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Full text of "La musa loca : comedia en tres actos (el tercero dividido en dos cuadros)"

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Cbe  líbrarp 
einíuer^ítg  of  Boitb  Carolina 


Vo\.     ^O 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 

AT  CHAPEL  HILL 


ENDOWED  BY  THE 

DIALECTIC  AND  PHILANTHROPIC 

SOCIETIES 


BUILDING  USE  OWLT 

PQ6217 
.TUU 
vol,  20 
no.  1-lU 


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-14 


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SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


La  musa  loca 


eOJyiEDIfl  EN  TRES  ACTOS 


(el  tercero  dividido  en  dos  cuadros) 


^^^^^^ 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núffez  de  Balboa,  12 

X©OS 


LA  MUSA  LOCA 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  antores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan 
celebrado  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna- 
cionales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


LA  MUSA  LOCA 

eOMEDIfl  EN  TRES  ACTOS 

(el  tercero  dividido  en  dos  cuadros) 


SERAFÍN  I  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenada  en  el  TEATRO  DE  NOVEDADES  de  Barcelona, 
el  4  de  Julio  de  1905 


•*- 


MADRID 

B.  ▼■LASCO.  IMP.,  MABQDÉS  DB  SANTA  ANA^  11  O    P. 
Teiéfono  MÚtnero  yf/ 

I906 


y¡  Jacinto  ^eqavenfe 


tuuov-ado>i    de    la    cduiedia   esjiauoia,    óuó 
deüóitóiHiOá  adiuhado^eá  u  amiaóóf 


7 


I 


REPARTO 


(i) 


PERSONAJES  ACTORES 


ACTO     RRIIVIERO 

FIDELA Srta.  Suárez. 

DON  ABEL  SECANO Sr.    DÍAZ  de  Mendoza  (F.) 

DON  MAUEICIO   REGLA  Y  SALA- 
ZAR ClRERA. 

URRUTIA Santiago. 

CABRA Carsí. 

TOLEDO Mesejo. 

MANOLO Juste. 

BARBUDO DÍAZ. 

DON  JESÚS Urqüijo. 

LUCAS Cayüela. 

UN  PRESTAMISTA Gil. 

UN  CAMARERO Fernánde  . 

ACTO     SEGUNDO 

DOÑA  ANTONIA  PACHECO Sra.  Morera. 

IRENE Srta.  Asquerino. 

DOÑA  ANDREA Sra.   Guerrero. 

FELISA. .   Srta.  Bremón. 

MARIQUITA García. 

DON  ABEL  SECANO Sb.    Díaz  de  Mendoza  (P.> 

DON   MAURICIO    REGLA  Y  SALA- 
ZAR ClRERA. 


(1)  Merced  á  alí^nnas  ligeras  alteraciones  introducidas  en  el  acto 
segundo  de  esta  comedia  después  de  su  estreno  en  Barcelona,  consig- 
namos aquí  el  reparto  de  la  primera  representación  en  Madrid,  en 
lugar  del  que  allí  se  le  dio. 

Debemos,  sin  embargo,  mencionar  á  la  Sra.  Guillen,  á  la  Srta.  To- 
rres, al  Sr.  Palanca  y  al  niño  Peral,  que  interpretaron  en  Barcelona 
los  papeles  de  Laisita,  Felisa,  don  Mauricio  Regla  y  Salazar  y  Eduar- 
do respectivamente,  y  que  no  figuran  en  la  actualidad  en  la  compa- 
ñía del  Teatro  Español. 


607053 


UREUTIA Sr.    Santiago. 

UX  SEÑOR  ANÓNIMO Díaz  de  Mendoza  (M.) 

BUSTAMANTE Guerrero. 

DON  GENARO Medrano. 

ROMERO SORiANO  VioscA. 

ACTO     -TERCERO 

IRENE Srta.  Asquerino. 

LUISITA Oancio. 

LIBORIA Bueno. 

DON  ABEL  SECANO Sr.    Díaz  de  Mendoza  (F.) 

DON   MAURICIO    REGLA  Y  SALA- 

!   ZAR ClRERA. 

URRUTIA Santiago. 

FOSO Mesejo. 

DON  JO  VITO Carsí. 

EDUARDO Niño  Quintín. 

PARRA Sr.    Viñals. 

BERMÚDEZ Urquijo. 


^  .^gpg^  ,^^ 


•jmmmmm,. 


ACTO  PRIMERO 


Negociado  de  dou  Mauricio  Regla  y  Salazar,  en  una  oficina  del  Es- 
tado, en  Madrid.  Mampara  al  foro.  Ventana  grande  á  la  derecha 
del  actor.  Puertecilla  de  escape  á  la  izquierda,  empapelada  como 
las  paredes.  Estera  de  cordelillo.  A  la  derecha,  en  primer  térmi- 
no, mesa  y  sillón  de  dou  Mauricio.  A  la  izquierda,  frente  á  ella, 
mesa  y  sillón  de  don  Abel  Secano,  oficial  primero.  En  el  foro,  á 
la  derecha  de  la  puerta,  un  par  de  mesas  de  dos  pupitres  fronte- 
ros cada  una.  La  del  rincón  está  colocada,  como  las  de  don  Mauri- 
.  cío  y  don  Abel,  de  suerte  que  al  sentarse  ante  ella  los  empleados 
el  público  los  vea  de  perfil.  La  otra  en  sentido  contrario:  un  em- 
pleado dará  la  espalda  al  público  y  otro  estará  de  frente  á  él. 
Hacia  el  centro  de  la  habitación  otra  mesa  análoga  á  la  primera 
y  colocada  en  igual  forma.  En  las  paredes,  perchas  correspon- 
dientes á  las  mesas  y  alguna  anaquelería  con  legajos.  Sobre  todas 
las  mesas,  aparte  el  servicio  de  escribir,  abundancia  de  papeles  y 
libros.  Sillas  de  gutapercha.  Cerca  de  la  ventana  una  estufa.  Escu- 
pideras y  cestos  de  papeles  junto  á  las  mesas.  Pendiente  del  techo, 
sobre  cada  una  de  ellas,  una  bombilla  de  luz  eléctrica  con  panta- 
lla verde.  Timbres.  Almanaque.— La  vejez  y  mal  estado  de  los 
muebles,  el  polvo  de  libros  y  legajos,  el  borroso  color  del  papel 
de  las  paredes,  y  aun  los  remiendos  de  la  estera,  patentizan  que 
por  la  covachuela  que  hoy  rige  don  Mauricio,  han  pasado  algunas 
generaciones.— Es  por  la  mañana. 


ESCENA  PRIMERA 

DON  ABEL;  luego  LUCAS;  después  CABRA 

(La  oficina  está  sola.    Ábrese    la    mampara    y  sale    don    Abel.    Don 
Abel,    protagonista    de    esta    comedia,    es    un    pobre    diablo.    Frisa 


—  10  — 

con  los  cincuenta;  tiene  poco  pelo,  y  éste  gris,  bigotillo  y  mosca. 
Los  ojos,  mortecinos  y  tristes.  Alguna  vez,  no  obstante,  fulgura  eu 
ellos  siniestra  llamarada.  Lleva  gafas  de  acero.  Sus  ropas  son  hu- 
mildes, defendidas  con  maña  y  bencina  de  las  inclemencias  del  uso. 
Al  llegar  tiende  la  vista  por  la  estancia,  desde  la  misma  puerta,  cer- 
ciorándose de  que  aún  no  hay  allí  ningún    empleado.) 

D.  Abel       Nadie.  Parece  que  es  un  crimen,  y  no  es  un 

crimen,  (corre  a  su  mesa,  y  sin  quitarse  sombrero  ni 
capa,  se  sienta,  saca  de  uno  de  los  cajones  un  cuader- 
no, y  rápidamente,  lleno  de  turbación  y  ansiedad,  bus- 
ca una  entre  sus  páginas  manuscritas.)  AqUÍ  está. 
(Después  de  leer  para  si.)  ¡Ah!  ¡Ya    deCÍa    yo!   El 

ritmo  de  la  frase  era  oiro.  (Leyendo.)  «¿Por 
qué?  ¿Por  qué  no  me  contestas  ahora?  ¿Por 
qué?»  ¡Claro!  Se  repite  dos  veces  el  por  qué. 
¡Qué  tontería!   Y  no  he  podido  pegar  los 

ojos  en  toda  la  noche,  (sigue  hojeando  el  cua- 
derno.) ¡Qué  bien  me  ha  salido  esta  esce- 
na!... ¡Qué  linda  es  esta  frase!...  «No  quiero 
más  esclavitud  que  la  de  mi  cerebro:  no 
quiero  más  cadenas  que  las  de  mi  concien- 
cia.» Aquí  hay  un  aplauso,  ó  sé  yo  muy 

poco  de  estas  cosas.  (Mirando  con  recelo  á  la 
puerta.)    ¿Eh?...   Temí...    (Volviendo    á    la    obra.) 

¿Pues  y  ésto?  Esto  parece  de  Echegavay. 
«No  pidamos  á  la  carne  humana  en  la  tie- 
rra, resistencia  de  roca  en  la  playa.»  ¡Bravo! 

Se  me  saltan  las  lágrimas.  (Guardando  el  cua- 
derno.) Al  cajón  otra  vez,  drama  mío,  no  me 
sorprenda  alguien...  Ahora  causaría  mofa, 
lo  que  luego  ha  de  causar  admiración  y  en- 
vidia. (Mientras  cuelga  la  capa  y  el  sombrero.)  ¡Y 
dicen  los  críticos  que  el  monólogo  e.«^  falt-o!... 
¡que  no  es  real!...  ¿Pues  no  vengo  yo  hablan- 
do solo  desde  mi  casa?  Por  supuesto,  ¿quién 
había  de  sospechar  en  el  mundo  que  Abel 
Secano,  el  humilde  oficial  primero  de  esta 
mísera  covachuela,  iba  á  sentir  bajo  su  crá- 
neo la  llama  de  la  inspiración;  iba  á  escri- 
bir un  drama  como  ese?.  .  (Sale  Lucas,  ordenan- 
de     la    oficina,     por    la    puertecilla    de    escape.) 


¿Quién? 


Luc.  Señor  Secano,  buenos  días. 


^'/Hs^ 


-  11  — 

(Este  Lucas  procede  de  la  Guardia  civil.  Usa  grandes 
bigotes,  y  conserva  en  su  empaque  y  modos  el  sello  y 
los  hábitos  de  su  primera  profesión.  Eu  la  mano  trae 
UD  jarro  lleno  de  agua,  que  vierte  en  una  cacerola  que 
hay  sobre  la  estufa.) 
D.  Abel        Buenos    días,  Lucas.    (Abstraído:  entre   dientes.) 

«No  pidamos  á  la  carne  humana  en  la  tierra, 
resistencia  de  roca  en  la  playa.» 

Luc.  ¿Manda  usted  algo? 

D.  Abel       JNada,  Lucas. 

(Lucas  va  á  irse  por  el  foro,  á  tiempo  que  llega  Cabra, 
á  quien  deja  pasar.) 

Cabra  Hola,  Lucas. 

Luc.  Felices,  señor  Cabra,  (vase.) 

Cabra  Buenos  días,  don  Abel.  A  usted   no   hay 

quien  le  coja  la  delantera. 

(e1  ciudadano  Cabra,  víctima  resignada  de  la  admi- 
nistración, y  miope  de  añadidura,  viene  de  capa  casta- 
ña y  hongo  café,  y  usa  gafas  de  gruesos  cristales.  En 
la  oficina  usa  manguitos.  Las  rodilleras  de  sus  panta- 
lones manifiestan  que  de  los  sesenta  años  que  tiene  ha 
pasado  sentado  cincuenta  y  cinco.  Ocupa  el  primer  pu- 
pitre de  la  derecha.  Trae  en  la  mano  un  rollo  de  pa- 
peles.) 


ESCENA  II 

DON  ABEL  y  CABRA;  después  DON  MAURICIO 

Cabra  ¿Cómo  sigue  el  chico? 

D.  Abel  Mejor  está.  Cabra;  muchas  gracias.  ¿Qué 
papeles  son  eí-os? 

Cabra  £1  trabajo  extiaordinario  que  le  dio  el  jefe 

á  Urrutia.  Al  fin  y  al  cabo  tuve  yo  que  car- 
gar con  él.  Hasta  las  tres  de  la  mañana  no 

he  podido  acostarme.  (Arranca  la  hoja  del  alma- 
naque.) 

D.  Abel  Le  digo  á  usted  que  se  está  poniendo  esta  ca- 
sita... (Saea  un  periódico  y  lee  de  pie  junto  á  la  es- 
tufa, sin  dejar  de  atender  á  Cabra.) 

Cabra  Y  menos  mal  ustedes,  los  que  suben.  Ya  ve 

usted  yo:  ayer  hizo  cuarenta  años  que  tomé 
posesión  de  este  mismo  pupitre. 


—   12   -^ 

D.  Abel       ¿Con  cuánto? 

Cabra  Con   seis  mil  reales.  Y    hoy  tengo  cuatro 

mil. 

D.  Abel       ¡Sí  que  es  una  carrera  loca! 

Cabra  (suspirando.)  Aquí  me  he  dejado  la  vista,  el 

pulso,  el  pelo,  el  estómago...  No  es  que  yo 
me  queje...  Aquí  be  cogido  el  reuma  que 
me  va  á  llevar  al  cementerio;  aquí  he  cogi- 
do las  jaquecas  (]ue  padezco  alternando  con 
el  reuma...  No  es  que  yo  me  queje...  Aquí 
conocí  á  mi  mujer,  que  en  paz  descanse. 
Era  hija  del  entonces  portero  mayor,  que 
»3n  paz  descanse.  Se  em|)eñó  en  casarnos  el 
jefe  de  esta  sección  en  aquella  época,  don 
•  •  Inocencio  Colmenar,que  en  paz  descanse.  La 
pobrecita  me  dejó  doce  hijos,  que  me  viven 
todos...  No  es  que  yo  me  queje...  A  otros  les 
va  mucho  peor...  pero  de  cuándo  en  cuándo 
un   desahoguillo...   Iré   haciendo   el    parte. 

(Se  levanta,  coge  de  la  mesa  de  don  Mauricio  una  hoja 
de  asistencia,  y  escribe  en  ella  los  nombres  de  los  em- 
pleados del  negociado,  los  cuales,  á  medida  que  lle- 
gan, la  van  firmando.) 

D.  Abel  Mire  usted,  Cabra;  yo  también  me  veo  ro- 
deado de  mucha  gente.  El  mayor  de  mis  chi- 
cos ya  es  un  pollo:  usted  lo  conoce.  Es  listo, 
es  bueno;  vale.  Será  un  hombrecito.  Me  tie- 
ne muy  contento.  Pues  bit-n:  si  algún  día  se 
le  ocurriera  decirme:  «Papá,  yo  quiero  ser- 
vir al  Estado»,  lo  disecaba.  No  le  digo  á  us- 
ted más.  Lo  disecaba. 

Cabra  Y  haría  usted  muy  bien.  ¡Ojalá  mi  padre 

me  hubiera  disecado  á  mí!  Daría  gusto  de 
verme  ahora. 

D.  Abel  En  cuanto  á  un  servidor  de  usted...  Pero, 
bueno;  esto  es  otra  cosa...  Tiempo  al  tiem- 
po... No  quiero  hablar,  (saludando  á  don  Mauri- 
cio que  llega  por  el  foro.)  Dios  te  guarde,  Mau- 
ricio. 

Cabra  Don  Mauricio,  muy  buenos  días. 

D,  Maur.     Hola,  señores.  ¿Qué  hay? 

(Don  Mauricio  Regla  y  Salazar,  jefe  del  negociado,  es 
hombre  recto,  inflexible,  aunque  cortés  y  cariñoso  con 
sus    subordinados.    Para    él   la    administración   es  un 


~  13  ^ 

culto  y  él  un  sacerdote.  Su  fisonomía  es  vigorosa,  ex- 
presiva, muy  española.  Tiene  cuarenta  y  tantos  años. 
Viste  de  chaqué.) 

D.  Abhl       ¡Psohé! 

¡Hoy  como  ayer,  mañana  como  hoy, 

y  siefmpre  igual! 
¡Tin  cielo  gris,  un  horizonte  eterno, 
y  andar...  andar! 
D.  Mauh.     Chico,  chico,  qué  por  las  nubes  me  recibes. 

¿Es  que  te  has  dado  á  la  poesía? 
D.  Abel      Tal  vez.  De  poeta,  músico  y  loco... 
D.  Maur.     ¿y  tu  pequeño? 

D.  Abel  Parece  que  ha  amanecido  mejor.  La  noche 
ha  sido  buena.  Luego  vendrá  la  muchacha 
á  decirme  el  parecer  del  médico. 
D.  Mauk.  Oye  una  cosa,  (oon  Abel  se  le  acerca.)  Mira  el 
borradorcillo  que  he  hecho  para  contestar  á 
la  Dirección.  (Le  da  unas  cuartillas.)  A  ver  qué 
te  parece. 

(Don  Abel  lee  para  sí.  Don  Mauricio  en  tanto  lo  con 
templa  con  el  resplandor  del  esperado  triunfo  en  la 
fisonomía.  Llega  Manolo.) 


ESCENA  III 

DICHOS  y  MANOLO;  luego  BARBUDO;  después  ÜRRÜTIA 

Mav.  Buenos  días,  señores. 

D.  Maur.     Hola,  Manolo. 
Cabra  Buenos  días. 

Man.  y  fresco?.  (Deja  gabán  y  sombrero  en  la  percha  co- 

rrespondiente, y  antes  de  sentarse  en  su  sitio,  que  es 
uno  de  los  pupitres  del  centro  de  la  escena,  se  acerca 
á  la  estufa  para  calentarse.  Es  un  muchacho  simpáti- 
co y  listo.  El  gabán  que  lleva  es  de  entretiempo  y  el 
traje  de  verano.  Como  se  ve,  tampoco  nada  en  la  abun- 
dancia. Para  trabajar  en  la  oficina  se  quita  los  puños 
y  trueca  la  americana  de  la  calle  por  otra  remendada 
y  llena  de  tinta  que  guarda  en  su  pupitre.) 

Cabra  Ahí  tienes  el  parte. 

Man.  Ahora  voy. 

D.  Maur.      (a  don  Abel,  así  que  acaba  la  lectura.)  ¿Qué  tal? 

D.  Abel      De  lo  más  bonito  que  has  hecho,  Mauricio^ 


—  14  — 

D.Maur.    ¿Eh? 

D.  Abel       Pero  fuerte. 

D.Maur.  P]so  quiero:  darle  en  la  tetilla.  Y  ya  habrás 
visto  que  le  tapo  todos  los  callejones.  Que 
rae  sale  por  peteneras:  ley  de  15  de  Abril 
del  94;  que  esto,  que  lo  otro,  que  lo  de  más 
allá:  real  orden  de  26  de  Agosto  del  95;  que 
tal  y  cual  y  qué  se  yo:  real  decreto  de  14  de 
Mayo  del  96;  que  si  fué,  que  si  vino:  ins- 
trucción de  12  de  Setiembre  del  97;  que 
patatín,  que  patatán:  circular  de  29  de  Oc- 
tubre próximo  pasado.  Y  no  hay  más.  Tie- 
ne que  meterse  en  el  burladero. 

D.  Abfl       Sí,  sí:  no  hay  escape,  (se  va  á  su  sitio  ) 

D  Mauk.    Manolo. 

Man.  Mande  usted. 

D.  Maur.    Ponga  usted  la  minuta  de  esto. 

Man.  Sí,  señor. 

D.  Maur.    Y  que  luego  Cabra  lo  saque  en  limpio. 

Cabra  E^tá  bien. 

(Llega  Barbudo,  viejo  gruñón  de  malísimas  piilgas. 
Disfruta  un  haber  de  seis  mil  reales,  y  toca  la  trompa 
en  un  teatro.  Tiene  más  cejas  que  bigote.  Viene  de 
capa.) 

Bar.  ¡Qué  atmósfera!  ¡Se  masca  el  carbón!  ¡No  sé 

cómo  pueden  ustedes  resistirla!  ¡Aquí  nos 
vamos  á  morir  todos!  Buenos  días,  señores. 

Cabra  Buenos  días. 

D.  Maur.  ¿Quieren  ustedes  que  abramos  la  ventana 
un  momento? 

Bar.  ¡Sí,  hombre,  sí! 

Man.  ¡No,  hombre,  no!  Estos  del  norte  no  tienen 

nunca  frío. 

Bar.  ¡Lo  que  no  quieren  es  respirar  veneno! 

Man.  ¡Ojalá  se  muera  usted  mañana!   ¡Así  puede 

que  ascienda  yo! 

Bar.  Sí,  sí;  no  lo  verán  tus  ojos.  Tienes  oficial 

quinto  para  rato.  (Después  de  colgar  la  capa  y  el 
sombrero,  siéntase  ante  el  pupitre  de  frente  á  Cabra.) 

D.  Maur  .  (Mirando  el  reloj.)  La  media  ya  y  faltan  cuatro 
todavía.  El  mejor  día  llevo  el  parte  así.  y 
vamos  á  tener  un  disgusto.  ¿Se  sabe  de  Ji- 
ménez? 

D.Abel      Continúa  malo.  Yo  estuve  ayer  á  verlo. 


—  15  — 

D.  Mauk  .  Pues  Toledito  y  Urrutia  me  van  á  oir.  Y  eso 
que  pierde  uno  la  fuerza  moral:  luego  se 
presenta  á  las  doce  ese  niño  gótico  de  Jor- 
gito,  que  abusa  porque  tiene  el  tío  alcalde, 
¿y  quién  les  dice  nada  á  los  otros? 

Bar.  Aquí  hay  dos  razas»:  los  que  toman  el  sol  y 

los  que  toman  quina  en  rama.  Y  ande  el 
movimiento,  (a  cabra.)  Ya  me  ha  dado  us- 
ted dos  veces  con  el  pie  en  la  espinilla. 

Cabpa  Ha  sido  sin  querer 

Bar.  Es  que  sin  querer  también  me  duele. 

(Llega  Urrutia  todo  jadeante.  Es  el  hazmerreír  del  ne- 
gociado. Viste  malamente:  usa  un  hongo  muy  alto  y 
un  gabán  color  de  hoja  seca,  entallado  y  con  raja 
hasta  la  cintura.  Es  ligeramente  tartamudo.) 

Urrut.        Fe...  fe...  felices. 

D.  Maur.  ¡Vamos,  hombre!  ¡Firme  usted  el  parte  en 
seg;uida! 

ÜRRUT.  Us...  usted  perdone,  don  Mauricio.  ¿So... 
soy  el  último? 

D.  Maur      Firme  usted  el  parte  y  no  se  meta  en  más. 

Urrut         Us..,  usted  perdone. 

D  Maur.  No  hay  de  qué.  ¿Me  quiere  usted  decir  que 
ha  estado  usted  haciendo? 

Urrut.        Re...  re. .  retratándome. 

D.  M.AUR.    ¿Cómo? 

Urrut.  De...  de  cuerpo  entero.  Pien...  pienso  hacer- 
me unas  postalitas. 

D.  Mauk  .  Siempre  liabía  usted  de  apearse  por  las  ore- 
jas. Oiga  usted.  Ayer,  en  este  oficio,  me 
puso  usted  fecha  de  Octubre. 

Urrut.        ¿Y  qué? 

1).  Maur.    Que  estamos  en  Noviembre. 

Urrut.  ^ues...  pues  tiene  usted  razón.  Me...  me  ha- 
bré equivocado. 

D.  Maur.    ¿Qué  duda  cabe? 

Urrut.  Lo...  lo  rasparé,  y  si  no  queda  bien  haré 
otro.  Con...  con  permiso.  Don...  don  Abel, 
¿cómo  sigue  el  enfermo? 

D   Abel       Un  poco  mejor;  muchas  gracias. 

Man.  Es  verdad;  que  yo  no  le   he  preguntado. 

¿Sigue  mejor,  eh? 

D.  Abel       Así  parece. 

í  Deja  Urrutia  sombrero  y  abrigo  en  la   percha  corres- 


—  16  — 

pendiente,  y  se  acomoda  ante  su  pupitre,  de  frente  al 
público.  También  se  cambia  de  americana.^ 


ESCENA  IV 


DICHOS  y  un  PRESTAMISTA 


Pres. 


D   Maur 

Pres. 

D.  Maur 

Pres. 

Bar. 

Pres. 

D.  Maur 
Man. 


Pres 


ÜRRUT . 

Pres. 

Man. 

Urrut. 

Bar. 

D.  Abel 

Cabra 

D.  Abel 


(saliendo  violentamente  por  el  foro  con  el  sombrero 
puesto,  una  estaca  de  la  que  Dios  nos  libre,  y  unas  in- 
tenciones peores  que  la  estaca.)  BuenOS  díaS. 

Buenos  dias. 
¿El  señor  Toledo? 
No  está. 
¿No  está? 

¡Pero  cúbrase  usted! 

¿CÓDQO?  (se  quita  el  sombrero.)  Ustedes  dispen- 
sen. ¿De  modo  que  el  señor  Toledo  no  está? 
No,  señor,  no  está.  Creo  que  salta  á  la  vista. 

Espere  usted  un  poco.  (Levanta  la  tapa  de  su 
pupitre  y  mira  hacia  dentro  en  son  de  burla.)  No;  no 

está. 

¿Eso  ha  sido  un  chiste?  Pues  el  señor  Tole- 
do me  anda  buscando,  y  me  anda  buscando 
el  señor  Toledo,  y  no  digo  más  sino  que  va 
á  encontrarme  el  señor  Toledo. 
Us...  usted  á  él  ya  es  más  difícil. 
¿Sí,  verdad?  Buenos  día«.  (Vase  como  entró.) 
jLadronazo! 
¡Ju...  judío! 
¡Chupa  sangre! 
Pero  ¿quién  es  ese? 
Un  prestamista. 

¡Ah!  El  amigo  Toledo  trae  siempre  unas 
combinaciones  y  unos  enjuagues... 


ESCENA  V 

DICHOS  menos  el  PRESTAMISTA.  TOLEDO 


ToL.  (Asomando  el  rostro  apicarado  por  la  puerteeilla  de  es- 

cape, y  dando  los  buenos  días  en  voz  baja.)  SeñorCF, 

buenos  días. 


—  17  — 

D.  Maur.    ¡Toledo! 

ToL.  ¡Schsss...  Por  Dios,  don  Mauricio,  no  me  riña 

iisied. 

D.  Mauk  .  Firme  el  parte  al  momento,  que  voy  á  lle- 
vármelo. 

ToL.  (obedeciendo  sin  quitarse  la  capa  y  con  el  sombrero  en 

la  mano  todavía.)  Sí,  señor.  Usted  Comprende- 
rá que  hay  peligros  superiores  al  rayo. 
D.  Maur.    Ya,  ya  estoy.  A  trabajar  ahora,   (vase  por  el 

foro  con  la  hoja  de  asistencia.) 


ESCENA  VI 

DICHOS,  menos  DON  MAURICIO;  después  LUCAS 

(Toledo  es  joven,  madrileño  de  raza.  Se  peina  entre  chulo  y  señoiito. 
Usa  cuello  tajo,  corbata  encarnada  y  bota  con  caña  de  color.  Su  si- 
tio en  el  negociado  es  el  de  frente  á  Manolo.  Deja  capa  y  sombrero 
y  abre  su  pupitre  mientras  le  interrogan  los  demás  sobre  el  pasado 
lance  ) 


Man.  Oye,  tú,  ¿qué  belén  es  este? 

ToL.  ¡Poca  cosa!  Que  le  huyo  el  cuerpo  á  ese  ma- 

tatías, porque  lo  he  clavado  en  cincuenta 
duros. 

(Reefocijo  general.) 
Man.  ¿Sí? 

Cabra  ¿Si? 

Bar.  ¿a.  ese? 

Urrut.        ¡\le...  me  alegro! 
D.  Abel       Pues  es  usted  el  príncipe  de  los  ingenios, 

amigo  mío.  ¿Cómo  ha  sido  la  cosa?  A  ver,  á 

ver... 
ToL.  Ese  es  mi  secreto.  El  hecho  es  que  no  ve 

una  peseta  de  los  cincuenta  duros. 
Bar.  De  las  pocas  veces  que   ha   tenido  usted 

ííracia. 
Urrut.        In...  infeliz  de  mí:  le  tomé  veinte  á  uno  de 

la  calle  del  Salitre,  y  ya  le  llevo  entregados 

más  de  ochenta. 
D.Abel       ¡Qué  atrocidad! 
Ufrut.        ¿No...  no  ve  usted  que  hasta  que  no  le  dé  la 

2 


~  18  — 

cantidad  íntegra  me  está  cobrando  inte- 
reses? 

ToL.  Tú  tienes  la  culpa.  Por  bruto. 

Urrut.  Si...  si...  si  fué  cuando  la  enfermedad  de  mi 
madre.  No...  no  digo  eso:  fi...  fi...  firmo  y«> 
la  horca. 

D.  Abel      Tolfdo,  ¿me  da  usted  Ellmparcial? 

ToL.  Sí,  señor. 

D.  Abel       Tenga  usted  El  Liberal. 

Urrut.        ¿Quie...  quiere  asted  El  País? 

1).  Abel       Luego. 

(Cada  uno  está  sentado  en  su  sitio.  Don  Abel  y  Toledo 
leen  los  periódicos;  Urrutia  raspa  y  enmienda  su  equi- 
vocación, en  que  vuelve  á  incurrir;  Manolo  compone 
un  reloj,  y  Cabra  y  Barbudo  trabajan.  Todos,  sin  em- 
bargo, intervienen  en  la  conversación.  Toledo,  antes  de 
sentarse,  toca  dos  veces  el  timbre,  que  se  oye  lejos.) 

ToL.  Beberemos  agua,  ¡que  diablo!  Para  que  pase 

el  susto. 

Urrut.        ¡Mal...  maldita  sea  mi  suerte! 

Man.  ¿Qué  le  sucede  á  usted? 

Urrut.  ¡Que...  que  he  raspado  Octubre  y  he  vuelto 
á  poner  Octubre!  ¿Es  pata  la  mía?  Se  va  á 
quedar  esto  como  una  lela  de  cebolla. 

ToL.  ¿Tu  raspador  no  tiene  sueldo? 

Urrut.        ¡No...  no  tiene  sueldo! 

ToL.  ¡Pues  es  quien  más  trabaja  en  el  negociado! 

(Risas.) 

D.  Abel  Amigo  Barbudo:  ayer  á  su  novillerito  de  us- 
ted le  echaron  un  bicho  al  corral. 

Bar.  También  se  los  echaban  á  Lagartijo,  amigo 

Secano. 

Man.  ¡Ande  usted  con  esa,  don  Abel! 

Urrut.  Es...  es  que  en  Madrid  no  se  sabe  ver  toro^. 
¿Verdad,  Barbudo? 

Bar.  No  señor;  no  se  sabe. 

ToL.  Para  ver  toros  hay  que  ir  á  su  pueblo  de  us- 

ted. ¡Creo  que  los  lidian  en  la  sala  de  sesio- 
nes del  Ayuntamiento! 

Cabra  ¡Ja,  ja,  ja! 

Urrut.        ¡Hom...  hombre:  crisis! 

(Gran  alarma.) 

Bar.  ¿Crisis? 

Cabra  ¿Crisis? 


-  19  — 

Man.  ¿Cómo  crisis? 

ÜRkUT.  En...  en  Portugal. 

Cabra  ¡Ah,  vamos! 

Man  .  ¡Nos  ha  asustado  u?ted! 

LuC.  (Por  el  foro,  con  dos  vasos  de  agua  en   una  bandeja.) 

Agua,  señores. 
ToL.  Déme  usted,  Lucas. 

D.  Abel      Déme  usted  á  mí  también.  (Beben  arabo,?.) 
Luc.  ¿Quiere  algún  señor  más? 

D.  Abel      Gracias. 
Ldc.  Servir  á  ustedes,  (vase.) 


ESCENA  VII 

DICHOS   menos   LUCAS 

Man.  Cómo  se  conoce  que  este  Lucas  ha  sido  de 

la  Guardia  civil.  Siempre  está  cuadrado. 
Bar.  Ya  lo  malearán  los  otros  bigardonea. 

ToL.  (Levantándose.)  ¡Ah,  señor  Barbudo,  ahora  quo 

me  acuerdo!  Ya  decía  yo  que  había  entre 
nosotros  una  cuentecita  pendiente.  Anoche, 
en  ca-a  de  Moran,  estuve  cenando  con  va- 
rias amigas  y  dos  ó  tres  ilustres  concurdá- 
neos\  uno  de  ellos,  este  chico  que  escribe  de 
teatros...  este...  Calpena. 

D.  Abel      ¿Ks  usted  amigo  de  Calpana? 

ToL.  Unas  miajas.  Coincidimos  en  gustos:  Bláz- 

quez  ó  N.  P.  U.  Bueno,  pues  se  me  ocurrió 
preguntarle  sobre  la  discusión  que  ayer  tu- 
vimos, señor  de  Barbudo,  y  me  aseguró  que 
se  puede  decir  ó  muy  gordo  ó  gordísimo; 
pero  que  muy  gordísimo,  como  usted  sos- 
tenía... 

Bar.  ¡y  sostengo! 

ToL.  Es  un  disparate  de  á  folio,  impropio  de  toda 

persona  que  ande  en  dos  pies,  aunque  usted 
lo  haya  oído  en  el  Congreso. 

D.  Abel  ¡Claro!  Escuche  usted:  un  ministro,  que  ya 
es  académico  de  la  lengua,  dice  á  por  y  dice 
riyéndose.  Me  consta. 

ToL.  Lo  eren. 


—  20 


Cabra 


D.  Abel 
Cabra 
D.  Abel 
Cabra 

ÜRRUT, 

D.  Abel 


ToL, 

IjAR. 


Urrut. 
Man. 

TOL. 

1).  Abel 

Bar. 
í).  Abel 


Bar. 

1).  Abel 


Tol. 


Pues  un  gobernador  de  provincia,  protector 
mío,  que  en  paz  descanse,  á  las  cocretas  las 
llamaba  croquetas. 

Y  las  llamaba  bien. 
¿Bien?  ¿Pero  no  son  cocrefab? 
No  señor. 

Pues  es  un  error  en  que  llevo  cincuenta 
años. 

Y  ..  y  mi  portera  con  usted.  (Risas.) 
Bueno,  señores,  vamos  á  trabajar,  que  luego 
don  Mauricio  me  dice  á  mí  que  si  no  puede 
dejarme  solo,   que  si  yo  alboroto  el  cotarro, 
etcétera,  etcétera. 

Vamos  á  trabajar. 
¡Ya  era  hora! 

(Todos  obedecen  la  indicación  de  don  Abel,  á  excep- 
ción de  Urrutia,  el  cual  levanta  y  sujeta  la  tapa  de  su 
pupitre  con  un  cuadradillo,  y  oculto  tras  ella  nadie 
puede  ver  lo  que  hace.  Hay  un  breve  silencio.  A  poco, 
hacia  la  derecha,  principia  á  oírse  un  número  popular 
de  zarzuela  tocado  al  violín  por  un  músico  callejero.) 
(Detrás  de  su  tapadera.)    A...  ahí  viene  el    CÍegO. 

Pobre  Lombre:  á  las  dos  de  la  noche  está  to- 
davía rascando  el  violín  por  esas  calles. 
Anoche  lo  vi  yo  á  última  hora  tocando  los 
couplets  de  las  enaguas. 
¡Oh!   ¡No   puedo  ya  con   las  enaguaf-!  ¿Va 
gente  á  ver  eso.  Barbudo? 
l'ican,  pican. 

Yo  lo  sentiría  por  usted,  que  toca  la  trompa 
en  la  orquesta  y  se  gana  un  sueldo  honra- 
damente; pero  me  alegraría  de  que  cerraran 
ese  teatrucho. 
¡Hombre! 

A  mí  déme  usted  arte:  á  mí  no  me  dé  usted 
pantorrillas. 
Opino  todo  lo  contrario. 

(e1  ciego  ha  ido  aproximándose;  luego  pasa  cerca  de  la 
ventana,  y  al  fin  se  aleja.  En  cuanto  lo  que  toca  llega  á 
ser  bien  perceptible,  primero  uno  de  los  empleados,  en 
seguida  dos,  después  todos  ellos,  tararean  ó  silban  á 
compás.  Toledo,  en  algunos  momentos,  hace  de  direc- 
tor de  orquesta,  usando  por  batuta  un  cuadradillo.  En 
el  instante  en  que  es  más  vivo  el  entusiasmo,  presenta.- 


—  21   — 

se  don  Jesús  por  el  foro.  D.  Jesús  es  un  viejecito  jubi- 
lado, recortadito  y  pulcro.  Lo  reciben  con  mucho 
afecto.) 

ESCENA  VIII 


DICHOS  y  do::  JESÚS;  después  LUCAS 

!).  Je^\  [Buenos  días,  señoresl  ¡Este  es  el  negociado 
de  la  a  egría!  ¡le! 

D.  Abel       ¡Don  Je.sú-!  ¡Dios  le  guarde! 

Cabra  ¡Querido  Jesús! 

Urrut.       ¡Ho...  hola,  don  Jesús! 

Man.  ¿Q^ié  tal,  don  Jesús? 

D.  Jes.  ¿Estábamos  de  concierto,  eh?  ¡Cómo  se  co- 
noce que  anda  por  ahí  Mauricio! 

1\)L.  ¡H'^y  ^\^^  alegrar  la  \^ida,  don  Jesús! 

D.  Abel       ¡No.-í  tenía  usted  olvidados! 

D  Jes.  La  lluvia,  hijo,  la  lluvia.  Ya  sabéis  que  cuan- 
do hace  sol,  vengo  á  la  oficina  como  si  estu- 
viera en  activo.  No  puedo  remediarlo:  me  veo 
en  la  calle  y  se  me  vienen  los  pies  para  acó. 

D.  Abel       Por  aquello  de  que 

siempre,  aunque  sea  una  cárcel, 
hay  un  ricóa  olvidado... 
¿No  es  cierto,  don  Jesús? 

D.  Jfs.  Muy    cierto,    muy    cierto...    (Acercándose  á  don 

Abel.)  ¿Qué  hay,  amigo  Secano? 

D.  Abel  Lo  de  siempre:  dejándonos  aquí  la  vida, 
día  por  día.  Estoy  más  harto  de  estas  cua- 
tro paredes... 

D.  Je-.  Hombre,  pues  tú  no  te  puedes  quejar:  llevas 
una  carrera  muy  bonita... 

D.  Abel  ¡Ay,  don  Jesús!  El  mundo  es  muy  grande, 
muy  vario...  Hay  en  él  muchas  veredas  por 
surcar. 

D.  Jes.         Cíiico,  no  te  entiendo. 

Luc  (Por  el  foro.)  Señor  Toledo;  aquí  le  buscan. 

J  OL.  (Levantándose  y  escondiéndose  á  prisa   tras    su  capa  ) 

¡No  estoy!  ¡Diga  usted  que  no  estoy! 

(^Manolo  y  Urrutia  contribuyen   en  seguida   al  engaño, 
suponiendo  que  es  el  prestamista  otra  vez.) 

Man.  (Alzando  la  voz.)  ¡lili  señor  Toledo  no  ha  veni- 

do! ¡No  está  tn  Madrid! 


—  22  — 


Urrut.  ;Es...  está  en  Marruecos! 
D.Abel  ¿Quién  pregunta  por  él? 
IjUc.  No  conozco...  Es  una  señora  muy  guapa,  de 

mantón. 

TOL.  (saliendo   á   escape  del  escondite.)    ¡Pero,  hombre, 

haberlo  dicho!  ¡Si  es  una  peinadora  que  me 

proteje!    (Vase  por  el    foro  corriendo.  Todos  se  ríen 
del  lance.) 
LUC.  Señor,  yo  no  sabía...  (Se  va  también.) 

]).  Jes.  Es  mucho  peine  e&te  Tcledito...  Oye,  Abel, 
¿y  tu  gente? 

D.  Abel  A  Ricardín  lo  tengo  algo  malucho.  Los  de- 
más están  bueno?. 

D.  Jes.  Irenita  se  ha  puesto  monísima.  El  otro  día 
me  la  encontré.  Iba  con  tu  cuñada.  Es  un 
pimpollo  la  criatura.  ^ 

1).  Abel  Dios  me  dé  fuerzas  para  verlos  en  camino  á 
todos.  Y  son  siete,  querido  don  Jesús. 

I).  Jes.         Ya,  ya  sé  que  son  siete.  Pero  tú  veiás  coma 

los  sacas  adelante.  (Acercándose  á  Urrutia,  el  cual 
se  levanta  )  ¿Qué  hay,  pollo? 

Urrut.       Us...  usted  dirá,  don  Jesús. 

1).  Jes.         Siéntate,  hombre.  ^.Y  tu  madre? 

Urrut.       Tan...  tan  buena:    fastidiada  con  su  reuma. 

1).  Jes.         ¿Y  tu  padre? 

Urhut.       Tan...  tan  bueno:  fastidiado  con  su  hígado. 

1).  Jes.         Hace  un  siglo  que  no  los  veo. 

Man.  Don  Jesús:  ¿se  le  volvió  á  parar  á  usted  el 

reloj? 

D.  Jes.  (Acercándosele.)  No,  hijo  mío:  desde  que  tú  me 
lo  compusiste... 

Man.  Diga  usted;  ¿es  cieito  que  va  usted  á  insta- 

lar en  su  casa  la  luz  eléctrica? 

D.  Jes.  Hombre,  no  sé:  eso  quiere  Gertrudis.  Ya 
veremos. 

Man.  Pues  no  se  comprometa  usted  con  nadie. 

D.  .Jes.         ¿También  electricista? 

Man.  Tanjbién.  Hay    que   agarrarse  á  todo:  tengo 

ya  dos  chicos.  Quedará  usted  satisfecho,  don 
Jesús.  Es  más:  le  enseñaré  á  usted  una  traní 
pa  para  que  no  corra  mucho  el  contador. 

D.  Jes.  ¡Je!  Lo  que  tú  no  discurras...  ¿Y  ahora  qué 
te  haces,  Manolillo? 

Man.  Pues  aparte  esas  menudencias  que  suelen 


—    23  — 

salirme,  cuando  acabo  aquí  en  la  oficina  me 
voy  cá  casa  de  Rodríguez  Kincón,  donde  llevo 
el  correo;  allí  estoy  hasta  las  seis  ó  las  siete, 
según  f\  número  de  carta?;  luego  al  Real, — 
ya  sabe  usted  que  soy  acomodador  de  hs 
plateas... 

D.  Jes.  Sí;  eso  es  de  mis  tiempos.  ¿Y  á  casita  des- 
pués? 

Man.  ¿a  casita?  ¡A  la  buñoleríal 

D.  Jes.         ¿A  qué  buñolería? 

Man.  a  una  que  he  abierto  á  medias  con  un  fran- 

cés en  la  calle  Mesón  de  Paredes. 

D.  Jes.        Ya. 

Man.  Mi  socio  ha  puesto  el  dinero  y  yola  inteli- 

gencia. Y  hay  que  estar  encima.  Poríjue  no 
es  posible  fiarse  de  nadie,  ^i  siqíütra  del 
socio. 

D.  Jes.         Chico,  chico... 

Man.  Al  amanecer  me  retiro  á  casa,  y  trabajo  un 

poco  en  marquetería,  compongo  relojes,  ilu- 
mino algún  retratillo...  Lo  que  cae. 

D.  Jes.         Pero,  muchacho,  ¿y  cuándo  duermes? 

Man.  i^os  domingos. 

D.  Jes.  ¡Je!  (volviéndose  á  don  Abel  un  momento.)  Escú- 
chame, Abel,  ¿contestaron  de  la  Adminis- 
tración de  Huelva  ó  hubo  necesidad  de  con- 
minarles con  multa? 

n.  Abel       No,  no;  contestaron. 

D.  Jes.         ¿En  la  fornja  que  yo  indicaba? 

D.  Abel       íSí,  señor. 

D.  Jes.         ¡Claro!   ¡Si  aquello  era  de  sentido  común! 

(Acercándose    á   la  otra    mesa.)    ¿Qué    hay,    Señor 

Barbudo? 
Bar.  ¿Qué  ha  de  haber?  ¡Rabiando! 

1).  Jes.         ¿y  la  señora? 
Uar.  ¡Calcule  usted:  rabiando! 

D.  Jes.         ¡Vaya  por  Dios!  Tú,  amigo  Cabra,  siempre 

dando  ejemplo  de  laboriosidad. 
Cabra  Psché...  ¡qué  remedio! 

D.  Jes.         Ya  supe  que  se  murió  tu  cuñada  Pepa. 
Cabra  La  pobrecita  descansó.  Lo  que  no  sabes  es 

que  toda  la  familia  está  conmigo. 
D.  .Jes.        ¿Sí,  eh? 
Cabra  Una  de  esas  gangas  que  á  mí  me  caen...  No 


—  24  — 

es  que  yo  me  queje,  pero  hazte  cargo:  aña- 
de cuatro  bocas  más  á  las  doce  que  ya  tenía, 
y  dime  si  con  cuatro  mil  reales  es  posible 
vivir.  ¡Catorce  nos  sentamos  á  la  mesa! 

D.  Jes.         ¿Catorce? 

Cabra  ¡Catorce!  Nos  levantamos  en  seguida  ¿eb? 
pero  nos  sentamos  catorce. 

D.  Jes.         (¡Tu.  hijo  mayor  te  ayuda? 

Cabra  Me   entrega  lo  que  gana  el  pobrecillo:  una 

miseria  que  le  dan  en  ferrocarriles.  El  se- 
gundo quiere  ser  actor:  me  trae  frito. 

1).  Jes.         ¿y  Leopoldín? 

Cabra  Á  ese  lo  tengo  en  una  imprenta,  y  á  Salva- 

dor en  un  comercio.  Me  los  exprimen  como 
limones  y  les  dan  dos  reales  los  sábados, 
pero  siquiera  aprenden  á  trabajar. 

D.  Jes.        ¿Y  Asunción? 

Cabra  Asunción  se  casa  en  Febrero. 

D.  Jes.         Que  sea  enhorabuena.  ¿Con  quién? 

Cabra  Con  un  sacriírtán.  Lo  primero  que  ha  salido; 

no  íbamos  á  escoger...  Parece  buen  mucha- 
cho; la  quiere... 

D.  Jes  Bueno,    hombre,   bueno...    Está   bien,    está 

bien...  Voy  á  saludar  á  los  de  aquí  junto. 

Man.  Vaya  usted  con  Dios,  don  Jesús. 

TüL.  (Llegando.)  Don  Jcjús,  vaya  usted  con  Dics. 

Siempre  ha  habido  pobres  y  ricos. 

1).  Jhs.  Adiós,  buena  pieza...  Si  como  eres  listo  qui- 
sieras trabajar... 

ToL.  Es  que  si  quisiera  trabajar  ya  no  seríi  listo. 

D.  Jes.         ¡Je!  Quedaos  con  Dio.«.  Hasta  otro  diíta. 

D.  Abel       Adiós,  don  Jesús. 

Urrut         Va...  vaya  usted  con  Dios. 

ToL.  Déjese  usied  ver  de  cuándo  en  cuándo. 

Man.  No  me  eche  usted  en  olvido,  don  Jesús. 

D.  Jes.         Quedaos  con   Dios,  que  ¡áos  con  Dios  ..  (se 

va  por  la  puertecilla  de  escape.) 


—  25   ~ 


ESCENA  IX 

DON  ABEL,    URRUTIA,  MANOLO,  TOLEDO,    BARiiUDO  y  DON 
MAURICIO 

ToL.  Paes  señor,  ¡vaya   un   día!  Después  de   la 

buena  vista  de  mi  peinadora,  se  me  ocurre 
entrar  en  el  negociado  de  Bermúdez,  es- 
taban tallando  al  monte  y  he  ganado  cua- 
renta céntimos. 

Man.  Eres  el  niño  de  la  suerte. 

D.  MaUR.  (Por  el  foro,  con  unos  papeles  en  la  mano  )  Hoy  vie- 
ne el  jefe  con  los  pantalonciios  de  montar. 
(Á  don  Abel.)  Chico,  á  Marchen  a  lo  ha  puesto 
verde. 

D.  Abel  ¿Si,  eh?  Pues  quiera  Dios  que  no  me  llame 
á  mí,  porque  traigo  los  nervios  de  punta. 

D.  Maur.     Urrutia,  ¿qué  hace  usted? 

UrRUT.  (Asomando   la  cabeza  por  encima  de  la  tapa  del  pupi- 

tre.) Pi...  pi...  pitillos. 

D.  Maur.  No  es  ocasión  de  hacer  pitillos.  ¿Enmendó 
usted  aquel  oficio? 

Urrut.        Sí  señor;  tome  usted. 

D.  Maur.      (indignado    al    ver   lo    lamentable    de    la    raspadura. ) 

¡Hombre,  por  Dios!  ¿Usted  cree  que  esto  se 
le  puede  presentar  al  jefe?  ¡Ni  que  raspase 
usted  con  un  cuchillo  de  cocina!  Cabra,  co- 
pie usted  esto  en  limpio. 

Cabra  En  seguida. 

ÜRRUT.        Piie...  puedo  copiarlo  yo,  don  Mauricio. 

D.  M/^üR.  No  hace  falta:  usted  sume  estas  cantidades 
y  ponga  en  un  papel  aparte  el  total  que 
arrojen.  Manolo,  déme  usted  mis  cuartillas, 
que  el  jefe  las  quiere  leer.  Probablemente 
no  servirá  una  letra;  pero  quien  manda 
manda.  ¡Ah!  y  todos  en  su  sitio,  que  me 
temo  que  le  dé  hoy  la  ventolera  de  visitar 

los  negociados,  (se  va  de  estampía  por  el  foro.) 

Toi.  ¡Cómo  me  molestan  las  lumbreras  de  la  ad- 

ministración! 

Urrut.        Y...  y  á  este  cura. 

D.  Abel  A  mime  molestan  la  administración  y  las 
lumbrera*. 


-   26    -~ 


ESCENA  X 


DICHOS,    menos   DON    MAURICIO;    un   MOZO    de    café 


Barb.  Milagro  será  que   no  nos  haga  venir   esta 

noche. 
Man.  Sí;  porque  empieza  á  torcerse  el  día. 

ToL.  Lo  que  será  milagro  es  que  nos  escapemos 

sin  aquello  de...  (imitando  á  don  Mauricio,  pasea 
y   dicta  en  tono    campanudo.)   Manolo:  COJa  USted 

cuartillas  y  escriba,  (los  demás  se  ríen.)  Bases... 
para  la  organización  y  reforma  de  la  Ha- 
cienda pública,  coma...  del  Ejército,  coma... 

(Auméntanse  las  risas.) 

D.  Abei,  Señores,  señores,  que  no  está  ni  medio  regu- 
lar burlarse  así  de  nuestro  jefe...  á  espaldas 
suyas. 

ÜRRUT.  ¿Y...  y  cómo  vamos  á  burlarnos  cuando  esté 
delante,  don  Abel? 

T  )L.  ¡Claro! 

Cabra  ¿Tiene  usted  papel  de  membrete,   ürrutia? 

ÜRRUT.  Ten...  tengo  un  pliego;  pero  está  manchado 
de  queso. 

Man.  Yo  tengo  limpio.  Tome  usted. 

(Sale  con  un  servicio  el  Mozo  de  café  por  la  puerteci- 
11a  de  escape,  y  lo  deja  sobre  la  mesa  de  Manolo.) 

Mozo  Buenos  días. 

ToL.  Hola,  Sebastián. 

Man.  ¿a  quién  le  toca  hoy? 

Mozj  Al  señor  ürrutia. 

ÜRRUT.  Pues  apún...  púntalo. 

Mozo  Está  bien.  Hasta  luego,  (se  va  por  ei  foro.) 

(suena  el  timbre  correspondiente  á  la  mesa  de  don 
Abel  ) 

D.  Abel  ¡Hombre!  ¡qué  gracia!  ¿Qué  tripa  se  le  ha- 
brá roto  á  ese  don  Finchado  que  tenga  yo 

que    componer?  (Se   levanta    de  mala   gana).    Va- 

mos  á  ver  á  su  excelencia.  ¡Como  si  nos- 
otros tuviéram>os  la  culpa  de  que  el  se  haya 
casado  con  una  señora  que  lo  trae  de  cabe- 
za! (Vase  por  el  foro.) 


ESCENA  XI 


TOLEDO,  URRÜTIA,  MANOLO,   BARBUDO  y  CABRA;  luego  LUCAS 

Man.  Caballero?,   ¿ustedes   han  visto  cómo  esta 

cambiando  e^te  don  Abel? 

Barb.  De  eso  justamente  iba  á  hablar  yo.   Hace 

una  temporada  que  es  otro  hombre.  ¿Qué 
diablos  le  pasa? 

Urrut.  a...  anoche,  serían  las  doce  y  media,  lo  vi  yo 
por  la  calle  del  Colmillo  discutiendo  solo. 

ToL.  l'ues  el  domingo  por  la  tarde — miento,  el  lu- 

nes,— estaba  en  un  cafetín  de  la  calle  Toledo 
con  tres  ó  cuatro  tipos  que  si  no  eran  cómi- 
cos le  andaban  muy  cerca. 

Man.  ¿Cómicoí?? 

ToL.  Así  parecían.  ¡Vaya   usted  á  saber  en  qué 

andará  metidol 

Luc.  (por  el  foro.)  ¿El  señor  Secano? 

Cabra  i£stá  con  el  jefe. 

ToL.  ¿Quién  lo  busca? 

Luc.  La  doncella  que  tiene  ahora:  esa  que  vino  el 

otro  día. 

ToL.  ¡Ah!  ¡Esa  tan  guapa! 

Man.  ¡Que  pase! 

ToL.  Hombre,  sí:  dígale  usted  que  pase;  que  don 

Abel  ha  de  tardar  un  rato. 

Luc.  Perfectamente.  (Se  va.) 

Cabra  ¿No  se  incomodará,  señores? 

ToL.  ¿Por  qué? 

Man.  La  chica  es  preciosa. 

[Irruí.       Y...  y  muy  dislinguidita,  ¿verdad? 

ToL.  Eso  es  lo  mejor:  tus  pretensiones  de  perso- 

na fina. 

Man.  Digo  yo:  ¿si  todo  lo  que  tendrá  don   Abel 

será  que  ha  perdido  el  seso  por  la  doñee- 
Hita? 

ToL.  No:  me  parece  que  no. 

Luc.  (Abriendo  la   mampara  del  foro   y  dejando  pasará  Fi- 

deía.)  Aquí.  Pase  usted. 


«   28    - 

ESCENA   XII 

DICHOS,    menos    LUCAS.  FIDELA 

(Aparece  Fidela,  en  actitud  entre  resuelta  y  comedida,  que  ella  cree 
de  suprema  distinción.  Ks  una  muchacha  de  pueblo,  que  por  azares 
de  su  vida  se  encuentra  en  Madrid,  dedicada  al  servicio  doméstico. 
Viste  con  arreglo  á  su  posición  actual,  pero  con  ciertos  detalles 
que   quieien  ser  de  señorío.) 

FiD.  Con  permiso.  Muy  buenos  días.  Ay,  toaos 

son  hombres. 

Man.  Buenos  días. 

ÜBRUT.       Bue...  buenos  días. 

FiD.  ¿Cómo  están  ustedes?  ¿Están  ustedes  bue- 

nos? 

Man.  Bien,  ¿y  usted? 

FiD.  Yo  bien;  muchas  gracias.  ¿Sus  famiUas  de 

ustedes  están  bien? 

ToL.  Bien;  muchas  gracias. 

Urrut.       ¿y...  y  la  de  usted? 

FiD.  Una  servidora  no  tiene  familia;  pero  mu- 

chas gracias. 

ToL.  Siéntese  usted   aquí,  (ofreciéndole   una  silla  jun- 

to á  la  estufa.) 

FiD.  Ahí,  no;  muchas  gracias.   Con  permiso   de 

usted,  me  arrebata  demasiado  el  calor. 

ToL.  (Trasladando    la    silla    junto    á   la  mesa    de    Secano.) 

Pues  aquí  entonces. 

FiD.  Ahí  tendré  muchísimo  gusto.  Muchas  gra- 

cias. (Se  sienta.) 

ToL,  ¿Hace  frío  en  la  calle? 

FiD.  Sí,  señor;  muchas  gracias. 

(Pausa.  Todos  la  miran  y  ella  alardea  de  que  no  siente 
turbación.) 

ToL.  En  seguida  vendrá  don  Abel.  Le  ha  llama- 

do el  jefe  á  su  despacho. 

FiD.  Una  servidora  no  tiene  prisa  mayormente. 

;Ay,  mayormente!...  Esto  no  lo  dicen  más 
que  las  personas  de  cierta  claFe.  Todo  se 
pega  menos  io  bonito. 

(Manolo  ha  repartido  el  café    en    tres    vasos.  Le  lleva 


—  29  — 

uno  a  ürrutia,  él  bebe  de  otro,  y  el  otro  lo  deja  en  el 
pupitre  de  Toledo.) 

ToL.  Puede  usted  expresarse  con  libertad.  Aquí 

no  nos  asustamos  de  nada. 

Man.  y  que,  diga  usted  lo  que  diga,  sus  modales 

y  sus  palabras  dicen  bien  claro,  que  no  es 
usted  lo  que  parece. 

FiD.  Ay,  no,  señor;  no  soy  lo  que  parezco. 

Urrut  Ya...  ya  se  ve  que  es  usted  una  persona  muy 
di.-tÍDguida. 

FiD.  Muy  distinguida,  sí,  señor.  ¿Para  qué  voy 

yo  á  negar  lo  que  salta  á  la  vista?  (suspiran- 
do.) ¡Ay!...  Los  azares  del  mundo  me  han 
hecho  descender  unos  cuantos  peldaños  en 
la  sociedad...  Fov  eso  digo  que  no  tengo  fa- 
milia, pero  la  tengo...  y  muy  honrada...  Si 
yo  les  declarase  á  ustedes  el  nomi)re  de  mi 
señor  padre,  tal  vez  se  asustarían. 

ÜRRur.       ¿Ra...  Ravachol? 

Fin.  Dispénseme  usted  que  lo  oculte. 

ToL  ¡b'í,  señora!  ¡Pues  no  faltaba  másl  (Bajo  á  aia 

uoio,  al  ir  por  su  vaso )  (¡Es  uua  doncella  de 
abrigo!)  ¿Quiere  usted  un  sorbo  de  café? 

Fip.  Ay,  muchas  gracias. 

ToL  ^.De  veras? 

FiD.  Muchas  gracias. 

Urrut.       ¿La...  la  irrita  á  usted? 

ToL.  ¿Es  que  no  le  gusta? 

FiD  Sí,  señor;  sí  que  me  gusta.  He  tomado  mu- 

cho café  en  este  mundo.  Pero  de  otro  modo. 

ÜRRur.       ¿En...  en  grano? 

ToL.  ¿Quieres  callarte,  estúpido? 

FiD.  Ese  caballero  se  burla.  No  hay  como  bajar 

unos  peldaños  en  la  sociedad  para  ser  la  di- 
versión de  la  gente. 

Urrut.  No...  no  me  burlo.  Ha  sido  una  broma,  se- 
ñorita. 

FiD.  Señorita,  bien  dicho  está:  señorita.  Emplea- 

da hoy  día  por  mi  desgracia  en  bajos  me- 
nesteres, pero  muy  señorita.  ¡Ay,  si  mi  fa- 
milia ganara  un  pleito  que  tiene  en  Portu- 
gal sobre  unos  títulos  de  nobleza!  No  lo  ga- 
nará, porque  cuando  viene  la  mala  todos 
son  revese?.  Pero  sin  arremontarme  tanto:  si 


~  80  — 

usted  supiera  quien  fué  el  padrino  de  boda 
de  mi  hermano  el  fraile...  (msas.)  De  mi  her- 
mano el  fraile, no  es  equivocación.  Casó  muy 
bien,  enviudó  el  pobrecito,  y  de  pena  se 
metió  en  un  convento. 

Urrut.       Co...  como  don  Alvaro. 

ToL.  Hombre,  don  Alvaro  no  enviudó. 

Man.  ¡Ni  se  casó  siquiera! 

ÜRRUi .       Pe...  pero  se  encerró  en  un  convento,  que  es 
lo  que  yo  digo. 

Fio.  ¡Ayl 

Man.  ¿y  está  usted  á  gusto  en  casa  de  don  Abel:-^ 

FiD.  Contenta  estoy,  porque  todos  allí  son  muy 

cariñosos  conmigo;  pero  derramo  lágrimas 
interiores,  porque  quien  ha  sido  y  no  es... 
usted  calcule.  Con  todo,  bendigo  á  Dios  que 
me  los  puso  en  mi  camino  por  una  dichos  i 
casualidad. 

ToL.  ¿Luego  usted  no  tenía  relaciones  anteriores 

con  ellos? 

FiD.  No,  señor.  Yo,  hace  ya  algunos  mese-,  ve- 

nía en  el  tren  sola  con  mis  penas,  huyendo 
de  una  ciudad  de  cuyo  nombre  no  quiero 
acordarme,  como  dicen  en  el  Don  Quijote — 
ya  ven  ustedes  como  tengo  mi  poquito  de 
ilustración.  Y — lo  que  pasa  en  las  Unias 
férreas — en  la  segunda  estación  del  trayeto 
se  subió  en  mi  coche  una  señora.  Yo  no  po- 
día contener  los  sollozos,  y  la  señora,  á  poco 
de  oirme,  se  interesó  por  mí  y  me  preguntó 
lo  que  me  pasaba.  Le  riferí  mi  historia  y  me 
tuvo  mucha  piedad.  ¡Mi  historia  es  muy  tris- 
te, señores  míos,  muy  triste!  tíi  supieran  us- 
tedes quien  fué  mi  padrino  de  confirmación, 
comprenderían  lo  bajo  que  ha  caído  esta 
desgraciada.  La  señora  aquella  era  la  her- 
mana política  de  don  Abel — cuñada,  que 
se  dice  ordinariamente, — y  como  se  enteró 
de  mis  intenciones  y  la  conmoví  tunto  con 
mis  lágrimas,  me  ofreció  su  casa  desde  lue- 
go y  me  llevó  á  ella,  porque  vio  el  peligro 
que  en  un  Madrid  corría  una  joven  tan  de- 
centita  como  yo  y  tan  bien  dotada  por  la 
naturaleza,  avmque  esté  mal  que  yo  lo  diga. 


—   31   — 

Bar.  (Dando    un    puñetazo    eu    la    mesa.)    (¡Ya    me    ha 

equivocado  tres  veces!) 
FiD.  En  fin,  señores  míos,  qué  cosa  no  será  mi 

historia,  (juando  un  señor  de  tanto  talento 
como  el  señor  Secano,  ha  compuesto  un 
drama  con  ella. 

(E1  empleado  que  menos  abre  un  palmo  de  boca  al  es  - 
cuchar  tal  revelación.) 

ToL  ¿Kh? 

Man  .  ¿Cómo? 

ÜRRUT.  ¿Un...  un  drama? 

Fm.  Un  drama,  sí.  ¿Pero  ustedes  no  lo  sabían? 

ToL.  ¡Ya  lo  creo!  ¡Si  nos  lo  ha  leído!   (Les  guiña  á 

los  demás.)  Se  titula... 

FiD.  La  paloma  herida. 

ToL.  La  paloma  herida;  eso  es.  Lo  que  no  sabía- 

mos nosotros  era  que  usted  fuese  la  heroína 
de  ese  drama. 

FiD.  La  heroína,    justo:    la    heroína.   Sí,  señor; 

pues  yo  soy. 

ToL.  ¡Vaya  por  Dios!  ¿Tan  desgraciada  es  usted 

como  aquella...  no  recuerdo  el  nombre .. 
como  aquella...? 

FiD.  Alfonsa. 

ToL.  Alfonsa:  cabalmente. 

FiD.  No  ha  querido  ponerle  Fidela,  que  es  mi 

gracia,  por  no  echar  un  borrón  sobre  mi  fa- 
milia. En  el  priioer  ato  y  en  el  segundo  ato, 
pasa  todo  de  la  misma  manera  que  me  ha 
pasado  á  mí.  En  el  tercer  ato  ya  varía  un  po- 
quito. 

Man.  ^.Yeso? 

FiD.  Pues  usted  imagine:  varía  en  que  Alfonsa 

muere  del  pecho...  y  yo...  en  buena  hora  lo 
diga...  me  parece  que...  Don  Abel  no  quería 
matarme:  pero  dice  que  luego  los  críticos,  si 
no  muere  alguien  en  la  obra,  salen  con  que 
no  es  diama... 
ToT.  Ya. 

FiD.  Y  él  quería  que  lo  fuese. 

ÜRRUT.        Y...  y  lo  probable  es  que  lo  sea. 

Man.  Sobre  todo  si  llega  á  representarse. 

FiD.  En  eso  anda.  Aquí  le  traigo  yo  una  gran  no- 

ticia: una  carta  de  un  señor  que  tiene  mu- 


-  32  — 

cha  Dcano  con  los  cómicos,  que  lo  cita  ma~ 
ñaña  en  su  casa  para  que  le  lea  el  drama  á 
un  priii:er  ator,  á  ver  si  lo  quiere  echar  en 
su  teatro.  Yo  me  alegraré  mucho  de  que  lo 
eche. 

ToL.  Ah,  pues  lo  echará,  lo  echará...  ;En  cuanto 

que  lo  oiga! 

Man.  Si  no  echa  el  drama,  echa  á  don  Abel.. 

FiD.  ¿Cómo? 

ToL.  (Por  don  Abel,    que   vuelve.)    AqUÍ    CStá    nUCStrO 

hombre. 


ESCENA  XIII 


DICHOS  V  DON  ABEL.  Al  fluai  DON  MAURICIO 


D.  Abel 

FiD. 

I).  Abel 
F:d. 


D.  Abel 
b'ro. 
D  Abel 


FiD. 

D.  Abel 

FiD. 

D.  Abel 

FiD. 

D.  Abel 

FiD. 

ToL. 
Man  . 

FlD. 


ToL. 


Hola,  Fidelita.  A  ver,  qué  carta  es  esa... 
Tome,  señor.  La  que  usted  esperaba. 

¿Sí?  (Loco  de  júbilo  lee  la  carta  repetidas  veces.) 

La  señotita  Irene  se  atrevió  á  abrirla,  por- 
que conoció  la  letra  del  sobre,  y  nos  la  leyó 
á  todos.  Figúrese  usted  qué  alegría.  Por  esa 
me  mandó  al  instante  con  ella. 
Ya,  ya.  ¿Y  el  chico? 
Mejor  está.  La  fiebre  ha  rimitido. 
Pue.s  vete  allá  y  diles  que  me  quedo  saltan- 
do de  gozo,  y  que  hoy  me  marcharé  más 
temprano. 
Bueno,  señor. 

Ah,  mira.  Ten  ahí.  (oándoie  dinero.)  Compra 
unos  pasteles. 
¿De  ciernan 
De  todos. 
Hasta  luego,  señor. 

Adiós,  Fidela.  (Relee  la  carta  radiante  de  alegría.) 

(A  los  empleados.)  ¿Mandan  ustedes  algo  á  una 

servidora? 

Gracias. 

Muchas  gracias. 

Pues  con  su  permiso...  Yo  he  tenido  mucho 

gusto  en  conocerlos... (Se  encamina  hacia  la  puerta 
de  la  izquierda.) 

Por  ahí  no... 


-   33  — 


FiD. 


TOL. 
FiD. 

ÜRRUT 
FiD. 


D.  Maur 
D.  Abel 


Ay,  me  había  confundido.  Es  la  primera  vez 
que  entro  en  este  local...  A  cualquiera  le 
pasa...  No  es  por  falta  de  trato...  Servidora 

de  ustedes...  (Encamínase  á  la  vcntaua.) 

Por  ahí  tampoco:  esa  es  la  ventana. 

Ya,  ya  lo  veo.  Es  que  iba  á  mirar  si  llovía... 

No  es  por  falta  de  trato... 

(Abriéndole  la  mampara.)  Pa...  pase  UStcd. 

Mucbas  gracias.  Servidora  de  ustedes...  (sa- 
ludando á  don  Maiiricio,  que  llega  á  tiempo  y  la  deja 

pasar.)  Beso  á  usted  la  mano. 
Adió-'. 

(Frotándose   las    manos    gozoso.)    ¡JBÍen,    hombre, 

bien!  ¡Perfectamente  bien! 


ESCENA  XÍV 

DICHOS  menos  FIDEL  A.  DON  MAURICIO 


TOL. 

D.  Abei, 
D.  Mau» 

D.  Abel 
D.  Maur 
D.  Abel 


Bar. 


D.  Maur 
Bar. 
Toi . 
Bar. 


¡Vaya  una  doncellita  que  gasta  usted  para 

andar  por  casa! 

Guapa  chica  es,  en  efecto. 

;,Es  esta  quizás  aquella  de  que  tú  me  ha- 

bla.'rte? 

La  misDca. 

Sí  que  tiene  buen  ver. 

Lo  que  yo  siento  es  que  un   pobre  oficial 

primero  como  yo,  cargado  de  familia,  no 

puede  sostener  doncellas  de  tal  fuste. 

(Acercándose  á  don  Mauricio.)  Dou  MaUricio,  ¿me 

permite  usted  que  me  llegue  un  momento 
al  teatro? 
Sí,  hombre,  sí. 
Muchas  gracias. 

¿Va  usted  á  seguir  á  la  doncelhta,  eh? 
Ni  más  ni  menos.  Muérase  u^ted  de  envi- 
dia. (Se  pone  el  sombrero  y  la  capa,  y  se  va  en  medio 
de  las  risas  de  todos.) 


-    34    — 

ESCENA  XV 

DICHOS   menos   BARBUDO 

(üon  Abel  no  se  puede  estar  quieto.  La  satisfacción  no  lo  deja.  Así. 
pues,  mientras  trabajan   los   demás,  él   pasea  hablando  de  lo  suyo.) 

D,  Abel  Fidelita,  Fidelita...  Ha  impresionado  Fideli- 
ta...  Ustedes,  los  jóvenes,  claro  es,  se  fijan 
más  en  el  rostro  hechicero,  en  los  lahios  de 
grana,  en  el  seno  turgente...  ¿eh?  Pero  créan- 
me á  mí:  Fidela,  con  ser  tan  hermosa,  es 
mujer,  más  que  para  vista  por  fuera,  para 
vi^ta  por  dentro. 

ToL.  Eso  no  lo  niego  yo,  don  Abel. 

D.  Abel  Sin  mostaza.  Su  historia,  que  ya  hs  he  con- 
tado á  ustedes  á  grandes  rasgos,  es  intere- 
santísima de  veras. 

¡Áy  infeliz  de  la  que  nace  hermosa! 

D.  Maur.    ¿Nos  la  vas  á  contar  otra  vez? 

D.  Abel  (sin  atenderle.)  Es  la  historia  hermosamente 
vulgar  y  sencilla  de  la  mujer  que   cae  por 

amor.  (En  sus  ojos  reluce  la  llamarada  siniestra  que 
se   ha   mencionado   al   principio.)    Un    hombre    lo 

miente  al  oído  palabras  engañosas:  el  niño 
ciego  acecha  entre  flores:  no  pidamos  á  la 
carne  humana  en  la  tierra,  resistencia  de 
roca  en  la  playa. 

D.  Maur.    Pero,  Abel,  ¿qué  dices? 

ToL.  (a  Manolo.)   Me  da  el  corazón  que  está  pro- 

bando una  escenita. 

D.  AbEI.         y  3^0  pregunto...  (non  Mauricio  lo  mira  asombrado 

por  cima  de  los  lentes.)  Y  pregunto  yo!  ¿qué  So- 
ciedad es  esta  que  tiene  vítores  y  aplausos 
para  el  ladrón  de  honras  ¿eh?  y  no  más  que 
desdén  y  lodo  para  la  víctima?  ¿eh?  ¿eh? 

Man.  Eso  se  pone  en  un  drama  y  lo  aplauden. 

D.  Abel  ¿Lo  aplauden,  verdad?  ¿Qué  mundo  es  este 
en  que  vivimos,  tan  mezquino,  tan  misera- 
ble, tan  pequeño... 

D.  Maur.  (interrumpiéndole  en  el  mismo  tono,  al  oir  el  timbre 
correspondiente  á  la  mesa  de  don  Abel.)  ¿En  qUe  á 


~  35    - 

lo  mejor  te  llama  el  jefe  y  tienes  que  ir  á  su 
despacho? 

(Risas  aduladoras  de  los  subordinados.) 

D  Abel      (un  poco  corrido.)  Pero  ¿es  á  mí? 

(vuelve  á  sonar  el  timbre.) 

D  MxUR.    A  tí:  no  lo  dudes.  Ya  lo  estás  oyendo. 

D  Abel  (contrariado.)  Nuestro  dignísimo  superior  je- 
rárquico, sobre  ser  imbécil  es  inoportuno. 

D.  Maur.  Paso,  paso,  querido  Abel:  sabes  que  no  me 
gusta  que  se  trate  así  á  quien  debe  merecer 
nuestro  respeto. 

D  Abel  Pues  son  dos  trabajos,  si  bien  lo  miras:  es 
el  uno,  que  no  te  guste,  y  es  el  otro,  que 
tiene^í  que  aguantarte,  (ai  timbro,  que  vuelve  á 

sonar)  ¡Voy,  hombre,  VOyl  (Yéndose  por  el  foro.) 

¡Qué  fastidio! 


ESCENA  XVI 

DICHOS,  menos  DON  ABEL 

D.  Mauh  .  Señores,  necesito  verlo  para  creerlo.  Este 
Secano  era  trabajador,  incansable,  obedien- 
te, respetuoso;  y  de  algún  tiempo  acá,  yo 
no  sé  qué  mala  hierba  habrá  pisado,  que  se 
nos  ha  vuelto  del  revés:  gandul,  charlatán, 
alborotador,  levantisco...  Por  las  barbas  de 
mi  abuelo  que  no  sé,  no  sé... 

Tol.  (Con  júbilo.)  ¡Nosotros,  feí! 

D  Maur.    ¿Cómo? 

Man.  (lo  mismo.)  ¡Hace  diez  minutos  hemos  des- 

cubierto la  clavel 

D.  Maur.    ^iDe  veras?  ¿Pues  qué  hay? 

Tol.  Hay,  que  don  Abel  ha  escrito  un  drama  con 

el  argumento  de  la  chica,  es  decir,  que  de 
la  historia  de  Fidela  ha  sacado  el  argumen- 
to para  un  drama,  y  ese  drama  es  el  que  le 
ha  hecho  perder  la  chabeta. 

D.  Maur.    ¿,Qué  me  cuenta  usted? 

Tol.  ¡Lo  que  nos  ha  contado  la  muchacha! 

D.  Maur.    ¡Pero  si  hace  falta  estar  loco! 

Man.  ¡Pues  lo  estará! 

D.  Maur.    ¡Cristo,  qué  desgracia! 


—  36  ~ 


CabRí 


D.  Maur. 

TüL. 

D.Maik 


Urrui. 
D.  Mair. 

ÜRRUT. 

D  Maur. 
Urrut. 

D.  Maur 


Urrut. 
D.  Maur 

Cabra 
D   Maur, 
Cabra 


D.  Maur, 
D.  Abel 


Tremenda,  don  Mauricio,  tremenda...  Y 
cuer  ta  que  una  coí-a  así  le  sucedió  á  mi 
hermano  Baldomcro,  que  en  paz  descanse. 
jPobre  Abel!  ¡Pobre  amigo  mío!  (Manolo  y  To- 
ledo se  ríen.)  No,  no;  no  es  caso  de  risa. 
Pues  ¿de  qué  ha  de  ser,  don  Mauricio? 
De  láhtima:  créanme  ustedes.  Conozco  ejem- 
plos estupendos.  El  hacülus  del  autor  es  más 
temible  que  el  del  cólera  morbo.  El  hombre 
que  escribe  un  drama  sin  deber  escribirlo, 
ya  no  tiene  una  hora  feliz.  Y  siéntense  us- 
tedes, no  venga  y  nos  coja  murmurando  de 

él.  (Reparando  en  el  pupitre  de  Urrutia  que  tiene  la 
tapa  levantada  y  á  Urrutia  detrás.)  Urrutia,  ¿USted 

qué  hace? 

(Asomando  la  cabeza  como  la  otra  vez.)  Li...  limán- 
dome una  uña. 

Pues  esa  operación  la  deja  usted  para  su 
casa.  ¿Sumó  usted  las  cantidades  que  le  di? 

(Yendo  con  los  papeles  á  la  mesa  dei  jefe.)    oí...    SI, 

señor;  aquí  está  el  resultado. 
¿Qué  saca  usted? 

Vein...  veintisiete  mil  quinientas  cuarenta 
y  cinco  pesetas...  con  quin...  con  quin... 
con  quince  céntimos. 

¿Ve  usted,  hombre?  ¡Luego  'Uce  usted  que 
le  tengo  ojeriza!  ¿Cómo  han  de  dar  estas  ci- 
fras un  total  de  veintisiete  mil  pesetas,  si 
una  sola  de  las  partidas  es  de  cuarenta  mil? 
Me...  me...  me  habré  equivocado. 
(Mirándolo  con  indignación.)  ¡Naturalmente!  Ca- 
bra. 
Señor. 

Haga  el  favor  de  sumar  esto. 
En  seguida. 

(suenan  sucesivamente  y  á  diversas  distancias  varios 
timbres.  Uno  de  ellos  es  el  correspondiente  á  don  Mau- 
ricio.) 

(Levantándose.)  ¡Bueno  va!  Tcuemos  reunión 

magna,  (a  don  Abel,  que  llega  cuando  él  va  á  mar- 

charse )  ¿Qué  succde,  chico? 
Nada,  hombre,  nada:  que  las  contrarieda- 
des domésticas  de  ese  don  Botijo  las  hemos 
de  pagar  aquí. 


—  r 


D.  Maur.    Mira,  Ab^l,  no  olvides  lo  que  te  dije  antes  i 
D.  A-BEL       ¡Pues  no  olvides  tú  tampoco  lo  que  te  re- 


pliqué! 


no- 


(Se  va  don  Mauricio.) 


ESCENA  XVII 

DICHOS  y  DON  ABEL 
x).  Abel         (Barajando  en  la  mesa  papeles  y  libros  y  tomando 

tas  en  una  cuartilla.)  Gauas  de  pedir  dittos  ridí- 
culos para  darse  tono...  ¡Mentecato!...  (suena 

el  timbre  correspondiente  á  él.)  Aguarda  Un  pOCO, 

vida  mía...  ¿Eti  dónde  tendré  yo  esos  pape- 
lotes?   (vuelve   á   sonar   el   timbre.)    Aguarda  Un 

poco,  digo,  hijo  del  alma,  que   es  más  fá-il 
dar  con  el  dedo  en   el  botón,  que  dar  con 

estas  SancfeceS  que    tú    quieres.    (Tararea  cual- 
quier   musiquilla.)    ¡JeSÚ^,  qué  CanUüba!    (-uena 

'  el  timbre  de  nuevo. j  ¿Otra  vez?   ¡Mira  no  me 

cruce  de  brazos,  si  hurgas  mucho! 
Cabra  (inquieto.)   ¡Que  se  juega  usted  el  destino, 

don  Abel! 
D.  Abel       ¡Y  me  lo  juego  á  usted  al  mus,  mi   querido 

amigo!  (uisas.)  ¡Pues  hombre!  ¡A  fe  que  estoy 

yo  para  templar  gaitas! 

D.  MaUR.       (Llegando  y  encarándose  con  su  amigo.)  Abel,  ¿qué 

es  esto?  ¿No  has  oído  el  timbre  del  jefe? 

D.  Abel       !Si. 

D.  Maur.  ¿y  por  qué  no  has  ido  inmediatamente  al 
despacho? 

O.  Abel  Porque...  tengo  reuma  en  los  tobillos,  ¿te 
enteras? 

D.  Maur.  Para  tener  ese  reuma  es  preciso  ser  accio- 
niáta  del  Banco;  ¿te  enteras  tú?  Y  por  la 
amistad  particular  que  nos  profesamí)S,  y 
por  la  subordinación  que  como  inferior  je- 
rárquico me  debes,  te  suplico  que  mientras 
birvas  a  mis  óraenes  no  des  espectáculos 
como  este  que  acabas  de  dar.  Conque  vé  al 
despacho  del  jefe  en  seguida,  y  tengamos 
en  paz  la  ñesta.  Si  no  basta  el  ruego  del 
amigo,  valga  el  mandato  del  superior.  » 


—  38  — 
D.  Abel        (Un    tanto    amostazado    y    nervioso.)    Mira,    mirn, 

Mauricio,  no  quiero  contestarte. 

D.  Maup.     Mejor  es. 

D.  Abfx       Para  tí,  por  lo  menos. 

D.  Mauh.     y  para  tí. 

D.  Abel      Bien  está. 

D.  Maur.     Pues  bien  está.  Y  silencio,  ¿eh? 

D.  Abel       (con  desdén  soberano.)  ¡Eres  un  legajo  que  ha- 
bla! (Se  va  por  el  foro  de  mal  temple.) 


ESCENA  XVIII 


DICHOS  menos  DON  ABEL;  después  BARBUDO 


D.  M 


AUP. 


Cabra 

Urru  I . 
Cabra 

ÜRHU'J'. 


Cabra 


Urrut. 
D.  Maur. 

Tul. 


D.  Maur. 
Man. 
D.  Maur. 

TOL. 

D.  Maup. 
Ukrut. 


(Paseándose  preocupado.)  ¡Inaudito!  ¡inaudito! 
Y  lo  pongo  á  raya:  esto  no;  esto  no.  Ni  ami- 
go, ni  hermano;  esto  no.  Si  se  ha  vuelto 
loco  que  lo  encierren.  Ante  todo,  subordi- 
nación y  respeto. 

(Que  hasta  ahora  no    ha    podido    respirar.)    AmigO 

Urrutia. 

Man...  mande  usted. 
¿Qué  total  era  el  que  usted  sacaba? 
Vein. .  veintisiete  mil  quinientas  cuarenta  y 
cinco  pesetas,  con  quin...  con  quin...  con 
quince  céntimos.  ¿Y  usted,  qué  saca? 
Catorce  millones,  trescientas  veintidós  mil 
novecientas  ocho  pesetas,   con  quince  cén- 
timos. 
Es...  estaban  bien  los  céntimos. 

(prestando  atención  hacia  el  foro.)  ¿Aver?...  ¿Oyen 

ustedes? 
¿Qué  pasa? 

(Oyese  lejos  un  violento  altercado  entre  el  jefe  supe- 
rior y  don  Abel.  Todos  escuchan.) 

Ya  se  armó:  la  que  yo  me  temía. 
Pero  si  don  Abel  está  desatado... 
Callar. 

(siguen  escuchando.  La  tormen-.a  arrecia  allá  dentro.) 

¡Buena  banderilla! 
¡Qué  bruto! 

Va  á  costaría  el  destino. 
¡De...  demonio  de  hombre! 


—  39  — 

Cabra  A}^  ay,   ay...    ¡Pobre   familia!    ¡!'obie  don 

Abel! 

Bar.  (Llegando  en  plena   algarabía.)    jParece    que    hay 

bronca  en  el  ocho! 
D.  Maur.     ¿Pero  han   visto    ustedes   qué    insensatez? 

¡Estoy   horrorizado!    ¡Estoy    perplejo!    ¡Ese 

pobre  diablo  ha  perdido  el  sentido  común! 
Man.  Aquí  viene,  aquí  viene... 

D.  Maur.     Pues  ahora  me  va  á  escuchar  á  mí.  Señores, 

cada  cual  á  su  puesto. 

(obedecen  todos,  en  expectativa  de  una  escena  sabro- 
sa. Don  Mauricio  también  se  va  á  su  sitio.) 


ESCENA  XIX 

DICHOS  y  DON  ABEL 

(viene  fuera  de  sí:  lívido,  descompuesto,  temblón,  el  cabello  en  des- 
orden, los  ojos  chispeantes.) 

D.  Abel  ¡Pues  hombre!...  ¡pues  vaya!...  ¿Es  que  so- 
mos una  piara  de  borregos?  (como  si  tuviera 
delante  al  jefe.)  ¿Qué  se  ha  fígurado  ustcd,  se- 
ñor  vacío?  ¿bJh?  ¡Lo  que  le  he  dicho  á  us- 
ted en  su  despacho  se  lo  repito  con  ilustra- 
ciones en  la  Puerta  del  Sol!  (Buscando  en  sus 
interrogaciones  el    asentimiento    de   los   compañeros.) 

¿Eh?  ¿eh?  ¡Es  usted  una  calabaza  con  gabá  n 

de  pirles!  ¿Eh? 
D  MyiUR.     (Levantándose.)  i  Abeh  no  puedo  consentir  que 

eigas  por  ese  derrotero! 
D.  Abel       ¡Pues  vete,  si  no  quieres  oírme!  ¡Yo  tengo  la 

lengua  para  hablar,  y  nada  más  que  para 


habí 


ar: 


ción  servil  y  baja,  que  dijo  Cervantes!  ¿Eh? 
¿eh?  ¿eh? 

D.  Maur.  ¡Daré  parte  al  director  general  y  al  minis- 
tro! 

D.  Abel  ¡Yo  me  salto  al  uno  y  al  otro!  (Encarándose 
con  la  ventana.)  ¡Sí,  señor  ministro!  ¡me  lo  salto 
á  usted,  que  todo  lo  que  ha  hecho  en  esta 


40  — 


D.  Maur. 


D.  Abel 
D.  Maur. 
D.  Abel 


D.  Maur. 

D.  Abel 
Cabra 

D.  Abel 

Man. 
D.  Abel 


oficina  es  quitamos  al  empleado  más  útil, 
para  traernos  á  iin  soVjrinito  imbécil,  que 
discurre  meno.'j  que  un  raspadorl  ¿Eh?  ;Mi^ 
nistritoa  á  mí!...  ¡Si  nadie  ignora  que  entro 
vuecencia  en  el  ministerio  con  un  trapo 
atrás  y  otro  delante,  y  ya  tiene  dos  finca-í 
en  el  Escorial  y  una  casa  de  vacas  en  los 
Cuatro  Caminos!  ¿Eh?  ¿eh?  ¿Me  muerdo  yo 
la  lengua?  ¿Eh? 

(Eü  tono  duro,  tratando  de  imponerse.)    ¡  Basta    ya! 

¡No  quieras  que  apele  á  la  violencia!  ¡Bas- 
ta ya! 

¡Ba^ta,  sí,  basta,  porque  yo  me  voy  á  la  calle! 
¡Si  te  autorizo  para  ello! 
¿Si  me  autorizas  tú?...   ¡Hombre,  no  suelto 
una  carcajada  volteriana,  porque  no  sabes 

quién  fué  Voltaire!  (Murmurando  palabras  inco- 
herentes, saca  del  cajón  de  su  mesa  el  cuaderno  del 
drama,  y  luego  coge  su  sombrero  y  su  capa  dispuesto 

á  marcharse.)  ¡ Pues  tendría  salero!...  ¡Qué  salí- 
dita!...  Ministro.^...  jerarquías...  autorizacio- 
nes... ¡Ja,  jal  ¡A  mí  con  esas!...  Si,  sí.., 

(Yéndose   á   las   buenas,    compadecido    de   su   amigo  ) 

Abel:  no  es  el  jefe,  es  el  amigo  quien  te  su- 
plica que  te  quedes,  que  te  tranquilices. 
Déjame,  déjame...  ¡Si  es  que  me  ahogo!  ¡si 
es  que  necesito  aire  puro  en  donde  respirar!... 
Pero  aguarde  usted  un  ratito,  y  ya  más  se- 
reno... 

¡Nadie  me  chiste! 

¿No  comprende  usted  que  si  sale  así'?... 
¡Nadie  me  conteste!  ¡Hay  mas  horizonte  que 
el  de  eí^ta  mísera  covachuela!   ¡Hay  más  luz 
que  la  que  entra  por  esa  ventana!  ¡Adiós, 
compañeros!   ¡Quiero,  aunque  sea  un  día, 

gozar  del  sol  de  la  libertad!  (Blandiendo  el  dra- 
ma.) ¡En  la  mano  tengo  la  llave  de  mi  cárcel! 
¡No  me  compadezcáis,  porque  no  soy  digno 
de  vuestra  compasión,  sino  de  vuestra  envi- 
dia! ¡Quédese  la  compasión  para  vosotros 
iodo«;  para  usted,  desdichado  Cabra,  qu^^ 
tendrá  que  seguir  por  los  siglos  de  los  siglos 
comiendo  y  almorzando  obleas!  ¡Esto  dice 
el  amigo,  esto  dice  el  caballero  particular! 


—  41  -. 

¡El  empleado  grita,  para  que  hasta  los  sor- 
dos lo  oigan,  que  se  sralta  al  jefe  del  negocia- 
do, y  al  de  la  sección,  y  al  director  general, 
y  al  mioistro  del  ramo,  y  al  presidente  del 
consejo,  y  á  la  Constitución  vigente!  ¡Aburl 

<  Vase  por  el  foro,  ante  el  asombro  general.) 


ESCENA  XX 

DICHOS  menos  DON  ABEL' 

(Hay  un  momento  de  estupor.  Los  empleados  se  miran    en  silencio, 

como  ante  una  cosa  nunca  vista.  Luego  rompen  á  comentar  el  lance 

y  acaban  por  charlar  todos  á  la  vez.) 


Man.  ¡Qué  atrocidad! 

Cabra  ¡Pobre  don  Abel!  ¡Cesantía  segura! 

Urrut.  Pe...  pero  ¿han  visto  ustedes? 

ToL.  ¡Está  más  loco  que  un  cencerro! 

Urrut.  ;  \...  á  mí  me  da  pena,  la  verdad! 

Cabra  ¡Es  otro,  es  otro! 

Bar.  ¡y  tiene  más  razón  que  un  santo;  esto  es 
aparte! 

D.  MaUR.  (Dando  en  su  mesa  un  formidable  puñetazo,  para  impo- 
ner su  au  toridad.)  ¡Silencio!  (Todos  lo  miran.)  ¡Si- 
lencio he  dicho!  Esto  se  acabó,  (con  dignidad  y 
energía.)  No  piensen  ustede-í  que  vamos  ahora 
á  hacer  camidilla  de  la  desgracia  de  nuestro 
compañero,  que  por  desgracia  la  diputo.  El 
señor  Secano  ha  sido  hasta  hoy  un  funcio- 
nario idóneo,  un  amigo  leal,  un  compañero 
intachable.  Censuremos  en  nuestra  concien- 
cia sus  flaquezas,  pasajeras  sin  duda,  pero 
sepamos   no   imitarlas.    ¡A  trabajar   todos! 

(Ante  algún  murmullo  que  no  da  la  cara.)  ¡A  traba- 
jar he  dicho!  Ese  es  nuestro  deber,  (cada  cual 
ocupa  su  puesto.)  Manolo:  escriba  usted  lo  que 
voy  á  dictarle. 

Man.  Usted  dirá. 

D.  Maur.  Bases...  para  la  organización  y  reforma  de  la 
Hacienda  pública,  coma...  del  Ejército,  co- 


—  42  — 

ma...  de  la  Armada,  coma. .  de  la  Agricul- 
tura, coma...   de  la  Industria,  coma...  de... 

(Dicta,  paseándose,  con  candorosa  solemnidad.  Los  em 
pleados  lo  miran  á  hurtadillas.  Algunos  se  ríen  disi- 
muladamente. Por  la  calle,  en  sentido  contrario  que 
antes  y  tocando  lo  mismo,  pasa  el  ciego  del  violín* 
El  telón  ya  cayendo  con  lentitud.) 


FIN    DEL    ACTO    PRIMERO 


M. 


...,6<@&,.^^Vai¿^¿;S»>. 


^mm  *>Mmm^.m^y'mi 


ACTO  SEGUNDO 


Interior  del  cuarto  de  doña  Antonia  Pacheco,  antigua  actriz,  en  un 
teatro  de  la  corte.  Al  foro,  la  puerta  de  entrada.  A  la  derecha 
del  actor,  una  cortina  abierta  por  medio,  que  da  al  cuartito  toca- 
dor. Decorado  sencillo.  Sillas  y  divanes.  Una  butaca.  Una  mesita. 
En  las  paredes,  algunos  retratos  de  autores  y  actores  ilustres, 
muertos  ya.  En  el  techo,  un  globo  de  luz.  Sobre  la  puerta,  un 
timbre.  Es  de  noche. 


ESCENA  PRIMERA 

IRENE  y  FELISA 

(e1  cuHrto  está  á  oscuras  y  cerrado.  De  pronto  se  ilumina,  ábrese  la 
puerta  y  salen  Felisa  é  Irene.  Irene  es  hija  de  don  Abel:  viste  con  po- 
breza. Felisa  es  la  doncella  de  doña  Antonia  Pacheco,  joven  y  bonita.) 

Fel,  Pasa,  pasa...  ¿Ves  tú  cómo  nadie  te  ha  visto? 

Estás  temblando...  ¡Pobrecita! 
Irene  Si  vieras  que  me  da  vergüenza...  con  e&tos 

guiñapos...   Y  que  no  quiero  que  papá  se 

entere... 
Fel  Tu  papá  estará  en  el  saloncillo,  í-i  es  que 

ha  venido  ya.    Mi   señora  está   en    escena 

todavía. 
Irene  ^unca  he  entrado  en  el  cuarto  de  una  actriz 

hasta    ahora...    (Fijándose  en  uno  de  ios   retratos) 

¿Quién  es  este  señor? 
Fel.  Uno  que  escribía  comedias  muy  bonitas... 


-    44  — 

no  recuerdo  su  nombre.  A  todos  estos  los  co. 
noció  mi  señora. 

Irene  ¡Ay!  ¿Saldremos  con  bien  de  nuestro  empe- 

ño, Felisa? 

Fel.  fiQué  duda  cabe,  tonta?  ¿Es  posible  que  sea 

para  mal  nuestro  encuentro  del  lunes,  des- 
pués de  más  de  un  año  de  no  vernos?  Ade- 
más, mi  señíjra  ROza  haciendo  bien. 

Irene  ¡Ay,  Felisa!   ¡Ojala  me  atienda  y  me  ampa- 

re! Porque  si  se  nos  hunde  también  esta  ta- 
bla, yo  no  sé  qué  va  á  ser  de  nosotros. 

Fel.  ¡Pobrecita!   (a  un  movimiento  de  Irene.)   Calla. 

(Se  asoma  á  la  puerta.)  ¡  OÍOS  mío! 

Irene  rQ'-ié?  ¿Viene  alguien? 

Fel.  Sí. 

Irene  ¿Quién? 

Fel.  Tu  papá. 

Irene  ¡Mi  papá!  ¡El  señor  nos  valga! 

Fel.  No  te  apures.   Escóndete  aquí.  (Entreabre  la 

cortina  del  tocador.) 

Irene  (obedeciéndola.)  ¿Ves  qué  mala  suerte? 

Fel.  No  le  apures,  mujer.   Está  tranquila.   Yo  te 

avisaré  cuándo  has  de  salir. 


ESCENA  II 

FELISA  y  DON  ABEL 

(preséntase  éste  con  las  huellas   de  su   padecer  en  el  rostro  y  de  su 
penuria  en  las  ropas.) 

D.  Abel       Felisa,  Dios  te  guarde. 
Fel.  Don  Abel,  buenas  noches. 

D.  Abel  (sentándose  con  abatimiento  y  soltando  un  profundo 
suspiro,  que  es  el  primero  de  una  serie.)  ¡Ay!...  ¿  1  U 

señora  está  en  escena  aún? 

Fel.  Sí,  señor.  Y  todavía  tarda. 

D.  Abel  Me  parecen  siglos  los  momentos.  Tú  sabes 
que  esta  noche  va  á  hacerme  la  merced  de 
escuchar  mi  obra. 

Fel.  Sí,  S3ñor:  ayer  me  enteré.  Como  sólo  traba- 

ja en  los  dos  primeros  actos  de  e.'^ta  come- 
dia, y  quedan  otros  dos,  tiene  tiempo. 


—  45  — 

D.  Abel       ¡Ay! 

Fel.  y  á  propósito,  señor  don  Abel:   si  usted  me 

diera  su  permiso,  yo  me  quedaría  á  la  lec- 
tura. 

D.  Abel  Desde  ahora  lo  tienes.  Más  entiende-  tú 
que  algunos  zopencos. 

Fel.  Gracias:  es  favor. 

I).  Abel       ¡Ay! 

Fel.  Pero  ¿á  qué  vienen  esos  suspiros?  ¿Por  qué 

está  usted  triste  esta  noche? 

D.  Abel  Hija  de  mi  alma,  ^,cómo  he  de  estar  si  llevo 
ya  cuarenta  y  dos  lecturas  en  año  y  medio? 
Me  falta  la  í'e,  me  falta  el  entusiasmo...  y 
aun  temo  que  me  falte  la  campanilla.  Per- 
míteme este  rasgo  de  humorismo:  también 
cantan  los  pájaros  en  el  sauce. 

Fel.  ¡Pobrecito  don  Abel:   en  cualquier  tontería 

que  dice  se  echa  de  ver  el  talento  que  t'ene! 

1).  Abel       |Ayl 

Fel.  Vayase  usted  al  saloncillo,  que  estará  más 

animado  que  esto. 

D.  Abel         (Levantándose  maquinalmente.)    Me    iré...    me    iré 

al  saloncillo...  Como  me  iría  á  la  casa  de  fíe- 
ras,  si  me  enviases...   Bien  es  verdad   que 
tsnto  monta.  Adiós,  Felisa. 
Fel.  Vaya  usted  con  Dios,  don  Abel. 

D.  Abel         (Marchándose.)  ¡Ay! 

Fel.  jPobrecito!   ¡Qué  acabadito  y  qué  derrotadi- 

tO    está!    (Acércase  á  la  cortina    del  tocador  y  habla 

con  Irene.)  Irenita,  pasó  el  peligro.  Ya  ^e  fué. 
Pero  bueno  es  que  te  quedes  ahí,  para  que 
no  te  vea  nadie  hasta  que  mi  señora  llegue 

y  yo  la  prevenga.  (Asómase  á  la  puerta  del  cuarto 

y  luego  vuelve  al  tocador.)  Me  parece  que  ha 
acabado  ya  el  acto  primero.  Hay  tiempo  de 
todo,  porque  en  el  segundo  sólo  toma  parte 

en    una    eSCenita.    (va  otra  vez  á  la  puerta.)     Ya 

viene,  ya  viene. 


46    - 


ESCENA  UI 


FELISA  y  DONA  ANTONIA;  luego  IRENE 


(Llega  doña  Antonia  del  escenario.  Viste  un  traje  de  época.) 


D.^Ant.     ¡Jesús,  lo  queme  fatiga  esta  picara  obra! 
Gracias  á  Dios  que  acabo  pronto,  (siéntase  en 

la  butaca.) 

Fel,  (^Hay  gente? 

D.a  Ant.     ¿Quién  ha  de  haber?   ¡Nadie!  La  familia  del 

autor  en  un  palco,  y  el  autor  entre  cortinas 

mordiéndose  el  bigote. 
Fel.  Pues  ya  ve  usted  que  los  críticos  dijeron  que 

esto  era  un  asombro,  y  una  maravilla,  y 

qué  se  yo  qué... 
D.a  Ant.     Pues  ningún  crítico  de  esos  ha  vuelto  otra 

noche.   De  modo  que  ó  tienen  mucho  que 

hacer  ó  no  les  gusta  tanto  como  dijeron. 

(Pausa.  Felisa   mira  hacia  el  tocador  y  luego   va   á  la 
puerta  del   ciiarto  y  la  cierra.)  ¿Qué  haceS,  chica? 

Fel.  Perdone  usted,  pero  ahora... 

D.a  Ant  .     ¿Qué  pasa? 

Fel.  Esta  noche  es  noche  de  audiencia.   ¡Tiene 

usted  tan  buen  corazón! 
D.a  Ant.     ¡Ay,   Dios   mío!   Siempre  serán   tus  cosas. 

¿Quieres  decirme?... 

Fel.  (Entreabriendo  de  nuevo  la  cortina  del  tocador.)  Sal, 

írenita,  sal. 
D.a  Ant.     Pero  ¿quién  está  ahí? 

Irene  (saliendo  cohibida  y  emocionada  )    BucnaS  UOCheS. 

D.a  Ant.     (Levantándose.)  Buenas  uoches. 

Fel  Esta  señorita  es  hija  de  don  Abel  Secano. 

D.a  Ant.     ¡Ah!  Celebro  mucho... 

Irene  Servidora. 

D.a  Ant.     Sí  se  le  parece. 

Irene  Usted  dispensará  mi  atrevimiento  al  pre- 

sentarme sin  mi  papá. 

D.a  Ant.  Atrevimiento  no  hay  ninguuo.  S  ént  ese 
Venga  aquí. 

Irene  (obedeciendo.)  Con  licencia. 


—  47   ~ 


Fel.  Si  no  es  por  mí  no  viene,  le  advierto  á  us- 

ted. I.e  daba  vergüenza;  le  daba  miedo. 

D.a  Ant.     ¿Miedo?  ¿Es   que  se   asusta   usted  de   las 
viejas? 

Irene  (sonriendo.)  No,  señora.  Temíalo  que  pudiera 

usted  pensar  de  mí. 

D.a  Ant.     Seguramente  nada  desfavorable. 

Fel.  Verá  usted,  doña  Antonia;  porque  si  no,  to- 

dos van  á  ser  cumplimientos...  Es  el  caso 
que  Irenita  y  yo  fuimos  compañeras  en  el 
taller  de  una  modista  de  sombreros...  «Ma- 
dame  Lulú»:  una  de  Triana.  Y  hará  cosa  de 
cuatro  días,  nos  encontram-os  en  la  calle. 
¡Lo  que  nos  alegramos  las  dos!  Irenita  mo 
contó  sus  peni  tas,  yo  le  conté  las  mías — 
que  algunas  tengo — y  lo  demás...  usted  lo 
comprenderá  sin  que  yo  se  lo  explique. 
Dice  bien;  usted  ya  lo  habrá  comprendido, 
con  sólo  ver  cómo  me  presento.  Vengo  á  pe- 
dir por  mi  papá.  A  pedir  es  poco:  á  rogar,  á 
implorar,  á  llorar,  si  fuese  necesario. 
Conmigo  no  lo  es,  no  se  aflija.  Usted  quiere 
hablarme  de  La  paloma  herida,  ¿no  es  eso? 
Sí,  señora. 

Pierda  usted  cuidado,  que  en  mí  no  influye 
poco  ni  mucho  la  desventurada  leyenda 
que  ese  drama  tiene,  ni  menos  aún  la  con- 
dición humilde  de  su  autor.  Los  viejos  so- 
mos compasivos.  De  algo  bueno  han  de  ser- 
vir los  años. 

Irene  Dios  se  lo  pagará.  Todo  el  mundo  se  burla 

de  los  autores  desconocidos. 

D.*  Ant.  Yo  no.  En  todo  caso  de  los  conocidos.  A 
los  otros  creo  que  es  un  deber  escucharlos 
¿Qué  sabe  nadie  lo  que  hay  en  un  manus 
crito  que  no  ha  abierto?  Algunas  veces,  en 
tre  el  trigo  asoman  dos  orejas;  pero  ¡caram 
ba!  también  pueden  asomar  dos  amapolas 
¿No  es  verdad? 

Irene  ;Qué  buena  es  usted! 

Fel.  ¿Lo  estás  viendo?  Tiene  mi  señora  un  cora- 

zón que  es  una  posada:  para  todo  peregrino 
hay  albergue.  Mira:  el  otro  día  vino  aquí  un 
autor,  tan  mal  de  ropa  el  ángel  de  mi  alma... 


Irene 


D.a  Ant, 

Irene 

D.a  Ant 


-    48 


D.a  Akt.  Tú,  tú;  deja  las  anécdotas  sentimentaleF. 
Por  hablar  no  sabes  lo  que  dices,  (a  Irene.) 
Diga  usted,  niña:  su  papá  de  usted,  y  pei- 
done  la  indiscreción,  ¿no  es  más  que  autor 
dramático? 

Irene  Ahora,  nada  más.  Antes  era  empleado;  pero 

hace  ya  cerca  de  año  y  medio  que  quedó  ce- 
sante. Cuando  escribió  el  drama,  el  jefe  lo 
tomó  entre  ojos. 

D.aANT.     ¿Porqué? 

Fel.  Por  envidia,  y  nada  más  que  por  envidia. 

D.a  Ant.     Calla.  ¿Y  son  ustedes  muchos  hermanos? 

Irene  Siete.  Sino  que  desde  la  cesantía   nos  que- 

damos con  papá  sólo  dos,  porque  así  lo  ha 
querido  la  necesidad.  Les  otros  cinco,  uno 
aquí,  otro  allá,  están  en  casa  de  varios  pa- 
rientes. 

D.a  Ant.     ¿Su  mamá  vive  con  ustedes,  por  supuesto? 

Irene  No  señora:  mi  mamá  nos  faltó  cuando  yo 

tenía  nueve  años.  Y  soy  la  mayor. 

D.a  Ani.  ¿y  cómo  nació  en  su  papá  de  usted  la  idea 
de  escribir  ese  drama  á  su  edad,  y  de  lan- 
zarse á  estas  andanzas?  ¿O  es  que  su  voca- 
ción desde  joven  le  empujó  á  ello? 

Irene  ¡Ca!  no,  señora.   ¡Si  todos  en  casa  nos  que- 

damos con  la  boca  abierta!  Le  sopló  la  mu&a 
de  pronto. 

D.aANT.     ¿Le  sopló  la  musa?... 

li.ENE  Papá  sacó  el  drama  de  la  historia  desgracia- 

da de  una  tal  Fidela;  una  doncella  que  tu- 
vimos en  casa...  cuando  podíamos  permitir- 
nos esos  lujos.  Por  cierto  que  Uugo  hemos 
sabido  que  se  casó  con  un  cacharrero  de 
Pozas,  y  que  son  felices.  A  papá  le  ha  con- 
trariado, porque  dice  que  su  heroína  no 
debe  acabar  de  tan  prosaica  manera;  pero 
no  varía  el  final  de  su  obra,  por(]ue  tam- 
bién dice  que  el  arte  tiene  derecho  á  modi- 
ficar la  realidad. 

D.aANT.  Indudablemente.  Sólo  que  suele  ser  la  rea- 
lidad la  que  lo  modifica  todo. 

Irene  Esa  sí  que  es  una  gran  sentencia.   Ahí  está 

la  triste  realidad  de  mi  casa.  ¡Qué  cambio! 
¡qué  vueltas!  ¡qué  carecer  aun   de  lo  más 


~  4ü 


D.a  Ant. 


Irene 


D.a  Ant. 
Irene 

D.a  Ant. 
Irene 
D .  a  Ant. 
Irene 


preciso!  ¡Ay,  señora;  crea  usted  que  nos  van 
faltando  los  alientos!  Ya  no  nos  queda  más 
tabla  á  que  agarrarnos  que  La  paloma  heri- 
da, ni  tenemos  otra  esperanza  que  la  que 
usted  nos  dé.  Mi  papá  espera  de  su  drama 
tranquilidad,  satisfacción,  dinero,  alegría; 
yo,  tal  vez  casarme:  tengo  un  novio  que  me 
quiere  mucho;  mi  hermano  el  mayor  librar- 
se de  las  quintas;  mis  hermanitos  los  pe- 
queños, volver  á  casa...  Por  eso  me  he  de- 
terminado á  llegar  hasta  usted,  venciendo 
mis  escrúpulos.  De  usted  depende  la  sal- 
vación de  esta  familia  desgraciada.  Usted 
puede  llenar  nuestra  casa  de  luz. 
¿Qué  más  quisiera  yo,  criatura?  Yo  no  pue- 
do hacer  mas  que  escuchar  la  obra,  y  pe- 
dirle á  Dios  que  me  guste  mucho.  Yo  no 
soy  aquí  más  que  una  actriz  vieja;  respeta- 
da y  querida,  eso  sí,  pero  á  la  que  no  se  le 
atiende...  si  no  le  conviene  al  empresario. 
De  todos  modos,  haré  cuanto  eeté  de  mi 
parte.  No  lo  dude  usted. 
(Levantándose.)  Pues  no  molesto  más.  Señora, 
le  doy  á  usted  infínitas  gracias...  A  mi  papá 
no  le  diga  usted  nada  de  esto.  Adiós,  se- 
ñora. 

Adiós,  niña. 

Felisa,  ¿quieres  acompañarme  por  los  pa- 
sillos? 

Sí,  sí;  acompáñala  hasta  la  salida. 
Muchas  gracias. 
Adiós. 
Me  voy  muy  contenta,  muy  contente,  (se 

marchan  las  dos.) 


ESCENA  IV 

DOÑA  ANTONIA,  DOÑA  ANDREA  y  MARIQUITA.  Al  final  FELISA 


D.a  Ant.  ¡Pobre  niña!  ¡Qué  ilusiones  más  desatina- 
das! Esta  locura  del  teatro  la  debían  estu- 
diar los  médicos.  ¡Una  familia  que  fía  su 
porvenir,  su  vida,  del  drama  de  don  Abel 


—  60   - 

Secano,  hazmerreír  de  bastidores!...  ¡Jesús, 
Dios  mío!  y  dice  que  le  sopló  la  musa... 
¡Pobre  señor!  ¡Mns  valía  que  le  hubiera  so- 
plado el  Guadarramal 

D.*AnD.      (Asomándose  cou  Mariquita  á  la   puerta   del   cuarto.) 

¿Hay  permizo? 
D.aANi.     ¡Hola!  Adelante. 

(Pasan  doña  Andrea  y  Mariquita,  madre  é  hija,  anda- 
luzas las  dos,  y  meritoria  esta  última  en  el  teatro.  Vis- 
te también  un  traje  de  época,  en  armonía  con  el  de 
doña  Antonia.) 

D.a  And.  Nos  vamos  en  zegnía:  no  molestamos.  Veni- 
mos na;  más  que  a  darle  á  usté  las  gracias,  y 
á  darle  á  usté  las  gracias,  y  á  darle  á  usté 
las  gracias.  Da  las  gracias,  niña. 

Mar.  Muchísimas  grasias. 

D.a  And.  Esta  es  mu  corta  y  no  ze  atreve  á  habla  de- 
lante e  nadie.  Místela  ya  como  una  amapo- 
la. Y  yo  le  digo  que  en  er  teatro  la  vergüen- 
za no  zirve  pa  na.  ¿Es  ó  no  es? 

D.aANT.     Yo  creo  que  no  es. 

D.a  And.  ¡Ay,  qué  gracioza  ha  estao!  Po  zí,  po  zí:  d. 
usté  ze  lo  debemos  to.  Yevaba  la  pobrecita 
mía  arrincona  zeis  mezes  de  meritoria.  Lo 
más  que  hacía  era  entre  bastidores:  de  mor- 
muyo.  Y  usté  la  ha  zacao,  usté  la  ha  zacao: 
Uí-té  la  ha  puesto  en  las  candilejas.  Dios  ze 
lo  pague  á  usté,  doña  Antonia.  En  er  tea- 
tro, ardabas,  y  ardabas,  y  ardabas. 

D.a  Ant.  No,  doña  Andrea:  en  el  teatro,  como  en  to- 
dns  partes,  mérito,  afición,  estudio... 

D.a  And.     ¡Y  ardabas,  y  ardabas! 

D.a  Ant.     Bueno,  y  ardabas,  si  usted  quiere. 

D.a  And.  ¡Ay,  me  remea,  me  remea!  ¡Qué  gracioza  es! 
Ahora,  un  papelito,  un  papelito.  Porque  lo 
de  e^ta  noche  no  ha  zio  na:  zacá  dos  velas, 
y  apaga  una.  Zoj  lá,  zopla  cuarquiera.  ¿Es  ó 
no  es?  Usté  que  es  tan  güeña  y  tiene  tanta 
mano  con  loz  autores,  á  vé  zi  le  conzigue  un 
papé.  Ya  zabe  usté  lo  que  zon  estas  cazas: 
ze  está  oscurecía  hasta  que  ze  agarra  un 
papé.  ¡Un  papé,  un  papé,  doña  Antonia  Pa- 
checo; búsquele  usté  un  papé!  Esta  lo  hace 
to,  lo  hace  to.  Le  da  usté  una  tonta,  y  la 


—  51  — 

hace;  le  da  usté  una  lista,  y  la  hace;  (Acer- 
cándose mucho  á  doña  Antonia  y  bajando  ]a  voz.)  le 

da  usté  una  tunanta,  y  la  hace, — que  no  zé 
dónde  lo  ha  aprendió  la  chiquiya. 
D.a  AnTc     Descuide,  que  no  he  de  abandonarla. 

(vuelve  Felisa.) 

D,a  And.  Ya  lo  estás  oyendo.  ¡Güeña  madrina  te  has 
echao!  No  la  dejes  tú  á  eya.  Pínchale,  pín- 
chale; que  en  er  teatro,  ardabas  y  papeles, 
3^  ardabas  y  papeles,  y  ardabas  y  papeles. 
¿Es  ó  na  es?  Y  vamonos  ya,  que  no  me  gus- 
ta que  incomodes. 

l).a  Ant.      La  niña  no  incomoda... 

D.aAND.  ¿Yo  zí,  verdá?  ¡Me  la  ha  zortao!  ¡ene  la  ha 
zortao!  ¡Con  qué  zalero  me  la  ha  zortao! 
¡Quéeze  usté  con  Dios,  zo  gracioza!  Y  rauchí- 
zimas  gracias,  muchízimas  gracias,  muchízi- 
mas  gracias. 

Mar.  Muchísimas  grasias. 

D.ít  Ant.     Vayan  con  Dios.  No  las  merece. 

D.a  And.  (volviéndose  desde  la  puerta.)  ¡Doña  Antonia  Pa- 
checo... que  zoy  una  madre...  qae  zoy  una 
madre...  que  zoy  una  madrel 

D.a  Ant.     Ya,  ya  lo  sé. 

(Se  retiran  la  madre  y  la  hija.) 

Fel.  Pero  ¿por  fin  ha  trabajado  Mariquita  esta 

laocheV 

D.a  Ant.  Sí,  hija,  sí:  por  no  oirá  la  madre;  que  es 
una  madre,  como  ella  dice,  pero  que  habla 
por  toda  una  tamilia. 

Fel.  Pues  tengo  que  darle  el  parabién  á  la  mu- 

chacha. ¡Pobrecita!  ¡Es  más  buenecita  y  más 
pavita!  ¿Qué  ha  hecho? 

D.a  Ant.  Figúrate:  tenía  que  apagar  una  vela,  y  la 
apagó  diez  minutos  antes.  La  Ristori  no  es. 

(Llega  Bustamante,  autor  joven,  de  aspecto  simpá'icQ.) 


ESCENA  V 

DOÑA  ANTONIA  y  BUSTAMANTE 

Bust.  Ilustre  doña  Antonia. 

D.a  Ant.     Hola,  Manolillo.  ¿Cómo  lo  pa?as? 


—  52  — 

BuST.  Bien,  ¿y  nsted? 

D.a  Ant.     No  te  agradezco  la  visita.  Sé   que  vienes 

aquí  porque  están  cerrados  los  cuartos  de 

las  jóvenes. 
BusT.  No  sea  usted  mal  pensada. 

D.a  Ant.       No  seas  tú  hipócrita,  (viendo  que  Felisa  se  entra 

en  el  tocador.)  Y  también  vieues  porque  te 
gusta  mi  doncella. 

i5usT.  Me  gusta,  sí;  pero  no   vengo  por  eso.  Yo, 

como  autor,  seré  una  desdicha;  pero  como 
particular,  soy  de  lo  más  formalito  que  pisa 
escenarios. 

D.a  Ant.     Ya,  ya  te  conozco. 

BüST.  Vengo  del  saloncillo,  doña  Antonia;  y  ven- 

go á  respirar,  le  soy  á  usted  franco.  ¡Ese  se- 
ñor Secano  es  un  ciprés!  ¡No  habla  más  que 
de  asuntos  tristes!  Me  ha  entrecogido  en  un 
rincón  y  me  la  ha  dado  buena.  Va  á  limpiar 
aquello  de  gente. 

D.a  Ant  .     ¡Pobre  don  Abel! 

BusT.  Pobre,  sí;  pero  que  no  se  meta  en  el  salonci- 

llo á  amargarnos  la  vida  á  todos. 

D.a  Ant.  Pues  tú,  y  otros  como  tú,  tennis  la  culpa. 
Porque  os  divertía  le  dabais  bromas  verda- 
deramente crueles,  haciéndole  creer  que  era 
un  genio,  y  entre  todos  le  habéis  vuelto  el 
juicio.  Ayer  recibió  una  carta  de  París,  pi- 
diéndole su  obra  para  la  Comedia  France- 
sa. ¿Te  parece?  El  otro  día  le  hicieron  un 
retrato  en  el  cuarto  de  la  Peral,  diciéndole 
que  iba  á  publicarse  en  un  periódico  de 
Alemania.  En  fin,  horrores. 

BüST.  Esas  son  co^as  de  Rufete. 

D.aAjsiT.  Pues  bien  podía  Rufete  emplear  más  inge- 
nio en  las  obras  y  menos  en  el  saloncillo. 

BüST,  Más  en  las  obras,  lo  comprendo;  pero  menos 

en  el  saloncillo,  no  puede  ser. 

(Se  ríen  los  dos.) 


53 


ESCENA  VI 

DICHOS  y  UN  SEÑOR  ANÓNIMO;  después  DON  GENARO 
y  ROMERO 

(Este  señor  Anónimo  es  uno  de  esos  seres  insignificantes  y  entróme  1 
tidos  que  conocen  á  todo  el  mundo,  y  á  quienes  no  conoce  nadie. 
Habla  de  lo  suyo  como  si  la  humanidad  viviera  consagrada  á  pen- 
sar en  él.  Viste  con  pulcritud,  está  siempre  contento,  y  saborea  la  di- 
cha de  vivir.) 


8eñor 
Da  Ant. 
Señor 
D.a  Ant. 

Señor 

BUST 

8tÑ0R 

D.a  Ant. 
Señor 
D.^  Ant. 

BüST. 

Señor 

BoST. 

Señor 
D.a  Ant. 
Señor 


BusT. 
Señor 
BusT. 
D.a  Ant. 

Señor 


D.a  Ant. 
Señor 
D.a  Ant. 

Señor 


(Asomándose  á  la  puerta  del  cuarto.)  ¿Se  puede? 

Adelante. 

¿Cómo  está  usted,  mi  señora  doña  Antonia? 

(sin  saber  con  quién  habla.)  Bien...  ¿y  USted? 

Bien,  muchas  gracias.  ¡Caballero  Bustaman- 
te!  ¿qué  tal? 

(Lo  mismo  que  doña  Antonia.)  Bien...   ¿y  USted? 

¡Vamos  tirando  de  esta  vida  perra!  ¡Je!  He 

llegado  hoy.  Me  voy  mañana. 

¿No  se  sienta  usted? 

Con  mucho  gusto.  Estaré  un  ratillo. 

(a  Bustamante.)  (¿Quién  eS,  tÚ?) 

(a  doña  Antonia.)  (No  lo  sé,  doña  Antonia.) 
Pues  sí:  he  llegado  hoy. 
¿Y  se  va  usted  mañana? 
Mañana,  sí;  no  puedo  abandonar  aquello. 
Claro. 

Yo  siempre  como  un  meteoro.  ¡Je!  ¡Ni  visto 
ni  oí  Jo!  ¡Tan  pronto  aparezco  como  desapa- 
rezco! ¡Je!  ¿Usted  se  caeó,  Bustamante? 
No,  señor. 

¿No?  Pues  ¿quién  se  ha  casado? 
¡Mucha  gentel  ¡Como  que  es  no  parar! 
¡Cualquiera  pesca  á  este  mariposón! 
Ya,  eso  sí;  pero  yo  juraría  haber  leído...  ¡  Ah, 
doña  Antonia!  Muy  encarecidos  afectos   de 
Julia:  ¡pero  muy  encarecidos! 
¿De  quién? 
¡De  Julia! 

Ah...  de  Julia.  Devuélvaselos  usted  de  mi 
parte. 
Lo  agradecerá  muy  de  ver^s.sEstá  encanta- 


-     64    - 

da  coD  usted:  ¡encantada!  ¿Se  acuerda  usted 
del  día  del  chocolate? 

D.a  Ant.      No.  Digo,  sí;  sí  me  acuerdo. 

Señor  ¡Ya  ha  llovido!  ¿Se  lo  ha  contado  usted  á 

este?  Puede  que  le  saque  partido  para  una 
piececilla. 

D.a  Ant.  Momentos  antes  de  llegar  usted — mire  us- 
ted qué  casualidad— ha  biabamos  precisa^ 
mente  de  eso. 

Señor  ¡Lo  que  nos  reimos!  ¿Se  acuerda  usted? 

D.a  Ant.      ¡C(  mo  que  yo  me  puse  mala! 

BUST  Y  yo,  cuando  me  lo    contó,    (a  doña  Antonia.) 

(Es  que  no  tengo  la  menor  idea  de  este  ca- 
ballero.) 

(Se  ríen  los  tres:  doña  Antonia  y  Bustamante,  del  señor 
Anónimo,  y  éste  del  día  del  chocolate.  Llega  don 
Genaro,  caballero  elegante.) 

D.  Gen.  I'ues,  señor,  a  ese  don  Abel  vá  á  haber  que 
darle  un  destino  en  Caracas.  ¡Muy  lejos! 

.BusT.  ¿Otro  que  huye? 

D.  Gen.  ¡Y  huirán  hasta  los  retratos  de  la  pared!  ¡Si 
es  tétrico!  ¡Si  es  abrumador!  ¡No  hay  diges- 
tión tranquila  con  ese  hombre! 

D.a  An'j  .  ¡Ja,  jal  Mi  cuarto  es  un  refugio  esta  noche, 
¡Qué  p(>co  pueden  ustedes  sufrir  al  ]uój'mo! 

D.  Gen.  ¡A  piójimos  patibularios,  desde  luego!  Yo 
no,  yo  no.  He  comido  C(^n  la  de  Vista  Ale- 
gre: €staba  guapísima.  Nos  ha  dado  uua  co- 
mida espléndida:  vinos  y  licores  exquisitos... 
Yo  terminé  con  pippermint.  ¡Pues  por  causa 
de  ese  señor  Secano,  se  me  ha  puesto  la  lan- 
gosta de  pie!  ¡Imposible!  ¡imposible! 

Señor  (sorprendido     de    que   dou     Genaro     no     lo    salude.) 

¡Amigo  don   Genaro!  ¡Desde  que  no  nos  ve- 
'  mos  no  nos  conocemos!  ¡Je! 
D,  Gen.        (confuso.)  Ah...  usted  dispense...  No  había 

reparado... 
Señor         ¿Cómo  está  usted? 
D.  Gen.       Bien...  ¿y  usted? 
Señor  He  llegado  hoy.  Me  voy  mañana. 

D.  Gen.       Ya. 

Señor  Si  quiere  usted  algo  para  aquella  gente...  ¡.Je! 

D-  Gen.        Nada:  expresiones...  (a  doña  /ntonia.)  ^¿Quién 
:  es  este  señor  tan  regocijado?) 


'  55  — 


D.»  Ant.  (a  dou  Genaro.)  (Por  lo  visto  se  trata  de  un 
anóniaio:  ha  llegado  ho}',  pero  viene  sin 
firma.) 

Señor  Vaya,  vaya,  con  don  Genaro...  ¡Je!  ¿Se  acuer- 

da usted  del  día  de  las  ostrasV  ¡Je!  ¡Ya  ha 
llovido! 

D.  Gen.  Le  diré  á  usted...  tomo  ostras  casi  todos  los 
días;  de  modo  que  no  es  fácil... 

Señor  ¡Je!  ¡Cómo  nos  divertimop! 

(Aparece  Romero  en  la  puerta.  Viste,  como  doña  An- 
tonia, de  época.) 

Rom.  ¿Está  aquí  Bustamente?   (viéndolo.)  Bueno, 

chico,  esto  es  cosa  resuelta:  hay  que  sortear- 
se para  ver  quién  mata  á  Secano. 

(Risas.) 

D.a  Ant.      Calle  usted,  mala  sangre. 

Rom.  ¿Mala  sangre?  Mire  usted,  doña  Antonia... 

Señor  (cortándole  la   palabra  con    un   abrazo   que  no  puede 

retardar  más  tiempo.)  ¡Romerillol    ¿CÓmO    te  Va? 

¡Dichoí^os  ios  ojos,  hombre,  dichosos  los  ojos! 

¿Qué  hay? 
Rom.  (Perplejo.)  ¿Quc  qué  hay?  Pues...  nada...  Aquí 

representando  comedias. 
Señor  Conñé-alo:  ¿á  que  lo  que    menos  esperabas 

era  verme? 
Rom.  Sí,  sí;   efectivamente:  lo  que  menos,  (a  don 

Genaro.)  (¿Qliiéll  OS?) 

D.  Gen.        (a  Romero.)  {Se  ha  perdido  la  fe  de  bautismo.) 
Señor  Yo  las  gasto  así:   cuando  menos  se  pien-a... 

¡Je! 
D.a  Ant.     Ha  llegado  hoy. 
Señor  Sí:  he  llegado  ho3^ 

D.a  Ant.     Y  se  va  mañana. 
Señor  Sí:  me  voy  mañana.  ¿Qué  he  de  hacer?  No 

tengo  má?i  remedio.  El  ojo  del  amo...  ¡Je! 

Al  yunque,  al  yunque.  Además,   tú  sabes  lo 

que  es  Julia. 
Rom  ¡Oh!  No  rae  hables  de  eso.  ¿Está  buena,  eh? 

Señor  Sí,  ya  está  buena.  Aquello  no  fué  nada.  Un 

parto  doble:  lo  de  todos  los  días.  ¡Je!  Ahora 

sueña  con  su  automóvil. 
BusT  Amigo,  cómo  se  conocen  los  ricos... 

Señor  ¡El  que  habla,  y  escribe  cuatro  patochadas  y 

gana  un  dineral!  ¡Je! 


—  56  — 


BusT.  ¡Hombre! 

Señor  No  lo  niegue  usted,  porque  lo  han  dicho  los 

periódicos  muchas  veces.  Siempre  que  estre- 
na usted  le  ajuf-tan  las  cuentas  los  críticos. 
¡El  teatro  es  un  filón!  lun  filón! 

D.aANT.  ¡ün  filón!  ¡Y  todos  los  autores,  ricos!  Ahí 
está  don  Abel  Secano. 

(Movimiento  en  todos  como  para  irse.) 

Rom.  ¿Dónde? 

D.a  Ant.     Lo  cito  como  ejemplo. 

Rom.  Ya.  Hasta  esta  noche  no  me  ha  colmado  las 

medidas  el  tal  Secano.  Antes  no  era  así.   ¡Se 

ha  puesto  de  un  fúnebre  que  aterra! 
Señor  Pero  ¿quién  es  él?  ¿Quién  es  ese? 

D.a  Ant.     Un  pobre  señor  que  ha  escrito  un  drama  y 

no  consigue  verlo  representado.  ¿Le  parece 

á  usted  floja  desdicha? 
Señor  Si  fuese  divertido  me  lo  llevaba  mañana  á 

almorzar.   ¡Je!  Yo  me  río  mucho  con  esos 

tipos. 
Rom.  a  eso  estamos:   á  reírnos  los   unos   de   los 

otros.  ¿No  es  verdad? 
Señor  ¡Je!  ¡Qué  punto!  Romerillo,  Romerillo...  ¿Te 


Rom. 
Señor 
D.  Gen. 

D.a  Ant 
BusT. 
D.  Gen. 


D.a  An 


¡Calcúlate:  no  pienso  en  otra  cosa! 
¡Ya  ha  llovido,  caramba,  ya  ha  llovido! 
Oiga  usted,  doña  Antonia:  ¿y  hay  catástro- 
fe en  ese  drama? 
Yo  no  lo  conozco  todavía. 
¿Que  si  hay  catástrofe?  ¡Espantosa! 
¡Por  Dios,  que  no  nos  pongan  eso!  ¡Va  á  ser 
imposible  venir!  ¡Si  el  teatro  no  es  un  sitio 
para  digerir  bien,  no  sé  qué  es  el  teatro! 
Compadezco  á  ese  pobre  hombre.  Son  tan- 
tos los  que  se  han  soltado  á  escribir   come- 
dias á  la  buena  de  Dios,  que  ya  va  habiendo 
más  autores  que  público. 


^  67  — 


ESCENA  VII 


DICHOS  y  ÜRRUTIA 
UrrUT.  (Presentándose  en  la  puerta  sombrero  en  mano,  azorado 

y  temblón.)  ¿Se...  se  puede  pasar? 

D.*  Ant.  Adelante. 

Urrut.  (sin  oiría.)  ¿Se...  se  puede  pasar? 

D.a  Ant.  Adelante. 

Urrut.  Bue...  buenas  noches. 

D.a  Ant.  Buenas  noches. 

D.  Gfn.  Buenas  noches. 

(Urrutia  mira  á  todos,  con  cuya  presencia  no  contaba, 
y  no  acierta  á  decir  palabra.  Pausa  angustiosa.) 

D.*  Ant.  ¿A  quién  busca  Uí^ted? 

U«RUT.  A...  á  la  señora  Pacheco. 

D.a  Ant.  Yo  soy. 

ÜRRiJT.  Lo...  lo  siento  mucho. 

D.a  An'i  .  ¿Cómo? 

CJrrut.  No...  nada...  Me...  me  he  equivocado. 

(Nueva  pausa  y  nuevas  miradas.  La  reunión  se  ríe  con 
disimulo.) 

D.a  Ant  .     Usted  me  dirá  lo  que  quiere. 

Urrut.  A...  ahora  no  es  ocasión.  Está  usted  ocupa- 
da. Vol...  volveré. 

D.a  Ant  .     Como  usted  guste. 

Urrut.        Tra...  traía  una  cartita. 

D.a  Ant.     ¿Para  mí? 

Urrut.        Pa...  para  usted. 

D.^  Ant.  Pues  démela,  y  la  leeré  con  permiso  de  es- 
tos señores. 

Urrut.        Sen...  sentiría  incomodar. 

D.*  Ant.     No,  no  señor,  no. 

Urrut.        To...  tome  usted  entonces,  (ai  adelantarse  hacia 

doña  Antonia  para  darle  la  carta,  pisa  á  uno,  y  al  re- 
troceder para  ponerse  donde  estaba,  pisa  á  otro.)  Us... 

usted  dispense,  caballero. 
D.  Gen.        No  hay  de  qué. 
Urrut.        ¿Le...  le  he  hecho  á  usted  daño? 
Señor  No,  señor. 

D.a  Ant.       (Leyendo   la   carta   para   sí.)   Ah,   eS    de    Rovira. 

Perfectamente.  (Apartándose  á  un  lado.)  Haga; 
usted  el  favor. 


~  58  — 

Urrut.        Sen...  sentiría  incomodar. 
D.a  Ant.     Siéntese  usted. 
Urrut.        Gra...  gracias:  no  tengo  prisa. 
D.a  Ant.     Pues  soy  toda  oidos. 
ÜRRUT.        ¿To...  toda  oídos? 
D>  Ani  .     Quiero  decir  que  ya  le  escucho. 
ÜRRUT.        No...  no  la  entendí  á  usted.  Se...  se  trata  de 
un  monologoito,  escrito  para  usted  expro- 
feso 
D."  Ant.     ¿De  usted? 
ÜRRUT.        y...  y  de  tres  compañeros  de  oficina.  La  idea 

es  de  un  servidor. 
D.a  Ant.     ¿í'ómo  se  titula? 
ÜRRUT.        El...  El  baúl  mundo  se  vende. 
D.a  Ant.     ¿Es  cómico? 
ÜRRUT.        Tie...  tiene  lo  suyo. 

D.a  Ant.     Bueno;  pnes  yo  lo  leeré  con  todo  cariño,  y 
usted  se  da  una  vuelta  por   aquí  dentro  de 
unos  días. 
ÜRRUT.        ¿Co...  como  cuando? 
D.a  Ant.     ¿Hoy  qué  es,  jueves?  El  lunes  próximo. 
ÜRRUT.        Mu...  muy  bien.  Me...  me  alegro  de  que  no 
sea  el  martes.  Le  suplico  á  usted  benevolen- 
cia; y  que  influya  para  que  lo   pongan;  que 
está  todo    muy    malo,  y...   y  un    servidor 
tiene  á  su  padre,  y...  y  tiene  á  su  madre,  y... 
y  tiene  á  su  novia,  y...  y  tieoe   cuatro  mil 
reales  de  sueldo. 
\y.'  Ant.     Ya,  ya  me  hago  cargo. 
ÜRRUT.        Puep...  pues  muchí-iuias  gracia^,  ü.^.  .  usted 

perdone  la  libertad...  y  hasta  el  lunes. 
D.a  Ant.      Pero  ¿y  el  monólogo? 

ÜRRUT.        ¿El...  el  monólogo?  (palpándose.)   ¡Es  pata  la 
mía!  ¿Pues  no  me  lo  he  dejado  en  casa?  Y... 
y  lo  puse  adrede  con  el  sombrero. 
D.a  Ant.     ¡Vaya  por  Dios! 
ÜRRUT.       Yo...  yo  se  lo  traeré  á  usted  mañana. 
D.a  Ant.     (Reprimiendo  la  risa.)  Cuando  usted  quiera. 
ÜRRUT.       Bue...  buenas  noches. 
D.a  Ant.     Adiós. 

ÜRRUT.       (a  los  contertulios.)  Bue...  bueuas  uoches. 
BusT.  Buenas  noches. 

ÜRRUi  .         (Dándoles  la  mano  uno  por  uno  de  puro  aturdido  que 

está.)  Que...  que  usted  siga  bueno...  Que  ..  que 


-     59  — 

UFted  siga  bueco...  Que...  que  usted  siga 
bueno...  Que...  que  usted  siga  bueno. 

Señor  Vaya  usted  con  Dios. 

Urrut.  (á  doña  Antonia.)  ¿Me...  no e  he  despedido  de 
usted? 

D.a  Ant.     Sí,  señor. 

Urrut.  Us...  usted  dispense  la  pregunta,  frisando  a 
otro  al  retirarse.)  ü?...  usted  j^erdone.  ¡Paiece 
que  voy  ciego!  ¡Es  pata  la  mía! 

(Todos  se  rien  de  él  cuando  se  va.) 


ESCENA   VIII 


DICHOS  menos  URRUTIA.  DON  ABEL 

Rom  .  ¿Quién  es  ese  moscón  que  tanto  tropieza? 

D.aANT,  Un  autor  que  no  viene  más  que  á  traerme 
un  monólogo,  y  se  lo  deja  en  casa.  Compa- 
dezcámosle también. 

BusT.  Dios  le  dé  mejor  suerte  que  á  don  Abel  Se- 

cano. 

D.  Gen.        ¡Y  una  musa  más  regocijada! 

(Suena  el  timbre.) 

D.^Ant.     Me  llaman  á  escena,   señores.   Ustedes  se 

quedan  en  su  cuarto,  (saludando  á  don  Abel,  que 
llega  é  tiempo  que  ella  se  va  )  jDon  Abel:    ¡TantO 

guetol... 
D.  Abel      ¿Cómo  está  usted,  mi  buena  amiga? 
Rom.  (¡Uf!) 

D.  Gen.       (jNos  copó!) 
BusT.  (¡A  mí  no  me  pesca!) 

D.a  Ant.     Fase,  pase;  ahora  vuelvo.  No  tengo  masque 

cuatro  palabras,  (se  va.) 
D.  Abiíl  Buenas  noche?',  señores. 
Señor  Buenas  noches.  (Á  Bustamante.)  (¿Es  este  el 

sombran?) 

BuST.  (ai  Anónimo.)  (El  mismo.) 

D,  Abel      ¿Qué  hay  de  cosas,  amigo  Bustamante? 
BusT.  ¡Psché!... 

(Bustamante,  Romero,  don  Genaro  y  el  señor  Anónimo 
se  van  marchando  con  toda  suavidad  y  disimulo,  suce- 
sivamente, huyendo  de  la  quema  y  tarareando  una  mis- 
ma canción  entre  todos.  Uno  la  empieza  y  los  demás 
la  siguen  al  marcharse.) 


—  60 


BUST. 

Rom. 
D.  Gen. 
Señor 


Tara  t^^rá  tara  tarara... 
Tiri  tirí  tirí  tiró... 
Tora  tora  tora  toriaro... 
Turú  turii  turú  turó... 


ESCENA  IX 


DON  ABEL    y  FELISA 

D  Abel  (con  amargura.)  Cuando  no  les  distraigo  me 
huyen...  ¡Y  se  figuran  que  no  me  doy  cuen- 
ta!... ¡Ay,  Abel,  qué  camino  más  largo  y  má^ 

penoso!  (siéntase  dando  muestras   de  postración.) 
FeL.  (Saliendo    del    tocador.)    ¿Está    USted    hablando 

solo,  señor  Secano? 
D.  Abel       Sí,  hija  mía;  estoy  hablando  so^o. 
Fel.  ¡Ay,  pobrecito!  ¿Y  por  qué  es  eso? 

D  Ab£l       Porque  no  tenía  con  quien  hablar,  y  tenía 

que  hablar  necesariamente. 
Fel.  Pero,  dígame  usted;  ¿no  estaban   aquí  unos 

señores? 
D,  Abel       Aquí  estaban,  sí;  pero  entré  yo...  y  eso  bastó 

para  que  se  fueran. 
Fel.  ¡Pobrecito!  Ande  usted,  que  ya  le  llegará  la 

suya. 
D.  Abel      ¿l^o  crees  tú? 
Fel.  a  pies  juntillas,  don  Abel.  ¡No  faltaba  más 

sino  que  se  quedara  oscurecido  un   talento 

tan  grande!  Verá  usted  cómo  mi  señora  le 

da  la  mano. 
D.  Abel       Dime,  Felisita,  ¿qué  piensa  doña   Antonia 

de  mí?  ¿Qué  dice  de  la  lectura  de  esta  no- 
che? ¿Le   has  oído  algo?  ¿Sabes  algo?  ¿Me 

puedes  contar  algo? 
Fel.  Don  Abel...  Don  Abel...  ¿Ve  usted?  Ya  la 

tenemos. 
D.  Abel      ¿Qué  tenemos? 
Fel.  Ya  voy  á  decir  lo  que  no  debía. 

D.  Abel      ¿Cómo? 

Fel.  Lo  que  he  prometido  callar. 

Ü.  Abel      ¡Dímelo,  por  Dios! 
Fel.  ¿Quién  piensa  usted  que  ha  estado  aquí 

hace  poco? 


-   61  ~ 

D.  Abel       ¿En  dónde? 

Fel.  Aquí:  en  este  cuarto. 

D  Abel      ¿Quién? 

Fel.  Irenita. 

D  Abel      ¿Mi  hija? 

Fel  bí,  señor. 

D.  Abel  ^iMi  hija?  ¿Que  ha  estado  aquí  mi  hija? 
¿Para  qué? 

Fel.  Para  pedirle  á  mi  señora  protección  y  am- 

paro. 

D  Abel      (conmovido  )  ¡Hija  de  mi  alma! 

Fel.  Yo  la  traje,  yo  la  presenté,  yo  la  acompañé 

lue^o  hasta  la  puerta...  ¡Iba  la  pobrecita  sal- 
tando de  gozo!  ¡Porque  no  sabe  usted  cómo 
la  recibió  mi  señora! 

D.  Abel       ¡Ay,  si  esto  fuera  el  principio  del  fin! 

Fel.  Lo  será,  lo  será. 


ESCENA  X 

DICHOS  y  DOÑA  ANIONIA 

D.a  Ant.  (saliendo.)  ¡Gracias  á  Dios!  Esta  noche  ya  no 
vierto  más  perlas,  don  Abel. 

D.  A  BE!.       ¿Acabó  usted  ya? 

D.^Ant.  Por  fortuna.  Nádame  molesta  tanto  como 
trabajar  con  el  teatro  vacío.  ¿Tiene  usted 
ahí  la  obra? 

D.  Abel       ¡Qué  pregunta! 

D.a  Ant.  Bueno,  pues  me  voy  á  quitar  estas  galas  y 
la  leeremos  en  seguida. 

D.  Abel       ¡Je!...  Los  malos  tragos...  ¿No? 

D.a  Ant.  Una  advertencia.  Creo  que  debe  usted  invi- 
tar á  Carranza.  Es  el  primer  actor  de  la 
compañía  y  le  conviene  á  usted  tenerlo  de 
su  parte.  No  vendrá,  pero  usted  lo  invita  y 
queda  bien.  Dígale  que  ya  estamos  de 
acuerdo. 

D.  Abel  ¡Cuántas  bondades,  doña  Antonia!  ¿Cómo 
podré  pagar?...  Yo  también  me  he  permiti- 
do invitar  á  un  amigo...  ¿Usted  no  tendrá 
inconveniente? 


62  — 


D.a  Ant, 
D.  Abel 

D.a  Ant. 

D.  Abel 


D.a  Ant 


D  Abel 
Fel. 


iNinguno!  Traiga  usted  á  quien  quiera. 
Gracias.  ¿Será  usted   benévola  con  este  po- 
bre autora 

Lo  soy  con  todos.  Mi  padre  fué  escritor 
también,  y  sé  lo  que  cuesta  prodicir. 
Es  usted  muy  buena,  muy  buena...  Usted 
no  puede  imaginar  lo  que  va  á  resolverme... 
lo  que  para  mí  significa...  Además,  aquí, 
entre  tantas  burlas,  entre  tanto  desprecio, 
si  viera  usted  cuánto  se  estima  es^ta  consi- 
deración, esta  cortesía...  aunque  no  sea  más 
que  esto...  Vaya,  vaya,  no  quiero  dar  el  es- 
pectáculo de  echarme  á  llorar  como  un  chi- 
quillo. 

Por  Dio^,  don  Abel;  ¿á  qué  viene  eso  ahora? 
Ande  usted  á  cumplir  con  Carranza.  Yo  sal- 
go al  instante. 
Allá  voy,  allá  voy... 

¡Pobrecito!    (Entrase    con    doña  Antonia  en  el  toca- 
dor.) 


ESCENA  XI 


DON  ABEL  y  el  SEÑOR  ANÓNIMO 


D.  Abel  (Enjugándose  los  ojos.)  Esperaré  un  momento... 
Temo  que  esas  fierecillas  me  vean  llorar. 
Porque  si  hay  uno  que  se  ría  de  estas  lágri- 
mas, soy  capaz  de  ahogarlo,  (pausa.)  ¡Quién 
sabe!  ¡quién  sabe!  Puede  (}ue  la  victoria  esté 
cerca,  y  entonces...  Yo  no  guardo  rencor 
para  nadie,  pero  esos  que  se  mofan  de  mí 
descaradamente,  esos  que  hacen  saínete  de 
mi  desgracia...  esos...  lo  que  es  esos... 

oEÑOR  (presentándose  risueño  y  decidor  como  de  costumbre.) 

Felices. 

D.  Abel        ¿Quién?  (Reconociéndolo.)  ¡Ah! 

Señor  ¿Sabe  usted  si  la  señora  Pacheco  está  en  el 

tocador? 

JJ.  Abel         (Después  de  mirarlo  de  arriba    abajo,    marchase  tara- 
reando la  misma  canción  que  antes  le  tararearon  á  él.) 

Tari  tari  tari  tariaro... 


~  63   — 


ESCENA  XII 

EL  SEÑOR  ANÓNIMO  y  DOÑA  ANTONIA 

Señor  ¡Ay,  qué  gracia!  ¡Me  la  ha  devuelto!  ¡Es  el 

sombrón!  ¡el  loco!  ¡Je!  ¿Pero  que  ese  pobrete 
quiera  escribir  comedias?  ¡Qué  cosas  se  ven! 

(Acercáudose  al  tocador  y  gritando  )   ¡Doña    Anto- 
nia! 
D.a  Ant.       (Dentro.)  ¿Quíén? 
Señor  Yo. 

D.a  Ant.     ¿Quién? 
Señ'-ir  Yo. 

Da  Ant      ¿Quién? 
Señor  Yo. 

D.a  Ant.     ¡Ah! 

Señor  Un  minuto  nada  más,  doña  Antonia.   Me 

voy  mañana,  y  las  despedidas  á  la  francesa 

no  entran  en  mis  costumbres.  ¡Je!  ¿Qué  me 

dice  usted  para  Julia? 

D.a  Ant.     ¿Para  Julia?  Nada...  mis  afectos...  ¡Y  que  á 

ver  cuando  voy  por  allá! 
Señor  ¡Bravo!   Otra  cosita,  y  no  molesto  más  por 

ahora.   Dentro  de  un   mes  volveré  á  verla. 
¡Recíbame  usted  con  un  trabuco! 
D.a  Ant.      ¿Porqué? 

Señor  En  mis  ratos  perdidos  he  escrito  una  come- 

dia de  chistes,  y  deseo  que  usted  la  conoz- 
ca. ¡Je!  ¡Es  un  mamarracho  muy  grande! 
¡Je! 
D.a  Ant.     ¡lesús,  qué  sorpresa!  ¿Cómo  había  yo  de 

presumir...? 
Señor  Cuando  el  diablo  no  tiene  que  hacer,  escri- 

be comedias  con  el  rabo.  ¡Je!  ¡Ah!   Y  conste 
que  si  á  usted  le  parece  más  mala  que  á 
mí,  me  la  echa  al  corral  sin  rodeos.  ¡Yo  no 
me  enfado!  ;A  otra! 
D.a  Am.     ¡Eso  es!  ¡A  otra! 

Señor  Conque  hasta  pronto.  Muchos  aplausos,  mu- 

cha salud...  y  muchas  pesetas.   ¡Sin  pesetas 
no  se  cancina!  ¡Je! 
D.a  Ant.     ¡Adiós! 
Señor         ¡  Adiós! 


—  64  — 


Señor 

D.  Maup 
Sfñor 
D.  Mau. 
Señor 

D.  Maur. 
Señor 

D.  Maur. 
Señor 
D.  Maur. 


ESCENA  XIII 

EL  SEÑOR  ANÓNIMO  y  DON  MAURICIO 

(a  don  Mauricio,  que    llega    cuando  él  va  á  marchar- 
se.) Pase  usted. 
Usted  primero. 
Hágame  el  favor. 
Muchas  gracias. 

¡Callel   ¡No  lo  había  conocido!  ¿Cóeqo  es- 
tamos? 

(sin  conocerlo  á  él.)  Bien...  ¿y  usted,  señor? 
¡Tan  famoso!   ¡Je!  He  llegado  hoy.  Me  voy 
mañana.  ¿Quiere  usted  algo  para  allá? 
Nada:  feliz  viaje. 
Que  usted  siga  bueno. 

Vaya    usted    con    Dios,    (cuando    se    marcha    el 

otro )  No  recuerdo  haberlo  visto  en  mi  vida. 


ESCENA  XIV 


DON  MAURICIO  y  FELISA;    después  DONA  ANTONIA 


Fei.. 

D.  Maur. 

Fel. 

D.  Maur. 

Fel. 

D.  Maur. 

Fel. 

D.  Maur. 


Fel. 

D.  Maur 
Fel. 

D.  Maur 
Fel. 

D.  Maur, 


(saliendo  del  tocador.)  ¿Quién  CS? 

Buenas  noches. 
Buenas  noches. 

¿El  cuarto  de  la  señora  Pacheco  es  este? 
Este  es, 

¿Está  la  señora? 

Cambiándose  de  traje  está.  ¿Qué  se  le  ofrece 
á  usted? 

Hablar  con  ella;   pero  por  mí  que  no  se  im- 
paciente. 

(Felisa    entra   y   sale    trayendo  y  llevando   recaditos.) 

Que  tenga  usted   la  bondad  de  decirme  su 

nombre. 

Dígale  que  no  me  conoce;  que  es  inútil. 

Que  haga  usted  el  favor  de  sentarse. 

(obedeciendo.)  Muchas  gracias. 

Que  no  hay  de  qué.  (Quédase  en  el  cuarto.  Pausa. 
Se  miran  los  dos  como  queriendo  reconocerse.) 

Su  cara  de  usted  me  es  conocida. 


-  65  — 

Fel.  y  á  mí  la  de  usted,  señor.    Desde  que  salí 

me  estoy  fijando,  y  juraría  que  le  he  visto 
en  alguna  parte. 

D.  Maur.   Igual  me  ocurre  á  mí  con  usted. 

Fel.  (Recordando  de  pronto,  y  con  muestras  de  complacen- 

cia.)   ¡Ah,  ya  caigo!...   Sí,  sí,  el  mismo;  ya  se 
quién   es  usted.    Y  es  la  tercera  vez  que  le 
veo;  pero  s  )y  muy  buena  fisonomista. 
D,  Maur     Vamos  á  ver:  ¿quién  soy? 
Fel.  Ahora,  no  sé:  antes,  era  usted  el  jefe  del  se- 

ñor don  Abel  Secano. 
D.  Maur.   Cierto.  ¿Y  usted? 

Fel.  Yo  soy   una  amiguita  de  Irene.  Y  alguna 

vez  tuve  el  gusto  de  encontrar  á  usted  en  su 
casa. 
D.  Mauk.   Sí,  es  verdad;  sí. 
Fel.  ¿y  qué  le  trae  por  aquí,  señor?  Por  si  pue- 

do  servirle  en  algo  lo  pregunto. 
D.  Mauk.    Por  aquí  me  trae   precisamente  el  propio 

don  Abel. 
Fel.  ¿Ks  usted  quizás  el  amigo  suyo  á  quien  ha 

invitado  ala  lectura? 
D.  Maur.   El  mismo  soj^  Ya  veo  que  tiene  usted  no- 
ticias. 
Fel.  Me  hallaba  presente  cuando  se  lo  advirtió  á 

la  señora.  ¡Es  precioso  el  drama  de  don  Abel! 
¿Usted  no  lo  conoce  aún? 
D.  Maur.   Lo  conozco,  sí.  No  es  drama:  es  tragedia. 
Fel.  ¿TragedÍH?  ^ 

D.  Maur.   Sí:  tragedia. 

Fel.  Usted  fué  sipmpre  gran  amigo  suyo. 

D.  Maur  .  Y  sigo  siéndolo.  Por  eso  he  venido  á  la  lec- 
tura. 

(Sale  doña  Antonia  en  su  traje  habitual  de  calle.   Don 
Mauricio  se  levanta.) 

Fel.  La  señora. 

D.^  Ant.     Muy  buenas  noches. 

D.  Maur.  Buenas  noches.  Usted  me  perdonará  la  li- 
bertad... Ya  creo  que  sabe  usted  por  el  se- 
ñor Secano... 

D.»  Ant.     Ah,  sí.  ¿Es  usted  su  amigo?... 

D.Maür.  Mauricio  Regla  y  Salazar,  para  servirla.  El 
iba  á  presentarme  á  usted:  me  presento  yo, 
y  tanto  monta. 


D.^  Ant.     Siéntese  usted.  Ahora  vendrá  el  reo. 

U.Maur.  ¿Quiere  usted  hablar  cuatro  palabra^!  coa- 
migo, antes  que  venga  él? 

D.*  Ant.     Con  mil  amores.  Felisa... 

Fel.  Yo  le  he  pedido  permiso  á  don  Abel  para 

quedarme  á  la  lectura. 

D.^  Ant.     A  la  lectura,  sí;  pero  á  esto,  no. 

(Vase  Felisa  y  cierra  la  puerta  tras  sí.) 


ESCENA  XV 


DOÑA  ANTONIA  y  DON  MAURICIO 


D.*  Ant. 
D.  Maur 

D.^  Ant. 

D.  Maur 


D.^  Ant. 
D.  Maur, 

D.^  Ant  . 

D.   ¡VlAUR, 


D.*  Ant  . 


D.  Maur. 
D.a  Ant  . 

D.  Maur 


Usted  me  dirá. 

Lo  primero,  que  no  se  figure  usted  que  ven- 
g:o  á  leerle  otro  drama. 

Mire  usted;  no  dejo  de  agradecer  la  adver- 
tencia. 

Soy  moro  de  paz.  Acaso  el  único  español 
que  no  haya  escrito  un  drama.   Pero  prefie- 
ro ser  la  excepción  á  ser  uno  de  tantos. 
Y  yo  le  felicito. 

Mi  intención  no  es   otra  que  hablarle  á  us- 
ted del  autor  de  La  paloma  herida. 
¡El  pobre  Secano! 

El  pobre  Secano:  usted  lo  ha  dicho.  La  amis- 
tad que  me  une  á  él  es  antigua  y  desintere- 
sada— de  esa  que  nace  en  las  aulas  del  insti- 
tuto— y  me  duele  y  me  aflige  verle  como 
le  veo. 

En  efecto:  es  una  compasión.  Yo  no  he  sa- 
bido negarme  á  la  lectura  de  esta  noche.  El 
piensa  de  mí  que  soy  en  esta  casa  una  ins- 
titución, que  mi  autoridad  en  ella  es  indis- 
cutible... Se  engaña.  Pero  sea  lo  que  quiera, 
yo  le  aseguro  á  usted  que  no  le  faltará  mi 
apoyo. 

Eso  ya  es  bastante.  Y  aquí  entro  yo  con  mis 
manos  lavadas. 

Ya  adivino  lo  que  va  usted  á  hacer:  reco- 
mendarme el  drama  de  su  amigo  como  si 
fuera  suyo  propio. 
¡No  lo  permita  Dios! 


—  67  — 

D.fi  Ant.     ¿Qae  sea  SU30? 

D.  Maur.   Ni  que  sea  mío,  ni  que  yo  recomiende  tal. 

D.a  Ant.     ¿Entonces?... 

D.  AJaür.  íSeñora  Pacheco,  aquí  se  trata  de  salvar  á  un 
hombre;  á  una  familia  entera.  Si  Secano  si- 
gue adelante  sin  más  norte  de  vida  que  sus 
dramas  y  sus  locuras,  esa  gente  perece.  Y 
sería  un  dolor.  Yo  tengo  amigos  en  la  situa- 
ción política  actual:  hoy  por  hoy,  puedo  fá- 
cilmente reponer  á  Secano  en  su  antiguo 
empleo,  y  conseguir  así  que  vuelvan  las 
agna«  á  su  curso.  Mañana  no  sé  si  podré. 
Aquí  se  levanta  uno  con  una  situación  y  se 
acuesta  con  otra.  Pues  bien:  yo  pido  á  usted 
para  ese  pobre  loco... 

D.a  Ant.      (interrumpiéndole.)  Chist,  SÍlencio. 

D.  xMaur.  ¿Qué? 

D.a  Ant.      (Prestando   oído   hacia   la   puerta.)  Nada:  Creí  que 

llegaba.  Siga  usted. 
D.  Mauk.    Yo  pido  á  usted  para  ese  desventurado  ami- 
go nuestro  un  desengaño  tan  doloroso  y  tan 
cruel  que  le  obligue  á  romper  la  pluma  y  á 
quemar  todos  los  papeles. 

(Pausa.) 

D.a  Ant.  Si  usted  hubiera  oído  á  su  hija,  que  ha  es- 
tado á  verme  esta  misma  noche,  y  me  ha 
hecho  encargo  muy  distinto  del  que  usted 
me  hace,  comprendería  la  pena  y  el  asom- 
bro con  que  le  escucho. 

D.  Mauk.  Pues  apelo  á  su  conciencia  de  usted:  si  me 
oye  á  mí,  entre  los  dos  salvaremos  á  esa  fa- 
milia; si  atiende  usted  á  los  ruegos  y  lágri- 
mas de  Irenita,  no  hará  usted  sino  alentar 
en  sus  caballerías  al  infeliz  Secano,  empuja- 
do al  despeñadero  en  que  se  halla,  com ) 
tantos  otros,  por  la  ignorancia  y  por  las  di- 
ficultades de  la  vida. 

D.a  Ant.  Me  hace  usted  dudar.  Pero  ¿es  que  el  dra- 
ma no  tiene  pies  ni  cabeza? 

D.  Maur.  El  drama...  ¿Usted  ve  al  autor?  Pues  como 
el  autor  es  el  drama.  ¿Cree  usted  posible  que 
un  pobre  diablo  que  jamás  tuvo  esas  aficio- 
nes, á  quien  nunca  le  pasaron  las  letras  por 
la  imaginación,  de  pronto  se  siente  á  la 


—  68  — 

mesa  y  escriba  un  diama  bueno,  nada  más 
que  porque  tiene  siete  chicos  y  el  sueldo 
no  le  alcanza?  Esto  es  muy  doloroso,  p^^ro.. 

D.»  Ant.  Sí,  señor,  es  verdad:  el  drama  no  es  el  que 
él  ha  escrito,  sino  el  que  él  vive  y  repre- 
senta. Se  ha  ponderado  y  voceado  tanto,  por 
lenguas  y  papeles,  la  ganancia  del  autor 
dramático  en  estos  tiempos,  que  ha  perdida 
la  cabeza  medio  mundo. 

D.  Maur.  Añada  usted  á  eso,  señora,  los  sueños  de 
gloria,  la  eterna  aspiración  á  descollar  sobre 
quien  nos  rodea,  el  halago  de  los  aplausos. . 

D.a  Akt.  ¡Ah,  los  aplausos-!. ..  A  ellos,  á  ellos  se  debe 
principalmente  que  la  escena  tenga  dos  n  u- 
sas,  como  digo  yo:  Talía,  que  á  mí  me  pare- 
ce una  gran  señora,  y  una  hera;anastra 
suya  tan  desatinada  y  tan  loca,  que  es  capaz 
de  volver  tarumba  al  hombre  más  equilibni- 
do  y  prudente  Imagine  usted,  con  cuarf  i,- 
ta  años  de  teatro,  lo  que  pudiera  yo  cont;ii- 
le  á  usted  de  e->tas  coí-as.  Este  arte,  como 
ninguno,  apasiona,  deslumhra,  embona- 
cha...  No  he  visto  nadíi  igual.  Aun  aquellos 
mismos  que  públicamente  fingen  desdeñar- 
lo, allá  en  su  fuero  interno  lo  esliman,  lo 
quieren,  y  envidian  sus  glorias  doradas...  No 
en  vano  es  un  arte  capaz  de  unir  á  muchos 
hombres  en  un  momento...  Pero  nos  aparta- 
mos de  nuestro  asunto,  y  don  Abel  va  á  pre- 
sentarse y  á  dejarnos  á  media  entrevisi;'. 
^:En  qué  quedamos? 

D.  Maur.   Eso  usted  lo  ha  de  decir. 

D.a  Ani  .  Pues  quedamos  en  que,  si  el  drama  efecti- 
vamente es  un  disparate,  como  ya  creo,  sal- 
varemó^s  entre  los  dos  á  don  Abel  Secano. 

D.  Maur.  De  usted  depende. 

D.¡*Ant.  La  primera  parte.  La  segunda,  de  usted. 
Cuente  usted  con  el  desahucio  del  dram  i- 
turgo. 

D.  Mau.í.  Cuente  usted  con  que  vuelve  á  su  empleo. 
¿Pactado? 

D.sAnt.     Pactado. 

i).  Maur.   Y  Dios  dirá. 

D.a  Ant.     Y  don  Abel  también.  Porque,  dejando  á  un 


—  (•)'.)  — 

lado  ya  la  foj  malidad  de  nuestiü  pacto,  yo 
le  aseguro  á  usted  que  Secano  saldrá  de 
aquí  diciendo  que  usted  es  un  mal  amigo 
suyo  y  que  yo  soy  una  vieja  loca. 

D.  Maur.     Con  tal  que  queme  el  drama... 

D.aANT.  Antes  quema  á  uno  de  los  chicos;  no  sea 
usted  inocente. 


ESCENA  XVI 

DICHOS,  DON  ABEL  y  FELISA 
(Desde  dentro.)  ¿Hay  permisO? 

Adelante. 

(Sale  don  AbeL  Felisa  lo  sigue.) 

pi  es  nuestro  hombre! 

Te  he  estado   buscando   por  )a  sala  para 

presentarte  á  esta  señora...   ¡Tonto  de  mí! 

Conociéndote,  he  debido  comprender  que  te 

anticiparías. 


1). 

Abel 

D. 

a  Ant. 

i). 

MaUR. 

J). 

Abel 

D. 

,aANT. 

D 

Abül 

i). 

.a  Ant. 

D. 

Abel 

I). 

,a  Ant. 

h\ 

L. 

i), 

.a  Ant. 

iX 

Abel 

¿No  viene  Carranza? 

Xo,  señora,  no  viene. 

Me  alegro. 

Pero  ha  asrradecido  mucho  la  atención. 

¿Ve  usted? 

(Bajo  á  doña  Antonia.)  (Por    SUpUCStO,    yO    OÍgO 

ÍH  lectura.) 
Sí,  mujer;  ya  estoy.) 

(Bajo  á  don  Mauricio.)  (¿Le  habrás  hecho  el  elo- 
gio de  la  obra? 

1).  Maur.  (a  don  AbeL)  He  hecho...  lo  que  he  debido 
hacer. 

1).  Abel  (^Estrechándole  las  manos.)  ¡i^ue  DioS  te  lo  pil- 
que!) 

D.a  Ant.     Cuando  usted  guste,  amigo  Secano. 

1).  Abi£l       Cuando  usted  mande,  señora  mía. 

D.aANT.  (a  Felisa.)  Cierra  la  puerta,  tú;  que  no  nos 
interrumpan,  (a  don  Abel.)  Aquí  estará  me- 
jor. Siéntese. 

D.  Abel       Muchísimas  gracias. 

(Se  sientan  todos.  Doña  Antonia,  don  Abel  y  don  Mau- 
ricio, ante  la  mesita,  formando  un  grupo.  Felisa  aparte, 
un  poco  lejos.) 


—  70  — 

Fel.  (¡y  poquito  que  le  va  á  gustar  á  mi  señora! 

Con  esta,  ya  la  he  oído  yo  seis  veces.) 

(Don  Abel,  temblando  de  emoción,  desabróchase  el 
chaleco  y  saca  el  trágico  manuscrito.) 

D.a  Ant.     ¿Querrá  usted  un  poco  de  agua? 

D.  Abe'.  Ahora  no:  más  tarde,  el  acaso...  (Lee  con  voz 
apagada  y  balbuciente.)  «La  paloma  herida,  dra- 
ma en  tres  actos,  original  de  don  Abel  Se- 
cano y  Canseco...  Personajes...  Alfcnsa,  die- 
cinueve años...  Manuela,  veinticinco  años... 
Lolita,  quince  años...»  Bueno,  ya  iián  ca- 
liendo los  personajes...  No  quiero  cansar... 

D.a  Ant.  Pero,  por  Dios,  don  Abel,  que  no  es  noche 
de  estreno...  Está  usted  temblando... 

D.  Abel  Sí,  sí  señora...  estoy  temblando...  [Jhted  me 
perdonará  si  soy  ridículo...  Estoy  temblan- 
do... Y  Cííle  temblor  no  es  sólo  mío...  no  se 
queda  aquí...  va  y  viene...  Porque  ahora 
mismo...  en  este  mismo  instante...  allá  en 
U)i  casa  tiemblan  también  todos  los  míos 
esperando  el  resultado  de  esta  lectura...  Y 
es  que,  para  ellos  y  para  mí,  hay  mucho 
dolor  ó  mucha  alegría  detrás  de  estos  pa- 
peles... Este  lo  sabe...  usted  acaso  lo  adivi- 
na... yo  lo  puedo  jurar...  Perdóneme...  per- 
dóneme... Ya  me  iré  serenando...  (nace  un  es- 
fuerzo y  continúa  la  lectura  con  voz  cada  vez  más 
turbada.)  «Acto  primero...  El  teatro  repre- 
senta una  sala  de  casa  pobre...  muy  pobre... 
en  un  histórico  pueblo  de  Castilla...  Puertas 
al  foro  y  laterales...  Muebles...  muebhsdes- 
vencijadí  s  y  rotos...  A  la  izquierda  una 
ventana...  por  doi.de  entra  un  rayo  de  sol  .» 

(e1  telón  ha  caído  lentamente.  Todavía,  sin  embargo, 
se  oyen  algunas  palabras  de  don  Abel  )  «Escena  pri- 
mera... Aparecen  Alfonsa  y  Lolita...» 


FIN    DEL   ACTO   SEGUNDO 


-^^jj^.^^iy^r^ ..^ñ^ 


W)  II  jjr  II  'iyi:  II  ^  II  <b  H  í^  II  -^  II  -a  II  ^  !l  <>;  II  -^  II  -^  II  -»  ii  o-  il  ^ai  II  -^  ''  ^- 1)  '»  I 


ACTO  TERCERO 


CUADRO  PRIMERO 

Comedor  muy  pequeño  en  casa  de  don  Abel  Secano,  en  Madrid.  Puer- 
ta al  foro.  Mesa  vieja  y  pobre  con  tapete  de  hule  más  pobre  y 
viejo  que  la  mesa.  Aparador  sin  platos.  Sillas.  Es  de  noche.  Pen- 
diente del  techo,  sobre  la  mesa,  da  su  escasa  luz  una  bombilla  de 
cinco  bujías  enteramente  «á  cuerpo». 


ESCENA  PRIMERA 

IRENE,  LIBORIA  y  FOSO 

(a  Irene  ya  la  conocemos;  Liboria  es  la  portera  de  la  casa,  que   por 
cierto  tiene  bigote;  Foso  es  un  vecino  viejo  del   cuarto   de   al    lado, 
catador  teatral  y  empleado  en  consumos.  Viste  de  capa,  gorro  y  ba- 
buchas. Fuma  en  pipa.) 

Irene  Le  aseguro  á  usted,  señor   Foso,  que  et-toy 

yerta:  de  miedo  y  de  frío.  Si  llego  á  ir  al 
teatro  me  pongo  mala  y  tengo  que  vol- 
verme. 

Foso  Calma,  Irenita,  calma:  tranquilidad.  La  hora 

de  la  justicia  ha  llegado.  Esta  noche  mor- 
derán el  polvo  los  enemigos  de  su  papá  de 
usted.  No  siento  más  que  no  presenciarlo; 
pero  me  hace  tanto  mal  salir  de  noche... 

[rene  ¡Ay,  Dios  le  oiga! 


—  72  — 

LiB.  ¡Que  se  fastidien!  Yo,  pa  mí,  como  si  lo  es- 

tuviera viendo;  porque  miste,  señorita  Ire- 
ne, que  aquí  el  señor  don  Mauro  sabe  de 
cosas  de  teatro. 

Foso  (vanidosamente.)  ¡Psché! 

Irene  ¡Vaya  si  sabe!  Papá  cree  en   lo  que  usted  le 

dice  como  en  el  Evangelio. 

Foso  Los  años...   la  experiencia...  He  estrenado 

mucho,  me  han  silbado  mucho...  y  perdien- 
do se  aprende,  Irenita.  Sin  embargo,  en  el 
teatro  nunca  se  acaba  de  aprender:  el  teatro 
es  un  arca  cerrada. 

L\B.  ¡Digo! 

Irene  Por  eso  yo  no  estoy  tranquila... 

LiB.  ¿Se  acuerda  usté,  señor  don  Mauro,  de  la 

última  obra  que  le  echaron  abajo  en  Nove- 
dades? 

Foso  ¡Ya  lo  creo!  La  deshonra  de  una  madre  enfer- 

ma ó  los  crímenes  de  los  jesuítas. 

LiB.  Cabal. 

Foso  Bueno;  aquel  era  un  drama  de   pelea,  de 

lucha:  no  podía  salir  bien.  Kn  el  café  lo  dije 
yo  por  la  tarde:  «Esta  noche  me  silban.» 
Y  todos:  «¡(Ja,  hombre,  ca!»  Y  me  silbaron. 

LlB.  (a  Irene.)  ¿Eh? 

Irenk  Pero,  por  Dios,  no  hablemos  ahora    de  sil- 

bas; yo  no  tengo  los  nervios  para  oir  hablar 
de  silbas  esta  noch^...  ¡Cómo  estará  el  pobre 
papá!...  ¡Cómo  irá  la  representación!... 

Foso  ¿Cómo  ha  de  ir,  Irenita?  jA  pedir  de  boca! 

ÍjIB.  ]Ay,  señorita,  qué  alegría! 

Irene  ¡Ay,  portera,  ay,  vecino,  yo  no  quiero  creer- 

lo! ¡Sería  tanta  felicidad!  Deseo  ver  entrar  á 
papá,  y  á  mi  hernii^no,  y  á  la  tía  Lui^ita...  y 
al  mismo  tiempo  estoy  temiéndolo...  Diga 
usted,  señor  Foso:  ¿la  escena  de  Alfonsa  y 
el  sacerdote,  no  tiene  peligro? 

Foso  ¿Quiere  usted  callar?  ¡Si  es  la  más  segura 

de  la  obra! 

LiB.  ¡Cómo  lo  ve  todo  desde  casal 

Foso  (Engreído  )  ¿Kecuerda  usted,  Irenita,  aquella 

frase  del  acto  primero  que  dice:  «El  sol 
alumbra  sin  preocuparse  de  que  quema,  y 
quema  sin  preocuparse  de  que  alumbra»? 


—  73 


Irene 
Foso 


Irene 


Foso 


Irene 


Foso 
Irene 

Foso 


LlB. 

Irene 

LlB. 

Irene 

Foso 
Irene 

Foso 

LlB. 

Irene 

Lie. 
Irene 

Foso 


Sí,  señor. 

Pues  ahí  ha  debido  ser  el  primer  aplauso  de 

la  noche.  Tan  seguro  tuviera  yo  mi  ascenso 

en  consumos. 

¡Ay,  Dios  lo  quieral  Mire  uí^ted  que  son   ya 

tres  años  y   medio  de  padecer  constante... 

¡Cuánto  disgusto!  ¡Cuánto  sinsabor!  ¡Cuanto 

desen^añt)! 

¡Ah!  En  este  terreno  no  hay  amigos.  Dígalo 

el  petardo  que  nos  dio  á   todos  aquel   don 

MauricioRegla  y  Salazir,  el  amigo  del  alma, 

¿eh?  el  compañero  de  la  escuela,  que  se  fué 

á  pedirle  á  la   Pacheco  que  ni  á  tres  tirones 

pusiese  el  drama.  Poco  le  dijo  su  papá  de 

u<ted  cuando  lo  descubrió,  para   lo  que  se 

merecía. 

Es  una  de  las  cosas  que  á  mí  se  me  resisle 

creer:  (^ue  aquel  señor  siempre  tan    bueno 

con  nosotros... 

Usted  es  un  ángel,  Irenita... 

Como  tampoco  entiendo  por  qué  la  Pacheco 

hizo  más  caso  de  él  que  de  papá. 

¡La  Pacheco  está  chocheando!   Pero,  así  y 

todo,  buenas  tripas  se  le  pondrán  cuando 

se  entere  del  triunfo.  Lástima  que  el  estreno 

sea  en  un  teatrillo  de  mala  muerte. 

(prestando  oído  hacia  la  puerta.)  Calle  USté. 

¿Qué  pasa? 

Me  parece  que  llaman  al   sereno.  ¿No  oye 

usté? 

íSi,  efectivamente.  ¿Habrá   acabado   ya   la 

obra? 

¡Es  muy  pronto! 

Yo  voy  á  asomarme  al  balcón,  (vase  por  ei 

foro  hacia  la  izquierda.) 

¡Qué  alegría  va  á  tener  esta  pobre  niña! 
¿Sí,  verdá? 

(Asomándose  llena  de  inquietud  á  la  puerta.)    ¡Ls  la 

tía  Luisita!  ¡la  tia  Luisita! 

¿Sola? 

Con  don  Jovito  el  del  tercero,   (vase  corriendo 

hacia  la  derecha. J 

Pues  sí  que  lo  extraño.  ¿Qué  hora  es  ya? 
(sacando  su  reloj.)  Vaya  usted  á  saber:  este  re- 
loj no  anda  más  que  de  din... 


74  — 


LlB. 

Foso 


LlB. 

Fos) 


Se  conoce  que  se  nos  han  ido  las   horas 
charla  que  charla. 

Eso  debe  de  ser.  i  engo...  tengo...  No  obstan- 
te mi  seguridad  en  la  obra,  tengo...  tengo 
cierta  enooción. 
¡Ay,  Dios  mío! 

Nada,  nada:  descuide  usted,  que  no  ha  pa- 
sado nada. 


ESCENA  II 

DICHOS,  LÜISITA  y  DON  JOVITO 

(salen  con  Irene.  Luisita,  solterona  de  buen  ver,  que  usa  quevedos, 
viene  arrebatada,  sofocadísima,  llena  de  indiguación.  Don  Jovito,  ve- 
cino de  la  casa,  ya  entrado  en  años,  es  hombre  apagado  y  pacifico.) 

IrENK  (Pálida,  trémula,  asombrada.)  PerO,   por   DioS,  tía 

Luisita,  ¿es  eso  posible? 

Luí.  ¡Ay,  qué  rato!  ¡ay,  qué  noche!  ¡ay,  qué  in- 

dignación! ¡Sinvergüenzas!  ¡canallas!  ¡ani- 
males! 

Foso  Pero  ¿ha  terminado  ya  el  drama? 

Luí.  ¡Ay,  qué  gente!  ¡ay,  qué  público!   ¡ay,   qué 

picardíal  ¡Bandidos!  ¡tunantes!  ¡borrachones! 

Irene  ¿Oye  usted,  señor  Foso? 

Luí.  ¡Asesinos!   ¡Destruir  así  el  porvenir  de  una 

familia  honrada!  ¡Ay!  ¡ay!  Un  abanico... 
¿Qué  digo  un  abanico?...  ¡Un  revólverl  Por- 
que yo  mato  á  alguno,  yo  mato  á  alguno... 
•  ¡Ay,  Dios  mío!  ¡ay,  qué  infamia!  ¡qué  infa- 
mia! ¡qué  infamia!... 

Foso  (Atónito.)  ¿Pero  no  hemos  tenido  un  éxito 

muy  grande'? 

Luí.  ¿Pero  no  me  está  usted  oyendo,  señor? 

D.  Jov.        Ha  sido  una  desgracia;  una  mala  noche... 

Foso  A  ver,  á  ver,  ¿quiere  usted  explicarnos?... 

Irene  Sí,  sí;  cuente  usted,  tía  Luisita,  cuente  us- 

ted... 

LlB.  Cuente  usté... 

Irene  ¡Ay,  Dios  mío  de  mi  alma!  ¡Cuántas  ilusio- 

nes por  tierra!   ¡Pobrecito  papá!  ¡Pobrecitos 


—  76  — 

nosotros  todos!  (Llorando.)  i Ay,  señor  Foso,  el 
teatro  es  un  arca  cerrada:  tiene  usted  razón! 

Luí.  Yo  he  pagado  primero  una  angustia,  y  lue- 

go un  fcofoco,  y  después  una  ralñeta...  ¡Ay! 
¡Por  supuesto,  mi  cuñado  es  un  calzonazos, 
un  viva  la  Virgen!...  ¡Si  llego  yo  á  ser  hom- 
bre esta  nc che— que  me  ha  faltado  poco— 
yo  no  salgo  de  allí  sin  armar  una  gresca;  sin 
pegarme  con  ocho  ó  diez,  sin  volar  el  teatro! 
{Piratas!  ¡granujas!  Y  vengo  decidida:  tene- 
mos que  fundar  un  periódico,  cueste  lo  que 
cueste.  ¡Esto  no  queda  así!  Al  concluir  el 
segundo  acto  casi  me  dio  un  insulto.  Gracias 
que  don  Jovito  es  muy  amable,  y  me  subió 
un  refresco.  ¡Ay!  ¡ay! 

Foso  (impaciente.)   Peio,  ¡por  lo?  clavos  de  Cristo! 

¿tiene  u-ted  la  bondad  de  referimos  lo  que 
ha  pasado?  ¿Es  que  ha  habido  muchas  pro- 
testas? 

Luí.  ¿Cómo  protestas?  ¡Un  motín!  ¡un  escándalo! 

¡un  terremoto! 

D.  Jov.        Por  ahí;  por  ahí... 

Luí.  ¡De  seguro  que  ha  ido  gente  pagada! 

D.  Jov.        Por  ahí... 

Luí.  Porque  la  tomaban  con  todo,  señor:  con  el 

drama,  con  los  actores, — ¡mala  bomha  en 
ellos! — con  las  actrices, — ¡mala  peste  en 
ellas! — con  los  trajes, — ¡ay,  qué  trajecitos! — 
Y  venga  gritar,  y  pegar  patadas,  y  dar  bas- 
tonazos... iQué  país  este!  En  Francia  no  se 
silba;  ni  en  Inglaterra...  Y  en  Alemania, 
cuando  no  gusta  una  obra,  se  pide  cerveza, 
y  nada  más. 

Irene  ¡Jesús!  ¡Jesús! 

Foso  ¡Jesús  mil  veces! 

Luí.  El  uno  que  hacía  el  gato,  el  otro  que  ha(  la 

el  perro,  el  otro  que  hacía  el  mirlo,  diez  ó 
doce  lo  menos  que  hacían  el  gallo... 

Foso  (Filosóficamente.)  ¡El  teatro  es  un  arca  cerrada! 

Irene  ¡Virgen  mía  de  las  Angustias!  ¿Era  esto  lo 

que  nos  tenías  reservado?  Pero  ¿  ónio  ase- 
guraba usted,  señor  Foso,  que  iban  á  sacar  á 
mi  papá  en  triunfo? 

Foso  Irenita,  ya  estoy  perplejo:  yo  estoy  frente  al 

caos. 


--  7ü  — 

LiB.  Si  me  dicen  á  mí  que  la  inquiiina  del  en- 

tresuelo ha  venido  una  noche  sola,  no  me 
asombro  más. 

D.  Jov.        ¡Mucho! 

Foso  \'amos  á  ver,  señora,  vamos  á  ver...  Porque 

yo  me  pellizco  y...  ¿Dónde  empezó  el  jaleo? 

Luí.  Calcule  usted:  empezó  en  el  acto  primero: 

en  aquella  frase  tan  bonita  del  galán  en  que 
dice  que  el  sol  alumbra  sin  reparar  en  que 
pica  y  viceversa. 

Iren'e  ('Estupefacta.)  ¿Está  ustcd  oyendo,  señor  Foso? 

Foso  (Después  de  soplar  la  pipa.)  Me  lo  temía. 

Irene  r^Que  se  lo  temía  usted? 

Foso  ¡Ya  lo  creo!   Había  callado,   porque   no  me 

jíusta  alarmar;  pero  esa  frase  hay  que  decir- 
la muy  bien,  ó  no  tiene  efecto  ninguno. 

D.  Jov.        Ahí  le  duele. 

Luí.  Pues  aquel   perro  de  cómico — ¡mal  rayo  lo 

parta!-  -la  dijo  todo  lo  mal  que  pudo.  Se 
equivocó  al  final.  Por  decir  alumbra,  dijo 
alambre.  Y  luego  ¡qué  galán!  Así  de  estatura. 
Y  sin  voz.  Del  paraíso  le  gritaban:  «¡Más 
alto!»  «¡Más'altol» 

Ikene  ¿Por  la  voz? 

Luí.  ¡Y  por  la  e>taturfi,  seria! 

Foso  Con  elementos  así,  no  hay  éxito  posible:  ya 

me  voy  explicando  la  catástrofe. 

D.  Jov.        Por  ahí... 

Irene  Dígame  Ufrted,  tía:  la  escsna  de  Alfonsa  y  el 

sacerdote,  ¿cómo  cayó? 

Luí.  No  me  la  nombres,  hija.  Allí  fué  Troya:  allí 

fué  lo  grande.  (Foso  sopla  otra  vez  la  pipa  por  hacer 

algo.)  ¿No  ves  que  el  público  la  traía  empren- 
dida desde  el  principio  con  el  dichoso  cura? 
Además,  el  briboiiazo  que  hacía  el  papel,  en 
lugar  de  afeitarse  el  bigote — ¡mala  tina  se  lo 
consuma! — se  lo  tapó  con  pasta.  Y  á  la  cuen- 
ta lo  hizo  tan  mal,  que  con  el  calor  del  teatro, 
y  con  los  gestos  de  la  escena,  se  le  empezó  á 
salir  una  guía  lo  mismo  quo  una  brocha. 
¡No  quieras  oir  á  los  guasones!  «¡Que  se  afei- 
te!» «¡Que  se  afeite!»  «¡Ese  cura  es  de  pega!» 
El  hombre  se  cortó,  se  azoró,  y  quiso  seguir 
la  escena  de    espaldas  al  público;  pero  en 


-    77  ~ 

esto  se  le  cae  el  solideo,  y  cuando  vieron  que 
no  tenía  corona,  fueron  tales  los  gritos  y  las 
voces,  que  hubo  que  echar  abajo  el  telón. 
¡Ay,  Dios  mío!  ¡Qué  corajina  tengo!  ¡Estoy 
furiosa! 
Foso  Ya  no  hay  más  que  oir  ni  que  pensar:  ya 

está  descubierta  la  incógnita:  lo  imprevisto. 
El  tiro  que  falla,  el  niño  que  llora,  la  estatua 
que  estornuda...  Lo  imprevisto.  ¡Si  me  ocu- 
rrió á  mí  en  Price  cuando  estrené  La  sotana 
y  la  levita  ó  los  crímenes  de  los  masones!  Primer 
acto:  arriba;  segundo  acto:  arriba;  tercer  acto: 
un  personaje  dice:  «El  señor  obispo  se  acer- 
ca.» Y  en  lugar  del  obispo  sale  un  perro  de 
aguas.  ¡Se  acabó  la  obra!  ¡No  recuerdo  tu- 
multo igual!  Tuve  que  marcharnTiC  á  mi  casa 
con  barba  postiza. 

Irene  (Eu  súbito  arranque  de  indignación.)  PuCS  SI  lo  han 

silbado  á  usted  tantas  veces,  ¿por  qué  se  las 
echa  de  entendido? 

Foso  ¿Eh? 

D.  Jqv.       Ahí  le  duele. 

Foso  Oiga  usted,  niña,  ya  que  me  sale  usted  por 

peteneras:  si  su  papá  de  usted  hubiera  sido 
un  poco  más  modesto,  y  cogiendo  su  drama 
me  hubiera  dicho:  «Amigo  Foso,  ahí  está 
mi  obra:  dele  usted  cuatro  toques?,  otro  ga- 
llo le  cantaría. 

Luí.  ¿Otro  gallo?  ¡Si  usted  le  da  esos  toques  qie 

dice,  arrastran  á  mi  cuñado  esta  noche! 

Foso  ¿Eh? 

Lli.  ¡Pues,  claro,  señor!  Tiene  razón   Irene:  ya 

cansa  usted  con  tanto  echárselas  de  sabio, 
y  predicar  cómo  debe  hacerse,  y  esto  Cí-tn 
mal  y  lo  otro  está  peor...  Y  luego  estrena 
usted  y  hay  que  avisar  á  la  Cruz  Roja. 

D-  Jcv.       Por  ahí;  por  ahí... 

Foso  Señora  doña  Luisita,  el  vulgo...  etcétera,  et- 

cétera ..  y  pues  lo  paga...  etcétera...  hablarle 
en...  etcétera,  etcétera. 

Luí  .  ¡Señor  Foso,  está  usted  en  mi  casa  y  me  está 

usted  faltando! 

Foso  Señora  doña  Luisita,  es  que  hay  cosas... 

Luí.  ¡Pues  si  hay  cosas,  la  primera  cosa  que  debe 

usted  mirar  es  que  habla  con  una  dama!... 


—  78  — 

Foso  Acepto  la  repulsa,  á  fuer  de  prudente. 

Luí.  Bueno,  bueno. 

Foso  ¡Y  tan  bueno! 

Luí.  Bueno. 

Irene  Han  llamado.  Ya  están  ahí.  (Yéndosa.)  ¡Qué 

noche  más  distinta  de  la  que  soñábamos! 
Luí.  ¡Pobre  Abell  ¡Quería  á  su  drama  como  á  un 

hijo! 
LiB.  Quite  usté;  si  se  parte  el  alma... 

Luí.  (a  Liboria,  que  S3  asoma  á  la  puerta.)  ¿SoU  clloS? 

Ltb.  Ellos  son,  sí  señora. 

Luí.  (Yéndose  á  recibirlos.)  ¡Ay,  Jesús!  Esto  parece 

una  pesadilla. 

Foso  ¡Culparme  á  mí!...  ¡culparme  á  mí!...   ¡''ues 

hombre!  ¿Soy  yo  el  papa? 

D.  Jov.  ¡Tremenda  desgracia,  señores!  Yo  he  pre- 
senciado aquello  y  todavía  no  he  entrado  en 
calor. 

LiB.  Es  un  espanto,  don  Jovito.    ¡Y  en  la  situa- 

ción que  les  coge! 

D.  Jov.  Pues  eso  es  lo  horrible:  que  aquí  no  hay  pan 
para  mañana.  ¡Deben  hasta  el  aire! 

Foso  Chito,  que  llegan  ya. 


ESCENA  III 

FOSO,    DON  JOVITO  y  LIBORIA;  DON  ABEL,  EDUARDO, 
IRENE  y  LUISITA 

(Salen  los  cuatro  últimos  por  este  orden,  silenciosos  y  mustios.  Don 
Abel  se  sienta  en  una  silla,  abatido,  sin  decir  palabra.  Su  hijo 
Eduardo  permanece  un  momento  abrazado  á  su  hermana  y  luego 
se  sienta  sin  hablar  también.  Luisita  reprime  sus  nervios.  Todos 
contemplan  al  autor  con  aire  compasivo.  Nadie  se  atreve  á  romper 
el  silencio  en  un  rato.) 


D.  Abel 

Foso 

D.  Abel 
Foso 
1).  Abel 


(Mirando    á  Foso,  lleno  de  aflicción.)    AmigO  FoSO, 

hemos  perdido  la  batalla. 
ÍjO  sé,  don   Abel;   y  soy  el  primero  en   la- 
mentarlo. Pero  no  tengo  yo  la  culpií. 
¿Y  quién  lo  culpa  á  usted,  señor? 
¡Todos  los  presentes! 
¿Por  quéy  La  culpa  no  es  de  nadie.   La  cuU 


-   79    - 

pa  es  mía:  enteramente  mía.  Y  mucho 
me  duele  mi  equivocación,  si  la  hay,  en 
efecto;  pero  lo  que  más  me  aflige,  me  in- 
digna, es  la  manera  brutal,  desconsiderada, 
soez,  con  que  se  ha  rechazado  mi  trabajo, 
que  á  nadie  ofendía;  con  que  se  han  pisotea- 
teado  mis  ilusiones 

Irene  Pero  la  silba  ¿ha  sido  tan  grande  como  di- 

cen, papá? 

D.  Abel      Ha  sido  tremenda,  hija  mía. 

Edu  Tremenda,  hermana. 

Irene  ¿Ni  aun  en  el  paso  de  la  muerte  han  aplau- 

dido? 

Luí.  (Estallando.") ¿Cómo  habían  de  aplaudir  si  uno 

de  la  orquesta  había  puerto  su  sombrero 
junto  á  la  concha  del  apuntador,  y  los  de 
arriba  empezaron  á  tirarle  cosas?  ¡Qué  país! 
¡Qué  asco! 

Foso  ¿  También  de  e-'O  seré  yo  responsable? 

Luí.  Lo  que  debes  hacer,  Abel,  es  darle  más  en- 

sayos á  la  obra,  acortar  algunas  escenas  y 
meterle  tres  6  cuatro  chistes  al  principio.  Si 
á  tí  no  te  salen,  Castañeda,  el  sastre  del  por- 
tal, tiene  muy  buenas  ocurrencias. 

LiB  ¡"Eso!  ¡Y  que  la  traguen! 

Foso  Yo  me  reservo  mi  juicio. 

D.  Jov.        ¿Y  poniéndole  música,  gustaría? 

Luí.  ¡Qué  barbaridad! 

Irene  Calle  usted  por  Dios,  don  Jovito... 

LiB.  ¡Miste  que  música!  ¡Vamos! 

D.  Jov.         Ustedes  perdonen. 

Luí.  No  hay  más  que  hacer  lo  que  yo  he  dicho, 

y  quitar  el  cura.  Al  público  le  ha  chocado 
el  cura.  SaHó  el  cura,  y  todo  se  lo  llevó  el 
diablo. 

LiB.  Como  que  dice  mi  marido  que  las  cosas  de 

la  iglesia  no  se  deben  sacar  á  las  tablas. 

D.  Jov.         ¡Mucho!  ¡mucho! 

Luí.  Va  recordará  éste  que  se  lo  aconsejé:  haz  de 

ese  cura  un  comandante.  No  es  preciso  que 
sea  el  confesor  de  la  familia.  Los  militares 
tienen  mucha  autoridad  siempre.  ¿Qué  opi- 
na usted,  Foso? 

Foso  Insisto  en  que  me  reservo  mi  juicio.  Pero 


-    80  — 

SÍ  diré,  que  cuando  á  mí  me  silbaron  La  he. 
renda  fingida  ó  los  crímenes  de  los  protes- 
tantes... 

Irene  Déjese  usted  de  protestantes  ahora... 

D.  Abel      Sí,  sí;  no  deliremos.  Lo  ocurrido  esta  noche 
es  irremediable. 

Irene  Irremediable:  esa  es  la  verdad. 

LiB.  iQué  dolorl    ¡Con   lo  que  aquí  se  ha  fa?i. 

tasiao!... 

D.  Jov.  Mala  la  hubisteis,  ingleses, 

en  esa  de  Boncesvalles... 

Foso  Franceses,  hom.bre. 

D.  Jov.         Yo  sé  por  lo  que  digo  «ingleses». 

Lie.  ¿E  tan  llamando? 

Irene  ¿Quién  podrá  ser  ahora? 

Luí.  Ca.^tañeda,  el  de  abajo,  seguramente. 

LiB.  Deje  usté;  yo  iré.  (vase  ) 

Foso  Pero,  amigo  don  Abel,  no  sé  qué  me  da  ver- 

lo de  esa  manera.  Levante  usted  el  ánimo, 
hombre  de  Dios,  que  quién  más,  quién  me- 
nos, ya  sabemos  á  qué  sabe  el  jarabe  de 
silba.  ¿O  cree  usted,  por  ventura,  que  es  el 
primero  á  quien  le  ponen  las  orejas  callen 
tesV  Han  silbado  á  Lope,  á  Calderón,  á  Mo- 
reto,  á  Zorrilla,  á  Tamayo,  á  mí...  ¡á  todos, 
hombre,  á  todos! 

Luí.  Y,  aparte  de  eso.  Abel,  que  la  obra  es  muy 

bonita,  digan  lo  que  quieran;  que  en  el  pú- 
blico ha  habido  gente  envidiosa,  y  gente 
pagada.. 

D.  Jov.         Y  gente  que  no  ha  pagado  también... 

Luí.  Que  los  cómicos  la  han  degollado  .. 

D.  Abel      Eso  sí;  no  cabe  discutirlo. 

Luí.  Que  tenemos  que  fundar  un  periódico... 

Foso  ¡Bravo!  ¡Un  periódico! 

D.  Jov.         ror  ahí... 

Foso  ¡Muy  bien!  ¡muy  bien!   Yo  me  encargo  de 

la  revista  de  teatros. 

Luí.  Sí,  señor;  porque  es  muy   triste  que   haya 

que  aguantarse  en  un  caso  así. 

D.  Abel  Calla,  Luisita,  calla.  Callad  todos.  No  dis- 
paratemos en  nuestro  afán  de  hallar  paha- 
tivos  á  lo  que  no  los  tiene.  Mi  desengaño  ha 
sido  tan  grande,  tan   cruel,  que   me  hace 


-  81  -^ 

abrir  los  ojos  á  la  realidad.  ¿Qué  importa 
ahora  que  el  drama  sea^malo  ó  sea  bueno, 
ni  que  el  cura  deba  ser  militar,  dí  que  yo 
tenga  quien  me  envidie,  ni  que  Foso  se 
equivoque  ó  acierte,  ni  que  en  el  público 
haya  habido  mala  fe,  ni  que  al  castigarme 
haya  empleado  groserías  de  taberna  ó  de 
plaza  de  toros?  Lo  tremendo  aquí,  lo  pavo- 
roso, es  mi  ruina  total,  mi  ruina  abrumado- 
ra; es  que. yo  dejé  mis  medios  de  vivir  por 
estas  caballerías  del  teatro,  y  sacrifiqué  ne- 
ciamente á  mis  hijos;  es  que  no  veo  solu- 
ción á  este  desastre;  es  que  no  sé,  no  sé  qué 
va  á  ser  de  mí  ni  de  los  míos,  derrumbadas 
las  esperanzas  que  puse  en  mi  obra... 


ESCENA  IV 

DICHOS  y  DON  MAURICIO 
U.  Maup.      (presentándose    oportunamente   en     la    puerta.)     ¿Se 

puede  pasar? 

(Movimiento  en  todos.) 
ü.  Abel.       ¿Eh?  (Avergonzado  al  verlo.)  ¡Mauriciol 

Irene  (con  timidez.)  Adelante,  señor  Regla,  adelante.: 

(Pasa  don  Mauricio  y  estrecha  las  manos  é  Irenita, 
mirando  á  los  demás.  Liboria  asoma  en  este  momento 
y  contempla  el  cuadro.  Foso  vuelve  á  soplar  la  pipa. 
Cae  rápidamente  el  telón.) 


FIN    DEL    CUADRO    PRIMERO 


—  82 


CUADRO  SEGUNDO 

Despacho  elegante  y  severo  de  don  Mauricio  Regla  y  Salazar,  en  un 
ministerio.  Al  foro  la  mesa  de  trabajo  y  una  mesita  auxiliar.  Chi- 
menea encendida  á  la  derecha  del  actor.  Mampara  á  la  izquierda. 
Es  de  día. 

ESCENA  V 

DON  MAURICIO  y  BERMÚDEZ 
(Bermúdez  poniendo  documentos  á  la  firma  de  don  Mauricio.) 

D.  Maur.     ¿Anoche  se  trabajó  de  firme? 

Berm.  Todo  el  personal  estuvo  aquí.  El  señor  nai- 

nistro  quería  esos  datos  para  la  sesión  de  boy. 
D.  Maur.     ¿Quién  ba  escrito  esto? 
Berm.  Un  sobrinillo  mío,  que   sirve  de  temporero 

hace  un  mes. 
D.  Maup.     Tiene  bonita  letra. 
Berm.  Algo  recuerda  la  escuela  todavía. 

D.  Maur.     Esta  noche  lo  necesito  á  usted. 
Berm  ¿A  qué  hora? 

D.  Mauf.     Después  de  cenar.  Nos  reunimos  en   el  café 

y  nos  venimos  juntos.  ¿Hay  más? 
Berm.  No,  señor.  ¿Manda  usted  otra  cosa? 

D.  Maur.     Nada.  No  deje  usted  de  comprobar  eso  en 

la  Gaceta. 
Berm.  Ahora  mismo.  Hasta  luego. 

D.  Maur.      Adiós,  Bermúdez.  (Vase  éste  con  todos  ios  docu- 
mentos firmados.) 

esce:na  vi 

DON  MAURICIO  y  PARRA;  luego  DON  ABEL 

(Don  Mauricio  fuma  y  hojea  papeles.  Después  oprime  el  botón  de  un 
timbre,  que  suena  dentro,  y   aparece  1  arra  por   la   mampara.     Parra 
es  el  portero  mayor.  Frisa  con  los  cincuenta. ) 

D.  Malr.     Oiga,  Parra. 
Parra  Usía  me  dirá. 


«-  88  — 

D.  Maur.     Sin  usía. 

Parra  Como  es  la  primera  vez  que  veo  á  usía  esta 

mañana... 

D.  Mauk.  ¡Sin  usía,  hombre!  Menos  usía  y  más  obe- 
diencia. ¿Ha  venido  alguien? 

Parra  Precisamente  acaba  de  llegar  el  caballero  de 

que  ayer  me  habló  usted. 

D.  Mauf.     f;Y  cómo  no  lo  ha  hecho  usted  pasar? 

Parra  Porque  acaba  de  llegar,  precisamente. 

D.  Maur.     Pues  que  pase,  que  pase. 

Parra  En  seo:uida.  (se  va.) 

(Don  Mauricio  se  levanta,  y  de  espaldas  á  la  chimenea 
espera  la  visita.  De  pronto,  Parra  vuelve  á  abrir  Ih. 
mampara  y  deja  pasar  á  don  Abel.) 

IX  Abel.  ¿Hay  permiso? 

D  Maur.  Entra,  hombre,  entra.  ¿Cómo  te  va? 

D.  Abel.  Tirando. 

D.  Maur.  ¿Y  la  gente  menuda? 

D.  Abel.  Bien  todos.  ¿Y  tu  herma  na? 

D.  Maur.      Así,  así.  (Mira  á  Parra.) 

Parra  ¿Desea  usted  algo? 

D.  Maur.     Sí,  señor:  que  se  va3^a  usted,  y  que  no  se 

quede  escuchando  detrás  de  la  mampara, 

como  otras  veces. 
Parra  Entendido. 

D.  Maur.     Lo  he  dicho  bien  claro. 

(Vase  Parra.) 


ESCENA  VII 


don    MAURICIO  y  DON  ABEL 

D.  Abel  Veo  que  no  cambias  de  carácter.  Genio  y 
figura... 

D.  Maur.  Es  que  este  buen  Parra  es  muy  entrometido 
y  muy  hablador,  y  si  no  lo  pongo  á  ray.i 
capaz  es  de  acercarse  á  contarnos  un  cuen- 
to. Pero  deja  el  sombrero,  simple.  ¿V' as  a 
gastar  cumplidos?  ■^' 

D  Abel  (obedeciéndolo.)  Soy  el  pobre  escribiente  del 
ilustrísimo  señor  don  Mauricio  Regla  y  Sa- 
lazar.  ^ 

D.  Maur.  Eso,  luego.  Ahora  eres  mi  amigo  Abel  So- 
cano,  (lo  abraza.)  ¿Te  has  veuido  á  cuerpo? 


^  ^i  — 

D.Abel      Sí. 

34  Ma"ür.     Pues  liaGe  im  frío  de  todos  los  demonios. 

D.  Abel       (suspirando.)  Sí  Jo  hace,  fí;  pero...  me  he  ve 
-nido  á  cuerpo.  Achaque  de  escribiente?. 

D.  Maur.     Ya  st;  atenderá  á  lodo.  ¿Quieres  un  cigs- 

.  M,    i         Trillo? 

D.  Abel      Dámelo.  ¡Buen  despacho  tienes! 

D.  Maur.     No  es  malo,  no. 

D.Abel  Te  lo  mereces  lodo,  Mauricio.  Mi  familia 
está  que  no  sabe  dónde  ponerte.  Irenita  h  i 
recortado  un  retrato  tuyo  de  no  sé  que  pe- 
riódico; le  ha  hecho  un  marco  de  píija  de  un 
sombrero  mío,  y  te  ha  colgado  en  ti  come- 
dor. 

D.  Maur.  ¡Ja,  ja!  Dile  que  lo  quite.  Yo  os  mandaré 
uno  bueno. 

D.  Abel  Te  lo  cuento  para  que  veas  haeta  dónde  mis 
hijos  saben  agradecer  lo  que  haces  por  su 
padre. 

D.  Maur.  *Bien  está,  bien  está. 

D.  Abel       A  mí  me  has  salvado. 

O.  Maur.     Calla. 

D.  Abel  Sobre  sacarme  de  la  cabeza  mis  caballerías 
literarias,  mis  locuras,  me  das  un  medio  de- 
coroso para  que  no  me  muera  de  hambre. 
Recobro  el  juicio,  tengo  pan  que  llevar  á  nii 
casa,  y  tengo  tu  amistad,  que  vale  más  que 
todo  ello  junto. 

D.  Mauf.     Oye  una  cosa.  Tu  reposición  en  tu  antiguo 
destino  va  en  vías  de  conseguirse.  El  minis- 
tro está  conmigo  á  qué  quieres  boca.   Allá 
veremos.  Por  de  pronto,  y  por  si  tarda  en 
,  arreglarse  la  combinación,  aquí  tienes  esto 

que  yo  te  doy.  Es  una  á  manera  de  gratifi- 
cación por  trabajos  extraordinarios:  sale  de 
los  gastos  del  material.  Yo  siento  que  sea 
tan  poca  cosa,  pero,  chico,  algo  es  aigo... 
Menos  da  una  piedra. 

D.  Abel  A  mí  me  parece  lo  que  me  das  un  monte  de 
oro;  pero  si  te  cuesta  la  menor  violencia  el 
proporcionármelo... 

D.  Maur.  iSo  digas  tonterías...  Ni  se  hable  más  del 
particular. 

(Breve  pausa.) 


-^  86-  -^■ 

D.  Abel       Qné,  ¿no  trabajaQios? 

D.  Maur.  Ahora,  hombre,  ahora;  no  tengas  prisa.  Lo 
tomas  con  ganas. 

D.  Abel  Sí:  te  aseguro  que  ni.  Creía  yo  que  al  volver 
á  sabir  las  escaleras  de  e^ta  casa,  deí^pués 
de  más  de  tres  años  de  voluntario  olvido, 
sentiría  tristeza,  pesadumbre;  el  dolor  del 
retorno  á  la  cárcel...  Y  ha  sido  al  reVés;  he 
entrado  animoso,  contenta...  ¿Y  á  que  no  sa- 
bes a  quién  me  he  encontrado  en  la  prime- 
ra mesetilla? 

D.  Mauk.     ¿a  quién? 

D.Abel       A  don  Jesús.  ■ 

D.  Mauk.     ¡Ah!  ICl  gran  don  Jesús... 

D.  Abel  Y  está  lo  mismo:  parece  que  duerme  en 
aguardiente.  Me  ha  dicho  que  sigue  habien- 
do sus  visitas  á  nuestro  negociado.  ¿Querrás 
creer,  chico,  que  desde  que  me  dediqué  á 
dramaturgo  nunca  volví  á  poner  los  pies 
allí? 

D.  Maur.     Ya,  ya. 

D.  Abel       ¿Se  murió  Cabra? 

D.  Mauk.  No.  En  el  mismo  pupitre  lo  tienes.  Por  ra- 
zón de  economías  le  han  rebajado  el  sueldo 
mil  reales,  pero  allí  sigue. 

D.  Abel       Y  no  es  que  él  se  queje,  ¿eh?  ¡Pobre  Cabra! 

D.  Maur.     Vamos  á  trabajar.  (Toca  el  timbre.) 

D.  Abel  Cuando  quieras.  Soy  tuyo.  Vuelvo  á  lo  que 
fui  lleno  de  alegría;  de  alegría  sana...  de  ale- 
gría... de  alegría...  Yo  tenía  una  facilidad  de 
palabra  que  voy  perdiendo. 

D.  Maur.  No  te  importe,  (a  Parra,  que  se  presenta  en  la 
mampara.)  Traiga  USted  leña,  (a  don  Abel.)  Vas 

•á  ponsrte  frente  á  mí;  aquí,  en  mi  mismn 

mesa.  (Se  sienta  en  sa  sillón.  Don  Abel  obedece  y  se 

coloca  frente  á  él.)   Primero  que  nada  quiero 
que  copies  esto.       ^      '    ' 

D.  Abel      Lo  que  tú  me  diga?.  ¿Hago  letra  corriente  ó 
^   •  '.  de  adorno?  '     ••• 

D.  Maur.     Corriente.  Esmeradita,  ¿sabes? 

D.  Abel       Descuide  usted.  Digo,  descuida.  ¿Te  parece? 

D.  Maur.  Yo,  mientras,  voy  a  preparar. .  t^orque,  chi- 
co, me  traen  de  cabeza.  ( Pausa  breve.  Trabajan' 
los  dos.)  ''^',.  '  •  •^^- 


—  8a  - 


ESCENA  VIII 

DICHOS  y  BERMÚDEZ 
Berm.  (Desde  la  manjpaia.)  ¿Da  USted  SU  permiso? 

D.  Mauf.     Adelante,  Bermúdez.  ¿Qué  hay? 

Berm.  El  señor  ministro  que  tenga  usted  la  bon- 

dad de  ir  á  su  despacho. 

D.  Maur.  Dígale  usted  que  voy  en  seguida.  ;Hay  al- 
guien con  el? 

Berm.  8í,  señor;  ese  diputado  andaluz... 

D.  Maur.     ¿Narbona? 

Berm.  El  mismo. 

D.  Maur.     Ya  sé  lo  que  quiere.  Voy  allá. 

(Vase  Bermúdez.    Don  Mauricio  busca  unos  papeles,  y 
cuando  va  á  marcharse  lo  llama  don  Abel.) 

D.  Abel       Mauricio. 
D.  Maur.     ¿Qué  pasa? 

i).  Abel         (Mostrándole  el  original   de  lo  que  copia.)    AqUÍ    S& 

te  ha  escapado  un  galicismo. 
D.  Maur.     Bueno,  pues  déjalo;  no  te  preocupes  tú  de 

esos  detalles. 
D.  Abel       Dispensa. 
D.  MaUt.     Estás  dispensado.  PLn  esta  oficina,  ninguno 

que  tenga  menos  sueldo   que  yo,    escribe 

mejor  que  yo.  (vase.) 

ESCENA  IX 


DON    ABEL    y  PARRA 

D.  Abel  ¡Je!  Sus  genialidades  de  siempre...  Pero  en 
esta  oficina,  como  en  todas,  es  un  disparate 
escribir  desapercibido  por  inadvertido.  Y  ni> 
hay  que  darle  vueltas,  (vuelve  á  su  labor.) 
También  este  cuyo  es  sandunguero...  En  fin^ 
allá  él...  Una  cosa  es  la  amistad,  y  el  estilo 
es  Gira  cosa. 

(Llega   Parra   con    leña    para    la    chimenea,   cautaudo 
flamenco.) 

Parra  Tú  me  dfjnsfe  sólito... 

D.  Abel      ¿Eh? 


—  87  — 

Parra  ¡Ah!  Usted  perdone.  Como  vi  salir  al  señor 

Regla,  y  no  tenia  costumbre  de  qi:.e  usted 
viniese,  creí  que  el  despacho  estaba  solo. 

D.  Abel       Ya. 

(Parra  mueve  en  la  chimenea  los  tizones  y  echa  leña 
de  la  que  trae.) 

Parra  Se  me  hace  raro  que   don  Mauricio  pida 

fuego...  ¡Digo!  El  está  siempre  echanda 
lumbre...  VamoR,  echando  lumbre  en  el 
buen  sentido...  No  es  esto  criticar. 


ESCENA   X 

DICHOS  y  URHUTIA 

(De  improviso  ábrese  violentamente  la  mampara,   y  aparece  Urrutia 
sombrero  en  mano.) 


Parra 

Urrut. 

Parra 

Urrut. 

Parra 

Urrut. 


I'arra 
Ukrut. 

D.  Abel 
Urrut 

D.  Abel 
Urrut. 

D.  Abel 

Urrut 

Parra 


Urrut. 


¡Hombre!  ¡hombre!  ¿qué  manera  de  entrar 

en  un  despacho  es  esa? 

No...  no  creí  que  el  muelle  estaba  tan  flojo. 

Lo  primero  es  pedir  permiso. 

¿Sí,  verdad? 

¿Qué  se  le  ofrece  á  usted? 

Me...  me  ha  dicho  el  señor  Regla  que  pase 

y  que  lo  espere  aquí.  Y...  y  no  doy  más  ex- 

l'hcaciones. 

¡Bueno,  hombre,  bueno!  ¿Tiene  usted  usía? 

To...    todo   se    andará.    (Reparando  en  don  Abel, 
que  lo  está  mirando  sonriente.)  ¡DcU...   dou  Abell 

¡Amigo  Urrutia! 

¡Tan...  tanto  tiempo  sin  verlo!  ¿Cómo  sigue 

usted? 

Bien,  ¿y  usted?  Está  usted  más  gordo. 

La...  la  buena   vida.   Y...   usted   está   más 

alto. 

¿Más  alto?  ¡Ya  no  tengo  edad  de  crecer! 

Se...  serán  los  tacones. 

(ai  marcharse,  por  decir  algo.)    No  alcei)    mUCho 

la  voz,  que  luego  se  oye  todo  y  se  enfada  el 
señor  ministro. 

¿Ah,  sí?  Yo...  yo  creí  que  el  ministro  era  us- 
ted. 


—  88 


Parra]  Pues  yo  lo  tomé  á  usted  por  el  Presidente 
del  Consejo.  ¡Mira  éste  ahora!  (se  va.) 

Urrut.  ¡Qué...  qué  tunante!  Se...  se  figuran  que  son 
generales  porque  tienen  galoné?.  Me.,,  me 
las  traigo  yo  con  los  porteritos. 


ESCENA  X[ 


DON  ABEL  y  URRUTIA 

D.  Abel  ¡Vaya,  vaya  con  el  amigo  Urrutia!  ¡Si  viera 
usted  lo  que  yo  gozo  saludando  á  mis  anti- 
guos compañeros  de  covachuelal 

ürrut.  ¿y...  y  qué  hace  usted  aquí,  ahora  que  me 
acuerdo? 

D.  Abel  (vergonzosamente.)  Pnes...  nada...  que  Mauricio 
me  necesita  para  un  trabajo  delicado...  y 
como  yo  soy  siempre  el  mismo...  el  amigo 
de  mis  amigos...  ¿Y  usted?  ¿A.  qué  debemos 
esta  visita? 

ÜRRUT.  Ven...  vengo  á  darle  las  gracias  á  don  Mau- 
ricio. 

D.  Abel       ¿Por  qué? 

ÜRRUT.  Me...  me  ha  ascendido  á  seis...  Me...  me  ha 
hecho  hombre.  Usted  calcule:  siete  duritos 
más... 

D.  Abel       Que  sea  enhorabuena,  querido  ürrutia.  fse 

sienta  junto  á  la  chimenea.  Urrutia  se  sienta  también, 
después  de  calentarse  un  poco.) 

ÜRRUT.  ¿A  usted  lo  ha  colocado  de  nuevo? 

D.  Abel  Tras  de  ello  anda  ahora. 

ÜRRUT.  ¿Pe...  pero  eso  no  querrá  decir  que  usted 

abandone  el  teatro? 

D.  Abel  Hombre...  el  teatro...  el  teatro... 

ÜRRUT.  ¿Ei-'...  estrenó  usted  La  cotorra  herida? 

D.Abel  La  paloma... 

ÜRRUT.  Eso  ef^:  La  paloma  mensajera. 

D.  Abel  Herida,  herida. 

ÜRRUT.  Herida,  eso  es.  ¡Qué  cabezota  soy! 

D.  Abel  La  estrené,  sí  señor:  en  mal  hora...  y  por  mi 

desgracia. 

ÜRRUT.  ¿Se..,  Be  la  tnachacaron  éi  usted? 

D.  Abel  ¿Y   cómo  no,  querido  ürrutia?.  La  vida  es 


—  80  — 


sueño  no  resiste  el  embate  de  aquél  público 
alborotador,  levantisco,  para  quien  la  única 
diversión  era  el  fracaso.  ¡Qué  noche!  No 
quiero  acordarme.  Ya  pasó,  ya  pasó. 

Urrut.  a...  á  mí,  en  buena  hora  lo  diga,  hasta  el 
presente  no  me  han  machacarlo  ninguna. 

D.Abel      (perplejo.)  Pero...  ¿cómo?  ¿Usted?...  ¿usted?... 

ÜRRUT         ¡Qué...  qué  cara  pone! 

D.  Abel       ¿Usted  también  se  ha  dado  á  las  letras? 

Urrut.  ¿A...  á  las  letras?  ¡Un  cuerno!  ¡Al...  al  teatro! 
He  estrenado  un  par  de  piececitas...  con  un 
amigo. 

D.  Abel       ¿Dónde? 

Ukrut.        En...  en  la  Sociedad  Carrascosa.  . 

D.  Abel       ¿Y  quién  es  Carrascosa? 

Urrut.  Ca...  Carrascosa  es  un  fresco  que  ha  hecho 
dos  sainetitos  y  que  ya  tiene  Sociedad. 

D.  Abel       ¡Caramba,  hombre,  caramba!  ¡Qué  sorpresal 

Urrut         La...  la  última  la  estrené  el  mes  pasado. 

D.  Abel      ¿Cómo  se  titula? 

Urrut.        Cas...  Castañas  al  vapor.  Es  muy  gorda. 

I).  Abel       ¿Y  gustó? 

Urrut.  Se...  se  rieron.  A...  ahora  resulta  que  tengo 
gracia,  don  Abel... 

D.  Abel       No  es  mala  fortuna. 

Urrut.  Ver...  verdad  que  no;  porque  el  público  no 
quiere  tristezas. 

D.  Abel  Si;  pero  métase  usted  á  torcer  el  tempera- 
mento del  artista.  Yo  no  siento  lo  cómico; 
no  lo  siento.  A  usted,  verbi  gracia,  le  salo 
al  paso  una  pelota  de  mosquitos  en  el  Reti- 
ro, y  hace  un  chiste. 

Urrut.        Se...  seguramente. 

D.  Abel       Yo  no:  yo  veo  el  paludismo  que  acecha. 

Urrut.  Pues...  pues  es  una  gaita.  Y  ¿sabe  usted  lo 
que  le  digo?  Que  no  ganará  nunca  dinero 
con  esas  cosas. 

D.  Abel      Bien,  esto  es  aparte;  yo  ya  no  me  ocupo... 

Urrut.        ¿Có...  cómo  que  no? 

D.  Abel  No,  señor,  no;  estoy  desengañado,  vencido.-..^' 
Paso  de  escritor  á  escribiente, 

Urrut.  ¡Buen  tonto  está  usted!  Pudiéndo  hacer  e 
rico... 

B.  Abel       Hay  mucho  de  leyenda  en  ^so.- 


~  90 


Urrux. 

D.  Abel 
Urrut. 


D.  Abel 

Urrut. 

D.  Abel 
Urrut. 


D.  Abel 
Urrut. 


D.  Abel 
Urrut. 


D.  Abel 
Urrut. 


Si...  si  yo,  con  los  argumentos  que  se  me 
ocurren,  supiera  redactar  como  usted... 
¿Qué  quiere  decir  redactar? 
Re...  redactar.  Mire  usted,  don  Abel:  en  lo 
que  hablan  los  personajes  de  mis  obras, 
¡anda  con  Dios!  que  mal  que  bien,  me  apa- 
ño, porque  si  se  me  va  alguna  faltilla  de  or- 
tografía, co...  como  las  hache¿  no  tuenan,  á 
Dios  gracias,  desde  el  público  no  se  advier- 
te; pero  me  pongo  á  redactar,  es  un  ejem- 
plo, dónde  han  de  estar  las  puerta^,  ó  si 
hay  escalinata  en  un  jardín,  ó  un  ga...  ga- 
binetito  modernista,  de  estos  complicados, 
y  ya  me  tiene  usted  sudando  á  chorros. 
Ah,  naturalmente.  Careciendo  de  letras,  de 
cierta  cultura...  A  mí  eso  no  me  importa. 
Yo  tiro  de  pluma  y  me  describo  á  San  Fran- 
cisco el  Grande  sin  dejar  un  santo  en  el 
tintero. 

Es...  es  que  usted  ha  leído  muchas  novelas. 
¡Ojalá  encontrara  yo  un  colaborador  como 
usted! 

Vamos,  vamos;  ¿quiere  usted  callar,  hom- 
bre?... 

No...  no  se  haga  usted  el  chiquito.  Oiga  us- 
ted, oiga  usted...  Le...  le  voy  á  contar  á 
usted  un  argumento  que  se  me  ha  ocurrido 
en  el  tranvía. 
¡Ja,  ja,  ja!  ¡Este  Urrutia!... 
Ve...  verá  usted.  Ello  es  un   capitán  de  un 
barco  mer...  mercante,  que  trae  de  América 
dos  loros. 
¿Dos  loros? 

Sí...  si,  señor;  si  por  eso  me  equivoqué  yo 
con  lo  de  la  cotorra;  porque  venía  reinando 
en  esto  de  los  loros.  Bueno,  pues  en  la  tra- 
vesía... Pero  no;  verá  usted:  uno  de  los  loros 
es  para  la  que...  queridilla  del  capitán... 
¡Je! 

Y  el  otro  para  una  vieja  muy  beata.  En  la 
tra...  travesía,  que  es  á  lo  que  iba  antes,  al 
loro  de  su  queridilla  le  enseña  muchas  pa... 
palabrotas,  por...  porquerías,  co...  cosas  ver- 
des, para  reírse  luego  cuando  estén  almor- 


I 


—  91    - 


D.  Abel 
Urrut. 
1).  Abel 
Hrrut. 
I).  Abel 
Urrut. 
D.  Abel 


Urrut. 
!>.  Abel 
Urrut. 

D    Abel 
U  rrut. 


D,  Abel 


Urrlt. 
I).  Abel 

(jRRUT. 

D.  Abel 

Urrut. 

D.  Abel 
Urrut. 


zando;  y  al  de  la  beata  le  enseña  la  letanía* 
el  gori-gori,  y  otras  pamplinas  por  el  estilo- 
Bueno,  pues  el  criado  del  capitán,  al  llevar- 
los así  que  llegan,  cana...  cambia  los  loro?. 
¡Ja,  ja,  ja!  ¡Es  graciosísimo! 
¿Verdad  que  lo  es? 
Está,  está  bien  ideado. 

¿Quiere  usted  que  hagamos  la.  obra  juntos? 
¿Juntos? 
Sí,  señor. 

No...  si  yo  no...  Estoy  fuera  de  juego...  Ade- 
más, me  he  prometido  á  mí  mismo...  Apar- 
te de  que  no  tengo  gracia  maldita. 
f^Qué  no  tiene  usied  gracia?    iPor  quintales! 
¿Yo? 

Natural.  El  que  se  cree  que  no  la  tiene  es  el 
que  la  tiene,  como  me  pata  á  mí. 
Es  posible...  es  posible... 
Há...  hágame  usted  caso:  yo  vivo  en  la  calle 
Latoneros,  cuatro,  segundo.  Se  va  usted  por 
allí  unas  cuantas  tardes,  y  pitillo  va,  piti- 
llo viene,  nos  sorbemos  la  obra  en  ocho  días. 
Pero  si  la  cuestión  eá  que  yo  tengo  el  com- 
promiso  moral...  Y  cuidado  que  en  ese  tema 
de  los  loros  empiezo  á  ver  cosas...  ¿Usted 
habrá  imaginado  la  acción  en  casa  de  la 
vieja? 

Es...  es  igual. 

P(  rque  á  mí  se  me  ocurre  que  esa  vieja 
puede  tener  una  criada  picantilla... 
8í,  señor;  ¡con  un  novio  soldado! 
¡Muy  bien!  ¡Y  entre  los  dos  le  enseñan  mñ-» 
picardihcelas  al  loro! 

¡Y  los  sorprende  la  beata  5^  tiene  que   es- 
c'onderf-e  el  soldado  debajo  de  la  mesa! 
¡Ja,  ja,  ja! 
¡Ja,  ja,  ja! 

(i  03  dos  se  ríen  de  buena  fe,  con  la  llama  do  la  ins- 
piración en  los  ojos.  Llega  don  Mauricio  eu  tal  punto, 
más  cargado  de  papeles  que  se  marchó,  y  los  observa 
estupefacto.  Don  Abel  y  Urrutia,  engolfados  como  se 
hallan  en  su  creación,  no  advierten  la  presencia  del 
jefe.) 


-   í>2  ^- 
ESCENA  XII 

DICHOS  y  DON  MAURICIO 


D.  Abel      ¡Y  haremos  que  esté  un  poco  borracho! 
ÜRRUT.        ¡Su...  superior!  ¡Y  que  diga  algunas  cosas  en 

voz  alta! 
D.  Abel      Y  la  criada  le  dirá  á  la  vieja:  «¡Es  el  loro, 

ee  el  loro!»  ¡Ja,  ja,  ja! 
ÜRRUf.        ¡Ja,  ja,  jfi!  ¡Tiene  usted  más  gracia  que  yo! 
D.  Abel      No,  hombre...  Lo  que  hay  es  que  en  este 

asunto  veo...  veo...  reconozco  que  veo... 

(En  efecto,  ve  á  don  Mauricio  y  se  qne-ña  yerto,  ürru- 
tia  lo  ve  también  después  y  quisiera  que  la  tierra  se  lo 
tragase.  Hay  unos  momentos  en  que  don  Mauricio 
acusa  con  la  mirada  á  los  dos  y  ellos  uo  se  atreven  ni 
á  respirar.) 

D.  Maur.     (con  entereza  )  ¡Salga  ustcd  ds  mí  dcspacho, 

señor  Urrutia! 
ÜRRUT.        Don...  Don  Mauricio... 

D.  MaUL'.  ¡Salga  usted!  (Urmtia  se  estremece  y  se  encamina 
hacia  la  mampara  tembloroso  y  desconcertado.  A  mitad 
de   camino    don  Mauricio   vuelve  á    llamarlo.)    ¡Oiga 

usted! 
ÜRRUT.        (volviéndose  de  un  salto.)  Man...  mande  ustcd. 

D.  MaUK.      ¡Sirva  usted  para  algo!  (Entregándole  unos  pocos 

■  papeles  de  los  que  trae.)  Llévele  usted  estos  do- 
cumentos al  seaor  Cortegana. 
ÜRRUT.        ¿Quién...  quién  es  el  señor  Cortegana?     -  - 
D.  Maur.     ¡Tiene  usted  el  deber  de  saberlo! 
ÜRRUT.        Es...  es  verdad...  Yo...  yo  venía  á  darle  á  us- 
ted la  enhorabuena...  digo,  no...  á  queme 
diera  usted  las  gracias...  digo,  no... 

D.  Maur  ¡Silencio!  (oice  esto  tan  violentamente  que*  se'  le 
caen  los    papeles  á    Urrutia.)    ¡Bien!    jMuy    bien! 

¡Recoja  usted  esos  documentos  enseguida, 
y  ordénelos  según  estaban,  ó  lo  suspendo  á 
usted  de  enopieo  y  sueldo! 
ÜRRur.        Sí...  sí,  señor.  ¿Es  j?a¿ci  la  mía?  (como  puede  el 

hombre  recoge  los  papeles  del  suelo,  Invirtiendo  doble 
tiempo  del  que  invertiría  si  estuviera  tranquilo,  y  lúe- 


—  ,93  — 


D.  Maur. 
D.  Abel 

D.  Maur. 


D.  Abel 
D.  Mauk. 


D.  Abel 
D.  Mauk, 


D.  Abel 
D.Mauk 
D.  Abel 


D.  Maur, 


go  procura  ordenarlos  sobre  la  mesita  auxiliar.  Entro 
tanto  don  Abel  y  don  Mauricio  hablan   lo   que  sigue.) 

Abel,  1j  que  he  visto,  ni  siquiera  es  dipno 
de  tí.  Me  has  engañado:  nae  has  traicio- 
nado. 

Perdóname.  Es  nniiy  difícil  en  tan  pocos 
días  aventar  las  cenizas  de  unas  ilusiones, 
acaso  por  locas  más  queridas...  Si  alguna 
vez  has  tenido  ilusiones,  sabrás  perdonarme. 
He  tenido  ilusiones;  y  aún  las  tengo.  Pero 
cuando  han  sido  desatinadas,  he  sabido  aho- 
garlas en  flor.  Para  eso  está  el  sentido  co- 
mún. ¿Es  que  tus  promesas  nada  pueden 
contigo?  ¿Es  que  nada  valen  tampoco  mis 
consejos?  ¿O  es  que  vas  á  recobrar  la  razón 
cuando  te  estés  muriendo,  como  don  Quijo- 
te? Siéntate,  que  para  que  le  tomes  el  gusto 
al  trabajo,  vamos  á  llevarnos  aquí  hasta 
las  tres  de  la  madrugada. 
Lo  que  tú  ordenes  haré  yo. 
Coge  cuartillas,  que  te  voy  á  dictar.  (Mientras 

don  Abel  se  dispone  á  ello,    dice    contemplándolo  con 

lástima.)   (Es  enfermedad  incurable.   ¡Pobre 
amigo  mío!  Está  loco:  no  tiene  atadero.) 
Cuando  gustes. 

(Paseando.)  Bascs...  para  la  organización  y  re- 
forma  de  la  Hacienda  pública,  coma...  del 
Ejército,  coma...  de  la  Armada,  coma... 

(ürrutia,  oyéndole  dictar,    se   esfuerza   en    reprimir  la 

risa.) 

(sin  esperar  más  comas.)  Pero,  Mauricio... 

¿Qué? 

Me  dejas  turulato...  ¿Aun  sigues  con  tu  an- 
tigua manía  de  reformar  y  regenerar  á  Es- 
paña? 

Aun  eigo,  sí...  Escribe.  De  la  Agricultura, 
coa:ia...  de  la  Industria,  coma...  (suena  un  tim- 
bre.) Aguarda  un  instante,  (se  va.) 


—  94  — 


ESCENA  ULTIMA 


DON    ABEL    y  URRUTIA 
D.  Abel        (Apenas  desaparece  den    Mauricio.)    ¡Pobre    amigO 

mío!  Está  loco:  no  tiene  atadero. 

Urrut.  No...  no,  señor,  no  lo  tiene.  Le...  le  riñe  á  us- 
ted porque  escribe  comedias,  y  está  todavía 
con  la  pa...  paparrucha  de  las  bafes. 

D.  Abe(.  ¡Jesús!  ¡Jesús!...  ¡Qué  cosas!...  Indudable, 
amigo  Urrutia,  indudable...  La  vida  es  una 
gran  tragedia  con  personajes  de  sainete... 

Urrut.        ¡Mu...  muy  bien  dicho! 

D.  Abel  ¿Quién  había  de  pensar  que  e«e  hombre?... 
¡Si  hay  para  soltar  la  carcajada! 

Urruc.        ¡Pa...  para  soltar  la  carcajada! 

D.  Abel  Ks  claro:  el  público  hace  bien...  Lo  que  quie- 
re es  risa  y  más  risa...  y  risa  y  más  risa... 

ürrut.        ¿Qué...  qué  le  he  dicho  á  usted  yo? 

D.  Abel  ¡Como  que  en  la  vida  no  hay  más  que  tipos 
cómicos!  Yo  soy  un  tipo  cómico... 

ürrut.        ¡Sí...  sí  señor! 

D.  Abel       Usted  es  un  tipo  cómico.  . 

ÜRKL'T.        ¡Sí...  SÍ  seño:! 

J).  Abel      Mauricio  es  otro  tipo  cómico... 

Urrut.        ¡Sí.  .  bí  señor! 

O.  Abel  El  propio  ministro  del  ramo,  ¿no  es  un  tipo 
cómico?... 

ürrut         jMás  cómico  que  todos  junto?! 

D.  Abel  Sí,  bí...  Como  la  luz,  como  la  luz...  Hay  que 
escribir  una  obra  cómica.  Amigo  Urrutia. 

Urrut.  A...  amigo  don  Abel.  ¿Lo  aguardo  á  usted 
mañana? 

D.  Abbl       JSo,  señor:  esta  noche. 

Urrut.        ¡Me.,   mejor  que  mejor! 

D.  Abel       ¿Latoneros...? 

Urrut.        Cna...  cuntro,  segundo. 

D.Abel       Pues  haf-ta  luego. 

Urrut.        Hasta  luego. 

U.  Abel       ¡Un  abrazo,  colaborador! 

Urrut.  (Abrazándose  á  él.)  ¡Un...  uu  abrazo!  ¡El  porve- 
nir es  nuestro! 


D.  Abel 
CJkríjt. 
D.  Abel 
Urrut. 


D.  Abel 


-  96  — 

¡Saldremos  á  la  escena  juntos! 
¡Co...  como  Daoiz  y  Velarde! 
¡Hasta  luego! 

¡Has...  hasta  luego!   (Yéndose  radiante  de  júbilo.) 

Ti...  tipos  cómicos...  ti...  tipos  cómicos...  mu- 
chos ti...  tipos  cómicos... 

(Echando  llamas  por  los  ojos.)  TipOS  CÓmicOS...  ti- 

pos  cómicos...   No  hay  más  que  tipos   có- 
micos... 


FIN    DE    LA    COMEDIA 


Madrid,  Mayo,  1905, 


OBHftS  DE  IiOS  IWISIWOS  flÜTOHES 


Esgrrima  y  amor,  juguete  cómico.  (2.'^  edición.) 

Belén,  12,  principal,  jug-uete  cómico. 

Güito,  jug^uete  cómico-lírico.  Miísica  del  maestro  Osuna,  (."i.*  edición) 

lia  inedia  naranja,  juguete  cómico.  (2.'' edición.) 

El  tío  <le  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  «lereclio,  entremés.  (3.*  edición.) 

lia  reja,  comedia  en  iin  acto.  (4.*  edición.) 

lia  buena  sombra,  saínete  en  tres  ciiadros,  con  miisica  del  maes- 
tro Brull.  (6.*  edición.) 

El  peregrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Mvisica  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

Ea  vida  íntima,  comedia  en  dos  actos.  (3."  edición.) 

Eos  borrachos,  saínete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Griménez.  (2.*  edición.) 

El  cliiquillo,  entremés.  (5.*  edición.) 

Eas  casas  de  cartón,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  saínete  en  tres  cuadros,  con  miisica  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  mvisica  del  maestro  José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  mixsica  del  maes- 
tro Chapi. 

Eos  Galeotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3."  edición.) 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.) 

Ea  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  g-énero  ínfimo,  pasillo  con  miísica  de  los  maestros  Valverde 
(liijo)  y  Barrera. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.''  edición.) 

Eas  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Eos  piropo.s,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epilogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡A  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  mae.stro  Chapí. 

Ea  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Eos  meritorios,  pasillo. 


lia  zahori,  entremés. 

lia  reina  mora,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  (2.*  edición.) 

Zarag-atas,  sainete  en  dos  cuadros. 

lia  zag'ala,  comedia  en  cuatro  actos. 

lia  contrata,  apropósito. 

£1  amor  que  pasa,  com.edia  en  dos  actos. 

El  mal  de  amores,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  g-racia,  pasillo  con  música  del  maestro  Turina. 

lia  aventura  de  los  g'aleotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Quijote. 

lia  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

lia  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  de  los  maestros  Chapí  y  Serrano. 


Precio:  DOS  pesetas 


Todo  ejemplar  que  no  lleve  el  sello  de  la  Sociedad  de  Autoreá  Españoles, 
será  considerado  como  fraudulento. 


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RARE  BOOK 
COLLECTION 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 

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CHAPEE  HILE 


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V.20 
no. 1-14