente 
En lomo la clara fuente, 
\i sombría nube oscura 
Que del sol la llama pura 
Corre veloz á turbar; 
Tú, ángel de amor y ternura, 
Canta, canta sin cesar! 

Hay seres cu va fortuna 
Hizo lan menguada Dios, 
Que siemprfe sigue importuna 
La desventura en sn pos. 
Jamás sonríe su hora. 
Jamás el placer les tora, 
Jamás la líente levanta 
La yerba (pie ludir) su ¡plañía. 
\ en lan feroz desconsuelo 
Solo les concede el cielo 
l"na tregua A su penar: 
¡Escucharte es su consuelo! 
¡Cantil, cania si tesar! 

Al mar de las ilusiones 
Lanza lu nave atrevida 
Sin miedo á los aquilones 
De que será roiubalidn. 
Y si la (¡loria ambicionas. 
Hay bellísimas enronas 
De verde laurel formadas . 
Para lu frente guardadas: 
Hay labios desconocidos 
Que ,i.l miarán mnoiuv I. Li- 
li! lisonjero sonar 

Úill que l.al.i ■;,( los ojdoí 

Tu dulcísimo cantar. 

Jt'jinuuíi Litlau. 



I \ MES E¡\ LA ALDEA 

BarBtUíMma, 

Después de anadia brusca ioterpolaeionrcíoópor 
algún tiempo un silencio penoso. El joven con la 
mano sostenía »u rabcu: cualquiera observador hu- 
biera conocido que aquella imaginación enaba po- 
seída de diferentes pensamientos; aquellos ojos, doo- 






de siempre se vieran reflejar los uioumienlos del cu- 
razón, ahora se {.lavaban involuntariamente en la 
tierra. Se había hecho traición, babia revelado uno 
de esos secretos que mil veces él mismo se ruboriza- 
rá de comprender, y hubiera dado la mitad de su 
existencia por poder reccijer aquellas frases que se 
deslizaron sin apercibirse de sus labios. Por otra 
parte, su amor no era tan puro como el cielo, en 
donde creía ver la imagen celeste de su adorada. 
Cuantas veces su espíritu fatigado de la lucha i|ue 
sostenía se había adormecido, y cuantas aquella ima- 
gen tan inocente y bella había acariciado su fre nú- 
es medio de aquellos suenes deliciosos, él halda 
bendecido ese elixir de embriaguez y de amor que 
se la mostraba bajo tan misteriosas formas. ; V ■ ■■. i 
el amor mide las distancias y se apercibe de esas 
barreras que la sociedad coloca entre sus individuos? 
No, Pedro es hermoso, es joven, su corazón Jale al 
solo recuerdo de esas acciones que ennoblecen al 
hombre; ¿por qué entonces ruborizarse? ¿Por qué 
temblar como un niño solo porque ama? Pero no es 
esto; Pedro teme el ridículo que raería sobre él si 
sus compañeros comprendieran que sus pensamien- 
tos se elevaban basta ta señora del castillo; de aquel 
castillo habitado por sus poderosos antepasados, que 
parecía que hasta sus mismas ruinas inspiraban ese 
religioso silencio que oprime el corazón; porque era 
un libro abierto á los ojos del caminante que le re- 
velaba la historia gloriosa de cien siglos, en los mu- 
ros de aquel baluarte de feudal poderío; pero la 
huella del tiempo ha carcomido aquellos orgullosos 
torreones, dándoles un tinte de melancólica triste- 
za. ¿Puede haber un corazón que do se conmueva 
ante el espectáculo de la destrucción? No, mil veces 
no; su vista impresiona dolorosamente y La imagina- 
ción da tan diverso giro á aquellas silenciosas rui- 
nas, que el edificio imaginario se alza mas bello y 
poético que lo fué en realidad. Pero hoy solo queda 
de aquella grandeza que en dias mas felices le ro- 
deara, sus muros carcomidos y la tradición de aque- 
llas.seocillas gentes, que le miran como un santuario 
que temerían profanar si la murmuración penetrara 
en él. Su actual poseedor solo babia heredado el or- 
gullo proverbial de su familia, y una mezquina ren- 
ta, un castillo lleno de recuerdos y unos títulos que 
le impedían ejercer ninguna profesión, porque aque- 
llos recuerdos de gloria según sus creencias se em- 
pañarían: era necesario vivir aunque fuera en la mi- 
seria. 

Esta era una verdad que la pobre María sabía 



los sacrificios que la costaba, pero el país, mejor di- 
cho, sus moradores verán Iodo lo contrario. £1 creía 
que este era un medio para que todos doblaran mas 
respetuosamente la rodilla ante su antiguo señor: su 
influencia era grande; una palabra suya tenía para 
todas aquellas sencillas gentes el don de la profecía 
y era escuchada como un aviso del cielo: por otra 
parle el señor Adolfo De, á quien tendremos lugar 
de conocer en nuestra relación, tenia á su lado uno 
de esos seres á quien lo naturaleza, pródiga con ellos 
en estremo, rodea de un no sé qué de divino que 
parece santifica cuanto se le aproxima, esla criatura 
tan llena de encantos era Ida, Ida era un ángel; la 
primera de sus máximas era esa caridad evangélica 
que d;i hasta á su fisonomía algo de celeste. Su pa- 
dre había comprendido exactamente su misión en la 
tierra; era ambicioso, pero su hija nunca pudoaper- 
CÍblrse de ello; él la amaba con di-lirio y había sacri- 
ficado una parte de su reducida fortuna para que á 
la señora del castillo, y usaremos de sus mismas pa- 
labras, no le fallaran aquellos conocimientos tan ne- 
cesarios para una joven que contaba duques en sus 
antepasados. El alma de Ida engrandecida con esas 
sublimes máximas que la encadenaban hacia el bien, 
estaba por otra parle embriagada de esa poesía que 
hace que lodos los objetos se presenten bajo la for- 
ma del bello ideal. Todos la adoraban con esa ado- 
ración respetuosa que inspira la hermosura, el can- 
dor y la virtud; ella comprendía este prestigio v Su 
corazón bueno v generoso ambicionaba hacerse dig- 
no de él, no por una vana ostentación, sino porque 
al comprender que era amada era para ella una re- 
compensa muy dulce. Ida inspiraba con su ejemplo 
deseos de ser útil á los demás; cuando sus escasos 
recursos no le permitían socorrer á los desgraciados, 
llegaba basta la puerta délos ricos, les hablaba con 
el lenguaje puro que hablaron los profetas, y les ha- 
cia comprender las desgracias de sus hermanos de 
peregrinación sobre la tierra: su voz simpática tenía 
cierto no sé qué que arrebataba y enternecía, y los 
pobres, que siempre veían su imagen protectora pin- 
tadas partes, la bendecían y !a miraban como su 
ángel tutelar. Otras veces recorría la rivera en su 
¡ijera barquilla, y mas de una al encontrar á la ori- 
lla algún pobre rendido de fatiga, le conducía hasta 
el valle, en donde era saludada con ese entusiasmo 
hijo de los corazones que comprenden el peso del in- 
fortunio, y saben bendecir la mano que Jo disminu- 
ye. Su padre, embotados los sentidos con sus raí- 
das preocupaciones, hubiera recia zají> esfa conduc- 






I 



la de so bija, que según el U ponía en contacto con 
loda It canalla del valle. La pobre María mi! veces 
había llorado viendo las arciones hn hermosas para 
«lia de su señorita, interpretadas de esta manera; 
pero debia callar, porque su señor se lo ordenaba; 
él solo lenia estas confidencias ron su humilde Ser- 
vidora, v est«> tn para ella un honor inapreciable. 
El señor I>e rniilprcndia por otra parle el prestigio 
que lasine fonaciones de su hija le reportaban; su co- 
razón estaba ansioso de homenajes y era demasiado 
ambicioso pura no sacar partido de ellas. 

Cedro liahia abandonado su anticuo aliento y 
miraba desde la ventana la tuna, que se reflejaba en 
las aguas de aquel rin que se desligaba magesluoso 
al lado del rastillo. Por *¡ü imagina, ion lal vci ha- 
bían crinado lo das. esas ideas que él conocía laminen 
* que bariiin el n-lrato exacto ile lila y su padre. 
De pronto aqu>dla luna tan argentina iluminó una 
barquilla que caminaba interr limpien do ron SOS re- 
mos el silencio de l.i nuche: ella enrerraba uno de 
esos grupos que llenan los ojos de lágrimas, la guia- 
ba un joven oficial con uní actitud latí natural y tan 
noble que prevenía á su f,i\ tir. El tenia los ojos li- 
jos en el interesante cuadro que se destaraba en la 
frágil barquilla, y su corazón palpitaba de orgullo y 
de respeto. Sus miradas se encontraban niinli.is ve- 
ces con las de una joven que apenas sal ¡a de la ado- 
lescencia; una ráfaga de alegría brillaba en ios ojos 
de la encantadora niña cuando doblaba sus esfuer- 
zos para sostener puesta de rodillas .i una mujer pá- 
lida y desfallecida: esta mujer anciana y temblorosa 
casi pareéis una mendiga. La juven oprimía euu sus 
blancas y deliradas manos las de aquella desgracia- 
da, como queriéndole trasmitir su propia vitalidad, 
y la miraba con un cariño y una caridad tan evan- 
gélica que el joven mas do una Tez estuvo por aban- 
donar los remos y raer á sus pies para «dararta ro- 
mo »e adora i los ángeles. Entre tanto la joven to- 
mo una actitud tan noble, su mirada retada por una 
espresion de dulce melancolía, sus largo* v sedosos 
riiot que ocultaban en cierto mndo sus perfectas 
mejillas, su traje azul de una elegancia admirable, 
que dibujaba el nu< esbelto de los talles, todo en lin 
ofrecía en elU el tipo del ser puro, del ser que vier- 
te en la tierra la gracia y la alegría, y te presentaba 
ante tu destruido ca*lilln para engrandecerlo con ida 
evangélicas obras. Era el genio del bien, era la es- 
tatua dé la caridad, une te alzaba delante de aque- 
lia* ruinas abrazando á la pobre mendiga y calen- 
lando sus manos con su suave atiento. Aquella cria- 



tura tan bella, humildemente arrodillada ante la po- 
breza, h.u'iü sonreirá los ángeles, porque había su 
noble alma comprendido las palabras del Redentor. 
La noble castellana santificaba la grandeza de su ra- 
za: sus labios repetían: «De rodillas, poderosos de 
l.i fierra, venerad la pobreza, para que nuestro f.ms- 
lo v vuestros caprichos no merezcan el anatema de 
ese espíritu divino que prediró 9a pobrera y la hu- 
mildad. 

IV dro corrió & la orilla del rio. dejandi admira- 
da á la pobre María de su precipitación, pues basta 
la boina había olvidado subte una silla. La anciana 
se dirigió á la ventana, y sus ojos en el momento se 
llenaron de lágrimas. Ida, aun de rodillas, sostenía 
á la pobre mujer, que la miraba de una manera im- 
posible de pintar; el joven oficial le ayudaba para 
bajarla á tierra. He pronto se apareció Pedro; unos 
cuantos aldeanos se aproximaron también á la rive- 
ra.— Mi madre! gritó Pedro fuera de sí Á causa de 
la emoción. Ida le alargó Jos lirazos para sallar k 
tierra.— De rodillas ante la señorita Ida! gritaron los 
aldeanos. — ¡Viva el ángel déla montana! repitieran 
varias voces. En aquel instante la cabeza de un an- 
ciano apareció en una ventana del eastitlo. — Ellos 
servirán grandemente, ¿i mis proyectos, María: mi 
hija será mi apoyo; mis pensamientos se realizarán. 

En tanto que el señor Adolfo De preveía tan 
buen resultado á fus planes, Ida casi en triunfo lle- 
gó á sti castillo, y el eco repelía en las montañas: 
— ¡Viva nuestro ángel purul 

St continuará. 



YalallAtt. tíf ifri-anl. 



- *** kHQI ■* *■* * 



ADYEHTtícSUAS, 



Suplicamos & nuestras a preciables siiseriloras de 
provincia que no hayan satisfecho el importe de sus 
suscrícSbnej, j carézoan de posibilidad de hacerlo 
por medio tie libranzas de correos, que lo verifiquen 
en sellos de franqueo, dirigiéndose í nuestro impre- 
sor don José Trujillo. 



No se admiten cartas ni periódicos que no ven- 
gan francos de porte. 



MADRID 1851. 

lmprenin rte don •!••* Trajín», tatj». 
Calle de Marta Cristina, número 8. 



I 



Ldo I. 



Domingo 21 de «alumbre de 1851. 



fíúm. 8 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Esle periódico sale todos los dcimingosnesuseribc en MaJrid en las. librerías de Momer y de Cuesta, i * rs. limes; j m pro'in- 
«ias 10 rs. por dos meses franco de purle, reinilien o una libran u a favor ileiiui'Mru impresor, ú sellas de franqueo. 



Después de los artículos en que nos hemos ocu- 
pado de la educación que la mujer recibe en la ac- 
tualidad, demostrando tos vicios de que adolece <■ 
indicando los medios de mejorarla, tal es la impor- 
tancia que damos á esle asunto que continuamos 
boy tratando de él, aun á trueque de ser calificadas 
de impertinentes, esponiendo por Tía de apéndice 
algunas observaciones que juzgamos aflámente in- 
dispensables, y que si no á lo que se enseña, ni á lo 
que se debe enseñar, refiéretise si á circunstancias 
que ejercen una influencia grande en el corazón de 
las jóvenes neutralizando los buenos sentimientos 
que quizá deben á ta naturaleza y las virtuosas cos- 
tumbres que se las pueden inspirar. 

Por una consecuencia que casi nos atrevemos á 
llamar natural, al rceojimicnk» extremadamente rí- 
gido en que se tenia no ha mucho á nuestro sexo en 
España, ha sucedido la mas amplia y escesiva liber- 
tad: antes se juzgaba peligroso quií supieran las jó- 
venes escribir; ahora se califica de ridículo el padre 
que no permite á sus hijas tener su corresponden- 
cia particular sin intervención de ninguna clase. 
Entonces la que llegaba á saber leer únicamente co- 
nocía algún librodevolo; ahora nu hay ninguno que 
no se ponga en sus manos sin examen ni restricción 
alguna. A aquellas jóvenes niuguna clase de reu- 
niones les era permitida; á estas ¿cuáles son las que 
se les prohiben como peligrosas? ¿qué compañía 
se les manda evitar por perjudicial? Ninguna. 

Sí funestas eran las consecuencias de aquella 
desmedida rigidez, no menos funestas son las del es- 
tremo contrario en que hemos caido. Entonces no 
obstante era posible que la mujer recorriese la car- 
rera de su vida sin gozar ni un dia de Jo que ahora 
se entiende por Felicidad, pero no conociendo abso- 



lutamente esos tumultuosos placeres que, según se 
dice, constituyen la vida de Ja sociedad, acostum- 
brada á sufrir la tiranía de sus padres se avenia á 
soportar la de su esposo, y en aquella existencia 
monótona bailaba cuando menos el placer de cum- 
plir con sus deberes y atraerse el respeto y la consi- 
deración de cuantos la conocían. ¿Con la educación 
y libertad actual logrará acaso jjjual ventura? 

No era por cierto conveniente dejar á las jóvenes 
en la completa ignorancia en que se las criaba antes; 
perolo es menos permitirlas instruirse anticipadamen- 
te y cuando no tienen aiin el discernimiento necesario 
en lo que las enseñan esas novelas escesívamente 
libres que con grande imprudencia se dejan en sus 
manos. Recordamos que un ilustre y malogrado es- 
crilur ocupándose de este asunto bace algunus años, 
negaba la influencia de estos libros en las jóvenes, 
atribuyendo los errores que algunas cometen exclu- 
sivamente á su temperamento. Sin embargo del res- 
peto que sus opiniones nos merecen, en este punto 
nu estamos conformes con él. ¿Cómo puede poner- 
se en duda que han de ejercer un grande influjo en 
una alma inesperta y virgen esas obras en que tan 
hábilmente se justifican, se embellecen y se glorifi- 
can los vicios y hasta los crímenes? ¿Cómo resistir 
en tan temprana edad á la seducción con que adu- 
lan los deseos que ya empiezan á insinuarse? ¿Quién 
puede negar que tales lecturas enardecen la mente 
y preparan el corazón para que se desarrollen en él 
las mas violentas pasiones, que destruyen el porve- 
nir de laque se deja arrastrar por ellas, o envene- 
nan la vida de las que por fortuna las resisten, ha- 
ciéndolas vivir en continua batalla con su propio co- 
razón? No se deduzca de aquí que anatematizamos 
todas las obras que bajo el título de novelas se pu- 






bliean; lejos Je ello conocemos muchas que pueden 
»r útilísimas ya para enseñar con ejemplos a evitar 
las funesta* ronsecuencias de las pasión et. y* para 
E*tj mular a| estudio de la hfctoria. ja para inspirar 

fas mal nobles ardenes: Id que joigamos peligroso, 
lo que condenamos es que sin examinarlas por si 
mismos previamente permita» lus padres ó sus hijas 
la lectura de lodos los libras que pueden haber alas 



far ¡li- 



ma nos. 

Lis misma: observaciones nos sugiere esa 
Jad de llevar i las jóvenes á reuniones donde que- 
dan enteramente apartadas de l.i vigilancia de las 
madres, v donde solo escuchan adulaciones que es- 
citan su vanidad, ¡¡alanterícis atrevidas que gastan 
•■u pudor, v conversaciones estremada mente libres 
que despiertan primero curiosidad, después deseos 
v que quita son los fundamentos de su perdición. 

¿V* qué dirciuo- «Je esa ¡njusliíii abie condescen- 
dencia de ios padres, que no cuidándose de escoger 
lis compañeras de sus bijas les permiten cultivar la 
-imisifiil de esas mujeres de trato ciertamente Fácil, 
amable, seductor, de esas mujeres de mundo, que 
son citadas en todas partes por su lujo, por sus con- 
quistas, por sus infinitos adoradores, pero cuya inti- 
midad es peligrosísima para las jóvenes fallas de to- 
da esperiencia, y cuya única vigilante árnica debe 
«er su madre? 

El descuido general que en estos puntes u ad- 
vierte, v el influjo que ejercen en la juventud nos 
han obligado a entendernos sobre ellos, llamando la 
atención de los padres para que sean mas preravidbs, 
para que sepan adoptar un término medio entre la 
rigidez antigua y la ilimitada tolerancia que actual- 
mente te usa. Desean sin duda hacer la felicidad de 
na bijas, pues reflexionen que no pueden llegar á 
ser felices cor» tanto descuido por parte de los únicos 
que deben pinar y dirigir su juventud. Si las dejan 
casi abandonadas i si mismas, si no las prepararon 
eoo una buena educación. ni después las ayudan a 
•airarse cuando las pasiones, y con sus seducciones 
elmundn, y los hombres cun su perfidia, (as comba- 
ten, ¿porqué han de eslrañar que se pierdan.' | porqué 
baa Je culparlas si la infamia «ella su frente? Cúl- 
pense á si mismos, y compadeican á su hija infeliz, 
T perdonarla si bit maldice es lo que les queda que 
hacer. 



MUJERES CELEBRES. 



JUANA LA LOCA. 

Cuando la Providencia abruma al débil mortal 
ron el peso del infortunio de nada sirven para evi- 
tarlo las riquezas ni las ¡jerarquías mundanas, y lo 
mismo "iiue bajo su fatal influencia el poderoso 
magnate que el pobre y menesteroso. 

El conocido nombre que hoy va al fíenle de es- 
tas lineas nos lia sugerido sin querer tan tristes co- 
mo Venladrra» rclletiones. 

D," Juana de Aragón y Je Caslilla, reina de Es- 
paña, conocida vulgarmente por Juana la Lora, fué 
bija de los Huyes. Católicos y nació en Toledo el 
di» d de noviembre de ItJÍ). Educada convenien- 
temente, según su elevada clase y sus futuros desti- 
nos, din a rontm'cr muy pronto su claro ingenio y 
singular talento, y cuenta» que era todavía muy ni- 
ña cuando hablaba la lengua latina can tanta facili- 
dad corno la lililí 1 llana. Tenia quince años cuando se 
contrató su matrimonio con el archiduque de Aus- 
tria D. Felipe, que después fué llama do el Hermoso 
y con justicia según lus historiadores, pues era el 
mas gal lanío, generoso y amable caballero que en 
aquella época podían presentar las familias reinan- 
tes de Europa. 

En estas bodas, que llevaron la monarquía es- 
pañola a la casa de Austria, solo (ralo D, Felipe de 
llenar sus miras de ambición, mientras que la joven 
1).* Juana concibió una pasión tan delirante por su 
marido, que fué el origen de su funesta desgracia. 
Efectivamente, cuando en. I 'jl)2 unieron ambos a 
España desde Irlandés, donde residían, a fin de ser 
jurados principas de Asturias y herederos di; Aragón , 
padeció D." Juana un acceso de celos tan violento, 
durante una ausencia de su marido, que su raion 
comenzó ¿ turbarse visiblemente con grande dolor 
de mis augustos padres v del reino. 

En liiClíi fueron proclamados los príncipes en la 
ciudad de Valladülid reyes de Caslilla y de León: 
pero apenas pudieron terminarse las fiestas y regoci- 
jos que m celebraban en España con este motilo, 
pues casi repentinamente, y en lodo el vigor Je su 
juventud (i los 29 *U»), falleció 1). Felipe en Bur- 
gos el día 15 de setiembre. 

Con tuceto tan terrible como inesperado recibió 
lauto sentimiento D.* Juana que iu enfermo juicio 
desapareció por completo, quedando enteramente 



R 



loca. Los médicos abrigaban sin embargo alguna 
esperanza de obtener su curación, pues hahia que- 
dado embarazada; pero llegó el deseado irance, y 
i). 1 Juana dio á luz una nina sin que indicóse la mas 
leve mejoría su cerebro vacío. 

A fuerza de las vivas instancias de su padre 
D. Fernando, pudo lograrse que se trasladara á 
Tordcsillas en 1509, llevando consigo el cadáver 
de su marido, del que jamás cousiulióeu separarse. 
Allí permaneció en estad» tan miserable por mas de 
cuarenta y siete años, padeciendo á veces manías 
que la inducían á no probar alimento alguno duran- 
te sesenta huras y á vestir indecentemente, basta 
que apiadado el cielo de su desgracia te abrió las 
puertas déla eternidad en 11 de abril de loSa, Su 
cnerpo y el de su esposo fueron trasladados á Gra- 
nada. 

Fué esla princesa muy querida de los castella- 
nos, y parece que su triste situación la hacia mas 
interesante á sus ojos: por eso mientras vivió, a pe- 
sarde su enfermedad, figuró su numbre primero que 
el de su bijo D. Carlos en lodos lus despachos, di [do- 
mas y demás documentos públicos, 

Julia. 



Nuestra apreeiable colaboradora de Sevilla nos 
ha favorecido con el siguiente articulo, cuyas estre- 
nadas dimensiones do nos permiten insertarlo pur 
entero en este número: en el inmediato daremos la 
conclusión. 

DEBERES DE LAS NIÑAS PARA CON LA 

SOCIEDAD. 

No creas que es despique, bella Ana María; no 
creas que ofendida, como vieja que soy, ba de tra- 
tar, ni por un momento siquiera, de locara! cuadro 
en que á grandes rasgos has trazado la pobre exis- 
tencia de la mujer que llantas vieja, marcándole los 
deberes que para con la sociedad está llamada á 
cumplir. No creas tampoco que al contemplar la 
tumba de mi juventud, pues que be cumplido cua- 
renta y cinco años, vaya á escribir con la menor 
prevención con Ira la hermosa mitad del género hu- 
mano que llamarás sin duda juventud del bello se- 
vo. Nada de eso; yo también como tú me propongo 
escribir lo que sienta, sin ánimo de ofenderá nadie, 
v sin pretender tampoco elevarme á la considera- 
ción de censura de las que no alcanzándome en 
edad me adelantan en ilustración. El objeto que me 
propongo envuelve la propia buena fe que tus escri- 
tos revejao, y obrería ya la hermosa senda que te 
propones recorrer, aspiro solo á ayudarle en el des- 



linde de derechos» rebajando algún tanto la fecha y 
ocupándome de nuestras hermanas consideradas en 
tudas edades, en todas condiciones y esferas y tam- 
bién en lodas sus relaciones. De las jóvenes he de 
ocuparme mas directamente, porque lejos yo de su 
círculo y de sus aspiraciones, y conservando solo 
dulces recuerdos de un tiempo que fué, ha de so- 
brarme imparcialidad con que suplir el vacio de mi 
insuficiencia, lo que unido al grande amor que mi 
sexo me inspira podrá en mi concepto autorizarme 
para esperar confiada la indulgencia de la bella Ana 
María v de sus jóvenes amigas. 

No me ocuparé de nuestro sexo en su primera 
edad, porque las niñas para mí solo tienen derechas: 
semejantes á la bella y lozana flor que en hermoso 
vergel se ostenta sobre débil tallo, no tienen otra 
misión que la de embellecer: la cuidadosa mano del 
jardinero viene luego marcando con su saber y lino 
la mas conveniente dirección, para que en un día 
dado pueda atraer hacía si la admiración de los que 
su obra contemplan. Los derechos de las niñas se 
esplicau por Los deberes de las madres, y al llegar á 
este punto dedicaré acerca de ellas algunas palabras. 

No puede en principio general señalarse la épo- 
ca en que la niñez acaba, tuda vez que para buscar- 
la haya de atenderse al desarrollo intelectual, único 
que puede servir de base á mis observaciones. La 
educación primaria os en este punto la única regu- 
ladora, deforma que será completamente niña y en 
su mayor estado de infancia una joven de doce años 
de educación descuidada, á la par que otra á los diez 
podrá despojarse del líLulo pueril á beneficio de una 
saludable dirección. Sirva pues esto de prudente y 
preliminar aviso á las que ya son madres, en tanto 
que por el curso natural de mis observaciones entro 
de lleno en la cuestión. 

La mujer de nuestros dias llegada á los doce 
anos pretende reclamar ya la consideración y el lu- 
gar de mujer joven, cuyo dictado parece significar 
tanto como persona social, con todos sus atributos, 
capaz de derechos y obligaciones en toda su estén - 
sion; reclama para sí un lugar mas elevado del que 
antes ocupara, legando una desdeñosa mirada á lodo 
aquello que no ha mucho formara sus únicas ilusio- 
nes. Ya se permite llamar niñas A las que no cum- 
plieron una edad igual á la suya, y compañeras y 
amigas á las que i a sobrepujan. Pero desgraciada- 
mente para nuestro sexo, las niñas a aquella edad 
solo comprenden que empieza para ellas una segun- 
da época marcada por la sabia mano de la Providen 
cia; pero fallas de la instrucción adecuada distin- 
guen solo el hecho sin entrever sus consecuencias. 
Tiernas y candidas palomas, vírgenes de lodo mal. 
se ven sorprendidas en la vida de dulzuras que lla- 
mamos niñez, para, ser llevadas áolro mundo, ven- 
dados los ojos y desarmado el corazón, á correr 
riesgos cuya importancia no pueden alcanzar ni re- 
motamente á presumir. A esta edad ya la niña debe 
engalanarse con una educación conveniente, debe 






hallarse preparada para que la transición no sea lan ( 
violenta. No dudo ín calificar wla «dad como la , 
nut peligrosa, porque desde luego la consideeu ru- 
mo U (|nt manir jnlludicia ejerce en los destinos j 
futuro* de la rnujer. Hasta aqtlrlia edad I» niña no 
ha Irnidu otro mundo que el ele Mií jileaos, l.i mejor 
educada solo [Hiede comprender que vive para go- 
zar reven-miiiido v amamln á su* padres. A este 
circulo estrecho se raneen ira su vida toda. ¡Di- 
chosa edad' Durante ella la nina nada ha vislit del 
verdadero mundo, pero ia época fatal se acerca; 
enrárgasc por si sola la naturaleza, y la nina, que 
baila entonces alegre y bulliciosa tuviera siempre 
(H bellos ojos fijos en los de su lienta madre, sin 
atesorar en su corazón otra consideración que la de : 
su amor, lo* baja ya. clava su visl.i en el suelo y | 
Mente por primera ^e^ sin espliearsn su importancia ¡ 
lo que el mundo llama rubor. ¡Puliré y desgraciada 
nina! [De pá rel o el rielo una madre cariños;) que 
sepa laminen ruburizarsc cotiligu; que acierte ;i de- 
finirle ron elocuencia maternal la emoción que bas 
■sentido, y que no «e precipite irreflexiva á decir lo 
que debe rallar ni á callar lo que debe saber! 

Entra la niña en esta secunda época, y no sabe 
explicarse el mundo que delante de si tiene. Si poii- 
ble fuera concebirla en esa edad sin familia, sin ma- 
dre sobre lodo, y eu la calificación de madre com- 
prendo no ya <i ta que le dio el ser, porque puede 
iialifr fallecido, sino á otra que dignamente sepa 
>u*liliiirla, eslum-es veríamos ,i ia desgraciada niña 
vagar de una ú otra parle, trastornada la me ule y 
embotada el corazón. Tal es la influencia que eu 
nuestra pobre imaginación ejerce esa súbita mu- 
dan» que sacándonos de la infancia nos lleva á Ja 
juventud. Aquí ya empieza á conlarsc la fecha de 
nuestros deberes, á la par que se estrechan mas y 
mas lomando el carácter de sagrados los que tienen 
nuestras madres. Cerciorada la joven de Ja signifi- 
cación de su nueva vida, aleccionada poco á poco 
ai erra de sus nuevos deberes, iniciada a fondo en 
la significación verdadera del pudor y del decoro de 
que antes solo conociera el nombre, mas no la cs- 
lension de iu significado, debe ser en estremo celo- 
sa, procurando distinguirse siempre por tau nobles 
y releíanles prendas. Nada e> escesivo de cuanto 
envuelva el fin del recato, nada, absolutamente na- 
da, La joven debe recatarse hasta de si misma, j 
desgraciado el dia en que por un momento descuide 
en lo mas mínimo esta saludable advertencia. Me- 
nospreciadas una vei las leyes del pudor, se empa- 
ñan, pierden su importante brillo, y tarde ú tem- 
prano lo que naciera como indiferencia se llora co- 
mu de*h jura. fSt continuará./ 



FLAVIO 1 FLORA. 

LA CANCIÓN'. 

A lo* umbrales de Flora 
Esli suspirando Flavio, 




V el pesar que le devora 

Confia en quejas al labio, 

Vano empeño; 
La bella por quien padece, 
Quizá en lo» brazos del sueño, 
N'i lo escucha, tii agradece. 
Ni al que la llama su dueño 
Compadece. 
Mas al |iié de aquella reja, 
Que encierra , i la niña ingrata, 
D.i al viento Flaviu su queja 

V el trislc dolor rebla 

De su vida. 
De la noche silenciosa 
Por los ecos repelida 
Quizá llegó hasta la hermosa 
Esta canción lan sentida 

amorosa, 

iPor lí, mi señora 
lógrala y hermosa, 
Por lí no reposa 
Tu fino amador; 
Que viera en mal hora 
Tu rostro divino 
V el crudo destino 
Le inspiró tu amor, 

¿Por qué eres iugrala. 
Mi dueño, mi Flora? 
¡No ves que devora 
Mi pecho el pesa 1 7 
;No ves que me mala 
Tu rrtiel desvío, 
Que no se, bien mió. 
Vivir sin amar? 

As ! Vuelve, garcía, 
Vuelve á mí tus ojos, 
Calma los enojos 
I>e mi corazón. 
Mi dolor (e duela, 

V del que le adora 
Paga, mi señora, 

I -a ardiente pasión.» 

Sin ruido y con precaución 
Al fin se entreabrió" la reja 
Al terminar la canción. 



Y asomada allí una vieja 
Con f uidado 

De parle de su señora 
Dio un billete perfumado 

Y una llave, y una hora 
Señaló ni enamorado 

De su Flora. 

na». 
-vas:. ■r.T'Z^-z .-..- 

LA TOILETTE. 

La toilette, según nosotras, debe ser uno de los 
principales cuidados de la mujer para que pueda 
cumplir dignamente ron los deberes que !a natura- 
leza misma, la familia y la sociedad le imponen. No 
es el capricho o la eslravagancia de la moda lo que 
en nuestro concepto constituye la toilette, sino el 
aseo de la propia persona, el modo de vestirse, pei- 
narse, calzarse, armonizando el btieu gusto con Ja 
propiedad y la decencia. Si Ja toilette es un deber 
en el hombre, es ai misino tiempo una obligación 
indispensable en la mujer, que además de ostentar 
una conveniente propiedad en su atavío debe tam- 
bién gustar, agradar, aumentando con la loiielte los 
dones de que la naturaleza le ha sido pródiga, antes 
que disminuirlos con un reprensible y nunca perdo- 
nable abandono. No hay mujer por hermosa que sea 
que do deba parte de sus triunfos á una bien enten- 
dida toilette, sea esta de ia maí ingenua sencillez, 
que es lo que siempre debería preferirse. De consi- 
guiente no podemos estar conformes con Jas que 
creen que la loiielte no sirve sino para ostentar lujo 
y coquetería, y que otros deben ser los cuidados de 
la madre de familia, de la esposa ó de (a soltera. 
Nosotras, admitiendo é inculcando los deberes de la 
mujer de que nos hemos ocupado en otros números, 
sentamos en este artículo que la toilette es también 
un deber principal do que no puede eximirse nin- 
guna mujer medianamente educada, y que el no ha- 
cer caso de este deber es lo mismo que fallar .1 |,i 
propia dignidad en particular, y ai respeto y con- 
veniencia que se deben á la sociedad en general. 

En efecto, una mujer que con un ropago cual- 
quiera sale por la mañana de su cuarto v &o se cui- 
da de su peinado, de su calzado, etc. etc., y difiere 
su toilette hasta la tarde, y tal vez se loma la liber- 
tad también de recibir alguna que otra visita, aun- 
que de confianza, según nosotras peca de desidia, 
pierde mucho de su prestigio basta para con las per- 
sonas mismas de Ja casa, falta á su propia dignidad 
y se esponc no pocas veces á la murmuración de 
los de fuera, sin tener en cuenta que da un golpe 
mortal á las ilusiones de su marido si lo tiene, de 
su amante si por acaso la ve, y á cuantas personas 
en fin pueda ser poco agradable la ruda é inculta 
naturaleza. 

¿Cuántas mamas y cuántas hermosas bijas rio es- 



tán insufribles en algunas horas del dia, ó mejor di- 
| cho, antes de harer su toilette? Díganlo nuestras 
' amables suseriioras y verán si son justas nuestras 
| observaciones. Por esto el buen tono, muy á pro- 
' pósito por cierto, no permite que una dama salga de 
su toarlo ó se lia^a ver de nadie antes de haber he- 
cho su toilette. Si está lujosa ó sencilla poco impor- 
ta. Lo que interesa es que una señora se haga ver 
' siempre con la propiedad que le corresponde, con 
los atavíos de su condición propios, sencillos, con- 
venientes a realzar su natural hermosura ó encubrir 
sus defectos. 

Al escribir estas lineas nos pasa por la mente 
que acaso leyendo este artículo no falle quien diga: 
'■Esto ya lo sallemos; es rosa vieja; no hay quien no 
I lo sepa.» Es verdad, contestamos nosotras de anle- 
i mano) pero además que no siempre se pone en prác- 
tica Jo que se conoce, no es nuestra idea decir que 
baya mujer que lio se cuide de su loiielte, sino es- 
Lablecer, como arriba, que la luilelle, bien enten- 
dida es cosa necesaria é indispensable á toda clase 
I de persona cmlizaila. y no debe considerarse como 
; auxiliaría del capricho, ó de la moda. La moda y el 
capricho, al cuntí ario, deben ser los auxiliares de la 
toilette para variarla, modificarla, etc.; pero nunca 
los agentes principales. Es el amor propio el princi- 
pal agente de la loiielte, bien justificado por las con- 
veniencias sociales y por las leyes mismas de la na- 
turaleza. La vanidad también debería ocupar el úl- 
timo puesto en la toilette de una señora; sin embar- 
go no podemos menos de observar que se coloca en 
el primero; puro la preferimos al descuido, y mejor 
toleramos ver á una mujer vanidosa cíii su toilette 
que ¡i otra que ostente Ja mayor negligencia en su 
vestido ó peinado. Cusas son estas harto conocidas 
pero no dejan por esto de tener la mayor influencia 
en la vida de la mujer. 

Hablando mas claro, la mujer está destinada» 
ejercer una j;ran influencia sobre el hombre; pero 
este defiende palmo á palmo su natural predominio, 
y no cede ni se deja vencer sino por los hechizos de 
su compañera, las mas de las veces realzados por el 
arte, por aígo de coquetería, por una tal cual admi- 
tida seducción, por sus encantos en fin. Pues si esta 
mujer hace poco caso de lo que puede conservarle el 
afecto de su compañero; si depone sus atavíos, que 
pueden mantener las ilusiones de aquel ó crear otras 
nuevas; si olvidando que debe hacer alarde de gran 
fmura, propiedad y también galantería cun su propio 
marido, descuida su toilette, acabara de perder su 
influencia y el amor se cambiará nuevamente en 
amistad, y Ja amistad poco después en indiferencia. 
Y lo que decimos del marido sea dicho también de 
los amigos, parientes y conocidos, á los que el aliño 
y compostura de una mujer no podrá menos de ser 
grato y apreciable. 

No sin razón, pues, consideramos ta toilette co- 
mo objeto del cual debe cuidarse mucho una mujer. 
Si habláramos de eila como la entiende el mundo 



f! 






¡filante, y á tenor de la impurUneia que leí dan el 
lujo v l,i moda, entonces emitiríamos opiniones en- 
teramente contrarías ó «Ha. y antes que criarla ne- 
cesaria i la mujer r * su influencia en la sociedad la 
detestaríamos coma causa de infinitos males, de fal- 
lí» imperdonables y de irreparables ruinas. Acuso 
seguiremos ulru din hablando sobre este asunto, no 
podiendo hacerlo hoy á causa de los reducidos limi- 
tes ¡le nuestro periódico, I He la abundancia do nm- 
lerialcs con que nos honran nuestras amable» cola- 
boradoras v suscri loras. 



UN MES KN LA ALDEA. 

(CÍDfTISfACinV.) 

Era un día apacible. Fcho con' su dorada raete- 
H dalia nti brillo y una alegría indefinible á Lis 
montañas de esc dichoso valle para lodos desconoci- 
do menos para mi, que tan gratos recuerdos ha de- 
jado en mi corazón. Sus hermosos raí os penetraban 
por bi ventanas del rastillo del seíior Adobo De, 
como queriendo vengar ,i la bella castellana de aquel 
de IriltMa que la huella del liempo había ím- 
en sus destruidos muros. Ya veo á Ida: eslá 
¡genlemcnle recostada en un antiquísimo sillón 
en aquel mismo salón qucdiícrenlc* ocasiones he- 
mos visitado: SU rándida fisonomía Mtl mas anima- 
da que de costumbre: á su lado el joven oficial que 
tuvimo> 'M-asion de ver guiando la barquilla en nues- 
tro anterior capilulo, la mira de aquella niisnia ma- 
nera apasionada y respetuosa que bajo los reflejo;; de 
la luna daba á aquel grupo un colorido tan poético 
y sublime; pero en este momento los rayos del sol 
poderosos y vivificadores hacían resplandecer los 
hermosos rostros de nuestros jóvenes, llenos de vida 
v de amor. Si alguna vei los dulces y candidos ojos 
de la linda niña cruzaban una mirada cariñosa con 
tos nebros y penetrantes del joven, involuntaria- 
mente se clavaban en el suelo, > un temblor desco- 
nocido la hacia doblemente ruborizarse. 

r.i por iu parte i-onijireudia los movimientos de 
aquel corazón tan inocente, y SU felicidad r.iv.ihn Sn 
lo impositivo. Su raion le decía:— Eres dueño «1 ■ un 
corazón tan puro como et aura matinal: el comple- 
mento de la suprema dicha no es para ti un meta) 
sino una realidad que do creíste encontrar sobre lo 
tierra. Las ilusione» de toda uii vida están aquí, 
hermosa Ida, y apretaba la mano de la joven. El 
tenia razón; pocos seres lian disfrutado en eulu inun- 
do de una felicidad bé* tranquila que la que Enri- 
que del Olmo sentía al lado de la bella Ida,— lie 
roñado murtas veces amor, decia el joven; pero 
solo he comprendido *n valur cuincdio de estas 
montaña* v irjeoe* como lú, ángel de lodos mistur- 
óos, de toda* mis esperanza*, —¿t'rces tu que esta* 
ilusiones i - 1 1 1 hermosas no* rodearán toda la vida? 




contestó la graciosa niña, y sus mejillas te cubrieron 
de un carmín tan subido que casi perjudicaba á su 
delicado rostro.— ¡Y por qué no? replicó Enrique 
con una ennviccion lan profunda que la joven por 
un momento pareció" vacilar en espresar sus ideas. 
— A veces, amigo mió, el corazón de la mujer es 
profético, murmuró Ida con un acento de reconcen- 
trado temor; tiemblo al pensar que esta felicidad 
que ahora veo lan cercana puede desaparecer. En- 
rique se sonrió con incredulidad. — iQuíép es capaz 
de venir á arrebatarme tu cariño? Yo le desalió; 
porque, dime, ¿no es cierto que rae amas ron ese 
primer amor que nunca muere j que une las almas 
para luda una eternidad?— Oh: que iilca tan conso- 
ladora, Enrique! Esa si que es una celeste inspira- 
ción. Si los hombres nos separaran en la tierra, 
Dios nos uniría en el cielo, — Pero ¿por que pensar 
así. Ida? t par qué sembrar de tristeza esa senda que 
el deslino nos presenta llena de rosas? ¿No consien- 
te lu padre en nuestra unión ! ¿No le lie dicho una y 
mil veces, Ida, que soy rico, independíenle, que 
nadie tiene derecho á contradecir mis inclinaciones? 
¿No comprendes que solo pienso en I i, en c! feliz 
momento de presentarte a ese gran mundo, en don- 
de aparecerás como un nuevo planeta y reinarás sin 
compañera. ¡Cuánto (e envidiarán porque eres lan 
hermosa, querida Ida! — Di, Enrique, ¿no podría- 
mos vivir aquí mas felices en medio de estas monta- 
ñas que me vieron nacer, y que fueron testigo de 
nuestras primeras palabras de amor? ¿No tiene para 
tí mucho encanto mirar ese cielo lan puro como 
nuestras promesas, y esas montañas tan elevadas 
como la esperanza de nuestra deseada felicidad, lan 
suprema, tan grande? Para mi lodo licué aquí un 
significado agradable, ó terrible: este salón está lle- 
no de recuerdo* históricos que nos hacen ver lo que 
un dia fueron lilis antepasados; aquellos guerrero? 
lan celólos de sus laureles como generosos y leales a 
sus juramentos. En este mismo salón le vi por pri- 
mera vez cuando aquella enfermedad lan peligrosa 
le trajo A nuestras montañas á buscar la tranquilidad 
v la vida. 

Y después de una pequeña pausa continuó: 
— Siempre me acordaré de aquel momento: te- 
mía mirarte porque la espresioo de tus ojos tan lán- 
guidos me hacia daño. En este mismo sitio un mes 
después mi padre te decía : El corlo espacio de treiu- 
ll illas no es suficiente para lijar vuestra resolución: 
un mes en le aldea ns ha hecho olvidar las bellezas 
de la corte: me parece este período demasiado limi- 
tado. Pensedlo bien, joven, penvidlor ¡\ vuestra edad 
la imaginación está llena de fantasmas; pensad si 
esas fantasmas risueñas no desa parecerán, y si ellas 
podrán realizar vuestro* dorados tóenos. Conozco 
vuestra nombre, sois rico y esta diferencia que cu- 
siste en el día enlre nosotros me hace vacilar, porque 
Adolfo líe no humilla jamás la Trente; ¿lo entendéis, 
caballero? Ida es pobre, pero sus títulos la hacen 
superior I lodos los poderosos de la linrrn. 



Tú le interrumpiste, Enrique, continuó Ida; oh! 
cuánto bien hicisleá mi corazón! Yo Le bendije por- 
que comprendí que aquel diálogo me iba r'i hacer 
mucho md: mi padre tendría que hacerle una rela- 
ción de la situación actual de nuestra casa, y cono- 
cía que no podría ser muy lisonjera — ¿Y no re- 
cuerdas, Ida, ¿cuáles fueron mis palabras? Os juro, 
dije á tu padre, y esta promesa sania se realizará, os 
juro, señor Adolfo I>e, que la señorita -vuestra hija 
no necesita mas tesoros que aquellos con que Dios 
en sus altos juicios la doló, para que la sombra ma- 
jestuosa de mis antepasados se alce orgullosa á re- 
cibirla el dia que su delicada huella se imprima un 
nuestra antigua morada. Un mes en la aldea, señor 
De, ha sido suficiente para hacerme conocer que si 
hay ángeles en este mundo uno de ellos se llama 
Ida De. 

Pero mi padre, Enrique, te replicó: Es necesario 
esperar un mes mas; el dia de tu casamiento te diré 
una de sus condiciones; si aceptas Ida será marquesa 
del Olmo, si no saldrás de mi castillo con la convic- 
ción profunda deque Adolfo nunca hace traición á 
sus resoluciones; ¿entiendes? — Si, contesté yo, Ida 
querida; porque ¿qué puede proponerme tu padre 
que no acepte? Todo, Ida, lodo. Ya ese mes de an- 
gustias espira; llegará ese día tan deseado, el sol se 
retirará délas montañas, cubriéndolas ese manto fu- 
neral que tanto nos impresiona, y cuando las vea- 
mos por primera vez engalanadas con los rayos del 
sol, tu padre rué dirá: dá lu mano á tu esposa. 

Los jóvenes permanecieron por algunos segun- 
dos como absortos en sus pensamientos. ¡Oh, Enri- 
que! y si nuestras esperanzas de felicidad huyeran 
de nosotros como desaparece un sueüo delicioso? Xo 
sé por que tiemblo cuando pienso que esc momento 
se aproxima, porque, Enrique temo tanto perderle, 
que si algún dia me olvidaras, amigo mío; sí una de 
esas mujeres hermosas y superficiales que, según me 
pintan, encierran las grandes capitales, te hiciera 
comprender que solo tenia la hija délas montañas 
un corazón que ofrecerte.. Oh! Enrique, esta sota 
idea me martiriza; mas vale desecharla. — Sí, desé- 
chala, Ida mía; pnrque lú sola eres y serás la reina 
de mi corazón; por ti lodo to olvido, todo. 

En aquel momento Adulfo se apareció en el sa- 
lón. Dentro de ocho días, Enrique, si admites mis 
proposiciones, ida será marquesa del Olmo: prepara 
hija mia el trage de desposada- Los dos jóvenes ca- 
. yeron de rodillas á los pies del anciano. Un nuevo 
personago vino á completar este grupo: un aldeano 
apareció á la puerta de) salón. — Perdonad, señor, 
tengo que comunicaros noticias importantes de nues- 
tros asuntos. -El señor De se sonrió con placer. — Se- 
guidme, dijo á nuestro hombre, el cual al mirar á los 
jóvenes que aun permanecían con las manos enlaza- 
das, se mordió los labios y siguió al señor del casti- 
llo. Esle hombre era Pedro. 

Se corKiRuará. 

«■«■llaB.dc Ferrar. 1. 



REMITIDO. 

¿OLE ES UN POLLO? 

E! poíío de nuestras sociedades, esa entidad que 
puebla nuestros paseos é inunda nuestras reuniones, 
es en mi concepto la cosa que mas se parece al hom- 
bre; es como si dijéramos e! hombre mismo reduci- 
do á su mas mínima espresion; es el hombre figura- 
do en cantidad negativa. Aseméjase en gran mane- 
ra el pollo á una vasta publicarion heterogénea que 
se hace por entregas; pero sin embargo presume de 
obra completa y encuadernada. El poffo pasea por 
todas parles, se encuentra en todos los lugares, asis- 
te á todos los bailes y teatros y se mezcla en todas 
las conversaciones. Examinadle un poco, amigas 
mías, y reiremus juntas. Yedle entraren una reu- 
nión y dirigirse á la* mamá=; con ellas habla de lodo 
después de mil contorsiones; se hace el grave sin 
haber recibido aun la primera entrega de juicio; 
presume retorcerse un bigote cuya publicación, aun- 
que anunciada, se bajía todavía en prensa; critica 
las mejores obras de literatura, cuyo prólogo no ha 
vislo aun, y concltne vin haber recibido ni una sola 
entrega de un manual de astronomía, ni leído si- 
quiera el almanaque, asegurando que oí dia de Ja 
lucha de fieras se disfrutará de una temperatura bo- 
nancible y el sol eslará despejado. 

Pasa de allí á saludarnos y le vemos compartir 
sus atenciones con su corbatín y su pechera, su frac 
y sus pañi aleñes, su lente y su bastón, sus bolas y 
sus rizos, y en medio de tan graves ocupaciones el 
pobre mío también nos habla de amor. Con una en- 
trega corla de corazón, media de entendimiento, 
ninguna de mundo, y sin saber aun definirse, em- 
pieza á erguir su tierno pescuecito, se frota las ma- 
nos, se mira al soslayo en. e] espejo cercano, dejan- 
do escapar el angelito la palabra mas tierna v esco- 
gida que ha oído la víspera de boca del gallo mas 
autorizado en su concepto. ¡Que humilde se mues- 
tra el pobrecilo! Basta permanecer á su lado des- 
pués de su exabrupto amoroso, aunque sea sin des- 
pegar los labios y abogando la risa, para que cante 
victoria, se llame correspondido, recorra las entre- 
gas todas de su escaso entendimiento y nos regale 
una de celos, otra de orgullo petulante y otra de re- 
glas de buen gobierno para el porvenir, conrlo jen- 
do por ofrecer una obra perfecta y acabada, pero 
de.... babas. 

Este es, amigas mias, el pollo de nuestros dias; 






de el « ofreico algon qo* olro retrato, porque es 
bicho que roe divierte: por hoy concluyo con decir 

Que es el poíJo parecido 
»l aprendí i carpintero 
que al entrar el dia primero 
en taller desconocido, 
con alertados modales 
dirigiéndose á sus amas: 
— ¿Dónde, pregunto, caigamos 
la capa los oficiales? 

Carotina. 



i ciertas cosas que parecen inórenles y que en 
ío son por la sencillez con que se hacen, pe- 
ro que no obstante son reprensibles por no tener 
siempre las mrjores trascendencias. Nos sugieren 
esia relleviun los forros que de algunos días á esta 
parle se forman en el Prado, donde al compás de 
esa* músicas ambulantes que recorren las calles de 
Madrid bailan la polka-nwurkíi infinidad de niñas 
muy decentes, en cuyo baile, de paso sea dicho, 
páretenos que nada ganan la, moralidad ni el pudor 
de las jóvenes, si bien linda tiene de particular entre 
niñas de tan corta edad. La circunstancia de ser una 
de las bailarinas hija de una amiga nuestra, hizo que 
noches pasadas nos aproximásemos á uno de esos 
corros, v tuvimos el disgusto de ver que las contor- 
siones v piruetas de aquellas ¡nocentes daban injusto 
ntoiiiii .i rii'iirjs dicharachos de mal genero de parle 
de algunas de esas personas soeces que por desgra- 
cia no faltan en ninguna parte. Nosotras aconseja- 
mos á nuestra amiga que no volviese á llevar á su 
niña á aquellos corros, y nos prometió no desairar 
nuestra advertencia, tumo quisiéramos que lo hicie- 
sen las dermis madres. 

Noches atrás oiimjs en una tertulia el siguiente 
interesante diálogo: —Jesús! ¡qué cansada vengo! 
.cuanto hemos andado, mi querida-Conchita!— ¿De 
donde v iiucs. pí, .imnn? — Verás: se empeñó mi abuc- 
lita en que habíamos de visitar á duíia Candida, y 
como vive tan lejos y nosotras hace tan poro tiempo 
que estarna* en Madrid, resultó que nos perdimos, 
encontrándonos sin saber como nada menos que en 
la calle de Aburada dt incendio*! ¡Figúrale tú lo 
que habríamos andado!! 



Decía en una reunión 
A una joven don Crispió 
Le gustaba con pasión 
El Caft de Moraíin. 

¥ la joven al instante, 
— Para mi, dijo muy seria. 
El café mas elegante 
Es el café de la Iberia. 

CHARADA. 

Es un titulo sagrada 
Por si sola mi primera, 
Y k mi lodo di en el Prado 
Para adornar su turado 
Mi segunda con tercera. 

í'ria susrn/ora. 



Con el número próximo repartiremos á nuestras 
amables susrriloras el último ligurin que acabamo s 
de recibir de Paris y que no ha podido ir hoy por 
falla de tiempo para grabarlo en esta corle. 

También empezaremos probablemente en el próc- 
siuio número la publicación de la última novela que 
acaba de dar el célebre Jorge Sand, cuyo original 
esperamos recibir de un momento ú otro de París. 

ADVERTENCIAS. 

Suplicamos á nuestras aprrciubtcs suserilora 
provincia que no hayan ¿alisTecho el importe de sus 
suscrícHiocs, y carezcan de posibilidad de hacerlo 
por medio de libranzas de correos, que lo verifiquen 
en sellos de tranquen, dirigiéndose a nuestro impre- 
sor don Jusé Trnjillo. 



No se admiten cartas ni periódicos que no ven- 
gan francos de porte. 

Advertimos á nuestras apreciables suscrilora» de 
M-idriil que no entreguen cantidad ninguna por abo- 
no de sus suscritiones sin el competente recibo im- 
preso. 



MADRID I8&I. 

Impremí* <lr don Jow Trajín», MJr. 

Calle de Varía Cristina, número 8. 



Domingo 28 fie setiembre de J851 . 



Núm. 9. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por ana sociedad de señoras y dedicado á su sexo, 

Esle píriiSJkft sale lodos <05cloitiingoí;;sesuscribt en MaJrulcn !a« lihíertas deMenier y de Coe^la, á í rs f al mes; 7 en protin- 
cias 10 rsi pot du£ meses franco de porte, rcmuíeíi o unu librarla ¿ l>\ nr de 11 Lies tro impresor, ¡j sellu* de franqueo. 



LA AMISTAD DE LA MUJER. 



Entre los sentimientos que menos conocí Jos es- 
tán en la sociedad, ó mas bien, en que se cree 
tnenos, es la amistad pura y desinteresada de la 
mujer. 

Consultad sobre ello á los hombres, y de cada 
ciento los noventa negarán que la mujer puede 
amar á otra mujer hasta la abnegación y ser amiga 
de un hombre hasta el sacrificio, sin interés ni egoís- 
mo en el primer caso, con pureza de seniimñíiitiys 
en el segundo. 

Presentad á esos hombres que nos niegan ia 
facultad de ser verdaderas amigas ejemplos nota- 
bles de la amistad de una mujer, y si la ejercía en 
favor de otra mujer la achacará á miras interesadas 
6 á otro móvil mas odioso, y con respecto á la 
ejercida en favor de un hombre negará que pueda 
ser inspirada por otro estimulo que el amor; hemos 
dicho maL el amor, esos hombres tan poro creen 
en el amor, no creen mas que en los deseos; para 
ellos el alma no es nada, los sentidos todo-- 

Recordadles á esos mismos hombres injustos ó 
ignorantes algún hecho notable de su vida, en que 
haya brillado para ellos la amistad pura, desintere- 
sada de una mujer como una antorcha para el cami- 
nante en la oscuridad, como una Providencia para 
el desgraciado, y quedarán confundidos por un mo- 
mento; pero repuestos instantáneamente, hallarán 
algún medio de desfigurar los hechos ó de atribuir á 
viles intereses lo que fué efecto del mas santo de 
lodos los sentimientos, siquiera tengan que calum- 
niar la memoria que debían veuerar. 

Ab! qué locos son esos hombres! locos, sí, pues 



por el triste plarer de suponerse conocedores de 
las mujeres las calumnian á todas v cierran sn co- 
razón á los mas dulces placeres que pueden gozarse 
en este mundo: los de una amistad pura, santa, fun- 
dada en la virtud y en el recíproco consuelo de Jas 
penalidades de esta triste vida. 

La mujer, que uarió para amar, la mujer, que 
no vive sin amor, la mujer cuya delicadeza esquisi- 
ta adivina constantemente los deseos de las personas 
que ama, la mujer, que hasta en la ausencia tiene 
un corazón que con sus latidos la advierte los de- 
seos de aquellas personas á quienes consagra su 
aféelo, la mujer no ser rapaz de una amistad desin- 
teresada y pura! Absurdo, absurdo inconcebible. 

Es verdad que frecuentemente se ve defraudada 
en sus mas íntimos afectos, y que á veces en el hom- 
bre que depositaba su confianza, en aquel de cuja 
buena fé no dudaba, encuentra un seductor que 
ganó su amistad para perderla, que intenta agrade- 
cer sus favores cubriéndola de deshonor; y el temor 
la hace precavida y cierra quizá su corazón á tan 
dulce sentimiento. Conoce además que el mundo no 
cree en la pureza de la amistad desinteresada entre 
nn hombre y una mujer, y sabe que el mundo es 
tan implacable en sus falsos juicios como en sus jui- 
cios acertados. V en fin, pocas ignoran que existen 
muchos hombres cuyo dios es la vanidad, y que se 
acercan á ellas, no para codiciar su amistad, ni para 
ser amantes, sino para parecería; que irreprensibles 
cuando están á su lado, hacen luego creer una inti- 
midad que no existe sacrificando el honor de una 
mujer inocente y virtuosa á sn criminal vanidad. 
Todo esto saben y todo contribuye á hacer de su 
desconfianza un baluarte que las preserva de la des- 
honra, pero que cierra á la vez su corazón v sus 












afectos: por eso son tan pocas las buenas ami:M> J 
menos las que el mundo tí: pero negarle la mu- 
jeres capta de una amistad tan pura, Un sonta co- 
mo ¡limitada, es un absurdo: es una falsedad que 
desmentirán los mismo* t|ue la propalan el dia que 
lleguen á ser justos. 









AL HERALDO V A LA ESPAÑA. 

El lleratdo en su número del 23 J la Efpaña en 
el del 2 l se ocupan con bástanle detención de una 
desventurada poesía inserta en nuestro último nu- 
mero; y lo harén lan seriamente, ron especialidad 
la Espolia, que no* vemos precisadas á contestarles, 
para qne depongan el mal juicio que ligeramente bao ¡ 
formado. 

Ua alarmado á nuestros apreciadles colegas una 
composición que terminaba dando cierta vieja tina 
caria y uua llave á un galán que suspiraba por su 
seftoca; en primer liijzar debemos manifestar, y ro- 
gamos a nuestros colegas nos crean de buena fé, 
que en el epígrafe de dicha composición suprimieron 
los cajistas, por un descuido tan fácil eonm frecoen- 
le, un ■!.*■ que tiabia antes del epígrafe particular 
Í.U rancio", que llevaba esta parte de la poesía, y 
depucü del de /'/(icio y l-'lara. que corresponde a 
toda la composición: no obstante esta falta, la cir- 
cunstancia de verse bajo el título Horró g Flora otro 
que decía La canela», daba bien á conocer que la 
compuso ion debía tener mas partes que aquella. Si 
eslo liulm-r.il] ccfleiionado nuestros caros cofrades, 
conociendo como conocen la dificultad de insertar 
completa una larga composición en verso en'un pe- 
rjudico de cortas dimensiones, que necesariamente 
j para corresponder ásu Ululo lia de contener otros 
artículos, bubioT.in esperado á que se terminase para 
dar rienda suelta á su critica si la merecía, ó callar- 
te si la composición i pesar de ese final de su prime- 
ra parte, que tanto ba herido sus castos oídos, tenia 
un fundo de moralidad que pudiera servir de lección 
y corresponder a los fines de nuestro periódico. 

Aguarden pues los alarmados cofrades i que la 
composición se termine y juzguen después; hacer 
olracosa, tomar una parte para juzgar del todo, ni 
es razonable, ni justo, ni caritativo: la mitad de una 
composición no puede espresar lo que toda ella. El 
credo es el símbolo de nuestra fe, y si se comienza 
a recitar desde Ponckt Pílalos M dirá una insigue 
colección de absurdos. 



Hecha esta manifestación, nada mas diremos al 
Qaralda; lo primero porque nos preciamos de agra- 
decidas y no olvidamos que no tai mucho nos miró 
con tanta benevolencia que nos dispensó alabanzas 
superiores a nuestros escasos merecimientos; y lo 
señado porque el tiro prinripal de esa gacetilla en 
que se ocupa de nuestro periódico no va dirigido á 
nosotras. 

A la Eíjmiñu sí nos vemos obligadas á decirle 
que! aiin en el caso deque la poesía que JnOflTO su 
critica estuviera concluida con la cita de la vieja, 
nunca merecería esa critica lan ardiente como aven- 
turada. $Q es l rañ a ni os que en el primer momento, 
como hembra que es también, se «aliase lauto, sin 
embargo de que ignorábamus abrigase un pudor tan 
escesivamcQle susceptible, que baria honor á la mas 
remilgada beata; pero calmada la primera impre- 
sión, pudo conocer que la cosa no era tan grande. 
¿Qué le queda que decir á nuestra hermana, si ma- 
ñana tuviese que criticar uno de esos libros que so- 
lo respiran corrupción y que por desgracia lanío 
abundan en el día? 

Concluye la Espuria encomendándonos la paz, 
v nosotras á nuestra vez le recomendamos con no 
menor eficacia la caridad para con sus pobres her- 
manas; y concluimos aquí remitiéndonos ni juicio 
justo que merezca por su parte moral la composición 
luego que H vea terminada. 

•mosesfi ES 1 »»"" 

LA PLEGARIA. 



Era la noche: el trueno retumbaba 
Con siniestro rumor, el lirm amento 
La sombra con sus tintas enlutaba, 

Y cutre las ramas resonaba el viento! 
Todo era en torno horror, y un negro i cío 

Cubría tristemente la natura; 
Al parecerse desplomaba el cíelo 

Inundando ron furia la llanura. 

Todo formaba ese confuso estruendo • 
Que el alma llena de murlal pavor; 
Solo la voz del huracán tremendo 
Sublime dominaba en derredor! 

Tal vez el universo moribundo 
No resiste esa lucha desastrada, 

Y espera que le grite el Dios del mundo: 
\i)t la natía safio, rufíru á la nado.' 

Entre tanto ligera navecilla 
Navegaba d merced del huracán, 
Hola» viendo sus Telas y su quilla 
Que en las olas bien pronto se hundirán. 






Ay! juguete de los vientos 
Ya aparece, va se abate, 
De las olas al embate 
Está pronta á perecer. 
Espera unaliorrible muerte 
A los tristes pasageros, 

Y mil aves lastimeros 

Ya resuenan por do quier. 

Los relámpagos se (.Tuzan, 
Rrama el mar y ruge el trueno. 
Tan solo alumbra aquel seno 
De algún rayo el resplandor, 

Y la férvida plegaria 

Que entonaban tristemente. 
Se perdía en el ambiente 
Sin llegar basta el Señor! 

¡Cuan horrible es el instante 
En que el alma suspendida 
Entre la muerte y la vida 
Divisa la eternidad! 
¡Solo entonces el aleo 
Aun Dios conoce é invoca, 

Y las palabras revoca 

Que soltaba eu su impiedad! 

Se divisa en la playa arrodillada 
Joven hermosa, que bañada en llanto 
Al contemplar la nave desgraciada. 
Acude á Dios en su fatal quebranto. 

¡Olí tú, Señor del mundo, 
Tú, creador supremo, 
En este trance estremo 
Escucha mi clamor! 
¡Oh tú que at desvalido 
Prutejes con tu manto. 
Mi' ampara eu mi quebranlu, 
Piedad de mí, Señor! 

Pues á lu voz se rinden 
Todos los elementos, 
Apaga de los vientos 
El soplo funeral. 
Soy una pobre niña 
Que por su padre llora, 

Y lu poder implora 
En noche tan fatal! 

Mira el ligero esquife 
Que lleva mi esperanza, 
Un rayo de bonanza 
Haz que descienda en él! 
Juguete de lasólas 
Va por el mar perdido, 
Al padre tan querido 
Espera muerte cruel! 

Oh! por piedad le salva, 
Mi triste ruego escucha... ! 
Ya con la muerte lucha,..! 
¡Ay solo espero en ti! 
Contémplame aflijida 



Ranada en triste llanto, 

Y en mi fatal quebranto 
Apiádate de mí! 

Ay! ay! que el viento arrecia, 
La nave está perdida...! 
Toma en cambio mi vida 

Y sálvale. Señor! 

Haz que no escuche el grito 
De un padre moribundo: 
¡Piedad, Señor del mundo, 
Piedad! piedad! favor! 

Y este grito de horror se confundía 

De] temporal con el acento hueco, 

Y allá á lo lejos repetir se oía 
Pifitti'l, piedad, con débil voz el eco! 

De la tormenta el rugidor bramido 
No deja oir la fúnebre plegaria: 
Solo del viento el funeral zumbido 
Resonaba en !a playa solitaria. 

ílas ese Dios de amor y de dulzura, 
Que ampara al débil que su gracia implora, 
Las negros nubes con su voz conjura. 
Detiene el rayo que la mar rolara. 

Cesa la tempestad: no ruge e! viento: 
Ya la nave feliz toca en la orilla, 
Va se despeja el ancho firmamento, 

Y jala aurora refulgente brilla. 
Llega la nave al fio: está salvada, 

Y lleno de placer el pobre anciano 
Contra el seno estrechando á su hija amada, 
Gracias tributa al Salvador humano 1 . 



DEBERES DE LAS NINAS PARA CON LA 

sociKUAn. 

«'Ulli-IlKtlOC.I 

Llegada la niña á la época que describo, acrece 
en derechos que elevan también la cuantía de sus 
obligaciones. Ya no debe ser la niña que se confia 
al cuidado de una persona mercenaria; sus juegos de 
hoy no pueden ser los mismos de ayer; su madre es 
ya su amiga, su padre el respetable protector- sus 
hermanos tienen también para ella otro carácter de 
mas valia; todo en fin debe variar convenientemen- 
te, porque ha entrado ya la niña en un nuevo mun- 
do. Encarnados en su corazón los sentimientos de 
respeto y consideración á lodo el mundo, sabrá 
atraerse el respeto de los demás, respeto que jamás 
debe perdonar bajo titulo de ninguna clase. El estu- 
dio debe ser su ocupación primera; pero no ese es- 
tudio superficial de nuestra época; no ese estudio 
que generalmente reciben nuestras niñas, encamina- 
do tan solo á escitar peligrosamente su sensibilidad. 
La moral y la religión estudiadas con adecuada y 
conveniente estension y profundidad producen jó- 
venes de inapreciable mérito. La lectura de (antas 






obras deslerra.Jas del ridiculo y fanlásliro romanti- 
rismo, f pti tai que ron Un helios caracteres Sí tra- 
za, el cuadro que en ios diversas situaciones ofrece el 
comon humano, ría lectura, repilo, forma (i por lo 
menos debe funu.ir el verdadero ruraiun de Li 
mujer. 

Desaparezcan ya tas anejas preocupaciones que 
reían l.i proslilucioa de la mujer en su ilustration ; 
desaparezca también vi ofensivo dicho del célebre 
poeta que sancionando la ignorancia de la mujer 
decía do quererla para consejera, Lo mujer tiene un 
corazón puru como el del hombre y una razón cla- 
ra ■ 'üi i ii suya. La ma ertiefle un alma coa gua- 
les potencias que l.i del hombre, y si bien por la na- 

lonleai mísnu tinentos, otro destino que el suyo, 
no rs. latí degradada nuestra creación cuanto la hi- 
zo l.i enlucí sociedad, Estudiad pues, hermosas jó- 
venes; cnllivad uieslra razan; buscad en el estudio 
»e la ciencia del bien vuestro primer ornamento, 

Siorque no somos, no, ningún mueble de lujo que 
la de sacrificarse á la codicia de un mercader. Fni- 
0104 formadas para ornpar en la sociedad el lugar 
de i -Din pañera digna del hombre, v una compañera 
debe saber discurrir, v sobre lodo deba lenrr su 
Mteadimientg á la suliiienle altura para poder leer 
en el corazón de su nitupníirru. 

La joven aclocada soy «a non posición atora o - 
dada purqnt m púdrr tiene dinero, se estima por 
desgracia superior a lo que mas de cerca la rodea. 
Las palabras tUitr \ túttgería, que desde niña deja- 
ron en ai eoraisn irapresibe marcada, obran uha 
retolociOD profanda en la «pura á que me rireuns- 
t-rilio, » j eilu contribuye ia imperfecta educación. 
Imbuir a una joven la idea de su categoría, enalte- 
cerle el lugar que netijín • ti bj sociedad sin marrarle 
los límites y la razón de la categoría, es destrozar 
su razón ofreciéndola al sarcasmo de los hombres. 
S léog >M en rúenla que nada es despreciable Ira- 
UnuUM d.- 1,1 educación de la mujer, parque dolada 
de u;¡ ; | e^ijjsiia, cualidad que los hom- 

bres nos enaltecen, abandona difícilmente los re- 
cuerdos de una impresión que llegara áser profunda. 
La joven que llega á poseerM de la idea de que se 
halla colocada en una eategOffa importante, adquie- 
re niios en 5 ii razón que deslucen completaiiieulc 
mi mas apnvúble* cualidades, tía*» entone*! el 
orgullo, diadema fita I de la ignorancia, ranilla cruel 
que solo sin .|,. producir; nace la destem- 

pla nía de carácter, precursora de la ¡ra. trayendo 
rsla en pos dé si el desprecio, sealimieolus lodos que 
ndn Militando la etisletuia de la mujer se coiivit ríen 
Un Milu cu su d.oin. 

Hágase aprender i las jóvenes que la virtudes 
la úaica reguladora de la gemrquía. * ruando per- 
tenezcan a una familia en rujo torno" sonría la for- 
tuna, no se les permita entregarse abandonadas á las 
comodidades y delicias de su posición. Aprendan 
que el presente do es eterno, que la rueda de la for- 
tuna gira por la «Ukr*id*d de Ir* sí/ tos, r que detrás 



del día de hoy hay abierto un porvenir oscuro y 
misterioso, a descifrar el cual mi alcanzará jaulas la 
limitada inteligencia humana. Empapadas en lan 
bellos sentimienlos, solo Piaran hermanos en sus se- 
mejantes, compadecerán y protegerán la desgracia, 
respetarán la pobreza y cultivaren su razón, para 
qtie llegado el día de la desgracia puedan acudir á 
ella eu demanda de .¡iisilio moral, por medio de la 
resignación cristiana v maiei i.il, |ior el coootimien- 
lii de los medios necesarios á procurarse el decoro- 
so sustento. La mujer virluusa que cultivado su 
eutcnilimieulo conoce practican i en le las labores y 
ocupaciones propias de su sexo, desde la mas humil- 
de .i la mas elevada, esa mujer no llega á ser pobre 
nunca, y con leves escepriones alcanza su premio 
siempre aun á través de la mas corrompida sociedad. 
No us desdeñéis, jóvenes amigas mías, de dcilñarus 
alguna vez a ruda lanar. Cuanto musa vuestro lado 
veáis sonreír la caprichosa fortuna, mas debéis de- 
dicaras á adquirir toda clase de conoritmculus pro- 
pios del seeso; por que llegado el dia du mañana 
pueda, tornarse la fortuna en desgracia y cogeros 
desprevenidas, acibarándose, vuestra resisten ría en 
i.uon directa de vuestra ignorancia. Y aunque ese 
dia no llegue, queridas lujas rnins, no pur clin es 
menor la necesidad ele vuestro saber. Colocadas en 
buena posición y íil fretile da vuestra casa, Icinlreis 
algún dia graves deberes que cumplir. Tendréis que 
mandar y para ello es preciso saber. Desdichado del 
ejercito cuyo general solo comprende las voces de 
mando. Si Sois ignorantes', cuando encarguéis 
vuestras doncellas y criados un trabajo cualquiera, 
delicado d grosero, quedareis privadas de la facul- 
tad de corregir y enseñar por que no sabéis vosotras 
iiiisuias, y vuestros servidores, que cumprcudeii Ir 
defectos de la obra que os presentan, se reirán de 
vosriirascnsus familiares conciliábulos, donde os ve- 
réis espnestas á sn crítica grosera, que citralimilán- 
i|t>se del circulo de la servidumbre. sr> lanzará ma- 
ligna penetrando en la sociedad cuya atmosfera as 
piráis. 

Estudiad pues, niñas miau, empanad vuestr 
tierno rocazon en bis saludables máximas tic igual- 
<l:ii| erisliana v i-aridad evangélica, y no lleguéis 
penetrar en ese mundo reservado ú la jin eiiliid, lías 
la que formada vuestra razón leuga fuerzas bástan- 
les para surcar sin peligro r*e proceloso' mar que 
llaman sociedad. 

FLWIO Y FLORA. 

ti 

LA CITA. 

Es de noche; de la luna 
los melancoliros rayos 

leuden del lirmamenlo 
bj tierra en su luz bañando. 
El ángel del dulce sueno 
vela sobre los humanos; 







ttodo reposa eu silenciu, 
t odo duerme y sin embargo 
á los umbrales de flora 
eslá suspirando Flavio. 

I Cuan Lentas cruzan las horas, 
i oh! cuánto es el tiempo largo 
para aquel que de amor siente 
latir el seno abrasado; 
para el que oye hora tras hora 
marcar e! reloj, lejano, 
y espera pendiente de ella* 
un instante suspirado! 

Allí está el geulil amante 
con el rostro recatado 
y con los ojos y el alma 
en una reja clavados. 
Desde que pisó la ralle 
tiene un papel en la mano, 
que ya á la lu/ de ln luna 
se deleita en .contemplarlo; 
ya con anhelo ardoroso 
lo estrecha contra los labios. 
«1 Premio hallará la pasión 
que el pecho devora á Flavio ! • 
Tan snlo dice el billete, 
muy poco para un estenio, 
pero que anega en ventura 
al galán enamorado. 

Del bronce el triste (añido 
en esto cruzó el espacio, 
y uno tras otro se oyeron 
doce sonidos pausados. 
Hizo Flavio un movimiento, 
y avanzando con pié cauto 
á los queridos umbrales 
de su amor tan anhelados, 
llegó lina llave á la puerta, 
descorrióla y halló paso. 
En la negra oscuridad 
se adelantó caminando, 
pero al tender vacilante 
para guiarse las manos, 
otras encontró nervudas 
que las suyas sugetaron-. 
cerróse luego la puerta 
y dentro se quedó Flavio - 



París 1 5 de setiembre. 

Mi querida amiga: Consiguiente á mi oferta te 
escribo hoy para hacerte una ligera reseña de mo- 
das, con que puedas amenizar tu ya estimable pe- 
riódico. 

Siento en el alma que esta primera carta mia no 
pueda contener una larga y detallada relación délos 
trages que la caprichosa moda ha preferido para la 



estación que empieza; pero esto no depende de mi, 
sino de que el mundo elegante no ha vuelto aun á 
Paris. La costumbre inglesa de pasar el otoño en e! 
campo hace cada año nuevos prosélitos en este país, 
los cuales no regresan hasta noviembre ú diciem- 
bre. Asi pues aunque la ópera y los demás teatros 
se hallan muy concurridos, se ñola la falta de ese 
lujo que les da tanta brillantez, predominando ahora 
una estremada sencillez aun en Les trages de mejor 
gusto. El lujo, la elegancia.se hallaráTi en los baños, 
donde se refugió hace tres meses la brillante colonia 
parisiense. 

Faltando pues aquí esas reinas de la elegancia, 
cuyos caprichos son las leyes de la voluble moda, 
preciso es atenernos á las noticias que se reciben de 
Badén, de Diep, de Ai\... donde Ins bailes, los con- 
ciertos y las fiestas de todas clases se suceden. 

Según nos dicen de esos centros felices de la 
alegría, donde el placer ha establecido sus templos, 
la elegancia lleva un sello singular y encantador por 
la. ligereza de los trages y los adornos de üures na- 
turales. 

Como escojido entre los de mejor gusto se cita 
el trage y adornos de una joven cuyo prendido com- 
pónesc ele dos bandas flotantes unidas en su centro 
por una rosa natural y fijas en el peinado por una 
hilera de botones y de hojas que después de rodear 
la cabeza formando una esterilla caian sobre su es- 
palda hasta locar en una guarnición de la misma 
clase, que adornaba el escote de su vestido bajando 
por amitos lados del pecho á unirse bajo olía rosa 
natural prendida cu su cintura. 

La falda era de tul sobre un viso de tafetán blan- 
co, iiniíia por nna guirnalda de rosas naturales que 
venia á unirse con la de la cintura. Este gracioso 
trage era puramente de capricho, pero de tanto 
gusto qtie sin duda será adoptado para este invier- 
no, y veremus en nuestros bailes esta disposición de 
guirnaldas que nos recuerdan á las encantadoras Ce- 
res y Diana Por c! grabado que te remito con esta 
carta podrás juzgar de su efecto. 

En él hallarás también el diseño de otro trage 
! que no se diferencia del anterior mas que en un so- 
! bre-todo, cuyo cuite no ha tenido variación de los 
| que ya conoces, ni mas novedad que los ,ídorncs de 
rosas naturales para las faldas, que son los que pa- 
rece van á predominar. 

Te advierto que el color negro es ya parle indis- 
pensable en los trages de señora. Este color uoestá 
ya esclusivamenle reservado para los dias de luto. 
Hoy no es ja una sola dama elegante ta que usa el 
trage negro, son muchas. Estos trages se adornan 
ahora de tal modo que se les presta mucha elegan- 
cia sin que pierdan nada de su particular distinción. 
El azabache entrelazado en obras de pasamanería es 
de grande efecto para estos vestidos. 

Aquí concluyo, querida amiga: discúlpame si 
quedas poco satisfecha de mi carta, recordando que 
la falta no eslá en mí, y estando segura de que eu la 






i; 



y* le ofrezco escribirle el 30 seguramente ,e dará 
■i*< detalle* l.i qnf sabes es tova ÚMIipiC 

tal». 



r.\ mes i:\ l.v aldea. 



: 

Los orno días fijados jiur el si ñor Adolfo De, 
aquellos días uto largo* j tan llenos de esperanzas > 
teaurai, locan á su lin. 

4p*"" ior* el sul la cima de Jos montes; por 
todas pane* se ven aldeanos que caminan presnro- 
m>; en lodo* los rostros se re pintada la agitación; 
aquellas montañas lan silenciosas van á ser test i-.. s 
dr algún (¡rao acontecimiento. Desde ta humilde 
cíbaii.i hasta, aquél raslillu que encierra seres l.iri 
qiii-tidüs de aquellas sencilla* gentes, >od« lia loma- 
do un aspecto particular: en las puertas y ventanas 
de aquellas blancas i aseadas i asilas se vi<n asomar 
Itií rostros fresco* y risueños de las hijas del valle , 
que miran caminar li.ii ii el castillo a sus padres, 
henil Dios v aunante*; alguna que otra anciana (iiiii- 
bieu saluda a los caminantes; pero en los rostros de 
estas últimas lia) lágrimas y señales de manado te- 
mor: siempre ta ancianidad llora j teme; sus ligri- 
mas son lujas <]e la esprriemia; mientra! la juven- 
tud iiasla con la» lágrimas en los ojos sonríe, porque 
su mente isla Llena de ilusiones celestes. \ nada pue- 
de oscurecer esos movimientos de vida que animan 

el corazón. 

¿Pero loda isa agitación que se ñola seré pro- 
(luí iil.i por i-I próximo enlace del ángel puro de Ja 
montaña, i -unió generalmente llaman a la hermosa 
Ida. v el joven Enrique? El tiempo nos lo fiará á 
conocer. Entre tamo María se afana en dar al casti- 
llo un aire de grandeza que ella en sus cálculos con- 
cibe debía tener en este fausto acontecimiento. líes- 
de el amanecer divagaba por sus espaciosas y de- 
siertas b.i liilat iones, cavilando lo quesería en igua- 
les circunstancias cuando la riqueza de sus poseedo- 
ra» escedia á la ma gestad de su arquitectura: muí has 
váoet colocaba las manos en la cabeza como tjna- 
ríendu retener los pensamientos que la asaltaban sin 
cesar; iba j reñía, < niñeaba las muebles en díferen- 
:«. cerraba y abria las ventanas ron grande 
: después la* cacerolas v demás enseres de 
■arrian la misma escrupulosa policía que los 
■tientes de la casa. 
,0» aldeanos podrían muy bien rreer que el 
.tilín estaba lleno de sirvientes; 1 -lo era lo que 
.le quería María; aquel mártir de adhesión 
r.i dado parte je in «¡aleada porque sus sue- 
«degí ■■■ ditaranj lodo fuera esplendor 

en torno de su señora. bit cutre lanío, sola y sui 
dutieellj,. pimple Euinpie ion esa delicadeza que 
solo algunas almas comprenden, jam.11 bahía pro- 
puesto i la hermnva joven que arrplsra nada de lo 
que el Con sus iumen«is riquetas pudiera proporcio- 




narle, temeroso de herir aquel corazón formado pa- 
ra hacer la felicidad del que conociera toda 'la poe- 
H*a * generosidad que encerraba; el joven se reser- 
vaba este gran placer para el día en que sin temor 
de ver a aquel hermoso rostro ruborizarse pudiera 
decirla: — Marquesa, eres dueña de. mis riquezas y 
de mi porvenir, |mrque lu cariño es mi gloria; sin 
tu amor e' mundo es para mí una tumba. 

Ida sola colocaba sobre su para frente la blanca 
corona de las desposadas; sus lánguidos ojos, pre- 
ñados de lágriinaii, se lijaban en aquel sol naciente 
que cabria las montañas de lan variados matices: 
apoyada en un reclinatorio parecía rooooéealradaen 
sí misma; sus pensamiento» lal vez se elevaban a 
aquella bóveda azul, lan pura romo Jus latidos de su 
¡nocente corazón; aquellas lágrimas retenidas por 
algunos momentos se desprendí. in abundosas J se 
deslizaban <9e sus ojos basta e! blanco rumo que ador- 
naba su virginal seno: con su blanco ropage J SOI 
largos cabellos parecía la estatua de la castidad. To- 
do debía respirar felicidad en lornu de ella; en aquel 
momento una nube de ilusiones radiantes debía cir- 
cundaría, y sin embargo Ida suspiraba. Su 1 listeza 
líeue »lgo de celeste; desea llegue ese mouienio lan- 
ío tiempo esperado, en que la amante será esposa, 
y lo (eme, siente dejar esa vida de inocencia y de 
candor, siente que la blanca corona que mioma sus 
sienes se marchite. 

Se i'o.-iíir. tiara. 
.««■■Un m. 4r Ferro» t. 
» ».fr»»t Q !« !« ■« *- — — 

En este numero empezamos á publicar la última 
producción de la célebre csrrilurn conocida ron el 
seudónimo de Jorge Satid. Además de habernos nie- 
rcridu la preferencia por ser la obra de una mujer, 
ha decidido nuestra elección la moralidad de su ar- 
gumento, la sencillez de su estilo, la ternura en que 
rebosan todas-us pajinas, y <■! pensamiento lilauuo- 
pieo deseuvucllo en ella de destruir esa fatal preocu- 
pación con que son mirados lus esposilos, juzgándo- 
lo* incapaces de una idea buena y de una buena ac- 
ción. ILonliamus en que agradará á nuestras ama- 
bles suscriloras, con ht cual quedarán cumplida- 
mente satisfechos nuestros esfuerzos. 

Con el fin de que pueda ser encuadernada por 
separado, va impresa en la forma conveniente. A 
su terminación se repartirán unas bonitas cubiertas 
para el lotnu que ha de formar. 

m>m >W"«' 

ANUNCIO. 

El arredilado establecimiento látirira derorsesde la ca- 
lle del lloran de la Mata, se ha trasladado á la clet Car- 
men iiñm. 6S cuarto bajo, donde se enrnnlrarán rorsés he- 
chos desde ishasta i * r». flti m i m rn d aairit nitn ' n it in i rr r 
íi.ientr. a miclrasa¡ir<i inlilii wmtMO»IM¡ seguras th' que 
quedaran comnlacidas si acuden áél. 

MADRID I Sol. 

Imprenta t!i* tl»n Jone Trtijlllu. bija. 

Calle de María Cristina, número S. 




Domingo y Je octubre de 1831. 



Nüm, 10. 









el i 



. 









LA MUJER, 



pkhiodico 



escrito por 'nía sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



■ 



EstepeTWdico|gleL«dos!osdumioi(os;sesnsfr¡be en Madrid en las librerías foMonicr rdt Cnest*. á i rs. al mes; j en provia- 
eu, 10 rs. puntos !i-¡e> rranrad, pr, I( ", rr- niii-n ttüiffl.branía a ravor de «ntei¿írjnie&esqr¡jí telhisdí trsn.ieet,. 






EL TRABAJO DE LA MLJKH. 

■ 

Entre tOujffirJgi cuestiones de alta íoijiürtmn i.t 
que la achual si l nación social de Ja umji-r rti¿¡- >.■ 
Iralcn ton, detenimiento, piogttda mas inU-reíunte 
que la que verja sobre I.t retribución de su trabajo. 

El trabajo de -[a mujer en Ids laUdres y tirado- 
res no es menos que el de! hombre:, v s¡o ftmftgrgo 
la rclribitaJDii que retibe apeona llega (i nn,> mitad <i 
tercera parle; siendo esta diferencia titas htitable en 
los trabajos á que.se dedican personas de timbos s 
sos, pues sudede cou frecuencia ver en un inferno 
bastidor' hondaudo bombrea y ntnjeres, ó haciendo 
ulrai obras ídentii.'as, las cuales « ¡lauan con la re- 
ferida «lespra^oniion, 

Y no puede a)egfir#R para jusiifh ar estu difítren- 
cia la mayor perfecemn que ifiiprimotr los hombre-, á 
sus artefacto*,- pues por el contrario no siendo ope- 
raciones de gran fuerza esas á que ambos sexos se 
dedican, la njavnr delicadeza v limira de las mujeres 
La de sisar mas perfectas sus obras. 

No les ha bastado á los hombres invadir artes 
que debía»,. ser esclusivas de bis mujeres, porque 
exijen cualidades que abundan masen nuestro seso: 
a la ve/ dejan en inacción otras de qué r-sia dolarlo 
eiliombr?: t'siít ¡Dimisión' lia peo<S .> ido ia npera- 
mindanciade oficiales par;: < ¡ vi ; . í.-.üt^r bj tu los 
cuales H hombre lia llevado la preferencia , sin otra 
m/on qne la de ser hombre, por mas que para aque- 
Has «lamifai.'luras fuera menos apropíalo. 
nf¡!¿tfry e&'por cierto muy de lamentar que mientras 
faltan hombres en España para cultivar la tierra,- 
qiredando gran parle de ella erial por falta de bra- 
zo', nimbé esa falange de hombres rosíondo; bor- 
dando, zurciendo, etc., siendo talla superabundan- 



■• 

ría que de los dedicados á estas arles étísfe', qne [ior 
cada oficial con traiojo hay ciento que no lo'en- 
cuenlran? 

Dando en todo la Iry el honibrr. naturalmente 
en este punto lia Segilrfld su inveterada costumbre, 
y sin embargo de que Fas obras de las mujeres en 
esas arles llevan ventaja á las de los hombres, sn ; sa- 
lario es menos de ¡a mitad; v esto según hemos di- 
cho al principio atientas de injusto es de consecuen- 
cias liarlo desgraciadas. 

Pasamos en silencio las observaciones que 1 nos 
ocurren sobre la inconveniencia ác reunir en unos 
1 mismos talleres á las mujeres jóvenes que quiza 
llegan allí ron todo el randor de la inocencia, con 
hombres qne sé cnmliiren ron la misma libertad que 
¡si estuvieran solos, y que hacen alarde de eScítar la 
curiosidad de las jóvenes para malar esa prenda Tan 
i'>iiuialile. i las ronsecii encías que Si aquí resoltan 
fácilmente Se conciben. 

Pero sobre lodo io que mas fatales consecuencias 
trae á nueslro seso es la mezquindad con que se 
retribuye su trabajo; ¿que mujer cualesquiera 'que 
sean su instrucción y sus ilnbilidades. v aunque tra- 
bajo doce horas diarias, puede adquirir no va lo ne- 
cesario para ta vida, sino ni ainv'bi iiidispensablépa- 
r.i la subsistencia?' ¿"Venal es la cnris,vr;eneia de esta 
falta de medios de vivir con el producto de nn tra- 
bajo honroso? que aquella á quien faltan los recur- 
sos con que contaba y tiene que adquirir su subsis- 
tencia con el trabajo de sus manos", muere de mise- 
ria ó se hunde en los abismos del vicio. 

Esla es (a consecuencia funesta de lo mar retri- 
buido que se halla el trabajo de la mujer. ?ío se es- 
Irane pues ver esa multitud de mujeres perdida-: 
quiza si hubieran podido ganar para vivir trabajan- 



do no hubieran raido en tan miserable estado. 

Juzgamos esta cuestión de grandísima imporlan- 
«_ i y trascendencia, y ti iniciarla no hemos pre- 
sumido que nuestras solas y mal trazadas palabras 
eorrijiesen el mal, «no llamar sobre él la atención 
de personas de mas ilustración é influencia, que 
ocupándose de él mu la atención que merece lleguen 
i mejorar la suerte de la clase infeliz por quien abo- 
famos. 

Of&icoPí ii S. Ü1. la Itfinn Dono Jsnbrt Sr«utií>ii 

¡Oh lú. Seüura, del mortal doliente 
Dulce consuelo y esperanza hermosa, 
Del huérfano infeliz madre clemente, 
Amparo de la virgen dolorosa! 

¡Tú» que la copa de pesares llena 
Que le eleva el mortal á Dios ofreces, 
¥ borras run tu ruego la condena 
Del que le implora con sentida» preces! 

¿Puerto de salvación, estrella pura 
Que alumbras al mortal en noche umbría, 
Inmenso mar de amor y de ternura, 
Refugio universal, dulce María! 

Acoje mi oración: lleva mi llanto 
Al que espiro en la cruz por los mortales, 

Y al precio horrible de su alroi quebranto 
Al hombre abrió las puertas ciérnales. 

No te imploro por mi: la triste España, 
Que gimió bajo suerte aterradora, 
II i-, mis sentidas preces acompaña 

V conmigo á la par lu gracia implora. 
Existe un ángel de bondad suprema 

Que alivia nuestros duros padeceres: 
Dios colocó en su frente la diadema. 
Porque era la mejor de las mujeres. 

Es dulce como tu, cual tú su pecho 
Albergue es de virtud y de dulzura; 
A mezquinas pasiones siempre estrecho. 
Abierto siempre i celestial ternura! 

Es madre de su pueblo, que la adora. 
Es la esperanza de b triste España: 
Tiéndela pues lu mano protectora, 
V aplica del deslino la vil saña! 

Tú, que i Santa Isabel llevaste un día 
De consuelos y atuur rico presente, 
Visita á mi babel, dulce alaria, 
Trueca en certeza tu esperanza ardiente! 



Ampárala en el trance doloroso: 
Hat que á b España dé dulce traslado 
De su pecho sublime y generoso. 
Siendo cual ella de virtud dechado. 

Que de un padre á su pueblo desvalido. 
Un héroe poderoso y sin mancilla, 
Que ante nuestro pendón enaltecido 
Haga doblar al mundo b rodilla! 

Mira, Señora, en prolongada hilera 
Llegan las almas de los héroes fieles, 
Que ilustraron de España la bandera 
Y ostentan en el cielo sus laureles. 

Se postran ante li, virgen querida. 
Cual yo le imploran por su reina aojada; 
¡No deseches su súplica sentida! 
¡Haz feliz á la España desolada! 

Mas si á pesar de intercesión tan suave, 
Dios reclama una víctima inocente 
Que nuestras culpas con su sangre lave, 
Benigna escucha mi plegaria ardiente. 

La victima seré: mi inútil vida 
Sálvela vida de Isabel hermosa, 
¿Qué vale mi existencia oscurecida? 
¿Qué me importa el morir si ella es dichosa? 

¿Si lleno de placer mi patrio suelo, 
A ver por fin en su dolor alcanza 
Uu astro hermoso en el sereno eielo, 
Nuncio de paz, de amor y de esperanza? 

¿Qué me importa el morir sí en mi agonía 
Oigo que un grito de placer retumba? 
¡Hazla feliz, oh rclesüal María, 
Y sin pesar yo bajaré á la tumba! 

v naris «raul. 



MUJERES CÉLEBRES. 



LA DUQUESA DE VALLIERE. 

Si la mujer de que vamos á ocuparnos, debiese 
solo á su belleza y á los errores de su juventud b 
celebridad que ha legadoá su nombre, jamás nues- 
tra humilde pluma hubiera estampado este sobre el 
papel; pero siendo como es nías conocida $0 el mun- 
do por el arrepentimiento que purifico todas sus 
fallas, tenemos un placer en haber escojido boy tan 
interesante tipo- 
Luisa Francisca de Beanmc Le Bbnc nació de 
una noble familia en ti de agosto de 1644. Educa- 
da ostentosamente en Ja corle del hermano de Luia 




catorce, Gastón de Orleans, fué nombrada dama de 
honor de w esposa de este, Enriqueta de Inglaterra, 
apenas saltó de la edad pueril. 

Discorde» están los escritores de aquella época 
al tratar de los dotes físicos que adornaban á la du- 
quesa. Dicen unos que eran de una belleza irresisti- 
ble, mientras aseguran otros que sin seresecsiva- 
menle hermosa tenia tanta gracia, amabilidad y dul- 
zura que era difícil verla sin quedar fascinado; pero 
todos convienen en que su talento era privilegiado 
y grande su inteligencia. El rey Luis XIV, el galan- 
teador por eseelcncia, si bien e! mas mudable de bis 
hombres en sus afectos, vio ron frecuencia a la jo- 
ven Valliere, y acabó por enamorarse ciegamente 
de ella; y aun cuando su pasión se estrelló por largo 
Menino contra la pureza de su amada, era tan difícil 
resistir alas seducciones de un rey como Luis XIV. 
á su voluntad de hierro y á su inmenso poder, que 
por fin llegó á ver este enroñados sus amorosos de- 
seos. A su vez la joven Luisa, cuya alma había sido 
formada para querer y amar, quiso con delirio á <u 
amante; pero tan bien supo disimular su amor, que 
durante dos años enteros se ocultaron sus relaciones 
á Ja corte de Francia, y al través de su modestia na- 
die pudo adivinar que era ella el único objeto délas 
brillantes y suntuosas fiesta» que diariamente im- 
provisaba el rey. 

Sin embargo, como hemos dicho antes, el cora- 
zón de este era harto variable para seguir rindiendo 
adoración por mucho tiempo á un mismo ídolo, y 
la infeliz Luisa vio un dia desairadas sus apasiona- 
das finezas, yá Luis XIV que sonreía con nue- 
vos amores en los brazos de Mad. Monlespan. 

Entonces la desgracia apuró lodo el veneno de 
los celos, porque amaba al Rey ardientemente ; pero 
tuvo valor bastante para solicitar su pprmiso a Gn 
de retirarse á un convento; y aunque con algunos 
obstáculos, ¡e fué por fin concedido; viéndola partir 
¿ii inliel amante, sin hacer la mas pequeña demos- 
tración de dolor. 

Desde esta épora empieza la mas bella faz de la 
vida de Luisa Valliere, y fuéramos demasiado pro- 
lijas si tratásemos de referirla cumplidamente. 

A los 30 años de edad , cuando tenía todo el 
brillo de la juventud y de la hermosura, y cuando 
el inundóla halagaba con sus placeres y quimeras, 
voló ansiosa á llorar al pié de los altares su amoro- 
so desliz , v se encerró para siempre tras las pare- 
des de un monasterio. 

¡Cuan austera fué su vida desde entonces! 



; cuánto su arrepentimiento! Para ponerlo de relie- 
ve nos bastará citar dos hechos. Un día hubo de 
recordar que hallándose cierta vez en una partida 
de caza, sintió una sed violenta. No habia en los al- 
rededores agua; pero varios correos volaron á Pa- 
rís, y á los muy pocos minutos humedeció sus se- 
cos labios con deliciosos refrescos. Al hacer memo- 
ria de este suceso, recordó el cruel tormento que 
producía la sed , y lá aceptó por penitencia, propo- 
u i endose no probar jamás el agua. Asi lo hizo por 
espacio de tres semanas enteras, y en lo restante de 
su vida solo bebió medio vaso diario. 

En otra ocasión la abadesa del convento la no- 
tició la muerte del conde de Venuandois, que era 
el hijo á quien mas quería de los que habia tenido 
ron el Rey; y al ver los esfuerzos que hacía para 
reprimir su llanto, la dijo aquella: que Dios no pro- 
hibía llorar. Entonces la duquesa se serenó, y la 
contestó con entereza las sublimes palabras siguien- 
tes : "Es necesario que yo llore el nacimiento de ese 
hijo mas que su muerte.» 

Después de 30 años de continuadas penitencias 
y de una vida ejemplar, Luisa Valliere murió en 
medio de los mas acerbos dolores el día 6 de junio 
de I7i0, dando muestra de la mas santa fé en el 
perdón de una culpa que tan verdaderamente habia 
llorado. 

Mientras fué amada del rey jamás abusó de su 
posición, antes tendió su mano al desvalido y der- 
ramó los bienes de la caridad por donde quiera que 
llevó sus pasos: asi es que los franceses aman y re- 
iteran su memoria. 

talla, 



Del Paseo desde el Tajo al Rhin, descansando en 
ti Palacio de Críala!, que está publicando en la llus- 
trañon la célebre poetisa doña Carolina Coronado, 
tomamos el siguiente párrafo. 

"Al fijar mi vista en el fondo de esta montana he 
dit isado en las paredes mujeres trabajando el suelo. 

He han dicho que los hombres están holgando 
en las casas. 

¡Bravo!... veo que estas gentes han declarado 
ya á la mujer apta para seguir' toda carrera igual á 
Ja del hombre, inclusa la de las armas. Una mujer 
en las provincias Vascongadas puede ser tnfdico, íilí- 
ralo, abogado, diplomático y guerrero, por la razón 
misma que es cabador, arador, leñador, segador, 
carretero. La razón que ha dado el seso fuciiepa ■ 



: 



r.t no permitir al sev. oVbil el que se entregue ni es- 
ludio y las fatigas de'lM'esrgos públicos, es el justo 
taakn dr- que desatienín sus deberes ) se lé asimile 
Hita elpumo di' 3>af*«fe i fe condición de la mujer 
cofr lá condición del hombre. 
''Pero Una vea •romieriHda'ri! trabajo di las hvhibrtí 
en el orden fíjiro. quedan libres para chiparse de sus 
mismos trabajos, en el orden moni I . Si el hombre se 
encarga -de arrullar ai tójtt y aderezar los alimeii- 
tos, en lanío que la ninjer eava la lierra, lo mismo 
pueden encardarse de ello etr tanto que la uitijrr de- 
fiende un pleito. Si h mujer tiene fuerzas para ma- 
nejar un arado, las tiene para blandir una espada. 
Sisaría ridiculo ver auna mujer mandando una róm- 
panla, utflb es menos ilírijieiido una ytiiita. ¿Es posi- 
ble que el egoismu de los hombres llegue hasta tal 
punto que transijan en el «irden físico culi estas im- 
propiedades del irabajo sol» porque eslocoviene ;i 
su comodidad? ¿Tantas caricaturas como se lian de- 
para la mujer que toma Una pluma, porque lio se 
ban hecho para la mujer que toma man azada?. 

Vo le lo diré, Emilio; porque este trabajo no al- 
canza premio, porque no alcanza laureles. No es el 
esfuerzo del trabajo, sino el éxito del esfuerzo lo que 
inquieta á los hombres. Escluyen á la mujer de las 
ciencias y de la literatura, no por el lenior Se que 
sufra la lucha, sino por el temor de que venza. Kilos: 
las dejarían estudiar y esam¡narse, si hubieran de 
recibir siempre eataltusat. 

Yo no abogo por la emancipación del seno: vo 
no deseo que las mujeres apremian la; eienóíné; vo 
no quiero oí siquiera que sean literatas; yo maldigo 
el instinto que pune la pluma en mis manos; pero sí 
al fin han de abandonar sus labores propias, si no 
bao de velar ai pie de la cuna de sus hijos, si I1.111 de 
serlínudüif.í y ruirettrnj. quesean también ijciirru- 
Its y quesean ministros.* 



u| 



Omitían oresjofe, 
Esa luz cuya radios: 

airidaiieíni.indoaba, 



Oyéndose igual murmullo 
De arboles, fílenles, cateadas, 
V sin saber dú sí.mnf'U, 

1'CWélHriítVH.onnT.ln !,i tierra 
Levemente iluminada 
lie una clariiUul que no 
Sabemos de que dimana; 
Si e| -ni al irse, ó la luna 
Al llegarse la derrama; 
Si es ilc l.i fui f]Tie se enriende. 
O de in lu/ que se apaga, 
Ayil también ese momento 

Dulzura infunde ,i luí ulula; 

También á ti fervoroso 
Mi ai eiilii, Señor, se alza^ 
Pero ;av! que ñ un tiempo mismo 
Interrumpe mis palabras 
El dolor cutí [os profundos 
Suspiros que al pecho arranca, 
Pues l(i nj Jijen de nuestra ¡ ida 
Ve irtl ni el fin de la jornada, 
También ñ iiuc-oa cyrsd-ocia 
Tu mano un orase marra. 
¿Termino que á nuestros males 
Impuso tu luanu sabia. 
Recompensa inapreciable 
Dé esa bondad luya magna! 

I ha ><u„p i-ltoro 



i.niqs 



AL POXERSE EL SOL 

Ya espira miistia la larde, 
De los rayos despojada 
Del sol, que huyendo pnr rima 
De las mas altas montañas. 
Enemigo de la noche 
Raudo hacia cb ocaso marcha. 
El cielo, que á la salida. 
Del sol desplegó sus galas. 
Las aves, que con sus trinos 
Celebraron su llegada. 
Todo al declinar la tarde 
Se reanima como al alba, 






UN MES LA LA ALDEA. 

(OINTIST ACIÓN.) 

Por otra pane; si llega un «lia en que Ja jiíven 
se escucha saludar con el dulce nombre de madre, 
¿son las ilusiones de la adolescencia mas grandes, 
muí halagüeñas que esle momento solemne de la vi-, 
(l,> ' No: t;t Mujer entonces conoce su verdadera mi- 
sión sobre la tierra, y bendice ese espíritu divino, 
qite la rodea de esas lidíelas tan sanias que 'basta 
entonces no pudo comprender. Por su imaginación 
cruzaban estas diferenles ¡deas: pensaba también en 
Enrique, le veia lleno de amor, recordaba aquellas 
pu labras tan carifwsas que sin cesar brotaban de sus 
labios; y la joven involuntariamente se estremecía, 
sus ojos se fijabim en el suelo, el espíritu luchaba 
con esas ideas materiales que algunos momenlos se 
enseñorean ;i pesar nuestro; pero eslas últimas mo- 
rirán ni querer nacer en el corazón de la virgen; el 
mundo desaparecía ric sus ojos, su mirada se tija ha 
en el cielo. Este combate reanimaba sus mejillas, sus 
ojos brillaban de una manera febril. 

Esta escena hace algunos momentos qne tiene 




S 



testigo; este testigües Enrique?' irstá en pié y teme 
hasta respirar: aquella meditación, aquellas lágrimas 
impresionan vísiblemcnieiile al joven; su silencio es 
solemne: La, mira enmo un órnelo sagrado, y teme 
coa su alíenlo profanar aquel santuario de inocencia 
y amor: silenciosamente se retira sin que ella se 
aperciba de su muda adoración. La joven escucha; 
las campanas de la aldea tocan de una manera parti- 
cular; se sóiirle y creí' coa fe sencilla ti ule lodo tuina 
parle en su felicidad. Su ¿adre se presenta cu su'npo 



os 1 , qti 



digo con orgullo ¡inte vosotros, que denlro de poco 
screís mis enemigos 4 DO retrocedéis; he jurado leal- 
tad hasla el último momeólo de mi vida á la regia 
huérfana que los españoles unánimes han colocado 
en el trono de Sau Fernando: la causa de la .inocen- 
cia Dios la santifica.: Corred, insensato?, que \olai% 
á la tumba. 

— Basta! gritó Pedro; si no queréis seguir á 
nuestro general yo oíuparé vuestro puesto. No te- 
máis, señor, añado» dirigiéndose al padre de Ida, que 



Sentó: la pobre Ida. toda I coi Morosa, se agarra al ine falle valor para combatir. — fanáticos 1 ! gritó 



brazo del autor de su existencia; el mal, toas grave 
que lo de costumbre, la conduce ;i aquel salón que 
encierra tantos recuerdos. Al presenlarse en él Ida 



Enrique. — ¡Vivan nuestros fueros! gritaron Pedro 
y los aldeano*. F- 1 norte de Pedro era lila; aque- 
lla organización privilegiada veía en id horizonte de 
fija sus ojos en el ip,ven oficial, une apoyado en la | su porvenir una aureola de martirio ó una aureola 
chimen» la mira tisíémente; aquella mirada maffbé - ' de gloria; sus pensamientos tenían un fin solo y úai- 
tica hace estremecer aquellos seres en el momento m. el amor, el amor á Ida, Enrique, por el contra- 



de realizarse sus sueños de amor; su* almas preven 
algún acoolei'imi<'ii:>> r-iiuutdinaiio. 

Todos los aldeanos del valle se eiiconlraiían en 



el salón y en las inmediaciones del castillo: en su, rilar por nuiclio tiempo Babia sepultado SUS ilusío- 



rio, adoraba á la joven, iba á ser su cípoíu; pero 
•■n el momento de recibir su mano le proponían tina 
acción que rebajaba su dignidad, y el joven stn va- 



te: 



rostros está piulada Id agitación y el entusiasmo. 
— Hijos mioáj ésclamo el señor Adolfo De, os pre- 
sento á mi hija y al que va á ser su esposo, el noble 
marqués del Olmo. Él nos seguirá al combate y os 
seguirá en las batallas; él será vuestro segundo gefe. 
A osle precio le entrego la mano de Ida, la cual 
con su sonrisa animará á su padre y á su espuso al 
combate. — ¡Vivan nuestros fueros! gritó aquel [lu- 
nado de hombres: ¡viva mustio general! 

La joven estaba como absorta, nada veía de 
cuanto entorno de ella pasaba. Enrique se adelantó, [ 
\ alzando con orgullo )u cabeza pronunció:— ¿(fue- 
reis, señor, que haga iTaíeion á mis juramentos' \o: 
eso jamás. — Entonces, marqués, podéis comprender 
muy bien que mi bija no puede pertenecer a aquel 
que sea el enemigo de su padre en los combates.— 
Está bien. El joven miró por última vez ¡í la que iba 
á ser su esposa, volvió á alzar la cabeza con orgu- 
llo, y al notar las lágrimas que inundaban el rostro 
de la joven pareció vacilar; pero después de algunos 
segundos, colocando la mano sobre su corazón co- 
mo queriendo retener sus latidos, continuó: — Los 
del Olmo jamás hacen traición á sus juramentos: 
amo á vuestra Lija con toda mi alma; pero este amor 
jamás me hará olvidar mis compromisos. Entre tan- 
to sabed, nobles provincianos, que os engañan, que 
la ambición de algunos hombres va ¡i haceros ins- 
trumentos inocentes de una tucha horrible, porque 
ndreis por enemigos ú vuestros hermanos. Sí, lo 



n.es y había .esciamado: — Antes que Ida la patria: 
antes que el amor el deber, 

l*r :os momentos después de resonar en el cora- 
zón de la joven eslas terribles palabras, Ida lluraba 
en los bra/OS de 1 1 pobre María y se preguntaba si 
era una pesadilla penosa cnanto había pasado en el 
castillo. 

Se ron fin narií. 

V'atall* B. de Fi-rranl. 



ALBIM. 



HOMBRE. 

Tiene para nosotras runchas y contradictorias 
significaciones; los hay discretos, prudentes, gene- 
rosos, amables y condescendientes, asi como (¡ru- 
nos', imbéciles y sobre todo egoístas; unos son nues- 
tros señores y otros nuestros esclavos; y aunque el 
esl lidio que mas nos interesa, a aprender á distin- 
guirlos, ni se pos ensena ni nos aplicamos á él. 

MUER. 

Segnn unos hombres es Ja obra mas perfecta y 
hermosa que hay en la tierra; para ella viven y á ella 
consagran toda su vida: según oíros es un ente de- 
jfecliioso, incapaz, de nada bueuo, ¿Buqué podrán 
consistir lau desiguales opiniones? 



HERMOSURA. 

Rendimos un culto idrilalra íi esta magrea pala- 
bra; todas quisiéramos serlas mas hermosas, y ama- 
mos por instinto lodo lo hermoso:, es el orpiitlo de 
la opulencia y la dote de la pnbreza. Pito cuando 
los hombres sean mas discretos, no será mas que un 
accidente al lado del talento y la virtud. 

rh.ui;zx. 

Palabra fatal para nuestro sexo, porque no po- 
demos poseerla Libremente sino á Talla de nuestros 
padres ó alaridos, y entonces nos venios general- 
mente rodeada» de los hombres mas depravados. 

PORVRISTIR. 

Materialmente hablando, y en el estado en que 
boy se encuentra nuestra sociedad, la mujer no lo 
tiene, y solo la casada está általa al de su marido. 

DEBILIDAD. 

Se nos apellida el sexo débil y convenimos en 
ello mnrahuenic hablando, pues por nuestra parte 

somos de opinión qu b debemos temer ;i nuestra 

debilidad que á nuestras pasiones. 

MÉRITO. 

Nos sera pernütdn decir que el nuestro es de una 
elasticidad extraordinaria pan los hombres cuantío 
nos aman ó nos aborrecen: respecto al de lo,* hom- 
bres, el dia que aprendiónos á conocerlo mejorará 
mucho nuestro porvenir. 

SILENCIO. 

Premia de mucha estimación para indo el sexo; 
la que llegue á poseerlo se evitará muchos disgustos, 
pero nos cuesta menos trabajo aprender á hablar en 
nuestra infancia, que a guardar silencio cuando su- 
mos mayores. 



SOLUCIÓN 

A LA CB AVADA INSEltTA ES XCESTBO NÚMERO BEL 2i. 

San es título sagrado, 
y dalia una bella flor 
con que adornó su locado 
Sandalia, para ir al Prado 
á que la viese su amor. 

Juana Lopes de Estrilen. 



ADVERTENCIAS. 

Nuestras suscriloras de provincias cuyo abono 
concluya el dia último del pasado mes, y deseen 
continuar su susrricion, tendrán la bondad de reco- 
larla para no sufrir retraso en el recibo del perió- 
dico. 

Suplicamos a nuestras apreciaules suscriloras de 
provincia que no hayan satisfecho el importe de <jus 
uucriciones, y carezcan de posibilidad de hacerlo 
por medio de libranzas de correos, que lo verifiquen 
en sellos de franqueo, dirigiéndose á nuestro impre- 
sor don José Trujillo. 

No se admiten cartas ni periódicos que no ven- 
gan francos de porte. 

ANUNCIOS DE NUESTRAS Sl'SCMTORAS, 



IIiiii:: Polonia Kam , ¡irofesora dentista con titulo 

espedido por la universidad iie Valencia, coollnpa ejecu- 

Innilii dnl;i rbise de ojierni-iiiiir's al r- la hIciiI.iiI lira (-fin la 
dr-lrivn que tiene semillada y la proporciona una nume- 
rosa rlii'ijli.'la, r.oiislnije bocas, medias bocas j toda cla- 
se de picias da la dentadura, asegurando al iiúldico que 
pnr mcilin de sus corresponsales en el eslrangero , está a¡ 
alcance de Indos los entine i míenlos mecánicos que hasla 
el dia se han desarrollado en el arte, ejecutando su» 
obras á la altura di; conocimientos en que se llalla su pro 
lesión, tanto en la parte material como quirúrgica. 

Vive calle del Carmen, núiu. 11, frente .1 la délos 
Negros, cuntió segundo. 

Modlali* j planchador*,— En ta cxlle del Conde 
Duque, nttm. 7, cundo I.", sa hacen vestidos ele moda de 
todas clases ;i precios muy arreglados: los lisos á J4 rea- 
les. También se planchan y riza con perfección y equidad. 

El aemáftado áslábfteS miento fábrica de rorsís de la ca- 
lle del llor la la Mata, se ha trasladado ala del Car- 
men mini. 60 Cuarto bajo, donde se ctieunlrarán corsés bo- 
clios desde isliasla 2»o rs, Recomendamos este cslableci- 
nirnlo ¡i nuestras a preciables suscriloras, seguras de que 
quedarán complacidas sí acuden a el, 

t'i'i-iiidii. — La persona que se haya encontrado utia 
pcrrila americana fino, que se es'trái ifl el domingo prdsi- 
nw pasado en la feria de la ralle ile aléala, tendrá la bon- 
dad de entregarla en la calle Je Preciados numero 64, don 
de además de agradecérselo se le gratificará con inedia 
onza de oro. 









MADRID ISlil. 

imprenta de don Jmf Triijlllo, íiljo, 

' Calle de alaria Cristina, número 8, 




finí* fin'- después conocida. Su aplicación im B€ limi- 
tó solo ¡í esta lengua, sino á la filosofía, en la qitc 
hizo tales progresos que Fué mirada por los hombres 
mas doctos de su tiempo como uu prodigio de sabi- 
duría. 

Su reputación se estendió extraordinariamente, 
llegando ;í oídos de ta reina Isabel de Castilla, que 
apreciaba singularmente á las personas de grande ta- 
lento. Mandó que se la presentasen, haciéndola s« 
dama de honor y maestra, y depositando en ella to- 
da su confianza. La casó con l>, Francisco Ramírez, 
secretario particular del rey Católico su esposo; [Mi- 
ro tuvo la desgracia de perder ;i su marido á los 35 
años. Desde aquel momento trató de retirarse de la 
corle para poderse entregar con mas libertad al es- 
tudio. 

Heredera de una inmensa Fortuna de sus padres 
y marido, y bailándose al mismo tiempo sin lujos, 
determinó emplear toda aquella cu beneficio de la 
religión y de la humanidad. Asi es que en ibOG 
fundó en Madrid un hospital que lia conservado bas- 
ta el día el nombre de Hospital de la latina: Fundó 
además dos conventos de religiosas, la Concepción 
Geróuima, y la Concepción Francisca, uno de ellos 
consagrado á la educación de señoritas pobres: en él 
desempeñó durante el resto de sus dias la dirección 
de esle establecimiento, compartiendo su vida entre 
los sagrados deberes que se había impuesto y el es- 
tudio; conservando constantemente las mas ejempla- 
res costumbres, y siendo la gloria y el honor de su 
seso y de la célebre ciudad que la vid nacer. Murió 
en Madrid el 25 de noviembre de 1 ¿53 1>, y está enter- 
rada con su esposo en dicha Concepción Gcróuima. 
Escribid varias notas sabias sobre los antiguos co- 
tíifji (arios sobre Aristóteles y varias poesías latinas. 
Muchos hablan de ellas con elogio. Nuestro famoso 
Lope de Vega ensalza las alabanzas de esta célebre 
salmantina, y habla de ella en su obra titulada el 
Laurel de Apolo. También hablan de ella Juan Pé- 
rez de Moya en su obra de íllustr. llisp. Mulkr., 
Gil González Dávila, Dorado en sus historias sal- 
mantinas, Pabla de Rivera (¡lar. Immort. Delle 
donne, Meólas Antonio, Hibiíoi. Hispan,, Moreri, 
Diccionario universal. (C. S.) 

LO QUE VALÉIS 

Elisa la bella amaba 

Al mas bizarro zagal 

De la comarca, 




Y su suerte no cambiaba 
Por la suerte sin igual 

De un monarca. 

Siendo tal su frenesí 
Por el apuesto doncel 
Que delira; 

Y por ser amada asi. 
Su mastín le diera ú él 

Y su lira. 

Su I irH, que sínírl llil 

Pura conquistar su amor, 

Y hoy triste 
Amor robó su alegría, 

Y á su canto de dolor 
Se resiste. 

Y el mastín que guarda ufano 
La amorosa corderilla 

^ sus hijuelos; 

Que tierno lame su mano, 
\ descansa en su rodilla 
Sin recelos. 

Todo esto al zngnl le diera 
Por el amor que en antaño 

La trina; 
Si mas ambicioso fuera 
Le diera mas: su rehaüo 

Y su alquería. 

Poro el ingrato pastor 
Que antes suspiró por ella 

Va no la ama; 
"Si se cuida de su amor, 
\ el íerla sensible y bella 

Pío le inflama. 
Porque eu su pecho cabida 
Dio el iuliel á ulra pasión. 

Olvidando 

Que á Elisa profuuda herida 
Uízok, á su corazón 

Sacrificando. 
\ es tan amargo vivir 
( Jni tan iluto desengaño, 

Qtw ella llora, 

Y pide -al rielo morir, 
O que remedie su daño 

Asi implora: 
«¿Por qué amor me sonreiste 
«Y con mentidos afeites 

«Me engañaste?... 
o ¿Para qué cruel me rendiste 
«Y en seductores deleites 

«Me embriagaste?... 
«El amor de mi líatilo 
«Tan tierno y tan cariñoso 

o Don de es ido?... 
o Aquel gozar tan tranquilo 
«En dulcísimo reposo 

«Lo lie perdido! 



la sombra de mi nogal, 
n Cuando ti sol era ardoroso, 

n Enajenada 
«Escuchaba ú nii zagal, 
«Tan gentil y tan hermoso, 

«Su balada. 

■ Endechas de amor deda, 
«Y su melodioso acento 

«Era lan grato, 
«Que á mi alma estremecía 
«De placer en el momento 

■One relato. 
«Y hoy ileso qnerer soy viuda: 
«Y la triste realidad 

■Clara veo: 
«Y veo mi suerte rruda f 
«Y ninrir, ó su piedad, 

«Es mi deseo» 
Delio tpic escuchó estas quejas 
Tras un espino escondido 

Dio un suspira, 
Que la alarmo, y sus ovejas 
Rccnjíó con un descuido 

Que no admiro. 

«Tierna zagala, eselaimí, 
«■Sensible soy á tus penas 

\ a tu llanto; 
«Si le olvida quien te amó, 
■Yo romperé osas cadenas 

■Que odio tanto.» 
Volviendo Elisa sus ojos, 
Con su llanto encantadores, 

Replico: 
«En zanas, malas y abrojos, 
«Camino que fué de llores 

«Se troco. 
•No intentes, mortal osado r 
«Mi destino variar 

«En tu delirio, 
«Que si mi amor be llorado, 
•Otro amor no lia de lograr 

«Ser mi martirio, » 



Delio el zagal insistió, 
Y fué tan tenaz su empeño. 

Que la bella 
A su mego serindid, 
T olvido á su antiguo dueño 

Y su querella. 

I.: i *lint'«: . 

***+»*$♦****« 



UEVISTA DE MODAS, 

Pams 30 i!K sETiEusmE- 
H¡ querida amiga: Según te ofrecí en mi 



ante- 



rior, le escribo hoy para ponerte al corriente de las 
novedades que las modas van introduciendo 

Sin embarco de que tardarán alpinos días en 
pronunciarse deliiiilivaiiienle las modas de la esta- 
ción, tengo ya noticias de algunas preciosas inven- 
dones que se preparan en nuestros magniücos alma- 
cenes, especialmente en el de fiageliu. 

Según lo que he podido observar aceña de los 
trages de invierno, nunca se lian empleado con mas 
generalidad que este ano las guarniciones de tercio- 
pelo; vestidos, sapas, manteletas, sombreros, gor- 
ros, todo lleva esta clase de adornos en galón, de 
diferentes proporciones, colores y dibujos. Es un 
verdadero fuñir, sirviendo lo mismo para los mas ri- 
cos Irages como para los mas sencillos. 

Nuestras mas célebres modistas lian adoptado es- 
tos adornos para las modas de transición de esta ca- 
prichúsa temporada del ano, que nos trae boy urr ca- 
luroso (lia de verano, y despojará mañana los árbo- 
les de su foHage con tina brisa glacial. Asi pues he 
visto abrigos color gris de plata con terciopelos ne- 
gros, granates 6 azules oscuros; el quemas me agra- 
dó era color de violeta ron adoraos negros; la com- 
bmaciiiü de estos dos colores la liaeian de una rara 
distinción. Algunos de estos abrigos presentaban por 
delante de la falda una especie de delantal que va 
ensanchando por bajo. 

Este delantal esla formado por veinte y siete 
cintas de terciopelo [de media pulgada de ancho, y 
termina en cada lado por otra ancha cinta de tercio- 
pelo: las mangas, de corle ¡i lo mosquetero, tenían 
también vueltas de terciopelo; podia cerrarse delan- 
te del peclm cinéudolo mas ó menos: la manteleta 
que acompañaba á este trage estaba formada en ban- 
das y adornada con dulas de terciopelo de media 
pulgada de ancho, semejantes á las de delante. 

Voy ahora á hallarle de una nueva prenda in- 
troducida cu nuestro trage, y de (pie supongo ten- 
drás ya alguna idea. Me refiero á los chalecos que 
habían parecido una novedad muy aventurada este 
verano, y que sin duda serán decididamente adopta- 
dos este invierno. Se llevan de toda ríase de tela y 
hechuras; los he visto de terciopelo con adornos de 
azabache, de paño con bordados de seda, de moaré 
y de lelas con dibujos orientales. Como aun esta es 
una moda puramente: de capricho, suele llevarse el 
chaleco del mismo color que la chaqueta, y si es de 
diferente color lia de cuidarse que armonicen los de 
ambas prendas. Sin embargo de que esta, invención 
se va generalizando, paréceme que no ba de caberle 



muy buena suerte, y que ha de pasar muehu 
antes que la vista se acostumbre a ella. 

Y sin mas por hoy adiós hasta el 30. 

Tu verdadera amiga 

Luisa. 

FLAVIO Y FLOttA . 

ni, 

EL PADRE. 

Con sombrío ademan y airado gesto 
Cu noble anciano di 1 cabera cana 
En desígnales y fardios pasas 
El mármol mide de su rica estancia. 

Ya se detiene y piensa, ya en sus ojos 
Del furor brota la encendida llama, 
Mientras su débil descarnada mano 
La empuñadura oprime de su espada. 
Alguna vez por sus marchitos labios 
üe sonrisa fugaz el brillo vaga, 

Y otras de llanto abrasadora gota 
Rodando surca su mejilla Haca. 
¿Qué genero fie penas roedoras 

El buen anciana guardará en el alma? 
¿Y cuál será el motivo lastimoso 
De tal anhelo, de fatiga tanta? 
Cuando ya en el ocaso de su vida 
Fiera le aprime la sejez helada. 
Aun libre no estará su árd > pecho 
De torcedoras v moríales ansias.' 



Oyóse en esto acompasado ruido 
De dobles pasos que de. cerca avanzan, 
Y á poco llego' Flavio a la presencia 
Del noble anciano de cabeza cana. 
Y, caso raro, el alentado mozo 
Que jamás al peligro huyo la cara. 
De espanto, y de estupor, y de soprres 
Ora manifestó señales claras. 

— ¿De ([iié te admiraste, Flavio? 

— Don Rodrigo, vos aquí! 

— En la corte me hallo, si, 

Mas priva de voz al labio: 

Pues tener en cuenta puedes 

AI articular mi nombre 

Que hay misterios en el hombre 

Que oyen tal vez las paredes. 

Ni tú cslraíics que al saber 

Asechanzas á mi honor 

Pnuia cierto cantor 

Venga á hacerle enmudecer. 

— Dou Rodrigo.., 

— Ten la lengua; 

Pues pudistes intentar 

Mi preclaro honor manchar, 

Oír tu disculpa es mengua. 



tiempo 



Tú que tan mal conociste 

A mi Elvira, qué has pensado 

Que el billete perfumado 

A su amor se lo debiste, 

Tan solo por ese agrabío 

Que le hiciste, joven loco, 

Tu vida entera era poco 

Si le la arrancara Flavio. 
La cólera del viejo iba en aumento, 
Qnti resignado Flavio soportaba, 
Citando suspensas los dejó el ruido 
De Binchas gentes que hasta allí llegaban: 
"Padre, salvaos!» una voz decía, 
Y otras « Es larde ya,» le contestaban. 

nona. 



U\ MES E_\ LA ALDEA. 

(cONTI.NTACHttí.) 

Ida después de aquellos primeros días de dolor 
habia reconcentrado su pesar dentro de sit pecho; la 
tristeza qnc desde aquel momento en qne viera 
desaparecer todas las ilusiones de su vida se apodera- 
ra de su alma, daba á toda su fisonomía un tinte de 
sufrimiento tan melancólico y puro, que impresionaba 
a cuantos miraban aquel ángel de amor y de resig- 
nación. 

Desde entonces su predisposición natural en fa- 
vor de los desgraciados se aumentaba: quería olvi- 
dar su propias penas haciéndoselas llevaderas á los 
demás, ;Cinu'a< v.tcí :i payada eu aquelln misma 
ventana desde donde Pedro la riera aparecer aqtic- 
uoclie bajo los reflejos de la luna, al lado del joven 
oficial líennos-i y ir.iinpiila romo la imagen celeste 
del bien, conduciendo aquella mujer tan enferma y 
desvalida pensaba y miraba nuestra joven aquel tnu- 
inetito como uno de los acontecimientos mas hermo- 
sos de su vida! Ella recordaba con una mezcla in- 
definible (fe placer y de tristeza, aquel instante en 
que aquellos corazones lau sencillos, guiados espon- 
táneamente por su bella acción, la condujeron en 
triunfo á su orgulloso castillo, apellidándola con un 
nombre tan santo y tan bello. 

Aun creía escuchar el eco de los maules que re- 
pelía viva el ángel consolador de nuestras cabanas, 
j Cuántas veces, lo repelimos, recordaba con placer y 
tristeza aquel instante supremo de la vida! Podía bor- 
rarse jamás? No, esa hoja santa de su historia no debía 
desaparecerdesu mente; en ella estaba grabada la ima- 
gen generusa del joven marqués'. ¿Podia Ida acrimi- 
narle? .Nunca; la idea del deber era tan poderosa pa- 
ra nuestra hermosa ida, que su mente la aproximaba 
mucho á la divinidad, y desde el fondo de =,a alma 
bendecía á su amante porque el amor en vez de hu- 
millarle á sus ojos le habia divinizado. 

Muchas veces estos pensamiento hacían que las 
lágrimas que se deslizaran de sus ojos se mezclaran 
con una sonrisa tan inocente que hacia que los hoyi- 
tos que tanta gracia daban á sus preciosas mejillas 



hicieran un contraste singular con sos lágrimas. Si la 
vanidad se apoderaba algunos mnmentns del corazón 
inórente de la hija de las montanas, cuan indulgen- 
te.; debernos per mil ella, HíirqiJi" si analizamos el 
corazón humano ¿no le cnroulraums siempre db- 
pucslo á aceptar ccin placer lodo aquello que halaga 
nuestra vanidad? ¿Qué eslrano es entonces que una 
nina se suuria ante ledas aquellos rcruenlns que la 
engrandecen i los ojos del que apon? Ida conese itir.- 

liuln ijiii- caracteriza el corazón de h| mujer pura de- 
sechaba de sn mente tuda idea material, y sus labios 
pronunciaban aquellas palnbras*qite la aproximaban 
á Enrique, pirque la joven pensaban con profunda 
convicción que si Ins bniubres los separaban en es la 
tierra, donde todos es tan pasageru, 'Dios los iiuiria 
para toda una eternidad. 

Por oirá parte, sus obras eran compensadas! 
Jda¡ liabia encontrado una amiga cariñosa eumedin 
de aquellos desgranados que su mano protectora 
aliviaba. 1.a madre de l'edro liabia muerto, aquella 
pobre mujer que Ida condujera en su barquilla aqur- 
lla noche de sagrados recítenlos: su bija lloraba al 
lado de la miserable rama de su desgraciada madre, 
y la señorita Ida se liabia aparecido como el ángel 
salvador en aquella cabana, y la' moribunda babia 
sonreído tal ve*. Por su imaginación cruzaran dile- 
rentes ideas: su hija, 'su encantadora Luisa, CflCOn- 
iraria en la nuble castellana utia'pruleelura generosa; 
la pobre madre, en este momento terrible en que el 
espíritu se separa de la materia, pensaba soto cu sus 
queridos hijos; también be iidedag desde el fondo de 
su alma ¡i Pudro. Todas las cartas querer i Lian le 
hacían concebir la lisonjera esperanza de que sn hi- 
jo viviría respetado como mi héroe, ó moriría már- 
tir esclarecido de sus principios; y sin embargo el 
corazón de la madre, ron ese laclo particular que las 
distingue, babia comprendido que no era solo el de- 
seo de aliviar sus males y la ambición de gloria lo 
que conducía a su hijo á defender ima cansa que es- 
taba en contradicción con SUS ideas; aquella mujer, 
superior i cuantos la rodeaban, comprendía lo que 
su hijo, lanío quena ocultarla: su amur sin límites 
por la herniosa castellana. 

Mil veces habia sorprendido aquel secreto que el 
se afanaba en ocultar, y la madre suspiraba porque 
comprendía lo imposible que era su realización. Al 
ver cu el último momento de su vida aquella joven 
llorando al lado de su cama, como si fuera su propia 
bija, su corazón sonreía de esperanza. ¿Quién esca- 

pai de comprevaler los ana s del corazón de una 

madre? La pobre mujer, pensando en los objetos 
queridos de su corazón, babia espirado con la sonri- 
sa de la cspraiw.a P1) ,¡(, s labios. Luisa besaba el ver- 
lo cadáver de su madre; aquel cspeclfeolo impresio- 
naba sobremanera a lila. La pobre huerto vol- 
viendo la cabeza hacia la joven, liabia esclamado ron 
esa toz tan elocuente que llega al corazón: Ya lo 
veis, señorita, todo lo he perdido; solo me quedan 
lacrimas que derramar sobre la tumba de mi pobre 



madre. — No, Luisa, pronunció consuma resolución 
Ida; has perdido una madre digna por su talento de 
otra suerte mas lisonjera; .e.l amor la hizo abandonar 
mi casa y su fbrluiia, uniéndose i tu padre pobre hi- 
jo de nuestras montanas. Llura, inocente nina, la 
muerte de la autora de lu existencia, pero ven á llo- 
rarla en Ins brazos de tu hermana. 

Si Pedro hubiera presenciado csia escena, en 
que delaiiie del cadáver de su desgraciada madre 
aquella hermosa joven que contaba laníos duques eu 
sus antepasados abra/alia á una hija del pueblo, ino- 
cente y pura como ella, y la dalia él dulce nombre 
de hermana, ¡como hubiera latido su corazón de 
amor y de respeto, porque otra nueva simpatía le 
nnia á aquel ángel de h lad! Había llamado her- 
mana á su encantadora Luisa aquel ser tan querido 
de su corazón. 

Ida cumplió fielmente so palabra; lodo lo com- 
partía con aquella hermana adoptiva, todo; y la ins- 
Iruia por que la joven liabia Comprendido un talen- 
to nada común. Las noticias que llegaban hasta ellas 
■le Ins grados que iba alcanzando Pedro la imponían 
la obligación de educar aquella imaginación tan vía a 
y presentara] lujo del valle una mujer superior, líu 
medio de aquella tristeza tranquila que rodeaba á 
nuestras inocentes jóvenes, nuevos acontecimientos 
vinieron ¡i poner ¡i prueba el corazón del áugel her- 
moso de ia montaña. 

Se confintiarü. 

"¡¡ilüllii B ■!> l.írlol. 



ASUXCIOS DE MESTRAS SUSCRITOIIAS 



En la callo de Vaherde oíini. 21 cuarto principal, ga- 
lería de la derecha, hay una señora que borda con jicrtei 
t ¡mi i iialqoicr encargo que &a le haga* imita el nipis y ha- 
ce Inda especia de composturas por muy difíciles que sean. 
En la misma casa se daría lecciones particulares de id 
ma trances v de bordados. 



Uoiiisin y plaiteitmlont.— En lo calle del Conde 
Duque, niim.7, ruarlo <-", se barro vestido) de moda «le 
loitas clases a precios muy jirreutados : l»s lisos « 12 rea" 
les. También se planchan y ¡i/:i BSD perfección y equidad 



¡dio- 

idi' 
de 

ad- 



El acreditada establecimienln fábrica de corsés de laca 
lie del Horno de la Mata, se ha trasladado ú la del Car- 
men núm. 50 cuarto bajo, donde se riniiuu.iráii corsés he- 
chos desde 1¡t basta 21*0 rs. líerosnetidaitios este eslablccí- 
niiciiin á nuestras apreciadles suscritoras, seguras de que 
quedarán complacidas Si acuden á <íl. 



MADRID 1851, 



Imprcilln ile tioa J«»c TrnJIlle, hlj< 

Calle de María Cristina, número 8. 



Año l. 



Domingo 19 de octubre de 1851. 



Núm. 12. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sate todos losdiiiioinjiiiSüesusrriUf en M.iJrüi ni la- librerías ík Hunícr y de Cofsl», i í rs. a! mes; j en provin- 
cias IU rs. purtlos inopes frjuuj ti,' pune, rurniliín uuujlittraiua a fjsurdeiiutstro irrt(in> or, S -<-ll.>- de franquea. 



EL INFLUJO DE LA MUJER 

EX LA SOCIEDAD. 

Aunque iiu.-iili'iilaliii.'nte hemos tr.il.-nln ya en al- 
gunos de nuestras articules anteriores del influjo que 
la mujer ejerce en la sociedad, boy volvemos ;i ocu- 
pamos de esle asunto si no con la cstension que eii- 
ge, lo cual no permiten las dimensiones 'I'' nuestro 
periódico, crin mayor detenimiento del que bosta 
ahora lo liemos hecho. 

La influencia de la mujer en la sociedad es evi- 
dente: los hombres, mal avenidos con esa influencia, 
atribuyen á ella cuantas desgracias les ocurren- l-i 
pues se deshacen en alabanzas y no acaban nunca 
ile admirar la profundidad del talento de aquel juez 
á quien ocurrió preguntar, mando te dieron parte 
de uu asesinato: ¿tfuim es ella? El buen juez quizá 
no seria mas que mi buen hombre, que. liaría al es- 
cribana la célebre pregunta por no ocurrirseic otra 
mejor, y sin sospechar ni feniciamente que decía 
unacosa tan pr.diiud i y que lauta runa póiluma ha- 
bía de valerle, si bien el anónimo en que se oculta 
el nombre del celebérrimo' corregidor lia impedido 
ya que adornen algunas plazas d plazuelas con su 
efigie en piedra ó bronce. 

Pero dejando descansar la memoria del profundo 
y anónimo corregidor, vohamas á nuestro asunto, 
La influencia de la mujer en la sociedad rs evidente: 
y la pretensión de atribuir los nombres á esa in- 
fluencia cuantos males sobrevienen es no menos cier- 
Iíi. ¿De qué puede depender que el hambre, que se 
atribuye el influjo y la dirección de la sociedad; el 
hombre, que hace las leyes y establece, las costum- 
bres; el hombre, que nos niega toda participación 
en esas operaciones, nos atribuya á la vez tan malé- 
fico y prepotente influjo? 



Completamente descuidada la educación de la 
ntiij t, sin atender ni remotamente ri formar so co- 
razón v cultivar su entendimiento: "tseítáridó su va- 
nidad apenas lieneruso de razón, y haciendo después 

que esa misma vanidad sea el hizo qup ,»e tiende á 

I su virtud, el cebo con qué a ara >u inocencia, ¿qué 

! tendría de estaño que ruando la Jim en despierta de 
-ii ensueña fascinador y ve disipadas las ilusiones 
que ]é hicieron Concebir, marchite sn pureza? ¿Qah 
i tendría de estaño qué al echar de unmos su tnoceit- 
eia, y su virtud, y su Felicidad, volviese contra esa 
; sociedad que ha permitido, y contra esos hombres 
' que han cansado sil desgracia, tuda la influencia que 
le dan su sfeió, sus atractivos y la esperieneia ad- 
' qiiirída á costa de tan estimables prendas? _\~ada; se- 
guramente nadie que reflexionase admiraría que obra- 
ra asi; mas por fortuna tal no sucede, y la mujer fe- 
liz ó desdichada, inocente y aun pervertida, corres- 
ponde siempre a sus instintos de amor y benevolen- 
cia. Esto es indudable: la gran Señora en su palacio 
vire animada por su amor y su amistad; en su buhar- 
dilla la desgraciada soporta m muerto á estímulo 
también de !,,> afectos de sn corazón; y hasta en las 
abismos de la degradación y en las raatisíbnéB del 
crimen se ve ni través de !a risa forzada de las unas, 
del hondo dolor de las otras, el sentimiento de amor, 
que si pnede hallarse por a'jimi tiempo amortiguado 
nunca se eslingne en el corazón de la mujer. 

¿Y podrá sostenerse aun que la influencia de las 
mujeres es m^léfien, que de ella provienen tas des- 
gracias que enlutan de continuo la sociedad? ¿No 
deberá calificarse de absurda, de injusta y de calum- 
niosa esa frase de qu'vn es ella, con que se nos atri- 
buyen cuantos males ocurren a los hombres? ¿Por 
qué culparnos á nosotras cuando en el desenfreno 



de sus pasiones se dejan arrastrar de un pensamien- 
to criminal ' ¿No será mas acertado que digamos 
nosotras que" cu aulas desgracin* sufrimos mi la vida 
nos provienen del paco respeto ron que loi Immbre» 
miran nuestro porvenir, lumimluuu* tas mas «uno 
un objeto de entretenimiento que rompen y olvidan 
luego que pasó ei incentivo de la novedad, ó que 
quedó satisfecho el capricho del momento? Y aun lt>s 
que nos consideran de otro modo, los que ñus eli- 
gen por esposas, ¿van .siempre guiado* por im senti- 
miento desinteresado y por puro «recto? A ellos mis- 
mos apelamos; examinen el pensamiento dominante 
de Jos que tíos hacen la honra de tomarnos por es- 
posas y llamarnos sus compañeras; comparen tasque 
van guiados rimcamenie por un sentimiento de egoís- 
mo; relajen después de los poros que han ile que- « 
dar en el otro estremo tos que dejan cíe tratarnos 
como a compañeras y nos consideran esclavas al 
punto que lo pueden hacer impunemente, y estaños 
seguras que, aunque sin confesarlo, nos darán la 
razón y convendrán en que la verdad es que rasi 
todas las desgracias de las mujeres provienen de no 
respetar los hombres uneslro porvenir como debie- 
ran, asi como es también evidente que ta mayor par- 
te de las desgracias que se adiaran ;i la inllueucia 
de ta mujer proceden únicamente de que los hom- 
bres que las sulreu no supieron refrenar sus pasio- 
nes, teniéndolas siempre supeditadas á su razón. 

El indujo de la mujer en la sociedad es siempre 
benéfico, siempre de paa y de ventura. ¿Cuántos 
crímenes no han dejado de cometerse por ese indujo 
que las mujeres ejercen sobre los hombres?,; -V cuán- 
tos hijos no ha arrancado de] borde del crimen la 
mano de su madre? ¿Cuantas iras no han templado 
las redeiioues de una esposa prudente? ¿Cuántos bra- 
zos no ha desarmado una mujer querida? ¿Qué hom- 
bre ri'i templa los arrebatos de su enojo y desecha 
los pensamientos del crimen al recuerdo de una ma- 
dre, de una esposa, de una hija? ¿Cuál no mejora sus 
costumbres, qué criminal un renuncia á mi vida de- 
pravada para hacerse mas digno de h mujer á quien 
ama, para no envenenar la rüsteuria de su madre, o 
para no legar ásti hija un nombre deshonrado? 

iNegar que esto sucede es negar la evidencia; y 
si es así, si estas sota las consecuencias de la influen- 
cia de la mujer, ¿por qué obstinarse en suponerla 
maléfica y en atribuirle la causa de las desgracias que 
;t los hombres ocurren? Lo volvemos á repetir; «so 
es injusto, absurdo, calumnioso. Esa obstinación in- 
justa de tos hombres produce desgracias sin cuento, 



lanío a la mujer en particular como i la sociedad en 
general, romo fácilmente se comprende. Acábese 
pues esa injusticia: reeonój.rase que si la mujer ejer- 
ce alguna ¡afluencia es beiiélicn; que se le debe á ella 
qur lio baya mas desgracias y crímenes, que las cos- 
tumbres se dulcifiquen, que el carácter de los pue- 
blos sea pacifico y sus tendencias de bondad y bene- 
volencia. Confiriese esto haciéndonos justicia, y con- 
cluyan al luí esas calumnias. 



MUJERES CÉLEBRES. 



ISAlílil, LA CATÓLICA. 

¡Qué agradable tarea nos liemos impuesto hoy, 
y qué impresión km halagüena produce en nuestra 
débil imaginación el grato recuerdo de las virtudes y 
merecimientos que atesoró h sin par Isabel! 

\l leer la historia ile la reina Católica por exce- 
lencia, nuestra imaginación se eslravía y nos llena- 
mos de orgullo al considerar que bajo el reinado de 
esla mujer todo fué grande, lodo fué digno, lodo 
fué noble, y que aquella época la recuerdan los es- 
panoles con orgullo y los esirangeros con envidiosa 
adini ración. 

¡Nada nuevo podremos decir nosotras de esta ilus- 
tre princesa, pero nos será permitido aúadir otro tes- 
timonio mas ¡i la profunda y religiosa admiración 
que no podemos olvidar las "que escribimos en un 
periódico míe >e [tlnEíi !m Mujer; v si algún es- 
critor bastardo pretendiera tacharla "de intolerante 
por los actos de conveniencia que sancionó para lle- 
var _;í efecto su grande obra, reseñada estaba su 
vindicación A la ilustre pluma de una mujer contem- 
poránea de la seguid* Isabel (I). 

Para felicidad de España v honra de uneslro sec- 
so nació Isabel en el pueblo de Madrigal, provincia 
de Uila, el dia 22 de abril de 1161 (2), siendo hi- 
ja del nuble U. Juan 11 de Aragón y de ü.* Isabel 
■le Portugal, Apenas contaba tres auós de existencia 
la bella Isabel, cuando por muerte de su padre fué 
trasladada eon su madre á la villa de Arélalo, donde 
pasó los primeros anos de su juventud. Lejos del bu- 
llicio cnrtesnno y bajo la dirección de aquella buena 
madre,, podo íormarse mi corazón noble y religioso, 
lleno de dignidad y fortaleza, de cuyas notables 
prendas se advierten repelidos cjcniplos'hasla en Jos 
menores actos de su vida pública y privada. 

Como nuestro objeto no es formar un episodio 
histórico nos será permitido pasar en silencio los 
graves acontecimientos f |,„. ocurrieron en la ramilla 
reinante para que Isabel llegase á ocupar el trono de 

(1 1 lltuiracion de] sábado 1 1 íe octubre de i S51 . 

roo* ^ ale mM n01 prod ' Ba '" oaturaloiasus mas bar* 







Castilla, y nos limitaremos solo á referir los sucesos 
que tengan relación con su historia eu particular has- 
ta aquella época. 

Huerto l). Juan II, heredó la corona D. líuri- 
qiie 1Y, hermano mayor de Isabel, ¡i quii I afec- 
to que sus subditos profesaba]] ú esta princesa le hi- 
zo concebir serios pero infundados [finolis, porque 
Isabel era tlcniíisiatln buena para aprovecharse de los 
ofrecimientos de sos partidarios, al par que bastante 
fuerte para rechazar los diversos proyectos fraguados 
por su hermano para alejar sus t inores. 

Cuando nació la princesa L).* luana, bija primo- 
génita de I). Enrique, fui- trasladada Isabel con sn 
hermano Alfonso al palacio real, pero el esplendor 
de aquella mansión de placer im pudo hacer olvidar 
á Isabrl la rdiiracion que balita recibido, y su pureza 
resplandecía con mayor briMo énínedio de Las intri- 
gas y disolución de aquella corte, 

\ arios ciliares parece que se proyectaron por 
D. Enrique parí su hermana Isabel, siendo e! pri- 
mero, segnn algunos historiadores, el dd mismo 
I). Fernando que luego fué su marido, sin que pue- 
da traslucirse porqu * el monarca se (quiso después 
;i lu que antes deseara; también se le propuso el ca- 
samiento de l). Carlos, hermano mayor de I). Fer- 
nando, que no llegó ;i efectuarse por haber fallecido 
teniendo Isabel solo I .i anos «Je edad. l)eqnn\- j'm- 
ofrecida por esposa al anciano r"j L). Viíouso de 
Portugal, á euvo enlace se opuso abieriai le Isa- 
bel despreciando súplicas y amenazas; pero su inexo- 
rable hermano, que parece había formado el empeño 
de sacrificarla, ajustó sn boda con id gran maestre 
de Calatrava, hombre estremadamenie repugnante ;i 
nuestra joven princesa. Sobre esle proyectado colare 
nos refiere la historia que lamentándose Isabel de 
aquella violencia con bu fiel amiga U. 1 Beatriz de 
Bobadiila, esclamd aquella animosa jinm: «no lo 
permita Dios, ni yo tampoco»; y sacando un pañal 
que llevaba escondido bajo elropage, juró soléame- 
mente hundirle en el corazón del prelemiieule ninu- 
do se presentase en el palacio. Pero los designios de 
la sabia Providencia frósfraron aquel enlate pnr ha- 
ber muerto en \ (Marrubia el maestre de Calatrava á 
los cuatro dias de, su salida del rom cuto de Uiingro 
para Madrid, en donde debían celebrarse tas bodas. 

Con motivo de las disensiones ocurridas en el 
reino entre D. Enrique y sn hermano menor D. Al- 
fonso, que como hemos dicho no son le nuestro 
propósito referir, bahía dejado babel la corte, dis- 
gustada d ■■■ su corrupción y de. los malos tratamien- 
tos de su hermano mayor, y por la prematura muerte 
de I). Alfonso se retiró á un monasterio de Avila. 

Desde está época empezó nuestra heroína ;i de- 
mostrar sus grandes virtudes y capacidad, renuncian- 
do lasoíertas que le hicieran los contrarios deD. En- 
rique para proclamarla reina de Castilla, y nos aven- 
turarnos ¡i decir que tal vez la historia no nos pre- 
sente otro ejemplo mas relevante de abnegación y de 
virtud, qne el' que sos ofrece, la excelsa Isabel, no 
solo renunciando una corona en sus juveniles años, 



sino interponiendo su influencia con I). Enrique pa- 
ra que se reconciliara con sus enemigos, como en 
efecto lo consiguió. I'ero mientras hi augusta juren 
rehusaba aquella corona, qne según las leyes del 
reino debía heredar 1).* .luana, la mano de la Pro- 
videncia se apresuró á premiar tan elevada acción: 
Isabel íué designada princesa de Asturias por su mis- 
mo hermano l), Enrique, y aquella elección fué 
sancionada solemnemente por las Cortes celebradas 
eu Ocana cuarenta días después coa este objeto. 

La brillante posición en que colocó ;i Isabel este 
nuevo titulo, asi como la fatua de sus \ ¡rindes y de- 
más prendas que la adornaban, atrajo un sinnúmero 
de pretendientes a su mano: mas ella, leiendo 

no solo el inérilo de su primo U. Fernando de Ara- 
gón, sino también las ventajas que este enlace po- 
dría reportar, la unión de los reinos de Castilla y 
ixagon, se decidió- fi entregarle su mano, i'ero Isa- 
bel tenia que luchar con mimas intrigas v l¡ utilida- 
des: la tiiiitin del anciano !>, Alfonso M '' Portugal le 
fjié nuevamente propuesta por 1). Enrique, y por su 
resistencia estuvo mir. espnesta á ser encerrada en el 

alcázar de Madrid, cuya violenta r lida DO se llevó 

á efecto por temor ib' qne se sublevasen los habitan- 
tes de Ocaña, donde á l;i sazón residía Isabel, los 
cuales se habían pronunciado ya abiertamente a su 
favor. 

Oprimida nuevamente por su hiTiiinno, y decidi- 
da a casarse sin el conseutímieoio que le negaba, 
ajustó sus bodas por mediación del arzobispo de To- 
ledo, y aprovechando la circunstancia de hallarse 
I). Enrique en Andalucía, pasd de Ocaña á Madri- 
gal, donde al amparo de so madre esperó el éxito de 
su proyectado enlace; j aunque los partidarios de su 
hermano corrieron presurosos :i estorbarlo, llegaron 
larde, líl arzobispo con una numerosa escolla tras- 
ladó ;i Isabel á \ atladolid. cuyos habitantes Ja reci- 
bieron con el mayor entusiasmo: quedando por este 
medio a cubierto de [oda tentativa contra su persona. 

Se continuará. 

Jalla. 



asi && sairaatís aa ssr ssa^a. 



Como el águila altanera 
Su mente aspiraba al cielo, 
Porque niño en este suelo 
Apuró cáliz de hiél: 
Porque estraña era á su alma. 
Llena de fé y de ternura, 
I)e este mundo la impostura 

Y su mentido oropel. 
Porque su espíritu grande 

Al infinito aspiraba, 

Y eu ej cielo lo búscala 






De sais creencias en pos, 
La copa de ti» phccm 
Siempre encontraba vacía, 
Si esplendente no la henchía 
Líi pande imagen áe Dios. 
Y ¡usaba triste y g»t* 
Entre r! tumulto mundano. 
Buscando un Taro lejano 
Que en sus sueltos vid brillar. 
Con desdenes mira al genio 
Siempre injusta li fortuna, 
Y desde stt humilde cuna 

Iprrndió sulo i llorar. 

Cual árbol que .su alta c;>pa 
Hasta lia iiutifs ¡¡'varita, 
Mientras U imcheásii planta 
Tiende id fúnebre capuz, 

Vsi él, nucen eslft mundo 
Solo vio sombras y duelo, 
S« remontaba basta el riela, 
Espacio buscando y luz. 

Le gustaban aHos montes 
Con su corona de escarchas, 

Prolongados horizontes, 

El inliuiío do quter. 

Le gustaban los murmullos, 

Perdidos de roca en roe», 

Del mar nueá los cielos tora 

Ostentando su poder, 
Le gustaba sulitario, 

Al triste compás del viento. 

Escuchar el ronco acento 

De mágica tempestad. 

Y ver la inculta natura 
Con su belleza salvage. 
Formando grato paisage 
De sublime inmensidad. 

Las tristes Lardes de- otoño 
Con su horizonte enlutado, 
Con su cierzo siempre helado. 
Con su tierra sin verdor; 
Con sus árboles gigantes 
Cubiertos de parda bruma, 

Y allá entre rrioules de espuma 
La barca del pescador. 

Ver por entre la neblina 
Descollar su blanca vela. 
Cual perdida golondrina 
Que vuelve al suelo natal; 
Ver las olas de esmeralda 



Estrellarse en ancha roed, 
(1 al cielo ''in liiria loca 
Lanzar montes de crjslaL 
D,-l arroyo bullicioso, 
Qtie enlri! quejas vá saltando. 
Ver el curso caprichoso 
Délos cérripos al través; 

Y del árhol centenario 
Que Sus gal »8 Vi perdiendo, 
Mirarlas hiijas rityeiidrí 
Una por una a sus pies-. 

Que el que poeta lia nacido 
Comprende la voz sonora 
De la brisa cuantío llora. 
Cuando gime el ruiseñor, 
Desnmnr.ida letipimge. 
Habla con todos los seres, 

Y le brindan sus placeres 
La yerba, el ave y la flor. 

Cuando ruge en noche oscura 
El huracán furibundo, 
Cual sí quisiera del mundo 
El fuerte quicio arrancar. 

Y el universo azorado 
Lanza de angustia un gemido; 
Para el hombre es solo un ruido 
Olio no acierta á descifrar: 

Mas de la piedra que rueda, 
Del árbol ipii 1 el viento humilla, 

Y de tierna ílorecilla 

Dios distingue el flébil son. 

Y landiieu halla el poeta 
Del arroyo en cada gola, 

Y en cada yerta, una unta 
De su rica inspiración. 

Cual el cisne moribundo 
Que suelta postrer gemido. 
Cuanto el dolor mas profundo 
Mas armoniosa es su voz; 
Este vale, á quien el rielo 
Otorgó con larga mano 
Junto al genio soberano 
Copa de males precoz, 

Pulso de tristeza henchido 
Lira tierna y melodiosa. 
Entonó trova armoniosa 
Y el nuudo cayó á sus pies. 
Lauros obtuvo su frente, 
Su nombre ensalzó la fama, 
Oue del artista eminente 



Vil esclavo el mundo es. 

Pero el cisne al revolcarse 
Déosle suelo en la impureza, 
Por tío manchar su belleza 
Sus (llancas alas plegó. 
El vagando peregrino, 
Ensangrentad» su planta 
Por el áspero camino, 
En la orilla se sentó. 

Lejos estaba la noche, 
Lejos la calma ¡anhelada, 

Y en medio «le la jomada 
Detuvo el cansado pié; 

Y formando con sus lauros 
Dosel hermoso _i risueño, 

Se entregó en brazos del sueño 
Lleno de amor y ile fé. 

Descansa pues, noble vate. 
De tu vida congojosa, 
Que ttt trova melodiosa 
Eterna aquí vivirá. 
Uesr ■;u¡>a pues, (pie in patria 
Cual vale ilustre v cual hombre 
Siempre a sus lujos tu nombra 
Con orgullo ensenará! 

*ng(|p I. rus il . 



¡ ESTA TÍSICA ! . 

Palabra funesta míe estremece el corazón y biela 
la médula de tos huesos ruando se refiere ú una per- 
sona querida ! ¡ Palabra cruel ante la cual enmudece 
y huye aterrada la ciencia, reconociendo que el «kilo 
terrible de la muerte acaba de señalar UU ser limo 
tal vez de juventud y vida, que no puede serle dis- 
putado! ¡Palabra que denuncia á la humanidad uit 
ejemplo vivo de su miserable impotencia ! 

Cuéntase entre las misteriosas rarezas de esa tre- 
menda enfermedad , que hiere con mas frecuencia ti 
las personas que tienen rodeada el alma de bondad, 
de virtud y de pureza, mientras que rara ve¿ ge 
aproxima a los seres de mal corazón y reprobados 
instintos. 

El triste recuerdo que asalta en este instante mi 
imaginación , se aviene en un todo al mencionadn 
axioma. 

Mi buena amiga Laura tenia una hija adornada 
con todos los dotes de los ángeles eti alma y en fi- 
gura; y cuando con los rubios cabellos sueltos ql 
viento se la veia vagar por los campos, ó cuando 
tendía su pequeña ruano de niña al mendigo que pi- 
saba los umbrales de su casa , cualquier buen ob- 
servador hubiera leído en el fuego de sus lindos ojos 
azules , y en lo vaporoso y etéreo de sus formas, 
que sería muy corta la jornada de aquel ángel en la 
tierra. Su pobre madre Ja idolatraba con delirio , y 



Enriqueta era la luz de su alma, el soplo de su vi- 
da, el único objeto que interesaba su eorazon en es- 
te mundo. ¡Cuántas veces se arrasaban sos ojos en 
lagrimas, y cuantas con sus apasionados besos in- 
lerrimjpta el sueno angelical de EuriquHa , que ni 
pronto lloraba, pero que sonreía después á las ca- 
ricias de su madre. 

Guando yo parli á Londres dos altos da Enri- 
que! a contaha 14 anos, y era imposible mirarla sin 
acordarse del cielo. Aun está grabado en mi memo- 
ria id beso de despedida que estampé sobre su pura 
Frente. Habían pasado alpinos meses, y con fre- 
cuencia recuda milicias de mi amiga en que me ha- 
blaba de las nuevas gracias que de dia en día iba ad- 
quiriendo Enriqueta y de la rapidez con que se des- 
arrollaba SU hernioso cuerpo. I'ero mando ini- tr.'lll- 
quüa me enronlraba, pusieron una carta en mis ma- 
nos, que aun antes de abrirla rae lleúd de terror. 
La letra de! sobre estaba escrita por una ulano con- 
vulsa, trémula, y era la de mi amiga. Kompi el se- 
llo y apenas pude leer en medio de mi estrenteci- 
mienlo las siguientes palabras: [Vén, ven al instan- 
te! ¡Mi hija sí' uniere! ¡IJi hiji está tísica! 

< íclio ¡fias habían pasado v entraba en la habita- 
ción de Laura, que se arrojó en mis brazos desoí a- 
j da. Me asombré al notar la variación que se notaba 
i en su-; facciones: diez anos de sufrimiento no hubie- 
ran trazado huidla latí espantosa. La pregunté por 
Enriqueta . y trie condujo <ni silencio íi la rahecera 
ile su cama . haciéndome señal de que callase, por- 
que a la sazón dormía la enferma. ¡Pobre niña! La 
rosa ¡lísada por el villano, la blanca paloma herida 
que eae y muere envuelta entré el inmundo lodo, se 
la parecían alguti lauto en aquel momento. Pulida, 
descarnada, con los hermosos ojos rodeados de un 
morado enrulo , vacia en el dónente lecho. A no ser 
por la sonrisa que vagaba por sus labios y por el sua- 
ve ruido que producía su respiración , se la hubiera 
tenido por mi cadáver. 

fSe continuará.) 



J¿ 



SONETO. 

Salud ¡oh, amiga del que eterno llanto 
ti aras del dolor rinde deshecho, 
Vliuo dulce para c! triste pecho 
Del que gime en los brazos del quebranto! 

Tú cubres mis pesares con tu manto. 
Con tu bálsamo calmas mi despecho, 

Y clemente me brindas eu el lecho 
Cmt sueiio pió regalado encanto. 

Si á la brillante luz del claro dia 
En fervoroso afán rinden tributo 

Y aborrecen tus sombras los mortales; 
l'n amoroso altar el alma mia 

(inania a la madre del callado luto, 
Al celestial consuelo de mis niales! 

Bota 



€ 



Uí\ r MES EN LA ALDEA. 



(CONTINUACÍOW.) 

tiempo volaba impertérrito. Abismadas nues- 
tras jóvenes con sus recuerdos, apenas lijaban la 
atención cu lo presente: raiíi voz llegaban ahora has- 
la filan noticias de. su padre y hermano, lo cual no 
contribuía poco a que su triste™ Hiera progresiva. 
Aquellas montanas la" sil «ociosas teman Inda la 
apariencia de im desierta? 'le ver, cu cuando se ve ¡a 
alguna pobre mujer que ufanada (!ii las laborea dej 
campo parecía olvidarlo lodo p¡ira que in> fallara el 
preciso sustento á sus innrrutes hijos; otras veces 
rendida ilc Riíipn abandonaba el arado y suspiraba: 
¿quien podría adivinar los diferentes pensamientos 
que cruzaban por aquella imaginación- 1 Kslo es im- 
posible, de penetrar, por lo tanto dejémosla racioci- 
nar ¡i suanloju, y uiir )8CSftS otras mujeres i¿t> ¡Iri- 
sas como ella, qpe dejan el ganado i su ubre albe- 
drio y contemplan aquel silencio que por todas par- 
tes las rodea, lan semejante al de la tumba. Ellas u- 
deu ¡i Dios les devuelva los compañeros de sus ale- 
grías y pesares» porque aquella existencia es ileuui- 
siado triste, demasiado penosa. Sus hijos, aquellos 
pedamos .de su corazón, les gritan; /cuándo volvere- 
mos á abrazar ¡i nuestros queridos padres? Los ini- 
cíanos, que son los únicos hombres que lian queda- 
do cu el valle, al oír esta elocuente interpelación 
«¿presada con Indo el candor de la ¡iioi-eucia, al/;'n 
sus suplicantes ojos al ciclo é invocan al Dios de la 
misericordia que estúchela súplica ferviente de aque- 
llas candidas erial ora». 

Todn esto ¡tasaba desapercibido ;í los ojos da 
Ida: iniuca salía de su orgulloso, castillo, poique es- 
la era una de las órdenes terminantes qiiesu p&ure há- 
bil enérgicamente consignado :i la buena Uaria, IJg- 

la orden se cumplía relíposi ule; solo en caeos ■■— 

iraiirdinarlii.- era i -muido la joven olvidaba aquel ti- 
ránico mandato y corría presurosa a enjugar las lá- 
grimas ile los desjuiciados: ¡cuántas gracias uo lUlba 
continuamente Luisa á su cariunsn amiga porque es- 
ta orden se hubiera iiiu'iujido el día terrible que su 
madre espiró en sus .brazos! Las lágrimas de grati- 
tud trae, ai'iiiiqniunbaii por todas partes ü la sensible 
castellana harían seguramente que su padee la per- 
donara aquella 'desobediencia, que hacia lan paten- 
te la grandeza di- su a| ma ¡ v ,,|la pensaba con razón 
que su culpa sería mirada ton indulgencia. La ocu- 
pación favorita de nuestras belfas su) ¡I arias era ir al- 
guna que oirá yes á colocar coronas ) esparcir llo- 
res sobre la lomba de su madre. Cuantas ven-s, al 
arrodillarse sil íosansobre aquellas losas lan (ene- 
radas rezaban y IWabau alli llenas de fé y de res- 
peto por aquellos objetos q -idus, parcejan reco- 
brar nuevo tino para ronijmtar en aquella vida de 
tristeza y aisliuuirurn. Los ojos de Las joveaics se eu- 

' traban muchas peces pnmridr.s ile Ligrimas y se 

sonreían pifa hacer mis llevaderos sus pesares á la ' 



compañera de sus infortunios: las huérfanas com- 
prendían aquel inocente angada que mutuamente tra- 
taban de hacerse; entonces se arrojaban una en bra- 
zos de otra, y unidas formaban un grupo admirable. 

Aquellas criaturas lan perfectamente hermosas 
parecían reconcentrar Bus almas en un solo ser: Ida 
inspiraba á su bella compañera esa superioridad que 
dan algunos anos de diferencia, y el dominio sobre 
los seres débiles que ejerce el lateólo y la idea ile la 
diferencia de posición social; y sin embargo de estos 
miramientos que Luisa lema por su bella protectora, 
esla última trataba a la pobre huérfana corno la mas 
farinosa (lelas madre?, y la utas servicial de las ami- 
gas. La joven uo era ingrata a estas demostraciones 
de atención y hubiera dado su propia asistencia por 
ver feliz y dichosa :l bi hermosa, castellana. El alma 
de nuestras jóvenes estaba poseída de pensamientos 
tan espirituales qlíe mutuamente a cada momento te- 
man ocasión de engrandecerse una á los ojos de la 
otra. 

Ida uo podía desechar de su corazón la memoria 
de su amor: había amado con esa fe inocente y sen 
cilla que se muestra ante nosotras al desaparecer los 
sueños de flores de la infancia, y su corazón bueno y 
sensible, estaba demasiado interesado para que lan 
pronto se pudiera borrar aquella imagen querida. 
Hucbasveces al volver de aquella piadosa y íiliales- 
pedieíou en que la joven había íertidu abundantes 
lágrimas sobre la tumba de su madre, al ver resplan- 
decer la tranquilidad en el rostro de la joven Luisa, 
suspiraba y reconcentraba aquel suspiro dentro de su 
pecho, porque con esa delicadeza que tanto la real- 
zaba temía que su candida amiga coniprendiera ludí 
la Inania de aquella pasión, que ella S pesar sttyrj ni 

podía arrancar de so i lio. Asi sileiieinsatiieiiie Me 

gada i su castillo muchas vecéis sin despegarlos la- 
bios. I luí deesas diasque sin saber porqué nos en 
contratóos predispuestas :¡ llorar, las jóvenes fueroi 
inliTiumpiíbis en sus continuas inril ilaciones por \la 
ría, que sin poder pronunciar mas [rose que: — Se- 
ñorita, novedades, novedades! dejó 6 Ida romo sor 
prendida, sin poderse dar cuenta de qué era lo ipie 
su lie I liaría quería espresar: pero su incerfiduinbl 
uo duro' inurlio tiempo. 

Se continuará, 

«ilñlInB. dr t'crránl. 



I 



ADVERTENCIA, 

Va habrán observado nuestras apreriablcssusc 
toras que las planillas de la novela de Francisco 
EspásUo del domingo íillimo se hallan trocadas 
formarian una imperfecta encuademación ; por lu 
cual ofrecemos siilv-aliar este defecto , reparlienihi 
otro nuevo pliego gratis, al tiempo de entregar la 
perlada* al tinal de la obra. 

MADRID 1851. 

traprenta rtV «ton <5o5i > TrrttHtn, bija, 

Calle de Mnría. Cristina, número 8, 




Domingo 2fi de octubre de 1851. 






Niim. 13. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por ::na sociedad de señoras y dedica:!© á su sexo. 



,¡^ , ¡' p<ri,ídit '° sale, " d,ls '" ít),, "' i »if'" ¡ :fcsiiscr¡b<rii H«jrjd ca la< liixvrfis dr MnnLor Trie CflfStt. i i rs. «1 mes; T en Motil 
nos m ia. par úbs Jltiei Míen Be |fc4tt, remiliín óVaSlibiahji j f.ivurde nuestro im|irtM>r, u seilosdeíreiHjiRo. 



Decididas á justificar á nuestro seso ríe reíanlas i 
calificaciones injustas y raluinimisas le le atribulen, I 
Vimos boy á continuar nuestra larca desvaneciendo 
esa especie que toa hombres difunden de que vi ín- 
teres es el único móvil Je nuestros afectos y la eselu- 
sha mira que nos guia al unirnos á un esposo, sin 
conceder en ello nada ni corazón. 

Injusta y calumniosa es esta suposición; injustos 
y calumniadores fus hombres al calificar la mas leve 
maestra de aprecio de «na joven soliera, ó de una 
señora que tiene hijas, de fazo que se tiende ;í su li- 
bertad para atraerlo al matrimonio. ¡Cuánta presun- 
ción hay en estas calificaciones por parle de ios hom- 
bres! Oh! ¡qué corrillos y admirados se quedarían 
a pudieran ver que detrás de riña sonrisa ríe pura 
cortesanía, en logar del sentimiento de codicia qwe 
soponen, no hay mas que indiferencia glacial v qué 
lejos están de presumir que si la sociedad y la edu- | 
«ación oo nos obligasen á contestar «on dulzura v ; 
benevolencia k todas sus frases galantes, serian mtiv | 
pocas las que no revelasen sn impaciencia y su dis- 
gusto al oirías, las que no les hiciesen ver cuan dis- 
tinto es el roroznii de la mujer de lo que general- 
mente se imaginan! 

\ sin embargusi fuese cierta esa suposición; si 
la mujer no tuviese otro pensamiento ni Iterase otro 
Gn en ludas sus acciones que ei de conseguir un es- 
poso, los hombres no tendrían motivo para criticar- 
la, pues ella al obrar de esle modo no baria mas que 
buscar el único medio de defenderse y parapetarse, 
digámoslo así, contra el menosprecio de la sociedad 
jr contra las continuas asechanzas con que los hom- 
bre*, iin respetar ni su suerte ni su porvenir, tratan 
de perderlas, cubriéndolas después de oprobio y de 
¿«precio. 



Veamos en cnniprobaí ion Eo que debe á la 10- 
c E i ■ . I . i j I la mujer en las diferentes situaciones de su 
i ida. 

Apenas entra en ella la joven, sin respetar «o 
candor, su pureza, su inesperiencia. la rodea utt cír- 
culo de hombres, desde el jóveneilo que presume 
de Ilumine hasta el hombre que presume ríe mucha- 
cho, y todos ansian ser los primeros mi niarcbitar 
aquella flur empañando su pureza, y se disputan el 
criminal placer de hundir en la desgracia una mujer 
mas: y los elogios mas exagerados, y las galanterías 
mas atrevidas encienden su vanidad y combaten sil 
pudor. Oh! ¡<Jue fortaleza necesita ia ínf< ■ I i z I ;qn* 
niiLi<íro tiene que hacer la Providencia para que l a 
nina inocente, mesperta y sin medios ningunos *k- 
defensa pueda triunfar en la lucha con aquellos que 
con tanto conocimiento de mundo, con laníos arte* 
y con tantas armas procuran rendir su virtud! Pero 
supongamos que liare e¿e milagro b Providencia y 
que resiste y sale victoriosa ta joven: ¿desisten acaso 
sus perseguidores después de esa primer prueba? 
Nada de eso; ellos siguen en su primer intento, j 
ruando unos están rendidos no renuncian á su ría- 
ñadn propósito sin dejar nuevos adalides en su pnes- 
io, animados muchas veces por los que se retiran 
con infames calumnias que propalan por vengar vi- 
llanamente su derrota. 

En este combate, que se prolonga ínterin la mu- 
jer conserva los atractivos de su belleza, va viva es 
la sociedad, ya se rclirc de ella, los hombres no so- 
lamente no respetan su porvenir, sino que ya por sa- 
tisfacer sus caprichos, ya por vengarse de la que no 
pudieron rendir, impiden rj dificultan que aquella 
que eligieron por su víctima se establezca conve- 
nientemente uniéndose al hombre que escogió su 



I¡ 



eoraionJ Y na se nos arguya de exageración; esto es 
lo que pasa realmente, esta es la práctica de l.i su- 
ciedad; las ruil infelices que liorna no sus rr mires, 
pues que se conservaron inocentes, sino l,i injusti- 
cia con que la suerte bs ha tratado imponiéndola» el 
castigo que nicrerian sus constantes perseguidores, 
responderán por nosotras» 

Pasan los primeros años de su juventud!, queda 
en el mundo aislada la mujer por l;i muerte de sus 
padres, y si permanece soltera, si no tiene i su lado 
un hombre por quien la respeten los demás, ¡que vi- 
da tan triste le espera! No le basta tenerla inlcli- 
géne ia necesaria para manejar sus propios negocios; 
no i e basta tampoco tener la energía suficiente para 
hacerse respetar; nada. Con ludas estas circunstan- 
cias no evitará que en todos los asuntos y cirenus- 
tancias su condición de mujer sola sea un obstáculo 
para su tranquilidad, un ¡iicun veniente para su bien- 
estar. ¿Quién no se cree con derecho de Tallar á una 
mujer sola? Como débiles que son, la sociedad les 
debe protección; pero nu lea presta ninguna: la so- 
ciedad abusa siempre del débil y solo respeta al fuer- 
te. V ¡a situación de la mlurona, como por escarnio 
es llamada, es tan difícil que en cada paso halla un 
tropiezo. Esto sin Lomar en cuenta las calumnias de 
que es blanco, pues todas sus acciones son mnl in- 
terpretadas, ni cultiva relación amistosa que no se 
califique de una manera perjudicial a su reputación. 
Y he aquí como los hombres se han hecho indispen- 
sables, no porque la mujer no pueda bailarse á si 
misma, sino por el menosprecio con que ellos mis- 
mos tratan á la soliera: que vive sola sin tener á su 
lado otro hombre que la haga respetar. 

¿Y qué diremos de k que vive sola porque Ja 
muerte le arrebaté á su esposo? ¿Será necesario que 
ponderemos su misera situación para que se forme 
•juicio de ella? No, que el mundo la sabe; no, que 
«adié ignora como los hombres abusan ttc ella; no, 
porque es proverbial su amarga situación, prover- 
bial el disfavor, el desprecio que halla en la socie- 
dad. Y los hombres, (oh! estamos viéndolo y aun 
no* parece increible^oos llaman el sexo débil, nos 
juzgan desvalidas cuando no estamos protegidas por 
ud hombre; y siu embargo entonces es cuando abo- 
san de esa misma debilidad, cuando aumentan al te- 
finito las desgracias de esc mismo desvalimiento. 

Esta es la historia de la mujer en la; diferentes 
¿luiciones de su vida; á tal punto la reducen las 
combinaciones de los hombres á que se llama cos- 
tumbres; tal es en fin la manera con que tos hom- 



bres se conducen con tas mujeres cuando se hallan 
aisladas y solas. Dígase ahora si seria cslraño que no 
teniendo olro' medio de asegurarse el respeto y la 
consideración de la sociedad, lijase la mujer todo SU 
conato en casarse. Juzgúese hasta que pimío es in- 
justo por parte de los hombres poner á la mujer en 
la imprescindible necesidad de acogerse aun esposo, 
si ha de vivir considerada y respetada por la socie- 
dad, y criticarla después duramente y escarnecerla 
por suponerla descosa de conseguir ese estado: esto 
sin embargo de que, como dijimos al principio, solo 
la presunción de los hambres atribuye semejantes 
deseos á las mujeres cuando quizá no los abrigan. 

Seguramente no alcanzaremos que estas contra- 
riedades que sufre nuestro sexo se corrijan, por mas 
que las espungamos; nías sin embargo no cesaremos 
de clamar por ello, pues cuando menos se hará pú- 
blica la injusticia cun que somos tratadas, 



MUJERES CÉLEBRES. 



ISAHEL LA CATÓLICA. 
(cosTiscACtost.) 

A cubierto Isabel cu Valladoüd de cualquier 
tentativa viólenla que meditaran sus enemigos para 
impedir Su concertado enlace con el heredero de la 
corona de Aragón, esperaba no sin zozobra la lle- 
gada de su prometido; porque ni se le ocultaban tos 
esfuerzos que bacía su hermano para impedir la bo- 
da, ni la difícil posición en que á la vez se hallaba 
el rey de Aragón, que tenia lodo su ejército ocupa T 
do en la pacificación de Cataluña, su tesoro exhaus- 
to por las continuas guerras que había sostenido en 
los diez últimos anos, y necesitaba mas que nunca la 
: cooperación de su esforzado hija, Mas conociendo 
aquel sabio y político rey cuanto interesaba aprove- 
char tan favorable ocasión para lograr sus designios, 
superé con la fuerza de voluntad que le caracteri- 
zaba el cúmulo de dificultades que se le oponían, y 
resolvió que su hijo pasase á Castilla de incógnito á 
verificar su enlace, como en efecto lo ejecutó, sa- 
liendo de Zaragoza acompañado solo de seis caba- 
lleros disfrazados de mercaderes, y él con el trage 
de criado, para evadir la vigilancia de las tropas que 
tenia D. Enrique en las fronteras con el objeto d* 
evitar la entrada del principe en sus dominios. 

La cautela con que caminaron los siete viajero* 
les proporcionó llegar al pueblo de Dueñas, cerca de 
Valiadolid, sin haberles ocurrido en el viaje mas 
contratiempo que el de haberse dejado D. Fernando 
en una venta la bolsa en que llevaba el dinero para 
el viaje, Presentóse á Isabel al siguiente dia. y aun- 
que lo hizo sin elfausln y lucido séquito que cor- 



respondía al heredero de un trono, no por oso fué 
rccib ido ron menos afee- lo de parte de su tnodesla 
prima , que contaba entontes 19 «nos v podía eslár 
bien envanecida de su singular hermosura, según 
atestiguan lodos sus historiadores. D. Fernando te- 
nia solo 18 añus; era bien formado, de gallarda pre- 
sencia, con la voz delgada, y muy diestro en los 
ejercicios de caballería, tan apreciados en aquellos 
tiempos. 

Isabel con el tacto fino que lanío la distinguía 
escribió al rey su hermano comunicándole la lle- 
gada del príncipe y su proyectado enlace, y supli- 
cándole al mismo tiempo que lo aprobase por las 
ventajas políticas que había de reporta r en lo socé- 
sivo. Disculpóse del sigilo que por cansa de sus ene- 
migos habia observado, y concluí o ofreciéndole las 
mas solemnes seguridades de sumisión y fidelidad. 

Cuatro días después de la entrevista de Isabel y 
Fernando, el 19 de octubre de 14U9, sf celebraron 
las bodas en Valladolíd, si bien con el mayor entu- 
siasmo v regocijo, con la modestia indispensable á 
la falla de recursos de los contrayentes, tan eslre- 
mada sc^un algunos historiadores, que se vieron en 
la necesidad de pedir algunas sumas prestadas para 
los precisos gastos de la boda. ¡Singular contraste! 
Verse reducidos a tanta escasez los que pocos años 
después fueron los monarcas mas poderosos de aque- 
lla época. 

Concluida la ceremonia matrimonial, la buena 
Isabel, que solo anhelaba la pronta reconciliación 
con su hermano, le volvió á escribir pur medio de 
embajadores, suplicándole aprobara su efectuado 
enlace, y ofreciéndole en unión de su esposo una 
su misión filial y vivir á su lado sí se lo permitía; pe- 
ro I). Enrique, aconsejado por los enemigos de Isa- 
bel, contestó fríamente que era asunto muy grave y 
necesitaba consultarlo. 

Itesígnados los jóvenes esposos con tal negativa 
se retiraron á vivir al pueblo de Dueñas, donde dio 
a luz Isabel su primera hija, que llevó su propio 
nombre, y D, Fernando pasó á Aragón para ayudar 
á su padre en la guerra que entonces sostenía con- 
tra los franceses; pero el gobernador del alcázar de 
Segovia, que estaba casado con la antigua amiga de 
Isabel, D. 1 Beatriz de Bobadilta, formó un grande 
empeño en reconciliar á los dos hermanos, y maudó 
á D.' Beatriz disfrazada de aldeana al pueblo de 
Araudíi, donde se hallaba Isabel, a la que introdujo 
secretamente en el real alcázar. 

Cuando los fieles segovianos supieron la inespe- 
rada aparición de Ja princesa dieron las mayores 
muestras de alegría, y el mismo D. Enrique recibió 
con el mas cordial afecto á su hermana y á D. Fer- 
nando, que también se le presentó después, quedan- 
do por algún tiempo reconciliados Jos ánimos, hasta 
que los ambiciosos cortesanos, que cifraban su en- 
grandecimiento en las disensiones del reino, se vo¡- ' 
vieron á dividir en bandos, unus en favor de la in- 
fanta D.' Juana y oíros en el de nuestra esclarecida 



heroína, dando lugar á que el rey mandase salir de 
sus dominios, á los dos esposos. IV r o como Isabel se 
hallaba tan querida de los segovianos, y Ü. Fernan- 
do había vuelto, otra uv. a Araron, permaneció en 
la ciudad, donde tuvo noticias de la grave enferme- 
dad que habia acometido ¡i su hermano. 

F,n la nurb.p del 1 1 de dirieiubre de 1474 falleció 
O. Enrique, quedando con su muerte extinguida la 
línea varonil de ia dinastía de Traslatnara, que ha- 
bia reinado en Castilla mas de un siglo, y tres días 
después fué proclama cu Scgovia Isabel reina de Cas- 
tilla, en unión de*su consorte Ü. Fernando, en cuyo 
venturoso dia (el 15 de diciembre de H74y puede 
decirse que empezó ta era de prosperidad y engran- 
decimiento á que se elevó nuestra querida España. 

Pocos días después se reunieron las Cortes y 
sancionaron nuevamente con stt aprobación el jura- 
mento lieclio cu favor de aquella esclarecida prin- 
cesa, en quien lautas y ian fundadas esperanzas ci- 
fraban los infelices pueblos, que por la demasiada 
docilidad de su hermano se hallaban sacrificados á 
la aiubiciuu de los poderosos. 

Cuando I), remando supo aquel inesperado su- 
ceso se presento en Segovia, y el talento y pruden- 
cia de Isabel dirimieron las disensiones que respecto 
á las fórmulas del manilo suscitaron los cortesanos, 
aquietando la delicadeza v temores de su esposo. 

Sí ron fin t¿ o ni. 

JpII». 



— «©---Gis»- 



A LA SESOIUTA DOÑA RAMONA LISBOA. 

En la espinosa senda de la vida 
Todos el cáliz del dolor bebemos. 
Todos lloramos la ilusión perdida 

Y solo abrojos en el mundo vemos. 
De lodo es la materia; el alma pura 

Formó el Creador de su divina esencia, 

Y lucha por volar hasta su altura 
Llorando entre cadenas sy impotencia. 

¿Qué mucho que no encuentre en este suelo 
Objeto digno de su afán profundo? 
Dios la formó para habitar el cielo, " 

Y encuentra estrecho á su ambición el mundo. 
Yo también he sufrido, hermana mía, 

Cual tú mi pecho que de amor rebosa. 
Buscaba amor con candida porfía 
Eu esta sociedad triste, engañosa. 

Mas ¡ayí bollaron con desden profundo 

Mi pobre corazón ¡Al hombre impío 

Perdonó al espirar el Dios del mundo... 
Yo perdoné también su atroz desvío ! 

Creer y amar es la misión hermosa 
Que Dios impone al que á su gloria aspira: 
Feliz el que cual bella mariposa 
En la llama de amor dichoso espira. 

Pagué su ingralilud con mi ternura 
Ofreciendo al Señor mi amargo duelo, 



Y él mitigó piadoso mi amargura. 
Que es fue me inagotable Je consuelo 

Amale lú también, dulce eanlura. 
Cifra Iti ardiente anuir en ¡51 tan solo. 
Que al que eslasíadu su ternura implora 
Jamás responde con auMeqoinó dolo. 

Hallarás en su seno alborozada 
La calma que do quicr bim-.fi doliente: 
Cuando vuelva á mi patria ido'alrada 
Confundiremos nuestro cauto ardiente. 

En la noche callada v misteriosa 
Del mar inmenso en In esearpalla orilla. 
Cuando suspira el aura quejumbrosa, 
Cuando la luna refulgente brilla, 

Solas Ins Jos de! mundanal tvposo 
Coilriiipiaremos la sublime cahua. 
Que es I» natura un lil>ru miserioso 
Que solo se descifra mu id alui.i, 

¡Ay 1ú no sabes id placea 1 suave 
Que siente el corazón con su lectura! 
Citando gime la brisa, cania el ave. 
El iusi'iiilb zumba, id ui.ii murmura, 

Con su confuso son al alma dicen 
La sacrosanta y mística alianza 
Que forman con su Dios; y le bendicen 

Y le elevan mil cantos de alabanza. 
Cuando despunto la rosada aurora 

Y anima ion sus tintas e( paisaje, 
Cuando id sot al morir las nubes dora 

Y despliega ¡as nubes su ropaje, 

¿No sientes, di, que el corazón se abrasa 
En sacrosanto amur? ¿quiere afanoso 
Seguir las nubes de libera gasa 
Que velan ese cielo misieriuso, 

\ volar hasta Üius'í ¿sientes gozosa. 
Henchirse el pecho de. sin par dulzura? 
¡Sido en Dios el espíritu reposa 1 
"Su hay mundanal placer sin amargura! 

Enliriagada de júbilo infinita 
Siento (aliñarse mi loriara acerba: 
Miro el nombro de Dios do quier escrito: 
En cada humilde Qor, en cada yerba. 

Amo enlomes y creo: transportada 
Adoro ñ I» creación, hermana mía, 
Creo en la oculta puleslad sagrada 
Que sostiene did orbe la armonía. 

¿Podrá ¡otilar jamás el arte rudo. 
Del cielo los magníficos colores, 
Las olas de la mar? ¿ quién jamás pudo 
Remedar la belleza deesas flores? 

Dios es tan solo. Dios: miro su mano 
En coa ni toro; su clemencia feo. 
Cada átomo de pulvo es un arcano 
Que encierra un mundo de su amor trofeo. 

Rayo hermoso de sol al preso triste 
Revela un astro de centellas fuco; 
Quien duda que un aulor supremo existe 
Al ver tanta hermosura, es ciego ó foco! 
• ¿Quí importa que este mundo, hermana mía, 



A ruja nuestra fé con vil sarcasmo' 

Hespoiicleremos i so luirla impía 

Con cánticos de ¡iinor y de enlirtiasnio! 

A«»zrl* LnHÍ. 



M1ST1USS HLUOMER. 



Eramos de enhorabuena! 

I -nliu Ins per n.lii-ii» de esta corle tienen inser- 
tando con muestras de gran asombro do$ espantosa) 
nclicias que atañen muy de cerca al eterno coro, al 
medroso bollo del sevn fuerte, á la l.m temida inde- 
pendencia ile la mujer. El asunto es grave, serio, 

palpitante, y uiereciu que nos «ciipasi »' iiti.iv for- 

iiiaimeulede c!; pL-ro pnr una entraña aberración de 
nuestro humor se nos .inloj.i echarlo á pura broma, 
siquiera pnr diferenciarnos del sombrío tono culi que 
lo halan uiiolms caros mírades. 

La primera de a-fuellas portentosas nuevas es que 
cierta Slislriss Uli>oiucr va á establecer en Nueva 
Vur , medíanle un privilegio esclusivu del gobierno 
de Washington, una escuela especial para la instruc- 
ción de las mujeres en el arte militar, con toda la es- 
lensioq que prriuilen los grande? adelantos practica- 
dos h.isi.i el dia en la malcría, El uniforme de las 
maestras y alumnas será indispensablemente á Ja 
Bloomcr, vedándose el uso del corsé, de las faldas, 
del abanico y demás prendas feíiienl es. e iuipoiiién- 
dnse graves penas á la que pnr Un solo instante deja 
de llevar rallones. El plan de Mislris IflnomiT es vas- 
tísimo. Trata de formar un bal. ilion y un escuadrón, 
de bizarras amazonas, disciplinadas eoiivctiii-nle- 
menle; acostumbrarlas á las fatigas de hi guerra, y 
lomándolas haju sus órdenes partir á tierra lejana en 
busca de peligros y da gloria. 

La segunda noticia es todavía mas alarma ule. 
La misma Hislriss Blwmer, que debeser sin duda to- 
do 1 1 que se llama un ingenio, un Napoleón fiune- 
nino, ha enviado sus discipulas á la Gran Bretaña, á 
fin de que prediquen sus ideas abogando por la 
emancipación de nuestro seío. Este interesante 
apostolado ha prodiu ido gran conmoción en Lon- 
dres y tiene va Un club que cuenta con un sinnúme- 
ro de adeptas. El dia 7 se verificó una gran reunida 
en el Boyal- Soho-Thralre, con objeto de oir a una 
emisaria de Mislriss Bluonier que acababa de llegar 
de Nueva-York. Tomó la palabra y pronunció un 
magnifico discurso, del cual entresacaremos algunas 
lineas, 

«Las mujeres ameríranas, dice, han reflexiona- 
do qo* había otra esclavitud que desterrar, esclavi- 
tud contra la cual se han mostrado impotentes la re- 
ligión y la moral. El tirano es la Moda. 

«¿No os parece odioso que la moda obligue á las 
mujeres á martirizarse? Pero la hora de la emanci- 
pación de! bello seso en estos tiempos de libertad 
debe llegar {aplausos;. La loUetti actual de las mu - 
jeres ejerce en ellas un tormento listco, intelectual 
y moral: debilita al propio tiempo el espíritu v el 




I 



toerpo. Por eslo es por lo que las americanas han 
resuello sacudir rl yugo de l,i moda. 

"Si S. M. la reina Victoria vi? este nuevo. Ir age 
ala Bloonier), si c*uiii|iri'iult> sus ventajas, h* adop- 
tará, si im pitra rila al ü'cuój para sus hijas; y en- 
tonces tendremos á la reina de titltísfni parte.* 

Tres salvas de aptáuáoB v hourrah se dedicaron 
á Mistriss Jiluonier, y se levantó la sesión; 

¥ lurii. amables lecturas, ¿qué us parece ilcla- 
les sucesos? ¿\ip upinaisi-omo nosotras que está inuf 
justificado i*l temor y la inquietud que nuestros co- 
legas niaiiifti'Slan? ¡Congrestis' mujeriles! ¡Clubs re- 
volucionarios! ¡Espedieiones de ama /.mías! El anoto 
problemático de una reinal Si, sí, tienen sobrada 
razón los hombres. Peligran sus derechas sobre nos- 
otras y debed redoblar su vigilancia, reForíar sus 
ejércitos y declarar al orbe en estado de sitio, si no 
quieren que esa picuda, llamada calzones, á la que 
tanto cariño profesan v que les hace inventar Tabulas 
tan ingeniosas y lindas como las presentes, padezca 
algún menoscabo: 

Sí iini|nii-n'n que un día 

(trame la guerra asoladora, impía; 

Y eu I .ni descomunal, fiero litigio. 

Con ilui'lu de ios sastres. 

Délos calzones el feroz prestigio 

Sufra lardos desastres. 

Ro*n. 

EPIGRAMA. 

Dijo duna Blasa anoche: 
•Desde iii u y remota edad 
Mi familia arrastra roche. ■ 
¿Si diría la terdafl! 

En Bostón (Estados-Unidos Je América) se ara- 
ba de establecer una sociedad que lleva por objeto 
instruir al sexo femenino en lus diferentes y varia- 
dos ramos de la medicina. 

Mucho io celebramos, porque estamos persuadi- 
das de que cuando pase esa ciencia al dominio de la 
mujer, mas sensible y caritativa pur naturaleza que 
el hombre, producirá grandes ventajas á la humani- 
dad. ¡Cuánto mas consoladores y beneficiosos serian, 
por ejemplo, los servicios que !<> prestan las herma- 
nas de San Vicente de Paul, si poseyesen á fundo el 
conocimiento de la medicina. 



¡ESTÁ TÍSICA! 



[CO.YCLL'TE.J 

Hallábame contemplando con ei coraron hen- 
chido de angustias, los funestos estragos que la ter- 
rible enfermedad Jiabia hecho en el angelical sem- 
blante de Enriqueta, cuando brotó de sus labios un 
doloroso suspiro V abrió lánguidamente sus hermosos 
ojos. Entonces sin poder routener los impulsos de mi 
lima, me arrojé sobre su lecho y cubrí de besos su 
querido rostro. Ella se sonrió trislcmeite y esclamó 



devolviéndome mis caricias: Con riiahln afán os es- 
peraba, mi buena amiga, mi secunda madre. ,Sí 
«¡erais lo que hubiera sentido morir sin volveros k 
veri — Calla por piedad, la dije reprimiendo mi do- 
lor, no pronuncies pJabras de muerte qué tan mal 
sientan á tus labios; llalli. i de la vida, del risueño 
porvenir que el cielo te depara. — ¡El poi teñir... la 
vida!... murmuró decorosamente, ahí m»! Mis horas 
están contadas! Venid nías cerca, escuchad, mi* dijo 
bajando la voz, si mi pobre madre lo supiera sufri- 
rla inurho. ¡Y la he visto llorar lanío! — Quise ad- 
vertirla que Laura estaba ¡.rulada a los pies de SU le- 
i'lui. pero no debió comprenderme. -Desde que es- 
toy encanta, prosiguió, oigo distintamente el menor 
i ii i t]ai pur lejano que sea. Hace dos noches que el 
medien salió ile esta habitad"!), halló á mí primo en 
la antesala y hablaron de mí. Al despedirse escuché 
que decían. — V bien, pronunciad ese fallo, os lo 
exijo. — Oídlo; morirá antes de ocho días, rselamó 
el médico, y oí sus pasos que se alejaban. 0)i! cómo 
se estremeció mi cuerpo, romo temblé de miedo at 
escii, bar la terrible sentencia. Morir tan joven sin 
que ningún poder humano me pueda salvar es muy 
triste, muy horroroso! esclamó vertiendo amargas 
lágrimas. Sin embarco Dios lo quiere y me resigna- 
ré: pero mi pobre madre va á morir de pesar. — Ah! 
su madre lo habla escuchado lodo, y frenética de 
dolor i ite cariño oprniiia á la infeliz Enriqueta con- 
tra su snio, y gritaba con desgarrador ¡ícenlo: Hija 
no. ¡, hija de mi alma, tú no debes, tú nu puedes 
morir!... 

Mas ,.á qué seguir contando tan tristísima esce- 
na, ni las que después se sucedieron sin cesar? ¿A 
qué tratar de describir la tremenda lucha que sostu- 
vieron la villa y la muerte disputándose la preciosa 
niña? Esto faligiria el ánimo de mis lectoras y ago- 
lada mis Tuerzas; pues cada recuerdo de tan lamen- 
table historia martiriza cruelmente mi corazón. 

Por fin llegó la noche fatal que el médico, sabio 
por desgracia, había señala lo para la muerte de En- 
riqueta. Lo único que nos restaba era dulcificar el 
terrible trance; y jamás hubiera creído el valor de- 
sesperado que óslenlo Laura inspirada por el cariño 
maternal. Devoraba su llanto, aparentaba serenidad 
y sonreia á su pobre bija. Oh! esto era cruel. Eu 
cuanto á esta, estaba risueña y hermosa corno nunca. 
Brillaban sus ojos con un fuego inexplicable, sus 
mejillas tenían el encarnado subido del clavel, v pro- 
nunciaba su buca acentos de esperanza y de consue- 
to. Recordaba la luz, el campo, el rio, las flores, y 
se prometía gozar de lodo muy en breve. Ah! sus 
goces estaban esperándola en el cielo. 

De repente dijo que sentía frió, un horrible su- 
dor bañó su frente, vagó incierta su mirada, lomó 
la mano de su madre y se sonrió. Permaneció un 
móntenlo en este estado; pero sus ojos cesaron de 
moverse, sus colores desaparecieron, exhaló un débil 
suspiro, y voló su alma á la mansión de los sera- 
fines. 






Yotemblaha por la «plosión que el dolor debia 
producir en el pecho de Laura, pero el cielo se apia- 
dó de sus padecimientos, y tendió sobre su coraron 
el velo del olrído. Quedó largos floras velando i su 
bija, á quien en su desvarío creía dormida, y cuando 
por necesidad hubo que indicarle su muerte pro- 
niroptó en una espantosa carcajada. ¡La iníelii es- 
taba loca! 

Han pasado seis años desde qu* tuvo lugar tan 

desgraciado suceso, J no puedo rebordarlo sin que el 

• llaolo se agolpe á mis ojos: t si alguna tet oigo 

esdamar -Está tísica!' , huyo aterrada, y el frío del 

espanto se apodera de mis huesos. 



U_\ MES EN LA ALDEA. 



(COMTISCACIOS.) 

El señor Adolfo De apareció en el salón acom- 
pañado del joven Pedro. Sepiramcnle que esle últi- 
mo estaba del tndo desnuiorido: mi varonil hermo- 
sura había tomado un aspecto tan grave, y por sus 
labios rapaba una sonrisa tan trisli; que contrastaba 
visiblemente con el brillante 1 uniforme que reslia y 
daba al hijo de las montanas loila lu apariencia de un 
héroe. Después de aquellas primeras escenas, que es 

Í imposible pintar enn esa verdad que se requiere, cu 
que la luja vertid abunda oles lágrimas en los brazos 
de su padre y Luisa en los de su hermano, el seoM 
Adolfo De, cojirndó ilc I a mano á Pedro, pronuncio 
ron voz grave: — Te presento, hija mia, c! mas ilus- 
tré díalos hijos del valle; el que en mil ocasiones lia 
salvado la vida á tu anciano padre; el general que ja- 
ulas ha vuelto la isa ante las huestes enemigas: el 
que esta destinado por la mano de Dios para que 
triunfe nuestra sania causa. Pero, querida nina, toda 
esta reseda que. le hago Je lo que vale mi protegido 

I tiene un objeto, ¡So quiero descender a la tumba si» 
dejarle un apoyo. Pedro es ya rico: su valor y cons- 
landa le hacen superior á cuantos hombres he cono- 
cido, y la Taja que ha ganado en cien combates le 
hacen nuestro igual. Así, Jda, descendiente tle du- 
ques, prepárale porque el tiempo urge a darle la ma- 
no de esposa. 

Pedro ron la cabera baja, sumamente agiluiln, 
esperaba su sentencia como los antiguos mártires 
del Cristianismo; pero la joven con esa obedieueñi v 
ew resignación que siempre la habían aproximado á 
los ángeles, se puso de rodillas ante su padre, y en- 
tregando la mano aljovsn héroe esclamo ton voi 
ilélcli — Cúmplase lu voluntad, pudre mío. 



Pedro sufría; amaba con lodo el delirio de su al- 
ma, y su corazón bueno y generoso temblaba al 
pensar que al poseer aquel tesoro, que tatito había 
deseado, encontraría en él solo una víctima que se 
inmolaba en aras de la ambición paternal, El ancia- 
no, cuyo corazón de hielo había muerto á tudas las 
pasiones que no fuesen la ambición, se sonreía al ver 
tan dócil a su hija. Aquel carácter frió é imperioso 
no podia comprender Inda la abnegación de aquella 
pura criatura, Aihjlfo De después de un momento de 
pausa, dirigiéndose á Pedro le dijo; — Tú ya sabes 
la condición que le he impuesto: mi nombre no mo- 
rirá conmigo; tus hijos se envanecerán de su apelli- 
do materno. 

Pedro sintió que toda la sangre se le amontona- 
ba en la cabeza; pero amaba tanto qur su amor pro- 
pio herido bien pronto callaba al pensar en aquella 
joven que balita sido el sueno dorado de toda su vi- 
da. Ida después de algunos momentos sumamente 
penosos, encontró 1 un motílenlo para retirarse á su 
aposento. Quería sin duda llorar por última vei con 
libertad sn amor, sin ningún remciritírriietito de ofen- 
der al hijo del valle, el cual mañana tendría derecho 
para pedirle cuenta bastaje sus ligrimas. 
>c continuará. 

WaiBllMK.de Frrrflnl. 

APiTWIIOS DE FiPESTAAS SUSCRITORAS. 



En la calle de Valverde nüm. SI cuarto principal, ga- 
lería de la derecha, ha; una señora que borda con perfec- 
ción nnlquirr encargo que se te haga, imita el nipis y ha- 
r,p toda especie de composturas por mii> dificilesque sean. 
En la misma casa se darán lecciones particulares de idio- 
ma francés y de bordados. 

iIimI lata j pliinrbadora. — En la calle del Conde 
Duque , nüm. 7, cuarto 4-\ se hacen vestidos de moda de 
(oda* clases d precio» muy arreglados; los lisos ;i 12 rea- 
les. También se planchan y macen perfeerfon y equidad. 

El acreditado establecimiento fabrica de corsés de la ca- 
lle del Horno de la Mala, se ha trasladado ¡i la de) Car- 
men uúm. üGcuarto najo, donde se encontrarán corsés he- 
chos desde isuasla ÍJQ rs. Recomen damos esle estableci- 
miento á mieslras apreeiablcs suscrítoras, segures de que 
quedarán complacidas si acuden á él. , 



MADRID 1851. 

impri-nlii dr Ion Jimr- TruJMIo. b|j. 

. Calle de María Cristina, número S. 



Año L. 



Domingo 2 Je noviembre de 1851. 



Núra. í -i. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO'; 



escrito por una sociedad de se lloras y dedicado á su sexo. 



Esle periódico sal* (odas lasdomingo*;se>usrr;b* cu, Ha Jrid (Mi lo* librtTlos de Monier j de Cuesta, ¡i i rs. al mes: j eo pfófip- 
cits 10 IS. por dos intiti ffiticu de purle, remiücn o unalibrau/a a favor de imeslíu impremir, 6 srllusdefraníjuío. 



EL PORVENIR DE LA MUER, 

En nuestros números anteriores hemos trazado 
ligeramente y agrandes rasgos el cuadro tan injusto 
como sombrío que présenla la sociedad actual ron 
respecto á la mujer. Hoy nos proponemos una tarea 
masgrala. Con ta fé de Ja justicia, ron el entusias- 
mo de la convicción hablaremos á nuestras amables 
susciitoras del porvenir de nuestro sexo, de la po- 
sición sólidamente brillante que al fin alcanzará en 
la sociedad. 

No vamos á escribir sueños é ilusiones infun- 
dadas, sino á considerar fría y desinteresadamente, 
como quienbusca la verdad, primero á nuestro seto, 
poco estudiado (adavía en su naturaleza y cualida- 
des distintivas; después le consideraremos en su his- 
toria, y últimamente le compararemos con el sexo 
maseuiino, única mitad del género humano que po- 
see sus derechos con demasiado egoísmo por cierto, 
cuando nosotras apenas participamos de algunos. 
Fundadas en estas consideraciones y comparaciones 
deduciremos de sus consecuencias lo que parezca 
mas lógico y probable con relacíun á nuestro por- 
venir. • 

¿Qué es la mujer en su naturaleza? Dispénsennos 
nuestras Jcetorassi decimos una vulgaridad, pero nos 
vemos precisadas á ello: es, ni mas ni menos, un 
ente racional compuesto de alma y cuerpo Jo mismo 
que el hombre, y que como él ha sido dolada por 
Dios de cuantos beneficios goza la naturaleza huma- 
na, sin distinción alguna esencial por razón de ¡a 
diversidad de sexos. Criada por Dios para compañe- 
ra del hombre, para el bienestar y felicidad de Jos 
dos y bajo su común dominio existe lodo lo grandio- 
so que ese mismo Dios hizo de la nada, en el cielo 



y en la tierra, en los aires y en los mares, A todo v 
en todas sus apuraciones tiene derecho la mujer. 

Hay alguna diferencia, es verdad, entre la natu- 
raleza y cualidades de la mujer y la naturaleza y cua- 
lidades del hombre, que aunque accidentales no por 
iso dejan de ser notables. Su coustilurionxno es tan 
robusta absolutamente hablando como la del hombre; 
efecto Je esta menor robustez sus inclinaciones no 
tienden siempre á actos do valor, por no decir de 
ruda dureza. ¿Pero es la fuerza materia] la que da 
derecho en una sociedad organizada bajo las bases 
de la razón y de la justicia? ¿Qué será mas conve- 
niente en la sociedad.' ¿la dureza que generalmente 
se significa en todas las operaciones de los Jiombres, 
ó el amor, la dulzura y la sensibilidad que sobresa- 
, leu en nuestro sexo? Lejos de nosotras la idea de re- 
solver tan delicada cuestión, ni queremos ni pode- 
mos asegurar ningún estrenuo. Pero lo que sí nos 
atrevemos á afirmar, y con nosotras lodos los hom- 
bres, es que si cu muchas ocasiones es necesaria la 
firmeza y la dura energía, en no pocas lo es también 
la dulzura espontánea del amor y el tacto ó lino es- 
quisito de una lina sensibilidad. Mas diremos toda- 
vía: ln mayor parle de los casos que requieren un 
rigor siempre peligroso suelen ser efecto del mismo 
rigor y dureza, y probablemente se hubieran evita- 
do con mas previsión y dulzura. Y no se crea por lo 
que llevamos dicho que nosotras somos incapaces 
del heroísmo, del valor, de la firmeza y de la cons- 
tancia. Es cierto que hasta ahora ha habido mas hé- 
roes que heroínas; pero también lo es que pocas mu- 
jeres han estado en posición de serlo, y es demasia- 
do cuestionable hasta esSi superioridad del hombre 
sobre la mujer. En prueba de que no hay la mas mí- 
nima exageración en lo que decimos recuerden, núes- 






2 



iras lecturas la historia de las mujeres célebres que 
hemos admirado en cada «no de nuestros números, 
y tengan por segura que aunque eunliiiuá sernos es- 
cribiendo muchos aíius sin interrupción nunca nos 
fallará una nueva heroína que honre nuestro sexo 
con su valor, su virtud, su talento ú oíros hechos 
verdaderamente notables. 

En los nümeros sucesivos continuaremos el plan 
que nos liemos trazado hasta concluir tan importan- 
te materia. 



EL DÍA QE DIFUNTOS, 



¿Adonde se dírije esa inmensa multitud engala- 
nada con los brillantes atavíos del luju y de la mo- 
da, y que lleva no obstante en sus manos las fúne- 
bres coronas destinadas para adornar los sepulcros 
de los que lino dejado de existir? Yedla cual penetra 
en la silenciosa mansión de las tumbas, pero 1111 hav 
lagrimasen sus ojos, la sonrisa vaga en sus labios v 
huella con glacial indiferencia ese suelo formado con 
el polvo de los que en olro tiempo fueron su ima- 
gen. La enamorada doncella va jurando mil dora- 
dos ensueños para el porvenir, y piensa en el dicho- 
so instante en que severa unida para siempre al ser 
que adora. El ambicioso sueña con el alio puesto 
que espera alcanzar muy en breve, v que sera el 
dulce premio de sus constantes afanes. El genio crea- 
dor medita las sublimes obras que deben inmortali- 
zar su nombre. Kn la mansión de la nada lodos con- 
fian en el morfema,, y esos huesos esparramados, esos 
fúnebres denotabas no presentan ¡i su mente la tris- 
te idea de que la muerte puede abatir con un suplo 
el gigantesco edificio que va forjando su atrevida 
imaginación. ¡Motivará acaso esta indiferencia la 
convicción instintiva de que el alma no muere con 
la materia, que el espíritu grande v creador no pue- 
de anonadarse, que evisle un mas allá donde la men- 
te completa las sublimes inspiraciones que aquí con- 
cibe? Al ver el progreso casi fabuloso de nuestro si- 
glo, al contemplar eso? sublimes inventos que acer- 
can el hombre » la divinidad, delante de esas mila- 
grosas máquinas que todo lo simplifican y facilitan 
lo que nuestros padres calificaban de impOlibU, ¿ha- 
brá quien aun crea que el rey de la creación puede 
convertirse cu impalpable polvo? 

En vano por una aberración singular, al paso 
que ios hombres de nuestro siglo, asombrados romo 
el ángel caido de su omnipotencia, quieren igualar- 
se á Dios, humillados ai ver que no pueden robarle 
la intnurlalidad, establecen el mezquino sistema del 
no ser, y se degradan igualando su atina inmortal al 
vil barro de su materia, lío vano quieren en su va- 
nidad reducirlo todo á su cálculo, y prefieren negar 
lo que no comprenden á confesarse vencidos. 



El alma, orgullosa con su divina procedencia, 
contempla con rh^pnvio ese vil polvo porque sabe 
, que su patria es el cielo i ev.ist« ia eternidad! 

No obstante, esa multitud ligera y festiva que 
i vaga por las tristes calles de ía ciudad mortuoria 
lieni' allí depositados los seres en quienes rrlralia su 
idólatra carino. ¿Quéeskl que motiva pues esa in- 
concebible ligereza, esa culpable indiferencia? 

Pierde un alma la mitad de su alma, y malulo 
] creía que no podria resistir tan ruda separación, 
i queda ¿olorosamente sorprendida al ver que la 10- 
, brcUcva sin menoscabo de su salud, que sus lágrimas 
se secan en breve y recobra sui corazón la tranquilidad 
primitiva. Creía que todo terminaria para ella al de- 
positar el cadáver adorado en su silenciosa tumba, y 
lejos de eso se siente ligada al mundo con nuevos la- 
zos, la animan nuevos deseos, la cautivnn nuevos 
intereses. ¿Será que la frágil naturaleza humana es 
impotente y no puede abrigar un sentimiento fuerle 
I y duradero? Será que el instinto de la propia conser- 
l v ación es superior al amor que creíamos omnipoten- 
te? Pío: es que el alma recobra su tranquilidad con 
la íntima convicción de que el ser que adoraba no 
Se lia convertido en ptdvo, liabjta en el e¡e|o y la es- 
pera allí para renovar á los pies del Creador su sa- 
crosanto é indisoluble lazo. Es que la idea de que la 
villa es breve. Ja separación momentánea, y el ar- 
diente amor á sus hermanos un medio para alcanzar 
un lugar en el sagrario de Dios, causa esa tranqui- 
lidad inconcebible: Solo el que en la desgracia ífpí- 
i(i, sufre con resignación su deslino. ¿Serán pues 
menos bárbaros que nosotros aquellos países en que 
ciñen su freule de rosas y danzan alrededor del ca- 
dáver de aquel que amaban, a¡ conducirlo ¿la man- 
sión de ía paz v del reposo eterno? ¡Ay ! dichosos 
los que espiran sin remordimientos, v cuva ¡dina pu- 
ra v tranquila vuelve á los brazos de su Criador! ; Iti- 
chusus los que mueren amados y bendecidos! ¿Feli- 
ces los que á la mitad de su carrera han llenado le 
bastante su copa de ligrimas y amores para ser dig- 
nos de ocupar su lugar entre los predestinados! ¿Qué 
importan unos dias mas en esta tierra de luto y de 
tormentos? ¿I'or qué liemos de llorar su muerte pre 
malura si esla Ses hace gozar anticipadamente de las 
delicias de los justos? El que se ha visto arrebatar por 
la muerte á la mitad de su almo cree, espera j no llo- 
ra por que sabe que esla es^feliz en et regazo de 
Eterno y es la dulce inlercesora que abrevia con sus 
preces los dias de separación y quebranto. 

He ahí por qué esa alegre multitud huella ce 
planta indiferente ese vil polvo: porque sabe que i 
mas sublime el deslino que la espera; y si esparce 
sobre las tumbas esas fúnebres coronas, es para ates- 
tiguar al alma que adora que no lia entregado sn nic 
inoria al olvido y anhela votar al cíelo, porque Dio 
confunde allí en una sola las almas qne aquí se han 
adorado con sincera ternura! 

.tafi.-tü Gramil, 

' ^tMfOH^^^- ■ 




MUJERES CÉLEBRES. 

ISABEL LA CATÓLICA. 

íllONTlM' ACIÓN. 

Por la muerte Je Jim Enrique los parciales o'e l.i 
luíanla doña .Itinna volvieron á encender de nuevo 
la guerra civil, pretendiendo, contra la voluntad ^c- 
niM.il di 1 la nación y el voto di* las curtes. hacer va- 
ler los derechos que aquella lenta al trono de Casti- 
lla; pero los pueblos y la mayor parle de la grandeza 
cifraban todas sus esperanzas en la magnánima [sa- 
be! para salir del estado de pobreza i anarquía cu 
que se hallaban por la debilidad del difunto monarca. 
Los partidarios de D.* .luana, convencidos de que no 
¡es era posible batallar ron Ira el pueblo unido á !a 
intrépida Isabel, hicieron vergonzosa liga con los re- 
yes de Francia v Portugal, quienes rimaron en su 
apoyo numerosas tropas que invadieron las Castillas 
y la Vizcaya. 

El nr/obispo de Toledo, que. tanta parle había 
tenido en los acontecimientos que elevaron al trono 
a la escelsa Isabel, resentido pin' el creciente presti- 
gio que adquiría en la corle el cardenal Mendoza, 
se pasó al balido de doña Juana, diciendo aquellas 
célebres palabras que citan los historiadores: «Yo la 
saqué de hilar, y la enviare otra ve/á lomar la rue- 
ca,) pero el buen prelado no contaba sin duda con 
la voluntad de la mayoría del pueblo, ni con la cons- 
tancia v valor de Isabel y Femando. 

Cuatro añosy medio duró aquel la sangrienta lu- 
dia de sucesión, en cuyo fatigoso periodo no es po- 
sible enumerarla energía y acierto con que atendió' 
á todas partes la incansable Isabel, dando muestras 
tanto de su fecundo ingenio como de su fortaleza va- 
ronil, hacienda penosas y largas marchas ;i caballo, 
espuesla .i la intemperie de las eslaciuiics rigorosas 
V á pe¡¡:;rus .1 >. todas clases. 

babel era ea el solio la reina sabia v justiciera; 
para organizar los ejércitos, el ministro de la guerra; 
para crear n cursos, el de hacienda; para dirtjir las 
operaciones, el general engefe; paca proveer sus tro- 
pas y establecer hospitales, el intendenta militar; y 
cuando creía que su presencia podía ser necesaria 
para alcanzar la victoria, un soldado mas en las lilas. 
Si esta breve reseña pareciese apasionada porque ha- 
blamos de una mujer, ahí está la historia; con ella 
en la mano oo ten míos temor de sr-rdesnienfidas. 

El guerrero é io trépido Fernando laminen se 
mostró en aquella lacha digflo de ser el esposo de 
Isabel. V obrando unas veces de consumo y oirás se- 
paradamente, lograron con sus repelidas victorias 
lanzar fuera del reino ¡i ios coligados y i justar las 
paces que la naeíontanlo necesitaba. 

La infanta doña Juana, desimanada ile tanta 
desmentida promesa i de las ningunas simpatías con 
qu-3 podía contar en la mayoría lili I"-! casta laans, 
BÜgid el prudente paríalo dit lomar el hábito de re-j 
jígj isa en el convenio de santa Ciara de C'jinibra, 



donde concluyó sus días sin haber vuelto á ser causa 
de mas desgracias. 

En I Í7H pasó Isabel á Andalucía con objeto de 
administrar justicia y refrenar las demasías de los 
potentados de aquellas comarcas, que oprimían á los 
débiles pueblos cu» sus odiosas rivalidades, logrando 
restituir ía calma y prosperidad rn aquella cica pro- 
vincia, y el día 'i'l de junio dio a luz en Sevilla il 
príncipe llamado don Juan. 

Poco después de concluida aquella lucha fratrici- 
da heredó don Fernando por muerte de -su padre la 
corona de Aragón, que por espacio de cuatro sigb - 
liabia estado separada de la de Castilla, y con esta 
ntieiíj i- indisoluble unión se formaron (os cimientos 
del grande imperio de que hoy se conservan algunos 
t -i,,.. 

Libres ya de guerras Isabel y Fernando, y due- 
ños del territorio español desde el Pirineo al Eslrer:; l 

de Gibrallar, escoplo la provincia de Granada, se il"- 
dicaron ¡i la administración de juslicia, ¡d fomento 
de las ciencias, de las artes y de la agricultura, j i 
grande se liabia mostrado Isabel como intrépida guer- 
rera, no se mostró nada pequeña como sabia legis- 
ladora y entendida diplomática: enlodo fué singulai 
aquella escetsa señora. 

Entre Jas prudentes medidas que adoptó pai . 
revestir la majestad del brillo y del esplendor que 
necesitaba, fue |,i ;n o importante la de hacer que el 
nombramiento de gran maestre de las órdenes mili- 
tares recávese en mi esposo D. Fernando, v suiu su 
intrepidez y fuerza de carácter pudieran haber 
s 'guidn derrivar aquel. os colusos rivales de! trono; 
rehenó la osadía de la antigua nobleza v los 
la colmaban de bendiciones por todas parles. 

II. ild. iodo de aquella época dice uno de sus his- 
toriadores: 

Si hay algún ser en la tierra que ¡moda repre- 
sentarnos a la deidad misma, es el gefe de un imperio 
poderoso, que emplea en bien de sus pueblos el alto 
poder que le está confiado, y con talentos corres- 
pondientes .i su elevado ministerio cu una época reía- 
is, miente bárbara procura comunicar á su país la luz 
I de la civilización que ilumina su alma, y levantar con 
■' los mismos elemsnlos de discordia la herniosa fábri- 
ca del orden social. Tal fué Isabel, y tal la época en 
[ que vivió Fué dicha para España que su cetro p&Ih- 
~ : : i regido en aquellas circunstancias por ¡as ma- 
¡ nos de una moje ilutada de suficiente sabiduría pa- 
: ra concebir los planes mis saludables de reforma, i 
: de la energía necesaria para ejecutarlos, infundí- ■ . 
i asi un principio de nueva vida en un gobierno que 
se desplomaba con prematura decrepitud.» 

Después de leído el anleriur párrafo, ;.qué mas 
puede decirse de aquella esti aoidiuaiia mujer".' PÍOS- 
olras por inodeslia de que. pertenece á nuestro *e\p, 
no nos hubiéramos atrevido « compararla coi; la iti- 
drid misma; mas ya que tos hombres. In han heclw al 
escribir sus crónicas, aceptamos orgullosas la mito- 
lógica frase, pur ver al llamado sexo débil figurar 



ai lado de un Julio César y de un Cario Magno. Pe- 
ro volvamos á nuestro propósito. 

(St continuará.) 



Te engañas, amigo mío, 
SÍ intentas darme consuelo; 
Solo lo espero del ciclo, 
O del sepulcro sombrío. 

No intentes aliviar, no, 
Con tu voz tnn cariñosa 
Aquella pena horrorosa 
Que el corazón desgarró. 

No hay consuelos para mi: 
tío perdido cuanlo amaba, 
Cuanto mi vida endulzaba. 
¡ Ya nada me queda aquí ' 

Amor me pides y amor 
Va no se alberga en mi pecho, 
Porque es demasiado estrecho 
Para el placer y et dtilor. 

¡Pobre niña que al pisar 
El umbral de mi existencia. 
He probado la inclemencia 
Del mas hórrido pesar ! 

Perdón, amigo, perdón, 
Si tranquila me he mostrado, 
A y '. mí pecho destrozado 
No encontraba compasión ! 

Tú conmigo lloraras, 
¿i\'o es verdad? tu fiel ternura 
Comprenderá mi amargura. 
Benigno me escucharás! 

— Yo amaba con ese ardor 
Eterno, ardiente, infinito. 
Amor del cielo bendito. 
De los ángeles amor. 

Niña feliz era amada 
Con la misma pasión pura. 
¡Cuan completa es la ventura 
Del alma que es adorada. 

Envidiaban nneslra unión 
Los serafines del cielo: 
Era el mismo nuestro anhefc, 
Dos almas y un corazón. 

Era mi dicha, mi bien. 
Mi consuelo, mi esperanza; 
¡De dos almas la alianza 
Trueca el mundo en un Edení 

Mas ¡ay! que el clarín sonó, 
Su honor le llamó á la guerra, 

Y quedé sola en la tierra 
Porque mi amante murió! 

Al cielo voló SU alma 

Y quedó viuda lamia: 

El murió y desde aquel día 



No he vuelto á encontrar la calma. 

¡Olí cuan horrible es la muerte 
Cuando dos almas separa, 
Que el Eterno destinara 
Para igual y dulce suerte! 

Murió, murió; ¿masqué digo? 
Aunque le oculta una losa, 
Sn alma bella y generosa 
Vive aun, esta conmigo. 

Siempre á mi lado le veo 
En contemplarme embebido, 
Oigo su acento querido 

Y do quier hallarle creo. 

El campo entonces se anima 
Con los mas bellos colores; 
El aire, el prado, las flores. 
Todo mi ilusión sublima. 

f i i,u el aura sonora, 
Ltm\ murmurando el rio, 
icón cu rl bosque umbrío 
Repite el ave sonora. 

E) aire, la tierra, el cielo, 
Todos repiten /.ton. 

Y con lan dulce ilusión 
Encuentra el alma un consuelo. 

Era mi vida su amor: 
\ ivir no puedo sin él: 
¡Tú no sabes cuan cruel 
Es perder ¿ su amador! 

Mi sola esperanza ya 
Es que me acoja la tumba: 
El intímenlo en que sucumba 
Con mi amante Ole unirá. 

PasagerO es el dolor: 
En el cielo hay otra vida; 
Vida de entusiasmo henchida. 
Vida de gozo y de amor. 

Del Eterno en el regazo 
Felices nos amaremos, 

Y en el cielo formaremos 
Inmortal y bello lazo I 

¿Quieres aun, oh poeta. 
Unir tu alma con la mía, 
Tu alma llena dé poesía, 
Amante, fogosa, inquieta; 

Y la mia marchitada 
Por un dolor lan profundo 
Que solo adora en el mundo 
Lúa tumba abandonada? 

Sigue, oh vate, entusiasmado 
En tu gloriosa carrera; 
Lanza tu mente á la esfera 

Y rojo el lauro envidiado. 

Y si de la adversidad 
Víctima fueres un día. 
Mil consuelos á porfía 
Te brindará tu amistad. 

Mas no me pidas amor 
Que no se alberga en mi pecho, 




Porque es demasiado estrecho 
Para el placer y el dolor! 

Angela triol 

EL DÍA i. 1 DE NOVIEMBRE, 

¿Qué lúgubre tañido suena par los espacios? 
¿Por qué los semillantes de todos los transeúntes es- 
presan el dolor? ¿A donde guian sus pasos macilen- 
tos? Til, bella niña, cuyos ojos empaña el llanto, ,; á 
donde llevas esa fúnebre corona de siemprevivas.' 
— A colocarla en la tumba de mi madre, porque boy 
es el día de Eos muertos. 

Ah! si, el día de los muertos! El dia en que re- 
claman una memoria de los vivos, una tregua á sus 
placeres, á sus diversiones, á su aturdimiento, para 
que piensen en el polvo délas tumbas. 

Triste pero santo día en que se hojea sin cesar el 
libro de recuerdos, y en el que siempre bailamos pá- 
ginas de dolur que nos arrancan una lágrima! ¿Quién 
al pisar el umbral del cementerio no teme que sus 
ojos van á leer alguna lápida fatal'.' 

Recordamos que un célebre y malogrado escri- 
tor español dejé consignados al hablar de ese dia, des- 
garradores y amargos pensamientos', pero á noso- 
tras solo nos inspira dulces ¡deas y halagüeña melan- 
colía, y siempre hemos visto con placer brillar la 
aurora del dia 1.° de noviembre: porque durante sus 
horas los que ya no son se presentan á nuestros ojos, 
viven en nuestra alma, en nuestra memoria, en 
nuestro corazón, y al dirigir las preces que nos de- 
mandan al trono del Eterno, sentimos un placer con- 
solador. 

Lleguemos pues á orar sobre sus tumbas, y al 
colocar sobre ellas una corona de fúnebre ciprés, 
concedamos amoroso tributo á su memoria cou e¡ 
llanto de nuestros ojos. 

Elena. 

U¡$ MES EN LA ALDEA. 

(COSTIS LACIOS.) 

Era una de esas noches que un manto de tris- 
teza cubre nuestras majestuosas montañas: el viento 
soplaba á intervalos; menuda lluvia hacia que el frió 
fuera mas intenso: lodo parecía convidar á guare- 
cerse al lado de loa encendidos tizones de una vivi- 
ficadora chimenea. En uno de esos pacíficos caseríos 
de que están pobladas nuestras hermosas provincias 
Vascongadas, boy tan tranquilas, tan poéticas que 
dejan una huella de agradables recuerdos en nuestro 
corazón; si tenérnosla felicidad de contemplar ese 
paisage lan sublime, donde por todas partes senos 
revela la mano poderosa que formó lanías maravi- 
llas, para que de rodillas la admiremos, aüíendonde 
boy ¿ajo el manto pacífico de esa palabra consola- 
dora que llamarnos paz, viven tranquilos sus hospi- 
talarios moradores, allí mismo en la noche á que me 



refiero se hallaban cuatro jóvenes que vestían bri- 
llantes uniformes y denotaban pertenecer á esa clase 
de la sociedad que vuela á los combates con el objeto 
de cumplir sus juramentos y de poder colocar un 
nuevo laurel á sus esclarecidos blasones. Tal vez sin 
ese terrible eco que repetían los moni es de guerra y 
estermiuio, aquel humilde caserío no hubiera contado 
con alojar bajo sus muros tan ilustro huéspedes; 
pero en cambio en vez délos cantos de guerra hu- 
biera escuchado la voz inocente de las hijas de esas 
elevadas y grandiosas montañas, que parece armoni- 
zar mejor con el suelo que las vid nacer y que se en- 
vanece de su hermosura. 

En rededor de una mesa de pino tres de nuestros 
jóvenes alegres y felices relataban sus aventuras en- 
tre bravos y palmadas de aprobación; pero debemos 
hacerles justicia: los nombres de las heroínas no se 
escacharon entre aquellos bravos y aquellas palma- 
i das, porque con esa caballerosidad que caracteriza á 
ios españoles hubieran justamente creido empañar 
sus gloriosos antecedentes, comprometiendo el honor 
de sus bellas afiliadas. En medio de aquella univer- 
sal aleg lia uno de ellos permanecía triste y medita- 
bundo en un rincón, mientras que sus dic husos com- 
pañeros hablaban sin cuento, quitándose unosá otros 
la palabra; lodos ellos pertenecían á esa clase de ca- 
laveras de buen tono, que tienen esa facilidad de chis- 
tes y de maneras que se adquiere con tanta pronti- 
tud en los salones aristocráticos, vera la primera vez 
que salían al aire libre y dejaban sus saniosos pala- 
cios; por lo cual no estrenaremos que aquella encan- 
tadora libertad que disfrutaban pusiera sus ideas en 
continuo movimienlo. Uno de ellos, clavando su es- 
cudriñadora mirada en aquel que embebido en sus 
pensamientos ni una sola vez había asomado la son- 
risa á sus labios, y acercándose cuanto le fué posible 
á sus amigos, les dijo: 

-^¿Conocéis las aventuras del caballero Enrique? 
Me han asegurado, célebre Emilio, que tú, el caba- 
llero mas amable de la corte, no tienes entre tantas 
historias que la trompa de la fama va pregonando por 
el mundo una tan románticamente misteriosa. 

Emilio, encogiéndose de hombres y atusándose 
su rubio bigote, contestó; — Creo saber algo vloque 
te puedo decir y afirmares que el niño mimado de 
las damas, que ahora Se veo triste y meditando "con- 
tinuamente, el que nunca rindió banderas ante el pa- 
bellón enemigo, está — (y bajó eslraordiuariamente 
la voz] está está loco. 

— Loco! repitió el interpelante sallando de la 
silla. 

— Paciencia, amigo Carlos; no siempre des todo su 
valora los sustantivos, ni te asustes aunque le en- 
cuentres á dos pasos de las baterías enemigas. 

— Eso nunca, ¡vive Dios! gritó Carlos; ya sabes 
que nunca retrocedo cuando llega la hora del com- 
bale. 

— Está bien, héroe esclarecido; pero déjame con- 
cluir y no me interrumpas, esto es, si puedes; y te 



8 









repilo cjue el pobre Enrique eslá loco 6 enamorado; 
|iDro es una de esas pasiones que llegan al corazón, 
que nos hacen verá la deidad querida entre una nube 
celeste, que al querernos aproximar deja la forma 
material t la vemos volar al cielo, como tina luz que 
nos fascina y se estiiigue, v después salo lindamos su- 
bre ta tierra tristeza y obscuridad; enloma, i-l mun- 
do es un desierto. Pero lo que laminen le puedo de- 
cir es que hasta el dia presente he tenido la felicidad 
de que esc peso enorme no subyugue mi corazón, y 
desalio lo misino (jue ¡i esos ennegrecidos soldados 
que pueblan estas montañas, con sus boinas blancas 
y sus ojos llenos de sed de venganza, que ¡i la mujer 
mas herniosa del universo. 

-Pero ¿qué tiene que ver lodo csucon la locura 
de nuestro amigo? 

—¿Qué licnc que ver? Que él está verdadera- 
mente enamorado, y para mí enamorado como ese 
caballero y loco es la mismísima eos*, 

— Silencio! dijo el tercero, que halda estado ta- 
rarcando un i hermosa romanía; puede oír todo es- 
to y disgustarle vuestra descomunal charla. 

—No tengas cuidado, eslá demasiado preocupado 
con ta señora de sus pensamientos; solo el eco del 
tambor es suficientemente poderoso para sacarle de 
su ¡naco-ion 1 entonces ai que nuestro dama rada es un 
bravo león de Castilla; arómele al enemigo de una 
manera asombrosa; creo y Jos jóvenes estrecharon 

las distancias todo lo que fué posible) que para ese 
pobre diablo la existencia es mu carga insoportable. 
Pero decid: ¿no Imitéis podido indagar por allí quien 
es esa sillide que asi ha piulido trastornar una cabeza 
tan bien organizada? Debe ser un porteólo de hermo- 
sura, y sobre lodo de coquetería: porque si juzgo por 
mi corazón el ngeno, os puedo decir que esas belle- 
zas frías ó indiferentes que creen empañar fu candor 
si miran con on poco de atención nuestras hermo- 
sas y relumbrantes charreteras, me hacen morir de 
hastío n sti lado; y si no poned en parangón una de 
esas hechiceras de grandes ojos negros, que con sn 
sonrisa encantadora introducen una fleidia en nues- 
tro enraíun; decid, ¿no os lia sucedido después de un 
dia pasada en eumpañia de una de esas preciosas ni- 
ñas, verlas cruzar cu mediu de sueños deliciosos que 
ponían á prueba nuestro proposito de vivir en entera 
libertad? 

Pues yo le diré que soy enemigo decidido de las 
coquetas; quiero hacerte ín guerra y probarte que 
esas niñas que estudian im; lie y dia los medios que 
han de emplear para rendir nuestro corazón, suelen 
generalmente conseguirlo, y soy enemigo decidido 
Je las redólas hasta en malerias.tlea.mor, Pero deje- 
mos las cuestiones de amor para oirá noche que el 
cielo eslé mas sereno, y discurramos uu poco sobre 
la espedí cton que nos espera. 

—Por mi parle, replicó Carlos, me gusta iims re- 
cordar Jas miradas de mi sdfide, y sobre lodo cuando 
la batida se presenta coniu esta, que hace titl frío : i- 
soportable, llueve á chuzos, las montañas oslan suma- 



mente resbaladizas, y ese castillo donde es fama que 
se cobijan los oajáros de cuenta, eslá situado de una 
manera admirable para romperse treinta veces la ca- 
beza antes de penetrar en esa antigua pajarera de 
rancias creencias de la que se cuentan tantas cosas 
portentosas. Coo que, amigos, no hay duda, la espe- 
dkiun será según ludas las apariencia* alegre y di- 
vertida, 

— ¿Y porqué no ha de Ser alegre ese castillo? 
Tendrá buenas chimeneas, magnificas salas donde 
descansar, y después dicen que hay unos ojos de 
esos que hacen entrever que hay uu paraíso en me- 
dio de estas montañas, 

— ¿<Jué dices? ¿es cierto todo eso? 

— ¿Pues qué, ¿ignorabas que la castellana es la 
mujer mas herniosa de la tierra? Creo que su sonrisa 
es de los arcángeles, \ que la llaman sus vecinos el 
ángel consolador de la montaña. 

— Magnifica conquista para una noche tempestuo- 
sa! ella nos salvará, porque un ángel debe olvidar 
que peleamos bajo diferentes banderas, y después no 
debe desconocer que entre el estruendo de las armas 
nosotros también invocamos el nombre de una niña, 
de un ángel de pureza. 

— Pues bien, amigos, para que la espedieion sea 
dial nosotros la deseamos invoquemos al ángelcon- 
so'ador d ' la montaña. 

— ¡Viva, i irn la hermosa castellana! ¡viva el 
ángel d.> la montano! gritaron nuestros jóvenes lodo 

lo que sus puliuuus l.-s permitían. 

-- ( 0:jliui ha (ismlri pronunciar esc nombre? gri- 
tó Enrique sallando d ■ su rincón, romo si una víbora 
le hubiera picado; ¿quien le ha nombrado sio d scu- 
hrir so cabeza en señal d ■ veneración? 

Los jóvenes se miraron rouio alónilos da aquel 
esi rano suceso. Eu aquel momento el tambor loco 
llamada, y lodos se precipitaron fuera de] caserío á 
donde el deber los llamaba. Pero Emilio, acercan - 
dose á sus compañeros, les dijo. 

— O Enrique eslá verdaderamente loro ó hemos 
descubierto el nombre de so beroiua. Grandes deben 
ser las aventuras de esta noche! 

$a continuará, 

Vilutln It ,¡r I ctruni. 

— fc-****§-OS-e^*«* 

EPIGRAMA- 

LA BEATA ASTCTA. 

Con particular cuidado 
Slari-Agiieda la beala. 
Hizo maullar á su gata 
Dándola a oler un guisado. 

— ZapaguLlda lo comió? 
—No, que un lego capuchino 
Se lo engulló, ron buen vino. 
Porque al reclamo acudid, 

E.il .líUlPItU, 



MADRID 1851. 

rmtirtMHit til* tlon June TroUlllo, h l|o. 

Galléale Mería Cristina, números. 



Año 1. 



Domingo de noviembre de 185i. 



Núro. 1S. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito |>or una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este pcnúJico sale todos losdomingos^esuscrilie en .YlaJriden las librerías de Mnnier y de Cuesto, á 4 r,«. il mes; Y en primn- 
cias 10 is. por dos meses fraiicu de uurie, TCinitieii 'u uiiililumi] a fivor tlenutílrú impresor, ó sello? dí tranqueo. 



EL PORVENIR DE LA MUER. 

Cumpliendo con nuestro proposito de considerar 
a la mujer en su naturaleza, en su historia desde la 
mas remota antigüedad y en desinteresado paralelo 
con el hombre, para poder lueso leer en el gran li- 
bro del porvenir la posición que Dios ha reservado 
á nuestro se\o. todavía nos detendremos hoy en su 
naturaleza y cualidades ron algunas reflexiones im- 
portantes que no hemos indicado en nuestro anterior 
artículo. 

Escaso, estrechísimo ha sido el desarrollo que 
la injusta sociedad ha proporcionado á las magnífi- 
cas dotes que embellecen nuestro sexo, y que sin 
embargo cual metéoros que desaparecen rápidamen- 
te bao brillado algunas veces oscureciendo con su 
resplandor la gloria de ios héroes mas encumbrados 
del tiempo en que lian aparecido. Solo dealgunos si- 
glos ¡i esta parle ha (cuidóla mujer un campo ver- 
daderamente vasto en que hacer alarde de algunas de 
sus facultades: el teatro. Pues bien; el lealro, que 
es el barómetro de la civilización de las naciones, 
cuja mágica virtud para mejorar Jas costumbres y es- 
citar á la grandeza y al heroísmo iodos unánimemente 
reconocen, ha sido completamente dominado por e| 
genio artístico hasta ío creador, sublime, hasta lo di- 
vino de nuestro desatendido sexo. ¿ Xo se han pos- 
trado los hombres mas ilustrados muchas veces ante 
nuestras inspiraciones? ¿No han arrojado á nuestras 
plantas inuliilnd de flores y puesto sobre nuestras 
sienes muchas coronas en reconocimiento de nuestra 
superioridad artística? Y eso que para brillar en la es- 
cena lambieu se necesita upa esmerada educación ne- 
gada las mas de las reces á la mujer y suplida siempre 
por La fuerza de su genio. ¿Kn qué otras arles, carre- 



ras ó ciencias se nos ha dado libertad para desarrollar 
nuestras facultades? En ninguna; y sin embargo, co- 
mo para iluminar la ceguedad de los hombres y 
echarles en cara su injusto egoísmo, no han faltado 
una Jiidii. una Santa Teresa de Jesús y una Isabel 
la Católica, que matando .i Uolofernes, compitiendo 
en sabir con los mas ilustres doctores de la iglesia v 
gobernando con sabi.i prudencia reinos populosos, 
protestasen contra tamaña injusticia con hechos gran- 
diosos que nadie ha desmentido y lodos han admira- 
do. ¿Esto no prueba que como ha brillado la mujer 
en la escena podrían del mismo modo aprovechar ala 
humanidad sus talentos, si se fomentase su desarro- 
llo por olro cualquier medio? Algo hemos aducido 
ya y mucho mas podríamos aducir en nuestro abono 
sin que temamos nada razonable en contrario. Que- 
de pues establecido que la naturaleza y cualidades 
de la mujer nada desmerecen de las de los hombres; 
que la mujer por ellas tiene derecho al dominio de 
todas las ciencias, todas las carreras y (odas lasar- 
les; y que con su libre ejercicio, y no poniendo tra- 
bas á las alas de su genio, podría influir mucho eu 
el progreso de la humanidad, concurriendo admira- 
blemente á la armonía y perfectibilidad de la gran 
fámula humana. 

Ahora bien; examinemos cuidadosamente la his- 
toria de la mujer; observemos paso á paso las pro- 
porciones que ha lomado su carácter y los derechos 
I que ha adquirido en las diversas evoluciones de la 
sociedad, y no nos será difícil, siguiendo Ja misma 
• proporción, señalar aproximadamente ei tiempo de 
. su regeneración social y los términos en que eMa de- 
berá efectuarse, Pero como la importancia de este 
examen requiera mas espacio del que permiten las 
' curtas dimensiones de nuestro periódico, fuerza nos 



será suspender por hoy ten agradable larca, prome- 
tiendo ¡i nuestras arcabas suscriloras continuarla en 
nuestro número inmediato. 



£n el triste día en que después de tomada Barcelona 
por el duque de lienrkk, fueron quemadas sus es- 
tandartes en la plaza pública. 

¿Por qué llora Barcino? ¿Por qué esconde 
Su triste Tai el sol? ¿l'or qué resuena 
Un grito de dolor que quejumbroso 
Do quier el viento murmurando lleva? 

¿Por qué sus hijos con semblante airado 
alrededor se apilan de esa hoguera, 
Que eleva al cielo su gigante llama 

V refleja en el mar su luz siniestra? 
¿Porqué el anciano de encorvada frente 

Con llanto funeral su barba riega? 
¿Porqué las madres sollozando gritan 
Al hijo de su amor venganza eterna' 

Y vénganla repiten los mi I ecos 
Del raudo veudabal, la mar encrespa 
Sus olas con furor, y al juez del mundo 
Su grito funeral mugiendo eleva! 

Venganza gritan en su tumba fria 
Los héroes que ilustraron á Faveucia, 

Y esíendtendo su mano descarnada 
Buscan la espada que empuñó su diestra? 

Llorad, llorad: los bélicos pendones 
Terror do quier de la asombrada tierra, 
Que cruzaron el ancha Palestina 
Siguiendo de Bullón la santa enseña; 

Los pendones gloriosos que ondearon 
Sobre los moros déla bella Atenas; 
lisos pendones que acataba el mundo 
Reduce ¡i polvo la fatal hoguera! 

Llorad, llorad: esa rojiza Dama 
One alumbra la ciudad con luz siniestra. 
Trueca en ceniza vil de vuestra gloria 
El poderoso y sacrosanto emblema! 

\ sufrís lal baldón? v del verdugo 
So derribáis la criminal cabeza? 
¿Por qué mudos lloráis? acaso deben 
Llorar los héroes sin vengar la o tensa? 

¡No 05 queda mas que el llanto! sois esclavos! 
¡Amarra vuestro pié fatal cadena! 
¡Vuestra gluria inmortal y vuestras leyes 
Yo borro el venceJor y nada os queda! 

Pero no, no es verdad: los que sucumben 
AI embale fatal de suerte adversa, 
Pueden esclavos ser, mas no vencidos: 
Erguid Ja frente de rubor cubierta. 

Nti os impuso vil miedo «I férreo jago, 
Dobló vuestra cerviz solo la fuerza: 
Alentad, Catalanes, Dios os guarda 
Mas grato porvenir, misión mas bella. 



Con la sangre enemiga bautizada 
Al mundo mostrareis nueva, bandera, 

Y el mundo entero temblará aterrado 
tíl grito a] escuchar de independencia. 

Alentad, Catalanes; hoy la Francia 
De tiieslrn gloria mancillo el emblema, 

Y mañana sus huestes alerridas 
Huirán al divisar vuestra bandera. 

Un instante tul »M la nube impura 
Puede cubrir del sol !a faz serena; 
lias s¡ deja escapar tan solo un rayo 
Alumbrará con so esplendor la tierra. 

Tranquilos esperad: de un alma fuerte 
Es la constancia la virtud suprema: 
Esperad, Catalanes, vendrá un din 
En que con sangre lavareis la afrenta, 



■■■ ##**!$ !'*■*«■«'«- 



MUJERES CELEBRES. 

ISABEL LA CATÓLICA. 

(COSTISPACIOS.) 

Arregladas enérgicamente las disensiones que 
habían reclamado la presencia de Isabel en Sevilla, 
volvió con su incansable celo á Toledo, donde lomó 
sabias disposiciones para gobernar desde la capital 
del naciente imperio los reinos de Castilla, León, 
Aragón, Cataluña, Valencia, Islas Baleares, la Sici- 
lia y laCerdeña. Los deseos de Isabel de hacer gran- 
de y poderoso el trono de San Feanandn se realiza- 
ban por momentos: D. Fernando, conociendo las 
buenas disposiciones y el acierto que para gobernar 
tenia su esposa, le cedia gustoso la dirección de los 
negocios ínterin é! se ocupaba del manejo de las ar- 
mas: el O de noviembre de 1479 dio á luz Isabel 
en Toledo otra infanta que se llamó Doña Juana. 

No pasaremos en silencio que en aquel mismo 
periodo se creó en España el Tribunal de la Inqui- 
sición; plumas muy ilustradas han vindicado ya las 
inculpaciones que se hicieran á nuestra heroína por 
haber accedido á su establecimiento, j nada pode- 
mos nosotras añadir, tratándose de materia tan de- 
licada. 

Tranquila y próspera la nación, ocupó seriamen- 
te á Isabel la idea de sus dorado? ensueños: la com- 
pleta espulsion de los moros fué ya su único pensa- 
miento, y en lugar de entregarse á disfrutar tranqui 
la los placeres de la brilla!, te corte, su ardiente fe y 
el deseo de borrar la mam-ha con que la traición y 
el vicio empañaron á la desdichada España en las 
márgenes del Guadalele, la decidieron á hacer sus 



preparativos, y ayudada de su fiel esposo y de los 
bravos guerreros que trajo de Aragón se dispuso á em- 
prender la campana contra los infieles, á cuyo rompi- 
miento dieron lugar ellos mismos fallando á lo pactado. 

Aunque el ejército morisco era numeroso y 
aguerrido, las discordias civil «s que habían eslallado 
en Granada fueron una gran ven laja para realizar sus 
proyectos nuestros católicos reyes; y si intrépidos y 
valerosos se habían mostrado los castellanos contra 
los portugueses y franceses en la pasada guerra de 
sucesión, en la gloriosa lucha de la conquista delira- 
nada alentados por la le, para cuya propagación ba- 
tallaban, hicieron prodigios esiraurdinarios de valor 
y de heroísmo. 

El clero, que en aquellos tiempos tanta parte tu- 
rnaba en los negocios del Estado, contribuyó tam- 
bién eficazmente á consumar la grande obra can un 
impuesto de cíen mil ducados: Isabel había sabido 
infundir en lodo- sus subditos un solo deseo, el de 
exterminar los infieles, y en 1 482 se emprendieron 
las operaciones formales con Ira las plazas y castillos 
del reino de Granada. 

Diez años duró aquella sangrienta lucha, y aun- 
que los moros se defendieron di Meneadamente por 
conservar Jas últimas posesiones que les quedaban 
en el territorio español, lodo aquel heroísmo se es- 
trelló contra la intrepidez y constancia de Jos esfor- 
zados castellanos. 

Imposible seria enumerar los hechos gloriosos 
con que coronaron sus victorias Isabel y Fernando, 
no sin algonos reveses propios de los azares de la 
guerra, y aunque Fernando se habia reservado el 
mando de los ejércitos, Isabel se encontró en varios 
hechos de armas, v especialmente en los sitios de 
Baza y Granada; la armadora que vistió en aquella 
larga y penosa campaña se conserva boy en ta Real 
armería de Madrid. 

El 15 de diciembre de £ ÍS"i dio á luz Isabel en 
Alcalá de Henares otra infanta, que llamó Doña Ca- 
talina; para colmo de sus dichas era ya madre de 
cinco hijos, \ á pesar de la vida que llevaba, mas pru- 
ína de un guerrero que de una delicada señora, se 
vanagloriaba de haberlos criado á sus pechos. — 
Kn todo fué extraordinaria aquella noble matrona. 

Cuando Sé suspendían las operaciones militares 
por la rigorosa estación del invierno, la incansable 
Isabel acudía solicita al centro desús dominios, ;i es- I 
lahlecer saluda (des mejoras en la administración y I 
á proporcionarse recursos y gente para continuar la i 



campana, Eo aquella época visitó el sepulcro del 
apóstol Santiago v estableció el hospital de peregri- 
nos que hoy se conseva en la capilla de Galicia. 

Rendidas al valor de los castellanos todas las pla- 
zas fuertes y castillos del reino de Granada, sulo fal- 
laba para coronar !a deseada empresa ocupar lacapi' 
tal y en el mes deabrjl de 1 191 se presentó ata vista 
de Granada el formidable ejército cristiano al man- 
do de su Católico Rey. Muchas son las páginas que 
ocupan lodos los historiadores al describir el sitio y 
loma de aquella ciudad, por Jo fecundo que fué en 
hechos gloriosos para nuestras armas: la presencia 
de Isabel en el campamento tuvo tal ¡«fluencia que 
habiendo acontecido en él a mediados del mes de 
¡alto un voraz incendio que dejólodastas tiendas re- 
ducidas á ceniza, manifestó la reina deseos de que en 
aquel mismo sitio se edificase una ciudad, y para 
los primeros dias de octubre vióse allí levantada San- 
la Fé. Tal era el mágico influjo que egercia aquella 
soberana en e) ánimo de sus vasallos! 

Llegó por tin el deseado dia 2 de enero de 1492 
y el eslandarle de la media luna cayó derrotado de 
las torres de la Alb.mibra para sustituirlo hasta a 
consumación de !os siglos con el signo de nuestra 
redención. 



StiTji- qm- Filomena, 

la ii ¡nía de los prados, 
la de los quince abriles, 
la de risueños cantos, 
cual ninguna traviesa, 
con stililt'S engaños. 
al niño Anuir habia 
para siempre fijado. 

En blanca mariposa 
de matice* dorados 
Amor por engañarla 
se habia transformado. 

Pero ella pronto opuso 
otro ardid al tirano, 
y e] que crevó burlarla, 
encontróse burlado. 

La picaruela niña 
en solitario campo, 
de aromáticas yerbas 
ricamente alfombrado, 
dispuso enlre guirnaldas 
de llores y de ramos 
un voluptuoso lecho, 
y Amor que desde un árbol 
la v ¡era en él tendida, 
su belleza upiuirando 




estuvo embebecido 
un larguísimo ralo. 

¿Y cómo no, si era 
[lelísimo traslada 
do la q,ue en Citare» 
recibe el holocausto 
de ludo ser sensible? 
Su cabello dorado-, 
,ii,nr cual la seda, 
caíale ondú laudo 
sobre la blanca espalda 
tersa como alabastro. 

Era un rielo su frente,. 
t sus ojos dos dardos, 
poderosos rivales 
de los que trae guardados- 
bajo sus [lernas alas 
el mismo Dios alado. 

En su boca tas gracia» 
pródigas derramaron 
el azahar y jazmines 
aromas regalados, 
Azucenas los dientes 
paree en en lo blancor 
fresquísimos claveles 
sus labios encarnados, 
y el delicado culis, 
tan uno y nacarado, 
al niño Dios ronvida 
mil veces ¡i besarlo. 

Creyéndota tformida 
se atrevió... ¡ temerario T 
Y en su fresca mejilla 
se puso el. muy osado. 

Luego pasó 4 la otra. 
y después mas abajo 
en su barbilla linda 
quedóse descansando. 

Mas ¡avl que nu descansa -- 
¿Que tienes, di, bellaco?.. 
¿En sosiego no gozas 
na bien tan envidiado?.. 
El rapaz está inquieto... 

lAb.... Ya el molivo alcanzo: 

es que la bella nula 

traviesa, jugueteando. 

con su boca hechicera 

un beso le ha lanzado. 
De sí mismo no es dueño, 

su puesto abandonando, 

loco en su desvarío 

se ha posado en sus labios, 
Y niiroT... ¡oh prodigio! 

mis ojos alcanzaron 

á ver en su barbilla 

y sitio que ha ocupado 

el mas gracioso hoyuelo 

que el peso tierno, blando, 

del Cupidillo hiriera... 



Entonce he recordado 
que en su mejilla el niño, 
en delicioso rapio, 
contempló de sus rosas 
el matiz delicado, 
y tomo á ellas mis ojos, 
y observo... qué milagro! 
que su presión levísima 
igual huella ha di jado. 

i un estas gracias nuevas-, 
y estos nuevos encanto», 
admiróla Amor mismo, 
y bebió arrebatado 
néctar que de su boca 
á la del tierno esclavo 
ilia eulre mil delicias 
la hermosa destilando. 

Interéseme al punto 
en tan seductor cuadro, 
y formé mi proyecto, 
y fu une paso á paso, 
donde A¡uur y la bella 
yacían eslasiados. 

Me acerqué, y envohíles 
en Amorosos lazos, 
que de olorosas flores 
les tejieron mis manos. 

Y cuando los creía 
tener aprisionados 
huyó mi dulce sueño, 
y con él ¡cruel liado! 
Amor y l'ilomena 
huyeron de mis brazos. 



REVISTA DE MODAS. 

Mistriss Blooíiier, que como saben ya nuestras 
lectoras se había propuesto sacudir el yugo de la Mo- 
lla, adoptando un nuevo Iragc que sin putier en tor- 
tura nuestro físico dejase en plena libertad el espíri- 
tu y el cuerpo, lial.ua conseguido en efecto que sus 
emisarías despachadas ;i Inglaterra hallasen oido eu 
I alguna:- de las partidarias mas acérrimas de la Moda, 
; liaeiétuhitas desertar de las lilas de esta voluble dei- 
! dad. Pero la Hoda, que no pudia menos de alarmar- 
le á vista dle tan inminente peligro, corrió al ins- 
tante a sofocar aquella naciente rebelión, Y presen- 
tóse eu el combate blandiendo las únicas armas que 
podían asegurarle la victoria: el encanto, la ele- 
gancia, la originalidad y el buen gusto. 

Eu efecto, tiempo lia que nuestra teilelte no su- 
fría innovaciones tan interesantes y peregrinas. Los 
chalecos han sido decididamente adoptados para es- 
te invierno, si bien con algunas reformas que les co- 
tnimirau mayor elegancia y sencillez: báseles añadi- 
do largas mangas que permiten tenerle en casi, y 
sirven de adorno debajo de] sobretodo que se usa en 
los días de Trio, i5 para salir. Los mas sencillos son de 



piqué blanco con el cuello derecho y tres órdenes 
de guarniciones; otros de muselina ricamente bor- 
dados, formando una especie de plumagcs con tras- 
parente rosa, azul y Ida: las mangas están guar- 
necidas de encapes. 

Los sombreros son mas graciosos y los adornos 
ricos y sencillos á la vez. Los mas generalmente líe- 
vados son de terciopelo de dos matices, gris claro y 
castaña, con plumas enlazadas en lumia ¡Se guirnal- 
da; de terciopelo azul oscuro y azul de Francia con 
encages negros, y de terciopelo verde inglés con 
magnificas cintas aterciopeladas color verde oscuro. 

Los adornos para la cabeza están generalmente 
formados de llores, y son de lo mas elegante y gra- 
cioso: en todos ellos dominan las margaritas, los cla- 
veles y las rosas. La guirnalda Cgalde es una diade- 
ma de blancas margaritas de los campos y de espi- 
gas sazonadas. También se usa, yes una encantado- 
ra novedad, una redecilla de terciopelo negro recor- 
tado como un encage, la cual se adorna con rosas y 
otras flores. 

Como si todo hubiera de ser lujoso y elegante 
este invierno, basta los tragesde mañana estarán en- 
riquecidos de blondas, de bordados, de seda v de 
azabache. Las batas son de casimir guarnecidas de 
anchas franjas de terciopelo recortado ni mas ni me- 
nos que un encage gótico, y Torradas de salen rosa, 
azul ó blanco. 

Los vestidos, que continúan llevando cuairodr- 
denes de volantes, no tii o aun eolor alguno desig- 
nado, si bien abundan niucho los amarillos y color 
de cereza. 

Y en fin, para terminar esta ligera reseña de lo mus 
notable que la moda nos ha ofrecido últimamente, 
llamamos la atención de nuestras suscritoras hacia el 
figurín que les repartimos con el presentí' número, y 
con especialidad sobre el tan interesante como ori- 
ginal abrigo que hallarán en él. 



UN MES EN LA ALDEA. 

(COríTINEACION.) 

t na hora después de la escena que hemos pre- 
senciado un batallón de aguerridos soldados se ponía 
en marcha hacia el castillo del señor De. Futre aque- 
llos bravos campeones caminaban nuestros cuatro jd- 
veoes poseídos de bien diversos pensamientos; para 
tres de ellos, que- ningún recuerdo los ligaba á aque- 
llas montanas, era una espedicion molesta por la lluvia 
que calaba basta los huesos, pero que les ofrecía á su 
conclusión mi buen rato; porque tal vez cacrian en la 
trampa aquellos dos formidables enemigos, y sobre 
todo porque se trataba de mi portento de hermosura, 
y esto era Jo suficiente para que el camino no fuera 
resbaladizo ni pesado. Además las palabras que ha- 
bia vertido el marqués eran una gran tentación de 
curiosidad para nuestros jóvenes, porque habiait tras- 
lucido en ellas una historia llena de peripecias. 






Enrique, triste y meditabundo, caminaba como 
por máquina; sin aquel monótono compás míe inter- 
rumpía el silencio solemne de la noche, nías de una 
vez las montañas hubieran repelido bis suspiros que 
su pecho exhalaba, 

hi'spues de algunas horas de 1111:1 marcha difícil 
y pesada, en que nuestros bravos apenas podían do- 
minar la fatiga al trepar por aquellas montanas, la 
i"i de alto hizo que el joven clavara sus ojos en 
aquel castillo, blanco de todos sus ensueños de fe- 
licidad. Entonces si que sintió que las Tuerzas le 
abandonaban al considerar que él era uno de los que 
sitiaban el castillo de su amada, de aquella criatura 
por quien él hubiera dado gustoso su existencia. Fu 
ese momento se le representaba con aquella corona 
Id ama, présago feliz de su unión para toda una eter- 
nidad: el joven la reía de rodillas amparando a su 
anciano padre, cruzando las manos sobre su pal- 
pítame seno y rlaiaudo los ojos en él, como dicien- 
do sálvale; y al ver que el joven permanecía como 
una estatua, arrancar de su preciosa Trente aquellas 
(lores, emblema de inocencia y amor, y arrojármelas 
esclamando: no eras digno de respirar su aroma. 

Después el joven contemplaba aquel rio silen- 
cioso que el manto funerario de la noche parecía ro- 
dearle de sombras misteriosas, v recordaba las veces 
que había guiado la barquilla de aquel ángel de paz 
y de candor, de aquel ser que era saludado por do 
quiera como el genio del bien. Hasta aquellas mon- 
tañas tan tranquilas parecían revestirse de triste su- 
dario, cuando la discordia civil penetraba en aquel 
recinto, donde el dedo de Dios parecía colocar una 
ralla para detener al hombre; el eco de los montes 
«respetad ese asilo de sencillez y de paz.» 

Todas i'stas reflexiones cruzaban por la mente dei 
enamorado marqués, mientras su gafe, que no tenia 
una imaginación tan poética, v sobretodo no estaba 
enamorado, sitiaba el castillo, y después de tomar bien 
todas las precauciones din dos grandes golpes en la 
puerta. Fu este momento no es estrado que Enrique 
palideciera al ver á la pobre María, pálida como la 
imagen de la muerte, que con voz temblorosa pre- 
guntaba quién era. Abrid! gritó el gefe, en nombre 
déla reina nuestra señora. Pocos momentos después 
toda la oficialidad ocupaba aquel mismo salón donde 
Enrique bahía pronunciado: "antes que Ida la pa- 
Iria, antes que el amor el deber. 

María permaneció delante de la chimenea como 
una eslálua: jamás lijó bisojos en el joven marqués^ 
lo cual no fué poca suerte para él, pues una indis- 
creción de la buena mujer podía haber ocasionado 
una esplícaciou que síis labios siempre hubieran re- 
chazado. Por fin Jlaría fué interrogada , — Seos acusa 
ilc dar hospitalidad á los enemigos del legítimo tro- 
no de España. La pobre mujer ni una palabra en- 
contró que contestar. — Id á deeir a vuestra señora 
que la esperarnos, porque vns no servís para estos 
casos: que nada tema, pues los que cítien esta glo- 
riosa espada saben respetar á las damas. 



B 




María entonces entró en el aposento de. Ida, y 
después de un turto intervalo, que iodos esperaban 
con la mayor ansiedad por la Tama que tenía la no- 
ble careliana de estraordtiiariameutc hermosa, vol- 
vió á aparecer acompañada de una joven cstremada- 
mente india; pero cuál fué el asombro de Enrique al 
no ver eit ella á Ida! No tenia su noble majestad ni 
aquella mirada que lodo lo eclipsaba; le pareció be- 
lla y candorosa, pero semejante ¡i esos preciosos co- 
gollos f n que la nalnraleüa licué oral los aun sus mas 
brillantes atractivos. A la aparición de aquella niña 
tan candida, tan pálida y la» temblorosa, que se 
presentaba con los ojos clavados en el suelo, todos 
experimentaron un hundo reinnrdiinienln de haber 
perturbado el tranquilo sueno de la inocencia. Klla 
se adelantó ron paso vacilante basta el gefr, el cnal 
non !a mayor galantería le presentó el sillón que él 
mismo ocupaba, permaneciendo de pié ó su lado. 
Enrique comprendió que este era un medio para ha- 
cer representar el papel de Ida y sustraerla de lanías 
miradas indiscretas como se hubieran íipniii en ella; 
y ron el egoísmo de amante sintió que su pedio se 
dilataba y que respiraba mejor. Lu niña fué interro- 
gada y contestó con un acento tan paro de verdad, 
que todos creyeron en la sinceridad de sus palabras. 

— I^s cierto, señores, que tul padre y Pedro ton 
permanecido aquí algunos días; pero unos despachos 
que recibieron les obligaron mas pronto de lo que 
pensaban á condenaron' a esta soledad tan triste que 
rae rodea. Y después de una breve pausa continuó: 
— Caballeros, os suplico queme sigáis a las diferen- 
tes habitaciones del castillo para que podáis dar en- 
tera fe i la verdad de mis palabras. 

ül gefe calculó que si realmente estaban allí de 
ninguna manera podían escaparse por lo bien toma- 
das que tenia todas su* disposiciones, y después con- 
vencido ile! acento de inocencia con que ia joven se 
había especiado, y obedeciendo á los sentimientos 
de su corazón, que le mandaban hiera galante con 
aquella criatura tan bella como sencilla, le presentó 
del modo mas gracioso que le fué posible lainanu, y 
la condujo basta la habitacii intígna protestándo- 
le que aquellos ojos tan hechiceros u» podían abrigar 
la falscd ¡d. 

lodos lo* oficiales se inclinaron respetuosamente 
á su paso, dominados por ese magnetismo que ins- 
pira en el corazón humano la belleza y el candor. 
Después deliveraron algunos momentos sobre lo que 
se dehia hacer, y nado cual trató de pasar el resto de 
la mulie b mejur q Qe i,. ( mrt ti(K¡ ]\ t ] eM 

'Se continuará.' 

Xalalla a. ,|,. j rrrjiín. 



COMUMUADO. 



Señoras Redactaras de La ¿fufar. 

Muy señoras mías: Como snscritora que a 
le el principio ¡i su apreciable periódico, y habiendo 



reJleiionado que ningún otro es tan a pro pósito como 
el suyo para el objeto que me propongo, que es el 
de procurar desvanecer un error ó equivocación cu 
que están muchas señoras sobre los efectos que pro- 
duce el Agua dt Javrlle ó composición química que 
se usa paca sustituir las coladas de ceniza al hacer el 
lavado v quitarlas manchas en Ja ropa blanca, y por 
la cual puede practicarse el lavado, aunque sea en 
todas tas casas, rnn grande economía de tiempo y de 
dinero, ycoii la ventaja de durar las prendas macho 
mas tiempo que ron las roladas de ceniza; y como 
esta industria privilegiada por S. W. se tiene en ca- 
sa, y oímos \ erice estas ideas con frecuencia, siguién- 
dose inmenso perjuicio á nuestros intereses, asi como 
también á todas las familias que no la usan por creer 
en estas especies equivocadas, he de merecer de su 
mucha bondad se sirvan insertar en su apreciable 
periódico *'-la iJianilestarion, ;i tiu de que i :i\a des- 
apareciendo este error ií mala inteligencia, y se sir- 
van probarla. 

Practicada la operación con arreglo al prospecto 
ú método de ludirla, se convencerán por la espe- 
rietteia de los buenos resultados que produce, y dis- 
frutaren de las muchas ventajas que proporcionan, 
poniéndonos cuanto antes i-u este particular á la al- 
tura en que están Jas muchas naciones estrangeras 
que la usan ya generalmente por la convicción que 
tienen de sus buenos efectos, y que han desterrado 
totalmente las coladas de ceniza como menos con- 
fuientes para la duración de la ropa, y mas costo- 
sa, dilatoria y molesta en sos operaciones, asi eomo 
también muy difícil de realizar en las casas, razón 
principal por la cual licúen que llevar la ropa al rio ií 
liarla á las lavanderas en cualquier estación que sea 
del año; siendo asi que con este agua bien usada pue- 
den evitarse aun por las mismas lavanderas los rigo- 
res ile las estaciones. 

Ruega á ^ ds, le dispensen esta molestia su afec- 
lisimasuscritnra— Irfrlatda Suiimíü. 



-* > » »E | Q-l«t«-*-«*- 



ADVERTENCIA. 






Suplicamos á nuestros corresponsales de provin- 
cias se sirvan remitirnos las cantidades que eiislan 
en su poder, importe de las auscriciones á nuestro 
periódico. 



Asimismo rogamos á las suscritoras de provin- 
cias de los puntos donde no hay corresponsales, re- 
nneven su susrríeiou en libranzas de Cocéeos, 
desean continuar recibiendo el periódico. 



a- 



MADRID 1851. 
liuprc-itm ilc iloii .f i>«,t- s rojlllo, li 

Calle tie María Cristina, número 8. 




Año I. 



Domingo 16 de noviembre de 1861. 



Nura. 16. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale iodos tosdomingos; se suscribe ta KaJridfn. los librerías de Horiier y de Cuesta, .i ir?, al mes; j en prorin- 
ei*s 10 fs. por úbí meses fraticu de porte, remítitn ounalibran/a a ramrtl* narstrc impresor, 6 scllosde Tranqueo. 



ADVERTENXIA. 

Suplíeainos á nuestros corresponsales de prov in- 
cias se sirvan remitirnos las cantidades que existan 
en su poder, importe de las susericiones á nuestro 
periódico. 

EL PORVENIR DE LA MUJER. 

(cpSTUrífA.) 

Siguiendo el orden que nos hemos propuesto ul 
discurrir sobre el porvenir de nuestro sexo, ¥ según 
lo prometimos en nuestros anteriores artículos, tó- 
caiios boy hablar de nuestro pasado, de la posición 
que ocupamos en la notoria, de la posición que tos 
hombres nos reservaron en las antiguas suciedades. 

Ya se habrán Ligurado nuestras amables lectoras 
que al prometer ocuparnos de la historia de la mu- 
jer no ha sido nuestro ánimo entrar en un examen 
minucioso y detallado de todas las funciones y pa- 
peles que han desempeñado las mujeres en todos y 
cada uno de los siglos que cuenta la suciedad. Xi es- 
to es necesario á nuestro propósito, ni obra tan 
grande puede ser contenida en los estrechos limitas 
de nuestro periódico. Bastará que en el indisputable 
progreso del mundo señalemos con la historia en la 
manóla línea asceudenlal por donde camina la mujer. 

¿Qué fué la mujer en el principio del mundo por 
espacio de muchos siglos? Creada, como liemos di- 
cho en uno de nuestros artículos, para compañera 
dei hombre en todo y por lodo, no lardó en perder 
Iodos sus derechos. La sociedad en la infancia, ca- 
minando á osc-uras por el inmenso campo de los fi- 
nes á que fué creada, no pulo hacer desde luego 
leves sabias para su gobierno, que fundadas en la 



razón fuesen capaces de satisfacer lodos los dere- 
chos; mas aun. no hizo ninguna, nu tuvo mas ley 
que la fuerza del nías robusto, mas feroz ó mas osa- 
do. La mujer de consiguiente no pudo desempeñar 
papel alguno en esta época: de formas mas débiles 
ó delicadas, hubo de ceder y aguamar ol \u>ro que 
Ja ferocidad del hombre quiso imponerle, apovándo- 
se en la superioridad que le daba su constitución mas 
robusta. Las conset in-tictas iien*sarianieiile debían 
sernos funestas; poco desarrollada aun la razón de) 
hombre para tener ideas claras de la justicia, sus ar- 
bitrariedades respecto á nosotras hubieron de ser 
muchas, nuestra esclawtud inevitable. No mereció 
la mujer otras atenciones que las consiguientes á las 
gracias físicas de su naturale/íi; no luvoolro deslino 
que el Je concurrir con el hombre á la población 
del globo. 

De ahí la suerte que estuvo reservada á la mu- 
jer durante muchos siglos, hasta que predicando el 
Redentor del mundo la libertad de] género humano 
elevo el matrimonio á sacramento y destruyó la po- 
ligamia, umversalmente aceptada, y estableciendo 
la teoría de la justicia mas sublime, sacó á la mujer 
de la abyección en que yacia. El cristianismo fué el 
áncora de salvación para la mujer, cuando hizo co- 
nocer al hombre que la que habia tenido por su 
sierva debia ser su compañera en la peregrinación 
de la vida. Nuestra posición cambió en un lodo, 
nuestro porvenirquedó despejado. Si en lo futuro 
el hombre oprimía nuestra débil naturaleza y nos re- 
legaba al desprecio, no era culpa de su ignorancia 
ni de su ceguedad; lo seria de su egoisnio: porque 
sus ojos estaban abiertos á la luz, y el dedo del Se- 
ñor le había impuesto ese precepto consolador. Y no 
seria inoportuno al hablar de esa religión saula v 



salvadora recordar A tos hombres In abnegación, el 
valor y el heroísmo con que ía mujer coniribuyo* ;i 
su defensa. Las acia» de los mártires MÍ si en en eJ 
mundo para nuestra "loria, \ sin duda alguna con- 
tienen en sus páginas mas nombres de seres ¡íerle- 
necientes ¡i nuestro sexo, que del Fuerte y vigoroso. 
Y eso que las pruebas á que se sometían eran bár- 
baras, terribles, y era necesario para arrostrarlas to- 
da la fortaleza humana y el ¡tusilio de la divina 
¡Cuántas veces sin embargo la delicada v tierna vir- 
gen ó la Daca anciana bicieron humillarse el inmenso 
poder, el execrable orgullo de los perseguidores de] 
nombre cristiano! ¡Cuántas ante su valor sublime, 
ante su inatacable fé, se cubrieron de vergüenza v 
de mancilla las fíenles de Serón J de Galeno) 

Pero por desgracia los instintos del hombre son 
guiados á la opresión y al fililí, y al transcurrir al- 
gunos siglos el tiempo nos euconlrti aprisionadas ron 
las mismas cadenas, marcadas con el mismo sello de 
esclavitud que en las remolas edades. Infortunada- 
mente esta verdad es bien conocida para que nece- 
sitemos desentrañar la historia á fin de darla á rono- 
rer: semejante trabajo seria muy prolijo para nos- 
otras, y nos basta apuntar el herbó sin señalar su 
causa. Pero es loríenlo que cuando la luí del cris- 
tianismo debilitó sus resplandores, cuando la cíe"* 
humanidad cerrú su coraron á la fé, perdió la mu- 
jer todos sus derechos, todas las esperanzas que lan 
valerosamente habia conquistado. ¿Quién al recor- 
dar, por ejemplo, la edad media, en que la mujer 
solo era considerada 

Como ave dt humosa pluma 
DeMinada á entrtttntf, 
oo advierte la gran distancia que habíamos andado 
hacia atrás, el raueho terreno que habíamos perdido 
y la enorme diferencia que con respecto á nuestra 
situación «isie enlre esa oscura edad y los primeros 
siglos del crislianismo? 

Basta por hoy sobre asunto lan interesante, que 
■i nnestro pesar nos vemos obligadas á suspender, 
atendidos los limites de nuestra humilde publicación. 

EHLUiiriÁSiiumi 

«« Dolare* « l»nbei Kola na. 






¿Por qué reina un» férvida alegría 
En la sania mansión de dichas llena 
Do encuentra con usura e! alma pia 
Premio inmortal i su terrible pena ? 



¿Por qué suenan mil cantos armonios» 

Y lloran de placer las justas almas, 

Y los bellos arcángeles garosos 

A los |iiés del Señor baten SOS palmas? 

¿Par qué c! sagrario de inmortal consuelo 
Con brillante- esplendor huy se ilumina? 
jlis que vuelve gozosa al pálrio cíelo 
Un olma en este inundo peregrina! 

En l ti- un corn de fúlgidos querube* 
Dos niñas en arcángeles trocadas. 
La regio n atraviesan de las O u lies 

Y á las ¡llantas de Dios llegan turbadas. 
Dolores é Isabel, Dores hermosas 

Del mundanal pensil, jimias crecieron 
Compitiendo en virtudes generosas, 

Y una tras otra á su Señor volvieron! 
¡ Ay, en vano la muerte funeraria 

Intenté separar sus almas bellas I 
1.a que quedó en el ojiiiuId solitaria 
Llevo a su ¡jeiior tristes querellas; 

Y el Señor la escucha. pur siempre unida* 
A Sus pies guiarán dulce ventura. 
Sus angélicas voces confundidas 
(iracias le dan con sin igual dulzura. 

Mas ¡ay : un eco do dolor lejano 
Interrumpe su canto : sin consuelo, 
Fresa su padre do un dolor insano, 
Sus tristes quejas elevaba al ciclo. 

Señor, tú que comprendes 
lli horrible sufrimiento, 
Aplaca mi tormento. 
Apiádate de mi - 

Eran nú bien, nú gloría , 
La lu/ de mi existencia, 
¿Qué liará sin su presentí* 
La triste madre oqiii? 

Contémplala llorosa, 
De duelo henchida el alma, 
¡•in encontrar la calma 
En esta soledad. 

Tú que eres dulce amparo 
Del misero adijido, 
Las hijas que he perdido 
Vuélveme por piedad l 

Serán báculo hermoso 
De mi vejez sombría: 
A\ ' solo en II confía 
Mi pobre curazonl 

Mas si atender no quieres 
Mis tímidas querellas, 
liarme volar con ellas 
A su feliz mansión. 

Calló: el Señar con interés profundo 
Interrogo á las nulas con dulzura 
Sí anhelan otra vez volver al mundo 
Y taima r de sus padres la amargura. 



A responder no acierta 
Dolores ruborosa, 
Pero Isabel hermosa 
Hesjionil»; por las dos. 

—Señor, de vuestra Empíreo 
He visto la belleza , 
La célica grandeza 
He visto ile mi Dios. 

* t Ay, cuan pequeña y triste 
La tierra es á mis ojos! 
Allí no hav mas que abrojos . 
Dicha inmortal aquí l 

El sol es triste imagen 
De vuestro rostro bello, 
Su fúlgido destello 
Opaco es para mí. 

Cruza una estrecha senda 
De simas rodeada, 
De empinas tapizada 
La tímida virtud. 

Con celestial concento 
El vicio la seduce, 

Y cauto la conduce 
Al fúnebre ataúd. 

¡Ay de ella si flaquea! 
; At de clin si vacila! 
El vicio que vigila 
La arrastra seductor. 

Entre tormento y llanto 
Yí',v la rata humana: 
¡feliz la Jlor tumpraiio 
(Jue espira sin dolor! 

V junto á vuestro tronu 
¡Oh Dios omnipotente! 
Su cántico ferviente 
Entuna sin cenar. 

Al que en el inundo llora 
Espera dulce palma, 
(Jue purifica el alma 
La copa del pesar. 

Las dos á vuestras plantas 
Por él us rükxtémoa , 
Intérpretes seremos 
De su fatal dolor. 

Hasta el hernioso dia 
(Jue vuelva á vuestros braitos 

Y en sacrosantos lazos 
Nos una vuestro amor! 

Calló Isabel, se sonrió el Eterno,, 
Y desde entonces con afán profundo 
Amparan con su manto ,it padre tierno 
(Jtie cumple su destierro en este niuudv! 

.1113' !» (ira**!. 



MUJERES tÉLEBRES. 

ISABEL JA CATÓLICA. 

ffTOXTlSCACIOS.) 

Concluida la guerra con ios sarracenos, que por 
espacio dé ocho siglos hablan usurpado nuestro ter- 
ritorio,; la rxerdica Isabel, con su incansable celo pnr 
la propagación ile lafé y ehgrandecñníerjto de sus es- 
tados, emprendió otra óhti no de menos ¡mporlau- 
i cía que la que acababa de consumar, para eterna me- 
moria de los españoles. 

Cristóbal Colon, el descubridor del PftteVo 
Mundo, que en vano halda buscado en las princi- 
pales cortés d*' Europa tm apoyo para realizar su 
proyecto, lo encontró por lin en la inmortal Isabel. 

"Alpinos anos halda estado Colon ea España sin 
poder conseguir los aurilios que demandaba, tanto 
porque la guerra contra los moros absorbía lodoskfs 
reenrsos del erario, como porque l'evnaiuio y sus 
consejeros tttvrferoi] aquel provéelo por quimérico é 
irrealizable: mas hiepv (¡»e babel concluyó [a cou- 
quista de Granada, lomó bajosu protección la svén- 
Inrada empresa, y empeñando sus alhajas, como ya 
otra vez lo hulita hecho para sostener la guerra, co- 
rnnti Ins desvelos del intrépido marino, y el 17 de 
ahrif del memorable ano de 1432 se iinnaron Jos 
datados para la espedicion. 

Con lal actividad se hicieron los preparativos pa- 
ra aquel viaje que el -i de agosto siguiente se dalia á 
la vela en el pequeño puerto de Palos mía flotilla 
de tres naves, a las órdenes de] almirante Colon, y 
el 12 de octubre las eougeturas de aquel hombre es- 
Iraordiuurio era» ya una realidad. Arribó á aquellas 
regiones desconocidas, lomó posesión de e|!:¡- i 
nombre de los reyes Calóñeos, y en abril de 1-1-1)3 
llegó de regreso;) la corle de líarceloua, demostran- 
do cu los, magníficos présenles que Iraia la impor- 
lancía de su descubrimiento. 

Mucha fama había adquirido Isabel por el esler- 
uiiiiiii de! imperio árabe en España; pero el descubri- 
miento del Nuevo Mundo, debido á su fé y á sus 
particulares esfuerzos, la elevaron á un concepto une 
gocas celebridades habrán llegado á disfrutar; yaim- 
que para ájannos escritores sea tm problema las con- 
secuencias de prosperidad que adquirió España por 
aquel suceso, muchos hombres ilustrados opinan 
que sus consecuencias morales han sídy superiores á 
toda estimación. 

El intrépido y fiel navegante, que fué dignamente 
colmado de honores y distinciones por nuestros Ca- 
tólicos Reyes, emprendió su segunda cscursiou con 
una esc naura compuesta de diez y siete naves, que 
salió del puerto de Cádiz el 2o de setiembre del 
mismo aílo. 

Fecundo fufe en acontecimientos importantes 
aquel feliz, reinado; mi el se estableció laminen laim- 
preula y empezó á florecer el teatro, y por nuestra 
parte nos aventuramos á decir que eu ninguna otra 



época, anterior ni posterior, fué la mujer en Ensila 
ni mas considerada tii mas instruida, 1.a marquesa 
de Montenegro, D," María Pacheco, D.* Beatriz (¡a- 
lindo y D,* Francisca Lebrija, que enn otras mu- 
chas señoras brillaron en virtudes y literatura, justi- 
fican nuestro aserto. 

{Conociendo nuestros Católicos Reyes las venta- 
jas que podría reportarle á la paz general (pie de- 
seaban el enlace de sus hijos con príncipes podero- 
sos dfí las casas reinantes en Europa, desposaran i 
Ü. 1 Isabel con ü. Alfonso, heredero del reino de 
Portugal; :i i). Jumi el principe de Asturias ron 
Ü*. Margarita, hija tlrl emperador Masiiniliano; :i 
D*. Juana r.im D. Felipe, hermano de aquella prin- 
cesa, y á D." Catalina con el principe heredero tic 
I la casa real de Inglaterra 
Pero en medio de tanta prosperidad y felices aus- 
picios para el porvenir, un acontecimiento desgra- i 
ciado lino á turbar la ¡degria de la afortunada Isa- 
bel.- I), Fernando fué herido de gravedad en Barce- 
lona al salir de su palacio por un fanático, y aun- 
que sano rápidamente de so hernia, el coraaon de su 
sensible esposa se llenó de pesar y amargura. 
Algunas crónicas refieren otro suceso no menos 
peligroso ocurrido á Isabel en aquella misma ciudad. 
■Hallábase ii iiiliíi la reina, dice el cronista, paseando 

■ por el mar «tt una pequeña barca: de repente riño 
un huracán tan violento que no era posi Me aproxi- 
marse ;í la milla ni era menos psputwiu permanecer 
mas adentro. Entre las personas que formaban el i 

■ acompañamiento de la rema se hallaba Con/.alo de 
Catéala, y conociendo el riesgo eu que se hallaba 
su soberana, la suplicó que se cuntinrn á su celo y 
á sus esfuerzos, y arrojándose con ella al mar la sa- 
có ron felicidad á la playa, que estaba cubierta de 
gente atrailla por el rtiiunr del peligro en que se ha- 
llaba !>.* Isabel: » Es muy de cslrañar que de un 
acontecimiento tan grave no hagan mención los his- 
toriadores, aunque no fuera mas rpte para refutarlo 
si lo tuvieran por apócrifo; 

También los moriscos refugiados en las Alpujar- 
ras ocasionaron serios disgustos á Isabel, subleván- 
dose contra so autoridad, y costando mucha sangre y 
sacrificios el derrotarlos; pero aquel desesperado es- 
fuerzo produjo la completa ospulsiou de la raza en 
nuestro territorio: los que no se convirtieron al cris- 
tianismo se vieron obligados d pasar al África. 

Pero aquellos pasageros- contratiempos solo fue- 
ron preeiirsores de los terribles golpes enn que la Di- 
tina Providencia puso á prueba el sufrimiento de hj ¡ 
cariñosa madre. El ¡rifante D. Juan á los 18 años 
de edad, pocos días después de efectuado su enlace 
con Margarita , murió en Salamanca cu los brazos 
de su infortunado padre; y temiendo el prudente 
monarca por la vida de su esposa al recibir tan triste 
nueva, usó el ardid de que le dijesen que él era el 
muerto, y presentándose á ella en seguida y abra- 
zándola tiernamente, le dijo: «?ío soy yo sino nues- 
tro hijo, el que acaba de morir,» y aquella afligida 



señora le contestd con evangélica resignación: «Dios 
me todíó, y Dios me lo ha quitado ; alabado sea «u 
sauto nombre.» 

La infanta Doña Isabel, heredera inmediata del 
trono de Castilla por fallecimiento de su hermano, 
que bahía casado en segundas nupcias con Don Ma- 
nuel, rey de Portugal, falleció también pocos meses 
desjmes en Zaragoza de sobreparto, y pora colmo 
dr amargura de la desconsolada Isabel, el infante 
que había dudo ú Jur.su hija y en cuya existencia se 
cifraban las halagüeñas esperanzas de convertir en 
una sola nación el territorio de Ja Península , tam- 
bién falleció antes de cumplir dos, anoü. 

Se continuará. 



&& <sw»a, ^acaaa» 



¡Cuántos amargos pesares 
Mi doliente seno agitan 
At verle, mi cuna amada. 
Por mi desgracia racial 

Ayer de tu blando seno 
Tiernos quejidoa salían; 
Ayer color le prestaba 
El puro cuerpo de Elvira. 

^ eras tú sola en el mundo 
Mi amor, mi orgullo, mi dicha, 
El fanal en que guardaba 
La antorcha del alma rnía. 

¿No habéis visto la paloma 
Cuando su vuelo encamina 
Veloz, corlando los aires 
Para alimentar su cria, 

V encuentra el caliente nido, 
(Juo roja sangre destila, 
Despedazado'}- deshecho 
Por el ave de rapiña? 

¡río habéis oido las quejas 
Que en su afán al aire libra, 
Y los lamentos que lanza 
Por su ventura perdida? 

Pues así mis tristes labios 
Al cielo su queja envían, 
Porque ha empañado la muerte 
La estrella de mi alegría. 

Dulce lecho destinado 
Para formar mi delicia, 
¿Por que, por que tan temprano 
En ataúd le anticipas? 

Ay ! ya nunca con mí mano 



Te meceré, ni á mi vista 

Aparecerá en tu fundo 
Tu encao ladora sonrisa ! 

Vosotras las que de madres 
Ceñís la corona pía. 
Lastimaos del tormento 
Que mi pecho martiriza! 

Así llorando su pena 
Del aire turba la calma 
La pobre Laura, y lo llena 
Con los suspiros del alma. 

Mientras que en fúnebre canto, 
V coronada de flores. 
Conducen al campo santo 
Ai ángel de sus amores. 



UN MES Ej\ LA ALDEA, 

(cONTIXDACIOÍí.) 

Los huéspedes y habitantes del castillo De , des- 
pués de aquellos primeros momentos de confusión, 
parecía se liabian tranquilamente arrojado en los 
brazos del poderoso Morfeo; sin embargo, no lodos 
se colocaban de la mejor manera posible para con- 
jurar el cansancio que aquella marcha penosa les 
produjera, ni entre sueños deliciosos veian aparecer 
aquella niña encantadora que liabia producido una 
impresión tan grata en nuestros bravos , siempre dis- 
puestos á doblar la rodilla ante ¡a belleza. Entre ellos 
había uno que respiraba bajo el mismo techo que la 
mujer adorada ; habia uno que, colorado al lado de 
la chimenea, contemplaba los encendidos tizones 
que la mano temblorosa de María colocara al ver el 
tastillo invadido por aquella falange enemiga, según 
habia oido decir á la beila castellana. Ninguna luz 
iluminaba aquel grandioso salón, mas que aquella 
rojiza claridad que esparcía la chimenea , y refleja- 
ba en aquellos antiquísimos muebles , y hasta les re- 
vestía de un colorido siniestro. La leña, humedecida 
por el rigor de la estación , en ciertos momentos 
chisporroteaba, y aquel sonido que no produjera 
en otra ocasión ningún efecto y pasara desapercibi- 
do, en esta completaba aquel tristísimo cuadro. En- 
rique habia apagado todas las luces porque se encon- 
traba mejor en medio de la oscuridad ¡ hasta le pa- 
recía que coordinaba con mas facilidad sus ideas; 
casi echado en un silbo con los ojos cerrados medi- 



taba como siempre sobre los estraños acontecimien- 
tos de su vida , repasaba una por una las hojas de 
ese libro que grabara él mismo sobre el corazón , y 
repasando y volviendo á repasar lodos aquellos pe- 
riodos que tenían referencia con Ida mas de una vez 
se arrepentía de su glorioso sacrificio. 

El se preguntaba á si mismo qué valor daria el 
mundo á lo que su alma sufría , si lo llegara á com- 
prender, si llegara á notar aquella agonía perpetua 
que consumía su juventud: ninguno, repetía ei'jo- 
ven marqués con amargura, porque á los ojos de los 
hombres, ¿qué es clamor? Una ilusión que un rayo 
de luz hace desaparecer, porque estamos ciegos en 
el momento que la concebimos ; yo creo que sí ; creo 
que el amor que inspiran los goces materiales pue- 
j den producir ese e/opto en e! corazón humano, y los 
debemos rechazar porque no llenan las esperanzas 
que creo nuestra fantasía. Según esta triste teoría, 
¿cómo aparecerías tú á los ojos del mundo, mi an- 
gelical tila? Aparecerías como un ser vulgar, dirían 
eras una mujer hermosa que podía ser muy fácil- 
mente reemplazada por otra que reúna tus mismos 
atractivos, oque tal vez te superará. 

Y es esto cierto? >o , los que así espresan esta 
pasión no la han sentido, han caminado en medio 
de un mar borrascoso , han visto sus olas embrave- 
cidas prontas á confundirlos en el abismo; pero no 
esa luz pura que ilumina al ser querido; no han po- 
dido esiasiarse ron el aroma que esparce la inocen- 
cia donde quiera que respira; no han sentido lo que 
yo siento á tu lado, ángel hermoso, esclamaba el 
marqués; no han podido penetrar todo el encanto 
de uoa de esas miradas magnéticas que me decían: 
Te amo, Enrique, te amo, can la fé sencilla del 
corazón que pronuncia esta frase sagrada por la pri- 
mera vez ; ¿no te parece que cuando se escapa de 
nuestros corazones ese sonido, esa palabra tan dul- 
ce, lodo sonde? El cielo parece vestir ese manto 
azul tan divino como los rayos de la clemencia su- 
prema ; los pajarillos elevan con nosotros un himno 
de alabanzas al Criador; el arroyo mezcla su mur- 
mullo á nuestro acento; la naturaleza nos brinda 
con sus atractivos. 

Pero por qué así me perseguís, imágenes her- 
mosas de mí perdida felicidad? En este momento 
tal vez me maldices porque tú no conoces los tor- 
mentos que aniquilan mí existencia : y tienes razón, 
pobre nina; porque audaz te robé tus castos sueños 
de inocencia , y no retrocedí lleno de temor de pro- 
fanar con mis inspiraciones de amor aquella son- 






risa de' felicidad, que don divino de] cielo parecía 
destilarse basta tu precioso rostro: yo le trace un 
camino de delicias , sembrado de vaporosas (lores; 
hice mas, hice que lu corazón sintiera toda la poe- 
sía del amor, hice que nuestras miradas fueran mag- 
néticas y qge llenaran de esperanza y vida nuestras 
almas. V cuando te presentaste á mis ojos mas her- 
mosa, mas hechicera; ruando tus ojos me miraban 
de esa manera indefinible que me hacia estremecer; 
cuando lu frente Nena de rubor me entreabría las 
puertas del paraíso , y tu blanca mano me presenta- 
ba aquella antorcha que la emoción apenas te dejaba 
sostener, aquella antorcha que creíamos llenos de 
1 1" 1 nos iluminaría hasta el último momento de la 
vida , y nos uniría para (oda una eternidad; cuando 
tus labios estaban prontísimos á pronunciar: ¡Enri- 
que , soy luya! entonces una vo?, poderosa y ronca 
domino aquella frase del coraron , y vo que ávido 
de esperanza la aguardaba, ¿que es lo que escuché? 
"Jura ser traidora lu patria , olvida todos tus jura- 
mentos; los hombres le despreciarán, pero tú son- 
reirás en lus brazosde nua mujer adorada: el mur- 
mullo de reprobación que pronunciará el mundo, el 
anatema que caerá sobre tu caliera no penetrará has- 
ta el alfar donde se quema constantemente incienso 
al amor, > ¿Qué tice yo, Dios mió? Apagar de un 
soplo aquella antorcha y liutr como un insensato de 
este sitio fatal. 

El joven se cubrió el rostro con las manos. En 
aquel momento el crujido de un vestido de seda v el 
ligero paso de una mujer hicieron que Enrique abrie- 
ra los ojos todo lo mas qn¡e le fué posible ; porque 
era ella, era Ida. Al verle quiso retroceder, pero el 
joven marqués la detuvo con sus palabras respetuo- 
sas y sus íristes miradas. 

(Se l , "lrl¡l\tl,il;l. 
>*I»II« B. de Irrranl, 



I U SES0R.I D0V\ AlRELll DE CLIST 

ES LA VUEJtTE DE Sí Ul EKIIM HUÍ 

BO*A MARI A EUGENIA G. DE LA ti 

Sotujp. 

Enjuga, dulce madre, enjuga el llaulo 
One (ns ojos derraman á raudales: 
í>ie si sin Bcros Mis profundos males. 
Los causará madores i:i qnehraWot 

Unriií lu hija... el divinal eniaalot 
Brmrh'a rft los seres eeJestinlés, i. . 



Mas tendiendo sitó alas irrpinales 
ilu\ ó al cielo entre nubes* ele amaranto. 

Gime mi perhnde dolor transido 
Ante el ilecreln horrible de la muerte, 
Que rfíuala al indigente y poderoso. 

Oh dulce hermana! el llanto dolorido 
Enfoga, pues lo quiso infausta sunrie, 
\ es ni vida la vida de lu esposo. 

CeqUla, 



ADYERTEXÜlv 



Como verán nuestras lectoras en su hipar corres- 
pinidíente por La advertencia de nuestra ¡(preciable 
colaboradora !>.* M. V., benios suspendido la no- 
lela de francisco ti Expósito, para insertar el prólogo 
de dicha muela, que por las ra/. s que aiptrlla se- 
ñora espone cretinos éonVenJeñte suprimir en un 
principio, y ahora nos parece de t ndn pnnto indis- 
pensable ciarlo A conocerá Tines tras siiscrjtoras. 

l'spcranios que estas acogerán con gusto una 
corla i¡iliT)'ii|ii'ii>ii que lee propurcímuirá el placer di- 
luía lectura u<> menos agradable: y concluido que 
sea H prólogo continuaremos publicando Ja novela. 

Para rjne en la encuademación no haya dificul- 
tad, las planillas de que se componga el prólogo 
llciaráu ili-liutJ numeración. 



- *-* k fe *| ■'■ | I - " ■ « ~ 



Royamos á las señoras sugcritpr&s de pruvíu- 
cias de los puntos donde no hay corresponsales, re- 
uui'M-u su suscricion en libranzas de Correos, si 
desean continuar recibiendo el periódico. 



VM'NCIOS DE NTESTRAS SUSCRITORAS. 

En la calle de Valverde miin. ai rusrlo principal, ga- 
lerín de la derecha, hay una señora que borda coh perfec- 
ción riialqnier encargo que se le haga, imita el (jipis y ha- 
ce lodo especie (te composturas par omyílifirilcs que sean, 
lín la misma casa se darin lecciones msrlirolarcs de idio- 
ma trance* y de bordador 

HnilKln j piRndiailorn,— En la ralle del Conde 
1'nquo, núm.7, cuarto i.», se hacen vestidos de moda tle 
toda* ciases a precios muy arreglados; los lisos, á li rea- 
te-. También ii> planchan \ i¡;:inm perfección y equidad. 



MADRID 1851. 

linprrniii t!e don Join-l'rrijütn. hljn, 

I Caltode M aria Cris tío o, uúmeruíj. 




Año l. 



Domingo 23 de noviembre Je 1831 . 



Núm. 17. 






LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Elle periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid en las librerías <!■' Momf r t de Cuenta. í irs, il m«; t rn proun- 
riii 10 rs. por dos meses franco de porte. remUieü.Vunalibranza a fjvur de nuestro impresor, i sellos dí franqaeo. 



ADVERTENCIA. 

Suplicamos á nuestros corresponsales de provin- 
cias se sirvan remitirnos las csnlidades que r\i^inn 
en su poder, importe de las susericioncs á nuestro 
periódico. 



EL PORVENIR DE LA MLJER. 

'COSTIKÚA,; 

Los cuatro rasgos con que en nuestro anterior 
articulo delineamos la historia de ¡a mujer desde el 
principio del mundo basta los primeros siglos del 
cristianismo . bastaron á nuestro entender para pa- 
tentizar los progresos de nuestro sexo en la sociedad 
v la proporción en qué lia adquirido dereclms y he- 
ríaos» digna de sí. 

Efectivamente, ya en la edad media .♦pesar de 
la opresión en que vivían las mujeres, según en 
nuesln. anterior número hemos manifestado , eran 
algún tanto consideradas, aunque de un modo ficli- 
do é ilusorio; en su nombre peleaban y vencían los 
mas nobles caballeros : en su nombre se rompían 
cien lanzas y esponían su vida otros laníos valientes 
en aquellos célebres torneos que ella* presidian ron 
el derecho balaguero de coronar al vencedor; eran 
las reinas de las fieslas y á sus plantas rendían los 
hombres los laureles y la gloria c\nr. conquistamn 
con su valor. Pero ya lo hemos dicho : estos privi- 
legios, estas consideraciones eran una hVcion; hala- 
gaban momentáneamente el amor propio de alguna 
bella y se estrellaban luego ante la fría realidad que 
que compre ndia á todas. Su honor estaba sujeto i 
tantos y tan ridículos caprichos que era del Lodo in- 
compatible con la libertad que ya la concedían fas 



leyes. Era tan corto el circulo en que giraban sus 
faculiades . tan] pequeño el espacio en qne las cos- 
tumbres de aquella época permilian estender las ala* 
de su genio, que reducida ía mujer a los rutinarios 
quehaceres de una casa, llegaba á materializarse en 
cierto modo y concurría muy poco ¡i la perfección 
del mundo! Poca parlp tenían en Jos progresos de 
la sociedad, y sin embargo, si los hombres dictando 
las leyes y dirigiendo las costumbres impidieron á 
la mujer hacer un papel activo en ¡a continua mar- 
cha de la humanidad, no pudieron evitar que pasi- 
vamente hayan hecho uu papel muy importante v 
¡ que la civilización de las sociedades nos haya apro- 
! vechado en gran escala. Sin que esta verdad nece- 
' site otra demostración que la que resalla de cuanto 
llevamos dicho en todos nuestros números, pregun- 
taremos , sin embargo , en su confirmación . t .es la 
mujer en esta época, en que !as naciones han llega- 
; do á un grado de civilización y cultura respetables, 
i la misma que era al principio del mundo , antes y 
después del cristianismo y en la edad media? — Res- 
ponda por nosotras la conciencia de todas nuestras 
lectoras , respondan por nosotras los hombres que 
diariamente admiran á nuestro sexo en los teatros, 
en ei arle de los Rafaeles y Murillos . en el de los 
Verdis y Donizetis, en el de los Corvantes y Mora- 
tines, y cu oíros tantrts y tantos ranii» del saber 
humano. 

Ni tampoco es tan vidrioso nuestro honor co- 
mo lo era en los oíros tiempos : al desaparecer 
con la civilización infinidad de preocupaciones, lie- 
mos llegado á ser mucho mas libres en nuestros 
actos sücialc*. sin que por eso guardemos crin me- 
nos cuidado y dignidad !a honra: misma que en tan 
alto grado contribuí e á darnos consideración Com- 



parando la sociedad actual ron las antiguas , bien 
podríamos decir que vivimos en un magnifico vit- 
gel que aunque con algunos espinas halaga nuestros 
sentidos é impresiona con dulce alegría nuestra alma 
regenerada. ¿Pero nos debemos contentar con ha- 
bitar un jardín que por falla de cultivo produzca 
todavía espinos' ¿Habrá paTado ya el carro de nues- 
tra progresiva fortuna de tal modo que no podamos 
aspirar A mas que un jardín ordinario , á un edem 
ti nnevo paraíso? No , pues corre á la vez que el 
carro de la civilización y de las luces y este (octavia 
no lia parado. No, que corre por el mismo camino 
que (oda la humanidad y esta no ha llegado aun o i 
término de su carrera, ¡Con que todavía podemos 
prometernos la felicidad tranquila! , V ruando, cuán- 
do llegará esc día venturoso? nos preguntareis vos- 
otras, amables lectoras. Observad el movimiento 
rápido y continuo con que marcha la sociedad ac- 
tual y concebiréis esperanzas de que no se hura es- 
perar mucho tiempo. 

MUJERES CÉLEBRES. 

ISABEL LA CATÓLICA. 

iCOSMt'VE.) 

«que la prosperidad nu había vuelto la espal- 
da á la magnánima Isab.'l , las desgracias domésti- 
cas se sucedían con tanta rapidez que a pesar de la 
cristiana resignación con que las soportaba, su sa- 
lud se bahía drsmej irado notablemente, Después de 
¡a muerte de sus dos hijos nía voces y la de sil pri- 
mer nielo , á las que babia precedido la de su suda- 
ba madre , otra terrible desgracia acabó de desgarrar 
aquel sensible corazón : a su tercera hija Doua Jua- 
na , heredera inmediata del trono de Castilla, se le 
había trastornado el juicio, preocupada por la fu- 
nesta pasión de los celos; y aquella tierna madre, 
aquella bondadosa soberana deploraba á Ja vez que 
la muerte desgraciada de su hija . el porvenir de sus 
queridos vasallos, porque su yerno D. Felipe no ha- 
bía demostrado las mejores dotes para dirigir Jas 
riendas del Estado, 

Pero a ptsarde tantas desgracias y del q Hebra n- 
loso estado de salud en que se hallaba aquella alu- 
dida señora , en nada había decaído la fortaleza de su 
alma. Los franceses invadieran nuestras fronteras 
ton su formidable ejército , y la constante Isabel, 
con la mima intrepidez que tanto le había distin- 
guido en sus juvcnües años, reunió un lucido cuer- 
po de castellanos que á las órdenes del guerrero Fer- 
nando rechazó victoriosamente á nuestros orgullo- 
sos vecinos . sin haber esperado siquiera á medir 



sus armas con los conquistadores de Granada :la! 
era el respeto que infundian las victoriosas armas uV 
nuestros católico, reyes. 

Otro aconte cimiento desagradable vino á disgus- 
tar el coraion de aquella justiciera soberana. Cris- 
tóbal Colon , el afortunado navegante que tantos ser- 
vicios babia prestado al trono , por intrigas de sus 
émulos llegó á Cádiz, aprisionado cual si fuera el 
mavor crimina! ; pero Isabel , su constante protecto- 
ra, llena de indignación por tan escandaloso procedi- 
miento, lo mandó poner al momento en libertad , y 
devolviéndole todos sus honores j distinciones le 
proporcionó otra pequeña escuadra con que empren- 
dió su cuarto y último viaje. 

I„a salud de Isabel fué decayendo por momentos 
hasta el estreno de quedar postrada en cama; pero 
tal fue su constante celo por el gobierno de sus que- 
ridos vasallos, que desde el mismo lecho del dolor 
siguió dirigiéndolos negocios del Estsdo, recibien- 
do audiencias, administrando justicias y firmando 
decretos, cual si no se hallase en tan delirada si l un - 
eion; y aunque este aserto parezca algo exagerado, 
lo afirman varios historiadores y no debe, dudarse 
del lino temple de aquella grande alma. 

Al G" llegó el caso de que aquella cristiana seño- 
ra en quien tantos virtudes habían resplandecido co- 
nociese se aproximaba la hora de su muerte, y se 
dispuso á otorgar su testamento, de cuyas notables 
cláusulas barcinos mención como complemento al 
estrnordinario mérito con que en lodo se distinguió. 

Después de haber ordenado que su cuerpe sin 
embalsamar fuese modestamente conducido y enter- 
rado en el convento de franciscanos de Santa Isabel 
de la Alhambra de Granada, dispuso que si su es- 
poso D. Fernando prefiriese ser enterrado en otro 
lugar, que la trasladasen á su lado; que sus fenera- 
Jes se hiciesen con Ja mayor sencillez , distribuyen- 
drss.- entre los pobres lo que había de gastarse ei: 
pompa y#paralos: que su servidumbre no vistiese 
gerga, como era de costumbre, sino lulo sencillo; 
■ dejó varias mandas para dotar doncellas pobres: y 
sanciono sabias disposiciones para el gobierno suce- 
sivo de la Península y Ultramar, 

El martes -Ifí de noviembre do 1S04, á los 5 
años de edad y Sude su glurioso reinado, entregó 1 
Isabel su alma al Criador en el pueblo de Medina 
del Campo , llenando úr lulo v de amargura el co- 
razón de lodos los españoles: sus restos mortales 
fueron conducidos al lugar que ella babia dispuesto 
y después se trasladó al panteón de la catedral, don- 
de dispuso ser enterrado su esposo fi. Fernando. 

Grande y de consecuencias incalculables para la 
prosperidad de nuestra España fué el glorioso reina- 
do de Isabel la Católica; la unidad de la vasta irío- 
narquia, el exterminio de los moros, el descubri- 
miento del Nuevo Hundo y la* sabias mejoras que? 
introdujo en ta administración y en las (urnas, ele- 
varon á aquella inmortal princesa al grado de esti- 
mación con que fué querida y será siempre admirada 
de españoles y estrnnjtroS, 



La intrépida guerrera que se presentaba en los 

campamentos con la armadura del guerrero para 
infundir valor á sus soldados, no se desdeñó de ves- 
tir el humilde trage de aldeana cuando visitaba los 
pueblos; en la reforma religiosa que Mito lugar en 
España durante su reinado , visitaba los convenios 
de monjas lomando parte con ellas en la* labores 
propias del sexo para estimularlas ron su ejemplo 
al aoior al trabajo , y se vanagloriaba de que el rey 
Fernando no se había puesto camisa que ella no 
hubiese hilado y cosido. 

Una agradable idea asalta á nuestra pobre 
imaginación, al terminar la breve y mal coordinada 
reseña que acabamos de hacer de las virtudes con 
que la Providencia doló á la primera Isabel y de 
los importantes acontecimientos acaecidos en su 
reinado ; y uno halagüeña esperanza nos induce á 
creer que el reinado de la Segunda no será menos 
fecundo en acontecimientos de importancia para los 
adelantos del bienestar y prosperidad de los pueblos; 
y si en aquel tiempo se corrió la densa cortina que 
por tantos siglos tuvo incomunicado los dos mundos, 
bajo el mando de nuestra joven soberana esperamos, 
no sin fundamento, ver desaparecer la» distancias y 
qne sea una sola la gran familia del género hu- 
mano. 



Ya la noche enluta el suelo 
Con su sombra misteriosa , 
La luna brilla en el cielo, 
Tranquilo el inundo repasa. 

Va la brisa blandamente 
Susurrando en derredor , 
V en el bosque tiernamente 
Canta el pájaro de amor. 

Y las olas quejumbrosas 
De ese magnifico mar , 
En carreras vagarosas 
Vienen la playa á besar. 

¡Oh cual habla al corazón 
Esa súplica sumisa, 
Que forma el mar con su son 
V con sus ayes la brisa ! 

; Cn.'i n hermoso es delirar 
Por dosel teniendo el cielo , 
Por alfombra el verde suelo t 
Por perspectiva la mar! 

Y respirar del ambiente 
El perfume embalsamado ; 
Ver deslizarse la fuejtfe 



Entre las flores del prado. 

Y en sueño triste y profundo 
Mirar á mis pies sumido 
Ese volcánico mundo 
Por leves auras mecido. 

¿ Mas por qué mi lid memoria 
Mi ventura acibaró. 
Con un recuerdo de gloria 
Que ya para mi pasó? 

¿Dónde estás? dónde te has ido 
Esperanza de mi vida ? 
¿ Por qué entregaste al olvido 
Mi imagen antes querida? 

¿ No sabes que yo te adoro 
Con un amor sin igual , 
Que eres mi bien, mi tesoro, 
Mi paraíso elernal? 

¿No sabes que yo sin tí 
Encuentro el mundo vacio? 
¡ Vuelve á mi lado, bien mió. 
>¡o le apartes ya de mi ! 

En pos de mentida gloria 
Te alejas le de este suelo , 
Borrando de tu memoria 
Mi amor y m¡ desconsuelo, 

¿Sabes tu lo que es amar 
Con amor tan delirante, 

Y de continuo temblar 
Por la vida de su amante ! 

Con acento lastimero 
Infeliz ¡ay! preguntaba 
Por mí amor al mundo entero , 

Y el mundo entero callaba. 
A la brisa yo pedia 

Que le llevase un suspiro , 

Y la plegaria sombría 
Que elevaba en mi retiro. 

Y al mar inmenso royaba 
Que en sus olas escondida, 
Llevase á quien tanto amaba. 
Una lágrima perdida. 

Mas la brisa, el mar, el mundo 
Se burlaban de mi duelo , 
Sin que de afán tan profundo 
Compasión tuviese el cielo. 

Vuelve pues, vuelve amoroso. 
Ten piedad de mi dolor , 
Que un porvenir mas dichoso 
Sabrá labrarte mi amor! 

No errando en estrena tierra 






Vayas, mi, bien afanado , 
Para encontrar en la gn'énia 
Un laurel ensangrentado. 

Que va tengo una coroua 
Para premio de tu ardor . 
Que dos almas eslabona : 
Una corona de amor! 

Y es manantial de ilusiones 
Esa sublime alianza , 
Que forman dos corazones 
Juntando amor y esperanza. 

Ven , í¡ mi tríate abandono 
Lo ha causado (u ambición , 
Yo sabré erigirle un tronó 
En mi mismo corazón ! 

Ves? cnal entonces la brisa 
Agita las bellas Sores, 

Y cual entonces so ib isa 
Entona troba de amores. 

Aquí i á mi lado , bien mió . 
Clava tus ojos en mí , 

Y que el desuno sombrío 
Nos baga morir asi. 

llinie mil veces le adora 
Que me place oir tu acento , 
Realizar los sueños de oro 
Que forjaba en mi lonneulo. 

Ya te escucho va te miro . 

Ya mi pecho palpitante 
Exbala dulce suspiro,,,! 
[Cuan feliz es este instante! 

Ven . le acerca', una mirad? . . 
Una tan solo , mi bien ! 
Que ilumine Ja enramada . 
Trueque el mundo en un Edén! 

Calla , calla, habla mas bajo : 
Tengo envidia de la brisa. 
Que acoje con agasajo 
Tu suplica tan sumisa. 

Tengo envidia de esa fuente 
Que retrata tu hermosura ; 
Tengo envidia del ambiente 
Que besa tu frente pura. 

La bella naturaleza 
También me dá mil enojos, 
Pues con su «ala y belleza 
Va cautivando tus ojos. 

¡A y, no te alejes esquivo. 
Ven y roguernos á Dios, 
Que á su seno compasivo 



Volemos junto* los dos...! 

Mas ;ay! que la bella aurora 
Apareciendo en el rielo, 
Con sus reflejos colora 
De La noche el negro velo. 

Y con. la plácida luna 
Huye también mi ilusión, 
Que el alba siempre importuna 
Lea sueños del corazón. 

Vuelve pronto, noche hermosa , 
Con lu calma funeraria , 
Con tu sombra silenciosa , 
Con tu luna solitaria. 

Ven, que es dulce delirar 
Por dosel teniendo el cielo. 
Por alfombra el verde suelo. 
Por perspectiva la mar. 

I»EL SE CHETO, 

No bastaba á los hombres apoderarse del domi- 
nio de todas tas cosas, escluir á la mujer de sus de- 
rechos y gobernarlo todo á su gusto j albedrío: era 
preciso convertirse en panegiristas de sus grandes 
virtudes j facultada, y lanzar contra la mujer los 
epítetos mas injuriólos , las calumnias mas detesta- 
bles. Dos fines principales se proponían con esto; 
primero formular una razón que justificase su con- 
ducta para can nuestro sexo, y segundo hacerle caer 
en la desestimación y menosprecio general. Asi pues 
no lianHmíUdo su egoísmo i privarnos de toda in- 
tervención en sus actos, y á negarnos la aptitud para 
aquellas ciencias y carreras que exigen miento é 
instrucción; ban llevado su injusticia hasta el punto 
de no concedernos ni física ni moralaieote ninguna 
cualidad apreciable. 

Entre las ioGm'las acusaciones dirigidas á nues- 
tro «ero, no es de las menos injustas la que nos ha- 
cen con respecto a la observancia del secreto. Créese 
imposible que una mujer pueda guardar, y no por 
mucho tiempo, cualquier secreto que se te confie; 
tanto qiip se (lacha del mas necio del mundo al 
hombre que tiene la debilidad de hacerlo. Mucho 
sentimos a la verdad no saber cuales sean las raia- 
ues que tengan los hombres para, echarnos en ros- 
tro, como peculiar á nuestro sexo . un defecto lan 



odioso y vituperable. Si se fundan en los ejemplos 
que de falla de reserva presencian cada dia eD las 
mujeres, convenimos con ellos en que muy pocas 
saben respetar la confianza que la amistad ó la fran- 
queza le hicieran, depositando en ellas sus acciones 
ó pensamientos reservados: perosi pocas son las mu- 
jeres observantes del secreto, ¿cuan raros no son 
también los hombres á quienes pueda confiárseles? 

Imparcialidad pues, hermanos, y confesemos 
que esta es una de las debilidades comunes á ambos 
sexos. Por lo demás, no seria muy difícil hacer ver 
que la mujer no es tan fácil de franquearse como se 
pretende , y hasta presentaríamos hechos , ejemplos 
que desmintiesen laa injuriosa suposición- Con solo 
acudir á la historia hallaríamos infinidad de mujeres 
que han inscrito su nombre en el libro de la in- 
mortalidad por su heroica constancia en guardar un- 
secreto. Entonces verían nuestros detractores que ni 
el fuego , ni los azotes , ni cuantos horribles tormen- 
tos inventara la crueldad han sido bastantes á arre - 
halárselo; lodo lo han sufrido antes que hacer trai- 
ción á la confianza que en ellas se depositara. Re- 
cuerden sino á la sabia Dama, que habiéndole en- 
tregado Pitágoras, su padre , cuando se halla ha próc- 
simo á morir, todos sus escritos, que contentan 
'os mas recónditos misterios de su filosofía, y ha- 
biéndole encargado muy encarecidamente que no 
los publicase jamás , obedeció tan puntualmente este 
mandato , que nunca consintió en venderlos , sin 
embargo de que con las grandes sumas que por ellos 
le ofrecían pudiera muy bien haber remediado la 
mucha pobreza á que se vio después reducida. Y re- 
cuerden por último aquella mujer que en la conju- 
ración contra Hippias, tirano de Atenas, fué puesta 
en la tortura para que declarase, como cómplice 
que era; y la cual , para desengañar prontamente al 
tirano de la imposibilidad de sacarle el secreto , se 
cortó con los dientes la lengua en su presencia. 

Recuerden pues estos y otros muchos ejemplos 
que podríamos citarles, y verán cuan injustos son 
también los cargos que hacen á la mujer respecto ¿ 
este capitulo. 



**«« 



iMGUIN U ÍLBE1T0 EL HXOVES. 



En tiempo que las pasiones políticas fermentaban 
en la pequeña república de Genova, los nobles ha- 
bían tomado parle contra el pueblo y se mantenían 
en estado de hostilidad permanente. Uno llamado 



Alberto , hombre de bajo origen , pero que había 
hecho raudales muy cuantiosos en el comercio, era 
el gefe del partido popular, y dio por algún tiempo 
al gobierno la forma democrática favorable al 
pueblo. 

Los nobles hicieron sus esfuerzos para volver i 
obtener el mando y lo consiguieron. Victoriosos 
pensaron en vengarse de sus enemigos y sobre todo 
de Alberto, ai que pusieron inmediatamente en pri- 
sión y fué juzgado como traidor á la patria. El pre- 
sidente Adornó, que pronunció contra él la senten- 
cia de destierro, era un hombre allanero y venga- 
tivo y añadió á su conclusión varias palabras deni- 
grantes, diciendo sobre todo que ie estrañaba mucho 
que el hijo de un vil mecanista hubiera osado 
querer ser tanto como los nobles de Genova. 

Alberto oyó con calma su condenación , pero 
herido por ¡as últimas palabras del presidente le 
Respondió: «que quizá llegaría el dia en que se ar- 
repintiera de haber podido olvidar hasta tal punto 
el respeto que se debe á la dignidad de la des~ 
gracia, a 

Después de haber abrazado á sus amigos el pros- 
cripto se embarcó para _>ápo!es , desde donde con 
algnn dinero que le debían se dirigió hacia las isla.-* 
del Archipiélago. Su talento y actividad hicieron 
que muy pronto recogiera el premio de sus labores, 
formando un capital considerable, y su reputación 
de humanidad no fué inferior á la que tenia de gran- 
de capitalista. 

En un viaje que hizo á Túnez por asuntos de 
su comercio , tuvo ocasión de mostrar su generosi- 
dad en un hermosísimo dia. Esta ciudad estaba en 
guerra con Genova, Estando de visila en casa de 
uno de los primeros personajes de Túnez y recor- 
riendo los jardines , vio Alberto á un joven esclavo 
que trabajaba encadenado. Enternecido de su posi- 
ción se acercó para preguntarle algunas cosas. El 
esclavo levantó la cabeza al oir una voz italiana que 
le hizo regocijar. 

-Hablad, le dijo Alberto, ¿cuál es vuestro pais. 
vuestro nombre? 

— ¡Ayl respondió el esclavo, yo soy Genovés (• 
hijo de un noble, el nombre de mi padre es Adornó. 
— Adornó! repitió Alberto con trasporte, yo pue- 
do vengarme noblemente; 

De repente dejó al esclavo y corrió en busca del 
capitán corsario á quien pertenecía , pagó por su res- 
cate dos mil coronas y volvió junto á Adornó, 

—Vos estáis libre . le dijo, seguidme. 

El joven creyó soñar , pero luego que se vio 
vestido con su rico trage , pudo convencerse de la 
realidad de su dicha. 

Después de algunos días empleados en reponer- 
se . el joven Adornó pensó en separarse de su bien- 
hechor, que le había tratado con la mas grande bon- 
dad y que le había dado un criado para servirle du- 
rante la travesía. 

—Amigo mió, dijo el desterrado, poniendo un 






6 

bolsillo y una caria en las manos del joven, yo os 
detendría todavía con mucho gasto en mi niodesla 
habitación; pero comprendo vuestra impaciencia 
por volverá ver á vuestro padre y á vuestra patria, 
Aceptad este uro para el viaje y entregad ota 
carta á vuestro padre: vos erais un niño ruando yo 
dejé ¿Genova, pero el se acordará quizá de mi. 
Adiós' yo no «s olvidaré jamás , y espero que vos 
os acordareis de Alberto el proscripto. 

Adornó Je abrazó con ternura derramando un 
torrente le lagrimas al separarse de él. La travesía 
fué feliz, y la alegría de su familia al ver al hijo 
que ya creían perdido, puede mejor comprenderse 
que explicarse. 

Después de los detalles de su cautiverio, el jo- 
ven Adornó entregó á su padre la carta de su bien- 
hechor, que estaba concebida cuestos términos: 
• El hijo de un vil mecanisla había predicho al señor 
«Adornti que algún día estaría arrepentido de haber 
•oh ¡dado hasta tal punto el respeto que se debe á ia 
•dignidad de la desgracia .; la profecía se lia cumpli- 
do: Alberto compra la libertad y pone libre al hijo 
«del que le hizo desterrar. .1 

Adornó dejó caer la carta y quedó curio abis- 
mado mientras que su hijo con las espresioucs de un 
vivo reconocimiento hablaba de las altas cualidades 
de su libertador. El padre, vencido por la genero- 
sidad de tal enemigo, hizo las mayores diligencias 
por levantarte su destierro a) proscripto, y consiguió 
deshacer con su poder, lo que su poder mismo ha- 
bía hecha Alberto, vuelto á su patria, supo mere- 
cer la estimación general del público, y el cariño 
particular de Adornó, 

Mari» VIIImi»». 



deracion es poca: el domingo último oímos dos mi' 
sas por 00 sernos posible salir por ninguna de 
puertas del templo, y cmuido por fin creílnns poder- 
lo verificar, rué !;il la confusión y el tropel de gente 
en que nos vimos metidas que mí nina la mayor hu- 
biera perecido miro la multitud n no haber yn grita- 
do soeOfTol Salió sin respiración, sin manteleta y con 
el sombrero inservible. Todas las señoras se queja- 
ban de lo mismo, y si no se loma una medida eficaz 
tendremos quii retraernos de concurrir a dicho tem- 
plo, i'iii's :i mas de salir con la ropa destrozada nos 
espolíenlos ;i perecer ahogadas por la esecsiva con- 
currencia. De \ ds afloia. y S. S. V. S.» 

Electivamente no podemos menos de desear que 
nuestras autoridades lomen providencias enérgicas so- 
bre este particular tanto cu obscquio[du lo» devalen 
que concurren á dicha iglesia, "como] en aleación al 
orden y circunspección que se deben á la casa de 
Dios. 



Leemos en nuestros colegas masculinos : 
lia llegado á esta corle una señora anglo-ame- 
niYiiiji. muy distinguida, Mrs. Oennett . esposa del 
propietario y director del periódico mas importante 
de los Estados-Unidos, el iVeic York Errata, que 
en la reciente cuestión de Cuba ha defendido la jus- 
ticia de nuestra causa, contra las agresiones de los 
anexionistas. Esta señora se hallaba viajando par 
Europa , y parece que uno de ios motivos que Ja 
traen á España, es el deseo de aliviar en lo posible 
la triste suerte de aquellos de aus desgraciados com- 
patriotas que vienen á cumplir en la península la con- 
dena que les han impuesto los tribunales de Ultramar. 



CHARADA. 



Condonante es mi segunda, 
Pero vocal mi primera*! 
Y que en la música abunda 
Es muy cierto, mi tercera. 

Y mí todo en conclusión 
Es un mimbre femenino: 
No es menester mucho lino 
Para hallar la solución. 

Iitb ■wmrrtlfrra 



ADVERTENCIAS. 



Se nos dirige para su ¡náe'rcipu el siguiente co- 
municado: 

«Sras. Redactaras de La Jfuj'cr. 

«Muy sefloras mías: Me Lomo la libertad de su- 
plicarles se sirvan llamar la atención de quien cor- 
responda sobre los escíndalos que se suceden cu la 
iglesia del Rúen Suceso ¡os días de fiesta. Tuda pon- 



■*■' 



Rogamos á nuestras apreciantes suscritorss de 
provincias de ¡os puntos en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos el importe de la sus- 
cricion por medio de nna libra 11 /a sobre Correos. 

No se admiten cartas ni periódicos que. no ven- 
gan fram-ns de porte. 



ANUNCIOS DE NUESTRAS SUSCRJTORAS, 

En la calle de Valverile uo.ni. 21 cuarto principal, ga- 
lería de la derecha, hay una señora que horda con perfec- 
ción cualquier encargo que se le luga, ¡mita rl iiíjiíüv ha- 
ce loüaeipecie de compusuiras por muy difíciles que sean. 
En la misma casa se darán lecciones particulares de idio- 
ma francés y ilc lüiril.iiln*. 

UuiIImiu y iiluiieliiitloru, — En ta calle del Conde 
Duque, niim.j, ruarlo .(.-, se hacen vestida» de moda de 
[in[;is da-es :'l precio* univ íirri-irliiiliw : Iré; lisos I 13 rea- 
les. También su planchan y rizaron perfección v equidad. 



MADRID 1851. 

Iniprctiin rtr iIkii Jof.f'1 rnjlllo. I1IJ0, 
Calle de Jlaria Cristina, número B, 



Año l. 



.Domingo 30 de noviembre de ÍS5Í. 



Núm 1S. 



ASÍ*,!* 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo- 



Esle periódicos lis lodos lasdoniíngnBisesusctibe en MaJrid en las librerías de Monier t de Cuesta, i i>s. «I mes: j i-n proiin- 
<rias 10 rs, por do» meses franco de porte, rcmitien -o ana Libranza i furor de nuestro impresor, 6 sello? de franqueo. 



Desde que cotneuzanios nuestras tareas periodís- 
ticas venimos üi'iiiiándonos de la triste suerte que 
cabe á la mujer en esta ¿poca, indicando los medios 
-de mejorarla, y aunque no hemos confiado en que 
nuestra* palabras alcancen el lin que nos hemos pro- 
puesto, cúmplenos a] menos protestar contra ella. 
Hoy siguiendo nuestro propósito vamos á tratar de 
un asunto que en nuestro concepto no solamente es 
uno de los mayores inconvenientes que se oponen á 
la felicidad y bienestar de la mujer, sino que la po- 
■e en un continuo estado de inquietud, es nn obstá- 
culo para su establecimiento y exige sacrificios in- 
mensos y costosos que traen mas tarde la ruina, la 
mas lamentable infelicidad y quizá la deshonra y el 
oprobio. Nos referimos á esa desenfrenada pasión 
del lujo, que es uno de los vicios dominantes de 
nuestra sociedad. No es á nosotras á quienes loca 
clamar por la corrección de los vicios sociales, que 
pueden destruir la sociedad misma; nuestra misión 
es mas limitada: así pues nos concretaremos á adver- 
tir á nuestro sexo, para que no se deje arrastrar tras 
esa fatal pasión que sin proporcionar un solo mo- 
mento de felicidad lautos males ocasiona. 

Todas las pasiones tienen un instante de socie- 
dad, tieuen un fin á que tienden; tienen un [aumen- 
to de satisfacción cuaudo se lia logrado el objeto que 
ce deseaba. La del lujo por el contrario no puede 
nunca satisfacerse porque es una progresión de de- 
seos infinita, y si el que es victima de ella, consi- 
guiese vivir en un palacio de diamantes y ser servido 
por reyes, nuevos deseos irrealizables vendrían á ha- 
cer Tea y despreciable á sus ojos aquella riqueza y 
aquel homenage. A este tormento que lleva consigo 
se une otro mas cruel y mas detestable. Como su 
fin es brillar, y brillar sobre lodos, el qne se iguala 



é sobresale inspira odio y aversión: ¡cuántas ene- 
mistades profundas, cuántos odios irreconciliables 
han procedido únicamente de un trage mas rico que 
deslucía otro buscado con gran esmero! La pasión 
de] lujo vicia el corazón ahogando en él lodo senti- 
miento afectuoso; para quien está poseído de esta 
pasión son odiosas las personas que participan de SU 
inclinación, despreciables las gentes modestas. 

El lujo es el sendero que ha llevado a la perdi- 
ción á rail desventuradas, que á no entregarse á esa 
pasión hubieran sido virtuosas y felices; ha causado 
la ruina y la deshonra de tantos hombres que sola- 
mente ese vértigo que produce pudo hacerles faltar 
á sus deberes. 

V los efectos inmediatos que el escesivo lujo 
produce ¿son acaso los que se propone quien lo usa? 
¡Ab, no! son los contrarios, los diametratmente 
opuestos. Mirad al hombre que tan costosos sacrifi- 
cios hace por atraerse con su ostentación la admira- 
ción general; mirad como solamente escita la envi- 
dia y el desafecto; ved la joven que se carga de ador- 
nos para que sobresalga su belleza, como con esos 
mismos adornos eclipsa sus gracias, y la que sencilla- 
mente, vestida es hermosa, parece ridicula y vulgar 
después de engalanada. 

V en el último caso, la admiración y las alaban- 
zas que puede merecer un trage precioso, un mag- 
nífico tren, una casa elegante, ¿no son pura y esclu- 
sivamente debidas ¡i los artífices que las ejecuta- 
ron? ¿Como puede cegar la vanidad hasta el punto de 
engreír por la obras que ejecutaron otros, y en las 
cuales no se ha tenido mas parle que la de haberlas 
pagado? lío es esto ridículo hasta un grado inconce- 
bible? 

V sin embargo madres imprudente! hay que in- 



fundan en sus hijas los gérmenes de esa pasión dea- 
de su mas tierna infancia, y siguen sin cesar escilán- 
dolas sin prever sus fatales consecuencias; y «la- 
mente cuando no lienc remedio es cuando conoce* 
su imprudencia y lamenta» su irremediobte «travío. 
¿Por qué ese furor d¡t parecer mas? ¿No conocen que 
sobre los demás inconvenientes que hemos apunta- 
do, tiene el de hacer imposible la educación de sus 
bijas? ¿Por qué la mujer del artesa»» ha de presen- 
tar su hija como si lo fuera de un propietario, la del 
propietario ha de parecer de titulo la de titulo, de 
grande? ¿No ven que el resultado de esto ha de ser 
que imbuidas las jóvenes en semejante presunción 
desdeñarán á ios hombres da su clase, siendo crédu- 
las con los de clase superior, que solo las tratan pa- 
ra perderlas? 

Y lodos estos males por dejarse arrastrar de esa 
fatal pasión del lujo que se ha apoderado de nuestra 
sociedad, y que si na se contiene la llevará sin iluda 
á su ruina, pues esla es su consecuencia necesaria. 

Oh! mirad, madres imprudentes, esas miles de 
familias á quienes el lujo ha traído á la mas lamen- 
table infelicidad', mirad esas infinitas jóvenes degra- 
dadas, sumidas en el abismo del vicio y cubiertas de 
oprobio, perdidas en fin sin remedio ninguno, y per- 
didas porque las inculcaron en su niüez esa fatal pa- 
sión; miradlas bien y deteneos en esa senda fatal; 
apartad de ella á vuestras bijas y enseñadlas á ser 
modestas, cualidad que embellece tanto, que basta 
por si sola para hacer interesante á la que no lo se- 
ria con lodo; los adoraos que puede inventar la mas 
refinada coquetería. 

El lujo además conduce á la disipación y guia á 
la molicie; ¿y cómo puede hermanarse el bienestar, 
la felicidad ron semejantes pasiones, que solamente 
la inquietud y las desgracias lian de ucarrearí Noso- 
ttai, convencidas de ello y deseando apartar de nues- 
tro seso esa calamidad, dos hemos decidido hoy á 
tratar este punto, aunque nada tenga de ameno y 
quizá disguste a nuestras amables iuscriloras; pero 
estamos seguras de que nos perdonarán eu gracia 
del buen deseo que dos anima en fator de nuestras 
hermanas, al paso que nos consideraremos recom- 
pensadas con usura si conseguimos apartar de senda 
tas fatal ¿ alguna incauta. 

i mi mrm mm&L 

Nina, que con grato acento 
Hablaste á mi corazón. 



Mitigando mi tormento, 
Consolando mi aflicción: 

Niña hermosa , que en buen hora 
Templaste ú» bella lira. 
Cantando con Vo* souOfá., 
Que dulce entusiasmo inspira: 

Yo le saludo ferviente; 
Bendigo lu trova pura, 
Que un laurel para lu frente 
Para siempre te asegura. 

Yo te saludo, y mi alma 
Con la tuya confundida, 
ltcnacer siente la calma 
Que lloraba ;ay Dios! perdida. 

Y como juntan dos flores 
Su corola virginal. 

Para retar los rigores 
Del furioso vcudabal; 

unidas siempre las dos, 
Con grata amistad ardiente. 
Entonaremos á Dios 
Una plegaria ferviente. 

Tú me dirás, niña mía. 
Los secretos de lu alma, 
Que en este mundo confía 
Hallar de virtud ta palma, 

Y que se entrega inocente 
A. la esperanza hechicera. 
Que nos muestra refulgente 
Una vida placentera, 

Con ese bello candor. 
De un alma virgen y pura, 
Que por dur quiera ve amor, 
Sueña tan solo ventura. 

Yo le diré la falsía, 
Que encierra este triste mundo. 
Que su egoísta apatía 
Cubre con velo profundo. 

Que un hrrnio&o svHliiiiientir 
Por do quiera va mintiendo, 

Y con máscaras sin cuento. 
Su infame rostro cubriendo. 

Los placeres seductores 
Que engañan con su oropel, 

Y bajo copa de (tures 
Ocultan la amarga hiél. 

Yo apartaré el densa vela- 
Que te encubre la verdad. 
Pues son mentira en el sucio' 
El autor y la ; 



Que esos nombres celestiales 
Las galas del lujo son. 
Con que cubren los muríales 
Su gastado corazón. 

Yo le esplicaré el sentido 
De mil palabras sonoras, 
Para que des al olvido 
Ilusiones seductoras. 

Que eres cual bella inocente, 
Niña de tiernos cantares, 
Pues me preguntas ferviente 
La historia de mis pesares. 

¡No sabes ¡ay! que al nacer 
Vela junto a nuestra cuna. 
Con faz torva el padecer, 

Y jamas bella fortuna? 
¿Desque este suelo pisamos 

Solo á gemir aprendimos, 

Y (a senda que cruzamos 
De lágrimas esparcimos! 

Porque hallamos escondida 
Lina espina en cada flor, 

Y tan solo es nuestra vida 
Una vida de dolor, 

¡Ay del que cruza este suelo 
Henchida de amor el alma! 
jAy de aquel que con anhelo 
De virtud búscala palma! 

;Ay de la niña inocente 
Que entrega su corazón 
Al doncel que indiferente 
Por amores da baldón! 

¡Ay de la triste mujer 
Que eti juramentos se afana. 
Sin recordar que el ayer 
Pronto lo borra el mañana. 

No graves, no, en tu memoria 
Mis secretos por favor; 
Que es muy lúgubre mi historia. 
Es la historia del dolor. 

Soy la tórtola doliente 
Que perdió á su compañera, 

Y ayes lanza tristemente 
Que del mundo nada espera. 

Soy la flor descolorida 
Sin aroma y sin perfume, 
Que en la aurora de su vida 
Un triste pesar cousume, 

¿Donde buscar un consuelo? 
/Donde hallar nueva esperanza, 



Si un desierto es este suelo 
Do no existe la bonanza? 

¡La gloria! fantasma vano. 
Que en vez de hermoso laurel 

Y ventura, nos dá insano 
Espinas y amarga hiél! 

El amor es un ensueño. 
Es tan solo una ilusión, 
Que engaña durante el sueño, 
Mari-hilando el corazón. 

Solo en ti, niña inocente, 
De hoy mas cifro mi esperanza. 
Porque la suerte inclemente 
A tierna amistad no alcanza. 

Unamos nuestro destino: 

Y una en otra sostenida, 
Cruzaremos el camino 
Espinoso de la vida. 

Y porque entre sus abrojos 
No perezca mi ilusión, 
Guarda siempre los despojos 
De mi pubre corazón. 



t agria I.ru,ll 



MUJERES CELEBRES. 

A_\A MARÍA SCHUR}iA.Y 

Nada mas justo que rendir el fiornenage de ad- 
miración y respeto debido á los grandes ingenios, á 
las grandes almas, que tomando un vuelo sorpren- 
dente lodo lo dominan, todo lo sujetan á su inmen- 
so poderío. 

Ana Slaria Schurman , la mujer mas docta que 
ha producido la Alemania en el siglo XVII, es la 
que ahora llama nuestra atención y escita nuestro 
entusiasmo : y cuyos apuntes biográficos vamos aun- 
que muy ligeramente á presentaros, queridas lecto- 
ras, á liu deque podáis contemplar con asombro 
este admirable modelo de grandeza y sabiduría. Sin 
olvidar de que también es mujer como vosotras esta 
de que vamos á tratar , aprended su nombre siquie- 
ra en obsequio á sus altas dotes y raras wrludes, y 
cuando oigáis á algún ignorante vilipendiar á las 
mujeres, teniéndolas como cosas y no como perso- 
nas, presentadle los singulares ejemplos que en cada 
uno de nuestros números llevamos espueslos , y los 
que en lo sucesivo daremos á conocer á Jas que 
ignoren y traeremos á la memoria délas que los ha- 
I van encontrado en los libros. 



Por los años de 1607 nació en Colonia Ana Ma- 
ría Schurman , siendo sus padres j abuelos proce- 
dentes de los Países Bajo*. Desde su mas tierna in- 
fancia dio la ¡lustre alemana seriales nada equívocas 
de su privilegiada inteligencia, corlando fácilmente 
con las tijeras preciosas y delirados figuras de papel, 
sin sujetarse á patrón ni motkio alguno , a la corta 
edad de seis años. A los odio su mente artística la 
condujo á aprender en pocos días primorosa!) ti i ti u — 
jos de [lores, y á los díc* e) saber bordar perfecta- 
mente fué para esta singular nina trabajo de tres 
horas. 

Pero aun no se habian manifestado en lodo su 
poder las facultades intelectuales de la Srburmnn; los 
primeros pasos de sil educación no eran otra cosa 
que ráfagas brillantes . que si bien daban á ronucer 
la luz que iluminaba su entendimiento, pasaban en 
cierto modo desapercibidas : fallaha una causa . un 
motivo que revelara mas directamente á los padres 
de la niña el valar de las fuerais anímicas de la hija: 
este motivo no se hi^o esperar mucho tiempo, y 
bien pronto las ciencias y las arles quedaron someti- 
das al imperio de aquella criatura admirable. 

Estudiaban dentro de casa unos ucrmanitus de 
nuestra heroína, y al tiempo de tomarles la lección 
observóse que cuando estos erraban corregíalas la 
niña, sin haber precedido por su parle olro estudio 
que el que resultaba de oírles sus repasos mientras 
ella se dedicaba á sus labores. Ejemplo tan estraor- 
dínariu de memoria . unido i las dotes que ya se ha- 
bian manifestado en ella , no pudo menos de llamar 
seriamente la atención de sus padres, los que deter- 
winarou ayudar sus naturales inclinaciones dedicán- 
dola á los estudios. 

Doce auos había cumplido la Schurman cuando 
principio la carrera de las letras; pero su espíritu 
libre alíi'i l.i n rápido vuelo por los dilatados espacios 
del saber que bien pronto se le vio enseñorearse so- 
bre casi lodas las ciencias humanas. Su vasta eru- 
dreiou abrazo M misino modo los asuntos sagrados 
qne los profanos: fué muy hábil en sagrada teología 
y en la inteligencia de ia escritura , y poseyó con per- 
fección las lenguas alemana, holandesa, inglesa, 
francesa, italiana, latina, griega, hebrea, siríaca, 
caldea , arábiga y etiópica. 

Su reputación literaria fué tan universal que 
apenas Itwho hombre grande en su tiempo que no 
desease tener correspondencia con ella, mereciendo 
el honor de que la ilustre reina de Polonia, Luisa 



sar á aquel reino después de desposada en París por 
medio del procurador con el rey Ladislao. 

En artes fuéla Schnrman ¡giiaiuicnU- aventajada 
que en ciencias : fué muy aplaudida en pintura, es- 
cultura y cu el grabado ¿i cincel: sup<j la música 
científicamente , y manejó con destreza varios instru- 
mentos: fué escelcolc poetisa , dejando escritas al- 
nas obras en verso, v admirable en caligrafía, pues 
Bu letra se tu va siempre pur inimitable. 

Cuéntase á propósito de los adelantos que la in- 
mortal artista bahía hecho en escultura que habién- 
dose retratado á sí misma en casa, unas perlas que 
que formaban parte del adorno del retrato fueron 
tenidas por naturales, y que no hubo uno de cuan- 
tos las vieron que uo lo creyera asi, basta que fué 
llegado el caso de que se les permitiera picarlas con 
Un alfiler. 

Dominada completamente el alma de esta ilustre 
mujer por el estudio v alicion á las letras, jamás qui- 
so contraer matrimonio, sin embargo de haber te- 
nido uo pocos pretendientes . que aspiraron á su mano 
con ardor infatigable, pudiéndose citar entre ellos 
fl Mons. Catee , pensionario de Holanda , famoso poe- 
ta que había compuesto muchos versos en obsequio 
y alabanza de la Schurman cuando esta uo contaba 
mas que i 4 años. 

Ana María Schurman gozó una larga vida, ciia[ 
correspondía á su existir pacífico y tranquilo. Murió 
á los 71 anos en 1678. 

Esta mujer, graudc por todos títulos, debiera 
haber vivido eleiiíanienlc ; pero hav una lev inmu- 
table en la naturaleza por la que la destrucción de 
los 'seres ha de corresponder á su origen. Así son 
encontradas las afecciones que csperimenla el cora- 
son al contemplar en la historia de la humanidad 
aparecer y desaparecer como una ráfaga eléctrica 
esas almas sublimes que legan A la posteridad la rica 
herencia desús portentosas virtudes. 

El olvido no ha osado balírsus fuuestas alas so- 
bre la tumba de la docta alemana. Recordemos no- 
sotras sus ilustres picudas . y dediquemos en testi- 
monio de nuestra admiración y respeto una corona 
de laurel á su memoria. 



No queremos privar ;i nuestras lectoras de la ra- 
ra noticia que recibimos de una amable suscrilora, 
sin embargo de que por boy no nos es posible dar 
lodos tos detalles que quisiéramos y que hacen de- 



Haría Gonzaga , la visitase en su propia casa al pa- senr lo original del caso; pero confiadas en la prome- 



sa dé la comunicante ofrecemos publicarlos eu los 
números siguientes y según ios recibamos. 

Parece que el padre de la joven que nos escribe, 
que habita encuna capital de provincia no lejana de 
reta corte, yes impertérrito cazador, llevado desn 
afición a la caza se estravió á principios de este mes 
en lo mas áspero é intrincado de una sierra, donde ie 
cogió la noche. Lo solitario del sitio, no frecuenta- 
do por ser el centro mas escabroso de tina dilatada 
sierra, donde pasaran siglos sin que humana planta 
huelle la yerba, la falta de senderos, y la circuns- 
tancia de bailarse solo, pusieron á nueslro cazador 
en una situación bastante angustiosa; pues ni se atre- 
vía á marchar, temiendo alejarse mas de la salida 
del monte, ni se podía resignar á permanecer allí 
egpneslo A ser pasto de los lobos ó á perecer de frió. 
Mas de ana hora llevaba en tan angustiosa si [«ación 
cuando creyó ver una luz al través de los pinos, y 
asegurado de ello é imaginando seria alguna cabana 
de pastores, cobró ánimo y se dirigió á ella. 

Mas la luz salia al través de utios espinos que cu- 
brían una claraboya natural abierta en la roca, v 
aunque aquella circunstancia hizo variar de idea á 
nuestro cazador y suponer qtic los moradores de la 
cueva no serian gentes tan inocentes como suponía; 
sin embargo tal era su situación que. determinó pe- 
dirles hospedaje; pero no era operación tan fái-il co- 
mo imaginaba, llegar á la puerta déla salvara vi- 
vienda, que la defendían dos enormes álamos, y le 
hubiera costado caro su atrevimiento al osado caza- 
dor, ai una voz dulce y vibrante no le hubiera a- 
quielado. Franqueada la puerta, el cazador pasó 
adelante, pero en vez de hallarse en una cueva enne- 
grecida por el humo, cuál sería su sorpresa al hallar- 
se en una habitación cuadrada y blaiira á cuyo es- 
tremo apareció una mujer joven que *-n términos 
muy corteses le preguntó su objeto al ile»ar allí, 
ofreciéndole desunes con la mayor atención hospe- 
darlo aquella uochc; animado con tan cordial recibi- 
miento iba á adelantarse el padre de nuestra suscri- 
tora, cuando con un gesto imperioso le detuvo la 
dueña de aquel albergue original, desapareciendo 
por una puerta que á su espalda se abria. 

Hasta aquí la carta de nuestra amable correspon- 
sal: en el momento que recibamos mas dolidas su- 
vas, nos apresuraremos á publicarlas para aquietar 
la curiosidad que este reíalo ha de producir en nues- 
tras suscritoras. 



hombres justos y generosos que reconocen el pííOÍs- 
mo que se ha apoderado de su sexo, y los derechos 
que asisten al nuestro. Dice asi : 

•Teníanlos hasta el presente noticia de algunas 
notabilidades estrangeras, que habían contribuido á 
embellecer ia literatura de otros países; pero care- 
cía el nuestro de genios portentosos , que se hicieran 
oír , hasta que la civilización , que así va cundiendo 
en la mansión del sabio como en la cabana del la- 
brador , se ha entrado puertas adentro y ha tomado 
asiento en donde antes no existia mas que la aguja, 
las tijeras, el dedal, etc. ele, para demostrará los 
mas ilusos que no solo es del dominio esclusivo del 
hombre eslo que se llama saber, puesto que las mu- 
jeres también si no mejor organizadas, con esa pe- 
neUacion tan fina que les concedió naturaleza, pue- 
den tener derecho á nuestra consideración. Conclu- 
yó el tiempo en que Ja mujerera la esclava del hom- 
bre: hoy dia es su compañera . su igual : y como tal 
tiene grandes derechos para poder aspirar á cuanto 
eu nuestro egoísmo nos hemos malamente apropia- 
do. Nada mas decimos; tenemos muy poco espacio 
de que disponer y les consagramos estas corlas líneas 
su su anuencia y á despecho de que sea ó no de 
aprobación. Pero habrá de negársenos la libertad 
del pensamiento siendo hombres, cuando la conce- 
demos al bello sexo? i 



En un periódico de Logroño hemos visto un ar- 
tículo en que sus redactores, se ocupan con deteni- 
roienlo de nuestra humilde publicación , el cua! no 
trasladamos á nuestras columnas porque en él senos 
tributan elogios superiores á nuestros escasos mere- 
cimientos, que nuestra modestia no nos permite re- 
producir. Sin embargo, después de dar las gracias 
í nuestro apreciable colega por su galantería y be- 
nevolencia , inseríamos á continuación uu párrafo 
de dicho articulo , cotu > una prueba de que lio faltan 



VS MES EÍV LA ALDEA. 

[cOJiT]?fl7AC[0>-.) 

¡Cuan grande no había sido la emoción del joven 
marqués al ver aquella criatura encantadora! ¡Con 
qué acento tan puro de pasión no había pronunciado 
el nombre de la hermosa castellana! Ida en el primer 
momento quiso retroceder, pero una fuerza superior 
parecía clavarla en aquel sitio tan peligroso; !e fal- 
taba resolución para huir; en aquel momento com- 
prendió lodo el amor que el joven la inspiraba y 
tembló, tembló porque aquel amor que ella creía se 
estinguia , no había muerio ni podía moiír. Nacido 
en medio de la soledad alentaba todos sus pensa- 
mientos, era el aura risueña de todas las inspira- 
ciones de aquel corazón que para vivir necesitaba 
flores, espacio y amor; pera todas esas ilusiones 
que alimentaban aquella alma llena de vida y juven- 
tud, se presentaban á los ojos de la joven cubiertas 
de negro sudario; habían muerto; solo aquella pasión 
dominante y tiránica existía como un eterno marti- 
rio para oprimir su pecho , y sola ella comprendía 
lo terrible de la lucha; fa esperanza deque aquella 
imagen querida se borraría de su rorazon, la alen- 
taba algunos momentos. °E1 tiempo, deria, eslin- 
guirá estos recuerdo* que ahora me marlirizan," 
Estas eran las primeras frases que sus labios pro- 
nunciaban al despuntar del alba y las últimas que 
repelía al terminar el dia; pero por una deesas coin- 
cidencias estrañas parecía que hasta el destino trata-- 
ba poner á prueba su valor. En el momento de huir 
de aquel castillo, que era ct depositario de lodos lo* 



6 

secretos de su alma, se le presentaba aquel hombre 
querido rodeado de aquellas sombras misteriosas 
que no poco contribuían á impresionará Ida. Su ros- 
tro participaba de todas las emocione! de su alma; 
estaba en aquel insiante tan peregrinamente hermo- 
sa, que Enrique la contemplaba como si la riera por 
la primera fez. Iluminados los jóvenes por aquella 
rujiía claridad míe esparcía la i-biiuenea , envueltos 
en cierto modo en tinieblas, lodo les rodeaba de un 
tinte tan metanrolieo como debía ser aquella entre- 
vista. Aun -vivía en el corazón del juren ta esperan- 
za ; aun creía poder conseguir aquella felicidad tan 
ambicionada, v al ver aquellos dos seres tan hernio- 
sas ¿quién DO hubiera creído que Otos en su bondad 
Infinita I ii-s había formado para el amor v la felicidad? 
Y sin embarco , ellos temían destruir con una frase 
aquel ambiente de felicidad que los rodeaba. 

Cual un rayo de vida cruza por la frente del 
pobre moribundo , debía de abandonarlos. Por lin 
Enrique lleno de cniociein se determinó á interrum- 
pir aquel silendo que habla reinado por algún tiem- 
po, llenando sus almas de afonía: por segunda vez 
volvió á pronunciar el nombre de la hermosa cas- 
tellana con aquel acento de pasión que tan bien mal- 
eaba su constante adoración. 

— Oh , Ida ! en este instante en que Dios con su 
bondad suprema nos une, por qué quieres huir? Por 
que apartas tu mano de la mia? ¿lias creído que si 
el deber me bacía pronunciar aquellas frases terri- 
bles que me separaban de tí, mi corazón en el mis- 
mo momento del sacrificio no las borraba del libro 
de un vida para colocaren su lugar: «Vendrá un 
día feliz i- 11 que el padre de tu amada no será tu 
enemigo, y como el sol ilumina á lodos tos mortales 
una sida bandera reunirá á todos los españoles; en- 
tonces tu padre habrá conocido su error v no podrá 
menos de aplaudir el sacrificio que me separa digno 
de ti y me volverá á tus pies del mismo mudo?» 

— Basta , Enrique , m> formes mas esas ilusiones 
que han muerto para nosotras. 

— ¿Desde cuándo, Ida, eres tú la que rechaza 
nuestro amor? ¿Desile cuándo has olvidado lodos ios 
juramentos que le unen á mí para siempre? 

— Desde que una voz mas poderosa me manda 
que huya de ti , desde que la palabra deber se in- 
terpone entre nosotros como un muro inespug- 
nable. 

—¿Es cierto, Ida, lo que escucho? ¿Es posible 
que seas tú la que repila de una manera tan fría esa 
frase terrible. 1 Yo creía encontrar piedad en ti; creía 
mas, creía que dirías: tTieties razón.. 

«El hombre que olvida sus juramentos no puede 
presentarse sino humillado ante e! ángel de su amor; 
pues bien, tú Lo has dicho, Enrique; Ida no existe, 
Ida ha muerto; olvida lodos tus recuerdos de muor. 

— Que ha muerto Ida! esclnmó el joven marqués 
delirante; no le separarás de mi; tengo derechos in- 
contrastables á lu mano; tu padre ini>mu me la con- 
cedió I ningún poder humano tiene derecho á rom- 



per esle compromiso efectuado en presencia de Dio 
si me rechazáis mis ofertas de amor acordaros , se 
íniríta. que sois hija de un traidor á la patria; H 
reís mí ¡prisionera. 

—Está bien, caballero, replicó Ida llena SU fren 
te de noble dignidad; pero os prevengo que tendréis 
que respetar en mí á la bija del caballero Adolfo De 
y á la esposa del hijo del valle. 

«•Mil» B. d« Pcrrul. 



En la exposición pública verificada en Granada 
el l',l del actual, han sido agraciada» por la sociedad 
de Amigos del País, de aquella provincia, las seño- 
ras que á continuación se espresan: 

Coa tüido de sacian At mérito. 

Doña Gracia Márquez y doña Antonia Helamos* 
por un roquete bordado; doña Mana Tejedor de 
Sanrlifi Vilhinueva por un pañuelo con dos cifras 
bordadas de negro ; doña Francisca Fernandez Se» 
gura por uo cuadro a) óleo que representa á Jesús 
y María; doña Dolores GaLba» por dos pañuelos bor- 
dados; doña Salvadora Corona por una petaca bor- 
dada de oro _v una mesa revuelta; ónña Josefa dolía 
por un cuadro bordado con sedas que representa La 
Trinidad y dos pañuelos rizados. De estas señoras 
la primera ha obtenido uo premio en La espusicioii 
de Londres por una camisa bordada. 
Cu n medalla de bronce. 

Doña Carmen Rodríguez por unos tirantes bor- 
dados en cañamazo; doña Dolores Dávalosy Hoñino, 
de nueve años de edad, por una camisa calada. 
Con carta de aprecio. 

Dona María del Carmen Reguera y l'ernas por 
un cuadro de bordados caligrafus en gró; doña Jo- 
sefa Peinas por una figura y atribuios de educación 
bordados con oro y sedas en gró; doña Amalia de 
Miguel por un bordado en felpillas que representa la 
Samarjtana; doña Francisca Guisé por una alfombra 
de cañamazo , doña Raimuoda Gómez Moreno por 
una sacerdotisa y un país bordados de cañamazo y 
Hitos tirantes Uu ruados : doña Antouia Mario, de 
once años de edad', por un paisage chinesco bordado 
en mostacilla; doña Soledad Enrique/ por un cuadro 
grande a] óleo que representa el entierro de Cristo; 
doña Josefa Oliva por dos marinas, no retrato y dos 
fruleros, doña María Antonia Delluga por uu jarrón 
con llores de mostaza. 

Con tirulo de serias de «tinifro. 

Doña Círiuen Enrique; por cuadros al óleo que 
representan la Dolofosa, Santa Leocadia, virgen con 
niño, y retratos del Sr, D. Salvador Reyes, arzobis- 
po de Granada, y de oíros señores, obtuvo también 
carta de aprecio; doña Francisca Fernandez Segura 
por una alfombra bordada de cañamazo r doña So- 
ledad Enrique! por unas pinturas que representaban 
los Desposorios, fruteros y retratos. 



Madrid lasi. 

lEnjirt-iitu iIp flan Jtm**TrreJ llln, Itljo* 

Calle Ür Mana Cristina, b limero 8. 



Año 1, 



Domingo 7 de diciembre de i 851. 



Nnm. 19. 






LA MUJER, 

PERIÓDICO 

:rito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico saic todos las licimingosiíC suscribe fu Uldrid en las librerías (if Mmiier jr de Cuesta, á ir?. •] tries; y en proiin- 
<it»s lü ■ rs. por liu» ineaKs franco de pnxtc. remiticn uuii.ililir.iii; .., i f.ivurde iiiicítru Liujifi-Sur, ó -elloí t!e traoijur o. 



Trisle es y por demás azarosa la condición de la 
mujer en cualquiera clase, estado ó edad de la vida 
que se la considere, y latí constante es su desgracia 
y lan cierta que ha llegado a hacerte proverbial. 
Nosotras, que no convenimos i?ji que esta trisle suer- 
te que arrastra nuestro sexo procede de su propia 
I cualidad de ser; nosotras, que no podemos asentir 
cotí la idea deque la Providencia nos haya 'condena- 
do ,i ser lan constantemente desgraciadas y á sufrir 
«na suerte mas infeliz, infinitamente mas infeliz que 
el hombre, no podemos menos de atribuir semejante 
diferencia única y ese Ínsitamente al abuso que los 
hombres han hecho, no lanío de la debi'idad de la 
mujer, como de su bondad, de su amor. Uíspueslo 3 
siempre n abosar, á hacerse los únicos señores á es- 
pensas de la mujer, destinada por la Procidencia a 
■ser su compañera, su igual, e! esposo, el hijo, e| 
amante oo han abandonado jamás el propósito común 
de su sexo, y no han desperdiciado una ocasión, no 
lian desaprovechado un momento para ir cercenando 
las condiciones de igualdad que debían reinar entre 
ambos setos, imponiendo después las leves, estable- 
ciendo las costumbres y, erigiéndose en señores ¡ib-u 
lutos de la otra mitad de la especie humana que de- 
bía compartir con ellos el señorío de la tierra. 

BY aun nos daríamos por contentas, si con ese 
triunfo de su vanidad hubiesen quedado satisfechos, 
pues podíamos sin el señorío que habíamos ido per- 
diendo, gozar de paz y ventura, si cuando llegaron 
á dominarlo todo nos hubieran dispensado la protec- 
ción que á su nueva situación cumplía: no lia sido 
así por desgracia; el hombre después de satisfacer su 
vanidad, ha querido que seamos las esclavas de lo- 
dos sus caprichos, y por el menor de ellos, por el 
mas momentáneo, no duda en comprometer si pue- 



den nuestra honra, nuestro porvenir, nuestra felici- 
dad. De aquí pues los inconvenientes que se oponen 
á nuestro bienestar; de aquí las contrariedades que 
hallamos en todos los senderos de la vida, y de aqu 
esa triste suerte que nos persigue que ha hecho pro- 
verbial nuestra desgracia. 

Intentar el cambio radical y pronto de nuestra 
condición, pensar en adquirir esa [¡arte que perdimos 
I en el señorío de csi.. 1 mundo, ni lo creemos posible, 
j ni nosotras nos [layamos con fuerzas suficientes para 
acomete! por ahora tamaña emprima; ni nuestra po- 
bre y desautorizada voz lo conseguiría aunque lo in- 
tentara; asi pues, contentándonos con la intiuencia 
que nuestro sexo ejerce y que no ha podido el hom- 
bre arrebatarnos, uos limitaremos hoy á indicar la 
manera de apartar de nuestro camino esos inconve- 
nientes que se oponen al bienestar de la mujer, dan- 
do consejos amistosos a nuestras hermanas, y procu- 
rando esclarecer su vista de manera que distingan 
bien las insidias que se. las tienden y eviten las contra- 
riedades que se oponen á su felicidad. 

El don mas precioso que la mujer ha recibido de] 
ciclo, la condición que predomina en su alma, es sin 
dispula esa ilimitada ternura, esa necesidad de amar 
que no puede contrariar, y á la cual van sometidas 
todas las demás condiciunes de su existencia. Esa 
cualidad pues, esa necesidad de nuestra propia na- 
turaleca ha sido conocida bien pronto per el hom- 
bre, y de ella se ha prevalido para subyugarnos; 
ella ba sido el instrumento mas poderoso v dicaz pa- 
»'a hacer de la mujer su mas sumisa esclava, y esa 
cualidad en fin. que debía ser la prenda mas segura 
de nuestra ventura, solamente ha servido para ase- 
gurar nuestra desgracia. 

Si esta verdad necesitase comprobantes los halla- 



riamos sin salir de nuestro propio seso. No faltan 
mujeres (fue por rara escepcijn, muy feliz paraúllas, 
•i deben á la naturaleza un alma Tria y un cantón 
que abriga poca ternura, 6 por una rara casualidad 
tales facultades lian permanecido en ellas adormeci- 
das, y cruzan la vida sin haber sentido los efectos 
de un cariño ardiente. Comparad Ja vida de esas 
mujeres con la de las demás; ved «I señorío que 
tienen no solamente sobre si mismas, sino sobre 
cuanto tes rodea, observad como su razón, siem- 
pre clara, siempre despejada, dirije todas sus 
acciones, las guia por el camino mas conve- 
niente v si acaso no son felices al menos no son tan 
desgraciadas como hubieran sido á tener nmvores fa- 
cultades para amar. Los hombres, dirslri'simos en 
distinguir las mujeres de esas raras cualidades, co- 
nocen pronto que no pueden fácilmente dominarlas, 
las miran con respeto y las tratan con loda conside- 
ración. Oh! de que diferente manera se conducen 
con aquellas que deben á la naturaleza el don fatal 
de una sensibilidad estremada. La razón que predo- 
mina en las primeras es siempre reflexiva, siempre 
prudente: el corazón, guia de las segundas, las hace 
'■minias, y con su fe ciega se precipitan en sn 
ruina. 

Es constante pues qne el primer enemigo de h 
mujer, 6 á lo menos el cómplice mas ciego de sus 
enemigos, es su corazón; la sensibilidad su cunlidap 
roas peligrosa, sn ternura la roas fatal. Establecida 
esta yerdad, es consiguiente pues que todo el tálenlo 
toda la prudencia, toda la vigilancia debe dirigirse i 
ser precavidas contra su propio corazón, á tenerlo 
cerrado, digámoslo asi y á no dar entrada en él á 
los afectos sino ce* precaución y prudencia pues sb 
lamente asi podrá evitarse el coger larga cosecho de 
lágrimas y dolores en pago de los mas íntimos y ur- 
dientes afectos. 

Ya conocemos cuan difícil eseslo, comprendemos 
manta dificultad presenta el «onlrariür un corazón 
espansivo y sensink; pero no obstante, por mas es- 
fuerzos que cueste eJ conseguirlo, solamente a este 
precio puede obtenerse la tranquilidad, el sosiego, 
el bienestar. Triste es por cierto, muy triste, el te- 
ner que poner un sello de desconfianza sobre -el co- 
razón, dudar dejas muestras mas liernusne un ver- 
dadero afecto; pero se ha aprendido á Gogir oon bj 
perfección, se representa la sinceridad con tal pro- 
piedad, que obligada se vé A «lio la que no ouiera 
ser víctima de los mas dolorosos desengañe*. A nos- 
otras también nos es peco grato tener que estimular I 



nlo á nuestras hermanas á la precancion y á tan 
estremada prudencia y vigilancia porque conocemos 
cnanto es Irisle la vida sin lonafectos, floresque per- 
fuman y embellecen su camino pero mejor que verlas 
victimas de su propia tentara queremos que se pri- 
ven de esas llores en cayo cáliz es tan fácil hallar 
mortífero tósigo. Además que nosotras ni remota- 
mente hemos imaginado prescribir los dulces senti- 
mientos del alma, los tiernos afectos del corazón; 
nuestro objeto único es indicar lo peligroso que es 
en t legarse á ellos sin llevar por guia ¡a prudencia en 
esta época mas necesaria que en otra alga na 

LA VIOLETA. 



Sencilla y modesta flor , 
Cuál me hechiza tu pureza 
¥ tu balsámico olor , 
Que aunque pobre en gentileza 
Eres la flor del amor? 

Tu modesta sencillez 
Es para mi mas hermosa 
¥ tteue mas grande prez , 
Que del clavel y la rosa 
La esplendente brillantez. 

No envidies pues á otra flor 
Sus magníficos colores , 
De sus ojas el primor, 
Rus balsámicos olores, 
Su frescura y su esplendor. 

No la envidies si cual ella 
No paedes sobresalir; 
Pues si tú no eres tan "bella . 
Es mas dichosa lo estrella , 
Has íelii tu porvenir! 

Que sí se acerca una hermosa 
Al perfumado vergel , 
Adornará jactanciosa 

Sus cabellos con la rosa 
V el ¡«Hendido •i,i\f¡: 

Pero tú , flor celestial , 
í>e todas ¡ay ! rmvtdiadn , 
Ííti «n «cnu angelical 
TeHtrarái colocada 
O en sus labios de curat. 

No envidies pnes a otra flnr 
Su esplendorosa befen , 
tít sus hujiís d primor , 
Une aunque pobre eo gentüeoa 
Eres la flor del amor! 

4.,rL« Crixl 



MUJERES CÉLEBRES. 

SITTIMAANt. (1) 

En nuestros artículos anteriores fiemos hecho 
Dolar, si bien ligeramente, las relevantes preudas 
que adornaron á algunas mujeres ilustres; y hoy, si- 
guiendo nuestro propósito de traer de vez en cuando 
á la memoria de nuestras amables lectoras el recuer- 
do de otras no menos dignas del general aprecio, 
vamos á decir alguna cusa de la discreta Silli Maani, 

¡Mas ¿cómo abrir el libro de la historia, cómo 
encontrar el nombre de esta generosa criatura sin 
experimentar una dulce emoción que nos baga verter 
lágrimas de desconsuelo? 

El nacimiento de Silli Maani va casi junio con 
su muerte, porque esta singular cuaulo herniosa 
mujer, que hahia nacido en la Mesonolamia , exba- 
ló su úllÍBQO suspiro á la corta edad de veinte y tres 
anos , cerca de Ormuz. 

Tales fueron y lan señaladas las pruebas que la 



célebre asiática habia dado desde sus mas tiernos ¡ cuidadosamente el di' >u ailurailu Maani y lo condujo 



Feijúo, hablando de Sítti Maani, asombrado de 
su \irtud, (alentó y hermosura, establece el siguien- 
te paralelo entre esta y ía esposa de Jacob , la bella 
Raquel de que nos hablan los libros sagrados. Así 
dice, y es el mayor elogio que pudiéramos hacer de 
nuestra heroína, y en cierto modo un resumen de 
lu anteriormente espueslo : «Entrambas fueron na- 
turales de llesopotamia. Entrambas bellas por es- 
tremo. Entrambas casadas con hombres muy mere- 
cedores, perc forasteros, Entrambas iguales en la 
resolución de dejar el rito patrio por seguir la reli- 
gión del esposo. Entrambas conformes en llevar 
parte de la vida peregrinando , siguiendo los pasos 
<[i' mi- L'uiisortes. Y a! !n entrambas itiurieKHi en la 
11 ni- ce su edad y en el camino." 

Pero Jacob, diremos continuando el paralelo, 
no fué lan obsequioso, tan lino, tan atento con su 
Haqui'l como lo fué la Valle con Ja suya; pues aquel 
dio sepultura al cadáver de su esposa en el sitio 
donde mu rio , al paso que este , despedazada el alma 
por el dolor y quebranto mas acerbos hizo perfumar 



años de su rara y prodigiosa inteligencia, que bien 
prouto fué conocido su nombre en tuda Europa; 
siendo los adelantos que hizo tan rápidos y admira- 
bles que no solo adquirió en poco tiempo todos Jos 
conocimientos científicos y literarios di: que eran de- 
positarlas aquellas regiones, sino que llegó á enten- 
der perfectamente doce idiomas distintos. 

La celebridad que habia dado á Silli Maani su 
vasta erudición y laque le conquistó su angelical be- 



consigo durante cuatro años, que todavía discurrió 
por el Asia, basta que vuelto á Roma lo colocó eu 
el sepulcro de sus mayores, los señores de la Valle, 
eu medio de los mas suntuosos y magníficos funera- 
les. En ellos quiso pronunciar el sensible viajero la 
oración fúnebre , pero destrozado su corazón dije- 
ron mas su* ojos que sus labios, y ahogada por la 
congoja la voz eu la garganta, hubo de dejar im- 
perfecta la oración para que concluyesen las lágri- 



iábios 



Cecilia. 



-*++**4Qi 



3i^ BtfBStt^IB&3>&; 



Meza llamaron tan vivamente la atención ilel famoso raas ' 4 ,te no habían podido decir los balbuciente; 
viajero romano Pedro de la Valle, que inflamado eu 
cUJeseo de conocerla enderezó decididamente el rum- 
bo de sus viajes con este plausible objeto. Así es que 
mejorando con el trato particular la alta idea que 
había formado de la noble asiática, llegó su afición 
por ella hasta el eslretno de solicitar ardientemente 
su mano. Efectuado el matrimonio la docta Maani 
bajo la influencia del insigne la Valle abjuró del rilo 
caldeo por abrazar el romano , siendo su piedad tan 
grande y tan sincera que consiguió que practicaran 
Jo mismo sus padres. 

Esta mujer admirable acompañó á su esposo en 
cuantos viajes hizo, uniendo á la virtud del talento 
la de la fortaleza, de la cual dio señales nada equí- 
vocas asistiendo armada en defensa de aqnel en dos 
A tres encuentros peligrosos 



H) Sitíi caire los persa* es un titulo hoDorülco que entre nu- 
( uro, puede muy bien tenerse por señara. 



LETRILLA. 

Que el comerciante en su tienda 
Pase el dia de plantón 
Sin que en todo él no Tenda* 
Una vara de galón... 

¡ Ay , que es nada! 
No le envidio la humorada. 

Que el buen pescador de caña 
De su puesto no se mueva , 
Esperando la cucaña 
V espera un siglo aunque llueca.. 

¡Ay , que es nada! 
No le envidio la humorada. 



Que D. Juan por ser tan rico 
Se crea de gran talento, 

V no sepa que borrico 

Es lo mismo que jumenlo... 

¡ Ay , que es nada! 
No le envidio la humorada, 

Y que yo sin entenderlo 
Ble ponga á sutilizar., 

V quien soy pueden saberlo 

V Lengo por qué rallar.,. 
; Ay , que es nada ! 

No toe envidien la humorada. 



te 

r 



I n ll«">"- 



Ilov continuamos la relación de la aventura 
ocurrida ai padre de nua de nuestras aprecíenles 
suscriloras, que empezamos á insertar en nuestro 
adinero anterior; ateniéndonos en su reíalo á In que 
nuestra amable corresponsal nos refiere. 

Luego que se quedó solo su padre y volvió de la 
sorpresa que le causó lanío la novedad del lugar 
donde se bailaba como el encuentro cruel de aquella 
joven y su repentina desaparición j esanunci bien 
aquel local v vio que era una caverna natural de la 
roca, qtic se batía ensanchado, dándole una forma 
casi cuadrada, la cual si no se hollaba ennegrecida 
como imaginó antes de verla, tampuco estaba tan 
blanca como le hizo creer al entrar en ella la viva 
claridad que reflejaban en sus paredes las llamas de 
Intrígala que atiüa en una chimenea que había á un 
lado: dirigióse Itirgo á la puerta por donde desapa- 
reciera fa joven que allí moraba, pero (odas sos in- 
vestigaciones fueron inútiles; la roca en aquel lado 
se presentaba lisa y unida sin que la mas pequeña 
abertura , ni la grieta mas sutil revelase que había 
allí una pur-rta. Nada tenia nuestro rajador de su- 
persticioso ni crédulo , por coya razón cslnro muy 
lejos de atribuir a su misteriosa huéspeda el don de 
!a pcnelraliiliilnil : pero su buen juicio le hizo com- 
prender que no le seria fácil volver á ver ó quien 
con tanta precaución ucnlulia su retiro, y quien sin 
duda se dejó sorprender por equivocación, Confir- 
mábale en cale juicio el esmero que observaba em- 
pleado en ocultar la obra que el arle había ejecuta- 
do en la rucia, procurando que conservase el as- 
pecto de obra de la naturaleza ; asi pues la rh¡- 
menea parceia tina grieta nnlural, en el ¡uso -. el 
techo se habían conservado todas las desigualdades 
necesarias para alejar la idea de que el arle bahía 
penetrado allí; en fin sin el vivo fuego que ardía en 



el hogar . sio la puerta que rerraba la entrada y I 
alanos que la guardaban, y sio la aparición déla J 
ven que lo recibió, nueslro hueu cazador no hubic 
ra ni remotamente sospechado que persona viviente 
se bahía hospedado allí. 

Para el que se ha visto espuesto ó pasar la no 
che al raso en medio de un monte en inminente pe- 
ligro de perecer de fnuóde ser devorado por los lo- 
bos, es una satisfacción lau grande verseen una ha- 
hilacion templada al lado de un gran fuego , y lenien- 
do dos enormes alanos en In puerta que le tranqui- 
licen de la tentativo del lobojmas. carníboro; que no 
se cslraüára que el cazador de nuestra relación se 
colocase cerca del fuego Iraniiiiilamenle pora gozar 
de un bien que por cierto no esperaba , y no se cui-* 
dará mas por entonces de los misterios que pudiera 
ocultar aquella morada , ni pensar mas en la hués- 
peda que si bien no imaginaba volver á ver , tampo- 
co le infundía temor alguno. 

Así pasó largo ralo , muellemente recostado en 
una banco que al lado ríe la chimenea se haliaba, 
ruando no penetrante subido y los ladridos de los 
alanos vinieron á sacarle de la grata soñolencia en 
que titcüa; La vnz úc un hombre que se acercaba lla- 
mó á Jos perros por sus nombres, y los sosegó; el 
ruido que sobre la hojarasca que cu liria el suelo hacia 
el que habló á lo* perros, indicaba que se iba acer- 
cando á Irt cueva ; va sus pasos se oían á muy corla 
distancia... Nuestro cazador veia con gusto llegar á 
una persona,» quien poder hacer alguna pregunta 
y ron quien conversar al menos algún ralo, pues 
pasados los primeros móntenlos de alegría y después 
de haber descansado dormitando un rato se le hacia 
molesta tanta soledad ; dirigióse pues á la puerta para 
¡ recibir v conocer al nuevo huésped , cuando advir- 
tió que este se paraba, y á los pocos segundos oyó 
que sus pasos se alejaban otra vez hasta que el ruido 
se perdió con la distancia. 

Nuevamente sorprendido quedó nuestro cazador 
ron aquella inesplieahle retirada, de quien tan deci- 
dido venia á la cueva; ninguna voz le babia podido 
advertir, pues en el profundo silencio que reinaba 
la habría «ido desde dentro mejor que desde fuera; 
¿cómo se le había dado el aviso ? Nuevo misterio que 
tampoco era far.il descifrar; convencido de ello y 
como prudente nuestro hombre determinó no inquie» 
larse lúas, y decidido á pasar Ja nuche lo mejor po- 
sible, una vez que las apariencias indicaba u quena- 
da tenia que temer, pues ni aun verle querian las per- 
sonas que allí se ocultaban; se dirigió á un lado de 



la chimenea á lomar ud poco de leña para rúan te- 
ner vivo el fuego : en una especie Je alacena que ha- 
bía encima halló una botella y algunos fiambres que 
recogió lleno Je júbilo, pues se sentía con el apetito 
de un fatigado cazador ; también bailó un papel, car- 
la que sus incógnitos huéspedes le dirigían sin duda; 
y sin cuidarse de indagar quien ni como pusiera allí 
todo aquello , se acercó al fuego para leer la carta v 
hacer los honores á su solitaria pero bien provista 
mesa. 

Se cmüniÁurtt. 




Paslorrillo amoroso, 
Que vagas divertido 
Guiando las corderas 
Por la orilla del Tajo cristalino; 

No escuches los acentos, 
No los dulces delirios 
De la henil usa Dorila, 
Pues que por ti suspira el pecho mío. 

Advierte que esa ingrata 
Al desgraciado Ánfriso 
Dejó por el gallardo 
Nielo del bueno \ venerable Aurilo 

Y que á su vez burlado 
Este fué por el lindo 
Telesio , comparable 
Al Dios mas bello . al inmortal Cupido. 

Su corazón no sabe 
Lo que es mi amor lino , 
Porque inconstante y loca 
Solo obedece al mando del capricho. 

Ah! no olvides gracioso. 
Incauto pastorcillo, 
Que radiante de amores 
Solo por ti suspira el pecho mío. 

Cantaba Calatea 
Estos versos sentidos, 
Y el eco blandamente 
Parece que gozaba al repetirlos. 

Cecilia. 



i —■■ latí 



IM France*. 

En una quinta poco lejos de París vivía dos años 
hace , y acaso vivirá aun , la señora de Lorgerei, 
amable y cariñosa anciana, viuda del señor de Lor- 
gerei. que á su muerte lo había dejado mas de lo su- 
ficiente para pasar tranquila y cómodamente los po- 
cos años de vida que le quedaban. Gustaba con fre- 
nesí de las llores, y una noche que estaba en com- 
pañía de un anciano caballero, una joven amiga 
saya, que ñvia cérea de su quinta, entrando en el 
salón le presentó ttn hermoso ramillete di; rosas. El 
anciano caballero hacia un año que en aquellos al- 
rededores babia heredado otra quinta de un lejano 
pariente suyo con la condición de llevar su apellido, 
y se llamaba por esto Desculler. Al ver aquel rami- 
llete se puso melancólico, estuvo distraído por un 
buen ralo y después acompañando las palabras cotí 
una ligera sonrisa, dijo: 

-tí Quién podría creer que aquel ramillete des- 
pertase en mí la memoria de una época entera de 
mi juventud? Es una historia muy curiosa que os 
contaré uno de estos días. 

— Oh! ahora, ahora queremos oiría, esclamñ la 
anciana señora. 

Descutler empezó entonces corlesmenle su nar- 
ración. 

— Yo leni;i apenas veinte años y salía del colegio. 
Un día mi padre me anunció que me babia conse- 
guido una plaza de subteniente eu el regimiento 
de,,., y que de consiguiente debía disponerme á 

marchar dentro de tres días para la ciudad de 

A esta noticia mu vi un poro apurado , y esleí por 
dos motivos : primeramente ya no tenia ninguna 
simpatía por la carrera militar; en segundo lugar 
(y esto era lo peor, estaba enamorado. No me atre- 
vía á manifestárselo a mi padre, pero tenía un lio... 
¡qué lio! Era él un hombre de unos sesenta anos. 
pero robusto, gentil, cariñoso, indulgente, se puede 
decir que vivía y gozaba co;¡ la felicidad de los de- 
mas. Tomaba parle en las locuras de los jóvenes y 
protegía sin celos sus amores mientras pagaba sus 
deudas y alentaba sus esperanzas, fui á buscarle v 
le dije: 

— .Mi querido tio , yo soy muy desgraciado. 

— Apuesto veinte Iníses de oro á que no lo eres. 

— Oh! no os burléis de mí, querido lio; además 
perderíais la apuesta. 

— Tanto mejor! serviría para consolarle. 

— Alt! no se trata de dinero. 

— Pues de qué se trata? 

— Mi padre quiere hacerme entrar de subteniente 
en el regimiento de... y yo no tengo inclinación á la 
carrera militar, 

— Y por qué? 

—Porque estoy enamorado y quiero casarme. 

— Y es esla tu desgracia , tonto? y quién es el ob- 
jeto de tu amor? 




(J 



— Oh ! lio mió . es no ángel... 

— Esto ja se entiende; pero como se llama? 

— Noenii Amelol. 

— Csspila! es mas efue tm ángel , es una morena, 
alta, esbelta, con dos grandes ojos negros... Por 
Dios que tienes buen gusto j y te corresponde? 

— Ño lo sé, lio; pero sé queme mataría sí tuviera 
que perderla 



ili-r á bu irisie subsistencia. S. A. llamó ;i los pro- 
leeiores del buéi iaiio, llena de bondad, y allanó Las 
dificultades : diii tres mil reales de dote ú la joven 
y para el novio lia mandado traer del extranjero 
lodos los instrumentos necesarios á su oficio para 
que ponga su tienda, y hoce pocos dias se ha veri- 
ficado el casaiuíenlo de estos dos honrados artesa- 
nos , que en su felicidad bendicen coa sus familias 



Obi olí! Apostaría ciento contra upo á que lú I la mano bienhechora y el noble corazón de la her- 



ía perderás puesto que tu padre es mas rico que el 
Sujo y nunca te permitirá casarle con ella. 
— 'Entonces yo sé \o que tengo que hacer. 

¡Se continuará.; 

- n***tQíq4-+** 

Colegio noimi.il be señoius.— Hace dias que 
ocupándose El Clamar del útil proyecto concebido ' 
por la señora doña Feliciana Bedat sobre la criación 
de un íoifoio normal de uitotos, manifestó lo con- 
veniente que seria saber las causas que impedían la 
realización de tan importante establecimiento. Con 
este motivo ha dirigido aquella distinguida profeso- 
ra una carta á nuestro apreciante colega cu la cual 
espone nn ser la culpa de los empleados del gobier- 
no ni mucho menos de ella porque hubiese desisti- 
do de su pensamiento. La indiferencia con que las 
nobles damas bajo cuya inspección se halla el colé- 



mana de nuestros reyes.» 



*H>lurioii » la <J»iirti<Eu JujiprCa «Mi el nñra. 19. 

Gracia* le doy, suscrito™ . 
Por la idea que le fija , 
Por tti charada , señora , 
Qiib es el nombre de mi bija. 
A-dt-la con atención 
Lindamente has reunido: 
Tu charada nunca olvido 
Porque está eii mi corazón. 

H. V. 



RECTIFICACIÓN, 



En la biografía de Ana alaria Schurman qne in- 
sertamos en nuestro numero anterior, plana 4.*, co- 
lumna 2.*. linea 1 1, donde dice luiltütutoxe retraía^ 
jpo de jóvenes huérfanas, establecido en Aranjuei, ! el» á timiama et| rosa, debe decir fiatirridose rttra- 
lian mirado este asunto, parece ser el único obsta- < n(ío « tímima en cero, 
culo que ce opone .i la realización del iruporlanle 
colegio que nos ocupa, 

¡Vosotras, celosas por cuanto tiende á la educa- 
don y bienestar do la mujer, no podemos menos 
de lamentar que tan inútiles sean los esfuerzos de 
la señora Bedat por un establecimiento que á mas 
de las numerosas ventajas que reportaría á la edu- 
WKSHM de nuestro me , mejoraría indudablemente 
la suerte de aquellas jóvenes huérfanas, qne, contri 
dice la señora Bedel, consideradas como depen- 
dientes de mi establecimiento de beneficencia . son 
espulsadas de él á loa 18 años sin otro dote que una 
educación superficial. 



Rasgo sotabu _ Leemos en nuestros cole- 
gas ¡ «La m aula doña Josefa acaba de ejercer un 
acto de beneficencia q„ L , fficrcce fl)s m > M e](¡ _ 
? <os Parece que ante, de salir este verano la señora 
infanta para las affüas del P¡,¡ neo sc !e presentó tina 
pobre muchacha Bohcita^o amparo , porque hacia 
algunos anos que lema amores con un joven huér- 
fano, de ohc.0 librero , á 0UÍBB sus prolc ,., orM m) 
permtlian casarse porque la joven v su anciana ma- 
dre apenas podían con el trabajo de' sus manos alen- 



ADVERTKNCIVS. 

Concluida ya la inserción del prólogo, continua- 
mos hoy publicando la interesante novela Francisco 

el í-i¡H¡siiu. 

Bogamos á nuestras apreciables susrriloras de 
provincias de los puntos en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos el importe de la sus- 
criríon por medio de nua libranza sobre Correos. 



AMUWC10S DE NUESTRAS SUSCRITORAS, 

En la calle de Valvmle níim. 2t cuarto pintura!, pa- 
lería (le la derecha, haj una señora que borda con perfec- 
ción cualquier encargo que se le napa, imita id nipis y ha- 
ce (lula especie de composturas por iiiht difíciles que sean. 
En la misma casa se darán lecciones particulares de idio- 
ma francés y de bardados. 

Motilará j pinrn'iiouoro.— lín la calle ürd Cnnfle 
Duque, m'iiii. 7. cuarto í.-. se hacen ve«tiili>s de muda de 
kiilas clases á prccins muy arreglados; ios lisos á 12 rea- 
les. También se planchan y rúa con perfección v equidad. 



MADRID 1831. 

Impreula m- (Ion Jo*. Trojilln. ni jo, 

Calle de alaría Cristina, número 8, 



[)amin*ífj l\ de diciembre Je 1851. 



Núm. íO. 



escrito por isna sociedad de señoras y dedicado a su sexo. 



LA MUJER, 



llsi ■■ periódico sale lados l«s domingos; se suscribe en Mi Irnl < n l»s liüfítios de Monier ;ifc Cursi». A in. at iiif¿; j rn prowi- 
fi»j 19 rs. por das. meses tranco de pona, rcmilien imoiililjraiií.i a r.irnr denuestiu imprescr, ó selle? de franqueo. 



En nuestro último número nos ocupamos de las 

desgracias que trae á la mujer eso escesiva ternura 
de que la <luló el cielo, procurando inspirarle pru- 
dencia y precaución contra su propio < orazon, para 
evitar 'as lágrimas y las amargas penas que su sen- 
sibilidad podía ocasionarle. Hoy versará nuestro ar- 
tículo sobre el asunto, pero bajo diferente punto de 
vista; hoy procuraremos demostrar que si la ternura 
es una dote peligrosa para la tranquilidad y el repo- 
so de la mujer, cuando se deja arrastrar ciegamente 
v por las afecciones de su corazón, es no obstante su 
Cualidad mas relevante, ¡a que la hace realmente esti- 
mable y la que la adorna de otras muchas que han 
de conquistarle si no la felicidad, pues la felicidad en 
este mundo no es mas que una ilusión, á lo rueños ej 
aprecio, el respeto y hasta el entusiasmo de cuantos 
la rodean. 

Por su ternura se lince la mujer indispensable .-i 
la felicidad del hombre; por ella adivina los medios 
de suavizar el carácter mas feroz, los de consolar 
ta mas amarga pena, los de embalsamar la herida 
mas enconada; con su ternura en fin puede hasta 
cambiar en favorables los propósitos mas rencorosos 
que se fragüen en contra suya. ¿Ni cómo podía ser 
otra cosa? Era acaso posible que la Providencia hi- 
ciera predominar en la mujer esta cualidad solamen- 
te para su mal? Ah! no, no por cierto. Esa necesi- 
dad de amar y de amar siempre, y de amar basta la 
abnegación, basta el sacrificio; esa cualidad, dote 
especial del cielo, que iguala la mujer á los ángeles, 
esa es la garantía mas cierta de su bienestar, si no 
abusa de ella, si no corre ciega en pos de las ilusio- 
nes engañosas de un loco desvarío. 

El amor, que une á los cielos y la tierra; el amor 
que e§ el vínculo porque existe Ja sociedad, y el 



amor, que es la misión, la naturaleza, la existencia 
de la mujer, ¿ha de ser el que cause su desventura? 
No, no; caúsala ese bastardo deseo que nace de ios 
sentidos, que se paga de apariencias, cuyo lin es la 
corrupción, cuya consecuencia es la saciedad, el 
hastío y la desdicha, y que usurpa para encubrir su 
hediondez el nombre hermoso de amor, bajo eujo 
engañador aspecto suele ai rastrar á la incauta que 
no es precavida. Por el contrario el amo; verdade- 
ro, el amor puro, gage divino del mismo Dios, es e) 
bálsamo de ¡odas las liabas, consuelo dv todas las 
penas. Mirad en la desmantelada chuza á la pobre 
mendiga sonriendo con su hijo; muy infeliz es, muy 
desgraciada, pero en ese momento con su niño que- 
rido en los brazos, contemplando ctjn gozo inefable 
su sonrisa inocente, briudadlecl trono de un monar- 
ca pii cambio de aquel placer, y lo despreciará con 
desden. Ved al hijo rendido de fatiga, aniquilado de 
cansancio, después de un penoso dia de trabajo, 
cuando llega á depositar en el regazo de su madre 
el premio de su sudor, y envidiareis la celestial ven- 
tura que inunda su corazón: ¡qué pródigamente 
recompensadas encuentra sus fatigas si con ellas pue- 
de comprar un momento de dicha para su madre! 
¡Cómo en medio de su pobreza compadece en aquel 
momento á los grandes de la tierra , que ni com- 
prenden ni pueden comprar con todas sus riquezas 
Ja dicha que embriaga su alma! 

¿Y quién es el mágico agente que tanta ventura 
esconde bajo tan tristes apariencias? ¿Quién puede 
hacer el milagro de cambiar instantáneamente las 
lágrimas , la indigencia , los dolores en la su [trema 
dicha, en una dicha mas positiva , mis verdadera 
que la quedar pueden lodos los di te ites '¡" e il 
tara 3a ma- 



sino el amur, ese destello Je los cielos que el mis- 
mo Dios puso en nuestro corazón? El amor le una 
esposa querida disipa las penas de su esposo de~- 
•'Taciado; >■ canudo es ella la desgraciada, cuando ei 
hombre que juró hacerla dichosa la coima de des- 
ventura y envenena Iodos los momentos de su esis- 
lencia , su amor la hace heroicamente sufrida , su 
amor alíenla su esperanza, su amor le alcanza lo 
que por ningún otro medio pudiera conseguir; que 
al fin se reconozca su esposo ingrato, y avergonzado 
v arrepentida emplee tanto esmero en hacerle olvi- 
dar sus penas pasadas cuanto empicó en hacérselas 
sufrir. Al hermano, al amigo , ¿quién los hace felices 
sino ese sentimiento sauto del corazón? Amor, pa- 
labra sagrada que encierra en sí todo» los precep- 
tos divinos, todos los gérmenes de felicidad posible. 
Oh! si la especie humana en vez de buscar la ven- 
tura por el sendero odioso del egoísmo, que solo 
conduce al aislamiento y al dolor , cumpliese BM 
divino precepto! Oh! si los hombres se amasen íio- 
t-piamente , ¡como se convertiría esle triste mundo 
rn un paraíso v la mas pura felicidad acompañaría 
i lis mortales hasta que su alma ascendiese al seno 
del Criador ! 

l'ero con ese mágico nombre se disfrazan lan- 
íos sentimientos bastardos, se encubren tantos pro- 
verlos odiosos! El padre que descuida la educación 
de sus hijos ó les inspira los gérmenes de pasiones 
que han de hacer la su ruina , juzga que los ama ; el 
esposo que disipa las riquezas de su mujer y á, ella 
y á sus hijos conduce ú la miseria , dice que los 
ama ¡ el hombre que por satisfacer un deseo crina-' 
nal seduce ;í una incauta joven ó á una esposa, has- 
la entonces fiel , y causa la deshonra , el oprobio y 
la perdición de una familia, también dice que tiene 
ciiuur. ¿Haría mas quien encarnizadamente odiase 
i sas victimas infelices de tan pérfido engaño.' 
Démonos, pues, el parabién de que la Prnviden- 
tii nos haya escogido para depositar en nuestros 
<:oraioues esa inmensa riqueza ele ternura ron que 
,ios ha dotado , esa sensibilidad esquisila inherente 
i la condición de la mujer ; pero no nos dejemos 
arrastrar incautamente por esas cualidades. El amor 
■ ■<■ nuestro deslino; pero seamos prudentes, apren- 
damos á distinguir del verdadero amar , del torpe 
deseo, de la criminal indiferencia y del odio simu- 
lado, ruando se disfracen can el nombre v las apa- 
riencias de un verdadero afecto-, el primero es la 
felicidad, es la virlud , el segundo ta desventura y 
el oprobio. 



A LA ITALIA. 



Despierta, Italia, del horrible sueño 
En que hace siglos mil estás sumida, 

Y sacudiendo ese letal beleño 
Vuelve á la libertad, vuelve á la vida. 

Despierta, Italia, al fin, llegó el instante 
De romper, pobre esclava, tu cadena 

Y aclamarte otra vez reina triunfante 
Del mundo que al olvido lecondeua! 

Despierta, si: ya el ángel de victoria 
Sobre lu sien agita su oriflama, 

Y la página abriendo de tu historia 
A mas dichoso porvenir te llama. 

Pero ¿qué veo? inanimada, yerta,. 
Mi voz no escuchas, la palabra sania 
De gloria y libertad no te despierta 

Y del liranu vil besas la planta? 

¿Qué es eso, oh Dios? tn pecho mancillad" 

Y en oprobia fatal envilecido, 
Ya no abriga ni un átomo sagrado 

De esa virtud que al mundo ha esclarecido! 
Ya para línohsv patria, fama, gloria:. 
Ya para li no hay nada, vil esclava, 

Y vejetas feliz cutre la escuria 
Que con desprecio tu baldón agrava! 

Olvidaste aquel tiempo venturoso 
Que entre hacinadas lanzas y broquelen, 
Dormías tras combate victorioso. 
A la sombra feliz de lus laureles. 

Entonces mil esclavos te aclamaban 
Señora de los ruares y ta tierra. 
Sus bélicos cantares te arrullaba;] 

Y el noble estruendo de gloriosa ¡juerra. 
Entonces de ambición henchido el pecho. 

.-VI universo entero dando leyes. 
Mil cetros le prestaban áureo lecho. 
Doseles los pendones de mil reyes! 

Y ahora dormitando entre las Doces 
Al blando son de dulce cantinela, 
Solo le arrullan báquicos amores 

Y el bélico clarín lu pecho biela, 
¿Donde está, vil esclava, lu corona? 

Qué hiciste de lu cetro soberano? 
Tú lo perdiste, impúdica malroun. 

Y brilla altivo en cstranjern mano! 
¿Qué dirás ni Eterno cuando uu dia 

Te llame ajuicio ante su escelso trono,' 
¿Que le dirás, responde, reina impla. 



Que pueda á tal baldón servir de abono? 

¿Crees te «lió ese ciclo refulgente, 
Crees le dio ese sol esplendoroso 
Para que alumbre tu aludida frente 

Y contemple lu oprobio ignominioso ? 
¿Crees que dio á lus hijos por ventura 

Un noble corazón lleno de fuego, 
Para que arrastren una vida oscura 

Y besen sus cadenas con sosiego? 
Nunca del Dios clemente v bondadoso 

Los decretos pudieron ser tan pravos, 
Que hubiese dado un suelo tan hermoso 
A torpe grey de tímidos esclavos! 

¿Alegarás ta! vez que mil guerreros, 
A una seña fatal de tu verdugo 
Sobre ti suspendiendo sus aceros 
Te impondrán otra vez funesto yugo! 

¿Lo alegarás tal vez? ¡torpe mentira! 
¿fío sabes que tan solo el dulce nombre 
De gloria y libertad valor inspira, 

Y en un Dios inmortal convierte al hombre? 
¿Qué son esos autómatas sin alma 

Ante un pueblo valiente y decidido, 

*Jue de gloria inmortal busca la palma 

De ardor y tic entusiasmu el pecho henchido? 

¡Nada son para él! fiero gigante 
Al ver á su enemigo el pié levanta 
Con el desden pintado en el semblante, 

Y aplasta mil pigmeos con su planta. 
¿Qué temes pues? despiértate señora, 

Antes que el sumo Dios selle tu frente 
Con la marca de infamia que desdora, 

Y tumba á libertad gtitn ferviente. 
.Mira á tus hijos: su valor alienta: 

Haz que abrasados en ardiente llama, 
Corran veloces á la lid sangrienta 
Agitando de unión el oriflama. 

A su frente vé tú, noble matrona, 
Desprecia del tirano los joyeles, 

Y vuela á conquistar nueva corona 
Cubriendo tu baldón con mil laureles. 

Despiértale por fin, vuela al combate, 
Union y libertad tu grito sea, 

Y de tu bollado honor busca el rescate 
Entre el estruendo de marcial pelea. 

Que si sucumbes en combate honroso 
Tendrás al menos al morir con gloria, 
Rota bandera por sudario hermoso, 

Y por premio una página en la historia 

tunela l.rii-.".!- 



MUJERES CÉLEBRES. 

LUCRECIA ELENA CORNARO. 

Entre Jas mujeres que mas han sobresalido por 
sus grandes virtudes y talentos , merece un lugar 
preferente la bella Lucrecia Elena Curnaro. Esta 
sabia italiana, de la ¡lustrisima familia de los Cor- 
u.iros de Venena, nació en el ano de 1646. Desde 
muy nina manifestó una grande afición á las letras, 
especialmente al estudio de las lenguas , en el que 
hizo tan extraordinarios progresos que no solamen- 
te poseyó las lenguas latina , griega y hebrea, que 
hablaba con Ja mayor perfección, sino casi todas las 
lenguas vivas que se hablan en Europa, Su admira- 
ble genio se enseñoreó también en la filosofía , las 
matemáticas y la sagrada teología, en cuyas ciencias 
hizo tan prodigiosos adelantos que muy pronto el 
nombre de Elena se coloco dignamente á ia altura 
de los hombres mas sabios de su tiempo. 

La universidad d« Pádua, sabedora de sus gran- 
des conocimientos científicos, determinó darle el 
grado de doctora en la facultad de teología, lo cual 
no llegó á efectuarse por oposición del cardenal Bar- 
barigo, obispo de la ciudad, que alegó aquella má- 
xima de S. Pablo que niega á las mujeres el minis- 
terio de enseñar en la Iglesia. Empero deseosa 
aquella ilustre corporación de rendir un justo Jio- 
menage á los relevantes méritos de Elena Cornaro, 
hubo de contentarse con darle el doctorado en filo- 
sofía. Este acto se celebró con la mayor solemnidad, 
asistiendo á él muchos principes y princesas que al 
efecto acudieron de todas partes de Ilalin. 

Pero si grande fué aquella mujer por su admi- 
rable sabiduría , no lo fué menos por la piedad de 
su corazón. A los 12 años, cuando el mundo se pre- 
senta á los ojos bajo el aspecto mas halagüeño v fas- 
cinador, bízo la abnegación mas generosa y espon- 
tánea formando voló de virginidad. 

Un principe de Alemania que la amaba entraña- 
blemente solicitó su mano , ofreciéndole conseguir 
de su Santidad la dispensa det voto ; pero todo fué 
inútil, y ni sus ruegos ni los de sus parientes bas- 
taron á desviarla de su propósito. Antes por el con- 
trario, queriendo desvanecer de una vez las espe- 
ranzas de oíros de sus admiradores que aspira- 
ban con igual ardor á su mano, trato de entrar de 
religiosa benedictina. Pera su padre se opuso abier- 
tamente, si bien no pudo estorbar que revalidase 
su promesa de virginidad, añadiendo los otros vn- 



los religiosos en cualidad de. «blata Je la religión 
<le San Benito , en manos del abad del monasterio 
de San Jorge, 

Desde aquel dia observo una vida tan ejemplar 
eu la casa paterna que pudiera haber hecho honor 
a la mas austera religiosa. Era tan amante de la so- 
ledad , tan completo su recogimiento , tan invenci- 
ble su repugnancia & presentarse en ]i ubi tío , que 
solo por acceder á las instancias tic su padre con- 
sentía un dejarse ver algunas veces, añadiendo que 
aquella obediencia liabia de coslarle la vida. 

Esta fué bien corta, pues á la edad de 38 años 
vold á unirse con los ángeles, sus hermanos, á la 
mansión de los justos, dejando varias obras que in- 
mortalizaran su nombre. 

Muchos son los autores que hicieron el pane- 
gírico de esta celebre mujer, entre los cuales (ire- 
Sorio Leli le prodiga los epítetos de httoiná de las. 
Jffrus, de móniituó de las tundas y de ángel ¿n la 
firrriwjHra y ol ti fondor. 

-tn« llnrin. 

A JQXjlÁ NARIZ- 

Soni-fn A Imllnrlon tlrl lie 1 Sutil Ululo de 

QUEVEDO. 

Erase una nariz como un máchele, 
Nariz que pudo ser uu guarda-esquiua ; 
Erase una nariz, nariz divina 
l'ara servir de base á un minarete. 

Erase una nariz vulgo mosquete. 
Era mas que mosquete, culebrina; 
Erase una nariz, nariz niaclúua 
Llevando pur ternilla uu morterete. 

Erase una nariz rumo un navio 
1 en la comparación corlo me quedo '); 
Erase otro Peñón ■le la Gomera , 

Erase, y acabemos numen uño, 
Erase una nariz que ni (juevedo 
Pudo alcanzar a imaginar siquiera. 

LA ORGÍA. 

Soneto, 

„Wis e ) p | acer qug re¡na cn)re psa ^ eo[ ^ 
Veis esa animación y ese ruido 
Y el choque de las copas confundido 
Con los brindis que entona el elocuente J 

¿.Veis esa Tacana!, ese (oriente 




Que aboyando está el pesar con el olvido? 
¿Veis aquese tropel que adormecido 
Eslá de ese licor dulce y ardiente? 

Dejadlo proseguir, dejad que crezca . 
Dejadlo proseguir hasta la aurora , 
Que cuando allá en el cielo reaparezca 

El rubicundo sol que id orondo dora 
Verán que al lerminar esos placeres 
No hay sino Llanto, luto y padeceros. 



FRAGMENTO. 



Suena el canon: a su estampido fiero 
Imploran los guerreros A la suerte; 
Dirígese la mecha hacia el mortero 

Y empieza á resonar la \oz de muerte. 
Cúbrese de humo el azulado cielo , 

Vé»e brillar b Manía ert lontananza , 
E infundiendo terror v desconsuelo 
Marcha la tropa llena de esperanza. 

Gttertal diwlacivn ! mncrlr, mahadm! 
Son las voces que el aire reproduce, 

Y al sonar de los toques compasados 
Todo á sangre y ¡i fuego se reduce. 

Al anua, ompañeros.' á la brecha.' 
Vuelve á gritar la turba enronquecida , 

Y al brillar del acero y de la mecha 
Vuela la hueste, á despreciar la \¡da. 

Oyese el alambor halirius sones. 
Esgrimen»* en el aire las espadas 

Y álzause hasta las nubes los pendones 
Bu medio de las lilas apresadas. 



Ha cesado e¡ ardor de los soldados 
Una vez conquistada la victoria; 
Al verlos ya mañana coronados 
Veréis manchada la contraria historia. 

Enrlqueiit. 



A continuación de estas lincas hallarán nuestras: 
lectoras la prosecución de la aventura ocurrida al 
padre de nuestra amable corresponsal, que quedó 
pendiente en el número anterior 



Desdobló el papel que le dirigían sus huéspedes, 
eu el cual hallo estas corlas pero sentenciosas frases: 
-Al amanecer tendréis la puerta franca para salir. 
Si os merece algún reconocimiento la hospitalidad 
que aquí habéis hallado , mostrad vuestra gratitud 
no volviendo nunca por estos contornos ni solo ni 
acompañada, ui diciendo una palabra que pueda re- 
velar el secreto de nuestra morada, que habéis sur- 
prendido. SÍ por gratitud no calláis, callad por pru- 
dencia; pues siempre es aventurado y peligroso pu- 
blicar secretos de personas que licúen interés en 
ocultarlos." 

Un tanto suspenso dejó al cazador esta carta, mas 
pronto se decidió á cenar y dormir hasla la venida 
del día, puesto que ni tenia medios de indagar los 
misterios que allí pudieran ocultarse, ni otro parti- 
do que lomar. 

Apenas empezó la aurora á difundir sus rosados 
albores por el Oriente , lomó nuestro cazador su es- 
copeta y salió de la cueva , no sin dirigir alguna mi- 
rada de reconocimiento hacia e! punto por donde 
vio desaparecer á la joven que lo recibiera enella; 
dirigiéndose á largos pasos á su casa , ansioso de 
tranquilizará su familia, que laeonsideraba sumida 
en el mayor cuidado. Mas ¿cuál seria su asombro al 
encontrarla tranquila, sosegada y sin el menor sin- 
loma de impaciencia, y al oir á su hija decirle: 

— Ya sabemos que ha pasado V. bien la noche. 
; Con qué zozobra hubiéramos estado si V. , siempre 
lan cuidadoso, siempre tan precavido, no nos bu 
biera avisado hallarse seguro y bien alojado! 

—Si. ¿Os avisaron á tiempo, eh? 

— Poco después de anochecer. 

— tjué gentes \ qué gentes ! fué la única esclama- 
cion que se escapó de los labios del admirado caza- 
dor , inspirándole nueva gratitud aquel esmero en 
evitar á sus hijos el cuidado que su ausencia había 
de ocasionarles. 

Xo es la curiosidad el vicio dominante del hom- 
bre de nuestra relación , mas todas aquellas circuns- 
tancias ¡legaron á inspirársela tan viva, y fué tal la 
impaciencia que sentía por conocer ¡i aquella joven á 
quien sin embargo de su misterio tanto debía, que 
influyó hasta en su carácter disipando su buen humor 
habitual. 

Veinte días hacia que pasara la noche en el bos- 
que; veinte días que estaba de continuo pensativo, 
discurriendo, hacieudo conjeturas acerca de los mo- 
tivos que impulsarían á los habitantes de la cueva á 
aquel misterio. Eran las doce de la noche, se ha- 
llaba solo en su habitación, desvelado y dando vuel- 
tas á su pensamiento dominante , cuando oyó llamar 
con fuertes golpes á su puerta. 

Se continuará. 




-r***0t9t**** 



UJV mes en la aldea. 

ÍCOXTISÚA.) 

El joven escuchó aquellas palabras sin poderse 
dar cuenta de su verdadero sentido. ¿Sena cierto 
que la herniosa castellana hahia venido á ser la es- 
posa del rústico aldeano? fio , no podía ser; pero 
Enrique la miraba , veía aquella frente llena de dig- 
nidad : ¿aquellos labios podian proferir una frase 
que no fuera cierta? no: el marqués tampoco hu- 
biera querido que aquel ángel candoroso apareciera 
ñ sus ojos cubierto con el manto repugnante de una 
inexactitud- la amaba con tal delirio, que lodo lo 
que pudía rebajarla lastimaba su corazón amante y 
consecuente. Pero su amor herido pudo mas que to- 
das las reflexiones que habían cruzado por su frente 
y que llevamos espucstas. 

Después de algunos linimentos en que Ida había 
conservado toda la sangre fría de que es capaz una 
mujer que comprende su situación y sabe no com- 
prometerla, el joven esclamó con marcada acritud: 
— ¿Será cierto, señora, que la descendiente de 
duques bata unido sus esclarecidos blasones con el 
miserable aldeano? La joven hermosa, apellidada el 
ángel de la montaña por su caridad y su talento, 
¿habrá unido su destino con el rústico labriego.' No 
puedo creerlo, porque entre vos y ese pobre ¡lijo 
del pueblo me parece que hay una distancia inmen- 
sa: el día no puede aparecer al Indo de la noche: la 
altiva castellana no puede pasar á los brazos del 
colono. 

— Basta, marqués, no me hagáis arrepenlErme 
de haberos amado con toda la fé de mi corazón; no 
me bagáis llorar al considerar no tenéis un alma 
grande y generosa; no queráis que al poneros en 
parangón con ese pobre hijo del pueblo, á quien sin 
piedad escarnecéis, os diga que es mas noble él, por- 
que tiene esa nobleza que todo lo domina y lo igua- 
la: esa noble/a que Dios solo la da , Dios que con 
su bondad infinita dice: aerea tu porvenir. Esta ha 
sido la palabra que Pedro ha interpretado tan bienal 
separarse del:: masa del pueblo , al crearse un nom- 
bre que solo debe á su valor y á la grandeza de su 
alma. Asi, caballero , al hablar de ese aldeano pobre 
y oscuro , como vos decís , hacedlo con mesura, 
porque, os lo repito, las ofensas que hicieren al que 
ya es mi esposo, no pueden menos de herir lo mas 
profundo de mi corazón; v después decidme, mar- 
qués , vos lleno de talento ¿como podéis en esle íns- 









taute usar un lenguage contrario i vuestras ideas y á 
la causa que defendéis:' Ku este siglo en que la ciencia 
debe brillar sin compañera, en que el talento todo 
lo iguala, ¿porqué llamáis hombre oscuro al que 
sin mas títulos que su talento y su valor se engran- 
dece? 

— Pero. Ida, decid, ¿es verdad que sois su es- 
posa? 

— Sí, dijo la joven con firmeza; he creído que la 
obediencia es el primer deber de un hijo; él salvó á 
mi padre en cien combate»; él me ha rendido un cul- 
to casi increíble; ¿\ ha volado á abrasar una causa 
quesus ideas rechazaban soloporm.'; decid, Enrique, 
no merecían laníos sacrificios alguna recompensa? 
(Se continuará. J 

«aulla B ,ir rerrul, 



(cosciusioif.) 

— Vamos, muchacho, escucha." Tú cuentas ape- 
nas veinte años y eres muy juren todavía para ca- 
sarte ; procura saber si ella le ama y si le promete 
esperar aun tres años. Si te dice que si entonces yo 
te haré entrar en un regimiento á pocas leguas de 
París para que puedas venir á verla cada tres meses, 
y concluidos los Ires años te doy palabra que le 
desposarás con ella. 

— Ah! querido tio me dais la vida; pero £cótno 
haré para saber si ella me quiere? 

— Curioso! preguntándosela» 

—Oh! querido tio no me atreveré nunca. Mas de 
cíen veces lo be ¡atentado y otras lautas me he 
quedado como antes. ;Ue decidí á escribirla, lo hice, 
pero mis cartas me parecieron tan insulsas que des- 
pués decscrilqs las hice pedazos. En suma, no ten- 
áré nunca el valor de manifestárselo. 

— \ sin embalo, queridísimo sobrino oiio , es 
menester que Noenii Ainelol sepa que lú la quieres. 
Si le corresponde debes sacrificarlo lodo por cita; 
pero es menesler saberlo . la ocasión es oportuna. 
Su padre, coiiid lú sabrás á la par que yo, quiere 
casarla; lú eres nía» neo que ella, pero el novio 
que quiere darla fí¡ mas rico que lú. Anda. pues, 
á buscar á Nocrui y dila que si te ama y está dis- 
puesta u esperarte por tres años me lo escriba á mi, 
que yo buscaré el nimio de desbaratar bis bodas que 
la propone su padre y d c hacerle que consienta en 
lasque yo le propon-a á fin de uniros á loda costa. 

—Bien , mi querido lio : haré un esfuerzo y se Jo 
escribiré lodo. 

¡tejé » mi lio y me ful á casa A escribir la carta. 
Pero la gran dificultad consiste- en entregársela á 
Nicnii. Estuve un buen rato pensando en el medio 



que debía emplear, hasta que por fin se me ocurrió 
la idea de ponerla en un ramillete de rosas. En 
aquella carlita lo declaraba mi amor, le rogaba me 
amase y me esperase por tres años . y anadia que 
en señal de afirmativa llevase aquella noche en tu 
seno una de mis rosas. 

— Ahí pusisteis vuestra carta entre las rosas? dijo 
la señora de Lorgerel. ¿Y qué sucedió? 

— Sucedió que por la noche Noemi no llevaba en 
su seno niitguua de mis rosas. Entonces yo quería 
matarme, pero mi buen lio me llevó consigo en un 
largo viaje, hizo lodo lo posible para distraerme do 
ttii pasión v ac¡rbii con persuadirme de que Noonii 
nunca me había amado. 

— No sabéis que' se hizo de ella? 

— No. 

— Comprendo; luego vos no sois Desculler? 

— X» , mi señora ; Desculler es el nombre de la 
tierra que he bcredado. Yo me llamo Edmundo 
1)' Allheio), 

— Es verdad. 

— ¿Cómo que es verdad? 

— Yo os diré lo que sucedió á Xoemí. 

— Vos.' y cómo.' 

— Yo. si, elía os amaba; pero cu aquella noebe 
no íe había apercibido aun de vuestra caria, oculta 
en el r.'UJUÍjVrc; lloró vuestra ausencia... y después 
se casó con el señor de Lorgerel. 

— El señor de Lorgerel! 

— Si, de quien soy viuda. 

— Cómo! vos... vos sois Noemi Amela t? 

—Sí, aqni está vuestro ramillete de rosas. ' 
Esto diciendo Ea señora de Lorgerel abrió una 
caja do ébano y sacó de clin un ramillete seco. 
Hacia cuarenta aüos que estaba allí. Lo desaló y 
apareció la caria. 

Desde entonces el señor Desculler y la señora 
de Lorgerel no se separan el uno del piro. Repiten 
á menudo lodos los pormenores de aquel desventu- 
rado autor y se aman en los dulces recuerdos del 
pasado. 



L;i Exc-ma. Sra. D. J Gertrudis Gómez de Ave- 
llaneda acaba de componer una loa en verso, que 
se está ensayando en el teatro del Principe para 
cuando se verifique el deseado alumbramiento de 
S. M. 



A última hora hemos recibido un comunicado 
firmado por una de nuestras suscriloras, por¡lo cual 
no lo insertamos en este número: en el siguiente le 
daremos cabida con su contestación al canto. Hace- 
mos esta manifestación para tranquilidad de la in- 
teresada. 



MAD1RD 1851. 
Imprcni* tir «ion Jetee Tritiltln, uljo. 

Caltcde María Cristina, número 8. 




PUKlng» «I de illflímtire de MSI. 





PKIiJODlO) 



ESCRITO POR UN'A SOCIEDAD DE SEÑORAS Y DEDICADO A SU SEXO. 



Si algún (lia hemos tomarlo la pluma 
con júbilo y alegría; si alguna vez dos lia 
conquistado una verdadera satisfacción la 
publicación de nuestro periódico , es hoy 
que podemos llenar su primera página 
con la noticia del acontecimiento mas 
fausto para todos los españoles, nuestra 
adorada Reina ha dado á luz mía princesa 
hermosa como su madre, y como ella vín- 
culo de unión y prenda de felicidad para 
todos; como ella, como su madre adorad;!,, 
como la magnánima Isabel , gaje seguro 
de paz y de ventura , centro á donde se 
unirán, donde se concentrarán los senti- 
mientos de amor y lealtad de todos sus 
subditos. i 

Niña un dia nuestra Reina, de su cuna 
brotó la libertad para Esparta. Joven des- 
pués , el lazo fué que unió á todos los 
hijos de su noble patria , siendo siempre 
ejemplo de magnanimidad, de grandeza, 
de amor- Matrona hoy, y matrona caste- 



llana , (¡andábale que asegurar la ventura 
de su pueblo, legando á un vastago de 
su sangre su grandeza , sus virtudes , su 
amor á los espartóles. Ya ío ha realizado: 
esa princesa que acaba de nacer, al reci- 
bir el ser de su augusta madre, ha recibi- 
do el germen de todas sus virtudes , de 
todo su amor, y garantida está la felici- 
dad de los españoles con ser regidos por 
' la hija de su Reina adorada doña Isabel 
• Segunda. 

i Nosotras al unir nuestra pobre voz y 
i nuestros votos á los de todos los españo- 
les, lo hacemos llenas de júbilo por la se- 
guridad de ventura que nos da este acon- 
tecimiento, y de orgullo por ser una mujer 
h que la ha afianzado en este nuestro 
pais querido. 

El cielo, que nos ha colmado de tanta 
felicidad , quiera seguir dispensando sus 
favores protegiendo á la augusta Sobe- 
rana y á su inocente hija. 





AL FELIZ AUMBIUHFEXTO 

TOE S. M. JLA. M.13 ■!%'.:%. 

Dona Isiibd II. 

Yíi cu el cielo brilló la hermosa aurora 
Nuncio «le paz, de amor y de ventura i 
La hermosa Reina que la Kspníía adora 
Probó de madre la sin par dalzura! 

Y can ella su pueblo alborozado , 
Henchido el pecho de entusiasmo sanio, 
Al vastago saluda idolatrado 
Que lii'l termina su fatal quebranto. 

;()li, gracias Isabel!... Por fin cumpliste 
De tu amante nación el voto hermosa, 

Y con el froiu de in amor quisiste 
Su dicha amentar y sn renoso. 

Padre feliz! al recibir el tierno 
Traslado de Isabel en la recazo, 
{¡nacías rendiste al Salvador eterno 
Que ha bendecido tu amoroso lazo! 

¡ Reina y madre a la par 1 el premio hernioso 
De tu amor recibiste por la España I 
De tu destino el astro luminoso 
Mnguna nube el resplandor empaña! 

Ya terminó el pesar : sobre tí el ciclo 
Merecidos favores boy aduna. 
Que de una madre se disipa el duelo 
Al ver de un ángel la dorada cuna! 

Crezca á la bella sombra de tu gloria; 
Digna sera cual tú de cscelso nombre, 
La página ¡lustrando de su historia, 
Legando al mundo celestial renombre! 

Grande será cual tú: cual tú clemente 
Del pueblo enjugará el amargo llanto, 
La firmeza a! amor unirá ardiente, 
La justicia amparando con su manto, 

¡Dichosa madre! un porvenir sereno 
Ese arcángel hermoso te predice , 

Y el fiel pueblo español, de gozo llenn. 
Postrado ante tu trono te bendice! 



EL IttCISUEXTO DE DÍAS. 

Vacilantes y temerosas tomamos boy la pluma; 
la pobreza de nuestro ingenio, la rudeza de nuestra 
inteligencia, que mejor que nadie conocemos, nos 
desatienta y nos suspende al intentar describir la 
grandeza de este día y trazar algunas lineas hablando 
de su misterio inescrutable ; pero si ñus arredra la 
convicción de que la empresa es superior á nuestras 
fuerzas; si la conciencia de nuestra propia pequenez 
nos asusta , el sentimiento inmenso de que se halla 
henchido nuestro corazón nos anima , la inefable 
alegría que inunda nuestra alma nos obliga; y á pe- 
sar de nuestra debilidad y de nuestra ignorancia, 
nuestra voz se escapa para unirse al coro inmenso 
que elevan hoy todas las criaturas bendiciendo á su 
Criador. Kl Hijo de Dios, que no eligid para nacer 
un palacio sino un establo , la Virgen inmaculada 
que mereció ser Su madre, ven los corazones y acep- 
tarán nuestra pobre ofrenda, perdonando el desali- 
ño de la espresion. La bejievuiencia de nuestras 
lectoras cscusnrá también nuestro atrevimiento, si- 
quiera sea por que interpretamos el deseo que las 
anima y aprovechamos en un periódico dedicado á 
nueslro sexo la ocasión de ennoblecer sus páginas 
ron el nombre sagrado de la mujer santa sobre todos 
los santos, que mereció ser madre del Hijo de Dios, 
La primera mujer que diera Dios para com- 
pañera de! hombre, seducida por el enemigo de la es- 
pecie humana, delinquió e hizo delinquir á su com- 
panero. La maldición de Dios cayó sobre la raza 
humana; arrojados dei paraiso donde fueron cria- 
dos, tuvieron por patria el árido mundo, donde 
los acompañaron el crimen, los dolores, las pe- 
nas y la muerte. Los hijos del hombre maldito na- 
cieron en las desdichas y en el pecado , y la tierra se 
cubrió de crímenes, los hombres se olvidaron de 
su Criador; y Dios en su justicia los esterminó inun- 
dándola con un diluvio , salvando solamente á una 
familia de justos que adoraban su sanio nombre. Vol- 
vió á crecer la especie humana , pero concebida en 
el pecado toda estaba condenada. 

De nuevo los hambres habian olvidado á su Cria- 
dor. Una nación guerrera y ambiciosa dominaba el 
universo, orgullosa con sus victorias habia acumu- 
mulado los tesoros del mundo entero, y en medio 
de sus riquezas dorraia en Jaembrisguez de los 
deleites mas inmundos; los principios de justi- 
cia y equidad se habian borrado en sus mentes dege- 
neradas. Algunos sabios, algunos filósofos imaginan 



3 



corregir ó moralizar; pero aun esos sabios y esos fi- 
lósofos paga tributo á fas ideas dominantes en aquel 
pueblo, y en sus leyes y en sus gefes cíe moral 
consideraban á U mtijer como un instrumento de 
placer, y al hombre que nació en !a esclavitud, como 
una cosa cuando no como una fiera, y sus doctrinas 
solo comprendían á medias la virtud y la justicia. 

¡Oh triste y lastimosa edad! El mundo esclavo 
de los romanos, los romanos esclavos de los que pro- 
crearon á los Calígulas que liacian senadores á sus 
caballos, de los Nerones que incendiaban á la popu- 
losa Roma por el placer de ver ardiendo una gran 
ciudad, y asesinaban á sus madres para examinar las 
entrañas que ios abrigaron nueve meses. Horror! 
horror! 

En esa época espantosa de degradación en que 
se ennoblecieron los crímenes mas horrendos, y basta 
se erigieron en virtudes, en qtiese envanecieron los 
señores del orbe ostentando vicios tan hediondos que 
contrariaban basta ¡a naturaleza; una virgen de Ju- 
dea, pura como el pensamiento del mismo Dios, bella 
como la alegría de los cielos, sania como la madre 
de la santidad, fué elegida por el Criador de los cie- 
los y la tierra para concebir en su purísimo seno al 
regenerador de la especie humana, al Hijo mismo de 
Dios, que descendía del cielo á satisfacer á la jus- 
ticia divina, á levantar el anatema que pesaba suWe 
la raza humana alcanzando para e] hombre el perdón 
de su Dios, la bendición de su padre, abriéndole 
otra vez las puertas del paraiso, y dejarle después 
los cielos por patria, la gloria por herencia, y la 
eternidad para gozarla, 

Era la noche: el frió mas intenso helaba basta 
la respiración j la nieve caia en menudos copos, y 
María, !a virgen pura de Nazarel, la descendiente 
de David, la que iba á ser madre del Hacedor délos 
cielos y la tierra, no encontró una casa quela hospeda- 
se en la populosa ciudad de Belén ; todas sus puer- 
taslas halló cerradas, á todossus moradores sin com- 
pasión, y acompañada del patriarca venerable, que 
era su esposo, tuvo que albergarse en una misera 
cabana que servia de establo á algunos animales. 
Siéntese con los síntomas del parto , y á los pocos 
momentos ya es madre, madre del Hijo de Dios, 
del Redentor del mundo, del Salvador de la raza 
humana. El hombre Dios ha nacido; el hombre pe- 
cador será perdonado. 

Y el eslahlo se convirtió en nuevo ciclo; 
los resplandores de la gloría lo iluminaron con 
divina luz; los ángel"? bajaron para entonar 



las alabanzas del recien nacido; los reyes de re- 
motas tierras vinieron á rendir su homenage al rey 
de reyes, al señor de los señores, y la naturaleza 
entera entona un himno inmenso de alabanzas á *u 
Dios. 

¡Oh cuél cambia todo en el misero mundo! Las 
-: 'lides degradadas aprenderán á conquistar su 
perdida dignidad; la ley de la mas pura moral vol- 
verá á iluminar la razón eslraviada y corrompida, 
■ ■I señor y el esclavo se llamarán hermanos, los 
hombres van á ser redimidos -, perdonados, unidos 
por ese ia7o inmenso del amor que ha hecho descen- 
der délos cielos aí Hijo de Dios para satisfacer la 
justicia de su padre y enseñar su lev divina, esa lev 
de ventura, de gracia, de santidad ; esa ley que no 
manda mas que amar, creer, esperar. 

¡Oh dichoso día ! ¡ Olí nacimiento glorioso! ;Oh 
misterio inesplicable de infinito amor ! Pobres é ig- 
norantes mujeres no atinamos ni aun á espresar el 
gozo inmenso que esperi mentamos ; pero tú. Dios 
que descendiste á morar entre nosolros, tú que ves 
en los corozones, mira v acepta el sentimiento que 
inunda los nuestros, V til. Virgen pura, madre del 
divino Dios, que en este dia ascendiste á tan eleva- 
da gerarquta, acepia el bomennge de las que no 
cuentan otro mérito que el de adorar tus virtudes 
celestiales, «inspirarles las virtudes que practicase 
en su santa vida para que desde estedia seamos me- 
recedoras del elevado nombre de hijasiuvas. 

L.l IE.Uli.t9V L.l ILÜSIfll, 



Ningún bien mundano alcanza 
A llenar el corazón 
Cual tina hermosa esperanza 

Y una dorada ilusiun. 

Es muy bello de la gloria 
Ceñir el lauro envidiado, 
Grabando un nombre en la historia 
Del mundo entero aclamado. 

Es muy bello dominar 
Con su elocuencia la tierra, 

Y á sus plantas contemplar 
Cuaiilo el universo encierra, 

Y ver que de clima en clima 
La fama lleva su nombre 

Y su miseria sublima 

En Dios convertido el hombre. 

Ver rpr» de sitios lejanos 
Sabios vienen en tropel. 
Poniendo ásu planta ufanos 
De sus sienes el laurel. 



Y si i'ii su pensar profundo 
A Ib esfera tiende el vuelo. 
Ver que cual domina el mundo 
Dominar pudiera el ciclo. 

Mas ¡av! Iras tanta dulzura 
Tal vez se acullá la hiél. 
Que no hay placer sin tristura, 
Sin espina» no liay laurel. 

Ta! vez el que el mundo admira 
Satisfecha su ilusión. 
En vano á llenar aspira 
Su marchito corazón. 

Y apesar de su saber 

Y su inmenso poderío, 
Llora desalado al ver 
Su pobre pucho vacio. 

Que ningmi placer alcanza 
A llenar el corazón, 
Cual una hermosa esperanza 

Y una dorada ilusión. 

Bailo, muy helio es vivir 
Etilre vi lujo y los placeres, 
Sin hallar en su existir 
Ni espinas, ni padeccres. 

Bello, muy bello es gozar 
De los bailes y festines, 

Y su sienes coronar 
De rosas y de jazmines. 

Y mirar siempre serena 
La faz de bella fortuna, 
!>e mil y mil groes llena 

Sin sombra triste, importuna. 

Y la existencia licuar 
Para evitar el vacío, 
Con cuanto pueda soñar 
El hombre en su desvario: 
Con riquezas y joyeles. 
Palacios y aduladores, 

Y jardines, y vergeles, 
Con placeres, con amores. 

Pero en vano con afau 
Va buscando una ilusión. 
Que tras ¡os placeres van 
Las penas del corazón. 

"V en medio de la tristeza 
Que descolora su vida, 
Diera toda su riqueza 
Por la bella fe perdida. 

Que ningún placer alcanza 
A llenar el corazón. 
Cual una hermosa esperanza 

Y una dorada ilusión. 

Bello también es gozar 
De un amor dulce y profundo. 

Y con su llama trocar 

En bello edén este mundo, 
Bello también es sentir 



El fuego de una pasión, 

Y con otro confundir 
Nuestro amante corazón. 

Y gozar de esa dulzura 
Sublime, ardiente, infinita, 
Que de una vida marchito 
Sabe calmar la amargura. 

.Masay! que pronto el hastío 
Desvanece la ilusión, 
Dejando el pecho vacio 

Y marchitó el corazón. 

Y en vano busca anhelante- 
La esperanza ya perdida, 

Y la ilusión delirante 
Que doraba antes so vida' 

Que ningún placer alcanza 
A llenar el corazón, 
Cual una hermosa esperanza 

Y una dorada ilusión. 

Y mas helio es el vivir 
Ensueños de oro forjando, 

Y de flores adornando 
Cl hermoso porvenir. 

Y mas bello es el soñar 
Con gloria, riqueza, amores, 

Y de continuo volar 
Tras ensueños seductores. 

Si tras el ¡rozar perdida 
Se contempla ta ilusión, 

Y nada basta ñ dar vida 
Al muí ¡ente corazón; 

Quiera D¡os que eternamente 
Conserve esla dulce calma, 
Esta fe sublime, ardiente, 
Que basta Dios remonta el alma. 

Quiera Dios que mientras viva 
Grabe bien cu la memoria 
Que quien el gozar esquiva 
Aumenta su dicha y gloria. 

Pues ningún placer alcanza 
A llenar el corazón, 
Cual una hermosa esperanza 

Y una dorada ilusión. 

.infiel* tiran*!. 

LA NOCHE-BUENA. 

Hay dias consagrados k la alegría y al placer, 
dias en que el rico y el pobre, el niño y el viejo, lo- 
dos, todos miran como uu precepto inviolable la di- 
versión, la alegría; de esos dias privilegiados el prin- 
cipal es este en que escribimos, ó por mejor decir, la 
noche de este dia, la Noche-Buena. 

Las plazas inundadas de frutas, de turrones, de 
pavos y de nacimientos, vienen anunciando esta no- 
che felíz, con no corla anticipación; no hay casa 
donde no »e baga abundante prevención para la ce- 






nn de esta noche, en la cual consiste la celebración 
de la fiesta. Y como en esta noche no debiera ce- 
narse por ser dia de ayuno, hallaron nuestros mayo- 
res el medio de hermanar la abstinencia con la abun- 
dancia, la penitencia con el placea trasladando la 
colación á la hora de la comida, y ¡a comida á la hora 
de la colación, ingenioso medio de cumplir con Dios 
y con el mundo. Esta transacción no es ya tan nece- 
saria desde que cenamos una hora ó dos mas tempra- 
no que nuestros padres, y bautizamos la cena con el 
nombre de comida. De todos modos, probado está 
por la esperiencia que el hombre se divierte mas, ó 
únicamente ge divierte comiendo; esta noche no po- 
dría llamarse compleíameute buena si no se comiese 
en ella y abundantemente; así pues lo que la hace 
entre las familias memorable y deseada es la cena. 

La cena de Noche-Buena, precisa reunión de fa- 
milia á que aun asistimos, resto de las costumbre; 
antiguas que aun respetamos. En esa nuche y en esa 
reunión, á que nuestros padres acudían con una 
exactitud digna de sus tiempos, daban ala cena cier- 
to tinte de religioso; ningún miembro de la familia 
faltaba, y en esa cena, presidida por el mas an- 
ciano v respetable, se transigían las diferencias, se 
terminaban las contiendas, se ahogaban lo< gi'rinenes 
de enemistades y odios, v se estrechaban mas y mas 
las relaciones y vínculos del parentesco. 

En nuestros tiempos ha perdido ya la fiesta da 
Xoche-Buena ese carácter, esa influencia, y queda 
puram ntc reducida á un convite, convite no obs- 
tante en que se evoca el recuerdo de las personas 
queridas, de quienes nos Separa la muerte tí la ausen- 
cia; lo cual le da cierto aire melancólico que me/ 
ciado con la alegría de la noche, haceque la cena de 
Xoche-Buena tenga su carácter propio y peculiar. f r i n ; así pues aquellas represensiones las creía tan 



LA MES E¡V LA ALDEA. 

(COSTISÜA.) 

—Es cierto, señora; todos esos sacrificios mere- 
cían una recompensa, pero creo que habéis esaje- 
rado el compromiso que podia ligaros ¡i un hombre 
que á pesar de los colores con que pintáis la sitúa- 
■ • i ■ ■ r i en que os encontrabais con respecta á '■! . ja- 
más debió aspirar á vuestra mano. Y en el momento 
de prnnunciar esos votos que os separaban de roes- 
tro primer compromiso, decid, señora, ¿no lenib Lis- 
téis? Pudierais haber pensado en aquel momento 
solemne que se trataba del porvenir v de la felicidad 
de Enrique; que él os amaba co¡; lodo e! delirio de 
que es capaz aquel que por primera ve/, fija su mira- 
da en uita mujer que cree ha d¡i formar las delicias 
del restó de su vida; y al poner en la balanza todos 
los sacrificios de ese hombre, do debisteis olvidar 
que esa balanza en justicia debia inclinarse por el 
• Sel Olmo. 

Ida iTe*'ó, ron razón, que aquella conversación 
se prolongaba demasiado , y haciendo una ligera 
inclinación se disponía á dejar sin contestación al 
marqués, porque la joven creía haber dicho lo bas- 
lante. Su alma estaba tranquila , una voz mas po- 
derosa qac las pasiones humanas le decia : has 
combatido por hirgo tiempo, pero has trían fado: 
Enrique era el sueño hermoso de tu porvenir, era 
el complemento de la dicha ; sin él las estrellas no 
brillaban , el cielo era triste y nebuloso , las flores 
perdían para tí su encanto, el arroyuelu no murmu- 
raba co:i aquella cadencia que tanto le impresiona- 
ba, la naturaleza entera parecía comprender tu dolor 
y unirse a [i; mucho has llorado . pobre niña , con- 
templando aquella barquilla que tantas veces os 
cOnduria: y al encontraros sobre aquel río que juga- 
ba con vuestra frágil falúa y os unía á cada uno de 
sus botes, ¿quien os diría en aquellos momentos de 
suprema felicidad que la ambición jugaba del mismo 
modo con vuestros provectos v vuestro porvenir?» 
Ida sahiii lo que su cora/ou había sufrido v su- 



Esa misma circunstancia es la que aun hace que si 
conserve esta costumbre, en estos tiempos en que 
tan poco se da á las diversiones puramente domésti- 
cas, y en que el prurito de ridiculizar las costum- 
bres de nuestros padres ha venido á hacer que se 
pierdan Los puros y tranquilos goces de familia, por 
esos tumultuosos placeres mas aparentes que reates, 
y que no dejan tras si mas que el hastíu y quizá la 
ruina. 



injustas y ofendían tanto su dignidad , que creyó" 
que un silencio eterno debía por siempre cubrí- con 
velo impenetrable lodos los movimientos de aquel 
corazón destrozado pur el sufrimiento. Ida decia: la 
joven ha muerto, la esposa del honrado Pedro no 
debe ni puede contestar nada sin ofender al hombre 
que tiene ya derecho á toda su estimación. A pesar 
de su anuir al marques , la hermosa castellana re- 
cordaba con placer que el humilde aldeano cada dia 
se engrandecía; v algunas veces con esc orando de 



mujer que todo lo olvida cuando su amor propio se 
Conservemos pues este recuerdo de las costuro- encuentra salislccbo , pensaba que la esposa de un 

héroe debía ser digna de el. 

Pero aun no había dado dos pasos por el salón 
cuando Luisa, aquella nina bella é interesante ima- 
gen de bondad, apareció. Estaba morlalmenle páli- 
da, al ver á Ida se sonriyó con esa inocencia pura 



hres tranquilas Y pacíficasde nuestros padres, gozan 
do en Ja festividad de un dia tan grande para el cris- 
tiano de la conmemoración de esta costumbre tan 
respetada por nuestros mayores. 



que se asemeja á la transparencia del liflu, y esela- 
mó cou una voz que penelraba en lo mas profundo 
del corazón : 

—Por (in te cneueulro, hermana mía; lie tembla- 
do tanto por ti! 

—¿Por qué tiemblas por mi, Luisa mía? 

— Escucha . porque el tiempo vuela y los mo- 
mentos son preciosos ; sentí que dejabas nuestro 
aposento y escuché: desde que esla noche nos en- 
contramos rodeadas de soldados, el sueño ha huido 
de mis ojos; así pues abrí nuestra ventana y al 
poco tiempo el galope de un rabal! o me perturbó de 
uní meditación. ¡Oh, era bien triste! Pensaba que 
Dios, que ha creado tantas maravillas, tu debía per- 
mitir que luí hombres alimentaran esa pasión que 
tanto los rebaja . ese deseo de destrucción , ese en- 
cono con que el hermano hiere al hermano , y el 
amigo no escacha la voz que en olru tiempo nía- 
feliz unió su corazón con lazo sagrado. l-'.inbchido 
en estas ideas no escuché las primeras palabras del 
recién llegado, pero oí e! nombr,' de tu padre y 
i! •<[,'■ ;iI-'ii:'Í:.hl, Si, iltvi.i. mi coronel, la orden ES 
terminante; ese formidable enemigo, e( que acom- 
paña al señor de este Castillo, ha hecho prisioneros 
algunos lie nuestros mas bravos compañeros : este 
castillo encierra para él un depósito sagrado , un 
tesoro que todo lo aerificaré por él, su esposa, que 
es fama ser la criatura mas bella de lodo este pais. 
Mañana ese portento debe caminar cou nosotros 
hacia nuestro cuartel general, y pocos días después 
teniendo en rehenes esle tesoro, abrazaremos á 
nuestros valientes compañeros.» Asi pues huye, 
hermana mía. 

— Mi pobre Luisa , y te dejaré á ti ocupar mi 
puesto ,' Jío, eso nunca. 

— Oh! sí , Ida , un caballo tienes dispuesto , que 
la buena llana solicita ha buscado. Huye por Dios! 
¿qué. adelantarías con permanecer aquí? A mi ya 
me han visto; asi pues las dos sufriríamos la misma 
suerte. Üli! sálvale, hermana rnia; te lo pido en 
nombre de tu madre ! 

Y la joven de rodillas alzó sus manos con una ac- 
titud tan suplicante, que Enrique, que había pre- 
senciado aquella escena sin ser visto de la graciosa 
niña, se adelantó para unir susruegosá los de aquel 
ángel de abnegación, 

Al verle Luisa dié un grito. 

— Estamos perdidas, Ida; nos han escuchado. 

— No, contestó el joven; no es un enemigo el 
que une sus votos á vos para que deje este castillo 
en el momento vuestra hermana. Escuchadme, se- 
ñora. 

Y dirigiéndose á Ida continuo: 

— Mi lenguagc debe haber herido vuestro cora- 
zón : dacfme una prueba de que lo olvidáis. Permi- 
tid que os deposita en 'os urazos'de vuestro padre v 
espo-ii : no quien que podáis decir roa verdad que 
un hijo del pueblo es inr:s generoso que c| ni.inpiés 
del Olmo. 



Pocos momentos después, por un» deesas com- 
binaciones del destino , Enrique disfrazado con el 
Irage de sus enemigos, conduela á la mujer amada 
á brazos de su rival. 

(Se continuará,) 



lalalln B, dr Fcrr.nl. 



Leemos en los periódicos: 

Heroísmo reuüioso oe isa pbaücesa. — Duran- 
te, la terrible jornada del A en Paris, una hermana 
de la caridad. Sor María Amala, de el Avcyrou, lle- 
vaba auxilios á los heridos. Dos jóvenes del depar- 
tamento de Puy de Dome la remitieron un reloj y un 
rosario. Otro joven herido morlalmcnle la entregó 
una cruz que su madre le halda dado y llevaba en el 
d ce lio. Estos objetos quedan en deposito, calle de la 
Reforma (lúm, -.!). ¡i donde pueden reclamarse. 

Algunos testigos han venido á afirmarnos que 
María Amala habla manifestado en estas crueles cir- 
cunstancias una heroica abnegación. I'n oficial la 
Invitaba á retirarse diciéndola que r arria peligro su 
vida: «Y fiirn, contestó: asi morir/ en mi ¡metto.» 
No hay palabras para alabar á esla mujer generosa, 
que ha arrostrado los mayores peligros para obede- 
cer á la voz de la humanidad, 

Tbaüajo primoroso, — La señorita doña Matilde 
Navarro, que hizo una envoltura de batista que fué 
presentada á la reina para el malogrado príncipe de 
Asturias, ha tenido la honra de presentar ú S. \l c| 
dia ti del actual el completo de la envoltura con un 
magnifico faldón y casavés de nipis perfeclainenleca- 
lapuí. Según la opinión de personas ¡tile ¡gentes, 
tanto la envoltura como el faldón y casavés son de. 
cslraordiuario mérito por la finura desús labores y 
la variedad de sus dibujos que mas hien parecen un 
rico y delicado encaje que un calado hecho con la 
aguja, 5, M, se digno recibir este presente, quedan- 
do muy complacida de la aplicación de ia señorita 
Navarro, á quien dio señaladas pruebas de su ama- 
bilidad. 



MADRID Í8S1. 

Inórenla Ue iSuit Jnm- Tfiíjlllo, lilj». 

Calle de Marín Cristina, número S. 



A fio I. 



Domingo 28 de diciembre de 1831. 



Núm. 22. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras v dedica tío á su sexo. 



Este perüijicosale lodos lo^dúmin¿us;scsuícrihp en M*drideil lé; librerías de Uonlrr vdf Cui-la. & ir?, .il mf.s t ro protin- 
ciís ir) rs. por dos inesei franco dt parle, reinilien oanaUbratMl I r jv. h r de nuestro impresor, A ífilos de franqueo. 



Hemos venido oniuándonos eo nuestros números 
anteriores de parte de Lis desgracias que. aquejan á 
la mujer, y muchas mas pudieran añadirse al ca- 
tálogo; pero como algunas proceden de su propia 
manera Je obrar, como muchas puede evitar fácil- 
mente, hay nos dedicaremos ú trazar el cuadro de 
estas últimas, indicando los medios de evitarlas ó 
de repararlas al menos. 

Si la mujer aislarla por su viudez ó por su lior- 
t.Hj'Lnl tiene que lamentar su triste soledad y sufrir 
la* penas á ella consiguientes, y que ya en otro arti- 
culo ligeramente trazamos, sus disgustos, sus desgra- 
cias no son tan acudas ni tan continuas cuino las de 
la mujer casada, y estas serán nuestro lema de este 
día. 

Hemos dicho que algunas de sus desgracias pro- 
ceden de su manera de obrar, y esto es la verdad. 
La sociedad presente ha dado brillo y esplendor á la 
mujer, la mas csquisita galantería la rodea en pú- 
blico , y muchos hombres se ocupan en inventar 
adornos y prepararlas mi camino de flores y perfu- 
mes, mentidas apariencias, ficciones halagüeñas y 
brillantes que encubren una triste y amarga reali- 
dad, i Ay de la que se deje deslumhrar por esa tan 
engañadora perspectiva! ¡Ay de la que no conozca 
qne la mujer está condenada á ser siempre víctima, 
v que ese brillo de que se. La rodea es que se la 
adorna para el sacrificio! ¡Ay en fin de la que no 
comprenda que su misión es de sufrimiento, y deje 
de hacer acopio i!e resignación y fortaleza, para so- 
porlar los dolores que bau de acompañar su vida! 

¿Veis al amante tierno y entusiasta , jóvenes ino- 
centes , veisle protestar á vuestros pies sumisión y 
rendimiento, veisle atento siempre , siempre cuida- 
<Ju-o v .exacto, alabando hasta vuestros caprichos, 



recibiendo con sonrisa vuestras órdenes v obede- 
ciéndolas con prontitud, haciendo alarde de la mas 
completa abnegación? ¡Ali, pobres niñas! ¡Qué cruel 
I desengaño os espera si imagináis que asi es el hooi- 
[ ¡Ti', y que con tan amable compañero lus dias de 
vuestra vida vana sncederse .-u perpetua felicidad y 
alegría! Esa es la máscara con que el hombre se dis- 
fraza para representar el papel de amante; esperad, 
espetad á que. os llame esposa y su despoje de cs<; 
disfraz que va no necesita, y venís qué cambio, 
qué mutación de escena (an repentina y cruel. En- 
tonces os dará órdenes, y no se prestará á recibir 
ni aun consejos; enlonres pasará mucho tiempo sin 
que veáis su rostro placentero, porque los maridos 
acostumbran guardar su mal humor para Los poco 
ratos que pasan al lado de sus esposas;' os reprende- 
rá no sntamen te vuestros caprichos sino hasta vues- 
tros mas inocentes deseos: y entonces la vida os pa- 
recerá cruel, maldeciréis vuestra credulidad y vues- 
tra locura , llegareis á concebir tedio á vuestra casa, 
odio á vuestro marido, y os precipitareis quizá en 
un abismo. Ah! veo que nsasusta esta pintura, pero 
es porque no estáis preparadas para verla ; porque 
crédulas en demasía imagináis que os es debido ese 
rendimiento exagerado; porque mal aleccionadas 
ignoráis que los deberes de las mujeres no se cum- 
plen en las fiestas, ni en los saraos; porque no sa- 
béis que la vida es un tejido de penas y disgustos, y 
que cada momento de satisfacción y alegría cues- 
ta muchos dias de dolor. Triste por demás es esta 
verdad, pero no menos cierta, ni menos palpable. 
Convénceos de ella y tro gran paso habréis dado 
para huir de la desgrana. 

Una vez convencidas, os preparareis á cruzarla 
vida con resignación y fortaleza ; a! través de las do- 






radas frases del amante viras al hombre condeoa- 
do también á las penas v los pesares ; y al llamarle 
esposo vuestro no os sorprenderá su cambio repen- 
tino; entonces en lugar de arrastrarle á lo* saraos y 
las fiestas del gran mundo , procurareis rodearte en 
vuestra casa de lodos los dulces cuidados de una 
buena esposa , y de tos gratos placeres de familia; 
estudiando su carácter adivinareis Sus penas , J el 
mal humor 91130 que antes os irritaba sabréis abura 
que procede quizá de las contrariedades que halla 
para satisfacer lodos vuestros deseos, y ese cuidado 
os inspirará interés y redoblará vuestro cariño; y 
aun en medio de las penas y de las desgracias halla- 
reis consuelos para hacérselas menos amargas. 

¿Y qué mujer no ha conseguido con esta con- 
ducta, que no es heroica por cierto , pues se redu- 
re al cumplimiento de su obligación , qué mujer no 
ha conseguido atraer al esposo mas disipado y ha- 
llar el bienestar y la felicidad posible en esta vida?' 

Por eso hemos dicho al principio que muchas de' 
sus desgracias proceden de su manera de obrar, y 
que convenciéndose de que su verdadera misión so- 
bre la tierra es ser la compañera del hombre, para 
estudiar y consolar sos penas, alcanzara el bienes- 
tar y la ventura que por ningún otro cansino puede 
hallar. 



En vano la busco- 
por el verde prado, 
en vano suspiro 
y me agito en vano. 

Mí Lisa no veo , 
á Lisa no hallo, 
ni cogiendo moras 
vi con su rebaño. 

La ingrata , se olvida 
del amor que guardo 
dentro de mi pecho, 
tan puro , tan santo ! 

¡ Ay ¡ Por qué renuncia 
al placido halago 
que un dia ensayara 
con tan dulce encanto, 
que al mas desdeñoso 
de los aldeanos, 
de tosco , de rudo , 
lomó en cortesano? 

¿Do su aiiinr ha huidu ".'.:. 
¿A dónde á emplearlo 
se fué la perjura , 
sin rur uta á mi daño. 



¿Juzga que fiatílv 
por ser tan gallardo 
nicjni- anuir sabe 
que su tierno Fabio?.. .- 

Si es asi , Zagala , 
Wn te has engnñado. 
que amor como el mío 
no es fácil lograrlo 
de I tüpimii el bello , 
del discreto A nardo , 
del gentil Alteo , 
ní del mas bizarro 
entre iudus ellos , 
de Batilo hablo.. , 

De ese que se finje 
de li enamorado , 
de ese que la noche 
la pasa en descanso 
sin que le desvelen 
dicha» ni cuidados,-. 

l-ise do le ama 
1 ■irrm yo te amo. 

Yo, que en noche oscura 
bajo tu tejado, 
devoro mis celos, 
y es mi acerbo I linio 
mi sabrosa cena , 
y mi sueño blando . 
eterno desvelo, 
muy duro quebranto. 

Ésta triste vida 
que asi voy pasando 
por li, Lisa hermosa , 
¿no te causa espanto?... 

Vuélveme, le ruego , 
tu amor deseado, 
vuélveme mi dicha, 
vuélveme el regalo 
de tiempos felices 
que por mi pasaron — 
y olvida mis quejas, 
que yo habré olvidado 
cuando á mi le vuelvas 
mis reíos amargos.,. 



A) pié de una encina 
asi cantó Fabio. 
triste porque Lisa 
no quiso escucha rio. 
Impaciente luego , 
tomó su cayado , 
y á sus mejillas 
guiando á otros pastos , 
se ruare bü anheloso , 
mustio , cabizbajo-, 
llevando en su alma 
cruel desengaño. 



■ • »•«,... 



La siguiente comunicación, que recibimos hace 
dias y que hasta, hoy no hemos podido tener el gus- 
to de insertar, nos pone en la necesidad de decir al- 
gunas palabras sobre su contenido; si bien no nos 
prometemos satisfacer cumplidamente á la entusiasta 
comunicaste, porque cuantío se piden explicaciones 
de olvidos é ingratitudes no es fácil darla. Sin em- 
bargo, si el respetable sentimiento de que nuestra sus- 
critora está poseída, si su entusiasmo cundiera en 
nuestro sexo, pronto quedaría reparada la injusticia 
que lamentamos con ella, y no tardarían en elevarse 
esos un intiiii rulos á la memoria de nuestras celebres 
y heroicas compatriotas, que con razón echa de 
menos. 

"Sras. Redactores de La Mujer, 



IIi y oíros que conocen mejor á nuestro sexo, y 
comprenden que la mujer es capaz de las accio- 
nes mas gloriosas, que puede muy hicn hacer- 
se célebre y ser á la vez un modelo de virtudesr 
pero en estos la envidia produce el misino efecto que 
en los otros la preocupación, se creen humillados al 
oír que la fama se ocupa de alguna heroica mujer, y 
procuran achacar defectos á las mas ilustres, para 
rebajar las acciones que no pueden negar. De aquí 
resulta que !a preocupación ó la calumnia se encar- 
gan de disipar el entusiasmo, y que estas dos enemi- 
gas déla, celebridad han impedido se alcen los monu- 
mentos que nuestras célebres compatriotas merecían. 

Sin embargo, para satisfacción lanío de nuestra 

comunicante como de lodo nuestro sexo, les diremos 

Muy señoras itiias: Quisiera merecer de su bon- i <i ue > a se lia empezado á hacer justicia á las muje- 



li't se sirviesen dar cabida en las columnas de su 
apreciable periódico á la siguiente 
PREGUNTA. 
«¿Por qué así como á aquellos ilustres personajes 



res. Pocos meses hace se levantó en Francia una es- 
laiua á una joven célebre verificándose este acto, á 
que asistió ej gobierno de la república, con la mayor 
solemnidad; y como nuestros paisanos son tan aficio- 



que legan á la posteridad la rica herencia de sus nom- na<3os á iruilar lodo !o V K sc ['"etica en esc pai s , 



bres, se te erigen después de su muerte estatuas que 
eternicen sn memoria, cosa muy justa v que hace 
honor á los que promueven semejantes actos., por 
qué, repito, han de estar escluidas de esta distinción 
la.s qne pertenecen á nuestro sexo? ¿Acaso no se 
cuenta en él ninguna cuyas virtudes y hazañas pue- 
dan compararse con las de tanto varón ilustre? ¿No 
significa nada en la historia el nombre de María de 
Padilla, de 'Agustina Aragón, de Mariana Pineda, 
et«. ele? 

«Desearía pues que alguna pluma mejor corta- 
da que la tuia se tomase la molestia de sacar de da- 
das á su afectísima suscrilora 

Amalia Longuevila. 

liemos dicho mas de una vez en las columnas de 
nuestro periódico que una de las condiciones mas 
tristes de nuestro sexo es la de que los hombres, que 
se hait erijido en señores de la sociedad, ellos que to- 
do lo dominan, ellos que hacen Jas leyes y establecen 
las costumbres, nunca son justos con nuestro sexo. 
La idea en unos de que la mujer ha nacido para estar 
encerrada en su casa, y de que no debe participar 
en nada de la publicidad, les hace mirar con una pre- 
vención eslremad.i, y calificar ma'isimamente á toda 
mujer que llama la atención pública, aunque sea con 
la gloria que le adquieran sus acciones heroicas: estos 
hombres obran de buena fé, pero de buena fé niegan 
lodo mérito y califican injustamente á toda la mujer 
que adquiere celebridad. 



no dudamos que pronto se acordarán de sus célebres 
compatriotas aunque solo sea por imitación. 



A continuación íusertainos la prosecución de la 
aventura ocurrida al padre de una suscritora nues- 
tra, que dejamos pendiente en el número ¿0 de 
nuestro periódico. 

Xo admiró á este que llamasen á su puerta á ho- 
ra tan avanzada, pues por su profesión de medico, 
y médico de mucho crédito en el pais, era frecuen- 
temente interrumpido en tales horas para llevar sa- 
lud y consuelos al lecho de los enfermos; pero cule- 
ramente entregado at pensamiento que hacia dias le 
dominaba, veía con disgusto que le sacaran de aque- 
lla meditación en que pasaba lodos los momentos 
que podia robar á los cuidados de su profesión. 

Pocos «lómenlos habían pasado cuando le pre- 
sentó su criado una carta que trajera para él la per- 
sona que para tan altas horas de la noche guardaba 
sus visitas. 

Ver el médico la letra de la esquela y cambiarse 
en júbilo su impaciencia fué obra de un momento: 
abrióla iiimedialaonmle y recorrió su contenido, que 
era el siguiente: 

«Cuando la casualidad lo (rajo á V, á nuestra 
* oculta morada, lo atribuimos á la contrariedad déla 
>' suerte; ahora comprendemos fué un nuevo favor 
j>de la Providencia. 

» En recompensa de la pobre hospitalidad que re- 
icibió V. de nosotros solamente le exigimos el secre- 
"lo: ahora nos vemos obligados á rogarle que si ha 
i conservado nlguu recuerdo grato d * aquella nuche, 









• no -nos niegue el favor Je volver :'t esta pobre fao- 
*rnda, de il onde solamente V. puede disipar el des- 
■■ consuelo y la pena , alejando la terrible desgracia 
«[iii' nos amenaza. 

«El dador d« esta, persona rn quien nuede V. 
•ignuar, acompañará & V. si es lanía su bondad 
«que s« decide á favorecer a los que. aunque ocill- 
« tus., tuvieron la honra ie hospedarle una noche. ■' 

Terminar esta lectura, dar las ordene* compe- 
tentes, v fallarse á caballo siguiendo el camino que 
indicó su guía , fueron operaciones que nuestro oié- 
ilíco ejecutó en riu mu minio. 

Solamente el que haya estada batallando por 
largo líemjm ron urt secreto , que llegara á dominar 
todas sus facultades enseñoreándose coniplelain'nte 
ilc su espíritu , podrá formar un juicio aproximado 
del gozo que sen lia el hombre de nuestra historia en 
aquellos momenlos en que tan próvitim se hallaba 
de saber cuanto deseaba. Iba á ver otra vez á aque- 
IIS joven i¡ue adivinó la ansiedad en qiii« se liaUá— 
riau sus liijos por su ausemia de tina noche entera, 
y ron lanío cuidado los habla procurado tranquili- 
zar ; iba á penetrar el uiisAcriu que orillaba en aque- 
ll-i vivienda una familia tan ignorada de lodos Jus 
habitantes de la eomarca. 

Dijimos al principio que no era nuestra cazador 
en manera alguna curioso, v asi era la verdad: en- 
tregado constantemente ¡i esludios profundos, su cu- 
riosidad solo tenia por objeto penetrar los arcanos 
de la rienda; el ejercicio de. su misma profesión le 
Jiahiii puesln tantas veces de manifiesto los itt.Ú ín- 
timos secretos del rorazon humano , que en cierto* 
momentos supremos nunca se ocultan á la perdona 
de quien se espera alivia y consuelo, que por espe- 
rienria sabia también lo poro interesantes que son 
en lo general esos secretos individuales, que ¡i oo 
estar ocultas lan repugnantes y despreciables baria» 
a aquellos á quienes roncíeriiru. Alas, eslu no obs- 
tante , aquella joven de tunta distinción que lau inas- 
pe rada rúenle bailó en la cueva, los esroeraibs cuida- 
dos que le debió, el interés grande en ocultarse , la 
predisposición de su espíritu afectado por la pers- 
pectiva de la noche cruel v peligrosa que ti-ülia, an- 
tes de ver la luz de la cueva,, y últimamente ia so- 
ledad y el silencio cu que la paso loda , impresiona- 
ron su mente con tanta fuerza que uo debeesirañar- 
se que á pesar de su carácter habitual, y contra su 
costumbre, concibiese tal curiosidad por penetrar 
aquel misterio, y que sualogría al realizarse su ve- 
beuienle deseo fuese tan eslretaada que ni tino re- 
paro de enlregarse «aquella hora de la noche á mía 
uscursiou por medio de un monte que ofrecía bas- 
tante peligro, ni siquiera reparó en el guia iiue lo 
acompañaba. 

Antes de empezar la marcha , el que viooá bns- 
eario le ofreció la muía que motilaba , porque mas 
acostumbrada á los difíciles senderos por donde ha- 
bían de pasar, directa mas seguridad ; obsequio que 
uuestro médico aceptó mas que por ninguna otra 



SC hallaban en el 

ianes de la puerta, 
nítidas de aquel' 



rayo» por fio perder tiempo en con testada bes y cum- 
plimientos. Ni una palabra mas habla aalido de loi 
labios de aquel hombre en todo el camino, ha.sla que 
con un agudo silbido advirtió á los habitantes de la 
cueva su llegada y al medico qué se hallaban en el 
término de su viaje. 

Los alanos ; mu -lanles guardia 
llegaron con salios á recibir las o 
silencioso Majen. , prco sin dar los ladridos que de 
nunciaseu su presencia allí. 

Apeados médico \ acompañante, penetraron en 
la cueva que va conocen nuestras lectoras, y qitc 
esta veí no estaba iluminada por el vivo íue^o de la 
chimenea; la luz de un cnndelcm que tenia eu la 
mano aquella misma oten que lia lio el cazador la 
primera vea que penetró allí, y que ahora veta en el 
misino sitio, derramaba una débil claridad ett la es- 
tancia, después de reflejar en iit ,-ihtlinsirinu rostro. 

Aquella mujer joven, de rara belleza, entera- 
mente vestida de negro, ion su aire majestuoso, pe- 
ro en ruvo rostro se pintaban el dolor y la ansiedad; 
las paredes, que la escasez de luz hacia aparecer de 
un color pardiiscn, el silencio sepulcral que allí rei- 
nalia, y su propia pre-lisrmsicion. nifUiteron de tal 
modo cu ia imaginación ilel médico, que sola Lóenle 
pudo murmurar un saludo \ obedecer á la gviial que 
de seguirla le hizo la jóieu, penetrando ambos por 
aquella piieri.i lan disimulaba que la ocultó la prime- 
ra vez que llegó á la tw\a el médico cazador. 



■■»«»! /:*+*+* 

U!\ MES EN LA ALDEA. 






(üfttTIXrlA,) 

Al desaparecer ei monto de la noche pareciaq nc 
el sol rasgando por algún tiempo esa cortina ceni- 
cienta i inste que tea rae lan rólleos presenta á nues- 
tras provincias vascongadas , quería lucir lodo su 
esplendor, todas sus mas ricas galas. Al lado de 
aquellas maravillosas montañas caminaban sobre un 
brioso corcel dos criaturas, bellas sin igual : parecía 
que el destino al separarlas, al permitirles darse el 
ultimo adiós, había desplegado sobre ellas todos sus 
mas riiios atractivos : aquella noche de insomnio y 
de sufrimiento cabria sus encantadores rostros de 
mortal palidez. Ida apenas podía sostenerse ; pero el 
joven la oprimía contra eu pecho coa esa fuerza fe- 
bril que da el sufrimiento y <■[ cansancio, y la opri- 
mía doble mas porque su corazón le decía: «tienes 
entre tus brazos á la mujer por quien lodo lo sacrifi- 
carías , y la tienes por ul lima vez.» Sus labios desde 
la Salida del castillo aun no se habían despegado; 
Enrique clavó SU penetrante mirada en una elevada 
montaña . y su corazón latió de esa manera tan im- 
posible de describir con exartilud; había distinguido- 



el campamento enemigo ; allí estaba el hombre abor- 
recido que le robaba aquel ángel , que en este mo- 
mento tal vez contaba los latidos de su corazón; 
aquella mujer que é! sabia positiva meóle que lo 
amaba, y que él mismo debía entregarla á su rival. 
El joven en el fondo de su alma maldecía la sociedad, 
pues que por ser esclavo de esa p;ilabra con que el 
mundo santifica todos los sacrificios, día cumplirlo 
con su deber, » le hacia pasar por latí duras prueba*. 
El marqués era amante y amaba con ese delirio di* 
hombre que encuentra un imposible que vencer, y 
comprendía con dolor que cada segundo que tras- 
curría k aproximaba á una separación eterna ; asi 
pues buscaba en ruedlio de su agita.- ¡un todos cuan- 
tos recursos podía p;ira prolongar la llegada de aquel 
momento cuanto le fuera posible Por fin se deter- 
minó á interrumpir aquel silencio tan penoso y tan 
prolongado. 

— Ida! esclamó con un acento casi incomprensible, 
estáis fatigada ; mirad , á dos pasos de nosotros cor- 
re un cristalino arroyuelo; pudiéramos descansar 
algunos momentos y beber; estáis tan pálida que me 
hacéis temblar. 

— Gracias, Enrique, siempre sois bueno para 
mí; descansemos. 

En el momento, el joven salló del caballo y co- 
giendo entre sus brazos ú Ida, que no bubiera podi- 
do sostenerse en pié, la sentó sobre la yerba al lado 
del arroyuelo; el tronco de un árbol la servia de res- 
paldo. Enrique la cuidada con la tierna solicitud que 
una madre cariñosa mira y coloca en la cuua á su 
inocente hijo. Hubo un momento en que los jóve- 
nes en medio de aquella naturaleza radiante se mira- 
ron de esa manera indefinible que hace laür el cora- 
zón sin comprender la cansa, para poderse dar cuen- 
ta de ese movimiento tan rápido. El joven se cruzó 
de brazos y entre sollozos comenzó; 

—Ida, lloro como un niño, lloro porque te voy 
á perder; míralo, allí está Pedro! mira el campamen- 
lo carlista, allí está el hombre que te roba de mis 
brazos» y yo te he prometido llevarte hasta allí! Oh! 
Díos mió! ¡qué desgraciado soy! en este momento 
en que tus ojos me dicen: «te amo, Enrique, m 1 
amor no tiene límites." Ah! Ida, el cielo es testigo 
de mi sacrificio. 

—Pobre amigo! dijo la joven con pasión, qué fe- 
lices hemos sido algún tiempo! pero era demasiada 
felicidad para unos míseros mortales. 

Ida, enagenadaen los recuerdos del pasado, con- 
tiouó dominada por aquella impresión que no podía 



un solo instante le ern posible desechar: 

— ;Te acuerdas del dia supremo que iba á ser tu 
esposa (y sus mejillas se coloreaban!, la esposa de¡ 
hombre querido, la esposa de mi Enrique? Ay! Dios 
mió! qué momento aqnel! iba á ser luya para toda 
una eternidad; pero, v la joven acentuó esta frase 
con melancolía, los hombre* tuvieron envidia de 
nuestra felicidad, porque el mundo era para nos- 
otros un paraíso, v nos la arrebataron! 

— Oh! no, Ida mía, tú me amas porque tus pala- 
bras y tus ojos me lo dicen; sí, aun estás en mis* bra_ 
ZOS, huyamos' aquí tienes á tu Enrique . el lininbre 
que todo lo sacrificará por tí, honores, grados, tí- 
tulos, todo lo hollarán tus pies, sí quieres; huyamos! 
viviremos ignorados y oscuros; pero ricos de amor 
poderosos. Sí, yo seré el hombre mas poderoso de| 
universo, porque tu cabeza angelical descansará en 
mis hombros, ¿y quién en el mundo no me envi- 
diará? Ida, escoje; allí está el hombre oscuro que te 
arrancó un juramento que tu corazón rechazaba; v 

, aquí un descendiente de esclarecidos señores de Cas- 
. lilla, que ha sido el elegido de tu corazón, y todo io 
i sarrifica poruña sonrisa de tus labios; escoge, Ida, 

escoge. 

La joven le miró como asustada y balbuceó como 

soñolienta.' 

— Antes que Ida la patria, antes que el amor c\ 
deber. 

— Olvida esas frases que me separaron de li! gri- 
tó el joven frenético. 

Ida, como despertando de una penosa pesadilla, 
y mirando á Enrique con compasión, se esforzó 
cuanto su debilidad le permitía, y señalando el cam- 
pamento enemigo: 

—Adiós, marqués, le dijo; Dios me dará fuerza 
para llegar adonde el deber me manda; nunca ere,- 

j que un caballero como vos se valiera de medios tan 
pobres para arrancar k una mujer los secretos de su 
corazón; la debilidad y las fatigas de esta noche 1,10 

j terrible me han trastornado por algún tiempo la men- 
te, hasta confesaros qne os amo como en tiempos 
mas felices. Sí, marqués, os amo del mismo modo; 
pero mirad, allí está mi esposo, y nada hará olvidar 
á la mujer de vuestro enemigo que solo os puede 
conceder un titulo, un solo titulo, el de amigo- 

— Perdón, Ida, si por un momento mi amor ni e 
ofuscó hasta creer que le olvidaras de lo que vales y 
de lo que eres. Vamos, señora, vamos al campo ene- 
migo; allí juré depositaros en los brazos de un es- 

| poso y un padre: Dios solo sabe lo que me cuesta!. 



a 



—Alto! gritó en el momento una voi de trueno. 
Y nuestros júveues se vieron rodeados por 
una partida de carlistas. 

(Se continuará., 1 



REMITIDO. 

ES LOS DÍAS DE VI ¿MIGA J-A SESOBIT.» 1 ' . ' S mis A J. B. 

¿Sabes por qué la» plácido portento 
Muestra el cielo en su rica fantasía? 
¿Qu« nueva placentera nos envía 
Con su fúlgida luí el firmamento? 

Es qae quiere, Sabina, su contento 
Manifestarte a! alumbrar tu dia. 
Es quu quiere gozoso, amiga mía. 
Esa prueba mostrar de rendimiento. 

Y si hoy se alegra el so), joven hermosa, 

Y esparce su lumbrera mas ufana, 

Y viste e! cielo de color de rosa, 

¡Qué no haré yo (|iie con amor Je hermana 
Te amo j siempre te amaré, querida, 

Y es tu dicha la dicha de mi vida,' 

Matea L. de Borniá. 



Cuando tan proverbial) y sagrado es ese amor 
cobre todos los amores que llaman amor de madre, 
apenas podemos rreer lia va seres tan miserables en 
quienes este entrañable amor no inspire otros senti- 
mientos que la crueldad y la barbarie. Sin embarco 
el hecho que á continuación insertamos es una Iris- 
te prueba de que no faltan madres crueles y desna- 
turalizadas, que convirtiéndose cd verdugos de los 
objetos mas caras al corazón, atraen sobre sí el odio 
de la sociedad y la maldición del cielo. El hecho ;■ 
que nos referimos es el siguiente: 

El 30 de noviembre último compareció ante el 
tribunal de policía correccional de Paris. una mujer 
acusada du malos traiamicntns ñ «na ni ña bija suya. 
El hecho merece ser conocido, asi por lo esiraordi- 
iiano y escandaloso como porque ofrece una prue 
i)a de rectitud y justificación de parte de aquel tri- 
bunal. 

Ln niña, llamada Juanita, se presentó á la bar- 
ra enteramente trémula y asustada al verse ¡il lado 
iic? su madre, de la que estaba separada hacía algún 
tiempo por orden de la autoridad. Lloraba á lágrima 
viva, y separaba la vista de sn madre como pura 
pudor hablar mas libremente. 

El presidente {dirigiéndose ata niña). Vuestra 
madre os ha tratado cruelmente, hija mia, ¿no es 
cierto? Cnidaih, que aquí es preciso decir toda la 
verdad. 

La niña. S¡. señor, mi madre me hacia aroslar 
«ohi* nn montón de viruta?, después de haberme 



hecho trabajar todo el dia, sin dejarme jugar un 
momento, y á veces sin haber comido. 

El presidente. Os castigaba non frecuencia se- 
gún parece, porque se oian dar á todas horas hor- 
rorosos gritos. 

i.n nina, Me pegaba con nn bnslnn de nudos. 

El préndenle- Es que creo que no se contentaba 
con pegaros con ese bastón. 

I -ti niña. Además me arrastraba por los cabellos, 
y casi me lia arrancado las orejas. 

El presidente- Asi debe ser, porque déla decla- 
ración del facultativo consta que teníais las orejas 
destrozadas. ¿Y qué mus os hacia aun? 

La iníid. Me ha hecho una herida en el costado, 
con las tijeras, por la que derramé bastante sangre: 
en muchas ocasiones rae clavaba alfileres en el cuer- 
po. Para que no me oyesen gritar, porque me ha- 
cia mucho daño, me nidia la cabeza en nn saco de 
serrín. (Profunda sensación en el tribunal.; 

El prniAtMt. ¿No querríais volver al lado de 
vuestra madre? 

I.a niña. ¡Oh! ¡Xo, señor, no, por Dios! 

A continuación se oyeron las declaraciones de 
algunos testigos, y se reconoció el cuerpo de la ino- 
cente mártir, lleno de heridas y picaduras. El abo- 
gado defensor de la niña redamó enérgicamente la 
aplicación de la ley . 

En su virtud et tribunal condenó á seis meses de 
prisión á aquella madre feroz y desnaturalizada, ade- 
mas de privarla de tener al ludo á su hija . 

Ll'CIIA DESESPERADA DE USA HAIÁE — El 27 de OC 

Inlire último en Santa Margarita , en la provincia de 
Palermo, sucedió un caso horroroso. 

La esposa de José Magio-Cardillo salió de la 
casa con su hija de, ocho años y un niño de diez y 
ocho meses, y se fué á un olivar del nolarioD. Mei- 
chiorc Crescimano para recoger aceitunas. Dejó en 
el suelo á su hijo, y con la nina empezó á recoger 
las aceitunas , cuando hallándose á poca distancia an 
agudo grito del niño le hizo volver la cabeza, y víó 
sobre el un animal que le pareció un perro. Al mo- 
mento corrió hacia el niño, y lo que creía un per- 
ro era un lobo : al instante se trabó una lucha entre 
la madre y el lobo ; y este abandonó la rara y la ma- 
no del niño, cubierto de sangre y heridas v casi 
moribundo. 

Acto continuo la fiera se arrojó sobre la niña,, 
que llorando htiia por el olivar, y abalanzándosela 
subre la espalda la hizo caer bañada en sangre: de- 
sesperada la madre, lomó una piedra para arrojarla 
sobre el lobo; pero este huyó con precipitación. 

El niño murió al caho de media hora i y Ja hija 
se cree no sobrevivirá á las grandes heridas, 

¡Pueden considerar las madres cuál seria el dolut 
de esta desgraciada! 



i 



MADRID 1831. 

Iiutirrnfii «te (Ion Jmr Trnjlílo, hijo. 

Calle de liaría Cristina, número 8. 



Aüo l. 



Domingo 4 de Enero de 1 852, 



Núm. 23, 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



|SBtopeilédltfMleU>d.OTlwdomíngos;sBsoseribe«iiiltidrldeii Itslibrertaa d<* Monier t do Cucua, .i Sr¿. aliñes: y td protiji- 
ttas 10 rs. parduá mtsei francu di_- porle, reimílieii oanalibrania alamor de nueslro impresor, & =ello= de franquea. 



Hundióse en el abismo del pasado el año de 183 1 , 
y al sustituirle el de 18'i2 que empieza hoy. en el 
inmenso legado de bienes y de males que recibí' de 
su antecesor pocas partidas se ven que contengan 
ventajas para nuestro sexo. La concesión del dere- 
cho civil de petición acordada por la vecina repúbli- 
ca ; la erección de un monumento que per peine la 
memoria de una mujer que se sacrificó por su pue- 
blo en esa misma Francia; los conatos hasta ahora 
infructuosos de una célebre aogio-aroerieana para 
hacer mas independiente la condición de la mujer; 
Fie ahí toda la herencia que nos deja el año que linó 
de 1831. 

¥ que pocas ventajas de actualidad traen esas 
concesiones y esos conatos para el bienestar de la 
mujer; qué poca utilidad ha de reportar de ese de- 
recho que se le ha concedido en la nación vecina, y 
cuánta oposición lia de hallar esa mujer estrangera 
que intenta sacudir la opresión en que yace nuestro 
sexo. Por mas que se haya calificado de estreno pol- 
los hombres, su pensamiento es grande: pero el 
resultado inmediato que obtendrá será el aumento de 
esa misma opresión que intenta destruir. 

ínterin las condiciones de la sociedad en que vi- 
vimos no cambien radicalmente, ínterin no se difun- 
da en todos los espíritus el sentimiento de perfecta 
igualdad que la justicia reclama p ¡ra ambos sexos, 
esos conatos aislados y esas concesiones acordadas en 
un momento de entusiasmo de nada sirven, ningu- 
na ventaja nos reportan , solo contrariedad y dis- 
gustos han de acarrearnos. 

Pero si bien repelimos que ninguna utilidad es- 
peramos ahora de esas novedades, hallamos en ellas 
no obstante dos circunstancias notables: la primera 
*s que los hombres empiezan á reconocer su injusti- 



cia . pues al proclamar Ja igualdad y la libertad , h 
piden también para nuestro sexo; la segunda, qfle 
en ei corazón de la mujer, á pesar de la abyección 
eu que hace siglos yace, no se han estingiiido lodo* 
los sentimientos de dignidad y «randera de que la 
dotó la Providencia. Estas dos notables rircunstan 
cias encierran quizá tos gérmenes de los elemenl'» 
que han de presidir ú la emancipación de la mujer, 
que repetimos no juzgamos conveniente . ni anhela- 
mos ínterin no presidan á las sociedades los princi- 
pios de equidad , justicia é igualdad á que tiende la 
especie humana , y á cuyo fin tan lentamente mar- 
cha la sociedad entera. 

Y para que los hombres no se alboroten y al ca- 
lificarnos de revolucionarias nos arguyan de incur- 
rir en contradicciones, les diremos que por esta 
emancipación entendemos la terminación de la es- 
clavitud en que tiránicas ó ridiculas costumbres tie- 
nen á nuestro seso ; el que acabe la mujer de ha- 
llarse supeditada á los caprichos del que alcanzó ser 
su compañero con falsas promesas que después no 
ha cumplido; el advenimiento del dia en que el hom- 
bre y la mujer sean juzgados con rigurosa justicia en 
todos los actos, y las mismas fallas no se califiquen 
en nosotras de crímenes horrendos , y en ellos de 
acciones dignas de celebridad y gloria ; v en fin por 
emancipación comprendemos la cesación de esa cruel 
esclavitud en que nos hallamos oprimidaipor el hom- 
bre, que al hacer las leyes, al establecer las cos- 
tumbres . al fijar io que llaman conveniente ó incon- 
veniente, decoroso ó indecoroso, forma un anillo de 
hierro, que dorado unas veces y ennegrecido otras, 
siempre nos oprime, siempre pesa sobre nuestro 
cuello. 

Ese dia de la jusiiria para los dos sexos, ese dia 



2 



Je la igualdad que es lo que nos mancipar* 6 libra- 
rá de la cruel tiranía que no? «prime, llegará, lle- 
gará sin duda, pues la humanidad por tina !e_f in- 
mutable camina a su perfección , y esa perfección 
no puíde realizarse existiendo la mujer bajo las tun- 
diciones en que actualmente vive. 

Convencidas nosotras de esta gran verdad . y 
para cooperar en todo lo que podamos á que llegue 
mas pronto ese dia de la justicia y de la igualdad. 
hemos recomendado ionio la educación de nuestro 
sexo, Ilústrese pues, cumpla las obligaciones que 
las actuales condiciones sociales y las costumbres 
existentes le impunen; haga la mujer la felicidad 
del bombre que el destino le da por compañero, y 
lio dude que irán cediendo y adujándose los eslabo- 
nes de nuestra cadena ; el hombre se reconocerá al 
Un, nos hará justicia y nuestra suerte seguirá la de 
la humanidad entera llegando á conseguir la igual- 
dad tan descada sin conquistas reñidas que lian de 
agravar por de pronto nuestra suerte. Y ese pequeño 
legada del año de (Sal habrá sido el germen, se- 
gún bañaos pronosticado , del bien futuro de nues- 
tro sexo. 



MUJERES CÉLEBRES. 



¡Ei subuiiienu M. Bruion.) 

Esta mujer rstraordinaria , conocida por M. Bru- 
lon , subteniente de inválidos, nació en 1771 , ha 
«rvido siete años en et ejército francés y se halla en 
la actaalidad en el cuartel de inválidos de París, 
donde hace cincuenta y dos años goza del aprecio y 
de la veneración de todos sus viejos compañeros de 
gloria, siendo últimamente nombrada caballero de la 
Legión de Honor pur el presidente de b república 
francesa. 

Por los detalles que acerca do esta heroína pu- 
blican los periódicos de París verán nuestras lectoras 
cuan injustos son los humores al negarnos el valor 
y la fortaleza , considerando, estas prendas como pa- 
trimonio esclwsivo de su sexo. 

La viuda Uní Ion ha sido bija , hermana y cspnsa 
de nublares muerlus en sen icio activo en el ejército 
francés de Italia: su padre sirvió 38 años sin interrup- 
ción, desde I7S7 hasta ITOíi; sus dos hermanos fue- 
roa muertos en el campo de batalla y su esposo ter- 



mino la vida en Ayacio á 
en 1791. 

Habiendo entrado á la edad de 21 años, en 1702, 
en el regimiento número \2\ infantería de linea, 
cuerpo en que liabia muerto su esposo y en que 
aun servia su padre, se distinguió desde luego por 
una conduela tan honrosa , ya como mujer , ya como 
militar, que se le facultó para continuar en el ser- 
vicio á pesar de su sexo. Permaneció pues en él sie- 
te anos, habiendo hecho siete campañas bajo el nom- 
bre de guerra de ijhrrtad en calidad de fusilero, ca- 
bo , cabo-furriel y sargento mayor. En liarías oca- 
siones , pero sobfc lodo en el ataque del fuerte de 
Gesco, en Córcega, y en el sitio deCalvi dio prue- 
has de un valor heroico. Entre las numerosas cer- 
tíGcariones auténticas que atestiguan sus brillantes* 
servicios se halla la siguiente : 

«Los infrascritos , cabo v soldados del destaca- 
~ mentó del regimiento número iá que se halla de 
■ guarnición en Calvi, certificamos y atestiguamos, 
«que la ciudadana Angélica María Josefina Duche - 
«mili, viuda Brulou, cabo furriel con funciones de 
sargento, nos mandaba en el combate de Gresco eí 

• día 5 de praitial del año II, 1794: que se batió 
■■' ¡i nosolroK como una heroina: que habiendo in- 

• tentado un analto los ingleses y rebeldes corsos tu- 
'i vimos que batirnos alarma blanca: que recibió un 
"sablazo en el brazo derecho y un momento después- 
»uoa puñalada en el izquierdo : que viéndonos sin 

• provisiones á media noche partió herida como es- 
otaba para Calvi. (lisiante medio legua. \ allí ton el 
-celo y valor de una verdadera republicana hizo te- 

• vantar y cargar municiones á unas sesenta mujeres, 
"conduciéndolas basta nosutros ella misma con la 
«sola escolta de cuatro hombres , lo que fué causa 
>>de que pudiéramos rechazar al enemigo v conser- 
var el fuerte , y cu finque únicamente tenemos 
«que felicitarnos por haber estado á su mando. » 
{Sigue» las firmas.) 

En el sitio de Calvi, dirigiendo un cañón de Ifj 
en calidad de sargento en el bastión de cuya defensa 
estaba encargada , recibió en la pierna izquierda una 
herida grave causada poruña bomba, y habiéndola 
imposibilitado esto para continuar sirviendo fué ad- 
mitida en el hotel de Inválidos el áí- de frimario del 
año Vil. Muchos años después, el ¿de octubre de 
l sí-i, A proposición de Mr. Latuur-Maubourg re- 
cibió el grado de subteniente de inválidos. He aquí 
el testo de su despacho de oficial : 

■Hoy 1 de octubre de tSá2. estando el rey e» 



3 



» París : teniendo entera confianza leu el valor, bue- 
»na conducta y fidelidad déla sonora Angélica Ala- 
•> ría Josefa Duchemin , viuda Bruion , Su Majestad 
-¡le lia conferido el honorífico grado ele subteniente 
"inválido con antigüedad desde dicho i de octubre 
de 1822. Manda Su Majestad a sus oficiales gene- 
i' rales y demás á quienes corresponda que reconoz- 
■i.-an á la señora Duchemin , viuda Bruion, en tal 
«calidad, — Por orden del Rey í El ministro xttreta- 
• rifi de Estallo ite la Stmva, De Bbllii.se, » 

Los hechos brillantes y la vida irreprochable de 
la mujer extraordinaria que nos ocupa están atesti- 
guados por lodos los generales bajo quienes sirvió, 
y el de división Lacemhe-Saiiit-ftlídiel la recomendó 
en carta de 15 de frimario del año XIV al marisca] 
Serrurier, entonces gobernador de los Inválidos, 
como «digna por cualidades superiores á su sexo 
de participar en las recompensas creadas para los 
valientes.» El mariscal Gerónimo B<! na parte, gober- 
nador actual de los Inválidos, y e¡ general Randon, 
ministro de la Guerra, opinaron de la misma mane- 
ra y su proposición de condecorará la viuda Bruion 
ha sido aprobada pin- el presidente Luis Napoleón. 

» >>>H SÍ :-.-,», __L. 

Una susc rilara de la Habana nos remite la si- 
guiente composición que insertamos con gusto, dan- 
do las gracias á la señorita habanera por la fineza que 
se hit servido dispensar á nuestro periódico. 

£ UNA PILMA. 

¡ Ai bol famoso del jardin cubano, 
Honra y orgullo del cubano suelo, 
<Jue con tu misma construcción ufano 
Parece csiiendes tu ramnge al cíelo! 

Sólida estatua cuyo aspecto grave 
Recuerda el tiempo de la raza indiana. 
Pirámide real do anida el ave, 
Árbol de admiración, palma galanii! 

¿A quien podré en donaire y gentileza. 
En gracia y hermosura compararte, 
A lí que mas que de naturaleza 
Obra pareces del humano arle? 

Cuando arrogante, majestuosa, esbelta. 
Esparces por do quiera tu raraáge. 
Cual blonda cabellera al aire suelta, 
Galana y Tácíl cual sutil plwuage, 

Y al suave impulso de benigno viento 
FlolaD tus ramas en diverso giro. 



Te contemplo, embebido el pensamiento, 

Y mas me encantas cuanto mas te miro. 
Fresco en toda estación, siempre lozano, 

Disfrutas, árbol, de un verdor eterno; 
Hermosas son tus ramas en verano, 
Hermosas son (us ramas en invierno. 

No hay ningún árbol que en primor le iguale; 
Ningún otro te escedo en hermosura, 
Nada el ciprés á tu presencia vale; 
Tu Ii'üuco es un modelo de escultura. 

En los ensueños de mi tierna infancia. 
Cuando mi pecho sin pesar latía. 
Cuando el mísero mundo en mi ignorancia 
Un ameno jardín me parecía: 

Yo recnet'iio haber visto entre el paisage 
<jue se forjaba ásu placer mi mente 
Sobresalir á todos lu ramage, 

Y al aire sacudirlo muellemente. 
Absorta entonces de placer lijaba 

Los ojos en tu linda cabellera, 

Y al ver tanta hermosura te admiraba. 

Y mi placer el admirarte era. 
La suerte empero, mi contraria suerte 

A otros países me condujo est ranos. 
Donde alegre y feliz, pero sin verte, 
Pasarcio doce de mis quince años. 

Y hov que te vuelvo á ver, quiero mostrarte 
Que tu recuerdo descebar no pudo 
Ingrato ei corazón, y al saludarle 
La dulce paz de mí niñez saludo. 



A continuación inseríamos la prosecución de la 
aventura ocurrida al padre de una suscritora nuc- 
irá , que dejamos pendiente en el numero 22 de 
nuestro periódico. 

Después de cruzar la puerta y atravesar un lar- 
¡¡o pasídizo abierto á pico, guiado siempre nuestro 
médico por aquella joven cuyos secretos tanto desea- 
ba saber, empezó á subir por una galería que for- 
mando síe-sne- iba ascendiendo á medida que pene- 
traba en la roca : faroles colocados de trecho en tre- 
cho daban la suficiente luz para poder marchar sin 
obstáculo; algunas puertas situadas en los ángulos 
que en cada vuelta formaba la galena, hacían presu- 
mirqtiela rocaenlera estaba horadada; \ era eviden- 
te que aquella obra se hahia verificado en tiempos 
muy remotos cuando no había noticia en todo el 
pais de que esisiiese. Estos argumentos que ocurrie- 
ron fácilmente á uuesl ro hombre, le sumieron en 



nueva coüíusiuúuscitíiiidtunaB y mnssu ya vehemen- 
te curiosidad de penetrar los misterios de aquella 
familia, y los medios por donde había llegado á co- 
nocer la existencia de tan ¡-¡nitrado retiro. Asi pac* 
embebido en tan honda meditarían siguió á su guia 
por el largo rato que duró la subida ; hasta que hi- 
rirj sus ojos la viva claridad que alumbraba )a estan- 
cia adonde llegaron, la cual contrastando notable- 
mente con la débil luí de la galería lo sacó de su 
profunda abstracción. 

La habitación en que se hallaba era completa- 
mente redonda ; de la bóveda que formaba su techo 
arlcsonado pendí-i una lámpara magnifica cuya fili- 
grana y esquisilo trabajo denunciaban su antigüedad 
y su procedencia morisca; las paredes de esta roton- 
da estaban cubiertas de cristalizaciones que reflejan- 
do en millares de espejuelos las luces de la lámpara, 
á la vez difundí,! 11 una claridad vivísima, hacían pa- 
recer las paredes cubiertas de diamantes ; tapizaba 
el pavimento de esta singular habitarían una alfom- 
bra de píeles de tigre, v la templaba y perfumaba 
una gran copa de bronce dorado llena de fuego 
colocada en su centro , estendiéndose además por to- 
da la circunferencia del salón una otomana corrida 
coa almohadones de seda de vivos colores, sin dejar 
otro hueco que el de la puerta por donde el médico 
entrara, v el de otra que en el frente se veia con 
cornisas de jaspe de Granada. 

Dejamos á la consideración de nuestras amables 
lectoras la admiración , el asombro que causaría al 
buen médico la contemplación de aquella sala, con 
tu luz inmensa reflejada por millares de diamantes, 
con sus muebles majestuosos, con su templada tem- 
peratura, coa su perfumado ambiente. Por algunos 
momentos juzgó estar bajo la influencia de un tnag- 
nítico ensueño , pues aquellas paredes refulgentes, 
y aquella atmósfera de tuz brillantísima y de perfu- 
mes en que se encontraba , no podía esplícársela, 
en lúa primeros instantes de sorpresa, de una manera 
natura). Mas convencido de hallarse despierto do 
tardó en conocer la cansa de tanta diafanidad , y si 
admiró su hermosura , dejó de juzgarla sobrenatu- 
ral: pero entonces por una consecuencia precisa , en 
su mente acalorada ya , tomó colosales proporciones 
la idea del misterio que eucubria aquel subterráneo 
palacio. 

La jiíven que !o guiaba le hizo una señal para 
que tomase asiento, y desapareció por la puerta que 
conducía al interior de aquel que aun puede llamar- 
se palacio enraatado. 



Oh! como sele hacían al que esperaba siglo? ios 
minutos que tardaba en llegar al fin de su marcha, 
pues bien comprendía que una habitación que Je 
hallaba enteramente sola no era el sílio en donde 
necesitaban su presencia. 

Pocos momentos hablan pasado cuando se pre- 
sentó de nuevo la joven conductora, y te indicó que 
la siguiese. Asi lo hizo el admirado doctor, que 
después de haber atravesado dos salones adornados 
con regia suntuosidad , entró ejl un gabinete de for- 
ma octógona . en el que al lado de tina cama digna 
de un rey se veía arrodillada una mujer, cuya cabe* 
za reclinada i'ii las almohadas , se hallaba enteramen- 
te oculta entre las colgaduras del lecho. 

He continuará. 

Por celos intentas. 
Pastor atrevido. 
Ganar de mi pecho 
El imperio altivo; 

Y de Galatea 
Guardas, el aprisco. 
bien a Dorila 
De azucena y lirios 
Ofreces caronas 
En el baile mismo; 
Pues de esa manera, 
Inliel paslorcíllo, 
Jamás será tuyo 
Et corazón mió. 

A la fresca sombra 
Del hermoso tilo , 
Tus amores cantas 
Cuando ya me has vislu 
Bajar con mis cabras 
Al arroyo limpio, 
¥ ufano celebras 
£1 talle garrido 
De aquella zagala 
Hermana de Anfriso; 
Así nunca esperes, 
Infiel paslorcillo, 
Que haya de ser tuyo 
Et corazón niio- 

Tambien en las danza» 
En que lora Atríno 
El sonoro, acorde. 
Dulce caramillo. 
Por bailar coa otras 
No bailas conmigo; 

V aunque á esas pastoras 
Jamás las envidio, 



5 



Porque todas valen 
Menos que este rizo, 
Sabrás, inconstante 
Pastor fementido, 
Que no será tuyo 
El corazón mío. 



Cecilia, 



UN MES E¡\ LA ALDEA. 

(co-STisrúA.) 

Enrique vaciló algunos momentos al verse tan 
bruscamente rodeado por aquella fuerza Bpemiga; 
pero no le abandonó aquella presencia de ánimo que 
es el mas rico patrimonio de nuestros valientes, v 
colocándose delante de Ida, grito con voz de trueno 
desembainando su esnada: 

— Nadie adelante un paso. 

Tanta audacia dejó suspensos á aquellos hombre* 
lan acostumbrados á presenciar rasgos heroicos, y 
desembarazándose del capote que cubría su brillante 
uniforme, y tirando la boina como arrepentido de 
haber llevado por un solo momento las insinias dt* 
sus enemigos: 

— Mirad, les dijo poniéndose en guardia, como 
mueren los defensores de la inocente Isabel; sois 
ciento para uno, esto llena de orgullo mí corazón. 

El primer momento de admiración había pasado, 
y aquellos hombres al verse bollar ante si sus insig- 
nias se tornaron frenéticos. 

— Muera! gritaron cien voces, muera ese fe- 
mentido! 

Y un sin número de bayonetas enristraron hacia 
el pecho del joven. 

— Deteneos, gritó uno adelantándose con noble 
ealitud, deteneos, Y los soldados bajaron sus fusiles 
en señal de subordinación. El nuevo personage miró 
á Ida de una manera particular; esta dio un grito. 

— Pedro, dijo, la Providencia os trae. 

— Bien, señora, balbuceó Pedro coloreándose sus 
mejillas de rabia, y volviéndose á sus soldados con- 
tinuó: ¿Desde cuándo mis nobles compañeros se ol- 
vidan de que son valientes? ¿desde cuándo ciento 
cobardemente acontenten contra uno? ¡Oh! est2 dia 
jamás se borrará de mi pensamiento, porque be vis- 
to desvanecidas mis mas ricas ilusiones. 

V volvió á mirar á la joven de una manera es- 
iraña; pero al reparar en su noble actitud, en su 
Trente, en la cual se veia impresa la inocencia, Pe- 
dro bajú los ojos como avergonzado de sus propias 
ideas. 



— Esto me loca á mi, gritó; combate á muerte; 
uno á uno; en guardia, marqués; así vengan sus 
ofensas los hijos oscuros de las motilonas. 

Los dos jóvenes se preparaban para aquel com- 
bate á muerte, que ambos tanto deseaban; ¿pero eran 
sus diferentes opiniones lo que lan encarnizadamen- 
te les hacia odiarse? No, los dos amaban con el mis- 
mo delirio, y los dos eran bien dignos de ser corres- 
pondidos. 

Un silencio sepulcral reinó por algunos segundos; 
todos detenían h respiración, nadie osaba interrum- 
pir aquella escena de sangre. Ida casi exánime tra- 
taba de hacer el último esfuerzo para detener á los 
dos rivales. Ya las espadas iban á cruzarse cuando la 
joven colocándose al lado de Pedro, y cogiéndole el 
brazo cuanto su debilidad le permitía, le gritó: 

— Rendid vuestra espada ante el defensor de 
vuestra esposa, pagadle vuestro tributo como mari- 
do, y después combatidle como enemigo. 

— Qué decís? ¡Oh Dios mió; ¿será cierto? Ida, no 
huías con él? ¿será cierto, ángel mió? ¡Oh! que peso 
has quitarlo a mi corazón! 

La joven le miró de una manera severa; sus me- 
jillas se colorearon de vergüenza al verse así humi- 
llada delante de tantos hombres, y después de algún 
tiempo en que pareció reponerse; 

—¿Desde cuando, Pedro, le dijo, se duda de mí? 
¿desde ruando mis palabras no son nada para vos? 

— Desde que mi cariño, señora , ó la pasión que 
me inspiráis ofusca mi razón; desde que solo vivo 
pensando en el feliz momento de estrecharos en mis 
brazos: pensad que soismi esposa y aun no he teni- 
do este singular placer, porque después que vues- 
tros labios pronunciaron aquella frase sagrada, sonó 
el tambor que nos llamaba al combate, y tuve que 
dejaros, porque aquel eco era la voz de mis compa- 
ñeros que me decia: «Tú nos has jurado conducir- 
nos á laSícloria; ya Ja hora del combate suena, ven 
tú á ocupar tu puesto; aqui le llama el deber. ■> ;Oh, 
Ida! en aquel momento todo lo hubiera olvidado por 
tí; pero el clarín de la patria era mas poderoso que 
tos cantos de amor; le dejé por ella, pero no be ce- 
sado un solo momento de pensar en tí; tampoco de- 
bía olvidar que á esa bandera bajo la cual juré que 
llegaría un dia en el que engrandecido en los comba- 
les podría llegar á obtener tu mano, le dehia la rica 
posesión, porque ella rae ha hecho rico y noble. 

— Bien, Pedro, pero tu amor le hace olvidar á 
Enrique; escucha. Nuestro castillo, asaltado por sus 
soldados, no era un sitio apropósilo para la mujer, 



nomo ellos dicen, de un faccioso; ya trataban de- lie - 
varme aJ campamento enemigo, cuando Luisa, ese 
ángel del cielo, quiso ocupar mi puesto, y el mar- 
qués juró conducirme [basta tus brazos. V lii, añadió 
Ja joven melancólicamente, este noble proceder que- 
rías recompensarlo con la espada en la mano? 

— Olí! Ida, si supieras lo que senli al verle al lado 
de Enrique, tumo quisiera esputártelo 1 , tuve, ángel 
mío, tuve celos, oh! v esta pasión es horriblel Perdo- 
nad, marqués, si ni encontrar A tina esposa nie olvi- 
do, del resto del uuiversu, perdonad. 

El joven se mordió los labios porque deseaba 
mejor combatirle como enemigo que darle su mano 
en señal de reconciliación. 

— Está bien, Pedro, be cumplido con el deber 
de amigo, ahora espero que, alquil día nos encontra- 
remus al lado de nuestras diferentes banderas; por 
ahora dadme palabra deque ruis valientes compañe- 
ros abrazarán á sus bravos enmaradas y yo os pro- 
meto que luiré respetará vuestra inocente hermana. 

— lli Luisa! dijo Pedro, y sus ojos se llenaron de 
lágrimas; voUedme á decir que mi pobre Luisa sera 
respetada, y pedidme, amigo, pedidme aunque sea 
la vida. 

— Pedro, acordaos que los deJOlmo jamás fallan á 
sus juramentos; mañana mis compañeros estarán en- 
tre las tropas de la Reina y vnestra hermana en vues- 
tros braios. 

— Gracias, valiente Enrique. 

—Adiós, dijo el marqués clavando su penetran- 
te mirada en Ida, 

La joven le respondió con otra no menos espic- 
ha. Peilro sintió que una saeta penetraba en su cu- 
raron al ver aquella tierna despedida; pero aquella 
conducta tan franca solo permitía guardar nn eterno 
silencio de los -movimientos de su corazón al hijo del 
valle, 

'Se rtmtinuartí. 



con el fin desquitar lodo recelo sobre estos bi 
efectos, usada dicha aguacomo se debe, pues osen id 
que consiste todo, desde luego se responderá á todas 
Jas personas tpie la usen, conforme previenen los in- 
dicados prospectos, de cualquier deterioro que oli- 
serrasen, (fine de seguro} no le tendrán), pndiendo 
acudir en lodo raso á esla su referida rasa. Todas las 

sehnr:i>(jiiPili>sei'ii en su rasa uOlllia ili' tiempo y 

de dinero, conm el de ver durar mas tiempo su ropa 
tjiie el que lia durado hasta nqtii con las culadas de 
ceniza, deben probar esle agua usándola como se es- 
plica en estos prosju'rlus, que cntiri 88 ha difluí *e 
ilau gratis. 

Huepo'á Vds. me dispensen este nuevo favor, al 
que les vivirá agradecida su constante siiscrilora 

j*deínido ¡fanialó. 









%,u*lla 11. ,Il- rrrrjinl. 



I • 



i:oi1 1 MCA DO. 



Leemos en los periódicos: 

Enteiuiada viva. — Son muchos los casos que 
ocurren en España de enterrarse personas vivas por 
no haber 11» sistema lijo y acertado para observará 
los difuntos durante cierto período, asegurándose de 
su imierle. De Sisante, provincia de Cuenca, escri- 
ben con fecha 22 del pasado lo que copiamos á con- 
tinuación: 

■■Una joven de San Clemente, llamada Dolores,; 
conocida en el pajs por sus buenas prendas, casó ha- 
ce cuatro años ion 1111 rico propietario cíe Viilarro- 
ldeilti. Daré quince dias le dtó un mal del que ado- 
leció, y creyéndola muerta la enterraron. El sepul- 
turero oyó en aquel paraje, un fuerte ruido, x a vi- 
sa udule al párroco, lo espulsó este (luciéndole que era 
un borracho supersticioso: dio segundo aviso y tuvo 
el mismo resultado; mas habiéndose propagada ,por 
el pueblo y llegado á oidos de la familia de la ihfe- 
liz, la desenterraron y con .sentimiento vieron hallar- 
se vurlta en et ataúd boca abajo y ensangrenta- 
da la rara, lista circunstancia, uuidí a que los que 
la llevaron al Campo Santo advirtieron cierto mo- 
\iniicnlo en ella, que ocultaran porque no Sos llama- 
ran medrosos, ha convencido á lodos de que fué 
enterrada viva. Tendría 21 años. El marido, que la 
íümÍp.i tiernamente, se ha llacon enajenación mental, 
y al cura se le formó causa por haber desoído al se- 
pulturero. 



Sras. Knhicloi-as de ja .«iii'er: 
Muy sonoras jjtias: Después ile apradecer como 
detíó la mucha bondad Jqne tuvieron en iiiserlarjni 
comunicado íohre'lóVtíiienus efectos qneproduae el 
,4 7 ua ,lf MrrtU privilegiada par S. M., asada como 
.se debe, 1 para lo nuil si •l;m palia Ws prospectos 
del modq df : usarla eti la calle de la Espada miin. (i 
ruarlo bajo de la izquierda, debo maiiifularle* que 1 





i 


■- r 




MADRID 1851. 





linpr;-»!» tic iIiiii J»*c Triljlllu, hijo. 

Calle de liaría Crítlina, mimcroS. 



Año 1. 



Domingo 1 1 de Enero de 1852. 



Xúm. 24. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico site lodos los domingos; se suscribe en Madrid en las librerías de Monier y de Cuesla, i 4 rs. tienes; y en proiin- 
ía> 10 rs. fiur dos meses trinco de purle, rcmilien. o unalibrariin a fa?or de nuestro impresor, á sellos de franqueo. 



Dijimos en uno de nuestros primeros números, 
¥ hemos repelido en algunos de los siguientes, que 
na pensábamos ni remotamente abogar por eso que 
llaman la emancipación de la mujer, sino por su 
bienestar y por la perfección de so educación para 
conseguirlo; v seguramente no dejaremos de ruin- 
plir aquel propósito que hicimos, pues de nada nos 
preciamos fanlo como de consecuentes; pero entre 
abogar por la emancipación de nuestro sexo, (ai y 
según la inteligencia que los hombres lian queridu 
dar á esl«i frase, y procurar se escuse á las que en 
un momeólo de desesperación lian imaginado sacu- 
dir la (irania con que eran oprimidas y proclamar 
una libertad absoluta sin trabas de ninguna especie, 
hay una gran distancia; defender pues n estas mu- 
jeres, mas desgraciadas que culpables; esplirar lo que 
racionalmente debe entenderse por la emancipación 
de !a mujer; apartar á las que sufren mas de un ar- 
rojo violento que ha de ocasionar consecuencias fa- 
tales á su bienestar, y últimamente tranquilizarlas á 
ludas acerca del porvenir que traerá sin duda la 
emancipación racional justa y equitativa de la mujer, 
librándola de la opresión é injusta desigualdad en 
que boy yace sumida, eso es de lo que trataremos 
hoy en este artículo. 

Injustos los hombres con nosotras siempre, y 
cu todas sus calificaciones, ponen el grito en el cic- 
lo cuando alguna mujer dotada de energía, oprimi- 
da con mas estremo que las demás por esa misma 
cualidad, intenta romper la cadena que la oprime i 
ella v las que esclavizan á todo su sexo, y en el pri- 
mer momento de entusiasmo no solamente desea el 
establecimiento de una libertad equitativa y justa, 
sino que quiere una libertad ¡limitada, absoluta, sin 
trabas ni término ninguno. Y al clamar los hombres 



escandalizados contra semejantes ideas, al calificar 
rruelnienle á la innovadora y desear qne sea con- 
fundida con sus pretensiones, se olvidan de lu que 
ellos están haciendo hace si^lo y medio; se olvidan 
de las locuras, de las aberraciones en que han caí- 
do al huir del despotismo y proclamar la libertad; se 
olvidan deque basta con crímenes, y crímenes hor- 
rendos, lian manchado muchas paginas de la historia 
de su emancipación \ de su libertad. Y cuando ellos 
al librarse de la opresión y de la tiranía han solido 
ir mas allá de lo razonable y de lo justo, ¿porqué es- 
irañaii Unto que la pobre mujer que cansada de su- 
frir se propone destruir su esclavitud, exagere sus 
miras, se esceda en sus deseos, y caiga en el esfremo 
contrarío? ¿Tan pocas son las veces que á los hom- 
bres les ha sucedido lo mismo, que asi se admiran? 
¿O será acaso porque su opresión era mayor, su si- 
tuación mas insorpotable? Comparad, comparad, se- 
r.orfi, la tiranía que un ;¡ob¡ei nn ejen -r cotí los sub- 
ditos, con la que empleáis vosotros con nuestro se- 
xo; comparad el despotismo de un rey con el del 
hombre; romparad los sufrimientos del vasallo con 
los de la mujer; la mujer, que en su infancia, en 
su juventud, en su vida entera, está supedi- 
tada á vuestros caprichos; la mujer, que tiene 
que regularizar sus costumbres, sus deseos, y basta 
sus opiniones y sus necesidades á medida de vuestro 
gusto; la mujer que despierta y dormida, sana y en- 
ferma, siempre obra por vuestras órdenes, siempre 
es vuestra esclava, viéndose obligada á ahogar sus do- 
lores para sonreír, porque asi Lu deseáis, á combatir 
su sueño cuando os agrada que esté despierta. ¿Os 
parece, señores, que hay punto de comparación entre 
vuestro despotismo y el de los reyes, entre la opre- 
sión que pesa sobre nuestras cábelas * aquella que 









destruísteis al proclamar la libertad? Olí! os «irnos 
decir, eso es horrible, es insoportable, pero no es 
verdad, hay exageración en la pintora. Exageración! 
exageración! Esaminad vuestra casa, y las de yucs- 
tros amigos y veréis si hay exageración; recordad 
vuestra vida y la de vuestras hermanas cuando erais 
niños, la de vuestras amigas cuando erais jóvenes; 
contemplad Ja de vuestras esposas y de vuestras hijas 
cuando sois esposos y padres; observadlas punto por 
punto, átuartnn por situación, y veréislas constan- 
temente en lo<!os sus actos obrando por vuestra or- 
den tácita ó espresa, pero siempre imperiosa é ina- 
pelable. Observadlas pijes, y os convencereis de que 
la tiranía mas opresora del rey mas fabulosa- 
mente despótico no puede compararse con la 
doméstica, con la que ejercéis vosotros que pro- 
clamáis la libertad, la legalidad y la igualdad; voso- 
tros que procuráis encubrir con bellas apariencias 
un horrible realidad, no por la pobre mujer quel a 
sufre, sino por encanaros ú vosotros misinos, y no 
teneros que avergonzar de vuestra conduela con la 
otra mitad de vuestra especié. 

Pero nosotras, a pesar de lo que nos afecta esa 
tundición en que nos habéis puesto, solo pacifica- 
menle queremos protestar contra ella: nuestra misión 
en la época actual es de sufrimiento, y tal cual es> 
la aceptamos; y si esperamos que cambie nuestra 
suerte, de vosotros, señores, esperamos el cambio, 
de vosotros nuestra propia emancipación, esa «man- 
cipación que consiste en que reine completa igual- 
dad cutre ambos sexos; en que se condene tan cruel- 
mente al esposo que falte á susjuramentos y do ha- 
ga la felicidad de su campanera, como ;"i la esposa in- 
fiel; en que la mujer sea convenientemente educada, 
y por consiguiente emancipada de la ignorancia en 
que se la tiene sumida, lanío acerca de sus deberes 
cumu de sus derechos; esa emancipación en lin que 
libre ú la mujürdeser victima de las seducciones trai- 
doras ii ¡«dignas que 55 la preparan, imponiendo al 
hombre que se prevale de su conocimiento superior 
de! inundo, y con engaños y vilezas para perderla, 
el oprobio y la vergüenza que boy injustamente se 
hace recaer sobre la infeliz seducida. Ese din da jus- 
ticia para nuestro sexo llegará, leñemos fé de que 
llegará y que lo hemos de deber á los hambres, que 
reconocidos de su injusticia al proclamar la igualdad 
uo nos dejaran fuera de su pensamiento; á lo cual 
ha de contribuir poderosamente el agradeci- 
miento por la felicidad que nuestro sexo les pro- 
porcione, v esto no puede verificarse si nosotras no 



procuramos ilustrarnos para conocer nuestros debe- 
res, cumpliéndolos luego con religiosidad, y llevan- 
do con resigpaciou esta vida de sufrimiento que aho- 
ra nos cumple, siendo esa sania virtud y la satisfac- 
ción que deja el cumplimiento de un deber lo que 
nos lia de ayudar á salvar la distancia que nos se- 
para de ese dia tan feliz como deseado. 



De ese sol coronado de topacio. 
Con su carro de ardiente pedrería, 
Rey del cénit y vida del espacio. 
Foco de luz que enciende rl claro dia , 

El rayo amarillento yn fenece 
Sobre esc cielo de uu azul brillante, 

Y su luciente faz desaparece 
Entre las olas de la Piar gigante. 

Las nubes del ocaso funerario , 
Que son tiendas del sol do se engalana , 
Le sirven de retrato solitario 

Y Le bordan un lecho de uro y grana, 
Mientras las otras nubes de zafiro 

(.mi rotures de rosa ó de amaranto 
Fluían por et ambiente en raudo giro 
Orlando con cambiantes su áureo manto. 

Y parecen tal vez volcan ardiente 
Que abrasa el firmamento en vivallaroav 
O las olas del mar cuando mugiente 
Por los floridos campos se derrama. 

Aquí forman un iris luminoso 
Adornado con mil y mil colores ; 
De un antiguo castillo majestuoso 
Se dibujan allá los corredores. 

V mienten mas allá nave ligera 
Que por un mar de plata vaga ufana , 
Flotando altiva por la inmensa esfera 
Con las velas bordadas de oro y gran:i. 

Mas su manto de lulo sobre el suelo 
Eslíendemas y mas la nuche bruna , 

Y sobre el bello pabellón del cielo 
Su amarillenta faz muestra la luna. 

Sube al ernil con paso silencioso 
De nacaradas perlas sobre un coche . 

Y su rayo fulgente y misterioso 
Desvanece las sombras de la noche. 

l'na estrella ron paso solitario 
La sigue en SU carrera tristemente, 

Y brilla cual antorcha de un osario 



Qne ilumina un sarcófago dolienlc 

)Ay! vaga por ia bóveda perdida, 
Siendo de mi existencia triste emblema : 
Sombra del Hacedor , piedra eaida 
De su fulgente y celestial diadema! 

Y Éa luz nacarada se dilata 
Como primer albor Iras noche oscura. 
Como rayo de sol en mar de plata. 
Como rayo de luna en la espesura. 

Oh! dime, astro de amor, brillante estrella, 
¿A <lu diriges el errante paso? 
¿Tal vez á visitar la aurora bella 
Que reposa trampista en el ocaso? 

¿Corres á iluminar lejanas zonas? 
¿Corres á visitar bellos querubes 
Que ciñen brillantísimas coronas? 
¿O contemplas tal vez las altas nubes? 

Centella, que así vas sola y callada 
Por los bellos jardines de ese cielo , 
Ai 1 lija en este mundo tu mirada , 
Que tu luz celestial me da consuelo! 

Ravo hernioso de amor, tranquila estrella, 
Al mirarle vagar por el espacio 
He anhelado seguir (u pura huella 

Y volar ilc mi Dios hasta el palacio 1 
Al lado de esos fúlgidos fanales 

Que iluminan el ancho firmamento. 

Tu verás ¡i los miseros moríales 

Cual polvo vil que desparrama el viento! 

Siguiendo cu pos de su ambición proterva 
Ven el no ser con un desden profundo : 
Mientras cual campo \il de inútil yerba 
Siega la muerte el reducido mundo ! 

Succdiéndose vafl generaciones ; 
Crece en orgullo la mundana escoria; 

Y esclava sin cesar de sus pasiones 
No loma ejemplo de su triste historia ! 

Tú los ves con sardónica sonrisa 
Su pedestal basar sobre una tumba , 

Y cual hojas que abate flébil brisa 
[dolo y pedestal su Dios derrumba. 

Tú los ves por un átomo de tierra 
Arrancar sin piedad la vida al hombre. 
Tú los ves empeñar nefanda guerra 
Profanando de Dios el santo nombre. 

Tú ves al potentado , al ambicioso, 
Negandosu socorro al desvalido, 

Y como le conLempla desdeñoso 
Mientra exhala á sus pies postrer jpettAfo I 

-Ay ! no alumbre tu luz candida y bella 



Sus festines en noche funeraria: 
Oye tan solo, oh nacarada estrella. 
Del infeliz la mística plegaria ! 

Oye mi voz tan solo : yo le adoro 
Como adoro al Señor de lo creado. 

Y un consuelo de tí llorando imploro. 
Que mi \hir es triste y desdichado, 

Mírame desvalida , sin fortuna, 
Vagando por do qnier con paso incierto. 
Pues contemplo un sepulcro Iras la cuna , 

Y en el templo de amor triste desierto. 
¡Ai ! hubo un tiempo en que feliz ori hj 

Ageno el mundo de traición y dolo '. 
De sueños encantados \o vivía , 

Y mi canto de amor era tan solo. 
Entonces ¡ay ! con un delirio insano 

No adivinando esta tortura acerba. 
Encada hombre contemplé un hermano. 
Una esplendente flor en cada yerbal 

Mas volaron las noches silenciosas 
Que alumbrabas mi dicha . fie! lucero : 
¡Volaron con sus horas silenciosas! 
¡ Huyóse el tiempo a<juel tan lisonjero'! 

Tan solo resta por eousue!ual alma 
La fé en mi Dios , esencia de ternura : 
Tan solo encuentro la tranquila calma 
Al mirar de sus obras la hermosura. 

Pues que á llorar la mu ¡-ríe me condena . 
Astro „ perdona si mi flébil canto 
Que entonaba á tu luz pura y sereno , 
Empieza con dolor y acaba en Maulo!... 



.In^nta :.r:i».l 



T*p>±tift!-í-*<i 



El Precursor, en su número del miércoles 7, se 
ocupa de nuestro humilde periódico, calificándole de 
rci-ulucitínario e insertando á renglón seguido uu 
párrafo del primer artículo de nuestro número 23, 
con lo cual intenta alarmar al seso fuerte contra las 
intenciones que gratuitamente atribuye á las pobres 
mujeres. 

Por de pronlo diremos al Precursor que lo justo 
hubiera sido rebatir las ideas contenidas en dicho 
párrafo con otras mas razonadas, á probar su in- 
exactitud si eran inexactas; pero esta no era obra fá- 
cil para el Precursor ni para nadie, porque el parra - 
lito en cuesliun solamente contiene verdades incon- 
testables y quejas de injusticias notorias; así pues el 
Precursor se ha guardado de entrar en materia, con- 



(catándose cora dar una voz de alarma terminando 
á su entender can un chiste. 

El Precursor sin duda no leyó el párrafo que se- 
guía al que tanto llamó su atención, y en el cual 
decíamos: 

«Convencidas nosotras de esta gran verdad, y 
para cooperar en todo lo que podamos á que llegue 
mas pronto ese dia de b justicia y de la igualdad, 
hemos recoitiendndo tanto la educación de nuestro 
sexo, Ufatrese pii'í, ¿muñía la* obligaciones que Itu 
actúale» ciuultciona soeiuíeí y las costumbres cris- 
((«(es /i impoiifii; haga La iu-ji:r La felicidad del 

UOMBRE QUE KL DESTINO LE DA POR COMPAÑERO, y 

no dude ijiif irán cediendo y aflojándose los eslabo- 
nes de nuestra cadena; el hombre se reconocerá al 
fin, nos hará justicia y nuestra suerte seguirá la de 
la humanidad entera llegandu ¡i conseguir la igual- 
dad, tan deseada sin conquistas reñidas que han de 
agravar por de pronto nuestra suerte. Y ese pequeño 
legado del año de 1851 habrá sido el germen, se- 
gún liemos pronosticado , del bien futuro- de nues- 
tro seío.» 

Si lo hubiera leído seguramente nos hubiera da- 
do un voto de gracias, á no ser que tenga la pre- 
tensión de pasar por tan poco agradecido como po- 
to justo. 

Puco justo, señor Precursor, muy poco justo, 
pues turna V, una parle de nuestro articulo para 
criticarlo, y se deja V. la restante, por la cual no 
podía escusa rse de estarnos reconocido; y V. debe 
saber que no hay escrito ninguno en que escogien- 
do unas cuantas frases no pueda combinarse una 
idea contraria á la que se pretende emitir; y eso es 
loque ha hecho V-,¡ pues procura alarmar al sexo 
fuerte contra nosotras por un articulo en que, se- 
gún hemos demostrado copiando su último párrafo, 
recomendábamos á la mujer eficazmente que haga 
la felicidad del hombre que el destino le daporcom- 

I pañero. 
Creemos pues, señor Precursor, que quedará Y. 
convencido de su injusticia, y le rogamos que cuan- 
do en lo sucesivo nos dispense V. la honra do citar 
nuestros pobres artículos, se sirva hacerlo con un 
poco de mas exactitud y con la benevolencia que 
merecen las que de continuo están predicando á su 
sexo el lirl cumplimiento de sus deberes y el cuida- 
do estremo en hacer U felicidad de los hombres. 



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i 
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; 




A continuación insertamos la prosecución de la 
aventura ocurrida al padre de una suscritora nues- 
tra , que dejamos pendiente en el número 23 de 
nuestro periódico. 

«Apenas se apercibió de su llegada la mujer que 
al lado del lecho se hallaba reclinad,-!, cuando alián- 
dose se dirigió ni recién llegado y le dijo en el tono 
de la mayor angustia: ¡Salvadla, doctor, salvadla! 

Una anciana yacía en el lecho víctima de un ac- 
cidente que embargaba sus sentidos; la respiración 
lenta y difícil, el pulso irregular y duro, indicaron á 
nuestro doctor el estado grave de la enferma, y des- 
pués de una breve, pero profunda meditación, indicó 
á aquella angustiada joven la necesidad de san- 
grarla. 

La joven que lo había guiado hasta allí permane- 
cí;! al lado de la puerta, y á una seña de aquella que 
el medico halló al lado de la enferma salid por una 
puerta que detrás del lecho se abría. 

Sin embargo de que el hombre de nuestra rela- 
ción se halla enteramente dedicado á la medicina, es 
tan buencirujano práctico, como medico; y tafi pre- 
visor romo lodo hombre práctico se había provisto al 
salir de su casa aquella noche de los instrumentos mas 
precisos en cirujía, costumbre constante en él y á la 
que deben la vida muchos de sus amigos; preparo 
pues su estuche é ínterin iraian el servicio necesa- 
rio, liií-u un minucioso examen de la habitación y de 
las dos mujeres que en ella se hallaban, y que noso- 
tras vamoj á hacer también seguras de que le- leerán 
con gusto nuestras siiscritoras. 

Era aquella pieza octógona, segnn vimos al pe- 
netrar en ella; se hallaba al estremo de un suntuoso 
ilion por el que tuvo que atravesar nuestro mé- 
dico; sobre sus ocho lados corría una cornisa dorada 
que sostenia una bóveda artesonada, en qne se des- 
tacaban de un fondo azul mate primorosos florones 
dorados; del que correspondía al centro de la bóve- 
da, de mayor tamaño que los demás, pendía ana 
lámpara de plata de un trabajo y gusto estraordina- 
rios, y cuya luz se hallaba debilitada por gasas azu- 
les: las paredes de este salón estaban tapizadas de 
seda azul bordada de oro y su suelo cubierto de un a 
alfombra legítima dePersia: una luuade Venecia co- 
locada en un marco de palo de fosa, descansaba so- 
bre una mesa de ágata que tenia por pié una ninfa de 
mármol de primorosa escultura. Frascos de cristal 
de roca llenos de perfumes, un neceser de señora 
con todas las piezas de oro, y otros infinitos objetos 
que sostenía la mesa, indicaban que aquel era el lo- 



r ador de una dama y que no hubiera desdeñado una 
reino . Bus pebeteros de oro sobre pilastras de ágata, 
y dos sillones dorados, componían el mueblaje de 
esta magnífica habitación, además del lecho de paJo 
de rosa con embutidos de nácar y oro formando ara- 
bescos, y cubierto por colgaduras de s»da azul bor- 
dadas de oro, iguales á tas que tapizaban las paredes- 
y que salían en forma de pabellones de una corona 
real. 

Yacía en esta cama una anciana cuyo majestuo- 
so aspecto no babiadesaparecido ni á las convulsiones 
que había sufrido, ni por el accidente que embarga- 
ba sus sentidos. 

La otra mujer que la velaba, y cuyo angustioso 
cuidado hemos visto, tendria á lo mas veinte años. : 
y aunque de corla estatura, su cuerpo tenia toda la 
esbeltez de la palmera; su rostro, que formaba un 
ó>alo perfecto, no presentaba la blancura del alabas- 
tro de la joven que guió al médico basta allí, pero 
el linio un poco moreno de su tez, el negro mate de 
sus rasgados ojos, que brillaban al través de largas 
y rizadas pestañas y bajo los frios arcos que forma- 
ban sus oscuras cejas, y el sedoso y negro cabello 
que en negligentes rizos caia sobre sus hombros, le 



gurosamenlc vestidos de etiqueta. Ida, recostada en 
un precioso diván de terciopelo grana que hacia do- 
blemente resaltar la blancura de su Irage, estaba su- 
mamente bella; Pedro á su ladc la contemplaba con 
muda adoración; pero después de a'gumos segundos 
rompió aquel silencio, porque Pedro mas bie» aman- 
te que esposo, deseábase prolongasen aquellos mo- 
mentos, en que sin testigos podia al ídolo de su co- 
razón decirle una y mil veces que le amaba. 

— ¡Qué hermosa estás, ida mia! cs(a noche me 
pareces mas bella que nunca; qué bien eslás negli- 
gentemente sentada en un diván, ó reclinada en una 
otomana! Oh! sí, eres y serás la reina de la elegan- 
cia. Dime, ¿no estás mas alegre desde que al pisar tu 
querido castillo, en vez del trio pavimento de már- 
mol te has encontrado con blancas alfombras, y en 
vez de aquellas antiquísimas poltronas, con gracio- 
sos divanes? Los ravos del sol ya no penetran de 
aquella manera que te bacía cerrar muchas veces 
luí hermosos ojos, porque esas espesas colgaduras 
les detienen el paso. Este salón de aquella manera te 
hubiera rechazado con ese trage de raso blanco, con 
esa diadema de perlas que adorna tu fíente, con 
psos rizos ondulantes y vaporosos; porque el trage 
que le con venia en aquel caso era el de esc retrato, 
el de tu bisabuela; pues que me ha parecido prudente 
que aunque et salón se vista al uso del din. esos re- 
tratos de familia de que con justicia le envaneces en 
conservar, ocupen por orden de antigüedad pI lugar 



daban ese aspecto minutamente interesante délas, ■ ' ,' ■ , j i u i ■ • 

l . , I 4 IJe < e $ corresponde; y sobre lodo lo que hubiera si- 

africanas ardientes como el clima que las vio na- . 



eer, y cuyas miradas encienden el corazón del hom- 
bre que intenta arrostrarlas, como el sol de su cíelo 
abrasa al estrangeru que se espone á sus rayos. 

fSt continuará.^ 



-***>** o w**»*-- 



UN MES EN LA ALDEA. 



(COXTÍKDA.) 

El saton del castillo De se encuentra brillante- 
mente iluminado; sus antiquísimos muebles han desa- 
parecido; la moda ha invadido también aquel san- 
tuario que recordaba á sus moradores, apesar de su 
estado ruinoso, su pasada grandeza: 

Si el señor Adolfo De, muerto en estos años que 
hemos dejado á nuestros amigos, porque me ha pa- 
recido prudente correr un velo sumamente espeso 
para ocultar á lodo corazón sensible los azares de 
una guerra espantosa, pudiera levantarse de! sepul- 
cro, se indignaría de aquella profanación; pero el es- 
poso de Ida pertenecía á la nobleza naciente, y que- 
ría que lodo cuanto le rodeara fuera risueño y elegan- 
te. En la noche á que oic refiero se encontraban rí- 



iio de precisa necesidad es que tu cabello hubiera 
perdido su precioso color, sustituido por un almacén 
de polvos bien blancos, y que hubieras usado los ir- 
resistibles laconcilos colorados, cosa que no te hu- 
biera dejado lucir mucho en lu favorito baile; hablo, 
mi querida señora , del vals. 

Ida entre lanto apretaba cariñosamente la mano 
de su esposo, y se sonreía cun ese abandono que 
tan bien sienta á las hermosas en momentos como el 
presen Le. 

— Decidme francamente ¿por qué el día que entra- 
mos en este castillo , blanco de lodos vuestros de- 
seos, llorasteis? Yo creia que esta variación os pon- 
dría loca de contenta , y sin embargo las lágrimas 
rodaron por vuestras mejillas. ¿No podría saber un 
pobre soldado, mi bella aristócrata, cuál fué la cau- 
sa de aquel pesar? 

—En primer lugar, Pedro, ¿creéis que no tenga 
un corazón sensible? 

— ¿Quién duda eso. mi bella amiga? 

— Pues bien , comprendí lo delicado de vuestro 
pensamiento, y lloré; pero á pesar del gran placer 
que me causaba encontrarme con esta maravilla, 
tuve un instante de pesar, porque no debéis ignorar 
que esle salón encerraba para mí recuerdos muy 
queridos, y la joven suspiró) y esos recuerdos 
creí con verdad que habían desaparecido para 
siempre. 






f edro palideció y una nobe de tristeza oscure- 
ció su frente. Ida so apercibió de aquella repentina 
variación , y trató de destruir la impresión que sus 
palabras habían causado en el coraron de su esposo, 
v continuó: 

— En este salón , Pedro mío, mi padre me acari- 
ciaba . J rn mi niñez aquí , en este sitio , era donde 
mi buena Marta me consolaba cuando alguna cosa 
iue afligía ; v huhiera podido mostrar eslos lugares 
tal como entonces se encontraban ;i nuestro hijo, 
porque ahora que ludo lia lomado tan diverso giro, 
como he dicho, se borraran lodos esos inocentes re- 
cuerdo» de mi memoria. Por eso lo he sentido un 
solo momento, uno tan solo; no forméis queja por 
esto, mi querido genera!, 

Y la joven estreclni contra su enrazon la mano 
de Pedro, el nial la llevo ron pasión á SUS labios, 

— Perdonad , Ida; pero cualquier» de esas pe- 
queneces hace que por un monten lo su oscurezca este 
ambiente de felicidad que me rodea , porque siem- 
pre me parece que deliro, que es un sueño y no una 
realidad tu posesión; ¡olí . le amo tanto! y después 
tú deseas reproducir tus recuerdos de lo pasado, 
que para mí son una pesadilla insoportable ; porque 
cotonees me encuentro cu mi cabana, pienso en los 
tormentos que sufría mi enrasan mando tan' léjiis 
me encontraba de ti. Cuántas venes, Ida, he malde- 
cido el deslino que me daba un corazón que me ba- 
ria' SU períór n cuanto me rodeaba, y que me pri- 
vaba de decirle: «Ida, yo te amo mas que ningún 
hombre- Porque ¿para que ocultar que el marques 
era y scr.'i mi cierna pesadilla? 

— Pobre Pedro! dijo la joven fijando su irresisti- 
ble mirada en él; tienes celos , ¿y de quién? De un 
hombre que hace tantos años que no liemos visto. 

— Sí, pero del que tú debes conservar dulces re- 
cuerdos ; pues bieu, tengo celos hasta de esos re- 
cuerdos , que yo á costa de mi vida quisiera poder 
horrar de tu imaginación... 

—Pedro, dijo Ida. cuando estas ideas asalten tu 
mente , piensa que soy madre; y esto, créense, será 
mi dulce calmante. Decid , Pedro , continuó Ida que- 
riendo dar otro giro ¡i la conversación ; ¿será vues- 
tra permanencia larga en el castillo? ¿esta tregua 
será duradera? 

—Creo que uo , señora ; ¿no has visto alguna vez 
el mar embravecido y sus olas espumosas que pare- 
cían querer aniquilar el universo , y después reinar 
por algunas horas majestuosa calma , como para dejar 
reposar al fatigado marino; pero que cuando empie- 
za á respirar nuevas nubéculas se distinguen en el 
rielo y de nuevo vuelve á prepararse para aquella 
lucha que sostiene el hombre con los elementos? 
Pues así es esta tregua 1 ; los pueblos necesitan reposo 
para disponerse de nuevo al combate. 

— Oh: esto e; horrible, Pedro; ¿cuándo cesara 
esa guerra aso'adora? 

— Por mi parte, señora, solo desen el triunfo o la 
muerlc. 



—Y decís que me amáis y queréis dejarme ! 
en este mundo ! 

En este momento los criados empezaron á anun- 
ciar Jos altos personages que estaban invitados. Ya 
los salones estaban esplendentes con (antas bellezas 
como a porfía se afanaban en ostentar sus atractivos, 
cuando un criado anunció al caballero marqués del 
Olmo. 

Ida clavó sus ojos en Pedro , y vio non posar qua^ 
una palidez mortal cubria su frente. 

St ctiiitintuirá.) 

SíntAlla V. 4e Fcrraal. 



l'i;\S\MU.M(iS Y M VMM VS. 



Tomamos de un periódico de Logroño: 

Para eoiupreuder la belleza de la mujer, es ne- 
cesario saber apreciar primero su virtud. 

La hipocresía es uno de los mayores defectos que 
podemos tener. 

Si el amor tiene algo de vituperable, es solo cuan- 
do le guia un principio de sensualismo. 

Llt instrucción es mas grande que los intereses. 

El que sin cuidarse de los dotes que le dio la 
Providencia deja de cultivar Su talento, merece el 
desprecio de sus semejantes. 

íiki sujerífora. 



El i' i kiio mbsbico.— L'ua niña que se pascaba 
en k plaza de Vandome [París) vio un perro, y le 
pareció tan desgraciado, que distraída metió la mano 
en su ridículo y Le iba á dar una moneda. De vuell 3 
a su casa contó riendo á su mamá su distracción, 
quien le dijo lo siguiente: Eu Italia un perro se 
aproximó á mí silla de posta, «Señora, dadle una 
moneda, dijo e) lacayo, y seguidle por curiosidad. ■ 
Le di un cuarto, el perro lo lomó cu la boca, entro 
en casa de un panadero, puso el dinero encima del 
mostrador, recibió un pedazo de pan, y fué á partir- 
lo con un perro mny viejo, su amigo, para quien te- 
nia costumbre de pedir limosna. 







MADRID, 1832. 



iDiprenln ilc don José Tnijlllo, liljo. 

Calle de Maris Cristina, número 8. 



Año I 



Domingo 18 de Enero üe 1852. 



Niim. 25. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por ima sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Eilc pcriúilícosale todo* las domtngus; se suscribe en llí.lriil en ti-, hrireríns je M.jnipr y de Cuesta, ,i í r~. si mes; t ca :iritio- 
fli! 10 r». pur ilui mises frinrn íe porte, ccmilíeti n una libra riiíi a favor de nurslra impresor, ó sellos defrtnqueo. 



ADVERTENCIA. 

Rogarnos á nuestras apreciables suseriloras de 
provincia que no hayan satisfecho el importe de su 
suserkion, se sirvan renovarla si desean continuar 
recibiendo el periódico. 



Tiempo hace (jue desrabamos ocuparnos fea nues- 
tro periódico de una clase de mujeres la mas infeliz 
de loilas porque es merecedora del desprecio que ¡a 
cubre , la mas digna de compasión sin embargo por- 
que en medio de su misera existencia no comprende 
que ella misma se labra el oprobio que la rodea y la 
horrorosa vejez que se anticipará á sorprenderla, y 
como el demente que yaciendo desnudo sobre la su- 
cia estera de su jaula se considera rey y señor de lo 
«ríado , con no menos lastimosa demencia se juzgan 
esas desventuradas en el colmo de la dicha cuando 
te hallan sumidas en el abismo déla degradación. 

Pero si deseábamos llamar la atención sobre esa 
porción degenerada de nuestro sexo , costábanos re- 
pugnancia el hacerlo y lo íbamos retardando de día 
cu dia , esperando ver una medida salvadora que 
corrigiendo el mat nos eseusase de ocuparnos de él; 
mas esta medida se retarda indefinidamente, la cor- 
rección no llega, y nuestro periódico no cumpliría 
Mi misión sí no dirigiese una súplica para que no 
cunda mas y rúas cada dia ese cáncer que corroe ;¡ 
ujil desventuradas , para que se prevenga el conta- 
gio en vez ¿e hacerlo cundir , y para que á tanta 
infeliz víctima de él se la aparte del inmundo camino 
que ciega recorre. Ni cómo dcjariainos nosotras de 
dar este paso? Acaso no son nuestras hermanas? ¿La 
compasión por ventura no lia de ejercerse con los 
que mas la necesitan ? Se desdeñó el lujo de Dios de 
tender una mano á la mujer perdida y santificarla/ 



Como los hombres lian tenido la pretensión de 
santificar todos los desvarios, v como el mal rjue la- 
mentamos es consecuencia de la corrupción , no han 
fallado algunos, v tenidos como hombres grandes, 
que sostengan su necesidad v en vez de corlarlo ha- 
van intentada protegerlo. No seremos nosotras las 
que entremos en esta cuestión > mas que por nin- 
guna otra razón , porrpie únicamente nos ocupare- 
mos de este asunto ¡o puramente indispensable v 
conducente á nuestro propósito enunciado ya; perú 
no dejaremos de apuntar de paso algunas ligeras re- 
flexiones que se nos ocurren. 

Sostener que el buen orden y la moralidad so- 
cial exigen que exista ese mal, vale tanto como de- 
cíe que no puede haber ese buen orden sin que se fe 
sacrifique una parle de esa misma sociedad en cuyo 
favor se establece , y no que se sacrifique digna ni 
heroicamente, sino cubierta de oprobio y de Ver- 
güenza. 

Equivale también a decir que el bien ha de estar 
sostenido por el mal , y la moralidad lo fia de estar 
por la corrupción. Que la garantía de ias buenas 
costumbres estriba en la autorización de las malas. 
Eslo es, que para que una parte de la sociedad sea 
morigerada es preciso que otra agote hasta las he- 
ces de la corrupción. Como si fueran dos géneros 
que debiera consumí: precisamente la sociedad , v un 
equitativo administrador se viese precisado á sepa- 
rarlos y repartirlos cuidadosamente en dos diferen- 
tes porciones para que no se mezclasen. 

La enormidad de estos absurdos salta á la vista, 
y apenas se comprende haya habido hombres de bue- 
na razón que se hayan obcecado hasta el punto de 
sostenerlos como verdades inconexas. 

_>ada nías diremos sobre esto , absteniéndonos 



ile ocuparnos de la injusticia que se añade ni absurdo, 
parque quizás iríamos mas lejos de nuestro propósito, 
y porque descaraos terminar pronto este artículo. 
Así pues, concluiremos rogando á nuestras lectoras, 
entre la; cunles contamos albinias que pueden hacer 
mucho, que no den al olvido este nuestro ruego; 
que por mas que semejante asunto sea repugnante, 
hagan mi esfuerzo sobre si; se ocupen seriamente 
de él, procurando por su parte estimular á quien 
pueda hacerlo , pura que se Lome los medios rondu 
rentes á fin de evitar que la corrupción arrastren su 
hediondo abismo las rail jóvenes inocentes aun y que 
habrán de sustituir á las ya degradadas; v para es- 
tas últimas tamílico pedimos un reslo de compasión, 
á fin de proporcionarte! los medios de salir de su 
odioso estado. 

Quiía liemos abusado .le nuestras amables lecto- 
ras coa el articulo que precede, pera esperamos que 
nos escusarán en atención á que a) hacerlo cumpli- 
mos con el propósito de consagrarnos al bien de lado 
nuestro seso sin cscepcion , y quedaremos altamente 
recompensadas si estelan corlo trabajo alcanza par- 
le de nuestros deseos, como confiamos. 



LA AZUCENA. 

UEMCADA A MI 01 KRIDA AMIGA 

Av! deja á la pnhre flor , 
Escondida en la espesura 
Que olvidando su dolor , 
Hoy aspire con dulzura 
El ambiente del amor. 

En la florida pradera 
Ha crecido triste r sola, 
Sin una flor compañera.,, 
Deja que abra su coroja 
A la abeja lisonjera l 

; Pobre flor! nunca amoroso 
El insecto la halagaba:, 
V el eelis ill.i engañoso 
Su perfume la robaba , 
Sin besarla cariñoso ! 

A delirios seductores 
Miró con tortura acerba 
Cual se entregaban las flores. 
Vid á l.i mas humilde yerba 
ffoiar plácidos amores. 



Ij 



Y la azucena gri<m¡a 
Llorando su triste suerte; 

Y asi el tiempo transcurrí* , 

Y ,isi la rmcue Tenia 
Anunciándola la muerte. 

¡Aj! la tierna flor soñaba 
Con un amor delirante : 
En el mundo nolu hallaba , 

Y altanera desdeñaba 
La mariposa inconstante ! 

Mil Dios, que á la II un vi lia 
También ampara clemente , 
Desdo su truno esplendente 
Üyv su queja sencilla 
\ la escuchó tiernamente. 

Vé, dijo á un insecto hermoso, 
A esa flor tiende tus alas, 

Y adórala cariñoso . 

Que en liermí virtud la igualas 

Y en instinto generoso. 
El amor es la misión 

De cuanto crear me plugo; 
Los mundos formados son 
De amor , quien sufre su yugo 
Obtiene mi bendición. 

Tendió el insecto festivo 
Sus alas á la pradera , 

Y á su plegaria sincera 
La flor su cáliz esquiva 

Fué entreabriendo placentera. 

Y la que el tallo abatida 
Inclinó sobre la alfombra , 
Buscando do iptier la sombra ¡ 
Por amor embellecida 

El bello pensil asombra. 
Ya cimbrea su ramaje 
Con coqueta donosura; , 

Y ya llena de ventura 
Pretende en dulce hermosur* 
Ser orgullo del paisaje. 

Ya ruborosa, se espeja 
En la clara fuentecitla 
Que murmurando se aleja , 
se detiene perpleja 
Ante blanca pied recilla. 

Ya del gozo que atesora 
Divisa doquier el sello: 

Y la fuente es mas sonora , 
Mas dulce el aura que Hora , 

Y el rayo del sol mas bello. 




Que con prisma singular 
Todo la dora su llama ; 
Ya do hay lulo, no h¡¡\ pesor , 
Adorada la flor, ama , 

Y es tan hermoso el amar,. . ! 
¡Es Luí dulce con fundi r 

$U Ser con un ser querido! 
Amor y esperanza uuir , 

Y uno en otro sosten ido 
Doble existencia vivir! 

¡Ají! ¿qué iiupurla que mañana 
Deje caer una á una 
StlS hojas la flor galana, 
Si i; 1 "/'! feliz V ufana 

Los dones de la fortuna? 

¿Ya la muerte qué la importa ',' 
Ya su faz no la estremece 
En dulce ilusión absorta ; 

Y es larga una vida corla. 

Si tierno amor la erubellece. 

N'u lema, uo, tn terneza 
Que su sóido abrasador 
MaiTliiliiinli) su liL-llezü 
La arrebate su pureza, 
Que es sublime un casto amor. 

Es hermoso manantial 
De. cuanto en la tierra haj bello , 

Y eir ser pobre y material 
Imprime divino sello: 

¡ Se convierte en inmorlal ! 

Como losravos del so! , 
Purifican el ambiente 
Que enlutó niebla inclemente , 
El amor es el crisol 
De la virtud refulgente. 

Deja pues, que se embriague 
Con su amoroso tesoro 
X que. el insecto la halague: 
.No temas que con desdoro 
Su tierno cariño pague. 

Tan solo luto y dolor 
Apuraba cu su amargura : 
¡Aj! deja a la pobre flor 
Que hoy aspire con dulzura 
Eí ambiento del amor ! 

— — - >w*mwi<" 1 
El Precia sur en su número del martes 13 se lía- 
te cargo de la contestación que dimos á su primer 
¡irlif ubi. en que nos criticaba tan duramente. Ei 



Precursor nos trata con tan lina galantería, y da 
consejos tan juiciosos á nuestro sexo, que la ¡tvf.tr. 
no puede escusarse de dar gracias al Precursor por 
su atención, ni de darse el parabién á si misma; pues 
al ver que este nuestro ilustrado colega del seso 
fuerte, al recomendar á nuestro sexo delalladamen- 
■ le lo que debe hacer para alcanzarla consideración 
que le corresponde, se contenta con recapitular 
cuánlo llevamos escrito en fos artículos de nuestro 
periódico, es indudable que la Mujer ha estado en 
i iiantu lia dicho muy acertada. 



A continuación insertamos la prosecución de a 
aventara ocurrida al padre de una suscritota nues- 
tra , que dejamos pendiente eti nuestros números 
anteriores. 

Pocos momentos llevaba nuestro medico hacien- 
do este ligero examen cuantió volvió la joven blan- 
ca que lo introdujo en el palacio seguida de otras 
dos, también jóvenes como ella , pero cuvos ojos 
rasgados y n gros, t-uyu cutis suave, lustroso y os- 
curo, y coyas cabellos negros como bruñido ébano, 
hubieran dado á conocer ¡i quien menos entendiera 
de raza', que habían visto el primer sol bajo el ar- 
diente cielo africano. Traian en sus manos, sobre 
bandejas d>' piala , )a una un jarro y jofaina de chi- 
na , y su compañera toballas perfumadas y los ven- 
dages necesarios. 

Todas las cuatro mujeres, íijaslas miradas en e 
doclor , adivinaban y obedecían con singular tino v 
precisión sus deseos. 

Apenas rotas las venas, la sangre empezó á salir 
y la anciana á respirar; pero aquella que con tan fi- 
lial esmero la habia velado hasta entonces solo pudo 
conservar su energía hasta ver teñida en sangre á la 
mujer á quien tanto amaba. Sus ojos se apagaron, 
y desvanecida cayó al pié del mismo lecho en donde 
empezaba á respirar libremente la que era objeto de 
sus cuidados. 

La anciana habia recobrado su conocimiento, y 
•instada á su vez al sentir caer ¿i su bija, no pudo 
reprimir un grito agudo. 

¿Cuándo una hija ba estado sorda á la voz angus- 
tiada de su madre? .Yinguua sai espirituosa tiene tan- 
la virtud como el sonido de sus palabras. 

— ¡María! ;hija uiia! decía la anciana. 

— ¡Madre! ¡Ab! vive V. madre mía! contestaba 
su bija, repuesta ya , y sus lágrimas se mezclaron, 
lágrimas de^gria iuefable, porque se volvían á ver 



I 



en este manda, cuando solamente imaginaban to- 
rrarlo rn la eternidad. 

Da operación del doctor estiba concluida y arde 
Bo á la enferma un cúmplelo reposo- 

— Al momento, dorlor, le contestó la anciana, po- 
ro nú podré estar tranquila sin saber de mí hijo. Ma- 
ría, y tu hermano';' 

María en vez de contestar índicrt j su madre ron 
un nio\ ¡miento de ojos no hallarse solas. 

— Si, es verdad, le contestó la anciana, pero re 
cataremos nada va al ductor? ¡no conoce, nuestro 
asilo? ¿no conocemos nosotras su probidad? 

— Está ornudo por vos , madre rain , contestó 
Haría. 

— Bien , rulara al doctor como inerece , hasta 
que juzgue oportuno volverme á ver. Gracias, doc- 
tor, hasta luego. 

V ni doctor salió siguiendo á Maiíi, dejando en 

la habitación de la enferma á las otras tres jóvenrs, 

que después de haber disminuido la luí con nuevas 

gasas se colocaron á los pies del lecho de su señora. 

(Se ronlimiará,) 



w»o: . ( (t<. 



En la siguiente anécdota, de cuya exactitud po- 
demos responder, bailarán nuestras lectoras na no- 
ble ejemplo que imitar y una prueba mas de las bue- 
nas intenciones con que Los hombres dispensan la 
mayor parte de tas veces sus favores á las débiles 
mujeres. 

Cierta joven, la» bella como virtuosa, por uno 
de los mil caprichos de la voluble fortuna descendió 
hace putos me*es desde la opulencia en que vivía 
con su familia al colmo de la pobreza. Como es < on- 
tiguienle, abandonaron su casa de repente todas 
aquellas personas que antes Ja frecuentaban con asi- 
duidad, y se halló aislada, huérfana, y sin otra per- 
sona i su lado que una antigua criada, que siguió 
mas bien que en su Servicio en su compañía. 

Pero decimos mal, no quedó sola, pues uno de 
los amigos antisuos de su casa fué consecuente y do 
hizo variación alguna en su conducta; por el con- 
trario, sus ofertas eran continuas, y no costaba po- 
co trabajo á la joven de que hablamos negarse á 
aceptar favores que su situación hacia indispensa- 
bles, y que no había razón fundada para rehusar. 

Alt! si, ella tenia una razón tan fuerte como in- 
esperable; rehusaba por presentimiento. Aquel hom- 
bre se canso pronto de guardar los miramientos que 
va creia innecesarios, y juzgando tan mal ij t > | , |j¡¡ 3 



de sus amigos como juzgaba de Indas las mujeres, 
le dejó una tarde a! retirarse una esquela declarán- 
dole sit amor, y ofreciéndole en cambio del suyo la 
fortuna que había perdido. 

Por la mañana del siguiente día entregaron ,i 
aquel hombre una contestación concebida en esto* 
términos: 

«Dli madre me ensenó á ser virtuosa: yo he 
aprendido ¡i trabajar: en mi nueva situación no pue- 
du atender sino á ganar el sustento para mi y para 
la buena mujer que no ha querido abandonarme. 
Por tanto ni os puedo recibir, ni ofrezco á V. la 
casaá donde me he Ira sin da do,» 

.f um e wn<-» 

LA MES EA I A ALDEA. 

(COX-EtSOA.) 

Enrique se adelantó con aquellas maneras ele- 
gantes que tanto denotaban su «levada posición, y 
presentando con suma galantería una de sus manos 
á Ida y otra á Pedro, les dijo: 

— Permitidme, mis queridus amigos, qtie disfrute 
de vuestra reunión, y quesea URO de los qne since- 
ramente os feliciten por vuestra invariable felicidad. 

Ida bajó sus líennosos ojos. Aquella voz cu al- 
gún tiempo tan querida hacia daño á su corazón. 
Pedro estaba turbado; oh.' se sentía mal. Hacia pocos 
momentos que lo halda dicho: tenia celos hasta de lo> 
recuerdos que pudiera conservar su esposa; así nada 
tiene de particular que en este instante en que el 
objeto que se presentaba como un fantasma ante sus 
sueños de felicidad, y que como por encanto venia á 
disfrutar de aquella fiesta que Pedro daba para solem- 
nizar el aniversario de su casamiento, atormentaras!] 
alma tan propensa á sentir aquel gusano roedor. El 
joven marqués, hombre de grandes conocimientos 
del corazón humano, comprendió á primera vista la 
impresión que habia causado en el ánimo de ambos 
esposos su presencia; pero con aquel tino de hombre 
acostumbrado á vivir en la gran sociedad, hizo ver 
que de nada se apercibía. Por otra parte, deseaba 
mucho ver aunque no fuera mas que por un solo 
momento á Ida, y cerciorarse por sí propio de si era 
cierto que era tan completamente feliz como gene- 
ralmente se decia. Al ver á la joven el marqués sin- 
tió su in<*Í5creci'kin, porque su alma buena y genero- 
sa comprendió que había venido á resucitar recuer- 
dos que ya debían reposar tranquilos entre la in- 
mensidad de lo pasado. Pedro en estos instantes tu- 
vo tiempo de reponerse de aquella sorpresa para él 
tan desagradable; comprendió asimismo lo ridículo 
de su proceder, y aunque non un acento que deno- 
taba la violencia que Se hacia, después de estrechar 
la mano de Enrique, pronunció dando á sus palabras 
cierto viso de sinceridad: 




— «Siempre recuerdo ron gusto los momentosdeci- 1 vez sus corazones sintieron la misma impresión, lo 
sivos de mi vida: no puedo olvidar que á vos debo viejo general se acercó á Luisa, 
el que un dia mi Ida se librara de un inminente peli- | — Señorita, á pesar de mis años no puedo resis- 
gro; así doy gracias á Dios que esta tregua me pro- i tfral deseo de dar dos vueltas con a hermana de mi 
porcione el supremo placer de estrechar esta mano valiente compañero; y después, lo diré lodo, á pesar 
{renerosa entre las mías | de esta corteza ruda que me cubre, tengo un cora- 

La joven alzó eu aquel momento sus ojos hacia ! zon que aun laEe delante de la criatura m;is perfec- 
el marqués y dos preciosas lágrimas rodaron por sus i lamente bella que mis ojos lian contemplado 



mejillas. La impresión que á Enrique hicieran 
aquellas dos lágrimas solo aquel que adora sin nin- 
guna esperanza la podrá comprender; pero tal vez 
era mas desgarradora la que sentía Redro 1 , lila quiso 
destruir la situación en que habia colocado á a ui"- 



Luisa dio su mano al viejo veterano. Pedro eu 
tanto tenia clavados los ojos en Ida y Enrique : él 
veía que sus alientos se confundían, que sus manos 
se estrechaban. La agitación propia de ese baile, si 
me es permitido esprcsarine así , voluptuoso , daba 



Hos dos seres queridos el esceso de su sensibilidad, á sus rostros cierta animación que liaría casi ideal 
-<'Oh!sí.ami-o. dijo dirigiéndose al del Olmo. c S - 1¡l hermosura de Ida. Todas las parejas iban descan- 
te recuerdo va lo veis cuanto impresiona mi cura- ! s; '" ,!o sucesivamente, menos nuestros jóvenes, que 



ion, porque nunca se borrará de mí memoria que 
tal vez á vuestro generoso proceder deba toda la fe- 
licidad que disfruto. 

Y alargó su linda mano á Pedro, el cual respiró 
mejor, mientras Enrique sentía que un frió glacial 
corría por sus venas, Ida en tanto se sonreía con la 
sonrisa inocente de los ángeles, porque su concien- 
cia la decía "has triunfado v triunfarás siempre*; y 



girabas al rededor del gran salón con mas rapidez 
que en los primeros momentos. Ida iba palidecien- 
do : tal vez sentía un malestar desconocido; pero el 
marques ía arastraba en pos de sí con una fuerza so- 
brenatural, que 01 mismo no comprendía. 

I'edro, pálido y convulso , hacia algunos instan 
l"s que eslaba delirante , y acercándose á la incan- 
sable pareja oprimió con todas sus fuerzas el brazo 



■'Kle sil niiiter; tanto que la pobre Ida, al sentir aque- 
uesnues, dando a su voz una modulación sumamen- ,, , J , . ^ ' . n 

1 lia opresión , le nirro tomo aterrada. 



Ir dulce, porque la joven quería ilclroir s¡ alguna 
ráfaga de esperanza quedaba en la mente de Enri- 
que, continuó: 

— ¿No es cierto, esposo mió, que el dolor lf* hu- 
biera muerto si hubieras sabido que tu Ida eslaba 
prisionera? 



— líasin , señora . grito 1 : tomad mi brazo hasta la 
¡lieza inmediata; estáis pálida, vuestra mano tiem- 
bla; olí! tengo miedo, esposa mía, y Pedro acen- 
tuó el mía cuanto pudo mirando al marqués , temo 
qoe esleía indispuesta. 

La joven siguió á Pedro sin pronunciar una sola 
-Oh! si. Ida mía: tu presenciaste mi pesar has- j pa | abra . per0 opriin ; a l¡in iJ íime „ l(; e | brazo de su 



la que Luisa estuvo con nosotros, y puedes juzgar.. 
Pero mirad, marqués, allí tenéis á vuestra segunda | 
protegida. Venid, señorita; el señor marqués del I 
Olmo no dudo que tendrá un verdadero placer en 
escuchar de vos misma vuestro agradecimiento. Ya 
lu veis, caballero, os soy dos veces deudor de mi fe- 
licidad, porque mi pobre Luisa ocupa un lugar pre- 
ferente también en mi corazón, y yo, amigo, dov 
mil gracias á la casualidad que me proporciona el 
que esta señorita conserve un recuerdo de un sóida 



esposo, como queriendo significar: «la cariño, lu 
amor sin limites me escuda. i Enrique también iba 
en pos de ios jóvenes esposos como impelido por un 
poder desconocido. Pedro dejó á Ida bajo los cari- 
ñosos cuidados de la interesante Luisa, y entró en la 
pieza de juego. Pero grande fué su admiración cuan- 
do en vez de encontrar á lodos sus cantaradas entre- 
gados á calcular sobre sus pérdidas ó ganancias los 
encontró seriamente discutiendo la mas delicada de 
as cuestiones. 



do de Isabel; un recuerdo es mucho cuando aquella j _ Yo. por" mi parte , decía un general carlista 
que le guarda es tan perfectamente bella. ^ j üp¡[10 c0nll> v . af¡ „,„ gmrn; desde manana , 0¡los 

Y Enrique hizo una elegante inclinación, á ja seamos hermanos. Esle baile, al que algunos de us- 
que Luisa contestó con suma modestia, cubriéndose tedes han asistido, sea la señal de que solo un viva 
sus mejillas de precioso carmín. Su voz, temblorosa resuene en España, y que este viva sea el nombre 
de emoción, apenas le dejó pronunciar dos frases, i augusto de Isabel. No olvidemos, señores, que este 
que á pesar de todo fueron mas expresivas que un ; nombre llena de entusiasmo lodos los corazones ver- 
elocuente discurso. Si Enrique la hubiera mirado, ¡ daderamente españoles ; porque nuestra Reina Cató- 
lal vez le hubiera aprisionado su modesto candor y [ iica es la figura mas colosal que. aparece entre las 
su perfecta belleza; pero el joven solo veía á Ida; Ida j glorias de nuestra patria: los siglos y el mundo ente- 
era su norte de desesperación, pero él conocía que . io siempre se prosternarán ante el nombre auguslo 
la amaba y la amaría hasta ia muerle. I de la mas grande de las reinas , y de la mas casta de 

Los melodiosos ecos de una brillante orquesta : las mujeres, Y yo, señores, confio en que la niña 
anunciaron un vals. Enrique sin vacilar presentó su ■ Isabel seguirá las huellas de su ilustre antepasada. 
mano á Ida: ella estuvo indecisa algunos segundos; — ¿De qué se trata? dijo Pedro, y su rostro es- 
pero al fin aceptó. Dos personas palidecieron ; lal presaba pánico terror. 



—De que mañana un abrazo Uüiiá a todo* los es- 
pañoles baju la bandera de Isabel, 

— Uracias, señores, par el aviso . dijo Pedro; 
vuelo i-n este instante ¡i morir abrazado á mi bande- 
ra? el oscjirq aldeano engrandecido por I). Ciirlos, 
que óslenla csla faja, no puede ser traidor. No dirá 
.jamás que Pedro olvidó que al salir de la nada pro- 
nunció esta* frases «agradas : «0 el triunfo ñ la muer- 
te,* Adiós, seño rus ; marchemos cada uno á su 
puesto ; estoy seguro que moriré . pero mi hijücuu- 
íurvara un nombre sin ninguna mantilla. 

Nadie usu contradecir aquella voluntad de hier- 
ro: sus carneradas bajaron los ojos como eclípsadus 
|H>r aquel hombre esclavo de sus juramentos. Enri- 
que le présenlo su mano, 

— Nuestras almas son hermanas, dijo; este nom- 
bre sagrado han' que en esla nuche muera toda cla- 
se de enemistad entre nosotros. 

—Sí, dio Pedro, vamos á ocupar eada uno de 
nosotros su puesto ; tal vez me espérala muerte, 
pero ya lo sabéis, señores , quiero a debo morirabra- 
,'inl" ;t mi bandera. 

Algunas h0rasde5pu.es dos jóvenes, ealrechaiueu- 
te abrazadas, lloraban en aquel mismo salo» . poco 
antes testigo de una agradable liesta. La una lloraba 
la ausencia del mas cariñoso de los esposos; tal íoz 
una vaga sombra de remordimiento oprimía su co- 
razón ; mientras que la otra I lora lia a su hermano 
querido. ¿ Quién podrá comprender si se presentaba 
ante sus ojos algún otro objeto* Dejemos entregldo a 
sudolor este áogid candoroso, y no tratemos poraho- 

Ita de descorrer el velo que cubre los secrelos de su 
corazón, 
S? emilinwrá., 
De las cantidades destinadas para las funciones 
\ festejos con que se ha de celebrar en Madrid el na- 
lalitio de la Princesa de Asturias, ha dispuesto el 
cuerpo municipal se inviertan 300,000 reales en do- 
lar algunas niñas del colegio de la Lulo», en sumi- 
nistrar auxilios pecuniarias á algunos desgraciados 
huérfanos que hayan perdido su padre á madre el 
mismo dia en que nació la princesa Isabel, en haecr 
Irages completos ¡t cierto número de niños que ha- 
yan nacido en dieho dia, y en otros actos de benefi- 
cencia e igual utilidad, con que aquella corporación 
piensa muy bien interpretar lielinenlc los sentimien- 
tos de S. M. 

— También en Logroño, en celebridad di lan 
fausto acontecimiento, han sido soeorrid-is por la 
ilasc militar residente en aquella pinza ures huérfa- 
nas pobres, siendo du!ada cada una de ellas con cua- 
tro onzas de oro para cuando lumen estado. El ac- 
to sé verrlicu con la mayor solemnidad el dia <i á las 
once y media de la mañana asistiendo :i él el ayun- 
tamiento v la efesé militar, á cavo fronte se haHaba 



■ el general Espadero. Concluido el sorteo, el mismo 
f duque de la Villoría puso en sus manos la cantidad 
que habla sido designada litada una de las huérfa- 
! ñas, v según se dira la duquesa su esposa les iia re- 
galado un Irage completo. 



H'atulhi B. dp tLTranl. 




No podemos dispensarnos de repetir nuestros elo- 
giosa las señoras de la junta de damas de honor j 
mérito , encargadas de promover la rifa de objeloa 
á beneficio de la Inclusa, pues no es dable uiavur 
celo ui eficacia que el que aquellas emplean para lle- 
var á cabo su pensamiento de la manera que pueda 
dar mas ventajosos resultados. Sun ya muchas las 
preciosidades que hay reunidas, y puede decirse que 
en el dia no va uuo en Madrid á ninguna casa, es-- 
pceialuicnle de bs de la clase mas elevada , doude 
rióse ocupen las señoras cu disponer alguna prendn, 
alguna labor ú otro objeto precioso, todos los cuales 
se presentarán en una espjsicioo pública , y después 
se rifarán , aplicándose sus pi'odin los al aliuo de los 
infelices que, abandonados por los mismos que les 
dieron el ser, viven solo por los cuidados de las al- 
mas caritativas que les consagran sus piadosas des- 
velos. Es de esperar que la generalidad de las seño- 
ras de nucslra suciedad , es! ¡muladas por sus lilaiitni- 
pieos sentimientos , se apresurarán aun á ofrecer á 
las encargadas de este laudable proyecto las obras 
que , ejecutadas cu sus ralos de entretenimiento, pue- 
den sin embargo dar resultados de consideración 
en favor de los desgraciados de la Inclusa. 



Leemos en los periódicos: 

"Se nos ha referidoque hace algunas noches fué 
asaltada la casa conocida ron el mimbre del Carhar- 
ni. en las afueras á Alrorron; va pesar de haber pe- 
netrado ya uno de los caros por un agujero que prac- 
ticaron en el piso a' lo, y quitado para la entrada de- 
sús compañeros las barras de hierro que aseguraban 
las maderas de un balcón, uno y otros tuvieron que 
abandonar su criminal proyecto por miedo á los dis- 
paros que desde una ventana comenzaron á hacer- 
les. En efecto la dueña de la casa, doña Saturna 
Sac/. con un valor digno de todo elogio, y que nos 
trac á la memoria algunas de las proezas de nuestras 
nobles heroínas castellanas, abandonó su lecho, se 
proveyó de cariuchos, y cogiendo sus armas las dis- 
paro contra los malhechores, volviéndolas ácargar y 
á disparar de nuevo hasta cenvencerse de que sus 
agresores Uuian. 



MAlzRID. 1852. 



l->"Tf «¡i <te don Jnw TriijMlo, ht)u. 

Ciile Ur María Cristina, numero 8. 



Domingo 25 de Enero de 1852. 



Núm. 26. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Bale periódico Sale lodos loidomingoi;st5uscribc en Madrid en las librerías de Mnnier y de Cuesta, á Ir?, aira»; j ra pioii»- 
*ias 10 rs, pardos meses franca de jiurle, reinitten'a unalibraiua a Favor de nuestro impresor, ó sellos de franqueo. 



ADVERTENCIA. 
Rogamos á nuestras aprecia bles suscritoras de 
provincia que no hayan satisfecho el importe de su 
susericion, se sirvan renovarla si desean continuar 
recibiendo el periódico. 






Una de las faltas de que se acusa mas general- 
mente á nuestro sexo es !a frivolidad, y desgracia- 
damente es quizá la acusación mas justa que se le 
hace. Cierto es que como casi todas las de la mujer 
depende esta del descuido en cultivar sus facultades 
morales, contentándose los encargados de la educa- 
ción de la niíia,*tualquicra que sea la clase á que 
pertenezca, con sustituir á los priuripios solidos con 
que debieran enriquecer su mente, ideai fúlites que 
«mpequeñeeen su alma, la hacen incapaz de un sen- 
timiento profundo, de una idea grande y elevada, y 
tfODstituyeü lo que se llama luego tina mujer fri- 
vola. 

Pero dejando aparte el origen de esa cualidad, nu 
natural en la mujer, como algunos suponen, sino 
consecuencia de su educación, porque ya nos ocu- 
pamos en otra ocasión detenidamente de este impor- 
tante asunto, procuraremos hoy presentar á los ojos 
de nuestras lectoras un cuadro vivo de las conse- 
cuencias de esa cualidad de que tantas adolecen. 
;Ojalá logre nuestra tarea el fin á que se dirige! 

Mas efeflo que cuantas ra/ones pudiéramos es- 
poner producirá la referencia de una verídica histo- 
ria en que son las protagonistas personas que nos 
locan muy de cerca, y en fa cual esa frivolidad es- 
pernada ha sido Ja causa de fatales consecuencias. 

Tiene la que estu escribe una sobrina cuya ma- 
dre, enamorada locamente de su hija cuando era ni- 
ña, únicamente sí ocupó en adornarla con esas mil 



gracias con que los niños divierten á (piten tos oye; 
puro en manera alguna se cuidó de instruirla en nin- 
guno de aquellos conocimientos necesarios en la 
vida, ni de formar su corazón. La niña correspon- 
dió dignamente á la educación que recibía, y si d» 
pequeña enlrt-lenia de joven admiraba. Reina de la 
elegancia era á la vez la esclava mas sumisa de la 
moda: el úuicu asunto importante á su espíritu, era 
la estructura de un lazo, el color de un adorno, la 
colocación de un prendido: su único mundo era el 
mundo elegante: tí buen guste- su dios esclusivo. 

Todos sus juicios se formaban al través de esa 
ridicula y exagerada manía; solamente le eran apre- 
ciables las gentes por su trage, y su mejor amigo 
dejaba de serlo el día en que su fraque ó so. corbata 
podían sufrir el mas ligero reparo. 

Como es consiguiente su elección de esposo re- 
cayó en un modelo de elegancia, joven de bellísima 
presencia que en la ópera, en las «¡aires, en los sa- 
lones, se le citaba como el gefe del buen gusto; pe-^ 
ro que á la vez tenia la cabeza tan vacía por dentro 
como adornada por fuera. 

La madre, mas loca que la hija si es posible, se 
aplaudió de tan fe I iz' elección, y aplató el enlace pa- 
ra una época en que pudieran lucir los notables tra- 
ges de su hija adorada; lucir sus trajes, sí, porque 
esta es la pasión de k madre y de la hija, lucir, pues 
por lucir se rasa v lia prefe/ido.al hombre cuva su- 
prema elegancia es proverbial,- por consiguiente al 
que mas podrá lucir. 

Ahí ¡qué fatal locura! El mundo ante quien o* 
vais á lucir se burlará de vuestra fatuidad, y os des- 
preciará cuando «eos costosos sacrificios con que 
compráis un momento de atención os reduicau á l 
miseria:. 









. 



2 







Das años hice que mí infeliz soíiririá 3SI5SSFo 
los salones con las gatas áe su himeneo, dos años 
qne era citada aun coi 
dos año* que se u n í<V al Jioitih: ■■ .pie jin-ein 
lo del buen tono. ,|5| tan Corto tiempo 'qué nri. tañ- 
ía! Las realas de ambos no sufragaban cí costear una 
sola da las fiestas que ac daban todas las semanas en 
su casa en los primeros meses de establecerla; Toé 
preciso acudir á prestemos ruinosos,,:)' algunos j |s i j- 
reros le encargaron pocos meses oespucs'de las gs- 
las costosas de la novia y de los bienes de la familia. 
I.us disgustos domestico* reemplazaron ala felicidad 
que se nnmirh.i'i aqiielíus jóvenes inquirientes v 
ciegos. Mi desventurada sobrina fué madre, v su lu- 
jo infeliz nació en media de la mas espantosa iiiise- 
rju; cu vano n'tl.ituaba de su esposo ios recursos 
que su Lijo necesitaba: ¡.ijné hnhia de hacer aquel 
hombre ahorn que ya nole era posible rizar su blnn- 
da cabellera, ni inventar perfecciones nuevas pea 
su lrage? Mi sobrina nutrid es t enuncia, su tierno niño 
de necesidad; su madre ornp;i una jaula en unu casa; 
de dementes, y aquel esposo de quiten esperaban Ia 
felicidad se arrastra envuelto en su miseria por los 
mas hediondos garitos, recogiendo W monedas que- 
le arrojan Jos jugadores- afortunados. 

Esta es la triste historia de mi desventurada so- 
brina, y esta non corta diíenuicia ea los detalles gerl 
la de, montas destruyen en su alma y su eoraion !os 
grandes y nobles oenliinicuAos que la Providencia 
imprime ¿en ellos, Misiitiijíijijaliís ron. esas mezqui- 
nas y livianas cualidades, que tanto *a«ia dejan yiújt 
fatales consecuencias trae» en pus de si: esta será 
también la historia dclas.quu.en el hombre que «I i- 
gen por^poso solamente ven esas dotes auperiiria- 
les, sjn atender nunca, á Jas cualidades del corazón, 
á las cualidades morales. 

Oh! volved en vosotras, madre» imprudentes; 

¡parad el camino en que precipitáis a vuestras bi- 

as, y deteneos; no veulureis el porvenir de toda 

vida por ese brillo de un momento; escarmentad 

en mi infeliz sobrina. 

— ,::•;.. 

EL ADÍOS. 

Ay.l no me dejes, no,,,, mi ra rni duelo, 
Contenióla el. llanto que mi rostro inunda; 
Jimios siempre vivir juraste un día, 
Bajar unfidos.á, la. jerla tumba! 

Tú lo juraste, sí; dulce recuerdo 



Que compensa mil iígtfil de amargura: 
Aquel instante de entusiasmo urdiente 
iinirÉjfci almrtjto tuja. 
alo, iifi liie(¡: unohfci el (lía, 
,- cu m ¡i espléndida Ulapcura 
El suelo matizaba, y su reflejo 
En lomo derramaba lux confusa. 
Por id vienln sus copos azotados 
i bruma 



[binaban ti u extra f.t/... espesa 
f)rusrab'a del sol el rhstro heríi 









lefmoso; 
Todo era en torno oscuridad, tristura. 

Yo sola era feliz..,. Aun íe contemplo, 
Aun de tus ojos el fulgor me alumbra, 

ii m ocbo tu roí tan lisonjera 

Jurarme amor con sin igual dulzura! 
■\ fij;iinlaeri mis ojos tu mirada, 

V enlazando mi mano con la luya. 

i ."¡¡ímprc, dijiste, y ítcnipr* allá ;í lo lejos 
Del viento repitió la voz confusa, 

Áyl no me dejes, no del iwar bravio 

- Es inconslanlc la ligera espuma, 

V en so¿ olas se anega la csperanla, 
Juramculos y amor. Indo lo anulan. 

¿Qui importa, el porvenir? ¿qué nos importa 
Al itnnir el favor de la fortuna? 
Si ese mundo nos niega sus palacios, 
Para enlrambns tendrá una estrecha tumba! 

Veo ¡i mi lado, ven. lu) lur. abr.ndyues; 
Apiádale por Dios de. lamia angustia 1 , 
A>! rui vida en tu vjda está cifrailn! 
Av ! uu permitas que al dolor, Sucumba! 

Tú tiemblas,,,, enmudeces.... y tus ojos 
Asoma -el llanto..., Par piedad me escucha: 
Mi voz acaso, que adoraste amante, 
Acalle del deber la voz sañuda. 

l'na lágrima riega tus mejillas,-,. 
Vago acento tus labios articulan.,.. 

Ay! calla no pronuncies mi condena..., 

Un instante un mas de hermosa duda! 

L'n ¿lisiante tan solo de esperanza.... 
Calla; calla purDioslJ.. Mas no; esta lucha 
No puedo resistir, ,j. valor me sobra.... 
El fallo horrible siu temblar pronuncia. 
Que es loque escucho? ¡ay Dinsl partir te es fuerza 
Vence el deber á sin igual ternura!'.'.. 
Kslá bien,,., parte pues.. . ya estoy tranquila, 
Mírame sonreír con. faz enjuta. 
i Yo uo lloro..,, ¿lu tes?... Deber lo exige.,.. 
Justo es que •sema en la terrible Incha. 
Parte pnes.... sé reliz.,., ¿qué importar rn tamo 









Que aquí olvidada á mi dolar sucumba? 

No quisiera llorar.... quisiera altiva 
Ocultar el tormento que me abruma: 
Mas suv débil mujer, v á pesar niiu 
Me vende ei llanto que mi vista anuida' 

Ay! im oie olvides, nu.,.. piensa que triste 
Yo contaré las horas una a una, 
Que transcurran sin vcri«, bien del alma, 
Esperando tu vuelta ron angustia. 

Perdón si te ofendí si en mí eslraviu 

Abrigué nn.solo instante horrible duda: 
Juramentos que forma un noble pecho 
El tiempo fuñera l no borra nunca! 

Parle en bueiihora ¡mes.... nave ligera 
Te lleve al sitio do tu atente ilusa 
• -Te ofrece un porvenir.... de Üios en lanl'i 
Imploraré por ti la bondad suma. 

Entre las olas de la mar gibante. 
En alas de la brisa que murmura. 
Te mandase mi llanto y mis suspiros 
En prenda del amor que me subyuga. 

Til pensamiento entonces lisonjero 
■.Alraviese fuüíu-ja ¡nicun laguna. 

V i+eng&'á diin-amar <algun consuelo/ 
En quien su dicha en tu canfín funda. 

Une los mundos la atracción amante, 

Y cuando le atormente suerte injusta 
. Sentiré tu dolor, cuando soiu fíat 

I Se llenará mi pecUo.de. .dulzura!... 
Ya el instante llesíw!... ya riza el aura 
■lÜeese ancho espejo la ligera espuma,... 
Av! la nave despliega blancas velas! 
Ay! bu voces del nauta ya se escuchan!... 
¡Ay de mí!..,. No tcalejes... ven... aguarda,., 
i No puedo masi.j. mi vista yase anuida.... 
Adiós* mi dulce bien.... nunca me olvides, 
í) !as olas del mar serán mi tumba.' 

At.rj.-1;, Cr...1. 



REVISTA HE MODAS 



Los vestidos, quo se llevan degró, raso y tercio- 
pelo, negros, azules y en fin del color que mas agra- 
da, únicarueníe en les adornos han sufrido alguna 
reforma: los de eró siguen adornándose con votan - 
les bordados; en los de raso y merino suelen susti- 
tuirse los volantes con Ires ú mas franjas de tercio- 
líelo, separadas cii(re sí de madera que cojan toda la 
falda; el cuerpo y las mangas con los mismos ador- 
nos. 

Los sombreros siguen siendo íau ligeros como 
en «I verano, á pesar del frió de' la estación. He 
visto algunos preciosos de raso color de rosa con tres 
órdenes de cintas del mismo color [llegadas y ribe- 
teadas con una imperceptible cintila de terciopelo 
negro; pero los qne me han parecido de mayor gus- 
tu \ elegancia eran d« raso ■ blanco guarnecidas de 
blonda. 

Para los adornos de la cabeza se disputan la pre-r 
ferencia las plumas, las cinLas..y- el azabache y Uí 
blondas; no obstante este a¡iu parece que las flores 
no quieten marchitarse, y se ostentan aun frescas y 
lozanas en las cabezas de tas jóvenes de mejor gusto. 

Pero en lo que. el lujo ostenta su riqueza, y las 
artes lodos sus primores, es en las mangas interiores 
y en los camisolines, lie visto algunos, queridas ami- 
gas, de un bordado tan extremadamente complicado, 
tan lino y latí acabado, que verdaderamente asom- 
braba: es escusado deciros que su preciu rayaba lam- 
inen en lo fabuloso. Las damas de distinción fijan 
en c*lu ludo su esmero, y nada les parece ni bastan- 
te primoroso, ni demasiado 'caro. 1 

Las manteletas de terciopelo guarnecidas de pie- 
les y las ca pitas redondas son abrigos muy elegan- 
tes, y que durarán seguramente- todo ct invierno: 
las primeras se llevan también rOn Beros y con guar- 
niciones de blondas' y eneages. 

Réstame deciros qitc éti el peinado no lia habido 
variación notable, pues ni) puede considerarse tal el 
que las cucas, siempre, rizadas, se procuren separar 
cada vez mas dcla cara, y se líe* en algo ntas hue- 
cas v abultadas. Las señoras vuelven ¡i llevar ridi- 



i - t ■ ' , — i 

ftempo hace, mes queridas amigas, que no be 



riodido ocuparme de vuestro apreciante periódico,. ' "* 

I . ,, . . , . . , , .■ ■ , — ■ rnnv larga a lo menos d 

nP remitiros Ja revista de mudas onecida; pero lian ° 

, • i-r ■ ■ i i i i i sm mas por bov; se rep 
•(ido tan pocas las modificaciones introducidas desde. ' ■ ■ ' 



Pjsms I a de embro i>E tSüá. cutos dc lcrc»pcl»-,bordfMlos áe,cueo!iis de acero y 






liii última rarl-i, que a pesar de mí silencio no pue'de 
ar"üirsc á tu periódico de falla. Hov sin cníuáYgn 
liare una cumplida satisfacción á esta promesa con 
una minuciosa relación de las modas en liogá. 



azabache, f¡c ■,< \ 

Creo que qiiedacuisi ^saüstcblias fon esta si no 
detallad» revista de modas, y 
ilnsiempre vuestra 

talan. 

"■■í' J -<^ — m . 
■ ii i 



■ a 

ha 



v 

: 



Herniosa es la noche: brillan les estrellas 
Esmaltan del cierto la bóveda azul; 
Luciendo las nubes cual ricas doncellas 
Sus bellos ropages de gasa y de Luí. 

La luna, que hermosa refleja en los mares 
Sus aguas celestes tornando en cristal, 
Ya alumbra los tedios de rústicos lares, 
Ya oculta su rostro Iras nube ideal. 

En lutada y completa quietud yace el mundo; 

4 hnruhres se entregan del sueño al placer, 
Y nadie se atreví; á turbar el profundo 
silencio que reina del valle doquier. 

Tan solo se escindía va el manso arroyuelo 
Que riega las dures de ameno pensil, 
Y¡i lia ave que ai nido dirige su vuelo, 
Y« el viento las ramas meciendo sutil. 

Y en paz duermen todos, y lodo está en calma; 
'asíones y penas, venganzas y amor..,, 
iPor qué no se cierran mis ojos, y el alma 
He] duelo olvidada se entrega al sopor? 

Tórtola desventurada. 
De mis cuitas compañera, 
Que escondida en la enriimrnl i 
Suspiras ¡ay! lastimera: 

La parca con mano impía 
Te robó tu dulce amor: 
Tu historia es la historia raia. 
Tu dolor es mi dolor. 

Le amabas! con amor loro 
Le adoraba yo también; 
El día ¡ay! es muy poco 
Para Ibrar tanto bien, 

Y al tenderla noche el maulo 
Por eslos bosques floridos. 
Vengo á confundir mi llanlu 
Con tus amargos quejidos. 

Tus penas y mis tormentos 
No son pueriles antojos: 
Tórtola, da tus lamentos 
Al aire! llorad, mis ojos! 

Que si henchido de aflicción, 
La aflicción el pecho ahoga. 
Se llora y se desahoga 
Con el llanto el corazón. 

Uurlqurfa. 



A cnrUinuncion insertamos k prosecución de li 
«ventura ocurrida al padre de una suscrilora nues- 
tra , que dejamos pendiente en nuestros números 
anteriores. 

El doctor salid de la habitación de la enferma 
por una puerta situada enfrente de nquella por don- 
de entrara, y mientras marchaba por un corredor 
perrería mente iluminado por lámpara* de raro gusto, 
pudo admirar el «¡re majestuoso de su conductora, 
y el rico trage de seda, cuya forma algún tanto se- 
parada del uso carmín conservaba el gusto oriental 
que en lodo el palacio subterráneo se notaba. 

María deseaba vivamente consultar ai doctor so- 
bre el estado de Su madre, pero H sentía confusa 
delante de él por aquella deseo nfianza que manifestó 
cuando su madre le preguntó por su hermano; mas 
su aluia franca Y decidida, v su deseo vehemente de 
penetrar completamente la verdadera situación de 
su madre, le indicaron el medio de resolver aquella 
situación, [¡ablandóle en estos términos: 

— lloi'ior, un deber sagrado nos obliga á un perpe- 
tuo misterio; no estrañeis recordase ¡i mi madre 
vuestra presencia cuando me preguntó por mi her- 
mano; mi observación se referia á nuestra obliga- 
ción, no á vuestra prudencia: sin embargo per- 
donad, 

— Señorita, repuso et médico admirado, mi pro- 
fesión me ha enseñado á respetar loasecrelos ágenos, 
y en lo que habéis recordado á vuestra madre ad- 
miré una prenda rara en vuestra edad, la prudencia; 
ahora veo además que «abéis cumplir religiosamente 
un deber, y se aumenta mi consideración hacia vos. 

— Gracias, doctor; pero decidme, ¿qué puedo 
esperar de la enfermedad de mi madre? 

— Si él accidente no repite esta fuera de peli- 
gro; emplenré todo cuidado en evitar que tal suce- 
da: temo sin embargo que su enfermedad procede 
de la imaginación, y es preciso que vos procuréis 
que se cure el espíritu mientras yo atiendo al alivia 
del cuerpo. 

— AJil no está á mi alcance, doctor. ¡Pobre ma- 
dre nial 

—¿De quién depende pues? 

— Doctor!... 

— Jíoos pregunta el hombre, sino el médico, 
y la profesión es un sacerdocio. Sin embargo puedo 
escusa ras de contestarme, pero no de adoptar I oí 
medios de salvar a vuestra madre. 

— Doctor, hablareis con mí hermano. Dispensad 
mi reserva. 



a- 







— Como gustéis, señorita. No puede ofenderme 
nunca quien cumple un deber tan sagrado, y que 
tanto le cuesta como á vos la dilación de la mejoría 
de vuestra madre. 

— Mi hermano está en este momento.... 

— No le molestéis; vuestra madre por ahora no 
debe ser molestada: cuando vuestro hermano se des- 
ocupe podré verle. 

— Bien, así tendréis tiempo, señor doctor, para 
descansar; en esta habitación podéis hacerlo, indi- 
cando la hora que la asistencia de mi madre exJja 
volváis á su lado; entonces veréis también á mi her- 
mano. , 

Esto diciendo, la hija de la anciana enferma abrió 
lina puerta y penetró con el doctor en la habitación 
que le destinaban. Dos criados lujosos y respetuosos 
se presentaron al servicio de nuestro médico antes 
que le dejase solo aquella interesante joven. 

{Se continuará.) 






A LENT1NO. 

Traducción Vibre de un epigrama de Mareiai. 

Suspiras, oh Lenlino, 
Al ver que la rebelde calentura 
No te deja un instante; 
Si alarde haciendo de leal, constante, 
Une á tu suerte su feliz destino, 
Yendo contigo por mayor ventura 
A gozar de tu huerto la frescura? 

Contigo entra en el baño 

Y nena ostra y jabalí cerdoso, 

Y á tu respeto debe 

Tanto sin duda porque solo behe. 
Para provecho lujo y por ju daño. 
El Semino ó Falerno delicioso 
O el bien helado Cécuba gustoso. 

Y descansa entre rosas 
De negro amonio, y aun por darte gusto 
De púrpura en el lecho 
Contigo duerme: ¿y quieres que á despecho 
De tantas atenciones obsequiosas 
Tu servicio abandone grato y justo 
Para buscar un amo mas injusto? 

Ccrfll*. 



UN MES El* LA ALDEA. 

(COSTISOA.) 

El castillo De está silencioso y triste; y sin em- 
bargo dos días antes todo era en él amor y movi- 
miento. A esa vida y animación que reina en una 



fiesta ha sucedido un silencio sepulcral: sus morado- 
res, tristes y meditabundos por ciertas habitaciones 
del castillo, parece hasta que no se atreven á andar, 
por temor de que aquel ruido se;i á su cariñosa se- 
ñora desagradable, y hasta retienen la res ¡i i rae ion 
¿Qué acontecimiento es la causa de todas estas pre- 
cauciones? Penetremos en las habitaciones de Ida, \ 
tal vez seremos testigos, según las apariencias, de 
algún triste suceso. 

El dolor está impreso en el bello rostro de la jo- 
ven; no menos angustia espresa el de la interesante 
Luisa: las dos jóvenes están al lado de un lecho mag- 
níficamente colgado. Ida besa la frente de un her- 
muso niño, que oprime contra su corazón con ese 
delirio y esa exaltación que solo sabe sentir una ma- 
dre: pocos segundos transcurren sin que levanten el 
precioso cortínage y escuchen si el objeto querido 
respira bien; porque quién duda que allí hay un en- 
fermo, y todas las señales nos dicen que su mal es 
grave. Al caer la espesa colgadura de raso blanco, 
las jóvenes se interrogan con una de esas miradas lle- 
nas ile ansiedad, y algunas lágrimas que ruedan por 
sus mejillas son una prueba evidente que el querido 
enfermo hace que el dolor oprima mas y mas cada 
vez á aquellas dos almas pendientes del menor de 
sus movimientos. 

El ruido de pasos, aunque dados con precaución, 
anuncia á nuestras bellas afligidas que alguien se 
aproxima, v lii rapidez con que á esta señal se ponen 
en pié como dominadas por un mismo pensamiento., 
nos demuestra que aquella persona se esperaba con 
impaciencia. A ios pocos momentos un hombre gra- 
ve y meditabundo se presenta en aquella estancia. 
centro de dolor; su mirada penetrante nos manifies- 
ta que aquel hombre ha consumido su vida querien- 
do penetrar los arcanos de las ciencias, y mas de una 
vez se eleva al cielo como reclamando su auxilio pa- 
ra que le ilumine en este momento en que la tran- 
quilidad de una familia está pendiente de sos labios. 
EE recién venido se aproxima silenciosamente al 
lecho; después de hacer una ligera inclinación á 
nuestras jóvenes descorre las cortinas, y Pedro, el 
valiente Pedro, aparece á nuestros ojos pálido, casi 
cadáver. Su mirada, que se clava en los objetos mas 
queridos de su corazón, en su esposa é hijo, nos re- 
vela esa lucha que tan dolorosamente nos impresiona. 
esa lucha terrible que sostiene el espíritu con la ma- 
teria: pero hay en este trance cruel una idea conso- 
ladora y pura que nos ilumina; nuestro cuerpo vuel- 
ve á ser un poco de polvo, pero ¡av! sí, nuestro es- 
píritu vuela al cielo. ¿Quién al contemplar este cua- 
dro no repasa minuciosamente lodos los momento* 
de su vida, y no teme que el dedo de la justicia su- 
prema le señale en ese instante final de la existen- 
cia? Si tuviéramos siempre presente esta hora terri- 
ble, ¡qué beneficios no reportaría á nuestra moderna 
sociedad! La intriga no invadirla el mundo entera; 
ta sed de oro no seria una necesidad del corazón; la 
palabra fraternidad no seria un sueño poético é ilu— 



H 



I 



savia, Pero ;av! lu> dejado á mi ingresan le Ida estos 
norias momentos, para que présenle lll doctor eOn 
temblorosa mano un nandderoeon nn;i bujía encen- 
dida. Con qué. ansiedad tw fija la JuVfln pii «I su- mi- 
rada'. Cada UBO ile sus movimientos hace que su in- 
razou lula con mas fuerza, y que tilda olla tiemble 
visiblemente. 

— Doctor, pronuncia el enfermo ron yo* roas 
clara de tu que era de.esperar ¡d ver la palidez deán 
róiir'o; tíiVá pronunciar mi sentencia, uien lose; la 
ciencia düiIa pueden las heridas que lie recibido solo 
las cura el sueño cierno, 'y se soiimíjeon esa Irán, 

tquiüdad pura y sania del márlTr que al dejar !;i lier - 
ra Miela A la mansión del juez justo y supremo t l'o- 
brelda, pobre hijo mió! ¿por qué llorar, mis queri- 
dos amigos".' En esté motílenlo da verdad no >cis i|iic 
tranquilo cslóv? I-a inuerle lio me asusta, lu espero 
eo n calma. 
— Silencio, dijo el ductor; esla conversación os 
perjudica. 
-Ilrncias. amij;o: veo ei inCcrésque os inspiro im- 
preso en vuestra frente; pero lo sabéis, la ciencia no 
es solicieme; Bolo un ttrifogro podría saharme. Así 
dejadme; al espresar los molimientos de mi corazbH 

»á este ángel que ei cielo me dio por compañera, mi? 
«ienlo odiz; si, quiero que, sepa n>is i'tllintos (nn-n - 
minólos, Obi los ulliniu- pensamientos de tiu mori- 
bundo nunca se borran de la memoris; ya lo veis, 
hasta en esla liora sor cgoisla, porque esta separa- 
ción oo na parece tan terrible cuando pienso que 
alguna t«i dirá á mi hijo: < Tu padre era un oscuro 
aldeano; pero el amor que me tenia lo elevó, v las 
distinciones que llegó áconsce-uir las d-bio ii su es- 

Ípada; mi imagen le iluminaba;» porque sin tu amor 
hubiera permanecido en mí miserable cabana; la 
idea de derramar la sangre de mis hermanos me hu- 
biera hoti-Qt iy tilu, porque mi corazón sentía luda ln 
Grandeza de esa palabra «van gol ir a: «amaros los 
unos á lus otros. 'i Mi atina se rebelaba ooiitrn la une r 
ra, y hubiera sido con mas guato filósofo que so I da - 
do; pero ¡nyt qué premio consigue ¡tqycl que quierú 

> ilustrar a sus hermanos: la miseria v e] olvido; inirn- 
Iras que el que los oprime llega, cuimiyu á ser gene- 
raL.eser.n -ei-ido. y lodos hincan la rodilla ante aj hio- 
lii vencedor. I'iibie Iju inanidad! y sin embarco, l>i 
uiisoia le esclavizas, porque al querer emanciparle 
crees que la fuenta es la señora, (íel mundo; quelii- 
riéndose hermanos con hermanos llegarás á conse- 
guir el bu-ucs>,-ir ipn- esperas, í'ubru humanidad! c-1 
li-iuuf'u ile las ideas grabadas con sanare llena el co- 
razón de anguslin.y remordimienlu.!" Por mi paite 
aii hiju podrá cuvaiieiierse de qiu- inuunj esclavo de 
lilis jurauíentos; la guerra era la esperanza del aman 
le, y en ella fundaba mi porvenir y tu posesión ¡ pertí 
mi coraiLiu de filósofo la recba^alia; la moderna so- 
ciedad no puede regenerada, La espada-, csa>jrau mi- 
*Ío¡i e=lá reservada á la tilosofÍ3. 

Pcdroculló v Derruios ojos pava repodar alguno* 



momentos; nadie oso interrumpir aquí'! silencio 
lemin- que reino por algún tiempo. 

Se tPÜmqré 

Xntatln a. de Frrmul. 



EJ público de ííadrid, éáM(i\tí\ g-e'nérílso, h ' 
correspondido eomit sieni|ire a la IhViláríóri qué le 
lia dirigido la junio de damas de honor y mérito, y 
lia enviado ¡i la* señoras una «nui ir.intiilail de obje- 
tos destinados á rifirse para atender i "ti -n pniduti- 
to á las muchas necesidades de la casa de espósitos. 

Ésta rifa se verificará en el local del Conserva- 
torio dr Artes, síl6 en el niinistei io (le Frjmentb^ 
calle .de Atocha, antiguo tómenlo de la Trinidad, 
donde estucan los prenuos numerados en espnsiciotí 
pública, v se procederá al sunco presidiéndole Iíü 
señoras y entregando los toles según vayan saliendo 
¡i los poseedores del número correspondiente al del 
premio: los billetes se despacharán en el iriismo sa- 
lón ai precio de cualro reales. 

SS. MM. v AA,, cuya generosidad y beneficen- 
cia nuse desmienten nunca, lian dado lotes desunto 
valor, y tanto por esto romo «u honor ¡i los reales 
donadores, se liará una, rifa aparte ÓV un número 
de billetes igual al ile la lotería moderna del iS de 
febrero próximo, saliendo premiados los uiuiinii- 
Iguales á los once premios mayores de dicho sorteo: 
estos billetes los despacharán ¡¡,'imlnienfe fas señoras 
en dicho satoti mientras dure la rifa general, y f\ 
do eslí concluya se seguirán espc'íidíendo en los des- 
pachos de loterías basta el dia del sorleo: el precio 
ilc estos billetes es de -20 reales, rontenieildo ¡rada 
uno cinco números. 

La rifa empezará el sábado 2S del ('órnente, des- 
de las doce de la mañana basta las si-is de la larde, 
continuando en los dias sucesivos liasla el sálnido, 31 , 
si no se han espendídó fcdos los billetes. 

Basu».— Itiee la Opinión Piih> ■•-■:: 

«Tenemos ciileiisliilo que pronto se publicará un 
bando prohibiendo á las señ'iras hajii penas muy se- 
veras el uso de los panlnlrines los dias de lluvia. 

Nosotros hemos visto el borrador ayer mismo, y 
estamos conforme s con el ispírÜU de su letra, que es 
todo artística 

Damos esta noticia ahticipadamehlri para evitar 
á nuestras ludias sustriloras él horliorno de que ni 
salvaguardia se Lis r^rtilc en medio (Je la ralle según 
«na clausula del citado' docÜírie'tilff. 

También la (ianios para que cese él desconsueln 
de los amantes de la escultura y lodo género de ar- 
les,,, hellas, qtiese ecímn á bis calles en tales dias en 
busca de im, Jetos,, 



MADítm, 1852, 

Imiircnin <»*■ ñaa Jitsé Trojílln. hijo. 

Calle de María Cretina, núlin ro ¡í . 



Año I. 



LA MUJER, 



FtRirmico 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 






Este periódico sale lodos las dominaos: se suscribe en Madrid en U; librerías deMonier y de Cu Pila, á 4 rs. almo;: ; rn pro?iii- 
«ES 14 rs. por dos mí-if-. ífliifu de porlr, rCiitilien u Hn.i [ihmnia a tarur di nüfcjlru inlpreíur, i¡ =¥llusilt' Franqueo. 



ADVERTENCIA, 

Robamos á nuestras aprecíables suseriloras Je 
provincia que no hayan satisfecho el importe de su 
suscricion, se sirvan renovarla si desean conlinuar 
recibiendo el periódico. 

Siguiendo nuestro sistema y el (in que nos he- 
mos propuesto de indicará nuestras hermanas torios 
los obstáculos que se oponen á su bienestar, vamos 
hoy á tratar de la moda, no radicando los nuevos 
torles de ios trages ni sus diversas invenciones, sino 
su menguado origen y las fatales consecuencias que 
su caprichosa volubilidad produce á las que se enor- 
gullecen llamándose sus esclavas; y lo descaminadas 
que "van cuando imaginan que así alcanzarán el fin 
ue se proponen. 

Qiiijiá haya algunas de nuestras lectoras que no 

ten conformes con que nos pronunciemos 1¡m 

abiertamente contra el ídolo que adoran, y tle quien 

esperan tantos triunfos, tantos momentos de sin igual 

placer; pero como nuestro propósito es combatir e¡ 

error, no podemos escusaruos de hacerlo, y si en un 

principio tes disgusta este artículo quizá después nos 

radeceráo el que lo hayamos escrito. 

El espíritu de especulación y el interés unidos 

en coman dita observaron que era muy lenta la reno- 

acion de ¡os trages, machíes y demás cosas necesa- 

ias al uso de la vida, si se esperaba para hacerla á 

u deterioro, y discurrieron para hacer mas rápido 

l giro de los capitales dedicados al comercio de es- 

s géneros, esciiar la vanidad y el capricho, para 

ue fuese indispensable mas frecuente su renovación, 

consiguiente desde entonces no ya á ta inutilización 

de los objetos de uso, sino á Ja aparición de otros 

eiencialmente iguales, quizá menos apropósilos por 



qii 

: 



SU diversa figura, pero en cuja forma se había in- 
troducido alguna novedad. Desde entonces quedó 
campo abierto á los especuladores para prescribir a 
renovaeiun de cuantos objetos son necesarios á la 
vida, y á esa combinación del ínteres se la llamó 
«loria, cuya suprema ley es la de no tener ninguna 
para arreglar sus caprichos, y cuyos decretos acata 
la generalidad, creyéndose favorecida cuando \ívc 
sometida ,í la mas tiránica esclavitud. 

Ni papel habría bastante, ni tiempo en la vida de 
quien mayor ancianidad alcanzase, para recapitular 
todas las ridiculeces, exageraciones y absurdos que 
se han prescrito por la moda, y que se han seguido 
fielmente por sus servidores: el erizan ensuciando la 
cabeza con sus polvos y su sebo, los tontillos encer- 
rando á las mujeres dentro de máquinas de carlon y 
ballena, y Las basquinas descubriendo todas sus 
formas con no poca deshonestidad, no son sin em- 
bargo las modas mas notables por su exageraeiou y 
ridículo que pudieran citarse. 

Las que ahora vivimos contemplamos en su ver- 
dadero punlii de vista semejantes disfraces, pero nn 
uieitus tiiyas que las gentes que los usaron, nos 
persuadimos de que hemos alcanzado nosotras el ti- 
po verdadero Je lo bello, y la perfección en su gra- 
do máximo: ¡locura y ceguedad! Nuestras chaque- 
tas y nuestros chalecos, nuestros peinados j todos 
los demás atavíos de nuestros trages, parecerán á los 
que nos sucedan lo que nos parecen ahora las bas- 
quinas y los dispenses, los tontillos y los erizones: 
¿no calificamos nosotras mismas de ridiculo lo que 
hace poco nos parecía precioso El adorno que hace 
dos año-i parecía realzar tanto labellcza de una mujer 
¿no diriamos ahora que la afeaba? ¿y puede ser esto 
exacto? Sostener tan eotiliadielorias proposiciones 






qu< 

bel! 
ye 
«c 
lo 

* 

Cl 

ni 



en tan curio espacio de tiempo, y dar á una misma 
cosa (an opuestas eoiisccu-uctas, ;rm es cl colmo 
del absurdo? ¿Tan accidenta es la verdadera belleza 
que tan espuesta se halla y por ¡lequeiiecea Liles ¡i 
imbiostau estíranos? 'Ah? no por cierto; lo bello eí 
icllo siempre; pero ¡a bello es sencillo, es natural, 
esos cambios tan opuestas que produce la moda 
son hijos d« que sus atavíos son en si mismos ridícu- 
los y exagerados, sirviendo solo para ocultar la v lt- 
dadera belleza; la novedad encubre su exagera- 
ción, pero asi ¿no l¡¡ risla se acost umbra se notan 
1 odas las imperfeccione», y eslees el gran secreto, 
ron que los inventores ile todos esos disfraces des- 
li^urau á ka que se h all a n. aael* w« d« a sus ca- 
prichos. 

Cuántas jóvenes hermosas dejan de serlo ron 
ese cúmulo de adornos con que se desfigura su ver- 
dadera belleza; cuántas enfermedades se adquieren 
con esas opresiones ron que prensan su cuerpo! 

V lejos de conseguir el fin que se proponen, cuan- 
to mas esclavas son de esa á quien llaman voluble 
deidad mas so apartan de su propio deseo; pues la 
belleza se afea, y tas gentes retiran su afecto de la 
que solamente se ocupa de sus adornos. 

Estas son las cOnseciicnrias precisas de ese veri i- 
go por seguir la moda que se apodera de algunas po- 
bres jóvenes; ¿tii como podía ser otra cosa? ¿como una 
pasión que degenera en virio, v rovo frivolo objeto la 
hace tan despreciable, había de obtener cl mismo re- 
sultado que |¡i modestia y la sencillez, cualidades que 
bastan para hacer distinguida á la que las posee? 

Aun podíamos decir mucha mas sobre este asun- 
to, aun podíamos llenar murtas páginas combatien- 
do esa loca manía; pero concluiremos haciendo úni- 
camente observar á nuestras lectoras que los ciegos 
Secnar.es de la moda, en medio de SU vanidad, no 
-mi otra cosa que, unos subordinados servidores de 
algún dibujante de buhardilla de Voris, y del primer 
sastre que en un momento de buen humor discurrió 
un nuevo disfraz; precipitándose en misera esclavi- 
lud, en una roina cierta y que ni aun inspira eompa- 

Isiun, Kíla es la moda. 
¿Quién que reflexione y quiera conservar su dig- 
nidad seguirá siendo su esclavo; 



! 

í 

! 



■-»»*« vi*** 



El Preeurmr eu el número del miércoles -21 de- 
dica su primer articulo á la defensa de la mujer, y 
Iwn noble franqueza confiesa que si la mujer se ha 
desviado del camino que debía seguir no es suya lo- 



da la culpa, sino del seio fuerte, que en vez de pro- 
tejerla y dirigirla solo lia procurado humillarla y es- 
clavizarla. M»s de una vez hemos manifestado nos- 
otras esto mismo r*u oue&lra pobre publicación, y se 
bao calificado "nuestros articulo* de rsagerados é in- 
exactos; celebramos por lanío que en un periódico 
dirigido y redactado por hombres, pero por hombres 
que profesan tan notable imparcialidad, se sostenga 
lo que iujíiiLi.ih hcinr» sentado, si hint estribamos 
seguras ¡i! comenzar nuestras laicas Je que llegaría 
osle caso, pues la justicia triunfa al fin, y nosotras 
no dudábamos de bailar nombra que volviesen por 
nuestra causa, si lográbamos llamar su atención, y 
que se apercibiesen de su injusticia. 

El Preeunw bi lomado sobre si una justa y no 
ble defensa: el Precursor hallará la recompensa en 
la satisfacción qoe. siempre dejan las buenas acrio- 
lles, v en la gratitud del sexo débil, de que le ase- 
guran ios redai'toras del periódico ím Mujer, único 
órgano reconocido que cuenta en la prensa española 
nuestro seso, el ciiílt seguirá contribu Vendo con sus 
escasas fuerais, [tero eon su firme voluntad, á la no- 
ble empresa del Prttuttar. 



ANGÉLICA. 

i. 

Declinaba ya el din 17 de octubre de 1430. Los 
últimos rayos del sol, queso iba hundiendo por gra- 
dos en el ocaso, duraba los altos campanarios y los 
tejados dn Jas casas de Choisy, sobre ílOise. rielan- 
do eu (as movibles ondas del río y comunicando al 
ambiente un resplandor rojizo. 

£1 cloro ni u I del cielo estaba matizado por vapo- 
rosas v sonrosadas nubéculas, que formaban capri- 
chosas figuras, La brisa revolaba eu torno llevando 
en SU leves alas los mil perfumes recogidos en las 
magníficos jardines que cercan la ciudad. Parecía 
quo .i aparibilidad de la atmósfera comunicaba una 
dulce satisfacción á los habitantes de Choísy, que re- 
corrían las calles con aire risueño y triunfante. 

Con lodo, al través de esa alegría el observador 
hubiera podido notar cierta inquietud y agitación, 
porque en las calles y en las plazas se veían reunirse 
una infinidad de grupos y hablar enlre sí acalorada. 
mente, lijando sus ansiosas miradas en las bocacalles 
que conducían « la puerta nueva. A la menor corri- 
da se separaban apresuradamente dirigiéndose anhe- 
lantes á la mencionada puerta. 



A medida que las rajos del astro del illa sí amor- 
tiguaban ereeia el Iropcl, y las augustas calles apenas 
daliau cabida á la inmensa muchedumbre que se 
agolpaba cu ellas. He aquí la causa del entusiasmo y 
de la alegría universal. El ejército realista acababa 
de derrotar á ios ingleses, y su gefe, el bravo Mailly, 
iba á entrar triunfante en In ciudad al fcenle de sos 
(ropas. Una mujer, cubierta ron un negro velo, pug- 
naba por abrirse paso entre la multitud. Era alta y 
bella, y ostentaba en sus múdales la dignidad üe una 
reina. Una anciana la seguía con vacilante paso, de- 
mostrando con su anhelosa respiración el caTisaut.ii> 
que la abrumaba. De sez en cuando se detenia para 
lomar aliento, dirigiendo una mirada suplicante á la 
que parecía su señora, que lejos de atenderla redo- 
blaba el paso. Reconocióla la multitud, y formándo- 
se en lila le abrió camino murmurando en vox baja: 

— Es ella, es Angélica, la bella v virtuosa Angé- 
lica, la esposa del vencedor. 

Llegaron por fin ambas á la puerta, en cuyo án- 
gulo se detuvieron para lomar aliento. 

— Dios mió, no puedo mas, decia la vieja ja- 
deante; vos habéis olvidadu sin duda que á los sesen- 
ta años no se tiene tanta ligereza como á los veinte 
y que mis pobres piernas va (laquean. 

— Perdona, Úrsula, contestó la joven con dulzura, 
perdóname Ja incomodidad que Le be causado;' pero 
Eduardo va á llegar, y es preciso que la primera 
persona en quien se lijen SUS miradas sea su esposa. 

Úrsula meneó la cabeza en señal de disgusto y 
dijo con aspereza: 

— Tanto amor y tanta abnegación para quien os 
desdeña! ¡Tantos sacrificios y tantos desvelos consa- 
grados al hombre que teniendo una esposa jiiven y 
bella va a tributar su amor á otras mujeres! 

— Úrsula! gritó Ja joven con dignidad; ¿olvidas 
que el hombre de quien hablas es tu señor y mi es- 
poso? 

— Si no os ultrajase, yo no me propasaría á ca- 
fjficar su conducta. 

— ¿Quién Le lia dado derecho para erigirte en 
juez entre él y yo? Sus faltas son para conmigo; si 
volas lulero y perdono, nadie tiene dorecho á juz- 
garle. 

— Lo tiene, señora, esc ángel que duerme aho- 
ra en la cuna, y que no recibirá probablemente nin- 
gún beso de su padre! 

El pálido semblante de Angélica se coloreó viva- 
mente y una lágrima bañó su mejilla. Úrsula vio 
que acababa de herir la libra mas sensible de su co- 



razón, y alentada con su triunfo repuso: 

— Como vos sois tan buena y tan resignada! 
me hallase yo en vuestra lugar! 

— Yo no te pido consejos. 

Pronunció la joven estas palabras ron un acento 
tan severo, que la vieja meneó la cabeza y calló. 

Angélica era hija del conde de Lulieacli, una de 
las casas mas nobles y de mas lustre ele Choisv. 

Joven, hermosa y de clisada cuna, habi.i visto 
rendidos á sus plantas ;i lodos los caballeros mas ilus- 
tres de su época. Estaba dolada de una alma gene- 
rosa y apasionada y de una imaginación volcánica- 
No obstante, la esmerada educación que habia re- 
cibido, y los severos principios de virtud que su 
madre habia estampado en su corazón desde la mas 
tierna iufancia, la escudaron contra bi violencia de 
sus pasiones. Reunía al par de su esquisifa sensibili- 
dad un carácter elevado, una ciicanlpidora modestia 
y esa inalterable dulzura que es el ornamento mas 
bello de su sexo. ¿Cómo era posible empero que su 
tierno corazón no sufriese el yugo del amor? Angélica 
por desgracia amó; pero colocó su afecto en un hom- 
bre cuya elevada posición la hacia imposible unirse 
á él con eternos y santos lazos. Este hombre era el 
presunto rey, era Carlos Vil. Durante su proscrip- 
ción el infeliz monarca habia hallado un asilo en el 
palacio de Loheach, y aunque el anciano padre de 
Angélica sabia que esponia la cabeza al darle un asi- 
lo, no quiso dejar sin amparu al hijo de su rey. An- 
gélica ignoraba el nombre de su ilustre huésped, v 
solo sabía que era un infeliz proscrito á quien ame- 
nazaba la venganza de encarnízadus enemigos. La 
pobre niña le amó porque le vio perseguido y sin 
consuelo, y cuando mas tarde supo que el proscrito 
llegaría á ser rey, conociendo los males que podía 
acarrearla esla pasión, tuvo bastante firmeza de a¡- 
ma para sofocar su amor y dar la mano á Eduardo 
de Mailly, que la habia pedido por esposa. Asi qn¿ 
hubo pronunciado el juramento de pertenecerle, co- 
noció las sagradas obligaciones que se había impues- 
to y se prometió á si misma no fallar jamás á ellas. 
Durante un año su vida fué sí no feliz á lo menos 
tranquila. Su esposo le profesaba un sinceru cariño, y 
ella procuraba corresponderie con toda la ternura de 
su alma. La fala! belleza y el ciego odio de una mu- 
jer malvada vino á robarle Codo su porvenir y sus 
esperanzas de felicidad. 

(Si continuará. , 

Angclu Gr*>*l- 







TIEMPOS PASADOS Y TIEMPOS PRESENTES. 

3, mi qurriSn uir.taa Alaria. 

Hemeaqttí, mi querida, nú buena amiga, escri- 
biendo también para l,i MujiT. y I» que es mas raro 
aun, dirigiéndole Ó (i por medio de un periódico: 
no té alarmes di- la publh id, id que voy a dar A mis 
desahogos; lo que pienso escribir [<a puede leer lodo 
el inundo, y hasta creo que está en su interés el sa- 
berlo; y si me equivoco, si a nadie nías que á li pile- 
de interesar, r.tzon de irías para que no le asuste, la 
manera que adopto para cOIlferenc.iar cantiga, [Hits 
todo el mundo saltara mis escritos sin detenerse en 
ellos un solo momento. 

Hay también otro motivo que me na decidido i 
escribirte. Me has dicho iiiunilas veres que desde que 
nos Separamos conoces que, liav en tu corazón un 
gran vario que no te es dado llenar con nada, y que 
solo volviendo á lu laitu le pudrías considerar tan 
feliz como lo fuiste en algún tiempo, Pues bien; \ o. 
que iiij- intereso en 1u felicidad (anlu ó tal vez unís 

lü misma, me he figurado que coi» mis cartas, 
va que me es imposible reunir me ¡i ti, conseguiré si 
no hacer desaparecer enteramente ese vacío, contri- 
buir. -i que te parezca mas llevadero, Por oiro lado, 
¿no voy también ;i hacerme un favor á mí misma? 
Tus recuerdos son los mios., y al traer á l« memoria 
losaiins que hemos pasado juntas mi corazón se di- 
latará de la misma manera que el luyo. 

¿Te acuerdas de los doce añns que pasamos en 
el colegio? ¡Te acuerdas del primer día que nos ha- 
blamos? Tá tenias entonces doce años, y yo estaba 
prójima, á cumplir los catorce; áulica olvidaré el 
primer día irue pasé en el colegio. Papá y mamá fue- 
ron a llevarme á é!. La directora salid á recibirnos, 
y después de mil recomen daciones hechas á esta por 
mamá, me colgué de su cuello y empecé á llorar 
como sí no debiera volverla a ver. Mamá lloraba 
lambicn, aunque por distinta razón, pues mientras 
que mis lágrimas las producía el lémur que me in- 
fundí'! ul aspecto severo y grave de! colegio, tos su- 
yas so desprendieron tan solo por un esc eso de cari- 
Do. Todo aquello era demasiado natural y sencillo 
para afligirse. Me dio un último abrazo, y esforzán- 
dose por sonreír me esclamó: — «Vamos, no seas tun- 
ta; aquí estarás tan querida enmo en casa, porque 
esta señora [la dírectoraj será tu segunda mamá. Yo 
vendré á abrazarle de vez en cuandu, y s¡ quieres 
reunirle á mí pronto, en lu roano esta, el conseguirlo; 



sé aplicada, y (ti aplicación te llevará, luego á mi la- 
do.» Mamá se rrliró, v la directora lomándome de 
la mano me llevó aí jardín, en donde eílftbaís vos- 
otras a pro verba O'! iios de la hora de recreo. Aun sen- 
fia mis mejillas humedecidas por el llanto y todos 
mi» miembros ¿f afilaban cuflTuláivnmcnle. Se di- 
rigió 1 ñ (i, y esrtiinió con nn acento de la mayor dul- 
zura: — ¿Safio-rita Muría, nqul tiene V. una nueva 
compañera de colegio , que desde este momento 
quiero que se Dante hermana de V., pues creo qOn 
existe la mayor afinidad entre el corazón de V. y el 
de esta señorita, á juzgar por la csterioridad. ¥ us- 
tedes tocto,, hermosas niñas, concluyó dirigiéndose 
al resto de las colegialas, cuidarán de que la seño- 
rita Enriqueta vea en ustedes bien pronto unas bue- 
nas compañeras y amigas.» Yo estaba asustada; no 
sabia lu que luí' pasaba, v durante el discurso de la 
directora, de aquella licnuosj! y noble mujer á quien 
como vosotras quise tanto después, no bahía aban- 
donado su mano, procurando ocultarme entre los 
pliegues de sti vestido. Cuando después de haberme 
besado en la frente y dádomc una palmadilti en ej 
homhm.se alejó dejándome enlrc vosotras, que me 
cercasteis con» si se tratara de ver una cosa rara, 
me pareció que era demasiado cruel conmigo, y tu- 
ve impulsos de correr tras ella: poro tú, la finirá tal 
vez que había compadecido y apreciado mi cortedad, 
evitaste mi fuga tomándome del brazo y llevándome 
fiácin unos bancos de piedra que habia á corla dis- 
tancia. Allí me dijiste sonriendo dulcemente: — »Ea, 
señorita, venid ü lomar parle en nuestros juegos; 
no nos bagáis creer que nos juzgáis indignas de al- 
ternar con vi>*. Estas palahras me llegaron al co- 
razón, y temiendo que sucediera en efecto lo que tú 
me acababas de decir, se verificó en mí tal reacción 
que mi corazón se ensanchó y sentí retirarse mis lá- 
grimas. El temor de parecer mas necia ú orgullos,! 
me hizo olvidar el que me produjera el aspecto del 
colegio, y concluí por mezclarme entre vosotras y 
gozar de vuestros juegos, como si lo tuviese por cos- 
tumbre y os conociera de largos años atrás. 

Aquel primer día que pasé entre vosotras bastó 
para disipar basta el último vislumbre de temor que 
mis curtos años habían infundí do á mi corazón, Des- 
Je el siguiente empezó mi educación, y diéroiinie á 
ti por compañera é instructora, pues aunque mas 
joven que yo te hallabas dos veces mas adelantada 
.i cansa del mayor tiempo que contabas de Colegio, 
y de lo bien que le Jtabias aprovechado. Una noble 
emulación se apoderó de mí, y como tú me lias di- 



rtio después infinitas veces, muy pocos meses me 
bastaron para ponerme a! nivel tuyo; luego que hu- 
bo esta igualdad en nuestra capacidad ceso tu direc- 
ción* pero el carino que ya nos profesábamos hizo 
que fuésemos las compañeras inseparables. Tus gus- 
tos eran lo» míos, unas mismas nuestras ideas, y no 
nos ocultábamos la menor cosa. Esta conduela sa- 
bes que diÓ lugar á algunas envidras, qne nosotras 
conseguimos ahogar á tiempo, mostrándonos mas 
benignas y cariñosas que nunca con aquellas que 
creían ver poca franqueza en nuestra conducta. 
■'Se continuará.; 

Enriqueta, 



A continuación insertamos la prosecución de la i 
aventura ocurrida al padre de una suscritora nues- 
tra, que dejamos pendiente en nuestros números 
anteriores. 

Apenas desapareció María uno de los criados que 
se presentaron abrió una puerta que ponía en comu- 
nicación la pieza en que se hallaban con otra que 
daba á laque liabia de servir de dormitorio, y am- 
bos se preparaban á prestar sus servicios al doctor; 
mas este, que deseaba quedarse solo, los despidió, 
conformándose con que únicamente quedasen en la ' 
habitación anterior para estar prontos á su llama- 
miento. 

Solo ya nuestro médico, según deseaba, no pu- 
do escusarse de reconocer aquel vasto gabinete, que 
ciertamente correspondía al resto del palacio por su 
suntuosidad, si bien los muebles que en él liabia no 
correspondían en manera alguna al uso de una da- 
ma. Una mesa ovalada de ébano con embutidos de 
nácar ocupaba el centro de la habitación; en ella se 
veía una magnifica escribanía de plata, de tan bella 
forma como esmerado trabajo, un pupitre de palo de 
rosa con cartera de terciopelo; un sillón que aunque 
antiguo desluciría al del mas opulento capitalista, 
se veia también colocado delante de la mesa; uua es- 
tantería de la misma madera que la mesa cubría las 
paredes, y en ella halló el médico las obras mas ra- 
ras de historia y ciencias en diverso» idiomas, algu- 
nas de las cuales se consideran perdidas y apenas se 
conserva de ellas otra cosa mas que la noticia de qne 
existieron; para que nada faltase, algunos estantes 
contenían máquinas de física, estuches de matemá- 
ticas, raros ejemplares de mineralogía y todo cuan- 
to al profundo estudio de las ciencias es necesario. 
Una péndola real, algunos sillones antiguos también 



pero de grao lujo, una lámpara de bronce dorado 
pendiente de la bóveda, y la rica alfombra que tapi- 
zaba el suelo, componían el mueblagede esta habí- 
taciou, que se hallaba templada por una chimenea 
con repisa y cornisas de jaspe, colocada frente de la 
mesa. 

No admiró ya á nuestro médico aquel lujo y 
aquella riqueza después Je lo que había visto en las 
demás habitaciones de aquel edificio subterráneo: 
pero qué giro tan diferente tomó su meditación' 
¿Eran loa moradores de aquella misteriosa vivienda 
descendientes d« alguu rey desheredado? ¿Eran aca- 
so sabios que abandonaron el mundo para entregar- 
se al estudio de las ciencias? ¿Quién socavó con lan- 
ío misterio aquel vasto palacio en las entrañas de Ja 
roca sin que se llegasen á traslucir sus trabajos? 
¿quién aglomeró allí tantas riquezas? ¿quién fué re- 
cogiendo síglo por siglo y conservando con tanto 
cuidado las obras mas escogidas de todas las cien- 
cias? Oh! la mente del doctor se atormentaba en va- 
no; la clave de aquel misterio no estaba á su alcan- 
ce, y preciso le era esperar á que quisieran iniciarle 
en tales secretos para conocerlos; ni su talento pro- 
fundo ni su penetración eran suficientes para con- 
seguirlo. 

Cansado de discurrir inútilmente, y para repo- 
nerse de la fatiga que el viaje le había producido y 
poder asistir a la anciana enferma, determinó acos- 
tarse algún rato, pasando para ello al dormitorio, 
cuyo lujo no 1c admiró pur haberse acostumbrado va 
á verlo en todas tas habitaciones de aquel edificio, y 
en el cual halló además del lecho todo lo necesario 
al uso del tocador del hombre mas esmerado. 



— > J >*>">0- v OO-C 1 * o— 



UN MES EN LA ALDEA. 



[CtMíTOnJA.) 

Pero la esposa necesitaba interrogar al médico, 
porque aquel silencio era terrible, era desgarrador: 
asi pues clavó su triste mirada en él, que tenia una 
mano del enfermo entre las suyas, y parecía recon- 
centrar en aquel objeto todos su pensamientos. 

— Ya vuelve en sí, esclamó con acento de pro- 
fundo dolor; no ha sido nada, nada, señora, un pe- 
queño desmayo producido por ese esfuerzo que ha 
hecho para referirnos la historia de ese amor que 
siempre os ha profesado, al que debe su elevación. 

— V su muerte! repitió dos veces tristemente 
Ida. 

—Este desmayo, continuó el médico como si no 
hubiera oido esta frase desgarradora, le pudiéramos 






B 






haber evitado; poro insisto en mi idea predominante, 
«1 espíritu necesita reposo iti casos como este. 

l¡l.i le interrumpió, 

—Decidme, doctor, ¿podréis salvarle? 

— Señora, él lo ha dicho, su curación seria un 
milagro, «le milagro puede suceder; mnliemos ¡en 
la bondad suprema: que no vea yo que el dolor os 
abale; la WMWf de un béroc tiene que ser en estos 
iustaptes de prueba diaria de el. 

Ah! sin embargo, en estos momentos cu que el 
médico conoce su nulidad, ¡uh! ctiáiito sufre el co- 
raron del hombre! lisiar al lado del lecho del mejor 
de los amigos, del mas auiaiiie de los esposos, y del 
mas rjrifioMt de tos padres; verle morir y solo poder 
llorar: ;qud triste es. Dios mió, nuetlra misino! El 
hniiilire en casos como este qué puede harer.' llorar 
su insuficiencia; el médico que es lo que linee? ob- 
servar y ayudar la naturaleza; ahí csiá todo su poder, 
lisera humanidad, que vuelves á ser con lauta fari- 
liilad u» ¡mro de polvo, y r Ui olvidas y no piensas en 
esta verdad lodos los instantes de tu vida, para que 
la Justicia fuera el norte de lodos tus pensamientos, 
y l.i esperanza de la suprema felicidad. El hombre 
todo cree comprenderlo; a su ingenio cree que nada 
mi resiste y sin embargo siempre le sucede lo que al 
médico cuando ni lado de la cama de un moribundo 
responde á l.i voz de su conciencia: nada ps, dice 
con acento desconsolador, la práctica y la ciencia 
ruando el dedo de la muerte se imprime en la freiile 
de los murtales. 

Pedr«i en el intervalo en que estas ideas llenas de 
verdad habían ¿rotado por la mentí.' «le nuestro dor- 
lor, abrió sus lánguido* ojos \ los clavo au el ;iii-i-l 
consolador que tanto aroaba. 

— Oh! Ida, lila! esrlamó: el momento de nues- 
tra momentánea separación se aproxima, porque 
confio en qne Dios nos volverá á reunir en el cielo. 
¿Donde está, mí querida Ida. mi hijo, raí pobre hi- 
jo? Que vea yo otra vez su rostro encantador. 

Ida sumamente angustiada alzó en sos brazos al 
pequeño Carlos, y Oíd amó entre sollozos: 

— i'i.de, hijo querido, su bendición al mejor de 
los hombres. 

— Si, dijo Pedro, el padre haredur ese ucliará mi 
súplica y su bondad suprema derramrá sus ricos do- 
nes de felicidad sobre eslainle.resaulecríaturaiCoan- 
la angustia ¡denlo al dejaros! Perdón, Dios mió, los 
t\iao Umlol en este momento supremo, que solo de- 
bía, pensar en li, un poder irresistible, me une á Ja 
tierra. ¡Gli! si. siento dejaros tan proto, y después 
soy aun tan joven, y luego mi hijo, no podré con- 
templar su sonrisa encantadora,. Éstas ideas ruanlo 
me alonueuUUK ven tú Li minea, hermana querida; 
ven Luisa; formad á mi hijo un grupo: asi llevaré 
de esle mundo la idea consolador» de que este grupo 
que formáis al lado del lecho del moribundo t»as de 
lina vez le verán sobre mi losa, decidme que cuuser- 
v.u'-is hasta la muerte la memuria del amor que os 
pvofesab»; si, estoy seboro, \\ una sonrisa ó mas bien 



el ultimo destello de felicidad se asomó á lúa lábil 
de Pedro), estoy seguro que iréis á derramar llorej 

v lágrimas sobre la tumba del soldado qsj i e3r 

claro de sus juramentos. Pero no, esposa" a do rada, 
no, hermana mía. ¡y Pedro leí pedia sus manos y las 
oprimía cuanto su debilidad té permitía), no lloréis, 
pensad solamente en que llegará una hora feliz en 
que Dios nos reunirá para toda una eternidad. 

Después clavó en Ida su. mirada, quepneoá poco se 
esliuguin, oprimió cuanto nujo su ¡nano, i como, si 
una idea terrible viniera á aglomerarse á su fatigada 
imaginación para hacer mas amarga si agonía, con- 
tinuó como delirante, abandonando por última m-z 
aquellas manos (an queridas: 

— Ida es luí j6vcn! es lan hermosa' quien sabe, 
me olvidara,... pensará en que nari en una cabana, 
que era un pobre aldeano y ella una ilustre señora: 
se ruborízala cuando recuerde que entregó su no- 
ble mano á un oscuro hijo del pueblo; pero no, no 
le ruborices, porque mi corazón era mas grande que 
el de los mas ilitslres semires do 1¡i tierra, y dtáplies 
el amor no vence todos los obstáculos é iguala todas 
las criaturas, porque el corazón esjieriiuenta las mis- 
mas sensaciones? Pero nu, do, ella no me amaba; ano 
la veo con su blanca corona, con su rostro de ángel; 
va le da la mano; va á ser la esposa de ese hombre 
joven y noble como ella; no, no lo será porque Pedro 
está aquí. Pedro eme inspirado por su amor lia suble- 
vado lodo un pueblo, del que él se, liará gefe. ,,IJue 
le importa que la causa que él defiende sen o tío jus- 
ta? Yo la amo, y para poder vivir necesito su pose- 
sión, ;Quc hermosa es! Decid, señor Aldo-fío, decid 
al marqués las condiciones que ponéis á su casamien- 
to... Va se adelanta con su aspeólo majestuoso... 
cómo tiemblo:.,, si querrá ser nuestro geüe... sides- 
Iruirñ mis proyectos,.. Si él rebasa jo ocuparé ese 
puesto, quo al señor De no le permite desempeñar el 
peso de los años. Pero no, pierde rf color... qué e« 
iu que dice? Nadie respire; ya lo oigo: «Antes que 
Ida la patria, antes que el amor ql deber»; pero ;oh 
desesperación! qué noble es su actitud! el fuego del 
entusiasmo eslá impreso en SU mitro varonil; ella 
cu este momento le amará mas que nunca: olí! SÍ, 
tengo envidia, tengo celos, porque boy, lo veo, se 
aman mas que minea. 

Si •■iHitiiuiaru. . 

Illilltl. dcFtrrapl. 

Suplicamos ú nuestros corresponsales de provin- 
, ¡as se sirvan remitirnos las cantidades que existan 
en su poder, importe de bis suserioiones ú nuestra 
periódico. 

»+**« » H MH - 



MADBID, 1852. 

Impremí» «le tloa J»»é Trnjnin, Iiljo, 

Galle de Maria Cristina, número ü. 






Aña I, 



Domingo 8 de Febrero de 1832. 



28. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por uua sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todos los domingos; se suscribe en Muir id en la* librerías de Humee j de Cuesta, í ir*, al mes; j en prfTj*- 
ius 10 is, par dos meses franco di- potte, reinitien iniualibrama a favo* át nuestra impresor, o sellos de franquea. 



Toda España sabe ya el inaudito y horroroso 
crimen perpetrado en la persono de nuestra joven y 
adorada Reina; linios los. españoles buce dias que 
esperimi'jitari el mas acerbo dolor y la mas profunda 
indignación por el ominoso alentado de que lia sido 
victima inocente la magnánima Isabel, la generosa y 
caritativa Reina que tañías lágrimas ha enjugado y 
tantas miserias lia socorrido con el inagotable tesoro 
de su piedad. 

Kosotras unimos nuestras lágrimas á las de todo 
su pueblo, y fervorosas preces se desprenden diaria- 
mente de nuestros labios al Dios de las misericor- 
dias, pidiéndole por el pronto y feliz restablecimien- 
to de su preciosa salud. 



A S. M- LA REINA. 

Ea medio de ía consternación general e! alma 
respira al saber que bien pronto podrá el mas aman- 
ie y mas generoso de los pueblos saludar con lágri- j 
mas de entusiasmo á su inocente idolatrada Reina. 
Si un insensato quiso empañar con sangre una 
hoja de nuestra historia, las lágrimas que derraman 
lodos los españoles la borran. 

España, nación de héroes, narion de almas ge- 
nerosas, rechaza los monstruos abortos de la natu- 
raleza., Nosotras, Señora, que comprendemos !o sa- 
I grado de nuestra misión, nosotras que formamos e[ 
corazón de nuestros hijos, la primera máxima que in- 
culcaremos en sus tiernas nlntas será el amor y p\ 
respeto al trono. 
Vo que mas de una vez he tenido ocasión de po- 
der admidar los maternales rasgos de la mas gene- 
rosa de las reinas, uno mi humilde voz á la de to- 
dos los españoles, para que pronto el Todopoderoso 
nos conceda verla feliz y restablecida entre su leal 

pueblo. 

\ni¡tl!íi II. tic Ferritnl. 



ODA 

iCómo espr sar pudiera 
La indignación que brota el pecho mió!!... 
Muera el infame, muera. 
Que en la tierna cordera 
Clavó sañudo su puñal impío. 

Genio del bien, ¿dú estabas 
One en Isabel tus alas no estendiste? 
¿En qué, genio, pensabas? 
¿Su inocencia mirabas 

Y por guarda bastante la tuviste? 
¿Donde, donde dejaste, 

León de España, la robusta garra? 
¿Por qué no la sacaste, 

Y esa mano arrancaste 

Que el frió acero sin temblar agarra? 

Piedad, piedad, ¿qué hacias 
Que el duro corazón no convertiste? 
Maa jay! que tú querías, 

Y en sus entrañas frías 
Que prendiera tu Huma no pudiste? 

¡Olí demonio salido 
De los quemados senos del infierno' 
¡Oh tigre revestido 
Con el sacro vestido 
De los ministros del Señor Eterno^ 

¿Quién te puso en las manos 
El agudo puñal de los traidores? 
¡Kn pecho; castellanos 
Pensamientos villanos! 1!... 
¡Aj! que el áspid se oculta entre las flores! 

Y lú, Reina querida, 




2 



lie de (u propio dañóle olvidaste, 
Como Reina, ofendida. 
Coma mujer, heridag" 
Que eras madre Luí sota recordaste. 

Odio eterno jpttemo» 
Al que ha usado Tnanebar nuestros laureles; 

Y mostrar procuremos 
Que nosotros sabemos 

Ser hermanos, ser libres y ser Geles. 

;Y quién podrá no amarte. 
Benéfica mujer, Reina clemente! 
;Cómo podré mostrarte 
Una mínima parte 
Del entusiasmo que tu pueblo lie a le! 

Oh) si: Reina, te adora. 
Hace sinceros votos por tu vida, 

V en su perhu atesora 
Tanta lealtad, Señora, 

Cuino le inspira horror el regicida. 

Ángela Slortjon de Mana. 



Improvisaciía, 

El sexo femenino es aprcciable 
Aun ctiamlo se le tiene obscurecida; 
También tiene el talento mas notable 
Que cualquiera varan esclarecido: 
Nada tema de estado deplorable. 
Porque su ilustre genio roñando 
Ha de elevar & la eminente esfera 
El mérito y ia fé maj verdadera. 

Mujeres, escribid; que sin cuidado 
Se podrán publicar vuestros papeles: 
Sea el varón valiente y ¡denodado 
V consiga en la guerra los laureles; 
Mientras que el bello sexo enajenado 
En la pluma, el papel y ios pinceles, 
Traía sus caracteres á porfia 
Con labores, ingenio y poesía, 

■ ••i npE» iIp Slnnj-.lllljiri'" . 

María Francisca Díaz Carralera, 

Esta improvisación que la Ciega de Manzanares 
hizo al enterarse del espíritu de nuestro humilde pe- 
riódico, de las dificultades inmensas que liemos le- 
uido y leñemos que vencer á fui de llevar á cabo 
nuestra empresa, es una prueba nada equivalía de 
que esta mujer singular ha nacida poetisa,}- poetisa 
de inspiración. Bien es verdad que podrán (adiarse 



de prosaicos algunos de los versos de las das «frof*i 
precedentes, pero no dejaria de ser demasiado cia- 
fctrnén y rfjTBfusa si-mejanle itrftfen, porque es nece- 
sario leaer en ciieüli que enr la improvisación no 
caben «or reciáme*' e*e> MVgir» gejiero, y que no es> 
lo mismo hablar en verso endecasfíilio en presencia 
de ujki reunión de personas mas fí menos numerosa, 
que concebir el pian de una composición, escribirla 
y limarla y relimarla en el retiro de iyj gabinete, 
donde la tranquilidad i el silencio dan paso libre á 
la suLlime inspiración que inDama á ia Diente crea- 
dora. Por otra parte hablamos de una ciega, de UDA 
mujer desgraciada que no ha ronocido la luz ni lo* 
calores, facundos manantiales de brillantes inspira- 
ciones. ¿V |Kir que rio hemos dé ser ÍDiilllgenles pa- 
ra diaiuiuhir I us pequeños defectos que podamos en- 
contrar en las iniproi isaciunes de una criatura infe- 
liz á quien falla uno de los sentidos instructivos, el 
mas esencial sin disputa para la poesía de sentimien- 
to? ¿Y por qué, decimos ahora, por qué no hemos 
de ser justicieros concediendo un mérito relevante á 
la Ciega de Manzanares;' En medio de su prosaísmo 
defecto que uu depende de ella, sino de otras cir- 
cunstancias que no es fácil enumerar sin descender 
a detalles biográficos) se encuentran versos robustos 
y fluidos, v que no dan lugar á censura en punto a 
la verdadera locución poética; vuélvanse a leer los 
cuatro últimos versos de la primera estrofa y los sei* 
de la segunda. 

También es necesario tener presente otra cosa 
que ba iufluido de una manera directa en el incom- 
pleto desarrollo del ingenio de esla mujer, y es que 
su posición particular no le permite tener a su lado 
una persona que le leyera nuestros mejores poetas, 
en los que pudiera adquirir una vasta instrucción j 
depurar el ¡justo lineo. 

r o 

A pesar de todo la ciega de nacimiento que ha 
podido aprender la lengua de Tito LiiTo hasta ei 
punto de hablarla con la mayor pureza y elegancia, 
que careciendo de reglas poéticas improvisa de una 
manera que asombra, que par su situación pobre v 
desventajosa no tiene quien le lea ni nuestra histo- 
ria, ni nuestros buenos prosistas y poetas, es digna 
de nuestros elogios, de i]ucla dediquemos esta breve 
página de compasión, de amor y de respeto. Y dué- 
lenos en verdad que no haya en nuestro suelo hom- 
bres que tiendan ana mano protectora á esla joven 
desgraciada que bajo una nueva educación tan al- 
tas cosas promete. 

La Ciega de Manzanares es en su improvisación, 



(al vez sin saberlo, del mismo parecer que Zacuto 
Lusitano, Jacubo del Pozo, Gerónimo do Ruscel!¡ 
y de otros muchos autores recomendables, que en 
diferentes obras han querido probar con razones mas 
ó menus sólidas que la mujer esrede con grandes 
ventajas al hombre, apartándose en este punto del de 
Plutarco, que en su libro de Fírlutibus muHtrwn 
asienta la igualdad de los dos sexos: pero nosulras 
usando de la rectitud <• imparcialidad debidas con 
respecto á una cuestión que se ha debatido lauto, es- 
tarnos de acuerdo con el erudito Feijóo, que estable- 
ciendo un perfecto equilibrio entre la mujer y el 
hombre en su discurso titulado Defensa de tas muje- 
res dice: -que no subscribe á los autores que dan 
ventajas a! enlendimíeulo de Las mujeres, salvo qite 
se limiten precisamente á la prenda de prontitud y 

agilidad. 

Cecilia. 

ANGÉLICA. 

'• 

i'PTISl'. ICIOS.) 

Residía entonces en Choisy una ouijer sobrema- 
nera hermosa, ante quien lodos se prosternaban y 
que no encontraba rival mas que en Angélica. 

Ofendió! a, esta superiuriiiad, quiso vengarse y 
procuro herirla en lo nías vivu de su corazón, arre- 
batándola su «poja; Le habló de amor, le fascinó 
con sus dulces palabras c irresistibles miradas, hala- 
go su orgullo y le rindió á sus pies. Como el disru 
de Magdalena, que así se llamaba aquella mujer, era 
vengarse de su rival, exigía de Eduardo en pago de 
su amor que la humillase, y este, enteramente sub- 
yugado por la magia de sus palabras, ejecutaba lo- 
dos sus deseos. La infeliz Angélica recibió muy pron- 
to de su ingrato esposo el mas horrible tratamiento, 
y este se esmeraba én humillarla públicamente por- 
que sabia que cada humillación que imponía á su es- 
posa le valia un halago de la mujer que adoraba. 
Angélica sostuvo este golpe con ánimo igual: procu- 
ró atraer á Eduardo con paciencia y resignación y 
su dulzura no se alteró jamás. 

Lloraba v gemía en se* reUi sin que un suspiro 
saliese de su pecho, ni una lágrima bañase su meji- 
lla delante de testigos. La única reconvención que 
bacía á Eduardo era presentarle bañada en llanto á 
tu tierno hijo, dulce prenda de su unión, y procurar 
que sus ¡ufa miles caricias le recordasen sus deberes 



y le volviesen á la virtuosa senda que en su .stra- 
vio abandonaba. Desconocida, desdeñada, herida es 
lq mas viva de SU corazón, supo ver á su amante 
coronado, al único hombre á quien babia amado j 
á quien tal vez amaba todavía, postrarse ante ella j 
pintarla su amorosa llama, sin que una palabra de 
piedad, ya que no de amor, saliese desús labios. En- 
tre tanto Eduardo siguió eaibriagadu de amor por la 
bella Magdalena, y sacrificando en sus aras su patri- 
monio, su reputación y la mas noble y santa de las 
mujeres. 

En este estado estaban ¡as cosas, cuando la noti- 
cia de que Eduardo iba á entrar triunfante en Choi- 
sy decidió á su esposa ásalirle al encuentro. 

La noche tendía ya su velo sobre ia naturaleza, 
el rayo amarillento de la luna reemplazaba á lus ar- 
dientes del astro de ¡a luz, y la multitud inquieta y 
anhelante deseaba va presenciar el espectáculo que la 
fatua babia ofrecido á su curiosidad. Ya se agitaba 
temerosa de ver frustadas sus esperanzas, cuando él 
sonido ríe lus clarines v el eco de una música militar 
la hizo proriiinpir en gritos y aclamaciones de ale- 
gría. Va se divisa á to lejos el resplandor de las ha- 
chas — ya brillan ¿ su favor los dorados cascos de 
los guerreros y se ven ondular sus negros penachos.. > 
ya se acercan.... ya llegan. 

Los hombres tiran al aire sus sombreros, las mu- 
jeres agitan sus pañuelos, las campanas tocan á vue- 
lo y su aleare tañido se confunde con los vivas de la 
entusiasmada multitud y con ios acordes ecos de la 
marcha triunfal. Todos los jóvenes de la ciudad ha- 
bían salido al encuentro del vencedor y alumbraban 
su camino con hachas de vienlo. 

Montado en un brioso caballo blanco y á la ca- 
beza de las tropas se adelantaba Eduardo de Mailly 
lleno de orgullo. Al verle redoblaron los gritos de 
entusiasmo y las aristocráticas señoras desde sus ven- 
lanas arrojaron sobre él un diluvio de flores. 

Una mujer se abalanza hacia el héroe, detiene sa 
caballo por la brida y se arroja en sus brazos: es 
Angélica. Al mismo tiempo un hermoso ramo de llo- 
res rayo sobre el cuello del caballo. Eduardo levan- 
tó su cabeza y sus miradas se encontraron con las 
celosas miradas de Magdalena, que le imponían una 
urden terrible. El semblante del héroe, que antes 
brillaba radiante de alegría, lomó una espresion se- 
vera. Dudó un breve instante, dirigió en voz baja al- 
gunas palabras á su esposa, y rechazándola con du- 
reza siguió su marcha, Angélica se retira y llora: el 
pueblo murmura indignado al ver tanta iugrulitud y 






-o***-h e h * ' **~ 



dirige despreciativas miradas A Magdalena, que se 
goza orgu liosamente en su triunfo. No obstante, pa- 
sado el primer momento, el pueblo recobra su en- 
tusiasmo, y sus rivas acompañan al Tencedor has- 
ta fas casas eunsistorialcs, donde debe ceñir el lau- 
rel de la virtoria.. 

t)cjfí« allí Eduardo triunfante se dirige al suti- 
080 palacio de Ib encanlailoTa de Cboisy, doode le 
«stá preparado un espléndido banquete. Úrsula tenia 
ratón, Angélica fué olvidada y su tierno hijo no re- 
cibió ni un beso de- su desnaturalizado padre. 

Magdalena le esperaba en lo alto de las gradas i 
de la escalera. El héroe se postra á sus pies, > si ': 
antes la gloria ha eorunnilo sus sienes ahnra el amor 
embriaga su corazón. La bella Magdalena le diü la 
mano para levantarte y le condujo por entre dos lilas 
■te elegantes caballeros, que üuspiraban por elfa de > 
amor, á la sala del banquete, donde le coloró á su 
lado, 

fSt eonridwará.,' 

Se nos ha dirigido para su inserción la siguiente 
podía; 

OWENTAL 

IrtaHCiOA A LA SÍSOHA DOÑA »LASCA í. V. DE FaAS- 
ÜAMH.O. 

fío llores, no, mi cautiva, 
ni así marchites tus ojos, 
acaben ya tus enojas 
j oye piadosa mi amor: 
tierno amor que se atesora 
dentro del pecho inflamado, 
tierno amor que he consagrado 
i In gracia y tu candor. 

Yo leadamo por nii reina, 
por mi diosa, mi señora, 
que eres bella nial la aurora 
embalsamada de azahar; 
y tu Trente no manchada 
y en tus labios la sonrisa 
es mas pura que la brisa 
cuando mece mi almaizar. 

Tú serás, mujer, sultana 
en palacios y jardines 
y cien moros paladines 
morirán, mujer, por tí. 
Y en el duelo más reñido 
sostendré yo tu belleza, 
y no alzaré mi cabeza 
sin que pronuncies un si. 

No llores mas al cristiano 
que á tu amor fuera perjuro, 






que p>ir demás era impuro 

J i'sin maldito de Al lia. 

Jti qué quieres, qué te aqueja, 

nocente mariposa; 

n-n y en mi pecho reposa, 

que tu amor rendido está, 

No lloro, no, mi cristiano 
ni tampoco sus amores, 
que son otros mis dolores 
i es mas duro roí pesar. 
Por mí Dios y por mis padre*, 
por mi virgen adorada, 
por mi patria desgraciada, 
por mi cuna, por mi hogar. 

l\'i ser reina yo ambiciono, 
ni tus justas ni festines, 
ni palacios, ni jardines, 
solo quiero libertad. 

Y volverá do he nacido 

y <>n la noche y la mañana 
respirar la brisa ufana 
de la lri»le soledad. 

Ya tus padres nulos tienes, 
y tu amante te ha olvidado, 
de tu patria yo he triunfado, 
solu te queda tu Dios, 
Adorarlo en este suelo 

ó de mi patria en la orilla 
adorarlo es sin mancilla, 
crucemos el mar los dos. 

V al sentar tu planta lev* 
en La arena abrasadora, 

que del sol el rayo dora, 
renacerá tu ilusión: 
tuyos serán mis palacios 
de la plata y el diamante, 
y el zalir con e! brillante 
incrustan el artesón. 

Y mis moros principales 
te servirán con agrado 
sobre lelas de brocado 

las diademas de rubí. 

Y ornará tu herniosa frente 
de coral la media luna, 

y uo habrá mujer ninguna 
que uo se postre ante tí. 

Reclinada en los divanea 
verás al cielo cual sube 
•le perfumes blanca nube 
diáfana como el cristal. 

Y entre esencias otomía 
que del Arabia han venido 
te adormirás al sonido 

de la música oriental. 

Al dejar tan dulce sueño 
la blanca aurora rosada, 
que por la noche esvelada 



■ 

I 

- 



comenzara a sonreír: 

y el jilguero en la pradera 

cantando irá sus amores, 

Íel capullo di' las flores 
u verás íautbíen abrir. 

Que ya rii su cáliz te ofrece 
il'-l rocío destilado 
dulce gola que lia guardado 
tan fresca como su olor, 

V el torrente cristalino 
que del monte ¿e deMH'ña 
sallando de breña en breña 
con murmurio aterrador, 
en arroyo convertido 
silencioso y placentero, 
te bañara lisonjero 
retratando íti beldad. 

En lanío que yo postrado 
de la noche á la mañana 
tan solu diré, cristiana. 
lio me nía LO tu crueldad. 

í-'no suíerttora. 



TIEMPOS PASADOS Y TIEMPOS PRESLVTES. 

3 i:ii qtfrri&a amiga Jílttriti. 

fCvntinúa. 
En aquella época, mi querida María, toda nues- 
tra Felicidad se fundaba en amarnos como dos her- 
manas y en sobrepujar á las demás condiseípulas en 
la lectura, en Ja escritura, en las labores, en la mú- 
sica y en cnanto nos enseña lian; un premio adjudi- 
cado á nuestra aplicación, una distinción hacia nos- 
otras hecha por la directora nos llenaba de júbilo y 
satisfacción y nos parecía que no había mas allá en 
el mundo. Hermosa edad, ia edad de la inocencia, 
de la pureza, del aislamiento, de la ignorancia de to- 
das las pasiones que el tiempo nos trae después, que 
vienen con los años, con la reflexión, cuando pre- 
cisamente parece que la reflexión v los años debe- 
rían ahuyentarlas..,. ¿De esto qué sabíamos, qué 
comprendíamos nosotras en esos años de que voy 
habando? Nada absolutamente, y porque nada sabía- 
mos ni nada comprendíamos éramos enteramente fe- 
lices y nos conformábamos con mies I ros juegos y 
nuestros triunfos de colegio. Después de esto los li- 
bros eran todos nuestros placeres predilectos, todo 
nuestro entretenimiento; pero no esos libros que es 
tan frecuente hallar en manos de las jóvenes, y cuya 
doctrina no es siempre la mejor para formar sus co- 
razones v perfeccionar sus costumbres. La biblioteca 
del colegio se componía de mas de quinientos volú- 



menes, pero escogidos uno á uno por la directora, 
por aquella cabeza tan bien organizada y que toda 
lp disponía con el mayor lino. Cuan buenas leccio- 
nes aprendimos en aquellas obras maestras de edu- 
cación! Pero nosotras en lo que mas gozábamos era 
en las leyendas y en las novelas, porque naturalmen- 
te decían mas á nuestros corazones. Después que los 
años me han ayudado, después que be podido recor- 
rer otras mil historias, abortos de imaginaciones ex- 
altadas, de doctrinas casi siempre exageradas, es 
ruando be sabido apreciar todo el valor de las no- 
velas que componían nuestra biblioteca, y que sen- 
tadas junto á la directora leíamos alternando tú y JO 
durante las largas veladas de invierno, prerogativa. 
que solo á nosotras era concedida por nuestra ma- 
yor edad y nuestro juicio. Sin duda debíamos for- 
mar un hermoso cuadro las tres; recuerdo que de 
vez en cuando, al llegar ¡i un capítulo que dos en- 
t ¿mecía, soltábamos nuestra labor y prorumpíamos. 
en un llanto prolongado. ¿Te acuerdas, mi querida 
María? ¿lias observado que hov, bien por el übww 
que de esos libros hemos hecho, bien porque la lec- 
tura de las novelas, lo mismo que el afeite y la pre- 
sunción, tiene su época, ú bien por cualquiera otra 
razón que no alcanzo á comprender, esos mismos li- 
bros que tan directamente hablaban á nuestro cora- 
zón, que inundaban de lágrimas nuestros ojos y nos 
f lacia n estremecer de emoción, apenas nos producen 
ningún efecto y que son muy pocos los que pode- 
mos acabar de leer sín cansarnos, sin hastiarnos? A 
raí al menos tal me sucede, sin que por esto preten- 
da decir que no me recreo con ellos, que no los bus- 
co, que no los deseo; lo que trato de probar es que 
han perdido una gran parle de su influjo, de su au- 
toridad; antiguamente ellos nos dominaban, nos ha- 
cían olvidar que debíamos descansar, y boy el me- 
nor rumor que oigamos en derredor nuestro nos ha- 
ce cerrarlos, y si ese rumor no se presenta viene el 
sueno, cierra nuestros ojos y el libro se nos cae de 
las manos. Creo pues, como te he dicho antes, que 
las novelas tienen su época, y que cuando hemos 
rebasado de los treinta aüos si no Jas miramos con 
indiferencia las bojeamos únicamente luego que e| 
fastidio nos abruma. 

Pobre condición humana, sujeta á tantos capri- 
chos! Ah! si fueran solo Jas novelas las que caduca- 
ran! SÍ de las cosas que constituyen nuestros gustos 
solo ellas tuvieran el privilegio de envejecer, toda- 
vía pudríamos darnos por muy contentos y salisfe-i 
chúíl ¿Conservas uno solo de los deseos que eran la 



pesadilla de, núes I ros primeros 'años? -Es probable, 
mas diré, es seguro que no. Todos ellos babean sido 
reemplazados por oíros nuevos, mejores ó peores, 
pero que ni fin no son los misinos. Empezamos de- 
■eando tener veinte años, porque has I a esa edad so- 
mos nada 6 mnr poca fosa, y apenas nos colorarnos 
en elfos empezamos a temer por Ta vída, creemos 
qoe las canas vienen muy de prisa, y quisiéramos 
volver otra vez á aquella época eo que nos parecía 
qoe nunca alcanzaríamos a tener veinte grito*; según 
to despacio que se suredinn y lo grandes que eran 
nuestros, deseos de ser atendidas y solicitadas. ¡Cono- 
tos suspiros nos cuesta después onda año que viví 
mos; cuántas lágrimas rada arruga que advertimos 
en nuestro rostro, cada cana que empieza á despun- 
tar eo donde poro antes; no halda sino negros cabe- 
llos! Pobre condición humana! V Jo mismo que he- 
mos sido nosotros serán Jas generaciones que nos 
■acede», los misinos sus defecto*, los mismos sus 
Achaques! 

Me parece, mi querida amiga, que insensible- 
mente me he ido estniviando del asunto qtlc trataba; 
mas no le hace, las digresiones' están de moda desde 
que se lee á Byron. ¿Qnr mas (time que yo rualfjuif- 
ra ronde? ¿Por qué nu lie de hacer lo mismo que 
hacen los demás, con tanto mas motivo cuanto luí 
vez puedo agradarle así? Vuelvo á mi principal 
asunto, vuelvo á encarrilarme, como diria un sabio 
ae nuestro siglo. 

"Se continuará.] 






ünrliiurle. 



UX MES EEV LA ALDEA. 



(cominea.) 

Pedro permaneció algunos momentos agobiado 
por una fatiga que le quitaba hasta la respiración: 
fioca S poco aquella fatiga terrible se fué calmando: 
peí o el delirio volvió á apoderarse de aquella iinagi- 
■i.il-riü exaltada. 

—No lloréis, pobres madres, porque os arreba- 
to vuestras, hijos, prosiguió: ¡cuan egoísta soy 1 quie- 
ro ser lelii i uu me man padezco de vuestras lágri- 
mas: ras maldecís, tenéis razón, soy el "enio del 
mal de vuestro valle; pero ¿qué me importa que 
vuestros hijos muerun? ¿qué me importa que el pa- 
dre hiera al hijo, y el hermano al hermano? Tiecesi- 



G 

to guerra, y una guerra lerrib!e, poeque necesito 
elevarme sobre vosotros, igiiaarnio á los grandet 
señores; porque amo á una mujer que no puede en 
t regar su mano á un hijo como vosotros del pueblo; 
vosotros seréis los ín§lrn líenlos dóciles «le mi ele- 
v ación: ¿qué un- importa que la guerra os diezme y 
que vuestras madres lloren? V» necesito ser feliz, y 
para serlo muchos di- vosotros tenéis qile morir. Ya 
vuestra sombra ensaiigrclniln me sigue por ludas par- 
tes, pero soy general, y tengo por esposa á la mas 
hermosa de las mujeres: el inundii no ve las sombras 
que me siguen por todas partes y me proclama co- 
mo el héroe de las montanas: ya llega la hora; van á 
abandonaros: la ambición de los que tlasós os hicie- 
ron dejar Vuestras tranquilas chozas está Satis- 
fecha; van á abandonaros; no, no, aquí me tenéis; la 
voz de la conciencia ha sido mas poderosa que el 
amor á Ida: ella me ha dicho: ve á morir entre tu* 
hermanos que quieran romo tú no fallar á sus jura- 
mentos. Va viene Enrique, se sienta a] lado de Ida, 
la recuerda su amor; ella se sonric y le da su mano. 
;Oh desesperación! Pero ahí eslá Carlos, mi puliré 
Carlos, que se interpone entre ello. Oh! le re- 
chazan, es hijo, dicen, de un oscuro aldeano. Re- 
chazan á mi hijo, á mi hermoso Carlos! Ven, hijo 
mío. ve n á b tumliíi con tu desgraciado padre, perú 
no, Ida Je estrecha contra su corazón, [da llora. 
Perdón, esposa querida! (Jigo voces; es que la llaman 
el ángel consolador de Ja montaña. 

Pedro calló; parecía que va no respiraba; el mé- 
dico, que le observaba constantemente, pronuncia 
con vo3 funeral: 

— Señoras, la hora suprema se aproxima. 
Pedro abrió los ojos, y con voz apenas inteligi- 
ble, pronunció: 

— Ida, tu mano, [da, mi hijo. mi.... hijo. 

V espiró: las dos jóvenes cayeron de rodillas «I 
lado del lecho mortuorio, abrazadas; el dolor forma- 
ba de aquellas dos almas una sola. So distante do 
ellas, Carlos dormía en un sillón: la «uní-isa de los 
ángeles calaba impresa en sus labios dé coral; aque- 
lla alma inocente y pura reposaba tranquila a algu- 
nos pasos del cadáver del mejor de los padres. K| 
doctoral contemplar aquel triste é interesante eua> 
dru sintió que las lágrimas humedecían sus «jos. 

, Su ctmímuatiuj ■ 

XHtalLu U. tic l'crruL. 



MADRID, 1852. 

Imprpnfa ilr «Ton done Triijlilo, hijo. 

Calle de Hacia Cristina, número 8. 



Afio I. 



Domingo 15 de Febrero de 1852, 



Núm. 2Í). 



. 






LA MUJER, 



PERIÓDICO 






escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



: 



Este periódico sate loáoslos dominaos; se sustriheen Madrid 
cías 10 rs. pardos me*» tanta di parte, remiliea 'u un > libia ar.a 



en las librerías de Sronier j de Coesta. í 1 r,«. al mes; y en prervn- 
i fjvi.if de noeslro impreso?, ó 5el1(i*>de tranqueo. 

l 



D 

! 

,t, 



Los infinitos errores que lian geniado la mivor 
parle de los hombres al ocuparse de la Índole y cua- 
lidades de nuestro sexo, los defectos que le han 
atribuido y las facultades que tan abiertamente le han 
negado, han sido ya asunto de varios de nuestros ar- 
tículos, en que con alguna energía hemos rechaza- 
do como injuriosas é inexactas esas calificaciones di- 
rigidas á menoscabar la estimación y la dignidad de 
la mujer. Hoy sin embargo no nos ocuparemos de 
esas especies para rebatirlas y poner de manifiesto 
la injusticia de las hombres; ramos solamente á in- 
vestigar los motivos que hayan podido sugerir tan 
falsas ideas en la mente de aquellos que con tanto 
empeño parece lomaron á su cargo la difamación y 
el descrédito de nuestro sexo. 

Por de pronto diremos que semejantes asertos 
no creemos procedan de ignorancia ó falla de conoci- 
miento en la materia, porque además que son muy 
pocos los hombres que no hablen con desprecio del 
talento de la mujer, y hasta con sarcasmo de su vir- 
tud, los que con mas ahinco han propalado sus de-^ 
rectos físicos y morales han sido hombres de conoci- 
do saber, filósofos que fueron pofr su talento la ad- 
miración de su siglo, si bien es verdad que algunos 
de ellos fueron también Ja execración de los siguien- 
tes por sus infernales dogmas. 

Tampoco creemos que la mordacidad contra 
nuestro sexo tenga por origen el desvio que hacia él 
pudieran esperimenlar sus d Ufa madores, porque ca- 
si siempre se observa que los que mas se afanan en 
iüpendíar y zaherir á las mujeres ion por lo gene- 
ral los que tienen mayor inclinación á ellas. Eurípi- 
de§, que las maltrata sin piedad en sus tragedias» 
se dice que las amaba con frenesí: y el mismo Aris- 
tóteles, cuya insolencia Heg6 hasta el eglremo de sos* 



tener que la mujer era un animal defectuoso, un fe- 
nómeno cuya generación era accidental y contraria 
al intento déla naturaleza, que gozaba en publicar 
sus defectos y otros muchos que tuvo á bien atribuirá 
¡e, se dice que amó con delirio á varias mujeres, 
siendo tal la pasión que liego á esperimentar por una 
de ellas, Pylhais, que le quemó inciensos cual si fue- 
se una deidad. 

¿Será tal vez que los hombres hayan creído con- 
veniente ocultará los ojos de la mujer la igualdad 
de ¡os dos sexos, por cuanto pudiera contribuir á 
acrecentar su orgullo y destruir el dominio, la au-t 
toridad de que el hombre se halla revestido respecto 
á nuestro sexo? Mucho nos resistimos á creer seme- 
jauto suposición, porque además de que tales tono- 
res son absolutamente infundados una vez reconoci- 
das en la mujer las mismas cualidades que en el 
hombre, son de muy poca importancia comparativa? 
mente á la grande utilidad que reportaría á nuestro 
sexo la convicción íntima de que no existe inferió-: 
riejad entre su entendimiento y el del hombre, que 
no hay ventaja ninguna de parle del otro sexo. 

En efecto, ¿quién duda que si algunas mujeres 
tupieran esta verdad no conservarían siempre vivo 
en su corazón el sentimiento de la dignidad? ¿Quién 
na ve que si muchas dan fácilmente oído y asenso á 
las propuestas y argumentos de Jos hombres es por- 
que los creen dolados de un conocimiento muv su- 
perior y Llegan á desconfiar de su propio entendi- 
miento':' ¿Quién no convendrá en que ese mismo pn- 
ror es causa muchas veces de que la mujer se rinda. 
porque creyéndose un ser menos noble, menos per- 
fecto, de u;i precio infinitamente mas bajo que el 
hombre, llega quizás á dudar de la ignominia que re- 
cae sobre su frente] 



2 . mt>CI 






Esto presenta no es una medida de precaución 
prudencia lo que obliga á los hombres á establecer 
esa diferencia entre La* cualidades de su si-id y la* 
del nuestro; y en esta caso, nos vamos en la necesi- 
dad de manifestar que nuestro pobre eniendiinieirlo 
no alcanza á descubrir una razón fundada, verdade- 
ra, que justifique la opinión din desventajosa que 
los hombres, contra toda su creencia y convicción 
las inns.de, las vece*, manifiestan en público res- 
pecto* de la condición y do las cualidades de la mu- 
jer. No hay ninguna, repelimos, á menos que crea- 
mos verla en el egoísmo, en la humillación en que 
las hombres creen incurrir concediendo ¡i la mujer 
las mismas cualidades y wriudes, reconociendo .la. 
igualdad que existe entre uno y otro seso, 



, Tenemos Ir mayor satisfacción ow- anunciar á 
nuestras suscrilonis que, según los partes de ioswé» 
Jicos de la real cámara, la herida que S M. é la Rei- 
na recibió el din 2 del corriente se hnlla completa- 
mente cicatrizada, 

Hoy so asegura que ese! din señalado porS, M. 
para visitar el santuario de Nuestra Señora ile Ato- 
cha, 1 si bien se cree que dicho acto no se ierrfipará 
Continuando la crudeza del tiempo, iíc-iv 

Las fiestas reales que se disponen para celebrar 
tanto el natalicio de la Princesa de Asturias como el 
felií. y pronto restablecimiento do nuestra idolatrada 
Reina, ofrecen ser de lo ñas suntuoso y variada. 
Además de los festejos que prepara el cuerpo muni- 
cipal, se han abierto -varias S usen c iones con el 'fin 
de que el dia que S. M. salga por primera vea de su 
palacio sea un din de verdadero júbilo j placer. 

Rafa la noche de ese din hay dispuesta en la plu- 
zade Armas una brillante iluminación pof medio de 
una luz eléctrica, que alumbrará tomó si liwra luz 
del sol; en ta plaza de 'Oriente tendrá lugar oti'a"Vw li 
lasísima iluminación alrededor de la glorieta, que se 
compondrá de cerca de sesenta mil lucos en a-aies de 
«olores y farolitos trasparentes; en la Puerta niel Sol 
sejlevuiila una grande y elevada columna; mas abajo 
del" edificio del Congreso seelevará un ntagnjucoar- 
«otleisesenl pies de altura; *n el Prado isetfsti eri- 
giendo utru monumento; 'el cuartel de los arriiléroi 
representará el alcázar deSígovia; el cuerpo de ín- 
genidn.s lis concluido ya so grandiosooastillo, y '3 de- 
más du ¡as justas, torneos, bailes; banquetes, ilumi- 
naciones, «lu. etc.-, -que ¡se' preparan, se dará una 
-«ayiiílicü serenata á 'S. M. la Reina, para la cual 
se ba abierto una suscriciou en la Corona dtvOro.-- i 



o pallemos rrsíslir al deseo "de dar á conocer i 
nuestras lectoras las magnificas octavas que acaba 
de publicaríti la ¡li&ttat 'i"» ta Un conocida poetisa 
I).* Carolina Coronado. 

A LA MÍINA IJEIÍIÜA PEimONANIM) AL REO- 

OCTAVAS IJienOVISAD.SS, 

Y vuelve baria nosotros lus niñadas, 
Porq ue puedan tornar njaj consoladas 
Las almas lie su pena dolomsa! 
Las -¡¡olas de tu wingre generosa 
Va están con nuestras lágrimas borradas, 

Y si bálsamo fueran nuestras vidas 
Ya comieran Cerradas I nS heridas* 

¡Madre joven del pueblo que le adorn. 
Ven á calmar nuestra ansiedad ardiente, 

Y no Lemas jamás que nadie intente 
A tu rida asestar arma traidora; 
Que uno solo en lisiwñaiuibti. Señora. 
Qw el corazón de regicida aliente , 

Y de haberle cu lu_s reinos abortado 
El infierno quedó .esterilizado. 

-mi i. ppfQ mayor croe su maldad horrenda 

lis tu bondad i oh madre! todavía; 

Calando tn pura Sanéese vertía 

Tú á la piedad la dabas en ofrenda! 

Tema ravos del cielo el que te ofenda, 

Porque tú en la española monarquía. 
' t'.nn Ea virtud que al cielo te levanta, 

r.res aun mas que 'reina, eres ya santa' 

Caro'íÍka Coromahu. 

I- 

(cojiTiKiuoieeí.] 
Jamás Magdalena había estado tan amable v ca- 
riñosa, nunca le babia embriagado como entonces 
con' su- ardientes miradas y voluptuosas sonrisas; 
pero no obstante nUravés de aquel incienso que pa- 
reeja-rendiriiV'jóveofcéroe.roas de una ves erro en 
sus labios orla sonrisa *an:ás!i('.u Mas de una MÍ M 
enuarou miradas de inleliíieneia enlie e!la y el du- 
que tic AlenfDrl, que estaba sentado a su izquierda. 
y n»s de una vez también le dirigió en voz baja pa- 
labras misteriosas que sa perdían entre los li indi* y 



el (¿multo del festín . Eduardo nada veía. Embriagado 
cotí la hechicera sonrisa y la magnética mirada de 
aquella encarnadura sirena, exaltado con los elogios 
que le prodigaban, «adiado por el Champagne y los 
esquísiius manjares, snmido en una voluptuosa at- 
mosfera de placeres, gozaba de la mas suprema fe- 
licidad sin acordarse de la puliré Angélica, á quien 
había despedido con tanta dureza. 

De repente algunos soldados invaden la sala del 
fes Lili. Algunos convidados se sonríen &>n ■iarcasinn, 
fijando 1 11 él una irónica mirada; los demás palide- 
cen. 

Eduardo tiembla sin saber la causa de la sensa- 
ción que le agí la. 

Un oficial se adelanta hacia él y le dice con voz 
breve é imperiosa; 

— Acabo de recibir una orden del soberano para 
llevaros preso hasta Coinpiegne. EiUregadtnc vuestra 
espada y seguidme al instante. 

— Preso yo! yo preso! eselama Eduardo aterra- 
do, y por qué? 

— Lo ignoro; pero la orden es terminante y es 
preciso que me sigáis sin demora, 

Al oir tan crueles palabras Eduardo se entregó á 
U desesperación- Los convidados se miraron unos ¡1 
otros, y arrepentidos ya de haber quemado incienso 
ante ei ídol<> que se desplomaba, tartamudearon algu- 
nos consuelos y salieron uno á uno de la sala. 

Magdalena permaneció allí; pero su acento no 
era tan hechicero como antes, sus miradas habían 
perdido su fascinación y sos consuelos eran sarcás- 
ticos. 

Cuando .el oficial repitió con dureza á Eduardo 
la orden de seguirle, el adiós de Magdalena fué frió 
y. lejos de irLe á despedir basta laa gradas de a esca- 
lera se inclinó desdeñosamente ante él v le dijo <■ ni 
ironía: . ' , 

— Creo que nada tendrá de mab vuestra rausa; 
pero aunque fuese asi, la hermosa Angélica, que lo- 
gró ver á sus píes á Carlos Vil, sabrá valerse de CU 
belleza y alcanzaros el perdón. Ahora veremos el po- 
der de su hermosura. Id con Dios, Eduardo. 

V después de pronunciar estas crueles palabras 
ie alejó sin concederle ni una mirada de ternura. 

Disipóse en. un instante el velo que cubría los 
ojos de Eduardo, La perfidia do aquella mujer y la 
tal*cd;id de sus amigos se presento desnuda á su al- 
ma. Magdalena le había vendido halagándole ron un 
falso amor para veniiarse de Angélica, superior á olla 
en positrón. y hermosura, ninguna esperanza le que- 



daba ya en el mundo, Su esposa, desdeñada y hu- 
millada por él, le abandonaría en su desgracia. Al 
Jiaeer estas consideraciones la mas sombría desespe- 
ración se apoderó de Eduardo, que esclamó derra- 
mando lágrimas^ , 

— Todos me abandonan! ¿qué me queda ya que 
esperar? quién tendrá compasión de mí? 

— Yo! dice una voz dulce, que resonando a su 
lado bizo vibrar todas las fibras de su corazón. 

— Angélica!... esclanió el desventurado con una 
mezcla de sorpresa, de vergüenza y de esperanza; 
Angélica!... repitió cubriéndose el rostro con las 
manos. 

Y por sustraerse quizá* á la vista de aquella mu- 
jer que con su piedad le acusaba, se adelantó preci- 
pitadamente hacia los soldados y desapareció entre 
ellos. 

Angélica levantó los ojos al cíelo, cruzó las ma- 
nos sobre el pecho y rogó al Eterno por la salvación 
de su esposo. 

Después, como tomando una determinación vio- 
lenta, arrojó una postrera mirada de despecho sobre 
aquella mesa cubierta aun con los despojos del fes- 
tín y testigo de la infidelidad de Eduardo, y 

salió precipitadamente de la sala 

........... ... ... 

Una hora después salía de Choisy una litera es- 
coltada por numerosos soldados, y Iras de ella cami- 
naba una mujer vestida de negro v cubierta con un 
negro velo. Esta mujer era Angélica. En lodo el lar- 
go camino que media desde Choisy á Compiegne si- 
guió coustanLemenle á la litera. Se adelantaba áella 
al llegar á las posadas para prepararle mejor aloja- 
miento y lodos aquellos pequeños cuidados que son 
tan agradables en las desgracias y que solo una mu- 
jer sabe prodigar, 

Eu el camino de Choisy á Compiegne, por la 
mañana y por la noche, la primera persona á quien 
veía Eduardo al bajar de su litera era Angélica, y al 
llegar á Compiegne, cuando iba á ser sepultado en 
un profundo calabozo, Angélica fué también la que 
encontró en la puerta de su prisión v sus lágrimas 
fueron las úricas que vio derramar y que le acompa- 
saron en su desgracia. 



Aliarla Cramtl, 



■¿m 



--^í^ 






Teateo t»ei PaíftcrPE. 

iremos l cuido el gusto de asistir á la represen- 
tación de! drama titulado la verdad ecncí aparien- 
:Ws, original de la Excina. Sra. D.*Gerlrud¡s Go- 
mes de Avellaneda, y mal cumpliríamos el propósito 
Je nuestra humilde publicación si no rindiésemos 
homenajea la ilustre poetisa cubana, honra de nues- 
tro sexo, v no dejásemos consignada la satisfacción 
que nos cabe en sus gloriosos triunfos literarios. 

La última producción de la señora Avellaneda 
es digna de la pluma que escribió el Alfonso Afumo, 
y merece con toda justicia el buco éxito que alcanzó, 

Nosotras, que no presumimos de literatas, y me 



campo i la celebre bailarina donde desplegar 
los recursos de su habilidad é inimitable gracia, 

No obstante, el eminente actor JLaferriere Supo, 
arrancar estrepitosos aplausos, y la señora Cernió 
vio caer a sus plantas coronas y (lores en medio de 
ios bravos y palmadas que repetidas veces se le pro- 
digare u. 



.»»» M«n«. 



TIEMPOS PASADOS Y TIEMPOS MESE5TES. 

n mi qttrriua amiga illa ríe. 

(Cancfitye). 
Vivíamos felices, muy relices con nuestra vida 
de caleció, y de este modo pasábamos lo* años sin 



aos de escritoras críticas, no intentaremos trazar el; sentirlos y pidiendo á Usos que nuestros padres no 



análisis de esta obra; pero si apuntaremos que las 
situaciones dramáticas en que abunda, lo bien sos- 
tenido de sus caracteres, y sobre lodo la robustez 
y lozanía desús versos, tan correctos y armoniosos 
como todos ios de la inspirada poetisa, interesaron 
altamente nuestro corazón y escilaron nuestro en- 
túsiasmo, asi ionio el de la escogida y numerosa 
concurrencia que licuaba todas las localidades del 
teatro. 

Está aplaudió frecuentemente las bellezas del 
drama, que ha sido una completa ovación para la 
distinguida autora, la cual fué llamada al proscenio 



y Saludada por el público con estrepitosos y entu- 
siastas aplausos. 






tic 

M 



' En cuanto ¡i ia manera con que fué representa- 
do el drama, baste decir que los principales pape- 
les estaban á cargo de la señora Diez y de los señores 
Hornea y Calvo, que es el mayor elogio que pudié- 
ramos hacer de su ejecución, 

Teatko Bul- 
lí I lunes último tuvo lugar en esta teatro el be- 
neficio de la señora Fanui Cerrito, Esta voluptuosa 
y aérea Jilüde. que por lanío tiempo lia sido la deli- 
cia de los concurrentes al Regio Coliseo, alcanzó 
11 nuevo y merecido triunfo en la nuche del 9 del 
¡u:;l- 

Lo función, si hemos de ser francas, no dejó 
muy satisfecha á la numerosa concurrencia, que se 
apresuró á mam fes lar ¿ la beneficiada su aprecio y 
admiración; pues además de que el vaudeville con 
que dio principio es de un mérito muy inferior á los 
que tantos aplausos ba dispensado el público de la 
Cruz, el baile Naíofi y la estatua no ofrece mucho 



se acordasen de que ya era tiempo de sacarnos del 
colegio, dé presentarnos en él mundo, en donde, se- 
gún creo, maldita la falla que hacíamos, toda la vez 
que él se pasaba sin nosotras y nosotras sin &. ¿A 
qué nos ha enseñado eso que llaman el mundo? A 
sufrir y i padecer, á contrariar nuestros deseos y á 
ser víctimas de las preocupaciones, de las exigencias; 
y lo que es mas duro y hasta ridículo, de eso que lla- 
man moda y buen parecer. Ayl si, nosotras no ne- 
i-i'siláhamos del mundo para ser felices, y luego qué 
hemos entrado en él, lejos de aumentarse nuestra 
felicidad ia hemos visto desaparecer como si fuer 3 
una nube de humo, y desaparecer para nunca mas 
volver! Hemos obedecido la ley humana, es cierto, 
heñios hecho lo que hacen todos, pero ¿por qué co- 
siste esa ley? No quiero, no puedo, no me atrevo i 
contestarme; no tengo por divisa alterar el -orden de 
las cosas, ni ha llegado á tanto mi temeridad queme 
haya pasado una sola vez porta imaginación e¿a idea: 
Jo que bago es dolerme de nuestras enfermedades 
morales, sin tratar de buscarles un remedio; si to tu- 
vieran y yo fuera tan afortunada que diese cou éj, 
si no inc apedreaban me tendrían por delirante, co- 
mo hicieran con el hombre mas grande que han co- 
nocido los siglos, «m el inmortal Cristóbal Colon! 
Déjenlos pues las cosas como existen; si la doctrina 
es mala que otros tomen la empresa bajo su respon- 
sabilidad, que otros se erijan en reformadores y que 
cuenten desde luego con una adicta, 

Corrían los anos y nuestra educación se perfec- 
cionaba cada vez mas; sabíamos lodo lo que puede 
saber una mujer, é ignorábamos todo cuanto igno- 
rar deberíamos siempre. Nuestras almas, enteramen- 
te tranquilas, no habían probado aun la ponzoña 1 



debía amargarlas después, como una ley natural, in- 
mutable. Teníamos diez y ocho años, y aun corría- 
mos por el jardín del colegio como á los Ires dias 
de haber entrado en él; no conocíamos lo que se lla- 
ma el deber de una mujer n esa edad, y creíamos 
que aun nos era lícito saltar y jugar como hacíamos 
en nuestros primeros anos, Para nosotras no existía 
la presunción, y si nos hubiesen bablado de ella hu- 
biéramos creído escuchar un idioma eslraño. ¡Que 
olra mujer á nuestra edad, y que no hubiese pasado 
sus primeros años sepultada en un colegio, habría 
podido como nosotras dejar el locador por un mo- 
mento de solaz en el jardin, por correr como unas 
locas por entre sus calles y sallar acá y acullá ni mas 
ni menos que cual esos inocentes pajarillos que la 
primavera nos regala, y que pasan los dias saltando 
de rama en rama? ¿Qué olra mujer no se habría aver- 
gonzado de que la sorprendieran jugando? Y sin em- 
bargo para nosotras esto era una cosa muy natural 
y sencilla. Después, cuando he conocido esas jóve- 
nes que á los quince años ya no se ucupau de otra 
cosa que de los bailes, de los teatros, de las reunio- 
nes de toda especie, me lie admirado de nuestros 
juegos, de nuestras niñadas. No te alarmes, mí que- 
rida María, no te figures que mí corazón se baya 
entristecido porque creyera haber perdido el tiempo; 
antes por el contrario, pienso que le dimos La com- 
parüciou que es justa y que la sabiduría infinita ha 
señalado. Me he admirado compadeciendo el error 
de aquellos que habían precipitado á sus hijas antes 
de tiempo, en ese torbellino de intrigas, de pasiones» 
que llaman mundo. Me ha parecido que liabiau he- 
cho con ellas to que nosotras hacíamos cou Jas fru- 
ías del huerto del colegio, que las arrancábamos de 
tos árboles antes de tiempo. La vida no es tan corla 
como parece para que así nos precipitemos. ¿Quién 
no vive cuarenta años? ¥ en ese término ¿quién no 
puede verse satisfecho de lodos los goces que el mun- 
do nos brinda? ¿Qué ha resultado de esa precipita- 
ción, de ese adelantamiento en el orden natural? 
Pregunta á todas esas mujeres á quienes á los quin- 
ce años has visto asistir diariamente á los bailes y 
gozar de lodos los placeres admitidos en la sociedad. 
Todas ellas le dirán qne al llegar á los treinta se 
bao encontrado cansadas, desfallecidas, hastiadas, 
mustias v marchitas, sí así puedo esplícarme; todas 
te contestarán que semejantes al viajero que ha he- 
cho una larga y fatigosa jornada, han tenido que se- 
pultarse en el último rincón de su casa, cansadas y 
molidas, sín gustos, sin deseos, sin caprichos, sin 



presunción, sin nada de cuanto constituyera su vida 
pasada. 

Así pues, querida mía, si yo me admiraba no. 
era de haber perdido el tiempo, sino de ver como 
otras lo perdían haciendo á los quince años lo que 
por ley natural solo debe tener efecto á los veinte; 
me lie admirado y be compadecido á esas pobres 
mujeres, mucho mas desgraciadas que nosotras en 
medio de ese mundo de delicias, dentro del cual se 
habían arrojado tan temprano. 

Pero ¿á donde voy á parar? ¿Me he propuesto 0- 
losofar ó simplemente escribirte una caria de amis- 
tad, un tratado* de nuestros primeros anos y de nues- 
tra vida ac lúa l? Soy demasiado débil para profundi- 
zar materia tan espinosa, sin tener además en cuen- 
ta á lo que me espondria pretendiendo meterme á 
redentora. , 

Creo que le iba diciendo, y aquí anudo de nuevo 
el hilo de mí narración, que habíamos llegado á un 
estado en que nuestra educación podía considerarse 
como terminada; esto no se nos ocultaba á nosotras; 
sabíamos que nada nos quedaba que aprender, y 
sin embargo jamás pasó por nueslra imaginación la 
idea de que llegaría un dia en que nuegiros padres 
vendrían á buscarnos y seria preciso abandonar pa- 
ra siempre el colegio, aquella morada tan querida 
de nosotras y en la cual habian pasado como un so- 
plo nuestros primeros años. Algunas veces he sus- 
pirado después por ellos; algunas veces se han ane- 
gado en lágrimas mis ojos considerando lo que ha- 
bía perdido, no obstante el macho cariño que me 
profesaban los míos y no haber conocido sino el faus- 
to y las riquezas. Pero no sé lo que tienen las pri- 
meras impresiones- de la vida, que no se olvidan ja- 
más; corre el tiempo, sucédense después unos á otros 
los acontecimientos, y siempre llevamos á nuestro 
lado, á nuestra vista, semejante á las sombras que 
se destacan de entre las tinieblas de la noche, el fan- 
tasma de nuestras primeras ilusiones, de nuestros 
primeros goces, de nuestras primeras amarguras, 
dado caso que las hayamos esperiraentado, lo cuil 
no es muy difícil. Somos felices, enteramente felices, 
y aun recordamos con gusto nuestra primeva felici- 
dad, por pequeña que fuera, aun suspiramos por ella 
y le consagramos el primer lugar en nuestro cora- 
zón' 

Mi querida amiga María, me figuro que estarás 
ya fatigada con esta mi carta, que á la verdad va sa- 
liendo demasiado larga; yo también lo estoy de es- 
cribir, y como el asunto es demasiado esteoso para- 



tocará sil fin de una sota arremetida, me permitirás 
(ue por hoy suelte ia pluma, ofreciéndole para tan 
ronlo romo me sea dable volver ¡i lomarla y prose- 
air escribiéndote. 

Adius pilos, mi querida María, adiós; sí tari fe- 
liz como mereces serio, y no obides. nunca t|ue ocu- 
pas el primer lugar en el corazón de tu amiga 

l'.nrli|iietn. 



-#■»*<?» " etc*-* - 



Ib 

; 



€N MES lí\ LA ALDEA. 

ÍCOSTIM'A.) 

Los dias se suceden unos á otros desde el triste 
suceso que presenciamos en nuesiro nnl«rior capilu- 
lo. A Luisa, hi interesadle Luisa l;i vemos apoyóla etl 
una ventana de las (¡uc dan al jardín; se encuentra 
■motamente preocupada-, un velo de tristez* lince que 
desaparezca el brillu de sos hermosos Ojos; aquel án- 
gel candoroso demuestra en la palidez do su rostro 
lúe sufre; pero su sufrimiento es uno de aquello* 
que nada es capan de perturbar; lal ve?, reflexiona 
sobre su vida pasada y piensa en sn pobre choia, y 
i» dolor la fiare ver aquel tiempo mas feliz. 



como él siente lodo el delirio de! primer 
sucio de amor, y para mayor desesperación debo 
amarla con toda mi alma, porque tú me lo ordenas- 
te, t es mi única protectora en la tierra. 

Sufro mas, hcfniaii.i mió, en este suntuoso cas- 
tillo, continuó Luisa, que Id en nuestra pobre rho- 
¡m; porque sol j eran testigos de tu dolor esas nirjrfta- 
fias queridas v nuestra cariñosa madre; yo. es otra 
cosa, tengo eontina.inii'me que sonreír, porque lr>s 
que frecuentan nuestro palacio amafian tas lagrimal 
de la pobre huérfana ron hipócrita compasión, ¡j lurgfj 
i el sarcasmo y Irt ironía serian la memoria que millan* 
to produciría. Pero no, Dios mió, perdón: óél sufro 
lanío que bien merezco una mirada piadosa: allí es- 
ta Carlos, ese ángel de consocio; está eori su buena 
madre: perdón, hermana rnia; qué injusta soy! tú tan 
buena, tan generosa; pero bien lo ves, mi amor me 
disculpa, es tan grande, y luego pencar que te rinde 
ante mí un culto lan respetuoso, y para la pobre 
Luisa no hay ni una sola mirada, y casi iodos los sa- 
ludos que me dirige llevan el sello deesa fria cor- 
tesía que oprime mi corazón. 

Quí hermosa estás, Ida mi.-i ' ahora que le miro 
desdi? aquí abrazando á tu inórenle Carlos, qué au- 
— Allí, dice dirigiendo su vista á las montañas, reo | a mu divina brilla en tu frente! todo él entusias- 
vi\ ¡a yu tranquila y dichosa: ¡cuántas veces reclina- mn de) materno amor está impreso en tu rustro an 



da sobre el hombro de mi buena madre quería con- 
tar las estrellas que matizaban el hermoso firmamen- 
to en una de esas noches en que un cielo trasparen- 
te y puro cubre nuestras majestuosas montañas, y 
¡•uáiiias veces una iiuhr se interponía entre mis ojo s 
y aquel manto maravilloso! aquella nube era sin du- 
da la profecía dé mi porvenir; aquellas vaporosa s 
formas que se dibujaban á mi vista con tan diverso s 
contornos eran la señal deque un dia veria oscure- 
cerse el aura risueña de mi juventud. ¡Oh, Dio s 
mío! cuánto me avergñcnzo^de mi debilidad por- 
qne esta pasión que siento es superior á mi voluntad! 
I'ohre hermano mioí ahora comprendo los sufri- 
mientos de lu coraion y no me parece exagerada tu 
desrsperarion; porque la imagen del objeio querido 
nos subyuga y nos sigue por todas partes. ¡Cuánto 
he sufrido desde el illa que el destiño te arreboló dé 
mi lado! Si vivieras ann te diría: Pedro, sufro tan- 
to ronto tú sufrías, porque' amo sin ninguna espe- 
ranza, porque el hombre que mi corazón ha elegido 
MM} segara que jamás ha fijado su mirada seduc- 
tora en la pobre hija M pueblo, en iu desgraciada 
hermana: él ama i un» mujer mas hermosa mu- YO- 
tí. esleiolo pensamiento me moruients: y <■■. n.,U| c 



gellcítl; pero ¿quién es ese hombre qUe se aproxima 
& ella, le da la mano y él la lleva á sus labios deliran- 
te de amor? Ah! es él, es ese Enrique. ¡Oh, Dios 
mió! se aman mas que nunca, y tendré, que presen- 
ciar la felicidad que los ha de rodear. No, no, Lui- 
sa, vuelve á lu cabana . que allí al menos no se rei- 
rán de tus lágrimas. "Mañana, me dijo hace una 
hora, deja el luto, hermana mía, preséntale á las 
dos en el salón del castillo, que tengo que comuni- 
carte d i¡, que eres mi hermana, la hermana de mi 
coraron, una nueva muy impiirlaníe; te advierto 
qne tu tarado sen elegante, porque nonos enenntrn- 
rciiiosMilas. ■ Aflora lo veo, nos anunciará su próximo 
casamiento. Oh! hermano mío, bien dtrias en Tos 
últimos momentos de tu vida: ¡ Fs joven, es hoble y 
hermosa, y olvidará al oscuro hijo de las montañas.» 
La pobre Luisa, agobiada por lan diversas emo- 
ciones, cayó sobre un sillón desmayada. 

, r St miifíiHMini. 

>ii luí tu n. ili- IVrrunt. 



MADRID, lSoü. 

Impremí! (Ir «Ion Jmr TrnJIll», hijo 

Calle de María Cretina, número 8. 



. ri- 



Ario I. 



Domingo 22 de Febrero Je 1832. 



Xúm 30. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 






escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Ésle periódica sale, todos los domingos; se suscribe en Mi Jrid en las librerías de Honier y de Cuesta, i i rs. al mes; f i>n produ- 
cías *0 ri. par dus meses franca de p-irtc, rernitien.'o unslibraiui i favores nuestro impresor, 6 sellos de franqueo. 



El día 18 de febrero de. Bal 

$&3P&&$® ¿ &. sa a && asaste 
DOÑA ISABEL II. 

¿Donde corre ese pueblo presuroso* 
¿Por qué un murmullo de placer se escucha? 
¿Por qué se elevan mil festivos ecos 
Que de contento el corazón inundan? 

¿Por qué truena el cañón?.. , Llegó el instante 
En que el pueblo embriagado de ventura 
A la Reina contemple idolatrada 
En quien su dicha y su esperanza funda. 

El triste ¡lanto que vertió doliente 
En llanto se convierte de dulzura.... 
SÍ empañó el claro sol nube funesta 
Hoy mas brillante al universo alumbra! 

De las campanas el lañir festivo, 
Los gritos de ese pueblo que se aduna, 
Los ecos del cañón que e! aire pueblan 
El instante feliz por Un anuncian! 

Ya llega... ya se acerca... ya su mano 
A la ferviente multitud saluda... 
Es ella... es Isabel... la Reina hermosa 
Que nuestras penas sin cesar endulza! 

Vuestro anhelo saciad.. . ved su semblante. . . 
Su amorosa mirada que subyuga... 
Ved cual nos muestra el ángel adorado 
Lucero fiel que nuestra noche alumbra! 



Ay! este instante de suprema dicha 
Compensa de mil siglos la amargura! 
De tal instante el inmortal recuerdo 
Todo recuerdo de baldón anula! 

Quiere en vano ese pueblo transportado 
Mostrar e! gozo que su pecho inunda; 
Tan solo espresa su entusiasmo ardiente 
El dulce llanto que su vista anubla! 

Dichosa lú, que cimentaste el trono 
Sobre mil corazones que en tí fundan 
Su ardiente aféelo, y morirán felices 
Por alcanzar una sonrisa luya! 

En vano esos tíranos prepotentes 
Cimentan en la fuerza su fortuna! 
Despierta el pueblo y con osada mano 
Del pedestal al ídolo derrumba! 

¡Cuan grato es, Isabel, verse adorada! 
¡Cuan dulce es ese llanto de ternura! 
De España fiel el entusiasmo ardiente 
Iguala, oh Reina, á tu clemencia suma. 

Digna eres, Isabel, del pueblo altivo 
Que con traición su fé no empaña nunca: 
Digno es el pueblo de la Reina hermosa 
Que el bien universal tan solo busca. 

Ese mundo que aquí fija sus ojos 
¥ nos contempla con desden v burla. 
Asombrado al mirar tan noble ejemplo 
Tal vez en vivas con pesar prorumpa! 

Marcha tranquila al templo, al pié del ara 



Presenta ufana á la Princesa augusta. 
Dios la bendecirá desde su trono 
Si nuestros votos bondadoso escucha. 

Reina y madre dichosa, por tu hija 
Nunca suspires, nuestro amor la escuda, 
Y para derribarla será fuerza 
Que el postrer español duerma en la tumba! 

Reina y mfldrr dichosd, si algún din 
Atormenta lu pecho horriblB duda. 
Recuerda qne a tus plantas viste al pueblo 
Bañado en llanto de sin par ternura! 



los 



ttTm , 

El miércoles último ofreció ¡Madrid el cspeclácu- 
lo mas sublime y sorprendente. Era el día señalado 
por S. M. para dirigirse al santuario de Atocha á 
presentar ai Todopoderoso el fruto de sus entrañas, 
y el día en que el pueblo español había de consignar 
públicamente todo el cariño, toda la adoración, (oda 
el respeto que profesa á su querida Reina, á la sin 
par y generosa Isabel. 

Desde iti'iv temprano las calles y balcones esta- 
ban ocupados por un inmenso gentío, radiante de ale- 
gría y ansioso de lerhv y «lindarla por primera vez 
después del horrible atentado que poso en peligro 
su preciosa vida; y ese anhelo, ese jubilo que espe- 
rimetiLibun todos los corazones llegó al colmo de] 
frenesí cuando el estruendo del cañón y «1 repique 
de las campanas anunciaron que 5S. MM. habían 
salido ya de su real palacio. 

Es impasible describir i-l entusiasmo y la alegría 
que la prcsciiria de S! Sff, ¡ha infundiendo por toda 
la carrera. Lo mismo desde las calles que desde los 
balcones tío se oía mas gritó que el de ,1'ifn fa/ífi- 
nal Las damas gritaban con la misma efusión y agi- 
taban su» pañuelos en medio de las lágrimas de ine 
fable placer que se desprendían de sus ojos; 'el espa- 
cio se pobló de versos y de palomas, y las bandas 
de música, situadas en varios puntos de la carrera, 
entonaron preciosos himnos que fueron cantados por 
las alumnas del Conservatorio de María Cristina y 

coristas dej Teatro Real. 

«Al eulrar.SS, JIM, en el templo, díce el Be- 
rtdáo, ya oslaba su Divina Majestad manifiesto: allí 
esperaban el cuerpo diplomático, grandes de Espa- 
ña, los riiim'stfus, altos funcionarios y capellanes de 



honor, á coy» cabeza se hallaban el Enarco, señor 
cardenal arzobispo de Toledo y el patriarca de las 
Indias, SS. MM. se pok>raro| altado del Evangelio; 
la capilla cantó varias preeps, y en seguida la Reina, 
tomando á la Princesa de manos de la dama que ha- 
cia de aya, la presentó en el altar A Nuestra Señora. 
En aquellos momentos no había en el templo quien 
no derramara lágrimas de piadosa emoción: S. M. 
bis df rramaua también como tierna y cariñosa ma- 
dre. En seguida la capilla canlfi solemnemente la 
Salve y el Te-Dcum, y se terminó la ceremonia, 
siendo las cuatro y media. SS. MM. salieron del 
templo, y ordenada de nuevo la comitiva en la mis- 
ma forma que había venido, volvió por el Prado y 
Carrera de San Gerónimo.» 

Durante el regreso de SS. MM. á palacio fueron 
saludados con la misma efusión y entusiasmo: infi- 
nidad de composiciones poéticas y de palomas vol- 
vieron á poblar el espacio, y entre e| inmenso y fre- 
nético .clamoreo de la apiñada multitud llegaron 
SS. MM. al regio alcázar, como á las cinco y cuar- 
to de la Urde. 



La compasión es ain dispula uno de los senti- 
mientos que nías realzan el corazón déla mujer, y 
una de las especialidades de nuestro sexo nías gene- 
ralmente reconocidas por los hombres. No obstante, 
como no ha faltado quien, poco amigo sin iluda dfl la 
lisonja y de la adulación, haya visto en esta inapre- 
ciable cualidad de la mujer una consecuencia de su 
propia debilidad, vamos á rebatir esta suposición, no 
con nuestras palabras, sino con las autorizadas de un 
célebre escritor, que al ocuparse déla gran acción 
que ejerce en el corazón de la mujer el sentimiento 
de la compasión, se espresa en estos términos: 

«No hay mal que la mujer no alcancé á curar, á 
aliviar ni menos, y al fondo del cual no llegue á de- 
positar una esperanza. Cuando la tempestad aman- 
lona las nubes y las separa, las mezcla y las rasga 
en vastos fragmentos, un rayo de sol á veres atra- 
vesando semejante caos serena de nuevo el cielo,! la 
mujer es ese rayo dulce j consolador cuandola tem- 
pestad agita asimismu al hombre y le atormenta 

Una natural conmiseración, una simpatía irre- 
sistible la lleva hacia el que sufre. Todos los males 
inseparables de la condición humana ó que engen- 
dran los victos de la sociedad, parecen haber sido 
sometidos A sus cuidados. Ella es verdaderamente la 







procidencia del enfermo, del pobre, de la innumera- 
ble tribu de los desamparados. Seguidla en el oscu- 
ro aposento en que se abriga el pobre, cerca del le- 
cho del enfermo, del jergón en que gime él anciano 
solo y abandonado después de tantos, años de traba- 
jos; nada la aleja de esos sitios de pena y deaílicum, 
nada le repugna. 3Ias fuerte en estos casas i¡ne ti 
homhrt, ésa débil criatura elevad i por el sentimien- 
to y replegada toda entera en su alma, no vive mas 
que en ella. La mujer llena una misión celeste, trae 
autillos socorros á todas las necesidades, bálsamos 
para tudas las heridas, palabras que alivian todas 
las penas. » 



£<tpc»ii( [ut2 íjcie loa i3or¡iH¡írt;B itopch^cc» Ii:;h 

Sómi.v : 
Los escritores españoles de la. prensa periódica 
no política, no menos leales y adidos á su Reina 
que sus hermanos de la prensa periódica política, si 
bien lodos sin eseepluar uno solo, como españoles, 
han sentido una profunda indignación y un pesar fi- 
lial al saber que -un insensato había atentado á la 
preciosa vida de V, 81., sin embargo, como escrito. 
res ágenos «i tuda lucha violenta, y especialmente 
dedicados á reconstruir v á moralizar la sociedad 
que exageradas pasiunes desmoronan y desmorali- 
zan, ó á dulcificar las amarguras de la vida, como 
poetas y nombres de ciencia sienten también y w;:s 
poderosamente el deseo de poner A. L. R. P. de Y. M. 
el tríbulo de so filial respeto y de su amor, y de 
manifestar á V. M., no ya el horror profundo que 
les inspiró el enorme crimen del parricida, cuya al- 
ma baya perdonado ei Señor, sino el indecible júbilo 
que hoy esperimenlan al ver que la Providencia se 
ha dignado conservar de un modo lan milagroso á 
V. M. para gloria y consuelo de España, — Madrid 
íí de febrero de 18 ^i. — Señora.— A L. R. P. de 
V. M. — Por El Precursor, Manuel Cuendias, direc- 
tor; Joaquín Palomares, Manuel García y González, 
Bernardo García, José Rime Lafon, redactores. — 
Por La Union Midica, Ciríaco Ruiz Giménez, di- 
rector; Saturnino Villa Iba, redactor. — Por ti Álbum 
Popular, Mariano Víilacampa, director; Dionisio 
García Portillo, redactor. — Por el Boletín Jurídico 
Eclesiástico, Luis Cucalón y Escolan», director.— 
Por La Academia Militar, Francisco Panzano, di- 
rector, — l'nr El Faro de Administración civil, Ra- 



fael Tamaril de Plaza, director. — Por La Mujer, 
Emilia T. de Noble, directora,— Francisco de Pala- 
cio y Toro, escritor dramático. — Por La España li- 
teraria, Nicolás del Villar, director. 

— — ►**■»**«***♦«-« 

ANGÉLICA. 

ii. 

El astro de la noche se levantaba agigantada del 
seno de ¡as montañas, y empezaba á describir sobre 
la llanura un largo rastro dep'ata. Sus rayos virgi- 
nales, eslembándose como un mar de perlas sobre 
los remales de las casas y los altos chapiteles de los 
antiguos edificios de Compiegnc, formaban un raro 
conslraste con la completa oscuridad en que se ha- 
llaban sumidas sus estrechas v lóbregas calles. 

El cielo estaba puro y diáfano, y tan solo una 
nube parda, sobre Ja. que centelleaba una estrella, 
hacia resaltar el azul celeste de la eterna bóveda. 

Todo era silencio en torno: la ciudad dormía 
tranquilamente; ninguna luz se divisaba al través de 
las ventanas, y soiu turbaban el reposo universal los 
aliullidos de los peros y el soplo perfumado de la 
brisa. 

No obstante, de pié c inmóvil junto á la torre 
donde gemían los infelices condenados á muerte, se 
veía una mujer triste y silenciosa. Estaba envuelta 
en un ropage negro, y su negro velo Botaba á mer- 
ced de la brisa. De noche v de dia se veía perenne 
aquella mujer, apoyada en la puerta de ia prisión, 
pálida é inmóvil como la estatua de un sepulcro. 

Era Angélica, la esposa de Eduardo de Maílly. 

Falsas acusaciones tramadas por Magdalena v el 
duque de Alenfort le habían hecho aparecer á lo$ 
ojos del rey como cómplice de una horrible conspi- 
ración que tenia por objeto impedir su advenimien- 
to al trono. Habíanse presentado pruebas contra é\ 
apoyadas en falsos datos, y ó pesar de los ruedos de 
su esposa v los esfuerzos de algunos amigos que Je 
habian permanecido fieles en la desgracia, fué con- 
denado á muerte. Dos dias faltaban todavía para la 
ejecución de la sentencia, y ya no había esperanzas 
para el desdichado víctima inocente de una horrible 
trama. Magdalena y su nuevo favorito el duque de 
Alenfort iban á quedar satisfechos. Aquella conse- 
guiría por fin desembarazarse de un amante cuya 
presencia le estorbaba para alcanzar nuevos triunfos; 
este lograría ver abatido al odioso rival que leeclip- 



saba,, tanto en ti canino da batalla coma al lado de 
las damas. 

Angélica lloraba sin consuelo y pedia en rano 
que al menos la dejasen penetrar en la prisión para 
prestar los últimos consuelos á su ingrato esposo. 

Loca de dolor Labia formado un atrevido pro- 
ecto, en «I que cifraba su postrera esperanza, y 
aguardaba la realización de su plan presa de una hor- 
rible inquietud. De repente un mhleríoso personaje 
I atravesó la plaza y se acercó cautamente á ella. Di- 
rigiérouse algunas palabras en voz baja, después die- 
ron juntos la vuelta á la torre, v á una misteriosa 
señal que ambos hicieron se abrió una de sus puer- 
tas. Angélica se precipitó entre la sombra, seguida 
del desconocido. Luego la puerta se cerró y lodo 
volvió á quedar en silencio. 

ti .-i campana de la torre daba en aquel ¡lisiante 
las doce , , . , . 
En un sombrío calabozo, iluminado por la tenue 
claridad de una lámpara que pendía del tecbo, se veía 
sentado sobre un banco de piedra un hombre entre- 
gado al parecer á uu ajilado sueno, fijaba pálido, 
desfigurado, y á na ser por su anhelosa respiración 

■ se hubiera podido creer que había dejado de existir. 
Eslebunibrc era Eduardo, el héroe que un mes 
antes babia entrado triunfante en Choisy entre las 
aclamaciones de un inmenso pueblo, Habia bastado 
Una palabra de una mujer despreciable para derrum- 
bar al ídolo de su pedestal y arrastrarlo por el cieno! 
Ahora alian do u ai! o de todos, teniendo una piedra 
por lecho y itu calabozo por palacio, esperaba ana 
horrible muerte! ¡Guantas decepciones, cuántos lor- 

t montos, cuántos ilesenjfaiius habría sufrido en tan 
corlo tiempo! Para mayor suplicio los remordi- 
mientos mas crueles le destrozaban el alma. La 
noble conducta de Angélica, á quien lauto babia des- 
deñado y .1 quien habia hecho presenciar el triunfo 
> folla pérfida rival, acibaraba sus tormentos. Ni si- 
quiera le quedaba el derecho de quejarse Je su ad- 
versa estrella, pues su infortunio era merecido y se 
juzgaba digno del castigo que le imponía el cielo. 
El recuerdo de su tierno hijo, á quien no podría dar 
su última bendición, aumentaba su suplicio. 

Entonces le agitaba sin duda un horrible ensue- 
ño, porque sus músculos se contraían, pronunciaba 
palabras vagas y hondos suspiros salían de su fatiga- 
do pecho. En aquel ¡lisiante Se abrió la puerta v 
aparéelo Angélica, seguida del canelero y del dea- 
conocida, Era w l» uno de los pocos amigos que no 
habían «.dudado á .Moilly en Ja desgracia, protegien 



do los places que por salearle meditara Angélica. 
Esta había vendido todas sus alhajas para ganar al 
carcelero que debía proteger la fuga de Eduardo, 
Todo estaba va dispuesto para el efecto, Angélica 
trémula y palpitante se acercó á su esposo llamán- 
dole dulcemente en voü baja, Este se agita y mur- 
mura entre sueños con voz balbuciente: 

— Angélica... esposa mía,... perdón!,, no me 
maldigas, no cueutC3 á ftl hij'i los crímenes de su pa- 
dre!., por piedad Angélica... por piedad... concé- 
deme tu perdón, déjame morir tranquilo...! 

Angélica traspasada de dolor suelta un grito y cae 
de rodillas. Eduardo despierta y al contemplarla á 
sus pies se deshace en amargo llanto. Su amante es- 
posa le estrecha entre sus brazos, enjuga cariñosa- 
mente sus lágrimas y esdaina entre sollozos: 

— Todo lo he olvidado, Eduardo, lodo! He per- 
dido hasta el recuerdo de que lias podido amar á 
otra mujer v solo seque eres mi esposo, el padre de 
mí hijo 1 Eduardo, la naturaleza humana es frágil, to- 
dos estamos sujetos al error. Dirhuso aquel que sabe 
reconocerlo y deplorarlo. A pesar de eso no creas 
que te pida en cambio de mis desvelos que me ames 
y vuelvas á mí. No; tu eres desdichado, sufres, soy 
tu esposa, mi deber es seguirle, 

fSt coiilirtwrrá.J 
Ángel» Gnul. 



— **^**^ o **-° 



UN SÍES en la aldea. 



(coxtinOa,) 

Ha llegado el día, el día que Luisa, la intere- 
sante Luisa, nos decía seria de grandes acontecimien- 
tos. ¡Pobre niña! Ella tan hermosa, tan seductora, 
no puede atraer hacia sí ni una mirada del hombre 
que ama con el delirio del primer sueno de amor, de 
esc sueno que embriaga nuestros sentidos ron un 
bálsamo tan desconocido hasta el momento que nos 
rodea el primer albor del aura rosada de la juven- 
tud. ¡Cuan bellos son los recuerdos de esa époea fe- 
liz! Todo lo pasado nos parece hermoso, todo lo pre- 
sente triste; esa es una de las pruebas de la incons- 
tancia del corazón humano; caminamos por un de» 
I icio» país, y aunque admiramos con toda nuestra 
alma la hermosa naturaleza, en aquel momento tal 
vez no llena todos nuestros deseos; pero cuando al- 




: 

i» 



gunos años después nuestra memoria nos reproduce 
aquellos mismos árboles, aquellas cascadas, aquellas 
casitas blancas, entonces esdamaruos: si un pintor 
fuera suficientemente hábil para reproducir esta vis- 
la tal como la concebimos su nombre pasada, no 
dos queda duda, á la inmortalidad- Y lo mismo que 
este recuerdo son todos los detnás que nos rodean en 
el transcurso de nuestra vida. 

Pero dejemos reposar todas estos ideas, de- 
mos tiempo ala hermosa huérfana de reponerse de 
aquel combale que sostiene con su corazón, para que 
se presente en el salón radiante de alegría, y una 
tranquila sonrisa vague por sus labios de coral. En- 
tre tanto volvamos ios ojos y miremos á la hermosa 
castellana; reclinada sobre un precioso diván, una 
dulce sonrisa hace entreabrir su perfecta boca, una 
de esas sonrisas que marcan lus ho vuelos de tas me- 
jillas y que tanta gracia dan al rostro; quizá seríala 
primera vez que sonreía desde la muerte del desgra- 
ciado Pedro, Su negro vestido de raso nos da a co- 
nocer que el primer año de lulo espiró; su adorno 
de azabache da á su blancura una trasparencia des- 
lumbrante; su mirada llena de amor está (¡ja en su 
precioso Garlos; él es el que absorbe todos sus pen- 
samientos, todas sus esperanzas, todas sus ideas de 
felicidad. El niño con ese candar santo de ¡a inocen- 
cia juguetea, sentado sobre las rodillas de su bueae 
madre, con sus ondulantes rizos. Ida y su hijo for- 
man un grujió tan seductor que no es posible á m¡ 
inesperta pluma trazarlo con verdad. 

Eu este instante se mueve el gran tapiz que in- 
tercepta el paso al elegante salón donde madre é hi- 
jo permanecen abrazados, y un criado saludando 
respetuosamente anuncia al caballero marqués de] 
Olmo. Pocos segundos después Enrique besa con de- 
tirante emoción la mano que la joven le presenta cu- 
bierto su rostro de precioso carmin, 

— Marqués, le dijo señalándole un sillón que ha- 
ia á alguna distancia de donde ella y su hijo se en- 
contraban, sentaos. 

Pero aquella orden no le pareció conveniente 
obedecer á nuestro héroe, porque permaneció en pié 
delante de Ida, lo cual pareció desconcertarla algún 
tanto. Sin embargo continuó: 

— Nuestros amigos aun no han venido; sois el 
primero que ha acudido á mi llamamiento; gracias, 
caballero, por mí y en nombre de mi Carlos. 

Y la hermosa castellana, en uno de esos traspor- 
tes de maternal amor tan frecuentes en las madres, 
oprimió la preciosa cabeza del uiiiu con sus manos, 



llenó de besos aquel rostro inocente y perfectamen- 
te bello, y lleno su pecho de indecible placer es- 
clamó pintándose en su hermosa frente lodo el orgu- 
llo que es capaz de sentir una madre: 

— No es cierto, marqués, que el pobre huérfano 
es hermoso? decidme, me engañad amor que siento 
por este objeto querido? ¡Pobre niño! Jas lágrimas y 
el luto le han acompañado desde la cuna. 

— Señora, replicó Enrique, el amor maternal 
no os ofusca; Carlos es hermoso como su madre, y 
también tiene, no puedo menos de hacer justicia á su 
desgraciado padre, aquellas maneras nobles que tan- 
to le distinguían. 

Enrique tal vez se hizo violencia; pero compren- 
día demasiado el corazón de la mujer amada, para 
no usar este lenguage leal y si acero. 

— í'or b demás, continuó, la suerte del hijo de 
Pedro, señora, no la encuentro tan desgraciada, por- 
que vos sois el modelo de las madres, y si Carlos 
perdió un jiadre cariñoso y valiente, creo bien que 
el marqués del Olmo puede y será su mas constante 
apoyo; él guiará los pasos del niño, y él, señora, de- 
sea formar las ideas del joven y el corazón de! hom- 
bre. 

Ida conmovida y turbada tendió la mano á En- 
rique. 

— Oh! si, Ida, ángel que formas toda la Ilusión 
de mi vida, dijo el joven arrodillándose ante ella, no 
puedo volverle aquella corona que el deber mellizo 
rechazar y otro hombre mas dichoso que yo pudo 
respirar, sí, pudo resjiirar el perfume de aquella* 
flores que había acatado siempre de rodillas temero- 
so de que mi aliento las empañara: aquella corona 
ya no existe; pero sí, Ida hermosa, sí, la que osten- 
tará tu bella frente será siempre á mis ojos de blan- 
cas rosas, mientras que el mundo contemplará siem- 
pre pura la corona de los marqueses del Olmo. 

(Se continuará. j 

I atullu B. dr l'crmol. 



Esponlclon qne lian «levado áS,H, la* huérfa- 
no* de empleaeloii y militare* ine residen 
en esta corle. 

Permita V, M. á tas humildes huérfanas perte- 
necientes á la clase de empleados y militares que re- 
siden en esta corte elevar basta su regio solio la es- 
presión del amargo y profundo dolor que ha opri- 






mido sus corazones por el hecho ¡nral ifirable que tan 
justamente indigno á todos tos españolea. 

Privadas de I09 autores de sus dias, reasumen 
en la persona de V. M, todos los cariños posibles en 
'9 naturaleza, y la aman con esa efusión, con esa 
ternura que solo el corazón de la mujer es capaz de 
sentir y comprender. 

Nuestros brazos, Señora, no son bastante Tuertes 
para empuñar el aren» y ser el escudo de V. M. , 
mas en nuestros pedios hay valor > entusiasmo, y 
1:011 él se hubiesen interpuesto gustosas entre el pu- 
ñal aleve y su regia persona; pero, Señora, V. M 
Iuu necesita quien la delicada porque no tiene ene- 
migos, ni puede icnetlos la virtud, la belleza y la 
inocencia,. 
La aberración de un fanático ha demostrado al 
mundo entero cuan simpática, cuan querida y cuan 
adorada es para lodos sus subditos la generosa, la 
magnánima Isabel. 

Las huérfanas, Señora, solo piden á V. M. su 
digne dispensar el atrevimiento de dirigirla sus lea- 
les y sinceros votos, felicitándola por su pronto y 
total restablecimiento, ínterin elevan tiernas súplicas 
al Supremo Hacedor por la conservación de su pre- 
ciosa existencia. 

Madrid 11 de febrero de 1832. — Señora.— 
AL. lí. P. de V. M.— Alfonsa Casariego del Pa- 
ilrrj, Rosario Mcnacho, Manuela Santiago Marti ucz 
María de León, Florentina Fernandez de] Campo, 
Emilia Menendez v Domínguez, Francisca Pinto 
Llinas, María del Carmen Duque y Xieolau, Pilar 
Prats, María Isabel Muñoz, María del Amparo Por- 
tillo, María Josefa Portillo. Gumersiodíi Bercar, Ma- 
nuela Sigücr, María de la Soledad Sigtier, María de 
Pilar Mantillas. 



S. M. la Reina se ha dignado dirigir al presi 
dente del Cousejo de ministros la caria autógrafa j 
que sigue; 

«Bravo Morillo: Prosternada ante la Divina Pro- 
videncia por su señalada protección y favores inu- 
uiluí, mi corazón se halla conmovido ante bis. de- 
mostraciones de amor y lealtad que recibo á cada 
instante de mis subditos. Estas demostraciones, sin 
embargo, pudieran concentrarse en un objeto que 
simbolizara de un modo permanente el carácter re- 
ligioso y benéfico de los españoles. Con este lin de- 
que el gobierno tome la iniciativa para abrir una 



auscricion voluntaria, cuyo producto se destine A 
edificar uno ó mas hospitales en conmemoración del 
nacimiento de mi amada luja, y de mi presentación 
á mi pueblo, después de las bondades que Dios me 
ha dispensado en estos días. —ISABEL. —Febrero 1 1 
de 1852,. 

> »»eo **« «■« « 

PENSAMIENTOS DE MUJERES CELEBRES. 

La austeridad es el fausto de la virtud: adictas á 
nuestros deberes llenémoslos sin imponernos otras 
leyes mas severas, Apretar demasiado un lazo es ar- 
riesgarse á romperlo,— Alad, ¡tircoboni. 

La dulzura es para la mujer el mejor medio de 
tener razón, — Alad, de Maintenon. 

La amistad es la única rosa de este inundo que 
lio tiene espillas. — }lt)d. de AIotHcÉpan. 

La dicha es hija de las afecciones mas que de los 
acontecimientos. — Alad, linyand. 

La mujer que tiene una debilidad, aníllenla sus 
desgracias. — Alad. Caitlit. 

Ninguna mujer debe casarse sin reflexionarlo 
bien. La hermosura y la fealdad Se presentan casi 
á un mismo tiempo, y ambas disminuyen por ¡a cos- 
tumbre de verlas frecuentemente. Las mujeres que 
carecen de buenas cualidades, poseen muy poco por 
bellas que sean, — Alad. Lambtrt. 

Cuandose fundan Jas uniones en la inclinación j 
en los principios, la cadena es indisoluble, porque 
uno de los objetos se refiere al cielo y el otro á la 
tierra. — Alad, Xrchtr. 

La economía de los sentimiento* y de los place- 
res es la única razonable en et gobierno de una fjmi- 
'ia. — .11 ti d. .Vino 11. 

Una mujer joven no puede tener sin peligro mas 
amigos que &u marido ú Su padrt!. — Mad. de Espi- 
náis?. 

Cuando somos jóvenes, el deseo de agradar nos 
hace amables; mundo viejas la necesidad de ser 
amadas nos obliga á hacer bien. — .Ifací, >'"/!<! i'wi- 
nitr. 



MADRID, 1852. 

Im:iri»ni« »H* i!od Jiw TruJIll». Itljü. 
Calle de Sí aria Cristina, número s. 



Año I. 



Domingo 29 de Febrero de 1852. 



Num 31 






■ 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Esle periódico sale lodo* los domingos: se suscribe en Ma Irid fin las librerías de Monier y de Siesta, a 1 rs. al mes; j en proiüi- 
ctis ID rs. par dus meses franco de purle, remitien.'oiigslibuinia a Carurde nuestro impresor, 4 sellos de frsaqaco- 



Cuando dirigimos una minda y paramos la con- 
sideración en Ja manera corno su conducen actual- 
mente las madres con sus hijas, y vemos que basta 
para ese sagrado ministerio, el mas importante, el 
mas respetable que puede ejercer una mujer, lia dic- 
tado sus Leyes la moda, destruyendo y ridiculizando 
manto tenia de respetable, de prudente, de previsor, 
inclinadas estamos á escusar la mala opinión en que 
/os hombres nos tienen, y el disfavor con qne gene- 
ralmente somos tratadas por ellos siempre que no 
ven en las mujeres un inslrtimenlo de sus placeres ó 
ambiciones. 

En tiempos anteriores quizá la rigidez de las 
madres if>a mas allá de dunde debiera; quizá se re- 
sentía la manera de tratar á sus hijas de escesiva re- 
serva; quizá preponderaba el respeto á espeosas del 
cariño, no del cariño maternal nunca, pero si de la 
juiciosa confianza que lanías dulzuras derrama en- 
tre una madre y su bija; pero de esa conducta en- 
tonces ejercida por las madres, no se resentía la vir_ 
lud de sus hijas; en su educación se notaba poco es- 
mero, y su trato eu sociedad no era muy ameno; pe- 
ro conocían bion sus deberes y los cumplían con la 
mas escrupulosa religiosidad, y sus padres, sus es- 
posos después, y sus hijos mas tarde, cogian el fru- 
to de aquella rigidez con que las madres ejercían sus 
altos deberes; y los hombres todos hallaban en nues- 
tro sexo las virtuosas compañeras que babiande en- 
dulzar su vida, las madres que inspiraron en sus hi- 
jos ios principios de virlud y heroísmo que hicieron 
proverbial la honradez castellana, é hicieron triun- 
far el pabellón español en lodo el orbe. 

Pero esas madres á la moda que establecen con 
sus hijas la mas completa iulimidad, y las bacen las 
tonudenles de sus eslravíos apenas saben hablar; que 



luego son elias mismas las intermediarias de sus 
amorfos; esas madres que solamente enseñan á sus 
hijas á engalanarse y á manejar intrigas y aventuras 
de sociedad, ¿cómo han de formar buenas hijas, es- 
posas Heles, madres respetables? ¿cómo se han de 
conseguir las mujeres así educadas ¡a consideración 
y el aprecio de los bomhres? 

¿Y esas madres imprudentes con su fácil educa- 
ción hacen acaso mas asequible la felicidad para sus 
bijas? Ab! no, que su imprudencia es biea pronto 
maldecida por sus hijas infelices, por esas hijas que 
destituidas de todo principio de moralidad, de toda 
ideu de buen orden, no encuentran un pensamiento 
que ocupe su mente cuando cesan las ilusiones de la 
juventud; ni un sentimiento que lleue su corazón 
cuando los desengaños ai desaparecer coa la juven- 
tud dejan en él vacio y amargura. Oh I qué diferen- 
te es la vida de aquellas que se educaron con la ri- 
gidez antigua que tanlo se ridiculiza! Encontraban, 
siempre en su propio corazón consuelo para to- 
das las adversidades, resignación para todas las 
desgracias, principios sanios para triunfar de to- 
das las pasiones; se veían respetadas por los hombres, 
estimadas por sus esposos y adoradas de sus hijos, 
inspirándoles gratitud la rigidez de sus madres, á las 
cuales no cesaban de bendecir. 

Oh! y cuántas desgracias lia traído sobre nues- 
tro sexo esa diferencia en la manera de comprender 
y ejercer ios deberes maternales! Oh! cuánto hemos 
perdido de bienestar, de consideración, de estima- 
ción! ¡cuánto la sociedad entera, en la cual á pesar 
de loque quieran sosten rr los hombres la mujer 
ejerce una ¡afluencia inmensa! 

Quizá á primera vista parezcamos excesivamen- 
te austeras escribiendo loque antecede; pero la que 



!;• m¡<y. 



I «hni-nil >j 






iüo Birle, si a tablar de él ñoMHjIIga nuestra pr 
pia defensa. 



i jui^ui; así que examine la sociedad achia!, dirija 
ana mirada retrospectiva á la de nuestros padres, y t . 

compare; qu, reeuerd- 1Í3W sideración, d raspeo &Lifl¡wl.n y ..«0(0(1,, («remos aqui pumo abs- 

y el bienestar que enloflC* disfrutaba rfiiestijpttxo, teniéndonos de ...nielar y analizar la composición 



y la desestimación ^a 4»c&jqiteda«i* quepsiajioy 
mirado, y procure penetrar el motivo de este enru- 
bio; y á la vez que lamentará el eslravio de las m*-. 
dres de esta época bendecirá las madres rígidas que 
ya van dejando J-- existir, y cuuocen» .[Lio ¡ia-ia 
cierto punió la poca consideración que ios hombres 
nos di spensan es fundada y merecida, y seria esc usa- 
ble si ellos no hubieran sido los promovedores de 
tan lamentable y desastrosa reforma, 
— Si-el«bjeto de-bus -madre* w Iwcer Miees-á~stw 



del tatvijiápiízcluwo, ja por rain» del ningún mal 
que puede causar á nuestro sexo A. pesar de su cari- 
tsiiví intención, ja porque generosas basta con nues- 
tra* enemigos no queremos destruir sus ilusiones, y 
ya linaliiitrrle porque, ¡Jl.limaiuetHe cojivencidas Je 
que hay una justicia providencial <[W ■> to'las pactes 
llega, á ella encomendamoa el ien HAc titim'ujo de fas 

miijífeí, fí inte «utiitizniorio. 

.^, ..^ £.*.%.* ***-* 



hijas, convénzanse deque con esa imprudente con 
ducta, con esa corífiiirtzfl ún límites, inculcan eti itíi 
tiernos corazones gérmenes que han de I raer sobre 
ellas la desgracia <ie su vida entera. Deténganse pu*s,' 
é imiten la rigidez antigua, que es mejor garantí 
del bienestar de sus hijas. 

^¡fj . = . s<i< _' ■ I 1 » '( 

Hemos "visto unas sruiiírfifíftí qii'e bajo rl epígra- 
fe Ta mujer publica la Glítfftcü dé! San Sebastian: y 
¿pesar de que seria una ¡inactiva de las mas terri- 
bles que pudieran dirigirse n HkiüiWb sfeio; sí mu- 
forme revelan intención tuviesen otras cualidades, 
no nos ocupariamos áe etla% 'dejando que fu autor 
esprimifsií á su sabor la ira que ñu duda le produ- 
jera alguna contrariedad- sufrida 1 v con que en ktis 
ilnsiones no contará] rbhviímíd.-is de qur Ids'itósodi- 
chüs seguiílilins habían de fierjurliear jifera al se\o A 
qtre se dirigen, porque i-vn envenenadas diatncas 
solamente revelan H üesperbodecihifen no teniendo 
razón para quejarse de stí pur;i fortuna, arroja ludo 
el veneno que le proilucé su propia desgracia contra 
el sexo entero i qtie pertenece quien la produjo, 
qu¡r.i sin imaginar hacia tamaño mal. Pero cóiño 
apenas se deslna en nnVstrópote periódico la me- 
nor alusión al seso fuíHé: nos vienen pidiendo' los 
Bombrrs en su* pñblícáHrihes la razón de rrt&tro 
<h'cbo:'i!omo la pu!.lLc;lriúi. en mi periódico di- 
versos, que bien pueden calificarse de libelo contra 
fas mujeres, lévela la rafcll :, p>opeWoii con que los 
respetables ¥»dh'w «Oí ai fu ftpiíirrtt jtrWira 300-" 
jen cnanto para rehajar^ zaherir y desprestigiar h 
nuestro sexo se imagina é rnVetrli, obligadas boa ve- 
mos á lomar acia' de ésla publicación para cuando se 
íjos arguya de ir muy allá en io que digamos del 



ANGÉLICA. 

ti. 

w m 

• —Si, segnirte ¡i lodas parre?, ronlinuñ Angélica, 
minorar ttrs padecimientos v sec til rohsuelo eo '<i 
desgracia. No bajo mas ijm mi deber, y por ronsi- 
gUteátctti te aniso de (o pj&Mirb! ñi •pidírecompen- 
s a para M venidero, 

-Oh' yo te la darla. Angélica, yo sabría dárle- 
16 y muy cumplida', íi deseo conservar mi existen- 
cia «s solo para probarle mi agradecimiento'. Es para 
amarte y Srr eternamente tu esclavo, para alcanzar 
gloriosas coronas y ceñir con pitas tu frente, para 
■ -Miíi¡iensarle a Hierza dé cariño y -nt rificiüS de los 
males que le he cansado litóla ahora, oh la mas lio- 
ble ) sania de tas mujeres! Peni ;av! lejos de eso 
me espera |a muerte, |a nfifci horrible muerte, paes 
aumenlan su hunor los remocdimieolos!.. Vov a 
dejarte a íi y ¡i mi puliré hijn eu la horfandad, el 
desamparó y aun tahe/ la nigeria!.. 

— >'o, no híór'lriis', es' Luna Aii^'éüca; todu lo he 
¡ircVeniuo, he dispuesto ti: fu'ga. uniremos, áinadíi 
litio, seras libre i aun te ¡'Sperali largflS años de VPÍ1- 
liir;i i-a Au'es'iros lira/us, 

La> palátrásv los ronstiílós ile Angélica ceani- 
ñíardrí algún tanto al p'rismriefo, que se rliidc al KU 
á sus ¡nSloiirias y>r presta á la ruga proyectada. 

Salen 'de la prfiffiñ y de la , iitda.l; n"na barca los 
espera. Üml.'nii el (tise, \ i U\»r de las (¡nieblas se 
alejan de Crirniiir-iu-. Al aparecer el sol estaban le- 
jos va.... estaban salvad. 

Habian transcurrido qninre días desde estos su- 
cesos, cuando en una noche lluviosa en qoe la nieve 



caia á grandes copos, cubriendo con m capa diáfa- | 
na ios árboles \ la llanura, llegaron núes- ¡ 
Iros proscritos á las inmediacHjnes de Choisy. 
La noche eia espantosa. La mas dütisa oscu- 
ridad reinaba en la atmósfera, y al través de 
Iob' copos desnieve que volaban en alus del «tonta 
se descubrían las montañas fnl"'[;i mh.iiI >■ blancas. 
Algunos árboles desmesurados, esparcidos ara y 
acullá por el camino, parecían íaniastnas dispuestas 
á guardarle, y ia brumazón que. cubría sus ijescar- 
nados troncos cual una ropa diáfana, fascinaba al 
viajero con taimas íanUislieas cisiones. Soplaba un 
viento .penetrante que gimiendo por entre ia maleza 
imitaba oi> algttn modo los posli -nrus a\es de un n >>■ 
ributido. y su murmullo se confundía con. el lejana 
inurniiillo de Las aguas del Otse. 

Hendidos de fatiga, transidos de Ihijnliro y de 
frío, calados de agua, llegaron nuestros fugitivos á 
una posada poco distante de los muros óVChoisv. 

Angélica babia agolado dorante estos atrasos 
sucesos Lodos los recursos sábados del railiargo que 
había hecho el rey de lodos im bienes de su esposo, 
y solo á fueria de lágrimas logró que les diesen asi- 
lo en la posada, permitiéndoles enjugar sus ropas 
caladas de agua junio al lindar. 

Los demás viajaros al verlos les hiñeron silio 
con una airada de láslinia y respeto. Eduardo, que 
no podía resistir el piso de sus remordimientos, se 
hallaba gravemente enfermo, y Sa palidez de su sem- 
blaule junto con su aire distinguido fijó las curiosas 
miradas de todos tos circunstantes. También llamó 

tsu ateiirinn Angélica con su rara de .'miel y su dig- 
nidad- de reina, qire formaba ifn singular coirtrdiífe 
con !a miseria que parecía agobiaría. Niriéronh'S va- 
rias preguntas; pero viendo que no estaban nmvilis- 
puestos á responder á ellas, Volvieron á lomar el 
hilo de SU interrumpida conversación. 

— ¿La habéis 1 listo? preguntó uno de elloí'á ím 
joven recostado negligentemente en nn babeo. ' 

— Sí, esta mañana al salir de la iglesia, contestó 
este con entusiasmo. 

— fQñá herniosa es! ¿no es verdad? 
— TieniJ él airte de una reina! 
—Es un portento de belleza! 

— L'na mujer admirable! 
—¿Quién es atora snamanle? 

— El darjfte de Atenfort. Está nadando «a ta 
opulencia. 

— Como siempre. Esa mujer no conoce la dea- 
gracia porque no tiene alma. 



iJsil 



—No obstante me ha parecido' verla palidecer 
esta mañana al oir el prego». 

— ¿Qué pregón? 

—¿No lo sabéis? Mailly, que estaba condenado á 
muerte por conspiradur, se ha escapado y Se están 
buscando por todas partes. 

Los nroscrilos cruzaron entre sí una rápida mi- 

rada, v Eduardo por un movimiento, inwiluulano se 

cubrid el rostro' ion la cana. Pur fortuna nadie ob- 

■ . 

servó esle mowmieino, y los dos interlocutores con- 

límiaron su diálogo. 

— Y bien, ¿qué tiene que ver el pregón con 
Magdalena? . , . . , 

— Ese hombre ha sido su amante. 

— ;Q«« sencillez! Esa mujer solo tiene Los aman- 
tes pur vanidad; para ella son objeto de lujo y nada 
mas. 

Angélica temiendo que su esposo fuese recono- 
cido, pues no podía dominar la wok'üla sensación 

1 ■ I r 1 ■ I 1. 

que le agitaba, le ayudo a levanlarse porque se ha- 
llaba en un estado de ¿unía postración, y le llevó á 
un cuarlilo inmediato" donde el compasivo posadero 
acababa de estcmlrr un puco de paja. Luego le dejó 
solo, volviendo, [unto al bogar para oír hasta el fin 
ile aqurll;i conversación quelanld la interesaba. 

Eduaidu estaba agobiado bajo el peso de su an- 
gustia. Lo- renwdi^jentosile su pasada conducta, 
'.-: pesar de haber antepuerto aquella inláine mujer á 
su \irluusa Augéjica, el temor de ser descubierto y 
Jas angustias que |e¡ esperaban eoiurcslaule del viaje, 
lodo se piv-ifnlaba suc.esivameule á su imaginación 
y destrozaba su alma. Su miseria era smna, y cuán- 
tos, sufrí m ¡en kis les esperaban antes que lucrasen 
pasar la truLleral Nada le importaba ¡i él la muerte, 
perú ¿y Angelu:¿i: Angélica tan delicada; expuesta al 
liio, al hambre, a la fatiga, ¿qué sería de Angélica, 
qué seria de su tierno. hijo? Eran la o atroces Sus re- 
uiuiiliniieiiUJi; que deseaba espiar sii pasada condue- 
la cQii.algují penoso, sacrificio. Formó pues el pro- 
véelo de ir a pedir una. liniosnaá su antigua amante, 
y después de luchar algún tiempo éntrelo que él 
.creía su. deber, y su .orgullo, abrazó esle partido y 
salió sin ser visto de la posada. 

Quien le hubiese visto tan-ahalido pocos momen- 
tos antes, no le hubiera reconocido al Terle atrave- 
sar con rapidez los campas etibieríos de hielo, y sin 
hacer caso de I os< copos á e/nieve que blanqueaban 
su («"apa. 

La fiebre qae Je abrasaba le comunicaba "^ain- 






creíble ftvrza. Distingjiiasei lo lejos sobre las i ^ 






el rojizo reflejo Je tas hogueras encendidas por las 
tropas, esparramadas por aquellos alrededores. 

(Se continuará.) 

AngTl. triol- 







Kn uno do los números del diario oficial de Co- 
penhague ha visto la luz pública uor primera vez un 
documento ioleresante, cuto original se encuentra 
en los archivos secretos del Esludo de la indicada 
ciudad. Dicho documento es la carta que la joven y 
desgraciada reina Carolina Matilde, esposa de Cris- 
tiano VIH, rey de Dinamarca, escribid; desde el luga 
de su destierro el dia de su muerte á su hermano e 
rey José III de Inglaterra. Dice asi: 

«Soberano señar: A la hora suprema de la muer- 
te me dirijo á vos á i'm de manifestaros mi agrade- 
cimiento por las bondades que me habéis dispensado 
durante mi vída, y mas particularmente durante la 
época de mis dilatados infortunios. 

«■Muero tranquila y resignada, pues nada me 
rellene ya en el mundo, ni los atractivos de la ju- 
ventud, ni la esperanza de una felicidad incierta. 

«En efecto, ¿qué atractivos puede ofrecer la \\- 
da á una mujer que se hulla separada de Jos seres ;i 
quienes mas ama, como son su esposo y sus herma- 
nos v hermanas? La triste vida que yo lie pasado 
siendo reina puede servir de nuevo ejemplo al mun- 
do de que la corona y el cetra no son bástanles pa- 
ra librar á los humanos de infortunios. 

• •Declaro aquí que estoy inocente de los críme- 
nes que se me han imputado, y al consignar esta de. 
claracion sobre el papel me tiembla la mano y corre 
por ella un sudor glacial como el que precede á I* 
muerte. Soy inocente, sí; y pongo de ello por testi- 
go al mismo Dios que me ha criado y que bien pron- 
to habrá de juzgarme. Ruego á ese divino Señor 
que ¡uilií» de mi muerte se sirva iluminar ni mundo 
haciéndole ver que no he merecido ninguna de las 
"írribles acusaciones que contra mí se han fulmina- 
do, y con las que han tratado mis cobardes enemi- 
gos de mancillar mi reputación, arrastrando por el 
lodo mi dignidad regia. 

•Señor, prestad crédito á las palabras que salen 

los labios de vuestra hermana moribunda, que 
Ȓdo" reina, y mas aun como cristiana, apenas osa- 
ría uvocar ningún recuerdo de la vida eterna, si su 
última confesión oo fuese sincera. Muero conten- 
ta'? , liúis creerme, pues los desgraciados bendicen 
K ' .ore la hora de la muerte. 



■■Mas esperi mentó un pesar mas horrible que la 
misma agonfa, por no verme rodeada en torno de 
mi lecho moribundo de ninguna délas personas 4 
quienes amo, á fas que suplicaría si aquí estuviesen 
que me diesen un último adiós, que me consolasen 
un poco T : tendiéndome una mirada compasiva, y ine 
ayudasen á cerrar los párpados para siempre. 

«Sin embargo, no me hallo tatas Dios, único tes- 
tigo de mi inocencia, rae contempla en este momeó- 
lo en que postrada en ni i tríate lecho sucumbí) vic- 
tima de has padecimientos mas agudos. 

■ El ángel de mi guarda esliende sobre mi cabe- 
za sus alas, y se prepara á conducirme ¡i la mansión 
en que podré tranquilamente rogar á Dios lanío por 
las- personus á quienes amo como por mis vor- 
; dugos. 

A'liiií. hermano mió: el rielo os colme de ben- 
diciones, asi romo también i\ mi esposo, mis hijos, 1:1 
Inglaterra, la Dinamarca y el mundo entero. Y yo 
entretanto os ruego que mandéis que mí cuerpo sea 
depositado en la tumba de mis mayores. Recibid el 
último adiós de vuestra desgraciada hermana 
«C.uiolisa Matilde. 

fCeltefen Hannover) 19 de mayo de Í7Í5. 



Hft»A-9(^4«^- 



UN BIES EN LA ALDEA. 



(COKCLrSIOB.) 

— Di me que si, herniosa Ida, dinie que me amas 
como el día supremo que alzando tus helios ojos al 
ciclo le hacías testigo de la le de tus palabras. Oh! 
si vulvicra yo á escuchar aquellas frases tantas ve- 
ces recordadas, lanías veces analiodas, porque ellas 
eran un rayo de luí que siempre me iluminaba; mi 
coraron senlia un bienestar inesperable cuando sin 
cesar las repelía. ¡Qué dulce era el eco que entre 
sueños engañadores escuchaba! si, engañadores por- 
que en aquel instante en que cual una aparición ce- 
leste aumentabas mi pasión, tú prodigabas lus cari- 
cias á otro hombre mas dichoso que yo; pero no, lú 
no has podido decir á otro, que Enrique: «le consa- 
gro mi vida entera» . porque tú no eres de esas mu- 
jeres que juegan con las afecciones mas santas del 
alma; tú solo has podido decir una vez y á un solo 
hombre: «te amo, sin tu amor el firmamento se cu- 
bre para mí de nubarrones cenicientos y tristes, mi 
alma no respira tampoco el perfume de las flores, las 



montañas no me parecen majestuosas sino cuando I sas de Castilla, y yo, quiero que el hijo sea rico. 



las contemplo apoyada en tu brazo!» ¡Qué celeste 
era aquel día lu mirada', aun me embriaga de amor 
su recuerdo; que oiga yo de tu boca que la memo- 
ria de mi constante amor le es grata y que te digna» 
colocar sobre tus hermosas sienes la corona podero- 
sa de los marqueses mis antepasados. ¿No calculas, 
Ida bella, lo que he sufrido por tí cuando otro liona. 
bre pudo llamarle su esposa? ¡Cuánto be llorado, 
cuánto be padecido! y todo este martirio que he lle- 
vado con tanta resignación ¿no ha interesado lu co- 
razón? Piensa en aquel día de abnegación, en aquel 
día que le tenia en mis brazos y podia hacerte mia, 
huir contigo, pues tu casamiento auu no estaba con- 
sumado, porque por una de esas combinaciones de. 
destino, aun no concluida la sagrada ceremonia, ej 
sonido de llamada que nos habia separado al píe del 
ara te arrebató también á Pedro, solo que él no tenia 
que hacer traición á ninguno de sus juramentos pa- 
ra volver á estrechar su mano con la tuya! 

Pero tu corazón, continuó Enrique, entonces y 
ahora d be ser mió y no ha podido pertenecer á 
ningún otro, porque mil veces me has jurado amar- 
me hasla la muerte. Aun me parece que me encuen- 
tro poseído de aquel vértigo que corría por mis ve- 
nas; le estrechaba contra mi corazón, le tenia en mis 
brazos, tenia en mis brazos á la mujer amada deli- 
rante como yo de amor, que impulsada pur un vér- 
tigo desconocido me decía que me amaba, me recor- 
daba la historia de nuestra pasión, de aquel amor 
tan puro como el ciclo; y á dos pasos de nosotros es. 
taba el hombre que me la arrancaba de mis brazos 
en el momento que mas la amaba. Porque vivir sin 
ella era una agonía terrible, pensé huir, pensé en: 
ello; pero una mirada suya fué mas poderosa que ni ' 
pasión; ella me ordenaba depositarla en los brazo* 
del hombre que la sociedad le daba el derecho de 
llamarla suya. ¿Te acuerdas, Ida? Yo mismo te con- 
duje hasla él, hasla aquel que me habia usurpado lu 
posesiou. Mas ahora eres libre y puedes decirme: 
t Dios lo ha querido, Enrique; él solo ha querido que 
sea luya, luya para toda una eternidad. « Pero, Ida, 
respóndeme; estás pálida y convulsa, y estrechas á 
lu hijo contra tu corazón; no llores, Ida mía: Carlos 
será mí hijo ahora y siempre., Y tú, pobre niño, ¿por 
qué unes tus lágrimas á Las de lu buena madre? Ven 
á mis brazos; ya no eres huérfano, eres el hijo del 
poderoso caballero del Olmo; eres rico porque tu 
madre desde hoy es una de las señoras mas podero- 



tan rico como su madre, 

— Gracias, Enrique, dijo Ida alzando su hermo- 
sa cabeza; gracias por mí, gracias por mi Carlos; 
pero la esposa de un héroe solo puede pertenecer á 
sus recuerdos. Vuestras ofertas impresionan mi co- 
razón, este corazón que algún día os pertenecía lo- 
do entero; pero ya oslo dije eu otra ocasión; Ida ha 
muerto desde el día que entregó su mano al mejor 
de los hombres; sí, ha muerto, solo puede vivir pa- 
ra su hijo y sus recuerdos. Por lo demás, vuestro 
amor me llena de orgullo, porque sois digno de que 
se os ame como yo os amé algún día. Escuchadme 
bien, Enrique, mí corazón pertenece á lu memoria 
'li'l padre da mi hijo; nadie tiene derecho á dispu- 
társelo. El humilde aldeano engrandecido por su va- 
lor es mas noble para mi que los mas ilustres seño- 
res de la tierra, y nadie puede llenar el vacío que 
él ha dejado. Vos soií, Enrique, demasiado genero- 
so; valéis uiucho para que os quiera otorgar un 
amor que uo os pueda pertenecer esclusívamenle. 
Algun dia'el recuerdo de Pedro me entristecería y 
vos podríais exigir que sonriyera; entonces, creedjo, 
sufriría mucho, las almas como la mia, que cdiu - 
j prenden toda la poesía del amor, no pueden entre- 
gar su mano al hombre que amaron, después de 
haber visto caer á sus pies deshojada la blanca coro- 
na que adornó su frente. 

V estrechaudo contra su corazón al pequeño 
Carlos, esclamó: 

— Tu madre solo vivirá para tí„hijo mío. 

Ida alzó con orgullo su hermosa cabeza: habia 
triunfado el amor maternal. 

En aquel momento llegaron los amigos de la be- 
lla castellana. Luisa, la interesante Luisa también 
vino con el corazón oprimido á colocarse al lado d"e 
su hermana para escuchar, según ella creía, la noti- 
cia de su casamiento. Estaba tan pálida, y sus ojos 
tan lánguidos y tristes, que no se la podia mirar sio 
emoción, 

Enrique se aproximó galantemente á la pobre 
niña y le prodigó algunas lisonjeras palabras, á las 
cuales la candida Luisa apenas pudo contener sus 
lágrimas. Enrique comprendió lo que seulia aquella 
alma inocente, y sesonriyó. Su amor próp?rt. estaba 
satisfecho: Luisa era perfectamente hermosa; sil -**ir 
tro tenia esa aureola de inocente tristeza que sein. 
prime en las frentes juveniles con el primer rayo que 
preside al amor. 



I 



"-Ka'tnlré'táiilcr.'i'iíí^iwsícliácet un delicado 
iplimiento á cada uno de-sns iWolfebí', JCs paftídi^ 

. e sil deseo de verlos era para anunciarles" que 
la lipiria se hahia dignado conceder á su lujólos tí- 
tulos qué el desgraciado Pedro habla ganado en «l 

tta.üu „,-,„.;,..,-, 
campo enemigo 

— Este rasgn, scuores, dijo Ida, no necesita co- 
mentariós- Mi hijo no olvidará ¿tinta que es híjd 
de un laíiénlé; su padre quiso morir ¡¡brazado ¡i su 
bandera, v mí hijo será digno, señores, de kis Lon- 
cíados de I." jjían Reina ijue ocupa el Ironía de San 
Fernando, v morirá si ucee jario fuera como SU Ü us- 
trc padre, esclavo de sus juramentos. 

Enlomes Enrique se indinó respeluosaujeiile (lu- 
íante de Ida, y k' dijo .algo cuumotidu: 

— Yo quiero laminen, señora, que este, -dio, sea 
para mi soleóme. Os demando eu presencia de -vues- 
tros, amigos la iimnu 4*-'^ señorita 'Luisa vuestra 
heniiana, 

La joven vertió dos preciosas I á» rima 5. Enrique 
había llenado los deseos de Su cuni/un elevando á la 

t hermana de Pedro hasta él. 
Ida eojíeitdo de Ja mono á la pobre niña, casi 
ilcsm.ivada de reinitas de Ama impresión lan fuerte 
como la que había recibido sti corazón: ■ 
— Seuorei, dijo cón'acé'mó sumáineoíe conmo- 
vido, aquí tienen Vds. á la 'esposa del caballera En- 
rique. Y lT¡,¥rermriu,i niin. acuérdale que érafs una 
humilde bija del pueblo; este recuerdo, Enrique,! 
.contribuirá ¡i tu es ¡ra felicidad, no lo dudo, porque] 
su .ilut. i es (j.-rniaua de la de Pedro. V tú, nioa mía, 
sé siempre digna del espeso que el cielo te da: 00 
olvides que todo so ío debes. Si, Enrique, estoy bien 
segura, dijo alargándole su mano, que sera digna 
de ¡levar ej lindo de marquesa del Olmo. 

l'ti mes tan suba he vieido al lado de la interé- 
same Ida v ilu sil hermoso hijo; su delirio pur este 
(linio tío se puede espfesar. Los jóvenes marqueses 
son completamente felices. El amor de Enríq'á'i 
<-ia Wa se ha convertido ..en urja adoración respeiuo- 
-sá que ni» encierra ningún, pensamiento terrestre. 
,.lVra se puede amar do trira manera al Jado de la 
candida Luisa.' Creo que- nu. Ella üie decia el día 
,que laf Tflojé poníanlo 5e.n1ijaiwnto: 

,,"*"" — ¿No es cierlo, amíjni tilia, que mi mes en ra 
-á'IJláía ha sido'sirurtclile liempo para conocer que 
*y llama (un justicia a Ida el ángel consolador de l.i 
montaña? 



1 Luisa tiene raion: mujeres como Ida pertenecen 
al cielo. 

- 

ViilnMii n. rtc l>rrinii 



Poesías nu i.v srvftRiTA Gkassi. — Llamamos la, 
atein-iuii ile me'-tni- mi-i j horas sobre el anuncio de 
est.is pítcslnsiqnehíiPUararter! su lugllr cnrrcspunilieto-' 
le. ¡Por falla de [iciupo no demos pórfido ocuparnos 
de ellas, pero eo el iii'uihto inmediato un dejar tiritas 
de consagrar algunas l.ineas á las bellísimas coinnu- 
siciones que contiene el libro de nuestra ilustrada 
amiga. 



Et-Bco yATPiiTiAií,«— Esle es el título (leona oom- 
i'i."-i¡'iim puétioil que ara Lía de escribir la ruuucidn 
aotríj U. J Josefa {íiiu, ppo unitivo del iialalieiu de 
la Princesa de Asturias y, del infausto aoinlcriiiiíen- 
to del dia '1. %o benios léiiidu el yu-lo de leerla, 
pU9s su autora, ron tina InodestTa ipte la honra 
bremanera, \n (r.t ímpresn snl.imente con el firi di 
repartirla cutre las personas ile su amistad; ppro i 
jníjjar jifir los elogios qne de ella [lacen los pertédi- 
cus, y por las octavas que mserlnums a cimiínna- 
riun, jhj pudi'iuos Oieuos vli! ielicilur Ú la scimra Ki- 
?.o por las buenas disjiosiiaones que revelan sus ver- 
sos para el iIijIcíhiiio leu^uaye de la ]ioesia. 
l'i -eres njil a] Klerno en son doliente 
Elévanse en el leinpki sacrosanto, 
Ruegan al H»r Supremo Omriipótéhté 
Salve a la'Heinn ib- eonfliito Imito. 

V csi lleiiia ni.ijii.iiiiiiia y .ilcmeiile 

(Juc IVhIHíi de su pucltlo el dulce iiu .-ailo. 
Sálvala ;ut Din.s!. [iniinnicia el col li-siiuj; 
Siilvala [iib llios! repite, el aldeano. 

Xo llav un Milu bspan'pl que |mr ilé'spn' 
lie ,ilta, de loiuiible o de medi.'in;i esfera. 
Ame el iilliir d« D|us pueslo ile liinojus 
Su vida pnr la.lti'ina no uficcieca; 

Y sin lémur, sin llatilii Je sus, ojos. 
La sanare de sus venas no vertiera. 

V" no es por cierto nueva aquesta hazaña. 
IJue es piüiverbiat en la valiente España. 

TxtjNcio. - 

POfestii 

de Id Wüorittt doña .-tilgeíd fírossi. 

Véndese. ;í 4 rs. 'en Ins líbrerias de Moníer, cm>- 
rera dt S.. tierdniroo; Kbs, calle de Jacoiuettiet»: 

Oliveres, calle de la (anicepcion tierOiiim.i. v en ia 
imprenta de este periiidicu, calle de Muiia Ciialii.a 
iiúni. S cuarto bajo. 







MADRIIÍ, i8!ia. 



* 



Caite de Haría Cristina, número 8. 



■ 



Aña 1. 



Domingo 7 de Marzo de i 852. 



Núra 32. 









LA MUJER, 



PEIUODICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Esle periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid rn las librerías de Honier j de Cuesta, á i rs. al mes; j cO príria- 
t(j¿ tO rs. por dostne-seí fraileo de ptirtc, reirjilien 'ounaltbranía a favor de nuestro impresor, ú sellos de franqueo. 



ADVERTENCIA. 



Rogamos á nuestras apreeiables susi ■ rilo ras de 
provincias de los [molos en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos el importe de lasus- 
cricion vencida, por medio de una libranza sobre 
Correos. 



Sin duda habremos sido calificadas de esecsiva- 
mente austeras, y quizá también de profesar ideas 
rancias, por muchas délas que hayan leído nuestro 
articulo de. entrada del número anterior; vaallí ma- 
nifeslamos este temor, que no nos retrajo por cierto 
de publicar aquel articulo, en que al condenarla in- 
timidad que Jas madres á la moda establecen en el 
IiíiIo con sus bijas, nos pronunciábamos en favor de 
la rigidez y reserva que observaban las madres en 
tiempos aun no muy remolos; no porque el estrenio 
de estas !o juzgásemos enteramente bueno é inmejo- 
rable, sino porque no conducía á las desgracias que 
hoy lamentan lanías infelices vieliujas dei descuido ó 
ceguedad desús irreflexivas madres. 

Al juzgar de este modo, al recomendar á las ma- 
dres que volviesen sobre sí y huyesen de eslahlecer 
con sus bijas ese trato sin reserva ninguna, esas 
confianzas sin miramientos, era porque comprendía- 
mos que entre esos dos eslremos cabe un medio jui- 
cioso, cabe cumplir los deberes de madre sin la rigi- 
dez rigurosa délas antiguas, sin ia peligrosa y re- 
prensible intimidad con que lo hacen tas quetodo lo 
•aerifican al deseo de ser tenidas por mujeres á la 
moda, todo, basta la felicidad futura de sus bijas. 

Li observación de las de sgracias á que son ar- 



rastradas muchas jóvenas de esa manera educadas 
por sus mismas madres, y la contemplación de otras 
mujeres respetables que sin hacer de sus hijas sus 
confidentas. ni convertirse ellas mismas en las inter- 
mediarias de sus amoríos, saben ser apacibles en su 
trato, inculcándoles con dulzura rígidos principios de 
virtud; que saben ser tolerantes sin debilidad, ha- 
ciéndose amar hasta cuando corrigen y reprenden; 
la contemplación pues de esas nobles mujeres, siem- 
pre juiciosas v prudentes, severas únicamente consi" 
go mismas, v exclusivamente dedicadas á ejercer tan 
sagrados deberes con la religiosidad que exigen, v 
enseñando con su ejemplo mas aun que con sus pa- 
labras, nos sugirieron las observaciones del artículo 
anterior, al que puede servir de complemento el pre- 
sente; arrostrando por el temor que ya hemos mani- 
festado de ser calificadas de excesivamente rígidas, 
pues á tal se espone quien condena las costumbres 
que van eslendiéndose, por mas que sean conde- 
nables. 

Pero contentas sufriremos esta nota sí consegui- 
mos advertir de su estravío á algunas madres ilusas; 
prevenir para que no caigan en él á las que aun no lo 
sean, é impedir tas desgracias de algunas hijas infe- 
lices cuyas madres hayan sido hasta ahora arrastra- 
das por el influjo de esa moderna y perjudicial cos- 
tumbre, y á quien nuestras reflexiones aparten del 
mal camino. 



*$mm 



Ss» 



.48 míi* 



;*> ¡ 7 o^nimofl 



1 ■"/ 



I GRANADA. 






Cual en bello y variado r-aottÜJIoi 
Eurniado «le las.ttnrej tmt* («redadas v 
Con que Dios adornó el Edén primero, 
Se eleva altiva unaciudad galana. 

La sirve de dosel un claro cielo 
Cuyo fulgor jamás la bruma, t-menoa, 

lYeWAmhM&Mti^ X 

Que ofrece mil perfumes ü su planta. 
Eñ hebras d« cristal por la pradera 
línllkiosós ¿rrpjos se desatan, 



i niii ni 






Que espejan en sus ondas temblorosas 
El claro firmamento y las montañas, 

V se dealiíiia etilfe blancas qurijas. 
O tímidos.; l*op¡ia¡íaii en la gftma , 

Q se t'iiiundeniíieinltííenljB.las Dore* 
Üua, sobre su crisol forman §u¡rpfldas. 

Entonando mil trinos armoniosos 
Los be|lo& pajarillas sorsolazau. 
iluíiúnéuse en su linfa transparente, 
O formando sps nidos en las raju^s. 

Y juman sos apéalos seductores llu , B | 
Con el.murriinüo de la fílenle. clara, 
ll los blaiidús.suspinj) dv la bris3 llt , 4 ira f,.^ 



Ante el iJJólq limuuia de la España. 



tu eslu Edeu Je célica belleza, 
¿íeiuVii altiva la inmortal lirauada, 
Qioa] rica en hermosura peregrina 
Rica en recuerdos que su gloria ensalzan. 

El viajero al luirar íus._miitaretes , , ,,-,^'1 
De atimir^iüoM sublima AV. embriaga, 
\ doblando leí ijonlela rodilla: 
(."loria ii /¿tañada, en su entusiasmo csrlama! 

Cada piedra recuerda allí una historia, 
(.¿da. palacio iiuit gloriosa haz a üa. 
Cada suspiro de la. brisa, pura 
Un desdichado amor recuerda al alma. 

Y en los murmullos de la clara fuente, 
En los ayes del aura perfumada, 
Cree escuchar los tímidos suspiros 
Que suelta en' su dolor bella sultana; 

los acordes sones [melodiosos 
Con que sus tristes quejas acompaña 
Altivo Abencerraje, que sumiso 



Implora losfav 



avores de su dama. 
La mente en su ilusión una Iras otra 
Va -íVacasilo las soiiilif.ii vcnernJas 
l>ei pveb> de Ismael: recuerda triste 
Sus borfos juugos, sus alegres cambras. 
Ay! lodo se acabó: matrona ilustre 
I ) | )| fjura al verla en poder de (urba ostra ña, 
¥ á Granada, mis hríivris campeones. 
Llena <lt le <nn entusiasmo esclama.. 

Infunde aliento á la región cristiana; 
Tiemblan los Sarracenos alrrridos 






Y fascinados con su cscelso oombréi__^_ 
Ciegos con el fulgor de su mirada, 

No aciertan á esgrimir tí fittte acero 

Y abandonan el campo de batalla! 
Ella solo venció; solo ella pudo 

Abatir tantos héroes- á so planta, 
- "One pensaron luchar solo ron hombres ' ""'1 

Y se rindieron ante hermosa maga. 
Vedfoieubrírto* de v*rgü>iwí» -j oprobio 

Cual corren en tropel á tierra estraña 

Llorar sin tregua su perdida patria! 

Y al lanzarse á la niar ven cual onden 



Que agiM «fl torno sus UgefiM aUs. ' E , p^y ÜtWJllA Sóbrela Alharübra, 

Uo se mira un vil alomo de polvo 
Brota esplendente allí no* Huí galana; 
(ion suspiro* de amor rt.s]ioDde el suelo 
Do imprime el hombre &u, atrevida plaula. 



Y «adius Granada.. , entre áfltóioS gritan, 
Yergv] lifnnnso de la hermosa España» °' llf 

(tH para siempre adiós! nuestras cMM 
• Nd dormirán bajo la altiva palma 



1' 



' ' íthíe su sombra prestó de nuestros padres 
ÍA las yertas ceniías voiirradas! 

ÜN es baldón para ti. Granada bella, 
'Ei proclamarte de ¡sabe! esclava; 
<fNo luchan los mortales contra el cielo, 
Yhuri celeste te rindió á su planta!* 
Murmuraban asi los Musulmanes 
Arrodillados en la triste phiVir, 
Dando un postrer adiós al paraíso 

Do saludaron, al nacer, el alba; 

* < 

Las madres á sus hijos sollozando 
Les muestran la ciudad.. . gritan venganza.' 
Los anciano» que allí morir rreveron 
Se mesan ron dolnr su blanca barba! 

Y mientra» que mil gritos de victoria 
Soltaba aleare la lej;iun crísliaaa, 
4ííios, odios, huyendo repetían, 
\ aíüoj, adiós, el viento murmuraba! 

Gloria, babel, á tí: dícbosoiastaple 



En que anuló la voz ta ley nefanda 
Del Profeta falaz, y en su Mezquita 
Del Salvador brilló la efi<'ie saülá.' 

Gloria, Isabel, á tf * por irr denuedo 
Su joya hermosa recobró' la España, 

»Y con orgullo al eslrangero altivo 
Arrojo para siempre de su patria. 

I Aquel tíénrpó pasó! lambían los -héroes 
A la muerte fatal tributo pagan.;.. 

Isabel espiró tu pfAleWO 

Perdiste lü á la par, bella Sultana! 

Fué rayo de la guerra el quinto Carlos 
E ilustró losa un les de la España, 
Pero con torpe maim bis bellezas 
Destruyó' para siempre d> tu Albnmbra, 

Sus bij>s le olvidaron, reina hermosa, 

Y de ür altivo solio derrumbada. 
Vegetas entre escombro? sifi ftArsoelo 1 
Lforíttfdo ;ar triste! iu perdida fama. 

Solo le queda ya de tu belleza 
Esa natura fértil y lozana, 

Y ese esplendente ^ol que, triste alumbra 
Los restos de tu gloria marchitada. 

Cayeron uno á uno 1 tos diamantes 
De tu escelsa corona soberana. 

Y una á una las piedras se derrumban 
De bellos momimenlns que fc bf&fflgjfift 

Por esto el peregrino al ver tu suelo, 
iinndtia seas, ron fervor fsehrma, 

Y se anublan sus ojos con el llanto 
■ A! recorrer tus calles solitarias!' 

i Y por esto en l.i noche silenciosa 
' Mil suspiras do quier llevan bis a ora-i; 
Son los aves dolientes que en sus tumbas 
Tus paladines ai mirarte eximían! 

Vuelve. Granada, en tt; rerobra altiva 
El cetro que tu inercia le arrebata, 

Y alentando á tus hijos gátiewsUi 
Te ostenta digéa de tu antigua fama. 

De otea un iota Isabel el dulce nomLce 
Portentosos milayros hoy alcanza, 
Que es talismán hermoso q«c convierte 
En altivo y gigante/al que le adama. 

Ve y póstrale» sris pies: so pecho es gratínéS 
Su aliento es inmoflal, invicta su alma. 
Ella escuche tu acento lastimero, 

Y aliente con su voz tu empresa santa, 
V<- y póstrale á sus píes: su fuerte mano 

Del tiempo borrará la huella osada, 

Y creciendo á su sombra en poderío 



El muadu entero besará tu planta! 

Enlazado tu nombre ron su nombre 
Pasen n nidos á la edad lejana: 
Isakí de Granada digna sea, 
•Y siempre digna de Isabel Granada! 

Abuela (íraail, 

' 






EL HASTIO (1). 

El deseo esecsivo de hallar el bienestar y la fe- 
lir-idad en esle mundo ciega, mirchas Teces basta e! 
punto de conducir á la desgracia, al hastío y aun á 
la desesperación. Ocúrrenos esta reflexión siempre 
que vemos á algunas mujeres que consumen su exis- 
tencia en it na, aliso liria inacción, porque considera 
ron la holganza como e! supremo bien de la vida, y 
solamente dtallaFOn allí, donde imaginaron la dicha, 
ei hastio, el aburrimiento, la infelicidad, La infeli- 
cidad, si. porque todas tas riquezas de esle mundo. 
y todas las dotes inórale; imaginables, solo sirven 
para aumentar ese malestar, ese disgusto particular 
de quien se halla sumido en tan triste situación. 

General rue-ole esta enfermedad moral es< patri- 
monio esclusivu de Lis personas ricas,- y si supieran 
los pobreS la ventara de que gozan solo con bailarse 
libres de ella, seguramente no envidiarían las rique- 
zas, el fausto y la- opulencia, que suelen nrudncir 
tamaño mal cuando no se sabe precaver, cosa que 
no es lah fácil como á primera -vista parece, v me- 
nos por las personas de nnestro sexo, por lo cual 
nos hemos decidido á escribir sobre él para indicar 
los medios de evitarlo. 

El hastío,- hijo ¡té la inacción, de la holganza y 
de la saciedad, convierte todas estas condiciones en 
instrumentos de pena= y de disgusto- la mujer rica 
que se halla bajo su influjo envidia al pobre sus po- 
breza, al trabájánor su trabajo, y basta al desgra- 
ciado su definiría ysu'desespcracion. 

¿Y por qué no sale de tan lamentable *stado, 
cuando tan fácil os al parecer? Porque el hastio es 
un vicio y h condición mas fatal de lodos los vicios 
es la dificultad que hay para abandonarlos, porque 
se inoculan, digámoslo así, en la existencia de una 
manera tal que generalmente solo abandonan al in- 
dividuo cü;indo deja de existir. 
_ 

(l¡ Tanto este artículo como los riemi.t que en lo suce- 
sivo vayan firmados con tres ylrettitas, mu debidos a la 
pluma de iirra'tU 1 Ira- Apreciables literatas tjne en nuestro 
última Prospecto dijimos liaitvriMS rilreenlosii iniportaute. 
colaboración. Damos tas gracias á nuestra ¡:ini^a por el 
deseado cumplimiento dé "SU [frontesa. 






El 1 s . i s i i m puede prevenirse fácilmente, pero para 
arrojarlo de sí la persona que se halla poseída de él 
necesita esfuerzos de que raras personas son capaces. 

El trabajo, esa santa costumbre de trabajar, de 
dedicarle contiimamen te á alguna ocupación, es el 
remedio único de lan terrible enfermedad. Así por 
hoy dos limitamos á recomendarlo ligeramente, sin 
perjuicio de ocuparnos otro día del trabajo á que 
puede dedicarse nuestro so. 10, pues lo consideramos 
digno de un artículo exclusivo, tanto por los males 
que puede evitar como por las ventajas y bienestar 
que produce. — " ' ' 



Tú recuerdas ¡i mi alma la armonía: 
Venid ¡ob sueños que me dais aliento! 
Venida iluminar mi fantasía, 
Venid á engrandecer mi pensamiento. 

Tú canias la preciada maravilla. 
Sania reliquia de la edad pasada. 
Orgullo de los tercios de Castilla, 
Conquista de Isabel idolatrada. 

¿Quién sino tú, matrona esclarecida. 
Antorcha de la íé, claro lucero, 
A la altiva Granada vio rendida 
Al relumbrante brillo de su acero? 

¿Quién estrafla que vuele tu memoria 
De siglo en siglo como el aura bella, 
Que brilles sin rival en nuestra historia. 
Como en el firmamento clara estrella? 

Reina inmortal, del castellano suelo 
Madre le llamas, madre casta y pura; 
Tú derramaste por do quicr consuelo, 
Formaste de iti pueblo la ventura. 

Su bélico clarín el pecho agita: 
Angela, di, ¿no es cierto? su memoria 
Alienta el alma, que entusiasta grita: 
■Nunca pndrá morir, nunca, su gloria.» 

Viste á Granada cuando el triste manto 
De la noche cubrió su faz divina; 
Angustiado tu pecho brotó en llanto 
Al ver que ni uua estrella la ilumina. 

¿Donde está su poder y su grandeza? 
¿Qué se hicieron sus bravos rauípeones? 
Tu corazón se oprime de tristeza 
Aí ver, dices, ya rotos sus pendones. 

¡Cuál le anima la gnerra! Tú la ensalzas 
Mientras que á inísu nombre me entristece; 



Cual eco de la gloria ardiente te alias, 
Mas con su estruendo mi pesar se acrece. 

Con triste llanto la marcial pelea 
El suelo riega de la patria roía; 
Que minen ante mis ojos, nunca vea 
Trocarse en desconsuelo su alegría. 

Sí, desde Covadonga el gran Felayo 
Con guerra engrandecióla patria amada, 
La guerra fué también terrible, rayo 
Que hundió la media luna allá en Granada. 

Pero esa guerra que el cristiano hacia 
Era guerra de fé, nunca ambiciosa 
La corona del héroe se mecía 
Con máximas sombrías y dudosas. , ■ , 

La paz, dulce palabra, seductora. 
La paz alumbra la esperanza raía; 
Ella es del inunda madre protectora, 
Ella tan solo amparo y alegría. 

S*(a lia a. de t'trr*»!- I 



ANGÉLICA. 

II. 

¡CONTJSrACION) 

Era una verdadera imprudencia atravesar aquel 
país cuajado de soldados realista que hubieran podi- 
do reconocerle; pero su tierno hijo estaba en Cboisy 
confiado al cuidado de la anciana Úrsula, y querían 
recojerlo antes de pasar á un pais eslrangero. A este 
efecto habían convenido que la anciana saldría con 
el niño de la villa, y se reuniría con ellos en la posa- 
da donde se habían hospedad u. 

Eduardo resuello á llevar á cabo su sacrificio, v 
á entrar en aquella ciudad do quizás In aguardábala 
muerte, oyó sin estremecérselos gritos de lostienti- 
nelas, v á favor de la oscuridad logro introducirse 
en Cboisy sin ser visto. Todas las puertas estaban 
cerradas, los habitantes dormían y atravesó sin tro- 
piezo sus largas y tortuosas callejuelas. Dallóse por 
fin á la puerta del suntuoso palacio que había pre- 
senciado todas sus glorias y su horrible desgracia. 
¡Cuántos tormentos apuró el infeliz durante el bre- 
ve momento en que permaneció indeciso en su din- 
tel! ¡Cómo había sentido palpitar su pecho d* urgu- 
Ilo en aquella noche en que triunfante fué á rendir 
, sus laureles á los pies do la hermosa Magdalena: 
j ¡Quién le hubiera dicho entonces que se hallaría 
! otra vez á sus puertas solo, prosurito, miserable, y 







volverla á subir las gradas de aquella escalera para 
pedir una limosna: El orgullo hizo (laquear su reso- 
lucion ; pero echo una mirada á la caso poco lejana 
donde quizás en aquel instante dormia su tierno n¡- 
ao, que al dia siguiente tendría que compartir su 
miseria, y este recuerdo le devolvió el valor. Subió 
apresuradamente tas gradas de la magnífica escalera, 
embozóse bien en su capa para no ser reconocido do 
los criados, y se dirigió á una escalerilla secreta que 
guiaba al aposento de la encantadora de Cuoisy. Mil 
veces, amante favorecido, babia entrado secretamente 
por aquella puerta, que añora estaba Cambien abierta 
para franquear la entrada al duque de Alenforl. 

Eduardo abrió temblando el resorte, y se halló 
en el retrete donde habla oido lanías veces del labio 
de Magdalena el juramento de amarle eternamente. 
Estaba adornado con esquisíla elegancia. Magníficas 
colgaduras de damasco encarnado cubrían sus pare- 
des: cortioáges Illancos con franjas de oro y plata 
ocultaban sus ventanas; muebles preciosos le adorna- 
ban y un pebetero de oro, en el que acababan de que 
litarse esquisitos perfumes, difundía en torno un de- 
licioso aroma. 

A favor de la luz opta y suave que despedía 
una mariposa, se veía á la encantadora de Chuisv 
reclinada muellemente sobre un magnífico sofá cu- 
bierto de damasco bordado con oro. La sencillez de 
SU vestido blanco contrastaba con la magnificencia 
del aposento, y la hermosura delicada de su sem- 
blante ia hacia comparable á una virgen de Rafa»l. 
Delante de ella se veía un arpa. Sus dedos discur- 
rían con agilidad por las cuerdas, sacando sonidos 
tan dulces y armoniosos que acompañados con su 
voz encantadora formaban una melodía angélica. 
Magdalena estaba de espaldas á la puerta. Ov<> ti 
ruido que esta hacia al abrirse, y creyendo que era 
el duque tomó su postura mas seductora y entonó 
su canto mas melodioso. Luego cerrando Jos ojos con 
voluptuosa coquetería, tendió muellemente su mano 
al que creia su amante: Eduardo pálido y tembloro- 
so no la estrechó entre las suyas, y se adelantó si- 
lenciosamente hacia ella. 

Magdalena sorprendida por aquel inusitado des- 
den abrió los ojos, y arrojó un grito de espanto al 
ver delante de sí á un desconocido, 

— ¿Quién sois? ¿qué queréis? esclamó levantán- 
dose asustada. 

Eduardo se descubrió,' pero estaba tan desfigu- 
rado que su antigua amante no pudo reconocerle. 

— No os conozco, repuso Magdalena retroce- 






diendo y procurando traer á su memoria dónde j 
cuándo había visto aquel semblante. 

— Soy yol... soy vuestro aniiguo amante, soy 
Eduardo de Maillv, dijo crin voz lenta el proscrito. 

Magdalena soltó un grito que le arrancaban la 
sorpresa y Jos remordimientos, y se cubrió el rostro 
con !as manos. 

— Sí; soy aquel Eduardo á quien jurasteis eter- 
no amor v á quien habéis ignominiosamente vendi- 
do, repuso este con solemne acento; pero no vengo 
á reconveniros, señora. Yo también soy culpable y 
es preciso perdonar para que Dios nos perdone. Ven- 
go solo á pediros una limosna para mi pobre esposa 
y para mi tierno hijo, que están próximos á perecer 
de fiambre y de miseria. Si no se ha borrado enie- 
'■ ramente de vuestra memoria el recuerdo de vuestro 
antiguo amante, apiadaos de nosotros. Solo os pido 
en su nombre una limosna. Una limosna, Magdale- 
na, por amor de Dios! 

— El acento de Eduardo revelaba una desespe- 
ración tan profunda, que Magdalena se sintió con- 
movida; pero recordando que el duque Alenfort po- 
día sorprenderla y culparla por su compasión, agitó 
violentamente la campanilla esrlainando con dureza: 

— Yo no os conozco, no os he conocido nunca, 
no entiendo lo que queréis decirme. Juan, añadió 
dirigiéndose aun criado que se presentó en el dintel 
de la puerta, ¿por qué dejáis penetrar mendigos en 
mi aposento? 

—Señora!... griló Eduardo tüá indignación. 

— Idos, repuso Magdalena: si queréis una limos- 
na hela aquí; pero dejadme, y arrojó un bolsillo á 
los píes del proscrito señalándole la puerta. 

fSi continuará.) 

An ir.'l.i <. m*I i . 

»*n^T; i<m « 

Creemos que nuestras suscritoras leerán con 
güito el estélenle juicio crítico que lomamos del 
EitiQijo sobre ta literatura española contemporánea, 
que está publicando en los Estados-Unidos la céle- 
bre escritora anglo-amcricana Asita Geohüe, y cu- 
yo asunto es una de nuestras mas distinguidas poe- 
tisas. 

ni tul srivp TOU 
á brief epitome of ter íiTtoeí. wbicb 
inl.iloil un it large and to il.".i nverít 
wuuld nuke an ampie stórj.» 

¿Por qué tos lectores ingleses tienen tan escaso 
conocimiento de las obras de sus contemporáneos de 



nombres de Cervantes. Lope dé Vega 



cunda de las obras. Je nn Wftt* por 
traducción, T» cual sea literal ó libre tlcbe participar 
de la belleza del original, y siempre carecerá de SU 
energía, así romo <h su rfrli.-ndciu. Cnriis fneonve- 
nicnlcs podrían aducirse que parecerían desvanecer 
Itida'csiH'mrun de que se hiriese justicia ¡i la larca 
que nos imponemos. Además esln, que pnrdc ron. 
siderarse como una agradable tarea. ofrece liarlos 
estímulos [JFsra rjoíe SÍ abandone fácilmente, V entre 
ellos pueden contarse, y tío (fonifa el mentir, las ven- 
tajad qué reporta el escritor fie sil donunmieirlr) pi;r_ 
Uitíal edí aliónos rie los personajes dislingoidos qué 
en estas papuas figuran. Sin embargo, al presentar 
aí^üBflciüriicriciin) él asunto del >ipuir»HC bosque- 
jo, ítké t¿ Jia ronsnlUtdn la voz de la opinión públí- 
ra en Va Pem'nsu'a. que RiPgíi tiempo haee está coti- 
rormfe ert otorgar la palma ffé \Í éscflcHcHi romo rs- 
crilrirn A quien une á sii'ing'éínV eminente gracias 
personales que satisfarían la ambicidn -de un eomuU 
entendimiento, 'y las prendas morales mas adecub: 1 - 
drá para grángeárse la felicidad domestica, Habla- 
mus de Carotina Coronado. 

Poco ó uingiin atractivo ofrecerá este articulo a 
quien lea con el objetó de proporcionarse violentas 
emociones. No hay cíi é\ i;n nlenlcs Ai graii efecto, 
ni escenas rofll&ncc&aí', ni terribles guipéis teatrales. 
Ni exaltará la mente eúú rapios dé simpatía, a'uo'qWe 
pasaderos, tií hará latir el eoraióii ron entusiasta 
idroura. 'frál'asc'líé una p*é¥áa¡la ijue se'b'aTíd á'ud cu 
la llor de su edad, y la vida de esa persona debe lle- 
var [Salúralfueníé A sello de la sencillez, de la mg- 
ilr>tia v di I candori > j <a c- son sus atributos. Pero 'si 
carecí la pintora 3c la fascinación de Tas novelas mu 
'demás, tendrá al nie'n'okél ro&riío de présénTar á los 
jóvenes que ffúffieíaií en su cánamo con ohsláciilos., 
al parecer invencibles, ti'n 'ejemplo de eslraordiharía 
laboriosidad v dé indomable perseverancia >n medio 



ilderon no son menos conocidos que los de for- 
mule, Hacine y Voílaíre, o los uel Dante, del Tas ; 
soy de Petrarca, Las obras de Lamartine. Yíelor 
Hugo J Suc, andan en manos de Unios, al paso que 
es wñegauíe la ignorancia lakiímosá que reina sobre 
la literatura española Je nuestros días. Bien se pu- 
diera Iscnuír afg'u'n articulo instructivo en eonles- 
• laclen á la pregunta que'sé a,caba de hacer. Tal ve/ 
mas adelanté se nos ocurra examinar este asunto; 
poi abura mas que ¡qvesíigaí nos proponemos alla- 
nar 'la' di ficii liad por uii'itif» de una s'e'rje dé artículos 
sobre los aurores españoles cohtémpbraqéos que su- 
ministren alguna uolicia de su vida y de su mérito 

respectivos, ilustrada enu eslrarlo's de sus escrilos! 
oiff'.: 

Ijoa fiouiltres de Lenta, dd Zorrilla, de Eapniu- 
ceda,, de HartieobiiEdi v do otros muebos injenios 
celebrados en su pais, solo nceesilhrtQr» «I Larni/ de 
la. 4 litigue dad pnra alranltar un allu puesta en el tem- 
jjju de Ja íaiuii. inda, puede sobrepujar a Inesquisita 
bulliva y orÍL¡innli(lad Je algunas contepciouejipoé^- 
lieas de las bardos de la moderna E'Ispaüa; el vigor 
v \;i rara eU-gaiiciu tle íiiS ]ii'usudoreS tailljiúiKi cede 
¡a ]iii!i[ia á los de otro pais. Entre Utó que lian es. ri- 
to la n bien tn pro&íi «írun cu verso futura en primer 
léiiuino el malugrado Luirá. .MitU j.ntJu fon ¡¿>ua¡ 
dcslreín el delícitlp escalpelo Je la critica y el Uligu 
abrumador de la sátira, lúen que dáudclus Je nimio 
á vpíiís para t-iuilar en san de incomparable diili-u- 
ra la inania de la beldad, las cuitas ó los goces del 
amor, las obras Je este escrilur sin Vcnlura reyelail 
las facultades. nías ennlrapuestas, llevadas á un alio 
grado Je perfección. Ni han dejado deleDer las mu- 
sas pruséli los felices entre las vírgenes ojinegras de 
la fierra clásica de ia caballería y del espíritu rn- 
inanrpsirj. lintre las tileratas españolas que han lo- 

grldo sobreponerse áinuthns de los poetas distin- 

.. , ,. ' . . de las circunstancias mas criticas, asi como del bn- 

auidos nos comnlaeemns en citar á la Coronado v i> „ , , . , . 

¡ Dante galardón i¡ne la fama Otorga a talca prendas. 

fío será itiúlil la lección de docilidad y respetuosa 
sumisión que ofreie una persona dolada de lal inge- 
nio para aquellos que se inclinan A murmurar del sa- 
ludable rigor de la auloriilai! paterna. 

Sf tontuiuarú.J. 



« Avellaneda. 

1 



Dar una idea déla literatura española contem- 
poránea por medio de. una serie de. bosquejos bio- 
gráficos dé algunos de sus principales ornamentos, 
y de traducciones de sus diversos estilos, es un lra-i 
bajo que entre SUS difirull-ides .!e mar bulto ofrece; 
la de la elección. Donde lan ropiusa es la materia, 
y bien que en varios seulidos igualmente digna de, 
nuestra admiraícitin, apenas es dado el mencionarlos' 
a lados, al paso que seria ín uslo el lirsprcciar i lio 

ninguno, Xi es fácil tampoco e r dar uua idea ado- ] 



■ . ¡ "■ '.; , 



,, nfl! , MADRID, : ,lSb-2. 

Imfcentn .le <loi) Jonó Tnrjllle, Hijo, 

Caffc íf v¡ frti Cristina, númi-ro H. 



Año 



Domingo i 4 de Marzo de 1852. 



Núm 33. 



, 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Est<» periódico sale Indos las domingos; se suscribe en MaJriJ en las Iihterías de Monier y de Cueste, i i rs. al mes; J en protin- 
cus 10 rs. por il j* ine?e> [raneo lis porte, remiticn-iíunaiiuiaíu:! a fivurde nuestro impresa?, o Bellos de franqueo. 



Según presagiamos, hemos recibido va varias 
comunicaciones de algunas de nuestras amables sus- 
critoras, e"n que á la vez que confiesan bailar exac- 
titud y verdad en los artículos de entrada de nuestro 
periódico, nos invitan a que examinemos con mayor 
detención á las mujeres cuvas costumbres cuudena- 
mos tan fuertemente y seremos con ellas mas indul- 
gentes: desean también algunas que miremos con 
menos ceño ia sociedad, núes según nos manifiestan 
no es tan mala como nos parece; y últimamente una 
de nuestras jóvenes comunicantes concluye Su gra- 
ciosa y estimable carta diciéndonos que su mamá se 
va haciendo tan de la opinión de ¿a Mujer, que te- 
me si sigue el paso que lleva que convierta su casa 
en un convento, en cuyo caso va á ser la mas des- 
graciada de las mujeres, y el periódico que se pro- 
clamó el defensor de su seso será ei que habrá la- 
brado su ruina y conducidola á ia desesperación. 

Nosotras no solamente celebramos sino que has- 
ta agradecemos á nuestras suscritoras que no eslán 
enteramente conformes con nuestras ideas, que no 
lo manifiesten, y aun celebraríamos mas que no s 
remitiesen algunos artículos combatiéndolas, pues 
por este medio las cuestiones se diiucirian completa- 
mente y nuestro periódico contendría las opiniones 
de todas, y á todas complacería; mas ya que esto no 
sucede por ahora, vamos á satisfacer á nuestras in- 
teresantes opositoras dando la razón de nuestras opi- 
niones, rectificando algunas inexactitudes que pa- 
decen, y últimamente haciendo cuanto en nuestra 
mano esté para evitar que La Mujer atraiga lama- 
ñas desgracias sobre la que tanto teme que su mamá 
establezca en su casa la clausura, que ha de llevarla 
áella ala desesperación. ( Dios nos libre de contri- 
buir á tamaña catástrofe! 






Cuando hemos condenado la conducta de las ma- 
dres que establecen con sus lujas esa intimidad sin 
reserva alguna, esas confianzas sin miramientos de 
las madres que se asocian con sus hijas en comandita 
para disfrutar de todos los placeres y recorrer toda 
clase de aventuras, desnaturalizando completamente 
el trato que entre madres é bijas debe de existir, 
no hemos desconocido qne esas madres imprudentes 
no obraban así por desafecto, sino que por el con- 
trario, imbuidas en ideas absurdas, renuncian al 
respeto que les es debido porque !o califican de lirá- 
nico, y por consiguiente de falta de cariño; se abs- 
tienen de reprenderlas y corregirlas porque también 
juzgan equivocadamente que su amor no les permi- 
te contrariar á sus hijas queridas, y últimamente 
cuando las asocian á su vida de amoríos y aventuras 
también lo hacen llevadas del deseo de proporcio- 
narles la Felicidad según ellas la entienden. Tampo- 
co hemos desconocido que no debe achacárseles á 
ellas todo el mal, que es consecuencia de las ideas 
que los hombres ban inculcado en la sociedad en 
que esas mujeres viven; ni hemos negado que esas 
madres lloren y se arrepientan de su error cuando 
se convencen de que, aunque por un camino de do- 
res, condujeron á sus bijas á uu precipicio. Todo es- 
to lo hemos conocido y confesado, compadeciendo 
á las hijas y á las madres, procurando advertirlas de 
su error y lamentando únicamente el poco frulo que 
á pesar de nuestros deseos nos prometíamos de nues- 
tros artículos, ya porque á quien corre ciego por esa 
senda florida no es fácil apartarlo de ella hasta que 
cae en el precipicio, va también porque nuestra lor- 
jie pinina no puede llevar el convencimiento por mas 
que combata el error, cual harían otras mas ilustra- 
das. Creemos por tanto que no merecemos lacalifi- 



2 






ración de poco indulgentes, ¿Podíamos haber hecho 
roas que manifestar no era la culpa de las mismas 
que cometían la falta? ¿No confesábamos también 
que no obraban asi esas madres por su poco cariño, 
sino porque las imbuyeron en ideas erróneas y o er- 
judiciales? ¿Hemos Sudado cunea ni cegado tampoco 
que verterían lágrimas amargas, aunque estériles, el 
día que conocieran su equivocación? 

Reconózcanse pues naesiras-coinunicanlcs; con- 
desen que [a indulgencia la hemos llevado al grado 
posible en esle punto, como haremos siempre que 
tengamos que Lamentar los estravíos de nuestro sexo; 
pues sobre estar en ello tan interesadas como cual- 
quiera otra mujer, tenemos el convencimiento de 
que todas las faltas de nuestro sexo proceden de los 
hombres, que se han erigidas en arbitros de las cos- 
tumbres, doctrinas y educación de las mujeres, y úl- 
timamente porque profesamos aquella máxima santa 
de aburroeer al pecado pero no al pecador. 

En otro artículo, quesera continuación del pre- 
sente, contestaremos otro día ¡i las que desean mire- 
mos la sociedad con menus ceño, porque es. mejor 
de lo que imaginamos; no olvidando satisfacer va 
el mismo el compromiso que al principio de este, lie- 
mos contraído con una de las que nos escriben, de 
hacer cuanto nos sea posible porque pose convierta 
cu claustro triste la que hasta ahora fué casa alegre, 
de buena sociedad y continua diversión: perdónenos 
esta señorita que hoy no demos satisfacción ¡i nues- 
tra promesa; el mal que teme no vendrá coa tal ra- 
pidez que no dé unos dias de espera. 



(Leída un el Liittu de S*D bloy.) 

Hermoso pabellón de terciopelo 
Que ante los ojos del Señor colgado 
Nos le ocultas tal vez con ese velo 
De mil estrellas en su azul bordado: 

Yo te saludo, célica cortina, 
lo saludo iqmbieu los luminares 
Que la mano de Dios lanzó divina 
Por inmensos espacios A millares. 

Vo saludo la Íílz candida, pura. 
De la blanca señora de la noche, 
¥ saludo la brisa que murmura 
Meciendo de la flor el lindo broche. 

Benditas ¡ay! mil. veces, noche hermosa, 
Tus apacibles sombras bienhechoras, 



Que una calma difunden misteriosa 
Cercada de ilusiones seductoras. 

Sombras leves q<" cruzan el espació 
Cambiando en varias formas de belleza, 

Y al oído pronuncian muy despacio 
Amorosos acentos de pureza. 

Del sol de agosto la abrasada lumbre 
£1 cuerpo enerva, el ánimo fatiga; 
Mas al llegar la noche á su alia cumbre 
Sus alas vale y el ardur mitiga. 

De amor un aura suave se respira 
Cargada de suspiros y de aromas; 
De amor también el corazón suspira 
' Si percibe el cantar de las palomas... . 

Amorosa pareja en blando nido 
Se aduerme coa amante, dulce arrullo, 

Y el viento le conduce a nuestro oj.do 

. . Coo. suave aliento y celestial murmullo. rioJm 
ti (Qué venturosas, son, noche querida. 
Tus breves horas para mi un instante! 
Instante celestial <rue adormecida ■ ' Jafi 

Tiene. mi alma cía ilusión amante. 
Palpitando de amor nú coraron 
Del pecho que le oprime quiere huir, guaam 

Y amoroso volar á la mansión 
Donde otro corazón siente latir... - 

Mas ¡av! vo le contengo, que en mi pedio 
Siempre albergue purísimo lia tenida, 

Y tal vez sin piedad pedazos liec-bo 
Con drsdfn lo arrojaran al olvido. 

Entonces ;ay de mi! no bastaría 
Par» calmar mi triste desmilurii 
El llanto de dotar que vertería 
En raudales inmensos de amargura. 

Lágrimas ¡ay! de fuego abrasadoras 
Surcaran por mi pálida mejilla, 

Y de mi juventud fueran liia Tiorns 
Destellos de una luz que apenas brilla. 

Cual moribunda lámpara espirante 
ÍHÍ triste vida asi se estni;iiiri.i, 
Trémula brillada un ío! o instante 

Y Cual ella también se apagaría. 
¿Mas por qué de esta iraá«on espantosa i 

Me dejo acoderar cuando enmi anhelo 
Miro brillar como el zallro herniosa 
Una estrella purísima en el cielo? 
Tal vez en ese luminar divino 
Un ángel puro mi existencia velu; 
■ Tal vez oculto marca mi destino 

Y en -la luz de esa estrella 16 revela. 



«u ii 

■ 



3 



¡Quién pudiera volar hasta ¡a altura 
Donde habita palacios de zafir, 
Y 1a niebla rasgar que densa, oscura. 
Encubre mi ignoradu porvenir! 

{Quién- sabe- si esa fulgurante estrella, 
Astro de anior que enriende mi esperanza. 
Va á conducirme por gloriosa huella 
A un puerto de' sosiego y dé bonanza! 

Quién sabe si esa luz esplendorosa 
Brillara por divina permisión, 
El secreto guardaudo silenciosa 
De un día de ti nal desolación, 

En que arrojada sobre el mustio suelo 
'Por la mano irritada de! Señor, 
'Al mundo sumirá en eterno duelo 
Con incendio voraz, abrasador!... 

Mas no. no brilla en ti, lucero mió, 
Ese fulgor fatídico temible, 
Que pensaba en mi loco desvarío 
Cual hoguera infernal mirar horrible. 

Tú no serás Sa luz que en pasagera 
Hora brillara con fulgor divino, 

Y en (¡nieblas mas densas me sumiera 
Luego en torcido y áspero camiuu. 

Tii no eres, no, de mi fatal estrella 
La luz que me abandona en noche umbría; 
Eres de mi ventura imagen bella, 
- Eres la luz de la esperanza mia. 

Siempre te ostentarás deslumbradora 
Prendida en esa hermosa colgadura, 
Siempre serás la estrella hrilladora 
En que cifro mi gloria y mi ventura. 

Lejos do mi los tristes pensamientos 
Que el corazón abaten de dolor: 
Gocemos de la vida los momentos 
Que nos ofrece juventud v amor. 

Otra vez, noche hermosa, te saludo 
Con tus céfiros, suaves y amorosos, 

V tus mágicas sombras, dulce escudo 
De liemos amadores venturosos. 

'» íciTitn vtlJaluens» y tiareta. 



ANGÉLICA. 

ir. 

(COSTISL'ACIÜS) 

—Magdalena!... gritó Eduardo fuera de si. 
— Arrujndiá ese hombre -de mi casa, repuso 
dalena alejándose 




Eduardo se lanzó bácia ella para detenerla con 
un movimiento de furor; pero no pudiendo resistir 
el peso de su emoción cayó sin sentidos en el suelo. 

Magdalena lejos de conmoverse al verle en aquel 
estado iba á reiterar su orden, cuando apareció en 
el dintel de la puerta secreta una mujer vestida de 
negro, pálida é inmóvil como la estatua de un se- 
pulcro. Era Angélica, que había seguido á su es- 
poso. 

Ambas rivales no necesitaron mas que una rá- 
pida mirada para reconocerse- Contempláronse uij 
instante en silencio, v el resentimiento se pintó en 
el semblante de Angélica, mientras una sarcáslica 
sonrisa entreabrió los labios de Magdalena al ver 
aquella hermosura ya marchita, que tantos amantes 
le había arrebatado en otro tiempo y que al presente 
ya no podia competir con ella. 

—¿Qué quiere esa mujer? dijo por fin Magdalena 
con desprecio. 

—Aquí está mi marido y este es mi lugar, dijo 
Angélica con inalterable dignidad- 

— Arrojadlos á entrambos de mi casa. 

— Xo será antes de que os diga que sois una 
mujer despreciable! 

— ¿Acaso porque no he dado mas rica limosna á 
vuestro marido? dijo Magdalena con sarcástka son- 
risa; ¿por qué no ibais á pedírsela á vucsto amante 
coronado? 

— Porque fallaría á mi dignidad y yo sé conser- 
varla aun en la miseria; porque me considero ma.< 
feliz y mas digna del aprecio general, yo proscrita 
v virtuosa, que vos nadando en la opulenria, pero 
deshonrada! 

— Angélica! gritó Magdalena llena de furor: 
¿olvidas acaso que puedo vengarme entregando su 
cabeza al verdugo? 

— Le habéis vendido otra vez engañándole con 
pérfidos halagos, y seria muy digno de vos el en- 
tregarle ahora fugitivo y moribundo. 

— Esa mujer me ínsultafgritó Magdalena fuera 
de si dirigiéndose á los criados agrupados en la puer- 
il del aposento. Arrojadla al instante de mi casa. 

—No, dijo Angélica rechazando á Jos criados v 
acercándose á Eduardo; no será mientras mi marido 
permanezca en este estado. 

Por fortuna esle volvió mny pronto en si, v 
cuando recobró sus sentidos, Angélica se acercó á 
Magdalena y le dijo con voz solemne: 

— Mírale... Tal vez morirá en su triste peregri- 
nación! tal vez espera la misma suerte á su hijo, y 




tú seres La musa de su muerto. Yo encomiendo, mi 
ventanía al ciclo. El le castigará larde é tenprano, 
y tu mayor suplicio serán los re mordimientos. En 
el silencio de la noche, en medio de las brillantes 
fiestas, v hasta en los brazos de tus amantes, le per- 
[UÍrá sin rosar el recuerdo de los niales que lias 
¡usado. Oirás una voz que te gritará ¡ncesantemen- 
Eduardo ha muerto, y tú le hus matado, has 
hecho la desgracia de una mujer virtuosa que en 
nada te había ofendido, y lias grabado la marca de 
la fatalidad sóbrela frente de un tierno niño!» Esta 
voz, este recuerdo, Magdalena, labrará tu eterno 
castigo y mi venganza. 

I Su acento era solemne; su voz anión aro Jora pa- 
recía revelar Los decretos del deslino inescrutable. 
Magdalena tembló y su alma empedernida sintió 
por primera vez tos remordimientos. 
Angélica dio el brazo á su esposo, que perma- 
necía confuso y anonadado, y atravesando por me- 
dio de los criados, que le abrieron paso con respe- 
to, salió con aire digno de la sala. 

Magdalena se dejó caer sobre el sofá y derramó 
amargas Lágrimas: eran las primeras que vertía! Dio s 
escuchó la voz de Angélica, y los remordimientos 
mas atroces desgarraron desde aquel día su alma. 






III. 

Era una tarde de invierno, pero una larde sere- 
na y deliciosa. Los últimos rayos del sol doraban 
apenas las cimas de los árboles y rielaban en los pi- 
cos de las rocas cubiertas de nieve y en la llanura 
lapizada de hielo. Un aire suave agitaba las ramas 
desnudas de los árboles, y las hojas secas se veían 
arrebatadas en torbellino por la pradera, formando 
un melancólico zumbido, A un lado descallaba la 
ciudad de Choisy con sus torres, sus campanarios y 
sus tejados, agrupados en anfiteatro y cubiertos con 
una sábana de nieve, y al otro lado una escarpada 
montaña con su corona de hielos, que brillaba como 
una corona de diamantes á los rayos del sol. Por en- 
tre sus heladas rocas se descubrían algunas chozas 
miserable*. 

Una mujer, que al parecer habia salido de Choi- 
sy, se dirigía á ella lentamente. En su Irage raido, 
en su semblante pálido y descarnado, se descubría la 
huilla de profundos sufrimientos, y parecía que sus 
fuerzas la abandonaban, pues se detenía de vez en 
cuando para lomar aliento. Esta mujerera la infeliz 
Angélica. Según sus predicciones, Eduardo estaba 
próximo á morir, y al salir de Choisy se habian vis- 



to obligados á detenerse en la primera rabana qu e 
encontraron. Hasta entonces Iinhian vivido coíMos 
pocos recursos que Úrsula había sacado de Choisy; 
pero acabados eslos Angélica tuvo que recurrir á los 
amigos que tenia en la ciudad: poro, como, sucede 
generalmente á los infelices, no encontré mus que 
corazones da acero y almas despiadadas. 

La noche habia eslcndldo ya su negro veto sobre 
la naturaleza manilo Angélica llegó á la falda de] 
monte. La luna brillaba hermosa y luciente sobre un 
ciclo diáfano, el frió era intenso, y La pobre mujer, 
helada y rendida de fatiga, tuvo que detenerse para 
cobrar aliento. SriiIiVse; sobre una piedra, apoyó ¡a 
cabeza sobre la mano izquierda y el codo en la rodi- 
lla, y quedó un breve instante inmóvil y pensativa. 
{St confijiiinrd.) 

A iiü,-Oi GnU»i. 



(COSTIXIA.) 

Al Oeste, Y á menos do nuevo leguas de la ca- 
pital de Eslromadura, se astenia un villorrio cuyo 
principal atractivo es su cielo brillante y alegre. En 
él por los años de 1823, y como á cien pasos de la 
casa de Alniendrejo, en que el poeta Esproneeda vio 
la luz primera para ver tan prematuramente la últi- 
ma, en é\ nació la no menos celebrada poetisa 
D.' Carolina Coronado, bija de D. Nicolás Corona- 
do v de ]}.' Mana Antonia Romero. Parecía que la 
suerte, al lijar la cuna de nuestra poetisa en uno de 
los lugares que aun existen en España donde conli- 
nuiín en visror las rancias preocupaciones que con- 
denan & su so\n á la ignorancia, la destinaba á una 
vida retirada y oscura. Pero un ingenio como el su- 
yo crea en vez de ser dirigido por las circunstancias, 
y abriéndose paso al través do obstáculos quo hubie- 
ran fatigado ó desalentado a un alma menos animosa 
V de inferior categoría, ha disipado con sus destellos 
las nubes que lo encubrían, derramando su esplen- 
dor porta nación que se enorgullece de haberle dado 
cuna. Brillante como lia sido su triunfo, casi se ha- 
ce penoso el trazar las dificultades por medio de las 
cuales se ha efectuado. En el apartado retiro en que 
nació y se ha criado, no solo eslaba privada de las 
ventajas que La capital proporciona á las personas 
inclinadas á estudiar la ciencia da lodas las edades y 
naciones acumulada en sus copiosas bibliotecas, sipo 
que también hubo de luchar con la inveterada anti- 



palia que reina en las provincias hacia la ilustración 
del bello sexo, antipatía que santificando la ignoraar 
cia á modo de religión Lácese considere como case- 
de conciencia el dedicar esclusivamenle á la mujer 
á las piadosas prácticas de la iglesia y á sus faenas 
domésticas, privándola de lodo estudio, el cual se 
pinta allí como el corruptor infalible del entendi- 
miento, cuando sirve para enaltecerlo. Los natura- 
les de Estremadura al paso que lian conservado en 
su primitiva pureza fe inalterable vigor las duras pe- 
ro inestimables virtudes, los modales, las costum- 
bres, y debemos añadir las preocupaciones de sus 
abuelos, rechazando el lujoso pero incómodo trage 
del moderno refinamiento, también se han privado 
á si mismos del auxilio que la educación proporcio- 
na á aquellos cuyas naturales dotes mas de una vez 
se hubieran ahogado en su germen sin ella. 

La .madre de Carolina, lejos de enorgullecerse 
con las precoces muestras de talento de su hija, ob- 
servaba con la mayor ansiedad sus esfuerzos para 
traspasar los limites del estrecho circulo que se per- 
mitía á su sexo en aquella parle de España. Y hasta 
no es inverosímil que en su estado de alarma hicie- 
se amenudo la digna madre fervientes votos para 
conjurar la inminente calamidad. Siguiendo las mác- 
simas tradicionales trasmitidas de generación en ge- 
neración se preparó á combatir al enemigo, y con 
loable aunque equivocado celo procuró sofocar las 
nacientes aspiraciones del genio que pugnaba por sa- 
lir al aire v á La luz. Su hija se vio reducida á des- 
empeñar las faenas domesticas, y fué criada para 
ayudar á su madre á sobrellevar el peso de una fa- 
milia numerosa, con absoluta esclusion de aquellos 
estudios amenos que en otros paises proporcionan 
un agradable solaz á ias mujeres de su clase. Al 
contrario de la generalidad de nuestras jóvenes mo- 
dernas, la amable española se sometió sin murmurar 
á un genero de vida que para un entendimiento co- 
mo el suyo debe haberle sido en estremo enojoso, y 
desde la edad de nueve años se aplicó ala aguja con 
tal ahinco como si Ja naturaleza no la hubiera des- 
tinado jamás para otra especie de ocupación. Al mis- 
mo tiempo recibió una educación tan buena como en 
el pais era dado adquirirla, pero Cal como nuestras 
lectoras, que pertenecen á un suelo mas favorecido, 
considerarían como de lodo punto nula, pues se re- 
dujo á leer y escribir, á los rudimentos de la gramá- 
tica y al catecismo. 

Pero en tanto que sus manos adquirían tal des- 
treza en la elegante obra déla aguja, hasta el punto 



de haberle granjeado una gran reputación entre 
cuantos la conocían, sus facultades mentales, uo me- 
nos activas, se hallaban también en ejercicio. Pro- 
curaba con infatigable ahinco adquirir materiales pa- 
ra satisfacer su ansia de instrucción, y por las no- 
ches, robando no pocas horas al sueño, se consa- 
graba al estudio, no de Jas obras frivolas con que 
suelen pasar el tiempo las personas jóvenes é ireflexi- 
vas, sioo de obras tales como la Historia critica de 
Espa|a por Masdeu y tas producciones maestras de 
los poetas clásicos. Las últimas especialmente ejer- 
cían en ella una fascinación que desde luego revela- 
ba sus satúrales inclinaciones. Con frecuencia con- 
fiaba á la memoria los tomos de poesías que podía 
haber á las manos, á fin de continuar disfrutando de 
su compañía intelectual después de haberlos devuel- 
to á sus dueños. No es la suma de conocimientos li- 
terarios lo que ilustra el entendimiento, sino el pro- 
vecho que de ellos se saca. El estudio de tales mo- 
delos despertó en breve el duseo de exhalar sus sen- 
timientos en la melodía poética, y acostumbró su 
oído, naturalmente musical, á su armoniosa caden- 
cia. De este modo aislada en un triste pueblo de cam- 
po, falla de recursos literarios y artísticos, en medio 
de las trabas que sus bien iulcncionados padres y 
amigos oponían á sus adelantos, de este modo fué 
como esta amable joven sin la menor ayuda comple- 
tó su educación, adquiriendo un conocimiento pro- 
fundo de la historia, la geografía y la literatura, 

(Se continvará.J 



Nuestra corresponsal de Cuenca nos refiere en su 
última comunicación la horrorosa catástrofe que á 
continuación trasladamos: 

Vivía allí un panadero joven y demente con su 
esposa, joven también, y con tres niüos, el mayor de 
cuatro años y el menor de seis ó siete meses. Hacia 
poco mas de un mes que este hombre había sido dado 
de alta en el hospital de locos de Valencia, y á pesar de 
que su esposa conoció que no estaba curado, sufría 
Jas consecuencias de su terrible enfermedad, por te- 
mor de que atribuyesen sus quejas á deseos de apar- 
tarlo de su lado, una vez reconocido por sano en el 
hospital de Valencia. En la noche del martes ultimo, 
de nueve á diez, intentó el demente matar á su infe- 
liz esposa, á cuyo efecto la sujetó fuertemente v con 
una pequeña navaja empezó á degollarla; mas vien- 
do qne el instrumento que habia elegido no corres- 
pondía s sus deseoj con prontitud, fué á buscar un 









bol 



cuchillo may-or;! cuyo momento 
para escaparse de su easa, 'herida ya en el ruello. 
Confiaba la desventurada en que sea piara Fin no vién- 
dola y pasando un ralo soto ron sus Iris rjiñosvé 
los cuales había manifestado desde snmeUa 'del hos- 
pital dfi dementes de YiléVrcu un cariño estraordirta- 
rio. tratándolos aunen' sus peores 'momentoV : con- 
una ternura estremada. No sucedió en esta Ocasión lo 
mismo, pues luego (¡ue advirtió la hnida de'sn mu- 
jer cerró In puerta de la calle con llave y c-oráewzriií 
arrojar por las Ventanas euantoen facása líaltó, dan- 
do' gritos desesperados 1 que atrajeron á los serélaW y 
después al alcalde constitucional. Hubo un iuti-rvAlo 
en que apañándose de !a ventana se reliri) al itaierioV- 
de 1 su casa, y en el cual pudieron forzar la : puerta por 
orden de la autoridad y penetrar [os qiir arrullen ui. 
Halláronle recostado en su cama, y lamentándose de 
que intentaran quitarle sus hijo», que se bailaban en 
súS Cumas. Cuál seria el horror délos que asistían á 
esla trágica escena cuando a! considerarlos dormidas 
encontraron degolladas á estas tres inocentes criatu- 
ras! ÜNi uno solo hubo allí que no derramase lágri- 
mas al contemplar la horrorosa consecuencia de la li- 
gereza con que los médicos del hospital de dementen 
de Valencia habían dado de alta á este hombre, que 
en uu momento Je enagenarion cometió un acto tan 
bárbaro que seguramente lo conducirá á la desespe- 
ración en el primer incido intervalo que llegue á' 
comprender la horrorosa acción que' ha come- 
tido. 

La infeliz madre sobre bailarse herida se encuen- 
tra en el estado de desesperación mas completo; ella 
no pudo concebir ni remotamente qiic el' demente 
deseaba sangre y vertería la de sus hijos A falta de la 
suya: en olro rasóse hubiera dejado asesinar mil. ve- 
ces para libertará sus inocentes hijos. 

Además t!c estas personas tan allegadas al loco. 
se haría herido gravemente un sereno que cayo ¿he 
nna escalera de mano por donde intentaba penetrar- 
en la rasa, y otro á quien alcanzó en nn hombro una 
dé las piedras que arrojaba el loco. 



Mimas i moju-xas. De un periódico tomamos l»s 
Siguientes párrafos; 

Los colores del pelo vaHan hasta Jo infiaho, por- 
que el u uniera de mezclas es incalculable. Si k un- 
preguntan los motivos" contestaré que los ignoro, v 
que no trato de hacer un análisis químico, sino de 



vtenpfflá'do^i*ne»mi>§i*e¡ 
lasmujert^yísuW'todft'á'JiiS'riibfsS'y a- las-moru^' 
ñas, esas 'dos rivales ciernas que sii>dis|witon et im- 
perio que íaii'»4uraíe«a'k!S |ja'bonredidbaoÍM , «'iod' 
corazones, Ksie *íludio.-es , -»fflpo> , t<ioifsh*n>. pnc***'- 
mas'-lnue error puede defccoitijHjnpr una lisonümía, 
haeeifl»' dcscunotruln rtitlarle.^m^spiüto'eliortJnla.ii'i' 

Todo lo qin> hrilht produce, buen electo *»iirenii 
pelotsegro y hermose*".nna ; id» JnWeWHí; 1»W esf* s*¡ 
dice qué él -omarillri y el enramado son et ¡tirite «V 
su eara. " '• •• IbImwi sol .wiuilii jni 01 

Las rubStishusean *) colorí de'rosit 1 y el'Bttul ,.|a-: 
re, ifrtege*rm«tiÍi*njct>n'i«lDfcanomfa'T'':''i .infouda 

1.a prífft!riítíci9''tjli*Hína'iJ(lf ií*í« rolo res -marjririíJ" 
rtuntíados y vivo?; y 1 la oíritfr fas medía 51 in las,, feáf-" 
urja par* la mokitíon delpfíjble*^ si los fatelloS' 
«asíanos y Hojos no complicasen las diRcAdiadcs. 

Para las morenas, los colores punzo, careza, 
amarillo, blanco, cWrmesf y-l^gro'. 

Bar* los rnbia?, azul, rosa, terde,' liiaj'Vtofela'y* 
pitarra. 

Para las de pelo casln9(>l'flr«tcltr de todos los co- 
lores filados. 

ANUNCIOS;: 

— 



i ' .n" . — rn 1— 1 — i 1 — 

.POESÍAS 



-I— r-i 



líe ¿a scilonlti doña ¿ngtfy ÜT^fsi. . 
Vwidesc £ >i tí. en las librerías de Monto r. bañil 
rcra de i>, Gerónimo; llios-, calle de Jacometrer.o: 
Uliieres, -calle dcllíi Concepción, Gcroainia, r en. la: 
.imprenta de este periódico, ralle de María Cristina 
niuu. 8 cuarto bajo- 



«pGÜÍSÍBn.; vi éúístüreha 

En la calle del (t!mon,in.. 80* IfbUMa, darán 1 
rn?ori de ffla señorita qua huce y Iñ^énS g hacer" 
con la mayor perfección luda clase ,je 11,..,,.. va fea' 
en su rasa Ú ya'eri.fci de las señoras que pisten fa- 
vorecerla. Salfd lambicti harer vestidos r cualquiera 1 
otra'pfenflS^iitinjér'qne se le eMrfbii 



, . . , MADRID, 18j2. 

Gallé de Mari»! Cristina, ntímíro 6t 



Año 1. 




)otmngo 21 d« Marzo de 



Kúm 34- 



" '■'■ " 



— — — 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo, 



Eílp periódico siic todos tos domingos: se suscribí en M.i.:lnr] en las librerías de Mopier y de Cuesta, á í wt. al mes; y en procin- 

cja s II) (S. pjrtlji iueS4>s frjucu Je pude, rtiii.lisn <j um Libran; i i í.n.ir di; uueslro impresor, o sellos de franqueo. 



poesías 

DE LA 

No vamos á emitir tía juicio critico de las poe- 
sías que acaba de publicar nuestra distinguida cola- 
boradora )a señorita D.* Angela Grassi; pues además 
de que esto seria imponernos una tarea superior á 
nuestras Tuerzas, somos por olra parte amigas de la 
autora, y nuestros elogios se creerían mas bien tri- 
butados á la amistad que al verdadero mérito de las 
composiciones. Vamos únicamente á decir á nues- 
tras lectoras la agradable impresión que se esperi- 
meota al recorrer el libro de la señorita Grassí, el 
bálsamo consolador que infunde al alma su lectura 
en medio de las liernísimas quejas y suspiros que 
«halan casi todas sus páginas. 

Este libro, que lia aparecido en el mundo lite- 
rario sin pretensión ninguna, se recomienda por sí 
solo- Es un libro escrito con el corazón, y en que su 
autora hace partícipes á sus lectores de las liernas 
emociones que agitar) su alma. Su mayor mérito con. 
siste en su profunda moralidad y en el dulce senti- 
miento que revela cada una de sus lineas. Lejos de 
imitar la confusa palabrería de algunos de nuestros 
escritores, en cada una de sus palabras se encierra 
un pensamiento. Uno de nuestros mas ilustres poetas 
v concienzudos críticos ha dicho que nuestra cola- 
boradora ha nacido poeta; también ha dicho el mis- 
mo que pocos han comprendido mejor y lian sabido 
hacer comprender la grandeza y majestad de Dios, 
V en este género es sin dispula ninguna en el que 
sobresale nuestra poetisa. Sus concepciones son hijas 
tanto del estudio como de la inspiración, y reúnen 



una sencilla elocuencia á su versificación sonora. 

Hemos dicho que estas poesías se recomiendan 
por sí solas; nos limitaremos pues á citar algunas es- 
trofas tomadas al acaso, para dar á nuestros lectores 
una idea de las bellezas que encierran. 

Casi todas sus aspiraciones se dirigen á Dios, y 
así nada hay mas tierno que su Pinjarla, que abun- 
da en pensamientos delicados; nada tampoco hay mas 
bello que sus Recuerdas de la Patria, que uno de 
nuestros poetas ha calificado de modelo. Reina en 
toda ella una dulce sencillez adecuada al objeto que 
la inspira, y asi al recordar los apacibles dias de su 
infancia, esclama con dolorosa tristeza: 

La tierna flor se inclina 
Lejos riel suelo que nacer la viera; 
A-i mi ser declina, 
¡Y, oh Dios, quién lo crejeral 
Desfallezco en mi verde primavera! 

El soneto á la Creación es una de sus mejores 
composiciones, y concluye con este hermoso terce- 
to, en que apostrofando á la naturaleza dice: 

Heridme: ¿quien os díó tan claro brillo? 
tQuieii 1;lHimiii'i el espacio de diamantes? 
Quien?— El que ciñe la inmortal coronal 

La Meditación abunda en imágenes llenas d 
grandeza y majestad, y revela un sentimiento reli- 
gioso que convence á la razón y conmueve al alma. 

La Plegaria de la /tiren ciega une á su ternura 
unas máximas consoladoras; así el espíritu se siente 
elevado sobre las pequeneces de Ea tierra al leer su 
final: 

¿Qué importa arrastrar penosa 
En este inundo sombrío, 
Do todo es nada j vacio, 
Una vida de do!ur; 

Si el Eterno nos reserva 
En su mansión de consuelo i 









í 






infi/ 



2 liinoíl 






mus luiiueuníuiiLimüi'-' ■■■■— 

Por cada empina una i!m '* 
Su oda ¡íla Cariddíl pwtáe taii ouspitir con la 
le Fr. Luis de León á'ln .iicoiiíou. Lardes estrofas 
que copiamos son \i¿ una delicadeza ísi[uisila: 
Ya ia Esperanza pura, 
La sacrosanta té <¡nc el hombre odioso 
Mancha con tenso impura 
Pe lodo cenagoso. 



y sentimiento, y despnes de recordar 
ñámenle la visitación de sania Isabel á la Virgen 
María, esclattia como ¡nsp irania aludiendo á las almas 
de los héroes españoles: 

MLra, ,S 'fiura, en jtrnlnugailn hilera 



Huyeron dc^eslr suelo doloroso. 
,,.,;- ... ^-ai~f. ritma, í» , . í 



, 0/9»' W .lantaim leítlejal? ' Oí tO 

Oh! vuelvo por piedad, virgen querida) 

iNO VI'S IJIIf. S¡ I1IIS dejas, 

la Ijitni cnnvrrlida 

Será ais.lief.is en falat piaridat 

¡Con cuánta poesía, con cu.íiila ternura está es- 
crito ¿I JTií» n n~al Creañir] 'Estasiadií ron el LcITo 
espectáculo de ia naturaleza, -dirijie su pensamiento 

al Creador de todos los seres y cselama con.entu- 
J ir 



l.lepan las iiliujs de los héroes lides 
Que ilustraron de España la bandera 
Y ostentan en el cíelo sus laureles. 

Se postran ante li, Virgen uucrida; 
Cual ¡.o le.impliiran por su Reina amada: 



n>p 

siasniü: 

Tle ese Píos une dijo al hombre 
'Al lanzarlo fit mundo: :l;jiii, 
le ■■ lat haÉtí rn ¡tu ¿«manen 
Y Jrrá (f ciclo lu iinlriii. 
por un mar lleim üc escollos 
Vn«sr¡¡ lií pobre- barca; 



ik-iiúu eticada do esprrta* • 
Tendrá une cruiar lu planta. 
Tin-s men; le 






1 (tari; mi un faro 
One le um'é en la eepi'L'ania, 
í ii eoosuctn en el perdtm. 
Y; de amor mi ,i ley taiija. 
Sufrir j ani.ir es lu sino, 
tjiie lie amor formé tu alma: 
El que Lsnifs i -üHr.T mftuMM ' 
l/os tesoros do 1 mi fraria. 
Navega pues enlce escolles, 
Desatutll hniTnsr.1, 
¡Que «ios por lí \e!a siempre, 
V sus consuelos te. e,nard«, toe 13 

Su nioute jonwdüra lamenta la frivola intlifaren- 
cia coi) <,llu el uniuIiit tvulomufn sil inevitable des- 

irDcdont.yiAtí^ pÍAta.fln su coBoposicioB á la lñ- 
mor laudad'. 

Que osle frivolo mundo al o;iie boj admira 
MnñaiM olvida, cmi#o [leríní infamé 
Ho-lu jupíele línideirtreciu mira, 

Y ub-nu ou«.> j (l(( . | bu S r» anhelante! 

^ luego añade con dolurosa compasión: 
, ¡ >;i^ern humanidad! esa cabeza 

Qfüe en su br¿ulíá latera ílel ifrinaméma 
;■ -Preleudííi anatltm la 3,1a gVandfea, 
Esjugneleile un átomo do viento! 
' Misera humanidad] en so locura 
Pien?a (líctiir su íev ¡,l oitir iuílo: 
I,ie>;n lamuertu con su faz impura, 

Y el gigante inmuilal íuélyé ;i ¿i ludot 

La que dedica á la Iteina, anles de s u alumbra- 
miento, abunda tacabie-n en rasgos lleno&<le dulzura 



-Vil deseches ptestft tan sentida, 
Jlaz feliz k la España desdichada! 

La que titula ¿ ío. muerte de un amigo CS indu- 

diLbleiiirute una de las que mas lauro deben repor- 
tarle. Keina en toda ella lina -dulce melancolía, v ni 
arma se sien le ajrrrnoirrtla-al leer la descripción que 
hace de la terrible lucha que sostiene cu el mundo el 
genin dcsdicliajü. He aqili como piula el anhelo del 

poeta: 
>£££. Cnal árlwil ijiiii sualla copa 

Hasta las nubes levanta, 

Mientras la nflche A su plañía 

Tiende el fúnebre capuz: 
""""I ''■ A,i él. une en e,ie inundo 

i.l 



-Solo tío sombras y duelo, 
fte rejnuutalia tmsla el eielD 
Espacio buscando v lu/. 

Y luesu describe^u muerte con un colorido tan 
■- 
ilulee, que la hace casi apetecible al alma fatigada de 

tus eiulifiles.li- la vida. 



r l.cjoü oslaba la nDthe. 
i.ejos li calma aHhelaita, 



r.nii 
•illp 



Y fti mcüin da la jornada 
,• peiljivo elcjauíaitu píe¡ 
\ liirmando ron snslnuros 
Ilnscl hermrisfi i visneñe, 
■- ;í* dritrfefft^n brains del sueño 



;:; 






Lleno de anuir J de lé. 

Eleipeeiñeubde;urifl.léjitnt5lad learraneaacen- 

■ l«í ilenw .de vebetueiieia yencrgia, y después de 

funla,r al, desurden de la.naturalcia cree ver lefjeja- 

.d^Jairuágea do Dios en las nubes J cselama: 

Callad; m voí sublime la lejupe^lnil (rausnule; 
Al padre ha reemplazadn el soberano jueí.: 
Tenililad ¡av.' íjih' ¡rril.ldii al universo irrite: 
í,r> ya* fat fi iimítá? poíno i¡t¿ jjóíiin rtíícn ú ¡íny 

l-uat energía y entusiasmo respira su rjompoM- 
cion á' Veneeiit. Ühít de 'las poesías que abunda en 
más bellezas, reala que campea mas su fe religiosa, 
es la rjtri dedica á Iti sefiorita duna llamona 'Leboa, 
Oéspu'ís de tómpaiar la pequdttei de- las obras hu- 
maiuis cotí la grandeza de Ia9divit>as, esclaoia trans- 
[lortatla: 

liios es tan Siiln, Píos! Miro su mano 
En eiuiiitd liicu.Mi etetiiciicia yto: 
Cada alomo de polvo es un arcana 
yue iftcierra «n minM de su' amor trofeo. 






También es digna de elogio fe última, dirigida á I dase apresuradamente del caballo y levantándola con 
Barculanh, en la cuál hay estrofas tan bien acabadas apasionada ternura. Pídeme lo qae quieras, pero no 
como fes siguiente; 5Q ¥ ¡,) a £ s Uü traidor.... 

Eu susonrins de límpídn esmeralda. —Es un inocente á quien íián perdido falsas ca- 

líetieja allíva su eijranle sombia; lumnias tramadas por sus" enemigos. 



Forman losalloyiyQiiles su guirnalda, 
Tiende el valle á ¿lis pies variada alfombra. 

Después de presentar estos ejemplos, terminare- 
mos nuestra humilde reseña con las palabras del He- 
raldo, que al ocuparse de. estas poesías dice beber- 
ías entre olías de tatito mérito, que bastarían á dar 
lo fama á cualquier poeta. Damos pues Ln enhora- 
buena á 1a señorita Grassi, y le aconsejamos haya 
una completa edición Je tudas sus obras. 






Ana ttlikrjjl, 

Ll ¿Lííúú 

.A.W 

II 

(COX'TTNSJACIO.V) 

Sus ojos clavados en el dclo parecían que ímpln_ 
raban su compasión, y las lágrimas que bañaban sus 
mejillas demostraban bien el pesar que fe devoraba. 
De repente el galope de algunos caballos la arranca 
de su meditación, Angélica se estremece. Recuerda 
que aquellos alrededores están llenos de tropasrcalis- 
tas, y el temor de que descubran el asilo de su espo- 
so llena su alma de confusión y espanto, he levanta 
precipitadamente, quiere huir; pero ya no es tiem- 
po. Dos guerreros montados cii brillantes corceles 
atraviesan el camino y pasan por delante de ella, 

— Pardiez! dice uno de ellos, hemos causado un 
susto terrible á esa pobre mujer. ¿Qué fiará aijuí esa 
infeliz i seminantes horas v con uu frió tan espan- 
Loso? 

Estas palabras llamaron la atención de su enm- 
ñeru, que fijó en ella sus miradas y escfaraó.ron un 
inesplicabJe acento de alegría, de sorpresa y de 
dolor: 

— Angélica! — 

Angélica le mira, le reconoce, es el Delfín, es 
Carlos Vil, el primero y único hombre que lia sabido 
hacer palpitar sú eurazon y cuyo dulce recuerdo no 
Se ha borrado nunca de su mente, profesándole "una 
adoración tan casta y pura corno la que los angeles 
tributan á su Dios. Pero pasado el primer momento 
de turbación recuerda sus deberes, y cayendo de ro- 
dillas ante él esclama con voz suplicante: 

— Piedad, señor, piedad para mi esposo! 

— Nunca, Angélica, nunca! grita Carlos baján- 



— Las leves le han juzgado, t vo no" debo, no 
quiero revocar su sentencia. 

—Pues bien, oíorgadme su'pertfmi. Está mori- 
bundo, tal vez habrá espirado á estas horas agobiado 
por su aflicción y su miseria perdonadle en nom- 
bre de vuestro antiguo amor, en nombre de mi po- 
bre hijo! 

—Está moribundo! repilíd Carlos radiante de 
alegría; oh! Dios quiere que desaparezca el obstácu- 
lo que separaba nuestros corazones! Angélica, te 
amo como le amaba en aquellos felices días de nues- 
tros sencillos amores. Angélica, voy á alcanzar una, 
corona, yo ceñiré con ella tu hermosa frente. 

— Callad, esclainú Angélica rechazándole: esa 
corona no la quiero. No la aceptaría aunque fe des- 
gracia me prívase de mi esposo. Debo vivir para mi 
hijo, á quien no le queda otro amparo que jo sobre 
la tierra. 

— Pues bien, yo seré el padre de tu hijo, Angé- 
lica. Sigúeme. Por tí, por él, qué gime en la misc- 
ríai debes' acceder á mis ruegos. 

— Basta, señor. Olvidáis que existe un nombré 
que puede pedirme cuenta dé'mis afectos, un mori- 
bundo que cifra en mi carino su última esperanza! 

— Pero este hombre durante el período de su 
opulencia Le o'a abandonado por otra mujer despre- 
ciable y se ha complacido en tu llanlo y en tus su- 
frimientos! 

... .i 

— Señor, si yo lé abandonase en la desgracia me 

nivelaría á él faltando á mis sagrados deberes. Dios 

no quiere que nos tomemos la venganza. A él solo 

compele juzgar á los hombres y darles el premio ó 

el castigo que merezcan. Olvidad lo pasado, y ved 

tan solo en mí una mujer desolada que os implora 

de rodillas qué perdoné isa Vú infeliz esposo. 

— Perdonar yo al que me ha robado cuanto tenia 
ule mas precioso en el mundo, el curazon de fe mu- 
jer que idolatraba? Oh! nunca, nunca! 

— Sefior, los revés son imágenes de Dios sobre 
la tierra; los reyes no deben vengar ofensas pa'rticn- 

, lares; los reyes deben perdonar para ser perdonados. 

— No, jamás. ¿Donde está tu esposo? responde, 
donde esta, para que yo pueda saciar en el mi ven- 
gnDza? 

— Carlos, 'esclaniu Angélica con tristeza, os 









IjCrjfia.-justo y bueno como en el tiempo en que pros- 
crito j desamparado, no ahrígiliais ningup odio con- 
tra uueslrns enemigos. Como tal as profesaba un 
sincero car ¡fio Je hermana. Os habla erigido un tem- 
plo en roí corazón, y os ofrecía eo holocausto un 
apacible y puro recuerdo, haciendo votos por vues- 
tra felicidad. Veo que el tiempo y la fortuna lian 
cambiado vuestro corazón y que vuestra alma ja 
no es hermana de la, mía. Adiós, vuestras palabras 
han cslíiiguido el aprecio que os profesaba, y ya no 
snjs nada para mi. 

Angélica al pronunciar estas palabras con digna 
.severidad ae aleja, y Carlos turbado y confuso no 
intenta detenerla. 

Ya habia desaparecido entre las tortuosidades 
del camino. cuando murmuró en voz baja: 

— lie hecho mal. Me he abandonado impruden- 
temente ni primer impulsa del corazón. He traspása- 
Ido el alma de, esa mujer desdichada. Mi conduela no 
ha sido nuble: tiene r'ázáá* ' soy indigno de ella, soy 
indigno de ceñir, la' corona (fe Francia.! Sigámosla, 
añade en voz alta dirigiéndose á su compañero. 
Volvió a montar tristemente á caballo, v ambos 



' 



lanzaron al galope por el camino por donde An- 

liiL! habla desaparecido. 

1 



' * ' • ■■■-■■■••__.. 

En el interior de una miserable cboza, al pálido 
resplandor de una lámpara próiiiua ¿extinguirse, se 
veía, ¡i una vieja (jue prestaba atento oído al mas le- 
ve ruido ,de pisadas, y corría á abrir la puerta toI- 
vieniio después Ir i ¿te me ule á su silio. En un rincón 
del aposento, sobre un montón de paja, yacía un 
hombre cuyo semblante pálida y moribundo daba á 
lomprcuder que se bailaba gravemente enfermo. 
Cerca de él, Sobre una eslora, dormía un gracioso ni- 
íto con la sonrisa de la inocencia en los labios v la 
calma de la ignorancia pintada en su sonrosado sem- 
¿lanle. 

Un golpecito dado á la puerta arranco á la vieja 
un grito de alegría y corrió apresuradamente á ahrir. 

Era Angélica. Dejóse caer sobre un banco v pre- 
guntó ;i la vieja con el mas vivo acento de inquietud; 

— Y él, Úrsula, y ¿I? Vive todavía?... Responde 
por piedad. 

~ Duerme i dijo eslaen voz baja; pero su estado 
es lau ful al que apenas da esperanzas de vida. 

— Diosmíol esclaraó la infeliz retorciéndose los 

brazos con desesperación; y sellan acabado ya todos 
los recursos, y nada me queda ya que esperar! A 



cuantos me lie dirigido solo me han mostrada corazo- 
nes de acero, y me han despedido con la mayor du~ 
r eza. 

—¿Ya no Jiay esperanzo pues? 

—Ninguna! 

(St continuará.) 

A ■IC'* tr...l. 



Con el mayor placer trasladamos á nuestras cO- 
Itimnns la siguiente poesía debida á la pluma de la 
señorila Moreno Narlos, cuyas brillantes dotes lia 
tenido ya ocasión de apreciar e) público de Gra- 
nada: 

A LA MUERTE DEL DISTLYGUIDO ARTISTA 

SOH ÍI1KBEL MORENO BItBMA, 



Tejed coronas de amarillas rosas, 
entonad vuestro canto, trovadores, 

y del Gfiiil las ondas espumosas 
repetirán del alara, los dolores. 



tai 
tai 



Que marchitó una [lar brisa temprana 
y robó sus aromas á este suelo, 
disipando las glorias de un mañana, 
jara siempre guardándole en el cielo. 

Segundo Zurbaran, ricas creaciones 
. nos trasmitió con mágica paleta; 
arrullaba el lab reí sus concepciones 
entre sueños de artista y de poeta. 

Acaso comprendió su alma elevada 
cuan pobres son los goces mundanales, 
ilusión pnsagera y agitada 
mecida uor furiosos vendavales; 

Que «s triste por demás, que es harto triste, 

cruzar la vida entre halagüeñas glorias, 
sin alcanzar lo que en la mente existe, 
sueüo ideal de dichas transitorias. 

Pero no sea, no, la lira niia 
quien turbe su reposo funerario. 
Artistas, respetad su losa fría, 
y en cada corazón tenga un sagrario. 






■lu-.ofii Moreno \nrlo». 



►clli 



(costisCa.) 

Pero en tanto que la suerte parecía haber pre- 
destinado á Carolina á la limitada esfera de la vida 
domestica, ta casualidad suministró estímulos para 
alimentar las elevadas aspiraciones hacia lo bello y 
glorioso de esa alma formada con la prodigalidad de 
la jiofurti/e;a. Durante la niñez de Carolina las vi- 
cisitudes políticas Lurbaron el raposo de Ja familia 
Coronado, la cual se vio asi obligada á trasladarse 
por algún tiempo á Badajoz. Su abuelo fué víctima 
del partido dominante, y su padre, abrigando y pro- 
clamando opiniones que por su liberalismo exaltado 
se consideraban entonces como de tendencia peligro- 
sa, hubo de sufrir un largo encarcelamiento. Todos 
los días lema el preso la satisfacción de ver á su mu- 
jer y ú su hija, la cual lio tenia entonces masdo cin- 
co años de edaiL Eu e! olma di: esta, niña por su 
edad, pero coa una extraordinaria madure?, deialeli- 
gencia, parece que cansaron una profunda impresión 
las infinitas vejaciones que sufrió entonces su madre 
para poder comunicarse con su marido. De aquí na- 
ció probablemente su honda aversión á ese- partido, 
y no el primer germen de ese espíritu patriótico que 
de cuando en cuando brota en arranques de entu- 
siasmo la lira de nu.'sira poetisa, generalmente tena . 

* ta- 

piada para mas suaves melodías. El amor du la pa- 
tria es un sentimiento de que participan las mujeres 
de todas clases y condiciones en España, bien que 
sean pocas las llamadas á demostrarlo por sus ac- 
ciones 

Los tempranos infortunios de su familia, su con- 
tinúa residencia en el campo, en medio de la eterna 
soledad de la naturaleza, solo ili versificada por las 
ptatofescas ruinas de oíros tiempos, y la constante 
lucha de una índole altiva aunque suave para con- 
tinuaren su carrera de progreso 'intelectual, á prsir 
del ceño de sus amigos y de la mofa de los en^idio- 
sos y mal intencionados, y muy particularmente de 
Jas personas de su sexo, todo esto ha contribuido 
sin duda para alimentar la ligera tinta de melanco- 

h'a nuevela la frente de la poctiía, cuva huella' está 

i ' 

ínjpresíi en sus pnmeros esfuerzos. 

So primer ensayo en escribir dala de la edad de 

diez años. Le sirvió de lema la muerte de un páJBro, 

el cual fué envuelto en el mismo papel en que se cs- 

Íibió la elegía. 
A los catorce años escribió sus primeros versos 
en uña caria dirigida á una joven amiga suya. La I 



siguiente estancia final dará alguna idea del estado 
en que se hallaba á la sazón el animo de la escrito- 
ra, cuyo genio, cual el de otra Piecioía t pugnaba 
por salvar las vallas que lo rodeaban: 

Yo me siento violenta y comprimida 

Como el niño que hablar quiere y no sale; 

Una cosa en mi alma está escondida.... 

Vivo abrumada por su peso grave — 

Vn concierto suave 

Escucho en mis sentidos, 

Cual sí dentro de mí hubiera sonidos. 

Pero no fué sino un año después cuando la mo- 
desta musa de Eslremad'ira apareció ante el público. 
Su primera compesicion impresa. La Palma, fué 
"plaudida con el mayor entusiasmo y mereció el elo- 
gio de un orador y literato distinguido '!), cuyo 
nombre es tina garantía de mérito en lodo lo que él 
sanciona. Este escelenle poemila le grangeó también 
el tributo de cuatro estancias dirigidas á la poetisa 
por nno que le había precedido en la senda de la fa- 
ina, Esproncoda. Con la felicidad de espresion que 
le distingue calificó sus versos como la músico de la 
inocencia. ' 

En 1838 los horrores de la guerra civil de que 
era teatro España dieron motivo á una ligera demos- 
tración de los sentimientos patrióticos de Carolina. 
Sus hábiles manos bordaron una magnífica bandera 
para el nuevo regimiento que se formó para salir de 
Badajoz á defender la causa de la libertad. La dipu- 
tación provincial de Badajoz manifestó su reconoci- 
miento por el regalo en un oficio que entreoirás fra- 
ses en que hacia justicia al patriotismo de Carolina 
y al primor de su trabajo, contenia la siguiente: 
«La diputación no puede ofrecer á V. las merecidas 
a r.ii.'ias: la mejor recompensa para un corazón como 
el de V. será que los valientes que hayan de seguir 
¡-I regalo de V, al campo de batalla, recuerden' al 
r?j¡rcsir á sus hogares á aquella que con sus manos 
JcliiifiLis ha bordado al emblema en cuya defensa 
habrán derramado ¡an pródigamente su sangre.» 
Este honroso testimonio iba. acompañado de imasor- 
lija de brillantes, en la cual iba grabado el nombro. 
i!el regimiento. 

Y no se crea nuc la joven poetisa se hubiese des- 
embarazado aun di- las trabas que en su niñez se ha- 
bían opuesto á sus adelantos. El éxito no había san- 
tificado la elección de carrera hecha por Carolina, 
Sus gustos literarios estaban harto en desacuerdo con 
las nociones recibidas de docoro femenil para obte- 
ner de su familia y de la gente de su pueblo la La- 



enr.ín que la hiibián. dispensado personas '.:nt*s¡ 
;iiln do oleas pifies. Aun después lie haber si- 
do coronados SuS csflieríOS puf Una amgida Un li- 
sonjera, que pureras darle <lerecbo para disponen, del 
tiempo ásu.albi^río,, continuaba su madre e\i^iéu- 
dule qna se dcJicase 4 '« faenas dym<'slie¡is,,.};"Caro^ 
lina, dócil siempre S Iflf deseos de upo niítiho a quien 
á pesar de la. contraposición de sus mjras profesaba 
na carino respetuoso que raya cu la id.ulalrin, stibre- 
ilevó con gusto la parltque le cupo en los cuidados 
íOhs¡!íti¡enles;á una familia de uchú Iieriimtiús dcam-S 
bos sexos. El corto espacio de lienipo.de que podía ¡ 
dispon it anjes de exigírscle que cuniuiuasc luí ta- 
bules del día lo dedicaba al estudio dolos libros mjt 
jodia ohlemu' presladus, ,jf durante. las larcas lunas 
que empleaba en sus obras, de costura, sus pensa- 
mientos lanzándose libremente por las bellas rcgjo- 
iiik ,ir ía l'.'[,:;^ía. o vacudo. por alguno .le los ro- 
mances: u> lugares que se complacía en visitar du- 
rante sus ■eíeursiones, se ordenaban en Ja esquisila 

fcTUW bajo la cual Salían después ú la \\lí publica, 
porque, eslrauo como, Jebe, parecer, Carolina, con- 
fiada plenamente en su memoria, ha compuesto to- 
das Sus jiúc.-Kis sin el auxilio de la pinina. Cada una 
do ellas oslaba, concluida enteramente anles de. haber 
sido trasmitida al r a F l. 

/Se coniwuarú.J 

.. .>tf«lt«» n 

PJiNSAMÍE-NTGS DE MUJEBES CELEBRES. 



lado, j las paredes de h cata conjugal le miden, 
— Jfad. Siarl. 

[Una mujer honrada debe estar contenta con su 
marido cuando no ln pegiw, fio la riña ni la deje ca- 
. reoer! de nad*Irr ilad, Jiritsue, 
<■■■! Los marido.* se imaginan ludo y no comprenden 
pattmí-&dlQÍ Sand. "V* 

f>itii coloco á la mujer en la licrra para q'tft 
el hombre fio hiciese demasiada* cosas grandes. 
-.Vo,/. /.tyfiurm: 

ütluii , , 

Ln lifrmosiira es. como los olores, cuyo efecto es 

de poca duración: a eos tu intradós á ellos uo se les 
sien le.— .Vml- tálÚffltl 



Una idveí 



„ ;F° cn "Vanosdc un líejo es un pajaro en 
manos de un niño.— Sofia Anmultl. 

El amor es un niüo grande, la mujeres una rau- 
Qüca. — í/ü(i. roükz. 

Nada hay. mas amable que un hombre que se 
soíe» pero nada hay mas 1 odioso 1 que un seductor. 
— jYincw. 



Ka amor la bondad bace- ingratos; la dutiura* ti- 
ranos; la buena, fe D.erüdos.— Alad. HkcQboni. 

Casarse es e«liar alreyidamenleú una lotería de 
suerte donde lart ¡meas veces salen premiados tos bi- 
llclesí— -t}ía.d. ítspiíia.vt. 

El amor, que no es nía» que un episodio- de la 
vida del hombre, eg la historia entera de la vida de 
la mujer. — J/aci; Slael, 

' La libertad es incompatible con el amor; on 
amante nnne» es mas que un esclavo. — .liad. De- 
¡aunaij. 



Mono de limpiar íosiiRMsns,— Para limpiar es- 
la lela lo mejor pasible, dice un periódico, se prín- 
aipiapór lavarla en agua tíhi¡t; en la nial en Ing^r 
dí jabón se echan raspaduras de patatas peladas. En 
seguida se enjuaga con agua de rio, y luego se tien- 
de en una cuerda para que se seque. 

' oJ »!» 

El lunes recibió S. M, la Reina en audiencia par- 
ticttlar á la serionia D.* Carolina Coronado. tEsla 
pn'elisa lino la honra de poner en las reales manos 
algunos ejemplares de una poesía dedicada ¿ S. M. T 
y nuestra augusta soberana dio á la joven autora re- 
petídas muestras do su bondad. 

La señonla Coronado debe babor salido ya para 

Andalucía, 





POESUS 

cíe la señorita doím Angela tj'ntwi. 

Véndese á i rs, en las librerías de Slouier, car- 
rera de S. Gerónimo: Kius, talle de JaroinMieíii; 
Los viejos libprtinos son asquerosas áVañas que P' ,verc Si calle de la Concepción Geriiníma, y en' la 

^inas vecüj afrapitil lindas mariposas. -.Vino,,. ""r""*"!* de ra ' e Púdico, falle de María CríSlina 

uuiu, H «uarto bajo. 



álgonas 

Los hombres forman á las mujeres para el amo, 
y les prohiben su uso. ¡Kslu es ser consecuentes: 
— .Vcuf. ¡.timhtrt. 



-La mujer no tictie mas que un homonlelimi- Caltóde il:uia tli-istina/uúineroá. 






Año I. 



Domingo 28 de Marzo de 1832, 



Núm 3S. 










, ■ ■ ; 

LA MUJER, 

PERIÓDICO 



• PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 

Este periódica sale todos'lus daniin^us: se •íuseriljp en Madrid enlts librcri.is de Monier f4t Cnnii, i i Mi al imí: i i'H :¡ruv ;ii- 
ctas 10 rs* pnr duí meses frjiu'j d¿ \t me, rmiutieii n utia 1 ilir an £,| ¿ ["avur de iiueslru ¡rppresq-r, sello? di franqueo. 

! — 14a 






ADYIvltlRSCIA* 

— 

En nuestro prójimo número quedará concluida 
la publicación de la "preciosa nmrla.de Jorge Sanrt 
Francisco el espósíto, y según ofrecimos a nuestras 
suscriloras les repartiremos una cubierta de color 

por si gustan encuadernarla. 

„. , ,< i • ■ . -i 

Si alguna de nuestras suscritoras, luvjesfl desca- 
balada dicha novela por Iiabcrs/le nstrnw.Ldu algún 
número del periódico, puede decírselo al repartidor, 
pues tenemos sobrantes algunas número? sueltos, y 
se los entregaremos á bu pn meras que los solí- 

O I I 

cilen * 

M. ,it (ni *«uii¡<i. _ 
Ya en otras ocasiones_nos hemos ocupado de la 
sociedad con relación ¡i las obligaciones que impune á 
nuestro sexo y diíiculiades v obstáculos que le opone 
para cumplidas; 1 pisrsuadidns-estamds queUejos de ha- 
ber exageración ; en la pinfura qlié hadamos, debia 
parecer pálida y deseolorrdaal compararla con el ori- 
ginal de donde se tomaba.; 'Tócanos ahora preguntar 
á las suscritütaiqaa á pesar de todo nos estimulaban 
a mirarla con menos oeírü, y nos-dicen que ía socie- 
no es lan mala como parecí?, si es innegable cuanto 
sentamos entonces, si esdTcaaíon de' j*efrl«s que se 
llama sociedad es tan contradictoria con respecto á 
los deberes que impone l¿ hüe*ro sexo y'diíicuUades 
de que luego le rodea para cumplirlos, condenándo- 
le cruelmente si no puéde ! suparar esas dificultades; 
■no es digna acaso de quo se ¡a mire con todo el ce- 
ño que nos achacam nuestras cofije*ponsatóÉ? 

Esto no obsl'ahleí'nosViífas'/ hijas de la sociedad 
y criadasen ella/ri&iltídeíBOíJ'líborrÉiíertóni conde-' 
narla absolutamente; pueysl' adolece de e&s vicios 



1 i ~ 

que hemos lamentado, y contra los cuales hemos es- 
citado la prudencia de nuestras hermanas, conocemos 
V confesamos á la reí que sin (as ventajas que la bue- 
lia sociedad proporciona, la vida seria insoportable. 
jQuíen sabe librarse délos peligros de que adolece, 
quien marcha con la suficiente prudencia por esas 
sendas cuyos precipicios están cubiertos de (lores, 
quien tiene el suficiente dominio sobre sí para no de- 
narse arrastrar de apariencias que ciertamente se- 
iduren, pero cuya realidad mata, y se aprovecha de 
dos beneficios de la buena sociedad sio abandonarse 
■ ciego en sus ocultas simas f ese ha hecho 1» que nos- 
jotras deseamos que imiten ledas nuestras her- 
manas. 

i, 

Así pues concluirnos manifestando que no sola- 
mente no miramos coii cefío la buena sociedad, sino 
que la juzgamos una necesidad de la vida y. una con- 
dición precisa de nuestra naturaleza, que ¡uis eleva 
sobre lus demás seres déla creación; pero como nada 
perfecto existe entre las obras humanas, aliado de esa 
bucoa sociedad y dentro de ella misma hay una socie- 
dad esencia I mente mala, corrompida é ipjusla, que 
es muy difícil distinguir, pero que es preciso conocer 
para preservársele las fatales consecuencias que oca- 
siona á los que incautos se dejan llevar del brillo 

j i i. 
con que deslumhra. 

Juzgamos que ■ estas espía-aciones bastarán á 
nuestras jóvenes 'comunicantes para que depongan 
la idea que habian formado sobre nuestro injusto 
juicio déla sociedad, y se convencerán de que solo 
un poco mas de esperiencia nos hace diferir en algo 
de su opinión. Guarido ellas la hayan adquirido pen- 
sarán como nosotras, Y quiera Dios que acerbos des- 
engaños no les hagan' calificar ruücíio peor esa su 

j • j j ' " -■* 

amada sociedad. . , -, 

p o / 



.£Í!8I ili« 



.I od A 



¡ana 



Nuestra distinguida colaboradora. D.* Rohosll... 
Armiño de Cuesta nos lia favorecida con la siguien 
le poesía, que pertenece á la colucrinn que está -es- 
cribiendo con el titulo de A] pti de h cvna. 



FAVILA. 

;«. PIK BI LA CUNA, 

.1*7.'*.'. na ■Tftyth 

¡Salud, arcángel hermoso. 
Que ájiuestro suele llegaste, 
V en mi corazón formaste 
Un nido eterno de amor? 
#¡riud; n¡¡iu! tu venida 



lili dia sueno d« gloria 
Brilló en mi mente lozana, 
Y de la palma africana 
Mostrara el orguUo yo; 

*>>* ni ¡ffó T" jbri! nur <^*^ . i o i i- v t¿9 

De este bosque en la maleza 
Siento que va en mi cabeza 
. La llanta de hervir cejó. 



No anunciaron los cañones. 
Ni ondearon los pendones 
De tu runa en derredor. 






Solo ona nube de flores 
Te recibió ,i tu llegada, 
Avecilla engalanada 
Que lanío [icni|io soñé; 
¿MáS quién idear pudiera 
(Jneen vez del niño dormido,. 
A tu Negada un gimído 
Tan solo, uiuu, iatwé? 

Sí, que á la tierra vinisfe. 
Creación pura y hermosa. 
Cuando amargura rebosa 
Tan solo mi corazón; 
Llegaste en mi e dad florida. 
Mas ya de mi lira rota 
Tan solo la fuente brota 
De sombría inspiración. 



■ 



/ 






Tú, que ignoras de mi vida 
Las pen as jios dolores 
Ouiercsquecanfe las flore, 
Vialu.velarreboí.... 
¿No sabes, duke paloma, 



V mas al águila Írritas 
Cuando le muestras el sol? 



Que están mi^l.;,^^, 

' -iun 

Yo q« «amé de tu cuna 
Las trillantes aureolas. 
Yo qu. canté de las olas 
El flamígero bramar; 
Yo que la lucha incesante 






Canté del ángel caído, 
Vuv hundiendo en el olvido 
Mis goce» y micanlar. 



Ni me inspira ya el bramido 
Del agua que se desprende. 
Ni allá en el alma se eneíeúde 
Sacro fuego creador; 
"V siento secos mis ojos 
Cuando en lágrimas me anego, 
Y cual niña imbécil juego 
De una hoguera eo derredor., 



mo rt'l 
■í.'.ililnif pl 






¡A donde huyeron las horas 
De tnis' venturosos dias, 
I>e canciones y armonías 

Y visiones del Eáeml 
¿A donde las dulces auras 
Que jugaban en mi frente, 

Y la aureola luciente 
Que ¡laminaba mi sien? 

; . 

' -. ' 

¡Ühl duerme, niüc, y u boca, ., 



I 
n miro 



Qiib solo un mimbre mormura. 

Respuesta firme y segura 

Dar podrá un dia quizá; 

jOh! ducrmel-y en tus eaaueuos 

Que» reflejaran mi vida, 

Allí la cifra perdida 

De mi porvenir está. 









i ~'' ' •' 



Mas ya la pálida Juna 
Se apaga en ol occidente, 
Y. el alba se alta, luciente 
Sobre el cairo da cristal; 
Ya de las nubes da plata 
Que encienden el horizonte 
Brilla en la cima del moaic 
Dulce rayo matinal. 






r- 

V en pos dtl celeste ror>j 
Que resuena en e.L espacio . , ; 

Abre el 50I sus ojos di- yrv, 
Que *ida ;i lii víJn dan; 
- ; d> . '-.'■;. jQlro dia titas! cantemos, 
Fa*ila, al pié-de la cuna. 
Que si es negra la fortuna , 
dorios los dias serán . 
— 
Si, luchemos brazo á brazo 
C«n implacable rk*liin>, 
Cruzando ñola el camine ■ 
Cun firme \ wjfure pié! 
¿Qué importa cruzar U vi-la 
Por senda de abrojos llorín, 
O eo que pradera Di trida 
Trazado CÍ caniino edftí 
— 
Ayl al dintel de la tumba. 
Do apaga el golfo.sus olas, 
Unas son las aureolas 
DeJ vasallo y del señor; 

Y vosotros que gozasteis, 

Y nosotros que sufrimos. 
Juntos allí confundimos 
Los placeres v el dolor. 

Rohu«CIJina trmlüo de Cur.Lu, 



- 



-»** »►»*!'**"■* 



EL HASTIO. 

En: uno de. nue£lros Quineros Anteriores hablan- 

• blando del bastió, hijo natural del ocio, -encomia ni'": 
la laboriosidad y nos reservamos hablar dií esta cua- 
lidad otro día: boy vamos á cumplir nuestra prome- 
sa, si bien. convencidas de que no llegaremos, por 
grande quesea nuestro deseo, i persuadir cuantos 
placeres proporciona, pues lo dificulta la rudeza de 
nuestra indiestra pluma. 

A pesar de esta justa desconfianza , á fuer de 
agradecidas' queremos dedicar á esa que no vacila- 
mos en llamar santa virtud algunas l¡m?3S.. Le debe- 
mos tantos momentos de verdadero plaoer^ile-debe- 
mos tantos consuelos en nuestras penas, que nos ha- 
cemos un deber de escribir sobre este asunto. Ojalá 
iv i éramos las facultades persuasivas necesarias pa- 
convencer á tontas á quienes embarca el hastío y 
el tedio, porque desconociendo los beneficios y los 
placeres del trabajo temen dedicarse á él. 

Cuando el trabajo es necesario para conseguir la 



subsistencia ¿quién es mas ani¡»o del hombre que e 
mismo trabaje?, ¿quién Je libra de la miseria, quien 
impide la infelicidad de sus hijos adorados* Cada go- 
ta del sudor que inunda su frente, es una (lor d i bu 
corona triunfante. El hombre enlomes vence ai mas 
terrible enemigo suyo y de su familia, que esia in- 
dolencia y la pereza, que baila a la cabecera de su 
lecho al despertar por la mañana, y á su lado todo 
el dia, siempre combatiéndole, pero siempre vencido 
por el hombre laborioso, que al combatir viene á 
fortalecer su ánimo la dulce memoria de sus hijos, 
que pbljenen las ventajas de su triunfo. Olil _ si se 
dejase vencer, ellos perecerían 'rj yacerían, en la mi- 
seria, y el hambre y la falla de educación los lleva- 
rían á engruesar las huestes del crimen. Con su tra- 
bajo les- proporciona la subsistencia y la educación, 
y al verlos alegres é instruidos qué placer puede 
igualarse al placer de su padre? 

Oh! bendito sea el trabajo, que aun cuando es 
necesario lautas desgracias evita, lautos consuelos 
proporciona: 

¿Y acaso cuando no es preciso para alcanzar ]a 
subsistencia os por- ventura menos agradecido, pro- 
porciona menor dicha? No por cierto, porque sí e¿ 
espantosa y horrible en el pobre la miseria, sn el ri- 
co e> amargo y desesperante el hastío, que lia con- 
ducido mas de una vez al suicidio, y el trabajo evita 
esle mal. Pero no es este su principal beneficio, no 
es i su su cualidad preferente, ni lo es tampoco el 
dulce placar que proporciona después: -su masimpor- 
tante cualidad es el impedir el vicio y la degradación 
á que la ociosidad conduce, y que no evitan ludas 
las riquezas del mundo, pues solo el trabajo, la la- 
boriosidad puede prevenirla. 

Bendigamos pues eia santa virtud, que en la 
opulencia como en la miseria, , en la felicidad como 
en la desgracia, tantos bienes proporciona, -laníos 
mali:s evija; y practicándola hallaremos remedio en 
todas las adversidades, y basta balsamo consolador 
pora las penas del corazón. — * " , 



ANGÉLICA. 






OÍíU soi "■■ 

(go>TI\OACI«N') 

Un suspiro que soltó á este tiempo el moribundo* 
hizo volará la infeliz junto: allecho de su esposo. 
liMütrEres tú, ángób'ca.... eres tú? murmuró con 



d*h¡l VQí Eduardo; ¿por qué le luis ido» ¿por qu 
me lias abandonado? ;,Nu sabes que jo no puedo vij 
vir sin ti. y que «I espirar deseo tener el consumo 
di- exhalar el último suspiro «obre lit corazón? Olí! 
no te vavas.... ven.... tu mirado me da fuerza,... 
la dulzura de lu vái raima mis sufrimientos.... nu 
me abandones por piedad! 

— Olí! no, estoy á lo lado..,, junio i lí ... Pero 
;.por qué hablas de morir?... Oh! mi, esto no es po- 
sible! Oios no querrá arrebatarme todo mi con- 
fio! 

—Tu consocio yo! jo que te he causado laníos 
sufrimientos! 

— Olvida cuanto ha pasudo antes de este instan- 
te; olvídalo como yo lo he olvidado. 

— Ofi! gracias; pero tu generosidad al par que 
me consuela me asesina, porque yo no puedo olvi- 
dar mís horribles desaciertos, 

Eduardo al pronunciar estas palabras cayó ren- 
dija "dé su esfuerzo sobre el Jecho. Su mano aban- 
doné la de Angélica, y murmuró ron fatigoso 
acón lo: 

— Ohí tengo frió!... está helando!... las furrias 
me faltan! la vida me abandona!... me siento mo- 
rir Ven, ven. acérenle por Dios! 

—Angélica cajo ¡Jé hhj¡L; 1s junio .i el lecho, y 
el moribundo estrechó débilmente tú hermosa cabe- 
za conten su corazón. 

— Mi liijii! prosiguió, quiero ver por la lillima 
vez a mi hijo! ¿dónde esta?... quiero verle!... 

— Angélica cogió en brazos al niño, que durmia 
tranquilamente, y le presentó ¡i su esposo. 

— Hijo mío!... hijo miu!.,. gritó este con deses- 
peración; e! último beso, la última sonrisa para tu 
pobre padre!,. , 

El niño se sonrió sin prever Su desgracia y Edúar, 
do elevó sus ojosál cielo como recomendándole aque- 
llos dos seres amados, de los que iba á separarle en 
breva la eternidad. 

Luego, agoladas sus fnerzns por el sufrimiento, 
cayó sin sentidos sobre el lecho. 

Angélica le puso la mano sóbrela frente y sobre 
lecroazon. Este liabia cesado de latir, su frente es- 
taba helada!.. . 

—Úrsula, socorro... socorro!,. Ven, Dios mío, 
venl gritó Ja infeliz cotí desesperación. Oh! esto no 
es ppsible, prosiguió, esta idea roe aterra!... Eduar- 
do!... esposo miol... ?ío me responde... no ote oye, 
ha muerto!.., Y ningún medio, ninguna esperanza 



le socorro!... Oh! eatós gentes no tienen corazón 
pues nu se apiadan de unos males taro horribles! . , . 

Al pronunciar estas palabras la infelir. se arrojó 
sobre el moribundo, que volvió háela ella' sus ojos, 
ya velados con las sombras de la muerte, y besó dé- 
bilmente su mano, en la que brillaba ana Iterar 
sortija de diamantes. 

Era cí anillo de desposada que lo había regalado 
Carlos al separarse de ella para ¡r á ponerse al fren- 
te de su ejército. Angélica nunca había tenido valor 
para desprenderse de aquella joya que tan dulces re- 
cuerdos encerraba. Pero entonces Una idea rápida 
pareció herir su meute, y levantándose futra de ai 
salió desolada de la estancia, 

Reinó por un breve instante en ella un doloroso 
silencio, interrumpido lan solo por las preces que 
Úrsula r 'muraba en voz baja. De repente dos ca- 
balleros aparecieron en el dintel de la puerla, y sus 
curiosas miradas parecían buscar un objeto en el in- 
terior del aposento. Úrsula ha reconocido a su SO-, 
berano, y corre ú arrojarse á sus pies. 

—Y Angélica? pregunta Carlos con voz conmo- 
vida. 

— Acaba de salir.... 

— Y Mailly'.'... añade el soberano titubeando. 

— Vedle, señor. Creo que seréis bastante gene- 
roso para no arrebatar á .su esposa hasta nn ca- 
dáver. 

Carlos no responde y se dirige al lecho. Contem- 
pla con ojos compasivos aquel hombre que muere 
sobre uu montón de paja; lija su mirada sobre el her- 
moso nip'iri, y una lágrima de compasión humedeció 
sus palpados. 

El niño, que hahia vuelto á adormecerse, entreai 
bre los ojos y tiende sus manos al rev como ¡nploran- 
do su piedad. Cáelos enternecido te loma en Sus bra- 
zos; estampa un tierno btísq en su frente, j eselama 
entre sollozos: 

— Si.es tiempo aun, te volveré á tu padre! 

Un grito de júbilo resuena cerca de él.... ÜAn- 
gétioa, que ha oido sus palabras y rae ¡i sus pies 
murmurando: 

f— Gracias! 

(Se «mcítitrd.) 

.Vi(rll Cruil. 






a 



m 



(continúa.) 



Difícil es concebir cómo sin haber cimentado se- 
mejante empresa en un curso adecuado Je esludios, 
sin método, sin tiempo disponible y aun sin male- 
riales, se formó de ese modo misterioso y casi clan 
destino la colección de poesías que, precedida de una 
introducción por el célebre autor dramático Harl- 
zeubusch, salió á luz en Madrid en 1843. Tal vez 
sea la señorita Coronado la única persona dolada de 
la estraordioaria facultad de componer solo con el 
auxilio de la memoria. La dificultad que esto ofrece 
está definida en las siguientes observaciones dej dis- 
tinguido escritor que acabamos de citar: «Solo quien 
haya probado, dice, á componer de memoria, es ca- 
paz de comprender la fuerza de atención que re- 
quiere este penoso trabajo del enlen dimieuto. El poe- 
ta que compone escribiendo descansa en el papel del 
cuidado de conservar lo que crea, y no piensa mas 
que en seguir creando: el que compone de memoria 
tiene que desempeñar por sí la doble tarea de crear 
y retener, y como la mente humana no puede ocu- 
parse á un tiempo en dos ejercicios, turbada la ra- 
zón un tanto coa ellos, la entonación del poema no 
suele salir igual, ni las ¡deas muy intimamente en- 
lazadas, ni la expresión del concepto con la claridad 
suficiente para el lector, para el cual cada pensa- 
miento de una obra escrita se presenta solo bajo la 
forma en que quedó, sin (pie lo acompañen las otras 
ideas auxiliares ó símulláueamente concebidas que 
contribuyeron á engendrarlo. En aquella exaltación 
de ánimo el poeta con la mas leve espresion se com- 
prende y satisface á sí mismo: el lector, que de nin- 
guna manera se puede hallar en un caso semejante, 
necesita mas para comprender: el uno es el ciego que 
por su finísimo tacto conoce un naipe sin verlo, y el 
otro es el hombre que ve, pero que necesita la luz 
para distinguir la forma estampada en la caria.» 

Esta estélenle definición de las dificultades que 
ofrece el componer en verso sin escribir no puede 
ser aplicable á [a señorita Coronado, cuya estremada 
facilidad en la versificación bace que le sea mucho 
menos fácil el componer en prosa, á causa de la di- 
ficultad que le ocasiona el evitar la música de la 
rima. 

Los periódicos principales de la capital y las pro- 
vincias han publicado innumerables composiciones 
suyas, qne fueron reproducidas en la América me- 



ridional y en la isla de Cuba, y su autora ha sido 
admitida como miembro del Instituto Español y de 
todas las academias literarias de España, inclusa 3a 
de la Habana; pero, como dijo Mr. Gustavo Deville 
en su Revista de Madrid, «cuantío la perseverante 
energía estaba ¡jara recoger su fruto y recompensa; 
cuando la realidad de la vida se abria aníesus ojos; 
cunado los esfuerzos de una firme voluntad habían 
vencido los obstáculos, contra los cuales tan vale- 
rosamente babia luchado, la prensa anunció de sú- 
bito la muerte de la poetisa,* Sucedió esto en ia 
primavera de I8Í4, y los periódicos de todo el rei- 
no, en prueba de dolor por la pérdida que habla su- 
frido la literatura, salieron al público de luto. El 
sentimiento general por una pérdida qne se conside- 
raba como una calamidad pública, se manifestó en 
lodus los puntos de España en una multitud de la- 
mentos poéticos. Estos testimonios de afectuosa es- 
timación llegaron basta la quinta donde su objeto 
vt\ia completamente retirado durante la mayor par- 
te del año, y le cansaron como es de imaginar no 
poca sorpresa. Como una voz de la tumba !a de la 
joven poetisa en un canto de admirable melodía de- 
claró á la nación regocijada que las carlinas de su 
trabajoso aprendí/age se habían en realidad sepulta - 
áu para siempre, pero que rico de gracia y de vigor 
su genio inmortal vivía aun sóbrela tierra. 

La singularidad de este incidente, y el dolar 
que su presunta muerte había causado, ie sugirió la 
idea de escribir una obra que ha determinado sea 
postuma, y que tiene por adecuado titulo el de Dos 
muertes en media «¡tía. 

Largas y frecuentes vigilias y una aplicación in- 
cesante al estudio no podían menos de afectar una 
comestura física tan delicada. Destruido el equilibrio 
entre el cuerpo y el espíritu sobrevino la postración 
del primero, sucumbiendo á uua grave dolencia. Pa- 
ra recobrar la salud que babia perdido nuestra poe- 
tisa eligió el cíelo delicioso de Andalucía, y después 
de haber permanecido algún tiempo en Cádiz escri- 
bió al salir desús murallas su canto á El Mar. 

Una afección nerviosa que casi llegó á privarla 
del uso de sus miembros la obligó á recurrir á unas 
aguas minerales en la cercanía de Madrid, y la capi- 
tal recibió con regocijo la visita de la ya famosa es- 
trella literaria. El Liceo artístico y Los literatos cele- 
braron su venida coa entusiastas honores en una se- 
sión convocada especialmente para aquel objeto. La 
poetisa leyó á la asamblea su composición Se va mi 
sombra peroyo mequedot y unaeoronadehojasdeoro 



y laurel fu¿ pnesU en su hermosa írenlc. En una se- 

I íiion puslerior celebrada en obsequio do SS. MM. se 
rep rosen t 6 su drama 1:1 cuadro de lu Esperanza, lis- 
ie drama no ha sido la sola contribución de su auto- 
ra al teatro: un drama histórico iuliluhulo Alfonso 
IV, v otro que aun está inédito v que lleva por titu- 
lo Pitra rea. evidrinian su capacidad en psle dilicilt- 
sirao ramo de la literatura. 
Todo lo que tiene relación con Carolina y la ro- 
dea indica la sencillez poética de sus gustos. Aun tm 
Kedio de ¡lis placeros de una tapit.it, obsequiada y 
admirada por lodos y recibiendo homenajes de las 

I categorías mas elevadas, roncería la modesta senci- 
llez y lialii m i-í Ji-1 campo v pasa sus lloras ro [loada de 
aves y llores, á las cuales tiene apasionada aiicion. 
Su escritorio tiene el sello de la dueña en sa elegan- 
cia clásica y sin ostentación. Un cuadro por el ¿¡vi- 
no Morales, Santa Teresa en el acto de escribir, es el 
primer objeto que llama la atención del observador, 
no tanto pur su belleza como obra del arte como por 
la semejanza de las facciones de la Santa y las du la 
señorita Coronado, 

Su % ¡Ja es aun tan laboriosa como si su filma es- 
tuviese por adquirir; pero aun en medio de sus infati- 
gables esfuerzos para adelantar eu su carrera consa- 
gra diariamente una parte de su precioso tiempo á 
ayudar en sus estudios á sus hermanos menores. 

(Concluirá.) 



respeto. El CIp/Ius es riiiiy conocido ( cn los puertos 
de Belfasl, Huillín, Cork, fe! , y ha aiii-lailu frecuen- 
temente en los puertos ingleses: los groseros barque- 
ros de Bíglands le llaman el bergantín con faldas, 






Una mujer de. Espartí tenia sus cinco hijos en el 

■ ■ ■ i n 

I ejército: esperaba impaciente noticias de la batalla; 

llega Hola, que había asistido á la acción: ella se 

acerca y toda trémula le pregunta. 

— ¿Qué nueva traes; 

— Tus cinco hijos lian perecido. 

— Vil esclavo, ,-quiin le. pregunta pío? ¿liemos 

O 1 I B 

ganado la victorias? 

— Sí.... 
No bien pronuncia esto cuando la madre vuela 

al templo y da gracias á los dioses. 



►***&$$ !«-*-*■*■« 

Éntrelos numerosos buques que dorante la pri- 
mera semana del mes actual se hallaban detenidos 
por contrarios vientos en el puerto de Samhusll, isla 
de Aeran, en- Escocia, se veja el viejo bergantín 
Ctoetui, que hace mas de veinte añns manda tajó\itn 
y hermosa JUiss Belsij il/iífer. hija del difunto Willam, 
armador y negociante de maderas. Miss Betsv des- 
empeñaba en muchos barcos de su padre, y en lar- 
gos viajes, las funciones de sobrecargo, y al ver co- 
mo los capitanes trabajaban, qtluo mandar también 
un buque. M, Miller satisliro su cstraiki deseo y la 
confió el mando de Chalas, cuyo ¡i bordo ha arrostra- 
do tormentas, durante las cuates algunos capitanes 
lian visto romperse sus embarcaciones contra los es- 
collos. El aspecto de Miss Tietsy en el castillo de po- 
pa, cuando arrecia! las tempestades, es tal que hon- 
raría aun almirante. Debemos añadir qile hasta aho- 
ra ningún marinero ni oficia! de los que están á sus 
ordenes la ha hablado sin manifestar el mas profundo 



Parece que uua de nuestras mas distinguidas 
poetisas, cuya salida para Andalucía se anunci6 ret- 
ejen temen le, se dirige ¡i Gibrallar con el objeto de 
contraer matrimonio con uno de los individuos del 
cuerpo diplomático eslrangero residente en Madrid. 
— — i 

El domingo, dice un periódico de esta corle, 
fuimos espectadores de la destreza de dos damas ele- 
gantes en e! tiro dé pistola de l¡¡ Fuente Castellana, 
pues colocando algunos alfileres al- frente de Ja plan- 
cha los hicieron sallar sucesivamente ¿ los primeros 
disparas. Después, arrojando al airé dos de sus guan- 
tes, fueran tan certeros tos tiros, que los hicieron 
IrLtns. Dos almibarados pollos que 'presenciaron ' e 
hecho fueron agraciados con los mutilados girantes, 
y no dudamos tos conservaran como prendas de in- 
calculable mi rito. 

: 

ADVERTENCIA. 

Por causal independientes de nuestra voluntad 
no ha podido repartirse este número el domingo ¡M f 
Esperamos que nuestras amables su -.ni Lora > nos 
dispensarán uua falla que en Iq sucesivo haremos 
por qíté no vuelva á repetirse, 

4 1 J 



l 

mii 



MADRID, 1853 

le lio» J «■,<■ Tr 

Calle de María CrMina. num.ro S . 



luilirentn de rtoii <HHké Trajina, litjo, . 

1 



A.QO I. 






Ludcs o de Abril de 1832. 







LA MUJER, 



PERIÓDICO 



Núm. '¿fi. 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado a su sexo. 



Este periódico s«lc iodos ios domingos; se suscribe en Miind en las libreríos de ilonier y de Cuesta, i i rs. ni roes; y m provin- 
cias 1(1 rs. por dos meses Trinco de pone, remitií» u una libraiiía a dvordetiueslrn impresor, ú sehuí-defrafl(|ui'o- 



sir 
pe 
ho 



Al comenzar nuestro artículo no heñios vacila- 
do en dedicarla á los misterios que lian empezado 
hoy y que llenan (oda la semana. ¿Ni cómo dejar de 
espresar en nuestra publicación el pensamiento que 
llena nuestras almas? ¿Cómo evitar que el asombro 
que nos inspira el sacrificio inmenso del Mijo de 
Dios, y la gratitud que rebosa en nuestros corazo- 
nes por esa obra incomprensible de la redención, 
que nuestros limitados espíritus do alcanzan á com- 
prender, sea la que dirija hoy nuestra pluma? 

Pobres de talento y escasas de instrucción, no 
podremos seguramente espresar Jo que sienten nues- 
tras almas; pero ese mismo Señor, sanio de los san- 
tos, ve al par de nuestra insuficiencia nuestra volun- 
tad, y escusara el desaliño y la falta de expresión de 
nuestras ideas, consecuencia de nuestra pobre inte- 
ligencia, pero no de nuestra voluntad. 

Instigado el hombre por el Ángel caído, se re- 
beló contra su Dios y Señor, y su condenación eter- 
na fué la justa pena de su ingratitud y de su peca- 
do; de su pecado infinito, y que en la justicia divina 
no podia quedar redimido, si no pagaba la pena me- 
recida un ser infinito también, Oh! Al hombre y su 
raza entera, criados para gozar de una bienaventu- 
ranza eterna, solamente les esperaba la condenación 
y los tormentos eternos. Pero el mismo Señor que 
los crió, el mismo Señor contra quien se rebelaron 
con negra ingratitud, el mismo Señor cuya justicia 
eterna no permitía dejar sin castigo la horrenda in- 
gratitud de la criatura, permitió que su Hijo santí- 
simo descendiese de su truno de gloria y viniese á 
¡regrinar por este misero mundo, á sufrir por el 
ombre y á redimirlo. V el Hijo de Dios, la segun- 
da persona de la Trinidad santísima, lomando carne 
mortal en las'ealranas de lina virgen de Judá, se 



hizo hombre para reconciliar á la criatura con su 
Criador y satisfacer la justicia eterno. 

El hombre Dios anunciado por los profetas, es- 
perado por las generaciones, precedido en su pere- 
grinación por la tierra de las bendiciones de SU pa- 
dre, marchaba sembrando de beneficios su camino; 
pero los hombres, ciegos, envidiosos é ingratos siem- 
pre, le odiaron por sus mismos beneficios, le odia- 
ron porque predicaba la santidad, le odiaron porque 
la pureza de la vida de Jesús era reprobación y con- 
denación de SU propia corrupción; é inflamados del 
espíritu de Satanás, y aconsejados del infierno ente- 
ru, concibieron y llevaron á cabo el Imrrendo pro- 
yecto de condenar la santidad misma para justificar 
el crimen y la depravación. Oh! El alma y la mente 
se anonadan y se confunden al considerar la osadía 
inconcebible de la criatura condenando al Criador; 
la mansedumbre y paciencia del Criador sometién- 
dose a. ser condenado por la criatura. Pórtenlo in- 
concebible de amor que la mente no puede com- 
prender ni penetrar! 

Llegó la hora de la redención de la especie huma- 
na. El sanio de los santos, que habia dedicado su vi- 
da á enseñar á los hombres esa ley de gracia, esa ley 
de amor que encierra en sus cortos preceptos la feli- 
cidad pura y sin sombra ninguna de dolor que la em- 
pane; el hombre Dios, que por su amor á los hom- 
bres se resignaba á morir por ellos; Jesús, á quien se- 
le acusaba de darvista álos ciegos, salud álos enfer- 
mos, vida á los muertos, consuelos, esperanza y fe 
Jicidad á todos, fué rendido por Uno de susdiscip u 
'os, y postergado á un asesino, y rolas sus vestidu- 
ras, y escarnecido, escupido y abofeteado, y conde- 
nado á sufrir la afrentosa muerte de cruz entre dos 
asesinos 1 . 






Oh! la naturaleza entera se conmovió al con- 
templar el alentado espantoso del hombre conlra su 
Dios y Señor, El sol y la luna se eclipsaron, las ti- 
nieblas sucedieron á la lux, los muertos se alzaron 
desús sepulcros, la tierra tembló, el orbe entero se 
estremeció. Elbombíe, solo el hombre permaneció 
impasible continuando su obra estupenda de atrevi- 
miento i> ingratitud. 

Pero al padecer y morir el Hijo de Dios, quebró 
el poder de la Mti'crte, libró al hombre de la conde- 
nación eterna, castigo de su pecado, y hundió para 
siempre en el abismo al "espíritu del mal, encadenan- 
do su puderío y redimiendo ¡i la criatura de su es- 
clavitud. Oh! bendigamos eso pórtenlo de amor, ya 
que no podemos comprenderle; bendigamos la suma 
bondad del Señor de lus rielas, y la tierra, que ¡i tan 
inmenso sacrificio se prestó por arrancarnos á nues- 
tra eterna condenación, y no volvamos escarnio é 
ingratitud por tan inmenso, tan i neo u ce bi ble bene- 
ficio. Sen nuestra ley esa ley santa de amor quecos 
dejó, y eu ella bailaremos la felicidad, la paz, i|iie po r 
ningiiu otro medio, por mas deslumbrador *jue seo 
podremos alcanzar en este misero mundo, donde so- 
lo deja de ser falsa y engañadora la virtud, donde 
salo, practicándola se alcanza el sosiego y la tranqui- 



lidad. 




ENTÜADA DE JESÚS E\ JEIllISALEX. 



Ofs? Él viento en su invisible vuelo 
Llenó todo el espacio de un rumor 
1 Mas dulce que los himnos que en et cielo 
Los ángeles entonan al Señor. 

Oís? Su acento al corazón deleita: 
¿De donde voi tan mágica salió? 
Jamás el labio de ningún profeta 



Del alma, rebosándola de fe, 

Su voz, que al tiste que de Dios reniega 

Crédulo torna, y sus errores véi 

So vor que al mundo la verdad pregón» 
La senda demostrándole del bien; 
Que al depravado la maldad perdona 
Y al justo ofrece celestial Edén: 

Voz que al enfermo que en doliente ruego 



Satudjeuide, lasaludLeda; 
Que ci habla al mudo, que la vi 



i vista al Ciego 



Y oido al Sordo devolviendo va. 
Por donde quiera que despliega el labio 

Sus palabras se atraen el corazón; 
El niño, el viejo, el ignorante, el sabio, 
Todos le escuchan con admiración, 
Ved cuan 1 alegre auméntase el gentíft 

(Jue a su lado se agolpa ñor do quier; 

i- ¿"" -1* / - ' 

linos han visto ya su poderío, 

Oíros anhelan sus prodigios ver. 

Y á las "voces y vítores que eleva 
La turba que le sigue desde Epbnn, 
Vuela su fama y la plausible nueva 
Se esparce en breve por Jerusaleu, 

Desús prodigios sabedor, y ansioso 
De presenciarlos á su encuentro va 
Todo el pueblo judaico, que gozoso 
Le aclama rey esc el so dejudú. 

Niños, mujeres, jó vene* y nucíanos 
Abandonan con júbilo su bogar, 

V con palmas y olivas en las manos 
Cruzan las callea para verle entrar. 

Mas al locar de la ciudad la entrada, 
¡Magnífico espectáculo en verdad! 
Ven á JesiH, qne en la ciudad sagrada 
Entra lleno de pompa y majestad. 

Helo allí!... ATable, dulce y candoroso, 
Su rostro imagen del Eterno es; 
¡Cuan fúlgido apareee'y cuín glorioso 



Tan dulce en nuestras almas resonó Entrenó- pueblo postrado arrie sus pies! 

Y ciegos, paralíticos, leprosos,' 



.Será el susurro que al cruzar suaves 
Producen las corrientes del Jordau? 
¿Sera n los cantos que las tiernas aves 
Entre las selvas entonaudo están? , 

Pío es esa voz de-nuosirn innuindosuclo. 
Ni de las aves del desierto Epbren; 
Es la voz del Mesías, ¡voz del ciek! 
Que el rumbo emprende bacía Jerusalen. 

Su voz divina, que liasla el fondo llega 



De todas las comarcas de Judá 
Le dirigen mil votos fervorosos.... 
Remedio á todas sus : dolencias da. 

Ü ■ ii , ,-, 

T quien lleno de fe" su mantotoca 

l'Orqüe libres de mala icn.laeiun 
Queden sus manos, y á su humilde Loca 
Lo lleva con profunda devoción. 
Y al paso de Jesús sus vestiduras 



Todos estienden, y con labio fiel 

; ¿Tosían na.' esclaman; ¡Gloria ét\ las alturas 

Al kijo de David, A y de Israel! 

I¡ 

Pero escuchad!,.. En medio esos festejos 
Con qae el pueblo le aclama con fervor. 
Cual trueno aterrador suena á lo lejos 
De la envidia satánica, el rumor. 

Ya los escribas y los fariseos. 
Con furia horrible y desgarrante voz. 
Contra Jesús esponer! sus deseos. 
La infamia maquinando mas atroz. 

Y tú, á quien Satanás falso aconseja, 
;0h turba de caribes, pueblo infiel! 
Tú que bajo la piel de mansa oveja 
Tienes entrañas de Icón cruel' 

¿Por qué de hinojos á sus pies te inclinas 
Arrojándole flores, si después 
Esas flores serán zarzas y espinas 
Que despedacen sus divinos pies? 

¿A qué tanto entusiasmo y alabanzas? 

t¿Por qué asi ie conduces hoy triunfal, 
Si has de azotarle impío, y entre lanzas 
Llevarle como á odioso criminal? 

Que primero que el sol por la tercera 
Vez nos envié su fulgente luz. 
La muerte mas horrible y lastimera 
Le darás sobre el leü\o de la Cruz! 

Enrlqneln, 




No sabemos espiiearnos si cierto sentimiento que 
se apodera de nosotras siempre que venios desapa- 
recer las costumbres del pueblo español, las prác- 
ticas tan relígiosameeie observadas por nuestros pa- 
dres, es hijo de una preocupación, o si realmente es 
justo y debido: esto último- es lo que nosotras juzga- 
mos, por mas que baya muchas personas que crean 
k» primero y nos califiquen de rutinarias y de muje- 
res de mal gusto por Ja preferencia que damos á 
costumbres rancias y anticuadas. Sugiérenos estas 
reflexiones el ver que en esta villa y corte han des- 
aparecido, puede decirse qnepor completo, las eos- 
lumbres religiosas do la presente semana; pues en rea- 
lidad, cin la prohibición de andar carrttages el jue- 



ves v viernes santo, cu nada se diferenciaría de las 

- vi»> WX 

otras semanas del ano. 

En los pueblos interiore* de la Península, en qae 
las innovacionesfienen menos entrada, \ que por esto 
son calificados de yacer en larnen¡ab!e alraso, se 
conservan mas puras las antiguas costumbres, y la 
presente semana tiene ese aspecto rWiJrkísó'i grave y 
triste que á los altos misterios que eu ella celebra la 
iglesia corresponde, lin esla semana el coito, las 
prácticas religiosas absorven lodos bis cuidados, son 
las únicas ocupaciones; las iglesias los uniros sitios 
concurridos; lodos los demás pirntus de recreo y 
diversión están solos, abandonados. Y ;:o es esto so- 
lamente lo qm; constituye el peculiar aspecto de la 
Semana Santa, pues también en Madrid están con- 
curridos los templos, y las gentes afluyen á visitar 
los monumentos y asisten á las pocas procesiones que 
aun se conservan; pero concúrrese aquí á estos ac- 
tos de la misma manera, con el misino lujo que a 
cualquiera otra función profana; no así en los demás 
pueblos de España, donde el recogimiento, la senci- 
llez y modestia de los tragos, la gravedad derrama- 
da en todo el aspecto de la concurrencia, contribuve 
en eslremo a darle á esla semana su particular v pro- 
pio carácter. Todo allí respira el mismo sentimiento, 
lodo está impregnado de la idea dominante, que es 
la mas sublime, la mas pura, del sentimiento que ins- 
pira la pasión de Jesús, el dolor inmenso de su santí- 
sima madre. 

Los apóstoles de novedades, los enemigos de lo 
que califican de pura fórmula, que á fuerza df con- 
denar tas apariencias condenan también hasta los sa- 
limientos, no lamentarán con nosotras las desapari- 
ción simultánea de todas estas costumbres, que cons- 
tituían el verdadero carácter de] pueblo español, v 
que tanto contribuía á conservar vivos sus senti- 
mientos tan religiosos, tan nobles, tan envidiados: 
nosotras á su pesar cada Vez que vemos desaparecí r 
una de las venerables costumbres españolas derrama- 
mos una lágrima, que á la vez que es tributo á lo 
que se pierde es doior por las consecuencias que el 
cambio ha de traernos. Quiera Dios qne nos equivo- 
quemos! Y al consignar aquí nuestros sentimientos, 
si no nos prometemos hacer que el torrente de las 
innovaciones varíe de rumbo y solamente destruya 
lo conveniente, damos por lo menos un desahogo á 
nuestros mas íntimos sentimientos. 

Ana Haría. 



ANGÉLICA, 

ni. 

(conclesios.) 

Seguía á Angélica un hombrecillo que acarrán- 
dose at lecho contempló al moribundo. Ka su tosca 
mano brillaba una preciosa sortija. Carlos la reco- 
noce v su semblante se contrae con una (¡olorosa es- 
presión, Angélica le responde fijando sus tristes mi- 
radas en su esposo y en su tierno lujo, y Cirios 
comprendiendo su generosa abnegación estrecha su 
mano con entusiasmo. Luego la atención de todos se 
reconcentra en el médico, espían ansiosos lodos sus 
movimientos, y al oirlo pronunciar la palabra vieírá 
se entregan al transporte de la mas cumplida ale- 
gría- 

Eduardo estaba solamente alrlargado- y al vol- 
ver en si se enru'entra en los brazos de su esposa y 
de su rey . t 

— Vive y sé feliz, le dice el monarca. Yo le per- 
dono si eres culpable; si eres inocente Dios me per- 
done los males que te be causado. Volverás á reco- 
brar tus bienes y el mando de raís ejércitos. Vive, 
Eduardo; pero vive para hacer la felicidad de lamas 
noble y sania de las mujeres, del modelo mas her- 
moso de la; esposas, de ese ángel celestial íjue ha 
bajado á la tierra para ejemplo de los demás y la- 
brar la ventura de un mortal predestinado. Amala 
siempre, Eduardo, ámala siempre, y cílra tu ventu- 
ra en su felicidad. 

— 0b! siempre! «¿clama Maillr con entusiasma. 
El resto de mi vida será una continua espincion de 
las falta que he cometido, y procuraré hacerla olvi- 
dar á fuerza de amor y de ternura las lágrimas que 
ha derramado, V vos, grande y generoso monarca, 
que mq volvéis la vida y los medios de recompen- 
sarla, recibid mis eternas bendiciones y mi recono- 
i imitólo eterno! 

— lli pi'rdon también Se lo debes á ella. Me ha 
dicho que loa reyes son imágenes de Dios sobre la 
tierra y que debían perdonar para ser perdonados. 
Yo be querido ser digno de vos, Angélica, he que- 
rido que mi 1 luiréis romo á un tierno hermano! 

—Siempre! esclamo Angélica con efusión , 
siempre! 

— Este será la prenda de nuestra eterna amis- 
tad, prosigue Carlos enternecido estrechando mire 
sus brazos al inórenle niño, que le devuelve son- 
riendo sus caricias, Yo sera su prolector, su segun- 



do padre!,,. Adiós..., demasiado tiempo he perma- 
necido lejos da mis tropas.... Eduardo, nos volvere- 
mos á ver en el campo de batalla, y vos, Angélica, 
acordaos alguna vez de vuestro fiel hermano y rogad 
á Dios porel triunfo de su cansa! 

El monarca, lleno del inmensurable gozo que 
proporciona una buena acción, se aleja: lodos le lle- 
nan de bendiciones, y se postran de rodillas para 
implorar sobre su cabeza los celestes dones. 

Rayaba el día. El primer rayo de sol penetré en 
la humilde cahaña. Ya no alumbrábala desdicha de 
los dos esposos, sino su entera felicidad. 



Transcurrieron largos añpí, Angélica vivia en 
Choísv con su esposo y era completamente feliz. 
Jamás esposa alguna habia recibido tañías pruebas 
de amor, de consideración y respeto; jamás ninguna 
madre habia sido tan venerada y querida de sus nu- 
merosos hijos, que se esmeraban en imitar sus virtu- 
des, Su proferíase había cumplido. Magdalena, víc- 
tima de los remordimientos, había abandonado e] 
lujo y los placeres para hacerse hermana de la cari- 
dad. Habia implorado el perdón de Angélica, y esta, 
siempre modelo de bondad y de dulzura, se lo habia 
concedido prodigándole sus consuelos. 

La vida de Angélica fué una larga serie de feli- 
cidades no interrumpidas, y espiró en los brazos de 
sls hijos y de su esposo, llorada y bendecida. 

Abundantes flores coronaron su sepulcro, y su 
nombre pasó á ser proverbial para significar el mo- 
delo de las esposas,.,. El lauro que se gana con la 
virtud na se marchita nunca, y solo desaparecerá el 
recuerdo de Angélica con las ruinas de Choisy!.. 

FIN. 



[coJiCLrY*:.! 

El estilo de la señorita Coronado es decidida- 
mente femenino, y al paso que lleva el sello de la 
originalidad, tan rara en medio del diluvio de versos 
que inundan á esta época de folletos y libros, es emi- 
nentemente característico de su autora. Sns poesías 
son el trasunto fiel de su mente, y en ellas se reflejan 
su corazón, su gusto, su posición social; respiran los 



sentimientos ardorosos y puros de su juventud, y 
guardan perfecta armonía con la modesta dignidad 
de sus costumbres y maneras. 

Cualquiera que sea su asunto, el lector al par 
que admira su genio y su talento descubre ton sor- 
presa la bondad, el candor y la ternura, que les 
prestan sus mejores encantos, y el tono de melanco- 
lía que reina en todo lo que estribe es de tal natu- 
raleza que ablanda sin entristecer el corazón. Sin 
embargo de que como queda indicado la mavor par- 
te de sus composiciones son de tal temple que solo 
una verdadera mujer podria escribirías, cuando el 
asunto lo erige sj tono se eleva á un grado de ener- 
gía y de fuerza que apenas se podrían esperar de una 
musa lan suave. Ejemplos de la eievaeiun, del ofgu- 
llo y la indignación severa que puede dar á su acen- 
to se hallan en muchas de sus poesías, como cu las 
que compuso á La Palma, La {•'<■ Cristiana ¡ El Ma- 
rido Verdtítjo; al paso que su lamenta sobre Mfrlda, 

La que opulenta fué, grande y señora, 
une al sentimiento mas tierno y profundo la gran- 
deza y la sublimidad. Peí o su misma vehemencia es- 
tá sujeta á la gracia, á la dulzura y al amor, que 
son los distintivos de su poesía, y basta la elección 
de sus asuntos indica la tendencia de sus inclinacio- 
nes. Sus poesías pertenecen <i todos los siglos y na- 
ciones, pues parlen de los sentimientos mas genero- 
sos de) corazou,y de un alma profundamente sen- 
sible á las bellezas y los encantos de la naturaleza; 
son impresiones que ha experimentado toda organi- 
zación sensible, aunque haya carecido de la mara- 
villosa facultad de revestirlas de un trage tan esquí- 
silo de poesía Sus Recuerdas de la infancia, de aquel 
lugar donde todos hemos dejado como un vestido 
desechado lo; encantos de la edad infantil, hacen vi- 
brar la cuerda mas simpática de lodos los corazones. 
Pero ef mérito de sus composiciones se halla sufi- 
cientemente probado en la aceptación universal que 
han merecido en ambos hemisferios, en donde quie- 
ra que la noble lengua de Castilla sirve para espre- 
sar los sentimientos, y cada año que pase solo ser- 
virá para dar madurez á su genio y hojas á la guir- 
nalda que ya corona sus sienes. 

De un año á esta parle la señorita Coronado ha 
probado la variedad de sus facultades. Cuatro nove- 
litas suyas, á saber, Paquita, La ius del Tajo, Ado- 
ración y Jarilla, han sido recibidas por un buen dis- 
cernimiento público con un favor justificado por su 
mérito. La Enclaustrada es de mas estension que 
las mencionadas y aspira á objetos mas altos, La idea 



es muy original y está desenvuelta con rara felici- 
dad; los personajes son en eslremo interesantes, 
aunque quizá en algunos casos tipos imaginarios que 
no tienen semejanza en la vida real, pero delineados 
con mano maestra: su esli'o es satírico y alegre, aun- 
que á veces sembrado, no de sombras oscuras, sino 
de esas medias tintas de melancolía que distinguen 
á todos sus escritos. Se conjetura que bajo el título 
( anónimo de novela se revela la historia de una vida 
¡ que no podrá menos de rausar profunda sensación 
' ruando se dé al público. También ha publicado va- 
rios artículos estélenles demostrando la necesidad de 
la unoii de los dos reinos en qiíe ahora se divide la 
Península. F.sla idea, que acaso parecerá quimérica 
basta que se realice, lia sido tratada por la señorita 
Coronado con una argumentación y una filosofía 
■ verdaderamente admirables. El asunto y los argu- 
mentos con que se sostiene prueban que la escritora 
es una hija genuina de España, cuya ambición se 
concentra en ¡a prosperidad de su patria. 

Después de haber hablado de las circunstancias 
- adversas que atravesó la poetisa española para llegar 
I <i su inopinado v no pretendido renombre, y del esti- 
lo de sus escritos, pocos son los particulares que de- 
bemos añadir, aunque del género mas grato y acep- 
table. Su nombre es tan familiar y amado en las mo- 
radas de la pobreza y del dolor como en ¡os círculos 
literarios, de los cuales es el mayor ornato, Su celo 
; por la causa de la educación la induce con frecuen- 
cia a visitar las escuelas primarias, en donde su dul- 
ce voz anima y asiste á los pupilos, y su cooperación 
é importante ayuda han contribuido mucho á levan- 
tar basta su actual próspera situación la escuela sosr- 
tenida en Badajoz por la sociedad para el fomento de 
la educación en aquella ciudad. Ni carece la señorita 
Coronado, sin embargo de que manifiesta tanto in- 
terés por los deberes mas importantes de la vida, de 
la facultad de revestir de agradables encantos las 
ocupaciones y diversiones menos graves de ¡a vida 
diaria. Sus maneras reúnen la suavidad y la corte- 
sía naturales, que en España caracterizan tanto a\ 
último mendigo como al mas distinguido del pais, á 
la refinación y la gracia del que frecuenta las cortes 
mas cultas de Europa. Su conversación es en estre- 
mo brillante, y al paso que los destellos de su inge- 
nio sorprenden y deleitan al que la oye, jamás se 
convierten en armas para causar á nadie pena ni em- 
barazo. A su inteligencia superior, á la bondad de 
su corazón y á la elegancia de sus maneras, agrega 
sus grandes atractivos personales, Su estatura es 










justamente lo bástanle para no ruererer el nombre 
de pequeña, pero perlenera á ese, medio feüí Je- al~ 
tura y á esa simetría esqoÍMla de proporciones en 
que se reúnen la gracia cauliv¿tdora Je la belleza en 
miniatura y la dignidad do una estatura mas elevada. 
Posee también la rara perfección de unos piús y unas 
nanos de belleza sin rival, que Son objetos de sor- 
presa y admiración en un país en donde Ir natura- 
leía es en esto tan favorable al bello sexo. Sus fac- 
ciones son pequeñas, regulares y armoniosas; sus la- 
Líos de rubí se cierran sobre perfectas perlas, y agre- 
gando á esto una sonrisa cautivadora é irresistible, 
un os ojos grandes, negros y rasgados, en que tiene 
su trono el alma de la poesía, unas cejas arqueadas 
y simétricas, y una cabellera negra y lustrosa como 
el pulida azabache, se tendrá una débil descripción 
de una persona á quien nadie puede ver sin admirar, 
i conocerla sin amarla, la IJemans de España, en 
quien se concentra el genio de Safo y el alma ce- 
leilial de Santa Teresa. 

Women v¡tí\ love bfir tlutt slie ¡S » woraln 
More worüi [lian aiiy man: anii mcu litalsbe is 
Tiie rarest üfwouion. — {ShakctpctiTc.j 

Aulln (a'cii'KF. 

U partir de Roma para la guerra Camilo, capi- 
tán muy renombrado, hizo voto solemne á la madre 
Rcrcnciu de consagrarle una estatua de plata si re- 
gresaba victorioso. Cumplidos sus deseos do vencer 
se encontró oon que carecía de medios para cumplir 
el voto. En tal apuro todas las damas por unánime 
impulso subieron al Capitolio y ofrecieron y deposi- 
taros á los pies del senado todas sus joyas, sortijas, 
diamantes, cadenas, brazaletes, riulurones: y una de 
ellas, llamada Lucina. en mimbre de todas dirigió la 
palabra al senado para rogarle no se sirviese eslimar 
mase) tesoro que ofrecía liberalmenle para costear 
laimágendeBerecsnta, que á sus maridos p bijos que 
habían espueslo sus vidas por alcanzar la virtoria. El 
senado, conmovido por esla prueba de desprendi- 
miento y cortesía, las recompensó con varios privi- 
legios, y entre otros con «I de que en adelante se 
honraría el entierro de las mujeres acompañando 
sus restos y permitiendo se lea dedicasen oraciones 
fúnebres y epitafio, que podrían recitarse en loa tem- 
plos; que cada uua podría poseer y gastar dos gran- 
des vestidos de gala sin pedir permiso al senado, y 
beber vino en caso de necesidad ó de enfermedad 
gravo. 



i Esto se va cdhpucasdo.— Según dicen los pe- 
riódicos de l.i corle, se va introduciendo el uso de 
Jos bastones entre las damas anglo-amer ¡canas. 



as 'te km a n IR AS 



s.-D 



ice Un pe- 



Ukcf.ta P 
ríódico : 

Nada hay mas peligroso para lasquemnduras que 
untarlas con tinta, como lo aconsejan algunas perso- 
nas. Es cierto que la sal de vitriolo que entra en la 
composición de la tinta refresca la parle quemada y 
alivia el dolor; pero laminen cauteriza y causa á ve- 
ces los mas funestos resultados si la pústula es con- 
siderable, 

Los mejores remedios para esta desgracia son los 
siguionlcs: 

Para aliviar y curar una quemadura, lómese un 
pedazo de cal viva del tamaño de un huevo, y apa- 
gúese en una canliriad de agua proporcionada. Lue- 
go que la cal esté bien apagada, se mezclará el agua 
con una cantidad de aceite de nueces del mejor que 
se encuentre- balase todo con una espalda de madera 
liasla cjue principio á espesarse. Uniese en seguida la 
parle quemada cubriéndola con un papel. La quema- 
dura se curara muy pronto sin que quede el mas mí- 
nimo dolor. 

Si no hubiese á mano cal viva, se aplicará á la 
parte quemada un poco de cera amarilla disuella con 
accíle de olivas y eslendida en un lienzo. Muchas 
personas se curaron con esle ungüento quemaduras 
de consideración con pústula, sin que les quedase 
sefla! ni cicatriz. 






ANUNCIOS. 



■ — — 



POESÍAS 

•ir la señorita doña Ángela f/rawi. 
Véndese á V rs. en las librerías de Monier, car- 
rera de S. Gerónimo; Ríos, calle de Jacumeln ¿<>l 
Olivere*, calle de la Concepción Gerónima, y eo l.i 
imprenta de esto periódico, calle de María Cristina 
niim. fl cuarlu bajo. 



MADRID. 18:>:1. 
Imprenta de «Ion Joiin T»ni»h.. hijo 

Galle de .Mana Cristina, número a, 



Año I, 



li 



Xúm. 37. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrilo por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale Uníoslos domingos; se suscribe en .UiJrid en ks librerías de Slonier y de Cuesta, i 4 rs. si mes; J en provin- 
cias 10 rs. pardos meses franco de porte, remitiea 'o una libranza a favor de nuestro impresor, & sellos de franqueo. 



Es triste por demás la larra de escribir siempre 
lamentaciones, y si bien la dura condición ;i que en 
la «poca que corremos han reducido á la mujer las 
opiniones, las reformas y las costumbres délos hom- 
bres, lo exige así, y si en los artículos que llevamos 
escritos desde que nuestro periódico vio la luz pú- 
blica no hemos hecho otra cosa quedar cumplimien- 
to al deber que nos impusimos en nuestro primer 
prospecto, combatiendo esas costumbres, defendien- 
do nuestros derechos, pidiendo pao la mujer lo que le 
es debido y justificando la conducta de unas, mal in- 
terpretada las mas de las veces, ó eseusando las fallas 
y los eslravios de oirás, porque no son ellas las ver- 
dadera y principal mente culpables, cu Lindo siguen 
el torrente de la época que las arrastro; hoy quere- 
mos dar libertad á nuestra pluma, para que solamen- 
te eslampe en el papel las impresiones: que nuestra 
alma recibe de esa rica naturaleza al despertar ile su 
Isíargo del árido y triste invierno. 

Ilov queremos que nuestro primer artículo fio 
contenga una. línea, ni una frase, u¡ una palabra» 
que no sea de alegría, ile ventura, de felicidad- 
Para eso procuraremos qü ver sino lo bello de 
esa sociedad que tanto malo y feo encierra en su se- 
no, posando nuestras miradas deenlre ios seres que la 
componen, en las almas grandes rj delicadas, en que 
los ricos dotes que derramó en ellas la Providencia 
han sido sublimados por las duras pruebas por que 
han tenido qne pasar para conservarse puras y sin 
mancilla. 

Fijaremos también nuestras miradas en esa ri- 
ca naturaleza, que se viste de sus herniosas ¿alas, de 
lloras mecidas en atmósferas de perfumes, con sus 
torrentes petrificados eu el crudo invierno» que el 
palor viviliuuior de Ja estación desata cornil crista- 



linos arrovuelos, con sus aves ostentando sus matiza- 
das plumas, entonando himnos de alabanzas al Cria- 
dor y meciéndose en floridas enramadas, ó girando 
por el espacio al impulso de brisas perfumadas; en 
ese sol brillante suspendido en «I espacio, haciendo 
revivir con su calor suave á los mil seres de la crea- 
ción que yacieron amortecidos en el helado invierno: 
en el cielo azul, puro, trasparente v despejado, dosel 
magnifico de esla magnífica naturaleza, en las no- 
ches perdida su lobreguez, con su luna de plata di- 
fundiendo sus pálidos y suaves reflejos, con sus ful— 
girhis estrellas tachonando de brillantes el azulado 
manto de los cielos y esclareciendo la oscuridad. 
Tanta riqueza, lanío esplendor y magnificencia no 
dejan espacio al espíritu sino para bendecir al Criador 
y gozar tanta ventura. 

Por eso nosotras, que con pena y contra nuestro 
deseo hemos venido basta ahora cumpliéndola seve- 
ra obligación que nos habíamos impuesto, queremos 
hoy suspender nuestra ingrata tarea para unir nues- 
tra voz á la de la naturaleza entera y entonar ese 
Idmuo de gracias y alabanza al Criador, que con tan- 
la riqueza adornó este mundo para la ventura del" 
hombre, á quien todo lo dedicó. ¡Ojalá que nuestra 
pluma nn fuera tan pobre ni nuestro talento tan es- 
caso para que nuestros cánticos fueran dignos del ob- 
jeto divino á que se dirigen! 

Mas ya que tal no podemos, ya que nuestro esca- 
so ingenio solamente nos permite espresar nuestros 
pensamientos en desaliñado estilo, supla esla falla la 
inteligencia delicada, la esquisila scnsibüiJad de 
nuestras suscriloras, á Jas cuales este maí trazado 
articulo servirá á lo menos para escitarlas á contem- 
plar la alegre estación que empieza, se inspiraran 
con su magnificencia, gozaran.de sus bellezas v ha- 



2 



Harán unos placeres puros, dulces, que no dejan ni 
hastio ni remordimientos, que no se parecen á los 
deleites de la sociedad, pues en vez Je enterrar el 
cuerpo y debilitar el alma, los preparan i continuar 
con ánimo y ardor tn triste peregrinación á que con- 
denados estamos lodos los murtales. 



f-*»*í«í c^*""- 






en i'*-( urrtlo ilc mi ntloriitlb iinilrc 

¿Qué tus de cantar si muerla para el mundo 
Su fementido lento me atormenta, 

Y sobre el césped do su cieno inmundo. 
Qué lie de cantar en mi dolor profundo 
Si el corazón de penas se alimenta? 

¿A qué pulsar la citara enhilada 

Y repetir muriendo mi tortura 
Cuando mis ilusiones son la nada, 

Y mi pobre existencia está sembrada 
De acerbo desconsuelo y amargura? 

¿Qué be de cantar si el pensamiento miov 
Envuelto en lulo, y aflicción, y duelo, 
Tan solo abarca el porvenir sombrío, 

Y vegetando el alma en el vacio 
Es una plañía estéril de este suelo? 

Fúnebre flor, el llanto es mi divisa. 
Llanto ardiente, fecundo, inagotable, 
Llanto que. aboga y mata mi sonrisa. 
Como Sucede á perfumada brisa 
Del huracán el soplo inexorable. 

Ya no quiero cantar; rompo la lira 
Oue un tiempo alimentó mis ilusiones, 
Porque es funesto el numen que me, inspira, 
\ el lacerado corazón suspira 
Al exhalar dolientes pulsaciones. 



¡lápidas fueron de mi infancia hermosa 
Aquellas de placer horas queridas; 
Como lenta, monótona y tediosa 
Es oii triste existencia borrascosa 
Al impulso de penas repelidas. 

Pero ¡ay! que al evocar con fervor mulo 
De aquella edad bendita la memoria, 
Aquélla edad de risas y de encanto 
Ofrece un tierno y doloroso canto 
A las páginas tristes de mi historia. 

.Mi pobre roraxoD llora afligido 
La perdida de un^iadre idolatrado; 



Cuanto amaba en cí mundo lo lie perdido, 

Y víctima del golpe que me ha herido 

Hb hay en la tierra un ser tan desgraciado, 

¿A quién ¡ay triste! dirigir mi acento? 
,'A.lii'ii huí consuela en mi liurl'aiuiud paterna? 
El supremo Hacedor del firmamento, 
Mi Dios sublime de bondad pórtenlo, 
¥ de un amigu liel la amistad tierna. 

t'ur eso ahora en mi angustiado lloro 
La aborrecible sociedad maldigo 

Y cE mundo vil que diviniza el oro: 
Tengo en mi madre un sin igual tesoro 
Ya la Santa virtud amo y bendigo, 

Y dei Pisuerga en la florida vega, 
Que un mar de espigas y de (lores riega, 
De un sauce amigo colgaré mi lira, 
Puesto que ¿i tristes cánticos se entrega 
El solitario minien que me inspira. 

ivniiui'l:i I.nprz Vlllillirtllf. 

Valladolid y marzo de 185¿, 



REYISTA DE MODAS. 

Escribir un artículo de modas cuando las de in- 
vierno acaban y las de primavera no están comple- 
tamente iniciadas, es obra superior ,t nuestras fuer- 
za?, es obra de profetas, y nosotras no poseemos el 
don de la adivinación; mas aunque esta sea una ra- 
zonable dificultad para dar noticia á nuestras amables 
lectoras de los Iragcs, adornos y tocados que triun- 
farán y dominarán en la estación de las flores que 
comienza, confiadas en su benevolencia, nunca des - 
mentida, vamos á hacer algunas indicaciones, no d<i 
lo que es moda sino de Ib que juzgamos que será. A 
tanto nos obliga el deseo de cumplir una de nuestra» 
ofertas que no admite dilación, 

Mas por lo que pueda haber de inexactitud en 
niieí I ros pronósticos ofrecemos un nuevo artículo da 
modas en el próximo mes de mayo, pues entonce» 
sin duda podremos hacerlo con mas precisión y se- 
guridad. 

Por de pronto en la estación de las Dores justo es 
que las flores naturales sean el principal adorno de los 
tocados; asi pues los peinados en medio de su varia- 
dísima forma, bija del buen gusto de cada joven, A 
los profusos adornos de terciopelo, de azabache, cin- 
ta etc. etc. han sustituido las flores, que sientan á las 
mil mam v illas, saliendo de entre las cocas con sos 



veides hojas y sus vivos colores, y perdiéndose en- 
tre bandas de blondas, 

A ios sombreros, si nuestras fundadas conjetu- 
ras no mienten, sustituirán las capolas blancas de tul 
bordado con puntillas de encaje y ligeros adornos de 
fiores. 

Las lelas ligeras de seda como el tafetán serán 
las que predominen, reemplazando al grú doble an- 
tiguo y al raso, por lo cual es preciso «|iie la enagua 
sea muy almidonada, los volantes de las faldas muv 
rizados, á fin de que paren bien y no se ciuau al 
cuerpo demasiado. Los colores poco determinadus, 
pero oscuros ó medios colores son los mas elegantes: 
el llegro no lia perdido aun la preferencia con que es 
mirado por las dantas mas elegantes. La blancura de 
un bello rostro Ja majestad el Irage negro, y no hay 
utia morena cuya gracia no realce. 

Siguen siendo indispensables los bordados en las 
mangas de batista, en los camisolines y en las bertas; 
cada día inventa el arle nuevos primores, y se reb- 
na mas el guslu de las bordadoras en estas labores, 
que llegan á ser de una perfección admirable. 

En los. conciertos que se preparan para la próxi- 
ma pascua parece que los trages de raso blanco, 
guarnecidos con volantes de encaje, abiertos por el 
pecho para dejar ver los primorosos bordados de una 
berla, serán los que constituyan la suprema elegan- 
cia. 

fiéslanos decir únicamente que á pesar de los es- 
fuerzos que se hacen para que no caigau en desuso 
los chalecos, haciéndose algunos de muselina blanca 
bordada, creemos que esta prenda nueva del Irage 
de las damas no se salvará. 

Escasos como son estos detalles de las próximas 
modas, aun juzgamos haber adelantado demasiado 
nuestra opinión; sin embargo, si en alguna circuns- 
tancia hemos estado poco acertadas, ó poco adivina- 
doras, en nuestra prójima revista la rectificaremos. 

Ano. II jifia. 

LAS TAITÍANAS, 

BELLEZA, TRAliE, GUSTO POR LA MÚSICA, DASZA, 

[Hqjat saetías dAdiario dt un oficial da Marina.) 
Digamos algo de esas lailianas lan celebradas 
por los viajeros. Respecto á esto las opiniones difie- 
ren mucho. Los entusiastas las han juzgado con to- 
das sus pasiones, los austeros con sus preocupacio- 



nes: estos las han rebajado demasiado, los otros las 
lian ensalzado mucho, y en oslo, como sucede siem- 
pre, la verdad se halla en medio de las opiniones 
estreñías. En nuestros climas frios, donde las muje- 
res, empaquetadas en sus vestidos como momias de 
Egipto, poseen tantos medios de auxiliar ó corregir 
á la naturaleza, no se puede apreciar rigurosamente 
siiioaquelloqneellas.se dignan dejarnos ver. Do 
ahí resulla que es particularmente por el rostro por 
donde juzgamos de la belleza, y á menos que nf> sea 
contrahecha tenemos por hermosa á loda mujer que 
tiene un lindo rostro. £1 ligero veslido de las tailü)~ 
nos da lugar á una observación mas amplia, que re- 
dunda en ventaja de ellas. Frecuentemente he oído 
profundas discusiones respecto á las tailianas entre 
doctores de veinte años, y estos espertes sacaban en 
conclusión que si el rostro de aquellas deja algo que 
desear, llevan por lo demás ia palma sobre lo res- 
tante dei genero femenino. Esta es una opinión cu- 
ya responsabilidad debo dejar á los mencionados 
doctores. Verdad es que un vastago del Caucas» 
puede coa, D0 P 0( '° derecho reprochar á las tailianas 
su color demasiado oscuro, una boca grande, labios 
gruesus y sin contornos delicados, una nariz gene- 
ralmente chata, y el Ovalo de la cara deprimido ¡la- 
cia la barba. 

Su atractivo esta en la perfecta armonía de sus 
formas, en la gracia y soltura, de su andar y en la 
gentileza de su sonrisa. Hay en sus ojos, cubiertos 
por grandes párpados, en su cabeza abandonada, cu 
todos los movimientos del cuerpo, una ardiente lan- 
guidez, una indolencia provocativa y una seducción 
que debe ser muy poderosa, á juzgar por las locu- 
ras á que se entregan auu aquellos a quienes roas 
debía prohibírselas su posición Tienen el buen gus- 
to de abstenerse de esos masticatorios que hacen tan 
repugnante y nauseabunda la boca de las Malesias, 
Tagales y Marianesas, y por eso sus dientes, que en- 
señan con mucha frecuencia, son en estremo blan- 
cos y se conservan perfectos hasta la vejez, gracias 
á su alimento, que casi todo es vegetal. Sus pies y 
manos sou de una pequenez y forma notables. Se- 
gún se ve, lo que (teñen de perfecto pertenece á 
lodos las gustos, á lodos los tipos, mientras que sus 
imperfecciones son relativas solamente ai tipo que 
liemos adoptado (con razón á mi entender) como es- 
presion suprema de la hermosura de nuestra raza; 
pero ese tipo es arbitrario, y está sujeto por conse- 
cuencia á controversia y á corrección. Para dos- 
cientos millones de individuos de culis mas ó menos 



blanco, y (le nariz mas é menos derecha, hay en 
nuestro planeta quinientos millones á lo meóos de 
individuos de culis mas ó menos oscuro y de nariz, 
achatada, y eso sin contar los negros. ¿Vos parece 
pues que no es imposible que tan imponente mayo- 
ría, haga triunfar en lo futuro su nial gusto, y llegue 
algún tíia a colocar la cabeza de una Morola sobre 
los hombros ile la Venus de Milo. Esto por otra par- 
le no seria la vez primera que sucediese, porque las 
estatuas de Karnak y de Mentís eran etiopes. 

El Irage de las tnilianas es sumamente sencillo. 
Compóncsc de un tapa-rabo (pareo), que rodea su 
cintura y baja hasta media pierna, y de una cami- 
sa, (lapa) sencilla y ilutante, abierla por el pecho, 
abotonada al cuello y que desciende hasta el tobillo. 
Sos negros cabellos, separados sobre la frente j 
tremadas, raen sobre lus hombros, y el adorno de 
la cabeza consiste en una corona que Jbroian con ra- 
mas verdes y flores. Cuando se las encuentra en los 
caminos vestidas Je ese modo á la hora en que c| 
crepúsculo cubre con discreta sombra el tinte oscu- 
ro de sus rostros y Ja incorrecta línea de si perlil, se 
creería ver una apandan mitológica bajo los olivos 
del llíso A entre las adelfas del Escamandro. 

Las taitianas han resistido hasta el presente á la 
invasión del calzado. Algunas publicaciones recien- 
tes las representan con gorras adornadas de plumas, 
vestidos de raso, volantes de encaje etc., pero todo 
esto es inverosímil. Su lujo solo consiste en el núme- 
ro y hermosura de sus tapan ó camisas, cuyo lujo 
crece ó disminuye segnn el presupuesto de la colo- 
nia, del cual absorten ellas y absorverán siempre una 
gran parle. Ese presupuesto es en el dia sumamente 
reducido, y la [uifífte de las taitianas se resiente ya 
de la baja. En las ocasiones solemnes las bellezas se 
pre?ent.Tn con camisas de muselina Manca bordada, 
y adornada la cabeza con una corona tejida, hecha 
de una paja del país llamada pía, blanca y brillante 
como el nácar, detrás de la cual Ilota un penacho de 
filamentos de cocotero mas blanco y ligero que plu- 
ma? de marabú. Ese es el ne jitus ttiira de la foifeííe 
liiluna, y ciertamente que lodo Otro adorno seria 
superfino cuando menos. 

(Sé conclüird.) 
►*►*»«■}*«,«+. 

Xueslras lectoras bubrán quizá estrenado la sus- 
pensión en que quedó la relación de la aventura 
ocurrida ¡d padre de una de nuestras amables sus- 



criloras, que comenzamos á insertar en nuestros 
números anteriores, juzgando que sería leida con 
gusto. La culpa 00 ha sido nuestra; con harta cu- 
riosidad estábamos por saber el desenlace de lau .sin- 
gular acontecimiento, y con harto sentimiento re- 
pasábamos de vez en cuando el último trozo de ella, 
del número ±1 correspondiente al 1." de febrero, 
cslrañando el silencio que guardaba nuestra amable 
y anónima corresponsal, á quien no pudimos esti- 
mular para que continuase, pur la circunstancia 
misma do guardar el anónimo; pero habiendo reci- 
bido por el correo de anteayer carta de esta señori- 
ta, la trasladarnos á continuación, porque creemos 
que su lectura hará mas interesante, la de la anécdo- 
ta comenzada. Dice asi su carta: 

rSra. Directora de La Hujtr. 

Usted habrá estraüado la interrupción de las 
cartas en que iba publicando una relación de la 
aventura que ocurrió á mi padre, á consecuencia del 
descubrimiento que hizo en una ii">che que se per- 
dio en el monte yendo de car.n: el motivo de esta 
interrupción voy á manifestarlo á V-, y creo que 
tendrá la bondad de ese-usarme bajo la oferta de 
continuar refiriendo la historia comenzada. 

■ La sorpresa que me causó á mí la ocurrencia 
de mi ¡ladre cuando ine la refirieron fué tal que des- 
de luego Je rogué me permitiese publicarla, previas 
las precauciones necesarias pura evitar compromisos 
i i. oportunidades: á los principales personuges que en 
ella figuran; y después de consultar con estos, pe- 
dirles su venia y desfigurar los sitios y circunstan- 
cias de una manera conveniente para evitarles las 
pesquisas y molestias que temíamos, empecé mi re- 
lación. Mas á pesar de nuestro cuidado, este uo fué 
bastante á impedir que los efectos de una impruden- 
te curiosidad, unida á una casualidad en estremo fa- 
vorable á los curiosos, hayan puesto en grave com 
[iroíiiiío ,i los piTsonagcs principales de nuestra his- 
toria. Este y no otro ha sido el motivo de la inter- 
rupción de mis cartas; mas este que pudo ser un mal 
de desagradables consecuencias, ha traído el benefi- 
cio de que se asegure de uua manera cierta la tran- 
quilidad de los que por conseguirla vivían en las en- 
trañas de la tierra, puede decirse así, y que ya ño 
estén espueslos á las incidentes de una casualidad 
que descubra su retiro. 

n .Mas para no presentar el desenlace antes del 
nudo, y para guardar el orden necesario i le narra- 
ción, terminaré manifestando á V, que desde Inego 
continuaré ¡a relación de esta aventura, si es que V. 



con so bondad acostumbrada la juzga á propósito 
para Henar con ella una columna de su apreciable 
periódico.» 

Hasta aquí la carta de nuestra suscrilora, á la 
cual contestamos no solamente aceptando, sino agra- 
deciendo que nos proporcione tan interesantes ma- 
teriales para las páginas de nuestra publicación. Asi 
pues, puede disponer de sus columnas como y 
cuando guste, dándole aquí la contestación por no 
permitírnoslo hacer de otro modo el anónimo que 
guarda: si bien confiadas en su palabra, ofrecemos 
sin vacilar á nuestras lectoras la continuación de es- 
ta interesante historia. 

I H>H t8*W 



Heroísmo de ta» tunjere* !>:ijoel régimen del 

li'iror. 

No solo el infortunio, la resignación también es 
timbre acaso el mas preciado de aquellas heroínas. 
Todas sufren, ¿cómo dudarlo? ¿no forman parte de 
la naturaleza humana? pero su valor en medio del 
terror, su serenidad cuando la muerte las cerca, in- 
funden al mas cobarde una alta idea de la inocencia 
y de ta virtud. Humillación seria mostrarse pusilá- 
nime cuando se las ve reír, y la antigua Francia re- 
nace y reproduce en las prisiones los modales corte- 
sanos, la galantería, tai vez la jovialidad. Mochas de 
ellas se entretienen en la lectura de los libros santos 
en oir con íntima convicción la palabra divina por 
la boca de algunos filósofos que miran como pecado 
los pasatiempos frivolos. El amor también penetra 



en las cárceles y en ellas se impregna de emociones 

mas profundas: y cuántas sin ventura se preparan in- tirio de Mine. Isabel, la santa del siglo XVUI. Ro 

cautamente dolores agudos y un arrepentimiento lar- bespierre se detiene por la primera y última veza 



sura, ni al heroísmo del amor filial. La joven y be- 
lla Mmc. Custinc solo lia podido conseguir que se 
suspenda el suplicio de su padre político; presa poco 
tiempo después, ya no puede servir de utilidad á es- 
te niá su esposo. 

¿Quién no se figura respirar el fresco ambiente 
de la primavera al penetraren el hediondo calabozo 
que sepuita á las doncellas de Verdnn, llenas de can- 
dor, de encantos, de dulce satisfacción? ¿Cuál es su 
crimen? Haber asistido á un baile dado á los prusia- 
nos. Y quien podrá leer sin lachar de parcial á la 
historia que hubo en Francia un dia de horror, ¡abo- 
minable dial en que aquellas inocentes arrastradas á 
Eos pies de los tigres del tribunal no hallaron gracia, 
no hallaron la piedad con que declamaban no en su 
defensa propia, sino en la de sus compañeras y de 
sus hermanas, atribuyéndose generosamente el deli- 
to de haber bailado? 

Los dias infaustos se suceden formando una no- 
che sombría; una nuche de diez meses alumbrada 
únicamente por el color de la sangre. Una reina de 
Francia tanto tiempo adorada, llegada apenas á la 
edad madura, cuyos infortunios debian sobrepujar 
á los de la anciana de Ilécuba, sorprende aunque 
inútilmente por algunos minutos el interéá de las fu- 
rias del tribunal con la respucsla tan noble como pa- 
tética que pronuncia contra la mas inicua acusación. 
Apelo á todas las madres que escuchan.,. Su sen- 
tencia estaba fallada desde el dia en que espiró 
Luis NYI: fué conducida al suplicio y decapitada ig- 
nominiosamente sin que su valor se desmintiese has- 
ta su úllimo suspiro. 

Pero faltaba cometer un crimen mavor: el mar- 



dio! ¿cuál es el fin de su desdichada pasión? el aliar? 
el lecho nupcial? no; la separación.... el sepulcro 
;Con qué respeto es acatada en una cárcel la he 



roina de la piedad filial. Mme. de Sombren!! Todas da al tribunal revolucionario confiesa con entereza 



se acercan á ella para estar mas cerca de su «liad 
para empaparse en su heroico valor; todas quieren 
gozar á un tiempo de sus miradas, de sus pláticas 
original rs y elocuentes. ¿Por qué la han encerrado? 
por herir con mas seguridad á su padre salvado una 
vez por ella el 2 de setiembre, purque los decem- 
viros no ha ratificado Ja clemencia de aquellos jue- 
ces de sangre, y va el tribunal revolucionario na 
apresurado c! suplicio del padre octogenario de Isa- 
bel Cazzuto. Kslos nuevos jueces son demasiado 
aguerridos para ceder á la intervención de la hermo- 



ía vista de un atentado.... Quisiera, v á pesar de sti 
inmensa autoridad no se atreve ni puede salvarla, 
porque en Francia solo manda el mas feroz. Lleva- 



el delito de que se le acusa; haber enviado todos sus 
diamantes á su hermano el conde de Artois como uu 
auxilio en su emigración. Se la condenó al suplicio 
y la condujeron entre muchas nobles Victimas que 
le sirvieron de escolta, persuadidas deque subían al 
cielo, pues morían con una sania. Mme. Isabel qui- 
so sacrificarse por la reina cuando el dia de la en- 
trada del pueblo furioso en las Tullcrías se negó á 
desvanecer el error de los que equivocándola con 
María Antoniela se disponían á degollarla; esta fué 
la única, vez que recurrió al disimulo aquella alma. 



I 



sublime, Olro delito no menos odioso había prece- de Atocha. Felicitamos pues á lo simpática y enlon 






•iiilij al suplicio de la reina,.,, el de Malesherbes, 
seguida del de Mine. Kosawbca, que fui- guillúliua- 
da al lado de mi padre. Célebres son tas palabras que 
dirigió en su última hora á Mme. de Sombreuil: 

■■La gloria, la felicidad de haber libertado á vues- 
tro padre os parlenecia colera — á mi el consuelo 
de morir con el inio.» 

La pluma cae de !a mano, las fuerzas fallan al 
considerar este cuadro de borrares, esle horrible 
martirologio. Los tiranos dijeron: «A fuerza de hor- 
rores agolemos las fuentes do la piedad. Nadie leerá 
las páginas do esla época sin echar mano del recur- 
so de calumniar ¡i las victimas para dispensarse de 
compadecerlas, y, cuando mas, las generaciones fu- 
tura j acusarán la imprudencia de aquellas cuyo he- 
roísmo nos ha admirado sin hacer vacilar la cuchilla 
de los asesinos. 

El deseo de arrancarles esta esperanza me lia 
obligado ¡i ser historiador. Moralista ul presente, ya 
que no me sea dado consagrar dignamente un fúne- 
bre tríbulo para lanías victimas, ni sacar del polvo 
i-ii qiia yacen hechos grandes y sublimes, be tenido 
fiI menos el acierto de elegir las armas mas nobles y 
eficaces para confundir et egoísmo, la filosofía de la 
sensación y la iloclritia del interés personal bien en- 
tendido. Soy (Je opinión que bis mujeres con sus sa- 
crificios, con sus tormén tus, han abatido el poder de 
mas de una hidra nialcrialisla, y herido con nuevas 
y penetrantes flachas á los impíos que pretenden su- 
mirnos en el fango. ¿Qué prescribía U sensación á 
Mme. Isabel, ¡i Mme, Sombreuil y á sus compañe- 
ras de gloria ó de martirio? Lo mismo que prescri- 
bía á Leónides y á sus trescientos espartanos, á Ré- 
gulo, úDecío, ít lodos ios héroes de la patria; y aun 
estos, si i'sivpiuíiuifjs á Régulo, solo teníau que 
perder una vida en wctlio de su entusiasmo. Pero 
nuestras contemporáneas, nuestras heroicas, ¡uñé 
sucesión de fortunas! 

(D. U.) 



Tkádajo koiaule,— La eminente pintora doña 
Adriana Rostan ha presentado á S. M. y dedicado á 
S. A. la princesa de Asturias una magnífica palma 
de cera, que seria sin duda para la función de Ha- 
mos. 

S. M. al recibirla hizo las mayores demostracio- 
nes de agrado, y como prueba del aprecio que de 
ella hacia manifestó que quena regalarla á la Virgen 



dida pintora Rostan por su notable trabajo y por la 
buena acogida que no pudo menos de recibir de la 
amabilidad de la Reina. 

Ha fallecido en París la conocida escritora cuba- 
na señora condesa de JHeriin. 

Chistosa reclamación. — Un diario de Valencia 
refiere el siguiente diilugo: 

— t llS V. el redactor de! Diario"? 

— Si; ¿qué se ofrece? 

1 — Venía á que me pusiera V. una cosa. 

—Sepamos qué clase de cosa, ¿Algiin anuncio? 

— No señor. Una cosa que me ha pasado con la 
señorita de una casa dunde he servido. 

—Muy delicado puede sercl asunto; pero.cn fin, 
cuenta y veremos. 

— I'ues ha de saber V. que dias pasadas iba yo 
acompañando á mi señorita por una calle bastante 
concurrida de esla ciudad, cuando cálale que pasan 
dos jóvenes, nos uiir.iü, y uno de ellos le dice al 
otro: — Mas me gusta la criada que ul ama. Nunca 
tal hubiera oído mi señorita. Se quedó mas pálida 
que una di fu nía, y me dijo apretando el paso: — Va- 
mos aprisa. Llegamos á casa; se celebró consejo de 
familia, y el resultado fué de ponerme de patitas eu 
la calle. 

— Cómo! ¿por tan poca cosa? 

— ¿Cómo poca cosa? ¡si casi le cosió una enfer- 
medad! 

— Y lú, ¿que hiciste? 

—Me fui pero le juré que liabia de salir en el 
Diario la infamia que su hacia conmigo. 

—Pites anda, hija, auda, que mañana quedarás 
servida* 



ADVERTENCIA. 



En este número y en el próximo insertaremos 
el pliego 2." y %.° de Franeiscu el espósito, euyoi 
planillas se publicarou trocadas y harían defectuosa 
ía encuademación de la novela. 

En seguida empezaremos á publicar otra no me- 
nos interesante. 



MADRID, 1852. 

lmprcmn «lo «Ion Jo*<' Trnjlllo. iiijo. 

Calle de María Cristina, número S. 



Ario i. 



Domingo 18 de'Abril de 1852. 



Núm. 38. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todos las domingos; se snscrihe en Madrid en las librerías de Monier j de Cuesta, á i ts. a! mes; j ea provin- 
cias 10 rs. por dm ineaei franco de (lurte, remUien "oütiaübranta a favor denueslfa impresor, fi sellosde franqueo. 



Nuestro fin principal, nuestro único y esclusívo 
objeto al comenzar la publicación periódica en que 
escribimos no fué, por cierto satisfacer un mero ca- 
pricho, ni darnos á conocer como escritoras, sino el 
de ser útiles á nuestro sexo, al cual dedicamos nues- 
tras tareas, ofreciéndole los sinsabores que llevaba 
consigo esta empresa. No han sido por cierto com- 
pletamente infructupsos nuestros trabajos, pues mas 
de una inocente se lia librado de los lazos que ma- 
ñosamente la tendían nuestros proiectow naiuralts 
los hombrea; mas, de una esposa nos hadado las gra- 
cias por haber restablecido ia paz en su casa, y re- 
cobrado el amor de su esposo, siguiendo los conse- 
jos que hallaban en nuestra humilde publicación; y 
machas son también las madres que no cesan de 
congratularnos porque nuestros artículos les han he- 
cho conocer lo que sus hijas podrían sacar de esa 
tan brillante saciedad, y variar el plan de educación 
de las mismas-. ¡Mas estos frutos obtenidos no llenan 
aun nuestros deseos; queremos que los resultados de 
esta publicación sean mas fecundos en favor de la 
mujer, y nuestra ambición en este punto no se li- 
mita á esas ventajas aisladas que algunas constantes 
lectoras de este periódico sacan de las doctrinas ver- 
tidas en él. ' , 

Son tantas las desgracias que pesan sobre la in- 
feliz mujer, es tal la esclavitud en que yace, aunque 
encubierta bajo aductoras apariencias, que segura- 
mente nos bailamos indecisas siempre que lomamos 
la pluma en la elección del mal que hemos de com- 
batir, ó de la mejora que exige mas pronta repara- 
ción, v de Ja que con preferencia nos debemos ocu- 
par. Hov pues lian guiado nuestra elección las ins- 
tancias de algunas suseriloras de noble corazón, que 
no pueden considerar sin lástima profunda á esa mí- 



sera ciase de mujeres degradadas que viven en la 
afrenta, que se alimentan del fruto del oprobio, y 
de ia cual ya en otro articulo nos ocupamos; nni j 
jeres que cansan horror é inspiran odio, pero que 
por lo mismo deben escitar mas nuestra compasión, 
como inspiran la de las damas dignas de su alta po- 
sición que nos invitan á que en nuestro periódico 
nos ocupemos seriamente, si no de cortar el mal de 
raíz, porque esto escede á nuestras fuerzas, de los 
medios de atajar sus funestas consecuencias, v de 
impedir que tantas jóvenes puras é inocentes caigan 
diariamente en esos abismos del vicio y de Ja cor- 
rupción, 

Asunto harto serio y grave es este, asunto que 
qgizá exige conocimientos y facultades superiores á 
las que poseemos nosotras pobres y desconocidas 
mujeres, que no contamos mas que con nuestra vo- 
luntad decidida; pero que ni nuestra falta de medios 
nos arredra, ni hemos desconfiado un punto de que 
tan noble intento hallara la protección que necesita 
para dar los resultados que. nos proponemos. 

Arrancar de ese inmundo piélago del vicio á las 
infelices envejecidas en él, purificar sus almas de la 
escoria del vicio con que se hallan mam hadas mo- 
ralizarlas en lin a si bien es una obra santa y subli- 
me, no es la obra de un día, ni de quien como nos- 
otras cuenta con muy escasos recursos: pero pro- 
poner los medios de impedir que las seducciones de 
los hombres, auxiliadas por la miseria de las vícti- 
mas, por el furor del lujo y por la corrupción de 
costumbres de la época, sean arrastradas diariamen- 
te mil y mil ¡nocentes á esos abismos del vicio, 
esto ja nos es dado intentarlo, confiadas en que nos 
ayudarán en nuestra empresa las seüoras de alta con- 
sideración qui; nos estimulan á emprenderla, honra 



2 



de las damas españolas, y cuyos nombres -daremos 
á conocer al público á su debido tiempo, confiando 
nosotras en que si can este intento sa limos, -si da 

Blas primeras dificultaos triunfamos, los resultados 
serán quizá mayores- y mas csteusos de lo que aliora 
nos prometemos. A 
I'ara corregir un mal lo primero es conocer su 
origen, para atajarlo en su nacimiento. El abandono 
di; la educación mural de las jóvenes, el instinto del 
lujo qné imprudentemente se inculca en ellas porsus 

■ propios padres desde que tienen uso de razón, cual- 
quiera que sea su clase y fortuna, y lá falta de me- 
dios de ganar la subsistencia con su propio trabajo, 
unido á las constantes asechanzas que los hombres 
emplean para corromperlas, esplutando su propia va- 
nidad y sn miseria, este es pues el origen de la per- 
dición de tantas jóvenes qucdiariaineule van :i poblar 
las cloacas inmundas de la prostitución. 

En las grandes poblaciones, que es donde esos 
focos de corrupción existen, y donde el proselilisnio 
del vicio se ejerce como ülicio lucrativo, es también 
donde su represión puede y debe intentarse, pues 
en ellas es donde abundan los clemenlnspara oponer 
á los establecimientos del vicio los de la virtud; en, 
ellas pues debe puaersc á la corrupción un valladar, 
ejercerse el proselilismi) de la virtud, luchar y con- 
fundir y triunfar del vicio. 

Convencidas de esta verdad, conociéndola nece- 
sidad urgente de un establecimiento que reúna eras 
condiciones y alentadas ¡>or varias suscríloras, no va- 
cilamos en proponer la fundación de un asilo donde 
las jóvenes encuentren instrucción, trabajo y mora- 
lidad, un asilo en fin donde bailen la protección ne- 
cesaria para cruzar su juventud sin perder su ino- 
cencia v para establecerse honrosamente. 

Este establecimiento cuya fundación propone- 
mos, limitado ahora á los temimos indicados, puede 
ser con el tiempo origen de otro que se estienda á 
arrancar á las infelices que yacen en la degradación 
de m miserable estado. 

Por hoy concluimos aquí, dejando para el mi- 

Imero siguiente el espoucr las bases de esta casa de 
asilo, para cuya fundación contamos con el auiilio 
délas señoras que á proponerlo nos estimulan, Y 
con la cooperación de cuantas damas de noble co- 
razón lamentan la perdición de tantas jóvenes que 
protegidas hubieran sido honra de su sexo, y por 
verse abandonadas son su oprobio. 






A JESÚS CRUCIFICADO. (» 

¡Oh dulce Jesús mió, 
Esencia de ternura, 
Perdona el cstravio 
Fatal de) hombre ímpio 
Que causa tu amargura I 

Tú, que eres soberano 
Señor de tierra y ciclo. 
En tu angustioso duelo 
Buscas di» quier en vano 
Miradas de consuelo! 

No existe un alma sola 
Que C on aran profundo 
Consuele al moribundo, 
AI mártir que se inmola 
Pan salvar al mundo! 

Solo una madre triste 
Llora el atroz quebranto 
De! hijo sacrosanto, 
¡Y tú nos redimiste 
Al precio de su ¡lanío! 

No te basto piadoso 
Sacrificar tu vida 
Por el mortal doloso, 
Qoc nbrislte cruda herida 
Eú su alma dolorida! 

El pecho le devora 
Sn horrible desconsuelo, 

Y el hombro te desdora 
Cuando Ui madre liara, 

Y no calmas su duelo! 
Mírala ¡oh Dios! jcüán bella, 

Cuáu triste á tus pies gime! 
Escucha su querella 

Y de tu acción sublime 
Desiste, oh Dios, por ella! 

Ayl vale mas su Danto 
Que el bien del hombre impío: 
Calma su atroz quebranto 
Tú que la adoros lanío, 
Piadoso íesm mió! 

Es madre! en ti cifraba 
Su orgullo y su cariño: 

(I) Ko habiendo tlogmlo antes é nuestras romos rala poesía j 
la oda i lenisílrn que en otro lugar ¡ recriarnos, i pesar de haber- 
la» remitida upuiiunamenie sus jilvrara iuic.ru>, no pudimos pu- 
blicarlas (n nuestro nútnero «oledor. B»J lo hacemos Unto m ti 
grato qot le Demos, en ello, como pa™ que nuestros amables cola- 
borado»!, do lomen i de_«»¡re |o qn c lio sido ünieaTticnla erecto 
da cipa estraiii coincidencia. 



Recuerda cual te amaba 
Cuando eras tierno Diño 

Y amante te amparaba. 

Es madre! nunca el pecho 
Fué de una madre fuerte, 

Y de pesar deshecho 
Llanto de sangre vierte 
Al ver tu horrible muerte. 

¡Oh triste moribundo! 
Tu corazón batalla 
Entre su afán profundo 

Y la salud del mundo, 

Y de dolor estalla. 
Mas la balanza cede 

Por el moría] nefando, 

Y d que salvarse puede 
Prefiere que espi raudo 
Salvado el mundo quede. 

¡Mirad su rostro hermoso 
De palidez cubierto! 
¡Ved su costado abierto, 
Do ya uo late yerto 
Su corazón piadoso! 

¿Qué os dice ese semblante? 
¿Qué os dice esa agonía? 
Oid SU voz amante 
Cuando á la turba iuipia 
Paz y salud envía. 

Su acento postrimero 
Es de perdón y olvido, 

Y ruega al mundo entero 
Que llore arrepentido 
Sobre su pecho herido! 

Ay! esa sangre pura 
Que de su seno brota 
Esencia es de ternura, 

Y labra cada gota 
Mi! siglos de ventura. 

Llanto de amor derrama 
Muriendo sin consuelo, 

Y ¡a amorosa llama 

Que el corazón le inflama 
Alumbra tierra y cielo. 

¿Quién no amará ferviente 
A Dios tan bondadoso? 
¿Y el inundo irreverente 
Osa escupir la frente 
Del que le dio el reposo?... 

No, no; venid precitos, 

Y al pié del leño santo . 



Llorad su atroz quebranto, 
Que borra los delitos 
El amoroso llanto. 

Sus brazos siempre abierto* 
Están para el que llora; 
Su voz consoladora 
Ofrece bienes ciertos 
Al alma que le adora! 

Hermanos, la rodilla 
Ante la cruz doblemos, 
Que Salvadora brilla; 
Hermanos, adoremos 
Al mártir sin mancilla? 

Venid: dulce ternura 
Tan solo os pide amante 
En premio á su amargura: 
¿\'u veis como anhelante 
Oí itama con dulzura? 

Venid los que en el suelo 
Visteis tal vez pagado 
Amor cou desconsuelo, 
Que él busca al desdichado 
Con paterna] desvelo. 

Amor pide ferviente, 
Amor tan solo implora; 
Dejad al inclemente 
Mundo que así os desdora, 

Y amad al que os adora! 
Suba á su trono hermoso 

Vuestra oración sumisa, 

Y el Redentor piadoso 
La acojerá gozoso 
Con celestial sonrisa! 

Venid: Jesús al alma 
Que en él cifra su anhelo 
Otorga aquí la calma, 

Y luego eterna palma 
Eo su mansión del cielo! 

Angela final I . 
— ►»»»mí*»*«< 

LAS TAITIANAS, 

BELLEZA, TRAflE, GUSTO J'OJl LA MÚSICA , PAJ4ZA- 
[üojos sutiías del diario de un oficial de Harina, 
(Continuación.) 
, Las Tailianas aman apasionadamente la música, 
retienen fácilmente todas las piezas, tienen el oído y 
la voz notablemente aliñados y cantan en coro con 
encantadora armonía, Xo me sorprendió poco la pri- 
mera vez que bajé á tierra oírles cantar eo las calles 



(a serenata de Sehubert y ln Casta ítiva, ó bien La 
Jlantltesa. Malbormtgh, ia Lisette de Beranger ú 
oirá cosa peoi-j según quesos maestro* de canto son 
contemplativos ó vividores. Por olra parle, nada 
comprenden ellas de lo que cantan y hay muy pocas 

I que saben el francés. Les repugna, J csló se conci- 
be, cambiar su dulce lenguaje por las duras conso- 
O a nr i aa de nuestro idioma. Por la noche, desde 
que el sol lia sumergido en tas ondas su brillante Tai, 
Se oye salir de enlre los jardines de la Pequeña Po- 
lonia, barrio poblado en su mayor parte por olicia- 
es, [os sanidos de una orquesta impaciente. Cada 
cuerpo provee su contingente: la administración pro 
cura el violin, la infantería el bajo, la medicina la 
flauta y la marina el cornetín de pistón. Entrad, por- 
que la puerta se abre para lodo el que es caballera. 
Eu un liiryo salón cuyo mobiliario se compone de un 
banco de madera, y donde dos humeantes lampari- 
llas componen' todo su alumbrado, vais á ver á las 
mas bonitas Kauncs de la ciudad y sus cercanías: ad- 
miraos del vigor con que acentúan la pouríta (pol- 
L.i , cómo se destizan ligeramente en el vals á dos 
tiempos, el entusiasmo con que bailan nuestros gra- 
ves rigodones, y notad como los profesores jóvenes 
parecen soportar con alegría los rigores de la ausen- 
cia. 

.Mas rio se croa que los bailes franceses les han 
hecho olvidar sus bailes indígenas: antes bien todas 

Blas variedades del oapa-aupti alternan con los valses 
y las polkas. Al salir del baile no os asombréis mu- 
clio s¡ us Sinlis agarrado por el cuello ó por los bra- 
zos por una ó dos ruoiuelas, que os obligarán de bue- 
no ú mal grado á que las conduzcáis á sus casas: por 
ni a* que hagáis ú digáis seguro eslá qne os suelten, 
y si es preciso pasar un rio os cargarán sobre sus 
hombros, pero no por eso dejareis de ir basta La 
puerta de sus casas. Al llegar ó ella podéis quedaros 
allí ó marcharos. Esto proviene de que desde el ca- 
ñonazo rpicse-lirs á las ocho de (anoche im pueden 
andar por Lis calles las indígenas; de lo contrario to- 
do KausL-, sea hambre ó mujer, que sea encontrado 
por Jos ihüIpÍs ^gendarmes), si no puede refugiarse 
bajo el ala protectora de un europeo es conducido á 
la prisión, de la cual no saldrá sino pagando ¡auiul- 

tia de uo peso. 
Los mismos goces se repiten cada noche y el dia 
se pasa cutre el baño, el reposo y la siesta, de modo 
que no hay un pueblo en el mundo que descienda 
mas dulce, y descuidadamente el rio de la vida. Así 



eslo no se nota variación desde entonces acá. 
días solemnes se representan gigantescos oupa.ww- 
pus en la plaza del gobierno, tomando en ellos par- 
te toda la juventud indígena de las cercanías. La mas 
origina] de esasdanzas es seguramente la paí-aoui 
(buque de vapor). Siguiendo la costumbre de todos 
los pueblos primitivos, los Kanacs conservan en sus 
cantos y en sus dan /.as ia tradición de lodos los acon- 
tecimientos que han llamada vivamente su atención, 
y así es que solo en sus antiguas canciones es don- 
de puede hallarse aun algún recuerdo de mi pasado, 
¡Qué otro prodigio. moderno pudiera maravillarlos 
tatito como un buque de vapor! Así fué que el pro- 
digio pasó inmediatamente al dominio de la danza y 
de la canción. 

Para bailar el paf-aau¿ se colocan los actores en 
dos (¡las prolongadas, los hombres á no-lado y lág 
mujeres al otro; luego ambas hileras se nrfen conser- 
vándose por sus estremos como para figurar la cur- 
va do intersección de un buque sobre el plan de la 
linea del agua. En el centro se coloca un hombre 
alto, que por medio denn gran canuto de bambú ar- 
roja al aire bocanadas de humo, representando asi la 
chimenea délvapor, y dos grupos de bailarines co- 
locados en los (láñeos imitan las ruedas. , 

Así dispuestos se da la señal, y á indicación del 
hambre-chimenea las ruedas empiezan á agitarse 
moviendo rápidamente los brazos, las piernas y el 
cuerpo. Mientras el resto del buque marca el com- 
pás con un cauto lento y monófomo, acompañado de 
palmadas, la inmensa máquina comienza á funcionar 
yendo hacia adelante, hacia atrás, á babor, á estri- 
bor, haciendo cu fin toda clase de evoluciones como 
las haría un vapor maniobrando en una rada. 
(Se conefuiríí.) 



M*) í ■&*«"#*- 



ODA 



i. Jebc&ilen en la suerte del Salvados. 

Oh pueblo malhadado. 
Deten el rudo golpe, y con impía 
Ira y furor malvada 
No derrames La sangre de ese justo; 
Porque desde este dia 
Como fuego candente 
Gola á gola caerá sobre tu frente. 

¡Ay infeliz! ¿(Jué has hecho? 
Conduces a tu Dios escarnecido 
De tf mismo á despecho! 






Qué vértigo infernal tu menleembarga? 
¡Sarcasmo maldecido - 

Loa lu acción cruenta! 
Quién ¡avara lu mancha? ¿Quién lu aírenla? 

¿Y coreéis anhelosa, 
Muchedumbre precitas, fatigando 
Con la \oz clamorosa 
El viento nmgidur? ¿Y ebria de sangre, 
En el crimen hitando 
Quieres aun sumejírte, 

Y tú misma á tí misma maldecirle? 
Jcrusalen, contempla 

Al hombre- Dios pendiente de un madero, 

Y esc tu rigur templa; 

Que de tí condolido humilde esclama 

Con eco lastimero: 

«Perdona, Padre pió, 

A mi pueblo infeliz, al pueblo mió.» 

¡Ingrato! v desconoces 
A ese lu Salvador? ¿Y le atormentas 

Con martirios atroces? 

Ya no existe, infeliz! Y aun tu locura 
Con horror acrecientas. 
Hiriendo en el costado 
El cuerpo tantas veces destrozado! 
Tiembla, tiembla, ínfelice; 
" La túnica del templo desgarrada 
Tu infortunio predice: 
Ya la tumba abandonan ios que fueron, 

Y con la faz manchada 
Turbio el sol se oscurece, 

Y en tinieblas el mundo se estremece. 

Ceetilit. 



-+*+&tH c **+**+- 



Hemos visto e! prospecto de El tamal de la 
mcjeb, periódico escrito por una sociedad de seño- 
ras y dedicado á su sexo, que verá la luz pública eo 
Logroño. 

iVosotras, que iniciamos los periódicos fundados 
y escritos por mujeres y dedicados á nuestro sexo, 
hemos tenido una satisfacción completa al ver que 
las damas de Logroño, prescindiendo también de ri- 
diculas preocupaciones se proponen seguir nuestro 
ejemplo. Confiamos en que El fanal de la muer 
será digno del noble objeto á que se dedica, y lo re- 
comendamos á nuestras lectoras, que esperamos 
alienten con su suscricion esta publicación, que sin 
duda contribuirá eficazmente á mejorar la triste 
suerte de la mujer, 



JíO se arredren pues nuestras colegas con las di- 
ficultades y sinsabores que su proyecto les ha de 
ocasionar, atentándose con el noble fio que se pro- 
ponen, si las contrariedades anexas á su empresa de- 
bilitasen algún dia su propósito; y sigan en su em- 
peño hasta que obtengamos la mejora de la condición 
de la mujer, que ambas redacciones nos proponemos. 



►**5 }****«- 



, Conlinuamos hoy la referencia de la aventura 
ocurrida al padre de una nuestra amable suscrilora* 
que consiguiente á la oferta que nos hizo eu su carta 
que publicamos en e! número anterior, sigue hoy la 
relación que quedó suspendida en el número 27. 
correspondiente al 1." de febrero. 

El vigilante cuidado del doctor no le dejó mucho 
tiempo disfrutar del sueno á que le rindió el cansan" 
ció; levantóse pues, y saüó al gabinete ó despacho, 
donde ya no ardía la lámpara, sino queso hallaba 
iluminado por la luz de la aurora, que penetraba al 
través de gruesos cristales de colores por claraboyas 
en forma de estrellas, abiertas en la bóveda. Decidi- 
do á no atormentar su imaginación para aclarar las 
dudas que á cada momento le inspiraban los miste- 1 
ríos de aquella oculta morada, no se paró á discurrir 
por qué rara estructura se hallaba iluminado por la 
luz natural lo que había tenido hasta entonces po r 
un subterráneo. Abrió h puerta del gabinete y al 
punto se presentaron los dos criados que quedaron en 
la antesala, los que le condujeron á la habitación de 
la enferma. 

Hallábase esta tranquila; el sueño la habia re- 
puesto, pero el doclor advirtió al través de la apa- 
rente serenidad de su rostro un dolor profundo, que 
nu pudo ocultarse á su penetrante mirada. Su hija, 
aquella joven que vimos arrodillada á la cabecera de 
SU cama, se hallaba eu el mismo sitio, aunque senta- 
da en unos cojines de terciopelo: á los pies de la ca- 
ma velaba la joven blanca primera á quien vio el duc- 
tor en la cueva con las dos jóvenes que ya conocemos. 

Las miradas de María se fijaron en el doctor des- 
de el momeólo en que se acercó á su madre, y le 
inlerrogaban acerca del estado de esta. Nuestro 
medico, que comprendió su ansiedad, se volvió á ella 
y 'a tranquilizó. 

— Verdad que estoy mejor, doclor? le dijo la an- 
ciana; se lo be repelido á mi hija varias veces, pero 
no quiere creerme, 

— Su eseesiva cariño, señora, contestó el doclor, 
le hace dudar; pero á mi me creerá, y yo le ase- 



gurú que pur ahora el peligro grave paso. 

—¿Lo «ves, Marín, l(i oves? ya puedes tranquí- 
liíarle; avisa á tu hermano para que pasea hablar 
con el doctor, y ve a descansar algunas horas. 

— Madre! estoy bien aquí; aquí reclinada al lado 
de V. descansaré mejor ahora que estoy mas tran- 
quila; mi hermano espera y.i.i este caballero; lecon- 
ducirá Isabel, 

El doctor preparó una bebida confortante, 
que eriiNUMiii tomase inmediatamente la enferma, y 
salid guiado de aquella joven primera que en aquel 
misterioso albergúele recibiera, despidiéndose hasta 
mas tarde de la andana y de su hija. 

Después de atravesar varias galerías y Un Sun- 
tuoso salón, alumbrados por la luz natural que pe- 
netraba también al través de cristales de colores por 
claraboyas abiertas en las bóvedas en forma de es- 
trellas, llego á un gabinete de forma elíptica; sus 
paredes eran de mármol blanco coa bajos relieves 
de flores; sobre el friso, de jaspe de Granada, se es- 
lemba una conúsa de bronce dorado con letreros 
árabes. 

En aquel gabinete esperaba un joven que escasa- 
mente Minian* veintiséis años: su estatura apenas 
era mediana, y sin embargo eran tales las propor- 
ciones y esbeltez de su cuerpo, tal la majestad der- 
ramada «u toda su (¡gura, que imponía á primera 
«isla; había en su' mirada, en su continente todo, 
lanía nobleza, tanta dignidad, y á la vez tanta me- 
lancolía, que no se le podía ver sin sentirse atraído, 
dominado por aquel hombre. Así pues nuestro doc- 
tor, por mas acostumbrado que estuviese al trato del 
mundo, pur poco que á causa de su esperiencia y 
tálenlo concediese á las apariencias, do pudo resistir 
al influjo que aquel joven ejercía, y se vid como mag- 
netizado por su presencia, lomando con cierto em- 
barazo un sillón á su Lado y preparándose á escu- 
charle. 

La historia de aquella familia, que nuestro médi- 
co oyó de boca de su último descendiente, la traslado 
con toda fidelidad al papel, y cou su anuencia dos 
la bu remitido autorizándonos para publicarla: en 
ella se halla la descripción del subterráneo, se desci- 
fran lodos lus que al médico parecían misterios y le 
volvían loco, y juzgando que su lectura ha de agra- 
dar sobremanera á nuestras lectoras, empezaremos 
su publicación en el próximo número. 



Escriben de Gibrallar cun feclia 30 del pasado 
que ha llegado á aquella plaza la Srta. D." Carolina 



t Coronado, La distinguida poetisa ha sido recibida con 
la mavor distinción por el cónsul de ¡os Estados-Uni- 
dos y toda su familia, en cuya casa se celebrará el 
enlace de nuestra compatriota con el joven secreta- 
rio de la legación de los Estados-Unidos en Madrid. 
El limo, señor obispo católico de Gibraltar bendeci- 
rá áios desposados, con todas las condiciones y ritos 
de la iglesia católica, cuya religión profesan el cón- 
sul anglo-araericauo y su respetable familia. 

lie aquí, dice un periódico, algunos pormeno- 
res sobre lus trajes de majas con que varias damas 
se presentaron el domingo último en la corrida de 
loros: 

La duquesa de Medinaceli veslia un traje de ra- 
so carmesí, corpino igual, y hombrillos y adornos 
de azabache y terciopelo negros; mantilla de tercio- 
pelo carmesí con franja negra, y uu zorongo del 
mismo color del vestido coa borlas de piala. La du- 
quesa de Feria llevaba un traje igual al de su her- 
mana, con la diferencia de ser de colar celeste. El 
vestido de la duquesa de Alba era de moaré blanco 
con los hombrillos y aJurnus. de coral, zorongo en- 
carnado, mantilla de paüu de seda con liras de ter- 
ciopelo negro, y dos rizos á cada lado sujetos con 
alfileres de brillantes. La condesa de Teba llevaba 
traje de moaré rosa con adornos de felpa negra, cor- 
pino de paño de seda negro cou hombrillos y gol- 
pes de felpa color de rosa. La señora viuda del ge- 
neral Alvarez veslia traje de moaré verde con enca- 
jes negros, corpino de raso negro con hombrillos y 
guipes verdes, y mantilla de encaje blanca. 

Cosmriieo esccfriifí contra ios paños y fflartlcttt- 
cias ííe la cara. —Recela: de horas, 10 granos; agua 
destilada de rosas, media unza; idera de flor de na- 
ranjo, igual cantidad. Disuélvase, y lávenselas man- 
chas y panos de la cara con un lienzo lino de hila. 

EL FANAL DE LA MUJER, 
perjudico cícriiopor una mchdad dt señoras y dedi- 
cado « su scro. 

Este periódico, que verá muy pronto la luz pir- 

bljra en Logroño, saldrá lodos los domingos. Cresta 
en Madrid o rs. por tres meses, y se suscribe en la 
imprenta de este periódico, calle de María Cristina 
número 8, bajo, donde hay algunos prospectos. 

MADRID, 1852;' 

liuprt-nln ili> lian Ji»«.e TniJIHn, liljo. 

Calle de Moría Cristina , número s. 



Año I, 



Domingo ■!■'> de Abril de 1852. 



Viim. 39. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale lodos los domingos; se suscribe en Madrid en las librerías de Uonier j de Cuesta, á 4 rs. al mes; j va provin- 
cias 10 rs, por dos meses Tranco de porte, remUienJoutiaUbraiua a favor de nuestro impresor, á sellos de franqueo. 



En nuestro último número, después deeslender- 
nos en demostrar la necesidad de un establecimiento 
que sirviese de asilo á tas jóvenes necesitadas, y en 
donde ala vez que encontrasen trabajo para propor- 
cionarse su subsistencia hallasen también instrucción 
fortaleciendo en él sus principios de moralidad y sus 
buenas costumbres, dejamos para el presente la es- 
posicion de las bases y fundamentos sobre que dicho 
establecimiento podría constituirse. 

Poca es la parle que en el presente artículo va- 
mos á tener, pues que, según dijimos en el anterior, 
la idea de este asilo es concebida por algunas de 
nuestras suscri l oras, que lamentan la horrible suerte 
de Untas víctimas infelices de la corrupción, y esti- 
muladas por su compasivo corazón quieren oponer 
un asilo de protección y moralidad á tus estableci- 
mientos del vicio, para evitar cuando menos el que 
nuevas jóvenes inocentes aun, puras y virtuosas, va- 
yan á ensanchar las filas de las mujeres perdidas, ar- 
rastradas por la miseria y por la seducción que de 
su desesperada situación se aprovecha. 

Estas mismas señoras al concebir el pensamien- 
to también nos indican las bases fundamentales de 
su proyecto, que son las que vamos á esponer. 

So faltará quien juzgue bueno el pensamiento, 
filantrópica la idea y digna de alabanza; pero que la 
califique de utopia tan bella como irrealizable, pri- 
mero por falta de fondos y después por otras causas 
que á su tiempo rebatiremos, no para persuadir á los 
que así juzguen, pues que esas personas, que miran 
todo nuevo proyecto con la sonrisa de la incre- 
dulidad ó del desprecio, no las convence ni aun 
la realidad de los mismos, sino para evitar que 
su pernicioso inüujo impida que otros presten i es- 
te benéfico proyecto el apoyo que necesita. 



Generalmente la falla de fondos es un obstáculo 
insuperable cuando Jo que se propone, y para lo que 
se necesitan, ni es de interés general ni se proyectó 
con la fe, el ardor, la constancia y la voluntad fir- 
me que no retrocede ante los obstáculos; pero si los 
que concibieron la idea están adornados de estas 
cualidades, si el proyecto es de utilidad general re- 
conocida, entonces es muy diferente porque al fin se 
realiza y suele suceder que aun los que al principio 
lo combatieron lo apoyan después. 

Tal sucederá ciertamente con el asilo cuya funda- 
ción nos ocupa: que es no ya de utilidad sino de ne- 
cesidad imperiosa, está reconocido y no negado por 
nadie; ven cuanto ala firme voluntad para llevarlo 
á cabo, la constancia necesaria para triunfar de los 
obstáculos, y la fé viva que anima tanto á las nobles 
señoras que lo concibieron, como á nosotras elegi- 
das por ellas para contribuir con nuestra publicación 
á su establecimiento, circunstancias son que el tiem- 
po probará que poseemos. 

Los fondos se allegarán fácilmente, porque ni 
son muchos los necesarios, ni habrá ninguna dama 
de noble corazón que deje de contribuir con la in- 
significante cantidad por que se abrirá la suscrícion, 
para una fundación cuyo fin es tan laudable, cuyos 
resultados han de causar tan dulce satisfacción alas 
que contribuyan á él. 

Supuestas estas razones, es consiguiente que la 
suscrícion cubrirá la cantidad necesaria para el es- 
tablecimiento. Su entretenimiento es aun mas fácil, 
pues que como no será otra cosa que un templo que 
Ja compasión por las jóvenes erigirá á la virtud y al 
trabajo, ese mismo trabajo le proporcionará los fon- 
dos necesarios á su existencia, 

Y no se objete que el trabajo de las mujeres do 






3 






es bastante a proporcionar los fondos necesarios, 
pues esla objeción la desmienten las pingües rique- 
zas de los que piulando el trabajo de ta mujer hi- 
cieron sus notables fortunas. 

una vez espuestos los medios de fundación y sos- 
ten del establecimiento, ya su arreglo interior, su 
mecanismo y reglamentos es consiguiente mucho 
mas cuando contamos para ello con los conocimien- 
tos y cooperación da personas de gran ilustración y 
sabiduría, que se han prestado á cooperará nuestra 
obra, cuyo pensamiento ha llenado cumplidamente 
sus deseos. 

Las dimensiones do nuestro periódico no nos 
permiten boy eslendernos mas sobre este asunto, 
pero dejamos su continuación para el número si- 
go ien Le. 



*.m licita 



FELICIDAD DE AMAR. 

Amar! amar' comunicar la llama 
Que ineslinguibte el corazón devora, 
Es la felicidad inmensurable 
One allá en el cielo el elegido goza! 

Felá c! alma que cariño inspira: 
Feliz el alma que de amor rebosa: 
Ay! triste aquella que el amor desdeña 
Y su egoisla afán cifra en sí sola* 

Yo me siento abrasar de un santo fuego 
Que en vano describir quiero afanosa. 
Pues falla en elocuencia al labio mió 
h» que en afecto al corazuu fe sobra. 

Hubo un tirano que anheló ferviente 
Que la humanal estirpe jactanciosa 
Tuviera solamente una cabeza 
Para corlarla en su venganza loca; 

Vo quisiera, insensata, que tuviese 
Un solo corazón, un alma sola, 
Para adorarla con ardiente culto. 
Cifrar en ella mi existencia toda. 

\ al mirar que rechaza el mundo impío 
Mi afecto con sonrisa desdeñosa. 
Tributo á la natura el sentimiento 
Que sin cesar del pecho se desborda. 

V amo á la humilde flor, que me da en cambio 



" 



De su capullo el celestial aroma. 
Amo á la brisa que revuela en torno 

Y mi cabello suíurratido loca: 

A la avecilla que en la selva umbría 
A Dios eleva su sencilla trova, 
La clara fuenlecilla que murmura 

Y la luna que brilla misteriosa. 

Adoro al sol, cuyos brillantes rayos 
Vuelven al árbol sus perdidas hojas; 
A ese mar que formula dulces quejas 
Al estrellarse en los peladas rocas. 

Y aves, (lores y fuentes me devuelven 
Con mil perfumes y variadas notas, 
Dulces suspiros de un amor sublime 
Que de embriaguez el ánima transportan. 

Feliz mil veces quien comprende y siente 
Esa música dulce, embriagadora,' 
Esa atracción que enlaza el universo 
Con cadena invisible y misteriosa. 

Formada fue de amor naturaleza; 
Todas sus voces el amor pregonan: 
Milagros son de amor aves y fuentes, 
Brisas, ecos y llores seductoras. 

Ay! ¿qué mundano bien es comparable 
Al supremo placer que el alma arroba 
Cuando se entrega al estasis divino 
Escuchando esas voces armoniosas? 

Del mar inmenso en la desierta orilla. 

Y recostada en la campestre alfombra, 
Dejo vagar el alma, que ferviente 

A otra esfera mas pura se. remonta. 

De la materia entonces desprendida, , 
Comprende esa alianza misteriosa 
Que forman entre si lodos los seres, 

Y el dulce nombre que á la par invocan. 

Y comparte su júbilo infinito, 
Su dulce sensación embriagadora, 
Sintiendo ta despierte un leve ruido 
Que la detenga en su carrera loca. 

No del tiempo fugaz la yerta mano 
Apa^oe este volcan que me devora; 
Que és mi supremo bien el sentimiento, 
¥ tan solo en amar cifro mi gloria! 






■¿ 



El alma que aquí gime peregrina 
Amando cumple su misión penosa: 
Dios de su eterno amor nos dio el ejemplo, 
Y bc abrasa de amor la tierra toda. 

El que sabe adorar con le sincera 
£1 triste mundo en un edén transforma, 
Que es la felicidad inmensurable 
Que allá en el cielo el elegido goza! 

Angela Griltl. 

t n» M m « w<i i » 

AL PERIÓDICO «LA OPINIOX PUBLICA.» 

En su número del jueves 2¿, despoes de suponer 
este periódico que el nuestro traía algunos epigra- 
mas nada bonitos y escritos en un leuguage que no 
merecía alabanzas, da á las redactaras de La Mujer 
los consejos quecreyó del caso. 

La Opinión Pública sufrió sin duda una grave 
distracción atribuyéndonos en ella lo que si leyó de- 
bió ser en algún olro papel, pues que nuestro perió- 
dico no contenía epigramas ni feos ni bonitos, ni 
bien ni mal escritos, y mal podo ver la Opinión en 
nuestro último número lo que no existia en él; por 
esta razón pues esperamos de la buena fé y veracidad 
de los redactores de aquel periódico que rectifiquen 
el diebo deshaciendo sj aserción inexacta. 

nuestro periódico, cuyo fin es la moralidad, co- 
metería una grave falta publicando esos conceptos 
que la Opiníor* supone, y dedicándose á epigramas 
de mal género; y absteniéndose con estremada cir- 
cunspección de ocupar sus columnas con tales pu~ 
blicaciones. uo puede permitir que se le atribuyan 
¡¿ratuilatüente por nadie con inexactitud patente. 

Juzgamos suficiente lo dicho para que la Opinión 
Pública rectifique, en honor de la verdad, su in- 
exacta gacetilla, y yaque nos dio de gracia un con- 
sejo, muy bueno si hubiera sido oportuno y necesa- 
rio, nos dé de justicia la satisfacción que de su buena 
fé esperamos. 



-K»SfÍC'S"'^ M4 - 



Baroos con el mayor gusto cabida en Jas co- 
lumnas de nuestro periódico a las siguientes im- 
provisaciones que ha tenido á bien remitirnos la 
Ciega de Manzanares, María l't aurista toiaz Carra- 
lero, Y recordando ¡o que dijimos acerca de ella 
en ano de nuestros números anteriores, senti- 
mos á la par de nuestro corazón que esta singular 



cuanto desgraciada criatura no tenga á su lado una 
persona medianamente instruida que aconsejándole 
y leyéndole buenos poetas pudiera desarrollar, no 
digamos despertar, en su alma estraordinaria el gusto 
lírico, sembrando en ella semillas capaces de ¡produ- 
cir en breve tiempo opimos frutos; y puesto que po- 
see en alio grado lodos los elementos necesarios pa- 
ra comprender la magnificencia de la literatura lati- 
na, es una lástima que no baya quien la llame dete- 
nidamente la atención sobre ía agudeza de Marcial, 
sobre la travesura de Plauto, sobre la profundidad 
de Séneca, y principalmente detenga el vuelo de ese 
espíritu impresionable sobre la sensibilidad de Ovi- 
dio y sobre las ricas (lores del cantor de Eneas. 

OCTAVAS 

IMPROVISABA* COS MOTIVO DEL TRISTE SUCESO DEL 
(lia % (i P fi'lilTr.t. 

¿Aquíén viniste á herir, oh regicida? 
A la madre sin par del pueblo hispano, 
Símbolo de la paz, y distinguida 
Por su inocencia y corazón humano? 
¿Vinislcs á atentar contra su vida, 
Hijo de las arpias, tigre insano? 
;Nos quisiste privar del bien presente 
Y de nuestra esperanza floreciente! ... 

Magnánima Is.ibcl, Dios te ha sacado 
I)c tan cruel suceso con victoria; 
Su mano omnipotente le lia librado 
Añadiendo una página á tu hisíuria; 
Mas el pueblo español regocijado 
Jamás le boi-nirá de su memoria, 
Que toda su esperanza está cifrada 
En tu bondad tan ¡illa y declarada. 

L» Ciega <lc Uiiaxspnren. 

UONTILLAS 

IMI'IUJVISADAS EX ORSEgLlO OE SU SEXO. 

Este siglo que surcamos 
Se llama de ilustración; 
Y asi nos determinamos 
A escribir, y nos lanzamos 
Al mundo de la ilusión. 

¿Por qué se ba de oscurecer 
El género femenino? 
¿Y por qué no debe ser 
Comparado a) masculino 
SÍ no en valor, en saber? 



Bien qae viva destinada 
AI doméstico cuidado; 
Pero nunca separada 
Del genio que sublimado 
Vive en su mente exaltada. 

Ea! escribid sin temor, 
Porque la misma prudencia 
Saque al hombre de su error, 
Dando á la mujer honor 

Y al talento preferencia. 

Si aquesta composición 
Uo erudito leyere 
Deseo que ronsídere 
Que es solo una inspiración; 

Y si mi improvisación 
Es un cúmulo de errores 
Está bien claro, señores, 
De mi disculpa el motivo, 
Forque el árbol sin cultivo 
No produce bellas llores. 

1.a Citen ilc Man Milu re*. 



»»H tWw« 



LAS TAITIANAS, 

BELLEZA, TRAGE, <¡V$fí> POR IX UVSICA, PARÍA, 

lt"ja.i wellat ilrl diaria dt un oficial de Harina.) 

(CoDrtusíoa.) 

La influencia de la reina Pomaré es grandísima 
no solo sobre los habitantes de Taití y de Morca, 
sino también en todas las islas ¡i sotavento que con 
arteria han logrado los ingleses separar de su domi- 
nación. Los gefes de Iluaiue, Ra talca, Bora-Bora, 
etc., se consideran siempre romo sus vasallos, y de 
ello liemos tenido una prueba bien recientemente á 
propósito de las dificultades que por poco nos obli- 
gan á bacer una «pedición contra Huaine. A los 
conciliadores esfuerzos de Pomaré se debió sobre lo- 
do el pacifico desenlace de ese negocio. Así pues es 
de buena política atenderla mucho, halagando su 
vanidad, respetando escrupulosamente la parte de 
autoridad que se le ha concedido y adelantándose á 
sus ligeros caprichos. Un disgusto de su parte podría 
suscitarnos graves embarazos. 

Pomaré 1 es una mujer de mas de cuarenta años, 
llena de dignidad en su porte cuando está en esce- 
na; su mirada es espresiva y algo dura, no reflejan- 
do nada de las volcánica* pasiones que devoraron su 



juventud. Fué hermosa, pero en el dia sus formas y 
facciones están confundidas en esa malhadada gor- 
dura que desde la juventud se apodera de las latlia- 
nas. Con la edad ha venido la sabiduría: Pomaré es 
de esas á las rúales les será perdonado mucho por- 
que pocas ojujeres han hecho tanto como ella para 
merecer la misericordia del cielo, Al presente es en 
su pais modelo de virtud conyugal, y motivo de edi- 
ficación para sus inconstantes vasallos. 

Arli-Faile, príncipe esposo, es un gran Kanac 
de hermosa presencia, que posee muy estrictamente 
la inteligencia de su empleo, y bastante á propósito 
para desempeñar muy constitucionalroenle Jos debe- 
res de su cargo, De mucha menos edad y de mu- 
chos menos alcances que SU real esposa, desaparece 
algunas ocasiones entre los guayabos (los guayabos 
son las mirlos de Taití), y no pocas veces se refugia 
hasta en Marea. Su elevada estatura y su alta posi- 
ción le facilitan entre el bello sexo conquistas á que 
es muy inclinado, pero Pomaré, que en el dia se ha 
vuelto celosa, ni se manifiesta piadosa con sus cóm- 
plices ni con él mismo. Asi cuando después de sus 
excursiones por entre los matorrales es conducido á 
palacio por los mu [vis (gendarmes), tratado á mane- 
ra de escolar, sti vengativa esposa lo espone á lodos 
los rigores del martinete. 

Habiendo aceptado Pomaré la invitación que le 
hizo el comandante de nuestro buque para asistir á 
una comida, tuvimos el honor de recibir á bordo i 
toda la familia real. Veintiún cañonazos saludaron á 
la reina cuando partió de la playa: al aparecer so- 
bre el puente de la corbeta la guardia presentó las 
armas y la música entonó la Marcha dt Pomaré. 

S, M. se había presentado de gran imtrtie. Jo 
cual llamaba la atención, porque de ordinario se 
viste como una simple Kanac, llevando un ancho 
peinador de raso negro, profusamente adornado de 
llores bordadas con felpa en la parte de los hombros, 
pecho y espaldas, vestido que era de muy mal gusto. 
Llevaba en los dedos hermosos brillantes, una coro- 
na de Qores amarillas en la cabeza, y por último 
medias y zapatos. Arii -Faite, cubierto con un som- 
brero de general, llevaba sobre un redingote azuj 
charreteras de capitán de navio, cuyo vestida le sen- 
taba muy bien aunque Jo hacia sudar extraordina- 
riamente. En el sitio que debia ocupar en la mesa la 
reina fué colocado un gran sofá de terciopelo car- 
mesí sobre un estrado, de modo que estuviese mas 
cu alto que los demás convidados. Esta es una pre- 
rrogativa á que ella da mucha importancia. Una co- 



roña de follage rodeando su cifra hecha de dores 
pendía sohrc ese trono, y todas esas atenciones atra- 
jeron á sus labios una. graciosa sonrisa. Se dice que 
es de viva imaginación, que tiene ocurrencias y res- 
puestas felices; pero yo no puedo creerlo sino refi- 
riéndome á quien lo dice, pues por mi parte no le 
oí decir sino hé (sí 1 , y alta ítvo), según que quería 
aceptar ó rehusar lo que se le ofrecía en Ja mesa. 

En cuanto al príncipe esposo soto puedo decir 
que habló la mitad menos que su consorte, pues se 
guardo bien de decir jamás aila, cualquiera que fue- 
ra la cosa que se le ofrecia. Sin embargo, habiéndo- 
le dicho un chusco en su idioma, y bastante bajo 
para que no lo oyera la reina: — Arli-Faite, ¿quie- 
res venir esta tarde á pasear conmigo por entre los 
guayabos? Ei salvage abrió notablemente los ojos y 
la boca, y arrojando en seguida una mirada furtiva 
sobre su esposa, dijo suspirando: — Aila. 

— Ah! bribón, le respondió el chusco; parece 
que hay temor de que et látigo venga á acariciar la 
parte de atrás. — Hé! dijo el principe, y maquinal- 
mente llevó Ja mano al parage designado. Su apetito, 
no menor que el de Milon de Crolona, nos asombró 
bastante, y eso que según supimos ya babia comido 
en su casa cuando vino á bordo: la vecina que tenia 
la bondad de hacerle los honores del festín no daba 
avío á su trabajo. Esa vecina era una de las mujeres 
mas encantadoras del cuerpo diplomático, la cual por 
una dichosa casualidad fué nuestra compañera de 
viaje durante veinte meses; pero Arli-Faile, ocupa- 
do únicamente de su plato, se curaba poco de la ma- 
no que le servía. Una costilla era para él un bocado, 
un beefsteak apenas alcanzaba para dos, y él solo dio 
fin á medio pastel y á medio pavo, de modo que la 
vecina después de grandes y generosos esfuerzos tu- 
vo que renunciar á la idea de colmar el abismo sin 
fondo de aquel estómago salvage. Bastante tiempo es- 
peramos á que concluyese, pero como en manera al- 
guna daba indicios de que pensase retirarse, se le 
puso en las manos á guisa de consuelo una torta y 
un pastel de Saboya, y entonces se levantó de la 
mesa. 

Cuando la reina se retiró era ya de noche; al par- 
tir se quemaron fuegos de Bengala en los penóles de 
las vergas, pero como reinaba calma chicha las pa- 
vesas de los fuegos de la verga mayor, cayendo de lle- 
no en la falúa, amenazaban incendiar toda la familia 
real. Al bajar Ai mata, nuera déla reina, una de esas 
pavesas cayó sobre su vestido, que al momento se in- 
flamó; pero afortunadamente un oficial, que estaba 



junto á ella, abrazando á la joven princesa ahogó con 
sus brazos el fuego que iba á devorarla. Al dia si- 
guiente se decia, aunque yo no lo creo, que apenas 
entró Arli-Faiteen su casa arrojó su fatigante veslido 
y mandó que le diesen de comer otra vez. 



."Continuación de la aventura ocurrida ai padre de 
una suscrilora nuestra de provincia./ 

Vais á oír, señor doctor, la historia triste de mi 
familia; historia de generaciones que se han sucedido 
arrastrando su existencia bajo una terrible maldición 
que nos condena á ser esclavos pareciendo señores, 
y á sufrir el colmo del infortunio de los mismos me- 
dios que habían de proporcionarnos la felicidad. 

Quizá juzgue V. que lomo algo largo el hilo de 
esta triste historia, pero preciso me es hacerlo asi, 
para que identificándose V. con los acontecimientos 
pueda juzgar nuestra conducta y nuestras opiniones, 
que quizá V. califique de preocupaciones. 

Cada paisage tiene su diferente perspectiva, se- 
gún el diverso punto desde donde se le mira; así tam- 
bién la manera de juzgar de los acontecimientos varia 
según las circunstancias, opiniones y conocimientos 
de ellos que tiene quien ha de formar el juicio. Esta 
es ia razón por qué, aunque á peligro de abusar de 
su paciencia, me veo precisado á empezar esta rela- 
ción desde tiempos un tanto remotos. 

Tocaba á su fin él siglo XV. Doña Isabel la Ca- 
tólica, para completar la corona de su gloria, dirigía 
sus huestes á Granada,, último recinto donde aun on- 
deaban los estandartes de la media luna, paraíso co- 
diciado de los cristianos, que los moros poseían aun, 
concentrándose en él para defenderlo todos los guer- 
reros de nombradla que adoraban á Mafaoma, todas 
las fuerzas que militaban bajo sus pendones. 

Oh! y bacian bien en codiciarlo unos y defender- 
lo otros; porque Granada, con su ambiente de per- 
fumes, con sus flores y sus grutas, y sus cascadas, y 
su cielo trasparente, y sus alegres dias, y sus me- 
lancólicas noches ¡ah! Granada era el paraíso de 

los musulmanes, el edén de los cristianos. 

Boabdil no era débil como algún historiador ha 
supuesto; su falta consistía en que no tenia corazón 
de rey, sino de enamorado. Tin año antes de que la 
reina Isabel presentase sus huestes al frente de Gra- 
nada habían apresado sus siervos una virgen cristia- 



c 



na que inspiró al rey moro un amor vehemente, 
profunda, cama na lt> ii;il»i;i sentido nunca por nin- 
guna di' tas bellezas de su serrallo. Boabdil amó ron 
el amor sumiso de mi cristiano; pero amaba á una 
cristiana :i quien inspiraba horror, y que juró al Ter- 
se cautiva inmolarse ú su religión antes que sucum- 
bir á los deseos de sus enemigos. 

El último rey de íiranada puso i la noble do- 
na María de Vargas, que tal era su nombre, en la 
torre mas ludia de la Alhambra; la céreo de lindas 
esclavas que adivinaban sus deseos y estudiaban los 
medios de dislraerla, eti tanto i[ue triste y melancó- 
lico rondaba las cercanías de aquella torre que en- 
cerraba su única felicidad, dándose por dichoso 
cuando alcanzaba á verla asomada a algún mirador, 
ú entre las alamedas de los jadriues. 

Mas la fiera cautiva no se dignaba ni aun acep- 
tar sus obsequios, retirándose á lo interior de su es- 
tancia así que lo divisaba, y despidi lo á las escla- 
vas y los músicos que anhelaban divertirla, perma- 
neciendo constantemente sola y encerrada. 

(Se continuará.) 

DOS CORONAS. 

(Dfx Agente le Alicavte . 

Era el 7 de mayo de 1858: se anunciaba serena 
el alba, precursora de un dia brillante, sin nubes en 
el cielo, sin nieblas sobre los campos. 

En un valle no muy prolongado, pero bastante 
ancho, se ven dos pueblos de reducida eslension ca- 
da uno: sepáralos una distancia casi de media legua; 
entre los dos, precisamente en la mitad de esa dis- 
tancia, hay un inmenso nogal. 

El alba permite que se distingan los objetos, aun- 
que no sus formas. Todavía duermen las aves, y so- 
lo interrumpen el silencio de la alborada el murmu- 
llo apacible de un cercano arroyuelo, y el medroso 
paso de algunas cabras conducidasípor su pastor á los 
vecinos montes. 

Silenciosamente también 3e llegan hacia el nogal 
dos niños, viniendo en dirección opuesta, lo cual in- 
dica que han salido al mismo tiempo de cada uoo de 
los espresados pueblos. 

—¿Eres ni, Pabloí dice uno a] otro al verse ya 
cerca del árbol. 

— Sí, Andrés; qué bien te conozco por la voz, 
verdad? 



— Como yo á ti. 

Los dos niños se conocían perfectamente, pues 
todos los días festivos se reunían por las tardes coa 
otros masen aquel sillo para esparcirse en los jue- 
gos propios de su edad. 

— ¿Y á dónde (e encaminas? preguntó uno. 

— Ala ermita, respondió el otro. 

— También yo V'jy allá. 
—Iremos juntos, ¿quieres? 

— Sí, pero es temprano, y la hermana Gertrudis 
no habrá abierto la puerta. 

— Pronto oirás como tocan á misa en mi pueblo 
después de tas tres campanadas del alba. 

— Fío lardarán en tocar tampoco en el mío. 
■ — A ver quien acierta cuando van á locar. 

— Yo digo que no pasarán tres minutos. 
— Yo que dos y un poquito. 

— Yo dos,.. 

— Yo uno y medio... 
— Yo uno.,. 
—Ahora... 
— Te has equivocado,., Ahooooo... 

Y esle último prolongó esta silaba mientras pudo 
contar con su alicato, 

— Ahora! dijo en voz mas fuerte y con precipi- 
tación el otro. 

— No lias acertado, porque lias dicho ahora a 
oír la campanada de tu pueblo. 

— Y abura se oye la del luyo- 
— Siempre locan á un mismo tiempo Jos doa 

campaneros. Oye, oye; ¡qué gusto da oír este ruido, 
que se va hacia los montes! 

—Mira, Pablo, recemos las tres Ave-Marías que 
se rezan á esta hora. 

Y los dos niños cruzaron los brazos sobre el pe- 
cho, y sin duda redaron,,.. Como, sin duda, debe 
agradar mucho al Ser á quien se dirigen los niños 
en tal hora, esa salutación, primera ofrenda de sus 
corazones inocentes, como el primer tributo de sua- 
vísimo perfume que envían al níre las llores cuando 
se sueltan al beso de las auras que se despiertan en 
los valles. 

—Vamos á la ermita? dijo Andrés, 
— Vamos que ahora eslaráya abierta. 
Otra vez silenciosamente andan aquellos niños. 
¿Esperimentarian como nosotros esa misteriosa in- 
fluencia del crepúsculo matutino, que da acción al 
pensamiento, pero que embarga la voz casi siempre? 
Seguramente en los niüos, como en los hombres, 
e?a hora es de meditación mas que de discusión ba- 



blada; y es que el espíritu elabora entonces las ideas 
en la mente para si propio, admirando y alabando 
con cada una de ellas las maravillas que la naciente 
luz deja ver sobre la (ierra, cuto despertar es tan 
dulce» y pudiera decirse voluptuoso. 

Pero en nuestros dos niños había otra cosa mas: 
habia en uno pensamientos de placer, y de bastante 
importancia para no deleitarse en silencio con los 
goces que le esperaban: y haiiia en el corazón del 
otro algo parecido á la pena, á la angustia. 

Como lo dijeron, bailaron abierta la ermita. 
Juuto á una mesa sobrecargada de flores, y en la 
que ardía un cabo de vela, estaba la hermana Ger- 
trudis, que dijo al ver á los niños: 

—Llegáis á tiempo: toma, Pablo, (y le d¡ó una 
fragante corona de rosas blancas); y lú, Andrés, (y 
le dio igualmente otra corona do siemprevivas ama- 
rillas). 

— ¡Ay qué hermosa! esclanió aquel, y una son- 
risa animó lodo su semblante. 

— Pobrecita! dijo e! otro, y se le hincharon los 
párpados, humedecidos de lágrimas. 

— B¡ á tu madre, Pábulo, que le doy la enhora- 
buena, añadió la hermana Gertrudis. Tú, Andresiío, 
di á la tuya que siento su desgracia; ya bajaré á ver 
á las dos. 

— Los niños salieron de la ermita. 

— Qué triste le has puesto, Andrés. 
— Y lú qué alegre. 

— Se casa ahora mismo mi hermana... 

— Anoche se murió la mia... 

No hablaron mas: Pablo aunque niño, respetó la 
pena de su compañero. 

Al llegar al nogal cambiaron un adiós, y cada 
uno se dirigió á su respectivo pueblo. 

En udo, lodos los jóvenes, vestidos de gran ga- 
la, acudían bulliciosos á una casa cuya puerta festo- 
neaba un arco de mirlo, del cual pendían graciosos 
ramos de flores: todos saludaban risueños á una ni- 
ña de quince años, fresca como las margaritas y mo- 
desta como las violetas. 

En el otro pueblo todos los jóvenes, vestidos 
también de gala, acudían en silencio á una casa cuya 
puerta no tenia mas adorno que una palma graciosa, 
pero pálida, de la cual pendían los estreñios de un 

Ílazo de cinta azul- 
Todos entraban y se paraban ante una mesa so- 
jre ta cual dormía otra nina de quince años también, 
► graciosa como la palma de la puerta, mas como ella 
ambicn pálida. 



Cada niño djó á su madre ta corona que traía. 
De los ojos de Ins dos madres rodaron lágrimas.... 
Cada una perdía una hija! 

— Tu cariño ya no es solo para mi, dijo la de la 
corona de rosas blancas, al ceñir con ella la frente de 
su hija. Y qué podrá ser de líl añadid. 

— Ya tus labios no se ronrien al engalanarte! 
dijo la de U corona de siemprevivas, al rodear con 
ella la inclinada cabeza de su hija... y lloraba). 

Las madres lloran siempre: su amor es el mas 
ambicioso y el mas santamente egoísta. A todos los 
hombres, como á la muerte, quisieran negar esos te- 
soros de su corazón, esas fuentes puras en que se 
duran, esos pedazos de cielo en que clavan sus ojos 
como para llamar á ¡a esperanza y at valor para 
vivir. 

A un mismo tiempo las campanas de una iglesia 
llevaban con sus voces la alegría á Jos habitantes de 
un pueblo,., y á los del otro las de su iglesia el 
desconsuelo. 

Para las dos madres cada sonido de las campa- 
nas, si bien con efectos mas y menos dolorosos, era 
una voz triste, un eco débil de un himno de placer, 
uu adiós! — J. V. y R. 



Hé aquí algunos apuntes biográficos de la con- 
desa de Merlin, que según saben ya nuestras lectoras 
acaba de fallecer en París. 

La condesa de Merlin, criolla de las Antillas espa- 
ñolas, se llamaba por parle de familia doña Mercedes 
de .(.mico, hija del conde de Jarnco, gobernador que 
fué de la isla de Cuba. Educada por una condescen- 
diente abuela y por un padre no menos indulgente, 
se aprovechó de su imperio y libertad para satisfacer 
lodos sus caprichos. Sin embargo, como esta audacia 
indisciplinada podia acarrear graves, consecuencias 
determinaron meterla en un convento; pero la joven 
criolla, lejos de someterse ala decisión de su familia, 
resolvió lomar un partido violento y decisivo para 
evitar el triste porvenir que le esperaba. 

El único medio era la fuga; ¿pero como escapar- 
se del convento* En Francia tal vez hubiera sido di- 
fícil, pero en la Habana las costumbres religiosas son 
mas favorables á esta clase de empresas. E! conven- 
to se comunicaba con una iglesia vecina por una 
puerta secreta; esta puerta nunca se cerraba con lla- 
ves ni con cerrojos, y bastaba apretar ligeramente 



un bolón para abrirla: nada pues mas sencillo que 
pisar desde el convento á la iglesia y desde esta á la 
calle. Doña Mercedes dirigid un tierno adiós á su 
amable cómplice, que era una joven religiosa, y 
abandonó eJ convenio para no volver mas á él. 

Todo sucedió como lo había pensado. Su familia, 
viendo que no lenta vocación, no trató ya de sepa- 
rarla del mundo, y su padre el conde de Jaruco, que 
se disponía á hacer un viaje á España, la lleva con- 
sigo. 

Llegada á Madrid fué recibida por su madre la 
condesa de Jaruco, cuya hermosura estaba entonces 
en so apogeo, siendo curioso ver á una madre de 
25 años y á una bija de 12 rodeadas de una turba de 
cortesanos y adoradores. Cuando doña Mercedes hu- 
bo cumplido i-í- años se pensé en casarla; su elec- 
ción recayó en un caballero español llamado el mar- 
qués de Cerrano; pero a causa del carácter y malos 
procedimientos del novio no se Llevó á cabo el casa- 
miento. Por este tiempo el rey José Bonaparte había 
subido al trono de España, y aplicando su política á 
enlazar las principales familias españolas ron oficia- 
les franceses, propuso á la condesa de Jaruco el ma- 
trimonio dcdoñaMercedescon el joven genera! Mer- 
lin. uno de los oficiales mas distinguidos del ejérci- 
to, verificándose el matrimonio á los pocos días. 



Nuestro colega es un casamentero Como Hay po- 
cos. A la señora Coronado, casada recientemente 
con Mr. Pony, secretario de la legación anglo-anw- 
ricana, y al señor Bretón de los Herreros, qur ha 

dejarlo en Madrid una esposa querida, los ha unido 
en sanio matrimonio, sin pararse en pelillos. ¿Dón- 
de diablos habrá ido ¡i buscar las dispensa- para se- 
mejante enlace?» 

Con el título de Agencia doméstica verá la luz 
en esta corte desde 1.* de mayo, un dia si y otro no, 
un periódico destinado á secundar el pensamiento 
concebido por el señor gobernador al crear la ofici- 
na de empadronamiento de sirvientes de ambos sec- 
aos, que es el de moralizar esta clase. 



ADVERTENCIA. 



Opiata odoxtis a, — Recela; sepia oficinal, me- 
dia onza; óxido de magnesia, 2 dracmas: lirio de 
Florencia, una dracena; quina loja, id.; cochinilla, 
dos escrúpulos. 

Después de bien pulverizados cada uno de estos 
ingredientes, se mezclarán perfectamente, añadiendo 
la suficiente cantidad de mucilngo de goma arábiga, 
hasta que llegue á tomar la consistencia de opiata, 
y poniendo á lo último de tres á cinco gotas de esen- 
cia de menta. 

Esta opiata cunserva bien la dentadura, deja 
muy blancos las dientes, sin arañar ni destruir el 
esmalte, y basta destruye el mal olor de la boca, 
cuando está sostenido este por la falta de aseo y lim- 
píela, ú por las caries de alguna muela. 

Dice él Oíisefuador: 
I, iciims en un periódico de Sevilla la siguiciil 
estupenda noticia: «La señora dona Carolina Coro- 
nado marchó anteayer para Badajoz, cu compañía de 
su esposo don Manuel Bretón de los Herreros.» 



Bogamos ;i nuestras apreciables suscriloras de 
provincias de los punios en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos el Importe de la sus- 
eririoo vencida, por medio de una libranza sobre 
Correos. 



ANUNCIOS. 

POESÍAS 

de la teñorha doña Ángela Grasti, 
Véndese á i rs. en las librerías de Monier, car- 
rera de S. Gerónimo; Rios, calle de Jacometrezo; 
Qltveres, calle de la Concepción Gerónima, y en la 
imprenta de este periódico, calle de Marta Cristina 
mirii . 8 cuarto bajo. 

EL FANAL DE LA MUJER, 

ptñódito escrito por una sociedad dtsetUttat y dedi- 
cado A su sexú. 
Este periódica, que verá muy pronto la luz pú- 
blica en Logroño, saldrá lodos los domingos. Cuesta 
en Madrid 3 rs, por tres meses, y se suscribe en la 
imprenta de este periódico, calle de María Cristina 
número 8, bajo, donde hay algunos prospectos. 

FLORISTA Y COSTURERA. 

En la calle del Olmo uiírti. 20, bollería, darán 
razoo de una señorita que hace y enseña á hacer 
con la mayor perfección toda clase de (lores, ya sea 
en su casa ó va en la de las señoras que gusten fa- 
vorecerla. Sabe también hacer vestidos y cualquiera 
otra prenda de mujer que se le encargue. - - 



MADRID, 18S2, 

imprenta de don <l*me irujlll», hijo. 
Calle de María Cristina, número 8, 



Año I. 



Domingo DOS DE 31 A YO de 1832. 



Núm. 40. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todos los díimínfns; se suscriba eo Uiídrid en las librerías de Monier j de Cuesla. & i rs* al rheS: y en provine 
cías tü f3. pt*r ilos meses frjru-u di- paite, reiniticn 'o iili.i Libran/ i j ftvurde nuestro impresor, í setlos de franquea. 



El Dos dé Mayo: día grande, de inmarcesible 
gloria y de dolor amargo... Alt! ¿Por qué el laurel 
de las coronas de triunfo no fia de crecer sino rega - 
do con sangre! 

¿Por qué para que reflejase sobre las generai ip- 
iles presentes del pueblo español el triunfante laurel 
ganado al héroe de Auslerüz y de Marengo, fué 
preciso que regase á tórrenles la sangre de nuestros 
padres el suelu de nuestra patria? 

¡Oh día de gloria inmortal: Nosotras le saluda- 
mos inundados de lágrimas nuestros ojos, abismado 
en amarga pena nuestro corazón; purque nosotras, 
que nos enorgullecemos por la indomable bravura, 
por las virtudes heroicas de nuestros padres, llora- 
mos á la vez su sangre, preciosa regando nuestros 
pueblos y nuestrís campiñas. 

Nosotras, que apenas comprendemos esa gloria 
que se compra con la sangre preciosa de las perso- 
nas mas amadas; nosotras, que no podemos mirar 
sin terror al través de la sangre el laurel de la vic- 
toria, vemos aun en este terrible Dos de Mayo 
el aniversario de un dia sangriento, de un dia hor- 
roroso, en que la nobleza, la generosidad y la bi- 
zarría españolas fueron victimas de la astucia, de la 
crueldad, de la envidia de los que no podían osten- 
tar tan brillantes prendas. 

¥ este recuerdo hace estremecerse aun nuestro 
corazón de dolor, y la sangre hierve y se agolpa á 
nuestro rostro para hacernos enrojecer de vergüen- 
za al ver que algunos de los mismos hijos de los que 
perecieron victimas de su patriotismo, huellan la 
tierra que cubre sus sagrados restos disfrazados con 
los trages, imitando las maneras y hasta prefiriendo 
al habla castellano el idioma desús verdugos; y alli, 



al mismo campo de la lealtad, al sitio del martirio, 
es á donde mas se esfuerzan por oslenlar esa afecta- 
ción indigna de españoles, escarnio y mofa de los 
mártires respetables de la independencia. 

Oh! si sus sombras venerandas vagan en torno 
del panti-un elevado á su memoria, v de la tierra que 
sirve de tumba á sus cuerpos, ¡ruánlo será el des- 
precio con que miren á esa parle de la generación 
que les sucede! ¡romo lanzarán sobre los que á es- 
carnecer se atreven su memoria terrible maldición! 
Pero nu, no los maldecirán; que desde la mansión 
de descanso donde moran solo parten bendiciones, 
v los que por su patria supieron morir sabrán com- 
padecer y perdonará !a menguada parte de la socie- 
dad presente que no llega á comprender ni respetar 
su sacrificio: y alcanzaran del Eterno con sus rue- 
gos que llegue el dia en que todos volvamos á serlo 
que fueron ellos, lo que fueron los españoles de lo- 
dos los tiempos, noblrs, grandes, heroicos. 

Nosotras al verlcr hoy una lágrima sobre la tum- 
ba de tan nobles victimas no hemos podido evitar 
que nuestra pluma se deslice, y esprese á nuestro 
pesar parle de la amargura que llena nuestro cora- 
zón: á nuestro pesar, si, porque al consagrar un re- 
cuerdo á tan heroica memoria, hubiéramos querido 
que fuera exento de toda otra alusión. 

¿Pero quién al ver la degeneración social que 
nos inunda, y que cunde dia por dia y hora por hora, 
puede contenerse"? Cuando se ridiculiza todos los usos 
de nuestros padres por buenos que sean, y se acepta 
y se adopta lodo lo estrangero sin examen, sin estar 
patentizada su conveniencia, y aunque sea notoria- 
mente perjudicial, y cuando se estiende ese furor has- 
ta á borrar los afectos, los sentimientos generosos y 
de nacionalidad, ¿cómo contenerse, cómo ahogar el 



grilo de indignación que se escapa involuntariamen- 
te á lodo buen español? 

Así que al llorar boy por las víctimas del Dos bb 
Mayo, llorar debemos también por las nobles cos- 
tumbres españolas, y por las virtudes peculiares del 
magnánimo pueblo español, que van desapareciendo 
cual si se hubieran sepultado en la tumba de los que 
murieron por conservarlas. 



U MQ\OE\TÜ DEL DOS DE MAYO. 



¡Mármol que guardas inmortal memoria 
De alia constancia, de virtud severa, 
Yo le saludo por la vez primera, 
Ardiendo en sed de libertad, de gloria! 

La página mas bella de su historia 
Grabó en tu frente la nación ibera, 

Y en ti verá la gente venidera 
Coronando á la muerte la victoria. 

Ah! no te admire el universo en rano! 
De la ambición el ímpetu sañudo 
Quiebre en tu base su furor insano, 

Y hable á los pueblos tu silencio mudo, 

Y hable también al opresor tirano.... 
¡Monumento inmortal, yo le saludo! 



Ccrciiili* üoiurss do \i clmiK'ild. 



(1841} 



Siempre que se apodera de la mente un pensa- 
miento grande y se halla sostenido por un sentimien- 
to que predomina en nuestro corazón, ese acuerdo, 
esa identificación que se establece entre la cabeza y 
el corazón, produce una resolución incontrastable, 
que desafia todas las diGcullades y que triunfa a! lio 
de lodos los obstáculos. 

Esto precisamente nos sucede con el proyecto 
del establecimiento donde puedan acogerse las jóve- 
nes inocentes que quieran conservarse puras, el asi- 
lo en donde hallen abrigo contra la miseria, la se- 
ducción y la inmoralidad, que mis fia servido de te- 
ma á nuestros dos números anteriores. 

Es tanta la lástima que nos inspiran esas infelices 
que yacen en el oprobio y en la degradación causan- 
do horror y desprecio; es tal la pena que nos causa 



ver los progresos que hace ese mal, que nuestra 
mente se subleva contra él, y nuestro corazón nos 
estimula á hacer basta el último esfuerzo para evi- 
tarlo, y á no perdonar ni trabajo ni sacrificio por 
conseguirlo. 

Asi pues, y sin temor de ser calificadas de pesa- 
das por nuestras constantes lectoras, pues no habrá 
una que no lamente con nosotras el mal, y que no 
se preste á contribuir á su remedía, seguimos hoy 
ocupándonos de este mismo asunto. 

Indicamos en el numero último, como medio de 
fundación, de este establecimiento, la suscricion por 
cuotas muy corlas, confiando su sostenimiento a tas 
labores de las mismas jóvenes en cuyo favor se 
funda. 

Desconfiar de obtener por suscricion los medios 
necesarios sería hacer un agravio inmerecido á las 
damas españolas, en las cuales han Sobresalido siem- 
pre como dotes principales la generosidad y la com- 
pasión, ¿Cuál será la que se niegue á contribuir por 
una vez con la cortísima cantidad por que se fija la 
suscricion'.' Ninguna. Dudarlo solo es una injuria que 
nosotras en nombre suyo rechazamos. Una vez esta- 
blecido, su sostenimiento no solamente no puede 
ofrecer cuidado, sino que dirigido y administrado 
como esperamos, aun podrán formarse pequeñas do- 
tes para las jóvenes en él acogidas. Si hay quien lo 
niegue, quien lo dude siquiera, respóndanle por nos- 
otras los gruesos caudales que forman la fortuna de 
los esplotadores del trabajo de la mujer, que viven 
entre nosotras, y á quienes todas conocemos. 

Con respecto al orden interior de establecimien- 
to, dijimos ya que será regido por reglamentos que 
formarían personas de ilustración y esperiencia, que 
nos hablan ofrecido enlusiasraadassu decidida coope- 
ración; asi pues nos limitaremos á esponer las bases 
generales del mismo. 

Como sus primeros Unes son la moralización de 
las jóvenes y el proveer á su subsistencia, personas de 
acreditada moralidad é instrucción cuidarán de lo 
primero; y con respecto á lo segundo, una directora 
facultativa, adornada de las circunstancias necesa- 
rias, estará encargada de la dirección y distribución 
de labores. 

En el establecimiento se harán cuantas labores 
son compatibles con el sexo á que se destina. 

Se dividirán las alumnas en dos clases: en inter- 
nas, que serán aquellas que no teniendo padres vi- 
van en el; y en esternas, que podrán retirarse á su 
casa por la noche. 




Cada aluuina se dedicará ¿i las labores de su elec- 
ción, y se le llevará una cuenta del producto de las 
mismas, con el cual satisfarán las internase! impor- 
te de su manutención, el de su vestido, quedando lo 
restante en una caja de ahorros del establecimiento, 
formándoseles capitales que irán acreciendo con los 
réditos que proporcionen imponiéndolos en papel 
del 3 por i 00, y con los capitales de las que murie- 
ren sin herederos, ó de (as que fueren espulsadas 
del establecimiento. 

Cada ano se hará una liquidación de estos capi- 
tales, entregándoles la parlo proporcional á su im- 
posición á aquellas que salgan para establecerse, á 
las cuales seguirá dispensándoseles la protección po- 
sible. Con respecto á las esternas que se vean pre- 
cisadas á sostener á sus padres, se les entregará in- 
tegro el prodnclo de sus trabajos, ó la parle que de- 
signen si quieren dejar alguna en la caja de ahorros 
para formarse un capital. 

El establecimiento se atemperará á los precios 
establecidos en las obras que salgan de él, aunque 
haciendo algunas rebajas para vencer la competen- 
cia, y no llevara lucro ni interés de ninguna especie 
por proporcionarlo á las alumnas, que formarán una 
asociación para el trabajo, participando de todas las 
utilidades de él, sin olro descuento que el del impor- 
te de las materias, compra y reparación de telares, 
herramientas, etc., los cuales tomados en grande en 
los centros de producción saldrán con mucha eco- 
nomía. 

La misma economía consiguiente á la grande 
reuuion disfrutarán con respecto á los alimentos, 
vestidos, etc., estando calculado qwc sin atarearse en 
cstremo, y dedicando algunas horas del dia al des- 
canso, la manutención y el trage decente que lian 
de usar les costará apenas la mitad de lo que pue- 
den ganar. 

Este establecimiento estará bajo la protección, 
dirección é inspección de una junla de señoras, que 
unidas á las fundadoras acordarán todo lo que a! 
mismo corresponda, según establecerán los regla- 
mentos interiores que las mismas señoras apro- 
barán. 

Y qué dulce recompensa, qué inespüeable satis- 
facción no esperiraentarán al verse bendecidas por 
jóvenes honradas que merced á su celo no se apar- 
taron de la virtud, y bajo su dirección adquirieron 
el tesoro inmenso de Las buenas costumbres y d*l 
amor al trabajo, y el capital necesario para estable- 
cerse decorosamente! Ah! ¡Qué envidiantes son á 



nuestros ojos las que tan noble pensamiento conct- 
' Dieron, y cuánto lo serán las que se presten á coope- 
j rar á él! ¿Qué placer podrá igualar al suyo el dia fe- 
liz que abran ese asilo á la virtud desvalida, esc tem- 
plo al trabajo y á las buenas costumbres! La felici- 
dad que nosotras disfrutamos desde ahora por la pe- 
queña parle que en esta noble empresa hemos loma- 
do nos hace verter dulces lágrimas del mas puro de 
lodos los placeres, y elevar nuestros ruegos al Eter- 
no para que derrame sus bendiciones sobré ¡as dig- 
nas damas que concibieron y cooperarán á llevar á 
cabo tan noble idea, digna de toda alabanza y ad- 
miración. 



\v vt^v ^ \V V*V?;>V 



Arcángel de mi guarda, 

Fiel compañero. 
Tú conduce mi vida 

A dulce puerto. 
Entre sombras opacas 

[AjJ eruto el suelo; 
Con lu fúgido manto 

Me ampara tierno. 
Caridad infinita 

Dale á mi pecho, 
Porque es áncora hermosa 

De salvamento. 
Dulce pn; dale al alma, 

Que es justo premio 
Del que adorna su vida 

Con sanios hechos. 
De mis tristes hermanos 

Los desaciertos 
Con benigna dulzura 

Corregir debo. 
Sufriré con paciencia 

MÍ sino adverso, 
Al Señor mis pesares 

Siempre ofreciendo, 
Con sin par mansedumbre 

El Dios del cielo 
Respondió á los sayones 

Que le prendieron. 
De bondad sacrosanta 

Dio al mundo ejemplo 
En la cruz espirando 

De oprobio lleno. 



Seguirá sus pisadas 

Mi paso ¡ncicrto- 
Tu roe ¡i muI.-i á lomarlo 

Por fiel modelo. 
De esa fé inmensurable 

Llena mi pecho, 
Que dos muestra la gloria 

Tras el destierro; 

Y de dulce modestia. 

Que es don supremo 
Que distingue del Tuerte 

El débil necio. 
Si el mortal es vil polvo, 

¿Cómo soberbio 
Proclamar puede altivo 

Soñado imperio? 
Castidad es diamante 

De mucho precio, 
Qugíí los hombres enlaza 

Con el Eiemo. 
De tan bellas virtudes 

Llena mi pecho, 

Y mi ¡ini'ir inliiiilo 

Te daré en premio, 
En la noche sombría 

Guarda mi sueño» 

Y sujeta benigEio 

Mi pensamiento. 
Si seguí tus constantes 

Dulces consejos. 
Deposita en mi Tren le 

Aniñóle beso. 
Sé el sosten de mis pasos 

En el desierto. 
Que sembrado de abrojos 

Está el sendero. 
Amargura y tinieblas 

Tan solo veo: 
De tus ojos me alumbre 

El dulce fuego. 
Si al dolor algún dia 

Rendida cedo, 
Cou palabras amantes 

Préstame aliento, 
Y en la fúnebre hora 

Que el juez supremo 
El espíritu mió 

BeclameaL suelo; 
Apoyada mi frente 

Sobre tu seno, 



Dormiré sin zozobra 

El sueño eterno. 
Y de dicha embriagados, 

Arcángel bello. 
Volveremos unidos 

Al patrio cielo! 

AnitUfiriiil, 



;jírHífn 



Pasan los tiempos, sucédense las generaciones, 
debiliianse los recuerdos, y llegan á caer en el pro- 
fundo abismo del olvido la memoria de los hechos 
mas heroicos y el nombre de Ioí héroes que los eje- 
cu la ron. 

Apenas se ha eslinguido en nuestros valles el eco 
del estampido del caito n que batió nuestras ciudades 
en la guerra de la independencia; aun conservan 
nuestras morullas las señales dé las bombas estrange. 
ras; no se habrán borrado aun completamente las 
manchas de sangre española derramada en aquella 
época terrible, y ya es frió el recuerdo que de tan 
memorables hechos se conserva, y las generaciones 
que han sucedido y forman la actual sociedad oyen 
con impaciencia la relación de aquellos heroicos su- 
cesos si se atreve á hacerla algún anciano testigo 
presencial de ellos. 

Mas contra ese olvido y esa ingratitud cúmplenos 
oponernos evocando tan nubles recuerdos, reprodu- 
ciendo los nombres y los hechos, impidiendo que la 
impasible mano del tiempo Los sepulte en la noche 
eterna del olvido. 

Mil nombres célebres de otras tantas españolas 
heroicas tienen derecho á nuestra conmemoración, 
pero en la imposibilidad de esponerlos todos, con la 
reseña de su valor, de sus sacrificios, de su heroís- 
mo, citaremos boy á Agustina de Aragón, salvado- 
ra de la invicta Zaragoza, que tuvo aliento para dar 
tregua & su dolor y vengar ásus nobles conciudada- 
nos, desordenando las huestes estrangeras con los 
certeros disparos de un canon de á 24, de que se en- 
cargó, librando á su noble patria de caer en poder 
del enemigo, y estampando en los pendones del guer- 
rero del siglo la mancha de haber sido abatidos, y 
por una española, que alcanzó para su patria la glo- 
ria de vencerá guerreros invencibles. 

Y al mencionar á esa célebre aragonesa no po- 
demos pasar en silencio otro nombre no menos cé- 
lebre, el de D." María Consuelo de Aiior. condesa 
de Bureta, que abandonando las comodidades de su 
alta posición, se vio siempre en el sitio del mayor 







peligro, y allí donde la artillería abría una brecha, 
allí por donde los mas valientes franceses Intentaban 
penetrar en la ciudad, ;illí la encontraban siempre, 
llegando á escilar su fervor y su admiración. 

Loor y gloria eterna á esas nobles matronas, y 
á todas las otras españolas imitadoras suyas, cuyos 
nombres y heroicos hechos procuraremos que no 
caigan eo el olvido, reproduciéndolos en las colum- 
nas de nuestro periódico. 

Ana ti ii, i U , 



AL TORREÓN DE PRENDES. 



Solitaria está la torre, 
Solitaria está, niia fé! 
Solitaria en la colina 
Que apenas alcanzó ¡i ver. 
Pobre señor olvidado 
De su numerosa grey, 
Allí está cual un fantasma 
Sin columnas ni oropel. 
Salve ¡a severa torre, 
Morada acaso de un rey! 
La de la ojiva ventana, 
La del pulido dintel, 
La de la verde cortina 
Que el aura agita al nacer! 

Mil veces crucé de Prendes 
El romántico vergel, 
Y al brillo de las mañanas, 
De las tardes al caer, 
Kn alas del entusiasmo 
Vine á cantar á tu pié. 

Oculta de lu ventana 
En la primorosa red, 
Aspirando la verdura 
De tu mágico dosel, 
Mil veces 3a augusta sombra 
De tn señor evoqué, 
Tan solo el cuervo que anida 
Sobre tu altiva pared, 
Tan solo el eco que cruza 
Del uno al otro dintel, 
Respondió con su la me oto 
Al lamento que yo alcé. 
Monumento sin historia, 
Sin un recuerdo de ayer, 
Ni un árbol te presta sombra, 






Ni una flor crece á tu pié. 



Solitaria en la culina 
Que apenas alcanzo á ver, 
Solitaria está la torre, 
Solitaria está, mía fél 

Bella página sin nombre 
De los siglos que pasaron, 
¿Porqué i>i un vago renombre, 
Ni un recuerdo para el hombre 
Tus señores le dejaron? 

¿Por qué cuando se eslinguieron 
Con sus tiempos ideales 
En tus mu rus colosales 
Ni una tan sola escribieron 
De sus hazañas feudales? 

i Pobre esqueleto sombrío! 
Ni el ave que se avecina 
Saluda tu poderío, 
Ni su cinta cristalina 
Tiende á tus plantas el rio! 

Ni te da la tierra honores, 
Ni sus espumas los mares, 
Ni su perfume las Dores, 
Ni el poeta sus cantares, 
Ni su culto los pastores. 

Que esa hueste que pasó 
Hollando pueblos y leves, 
Esa luz que se apagó, 
Ni del manto de sus reyes 
Un barapo te dejó. 

¿Mas qué importa si tu frente 
Tan solo, torre, se inclina 
Del rayo (i) al soplo candente? 
Si el huracán impotente 
Ni conmueve lu colína? 

Si la parda sien alzando 
Vas sobre pueblos y leyes 
Impasible contemplando 
La tumba que van llenando 
Los esclavos y los reyes? 

(1} Un fijo derribo ana de lis esquiáis. 



¡Ayt cuando mi nombre oscuro 
Haya del, mar de la vida 
Ganado el puerto seguro, 
Y solo quede en lu muro 
Mi rúbrica carcomida; 

Tú, que al mundo admirarás. 
Tú, que ufano le alzarás 
Sobre el sepulcro del hombre, 
Enséñales ese nombre 
A tos que vengan detrás. 

Bala «liana \tmiíi.i da entila. 

Albandiu.de julio dt 1847. 

SIPLICIft M MAMA STUiRDO. 

Eran las nueve cuando la reina se présenlo 

en el fúnebre salón. Fleehter, deán de Peterborough, 
y otros muchos personages cuyo número pasaba de 
doscientos, se hallaban allí retiñidos. Et salón esta- 
ba cubierto de paño negro, y el cadalso, levantado 
á dos pies y medio del piso, solo presentaba un man- 
to de tejido negro deLaneasler: et sillón en que Ma- 
ría debia sentarse, el reclinatorio donde no lardaría 
en orar, y el tajo en que iba á reclinar su cabeza, 
aparecían asimismo forrados de terciopelo negro. 

La reina vestía de tuto, lo mismo que la sala y 
lodos los preparativos hechos para su suplicio. Pre- 
cedíanla el scheriff, los condes y nobles de Inglater- 
ra, y la seguían dos de sus damas y cuatro oliráles 
de su casa. Su paso era firme y majestuoso. Levan- 
tó un instante el velo, y su rostro, en el cual brilla- 
ba una esperanza que no pertenecía á este mundo, 
apareció radiante y bello como en los hermosos días 
de su juventud. Llevaba el rosario en una mano y 
un crucifijo en la otra. No bien hubo llegado al ca- 
dalso cuando tomó asiento en el sillón que se le ha- 
bla preparado. 

Escuchó tranqnifamenle su sentencia, y solo di- 
jo, después que Bealc acabé de leerla: — «Señores, 
lie nacido reina de Escocía, lie sido reina de Francia 
v tenia derecho A ser reina de Inglaterra. He per- 
manecido presa muchos años ronlra toda ley, á pe- 
sar de laníos títulos, y he sufrido horribles penas 
durante mi cautiverio. No me acuerdo sin embargo 
de mis niales y i nadie aborrezco; por el contrario, 
dov gracias á Dios por los trabajos que me ha en- 
viado en su justicia. Me tengo por dichosa, porque 



me concede esta ocasión de morir en espiacíon de 
mis pecados, y de declarar ante esta asamblea que 
eslov ¡oocenle de toda trama contra la vida de la 
reina de Inglaterra. d 

Diciendo esto se bincú de rodillas y oró: después 
de babeffit) levantado quiso el verdugo quitarle el 
velo: pero ella le contuvo rechazándole con una mi- 
rada, v volviéndose hacía los condes dijo ruboriza- 
da: — 'Nunca he acostumbrado desnudarme en pre- 
sencia de lauta gente, servida por semejantes ayu- 
das de cámara.» 

Llamó en seguida á Juana Keouetuy y á Isabel 
Curie, y estas le quitaron el velo, sus cadenas de oro 
v sus cruces. Quisieron desabrocharla, pero ella les 
dijo que aflojasen únicamente el corsé y bajasen el 
cuello de armihu, & lin de dejar el pescuezo libre 
para el hacha del verdugo. Sus damas cumplieron 
con estos tristes deberes, derramando abundantes 
lágrimas. Mevil y los oíros tres oficiales lloraban 
también; pero Maris puso un dedo en la boca para 
recomendarles el silencio, — «Amigos míos, les dijo; 
he respundedo de vosotros; no me amilanen. ¿No de- 
berníis. por el contrario, bendecir a Dios, porque 
inspira i vuestra señora valory resiíriincíon?» 

Subyugados por et acento de María Sluardq, los 
mismos ejecutores le pidieron perdón de rodillas, 
— «Os perdono pues, contestó, para que ei Reden- 
tor del mundo me perdone. « 

Acto continuo arregló el pañuelo bordado de 
palmas de oro, y mandó á Juana Hennelby que la 
vendase los ojos. Se arrodilló de nuevo é inclino la 
cabeza sobre el lajo. En esla actitud suprema recitó 
algunos Versículos del salmo lxs.— nSebor, me vol- 
vereis i la vida; me sacareis del fondo del abis- 
mo..,» Al llegar á esfas palabras, y cuando empeza- 
ba, bajo el brazo del ejecutor, tina oración que de- 
bia concluir en el seno de Dios, descargó el verdu- 
go el primer golpe. El hacha en vez de caer sobre la 
juntura del pescuezo cayó sobre la nuca. La reina 
lanzó un sordo grito, al cual respondieron los sollo- 
zos de lodos los que asistían á tan terrible escena. 
Turbado el verdugo por la emoción general, aver- 
gonzado de su torpeza, y sacando de su mismo atur- 
dimiento uu vigor tardío, corló la cabeza al segun- 
do golpe. 

Toda la asamblea quedó petrifica de horror, y 
solo interrumpieran aquel tristísimo silencio los so- 
llozos de los fieles servidores de la iufortunada rei- 
na de Escocía. 




¿QUÉ ES AMOR? 



¿Es el amor un lodazal impuro 
De asquerosos reptiles la murada? 
¿Es los abismos que hay en el oscuro 

Y horrible seno de la mar salada? 

¿Es vborezno que al nacer devora 
La misma madre á quien la vida dehe? 
¿Es la abeja lal vez que en flor traidora 
Al descuidado niño pica aleve? 

¡No! que el amor, como el Señor lo ha 
Es luz de) alma, del esputa vida; 
Alienta y purifica nueslro pecho, 
Endulza la existencia maldecida. 

No es el fuego voraz que Etna gigante 
En sus negras entrañas alimenta; 
Es un calor suavísimo y constante 
Que en nuestro pecho la virtud sustenta. 

Es arroyuelo fresco y cristalino 
Que da alimento á las marchitas Dores; 
Es un don celestial que de Dios vino; 
Es del sul los purísimos fulgores; 

Es la amistad por Dios santificada 
Que une dos almas puras en el suelo, 
Es flor con dos colores matizada 
Sembrada por un ángel en el cielo. 

Que Dios, grabando con potente mano 
En las gradas del trono do se asienta 
Esta palabra, amor, madre fecunda 
De virtud y de gloria, amor ordena; 

Y el amor es el padre de la dicha, 
De la gloria, la paz y la belleza; 
El que nos da consuelo en los pesares, 
El que impone silencio á nuestras quejas. 

Murmuran los arroyos amorosos 
Al contemplar la faz de primavera, 
Abre su talle la purpúrea rosa 
Cuando el rocío matinal la besa; 

Con dulces lazos entreteje al roble 
Por quien respira la inocente y edra,- 

Y el mar cerúleo por la blanca luna 
Levanta hasta los cielos su cabeza.... 



hecho, 



Yo también amo, y es mi amor mas puro 
Q'je el perfume de candida azucena. 
Mas que el suspiro de las leves auras 
Cuando el capullo de la rosa besan. 

Angela Uoríjotl cíe Jlaftaa. 

■IcMltko de Iíis mujeres egipcio* y san ocnpn- 
i h.ik". í'n las serrallo*. — Ceremonia ilc un 
cus» ni leu lo. 

La suerte de las mujeres egipcias no es tan feliz 
<<jitj" la de 1"- li'iini-i !■-■ condenadas á la esclavitud 
no tienen ninguna influencia en los negocios públi- 
cos: su imperio se limita al interior de las paredes 
del harem. Confinadas en el seno de sus familias, no 
se eslieode el círculo de su vida á otra cosa mas que 
á las ocupaciones domésticas, siendo la educación de 
sus hijos su primer deber; su mas ardiente deseo es 
tener mochos, porque la fecundidad es la que ies da 
alguna consideración pública, y con la que consi- 
guen que las quieran sus espesos. 

Hasta las mujeres mas pobres piden al cielo una 
numerosa posteridad, y no tendrían consuelo si la 
adopción no las indemnizase de lo poco que las fa- 
vorece la naturaleza. Según la ley del Profeta, loda 3 
las mujeres deben criar por sí mismas á sus hijos, y 
cuando las circunstancias les obligan á buscar una 
nodriza no la miran como una estrada, sino que se 
hace miembro de la familia y pasa sus dias entre los 
hijos que ba criado. 

El harem es la cuna y la escuela de la infancia, 
Cuando nace un niño se le deja tendido en una es- 
tera, espuesto al aire puro en una vasta habitación, 
donde respira libremente y estíende á su gusto sus 
delicados miembros. Báñasele todos los dias, y edú- 
casele a la vista de su madre, con lo que se desarro- 
lla muy pronto. Verdad es que adquiere pocos co- 
nocimientos, limitándose su educación por lo común 
á saber leer y escribir, pero en cambio goza de la 
mas completa salud. Lo que queda mas profunda- 
mente grabado en su corazón es el temor dé la di- 
vinidad, el respeto á la vejez, la piedad filial y e 
amor á la hospitalidad. 

Las niñas son educadas del mismo modo: basta 
la edad de seis años se las deja desnudas ó simple- 
mente cubiertas con una camisa. El trage que lle- 
van lo restante de su vida permite que el cuerpo ad- 
quiera su verdadera estructura. Es muy raro en 
Egipto encontrar niños raquíticos ó personas contra- 
hechas, y en ninguna parte desplegan las mujeres 



8 






todas los encantos de su Brío como en el Oriente. 

No solo se ocupan las mujeres de la educación 
de sus Lijos, sino que les están cometidos todos los 
cuidados domésticos, sin que crean envilecerse com- 
poniendo por sí mismas su alimento y e! de sus ma- 
ridos. Sometidas á la costumbre, cajas inmutables 
leyes gobiernan el Oriente, no participan de la so- 
ciedad do tas hombres ni aun para comer. Cuando 
alguna persona de suposición quiere comer con al- 
guna de sus mujeres, hace que la adviertan de ello 
con anticipación: en su consecuencia dispone su ha- 
bitación, la perfuma con preciosas esencias, prepara 
los mas delicados manjares, y recibe á su señor con 
las atenciones y el respeto mas esquisilos: las muje- 
res del pueblo permanecen de pié ó sentadas en un 
rincón en tanto que comen sus maridos; muchas 
Teces les presentan lo necesario para lavarse, y les 
sirven á la mesa. 

Los cuidados domésticos dejan á las egipcias al- 
gunos ralos desocupados, ijue emplea» en bordar y 
en hilar entre sus esclavas. El trabajo tiene sus in- 
termedios, y la alearía no está desterrada del inte- 
rior del harem: las nodrizas Cuentan historietas ó 
cantan aires tiernos ó alegres, que las esclavas acom- 
pañan con la panelera ó con las castañuelas. Las al- 
mas ó bailarinas y cantarínas públicas suelen ir ¡\ ale- 
grar la escena con sus bailes y sus armoniosos acen- 
tos. Después se sirve un refresco, en el que se pro- 
digan los perfumes y las frutas mas esquisílas. Las 
egipcias no viven absolutamente prisioneras: tudas 
las semanas van una ó dos veces al baño ií á visitar 
A sus amigos ó parientes, tratándose de una manera 
afectuosa en sus visitas. Las esclavas sirven el café, 
el sorbete, las confituras y las fruías; la hija de la 
casa presenta un aguamanil lleno de agua de rosas 
para la que quiere lavarse, y el aloe que se quema 
en un pebetero perfuma la habitación . Después del 
refresco bailan las esclavas al son de los címbalos, 
tomando muchas veces parte sus amas en sus juegos. 
Todo el tiempo que está una cslraña en el harem 
está prohibido al marido acercarse á él; es el asilo de 
la hospitalidad, y tío pudría violarle sin Ocasionar 
funestas consecuencias. Las mujeres turcas van tam- 
bién con sus eunucos á pasear por el rio. Sus barcas, 
conocidas por láscetelas, por la música que las acom- 
paña, tienen muy bonitos departamentos lujosamente 
adornados. Cuando no pueden salir tratan por lodos 
los medios posibles de alegrar su prisión: al ponerse 
el sol suben al terrado, donde toman el fresco en me- 
dio de olorosas flores. Para impedir los turcos que 



sean vistas sus mujeres desde lo alto de los minaretes 
hacen que los gritadores públicos juren que cerrarán 
los ojos cuando anuncien la oración. Por lo general 
escogen ciegos para llenar estas funciones. 

(Coneíuirá.) 



La Opinión Pública nos dedica en su número 
del 2ti de abril las siguientes lineas, en contestación 
al párrafo que le consagramos el domingo último 
con motivo de los epigramas que equivocadamente 
dijo haber leido en nuestro periódico: 

n Nuestro apreciahle colega La Mujer se queja 
de que le hayamos atribuirlo nnos epigramas que ca- 
lificamos de poco decentes, y nos invita á manifestar 
que (ales composiciones no han aparecido en sus co- 
lumnas. Es c-jmo lo dice, y sentimos haber padecido 
semejante equivocación respecto de un periódico tan 
delicadamente redactado, y cuyo solo titulo es para 
nosotros un motivo de deferencia. El colega á quien 
aludíamos es el ¿Vuero Dagutrreatipo.» 



La hija de las flores. — Con esle titulo acaba 
de escribir un drama la célebre poetisa señora Ave- 
llaneda. 

-•{O}— 

S. M, la Reina acaba de ejercer una de sus mas 
hermosas prerogalivas, y en la qne lanto placer en- 
cuentra su bellísimo corazón a] practicarla. 

José Gómez Sánchez, de 19 anos de edad, lia 
sido indultado de la última pena, á que estaba sen- 
tenciado en la audiencia de Granada por homicidio. 



ANUNCIOS. 

POESÍAS 

d« la stñorita doña Angela Gratii* 

Véndese á 4 rs, en tas librerías de Monier, car- 
rera de S. Gerónimo; Ríos, calle de Jacoraetrezo; 
Olí veres, calle de la Concepción Gerdnima, y en la 
imprenta de esle perjudico, calle de María Cristina 
uúm. 8 cuarto bajo. 



MADRID, 1852. 

Imprenta ilc don J«m> Trujillo, hijo. 
Calle de María Cristina, mi mero S. 



I 




Domingo 9 de liara «le 1852. 



Núm. 41. 






LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito ^or una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódica sale todos los domingos; se inscribe en Madrid en las librerías de Monier y de Cuesta, i -i rs. al mes; j en provin- 
cias 10 rs. por das meses [rauca de pune, rcmitico i o una libranza a favor de nuestro impresor, 6 séllesele franqueo. 



ADVERTENCIA. 



Sin duda por una equivocación se lia difundido 
la ¡dea de que La Mujer cesaba en su ptiljlicaci.ni 
en 1.* del [Másente mes, como los periódicos políti- 
cos. La medida que á estos hace cesar no se relien 1 
:L nuestro periódico, por lo cual no piensan sus fun- 
dadoras suspender una publicación que cuenta con 
lodos los elementos necesarios para continuar, de- 
Indos á la constancia de sus umnerosas suscríloras. 



Apenas enunciado <•! pensamiento de fundar una 
gran casa de asilo y moralidad que oponer á los es- 
tablecimientos de 3a corrupción y del vicio, y espues- 
tas aunque ligeramente sus principales bases, varias 
son ya las damas de alta ciase que acogiendo la idea 
se han apresurado á ofrecérsenos para contribuir á 
¡a realización del pensamiento, ya consu suscririon, 
va también con su importante y decidido apoyo. 

Para corresponder dignamente al favor que esas 
señoras de noble corazón dispensan á nuestras escita, 
ciones, seguiremos insistiendo en la misma idea¡Iias^ 
la que loaremos ver planteado este benéfico proyec- 
to, lo que sin duda se verificará mas pronto de lo 
que nuestras mas halagüeñas esperanzas nos Itabian 
becho esperar, atendiendo á la Favorable acogida que 
vemos se le dispensa. 

Cierto es también que no ha faltado quien alu- 
diéndonos baya intentado ridiculizar nuestra publi- 
cación, no por el desaliño de nuestros artículos n¿ 
por su poco mérito literario, lo cual fácilmente bu- 
bíéramos perdonado, sino por el empeño que hemos 
lomado de combatir uno y otro día la corrupción y 



la inmoralidad; y esto juzgamos que no lo perdona- 
rán las personas de buen juicio que lleguen á leer el 
ppel que contiene la alusión, del cual no nos ocu- 
paremos mas. porque suficientemente castigado está 
con su propio pecado; y convencidas como estamos 
por la esperiencia de que semejantes ataques obran 
siempre en favor de los provectos que combaten. 

Nosotras, segim liemos manifestado ya, tenemos 
casi una evidencia de que esa casa protectora de las 
jóvenes virtuosas y desvalidas, ese templo dedicado 
á la virtud y al trabajo, se erigirá y en él se estrella- 
rán las diatrivas de cuantos miran con tedio todos los 
proyectos que pueden servir de Tayadar á la corrup- 
ción y al vicio; pero por fortuna las personas hon- 
radas son las mas, aunque se hagan notar menos, y 
esa gran mayoría estará con nosotras y nos auxilia- 
rá en nuestra noble empresa, contando también la 
inmensa ventaja de que no habrá ninguno tan osado 
que se atreva á combatir de frente una ¡dea tan mo- 
ralizadora y tan benéfica. 

Es posible que al principio, y hasta que sean 
bien conocidas sus bases, no hallemos el proselilis- 
nii ) con que para mas tarde contamos; pero llegará 
el día en que el establecimiento sea generalmente co- 
nocido, y entonces ¿qué huérfana dejará de acudir 
á él? ¿qué padre que se vea en la triste situación de 
buscar trabajo para sus hijas, no preferirá á los talle- 
res de especuladores, que escatimando el salario 
solamente son pródigos para aumentar las horas de 
trabajo, cuál, decimos, los preferirá aun estableci- 
miento en que todas las jóvenes que á él acudan for- 
marán una grande asociación, cuyas utilidades se re- 
partirán sin descuento alguno, donde serán educadas 
y á la vez que la manutención adquirirán principios 
de moralidad, costumbres virtuosas, crédito y capí- 



' 



5 



.1 íiííA 



tal que les faciliten ventajosas e oloca clones? Ohl des- 
de luego podemos asegurar que ningunn. Aunque 
fueran menores las ulitidádes esl* establee imíenq* >■ 
seria preferido por todos Jos padres; ¿qué seráqiKtn- 
do la experiencia lea demuestre que ias utilidades., 
serán dobladas y el trabajo mucho menor? 

También estamos seguras de que el interés deloe t 
que con el trabajo de Jas jóvenes especulan, nos Ita 
de combatir fuertemente; pero también sabreni.es 
vencerle v triunfar de todos los inconvenientes. 

V para dar principio á ¡i>> trabajos del estableci- 
miento abriremos en breve la suscrícion, por una 
vez, la cual se. podía hacer por cantidad de uno ¿i 
reíale reales,-, L?" '"'""' <y"' "* «««irihan mi ten- 
drán que entregar el imparte hasta que por medio de 
este periódico se aYise. 

i Esté nuestro periódico publicará «i nombre de 
las señoras que se sirvan contribuir k esta obra filan- 
trópica, reí de sus fundadoras, porque deben ser 
conocidas de lodos las damas da noble corazón para 
ser imitadas. 



Qúele de su compasión 
Y su amor. 

Lloremos jamas, flor mia, 
Y que i-fla lágrima triste, 
()ire In rói-oíá rocía, 
La freír i ira que perdiste 
Te vuelva ron tu esplendor. 
Pobre flor! 

í)ní>maoa miu 'íoqialr: 

Ven pues sobre el pecho iniu, 

Veil^ reposa, llor bella, 



Indina el láüisouibítM, 
Y sime nri'na mi estrelfa 

"Un" consuelo fltrmi dolor, 

Sélo, llar: 



AnlrU GiulI, 




LA VIOLETA, 

Pobre violetal escondida 
Entre la verde espesura, 
En un desierto perdida 
Crece sola y sin ventura, 
Sin un balito de amor, 

I Pobre flor! 



jre cu vano su corola. 



Pidiendo un aroma al viento; 
Siempre triste, -siempre sola, 
Compañero á su lurmeuto 
llalla tan solo el dolor. 
Pobre Horl 






Llóreteos juntas, violeta; 
Cual el luyo es mi destino: 
Mi alma también Inquieta 
Vaga sola en su camino 
Sin amores ni ilusión, 
Cual tú, flor. 

Nadie me tiende una mano, 
Nadie suspira conmigo, 
V mi alma anhela cu vano 
Hallar tan solo tm amigo, 



El principal agente dfc los placeres y de las penas 
és*!a imagi nación. Esa caprichosa facultad de nues- 
tro ánimo, á quien cierto I itéralo francés llamaba 
la loen (fría rdso, íftbe embellecer á nuestros ojos los 
objetos mas desagradables, y .í tos mas desabridos 
sabe hacérnoslos codiciar como los mas gratos. 

Por el contrario la imaginación es la que nosha- 
ce desapacible lo que siempre nos agradaba, j aun 
odioso loque nos fué mas amado. 

Y hasta las bellas arte-, que tanto entusiasmo 
producán, que con tanto ardor «e aprenden, que bas- 
ta tas penas de) corazón Suavizan, llegan á cansar y 
producir disgusto cuando nuestra imaginación no 
les presta interés, cuando no ías reviste de los atrac- 
tivos con que ha de embellecerlo lodo para que nos 
sea grato. 

-¿Veis el joven que con lodo el ardor de *u ju«fe*¿ 
tud se dedicó á la pintara, consagrando á ese 'arte 
divino todas sus facultades, sus vigilias, sn raislen- 
cia entera, que llegó á ser un eelehre artista, pe- 
ro que sacrificó su patrimonio, teniendo que püdir 
boy ¡i su arle ta subsistencia? Pues %u arte divino per!, 
dio para él todos sus atractivos, y lo que antes ' era 
el tínico placer de su vida lo mira ya como duro 
trabajo, se dedica á ¿] con pcua y pon disgusto-, y 
lamenta vers* hoy- obligado a hacer lo qué ayW^ons- 
lituia sn felicidad suprema. ¿Quien ha desnudado de 
sus brillantes atractivos para ese joven fa arleqoe- 
rido? ¿quien ha enfriado su entusiasmo? La imagina- 
ción, solo su imaginación. 

Aquella interesante niña que debió i la notara- 




leza su voz celestial, qué'fcizo de la música su divi- j La imaginación, pues que es el. agente que em- 
nidad, y que con su voz y maestría arrebataba á tos I bellece d afea los objetos y las ocupaciones, no la 
que tenían [a dicha de oiría; aquella que adormía la i dejemos extraviarse, dirijámosla bien y ella nos ha- 
embriaguez de sus triunfos, y despertar para alean- i rá agradable la laboriosidad, la constante ocupación, 
zar otros nuevos, y cuy"a existencia era una felici- De este modo llegaremos á conseguir que esa fatui- 
dad continuada debida á la música, ¿quién la sumió J tad que tanto contribuye á exagerar nuestras silua- 
en el fastidio arrancando para ella todos los hechizos I ciones cuando son poco felices, sirva ¿embalsamar 
ala armonía, todos sus encantos ;i su arle adorado? y suavizar nuestras penas v nuestras desgracias. 



Su imaginación. 

Las nobles damas del siglo XVI eran felíres diri- 
giendo las labores de sus doncellas; constantemente 
ocupadas, siendo las mujeres de gobierno d<_> su pro- 
pia casa y no destinando á la holganza tú una hora 
de su vida, que llenaban tas ocupaciones domésticas, 
su imaginación embellecía aquella vida laboriosa, á 
que se entregaban ron entusiasmó;' su orgullo se ci- 
fraba en gobernar y dirigir su familia, sin disilefiar- 
se de dedicarse á ninguna de las ocupaciones propias 
de tal destino, por mas elevada que fuera su posi- 
ción. Consiguiente á estos principios, se enorgullecía 
doña Isabel la Católica diciendo que su esposo el rey 
don Fernando no se había puesto una camisa que no 
estuviera cosida por sus manos. 

Hoy las costumbres de la época han dado nuevo 
giro á las ideas, y la imaginación, presenta como be- 
llas la inacción y la concurrencia á las fiestas. Hoy 
se aburren muchas de nuestras damas porque su 
imaginación Jes presenta como insoportable toda 
ocupación; boy les' horripila la sola idea, no ya de 
coser una camisa, sino de saber los primeros rudi- 
mentos de las labores propias de nuestro sexo; y hoy 
pasan en el fastidio y en el aburrimiento la vida que 
para las damas de época» anteriores era tan agrada- 
ble cuando la consagraban al cuidado de sus casas y 
á las labores propias de su destino. 

V So mas doloroso es que este mal, de difícil 
remedio, que sufre una gran parle de nuestro sexo, 
es hijo de la parte que los hombres han tomado en 
desviarlas de su verdadero destino, en ridiculizar 
las clásicas costumbres de nuestras madres, de aque- 
llas nobles matronas honra de España que supieron 
infundir en sus hijas las mas severas máximas de 
virtud, que ni el transcurso de los años, ni las nue- 
vas formas de las costumbres modernas, ni toda ¡a 
influencia de los hombres con la terrible arma del 
ridículo han podido estingiiir completamente; y en 
sus hijos los nobles sentimientos que lucieron pro- 
verbial en el mundo entero !a honradez, el valor y 
/a caballerosidad de' los españoles. 



cambiando su influjo de tiránico en protector, cosa 
mas fácil de lo que parece cuando con firme volun- 
tad se intenta. 



Ana Maris. 



- » »» *2>l d&***+* — 



A PESA II DEL SIGLO FE. 



\l Hr. O. J. A. ll^rojojo cu prueba de mmiñtaa 
y ugriHlectniíeuto. 



So! que en tu trono de zafir luciente 
Juraste al inundo cu su hechicera cuna, 

Y i la voz del Señor Omnipotente 
Lanzaste oro al vergel, plata á la luna: 
Tú que viste de Ad;t«i la noble frente 

Y á tus plantas rodar una por una 
Cqaaias van desde él generaciones, 
Con sus vicios, virtudes, j pasiones: 

Dinac si entre los siglos que han pasado, 
Cual humo en lorno á la brillante esfera. 
Alguno viste como el que mediado 
Apenas ha su singular carrera; 
Si en tu circulo algpttg has Señalado 
Que á competir ¡acaso se atreviera 
En ¡o venal, escéplEco y aleve 
Con el siglo nombrado </¡r- y tutee*. 

Dímc si la alia voz que lo proclama 
Cual ninguno engañoso y corrompido 
Es eco de verdad, ó es que se infama i 
A sí mismo infeliz y descreído; 
Si es grito de furor eu que se inflama, 
O sarcástica risa, ó gran gemido, 
Al mirarse sin fé, de luces lleno, 
Rodar materialista á inmundo cieno. 

Dime qué hay de verdad eu su habla, impía 
Cuando bien de los bienes llama al oro, 

Y casi niega al Hacedor del día 

Que kossamiQ escucha del celeste coro; 
Cuando mofa con voz que el pecho enfria 
Be amor el alma, el celestial tesoro, 

Y dime si habla cuerdo ó si delira 
Llamando siempre á la virtud mentira. 



n; 






¿Silencio guardas, 
fúlgido sol? 
¿á tí no llega 



mi débil vu/? 
Tú. que iluminas 
Je la creación 



los anchos limites 
con tu fulgor, 
la luz no tienes 
que busco yo? 

ÉlIlOIlL'l'S. lUI'Iltf, 

sube basta Dios; 
entonces Inte, 
fie! coraron; 
y tu latido 
y aquella voz 



que de tos mares 
nació, y el sol, 
scniít ir Única 
que abrace yo, 
por mas que el siglo 
del oro en pos 
siga gritando: 
o No hay puro amor, 
amistad cierta, 
virtud ni Dios.» 



m. 



Agitado pensamiento. 
Mira el valle, el bosque, el rio; 
Ve de Dios el poderío 
En el mary el firmamento. 

Deja que ciegos los hombres 
De gloriosa fama en pus 
Revuelvan siglos y nombres 
Para decir si hay un Dios. 

En tanto á la melodía 
Atiende que los cantores 
De la enramada entra flores 
Ai autor alzan del día. 

Mira al rayo abrir la nube. 
Oye del Tiento el silbido, 

Y del mar ronco el bramido 
Que furioso al cielo sube 

La tormenta al estallar: 
Tal fuerza en natura al ver. 
Si no bu pista creer 
Al menos sabrás temblar. 

Ve la mano creadora 
En las criaturas impresa, 

Y si dudaste ya cesa, 

Mira, siente, escucha, adora. 

Y SÍ quiere* descubrir 
Si ese Drns en raiin- humana, 
Cual dice la fé cristiana, 
Al mundo quiso venir, 

Escucha del hombre Dios 
Los suavísimos consejos, 
Cuando niños, hombres, viejos. 
Corrían do él en pos. 

Si su moral eslabona 
Humanitaria doctrina, 
Si el bnntbre al hombre avecina 

Y al enemigo perduna; 
Si por dar al pecador 

Otra vcí de hijo el derecho, 
Por altar le pide el pecho 

Y por holocausto amor; 
Sin duda que descendida 

Fué su palabra del cielo. 
Pues da al corazón consuelo, 
Esperanza, paz. y vida. 

Si el que trajo tal misión 
De sí dijo que Dios era, 
Dios sera por mas que quiera 
Oponerse la razoo. 



rv. 

Fiel coraron, tus férvidos 
Recónditos latidos 
Diránmesi mentidos 
Amor y amistad son. 
Si soln es fantasía 
La escelsa virtud pia, 

Y ili'liii sueño mágico 
La ardiente inspiración. 

De paz horas dulcísimas 
En juegos de inocencia 
Allí) ni la adolescencia 
Brindóle la amistad. 
También hoy ¡i tu acento 
Ofrece luz y aliento; 
Luego su rayo plácido 
Será ihils-r verdad. 

Amor! fuego purísimo 
Que al dar al ángel vida 
Broto de la escondida 
Esencia del Criador, 
InagOlable fuente 
Que salla cual torrente 
De las munlañas fúlgidas 
De la eterna] Sion ,- 

Desconocido piélago 
Que en ondas cristalinas 
IU-tlrja las divinas 
Pupilas de Jehová; 
Dnndc la hueste alada 
Que nunca ve saciada 
Su sed de amor suavísima. 
Volando a apagar va. 

Amor! placer angélico, 
Delicia soberana 
Que de la gloria emana 
Al infeliz mortal, 
Para que en fuente pura 
Gustando tal dulzura 
No empañe su alma límpida 
En sucio lodazal; 

Para que escuche el mágico 
melódico sonido 
<¡ue oytra tsireiJMcido 
de gozo el ¡erafin; 
Para que sepa cuanto 
De bello puro y santo 
En la mansión espérale 
Que nunca tendrá Gn. 

Amor al oir el ámbito 
Que gozas es estrecho. . . 
Saltar quieres del pecho 
Latiendo, corazón. 

Y qué? no tendrá vida 
Palabra tan sentida?' 
Será fantasma Incido, 
Será solo ilusión?.... 

Vírludl flor preciosísima; 
Humilde, suave, rara, 



timbre mas preciara 
Que el rutilante sol! 
Tu madre, la ¡Docencia, 
Te dio su blanda esencia, 

Y sus bruñidos pélalos, 
Su púdico arrebol. 

Sostíéneste impertérrita 
Del bien en la alfa cumbre 

Y no la pesadumbre 
Doblégate del mal. 
Serena y esforzada 
Te sientes arraigada 

Cual cedro que en el Líbano 
Se eleva colosal. 

Usúrpale el hipócrita 
£1 manto majestuoso; 
Se admira el generoso. 
Infámase el ruin. 
Luego si al pecho humano 
Tu nombre soberano 
Agitación da múltiple, 
Existirás por fin. 

¡Divino estro poético. 
Acordes de alta lira? 
Decid, si sbfs mentira 
¿Por qué me hacéis gozar? 
¿Por qué mí pecho late 
Oyendo de algún vale 
El sentimiento férvido, 
Dulcísimo el cantar? 

¿Pur qué cuando á mí llega 
La inspiración ardiente, 
Relámpago fulgente, 
Levísimo, veloz, 
Cruzando et pensamiento 
En raudo movimiento 
La rara chispa eléctrica 
Derrama por la voz? 

¡Olí I X o s u eñ o fa n lá síico 
Serás, dulce poesía, 
Que das al alma mia 
El de crear poder; 
Sino feliz centella 
Del que ia luna, estrella, 

Y cristalino piélago 
Formó con su querer. 

Inmaculado, angélico 
Amor de! alma solo. 
Sublime voz de Apolo, 
Virtud, sacra amistad, 
Si no sois sueños vanos 
Que forjan los humanos, 
Si sois presentes célicos, 
Segura realidad: 

¿Por qué el alma desgarrase 
A veces entre abrojos 

Y salta por los ojos 
La hiél del coraron? 
Será que cuando huida 



Verdad que nos dio vida 
En lontananza viéndola 
Pa récenos visión? 

Xo sé... quizá el Altísimo 
Abriendo aquí raudales 
De lágrimas fatales 
De dicha celesli.il; 
«Comprende, peregrino, 
Que aqueste es el camino; 
La patria arriba espérate» , 
Nos dice á cada cual. 

Quizás el alio espíritu 
Del hombre se abatiera 
Si aquí siempre tuviera 
Los gozos del Edén. 
Y no se levantara 
X¡ ardiente suspirara 
Por el autor santísimo 
Del sempiterno bien. 

V. 

Sol que en tu trono de zafir luciente 
Miraste al mundo en su hechicera cuna, 

Y á la vuz del Señor Omnipotente 
Lanzaste oro al vergel, plata á la luna; 
Tú, que viste de Adán la noble frente, 

Y á lus plantas rodar una por una 
Cuantas van desde él generaciones, 
Con sus vicios, virtudes y pasiones: 

Tus fulgores decirme no han podido 
Si va el siglo engañado en su carrera, 
Ajodo sentimiento enaltecido 
Llamando error, exaltación, quimera! 
Consulté de mi pecho el fiel latido, 
La luz que el pensamiento reverbera, 

Y ciríiHÍ, amistad, amor, poesía, 
Por verdades abraza el alma mia. 

Roña Biiiicr. 



JUANA DE ARCO. 



Jamás persiguieron á la Francia tantos infortu- 
nios como durante el medio siglo que precedió al 
ano memorable en que, abatido el valor nacional y 
en vísperas de recibir el yugo estrangero, se la vio 
reanimarse de pronto á la voz de una doncella de 
diez y ocho aüos, y pasar súbitamente de esclava á 
señora, de suplicante á reina, y á vencedora de 
vencida. 

Carlos VII, derrotado por los ingleses, sin tro- 
pas casi, sin dinero, sin recursos para proseguir una 
campaña fatal en que llevaba siempre lo peor, y re- 
ducido al estremo mas deplorable, se disponía á en- 
tregar ai enemigo la ciudad de Chinon, donde se 






hallaba á fines de fcurero de I42ÍL y retirarse con 
su pequeño ejército, irreap* de oponer!* al aguer- 
rido y numeroso que lo perseguía; cuando se pre- 
sentó eu aquella plaza Juana de Arco. Jira «ala una 
simple labradora de Oleaos,, que desde su mas lier- 
na infancia mostró una tiinidei sin ejemplo y una 
devoción casi supersticiosa, poro gustaba do mane- 
jar caballos y ya se columbraban en su Frente los 
grandes destinos qué le estaban reservados. 

El país, por otra parte, era muy á proposito pa- 
ra alimentar su propensión al ntistb-isuio y para ins- 
pirarle ideas estrava^antes. En medio de unos bos- 
ques i]QC los aldeanos creen -habitados por genios, v 
al pié de una baya, á la que dan 4-1 nombre de íirljoí 
de las hadas, era el sitia donde Juana de Aren solia 
entregarse á sus meditaciones, y ¡i dundo iba ú rezar 
su plegaria de mañana y larde. Al llegar á los diei 
y seis añus exaltóse su imaginación y tuvo estasis. 
Dccia ier muy aiuenudn en el jardín ile su padre ;i 
los dos arcángeles Gabriel y Miguel, con los únales 
conversaba faiiiiliarnienle al pié de! iii bol dr \ekha- 
daa, y de quienes recibía 'inslrin-rinnes. Ellos la 
mandaron un día dirigirse á la corle de 1'' rancia y 
hacer levantar á los ingleses ei-silio de Orje.ius: obe- 
deciólos a pesar de las íiuicMzas jle. *"* padre*, y se 
dirigid primero á Vatirouleurs, donde Juan de Melz 
se en cargó de presentarla al rey. Llegaron «alraui- 
bc-s el 24 Ü febrera á Chinon. donde estaba la cur- 
ie, v Juana se hincó de rodillas delante del rev, á 
quien jamás había visto, y el cual para probarla le 
dijo: — Yo no soy «I rey; Vcdle allí, añadió señalán- 
dole un caballero de su comitiva', — Noble principe, 
respondió la doncella, vos sois y no otro; yo vengo 
enviada por Dios para socorreros y salvar vuestro 
reino, que p*digra. Os salvareis porque Dios lo quie- 
re; seréis iífronndo' pn - Reims, Y después vo.... en 
cuanto á mi, riímplaseTá "voluntad del cielo. Sor- 
premlido Cjrlus la llariii en .secreto, y después de 
r unü : conversación de roas de do» Loras declaró bu 
nreserioÍR de la cortil .que. Juana le< habla dicho cosas 
■que solo Dios y él podían saber. 

Después de amenas consultas diéronle caballos y 
hombres, armárosla «te uim*spada que por su revé- 
■Ibciouse encoiUró debajo, de. liwru en la igjesifl de 
Santa Catalina deFierbois. y marchó ínmedialaaien- 
le bacía los muros dq Orleans, donde so batió con 
ti» arrojo mayor -ijhí el de lus mejores caji tañes. 
Echó (i lpf : Uri^ads, y haciendo consa- 

grar iumediíilaiuenla a ü.ir(os.ei) Ueiuis. conquistó 
j je dcvulyió a 1", jy j. Cíialous, Auxcrrr, y ünal- 



nieuif la mayor parle de su reino. La misión de 
Juana estaba concluida, y por Jo tanto pidió á Carlos 
permiso para retirarse; pero íiabia dado demasiadas 
pruebas de valer para que el rey fidtísiittíese en ver 
la marchar cuando todavía lo quedaba algo que lia 
cer. Esta negativa produjo la desgracia de ¡a don 
celia. 

El duque de Borgoñá babia sillada ú Compiegne 
v Juana voló á defenderle, mas viéndose en la pr 
rision de evacuar la plaza, y favoreciendo I» retirad; 
de los suyos, rav.ó prisionera de un uuble.de la Pi- 
cardía que la vendió á Joan. de. LuiemborgO. Esíe 
su vez la vendió portan precio exorbitante á los in 
gleses, los cuales para vengarse de la afrenta que I 
había hecho venciéndolos en lautas peatones, la 
íieiis.ii- jn de no deber sus triunfos sino á la magia y 
al sorlilejio. Condiíjosclaanle uu tribunal eelesiásli 
eo en que el inquisidor y Pedro Chaucon, obispo de 

Beauvais, quisieron ponerla á cuestión de tormento; 

■ \ ,o ::.,, .... 

mas temiendo que na poniere re-i-Jirl'] y muñese en 

él la declararon fanática v bruja. Lo qiiíi tiene de 

mas horrible estd procedimiento ftsqueel ingrato 

monarca que le débil la corona la abandonó á SU 

suerte y al rencor de sus'feroces enemigos) pero no 

la necesitaba ya. 

Prosiguióse la causa cou una actividad inconce 
bible v cu la tercera sesión se la quiso hacer com- 
prender la diferencia quo hay entre ambas iglesias 
triunfante: y militante. Vlgumis veros f;i interrogaban 
varios jueces juntos. Abuelas, respnndia ella ,noo 
apresuréis; el uno después del otro sí os place.» Los 
interrogatorios eran tan ridiculos como estúpidos tos 
interrogantes. Ved aquí una muestra. 

— ¿Ibais á pasearos en- vuestra infancia* 

— Claro es que si. £Qué niño no se ha paseado 
en este mundo? 

— ¿Los santos que se os aparecían hablaban iu 
glés i) francés? 

— Poco os importa eso. 

— ¿Llevaban rizos en las, orejas ó anillas en los 
dedos? 

—Vos me habéis quitado una sortija: volvédme- 
la, monseñor. 

—¿Los santos iban desnudos ó vestidos.' 

—Os figuráis que Dios no tiene ropa para vestir- 
los? 

—¿Era muy larga la cabellera de-San Miguel? 

—No me detuve ¡i medirla. 

—¿Habéis visto algunas hadas? 

— Jamas lie visto alguna, aunque he oído habí; 



Je ellas; no obstante, nada creo sobreesté punto. 

—Tenéis una mandragora, ¿qué habéis hecho de 
ella? 

— Nu tengo mandragora alguna, ni sé loque es: 
solo sí tengo entendido qnaesona cosa dañina y 
mala. 

ün caballero inglés intentó violarla en su misma 
prisión, y la doncella fatigada por tan malos trata- 
mientos, cayó gravemente enferma. El duque de 
BedforL, el cardenal de Wincesler y el conde de 
Wernik encargaron á dos médicos tuviesen gran 
cuidado de la joven para que no sucumbiese de muer- 
te natural; pues el rey de Inglaterra la había com- 
prado demasiado cara para primarse del gusto de ver- 
la quemar, y que este era el motivo por que se apre- 
suraba ta uto bu proceso. 






[Concluirá.) 



i^#+^- 



l*e»f Incxle hit niuji k r«« ealpi'lus y <in« eciipa- 
rloneM on lo» «it'riiíJIo-s.— CVremoillti de «u 
catiunlento, 

[COSCU'SIOS.) 

Los dias de baño son diasde fiesta pata tes egip- 
cias; adórnanse magníficamente para ir á él. y bajó 
el velo que las oculta á las miradas del público llevan 
las mas ricas lelas. Su coquetería se cstiende hasta á 
sus calzoncillos, que son en verano de muselina bor- 
dada y en invierno de tisú de oro ó de plata. Las seño- 
ras egipcias llevan consigo al baño las esclavas de su 
servicio particular. En su tocado se agotan todos ios 
refinamientos del lujo, y cuando se concluye se que- 
dan en las habitaciones esteriores, donde pasan el dia 
en medio de los placeres. 

La mayor parle de los casamientos se negocian 
en el baño, y son los padres del joven que ha de ca- 
sarse los que se loman este cuidado; ven en el baíio 
á la mayor parle de las jóvenes, y les hace el retra- 
to al natural. Luego que han elegido, hablan de la 
alianza al padre de la futura; se arregla la dote, y 
se hacen los regatos. Terminados los preliminares 
indispensables, los parientes y amigos de la joven la 
llevan al baño, donde pasan el día eo festines, en 
bailar y en cantar. A Ja mañana siguiente Tan las 
mismas personas á casa de !a futura, y la arrancan 
como por violencia de los brazos de su madre para 
conducirla en triunfo a casa de sn esposo. Ordina- 
riamente se ponen en marcha al anochecer. Prece- 
den al acompañamiento los danzantes, detrás van 
numerosos esclavos, que llevan en triunfo los efec- 



tos, los .muebles- y lasrjoyas destinadas para el uso de 
la desposada. Cuadrillas de bailarines marchan al 
compás de los mstrinncnlos, siguiéndolas gravemen- 
te las matronas con paso majestuoso; por último, 
viene la joven desposada^ cubierta enteramente con 
un rico velo, bordado de oro y pedrería, y sosteni- 
da por su madre y. hermanas bajo un magnifico do- 
sel, que llevan cuatro esclavos. L'riagran porción de 
hachones de viento sirven para iluminar el acompa- 
ñamiento, que loma por lo común el camino mas 
largo, y numerosos coros de almés cantan versos en 
loor de los recién desposados. 

Cuando el acompañamiento llega a la casa del 
esposo, suben las mujeres al primer piso, desde don- 
de ven todo !o que pasa abajo por una galería de ce- 
losía. Los hombres reunidos en una sala no se mez-r 
clan con ellas para nada. 

I na gran parle de la noche la pasan en festinen, 
en beber sorbetes v en oir música. Bajan después i&$ 
bailarinas á aquella sala, dejas sus velos y hacen bri- 
llar su flexibilidad v su destreza. 

Cuando se concluye el baile principian las almés 
una especie de epitalamio, haciendo pasar muchas 
veces en este tiempo á la novia por delante de su es- 
poso, siempre vestido de nuevos trages, para mostrar 
su gracia y su riqueza. Por último, cuando se relira 
la reunión entra él marido en la cámara nupcial, y 
alzado entonces el velo, ve á su mujer por primera 
vez. 

Cuando un egipcio quiere separarse de su mujer 
practica las mismas diligencias que los demás maho- 
metanos, reducidas á llamar al juez y á manifestar 
en su presencia que la repudia. Después de esta for- 
malidad, tiene cuatro meses de término, durante los 
cuales puede reconciliarse; pero pasado este, queda 
la mujer libre y puede formar nuevos lazos. Con- 
cluidos los cuatro meses de gracia la envía el mari- 
do la dote y los bienes que de ella ha recibido. Si 
tiene hijos se queda con los varones, y la madre se 
lleva las hembras. 

Las mujeres no están tampoco condenadas á 
una eterna esclavitud; cuando tienen causas graves 
para separarse imploran la protección de tas leyes, 
y rompen sus cadenas. Pero entonces pierden su dote 
y las riquezas que han llevado á casa de su esposo. 

C;i\ainleii(os cnSniuco»,. 

Entre los Calmucos tártaros las mujeres corren 
á caballo mucho mejor que los hombres: estos se 
sientan en la silla como si estuvieran borrachos, y á 



8 



I 



cada instante parece que van á caerse; pero las Cal- 
mucas montan con mucho despeja, el caballo siente 
menos el peso, y así corren con mayor celeridad. 

Cuando ub Calmuco joven quiere casarse canin- 
dícb su deseo al padre de la niña, y la respuesta no 
se da de palabra, porque decir si" seria vergonzoso 
para una joven, y un tío podría ofender á un apasio- 
nado. Para evitar pues estos dos inconvenientes se 
ha establecido la costumbre siguiente. 

Se señala el dia para el desposorio, y todos tos 
parientes y amigos se juntan en un campo inmedia- 
to: la novia monta ca un caballo muy ligero, y el 
novio se procura otro: la moza rompe la carrera 
cuando $c le antoja, y el mozo corre al instante (ras 
de ella: si la alcanza es su mujer, y desde allí se la 
lleva á su tienda; pero si no la alcanza antes de pa- 
sar el término á La señal, la pierde y se retira mal- 
diciendo su caballo, mientras que los padres se traen 
(a bija á casa. 

Aunque estos casamientos se hacen tan de carre- 
ra, se asegura que no hay un ejemplar de casarse 
tina muchacha Calmuca contra sit voluntad; porque 
si le gusta el pretendiente no apura mucho el caba- 
llo, pero si ie disgusta, el látigo la saca siempre de 
apuros. 






En el colegio español de señoritas sito en la ra- 
lle del Carmen se verificaron durante los cuatro úl- 
timos días del mes pasado con lodo esplendor los 
exámenes de las niñas que reciben Su educación en 
dicho establecimiento. Versaron estos sobre toda 
clase de labores propias del sexo femenino, sobre 
lectura, caligrafía, catecismo, historia, geografía, 
aritmética, gramática castellana, lengua francesa, 
música, canto y baile. La numerosa concurrencia 
ojié asistid á este acto salió muy complacida de los 
adelantos de las educandas, que contestaron perfec- 
tamente á todas las preguntas que se les dirigieron 
sobre las malcrías anteriornieulc ya citadas. 



Dice un periódico de Sevilla: 

«En el convento de Carmelitas Descalzas de San- 
lúcar la Mayor existía una monja septuagenaria, cu- 
yas virtudes, lauto mas meritorias cuanto mas cu- 
biertas con el velo de la sencillez evangélica, habían 
no obstante lijado la atención del confesor y de las 



¡ superiorns. Pero llego la hora designada en las altu- 
ras pañi que luciese aquella luz, siempre afanosa por 
estar debajo del zelemin, y á la hora de darle el sa- 
grado Viálico parece que con admiración general se 
hubo de escuchar una música mas: armoniosa que la 
de la tierra. 

i La alarma fué general: pronto circuid par toda 
la población noticia Un Mi raña; can razón se dudó 
de la realidad; con Indo ya no se perdió de vista ni 
el menor movimiento de la alegre y sufrida enfer- 
ma. Los síntomas se graduaron ei sábado ante* 
rior (17 de abril)* «Sosegaos, hermanas rnias, dices» 
que hubo de decir sonriéndosc; mañana descansareis 
dei lodo.» Como á las 8 del domingo llamaron al 
padre confesor, porque comenzó la agonía, conser- 
vando su vigor intelectual; y desde que el padre co- 
menzó á auxiliarla se volvió á escuchar la misma mú- 
sica que tanto había llamado La atención. 

■ Circula el rumor por toda la población, se pre- 
sentan, según los detalles que nos ha dado un testigo 
<íe referencia que acaba de llegar de Sanlúcar, las 
autoridades civiles y eclesiásticas, el pueblo entero 
quiere participar del portento, r todos conmovidos 
y llorosos ven que aquel ángel muere entre tas ar- 
monías de los ángeles, durando sus suaves concier- 
tos mas de dos horas, desde las ocho hasta dadas las 
diez, en que exhalo su postrer suspiro." 

ADVERTENCIA. 

Rogamos á nuestras apmiabics sliscritoras de 
provincias de los puntos en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos el importe de la sus- 
cricion vencida, por medio de una libranza sobre 
Correos, 

— ! „ 

POESÍAS 

¡W lit sfníu'd pflmt lic-üiistiniii 3nmíio bí Curato., 

I'IUXEDM.IS IIK CN mÓLCGo 

POR LA SE\ORA 1>," C,llíOLI\A COao.NAUO. 

Constan de dos lomos en \.° español de 200 pá- 
ginas cada uno, en buco papel j esmerada impre- 
sión, y una elegante cubierta de color. Se halla de 
venia á li rs. cada lomo en la librería de ü. José 
Cuesta, c a 1 1 e ) I ¡i y or . 



MADRID, 1852. 

Imprenta iit> don Jour Trigino, hija. 

Calle de María Cristina, número S . 



Año I. 



Domingo 16 de Mayo de 18IÍ-2, 






Xtioi. 42. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



E?u- periódico sale todas les dainíngus; se suscribe en Madrid en las librerías de Mitnier t de Cuesta, i i rs. al mes; y en provin- 
cias 10 rs, pordod meses Frailea de porte. remUien o una libr ama a favurdenuesiro iiupresnr, & sellos de franqueo. 



La mujw cu n[)inirai , ¿Goáiilas mujeres lloaradas y virtuosas, por una 

mucho mas pierde que gana; i igl!rear „ or una bgMtwMb», kan perdido su repu- 
pues «un COOIO í;i campana, r 

que se estima por el son. ,iKIon 3* con ella su porvenir y su felicidad, porque 

! i ttotina. solamente se alieurie á las apariencias, y no á los ver- 

daderos sentimientos? Se ve la sonrisa que la corle- 
Nueslras lectoras al leer l, s versos que hemos \ Mnia po[le M , M | ab¡os de una ^^ y nQ se ad ¡_ 



colocado al freole de este artículo quizá lian sospe- 
chado que van á hallar en él una filípica terrible. 

Suspendan el juicio hasta leerlo, y tengan úni- 
camente presente que las que escriben son mujeres 
también, y siempre mirarán á sus hermanas con la 
deferencia que les es debida, mucho mas cuando es- 
tamos convencidas, corno hemos sentado en diferen- 
tes artículos, que la mujer tiene que ser y es efecti- 
vamente el espejo que refleja las virtudes, fas opi- 
niones, las fallas y los eslravíos de los hombres en 
cuya sociedad vive. 

Hemos puesto esos lindos versos al principio de 
nuestro articulo, porque queremos que autoricen 
cuanto pensamos decir, y que convenzan los concep- 
tos del eminente poeta á las que no dispensen tanta 
deferencia á nuestros mal coordinados artículos. 

Opinión, fama, reputación, palabras de igua 
significado, voces sinónimas que tanta importancia 



vina el hastío y la impaciencia que le inspira aquel 
mismo hombrea quien sonríe. 

La rno-lü, lo que se llama conveniencias sociales, 
las exigencias de posición, obligan á obrar á muchas 
contrariando sus deseos, sofocando sus instintos, sa- 
crificando sus inclinaciones; pero después eso que se 
llama suciedad juzga por lo que ve, y la sociedad 
nunca ve mas que la superficie, no se paga sino de 
apariencias, ni SU inspección llega jamás al alma, 
ni al corazón. 

Por eso decia el célebre Tirso que las mujeres 
se etiimaa por el son, esto es, por lo que se dice de 
ellas, por la opinión que de sus cualidades forma el 
mundo, sacando las consecuencias por las aparien- 
cias siempre, por las realidades nunca. 

Por eso recomendamos nosotras tanto á nuestras 
hermanas el eslremado cuidado en conservar pura y 



i sin la mas ligera sombra su reputación; que esa cua- 
tienen en la vida de !a mujer, en su felicidad, en sus ¡ .. , . , . . , . . , 

adau es la garante de su porvenir, de la considera- 



desgracias. Palabras que representan ideas de la| 
importancia, de tanta consecuencia para el porvenir 
de la mujer, que puede decirse sin paradoja que en- 
cierran la suerte de su vida entera. 

Oh! la que llega á comprender toda su impor- 
tancia y ascendencia cuan recompensada se ve por 
los sacrificios que por ellas hace! ¡Cuántas son tam- 
bién las lágrimas, qué amargos los pesares que atraen 
sobre la que les da poca importancia, mirándolas 
coo sobrada indiferencia! 



cioo con que serán miradas, de la estimación v res- 
pelo de la sociedad entera, 

Nu podemos escusarnos de consignar en las co- 
lumnas de nuestro periódico la espresion de ardien- 
te gratitud y reconocimiento á las señoras que ape- 
nas han visto enunciado el filantrópico proyecto del 
establecimiento de que nos hemos ocupado en dias 



anteriores, acuden diariamente á ofrecer su coope- 
ración. 

Ni era de esperar olra cosa de las nobles damas 
que componen la aristocracia española, la mas dis- 
tinguida y elevada de lodas las de Europa. Esas da- 
mas desde sus suntuosos palacios adivinan Lados [os 
sufrimientos, lodos los peligros á que se hallan es- 
puestas multitud de jóvenes dianas de mejor suerte, 
y se apresuran á tenderles una mano compasiva. Y 
sí el bullicio de las Gestas, et eco de las lisonjas, 
pueden aturdirías un uioiueiitu, nunca llegan á cam- 
biar su corazón generoso como de españolas, com- 
pasivo como de damas de ta nobleza. 

Y al tributar nuestro reconocimiento a las no- 
bles damas de nuestra aristocracia, pecaríamos de 
ingratas si no hiciésemos igual mención de Jas mu- 
chas señoras que sin pertenecer á lau elevada clase 
no abrigan menú? cninpasion y generosidad. Oh! si 
también son españolas, ¿cómo ha de faltarles gran- 
deza en el alma, nobleza en el corazón? 

Ao! ;qué bien conocíamos á nuestras compatrio- 
tas al acudir á ellas para que nos ayudasen en un 
provecto benéfico! ¿Cuando ha sido defraudado quien 
ha fundado sus esperanzas en Jos nobles sentimien- 
tos de las españolas? 

nuestro proyecto con tanto apoyo, con tan dis- 
tinguida cooperación, se planteará sin duda mas 
pronto de lu que nos atrevimos á esperar; y Madrid 
se hallará dolado el primero con el primer estableci- 
miento de esta clase en Europa, v los eslrangcros, 
que nos califican tan malamente, tendrán que apren- 
der una vez mas de nosotros filantropía, modelos de 
asociaciones para el trabajo y para la moralización; 
y á su pesar habrán de confesar que Jas dantas es- 
pañolas, sin pretensiones ridiculas y exageradas de 
emancipación, saben usar dignamente de ta libertad 
y consideración que nos conceden nuestras costum- 
bres, y que sin serviles imitaciones de eslrangerismo 
son filantrópicas hasla un grado no conocido ni aun 
en Inglaterra, exageradamente notable cu este punto. 



De propósito nos habíamos abstenido de invitar 
á la prensa para que cooperase con nosotras en favor 
ile la creación del asilo prolector de la juventud y la 
inocencia de que 1105 ocupamos, esperando oir su 
opinión; y vemos con satisfacción que este proyecto 
ha llamada la atención de algunos periódicos, entre 
los cuales uno de Valladolid, el Ittcero, se espresa j 
en tos términos siguientes; \ 



«El periódico La 3lujtr aboga en sus últimos 
números por ta creación de un establecimiento que 
sirva de asilo á las jóvenes necesitadas, y en donde, 
.i la vez que encuentren trabajo para proporcionarse 
su subsistencia, hallen también instrucción, fortale- 
ciendo en él sus principios de moralidad. Asi, dice 
con mucha razón, se opondrá un asilo de protección 
y moralidad á los establecimientos del vicio, para 
evitar cuando menos el que nuevas jóvenes inocen- 
tes aun, puras y virtuosas, vayan á ensanchar las 
lilas de las mujeres perdidas arrastradas por la mise- 
ria y por la seducción que de su desesperada situa- 
ción se aprovecha. 

■ El pensamiento, que lia sido concebido por al- 
gunas suscríloras á dicho periódico, es sin duda 
grande, sublime, y no vacilamos en aconsejar Ó. esas 
señoras, asi como á las redactoras de £o .Mujer, que 
no desmayen un momento en su filantrópica empre- 
sa, seguras de que todas las personas ilustradas co- 
operarán á tan santo fin tan luego como se enteren 
del acierto con que, según en su periódico remos, 
piensan realizarlo. .j 

Después de agradecer la honrosa mención que 
tanto de las señoras que concibieron tan filantrópica 
idea como de nosotras hace este periódico, nos com- 
placemos en asegurarle que ni desmayaremos por 
ningún obstáculo ni retrocederemos ante ningún sa- 
crificio, por eosloso que sea, hasta ver realizado 
nuestro pensamiento; para el cual lanto al indicado 
periódico como a los demás que no juzguen desven- 
tajosamente la idea, les rogamos que nos ayuden en 
tan benéfica empresa con su importante cooperación 

e i lili lijo, 



Salve!... yo te saludo, nriinnrera, 
Que al mundo te presentas prodigiosa; 
Salve estación de amores hechicera! 
Bendita seas con tu luz hermosa! 

Yo le bendigo, primavera amada, 
Fecunda en tu grandeza, en tus encantos; 
El alma te contempla enagenada, 
Y admira con placer primores tantos. 

Adornas ron tus galas este suelo, 
IV dio predilección naturaleza, 
\ ofreciendo al mortal gralu consuelo 
Haces ostentación de la riqueza. 







En tu ambiente suavísimo se mecen 
Las flores que tu alientas soberana, 

Y con matices bellos te guarnecen 
Ai encantado albor de tu mañana. 

Salve otra ve?., bendita y deliciosa 
Madre de las bellezas de es le suelo, 
Que tornas la existencia mas hermosa, 

Y en placer y en amor el desconsuelo. 

Grande eres lú si a! despertar el dia 
Doras del rio ta corriente apenas, 

Y las aves te dan su nieladla 

Al perfume je rosas y azucenas. 

Tus encantos magníficos, grandiosos, 
No alcanza á bosquejar la mente mia, 
Si de ilusión sonidos misteriosos 
Vibran de noche en la floresta umbría. 

Tú vienes, primavera seductora, 
Con Uis auras, tus aves y tus llores, 
A anunciar al mortal que triste llora 
El bello porvenir de los amores. 

Deja, deja que cante en tu presencia. 
Estación divinal, para loarle; 
Pues soio es dado ;ay Dios! á mi existencia 
Admirar y llorar, sentir y amarle. 

¡Cuántas veces, hermosa primavera. 
Tu purísimo ambiente respirando. 
Miré lu luna en la perdida esfera. 
Con el placer de niña contemplando! 

Y sorprendió la noche silenciosa 
El estasis dichoso de mi alma. 

Y del alba la brisa vagarosa 

Vino á halagar uii sien en dulce calma! 

No sabes, no, lo que padezco triste , 
Ignoras en tus días cuanto peno 
A! recordar delicias que me diste, 

Y adornaron mi ser Je abrojos lleno. 

Deja, deja que admire la ribera, 
L'n tiempo edén de mi niñez bendita. 
Cuando el templado so! de primavera 
La flor perfuma que durmió marchita. 

Paraíso de amor, reina del mundo, 
Dame tu inspiración para cantarle, 



Pues solo puedo en mi dolor profundo 
Admirar y llorar, .sentir y amarte. 

Si de sania amistad a! mago arrullo 
Me aduermo y soy feliz en grato sueño, 
Despierto de tus auras al murmullo 
Y miro un porvenir mas halagüeño. 

Deja que llore, primavera grala, 
De este mundo falaz los desengaños, 
Donde la realidad la dicha mata, 

I)n se agostan las flores de los años. 

Yo le admiro, estación de la hermosura. 
Dulce consuelo de mi pena intensa; 
¡Salve, bija predilecta de natura! 
Grande eres tú, de maravilla inmensa! 

\>nan«la I npi-7. Villnhr lile. 



REVISTA DE MODAS. 

Como nuestro principal deseo es agradar á nues- 
tras amables lectoras, y algunas nos indican su es- 
trañeza por nuestros frecuentes olviilosdel artículo de 
modas, para que nada echen de menos en nuestra 
puLlicacion nos hemos procurado los mejores datos 
acerca de los adornos y Irages de verano, pues por 
mas que la transición sea algún tanto violenta, la va- 
riable temperatura de nuestra hermosa villa, mas ca- 
prichosa que la misma moda, permitía apenas pen- 
sar en Iragcs de primavera cuando nos obligó á 
acogernos de nuevo á nuestros sendos abrigos, para 
uo dejarlos hasta que el fuerte calor nos precisas;' 
sustituirlos con los ligeros Iragesde verano. 

Quizá no falla tampoco alguna grave señora, al- 
gún padre respetable, que quisiera que escusásemos 
estos artículos por lo que puedan alborotar las sus- 
ceptibles ímagi naciones de sus hijas, obligándoles á 
gastar en fútiles ailuruos parle de lo que con esme- 
ro paternal van reuniendo para proporcionarles con- 
venientes establecimientos; y en su disgusto nos cali- 
fiquen de inconsecuentes por tratar de modas cuan- 
do no hace mucho que contra la moda nos pronun- 
ciamos en un articulo. Despacio, graves señoras, des- 
pacio. Una cosa es seguir con furor esa beleidosa 
deidad llamada moda, otra acomodarse á tos usos 
que establece, pues mientras vivamos en sociedad 
tan ridiculo es apartarnos y mostrarnos enteramente 
ageoas á los usos sociales, en irages y costumbres, 



II 



orno peligroso seguir sus continuas variaciones con 
desenfrenado frenesí. 

Hecha esta advertencia, pasamos á indicar ;i 
naestras bellas lectoras cuáles sean los tragus v ador- 
nos que harán furor en la estación cjne empieza. 

Los trage* compuestos de faldas de muselina 
uarneeídas con tres volantes festoneados, lus cuer- 
os de tafetán gris, abiertos por delante y sngelando 

bollados lisias del mismo tafetán, bástanle «sire- 
nas para dejar ver un camisolín de balista curra- 
do por el cuello y adornado con una blondila, [as 
manga» anchas por bajo y abiertas para dejar ver 
otras también de balista bordadas al pasado, san lus 
preferidos para reuniones de confianza. 

Los trabes de grei y tafetán con volantes de cene- 
fas estampadas, ya formando ondas, ya picos gran- 
des, los escoceses con cintas del color mismo del ves- 
tido, aunque algo mas fuerte, son Los preferidos pa- 
ra cuite; también se usan mucho las lisias al través 
en estos tragos escoceses, y por cierto que son de 
muy buen efecto. 

Los sombreros de gró de Ñapóles, blanco ó rosa, 
v de paja de Italia con adornos de cintas escocesas; 
el ala cada dia es mas ancha, llevando debajo muchas 
llores, pero en las capotas de gasa se llevan adornos 
e paja tan linos que parecen de encabe. 

Los chalecos puede decirse que han concluido, 
pues aunque se conserva el nombre, sirven mas bien 
para designar los lindos canesús que esa prenda del 
trage de los hombres, que aperar de lodos los esfuer- 
zos no lia podido vincularse en el nuestro, según 
presu mi ¡ti os desde luego y manifestamos en nuestra 
primera revista de modas. 

Quizá hoya alguna linda suscrilora á nuestro pe- 
riódico que no quede completamente satisfecha con 
lo que llevamos dicho; pero aplazamos darle mas 
cumplida satisfacción luego que definitivamente se 
establezcan las modas de la estación que acaba de 
empezar. 



JUANA DE ARCO. 



(COKCLESIOS.) 

El 34 de majo fué conducida Juana de Arco á 
la plaza del cementerio de la abadía de Buan, en la 
qoe se habían erigido dos catafalcos, uno para el 
obispo de Beauvais y el otro para los jueces; el car- 
denal de Wíncester y el obispo de Norwick asistían 



| como espectadores. Después de un infame sermón 
lleno de injurias cónica Carlos Vil y los franceses, V 
que siu embargo se calificó en el proceso con el nom- 
bre de txhartac'um caritativa, el obispo de Beauvais 
se levantó para pronunciar ta sentencia. El ejecutor 
esperaba á La «(clima al eslremo de la plaza para con- 
ducirla á la hoguera, pero todo este horrible apára- 
lo no estaba allí sino para intimidarla y arrancarla 
confesiones que baílase» á pronunciar su muerte. 

Leyosele por los inquisidores una formula en 
virtud de la cual prometía no montar jamás á caballo, 
dejarse crecer «■! pelo, no llevar armas en lo sucesi- 
vo, abandonar lus vestidos de hombre V recobrarlos 
de su sevu; le intimaron en seguida que era necesa- 
rio firmar ó morir, y la desventurada firmó, Al mo- 
mento se sustituyó ¡i iiquella fórmula que le habian 
leído olra muy distinta en que se re.conor.5n por diso- 
luta, bruja, sediciosa, iiivucadora de los demonios y 
manchada de beregfa, y aquel tribunal inicuo la con- 
denó á pasar el resto de sus «lias en una prisión per- 
pelua con pan ífr dolor \j anua de angwtjat, según 
la horrible niomenelatura inquisitorial. Lus jueces, 
después de la sentencia, fueron apedreados por el 
pueblo, que sentía no haber gozado el dulcísimo es- 
pectáculo de ver achicharrar una virgen delicada, y 
los ingleses por su parle los escupían, luciéndoles 
que solo habian recibido el dinero del rey de Ingla- 
terra para engañarle. «No os precipitéis, respondió 
uno de ellos: pronto la volveremos ;í coger.» Tenia 
razón el tigre; la tímida oveja no podía escapar 
de sus garras. 

Va hemos dicho que Juana se había obligado á 
no llevar jamás vestidos de hombre y á recobrar los 
de mujer. Vuelta á la cárcel, ¡a amarraron á una ar- 
golla con una gruesa cadena que le reñía lodo el 
cuerpo, impidiéndole hasta los movimientos mas ne- 
cesarios. Llegada la noche, y mientras abatida ya de 
tanto sufrir había caído en una especie de estupor ó 
de letargo, los guardas de la prisión le arrebataron 
sus vestidos, sustituyéndolos con otros de hombre 
que dejaron ¿ la cabecera encima de la paja que le 
servia de lecho. Apenas ella pudo observar el cambio 
de ropa, suplicó le volviesen los que llevaba el 
dia anles, lo que le fué negado; entonces perma- 
neció acostada hasta después de medio dia, y co- 
mo le molestase sumamente una necesidad natural. 
se vio precisada á vestirse con el único trage que te- 
nia A su disposición. Unos espías apostados con esle 
solo objeto entraron para hacer constar la desobe- 
diencia; acudieron ú los jueces y la doncella fué con- 





denada al fuego como renitente, bruja, escomulga- 
da y desechada del seno de la iglesia. 

Leyúsele su sentencia de muerte, que oyó con 
una serenidad muy poco distante de la indiferencia, 
pidiendo se le permitiese confesar y comulgar, loque 
le fué concedido. Juana salió para el suplicio el 
dia 30 de mayo escollada por ciento veinte hom- 
bres. Habíanla puesto un vestido de mujer y llevaba 
en la cabeza una mitra en que se leían estas pala- 
bras: Hereje, renitente, apóstata, idólatra. Dos frai- 
les dominicos la sostenían, mientrasella sin dignar- 
se mirar al populacho iba recitando en voz baja sus 
últimas oraciones, que solo interrumpía para levan- 
tar de vez en cuando sus bellísimos ojos al cíelo, ci> 
mu pidiéndole fortaleza para resistir el atroz marti- 
rio que le estaba preparado. 

En ia plaza del mercado viejo se habían alzado 
dos catafalcos: ocupaban el uno el cardenal Winces- 
ter y el obispo de Turena, canciller de Francia por 
el rey de Inglaterra; en el otro, el obispo de 
Bcauvais y bis demás jueces aguardaban que lle- 
gase su víctima. Adelántase esta y (tácesele subir 
al tablado donde está reunido el tribunal inicuo, 
cu vos miembros con sus ruslros infernales y ce- 
trinos, con la marca de reprobación sobre su frente 
y con el tono y ademan de una compasión insultan- 
te é hipócrita, mandan á la virgen que se arrodille 
á sus pies y que escuche el fallo que infama su nom- 
bre y la entrega al fuego. Las mejillas de la infortu- 
nada están llenas de lágrimas, el pelo rubio y fino 
como la seda cae sobre su espalda medio desnuda, 
en tanto que ella con los brazos cruzados subre el pe- 
cho, casi desnudo también, procura ocultar cuanto 
Je es posible su estado vergonzoso, y sustraer de los 
sacrilegos ojos de aquella multitud de caribes las gra- 
cias que ellos quisieran devorar con la vista. El hor- 
rible aparato que tiene presente la hace temblar, y 
las convulsiones de la agonía principian ya á cebars e 
sobre aquel euerpo frágil, aéreo y parecido á una 
estatua de mármol de Paros. Con todo, ni tanta 
hermosura, ni tantos sufrimientos, ni tanta inocen- 
cia, ni tantos recuerdos gloriosos para el pueblo 
francés como se personifican en la doncella, cscitan 
la misericordia de aquellos jueces infames, vendidos 
al oro de un cslrangero enemigo de su patria. 

Nicolás Midy, fanático basta lo sumo, dirígela 
una exorlaoion insultante, conjurándola eu nombre 
de Dios á que se arrepienta de crímenes que no ha 
cometido, y concluye su discurso fúnebre con estas 
palabras notables: «Juana, id en paz; la iglesia no 



j puede defenderos y os abandona á la justicia seglar. > 
I Dos mínalos después la ¡loguera ardia ya. ¡Maldr 
ion sobre 'oí monstruos! Un ángel con la coronae 
del martirio vn la mano psperaba aquella alma can- 
dida y pura para llevarla ante el trono de Dios, en 
j cuyo nombre se consumaba este sacrificio nefando. 
Al sentir acercársele la llama eüa misma rogó á 
los ministros que se retirasen. La hoguera estaba 
muy elevada para que pudiera verla todo el pueblo* 
y ruando ya se la creyó muerta mandóse al verdugo 
separar el fuego para que pudiera vérsela mejor. 
.Mientras conservó un soplo de vidaovosele pronun- 
ciar el nombre de Jesús, bajía que un hondo y pro- 
longado suspiro dio á conocer que ya había acabado 
de sufrir. 

Después de la horrenda ejecución, el cardenal 
de Wiuceslt.T hizo recoger sus cenizas y mando fue- 
sen arrojadas al Sena. El fuego sin embargo respetó 
el corazón de la virgen sin ventura, que se encontró 
sano y entero. 

Concluiremos este tristísimo cuadro con las pa_ 
labras de Saint-Foiv: "Si la doncella de Odeans, di- 
ce, no fué divinamente inspirada, no se puede negar 
que fué una heroína, que la Francia le debió SU sal- 
vación y la posteridad un lucrar éntrelos mas ilustres 
personages.» El proceso de la doncella será un 
oprobio eterno para el nombre inglés y un borrón 
para tos franceses de aquella época. 

Juana de Arco fué vengada: la eterna justicia, 
que mas larde ó mas temprano deja caer su cuchilla 
sobre el criminal, hizo sufrir á sus jueces inicuos la 
pena del talion: fuego por fuego. Veinte años des- 
pués, dos de ellos morían en la hoguera y otros dos 
eran exhumados y arrojados á las llamas por el ver- 
dugo para espiar su fallo horrendo: la memoria de la 
heroína era rehabilitada públicamente, y su nombre 
grabado junto á los de los paladines mas célebres de 
Ja Francia. 

Aseguran que al tiempo de prender fuego el mi- 
uistro ejecutor á la pira que debia consumir á los 
jueces, uno de estos malvados levantando sus ojos al 
iirmamenlo, y con una espresion indecible de súplica 
y agonía, se atrevió á invocar el auxilio de la candida 
virgen que había sacrificado por unas cuantas mone- 
das de oro inglés. Hay autores que afirman habérsele 
oido gritar — {Virgen de Orkaits!... ¡Perdón! 



uiLiwii nimio m jos e wmn be mu, 

MARQUES ¡HE >'IBBIASO. 

Genio inmortal, cuyo preclaro iiumbre 
Radiante brilla por el ancho inumlo, 
¿Qué liii[iiiil;t. di, ijiii' ci corazojí del hombro 
Te consagre un recuerdo harto profundo, 
Si lodos cou dolor á tu renombre 
Derraman triste llanto sin segundo, 

Y conservan avaros tu memoria 

Como timbre y blasón de nuestra historia? 

Que del genio el poder qup le inspirara 
Lo Aguarda ansioso el alma del | ■■ ■ -■ l.-i . 

V ante [a inspiración del noble Azara, 
Admira con fervor, con fé respeta; 
Quedo quiera so* hechos admirara, 
¥ eternos son en su memoria inquieta, 
Formando con tan puro sentimiento, 
Una fe, y un altar, y un pensamiento. 

Coronas de laurel sobre la tumba 
Del que nació cou genio soberano, 
Resonando en la vasta eaUmniiiba 
La bendición del inmortal romano. 
¿Qué importa el tiempo'.' por los aires 7 umita 
£1 eco que repito el Vaticano, 
Añadiendo por timbre á sus cuarteles 
Guirnaldas de arraya» y de laureles. 

Perdona si hasta tí elevé mi canto 
Con ronco acento y destemplada lira; 
No le ofenda si el alma en su quebranto 
Canta bis glorías que á la mente inspira: 
Que es muy poco ofrecerle amargo llanto, 
Ni el pensamiento que en la mcnle gira: 
Descansa en paz, que velara i 11 sueño 
Castilla y Aragón con noble empeño. 

Jn-<l-fn .U»r-'ilu \ArfCM». 



mas ti 

no ras 



TIEMPOS PASAKOS Y TÍEHPOS PRESENTES. 

, I41BJ5. 
CASTA K2GCKDA. 

Vuelvo ¡i tomar la pluma, querida amiga, por- 
que le soy deudora de ana iarga correspondencia. 
Entre esla y mi primera carta La mediado tal vez 
mas tiempo del que tú y yo deseáramos, pero no ig- 
noras que me es imposible dedicarme con asiduidad 



á esta ocupación, aunque bien quisiera; lengn ol 
muchas que distraen continuamente mi atención, y 
las rúales no admiten demora. De Lados modos, y 
sin qiin esto sucediera, me habría sido preciso dete- 
nerme y recapacitar un poco al linal de mi primer» 
jornada. Desde la época en que he comenzado ¡i ha- 
blarle basta hoy han tenido logar laníos aconteci- 
mientos, que para no dejarme uinguiiu en el tintero 
ine he visto obligada á reconcentrar un poro mis 
ideas, á replegarme y tender la vista por el pasado. 
Ahora sí no haré ya mas pansas que tas ualurares, v 
las que el impresor disponga, cuya obediencia es de 
lodo punto indispensable. 

Me despedí de ti en mi caria anterior en momen- 
tos en que de un día á otro debíamos salir del cole- 
rín y ger restituidas al seno de nuestras familias. 
Ese dia llego por Un para mí, y con el la segunda 
época de mi vida. Un dia uno de los criados de casa 
fué ;i prevenir á la directora que al siguiente debía 
presentarse mamá en el colegio para llevarme con- 
sigo. Tanto tú como la directora y yo recibimos la 
noticia bien á disgusto; ella ñus queria como á bijas 
y nosotras nos amábamos como dos buenas herma- 
nas. ¿Rtauardas cuales fueron las primeras palabras 
que salieron de nuestros labios? Es seguro que no 
las habrás olvidado. — '¿Cor qué nos separan? nos 
preguntábamos, ¿Qué liemos flecho para que inlcu- 
ten desunirnos?! En estas dos preguntas su retrata- 
ba todo nuestro cariño y toda la inocencia de nues- 
tras almas, que habían llegado sin duda á figurarse 
que nunca intentarían nuestros padres que saliese- 
mcis del colegio. Nosotras creíanlos que habíamos 
sido llevadas á él para vivir eternamente entre sus 
paredes. Deseábamos eslar al lado de los nuestros, 

'■ á quienes queríamos como tales, pero pretendíamos 
que Indi.) esto sucediera viviendo siempre en el re- 
cinto del colegio, gozando de. la vista de la direrlora 
y de nuestros juegos infantiles. La directora nos sa- 
có de este error diciéudouos que no podía suceder 

I otra cosa que lo que iba á suceder, y agregó que te- 
nia conocimiento de elle, hacia algún tiempo, — ^¿Y 
por qué no nos lo habéis participado? le pregu uta- 
m«s. — ¿Por qué, hijas inias? Porque no queria daros 
ni darme ;'. mí misma un dolor anticipado. Pero ya 
no tiene remedio. Habéis «erado á esta casa para 
que yo formara vuestra educación; habéis permane- 
cido en olla mientras os fué necesaria, y ahora que 
podéis presentaros como un modelo de instrucción 
y de buenas costumbres, ahora que podéis ser útiles, 
á vuestras familias, y que vuestros padres deben pea- 




sa r en daros una colocación que os baga felices, aho- 
ra mi cometido concluyó. Acordaos alguna vez, hi- 
jas mias, de la que lia sido vuestra segunda madre, 
y acordaos aun mas de sus máximas, de sus conse- 
jos. No creáis por esto que no nos debamos volver 
á ver jamás; nada de eso; á mí nte es necesaria vueS' 
Ira vista, y aunque vosotras no vetigais á visitarme 
vo no me olvidaré jamás de ir de vez en cuando á 
donde vosotras estéis. Aun me queda la mitad de mi 
cariño; Marta no me olvidará todavía por aliítin 
tiempo, y ella contribuirá á endulzar un lauto el do- 
lor que voy á experimentar. Ya veis, bijas mias, á 
cuantas penas me reduce mi profesión. Acostumbra- 
da á vuestro trato, á vuestra compañía, convertida 
por largos años en vuestra preceptor», hoy que la 
necesidad nos obliga á separarnos mi corazón sufre 
cruelmente. Oh! resignémonos, resignémonos; me 
queda el consuelo de saber que siempre ocupar^ en 
vuestros corazones un lugar preferente. ¿No es así, 
queridas niñas? Hoy no miedo hablaros de lo que lie 
dio por vosotras; seria inútil, no me comprende- 
ríais; pero mas larde, cuando la reflexión venga en 
vuestra avuda, vosotras mismas diréis io que yo omi- 
to en este momento. ¡Cuánta asiduidad, cuántas vi- 
gilias son necesarias para desempeñar debidamente 
mi ministerio! Y yo, no me ciega el amur propio, lie 
llevado vuestra educación hasta el colmo de lo posi- 
ble!... ¿Creéis acaso que porque hablo de asiduidad 
y de vigilias lie vivido martirizada en e[ cumpli- 
miento de mi deber? Todo por el contrario; al abra- 
zar la espinosa carrera con que mantengo mi exis- 
tencia lo hice únicamente porque me sentía con una 
pasión decidida por ella; de lo contrario jamás ha- 
bria abierto las puertas de mi colegio; la educación 
no puede ser completa si la persona que la difunde 
no siente por el profesorado una verdadera vocación. 
¿Puede existir mayor esclavitud ni un trabajo mas 
delicado que el que demanda la educación de la ju- 
ventud, v sobre lodo la de nuestro sexo? Por esto 
mismo es por lo que se necesita, después de los co- 
nocimientos indispensables, y que no todas poseen, 
sentirse con inclinación á ella. Yo la he tenido y la 
tengo, V lie aquí por qué puedo ofrecer tal ve?, me- 
jores resultados que otras muchas. Lo repito, bijas 
mias, hoy nocslais en posición de apreciar mis des- 
velos, pero el tiempo, único jurz rmparcial de las 
cosas, os hará ver la verdad bajo su exacto punto 
de vista. > 

Este discurso de la directora nos enterneció pro- 
fundamente; nos arrojamos en sus brazos y le pro- 



metimos no olvidamos nunca de ella. Quizá la en- 
gañamos, pero cuando le hicimos semejante ofreci- 
miento creíamos que nada podria reducirnos á faltar 
á él. ¡Qué ingratos somos! Ah! y lo primero que se 
borra de nuestra memoria es generalmente lo que 
mas debería permanecer impreso en ella! Por mi par- 
te le confieso que no necesité mucho tiempo para 
horrar de la mia el recuerdo de la mujer que tanto 
hizo por nosotras. 

¿Tendré necesidad de repetir aquí cuan triste fijé 
el dia de nuestra separación? Lloramos mucho, nos 
abrazamos infinitas vecea y nos separamos ofrecién- 
donos escribirnos frecuentemente. ¡Cuántos proyec- 
tos sin tener en cucnla antes si nos seria dado rea- 
lizarlos' 

Después de recibir mi anterior carta me has raa- 
i infestado el deseo de conocer minuciosamente por 
qué cúmulo de acontecimientos viví sujeta á tantas 
alternativas durante lósanos en que permanecimos 
sin vernos, sin escribirnos, sin saber la una de la 
otra. Siempre pensé ocuparme de esto: siempre 
pensé que tuvieras una relación exacta y completa 
de mi historia, y he aquí por qué comencé la narra- 
ción desde los primeros años de mi vida. Si desde 
que nuestra amistad volvió á anudarse me reduje á 
solo decirte cuál era mi posición entonces, guardan- 
do un profundo silencio acerca de la manera como 
habió, llegado á ella, fué únicamente porque mi co- 
razón, después de una lucha tan esforzada y durade- 
ra, no se senlia aun con suficiente valor para traer 
á la memoria todo lo pasado. Ahora, que voy de fe- 
licidad en felicidad, que me juzgo con resolución pa- 
ra pensar en lo que he sufrido, ahora, digo, puedo 
colmar tus deseos. Reúne mis cartas, léelas con aten- 
ción, y tal vez puedas hallar en medio de su fárrago 
alguna cosa sobre la cual deba meditarse. 

Me ha sido preciso hacer este pequeño entre-pa- 
réntesis para que desde luego sepas que no he desoí- 
do lu petición. Uua vez en esta seguridad sigo el hi- 
lo de mí carta. 

[Concluirá.) 

Barl«niet:i. 



r^ l, m 



París encierra en sus muros 879 tiendas de nao- 
distas, todas, á escepcion de 12, dirigidas por mu- 
jeres. Trabajan en estos establecimientos 2717 ope- 
rarías, y se vende al año por razón de 13 millones 
de francos. Entran en esta clase de negocios los gor- 
ros, ios sombreros, los adornos de cabeza v otros 



8 



renglones de capricho. Los guaníes, la ropa blanca 
flecha, los bordados y la hechura de vestidas de se- 
ñoras pertenecen á otra categoría. El término medio 
del jornal de Jas oficialas de modista es un franco 98 
céntimos: algunas rfoen en los establecimientos y 
gozan de un sueldo anual. Casi todas ellas son mu- 
jeres de buena conducta, y de ciento !J8 soben leer 
y escribir, proporción que no se halla en ningún 
Otro oficio. Las que viven de hacer vestidos son U i 81, 
de las cuales 86 emplean mas de llt costureras, IIW 
de dos ¡i diez, y 3203 trabajan su a- •• BOU BoadllV 
res que (ornan por poco lie.uipi». líl número total de 
mujeres empleadas en este trabajo pasa de (t).ftOO. 
El término medio de so jornal es u» franco iiU cén- 
timos- Para la manufactura de corsés hay o,">3 esta- 
blecimientos con 2968 mujeres y 38 hombres. Ej 
valor de los corsés que anualmente se hacen en Pa- 
rís sube á ,'j millones de francos, cnmiireiiilíendo la 
esportacion l.^tSO.ftOO. El trafico di' la ropa blanca 
es uno de los mas importantes de aquella capital: su 
producto anual importa 27.000. UOl) de francos. Hay 
2023 establi-iimicutos con i (1,1 1H» costureras. Des- 
de que se ha introducido el uso de las mangas bor- 
dadas París ha csjiorlado solo para América 30,000 
pares. 

Empleo de una sctlucion mírruriní para cVslntir 
las chinche». — Ahora que entra el verano créenlos 
que nuestras apreciables suscritoras nos agradecerán 
Iris siguientes párrafos que hallamos en un periódico 
de esta corte. 

Tómese una dracena de sublimado corrosivo, que 
se pondrá en una vasija no metálica,* derrámense en- 
cima dos cuartillos de agua de fuente, hirviendo, y 
cuando la sal esté completamente disuclta, añádan- 
se cuatro cuartillos de agua fria. Esta solución se es- 
tiende con un pincel sobre todas las parles donde 
se refugian las chinches. Eslc método [jone sobre lo- 
dos la ventaja de ser roas duradero; la solución mer- 
curial se seca, y es un obstáculo constante para la 
permanencia de las chinches. Tiene además otra 
ventaja: no altera los coló res de los (apires, colgadu- 
ras, etc.; pero no debeu locarse con dicha solución 
los objetos metálicos. 

Las chinches salen raras veces de los sitios en 
que se recogen cuando hay luz. A favor de la oscu- 
ridad salen á turbar nuestro sueño. Será muy apro- 
pósilo tener luí encendida junio á la cabecera d 
cama, ó encenderla de repente miando se las quiera 
perseguir. 



Las chinches de jardín perjudican mucho á los 
maníanos y perales: deponen sus huevos debajo de 
la corteza del árbol. Para destruirlas uo hay mejor 
medio que mantener suma limpieza, malar cunólas 
se vean, lavar con esencia de trementina los sitios 
donde deponen sus huevos, y liarer irrigaciones con 
decocciones de plantas acres, como de (abaco, de 
asafélida. etc., ele. 

El dia 12 de abrí!, segundo de las Restas reales 
eon que se lia celebrado en la Habana el natalicio de 
|a Princesa de Asturias, se verificó en la plaza de 
Armas de aquella ciudad el sorleo de cuarenta lotes 
de -ItiUl reales cada uno para igual núnierfi de viu- 
das blancas pobres que tuvieran uno ó mas hijos, y 
de otros cuarenta de á 1000 reales para las de color 
que tuvieran las propias circunstancias. El acto se 
verificó con toda solemnidad, habiendo entrado en 
suerte 1O0Ü viudas blancas y 281 de color. 

Vive hoy en Sevilla, en la calle de la Plata, una 
anciana natural del pueblo del Valle cerca de Ante- 
quera), llamada Isabel Chaves, hija de Juan y de 
Bárbara Cobos, la cual tiene 118 años de edad, y se 
! casó de 3(i. Ha tenido 17 hijos, 30 nietos, 81 biz- 
nietos y 14 tataranietos, estando una de estas últi- 
mas próxima á tener también sucesión. En el vera- 
no último le salió nuevamente el cabello que tiene 
en la actualidad. Solo bace 8 años que perdió á su 
mando, y tiene (odos sus sentidos y potencias ca- 
bales y despejados. 



poesías 

, ¡>r La señara poTui Robii&liann Tlnniíu» fcr Cursln, 

I>RECKD[D.V$ DE BU PEO Iiii.ii 

PllUI,.\SF,\OllA 11. » CARULIXA. CORONADO. 

Constan de dos (odios en -i." español de 200 pá- 
ginas cada uno, en buen papel v esmerada impre- 
sión, y una elegante cubierta de color. Se halla de 
venia á I í rs. cada tomo en la librería de I), José 
Cuesta, calle Mayor. 



^>.x> > C-C «-?-* 



MADRID, 1852. 
Imprenta rte don Jo»c TrnJIlU,. hijo. 

Calle de María Cristina, número 8. 



Año [. 



Domingo 23 Je Mayo de f 852. 



Núm. i 3, 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Rile perjudica sale todo; los domingos; se suscribí en Madrid en las librerías de Miinier y Ae Cuesta, á 4 rs. el mes; » en provin- 
cias 10 r-3, pur dus meses franco de porte, reiTiiticndu un.iHlimini a favor de nuestro impresur. 6 selles de franqueo. 



DOMINCO 23 DE MAYO DE 1852. 



Frecuentemente oímos propalar que nos hallamos 
en el siglo de la ilustración, Je la* luces y del análi- 
sis: toilos los hombres instruidos y los seudo-sabíos 
de ¡.'i época proclaman que este siglo ni es el de la 
credulidad ciega ni el de la negación absoluta, sino 
el de la investigación y el del raciocinio: que ahora 
antes de creer se examina, se discute, aceptando las 
proposiciones verdaderas y desechando las raigas. Es- 
te es el genio do nuestra ép.iea. Begtuí dicen, rsle el 
del siglo ''O que vivimos. V sin embargo esos mis- 
mos que así se espresan, los que tan envanecidos se 
hallan con so siglo razonador, los que lan analíticos 
se muestran, solamente cuando hablan de la mujer, 
cuando dirigen sus actos ñ establecen las leyes por que 
ha de regirse, que son las costumbres, es cuando de- 
jan de ser consecuentes con sus propósitos, y discurren 
v obran sin pararse á examinar su naturaleza, sus ttt- 
rtinaciones, ninguna de sus cualidades, sin conocer- 
las en liu; porque los hombres de la época actual son 
sin duda los que menos han conocido á la otra mi- 
tad de la especie humana desde que ambas mitades 
existen. 

Fruncís las cejas, caballeros, y miráis con desde- 
ñosa sonrisa á las que nos hornos atrevido á escribir 
las anteriores iíneas y á sentar esa que juzgáis eréti- 
ca y subersiva proposición; y arrojáis el papel que la 
emitidle y os decís á vosotros mismos, para acallar 
cierto remordimiento que empieza á insinuarse en 
vuestra conciencia: «Esto es falso, completamente 
falso; no conocer nosotros á las mujeres!..» Y á la 
manera de aquellos sabios físicos del siglo pasado que 



calificaban de fábulas las esperiencias de Arquinicdes 
que no podían ellos practicar, vuestro orgullo os im- 
¡u'lcii considerar como paradoja ridicula e=a verdad 
que os humilla. 

Obi y qué poco seguís, señores, aquel sabio con- 
sejo, que pur no saber nosotras latín os repetiremos 
en castellano, conúette á tí misino. Oh! si os estu- 
diarais v os conocierais, señores, qué diferente ma- 
nera de obrar tendríais; porque tampoco os conocéis 
á vosotros mismos, ni ese estudio, el primero y mas 
importante que d?be hacer el hombre, según dijo 
otro sabio que amen de sabio era filósofo, no os 
ocupa ni un instante de vuestra vida, porque no po- 
déis esplicarus para qué pueda ser bueno. Antes que 
este estudio importante, y único que puede condu- 
cir á !a verdadera felicidad, es el de tos efectos del 
vapor que conduce á los caminos de hierro, y los de 
la electricidad, v el déla fabricación de! gas. etc. etc.; 
pues con estos conocimientos al menos habréis veri- 
ficado el dicho de que el presente siglo es el de las 

luces de gas. Por lo demás, que os desconozcáis 

á vosotros mismos y nos desconozcáis á nosotras co- 
mo á los habitantes de la luna, y que obréis con el 
acierto consiguiente ú esta heroica y bienaventurada 
ignorancia, es lo de menos con tal que nos alumbre 
el gas, y caminemos por el vapor para ir con esa 
velocidad fabulosa á donde nadie nos espera y nada 
tenemos que hacer, y nos retraten al daguerreolip» 
con nuestros perros y nuestros galos. lisio es, y no 
otra cosa, lo que ha de hacer la verdadera felicidad 
de la hasta ahora ignorante y desgraciada huma- 
nidad 

Seguid, seguid, señores, que ese es el buen ca- 
mino; nada de estudio de vosotros mismos ni de las 



qnc han de ser vuestras compañeras, porque tal es- 
tudio pudiera conducir á la corrección de Las cos- 
tumbres, de los usos, etc. etc., y im hay hada mas 
divertido que las costumbres así.... cobo las de ci- 
ta ¿poca. 



w*HH ^< < 



i LA BEROICi BEFEJÍSl [li; ZARAGOZA 

conrraA el ejjército francés. 

El eco del cañan ya uo retumba 

Va perdió Zaragoza la batalla-... 
Su» paladines duermen en la tunaba 

V lleno de dolor el pecho estalla! 

¿Será verdad que al español osado 
No amparas ya, mi Dios, too tu demencia, 
1 abogará el coloso despiadado 
Su sacrosanta voz de independencia? 

,Será verdad que esta nación gloriosa. 
Cuyo nombre brillaba sin mam-illa. 
Ante cuya bandera victoriosa 
Doblaba el universo la rodilla; 

Esta patria de ilustres campeones 
Que. conquistar supieron ludo uu mundo, 
Sirva de escarnio horrible á las naciones 

Y la contemplen con desden profundo? 

Oh! no será jamás!... Mientras aliente 
L : n solo hijo del Cid esclarecido 
Libre Españaserá.... ¡ay del que intente 
Derribarle i sus pies envilecido! 

Con el eco arrullado de sus glorias 
Cada español es digno de su nombre: 
El recuerdo de cien y cien victorias 
En semi-dios ha transformado al hombre; 

Solo acatan sumisos á sus reyes 
Con fé sin par los españoles bravos; 
Nadie en el mundo borrara sus leyes, 
Que no nacieron para ser esclavos! 

Bello el sol tras la noche se levantar 
Brillará nueva aurora esplendorosa; 
Lucha, pueblo español, tu empresa es sania, 
O mártir del honor baja a la losa! 

¿Qué es la vida viviendo entre cadenas? 
¿No lloras de vergüenza estremecido 



Al mirar descollar en tos almenas 
El pendón del tirano aborrecido? 

Antes que tal baldón safras inerte 
Corra tu sanare fiel.,.. De irada gota 
Que cf héroe invicto por su patria vierte 
Un elerno laurel glorioso brota. 

De Niimancia siguió el preclaro ejemplo 
La iuvicta Zaragoza esclarecida: 
Sus derrumbados muros suh el templo 
Do la española libertad se anida. 

La turba vil con culera suprema 
l'al" sus campos cual ardiente lava, 

Y ella aceptó del mártir la diadema, 
Pretirió sucumbir á ser esclava! 

t V tú contemplas con serenos ojo: 
Erigirse el (¡rano eu tu verdugo? 
¿Tú ves de Zaragoza los despojos 

Y no sacudes el funesto yugo? 

Manchada está de sangre tu bandera, 
Sangre, pueblo empano!, de tus hermanos..., 
De ella se apoderó turba cstrangera; 
Ven pues ú arrebatarla desús manos! 

Correa las armas, ven, á la venganza 
Te impela e) llanto de tu rey proscrito: 
Ven, que milagros portentoso alcanza 
De honor y libertad el santo grito. 

Ya me escuchas por lin . .. se arma tu diestra; 
Vos de venganza por do quier retumba, 

Y al correr en tropel á la palestra 
Gritas ferviente: Libertad ó tumba! 

Sepa de hoy mas el mundo prepotente 
Que al yugo vil los españoles bravos 
Jamás doblegan la allanera frente: 
Que no nacieron para ser esclavos! 

«Derla trurl 

■ — HMM|!M««« 

En el Cómo dt Andalucía de Málaga hemos vis- 
to una original polémica sostenida bizarramente por 
ambos contendientes sobre lo terribles ó benéficas 
que son nuestras miradas, descendiendo de aquí á lo 
malas ó buenas que son todas las mujeres. 

A la verdad que cuando vimos el primer articu- 
lo firmado por D. M. M. G. supusimos que este se- 




" 



ñor M. G. seria algún mozalvcte imberbe, que en 
un momeóla de despecha exhalaba en el folletín de 
un periódico las iras producidas por algún desgra- 
ciado amorío: pero cuál seria nuestra admiración al 
ver luego consignado por el mismo articulista que 
frisaba en los siete lustros, edad en que la reflexión 
ha debido sustituir ala ligereza de tos primeros años. 
¿Qué ha sacado de lo que ha vivido el Sr. M. M. G? 
Oh! qué lástima que quien se siente con la fuerza 
necesaria para ser escrilur publico, quien tiene la 
conciencia de su talento para lanzarse á la palestra 
científica y literaria, conozca tan superítela luiente á 
la mujer, al hombre, á la sociedad, y haya desperdi- 
ciado hasta ahora esas nobles dotes que debió ú la 
Providencia! 

Siquiera por gralitud debiera haber sido el señor 
M M. G. algo mas justo con las desvalidas mujeres 
y con sus miradas, pues que á la de la doméstica que 
le sirvió un vaso de agua debió inspiración bastante 
para enjaretar los dos sendos artículos que ha rega- 
lado á los suscri lores del Correo de Andalucía, y á 
ser un poco mas lógico el señor 51. M. G. deduciría 
también fácilmente que si una indiferente mirada 
de una pobre é ignorante maritornes sacó su mente 
dei atolladero en que se hallaba, inspirándote hasta el 
punto de hacerle tan difusamente fecundo, ¿qué no 
podrá esperar el señor 31. 51. f¡, d^ la mirada de 
una mujer de genio y espíritu, si llega á conseguir- 
la? ¿Como jjo comprende que de esa mirada futura 
puede depender su fama y su gloria postumas? ¿Y 
cómo no es mas agradecido, mas justo y mejor razo- 
nador? 

Los dos nolahles artículos en que el distinguido 
señor Franquelo, guiado de un sentimiento de justi- 
cia le ha contestado, nos relevan de hacerlo á noso- 
tras poco instruidas mujeres, que SÍ nos atrevimos á 
fundar un periódico para que nuestro seso tuviera 
un órgano que lo defendiera de las continuas, injus- 
tas y calumniosas inculpaciones que sin tregua lan- 
zan sobre él sus protectores naturales /os hombres, 
estuvimos tan lejos de presumir de escritoras como 
que á la tolerancia de nuestras lectoras nos recomen- 
damos. 

Mas sin embargo, y aunque convencidas de que 
este pobre artículo nada contendrá que con mejor es- 
tilo v mas fundadas rarones do haya dicho en nues- 
tra defensa el ilustrado señor Franquelo, no pode- 
mos escusarnos de dirigir algunas preguntas al señor 
M, M. G., porque juzgamos que á lanío nos obliga 
empeño que bemos lomado sobre nosotras. 



Cuando las miradas de la mujer pierden la senci- 
llez de la inocencia, y con esa maestría de que habla 
el seüor M. M. G, atraen £ los hombres, los abra- 
san de amor, los encienden en deseos y hacen todas 
tsas terribles cosas que tanto le asustan, á pesar de 
contemplarlas parapetado tras su experiencia, en la 
cual se escollaran todas las miradas ardientes di U 
mas taimada beldad, ¿quién fué et maestro que tanta 
arteria enseñó á la que tan peligrosamente esgrime 
las susodichas miradas? ¿Quién destruyó la inocencia, 
quién descorrió el velo de aquellos ojos, y de senci- 
llos é inofensivos, tan maliciosos y peligrosos los hi - 
z <>? ¿Quién mató con el ridículo aquella educación 
clásicamente moral y laboriosa que las damas caste- 
llanas daban á sus bijas? ¿.Quién corrompió la pure- 
za de nuestros hábitos? ¿Quién combate todas las 
prácticas virtuosas que aun conservan las Familias á 
quienes llaman rancias? ¿Uuién ha destruido e) gus- 
to á la vida doméstica y a sus sencillos é inocentes 
placeres, por el de esas tiestas públicas v bulliciosas, 
en que está mal visto que el esposo acompañe á su 
esposa, la madre á la hija? ¿Quién en lin lia destrui- 
do las santas y honradas costumbres de nuestros pa- 
dres por estas costumbres sociales del dia, senai- fran- 
cesas y seiiit-espanolas, que tienen todo lo malo de 
las propias de carS pueblo? ¿Quién ha sido sino los 
hambres, que dan la norma en todo, y en todo la 
lev? Respóndanos otra cosa si puede el señor 31. M. G, 
y daremos la razón á sus artículos si nos convence. 

Y á esa misera parte de nuestro sexo que lanío 
horror le inspira, á esas desgraciadísimas mujeres 
sumidas en el abismo de la degradación y del vicio, 
¿quien las hundió en él, á quién deben su horrorosa 
situación? ¿legará acaso el señor M. M. G. que esos 
despreciables seres fueron un dia puros ¿ inocentes? 
¿Negará el señor 51. 51. íj. que fué el hombre el que 
por satisfacer un capricho pasagero no dudó en mar- 
chitar con su ardiente y fétido aliento la candida Qor, 
empañar la pureza de la virgen lanzándola con des- 
precio, después de manchada y rota, á las cloacas 
inmundas de la degradación y del vicio? Oh! señor 
51. 51. (i., qué ligero ha andado V. en sus artículos, 
qué irreflexivo é injusto! Hediondas y repugnantes 
son esas infelices mujeres, pero considerando V. que 
eran víctimas de los vicios, engaños y perfidias de- 
sús hermanos, á la vez que espresó su honor ¿no hu- 
biera sido reparable que manifestase usi sentimiento 
de compasión? 

En fin, no queremos estendernos mas sobre esto, 
si bien da nial cria para escribir lomos enteros, por 



evitar que sobre malamente redactado este artículo, 
se haga insoportable por pesado: y así concluimos 
rogando al señor M. M. G., nuestro ttrriblt y temi- 
ble enemigo, que reHciione bien sobre la eondit ion 
Je la mujer, la influencia que en sus costumbres 
t'jerceü los hombres, y examine antes de calificar- 
nos tan duramente, qué podemos hacer y qué hace- 
mos en efecto. 



POESÍA 

I.HHC4BA. i Vi Q.CEH1DA sOuklüA La >lüh¡;i¡.i i'iiSv 
A LIRIA va Ferbam v Fihsies. 

1 A y! de esta vida el tránsito medita: 
¡Por qué la dicha en su nacer perece? 
Si espléndida ilusión el alma agita, 
¿Por qué la realidad la desvanece? 

Hubo un dia que un sueño de ilusiones 
L'ormabaii de la tierra hermoso edén: 
Hubo un día que santas sensaciones 
Fueron mi gloria, mi anhelado bien. 

Entonces de la \ ida en los albores 
Guirnaldas bellas por do quier miraba. 
Aroma puro de esplendentes llores 
Que con su dulce néctar me embriagaba. 

Altiva y tierna la lozana rosa 
Sus tallos olorosos me tendía, 
Pdsage bello, commociuii hermosa, 
Que desde el alto empíreo descendía. 

Si puro pensamiento nos brindaba 
Uniendo nuestras almas nudo santo, 
Nunca la dicha que mi pecho ansiaba 
Mellada vi con el pesar y el llanto. 

La inocencia cenia nuestra frente 

Con corona divina sonrosada; 

Mas ¡ay! del mundo el funeral torrente 

Tras sí se lleva la ilusión amada- 
Si alguna vez hermosa la natura 

Sus galas me presenta y su belleía, 

En sus aras depongo mi ternura, 

Que ella tan soto alivia mi tristeza. 

¿Por qué el destino con su férrea mano 
Llena por siempre el alma de quebranto, 
La dicha anhela el corazón humano 

t it \f 



Y solo encuentra desventura y llanto? 

Florida edad, ímágeu seductora, 
¿Donde está tu placer y tu alegría, 

Y de gloria la estrella pruteclora 

Que vi entre sueños de esplendor un dia? 

Sueños hermosas de la edad primera, 
Vosotros sois el aura de la vida: 
¡Cuan bella es la risueña primavera, 
A nucslros tiernos arios parecida! 

Mas ;ay! que el tiempo sin retorno vuela. 
Tras sí arrastrando la ilusión amada: 
Tan solo su recuerdo nos consuela, 
Mas lodo cesa con la triste nada. 

Si cruzo audaz el pensamiento mió. 
Desechando la nada en Dios se encierra, 

Y al contemplar su eterno poderlo 
Olvida la» delicias de la tierra. 

Ante él se inclina, que divina luz 
De aun ¡r y de entusiasmo llena el alma; 
Se postra con fervor ante la cruz 
Que al Redentor le dio la eterna palma. 

tiinlUD itrrrTMl. 



tirípos pasados v tiempos presentes. 

A Mi QÍJ25JMIIA fcMJ&a SSflfiiA. 

CASTA SEGUNDA, 

(Concluye.) 
Ya recordarás que mis padres, á quienes la for- 
tuna traté siempre bien, vivían en uno de los barrios 
mas eénlricos de Madrid: recordaras también la pin- 
tura que «ferial veces te hice de la casa en que ha- 
bitaban, noticias que yo adquiría durante los domin- 
gos en que mamá solia sacarme del colegio para ir 
á pasar con ella el dia. Hallé mis habitaciones en el 
mismo orden que siempre habían tenido, y la única 
variación que noté en ellas fué la presencia de una 
doncella que aguardaba mis úrdenos. Mamá me elo- 
gió mucho sus buenas cualidades, y le confieso que 
desde que la vi fue de mi agrado. De la misma edad 
que yo, de una rara hermosura y de una amabilidad 
sin limites, no podía menos de simpatizar con Isa- 
bel, que asi se llamaba. Era hija de padres muy po- 
bres, y había venido i casa recomendada por una 
buena amiga de mamá. Ya supondrás, conociendo 






el carácter de papa, cuántas averiguaciones, cuántos 
informes no se tomarían de Isabel antea de recibirla 
eo casa. Habíame además preparado papá una grala 
sorpresa; en mi gabinete bailé colocado un hermoso 
piano, agobiado por las mejores obras de los maes- 
tros antiguos y modernos. Un pequeño grito se es- 
capó á mi garganta y di las gracias á papá con un 
nuevo abrazo. 

Por lo que hace á este, era siempre el mismo 
hombre; seco en sus palabras, de ceño adusto, im- 
perativo en sus mandatos, cariñoso sin afectación y 
rígido hasta lo infinito. Su destino de magistrado le 
absorbía todo el tiempo, y pasaba el día confundido 
en su despacho y trabajando sin descansar. Apenas 
lo veíamos sino á las horas de comer, pues ni aun 
de noche asistía á nuestra tertulia, sino muy rara 
vez. Habia nacido para el trabajo, según él decía, y 
privarle de estar ocupado era privarle de la salud, 
de la vida. Algunas veces solia llamarme á su gabi- 
nete, en donde se entretenía enseñándome ios libros 
de su biblioteca; pero al momento me despedía di- 
ciéfldome: "Vele, hija inia, vete con tu madre; ya 
he holgazaneado bastante; ya vuelvo á tener nece- 
sidad de trabajar, a 

Desde que comenzaron á llegar las personas que 
componían la tertulia de mamá dírtse principio á un 
sin número de cumplidos y preguntas; las señoras 
elogiaron mucho mis buenas disposiciones, y los 
hombres me abrumaron con sus cumplidos, inge- 
nuos algunos y falsos los mas. Te confieso, mi que- 
rida María, que no sabia lo que me pasaba ni loque 
debia contestar á las interrogaciones y á los cumpli- 
dos que de todas partes me dirigian. Mamá me fué 
presentando después uno á uno todos sus tertulios. 

— La señora, me decía, esB.* N... viuda de un 
intendente de provincia. Esta señorita es su hija. 

—La señora es D.' M... esposa de un coronel 
de ingenieros. 

— La señora es la esposa de ü. J... diputado de 
la oposición. 

—El señor es D. F... director de uno de los pe- 
riódicos políticos mas furibundos de Madrid, y poeta 
de gran reputación. 

—Este otro caballero es oficial segundo del mi- 
nisterio de la Gobernación. 

—El señores D. G,,. capitán de caballería re- 
tirado. 

—Este otro caballerito es hijo de una de las fa- 
milias mas opulentas de España. Se llama D. Emi- 



lio Arban y goza de la mayor consideración. Su ma- 
dre es una de mis mejores amigas. 

Y así por este orden, y como si yo Tucra vista 
de aduana y fardos de mercancías los tertulios, fué- 
ruelos dando á conocer á todos. No recuerdo haber 
hecho nunca mas cortesías que aquella noche. Como 
supondrás muy bieo, yo quedé perfectamente im- 
puesta en aquella presentación del valor de todas las 
personas para quienes mamá abria diariamente las 
puerias de su casa. Me habló de viudas de intenden- 
tes, de esposas de coroneles, de esposas de diputados 
de la oposición, de periodistas furibundos, de em- 
pleados públicos y de militares retirados. La espira- 
ción no podía ser mas clara para mí, que acabala 
de salir del colegio. 

Ahora yo le liaré á mi vez y en dos palabras e¡ 
retrato de lodos esos personages, á quienes el tiem- 
po me hizo conocer á fondo. La viuda del inten- 
dente de provincia no sabia mas que dormir y pre- 
guntar si se había decretado dar alguna paga á las de 
su ijremio. La esposa del coronel de ingenieros ha- 
blaba poco, pero en cambio tenia ei don de hacer 
hablar á los demás. La mujer del diputado de la opo- 
sición apenas pasaba día sin qoe nos trajera un dia- 
rio para leernos en él un discurso que su marido 
había pronunciado !a víspera en el Congreso. El pe- 
riodista político no se ocupaba de otra cosa que de 
decir que el ministerio estaba en crisis; el empleado 
cu Gobernación en publicar los itérelos de la secre- 
taría*, ci capitán retirado en contar sus hazañas de 
muchacho, y 1). Emilio en repetir las riquezas que 
atesoraba y las esperanzas que tenia de poder colo- 
car una corona de duque en el costado de su carruage. 

Con toda esta diversidad de caracteres ya com- 
prenderás que nuestras tertulias no carecían de ali- 
ciente. Me olvidaba decirle que no $e reducían á solo 
las personas que he mencionado; concurrían á ellas 
algunos otros amigos, pero como menos constantes 
no me ha parecido necesario ocuparme de ellos. Pa- 
sábamos las largas noches de invierno siempre dis- 
traídos. Cada dia de la semana estaba dedicado á 
una cosa. Eí lunes se trataba de la manera como 
debia pasarse la semana; el martes se jugaba; el miér- 
coles se destinaba al canto y á la música; el jueves á 
la lectura; el viernes á hablar de teatros los qué ha- 
bían asistido á ellos durante la semana; el sábado á 
quejarse de los afanes de los dias anteriores, y el do- 
mingo á resumir la historia de todas las fiestas á que 
se había asistido, de todos los amigos á quienes se 
habia visitado, y de todas las excursiones y paseos 



Ilevadosá efecto. La murmuración no tenia señalado 
(lia, y se murmuraba siempre que había de qué ó de 
quienes murmurar. En honor de la verdad debo con- 
fesar que no era esto lo que- mas nos ocupaba. Ma- 
má no gustaba de la murmuración, justa ó infunda- 
da, si es que la murmuración puede ser justa alguna 
vez, y lodos se guardaban de contrariar sus inclina- 
ciones. Por la demás nuestras tertulias eran comple- 
lamente agradables: reinaba entre lodos la mayor 
cordialidad y se desconocían las rivalidades de toda 
especie, cosa bien rara por ciprio en esa v cu todas 
las demás clases de reuniones. Mamá gustaba bailan- 
te del teatro, y tenia el cuidado de avisar la víspera 
del dia en que resolvía que fuéramos ú él, á (in de 
que la tertulia no se, reuniera. No por eslo sufría 
infracción nuestro programa. A la noche siguiente 
leuia lugar lo que había dejado de hacerse y lo que 
por ley correspondía hacer, con solo la diferencia de 
prolongarse media hora mas el tiempo de reunión. 
Durante la cena yo tenia la obligación de referir 
á papá la manera como habíamos pasado la noche, re- 
lación que se prolongaba largo roto con las infinitas 
reflexiones que se íc ocurría hacer y porque se com_ 
placía en que yo fuera su historiador, romo él decía. 
Si había asistido á La tertulia, lo cual sucedía uiuv 
rara vez, entonces nuestra cena era bario breve y no 
se hablaba durante ella una sola palabra: no gustaba 
de oir ni ver «na cosa dos veces, y cuando se trataba 
de repetirle lo que ya sabia se apresuraba á interrum- 
pir la conversación esclainando: nSi, si, todo eso lo 
sé yo ya; lo he oído una vez y sabéis uo me compla- 
ce la repetición. i> Siempre raro, siempre con sus 
mismas ideas, pero siempre bueno. Jamás podrá uno 
apreciar lo suficiente almas tan bellas como la ¡raya; 
jamás podrá uno comprender lo que vale uaa caricia 
saudade una criatura de un carácter semejante; jamás 
pagaremos como se merece la buena disposición pa- 
ra hacer el bien en que están siempre esos genios al 
parecer indiferentes, 

María, tal vez creerás por esla relación que voy 
naciéndote de la manera como pasábamos las noches 
después que me separé de li, que yo vivía feliz y con- 
tenta con mi nuevo mélojo de vida. Hubo de lodo, 
amiga mía; en un principio asistía con gusto á la íer- 
lulia, pero al poca tiempo me cansé de ella; scniía tu 
¡alta y do podia avenirme con nuestra separación; si 
úubieras vivido conmigo habría sido complc lamen te 
reliz. Echaba de menos tus cuidados, tus caricias, y, 
admírate, sentía aun la falla de nuestros juegos in- 
fantiles. Cou iodo la escena vario bien prouto de as- 



pecto, y entonces, perdóname esla franqueza, no hubo 
mas que un solo pensamiento para tu pobre amiga y 
cora panera. 

Perú, mi queritla María, ¿no crees como yo que 
esla caria va saliendo demasiado es tensa? Temo fati- 
garle, temo que el fastidio haga caer de tus manos 
el papel, lo cual podría muy bien suceder sí no tu- 
viera la suficiente prudencia para hacer punió final 
á tiempo. Adiós hasta muy pronto, mi querida ami- 
ga; adiós, que no quiero distraerle demasiado. Des- 
pués que bayas concluido de leer esla, y mientras la 
leas también, acuérdate de la sinceridad del cariño 
que le lia profesado y le profesa siempre tu amiga 

Esrlquetit, 



iCuál se entusiasma la abrasada frente 
Escuchando los ecos vibradores 
Que esparce por do quier el puro ambiente 
Melancólicos, dulces, seductores. 
Henchidos de sublime poesía, 
Respirando ternura y armonía! 

Cantar, cantar, que vuestro grato acento 
Los humanales limites traspasa, 
\ al escuchar del alma el sentimiento 
Para gozar la mia encuentro escasa: 
Canlar, cantar, que ese sonoro arrullo 
Me eslasiaf.á con mágico murmullo. 

Gloria al poda, gloria á los pinceles. 
Gloria á ese canto célico y divino, 
Que arrebata del mundo los laureles 
¥ eleva al hambre á superior destino: 
Gloria en Un á la humana inteligencia. 
Que embellece del hombre la existencia. 

Seguid, seguid, que en la oriental Granada 
Bebe su inspiración la mente inquieta; 
Esta ciudad del árabe adorada 
Patria es también del genio, del poeta; 
Y encontrareis en su brillante historia 
Recuerdo grato de preclara gloria. 

No desmayad, que vuestra noble empresa 
Encontrará do quier grata acogida, 
Legaodo al porvenir pura é ilesa 
La gloria de Granada enriquecida: 
Que esas inspiraciones del ingenio 
Revela el corazón, revela el genio. 

(JofceXu ■•ri-nu .Yurto*. 
Ifeiuti en dicta Sociedad. 



(Del Fanaldc la mujer.) 
¡Quién podrá ser ese admirable cantor que ha ye- 
nido á embellecer la naturaleza con la armonía de 
sus dulces trinos, cuya variación es tan agradable, 
cuyo sonido es tan placentero, asi al que tiene su 
corazón oprimido de pesar como al diclioso mortal 
que está rebosando de alegría? 

¿Quién podrá ser que tan oculto se muestra á 
nuestra vista, formando una orquesta por si solo, 
pasando de lo patético y grave á lo alegro y jocoso, 
del canto mas sencillo al gorgeo mas estraño y com- 
plicado? 

Indudablemente es ua ser de grandes dimensio- 
nes, cuyo aliento vigoroso, cuyos robustos pulmo- 
nes, si es que no viene acompañado de algún orga- 
nillo en forma cilindrica con profusión de púas, dan 
al viento sus tiernos y amorosos suspiros, sus senti- 
das quejas, las gracias tal vez al autor de lodo lo 
criado por su sorprendente obra. 

Si será su misión traer la alegría al dia cuando 
este camina á su Un, para recompensar la pérdida de 
la preciosa mañana que acaba de pasar? ¿Acaso el 
delator de los lisonjeros ofrecimientos del hombre ai 
rendir adoraciones á la mujer? Ah! no podemos 
comprenderlo; permanece escondido, y á manera de 
los ingenios mas sublimes es caprichoso y poco con- 
secuente. Ya mudó de morada, ya se fué á posar 
so las últimas ramitas de un copudo álamo. ¿Qué 
quiere?... qué dice?... ¿qué tiene que temer que así 
huye nuestra mirada?... 

Es ei músico de los bosques, la mas preciosa de 
las aves, la que en vano han intentado los hombres 
imitar. Precursora del buen tiempo, parece haber 
renacido con mas fuerza que otros años para signifi- 
carnos que el mes de mayo es llegado, que la tierra 
va á rendir opimos frutos, que la pobre espigadora, 
la infortunada madre de tiernas criaturas encontrará 
luego el sustento para sus hijos queridos. 

Tiernos y sencillos pajaritos, yo os doj la bien 
venida, yo os saludo; pero al saludaros bago la dis- 
tinción de confesar que entre todos vosotros el rui- 
señor es el que mas me encanta! El parece decirme 
cuanta es la grandeza del Omnipotente, cuanto es Jo 
que puede quien ha podido hacer de una avecilla tan 
diminuta una cosa tanadmiranlel Gracias, gran Dios! 
gracias le rinde la mas inútil de las mujeres al con- 
templar tu sorprendente obra! Y quién no deberá 
rendírtelas agradecido hasta lo sumo? 



Un pajarito canta las últimas horas de La tarde, 
después que lo hiciera en las primeras de la mañana: 
un pajarito que ha divertido con su armonioso canto, 
con sus dulces trinos, al viajero que pasó por cerca 
de donde él estaba, ínterin un sol abrasador se dejaba 
sentir con toda Ja fuerza de su calórico. Ha dulcifica- 
do las penas de una desconsolada esposa, que al pié 
de un árbol, retirada del bullicio, llorara la pérdida 
de su amado! Ha entretenido al joven lleno de vida 
y esperanza, para pensar en la felicidad de la vida 
campestre, al lado de una tierna y sensiblecompañe- 
! ra! Ha sorprendido las meditaciones del sabio, del 
filósofo, del sacerdote, deteniendo el torrente de sus 
inspiraciones, ]iara decirles: Ove, ove, esto es mas 
magnífico y admirable! Tú eres un ente dotado de 
razón, tú te apellidas el rev v señor de cuanto te ro- 
dea, y sin embargo yo, tierno y sencillo pajarito, 
debo detenerte en tu carrera, ora camines distraído 
y como al acaso, ora vayas contemplando la mag- 
nificencia de este vasto palacio. Si, detente y reflec- 
siona; detenLe y escucha; qué oiste mas dulce, qué 
mas embelesador? 

«Y tú, hermosa joven á quien yo he procurado 
también atraer á estos lugares esforzando mi voz, co- 
ge tu delicado pincel y haz que queden para siempre 
grabados en el corazón de los humanos estos mis 
sentimientos, virtuosos, honestos, capaces de indu- 
cir á recordar que quien pudo hacer de mi una cosa 
tan admirable, con mucha mas razón la habrá ejecu- 
tado de la que hizo á su imagen y semejanza. 

Había. 



De (Tocios. — El dia 15 del corriente, á las cinco 
y media de su tarde, después de una enfermedad ines- 
perada y lan corla como cruel, falleció en esta cor- 
te la Exeraa. Sra. doña Ana Valentina Fernandez de 
Yelasco, condesa de Peñaranda, de Bracamonte y de 
Luna, grande de España de primera clase, hija de los 
Evcmos. Sres. duques de Frías y de Escalona. No 
hace mucho tiempo brillaba en nuestros salones por 
su hermosura, realzada por su juventud y elegancia, 
la que es hoy llorada por cuantos tuvieron, el gusto 
de tratarla. 

El cadáver de la joven condesa se hallaba espues- 
to con la pompa fúnebre correspondiente á su clase 
en una de las habitaciones del piso bajo del palacio 
de la plaza de Santo Domingo, Dos guardias alabar- 
deros estaban al lado del ataúd, y en la puerta del 
palacio había además dos centinelas de la guardia 



8 






municipal, La habitación donde se hallaba. aspuesto 
el cadáver estaba colgada de negro y oro, y en ella 
se habían puesto tres aliares,, donde celebraban mi- 
sas un crecido número de sacerdotes. 

La joven condesa tenia pueslp hábito de religiosa 
dominica y oíanlo de la Concepción. 

Madama Frassisbt. — En París está llamando la 
atención general esta poetisa improvisadora, que ha 
dado una academia de poesía improvisada en riño 
de aquellos teatros con éxito afortunado, Lus perió- 
dicos de la vecina república dicen que es digna rival 
■le M. Eugenio de Pralel, único improvisador que 
pose i a la Francia. 

Mcnm"Gt,vCio3- — Según un cálculo aproximado, d¡- 
cc un periódico, van diariamente al Prado ¿üOO 
mujeres, las cuales están dando vueltas tres horas 
por término medio, contando el tiempo que se gasta 
para llegar á él desde casa y volver á ella. Ahora 
bien: una mujer de una ligereza regalar de manos 
para la costura, da un punto por segundo, es decir > 
(iü por minuto, 3(>Ü0 por hora, con que tenemos 
que cada mujer pierde 10,800, y entre todas las que 
van 21.(iO0,Ollft puntos. ¡.Veintiún millones seiscien- 
tos mil puntos roba diariamente el pasco, v la in- 
dustria nacional tiene por consiguiente al LLn del ano i 
un desfalco de seismii cuatrocientos óchenla millo- 
nes de punios próximamente! 

Loción uicikmca. — Leemos en el Corría ¿t la 
Muda: 

Tiene razón el Evangelio: buscad y encontra- 
reis. Asi es que á fuerza de bojear papeles hemos 
encontrado !a receta del mejor y mas inocente de 
lodos los cosméticos que se han inventado, no solo 
para conservar al cutís su elasticidad y frescura, sino 
también para disimular hasta cierto punto las eféli- 
des ó pecas que suelen salir en la cara. Por causa de 
la pequeñísima parle de amoniaco que contiene es 
también el mejor remedio para limpiar con seguri- 
dad el humor desagradable que lillra dé las glándu- 
las sebáceas, que no soto empana el culis sino que 
le hace impermeable, produciendo por consecuencia 
barros ó eflorescencias purpúreas que perjudican á 
la hermosura. 

En un cuartillo de agua se cocerán durante al- 
gunos segnndos cuatro o" cinco remolachas tiernas j f 
pequeñas; luego se añadirá un cuartillo de teche i 
hervida. 

Con una esponja empapada en este cosmético se ¡ 



lavará la cara por mañana y larde, dejándolo secar 
al aire Ubre. Advertimos que no puede conservarse 
mucho tiempo, pues componiéndose de sustancias 
vegetales y animales se al lera fácilmente, sobre lodo 
por el calor; pero es escelcnte para el objeto indi- 
cado. 

Mono be ESTrNcriR las moscas. — Dice el mis- 
mo periódico. —Hay un hermoso arbusto que crece 
muy bien en las macetas, mnv acopad», ramoso y 
con centenares de hojas, redondas unas, oblonga* 
otras, de un verde azulado, y miles de florerifas de 
color de rosa claro de la forma délas carojinnil!. íel 
tirio de los valles, con un delicioso olor á azahar 
es el papaiuoscas ó dpocijnum androiafmifolium, y 
un remedio eficacísimo contra las moscas. 

Cultívense con lodo cuidado estas plantas, que no 
cuentan muy raras, aunque son una de las antiguas 
conquistas que la Europa hizo al nuevo mundo en 
1688, y que hoy se encuentra en casa de todos los 
jardineros. Siempre nos ha causado admiración que 
no se luciese un comercio mas activo de este apóci- 
no, siendo como es el único medio agradable, ino- 
cente é infalible de librarse de las moscas. 

Procúrese que la planta (torezca al llegar la esta- 
ción de las mascas; coloqúense algunas macetas en 
lus balcones ó ventanas. Cada flor atrae, prende, tor- 
tura, rstentia y mala cinco moscas. Un a p orino re- 
gular da en un año de quince ¡í veinte mil flores, por 
consiguiente tendremos dé setenta á cien mil mos- 
cas menos por cada planta. 

La mosca cuando come abre un largo chupador 
en forma de clarinete, y lo introduce en los inters- 
ticios de la flor, los rúales se cierran y la mosca que- 
da presa por la trompa: cuanto mavores esfuerzos 
hace para librarse mas se estrecha la flor. Por fin 
sus esfuerzos se agolan concluyendo por morir. En 
rítanlo la flor mata sus cinco moscas se sera v depo- 
sita al pié del tallo ¡os cadáveres de sus victimas, que 
sirven á la planta de un esc e| en te abono. 

La señora Giusseppina Rouzi Tournier, artista 
bien conocida del público de esta corle, se ofrece 
para dar lecciones de arpa á las señoras que gusten 
favorecerla cou su confianza. Calle de la Libertad, 
iiúm. 7. cto. bajo de la izquierda. 



MADRID, 1852. 

Lmprpntn do don Jalé Trujlllo, hijo, 

Calle de María Cristina, número S. 



Año I. 



)omingo30 de Mayo de 1852. 



Núm. 4í. 






LA MUJER 



• 






PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 









Esl? pcriúdito sale todos los domíngns; ¿t suscribe en UaJnJ n laslíbré'rWs'de Hon'ier ¡r de Cuffta. j I r?. al mes; J en provin- 
cias lo rs. pur dosmpvei (rape» üe (forte, rcnn'Litn4'íU[>a\ibríniía i fjnirde nwMrtj iiajir<B«r, 4st¡llií>deíriinjueg. 



DOMLXGO 30 1>K MAYO 0E 1852, 

Dícesc vulgarmente, y dicese con raiDn, que el 
trabajo de la mujer no es bastante á proporcionarle 
la subsistencia; esta es .una triste verdad, que líate 
por demás triste y precaríasu suerte. Por fortuna es 
este un mal que desaparecerá el día en que rmestro 
sexo lo intente. 

Varías son las oausas que relegan á la mujer á la 
triste condición de que el trabajo ordinario á que 
puede dedicarse no baste á proporcionarle Ja subsis- 
tencia; de algunas de r-ílas causas nos hemos ocu- 
pado en artículos anteriores demostrando su injus- 
ticia, y volveremos á hacerlo hoy para patentizar 
cuan fácil es, destruirlas y ron ellas toda la diliouliaiJ 
que al bienestar de la mujer se opone. 

Eu épocas anteriores, cuando las variaciones de 
fortuna eran menores y ,105 gastos se atemperaban á 
las utilidades, y el principal cuidado de los (lum- 
bres, cualquiera que fuera su clase y fortuna, era 
dejar asegurada la suerte de sus mujeres y sus bijas; 
cuando las viudedades eran una pensión segura: 
cuando cualquiera profesiuri á que ios huillines se 
dedicasen garantizaba completamente su subsistencia 
y la de su fam i !ia; ; cuando la, vida, en lin, estaba 
sujeta á menos variaciones y i menos contratiempos, 
nuestro sexo no tenia que ocuparse de olfa pgggqne 
de los cuidados domésticos; toda mujer honrada te- 
nia asegurada su subsistencia al ladu de su esposo, 
de su padre, de su hermano, y .la que por desgracia 
carecía do estos protectores cuidadosos, fácilmente á 
poca costa hallaba una familia que la acógese, ó la- 
bores con que adquirirse Ja subsistencia, porque co- 
mo el número de las que en, tal situación se halla- 



ban era escaso, la competencia no perjudicaba. 

Mas pasó aquella ¿poca tranquila y feliz; á la es- 
tabilidad sui-edió la oscilación perpetua de los tiem- 
pos présenles; ninguna profcsirni , ninguna carrera 
garantiza con seguridad la subsistencia de los hom- 
bres; no imy fortuna, por colosal que sea hoy, que 
tranquilice acerca de la situación de mañana; la bija 
del que ayer era poderoso tiene mañana que ganar 
con su trabajo la subsistencia: se ha aumentado la 
concurrencia; lodo ha cambiado, y de todas las cos- 
tumbres antiguas solamente se ha conservado la que 
circunscribe v limita las labores á que puede dedi- 
carse la mujer, apropiándosela esclusivas de estas la- 
bores los especuladores que se llaman camiseros, 
guanteros, zurcídores. etc. eíc. 

Y al paso que los homlires invaden nuestro ter- 
reno, y arrebatan á ta mujer los susodichos camise- 
ros y zurcídores las pocas labores á queuna costum- 
bre ridicula circunscribe su trabajo, oponen los mis- 
mos hombres un valladar inaccesible que le impide 
dedicarse á Sos que ejercen esclusivanienle, repelien- 
do de sus talleres pee IoÜl.s los inedioa imaginables 
á nuestro sexo. 

Mas esto tro obstante, y á pesar de todos los es- 
fuerzos culeclivos y constantes de los hombres, ce- 
sará semejante Ürnitaeion el día en que nuestro sexo 
conociendo sus intereses,, se desprenda de su perju- 
dicial timidez y sumisión, y con ánimo decidido se 
dedique á tudas las labores que puede desempeñar 
atendidas sus particulares circunstancias. Para esto 
es para lo que debe emanciparse de la tiranía que la 
esclaviza, que ala sus manos y que le impide ganar 
su subsistencia sin depender de los especuladores que 
con sus desvelos se enriquecen. 

No nos detendremos en rebatir la ridicula espe- 






f .íníiZ 



5 







cíe de que Ja mujer solo sirve para hilar y coser, 
pues en todos liempos han desmentido tan necia 
aserción las célebres mujeres que han iloMrado tas 
• ñencias, las arles, la ]¡íeralura, la historia, y ¿mus 
nombres, que re pile la fama, forman no catálogo 
estenso que destruye' esa especie, sostenida por I» 
vanidad de algunos hombres poco ilustrados, 

.Nosotras, que conocemos esta verdad, y que de- 
seamos que la mujer salga de osa misera situación 
y se dedique á maulas profesiones y trabajos puede 
desempeñar honrosamente, las invitamos á emanci- 
parse de esa [irania, contando con la decidida coo- 
peración de nuestro humilde pero bien intencionado 
periódico, y haciéndolo a>¡ habremos dado uu paso 
mas hacia el bienestar de nuestro sexo. 

A LA LUNA. 

—o,- - 

¿Qué me quieres decir, «h luna hermosa, 

Tú que en In ozui esfera 
Esplendente, modesta y majestuosa 

Prosigues tu carrera.' 
Yo, luna., (e contemplo cuando subes 

De estrellas coronada, 
- ; Y entre agrupadas transparentes nubes 

La frente reclinada. 
Yo te iidmifo feliz cuando presentas 

Tu pálido fulgor, 
Y el Ikuo-, el bosque y li montaña argentas! 

Yo veo con dolor 
Que. so oscurecen ¡i tu luz las frentes 

Da cien y «en estrellas, 
(Jue antes brillaban ¡ají resplandecientes, 

Miseriosos- y bellas. 
Si pardas nubes presurosas cubren 

Tu peregrina faz, 
. >i Su torpe envidia con su acción descubren 

Y su triunfo es fuga c 
Vuelves á aparecer bella y luciente. 

Venciendo en e! espacio 
A maulo en ül se ostenta, transparente 

Y colosal topacio. 

HoiaJ.'i dt- belleza sobrehumana 

Y manto -celestial 
Le prestad á Ja Virgen soberana 

Brillante pedestal. 
Ningún astro logró tan gran tentara 
Cual la que en tí se encierra. 



Porque eres escabel de la hermosura 
Que adoran rielo y (ierra. 
- Alr.it la bella frente luminosa. 
A tropa n I c y erguida, i 

Y te muc-,lr¿(5 radiante, esplendorosa. 

Solitaria en tu vida. 
Reina eres de la noche y en tu corte 

Brillas con majestad, 
De Ilútenles estrellas la cohorte 

Aumenta tu beldad. 
Nada iguala á lu luí lánguida y pura... 

Esplendente es el sol, 
Mas deslumhra su vivida hermosura 

.Y ofende su arrebol. 
Los ojos quema con su luz ardiente 
.: Dtl infeliz mortal, 

Y solo verle puede frente á frente 

El águila caudal. 
Cuando el hombre padece amargo duelo 

No quiere el dia Ten 
La luz del sol alumbra su destelo 

Y su hondo padecer. 

Mas ;"< ti, ltma, el ánimo doliente 

Te busca sin reposo, 
Pues eres de dulzura clara fílente. 

Manantial amoroso. 
Inspirando quietud , uíclancolla, 

Encalmas mí pesar, 

Y tiemblo de que vnelva el nuevo dia 

Importuno A brillar. 
Olí! ¡Cuánta sentimiento, dulce luna. 

Vierte tn rlaro albor! 
¡Cnanto tu majestad pura se aduna 

Cud mi acerba dolar! 
Si en congoja morlal arde y palpita 

El pobre corajcn,' 
No le place del orbe do se agita 

La alegre confusión. 
Agrédale un retiro silencioso 

Y busca si.iled.nl: 

Jamás podrá ventura ni reposo 

Darle la sociedad. 
Los hombres... infelices moradores 

De este misero suelo, 
No comprenden los Íntimos dolores, 

Ni el doble desconsuelo, 
' Que sufre un alma donde nunca entrada 
"Ha tenido el placer, 

Y yace de continuo abandonada 

A eterno padecer. 



¡Padecer inhumano, incomprensible 

Tanto como profundo, 
Que quien sepa calmarle no- es posible 

Pueda hallarse en el mundo! 
Mas tú, luna, tan pura- é inocente 

De! cielo moradora, 
Comprendes ol dolor que el pecbo siente, 

Y si desdichas llora, 

Con tu suave esplendor, eterna taima 

Y tu indecible encanto, 

Sli ligas el dolor que oprime al aloia 

i Enjugando su llanto. 
Yo necesito, luna, tu consuelo, 

Tu celestial amor, 
Y que calmes mi angustia, mí desvelo 

Y mi intenso dolor. 

Yo de mi eterno afán y mis pesares 

Te haré la confidente, 
A tú pudras cegar de mis asares 

Tal vez la sima ardiente. 
Sabe que vivo inquieta y agitada 

Sin gustar el placer, 
\ que soio in albor, luna callada, 

Calma mi padecer. 
One el joven corazón tiembla inseguro 

Adentro la manida 
Que le presta mi seno, donde nn puro 

Sentimiento se anida. 
Un sentimiento ardiente y vagoroso 

Que tu, luna, tal vez 
Acreces con tu brillo misterioso 

Y dulce íiraidrS;. 

Un sentimiento inesulieablc, lento, 

Que llena de dulzof 
El corazón, y al par le da tormento 

Y tristura y dolor. 

Esta continua, roedora, ardiente 

Y* vaga sensación 
Se enseñorea en la agitada mente, 

É hiriendo el corazón 
Le abrasa sin piedad y lo esclaviza 

Al oprimirlo.,. ;ali! 
Tal vez lo torné presto vil ceniza 

Que el viento llevará! 
Empero tú no sabes por qué siente 

Tal pena «I «orazon. 
Ni saber puedes, luna* por qué ardiente 

Se ofusca la razón, 
Yo te diré que veo misteriosa 

Una visión brillar. 



Y que si una mirada vagorosa 

En tí quiero fijar, 
Yco cruzar ardiente, deslumbrante, 

Fantasma seductor; 
Vaga en el éter, gira vacilante 

Cercada de esplendor. 
Ií> dulce l.-i nspresion de su mirada 

Y vierte fwgo tanto, 
Que jo me siento et alma aprisionada • 

A su indecible, encanto. 
De suave resplandor su rostro tifie 

Sonrisa deliciosa;. 
Blanca es su vcsla, que al jugar desciñe 

La brisa bulliciosa. 
£ga fantasma bella y adorada, 

Cuando locarla intento. 
Rayendo de mi vista apresurada 

\ a a perderse en el. viejilO; 
Luna, es humo esa sombra, es devaneo 

O es masiva ilusión? 
E$ de h fantasía ú del deseo 

Ardiente creación? 
Es ensueño, quimera, pesadilla, 

O es la realidad 
Esa visión que ante mis ojos brilla 

Cual celeste deidad? 
Pero... ¿qué nos importa, luna bella. 

Sea .un Dios, un Luzbel, 
O un astro, si la luz que en mí destella 

Desparece con él? 
¿Qué me importa que brille entre fulgores 

En la noche callada, 
Y que vierta sus vivos resplandores 

En la dulce alborada, 
Sí le place furioso á mí destino 

Que á mi vista girando 
En ancha senda opuesta á mí camino 

Se vaya, así alejando? 
Empero yo olvidé que lentamente, 

Luna, las horas van 
El tiempo arrebatando á lo presente, 

Y nunca tornarán. 
Mas ya que has escuchado silenciosa 

Mi lastimera historia, 
Te mego que la guardes cuidadosa 

Y" eterna r,n tu memoria. 
Yo, luna, esperaré mejores dias 

Sin Gar en la suerte. 
Que el término de tantas agonías 
Verlo espero en la muerte. 












Que es la suerte infeliz de la mujer 

Sentir, llorar, sufrir. 
Dentro el alma sn niJgusiia rontfncr, 

Resignarse y morir. 

«aria verde]» T »«"■■■■ 






Sin embargo de la favorable acogida que nues- 
proyecto do asilo para las jóvenes necesitadas llalla 
en «lanías personas tienen noticia de él. siempre 
encuentra obstáculos lodo nuevo proyecto, y el 
nuestro no deja de hallarlos, siendo algunos do 
tal consideración que solamente nurslra constante 
voluntad y el apovo decidido de damas respetables é 
influyentes nos hacen esperar confiadamente en ven- 
cerlos, y triunfando de todos ver realizado este pen- 
samiento, que es nuestro sueño dorado. 

Hasta vencer lodos estos obstáculos no se abrirá 
la suscricíoh, porque basta entonces no es rceecsa- 
riaj y porque según los 'ofrecimientos qoe diaria- 
mente recibimos, no solamente délas señoras dees- 
lá corle, sino también de lns de provincias, segura- 
mente en muy pocos tlias se cubrirá la cantidad ne- 
cesaria para planlpar el establecimiento; y hacemos 
esta mainfestárkiii para conlestar á las muchas da- 
mas que nos manifiestan su impaciencia porque se 
reciba la cuota con que quieren contribuir á su fun- 
dación. > á las males les robamos que tengan una 
poca mas calma, y empleen en difundir esla bené- 
fica idea y hacer prosélilas ese ardor que per la rea- 
lización 'ikl pensamiento demuestran. 

Aprovechamos laminen la ocasión de ocuparnos 
de este asunto para invitar ¡i los periódicos que .mu 
no se han ocupado de «le proyecto, á que después 
de evamínar la espoíieion que de' él liemos hecho en 
los núnjeros anteriores, y raso de -hallarlo tan bueno 
eorau nos parece, le dispensen su importante apoyo, 
según han hecho ya todos los que han fijado cu él 
su atención. 



Diariamente leemos en las gacetillas de los perió- 
dicos anécdotas de bellas jóvenes que se han huido 
de su casa por seguir á su amante', burlando la vigi- 
lancia de sus paires; de otras que han procurado per- 
derse en el primer pumo concurrido en qnc se les ha 
ofrecido un galán Con quien liacer una correría; cuál 
que al dirigirse á misa ha equivocado la iglesia con 
el portal de su Adonis, etc., etc; y como los gace- 
tilleros qua tales aventuras refieren no se ven obliga- 



dos .. probar su dicho, nos consta que de cada den 
casos de este género que refieren los noventa j nue- 
ve son pura invención de los susodichos encargados 
de forjar las mencionadas gacetillas, juzgando muy 
¡nocente el intercalar esas ¡Uteresuules fáhnlas entre 
las demás graciosas anécdotas que se le* ocurren pa- 
ra entretener agradablemente á los constantes aficio- 
nados á la gacetilla. 

Sin embargo, «sas especies repelidas tino y otro 
día, y siempre creídas por los que aseguran que DO 
puede mentirse cuando se habla mal de las mujeres, 
vienen A dcslruír la opinión, no de una joven, sino 
del sexo entero, -con calumnias inferidas á la buena 
moral, cuyo efeelo es de consecuencias funestas para 
las buenas costumbres, y mas perjudicial que la lan- 
da contra el individuo aislado. 

En tal concepto pues, y ya que los tales gaceti- 
lleros no quieren comprender el mal que hacen pu- 
blicando con tanta ligereza esas anécdotas, juzgamos 
que seria muy conveniente impedirles que con esas 
suposiciones fabulosas, inverosímiles é inexactas ca- 
lumnien diariamente al sexo á quien debieran honrar 
procurando su moralización en'vez deescitaríoá fal- 
tar á sus deberes con las continuas y novelescas 
aventuras, qur. aunque de propia invención, sirven 
solamente de malísimo ejemplo qué imitar k incautas 
incitadas por lasconslonles pretensiones de los mis- 
mos que después los califican 9c graves faltas y los 
condenan, 

AL ILUSTRÉ POETA 
DOS JÜABf DE LA ti ADA Y DELGADO, 

ES sv nnAüA «Cristóbal Colon.» 

Genio inmortal, que al remontar tu vuelo 
Osado cruzas la azulada esfera, 
¿Nace tu inspiración de] alto cielo, 
O al crearte su autor te concediera 
Eco divino de constante anhelo. 
Lauros para tu negra cabellera. 
Sueños felices de entusiasmo y gloria. 
Página eterna en nuestra rica historia? 

Porque tn alma sublime de poeta 
Participa de encantos celestiales. 
Nos trasmite la historia del Velóla 
O de Colon los hechos inmortales: 
A tu poder sin límites sujeta 
La fama de los carros imperiales, 



V al trasmitir de Annibal las campañas 
Hazie franca jusüciu á sus hazañas. 

Es grande tu poder,, tu fantasía 

Nos presenta los ■valles y cascadas, 

La niebla densa de la noche fria, 

Las dures al nacer embalsamadas: 

Es un don de tti genio la poesía; 

Escuchareis sus mágicas haladas, 

V us dirán que cruzó su pensamiento 
Cnanto encierra de Dios el firmamento. 

Tejed coronas, refrescad su frente, 
Consolareis sus noches de martirio 

- 

Compensando muy poco lo que siente 
En esas horas de menLal delirio: 
Como dice una trova, "nunca miente > , 
Crea la luz, el sol, nos piula á Sirio, 
Del ilustre Cervantes es dechado, 
Por eso gloria á su talento osado! 

.lotif í'a Morena darlos. 



USA ESPAÑOLA A SU AMANTE. 

Sundo. 
Parle ala guerra, si, parte á la guerra; 
Con ínclito denuedo allí pelea; 
El ámbito conquista de la tierra 

Y arrójalo á mis pies como presea. 
Del cañón el rugido no me aterra, 

Pues siento que en el pecho arde la tea 
Que el glorioso entusiasmo ardiente encierra, 

Y al querer estallar rojiza humea. 
Parte, yo te acompaño, fiel guerrero; 

No te detenga aquí mi sentimiento; 
Que escuche yo el crugir del fuerte acero 
Recostada en el ancho campamento; 

Y si mueres cual noble caballero, 
Contigo entregaré mi último aliento. 

Calenturas sin fin quemen mi frente; 
Denme viruelas en la edad florida; 
Acúsenme de mal siendo inocente; 
Mi mejor ilusión contemple huida; 

No encuentre amores en mi amor vehemente; 
Míreme entre cadenas oprimida; 
El sueño de mis párpados se ausente; 



Habite una mazmorra oscurecida; 

La sociedad me arroje de su seno; 
Dálleme á solas con furiosa hiena; 
Apure del dolor todo el itníno; 

Sí me libro de un viejo, ¡horrible piíiia! 
Echándola de Adonis ó Galeno, 
Con su dorado lente y su melena. 

Hnrelin l.rnii. 



MALTA. 

Era según me acuerdo una mañana fresca del 
mes de mayo. Radiaba ya el sol enmedio de un cíe- 
lo sin nubes; una loca brisa nacida con el día corría 
alrededor de nosotros sobre el mar, plácido, sereno, 
enteramente azul, arañando las olas mas atlas y es- 
parciendo sobre aquella playa azul algunos copos de 
espuma. Resbalaba el navio sin ruido ni vaivén, co- 
mo por encanto. Habíamos salido la víspera por la 
noche de Siracusa, v fiós acercábanlos á Malta: en 
efecto, pronto vimos engrandecerse al horizonte un 
punto blanco que se nos hahia aparecido en la ma- 
ñana Cuma una perla pequeña encastada en una in- 
mensa turquesa, y nos adelantamos rápidamente ha- 
cia la isla de los caballeros. Malta vista desde el mar 
y de lejos, se parece á un pedestal de mármol blan- 
co, ancho, poco elevado, de forma oblonga, puesto 
enmedio de las olas y esperando alguna estatua gi- 
gantesca, Al acercarse ve uno aquella inmensa pie- 
dra tomar una figura sin perder nada de sus formas 
secas v rectas, y en fin aparece una ciudad blanca. 
sin tejados, sin ventanas, que parece corlada en aquel 
pedrusco resplandeciente, El sol chisporrea en aque- 
llas paredes lucientes, cuyas puntas se festonean con 
una pureza notable en el azul subido del cielo. 
Cuando no lia visto uno jamás los países orientales, 
se cree trasportado á una de aquellas ciudades tan- 
tas veces soñadas, y busca en las murallas la esbelta 
silueta de algún palmista, accesorio obligado en lo- 
do paisage oriental; pero no se ve ni un árbol, nin- 
gún color de primavera anima aquel coadro seco v 
regular como una montea. Entre el azul del cielo y 
el azul de las olas no se ven sino casas resplande- 
cientes de blancura, y de trecho en trecho algunas 
grandes lineas negras, sombras producidas por al- 
gunos lienzos de la muralla. Después de haber pa- 
sado bajo formidables baterías, cuando se entra al 
fin en el puerto, que parece la concha eslerior de 






aquella cindadela, se encuentra uno repentinamente 
bajo el fuego de una docena de navios de Irés puen- 
tes que están gravemente anclada» allí. Sucede una 
gran sorpresa; apenas ha esperimontado uno, mi- 

Írandu lo que le rodea, una impresión seria, inespe- 
rada, desagradable liajo aquel hfenncMÜ cirio, cam- 
bia la decoración como a] silbido de un maquinista, 
desaparecen la cindadela y los apáralos de guerra, 
v asiste una á un turneo náutico. 
En efecto, centenares de canoas hechiceras, ele- 
gantes, de colores vistosos, impelidas por remadores 
vestidos con chaquetas blancas y fajas encarnadas, 
viendo que llega el paquebote dejan por (odas parles 
leí muelle, se desafian á correr y llegan al buque co- 
mo volando por cima ele las olas, v haciendo un bu- 
llicio !¡il que no se puede ni aun <!;ir un» idea. Aque- 
llos barqueros, pon la cara atorada, ojos árabes, dien- 
tes agudos, dan gritos muy esf niños, disputan en 
uai lengua viva y gutural, se acercan por todos la- 
dos, ,1 pesar de los latigazos que ufa se les escasean, 
v á despecho de la gravedad y del orden británico 
lo cogen á uno á posar suyo con sur bagagps y lo 
trasportan á lícrrn. 

Los muelles son estrechos, v para subirá la ciu- 
dad, que se eleva en escalones encima de Jos navios, 
es menester pasar bajo muchísimos postigos empe- 
drados y abovedados, atravesar puentes levadizos, 
subir con un sol ardiente enormes escaleras de pie- 
dra, en donde á onda escalón se. encuentra un cenli- 
*nela inglés, alto, flaco, rubio v estirado en su casa* 
ca. encarnada, ó bien un hermoso tntjhmder (l) con 
las piernas desnudas, que se pasea gravemente; con 
el anua al brazo y la flaijmor.e al lado. Entonces se 

f halla uno de nuevo en Ja plaza de guerra amarrida y 
sombría; pero al llegar á la plataforma entra en una 
callo llena de animación, de movimiento v alegría: 

»no bar cosa mas original que el espectáculo que se 
presenta á su vista; en cuanto le rodea advierte una 
singular nuviia de lujo inglés y de miseria italiana, 
ile flema británica y de vivacidad meridional. 

ÍLa calle es aucba, recta y regular, todas las ca- 
sas tienen la misma altura y el mismo color; en am- 
bos lados bey hermosas tiendas, y está toda lleno de 
gente. En aquella confusión, la maltesa ron su man- 
tilla negra, llena de desenvoltura, sus ojos ardientes, 
su pelo negro, sus pies de. andaluza, va junto á ta 
inglesa de talle estirado, ojos bajos, cabellos de color 
de robre j pies gigantescos; marineros sicilianos 
medio desnudos, oficiales ingleses de todas armas, 
I le Escocia. 



levantinos con trages orientales, mercaderes apresu- 
rados, brillantes carruages que ruedan, herniosos 
caballos barbarescos que sacuden sus largas crines al 
galopear, dandis que. se pavonean y pobres que se 
esconden, lodo se meada, se aprieta y se confunde 
por allí. Aquella turba habla todas las lenguas: al 
lado del silbido de un inglés se oye la voí estrepito- 
sa de un francés, v un árabe de Túnez habla grave- 
mente al lado de un italiano que gesticula. Las tien- 
das están llenas degeneras de lodos los países: en li 
calle mavor viven eo buena armonía sastres deLon- 
dres, perfumistas de faris, cafeteros griegos y buho- 
neros de Smirha. Posadas hermosas, de buena apa- 
riencia y bien cuidadas, ostentan por tod.is parles á 
los ojos del viajero sus inscripciones en competencia. 

lín Malla la vicia es poco costosa y fácilmente 
elegante. ÉJu gran número de oficiales ingleses, jó- 
venes y ricos, se indemnizan de su secuestración 
lomando lodos lus goces del lujo, y conservando las 
costumbres de vida alegre que los caballeros babiaii 
importado en la isla mucho tiempo anles. Una mul- 
titud de viajeros que llegan de los cuatro puntos 
cardinales del mundo y tienen que detenerse en la 
isla, sen ¡tira ésperftVWvírfs, sea para htcerJcuaren- 
tena, animan mucho tas posadas y facilitan un gran 
despacho á las compensaciones menudas que pueden 
hacer olvidar las privaciones y el fastidio de Una lar- 
ga travesía. 

Pronto lia visitado uno la ciudad, que no es gran- 
de y que naturalmente no c; curiosa, ni se bao de 
buscar en ella monumentos, sino recuerdos. IJl pa- 
lacio délos grandes maestres, en el dia el de] gober- 
nador, es una masa de piedra pesada, cuadrada y 
tan sólida como poco elegante. Si visita uno el ar- 
senal lo hace solamente como para cumplir con un 
deber y porque está en Malta. Todos los arsenales 
SC parecen, y aquel no posee oirá cosa rara siuo diez 
ó acaso veinte armaduras de caballeros, muy ínfe- 
r lores por cierto, bajo Iodos aspectos, ¡i las pano- 
plias menos curiosas que encierra el museo de arti- 
llería de París, en el cual apenas pensamos. La igle- 
sia de San Juan, que tiene mas fama y la citan to- 
dos los viajeros como un monumento curioso, no es 
notable a mi parecer sino porque está sola, y sobre 
todo porque contieno los sepulcros de los ge fes de 
aquella valiente corporación que inmortalizó k Malla. 
Las fortificaciones tan célebres de la ciudad tienen 
sin duda atractivos para los hombres del arte, pero 
por mi parle no veo en ellas sino largas murallas 
alineadas á cordel, con troneras regularmente coló- 




■cadas y sus correspondientes cationes. Nada llene ¡ 
qoe ver en todo eso el viajero inclinado á investiga- f 
ciones artísticas, y á sus ujos, dejando á un lado los 
recuerdos, la ciudad de ia Valelle no es mas que una 
fortalfiía,: cita general de todos los barcos de vapor 
del Mediterráneo. 

La campiña de Malla es cariosa por ser cale- 
ramente artificial; y cuando sale uno de la ciudad 
por la primera vez, se detiene un instante sorpren- 
dido por lo cslraño de lo que ve, que no se parece 
en nada á un paisage. Delante se esliende un inmen- 
so campo de creta sin sombra ni vegetación; y en 
esa playa blanca, desolada, rodeada por el mar, no 
se advierte ni un árbol, ni mía mazorca de yerba. 
El único obstáculo que: encuentran los ojos es una 
infinidad de paredes pequemlas, que parecen in- 
mensas ruinas escombradas y arregladas. A cada so- 
plo de viento se elevan torbellinos de polvo que se 
nnen, para cegarlo á uno, al insoportable resplan- 
dor del sol, cuyos rayos refleja y centuplica aquej 
suelo brillante. Aquella tierra, tan árida en aparíen- 
cia, á pesar de eso está lejos de ser improductiva; 
los habitantes de esa roca bao desmentido á la natu- 
raleza á fuerza de industria. En ciertos sitios, que 
en el dia son los mas fértiles de la isla, como la Fio- 
nana y el huerto del gobernador, fallaba enlera-r 
mente la tierra vegetal, y los mal teses han ido á pe- 
dir prestado un suelo á la Sicilia: han traido una 
tierra productiva de las cercanías de Siracusa, y la 
han esparcido sobre la superficie de su estéril roca. 
Ese método, qoe algunos ricos propietarios podiau 
emplear con buen éxito y para jardines de recreo, 
era demasiado costoso para los pobres campesinos. 
Fallándoles dinero y barcos para trasportar la tierra, 
buscaron otros medios, y he aquí los que emplearon 
y emplean aun lodos los (has, consiguiendo así crear 
un terreno del lodo artificial. Después de haber tra- 
zado en el suelo el plan de! campo que quieren crear, 
quitan la roca por pedazos, ó mejor dicho por ca- 
chos, con cuuas de hierro» recogiendo con cuidado 
la poca tierra que encierran sus hendiduras y sus in- 
tersticios. Estando cavado asi el suelo eslienden aque- 
lla tierra mezclada con el polvo de las rocas, hasta 
la profundidad de pié y medio: mojan ese terreno y 
lo dejan espuesto al aire y al sol durante un año. 
Con los cachos de piedra qne arrancan construyen 
aquellas paredes de dos metros de altas que cubren 
toda la isla, y que abrigan esos campos artificiales 
del furor del viento, al mismo tiempo que los pre- 
servan de las frecuentes inundaciones. Al cabo del 



año labran la tierra con un pequeño arado, digno 
de los tiempos primitivos, que tiran algunas veces 
dos hueves, y otras dos burros. 

Aunque á primera vista parece la isla del todo 
blanca, no está enteramente privada de árboles. Por 
acá y por allá se elevan higueras, limoneros, grana- 
dos, medio escondidos detrás de las paredes délos 
cercados. Tampoco se han de olvidar aquellos árbo- 
les célebres que producen las naranjas encarnadas 
llamadas naranjas de Malta, que según dicen son el 
producto del granado engerlo en naranjo, ni los ar- 
bustos que producen aquellas naranjas pequeñas, 
mucho mas esquisilas, que se llaman mandarinas. 
Pero los naranjos, así como la tierra, no bastan pa- 
ra las necesidades de la población, y cometemos una 
singular equivocación cuando dos figuramos alguna 
vez que comemos en Francia naranjas de Malla. Los 
habitantes de la isla, lejos de tener fruta que espor- 
lar, tienen que abastecerse en Sicilia, cuyos cam- 
pos hace siglos que dan á Malta los géneros alimen- 
ticios que le fallan. La navegación ha establecido 
eulre esas dos islas, la una tan placentera y la otra 
tan árida, como un puente de barcas cargado de 
yerbas y de llores. 

(Se continuará.) 



Gcastes, — El nombre que los antiguos dieron á 
este parte de! vestido era el tkirolheea, es decir, 
cubre-manas. El uso de los guantes, que fué adop- 
tado para resguardarse del frío y preservarse de ¡as 
picaduras de los insectos, es muy antiguo y se lia ido 
generalizando entre todos los pueblos. Los primeros 
guantes sehaciaudc cuero y sin dedos, ydespues los 
hubo de lienzo, de punto, de pieles curtidas etc. Los 
guantes que usaban los romanos eran de color de 
púrpura y llamados ephatis. En el Oriéntese servían 
de un guante para conceder ciertos títulos ó confe- 
rir alguna dignidad, y al contrario lo quitaban cuan- 
do qoerian despojar á uno de ella ó degradarle. Ti- 
rar ú arrojar á uno el guante era lo mismo que un 
cartel de desafío, y cojerle ó levantarle era la acep- 
tación, costumbre que tampoco se halla del todo des- 
terrada entre algunas naciones. Antiguamente esta- 
ba espresamenle prohibido á los jueces firmar con 
guantes puestos. 

En la iglesia se introdujo el uso de los guantes en 
la edad media y se generalizó entre todos los sacer- 
dotes, cuya costumbre se ha conservado solamente 
entre el papa, cardenales, obispos y otras dignida- 
des. En la actualidad el uso casi continuo de los 
guantes es indispensable para todas las personas de 
ambos sexos cuya posición sea siquiera regniar. En 
la corle es imprescindible el uso de los guantes y en 
la de España en los actos de etiqueta se lleva puesto 



s 







únicamente c! de ¡a inano izquierda, sin duda porque 
los monarcas españoles acostumbraban prescolarse 
en semejante acto con la mano derecha desnuda. 

El domingo úllimo comulgó por primera vez en 
la parroquia de San Marlin una linda y graciosa hi- 
ja del conde de Allamíra, en medio de una escogida 
concurrencia. La niña iba vestida de blanco con una 
corona también del misino color. Bueno es que en 
eslos tiempos d!e general escepticismo, las personas 
de nuestra aristocracia mis ofrezcan lates ejemplos 
de religiou y de afecto bácja las sagradas practicas 
del cristianismo. 

El martes se trasladaron á Parales los restos mor- 
tales du la señora marquesa de este título. A pesar 
de estar el tiempo llnvmso acompañó al carro fúne- 
bre una, numerosa comitiva, 

DeSgbacia. — El sábado por la larde llamaba la 
¡ilem-ion en t-l Prado la sorpresa y desconsuelo que 
manifestaba un» ama de cria por haber muerto, re- 
pentinamente la criatura que llevaba en sus brazos, 
i cutos padres no se hallaban entonces en aquet si- 
tio. Posteriormente hemos sabido que aquella nina 
era bija del Exciuo. Sr. b. Antonio Ros de Olano'. 

La poetisa 1 granadina 1). ' Enriqueta Lozano aca- 
ba de escribir dos obras, que según informes de per- 
unas que han tenido ocasión de leerlas, son notables 
marcan los. adelautos que diariamente hace esta 
aprcciablc ¿cuprita. La primera es una colección de 
poesías religiosas que pronto veri la luz pública ba- 
jo el nombre de Krnj útl atrna, y la segunda nn dra- 
ma histórico titulado D. Juan de ^ujíriu. 
r 

MATnisioxioEtMixutiBA. — Mr. J, W. Neale y 
la señorita S. A. Blockwell contrajeron matrimonio 
el 10 de marzo último en Btaoklin (KcnLucliv . Lo¡ 
esposos componían entre amitos el respetable tolal de 
rrifilidchoañosi lí> el marido y l.'ila mujer. Aun- 
que nada n"s dicen los periódicos, es el e> creer que 
desde aquel día dejaran de ir ú la escuela los jóvenes 

consortes. 

■ 



Fenómeno. — En una de las aldeas inmediatas á 
Oviedo está criando ;í una nieta suva una aldeaua de 
sesenta anos di: edud que hace quiucj años luvo su 
Último parlo. El acceso de U leche iu atribuye á la 
aproximación de la criatura al pecho en una noche 
■[lie durmió con ella y la luvo entre stis.hm70S du- 
rante el sueño. Es tal la robustez y buena calidad v 
abundancia de la leche, que se propone dar de ma- 
mar á otra niela, nacida de otra de sus bijas, para 
que las dus madres puedan auxiliar al soilenimicnio 



de sus respectivas familias criando en aquella capi- 
tal. Una de estas eslá ya de ama de cria en casa del 
capitán comandante de la guardia civil. 

ADVERTENCIA. 

Hoyamos á nuestras apreciablcs suscrilonis da 
provincias de los punios en que no leñemos corres- 
ponsales, se sirvan remiljrnos el importe de la mis- 
cricion vencida, por medio de una libranza sobre 
Correos. 

OTRA.— Nuestros corresponsales de provincias 

se sirvirún remitirnos las cantidades que existan 

en su poder, importe de las susericiones á nuestro 

periódico, 
o 

, . 

ANUNCIOS. 

El domingo 23 se perdió enlre la calle de Pre- 
riadus y la plazuela de Simio Domingo uu precioso 
larjetero de nácar y adornos de oro. La persona que 
lo haya encontrado y quiera entregarlo á su dueña, 
se servirá pasar á la calle de María Cristina núm. S 
citarlo -,". donde sele darán cuatro duros de gfrali- 
licacion. 

La Señora (iiiISscppína Uouzi Tournier, artista 
bien conocida del público de esta corte, se ofrece 
para dar lecciones de arpa á las señoras que gusten 
favorecerla con su confianza. Calle de la Libertad, 
mim. "í, bajo. 

poesías 
de fa sfñórila doña. Angtla Grasú. 
Véndese a it rs. en las librerías de Monier, car- 
rera de S'. Gerónimo; Rios, calle de Jaco me i rezo; 
Oliveres, calle de Ja Concepción Gcróninia, y en la 
iruprenla de este periódico, calle de María Cristina 
núm. 8 cuarto bato. 

poesías 

ir ln smc-ra bono &blstóiiailá ^nüinó ütíCufiinl 

'precedidas ur. is eitói neo 
]'onLASi:\on.\ i>.« caiíoli\acoiu>\ yod. 

Constan dé dos tomos en i." español de 200 pá- 
ginas cada o i>o. en buen papel y esmerada impre- 
sión, y nfii elegante cubierta de color. Se halla de 
venia á 14 rs. cada tomo en .lo librería de D. José 
Cuesta, calla Mayor. i.l 

_ 

MADRID, 1852. 

IMPRENTA. PE V>. JOSK ThTJIU.0, HIJO, 

Calle de María Cristina, número 8. 



Año 1. 



Domingo 6 de Junio de 1852. 



Núra. 45. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado a su sexo. 



Este periódico sale lodos tos domingos: se suscribe en MuJrid en las lihretfas de Síonier y de Cuesta, á 4 rs. si mes; y rn proviji- 
L19 10 rs. por dos meses, tunco iic porte, remitiendo unalibiaflia a finir de nuestro impresor,* sellos de Craniruru. 



DOMINGO 6 DE IÜIÍIO DE 1852. 



La larea de escribir teniendo siempre que defen 
der á la mujer, y siempre que refutar las continuas 
dialrivas y calumnias que á nuestro sexo dirigen los 
hombres, es por demás molesta y enojosa, y sea di- 
cho con verdad, nos cansa y nos fatiga; peni aunque 
quisiéramos ocupar las columnas de nuestro periódi- 
co con asuntos mas gratos, ¿cómo abandonar su de- 
fensa cuando diariamente se le oíende, cuando el le- 
ma obligado de los hombres, siempre que no pue- 
den ocuparse de la política, ú de sus ambiciones, ó 
sos intrigas, es ridiculizar, y zaherir, y calumniará 
la mujer? Y en sus libros, y en sus periódicos, y en 
sus folíelos, y en lodos sus escritos y conversacio- 
nes, ó debaten sus propios intereses ó repiten y co- 
mentan, y anali/an una vez y oirá, después de ha- 
berlo hecho mil y mil, las fallas de ta infeliz mujer. 

Oh! qué ente mas ridiculo, mas despreciable, 
seria la mujer si cuanto dicen de ella los Eiornbres 
fuera cierto! Pero aun entonces, ¿de quién era la 
culpa? ¿quién es el que gobierna y dirige la educa- 
ción de la mujer? ¿quien impone las le) es por que 
lia de regirse? ¿quién establece las costumbres á que 
lia de acomodar sus hábitos? ¿quién la obliga con 
sus continuos alaques á estar siempre en defensa? 
¿quién con sus repetidos engaños la fuerza á ser sus- 
picaz y desconfiada? El hombre; porque la mujer 
ujyralmentc es su criatura, es el espejo en que se 
dibujan sus virtudes y sus vicios, es la cera blanda 
en que imprime y modela el hombre su retrato 

moral. 

Así pues, cuando el sexo fuerte bacc inculpa- 



cuando tan severa é injustamente nos juzga, á si 
mismo se inculpa, se critica, se juzga. 

Carece mentira que los hombres olviden esta 
verdad, y si no lo oyéramos de continuo no cree- 
ríamos que á lal punió llevara su injusticia y su ce- 
guedad. 

Ese tiempu que gastan en calumniarnos ¿por qué 
no lo emplean en corregirse y corregir la sociedad, 
y la mujer entonces solamente merecerá alabanzas? 
¿Porqué en lugar de procurar seducir, y perder, y 
corromper á las jóvenes á quienes se acercan, y cu- 
ya sociedad frecuentan, no las instruyen, las corri- 
gen, las defienden? 

Pero no, eso no lo hacen, porque el moralizar es 
una antigualla ridicula, molesta v muy puco diverti- 
da; porque si en vez de corromper la inocencia la 
instruyesen no pudrían galardonearse con los triun- 
fos que á fuerza de engaños y de villanas seduccio- 
nes obtienen; porque si defendiesen á las mujeres 
en vez de acriminarlas no tendrían esta porción de 
la especie humana en quien descargar sus iras, los 
efectos de su enojo, y en quien vengarse de las hu- 
millaciones y contrariedades que sufren. 

Y en último resullado, este sexo débil y pacien- 
te es el que ofrece al hombre consuelos en sus mo- 
mentos de amargura, desde que nace al mundo bas- 
ta que baja al sepulcro; á la mujer, cou su esmera- 
do cuidado, es á quien debe los pucos momentos de 
felicidad que guza. Así paga la mujer sus ofensas, 
así se conduce á pesar de las ingratitudes con que 
son pagados sus cuidados. 

No es por cierto nuestro ánimo apartar á la mu- 
jer de esa su noble manera de conducirse, pero que- 
remos presentará la \isla de nuestros detractores 
perpetuos el cuadro de sus ingratitudes y nuestro su* 



Truniento cuando menos, y aunque no la confiesen 
conocerán su sinrazón, triste pero único recurso de 
las que tenemos por dote el sufrimiento. 



&. grsr (aa&iyaa. 

IMI¡ -I l DEDICADA A i.*l «4K*oniT*. 

í)i:m\ clavel, flor preciosa, 
¿Por qué vienes á mi mano? 
Te puso en ella una hermosa 
Con afán harto inhumano. 

Mas (e valiera existir 
En la mano de esa bella 
Que hasta la raia venir: 
¡Fatal ha sido tu estrella! 

¿No sabes, flor desdichada, 
La desventurada suerte 
Que en mi te está reservada? 
¡Pobre clavell es,,., la muerte! 

¿No sabes que cuantas flores 
Vienen á mí este verano 
Sufren mis propíos dolores 
Al contacto de mi mano? 

¿No sabes que por mas fuerte 
Que sea y feliz su vidaj 
Encuentran en mí la muerte? 
¡Y qué muerte, flor querida! 

¿Conoces, clime, á las bellas 
Sosas de vivo carmín. 
Que mas parecen estrellas 
Que flores en el jardín? 

Esas peregrinas rosas 
Que con sus vivos colores 
A las (lores mas hermosas 
Matan de envidia y de amores? 

Pues las que dan inclemente 
Muerte de envidia y de amor. 
Vienen k mi seno ardiente 

Y sucumben de dolor. 

Abt si tas vieras morir 
Tú, clavel, te condolieras, 

Y para poder vivir 

Be mi mano al punto huyeras. 

Si miraras á esas flores 



En un jardin ó una eslancii 
Deslumhrar con sos colores. 
Embriagar con su fragancia; 

Y al ponerlas en mi seno 
Las contemplaras ajadas 
Cual si aspiraran veneno 
Caer muertas, deshojadas!... 

También tú, clavel querido. 
Cual yo siento sentirlas 
Su muerte, y llanto encendido 
Como vierto verterías, 

M:is. . . no pudieras sentir 
De aquesas flores la muerte. 
Cuando tú vas á sufrir 
¡Infeliz! la misma suerte. 

¡Pobre clavel! me conduelo 
De tu agonía temprana, 

Y lento me culpe el cielo 
De tanta muerte inhumana. 

Mas ¿qué digo? considero 
Es hoy mi afán harto vano: 
¿Acaso mataros quiero? 
¿Por qué venís á mi mano? 

Si no vinieras á ella 
Hoy, clavel infortunado, 

Y en la mano de la bella 
Moraras que i mí le ha dado. 

Fuera lu suerte felii 
De mil flores envidiada, 
Tanto como boy infeliz 
Es tu estrella y malhadada. 

Yo no le paedn prestar 
Lo que nunca he disfrutado: 
¿Sabe la dicha brindar 
Un coraron desgarrado? 

No, desventurada flor, 
Ya sabes cual es tu suerte; 
En mi seno está el dolor, 

Y junto al dolor.., la muerte! 



María Tcrdcle I ■»»■■ 



£1 sentimiento natura) que los defectos físicos con presunciones ridiculas traía de contrariar á la 
deben inspirar es la compasión. ¿En qué consiste, misma naturaleza? 



pues, que la vista de los que los sufren escite ordi- 
nariamente la burla y el menosprecio? 

Mas de una vmz se ha hecho esta pregunta, y 
siempre se ha contestado atribuyendo á los malos 
instintos de la humanidad Lo que realmente tiene 
otro origen, lo que seguramente procede de otras 
causas. 

Esas mismas personas burlonas, esas á quienes 
sirve de risible entretenimiento un tartamudo, un 
enano, una persona contrahecha, deben á la natu- 
raleza una alma sensible y abrigan un corazón com- 
pasivo: preciso es pues convenir en que hay una 
razón para que en su fisonomía se pinte la burla en 
vez de la compasión á la vista de esas desgracias. 

Y esa razón la bailamos fácilmente consideran- 
do los clisos en que un mismo defecto produce tan 
diversas sensaciones. 

Cuando vemos á un tartamudo que desea hacer, 
se comprender para evitar una desgracia y no puede, 
entonces no solamente le compadecemos, sino es 
que nos angustia su situación, y con todas las fuer- 
zas de nuestra mente procuramos adivinar su deseo 
pura auxiliarle si está en nuestra mauo, ó servirle 
de intérprete si no depende de nosotros complacerle; 
pero cuando vemos á uno que sufre el mismo defec- 
to haciendo alarde de locuacidad, presumir de chis- 
loso y decidor, entonces ¿quién puede contener e| 
sentimiento de burla y menosprecio que tan necia 
presunción merece? 

¿Quién calificará de poco compasivo al que se 
burle de la jorobada que en vez de reconocer su 
desgracia, y vestir modestamente, hace gala de su 
deformidad cargando su torcido cuerpo de adornos, 
ostentando en sus trages todos los colores del iris, 
para atraer la atención de las gentes á contemplar 
las protuverancias de su espalda, que en vez de ocul- 
tar con sendo manto, la deja descubierta y á la ver- 
güenza por el frivolo placer de tapar con un elegan- 
te sombrero su cabeza, medio sumida entre las jibas 
y los hombros, y así se ostenta en ios paseos mas 
públicos y en los sitios roas concurridos, haciendo 
alarde de su deformidad? 

¿Y á quién no inspira desprecio y repugnancia 
la vieja á quien los años no robaron las gracias que 
nunca tuvo, pero en quien imprimieron su terrible 
marcha, y que trata de ocultar con cosméticos y co- 
loretes, bajo cintas, moños y relumbrones, y que 



Así pues deduciremos que cuando el mundo se 
burla de los defectos físicos es porque contesta al re- 
to, digámoslo así, con que le desafian los que los 
sufren; pues en otro caso esos defectos físicos, esas 
deformidades naturales, solamente compasión inspi- 
ran. Aconsejamos pues á tos que tales desgracias 
sufren que ni las procuren ocultar ridiculamente, 
ni las ostenten haciendo vanidad de ellas, conocerse 
bien y atraerse con sus acciones la consideración, 
que no les negarán sus semejantes, debe ser la nor- 
ma de su conducta. 

am Mari*. 



En la Crónica vasco- n atarra, diario de las cua- 
tro provincias vascongadas, leemos el articulo que 
con gusto inseríamos hoy á continuación de estas 
línea». 

Su eslension no ñus permite eSponef los comen- 
tarios que su lectura sugiere, pero eu el próximo 
número haremos las reflexiones que se nos ocurran. 
y que los límites de nuestro periódico nos impiden, 
verifiquemos en el presente. 

Dice asi el referido periódico: 

«Ardua, mas de lo que á primera vista parece, 
es la tarca que vamos á emprender, y no porque al 
abogar por el bello sevo, tan ultrajado, vilipendiado 
y poco considerado por los hombres, egoístas en 
grado heroico y esclusi vistas hasta mas no poder, nos 
fallen razones de las que vulgarmente se llaman de 
tomo y lomo para salir airosos de nuestro empeño, 
sino porque siendo este asunto de una importancia 
que, si bien nadie se atreve á desconocer, pocos son 
los hombres que la confiesan, esto no obstante plu- 
mas mejor cortadas que la nuestra lian disertado lar- 
gamente, y no sin buena fortuna, logrando colocará 
la mitad mas bella del género humano á la altura que 
ia correspondí; por muchos conceptos. Pero, noi 
preguntamos á nosotros mismos, ¿es esa una razón 
suficiente í probar la imposibilidad de escribir sobre 
un asunto dado'/ Ciertamente que no, puesto que si 
así fuese pocos habría que pusieran la pluma sobre 
el papel. Se ha escrito hasta nuestros dias tanto bue- 
no, tanto mediano y tantísimo malo!... Y además, 
¿sobre qué podrá escribirse ya hoy que pueda llegar 
el sello de la originalidad? 

Hechas pues estas salvedades, entremos en mate- 
ria como Dios mejor nos dé á entender, pues abriga- 



mns la Orine convirnim de que la justicia de la causa 
que nos proponemos defender ¡i capa y espada será 
una égida sf^iir.i donde se estrellará l;i censura de 
que podamos ser uljjeti», cualquiera que ella sea. 

La mujer es, y téngase presente que la defini- 
ción que nos merece lo que nosotros entendemos 
por mujer na admite csiepcíon alguna, la mujer es, 
decimos, el objeta iiiifj hermoso di ía creación, ti 
principio de toda sociedad humana, tt segundo cria- 
dor del ni mido, et ser ^ur fe es intiitptnsabtf , la 
compañera tjut fíios fr ha ihtignodo para librar!? 
de la enojosa soledad.... Si pues todo esto es eviden- 
te, incontestable, ¿a qué se puede atribuir la indife- 
rencia criminal, el erróneo juicio á que por lo ge- 
neral cita fcoudeu.-itU l.i mujer en nuestra incom- 
prensible sociedad? 

Concebímos perfectamente que eslo sucediera 
en los tiempos de ignorancia y barbarie, en que 
desconociéndose basta las leves de la galantería, 
se consideraba á la mujer lan solo como nn 
ser débil é incapaz de todo; pero en una ¿poca como 
la nuestra, en que la rascón lia adquirido un vuelo 
tan rápido, en que los adela a los progresivos de la 
civilización han desterrado, ó por mejor decir, 
debían haber desterrado las nocivas preocupa- 
ciones que antes existieran; en una época en que 
todos los ramos que abr.ua el saber humano lian lle- 
gado, si nos es permitido espresarnos así, al apogeo 
de su perfección; y por último, que ert la época del 
vapor, de los ferro-carriles > de la telegrafía eléctri- 
ca permanezcan en pié aquellas mismas preocupacio- 
nes, es imperdonable y da una idea muy triste, tris- 
tísima, de una sociedad asi constituida. 

I'ero examinemos las causas de un modo de pen- 
sar tan inconducente y erróneo. 

Nosotros los hombres dominados por una vani- 
dad sin ¡imites, presa de un orgullo desmedido, na- 
da hemos hecho hasta hoy pora sacar á la mujer de 
la condición en que por las razones que llevamos es- 
puestas parece está destinada á permanecer; mas dire- 
mos aun: los hombres, á mas de hacer alarde de un 
egoisrao wai entendido, y no contentos con las in- 
mensas i enlajas que la naturaleza les prodigara á 
manos Nenas sobre la otra mitad del género humano, 
han uebidu hasta abrigar un temor que no creemos 
infundado de quedar vencidos, atendiendo a la supe- 
rioridad que el bello seio pudiera llevarles, puesto 
que dolado de una Sensibilidad mas esquisiía que 
ellos es indudable que conseguiria progresas mas rá- 
pidos si se !e pusiera en disposición de adquirir los co- 



nocimientos de qoe se le priva, y si su educación no 
se hubiera limitado .i simples fruslerías, 

¥ luego esos mismos hombres, causa eficiente 
de! lamentable estado del bello sexo en punto á ins- 
trucción, son los primeros que se quejan y le insul- 
tan por su superficialidad de ideas. Harto saben las 
mujeres sin mas que su instinto delicado, sin otra 
cosa que su sagacidad natural. Si á pesar de lodo ve- 
mos que se distinguen en las letras v en lasarles una 
infinidad de genios femeninos, ¿hasta donde no llega- 
rían si sus inteligencias se hubieran ayudado con una 
instrucción solida cual la reciben los hombres en su 
mayor parle"; Entonces aquellos seres privilegiados 
no serian simplemente genios, sino genios colosos', 
entonces veríamos á cada paso, cual brotan las Dores 
en un jardín , brotar genios que serian ta admiración 
del mundo. 

Y no por las ideas que llevamos emitidas se crea 
que nosotros pretendemos que las mujeres abando- 
nen las ocupaciones que lan en armonía están con su 
organización; lio, ni mucho menos que se las dedi- 
que á estudios graves ni á ciencias sublimes de modo 
alguno, porque esto equi valdría á querer una comple- 
ta regeneración social, y hasta seria un contrasen- 
tido. 

Creemos que lodo en esfe mundo es relativo, y 
así la instrucción del bello seso debe ser también re- 
lativa á su carácter, á su organización, á las funciones 
augustas que está destinada á ejercer en ta sociedad y 
en la familia. Pretender otra cosa seria casi querer 
ridiculizar lo mismo que nos esforzamos por en- 
comiar, 

•Las mujeres, dice un autor contemporáneo es- 
trangero, en que los germanos v los antiguos galos 
reconocían un gran mérito, han podido formar en 
Roma un senado, deliberar en las antiguas asam- 
bleas, desempeñar embajadas, elegir diputados, co- 
mo en Inglaterra, reinar con gloria como en dife- 
rentes países. Pero hoy no sucede eslo; la mujer es- 
tá declarada incapaz de hecho v de derecho. ¡Qué in- 
juriosa mentira! Permítasela cuando menos aprender 
lo que ensenan los defectuosos métodos de los hom- 
bres, y se conocerá por fuerza que ¡a pretendida su- 
perioridad de estos no es mas que una absurda preo- 
cupación. Con los mismos medios, añade, las muje- 
res aprenderán, dirán y harán lan bien, si no mejor 
que los nombres.') 

(Se tonthworá. ) 




A SU MUERTE. 



COMPOSICIÓN LEIOA. EX EL LICEO ARTÍSTICO Y LITERARIO 
DE VALLADOLIU. 

Desesperación y horror 
Me acompañan por do quier; 
No hallo gusto ni placer, 
Pues perdí á raí linico amor. 
Ay! de la parea el rigor 
Cu mortal me arrebató; 
Para mi lodo acabó. 
La existencia me es odiosa, 
V sobre una triste losa 
Lloro al ser que me adoró. 

Descansa en paz, mi bien, que yo amorosa 
Bendeciré tu ser ¡«animado; 
Ya que en mi corazón luto has dejado 
Es mi signo vivir triste y llorosa. 
Tu muerte, para mi tan dolorosa. 
Hará siempre eterna I mí desconsuelo, 
Recordando no habita ya este suelo 
Él objeto mas digno de mi amor: 
A nada es comparable mi dolor, 
Porque vejeta el alma en triste duelo. 



Aun lúgubre panteón 
De horrible lulo cubierto, 
Tan solitario y desierto, 
Consagro mi corazón. 
De malograda pasión 
Un féretro triste miro; 
¿Cómo de dolor no espiro 
Viendo espectáculo tal? 
Recibe, amado mortal. 
Mi ardiente y tierno suspiro. 

Al lado de su tumba allí se mira 
Ua lúgubre ciprés, alto, elevado; 
Respeto infunde en el lugar sagrado 
Do yace aquel por quien mi alma suspira. 
Ven, triste tronador, ven con tu lira; 
Dedica á su memoria dulce canto; 
Venid, almas sensibles, verted llanto 
A la vista de un féretro fatal: 
Muévaos á compasión mi intenso mal; 
Llorad al hombre que me amaba tanto. 



Parca ingrata! 
Me has privado 



De m¡ amado 

Con rigor. 
No consueto 
Yo le pido; 
Lo he perdido 
Con mi amor. 

Funeraria 
Triste losa, 
Do reposa 
El que perdí, 
Deja un hueco 
Reservado 
A su lado 
Para raí. 

¡Adiós grata, 
Dulce vida! 
Yo afligida 
Lloraré. 
Abatida, 
Sin consuelo, 
Solo al cielo 
Imploraré. 

Oh! parca cruda y tirana, 
Luto y horror me lias dejado, 
Mi corazou angustiado 
Llora su muerte temprana. 
El albor de La mañana 
Me verá triste y llorosa, 
Y la noche silenciosa, 
Imagen de mi dolor. 
Me verá orar con fervor 
Sobre la fúnebre losa. 



Y el pecta lo escuchó, 

Y pulí 'i triste el laúd, 
La losa se conmovió, 

Y la dama que cantó 
Vertió llanto só la cruz. 

VptiBiirln I.apeí VlllabrllLt 



MALTA. 

Es cosa graciosa el ver aquellos speroixtri que 
cada mañana entran en el puerto llenos de rosas sici- 
lianas, de frutas de Catana y de pedazos de nieve de| 
Etna, que por la noche los cafeteros convierten en 
helados perfumados para el recreo de las hermosas 






maltosas. Si no fuera por la Sicilia, la esislencia en 
Malta seria miserable y llena de privaciones, y los 
malíeses no se atreverían probablemente á llamar 
a su pobre isla la por drl manda [flore del mon- 
do). Esa denominación afectuosa y presumida con- 
firma una observación que se ha hecho va machas 
veces: por difícil que sea el explicarlo es positivo 
que cuanto mas pobre es un país tanto mas lo quie- 
ren sus habitantes; y para apoyar esto podria, si 
fuese necesario, presentar cien ejemplos que me 
ofrecerian las regiones mas abruptas, las montañas 
de Escocia, de Suiza, de U Amerita y del Limosín; 
las islas mas áridas de la Grecia, las llanuras mas 
desoladas de Bulgaria, pero no es necesariu ir tan 
lejos, parque ningún país de la tierra inspira á sus 
habitantes esc aféelo inesplicable á un grado tan alto 
como Malta. 

Los mal leses, que pertenecen 'al mismo tiempo 
por su carácter y su figura á la Europa y al África, 
ardientes y orgullosos como árabes, industriosos é 
interesados como europeos, tienen en su mayor parle 
que espatriarse para vivir, y que habitar durante su 
juventud países mas favorecidos que el suyo en don- 
de puedan aprovechar mas fácilmente su ingenio mer- 
cantil y su actividad natura); pero no hay viaje tan 
lejano, ni ausencia tan larga que les haga olvidar la 
roca donde Dios los echó al mundo. Siempre conser- 
van la esperanza de volver, y en las dulces márgenes 
a donde los celia alguna vez su forzoso destierro, re- 
cuerdan con amor el pequen ha campo seco de su 
padre, su pobre cabana, y vuelven á acabar !a vida 
á la sombra de los ilacoS naranjos que abrigaron Su 
infancia. ¡.Por qué liga mas la pobrozaquela riqueza? 
¿Por qué quiere uno roas los sitios en que padeció 
que aquellos en donde, vivió feliz? ¿Por qué se pre- 
fiere á menudo un ser que lia despedazado nuestra 
existencia á otro ser que lia hecho cuanto lia podido 
para hermosearla? ¡Quién lo sabe! Es una de Ins mil 
contradicciones del género humano: no busquemos 
sus causas y no vayamos mas lejos que cierto picador 
de no sé que novela de Waller Scott.— ¿Por qué 
me quieres, le preguntaba su amo; nunca te he he- 
cho síno mal.— Verdad es, respondió, pero ya co- 
nocéis el pequeño potro bfaaco, que es tan malo co- 
mo un burro encarnado* hace dos años me rompió 
b pierna du una <-<jí; el mes pasado me arrancó de 
un mordiscan mw parte del hombro, y a. pesar de eso 
lo quiero uim-iio mas que á lodus los otros caballos. 
Por esa misi:v r.izgu os quiero, señor. 

Durante di -■; días que pasé en Alalia, esperando el 



barco de vapor que me había de llevar a Grecia, em- 
pleaba el tiempo en recorrer la isla en hermosos pe- 
queños caballos árabes, que se alquilan mny baratos 
en la ciudad. Allí estábamos cinco ó seis jóvenes lle- 
nos de ardor y de alegría, entre los cuales había un 
hechicero artista, que es también el mas amable de 
los compañeros de viaje; quiero hablar de Alberto 
Grísar. Me ha quedado un grato recuerdo de aque- 
llas cabalgadas y de aquellas horas de juventud tan 
alegremente pasadas ion amigos de un dia, que no 
he vuelto á ver y que sin duda me habrán olvidado. 
Por la mañana al amanecer el dia, pasábamos á todo 
galope por las calles, y luego corríamos como verda- 
deros locos por lus caminos polvorosos de aquel ári- 
do campo. Pronto brillaba un hermoso sol encima de 
nuestras cabezas: nos soplaba en el rostro el viento, 
se llenaban de espuma nuestros caballos, huían alre- 
dedor de nosotros las pequeñas paredes de los cam- 
pos, y cuando no podían mas nuestras desgraciadas 
caballerías ñus deteníamos, bañada de sudor nuestra 
frente, rebosando el corazón, y riéndonos de nuestra 
propia eslra vagancia. A veces al volver hacia la ciu- 
dad cotí un paso mas moderado, cruzábanlos con 
otras cabalgadas: eran jóvenes oficiales ingleses y ele- 
gantes amazonas, que montados en caballos vivara- 
chos iban a pasar las horas calurosas bajo la sombra 
délos naranjos de alguna casa de campo de las cer- 
canías. Los oficiales inglese, observadores menos 
estrictos que los nuestros de la ordenanza, tenían 
buen cuidada de no llevar el unifurme en las horas 
de descanso en aquel clima ardientes. Según la mo- 
da maltesa, estaban vestidos, como todos nosotros, 
de tela blanca desde la cabeza á los píes, llevando 
un gran sombrero dt paja; basta las jóvenes (adíes 
habían sustituido un largo vestido de terliz á las pe- 
sadas amazonas de paño usadas en Regen.!' s ParL. 

lisa uniformidad de tragos, esa ausencia dé toda 
distinción, y sobre todo el alojamiento del país nati- 
vo, hacían aquellos encuentros divertidos y casi fa- 
miliares. Si seguían la misma dirección, sin decirse 
nada, una de Las cabalgadas desafiaba á la olraá cor- 
rer; cada uno trataba de encajarles á los otros el pol- 
vo, se pasaban lus fosos, se saltaban las paredes, se 
interesaba en eso nuestro amor propio de cazadores, 
y uaciamossíetDJe-rftqse capaces de rompernos la ca- 
beza. A l,i vuelta almorzábamos alegremente en el 
fioírf Clárente, en donde una amable posadera, la 
señora Goubcau, nuestra compatriota, ponía ú nues- 
tra disposición fus diarios de Francia y entre otros 
la Atrista de los ¡)or .líuiidus y la de Paris, 






Mientras chispeaba por Je fuera el sol, pasába- 
mos el tiempo al fresco en cuartos bien cerrados, con 
buen aire, echados á la oriental en alfombras, fuman- 
do buenos cigarros, hablando á veces, oyendo 
otras á Grisar, que nos louaba algunas de sus suaves 
melodías. Aunque en Malla la temperatura es menos 
ardiente que en Grecia, es cálida y muy poco varía- 
ble. En el verano el termómetro de Reauniur eslá 
casi siempre en 25% pero nunca encima de ZH". Las 
lluvias, y aunlas nubes, son fenómenos muy estraor- 
dinarios, y casi siempre tiene uno sobre la cabeza 
un cielo azul sin mancha: asi las mas de las tasas, 
construidas según el sistema oriental, no tienen 
aberturas sino en un patio interior, muchas veces 
lleno de flores, rodeado de una galería en cada piso 
y como cubierto por un lienzo del cielo. En el in- 
vierno el termómetro no baja de 8° encima de 0, y 
una escarcha es cosa desconocida, que seria conside- 
rada como una calamidad pública; sin embargocuen- 
tan que hacia fines del siglo último, cierta mañana 
un labrador vino á toda prisa ¡i advertir al gran 
maestre que había visto en su campo lo que los niños 
llaman una vela de hielo. Al instante el gran maestre 
mandó ensillar un caballo y marchó con todos los ca- 
balleros que se hallaban presentes; pero por mas pri- 
sa que se dieron, llegaron demasiado tarde; estaba 
deshecho el hielo. 

Por Ja noche, cuando se ponían coloradas las pa- 
redes del patio con la ancha cinta dorada que pro- 
yectaba el sol, íbamos á las márgenes del mar á res- 
pirar los primeros soplos de la brisa naciente. Algu- 
nas velas blancas aparecían á lo lejos en las olas; se- 
guíamos su curso con interés, las veíamos con cu- 
riosidad acercarse y engrandecerse; asistíamos .i su 
entrada en el puerto, y escuchábamos el canto tan 
original de los marineros sicilianos. Después déla co- 
mida y de los cigarros de la tarde, se reunía la gen le 
en la Floriana, especie de huerto largo y estrecho, 
plantado de pimientos, de algarroba y de nísperos del 
Japón. Una hora después de ponerse el sol, cuando 
en aquel hermoso clima toda la parte oriental del cie- 
lo está cubierta con una cortina de terciopelo de co- 
lorde púrpura, con franjas de oro; cuando el aire, ar- 
diente durante el dia, está templado por la brisa, es 
nn paseo muy curioso la Floriana. Allí se ven por 
todas partes brillar, bajo el raso de las mantillas, ojos 
negros que le quitan pronto á uno la poca razón que 
le ha dejado el calor de la atmósfera. Jamás vuelven 
la cabeza las mallesas para mirar al paseante que las 
admira; sofo sus pupilas ruedan en su órbita, y sus 



miradas no espresan, como en Smirna y en Grecia, 
una voluptuosa languidez, sino una pasión fogosa, 
un ardor africano. Su andar nervioso, su talle, cu- 
yos contornos se adivinan bajo los pliegos apretado i 
de la mantilla, hablan el mismo lenguage. Segura- 
mente en lodo país la vida humana es la misma con 
corta diferencia; no hay rincón del mundo habitado 
tan poco favorecido del ciclo que tío tenga su calle 
arenada y sus árboles en quincunces, bajo cuya som- 
bra los jóvenes se reúnen durante las hermosas no- 
ches de verano para confiarse sus deseos y sus penas 
ai cruzarse, y sin decir palabra. En todo el universo 
es el mismo ese lenguage de los ojos que habla de 
instinto la juventud, y dícen que olvida la vejez. Por 
el verano, hacia las ocho de la larde, lo hablan desde 
Pekín hasta Roma; en la calle de las Rosas de Smir- 
na, en el carapito de Conslantinopla, en el Prado de 
Madrid, en las esplanadas de Viena, en los Campos 
Elíseos de París, en la Chiaja de JNápoles, y en la 
Marina de Palermo; pero en ningún sitio de la tierra 
es por cierto tan espresivo y tan provocativo como 
en la Floriana. 

fSe eontmvtará.J 



-***»-frJ04**+*- 4 - 



Fallecimiento. — Tenemos el sentimiento de 
anunciar que el jueves falleció en esta corte la apre- 
ciable esposa del señor 0, Manuel Félix Pérez, hijo 
del Exemo. Sr. D. Julián Aquilino Pérez, senador 
del reino. La circunstancia de haber disfrutado cons- 
tantemente la difunta de una completa salud, hasta 
que inadvertidamente se tragó días pasados un hueso 
de pichón, hace creer que este habrá herido algunas 
visceras, produciendo la desgracia que lamentamos, 
y de cuyas primeras circunstancias se han ocupado 
casi lodos los periódicos. 

kiDusTMA. — Hemos tenido ocasión de ver una 
compostura que ba hecho en loza la señora que ocu- 
pa ía tienda de paraguas que hay en la entrada del 
pasage del Iris, tina frutera que se habia caído al 
suelo y hecho cuarenta y cinco pedazos, uniendo es- 
tos la ha asegurado de tal modo que nadie dirá que 
no está acabada de salir de manos del alfarero. Re- 
comendamos la habilidad de esta señora á los que 
por descuido de los criados ú otras causas vean ro- 
los sus trastos de vagilla. 

Generosidad de una artista. — Dice la Opinión.- 
Una graciosa actriz que trabaja en el teatro de 
la plazuela del Rey, y cuyo apellido no nos es dado . 



revelar, pero si decir que empieza con, R y acaba ¡ 
con. O, se levantó hace tres días algo disgustada. — ¡ 
¿Qué tiene V. J le preguntó un amigo de confianza 
que llegó temprano á darle los buenos días. — Pío he 
podido descansar un momento, respondió la R O; et 
sueño lia huido de inís párpados, y á pisar de que 
he procurado distraerme me siento conmovida romo 
pocas veces lo he estado. No se burle de mi; sin sa- 
ber por qué Horaria de buena gana. — No me cstraño 
"e eso; V. siempre ba sido tierna; pero ¿que motivo 
•y hoy para que el llanto humedezca sus ojos, pues 
veo que brota una lágrima de ellos? ¿no tiene V. oro? 
¡no es V. aplaudida? — Ayt contestó la arlísln; el oro 
sirve para satisfacer nuestros antojos; los aplausos 
para satisfacer nuestra vanidad; pero nuestro corazón 
necesita Otra cosa pnra estar satisfecho. — Kspliqucst! 
usted... — Mire V., amigo mió: nosotros tenemos 
beneficios, y malgastamos el dinero que mis produ- 
cen en uoa bagatela. Anoche retirándome del teatro 
vi á un tu feliz durmiendo en el quicio de uno puerta; 
vi ¡i una desgraciada que huin. de las gentes porque 
iba medio desnuda, v en la boardilla de esta misma 
casa he oido á la familia lamentarse por no tener 
pan que llevará La boca. Esto me ha contristado... 
— ¿Heroína de novela? — Lo que V. quiera, pero le 
aseguro que me seria nmv grato proporcionar á al- 
gunos pobres un beneficio. 

No se quedó en dicho: al dia siguiente repartió 
entre algunos desgraciados un -m número de ropas, 
tan útiles para ellos como ¡«útiles eran va para la 
artista. 

liemos visto con gran satisfacción «1 estado de 
las economías que el celoso gobernador de esta pro- 
vincia ba introducido en los ramos de beneficencia 
de esta corle y ascienden á la enorme cantidad 
de 61 1,4-93 rs. 20 mrs., cuya cantidad será inver- 
tida en otras obras de beneficencia y en la asistencia y 
curación de tantos pobres que alberga esta populosa 
capital. 

Nos parece que una de las aplicaciones mas hu- 
manitarias en que podría invertirse esta cantidad, es 
instituir en cada parroquia de Madrid un premio de 
cuatro ó seis mil reales que se decernína anualmen- 
te á la doncella mas virtuosa de cada una, sirvién- 
dola de dote. Esta fundación, asi lo creemos, in- 
mortaliiaria en esta corle e] nombre del Señor Or- 
doñez. 

El dia 25 de mayo á las ocho de la mañana tu- 
vo lugar en Palma un conato de suicidio en el sitio 
llamado el Mirador. Una joven de once años de 
edad, llamada Magdalena Pelegrí, se arrojo desde 
aquel punto á la muralla, siu que en su caida baya '. 
recibido mas que algunas contusiones v una herida I 



de poca gravedad en la rodilla derecha. Parece que 
disgustos de familia y algunas correcciones de pala- 
bra la indujeron á lomar tan fatal resolución des- 
pués de haber oido misa; pero el destino no ba que- 
rido concluyese trágicamente su existencia, y de 
ello nos alegramos. Acudieron inmediatamente al 
lugar de la desgracia los señores alcalde y juez de 
primer;! instancia, v después de evacuadas las pri- 
meras diligencias, fué conducida la joven á una ca- 
sa del Cali, y desde esta al Santo Hospital, donde 
Se le suministraron Jos socorros propios del caso. 

ADVERTENCIA. 

Rogamos á nuestras apreciablcs suscriloras de 
provincias de los punios en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos el importe de la sus- 
criotoa vencida, por medio de una ibranza sobre 
Correos. 

OTRA. — Nuestros corresponsales de provincias 
se sirvirán remitirnos las cantidades que existan 
en su poder, importe de las suscriciones á nuestro 
periódico. 



ANUNCIOS. 

El domingo 23 se perdió entre la calle de Pre- 
ciados y Ja plazuela de Santo Domingo un precioso 
tarjetero de nácar y adornos de oro. La persona que 
lo baya encontrado y quiera entregarlo á su dueña, 
se servirá pasar á ta calle de María Cristina iiúni. 8 
cuarto &.*, donde se le darán cuatro duros de grati- 
ficación. 

La señora Ciusseppina Rouzi Tóurnier, artista 
bien conocida del público de esta corte, se ofrece 
para dar lecciones de arpa á las señoras que gusten 
favorecerla con su confianza. Calle de la Libertad, 
iiúm. 7, bajo. 



de la señorita doña Angela Crnsü. 
Véndese á \ rs. en las librerías de Monier, car- 
rera de S. Gerónimo; Ríos, calle de Jarometrezo; 
Oliveres, calle de la Concepción Cerónima, y en la 
imprenta de este periódico, calle de María Cristina 
mina, 8 cuarto bajo. 



MADRID, 1832. 

IMPRENTA BE D. JOSÉ TRUJ1LLO, tÜIO, 
Caite de María Cristina, uümeroiS. 



Año I. 



Domingo 13 de Junio de 1832. 



Xúm. 46. 




LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todo> los domingos: se suscribe en Madrid en las librerías de llonier y de Cuesta, á -1 rs, al mes; jen prefin- 
ías 10 rs. por dos meses franco de porle, remitiendo una [lütanca a favor de ntieslro impresor, ó sellos de franqueo. 



tas 11 

1 

■ 

Desconocer la influencia que la mujer ejerce y 
ha ejercido siempre en lo; destinos de la humanidad 
seria el error mas craso y la aberración mental mas 
noloria y lamentable de que pudiera ser capaz el en- 
tendimiento del hombre. Dudar Je la importancia 
de la educación moral í¡ intelectual Je la mujer se- 
ria también un anacronismo imperdonable. Sin em- 
bargo, nada hay mas cierto por desgracia; el hom- 
bre, ciego y preocupado tal ve? cou el envaneci- 
miento de sus glorias, viene cometiendo esas puni- 
bles faltas desde la mas remota antigüedad. Ved á 
Licurgo, al va ion emitiente que tuvo la generosidad 
de renunciar la corona que le ofrecieran los espar- 
tanos á la muerte de su hermano Polícrales; Tedie, 
decimos, alzar del polvo y del desorden, por medio 
de leyes sabias y vigorosas, á aquella vacilante re- 
pública que fué la rival mas temida de Atenas, ha- 
ciendo de ella uno de los pueblos mas guerreros y 
poderosos de la Grecia. Pues bien; aquel insigue le- 
gislador que nos ba legado su nombre nada babia 
hedió en pro de las mujeres, que lejos de enalterer_ 
las quedaron abandonadas á la mas escandalosa pros. 
litación, y el vicio autorizado üegó á erigirse en 
costumbre vergonzosa. 

¿V cómo han considerado á la mujer los gran- 
des hombres de Roma, de esc imperio gigante que 
ha impuesto sus leyes á ias naciones del mundo? Ali! 
con dolor diremos que ha sido una esclava humilde 
sujeta á los caprichos de su sefior; que el ciudadano, 
armado de acero de pies á cabeza, y eternamente 
ocupado primero en sus triunfos, despnes en su lujo 
y sus intrigas, y últimamente en derruir con su am- 



LA MDJER AL TRAVÉS DE LOS SIGLOS. 



bidón ilimitada el magnilico edificio que habian le- 
vantado sus héroes, no se cuidaba, del engrandeci- 
miento de la otra mitad del género humano, que tan 
eficazmente hubiera podido contribuir á su prospe- 
ridad, fuera de la postración en que vacia. 

Los pueblos bárbaros derribaron al coloso, v 
aun parece que oinios con horror el continuo cho- 
car de lanzas y broqueles, y estendidos por toda 
Europa se reparten entre si el país conquistado y es- 
tablecen el sistema feudal, padrón de iguominia pa- 
ra el hombre, que no sentando bien á su espíritu 
agitado y bullicioso debía sepultarse en el fango pa- 
ra dar origen al gobierno monárquico á mediados 
del siglo XV. Esta es la edad media, edad desastro- 
sa en que la educación de Ja mujer pasa también 
desapercibida entre el rumor de las batallas. 

Fúndanse las grandes monarquías, y los reyes 
ocupados constantemente en acabar con tos restos 
del poder feudal, y en la reforma, que al fin se con- 
vierte en guerra de religión, solo aspiran al acre- 
centamiento de su poderío bajo el estado de absolu- 
tos. Xo obstante nuestros antiguos campeones em- 
pezaron á dar alguna preponderancia á la mujer cu 
aquel honroso lema de mi Dios, mi rey rj mi dama. 
que á pesar de lodo no pasaba de ser un ligero ho- 
uienage hijo de la galantería, pues que la condición 
de aquella no cambiaba. ¥ en fin, el descuido del 
hombre ha llegado en este punió á tan alto grado 
que aun entre nuestros mismos abuelos se ha tenido 
por una cosa estraña, y en cierto modo vituperable, 
el que se enseñase á leer y á escribir á las mujeres. 

¿Y de donde podrá traer origen tamaño absur- 
do? ¿en donde podremos hallar la razón de abando- 
no tan reprensible y pernicioso? Pues qué, ¿uo es la 
mujer un ser inteligente capa? de las virtudes que 



2 






han adornado ¡i ios varones mas insignes'? Pero ei 
(lumbre es egoísta, es orgulloso en demasía, y, lía- 
blando en general, jamás ha querido reconocer el 
perfecto equilibrio de 'ambos setos, y lia llegado su. 
exageración basta el caso de concebir duda» acerca 
de si su compañera ha sido ó no dolada por el Ser 
Supremo de un alma racional. ;Qué eslravioí Y el 
hombre nu lia abierto el Ufa™ de la historia pira sa- 
tisfacer sus dudas; y no lia visto destacarse en sus 
brillantes páginas la hermosa figura de Deberá, la 
viuda prudente gobernadora de los hebreos, que reu- 
niendo en si las calidades de 'profeta, jnez y capitán, 
pronunciaba sentencian incontrastables, dabn au- 
diencias debajo de una copuda palmera, v conducia 
valerosamente con Barach a su ejército contra los 
eanancos, opresores de su pueblo; ni ha reparado 
en la divina Judit, que aterra .i los asirlos con la ca- 
beza de Holoferoes; ni ha contemplado á la enluta- 
da Artemisa, que después de haber erigido cien mo- 
numentos para inmortalizar la memoria de su espo- 
so Mausoleo, se traga sus cenizas; ni ha visto tam- 
poco á la reina de los palmiros, Zenobia, cazadora 
de reyes y leones; ni las nobles fisonomías de Lu- 
crecia, Clclia, Porcia, Arria y IVulina han ftpareci- 
do á su vista; ni recuerda en tiempos mas cercanos 
los retratos de María Sluard, la Doncella de Orleans. 
Blanca de Castilla. Sancha de Navarra, ron otras mil 
no menos célebres por su virtud y dotes singulares. 

Abura bieft; ¡no podría la mujer calificar razo- 
nablemente al hombre de insensato en vista de los 
sublimes ejemplos que la historia nos presenta por 
do quiera, echándole en cara la injusticia de su 
ofensa y lo temerario y torpe de su proceder irrefle- 
xivo? Sí; podría... y podría traer al hombre al ter- 
reno de los hechos y erigiendo por juez á ]«. con- 
ciencia, qtie es incorruptible, probarlo hasta el inti- 
mo convencimiento que la mujer es capaz decuaulo 
es capaz el hombre, y que no ha fallado princesa 
augusta que por si sola haya hecha toas bien á la 
humanidad en un momento, que multitud de reyes 
pacíficos en lodo el trancurso de su vida. 

Pero la mujer, que lleva el sello del sufrimiento 
en su serena frente, que es agradecida por naturale- 
za á los mas pequeños obsequios, que es como un 
niño a quien encanta y seduce la sonrisa de una ma- 
dre después del riguroso castigo, ni pretende con sus 
déhiles 6 ¡mpolcatcs declamaciones esa fantástica 
emancipación cu contra de lacual algunos ilusos, en- 
gañados sin duda por apariencias desprovislasde todo 
fundamento, han enderezado furiosos tiros y terribles 



diatrivas; ni quiere tampoco trastornar en lo mas 
mínimo el orden actual de las cosas, y es(á muy le- 
jos d« presentarse en el palenque ;i trabar una lucha 
en que quedaría irremisiblemente vencida por la in- 
ferioridad de sus fuerzas, fueran estas del género que 
se quisiera. La mujer aspira al logro de un objeto; 
lia columbrado en medio á la deshecha tormenta de 
pasiones en que se agitan las sociedades humanas un 
norte fijo á que dirige constantemente su frágil bar- 
quilla, y pone de su parte todo el esfuerzo de que es 
susceptible á fin de hacerla arribar con prosperidad 
y Teulura al pnerto de sus esperanzas. La mujer en 
suma ha sentido dentro de su pecho la llama pura de 
su dignidad, ha tocado por la mano la injusticia délos 
híiTiihres, su egoisíno y poca generosidad, sus arte- 
rias y lazos, su vanidad y su orgullo; y victima siem- 
pre de sus desprecios y opresiones, y con liada en la 
santidad de su causa, llama seriamente laatencion de 
estos mismos hombres a lin de que reconozcan sus 
derechos, y puesto que tienen a su arbitrio los pode- 
res verifiquen un cambio en la condiecion actual de 
la mujer, y planteen un buen sistema de educación 
de las jóvenes que pueda dar en lo sucesivo opimos 
frutos, capaces de formar ei engrandecimiento de la 
patria y las delicias domésticas. 

Además de lo que hasta aquise ha dicho en nues- 
tro humilde periódico acerca del lema enunciado, y 
con el fin de contribuir en cnanto nos sea dable á la 
realización del sueño de oro que tanto nos halaga, 
hemos concebido el propósito de producir en una se- 
rie de artículos las causas que á nuestro ver han po- 
dido influir cu rl atraso de la mujer, reponiendo los 
remedios que juzguemos eficaces para su completa 
regeneración; tarea en verdad superior á nuestras 
Tuertas y en la que á la falla de ingenio podrá suplir 
la buena fe con que la emprendemos. 



AL CIPRÉS DEL RETIRO (1). 

Ciprés severo, que la altiva frente 
Hasta el cielo levantas orgulloso; 
Tú, que causas pavor al mas valiente» 
Emblema de la muerte misterioso; 
1 'ó, que nu temes al verano ardiente. 
Ni de los vientos el vaivén furioso; 
¿Quién le ha traído, diinc, :'i estos jardines. 
Do cantan los alegres colorines? 

rl) EsIp solitario ciprés so encuentra en una plaioVls 
próxima i la antigua 1.1^1 il<- fieras. 




¿Cómo puedes vivir entre los vivos. 
Custodio noble del sepulcro helad»? 
¿Tienen estos lugares atractivos 
Para los habitantes del sagrado? 
¿3io ves huir los pájaros esquivos, 
Nacer las flores lejos de lu lado? 
Deja al momento, deja estos logares. 
Fúnebre estorbo, vuelve á tus bogares! 
¿Quieres escarnecer con tu presencia 
La blanca mariposa que volando 
Va á chupar de una llor la dulce esencia. 
Sus perfumados petalos besando? 
¿Le quieres recordar que su existencia 
Es leve soplo de favonio blando? 
¿Quieres al hombre recordarle al verte 
La imagen espantosa de la muerte? 

Gigante verde de la selva umbría, 
Fantasma negro de la noche oscura. 
Enemigo de amor y de alegría. 
Compañero de llanto y de amargura. 
Vele, ciprés, junto á la tumba Tria, 
Que le reclama ya la sepultura; 
Deja al momento, deja estos lugares, 
Fúnebre estorbo, vuelve á ius bogares. 

£1 ruiseñor aquí sus penas canta; 
La tórtola infeliz sus penas llora; 
Las perfumadas flores abrillanta 
Con suave néctar la rosada aurora; 
Su misma sombra al pujaríllo espanta; 
El sol las plantas con sus rayos dora; 
Todo respira vida y movimiento, 
Todo ensancha en La frente el pensamiento. 

Tú solo causas espanto; 
Tú solo, ciprés severo, 
Recuerdas al hombre el llanto; 
Tusólo no oyes el can lo 
Del aturdido jilguero. 

Y para lí es poca cosa 
Sin duda la humilde llor, 
Y ni colorada rosa 

Ni violeta pudorosa 
Pueden inspirarle amor. 

Si en tu orgullo te has juzgado 
En la tierra sin igual, 
Ciprés, le has equivocado, 
Porque el ciclo te ha mandado 
l'n poderoso rival. 

Y lú, ciprés, á su lado 
humillas la altiva frente 



Vencido y avergonzado, w 

Porque el rival que te han dado 
Es rival omnipotente, 

Y sabe, si es que lo ignoras. 
Ciprés orgulloso y necio. 
Que tú sus hojas adoras, 

Y esas hojas seductoras 

Se compran.... á mucho precio. 

Y aunque envidiosa la muerte 
Sus muertos le encomendó. 
Algunos tuvieron suerte 
Porque tu rival, que es fuerte. 
De la tumba los sacó. 

Y es gallardo cual tú eres, 

Y altivo cual tú también; 
Pero es mas bella su sombra 
Que la tuya, buen ciprés; 
Sus hojas, como las luyas, 
Se colocan en la sien; 

Mas las luvas dicen- muerte; 
Vida, dicen las de aquel: 
Sobre tu frente está escrita 
La palabra: moriré; 
Inmortalidad, ha escrito 
Sobre la suya el lal'bel 



Ciprés severo, que la altiva frente 
Hasta el cielo levantas orgulloso; 
Tú, que causas pavor ai mas valiente. 
Emblema de la muerte misterioso; 
Rival soberbio del laurel potente, 
Siempre vencido, nunca victorioso, 
Deja al momento, deja estos lugares. 
Fúnebre estorbo, vuelve á tus bogares! 

Angela .Horrjon de M»»fci 

17 de mayo de 1852. 

Damos á continuación de estas líneas la conclu- 
sión del artículo de la Crónica caico-navarra, que 
dejamos pendiente en nuestro número anterior. El 
domingo próximo haremos las reflexiones que, se- 
gún hemos dicho ya., nos lia sugerido su lectura. 

«¿Pero á qué aducir mas ejemplos en prueba de 
nuestros asertos? Creeríamos hacer un disfavor á 
nuestro sexo suponiendo que desconoce, sin mas que 
por lo que de continuo tiene ocasión de observar 






en el trato social, las ventajas con que la naturaleza 
favorecido al bello sexo, por mas que, como de- 
dicho, no lo confiese, porque está en su inte- 
rés aparentar que lo ignora. 

Vamos pues á enumerar ahora algunas de las 
cualidades que distinguen i la mujer. 

Entre los dones con que á la Providencia plugo 
adornarla uno (te los mas preciosos es es* sentimien- 
to que predomina sobre todos los demás en su alma, 
formandu por decirlo asi toda su existencia: fácil- 
mente se comprende que nos referimos á esa necesi- 
dad de amar, innata en toda criatura, pera con es- 
pecialidad en la mujer, y sin la cual le seria imposi- 
ble vivir, 

El amor, ese sentimiento tan tierno y poderoso, 
que inclina una persona hacia otra; el amor, que es 
un vinculo sin el cual no hay sociedad posible; el 
amor, que según la espresíon de un célebre escritor 
mu' á tos cielos y la tierra, y que, repelimos, es la 
misión, la existencia toda de la mujer, es no obstan- 
te el que le acarrea nías desdichas. , V por qué? La 
respuesta es fácil; porque se confunde desgraciada- 
mente el amor, bálsamo que dulcifica todas las heri- 
das, con esc otro sentimiento que procediendo de los 
sentidos las abre mas profundas y produce una eter- 
nidad de desventuras. 

Otro «le los dones que si bien emana del que 
acabamos de citar, no es menos digno de encomio, 
es la sublime abnegación que eo lan alto grado po- 
see la mujer. Para probarlo fácil dos seria aduci r 
ejemplos mil, y hasta citar hechos que á cada mo- 
mento se nos ofrecen y que en verdad no apreciamos 
en lo que valen. Pero invitamos á nuestros lectores 
á que sin salir del circulo de sus relaciones apelen á 
su memoria, y casi estamos por asegurar que no ha- 
brá uno -iilii que no baya tenido ocasión de observar 
los rasgos de abnegación que á cada momento prac- 
tica el bello sexo. ¡Y que aun le paguemos tirani- 
zándole! 

Nada diremos del sufrimiento, pues ¿qué no su- 
frirá la mujer que resiste resignada el ominoso yugo 
de su orgulloso compañero? Y feliz ella si después de- 
bajar la i ervii no se le exige mas! 

Pero¿á donde iríamos á parar si nos detuviéra- 
mos á enumerar todas las cualidades que distinguen 
al sexo hermoso, digno por laníos títulos de nuestra 
veneración y respeto? Porque, hablando con la fran- 
queza que nos caracteriza, no comprendemos como 
algunos escritores de algún valer, tratando del asun- 
to que nos ocupa, han podido trazar sobre el papel 



ideas y opiniones que no es posible abrigaran, en sn 
corazón. ;^¡o tienen bastante por ventura las Mu- 
jeres con la condición á que las sujeta la injusta des- 
igualdad que las leyes establecen entra ellas y sus 
soberbios amos? Y si algo de censurable tienen, ¿de 
quién es la culpa? 

Mucho sentimos que los limites de un artículo 
no nos permitan esplanar con la eslension- que el 
asunto merece las. ideas que nos animan en- pro de 
la mujer, de ese inagotable tesoro de dulzura, sin la 
que, como liemos dicho antes, no hay sociedad po- 
sible. Pero como quiera que las anteriores mal per- 
geñadas lineas han de servir como de preámbulo á 
la serie de artículos que, con la ayuda del que lodo 
lo puede, dos proponemos escribir, cerramos aqui 
este diciendo cou la Ciiga oY ¿lanzan a res, de quien 
ya tienen noticia nuestros lectores, 

¿Por qué se ha de oscurecer 

El género femenino? 

¿Y por qué no debe ser 

Comparado al masculino 

Si no en valor en saber? 

A GRANADA. 



Recuerdos del alma mia. 
Sueños que me dais aliento 

Y animáis- mi poesía, 
Venid, venid al momento. 
Inspirad mi pensamiento. 

Esa luna que refleja 
Eo tu campiña divina 
Es tan bella y peregrina 
Que mi alma suspensa deja: 
¿Por qué tan pronto se aleja? 

Memorias santas de amos 
Encierran tus torreones; 
Que tus soberbios blasones 
Emblemas son del valor 
De tus bravos campeones. 

Eres bella cual La aurora 
Con sus nubes nacaradas; 
Las aguas van coronadas 
De tu gallardo Genil. 
Ellas vieron tu grandeza 

Y aquellos dias de gloria 
Que brillan en nuestra historia 







Cual tus estrellas á mil. 

Ciudad de las maravillas, 
Orgullo de las edades. 
Si cautelosas deidades 
Te prodigaron su amor; 
Al dejarte el sarraceno 
Majestuosa te levanta 
La fé prodigiosa y sania, 
La imagen del Criador. 



xatniía b. de rema i . 



-**H»bi !-8-***< 



FREGUEMOS M ISA LE1ENDA. 



Y veinte dias pasaron 
Sin ver á los dos amantes, 
Que en su fuga delirantes 
Eterna fu se juraron. 

Mas yo que sombría, incierta, vagaba 
Sin ver indecisa do lanzar el pié, 
Oi que una joven llorosa esclamaba: 
«¡iN"o los veré! 1 !a 

Y mi planta presurosa 
A la voz del sentimiento 
Detuvo su movimiento 
Junto á una reja espaciosa. 

Y llanto abundoso, fatídico, oia 

En medio á una estancia modesta no mas, 

Y la voz de un joven que tierno decia: 

a ¡Si los verás II!» 

Al través Ue la persiana 
Por los hierros sostenida 
Lancé mirada atrevida 
Al fondo de la ventana. 
pOh grata sorpresa! Vi en aquel momento 
Escenas dichosas, escenas de amor — 
Clamaba una niña con gran sentimiento: 
e; Ay que dolor!!'.» 

Erase el joven postrado 
A las plantas de su bella. 
Asiendo las manos de ella 
Con ternura y con cuidado. 
Segrí cabellera cae destrenzada 

Y ondula sin orden, rizada también... 
La pálida niña escucha estasiada: 

«¡Tú eres mi bien! ¡I* 



Diz que un mes hubo pasado. 



(Pese á mi buena memoria, 
Pues la esencia de esta historia 
Del todo la habia olvidado,, 
Cuando un misterioso coche 
De misterioso destino 
Lentamente en su camino 
Cruzó una calle de noche. 

Y el alba aromosa las sombras evita, 

Y ostenta en el coche las sombras de dos... 

Y el aura permite que el eco repita: 

«¡Padres, adiós!!!» 

Cecilia. 
Mayo de 18-16. 



MALTA. 

Asi que llegaba la noche íbamos al teatro italia- 
no á oir por la centésima vez alguna obra maestra 
de Bellini ó de Rossiní, y muy á menudo, hacia la 
una de la mañana, bogábamos alegremente en el 
puerto por las olas adormecidas, en una góndola de 
diez remos, cantando á la luz de las estrellas las pie- 
zas que acabábamos de oir, y escuchando las campa- 
nas que resuenan toda la noche en la ciudad. 

Esa es la existencia enteramente meridional que 
se puede gozar en Malta, donde no se podría vivir 
de otro modo, porque la sociedad inglesa, siempre 
un poco fría y agradable solamente ú lo largo, im- 
pondría al viajero, cuya mansión en Malla es siem- 
pre de corta duración, obligaciones superiores á los 
placeres que le proporcionaría. 

Sin embargo no es menester hacernos mas malos 
que io que éramos; se engañaría quien creyese que 
ni una reflexión seria interrumpía nuestras carcaja- 
das, ni teníamos tiempo para estudiar en aquella vi- 
da tan alegre, tan animada, casi diría tan poética; 
porque un hermoso cielo y una juventud llena de sa- 
via le dan poesía á la indolencia misma. En Malta no 
se puede dar un paso, ni mirar nada sin evocar re- 
cuerdos, y dejando á parte toda falsa modestia no 
éramos de ios que cierran los oídos á los ecos de lo 
pasado. Un día entre otros, lo recuerdo, pasamos 
largas horas sentados en círculo, haciéndonos unos 
y otros un curso de historia de Malta: como viajeros 
previstos habíamos estudiado la materia de antema- 
no antes de salir de Francia, y fortificados todos con 
nuestros recuerdos discutimos hasta la noche del mo- 
do mas amable. Era en el Boschetio, ese castillo de 
los antiguos caballeros, á donde habíamos venido por 
la mañana á caballo. El Boschetio es una antigua 






casa solar depiedra, pesada, sólida y cuadrada, cons- 
truida en la estremidad de la isla sobre algunas ra- 
ras: y oso nombre placentero, que á primera vista 
parece muy poco merecido, lo debe á un vallecilo 
de una milla de largo, cavado en la piedra, bastante 
bien cubierto de tierra vegetal, y lleno de muy her- 
mosos naranjos. Era la villa de los caballeros, y si 
se ba de creer la inscripción poco cdiílcalíva que se 
lee aun encima de una puerta: Hor ciinr redmii /fl- 
eo, descansaban alegremente de sus trabajos en las 
vastas salas d« la caso solar hoy desierta y silencio- 
sa. ¿De qué tiempo es esa inscripción escrita con 
grandes letras negras? No lo sé. pero estoy por no 
creerla, mas antigua que la regencia. 

En el jardín del Boschelto se criaban ciervos 
de Córcega v gamos de Irlanda, que cazaban en la 
isla, y dicen que la casita escondida al fin del valle 
era la cetrería de los caballeros. Después de liabcr 
recorrido el bosquerilo demasiado célebre y las sa- 
las desnudas dei antiguo castillo, subimos al terrado; 
desde allí los ojos dominan (oda la isla, y vimos me- 
jor que nunca en loda su eslension, aquel paisage [ 
descolorido: á !a izquierda se divisaba i tu lejos, en 
las olas, un escollo de creta, aun mas árido que Mal- 
la: era Gorze, que dicen ser aquella isla de Calipso 
uc arlaba una eterna primavera, sí se ba de creer 
á Tención. Delante de nosotras las pobres casas de 
Civilaveecflia (la ciudad vieja) se agrupaban alrede- 
dor de la iglesia. En Trente de esa pobre isla, que se 
parece á una vasta arena, uno de nosotros observó 
con acierto que los hombres hablan Fundado sus es- 
tablecimientos mas célebres y mas considerables en 
sitios que parecían olvidados de Dios, y comomaldi- 
tos, En la antigüedad, Boma, aquella reina del 
mundo, se elevaba en medio de un pantana pestilen- 
cial: Atenas, aquella patria de las artes, se escondia 
en un valle estrecho, enfermizo, á Jospies de áridos 
montes; París, en los tiempos modernos, se ba ele- 
vado en un lodazal de mala nombradla, y Pedro el 
grande ba Fnuda Jo Pcicrsburgo en un cenagal. (Ver- 
dad es que el cielo bahía dispensado ú esos sitios des- 
heredados ventajas de posición que recompensan al 
céntuplo los rigores dalanalnralcia). Malla, que con- 
servando loda propon-ion se puede citar al lado de. 
los nombres mas célebres, tanto por su gloria pasa- 
da como por su importancia futura; Malta nos ofre- 
ce el ejemplo mas notable dn esas comparaciones. 
Aquella isla, en efecto, no es sino un escollo, y ese 
escollo, que es la posición militar mas importante y 
mas preciosa del globo, se hará acaso en un porvenir 



inmediato el eje del comercio de las Indias. Su ¡m 
porlancia se ha reconocido en todos tiempos, y pora 
convencerse de ello basta interrogar su historia. Si 
tiende uno su pensamiento á las épocas mus- lejanas 
á que abalizan nuestras tradiciones, verá lodos los 
pueblos disputarse alternativamente aquella roca, 
bastión natural del Mediterráneo. 

Mil quinientos diez y nueve años antes Ae. Jesu- 
cristo, los fenicios, queriendo aprovecharse de las 
ventajas que la situación de aquella isla ofrecía pa- 
ra su comercio, fundaron en ella una colonia, y esc 
pueblo de marineros se estrechó fácilmente de amis- 
tad con una población sustentada por el mar: los ha- 
bitantes de la isla adoptaron sus leyes, y las siguieron 
durante setecientos odíenla aiios. Los griegos, que 
siempre arrastrados por uno especio de instinto poé- 
tico liabian enviado sus colonias á las comarcas mas 
deliciosas de! mundo, y acababan de formar en Sira- 
cusa uno de sus imperios roas poderosos, fundándo- 
se «i la proximidad les quitaron luíala á los fenicios. 
Bajo su dominación lomó el nombre de Meliln (abe- 
ja) por la deliciosa miel que allí se recogía. Los car- 
tagineses, no podiendo menos de apoderarse de Mal- 
la, durante sus guerras con los romanos, la quitaron 
á los griegos y fueron echados de ella por los roma- 
nos, los cuales, arrojados á su vez de cita, no volvie- 
ron definitivamente sino en el aüo 21 G autes de Je- 
sucristo, y su dominación duró mas de seis sigh», 
En el año iiS de la era cristiana el apóstol S. Pablo 
arrojado por una tempestad alas rocas de Malta, pre- 
diró la religión ü sus habitantes, y si nos liemos de 
referir á varios historiadores, ios convirtió. Eso nos 
parece á lo menos muy susceptible de discusión. ¿Có- 
mo se lia de creer en efecto que los romanos, que no 
reconocieron la religión cristiana sino hacia el año 
de 32o, hubiesen podido dejar á sus subditos de Mal- 
la la libertad de abrazar una fé reprobada? Y aun 
cuando fuese posible eso, ¿cómo se ha de admitir 
que los aliares hubiesen podido quedar en pié bajo la 
(irania de los vándalos, de los godos, de los árabes, 
que sucedieron á los romanos? Las catacumbas que 
existen aun cu Civila-vecchía podrían sin embargo 
dar fundamento para pensar que bajo todas esas do- 
minaciones los cristianos practicaban en ser reto las 
ceremonias de su religión. Difk.il es la cuestión, co- 
mo se vé; volúmenes enteros no la lian podido acla- 
rar, v cromo no tenemos la pretensión de resolverla 
en pocas pajinas nos abstendremos de discutirla. 
Malta, después de haber pasado sucesivamente bajo 
, el yugo de los vándalos y de los godos, fué conquis- 







Inda por Bclisario, y en 833 cayó en manos de los ¡ taba en su pecho el recuerdo de sus grandesestocadas. 



sarracenos. 

Doscientos veinte ahos mas tarde los doce hijos 
de Tancredi), señor de Ilautc-ville, volviendo de la 
Tierra Sauta'echaron á los griegos y á los árabes de 



I y el amor de los combates, que rechazaban sin po- 
derlo apagar, se reanimó en su corazón. Se encon- 
traron disgustados y casi ridículos bajo el hábito; ar- 
rastrados violentamente por sus deseos, y sin eiu bar- 



la Italia meridional, de la Sicilia, y Malla fué reuní- tro detenidos por sus votos, se apresuraron en adop- 



da á la corona de Rogcro, el mas. joven de ellos. 
En i 124 Enrique VI tomó á los normandos Malta y 
la Sicilia; y en 1:226 la batalla de Be noven Lo la pu- 
so en manos de Garlos de Anjou á una con el reino 
de Ñapóles, En 30 de mayo de 1283 las vísperas sici- 
lianas dieron fin á la dominación francesa en Sicilia, 
y Pedro de Aragón la remitió igualmente que ú Mal- 
la ;V la dominación española, que duró doscientos 
cuarenta y seis años. Se ve que hasta aquella «¡joca 
Ja suerte de Malta dependía de la suerte de Sicilia, y 



lar e! término medio, Ja transacción que propuso uno 
de sus hermanos. Raimundo del Puy, viejo soldado 
de Gofredo, había tenido la ideade conciliar las prác- 
ticas religiosas con los deberes de la caballería: fué 
un rayo de luz. Los servidores de los señores pobres 
enfermos, como se de ci a entonces, encubrieron una 
espada bajo su rosario, y so pretesto de defender los 
heridos que les estaban confiados cubrieron con una 
manopla su mano hospitalaria. Esa modificación que 
disminuía la austeridad de la vida religiosa, sin qui- 



si i! Mínenle en i 526 fué cuando las dus islas se sepa- ' tarte nada de su mérito de abnegación, dándole al 
raron, y cuando comenzó para Malla la era de la ¡n- 1 contrario un carácter mas caballeresco y maspoéü 



tlipendencia y de gloria que hizo el nombre de esa 
roca uno de los mas memorables que hubo en el 
mundo. En Íii2Ü se establecieron en ella los taba 
fieros. 



co, atrajo á la orden un número inmenso de adictos. 
La institución fundada por Gerardo Tunk fué poco 
tiempo la única. Por todos lados se formaron otras 
nuevas, teniendo las unas reglas mas severas, las 



Uno de los dias mas fecundos de la edad media otras leyes mas suaves; en una palabra, bulo para 



fué por cierto aquel en que un pobre mercader, na 
lural de la isla de Marligue, en la costa de Provenía, 



Gerard Tenque o Ttmk, fundóen Jerusalen la orden valerosos caballeros acostumbrados á un clima peli- 



dc los hospitalarios. Aquella fundación correspondía 
perfectamente á lo que necesitaba la época, ó por 
mejor decir era su resultado inevitable. Dos pasio- 
nes poderosas contrarias que descubre maravillosa- 
mente la historia de las órdenes religiosas dominaban 
la edad media. En aquellos días de exaltación se lle- 
vaba lodo á lo eslremo; las reacciones eran podero- 
sas v frecuentes: á la necesidad de acción sucedía la 
necesidad de reposot la austeridad reemplazaba la 
licencia; del lujo desenfrenado pasaban á la humildad 
rigorosa. 

Aquellas almas valientes, arrastradas sin cesar 
por su mismo vigor fuera de todos los limites, se de- 
jaban atraer de los campos de batalla al claustro; de 
las emociones del torneo á las maccraciones de la pe 



lodos los grados de fervor. Esas órdenes fueron muy 
útiles á las cruzadas, porque eran como núcleos de 



groso, alrededor de los cuales venían á juntarse los 
nuevos reclutas que enviaban ú la Tierra Santa lo- 
dos les paises de la Europa. Todo el mundo cristiano 
les vino á ayudar, y los sostuvo mientras dester- 
rados en el fondo del Oriente servían á la causa co- 
miin sin ser temibles; pero después de la toma de 
Jerusalen se retiraron á Rodas, y cuando cayó Rodas 
vinieron á Malta. El Occidente se maravilló do ver- 
los acercarse continuamente; su poder dio recelos, y 
se pusieron á vigilarlos, no sin temor. 

Necrología. — Leemos en El Heraldo: 

EL lunes á las diez de su mañana fueron condu- 



nitencia; de la falla grave á la espiacion severa. Por i cidos al cemenLerio de la sacramental de San Nico- 
eso cuando Gerardo Tunk tuvo la idea de elevar en 
al"iin modo un monasterio junto al campo de batalla 
¿qué sucedió? Que muchos caballeros cansados de 
la vida brillante, fueron allí á buscar una existencia 
oscura, silenciosa-, que muchos creían expiatoria; y 
cuando se concluyó aquel período de caridad, ruan- 
do aquellos hombres creyeron haber compensado ', Joaquina Baus ha recorrido en los años de su vida 
mucho con sus sacrificios, sintieron que se despee- | escénica un sendero lleno de (lores, acariciada cons- 



lás los restos moríales de la eminente actriz D.* Joa- 
quina Daus, honra de la escena española y singular 
dechado de las mas raras perfecciones. Joven aun 
cuando la ha sorprendido la muerte; dolada de una 
hermosura notable entre las mas hermosas; posee- 
dora del fuego sagrado de la inspiración artística. 






8 






lantemenla por el lisonjero rumor de los aplausos 
debidos á su indisputable mérito. 

Los últimos momentos de su sencilla y pura exis- 
tencia, los postreros homcnagcs que se le han ren- 
dido son una prueba irrefragable de que la sociedad 
eu que vivimos, tan calumniada con la fea nota de 
egoísta, conoce y siente que el talento ennoblecido 
por la virtud es la primera de las aristocracias. Para 
las almos que abrigan sentimientos nobles y genero- 
sos acaso no haya espectáculo mas consolador que 
el de ver ó todas las jerarquías sociales ofreciendo 
tributo de consideración y respeto á la artista cuyas 
ejemplares virtudes, como sol resplandeciente, han 
disipado siempre las nubes conjuradas k su alrededor 
cd el teatro del mundo, y que tan fácilmente hubie- 
ran podido enturbiar la blancura de su alma. 

No bien se supo el lamentable oslado en que des- 
de Málaga babia sido conducida á esta corle la ac- 
triz que tan profundas simpatías logró conquistar en 
todas partes, y que fué tan querida en Madrid des- 
de sus primeras años, cuando el interés que por sil 
salud manifestaron diariamente innumerables perso- 
nas de todas rlases y condiciones, v ¡as cariñosas 
ofertas que se hicieron á su desconsolada familia, 
vinieron aprobar ¡a exactitud de lo que dejamos in- 
dicado. En los tíos dias que su cadáver lia permane- 
cido espuesto con la solemnidad y decoroso aparato 
propíos de la sacramental de San Nicolás, U capilla 
ha. estado constantemente ¡lena de personas que con 
c] mayor fervor lian ido á derramar lágrimas sobre 
eí féretro de la mujer digna, en cuyos apagados ojos 
y en cuya boca entreabierta por una blanda sonrisa 
brillaban reflejos de la clara luz tic su espíritu, re- 
flejos tic la morada celestial en que sin duda se en- 
cuentra con sus hermanos ios ángeles. 

Mas de riñe nenia carruages, entre los cuales se 
contaban varios de la grandeza, que se hallaban ocu- 
pados por las primeras notabilidades de nuestra li- 
teratura y de nuestra escena, por allos funcionarios 
del Estado, por personas de lo mas selecto de nues- 
tros primeros circuios, acompañaron el carro rüne- 
hrc. Todas ellas, después de haber oido con el ma- 
yor recogimiento la misa de Réquiem, que se dijo «i 
la capilla tlel Campo Santo, se dirigieron al lugar 
destinado á guardar los despojos de la que aun liaec 
pocos meses lograba conmover a su albedrio los co- 
razones. Allí, no queriendo dejar de dar solemne- 
mente el adiós postrero á la interesante joven por 
quien lodos derramaban lágrimas, y viendo que el 
dolor sellaba los labios de los circunstantes, el digno 



presbítero D. Antonio de Zafra, que no se había 
parado de la cabecera de su lecho durante Los úlli 
mus dias de su enfermedad, y que por lo tanto debía 
conocer mejor que nadie las profundas virtudes que 
ennoblecieron sn alma, con voz visiblemente con- 
movida pronuncio las siguientes y sentidas palabras: 

•Señores; La escena española acaba de sufrir una 
pérdida irreparable; su vacio no podrá llenarse fá- 
cilmente. Ved aquí inanimada ú la inspirada actriz 
que ha dado vida á (antas creaciones del arte. Yo 
deseara que alguno de los ingenios que nos rodean, 
y cuyas obras lian sido interpretadas tan dignamente 
por ella, levantara su voz para pagar unjuslo tribu- 
to á su memoria. El poeta debe derramar flores so- 
bre la tumba de la artista. Yo, ministro del Señor, 
que contemplo todas las glorias del mundo como 
vanidad, y sé que nada existe imperecedero sino las 
virtudes, debo hablaros tan solo de las que realzaron 
á esta mujer eminente. Joaquina Baus, hija obedien- 
te y cariñosa, esposa casta, madre desde su mas 
tierna edad, hizo de este sentimiento sanio una se- 
gunda religión, erigiéndole un altar dentro de su 
pecliD. Que el Dios de las misericordias haya recibi- 
do su espíritu!» 

¿(Jué podremos añadir á estas palabras, hijas del 
verdadero sentimiento y de la caridad evangélica? 
Que es muy noble, que es muy santo escuchar la 
voz de la religión ensalzando las eseelcncias del la- 
lento y de la virtud. 



ADVERTENCIA. 

Rugamos á nuestras apreriables SUSCriloras de 
provincias de los puntos en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos e| importe de la sus- 
cricion vencida, por medio de una ibranza sobre 
Correos. 



OTRA. — Nuestros corresponsales de provincias 
se sirvirán remitirnos las cantidades que existan 
en su poder, importe de las suscriciones á nuestro 
periódico. 






MADRID, 1852. 
IMPRENTA DE D. JOSÉ TRUJILLO, DI 10, 

Calle de María Cristina, número 8, 



Año I. 



Domingo 20 de Judio de Í8S2. 



Num. 47. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale todos los domingos; se suscribe en Madrid en Us librerías de Monier j de Cuesta, á i rs* al mes; y en provin- 
cias 10 rS. por tl'is meses franco de pude, remitiendo utialtbranía a favor de nuestro impresor, é sellos de franqueo. 






DOMLMiU 20 DE JIMO DE 1852. 



Ed lodo han adelantada los hombres de una ma- 
nera prodigiosa menos en el arle de formar el cora- 
ion de la mujer, estudio á que en verdad debían ha- 
ber dado algunos momentos siquiera por lo que ata- 
ñe a su ventura, por Ea relación inlima que tienecon 
so. porvenir y su gloria. Pero si alguna vez el hom- 
bre se lia ocupado seriamente en reconocer los mas 
escondidos repliegues de este corazón sensible, lia 
hecho una aplicación poco noble de sus mejores des- 
cubrimientos, pues en lugar de encaminarlos á un 
fin loable y generoso, la seducción ha coronado tor- 
pemente sus mas altas investigaciones. 

Si bien interesante, muy grande, muy bueno y 
muy plausible, también es en estreno doloroso que 
el hombre encerrado en su solitario gabinete dedi- 
que exclusivamente sus vigilias á determinar las le- 
yes que rigen al entendimiento humano; que marti- 
rice su existencia en sorprender á ¡a naturaleza en 
su gran laboratorio, en observare) curso de las as- 
tros, en resolver los mas útiles problemas de las cien- 
cias abstractas, en averiguar la organización de los 
seres, la estructura de las plantas, sus virtudes y pro- 
piedades, el origen de las dolencias que nos afligen y 
modo de combatirías, en pesar los fundamentos de] 
derecho, en promover la industria, en fomentar la 
agricultura y en engrandecer tas bellas artes, sí des- 
pués de tan importantes tareas no encuentra un rato 
de salaz en el seno de su familia, sí su esposa do se 
muestra digna de él, si sus hijos no corresponden á 
sus mas ardientes deseos. En este caso el hombre 
adornado de los mas ricos atavíos de la ciencia es 
un ente miserable que maldice constantemente el 



rigor de su fortuna. Aun hay mas: este mismo hom- 
bre quiere buscar en la sociedad civil la satisfacción 
que no encuentra en la suciedad doméstica, y corri- 
do al íin de ¡a vanidad de sus pretensiones oculta la 
faz entre sus manos, porque no le ofenda el aspecto 
hediondo y corrompido de ¡a sociedad que buscaba 
con anhelo, ¿Qué resta pues al hombre en este mun- 
do? — El hombre severo y pundonoroso, que es á 
quien cumplen las precedeules reflexiones, ni tie- 
ne ya suciedad, ni esposa, ni hijos dignos de sí. 
Su presente acibarado oo le deja saborear la: dul- 
zurasde su porvenir glorioso, y su alma, ansiosa por 
encontrar en esta vida transitoria un momento de 
descanso en el goce de aquel orden espléndido de 
cosas que soñara en sus dias de entusiasmo, tal vez 
abrumada por profundos disgustos y pesares, rompe 
las tenues ligaduras que la unian al cuerpo débil y 
huye á la mansión de los justos á realizar sus ensue- 
ños de ventura. 

¡Qué! ¿parece la pintura exagerada? parecen re- 
cargados los colores? Pues venga el análisis en nues- 
tro auxilio y examinemos detenidamente las linfas 
que componen este cuadro desastroso. 

Nada hay mas disculpable que la esposa falle á 
sus deberes, puesto que casi en su totalidad los des- 
conoce; que sus esfuerzos por hacer la felicidad de 
su esposo sean inútiles, puesto que ignora aquella lác- 
lica especial que forma las delicias del matrimonio; 
mejor dicho, puesto que carece de la instrucción ne- 
cesaria para hacer un uso moderado y legítimo de la 
prudencia, de la bondad, de la dulzura, de la labo- 
riosidad y del juicio. ¿Y qué habrá de sorprendente 
en que los hijos no correspondan como fuera debido 
á los votos de su padre, si la madre en cuya misión 
entra el cuidado de formar e! corazón délos tiernos 



I 



s, carece de los medios indispensables al 
eno de tan ardua empresa? ¡Y qué eslraíio 
será por consiguiente que el hombre que hemos idea- 
do encuealre viciada la sociedad, puesto que vicia- 
dos encuentra los elementos que la constituyen? 

Esta ha sido por desgracia la enfermedad de que 
lia adolecido constantemente el género humano eo 
todos !os tiempos y paises, y para este cáncer que 
afea y corroe las carnes de la sociedad, presentando 
a la vista su inmundo esqueleto, no aplican los hom- 
bres de los siglos ilustrados ni una sola medicina efi- 
caz y poderosa, y capaz de. contener sus rápidos pro- 
gresos. Asi el hombre científico y honrado, adorme- 
cido á la sombra de sus brillantes coronas, encuentra 
con razón detestable á ],i sociedad y defectuosas ,í 
su mujer y á sus hijos, Pero fuerza es repetirlo; él 
mismo tiene la culpa de sus desgracias, porque aluci- 
nado con la ciencia no ve mas que la ciencia de po- 
sitiva é inmediata aplicación, y no pone su cuidado 
eu la gran ciencia déla regeneración de la mujer, 
en el reconocimiento de su dignidad y sus derechos, 
y eu su instrucción amplia . que Un fecunda puede 
ser en resultados favorables. 

Desde que hay sabios en el mundo pocos lian 
£Ído los que se han ocupado de los derechos i ins- 
trucción de la infeliz mujer, y ia voz de estos po- 
cos, aunque grande y portentosa, parece que se ha 
perdido en el espacio como se pierden los ajes de 
un náufrago en la inmensidad de lus mares, Mas á 
estas puras fuentes es á donde debían acudir los 
hombres de nuestros días para formar el nuevo có- 
digo que bahía de arreglar la educación de las mu- 
jetes. 

Mas de 2200 años hace que aquel ilustre discí- 
pulo de Sócrates, el sabio Xenufonle, que por su 
dulzura y modo de decir había adquirido el renom- 
bre de Musa tilica, habló de la conveniencia de la 
instrucción de nuestro sexo: y después de la venida 
del Mesías, S. Juan, el mismo que bahia escrito el 
Evangelio y el Apocalipsis, no se desdeñó de escri- 
bir á una mujer, contribuyendo eficazmente á so 
ilustración y adelanto, Mochos padres de la iglesia 
han procurado también instruir á Jas mujeres con 
sus obras, y particularmente con sus cartas, contán- 
dose entre otros S, Juan Crisóstomo, que escribía á 
Olimpiada, S. Cipriano, S. Gerónimo y S. Agustín. 
S. Ambrosio escribió algunos libros para las vírge- 
nes y las viudas; y Tertuliano, el mas tétrico de to- 
dos los escritores, compuso para la instrucción de 
las mujeres uu libio sobre el velo de las doncellas 



otro sobre el vestido de las mujeres, y un tercero 
sobre sus atavíos. También las musas lian derrama- 
do sus flores en tan hermoso asunlo, habiendo de- 
jado S, Adhelmo, obispo de Escocia, un poema en 
honor de las doncellas, donde brillan la gala y el 
lujo de ia poesía, y S. Avilo, arzobispo de Viena, 
compuso otro poema para coronar la virginidad 
de su hermana Fuscína; v últimamente en tiempos 
mas próximos el ilustre Fcnelon lia ejercitado su dul- 
ce elocuencia en un libro acerca de la educación de 
las hijas. 

El haberse ocupado varones tan eminentes déla 
instrucción y reconocimiento de los derechos del 
sexo débil es una prueba de su importancia, y que 
nos autoriza además para creer que si el hombre se 
despojara un lanío do ese positivismo mal entendido 
que le subyuga, y consultara alguna vez su propia 
conveniencia, iiabria de lucir el día de su engran- 
decimiento, y las sociedades Emilianas locarían in- 
dudablemente ,i su mayor grado de perfección, 
uniendo la ilustraciun de las mujeres á las nobles 
conquistas de SU inteligencia. 

Pero dejemos esto, que probablemente nos con- 
duciría mas olla de los límites que nos hemos traza- 
do y que convienen á la índole de nuestro periódi- 
co, y pasemos á dividir la malcría de nuestro pro- 
pósito, división que formará parte del número próc 



£ sustos 2)32* ^sasaa 

.1 MI JO Vi"-. MEMOAXA AXTO^SET.l, 

¿lias amado alguna vez 
Con insana idolatría? 
No, no, que sobre tu tez 
Aun brilla, querida mía, 
El candor de la niñez. 

Hoye pues, yo le lo ruego. 
Huye la fatal pasión, 
Que con su vivido fuego 
En cenizas torna Juego 
El mas lirine corazón. 

El amor con oropel 
l.'n cáliz cubrirá lleno, 
Que juzgarás ser de miel. 
Mas no lo pruebes, que es htel, 
O mejor dicho veneno. 

Ni te cieguen los colores 
con que el niño peregrino 






3 



Engalanará las flores 

Que han de sembrar el camino 

De tus primeros amores. 

Y enlre dulces emociones 
Xo creas serán eternas 

Tus doradas ilusiones, 
Tus encantadas visiones 
Puras, inocentes, tiernas, 

Si en el azul firmamento 
Fijas la inquieta mirada, 
Verás flotar en el viento 
Una imagen adorada, 

Y creerás oir su acento. 

Si oyes (as ramas temblar 
Del vecino bosque umbrío, 
Si oyes las aguas girar 
Entre dulce murmurar 
En el cristalino rio; 

Y si en noche silenciosa 
Contemplas la blanca luna, 
\ á tu lado fresca rosa 
Descuella, y ave medrosa 
Ves cruzando la laguna; 

Sentirás dulce espansion, 
Desconocido consuelo, 
Dicha ignota, y tu razón 
Entre tan varia emoción 
Creerá remontarse al cielo. 

Mas ía visión que brillar 
Miras en el firmamento, 

Y del bosque el susurrar, 

Y del rio el murmurar 
Que á tu «'¡¡¡'i trae el viento; 

Y el resplandor dulce y suave 
De la luna silenciosa, 

Y el perfume de la rosa, 

Y el revolar del ave 
Cuando cruza presurosa; 

Todo, todo á tus sentidos 
Prestará vida, calor, 

Y goces desconocidos. 
Que verás reasumidos 
Eu ana palabra: Amor. 

Pero si los aquilones 
En su furor (ornan facia 
La flor de tus ilusiones, 
En hielo tus emociones, 
Tu realidad en desgracia; 

Si en tus mas floridos años, 

Y sin haber conocido 



La felicidad, henchido 
Miras ya de desengaños 
Tu porvenir afligido; 

Entonce la misteriosa 
Vision de tu fantasía, 
La luna, la fresca rosa, 

Y del viento la armonía, 

Y el vuelo de ave medrosa; 
Lo que tan dulce placer 

Te infundiera, y tanto amor, 
Te hará entonces padecer, 

Y lodo lo podrás ver 
En una frase: Düfor, 

Huye pues, yo te lo ruego, 
Huye la fatal pasión, 
Que con su vivido fuego 
En cenizas torna lue^o 
El mas fuerte corazón. 

Tal vez. te cause estrañeza 
Que siendo joven cual soy 
Te aconseje con firmeza 

Y le bable con tal franqueza 
Mi ínesperla pluma hoy. 

Ah!... ¿sabes lo que es llevar 
Siempre en el alma una herida? 
¿Sabes tú <o que es cifrar 
Toda ia dicha en amar 
Consagrando á un ser la vida? 

¿Sabes,.tlí, lo que es tener 
Siempre una imagen presente, 
Que por mas que se halle ausente, 
Agitando nuestro ser 
Queda clavada en la mente? 

Clavada cual inhumano 
Puñal, que sin compasión 
Cruel y alevosa mano 
Con frío intento villano 
Sepulta en un corazón. 

Y por un ser respirar. 
Solo por él existir. 

En su presencia temblar, 

Y con su llanto llorar, 

Y con su risa reír! 

Y hallar solo por despojos 
De una pasión tan sentida 
Enlre míseros abrojos, 
Llanto que verter los ojos 

Y el corazón... sangre hervida! 
Sangre que encendida hrola 

Como del volcan h lava, 



Y cayendo gota rí gota 
Sobre el alma, en giras rola. 
Su negra tortura agrava. 

Y verter cual encendido 
Raudal el inútil llanto. 
Que del corazón subido 
Lo deja de angustia henchido 
Sin calmar su atroz quebranto!... 

Oh! mas valiera morir, 

Y mas también no nacer. 
Que de ese modo vivir 

Y hasta ese grado sufrir 
Tan intenso padecer. 

Huye pues, yo Ve lo ruego, 
Huye la fatal pasión, 
(Jue con su vivido fuego 
En cenizas torna luego 
El mas firmo corazón. 

¿Sabes quién puede el amor 
(Óyeme sin que le asombres) 
Ver sin angustia ni horror! 
En lo general los hombres 
Nunca sienten su dolor. 

Ellos, si, pueden mirar 
Sin temor esa pasión, 
Porque no saben amar; 

Y qué importa desgarrar 
Un femenil corazón! 

Mas tú ¿do un alma entrever 
Hermana de un alma tnya? 
¿fío un corazón obtener 
Que le sepa comprender 
Sin que tu ilusión destruya? 

Hallar ese corazón 

Y esa alma pura y sensible 
Del mundo eu la confusión, 
Es inútil pretensión, 

Es, querida..,, un imposible! 

Aun veo yo mas cercano 
El triste juicio final, 

Y no creyera tan vano 
Ese deseado arcano, 
La piedra filosofal. 

A una mirada hechicera 
Hoy día no se conmueve 
Ni un hombre de blanda cera: 
¿Quién ama con fé sincera 
En el siglo diez y nueve? 

Todo es cálculo y falsía; 
La positiva pasión 



Que reina sin freno hoy dia 
Es del ora la maofa. 
Es la misera ambición. 

Tu alma no comprenderán, 
Entre las demás mujeres 
Tal vez te confundirán, 
Y conocer no sabrán 
Que hay privilegiados seres... 

Huye pues, yo le lo ruego, 
Huye la fatal pasión, 
Que con su vivido fuego 
En cenizas turna luego 
El mas firme corazón! 

Haría Trrarja t Barai 
iíjl^ 

LA GOLA. ÍJ) 

Cumia ¿rabr, 

En un arrabal de Bagdad vivía á principios del 
siglo XV un viejo mercader llamado Ben-Ilaisan, 
opulentísimo y cuyas inmensas riquezas debía here- 
dar por su muerte su único hijo Ahoiil-ITaisan. á 
quien amaba en estreno. 

Hubiera querido el buen anciano antes de mo- 
rir ver á su hijo casado con la hija de uno de sus 
compañeros antiguos, mercader como él, poco me- 
nos rico y coa quien había trabado íntima amistad 
dorante sus viajes. Enseñóle al efecto su retrato; hí- 
zolc ver las ventajas que le resultarían déla reunión 
de dos capitales tan Lucidos, y concluyó la arenga 
paternal rogándole por lodos los versículos det Al- 
coran, y por el paraíso del Profeta, que accediese á 
este enlace en que no podía menos de ser dichoso 

Hasta aquí va todo bien; pero es el caso que la 
tal Misna (asi se llamaba la novia propuesta), aunque 
heredera única de un caudal soberbio, era al mismo 
tiempo tan fea y tan ridicula que el mozo principió 
por donde otros acababan; es decir por negarse re- 
dondamente á cargar con una eslinje en lugar de mu- 
jer. El anciano, que era caprichoso, testarudo y po- 
co dispuesto á abandonar el campo á la primera ne- 
gativa, insistió, suplicó, gimió y tanto hizo por fin, 
que Aboul-Haisan por quitarse la mosca de encima 

(J) Los '(¡otos • son ciertos espíritus ó espectros en 
cuya existencia treen fon pueblos de Oritttte, y que 
acusiumhran abrir de nuche los sepulcros y decorar ios 
caideertí; ufeueri d ser como los vampiros de la .Vora 
riu y de la Silesia. Algunas veces loman la figura 
consistencia de un cuerpo humano. 







pidió tres meses de término para pensarlo y resolver- 
se, á condición de que su padre no le hablase en 
todo i'sii' tiempo ni una palabra del asunto, ni to!> 
viera á enseñarle el fatal retrato. 

Una noche que el joven se paseaba á la luz de la 
luna por la campiña de Bagdad oyó una voz melodio- 
sa, que cantaba acompañándose con la vihuela. Era 
tan dulce é insinuante el timbre de esta voz angeli- 
cal que el mancebo no pudo resistir al deseo de co- 
nocer á la linda cantora. Traspasa rápidamente un 
faosquecülo que la robaba á su vista y llega delante 
de una casa de campo, donde vio en un balcón som- 
breado de enredaderas y jazmines á una mujer mas 
hermosa qne las ítourís. No quiso darse á conocer 
lino con señales de respeto y amor, pero habiéndose 
cerrado l;t ventana regresó á su casa, muy larde y sin 
saber siquiera si te habían visto. 

Al siguiente dia muy de mañana, y después de 
la oración matinal, volvió al paraje en que había vis- 
to á la hermosa doncella y por la cual abrigaba ya 
una pasión furiosa. Hizo mil pesquisas, indagó, pre- 
guntó á cuantos vivían por aquellas inmediaciones, 
y por fin á fuerza de pasos y correrías llegó á ave- 
riguar que su amada tenia diez y siete años no mas, 
que no se habia casado aun y que era hija única de 
un sabio que habia procurado educarla en todas las 
ciencias mas sublimes; pero tan pobre que solo po- 
seía aquella casa y una corla porción de terreno que 
cultivaba con su esclavo, y por consiguiente sin di- 
nero para dotar á la doncella. Abuul-Haisan escuchó 
con bastante indiferencia esta última circunstancia y 
resolvió desde luego conseguir á la hermosa descono- 
cida ó no casarse jamás. 

Ya entonces fué imposible la realización del pro- 
yecto de su padre. Corría entre tanto el término con- 
cedido, sin que se le ofreciese un medio á proposito 
para salir del apuro y no contristar á su padre: los 
tras meses llegaron á cumplirse. 

— Y bien; ¿qué has resuelto? preguntó Ben-Hai- 
san á su bijo el mismo dia que espiró el plazo. 

— No me casaré con M isna. 

Ben-Ilaisan quedó sorprendido al oír la deter- 
minación del jdven. 

— Por qué? 

— Porque es horrible. 

—Pero rica. 

—¿Y qué me importa? 

— He empeñado mi palabra. 

— Lo siento; pero yo do he dado la mía. 

—Te casarás. 



— Desde luego; no tengo intenciones de morir 
célibe. 

— ConMisna por supuesto. 

— Con otra cualquiera que no sea Misna. 
— Te desheredaré. 
— Mejor. 

— Te maldeciré. 

— No es cierto; un padre no maldice á sus hijos 
por tan poca cosa. 

£1 anciano mercader estaba atónito viendo á su 
bijo desobedecerle por la primera vez en toda su 
vida, contrariar su voluntad abiertamente y desple- 
gar un tesón y una firmeza propia de su carácter, 
pero que nunca habia mostrado respecto á él. 

— Padre mió, continuó Aboul-Haisao, ya sabéis 
que hasta el dia os he obedecido sumisamente, pero 
ahora me atrevo ¿i suplicaros que me otorguéis la 
esposa que yo elija. En cuanto á vuestras riquezas, 
disponed de ellas como mejor os plazca; soy joven y 
trabajaré para juntar otras mayores. 

Espuso entonces su aversión á la mujer que se le 
proponía, y su amor ala linda doncella del bosque. 

(Concluirá.) 



Al señor D. Ramos García, predicados de S. M. , 

COS MOTIVO BE SE SEHMOX DEL VlERSES DE DOLORES. 

¿Es ilusión? ¿Es sueño? ¡Yo lo he visto! 
Yo vf la sangre pía 
Del hijo de María, 

De nuestro mismo Redentor, de Cristo! 
¡Yo con mis propios ojos 
De un Dios he contemplado los despojos! 

Yo le he visto clavado en un madero, 
Pálido, moribundo; 
Sentí temblar el mundo 
Cuando espiró el dulcísimo cordero; 
Vi al sol hundir la frente 
AI entregar su vida el Inocente! 

Yo vi en el rostro de la Virgen pura 
El dolor y el espanto, 
Al contemplar su llanto 
Probé también la hiél de su amargura; 
Vi sus lágrimas bellas 
Volar al cielo para ser estrellas!... 

Sentí bramar los monstruos del infierno 
Viendo ya destruida 
Su hechura maldecida 
Por el Hijo mortal del Padre Eterno; 



Y yo caí de hinojos! 

Cubrió el terror mis espantados ojos! ... 
Mas todo fue ilusión, lodo fué sueño! 
Calló el teo potente 
Que alucinó uii monte, 
Que de mi pensamiento se hizo Juríio, 

V con la vista mia 

Busqué al encantador.... y tallé ¡i García! 

Abril 9 de 1852. 



SONETO. 

Malo será perder tas ilusiones, 
Tener un enemigo siempre al lado. 
Aprender det malvado las lecciones. 
Hallarnos en las garras de un letrado; 

No saber sujetar esas pasiones 
Que dejan nuestro pecho destrozado; 
En verano sufrir unas sistones 
Y en invierno un calórico eslremado; 

Malo será un amor inconsecuente, 
Malo será el que daños profetisa; 
Pero es aun oías malo, mas vehemente, 

El dolor que padece una poetisa. 
Si sabe que los rasgos de su mente 
En vez de admiración causaron risa. 

linter Sin Lnii) 

m ii n mw 

ODA 

Era la noche en calma: 
La dulce brisa por do quicr vagando 
Columpiaba la palma, 
Juguetona formando 
(•rato murmurio en el follaje blando. 

Mas jayl con sordo acento 
A zumbar entre riscos empezaba 
El poderoso viento; 

Y el golfo se encrespaba, 

Y los veleros barcos azotaba. 
La mar es procelosa, 

Y el bajel, que bogaba descuidado. 
En la roca fragosa 

Estalla, quebrantado 

Al golpe rudo de aquilón airado. 

Cual fúnebre tañido 
Que las hondas cavernas estremece, 
Percíbese un gemido, 
Que en el espacio crece 



A medida que el punto se embravece. 

La tempestad oscura 
Preside aun al profundo soberano, 

Y con ráfaga pura 
Distingüese lejano 

El bajel destrozado al viento vano. 

Las nubes inflamadas 
En fuego ardiente al bóreas convirliendo. 
Lánzanse despeñadas 
Del noto al choque horrendo 
Los dolientes clamores desoyendo. 

El rayo fulminoso 
Surca la azul atmósfera inclemente, 
Agitando furioso 
El piélago rugiente 
Al apagar su lumbre resplendenlr. 

La arena conmovida 
Cede su asiento á la onda dilatada, 

V toca enfurecida 
La región enlutada 

Por los contrarios vientos quebrantada. 

Gime el mortal rendido 
Al batir de las olas; y la muerte 
Da al ponto embravecido, 
Arbitra de la suerte, 
El tronco verlo, mutilado, inerte. 



Y calma la tormenta, 

Y sujétase al fin el elemento, 

Y la mar turbulenta 
Queda sin movimiento. 
Encerrada en su lecho y su cimiento. 

Entonces, blanca luna, 
Desde el cénit brillante, esplendorosa, 
Alumbraste importuna 

Y con la faz medrosa 

Tanto horror, tanta escena dolo rosa. 

CMllln. 






WALTA. 

En 1526 fué, como hemos dicho, cuando ee re- 
fugiaron en Malla: después de la loma de Rodas el 
gran maestre, Villiers de I' lie Adam, se habia reti- 
rado á Siracusa, y buscaba en donde colocar á su 
orden fugitiva. Después de muchas hesitaciones se 
decidieron á pedirá Carlos V la cesión de Malla, ha- 
ciéndole notar que aquella isla, inútil á su inmenso 
imperio, Seria para él de una utilidad muy grande 



porque los caballeros reprimirían á los corsarios ber- 
beriscos, cuyo atrevimiento inquietaba sus fiólas, y 
defenderían contra lotla invasión las costas, tañías 
veces amenazadas, de la Sicilia. E! papa Clemente 
VII apoyó cou calor esa demanda, que fué otorgada 
después de cuatro años de plálicas. La cesión de la 
isla fué hecha á [¡Lulo de feudo nuble, ubre de todo 
censo con derechos de propiedad, de señorío, de vi- 
da y muerte, etc. Para conservar sin embargo una 
sombra de soberanía, cuidaron de imponer á los ca- 
balleros algunas cargas, mínimas sin duda á nuestro 
modo de ver, pero que en las ideas de la épora te- 
nían su importancia moral. Así se obligaron, v era 
una de las cargas principales, á dar cada año un hal- 
cón al virey de Sicilia á título de homenage. Cuan- 
do llegaron los caballeros á Malla hubo un instante 
de descontento general; no habían creído encontrar 
una isla tan árida, tan desolada, y al ver aquellas 
playas de creta recordaron con desesperación Jos 
campos floridos de aquella isla de Rodas, que pare- 
ce que es una sucursal terrestre del paraiso dcMaho- 
ina. Los mal teses, á quienes tío habían consultado, 
imponiéndoles sin conocer sus deseos la dominación 
enteramente feudal de los caballeros , se sometieron 
con una eslremada repugnancia; y desde aquel dia 
comenzó entre los señores y los vasallos una aver- 
sión secretar reciproca, cuyos efectos se pueden se~ 
guír en la historia hasta el último dia. Sin embargo 
se estableció la orden en Malta, donde duró doscien- 
tos sesenta y sicEe años, durante los cuales pasó á ma- 
nos di! veinte y ocho grandes maestres, de entre los 
cuales hubo doce franceses. 

Seria historia bella y dramática para escribir la 
de aquellos dos siglos durante los cuales hubo acon- 
tecimientos tan heroicos en un teatro tan pequeño. 
Esa historia no existe en Francia sino en estado de 
bosquejo ó de memorias, porque con la mejor vo- 
luntad del mundano puede uno inclinarse ante las 
relaciones difusas y las pegajosas narraciones de Ver- 
toe. Por cierto el que gusta de contar helios comba- 
tes, que se conmueve al recuerdo de aquellas terri- 
bles estocadas, dadas con tan buena voluntad en 
nombre de la antigua disisa a Dios lo quiere», no 
podría encontrar en lo pasado una época mas atrac- 
tiva. El sitio de Malta por Solimán es por sisólo un 
poema entero, al cual para ser mucho mas heroico 
que el de Troya no le falla sino un Homero. Nunca 
se elevó mas el valor del hombre; nunca el encarni- 
zamiento de ios combales produjo sucesos mas hor- 
rorosos que en aquel asalto sin tregua que duró Ires 



¡ meses. Turcos y cristianos luchaban cuerpo á cuer- 

1 po en aquella isla de Malta como Los gladiadores en 
una arena, y era igual la rabia por ambas partes, 
Los musulmanes por burla hendían en cruz el pecha 
de sus prisioneros y pisoteaban sus cuerpos vivos 

| aun; los cristianos, por represalias, degollaban los 
cautivos y laniaban sus cabezas en los cañones á 
guisa de balas. Habia comunicado el gran maestre 
su indómita energía á todos Jos caballeros: jamás 
hombre mereció su gloria mejurque Juan de la Va- 
lelle. 

La relación de los úftimos dios de la dominación 
de Jos caballeros en llalla formada por sí sola el 
episodio mas curioso de aquella interesante historia. 
Aquella épuca, aunque tan próxima, es la mas con- 
trovertida del mundo y ¡a m^nos conocida. Muchos 
opúsculos contradictorios publicados sobre la mate- 
ria, por los mismos que tenian c! mayor ¡oleres en 
que prevaleciesen sus relaciones, han estraviado la 
opiníun pública en lugar de aclararla; y Jos historia- 
dores, que a! referir núes Ira revolución han debido 
esplicar la catástrofe que «lió fin al reinado de los ca- 
balleros, han adoptado cada uno una versión dife- 
rente, Parece que no se debe admitir sino con mu- 
cha reserva las voces de la traición que circularon 
entonces. La abolición de La orden de Malla fué una 
consecuencia natural, inevitable, de la situación. 

Un decreto de la asamblea constituyente habia 
privado de la calidad de ciudadano á lodo francés 
alistado en una orden de caballería que exigiese prue- 
ba de nobleza, y pronto siguió á ese decreto una or- 
denanza que despojaba de cuantos bienes poseía .en 
Francia, aquella orden que en todos tiempos habia 
sido útil para el comercio manteniendo la seguridad 
de los mares. Por consiguiente la república francesa 
rehusaba reconocer la orden de Malta. El gran 
maestre Manuel de Roban rehusó por su parte en 
una proclamación pública el reconocer la república 
francesa: cerró los puertos de la isla a los navios 
franceses y entró en la confederación que habia or- 
ganizado Pilt. Habiéndose declarado así la guerra, 
los caballeros que residían en Francia hubieron de 

! salir á toda prisa del territorio nacional, y se refu- 
giaron en Malta, donde encontraron una hospitalidad 
tanto mas generosa cuanto la orden estaba muy po- 
bre. Los sacrificios que el gran maestre creyó que 
debía hacer en favor de los emigrados franceses dis- 
gustaron á los caballeros de Aragón, de Castilla, y 
de Portugal, que manifestaron su descontento con 
palabras. Por otro lado las jóvenes caballeros recién 



s 



llegados, acostumbrados, á una vida elegante y fácil, 
no sabían que hacerse en aquella pobre isla. Prime- 
ramente pensaron en cruiarse contra los infieles y 
emplear al modo deloscaballeros antiguos su energía 
y el tiempo que tcuian desocupado; pero jay! no era 
tiempo va de empresas caballerescas: lodo el mundo 
conocía el libro de Cervantes, y aquellas valerosas 
tentativas que en oíros tiempos hubiera aplaudido 
la Europa no hubieran tenido otro resultado que ri- 
diculizarse. ¿Qué podian hacer pues? Sus veinte años 
les zumbaban a los oídos, como lo dice en alguna 
parte la señora de Sevigné. El demonio de la juven- 
tud arrastraba mi ociosidad: impidiéndolos también el 
clima, y no teniendo otro quehacer, se entregaron á 
pesar de sus estatuios á los placeres prohibidos. Hu- 
bo entonces un momento en que Mulla presenté, no 
ya mi espectáculo digno como eu lo pasado de los 
tiempos heroicos, sino un cuadro vivo y característi- 
co, un bosquejo f'omplelo délas costumbres elegantes 
y urbanas déla aristocracia de la época. Figurémo- 
nos en una pequeña isla una reunión de seguudones 
de las mejores casas de Europa, una población ente- 
ra de grandes señores llegados de todos países con 
modales diferentes, con un carácter nacional particu- 
lar, y todos con aquella arrogancia que era en aquel 
tíempoel signo distintivo déla nobleza. Era entonces 
Malla una ai-adi-mia de limita: sin destruir derlas 
susceptibilidades que 'le daban atractivo ala situa- 
ción, la comunicación frecuente y la familiaridad 
borraban las grandes preocupaciones nacionales y 
suavizaban los matices demasiado opuestos. Cada 
cual daba á su vecino y recibía de ¿I; el alemán to- 
maba del Trances su graciosa impetuosidad y le co- 
municaba su calma: el español copiaba su gracia es- 
quisiia y le enseñaba su imponente gravedad. 

Sí cantinuará.J 



lablcctmienlo luvo la amabilidad de enseñarnos 
lujosamente adornados con plumas y cintas de vanos- 
colores, propios para niños, sin embargo dequetam- 
bien los hay sin adornar, y á propósito para viaje y 
parad uso ordinario. Y úilimamenle caballos, mu- 
ñecas, arreos militares y juguetes de todo género 
hacen también su papel en esle magnifico estableci- 
miento. 

No podemos menos de recomendarlo á nuestras 
amables snscriioras por las ventajas que pudieran 
tener de sn conocimiento, pues no es despreciable 
en estos dias saber que los géneros que hemos enun- 
ciado se dan en dicho establecimiento á un precio 
tan arreglado que dista mucho de lo que se acos- 
tumbra en los mejores de esta corle, sin que j,des- 
merezcan por esto en calidad, gusto y perfección. 

Las madres de familia podrió proveerse en este 
establecimiento (por cuyo buen orden y economía 
felicitamos ¡i la señora que lo ha planteado) de lo que 
fuese necesario y úlil de eslas cosas á sus maridos 
é hijos, y aun de los juguetes imprescindibles de es- 
tos últimos. 



-»>►> í ::^5^«- 




ImPoBTANTí; PARA LAS MADRES DE FAMILIA.— He- 

mos tenido el gusto de visitar el establecimiento de 
gorras que en la talle Imperial núm, 20, esquina á 
la de Toledo, acaba de abrir una señora digna de las 
mas atlas consideraciones poc su laboriosidad y buen 
gusto. En él hemos encontrado un abundante' surtí- 
do de gorras de terciopelo, pana, veludillo, merino, 
paño y lelas de verano, de cuantas hechuras ha in- 
ventado el capricho de la moda, habiendo llamado 
muy particularmente nuestra, atención el esmero y 
perfección con que están construidos estas trabajos. 
También hernus visto uu hernioso surtido de som- 
breritnsdf todas clases, que la señora de dicho os- 



En la iglesia colegial de Lorca han recibido el 
agua det bautismo tres igualmente robustas niñas 
mcllizas, con los nombres de María Josefa Fernan- 
da, María de las Angustias Fernanda y María de Je- 
sús Fernanda, que nacieran en el di» de ayer; la pri- 
mera á las doce del día; la segunda á tas nueve de 
la noche v la tercera á las diez. Sus tragecitos de lu- 
lo arrancaban lágrimas de compasión de los ojos de 
los circunstantes, á quienes demostraban que se ha- 
llaban ya huerfanilas y sin esperanza de goiar de las 
dulces caricias de la madre, que perdió su vida apoco 
de dar á luz. la última de las niñas. El nonbre de su 
padre es el de Cristóbal Azor, con morada en la di- 
putación de Torrecilla, término de esta ciudad. 



Lccu m Lamukhiiook. — Esta preciosa ópera del 
inmortal Donizclli se representará hoy por segunda 
vez; en el teatro de los Basilios, por La sociedad lírica 
que trabaja en este coliseo, y que tan buena acogida 
mereció del público en la noche del 17 del actual. 



MADRID, 1852. 

IMPRENTA DE D. JOSETRUJ1LU), III JO, 

Calle de María Cristina, número S. 



Año I. 



Domingo 27 de unió de 1852. 



Núm ¿S. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale lodos los domingos; se suscribe en Madrid en las librerías de Monier ¡r de Cuesta, á i rs. al mes; 7 en provin- 
cias 10 rs. pardos lacees franco de porte, renjiliendounjlibrinia a favor de nuestro impresor, ú Stlloídí franqueo. 



I.ft mujer ConMlilrrjKin bajo lomíUlliltO* pcrlo- 
1I11* y e*íai1o* i!c *a victa. < 1 > 

II. 

«Todas las figuras serian exactas y acabadas si 
los moldes en que se forman fueran regulares y es- 
tuvieran si» defecto; y los vitíos serian raros entre 
tos hombres si las mujeres, de las que nacen !os 
hombres, fueran todas sabias. » Así se lia esplicado 
en una Je sus obras un escritor filosófico y razona- 
ble, y cuyos conocimientos acerca del corazón hu- 
mano son una prueba palpable y evidente de la gran- 
deza y sublimidad de su espíritu. Estas brillantes 
frases forman el mas alto, el nías noble elogio de 
nuestro sevu, y envuelven una merecida acusación 
contra los Nombres, echándoles en cara su punible 
abandono en punía á una cuestión que tan de cerca 
les interesa. 

Y en efecto, ai bombee debe interesar tanto la 
instrucción de la mujer como pueden interesar á un 
monarca la obediencia y lealtad de sus vasallos, co- 
mo interesa á una nación su independencia y sus 
fueros. 

Pues qué! ¿se duda aun que la virtud y la ins- 
trucción de las mujeres es una de las principales cau- 
sas de la felicidad política de un pueblo? ¿No lo dice 
la esperienda? ¿no lo confirma la historia? ¿no lo 
asegura la razón? Si; la espericncia, la historia y la 
razón lo dicen, loaconsejan, lo prescriben; y la fuer- 
za de testimonios fan poderosos es incontrastable. 
Por eso no se concibe como los hombres bajan per- 
manecido durante tantos siglos, y aun continúen en 

fl) Por una difracción del cajista se olvido poner al artículo 
anterior este mismo cin-ilifiamieiüo, titula bajo el cual nos hemos 
propuesto escribir uní serie de estos, debiéndose considerar el del 
número iO coma uní especie de preámbulo i diclia serie. 



el dia, ciegos en presencia de estas lumbreras esplen- 
dorosas que, ahuyentando las lóbregas tinieblas que 
fian presidido en los principios, todo lu innundun de 
su luí y brillantez. 

¿Quién siembra pues las primeras semillas en el 
corazón del hombre? Su madre, que arrullando al 
tierno infante desde la cuna hasta que se lanza al se- 
no de las sociedades, y tal vez á regirlas, le ha ins- 
pirado sus mismas inclinaciones y sentimientos, y le 
iia infundido sus ideas mas dominantes. ¿V cuan 
grande no es la influencia que esta misma madre tie- 
ne sobre el corazón de su hijo luego que ha llegado 
á la edad fuerlel' ¡Al)! semejante influencia es incal- 
culable, pero se tocan sus efectos, y desconocer esta 
verdad terrible vahlna tanto como negar los mas cia- 
ros principios, los roas evidentes axiomas. ¿Y no ha- 
brá en nuestra historia un ejemplo para corroborar 
nuestro aserio? Si; ¡o hay, y muy ¡lustre, pues que 
el hijo de Alfonso Onceno, D. Pedro I de Cas l illa. 
nos lo presta. 

Este gran monarca, á quien se apellida el Ctud 
sin conocer suficientemente su reinado, y sin atender 
siquiera á que su historia, escrita en vida de su her- 
mano D. Enrique de Trastamara, debía adolecer de 
notoria parcialidad, tenia una madre que idolatraba 
con el entusiasmo de un hijo. Doña María de Portu- 
gal, que habia sufrido grandes disgustos y despre- 
cios durante ta 1 ida de su marido portas relaciones 
amorosas de este con dona Leonor de Guzman, da- 
ma sevillana, guardaba profundos resentimientos que 
pensaba vengar algún dia. En efecto, conociendo 
aquella señora que el carácter irascible é impetuoso 
de su hijo D. Pedro era el mas .1 propósito para el 
logro de sus fines, trató de encaminarle desde luego 
á su objelo por medio de halagos y caricias, inspi- 



i andole desde su man tierna infancia un odio mortal 
á todo cuanto ella aborrecía , De cata suerte tacha 
dueña del corazón inesperto del joven príncipe, va 
por el carino que siempre supo mostrarle, \ ;i tam- 
bién por las lágrimas que derramaba en su presencia 
doliéndose de sus desgracias, pudo á poca cosía satis- 
facer sus enojo» ¡i la muerte de Alfonso Onceno; y 
el germen de vénganla y de eslerminio que empeza- 
ba á viciar la parle mas noble de I h Pedro I de Cas- 
tilla no lardó en apartarle de l,i carrera del deber y 
de la prudencia, y doña Leonor de Guzman asesina- 
da en Tal a vera fué la primera víciioia inmolada á 
los iracundos celos de su madre. 

El primer paso estaba dado, y el torrente de pa- 
siones que se agitaba en aquel fogoso peelio era fá- 
cil que se desbordase, y no fallaron causas para ello. 
La nobleza descontentadla y alborotadora, que so- 
lo había podido sor reprimida en los reinados de 
D. Sandio el Bravo y de Alfonso Onceno, era ne- 
cesario que lo fuese también en este, v be ahí la ra- 
zón de las muerles de üarrilaso de la Vega, I). Fa- 
drique, D, Juan, infante de Aragón, y oíros mu- 
chos- Las relaciones públicas de este monarca con 
D." María de Padilla, su casamiento con 1)/ Juana 
de Castro, y su matrimonio con D.* Blanca, infanta 
de Francia, no llenen otra esplicacion que el ser un 
efecto del carador apasionado y vehemente que su 
madre le inspiró desde la cuna, y que dio por últi- 
mo resultado el que ardiera el reino cu una guerra 
civil espantosa, y el que fuera victima el mismo 
]). Pedro del puñal fratricida de D. Enrique. 

¿Qué mayores pruebas? Todo un reinado, que 
pudiera haber sido grande por mil conceptos, y tal 
víi la admiración del mundo, le vemos lastimosa- 
mente presidido por inquietudes y turbulencias. ¿Y 
aun se negará, repelimos, que la instrucción de las 
mujeres es uua de las principales causas de la felici- 
dad política de un pueblo? Pues examinad el reina- 
do que citamos, indagad, inquirid con los ojos de la 
razón, y alumbrados por la luz de la filosofía, el orí- 
gen de sus trastornos, y quedareis convencidos, y 
sin necesidad de acudir á oíros ejemplos, qucá mi- 
llares podríamos hacer rodar en las columnas de 
nuestro humilde periódico, asentiréis con nosotras. 

Por eso no dejaremos de insistir en esla verdad 
imporlanle. Llegado el caso de la regeneración de 
la mujer, esta compartiría con el hombre sus debe- 
res con respecto á la sociedad formando el corazón 
de sus hijos, al paso que aquel haciendo prosperar 



las ciencias y las artes vería con placer el engran- 
decimiento de las razas. 

Llegadas á esta altura vamos á dividir nuestro 
asunto. Cuatro son los periodos que pojemos con 
stderar en la vida de la mujer: estos son tus de la 
infancia, adolescencia, robustez y senectud; y Ir 
sus estados: soltera, casada y viuda. 

Conocemos la debilidad du nuestras fuerzas pa- 
ra un asunto tan grande y trascendental; pero con- 
fiadas en la bondad de nuestras amables lectoras, y 
en la indulgencia de aquellos á cuyas manos pudieran 
llegar por casualidad nuestros escritos, nos lanzamos 
en medio del circulo que espontáneamente nos hemos 
(razado. 



REQ'ERDOS DE LA INFANCIA. 

En mi niñez venturosa 
Corría por la pradera 
Como corre entre los bosques 
La liernísima gacela; 

V brillando cnlrc mis labios 
La sonrisa de inocencia. 
Me agradaba de los robles 
Apartar la verde yedra, 

O echar en los arroyuclos 
Blancas y menudas piedras, 
Para verlas deslizarse 
Por su corriente serena. 
Oirás veces descubría 
Si en el sauce á la palmera 
Guardaban sus tiernos nidos 
Las avecillas parleras, 

V sí encontraba los hijos 
Llamando á la madre tierna, 
Con el calor de mi aliento 
Mitigaba sus querellas. 
Después allá entre las flores 
Miraba la rubia abeja 
Esprimiendo entre sus labios 
Del cáliz el dulce néctar. 

Así contemplaba un dia 
Dna mariposa bella. 
Que mas de mil tornasoles 
Ostentaba entre las felpas 
De dos alas, matizadas 
Por la del naturaleza, 

V á quien el sol con sus rayo» 







Le daba formas diversas. 
Haciendo que en cada giro 
Resultase como nueva, 
Al fin detuvo su vuelo 
llii el ramo de una adelfa, 

Y yo coa el alma ansiosa 
Me acerqué mas para verla. 
Entonces tí que á lo lejos. 
Saliendo de entre la selva, 
Venia coa vuelo rápido 

Un ave de plumas negras, 

Y arrojándose de un golpe 
A la mariposa tierna. 
Picó con acerbo encono 
Su delicada cabeza. 

Al ver tan estreñía furia 
Yo di un grito de sorpresa, 

Y el ave partió volando 
Por donde mismo viniera. 
Entonces la mariposa 
Dio agitada varias vueltas, 

Y cayó en el verde musgo, 

Y después buscó la arena. 
Donde quedó la infelice 

Al fin destrozada y muerta. 
Entonces de mis pupilas 
Salieron Lágrimas tiernas, 

Y el dolor del infortunio 
Sentí por la vez primera; 
Pues conocí que en el mundo 
Ilav quien cotí armas siniestras 
Acechando al inocente 

Le asesina con fiereza. 

llosdia Leo ii : 



LA MISIÓN DE LA MUJER, 

Cuando el viajero recorre los campos cubiertos 
de verdura, adivina la existencia de la tímida flor 
que esconde SU corola entre la grama por el perfu- 
me de que está impregnado el ambiente: cuando el 
mísero mortal atraviesa la espinosa senda de la vida, 
presiente la existencia de la mujer virtuosa por el 
sello de gloria y felicidad que imprime en cuantos 
la rodean. Si Líos lia dado al hombre la fuerza y e! 
saber, á la mujer te ha concedido en cambio esa va- 
rita de mágicas virtudes que trueca los males en 
bienes, que sabe convertir en flores las espinas que 



las fatales pasiones de] liombrc hacen brotar en el 
camino >]•■ la vida, 

So necesita mostrarse, no necesita hacer vana 
ostentación de su talento y virtudes para que se sien- 
ta su benéfico influjo, para que se la bendiga y se 
la admire. Cuanto mas encubre sus perfecciones con 
el modesto velo del misterio, mas grande es su atrac- 
tivo, mas dulce c irresistible su hechizo. ¡Cuan san- 
ta es la misión de la mujer, misión desprovista de 
gloria, es verdad, pero fecunda ep dulces y castas 
emociones! ¡Cuan bello, cuan fácil es cumplir unos 
deberes cifrados solo en hacer bien á sus semejan- 
tes, en esparcir por do quiera el consuelo y la ale- 
gría! Es tan grato ser útiles y necesarios á los seres 
queridos de nuestro corazón! Es tan dulce labrar su 
felicidad y minorar sus sufrimientos! Los que han 
dicho que el destino de ta mujer era pebre y mezqui- 
no á causa de su dependencia, no comprendían sin 
duda la sublime grandeza do sus deberes, ó tal vez 
su alma seca v egoísta nn sabia colocar la felicidad 
mas que en el esplendor y el mando. Nosotras, que 
la ciframos tan solo en lus goces del alma, bendeci- 
mos la religión, que ha trocado la esclava en com- 
pañera y que ha divinizado á la mujer virtuosa. Li- 
mitamos nuestra ardiente ambición á hacer la felici- 
dad del hombre, y nuestro orgullo á inspirarle las 
virtudes que le engrandezcan á nuestros ojos é in- 
mortalicen su gloria. Si la mujer misma hubiese 
podido escoger su misión sobre la tierra, no la bu- 
hiera elegido mas dulce, mas santa, mas hermosa 
que la que Dios le ha impuesto: porque Dios es el 
que con $11 divino ejemplo ha señalado á cada sexo 
sus deberes. Jesucristo se ofrece en holocausto para 
salvar al mundo, y convierte con la elocuencia de 
sus palabras, subyuga con la santidad de sus obras. 
La afligida Virgen ruega tan solo y llora; pero sus 
lágrimas y sus querellas devuelven tantas almas al 
cielo como la preciosa sangre de su hijo. Si no son 
iguales los medios que emplean para lavar el pecado 
original, son iguales los resultados que consiguen. 

jQué espectáculo tan digno ofrece una mujer en- 
tregada á sus domésticos quehaceres, y ocupada es- 
rlusivaraente en hacer felices á cuantos el destino ha 
colocado á su lado! Fia sido el apoyo y consuelo de 
sus ancianos padres; es la tierna compañera del 
que la ha elegido entre las demás para que labrase 
su ventura, la madre amorosa de esos niños que 
imitarán sus virtudes, v nt consuelo de los infelices 
que bendicen llenos de gratitud su nombre. /Existe 
acaso alguna gloria, por brillante quesea, compa- 



rabie á la que reporta una dulce madre de familia, 
amanle de sus deberes y pronta siempre á sacrificar- 
se por el bien de los demás? ¿No es esta por ventura 
tan acreedora como su profundo compañero al enco~ 
mío universal? ¿Qué imporla que la fama no inmor- 
talice su nombre? que su paso trémulo desfallezca 
antes de llegar al templa de la gloria? Otra es el 
premio que espera por sus constantes desvelos. Des- 
de su oscuridad trabaja incesantemente por engran- 
decer á sus bijos Y esposo, y conducirlos por la 
senda de i;: virtud al templo déla eterna sabiduría. 
Cuando vemos un voraz incendio nunca nos acor- 
damos de la primera chispa que le ha hecho estallar; 
v no obstante sin aquella chispa nti se hubiera en- 
cendido la gigantesca hoguera que amenaza á las 
nubes. El hombre ejecuta; pero la mujer da el im- 
pulso. Ella es el inteligente agricultor que prepara 
el terreno y esparce las semillas que á su tiempo 
deben producir los mas opimo» frutos. 

Es verdad que el viajero al contemplar la belle- 
za de los árboles, al aspirar el perfumo de las llores, 
quizás no dirigirá una sola mirada al que loa ha cul- 
tivado con el sudor de su frente; mas ¿qué le impor- 
ta á este su olvido, si en su ardiente abnegación está 
satisfecho con la idea de haber esparcido por do quie- 
ra la riqueza y la prosperidad? El hombre ejerce su 
omnímodo poder sobre el mundo tísico. Como rey 
de ia creación obra, inventa y subyuga; per» dema- 
siado embebido en sus colosales empresas, deja á la 
mujer, tal vez por inercia, tal vez por incapacidad, 
que empuñe el cetro del mundo moral. Ella ha ti 

Imentadu tan bien su trono sobre la dulzura, las sú- 
plicas y las lágrimas, que el hombre engañado con 
la idea de su lidíela superioridad no picosa en dis- 
putarle su poder, poder frágil y débil en apariencia; 
grande, poderoso, infinito en realidad. La mujer es 
la que imprime las primeras é indelebles máxima; de 
\irtml «u el lierno pecho de sus hijos y forma casi 
exclusivamente su educación moral. Profunda cono- 
cedora délos misterios del corazón, les enseña á 
creer y amar desde su tierna infancia, y sus faltas ó 
virtudes posteriores traen siempre su origen de estas 
primeras impresiones, lie aquí por qué la instrucción 
de la mujer debe ser tan sólida como su poder moraj 
es absoluto. 

Ay! dejemos cu buenhora á los hombres que em- 
puñen la espada y rieguen el suelo con la sangre de 
sus hermanos. Dejémoslos que huellen á sus seme- 
jantes para basar sobre sus cabezas el pedestal de su 
gloria; que encanezcan formando bárbaras leyes que 






oprimen al desvalido, o torturen su imaginación para 
resolver esos áridos problemas que deben inmortali- 
zar su nombre; y reservémonos nosotras el dulce po- 
der de curar sus heridas, de enjugar sus lágrimas y 
aplacar su celera con nuestros ardientes ruegos, ¿Qué 
nos importa el laurel que corona la frente de los 
grandes hombres? Una corona de (lores sienta mejor 
á nuestra frágil belleza y nos hace mas seductoras. 
Lejos de nosotras para siempre el ardiente deseo de 
la gloria v de la inmortalidad. Estudiemos para em- 
bellecernos » los ojos de nuestros meditabundos com- 
pañeros y para distraer con nucslras trovas sus pesa- 
res. Elevemos nuestra imaginación á la altura de la 
suya; pero no pretendamos ser sus iguales en saber, 
porque entonces destruiremos la perfecta armonía de 
)a creación. Convertidas en sus antagonistas, lejos de 
servirles de dulce consuelo, nuestro trato les seria 
pesado é insoportable. 

Concluiremos pues estas reflexiones diciendo; 
que la mujer que comprenda bien la sublime gran- 
deza de sus deberes, lejos de deplorar su suerte de- 
be cumplir con orgullo su misión, que es la mas 
bella, saula y noble de las misiones, y que en cuanto 
á su talento, debe considerarlo como una de esas 
flores delicadas que conservamos perpetuamente en 
nuestros invernaderos para que ios rayos del sol no 
la marchiten y los besos del aura no la desfloren. 

*n«cl* Gruil, 



LA TEMPESTAD. 

COlleOSIClON LEÍDA ES F.I, LICEO ARTÍSTICO Y LITEBARIO 
PE YALtABOLID, 

¿Por qué tiemblo de horror, cielo divino? 
¿Por qué mi alma toda se estremece? 
¿Por qué el astro del dia diamantino 
En negros nubarrones se oscurece? 

¿Por qué trémula miro el firmamento 
Con velo funeral que da pavor? 
¿Por qué percibo entre el rugir del viento 
La ronca voz del trueno aterrador? 

¿Por qué miro las lluros agostadas. 
Víctimas de la lluvia y la tormenta? 
¿Por qué yacen ¡ay Dios! abandonadas 
De ese cielo que airado se présenla? 

¿Por qué miro arruinado el tronco hermoso 
Que ostentaba verdor y lozanía? 
¿Por qué miró su fin tan desairóse» 
Cuando tanta riqueza prometía? 

¡Por qué miro las avescobijadas 






En las míseras ruinas que han quedado? 
¿Por qué siento el rugir de las cascadas 
Que los tristes despojos se han llevado? 
¿Por qué chocan los astros irritados? 
¿Por qué yace ea tinieblas ta natura? 
¿Por qué un lúgubre velo de nublados 
Horrenda tempestad su aspecto augura? 
El hórrido silbido que hace el viento, 
El volcánico fuego de los rayos, 
El humo que despiden ceniciento, 
Son de un trágico fia fieros ensavos. 

Brama furioso el mar desordenado, 
Todo es desolación, terror profundo; 
El arbitro del orbe hoy enojado. 
Desplega sus venganzas tremebundo. 
En vez de los cdages purpurinos 
Se mira triste el cielo, encapotado, 
Que sus vivos destellos matutinos 
En lóbregas tinieblas se han trocado. 

¡Dios de bondad! aplaca al lin tus iras, 
¥ luzca tu clemencia esplendorosa; 
¡Oh supremo Hacedor! tú, que me ¡espiras, 
Acoge mi plegaria religiosa. 

No mas desventura, 
No mas desconsuelo; 
Min; tanto duelo. 
Piadoso Señor. 

Oye mi plegaria. 
Mi súplica ardiente; 
Dios omnipotente. 
Cese tu rigor. 

Dirige, Dios fuerte. 
Benigna mira i la; 
Que yo contristada, 
Te imploro piedad. 
Acoge las preces 
Que tímida envió: 
Oh! nú mas. Dios mió. 
No mas tempestad: 
No mas desolación, no mas horrores; 
Aclarad esa bóvedad enlutada, 
Y brille en soberanos resplandores 
De la paz y la luz hoy Ja alborada. 

Tensada lopci Vlll.hrllle. 



Ay! Cuan dulce se derrama 
En mi pecho ta alegría! 



¡Y cuan apacible llama 
Es la que mi pecho i o (lama 
Eo tan venturoso dia! 

Grato recuerdo que tras largos años 
Nunca turbaste para mí la paz, 
¿Por qué no cortas los inmensos daños 
Que causa tu carrera tan fugaz? 

Delente, deten el paso. 
Esfera rauda, movible; 
No te lances al ocaso 
Cubriendo de oscuro raso 
El horizonte visible. 

Ostenta hermoso tu radiante lumbre. 
Día natal de madre cariñosa, 
Tú que recuerdas mi infantil costumbre 
De correr ásus brazos presurosa. 

Nombre dulce y amoroso 
En donde mora el consuelo, 
¿Por qué habrá ordenado el cielo 
Arrebatarle una vez? 

Deten tu rauda carrera, 
Tiempo, á todos presuroso, 
Y permite bondadoso. 
Que goce yo de este bien. 

Yo le saludo, madre idolatrada, 
Yo le saludo en tan felice día; 
Recibe el corazón de tu bija amada, 
Recíbelo radiante de alegría. 

Ccrllln. 



La* m lije re* y Ihh flore*. 

¿No amáis, queridas lectoras, á las flores, á esas 
compañeras que nos deparó el cielo para alivio de 
nuestros pesares? ¿No sufrís al ver agostarse á los 
rayos abrasadores de un sol de estío esas constantes 
amigas que nunca os venden, cuya presencia es siem- 
pre agradable, y cuyo perfume suave en horas de 
! soledad ó de amargura ha endulzado mas de una vez 
vuestro dolor? 

Las mujeres y las llores somos hermanas; su vi- 
da de un dia es nuestra vida; su pasagera belleza 
como la hermosura de la mujer desaparece momen* 
| laucamente, sin dejar en pos de sí la menor huella. .. 
Desde que la mujer ve la primera luz hasta que 
i exhala el postrer suspiro, las flores son sus insepa. 






6 



rabies compañeras. Nace la mujer, v su madre ca- 
riñosa de fiares rodea la cuna que guarda el tesoro 
de su amor. Crece la niíi;i , y el variad» aspecto de 
las llores recrea su vista, las coge cor avidez y ellas 
forman parle de lo» juegos do su infancia. Al acer- 
carse por vez primera á la sagrada mesa, en ese mo- 
meólo sublime en que la criatura, elevándose a una 
altura prodigiosa, presta en su seno humilde templo 
á su Criador, de flores ciñe también su candida ca- 
beza. Va adolescente, las flores la acompañan sin 
cesar á toda clase de diversiones. Duermen en su 
seno, se entretejen en su cabello, prestan nuevos 
atractivos ú su belleza, v su grato perfume adorme- 
ce, aunque no sea mas que momentáneamente, los 
pesares de la mujer, si en medio del bullicio del 
mundo lleva por su mal el corazón lacerado. 

En el trance mas grandioso de nuestra vida, en 
ese momento supremo en que la mujer une para 
siempre su destino al de un liombre que va á ser 
desde aquel instante arbitro de su voluntad, de sus 
acciones y de su existencia, flores forman su candi- 
da corona, Muere la mujer, y ellas rodean sus res- 
tos, tos acompañan hasta su última morada y duer- 
men sobre su tumba. 

Ved, mis amadas lectoras, alas flores presidien- 
do los actos mas solemnes de nuestra vida; tedias 
compañeras inseparables de nuestra suerte, bien sea 
próspera ó adversa. ¿Como pues no las liemos de 
amar? Yo soy entusiasta por las flores; sufro al ver- 
las marchitarse; me conmueve su perfume, mínima 
se eleva al cielo en su presencia, y ruando cauto á 
las flores son mas suaves los tonos de mi lira. 

Murta trril,-J<i j sural!, 

A LA MEMORIA 

■n: ni miHiTiiinA «adre, 

¡Oh madre! cuánto es mi amor 
Hacia tu imagen querida, 
Y cuan grande es el dolor 
De mi alma enternecida! 
Cuando recuerdo hubo un día 
En que risueña y hermosa 
Eras mi bien, mi alegría, 
Me torno triste y llorosa. 
¿Por qué el destino cruel 
Mi madre me arrebató? 
Yo esperaba tanto de él 
Cuando mi pedio agitó 



Con un dolor tan agudo 
Que no le puedo espresar: 
Ay! ¿quien desató aquel nudo 
Que siempre supe acatar? 
Perdona, Dios «le bondad. 
De mi alma el eslravío; 
Ten por compasión piedad 
De mi amante desvarío- 
Era mi luz de esperanza, 
Era mi solo consuelo; 
¿Por qué mi mente no alcanza 
A aliar atrevido el vuelo, 
PiBlar la virtud hechicera 
Que en su frente reflejaba? 
De santo amor ella era 
Hermoso ser que acataba. 
Está perturbada mi alma 
Con tu imagen, madre mia, 

Y no logrará la calma 
Hasta que llegue aquel dia 
En que vuelva á tu regazo 
Junto at trono del Señor... 
Mas ¿qué digo'? nuevo lazo 
Aquí me une, y otro amor. 
Miro la sonrisa pura 

De mis hijos, que es mi cielo; 
Me recuerdan tu ternura 

Y con llanto riefjo el suelo. 
Con llanto, si, madre amada, 
Que no podrá, no, borrar 
Ni la candida mirada 

Del que me supo arrobar. 
Con sus gracias infantiles, 
Con su angélica ternura, 
Esencia de los pensiles, 
Que me embriaga de ventura. 
Descansa, madre adorada. 
En los brazos del Señor, 
En la espléndida morada 
Dó respira lodo amor. 
Mientras aqot tu memoria 
Me enagena de alegría. 
Porque es 1u virtud mí gloría 
Que no muere, madre mia, 
Mis hijos la acatarán, 
Será su gran patrimonio 
Y de su amor me darán 
En ello liel testimonio, 

1.1 ni I* D ér rrrrui, 






LA GOLA. 

(Cuntió árabr. 

El andana procura en vano atraerle á lo que él 
llamaba la razón, haciéndole una multitud de ob- 
jecciones que por mas poderosas que fuesen nunca 
lo eran tanto como el horror de su hijo á Misna y 
su amor á la desconocida. Convencido por úliímo 
de la inutilidad de sus esfuerzos lodos , y viéndose 
como arrastrado de una fatalidad irresistible, no qui- 
so poner mas obstáculos á su dicha y fuese á encon- 
trar al sabio para pedirle la doncella. Los dos jóve- 
nes se vieron, se amaron en seguida, se idolatraron 
un poco después y concluyeran por casarse, que es 
lo mejor que pueden hacer en semejantes casos. 

Para pintar la dicha es necesario gozarla, á pe- 
sar de que nos parece que es mas fácil esto que 
aquello. Después de seis meses pasados en la em- 
briaguez de los placeres mas tiernos, Aboul-Haisan 
despertó á media noche y se encontró solo en la ca- 
ma: su esposa no estaba allí. Creyó desde luego que 
un accidente imprevisto ó alguna repentina indispo- 
sición eran causa de esta ausencia, por lo que resol- 
vió esperará que volviese ladilla para preguntarle. 
Va empezaba el marido á perder la paciencia, cuan- 
do la vio entrar una hora antes del dia, pero ad vir- 
tiendo que llegaba con aire inquieto y paso miste- 
rioso, se hizo el dormido y se manifestó después muy 
complaciente aunque resuello ú averiguarlo todo en 
la noche inmediata. 

Nadilla no dijo una palabra de su ausencia noc- 
turna durante el dia, pero luego que vio á Aboul- 
Haisan entregado al sueno se escapó suavemente de 
sus brazos y salió como tenia de costumbre. Su ma- 
rido, que la espiaba cuidadosa mente con los ojos en- 
treabiertos, se apresuró á vestirse y la siguió á cier- 
ta distancia atravesando las calles mas solitarias y 
ocultas de Bagdad, basta queen fin, después de gran- 
des rodeos, la vio entrar en un cementerio, en don- 
de él se pudo también introducir. 

Nadilla se metió en un gran sepulcro iluminado 
por tres lámparas fúnebres., á donde fueron llegando 
unos en pos de otros multitud de golos de ambos sec- 
sos. ¿Cuál serla la sorpresa de Aboul-Haisan al ver 
ásu esposa tan joven y tan linda rodeada de infini- 
dad de espíritus malignos, que se reunían allí todas 
las noches para celebrar sus horrendos festines.' ¿co- 
mo podría figurarse que aquella Nadilla, la hija dc| 
salió del bosque, tan bella, tan interesante y con el 



rostro de un serafín, no era otra cosa que uno de 
tantos espectros como tenia presentes? 

Desde el mismo dia de su matrimonio bahía ad- 
vertido que su mujer no cenaba nunca, pero de un 
hecho tan sencillo no había podido inferir ninguna 
consecuencia notable. Ahora ya estaba esplicado to- 
do: se había casado con una ¡jt>fa. 

Pronto víó á uno de estos seres misteriosos y ter- 
ribles que llevaba arrastrando el cadáver deuna mu- 
jer enterrada aquel mismo día; arrojóla en el gran 
sepulcro donde se celebraba el banquete infernal, y 
iodos sus compañeros agarrados por las manos y for- 
mando círculos empezaron á danzar en rededor de 
la presa, despidiendo aliullidos de alegría feroz. De 
buena gana hubiera salido Aboul-Haisan de su es- 
condrijo, y aun ocurrióle la idea de echar mano á 
su alfanje y dispersar á tajos y reveses aquella reu- 
nión sacrilega; pero como no era bastante animoso 
para combatir con vestiglos y sombras diabólicas, 
decidióse por el partido mas seguro, que era devo- 
rar su indignación, callar, ver y salir después sin 
contratiempo. El cadáver fué hecho pedazos, que los 
golos comieron entre canciones infernales y gritos 
horrendos, y cuyos huesos enterraron en seguida, en 
la misma sepultura de donde habían sacado el cuer- 
po. Concluido el festín, todos los golos se abrazaron 
mutuamente y fueron saliendo asidos por las manos 
dedos en dos y dejando abiertas las puertas del ce- 
menterio, que se cerraron por sí solas luego que 
Aboul-Haisan hubu salido también. 

Este, que no quería darse por entendido de 
cuanto habia presenciado, echó á correr para llegar 
á su casa antes que Nadilla; desnudóse, metióse en 
el lecho y fingió dormir basta bien entrado el dia, 
que su esposa le despertó besándole en la frente co- 
mo acostumbraba. Nunca había estado tan compla- 
ciente ni tan obsequioso Aboul-Haisan con su mu* 
jer, ni nunca se había mostrado esta mas enamorada 
ni mas tierna con su gallardo marido; pero al llegar 
la noche este se hizo servir la cena, é invitó á Nadi- 
lla á lomar su parte en la colación. 

— No tengo ganas. 

— He notado que jamás cenas. 

— Ciertamente. 

— ¿Y me dirás, querida mia, deque nace ese 
capricho? 

— Es costumbre. 

^-Bien, pero es necesario que la quebrantes al- 
guna vez por darme gusto; ven aquí, siéntale y ce- 
nemos. 






— Ya me tienes á tu lado, respondió Nadilla sen- 
tándose junio á Aboul- 1 faisán : jo te haré el pialo, 
yo te serviré, yo seré tu esclava si quieres, pero no 
rae obligues á probar un solo bocado. 

—/No lo harás siquiera por amor mió? 

—Tío. 

Aboul-Haisan perdió la paciencia coo La mina- 
da negativa de su mujer. 

— Cenarás... porque yo lo quiero, ledijoimpe- 
rioSafuetile y mirándola sin pestañear. 

— No, cíen veces no; ¿lo lias oído? 

— Ah! ya te comprendo! gritó el joven en el 
colmo de su cólera. Te es mucho mas grato ir á ce- 
nar con los golosl 

Nadilla conoció desde luego que estaba descu- 
bierta, pero no respondió una sola palabra; palide- 
ció, hecho sobre su marido una mirada de odio y 
rencor, y se fue á acostar en silencio después de ju- 
rarle interiormente una venganza pronta y terrible. 

Bien pronto ambos esposos aparentaban dormir, 
aunque en realidad no hacían mas que observarse 
recíprocamente. Así que Nadilla le creyó dormido 
se arrojó á él, se puso de rodillas sobre su pecho, le 
abrió una arteria del cuello v se dispuso á beber su 
sangre, dirirndolc en tono lúgubre y sepulcral: 

— Quisiste ver? Va viste; muere ahora. 

Todo esto fué obra de un instante. 

El joven, que no dormía, se estapó con violen- 
cia de los brazos de la furia, que le abogaba sin pie- 
dad después de haberle acariciado lauto; echo mano 
al pañal que pendia de su cabecera y lo enterró en 
el seno de su inujur, que cavó moribunda. Al estré- 
pito de La lucha y á sus gritos de socorro acudieron 
los domésticos, vendáronle su herida, levantaron del 
«uelo el cadáver de la joven gola, y le dieron sepul- 
tura al siguiente dia entre las maldiciones y el ter- 
ror del pueblo. 

Tres noches despurs Aboul-Haisan despertó 
asustado porque una mano helada, cadavérica y de 
una fuerza prodigiosa le tenia asido por e! pescuezo 
y pronta ya para ahogarle. El puñal fué esta vez in- 
útil y no tuvo otro remedio que apelar á la rugí. 
Nadilla se levantaba del sepulcro para perseguirlo 
aun. 

Entonces mandó desenterrarla, y abriendo el 
féretro la encontraron en la misma disposición que 
antes de morir, sin señal de herida alguna, flexible, 
en su natural color, y respirando aunque de un mo- 
do casi imperceptible. Fueron á la casa del sabio que \ 



pasaba por padre de esta infeliz, y confesó que dos 
años antes la había casado con un oficial del califa, 
y habiéndose entregado á la vida mas desenfrenada 
y escandalosa, murió á manos de su marido, pero 
que resucitó en el sepulcro, volvió i su casa, y en 
Un que era una vampira. 

Con estas noticias exhumóse el cuerpo, fué que- 
mado en una hoguera de palo de sándalo, arrojaron 
sus cenizas al Tigris en punto de media noche, y la 
Arabia se vio libre de on monstruo. 

{£. P.) 

t»Miia n<m 

En el teatro Principal de Cádiz se ha puesto en 
escena una zarzuela nueva original de I).' Marga- 
rita Francois de Izaguirre, música de 1). Rafael Se- 
richol. 

«Aparte de algunos lunares inevitables en esta 
clase de obras, y que pueden olvidarse fácilmente 
atendidas sus muchas partes buenas, dice un perió- 
dico de aquella ciudad, la zarzuela Ei sol de Sala- 
manca es una linda producción, por la cual felici- 
tamos sinceramente á su autora. » 



Ha fallecido en esta corte la señorita D.* Kirlmi- 
ra Floran, hija mnvor del señor marqués de Tn- 
buérniga, joven de extraordinario mérito v de vir- 
tudes que realzaban su notable belleza. Su descon- 
solado padre y su familia toda lloran hoy esta grao 
pérdida, que lampón» será indiferente para ninguno 
de los que conocían á tan interesante joven. 



ADVERTENCIA. 






Rogamos á nuestras apreciables suserhoras de 
provincias de los puntos cu que no tenemos rorres-* 
ponsales, se sirvan remitirnos el importe de la sus- 
rriciun vencida, por medio de una ibranza sobre 
Correos. 



MADRID, 1852. 

TMPMíNT.» DE U. JOSÉ TKtJÍÍLLO, ütJO, 

Calle de Mario Cristina, número !L 






Año I, 



Domingo 4 de Julio de 1852. 



Núm 49. 




LA MUJER 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo* 



Este perí&dieo sale todos las domingos; se suscribe en Madrid en las librerías de Jflonier y oV Cuesta, i 1 rs, al mes: J en proTÍn- 
íias LO rs- por «J j.s ipcícs francu-ita ji-irtií, cemiLieudj una libranza a favor de tnu'iinj i fu jj r-r- - » r . ú j-HIuSih: franqucti. 






DOMINGO 4 DE JULIO DE 1852. 



Parece, queridas lectoras, que os estamos oven- 
do esclamar llenas de sorpresa al coger este número 
en las mallos: ¿dónde está pues la continuación de la 
serie de artículos en que se nos ha prometido hablar 
de la mujer considerada bajo sus distintos estados y 
períodos? ¿cómo se tía interrumpido tan bruscamen- 
te un asunto de tamaña importancia, digno por lo- 
dos títulos de nuestras atenciones mas decididas? 
Pues sabed que no sin motivos hemos defraudado 
vuestras esperanzas de hoy; las que procuraremos 
por todos los medios posibles dejar satisfechas en lo 
sucesivo sin omitir vigilias tú trabajos. Va á concluir 
la primera época de nuestro periódico en esle mes 
actual, tiene que recibir nueva vida y grandes me- 
joras al principiar La segunda, y básteos por ahora 
saber esto, especialmente á aquellas cuya estraordt- 
naria amabilidad las ha llevado basta el caso de diri- 
girnos las mas gratas felicitaciones por nuestros Hu- 
mildes ensayos. Pero de esto á fallar á nuestras 
ofertas hay, queridas, una distancia incalculable, y 
vuestra desconfianza no dejaría de entristecer á es- 
tas vuestras hermanas, que lian formado tan digno 
propósito, que piensan como vosotras, que com- 
prenden vuestro corazón, que meditan stn descanso 
en vuestro porvenir y en vuestra suerte, 

fY qué, amables suscriloras, creéis que este artí- 
culo es todo superficialidad y pasatiempo? ¿Habéis 
formado desde las primeras lineas la idea de que tra- 
tamos de solazarnos y divagar inútilmente? Pues es 
un error sencillo y pasagero, y que desde luego os 
perdonamos con ingenuidad, porque sabemos que ha- 
béis de pensar muy at contrarío a manera que avan- 



céis en su lectura y empecéis apercibir el fragan- 
te perfume de la delicada flor que vamos á presen- 
taros. 

Si, caras lectoras; desde el año 'iñ tenemos entre 
nuestros papeles una joya que no habíamos podido 
encontrar hasta hoy para lener el gusto de ofrecé- 
rosla. 

Ya conocéis á la Ciega de Manzanares, á esa 
mujer extraordinaria cuyas improvisaciones os he- 
ñios recomendado algunas veces, llenas de admira- 
ción y de asombro. Pues bien, esa misma Ciega, á 
quieu visitamos con sumo placer en su casa el refe- 
rido año, después de una conferencia de mas de das 
horas en que tuvo ocasión de manifestar sus talentos, 
y de dar una prueba ostensible de que poseía tan 
profundos conocimientos en el idioma latino como 
pudiera tener el mejor gramático de nuestros tiem- 
pos, tuvo la amabilidad de díctamos, para que nos- 
otras mismas lo escribiéramos, un soneto que por 
sí solo forma la dolorosa apología de la sensible poe- 
tisa, y es suficiente aunque tío hubiera hecho otras 
cosas á conquistar la inmortalidad de su desgraciada 
autora. 

Vi-iili." aquí; leedte con detenimiento, v repetid 
si es preciso su lectura; y aunque creáis que exage- 
ramos aprendedle de memoria, pues además de no 
perder nada en ello rendiréis al menos un liomena- 
ge debido á las eminentes dotes de una mujer in- 
signe. 

SONETO. 
Nací y en el nacer quédeme ciega, 

Y lloré sin saber mi desventura; 

Hoy sumida en recuerdos de amargura 

Solo en Slorar mi corazón sosiega. 

Su luz, su resplandor el sol me niega, 






2 

James vi de la luna la hermosura. 
Ni admiré de la nieve la blancura, 
Ni vi este rostro que mi llanto riega, 

A inspirar compasión no s¿ si acierte 
Este cantar de la divina ciencia 
Que me legaste, desgraciada suerte: 

¿Quieres que sufra y ceda á tu influencia 
Arras (randa esla vida basta la muerte? 
Pues mírame sufrirte con paciencia. 

Ah! queridas lecturas, decid, ( no es verdad que 
este soneto os ha hecho verter dukes lágrimas por la 
suerte déla desventurada poetisa? ¿No enrunlrais en 
él Vuestros sentimientos, vuestro corazón y vuestra 
ternura? Si; repitámoslo cíen veces, llenas de arro- 
bamiento v de entusiasmo: esta magnífica poesía es 
de una mujer, la ha compuesto una de nuestras her- 
manas mas queridas. Aquí todo es grande, lodo res- 
pira ese sublime abatimiento que un infortunio es- 
pantoso imprime en el ánimo de una mujer sensible; 
todo revela el pasado, el présenle y el porvenir de 
una mujer desdichada que desde que locó los um- 
brales de este mundo lia sufrido el duro castigo de 
su cruel fortuna; aquí todo es característico, y basta 
descriptivo eu la brevedad, y en medio de l.in sen- 
cillos atavíos conocemos la dulce fisonomía de la 
Ciega de Manzanares, que llora el rigor de su des- 
gracia. ¡Qué pinceladas, qué rasgos tan maestros, 
qué situaciones tan patéticas y tan tiernas! Esto es 
lo que se llama la verdadera, la fiel espresion del 
sentimiento grandioso del dolor y de la angustia. 
¡Con qué espontaneidad nos presenta María Fran- 
cisca stl relnilu! Aun resuena cu nueslros nidos la 
dulzura de fu acento, comparable ora at triste arru- 
llo de la tórtola que en la soledad del bosque lanza 
sus sentidas quejas al viento, ora á la melodía grata 
del canoro ruiseñor que alegra la campiña con sus 
trinos. 

¿Y para qué analizar este soneto si en él lodo es 
estraordiuario, lodo tiene la misma grandeza? Leed- 
le otra vez y otras ciento, y veréis aparecer á la 
mente de la poetisa los objetos mas importantes cu- 
ya privación acibara los días de su mísera esistencia; 
y después (le agradecer á su iracunda estrella la úni- 
ca gracia que le ha otorgado permitiéndole pulsar 
la dulce lira con suave plectro, se decide con heroi- 
ca abnegación á cruzar resignada el lóbrego sende- 
ra de la vida. 

Si es cierto aquel dicho de líoilean por el cual 
asegura que vate tanto un buen soneto como un lar- 









grj poema, es necesario conceder a la Ciegu derShnv 
7¡inares esla gloria. Y si alguna vez. los hombres, 
siguiendo ep *us añejo* errores, clamase» contra la 
incapacidad de la mujer, presentadles el ejemplo 
una ciega sin ventura,, y recitadles el soneto 
justo elogio hemos hecho brevemente. 



A LA MUERTE DE MI AMIGA 



ripia de 



LA St'MjaiTA IIO.VA 



etrlninn Jtoran iMu; íc íHrtrano p llnlltnra 



Oh] LeladeUcada 
ante» de üem^n dadj 
i \«s agudas fdus de la muertr' 
Garata». 

Frlir' li muerte te arranca dfl m 
; olri reí «nffl !t Telrisle al cielo! 

Sobre una nube de esmeralda y plata 
Vi sribir ;í los cielos un querub. 
Iluminando su tranquila Trente 
De ia pálida luna blanca luz. 

En sus hombros dos ángeles pusieran 
Ligeras alas de colores mil, 

Y en su sonrisa celestial brillaba 
La ventura y la paz del serafín, 

Hfrsiana los querubes le llamaron, 
Hija, la Virgen pura le llamó; 
La luna dulce amiga, el sol señora, 

Y el cielo á la eslrangera saludó. 

EtelViSa dichosa, tú, tu er.i'. 
El ángel que luida el cielo vi subir: 
¡Feliz, el justo que la tierra deja! 
Por eso, mi Etelmxa, tú feliz!.,. 

Descansa en paz, descansa, amiga mía, 
Porque el estrecho y lóbrego ataúd 
Es muro inespugnable que separa 
Nuestro mundo de aquel en que estás tú. 

Descansa en paz, descansa, que tu frente. 
Si un tiempo se inclinó bajo el dolor, 
Va está cubierta con el blanco velo 
De las candidas vírgenes de Dios. 

Descausa en paz, que tus hermosos ojos 
Débil llanto jamás han de verter; 



Ni él corazón inquietará lu pecho 
Anunciándole penas ni placer. 

Dichosa tú rail veces, Etelvisa, 
Que has dejado del mundo la inquietud: 
¡Feliz el que se val ¡triste el que queda! 
i Feliz mil veces, Etelvixa, tú!... 

Y vosotros callad! porque sus ojos, 
Que estaban destinados á llorar. 
Desde el azul del alto firmamento 

Lo que os resta de vida alumbrarán. 

Callad! que un día llegará en que al ciclo. 
Libres del cuerpo, lograreis subir, 
Y un ángel, puro conio blanco lirio, 
En sus brazos os ha de recibir. 

Tristes padres, callad! ved que su frente., 
Que un tiempo se inclina bajo el dolor, 
Ya está cubierta con el blanco velo 
De las candidas vírgenes de Dios. 

Y no turbéis con vuestro inútil llanto 
De un ángel la dulcísima quietud: 
Ved que dormida está; dejad al cuerpo 
Tranquilo descansar en su ataúd! 



Angela Morejon de Tla*<fi. 



Junio 27 de 1832. 



ES LA TIMBA DE LA Sl'BLIME ACTRIZ 

SEÑORA MM JOUIUW BUS. 

Genio y virtud el cielo te otorgara. 
¡Oh mujer celestial! y la natura, 
En belleza y hechizos siempre avara. 
Por reina te aclamó de la hermosura; 

Y porque todo en tu beldad brillara 
Te hizo sensible, cariñosa y pura. 
Dándote un alma agena de este mundo 

Y un corazón en su sentir profundo. 

¡Esposa singular! ¡madre modelo! 
¡Amiga fiel basta el postrer momento! 
¿Quién logrará calmar el triste duelo 
De nuestro lacerado sufrimiento? 
¿Quién podrá mitigar ese desvelo 
Que encierra el corazón para tormento. 



Cuando perdido un ser se busca en vano 
En esa noche del Supremo arcano? 

Oh! Joaquina! Joaquina! ¿Quién dijera 
Cuando el adiós le distes á Granada, 
Que el doble adiós de tu existencia era 

Y última de tus ojos la mirada? 
Aquí do contemplamos vez postrera 
En tu hechicera imagen relratada 
La pena de dejar un pueblo amante 
Que le aplaudió frenético y constante. 

Llora, Granada, si, llora la hermosa, 
La actriz sublime de los sueños de oro; 
La que cruzó la escena victoriosa 
Conquistando de afectos un tesoro; 
A la mujer sensible y cariñosa 
Que hizo el delirio fiel y verdadero 
De la Adriana, que al morir Joaquina 
Murió con ella, con la actriz divina. 

Llora, Granada, si, derrama el llanto; 

Y vosotros, amantes trovadores, 
A su memoria tributad un canto 

Y esparcid en su tumba bellas flores: 
Yo os acompañaré, y en raí quebranto 
La lira pulsaré de ios dolores. 
Tétrica en su vibrar, ay! angustiada 
Al verse de crespones adornada.... 

Loa hoja sola de laurel envío 
;0!i Joaquina! á lu losa funeraria; 
Yo la supe arrancar del pecho mió 
Unida á melancólica plegaría: 
No temas que huracán la lleve impío 
Al verla abandonada y solitaria: 
No lo temas, pues hojas de tu gloria 
Respetarán los tiempos y la historia. 

Ungí ¡ tu león 

Granada 24 de junio de 1852. 

^r --»i"^_"i _^ r ^J^_ Til 



MUJERES CÉLEBRES. 

SE5imA_MlS. 

La mujer estraordinaria que llegó á ser reiDa de 
los Asirios, la esforzada Semiramis habia nacido en 
Ascalon, ciudad de los Filisteos. Acerca de sn verda- 
dero origen bay macha oscuridad en los historiado- 
res, siendo de notar la ingeniosa fábula que trae so- 
bre este asunto el griego Eclesias, fundada sin duda 






en que en lengua gira el nombre de Semiramis quie- 
re decir paloma. Has sen de esto lo que quiera, pa- 
rece 1 1 ■ ¡ l - los autores están contestes en que aventajó 
grandemente á las demás jórenes de su tiempo en 
talento y hermosura, cualidades que dieran por re- 
sultado el que M 'non, gobernador de Siria, ardiera 
en sus amores casándose al fin con ella. 

Gobernaba á la sazón el valiente Niño á los asi- 
rlos, pueblos á los que se cree situados entre el Ti- 
gris y el Eufrates. La posición desventajosa del pe- 
queño país que .Vino dominaba esplica el por qué 
se hizo guerrero y conquistador. Así que, becba 
alianza con un rey ara he, sigue el curso del Eufrates, 
se apodera de cuanto encuentra al paso, llega á la 
Armenia, la sujeta, destruye la familia rea), hacien- 
eo perecer á su rey crucificado; y ya sus conquistas 
mas bien parecen paseos que espediciones militares, 
pues que sobrecogidos de espanto sus vecinos se so- 
meten con facilidad, cayendo en sus manos el Egip- 
to, la Celcsiria, los países situados en las riberas del 
ITelesponto, los partos, medos v persas, oiraniende 
solamente, aunque por un momento, una resistencia 
vigorosa á sus progresos los moradores de la Baclria- 
n;i. cuya conquista estaba reservada al valor v peri- 
cia de Semiramis. 

Menon, que había tenido que acampanar al rev 
en sus espediciones, acosado del deseo de ver á su 
esposa la Llama. Semiramis parle en seguida y pre- 
séntase en medio del campamento adornada de un 
elegante trage entre galán y guerrero que causa la 
admiración de todos y cautiva aquellos corazones 
bárbaros. Los medos y los persas, naciones cuyo ca- 
rácter participa de lo belicoso y afeminado, la adop- 
tan para el tiempo de sus triunfos. 

Semiramis con estas distinciones examina la for- 
taleza de Bactras, que tenían sitiada los asirios, 
y puesta á la cabeza de una multitud de hombres 
que i-lili ¡Lilii.i sabido elegir de entre los mas acos- 
tumbrados á trepar por las rocas, acomete la difícil 
empresa de asaltar la plaza, y vencidos obstáculos 
insuperables llega á coronar la parte mas elevada, 
y acometida por todas parles cede Basuras al esfuer- 
zo de su bra¿u. 

Niño admirado del valor de Semiramis, y herido 
de su gallarda presencia, tiene La debilidad de ena- 
morarse de la joven guerrera, y Menon acosado por 
la desesperación de los celos toma el partido de 
ahorcarse. Viuda Semiramis, se casa con Niño, v 
ambos parten paraNinite, ciudad opulenta que este 
había edificado en la parte mas alta del Tigris, y se 



preparan á gozar el fruto de sus importantes con- 
quistas, Pero la dicha del rey hubo de ser poco du- 
radera, sorprendiéndote lá muerte en sus dias mas 
felices, Semiramis quedó por heredera de los vasto» 
dominios de Niño, guardando bajo su tutela un hijo 
que le había quedado de este, llamado Nioias. 

Semiramis después de la muerte de su esposo 
supo conservar y aun enaltecer la reputación que se 
habla adquirido en la guerra. Levantó un ejército 
compuesto de tres millones de hombres, se aseguró 
de la sumisión de los países conquistados y subyugó 
una gran parle de la Etiopía. Hermoseó las proTÍB- 
cias por donde paseó sus huestes vencedoras, ce- 
gando las lagunas, construyendo puentes, allanando 
montes y abriendo caminos por entre los arenales y 
las rocas; edificó á Babilonia, rodeándola de una 
muralla sobre la que podían marchar seis carros de 
frente. Esta ciudad, que fué el asombro de sus tiem- 
pos, se hallaba dividida por el Eufrates en dos mi- 
tades que se comunicaban por un suntuoso puente 
de cedro, cuyas bóvedas cerraban magnificas puer- 
tas de bronce, hallándose aseguradas y adornadas 
las dos riberas del rio por altas y soberbias calzadas 
de mármol. El templo de Belo hallábase situado en 
una de estas riberas, y en la opuesta, pero enfrente, 
el majestuoso palacio de [a reina, que comunicaba 
con aquel por una espaciosa galería que pasaba por 
debajo de la eslensa madre del caudaloso Eufrates. 

Los jardines pensiles de que tanto se ha hablado 
se deben también al gusto de Semiramis. Estos con- 
sistían en una inmensa mole de tierra que hizo levan- 
tar sobre <■] sepulcro de su marido j adornar con 
grandes árboles. El historiador griego Ectesias se 
complace en este género de descripciones y en la de 
los monumentos con que enriqueció sus estados. 
Nosotras no podemos seguir su raudo vuelo porque 
nuestros escritos sun de naturaleza diferente. 

La última empresa de Semiramis, y la única des- 
graciada, fué la conquista de la India. Tres años du- 
raron los preparativos, y sin embargo su ejército 
fué derrotado y deshecho, y Semiramis herida en la 
fuga, La fortuna había vuelto la espalda á esta mu- 
jer magnánima, cuya muerte no se sabe en qué 
parle del Asía ó del mundo pudo tener lugar. 

A pesar de todo Semiramis dejó á su hijo Ninijí 
un imperio floreciente, que agostó y arruinó el pér- 
fido Nioias con su indolencia y sensualidad esecsíva. 

Cedí I II, 



En un jardín delicioso 

Al verter su luz el alba 
Un capullo purpurino 
La fren tu pura asomaba. 

Rodeábanle á porfía 
Leves al jugar las auras, 
¥ los céfiros mecían 
Sobre su cáliz las alas. 

El ruiseñor dulces trióos 
Exbalaba entre tas ramas. 
Prendado de la belleza 
De la flor fresca y temprana. 

El arroya lisonjero 
Besaba humilde su planta, 
Salpicando de diamantes 
Su corola perfumada. 

Las mariposas ligeras, 
De su hechizo enamoradas. 
En su tallo se mecían 
Y entre sus hojas posaban. 

Sus rayos de grana y oro, 
Limpio el sol le reflejaba 
Enlre tos puros cambiantes 
De la aurora sonrosada. 

Cuando una oficiosa abeja 
Revolando allí, se para 
En el rosal dooda luce 
La flor su belleza y gala. 

Lisonjera se le acerca, 
Huye, y al fin vuelve ufana 
A sus hojas; mas la flor 
Cerrando el cáliz esclama: 

«¿Por qué vienes importuna 
A robar mi esencia blanda 
Si sabes que he de quedar 
Al dártela deshojada? 

«¿No es mejor que de aquí huyas 
Dejando que con mi gala 
Dé envidia a todas las flores 
Que este jardín embalsaman?'! 

— «Que eres muy niña comprendo. 
La astuta abeja demanda; 
¿Juzgas que ansio robarte 
Tu belleza? ¡Ilusión vanal 

«Tan solo libar deseo 
La rica miel perfumada 
Que ocultas, mas no por eso 



Quedarán tus hojas lacias. 

«Por el contrario, mas brillo 
Adquirirás é importancia 
Al darte mi preferencia 
Entre todas tus hermanas. 

«Y cuando adornes altiva 
La sien de una hermosa dama, 
Tal vez de un alcázar regio 
En las soberbias estancias; 

«Verás convertida en cera, 
Que arderá en ricas arañas 
De cristal y oro bruñido. 
Esa miel que ahora recatas. 

« Y á su brillo esplendoroso 
Lucirás tu hechizo ufana, 

Y él prestará á tu hermosura 
Mas atractivo, mas gracias.» 

Aun duda un punto la flor. 
Empero lisonjeada 
En su orgullo por la abeja, 
A su ruego al fin se ablanda. 

Liba el insecto su esencia 

Y presto las leves alas 
Tiende, y huye por no oir 
Ayes y quejas amargas. 

Masía flor ni tiempo tuvo 
Para llorar su desgracia. 
Que aroma, belleza y vida 
Fueron al par disipadas. 

Secase su tierno tallo, 

Y de sus hojas galanas 
Solo quedó polvo vil 
Que el aquilón arrastraba. 

Es la mujer hermosa flor que guarda 
Un tesoro de esencia y de pureza; 
Mas si de impuro amor no te resguarda 
Huyen al par su aroma y su belleza. 

Muría Verdejo j Par» 



Pnewin dedicada, d I.i Srlii. D,< Amalla Tnijlllt 

Eres del amor señora 

Y reina de los jardines; 
Tu capuz baña la aurora, 

Y tus tiernas bojas dora 
Entre aromas y jazmines. 



Y tu encendida arrogancia 
Da enojui u. la hermosura; 
¡Aj del quo con tu fragancia 
Ve desligarse su infancia 

En brazos de la ventura I 

Tu purpurino capullo 
Nunca humilles sin frescor; 
Erguida escucha el arrullo 
De la tórtola, y murmullo 
Del arrojo bullidor. 

Mira que si abales, rosa. 
Tu corola refulgente, 
Te arrancarán de !a hojosa 
Planta que mece orgutlosa 
Tu alliva y dorada frcnle. 

Y como niña temprana 
Que á engañadora sonrisa 
No esquiva la faz galana, 

Y no re que hay un mañana 
Que el precipicio le avisa; 

Así veras en tu daño 
Tus perfumes aspirar. 

Y dejarte ¡torpe amaño' 
Un sombrío desengaño 

Y tro silencioso llorar. 

Y tus pétalos de armiño 
No tesará el aura hermosa, 

Y en tu pobre desaliño 

No entenderás del dios-niño 
Blanda querella amorosa. 

Ay! tu purpúreo capullo 
Nunca humilles sin frescor; 
Erguida escucha el arrullo 
De la tórtola, y murmullo 
Del arroyo bullidor. 



os Eiccinie cmiL. 



ADOLFO Y ELENA. 

uitrai, 
A la caída de una deliciosísima larde del encan- 
tado mayo, estación hermosa que nada deja que ape- 
tecer al mortal , impulsada por el temporal tan bello 



dirijo mi» pasos sin objeto ni dirección , distraída en 
profundas meditaciones que el destino me depara. 
Me encuentro sin advenirlo en un campo inhabita- 
ble, pero que ofrece á nii poética imaginación uu es- 
pectáculo sencillo y pintoresco: alegres avecillas con 
canto sonoro y melodioso tienden sus pintadas alai 
para ocultarse en la enramada y anunciar la venida 
de una serena noche: un purísimo ambiente, me- 
ciendo las fragantes Dores en los risueños pensiles, 
anuncia que la tarde va á declinar. En éfeelo , se 
oculta enleramcnlt el astro de! dia entre celages de 
púrpura, y aparece á su vez el de una noche encan- 
tadora y majestuosa , y en el límpido firmamento se 
deja ver la pálida y casia Juna velada por innumera- 
bles y brillantes estrellas. A este cuadro lan grandio- 
so se cnageoa mi alma en ia contemplación y el idea- 
lismo. 

En estasis profundo yacía entregada ruando Lia- 
mó mi atención un ruido apenas porccplinle, Dirijí 
la vista hacia el punto donde se oia , y cual fué mí 
sorpresa al ver que el qae lo producía era un joven 
ricamente ataviado en Ira ge de caza, saliendo de en- 
tre una densa arboleda , próxima al sitio que yo ocu- 
paba. 

Su Ggura, que pude distinguir perfectamente a] 
reflejo de la luna , era sublime y majestuosa; su es- 
tatura como de cinco pies, su talle elegantísimo; en 
fin en toda su persona se dejaba conocer un joven 
de distinguida clase; Yo impulsada por la curiosidad 
que nos caracteriza á las mujeres, y aunque estaba 
muy avanzada la noche , no pude abandonar aquel 
parage sin conocer antes aquel ser misterioso, y al 
aproximarme hacia donde estaba le vi correr como 
frenético, y como quién busca una cosa amada se me 
acercó y con la mas viva espresion de desconsuelo 
me dijo: 

— tires tú la que busco? ¿eres mi amada Elena? 
Ahí si, quien otra que ella pudiera hacerme sentir 
esta emoción? ¡Ángel mío! ya están mis largos pa- 
decimientos compensados con este solo momento de 
ventura ! 

A cada palabra suya crecía mi confusión y al- 
gún tanto serena le dije: 

— Jóien incomprensible, yo no soy la que bus- 
cas, ni be venido á este parage por encontrarle en 
él ; no, porque este encuentro lia sido casual. Es- 
la tarde, abrumada por el fastidio, salí í aspirar el 
ambiente de la soledad, que lan grato es á mi cora- 
zón: insensiblemente se me han pasado las horas 
estasiada con los encantos que boy ofrece la natura- 



leza, y ya es hora de retirarme. Adiós, caballero. 
—A [o que el joven con dulcísimo acenlo me 

«lijíM 

— Pío te impacientes , criatura singular, que aun 
no es tarde. ¥ sacando al mismo tiempo un mag- 
nífico reloj que pendia de una hermosísima ca- 
dena: 

— Son las nueve , me dijo. 
— Las nueve, Dios mió! y sola en estos sitios. 
— No, joven admirable, no estás sola, pues 
te acompaño aquí y le acompañaré basta tu es- 
tancia... 

No acepté so ofrecimiento, y me retiré dándole 
gracias por el favor que me dispensaba. 

— Esperad, criatura célica! oídme una solapa- 
labra. Si deseáis saber los infortunios del desgracia- 
do Adolfo dignaos venir mañana al brillar la aurora 
á este ameno sitio, donde os esperó. ¡Adiós, joven 
inspirada del cielo, hasta mañana... 

Y nos separamos. Mil encontradas ideas se aglo- 
meran á mi imaginación al recordar tan cslraña 
aventura: ¿Por qué palpita mi corazón al abandonar 
esc parage? ¿es amor lo que me inspira el joven ca- 
zador? ¿ti es por el deseo de saber sus infortunios? 
Sí , porque también yo soy desgraciada , y el cielo 
me concede el encuentro de un ser simpático. 

En tan profundas reflexiones llegué á mi quinta, 
que distaba una legua, y repasando en mi mente lo 
acaecido en vano procuré llamar á mis párpados un 
deseado sueño, porque al ansia de saber ia miste- 
riosa historia de aquel joven, me abandonaba Mor- 
feo dejándome entregada á mis ideas. Así pasé una 
triste noche, ansiando la venida del dia que debia 
satisfacer mis deseos; este no se hace esperar mucho, 
y á medida que se aproxima crece mi confusión. 
Ya brilla en ¡os cristales de mi estancia un sol na- 
carino y radiante; ya el ruiseñor con melodioso 
canto saluda ufano á la aurora diamantina, que des 
plegando ci magnífico manto de púrpura deja ver 
en la bóveda ceieste caprichosas figuras de color ro- 
sado y de ámbar. En fin, á la hora señalada dejo el 
lecho, no sin sentimiento, porque ha sido testigo de 
mis penas durante la noche, y me dirijo a! citado 
campo. Ya distingo con el reflejo del sol el trage de 
mi incógnito; ya escucho nn triste acento en el cual 
perrillo estas palabras: — «Me abandona también; 
Dios mío! todos me abandonan! hace ya una hora 
que la espero!» 

Eslas sensibles palabras conmovieron mi cora- 



zón, y nn mal reprimido suspiro me descubrió á los 
ojos de aquel ser misterioso. 

— Ah! no se engañaba mi corazón! me dijo; tú 
eres compasiva, y el cielo te envía para mi consuelo. 

Y tomándome una mano con respeto y ternura 
comenzó su pequeña historia en estos términos: 

— Yo me llamo Adolfo de Bertia: mi familia era 
ilustre, pero desgraciada; es mi patria [a antigua 
Mantua. Yo era feliz en el seno de mis padres que- 
ridos, que me amaban con idolatría, á la que yo cor. 
respondía con usura. Mecido en las caricias que de 
continuo me prodigaba mi buena madre, se deslizó 
mi infancia en auras bienhechoras para comenzar mi 
adolescencia la carrera de disgustos y sinsabores. 
Como no le plugo al cielo i¡ue yo conociera el amor 
fraternal, no quiso darme un hermano partícipe de 
mis penas; empero me dtó en cambio una madre lier. 
nisiroa, custodia santa en quien yo depositaba mis 
torturas ó mis contentos. Cuando yo contaba diez y 
ocho años, con un corazón de fuego y sediento de 
amor, concebia en mi mente poéticas ideas, ora fú- 
nebres, ora risueñas, aunque siempre dando la pre- 
ferencia á los grandes espectáculos que escilaban mi 
llanto, porque mi alma poseía una esquisita sensibi- 
lidad y siempre amó las impresiones fuertes. Tal era 
mi carácter, por lo que cuantos me conocían me lla- 
maban el sentimental. Ay! mas feliz hubiera sido si 
el cielo me hubiese dotado de un corazón de hielo! 

Un dia que brindaba á gozar por lo hermoso y 
apacible, dirigí mis pasos á la pintoresca cuanto ame- 
na ribera del lento Manzanares, cuyo grato murmu- 
rio de sus cristalinas hondas formaba un contraste 
simpático, armonioso, con los cadentes y modulados 
trinos del rey de las selvas al rendir culto al Crea- 
dor del inundo. Nada mas sorprendente, nada mas 
ideal que aquel paraíso de encantos, que la mente 
iiiia no alcanza á bosquejar. Una hora habría trans- 
currido cuaudo al dirigir mis ávidos ojos hacia una 
colimla que termina en una bulliciosa fuentecilla co- 
bijada por un frondoso techado de acacias, descubrí 
una bellísima joven que sentada en el césped apo- 
yaba su alabastrina frente en la una mano, y en la 
otra tenia un librito abierto, eu el que leía con avi- 
dez á juzgar por su inmovilidad. Esta aparición de 
la agraciada vestal, que yo contemplaba absorto y 
silencioso, me hizo ahogar mi agitada respiración 
por saborear un instante mas aquella suprema ven- 
tura que el acaso me deparaba; y resuello á idola- 
trar á aquella virgen hechicera y bella, corro á mi 
casa ansioso de descubrir á mi madre la pasión que 






8 



me devoraba, pero no sin haber dirigido antes de ¡ 
lo mas íntimo de mi alma un apasionadísimo adiós 
á la que me robu mi tranquilidad y mi ventura. Y 
sacando en seguida un tapicero grabé en un papelito 
ias siguiente» palabras: Amor turna á la virgen del 
Manzanar n, 

(Se concluirá.) 

TMaaala li|ri TllUkrllIt. 



Modo de quitar las manchas de aceite del pa- 
pel. "-Se cubren la; manchas con una capa de bol de 
Armenia pulverizado de un canto de duro de espe- 
sor, en seguida se calora el papel entre dos labias 
dejándole veinte \ cuatro horas en una presión bas- 
ante fuerte, luego con un repillilo suave se quila el 
¿olvo y las manchas desaparecen. 

El bol de Armenia se encuentra en todas las dro- 
guerías y boticas. 

Agua para las contusiones. — Media onza de agua 
de Saturno. 

Ocho onzas de vinagre de yema. 

Ocho id. de aguardiente alcanforado. 

Se echa lodo en una botella y se llena de agua 
coman, revolviéndolo mucho antes de usarla. 

Sobre las contusiones se aplican panos empapa- 
dos en esla composición, que es eficacísima para cal- ¡ 
mar e) dolor. 



.:■:. 



Leemos en el .Vuevo Observador: 
Varias personas, principalmente del bello sexo, 
se quejan, y según nuestros informes no sín falla de 
razón, de los lornieiilos que hacen pasar á la ropa 
blanca las lavanderas, ya apaleándola sin compasión 
como si hubiera cometido algún delito, ya frotán- 
dola con arena paca quitarle las manchas. Un sus- 
crílor nuestro, que por lo visto debe ser hombre 
entendido en lavado, nos ha dirigido las siguientes 
coplas, dunde se dan los mas sanos consejos £ las 
lavanderas, consejos que por otra parle no seguirán 
estas, por la mismo deque son excelentes, lie aqui 
los versos á que tíos referimos: 

Sí mi ropa has de lavar, 

mi querida lavandera, 

me la echarás mas jabón 

y mucha menos arena. 

La apretaras mas de manos 

y aflojarás de paleta, 



porque este jabón destruye 

y la ropa no blanquea. 

Las legias de ceniza 

son verdaderas y buenas; 

pero no asi las de cal, 

que toda la ropa queman. 

En algunos lavaderos 

en la legía se esmeran, 

y sin abrasar la ropa 

la limpian y la blanquean. 

Mi- donde la cal abunda 

los dueños sin ropas quedan 

á las seis ii ocho semanas 

de la ¿poca en que la estrenan. 
Eslo es lo seguro y cierto 

que vemos por la esperiencia, 

y probará su evidencia 

quien lo examine despierto, 
¿Qué tal? ¿se esptica ti no nuestro suscrilor? Si 
las lavanderas fuesen mas dóciles y obedeciesen es- 
tos preceptos, mucho menos babian de vender los 
comercianles. 



Jessv Lwd— Esta célebre cantatriz ha enviado 
;í Suecia desde que está en los Estados-Unidos 
150.000 ps. fs, con el fin de fundar escuelas públi- 
cas. Habí i prometido esta cantidad antes de salir de 
su país y ha cumplido so palabra. Jenny Linil, ó 
mas h¡on Mine, Ijülilsmilh, ha sabido hacer un noble 
uso de su fortuna. Su nombre será bendecido por 
innumerables pobres de su país natal. 



MADRID, 1852. 

IMPRENTA DE D. JOSÉ TRUJIM.O. II] JO, 
Calle de liaría Cristina, número 3. 



Dice un periódico de Málaga que ha sido preso 
un hombre porque estando ebrio se empeñó en sa- 
car los dientes i su mujer. consiguiendo. al fin arran- 
carle uno de la mandíbula superior. Es un i-api ¡rb.u 
bastante original, que merece la debida patente de 
invención, que ano dudarlo le espedirán los tribu- 
nales, para que ninguo^ilro caiga en la tentación de 
mostrarse tan amable. 




Año I. 




Domingo i i de Julio de 1832. 



PERIÓDICO 



Núm 50. 



LA MUJER, 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Ssle periódico sale lodos los domingos: se suscribe en Madrid en las librerías de Honier t de Cuesta, i 4 rs> al mes; y cu plOTÍB- 
cias 10 rs. pordoá meses franco de pone, remitiendo una libranza i favor úe nuestro impresor, o sellos de franqueo. 






DOMINGO i i DE JULIO DE 1832. 



Con la mayor complacencia damos cabida ni las 
columnas de nuestro periódico á la siguiente comu- 
nicación que se lia servido dirigirnos el Excmo. se- 
ñor Gobernador civil, cuyos laudables deseos y celo 
infatigable par el bien público no lian podido menos 
de hacerse ostensibles hasta en las mas insignifican- 

Ites cosas, desde el momento en que lomó á su cargo 
el gobierno de esta provincia. 
«La Escma. Sra. Duquesa viuda de Gor ha te- 
nido la generosidad de dar seis mil reales de limos- 
na para el nuevo Hospital de (lumbres Incurables 
que se va á establecer, Aunque nada eslraño es este 
donativo en una persona cuya caridad es inagotable, 
y cuvo respetable nombre se baila asociado á cuanto 
se refiere á beneficencia, be creido deber hacer pú- 
blica esta nueva prueba de los sentimientos filan- 
trópicos du dicha señora. Madrid 8 de julio de 18o2. 
— Melchor Ordaiiez.» 

Las redacloras de La Mujer aprovecha n la opor- 
tuna ocasión que se les presenta de rendir los mas 
justos y debidos Itomenages de admiración y respeto 
á los sentimientos filantrópicos de la Exenta, seno- 

(ra Duquesa de Gor, cuyo corazón magnánimo, y 
Terdaderamente sensible á las desgracias de la hu- 
manidad, ha dado tas mas señaladas é inequívocas 
pruebas de su grandeza, ocupándose sin tregua ni 
descanso en obras piadosas y benéficas con que siem- 
pre lia sabido enjugar las lágrimas del desvalido ha- 
ciendo mas dulces y llevaderos los días del infortu- 
nio. Damos pues el mas cumplido parabién y aun 
Jas mas lisonjeras gracias (interpretando en esto los 
sentimientos de cuantas personas sufren el rigor de 



la fortuna) á la compasiva y bienhechora duquesa, 
que á mas de figurar el primero su preclaro nombre 
en cuantas corporaciones tienen por objeto el alivio 
del desgraciado, no ba permanecido indiferente á la 
voz de la humanidad, que reclamaba nuevamente 
su auxilio para el establecimiento del IJaspital de 
liombres incurables. 



Ni liiM mujcrcN *.on rapuce* <lc gobernar. 



Si las mujeres son capaces de gobernar es cues- 
tión que se ha debatido mucho entre los políticos, y 
además de que no siempre está ligada !a verdad á 
sus formales decisiones, diremos que no es la auste- 
ridad de! rostro la que dirige mejor los Estados. La 
fuerza del espíritu y el vigor de la razón. son los po- 
derosos móviles que encaminan á un pueblo á su fe- 
licidad y mayor engrandecimiento, y estas impor- 
tantes cualidades io mismo pueden bailarse en la 
mujer que en el hombre. Y aunque el sexo fuerte 
achaca al nuestro la pobreza de inteligencia y la 
debilidad de espíritu, fundándose en aquellas fútiles 
razones de defecto de calor y esceso de humedad 
que en nosotras se supone, diferencias superficiales 
que no llegan al alma, y que ha sabido refutar muy 
bien en tiempo oportuno el ilustre Feijóo, =es preci- 
so confesar, con un autor no menos digno, que no 
los ardientes y biliosos, sino los fríos y flemátiecs, 
son verdaderos sabias. 

La complexión del cuerpo es otra de las razones 
alegadas en contra del tema propuesto: pero seamos 
francas; para semejante argucia lia sido necesario 
desconocer la historia de la humanidad; mas aun, y 
juzgúesenos como se quiera, ha sido indispensable. 



. 



2 



carecer de sentido romnn. Lo primero quedará pro- 
bado trayendo d la im'niuri.i alguno* ejemplos nola- 
blcs, a los que no se puede presentar objeecion al- 
guna. Semiramis, ¿ quien ya conocemos, supo con- 
servar sumisos los países que le dejara en herencia 
su esposo Niño, eslenderlos con sus nuevas con- 
quistas en la Etiopia, y hermosear cao ricos monu- 
mentos toda aquella parte del Asia por donde se es- 
tendían sus vastos dominios; Zenobia también con- 
servó las conquistas de su marido Odenalo, y sostu- 
vo con heroísmo tas filenas del imperio; el nombre 
del Pulquería garantiza del mismo modn nuestros 
justificados asertos, pues aquella heroica mujer en 
Constanlinopla supo llenar las deberes di - dos empe- 
radores y hacer la felicidad de dos reino*. Lo segun- 
do se demuestra haciendo notar debidamente que se- 
ria un error craso el desconocer que la prudencia » 
la magnanimidad son los dos únicos instrumentos de 
la política, y que estas dos grandes virtudes tanto 
pertenecen al dominio de la mujer cunto al del hom- 
bre. La regencia de D." María de Molina por su hijo 
Fernando IV hubo de librar á Castilla á lincs del si- 
glo XIII de violentas convulsiones, y la de la ilustre 
1).' Blanca afianzó asimismo en Francia la prospe- 
ridad y la dicha. 

Pero el ejemplo mas grandioso que pudiéramos 
.1. lucir para la completa demostración del principio 
de que hemos partido, y el mas noble, y ei que lle- 
va el sublime sello de la divinidad es el de Uébora, 
ea contra del cual, como declaración del Ser Supre- 
mo, no hay refutaciones posibles. Así en tiempo de 
I esta mujer magnánima, dice ua celebre escritor, 
«serió una viuda gobernadora de una nación san- 
ta; una viuda distribuidora de los derechos, y ;ir- 
• bilra de los deberes; una viuda mediadora entre 
«Dios y su pueblo; una viuda inlcndenla de la paz 
• y de la guerra; una viuda directora de los couiba- 
• tes y de las victorias, y una viuda general del ejér- 
• cito, que era madre y señora de un general de ejér- 
»ciLo. Y á mas de esto los judíos, intratables y al- 
"burolados, á quienes ninguna prudencia humana 
» puede gobernar en tiempo de paz; ios judíos, viles 
■ y flojos, á quienes la valentía de los hombres no 
■ puede defender eu tiempo de guerra, quedaron ci- 
. vilizados y aguerridos, dóciles y victoriosos bajo 
* la regencia de una viuda. Pero lo mas maravilloso, 
■ y es preciso decirlo aquí, para coronar su luemo- 
.ria; que no hay queja ninguna, ni se noló alguna 
■ falta en esta regencia. La sagrada Escritura, que 



smosrnfdu á la posteridad la desconfianza de Moisés 
»y de Aaron, la imprudencia de Josué, la inconli- 
tnencia de Sansón, Ja caída de David y las demen- 
cias de Salomón, nada lia encontrado que decir de 
uDébora, y solo nos ha dejado sus profecías, sus 
» himnos, sus leyes y sus victorias. Este ejemplo es 
■i admirable, con el cual nuestro seso (el fuerte) tie- 
»ne motivo para estar celoso. Ea esta mujer hubo 
upara hacer tres grandes hombres; y este triplicado 
» espíritu que se le concedió de una vez podría bas- 
car para el gobierno de tres linages, si se hubieran 
» puesto con separación v dado por intervalos.» 

Y últimamente, con respecto á la complexión del 
cuerpo concluiremos que si la fuerza muscular cons- 
tituyese la parle principal en los consejos y decisio- 
nes de Estado, los miembros del Senado de Roma 
debían haber sido elegidos de entre los robustos gla- 
diadores, y los hombres que rodean á los príncipes 
y coadyuvan á sus grandes hechos deberían buscar- 
se entre los forjadores y gente de marina. |<Joé lás- 
tima que los que sostienen semejantes ridiculeces 
hayan olvidado que sobre los debites y enfermizos 
hombros de Felipe 11 descansaba el enorme peso de 
dos mundos, y qne en sus gloriosos dias llegó nues- 
tra España á ser la primera potencia de Europa! 

También se ba dirigido contra las mujeres otra 
acusación terrible, diciéndose que son demasiado in- 
constantes y sobradamente inclinadas al lujo, y se 
han traído á colación ejemplos de grande estrépito. 
Pero á esto podremos contestar brevemente que ni 
Calígula ni Tiberio fueron mejores que Mesalina y 
Cleopatra, y que toda la vida de Agrippina no fué 
tan funesta al imperio romano como tres horas del 
; reinado del cruel Nerón. Y además de que eu esto 
como en todo, sin buscar otros ejemplos que nos 
harían divagar inútilmente , pueden servimos de 
apoyo los nombres de las augustas princesas ante- 
riormente citadas, concluiremos este articulo aseve- 
rando que los grandes vicios son de las personas, 
pero de ningún modo de los sexos. 



•- — nrfTJT'i i* 

La redacción de este periódico suplica á las per- 
sonas que deseen hacerle cualquiera observación, 
que no se valgan para ello de cartas anónimas, pues 
este medio, de que suelen valerse algunas, es causa, 
de que muchas veces no sean atendidas sus obser- 
vaciones como Jo serian en ci caso áv venir autori- 
zadas con sus nombres- 



3 




A MI AMIGO EL JOVES Y DISTINGUIDO POETA 
D. JUAN DE LA RADA Y DELGADO. 

.Ni el so!, el aire, el agua, la natura, 
La diosa de la noche y las estrellas; 
Ni los astros Je luz divina y pura. 
Ni cuanto encierra» en sus lumbres bellas; 

Nl las llores, las auras, lus jardines, 
Ni el divino rielar de la alborada, 
Xi el alegre danzar de los feslines, 
Ni el liel recuerdo de la patria amada; 

Ni el amor, la amistad, ni cuantos bienes 
Sueña anhelando nuestra mente inquieta. 
Hacen latir mis fatigadas sienes 
Como el canto inspirado del poeta. 

En él está el poder, porque es su canto 
Divino manantial con que sosiega 
Del ser que sufre el desolado llanto 
Cuando las cuerdas de su lira riega. 

El nombre de poeta es dulce nombre 
Que encierra en sí nobleza y heroísmo, 

Y aquel que le conquista va no es hombre, 
Es espíritu solo de si mismo. 

Es un destello del Señor lanzado, 
Es un conjunto de la tierra y cielo. 
Pues tan pronto se mira arrodillado 
Como remonta temerario el vuelo. 

No hay vallas ante sí; recorre el mundo 

Y los cielos recorre entre querubes. 

Y tan fácil desciende á lo profundo 
Como se eleva por rosadas nubes. 

Comprended mas allá y aquí le canta; 
Desprecia las quimeras terrenales 

Y un altar en su pecho se levanta 
Vestido de las gracias celestiales. 

En su centro se quejan y suspiran 
Dos pasiones unidas noblemente; 
Envueltas á la vez ansiosas giran. 
Una en el corazón, otra en la mente. 

La gloria y el amor, divino emblema 
Que marcha unido por igual camino; 
Amor es fuego que su pecho quema, 
La gloria endulza su azaroso sino. 

¡La gloria! sí, luchemos por la gloria; 
Ella es el porvenir, ella la suerte, 
Ella recibe en nuestra fiel memoria 
Lo que arrebata la sañuda muerte. 

¿Cuántos héroes y espléndidos varones, 



Cuántos genios yacieran en olvido 
Si la gloriosa historia en sus blasone* 
No les cediese el galardón debido? 

Pues bien, si hay esa historia donde brilla 
Aquel que supo conquistarse un nombre, 
Xo haya débil ni tímida barquilla 
En ese mar donde navega el hombre. 

Navega, sí, navega, amigo mió; 
Ya tu carrera con laurel empieza: 
No haya dique ni escollo á lu albedrio, 
Camina en esa senda con firmeza. 

Y al ceñir las coronas á tu frente, 
Que boy le arrojaron lus amigos Beles, 
Lanza otra vez la inspiración ardiente. 
Conquistando de nuevo mil laureles. 

Mas admite también la flor rosada 
Que una amiga soliciia te envia. 
Envuelta por la trova entusiasmada 
Que hora se boza de la lira mia. 

II H¡f. -1 l.t I Til. 

Granada 17 de junio de 18!i2. 



las Mujeres literatas. 

La vida lucraría Sobrepuja par sk 
«mochín» ;■ sos lochas !jí fuerzas de la 
mujer 

II ollar Seatt. 

Existe una prevención reconocida hasta en los 
países mas civilizados contra las mujeres literatas, 
ó por otro nombre tnari-sabidillas, etc. 

Esta prevención, por desgracia tan general, ha 
arredrado á muchas en la carrera de la literatura. 
El temor de la critica del público ha mi lado no po- 
cas veces los vuelos del genio femenil; pero las mas 
se ha estrellado contra ese eterno anatema que sin 
cesar fulminan los hombres sobre las qne sin arre- 
drarnos por los obstáculos que embarazan de conti- 
nuo la escabrosa marcha que seguimos, tratamos de 
sostener á todo trance con la pluma nuestros desa- 
tendidos derechos. Hombres hay que no tomarían 
por esposa una mujer dé reconocido renombre lite- 
rario por cuanto oro producen las Californias, Ra- 
zones mil podríamos aducir en contra de lan absur- 
da preocupación, pero nos abstendremos mny bien 
de hacerlo, tanto porque ya se han tomada este tra- 
bajo plumas otas autorizadas que la nuestra, cuanto 
porque al ofrecer al público los primeros rasgos del 
genio femenil hemos previsto los inconvenientes que 






acarrea la vida literaria, y el ja citado, por carecer 
absolutamente de importancia para nosotras, no nos 
liará cejar ni un ápice dei propósito que nos guia. 

Pasaremos pues á tratar bajo otro punto de vis- 
ta la cuestión. 

Es ciertamente en los hombres una crueldad in- 
audita censurar de continuo á las que después de 
cumplir con las obligaciones que nos imponen nues- 
tro sexo v estado cultivamos Jas letras; ocupación 
que si bien miramos como un objeto de recreo á las 
tareas domésticas, es la carrera en que emplean su 
vida muchos de ellos. Si fueran i m parciales ¿no con- 
fesarían francameitle que nuestra conduela es mas 
digna de elogio que de vituperio? Preciso es alegar 
en nuestro abono, señores, que si tal prevención 
abrigáis contra nosotras es porque sois testigos de 
i-so que ll.1m.1is nuestros triunfos, y no presenciáis 
nuestros afanes. ¿Imagináis tal vez: que al lanzarnos 
á la arena literaria recorremos una senda lapizada 
de (loros y embalsamada de perfumes, y que llueven 
á nuestros pies coronas de laurel que para ceñirlas 
no leñemos mas trabajo que colocarlas en nuestras 
cabezas? Afi! Dirigid una ojeada rápida á nuestra 
vida privada; seguid nuestros pasos )' presto saldréis 
de vuestro error, 

Yednos volver á horas avanzadas de la noche 
del teatro, las sociedades, ele. , y en vez de entre- 
gar el espíritu en brazos det sueño ocuparnos en 
ojear pesados libros cuyo solo aspecto baria horri- 
pilar á mas de una de nuestras amabilísimas lecto- 
ras. Vedaos en los punges públicos que frecuenta- 
mus, y en el retiro de nuestro gabinete, cercenando 
el tiempo á las distracciones y al descanso para aten- 
der á las multiplicadas obligaciones que sobre nos- 
otras pesan. Pero oo, no os toméis tan pesado tra- 
bajo; fijad una mirada en el semblante de la mas 
modesta escritora, y un ligero examen lo esplicará 
todo. Sus ojos rodeados de azulados circuios, stt 
frente prematuramente surcada, y su presencia aba- 
tida, ¿uo os revelan que pasa lal vez largas horas 
de insomnio, qne el pensamiento devora su mente, 
y que ios vanos triunfos del orgullo no son suscep- 
tibles de recompensar los afanes que consumen su 
existencia? ¿Por qué pues en vez de criticarnos no 
os ocupáis en compadecernos? ¿No os lastima ver- 
nos agobiadas al empezar A vivir? ¿Nu os conmueve 
vernos hacer esfuerzos sobre nuestra propia flaque- 
za? ¿Y qué nos decis de las emociones, ia zoiobra 
y la continua lucha que acarrea una vida espuesta 
siempre al Callo de una sociedad que aunque galan- 



te en la apariencia suele ser en el fondo exigente? 
¿Y qué nos decís de las privaciones y molestias que 
aunque soportadas con gusto nos impone nuestra 
cualidad de escritoras? ¿Cuántas veces ahogando los 
dolores del alma tíos vemos precisadas á dar tortura 
á la imaginación para cumplir los compromisos que 
los amigos exigen de nuestra pluma! ¡Cuántas tam- 
bién olvidando nuestras físicas dolencias abandona- 
mos el lecho para dedicarnos a pesadas tarcas, por- 
que reclaman nuestra firma los periódicos que re- 
dactamos! 

Pero nada de esto os detenéis á examinar, seno- 
res; quemáis en tas aras de nuestro orgullo el in- 
cienso de la adulación, y decis por eso que no ha- 
cemos mas que hacinar laureles. Y cuánto os equi- 
vocáis! Al elevar nuestro acento, ya en verso, ya 
en prosa, no solo cumplimos con el deber que nos 
hemos impuesto de defender los intereses de las mu- 
jeres, si es que al propio tiempo rendimos un tribu- 
to de gratitud al Supremo Hacedor. ¿Para qué puso 
la pluma en nuestra mano y enriqueció nuestra mon- 
to con el estro divino de las Safos, las Teresa» y las 
Sigcas? Nada en el vasto imperio de la naturaleza 
nace sin objeto; todo está previsto por su Creador. 
Si todas tas flores fueran iguales cansaría su perfu- 
me, no podrían servir para los diferentes usos á que 
se las desuna, y los pensiles presentarían un aspecto 
monótono. SI todas las mujeres fueran escritoras 
muchos hombres no sabrían de qué ocuparse, y el 
mundo seria una confusión. Dios «I criar débil aquel 
ser hizo algunas escepdones, y repartió en todos los 
países mujeres que alzaran su voz en nombre de la 
mitad del mundo: y su acento sonoro, resonando 
con poderoso eco en la otra mitad, ha sido y será 
legado á la posteridad de unas en otras generaciones. 
¿Por qué pues queréis que desaprovechemos el rico 
tesoro que con mano previsora nos prodigara la 
Providencia? ¿Por qué queréis que desatendamos la 
mas sagrada obligación? ¿Nos faltan talentos para 
llevar á cabo la colosal empresa de mejorar nuestra 
suerte presente y futura? ¿Tenemos que luchar á 
cada paso con insuperables obstáculos? Nada impor- 
ta. Ánimos decididos como los nuestros no se arre- 
dran ante ningún género de escollos, pues tienen 
presente que de la runstanña es ti premia. 

Acérrimas defensoras de nuestro sexo, mucho 
podríamos hacer en pro de él si tas facultades del 
entendimiento igualaran á la firmeza de nueslravo- 
liiniad; esta suplirá nuestra insuficiencia: pero aun 
cuando un éxito feliz no coronara nuestros esfuer- 










ios, nos acompañarla la satisfacción de haber hecho 
para su. buen logro cuanto ha estada á nuestro al- 
cance. Temerario es en verdad nuestro proyecto. 
Jóvenes que empezamos á recorrer la senda de la 
vida, y que bace un ano no habíamos tomado la plu- 
ma mas que para seguir correspondencia con nues- 
tras amigas, hoy sin guia ni esperiencia nos lanza- 
mos á sostener importantes cuestiones, cargando al 
hacerlo con inmensa responsabilidad: mas la sana 
intención que nos anima atenuará algún tanto la- 
maño atrevimiento. 

Quedarnos estancadas en la estrecha senda que 
tan perezosamente trillaron nuestras abuelas, seria 
atrasar mucho en el siglo de las luces, de la ilustra- 
ción , y del vapor; nosotras estamos precisadas á ca- 
minar al par de los adelantos de la época; no pode- 
mos desperdiciar el único medid que se nos presen- 
la de coadyuvar de algún modo á los progresos de 
los hombres: somos obligadas á seguir el ejemplo 
que nos han trazado al lanzarse al vasto campo de 
la civilización y las mejoras generales, esceplo á la 
mas importante, á la del desarrollo de las faculta- 
des intelectuales de la mujer. ¿Por qué pues no la 
hemos de procurar nosotras? Nace el ruiseñor y lan- 
za un raudal de armonía; bulle et arroyo y exhala 
su murmullo; crece la rosa y vierte su perfume; ¿y 
nosotras hemos de ser de peor condición? A nosotras, 
seres racionales en cuyas frentes brilla el sello de la 
divinidad, nos ha de ser vedado lo que le es permi- 
tido á un ave, á un río y á una flor? Pesad nuestras 
palabras*, y ved si en esta como en otras ocasiones 
está (a razón de nuestra parte. 

Y no se crea que al espresarnos asi tratamos de 
invadir atribuciones qne en manera alguna pueden 
adunarse con la tranquilidad de nuestro carácter y la 
debilidad de nuestra naturaleza. Lejos de nosotras 
tan absurdo propósito. Rijan en buen hora los hom- 
bres los deslinos del Estado desde la cumbre del 
poder. Lleven con sus armas vencedoras 1 sus repe- 
tidas victorias á los confines del globo. Viertan so- 
bre el papel pensamientos que los inmortalicen, y 
graben con caracteres de oro sns nombres en la his- 
toria. Nuestra ambición es mas limitada, mas noble. 
Mejorar la situación de la sociedad por medio de la 
ilustración de la mujer, jr defender la cama de sus 
derechos; he aquí el lema de la bandera que hemos 
enarbolado, y bajo la que vienen á alistarse de con- 
tinuo nuevos ingenios femeniles. Mas concluyamos 
por boy.' 

Si soportamos en nuestros débiles hombros una i 



carga que hasta el presente siglo ha pesado sobre e] 
sexo fuerte, salvando raras escepciones; si arrostra- 
mos el anatema que este fulmina sin cesar sobre tas 
que nos arrogamos derechos que juzgó eran patri- 
monio esclusivo suyo; si haciendo frente á todos los 
obstáculos recorremos sin vacilar la áspera senda á 
que nos hemos lanzado, e3, lo repelimos, para pro- 
porcionar á la sociedad por medio de la ilustración 
de nuestro sexo bienes incalculables, que bajo nin- 
gún concepto pueden serle desconocidos, y para 
afianzar sobre sólidos cimientos el vacilante trono 
de la mujer. 

Mana Verdejo j Darán, 



Pedro y I» mujer de Pedro. 

— Mujer, que llora ese niño; 
Mujer, mandadle callar. 
—Marido, ¿no va á llorar 
Doblemente si le riño? 

— Mujer, que ese niño llora, 
Que no le puedo sufrir! 
— Mi vida, no mas gemir... 
— Con mas denuedo, señora! 

— Con mas denuedo no sé; 
Es hijo de mis entrañas. 
— Que le enseñáis malas mañas 
Bien claramente se ve. 

Reñidle con sequedad, 
Y si no obedece listo... 
— Castigarle? No por Cristo! 
¿No tengo yo humanidad? 

— No tanto, querida esposa; 
Sí los estreñios tocáis... 
Digo que le corrijais; 
Esto dijo, y no otra cosa. 

Y mientras que distraído 
En esta cuestión estoy 
Con su llanto á perder voy 
La paciencia y el oído. 

— Calla, niño; ven acá; 
Ven acá. ¿Por qué ese llanto? 
No llores pues, hijo, tanto, 
Que se incomoda papá. 

— Señora!... Mas, esperad, 
Voy á coger el sombrero; 
Cuando vuelva hallar espero 
Pasada, la tempestad. 






— Ved aquí lo que es un padre! 
Ni et llanto sufre de un hijo! 
(La mujer de Pedro dijo. ) 
¡ Pobre hijo que esté sin madre! 

1 iirli|iií't;i 



l'IMGMEMTUS TIE ISA LGIKNDA. 



La cita de los amantes 
£1 día quince cumplía, 
¥ m una noche horrorosa 
Esta voz limpia se oyó. 

'■Tu:- ojos son Jos puñales 
(Jue parten mi corazón, 
¥ tus labios virginales 
Son, ingrata, dus corales 
Que enagenan mi razón. 

uTu frente divina y pura 
Vela negra cabellera, 
¥ en tu rostro la hermosura 
Es lo que en mí la ternura 
Que te consagro, hechicera. 

•Qué sonrisa angelical 
Asoma á tu dulce boca? 
Es mal capullo en rosal 
Que la brisa man anal 
Desgarra su débil toca. 

«Esc ideal colorido 
De tus mejillas herniosas 
Es ¡ay niña! parecido 
Al arrebol encendido 
De las purpurinas rosas. 

« ¡Ay! basta, pues inflamado 
Siento el corazón latir: 
Porque ¡imar sin ser amado 
Es el destino malvado 
De mi sombrío existir, 

«Pero á veces el tormento 
Es dulce con la esperanza 
De amoroso sentimiento... 
¥ quiíá llegue el momento 
De mi eterna venturanza. 

«Mis trovas escueba, hermosa, 
Y no desprecies mi canlu: 
La versátil mariposa 
No imites, y cariñosa 



Enjuga mi acerbo llanto. 

o El llanto que mis mejillas 
Surca abundoso y ardiente: 
Tan divina y gentil brillas 
Queá los ángeles humillos -' 
En mi fantástica mente! 

«Duélantn, arcángel de amor, 
Mis suspiros y mis queja»; 
Duélete del trovador 
Que transido de dolor 
Canta al umbral de tus rejal. • 

Asi los acentos fueron: 
¥ asi el huracán veloz 
En roncas silbos llevaba 
Los ayes del trovador. 



Mayo 27 de 1846. 



SI IIÜ'IÜTM CiSCAl. 



ADOLFO Y ELENA. 

■LEYENDA., 

(COSCLCSIOS . ) 

Llego á casa, y como mi madre advirtiera mi 
turbación me pregunta con ansia y con ternura la 
causa de mi silencio: ¿sus demostraciones cariñosas 
no pude ser ingrato, y le hice una relación circuns- 
tanciada de mi aventura, añadiendo arrojado á sus 
pies: 

— Madredel corazón, yo la idolatro; será mi espo- 
sa aunque me la sepulten las entrañas de la tierra, 
o de lo contrario veréis á vuestro lujo. desgraciado* 

Ay! cuan cierto fué este presagio de mi novel 
corazón! La autora de mis dias con amante enajena- 
miento y con arrebato amoroso me levantó del sue- 
lo, y con solemne acento que nunca olvidaré me 
dijo, estrechándome en sus brazos: 

— Amado hijo, solo el deseo de verte feliz rea- 
nima mi existencia abatida y mi alma lacerada par 
los padecimientos que tú, tierno capullo, debes igno- 
rar; sé tú feliz cuanto yo infortunada; el cielo vele 
por tu bien y amenice tu existencia con un edén 
eterno de delicias; pero cuida, hijo mió, de no pre- 
cipitarte cicra en el abismo de un loco amor. 







supremo tenguagé de una madre amante y 
vírluosal qué fuerte fué la impresión que sintió mi 
alma al escucharle, pero cuan efímera, qué poco du- 
radera! Perdonad, madre mía! Nada empero cantéa- 
le, porque lodo me parecía inferior al esceso de su 
cariño-, pero mi silencio era mil veces mas elocuente 
quei cuanto pudieran espresar mis labios. Ayl ¿por 
qué soy perjuro é ingrato? por qué abandonando la 
casa paterna, y un amor entrañable por un amor du- 
doso fui causa de la mayor de todas las desgracias?.. 
Tal era la fuerza de la pasión que me arrastraba ha- 
cia aquella joven misteriosa cuyo paradero y origen 
ignoraba, pero que no obstante yo anhelaba inda- 
gar; y ansioso de tener con ella una entrevista dirigí 
mis pasos hacía la fuentecilla donde la hallara el dia 
anterior. Pero vana esperanza! no la vi ni la he vuel- 
to á ver mas; por lo que infiero que era alguna hada 
de los desiertos enviada para anunciarme la desgra- 
cia que me esperaba. 

— entonces, le interrumpí, ¿cómo sabéis su 
nombre? 

— Es nombre que yo le he dado, porqne el dia 
que la conocí era el de Santa Elena, y en su memo- 
ria hice voto solemne de llamar Elena ala casta virgen 
que me inspiró un loco amor; loco, si, insensato! Ya 
voy probando las predicciones de mi buena madre! 
¡Oh edad juvenil, á cuantas imprudencias arrastras! 
Poseído de mi insensato amor doy al aire mis quejas 
con la inspiración siguiente: 

Ilourí de mis ensueños, 
Célica criatura, 
Tu labras mi ventura. 
Tu formas mi ilusión: 
Hermosa manluana. 
Virgen del Manzanares, 
Acoge los cantares 
De un triste corazón. 

;Oh tú á quien idolatro! 
¿Porqué le he conocido, 

Y despierto y dormido 
Te veo celestial? 

Y te miré hechicera 
A orillas de una fuente, 

Y contemplé tu frente, 
Tan pura y virginal? 

Y miré enagenado 
Tu bello rostro angélico, 

Y aquel encuentro célico 
Me hizo el mas infeliz? 



¿D« estás que no respondes 
A mis tristes cantares? 
¡Virgen del Manzanares, 
Tu amor me hará felizl 

Mis tristes acentos no son oídos por ningún ser 

viviente Aquella campiña que antes me inspirara 

ahora está yerma, solitaria y triste; la naturaleza an- 
tes tan animada, ahora está muda é insensible á los 
ayes de mi desgraciado que implora consuelo en tan- 
la aflicción. Todo, todo conspira contra el ¡nfelice, 
y una voz secreta me grita aterradora: , Huye, in- 
sensato, á llorar tu desventura sobre una tumba. * 

Uq mes hacia que yo había abandonado la casa 
de mis padres, y en su transcurso visitaba dos veces 
al dia la malhadada fuentecilla; pero siempre con 
éxito fatal, siempre oyendo vagar en mi alrededor 
los ecos siniestros precursores de una funesta ver- 
dad; y siempre vacilante en volver á gozar de las 
caricias maternales, porque el recuerdo de mi ingra- 
titud era el gusano roedor de mi existencia, y el te- 
mor de que mis padres me rechazasen me hacia va- 
cilar. Al fin agobiado con el peso de tan insanos pre- 
sagios, entro en Madrid, me dirijo presuroso ala ca- 
sa paterna, con el arrepentimiento eu el alma y mi 
funesto amor en el corazón; con este palpitante y el 
espíritu abatido, entro por sus puertas, y...; oh des- 
esperación! solo encuentro en ella desolación y luto. 
Los autores de mis días no pudiendo soportar mi 
desaparición habían sucumbido bajo el peso de su 
dolor; sus preciosos restos yacían sepultos: en lan 
terrible trance vuelo al cementerio, penetro en él 
á implorar transido de dolor sobre aquella sagrada 
lumba un perdón tan necesario á mi reposo, y sobre 
aquella losa, inerte é inspirado por el sepulcral silen- 
cio que reinaba en aquella (risle morada, dirijo con 
férvido entusiasmo esta poética plegaria: 
¡Salve, restos queridos que venero! 

¡Salve, tumba sagrada y solitaria! 

Llevad miadíos profundo y lastimero, 

Acorde con mi lúgubre plegaría; 

Como tributo amanle y postrimero. 

Cual despedida triste, funeraria. 

Del hijo que os amaba en este suelo, 

Y hoy mira vuestras almas en el cielo. 



En seguida regué aquel sauto recinto con un di- 
luvio de lágrimas; y con mil demostraciones de un 
reconcentrado arrepentimiento, y con el alma des- 
) garruda, abandoné aquel sagrado retiro y huí de 



I 



aquella patria que solo me deparaba borrascosos [ 
días. Las lúgubres sucesos que os he referido tuvie- 
ron lugar hace un año y tres meses, y al cumplir su 
aniversario soy victima de un recuerdo insoporta- 

Íble. La caza es mi única distracción, y ella me ba 
deparado e! grato desahogo que be tenido al referir 
mis infortunios al ser mas digno de admiración y 
respeto. Vuestra semejanza con la funesta é inolvi- 
dable joven me impulso á proferir las esclamaciopes 
amorosas que vuestra vista me inspiró. Dispensadme 
si he sido molesto. 

Ahora, amable joven, bocedme el favor de de- 
cirme el nombre de la aldea que se descubre á esta 
distancia. — Se llama Santa Elena.— ¿Y esa bulli- 
ciosa corriente?— Es el Duerma.— Mi patrio riol 



el» L«p«TI!l*brlllc. 



La Bañeza 7 de abril de 1849. 



En el Liceo de Granada se va á poner en esce- 
na un drama en cuatro aclos y en verso, original 
de la señorita D, 1 Enriqueta Lozano. Según infor- 
mes de personas inteligentes esta producción es dig- 
na del apreciante talento de la joven y distinguida 
poetisa. 



de la cintura, 4 pies y I i pulgadas; tamaño S pies 
y 2 pulgadas. 

Nació en el condado de Fickaway ¡Oliio), y tie- 
ne 36 años de edad, habiendo encontrado cu el 
mundo ásu cara mitad, que según lo visto escasa- 
mente llegará á ser su cuarta parte. 



ERRATA. 

En nuestro último número, página i-, columna 1 .' 
linea 9, donde dice: «pueblos á los que se cree si- 
tuados entre el Tigris y ei Eufrates» , debe decir: 
« pueblos á lo que se cree ele.' , porque como se tra- 
ta de naciones que han desaparecido de la faz del 
globo, no están enteramente de acuerdo los autores 
acerca de su verdadera situación. 



ANUNCIOS. 



El Diario de Córdoba refiere el siguiente suce- 
so, que no puede menos de conmover muy triste- 
mente: 

Dallábase el día 1.° del actual bañándose á la 
orilla del rio un ni üo de unos 8 ó 9 años, llamado 
Joaquín Carrilero; perdió pié y se hundió en el agua; 
mas su madre, Josefa de los Reyes, joven aun, que 
presenciaba la escena, se arrojó a) momeólo á sal- 
var la vida de su hijo instintivamente y olvidada de 
la suya. Nadie pudo atmliar á aquellos infelices: á 
poco fueron estraidos dos cadáveres: al hijo no le 
alcanzó el auxilio de su desventurada madre, y esta 
murió victima de su amor maternal en la terrible 
situación que puedo comprenderse. 

La Mtuea üa9 i.iu-KsA »ei sii-Min. — Catalina 
Sebooly está exhibiéndose ahora en Columbus, re- 
clamando el título que lleva este párrafo. Sus cre- 
denciales son: 611 libras de peso; circunferencia en 
Ja parle mas ancha de su cuerpo, 10 p¡é s y 4 pulga- 
das inglesas; id. del brazo, 3 pies y 2 pulgadas; id, 



non» Polonin Kan*, dentista de cámara deS. A.B., 
revalidad» por la academia de medicina y cirujía en la 
universidad de Valencia, con ululo espedida por el mi- 
nisterio de Instrucción v Obras públicas, y rehabilitada 
Íiorf». M. para poder ejercer tuda clase de operaciones en 
a boca, tits que ejecuta cuu la prontitud y esmero que la 
tienen arredilada, haciendo (oda clase desperaciones re- 
husadas porolrns profesores, como puede arredilar, pues 
tiene un ralálogu de ellas que par espacio de un aiio ha 
r.N i'-„'!ilic para hacer callar a muchos que han tratado de 
desacreditarla; pnr cuya razón todas las personas que han 
sido operadas se han servido dejar sus nombres y las se- 
ñas de su habitación, las Une Cslám prontas a hacer una 
reseña de sus padecimientos, y de los profesores que se 
han negado á ellas; en la inlrliirrnri.i de que cuantas cu- 
ras ha hecho y pueda hacer es con la condición de nn ad- 
mitir estipendio alguno caso que no sea curado radical- 
mente. 

También pone dientes sueltos, j bajita dentaduras o«- 
trrAs. ron muelle ií sin ellos, con soldadura sin ella, por 
el im-lndo in¡;tcs ñ americano, l.os dientes se ponen desde 
tíos lluros hasta diez y seis: las bocas á precios convencio- 
nales, Advirlieudo que en dicho establecimiento nn se po- 
nen dientes de itiarlll, hueso, ni de caballo marino, por 
sersustaociasque en cuanto perciben humedad se vuelven 
negros, y se garantizan tas obras por Jos años que quieran, 
devolviendo el dinero el Jia que dichos turóles cambien 
de color. Limpia la boca en el enrío tiempo de diez mi- 
nutos; asegura los dientes que se mueven, caso que no sea 
mas que por la flojedad de las curias, pues llene el eíixir 
del Ur. Cristian, que además de blanquear los dientes 
fortalece las encías, poniéndolas al abrigo de loda infla- 
mación y del corrupluoso escorbuto, 

Empasta tas muelas con plomo, piala, platino ú oro. 
Las eslracciones son de dientes, muelas, colmillos y sobre- 
colmillos, raigones y demás huesos cariados. Vive calle 
del Carmen, uúm. *l, cuarto ¿" 



MADRID, 1832. 

IMPRENTA DE 1). JOSÉ TiU'JtLtO. MÍO, 

Calle de María Cristina, número S. 







Año 1. 



Domingo 18 de Julio de iS">2, 



Núm 51. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Eíte periódico sale lodos los domingos; se suscribe en Madrid en las librerías rtr Minier J de Caesl», i i rs. &! mes; j cu prono» 
cías 10 rs'. pcir dlij tilico i franca de purle, reiniliendu unj hurañía a futir de nuestro impreaur, ó ir I k>?- de franqueo. 



•1 In» liinjrre* son aiiücrpl tttlc* de Inn virtudes 
militaren. 

Cuando en cualquiera cuestión se arguye con lie- 
cbos la vid oria es segura y decisiva, porque no es 
posible falsear esta clase de conclusiones del mismo 
modo que lus mas sólidos razonamientos del ingenio. 
Así es que nosotras, para defender en nucslro núme- 
ro anterior que las mujeres son capaces de gobernar 
los Estados, mezclamos nuestras razones con ejemplos 
incontrastables y de fuerza. Pero ¿sacamos al teatro 
de la disputa lodos los que se nos ofrecían en aquel 
momento? Segura mente que no: !o uno porque hu- 
biera languidecido nuestro artículo haciéndose de- 
masiarlo cslcnso, y lo otro porque en este habíamos 
de tratar un asunto tan íntimamente enlazado con 
aquel, que sin temor de aparecer exagera das pudiéra- 
mos asegurar ron verdad que cshijo legitimo del pri- 
mero; pues habiendo baldado de si las mujeres son 
capaces del gohierno de las naciones, ¿qué cosa mas 
natural qu'g decir si son susceptibles de las virtudes 
militares? 

Con efecto, para corroborar las opiniones emiti- 
das en nuestro artículo anterior, muy bien podemos 
encabezar el presente con los esclarecidos nombres 
de algunas ilustres mujeres que se han adquirido 
justa celebridid por medio de su gran prudencia en 
política, Nf padrianios hacer lo mismo con los de to- 
das porque el catálogo es muy vasto; pero ¿cómo ol- 
vidar el de Artemisa, reina de Caria, cuyas virtu- 
des la hicieron muy querida de su reino durante su 
larga viudez, y qnti además por medio de dos estra- 
tagemas singulares arrojó a los Iludios que haViiun 
invadido su país y se apoderó de la isla de Rodas? 
Tilirfliilii son dignas de recordación las dos Aspasias, 



á cuya dirección admirable confiaron con buen éxi- 
to el gobierno de sus Estados Pericles, esposo de la 
una, y Ciro, hijo de Darío ?íotho, amante de la olrar 
l'liile. bijade Anlipalro, áquienaun siendo nina pedia 
consejo su padre para el gebierno de Maccdonia, y 
sacó de grandes apuros á su esposo, el ligero y precia 
pilado DemeLrio: Livía, c-uya * útil astucia fué supe- 
ríur A la penetración de Augusto: Amalasunla, de 
sabiduría tan estremada que llegó á comprender las 
lenguas de todas las naciones sujetas al imperio ro- 
mano, y á gobernar con acierto el Estado durante la 
minoría de su hijo Athalarico: y en tiempos mas mo- 
dernos Tsabel de Inglaterra, cava soberana conducta 
seria siempre la admiración de Europa si no hubiese 
tenido algunos vicios particulares, y si sn imagen po- 
lílica no se presentase á la posteridad manchada con 
la sangre de la ¡nótenle María Sluard, reina de Es- 
cocía. CaLalina de Médittfí, reina de Francia, cuya 
sagacidad profunda mantuvo el equilibrio entre ca- 
tólicos y calvinistas precaviendo así la caída de la 
corona. Isabel la Católica, en cuyo elogio dice Lau- 
rencio Bcyerlinli que no se hizo cosa grande en su 
i lempa en que ella no fuese la parle ó el lodo; y si 
ella hubiera sido reinante en vez de reina, es indu- 
dable ijiíe hubiera concluido mayores cosas; sin em- 
barco á ella solase debe el descubrimiento del Nue- 
vo Mundo. Tampoco fallan paises en que han reina- 
do mujeres solas, contándose entre olrosMeroe, pe- 
nínsula que forma el Niloen la Etiopia, en que» se- 
£un asegura Pliuío, ha sucedido asi por espacio de 
muchos siglos, siendo una r'e sus reinas la ilustre 
Saba, de quien dice el P. Ahipide que eslendió consi- 
derablemente su imperio; entre los Lacedemonios te- 
nían parte las mujeres en el gobierno conforme á las 
leyes que les dejó ■ Licurgo: ep Borneo, isla grande 



1 



dezmar de la Imita, reinan mujeres según relación 
de Mandeslao citado por Feijóo, sin gozar sus mari- 
dos otra prcrogaliva que el ser sus mas queridos 
vasallos; y últimamente, según autoridad del mismo 
Fcijóo. eo la isla Furniosa, situada en el nonr meridio- 
nal de la Chioa, rslú confiado á la prudencia de las 
mojeres el ministerio sacerdotal, y en lo político ejer- 
cen un poder casi superior al de los senadores, co- 
mo intérpretes de la voluntad de los dioses. 

Dado fondo en esta cuestión, vamos pues. i razo- 
nar algún lanío acerca de si las mujeres son suscep- 
tibles de las virtudes militares. 

Si el corazón es el que forma á los valientes, el 
agente principal que les da fuerza y energía, el que 
preside ca los combates eoniunicandn á los héroes 
valor, denuedo y entusiasmo, no bay que dudar 
que residen en la mujer estas grandes cualidades, 
puesto que el suyo es de la misma malcría que ct 
del hombre y forjado por la maoo del mismo artífice. 
Sí la culera es l.i que comunica al corazón del guer- 
rero el debido temple para que produzca acciones 
magnánimas y admirables, tampoco se puede negar 
la facilidad que hay de escitarla en el de estas, pues 
que su sensibilidad es mas rica, y etisteun gran toa* 
do de bilis pronto á ocasionar efectos generosos v 
sorprendentes. Y si el deseo ardiente de la gloria 
arma el poderoso brazo del Conquistador, del hom- 
bre do ideas grandes y elevadas que á impulsu de la 
vehemencia que le subyuga se lanza á empresas es- 
clarecidas, no meóos arde en el corazón de la ituijf-r 
esle voraz deseo, esta sania llama que acrecentando 
el poder de su imaginación, y prestando nuevas alas 
a su fantasía, oías de una vez la ha empeñado en he- 
chos grandiosos que han ser* ido de pábulo u la ad- 
miración del mundo culero, 

llásc objetado sin embargo en contra de esto 
que la delicadeza del temperamento de las mujeres 
y la notable debilidad de su complexión son iucom- 
pattbles con el esfuerzo y valor necesarios al guer- 
rero. Pero ni la valentía exige que sean de acero 
las manos, ni los grandes héroes ríe la antigüedad 
pudieron medir sus fuerzas con el famoso Hércules, 
ni en el dia se ganan las batallas con la robustez del 
cuerpo. Además k delicadeza y debilidad de que lie- 
mos hablado no soo otra cosa que el resullado in- 
mediato de una mala educación de la parte física de 
las mujeres; la que, como observó Platón cou mucho 
acierto, si se modificara oportunamente con un ejer- 
cicio moderado, la complexión de la mujer adquiri- 
ría una igualdad mas justa y mas exacla, se templa- 



ría su vigor, y su cuerpo seria mas robnslo y mas 
ágil que el del hombre. Sobre lodo, siguiendo el 
dicho do un filosofo, «muy bien puede haber espíri- 
tus generosos y alrrías fuertes en cuerpos delicados, 
asi como hay buenas espadas en vainas de terciopelo, 
y así como se ven manos victoriosas en guantes olo- 
rosos, y como hay conquistadores en pabellones pio- 
lados y aun dorados.» 

Últimamente sellemos nuestro labio y hable la 
historia por nosotras, ya que su testimonio es irre- 
cusable y bo se la puede tildar de parcialidad en es- 
te asunto. Las airosas figuras de Semíramis, Arle- 
misa y Zenobia, nombres ilustres citados otras ve- 
cea, se alzan orgullosas del sepulcro para apoyar 
nuestro aserto. Thomiris, reina de los Escitas, des- 
hizo al famoso Ciro, qne había merecido el renom- 
bre de Grande por sus heroicas hazañas, y los mis- 
mos Esrilas, pueblos cuya única ocupación era la 
guerra, habían sido vencidos á su vez por las terri- 
bles amazonas. Bonvira batió en muchos encuentros* 
á las águilas romanas y pensti' arrojarlas de Ingla- 
terra, cuya nación belicosa y fuerte quedó estupe- 
facta y aterrada en otra época ante la vísla impetuo- 
sa de la noble Doncella de Orleaus. Catalina Liso 
arrojó de Araíens á los Doméñeos arrebatándoles de 
las manos una victoria y una ciudad ganadas. La 
Maríscala di< Rojaíii fué por sus prodigios de valor 
el asombro universal en el sitio de Cambray; y aun- 
que en otro sentido, no es menos digna de elogio 
Dripetina, hija del gran Milríilales, que después de 
deslro7ado su padre por Pompe™, y sitiada ella en 
un castillo por Mantio Prisco, viendo la imposibili- 
dad de la defensa se quitó la vida voluntariamente 
por no sobrevivir á su deshonra. Margarita de Dina- 
marca conquistó en el siglo XIV por su persona el 
reino de Suecia, haciendo prisionero al rey Alberto. 
María Pita, heroína gallega, se distinguid en el sillo 
puesto por los iuglescs á la Coruña el año I 5Ü9, cu- 
jo denuedo fue premiado por Felipe II. Y dejando 
en silencio, por Lo reducido de nuestro periódico, 
infinidad de nombres de muchas mujeres distingui- 
das por su fortaleza y presencia de ánimo, debemos 
traer á este encalo las amazonas que, costeando ar- 
madas el rio hlarañon, encontraron los españoles en 
América, tomando de aqui el nombre de Hio Je la/- 
amazonas. En África, según Feijóo, que escribía el 
siglo pasado, iiay amazonas en una provincia del 
imperio de Moaomotapa, si bien, aüadc, no falta: 
geógrafo -que hace un pais aparte el habitado por es- 
tas mujeres guerreras. En Europa podemos también 



dar el nombre de amazonas á las francesas de Belo- 
vaco (Beauvais), que siendo sitiada su ciudad por 
los borgoñoses el año 1472 rechazaron ú los enemi- 
gos al mando de Juana Háchete;, y asimismo á las 
habitadoras de las islas Cur-Solares, célebres por la 
victoria de Lcpanlo, ganada en el mar de eslas islas. 
Y finalmente, aun resuena en nuestros oídos el ter- 
rible eco del canon que disparado por la inmortal 
Agustina Zaragoza hizo retroceder cubiertos de es- 
panto y de vergüenza á los mejores soldados del Co- 
loso del siglo, estrellándose vanamente sus podero- 
sos esfuerzos contra los heroicos pechos de los hijos 
de Aragón, en cuya capital invencible adquirieron 
asimismo eterna fama la no menos digna Casta Al- 
vare z y la esclarecida condesa de Bureta. 



>> »p|K<i i < 



a&3 ¿L2¡S££,3 li í/Sií^ü.iriüX 

POEMA DEDICADA 

A MI QUXKIDA AMIGA DONA NATALIA ríEEiífí, 

El mundanal camino 
Sembrado está de espinas, 
Las almas peregrinas 
No encuentran ni una flor. 
Solo un oasis bello 
Miran en lontananza 
Que alienta su esperanza.,.. 
Natalia, es el amor! 

Dios, al mandar un alma 
A la terrestre esfera, 
Le da una compañera 
Que alivie su pesar; 
Enlaza bondadoso 
De entrambas el destino, 

Y apoyo en su camino 
Se ofrecen á la par. 

Si juntan dos arbustos 
Su copa perfumada, 
De tempestad airada 
Resisten el furor. 
Dos almas compañeras 
Forman estrecho nudo, 

Y es su cariño escuda 
Contra el fatal dolor. 

Tal vez nacieron ambas 
Bajo distinto ciclo, 

Y gimen sin consueto 
En su primera edad: 
Hallan do quier vacío, 



Tristeza hallan do quiera: 
Cada alma en vano espera 
De su alma la mitad. 

Mas llega ni fui un dia 
Que por sin par fortuna 
A entrambas las aduna 
La iti'iiín del Creador. 
;Cuán tierno es el encuentro 
De esas dus almas bellas! 
¡Cuan dulces las querellas 
De su naciente amor! 

Ambas se reconocen, 
Palpitan de alegría, 
La tierra antes sombría 
Se trueca en un edem. 
Solo preciadas flores 
Divisan ya sus ojos; 
¿Qué importan los abrojos 
Si amor es su sosten? 

Ya de la suerte infausta 
Desprecian el quebranto. 
Porque es muy dulce el llanto 
Si junios lloran dos. 
¿Qué importa que á la muerte 
Aquí lodo sucumba, 
Si bajan á la tumba 
Del uno el otro en pos? 

De boy mas goces y penas 
Las dos almas queridas 
Compartirán unidas 
En santa comunión. 
De un resplandor celeste 
Su vida se arrebola; 
Forman un alma sola, 

Y un solo corazón! 
Natalia, ¿acaso sabes 

Cuan dulce es ser amada. 

Y hallar una mirada 

Que nos comprenda fiel? ■ 
¿Si un premio da la gloria 
A nuestro afán constante. 
Saber que un ser amante 
Recoge ese laurel? 

¿Si la calumnia horrible 
Empaña nuestro nombre 
Saber que existe un hombre 
Que al mundo retará; 

Y oir una voz dulce 
Cual aura lisonjera 
Decirnos: ay! espera, 



Sos queda un wat allá? 

¿Saltea el goce inmenso 
Que entonces siente el alies, 

Y !;i celeste rila i a 
Que Invade nuestro Ser? 
A\'. un instan le solo i 
Be dicha tan cumplida 
Compensa de la vida 
El triste padecer. 

A memo»: el Eterno 
Formó nuestra existencia 
De su aimirosa esencia; 
Nacimos partí amar. 
Amor es iris bello •■ 
Que el huracán conjura, 
Astro que en noche oscura 
Nos viene á iluminar. 

Ancora es salvadora 
So sacrosanto nombre: 
Dios por amor al hombre 
£1 cáliz npuró. 
Adoran a la Virgen 
Los ángeles del cielo, 

Y reverente el suelo 
Al Dios que le engendró. 

Las flores, los i osee tos. 
Las aves y l.i brisa. 
Con súplica sumisa 
Demuestran su inquietud!. 
Vibra una nota sola 
De dicha en este suelo, 
Qoe nos reveja un cielo 
Detrás del ataúd. 

Espinas y amarguras 
La vida solo ofrece: 
Feliz quien la embellece 
Con tan preciosa flor! 
Para que Dios en premio 
Nos dé su cierna palma. 
Que purifica el alma 
Un sacrosanto amor! 

* • cru enni, 

BMLU3TES OPOSICIONES 

Efl LA ESCUELA NORMAL DE SALAMANCA. 

De Salamanca nos remiten el siguiente artículo, 
que tenemos una verdadera satisfacción en insertar 
en las columnas de nuestro periódico: 



A principios de este mes se celebraron las apo- 
siciones de maestras para las escuelas vacantes de 
Béjar y Peñaranda por las mismas maestras interí-t 
ñas que las estaban desempeñando: sus njercieíof 
han sido brillantes y juzgamos de rigurosa justicia 
hacer mención especial de ellos, para que sean cono- 
cido* de toilos v n-riiííiii los eludios á une se ha» he- 
cho acreedoras tan dignas maestras, sirviendo esta 
publicidad de poderoso estimólo y ejemplo á ludas 
las de su clase. 

La joven y bien edncadft Srla. D," Rosario Mo»- 
tanclie, que hizo oposición á la escocia de Béjar, (y 
do quien oclusivamente depende la subsistencia de 
sus padres y doce hermanos ), presentó delicadísimas 
y primorosas labores düeostura y bordados, que lian 
merecido la aprobación de cuantas personas tuvie- 
ron el gusto de verlas y admirarlas. No han sido in- 
feriores en mérito tas presentadas por la acreditada 
profesora D," Petra Zngarrondo, que pretende la de 
Peñaranda, y de cuya señora hizo elogios bien me- 
recidos el periódico titulado la Jifriíín 5aíma»!i«s 
en el núm, 5 con motivo de su esáfmffl para maes- 
tra superior. Pero en lo que las dos brillaron es- 
(raordinariamcnle, colocándose á la altura que debe 
considerarse su bónrusn profesión para que produz- 
ca frutos opimos, fué en los ejercicios cionliücos de 
lodos los ramos de la instrucción primaría elemen- 
tal. No diremos en cuales estaban mas aventajadas, 
porque consiguieron en todos lauros bien mereci- 
dos, creciendo el interés de estas oposiciones al paso 
que los jueces (aunque estralimilándose délo que 
exige el reglamento, cuya salvedad se hizo entender 
á las interesadas y al público, que las oia coa plausi- 
bles muestras de complacencia} ¡es presentaban nue- 
vas ocasiones de lucir su variada y completa instruc- 
ción, como nunca se ha visto en esta clase de certá- 
menes. Escribir correctamente con buena letra y me- 
jor forma, sin faltar á ninguna de las reglas de orlo- 
grafía, como si fueran pendolistas consumados, y ana- 
lizar lo escrito conforme á las cuatro partes en que se 
divide la gramática, cansó una sorpresa agradable á 
todos, así como- cuando desarrollaron sus estenios 
conocimientos en historia Sagrada y de España, en 
religión, geografía y matemáticas: en estas particu- 
larmente se hallaban tan versadas, que la Srla. Mon- 
tanebe hizo ver lo conocido y familiar que le era ya 
el nuevo sistema métrico basado sobre el decimal, 
y del que tienen todavía muy pocas noticias aun los 
maestros superiores de inslrnccion pública y princi- 
pales clases de la sociedad. Este cjÍlmo sistema tara- 



poco le era desconocido á la Sra, D." Petra Zugar- 
rondo, que se distinguió en sus profundos conoci- 
mientos gramaticales. 

No dudamos en asegurar que estas dos maestras 
figuran al frente de la instrucción primaría de nues- 
tra provincia, y que se quedan algo atrás tos maes- 
tros superiores y mas acreditados que hay en ella. 
Tributamos con gusto estos elogios al mérito do tan 
distinguidas profesoras, que tanto enaltecen y hon- 
ran su sexo y profesión, congratulándonos anticipa- 
damente de las incalculables ventajas que deben pro- 
ducir en la enseñanza de niñas, bajo su inmediata 
dirección y cuidado; haciendo despertar una noble 
emulación y rivalidad en todas las jóvenes que en lo 
sucesivo se dediquen á esta importante carrera, las 
cuales para desempeñarla dignamente deberán po- 
nerse al nivel de los conocimientos modernos, si- 
guiendo el ejemplo que tan plausiblemente acaban 
de dar en la provincia de Salamanca las dos maes- 
tras de Réjar y Peñaranda de Bracamonte. 



La señorita D." Enriqueta Lozano, cuyos talen- 
tos poéticos son bien conocidos del público de Gra- 
nada, ha tenido la amabilidad de remitirnos las si- 
guientes composiciones, con que principia la colec- 
ción de poesías religiosas que hace poco dijimos ba- 
hía escrito y se proponía publicar con el título de 
Ecos del alma. 

Damos las gracias á la distinguida poetisa, y es- 
peramos no será esta ia última vez que favorezca 
nuestro periódico con las bellísimas concepciones de 
tu privilegiado talento. 

DEDICATORIA. 

Virgen madre de Dios y madre mía. 
Para, impecable, celestial, sin mancha; 
Consuelo del que sufre, estrella hermosa 
Del santo amor y la divina gracia: 
Muv débil es mi voz para que pueda 
Ensalzar tu grandeza foberana; 
Mas, tú, Señora, cuyos ciaros ojos 
Leen el coraron con su mirada. 
Tú, á quien nada se oculta, tú, que acoges 
Nuestros megos de paz y nuestras lágrimas, 
Veras que no es un canto el que te ofrezco, 
Sino un suspiro lieno de esperanza. 
Recíbelo, Señora; no repares 









En tu esplendor y mi pobreza humana, 
Que del amor del corazón nacida. 
Fiel mensagero de mi fé probada, 
Esc lamento del dolor cristiano 
Vuela hasta tí del corazón en alas. 
Recíbelo, Señora.,, ¡madre mia! 
¿Con tan sagrado título escudada 
No deberé esperar que afable y dulce 
Escuches y recibas mi plegaria? 
Sí, amor mío, lo harás, porque tú eres 
Quien siempre tierna mi pesar aplaca, 

V así también es tuya mi exislencia, 

Y tuyos son los ecos de mi alma. 

FE, 



Yo creo en tí. Señor: dentro del alma 
Arde la antorcha «le la ft: divina 

Y siempre ardió desde el primer instante 
En que tu alíenlo me infundió la vida. 
Señor, ya creo en tí: cuando mis ojos 
Se abrieron á la luz del primer día 
El fuego de tu amor mezclado en ella 
Llenó de luz mi corazón de niña; 

Y el suspiro primero de mi labio, 

Y mi primera lágrima vertida, 

El ángel que á mi guarda destinaste 
A lus cscelsas plantas llevaría. 
Yocreo en tí. Señor: ¡ay! cuántas veces 
Al cielo con afán alcé la vista 
Porque en una mirada comprendieras 
El profundo pesar del alma herida: 

Y un consuelo dulcísimo y suave 
Al corazón entonces descendía, 
Como si yo arrobada presintiese 
Tu atención paternal sobre mí fija. 
¡Oh! cuan grato es, Señor, si padecemos 
Largas y tristes horas de 3gouía t 
Tener la convicción de que apiadado 
Tú desde el ciclo nuestro mal alivias; 
Comprender que esos íntimos pesares 
Que el acento á espresar nu bastaría, 

Y esas dolientes lágrimas de fuego 
Entre la sombra y el dolor vertidas, 
Las cuentas y las ves desde tu trono 

Y oyes el ¡ay! que el corazón te envía! 
Cuando este mundo vano y orgulloso 
Nuestra pobreza con desprecio mira, 
Guando engreído con sus falsos bienes 
Ultraja álawtud en su injusticia, 



Cuando al lefldcr nuestra mirada cd loroo 
No halla otro ser que nuestro mal conciba. 
Si no ardiera. Sotar, éu nuestro pceho 
La pura lumbre de la té bendita, 
¿Como hacer frente á la desgracia entonces? 
¿Cómo cerrar del curaron la herida? 
¡Oh! soberano Dios, mil y mil veces 
Cielos y mundos tu piedad bendigan. 
Que al comprender cj duelo y la amargura 
Con que la suerte HO cesar nos brinda, 
En el alma del hombre colocaste 
La U- sagrada con lu mano escrita: 
La fe, del desgraciado auxilio eterno 

Y en este mundo su perpetua guia; 
Luz que alumbra sus pasos vacilantes, 
Único bien que en su aflicción le anima; 
Esperanza dulcísima v suave 

Que á bendecir sus lágrimas le obliga; 
La fé, seguro apoyo de las tilmas 
En este* valle de dolor caídas; 
La fé, de salvación áncora eterna; 
La fe, santa virtud que en tí sé afirma. 
Obi Señor, creo en ti: Utos uno y trino 
Te adora reverente el alma mía, 
\' tuvo ha sido mi primer suspiro, 

Y tuya ha sido mí primer sonrisa, 

Y pronunciando lu sublime nombre 
Terminarán las horas de un vida, 

Inrlíiiioi.i Lozano. 



— - — , »■» > » ! &«« m«i 

2A:iJS333J a 



>KDICADA.Á LA SJLSfMUTA MI AMIGA DOÑA Ae-ELAIBA 
SiSCJlEZ MV.MW. 

¿Qué es sin amor ia existencia 
Del mundo en el rumbo incierto? 
Mustia flor que sin esencia 
Crece eo un llano desierto. 

¿Be qué vale el resplandor 
De «eos ojos dulces, bellos. 
Sí la llama del amor 
Nunca se retrata en ellos? 

Nada dice el vago acento 
De una boca que respira 
Aroma suave en su aliento, 
Si de amores no suspira. 

¿Qué vale el tierno latido 
De un hermoso corazón 



Si la flecha de Cupido 
No lo agita de emoción? 

¿De! talento qué se alcanza 
Gloria eq la ciencia a) buscar 
Tras una vaga espernuza 
Sí no se emplea en amar? 

¿Qué es sin amor la existencia 
Del mundo en el rumbo incierto? 
Mustia flor que sin esencia 
Crece eu un llano desierto, 

■aria Tvr4rJ* t »«" 



1 












SOLETO. 

A LA DISTINGUIDA SEÑORITA DOÑA MlflU YbEDI 

DcflAN, POft SU ARTICULÓ tllCLADíl «LAS MUERES 
LITERATAS. » 

Seguid, María, el comenzado intento 
Con entusiasmo noble, y emulando 
Las bellas ninfas del castalio bando 
Vuestra mágica voz lanzad al viento. 

Libre do quier dejad al pensamiento 
Ir con furor horrísono tronando, 
O bien dolerse con suspiro blando 
Del hombre y de su injusto aferramiento. 

Es vuestro emblema sacrosanto y pura; 
Vos queréis la instrucción de las mujeres, 
Su causa defendiendo soberana. 

Nada mas generoso, yo os lo juro; 
Seguid y triunfareis, que padecerás 
De hoy serán Jas dichas do mañana, 

Ocllla. 

TIEMPOS PmiMtó ..Y fJEMPflS PRESENTES. 

a ni ejiznisA^aisA «jmia. 

CARTA intCQlA. 

Habían transcurrido seis meses desde mi salida 
del colegio, querida amiga, y en lado este tiempo 
ninguna cusa ocurrió después de lo que llevo dicho 
que merezca referirse. Mi \ ida era siempre ta misma 
con muy pequeras variaciones, y no puedo asegu- 
rarte si vivia feliz. con ella ó sí rae parecía insuficien- 
te á satisfacer los deseos de mi corazón. 

Era una hermosa maua.ua del mes de enero de... 
Mamá me llamo á su gabiuele y luego que me hube 
presentado en él me dijo; 



— ¿So le parece que el día eslá delicioso y que 
deberíamos salir á disfrutar de ese hermoso sol que 
contra su costumbre en la presente estación se ha 
digitado favorecernos hoy? 

— Como gustéis, madre mia, le repliqué; por mi 
parle gozaré mucho con el paseo que me proponéis, 

— Está bien; son las once. He mandado que en- 
ganchen el carruage de tú padre y á las doce nos 
aguardará ala puerta. Corre á lu habitación y haz- 
te vestir. Aquí le espero. 

No me hice aguardar mucho tiempo y tres cuar- 
tos de liora después de osla conversación salíamos 
mamá y yo en dirección al Prado. Como (e he dicho 
ya» mi querida amiga, el dia era lodo lo hermoso 
gue pueden ser en la coronada villa los diasde invier- 
no. Un gentío inmenso poblaba las espaciosas ala. 
medas del paseo predilecto de los madrileños, gentío 
que deslumhraba con la elegancia y variedad de sus 
trages, con la riqueza de sus prendidos. Ñus apeamos 
en el salón y fuimos á engrosar las dobles lilas de pa- 
seantes. A la segunda vuelta se incorporó á nosotras 

la viuda de con su hija la señorita de... Yo tomé 

el brazo de esta y aquella dio el suyo á mamá. Seme- 
jante incidente, tomo puedes suponer, fué de mi 
agrado, porque por mucho gusto que tengamos en 
ir cogidas del brazo de una madre, generalmente lo 
soltamos con alegría para ir en busca del de una 
amiga. Y esto secsplica muy fácilmente. ¿Qué pue- 
de decir una hija á su madre para sostener con ella 
una conversación de dos horas? Nada. ¿Cuanto, por 
el contrario, no se le ocurre cuando la que la escu- 
cha en vez de una madre es una amiga? No debemos 
pues culpar semejante conducta, y de la misma ma- 
nera que yo procedí proceden todas, sin que esto ar- 
guya falta de cariño. 

La señorita..,, á quien yo vcia muy de larde en 
tarde, se entretuvo en hablarme de su próximo casa- 
miento, de las esperanzas que tenia fundadas en el 
nuevo esladu en que iba á entrar, y del cariño que 
profesaba á su elegido. Acababa de darle mis para- 
bienes cuando un incidente, sobrado sencillo por 
cierto, vino á poner fin á nuestra conversación. Em- 
bebidas en ella no habíamos aparado en un hombre 
que marchaba á mi tado como si perteneciera á 
nuestro sequilo. En un principio creiraos que su ve- 
cindad fuera casual, pero muy pronto nos persuadi- 
mos de lo contrario. Se detenia cuando hacíamos al- 
to, y aceleraba también el paso si !o acelerábamos 
nosotras. Una pequeña presión dada á un mismo 
tiempo por nuestro brazo nos reveló mutuamente 



nuestros pensamientos, que eran los mismos entera- 
mente, y nos pusimos sobre avíso. 

Te haréla pintura, mi querida amiga, del hom- 
bre que nos seguía. Tenia veinticinco años (lo supe 
después), era de arrogante figura, de ojos negros j 
rasgados, de una palidez eslremada, y de cabello 
largo, según era entonces moda llevarlo. El todo de 
su rostro era hermoso, pero se advertía en él una 
tristeza tan marcada que inducía ¿juzgarle víctima 
de grandes sufrimientos. Vestía con la mas esquisita 
elegancia, y de lodos y cada uno de sus modales se 
desprendía el tipo de esa educación esmerada que se 
acostumbra dar en Madrid, y que tanto encanta y 
atrae. Te confieso que escitu mi curiosidad, y que 
sentí hacia él el mayor interés. Mudo y sin apenas 
dirigirnos la vista seguía á nuestro lado, dejando es- 
capar de vez en cuando á su cabeza un ligero movi- 
miento, semejante á un saludo, con el cual corres- 
pondía álos que al paso te dirigían las muchas per- 
sonas que indicaban conocerle. 

La señorita pasada la primer sorpresa no toÍ- 

vió á ocuparse de él, y aunque yo traslucía su deseo 
por preguntarme, figurándose tal vez que para mí 
aquel hombre no era un desconocido, marchaba tan 
cerca de nosotras que no se atrevió á dirigirme una 
sola pregunta. Por mi parte observé el mismo si- 
lencio. 

Nuestro paseo se había ya prolongado demasia- 
do; la voz de mamá me sacó del letargo en que mé 
había sumido et desconocido, y, cosa que entonces 
eslraflé mucho, cuando le oí decir que nos retirá- 
hamos me pareció que el paseo había sido demasia- 
do pequeño. Nuestras amigas nos acompañaron has- 
ta el coche, que partió llevándonos en dirección á 
casa. 

No te lo ocultaré; mi primer movimiento al 
abandonar el Prado fué dirigir la vista por los cris- 
tales del carruage para investigar si el desconocido 
no desislia de su empeño en seguirme. Efectiva- 
mente se habia detenido junto al tronco del árbol 
mas próximo mientras nos despedíamos de nuestras 
amigas, y al girar sobre sus ruedas el coche que de- 
bia alejarnos de él, lo siguió. Mas ;ayí cuan poco 
tiempo pudo durar su persecución! Aquel hombre, 
al parecer flemático ó agobiado por el dolor, qne 
habia seguido mi sombra sin apenas advertirse si 
andaba ó permanecía fijo en un mismo sitio, aceleró 
el paso de una manera extraordinaria, queriendo po- 
nerse al nivel de nuestros caballos: esla aceleración 
|.no bastó. Entonces, entre resignado y colérico, re- 






B 



signado par la necesidad y^olérico porque se le es- 
capaba ia presa, mWjí correr tomo un desespera- 
do. Taaijuítí» ísíipoiiiu alMuíamos. Ya tú sabes 
cómo conten ludas las prohibiciones corren por las 
callee de Madrid lys earruages públicos y particula- 
res; parece .iii.ísas lüiinenos qup lodus se alquilan 
aegi][¡ i;i Celeridad ron que hacen sus travesías, co- 
sa que no seria nada nolnWc en les primeros, y que 
en los segundos, llama la atención por lo mismo que 
están deilicadui it solo el recreu de sus propietarios. 
En el primer. impulso de su carrera o] desconocido 
casi Hegv ¡i locar h ur¿¿ del cuello; mas de repente, 
conociendo sin dudp lo desigual y ridicula de la lu- 
cha, cruKósü de brazos, y sin volver ¡i intentar al- 
canzar el carro age, lo vio alejarse á pié lirón: en 
mil i'J da la. calle. (St concluirá.) 

i::irIi[iit"Cn 



£1 mérito y el tálenlo nos han obligado debida- 
mente en todas tos ocasiones de nuestra vida, y sin 
prodigar incienso, porque somos agenas á la adula- 
ción y ú la nieiilirn, jamás hemos ¡ludido. permane- 
cer indiferentes cuando ha llegado el caso de apre- 
ciar en su justo valor las i! rites de una persona. Asi 
es que aliara dos parecería faltábamos á nuestros 
mas sagrados deberes si permaneciendo en silencio 
dejáramos de hacer un justo aunque breve elogio de 
la cseclcnlc dentista de S, A. B, D." Polonia Sani. 

E=la distinguida señora reúne ea si las grandes 
cualidaik'5 que c n -esda raiiw furman losbucnusar- 
listas, y la eurneitm de las enfermedades de la boca 
y la ejeesinun d : 1,;.; uu,, arriesgadas upe rae iones Je 
snn tan familiares que. en muy corto tiempo le bao 
conquistado tan esclarecida fuma, que nu es fácil 
obscurezcan, las pérfidas dialrivas que íos celos han 
podido engendrar eu pechos envidiosos. 

Los profundos coitociuiijciihís que en el ¡irle de- 
dentista posee esta aprer.iaWc señara han sido ya ra- 
¿onablo y juiciosamente, aplaudidos por lus perió- 
dicos de la corte; y además de que multitud de per- 
sonas operadas por ella hacen cu todas parles con 
el [pavor encomio, -y hasta obligadas por la gra- 
titud, su alfa, apología, nosotras cumpliendo con nos- 
otras mismas feUcilajjiosdt; todas veras i D."IV!oui;i 
San?., cuyo esiacro, destreza y habilidad en las ope- 
raciones del ramo a que se dedica le han adquirido un 
merecido renombre, que sabrá respetar todo el mun- 
do, y h recomendamos . con la mayor instancia á 
nuestras amables suicritoras. 



ADVERTENCIA. 
Las señoras cava suscxíeion terminó en junio úl- 
timo se servirán remirarla antes del dia 30 del pre- 
sente mes, sí desean continuar recibiendo el perió- 
dico. 



_ 



> 



ANUNCIOS.. 



Bp l.i rasa riel Esaio. Sr. D. Luis Mayan* ha desapare- 
cido tina excelente escopeta inglesa de Üm cañones, rrilo- 
eadacn un estudie. J.a persona que la tenga )>itMle entre- 
garla al señor cura párroco de Santa María, quien le dará de 
(;ra I jilear i un l.i)0n rs, , y nn se liara por sit itueñn pesquisa 
alguna para averiguar corno I ¡ejp'i ¡i manos del que la pre- 
senil', ni ano sé le exigirá su nombre; deCuya nuirlaesc/av 
ranliaiíaslaj ilcta persona respetable del señor cura. 

i iin -.i-ínir» -» liiitn desea encontrar linú 6 dos caba- 
lleros .'l quien hervir de aiundegnlítcruii ó liten una familia 
liara asistir ó acompañar á los bañas. Tiene personas que 
respondan de su roinlncla. liarán raion cu lacallede .Mari» 
Cristina núm. 8 ruarlo bajo. 

lioii.i l'olonirt Kruit, dentista de rimara Bé'S. .V R.. 
revalidada por la academia de tm-Iíi na > rirujia eu la 
universidad fie Valencia, cotí ululo espedido por el mi- 
nisterio de Inslriinlüii y libras publicas, y rehabilitada 
porp. M. para poder ejercer titila clase de operaciones en 
la luna , las que ejerula con la prontitud y esmero ejurj la 
tienen acradilaiia. haciendo toda ríase de operaciones re- 
husadas pr>r ntms profesores, romo puede arredilar, pues 
tiene ilu riil;rle,;« de. ellas que por espació de un año ha 
recogido para liaeer callar a muchos que han tratado de 
desacreditarla; por cuya razón tudas las personas que han 
sido operadas s- lian servido dejar sus nombres y las se- 
ñas de su habitación, las que eslío pro ni as A hacer una 
reseña de sus padecí míenlos, y de los profesores míe se 
lian uceado ¡r ellas; en la íjitcJÍpencia de que cuantas cu- 
ras ha rH-cliii y pueda liart«r eí con ln conoietnn de no ad- 
inilir estipendio alguno rasn que na sea curado radical- 
mente. 

También pone dientes sueltos, j basla dentaduras en- 

i teras, con muelle ñ sin el'i-v, caq sutd:iilMra ó si" ella, pnr 

| el [iii-ioito i:ii¡lr> o americano, i. os diciiles se pnnen desde 

üm duros hasta diez y seis: las bocas ¡i precies ronrenCío- 

r nales. Advirliendo que en (lidio eílnhlocimienlo no s ! ]"•- 

nen dientes de niarlll. bueno, ni ile catatln marino, por 

ser -iiítanciasqae en cuanto perciban liuiiiedad se vuelven 

nebros, y se puranli'an las obras por ios años que quieran. 

devolviendo el dinero el día que dichos dierjles ranihlen 

de íiilrir. Limpia la boca en el corto tiempo de diez mi- 

nnlos: asegura Ins dii'iiles que se mueven, caso qiie nnsea 

mas que por la llojedadde las enrías, om-s lieos el elixir 

del I)r. Cristian, que adémís de blanquear los dientes 

furlaiece ln*. encías, pnntenilolas ni atirlgn de Inda intla^ 

macion y del corrupluoso esroi-ljuto. 

Empasla tas; tnnehis rnn pinino, piala, platico n Oro. 
lis cslraecinnesson dodtenle» , muelas colmillos y sobre» 
colmill'is. nijnnes y demás loic-os r;"ri;vloi. Vive calle 
del Carmen, númv üt, euarln 2? 



MADitID, ISS2. 

nípniiXTA de i», josr.'TTii-Ji i.i.o. min, 

Ca!K- de María Cristina, número 8. 



Afi.j I. 



Domingo 25 de Julio de 1852, 



Núm. 52. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

escrito por una sociedad de señoras y dedicado á su sexo. 



Este periódico sale l a do* los domingos; se suscribe «n Madrid en las librerías de Minio r y de Cuesta, á i rs. al mes; J en proiinr 
cus 10 rs. por dos meses frincu de purtc, remilieudu una libranza a faTor de nuestro impresor, i sellos de franqueo. 



En este número corii'luvc, queridas snícriloras, 
el primer año de nuestro periódico, intérprete fiel de 
vuestros sentimientos mas puros, acérrimo defensor 
de vuestros indisputables derechos, verdaderu espe- 
jo donde habéis visto reproducirse ton entera exacti- 
tud la sencilla imagen «le vuestro corazón sensible, 
clara trompeta que sin consideraciones ni miedos da 
hecho pública la espresion de vuestra? propias ideas, 
emitidas por vuestras hermanas mismas. Ah! por 
vuestras hermanas ;Cuán dulces é inefables emo- 
ciones nos hace esperimenlar esta simpática palabra! 
Si, amadas lectoras; esta es la única publicación que 
ha aparecido en nuestro hermoso pais hablando de 
la dignidad de las mujeres; dejad que lo repitamos 
con noble orgullu; es la primera, y vosotras debéis 
participar grandemente de esta dicha, puesto que 
sois el objeto de quien se trata, y formáis al mis- 
mo tiempu un elemento muy necesario para secundar 
nuestra empresa, y sin el cual serian vanos nuestros 
mayores esfuerzos é irrealizables nuestras mejores in- 
tenciones. Y aun hay mas: creemos de buena fé que 
este sea el único proyecto literario á cuya concep- 
ción y desarrollo no haya presidido la mas ligera idea 
de especulación; aserto que no lanzamos al aire así 
i orno se quiera, sino que estamos dispuestas á hacer 
constar prácticamente cuando se desee. Los hombres 
generalmente creen perdido el tiempo en aquellos 
asuntos que no le reportan utilidad positiva; pero 
nosotras, sea porque nuestra educación no ha sido 
mercantil, ó sea por otras circunstancias particula- 
res, nos hemos dado por satisfechas siempre que no 
hemos tenido que hacer grandes desembolsos para 
cubrir tos gastos de nuestra obra, después do reunido 
el producto de las suscriciones; y la recompensa de 
ueslro trabajo ha sido y es para nosotras Ja mas 






grata, pues que estriba en la complacencia que te- 
nemos en considerar que nuestros pobres conceptos 
se estienden en brazos de la prensa, y que tal vez 
lleguen á ejercer en la sociedad alguna influencia 
saludable, v á mejorar en algún modo la condición 
aeloal de nuestro sexo. Ati! cuál) fervientes son 
nuestros votos y cuan (irme nuestro propósito para 
conseguirlo! 

A despecho de grandes obstáculo; que á veces 
nos han parecido superiores á nuestras fuerzas, 
abriendo una carrera nueva entre nosotras, y pasan- 
do por encima de los amargos sinsabores que sen in- 
herentes al estado de escritoras, hemos tocado al fin 
del primer año de nuestra publicación humilde y sin 
pretensiones literaria;, mas no sin tendencias filosó- 
ficas y uioralizadoras. En el transcurso de nuestro 
trabajo liemos hablado con fe pura de algunos de 
lus sentimientos que hacen mas honor al corazón de 
la mujer, siempre sensible, grande y magnónímoj 
algo de su educación, obligaciones é influencia; de su 
porvenir, de sus defectos, de su funesta pasión por 
el lujo, desús virtudes; de la mujer casada, de romo 
se comportan ciertas madres con sus hijas; de la pre- 
tendida emancipación de las mujeres; de lo que eu 
todos tiempos han hecho los hombre en su obsequio; 
de su trabajo mal recompensado, y en fin de «tras 
muchas de sus cualidades, ya buenas, ya malas, vi- 
niendo á parar ¡i una serie de artículos en que gra- 
dualmente nos hemos propuesto considerar á !a mu- 
jer bajo los diferentes periodos y estados de su vida, 
no babiendu olvidado el presentar á nuestras lecto- 
ras de tiempo en tiempo la amable fisonomía de algu- 
nas mujeres celebres en artes, ciencias, letras j 
armas. 

Tal bi sido, queridas suscritoras, el preámbulo 






di nuestro vasto programa, para cuyo desarrollo, si 
preciso es un empeño decidido y una fuerza de ánimo 
escesiva, también es necesaria vuestra constancia. 
Contamos con lo primero, pues que ú nías de conti- 
nuar las fundadoras de esta publicación en la misma 
firmeza de propóiilo con que se lanzaron á la arena 
el primer día, á cada momento están apareciendo eq 
sus columnas los nombres de multitud de jóvenes es- 
critoras, que llena? de mérito, esperanza y ardien- 
tes deseos de gloria , ofrecen cou generosidad el 
rico producto de sus tarcas y vigilias; y la ¡lita ¡dea 
que al cabo de un ano hemos podido formar de vues- 
tra decisión por favorecernos nos asegura, á no du- 
darlo, de lo segundo. 

Asi pues hemos concebido la idea de regularizar 
algún tanto la parte literaria de nuestro periódico, á 
fin de darle la variedad posible y hacerle mas y mas 
útil é interesante hasta donde alcancen nuestras fuer- 
zas. Con este objeto en los números subsecuentes 
aparecerán en primer término, y sucediéndose en 
el mejor orden, ya un articulo de ¡a serie oomjBBata 
da y quede ¡alentó suspendimos, según se anunciaba 
en uno de los anteriores, ya la biografía ó elogio de al- 
guna mujer célebre, ya una cuestión filosófica por el 
estilo de las dos que hemos presentado en los dos 
últimos números, o bien uu juicio critico de alguna 
producción ti traía escogido de los mejores autores, 
cuidando en cuanto seo dable de elegir aquellos pasa- 
jes en qite han presentado á la mujer ccDíideriindo- 
ta bajo cualquier aspecto ó estado, ó bien una rc- 
Qexioo histórica que do desdiga del espíritu de nues- 
tra obra. Lo demás será como hasta aquí, de nave- 
Jas, cuentos, poesías, no olvidando insertar alguna 
cosita de ciencias y artes, pues que contamos con 
los elementos necesarios para verificar estas refor- 
mas. ¡Quiera el cielo que nuestros deseos sean cum- 
plidos, y que las damas españolas, convencidas de la 
necesidad de sostener un periódico de esta ciase, y 
el único en su género, coadyuven á nuestra empre- 
sa, y la ambician de sus hermanas se habrá satisfe- 
cho si al paso que desarrollan su programa ven me- 
jorar en algún modo la condición actual de su sexo! 



Con uno de nueslros números inmediatos repar- 
tiremos á nuestras suscritoras una elegante portada 
a lin de que si gustan puedan encuadernar los núme- 
ros de La Mujer publicados basta el dia, qoc forman 
el primer lomo de dicha publicación. 



POESÍA hl.UlCAIIA A OJll BEKOHITA. 

En un ameno pensil, 

Y en la alborada serena 
De una mañana de abril. 
Sobre su tallo gentil 
Brotó una blanca azucena; 

Que al alzar la bella frente 
Hacia el ciclo luminoso 
Viú al sol puro y esplendente, 

Y al mirarlo tan hermoso 
Se abrasó en su luz ardiente. 

Desde entonces ni mirar 
Quería .1 ninguna llor, 
Que embebecida en amar 
Se gozaba cu su penar 
Pensando siempre en Su amor 

Y á las otras gayas flores 
Las veia sonn-ir 
Bollas, cercadas de amores, 
Ostentando sus colores 
Su perfume al esparcir. 

En lanío la pobre flor 
l'or ver al sol se afanaba; 
Pero ¡ayl para mas dolor 
La sombra de un siconior 
De ?its r^vos la privaba. 

El astro rey comprendía 
De La azucena el quebranto 

Y Incontinua agonía. 

i 1 1 > u se rcaanio d i-i. i .1 ; 
Xccw eres en sufrir lanío! 

' Cuando en ta rosa miré 
Ll puro cáliz fragante 
Su grato aroma aspiré 

Y lo esparcí, que no se 
Ni un momento ser constante. 

«Y tú, que rivalizar 
Nunca podrás con la rosa, 
¿Quieres que te sepa amar? 
Eso, flor, es delirar; 
Yo te creí mas juiciosa- 

■ Tarde al fin conocerás 



Que mis consejos son buenos; 

Si asi desmayas oirás: 

¿Qué importa una flor de meaos 

Y ua tallo seco de mas?» 

Calló el sol: la flor tembló 
Con indecible agonía, 
Sus lágrimas ocultó, 
Empero al morir el día 
Su triste vida cesó. 

Ay! existe una mujer 
Que por un hombre delira 
Sin tregua en su padecer, 

Y tan solo de placer 
Sonrio cuando él la mira. 

Su existir se va agostando 
Como el de la pobre flor: 
¡Cuánto debe estar penando 
Quien vive, infeliz, amando 
Sin recompensa á su amor. 

Y tú, hombre, que miras yerta 
Esa flor ayer lozana, 
Mujer que en edad temprana 
Acaso la verás muerta: 
Al oír de la campana 

El funerario compás, 
Tal vez con ojos serenos 

Y fría calma dirás: 

=¿Qué importa una mujer menos. 
Ni qué una tumba de mas?..." 

Mari* Verde] o j Viral 



>*oi<á <****- 



EL PENSAMIENTO. 

¿HIGA LA SEÑORITA D. a RAFAELA MOIU1TA 

Es bello en ¡a nuche oscura, 
Cuando todo está en reposo. 
Escuchar en la espesura 
El arroyo que murmura 
Sobre su lecho arenoso. 

Es bello escuchar el viento 
Que se agita en ia enramada, 
Y el amoroso lamento 
Con que alivia su tormento 
La tórtola enamorada. 



Ver la luna suspendida 
Con las estrellas serenas, 
Como una nina dormida 
En blanda cuna tegida 
De jacintos y azucenas. 

Entonces el pensamiento 
Libre, á sa placer vagando. 
Ya se lanza al firmamento. 
Ya en alas del ronco viento 
Va la inmensidad cruzando: 

Ya en los recuerdos se posa 
De los pasados dolores, 
Que es la mente veleidosa 
Cual la blanca mariposa 
Que se mece entre las llores: 

Ya el porvenir se figura, 

Y si nube cenicienta 
Mancha la bóveda pura, 

Ve un presagio de amargura 
Que la nube representa. 

Que todos vasallos somos 
Del pensamiento tirano. 
Que se complace inhumano 
En hacernos padecer; 

Y si de sus fuertes lazos 
Desasimos procuramos, 
Mas los nudos apretamos 
Que quisimos deshacer. 

Por eso á mi también, querida amiga, 
Esclava del tirano pensamiento, 
Mil veces el dolor á dar me obliga 
Al llanto suelta, voz al sentimiento. 

Por eso mochas veces en la hora 
Que el sueño da una tregua en las querellas, 
Me ha sorprendido la rosada aurora 
Contemplando las pálidas estrellas; 

Y otras mi veleidoso pensamiento, 
En mil tristes memorias ocupado, 
Compadeciendo acaso mi tormento 
Que aun existe amistad me ha recordado. 

Atucla Morejon de Han*. 

Noviembre de 1851. 



HISTORIA NATURAL, 



■ulniu emir !«• »rrr» iel rcln» wi™l y 

Irii del irarlal. 

Laj principales diferencias que la mayor parle 
de los naturalistas modernos han establecido caire el 
reino animal y vegetal son las siguientes: 

La sensibilidad.— La facultad de molerse, — Nu- 
trición, — La presencia del estómago, — La dirección 
de los vasos absorbentes. —La duración y disposición 
de los árganos sexuales. — Y la composición quí- 
mica. 

Pero la cuestión acerca de si están d no dolado* 
de sensibilidad los vegetales es muy antigua; asi An- 
drés Rudjgero, en su Física divino impresa en el si- 
glo pasado, concede n<i solo sentimiento sino tam- 
bién conocimiento á las planta», estando en esle pun- 
to de acuerdo con la opinión de algunos célebres fi- 
lósofos de la antigüedad, tales como Anaxágoras, 
De ■ i il'i y Empédoclcs. Platón creyó en el senti- 
miento y apetito de los vegetales, y su discípulo Aris- 
tóteles no tuvo por disparatada esta creencia, que 
reprodujo en el siglo XVII el célebre dominicano 
Ir, Tomás Campanela. 

La opinión de la sensibilidad de los vegetales 
puede sostenerse agregando á ios ejemplos que nos 
presentan la Mimosa stnsitita y la Itinnea miucipula, 
los ele aquel otro árbol sensitivo, llamado también 
púdico, porque llegando á tocarle retira con estri- 
dor hojas y ramas, como afectando fuga y senti- 
miento de la ofensa, y de los cuales, según Roberto 
Bovlc, hay una selva entera en el istmo que separa 
la América sclcntríonal déla meridional, observán- 
dose lo mismo en la planta que se conoce con el 
nombre de teta marina, la cual se encuentra en Ita- 
lia; nna (lor particular de que se hace mención en 
las memorias de Trevoux, compuesta de cuatro ho- 
jas en forma de cruz, cada una de ellas parecida á 
«na seta prolongada, sostenidas por un tallo que 
penetra en la tierra, y en la cual se observa que al 
tocarla se contrae extraordinariamente y cambia su 
color de gris blanco algo oscuro en un violeta muy 
negro, y que fué bailada en las orillas del Mar cerca 
de Caen; y por último h Langosta del Brasil, que 
por la primavera se convierte en planta. 

En cuanlo á la presencia del estómago y direc- 
ción de los vasos absorvenles, no me parecen carac- 



la gran analogía que existe entre- la organteac'ion 
interna de las plantas y lo de tos animales. Manuel 
Konig, doctor médico de Basilea, después de los 
grandes anatómicos Bnrlmipu y Mnlpighi, trató lar- 
gamente esta materia, ísponiendo como en las plan- 
las se bailan venas, nervios, vasos c instrumentos 
destinados para la respiración, para la cocción y di- 
gestión de los alimentos; para la circulación del ju- 
go nutricio, para la espulsion del cscrementicio, pa- 
ra la generación; hasta descubrir en una planta el 
útero con sus trompas, y las pares con todas las tú- 
nicas que circundan el feto; y en fin, nada echa de 
menos en las plantas respecto de los animales, sino 
los instrumentos que sirven al movimiento y á la 
formación do la vor.; condiciones á la verdad bien 
paco interesantes, porque las ostras, que son anima- 
les, ni tienen \m ni movimiento progresivo: asi 
Aristóteles, en el libro 3.* de la generación de los 
animales, concediendo á las plantas las mismas facul- 
tades que á las ostras, dice que las plantas son la* 
ostras de la tierra, y las ostras las plantas del agua; 
con lo que me parece puede impugnarse también la 
facultad de movtrst, carácter poco satisfactorio pa- 
ra distinguir los animales de los vegetales. 

Y con respecto á la disposición de los órganos 
sexuales creo podrán hacer alguna fuerza los descu- 
brimientos del celebre Konig. y que acabo de citorj 
podiendo traer en corroboración de lo mismo loque 
vemos en la palmera, la cual do da fruto si en el 
bosque donde nació no hay alguna otra palmera ma- 
cho, que por medio del aire pueda enviarle ciertos 
efluvios que producen una incuhaeion particular; j 
reforzaré este mismo raciocinio trayendo á cuento 
aquella verba llamada Papaya, que Ja un fruto se- 
mejante al melón, y no le produce si no se siembra 
el macho junto con la hembra. 

La composición química de los animales es en ri- 
gor la misma que la de los vegetales, pues aunque 
el ázoe no se halla en estosen tanta abundancia ro- 
mo en aquellos, no hay para que eliminarle del nú- 
mero de sus componentes. Además de esto también 
entra en lá composición délos vegetales alguna por- 
ción de hierro, y si la idea que tengo formada acer- 
ca de este particular no es falsa, creo que ha de su- 
ceder lo mismo en los animales. Respecto á los ve- 
getales, Monsieur Gofredo, de la Academia Real de 
las Ciencias, habiendo examinado en el siglo ante- 
rior las cenfoas de muchas plantas, enlodas bailó al- 
gunos pequeñísimos granos que eran atraídos por el 



teres suficientemente diferenciales para no confun- 
dir los seres riel reino animal coa ios del vegetal, por ' ¡atan, de donde infirió con bastante fundamento que 






aquellos granos eran Jo imán ó de hierro: y dudán- 
dose si dichas partículas pudieran ser de otras sus- 
tancias sobre las que tuviese virtud atractiva el 
imán, los señores Lémeris, padreé hijo, practicaron 
nuevos espprinieMojí, entre los que hicieron uso del 
Espejo Listono á fin de licuar las partículas metá- 
licas obtenidas de las cenizas de los vegetales, y vie- 
ron que se verificaba en la misma forma que el imán 
y el hierro, centelleando mucho, y obtuvieron una 
esfera de consistencia y dureza metálica. Aun en la 
miel después de su destilación, hallaron estas partí- 
culas que alraia el imán, por lo que dedujeron que 
esta composición metálica se estiende hasta el jugo 
mas sutil de tas flores. ¥ sabiendo que la virtud 
magnética está distribuida por el globo terráqueo 
no se dehe eslrañar que alimentándose de la tierra 
los ■vegetales, se hallen en ellos dichas partículas de 
hierro. 

Y así concluyo diciendo que los caracteres que 
podemos presentar para distinguir los animales de 
los vegetales no ofrecen el mayor grado de exactitud, 
pues bien analizada la cuestión, observamos que la 
escala de los seres del reino animal se une tan in- 
timamente con la délos seres del reino vegetal, que 
además de las consideraciones espuestas hallamos á 
cad.i paso animales que parecen plantas y plantas 
que parecen animales, razón por la cual llegados á 
ciertos límites habremos de marchar á oscuras, por 
decirlo asi, ignorando á cual de los dos reinos hemos 
de agregar el ser que se nos presente. 

Cecilia Conialei. 



;Qué triste no mitigar 
La angustia del corazoi 
Y tenerla que ocultar I 



Damos cabida con gusto en las columnas de nues- 
tro periódico á la siguiente composición de una jo- 
ven de quince años, que sin aspiraciones literarias 
de ningún género cultiva el comercio con las musa», 
10I0 para recreo y solaz de sus juveniles años, en 
una villa fronteriza ni reino de Portugal; y juzga- 
mos no carece de interés su primer ensayo en tan 
difícil arle, porque nos revela en ella un fondo de 
sensibilidad esquísila y felices disposiciones, que 
desarrolladas con el estudio y ejemplo de nuestros 
mejores poetas, le proporcionarán seguir la senda 
trazada en nuestra nación por otras poetisas de pri- 
mer orden, cuyos escritos han visto la luz pública 
I en nuestro periódico. 
Cuan inmensa es la aflicción 



Tal sufriendo el alma mia 
Por el dolor angustiada, 
Se aflige desconsolada 
Sin que su amarga agonía 
Pueda ver ¡ay! aliviada. 

Y en situación tan penosa. 
En tan cruel inquietud, 

No hallo una mano anhelosa 
Que me halague cariñosa 
Con tierna solicitud. 

¡Qué aciaga mi suerte ha sido 

Y cuánto mi suerte fiera! 
;En hora triste he nacido! 
Sin duda el liado ha querido 
Que padeciendo viviera! 

Y en tan acerbo dolor, 
En tan horrible quebranto. 
Tengo que ocultar mi llanto, 
Llanto de imposible amor; 
iPor eso padezco tanto! 

Mas cuando la mente mia 
Cansada de padecer 
No puede ya contener 
La fatal melancolía 
Que me acosa por do quier: 

Salgo al campo á respirar 
Aromas puros y suaves. 
Donde libre cual las aves 
Puedo sin temor llorar 
Templando mis penas graves. 

Lloro, sí, lloro entre tanto 
Que el sonoro ruiseñor 
Con entristecido canto 
Me ayuda á verter mi llanto 

Y mitiga mi dolor. 

Lloro mientras el jilguero 
Preludia de sus amores 
Dulces trovas placentero; 
Lloro mientras lisonjero 
Besa el céfiro á las flores, 

Y se juega veleidoso 



Coa los riios de mi frente; 
Lloro iníiTitr.is bullicioso 
El arroyuolo armonioso 
Se desliza blandamente. 

Lloro mientras el contento 
Por la campiña reloza; 
Si doy mis quejas al viento 
Nadie responde á mi acento, 
Nadie conmigo solloza. 

Pero no.... que nadie babia 
Que sufriese como yo 
Juzgué, y en la selva umbría 
La tórtola que gemía 
A mis aves respondió- 

Y esperimenté un consuelo 
Tan eficaz al oir 

Con incesante desvelo 

A la avecilla gemir, 

Su canto elevando al cielo. 

Al momento comprendí 
Por sus quejas su amargura; 
De ella me compadecí 

Y que era casi advertí 
Igual nuestra desventura. 

Ella en su pena cruel 
Huye la grata armonía 
Del animado vergel, 

Y quiere distante de él 
Llorar su triste agonfa. 

Y yo cual ella también 
Huyo el placer bullicioso. 
Pues solo encuentro reposo 
Donde mi abrasada sien 
Refresque el céfiro hermoso, 

Y sicnlo cesar la pena 
Que mi corazón devora, 
Al oir la voz sonora 

De la dulce filomena 

Que canta al nacer la aurora. 

El viento los ecos lleva 
De mi lélrka caución, 

Y basta el cíelo los eleva 
Sin que mi lira se atreva 
A seguir su inspiración. 

IJlua Uiiilvrrn H»rl>nii. 



! TIEMPOS PASADOS Y TIKMPOS PRESESTIS, 



A 53! mnWMf SiS!l»A SÜAR55S. 
CAUTA IIBGIBA. 

(concursto*.) 

No podré esputarle la angustia lan grande, que 
esta escena proporcionó á mi corazón; temía y desea- 
ba á la vez que el nombre desconocido nos alcanzara, 
y cuando presencié su derrota hice un movimiento 
lan desesperado que mamá , que no había visto nada 
de cuanto pasara en derredor suyo, merced á haber- 
se sentado en el asiento del fondo de) carruage, lo 
advirtió y me pregunté: 

— ¿Qué tienes, bija mia? ¿Estás indispuesta? 

— No, mamá, no siento nada; el pequeño socu- 
dimiento que acaba de recibir el coche me lia hecho 
estremecer. Esto es lodo. 

Llegamos á casa. Contra mi costumbre corrí al 
balcón luego que me hube despojado de mi vestido 
de paseo. ¿Qué iba á buscar á él? Esta misma pre- 
munía me hice entonces, y i la vez que me la dirigía 
tendía la vista en dirección á la esquina por donde 
habíamos entrado en nuestra calle. No vi á nadie y 
me disgusté. Sin embargo, ¿á quien debía yo ver? 
Esta última pregunta me exasperó aun mas que la 
primera; después, riéndome como si hubiera estado 
viendo hacer al mejor de nuestros graciosos la me- 
jor comedia dcsu género, esc I amé; 

— Puesto que nada veo, puesto que nada aguar- 
do ni nada hay que pueda ver ni aguardar, ¿qué ha- 
go en este sitio? 

Salí del halcón y pasé á mi gabinete, en donde 
me hallé sola. N'o sé por que impulso secreto me 
acerqué al locador é inspeccioné en él mi semblante. 
¿Qué queria decir esta revista que después del paseo 
me pasaba á mí misma? De todo esto nada compren- 
dí entonces; mas larde fué muy distinto. La tapa de 
mi piano estaba levantada y aproximado á él un ta- 
burete. Senléme maquinalmenle, plíseme A recorrer 
el teclado y acabé por cantar, acompañándome en 
él, un romance á unos ojos negros que yo babia 
puesto en música pocos días antes, y cuya letra ba- 
hía tomado de una revista literaria. Cuando mas em- 
bebida, cuando mas entusiasmada estaba en mí can- 
ción, sentí detrás de mi el estrépito de dos manos 
que me aplaudían. Lancé un grito y suspendí mi 
concierto. 

— No te asustes, hija mía, esclamó papá, pues 







él era quien me habia aplaudido. Pasaba por el cor- 
redor, y como oyera io bien que estabas cantando 
no be podido menos de ceder al deseo de aplaudirle. 
Nuoca nie ha parecido lu vqz tan clara, tan hermo- 
sa, de tanta estcnsiou. Además estabas tocando el 
piano con mucha valentía, y locabas tina pieza que 
me es desconocida. Aunque ¿quién puede conocer 
una por una todas esas obras que llenan lu piano, 
tu tocador, tus sillas, y cuantos muebles hay aquí? 
Pero, hija mía, ¿por qué razón echas la tapa á tu 
piano? ¿Por qué cierras el libro de donde tomabas 
ese canto lan bello, y (an sencillo sin embargo? Qué! 
¿no soy yo digno de escuchar á mi hija? Nunca te 
he visto hacer lu que estás haciendo en esle momen- 
to, suspender tu concierto porque jo llego. Vas á 
darme motivo para que le riña. 

Papá tenia razón. Al verle aproximarse á mi 
me habia levantado del lado del píanu. que cerré, 
lo mismo que el cuaderno en que estaba escrito el 
romance que él tanto elogiaba. Sin comprender la 
causa me avergoncé de su aparición y de que oyera 
lo que habia estado cantando. 

— Perdone Y., papá, tartamudeé sin separarme 
del piano. 

— Perdonar! Efectivamente, replicó papá con el 
acento de tu mayor ternura, has dado lugar á que 
me ofenda, pues debo creer que no gustas de que te 
Oiga. 

— No, no, papá, me apresuré á contestarle, re- 
puesta va de mi primer atolondramiento, A la ver- 
dad, si me preguntáis por qué razón he cerrado el 
piano no os podré decir una palabra. Ha sido un 
impulso de los muchos que tenemos sin sabérnolos 
esplicar. Para probaros que nn ule disgüüuba que 
me ovérais, volveré á cantar c| mismo romance que 
lanío os ha agradado. 

— .Vo, hija mia, no; ya supondrás que no puedo 

I abrigar semejanle temor. No sabias quu nadie te 
overa; le han sorprendido por lo tanto mis aplausos, 
y en medio de lu sorpresa has hecho lo que todo el 
mundo en igualdad de circunstancias hubiera hecho; 
has cerrado el piano y abandonado el asiento que 
ocupabas en él. 

Diciendo esto salíú de mi habitación. Y bien, me 
pregunté, ¿qué significa todo esto? ¿Por qué he co- 
metido tantas torpezas sin un motivo y casi sin ad- 
vertirlo? ¿Qué podía haber de malo en que mi con- 
cierto tuviera un público, y menos aun en que ese 
público lo constituyera papá? Ed estas reflexiones 



me dejé caer sobre una silla, avergonzándome de mi 
misma, y creo que á no haber llegado Isabel á anun- 
ciarme que me aguardaban para comer, habrían 
trascurrido largas horas antes que hubiese conse- 
guido coordinar mis ideas y darme la esplicacion de 
lu que por mí pasaba. 

Papá no comía en casa aquel dia, y me alegré al 
saberlo; de esle modo no volvería á ocuparse de mi 
concierto, como él lo bahía llamado. 

Terminada la comida no quise volverme i mi 
habí tac ¡mi: temía encontrarme sola eu ella, aunque 
ignoraba la causa de este temor. Bajé al saleo acom- 
pañada de mamá, v sentándome próxima á un bal- 
cón comencé á ojear un periódico sin poder com- 
prender apenas lo que leía. Mamá me dejó sola por 
un momento; enlonces soltando el diario que tenia 
en mís manos levanté una de las cortinillas de las 
vidrieras del balcón á cuyo pié estaba, v miré con 
ansiedad por lodo el trecho de la calle que me era 
posible alcanzar á distinguir. De este modo perma- 
necí algunos segundos; ya iba á cesar en mi espio- 
nage cuando vi acercarse por laacera de enfrente el 
mismo hombre que con tanta tenacidad nos habia 
seguido algunas horas antes. Un grito de gozo se 
escapó á mi garganta, y fué lan violento el esfuerzo 
que para incorporarme hice, que me quedé con el 
fleco de las cortinillas en la mano. Entonces, pasan- 
do una mano por mi frente y llevando la otra al co- 
razón, esclamé: i El es! él cs% Volví á dejarme 
caer en la silla repitiendo las mismas palabras; perú 
con tal entonación que á haber estado abierto el 
halcón pudiera él haberme oido. De pronto despe- 
jóse mi frente» y como si Dios hubiese iluminado mi 
razón empecé á darme la esplicacion de todas las tor- 
pezas yo a>¡ las llame que habia cometido durante- 
aquel clin , de todo cuanto sucedía á mi corazón. Sus. 
piré con libertad, y á través de ío* cristales del bal- 
cón se me apareció todo claro y comprensible. 

Estaba enamorada, mi querida amiga! He aquí 
la esplicacion de cuanto yo había llamado torpeza. 

Mi bondadosa María, soy una bachillera incan- 
sable, ¿no es esto? Voy á cerrar aquí mi carta; me 
aguarda el que debe llevarla y no gusto de hacerme 
esperar. Adiós. María mia, mi querida hermana. Es 
siempre tu mejor y mas sincera amiga 

Eorlnnelu. 



La Junta de Beneficencia de esta corle ha acor- 
dado dolar á seis doncellas pobres huérfanas do pa- 
dre v madre. En la puerta de la iglesia de Sania 
Haría su baila el aviso llamando á Lis que reúnan 
las circunstancias necesarias para optar á esta gracia. 



Con el Lililí'.' de ffaflasar, último rey de Babilo- 
nia, osla escribiendo la célebre poetisa doña Gertru- 
dis Gómez de Avellaneda una tragedia, que según 
nuestras noticias rivalizará en mérito con las mejo- 
res producciones de cuantas ha dado á luz la Fecun- 
da pluma de la distinguida autora. Parece que dicha 
abra pertenecerá al género fantástico y sera la pri- 
mera Bnlre las que lia dado á lux la imaginación clá- 
sica J severa que concibió la tragedia bíblica SailL 

Leemos en el Granadino: 

Ln distinguida poetisa señorita doña Enriqueta 
Lozano lia merecido del Liceo de Granada una cum- 
plida oración, con motivo de babor presentado su 
nuevo drama ii. Juan dt .-lutfria, calificado por la 
lección de lileralur», y aceptado y puesto en escena 
por la de declamación. La junta de gobierno lia ce- 
ñido fas sienes de esla apreciante pool isa con una co- 
rona de laurel entrelazada con flores; varios jóve- 
nes liceístas la noche de la representación le dedica- 
ron además olra lindísima enrona, y olra por últi- 
mo de mucho gusto y riqueza le fué consagrada por 
ano de nuestros mas conocidos vales. Personas en- 
tendidas nos informan que este drama es muy bueno 
y asi también lo eslá significando la galán (cria del 
Liceo, que no Se lia contentado cojí menos que co- 
ronar á la autora en pública sesión celebrada k es- 
te fin. 

Es para nosotros muy salisfadoria toda oportu- 
nidad que se nojpreseula de hacer lisonjera mención 
de cualquiera que se hace acreedor tí ello; y esle ho- 
menaje debido esclusivamente al mocito y ai (alen- 
tó, no puede atenuar el lírme deseo que siempre le- 
ñemos de hacer justicia en distintos asuntos. 



El Sr. Gobernado:' ha publicada tí siguiente bando; 

Habiendo acreditada la experiencia que es necesaria 
dictar provisionalmente algunos pedidas para evitarlas 
desgracias míe pueden ocurrir en el ferro-carril da Aran- 
jlte* por la imprudencia y tenacidad con que se aproximan 
algunos ;i Insinué'* cuando discurren por la vía, sin per- 
juicio de Id que pobre el particular tenga I bien disponer 
el Gobierna de S. H. al formar el reglamento de esla clase 
de caminos, cumpliendo con lo que se mo encarga por el 
mismo de Real orden Sé 1." del corriente, he acordado lo 
siguiente: 

Art. 1." Se prohibe á toda clase de personas, escepto 
i los empleados Bel Ierro-carril, el penetrar en ios terre- 
nos comprendido* en la vía, estaciones y demás depen- 
dencias del camino sin autorizarían ú billete de la Direuion 
del mismo, unjo la mulla de 20 á ROrs. 

Art. 2.* Se prohibe laminen bajo la misma multa in- 
troducir cu la vía carruajes que no sean de la empresa, ca- 
ballerías, ganado y cualquier otra clase de animales. 

Arl. 3." La* 'billetes ó permisos que di la Dirección 
para visitar las estaciones ú circular por la linea, no auto 
riían pura npniyimam á ¡os carriles, ni estacionarse, ni 
andar por la vía, pues únicamente podrán crinar los por- 
tadores do los billetes IJueca de las hora* deservicio y bajo 
la vigilancia del guarda inris inmediato. 

Arl. 4.* Se prohibe bajo la mulla de 20 á SO rs. el 
atravesar la vía por loa pasos da nivel cuando estosse cier- 
ran con las empalizadas al aproximarse los Irenes. 

Art. 5." Siendo muy perjudicial la costumbre de ha- 
cer Dolar al aire pañuelos desde los coches, porque pueden 
confundirse con las señales establecidas para la marcha de 
los Irenes, se prohibe á las pasajeros el hacer deinnslra- 
clon ni sefi d alguna de esla clase bajo la mulla de 20 
á 30 rs. 

Art. 6." Queda prohibido í los viajeros el abrir las 
portezuelas de los coches para subir ú bajar de ellos basta 
que es lea cnlenUiicnle parados. 

Art, T." Siendo peligroso en estreñí o el arrojar á lo? 
carriles piedras, madjerag, ó cualquier otro cfcclo que pue- 
da entorpecer la marcha regular de los coches, se prohiba 
i el vrriOcarlobajolft mulla de 10 ¡i Sur?. 

I Art. 8.* Los guardas del camino quedan encargados 
y responsables del exacto cumplimiento de esle bando, y 
especialmente de hacer aparlar de Ib vía i toda persona 
que se inlroditüea mi ella eti contravención á lo mandado. 
Ucbcrán además denunciar ante el señor alcalde del pue- 
blo mas inmediato las infracciones del presente bando, y 
los añores alcalde» aplicarán en el acto 4 los culpable* las 
mullas en que hayan incurrido, advirliendn que los insol- 
ventes deben sufrir en equivalencia los días de carecí cor- 
respondientes, según lo dispuesto en el Código penal. 
Madrid 17 de julio de 1852. 

IMchor Ordoñts. 



ANUNCIOS. 



h »-*>*J!*í**** 



ADVERTENCIA. 



l'nn MHiorn > iiidii desea encontrar uno dos calía- 
Iteriis .> quien servir de ama ¡le gobierno ó bien tina í.ioiilu 
para asistir o acompañar á los líanos. Tiene personas que 

¡ respondan de su conduela. Darán razón en la calle de Mari* 

I Cristina iniiii. a cuarto bajo. 



I 



Las señoras cuya suscricion termina el dia úl- 
timo del présenle mes, se servirán renovarla antes 
del primer domingo de agosto, si desean continuar 
recibiendo ei periódicn. 



MADRID, 1832. 

IMPRENTA DE D. JOSETRUJ1LLO, III ID, 
Calle de Haría Cristina, número 8, 



Año secundo. 



Domingo l.°de Agosto de 1852. 



Número l." 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFENSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

EMe periódico sale lodos lúa dominaos; se suscribe en SI i.lriil en la* librería» de Munier ; de Coest*. ú i rs, al mes; j cu prorin- 
cia- 10 fft. p ir d i> meses franca J.- parto, remitiuijijiuiialibrou/.i a fiTorde tiurslro impresor, ú sellas de tranquea. 



I, a imtjiT ronnlilpriitln hajo 1<ih«UM I moa perio- 
do» j cwai! us <lc mu * I fin, 

III. 

1A INTAIffCIA. 

Tn Tic cteiito siempre que se reformaría 
el gfriero humano sí se reformase ti tfltt- 
eañon de la juventud.— Leíiníi. 

Napoleón decía en derla ocasión á Mine. Cam- 
pan: «Lo-í antiguos sistemas de educación nada va- 
len; ¿que fulla pues ú fas jóvenes pura ser bien edu- 
cadas en Francia?- — «Madres,* respondió Mine. 
Campan. Esta palabra hirió' at emperador, y un pen- 
samiento grande pudo leerse en su mirada activa y 
penetrante. — «Muy bien, dijo; red aquí todo un 
sistema de educación: es neresarío, madama, (¡ne- 
vos Forméis madres f|ite sepan educar á sus lujos... 
El ídolo de la Francia había comprendido loda Ja 
eslcnston de la respuesta de una mujer sabia y > ir- 
tuosa que casi toda su vida se había dedicado ;í la 
educación publica. 

En efecto, ninguna otra persona puede dirigir la 
enseñanza de im biju con tanto acierto coran su ma- 
dre, que impulsada de un amor sin limites hacia el 
objeto de su entrañable cuidado, debe si es adverti- 
da v prudente inspirarle los sentimientos mas puros 
y desinteresados, y guiarle por el recto camino de 
la felicidad y del bien. ¿Y qué ocupación mus grata 
para una mujer de costumbres delicadas que la edu- 
cación de sus hijos? Así el ilustrado obispo de Cále- 
te, Patricio de Senes, decia, convencido hasta la 
evidencia de estas verdades, oque después que ha 
nacido el pequeño uiño una verdadera madre le de- 
bía alimentará sus pechos, que forman la hermosa 
fuente que la naturaleza próbida y sabia ha prepa- 
rado a csíe fin... ¿Y qué pasatiempo mayor, añade, 



podrá tener una mujer en este mundo que el que 
resulta de la lactancia de sus hijos, cuya gerga y 
palué gracioso, la dificultad en el garganteo de sus 
palabras. Ja risa juguetona y amorosa, la alegría que 
comunican ,i la rasa, es superior á lodos Jos chistes 
y entretenimientos del mundo?» 

No de oirá suerte tjuc inculcando con dulzura 
en el corazón humano las doctrinas de la grande in- 
(luent ¡i de urin madre de familia en ta educación 
domestica, reformó la soriedad de su tiempo el de- 
licado Rousseau, v corrigid las coslumlircs licencio- 
sas que habían entronizado un rey sin poder, no- 
bles sin dignidad y un clero sin virtud, haciendo un 
arle dé la corrupción y un mérito del escándalo. ¿Y 
cómo se ha ventilado esta gran revolución en tas 
ideas? Ah: Rousseau había aprendido que en ¡a mu- 
jer hay alguna cosa que la lleva al heroísmo y al 
sacrificio generoso, y aquí es donde Rousseau busca 
un apoyo, y aquí es donde encuentra todo su poder. 
Xo \iene romo severo moralista á imponer tristes é 
importunos deberes: es una escena de familia, es 
una madre la que él presrnta á las adoraciones del 
mundo, sentada al tado de una cuna, un hermoso 
niüo sobre su seno, y toda ella resplandeciente de 
alegría bajo las tiernas miradas de su esposo. Cua- 
dro encantador que revela á las mujeres el poder 
divino de hacer felices al hombre por medio de la 
virtud. Jamás palabra humana ha llenado una misión 
mas sania: á la voz de Rousseau cada mujer es ma- 
dre, cada madre esposa, y cada hijo quiere ser ciu- 
dadano. 

Rousseau prepara la regeneración de la sociedad 
por medio de escenas escogidas, tan naturales y co- 
munes que van derechas al corazón; no parecen una 
novela, pues que presentan el carácter" de lo que su- 



cede en la vida humana, Emilio, aunque educado en 
la sociedad bajo las consejos de un director de su in- 
fancia (medio al parecer transitorio para llegar á la 
madre de familia , está destinado á brillar en la so- 
ciedad: él esperimenta la necesidad de amar, y desde 
el instante en que desea una compañera cesa su ais- 
lamiento, y hele aquí transportado .i un retiro en- 
cantador, donde volvemos á encontrar la familia: 
tina mujer, un marido, una hija, modelos de piedad, 
múdelos de unión conyugal, seres dichosos cuja vjr- 
lud es el primer ornamento de su íida: un esposo 
verdaderamente honrado, una hija educad» haji> la 
dirección de su medre, y qne promete igualarla un 
día en virtudes. A este cuadro gracioso de las di- 
chas del amor sigue otro mas severo, pero no menos 
interesante! el de la felicidad domestica. Los aman- 
Íes coa sus inquietas esperanzas, los padres con su 
dulce y lierní seguridad; punto de partida y punto 
de llegada; delicioso contraste de todos los goces de 
la familia, que corona la obra como para manifes- 
tarnos su tendencia. 

Y concretándonos, ¿quién desconoce que los sen- 
liruicnlos mas duraderos son aquellos que nacen al 
rededor de nuestra cuna? La venerable voz de los 
ancianos nos eslá repitiendo siempre que nuestras 
primeras emociones son también nuestros últimos 
recuerdos. ^ 

El hecho es constante: por un srcreto impulso 
el niño y el anciano se han reunido en un rincón de 
.la casa; pero ¿qué profundas impresiones quedan de 
esta entrevista tan corla? Es una vida qne se extin- 
gue y otra vida que principia. La infancia juega al 
rededor de la ancianidad para comunicarle sus pos- 
treros regocijos y recibir de ella sus primeras ins- 
trucciones: dulce contraste en que la dchiliditd de 
tas dos edades produce las mas afectuosas consonan- 
cias! Ved pues como las dos eslremidades de la vida 
se encuentran en el mismo camino, y este camino 
es favorable al ciilrelenimiento del tino y á la edu- 
cación del otro: existe una ensaque los aproxima; 
el anciano quiere hablar y el niño desea escucharle; 
el anciano no observa que se repite A cada paso, y 
el niño no se cansa de repeticiones; se divierte con 
lo que sabe, así como el anciano se distrae con lo que 
otras veces ha dicho. Cuéntame la listona de ayer, 
dice el niño, y su atención queda hoy tan cautivada 
como lo fue la ve? primera, y cien cosas nuevas le 
sorprenden en esta historia que ha oido contar otras 
ciento. De esta suerte las estravagancias de la an- 



cianidad entran también con provecho en el raslo* 
plan de la naturaleza; y así la multitud alocada de 
los niños es atraída pur el anuor y detenida por 9a 
curiosidad bajo la trémula mano del anciano que la 
bendice. Tales son los (¡oces de la vejez, tales son 
los gustos de la infancia! r*or eso un anciano vene- 
rable y una madre cariñosa é instruida imprimen 
insensiblemente el sello de la virtud en el corazón de 
un niño. Formando la única edumciun que en ade- 
lante puede hacerle dichoso en el seno de las socie- 
dades. Los hombres no educan mas que á los que 
tienen oro: un profesor es una cosa que se compra: 
la naturaleza es tnas espléndida en este punió, pues 
que da á cada niño el suyo Dejadle, dejadle pues 
bajo la guia de su madre, qne no sin designio la na- 
turaleza le confia al nacer á su solo amor, á esa en- 
trañable afición que no termina sino con la vida. 



DESALIENTO. 

A MI QUERIDA AMIGA DOÑA BAMOSA CAH£UX£0. 



¿Quieres que cante? De mi pobre lira 
Solo se escapa funeral gemido, 
Que el infanlil placer ya no me inspira 

Y está de duelo el corazón transido. 
Abre su cáliz al romperla aurora 

Rebosando placer Hor purpurina, 
Mas si el céfiro arrecia la desflora 

Y so capullo moribunda inclina. 

Yo también en mi verde primavera 
Cercada me seuli de dulce encanta; 
Mas ¡ay! el soplo de desgracia (¡era 
Troco mi risa en angustioso Ibinla! 

No es este el mundo que soñó mi mente. 
No es el mundo formado de ternura, 
Que paga con amor cariño ardiente, 
Que da al trabajo recompensa pura! 

Cuando niüa. sentada en la pradera 
iliíju un dosel de lirios y de gualdas, 
Viendo las nubes que la azul esfera 
Tapizaban con célicas guirnaldas; 

Escuchando el murmullo de las olas, 

Y los aves del aura susurrante 
Que agitaba las blancas banderolas, 

Y el Débil canto de avecilla amante: 
Yo forjaba mil sueños oslnsiada 

Poblando el mundo de fantasmas bellas, 






Que en mí fijando celestial mirada 
Escuchaban mis tímidas querellas. 

«Ama y serás ornada, niedeeian; 
«Practica el bien con incesante anhelo; 
«Los que por sanias máximas se guian 
«Preparan sus coronas en el cielo. 

* He tus hermanos las desdichas crueles 
s Alivia siempre con afán profundo: 
«El talento es premiado con laureles, 
• Y á la bella virtud adora el mundo * 

Aquel tiempo lia pasado, hermana mía; 
A cumplir su misión mi IV no acierta, 
\ desolada el alma solo lia 
Hallar la paz cabe su tumba yerta! 

Los que me amaron coo ternura santa 
Sufrieron de mi suerte los rigores. 
Que donde imprimo la atrevida planta 
Brolari espinas cu lugar de flores, 

¡Y es tan horrible amar como yo amo, 

Y ver sufrir á tan queridos seres! 
¡Cuando en ardiente caridad me inflamo 
Pía poder aliviar sus padeceres! 

;Y contemplar con impotente calma 
De mis hermano; la desdicha impía' 
¡Cuan dulce es hacer bien! ¡Feliz el alma 
Que siembra por do quiera la alegría! 

"Dichoso el corazón que es necesario 
Al Iriste ser á quien la suerle oprime, 

Y descansa feliz bajo e! sudario 
Ya terminada su misión sublime. 

Quisiera consolar su desventura, 
Verlos felices.,., ¡ay lo, inhalo lanío! 

Y para demostrarles mi ternura 
Tengo tan solo mi impotente llanto! 

Yo quisiera morir, hermana mía: 
¿De quú sirve mi inútil existencia? 
¿Qué le diré á ini Dios en aquel dia 
Ln que me líame á su elcrnal presencia? 

"¿Qué ventura has labrado en ese mundo?" 
Dios me preguntará con faz sañuda; 

Y lloraré, porque mi afán profundo 

Que impotente fué siempre no me escuda! 

Yo quisiera morir: desdicha acerba 
Solo la muerte funeral termina; 
¿Xo siega el labrador la inútil yerba 
Que savia roba á la gigante encina? 

Dichosa tú: cual ángel de consuelo 
Eres de liemos padres la esperanza; 
De tus hermanos el amargo duelo 



A calmar fu poder piadoso alcanzal 

Dichosa lú, que en escondido asilo 
Haces feliz á quien por ti respira; 
Rebosa gozo el corazón tranquilo; 
La paz del nlmn nuestra mente inspira, 

Canta en buen hora pues; el ave hermosa 
Que cji cárcel reducida se querella 
Nunca stieíla una Irova melodiosa 
Cual la que trina en la floresta bella. 

Cania, mi dulce hermana: la natura 
Te ofrece inspiraciones y armonía, 
Te presta aliento tu sin par ventura. 
Que es fuenic inagotable de poesía. 

Canta: arrullada con tus dulces sones 
Ta! vez recobre la perdida calma, 
Y me vuelvan tas mágicas canciones 
Dulce esperanza, que es el bien del alma! 



Anecia Grasa I . 



--»**■».£■£ O !■**■* 



LA CARIDAD. 

¡Caridad! palabra de consuelo, aureola divina 
para las a!mas nobles! ¡Caridad! tu nombre solo 
conmueve los corazones generosos. No hay desdicha 
donde tú existes, y tu morada es el centro de todas 
las virtudes. Habitas en los pechos nobles, propor- 
cionándoles con el dulce bálsamo que derramas to- 
do un paraiso de delicias, desconocido de esos seres 
mezquinos y avarientos, que se ocultan á tu vista 
como el usurero oculla sus joyas, esperando atraerse 
por ellas hasta el último recurso de los desgraciados 
que las pusieron en sus manos á trueque de un pe- 
queño puñado de monedas, que llega á ser á veces 
la terminación de un caudal entero, pasando á lle- 
nar las arcas de esos destructores de nuestra socie- 
dad. Esos destructores son los que mas te huyen, ¡oh 
bienhechora caridad! no le conocen, y si algún im- 
pulso de tu generoso influjo les hace acercarse un 
momento á tu lado, atraídos por esc magnetismo 
delicioso que posees, huyen estremecidos y le mal- 
dicen como serpiente tentadora que fuese á hincar el 
envenenado diente en su miserable ser. Oh! compa- 
dezcamos esos reprobos de nuestra sagrada religión; 
reprobos, si, reprobos; pues el verdadero cristiano 
recuerda la doctrina de su Criador y ama por ella á 
sus semejantes, socorriendo las necesidades del des- 
valido con aquella abnegación propia de este divino 
sentimiento. ¿Cómo puede haber felicidad sin poseer 



esta virlud? ¿Qué garantías, qué placeres ofrece el 
mundo, si no hay una escansión, un deseo de hacer 
Lien en nuestras almas? ¿Dónde habrá una dicha 
comparada con la que ofrece á la vista un aclo ge- 
nerosa? íQué emoción quedará mas impresa de to- 
das las emociones, que aquella en que se pudo ha- 
cer un beneficio á nuestros semejantes? 

Vosotras, amables lectoras, vosotras me com- 
prcniU'i'i't». porque sois mujeres como yo, y la mu- 
jer ni es ambiciosa ni usurera hasta ese eslremo; ni 
por mucho periodo que vaya vencido de su vida, 
llega á poseer el estoicismo, la sangre fría con que 
muchos hombres miran la desgracia, cuando han 
llegado á la edad en que el helado raciocinio y deseo 
de adquirir riquezas ó mando les hace mirar de lejos 
ludo loque no sea intereses y poder. Esos corazones 
va no laten por medio de las fibras naturales; solo 
se estremecen al sonido del metálico, porque las 
cuerdas que tos dirigen son alambres telegráficos de 
oro, llevando siempre ni eslremo estas dos palabras: 
t¡ ¡Cantidad!!! ¡;, Ambición!!! Oh! desprecio inspi- 
ran los que pasan sus días sin poner en práctica nin- 
gún sentimiento noble, soñando tesoros en el libro 
de sus deslinos. Dejémolos, déjemelos en sus ciegos 
errores, y llegará un dia, un instante final en que 
conozcan que todo es humo, miseria, nada, compa- 
rado con una conciencia tranquila, la conciencia del 
justo. 

¡Oh Dios mió, Dios mió! ilumina esos seres que 
desconocen tu sagrada doctrina, haciéndoles ver un 
solo instante los beneficios que proporciona al espí- 
ritu un aclo de candad, y perdónalos en seguida por 
mas culpables que hayan sido sus ciegos errores, 
Conozca la sociedad entera ese tesoro de delicias sin 
cuento, esc sentimiento sublime, inefable, esa sa- 
grada arca de divinidad, de amor y religión, v no 
habrá pobreza, ni desdicha, ni horfaedad, ui desgra- 
cia. Partamos nuestro pan en la mesa del pobre, v 
le veremos sonreír rodeado de sus infelices hijos, 
que vienen al mundo entre harapos y miseria; por- 
que esos que llaman sus hermanos no tienden hacia 
ellos una mano benéfica, diciendo: »Tú eres mi san- 
gre, porque eres como yo hijo del que espirante pro- 
nunció estas palabras: Caridad para tu prójimo.» 
¡Cuánto virio, cuánto abandono pudiera evita rsr si 
se socorriese al indigente, ó al menos se le propor- 
cionase medias de subsistencia! Esos desgraciados 
que arrastran en los cenagosos presidios duras y 
amargas cadenas; esas infelices mujeres que llevan 



: 



el sello del oprobio impreso en su 
serian tesoros de virtud y amor religioso, si sus an- 
cianos padres pudieran ofrecerles el necesario sus- 
tento, 6 indicarles al menos el medio de ganarlo hon- 
rosamente^ mas ¡ay! ¿puede por ventura una mo- 
desta joven dedicarse á ninguna clase de trabajos, 
sin verse tratada v confundida injustamente por los 
mismos que debieran respetar su inocencia? 

Muy pocos son Los desnaturalizados seres que no 
han esperi menta do alguna vez la dulce satisfacción 
que deja en pos de si un sentimiento piadoso; pero si 
hay alguno que se niegue enteramente á practicar el 
bien, nosotras, débiles mujeres, debemos levantar la 
voz para enseñarles á ser generosos y humanos, por 
mas que ellos sonrían á la voz de una joven nientora. 
si por casualidad cayese en sus manos este periódico, 
que solo tiende á establecer las buenas costumbres, 
la paz y la dicha doméstica, y las mejores moralida- 
des en la sociedad entera, 

KliellK Lean . 



ODA. 

X LÁ MEMORIA 

DEL VALIENTE GENERAL i:\.\A.. 



Helia, feraz, risueña y majestuosa 
Cuba levanta la soberbia Trente, 
Ceñida cual corona esplendorosa 
I'or el sol de los Trópicos hiriente: 

líii-n joya que plügoíe en su anhela 
Al espacio arrojar de Dios l.i mano, 

Y entre el afir de su radiante ciclo 
tirilla, y entre el Kafir de su océano: 

Y aun yace en ios espacios suspendida. 
Perla esmaltada por el mar mecida. 

De aqueje mar las turbulentas ondas 
Sus costas de oro cubren di¡ corales, 
Conchas y perlas: y entre niveas blondas 
Tripnsc de los nos Ion raudales. 
Cria su suelo palmas arrogantes, 
Y' entre vírgenes bosques de esmeraldas 
Plantas de ignotos nombres cual gigante* 
Elé-vaiiic ceñidas de guirnaldas: 

Y alli se escucha tras altivos montes 
Cantar en la alborada i los sinsontes. 

Allí las cañas por locar los cielos 
Cimbrean exhalando mil suspiras, 

Y al I i jarais de lien en torpes hielos 
De los arroyos los varia dos giros: 
Enipeio allí la tierra, enardecida 
Por el fuego voraz de sus volcanes. 






Ora cruje á su impulso sacudida, 
Ora al de los violentos liuraranes 
Que arrasan bosques, llanos y montañas, 
Y hacen temblar del Polo las entrañas. 

Ese edén de contrastes y ventura. 
De amor, belleza, gloria y poesía. 
De Jj ignorancia con la nube oscura 
Cubierto, para el mundo no e\íslia; 
Hasta que fué Colon, genio coloso. 
Quien dijera ri la faz de las naciones: 
«Existe un mundo ignoto cual hermoso; 
«Yo lo soñé en mis rar.'is eoncepi-jones,» 
Mas su ciencia y saber teniendo en poco, 
«Ese hombre, contestaban, está loco.» 

Entonces ante el solio venerando 
Que ocupaba Isabela Je Castilla 
A la par del católico Femando, 
Dijo Colon, doblando la rodilla: 
«Quiero cruzar el piélago profundo: 
«Hay otro mundo en apartada zona; 
«Yo voy á descubrir arpíese mundo, 
«Y agregarlo cual joya á tu corona: 
• So me desoigas, Isabel primara; 
■Dame tu protección y tu bandera.* 

La enseña recibió que en claro dia 
Viola Europa britlnndo con fortuna 
En medio fa oriental Andalucía, 
Terror de la morisca media luna. 
Con un puñado de hombres ¿dó van sola! 
Esas tres orgullosas carabelas, 
Ondeando sus izadas banderolas 
Entre los lienzos de sus blancas velas? 
¿Quién así cruza el piélago profundo* 
¡Colon, que vuela ¡i descubrir un mundo! 

Triunfando de la muerte y los azares 
Que le depara su fatal destino. 
Surcan sus naves ignorados mares 

Y á las quillas de Hernán abren camino, 
Pero nunca la tierra prometida 

Ve aparecer la chusma; de su suerte 
Presto se queja; clama enfurecida 

Y pideá voces de Colon la muerte. 
Óyelos sin temor el almirante 

Y Jes grita: «Silencio, y adelante!» 

Y cuando el sol desde un sereno cielo 
Vierte sus rayos de brillante lumbre, 
On grito de esperanza y de consuelo 
Lanza la entusiasmada muchedumbre. 
«¡Tierra!" esclama las costas alcanzando; 
'¡Tierra!» al dejare! piélago profundo. 

Y en las orillas vírgenes clavando 

La española bandera: «¡Nuevo mundo!* 
tiritan doblando lodos la rodilla, 
«¡Por los augustos reyes de Castilla!» 

Por largos siglos fiel la Espafta supo 
Guardar la rica zona americana 
Que por su suerte venturosa cupo 
A la altiva diadema castellana. 



AJli para estrechar de dos naciones 
Los lazos, en su arrojo sin segundo, 
Kesinan CoRrÉs, modelo de campeones. 
Con su inmenso valor di i asombro al mundo: 
Del mejicano mar en las orillas 
La lleta destruyó y quemó las quillas. 
Y aquesa España, que la rica perla 
Guarda de Cuba en su lejana zona, 
Antes que se la arranquen ó perderla 
lia de ver en pedazos su corona. 
Mas ¡ali! lo ignoran los que en fiero bando 
Quieren robar la codiciada Anlilla, 

Y allá en la noche el ponto atravesando 
De la isla tocan la encantada orilla.,.. 
¡Ay de filos si provocan el denuedo 
De los limpios aceros de Toledo! 

.Mas escuchad! que tos espacios hiende 

Confuso y destemplado clamoreo: 
¡No lemas, Cuba, cuando te defiende 
Un caudillo español: su vil deseo 
No saciará esa chusma que hoy inunda- 
Tu suelo con su sangre en cruda guerra. 
¡No lemas, Cuba! que Isabel Segunda 
A Eiou le envió á librar tu tierra 
De la negra nía tanza y el pillage 
De esa turba menguada Cual salvage. 

De rabia ardiendo los piratas lleras ', 

Huyen entre el fragor de la montaña, 
Perseguidos do quier per los guerreros 
tju>- 'mi Cuba ostentan al pendón de Bipana. 
El primero entre el fuego descollando 
EsEns*. su valiente y fiel caudillo, 
Sin tregua á los rebeldes ahuyentando 
De su tizona al refulgente brillo. 
Su arrojado valor rio encuentra valla; 
Llega, lucha y decide la batalla, 

Pero ¡ay! que ardiente bala silbadora 
De ese caudillo atravesó la entraña. 

Y anegó en duelo la nefanda hora 
Que debió ser de gozo para España. 
¡Cara victoria, Cuba, en ti compramnst 
¡Caro laurel en tí hemos recogido! 
¡Bien lo espresan los ayes. que lanzEinos 

Y el llanto que les ojos lian vertido! 
¡Amargo triunfo el del sangriento dia 
Que un héroe robó á la patria mía! 

Mas no lloréis de tan insigne hombre 
El fin honroso, la coi.traria suerte; 
El duelo mitigad, y no os asombre, 
Que es bella de los héroes la muerte. 
¡Enn.i muñó!!... Pero su noble hazaña 
líueva pagina de Oro dio á la historia, 

Y un lauro mas al suelo de la España: 
¿No es mejor que vivir morir con gloria? 
Honor pues inmortal y gloria eterna 

Al claro nombre y !a memoria de Knna! 

Si, gloria inmensa, inmarcesible patina 
A la memoria del que fué modelo 
De virtudes sin fin, y cuya alma 







Quiso guardar elh su morada el oírlo. 
De gratitud y amor los pBQM dones 
El'ji'c Esjiaft-i ca m -nrdailu árenlo. 
Que cruzando sonora la? regiones 
Del azulado eleren flrinnnirnin, 
Lb-gue «i tm jru¡io de doradas nubes 
A do su alma reposa enlr« querubes! 

t"n pueblo libre, en héroes Oriitido, 
Que lien da Aragón el rlarn nombre; 
P.ira guardarnos de Colon rí miiti.l» 
Jl.'i i«i te GUBa de Un grande hiiinh»'. 
¡Salve, Aragón, por cía nobk» runa 
Qite cabü i'l Ebro ratacarü el cielo! 
¡Salve, Aragón, por I . i sin par tintuna 
Que de. Liunlus boy cubre til sn.ln! 
¡Saín-, Araron, por l.m honrosa I¡í*((»ri3? 
¡Salíipor Es!M y iu linlhule ¡-Inris! 

■aria Vr rdrjí» j Duran. 

< »** * «.i m** « 

Recomendamos muí onrarociilariienle á nueslras 
aprci-íables Suscritoras la comunicación que se fia 
senid» dirigirnos d señor Gobernador de la proiin- 
cia, cuyas laudables esperanzas ni> es posible sean 
defraudaikis por las señoras que tan señaladas prue- 
bas han ilada siempre de la nobleza y generosidad 
de sus sentimientos. 

«Nunca se ha apelaiin en vano ¡i la filantropía 
del vecindario de Madrid, y especialmente de las 
señoras que se consagran al alivio de tus desvalidos 
con una caridad altamente cristiana y recomendable. 
En el día se ofrece una nueva ocasión de demostrar 
esas nobles sentimientos. Se esta montando el nuevo 
hospital de hombres incurables, que tan la falta lia- 
cía en esta capital, y con el objeto de economizar 
gastos y que pueda abrirse cuanto antes, me permi- 
to invitar á las señoras que quieran encargarse gra- 
tuitamente del cosido de algunas prendas de rapa 
blanca y de color para dicho establecimiento, ¡i cuvo 
fin pueden servirse hacer los pedidos á la su per i ora 
de la Casa de mujeres incurables, situada en la ralle 
de Ámame!, donde están en corle lodas las piezas 
necesarias. 

«Esta será una verdadera limosna útilísima para 
el establecimiento, y honrará en cslremoá lasscño- 
ras que a pesar de su posición social se dignen ocu- 
parse por sí ó por sus familias en veslirá los ancia- 
nos pobres y desvalidos, conservándose sos nom- 
bres cu la casa como gralo recuerdo de personas 
benéficas. 

■Madrid 30 de julio de IS'iH.—ihkhor Ordoñcs. 



A L\ CIEGA I>E MAKZAVARES. 



Pobre Muría , que sin luz naciste 
Teniendo tti mas luz en tu srnlído 
Que cuanta llama en el espacio existe 
De ese brillante sol enrojecido. 
Sí noche cierna tu existencia mira, 
¿Cómo sabes pintar con tal belleza 
Al acorde sonido de lu lira 
Del mundo la magnifica grandeva? 
(Quien' te enseñó el enigma de las flores? , 
¿Quién ti- piulo del mundo la hermosura? 
¿Quién del sol los dorados resplandores? 
¿Quién de la noche la letal pavura? 
Ay! no Imv mtslerio en eslo, no. Mar/a; 
Todo lo puede Dios, y él es lu guia! 



j.lB>P*tlom h:,lifrlr;i. 

En el año de ÍGÍ2 residía en la calle oscura y 
(nrluosa de la Fauniere, en Colonia y acorta distan- 
cia de la Catedral, una pobre mujer conocida úiuc-a- 
meníe por el nombre de María Mariana. Vivia con 
una criada anciana, en una casa estrecha, vieja, rui- 
nosa y mal construida. Su habitación Se componía 
de dos cuarlos; uno en el pisn principal y otro en el 
segundo, y el solo medio de comunicación era una 
csralera de piedra también ruinosa. Cada cuarto te- 
nia «na venta nila con nidrios pequeños engaitados 
en plomo. ?iu podía darse cosa mas miserable que 
lus muebles de estos aposentos. Dos catres de pino 
con colchones de gerga gruesa, dos pobres mesas, 
media docena de sitias de madera blanca y paja, y 
algunos uleiisiüos de cocina, componían iodo el ajuar 
de I i anciana de Colonia. 

María Mariana, juzgando por las muchísimas ar- 
rugas de su rostro, debía tener cuando menos seten- 
ta años: sin embargo aun se hallaban en su semblan- 
te señales de que habia sido mujer de una hermo- 
sura notable. Sus facciones denotaban un carácter 
Doble, sus modales mucha dignidad, y sus ojos ne- 
gros. :i pesar de su edad, conservaban mucha espre- 
sion: 3ilemás su lenguage puro «limitaba en su esti- 
lo y tono, no solo que conocía la alta sociedad sino 
también que estaba acostumbrada ¡\ dominarla. Vi- 
viendocomptetamenle retirada, huyendo de! mundo 
y especialmente la conversación de SUS vecinos, ja- 
más salía de casa, á no ser que algún asunto de im- 







portnneín l;i obligase á ello. Toda su riqueza consistía 
en una ceda pensión que percibía regularmenle cu- 
ria seis meses. 

La estremada soledad en que pasaba la i iiLi lia- 
ra ('i la atención de los habitantes del distrito; solo la 
llamaban en la caite donde vivía "la monja negra.» 
Sin embargo, sus modales nobles, su reserva, y par- 
ticularmente las btiellas de un profundo dolor que 
SC notaba en sus facciones, hablan inspirado lal i es- 
pelo hacia ella, que cuando apa recia en la calle no 
I [rabia un muchacho en [aparroquia que nu se qui- 
tase su gorra de lana al verla pasar. 
Ninguna Familiaridad existía entre María Maria- 
na y la vieja Brígida, su criada. María generalmente 
Se encerraba en su cuar.o con su costura, mientras 
Brígida quedaba en el iJe arriba ocupada en guisar 
ti en hilar, cuando tenia cáñamo. Asi vivían estas 
dos inujercscomphlamcnle aisladas del mundo y una 
de otra. En el invierno, para economizar "el gasto 
de dos lumbres, María Mariana permitía que su cría- 
da estuviese en su coarto. En un rincón estaba la 
criada con su turno, y al otro lado el ama sentada en 
un sillón forrado de cuero y con respaldo alto. De 
este modo pasaban juntas las largas veladas sin ha- 
blarse una «ola palabra, 

Si á veces el ama se bailaba dispuesta á tener un 
ralo de conversación era para preguntar á la vieja 
criada algunos pormenores de su familia. 

- — Blinda, la preguntó una noche, ¿has tenido 
carta de tu hijo? 

— Nu señora, y sin embargo el correo de Frank- 
forl ha llegado esta mañana. 

— Lo ves, Brígida? el contar sobre el cariño de 
los hijos es una verdadera locura. No eres la prime- 
ra madre que tiene que quejarse de su ingratitud. 

— Pero, señora, José no puede ser ingrato; quie- 
re á su madre, y me ha dado ya pruebas de ello. Si 
no me ha escrito es únicamente porque no tendrá na- 
da que decirme. No debemos ser demasiado severas 
con nuestros hijos. 

— Severas! ciertamente que no. Pero ¿no tene- 
mos un derecho á su sumion y respeto? 

— En cuanto á mí, querida señora, jamás be de- 
seado mas que el cariño de mi hijo, y á la verdad 
hasta ahora no me lia dado ningún motivo de queja. 

— Vo te felicito, Brígida, contestó María Ma- 
ñana, suspirando profundamente. Yo le felicito, 
uicnlrasyo ;av de mí! yo también soy madre: y qué 
nadre pudiera haber sido mas feliz! Tres lujos!... 



Tres hijos'... Fortuna, esplendor, grandeza para to- 
dos! V sin embargo, mírame abandonada de lodos... 
olvidada de todos..., cu la miseria! considerándose 
desgraciados si les recuerdo que existo. Oh! cuan 
feliz eres Brígida, si Dios te lia dado un hijo bueno 
tierno, sumiso y cariñoso! Yo jiu he hállalo eu loi 
míos mas que ingratitud, despego y desden. 

— Pobre madre! esclanid Brígida, y mi José lan 
tierno y lan agradecido! 

— Me desgarras el corazón, Brígida: pero mude- 
mos de conversación, pues esto no es mas que reno- 
var la agonía de mis angustiosas penas: be sobrelleva- 
do y sufrido con paciencia muchos malos. No puedes 
furnia ríe una idea de todo lo que be padecido. Me 
ves triste, reservada, Brígida. Muchas veces me has 
preguntado la causa de mi dolor: no trates, no, de sa- 
berla. Si no debe nunca tener fin, mi secreto mori- 
rá conmigo: á lo menos me libertaré de la piedad de 
ese que llaman público. 

— ltcspelo vuestros pesares, señora, y Dios es 
buen testigo de que jamás traté de averiguar vues- 
tro secreto. Pero por qué huir asi de la piedad de 
vuestros semejantes? La compasión alivia nuestros 
males; podemos recibir consuelos. 

—Para penas corno las mías, contestó María Ma- 
riana con alguna altanería, los consuelos del vulgo 
son tan indignos como inútiles. La piedad no alivia- 
rá mis males y me Servirá rie ofensa. 

El looo orgulloso y altivo con que fueron pro- 
nunciadas estas palabras, intimidaron á la pobre 
i Brígida. La conversación cesó, y la laboriosa cria- 
da siguió dando vueltas á su torno, 

A! cabo de un cuarto de hora, María Mariana 
voh ió á hablar. 

— Te has quedado viuda, Brígida. ¿Qué era tu 
marido? 

— Servia en la guardia de mi sc&or el arzobispo 
de Colunia. 

— Alt! él también era soldado: ¿y fuiste feliz con 
él?... 

— Eb! pobre hombre! Dios haya su olma en 
paz; lenia muchos deferios. Desgraciada de nin- 

j gun modo. Coo mucha paciencia de mi parte, un 
poco de buen humor, y bastante sumisión, nos llevá- 
bamos siempre bien. A él, á la verdad, le gustaba el 
vino un poco mas de lo regular, y también me daba 
algunos motivos de celos. 

— Ah! si; precisamente, un pérfido y relajado! 
j Y mi marido también, Brígida, era militar, y lo le- 
| nía á mucha honra; pero los vicios infames que acá- 



bas de indicar le iluminaban á él también. Todos los 
(lias teníamos nuevas quimeras, y aun le nombraban 
el galante y vállenle guerrero! También ec enamo- 
raba siempre tic lu nías malo de nuestro sexo. Al 
ganas |nrrsiíu;is trataron de restablecer la paz entre 
los dos, pero generalmente no hadan mas que au- 
mentar nuestros resentimientos. ¿Qué podré decirte? 
Madre desgraciada, también fui espasa desgraciada! 
Y esto no bastaba: mi marido murió victima de una 
atroz traición, y ¿sulire quién piensas 1Ú Ira turón de 
que recayese (a sospecha de un infame asesinato? 

— De un asesinato, señora! 

— Sí, de un asesinato! Sobre mí! sobre mí re- 
cayó ta acusación! 

— ¡Ay, Utos mió! ¿Cuánto os compadeieo, se- 
ñora! 

—Acusada delante de mis hijos, de mís hijas y 
de mis yernos; acusada y perseguida por mi mismo 
hijo, como si hubiese sido culpable de aquel crimen! 

— ¿Pero se convencieron luego de que era V- 
inoecnte? 

— Olí! sin duda se hubieran convencido de mi 
inocencia si yo hubiese sido una pobre mujer sin for- 
tuna, sin poder ni influjo, pero tenia lodo esto, Un- 
gida, y era necesario arri>ba[ármelo lodo. Por esto 
me calumniaron y encerraron en una prisión, y co- 
mo no pudiesen sentenciarme, me separaron de lo- 
dos mis amigos y me sumieron en la triste posición 
en que me íes. 

— i Des ven turada señora! dijo Uncida. 

Muría Mariana uo contestó: so cubrió el rostro 
con el pañuelo y derramó algunas lágrimas. 

(Ciiucltiirá.) 

Elolu ti, de Rula < •loma. 



entre estrepitosos aplausos pidirron á la joven an 
lora, la que en unión de la señorita de Acuña y d 
Sr. D. José de la Fuente, que tan bien habían sabi 
ii ij interpretar su producción, se presentaron en 
escena, arrojándoles una sociedad entusiasmada in 
unidad de coronas, justo premio debido á sus talen 
tos. Entre ellas una lindísima de rosas y laurel de 1 
Academia de Ciencias y Literatura, otra por cual 
aventajados talentos de esta rápita), y por liltím 
dos, una del Sr. D José Salvador de Salvador, d 
esquisilo gusto, y la otra de l.iurel y siempreviva, 
de l;i señorita Muren» N'arloa. 

Jiien puede la señorita Lozano seguir una carn 
r,[ ilc ¡.'loria que e.Oh 1.1 n bili-nus auS|iicioS lia prin- 
cipiado; y asi es de esperar del reconocido talento 
de esta joven y distinguida poetisa. ■ 



l 



■ ■■i. ~ Ty Ci- ' -tf-nn— 

Una de nuestras mas distinguidas colaboradoras 
nos escribe lo siguiente acerca de la primera repre- 
sentación del drama de la señorita Loüno, de que 
ya tienen noticias nuestras suscritoras. 

oEn la noche del 7 del presente mes se puso en 
escena en el Liceo de Granada, por su brillante sec- 
ción do declamación, el drama en cuatro netos y en 
verso, original de la señorita doña Enriqueta Loza- 
no, titulado Don Juan de Arsim.i. Escenas del ma- 
yor interés, una versificación tierna, armoniosa; un 
argumento en fin tan bien concebido como espresa- 
do, son entre otras dotes galas del lindísimo drama 
de la señorita Lozano. Coocluida la representación 



£pigr«m> «ll: Sf« UKBH emiK m*t. 

—Qué pasas liene doña Ana, 
Según ayer lie notado. 
— ¿De Málaga le han llegado? 
— No; (as trajo de ¡a Habana. 



ANUN'CIOS. 



Oran deposito lie. abanico*:} palies, por mayor,) menor, 
torcedera baja de San Pablo, mím. 29 frente ¡i Sin Anto- 
nio ile los Portugueses: ettdirltn establecimiento hay aba- 
nicos ile nácar, hueso, Iiasla, pastas, sándalo, y un com- 
lik'lu f variado surtido de abanicos ¡mil, idus á inglesa, 
muí arreglados, como también abanicos (impíos para 
tiempo ¡le halos, para viajar en diiigenría, pues por su 
fuerte construcción pueden servir para caballero*; su pre- 
cio 1 v 1 realas: también se ponen p u- ■„ desde! reales en 
adelanto v se hacen toda clase de composturas aprecios 
convelido nales. 

Una «pinten i I arta desea encontrar uno ó dos en 
llorosa quien servir de amadegobiornoii bien uini llimili; 
para asistir ó acompañar á tos líanos. Tiene personas iji 
respondan ríe su conducta. Harán va non en la calle lie Ma 
Cristina mi ni , a ruarlo bajo. 



MADRID, m-2. 

IHfttESTA DE D. JOSÉ TRUJllXO, IIIIO, 
Calle de Haría Cristina m'imcro S. 



Año segundo. 



Domingo 8 de Agosto de 18j2. 



Número 2. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFEXSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEVO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este periódico sale lodos los dominóes; se suscribe en Madrid en las librerías de .Monicr y de Cuesta, i i rs. si mes; j en provin- 
cia.? 10 rs. por ií.j-í meses franco de pune, rcmitiemíi unalibranfa > favor de nuestro impresor, o sellos de tranqueo. 



1(1 U OLIVA SABUCO DE SAMES BiUllá. 



IIiiv, según cumple al nuevo orden que hemos 
dadu á nuestros artículos, corresponde hablar de al- 
guna mujer célebre; ¡tero- como el número de las 
que han florecido dignamente y han hecho debido 
honor á su seso es tan grande, nos hemos hallado 
perplejas acerca de cual Je ellas había de merecer 
nuestra particular preferencia; y como las ciencias, 
las letras, las artes, las armas y la política deben 
importantes servicios á las mujeres de lodos los tiem- 
pos, crece mas y mas nueslra irresolución en este 
punió. Tío obstante la importancia de las ciencias es 
tan notoria, que el recuerdo de una mujer que se 
haya distinguido en ellas no pudra menos de ser 
grato á nuestras amables lectoras, y aun halagará 
en cierto modo su orgullo y amor propio si encabe- 
zamos esta sección con el respetable nombre de una 
española, digna por todos títulos de las considera- 
ciones masabas y distinguidas. 

Con efecto, D.* Oliva Sabuco ileNantes, nacida 
en la ciudad de Alcaraz en el siglo XV, fué el asom- 
bro asi de España como de la Europa entera, y sus 
escritos han sido no solamente «preciadísimos sí que 
también los estraugeros, envidiosos de sus profun- 
dos conocimientos, nos han vendido como origina- 
les jas opiniones que esta ilustre compatrícia había 
ya emitido á la faz del mundo científico y literario, 
circunstancia que por sí sola hace la mas honrosa 
apología de esta mujer eslraordinaria. 

Las noticias acerca de las particularidades de la 
v ida de esta señora son tan escasas que ni sabemos 
en qué año nació, en cual murió, ni quienes fueron 
sus padres, cometiendo nuestro diccionario históri- 



co la imperdonable falta «le no citar esta mujer cé- 
lebre: en una colección anónima de biografías de 
mujeres impresa en París en 1769 Se hace mención 
de ella copiando una!! líneas del elogio que Feijóo 
hizo de sus talentos. Por lo demás parece que sus 
estudios debieron de ser privados, no constando de 
otro modo que asistiese ñ ninguna aula pública; á 
pesar de iodo esto fué de tan sublime penetración y 
elevado ingenio que hubieron de serle familiares las 
ciencias físicas, médicas, murales y polilicas; y tan- 
ta la confianza que tenia en la estension y profundi- 
dad de sus conocimientus, que se atrevió á solicitar 
de D. Francisco Zapata, conde de Barajas v presi- 
dente á la sazón de Castilla y del Consejo de Estado, 
que emplease su influencia y autoridad á fin de reu- 
nir los físicos y médicos mas sabios de España, á los 
cuales se proponía demostrar y convencer de que 
estas dos ciencias que se enseñaban en Iíis escuela? 
iban completamente erradas. 

Esta doctísima señora publicó entre otras cos¿ii 
en 1387, y dedicó al buen rey Felipe II. un libro 
titularlo Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, 
no conocida ni akauzada de ios grandes ji{ñsof*>$ an- 
tiguos, ía cual mejora la vida y salud kimona, obra 
que ha sido altamente aplaudida y recomendada pur 
cuantos hombres se han distinguido en este género 
de materias, y de la cual se han hecho varias edi- 
ciones, una en Braga en iuü2, y otra espurgada por 
el tribunal de la Inquisición en lladrid elafto ¡72$, 
á cuyo frente hay un compendioso elogio del doclor 
Martin Martínez, en que confirma lo mismo nue la 
autora dice al rey en su dedicatoria; esto es. r¡ue es- 
te /¡oro faltaba en el mundo asi como otrm u-urbot 
sobran. 

jNosotras, agenas á estas ciencias, no podemos 









entrar con Trato en el examen del referido libro; 
mas no omitiremos que según el sentir de hombres 
entendidos es cscelente y de. un mérito inapreciable, 
atendida la época y otra» circunstancias particula- 
res, y asimismo que honra mucho á la esclarecida 
escritora el juicio que de él hace el señor Mosácula 
en sus Elementos de fisiología especial humana, pu- 
blicados eu Madrid en 1830; no desmereciendo al 
lado de este el que hallamos en la Distaría bibliográ- 
fica de la medicina española, obra postuma del ilus- 
trad u I). Antonio Fernandez Morejon, el cual habla 
mas estensainento y con no memos entusiasmo en 
elogio de esta noble señora. 

La noble doüa Oliva precedió dos siglos á Car- 
los Pisón, lao encomiado por Bocrlmave en sus opi- 
niones acerca <le las enfermedades sendas; v su escla- 
recido ingenio y la grandeza de sus pensamientos ia 
hicieron adelantarse á Descartes en ia de constituir 
al cerebro por única residencia del alma raciona!. 
aunque nu la circunscribió precisamente á la glándu- 
la pineal, romo lo hizo el célebre reformador de la 
filosofía, sino que la eslendió á toda la sustancia del 
árgano encefálico. 

Los ingleses Eneio, Warlon, Colé, Charleion y 
Otros muchos han dado ¡i luz como parte original el 
sistema filosófico dodüíia Oliva; pero el P. Fcijóo Imo 
justicia á la eminente escritora española y fe restitu- 
yo ia gloria usurpada por medio de un grande elogio 
en que dice de ella' entre otras cosas: «Pero lo qire 
mas la ilustró fué su nuevo sistema fisiológico y mé- 
dico, donde contra todos los antiguos estableció que 
no es la sangre la que nutre nuestros cuerpos, 
síno el jugo blanco derramado del cerebro por to- 
dos los nervios, y atribuyó á los vicios de este vital 
rocío casi todas las enfermedades. A este sistema 
que desatendió la iucuriosidad de Esparta abrazó con 
amorta curiosidad de Inglaterra, y ahor.i ya lo reci- 
bimos de mano délos cslrangcros corno invención 
saya, siéndolo nuestra. ¡Fatal genio de loa españoles, 
que para que les agrade lo que naro en su tierra es 
menester que se lo manipulen y vendan los cstrange- 
ros! » Y asi mismo alguno que otro escritor de nota 
hace el debido honor á nuestra heroína. Enlrc otros 
el abate Lampillas la elogia también diciendo.- «La 
filosofía natural y la medicina son útiles dcscubri- 
mienios dignos de las meditaciones de un profundo 
filósofo; lus testimonios de su frlií ingenio que se 
conservan impresos la afianzan un honroso puesto 
en la república literaria.- El citado Dr. Marlia Mar- 
tines en la censura puesta á la obra de Bois de ífí- 



pótratts adarado, dice también como aplauso digno 
de esta señora: «¿Para, qué atribuir la gloria de este 
pensamiento á los ingleses cuando antes que ellos, 
aun cu el siglo de caplividad, la publicó aquella he- 
roina doclriz española doña Oliva Sabuco, que con 
infame afrenta de nuestro sexo tuvo valor de impri- 
mir en el año de i 387 un nuevo sistema contra el de 
Galeno y el vulgar de los Árabes?* 

Tan altos y merecidos elogios pronunciados por 
hombres entendidos en la ciencia d.tti una idea de la 
grandeza y superioridad de] alma de esta ilustre es- 
lía ñola, que como otros muchas se alza á manera de 
gigante para vindicar á su sexo de las calumnia* y 
dialrivas que continuamente se halla sufriendo del 
contrario. Fué de imaginación ardiente y espíritu 
pensador y filosófico, y tiene además el singular mé- 
rito de haber discurrido un tratado de las tosas que 
pueden mejorar los gobiernos, el cual forma una es- 
pecie de higiene ó policía civil, cuy 05 preceptos de- 
bían tener siempre á la vista los principes y los le- 
gisladores: y del mismo modo es digna de alabanza 
por haber vislumbrado muchos fenómenos fisiológi- 
cos debidos á la lectura de las obras de Hipócrates, 
Platón. Eliano y otros médicos y filósofos antiguos, 
cuya exacta inteligencia da á conocer que si no po- 
seía las lenguas griega y árabe era por lo menos muy 
versada eu la latina. 

A pesar de ser una desgracia el no saber los por- 
menores de la vida privada de tan doctísima señora, 
los hombres mas eminentes que la han seguido en el 
camino de las ciencias y de las letras lian hecho la 
justicia y el honor debidos á sus talentos; nosotras, 
lleno el corazón de gozo con el grato recuerdo de 
esta mujer célebre, colocamos una corona de laurel 
sobre su tumba, y cumplimos con un deber sagrado 
al levantar en nuestro humilde periódico un peque- 
no monumento á esta bija querida de Minerva. 

CeelllN Cunulrx, 



-** *+*4 Ifl* 44 ■#- 



GLORI A AL PESIO. 

A la vot de f ¡chova formóse el mundo, 

Y brotaron lus campos bellas flores. 
Rugió el Icón del bosque en lo profundo, 

Y se oyeron cantar Ins ruiseñores, 
Y ludo fué torrentes de armonía 

Que hizo en el pecho el corazón latir, 
Resonando una tierna melodía 
Bajo un cielo de nítido zafir. 



Al bendecir su Dios cantaba el hombre 
Con respelo doblando la rodilla, 
\ modulaba tan glorioso nombre 
Su compañera púdica y seulilla, 

¡Gloria áGehová, bendito el Increado; 
Repelían los valles, la montaña, 
\ el sencillo pastor entusiasmado 
Músico fué en su rústica cabana. 

Mas no bastó á sit ardiente fantasía 
Su tañer, sus cantares y su acento; 
Quiso imitar lo que también sentia, 

Y bosquejó sin arle el uruoainento. 
Asi el pintor nació, ía llama pura 

De santa inspiración brotó en su frente. 

Y le robó á la luz su lumbre pura. 
Su murmullo á la plácida corriente. 

Artistas por su Dioá, bellas creaciones 
Retrataba su mágica paleta, 
Sin estudio , sin arle, sin lecciones, 
Un pueblo al fin desde el nacer poeta. 

Que fuera su poder cosa mezquina 
Formar globos de luz, campos y llores, 
Sin crear esa antorcha diamantina 
Genio inmortal que cante sus primores. 

Del OJivcl en la escarpada cumbre 
Se cumplieron las sacras profecías, 

Y resonó con tierna mansedumbre 

Los salmos de David, [Gloría al Mesías! 

Las artes ricas galas presentaron; 
Henchidos de ternura y de grandeza 
Templos al Criador edificaron 

Y altares á la Virgen de pureza. 
Los siglos en su marcha impetuosa 

De su constante amor las pruebas dieron; 
Conservemos su fe, joya preciosa 
Que mundo y creación engrandecieron. 
«Que fuera su poder cosa mezquina 
^Formar globos de luz, campos y llores, 
"Sin crear esa antorcha diamantina, 
"Genio inmortal que canle sus primores.) 

Josefa moreno Varia*. 



VEJEZ TMHASTIO. 

tn otro tiempo la vejez y el hastío podía decirse 
«rao una misma cosa, pues rara vez marchan sepa- 
rados esta especie de gemelos lan temibles; mas la 
vejez siempre caminaba delante, y á ella sucedía el 
insoportable hastio: por desgracia este segundo se- 



ñor conoció su impotencia, y á principio* de] si- 
glo XIX, siglo en que debían verse muchos adelan- 
tos de todas especies, tramó una conspiración lan 
bien organizada, que al estallar le dejó por dueño 
absoluto del mundo entero. Satisfecho y lleno de 
orgullo, hizo levantar uu edilicio de tan colosal al- 
tura que apenas alcanzaban á divisarlo los mas acre- 
ditados microscopios de la industria inglesa. Allí lo 
rao posesión como dueño v señor de la tierra, desa- 
fiando al Supremo en su loca vanidad. El Supremo 
!n dejó apoderarse de sus dominios, diciendo: «Mis 
hijos no te obedecerán, y esto me basta. ¡> Mas por 
desgracia de la creación entera no sucedió asi, pues 
los mortales le rindieron un particular tributo, y 
llegó el caso en que dándoles un festín, donde bri- 
llaban bajo una apariencia engañosa cuantos encan- 
tos existen imaginables, les hizo beber un licor pon- 
zoñoso, en el cual esprimió una hiél que debía ser 
la amarga herencia de otras generaciones. 

Desde entonces no fué sola la vejez perseguida 
por el hastío; se vio una juventud macilenta, triste, 
preocupada, marchar con paso lento hacia un des- 
tino casi de desesperación. Se vio la adolescencia 
con la mejilla pálida y hundida, y la virilidad con 
los cabellos blancos. Empezó á ser el mundo un in- 
soportable vacío para los corazones, y los encantos 
de natura lucieron sulus, sin que casi se fíjasela mi- 
rada del hombre en ellos; tan abstraído estaba en 
sus melancólicos pensamientos. Medió el siglo, y al 
mediar casi puede decirse que el hastía volvió á con- 
quistar nuevos mundos donde ejercer sus maquiavé- 
licos planes. Av! cuantos males nos trajo consigo 
este enemigo del cuerpo y el alma! Ya no son los 
ancianos el blanco de su tiránico poder, pues en 
ellos mas bien se ve brillar alguna vez un rayo de 
alegría que en nuestra melancólica juventud. Ya na- 
cemos para sufrir, ó para hacer que sufrimos. ¿Que 
hombre de talento puede hoy decir «soy dichoso ■ , 
sin esponerse á que le miren con desprecio, dicien- 
do: «¡Pobre ignorante! Oh! cuando es feliz no ten- 
drá corazón, ni habrá penetrado el muy necio la 
acerba desgracia que es eí nacer!" 

De manera que para eslar á la moda, queridas 
lectoras, es necesario tener una frente pálida, dando 
sombra á unos ojos de mirada sombría, rodeados de 
un círculo que indique temperamento vi lioso. Es 
necesario también no aplaudir nada, dejando que 
pase todo desapercibido de nuestra vista, y si algo 
nos agrada, no alabarlo nunca, pues es demasiado 
prosaico eso de lijarse en las cosas como si i 









hubiesen visto jamás. Nada, nada de admiración ni 
de dar salida ó los alectos do! alma. Si nacéis con 
un corazón entusiasta, sismáis lo heroico, lo mara- 
villoso, hablad de ello sin entusiasmo, porque dirán 
que os arrebatáis imsia el punió de haceros trágica; 
El semblante debe cubrirse con una máscara de hier- 
ro, que represente constantemente el fastidio, y 
vuestras conversaciones, si queréis pasar por perso- 
nas sensatas, han de ser estas. Cuando os pregun- 
teo cómo ísláia habéis de responder; — «Malí muy 
mal: ¿Cómo quiere V, que se encuentre una joven 
cuandu ha perdido las ilusiones, coando conoce el 
mundo engañoso en que habita, cuando nadie la 
comprende, y cuando pasa su vida como una flor 
inodora, vejf lando para luego morir, sin saber que 
es un goce; ni un momento de felicidad? Aj! felici- 
dad! felicidad! ¿Quién ha pronunciado esa mentida 
palabra? ¿Dónde existe? ¿Quien es el engañoso que 
la lia proferido? Ay! esle mundo es una noche eter- 
na, mi completo vacio que nos traslada ú «Ira no- 
che donde solo líios puede darnos la lux de un dia 
brillante, teniendo compasión de nosotros y nrran- 
i ando á nuestro aliento la amargura que ha bebido 
>.-n la mezquina tierra.» 

Cuidado, lectoras, mías, que para decir lodo es- 
to habéis de puniros sumamente alteradas, v luego 
como el que ha apurado todas sus fuerzas, dejareis 
raer los brazos en un desesperado abandono. En- 
tonces parece que estoy oyendo á vuestro interlo- 
cutor, snbrc todo si es un niño de estos que se juz- 
gan cscépticos ñ los 1C años: — «Oh! responderá; 
dice V, bien, señorita; verdaderamente no se sabed 
qué viene uno al mundo. Vea V. T vo soy todavía 
joven, y sin embargo aborrezco cuanto me rodea. 
Todo es engañoso, todo mentido, falso. No hay 
araíslad, no hay placeres, m> hay amor. Oh! amor! 
amor! ¡cuántas aventuras, inanias empresas teme- 
rarias sin ningún fmio, y cuántos desengaños me 
recuerda esta palabra! Y para qué? para dejar en mí 
cansado pecho el mismo vacío fij queso encontraba 
al emprenderlas. ¡Fragilidad humana! Yo me he 
visto pretendido, adorado de muchas bellezas* quie- 
nes no me hubiera atrevido á alzar ¡a vista, creyen- 
do no ser correspondido, y han sido esclavas de mis 
caprichos apenas he puesto mi nalural elocuencia en 
práctica. Las he visto sumisas y fcs he despreciado, 
porque no me parecían dignan de adoración, ni de 
entregarles este cora7on" virgen de emociones, por- 
que verdaderamente no ha vibrado todavía bajo el 
influjo de una pasión arrebatadora. o — <. i? s v. muy 



jósen, D. Cándido,, le responderéis.— «Joven! jo- 
ven! Oh! no digáis eso, señorita; mi frente a fuerza 
de padecimientos yn quiere surcarse de arrugas, y 
mis cabellos calarán blancos antes de los '.id años. 
Conozco mi carácter, mi sensibilidad esquisila, y no 
me prometo tampoco larga vida. » Al llegar aquí 
Ir-neis in.olr.i» que rrnpe/iir á consular al desmaya- 
do prójimo, siquiera por no oírle decir sandeces de 
a folio, con las que aturde vuestro senlido y es ca- 
paz de estarse charlando tres días consecutivos. — 
■Pero, D, Cándido, busque V. distracciones; vaya 
V. á paseos, á tertulias, á teatros.» — .Paseos! aca- 
demia de la coquetería: tertulias! centro del vicio: 
leatrost oh! teatros! está uno ya tan cansado de ver 
producciones insulsas!.,. Yo en el lealro nunca mi- 
ro la escena, y á veces no sé el principio ni el des- 
enlace del drama.» — «Entonces ¿cómo juzga V. tan 
mal de lodo cuando no mira?» — "No es necesario 
mirar para fastidiarse.» — »De esc modo creo que 
para su monomanía de V. uuhav remedio?» — «Nin- 
guno, señorita, ninguno. Lo he conocido, no sino 
para el mundo.» 

Al llegar á este trance tenéis que soltar la car- 
cajada, dándole la razón, pues los pedan les de esa 
especie dicen bien que para, nada sirven. Sin em- 
bargo, ese lenguagc, esa amargura ficticia ó verda- 
dera ipie despiden, circula muchas veces, y aunque 
no en un sentido tan necio, lodos acostumbramos á 
decir, y aun lo sentimos: «La vida es una carga in- 
soportableii Sea esle un artículo de moda, 6 una 
creencia verdadera, |o cierto es que nuestros cora- 
zones eslán envejecidos y el hastio nos domina en el 
mas alto grado, La falta de le. Ja desron lianza que 
hacemos de cuanto nos rodea, esa fatalidad de no 
creer en nada, juzgando engañosos los mas puros 
afectos, nos va conduciendo por un terreno resba- 
ladizo hacia nuestra propia ruina. Con esas descabe- 
lladas ideas de desesperación y hastío nos creamos 
una existencia horrible, cuando pudiéramos disfru- 
tar de tanta y tanta maravilla como el Divino Ha- 
cedor nos ha concedido, y que miramos ron el ma- 
yor desprecio, anhelando otros goces nuevos sin ha- 
ber disfrutado los que tenemos ala vista. Envene- 
namos los días de los que nos dieron el ser con núes. 
Ira desesperación, y hay muchos que llevados de 
esa idea, que niega la dicha en la tierra, se dejan 
arrebatar hacia el suicidio, haciendo un triple asesi- 
nato en ellos y en sus ancianos padres. Nuesiros an- 
tepasados evitaban por medio de la religión esta; de- 
sastrosas escenas, v ella también hacia se amasen los 



unos á los oíros con esa ciega confianza que"lahra la 
dicha doméstica y social. Hoy, en que se niega la 
amistad, la fé y el amor, ¿que nos queda? baslío 
verdadero. Es una desgracia, una lamentable des- 
gracia que ucia los corazones de un modo increí- 
ble: pues bien, lodo pudiera evitarse si en lugar de 
presentar á nuestra ínesperta infancia escenas ro- 
mánticas ii desagradables, se procurase hacer una 
reforma, e» la cual resplandeciese solo la ilrliid v el 
amor á la vida; á esa vida, que por mas desprecia- 
ble que nos parezca es digna de conservarse por ser 
obra del Todopoderoso, á quien tlebemcs respeto y 
adoración. 

Sea el primer cuidado de nuestros preceptores 
infundir en el espíritu del niño deseos tle vivir por 
ellos, por sus padres y semejantes, haciendo desapa- 
recer esas ponzoñosas ideas, que son la ruina de 
Jas naciones, pues con ellas se apa^a el esfuerzo, el 
heroísmo, el deseo de empresas grandes. Tudo des- 
aparece si no hay apego á la vida y si se marca la 
sociedad entera bajo ese prisma de no creer en nin- 
gún afecto desinteresado, dejando en completo ais- 
lamiento los seres que verdaderamente adoran lodo 
lo noble, bello y puro, y que se ven privados de 
esplavnr esos ricos tesoros de afectuosas ideas, por 
no esponerse a¡ ridículo con que sus mismos herma- 
nos le condenan. Quien quiera ver esta verdad lea 
el Diabla-Mando del inmortal Esprouceda, y verá el 
alma de un niño en el cuerpo de un hombre, que- 
riendo acariciar con la vista á sus semejantes, y 
amando por instinto todo lo generoso, todo to subli- 
me, con el mas eslremoso cariño. Pocos habrán des- 
crito como este imponderable autor lo que es e! hom- 
bre al lanzarse por primera vez en el jardín de la \¡- 
da, y en lo que procuran convertirlo los que le ro- 
dean. Esto es triste, muy triste; y nosotras, débiles 
escritoras, quisiéramos con nuestro aliento dar un 
cambio ¡í ese fatídico espíritu q;ie hoy dumina, para 
lograrla dicha de nuestros sempjantes y la nuestra 
propia; pero si no podemos conseguir tanto, al me- 
nos aconsejamos á nuestras lecturas desechen de su 
pecho cuanto les sea posible ese hastío que nos hace 
envejecer cuando apenas apoyamos nuestra peque- 
ña planta en el umbral de la vida. 



' 



AUSENTE.... 



& SÍSÍ Siífa33ifí)a a 



Pajar Dio, ¿á donde vas, 
A donde batiendo el ala? 
¿De tu arrojo haciendo gala 
Xo temes al cazador? 
¿Vas á pasar de Granada 
Por los mágicos jardines, 

Y en un bosque de jazmines 
Vas á llorar lu dolor? 

¿Vas cruzando el ancho espacio 
De alguna prisión huyendo, 
\ en tu canto maldiciendo 
Del mando vil la traición? 
¿Quieres ser mí mensajero? 
¿Quieres ver á Valentina?... 
En esa ciudad divina 
Tengo yo mi corazón. 

Allí, do la Albanibra luce 
De mil torres coronada. 
Do la brisa perfumada 

Mi frente mustia baño 

Allí, ¡man de ñus sentidos, 
Tengo una hermana que adoro; 
De allí los recuerdos Iíl-iu 
Que la suerte me robó. 

Anda, pajariílo, sigue 
Tu presuroso camino! 
Plegaie al cielo que el deslinf 
Te lleve donde ella está; 

Y con regalada piro 
Le cantarás mis dolores 
Cuando estes entre las flores 
Del jardia á donde va. 

Verás sus ojos dulcísimos 
Compadecer tu amargura. 
Sí con eco de dulzura 
Le presentas el dolor.... 
Corre, pajariílo, vuela, 

Y el tiempo perdido alcanza: 
^ o también tengo esperanza 
De verla en tiempo mejor. 

Ya se pierde, 
Ya se aleja, 
Grato sueño 
A realizar. 



Yo me quedo 
Sola siempre 
SI i desgracia 
A contemplar. 

Marim dpi Hnr Nal«H j P. 

La Granja «I iü;i 2í de julio. 

¡Qué hermosas son tus montañas maravillosas, 
iluminadas por los primeros rayos del sol! Cuando 
miramos esa magnifica naturaleza, imagen bella (le 
la divinidad, nuestro pedíase dilata lleno de entu- 
píanlo y amor, y al través de esas vaporosas nubes 
qus te circundan vemos alzarse la figura augusta de 
Felipe V., que nos indica doblemos la rodilla llenos 
devencracion ante su esclarecido sepulcro. Solo na 
alma sensiblu pudo formar el grao pensamiento de 
traasfortUftr los montes carpetanos en un delicioso 
edén, y completar este majestuoso paisage haciendo 
en la falda de sus montañas el mas delicioso de los 
vergeles. 

¡Oh Granja! trian sin n encantadora, yo le saludo 
con entusiasmo ardiente! Tú, que en cada flor nos 
regalas una inspiración y en cada monte un pensa- 
miento, Líen mereces nuestras eternas alabanzas. Si 
alguna vez recorremos las urillns del caprichoso Bal- 
saín, y admiramos esa naturaleza virgen que la ma- 
no del hombre ha respetado para .que conserve su 
primitiva grandeza, tristes reflexionéis* aglomeran 
a nuestra mente: la tradición nos muestra el carác- 
ter de nuestros castellanos, noble y severo como es- 
te divino paisage, y sencillo como ese rio murmu- 
rante que corre jugueteando á nuestros, pies, 

¿Pero acaso e) estampido del cañón, y la algazara 
de la alegre muchedumbre que invade tus calles v 
tus jardines, nos deja disertar filosóficamente sobre 
el tranquilo Balsaiu? Dejemos para otra ocasión es- 
tas reflexiones, y con fundámonos entre los que de- 
sean admirarlos encantos de este dia. 

Las músicas, colocadas delante de palacio, to- 
caban alternativamente durante el besamanos; ter- 
minado este la muchedumbre corrió á colocarse cer- 
ca de las fuentes. Jinda mas risueño que el cuadro 
lleno de animación que presentan en este momento 
los jardines: la graciosa castellana se cruza y con- 
funde con la aristocrática señora, todas his clases de 
la sociedad se unen con un solo pensamiento: salu- 
dar á su joven soberana. Este dia estaba perfecta- 
mente hermosa: su vestido de raso azul claro guar- 



| nerido de encoges blancos, la magnífica corona que 
adornaba sus sienes, las perlas de gran valor que 
ostentaba su pecho, y sobre todo ese aire majestuo- 
so que tanta dignidad comunica á todo su ser, nos 
recordaban los rasgos generosos de su corazón. La 
princesa de Asturias con sus infantiles encantos Ha.— 
imilla justamente la atención, colocada en medio de 
los augustos esposos. El Rey, el infante D- Fran- 
cisco, vestidos de gran uniforme, seguidos de las 
damas y altos funcionarios, todos de gran gala, com- 
pletaban este magnifico cuadro. 

Las fuentes corrieron sucesivamente, V nosotras 

experimentamos ese bienestar que nos produce siem- 
pre el espectáculo de las bellezas que engrandecen 
nuestra patria. 

Después del banquete diplomático dado por 
S. M., unos cohetes anunciaron a) público podía 
llegar á disfrutar de la iluminación del jardín, la 
cual era de un efecto sorprendente. La fuente Po- 
mona parecía encantada por los fuegos de Bengala, 
que sucesivamente cambiaban el color de sus aguas. 

Concluido este delicioso dia lodos i han á buscar 
en brazos de Morfeo el necesario descanso; y tal vez 
muy pocos pensaron en tributar un recuerdo de 
agradecimiento al ser augusto que colocó en medio 
de nuestras abrasadoras Castillas el digno rival de 
Versalles, 

HatallA O. dr Frrrunt, 

San Ildefonso, i.° de agosto de. 1859. 



SONETO. 



A In HTrnlwjnifa pnclUit «r-áortlA Unüa CrrIltA bonsnlrf. 



Contottocion al prttioM fotuto qw m t l número rürrcipottíliente 
al 18 dr jiiJío ha teniíh la amabilidad dt Jpth'parwie con me- 
tivo de mi articula titulada atjiimiijtrct íi/rrataf,* 

Con intenso placer, Cecilia amiga. 
Vuestros helios conceptos he leido: 
Cuál mi ser y mi alma han conmovido 
Adivinadlo sin que yo lo diga. 

Vos me animáis ;i que la senda siga 
Que con empeño y fé hemos emprendido, 

Y de entusiasmo el corazón henchido 
Presto espera que el triunfo 90 consiga. 

Que es nuestro emhlema honroso como sanio, 

Y nuestra causa unida cuanto bella: 
Luchad hasta vencer al dcfendclla, 

Que es nuestra liza el campo de la gloria! 
Mas sí cual vos alzara Vo mi canto 
Ya el triunfo coronara la victoria! 

Hurla X>rdpJ« y ttiiTiH, 



&& sa©3í?a aaaaa, 



.lllCCditlil histórica. 

(COSCLt'StOS.) 

La estraña historia que acababa do oír la pobre 
criada produjo ea su buen corazón y honrado modo 
de pensar una ansiedad y duda terribles. Suma ni tu- 
le confundida se distrajo y olvide» de dar vuelta a su 
(orno. Principió á recordar un sin número de cir- 
cunstancias relativas á la vida de su aína que minea 
faabian llamado su atención. ¿Por qué su señora 
apreciaba lanío aquellos vestidos de luto que la ha- 
bían hecho adquirir el titulo de la Monja Negral 
Brígida se acordó también de que en varias ocasio- 
nes había sorprendido á María Mariana muy ocupa- 
da en leer pergaminos cubiertos con sellos de lacre 
encarnado; que aquellos pergaminos los tenia en una 
cajila de bierro y que los encerraba con muebo cui- 
dado en el momento que la veía entrar en el cuarto. 
Por último, y esto le parecía lo mas convincente, 
una noche que su ama estaba con calentura, en su 
delirio, los ojos desencajados, esclamaba con un ter- 
ror indefinible: ¡No quiero verle! No! que quiten de 
aquí ese vestido teñido de sangre! que se aparte de 
mi vista ese cruel homicida! 

¿Quién era pues aquella fantasma que la perse- 
guía? ¿Quién el asesino que la inspiraba tanto hor- 
ror? ¿Quién podía ser sino un cómplice? Cuando es- 
ta idea se fijó en la imaginación de la pobre criada 
empezó á temblar de terror y espanto. Sin embargo 
su buen corazón y hermosa índole ahuyentaron ese 
mal concepto, y prosiguió la conversación del modo 
siguiente: 

Pero, querida señora, ¿por qué no confia sus 

penas á nuestro soberano, el Arzobispo Elector de 
Colonia? Es bueno y compasivo y os hará justicia. 

Nada puede hacer por mi, contestó María .Ma- 
riana. El Elector, como los demás príncipes y to- 
dos los hombres en general, antes de lodo mirará 
por sus intereses. b Qaé ventaja le resultaría de ser- 
vir á una pobre anciana? Son mis perseguidores tan 
poderosos que temería indisponerse con ellos. No, un 
soío recurso me queda, este es poner toda mi con- 
fianza en Dios, rogarle por los pocos amigos que me 
han permanecido fieles, y dirigirle mis súplicas para 
que sus proyectos tengan un feliz éxito. 

—Bien dicho, señora, esclamó Brígida, á quien 
aquella apelación al S r Supremo y aquella devoción 



le parecía la mejor prueba de una conciencia pur 
y tranquila. Orad, continuó, orad y tened confianza 
cu Dios, pues en él hallareis siempre el mejor amigo 
y protector. 

En aquel momento oyeron llamar á la puerta 
de la calle. 

— ¿Quién puede estar llamando á esta hora? pre- 
guntó María Mariana. 

— Son cerca de las nueve v ni aun puedo 
acertar..., 

— Llaman otra vez; mira á ver lo que quieren 
Brígida; pero no abras la puerta sin saber quien es. " 

Brígida lomó la lámpara y á poco ralo volvió á 
enlrar, acompañada de uu clérigo. Era el padre 
Francisco, en cuyo semblante se veían las señales di- 
la abstinencia y de mucho dolor. 

"Qué motivo puede traerá V. aquí tan larde, 
buen padre? preguntó María Mariana. 

— Nnliciiis de alguna importancia y que quisie- 
ra comunicará V., contestó el padre. 

— Brígida, dijo la Monja Negra, déjanos solos 
un momento. 

La criada lomó una luz y subió á su cuarto. 

—Vamos, vamos, ¿qué tiene V. que decirme? 
preguntó Marta apenas hubo salido aquella. 

—He recibido noticias de Francia. 

— ¿Buenas? 

— Su resultado puede serlo. Toda la nobleza es- 
tá disgustada con el primer ministro. Enrique Effial, 
el gran Camarlengo y el favorito se bao unido al 
duque de Bouillon y á Monsieur, hermano del rey, 
y han lomado parte en sus planes. Un tratado que 
debe concluirse con la España tiene por objeto la paz 
y por condición la separación del cardenal. 

— Dios sea loado! 

— Sin embargo, no debemos lisonjearn'is dema- 
siado de su buen éxito. Hasta ahora en la guerra con 
la España la suerte ba favorecido á nuestras armas. 
Los ejércitos españoles han sido derrotados pur nues- 
tros generales en Cataluña y en Bélgica. En medio de 
estos triunfos, un tratado de paz y la desgraciadei mi- 
nistro que los ha proporcionado, halla ría mucha opo- 
sición. El odio de lodos hacia lítchclieii es io mejor 
de nuestra causa. Esperan que el rey, siempre débil 
y sin voluntad propia, se adherirá al partido rpif 
adoptase su favorito. 

— Eslo es infalible; y entonces saldré ¡le mi des- 
tierro, me repondrán en lodos mis honores t volve- 
ré á todo mj poder. Estad seguro, podre, de que yo 



ibré recompensar á los que como V. me hayan ser* 
vida con celo y fidelidad. 

— Estoy convencido de ello, señoril. Pero obre V. 
siempre con prudencia. No vea V. á nadie. Aparen- 
te V. mucha devoción. En el momento quejo rcriba 
otras noticias se las comunicaré á V. En el entretan- 
to frecuente V nuestra iglesia. Póngase V. en el 
rincón mas oscuro, á mano derecha, á lo último de 
la nave. Allí sabrá V. cuando podre hacerle otra 1 i- 
sita. 

— Obraré en lodo con arreglo á vuestras ins- 
trucciones, padre. V llamó i Brígida para que acom- 
pañase al padre Francisco hasta la puerta de la 
calle. 

Al día siguiente Brígida vio á su señora piadosa- 
mente arrodillada en las frías piedras de la catedral 
cejando con devoción. Si alguna duda había queda- 
do en el espíritu de la criada acerca de la inocencia 
de su ama, aquel espectáculo acabó de desvanecer- 
la. «Pide a Dios, pensaba, la fuerza necesaria para 
resistir a sus enemigos. Un delincuente no puede 
orar con tanto fervor. » 

Se pasó el invierno sin que María Mariana deja- 
se de asistir un solo día á la catedral. Este ejercicio 
eslraordinario unido á las alternativas de temor v es- 
peranza alteraron su salud, y las calenturas que ha. 
luí padecido antes la atacaron de nuevo con mucha 
violencia. Todos los ili.i- veía al padre Francisco, 
pero sus miradas nada espresaban: pasaba á su lado 
sin volver la cabeza. Por fin un dia se paró, se incli- 
nó hacia ella y la dijo con un tono de voz casi im- 
perceptible: "Todo está perdido.» 

La sensación que estas palabras produjeron en la 
pobre María fué tan terrible que hubiera caido des- 
plomada en el pavimiento en que estaba de rodilla, á 
no haberse sostenido con las manos. Volvió á su ca- 
sa en un estado de indecible inquietud V tuvo que 
meterse en la cama. 

Aquella misma noche vino el padre á verla, y 
cuando estuvieron solos María le preguntó: 

— íQuc. lia sucedido, padre? 

— Han arrestado á Mnnsieur de Cínq Mars. 

—¡Y el duque de Bouílloo? 

—lia huido. 

—Pero ¿el tratado con el rey de España? 

—En el misino momento en que lo estaba fir- 
mando en Madrid, el astuto cardenal recibió una co- 
pia de él. 

—¿Por quién se ha descubierto la conspiración? 

—Por medio de un rúente traidor que nada per- 



donó para que se le iniciase en el secreto, 

— Así pues ¿mis enemigos me han vuelto á ven- 
cer? 

— Bichelieu es mas poderoso que nunca y tiene 
al rey en un estado de mayor esclavitud. 

Desde aquel momento la enfermedad de la ancia- 
na presentó síntomas alarmantes. El delirio volvió, y 
con él el espectro; el ser sobrenatural con el vestido 
teñid» de sangre, que bahía escitado ideas tan terri- 
bles en la imaginación de la criada. En los fuertes 
accesos de calentura María Mariana se veia perse- 
guida de aquella fantasma, la repelía con horror, la 
ultrajaba v dirigía las mas furiosas recriminaciones. 
Mientras lanío Brigada sentada á la cabecera de la 
enferma rogaba ;i Dios por ella y su mente se volvió 
a llenar de las sospechas anteriores. 

Al cabo de un mes, María Mariana, debilitada 
por la edad, cstennada por el nial, y destituida de 
los recursos que su enfermedad requería, espiró el 
dia 3 de julio de HU2, 

En el momento de saberse su muerte en el har- 
rio que había habitado, presentóse uno de los mngis- 
tracios de la ciudad de Colonia en su miserable habi- 
tación, para sacar testimonio de su muerte, del 
nombre de la difunta y de quienes eran sus herede- 
ros. Sabían únicamente que era eslrangern, 

--Escriba Y., dijo el padre Francisco, que se 
hallaba presente, como nombre de sus herederos: 

— El rey de Francia. — Monsieur duque de 
Oleaos, hermano del rey. — Enriqueta de Francia, 
reina de Inglaterra. 

—¿Cuál es pues el nombre de la difunta? pre- 
guntó el magistrado. 

— La eseelsa y poderosa princesa María de Medi- 
éis, reina de Francia, viuda de Enrique IV, y ma- 
dre del monarca reinante. 



Elfrlita C «te *niifn Colunia. 



ANUNCIOS, 






linn srii» 1:1 limln desea encontrar uno ó dos cali.v 
31cros ;i quien servir de amanVgotiiernoíi bien unafamilia 
para asistir ú acompañar á los baños. Tiene persona?; qoe 
respondan de su conducta. Darán raion en la calle de Mari» 
Cristina núm. s cuarto cajo. 



MADRID. 1852. 
IMPRENTA DE 1). JOSK TUUJ1LLU, HIJO, 

Galle de Mari a Cristina número 3. 






Año segundo. 



Domingo ÍSde Agoslo de 1852. 



Número 3. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFENSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SE SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras, 

BttB periódico sale Laclan los domingos; se suscribe en Madrid en Ins librerías de Monier j da Cuesta, á i rs* ai ríiesjj en prOTÍD- 
cia> 10 t». pur doj mués trdiiuj úe pune, lenmííii J.j utia liüranía i fixjr de íwcslro impresor, 6 sellos de franqueo* 



LA BENEFICENCIA. 

Ail\irfiii,¡;i ti ¡>e-i*síiii:>ii1<>. 

Reclamo, queridas lectoras, para el présenle artí- 
culo vuestra atención primero, y vuestra indulgen- 
cia después. Xo cuadros pintorescos V alegres voy á 
presentar á vuestros ojos, sino escenas de miseria y 
desolación. Vais á fastidiaros por completo, perú si 
el ralo de fastidio que me veo en el caso de ocasiona- 
ros reporta á la humanidad indigente el mas insigni- 
ficante beneficio, me daré por satisfecha aunque sepa 
que vais á rehilarme lodos los epítetos que prodiga- 
mos al que tiene; la humorada de encajarnos un pe- 
sado artículo. He calculado que en un periódico es 
bueno haya de lodo; y como en el nuestro sobran 
señoras cuyos talentos y altas dotes soy la primera 
en reconocer, y cuyas bien corladas plumas os 
compensarán con ventaja la pesadez y monotonía 
que vu os pudiera ocasionar, he determinado eri- 
girme hoy en predicadora. 

Y en lanío que ludas las damas que favorecen 
con su firma fas columnas de La Mujer se entretienen 
en remontaros á las mas encumbradas regiones del 
mundo ideal, va como cronistas de lindas historietas, 
ya como cantoras de sentidas poesías, yo mal de mi 
grado me ocuparé en haceros descender de la altura 
á donde ellas os hayan sabido elevar. ¡Cambio dolo- 
roso! Bajar de un edén al mundo de la realidad! pe- 
ro qué realidad lan espantosa! No faltará lectora que 
quede mal parada del tal descenso, y que al ver mi 
firma en esle periódico lo tiro á rodar á lauto trecho 
que á la infeliz cuanto inocente victima no le queden 
deseos de volverse á poner otra vez en sus airadas 
manos. Pero arrostrando vuestra ojeriza, y todo lo 



que pudiera detenerme en mi propósito, estoy de- 
terminada a empezar mi sermón. Porque habéis da 
saber, queridas lectoras, que yo no he mirado nunca 
con disgusto el pulpito ni la tribuna, y que de ha~ 
hor pertenecido al sexo feo hubiera procurado ser 
predicador ó diputado: lo primero por tener la satis- 
facción de conducir pur la senda del deber á lautas J 
hnlas ovejas que andan descarriadas por esus muir- 
dos de Dios, y lu segundo por disfrutar del singular 
placer de cantar cualro claridades muy frescas á lo* 

señores gobernantas Pero ¿á donde he venido á 

parar? qué se os da, queridas mias, de lo que yo hu- 
biera podido ser, ni que se les daria á sus fíceíenciaí 
de lo que lea pudiera decir? ¿Pues no faltaba mas si- 
no que al empezar esle artículo con las mas sanas in- 
tenciones, nosotras chicuelasque no entendemos una 
palabra de política nos enredáramos sin saber cómo 
en tan intrincado laberinto! ¡Dios nos libre de tan 
dañina tentación! Adelante con nuestro proposito; 
haced cuenia que oslamos en cuaresma, y dispensad 
si al relatar mi sermón desenvuelvo anle vuestros 
ojos tanto en la idea como en la forma un cuadro 
dcsolador, árido y desagradable. 

Capitulo I. 

Con el mayor gusto no dudamos habrán visto 
nuestras lectoras en el número de este periódico cor- 
respondiente al día 11 del pasado mes, el desprendi- 
miento de la señora duquesa de Gor al dedicar 6000 
reales al establecimiento de hombres incurables. 
¡Loor eterno á la benéfica dama, que lan digna- 
mente emplea los bienes que le concediera el cielo! 
Ejemplo el suyo lan digno de imitación como de en- 
comio, y que no dudamos procurarán reprodm.tr 
otras señoras según se lo permita su fortuna. 






Nada mas dulce, nada mas grato para las almas r 
sensibles que aliviar las necesidades de sus semejan- 
tes ejerciendo la caridad. ¡La caridad! ¡virtud her- 
mosa que lan dulces consuelos proporciona al r o ra- 
tón donde se alherga! Los vanos goces que el mun- 
do ofrece en copa dorada cansan, hastian y siempre 
se mezcla á ellos e! veneno, pero la satisfacción que 
proporcionad ejercicio de la mas sublime de las i ir 
toda lleva en sí un dulzor grato, al que nunca se 
mezcla la hiél. Vosotras li> habréis csperínicnladu, 
lectoras inias: ¡qué placer tan inefable ha henchido 
vuestra alma al recibir las bendiciones de los infeli- 
ces a quienes habéis socorrido con mano generosa! 
Si hubierais empleado aquel dinero en diversiones ú 
objetos de lujo, ¿hubiera podido proporcionaros lan 
dulce satisfacción? No en verdad. Y además, la re- 
compensa que guarda el Eterno para los que cum- 
plen con sus preceptos, no seria por si sola bastante 
para tornaros caritativas si va do lo fueseis? Pero 
prescindiendo de esos sentimientos de egoismo que 
guian á veces hasta fas acciones mas laudables, se 
agrega al ejercicio do la caridad una cireuiislattcifl 
•mporlanfe que nunca debéis echar cri olvidó: Al em- 
plear el dinero en objetos de capricho, ó en adornos, 
etc., lened présenle que aquel caudal podría reme- 
diar la necesidad de una familia por un día guiri se- 
mana, y seria bit vez bastante para romper los lazos 
que la seducción tiende á jóvenes, infelices, que si 
boy permanecen virtuosas en medió de su indigen- 
cia mañana serán lal vez oprobio de nuestro seso, 
¿Esia sola idea no será sulicienJe para que destinéis, 
no digo algo de lo superfino, si es hasta de lo nerosa- 
rio, para arrancar con ello del borde de un precipi- 
cio á esas mujeres desventuradas? ¿Crccís acaso que 
todas tienen bástanle fuerza de espíritu para sucum- 
bir á los horrores de la miseria, <i para ver morir 
de necesidad sobre un montón de paja á una madre 
querida, cuando ven brillar á sus píes un bolsillo de 
oro? ¡AbJ es preciso confesar, queridas mías, que 
lan heroica virtud la tienen las menos. Yo creo sin 
vacilar que osláis dispuestas á no omitir medio alga- 
lio, y si fuera preciso á vender vuestros trnges por 
salvar a una sola de esas infelices del abismo á don- 
de su triste suerte la encamina. Pero, añadiréis, nos- 
otras no sabemos donde están esas desgraciadas, y 
por mas buenas que sean nuestras intenciones no 
podemos llevarlas á cabo. ¿Porqué no vienen á im- 
plorar un socorro que nunca les negaríamos? De na- 
da sirven, amables lectoras, tan nobles sentimientos 
sí no se procura utilizarlos en provecho de nuestros 



semejantes. Es preciso no esperar á que esas infeli- 
ces vengan á implorar vuestra raridad, cosa que tal 
vez no liarán nunca. ¿Suben ellas si estáis dispuestas 
,-i socorrerlas? Es necesario buscarlas, averiguar su 
paradero, y bien sea proporcionándoles trabajo, ó 
bien por olios medios, arrancarlas de su deplorable 
situación. Pero para oslo se necesita mucho laclo, 
pues seria doloroso que por quurer remediar la vir- 
tud y la pobreza con nuestros desvelos, se premía- 
se el vicio coa inmerecidas limosnas. Me diréis tam- 
bién que tropezáis con dificultades; que lan pronto 
como llega á vuestros o i dos Ja noticia de que una 
familia perece de miseria, querríais tener alas para 
volar en su socorro: ¿pero como lograrlo? Mamá tie- 
ne jaqueca y no puede acompañaros; papá ó el hor- 
no están ocupados en sus negocios; la doncella está 
empleada en una de esas ocupaciones que no admiten 
demora, solas no podéis ir, y en fin lodo parece que 
se conjura para ahogar vuestro nuble entusiasmo: 
porque habéis de saber, queridas mías, que lacnodi- 
cion de la mujer es lal que basta para practicar el 
bien tenemos que luchar con inconvenientes y supe- 
rar mil tropiezos. En prueba de ello os referiré en el 
articulo siguiente uno ó dos de los lances queme han 
acaecido cu diferentes ocasiones. 

(Cuncluitá.) 

«siria lrrilcjo y Dqrn, 



sil m& aisi& ffpsm 

Cuando esc sol de mágicos fulgores 
Que cutre nubes de purpura se oculta 
Vuelva á dorar el ancho firmamento 
Rasgando el velo de la noche oscura; 

Cuando despierten las parleras aves, 
Que ya su nido soñolientas buscan, 
Y enderece otra vez sus lacias hojas 
La humilde ñor que, ese vergel perfuma; 

Cuando recobre vida y movimiento 
Despertando gozosa la natura, 
Yp acogeré llorando al sol narienlc 
Que un año mas de mi existencia anuncia! 

Y un año mas de penas y de ducto, 
Un dúo mas de interminable angnslia, 
Que sus horas fugaces se llevaron 
Mis bellas ilusiones uoaá una! 









¿Qué se hizo vi tiempo que de a mantos padres 
La dulce voz, cual mi conciencia pura, 
Mo despertaba formulando acentos 
Que el amor paternal salo formula? 

Mi Lierno hermano su sencilla ofrenda 
Me presentaba con lerneza suma, 
Sonriendo feliz, al ver mi llanto, 
Llanto de gozo y celestial ventura! 

Y mis amigas on tropel tenias 
Augurándome dones Je furtuna, 
Y el helio porvenir que un ainia joven 
En sus ensueüos sin cesar vislumbra. 

Mañana estaré sola.... ni una mano 
Estrechará mi mano entre la sayal 
Mañana ni un acento cariñdsa 
A consolar vendrá mi pena aguda! 

Ya no contemplo, oh madre, tu sonrisa, 
Tus rancias de gozo no me inundan. 
Tu dulce bendición sobre mi frente 
Los dones del Señor ya no acumula! 

Madre del alma mía!... tal ve/ pronto 
A tus pies se abrirá la s»pullura, 
Y acoger no podrá tu último aliento 
Aquella que en tu amor su dicha funda!... 

¡Por qué me arranca de tus tiernos brazos 
La suerte p.ira mi sobrado injusta? 
¿Por qué aquí desterrada vivir debo 
Si el alma inquieta tu regazo busca? 

Yo pensaba, infeliz, que cual tú amante 
Al pié vetaste de mi humilde cuna, 
De tu vejez yo el báculo seria, 
Tu fiel sosten hasta la yerta tumba!... 

¿Por qué me diste, oh Dios de bondad lleno. 
Un alma que rebosa de ternura, 
Si ú vivir sin afectos me condena 
El acerbo rigor de mi furtuna? 

Mas ya las sombras gigantescas crecen, 
Cubre los montes azulada bruma, 
Los arroyos de plata murmurando 
Entre las flores su cristal ocultan. 

Duerme la alegre brisa entre las ramas, 
Los alados insectos no susurran, 
Y Jas aves el himno de entusiasmo 



Que dirigen á Dios tiernas modulan. 

Brilla tal cual estrella allá en el cielo 
Al través de las nubes que le enlutan, 

Y cual lámpara [risíe de un osario 

La i :i u: ■ ;■- 1 oscuridad tímida alumbra. 

Y por grados se apagan las mil voces 
Que en ala« vuelan de la brisa pura, 

Y repiten los ecos de los monles, 

Y ¡V lo lejos se eslinguun una á una. 

Son las postreras notas de ese canto 
Que la creación á su Señor tributa, 

Y tranquila entre sombras se adormece 
De Dius fiando en la clemencia suma. 

Solo el lento tauir de una campana 
Allá á lo lejos resonar se escucha, 

Y su sonido triste y plañidero 
A la oración el ánimo estimula. 

Oremos purs: del que es tres veces santo 
Imploraré la protección augusta; 
El que da al alma su dolor impío 
Dura la fuerza de sufrir su angustia- 
Oremos, si.,., mas el ansiado sueño 

Mi fuerza enerva, mi pupila anubla 

Ay! st al llanto be de abrir mis tristes ojos 
Permite, oh Dios, que no despierte nunca! 

An;c!ii GrftHl. 

San Ildefonso, i .' de agosto de 1852, 



EL ADÍOS DE HÉCTOR Y ANDHOHACA. 



Van á cumplir tres mil años que el ciego de 
Smirna, el delicado Homero, nos díjó en el libro 
seslo de su inmortal lilaila el episodio mas tierno t 
mas hermoso que ha podido salir jamás de la imagi- 
nación del borabre. Hablamos de la entrevista de 
Héctor y Andromaca, de ese cuadro sublime cd que 
Homero, apartando con arte y maestría la vista del 
lector de la sangre y estragos que ha presenciado en 
las batallas descritas en los cantos cuarto y quinto, 
le presenta con esquisilo gusto la amable fisonomía 
de ta mas dulce de las esposas y la del mas generoso 
de los héroes. Magnifico episodio que mostramos á 
nuestras caras suscritoras á fin de que comprendan 
que aun en la mas remola antigüedad hubo quien 









inpiera interpretar fielmente los verdaderos icnli- 
mienlos del coraron de la mujer, considerándola ja 
como apasionada esposa, ya como tierna madre. 

La Riada es el poema mas grande y mas perfec- 
ta que han conocido las naciones del mundo: su ac- 
ción está tomada de una de Lis épocas mas i infur- 
tan les de la guerra de Truja. En ella cania Homero 
con la osadía de su genio sublimado la culera del 
vengativo Aquiles y las funestas derrotas de los grie- 
gos, íiasla que muerto su aini^o Palrodo depone el 
justo enojo q"ue le iiauia encendido conira Agame- 
nón, caudillo de las liueslcs aliadas, ciñese las reful- 
ge nles armas que le présenla su madre Telis, lánza- 
se iracundo á la liza para vengar ct cadáver de su 
amigo, mata á Jleelor y consigue la mas completa 
?icloria sobre el ejército Iravano. 

Bolo el pacto entre griegos y tróvanos por las 
flechas del mal aconsejado Pándaro, estos habían lle- 
vado la peor parte en las Lilallas, y habiendo muer 
lo muchos do sus gefes principales, el augur Heleno 
espone al valiente Héctor la necesidad de ir á Troya 
para manifestar á Uécuba, su madre, que reunidas 
las mnlronas y nobles damas es necesario dirijan i 
Minerva, antes favorable y ahora enemiga de la ciu- 
dad, fervientes plegarias ofreciéndole ricos dones d 
fin de que Jes sea propicia en los cómbales. Hedor, 
apiñadas sus tropas al pié de la muralla, parle á Tro- 
ya con el mensage, veá Hi-cuba, lisila al afemina- 
do París en su alcázar, le reprende su debilidad v 
cobardía , y corre ligero á su palacio ansioso de abra- 
zar á su adorada Andromaca y á su querido Asii.i- 
narte (I); pero no se encontraba en él la desgracia- 
da esposa, que sabidas Jas derruías de los troyanos 
había ido bañada en lágrimas acompañada de Ja no- 
driza y ¡le su hijo á fa torre de Ilion, para ver desde 
allí por sí misma tal vez la funesta suerte de su es- 
pose. El formidable caudillo alraviesa bruscamente 
las calles de Ja capital para tornar al campo de ba- 
talla, y ¡oh grata sorpresa! ya eslá muy cerca de la 
puerta Escca cuando ha visto dirigirse hacia él á la 
deseada Andromaca con su hijo y la nodriza. 

Con este escogido y hermoso rasgo causa el di- 
vino Homero Ja mas dulce sorpresa que el lerlor se 
pudiera imaginar. La batalla no ha cesado, pero es 
entre la oscura soldadesca, y como no hay grandes 

f 11 tiAttianacle era el nombre que los trotjanos ¡foto» 
al hijo de J7eWor, el cual quiere decir «defensor de lo ca- 
p-tula, jmes el verdadero era ef i e (lÉscawandriov, r/a 
porjHt aquel niño hubiese nandú a las orillas del Esta~ 
"¡andró, ya porque hubiese sida ofrecido por sni ¡¡adra á 
la deidad de ette rio. 



hazañas que admirar es preciso que el lector descan- 
se en medio del movimiento. Así el portentoso Ho- 
mero, profundo conocedor del corazón humano, ha 
preparado con arle este magnifico episodio, capaz por 
sí solo de arrancar dulces lágrimas del pedio mas en- 
durecido. 

Si hubiéramos de referir lo que Andromaca y 
Hedor se dijeron en esla patética entrevista, debili- 
taríamos la escena grandemente y no llenaríamos 
nueslro propósito: por eso Irauscribimos lodo este 
pasagede la traducción de Hermusilla, convencidas 
de la superioridad que esta tiene subre la que bizo 
en francés Mmc. Dacier, que también tenemos á la 
vista, pero que para hacer uso de ella tendríamos 
que verterla al castellano, y después de ludo esto no 
resultaría mas que un pálido reflejo del pensamiento 
de Homero. 

Ved aquí literalmente la traducción de lkruio- 
silla: 

Cuando el bíroe 

alniñoiriií M santiyd (usileotin: 
T Andrórnaca, acerrándose afligida, 
lágrimas derramaba. V al raposo 
asiendo de U mano, y por su mimbro 
Ilamfilldi le, drill acongojada: 

«Infeliz TH valor ba de perderle: 
ni tienes compasión del tierno ¡litante, 
ni de esla desgraciad*, que muy pronto 
en viu-jf= ijrttiiúrá', porque los griegos, 
cargando ludus subrr [i, la vida 
tkrfts tf quitaron. Han mí valiera 
descender a 1a tumba, que privada 
do ti quedar; que si ú tnorir I legases 
ja no batirá púa mi ningún consuelo, 
sLnoUouto y dolor. Ya no me quedan 
tieruii padre ni riiaiker&riñiisa. 
Halo al primero e! furibundo Aquiles, 
mas no le despojo de Ja armadura 
aun saqueando a Tcba: que á los litóse» 
temía bacerse odiosa. T el cadáver 
toa lat armas ^urmmnío, n jti* re ni;a* 
uno imitbn rrrrjíj; j en tumo de ella 
las ninfa* que de Júpiter nacieron, 
tas Dríades, alinim plantaron. 
Mis siete hermanos en el mismo día 
bajirun todos al averno oscuro; 
qaeá todos dr la vida despiadado 
Aquilrs défpojs mientras estaban 
guardando los rebaños tiume rosos 
de buejes y de ovejas. A mi madre, 
la qtie autestropeiaba podcco&á 
en la rica llipuplacia, prisionera 
raqui trajo También con sus tesoros, 
y sáliiiilidik el magnifico rescate 
la dejó en libertad; pero llegada 
al palacio que Titira de su esposo, 
la Ilirio Diana con suave fleche, (1). 
Ufctor! lú solo va de tierno padre 

(!) Quiere decir que murió de repente; porque leí griegos en- 
tendían las muertes repentinas diciendo que Apoto berta eco. sil* 
Dexbaí a Jos raro oes, j Diana i las mujeres. 




I de madre me sirves, y de hermano, 
j ere» mi dujre toposo. Compadece 
i esta ¡ii Mii, la torre no Bbanduncs; 
y en horfíudad no dejes á éste niño 
y viuda á íu mujer. En la colina 
de silvestres higueras cotonada 
nuestra genle reúne; que es el lado 
por donde fácilmente el cnemúco 
penetrar puede en la ciudad, y el maro 
escaUr di- Ilion Hasta tres veces 
por esa parle aromcler temaron 
los mas ardidos de la liue.-lc aquea: 
los A yace?, el Rey Idiimeneo, 
los dos Alridas y el feroz Ünimedes; 
6 tb que mi adivino este parage 
les hubiese mostrado, o que secreto 
impulso los hubiese conducido. » 

Bespondid el héroe á su afligida esposa: 
ojiada de cuanto dices se me oculta; 
pero tema también lo que diriin 
contra mi los tróvanos y iroyanas 
si cuM cobarde de la lid huyera. 
Til lo permite ni¡ valor: que siempre 
intrépido he sabido presentarme 
en la lil», y ai frente de los Teatros 
pelear animoso por la ¡¡loria 
de mi pnilrr y la mía. Bien eonoico, 
y el corazón, y rl alma lo presienten, 
que ha de llegar el dia en que asotado 
sera el tuerte Ilion, y en que perezcan 
Priamo y su iiacion tan puderoSa. 
Pero 110 lauto i» wmun ruina 
que ¡¡ los demás iruyanns amenaza, 
ni de Héeuba la suerte y «le mi padre. 
el Rey Priaino siento y mis hermanos, 
que muchos y -valientes: por la diestra 
de nuestros enemigos en f l polvo 
derribadla serán, como la tuya: 
que al^unii de l"S principes atjueos, 
dejándole la vitla. puf eselav* 
i Argos le llevará, bañada, en lloro. 

Y alli, de una rsirangeia desdeñosa 
obediente á la «I, a pesar luyo 

j á la nrresidad cediendo dura, 
la lela tfjcrás é irás por agua 
4 la fuente Meseida, o Hiperea. 

Y cuando vayas, los Argivos todos 
que le vean pasar triste y llorosa 
el uno al ulro se dirán alegres: 

Eííi es ¡a riuila de TJeetor, el famoso 

campeón, qtte de totfal las tráganos 

ira eí mas fuerte eiíomío en turna al muro 

de ¡lian enn las Jriíji?* puteaban. 

Asi alguno diri, y al escm-harle 

nuevo dolor afligirá l" pecho; 

T mucho entonces sentirás la fallo 

de tu Hf'ctor, el solo que podría 

de esclsi ilud sacarle si viviese. 

l„a tierra amontonada mi cadáver 

entes oculte <¡«e llevarte vea 

por esclava, y cscuiiie ms gemidos.» 

Asi decia, y alargó la mano 
para tomar en brSíos al infame; 
pero aiuiíaJo el niño, loOreíIpeeAo 
de la nofíriiu se arrojó gritando: 
porque al verla armadura refulgente, 
y la crin de caballo que terrible 
tobrt la alta cimera tremolaba, 



te llenó de pouor. Su tierno padee 
y su madre amorosa se reían, 
y el tiérne sé quito de la rabeen 
el casco reluciente, y en el suelo 
poniéndole, en sus brazos al infante 
torno y acaricia, V el dulce beso 
imprimiendo en su candida mejilla, 
esta plegaría al s- ibera no Jo ve 
dirigió y i los otros inmortales: 

«Padre íovel y vosotras bienhadadas 
deidades del Olimpo! Concederme 
que mi hijo llegue á ser tan esforzado 
como yo, y a los Teueros aventaje 
en fuerzas y valor, y que algún dia 
sobre Ilion impere poderoso: 
y que al verlo volver de las batallas, 
trayendo por despojo en -.uure tinto 
el arnés de un guerrero i quien la vida 
él mismo nava quitado, diga alguno; 
Este es mas valerosa que tu padre, 

Y Andromaca se alegre al escucharlo.» 

Así dijo, y en manos de su esposa 
si nina puso: y la doliente madre, 
mezriando can sus lágrimas la rirn, 
le recibía en el sena, (pie fragancia 
despedía suave. Al ver su lloro 
enternecióse el héroe; y con la mano 
la acarició y le dijo estos palabras: 

•Consuelo de mi vida! no afligido 
lu corazón esté* que rnunbrc ninguno 
podrá lanzarme á la región del orco 
antes del día que la dura tarca 
me tenga, prefijad». Y «Uñada llegue 
fuerza será morir: porque hasta ahora 
pingan hombre, cobarde ó valeroso, 
el rigor evito de su destino 
desde que entró en la vida, a nuestro ale izar 
vuelve ahora .i entender en las labores 
del telar y la curca, y las cautivas 
Cuiden de los domésticos afínes; 
que de Troya los fue fies campeones 
á la defensa do la patria ah»ra 
lodos atenderán, y yo el primero.a 

Asi dijo: a eit lanío que ¿I afcaha 
del suela r( morrión, hacia e) palacio 
se encaminó íu esposa, ta raheza 
volviendo á coito pojo; y abundantes 
ligrimas derramaba. Llegó pronto; 
y dentro reunidas numerosas 
esclavas coeouiraiirlo, su venida 
excitó en todas llanto dulorn^, 
¡í tlielor en tiJu t¡ en m propia cata 
tratiuradv 

Y Uien, querida!] tedoras, ¿qué os ha parecido 
este lujosn Fragmento? ¿Xo habéis derramado dulces 
lágrimas con la tierna súplica de Andrdmaca? Esla 
princesa desgraciada quiere contener ct valor impe- 
tuoso del guerrero, y le dice ennlas mas sentidas pata- 
bras que no espongn temerariamente su vida porque 
ni á ella ni á su hijo les resta ya en el mundo quien 
los defienda y ampare; é insistiendo en su lastimo- 
sa viudez, única idea que debe fijarse en la mente del 
| caudillo, le recuerda que su padre y sos hermanos 



B 






bao muerto al hierro de! furibundo Aquíles, y que 
Sil madre libre de la esclavitud por un cuantioso reí- 
calo ha muerto también de pesar, comparando la rui- 
na de su ciudad con su anticuo poderío y optilcn- 
cia. Y dejando á tm lado 1» especie de consuelo que 
encuentra la desventurada Andrómacacon el recuer- 
do de que el cadáver de su padre no había sido in- 
sultado por Aqttiles, y si quemado ron la armadura 
y crigídule un túmulo á sus centras, honores que, 
segtiu las costumbres de aquellos siglos, se debían 
hacer á ¡os cadáveres de Jos personajes para que no 
recayera !a infamia sobre sus hijos; como asimismo 
el que reinita da l,i injusta niueile de sus hermanos, 
que inermes é indefensos lian sido sorprendidas en 
su Nriipnciou pacifica c inocente, vamos ú parar á 
aquel magnífico rasgo, .i aquel desgarrador apostro- 
fe en que esdamn: S lector, tú solo inc sirves ya de 
tierno padre, y madre y hermanos, y eres mi dulce 
esposo: compadece á esta infe'iz; no abandones la 
torre; no dejes en la hórfaodád A este niño y viuda 
á tu mujer. Ah! queridas mías, volved á leer lodo 
este |i;i--i^e aunque vuestro sensible curacon se des- 
haga eu llanto, 

¡Y qué va á responder Héctor, el generoso ada- 
lid de ¡as huestes Iroyanas, á la mas cara de las es- 
posas '\ne le suplica, bañado cu lágrimas el hermoso 
rostro.' Allí le recuerda su fatua, que le tratarían de 
cobarda si se retirara de la pelea; pero le asegura 
que Ir. < desgracias que amenazan á su padre, madre 
y hermanos, y la ruina común, im le atormentan 
tanto c >¡uo la imagen de la esclavitud de su querida 
Andrr taca, la que obligada ¡i tejer telas é ir á la 
fuente por agua seria insultada púhlkainouie de to- 
dos los Vrgivos; y preocupado con este pensamien- 
to dése i murir mil veces antes que ver cautiva á su 
cara espnvi v oír sus dolorosos gemidos. 

Ya Héctor, ctítaíJuido su discurso, á acariciar ¿i 
su querido bijo; mas este, aterrado por el brillo de 
las armas y ondulante penacho, se arroja gritando 
sobre el pecho de la nodriza: Hedor y Andrülliaca 
se miran, se sonríen, y aquel se quila el morrión de 
la cabera, coge al tierno niño entre sus brazos, le 
acaricia, le besa, y dirige á Júpiter una ardiente sú- 
plica para que conceda á aquel augusto niño reinar 
un dia sobre Ilion y ser mejor y mas valiente que su 
padre. ¿Y no es esto copiar la bella naturaleza y co- 
nocer los hondos repliegues del corazón humano? 
Héctor pone al niño en manos de su esposa, y la do- 
liente madre le recibe en su seno llorando y riendo 
á un mismo tiempo. ¡Rasgo sublime que descubre la 



ternura del corazón de la mejor de las madres y de 
las esposas, y los distintos afectos porque se hallaba 
combalido! Enternécese c! héroe al ver sti lloro, y 
la acaricia y la consuela con la doctrina del fatalis- 
mo, tan cuinun en 'aquellos tiempos, y le dice que 
vuelva á su palacio ;i entender en los cuidados do- 
mésticos, que él y los demás (royanos verterán has- 
la la última gola de sangre en defensa de la ciudad 
y de objetos tan queridos. Y mientras el héroe va a 
coger del sucio et morrión Andróniaca se aleja vol- 
viendo la cabeza a cada paso. ¡Magnifica pincelada 
que nos hace notar las angustias de aquella mujer 
sin ventura! Llega a su alcáW, y las lágrimas que 
iba vertiendo oscilan en sus numerosas esclavas un 
llanto doloroso, y Héctor en vida y en su propia ca- 
sa era llorado 

En este mágico episodio se da vida á la misma 
naturaleza, y no nos cansaremos de encomendar una 
vez y otras ciento su lectura, porque en él se refle- 
jan las contrarias emociones que debieron agitar el 
sensible corazón de la dulce esposa del generoso Héc- 
tor, de la tierna madre del inocente Astianacte; má- 
gico episodio que formará mientras duraren los si- 
glos la hoja mas verde y mas hermosa de la corona 
inmarcesible que cine las sienes del inmortal ciego 
de Smirna. 

Cerilla Gonule*. 

Bien puede aquel que gime entre prisiones 
Encontrar algún din su salida; 
Bien puede e] que padece privaciones 
Hallar una fortuna apetecida; 
Y el que llora sumido en aflicciones 
Sanar de su dolor la triste herida; 
Pero encontrar felicidad entera, 
Eso si que es un sueño, una quimera. 

Triste es mirar en el sepulcro inerte 
Aquel amigo de niñez dichosa; 
Triste es luchar con la terrible suerte 
Cuando falta valor al alma ansiosa; 
Pero ni doto, afán, terror, ni muerte 
igualan á la pena do I o rosa 
1>l! lámar un adiós de despedida 
A aquella prenda del amor querida. 



Busque placeres el mortal dichoso 
Que á gozar á esfe mundo fué lanzado; 
Navegue en ese mar impetuoso 

Y en su encanto se aduerma regalado: 
Mas d mortal (|ue gime duloroso 
Huya siempre al asilo retirado, 

Y ;i nadie mire que su afán no entienda; 
Busque tan solo un ser que le comprenda. 

El tiempo con su paso agigantado 
Todo lo sume en el profundo olvido, 

Y el corazón que hoy gime destrozado, 
Verá mañana su dolor perdido, 

Y si no goza paz del inundo airado, 
La encuentra en el sepulcro apetecido; 
Mas el borrón que la deshonra imprime 
Ni con la misma rnuotte se redime. 

Aquel anciano de nevada frente, 
Que casi toca al encorvarse el suelo, 
Miradle cuál sonríe dulcemente 
Con la sonrisa que nos da el consuelo. 
¿Qué le importa llegar tranquilamente 
Al final de su vida sin desvelo? 
¿Qué Je importa, sirven ha vivido 

Y allá, en su corazón no lia encanecido? 

Horrible es escuchar en noche horrenda 
Allá á lo lejos retumbar el trueno, 

Y que con sus relámpagos encienda 
La caverna que abrasa hasta su seno; 
Horrible es que el dolor tásalas tienda 
Haciéndonos gustar de su veneno; 
Pefo aquel que los celos no ha libado 
No iia visto, no, su pecho destrozado. 

nogclla león. 



LOS ¡BIKBTOS SALES A VECES DE LA TOBA, 

THADICIOX BELGA- 

r. 

A fines del siglo XVII se veían en la calle Alta de 
Araheresdos tiendas en cuyos mostradores brillaban 
el oro y la phua de unas riquísimas piezas de broca- 
do, las cuales pertenecían a dos fabricantes que des- 
pués de haber trabajado en común por algún tiem- 
po hacia un año que ejercían su industria cada uno 



j por su cuenta. Por desgracia esta separación, que 
no se había hecho amistosamente, no solo rompió 
entre ellos las relaciones comerciales sino también 
los \ íticülos de parentesco que los unían. Maesse Ge- 
rardo Van Spiel, que así se llamaba el uno, veía con 
rencorosa envidia la prosperidad de que disfrutaba 
el comercio de su pruno Martín Valck al paso que 
el suyo declinaba de día en día y amenazaba parali- 
zarse completamente. Gerardo tenia un carácter vio- 
lento y era uno de esos hombres en cuyo corazón el 
odio y la venganza se funden en un soto sentifljien- 
to. Hacia algún tiempo que negaba con arrogancia 
el saludo á Martin y nunca hablaba de él sino eu tér- 
minos ofensivos. 

Sucedió pues que un día muy de mañana los ha- 
bitantes de la calle Alta quedaron muy admíradusal 
ver entrar en casa de Martin Valk á un magistrado 
seguido de seis esbirros armados de alabardas, £1 
terrible ministro de la justicia halló al honrado fa- 
bricante lomando sn desayuno con su mujer y su9 
dos hijos, que eran bellos como dos ángeles, y cuya 
súbita palidez dio clara muestra del terror involun- 
tario que les hubo de inspirar la imprevista llegada 
de aquellos hombres de la lev, Tambion fué grande 
la admiración de Martín, pero su rostro no reveló 
ningún temor porque tenia por máxima favorita que 
e! hombre que nada tiene que echarse en cara nada 
tiene tampoco que temer. 

— Señor, dijo sonriendo d magistrado al ver el 
apáralo de que venia rodeado, cualquiera diría que 
esta casa es el asilo de algún delincuente. 

— Me atrevo á esperar, maese Martin, que el pa- 
so que nos venios obligados á dar será infructuoso 
para encontrarlo en este sitio. 

Vulct no comprendió la respuesta vaga del ma- 
gistrado, quien por deferencia á la bien sentada re- 
putación de que siempre había gozado el fabricante 
procuraba hacer lo mas blando que le era posible el 
cumplimiento de sus terribles funciones. Con este 
objeto suplicó á las mujeres con dulzura que se reti- 
rasen á otro aposento, y así que hubieron salido, 
temblorosas y agitadas por un horrible presen l ¡rojeó- 
lo, invitó con mucha bondad á maese Martin á que 
se sentase y respondiese con calma á sus preguntas. 

— ¿Seré yo mismo por acaso el culpable que bus- 
cáis? preguntó con voz reposada. 

— Quiera el cíelo que no, respondió el magistra- 
do conmovido. 

Y al mismo tiempo sacó del bolsillo algunos pa- 
peles, cnlrc los cuales escogió uno y se lo enseñó á 



maese Marlin después de haberte hecho «res á cua- j momentos después el desdichado pisaba los umbrales 



tro dobleces de manera que solo se pudiesen leer 
dos lineas y la firma de Martin Valk. 

— Mae» Martín , le dijo, ¿reconocéis esta letra? 

El fabrícente examinó por algunos momentos 
aquellas líneas fatales, y levantando la cabeza con 
dignidad; 

— Ignoro, respondió, las consecuencias de lo que 
vov á decir, pero declaro ante Dios que sí mi- ojos 
no me engañan esta letra es mía. 

— ¿Y esta, repuso el magistrado exhibiendo otro 
papel, la reconocéis también por vuestra? 

—También creo que ha sido trazada por mi ma- 
no. 

— Macse Martin, continuó c! magistrado, tengo 
que cumplir un triste deber: ;D¡os y todos los san- 
tos os ayuden! En iiomhre de la lev y de monseñor 
nuestro duque seguidme sin tardanza, 

— ¡Vu!... ¡yo seguiros! esclamó el desdichado 
Valek mirando con ojos turbados al magistrado, ú los 
papeles misteriosos \ á lus a!, d>, micros como dudan 
do si estaba despierto. j Yo seguiros!... ¿pues qué 
crimen be cometido?... ¿qué cunlienen esos pape- 
les?... ¿cómo han llegado á vuestras manos?... En- 
señádmelos otra vez por favor; sepa yo al menos lo 
que contienen, 

Mientras que Martin suplicaba de este modo al 
magistrado, este se veía obligado á volver á otra par- 
te la ciueza para ocultar las lágrimas que brotaban 
desús lijos, porque á pesar de las pruebas de culpa- 
bilidad casi irrecusables que tenia en la mano no 
podía aceptar la idea de que fuese un falsario infa- 
me un liumhrc basta entonces irreprensible, honrada 
con la rqufiaoxa y estimación ¡I;: sus conciudadanos, 
y cuya esposa ó hijos pasaban con justicia por mo- 
delos de tudas las virtudes reunidas 

Así que no teniendo Tuerzas para responder hizo 
una sena á los esbirros, los cuales rodearon al ¡lisian- 
te al desdichado Valck. 

— Mi conciencia, dijo este, no me arguye por 
ninguna malí acción Marchemos, señores; el cielo, 
en quien deposito mi confianza, espero que no me 
abandonara. 

Una inmensa muchedumbre le esperaba ala puer- 
ta de su casa. Sil corazón estaba oprimido bajo el pe- 
so de mil diversas sensaciones, todas ellas desgarra- 
doras; su rostro conservó sin embargo en medio de 
aquella turba compacta y bulliciosa que se agolpaba 
icontcmp'arlc, esaesprnsion de dignidad que nunca 
es dado al crimen fingir completamente. Algunos t 



de la sombría cárcel, cuyas herradas puertas se cer- 
raron tras él dejándole sepultado en aquella mansión 
horrible, donde el tormento arrancaba todos los dias 
atroces gríLos a) dolor, 

{Se continuará,. 



lian sido aprobadas por real orden para servir 
de testo en las escuelas de instrucción primaria las 
obras que á continuación se espregan: 

Poesías de Ja señorita doña Angela Grassi. 

Fábulas rn rerso de doña Concepción Arenal de 
Carrasco. 

Cardlla gcoorújicfl de la señorita P, E. 



I. a compañía dramática que trabaja en el teatro 
del Circo de la Habana se proponía representar una 
comedia en un acto titulada Contra ira ¡lacitufta, la 
rual a vista del efecto que produzca en su primera 
representación se imprimirá ron objeto de dedicar 
su producto á lus pobres del hospital de San Lázaro 
en cumplimiento de una promesa de su autora la se- 
ñorita doñaC. 1!. v M. 

Cquona FÍ-SEMiE. — Según vemos en la Aurora 
de Matanzas se tralaba en aquella rrudad de publicar 
una corona fúnebre á la memoria de doña Mercedes 
de Sania Cruz, condesa de Merlin, en la cual figu- 
rarían composiciones en prosa y en verso de varios 
aventajados ingenios. 






ANUNCIO S. 

*, i: \\ DEÍ-OSITO DE ABANICOS I CUSES 

roa JIAVtit v MESO». 

Corredera baja (le San Pablo ni'iiii. a». Trente á San Anln- 
iiio de Ins Pin tupieses: ern dicho cstableriuiieuto hay aba- 
nicos lie nácar, bneso, hasla, pastas, sándalo, v un com- 
pleto v variado surtido de abanicos ¡mílados Vi inglese*. 
iiíuv arreglados, como también abanican propios para 
tiempo ¡Je baños, para viajar en ililigi-ncia, pues por 
tuerte construcción pueden servir para caballeros; su ¡n 
ció f y 2 reales: también se ponen paises desde 2 reales en 
adelante y sebáceo luda clase de composturas aprecio* 
convención ales. 



MADRID, 1852. 

IMPRENTA DE Ü. JOSÉ TRÜJILLO, HlIO, 
Calle de María Cristina número 8. 



Ano segundo. 



Domingo 22 de Agoslo de 1832. 



Número í. 



LA MUJER, 

PERIODtCO 
DEFEXSOR Y SOSTEXEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este periódico sale lados los domingos; se suscribe en Madrid en tas librerías de M™in y de Cufsla. í i rs. al mes; j ín picnic 
cías 10 r s. por do* meses tranco de pune, reiniüeüdu una libranza a favor de nuestro impresor, ó sellosdefrsinjuso. 



Mi Iiih inttjerc* ion cjtpncew ilcl heroísmo. 



Va en otra ocasión, en el articulo correspondiente 
alnúm. al de nuestro periódico, hicimos ver por me- 
dio de razones y ejemplos que las mujeres 500 suscep- 
tibles de las virtudes multares, y ahora romo conli- 
nuaciun de aquel asunto, y cumpliendo con lo ofre- 
cido, nos proponemos demostrar que lamliien son 
capaces del heroísmo; lo que no puede menos de ser 
asi", porque ia heroicidad vulgarmente entendida de- 
pende en gran manera del manejo de las armas, v sí 
han existido mujeres bastante fuertes que han acome- 
tido empresas esclarecidas usando de estos medio-; 
enérgicos y "vigorosos, v las han desempeñado ron 
dignidad y valentía, claro es que el heroísmo mas 
atendible no es impropio del sexo comunmente lia- 
mado débil. 

Supuesto que et heroísmo no es otra cosa que 
una virtud estélenle elevada sobre las virtudes 
comunes, nosotras no podemos prescindir de reco- 
nocer cinco causas principales que lo promueven: la 
primera es nacida de la honestidad considerada en 
su mayor elevación posible; la segunda de Ja csce- 
lencia y perfección de las facultades intelectuales por 
medio de las que. la mujer siente cierto acaloramien- 
to que la impele á hechos grandes y generosos; la 
tercera es hija del sufrimiento y la constancia; la 
cuarta de aquella especie de enajenación que produ- 
ce el entusiasmo, y la quinta depende del amor y la 
cólera, pasiones que según opinión de lus antiguos 
eran las que mas dominaban á los héroes, y de las 
cuales el divino Homero, el insigne cantor de Aqui- 
lea y de Clises, sacó tan grande partido en sus inmor- 
tales poemas la lüada y la Odisea, como asi mismo 
el cisne de Mantua en su Eneida, 



Todos estns elementos se e-cuenlran así en tos 
hombres como en la cabeza v en el corazón de las mu- 
jeres, v por tanto estas pueden locar al heroísmo del 
mismo modo que aquella, porque ni ios héroes han 
venido de casta de giganles, ni la fuerza bruta capaz 
de arrancar un árbol ó derribar una muralla, ha 
constituido jamás esos seres estraordínarios que la 
imaginación se crea. La altura y fuerza de los cuer- 
pos 110 forma los grandes hombres, sino la grandeza 
y elevación del alma, el vigor y la firmeza del espí- 
ritu; v así como puede haber almas grandes en cuer- 
pos pequeños, también puede haber espiritas enérgi- 
cos v (ii'ineh en una carne delicada. Los hombres no 
han sido hechos di- distinta sustancia que las mujeres, 
ni lian sido dolados de mejores co>as que estas úl- 
timas; v si en punto á la parte física se nota alguna 
diferencia entre los pimeros v ¡as spgundas, esto so- 
lo depende de la educación y el ejercicio, si bien 
no faltan ejemplos esclarecidos en que el sexo feo 
tenga de que avergonzarse por la ventaja que sobre 
él lia llevado el mas gracioso. Por otra parte, la car- 
rera del honor e^tá abierta del mismo modo para los 
unos que para los otros, y el deseo de la gloria es de 
igual naturaleza en ambos sexos, y la suspirada in- 
mortalidad es igualmente halagüeña para todos, y 
lodos hemos sido llamados por el Criador á la per- 
fección y al engrandecimiento. 

Desconocer estas verdades seria la mayor de las 
injusticias y hasta un insulto hecho á la humanidad: 
la mujer siempre ha sido \ ha podido ser tan buena 
como el hombre. 

«Las luces que descienden suLie el espíritu del 
hombre, dice un filósofo, no son mas puras ni de mas 
alia esfera que las que bajan sobre el de las mujeres; 
y coa estas luces iguales y venidas de un mismo orí- 






i encender un luego semejante y de una 
misma forma en el corazón de uno y otro. Algunos 
hombres hay que ni menos parece que llenen luz ni 
apariencia, de buen sentido. Sin duda juraríais que 
parecían formados de las heces y de la borra de la 
materia, v que en su constitución no había entrado 
ni una sola centella de fuego celeste. Está tan carga- 
da su alma, y la corteza que les rodea tan oscura y 
tan llena de masa, que no hay luí que la pueda pene- 
trar con un rayo de verdad, ni introducirla un prin- 
cipio de calor honesto. Al contrario se ven mujeres 
que parecen formadas del extracto mas puro de la 
materia rectificada. La pa ríe superior de sus almas 
es muy limpia, y reflecta con la mayor viveza todas 
las impresiones luminosas que recibe: la inferior 1ie- 
ne unos fuegos tan nobles, y se ntueve tan arregla- 
damente y con una celeridad lan acompasada y tan 
justa, que no habría mucha lisonja aunque las com- 
parara ¡i aquellos bellos compuestos que se forman 
de las inteligencias y de los astros. No es pues la di- 
ferencia del sexo la que hace la diferencia de las fa- 
cultades del alais; y pues ellas son de la misma per- 
fección en el hombre que en la mujer, pues en uno 
y en olro se pueden imbuir por una misma luí, y 
penetrar por un mismo fuego, descendamos libre— 
menL- y de común acuerdo á ta consecuencia ;i don- 
de n<jj ha (raido el discurso; y convengamos en que 
pueden las mujeres estar dispuestas por eslaluz v es- 
te f icgo para las principales funciones de la virtud 
lier. : c a . > 

Si ahora tomamos en la mano el libro de la his- 
toria hallaremos comprobadas por la esperieneia to- 
das nuestras aseveraciones, presentándose á este tin 
aquella honestísima paisana de Bohemia que habien- 
do sida solicitada, en el campo donde estaba tralia- 
jaudo, por un soldado á satisfacer los deseos torpes, 
le cogía debajo del brazo y le llevo á la ciudad | Pra- 
ga), donde le entregó al capilan para que le castiga- 
se. L;i marquesa de Gauge, castísima y hermosísima 
francesa, habiendo hecho resistencia á la torpeza y 
liviandad de dus cuñados suvos, sufrió la horrible 
muerte que aquellos la dieron con aprobación del 
marido, á quien habían hecho concebir sospechas de 
ella: y según refiere La Mola le Vajcr, la hella ir- 
landesa madama Duglas sufrió la pena capital, acu- 
sada injustamente del crimen de lesa majestad, solo 
por no haber querido acceder al desenfreno del ven- 
gativo Guillermo Leout. 

Con respecto á la claridad y escelencia de las fa- 
cultades intelectuales, no lian sido menos insignes y 



I heroicas D.* Oliva Sabuco de fiantes, cuya 
fia conocemos, y las eminentes y distinguidas Lucre- 
i i;i Mnrini'lb. Dorotea Bucea, lsot la Nogarols, Lui- 
sa Sigea, D." Bernarda Fcrrehrá, D." Juana Morella 
y otras mochas que en distintas épocas y países* han 
florecido, haciendo un patrimonio de las ciencias J 
de las letras, 

Por el sufrimiento llegaron al heroismo la inocen- 
te María Stua.nl v la graciosa Epicharis, mujer ordi- 
naria que sabedora de la conjuración de Pisón contra 
Nerón sufrió crueles azotes y los mayores tormentos 
-in descubrir nada: l;i constancia en la- empresas á 
Isabel la Católica: el entusiasmo espuso a perder su 
honor y su vida á la hermosa Jndil. quien atravesan- 
do murallas y trincheras se arrojó sola y sin armas 
en medio de mas de cíen mil hombres para ofrecer 
al pueblo de Israel la cabeza de lloloferncs: la cons- 
tancia y el amor juntos á Paulina, que resuella á mo- 
rir con Séneca hízosc abrir las venas delicadas: y 
asimismo.ú Artemisa, quien agotó la ciencia de lo- 
dos los arquitectos y de lodos los escultores de Gre- 
cia en la construcción del soberbio Mausoleo, para 
el qtic reunió todos sus mármoles v piedras preciosas 
el Asia. V no de otra manera el heroísmo fué una 
de las virtudes de Serniramis. que habiendo sabido, 
en ocasión en que se hallaba haciéndose el tocado, 
qih una provincia recientemente conquistada luida 
sacudido el yugo, animada de una cólera majestuo- 
sa hito recoger á sus doncellas sus perfumes v pedre- 
ría, y juró no acabarse de peinar hasta que estuvie- 
ran castigados los rebeldes, lo que concluyo en efec- 
to motilando á caballo, reunidas sus huestes, y pre- 
sentándose i la batalla con los cabellos medio espar- 
cidos. 

Eslos ejemplos y razones, sin usar de otras por 
la brevedad que deben tener nuestros artículos, nos 
autorizan para asegurar que las mujeres sou tan ca- 
paces como los hombres de las virtudes heroicas. 



EL ACUEDUCTO DE SEGOVIA. 

TRADICIÓN TOPtflUUl. 

1. 

De vez en cuando alumbran relámpagos violado» 
Las torres do Segovia, do choca el vendaval; 
Los montes cual gigantes de nubes coronados 
Repiten las mil voces de horrible tempestad. 

Uioean los elementos; del trueno la voz grava 
rarecc del Eterno Ja inexorable yoz, 



Y cunl entre tas olas zozobra altiva nave 
Vacila el universo transido de pavor. 

Allí tina tierna niña, la plañía ensangrentada. 
Junio á un pesado cántaro llorar trisle se ve; 
El vendaval Ja azota; la joven desdichada 
Es de su anciana madre el único sosten. 

Triste solloza y sime.... La madre á quien adora 
Siu esperama ludia con la miseria atroz, 
¥ la inocente niña liondad solo atesora, 

Y la bondad en el mundo no es joya de valor! 
Inexorable dueño mezquina recompensa 

La prometió si cumple fielmente su deber. 
La fuente está lejana, la noche oscura y densa, 

Y la espinosa senda desgarra un débil pié. 
Eq vano le da fuerza su infatigable anhelo, 

Tres veces la derriba furioso el huracán: 
Fijando sus miradas entonces en el cíelo 
Retar parece altiva la cólera eternal. 

Arcángel del abismo, grita con voz suprema, 
En paijo de raí alma, labra una fuente aquí. 
Dice, y la voz del trueno responde á su anatema, 

Y alumbran el espacio relámpagos sin lin. 

Y el rev de los precitos en alas de los vientos 
Cruza el inmenso espacio envuelto en llama azul: 
La lempcilaJ acrece, rugen los elementos, 

Y absorto el mundo teme que se abra su alaud. 
La joven le contempla, y con terror prufundo 

Esclama arrepentida: Tuya prometo ser, 

SÍ antes que la aurora alumbre el ancho mundo 

Labras un acueducto en donde ftjt el fié. 

Luego con luz siniestra se iluminó el ambiente, 

Y una legión de espíritus los. aires invadió; 
Satánicas bellezas que entonan sordamente 
Contra el Creador eterno sacrilega canción. 

Y arrancan á los montes sus fúnebres sudarios 
Be peñas sempiternas, con júbilo infernal; 

Y al ronco son del trueno los fuertes operarios 
Labran el acueducto, milagro de su edad! 

II. 

Anciana desvalida 
Marcha con firme planta, 
Qjte con ternura santa 
Buscando á su hija va. 

Es madre: ¿qué le importa 
Que esté sañudo el cíelo? 
Si pierde su consuelo 
Piada le queda ya! 

Hallóla al Un llorando, 
Y supo el pacto impío 



Que en medio á su eslravfo 
Satán ¡ay! le arrancó. 

Es madre, y no desmaya: 
Madre es la Virgen bella, 

Y atiende la querella 
De aquel que la ofendió. 

c;OI> tú. Señora, esclaroa, 
Virgen clemente y pura; 
Tú, fuente de ternura 

Y de eternal bondad; 

Tú, que también sufriste, 
Tú, que lloraste tanto, 
Bajo tu augusto manto 
La ampara por piedad! 

Tú fuiste también madre, 
Tú con afán prolijo 
Viste espirar al hijo 
Objeto de tu amor. 

La vida de su alma 
Te pido desolada..,. 
Vuelve la descarriada 
Oveja al Redentor!...» 

m. 

Subió al cielo su acento, y mil querubes 
Mandados por la Virgen soberana 
Van corriendo á trocar tas tiegras nubes 
Ei nubes bellas de amaranto y grana. 

Y antes de tiempo la risueña aurora 
Ilumina los ámbitos del cielo, 

Y con diáfana luz encantadora 

La sombra aleja que cobija el suelo. 

Perdido está Luzbel, mas no se arredra; 
Trabaja y lucha con atan profundo; 
Mas ¡a>! que al colocar la postrer piedra 
Brilla un rayo de luz y alumbra el mundo. 

Y el alma de la joven, ya salvada. 
Cual bella exhalación cruza el ambiente, 

Y de angélicos coros rodeada 

Al seno de su Dios vuela ferviente. 

Rugiendo huye Satán: los segovianos 
Al contemplar tan bella maravilla 
Alzan á Dios sus tremebundas manos, 
Bendiciendo á la Virgen sin mancilla!... 

Ángel* vfbsb!. 

Real Sitio de San Ildefonso, agosto 19. 



-»-»-» *üí ;=!*««« 



LA BENEFICENCIA. 



t :i;lH llln ti. 

Hice tiempo ya, tenia )» diez anos, envió mi 
benéfica mamá unas envolturas á una pobre mujer 
que en medio de l¡i mayor miseria huida dado á luz 
un niño. Pedí permiso para ir con la sirvienta cn- 
eargada de aquel iiieusnge, y concedido me encami- 
né, loca de contento, a la cueva que socavada deba- 
jo de una enorme peña servia de morada á aquella 
iriffli/.. No Labia yo presenciado basta entonces nin- 
guna de esas escenas desgarradoras susceptibles de 
conmover el corazón mas empedernido, y mi alais 
quedó dolorosantente sorprendida al ver á la pobre 
madre subre un montón de paja que le servia de le- 
cho, y sin mas ropas que un trozo de maula raidu 
con que estaba cubierta, y con el que procuraba ta- 
par á la desnuda y recién nacida criatura. La triste 
impresión que me causó aquel miserable cuadro me 
dejó muda por un momento, pero volviendo en mi 
dirigí alg'inas palabras á aquella infeliz, dejé sobre 
un banco lo que para ella me había r.iíimá entregado 
Y me disponía á salir, ciando un hombre de aspecto 
desagradable se precipitó en la cueva, y al tender 
una mirada sombría alrededor de si eselamó: i — ¿Qué 
hacen íiíií esa mujer y esa chiquilla?» Yo, temblando 
como la hoja cu el árbol, no acertaba á hablar ni á 
movenre. «—Hombre, por Dios, dijo la enferma 
con voz seca y destemplada por la calentura; la se- 
ñorita !.i venido á socorrernos...." Pero él sin es- 
cuchar lo que decía la puliré mujer levantó con su 
nervudo brazo una astada atroz que llevaba en el 
hombro. A pesar deque esta escena fué obra do un 
Secundo, y á pesar de mi asombró al ver aquella ac- 
ción amenazadora, el instinto de la conservación in- 
nato en el hombre me inspiró serenidad, y retirán- 
dome atrás ron la prontitud del rayo, vi caer ú mis 
pies el terrible azadón. La pobre enferma díó un 
grito al ver el peligro mió, y yo me precipité fuera 
de la cueva. Un tanto recobrada de tamaño susto al 
respirar el aire libre, le pregunté á la doncella si era 
loco aquel hombre, y me dijo que estaba siempre 
privado de razón porque casi do salía de la taberna. 
Pálida y trémula todavía llegué á casa, y enterada 
mamá de lo acontecido recuerdo que esclaraó: ■;l\m 
que por ir á favorecer á esas gentes ha fallado poco 
para que mataran á mi bija!» 

En otra ocasión, hace poco tiempo, un amigo de 
papá me preguntó con acento un si es no es miste- 



rioso: «— María, ¿de donde venias esta mañana, que 
pasaste Un apresurada por debajo de mis balcones? 
— Señor, venia de misa.— Es que, repuso, me he 
esplicado mal; quiero decir que á donde ibas (si es 
que puedo saberlo), pues me parece que llevabas 
distinta dirección que otras veces.— Es cierto, y no 
tengo inconveniente en decirlo; iba al hospital, pero 
como sabia que tanto la doméstica como yo hacía- 
mos falla en casa, por eso íbamos mas á prisa que 
de costumbre. ¿(Juierc V. mas esputaciones?— No, 
criatura; la mitad sobran.— Dianlre! dije yo para 
ni i, qué habrá pensado este hombre!» 

Creo, paeienlísimas lectoras, que con lo que lle- 
vo referido queda suficientemente probado que las 
mujeres hasta para dispensar beneficios tropezamos 
con mil riesgos. Pero tal idea jamás debe detener- 
nos eo el camino del bien, pues si los obstáculos nos 
hubieran tic arredrar nada haríamos, porque ¿cuál 
será la obra meritoria que en el inundo pueda lle- 
varse á cabo sin afanes ni inconvenientes? Ninguna. 
Si Cristóbal Colon, Cortés y Pizarro se hubieran es- 
tado holgadamente cu sus casas disfrutando de una 
viiia de inacción y tranquilidad, sin tratar de ven- 
cer los inmensos escollos que superaron para llevar 
á cabo las colosales empresas que desempeñaron coa 
tanta gloria, ni el uno hubiera dado un mundo á la 
España, u¡ los otros lo hubieran conquistado, 

liaros son los inconvenientes que no se vencen 
con la constancia, ivu lo dudéis; y desechando temores 
vanos, v lomando prudentes precauciones, antes de 
mucho un éxito feliz coronará vuestros esfuerzos, y 
¡mal será entonces \uestn> placer! 

¡Cuántas veces, queridas lectoras, al comprar 
una corona, un pañuelo, etc., hemos reflexionado 
que el importe de aquellas prendas, que solo iban á 
sen ir para halagar nuestra vanidad, pudiera llenar 
de consuelo á algunos infelices que aquel mismo dia 
tal ver no tendrían un pedazo de pan con que saciar 
su hambre! Pero las exigencias de la sociedad son 
tales!... ¿quién va á un baile sin corona ó lleva una 
ajada teniendo medios para presentarse con el debido 
decoro? Además sabíamos acaso donde estaban los 
infelices que perecían de miseria? A no ignorarlo 
la elección no era dudosa con respecto al destino de 
aquella cantidad, para toda alma que Se precie dé 
tener medianos sentimientos siquiera; pero nos hu- 
biera parecido una locura dejar de adquirir un ob- 
jeto que sí bien de lujo no deja de ser necesario, 
para guardar aquel dinero esperando una ocasión 
oportuna de socorrer con él una necesidad. Confe- 




sanios ingenuamente que no hemos tenido tanta vir- 
tud, pero nos arrepen limos de éi¡o, j de hoy en 
adelante, ya que no nos privemos de los adornos que 
son accesorios indispensables de nuestros trages, 
procuraremos, sí, que sean $i cabe nías sencillos, 
para ir reuniendo con estos pequeños ahorros una 
modesta suma, que destinaremos á mejorar en lo 
posible la suerte de las desgraciadas que viven en 
medio de la mas espantosa miseria. 

Tened siempre presente, amables lectoras, que 
en tanto que os engalanáis para asistir á todo géne- 
ro de diversiones, procurando cautivar la atención 
general por lo elegante ó costoso de vuestros Irages, 
otras mujeres, jóvenes como vosotras y con los mis- 
mos deretlius á disfrutar de cuanto cria la naturale- 
za, por haber nacido en miserable cuna ó por lo en- 
carnizado de su suerte no podrán pisar la calle, ni 
aun pora cumplir con el precepto de la misa, por no 
tener un mal vestido con que cubrir su desnudez! 

Jóvenes señoritas que habéis tenido la bondad de 
pasar la vista por estos renglones, esperamos dis- 
pensareis la pesadez de nuestros argumentos en pro 
de nuestra sana intención. Confiamos en que nues- 
tra voz bailará eco en vuestros corazones sensibles, 
y si tal sucede plegué al cielo colmaros de tanta pros- 
peridad y ventura como para nosotras deseamos. 

Madres de familia que acaso nos oís, no desa- 
provechéis las ocasiones que de continuo se os pre- 
sentan para ejercer la raridad. Vosotras tenéis mil 
medios para evitar á oirás madres que hoy contem- 
plan á sus hijas >irluosas la mas dolorosa tortura 
que puede sufrir un corazón maternal. 

Madres que tenéis hijas, acoged bondadosas 
nuestras razones, poned toda vuestra eficacia en re- 
mediar cuanto os sea posible el infortunio délas cla- 
ses menesterosas, por bien de la humanidad y por 
decoro de nuestro sexo. V si tai hacéis disponga 
benigno el cielo que esas niñas inocentes y puras en 
quienes cifráis vuestra dicha y orgullo sean el dulce 
consuelo de vuestra vejez, los mas perfectos mode- 
los de hijas, madres y esposas, y los mas bellos or- 
namentos de sus familias. 

Mari* Verdejo y Duran. 



A MI AMIGA QCEBIDA LA SEÑORA 

DONA VIRGINIA MEV1L DE LÓPEZ, 



Como et aura placentera, 
Como rusa vacilante, 
Que al cruzar por la pradera 
La mariposa inconstante, 

Sensible sus tallos tiende 
Sobre la variada alfombra, 
¥ tos misterios comprende 
De aquella mágica sombra: 

Como Iti es aparición, 
Como tú es sensible y bella; 
Mas ¡ay! que mi corazón 
Seguir no puede su huella. 

Porque es hermoso cantar 
La belleza de la aurora, 

Y no es fácil espresar 
Cuanto la mente la adora. 

Que en la senda de la vida 
Te encontré para mi bien, 

Y mi alma á la tuya unida 
liará del mundo un edén. 

¡Cuan hermoso es respirar 
La fragancia de las dores, 

Y á tu ludo contemplar 
De bis auras los amores. 

¿Ves, Virginia, la natura 
Resplandeciente y hermosa? 
Ella solo tu ternura 
Me recuerda cariñosa. 

Ella me indica tu amor, 
Perfume santo del (■¡■■lo, 
Casta inmaculada flor 
Que lleva do quier consuelo. 

¿Qué es la hermosura, la gloría. 
Si tranquila al corazón 
No sonríe la memoria 
De celeste inspiración? 

Sin la aureola divina 
Que te cerca por do quiera.... 
Oh! la mujer no ilumina 
Como mí mente quisiera. 

Ella es rosa inmaculada, 
Perfume santo de] cielo, 
Si eleva á Dios su mirada 
De las nubes rasga el velo. 

Dios !e da la inspiración. 
ES ilumina su frente: 
Señor de la creación, 



Que con ella eres clemente. 

No le separes Je nal, 
Tu auxilio, gran. Dios, invoco; 
Si alguna vez tí ofendí 
En mi desvarío loco. 

Tú que la diste bondad 
Deja respire su esencia. 
Que es, Virginia, lu amigad 
Quien alegra mi exigencia. 

Natalia ■■ do Fcrmol. 

San Ildefonso 19 de ajíosto. 



aa, as asís ©a a& ©a&sassjN 



¿Por qué se abrasa mi mente 

Y desfallece mi alma? 
¿Quién roba Ja dulce calma 
De mi pobre corazón? 

Quién mis ensueños mas caros 
Trueca cu insomnios fatales? 
Canlad conmigo, moríales, 
£1 Loque de la oración. 

El eco de esa i am pana, 
De i i 1 1 i"n -i-iu misteriosa, 

Y la noche silenciosa 
Envuelta en negro crespón, 
El espectáculo triste 

De una tumba funeraria, 

Y mi vida solitaria 

Me dan grata inspiración. 

Canté de mi patrio Duerna 
La corriente cristalina, 

Y la aurora diamantina 
También ine dtó inspiración. 
Canté la riqueza inmensa 
De la ticrmosa primavera, 

Y boj' canto por vez primera 
El toque de la oración. 

De una noche deliciosa 
Canté el silencio elocuente, 

Y á mi Dios omnipotente 
Elevé tierna oblación: 
Canté los dulces recuerdos 
De mi infancia tdulairada, 

Y ahora cauto entusiasmada 
El toque de la oración. 

En trova amorosa y tierna 



Canté la triste partida 
De la vida de mi vida 
Al compás de mi acordeón; 

Y me inspiró de la luna 
La soberana figura, 

Y boy canto en la noche oscura 
El loque de la oración. 

Canté trémula ni aspecto 
De tormenta aterradora, 

Y Saludé de la aurora 
El gracioso panel I un < 

Y el vergel acariciado 
Por la recalada brisa, 

Y hoy sensible poetisa 
Canto el loque de oración. 

Canté trovas fraternales, 
De un amigo el natalicio, 

Y de su numen propicio 
Recibiera un galardón. 
Canté y admiré á las llores, 

Y á las aves, y á natura, 

Y hoy canto con amargura 
El toque de Ja oración. 

Canté con la hiél del mundo. 
Do todo es farsa y mentira, 

Y la sociedad me inspira 
Cantares de maldición; 
Por eso es triste mi numen, 

Y triste mi cantinela, 

Y por eso me consuela 
El loque de la oración. 

Trovadora sin ventura 
Canté el rigor de la suerte, 
Cante de un padre la muerte 
En funeraria canción: 
En tristísimos acentos 
Vibró mi doliente lira. 

Y hoy en mi dolor me inspira 
El loque de la oración. 

El eco de esa campana. 
De vibración misteriosa, 

Y la noche silenciosa 
Envuelta en negro crespón, 
El espectáculo trislc 

De una tumba funeraria, 

Y mi vida solitaria 

He dan dulce inspiración. 
No ya las alegres aves. 
No el campo esmaltado y bello 
Me da un pequeño destello 



De mi perdida ilusión. 
Verud, ensueños queridos, 
Dejadme, insomnios crueles, 
Es mi gloria, mis laureles, 
El loque de la oración. 

ViiiiiTiclit Lo peí Vlllabrllle. 

Valtadolid 12 desasto de 1852. 



LOS MUEBTOS SALEX A VECES DE LA TUBA. 

TBAOICIOX BELGA. 

H. 

Durante los ocho días que siguieron al arresto 
de Martin Valtk su proceso fué instruido con una ac- 
tividad análoga á la impaciencia que esperimeutaban 
todas las gentes honradas por ver triunfar la inocen- 
cia del virtuoso fabricante. Desgraciadamente para 
él la instrucción dei proceso arrojaba pruebas de cul- 
pabilidad tan concluvenlesqueera fácil prever el fa- 
tal resultado. Sus amigos, que eran muchos, estaban 
alarmados v no -.iiii.ui como espüearsc lo <¡tie oían 
en el tribunal. Pero por muy evidente queies pare- 
ciese el delito, esperaban confiados en que el proce- 
so do terminará sin que un incidente imprevisto 
desvirtuase la acusación. El pueblo compadecía al 
acusado, pero decía sin vacilar: — No hay duda, 
maese MarLin es un falsario. 

En la noche del sesío iüa fué un joven á llamar 
a la puerta de uno de los médicos mas distinguidos 
que poseía en aquel tiempo la ciudad de Amberes. 
La comisión de qnecstaba encargado no podía menos 
de ser tnuy urgente, pues al mismo tiempo que con 
Ja mano izquierda tiraba del cordón de la campanilla, 
como si quisiera arrancarla, con la derecha descar- 
gaba sobre Ja puerta vigorosos puñetazos. 

— ¡Pronto! ¡pronto! gritó al ver al médico, que 
había corrido á abrirle: ¡pronto! mí amo está espi- 
rando y su mujer me envía á deciros que vayáis sin 
tardanza. 

—¿Y cuál es el nombre y la casa de vuestro 
amo? 

— ¡Como! ¿no conocéis á maesc Gerardo Van 
Spiel, que vive en la caite Alta? 

— ¡Gerardo Van Spiel: repitió en \oz baja el 
doctor . ¡Bendito sea Dios! Id, amigo mío, y decid 
de mi parte á la señora Margarita que dentro de un { 
minuto estaré á sus órdenes. 



El medico entró en su estancia, lomó su sombre- 
ro y su bastón y salió aceleradamente repitiendo mil 
veces por el camino: 

— ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea Dios! 

Un momento después llegó á casa de Van Spiel, 
¡i quien encontró atacado de una liebre tan intensa 
qiii- le privaba enteramente del uso de la razón. 

Hacía muchos años que el médico conocía al fa- 
bricante y á su primo Martín Valck, con quien le 
tinia la amistad mas estrecha, y á pesar de las prue- 
bas terribles que conspiraban contra él, persistía 
siempre en mirarle como victima de una oculta ma- 
quinación. Y si dalia gracias al cielo por el inciden- 
te que le conducía á casa de Van Spiel era porque 
conocia el carácter envidioso y vengativo del fabri- 
cante, á quien creta capaz de cualquiera infamia. 
Añadiré sin embargo que el honrado alumno de Hi- 
pócrates, temiendo hacerse culpable de un juicio te- 
merario, había rechazado toda sospecha injuriosa pa- 
ra maese Gerardo basta adquirir una prueba positi- 
va; pero asi que se bailó en su presencia la sospecha 
se volvió á presentar con tanta fuerza que la tuvo 
por una inspiración del cielo. 

Después de administrar al enfermo los primeros 
remedios que reclamaba su estado, mandó que salie- 
sen todos del aposento y quedóse solo con él á la 
cabecera de la cama. En vano de vez en cuando di- 
rigía alguna pregunta á maese Gerardo, el cual ni 
aun parecía comprenderla, sin dudaporque su espíritu 
estaba entregado á unaviolenlaagilacion: pronuncia- 
ba algunas palabras, pero era con Ins dientes apre- 
tados y tan confusas d ininteligibles que era imposi- 
ble al médico comprender una sola. Al cabo de una 
hora de esperar inútilmente este se inclinó sobre el 
lecho, y apoyando la boca en el oído de Gerardo 
pronunció lentamente y con sorda voz el nombre de 
Martín Valck, el cual produjo en Yan Spiel un efec- 
to tan eléctrico que al punto se incorporó en el 
lecho, 

— ¡Martin Valcli! ¡Martin Yalck! csclamó coa 
furor: ¿quién osa hablarme de mi primo?... ¡Cállate, 
mujer! no quiero que me bables de él, ¡voto al in- 
fierno! ¿Lo oyes? ¡no quiero, Margarita! 

Y diciendo estas palabras dirigía en derredor 
miradas salvages y sus manos se crispaban ron rabia, 
Algunos momentos permaneció en esta terrible acti- 
tud, hasta que al Qn le abandonaron las fuerzas, 
cerró los ojos y cavó sobre el Jecho pronunciando 
estas palabras con voz ahogada: 

—¿Qué importa? Los muertos no salen de su 



rincón de su cementerio. 



(Se continuará). 



tumba.... — Dios lo permite algunas veces, macsc j convenio de los Padres recoletos j enterrado en uo 
Gerardo, dijo el doctor acercándose al enfermo, 

Este diú un brinco en su lecho: apoderóse de sus 
miembros una convulsión nerviosa y su frente se ba- 
íni de un sudor frío. Sus ojos parpadeaban de una 
manera espantoso y no podían permanecer abiertos 
por un momento; de sn pedio salía un estertor se- 
mejante al de un hombre ¡i quien estrangulan, y ha- 
cia inauditos esfuerzos para levantarse; pero una ma- 
no invisible parecía tenerle sujeto. Los sufrimientos 
de Gerardo en aquel terrible momento podían dar 
una idea de los que esperiuicnta el alma de un con- 
denado. En vano el doctor procuraba de cuando en 
cuando arrancarle una confesión: Van Spiel se obs- 
tinaba en guardar silencio. 



III. 



Leemos en el Correo de los Teaíroi: 
«El seso femenino ostenta una gloria mas en la 
señorita Sofia Sasserna de Níia marítima, que lia sa- 
bido colocarse entre las mas felices poetisas del siglo. 
Sus composiciones son en idioma francés la mayor 
parte. 



Al dia siguiente el desgraciado Martín Valck, 
convicto del crimen que se le imputaba, fué senten- 
ciado á la pena de horca, y marchó al suplicio acom- 
pañado de su amigo el doctor, quien le decia de vez 
en cuando: 

— ¡Animo, amigo mió! Dios no nos abando- 
nará. 

Cuando llegó al suplicio dijo con voz serena á la 
muchedumbre que invadía la plaza: 

— Amigos mios, y vosotros lodos ciudadanos de 
Auibcres, muero ¡nocente del crimen que se me im- 
pula, y vosotros debéis creerme porque sabéis que 
siempre he sido muy buen católico para atreverme 
á mentir en el momento de comparecer en el tribu- 
nal de Dios. Cúmplase su divina voluntad Uogad 

todos por mí. 

Por esta vez el pueblo hubiera consentido gus- 
toso en privarse del desenlace de aquel terrible dra- 
ma viendo rumperse la cuerda de la horca, acciden- 
te que según la costumbre de aquella época salvaba 
la vida al reo. La muchedumbre gemía y oraha y el 
desgraciado Valck fué ahorcado sin contratiempo. 

Pucos momentos después déla ejecución el cuer- 
po de Martin fué descolgado y en vez de ser conilii 
cido al Ciimna ,;,.■ ta Harta, donde solían suspender 
comunmente los cadáveres de los ajusticiados para 
servir de pasto á las cuervos y de lección de moral 
en acción á los buenos ciudadanos, fué entregado al 
doctor, que había obtenido de los magistrados el fa- 
vor de tributar á sn amigo tas honras fúnebres. 
Aquella misma noche un ataúd acompañado de un 
corlo número de amigos de Martin, fué llevado al ( 



El Eco de la Revhía, periódico que se publica 
en la Cortina, inserta en su número del domingo IB 
la siguiente tradición popular: 

i'A la inmediación de la villa de Sarria se can- 
servan las ruinas de un castillo llamado de los Infan- 
tes, y acerca de él la siguiente tradición. 

La marquesa deLemus, D.* Constanza, casada 
con II. Agustín Gajoso, era de un carácter altivo, y 
una vez que una pobre mujer parió dos gemelos, di- 
jo con desprecio: cNo pare mas mi perra.» Al poco 
tiempo se sintió también embarazada, y dio á luz na- 
da menos que siete infantes. Avergonzada entonces 
trató de ocultar los seis y quedarse con uno, paralo 
que manilo ú una criada suya que los ahogase en el 
rio. Al tiempo que esta ¡ba á cumplir el mandamien- 
to de su señora se encontró con D. Agustín, que le 
preguntó A donde iba, á lo que respondió que á aho- 
gar los cachorrillos que habla parido la perra. — <A. 
ver qué hermosos son," replicó D. Agustín, y al 
descubrirlos se encontró con los seis recien nacidos, 
y obligó á la criada á que le descubriese la verdad 
del hecho. Calló, y secretamente dio á criarlos. A 
los seis años los vistió á todos igualmente que el que 
tenía en su casa su mujer, y se los presentó juntos, 
mandándole escogiese entre ellos á su hijo. Eran lan 
semejantes que no pudo verificarlo; y viniendo en- 
tonces en conocimiento de que sn crimen había sido 
descubierto, murió repentinamente. Por este aconte- 
cimiento el castillo dunde habitaban dio en llamarse 
Casi ¡lío Je los Infantes.* 



MADRID, 1852. 

DÍPRENTA 1)E D. JOSÉ i lililí .1.1,0, HIJO, 

Calle de María Cristina número 8. 



Año segundo. 



Domingo 29 de Agosto Je ÍSa2. 



Xúmero S. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFEXSOR V SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este periódico sale lodos lo* domingos; se suscribe en Madrid en l.is librerías de Monier v de Cuesta, á 4 r>< al mes; y en provin- 
vías 10 rs. pardos meses [raneo de jiurle. remitiendo unalititaiua a favor de nuestro impresor, 6 Sellos de franqueo. 



La redacción de La tfujtr tiene una complacen- 
cia grande cada vez que halla cu los diarios políti- 
cos algún pensamiento de los que forman el todo de 
su ductriiia, y llena del roas completo regocijo no 
puede menos de dar. el parabién ñ aquellos escrito- 
res que no se desdeñan de cortar tari acertadamente 
sus plumas en obsequio de la liumatiMad v del liten 
público, prescindiendo de lo que pudieran decir peuM 
SOjoas insensatas que licúen el vano prurito de hl^ 
terse indiferentes a lodo lo que se refiere á este gé- 
nero de cosas, 110 ocupándose sino de tas agitacio- 
nes incesantes de la política y de lo que ellos lla- 
man altáis asuntos de esladu. 

Es el caso que uno de estos diarios, dando mar- 
cadas señales de abrigar los mas nobles sentimientos 
que distinguen e! corazón del hombre, echa de me- 
nos lastimosamente, asi en Madrid como en las ca- 
pitales de proviuria, ciertas casas que se conocen 
con el nombre de Creckes, las cuales son de una uti- 
lidad y conveniencia incuestionables. Estas tusas no 
son otra cosa que benéficos asilos fundados con ob- 
jeto de prodigar la asistencia y cuidado necesarios á 
lus niños que bailándose en el estadu ríe la lactancia, 
v habiendo tenido la desgracia de nacer de madres 
pobres, que tienen que procurarse la subsistencia 
con el sudor de su rostro, son depositados en ellos 
durante las horas del dia que estas infelices emplean 
en su trabajo, después del cual vuelven á recogerlos 
sin tener que hacer el menor desembolso. 

Nada pues hay mas justo, ni mas atendible, ni 
que hiciera mas honor á un gobierno protector déla 
humanidad, que la fundación de esta clase de esta- 
blecimientos de beneficencia, donde ía madre des- 
valida bailase el cuidado necesario para el hijo de 
sus entrañas, que. no quiere abandonar para siempre, 



v que sin embargo, sumida en el seno de la indigen- 
cia, no le es posible asistirle durante algunas horas 
que precisamente lia de emplear fuera de casa en una 
tarca ruda v afanosa. Oh! ¡cuántas desgracias se 
es ¡tarjan por medio de estos asilos hospitalarios, y 
cuan poderosamente se aliviaría la miseria de las des- 
dichadas madres que sienten arder con la mayor pu- 
u-za en el santuario de sus torazones sensibles la 
santa llama del cariño inefable desús hijos! 

¿Veis aquella mujer cubierta de harapos que con 
dulce solicitud s;-ca el pedio para la tierna criatura 
que en sus braxos juguetea, que la acaricia opri- 
miéndola blandamente y con entusiasmo cien ?eces 
contra el seno maternal; que la besa con arroba- 
miento v frenesí, v después de haberla alimentado 
con el jugo de su sangre la deposita cariñosamente, 
envuelta en un troza de asquerosa manía, sobre un 
montón de paja que le lia sen ido de lecho en uno de 
los ,'uiL'iilus osearos de su miserable buhardilla? Pues 
esla madre sin ventara va á estampar el dulce óscu- 
lo de despedida sobre los rosados labios del objeto 
de su amor, que goza el tranquilo sueño de la ino- 
cencia; y colocándose á la cadera una enorme cesta 
de mimbres, que provista de un mal peso 7 algunas 
veedoras consulaje su única foiluna y sus medios 
de subsistencia, sale de aquella especie de gruía, 
confiada en el Ser Supremo, dispuesta á recorrer las 
calles de la capital para ganar en cuatro ó cinco lio- 
ras algunos maravedises con que prolongar los di.is 
angustiosos de su vida. Entre tanto el tierno infan- 
ta lia quedado solo oculto en aquella mansión de 
llanto y de infortunio, y la desgracia, enemiga irre- 
conciliable de la humanidad, lia hecho que cu la gru- 
ta inmediata, donde habita otro ser tan infortunado 
como üuestra sensible vendedora, se prenda un fue- 



aloso que no lian bastado á sofocar los hom- 
bres del barrio d¡ los ousilíos tic. la policía.... 

La pobre vendedora ha vuelto i su casa coa el 
fruto de su trabajo, y se lia dado á si misma la ter- 
rible noticia de que ai Elijo querido lia sido presa de 
ias llamas!... 

Ay! que desgraciadamente son muy ciertos estos 
cuadros, por horroros que parezcan, y mas de una 
• ■(■/. los liemos leído en los diarios, y liemos oído ¡i 
personas sensatas hacer estos mismos relatos y otros 
todavía mas funestos; y si el Gobierno tendiera una 
mirada bienhechora sobre esa clase proletaria, sobre 
esas madres sin ventura que luchan á brazo partido 
con la miseria por criar á sus hijos, é instituyera esos 
establecimientos bajo sólidas bases que iludieran en- 
trada al abuso de las mujeres indignas y viciosa», y 
que (al vez no le fuera muy difícil llevarlos á cabo 
así en Madrid como en las capitales de provincia, 
agregándolos á las inclusas que hay en todos estos 
puntos, baria un bien incalculable á la sociedad, y 
recibiría millares de bendiciones de todas esas ma- 
dres infortunadas que teniendo que ganar su susten- 
to ya en los naerenctos, ya cu los rios, ya en otras 
faenas no menos penosas, tienen que dejar ;i sus pe- 
queños lujos encerrados en sus miserables casas* 
abandonados y espuestos ¡í mil contingencias y á pe- 
ligros que generalmente producen escenas las mas 
desgarradoras y lamentables. 

MOMO !****• 

A DIOS. 

Tú que le dices á la hojosa rama 
¡Susurra!— ;muje y gime! al mar bravio: 
¡Silva! «I nido aquilón: ¡murmura! al rio: 
¡Suspira! ai aura, y al torrente ¡brama! 

¡Tú que le das dulcísima garganta 
Al pajarilla que saluda el día. 
V que inspiras ia ardiente melodía 
Del que en la noche sus amores canta! 

¡Tú que á mí alma también» prestas acento. 
Que á lu escdso dosel remontarse osa! 
¡Tú que le hablas con voz mas poderosa 
Que las voces del mar, tórrenle y viento! 

Ȓ! esta gran facultad que tiene nombre 
De Gracia, allá de donde pura emana; 
De esc don celestial, lux sobrehumana 
Que Gcuto llama en su icuguage el hombre, 



Tú solo, sololú, ¡ser de los serrs! 
Sabes la esencia y los misterios sabes!.,. 
¡De esa lira inmortal los sones graves 
Solo pueden brotar cuando (ú quieres! 

Solo á tu nombre el mundanal ruido 
Se vuelve en ella armónico concento! 
Solo á tu nombre ejicuenlra c| pensamiento 
En cada eco fugaz hondo sentido! 

Solo á (u nombre arranca con mil sones 
Naturaleza el himno de su seno, 

Y augusto teraphi de murmurios lleno 

Al alma, que es tu altar, rinde oblaciones! 

Ella á su vez h inspiración ferviente 
Con ígneas alas ¡i tu trono envia, 

Y del cíelo y la tierra la armonía 
No es para ti. Señor, mas elocuente. 

Mas formas no halla su delirio santo; 

No halla espresion su remontado anhelo 

Para aquel fuego la palabra es hielo; 
Para tal poesía es ronco el canto! 

¿Qué importa empero á la inspirada mente 
De su idea encontrar débil sonido, 
Si comprende al silencio aquel oído 
Que llalla cu cada emoción un himno ardiente? 

¿Qué le importa á rui lira, que desprende 
Del alma un son, s<> eslíen da poco ó mucho, 
Si antes que nl!a lo exhale, yo lo escucho; 
Si antes que yo lo escuche, Dios lo entiende? 



;Oh autor del genio divino! 

mi destino 
sulo es Sentir tu poder; 
que tú á este polio que piensa 

das la inmensa 
revelación de lu ser. 
Soy un gusano del suelo; 

mas mi anhelo 
se alza á lu angosta verdad. 
Soy una sombra que pasa, 

mas la abrasa 
la sed de la eternidad. 
Soy hoja que el viento lleva; 

pero eleva 
á ti un murmurio de amor. 
Soy una vida prestada, 

que en su nada 
tu infinito ama, Señor! 
Soy un perenne deseo, 

y en tí veo 
mí objeto digno, inmortal! 



Soy una inquieta esperanza 

que en ti alcanza 
SU rompimiento final. 
Perdona si mi error ciego 

coa el fuego 
de los bardos de Israel 
osó encender torpe pira, 

y ¡i la lira 
venir impuro laurel. 
Perdona si de tus dones 

mis pasiones 
turbaron el ailo íin t 
marchitando santas flores 

con vapores 
de esle mundano festín. 
Y si el incienso sagrado 

destinado 
solo, mi Dios, á tu alfar, 
en aras de deidad vana 

llegué insana 
alguna vez á quemar. 

¡Borra tú, borra de la mente niia 
De tanta aberración la ]¡¡iuda memoria! 
¡Sea, 5<;¡ior, mi eterna poesía 
El himno sanio de In eterna gloria? 

jSea mi vida un acto reverente; 
Un estasis de amor mi uitu destino; 
Y cada aliento de mi pecho ardiente 
Una alabanza á lu poder divino) 

[Liras del alma, remontad las voces! 
t ¡Llenad la tierra! ¡fatigad los vientos! 
¡Que surquen el espacio ecos veloces! 
¡Que se hinchen las esferas de concentos! 

De la nuche enlre sombras, entre albores 
Dd alba, voele nuestro aplauso eterno, 
Vagando en los aromas de ¡as flores. 
Flotando con Jas nanea del invierno. 

¡Zumbe en el huracán! ¡ruja en el trueno! 
¡Gire en ¡as olas de la mar bravia! 
¡Licué del universo el ancho seno! 
¡Pase en bu, vuelo ai luminar dei dia! 

Las infinitas voces de natura 
No temáis, no, (¡oe sofocarlo pueda; 
El eco de su humilde criatura 
Siempre oye el Hacedor con la faz leda. 

De entre el concierto universal su oído 
El mas d ' gral-P acoge; 

Ka se pierde jamás canto ó gemido 
Que en los abismos de su amor se arroje. 



¡Oh inexafnista bondad, que a! ruego atiendes 

V én quien todo dolor alivio alcanza! 
Hoy que en sublime te mi pecho enciendes 
Alas presta de fuego á mi esperanza! 

¡Pueda admirar con regocijo inmenso 
Aquella patria que recuerda el alma, 

Y entre ¡as nubes del celeste incienso 
Ver de tus santos la gloriosa palma! 

¡Pueda tus huellas adorar de hinojos. 
La orla besando de tu regio manto! 
¡Y un rayo hiera de tu luz mis ojos! 
¡Y un soplo aspire de tu aliento sanio! 

¡.«•iiriorii» <imnH de Avellaneda* 



m 



TIEMPOS PASÁ90S V TIEMPOS PRESENTES. 



- - - A. 

CARTA CUARTA. 

Vuelta enteramente de mi anonadamiento traté 
de coordinar mis ideas y Jos acontecimientos que 
acababan de sucederse. El enigma de nú corazón asf» 
taba descifrado; amaba al hombre que nos había se- 
guido durante nuestro paseo. También él debía sen- 
il; sp inclinado en favor mió; asi me lo daba á com- 
prender al menos su constancia en perseguirme. 
Una cosa sobre todo llamaba 'mi atención. ¿Como 
babia piulido averiguar mi morada, toda vez que le 
fué imjiusiídc sepuir nuestro coche? ¿De qué medios 
se había valido para hallarse frente ;i frente de ella 
Acerca de este punto n.c devanaba eJ entendimiento 
sin poder sacar nada en claro, i como en resumen 
era cosa de poco valor para meditar sobre ella mu- 
cho tiempo concluí olvidándolo. Después de este pri- 
mer pensamiento asaltó mi imaginación otro de ma- 
yor trascendencia. ¿Quién era aquel hombre? ¿Po- 
dría ser digno de mi amor? ¿No buscaría como otros 
muchos una mujer en quien poder hallar un momen- 
to de sociabilidad cuando se sintiera fastidiado* Te 
confieso, mi buena amiga, que esta idea, hizo arro- 
garse mis cejas y dar a mi rostro una espresion de 
disgusto tan marcada que yo misma la pude ¡nter- 
prelar sin verla. — Si fuera un libertino, esclamé, si 
quisiera eugaüarmc!... Pero no, yo he traslucido en 
su semblante toda la elevación de que su alma parti- 
cipa; yo he adivinado en sus ojos toda la rectitud de 
su coi: fas, jj si rae engañara? ¿Y si con- 

tra todas ¡as apariencias no fuera sino na hombre 
mas entre esa multitud de desalmados que puebla la 






tierra* Elevé los ojos al cielo como pidiendo á Dios j De buen grado harria yo solicitado de mamá la 
un consejo; Dios me oyó y satisfizo mi deseo; una rcprlirion do nuestro paleó del dia anterior, pero 
voz interior me dijo que aqne! hombre no pertene- 
cía á la. masa común. Entunéis di gracias é Dios, 
porque aquella voz parlin de sus labio*, y me sentf 
feliz y gozosa. 

Asi concluyó aquel dia que yo llamé de azar, mi 
buena amiga, y en mi sneño de por la noche gocé 
la primera felicidad de amor. Ya no me' rabia duda 
de cual era mi verdadera situación, val cerrarse mis 
ojos se escapó á mis lo ti ios esta esrlaniarion que tan- 
tas veces he repelido después: «El! » 

Amaneció el siguiente dia y mi primer ocupación 
al abrir los ojos á la luz fué repasar los aconteci- 
mientos del anterior. Una vez hecho eslo díme á 
pensar de qué manera conseguiría él hacer llegar 
hasta mis oidos la expresión de sus deseos, porque, 
no me cabía duda, su amor me pertenecía. Esla idea 
encerraba para mi un nutrido de confusiones y te- 
mores, Di por supuesto que srmrjanle paso se alla- 
nara, pero en <t>L'iin.la eni/armí prir mi frente las 
sombras de papá y mamá, de quienes desconocía los 
designios que abrigaban, las esperanzas que sobre 
mi porvenir habían concebido. Esto me afligió mu- 
cho; la idea de que pudieran arrojar una nube en 
medio de mi cielo de felicidad bizo su efecto súbita y 
profundamente, aunque en honor de la verdad debo 
confesar que bien pronto busqué yo misma el desqui- 
te á semejante amargura. — Si es digno de mi anuir, 
me dije á mí misma, no puede dejar de ser también 
digno de la consideración y aprecia de ^iapá y ma- 
má. Ellos ie verán, le tratarán, y nuestro triunfo 
será completo. 

Presa aun de estas ideas salí de mi cuarto y tomé 
el camino del comedor, en donde según acababan 
de avisarme me aguardaba ya el almuerzo. Sin du- 
da que en mi rostro estaba dibujada toda ia dicha de 
que gozaba mi alma, porque mamá al verme escla- 
mó con el acento masdtdcc y cariñoso y tomáudo- 
nie la mano: 

— ¿Qué buen presentimiento has tenido esla 
noche? 

—Ninguno, mamá. 

— No me !o niegues; tu alegría lo está publican- 
do así, yadcmástu rostro se ha coloreado al escuchar 
mi pregunta. 

Confieso que si mamá hubiese insistido en su le- 
ma no habria sabido qué contestación darle; por 
fortuna calló, aunque SU silencio fué acompañado de 
una risita maligna. 



! 



- 

temiendo infundirle sospechas ahogué en mi pecho 
el deseo. Durante el dia no se ofreció ningún acon- 
tecimiento, y aunque después de la comida bajé al 
salón y levanté indistintas veces las cortinillas del 
balcón no vi nada que me anunciara la presencia de 
él. Seguramente no era esto lo que yo esperaba ni 
lo que debia suceder según pl orden natural de las 
cosas. ¿Me habré engañado? esclamé. ¿Habrá sido ca- 
sual lodo [o sucedido ayer? Ah! entonces desdicha- 
.1,1 ilc mil Qué vergüenza! Wryíieiua, ¿y por qué 
Solo Dios y yo sabemos lo que me ha pasado! De se- 
iiirjíintes testigos nada debo temer, Pero ¿y el rubor 
de verme engañada, y el tormento de haber alimen- 
tado una esperanza que debía ser solo un sueno? El 
natural orgullo se resentirá y se creerá humillado 
por el engaño que ha sufrido'. Pero no, uo puede su- 
ceder lo que me temo; quizá mas larde, quizá ma- 
ñana . Sí hoy no ha acudido solicitando mí vista 

será porque algún accidente le haya alejado de su 
deseo. El corazón no engaña tan fácilmente, y sí me 
engañara no deberia culpar á nadie; yo que soy la 
sacrificada he sido también la culpable. 

La tarde había desaparecido, sucedíéndole la 
noche. Mamá me llamó ásu lado para que le leyera, 
y permanecí ocupada en este asunto hasta que fue- 
ron presentándose las visitas. Puedo asegurarte, que- 
rida amiga, que ni una palabra comprendí de cuan- 
to había leído; lodo aquel liempo había sido de tor- 
mento para mí; mi ansiedad, creciente á medida que 
el tiempo avanzaba, era comparable imicamente con 
la que sufren los que tienen su fortuna ó desgracia 
pendiente del labio de un juez; hubiera querido que 
el liempo detuviera su carrero, pues me parecía que 
toda mi esperanza debia terminar llegada fa noche. 
Me engataba grandemente como vas á ver. 
Ya todos nuestros tertulios cscepto el periodista, 
habían llegado; la falta de aquel amigo empezaba á 
sentirse, porque á pesar de su monomanía política 
era el alma de nuestras reuniones. De pronto se 
abrió la puerta de la sala, dando paso ¡i dos personas; 
la una era el amigo que se aguardaba y la otra el 
hombro que nos había seguido en el paseo. Imposi- 
ble me es esplicarte lo que con semejante aparición 
sufrió tu amiga; un frió mortal heló mi sangre, y á 
duras penas pude creer en la verdad de lo que veia. 
¿Qué significaba su aparición? ¿Vendría á cometer 
alguna torpeza? El periodista me sacó de dudas lucí 
, pronlo; se acercó á mamá, y conforme la fórmu' 




admitida en la buena sociedad le manifestó que se 
había lomado la libertad de presentar á su amigo fia- 
do en la confianza que le inspiraba y en que mamá 
lo admitiría gustosa ea su casa. Así sucedió electi- 
vamente. Cambiáronse las palabras de costumbre y 
quedó instalado en nuestra amistad el presentado. 

{Se concluirá). 
Enrifinelu. 



EL ESTÍO. 

Derrama el sol su lumbre calurosa, 
El céüro veloz ¡as alas plega. 
En profundo silencio todo yace, 
Ni un eco tenue en el confín resuena. 

Ya no vierte la fuente cristalina 
Sobre arbustos y flores blancas perlas, 
Porque Ins gayas flores se agostaron 

Y la serena fuente yace seca. 

Ya no se oyen los cantos de las aves 
Que saludaron á la primavera, 
Pues en las ramas medio despojadas 
Van á ocultarse en la ardorosa siesta. 

Otro tiempo los pies leves bollaban 
Verdes alfombras de menuda yerba, 

Y hoy solo pisan hojas calcinadas. 
Secos rastrojos y abrasada arena. 

Otro tiempo brindaban al reposo 
Lechos de flores y verdura inmensa, 

Y boy solo abundan los tendidos campos 
Segadas mieses, hacinadas, secas. 

Otro tiempo del cielo descendía 
Fresco rocío en abundantes perlas, 

Y hoy tan solo perciben los sentidos 
Lluvia de fuego que invisible quema. 

¿Donde están las guirnaldas de verdura 
Que en caprichosas formas, leves, sueltas, 
Ora formaban colosales arcos, 
Ora bellas columnas gigantescas! 

¿Donde el fotlage de los altos árboles, 
Que cual torres magm'Gcas, esbeltas; 
Se elevaban tocando envanecidos 
*ts blancas nubes de la azul esfera? 

Donde en Gñ los encantos que orguüosa 
P'ljgó la esmaltada primavera? 
A'í'jdo lo agostó del seco estío 
El **\ soplo y la candente hueíht. 
^ s íte asaz el abrasado aspecto 



Que presenta do quier naturaleza, 

Y los ojos distinguen con trabajo 

Si es que está adormecida, ó que está muerta. 

Oh!... pasa pronto, abrasador eslío! 
Pasa veloz, que tu esplendor me quema! 
Llegue el otoño y huya presuroso; 
Luzca el invierno y listo desparezca. 

Brille cual lampo que el espacio rasga 
La estación de las (lores lisonjera..,. 
¿Mas por qué anhelo que las estaciones 
Pasen así con sucesión ligera? 

¿Por qué han de serme todas enojosas 
Cuando tantos encantos todas prestan? 
Ay! solo una sonrisa, una tan solo 
Guardé para la hermosa primavera, 
Creyendo que con ella nacería 
La ñor de mi ilusión truncada y seca. 
Pero ¡ah! quimera fué: con tristes ojos 
Morir he visto la estación serena; 

Y en este corazón no ha renacido 

La muerta flor de mi esperanza bella. 
¡Y cuántas primaveras una á una 
Irán vertiendo sobre mi cabeza 
Sus heladas escarchas matinales 
Hasta nieve tornar mi cabellera, 
Sin que vuelva á brotar dentro del alma 
Esa flor que al nacer ya la vi mucrla! 

Por eso las variadas estaciones, 
Slajestuosas y ricas en belleza, 
No prestan á mi espíritu abatido 
El encanto que un tiempo le ofrecieran. 

Y en mi tristeza esclamo: "Pasa, estío, 
Pasa veloz, que tu esplendor me quema- 
Llegue el otoño y huya presuroso, 
Luzca el invierno y listo desparezca; 

Brille cual lampo que el espacio rasga 
Un momento no mas la primavera, 

Y para no alumbrar mi desventura 
Oculta, sol, tu enrojecida hoguera! 

María Verdejo y Duran . 



-*+-»-í-&i !*>-**++- 



ADIÓS 

A MIS AMIGOS 2N EL ESCORIA!. (1) 

Adiós, adiós, soberbio monasterio, 
Cuyo pié besa la humillada flor, 
Y tú la miras con desden, alzando 
Tu altiva frente junto al mismo sol. 

íl) leída en el concierto tpic á favor de la beneficencia se ve- 
rifico en el Escocia! el 21 de agosto <te 1832, 



Graciosas clamas, juguetones mñot. 
Bulliciosas se agitan junio ú ti; 
Ya corlando la rosa colorada. 
Ya el trasparente j candido jazmín. 

En torno luyo piran mil galanes 
Embebida» en pláticas de amor, 
Sin mirar en tus muros carcomidos 
Las señales del tiempo destructor. 

Y todus juzgan ¡loco desvarin! 
Que siempre ha de durar su juventud; 
Y do quieren saber que li>s espera 
El insaciable y lóbrego ataúd!... 

Adiós, adiós, severo monasterio; 
Ob! nunca, le lo juro, olvidaré 
Las doras de ventura que á tu lado, 
Dando al olvido mi pi'rmr. pasé. 

Adiós, Aim.us, y sabed que el tiempo, 
Que todo lo destruye, no podrá 
nuestro afecto borrar del alma mia, 
Donde grabada está vuestra enlistad. 

Oh! no salléis lo nue mi pecho siente, 
Buenos amiuos, al dcbtr radios»;... 
¡Quién pudiera quedarse! ;<Jnicn pudiera 
En este ¡lisiante dividirse en dos! 

VnErl*) Vlarcjnn dfr MlllM. 

Escorial 10 de igítsto áe INü-í. 



LttS HUERTOS SitKS A VECES DE LA TIMV. 



TÍUIHCUIS BELGA. 

IV. 

La liebre y el delirio hablan dejada á Van Spiet, 
pero su humor so había vuelto tan sombrío, sus mo- 
vimientos eran tan brusco.;, sus palabras tan inco- 
nexas, que la pobre Margarita no podía acabar de 
creer que hubiese recobrado couipleianieuie lo ra- 
zón. Procuraba estar siempre solo y parecía querer 
huir de si mismo asi como liuia d? los demás: per- 
manecía horas enteras sentado en una silla silencio- 
so y pasándose la mano por sti frente pálida, y Mar- 
garita se imaginaba algunas veces si sería la trágica 
muerte de su primo Irj. que le tenia en aquel estado 
y le causaba aquel dolor incesante que se obstinaba 
en ocultar. 

Una noche que Geranio se bailaba solo con cl!a, 
y que estaba mas sombrío que nunca, so levantó de 
improviso, y poniéndose delante do Margarita: 

— Múj r, !i jo, hace ocho días, cuando yo tu- 



ve aquella fiebre, me dijiste que los muertos podiai 
salir de la tumba; ¿qué querías decir cotí oso? 

— ¡Virgen santa! respondió temblando la pobr> 
mujer; no han salido de mis labios semejantes pala- 
bras. Sin duda, mi querido Gerardo, las habrás creí 
do oír en el delirio. 

— ¿De veras que no me las dijiste? 

— Te lo juro por la santa de mi nombre. 

Macse Gerardo se volvió á sentar algo sereno, 
pero poco después repuso: 

—Margarita, ¿me dejaste aquella noche solo al- 
gún rato? 

—Durante cerca de media boro, porque el doc^ 
tur lo mando 

— , V por qué le obedeciste? interrumpió Gerar 
do con tono brusco y colérico... ¡Doctor del infier- 
no! continuo, paseándose á largos pasos por la es- 
tancia con los brazos cruzados sobre el pecho; ¿por 
qué me diría aquellas palabras? quiero saberlo.... y 
no es porque lema á los muertos; ¿qué me importa 
ú mi que Salgan de la tumba?... 

A pesar de la serenidad que aparentaba Gerardo 
fácil era observar que le acosaba alguna idea ter- 
rible. 

— l'eru, querido Gerardo, se atrevió á replicar 
Margarita, siguiendo, ron ojos espantados los movi- 
mientos convulsivos de Su marido; sin duda en la 
violencia del delirio..., 

— ¡Calla, calla, Margarita! Es verdad que deli- 
raba, pero esas palabras lio son bijas del delirio; vo 
las be oído resonar en mis nidos l.m claras como ¡as 
que salen cu este momento de mis labios.* le repito 
que un son hijas del delirio... Pero yo sabré obligar 
ni doctor á que se esplique. 

— ; Virgen sai! ía! dijo «n voz baja la pobre Mar- 
garita, ocultando la cabeza entre ¡as manos 3 ílo- 
rando amargamente. 

Gerardo se dejó caer sobre la silla, y guardó por 
algunos ínstenles esc scuabrio silencio que precede 
al suicidio. Después, coaio si despertase sobresalta- 
do, pronunció en voz baja; 

— ¿Y si no fuese él quien prenunció aquellas pi- 
labras?... ¡Maldición! entonces sería liria vuz del te- 
lo!... Al)!.,. 

Esta idea terrible le sacó del ¡¡batimiento 11 9i< lc 
vacia, y levantándose bruscamente salid de iU easa 
arrastrado por un impulso ¡rrcsislibla q> dirigía 
sus pasos á casa del doctor. La cspresior ,e sil fi- 
sonomía era tan espantosa que su i nfelii r " tí J er "o se 
atrevió á seguirle oi ¡i preguntarle dr" 'ha. 



1, 




hallarse en presencia del médico, cuva mira- 
da penetrante parecía leer en el corazón de aquellos 
en quienes se lijaba, Gerardo sintió circular por sus 
venas un estremecimiento febril. Parecia un culpa- 
ble (luíame de su juez. 

— líala; maese Gerardo, parece que va bien de 
salud,.., ¿En qué puedo serviros? 

— Gracias, ductor, gracias, respondió Gerardo 
balbuciente: en efecto, estoy mejor,., sin duda al- 
guna-,.. Ya me ha dejado la fiebre. estoy cura- 
do — ¿"No os verdad, añadió riendo, pero con risa 
forzada y estúpida, no es verdad, doctor, que es una 
cosa muy singular un hombre que delira?... Aque- 
lla noche, doctor, me dijisteis una porción de cosas. 

«— \a, sin duda alguna, respondió 1 este con in- 
diferencia; pero vos no podíais comprenderme. 

— Oh! si si, dijo Gerardo, que se agitaba en la 
silla atormentado con la impaciencia de entablar el 
objeto de conversación que le interesaba, y no sa- 
biendo cómo conducirse sin descubrir la lurhaciou 
que deseaba ocultar; oí perfectamente lo que me de- 
cíais y he venido ¡i buscaros justamente para que me 
expliquéis el sentido de algunas de vuestras palabras. 

— Ya os escucho, maese Gerardo Van Spiel, ya 
os escucho, dijo el médico fijando en su rostro una 
mirada penetrante. 

— Va comprendereis,, doctor, que hay malas len- 
guas bástanle atrevidas para atacar las reputaciones 
mejor sentadas; la mia es invulnerable, como >a 
sabéis, 

— ¿Y quién dice lo contrario, maese Van Spiel? 
— Nadie se atrevería á eilo; ya lo sé; pero en fin, 
doctor, ¿por qué me dijisteis !;¡ otra noche que los '• 
muertos salen á veces de la tumba? 

— ¿Os chanceáis, maese Gerardo, ó es que os 
vuelve la Cchre? 

— Xo tengo humor de chancearme y gozo de 
perfecta salud, replicó el rubricante con un tono que 
espresaba á la vez la cólera y el espanto, ¿Me dijis- 
teis esas palabras, sí ó col 

— Maese Van Spie*, teníais raiíun cuando habéis 
dicho que es cosa muy singular un hombre que de- 
lira. 

Tomó Gerardo estas palabras por una respuesta 
negativa y apretándose la frente con ¡a mano izquier- 
da, mientras la derecha se crispaba convulsivamente 
sobre su rodilla: 

— ¡Entonces, se dijo ú sí mismo, era una voz 
del cielo! 



Reinaron afgunos momentos de silencio, que fué 
interrumpido por Geranio. 

— Mi querido doctor, repuso con aparente natu- 
ralidad, ¿creéis que lus muertos pueden abandonar 
su sombría morada? Ya comprendereis que esa pre- 
gunta no pasa de ser una niñería El que vive 

honradamente no tiene que temer aparecidos, supo- 

uiciulo que los haya ¿Creéis en los aparecidos, 

doctor? 

— ¡Psi f ... ni digo que sí ni digo que no, replicó 
este dando a su fisonomía una espresion que revelaba 
mas bien la creencia que la duda: eso se ha visto al- 
gunas veces, maese Van Spiel. He oído decir que al- 
gunas personas enterradas de muchos días han vuel- 
tn á la vida. ¡Dios es Todopoderoso! Pero como de- 
cís muy bien, nada hay en eso que deba asustar á 
aquel que nada tiene que echarse en cara. 

Durante este corto monólogo del doctor la fiso- 
nomía de Gerardo había cambiado enteramente: 
apretaba los pies coníra la silla, los brazos contra su 
cuerpo tembloroso; parecia uno de esos desgraciados 
de quienes va á apoderarse con sus garras de hierro 
una terrible máquina de tormento, 

— ¡Já, já! pronunció esforzándose por reír mien- 
tras que una idea terrible se apoderaba de su cere- 
bro: luego eréis en los aparecidos?,. , Yo os creia 
menos supersticioso, doctor..,, %sas son quimeras, 
cuentos de vieja y nada mas. 

— No digo que si ni que no, respondió el médi- 
co por segunda vez: ver v creer, En cuarrfo a mi 
ruego á Dios que no permita que los muertos turben 
mi sueño. 

Gerardo salió déla casa dei médico presa de una 
1 írrihle agitación y caminó aceleradamente, volvien- 
do á cada instante !a cabeza cual si temiera que un 
espectro le siguiese, «¡Luego era una voz de! cic- 
lo!... ver y creer..., ¡se lia vista algunas veces! 
¡ Dios es Todopoderoso % iba repitiendo sin cesar. 
Cuaudo estuvo de vuelta en su rasa tembloroso, ano- 
nadado y nadando en sudor frío, lendióseen su lecho 
sin querer respnnder una sola palabra á las preguntas 
do (a pobre Margarita ni tomar ningún alimento. La 
noche que pasó tan solo pueden comprenderla aque- 
llos á quienes el sufrimiento ha vuelto los cabellos 
canos en algunas horas. 

(Se roiMhutará). 



Desgracio lie una «-«palióla en París, 



I y le siguiese; pero la joven española protestó una 
y cien veces contra esta idea, y manifestó su inlen- 



La Gaceta de fas Tribunales de Paris publica [os 
siguientes detalles sobre ua asesinato que lia ocur- 
rido uliiniatncnlc en aquella capital: 

A principios del raes pasado tina joven española 
de peregrina hermosura, llamada Dolores Pérez, y 
de unos '20 años de edad, llegó á Paris con una uíña 
pequeña hija suya, y se instaló en tina casa amue- 
blada de la calle de San Nicolás d' Anlin, Desde el 
siguiente illa de su llegada esla joven, que había Ira- 
bajado con aceptación en el Cirro ecuestre de Ma- 
drid, empezó á dar pasos con el alíjelo de que la ad- 
mitiesen en el Circo de los Campos Elíseos, donde 
cod efecto le prometieron un ajuste. 

Hace potos días que la joven española salió por 
la mañana de su casa, y durante su ausencia un ear- 
ruige de alquiler, en el qiu- -r hallaba un hombre 
de unos 23. anos, de mediana estatura y de rostro 
moreno, se detuvo delante de la puerta. El cochero 
que le conducía desde el embarcadero del camino de 
hierro, preguntó de parle del viajero si la señora 
Dolores Pérez estaba en casa, y lialiic-udolc dicho que 
no, el desconocido, que parecía español, entregó una 
tárjela al porlero, en que se hallaban grabados los 
apellidos de Pérez y Navarro. 

Pasada una hora la joven española vohiu .i su 
casa, y al ver la larjela esclamó; oSoy perdida 1 , vie- 
ne á asesinarme.» 

Entre lauto el joven se hizo conducir á la calle 
Vivicnne, núm. i!), y lomó una habitación en una 
casa de huéspedes. Durante los tres días que siguie- 
ron se presentó muchas veces en casa de Dolores, 
que las mas de las veces se negaba á recibirle, pero 
que sin embargo tuvo con él algunas entrevistas. 

Posteriormente Pérez Navarro anunció en la fun- 
da de la calle de Vivicnne que pnrtia aquel mismo 
dia para España. Pagó su cuetila ú hizo llevar su 
cquipage á la diligencia, anunciando que se queda- 
ría en el cuarto hasta la noche, porque leuia que 
recibir alunitas visitas. En efecto, a cosa de las cin- 
co de la farde volvió á casa, y a poco entraron en 
su habitación iros señoritas. 

Estas tres señoritas eran Dolores Pérez J dos Roches atrás, en una reunión de cscrilores, tc- 

amigas sayas, españolas también, y una de las cua- Tti Ia distinguida poetisa señora Avellaneda su últí- 



ciou de permanecer en Francia, añadiendo que con- 
tase el tal Navarro sus relaciones con ella como con- 
cluidas. 

Al despedirse las amigas de Dolores, fueron in- 
vitadas pur Navarro á que se quedasen á comer, 
pero se negaron resueltamente, quedándose sola 
aquella con su amante. 

Poco después salió solo y se dirigió .i casa de un 
cónsul eslrangero amigo suyo. Cuando se presentó 
á él se hallaba tan agitado , que el cónsul asustado 
csclaiuó: « Desgraciado , acabáis de cometer un cri- 
men!— No, contestó Navarro, sino que me han ata- 
cado y be tenido que defenderme El cónsul no qui- 
se uir nías, y le intimó que se marchase. 

Mientras esto pasaba Jos vecinos de la calle de 
Yivieune acudieron á los gritos que parecían salir 
de la casa de que acababa de salir el joven español. 
Cuando penetraron en ella encontraron tendida en 
el suelo ;i la desgraciada Dolores, con cinco puñala- 
das, y atravesada de una estocada hecha al parecer 
ion un estoque de liaalun. La muerte fué casi ins 
Inntánea, \ el comisario de policía AL Fresnos no 
pudo obtener de ella ninguna declaración?. 

La policía, que siguió las huellas del asesino, i 
tardó en apoderarse de el. 



Doña Alaria del Pilar Orelrig, viuda de Calaup, 
que vive cola calla-de Carretas, riiim, I i-, ha en- 
tregado una docena de toballas de hilo, y doña An- 
tonia (ionzalcz de Paiiman, i]iu' resille en la de San- 
ta Isabel, núm. 9, un canastillo de lulas paca el ser- 
vicio del hospital de hombres incurables quecon 
título de Niiríím Stñora del í limien'se ha derretir 
en esta corle. 



Por la junta ó. 1 censura de los teatros del rei, 
se lia aprobado un drama en cinco actos en verso y 
diversidad de metros, titulado Et Conde de Candes- 
pina, escrito ponina señora de la alta sociedad. Se- 
gún el parecer de algunos críticos severos que le lian 
leido, es' producción digna de los primeros teatro: 
de la corle. 



" 



les leuia en su casa al niño de la primera, dé que 
había sido madrina. 

La conversación giró lodo el ralo sobre el próc- 
simo \iage de Pérez Navarro. Este insistía con mu- MADltlfl 

clio calor en míe la señorita Dolores dejase á Paris ¡ [M-bestá de d, josé tmjjillo,— jiJbia cristisa, 8, 



ma producción dramática, titulada La (tija (fe le 
¡tures. 



Aüo segundo. 



Domingo ¿i de SeliemLre de ISa2« 



Número 6. 






LA MUJER, 

, :. ,...-. t PERIÓDICO 

DEFEXSOR Y SOSTEINEDOR DE LOS LYTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este periódico sale todoq tas domingos; se suscribe en Madrid en las librerías de Ülonier y de Cucsla, i i rs. al mes; y en provin- 
cias LO rs. por d'jí meses Trauco de poete, remitiendo una libranza a favor de nuestro impresor, á sello» de flanqueo. 



Lft Jiiiiji-r ronnldorntla luí jo los iMmíihiiv porlo- i 
¡los y esturión de mu vtila. 

IV. 
LA IXFAXCIA. 

Dice Lerrninier en su Filosofía del derecho: «En 
nuestras sociedades modernas las madres nos comu- 
nican nuestros primeros sentimientos y nuestras pri- 
meras ¡deas; la madrees la que reconoce el carácter 
y el genio de su Lijo, forma su vocación, le sostie- 
ne contra el enojo paternal, le consuela, le fortifica, 
y últimamente le entrega á la sociedad, i Lerminier 
lia dado pruebas de conocer el corazón humano, y 
en estas estudiadas frases se siente obrar la mano 
•¡¡ibia de la naturaleza, que jamás confia al hombre 
al nacer á los cuidados de un pedagogo, ni á la cus- 
todia de un filosofo, sino al tierno amor de una jo- 
ven madre que Je colma de caricias: y esta madre 
halagüeña rodea la cuna de su hijo de objetos gra- 
ciosos, fatiga el aire con ecos armónicos y suaves, 
porque la voz de la mujer se dulcifica para cantar á 
la infancia, y cuanto hay de encantador sobre la tier- 
ra la naturaleza en su solicitud lo prodiga ó. la pri- 
mera edad del hombre: el seno de una madre para 
proporcionarle descanso, su dulce mirada para guiar- 
le, y su ternura para instruirle. 

Oh! ¡cuan grande es el sufrimiento de un niño 
que arrancado de los brazos de su cariñosa madre 
para ser entregado a ¡a custodia de un preceptor se 
encuentra por la primera vez con su mirada severa 
en Jugar de aquella dulce y penetrante que alegrara 
sus dias mas risueños! Entonces aparece de repente 
á su azorado espíritu la primera idea de su desgra- 
cia; y el que momentos anles se liabia despertado 
para inventar nuevos juegos, el que se sentía ama- 
do, acariciado, libre como un pajarillo en la enra- 



mada, hele aquí solo y esclavo; ni va la mirada de 
su madre le anima, y van á pasar meses y años sin 
ver la casa paternal, que se lia cerrado detrás de sí 
hundiéndole en la mayor tristeza; mas vuelto su co- 
razón hacia otra parle lia encontrado nuevas afeccio- 
nes, y después de algún tiempo se ha restituido álos 
brazos de su madre lodo manchado, indiferente, el 
espíritu falseado por los estadios pedantescos del co- 
legio, y el corazón anegado en los vicios que habían 
hecho en él segura morada. 

Así para evitar estas fatales consecuencias el pro- 
fesor mas estélenle es aquel que está de perfecto 
acuerdo con nuestras inclinaciones, y la naturaleza 
establece una estrecha proporción entre nuestros 
gustos j los de nuestras madres. Ved pues con qué 
cuidado esta sabia preceplora aproxima al hijo y á la 
madre por medio de la belleza, por la gracia, por la 
juventud, por la ligereza de espíritu, y sobre ledo 
por el corazón. Aquí la paciencia responde á la cu- 
riosidad, v ia dulzura á la petulancia; la ignoran- 
cía del uno jamás es rechazada por el pedantismo 
del otro; en fin esta frivolidad, esta inclinación al 
placer, este gusto por lo maravilloso, que con tan 
poca reflexión se vitupera en las mujeres, forma una 
armonía perfecta enlre la madre y el hijo: lodo con- 
tribuye á unirlos mas y mas, sus consonancias como 
sus contrastes; y en la repartición que la naturaleza 
lia hecho de la dulzura, de la paciencia, de la vigi- 
lancia, nos indica viva y amorosamente á quien pre- 
tende confiar nuestra debilidad. 

La virtud no se enseña solamenle, sino que se 
inspira; y este don precioso le poseen en especialidad 
las mnjeres, que tienen la facilidad de hacer amar 
aquello mísmo que desean. He aquí pues otra razan 
que tiende á probar la necesidad que hay y las ven- 



tajas qua resallan de confiar la educación de los hi- 
jos al cuidado de sus madres, puesto que aquellos na 
entienden masque 1» que ven, y no comprenden mas 
que lo que sienten, adelantándose por t-onsiguieijle 
el sentimiento á la inteligencia. 

ío siempre Jos mejores reyes lian sido educados 
por grandes hombres, pues la historia ñus dice que 
los que han querido mas i su pueblo lian sido ins- 
truidos por mujeres: la de Francia ros enseña que 
S. Luis aprendió las virtudes de. D. 1 Blanca, Luis \ll 
de María <!e CIcvcs y Enrique IV de Juana de Albret. 
Ni siempre, prescindiendo de la dificultad de en- 
contrarlos, lian silo necesarios un liossucl y un Mon- 
ta usier para educar á un Delfín ú inculcarle los mas 
altos pensamientos de la política, porque además de 
no ser tas mejores estas pomposas educaciones, nada 
hay en citas que no sea compatible con la misión de 
la mujer, (oda vez que esté preparado el terreno, Y 
por otra parle, ¿quién mejor que una madre puede 
enseüar al hombre á preferir ei honor á la fortuna, 
ii amor á sus semejantes, ,í socorrer a los desgracia- 
dos y á elevar su alma basta el origen de lo bello y 
de lo infinito? Un profesor vulgar aeonspja v mora- 
liza; lo que él ofrece A nuestra memoria nuestra ma- 
dre nos to grabft en el corazón: ella nos hace amar 
cuanto nos hace creer, y solo por medio del amor 
dos conduce á la virtud. 

Convencido de la importancia de este principio 
el célebre Sliéridan concibió el provecto de fundar 
en Inglaterra una educackin nacional para las mu- 
jeres, y enviando sn plan ¡i la reina trotó de ponerla 
á la cabeza de esta institución tan lamosa. «Las mu- 
jeres pos gobiernan, decía; procuremos perfeccio- 
narlas: cuanto mas ingenio tengan tanto mas instrui- 
dos seremos nosotros. De la cultura deí entendi- 
miento de las mujeres depende la sabiduría de los 
hombres: la naturaleza escribe con la mujer en el 
coraíGn del hombre.) 

La superioridad de la influencia de la mujer no 
puede menos de ser reconocida en todas parles, pues 
que por todas parles determina los sentimientos, las 
opiniones, los gustos, y aun forma el destino del 
hombre. »Et porvenir de un hijo, decia Napoleón, 
es siempre la obra de su madre;» y aquel grande 
hombre gozaba en repetir que él debía á la soya el 
haber llegado á tanta altura. 

\ no faltan célebres ejemplos que apoyen nues- 
tro modo de pensar acerca de este asunto. Lanzad 
una mirada al fondo de aquella prisión, en medio de 
¡a multitud que va á perecer, y veréis un joven de 



i 

frente ancha y radiosa que escribe sus últimos pen- 
J sa míenlos: es Raniavc, el mas ilustre orador de la 
asamblea constituyente, el rival de Mirabeau. En 
aquel momento terrible soio piensa eo su madre; le 
da gracias por el valor con que Ir anima, el que le 
acompañará basta el cadalso. Es el mejor obsequio 
que en medio de las revoluciones puede hacer una 
madre á su hijo. Así escribía también á su hermana: 
-Mi madre es la que debe educar vuestros niños: ella 
les infundirá este espíritu animoso y franco que for- 
ma á los hombres, y que ha valido para mi herma- 
no v para mí mas que lodo lo restante de nuestra 
educación.» El ingenioso Kant debia asimismo á su 
madre aquel asombroso desenvolvimiento de sus fa- 
cultades intelectuales, y repelía con frecuencia en 
su vejez: «Yo no to olvidare jamás; ella es la que 
ha hecho brotar la riqueza que se encuentra en mi 
alma. > Y el ilustre Cuvier recibió de su madre las 
primeras lecciones del estudio de ía naturaleza que 
después le ha inmortalizado; y repitiéndolo asi cien 
veces en su vida, daba á su madre toda la gloria de 
sus descubrimientos. Todo lo cual, y otros muchos 

rj!'iii|ilus verdaderai le grandes que pudiéramos 

aducir, nns autorizan para asegurar uios y mas que 
la infancia debe quedar siempre al cuidado de las 
madres. 



Si^i:-ifUi3I2>'I>3 2i!£ ^ü2.Síi.2in 






DEDICADOS A LA SEÑORITA DOÑA TERESA HO.MÜtf. 

Si se volviese á abrir la tumba helada 
Do el coarto Enrique siglos ha reposa; 
Si recobrase fuego su mirada, 

Y su esqueleto el alma vagarosa: 
Si volviera á la vida, ¡con qué asombros, 

Con qué triste estupor contemplaría 
Ese montón de ruinas y de escombros 
Que esplendente plació toé algún dia! 

Esos antiguos muros derruidos 
Escucharon las voces de cien reyes, 
Por su escelso valor enaltecidos, 
Dictando al mundo prepotentes leyes. 

Esos ya vacilantes torreones 
Nuestra enseña ostentaron venerada, 
Que fué siempre terror de las naciones 

Y con torpe baldón nunca manchada. 
Y osos tristes salones derrumbados 

Presenciaron tal vez regios festines, 
Do cotí fas damas bellas adunados 







Danzaban los valientes paladines. 

¡Cuántos secretas guardará celoso 
Ese salón cubierto por la yedra! 
¡Cuántas protestas de un amor dichoso 
Grabadas estarán en cada piedra! 

Del hombre la existencia es soplo breve; 
Rauda coa él se estingue su memoria: 
¿Qué mucho pues que su ambición eleve 
Duraderos testigos de su gloria? 

Sustraerse tai vez piensa el insano 
A la ley que esclaviza el orbe todo. 
Mas tiende el tiempo §t¡ funesta mano, 
\ el obra y su hacedor convierte en lodo! 

Esa águila que al sol quisu atrevida 
Su vuelo alzar con. altivez suprema, 
Al pié del torreón yace sin vida.... 
¡Del orgullo humanal es triste emblema! 

Aparta de esa torre tu mirada, 
Que hacia el suelo se inclina tristemente, 

Y muestra del mortal la triste nada 
Unida siempre á $u ambición ardiente. 

Y fíjala en las peñas colosales 
Que al ciclo roban sus variadas locas, 

Y el Balsuin refleja en sus cristales 
AI despeñarse entre peladas rocas. 

Las coronan mil pinos centenarios, 
Que en misteriosas tintas ya sumidos 
Remedan á lo lejos los sudarios 
De espectros en ios aires suspendidos. 

Mientras otros destacar] sus ramajes 
Sobre ese cielo puro y transparente. 
Donde el sol coronado de celajes 
Va escondiendo su disco en Occidente. 

Mezclan sinieslras aves sus arrullos, 
Ocultasen las rocas desgajadas, 
Con los vientos que esparcen sus marmullas 

Y el severo mugir de las cascadas, 

Y las sombras opacas van creciendo, 

Y se esti ngue el crepúsculo del dia, 

Y los ecos lejanos van muriendo, 

Y espira con la luz el armonía. 

Solo de vez en cuando desprendido 
Negro peñón por la vertiente rueda, 
Produciendo al caer triste sonido,,., 

Y en silencio otra vez el mundo queda. 
¡Sublime majestad!... mira ese cielo, 

Esos eternos montes, esos pinos; 
¿No te revelan el paterno anhelo 
Del que rige del orbe los deslinos? 
¿No escuchas una voz que placentera 



Grita en los aires: «ante Dios te humilla?* 
¿No contemplas su diestra por do quiera 
En cada grano de impalpable arcilla? 

Ay! yo no acierto á describir la llama 
Dl-I entusiasmo qnecti mi pecho brota! 
Para cantar tan b?!lo panorama 
Falta á la humana voz sublime nota. 

E?as piedras que viste tan mezquinas 
Frágiles obras son de la criatura; 
Estas gigantes rocas son las ruinas 
Del templo del Señor, que es la natura. 

Si al ver las que inventó el genio fecundo 
Del hombre audaz, la inspiración estalla, 
Ante |r,s obras del Señor del mundo 
Absorto el corazón admira y calla! 

Real Sitio de San Ildefonso, agosto 30. 

MITOLOGÍA, 

i. 

Nada es tan necesario en el estudio de la bella li- 
teratura y nobles arles como el conocimiento de esa 
ciencia qu<* constituvú en otro tiempo la religión de 
los antiguos pueblos, puesto sin el auxilio de la milo- 
logia no es posible entender las sublimes creaciones 
de lol mas ilustres poetas antiguos V modernos. La 
ceguedad de los hombres de los tiempos primitivos 
fué sin duda alguna la que hizo se rindiesen adoracio- 
nes á los astros, con especialidad al cielo, como pa- 
dre universal de lodos ellos; v no cabe duda, ¿quién 
al mirar el espacio azul, residencia de ese astro ma- 
jestuoso y deslumbrador, no siente un movimiento 
de respeto y admiración? ¿no se conmueve el alma j 
nos sentimos inclinados á una meditación dulce al 
par que melancólica en la calma de una noche en 
que brilla la luna cercada de su corte dé luceros? ¿No 
son palpables los inmensos bienes que derraman esos 
astros benéficos sobre la tierra? Sí, y si no fuese por 
las luces, fé y creencia de una religión mas santa y 
augusta, indudablemente nuestra alma, que siéntela 
existencia de un ser creador, y la propensión del 
hombre á todo lo sobrenatural nos baria postrarnos 
ante esos grandiosos espectáculos que nos ofrece la 
naturaleza, espectáculos sublimes que dieron margen 
suficiente á la formación de una religión basada so- 
bre principios falsos, pero que ofrece un fondo dein- 
agotable poesía. 

Al cielo, según dejamos indicado, llamaron lot 



antiguos eo su cosmogonía padre ó creador de lodos 
los dioses, al i-u.il cafaron can Vesla ó Cibeles, que 
es igual á Tierra, de cuyo matrimonio nacieron Ti- 
tJQ v Saturno; cite ultimo case con su hermana Rea. 
á la que Mamaran también Cibeles, porque Vesla la 
regaló el día de sus bodas el imperio de la tierra. 
Es1a igualdad de nombres da origen á no pora con- 
fusión, ¡ui-s Vesla, no obstante la cesión que hizo á 
Rea, conservó su liluto y honores, razón nnr la cual 
su culto era idéntico. Mas en la pintura y escultura 
son reconocidas con suma facilidad, pues Cibeles 
madre, ó sea Vesla, aparece sentada con imponente 
majestad; de edad madura, coronada su severa 
frente de rastilles torreados, y en su mano derecha 
un manojo de llaves: y la joven Cibeles fresca, her- 
mosa, joven, alegre, conduciendo las estaciones y el 
amor; rige con su diestra un ligero carro, al que 
van alados dos soberbios leones: en torno sujo dan- 
zan bellas ninfas, y las diosas Flora, Ceres y Fomo- 
na siguen su carro coronándola de flores como á rei- 
na v señora suya: entre lanío los céfiros soplando 
suavemente hinchen su ligera túnica y descubren su 
seno, alimento del género humano; a sus pies yacen 
los impetuosos vientos encerrados en un tambor. 
Los historiadores de esta diosa afirman que cuando 

la nave que conducía su estatua, que los romanos ha. 
bian mandado traer del Asia con el mas profundo 
respeta religioso, llegó á la embocadura del rio Ti- 
ber, paró la nave por si sola sin que lograsen hacer- 
la marchar ni las maniobras de los náuticos, ni 
cuantos medios se ponen en ejecución para conse- 
guirlo. Este accidente difunde el mayor espanto re- 
ligioso; cuantos salen a recibirla tiemblan ante fe- 
nómeno lan notable, y temen e) enojo de la diosa; 
hasta qne Claudia, joven romana que es conocida por 
su licenciosa conducta, resuelve sacrificarse á la dio- 
sa, á la cual dirige una corla y ferviente plegaría, 
toma una de las cuerdas de la nave, y alándula a su 
cintura lira de ella; á su impulso surca la nave las 
aguas del Ttber, y su proa describe en las ondas la 
mas brillante Slela. 

Elena Cibaiii de t'rt-Tr?. 



& E£3 £2&£XÜ2, 

Ay! no existe, pobre madre! 
Mi labio le llama en vano, 
Inútilmente roe afano 
Y es en valde mi aflicción. 



¡No c liste'.... verdad funesta 

Que desgarra el alma mia; 
¡No existe! palabra impía 
Que me hiela el corazón. 

¡Ayt madre, mil y mil reces 
Turbios mis ojos en llanto 
Invoqué tu nombre santo, 
Mi coran in le llamó; 

Y una voi inexorable. 
Respondiendo á mí gemido, 
■Nunca,» murmuró en mi oído, 
•Nunca, nunca,» repitió. 

Madre, madre de mi alma, 
Flor de mi vida marchita. 
Si ya eres alma bendita 
En la mansión celestial. 
Ruega al Dios omnipotente, 
Ruégale, madre adorada. 
Por la huérfana angustiada 
Con empeño maternal. 

Suplícale que tu espíritu 
Pueda estar siempre a mi lado, 
Del víenlo en el soplo helado, 
Del alba en el tornasol. 
De la niebla misteriosa 
En los húmedos vapores, 

Y en el ámbar de las flores, 

Y entre los rayos del sol. 
Que yo, madre, necesito 

fn ángel que me comprenda. 

Y que en mis ojos sorprenda 
Mis Ligrimas de aflicción; 

Y que al cielo mi plegaria 
Lleve del aura en la calma, 
Cual perfume de mi alma 

Y ofrenda del corazón. 

¿Y quién r*yl como una raadr» 
Con su instinto y su ternura 
£1 llanto de la amargura 

Y el jay! del dolor verá? 
¿Quién leerá el pensamiento, 

Y sentirá los dolores, 

Y quién súplicas mayores 
Por sus hijos pedirá? 

Mas si acaso le intimida 
De Dios la augusta mirada. 
Ye que la Virgen sagrada 
Escuchara tu clamor; 
Que también lia sido madre 
La purísima Muría, 






Y ha llorado, madre mia, 
Por el hijo de su amar. 

Hazlo pronto tú que sabes 
Mis tristes días de duelo, 
Tú que lias visto desde e¡ cielo 
Las lágrimas que vertí; 
Ruega á Dios que ya lerniínen 
Estas huras de agonía; 
Pide por mi, madre mía, 
Mientras jo rezo por li. 

Enriqueta Lozano, 
Granada, 25 de agosto. 



TIEMPOS PASADOS Y TIEMPOS PRESENTES. 

A m QSO|9DA AUSAA ttJUUá, 

CARTA CUARTA, 

Algunos días después su labio me había revelado 
ya el secreto de su corazón, Fakabapues únicamen- 
te para calmar nuestra felicidad que papá y mamá 
nos dispensaran su consentimiento. No quiero pasar 
Oías adelante sin darte primero algunas noticias 
acerca del hombre á quien babia entregado mi co- 
razón. 

Luis, asi se llamaba, era huérfano. Desde muy 
tierna edad había perdido á sus padres y quedado al 
cargo de un tío. Bien hubiera querido este darle 
una carrera que pudiera hacerle brillar un día, pero 
sus recursos, así como los de su padre al morir, eran 
muy limitados. Hizo presente al huérfano cuál era 
su situación, añadiendo que contra su deseo apenas 
podía darle sino una educación muy limitada. 

— Sin embargo, agregó, aun me es permitido 
echar los cimientos de tu felicidad futura. ¿Quieres 
ser pintor? 

—Si, lio; me gusta la pintura, le replicó Luis, 
y creo que no rae será ingrata. 

— Bien eslá, hijo mió; te tomaré un maestro, y 
ya que no puedas ser un genio en letras ó en la ma- 
gistratura, lo serás en el divino arte de Murilto, en 
esa noble y elevada profesión, bastante por si sola á 
darte un lugar distinguido si le aprovechas de la afi- 
ción que hacia ella te guia. Una vez con crédito no 
necesitarás ni de mi pobreza ni de ¡as riquezas 
agenas. 

Luis comenzó su aprendtzage; su tío lo colocó 
al lado de un buen maestro, y á su vez este, en- 
cantado de ver los progresos que hacia, quiso col- 
mar su habilidad curiándolo á Roma á su costa, 



porque, decia, no basta el genio, no basta conocer 
las obras de los buenos artistas; es preciso verlos, 
tratarlos y vivir al lado de ellos aunque no sea mas 
que un mes; además un pintor puede hallar en la 
tierra predilecta de Iss artes los mas bellos modelos 
que imitar en cada uno de sus recuerdos, de sus mo- 
numentos. 

A los dos anos volvió á España Luís seguido de 
una gran reputación y con el corazón lleno de es- 
peranza. Su primer cuidado al pisar el suelo patrio 
fué correr en busca de su lio, cuya suerte ignoraba 
hacía algunos meses, pues le habían faltado sus car- 
las. El pobre huérfano subió de tres en tres (tal era 
su ansiedad i los escalones que guiaban á la habita- 
ción eo donde al partir para Italia había dejado vi- 
viendo á su querido tío. Tiró del cordón de la cam- 
panilla, y un criado que asomó la cabeza por el pos- 
tiguillo le preguntó á quién buscaba. 

— Perdonad, le dijo e! joven, pero, según veo, 
ó me he equivocado ó la persona que yo busco no 
vive aquí. El señor de?... 

— No os habéis equivocado, caballerito, le repli- 
có el criado. El señor de vivió aquí.... 

— Es decir que se ha mudado; y á donde? 

— lis dejado la tierra, señor raio, para pasar sin 
duda al cielo,... 

Esta revelación, tan inesperada como brusca, 
heló la sangre de Luis. El pobre huérfano babia per- 
dido á su lio, único pariente que le restaba. Vuelto 
de su dolor y su sorpresa, abandonó la casa en don- 
de viviera traspasado el corazón de dolor. Pero en 
medio de su angustia se acordó de Dios, cuyo auxi- 
lio babia implorado tantas veces con el mejor resul- 
tado, y que si le babia privado del que llamaba su se- 
gundo padre habia aguardado á hacerlo cuando ya 
no debia necesitarlo. Esta idea al parecer egoista, y 
muy natura] sin embargo, le consoló algún tanto. 

Con algunos escudos que aun se hallaban en su 
bolsillo tomó un pequeflo alojamiento y empezó des- 
de luego á trabajar. Su fama como artista era aun 
en España un secreto, pero esto no le inquietaba. La 
esposicion anual se acercaba; haría un cuadro que 
presentada á ella y si su obra como se prometía, lo- 
graba hacerse visible, ya no necesitaría de mas. Do- 
rante tres meses no soltó un solo día los pinceles y 
trabajó con toda la conciencia que su situación re- 
clamaba; á los noventa dias de afanes pudo descolgar 
de su caballete un hermoso cuadro que simbolizaba 
la Primavera. Una gallarda gacela, blanca como los 
copos de nieve que el invierno hacina sobre las mon- 



é 



tañas, ele semblante risueña y coloreado por «1 mas 
puro carmín, con un ligero sombrerillo de paja in- 
clinado sobre el hombro derecho, aparecía en me- 
dio de una estensa campiña matizada conlas llores 
mas bermusas y variadas. Su delicada itiarKi se en- 
tretenía en arrancarlas y depositarlas en el ilvlanlnf. 
echado sobre el brazo izquierdo, mientras que una 
multitud de alegres mariposas jugueteaban á la al- 
tura de <ii cabeza- La hermosa figura de la aldeana 
parecía desprenderse del lienzo según lo acertada 
que había andado la mano maestra del pintor, y en 
sus facciones se dibujaba toda la inocencia de una 
criatura angelical. 

Llegó por fin el día de la esposicion; el cuadro 
de Luis, objeto de las majores alabanzas por parle 
d« las personas peritas que lo examinaron culi aten- 
ción, fue colocado en un lugar preferente del palio 
déla Academia. El público que acudió á la esposi- 
cioii se agolpó delante de él, deshaciéndose en elo- 
gios. Luis se habia colocado en un eslremo del palio; 
su corazón, que cual el de los verdaderos genios 
palpitaba en un principio temiendo un desaire, bien 
pronto pudo dilatarse r llenarse de satisfacción, Su 
triunfo no podía ser mas completo, triunfo que coro- 
naron al día siguiente los periódicos, consagrándole 
las mas justas alabanzas. El porvenir de Luis estaba 
asegurado. 

Aquí bago una pausa, mi querida María; esmuy 
justo que descanse siquiera un momento. Adiós le 
qaeda. Es y será siempre para lí lodo el cariño de 
tu buena amiga, 

Enriqueta. 



wa& <&&?&& ssr •&& awttaaa. 



Era del mes florido una mañana, 
La blanca aurora espléndida tendía 
El velo de oro, de zafir y grana, 

Y allá en Oriente el sol resplandecía. 
Era un bello jardín: allí mil Dores 

Al par rivalizando por hermosas 
Ufanas confundían sus olores 

Y yo buscaba entre ellas mariposas. 

Y era un tiempo dichoso: yo contaba 
Dos lustros, y cíente de alegría 
Las gayas flores del pensil corlaba 

Y su confín cstenso recorría. 

Un hoyo reparé que cabe el muro 



A recibir estaba preparado 

Un pequeño ciprés de tronco oscuro 

Y de ramaje verde y acopado. 
Lo planté rebosando de ventura: 

"Crece, ¡e dije, en esta verde alfombra; 
"Yo en ella cavan 1 mi sepultura, 
«Y con tu copa prelnráslc sombra. * 

Otro lustro pasó: siempre las llores 
Vía rivalizando por hermosas, 
11: i quiera confundían sus olores. 
Mas yo ya rio buscaba mariposas. 

Ávido de gozar, preso latía 
El joven corazón dentro del seno: 
¡De La dicha apuraba ¡a ambrosía, 
O apuró en su ilusión solo veneno! 

Decirlo fuera del amor agravio!... 
En la mente la imagen ¡ ali * de un hombre 
Esculpida llevaba, y siempre el labio 
Me repelía trémulo su nombre. 

Llegó al forrtlo del alma enardecida 
Aquel nombre con eco tan" profundo, 
(lúe al salir de mi boca conmovida 
Ansiaba lo escuchara colero el mundo. 

Empero ;ay ! que ese nombre tan querido 
Callando pronunció siempre la boca, 

Y en el seno latente y oprimido 
Ya no cabía, ni en la mente loen. 

Corrí al ciprés que cabe el alio muro 
Otro tiempo planté con alegría, 

Y grabé en su 'rosero tronco oscuro 
El nombre que de amor me estremecía. 

Otro lustro iia pasado: ¿ qué se hicieron 
¡lime, ciprés, tan caras emociones? 
¿Como el humo tal vez desparecieron 
Mis bellas y doradas ilusiones? 

Yo existo de tí lejos sin ventura, 
Tú altivo creces en la verde alfombra; 
Podré en ella cavar mi sepultura, 

Y esa tu copa prcstarále sombra? 
Site volviese á ver ¡ay! algún dia. 

Grabaré en tu corteza el mismo nombre: 

Mas cállalo, ciprés, por vida mía. 

Que si es el mismo pertenece á otro hombre. 

A otro, si; mas su imagen hechicera 
Ha dejado una huella dentro el alma 
Mas profunda, ciprés, que la primera, 

Y desque vivo asi vivo sin calma. 

La historia guarda tú de mis amores. 
Que si la oye la brisa bullidora 
Al revolar alegre entre las llores 






El ser pregonará que el alma adora. 

Si, calla por piedad; calla ese nombre 
Que lia dispuesto, ciprés, mi cruda suerte 
Que sea á un tiempo mismo, no te asombre, 
Origen (le mi vida y de mi muerte. 

lis semejante al opio mi agonía, 
Que da vida y al par lava acortando; 
Ella sostiene la existencia mía 

Y va sus leves laxos desatando. 

En tanto vive tú, sigue creciendo, 
Álzale osado á gigantesca altura, 

Y muéstrame si á tí llego giniipndo 
El nombre que doblo mi desventura. 

Esa cifra en tu tronco asi esculpida 
Triste prólogo fué que mi memoria 
Guardaba en ti, ciprés, y boy de mi vida 
Ella revela hasta su fin la historia. 

Si muero de tí lejos sin ventura, 
Mis restos llevarán á esa tu alfombra. 
En ella cavarán mi sepultura 

Y con lu copa preslarúsle sombra. 
En tanto vive tú y al eco bronco 

Que la trompa final lance profundo, 
Muestre ese nombre tu desnudo tronco 
Al agitado, agonizante mundo! 

Haría Verdejo y Duran. 



LOS MUERTOS SALEY A VECES I»E LA TIMA; 

m inicios BELGA. 

VI. 

Acababa apenas de levantarse Gerardo, cuando 
su mujer le entregó una caria que un hombre des- 
conocido había puesto en sus manos. Abrióla ma- 
quinalmente y estuvo á pique de caer de espaldas al 
fijar en ella la vista. Era la letra de su primo Valck, 
y ¡cosa admirable! estaba la tinta fresca todavía. 

— Ah! esclamó fuera de sí; esto es obra del 
mal espíritu! 

Sintióse la garganta seca y abrasada; sus piernas 
(laqueaban y sus ojos se cubrían de una nube espe- 
sa, v al fin se dejó caer cu su lecho como atacado de 
una apoplegía fulminante. 

Después de largo rato recobró los sentidos y de 
suevo fijó ta vista en el fatal billete. 

¡Dios me valgal esclamó; es la letra de Mar- 
tin,,., pero cómo es posible?... ¡Ahorcado! ¡enter- 
rado!... ¿Habrá en efeclo salido de su tumba? Vea- 
mos lo que quiere. 



Y levó lo siguiente: 

<¡ Primo Gerardo, ya sabéis quien de los dos es el 
culpable del crimen por el cual he sido ahorcado in- 
justamente el día 9 de este mes.... >~o deseo vuestra 
perdición, pem si el volver á aparecer entre mis 
conciudadanos y gozar coran anles de su aprecio y 
estimación: no quiero que mi pobre mujer se muera 
de desesperación. Dios es justo y todo- poderoso, 
primo Gerardo, y algunas veces permite que los 
muertos salgan de la tumba.... Os entrego á vuestra 
conciencia; ¡escuchad su voz! 

"Vuestro primo Martin Valck: 28 de octubre 
de ifiílO.» 

El efecto que estas líneas causaron en Gerardo 
seria imposible de describir: la sangre se detuvo en 
sus venas, y con los ojos clavados en la terrible car- 
la que tenia en la mano permaneció inmóvil como 
una estatua. Margarita entró en la Balancia en aquel 
momento, y ai verle en esta actitud creí ó, no sín 
razón, que le habia vuelto el delirio. 

— ¡Dios mío! ¡Gerardo! ¿qué ha sucedido?... Es 
otro acceso de fiebre?... 

— Ah! ¡ron que me crees loco! esclamó con ra- 
bia; te engañas, mujer; no hay nada, ¿lo oyes? na- 
da que deba inquietarte; conservo toda mi razón, 
solo que estoy enfermo y nada mas. Déjame! 

Una hora después el médico, á quien Margarita 
habia mandado llamar á despecho de su marido, se 
hallaba á la cabecera de su cama. 

— Maesc Van Spiel, le dijo tomándolo ci pulso, 
os ha vuelto esa maldita fiebre y es necesario que 
exisla una causa que baya provocado esta recaída. 

— ¿Una causa? ¿una causa?... ¿qué queréis decir? 
preguntó bruscamente el enfermo procurando apa- 
rentar una sangre fría que no engañó a! doctor. 

— Quiero decir que al paciente corresponde ins- 
truir á su. médico acerca de los pormenores de su en- 
fermedad; nosotros vemos algo en el cuerpo, pero 
no nos es dado leer en el alma.... Un pesar, una in- 
quietud, por ejemplo, pueden muchas veces consti- 
tuirse en primeras causas causa ejfieiertíes: esto se va 
diariamente. Ahora estamos solos, maesc Gerardo; 
podemos departir confidencialmente, y si queréis os 
voy á hablar con franqueza. 

— Hablad, respondió Gerardo, cují agitación 
iba en ansíenlo á cada palabra del doctor, 

— Pues bien; apuesto á que tenéis miedo á tos 
muertos, 

— [Yo! ¡yo! ¡que les lengo miedo! Pues no lo 
■ creáis, doclor: si ayer os hablé de eso fué por chan- 



8 



cearnie ¿Y por qué les hahía do tener miedo? I 

¡Soy acaso culpable? No quiero que se me vuelva á 
hablar de mi primo. 

— ¿De vuestro primo? replicó el doctor lenta- 
mente v acentuando cada silaba, ¿de vuestro primo? 
perú si yo no lie pronunciado su nombre. 

— ¡No quiero que se vuelva ú hablar de él en 
mi presencia! esclamó Gerardo con furor. 

— ¿Luego queréis olvidar al pobre Martin? 

—¿Qué me importa ¡i mi su memoria?,.. ¡Un 
ahorcado!,., un 

— ¡No prosigáis, desgraciado! dijo el doctor con 
entereza: vuestro primo era un hombre honrado; ¿lo 
oís, maese Gerardo'.'... La justicia humana le ha 
condenado, es verdad; pero la justicia de Dios llega- 
rá en su día v esa no puede equivocarse. El verda- 
dera culpable será bien pronto conocido, mavsc Van 
Spiel, y colgado en la misma horca que ha servido 
para Martin Valek, y este asistirá vivo al suplicio de 
su infame calumniador. 

— ¿Ha salido acaso de su tumba* preguntó Ge- 
rardo balbuciente. 

— Ya os be dicho que semejante milagro se ha 
visto mas de una vez, respondió el ductor, no ya con 
el tono de duda que había empleado el dia anterior 
al pronunciarlas mismas palabras, sitio con un acen- 
to que espresaba ia fe, la amenaza y La indignación. 

Poco después salió de la estancia y Van Spiel 
quedó solo y entregado á los tormentos mas hor- 
ribles. 

(Se continuará] . 



Un periódico de París trae las siguientes noticias 
sobre el alentado de que dimos cuenta á nuestras 
suscriloras en el número del domingo anterior. 

Al dar cuenta del asesinato de la calle de Vivien- 
ne, hemos dicho que la victima la sofión la Dolores 
Pérez, era madre de un niño de cuatro años que ha- 
biii llevado á París cuando vino de España, Amaba 
apasionadamente á este niño, y jamás se separaba 
de él sin disgusto, aun cuando le obligaba á ello el 
ejercicio de su profesión. Después de su fin trágico, 
el pobre niño huertano fué recogido por Mmc, C. 
que vive en, la calle dclMichodiere, y queera «na de 
las dos amigas que acompañaron á su madre has- 
ta la fonda de la talle Vivienne, el día del crimen, 
y desde entonces esta sonora no ha cesado de prodi- 
garle los cuidados mas afectuosos; pero se ignora si 
su posición le permitirá conservarlo á su lado. En 



esta duda la señorita Aliza Ozy, actriz del teatro de 
Variedades, lia reclamado al pobre huérfano. Hasta 
el 10 por la mañana no supo las consecuencias del 
crimen del jueves, é inmediatamente dirigió al comi- 
sario de polirta de sil cuartel una carta en la cual le 
suplica que se sirva alcanzarle la gracia de encargar- 
se del niño. "No soy rica, le dice, pero no tengo hijo 
alguno, y las pocas comodidades que yo poseo y mi 
profesión de artista dramática me permitirán subve- 
nir completamente á sus necesidades y a todos su de- 
seos Tendré pararon él todos los cuidados de una 

madre tierna, y me comprometo á proporcionarle 
una instrucción sólida cuando tenga edad para reci- 
birla; en una palabra, quiero hacer de él un hombre 
honrado, etc. ■ Esta carta fué comunicada ayer no- 
che al prefecto de policía, que dio inmediatamente 
Ordenes para hacer las diligencias necesarias v ase- 
gurarse sí es posible acceder á la petición tan honro- 
sa de la señorita ALiza 0/v. ■■ 



ANUNCIOS. 



POESÍAS be la SEÑORITA DOll AMELA CRM 

AI'ISOHMM^ IMH.l ShlLVIN PC TKSTO 

«i las ciruelas bf tii&lmrriün primaria. 



Véndese á 2 rs. en las librerías de Mónier, car- 
rera de S. Gerónimo: Ríos, calle de Jacomelrezo; 
Ulivcres, calle tic la Concepción Gerónima, y en la 
imprenta de este periódico, calle de María Cristina 
iiinn . 8 cuarto bajo. 

GRIS DEPOSITO DE ABANICOS Y PA1SF5 

Pfl» M 11 H V >I1.\mI!. 

Corredera baja de San l'ablo núm. 99, frente á San Anto- 
nio de Ion l'iu liiüiii"**: en dirijo establecimiento hay aba- 
nicos de nácar, hueso, hdsla, pastas, sándalo, \ iin com- 
pleto j variado áorttdo de abanicos imitados a ingleses, 
muy arreglados, como laiiibíeu abanico* propios para 
tiempo de Patios, para viajar en diligciirni. pijes por su 
fuerte construcción pueden sen ¡r para caballeros; su pre- 
cio i y 2 reales: también se ponen paises desdei reales eu 
adelante y se hacen tolla clase de compostura* áprceio- 
convcncidnales. 



MADRID, 1852. 

IMPRENTA. DE D. JOSÉ TRÜJ1LL0, HIJO, 
Calle de María Cristina número 8. 




s>/- í - 



Domingo 12 <Ie Setiembre de 1852. 



Número 7. 






LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFENSOR Y SOSTENEDOR 1>E LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este periódico sale todos tos domingos; se suscribe en Madrid en las librerías de Moníer t de Cuesta, á i rs. «I me=: t en provin. 
cías 10 rs. por dos meses Franco de pone, remitiendo una libranza a favor de nuestro impresor, u sellos de franqueo. 



EL PORVENIR. 

La'palabrn porvenir es el tema constante con 
que atormentamos nuestra imaginación, sugiriéndo- 
le ideas de desconsuelo ó de alegría, según el paisa- 
ge en que le figuramos ó el carácter mas ó menas 
melancólico de los seres. Hay varios modos de juz- 
garlo, sin que ninguno sea por eso acertado. El 
hombre fatalista siempre le mira como una noche de 
horrorosa desgracia. Los que creen en el libro del 
destino io ven de diferente modo, parcciéndoles que 
ha de tener alternativas mas ó menos favorables. 
Los que solo juzgan casualidad los sucesos, apenas 
se detienen á leer eti el y sin embargo padecen ba- 
jo su oculta influencia; y los que llegan á fijarse en 
su mas creíble enigma, están quejosos todavía, acu- 
sando al Infinito, porque no les deja penetrar en 
toda la eslensiofl ese tejido misterioso, sujeto en sus 
estreñios por la suprema diestra, hasta el momento 
en que nos llama á si. rodeando nuestro cuerpo con 
[as negras gasas de la nada é iluminando el alma con 
la divina luz de la eternidad. El porvenir es la muer- 
te de las mas caras ilusiones y el tormento sin Bn de 
la criatura. El surca de arrugas nuestras mejillas y 
despuja de cabellos nuestros atormentados cráneos. 
Amarga los momentos de placer mas dulces ¿inun- 
da nuestros ojos de lágrimas con frecuencia. En me- 
dio de los puros goces de ilusión ó realidad sue- 
le presentarse con su negra celada, estremeciendo 
nuestro ser amanera de una débil caña que se agi- 
ta en el desierto impelida por el huracán ardiente. 
Su oscuro color horroriza y detiene la penetrante 
vista, como si al querer mirarle cegase nuestras pu- 
pilas algún genio invisible enviado de Dios para 



apartarnos de un empeño temerario, superior á las 
fuerzas humanas, 

;0li dulce infancia! tú no participas de esta lo- 
cha horrible, ni precaves siquiera que ha de llegar 
un dia en que al recorrer los vislosos panoramas de 
la naturaleza has de encontrar por do quiera una va- 
lla, un espeso velo, que mata la mirada y detiene el 
libre vuelo de la mente. Ei influjo del porvenir se 
desarrolla con las primeras pasiones, y como ellas 
ejerce en los mortales una completa variación, que 
transforma al rfito eri'tRHabrc y hace desaparecería 
dulce sonrisa alegre é infantil, sustituyéndola las mas 
veces por un movimiento galvánico y maquinal, sin 
ser frecuentemente otra cosa que las pinceladas he- 
días en una careta para darles animación y alegría. 
Si se ha de agradar es necesario reir, y lodos en me- 
dio del nu>or infortunio conservamos algo de esa 
ficticia ó verdadera espansion de los labios que tanto 
hermosea, particularmente en el sexo femenil; pero 
en medio de ese deleite, en algunos instantes verda- 
dero, el mañana, ese ansiado mañana, viene á aci- 
bararnos el momento de dulzura. Queremos ser 
siempre jóvenes, y sin embargo devoramos los días 
en continuo anhelo, aguardando otros mejores que 
nunca llegan, porque nada nos contenta, nada nos 
satisface. Cada pecho os un vacío, cada vacío una.' 
tumba: esa tumba es nuestro porvenir, mas oscuro 
que la noche tormentosa. 

¡Desierto de dolores! ¡Laberinto inodoro regado 
por las ardientes lágrimas de laníos y tantos desgra- 
ciados seres, que aguardan en algunas de sus tene- 
brosas revueltas una rosada llama de felicidad! ,'Ptír 
qué tanto tormento? ¿Por qué ocultarnos la blanca 
senda de la dicha tapizada de aromáticas flores, 6 la 
horrible ladera de escarpadas zarzas y punzaduras 






espinas? ¿Por qué do le presentas » nuestra vista en 
horrible esqueleto, para que viésemos lus acerbos de- 
signios? Entonces procuraríamos huirle, oponiendo 
opa resistencia desesperada a, lus despiadados planes 
en que sumerges la Datura con frecaenria. Mas ¡ay! 
Dios es grande. Dios al crear el mundo no pudo 
hacer nada imperfecto, y cuando puso al porvenir 
lejano á nuestro alcance es porque preveía los fatales 
resultados que produciría á los moríales el conocer- 
lo. ¿Quién viviría tranquilo sabiendo que mañana le 
aguardaba una desgracia? y en caso contrario, ¿no 
te harían las libras de nuestro corazón pedazos á 
fuerza de latidos, si por un araso la fortuna fuese á 
brindarnos con su dorada copa de placeres? ¿Por que 
pedimos frecuentemente loque la debilidad humana 
no puede soportar? Erisle uu anhelo en el alma de ; 
las criaturas que nada basta a militarlo y que con- 
duce casi siempre á su ruina; ese anhelo es la fortu- 
na, llamada porvenir. La miramos por el lado brillan- 
te, como el inocente niño que fija su (isla en el sol, 
quedando luego en cúmplela oscuridad, cegado por 
la fuerza de los abrasadores rayos que introdujo en 
suspupilas. Queremos avanzar un paso v retrocede- 
mos muchos sin saberlo. ¿A qué ese afán? ¿A que 
enfermar nuestro cerebro con descabelladas ideas, 
para buscar un camino que ignoramos y cuyo prin- 
cipio y lii) existe únicamente en la Omnipotencia 
Divina? 

¡Gh! cuánta amargura, cuanta atraemos sobre 
nosotros mismos por apresurar el curso de los suce- 
sos que debiéramos dejar con ciega conüauza en la 
oculta mano que tíos dirige, sin dar un paso siquie- 
ra para variar temerariamente los decretos del Altí- 
simo! Sinos contentásemos coa el boy cuando esme- 
dianamenlc feliz, y dejásemos en el descanso de la 
religiosa esperanza el mañana, se evitarían muchos 
mates y tal vez nuestra suerte podría llamarse di- 
chosa. Ansia, eterna ansia, ese es el alimento que 
devoramos coa mas placer. No poseemos nada y an- 
helamos algo; poseemos algo y anhelamos mas; po- 
seemos mas y anhelamos mucho; y llegaría á (al 
muestra soberbiaos! todo nos fuese concedido, que 
estaríamos dispuestos á disputar la grandeza celeste 
■i posible fuera, ¿A qué pedir tanto á ¡a suene cuan - 
do esa misma ambición prueba lo nada, lo impoten- 
te de nuestro miserable ser? La pequenez desea en- 
cumbrarse; la verdadera grandeza no necesita rique- 
zas ni honores para ser siempre grande. Un pecho 
noble debe mirar con indiferencia todas esas qui- 
meras mundanales y no acibarar sus días pensando 



fatídicamente en un porvenir, que debe ser un so- 
plo como nuestra vida. 

El mas allá, ese mas allá de descanso, ese mati- 
zado jardín de delicias, debe figurar ante todas rosas 
eo la escala de la existencia, J en él únicamente de- 
bemos confiar. No hay nada estable como ese santo 
principiu, ni nada que mitigue la copa de Los dolo- 
res con que frecuentemente nos brinda el aciago y 
engañoso mundo. La mujer, sensible de natura, re- 
ligiosa por principios y tímida por educación, debe 
acogerse ú estas márimns con avidez, y verá como 
en medio de sus ardientes lágrimas encuentra un ine- 
fable consuelo, que la conduce en algunos momento» 
a un letargo dulce que no esperimentan los descreídos 
hombres en sus instantes de desesperación. La mujer! 
nombre acibarado para la infeliz que le lleva, sobre 
lodo cuando no sabiendo dominar sus pasiones lucha 
como l.i débil barquilla en medio del furioso océano 
hasta que sucumbe por la fuerza de las olas. ;La 
mujer! oh! la mujer, sin otro arbitrio que sus en-, 
cantos, sin otro porvenir que el yugo ó la deshon- 
ra! ¿Qué deberá pensar del mañana cuando la vio- 
lencia del corazón y la 1 02 de sus deberes le mani- 
fieste dos caminos distintos, llenos ambos de pun- 
tantes zarzas dispuestas á herir sus delicados miem- 
bros? ¡Ob! mucho padece, mucho; y por llegar ¿fi- 
jar su suerte sostiene luchas que solo ella penetra, 
ocultándolas pudorosamente en el limpio fanal del 
honor; de esa sagrada arca donde encierra pesares y 
deseo* de tal naturaleza, que toda la fuerza moral 
del hombre no podría resistir dos segundos solamen- 
te. Se nos llama débiles con harta injusticia; pues 
doladas de una sensibilidad estrema sabemos resistir 
los embates del corazón con la fuerza de ía mente; 
oprimiéndolo á veces en términos que salta hecho 
pedazos sin haber cedido un ápice de sus deberes. 

La mujer, considerada generalmente para el so- 
lo cargo de madre de familia, no tiene mas derechos 
ó atribuciones en sociedad que procurarse un enla- 
ce mas ó menos ventajoso; ese es el lema de su ja- 
ren tu d y eso lodo lo concedido A su sexo; por lo 
tanto su primer cuidado es el de agradar antes de 
procurar ser agradada. Se contenta con parecer 
bien y que la llamen linda y le digan verdaderas ú 
insulsas llores, donde van escondidos con frecuen- 
cia los aguijones de la malicia, que ella en su esta- 
siada dicha no conoce, porque siendo bonito le pare- 
ce imposible no sea verdadero cuanto escucha en 
derredor al enjambre de abejas que le asedia de 
continuo, Ella solo ambiciona un porvenir brillan- 




(e, y ese porvenir es fácil hallarlo toando se posee 
hermosura y juventud- Mas ¡ay! cuánlo se equivoca 
«I juicio fie la mujer que piensa de ese modo! {Có- 
mo precipita sus pasos hacia la desgracia! Pues qué, 
¿hasta el oro á labrar la dicha doméstica 'ni la felici- 
dad de dos seres que llevados ambos de intereses 
opuestos sacrifican sus dias en et ara del infortunio 
concluyendo en una vida de desesperación, peor mil 
veces que Ja muerte? 

¡Porvenir! ¡Porvenir! tú eres la causa de estos 
desastres tan frecuentes, sobre totlo en el corrom- 
pido siglo del ídolo dorado; en el siglo que nada se 
escucha, nada se atiende; virtud, talento, perfeccio- 
nes, amor, todo se desprecia ante el deslumbrante 
influjo, ¡Oh, amigas mias! no os dejéis engañar por 
ese principio. Dejad al alma la verdadera elección 
de unos lazos en los cuales quedáis esclavas, porque 
así lo ha dispuesto el hombre, y ya que vuestros vo- 
tos sean cadenas-, al menos gozad de felicidad guia- 
das por una pasión cariñosa y sincera. El yugo vo- 
luntario uo es yugo. Amad el talento y la honradez 
y seréis dichosas. No os cuidéis del destino; con- 
íiadlo en manos de Dios, pues muchas Teces toca- 
mos la dicha bien de cerca y nuestra lora imagina- 
ción dos desvia de ella, por asegurar una suerte que 
se convierte en martirio con frecuencia. Si habéis 
de amar un ser, dándole el sí de bendición eterna, 
meditadlo antes detenidamente, y amadle pur él, por 
tas cualidades; apartándoos en un todo de las exi- 
gencias sociales que destrozan vuestros inocenles 
pechos bajo sus sofocantes abusos. Desinterés y amor 
debe ser la divisa de (oda la que ambicione una ec- 
íístencia tranquila. Ya que la suerte de la mujer es 
tan triste, tan aciaga, que al menos mitigue su 
amargura el desvelo y carino de un hombre sensi- 
ble v bueno como ella. Esa es la dicha doméstica, 
ese c] verdadero porvenir, pensadto bien y entonces 
resolveos. 

Unge-lía León. 



u/sta sr2)&23 aa ^asaasr^ái* 



La tierra entre la sombra se encuentra spmerjida, 
La noche oscura tiende su lúgubre capuz, 
Mas bello y mas ansiado del alma dolorida 
Que el dia con su encanto sin ruidos y sin luz. 

El brillo del relámpago siniestro y azulado 
Reemplaza de la luna el pálido fulgor, 



Y en vez de haílar el cielo de estrellas tachonado 
Se ve de pardas nubes cubierto en derredor. 

;Cuán bella es la tormenta! ¡qué grande de ese trueno 
El eco sordo, airado, la negra oscuridad! 
Pero es mayor mil veces de mi agitado seno, 
De mi cabeza ardiente la horrible tempestad. 

¿Do fueron ;nv! do fueron los sueños de mi alma? 
¿Do eviste mi esperanza, mi plácida ilosio»? 
¿Por qué desparecieron robándome la calma? 
¿Por qué tan solo llanto le queda al corazón? 

Oh! sigue, trueno airarlo, responde á mi gemido, 
Ante mis ojos luce, relámpago fugaz; 
Veloces cual tu llama brillaron y han huido 
Mis sueños de esperanza, de calma y de solaz. 

El cielo encapotado de mil nubes cubierto 
Emblema es del destino que á mí me concedió, 
Oscuro como ellas, cual ellas vago, incierto, 

Y ellas tristes, inquietas, sombrías como yo. 

La lluvia melancólica, menuda y destrenzada, 
Que llega silenciosa la tierra á humedecer, 
Semeja el triste llanto del alma acongojada, 
Bendito don del cielo que endulza el padecer. 

¿Qué importa al alma mía que pierdan esas flore» 
Su encanto y su frescura, su gala y su esplendor? 
La flor de mi esperanza sin ámbar ni colores 
Dejó á mis pies marchita el viento del dolor! 

¿Qué importa que esa huía tan pálida y tan bella 
Oculte entre la sombra su misteriosa luz, 
Si de mi triste vida la venturosa estrella 
Veló el deslino impío con lúgubre capuz? 

Mañana en ese cíelo, ya claro y despejado, 
El sol sin nube alguna radiante lucirá, 
Recobrará sus galas y su verdor el prado, 

Y pálida y hermosa la luna brillará. 

Mas ¡ay de aquel que llora su suerte desgraciada 

Y solo horas recuerda de llanto y de sufrir; 
De aquel que á so existencia dirige una mirada 

Y triste ve el pasado y triste el porvenir. 



Oh! sigue, trueno airado, responde á mi geniidu 
Ante mis ojos luce, relámpago fugaz; 
Veloces cual tu llama brillaron y han huido 
Mis horas de esperanza, de calma j de solaz 






ronca toz del trueno, 
Y ]¡i tormenta airada, la negra oscuridad. 
Porque remeda inquieta de mi agitado seno. 
De mí cabéis ardiente la horrible tempestad. 

Knrlqueln Leiiino. 






MITOLOGÍA. 

II. 

Del venturoso y deseado enlace del Cielo y Ves. 
la nacieron muchos hijos, los que paca poblar la 
tierra se unieron entre sí, siendo los principales Ti- 
tán, Soturno, el Océano, los Cíclopes. Ceres, Telís» 
y Rea, que impulsada por el mas vehemente amor 
casa coa su hermano Saturno. Titán como primo- 
génito era el heredero presuntivo del imperio uni- 
versal; pero su hermana Rea, que tenia el dominio 
de la tierra, da entrada en su corazón á la mas des- 
medida ambición y aspira por medio la intriga al im- 
perio del cielo. Ruega, insta, v persuadida del as- 
cendiente que tiene sobre su cariñosa y potente ma- 
dre y suegra, poüe en ejecución cuantos medios es- 
tán á su alcance para que Til.in abdique en su ma- 
rido Saturno el mas vasto de los derechos de mayo- 
ría; cede Titán á los maternales ruegos, y pone por 
cláusula de su abdicación que Saturno no conserva- 
ra ninguno de sus hijos varones, para que recaiga 
en los suyos el cetro que tan generosamente cedía. 

Fiel Saturno á estos pactos devoraba cuantos hi- 
jos varanes te daba su ambiciosa mujer; mas cu el 
nacimiento de Júpiter y Juno ve Rea la sin par he- 
lleta del hijo de sus entrañas, y su amor maternal 
se resiste á condenar á una muerte segura al des- 
graciado infante. Ocúltale, y entrega á su marido 
una piedra envuelta crt los regios pañales; tómala 
Saturno, y su prisa en el cumplimiento de los sa- 
grados pactos, ó su poca vista, no le dejan conocer 
tan ridicula superchería, que se reproduce en el na- 
cimiento de N'epluno y Pin Ion. Cuidadosa Rea del 
hijo salvado le transporta á la deliciosa isla de Cre- 
ía, donde ya joven c 5 descubierto por su lio Titán, 
que ardiendo en colera reúne un ejército y marcha 
contra el inocente Satucno, que es vencido, prisio- 
nero y encerrado con la joven Cibeles en el profun- 
do Tártaro. Pero el joven Júpiter, que logró esca- 
par de la justa venganza de su lio, rehace el ejér- 
cito de su divino padre, marcha contra Tituii y en 
una sangrienta batalla le vence y carga de pesados 
hierros; desciende al Tártaro y rompe los que apri r 






creso del valor, 
y aun mas de la ambición de este hijo, te arma mil 
lazos, de los cuales instruido Júpiter arroja del Olinv 
po a aquel que le dio el ser. , n 

Destronado Saturno para siempre huye á ocul- 
tarse eu la Italia, en el país latino, donde reina el 
sabio y prudente Jauo; allí, no obstante su corona y 
divinidad, se dedica á la labranza y enseña al dócil 
pueblo el modo fle cultivar la tierra y hacerle pro 
ducir inmensos tesoros. A esta época denominaron 
los latinos Siglo de Oro, y en su memoria se cele- 
braban en Roma en el mes de setiembre las tiestas 
saturnales, durante las cuales para recordar las an- 
tiguas virtudes mi balda diferencia alguna de clases 
el amo servia al criado y la gran señora no desdeña- 
ba dar el apoyo de su brazo al enfermo esclavo 

A este dios, conocida entre los griegos con el 
nombre de Erónos, se le dieron también las de 
Ilns, Leucaules, Derpanus, Canus, Visitalor y otros. 
Los cartagineses, galos y pelasgos de Italia hicieron 
a Saturno sacrificios humanos, y sus principales 
pueblos fueron Drepanum, Olimpia y Roma: sus 
(¡estas, ruin!) ya dejamos dicho, se llamaron satur- 
nales por los romanos y Pelona entre los griegos. 
En las monedas mas antiguas que se conservan se ve 
en el anverso un busto con dos caras que represe; 
ta á Jano, y en el reverso un bajel que recordaba 1 
época de la llegada de Saturno á Italia. En la pinto 
ra y escultura se representa á Saturno eo la figura 
de un anciano con una guadaña ú con una bozen una 
mano y en la otra una serpiente mordiéndose ¡a co- 
la, ambos emblemas del tiempo. A Jano en conside- 
ración á la hospitalidad que concedió á Saturno se 
le consagró el mes de enero; mé uno de los primeros 
pobladores de la Italia, á los cuales se llamó Aborí- 
genes. Rúmulo, fundador de Roma, y Tacio de los 
Sabinos, erigieron á Jano su mas famoso templo con 
motivo de la paz que entre ellos celebraron. Eu es- 
te templo había dore altares consagrados á los doce 
meses del ario, y durante la guerra estaba siempre 
abierto, mas al hacerse la paz quedaba cerrado. A 
Jano se le representa con dus caras por haberle da 
do Saturno la facultad de predecir lo pasado y lo ve- 
nidero, por lo cual dice Ovidio es el único eqlre. los 
dioses y los hombres que se mira por detrás; tiene 
en la mano derecha una llave con la que abre las 
puertas del año, y en la izquierda una varita como 
principe de los agoreros ó mágicos. 

Elena Cañar» ét rrej rr 






DOS JOAQUÍN DE ÜOSISIIIOL. 



I HMM MÍOS A «i¿ VOE1U ÍCTi.) 

Del cristalino Queiles la ribera 
Me tío nacer; mas no fué tan dichosa, 
Mi amigo, aquella hora cual pondera 
Tu lira delicada y armoniosa; 
Ni cual supones elegir pudiera 
La Musa por morada venturosa 
Un alma que la dicha y el placer 
No ha llegado á probar ni á conocer . 

Dices que amor mi corazón respira, 
Porque lo vierte en su sentido canto 
Mi siempre triste dolorida lira, 

Y que de amor el misterioso encanlo 
Acaso á tu alma á su pesar le inspira: 
Empero, amigo mío, ¡cuánto, cuánto 
Quizá le engañas! porque ¿no pudiera 
Cantar araor quien no lo conociera? 

Yo les canto á las aves que el espacio 
Llenan de su dulcísima armonía, 

Y á los astros que tienen por palacio 
Todo un cielo de luz y de alegría, 

Y de la luna al colosal topacio 
Que inspira celestial melancolía, 

Y al sol luciente, y á las vagas nubes, 

Y al Dios que los creó, y á sus querubes. 

Y canto la hermosura del pensil. 
Que ulano ostenta sus variadas llores, 
En la alborada del riente abril, 
Cuando naturaleza luce sus primores; 

Y canto á los torrentes y á los mil 
Arroyuelos que huyendo bullidores 
Desparcen donde quiera su frescura 

Y cuhren las praderas de verdura. 

Y canto de este mundo la injusticia, 

Y la arrogancia de Ja juventud, 

Y el doble fingimiento y la malicia 
Que de la sociedad en la inquietud 
Arde y se agita, y sin reparo vicia 
El noble proceder de la virtud; 

Y canto al mar, al cielo y á la tierra, 

Y á (odo lo que el orbe estenso encierra. 

Y como á cuanto existe voy cantando. 
Yo creo que al amor soy obligada 

A cantarle también, máxime cuando 
Quizá fué para amar mi alma creada: 



Mas me voy de esa senda desviando 
Por causas que no son de esta jornada; 

Y le baste saber que si no amor 
Guardo en el corazón, sobra dolor. 

Dices que de amargura lu alma llena 
Un amor infeliz supo dejar, 

Y un remedio me pides que la pena 
Que te agobia sin fin pueda calmar; 
No creo sabré darlo, mas resuena 
En mí alma tu dolor, y hace vibrar 
Una cuerda que oculta y apenada 
Siempre para sentir está templada. 

Yo no espero volver á tus amores 
Esa calma y ventura que han perdido, 
Que mal puede prestar tales favores 
Quien jamás disfrutarlos ha sabido! 
Pero sí de lu suerte los rigores 
Logra templar mi canto dolorido, 
Díinelo, y presto pulsaré la lira, 
Que amor, y calma, y sentimiento inspira. 

Haría Verdejo j iturnn. 



LO QUE FUIMOS Y LO QUE SEREMOS 



A mi amiga !■ «vuorlla daña ler«H Itoaldés. 

;Qué hermoso es al despuntar de una mañana 
clara y apacible bailarse al lado de uno de esos se- 
res que tienen su corazón lleno de entusiasmo y poe- 
sía! Creedlo, amiga mía, vos que admiráis con ta- 
lada vuestra alma Jas bellezas monumentales de 
nuestra España, vos hallareis por todas partes la 
imagen de lo bello, porque sentís las mismas inspi- 
raciones que sintieron esos genios al alzar esos mag- 
níficos torreones para que Jas generaciones doblaran 
la rodilla ante esos libros abiertos de nuestras artís- 
ticas glorias. Vos habéis transmitido á mi espíritu 
ese entusiasmo de que os vi poseída, y me habéis 
inspirado el deseo de decíroslo que fuimos y loque 
seremos. 

Llegáis de una nación que se encuentra en la. 
cumbre de la civilización, y tal vez la comparación 
que podéis hacer cutre esta y aquello no nos sea li- 
sonjera; pero Jos pueblos, como sus individuos, pa- 
san por diferentes edades. También nosotras, amiga 
mía, tuvimos días que á la par de esos orgullosos tor- 
reones se alzaban los pendones de nuestra patria, y 
hacían doblarla rodilla alas mas altivas naciones. Hu- 
bo u dia en que la fé y el entusiasmo nos hizo pode- 









rosos á la faz de todos los pin- tilos de la tierra, yesos [ 
castillos que miráis con respeto, graves y severos, 
cobijaron reyes que diciaron leyes A ambos mundos, ( 
En ellos pioró la mas grande de las reinas, la figura [ 
colosal de nuestra historia; bajo su imperio la cruz , 
de Cristo*se enseñoreo en toda la vasta monarquía I 
española, y el universo dobló la rodilla ante el tro- i 
no augusto de la Católica Isabel. Madre tierna, mu- ¡ 
jer angélica, los españoles pronuncian su nombre 
con lágrimas de amor y los eslrangeroseon respeto. 
Solo la Té y la constancia engrandece las naciones; 
tolo la probidad las recomienda. Cuando nuestras 
armas victoriosas invadían el mundo la probidad de 
nuestras costumbres era una verdad que nos llenaba 
de orgullo; nuestro pecho solo alimentaba sentimien- 
tos nobles y caballerescos: en este período glorioso 
de nuestra historia el entusiasmo era el norte de 
nuestras esperanzas y deseos; en esa (''poca se alia- 
ron esos monumentos que nos hacen recordar con 
orgullo lo que luimos y llorar lo que somos. 

Puro no, amiga mia; ha llegado el dia de que 
volvamos á ocupar entre las grandes naciones el lu- 
gar que nos corresponde; si una guerra devastado- 
ra, y por mejor decir guerras con eslrangeros y 
propios, hicieron que nuestra bella España durmiera 
entre los laureles de su antigua grandeza, ya es 
tiempo que despierte de tan penoso letargo, 

¡Oh tú, España mia! tú que me inspiras lanía fe 
y tanta entusiasmo, tú que en otro tiempo supiste 
comunicarle este fuego divino, tú harás que luzca 
esta llama santa en el coraron de lus hijos, tan sen- 
satos y prudente;. Bajo la sombra de la paz las na- 
ciones se engrandecen y recobran toda su lozanía: 
bajo el cetro de la Segunda Isabel vol veremos á ocu- 
par el lugar que el Todopoderoso nos destinó entre 
los pueblos privilegiados. El nos dio uno de los sue- 
los mas ricos de la tierra; él grabó en nuestro cora- 
ion esos nobles sentimientos que nos engrandecen. 
El imperio del mundo no pertenece boy n la espada; 
la moderna sociedad se lo ha legado á )a filosofía; 
no son hoy las conquistas lo que aba á los pueblos 
de su abatimieatoy los hace grandes; es la antorcha 
de las ciencias la que las ilumina, ias artes las que 
les dan esplendor, y la honradez la que los ennoble- 
ce. Y nosotras, que llenas de amor por las glorias 
de nuestra patria queremos quemar suave incienso 
en sus aras y cooperar á su engrandecimiento, ¡có- 
mo podremos hacerlo con mas gloria que formando 
el corawn de nuestros hijos í inculcando en sus al- 
mas el noble deseo de ser útiles á su patria y á sus 



semejantes? Esla hermosa tarea es fa que Dios en 
sus altos juicios pos ha reservado; asi apartemos de 
sus pensamientos esas ideas ambiciosas que humillan 
al hombre, porque hacen de él un ser mezquino y 
egoísta; bagamos comprender á esas tiernas plantas 
qne solo el talento y la honradez distingue á los 
hombres, y al ver que las naciones al dar pasos 
agigantados por la senda de la civilización á veces 
se precipitan, aceptemos de esa civilización todo lo 
que ella encierra de grande y santo, y contemple- 
mos nuestras glorias pasadas con la íé de la probi- 
dad, que es la que engrandece á las naciones. 



Batalla m. •> rtrraal. 



W B fe W 



los muertos sílex a teces di; u timba. 

TPAD1CIOJT BELGA, 

Vil. 

Los tres días siguientes fueron para Gerardo tres 
siglos de agonía, durante la cual no renunció á la vi- 
da por el horror que le inspiraban las espantosas 
imágenes que ¡e acusaban. La desgraciada Margarita 
llegó á persuadirse de que su marido había perdido 
completamente el juicio, y esla voz comenzaba va á 
circular por Lodo el barrio. 

— Pobre hombre! decían las gentes, está loco; 
sin duda le ha trastornado el juicio la trágica muer- 
te de su primo. 

La noche del tercer día estaba Van Spiel á la 
puerta de su tienda cuando de pronto se acercó un 
hombre preguntando: 

— ¡Mi! daréis razón de Gerardo Van Sptel? 

— Yo soy. 

— En ese caso esto me han entregado para vos. 
dijo e! hombre entregándole una carta. 

— t De quien es? 

— Qué sé yo? Del diablo quizá, respondió el 
sombrío mensagero volviendo la espalda. 

Gerardo entró en su casa temblando de miedo; 
tomó la Luz que había en la mesa de labor de Marga- 
rita, subió á su cuarto, abrió la carta y reconoció 
otra vez la letra de su primo. 

— ¿Pero vive ese hombre? ¿ha salido del sepul- 
cro? esclamó oprimiendo la carta entre sus dedos 
crispados. Las fuerzas casi le abandonaron comple- 
tamente, vaciló como un hombre embriagado y no 
se sintió con -valor para leer la fatal misiva. 

Pasado un largo rato recobró algún tanto la cal- 
ma y pudo leer estas líneas: 






■ 



«Primo Gerardo; ¿vuestra conciencia no os ha- 
ce sufrir un tormento horrible? ¿Permaneceréis por 
mas (lempo sordo á sus gritos? ¿No queréis procla- 
mar mi inocencia? Miradlo bien, primo Gerardo, si 
tos no habláis la justicia divina hablará, y quizá no 
tarde.» 

La agitación que se apoden} del fabricante no le 
dejó ya un momento de reposo: ni trabajaba ni habla- 
ba, sino muy raras veces y so!o por monosílabos. 
Tan pronto corria frenético por toda la casa como 
se quedaba inmóvil en una silla horas enteras. Su 
sueño era siempre agitado; casi tudas las noches so- 
ñaba en alta voz y hablaba de justicia, de magistra- 
dos, de tormentos, de Dios, Je la horca, y algunas 
veces se ereia rodeado de espectros repugnantes y 
se imaginaba estar en presencia de su primo Martin 
Valrk. La pobre Margarita estaba desesperada, y los 
vecinos, testigos de ta conducta de su marido, no 
tenían la menor duda de que estaba loco. 

Pasaron tres semanas en que Van Spiel recibió 
de cinco en cinco dias una carta escrita de la mano 
de su primo. Este horrible misterio le condujo por 
fin á tal estado que no faltaba comadre que no con- 
tenta con asegurar que maese Gerardo babia perdi- 
do la razón, sostenía que estaba poseído <t¡el maligno 
espíritu y que era preciso exorcizarle. 

Una mañana, algunos instantes después de ha- 
ber recibido una carta, Gerardo bajó á su tienda, 
donde se hallaban reunidas en consejo íntimo una 
docena de mujeres del barrio, que hablaban de unos 
y otros, diciendo mal de todo el mundo y haciendo 
mil comentarios sobre el estado moral de maese Van 
Spiel. La imprevista aparición del fabricante disper- 
só el parlamento femenino como la vista del lobo dis- 
persa una manada de ovejas. La fisonomía de aquel 
desdichado era en efecto muy propia para producir 
un terror legítimo: su boca arrojaba espuma; los ojos 
parecían saltársele de las órbitas, y dos ó tres co- 
madres creyeron ver sus cabellos erizados. 

— Gerardo! mi querido Gerardo, ¿qué te suce- 
de? esdamd Margarita levantando ]os brazos al 

cíelo. 

— ¡Qué me sucede, mujer! esclamó este con voz 
balbuciente; ¿qué me sucede?... Pronto lo sabrás, y 
entonces.... 

No acabó la frase, y abriéndose paso á través de 
las filas compactas de las comadres se salió á la 
calle, 

— ¡Virgen María! está loco, decía una. 

— Ayl querida vecina, yo temo que esté ende- 



moniado, decía otra con el mayor espanto. 

— ¡Dios le proteja, pobre Margarita! 
—De esta se ahorca; no hay remedio, 

— O se arroja de cabeza en el rio. 

Cuando volvieron eu si del susto todas las coma- 
dres salieron corriendo á la calle gritando en pos del 
loco ó endemoniado, y agitando á los transeúntes á 
que le detuviesen. 

Pero ya era larde: Van Spiel había desaparecido, 

VIH. 

Eran las diez de la mañana. 

Un miserable acusado de haber cometido uno d* 
esos asesinatos cuyos detalles ofrecen al pueblo un 
interés tan irresistible comparecía en aquel momen- 
to ante los jueces que debian juzgarle. La muche- 
dumbre se agolpaba y se oprimía en el recinto del 
tribunal, escuchando sin embargo en el silencio mas 
profundo ai elocuente orador encargado de la defensa 
deí acusado. Ilabia llegado aquel al pasage mas ani- 
mado y mas patético de su discurso cuando súbita— 
mente fué interrumpido por los gritos de un hombre 
que pugnaba por abrirse paso entre el gentío, repar- 
tiendo á uno y otro lado terribles puñetazos. 

— ¡Paso, paso! gritaba; ¡que me dejen pasar! 
quiero hablar á los jueces... Señor presidente, man- 
dad que me dejen acercarme á vos. 

La muchedumbre $e abrió aunque con trabajo, 
para dar paso á aquel furioso, que consiguió final- 
mente Llegará la presencia de los magistrados. 

— ¡Alabarderos! haced salir á ese hombre, dijo 
levantándose el presidente, que no era otro que el 
magistrado que había ido á prenderá Martin Valck. 

— ¡Voto al infierno que me habéis de oír! Tengo 
cosas horribles que deciros. 

— ¿Y qué cosa tan importante es esa que tenéis 
que revelar para atreveros á turbar de este modo 
tan augusta asamblea? 

— Tengo que comunicaros que mi primo Valck, 
ahorcado por mandato vuestro hace mas de un mes, 
acaba de resucitar. 

— Este hombre está loco, dijo el presidente vol- 
viéndose hacta sus compañeros... ¡Alabarderos! 

— ¡Escuchadme! ¡Escuchadme, jueces! porque 
os juro por Dios que Martín Valck pertenece á este 
mundo. 

Gerardo pronunció estas palabras con tal acento 
de convicción que los magistrados quedaron mudos 
de sorpresa. 

—¡Y cómo lo sabéis? preguntó el presidente. 



s 






—Porque me ha escrito seis cartas, que son es- 
tas; mirad, dijo Van Spiel sacando de sil bolsillo un 
lío de papeles, que puso cu la mesa del tribuna). 

— -¿Pero, buen nombre, estáis^,.. 
. * — Loco: ¿no es eso !o que ibais á decir? pues 
1jÍí*ij , tío estoy toco, jora al infierno: conservo toda 
mi razón tan bien como lodos vosotros, ¿Sabéis lo 
que si soy?... un miserable, un asesino, un infame 
á quien acosa el remordimiento y le destroza mejor 
que pudieran hacerlo todos vuestros tormentos. Ha- 
béis condenado injustamente á mi primo y Dios le 
lia devuelto la vida: el crimen deque le creísteis cul- 
pable soy yo, Gerardo Van Spiel. quien lo ha come- 
tido. Ahora lo sabéis todo: prendadme, ahorradme 
y que se cumpla la ley. 

,¿'e concluirá. ) 



llamada Sor Bruna, á quien conocieran muchas 
personas que viven, la cual se enterró hará como 40 
años, está entera'}' tiene la carne de los brazos casi 
como en vida y con mucha flexibilidad en las articu- 
laciones, ¿En qné consiste este fenómeno entre tan- 
tos cuerpos enterrados en un misino recinto y muy 
próximos unos de otros? Yo no to sé; pero si que 
los hechos son ciertos y públicos; bueno seria que 
los inteligentes en momias de Egipto nos dijeran 
alguna cosa sobre las que se encuentran en España, 
con las circunstancias de las ya citadas, <¡ 



ANUNCIOS. 

llii ct colegio de señoritos de CarabancJiel de Abajo i 
necesita una profesora, En la calle lie Alcalá número 18 
ruarlo principal, pudrjn saliersc los pormenores líece 
varios. 



. Del aiiiii:, — Amor! fuerza suprema del coraion, 
misterioso entusiasmo que comprende en sí mismo 
la poesía, el heroísmo y la religión! ¿Qué sucede 
euatidu el deslino nos separa de aquel que porcia el 
secreto de nuestra alma, v nos había dado con la 
«Lk del cordón Ir. vida celestial? ¿Qué cuando la I Gran depilo de paraguas de todM clases y precios.- 

Sombrillas de moda, uesde el intimo precio de 16 rs. nas- 



Se necesitan dos o tres oficialas para coser chalecos. I 
1 11 1- ni 1 1 rl.il Ls I a de la plazuela de la Leña, número 17, dará 
razón. 

LA .SOMBRILLA CMLNESCA. 






ausencia ó la muerte aislan á una mujer sobre la 
tierra? 

Que languidece y sucumbe! 



la arme.— Surtido de todas clases di» abanicos, inglese», 
franceses y chinos, desde i rs. hasla íOftü. Calle del r'i 
■lien, n hurto ia. 
Se vende pur majar ¡i precios equitativos. 



En caria de Pamplona fecha del 1." dicen lo si- 
guiente, que merece llamar la atención de losinleli- 
gentes en ciencias físicas y químicas: 

«¡face pocos dias que en el cementerio de las 
religiosas altísimas reculetas de esta ciudad se abrió 
uno délos nichos crique se entierran Jos cadáveres de 
aquellas, y encontraron el cuerpo de una religiosa 
puesta allí hace mas de I (50 años, llamada Sor Ana de 
San Fermín. Elalbañil que abrió el nicho cstendió al 
instante la noticia, añadiendo que aquel cuerpo no 
solamente oslaba entero, y sus hábitos sin deterioro,, 
pues que el cogiéndolo de la correa lo bahia levanta- 
do, sino que la carne del pecho estaba blanda y la 
corona de flores de lienzo 4an fresca como si aca- 
,lara de hacerse, Püreciéndome esto muy singular, 
he preguntado á una de las religiosas mas distingui- 
das si era cierta esa narración, y al aCrraármclo me 
ha dicho que ú las religiosas no les ha estraüado es- 
te hallazgo, porque tienen otros dos ó tres cadáveres 
en el mismo eslado, entre ellos el de una religiosa | 



' : 



AVISO URGENTE E INTERESANTE, 
Todas las personas que tengan efectos empeñados en la 
calle de Carretas, número 37, cuarto principal, y hayan 
cumplido el afín o eslén para cumplir, pasarán á recoger- 
los li á renovar su* rnutrnlos en termino do 15 dias, puf* 
de lo contrario se procederá á su venia sin mas espeta 
reclamación, según contrato en el recibo. 

GRAN DEPOSITO DE ABANICOS Y PAÍSES 

¡■■•li m.ivii v ai» OH, 
Corredera baja de BaCiPablo núui, íi, frente 4 San Anto- 
nio ilr lui h.rlii-in'-rs: endiclm eslatileniltiflltl) hay aba- 
nico* de nácar, hueso, hasla. pastas, sándalo, y un com- 
pleto i variado cutido de abanicos imitados á ingleses, 
muy arrestados, nomo también abanicos propios par» 
tiempo de baños, para viajar en diligencia, pues por su 
filarte ronstrurcion pueden senrir para caballeros: su pre- 
cio ] y i reales: también se pDiien países desilei reales cu 
adelante y se hacen toda clase de composturas aprecios 
convencionales. 



MADRID, tesa. 

IMPRENTA DE D. JOSÉ TRÜJl LLO, HIJO, 
Calle de María Cristina número S, ■ - 



Año segundo. 



Domingo i9 de Setiembre de 1852. 



Número 8. 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 



DEFEXSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

— ^ . . ■ 

Esle periódico sais todos los domingos; se. suscribe en Madrid «n las librerías de Monier j de Curóla. í 4 rs, al me;; y tn provin- 
cias ID fs- por do* meses franco do porte, remilieiidu utialibrüiifa afavordenueílfo impresor, í selin? de franqueo. 



importancia de Ib virtud de la* majeren com- 
pitrnda con In de lo* iKiitilirr*. 



Esta cuestión, que por sisóla está dilucidada, no 
debia ser en realidad el objeto de nuestras reflexio- 
nes, pues que parece absolutamente imposible f¡ue 
ha va quien desconozca que la virtud de la mujer es 
en efecto tan importante á la sociedad como la de! 
hombre, y porque no fallara quien tache de par- 
cialidad nuestros razonamientos; pero como por des- 
gracia de nuestro sexo, débil en demasía por la edu- 
cación, siempre se ha dado en este punto como en 
todos los demás la preferencia al apellidado fuerte, 
no podemos dispensarnos de alegar las razones que 
juzguemos oportunas á fin de establecer por lo me- 
nos el perfecto equilibrio entre uno y otro, protes- 
tando como en lodos los casos análogos la mayor 
imparcialidad y neutralidad posibles. 

Que ha pertenecido casi esclusivamente á la di- 
rección y á !a mano del hombre el timón de las so- 
ciedades, es un hecho; que como consecuencia de lu 
anterior el hombre ha conducido á su mayor engran- 
decimiento á estas mismas sociedades, esotra ver- 
dad demostrada; pero que los males que han afligido 
á Ja humanidad lian sido en todo tiempo obra del 
hombre, es también otra verdad terrible que la his- 
toria nos enseña: de aquí podremos deducir razona- 
blemente que la virtud del hombre ha sido directriz, 
activa, vigorosa} 1 destructora: sí, destructora, por- 
que sus grandes hechos han sido no pocas veces des- 
truidos por sus grandes aberraciones. Pero á la mi- 
sión de la infeliz mujer no siempre se ba confiado la 
nave de las repúblicas, cuyo gobierno han deposita- 
do en sus manos raras, veces el azar y la ventura, y 
no por eso ha hecho menos cosas que el hombre, ni 



el género humano puede con justicia echarle en ca- 
ra las iniquidades que á él; luego bajo este aspecto 
la virtud de la mujer no ha carecido de saludable di- 
rección, actividad y vigor, si bien ha desconocido el 
arte de arruinar las grandes cosas, Débora dester- 
rando de los judíos la cobardía y la flojedad los co- 
ronó de inmarcesibles laureles, y la admirable Ar- 
temisa revistió" al Asia de brillantez y hermosura. 
En otro orden, Lucrecia había dado la vida á la re- 
pública romana, y la hermosa Clelia, que con otras 
jóvenes estaba en rehenes en el campo de Porsena, 
rey de los Elruscos, demostró á los cónsules y dicta- 
dores de Roma la utilidad del valor y la energía por 
medio de una honrosa fuga. «Así la república que 
había nacido de la virtud de una mujer, se conser- 
vó por la osadía de una doncella; y los Camilos, los 
Fabricios, y los Catones heredaron de Lucrecia y 
de Clelia el valer, la gloria y la libertad. 

El sacerdocio y los tribunales tampoco están boy 
día encomendados al cargo de las mujeres, y sin 
embargo de que la historia de los antiguos pueblos 
nos dice que las mujeres encargadas déla conserva- 
ción de su culto no eran menos respetadas que los 
hombres, la docilidad y la obediencia, esas virtudes 
tranquilas, domésticas, encerradas, inherentes á la 
mujer, por medio de las críales apenas puede salir de 
su casa sin mancharse ú sonrojarse siquiera, produ- 
cen mejores resultados que las decisiones del hombre 
bajo los diferentes aspectos que acabamos de consi- 
derar nuestro tema. 

A esto pudiera añadirse muy bien que la felicidad 
de las naciones y de las ciudades procede de la dicha 
délas familias, que nosonolracosa que pequeñas na- 
ciones y ciudades. Y ¿quién reina en estos reduci- 
dos estados? ¿Quien imprime la buena ó mata direc- 



ciorj al gobierno doméstico? ¿Cuál es ta conduela de 
un esposo prudente ya la regule la condescendencia, 
.va el cariño bácia su cara consorte? ¿Quién rumia el 
corazón de ios hijos, sembrando en él las semillas 
qne después lian <le producir frutos sanos 6 perjudi- 
ciales? Ah! que si estas razones no llevan al conven- 
cimiento, no sabemos qué otros resortes liemos de 
focar para lograrlo! La mujer, sola la mujer es el ele- 
mento esencial de la felicidad doméstica, y esta feli- 
cidad es la que constituye la ventura délos pueblos. 
Luego la virtud de las mujeres es en este caso mas 
importante que la de los hombres. 

Y últimamente las ciencias, las letras y las arles 
son deudoras ,i la virtud de la mujer de importantes 
servicios. La filosofía y la fisiología los debe á doña 
Oliva Sabuco de Nanles; y la primera juntamente 
con la retórica fué enseñada públicamente en Aleñas 
por mujeres, y en Alejandría sucedió otra mujer en 
reputación al esclarecido Ploiino. La hermosa cabe- 
za de la ilustre Dorotea Bucea fué adornada por la 
universidad de Bolonia con et bonete de doctora, 
donde ejerció largo tiempo el profesorados y á prin- 
cipios del siglo XVI la duela Laura Cereti enseñó con 
general aplauso en Brcscia la filosofía desde la edad 
de 18 años: y asimismo en Yenecia Lucrecia Elena 
Cornaro fué tan erudita que mereció el doctorado 
en filosofía, y tan virtuosa que híio voto de casti- 
dad, laque conservó ú pesar de haber sido solicita- 
da por un príncipe alema», y hubiera entrado reli- 
giosa á no haberse opuesto á ello su padre. La pin- 
tura y escultura nos prevenían en todos tiempos y 
países gran número de heroínas, entre las que solo 
citaremos á Teresa de Po, Propercia Rossi y la her- 
mosa veneciana Irene de Spilímbert, competidora 
del inmortal Ticiaoo, 

Con respecto a las virtudes militares hemos de- 
dicado un artículo completo, Otro para tratar del 
heroísmo de las mujeres, y en ambos hemos resuel- 
lo la cuestión afirmativamente, fundándonos en ra- 
zones y en liccbos á que recurrimos ahora á fio de 
que preslen un apoyo á nuestros asertos. 

Ed castidad, constancia, y en la observancia del 
secreto jamás ha debido la mujer la menor ventaja al 
hombre: la historia lo afirma con señalados ejem- 
plos: madama Duglás y la marquesa de Gange, Por- 
cia y Epicharis, la iniciad» en la conjuración de Ca- 
tón, hablarán por nosotras. 

lias observamos una cosa notable, y es qne ha- 
biendo querido establecer un perfecto equilibrio en- 



tre la virtud del hombre y la de la mnjer, hemos Ol- 
vidado nuestro propósito y hemos dado insensible- 
mente la preferencia á la de esta sobre la de aquel: 
pero ofrecimos hablar con imparcialidad, lo hemos 
cumplido fielmente, y lo escrito escrito queda. 



Recuerdo como un lejano 
Sueno de la mente oscuro 
Un cielo radiante y puro. 
Mas aéreo que albo tul: 

Y una isla, tendido llano 
En medio soberbios mares. 

Y bellas naos que A millares 
Surcaban su campo azul. 

Yo vi campiñas sembradas 
De gigantescos rosales, 

Y entre agrupados nopales 
La hílosa pila crecer; 

Y en los bosques apiñadas 
Las majestuosas palmeras, 
Cuyas doradas cimeras 
Iba el viento á remecer. 

Yo vi alamedas floridas 
Que cruzaban los donceles. 
Ligeros en sus corceles 
Como lampos al brillar; 
Y' con Dores mil prendidas 
Pasearse las hermosas 
Por las playas arenosas 
Del Mediterráneo mar. 

Vi bajo estrellado cielo 
Iluminados jardines, 

Y de suntuosos festines 
Llegó á mi oído el rumor; 

Y con ¡nocente anhelo 
Senda (Tillando de llares 
Dichas juzgué los dolores 
De este mundo engañador. 

Y r o, que Iranquiia vivia, 
Goces mas puros no ansiaba 
Que los que me deparaba 
Mi candorosa niñez; 
Quieto el corazou latía 
Sin lamentar desengaños, 
Lentos pasaban Sos años 

Y pasaron hasta diez. 

Mas después cual por encanto 



A otra región transportada 
Miré perderse en la nada 
Aquel sueño ó realidad; 
Tan soto sé que de llanto 
Dos lágrimas descendieron 
De mis ojos, y dijeron 
Los labios, «¿será verdad?» 

Pero olvidé aquel recuerdo 
De mi venturosa infancia, 
Cual se olvida la fragancia 
Que ayer nos prestó una flor; 
Con mis gustos en acuerdo 
La nueva vida empezaba, 
Que encantos nuevos prestaba 
De mi existencia al candor. 

En lo alto de una colina 
De mi mnraila á la espalda 
Entre lechos de esmeralda 
Estendíase un jardín, 
Do la I i nía cristalina 
De una fuente murmurando 
Iba con acento blando 
A fecundar su confín. 

No vía tendidos mares, 
Mas sí una clara laguna 
Donde !a argentada luna 
Retrataba el alba faz; 
No vía naos á millares, 
Pero sí aves que las plumas 
Mojaban en las espumas 
Que el viento alzaba fugaz. 

No fia bosques fragantes 
De nopales y palmeras, 
Naranjos y limoneres 
Robando al oro el color; 
Mas sí piálanos gigantes 1 , 
Mieses por mullida alfombra, 

Y frutales cuya sombra 
Me libraba del calor. 

A la alegre golondrina, 
A la avecilla africana, 
De Ja casa eu In ventana 
Via el nido fabricar; 

Y en una torre vecina 
Contemplaba á la eigüeíia 
Ya volar a el alta peña, 
Ya al nido rauda volar. 

Yo escuchaba embebecida 
De estas viajadoras aves 
De amor los cantos suaves, 



Via sus hijos nácar; 

Y mullía complacida 

Sus nidos de heno y de flores.. 
A v ! be gozado mayores 
Placeres que aquel placer! 

Perdida un tanto la calma 
En la edad de las pasiones. 
Con diversas sensaciones 
Sentí ni! seno latir; 
Se agitaba ioquieta el alma, 

Y el corazón en ei pecho 
Juzgaba el ámbito estrecho 
A su ansiedad de vivir. 

No se lo que deseaba 
En mi inquietud indecisa... 

Y cuma el Faro divisa 
El náufrago, columbré 
En recuerdo que escapaba 
De mi mente, y con empeño 
Sacudir quise aquel sueño 

Y otra vida recordé. 
Recordé el ponto mugiendo 

Y sus azuladas olas, 
Las izadas banderolas 
Sobre las naves ondear; 

Mi madre creí estar viendo, 
Feliz, brillante y hermosa. 
Besándome cariñosa 
De las fiestas al tornar. 

¿Luego fué verdad aquello? 
[Pensóla mente embebida , 
No fué sueño, y de esa vida 
Nunca disfrutar podré? 
¿Y de ese mundo tan bello 
Las encantadas regiones 
Las mil soberbias naciones 
Jamás cruzará mi pié? 

Visteis de limpias escamas 
El pez inquieto girando, 
Vueltas y mas vueltas dando 
En el agua de un fanal, 

Y por las ovas y lamas 
De! arroyo cristalino 
Suspirando de comino 
Dentro del brete cristal? 

¿Visteis el ave enjaulada 
Trabajando noche y día 
Por romper ¡yana porfía! 
Los hierros de su prisión? 
¿Visteis la estrella ofuscada 



Sin despedir resplandores 
Maldiciendo los vapore; 
De! oscuro nubarrón? 

¿Y visteis la flor naciente 
Conservada en una estancia 
Ir perdiendo su fragancia, 
Palidecer de dolor, 

Y agostarse lentamente 
AI recordar otra vida 

Mu* bella, y mustia, abatida, 
Perder frescura y color? 

Pez, ave, flor y astro oscuro 
Era al par el alma mia, 
Que aprisionada gemia 
En vano ansiando romper 
Las cadenas ¡ay! que al puro 
Corazón aprisionaban, 

Y aunque en (lores se enlazaban 
¿Dejan cadenas de ser? 

Ya á mi ambición no servían 
Arroyos murmuradores. 
Aves, céfiros y flores. 
Fuentes de limpio cristal, 
Ni trinos que complacían 
En otra tiempo mi oido; 
Todo estaba sumergido 
Para mi en vapor letal. 

Y un libro qae en un estante 
De libros nuevos escasa 
Tía! Id mi mano al acaso, 
Me reveló que en aquel 
Mundo lejano y distante 
Alcanzaban las matronas 

Y las doncellas coronas 
De flores y de laurel. 

Ardió agitada la mente, 
Ardió el pecho en sed de gloria, 
Hecordé mi antigua historia 

Y aquel mundo quise ver; 
Ciega en mi entusiasmo ardiente. 
Llena el alma de esperanza, 
Procuraba cu lontananza 

El porvenir entrever. 

uTente! gritó furibundo 
Mi implacable y ruin destino; 

«Ha te apartes del camino 

eQue siempre debes seguir. 

"¿Qué esperas en este mundo? 

<¿L'ua eiisteocia mas bella? 

-i'ucs esa vida, doncella, 



iiTe hará sin tregua sufrir, 
■ l'füiiii y ciega en tu orgullo 

•Olvidaste por ventura, 

•Ofuscada criatura, 

■Que es débil tu frágil ser? 

«No alces un solo murmullo, 

•Resígnate con tu suerte; 

•Será cruda, será fuerte, 

«Pero has nacido mujer.» 
Llena de melancolía 

Deslizábase mi vida, 

Esperando ver cumplida 

Mas tarde mi inclinación; 

Pero brilló presto un día 

En que libre de vapores 

Dio la estrella resplandores 

Al rasgar el nubarrón: . 

Y en que el pez pudo quebrando 

El cristal lanzarse al rio, 

Y i'ti qiif i'l ave á su albedriu 
Rompió la jaula y voló, 

Y de la estancia escapando 
La flor cobró sus colores, 

Y cnlre peregrinas (loree 
En el pensil se meció. 

Hiiii l'rrdrl* j Dar». 



MI HISTO RIA DE W DÍA. 

Dichosas vosotras, bellísimas lectoras, lasque 
no os hayáis nunca dedicado á escribir para el pú- 
blico. Dichosas y bienaventuradas vosotras , porque 
ignoráis lo que es sufrimiento , pasando vuestra vida 
tranquilamente, sin vigilias ni noches de insomnio. 
¿Queréis creerme? mejor desearía tener á. mi cargo 
todas las plagas de Egipto, verme siempre aborreci- 
da por el ser que yo quisiese mas sobre la tierra, 6 
mirarme hecha un fenómeno, que ser aficionada á 
la literatura, ó lo que es peor.á la poesía. No sabéis, 
no sabéis loque padece una poetisa, ni quiera el cíe- 
lo lo sepáis nunca. Antes perdáis vuestros encantos, 
antes os lancéis por no precipicio, antes cometáis 
los mayores disparates, que hacer siquiera un verso. 
Os pareceré tal vez exagerada, como buena andalu- 
za, y sin embargo este es un pálido bosqnejo de la 
desesperación que me acompaña al pensar quién se- 
ría el negro genio que tuvo la bonita idea de ha- 
cerme aspiranta á escritora. Si pudiera referir una 
por una todas las desgracias que ocasiona á una po- 



"1 



i 



bre mujer esta afición, llena de encantos y espinas, 
me creeríais, compadeciéndome ai mismo tiempo; 
pero mi pluma rara vez traslada con propiedad las 
multiplicadas ¡«leas de mi mente, y esto me detiene 
para empezar el drama de mis amarguras: sin em- 
bargo, os referiré mí día de hoy y por él podéis juz- 
gar lo demás de la vida. 

Figuraos que anadie luve por precisión que es- 
cribir una carta, ocupándome en ella hasta las dos 
de la madrugada, por ser estensa en demasía v ba- 
heria empezado á las doce: concluida que fué rae di- 
rigí á la cama, creyendo poder acostarme con lige- 
reza: mas algunas polillas sin alas, de las que abun- 
dan en este tiempo, se habían apoderado de ella, 
creyendo encontrar allí la víctima que aguardaban 
ansiosas para empezar sti antropófago banquete. Ai 
mirarlas sentí un horror invencible; pero no hubo 
otro remedio que conquistar el fuerte, no conclu- 
yendo la batalla hasta cerca de las tres: entonces to- 
mé posesión del cómodo lecho y á poco el benigno 
ángel del sueño se apodere de mis sentidos, hacién- 
dome ver en un dulcísimo letargo infinidad de imá- 
genes hechiceras, bosques deliciosos, ricas estancias 
mosaicas y jardines encantadores, formando un visto» 
SO panorama, mas admirable aunque las maravillosas 
descripciones de las niil y una noche. Un sueno ver- 
daderamente de hadas, donde para que lodu me ofre- 
ciese ventura veía un amoroso trovador á mi lado 
entonándolos mas armónicos cantares, que yo acom- 
pañaba con mi débil lira, llegando á tal altura el pu- 
ro entusiasmo de nuestros corazones que nos pare- 
cía hallarnos en el cielo de tas hourtes prometidas. 
Como era tan halagadora esta escena yo no pensaba 
en despertar, y seguramente hubiera estado dur- 
miendo veinte años de esta manera, á no venir á sa- 
carme de mi dulce beleño la feísima realidad de un 
modo bien inoportuno por cierto. Aquí empieza mi 
día de hoy, aquí empieza, amables lectoras. 

Figuraos que tengo un sóbrinito, especie de dia- 
blillo con figura de ángel, y ese fué precisamente mi 
ángel malo en esta ocasión; porque entrando sin ce- 
remonia alguna en mi mística alcoba, empezó ¿gri- 
tar desaforadamente:— Tia ! tía! despierta ! despier- 
ta ! ¡Necesito que me escribas ahora mismo una 
carta, ¿lo entiendes? una carta para mi maestro de 
scuela; si no me va á reñir: así me lo ha asegura- 
do mamá. Levántale, lia! tia! mira que me van á 
castigar. Levántate, tia! tia! Y diciendo y haciendo 
eJ pequeño prodigio empezó á tirar con fuerza del 
blanco sudario que envolvía mí fatigado cuerpo, en 



términos que no me costó poco trabajo detenerle 
asegurándole antes iba á poner en ejecución su man- 
dato. — Vamos, le dije, Iráeme ese papel y tintero 
que están sobre el velador, y di'me por qué te va á 
reñir el maestro. — Porque a ver hice raboua, ¿lo en- 
tiendes? rabona, y como pronto voy á ganar un pre- 
mio teme mamá que con esle atraso me lo birle 
otro, ,,1'j entiendes? v como ella sabe que tú sabes 
poner bonitas cartas me dijo: «Ve casa de lia y 
que ella te disculpe del mejor modo posible, u — Pe- 
ro, chico, chico, por Díos, estáte quieto, aguarda; 
para hablar no es necesario dar vueltas como una. 
devanadera: me estás poniendo la cama cual sí fue- 
se de perros: sosiégale y escribiré en seguida. 

Me puse á hacerlo y el angelito revolvió cuantos 
muebles huboá la mano, vertió el quinqué sobre el 
escrito de mi anterior velada y puso el aposento de 
manera que parecía un baratillo desordenado. ¡Qué 
haya yo aprendido á escribir! decía llena de ira; ¡pues 
no es nada! Si tardo mucho en despacharle creo que 
yo también voy á ir rodando por el suelo. ¡Gracias 
á Dios! toma, chico, toma; ya es larde, vele á la 
escuela, te echarán de menos: es preciso que le 
quiera muchísimo el maestro y se estará deshacien- 
do con lu interesante falla. Adiós, Ricardilo, adiós. 
Di á mamá que para casos como el presente ahí están 
los oficiales memorialistas; que en su calle hay tres..» 
mas no, no ía digas nada; se \a á enfadar conmigo. 
Dale memorias y que mande cuanlo guste. Si quie- 
re estaré de vela para que su pequeño dómine no su- 
fra castigos. Adiós, adiós, hijo mío. 

Así diciendo le obligué á marcharse, cuando l'a 
íapíuni! tiene V. que el angelito por avanzar dos es- 
calones de un sallo cae rodando seis y empieza á 
dar unos alaridos, que me hacen tirarme sin nin- 
gunos miramientos de la cama y correr en su socor- 
ro. Pálida como un cadáver y toda convulsa, cojo 
entre mis brazos al interesante niño, que suelta la 
carcajada diciendo: — No es nada, lo he hecho por 
asustarte. ¡Ay, Jesus r lia, qué fea estás! ¡qué color 
tan malo le se ha puesto en la cara! pareces á una 
muerta que yo vi ayer tarde. — Coa muchas veces 
que Tengas á casa creo lo estaré realmente. — Adiós, 
tia, adiós, hasta mañana, — Mañana no estoy visible, 
hijo mió. — Pues hasta pasado mañana. — Tampoco: 
me voy á tos baños; me voy al campo; me voy á 
cualquier parte; en Gu no esloy eu casa, ¿lo oyes? 
no estoy en casa. — Tanto peor, porque si no te en- 
cuentro apedrearé los cristales para que sepas hp 
venido á verle.— (¡Lástima de Torunos, Dios mió, 



para este chico!) Mira, ven cue-ndo q\rieras; ya no 
me marcho. Ven, y ln daré confites en premio de 
.tus hazañas, — ¿Confites? ¡ay! dámelos ahora I ¡yo 
Jos quiero! yo los quiero! — Pero, angelito mia, si 
¿hora no loa hay. — ¡Pues yo quiero confites; dame 
confites! Mii. i que si no vuelvo ¡í rodar !;i escalera. 
(Dame confites! ¡yo los quiero! ¡yo lus quiero! 

El angelito empezó á llorar con i.il fuerza que 
hube do hacer fuesen á comprárselos, haciendo lo 
dejasen de paso en la escuela. Muy bien, dije cuan- 
do se hubo marchado; empieza el día perfectamente, 
¡líuv! qué mala me sienta de ios nervios! Vaya, me 
reclinare de nuevo y tal ve: logre tranquilizar mí es- 
píritu, tlicelo usi, queriendo coordinar otra vez el 
precioso sueño que el amable Ricardito me bahía 
arrebatado ton inhumanamente; pero en vano: el 
sueño habia huido y en su lugar había quedado un 
fuerte dolor de cabeza que no me permitid estar mas 
tiempo reclinada. Pase u mi tocador y quise peinar- 
me y arreglar un poco el desordenado trage de ma- 
ñana; pero vinieron á anunciarme que el desayuno 
estaba pronto, y aunque con malísima apetencia, tu- 
ve que hacer compañía á mi familia. Apenas habia 
empezado túmido se presenté el criado de mi amiga 
Luisa. — La seiiürica, me dijo, ma intrigao esta car- 
lita y ijoié ahora mosmo la rerapuesUi; por eso ma 
siento, con permisio do osló y la compaña. — Vava un 
hombre cafre, dije para mí, y empecé á leer la deii- 
"cada csquclila de mi amiga, que decia así: 

. M.iíijii:i. como sabe:>, son día; de mi mamá, y 
quisiera si no le sirve de mucha molestia me com- 
pusieses una oda, una elogia, una espíslola, cual- 
quier cosa para felicitarla, — Mejor seria un poema! 
esclamé impaciente y continué su lectura. — lie di- 
cho á líarlolo mi criado que se aguarde, si tú se lo 
permites, á que esté la poesía, porque después se 
marcha i un papá al campo y no tengo quien vaya 
por ella. Adiós y disimula la molestia de tu amiga 

Luisa. 

«Posdata. He vuelto á relaciones con Garlitos, 
y una noche de estas iré á verte para que improvi- 
ses un madrigal de versos acusándole por la injusti- 
cia de su enojo. Esto muy de secreto, pues quiera 
se figure es cosa mia. Adiós. 

«Otra posdata. Deseada que mañana nos acom- 
pañases á la. mesa, para la cual lleva Bartolo otra 
carta que entregará á tu mamá.» 

Muchas gracias, muchísimas gracias, dije yo co- 
mo si estuviese hablando con alguien. {Si creerán 
que mi cabeza es alguna máquina de fundir versos? 



¿Si les habrá parecido que «l compone 
tratos al daguerreolipo? ¿Con que es decir que mí 
pobre musa se saca á pública subasta .' ¿Cou que no 
hay otro remedio? pues no está mal! Mi posición es 
admirable; trabajar á beneficio del público; romper- 
me la cabeza para que otros se desluzcan por mí. 
[Vaya! en el trabajo llevan la penitencia, y esto de- 
be tranquilizarme al menos. — Señoríca Rufelia, de- 
cia entre tanto el bárbaro doméstico; aguardo aquí 
asentao ese recaieo, poique ma iniciao mi ama v 
dicho: «Te en taras quicio hasta que te empachen.) 
— lío hay remedio, dije para mí, este pedazo de bo 
Ionio no se marcha si no le entrego aunque sea una 
rueda de molino, diciéndole que es el encargo- de su 
señorita. Coa efecto, lomé la pluma y dije ,:t Luisa 
«Esta noche quedará en tu poder la composicii 
que me pides. Adiós y manda á tu amiga.» 

Así pude lograr que el gaznápiro Bartolo se ma 
chasc, no sin desvencijar La silla, donde estuvo dan- 
do estirones á las piernas, que parecían dos terribles 
remolachas. Vamos, dije, ya no continúo ei desayu- 
no; pero en cambio me dejarán que acabe mi pobre 
toilette, ¡Que si quieres! La campanilla de la puerta 
suena y debe ser persona de conlíauza, porque ase- 
gundan con brío. Pepa! Pepa! mira quien llama. 
Su amiga de V. la señora dona María de€. — Mu 
bien; que pase adelante. 

(Se eontitiuorú.^ 

ELq-BcUh Lean, 



iquí 

'ma 

!U.» 

bo- 
lina 
su 
la: 

r 

»r- 



A kll ASI1GA LA SKSOIIITI DOSa ADELA ARSETIO V JURTÍ, 

¿Sabes lo que es doíorí ¿Tus negros ojos 
Se han Lljii Jo L'ii el cielo suplicantes? 
¿Tío te lian causado enojos 
Del sol los rayos rojos, 
Pureciéndole siglos los instantes? 

Oh! no; que eres feliz! sobre tu frente 
Brilla la hermosa flor de la ventura, 
Y tu seno inocente 
Se agita blandamente 
De tu madre gozando la ternura. 

Mas ¡ay! que tú también, Adela mia. 
Tributo rendirás á los pesares; 
Ay! «a fu nhgria [i] 
Llanto será algún di» 
Que correrá por tu semblante í mares!... 

(i) Fr. luis de Itm. 




Porque yo fui feliz; sobro mi frente 
Brilló también la flor de la veutura; 
Y mi seno inocente 
Se agito blandamente 
De mi madre gozando la ternura. 

Y á mi vez ahora rindo, amiga raia. 
El forzoso tributo á los pesares; 
Mi pasada alegría 
Es llanto de agonía 
Que por mi enjuto rostro corre á mares!!. 




Adila, cuando los años 
Amortigüen la belleza, 

Y asomen á tu cabeza. 
La nieve del corazón; 

Y el viento de los pesares 
Te arroje hacia los dolores. 

Y una par una las flores 
Arranque de tu ilusión; 

Maldecirás ia fortuna, 

Y odiarás la especie humana, 

Y tu frente soberana 
Solo al < • ¡ i ■ ! i _> ¿c alzará: 
Que lodo, todo es miseria 

Y lodo vil en el mundo, 

Y el hombre reptil inmundo 
Que tu plañía morderá. 

Soy joven, Adela mia, 
Te llevo muy »ocos anos, 

Y ya amargos desengaños 
Destrozan mi corazón; 
Ya el viento de los pesares 
Me arrojó hacia los dolores, 

Y una por una las flores 
Arrancó de mi ilusión! 

Mira, el único consuelo 
Para un pecho desgarrado 
Es consolar al cuitado 

Y aliviarlo en su penar. 
Entonces ¡oh! la ventura 
Parece que resucita 
Comoá una planta marchiti 
El rocío matinal. 

Entonces recuerda el alma 
Para lo que vino al suelo, 

Y recibe y da consuelo 

Y bendice á su Creador; 

Y mitiga sus pesares, 

Y aliviando las agenas 
Olvida sus propias penas 



Y en gozo cambia, el dolor. 
Porque ti único consuelo 

Para un pecho desgarrado 
Es consolar al cuitado 

Y aliviarlo en su penar. 
Entonces ¡oh! la ventura 
Parece que resucita 

Como á uno planta marchita 
El rocío malina!. 

Anéela Hsrrion df «•<». 

— ~^ r — r~- •' r^ u W^^ii" ^ " 

LOS MERTOS SÍLEX A VECES BE LA TIMBA. 

TBAD1CIOS BELGA. 
(COXCLUTE.) 

Aquella confesión terrible produjo una sensación 
profunda en la muchedumbre, y mas profunda en 
los magistrados que habian juzgado á Martin Valck, 
Solo uno de ellos se obstinaba en calificar de extra- 
vagancias las palabras de Gerardo , y dijo en alta voz 
á sus compañeros: 

— ¿ Cero no veis que este hombre está loco? 

— [No lo está! ¡no lo está! gritó una voz que 
salia del auditorio: es cierto todo cuanto ha reve- 
lado. 

—En nombre de la ley y de monseñor nuestro 
duque, gritó el presidente, que comparezca ante el 
tribunal el que acaba de hablar. 

El auditorio abrió paso y dejó avanzar al que ha- 
bía atestiguado la verdad de ia inesperada revelación 
de Gerardo, el cual no era otro que el doctor. La 
vista de aquel hombre, conocido y estimado de to- 
do el mundo, produjo un efecto imposible de des- 
cribir. 

— ¿Qué significa r-sle misterio? le preguntó el 
presidente con voz conmovida. 

— Magistrados, lo que esle hombre os ha reve- 
lado es cierto: no es la locura sino el remordimien- 
to lo que le obliga á hacer la confesión que habei* 
oído. Por un error de que no sois responsables ha- 
béis condenado á muerte al desgraciado Valck» y 
Dios en su infinita bondad ha permitido que se sat- 
vase, si bien no es cierto, como lo cree Van Spief, 
que mi amigo haya resucitado. 

—¿Pues como ha vuelto á la vida? preguntó el 
magistrado. 

— Dios se sirvió de mi para hacer ese prodigio. 
Ya sabéis , señores, que me concedisteis el favor de 
visitar á mi amigo en la cárcel, y aun de acampa- 



liarle al suplido. Hallándome pues con él algunos l estimación y h amistad que siempre le han concedi- 

uiomeulos antes de ser conducido á la liorta ocurrió- ) do sus conciudadanos. 

rae de pronto una idea que sin duda me fué inspira- — filien, bien" viva el doctor! gritaron, por 



da por el cielo. Y fué que nw vino á las míenles la 
historia de un grao pcrsnnage de Inglaterra que 
condenado igualmente á la horca fue salvado por un 
médico amigo suya. Supliqué á Martin Valck que 
me pemiiliesi! emplear en su favor el mismo espe- 
diente v poniendo al instante manos ¡i la obra le Li- 
te en la traquiarlíria , un poco mas abajo de la la- 
ringe, una pequeña incisión destinada á dejar pene- 
trar basla et pulmón una cantidad de aire muy pe- 
queña, pero muy suficiente para conservar un r os- 
lo escaso de vida durante el espacio que el degrada- 
do debia permanecer en ¡aliona. La operación tuvo 
un i'vilo felicísimo, porque Rioi. Imbia resuello sal- 
var á tiiaesc Martin. Cuando este me fué entregado 
por vuestra orden todavía respiraba, pero tan débilr 
mente, magistrados, que al verle hubierais todos 
afirmado que no era mas que un cadáver, Puse mi 
confianza en el cíelo y apelando ¡i todos los recursos 
del arle conseguí tan completo triunfo que al dia si- 
guiente Martin Válete estaba fuera de peligro. 

—¡Milagro I ¡milagro! gritó la muchedumbre 
batiendo las palmas. 

— ;. lVrn qué significan estas cartas? preguntó el 
presidente. 

— ¡ El cielo , prosiguió el doctor cuando el silen- 
cio se restableció algún lanío, el cielo después de 
haber salvado al inocente nos permite descubrir al 
verdadero culpable. Yo estaba ínlíuuimcnle conven- 
cido de que Marlin no había Cometido el crimen de 
que se le acusaba, ¡,1'ues quien podía haber combi- 
nado con lanía destreza como perversidad la pérdi- 
da de mi amigo? Esta pregunta, queme hacia mil 
^eces al dia, me biza al cabo pensar en su primo 
Gerardo, de quien yo sabia que era un mal hundiré 
y enemigo mortal de Marlin. Algunas palabras que 
pronunció involuntariamente en mi presencia en 
una accesión de liebre vinieron á confirmar mis sos- 
pechas. Cuando mi amigo volvió a la vida le exhor- 
té á que escribiese misteriosamente á su primo á fin 
de despertar el remordimiento eu su conciencia y 
obligarlo de este modo , si no á presentarse á vos- 
ulros á confesar su crimen , al menos n proclamar 
por cualquier medio la inocencia de su primo. Ya 
veis como no ha salido fallida nuestra esperanza. 
Ahora demos gracia á Dios y á sus santos , y per un 
acto de rehabilitación devuélvanse ámaese Valck la 



todos los ángulos de la sala. ¡ A casa de uiaese 
Valck! 

— I A la horca el miserable calumniador ! 

— ¡ A casa de Valck! 

— ¡ A casa de Valck ! 
—Si, amigos mios, dijo ei doctor, vamos a 

presentar á Marlin á su familia y ó sus amigas. 

Suspendióse la audiencia, y los jueces y el pue- 
blo siguieron al doctor -, que los condujo á su casa. 
Marlin fué rodeado por la muchedumbre y lleva- 
do en triunfo por ella al lado de su mujer y de sus 
hijos. 

Al dia siguiente Gerardo Van Spiel fué ajusti- 
ciado en la misma horca que liabia servido para su 
primo, y el pueblo que presenciaba su suplicio no 
cesaba de repetir: 

— ;El cielo es justo! 

FIN. 



EPIGRAMAS. 

No sabes lú las conquistas 
Que hice en el pasado mes; 
Tres ó cuatro militares 

Y estudiantes dos ú Ires. 

— i Y sigues sus relaciones' 1 
— Una noche les hablé, 

Y aunque no han vuelto, vendrán: 
Pues quedaron en volver. 



nXo te olvido ni un momento,' 
Escribió á Luisa Manuel; 

"Desque parí) dé tu lado 
oNo he mirado una mujer o . 

Y razón quizá tensa; 
Pues que una sola uo fué 
Las que conquistó en su ausencia; 
Eran muchas á la vez. 

KAft-ll* Lean. 



..»» B¡ > mm - 



ERRATA. 
En nuestro, último número, én la poesía (ilutada 
Al stiior D. Joaquín de Monütrot, octava A.*, lin, 4. 1 
donde dice: 'Cuando naturaleza luce sus primores,* 
debe leerse: «Cuando natura ele* 



MADRID, 1852. 

IMPRENTA BE». JOSÚTRlllLLO. — 31 ARIA CRISTINA, 8. 



Ario segundo. 



Domingo 2G de Setiembre de 1832, 



Número 9. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFENSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Es Ir periódico sale lodo* los domínaos; se suscribí en \laJhd en las librerías de M«nier v de Cuesia. i4 TB* aí mes; t l'D provin- 
cias LO rs. pur ios meses franco di' fiarle, rcniltictidip una h bruñía a fi v ur Je uuesLrú impresor, 6 sello* rW íraBiJupD. 



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La mujer célebre cuyos apuntes biográficos for- 
man el objeta de nuestro arliculu no es la Agripnia 
disoluta esposa de Donik'iu de quien fué hijo el c ruel 
Nerón , sino la Agripina virtuosa ñifla del grande 
Augusto. Esta heroína modelo de valor y fidelidad 
conyugal, y cuya orgullosa altivez revelaba su alio 
origen, fué luja de Julia, que lo era de Augusto 
y de Vipsanio Agripa, hombre de oscuro naii- 
miento, pero de tálenlos tan esclarecidos y virtudes 
civiles y militares tao grandes que halda llegado á 
ser cónsul , lugarteniente y amigo y yerno del em- 
perador romano. 

Agrípina luego que llegó á la edad conveniente 
casó con Germánico, sobrino é hijo adoptivo de Ti- 
berio, famoso por su depravación y crímenes, que 
forman un singular contraste con las virtudes y be- 
llas prendas del Ilustre ahijado. Esta mujer valiente 
siguió á su esposo en cuantas espedícittnes militares 
realizó, y no fallaron ocasiones en que hizo las ve- 
ces de general, perpetuando asi la memoria de sus 
altos hechos. 

Germánico, habiendo sido encargado de reducir 
á la obediencia al ejército que acampaba en el país 
de los ubios al mando de Cayo Sillo y Cecina , lle- 
gó allá con la celeridad del rayo , formó las legiones, 
les arengó, tes recordó la memoria de Augusloy las 
pasadas victorias, la pacificación de las Galias debi- 
da á la pericia de sus gefes , representó á aquellos 
veteranos su deber y antigua disciplina, y ks acusó 
del crimen de sedición con maneras tan sorprenden- 
tes, que suscitándose entre los soldados un murmu- 
llo y confuso griterío rompieron sus túnicas, seque 
jaron del mal Irato que recibían y reclamaron el 



cumplimiento de las promesas de Augusto; v última' 
mente en medio de las mayores demostraciones de 
amor y de respeto le ofrecieron aclamarle empera- 
dor y guardarle inviolable fidelidad. Pero el pruden- 
te Germánico, protestando contra el pensamiento 
general, declaró con entereza que antes preferiría 
la muerte que subscribir á su deshonra por medio 
de una usurpación infame, ¿ intentando la fuga en 
tan dura alternativa fué detenido, y su armada dies- 
tra fué también sorprendida en el acto de irse á sui- 
cidan en esla ocasión terrible acercándose el solda- 
do Canusibio Je presentó su acero y le dijo; Estt 
liene mejor filo. Mas habiéndole sacado al fin de en- 
tre los amotinados algunos gefes de mayor valia, le 
condujeron á su tienda, donde le aguardaba llena de 
impaciencia la lie! Agripína. Cesó el tumulto, resta- 
blecióse el orden, pero no fué sino aparentemente, 
porque bailándose ambos esposos en Dona, ciudad 
próxima á Colonia, se insurreccionaron nuevamente 
las legiones con motivo de la llegada de varios con- 
sulares enviados del Senado. Esta vez los rebeldes 
rompieron las puertas de la casa de Germánico y le 
hicieron salir del lecho en que se hallaba con la her- 
mosa Agrípina, habiéndose apoderado ya del águi- 
la que le servia de insignia y distintivo: mas á pesar 
del furor de los conjurados la prudencia de Germá- 
nico se hizo superior á todo, y en breve quedo la 
tranquilidad restablecida, si bien aparentemente, 
pues que el germen revolucionario se había inocu- 
lado en los corazones de aquellos valientes. 

En trance tan critico, queriendo Germánico li- 
brar á su querida esposa del riesgo que amenazaba, 
resolvió apartarla del campamento mandándola con 
las esposas de los demás gefes como en rehenes al 
campo de los galos. La valerosa Agripina hizo no; 






obstante los maiorcs esfuerzos por permanecer al 
lado de su marido, y llorando j abrazándole afec- 
tuosamente le dijo, lleno el coraron de generosos 
senlioiienlos : «'descienda del divino Augusto; lie 
heredado su constancia y me verás intrépida en 
el peligro. • A pesar de todo la orden oslaba dada 

V Agripina debía partir al lugar de su deslino jun- 
tamente con las demás matronas ilustres. Derraman- 
do raudales de perlas de los bermusos ojos retírase 
Agripina con dificultad de las legiones; estaba en 
cíala y llevaba en los brazos uu tierno niño; eslec* 
Calíguia , á quien Los veteranos habían dado tal 
nombre por la iáEg¡a especie de calzado que gasta- 
ba á pesar de su edad porta. Mas el interesante es- 
pectáculo que formaban aquellas matronas distingui- 
das no puede menos de afectar á los soldados, y des- 
pertando en stts corazones los mas nobles sentimien- 
tos recuerdan que la mujer de su valiente general 
es la bija del famoso Agripa, la nieta de Octavio, y 
opónense decididos á su marcha y á la de las otras 
señoras, que conducidas á la tienda del genera I su- 
plican se revoque la orden que les iba A cubrir de 
ignominia y de vergüenza. Entonces Germánico 
aprovechando tan oportunos momentos arenga .1 las 
huestes y les dice con denuedo* « Liberto de vues- 
tros furores á mi esposa y á mi hijo, no porque los 
ame mas que á la república y á mi padre : pero á 
César le detiende su dignidad , al imperio otras le- 
giones mas fieles, y mi familia.,., está indefensa. 
V11 la inmolaría por vuestra gloria, mas no á vues- 
tro furor: ni atadme á mi y dejadla. ¿ I>e qué cri- 
men no sois capaces? ¿Qué nombre puedo daros?» 

V con la misma arrogancia les echa en cara sus es- 
eesos y los llama al cumplimiento de sus sagrados 
deberes. El efecto de esta peroración fuá grandio- 
so, pues que conmovidos los soldados se arrojan á 
los pies de Germánico implorando el perdón de sus 
desmanes, y le ruegan no separe de sus tiendas á las 
matronas romanas y a laníos niños que habían vis- 
to nacer en sus campamentos , y suplicándole se 
ponga al frente de las legiones dan lin á la insurrec- 
ción con la muerte de los gefss que la habían pro- 
movido, ejecutada por los mismos veteranos. Desde 
aquel dia memorable Agripina no se apartó del Jado 
de su esposa y fué su mejor amiga y consejera. 

Los germanos qje habian derrotado .i los roma- 
nos avanzaban rápidamente con objeto de apoderar- 
se ds las Galias; ni bastaban las grandes precaucio- 
nes que se habían tomado, y ya se ¡lia á cortar el 
puente del Rhin , cuando la intrépida Agripina, que 



apenas se hallaba convaleciente de un parto , pre- 
sentase en el puente ardiendo en ira y respirando 
valor; púnese á la cabeza de las legiones, reanima 
su esfuerzo y valentía con su irresistible elocuencia, 
cómbale, socorre i los heridos, triunfa y prodiga 
las mas significativas muestras de amor y reconocí 
miento á las huestes vencedoras. 

Entre tanto Tiberio, instigado por las calumnias 
del infame Scya no, miraba cun celos !a gloria de 
Germánico y de Agripina , y habiendo llegado á sos- 
pechar infundadamente que le arrebatarían de las 
manos el imperio trató de asegurar el éxito de su 
venganza concediendo al efecto los honores del 
triunfo á su sobriuo. Pocas veces lia presentado Ro- 
ma un espectáculo latí granilloso como en la entra- 
da de Germánico. El augusto principe , su esposa 
y sus hijos en el carro triunfal , que decoraban las 
banderas do Varo reconquistadas , eran de un efec- 
to mágico para el puebln, que los aclamaba con lo- 
cura y entusiasmo. 

Germánico, separado de las legiones conque 
había triunfado en Arminía , fué encargado del go- 
bierno del Asia, y al mismo iíempo el ambicioso 
Pisón y su esposa Plancina recibían el encargo se- 
creto de perderle. Así pagaba el detestable Tiberio 
al que habia arriesgado su cabeza por no fallará 
sus volos de fidelidad! Agripina trabajo incesante- 
mente por inutilizar las intrigas de Pisón, pero al 
lin el desgraciado Germánico cayó en las redes de 
su terrible enemigo: Pisón por medio de un esclavo 
dio un veneno lento al vencedor de Gemianía, al 
ilustre paeilicador del Oriente, del cual murió la 
poco liempo, y conociendo la traición que se le ha* 
ría dijo al locar al término de üu existencia á los 
amigos que le rodeaban: «Llevad vuestras quejas al 
senado; invocad las leyes, La obligación principal 
de los amigos ito es honrar al que muere con vanas 
lágrimas , sino acordarse de su voluntad y cumplir 
sus intenciones. Lloran á Germánico basta los que 
no le conocen: solo á vosotros toca vengarle, si te- 
néis mas adhesión á su persona que á su fortuna: 
Mostrad a) pueblo romano mi mujer, la niela del 
divino Augusto; mostradle mis seis hijos; la com- 
pasión, ordinariamentefavorable á los acusados, por 
esta ver protegerá á los acusadores. St los delincuen- 
tes alegan que el crimen ha sido mandado, ó no se 
les creerá ó no se perdonará su declaración. ■> Ha- 
biendo jurado lodos vengarle , el ilustre moribundo 
dio sabios consejos á su querida Agripina relativos 
al modo como había de condpcírse con aquellos cu- 







ya enemistad pudiera serle perniciosa, y la relevó en 
secreto las sospechas rjuc le inspiraba Tiberio. La 
muerte del héroe esparció el luto y la consternación 
por todas parles; y la inconsolable viuda recogiendo 
sus cenizas se embarcó para Brindis, donde fué re- 
cibida con las mas honrosas distinciones del pueblo 
V de parle de los apasionados de Germánico. Resti- 
tuida á Roma, el senado en cuerpo fué á recibirla y 
á prodigarle todo género de consuelo? ; mas el pue- 
blo, el mismo pueblo que at recibir la infausta no- 
ticia había rolo las imágenes de los dioses, derriba- 
do los aliares V maldecido á Tibei io v a Pisón, amo- 
tinado en las calles y en las plazas, presentaba ahora 
un cuadro desconsolador y triste, y anonadado y 
meditabundo asistía á loa magníficos funerales del 
héroe, esclamando con los soldados y ciudadanos 
mas ilustres: , la república ha muerto con Germá- 
nico! y alzando las manos al cielo le rogaban velase 
sobre los liijos del malogrado principe. El mismo Ti- 
berio tuvo que fingir grande pena y quebranto. 

Hechos los últimos honores á Germánico, Agri- 
pina siguiendo sus consejos se retiró á vivir privada- 
mente; y el infame Pisón presentándose en Roma y 
habiendo sido encausado apareció un día muerto eu 
su cama y á su lado una espada ensangrentada, el dia 
antes de fallarse la causa. Se cree que el perverso Se- 
rano le asesinó evitando de este modo el que revela- 
ra los secretos del emperador para justificarse de las 
acusaciones que se le habían hecho. 

El abominable Seyano aspiraba al imperio, y la 
maldad era el camino para alcanzar sus altos desig- 
nios* así es que Druso, hijo único del emperador, fué 
víctima de sus pretensiones; y Nerón y Druso, hijos 
de Agripina , á quienes Tiberio había reconocido por 
sus sucesores, perecieron también, el uno cu la ida 
Ponda, y el otro encerrado en una habitación del 
palacio. El inicuo Seyano había iníundido en el áni- 
mo del emperador lales recelos con respecto á Agri- 
pina, que esla infeliz, señora después de devorar en si- 
lencio las angustias que la originó la suerte de sus 
hijos, fué desterrada por Tiberio á la isla Pandataria, 
donde murió á los cuatro arios, el 33 de J. C, ca- 
lumniada infamemente por el malvado emperador. 

Caligula, hijo de Agripina, pasóá la isla Panda- 
taria á recoger las cenizas de su desgraciada madre 
tan luegé como sustituyó en el trono de los Césares 
al vengativo Tiberio, 

Cecilia (.ooiiilfi. 



.ilIQFEMIOHEIlVASOllL'IK.O. 



Hoy se cumplen diez años 
Queá la tierra llegaste; 
Dichoso tú, Mauricio: 
Lo que es el llanto y el dolor no sabes! 

Nuestra madre perdimos, 
Pobre inocente ángel. 
Cuando no comprendías 
El tesoro de amor que era tu madre. 

Y tú también, Mauricio, 

Atguna vez lloraste 

Mas tus lágrimas eran 

Como ei rocío matinal fugaces. 

Mas ¡ay! vendrán los años. 
Pasarán las edades, 

Y te traerán las horas 
Lágrimas, y dolores, y pesares! 

Y llorarás, hermano, 
Como nunca lloraste, 

Y no serán tus lágrimas 
Como el rocío matinal fugaces. 

Porque el llanto es la herencia 
Legada á los mortales: 
Llorarán nuestros hijos 
Comolanibicr, lloraron nuestros padres. 

, Pobre inocente niño! 
Goza mientras no sabes 
Que el ángel de las penas 
Sus negras alas en tu frente bate; 

Goza mientras la aurora 
De los años fugaces 
Tifie de rosa y oro 
El horizonte de tu vida amable; 

Que del dolor las nubes 
Formando tempesta des 
Ahogarán tu ventura 
En un diluvio eterno de pesares. 

Goza mientras las flores 
De Lu dicha envidiable 
Se mecen blandamente 
De lu ilusión al cefirillo errante; 

Goza, goza, que pronto 
Soplarán huracanes 
Que arranquen esas flores. 
Dejando solo de dolor señales!... 

Mas ¡ay! quieran los cielos, 
Mauricio, que me engañe, 

Y que tu dulce vida 

Entre venturas y delicias pase. 




snganse I 
¡Párense las edades! 
Si imn ¡le \-uiii- las horas 
T rayéndole dolores y pesares!... 

Angela llorrjnii ilp Hfl»M. 

Setiembre 22 de (832. 



MITOLOGÍA. 

III, 

La velocidad con que se presentaron los hechos 
mi el articula anterior nos hizo nu deleítenlos en la 
infancia del padre de los dioses, de aquel que rige 
lo* destinos de tos hombres, y á cuya potente voz 
responde el truena conmoviendo el universo. Goma 
ya dejamos dicho, después de su nacimiento fué lle- 
vado Júpiter ;i la isla de Creta v entregado á las nin- 
fos, que ocultan tan precioso depósito éntrelas mas 
bellas flores. La paz, los juegos y la alegría circun- 
dan su cuna, y al tender la nuche su recamado mari- 



1 hombres mandándoles un diluvio universo!, del qu 
solóse salvan Dcuealton y Pirrha, Pacificado ya 
universo, busca el descanso en los brazos de su her 
mana Juno, la cual le da por hijos á Minerva, 
Marte y á Vulenno; pero el beleídoso corazón de 
te dios no se contentó con el soto amor de su espo 
sa, y parte sus caricias con Europa, Dantme, Leda 
Lalona, Maja, Alemeoa, Semele, lo Anliope, Egine 
y Calixto, di 1 las que tuvo por ítijos ñ Apolo, Merco- 
rio, Hercules, Perseo, Diana, Proserpina y un sin 
número de diases, semi-dioses y héroes. Diúsele 
Júpiter el nombre de Jove hospitalario por habe 
castigado terriblemente á Licaon, rey de la Arcadia 
que por un esreso de crueldad hacia degollar cuan 
ins cstrangeros llegaban á sus estados. Súpolo Jú- 
piter, y pri -tillándose i él le pidió hospitalidad; dió- 
sela Licaon, pero para mostrar su riqueza y poder 
liare servir al padre de los dioses por vianda un pla- 
to preparado con los triturados miembros de un es- 
clavo, Horrorizóse el rey del Olimpo de (anta cruel- 
dad, y en castigo de esle crimen transforma á su 



tu f lc estrellas 'lici.de también el mas profundo silen- sanguinario huésped en lobo, r reduciendo su pala 



ció, en medio del cual cierra los párpados el pros 
crito n'ihii. Mas llega la fatal época de la dentición, 
sus tiernas enrías comienzan ¡3 romperse, y ¡os acer- 
bos dolores le /lacen verter amargas lágrimas > pro- 
fuuipir en desaforados gritos, que llenan de alarma 
v consternación á lus que está confiada su custodia 
y que á lodo trance procuran salvarle de la cólera 
de Saturno y de Tilan. Discurren, buscan, y los sa- 
cerdotes de su inmortal madre, llamados Contan- 
tes, hallan por fin el medio de apagar los pemidus 
del niño Júpiter por medio de una danza inven lada 
al efecto, á la que llaman Dáctica, en la cual el cho- 
que de sus escudos de cobre produce un ruido se- 
mejante al de las embravecidas olas de la mar, Pe- 
ro Dada calma el malestar de las tiernas encías co- 
mo la fresca leche de la cabra Amallen, su nodriza, 
que mas tarde fué convertida en constelación y uno 
de sus graciosos cuernos regalado á las ninfas que 
le educaron, dándules en él la mas rica abundancia. 
Fuera ya de la Infancia Júpiter da sus primeros pa- 
sos en la senda de los héroes dirigiendo sos armas 
contra sus primos lusTiíanes, á los que lanza mil 
rayos con pótenle diestra, derriba los montes Ossa \ 
Pellón, que cslos Iiabian pueslo uno sobre o!ro para 
escalar el cielo, encierra vivo bajo el Etna a Encelao, 
que con sus movimientos y suspiros trastorna la Si- 
cilia, entera, arranca el imperio del ciclo a Saturno 
su padre, y por un castiga las iniquidades de los 



ció á cenizas se eleva á su mansión celeste cercado 
de rojas nubes. 



KltDi 4'ntif»in» d«* f-ríyr*. 



Sil HISTO RIA DE W DM-. 

COHCLBSKHIv) 

No lardó en presentarse la visita, empezando 
esta muñera su discurso: 

— Perdone Y., amiga mia, conozco que esta no 
es hora de importunar por mas confianza que Laya; 
pero valida de su indulgencia no he titubeado en 
venir..,, mas ¡Jesiis! no sé cómo estoy; aun no he 
preguntado á V. por fa salud, y ya iba á pedirle fa- 
vores. ¡Válgame Dios que distracciones! por supues- 
to,,., ya se ve..,, cuando el corazón sufre.,.. cunu- 

do sus tormentos son inconsolables nada se debe 

eslrañar. ¿Y cómo está V.? La veo pálida, triste, 
aunque no tanto como yo. Ya se ve; no á lodos les 
ofrece el Supremo las penas que á mí. Figúrese Y. 
que después de la enfermedad de mamá, el ataque 
de mi esposo y la pérdida del pleito de lia. me arre- 
bata la parca inexorable lo que mas amaba en el 
mundo, mi Luigini, es decir, mi Luis; yo le nom- 
braba en italiano porque le gustaba tanto este dulce 
idioma! Oh! ya descubría los rasgos del artista! ¡Al- 
ma de mi alma! ¡hijo mió! ¿Quién baliia de pensar 







que pudiera morir? SOiubicíe Y. visto qué talento 
de niño, qué disposición! Olí! su papá no poilia ha- 
blarle fuerte, porque le contestaba con la altivez de 
un hombre, fie lo que inferíamos que llegaría á ser 
un valiente. ¡Qué desarrollo aquel, sobre todo en 
los juegos gimnásticos! Traia la casa revuelta, perú 
con qué gracia! con qué prontitud! parecía una ma- 
riposea revoloteando sin cesar. ¡Has á todo esto, 
¿sigue V. bien, amiga mia? porque yu en hablando 
de estas rosas pierdo el sentido. Supóngase que esta- 
ba mi niño bueno v sano al cumplir los coa tro años, 
cuando mi día ¡oh qué fatalidad! se empeñó el ángel 
de ruis entrañas en pasear montado sobre un mastín 
que tenemos para guardar la hacienda, y ni los rue- 
gos de su papá ni las lágrimas mías bastaron á dete- 
nerle. Dio una carrera sin dejarnos tiempo á alcan- 
zarle, y al acercarse al liero animal le hizo una mor- 
dedura íttroz que no tuvo remedio, ;Iüju mió! ¡hijo 
mió! qué cédula lan corla sacaste! Va se ve; era un 
ángel y dehia volver á la mansión de donde halda sa- 
lido para posar ligeramente su vuelo en la mezquina 
tierra. Av! no tendré consuelo nunca! Dispénseme 
V., amiga min, osle desahogo del corazón, y dígame 
si su salud es buena, pues con mí sentimiento creo 
no lo he preguntado todavía. Por supuesto que esta 
visita no debe agradecérmela, parque trae su objeto. 
Quisiera de su amabilidad que me hiciese un epitafio 
para mi Luigini. — ¿En italiano?— El nombre si, mas 
lo demás caSteUanamenta; esputando la edad, figura 
T condición de mi niño; con todas las gracias, pene. 
tracion y cualidades que le adornaban; pintando al 
mismo tiempo la pena de su abuela inatenta, de su 
tía Gertrudis, de »u abuelo Felipe y I» incomparable 
de unos padres desolados j sin consuelo. — ¿Va á ser 
la Josa de mucho tamaño, D.* María? dije cuando 
aprovechando un estornudo pude meter baza. — De 
vara en cuadro.— Pues es pequeña para tatito como 
hay que decir, porque según lo que V. me cuenta 
se dehia poner la biografía de esc precioso niño to- 
da entera. — ¿\ cómo haríamos para colocarla? dijo 
prontamente, creyendo verdad la broma COn que yo 
trataba de desahogar mi atormentada cabe/a. De 
ninguna manera, señora, porque en uii.epiíalio solo 
Se admite una quintilla, una octava o, á mucho es- 
cribir, un soneto.— Pues eso, un soneto, un soneto; 
ñero que hable mucho, que diga muchísimo y enco- 
mie las lágrimas que derramo en este instante. Si 
pudiera V. hacerlo ahora que estará inspirada por 
mi relato! — V. me juzga con mas talento del que 
poseo, D.* María. Es verdad que me ha conmovido 



I esta triste escena, pero no acostumbro á improvisar 
y necesito algún mas tiempo para mis composiciones. 
Si V. no lo toma á mal esta larde le remitiré el epi- 
laGo. — Está muy bien; gracias, señorita, gracias; 
dispense mi molestia; me marcho, no es horade vi- 
sitas. 

¿Creeréis por esto, amables lectoras, que pude 
quedarme libre? No, queridas mias, no. La buena de 
ü* María estuvo hablando hasta la oración, sin de- 
jarme hacer su soneto, ni la felicitación de Luisa á su 
mamá. Mas no pararon aqui las exigencias; mi ami- 
go de infancia, el joven Eduardo, se presentó pálido, 
con la melena desordenada y manifestando en su ac- 
titud una tristeza de romanticismo, mas bien que de 
amargura verdadera. 

— Amable amiga, me dijo, sufro mucho. Celes- 
lina no me ama. me desprecia; ama á otro. V todo 
por qué diréis? Porque ese otro le escribe en verso, 
mientras vo le dirijo prosa, solo prosa. Oh! ¡quién 
hubiese nacido poeta! V. na sabe lo que posee, ami- 
ga mía, coa esa fecunda mente que el cielo le ha 
otorgado? — Es bien escasa, Eduardo. —No diga V. 
eso, no enoje las musas con su excesiva modestia. 
SÍ yo pudiese hacer lo que V., ahora mismo escri- 
biría á Celestina cien octavas, manifestándole la lo- 
cura de mi entusiasma por ella; pero me es imposi- 
ble componer una sola, y sufro y sufro su desvío 
hasta que culi esta pistola me levante la lapa de tos 
sesos. — Por Dios, Eduardo, mire V. que ote asustan 
las armas de fuego. — ¿Y qué he de hacer mas que 
morir cuando solo me ofrece el mundo dolores v ti- 
nieblas? Oh! si yo supiese componer sí yo supie- 
se componer,,,, seria dichoso y no viera de cerca la 
muerte como la miro, sin saber á donde dirigirme, 
ni por qué medio calmar ín fiebre que devora mis 
sentidos. Olí! padezco mucho, mucho, muchísimo, 
estremadaiiieute. 

Eduardo seguía representando su drama, mien- 
tras yo me hacía eslas reflexiones: "¿Si se habrán 
vuelto locas hoy todas tas gentes? ¿Si lo estaré vo, y 
estas escenas serán quimeras de mi imaginación? 
¿Si habré hecho mal á alguien impensadamente y 
Dios me castigará enviándome esta cuadrilla de len- 
guas sueltas á manera de máquinas, que me ator- 
mentan mas que un campanario que estuviese repi- 
cando sobre mis sienes? ¿Que es lo que me sucede, 
Dios mió? Yo no lo comprendo." Asi hablaba con- 
migo misma, cuando vino á sacarme de aquella dis- 
tracción el jeremías enamorado diciendo con el ma- 
yor entusiasmo: 






c 



, 



— ¡Oh alma noble y desinteresada! ;Oh mujer 
sublime como ninguna! V. me ha comprendido; por 
eso medita, por eso busca en su inspirada mente me- 
dios para arrebatarme á una muerte cierta, ¡Bien! 
muv bien! Las acciones laudables son siempre hijas 
de tus genios privilegiados. V. ha dicho; Eduardo 
sufre, Eduardo puede motir; pues bien, hagamos los 
versos que necesita y salvo su vida. Bravo! bravo 
Es V. la décima musa, ta cantuta del infortunio. El 
genio benéfico de la humanidad. Y cuándo, cuándo 
estarán esas preciosas octavas que ron tan nubles 
sentimientos me ofrece? ¡Dígamelo V. por Dios! Oh! 
ja que ha sido tanta su cscesiva bondad, apiadándo- 
se de mí, dígame cuando podré desenojar á Celesti- 
na.— Pero, amigo mío, yo no entiendo esa ciase de 
amores, ni puedo espresarme en ellos con el entu- 
siasmo que V. quiere. — V. posee una imaginación 
demasiado vehemente y sabrá pintar cuanto se aren- 
ga con los sentimientos amatorios y sublimes. Pío 
sea V. tirana, mi buena árnica, y ya que me ha he- 
cho entrever la felicidad, no me la arrebate ahora 
negándose á lo que hubia resuello hace puro, vién- 
dome en el estado de la desesperación. Se lo pido de 
rodillas. Ai ' V. no sabe lo que es perder un bien 
idolatrado; por eso me estaré a sus plantas, hasta 
que prometa pulsar su dulce lira pintando á Celesti- 
na el amor de su Eduardo. 

Podéis creerlo, amables lecturas; hice, mi tercer 
promesa de poesía por verme libre de aquel demen- 
te, que me hubiera vuelto el juicio sin remedio silo 
dejo continuar según el paso que llevaba; mas nin- 
guno de mis ofrecimientos fué cumplido, porque 
sai enferma aquella misma noche, efecto de la in- 
humanidad con que me babiart tratado mis amables 
visitas, las que no be vuelto á ver desde que supie- 
ron que mi mal eran unas fuertes calenturas, espe- 
cie de tifus que podía contagiarlos. Los amigos, co- 
mo dice el refrán, para las ocasiones. 

Este reíalo, bellas lectoras, á pesar descrésten- 
se y cansado en demasía» es un leve episodio de lo 
que sucede á la desventurada criatura que da en la 
manía de escribir. Pascuas, dias de santos, aniver- 
sario!, festines, fallecimientos, natalicios, c-umple- 
ttilas, ¡naugurucimss, dktitrbtas, todo, lodo es un 
martirio Suyo, pues ha de improvisar por fuerza, 
sopeña de pasar por ignorante y no adquirir nunca 
renombre de poeta; y ya se ve, como ese es el fuer- 
te del que compone, no hay mas remedio que lan- 
zarse á la palaslra, aunque resulte un tabardillo, 
como ha sucedido con vuestra humilde servidora: 



por eso os encargo dos cosas: indulgencia por mas 
malos que sean mis escritos, y que no toméis nunca 
la pluma por adquirir el título de poetisas. Bastan- 
tes estamos para llevar la eru/ á cuestas; pero si hay 
alguna tan intrépida que quiera seguirnos, revístase 
de valor v diga con nosotras: 

Bien se puede sufrir crudo tormento 
Y en alas da la gloria padecer, 
Porque conozca el mundo que el talento (i) 
También le fué legado á 9a mujer. 

llusfUn l.cop- 



LA DESPEDIDA. EN EL PUERTO DE PALMA. 

.1 imoiifridajíriitia Ja señorita !>■' Cristina Jíantagu 

Allá en las islas remota» 
Que el Mediterráneo baña, 
Do su jugo en claras gotas 
Ofrece la dulce cana; 

En donde la brisa suave 
Mere la enhiesta palmera. 
Que agita con pausa grave 
Su flotante cabellera; 

Hunde lucen su color 
El limón y la dorada 
Naranja, que entre verdor 
Dan fragancia delicada; 

Do el lirio su grata «anek 
Vierte, y con el arrayan 
Del pensil (a preferencia 
■ Se disputan con afán; 

Do las camelias hermosas, 

Y los fragantes claveles, 

Y las encendidas rosas, 
Embellecen los verjeles: 

En esa región serena 
Pase la edad encantada, 
En que calma amarga pena 
De una madre la mirada. 

Y allí con faz lisonjera 
Mi destino darme quiso 
En una amiga sincera 
De ventura un paraiso. 

Deslizábase dichosa 
Nuestra sencilla existencia, 
Pura, tranquila y hermosa 
En la edad de la inocencia. 

Dos luiros rasi á la par 
(%)' AdTifHo qut no íi rt mis. 



Cumplirnos Je nuestra vida 
Cuando quiso deparar 
El deslino mi partida. 

Era Una noche de enero: 
Un barco se preparaba 
A conducirme ligero 

Y la blanca vela izaba. 

Las dos amigas temblando 
En la playa solitaria, 
Doloridas elevando 
Una ferviente plegaria; 

Fijos en el alio ciclo 
Los entristecidos ojos. 
Abrazadas con anhelo 

Y ambas postradas de hinojos; 
Senlido llanto vertiendo 

Sobre la menuda arena. 
El tiempo veloz huyendo 
Víamos con harta pena. 
La luna claro topacio. 
Su fulgor al derramar, 
Alumbraba el ancho espacio 
Del hondo y cerúleo mar; 

Y siguiendo su carrera 
Contemplaba entristecida 
Desde la estrellada esfera 
Nuestra tierna despedida. 

La mar tendida al moverse 
Altas olas elevando 
Parecía condolerse, 
Sordos ecos murmurando. 

El céliro airullador 
(Üuitera con desconsuelo, 
Tomando en tanto dolor 
Parle la tierra y el cielo. 

Y del f;tro que en el puerto 
Alumbra á los navegantes 

E¡ resplandor quedó muerto 
En tan críticos instantes. 

«Cristina!» mi voz clamaba, 
La suya á la par '¡Marta!" 

Y la brisa murmuraba 
Los aves de la agonía.,-. 

Me arrancaron de sus brazos- 
Con sentida compasión, 

Y creí que en mil pedazos 
Se partía el corazón. 

Dos lustros han transcurrido 
Desde entonces con porfía 
Lenta, y no lie dado al olvido 



A tan cara amiga mía. 

Cediera con ansia ioca 
De mi existencia una parle 
Por un beso de tu boca, 
Cristina, ó por abrazarle. 

Y espero siempre impaciente 
Llegue el dia deseado 
En que el corazón doliente 
Bespíre libre á tu lado. 

Pero si la suerte impía 
Nos separa en este suelo, 
Mas larde, Cristina mia, 
Nos veremos en el cielo. 

Haría Tcrdrjo j Duran. 

TOPOS PASADOS V TIEMPOS PRESTES. 

CARTA QÜJH-TA. 

Concluí mi carta anterior haciéndote la historia 
de Luis. Por ella has podido ver que al consagrar- 
me su amor no tenia mas bienes de fortuna que su 
reputación de artista y la esperanza de que los pin- 
celes le llevarían al pináculo de la gloria, propor- 
cionándole además lita vida tranquila y sin priva- 
ciones. Tal como le la he referido me la contó él 
entonces, sin omitir to mas mínimo. Para mt su po- 
breza no fué un inconveniente; tal vez por ella le 
amé aun mas. Yo no comprendía entonces qué sig- 
nificaba eso que muchos padres llaman un buen par- 
tido, y casi puedo agregar que ni aun ahora lo co- 
nozco todavía. Para mí no existía la fcliudad entre 
el hombre y la mujer si no iba precedida del cari- 
ño, y como que Luis me amaba consideré que. po- 
seía todos los bienes que yo podía apetecer. Asimis- 
mo sé lo confesé, y él, aunque al parecer satisfe- 
cho, me bízo la objeción siguiente: 

— Vuestros principios, me dijo, son los mejo- 
res; vuestras ideas son las verdaderas; pero, ¿no 
teméis que pueda haber quien piense de otro 
modo? 

— No sé, le repliqué; no temo nada; me pre- 
guntáis sobre una cosa acerca de la cual no tengo 
ningún antecedente. Mis padres nada me han hecho 
entrever de sus ideas y marcho tan á ciegas como 
vos en este camino , en donde por primera vez me 
presento. 

— Pero es muy fácil salir de la duda , se apre- 
suró á decirme Luis, A mí primero que ú ves cor- . 



8 



responde sondar el camino. Yo debo hablar á vues- 
tros podres, y les hablaré. 

— Creéis que asi?... 

— Desde luego lo creo; ellos no rae pneden de- 
jar en la duda. Mañnnn les hablaré y mañana mis- 
mo sabremos qué debemos prornelcnios para ei por- 
vernir, I'.tr vuestra parle creo que no harliiis mal 
revelando nuestro amor á vuestra madre. Una ma- 
dre es siempre irías indulgente , mas inclinada ó ce- 
der ;i la vol 11 nl.nJ de un hijo. 

Mucho trabajo me cosió hacer semejante reve- 
lación, pero al fin tuve el ánimo sufirienle para po- 
ner en conocimiento de mama mi secrelo. Me oyó 
con la mayoralencion , y después que hube concluí- 
Jo me dijo llena de emoción: 

— Hija mía, yo apruebo tu amor y tu elección; 
Luis me parece muy digno de tí. En cuan lo á sus 
medios de subsistencia n» me inquieto por ellos. Tu 
dote es suficiente para sostener el lujo y la» como- 
didades á que estás acostumbrada. Además no des- 
confió de que Luis pueda también por su parle 
crearse una fortuna con su talento. No estamos en 
los tiempos del emperador Cáelos V, es verdad; pe- 
ro aun asi no fallan personas de güilo que abran 
sus arcas a los pintores. Nuestros reyes , nuestra 
grandeza saben api ociar las arles, y los buenos ar- 
tistas pueden cuutar desde luego con su protección. 

No quiero contrariar lu voluntad en materia 
tan delicada, hija mia; no quiero que oponiéndome 
á lu amor puedas maldecir un día el nombre de tu 
madre. Amas y eres amada, y el hombre en quien 
has puesto lu cariño es en todo digno de él. Amale. 
y sé Feliz , y por mas que sienta tu separación , co- 
sa que habrá de ocurrir mas larde ó mas temprano, 
me resignaré á ella. Este es el porvenir de los pa- I 
dres, la ley inmutable que nos rige. Ahora falta so- 
lo el parecer de tu padre, parecer que me alarma 
mucho, porque podría suceder que su cscesivo ca- 
riño hacia lí cerrase sus ojos á la razón ; eslo seria 
cruel para vosotros y muy cruel también para mi, 
querida hija mia.... Mas no aventuremos de este 
modo una opinión, cualquiera que ella sea. Tu pa- 
dre no me ha hablado jamás de sus proyectos res- 
pecto á tí; tal vez no sea de su desagrado la elec- 
ción que de Luis has hecho. De todos modos ánimo, 
hija mia. 

Dejo que supongas, querida amiga, la ansiedad 
en que pasé el resto de la noche y la mañana del si- 
gaienlc día. Por fin sonáronlas doce, hora en que 
habíamos convenido lendria lugar la entrevista de 



Luis ron papá y mamá. Cuando aquel se presentó 
mamá [e hizo pasar á su gabinete, á donde los se- 
guí yo por insinuación de aquella. Desde luego de- 
bió comprender Luis que mamá estaba de nuestra 
parte según la afabilidad con que le recibid. Bien 
pronto pudo si no convencerse de ello, y Heno de 
turbación le dio las gracias haciéndole tas mayores 
protestas, 

Papá babia sido avisado de que quería hablarle 
uno de sus tertulios y dio orden de que pasase á SU 
estudio, en donde se hallaba solo trabajando. 

Aquí comenzó para mi uno angustia doblemente 
terrible. Mi felicidad estaba pendiente en aquel mo- 
mento de los labios de papá, porqué yo amaba á 
Luis con lodo el fuego de mi corazón. 

(Se continuará,!. 
Ilnrlqiielit. 

PASTORELA. 



Ven, zagala herniosa., 
Siéntale á mi lado 
Libre de cuidado. 
Te tengo que hablar. 

¡Av! quiero decirle, 
Preciosa pastora. 
Que no paso un hora 
Sin en ti pensar. 

— Y yo le respondo, 
Zagal amoroso, 
Que tengas reposo 
Si me has de escuchar; 

Pues quiero decirle 
Ames que mas hables, 
Sois lodos mudables 
Y no os lie de amar. 



H«|ell* León. 



MADRID, 1852. 

IMPRENTA DE ». JOSÉ TBÜJII.LO, FIDO, 
Calle de María Cristina número 3. 



Año 



SCíílltl 



do 



Domingo 3 de Octubre Je 1832. 



Número 10. 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFENSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este perióilko sale lodos los domingos; se suscribe en MaJrid en las librerías de Moníer T di Cursis, i i rs. al mes; J fn pri.Mii 
cus 10 rs. por di>s meso* franciídi; |wr», roiiiiiienJ» unalibranta a furor denueslro impresor. d sellosde franqueo. 



I,n mujer ron* i ile niela Imjo la* iti<>i luios perio- 
iU>* f estalla* tic-, mi vida. 

V. 

LA IKTAKCIA, 

Para emitir algunos consejos relalivos á la infan- 
cia rio las hijas es menester anlo ludn hablar de las 
madres, de lossetilimieuios que las animan, da aque- 
lla, lermrra y ciega afición que en ellas despieila la 
naturaleza desde el momento e» que lian visto dor- 
mir dulcemente en su regazo el precioso objeto de 
su entrañable carino, y de fas faltos á que las con- 
duce insensiblemente esa pasión m;il reprimida, ú 
mejor dicho, poco moderada. 

Ninguna mujer hay erné desde los primeros días 
de su hijo no se haya encontrado dispuesta á sacri- 
ficarle los soyos: sus menores sufrimientos la llenan 
de espanto, sos gritos prolongados la arrancan lágri- 
mas; temerosa de todo por el raro y nuevo objeto 
de sus ilusiones, cree ver á rada paso un cambio de 
fortuna y perderle á la menor incomodidad que es- 
nerimenta á sus ojos: arrastrada en la primavera de 
su vida por una emoción tan natural y tan legítima, 
una joven madre no cree que liara en el mundo co- 
sa de que ella deba abstenerse siempre que tenga re- 
lación con su hijo, y al contrario se abandona á ella 
coa entusiasmo; y desgraciado el esposo ó e! verda- 
dero amigo que intente advertirle los inconvenien- 
tes de una ternura tan funesta! A pesar de lodo loa 
mas grandes goces nos son realmente concedidos en 
este mundo á OD proejo que en los mas últimos v 
mas inocentes descubrimos los deberes de mayor 
importancia. El amor que inspira un niño eun lodos 
bs caracteres de la pasión, deba tener en lodo caso 
el selfó de la prudencia; pero una madre no se con- 
tenía sofo coa suur. Las mujeres jóvenes son muy 



poco capaces de conocer todo eslo por sí mismas, ó 
por lo menos de consentir y someterse á ello. La 
mayor parle de ellas reebazaria con enojo o despre- 
cio los consejos ds moderación que se les quisiera 
dan. lima litadas de hallarse tan pura rae ule cohiiio- 
vidas, se persuaden que es una condición esencial de 
su estado entregarse á la turbación que el menor in- 
i'idenle les ocasiona, la cual algunas veces suele ser 
de tal naturaleza que, escedieudo los justos llmíies, 
ellas mismas, que son las mas interesadas, quedan 
en !a imposibilidad de socorrer y conservar el ser 
frágil que les lia sido confiado. El instinto maternal 
es admirable, llena rosi lodos Sus deberes cu. nido se 
halla sostenido por ct li;ibilo de ejercitar su fuerza 
sobre si mismo; pero cuando loman pane las ligere- 
zas de Ja imaginación, ludas las acciones se precipi- 
tan, un sufrimiento vivo las acompaña y las confun- 
de, y se siguen inmensos daños, puesto que se opo- 
ne al cuiuplimieDlo de la misión que la mujer ha re- 
cibido. 

Al contrario, una mujer que se halle perfecta- 
mente convencida de que debe abstenerse de lodo 
aquello que jufgrie perjudicial á las domas cu este 
mismo género do carino cscesivo, y sepa que desde 
las primeras ocasiones, aun aquellas en que parece 
mas natural y mas eseusable el manifestarse débil, 
debe moslrüi* alguna entereza, adquirirá graodís de- 
rechos á la confianza de su marido, que todavía no 
ta conoce del todo, y le probará claramente que lle- 
ne an exacto conocimiento de sus deberes. Grande 
es sin duda el provecho que saca ana mujer de apa- 
recer prudente y animosa delante del compañero de 
su existencia, que no olvida jamás el menor esfuer- 
zo que aquella hizo en honor de la razón. Y no se 
crea que tratamos de colocar el estoicismo en el lo- 



gar que debe ocupar la seasibilidüd maternal: fueran 
en buen hora asi las madres espartanas, pero la* que 
han bebida en las claTas fuentes iJel cristianismo sa- 
ben reflexionar en la inquietud y en la alearía, con- 
tenerse en esa especie de embriaguez que produce el 
amor lilial, y gobernarse en medio del dolor y del 
quebranto, 

Lus cuidados físicos son los primeros i que hay 
que atender en la infama, asi es que las madres de- 
ben procurar el perfecto desarrollo del cuerpo de su 
hijo, no omitiendo ninguno de los medios que cop- 
duzcan á conservarle intacto y sano. Rousseau, que 
• da muy buenos consejos á las madres respecto al ré- 
gimen que deben observar con sus hijus, las cree 
con la obligación soletan C de aumentarlos á SUS pc- 
'cbos; pero teniendo en cuenta que cuando este de- 
licado autor escribía la moda había rolo los Tinentos 
maternales, erigiendo, digámoslo así, en lev necio» 
usos y cosí timbres depravadas que repugnaban a la 
moral y á la naturaleza misma, v que por tanto, 
prescindiendo de todo género de consideraciones, 
tuvo que hablar muy fuerte á fin de que se le eu 
tendiera, nosotras debemos asegurar que hahiendo 
recobrado su imperio los sentimientos naturales no 
es un deber absoluto de las madres el criar ásus hi- 
jos. Nada obliga á una mujer delicada y demasiad!» 
joven á debilitar sin resultado una constitución ya 
enfermiza, y comunicar ¡i su hijo un temperamento 
empobrecido. N'o hay que dudarlo que la larUnriade 
los hijos es el primer placer de la maternidad, v que 
siempre que haya robustez en la madre será muy ron- 
Teniente que esta crie á su hijo; pero en circunstan- 
cias especiales bueno será consultar prudentemente á 
los médicos, al marido y alas personas mas queridas. 
Y cuántas veces por descunocer esto mismo, v por 
seguir en la costumbre de casarse las mujeres dema- 
siado niñas y cuando la naturaleza no se ha desar- 
rollado aun suficientemente, vemos multitud de jo- 
venes madres que después de haber dado á luz el pri- 
mer hijo permanecen en un estado valetudinario, 
que mina su exigencia y las hace incapaces de llenar 
una gran parte de los compromisos contraídos de- 
lante de Dios coa respecto 4 su esposo, á la socie- 
dad y á sí mismas: grave falla que da origen á que, 
lanzada de improviso una joven en la maternidad, 
lleve ¡i ese estado serio é importante alguna cosa de 
los pueriles hábitos de su reciente infancia, y le pa- 
rezca su primor hijo una muñeca viva y confunda 
su primer sentimiento con el placer que encuentra 
en adornarlo y divertirse con &, de! mismo modo , 



que solía hacer con una rosa inanimada en otro 
liempo no muy distante, j cayos recuerdos le son 
tan agradables todavía. Estas aberraciones insensa- 
tas deben ser evitadas cuidadosamente por las jóve- 
nes madres, que revestidas de un carácter especial 
han de meditar atentamente en los grandiosos debe- 
res que se imponen con la recia educación de sus 
hijos. 



A ni i>('i|ii(-iio Iirruiunu Clorlu (■]. 

¿Por qué en mi álbum lias puesto esa corona. 
Que tu entusiasmo por lo bello abona 

Y tu amor fraternal? 

¿No sabes, niña, que ese don divino. 
Ese laurel lan fresco y peregrino 
Sienta en mi frente mal? 

Oh! las coronas guarda esplendorosas, 

Y téjeme una de nevadas rusas 
Que esprese tu candor, 

Y otra de lilas, mirto y tulipanes 
Que la emoción, la dicha y los afanes 
Revele de mi amor. 

Mas no porque tu nombre puro, hermoso. 
Sea un emblema celestial y honroso, 
En coronas fecundo. 
Una me has de ceñir lan esplendente. 
Pues al verla brillar subre mi frente, 
Niña, ¿qué dirá el mundo? 

Esas a! parecer tan lisonjeras 
Coronas de laurel, si tú supieras 
Que son un don fatal, 
Una de Clores me ciñeras bella. 
Que en la modesta sien de una doncella. 
Gloría, no sienta mal. 

Mas esc emblema bello, inmerecido, 
Xo á mis sienes lo anheles ver ceíido 
Sin ganar la victoria, 
Pues que nioria. mi tranquila frente, 
Que en su silencio mudo y elocuente 
Dice al par genio y gloria. 

(1) Esta it!Tiip¡>s¡t¡Lin ha «,iili> f scrit i i cansa de haber tncoD.li 
lio iii [vu álbum una conum de Wturcl inalado con la 5¡guícDl£ in 
er¡ufh>TU Parala frenlc dtMarin, se ia ciño suGlvria, 




Pero no juzgues con error profundo 
Que desprecio los lauros, pues el mundo 
Desde la helada zuna 
Del Norte hasta l.-i austral del Mediodía, 
Gloria, sin vacilar recorrería 
Yo por una corotia. 

Si algún din que uiiru en lontananza 
Veo realizarle mi esperanza, 

Y la suerte importuna 

Que oscurece mi numen, sonriente 
Me favorece, entonces en mi frcnlo 
Tú, Gloria, pondrás una. 

Mas hoy, no porque sea puro, hermoso, 
Tu nombre celestial, emblema honroso 
En coronas fecundo. 
Una me has de ceñir tan esplendente. 
Pues al verla brillar sobre mi frente, 
Niña, qué dirá el mundo) 

Oh! las coronas guarda esplendorosas, 

Y téjeme una de novadas rusas 
Que esprese tu candor, 

Y otra de lilas, mirto y tulipanes, 
Que la emoción, la-dicha y los afanes 
Revele de mi amor. 

ti « r ni verdejo i Darán. 



AMOR AUSENTE. 



Dicen que hay sol, no \n ereo; 
Que existe luna. Iv ¡rjnnro; 
Que hay (lores, ijo no Un reo; 
Que hay risa, \¡u siempre lloro; 
Que liay goces, no ios desto. 
Que iiav pensil, serri inodoro: 
Que hav placeres, dwanéo. 
Si hubiese lanío tesoro, 
No libara la amargura 
Mi corazón angustiado; 
¡Mas qué estrana es mi tristura, 
Si ausente del bien amado 
Todo es llanto y desventura 
Para el pecho enamorado! 



ASDROIlü M U MrEH TE BE DECIDE. 

Ya conocemos á Héctor y Andromaca, el valien- 
te campeón Iroyauo y la duice esposa y madre apa- 
sionada. Todo lo que tenga relación con la suerte de 
estos personajes debe interesarnos mucho, y parti- 
cularmente lo que se refiera á ta sensible Androma- 
ca. Nos hizo llorar su patética despedida, y boy de- 
bemos derramar á raudales el llanto por el desgar- 
rador desconsuelo que se apodera del coraron de !a 
afligida Andromaca por la desastrosa muerte de su 
adorado Hedor. 

En el libro XXII de la lliada de Homero, que 
está sembrado de rasgos enérgicos y decisivos, tie- 
ne luj;ar este interesante episodio, y no podemos 
menos de recomendar á nuestras apreciabtes suscri- 
toras su lectura, puesto que es uno de los mejores 
de todo el poema. Aquilcs ha derrotado á los tróva- 
nos y los ha obligado á encerrarse en Ja ciudad; pe- 
ro Héctor permanece solo fuera de ella aguardando 
á su terrible enemigo; llega Aquiles y el troyano hu- 
ye hacia la llanura, y da tres vueltas á los muros de 
Ilion, perseguido siempre por el griego. El venera- 
ble Príamo y la desventurada Ilécuba suplican á 
Héctor entre en la ciudad: mas el pundonoroso ada- 
lid desoye sus ruegos, presumiendo no fallaría entre 
los tróvanos qnien le llamara algún día cobarde. Jú- 
piter y los dioses todos presencian desde el alto Olim- 
po este grandioso espectáculo, y al fin el padre de 
¡os hombres y de los dioses estendiendo al aire la 
ha lanía de oro pone en ella las fatales suertes de los 
dos guerreros, pero la del valiente Héctor baja bas- 
ta el abismo, quedando su muerte decretada de este 
modo conforme á la voluntad del hado inexorable. 
Minerva entouces lomando el aire y la figuré de 
Deifübo, hermano de Héctor, hace que por medio 
de este engaño se trabe el combale singular, y el 
ardido Héctor es víctima del furor de Aquiles, que 
atándole á su carroza le lleva arrastrando hasta las 
naves de los griegos. Príamo y Ilécuba se quejan de 
su desgracia y (oda la ciudad llórala irreparable pér- 
dida del esforzado caudillo. Entonces fué cuando la 
infortunada Andromaca, que estaba en su palacio 
entretenida en sus labores y mandando preparar el 
baño para el momento en que Héctor volviera tiel 
combale, 

oyó el gemido 

y el lamento que Inste resonaba 

Lacia la torre de Ilion, y todo 

se estremeció su cuerpo. De li mano 



se le cayd en el suelo la naveta, 
v así dijo afligida á sus esclavas: 

«Venid, seguidme dos; vean mis ojos 
que lia sucedido. De iuí suegra escucho 
la dolorida voz, y á mí en el pecho 
el corazón me late y por la Loca 
gal ir anhela i ni llevarme pueden 
las piernas ya: c&laryidad terrible 
á los hijos de Príaiuo amenaza. 
Ojalá que un 1 engañe! pero mucho 
el alma teme que el ligero Aquiles, 
de la ciudad habiéndole corlado 
y dejádole solo, persiguiendo 
va por el llano en rápida carrera 
á mi Héctor, atrevido cu demasía: 
y temo que si llegan á encuntrarse 
al funesto valur que siemjire luvo 
hoy ponga fin. Jamás en las batallas 
Héctor entre la turba confundido 
quiso permanecer de los guerreros; 
que mucho de su hueste adelantado 
solía pelear, y en valentía 
ninguno de los teneros le igualaba. » 

Así les Jijo: y del alcázar regio 
desolada saliendo como tura, 
dentro su pecho el rorazun latía, 
y la siguieron dos de sus esdavai. 
Mas luego que á la torre y á la turba 
de la gente llego, detuvo el paso: 
V desde el muróla llanura toda 
cuidosa registrando, vio á lo lejos 
que de Héctor el cadáver arrastraban 
de Aquiles los caballos corredores 
baria las naves, y en veloz carrera 
le iban despedazando cruelmente. 
Oscura noche de dolor los ojos 
cubrió de la infeliz, y sia sentido 
cayó en tierra de espaldas, y á lo lejos 
de la hermosa cabeza los adornos 
magníficos volaron: la diadema, 
los lazos del prendido, y basta el velo 
con que la hermosa Venus la adornara 
aquel dia feliz ea que coa ella 
Héctor se desposó dentro el palacio 
de Eliou, y Las dádivas nupciales 
la dio también de inestimable precio. 
Y de Héctor las hermanas y cunadas, 
alzándola del sucio, entre sus brazos 
la sostenían aturdida y casi 



moribunda. Por fin en su sentido 
¡enlómenle volvió, y dentro del peche 
ya recogida el alma, y exhalando 
muchos y hondos suspiros dolorosos, 
asi decio, en lágrimas deshecha, 
de todas las matronas rodeada: 

«Héctor! Triste áa mi: Los Jos nacimo: 
con igual desventura: tú aquí en Troya 
y el alcázar de Príamn, yo en Teba 
en el palacio de Etion, mi padre, 
que la vida me dio pura que fuese 
como él desventurada. ¡Hiciera el cíelo 
que nunca él me engendrase! A las oscuras 
regiones de Plulon, bajo la tierra, 
ya desciende lu espíritu afligido; 
v en triste, llanto v en dolor sumida 
me dejas v en viudez dentro tu alcázar, 
y en liurfandad al hijo que nosotros, 
desgraciados los dos, tuvimos. Héctor! 
ay! ya ni lu, pues falleciste, puedes 
á él amparar; ni en lu vejes un dia 
él lu báculo ser. V aun cuando vivo 
se salve de la guerra asoladnra 
de los Aquivos, dolorosos cuitas 
V trabajos le esperan numerosos 
tuda su vida, sicrtpre; y los ágenos 
dueños se liarán de su heredad, mudando 
las lindes á las tierras. Aquel dia 
que un níilo queda huérfano, de todos 
Los de su edad la protección acaha: 
y él, cabizbajo y abatido siempre, 
v cu lágrimas bañadas las Mejillas, 
y pobre, y sin poder, á los amigos 
de su padre importuna; y vergonzosi 
por'la túnica al uno y por el maulo 
tirando al otro, su favor implora, 
V si alguno tal vez se compadece 
de su horfandaJ, y copa reducida 
le alarga desdeñoso, solo el labio 
riega el agua sediento, y la garganta 
á humedecer no llega. Y del convite 
otro, á quien vive el padre, con desprecio 
le despide poniéndole las manos 
y diciéndole en voces injuriosas: 
Sal de aquí, miserable, pues no tienes 
padre que con nosotros al convite 
pueda asistir á escole: y el muchacho 
loma lloroso de su madre viuda 
á la humilde morada. Asi algún dia 
volverá mi Astiaiíacle, que hasta ahora, 




sentado en las rodillas de su padre 

de la médula blanda de los huesos 

y la rarue mas tierna y delicada 

de la oveja cumia. Y si rendido 

le liahia e] dulce sueño v fatigado 

estaba de sus juegos inocentes, 

en mullidos cogines descansaba 

y suntuoso lecho entre los brazos 

de su nodriza, el corazón alegre. 

Pero desde este dia ¡cuántas penas, 

de su padre faltándole el amparo, 

padecerá Así ta nade, á quien llamaban 

los tróvanos asi, porque tusólo 

sus puertas j sus muros defendías! 

Y adora á tí en las naves de la Grecia, 

lejos de tu familia, roedores 

gusanos comerán cuando los perros 

Fiayan despedazad» tu cadáver 

desnudo, aunque tan ricas vestiduras 

que I us tieles esclavas han tejido 

quedan en tu palacio. Al fuego todas 

yo las arrojaré, pues ya de nada 

pueden aprovecharte, y sepultado 

con el!as no has de ser; pero á io menos, 

á vista de tróvanos y Iroyaaas, 

honrarán tu memoria ruando ardieren. 
Así vertiendo lágrimas decía 

Andrómaca infeliz, y las matronas 

en el [lauto y dolor la acompañaban ( 1 '. 

Este episodio es de un mérito estraordinario. y 
de ninguna manera nos hubiera sido fáeil dar una 
idea exacta de él sin transcribirlo por completo: lo- 
do !o cual nos sirve de escusa si consideramos sus 
grandes dimensiones y la brevedad de nuestro pe- 
riódico. 

Los sentimientos puros j generosos que brotan 
del corazón de la mejor de las madres y de las es- 
posas nos hacen derramar dulce llanto. La agitación 
de Andrómaca al oír el ruido espantoso que resona- 
ba hacia ia torre de Ilion, el caérsele al suelo la na- 
veta, demuestran el conLÍnuo sobresalto y fundados 
temores de que se hallaba poseída la desgraciada 
princesa: j los negros presentimientos con que sale 
de su alcázar, registra desde el muro toda la llanu- 
ra, y presencia el doloroso espectáculo del cadáver 
de su marido, sujeto á la carroza del furibundo 
Aquiles, nos hacen acompañarla en su dolor, se- | 
guirla por todas parles y asistirla, transido el pecho 
de quebranto, al angustioso desmayo con que ha 
(!) Ln lliada do Homero, traducida par D. J. G. tlcnnesiltu. 



caido de espaldas huyendo de su hermosa cabeza los 
magníficos adornos, la diadema y hasta el velo ron 
que Venus la engalanara el dia feliz de sus bodas 
coa el ya finado Héctor. 

La congoja no nos deja respirar durante este fu- 
nesto pasage, después del cual, reanimada mi lanío 
por los cuidados de sus hermanas y cuñadas, la oí- 
mos, cubierto el corazón de abatimiento y tristeza, 
aquel inimitable discurso en que exhalando suspi- 
ros dolorosos esclama; 

Héctor! triste de mi! Lo; dos nacimos 
con igual desventura. 

Ah! con cuánta espresion se queja la infeliz An- 
drómaca del rigor de su fortuna. Todo él está sem- 
brado de tristes recuerdos v de presagios lamenta- 
bles. Es el mas bello modelo de los sentimientos que 
dominan el lacerado corazón de una esposa, de una 
viuda y de una madre. Homero venció en este pasa, 
ge á la naturaleza; y si hubiéramos de hacer obser- 
vaciones sobre cada una de sus grandes bellezas se-* 
ria necesario reproducirte palabra por palabra, por- 
que aquí ni una ¡dea sobra, ni se puede espresar un 
pensamiento con mas concisión y energía que la que 
usa e! inmortal vate. Sin embargo, recomendándola 
repelida lectura de este elegante v sentimental dis- 
curso llamaremos muy particularmente la atención 
acerca de aquel grandioso cuadro en que Homero 
venciéndose á sí mismo representa con exactitud la 
desgracia que cae sobre los débiles nombras de un 
niño á quien ha faltado el apoyo paternal. Ya no 
queda en el mundo para esta infeliz criatura sino 
mal tratamiento y desprecio; so'o le resta el consue- 
lo de sus lágrimas. Este sublime cuadro de horfan— 
dad y de infortunio es sorprendente, no alcanzan á 
él los elegios, no se puede hacer ver por partes, por- 
que lo bello se siente, se admira pero no se analiza 
jamás. Esta magnífica pintur.i tacando las fibras mas 
delicadas y sensibles del corazun humano nos hace 
verter dulce y abundante llanto. 

Cecilia (.nn:nlfr. 



t-mzi ; w^j-M 

;topos pisados v tiempos presentes. 

a : . ... .:: \ ¡ :;.. 

CASTA QUINTA. 

(coxcLrvr;. ) 
Como media hora permanecieron amhos encer- 
rados, durante cuyo tiempo mamá no ceso de ani- 
marme con su palabra. Xo sé porqué un vago pre- 



sentimiento me hacia temer por el resultado (lela 
entrevistare Luís. 

— V bien? lo dije íi este luego que se presento' 
en el gabinete de mamá. 

— V bien"? le prrgtifiliS mamá casi al mismo 
tiempo qtii* yo. 

— V bien, señorita, v bien , se ñora , replicó él 
dirigiéndose á las dos alternativamente, nuestra es- 
trella es ■mahí! 

— CiinniT esrlumé >¡n poderme contener v levan- 
tándome del asiento. ¡.Qué decís? 

—Digo que rueslro padre se ha negado con la 
mayor políl ica del mundo, ron un sin número de 
argumentos que ni parecer califica como la rosa mas 
lúgiéa del luinido. 

Mamá se ¡libia ido acerrando á mí á medida 
que Luis hablaba; si» duda comprendió que ¡Im á 
necesitar de su apoyo'. Asi fué; al tomarme la tnn- 
no me fleje 1 caer en stis brazos toda nrongojada y 
tcmhiaTidi), No podía nienirme ,i la idea de tener 
rjne renunciar ni ¡irnor de Luis, (labia es verdad le- 
niído «¡¡ilirr la opinión de papá, mas no babia podi- 
do precaverme contra sus efectos. El corazón pare- 
cía querérseme salir del pecho y mis labios un po- 
dían dejar salida á mis palabras. Era lan grande la 
angustia (¡ue experimentaba que el mismo Luis' se 
olvidó de su situación, no menos triste que la mia, 
y- aeiidiA en mi auxilio, Después de algunos momen- 
tos pode respirar con alguna mas libertad, pude ha- 
cerme superior á mi dolor. Había llorado y el llan- 
to me oIímo, 

— ¡Pero, caballero, esetamo mamá rompiendo 
nuestro silencio . ;. mi marido se ha negado abierta- 
mente ¡i lodo I Xo os ha dado ninguna esperanza? 

— Señora, contra Indo lo que yo me prometía, 
me rechaza completamente j contra lo que pensaba, 
la coilicia corrompe lo mismo el corazón del pobre 
que el del rico, con solo la diferencia de que cada 
cual codicia respectivamente. — Caballero, me lia d¡- 
cho vuestro marido, lie oidohablardc vosconelugiu, 
sé que sois un hombre bonrado y de juicio, pero esto 
no basta; yo necesito algo mas para mi hija.,— Bien, 
yo soy un artista . le contesté ; tengo una reputarían 
que me honra y que me proporciona los medios de 
subsistir, sino con ostentarían con desahogo. Este es 
lodo mi patrimonio, es cierto , pero con él y con el 
cariño que profeso ¡i vuestra hija me sobra para ha- 
cer su felicidad. 1 — lie dirho que no me bástanla 
honradez y el juicio, y ahora agrego que tampoco 
un arte me satisface, ¿Ignoro vo por ventura cual 



lia sido y es la snertc tte ios genios? Podría citaros 
muchos de entre ellos que han muerto de hambre. 
— Semejante esplii'aeíon , señora . continuo Luis 
dirigiéndose a mamá, lejus de intimidarme me in- 
fundió nuevo brio, y justamente indignado: — Se- 
gún eso , caballero, le dije, lo que vos deseáis, lo 
que vos necesitáis v lo que Únicamente podréis acep- 
tar para vuestra hija es nn hombre que aun cuando 
no la ame , que aun cuando mas tarde la exponga 
con su indiferencia ¡i I» desgracia , pueda ofrecerle 
una fortuna. ;.Xo es asi'í— No precisamente así; si 
ios tuvieseis esa fortuna os preferida á cualquier 
otro hombre por vuestro juicio y honradez, y si no 
tuvieseis utas que la fortuna y carecieseis de las oirás 
dos prendas morales no os la daría jamás. Yaque 
no llenáis Indas las condiciones que podrían hacer- 
me abriros les brazos v llamaros mi hijo, procurad 
desechar esa pasión. Por otro lado sois todavía de- 
masiado joven para esclavizaros. Desde luego vos, 
boa vuestros pinceles, con vuestros sueños do glo- 
ria, podréis mas fácilmente olvidar utt amor que 
aun no tiene muy hondas las raices, y á favor de 
cuyo olvido eslán también vuestros pocos años. Por 
mi parle yo cuidaré de que seáis olvidado, — De mo- 
do que habré de renunciar ,i la felicidad ron que lie 
soñado; habré de matar mi corazón y destruir mi 
porvenir, porque sin el amor de vuestra hija todo 
acaba para mí desde este monten!»! Obi caballero, 
vos no me estáis hablando con el corazón, vos no 
podéis confundiros con esa familia de padres avaros 
que sacrifican á la codicia la felicidad de sus hijas; 
ios no podéis ser un miserable sin corasen, sin prin- 
cipios, y snbrc ludo sin amor hacia vuestra hija! 
t)s chanceáis sin duda; habéis querido probar mi pa- 
ciencia, habéis querido medir mi dignidad hacién- 
doos por un mámenlo de unas ideas que rechazareis 
en el fondo de vuestra conciencia. Oh! sí ; el hom- 
bre rc< lo , id padre de talento y que ama i su hija 
entrañablemente, ni mas ni menos que como vos la 
amáis, se subleva contra la ruindad de una doctri- 
na semejante; « El oro y sirmjjre el oro.» El oro no 
es la felicidad; el oro suele ser el vicio, el embrute- 
cimiento; el oro puede hacer enfriar el amor mas su- 
bido de panto, porque con el oro puede haber 
tina persona intermedia que lo desfruya. El oro y 
siempre el oro en los matrimonios no es !a felicidad 
del alma sino la de la ostentación, y por mucho que 
á esta se la atienda, ni la mujer ni el hombre viven 
como vivir debieran si falta aquella,— Basta, caba- 
llero, basta. Pío me he chanceado; os he abierto mi 




corazón, esto es lodo. Tened entendido que yo no 
os be confiado mis opiniones para que filosoféis 
acerca de ellas, sino para que las respetéis como una 
propiedad que son. Me habéis hecho perder un tiera- 
precioso , porque desde luego debisteis conocer que 



de mi casa; os quiero como un hijo y no padria ha- 
cerlo aunque lo intentara; ¡o que, únicamente hago 
es deciros: «Luis, conviene que probemos si basta 
la razón para disuadir á mi marido; [tara esto se ha- 
ce necesario que os Impongáis el sacrificio de aban- 



no soy hombre que lo malgaste en bromas ni juegos, donar por míos días esta casa." Errada ó no ¡a prue- 
Después de lodo, caballero, es necesario, mejor di- 
cho, yo os mando que os retiréis para siempre de 
esta casa y procuréis con entera fé olvidar el amor 
que mi hija os lia inspirado. 

— Diciendo así, continuó Luis, cuyas facciones 
estaban horriblemente alteradas, me hizo un peque- 
ño saludo con la cabeza como para significarme que 
estaba de mas allí. 

Después de eslo hubo un momento terrible pa- 
ra los tres, mi querida María. Luis se hahia dejado 
caer sobre una silla agobiado por el dolor; estaba 
pálido, con los labios cárdenos v la mirada vaga, 
incierta. Mamá que hahia vuelio á apoderarse de mi 
mano, temblaba como si estuviese poseída dei frío 



ha, de Lodos modos, Luis, tenéis mi cariño y pro- 
tección. \o un puedo sacrificar á su capricho la fe- 
licidad de mí hija. Volveos á vuestro estudio; tra- 
bajad con fié, con entusiasmo, haceos enteramente 
célebre, mientras mi hija y ¥0 procuramos, haceros 
enteramente feliz. 

— Pero, madre niia, eselamé echándome en sus 
brazos y bañando con mis lágrimas su rostro, re- 
flexionad lo que decís; ved que mandáis á Litis que 
no vuelva á verme! Ab! no, madre mía, esto no 
puede ser. Queréis que renunciemos á la felicidad 
de vernos! Imposible, madre mia, imposible! 

— Imposible no; duro sí. Pero vamos, hija mia, 
;no es mejor padecer por unos cuantos días que es- 



de ía calentura y paseaba su mirada por mi rostro, ponerse á perder enteramente la esperanza? 

del cual se desprendía un torréale de lágrimas. Nin- — Ab! señora, esclamú Luis, el sacrificio que, 



guno de los tres hablaba, ninguno de los tres podía 
con el peso de su dolor. Hay dolores que ellos solos 
se esplican, que se traducen por una mirada, por 
un aiieman, por una sola palabra escapada al acaso. 
De es!a clase era el nuestro, que se prolongaba cada 
vez raas, ¿Quién hallaba palabras que decir, quién 
encontraba consuelos que prodigar? Imposible! Don- 
de lodos padecen lodos necesitan, unos mas y oíros 
menos, de un corazón que eslé tranquilo, de un 
corazón foerle. ¿Donde hallarlo? Mamá fué de tos 
tres la que primero se hizo superior á la sorpresa y 
al dolor. 

— Luis, esclamó, yo os ofrecería á entrambos mi 
mediación para con mi marido, pero es inútil; es in- 
exorable y no me oiría, no me concedería mas que 
lo que os ha concedido á vos. En vano le haría re- 
flexiones, cr. vano trataría de probarle su error; na- 
da le convencería. Le hablaría de su hija, le pintaría 
la infelicidad á que puede reducirla, y no me cree- 
ría, no me baria mas caso que á un niño. Es bueno, 
es cariñoso, pero incorregible en sus principios, á 
los cuales se adhiere como ¡a yedra á las grietas de 
las murallas. Dejémosle solo con sus ideas; tal vez 
con la ayuda de su razón logre conocer su error y 
se arrepienta de él. Para esto es necesario que vos 
os decidáis á no poneros en su presencia; haced este 
sacrificio, Luis, por vuestra felicidad y la de mi h¡- j 
ja, y también por la mia propia. Yo no os despido ] 



nos imponéis es tan duro! 

— Lo ?é, caballero; mas os aseguro en cambio de 
él, que mas tarde vuestra felicidad será completa. 
Promeledmc hacer cuanto yo os diga. 

Luis me consultó con una mirada la respuesta. 

— Está bien! madre mia. me apresuré á replicar. 
Xos ponemos en un todo bajo vuestra protección, 
pero en la seguridad de que no defraudareis nuestra 
esperanza, porque defraudaríais ei sosiego y la Ten- 
tura de nuestra existencia, 

— Abrazadine, ¡lijos míos, esclamó mamá ane- 
gados en lágrimas los ojos y tendiéndonos los brazos. 
Sois buenos, os amáis de Iodo corazón y con noble- 
za; Dios se pondrá de vuestra parle. 

Asi concluyó la mañana de aquel dia, mi queri- 
da amiga, y asi también concluye esta mi carta. 

Adiós pues, mi querida María, mí antigua com- 
pañera; confia siempre en el cariño que te profesa 

lii i i((iu-(,: . 



n:-;ü í ■ -'i*- 



A LA MEMORIA DE MI QUERIDA HERMANA 

DOÑA INÉS DEL VALLE W. PALMA. 

Pálida flor acongojada y triíle, 
Yo vengo á suspirar sobre tu tumba, 
Y si mi pecho tu dolor resiste 



Es fuerza, sí, que á sil dolor sucumba. 

Yo soy (u hermana y á la par lu amiga, 
Porque mi tierno ruraion le llora 

Y mi ütru.i pura sin cesar me obliga 
A recordarle siempre seductora. 

Yo mis lágrimas vengo irislcntcnlc 
Aquí á verter subre lu tumba Tria, 
Porque te amaba con amor ardiente 

Y ahora le lloro con tristeza impía. 

Qué triste es ver como la flor lozana 
Que hace de su belleza grato alarde. 
Si comienza á vivir por la mañana 
La mué i le le deshoja por la tarde. 

Asi en tu vida, cariñosa hermana, 
Hiciste apenas de lu gracia alarde: 
Naciste bella ilor por la mañana 

Y del tullo caíste por la larde. 

Clara del I alie, 

■ *,» J,M !=**«* 

Js.v PLL'iu-uonnEu. — Doíia Antonia es una ma- 
má viuda de cincucula años que tiene una bija, liu- 
dísima de quince abriles. Duna Antonia sufrió mucho 
en su matrimonio y ha jurado que su bija ni se ca- 
sará ni tendrá relaciones con ningún joven basta 
que ella no desaparezca de la tierra, y lia logrado eu 
efecto que ningún pretendiente pise su casa bajo 
ningún prelcsto, Sin emhaspo un scmi-paricnlc de 
ella logró, haciéndase el indiferente, penetrar con 
frecuencia en la casa, y á la que parece sacar mas 
partido que otros. El tal joven tenia entre oirás ha- 
bilidades la de componer delicadamente plumas par» 
Eos dientes, de las cuales regalaba muy á menudo á 
la bija de duna Antonia. "Quiero, le dijo ayer esta, 
que me traiga un par de plumas, que todo no ba de 
ser para Serafina, ■ Inútil es decir que el joven se 
apresuró a satisfacer el deseo de la vieja, á la som- 
bra del cual regaló laminen otras plumas á la niña. 
¡Hola! dijo la vieja examinando el interior de una de 
Jas plumas: «aquí bay una sustancia que no se pa- 
rece á la que comunmente llena el canon de las plu- 
mas.) , y mientras el joven, colorado como la grana, 
cambiaba una mirada de pesar con Serafina, que se 
ponía pálida eoiuo la cera, sacó con un alfiler la sus- 
tancia mencionada, que no era otra cosa sino un b¡- 
llelíto amoroso á Serafina, El pretendiente había 
equivocado los machos de plumas, dando á la vieja 
el que debía irá manos de su bija. Dos minutos des- 



pués salía á cajas destempladas, jurando que habüt 
dicho una tremenda verdad el primero que aseguró 
que el diablo era diablo porque era viejo. 



Parece que el miércoles 2Í> salió de esta corte 
en el correo de Cádiz la Matilde Diez, que al lio se ha 
decidido á pasar á la Habana, 

Según dicen de esta última cuidad, la eminente 
actriz hará su primera salida en el tiran Teatro de 
Tacón con el hermoso drama de Rubí, ¿tarrascas del 
corase», 



-^►^M-r-fr***** 



ADVERTENCIA, 

Rogamos á nuestras «preciables suscritoras do 
provincias <le los punios en que no tenemos corres- 
ponsales, se sirvan remitirnos el importe de la sus- 
cricíon vencida, por medio de uua libranza sobre 
Correos, 



ANUNCIOS, 



líiiuii Polonia Sjui*. dentista ile cámara de. 6 » A. II,, 

li'Valulaii.i [i, ■ i l.i .h ;n¡ ¡,l ili' iiichIícii:i y ririijiri fii l.t 

universidad de Valencia, con Ututo espedido por el nii- 
nlslerin di tnslmcclon y libras pública», y rehabilitada 
nurS, M. para poder ejercer toda clase üe operaciones en 
Ja boca, las que ejecuta con la prontitud y esmero que la 
tienen acreditada, haciendo Inda clase de operaciones i >■- 

hu»ada> pur i, Mus |.i"[''>'iii'-. i'ntm puede ;n i ilil.i r. pui»s 
licué un catálogo de ellas que por espacio de un año ha 
recocido para hacer rallar a muchos ijue lian halado de 
desacreditarla: por cuya razón todas las personas que han 
sido operadas se iiati servido dejar sus nombres y ias se- 
ñas de se habitación, las que csláti prontas á hacer una 
reseña de su.» padecí mico los. * ¡i.- los pioiesores ijii- 1 se 
han llegado á olías; eo la i lili- licencia lie que cuantas cu- 
ras ha hecho y pueda hacer es coa la emolí* ion de no ad- 
mitir estipendio alguno ca»u tino u<> sea curado radical- 
mente. 

También pone dientes sueltos, y hasta dentaduras en- 
teras, con muelle A sin ellos, con. soldadura «i stn ella, por 
el método inglesó americano. I.os dientes se ponen desde 
il"Sduii>- hasta ilñv i sms : las Im'-as á precios convencio- 
nales, Advii Herido i|ue en dicho establecimiento <•'• se po- 
neo dientes de mailil. huesit, nido caballo marino, por 
ser sustancies que en cnanto perciben humedad sevuelven 
ne¡tros. y se r r aranli/ati las obras por Insanos que quieran, 
diiohieiidn el dinero el día i[ne dichos dientes cambien 
da color, limpia la boceen el coi lo tiempo tfu diei mi- 
nutos; asegura los dientes que se numen, caso irac no sea 
mas que por la flojedad de las encías, pues licué el etisir 
del Dr. Cristian, mía ademas de blanquear los dientes 
fortalece las encías, poniéndolas at abrigo de toda iulla- 
marión y del comtpluuso. escorbuto- 
Empasta las muelas con plomo, piala, platino ú oro. 
Las extracciones son de dientes, muelas, riitinilloS j sohee- 
colniilhis, raigones y demás hurtos cariados, Viic calle 
del Carmen, uúin, ai. cuarto 3t 

> 



MADRID, t83á. 

DfPRE\T.V BE U. jn<SF TUUIJI T/>. Hilo, 

Culle de MariaOrisiini número 8. 



Ano segunda 



Domingo 10 de Octubre de 1832. 



Número 1 1 , 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 
DEFENSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SÜ SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este períiidu-o sale indos los domingos; se suscribe en Madrid en lú= libréelas de Mooíer y de Cue.-la. & i rs. al mes; y en provin- 
cias ID rs, por das meses franco de parte, remitiendo unalibranca 1 favor de nuestro impresor, <í sellos de írani]ueu. 



TALENTO, CIEXCIA Y GLORIA- 

A! nacer el hi>mbre contrae para con sus 
semejantes l.i sagrada obligación de colocar 
ilurarii. so vida una piedra por lo menos en 
la grande obra de la civilización sociel. 
(£a se fiora Jíassanés.) 

Triste es pasar la vida á la manera de una exha- 
lación, que si luce un punto en el espacio desapare- 
ce sin dejar en pos de si la menor huella. Triste es 
pensar que 1111 ser cuva alma lan avanzados pensa- 
mientos abriga, y que tan atrevidas empresas llevara 
;i cabo á dejarse guiar de su voluntad, yacerá algún 
día entre el polvo, y el caminante que huelle sus 
cenizas podrá apenas leer sobre la losa de su sepul- 
cro su nombre, casi borrado por el trascurso de los 
siglos. 

Tal liemos reflexionado mil veces, y ¿quién no 
habrá pensado otro tanto? ¿qué ser, por ignorante, 
por insensible que sea, al oir relatar hechos intere- 
santes y heroicos cuyos autores legaron su nombre 
á ia posteridad, no ha sentido arder en su pedio sed 
insaciable de renombre y gloria? El talento es el úni- 
co camino que puede conducirá la mujer al lempio 
de la fama; pero esa senda es inculta y áspera, y ne- 
cesita allanarse por medio de la ciencia para poder 
alcanzar el ideal encantador de la gloria. Muchas han 
sido las mujeres que lo han conseguido, á pesar de 
no desconocer Jas inmensas ventajas que sobre nos- 
otras tienen Jos hombres, gracias no á sus luces, que 
en manera alguna juzgamos superiores á las del sexo 
débil, y si únicamente á la ilustración que su edu- 
cación les proporciona, al desarrollo que por este 
medio reciben sus facultades intelectuales, y á otras 
mil causas liarlo conocidas. Y á pesar de esto, ¿cuán- 
tos ingenios femeniles cuentan todas las naciones, ÍO 



mismo en la república de las ciencias que en la de 
las artes? Atendidas las precedentes razones, no fal- 
tan mujeres que dicen que el lamenlable descuido 
con que el sexo fuerte ha mirado los adelantos del 
débil en ¡a carrera de la gloria, nace de que agre- 
gándose la ilustración á las irresistibles armas con 
que la naturaleza dotara á la mujer, se verían Los 
hombres siempre subyugados y vencidos. En honor 
de la verdad debemos confesar que nosotras no cree- 
mos hayan hecho nunca esos señores un estudio de 
luí pt'p-judiual abandono, y que este otas bien pro- 
viene de una costumhre inveterada desde tiempo in- 
memorial, de la ignorancia de las razas primitivas, 
de las ocupaciones domésiieas que llenan todas nues- 
tras horas, de la debilidad de nuestra naturaleza, 
etc. ele. Porque no podemos desconocer que si la 
ridicula preocupación de que la ilustración es super- 
fina para la mujer existe todavía, ha perdido las 
colosales proporciones que en oiro tiempo ostentara. 
Ahora se crítica á jas escritoras, se las mira con 
prevención, principalmente por los ignorantes, pero 
lejos de oprimir sus tálenlos y de declararles uoa 
guerra abierta, se les proporciona medios de desar- 
rollarlos y se les presta apoyo. 

Si en época no muy lejana las mujeres hubieran 
fundado periódicos, y escrito comedias y novelas, 
solo Dios con su inmenso poder hubiera podido li- 
brarlas del anatema general, Se las hubiera califica- 
do de locas, bubiéranse recogido sus obras, y las 
fatales autoras de tan nefandos escritos, relegadas á 
hilar lana y hacer cálcela eu el último rincón del ho- 
gar doméslico, hubieran tenido tiempo sobrado para 
llorar con las lágrimas del mas sincero arrepenti- 
miento tamaño desacato, Y no se crea que esto es 
exageración, pues nuestras mamas han conocido esa 



época, y la lian alcanzado todavía algunas de las li- 
terales que son harto conocidas del público. Hoy 
gracias al cielo y al siglo de las lores podemos con- 
signar en el papel nuestros gustos é inclinaciones, 
nueslros goces y pesares, y pudiéramos si los dotes 
del ps¡iír¡tii bastaran para ello dar inmortales obras 
á la posteridad. ¡Cuánto deberían sufrir nuestras 
antecesoras coando, sin saber apenas mal leer y es- 
cribir, se veian precisadas á sofocar en el alma los 
gérmenes del genio, la inspiración y las sensaciones 
que hoy vertemos nosotras en raudales de poesía] 
;Loor ;"i los hombres de este siglo, que lian aligera- 
do con su justa indulgencia una de las cien cadenas 
que oprimen á la mujer! 

No dirán esos señores que no somos francas, ni 



por la ignorancia, y como una consecuencia precisa 
dominado por las pasiones. Palpitantes ejemplos que 
ban dado los multados mas Funestos pudiera aducir 
en pro de esla triste verdad: pero los omito, pues 
harto por desgrana la confirman los que se repro- 
ducen todos los dias. ¡Cuántas mujeres debiendo á 
la naturaleza un despejado entendimiento, cuando se 
ven al frente de una casa, cuando tienen marida que 
complacer, lujos que educar, criados que dirigir, y 
una familia en lin que gobernar con rectitud, des- 
atienden sus mas sagradas obligaciones y mal em- 
plean su talento por no haberlo sabido dirigir por 
medio de una sólida instrucción! 

Todos los hombres malvados que infestan lo so- 
ciedad, todas esas mujeres perversas que maldicen 



q l.'fendemos las cosas por un apasionado espíritu I so existencia, y lodos los seres desgraciados que 

de partido: ñus gusta confesarnos vencidas coando 
las circunstancias lo exigen, y administrar justicia 
sin ningún género <!e parcialidad. Y bien mirado, 
¿qué razón habría para que se prohibieran nuestros 
escritos, cuando (as máximas que en etlus vertemos, 
esas máximas que nuestras madres han grabado en 
nuestros corazones, son sanas v inórales, v cuando 
los hombres de esta época van comprendiendo, aun- 
que lentamente, las ventajas que la ilustración del 
bello sexo debe reportar á la seriedad? Antes de mu- 
cho esperamos verlos completamente convencidos de 
una verdad tan conocida como innegable, pues las 
preocupaciones, por bien cimentadas que estén, mas 
larde ó mas temprano ¡laquean por su base y se der- 
rumban al fin, porque lo que reprueba la razón no 
puede ser eterno. ¿Y qué argumento lógico pudieran 
tampoco aducir los hombres para prollar que las ca- 
bezas adornadas de sedosas trenzas y ondulantes ri- 
zos no pueden estar tan bien organizadas como esas 
orgullosas testas donde, campean mutiladas melenas, 
cerradas barbas y retorcidos bigotes? Ninguno, nin- 
guno en verdad. Sentado pues este principio, ¿como 
era posible que al haber andado la milad de su car- 
rera el siglo en el cual como por encanto se destru- 
yen todo género de preocupaciones, permaneciese 
en pié la tan absurda como manoseada de que la mu- 
jer no necesita ilnstraciun? ¿Quién será capar de des- 
conocer la saludable induencia que ejerce en cuan- 
tos la rodean una mujerde cultivado tálenlo? ¿Y tjuJéfl 
no sabe los irreparables perjuicios que una ignoran- 
te puede acarrear á su familia? El talento, que bien 
dirigido.por la razón y el saber es un germen fecun- 
da de bienes incalculables, puede trocarse en un ma- 
nantial inagotable de Tíneno cuantío está oscurecido 



culpan de sus desdichas al destino, si examinaran á 
fon do la causa de donde provienen sus desastres la 
encontrarían generalmente en tas falsas creencias y 
absurdos errores sobre que se cimenló su ediuaiirm, 
y en la torcida dirección i|iie dieron á sus inclinacio- 
nes. Nosotras estamos firmemente convencidas de 
que la ignorancia es uno de Jns gérmenes de donde 
nacen los males que afligen y degradan á la socie- 
dad. Por eso no nos cansaremos de repetir que la 
mujer debe cultivar su talento si no quiere ser un 
mueble inútil y desapercibido, ya que no perjudicial; 
pues aun cuando no trnga matas inclinaciones para 
emplearlas en daño de sus semejantes, morirá como 
lia lívido, ignorada del mundo, sin cumplir con la 
obligación que todos tenemos de contribuir de algún 
modo ai bien general. La que por el contrario pro- 
cura desarrollar sus buenas disposiciones, no solo es 
para su familia un ohjeto de venerarion y carino, 
sino que elevándose en alas de su genio puede aproxi- 
marse á la divinidad, difundir por todas partes como 
un astro brillante los destellos divinos del saber, y 
dar un nombre inmortal ;l la historia. 

Los diamantes y las perlas qoc enriquecen la co- 
rona de Isabel ti no ocuparían tan distinguido lugar 
si no los hubieran despojado de su rústica corteza. 
Del mismo modo una mujer de talento inculto nun- 
ca será mas que un diamante en el centro de la 
tierra, una perla en el fondo de los mares. Una des- 
graciada esperiencia me lo está claramente demos- 
trando. Yo que sobreponiéndome á mi* escasas lu- 
ces salgo á la palestra sin nemas ni esperanzas de 
vencer; yo que no lie recibido una educación litera- 
ria, y he pasado mi niftez en un colegio y mi ado» 
fescencia en el oscuro rincón de una provincia; yo 









Je quien padres ni maestros soñaron jamás que en- 
lazaría dos consonantes, ni que algún día tal vez 
sostendría el palenque en la arena literaria, veo con 
dolor que todas !as producciones que (con un atre- 
vimiento inaudito) ofrezco al público, se resienten 
de esa falta de ilustración que es el alma y la base 
déla literatura: porque es preciso confesar que pa- 
ra aproximarse algún tanto á la perfección !as obras 
de la naturaleza deben ser modeladas por los cince- 
les de la ciencia y del arte. Animo pues, aplicación 
y esperanza; si debisteis al cielo un despejado talen- 
to adquirid ciencia y alcanzareis gloria. 

Haría v<rdr|D j Darán, 






»*+*•&{ yfrHnn 



A LA MUERTE DEL MJOCE DE BAILEX. 



España! la nación de los valientes, 
Las de las 1 i Jes de feliz memoria, 
La de las nobles y aguerridas gentes, 
(}uc eterna hirieron de laurel la historia; 
Donde se alzaron valerosas frentes 
Al grito de conquista y de victoria. 
Dando cada matrona hijos guerreros. 
Firmes de corazón, fuertes de aceros. 

La patria de Gonzalo y de Cervantes, 
De Hernán Corles, Fizarros y Padilla: 
La de tantos guerreros que triunfantes 
Se alzaron de Aragón y de Castilla; 
La de aquellos que hirieren arrogantes 
Doblar á otras naciones la rodilla 
Bajo la enseña pura y religiosa 
De la grande Isabel, la virtuosa.... 

Despierta, bella reina, J de ese lecho 
Abandonando la marmórea fria 
Contempla otra Isabel de tierno pecho. 
Como el tuvo lo fué cuando ¡alia. 
También ella grabó con mas de un hecho 
Dulces recuerdos en la patria mia, 

Y es hija digna de tu estirpe pura 
En valor, en nobleza y hermosura. 

Ay! contempla también esos crespones 
Con que hoy se adorna la nación guerrera, 

Y el dolor de tos fieles corazones 

Al ver un noble por la vez postrera, 
Ese que fué el terror de otras naciones 
En su iriuntinle y sin igual carrera, 



Hoy le rinde á la muerte su tributo 
Vistiendo á España de tristeza y lulo.... 

;Oh nuble anciano de nevada frente! 
Conserva el sueno de eternal reposo, 
Mientras le adama la nación doliente 
Por el héroe de España victorioso. 
Tú fuiste el genio de mirada ardiente 
Que combatió de Francia el gran coloso, 
Haciéndole probar que nuestra España 
No se rinde al furor de gente estraña. 

Descansa en paz! mientras derrama el llanto 
Esta noble nación ;'t tu memoria: 
Descansa en paz! y nuestro fiel quebranto 
\o te interrumpa en tu segunda gloria; 
Descansa en paz! y de mi ardiente canto 
Haré leve escabel para tu historia, 
Que ha de contar el mundo venidero 
Como asombro y blasón del pueblo ibero. 

HokHI» l.can, 



■ - i • yt'xi 



MITOLOGÍA. 

IV. 

Vamos á continuar la historia de Júpiter, de ese 
dios á quien se rindió un culto universal aunque 
bajo distintos nombres, de los cuales ligeramente 
vamos á ocuparnos. Se dio á Júpiter el nombre de 
Júpiter Aman, que en griego significa arenan, por- 
que paseándose líaco por los estensos arenales de la 
Arabia esle dios del vino ardia en sed de agua, pues 
su licor predilecto no era suficiente á mitigar el ar- 
dor del abrasado pecho. Vanos son sus esfuerzos pa- 
ra hallar una gota con que humedecer los secos la- 
bios; el calor le abruma, y la angustia y desfalleció 
miento se apoderan de su corazón, arde la encendi- 
da sangre y sus piernas comienzan á doblarse. Pero 
compadecido Júpiter del deplorable estado de su 
compañero de mansión, se le aparece bajo la esbel- 
ta forma de un ligero ciervo, que escarbando en la 
arena con su ligera y nerviosa mano hace brotar un 
manantial dulce y abundante; arrojase á él Baco, y 
después de apagar su devóríidora sed con las Frescas 
aguas, haré la promesa de levantar un suntuoso 
templo en el mismo silio donde recibiera lanínmen- 
so beneficio. En liorna se le adoraba bajo el nom- 
bre de Júpiter Stutor, derivado de la voz latina jfart , 
que significa detener, porque huyendo las legiones 
romanas del denuedo de las sabinas Júpiicr se apa- 






recio "V detuvo ron su sola presencia á los fugitivos. 
También se le entendió con el nombre dé Lápts 6 
piedra, en consideración á la que fué puesta ctt sj 
lugar en su nacimiento y que fué devorada por Sa- 
turno. Pero entre lodos los nombres de este dios 
ninguno llama Lanío la aleación por su rareza como 
Júpiter dios de las Moscas, dictado que desde luego 
escita la curiosidad, y que en obsequio á nuestras 
amables suscriloras tratamos de indagar el por qué 
se le dio tan eslraño dictado: y nuestras investiga- 
ciones nos dan por resultado que haciendo Hércules 
un sacrificio fué cercado de un numeroso enjambre 
Je moscas, que envolvieron al sacrilkador y á la 
víi- lima en una /nuil un Le nube; pero no bien hubo 
acabado de reducirse á cenizas el corrompido cuer- 
po de ta victima, cuando Jas moscas volaron, lo que 
atribuyéndose á milagro bizo se le conservase tan 
ostra no nombre. El culto de Júpiter, como ya lleva- 
mos dicho, fué universal, pero donde se le rindió 
con mas fausto fué en Eíís, para cuyo magnifico 
templo hizo el célebre Fitlias su eslalua colosal, y 
donde cada cinco años se celebraban los juegos olím- 
picos que tanto tiempo sirvieron de notas cronológi- 
cas, y de los cuales daremos una ligera descripción 
en el próximo número. En Roma se le consagró el 
Capitolio, y en Bodona estuvo su principal oráculo. 
Los nombres griegos que se dieron á Júpiter fueron 
los de Zeus, Ideus, Olímpico, Dodonico, Tunante y 
Salvator, y en Ruma las de Optiraus, Máximos, Ca- 
pitulinus, Slalor, Diespilen, Fcrelriustí vengador de! 
crimen, y Vejovis ó Vrdius. Kola pintura y escullu- 
ra su representa áeste rey de los dioses sentado so- 
bre una águila ó en un trono de oro, á cuyo pié vier- 
ten dos copas el bien y el mal; su ceuuda frente eslá 
surcada de arrugas, sus amenazadores ojos brillan 
bajo negras y pobladas cejas, su barba es negra y 
majestuoso; con la mano derecha tanza los rayos, y 
la izquierda empuña un cetro de oro: las virtudes le 
acompañan, los dioses tiemblan en su presencia, tas 
diosas callan y los moríales acatan sus mandatos. 

l-.lrnp GAHVH íle Frvyre- 



A mi ai-heCiable amigo 

©©a aüíáisi S2&sa& aaüsí&@. 



Oh! ¡cuan dulce es al que canta, 
Llena el alma de íé pía, 
Escuchar otra armonía 
Destilando también fé; 



Y saber que bailaron eco 
Los acordes de su canto 
A pesar del dtstneanto 
fjue esle siglo correr ve! 

Así pues, joven poeta, 
El sonido de lu acemo 
Para el alma fué contenió 

Y suave al corazón. 

Ah! sensible te hizo el cielo. 
Pues mis trovas no aprendidas 
Por ser dulces y sentidas 
Inspiraron lu canción. 

Entre nubes «te oro y grana, 
En la larde y en la aurora, 
Miras siempre á la cantora 
De la noche y del dolor. 
Vesla al rayo de la ¡una, 

Y al del astro refulgente, 
Con diademas en la frente 
Sobre solios de esplendor. 

Esa gloria que tú suenas 
Patrimonio de su lira 
No es él bien por que suspira 
La poetisa de este mar. 
Esas fúlgidas coronas 

Y esos tronos de diamantes 
Serán bellos, deslumbrantes, • 
Mas.... ¿la dicha, pueden dar? 

No del pecho el triste llanto 
Secará tan viva lumbre; 
Ni las rosas de la cumbre 
Sin espidas nacerán; 
Antes bien al inTelicc 
Tal vez cause mas enojos 
Ver que lágrimas y abrojos 
Aun sus lauros ajarán. 



Adiós, joven; quiera el eiero 
Darle rumbo á tu barquilla; 
Jao la fé lu alma sencilla 
Lance al fondo en alta mar. 
Pues si el mundo decepciones 
Que desencantan encierra, 
También ángeles la tierra 
Suele á veces sustentar. 



; 





HISTORIA DE NÁDAME DE MARCY. 



Un poela persa, que seguramente no esperaría 
caer bajo el dominio de mi pluma, lia dicho: «Guár- 
date bien de apoderarte de la visión de tus veinte 
anos!» Eslo pudiera servirme de epígrafe, pero Dios 
me libre de probar ninguna cosa jamás. ¿Qué prue- 
ba la vida? La muerte. 

Clotilde de Mnrcy ha visto apenas los esplendo- 
res y las miserias de las fiestas del mundo. Su infan- 
cia ha trascurrido entre el silencio romancesco v la 
austera soledad de un antiguo castillo, el castillo 
carcomido del conde de Beaufort, su abuelo. Su 
madre ha sido la única companera de sus juegos y 
de sus ilusiones. Aun la veo triscar por el prado, 
correr tras las blancas mariposillas y los dorados 
inseclos, trepar las escarpadas rocas, perderse entre 
los trigos y arrojar al aire las lloreeilas. Entontes, 
al verla blanca y rosada como una flor de almendro, 
al ver sus rubios cabellos y sus ojos azules, sus pies 
diminutos y sus manéalas, que podrían ocultarse 
en el cáliz de una rosa, me creía trasportado al 
mundo de ¡as hadas. Ahí En el dia va no creo en 
ese hermoso mundo, ó por mejor decir, ya no creo 
sino en et mundo de las hadas perversas. 

Llegó la época en que el estudio se mezcló á los 
juegos, y los libros a las muñecas. La madre de Clo- 
tilde fué la que guió á esta á través del bosque eri- 
zado de espinas que se llama la ciencia, Fílele pre- 
ciso pues gustar de esa segunda vida que embota la 
primera: aprendió algunas verdades inútiles y mu- 
chas mentiras por verdades, pero en cambio olvido 
pronto lo que Dios le había revelado acerca de la 
existencia. Afortunadamente su bello carácter salió 
vencedor en esa lucha: al cumplir los quince años 
arrinconó Jos luiros y los juguetes, acostó en un rin- 
cón la gramáüca con las muñecas, la geografía con 
los volantes, ia historia de Francia con el arlequín, 
se entregó at do leí far núrite y siguió la senda mas 
suave revoloteando como las abejas para embriagar- 
se coq las perfumadas flores del valle. 

La poesía se había trasladado a su alma para 
preparar un albergue al amor, que muy pronto se 
anunció con su deslumbradora comitiva, compuesta 
de la ciega esperanza, de las ilusiones halagüeñas y 
de los deseos infinitos que se desbocan. El amor lla- 
mó al corazón de Clotilde una tarde de abril en mo- 
mentos de ponerse el sol, cuando el horizonte se 
confundía en un mar de nubes rojizas y se oscure- 



cía el fondo del valle, Clotilde se paseaba en el jar- 
din del castillo, bastante parecido á un parque, em- 
briagada por los perfumes penetrantes de la yerba y 
el follagc, languidecida por las misteriosas voluptuo- 
sidades de la virgen naturaleza, y enlristecida por 
las fluidas elegías del ruiseñor. El jardín del castillo 
de Beaufort se estiende hasta el pié de la colina Mar- 
chaull, por donde pasa el camino de Amiens. Clo- 
tilde clavaba sus miradas en Jos grandes olmos del 
camino cuando de repente urj joven ginele, que di- 
visaba su trage blanco por entre las verdes ramas 
de los arbustos, la saludó con la marco. Clotilde se 
estremeció de alegría y se ocultó tras lus árboles, 
para esconder su rubor. Hallábase ya al otro lado 
dé la colina el galante caballero, y aun le parecia á 
la joven que lo divisaba. Clotilde trajo á la memoria 
la confusa imagen del gínetc, y Ja creia ver pasear 
por debajo de las alamedas mas sombrías, ya hu- 
yendo de ella con temor, ya abrazándola con delicia. 
Al anochecer entró en el castillo lánguida y triste. 
Durante la noche se ruborizaba cada vez que su ma- 
dre la miraba, palidecía y cerraba los ojos para no 
ver la imagen adorada; pero lodo era en vano! 

Desde esa hermosa tarde sus ensueños, que re- 
voloteaban sin dirección como las mariposas, siguie- 
ron en bandadas el mismo camino, el camino del 
amor. Desde esa hermosa larde atizó sin cesar con 
sus manos virginales el fuego mas puro que jamás 
haya ardido sobre la tierra. 

Tudo desaparece, todo se estingue: la imagen se 
borró, ei fuego se estinguió y hasta el olvido se al- 
bergó en el corazón de Clotilde. ¿Le he amado? se 
preguntaba á sí misma una noche. Y se durmió sin 
cuidado alguno. Al dia siguiente le hizo saber su 
madre que ya tenía diez y siete anos, v que era 
tiempo de pensar en sa matrimonio. La curiosidad 
hizo decidir á Clotilde. «Peni ¡si sucediese que yo 
no amase ya! se dijo con espanto. Ab! continuó; ¡sí 
fuera él!..," 

Eii efecto, era él misino el que pedia su mano. 
Llamábase Ernesto de Marcy y se titulaba vizconde 
por la gracia de Luis XIII, aunque él mismo no lo 
creia mas que yo. Era simplemente un hombre de 
ingenio que poseía algunos doce mil francos de ren- 
ta. Era algo demasiado esclavo de La moda, en lo 
cual consistía poco nías ó menos su único defecto. 
Para ciertas mujeres tenia otro mas grave, y era que 
cojeaba como Lord Byron. De vuelta de París, don- 
de había estudiado, vivía en una pequeña población 
en las cercanías de Amiens, á cinco leguas del cas- 



G 



tillo de Beaufort. Clotilde le había visto en la coli- I 



na Mareftault como por milagro., porque solo había 
pasado por allí una vez á caballo ¡>ar¡i ir a ver a un 
Lio anciano, cura de Chavieres. Pasaba su vida en 
cazar y leer, y en contemplar el cielo y los busques, 
lo cual ciertamente no era perder del ludo el tiem- 
po, La aparición de Clotilde en el prosaico jardín le 
Labia dejado un recuerdo cm afilador, un recuerdo 
pociieo mas bien que un recuerde de amor, y sin 
embargo á la primera ideo de casarse Clotilde apare- 
ció auto sus ojos con deslumbrante aureola. BdUii 
liase casualmente su lio el cura en casa de su padre, 
y por lo tanto le filé fácil saber cuanto deseaba acer- 
ca de Clotilde. Cuando el anciano le tliju que era 
tan bella como él la babia soñado, que tenia el can- 
dor de los arcángeles, la gracia, de tas mujeres, y 
por añadidura una hermosa posesión en Picardía, se 
apresuró á pioar el tiempo perdido y á amarla con 
lodo su corazón. 

Algunos días después se presentó en el castillo 
con su anciano lio so prcleslo de ver las dalias. 

El lio admiró las flores de buena fe: Ernesto hu- 
bicra admirado también de buena fé ¡i Clotilde, pero 
esta no so bailaba presente, y así se contenió con 
obsequiar á la madre. Ante* de parlir el lio advirtió 
i la señora de Beaufort que Ernesto de Marcv que- 
ría casarse- con su bija, y be aquí por qué la señora 
de liciukirl, qm? bailaba muy de su guslo al preten- 
diente, Itabia dicho á su bija que era tiempo de pen- 
sar en su matrimonio. 

Cuntido Clotilde volvió á verá Ernesto, el amor, 
que hace brotar chispas de entre frías cenizas, rea- 
vivó el fuego con mas rirdor que nunca. Nada diré 
de sus estasis y sus delirios, ni de las alegrías de su 
enlace, que se verificó poco tiempo dospucs: todo el 
muudo conoce lo que son las alegrías tímidas de la 
espectaiiiin, las alegrías religiosas de la iglesia, las 
alegrías desatinadas del baile 

Pero be aquí lo que sucedió; en medio dé un 
valse furioso Ernesto do Marey, atolondrado, des- 
vanecido, cayó sobre un sofá. 

— ¡Abrid esa ventana! «sclrunó; abridla! abridla! 

Abrióse ia ventana y su alma salió por ella. Te- 
nia iin aneurisma. Al casarse no babia contado con 
Ja muerte, pend la muerte es un huésped que jamás 
permite contar sin ella. 

2S(ír 'muijoilt 1 83.... 
¡Cuati triste cuadro ofrítee aun la vista de ma- 
dame de Marcy! El dolor la La asolado; sus mejillas 



no volverán á florecer y sus labios están pálidos co- 
mo sí la muerte le hubiera dado también el Leso 
glacial. 

¿Recordáis que es» poblé Clotilde habia amado 
á Mr. de Marcy viéndole pasaf ú caballo por el ca- 
mino de Amiens? Pues bien; todas las lardes ella se 
dirige sola, enteramente sola, al jardín, como una 
sombra alraida por un recuerdo querido, y al fijar 
sus ojos en los alterosos olmos se pierde en ei abis^ 
mo dul pasado, y evoca lodos los recuerdos de ese 
amor que apenas naciera desapareció. ¿Podréis creer 
que ella no ha desesperado aun de volver á ver á 
Mr. de Marcv bajo aquellos árboles? Mas de una vez 
durante la larde, cuando la bruma arroja un veto 
sobre todos (os objetos, gracias a la magia de la es- 
peranza, y sobre todo á la del recuerdo, la pobre 
criatura divisa en la oscuridad un caballo Lavo, un 
ginele que se inclina, y ella le tiende la mano y pro- 
riiinpc en sollozos. 

29 d« moyo. 

Esta tarde Mmc. de Marcy estaba en el jardín 
como de costumbre: á pesar mió monte el alazán de 
Ernesto, y sin pensarlo me dirigí directamente á Ja 
colina Marrkiull. La naturaleza repasaba ya, oyén- 
dose ¡i lo lejos la antigua balada del pastor y el cen- 
cerro de los rebaños. Antes de llegar á los olmos el 
caminóse eugolfa en la colina, la cual os oculta de 
tal niudu que Clotilde me vio aparecer de repente. 
Al divisarla me indiné maquinalmeule, tendiéndole 
la mauo. La ilusión filé demasiado grande para aque- 
lla alma afilada: Mine, de Marcy abrió los brazos 
arrojando un grito, y cu seguida cayó sobro el cés- 
ped del jardín. 

¡Insensato: ¿lie Lecho eso porque amo á Clotilde? 
(St concluirá. } 



PABA CN A1HOM. 

¿Viste de Albion el cielo nebuloso, 
En donde apenas brillan las estrellas, 
Y sus mujeres de semblante hermoso 
frías como su cielo, pero bellas? 
¿Viste también del trópico ardoroso 
De lez morena y suave las doncellas, 
De ojos de luí y chispeante fuego, 
Quo á lodo cuanto alcanza abrasa luego? 

Pues tú reúnes de esas ponderadas 
Hijas del Norte -la sin par belleza, 




Y sus formas esbeltas y acabadas 
De suave y sin ig-nal delicadeza; 

Y la Lomada tez y las miradas 

De esas bellas de ardiente gentileza; 

Y hay mas luz en Lus ojos y mas fuego 
Que el que sus ojos dan y abrasa luego. 

Hurla Ver di-jo j Duran. 



BICHOS T HECHOS BE MUJERES CEIEBEX5 

Abandonado Abdallah por sus amigos se refu^iú 
á un (.'astillo donde muy pronto le sitiaron los sirtus. 
Puesto en e] conflicto de admitirla capilularioii que 
le ofrecían ó perder la íida. quiso antes de resol- 
verse consultar á su madre'sobre el partido que le 
convendría lomar. Aquella mujer heroica, que siem- 
pre te había aconsejado cumpliese sus deberes con 
valor y patriotismo, le contestó en medio de su do- 
lor: "Hijo miu, si cuando tomaste las armas contra 
la casa de los Omiadas creisle defender el partido de 
la razun y de la justicia, no tienes que titubear: 
rendirte al temor seria cobardía, y tú no querrás, 
por prolongar algunos djas ¡a existencia, ser el lu- 
dibrio y escarnio de tus enemigos, Que no se diga 
de tí que pudiendo elegir entre la vida y el deber 
preferiste una íida llena de ignominia á una muerte 
gloriosa. b 



vengue á su patria: que ya nada tiene que temer de 
parte mia, ninguna consideración que guardarme, y 
que ahora es libre para ser virtuoso.» 

(C de la 31.) 



Perseguido un emperador de la China por las ar- 
mas victoriosas de algunos de sus vasallos que se le 
habían rebelado, intentó prevalerse del respeto su- 
persticioso que cu aquel ¡lais tienen los llijos á Jas 
órdenes de sus madres, para obligar al gefe de los 
insurgentes á someterse. Un oficial comisionado por 
el emperador viene, puñal en mano, á notificar á 
aquella desgraciada madre que no tiene mas arbitrio 
que obedecer ó morir. — «Tu amo, le contesta con 
amarga sonrisa, habrá ereido sin duda que ignoro 
las convenciones tácitas que unen á los pueblos con 
sus monarcas, y por las cuales los primeros se obli- 
gan ii obedecer y !os segundos á hacerlos felices? El 
emperador ha violado esta convención, y el pueblo 
está en su derecho resistiendo á la injusticia con que 
se le trata. Cobarde ejecutor de las ordenes de un 
(¡rano, aprende de una mujer lo que en estos casos 
se debe ¡i la patria. » A estas palabras, arrancando 
el puñal de las manos del oficial, se hiere con él d¡- 
ciendo:— «Esclavo, site resta aun alguna virtud,, 
lleva este puñal ensangrentada á mi hijo y díle que 



US BECIEUDO i Sil Or/ERIDA AMIGA 
LA SEXOIUTA 1K>.\A MCOLASA S. YP, (1 



A tí. querida amiga, 
Dirijo mis cantares, 
A ti mis pubres versos 
Envío desde aquí, 

Acaso algún suspiro 
Lanza angustiada el alma 
Al recordar on tiempo 
Por cierto mas feliz. 

Tiempo de paz y dicha. 
De gloria y de esperanza, 
De bellas ilusiones 
\ ensueños mil v mil. 

De nuestra primavera 
Dulcísimas mañanas. 
Que rápidas pasaron 
Dolor dejando al fin. 

Ay! de tnn dulces sueños, 
De tantas ilusiones. 
Ni una vi realizarse 

Y todas las perdí. 
Apenas de tu lado 

Me separó el destino, 

V solo sus recuerdos 
Me hicieran sonreir. 

¿Te acuerdas, Xicolasa, 
De aquella larde hermosa 
En que íbamos alegres 
Por medio de un jardín? 

Tu voz culi dulce canto 
Mi oído recalaba, 
Tu celestial belleza 
Se dilataba allí. 

De tus radiantes ojos 
La candida mirada 
Abria de las flores 
El cáliz al pasar. 

Las aves remedaban 
Tu acento por do quiera, 
Los mansos arrovuelos 
Parábanse á escuchar. 

[1) H03 remiten para su ¡aserción la sigoitnte po¿»¡«. 



De la fuente el murmullo 
Son armonioso pra 
Que nías espansion daba 
Al joven corazón. 

¡Cuan grato me era reríe 
Tejer ii ii .s guirnalda 
De rosas y jazmines, 
Sin penas oi pesar! 

¿Quién nunca mediría 
Que al (I» iba ¡i perderle, 
Que para siempre acaso 
De li me iba á alejar'.. 

Filaba estrilo, amiga; 
líl Todopoderoso 
La senda nos Ira/ara 
Que habíamos de seguir. 

; Cúmplase de los Lados 
Líi voluntad severa! 
¿Quién salie lo que esconde 
Callado el porvenir? 

Acaso lluras triste 
Cual yo tu primavera! 
Tan joven, tan hermosa!,. 
Fatalidad cruel! 

Estúpida morada 
Que solo e| mal encierra 
Es boy el mundo; amiga; 
; Bendito sea el aver! 

¿A qué llorar? Cantemos! 
Hacer por engallarnos 
Debemos en la vida. 
Olvídele el dolor! 

Amores, danzas, juegos 
Flores, arroyos, prados. 
Todo á gozar convida; 
¡Vamos del goce en pos! 



Mas ,¡iy! vanas quimeras, 
A do lleváis mi mente? 
Mis sueños é ilusiones 
Ya nunca volverán. 

Huyeron presurosas; 
No esperes, no, que vuelvan 
Las horas que pasaron: 
En vano es nuestro afán.. 

Perdona, dulce amiga; 
No quiero yo afligirte, 
Solo quiero recuerdes 
La larde del jardín. 



¡Qué pronto se deslizan 
Tres años! ayt ¿te acuerdas? 
Cantemos, sí, cantemos. 
Que todo tiene fin! 

J. G. C. 



ADVERTENCIA. 



Las señoras suscriloras de las provincias cuyo 
aliono termino el 30 del pasada mes se servirán ha- 
cer la oportuna renovación, si desean continuar re 
ci hiendo el periódico. 



ANUNCIOS. 



1 



USAS DEPOSITO DE ABANICOS V PAÍSES 

Pún S.lVoR V XEM9K. 

Corredera baja de San Pablo niim. ¿9, frente á San Anto- 
nio ile tus portugueses; en dicho establecimiento liay aba- 
nicos de nácar, hueso, hasta, paitas, sándalo, > un com- 
pleto t \ ai iiiln surtirlo de abanicas ¡lidiados a ingleses, 
niiiv amalados, cuino l amblen abanicos propios para 
tiempo ¡le barios, para viajar en diligencia, pues pnr su 
fuerle construcción pueden servir para caballeros; su pre- 
ño i i '2 reales: también se ponen países desde 2 reales en 
adelante y se hacen tesela clase de composturas aprecios 
convencionales. 

iionii l>oli>nln •innT. denlisla de cámara de S. A. H., 
revalidada pnr la academia de inediriia y cirojfa en la 
universidad de Valencia, con Ululo espedido pnr el mi- 
nisterio de Instrucción y fibras públicas, y rehabilitada 
porS. M. para poder ejercer (oda clase de operaciones en 
la boca, las que ejecuta ron la prontitud y esmeril que la 
tienen acreditada, haciendo Inda clase de operaciones re- 
husadas por otros prnlí-snres, corno puede acreditar, pues 
tiene un catalogo de ellas que pnr espacio de un alio tía 
recogido para hacer callar » muchos que lian tratado de 
desacreditarla; por raya razón todas las personas que lian 
«ido operadas se lian servido dejar sus nombres y las se- 
ñas de su habitación, las que están prontas á hacer una 
reseña de sus padecimientos, y de bis profesores, que se 
lian negada :i ellas; en la inteligencia « I ■ - que cuan las cu- 
ras ha hecho y pueda hacer es ron la condición de tin ad- 
mitir estipendio alguno caso que no sea curado radical- 
mente. 

'también pone dientes sueltos, y basta dentaduras en- 
teras, enn muelle sin ellos, con soldadura ó sin ella, por 
el míltfdti Inglés o americano, l.os dientes se ponen desde 
dos duro* hasta diez y seis: las bocas á precios convencio- 
nales. Advirliendo que en dicho estatdeeitnicnln no se po- 
nen dientes de marfil, hueso, ni de caballo marino, por 
ser sustancias que en cnanto perciben Imuiedad se vuelven 
negros, y se garantizan lasnbraspor los años que quieran, 
devolviendo el dinero el día que dichos dientes cambien 
de color, i impía la boca en el corlo tiempo de diez mi- 
nutos; asegura los dientes que se mueven, caso que no sea 
mas que por la flojedad de las uñetas, pues tiene el elixir 
ile] I Ir. Cristian, que además de blanquear los dientes 
fortalece las encías, poniéndolas al abrigo de loda infla- 
mación y del cor ni pinoso escorbuto. 

Empasta las muelas con ploran, plata, platino ú oro. 
I.as retracciones sondediente*, muelas, colmillos* íobre- 
robnillns, raigones y demás Huesos cariados. Vive callé 
del Carmen, iiúm. Si, cuarto i' 



MADRID, 1832. 

IMPRENTA DE 1), JÓSE TRUJILLO. HIJO, 

Calle de MariaCrislina número 3. 



Ano segundo. 



Domingo 17 de Octubre de 1832. 



Número 12, 



LA MUJER, 

PERIÓDICO 

DEFEN SOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

Este periódico sale lodos Los domingos; se suscribe ph MuJrid en las librerías Jf M-mier v di* Coestt* i 1 r&* si Bies; y en previo* 
cita 10 ÍS. pur iIjs UteStS franci-i de p > ? r 1 1 1 - * nMni.LiemJi>iinaJ.ibran£a -a favijf de nuestra im^n.'íür, ó ídlos ile Franqueo* 



Las muchas aventuras fabulosas que acerca de 
la vida de esta mujer cé'ebre sv leen en varios au- 
tores, y por olra parle la falla de datos justificativo* 
y la oscuridad que reina en tiempos tan remotos co- 
mo lo son estos á que nos referimos, nos hacen ab- 
Solulamenle imposible el [iri-sciit.ir a nuestras ama- 
bles suseritoras noticias suficientemente rlíiras de la 
inmortal Sapho, y tan abundantes como hubiéramos 
de desear. 

Asegúrase no obstante que esta ¡asigne poetisa 
nació en Mvtilene. famosa ciudad dn la isla de Les- 
bos, en la Olimpiada XLIL", (¡11 años antes de Je- 
sucristo, reinando Tarquiíio Prisco en liorna. Fue 
muy amante de la bella literatura, dedicándose coa 
ardor á la poesía, en cuyo arle formó una escuela 
particular que estudiaron muchas jóvenes de fami- 
lias distinguidas y no pocos es Irán ge ros, estimulados 
unas y otros do los adelantos y sublimes triunfos de 
la delicada poetisa. 

Habiéndose casado y quedado viuda al poco 
tiempo, solo se ocupó en aumentar el crecido nú 
mero de hermosas hojas que había de tener su co- 
rona literaria, v la in mortalidad y la gloria fueroft 



ya su única aspiración 



su sueño de oro. 



1 



El amor entrañable que Sapho tenia á todos sus 
discípulos, sin que haya razones suficientes para afir- 
mar que fuese impuro y deshonesto, fué causa de 
que la calumnia hincase en ella su envenenado dien- 
te, dando origen á no pocas relaciones de lances 
amorosos que se encuentran diseminados en algunos 
libros de la antigüedad con el nombre de Sapho, á 
quien se atribuyen . Entre otras cuéntase que Saplto 
se enamoró ciegamente deFaon, bello joven comer- 



ciante, y que viémli se despreciada se arrojó al mar 
Junio desde el promontorio de Léucades para bus- 
i.tr ieiin'iii-i ,i -ii anuir difractado, costumbre re- 
cibida entre los antiguos, que se practicaba en ca- 
sos análogos, v a que llamaban el sallo de Lntmdes. 
Pero no debemos dar grande asentimiento á esta re- 
lación, si bien parece que Suplió debió sufrir las 
amargas consecuencias de un amor despreciado por 
lo que se deja ver di? su himno á YemiSj y sí traer 
á este lugar que buba por aquel tiempo otra Sapho 
no menos famosa que la primera, natural de Eresos, 
en la isla de Lesíios, célebre cortesana griega á quien 
según todas los probabilidades debe atribuirse el an^ 
teríor reíalo, sin embargo de que nosotras no pode- 
mos afirmar ninguno de ambos estremos, porque es- 
tas opiniones no están bastantemente apoyadas en los 
libros. 

Lo que sí resulta como muy probable es que 
nuestra poetisa fué muy amante de la libertad de su 
patria, hasta llegar el caso de comprometerse por 
ella en una conjuración contra Pitaco, tirano de 
Lcsbos; que descubierta, fué desterrada de Mylilene 
con Alceo, asociado suyo, y que estuvo algua tiem- 
po en Sicilia. 

La memorable Sapho ha merecido dignamente el 
honor de ser llamada décima musa por sus esceleu- 
tes poesías líricas, de las que compuso nueve libros; 
pero la injuria de los tiempos ha hecho que lamen- 
temos la desgracia de no poseer una colección com- 
pleta de sus obras, de las que solo nos restan frag- 
mentos, reimpresos constantemente en todas las épo- 
cas y países, y traducidos á lodos los idiomas. Como 
muestra de las bellas poesías de Sapho copiamos su 
precioso himno á A'enus, del cual acabamos de ha- 
cer mérito, y que se encuentra ea las Axen turas A$ 



Sapho ¡/ ftfort, composición lindísima que tanto por 
los s en li m i culos que encierra, cuanto por la dulzura 
'1l' su espresion, no puede menos de gustar á nues- 
tras amables lectoras. 

ni 11 so A VKSUS. 

\entis, pode-rosa Venus, 
Que con semblante risueño 
Miras soto como un su cus 
Xtieslrns penas y aflicción; 

Deja la dulce morada 
De Paíos v lus aliares, 
Y suaviza lo* pesares 
Que oprimen mi corazón. 

¡Olí diosa! ¡olí Venus! lú sabes 
Cuántas veces cariñosa 
A mis voces presurosa 
Solías antes correr; 

Y que con liemos halagos, 
Con suavísimas finezas. 
En amorosas ternezas 
Me hacías desfallecer. 

Me acuerdo que cierto Jia 
Mí llanto apenas sentiste, 
Cuando velo* acudiste 
Sobre el carro de coral. 

Me miraste, y condolida, 
Colmándome de favores. 
Disipaste mis temores 
Con tu boca celestial. 

«¡Mi Safo, querida Safo! 
(Me AiU\e con ternura) 
¿Quién causa tu desventura? 
¿Quién asi le hace penar? 

¿Algún joven insensato 
De lus caricias ha huido, 
O resistir lia podido 
Ese hechicero mirar? 

Si no es mas, no le acongojes; 
Calma, Safo, tu despecho, 
Que yo abrasaré su pecho 
Con el fuego del amor. 

\o haré que busque en lus ojos, 
Su dicha, ó su desventura; 
Y que si huyo tu hermosura, 
Tiemble ya de tu rigor.» 

;Oh diosa! llego' ese tiempo; 
Cumple tus caras promesas. 
Si algún tanto te interesas 
Eq mi suerte y en mi amor. 



Mira por fin compasiva 
Las lágrimas que derramo, 
Y haz que ese ingrato á quien amo 
Se api, id e de mi dtdoK 
Asimismo juzgamos también del agrado dé nues- 
tras caras amigas la siguiente oda de la sensible Sa- 
fo, que hemos [tallado inserta en los Viajes de An- 
terior. 

ODA, 
¡Feliz quien, junto á ti, por ti suspira! 
¡Quien goza del placer de oír tu habla! 
¡Quien ve que te sonríes ,il mirarlo! 
¿La de los dioses .< esta dicha iguala? 
SietJiu de vena en vena suli! fuego 
Discurrir por mi cuerpo al ver lu cara; 

Y es tal de mi pasión la fuerza activa, 
Queno encuentro la voz para esp'iiíirla. 
Esliémlese una nube por mis ojos, 
I'ienlo el sentir, (qiríiiirume las ansias: 

Y pálido, sin pulsos, sin «Fiénlo, 
Me hielo, me estremezco, exhalo e! alma. 

El juicio que bulléramos de barer de esta her- 
niosa oda lo deben haber hecho ya nuestras queridas 
soscríloras al leerlo, porque, como nosotras, tienen 
esa esquisiln y grande facultad del aliña á que llama- 
mos sensibilidad. Únicamente diremos que la delica- 
da Safo sabia lo qoc era amar, pur cuanto se espec- 
ia con (anta ternura y con tan sublime sentimiento 
en esta oda, donde ni una idea sobra, tii una palabra 
falta, y en ta que los aféelos del alma humana están 
presenlados con una sencillez v naturalidad admira- 
bles. Venus, la protectora de los amores, á quien la 
misma Safo invoca en su himno, no hubiera dicho 
«tro lauto. 

Safo invenid los versos llamados só/Ícoí, y la es- 
trofa sálica lomada de la ilustre poetisa de Lcsbos 
es do muy bello efecto en la poesía castellana. 



3i¿ 3N&33S&» 

CANTO DEDICADO AL ArtlECUBLE FOETA 
axÑOR DO!C PEDRO MIRANDA. 



El grande Dios, el Dios omnipotente, 
El que hizo mundo del desierto umbrío, 
El que le dio" suIuk al sol ardiente. 
El que Tíertió en los basques el rocío, 
El que formó la luna refulgente, 
El de inmenso valor y poderío, 




Fué el Rü.s que repartiendo la armonía 
Lanzó el primer destello de poesía. 

Cantaron afanados ios jilgueros, 
Las alondras y dulces ruiseñores, 
Admirando los tenues reverberos 
De la primer mañana en lus albores, 

Y craza ron gozosos, placenteros, 
Lósamenos pensiles de las (loros; 
Aquel que fué del urbe primer dia 

Y que \i>lió el Señor cun supoe*í«i 

En! o rices era el untado inmenso plano 
Lleno solo defínanlos ile natura, 
Que oí gran (jefiuvú ilii poderosa niauo 
Supo «arar déla caverna oscura. 
Al eslender la vista solo un llano 
Se miraba de célira ] irruí usura, 
Do volando las auras á porffa 
Recitaban murmullos de poesía. 

Los liii-iipii-s, las llanuras y collados. 
Do nacieron loa árboles frondosos, 
Al mirarse de luz üumin.tdr». 
Gigantes se tornaron poderosos, 

Y al verse de verdura coronados, 
Despidieron alientos aromosos 
Ante aquella arboleda, que reía 
De música sonora y de poesía. 

Enlre acacias y verdes limoneros, 

Y piálanos, y cedros, y palmeras, 

Y sauces, y adelfillas, \ moreras, 

Y amaranto-;, y lirios, \ viñeras, 
Cot limpian do caiKalmii ios jilgueros 
Amor a sus queridas compañeras, 

Y aunque entonces amor aun no existía 
Lo marcaba eu sus trinos la poesía. 

Que siempre e! mundo fué mundo de amores; 
Mas era aquel amor tan sin mancilla 
Que volubles besábanse las flores 

Y el ave enamoraba á su avecilla, 
Sin que impíos acentos mofadores 
Empanasen la íé casia y sencilla 
De la fuente de paz en que bebía 
El mundo iluminado de potsia* 

Era aquella existencia dulce sueño 
Sin quimeras ni ruidos terrenales; 
Aromático y dulcido beleño 
Que traslada á los mundos ideales; 



Era un cuadro selvático y risueño 
De querubes y genios celestiales, 
Donde en santa y gloriosa mehdt'a 
Se inundaba el espacio de poesía. 

La tierra sin Luzbel, sin el caído 
Ángel de execración, ángel maldito, 
Que al prorumpir blasfemador rugido 
Queriendo masque Dios ser infinito, 
Fué del rielo lanzado y despedido, 

Y hacia la lierra dirigió su grito, 
Mezclándose en la dicha y altgfía 
De aquel divino canto de poesía. 

Desde entonces los vientos bramadores 
Por los montes Frenéticos rugieron, 

Y marchites quedaron muchas llores, 
\ ios hombres pecado conocieron, 

Y el amor fué culpable en sus amores, 

Y por primera vez nubes se vieron, 

Y hubo [tanto, y pesares, v aynnia, 

Miu- ■■oi|i|]/aba en <;;> ■: intuí ia ¡,<-¡-><¡¡n. 

Divinos cantos, sí, de sentimiento, 
Cantos con que las penas consolaban, 
Cantos del lorazun para alimento. 
Que en ¡o; volubles vientos columpiaban; 
Cantos que basta el celeste firmamento 
los afligidos seres demandaban, 

Y que el Señor con su piedad oía 
Dando nuevos torrentes depoeíía. 

Poesía que los tiempos nos legaron 
Siempre hermosa, divina v refulgente; 
Poesía que lus hombres modularon 
Por obra del Señor omnipotente; 
Poesía que afanosos elevaron 
Con pensamiento audaz de altiva mente, 

Y que al alio poder nunca oftttdla 
Porque amaba en sus hijos ¡a poesía. 

¡Oh divinu poder, que á los mortales 
Les diste por consuelo en su amargura 
Esa escala de bienes ideales 
Donde se ve lo grande de lu hechura l 
Presta á mi voz los ecos divinales 
De la argentina voz celeste y pura, 
E ilumina mi débil fantasía 
Con la divina luz de lu poesía. 

Los seres son, sin tan divina esencia, 
Triste materialismo de la nada,, 



corre sin placeres su existencia 
Coma corre entre guijas la cascada. 
Es quizás el principio y la creencia 
Que necesita el alma entusiasmada, 
Para saber amar la Un. del ■lia 
Como centro y principio ti? poesía. 

Se ama la luz porque despide llama, 
Se ama la flor porque despide olores, 
Se adora al sol que con afán recama 
Los campos esmaltados de colores; 

Y tojo el orbe en derredor se ama, 
Adornado de encantos y primores; 
Pero nada en el mundo brillaría 

Si no se revistiese de jiofStií. 

En últimos rincones escondidos, 
Donde casi penetra la luz varia; 
En lus antiguos templos derruidos, 
En la inculta campiña solitaria, 
Si te |iaran átenlos los oídos 
Hay siempre quien eleve una plegaria. 
Que se escucha en lejana melodía 
Preludiando concentos de poesía. 

Pues bien; si es tan precisa a¡ sentimiento 
Esa antorcha de luz omnipotente. 
Dadme, Sefi^r, las luces del talento, 
Iluminad mi encarcelada mente. 
Quiero escalar con ella el lirmatnenlo, 
Quiero vivir entre La llama ardiente 
De ese sol, que quizá no ludria 
Sin el fuego que eleva la pottia. 

Quiero en el cario de la blanra luna 
Presurosa correr por las esferas, 

Y mirar las estrellas tina á uno, 

Y el origen saber de las primeras; 

Y penetrar los lazos con que aduna 
Las horas de ia noche postrimeras 
Esa aurora cercada de ambrosia 
Con que reparte el alba su poesía*. 

Y saber si en el mun<3o son gemelos 
Los seres que idolatran los cantares, 

Y si son descendidos de los cielos 
Para elevar en la creación altares: 
Si vienen á prestarles sus consuelos 
A los seros que lloran sus pesares, 

Y si es hombre el poeta, úfaniaíta, 
espíritu tan solo de poesia. 



Dadme luz, ¡oh Señor! lux, que yo vea 
El último rincón del salle umbrío; 
Que de los ciencias lus arcanos lea; 
Que se ensanche el fanal del pecho mió; 
Que el engañoso mundo nunca crea, 
Y viva arrodillada á tu alhedrío, 
Elevando á los ríelos la armonía 
Que despide en sus notas la poe.ua. 



ltav también otro ser que los laureles 
Idolatra del talle soberana; 
Un ser que lo> durados escabeles 
Quiere subir del misterioso arcano; 
Nuestros dos corazones gimen fieles 
Bajo el poder de 111 inunila mano: 
Préstales, gran Señor, en este tfia 
Amor, placer, encantos y patria. 

II Oí. 1 1 i |.n». 



HISTORIA DE MAOAM E DE BlAfiCY. 

(COJíeLUSlON.) 

30 de mayo. 

Mme. de M-ircr está enferma desde ayer: la mu- 
jer del jardinero, atraída por el grito que lanzó al 
caer, la ha levantado moribunda, transportándola á 
su aposento, dundo la lia visto el médico de Chavie- 
res, que milagrosamente pasaba por delante de Beau- 
fort. .No sé si esc será como tantos otros de su pro- 
fesión un pájaro de mal agüero, pero ha declarado 
á la pobre madre que Clotilde estaba entre la vida y 
la muerte. Ksta mañana á mi llegarla al castillo el 
hermoso sol la babia atraído a la ventana, desde don- 
de contemplaba con amargura las bellezas de I a na- 
turaleza. Al aproximarme á Mme. de Marcr tombía-' 
ha como una buja. Me ba dicho con ludo su candor 
que había esperimentado una alegría inesperada al 
verme bajo lus árboles del camino, y que era la úni- 
ca que había tenido en mucho tiempo. Aunque se 
hallaba mas pálida que de ordinario, sea por recuer- 
do, sea por esperanza quizá, su boca se hallaba ani- 
mada por una sonrisa; ¡qué sonrisa. Dios mió! He 
hablado ,i tontas y á locas; me be atrevido á recor- 
darle lus hermosos versos del poeta sobre las tres pri- 
maveras del corazón, y he concluido asegurándole 
que no ama á Dios el que no ama la vida. 

En esto eutró el médico y yo me levanté para 




irme: ella me siguió hasta la puerta, y al ver el cielo 
á través de una ventana del salón inmediato eselaruó: 
«¡Qué hernioso tiempo va á hacer esta lardé!.. lis- 
ias palabras me lian venido veinte veces ala memo- 
ria, o por mejor decir esas palabras lian resonado sin 
cesar en mi corazón, Y sin embargo hasta ahora no 
he podido adivinar aun el sentido de ellas; ¿pero tie- 
nen en efedy algún sentido? ¿Son una simple escla- 
macion lanzada á vista de un cielo puro? ,Sun el 
ciego deseo de gozar otra vez de una fatal ilusión? 
Como lo había pronosticado Mine, di Marcy, [a lar- 
de ha estado lo mas hermoso que pudiera imaginar- 
se. \"o sé por qué, pero á la puesta del sol. á la lui- 
rá sublime en que Clotilde persigue la imagen de 
Ernesto, me he hallado sobre el alazán bajo el ne- 
gro follagc de los olmos del camino. Caminaba aban- 
donadamente sin saber á donde, dejando vagaría 
imaginación por el rielo de tos durados ensueños, 
cuando de repente divisé en el jardín solitario á la 
pobre viuda, que mu siguió con la vista en medio de 
la mavor ansiedad- Estaba vestida de banco, ese 
color que tanto gustaba á Ernesto. Lo misino que la 
tarde anterior me incliné liária ella, v ella á su vez 
me lia tendido los brazos con delirio. Tan aturdido 
me encontraba que no puedo jurar si fué ,-i él óá mi 
á quien abría los brazos. 

Al volver al rastillo he visto á Mme. de Marcy 
apoyada contra una ventana déla sala grande. Gra- 
cias á la luna la noche desarrollaba su maulo con 
lentitud, y Clotilde parecía estar saboreando su proc- 
simidad como si fuera la de la rciuerl'-. Se ha aprove- 
chado del momento en que \o hablaba ron su ma- 
dre para alejarse. ¿Por que se ha alejado? Ah! Ella 
desea verme, pero no tan de cerca! De lejos soy la 
imagen del pasado, de cerca nada soy. 

3 dejuAin. 

Esla (arde he paseado con ella en el jardín del 
castillo. ¡Su juventud ha triunfado de la muerte una 
vez mas! Sin embargo se ha debilitado para mucho 
tiempo, y por eso se ha apoyado en mi brazo con el 
abandono de una hermana. Cada vez que hemos pa- 
sado delante de ta puerta del jardín se ha puesto pá- 
lida y sus piernas han vacilado. ¡Sus nitradas iban 
do séá donde, pero bien lejos del mundo! Los gran- 
des oírnos de la colina eslewlian su movible sombra 
hasta nuestros pies. Clotilde me ha confiado con mo- 
ribundo acento que la vista de esa sombra reanima- 
ba con frecuencia, como por milagro, sus apagados 
fuegos, sus hermosas Dores marchitas. Al ver agi- 



tarse esas diversas formas ella se imaginaba divisar 
la sombra de Ernesto huyendo en lontananza, bien 
así como otras ven imágenes queridas en las meta- 
morfosis de las nubes. 

No sé qué hacerme. ¿A donde huir de esa encan- 
tadora visión que me seguirá á todas partrs 1 Dentro 
de algunos días iré á despedirme de lime, de Marcy. 
¡Adiosi Esla palabra me horroriza. ¡Cada vez que 
he dicho ¡adiós! be visto una mortaja! 

17 de junio. 

Mme. de Marcy se halla en su lecho de muer- 
te. Ayer me ditigí al rastillo con ánimo de despedir- 
me de ella, porque al fin me determiné á partir Ay! 
ella es la que se va! Morir tan joven, tan hermosa! 
Ella no morirá para mí. ¿Ernesto ha muerto acaso 
para ella? Pero Ernesto la habia amado 

Se ha sonreído al verme, pero repentinamente 
lia apartado de mí Sus ojus! El médico se lia mostra- 
do muy sorprendido de verla tan cambiada en el 
trascurso de un día, porque su recaída data sola- 
mente de anteayer, y no puede adivinar el mal que 
la devora tan rápidamente. Todo el castillo estaba 
conmovido á mi arribo y no he podido hallarme á 
solas ron ella. 

Está vestida de b'anro. Por última vez quizá le 
han trenzado su hermosa cabellera, que he admira- 
do á través de. un velo de blonda. ¡La adornan pa- 
ra el banquete de la muerte! Las mujeres siempre 
son bellas para el último que llega. ¡Con cuánta re- 
ligiosidad lie contemplado aun esa pura imagen que 
sonreía al sol, á las (lores, á los pájaros, y sobre to- 
do á los recuerdos, á las esperanzas del cielo, donde 
eslá Mr. de Marcy, 

He pasado la nacha en el castillo, pero sin vol- 
ver á ver á la enferma. Espero con angustia. El mé- 
dico, á quien acabo de encontrar en la escalera, me 
ha dicho que esperaba aun, Y yo ¿qué ü-nito que 
esperar? ¡Oh Clotilde! perdóname esta blasfemia! 
Vive y no rae ames. 

18 de junio. 

Todo se acabó, Dins mió, todo se acabó! Ella ha 
remontado su vuelo al empíreo, de donde había ba- 
jado entre nosotros! Clotilde ha muerto esta noche, 
ha muerto dejando en mi alma un perfume cuya 
amargura me place. Pero ¿tendré fuerzas para refe- 
rir las circunstancias de su muerte? ¿Tendré ánimo 
para hacerlo en este castillo silencioso y desolado, 
donde hay una madre que llora, en este castillo 
I sombrío que ha sido el teatro de sus ilusiones, y 



donde ahora se le prepara un ataúd? Procuraré sin 
embarga escribir par» calmar mi corazón. 

De las ventanas de la alcoba de Clotilde se des- 
cubre la coliga do M.iri-li.iiili á través del claro Fo- 
lla ge de algunos álamos tiernas. Presintiendo que 
esta tarde, según su costumbre, se entretendría en 
contenjplar los grandes olmos, lie querido nr>a ve/ 
mas recordarle la imagen de la felicidad; he querida 
presentarle esa ilusión que Ionio daño me bate, pe- 
ro que tantu bien le proporciona! He he dirigidu a 
la colina, v iil pasar bajo los arbolea be arrojado una 
mirada investigadora sobre las ventanas de Mine, de 
Marcy. Las ventanas estaban desiertas, porque la 
moribunda se había arrastrado hasta el jardín. Se 
Jiabia aprovechado del momento en que su madre 
dormitaba ni pié del lecho, y apoyándose en su amor 
había logrado Urgir hasta deliajo de sus queridos 
manzanos. Al divisarla en el jardín incliné la cabe- 
za tristemente y le tendí la mano con amor. Esta 
107 la ilusión fué mayor que nunca: ella tío se con- 
tenió coü abrir los brazos, sino que corrió hacia mi 
arrojando ¡¿ritos de alegría y de dolor, Yo me turbé 
como ella, y olvidé que no era, que no debía ser 
sino el fantasma de su amor. Me apeé, corrí por |a 
falda de la colina y salvé la cerca y el arrovo del 
jardiu, La pobre joven, siempre delirante, me enla- 
zó entre sus brazos, tanto tiempo v tan en vano 
abiertos! "¡Eres tú!» ille dijo con voz sonora, apo- 
yando la raheza sobro mí corazón. 

Y yo, trastornado y palpitante, la estrechaba en 
luis brazos con la ternura de ¡os ángeles: la miraba 
y miraba al ciclo; creia hallarme en el mundo ce- 
lestial. 

Pero de repente ella levanta la cabeza y me mira. 
>;No es el!> esclama, y ult rechaza con espanto y 
cólera. Me quedé estático, con los brazos abiertos, 
el corazón en completa demencia y los ojos vaga- 
rosos. Ella quiso retirarse, pero vaciló y rayó de es- 
paldas. Yo me arrodillé á sus pies y quise socorrer- 
la, pero volvió á rechazarme, murmurando: «¡No 
era él!<> 

o;h'oera (I, no,'» Ella fué á buscarle en la otra 
vida. 

( Trai. ) 




A. M AMIGA 

LA SEÍOniT.l I10ÑA ASCXCIOS MEIGARÉJO- 

Encantadoras rosas purpurinas 
Que mecéis las corolas peregrinas 

Caite el fresco botón, 
Formad una corona esplendorosa 
Para ceñir la frente candorosa 

De tabella Asunción. 

Ruborosas camelias matizadas. 
Que las lindas cabezas desmayadas 

Inclináis sobre rl cuello, 
Vuestros perfumes derramad fragantes 
En los sedosos, negros y ondulantes 

Itizos de su cabello. 

Azucenas y pálidos jazmines, 
Que el acra embalsamáis de los jardines 

Con vuestro suave aroma, 
Ocultad vuestra nítida btanrura 
Al lado de la tez rosada y pura 

De esa blanca paloma. 

Gratos perfumes y preciadas flores. 
Unid vuestros hechizos j primores 
Hoy de mi lira al ion. 
Para adornar las sienes, el cabello. 
El leve talle y el nevado cuello 

De l,i hermosa Asunción. 

■ *i*m TcTitrJD j Durnn 



FRA(..ME.\TO. 



En Taño el vate en su entusiasmo y brío. 
Cuando siente inflamarse dentro el pecho 
La llama creadora, busca osado 
De la gloria inmortal el sacro templo. 

En vano aspira con su fácil vena , 
De su nombre á poblar un hemisferio, 
V conquistar audaz para sus sienes 
Una corona de esplendor eterno. 

¡Vanamente se agita!... pues el mundo 
Cruel destruye su fecundo ingenio 
Lanzando mil bellezas en su abismo. , . 
Esa mansión horrible del desprecio, 

¿Qué le importa ¡V ese inundo corrompido 
Que cabalgando en ráfagas de fuego 



El poeta se eleve ;'i esas regiones 
O rápido descienda hasta el averno; 

Ora cante inspirado de la historia 
Esclarecidos y sublimes liedlos, 
Ora abatido; insle y melancólico 
Describa de su infancia los recuerdos; 

O arrebatado por su ardiente mimen 
Cuente cien lides, guerras y trúfeos, 

Y de las bellas arles destrozadas 
Giganlescus ensalce Lis progresos; 

\a fascinado por herniosas ninfas 
Esplique del amor altos misterios, 

Y el dulcir di' un amante apasionado 

Manifieste en sus hondos sentimientos? 

Pues si no pinta ron afán insano 
Un cuadro bacanal, sucio, grotesco, 
En que sacie la plebe bulliciosa 
Su inmoral J fatídico deseo, 

Nada te importa, no, no es poesía, 
Es fingido v cubado su talento, 
\ en medio á su ignorancia ■■ crgonzosa 
Esclama eun desden: "Imbécil, necio! 1 

Nada le importa ya — ¡Ciencia sublime 
De Jas diosas que habitan el inmenso 
Espacio que miramos.., abatida 
Teres en brazos del villano pueblo! 

¿Qué es lo que digo?... sí; ya deshojada 
Yernos la (lar que nuestros padres mesmos 
Sembraron con placer... nova ilusiones... 
Roíala lira está!.,, ¡triste consuelo! 

l'eeUin biniiln. 

í •» i-h-f l**»** 

EL AKBOL DE DIANA. 

Si eo la composición de los vegetales entra al- 
guna porción metálica es cosa que ha traído revuel- 
tas las cabezas de muchos químicos y naturalistas de 
Ja antigüedad; y en efecto Mr. Lcmeri, ¡Elijo, resol- 
vió esta duda con sutiles é ingeniosos esperimentos 
que le aseguraron de la volatilidad del hierro y de 
lo mucho que contribuye este metal en las plantas 
parala vegetación. Asi pues, echando espíritu de 
nitro sobre limaduras de hierro observo una efer- 
vescencia notable, que sosegada al fin presentó un 



licor rojo debido á la disolución del meta! en el re- 
actiio, la cual mezclada con aceite de tártaro por 
deliquif , hubo de presentar una reacción tan gran- 
de que dio por resultado, con asombro del Celebro 
químico, la formación de 1 arias sutiles ramas, que 
crecieron basta la allura del vaso, adheridas á las 
paredes del mismo: pero repitiendo Ja esperiencia 
algunas veces, alterando gradualmente la dosis del 
aceite de tártaro, obtuvo un árbol perfectamente 
formado, con raices, tronco, ramas, hojas, llores y 
fruto. 

Mas esta especie de vegetación artificial no solo 
se obtiene con el hierro, si que también se puede 
usar de otros niélales, dando origen á árboles que 
loman sus respectivos nombres del color \ del metal 
empleado. El Abad de Valleuiont, en su libro liiula- 
(l:i Ctiriosidadet de la nalaratrza 1/ drl arte snhrr la 
aiji-iruHura, dice que estos esperimenlos se habían 
repelido frecuentemente en París, haciendo uso va 
ile! oro, plata, hierro ó cobre. Pero el mas común 
es aquel en que por medio de la piala se logra una 
planta preciosísima, á quien lo; químicos lian lla- 
mado .trlra! (fe Diana, cuyo procedimiento es como 
sigue: 

Disuella una onza de plata en dos ó tres de es- 
píritu de nitro, se evapora la disolución á fuego de 
arena ha*ta quedar en h uiil.id próximamente: este 
red luo Se métela ron oportunidad y en vaso pro- 
porcionado con veinte onzas de agua muy clara y 
dos de mercurio, y se deja cuarenta días en perfecto 
reposo, en cuyo espacio de tiempo se va formando 
lentamente un árbol de piafa bástanle análogo á los 
naturales en cuanto á la figura. Usando los mismos 
componentes, Mr. Humberg, químico distinguido 
lie l;i Academia Heal de las Ciencias, halló modo de 
formar este mismo árbol metálico eu menos de uu 
cuarto de hora. 

Hoy clia se obtienen estas arborizaeiones por me- 
dio de las sales solubles de los metales que quieran 
emplearse, resultando una cristalización notable lla- 
mada Arhnl de Saturno, si en un frasco de cuello 
ancho casi lleno de agua se pone i (30 de acetato 
ácido de plomo. En esta disolución se introduce una 
lámina de zinc, suspendida por alambres de latón 
unidos á la tapadera de la vasija de modo que algu- 
nos de estos alambres eslén mas bajos que la lámina: 
inmediatamente el zinc y tos alambres se recubren 
de láminas brillantes de plomo en tanto número, que 
constituyen el referido árbol. 

Si el metal precipitado es la plata y el precipi- 



lauie es merrurio, la cristalización que se obtiene I 
es una amalgama de plata, y se conoce con el nom 
bre de Arbát <¡e (Hutía; procedimiento que en el 
fondo es vi misino que el que hemos CSpuestu Millo ■ 
nórmenle: pero mucho mas sencillo porque no hay 
necesidad de cmp'ear para nada la acción del fuego. 
Esta circunstancia de hacerse volátiles los meta- 
les en virtud de ciertas fermentaciones particulares, 
prueba que no andaban muy descaminados los anti- 
guos al creer que entre alguna parte metálica cu Ja 
composición de los "vegetales, ¡ludiendo subir con 
facilidad dicha sustancia pnr bis sutilísimos tubos por 
donde asciende el jugo alimenticio de aquellos. 



-#*#*-&* *^***# — — 



REMITIDO. 

LA non ¥ EL AVE. 
{F.n unálbum.) 
Le dijo la flor al ave; 
— ¿Deque le sirve- en tu vuelo 
Llegar basta el a'to cielo 
Para volver á bajar? 
— ¿Y qué le sirve, pregunta 
MI ave ,i la llor preciada, 
Vi* ir siempre aprisionada 
Sobre un áspero erial? 

—Yo vivo, la flor le dijo. 
En mi pequenez contenta; 
El tallo que me sustenta 
Es mi trono y mi dosel. 

Y el anca que me acaricia 
Es la música sonora 

Que resbala bol! ¡dura 
Besando amante uiis pies. 

El ave á la flor responde: 
También yo vivo dichosa, 

Y en la atmosfera anchurosa 
Por do quiera ufana voy. 
Bebo en la ignorada fuente. 
Azoto el aire que aspiro, 

Y alzando mi vuelo miro 
Cara cara al mismo sol. 

M. M. Mcugüi*. 



Crema cosmética ríe la reina liaría Antomtta. — 
Un piadoso respeto hereditario ha conservado en la 



familia de un fiel ayuda de cámara del infortunado 
Luis XVI la siguiente receta de una pomada, ó por 
mejor decir de una crema, qjlW usaba la reina para 
conservar el brillo y frescura de su culis: 

Cera virgen, I dracma; esperma de ballena, 2¡ 
aceite de ten, I onza; id. de semillas frías , 1 id 
¡d. de aluirndras dulces, 1 id. 

Desliese 1odu junto al baño ruaría en una vasija 
llueva, y añádase luego; 

Bálsamo de la Meca, 2 dracmas. En seguida se 
vierte en ta mezcla, batiéndola sin cesar, 6 onzas da 
agua de rusas. 

Tómese cada mañana una cantidad suficiente de 
esta crema, esiiéndasc sobre una lohalla muy fina y 
lí ni píese el culis. 

rwmoi+**" ■ 

¡>"o faltaría mas!— Leemos eo un periódico 
de Granada: 

«Han llegado basta nosotros las quejas de varias 
personas que se creen con mejor derecho de ocupar 
los .sitios preferentes de las iglesias en las fiiuciunes 
religiosas. Sostienen que el bello seso debe dejar los 
bancus mientras el sexo feo ha de sentarse en ellos. 

No precediendo convite, aun cuando se halle en 
abierta oposición con inveteradas costumbres, juzga- 
mos que existe la misma posibilidad de que las unas 
y los otros se acomuden sobre el duro pav ¡miento, 
pues pur fortuna pasó el tiempo eo que las trabillas 
nos tenían impedidos para doblar las piernas, y si 
[ludiendo no queremos hacerlo, nos queda el recur- 
so de permanecer sobre los pies. 

iSi alguno de los dos lia de ser preferido fal! 
mos en favor del bello sexo, que es acreedor á esl 
ventaja por igual razón de delicadeza y galantería 
que se le conceden otras muchas preeminencias. 

faríiW pública. — Llamamos la atención de 
nuestras apreciadles suscriloras sobre el siguiente 
anuncio: 

i-Eti la calle de las lleras, número 10, cuarto 
buhardilla, vive una joven llamada Teresa Rojas, |i 
que hace largo tiempo padece una enfermedad cró- 
nica, y hallándose en la mas triste y lamentable si- 
tuación, sin poder valerse de su persona para ganar 
su sustento, ruega á sys semejantes la socorran con 
lo que tengan á bica en su buen corazón.» 

MADRID, 1852. 

MFRESTA DE D. JOSÉ TKBJ1LLO. —BARIA CB1STISA, 8. 



; 






Aíia segundo. 



Domingo 24 dé Octubre Je 1852. 






Número 13. 



./.i 



LA MUJER, 



PERIÓDICO 
DEFENSOR Y SOSTENEDOR DE LOS INTERESES DE SU SEXO, 

redactado por una sociedad de jóvenes escritoras. 

. t : ¡ 

Este pfTiiíilicü site todos liis di>n>¡nií(ij: se inscribí en Madrid en l»9 lihrerlas a> Httüiet y de Cuerfi; á -í rs, al me?; y en pr«v¡e- 
aas tO rs. (njf ilii mases [imih'u de porte, reitiLlieiiJi] miiilibisniii a f.ivoriJe nuestro impresor, ó sella? de franqueo. 



I.a mujer <<>iisiil< t íd.i l»:ij» lux tUMlnto* pcrlo- 
(Ioh y c-st:i.:,is ,n- mi vhlii. 

VI. 
i.\ Mtfatvcia. 
Es de l;ui( o interés la infancia que si se ha de 
dirigir -i libiamente ]¡i educación de l«s niños en esta 
edad peligrosa, es necesario mucho cuidado aun en 
las cosas rnas iusignilicautes. Esto se concille cono- 
ciendo- el poder que tienen sobre nosotros las pri- 
meras preocupaciones de la infancia, y culta tiróse 
consena en una edad avanzada el recluido de los 
objetos que h< iihjs amado cu aquella edad tierna. 
Si en lugar de i ii fundir en los niños vanos miedos 
de fantasmas y espíritus malignos, que tío liaren otra 
cosa que debilitar por medio de grande* sacudi- 
mientos SU cerebro, demasiado blando,- SÍ en lugar 
de dejarles seguir libremente las eslravagam ías que 
Jes comunican sus nodrizas acerca de las cusas que 
deben amar y aborrecer, se procurara darles siem- 
pre una idea agradable del bien, y una idea espan- 
tosa del mal, es la- prevención les facilitaría mucho 
cu lo sucesivo la practica de (odas ias virtudes. Po- 
ro como al contrario se les lince creer en los duen- 
des, se les espanta con la oscuridad diriéndoles que 
de ella salen los muertos bajo figuras horribles, no 
se consigue con esto. mas que debilitar é intimidar 
so alma, y preocuparlos contra bis mejores-cosas. 

Lo mas útil en los primeros años de la Infancia, 
dice Fenelon, es mirar por la salud de) niño, procu- 
rar que forme mía mkjgte du!ce por medio de la 
elección de loi alimentos y por un régimen de vida 
iitnple, arreglando Sus comidas de modo que coma 
siempre poco mas ó menos á las mismas horas; que 
lo haga bastantes veces á proporción de su necesi- 
dad; que no coma fuera de las horas regulares y de 



costumbre, porque esto- es sobrecargar el estómago 
mando la digestión aun no ha terminado; que no 
pi ni be uada estilante qtao le estimule á comer mas 
de lo que necesita; que se le den los alimentos mas 
cuiivciiienles á su salud, y últimamente que no se le 
sirian muchos manjares diferentes, porque la varie- 
dad de estos sostiene el apetito después que la ver- 
dadera necesidad ha pasado.- ' 

Teniendo encuenta las precedentes reflexiones, 
también es muy importante cu la primera educación 
procurar que ios órganos del cuerpo del niño se 
alternen por medio del ejercicio- modera do, ó una es* 
pi'i ¡i- de gimnasia particular proporcionada á su 
víiml,: no precipitando demasiado su instrucción, 
avilando todo lo que se pueda el enardecimiento de 
sus pasiones, acostumbrando dulcemente al niño á 
vuiio privado du lascossspor las cuales ha manifes- 
tado mas afición, con el objeto de que do espere 
siempre obtener lo que desea. 

Pur muy poca bondad que descubra el carácter 
de un niño se le puede Itacer fácilmente dócil, pa- 
ciente, (irme, alegre y tranquilo; y al contrario, si 
se descuida esta hermosa edad adquiere por toda su 
vida hábitos ardientes é inquietos, fogosidad é ím- 
petus funestos; se forman sus -costumbres exagera- 
das; su cuerpo aun tierno y su alma vaeta.de incii- 
naciowes se. dirigen hacia el mal, y toman de aquí 
wrigqn lUS; desórdenes- que ¡e arrastran en tina edad 
superior. 

Desde que la nrzon de los nfños ha principiado á' 
desenvolverse es rte-cesario qlffi lodo !o que se les di- 
ga conduzca ú hacerles amar la verdad, y á inspi- 
rarles el despecho debido* ese disimulo terrible que 
tantos daños acarrea. Por tanto, jamás hay que ser- 
virse de la ficción para apaciguarlos ó para persua- 



I - 
dirlos de. lo que es mas conveniente en cada casa: 
de olro modo se les enseña tos ardides de la astucia, 
que nunca olvidan; y es necesario coaducirlos por 
medio de la razón lanío corno se pueda. 

Por otra parle: ios oiüos, no sabiondo aun pen- 
sar ni obrar por si mismos, lo notan ludo, y hablan 
pono sí por el contrario no se les lia enseñado ÉfeftM 
luego ¿.hablar demasiado, defecto que es preciso evi- 
tar en todas ocasiones. Sucede con frecuencia que 
el placer que se quiere sacar de los mutis "raciuses 
los gasta, ríllí chistes se ron» ierlrn ti ¡nansas pe- 
sadecesj se los acostumbra ¡t j)«;ir cnanto les viene 
á las míenles, á hablar de cosas de que no lumen 
Conocimientos distintos, y lesqueiln toda la lida el 
habito de juzgar de lodo con precipitación, y de pro 
aluciar con presunrion sus rallos en cosas de que no 
lie nen ideas claras. Rías este nució placa* produce 
aun efectos mas perniciosos: los niños observan que 
se ios mira con complacencia, que ge para !n alen- 
clon en todo lo que bacen y que se les oye con elisio . 
y de esta manera llegan á creer que todo el mundo 
debe ocuparse de ellos. Asi es que durante esla edad 
en que el niño ha sido consta nteoiente aplaudido, 
que no lia esperimentado la menor contradicción en 
sos caprichos, llega á concebir quimérica* esperan- 
zas que nú sirven mas que para ocasionarte infinitos 
disgustos duranlc su vida. Los niños habilitados á 
estos cosas creen generalmente que se bahía de ellos 
siempre que te bahía en secreto, porque lian tenido 
ocasión de nolar que oirás veces se habla hecho d(i 
mismo modo; y asi se persuaden que en ellus todo 
es admirable y estraordinario: por lodo lo cual, á 
Gn de que esa vanidad insensata no se apodere de 
lus niños, es indispensable siempre que haya que to- 
mar aljrnii cuidado de ellos hacerlo de manera que 
de nada íe aperciban: y en todo caso hay precisión 
de nacerles ver que todo aquello se hace por amis- 
tad y por la necesidad que existe de dirigir bien so 
conduela, .ocultando con cautela la especie de admi- 
ración que sus agudezas puedan producirnos. De es- 
la masera, marchando paso á paso en la educación de 
los hijos según se vayan presentando las ocasiones, 
se ayuda fácilmente, i la naturaleza, se moderan tas 
pasiones de los ni ñus, se templa su indiscreta curio- 
sidad coiilírslaudo á las preguntas que kiganycues- 
liuucs que propongan cou dulzura y agrado, y se j 
lleva al mayor grado de perfección la grande obra 
que está encoiuuudada al iolerts j al desvelo délas 
madre». 

! , — ~ '-."'■_■ 



2 

ED.MAHCE 
¿«airad» a vi qiicrfáa uní I» l> fll«l lo«»M« »*íll# 

usou du.u noy. imn innu. 

Era un tiempo bien, dichoso 
Para la gloriosa Esputa, 
. Kn que el león di' Casulla 
Con sus atlélirss garras 
Arrojaba de su seno 
A la gente musulmana. 

i ílll valientes Lampeones 
Al nímbale se npreslaban 
Kn alazanes briosos 
Cubiertos de seda v piala, 

Y en las dobles armad u ni 
Que los g i ne l es llevaban 
Se dcscu liria el ir ero 
De las bien bruñidas mallas. 
Brillantes como el escudo, 
El casco y la fuerlc espada. 
Eran todos rabaiK'rus 
De la mas altiva casta, 

Y defendian ansiosos 
iJc b rrui la -a 1 1 ¡. i causa. 

Y al tremolar sus banderas 
En ellas se divisaba 
El nombre de Ar-r-Maria 
En rn-aj luirás doradas. 
La ciudad, reina de reinas, 
Defendida de murallas, 
Eu este dichoso tiempo 
lira por ellos cenada, 
El asedio era penoso. 
Pues la descreída raía 
Mejor diera el dios Mnboroa 
Que entregar ;i su Granada, 

Y la defienden briosos 
Cual delii-jnlr virgen casta 
1:1 tesoro de) honor 
Que su madre le legara. 
Hace tiempo que rodean 
Sus vistosas a tala \ns 
Los apuestos castellanos. 
Prez y honor de nuestra patria. 
Que £on vállenles lo dice 
Su condición harto hidalga, 

Y el erügir de sus aceros 
En encuentros y batallas. 
Su cavilan D. (jonzolo. 






L 










Que «Maulo (¡ lodos marcha, 
Es ni héroe que á bis lides 
Ha dado la -mejor fagina; 
Pues es noble el cordobés, 
Distinguido en stfe hazañas. 

Y qun.que en los campas es Marte, 
Es Cupido con his damas. 
Hacho le quien' Isabel 

Y él en l;t reina idolatra, 
Mas el respe lo le debe 
Que se merece una santa. 
En Sania Fé en esf;t hora 
La regia estirpe se Italia. 

Y se ven por toda* parles 
Ricas tiendas de campaña, 
Donde juegan y alborotan, 
Rieu, danzan v popnlan. 
Los campeones y pajes 
De la bella soberana. 
Este día calan cuélenlos 

Y ríen, juegan y hablan. 
Porque saben que en sus manos 
Esta la ciudad preciada; i 

Y aunque tremola en sus torres 
Banderola de escarlata, 

Saben que pronto caerá 
Deshecha y rola á sus plantas. 
Pues ya lia logrado el cristiano 
Penetrar en su morada, 

Y se sabe que Buhabdil 
Ya á ceder, aunque sin gana. 
Los derechos de su reino, 
Por quien diera vida y aliña. 
Ya se impacienta el guerrero 
Viendo como se retarda, 
Y, está ansioso por lanzar 
El frito de sus y alarma. 
íras la reina los detiene, 
Que entre sus hermosas damas 
Se distingue cual la estrella 
Que preside la mañana. 
«Silencio, nobles caudillos; 
Silencio, que en treguas andan 

Y pronto veréis las llaves 
De la ciudad matizada 
Rendidas por esc dueño 
Que las tuvo mal guardadas.' 
Mientras que así nuestra reina 
A sus gentes aquietaba, 
Morisca turba venia 






Del camino de- Granaría 
Con el triste rey al frente, 
Al cual seguían las plantas 
Dos esclavos, conduciendo 
Las ricas llaves doradas, 
Que entregó el moro á la reina 
Diciúndule estas palabras, 
Procurando con firmeza 
Esconder allá en el alma 
El dolor. que ahogando iba 
Y que el pecho le prensaba. 
eAhi. te, entrego, nazarena, 
Esa joya idolatrada, 
hermosa y rica en tesoros 
De rubíes v esmeraldas. 
Mucho dolor a! perderla 
Sufre y sufrirá mi alma, 
Cambiando su hermoso eden 

sus purísimas auras 
Por el rojo sol ardiente 
Que me brinda allá en el África. 
Perdóneme Alá esta lucha, 
En- que como débil caña 
Me inclino bajo ese peso 
Que va á cubrirme de infamia. 
Mas ¡.iv ! que estaban escritas 
Estas terribles palabras 
En caracteres de fuego 
Bajo cimpas bronceadas: 
«Rey desgraciado, tu padre 
" Fué tirano en la demanda, 

■ Y en un castillo elevado 
Tu madre, infeliz sultana, 

«Te dio á luz entre cadenas, 
«Siendo ¡nocente su causa. 
» Allí vivid la infeliz, 

Y al hijo de sus entrañas 
> Pudo salvar de la muerte 

* Con prevenidas escalas; 

■ Mas lo salvó porqué fuese 

* El baldón de toda España, 

Y pagase de su padre 
«Las culpas anticipadas. 

■ Naciste en mal hora, ¡on rey I 

* Y será tu raza esclava, 

Y maldecirá lu nombre 

» Al partir á tierra eslraEa.» 
Estas palabras, oh reina, 
En mis oídos zumbaban 
Apenas loqué del trono 



Las va vacilantes gradn. 
Pues que luí desde la cuna 
El juguete *le las ansias. 
Ahí tienes, reina 1 salid. 

Las llave» ile lili I ir¡iu;iti.l: 
Sé dichosa r>n lu reinado. 
Sultana <le las sultanas. 

Y deslumhra con tu brillo 
Las mujeres do mi rain. 

No admito el «Ion que rae ofreces 
De vh ir ca tu morada, 

Y marcho á cscopder mi llanto 
Pe la (ierra en las entrañas. 



Así se espresó Bohahdil 
Dando un adiós á la reina, 

Y al acertarse á |os muros 
De la rica ciudad bella, 
Lanío una mirada ardiente 
Hacia la encumbrada vela 
Donde ya la cruz lucia 

De la cristiana bandera. 

Y fué tanta 5U aflicción 

Que lamo un gemido ni verla, 
Que fue el <ty de los sepulcros 
Fué el ay de la madre dieron 
Al perder el dulce fruto 
De su voluntad primera; 
Fué el ay del re ti Jijo amante 
Que ve su querida muerta; 
Fué un 'ti-/ mucho nina terrible 
Que cuantos ajes pudieran 
Lanzar los dolientes pedios 
De la creación toda entera. 
Fué el ay que dará el Mesías 
Con su voz terrible y hueca 
Cuando venga á los mortales 
A pedir estrecha cuenta. 
Fué un «j/ que llego á los cielos. 
Que hizo estremecer la tierra 

Y que penetró nimbando 
Por las oscuras cavernas. 
¡Pobre rey! al recordarlo 
Coa lágrima siquiera 
Consagradle á este infelice, ; 
Que vio perdidas sus tierras, 
Su corona, sus estados. 

Y que no llevó otra prenda 
■M partir de la ciudad, 



Que ]a maldición cierna. 
Mas ¡ay! no fué tan culpable 
Como dicen las leyendas; ; , rl( 
Fué solo un ser desgraciado 
De los muchos en la tierra, 

MUERTE DE 1IADAMA LAFARJSE. 

La muerte acaba de arrebatar uno tras otro tres 
personages célebres, Wellington, Castaños y mada- 
ma Lafarge. Los dos primeros pasaron rjor lodaslai 
grandezas y honores; la última por Indis las mise- 
rias y amarguras que el inundo reserva i los desgra- 
ciados. Dejamos el cuidado de elogiar ¡i ios dos pri- 
meros á los periódicos políticos y marciales, pues 
no nos curresjionde pronunciar la oración fúnebre 
de esos dichosos moríales cuyos nombres están en- 
lazados á "na de las épocas, mas gloriosas de nues- 
tra patria. Nosotras, por nuestro se*a, educación y 
carácter dulce y pacífico, aborrecemos l.i guerra y 
quisiéramos que las naciones ilustradas la desterra- 
ses del mundo, y ya que esto no sen posible, por lo 
menos procurasen suavizar sus rigores y ferocidad 
por medio de tratados justos y humanos, cosa que 
no encontramos difícil 1 ',. 

Concretándonos pues á madama Lafarge, per- 
mitido nos será derramar algunas lágrimas' sobre la 
tumba que encierra para siempre el secreto del he- 



m 
rO- 
'V. 

til 
sj 
ríos 
nrn- 
IWJ, 



(1¡ Entre Federico U» rey Je Prusia, j tus Kslados-tiiidos M 
confluyó un tratado de amistad y cunicrcio. que CcmllcilQ un arti- 
culo ludida por ti humanidad J ti Uitiilrupd. Cno de hi jilenipo- 
lenciarios •mericaniii lo tedíelo del majo siguiente: , 

Articulo Í3. En caso de guerra entre Arabas naciones, contratan 
les, tus comerciantes de la una que rísiilañ t>n !« donrlnios de la 
üita fluHicic, permanecer nueve meses para cobrar, sttsí créditos J 
arreglar sus negocios, mars-liando en seguida con lodpssus efectos 
sin impedimento ni traba alguna* Las mujeres, los niños, los hora- 
bres Je luí III illi'Wlll las laíallndes, los labradoie;, los artilla 
los artesanos, los pescadores, los rabilantes padneos do- las ciuda- 
des T pueblos no fortificados, t en general cuantos trabajan pan 
la subsistencia j el bienestar de la humanidad, podran contina 
ejerciendo sus profesiones t oficias sin ningún impedimento: no i 
incendiarán sus casia, ni destruirán ile mudo alpino sus mertan- 
ciu. La fucria armada del enemigo taroniiro tglirg tos fampos i 
territorio en que penetre; untes por el contrario pagará i un precio 
razonable Us cosa» que necesite para su uso. Todos kus buque; 
mercantes empleados en el camino de tos producios Je diversos 
países, j en trasportar los aniculus Ja nrioiera necesidad mas fá- 
ciles Je Obtener t mis comunes paro la subsLSlcnria del pueblo ] 
comodidad de !a vida, pudran navegar libréateme sin ser molesta- 
dos; y ni una ni otra de ias partes contratantes espedirá tuntolea i 
ningún particular tactitlandulc pica apretar destruirlos buqu 
mercantes enemigos, ni imcrruiujrir su, comercio. 










eho atroz, de que fué acusada. ¿Fué con cierto una 
gran criminal? ¿Fué una \ ¡clima inocente sacrifica- 
da al odio de sus enemigos? Enigma es este impene- 
trable cuya solución ja solo ¿i Dios corresponde. 
Pero aun cuando su culpabilidad hubiera sidu com- 
pletamente probada,, la cspíaeion ha sido á nuestro 
juicio mayor que el crimen. 

Madama Lafarge tía muerto á ios treinta y siete 
años en Ussat-les-liaíns, donde habia ido á restable- 
cer una salud quebrantada por lus padecimientos fí- 
sicos y lus lurmcnlt» morales de su encarcelamiento. 

Un testigo ocular ha escrito algunos apuntes so- 
bre el i! lint» período de tan trabajada vida, v de 
ellos lomamos los pormenores siguientes: 

«Madama Lafarge salía muy poco, pues casi no 
abandonaba su habitación sino para ir á la iglesia ó 
al baño; pero recibía á cuantas personas deseaban 
verla, y aun daba antógraíbs á las que mostraban 
en su favor mas interés y simpatía. 

No babléndó querido admitirla en ninguna fon- 
da ni casa de huéspedes de fas principales, se alujó 
en el humilde cuarto de una posada consagrada es- 
dusivatncnle á la gente pobre. 

Figurémonos un espacio de unos treinta palmos 
cuadrados á lo mas, alumbrado por una estrecha 
claraboya y por la luz que penetraba en el interior 
cuando se abría la puerta, Desde esta habitación, 
situada en la parle interior de la posada, no se des- 
cubre mas que un corto espacio de terreno inculto, 
resguardado de los vientos del norte por la roca ro- 
jiza y descarnada de Ussal. 

La primera vez que vf .i madama Lafarge fué el 
sábado que precedió á su muerte, al tiempo de ir al 
baño. Vestía de negro y marchaba apoyada en el 
brazo de su ángel tutelarla señorita Cullard. No es 
posible pintar aquel esqueleto ambulante y encona- 
do, del cual parecía se hallaba la vida pendiente de 
un hilo. 

Algunas horas antes de su muerte llamó al cura 
de Ussal, el cual vino al momento atraerle los con- 
suelos de su ministerio, y diciendo á ias personas 
que se hallaban presente^ que uniesen sus súplicas 
á las suyas para pedir á Dios la curación de la en- 
ferma. — «No lo hagáis, señor cura, dijo ella, no lo 
deseo; be sufrido mucho sobre la tierra y solo aspi- 
ro á la dicha de unirme á Dios. — ¿Perdonáis á vues- 
tros enemigos? le. preguntó el cura. — Me han asesi- 
nado, pero los perdono y -les deseo Unto bien como 
mal me lian hecho,* Dicho ésto eo esliuguiú su vida 



tranquilamente en los brazos del buen sacerdote. 

Madama Lafarge está enterrada en el cementerio 
de Omolac, al lado izquierdo de! sepulcro del coro- 
nel Audoury, donde había manifestado deseos de 
que so la sepultase. 

El coronel Audoury, antiguo amigo de su padre, 
murió el 23 de agosto precedente en Ussal, á donde 
había acompañado á madama Lafarge, á la cual no 
cesó nunca de manifestar la mas tierna y sincera 
amistad. 

Madama Lafarge era para el coronel Audoury y 
para la señorita Collard objeto de un verdadero cul- 
to. ¿Qué mujer pues era esta, que herida tan cruel- 
mente por la justicia humana encontró en un militar 
y en una joven obsequios y servicios tan fieles y 
magnánimos?" 

[C. de la 31.) 



TfrfM Sunrcí 



ORIENTAL, 

PÍO llores mas, nazarena, 
Que aunque es grande mi dolor 
Como profunda es mi pena. 
Ese llanto abrasador 
Mi voluntad encadena. 

Verás tu patria querida, 
Y aunque el corazón le adora 
Bendeciré iu partida,. 
Rogando á Alá por tu vida 
Al nacer la pura aurora. 

Pero recuerda algun día 
En tu suelo encantador 
Sí hay sacrificio mayor 
Que perderle, vida mia, 
Estando loco de amor. 

Mírame á tus pies de hinojos; 
Sé feliz, bella cristiana, 
Que no ha de causarte enojos 
Quien su sangre musulmana 
Diera por tus negros ojos. 

Mas si en lus labios mirara 
Una sonrisa vagar, 
Nadie de lí me apartara; 
Al mismo Alá le robara 
Si me llegases á amar. 

Cristiana, por compasión 
Quédale en mi patrio suelo; 
Cuanlo anhele tu ambición 



c 



Satisfará con desvelo ' 
Mi fitnftic* bastón: 

Omac/in til pon sica 
Th- («ilconda los diamantes. 
Serás sola en el liaren, 
Y ni ¡í anhelos amantes 
Sabrátf crearte un edén. 
' De -Arabia ríeos olores 
Emb.fisamarán'tn estancia, 



■ 



Y en mil va sus Je colores 






Dfe lili aromadas llores. 

Mns ¿Por qué cal! as asi? 



Aspirarás la fraj:ain'ia 

Manila, que uailj ine aterra, 
' Que en mi lár-o frímcif 
?io hay sacrificio en la tierra 
Que ;o no hiciese por tí. 

Déjame mirar un cielo, 
Le contestó la cristiana, 
Cuvo trasparente velo 
Es pabellón de mi suelo 
Ornarlo de aiul v grana. 

Allí dulces ruiseñores 
Saludan al nuevo din. 
Dejando el lecho de (lores 
Para cantar sus amores 
Con natural artncirlfa. 

Y c liando abandona el sol 
Las inr-úgiiílas regiones 
Entre nubes de arrebol 
Hacen brillar los pendones 
Del bravo pueblo español. 

Déjame; quiero partir, 
Porque al nacer castellana 
Es preferible morir 
A en otra tierra lejana 
Entre el deshonor vivir. 

Pero sea lenitivo 
A tu ardorosa pasión, 
Que si tú quedas cautivo 
Va la gratitud conmigo 
Grabada ert el corazón. 

Suspiro el altivo moro 
Y contempló de la aurora 
La roja luz seductora 
Que principiaba á brillar. 

— Parte, dijo, nazarena; 
Yo le daré mis corceles, 


















Y en ve/, de altivos donceles 
Esclavos le serAirín. 

Pero recuerda al¡,'im día 
En tu suelo encantador 
Si hay sanilirm mnvor 
Que perderle, vida mía, 

Eslaudo luco di> a r. 

Jom- :., lio mío A «loa. 









. 



SftlAl& , WMSrtir£ 

A. MI AUI1.A 1.A bi Vl.'WII \ IHtSA ANGELA CRASSt. 

Canta tú del aiiiin", Angela pura, 
Todo el rmatilo, la ilusión hermosa; 
Esprusaiius del alma la, ternura 
Con esa entonación Lau armoniosa, 

(¡Jo* en cada nola'dc lo rica lira 
Se ve ilc inspiración el raudo vuelo; 
¿Quién escucha lu acento y no delira, 
Y no le iiiMica allá en su desconsuelo? 

En ludo hallas ; jr. dulce poesía, 

Todo presta a lu jjenio nuevo encanto; 
El insecto, la flor, la noche umbría, 
Judo lo anima tu divino cauto. 

Si en el amor ¡ahí fijas tu mirada, 
Cn ser nos pintas fervoroso, amante, 
Que al contemplar SO frente idolatrada 
El corazón se torna delirante. 

Tai concibo tu amor, tal me parece, 
No pierdas tu ilusión nunca, cantora, 
Que es muy triste la vida sí perece 
Ese ambiente feliz que ves ahora. 

Yo siento aquí otro amor, puro, ferviente. 
Otro anuir ipto el espíritu levanla, 
'Que tic divina luz orla la' frente. 
Que alienta nuestro ser con llama santa. 

Nunca la ingratitud cruce el espado 
Do se encuentra este amor santo v profundo; 
Vi vueles, pensamiento, ve despacio. 
Que él forma mié delicia-: en el mundo. 

¿Qué tst el amor? fantasma vaporoso, 
Uta ilusión no 'mas, un sueño vano; 
Solo existe un amor puro y hermoso. 
Que, Dios bendice ron su escelsa mano. 
Mirar de un hijo la sonrisa pura 
Es !a suprema dicha en este mundo; 
Su magia celestial por siempre dura; 
¡Cuan santoes este amor y coán profundo' 

Miro en su frente impresa la inocencia: 
En su hermosa sonrisa veo el cíelo: 









¡Qué suave es de cíi dar la dulce esencia! 
¡Como derrama en nuestro ser consuelo! 

¿Tú has c uiilPiiiptndo, di, el aura bulla. 
La esencia de- las llores vaporosa, 
El pálido fulgor de alguna estrella, 
Pe iialiira la calma majestuosa? 

El aura bella es la sonrisa pura 
De una madre ni mirar su tierno infante; 
El canlu de su anuir v sti ternura 
Es la csprcsiuH de un alma delirante. 

Que es H Sabor HBttüsitiá vaporoso, 
I*iiü ilusión no mas, un sueño vano; 
Sulo c\is!e un amor puro v hermoso 
Que Dios bendice con suprema mano. 

Cuino la ola del mar es l.i esperanza. 
Si la tormenta atroz vieron tus ojos, 
Ese es el premio que el amor alcanza, 
Su camino de dures son abrojos! 

Inloll» U. 4c l'rrranl. 



Ü-Jf^liT^i ^>¿ü íí^i-rA-lTJl-S^Sil. 



LA II OCA IGLESIA. 

Para dirigirse de la antigua abadía de Allerhei- 
ligen á Oberacheni es preciso atravesar un valle in- 
culto, A la derecha, en medio de un campo raso y 
desierto, se divisa una roca que tiene la forma de un 
templo. Flecha, techumbre, estribos, nada le Talla, 
escepto puertas y ventanas. Los grajos vuelan de 
uno á otro estremo de ella arrojando su grito sonó- 
ro y breve. Antes de componer una subí masa de 
piedra era realmente una iglesia, y una de las mas 
/ antiguas del país. Había sido construida por imo de 
los primeros gefes lewlones que abrazaron la fe cris- 
liana, sustituyendo la dulce imagen del Redentor á 
fas sombrías figuras de los dimes escandinavos. A 
su muerte dejó tres bijas doladas de rara belleza, 
que vivieron solas en su castillo sin querer casarse, 
porque los hombres feroces é impíos de aquel tiem- 
po les causaban horror. El estudio de los libros san- 
tos, la oración, el trabajo y las buenas obras que 
prescribe la caridad ocupaban todos sus momentos. 
Pero lie aquí que Alila, el azote de Dios, se pro- 
puso invadir las Calías. Después de haber atravesa- 
do la Alemania acampó á orillas del Rhin para cons- 
truir balsas, sin las cuales sus tropas no podían pasar 
el rio. Hordas de soldados se esparcieron por la 
Selva-Negra corlando las maderas que exigía el 
trasporte dele/reilo, y uno de esos destacamentos 



[llegó á inmediaciones del castillo donde vivían pia- 
¡ dusamcnle las jóvenes. No hay hombre A* guerra á 
quien no le guste el pilluge, y por eso fué que los 
viejos Soldados invadieron sin escrúpulo la mansión 
aislada antes que los que estaban dentro luí ¡un. mi po- 
dido ponerse eu guardia contra ellos. Las tres her- 
manas despertaron la concupiscencia de los iiuto- 
¡ deadores, pero como el hambre los mortiüVaba, se 
hicieron servir primero las mejores provisiones del 
rastillo, v en seguida obligaron á las huérfanas á 
compartir con ellos el banquete. Las jóvenes implo- 
raron la protección de Dios y obedecieron. Teodo- 
liiidn, la de mas edad, pareció reflexionar dura ule 
la comida. [ J oco apocólos esquisiins vinos fueron 
embriagando a. los soMados. La hermana mayor 
mientras lanío miraba con frecuencia á las otras dos 
y parc.-ia querer decirles que tuvieran confianza en 
ella. De repente toma la palabra: 

— Mis qoerjdos huespedes, dice, os habéis con- 
ducido COO (aula honradez respecto de nosotras, que 
quiero demostraros mi reconocimiento. Una de nues- 
tras bodegas encierra un vino esquisito, de que nues- 
tro padre bebía solamente en los días de grandes so- 
le unidades. El misino iba á buscarlo y guardaba 
siempre la lla*c en su alcoba. Voy a ofreceros lo 
que queda como un testimonio de nuestra gratitud 
por vuestro leal procedimiento. Vamos, Berta é II- 
ilegnrda, seguidme; me anudareis. 

Las tres jyi enes se levantaron y desaparecieron 
en medio de los aplausos de los convidados. Kn se- 
guida uno de ¡os guerreros propuso echar suertes 
sobre las jóvenes. 

— Xa da de pendencias entre nosotros, dijo; so- 
mos catorce y no hay mas que tres jóvenes amables. 
Aquellos á quienes favorezca la suerte serán sus po- 
seed', res. 

Y puso sobre la mesa un cubilete con dados. Sus 
enmaradas aceptaron la proposición. Ocho de entre 
ellos habían tentado ya la fortuna cuando un criado 
les dirigió la palabra: ese criado estaba disgustado 
porque las castellanas no habían querido nombrarle 
su mayordomo. Dudó un momento, pero al fin se 
decidid á hacer traición á las jóvenes. 

— Estáis disputando una presa que se os escapa, 
les dijo; los subterráneos de] castillo comunican cóD 
la iglesia: las tres hermanas habrán huido quizá por 
esa vía. 

El miserable no se engañaba: las jóvenes cris- 
tianas se habían refugiado bajo la guardia de Dios, 
pensando qu* los bárbaros no se atreverían 4 pro- 



fanar el santuario, ú que el dueño dd mundo tas 
socarrena. Ellas oraban ron fiVvtífl 

Los liiinns arrojaron gritos de furor a! oir las 
palabras del sirvienlcí y se levantarun corrienda en 
dirección á la iglesia. Ln pudría esl.iba carrada só- 
•JEdfimenle con barras y cerrojos, porque en aquellos 
"tiempos crueles era preciso furlifirar batía los sa- 
'grados asilos. I,o<; srrigdilinnos guerreros (ornaron 
entonces el partido de derribar un pino, desfajarlo 
y servirse del trunco para forzar Ja piadosa mansión. 
En breve tiempo realizaron la primer parle de su 
provéelo y marcharon contra la iglesia con 'su árle- 
le; pero e\ mrtnumcnlo no tenia va ni puertas ni 
ventanas, y se lia Iría transformado en lina roca soli- 
da qofl desaliaba sw furor. Del seno dé esa roca se 
exhalaba una melodía dulrey lastimera: Tendnlinda 
y srj's bermaum cantaban los salmos de los muertos'. 

«Vosotros moriréis, decían eoj] voz pura, v vues- 
tro polvo será justicie de los cíenlos. 

■Vosotros moriréis, y vurslra alma' se presenta- 
rá, sin protección, ante Dios. 

n Vosotros moriréis, y si el arrcpentimienlo lio 
lia lavado vucsíraSTollas serrísrasiígadi s por 1 toda la 
eternidad. 

El malvado rió deja rastro en la tierra v -¡nlre 
en el olro rtSnndo tormento* inesperables qtie en- 
letnocnrian hasla á los malignos espíritus, si los de- 
monios pudiesen sr.h'iír la piedad. < 

Esos eaiilris melancólicos, esas terribles palabras 
conmovieron ¡i los soldados pápanos: en et prodigio 
obrado á su vista no podían menos de conocer la 
arción de una mano divina. Volviéronse al campa- 
mento pensativos y mas larde abracaron la fe cris- 
tiana. Las jóvenes volvieron á su castillo por ¡a ga- 
lena subterránea. El restó de sus vidas no file mas 
que una larga preparación para la muerte, un ejer- 
cicio perpetuo de. tudas las virtudes, Eslingiiiérouse 
por último como 'las piadosas lámparas de las cate- 
drales cuando los primeros albores del dia vienen á 
quebrarse sobre el altar después ¿fe la vigilia dé. Na- 
tividad. La roca -iglesia lia conservado su mertioriá. 
Én SI dia aun, durante las bellas noches en que el 
cielo enciende todas sus ankm li.is, Uá en verano, 
sea eu Invierno, una música dulce y gravé sale del 
templo inaccesible, mezclándose al murmullo del 
busque, á los suspiros del Viento, al ruido de las 
cascadas y á las voces plañideras de los pájaros noc- 
turnos, y la luna se inclina sobre e! borde de las 
mitins para oír esc concierto maravilloso. 



IMPORTANTE. 



Se suspende, por ahora la publicación de L\ 
MrjKiu Aunque «vsla providencia no procede en" mo- 
do alguno de inronslrmcia ó falla de volunlad po 
parte de sus redacloras, sino de, verdaderos i': ines- 
perados inconveníenles, debemos advertir ¡i nues- 
tras amables y constantes favorecedoras que estos 
no son de la) naturaleza que se deba dcscr.iiili.ir da 
la pronta reaparición de nuestro periódico. 



ANUNCIOS. 

1 ! — — 



— _: _ 

i>. .1,11 Polonia %;■ 11*, dentista defamara de S. ,\. P... 
revalidar,!)! por la academia de mcdiciui \ (-¡rujia cu la 
universidad de Valónela, con Ululo e<qiediiíi> oír r] mi- 
nisterio lie Irislrurdiui y libras ««tilicas, j rehabilitada 
porS. M. ginr-i poder ejercer linla dase de operaciones en 
la linca, las que ejecuta con la prontitud j esmero que la 
tienen acreditarla, ¡uniendo loria clase de operaciones re- 
husadas por otros.flrvfeforcs, emuo ¡ruedo arredilar, pues 
tiene un ralálopn de ellas que. por espncin de un año lia 
reccgidii para liaeoj callar a nmclins que lian Iralndii de 
desacreditarla; por ciiya razón [odas las personas que han 
sillo operadas solían servid» dejar sus nniiilires y fas se- 
ñas de su uabtlacJon, lis que estjn ¡ironías a liana una 
rescfia de sus padecí mié utos, v de los profesores ijue se 
lia'ii ne^-adn i blYas; en la iuteliírencia ite que énáiiia- i u- 
ras ha Iwcliii y pueda li.ieev es Culi t* condición (le irn ad- 
i'iilir estipendio alguno vaso que do sea curado iadic.aU 

mente. 

■ . 

TaniliLi'n pone dienles sueltos, jlia-hi dentaduras en- 
teras, ton muelle íi sid filos, enn solilarlura ó sin ella, pnr 
el ui ■■luí-i. i infles ú americano. Los dienles -a» poní 1 » desde 
dos duros; liasla diez v seis: las horas á precios con mol in 
nales, idvirlicudo i¡ue cu dn Imj f.1 ihlri iniii'iiln no se fin- 
neo dientes de marfil, hueso, ni le caballo marino, pnr 
ser sustancias que en coanln perciben humedad se vuelven 
neitros, r segarnutiían las obras por los flftojqua quieran, 
devolvijüvilo el dinero el día que dichos dienles cambien 
de color. Limpia la boca en el corlo lirmpo de diez mi- 
nutos; nAcffnra Ion dientes qiie,«e mineen, caso inie no sea 
mas que por i.i Hnje.dad lie, las encías, pues tino* el finir 
del I)r. (jislian. que además du blanquear tos dieur ■■> 
fortalece las cufias, poniéndola* al abrigo fíe ¡pila ¡eili 
marino y" Aef tbí'rtijlliifen escntliiilu, 

Empasta hs mtlHnS r.,h ptOmn, [dala, platina Ir nru 
1 f.aseslrací!Írines*ondeil\eHtes, muelas; iiitiiiillosr WkrMli 
eo¡milJ.üs, jabones } dcaiás liuesus car unios, V¡yp, folie 

del Carmen, núm. ai, cuarto sí 

. i ■ 

j" U. i.'!|.'¡ iiiuíi . ■ Ti "^^¡,1,.. i. ...i ...e..'J i.j ->¡. 

MADRID, 1.s:i-2. 

IMl'HEMAllEll. JOSIi TULJ1LLO, III lü, 
CAT1.K 0E Vino CIIISTINt, S. 






1 






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